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Con H de Historia
Año I
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LA CARGA DE LA BRIGADA LIGERA Para este primer episodio de nuestra andadura nos situaremos en el año 1.854 en el marco de la península de Crimea, en el extremo europeo de la Rusia zarista regida por los Romanov. La guerra de Crimea había estallado el año anterior por disensiones entre la iglesia católica y la ortodoxa, y se encontraba en pleno apogeo el 25 de Octubre de 1.854, cuando en Balaclava se produjo la batalla que nos ocupa hoy y que enfrentó a rusos e ingleses en un combate feroz. Los ingleses contaban con el apoyo de franceses y turcos, pero las tropas rusas propinaron el primer golpe cogiendo desprevenidos a las soldados ingleses y tomando algunos reductos que se encontraban en manos otomanas. En el segundo envite, el ejército ruso lanzó su caballería, que contaba de unos 3.500 hombres bien armados y pertrechados, contra la brigada de caballería pesada británica que, mermada por la enfermedad y el terrible invierno ruso, contaba con tan sólo 600 efectivos. En este momento se produce un punto de inflexión en la batalla de Balaclava ya que la caballería inglesa consigue, pese a su reducido número, abrir una brecha entre las tropas rusas y, apoyada por regimientos de infantería, logra poner en desbandada a toda la poderosa caballería rusa, lo que prácticamente otorga la victoria a los ingleses. Pero no todo se había decidido... Tras esta terrible acometida, el capitán de las tropas aliadas observó cómo los rusos comenzaban a retirarse y desmontaban
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algunas piezas de artillería existentes en los reductos que anteriormente habían estado bajo la custodia de los turcos. Viéndose en esta tesitura, el capitán decidió enviar un mensajero a la brigada ligera de caballería británica instándoles a que emprendieran una ofensiva y evitaran que los cañones cayeran en manos de los rusos. Pero el líder aliado cometió un error, envió cómo correo a un alto mando de los húsares que, no se sabe si por orgullo o por falta de entendimiento, envió a la brigada de caballería ligera hacia otra posición, encomendándoles la misión de tomar otras piezas de artillería situadas en el núcleo del ejército ruso. En ese núcleo se encontraban 30 cañones pesados situados en línea, flanqueados por dos baterías y protegidos por una ingente cantidad de cosacos. Tras los anteriores encontronazos con el ejército ruso, la brigada ligera estaba conformada tan sólo por 673 hombres ente lanceros, húsares y dragones. Pero pese a esto, el sentido del deber y del honor británico prevaleció y los jinetes se situaron en formación de combate a una distancia de 2,5 kilómetros de los rusos. Comenzaron a avanzar al paso, 900 metros, los rusos lanzan sus primeras descargas de artillería provocando una masacre entre las primeras filas de la brigada ligera. Comienza el trote, 500 metros, al galope, desenvainan sus espadas y se lanzan a la carga sobre las filas enemigas mientras los rusos seguían proyectando descargas de artillería sobre sus filas y provocando una auténtica carnicería entre los jinetes británicos. Los dragones ligeros cargaron contra los servidores de las
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baterías mientras los cosacos pasaban a usar la fusilería para continuar con la matanza. Mientras tanto, el octavo regimiento de húsares cobraba venganza por sus compañeros caídos entre las filas rusas, lo que consiguió poner en retirada a los cosacos que aún defendían los cañones. De los 673 hombres que se lanzaron hacia una muerte segura, sólo regresaron 175. Esta fue la carga de caballería más heroica y a la vez más inútil que ha contemplado el mundo. Los cañones se tomaron, es cierto, pero por culpa de una orden que nunca se dio y provocando innumerables bajas que convirtieron a la brigada ligera, orgullo de la caballería británica, en despojos de sí misma.
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LAS COMPAÑÍAS ALMOGÁVARES Durante más de un siglo y medio, existió un grito de guerra que atronaba todo el Mediterráneo: ¡Desperta ferro! Este era el lema coreado por los almogávares cuando entraban en combate pero, ¿quienes eran exactamente éstos soldados? Los integrantes de las milicias almogávares procedían de los estratos sociales más bajos, surgidos de lo más profundo de los Pirineos aragoneses y catalanes y que, gracias a su condición de campesinos, podían abastecerse en sus campañas de lo que creciera en el terreno que pisaran, lo que les eximía de la dependencia de suministros y les daba una ventaja más que considerable sobre sus enemigos. Vestían con ropajes de estilo visigótico, añadiéndole a estos un cinturón de cuero ancho y un peculiar “casco” consistente en una especie de redecilla metálica que portaban sobre sus cabezas más a modo de distintivo que cómo una protección efectiva. Su armamento consistía en una espada corta para el combate cuerpo a cuerpo, una lanza de acometida, tres jabalinas que lanzaban antes de entrar en confrontación directa con sus enemigos y una rodela de pequeñas dimensiones. Los almogávares fueron reclutados en un principio por Jaime I el conquistador, quién apreció sus enormes habilidades para el combate y envió un contingente de 6.000 de ellos junto a las tropas que reconquistaron el reino de Valencia. Pero los almogávares eran conflictivos y, entre batalla y batalla, pasaban el tiempo sumergidos en innumerables disputas
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internas o saqueando poblaciones cercanas a su campamento base. Viendo esto, Jaime I los envió a combatir en la octava cruzada para enviarlos lejos de sus dominios, pero este intento de recuperar Tierra Santa para la cristiandad fracasó estrepitosamente y las tropas almogávares tuvieron que regresar a la península. Viendo regresar el problema, Jaime I tomó la determinación de enviarlos a defender Sicilia de los ataques de Carlos de Anjou, que ansiaba poseer este territorio a toda costa. Los almogávares combatieron en suelo siciliano durante 20 largos años, consiguiendo finalmente la victoria para la corona de Aragón. Pero la guerra toca a su fin y los almogávares, aburridos ante la imposibilidad de entrar en combate, vuelven a enredarse en pendencias y a llevarse por delante tantos sicilianos como era posible hasta que el emperador de Bizancio, Andronico II, los contrata para que le libren del acoso al que se está viendo sometido por parte de los turcos. Es en este preciso momento cuando aparece la figura de Roger de Flor para comandar las tropas almogávares enviadas a Bizancio con el fin de exterminar a los turcos. Los almogávares se ponen bajo sus órdenes y se disponen para el combate. Para comprender la eficacia de esta unidad de infantería de élite, baste decir que, tras desembarcar en Grecia un contingente de 6.500 almogávares, éstos derrotaron en un cruento combate a 13.000 turcos sin dejar con vida a ningún varón mayor de diez años y, cuando los turcos volvieron en busca de venganza con un ejército de 20.000 hombres, los almogávares mataron a 18.500 de ellos para, posteriormente, en una tercera batalla, destrozar la totalidad de una tropa turca de 18.000 hombres. Pero, tras someter a los turcos en estas tres brillantísimas intervenciones, los almogávares volvieron a causar problemas
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constantemente y Roger de Flor es aclamado por el pueblo gracias a sus victorias, llegando a ostentar el título de megaduque de Bizancio, concedido sólo en contadísimas ocasiones. En el año 1305 la cojunción de estos dos factores lleva al emperador Andronico II a temer por su posición, por lo que convoca, mediante engaños, a Roger de Flor y a sus lugartenientes a una fiesta que supuestamente se va a celebrar en su honor en la ciudad de Adrianópolis. En mitad de la cena un jefe alano entra en la sala con sus hombres y degolla a los almogávares asistentes. El resto de la tropa, al enterarse de la traición y del asesinato de su comandante, juran venganza y comienzan a asolar las tierras de Bizancio. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, los almogávares se limitaron a oír misa, comulgar y lanzarse al combate con una furia que no se había visto en los márgenes del Mediterráneo desde las cruzadas. En este combate, unos pocos miles de hombres, los restos del contingente almogávar, mataron a 26.000 bizantinos en una cruenta batalla. Más tarde, se enteraron de que 9.600 mercenarios alanos, aquellos que habían asesinado a Roger de Flor, volvían a casa licenciados y acompañados de sus familias, así que les salieron al paso matando a 8.700 de ellos y quedándose con sus mujeres. Tras quedar consumada su venganza, pasaron una temporada paseándose a sus anchas por la Península Balcánica y saqueando y arrasando todo aquello que se ponía al alcance de su mano. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de Aragón, que aguantaron durante tres generaciones los envites enemigos hasta que cayeron, como el resto de Grecia, bajo la creciente marea turca que acuciaba
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desde el este.
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EL SARGENTO GANDER Vamos a recordar la historia de un héroe militar. Un valiente que dio la vida por sus compañeros en acción de combate: el sargento Gander. Todos hemos oído hablar en muchas ocasiones de soldados condecorados en combate por su valor pero, ¿y si decimos que el sargento Gander tiene cuatro patas? Pal, como se llamaba inicialmente, era un perro de raza Newfoundland que vivía en una casa normal, como mascota de una familia normal hasta que, accidentalmente, hirió con una de sus patas la cara de uno de los niños de la casa. Preocupado por lo que le pudiera hacer a sus hijos, el padre de la familia le regaló su perro al regimiento Royal Rifles del ejército de Canadá quienes, por tener su base en el aeropuerto de Gander, rebautizaron al animal con ese nombre y lo acogieron como mascota de su pelotón. Gander pronto se ganó el cariño del regimiento y cuando, en 1.941, los Royal Rifles fueron enviados a Hong Kong para combatir en la Segunda Guerra Mundial, ascendieron a su mascota al rango de sargento y la llevaron consigo. Lo que aún no sabían es que su perro iba a tener un papel definitivo en el destino de la unidad. El 8 de Diciembre de 1.941, un día después del ataque japonés a Pearl Harbour, se desató la batalla de Hong Kong. El sargento Gander se lanzó a la batalla a la vanguardia de su regimiento frenando a los atacantes nipones hasta en dos ocasiones a base de mordiscos. La tercera vez, los japoneses lanzaron una granada de mano sobre la posición de los Royal Rifles y Gander, en un último
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acto de heroísmo, cogió la comba entre los dientes y se alejó a la carrera de sus compañeros, muriendo en el ataque y salvando de esta manera al resto de su unidad. Casi 50 años después, el 27 de Octubre de 2.000, el sargento Gander fue condecorado a título póstumo con la medalla Dickin, que reconoce la labor desempeñada por los animales durante la guerra y que lleva grabada en su superficie las frases "Por gallardía" y "Nosotros también servimos". El nombre de Gander fue incluído entre los de los 1.975 hombres y 2 mujeres que murieron en la guerra de Hong Kong y que son recordados por los canadienses en el Memorial Wall de Ottawa.
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GUILLES DE RAIS El día 10 de Septiembre de 1.404 nacía en el castillo de Champtocé, en la Bretaña francesa, uno de los nobles más ilustres y, al mismo tiempo, más abominable de la historia. Primogénito de una de las familias más prominentes de la la Francia medieval, Gilles de Rais empezó pronto a dar muestras de su carácter irascible contra los tutores y sacerdotes a los que sus padres confiaban la educación del pequeño Gilles y de su hermano menor, René. No dejaba de ser un niño demasiado travieso pero, al fin y al cabo, perfectamente normal... hasta que Guy de Laval, su padre, murió cuando Gilles contaba con nueve años de edad y todo su mundo cambió drásticamente. La embestida de un jabalí en una cacería acabó con la vida de Guy de Laval desgarrándole el vientre y desparramando sus entrañas por el suelo ante la mirada horrorizada de su primogénito, a quién acompañaría de por vida la memoria de este trance. Como bien es sabido, las tragedias nunca bienen solas, de modo que la viuda, Marie de Craon, murió al poco tiempo y tanto Gilles como René quedaron a cargo de su abuelo materno: Jean de Craon, un hombre soberbio y pagado de sí mismo que les inculcó a sus nietos valores tan cuestionables como la vanidad o el desprecio por aquellos a los que consideraba inferiores. Durante los años que pasó a cargo de su abuelo, Gilles de Rais hizo prácticamente lo que le vino en gana, sin limitaciones de ningún tipo. Tanto es así que, con 14 años fue armado caballero embutido en una armadura que el propio Jean de Creon le había regalado y empezó a entrenarse con la espada para, tan sólo un año después, retar a su mejor amigo de la infancia, Antoin, a un duelo y acabar con su vida clavándole un machete
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en el cuello. Acababa de cumplir quince años y se había cobrado su primera vida. Los padres de Antoin, de condición humilde, sabían de sobra que no podían luchar contra la influencia de Jean de Creon, de modo que aceptaron la indemnización que se les ofreció a cambio de la vida de su hijo y la acusación de asesinato que pesaba sobre Gilles quedó, finalmente, en nada. Como no podía ser de otra manera en un hombre de su posición, Gilles de Rais partió a la guerra con 16 años, alistándose bajo el mando del duque de Bretaña en la Guerra de Sucesión Bretona. Este conflicto supone la irrupció de Gilles de Rais en el contexto de la Guerra de los Cien Años donde, más adelante se desarrollarían todos sus talentos. Comandaba una milicia pagada por él mismo y, según cuentan las crónicas de la época, luchaba siempre a la vanguardia de sus soldados, lo que le valió el respeto de los hombres de armas y una provechosa reputación ante Georges de La Trémoille, chambelán del delfín de Francia. Ya en casa y con 17 años se produce otro de los episodios que contribuyen a entender en parte cómo actuaba la total ausencia de limitaciones sobre la mente de Gilles de Rais. El día 24 de abril de 1422 Gilles rapta a su prima Catherine de Thouarscon, de 15 años, y se desposa con ella con el objetivo de sumar las propiedades de la familia Thouarscon a su propio patrimonio, lo que le convertiría en el noble más rico de Francia... pero no todo iba a ser tan fácil. La familia de la muchacha rechaza la unión y se niega a entregar sus castillos al hombre que había raptado a su hija, de modo que Gilles de Rais secuestra del mismo modo a su suegra y la encierra en una celda donde sólo la alimenta con pan y agua hasta que su voluntad se doblega y consiente en la unión. Siete años después nacía su primera hija, Marie. Poco después de nacer la niña, Catherine de Thouarscon la
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cogió en los brazos y ambas se refugiaron en uno de los castillos de su padre, lo más lejos posible de Gilles quien, por otro lado, ya poseía sus riquezas y no hizo el menor esfuerzo por localizarlas. Tras ese episodio, el chambelán La Trémoille le reclutó al servicio del delfín de Francia, Carlos VII, quién puso a disposición de Gilles un pequeño ejército y le mandó a combatir en la Guerra de los Cien Años. Esta etapa plagada de combates tuvo una influencia definitiva sobre su vida: allí conoció a Juana de Arco. Gilles de Rais, Juana de Arco y otros generales de cierto renombre como el Duque de Aleçon o La Hire se plantaron ante las puertas de Orleans con un ejército a todas luces insuficiente... y liberaron la ciudad en 8 días. Al entrar triunfantes en la ciudad que llevaba sitiada varios meses, sus habitantes les recibieron entre ovaciones que les proclamaban como salvadores de Francia y Gilles de Rais empezó a ver en Juana no ya a una elegida de Dios, sino al mismísimo Dios encarnado en doncella. Desde ese momento, Gilles se convirtió en su guardaespaldas y luchó codo con codo con ella en todas las batallas ganándose así, con tan sólo 25 años, el título de Mariscal de Francia. Esta fue una etapa feliz en la vida de Gilles de Rais, quien se sentía realizado espiritualmente al lado de Juana y, además, podía volcar su ira sobre el ejército inglés en lugar de sobre los suyos. Pero todo cambió cuando, el 31 de Mayo de 1431, Juana de Arco fue capturada, juzgada y condenada a morir en la hoguera por la propia Iglesia de Francia. Gilles contrató de su propio bolsillo un pequeño ejército mercenario para liberar a Juana de su destino, pero no consiguió llegar a tiempo y tan sólo se encontraba a 25 kilómetros de Rouen cuando fue ejecutada.
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Siguió combatiendo durante cuatro años más hasta que en 1434 su protector, el chambelán La Trémoille, cayó en desgracia y Gilles perdió su título de mariscal. Este hecho dió el toque de gracia a la mente trastornada de nuestro protagonista, que se refugió en el castillo de Tiffauges para dar rienda suelta a sus excesos. Se rodeó de una corte de 50 eclesiásticos y 200 soldados de caballería que le acompañaban a casi todas partes mientras dilapidaba su fortuna en organizar conciertos, orgías o representaciones teatrales, que llegaron a contar con hasta 150 actores, de sus campañas al lado de la Doncella de Orleans. Todo aquel que acudía a su castillo era agasajado y salía cargado de regalos en un intento desesperado de Gilles por mantener su reputación; pero el dinero empieza a agotarse mientras el momento de la bancarrota se acerca a pasos agigantados. Con la mitad de sus propiedades vendidas en busca de crédito y sus amigos alejándose de él, Gilles de Rais cambia a los eclesiásticos por una corte de brujas, magos y nigromantes con los que empieza a ahondar en la alquimia, buscando el la transmutación de los metales el oro que tanto necesitaba... hasta que una orden real condena la alquimia como herejía y un nigromante convence a Gilles de que sólo conseguirá recuperar su antiguo esplendor si ofrece al diablo la sangre de niños sacrificados. Los sirvientes de Gilles empiezan a recorrer las aldeas en busca de niños plabeyos a los que convencen con la promesa de convertirlos en pajes en alguno de los castillos de su señor. Los padres entregan a sus hijos gustosos con la intención de darles un futuro mejor en casa del noble pero cuando, en 1440, las desapariciones habían llegado a las 1000 en menos de ocho años y los padres no conseguían de ninguna manera contactar con sus hijos, el clamor unánime de la plebe alcanzó las más
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altas esferas del estamento nobiliario francés. Durante ocho años, Gilles de Rais violó y asesinó, no necesariamente en ese orden, a varios centenares de niños. Les sacaba los intestinos, les arrancaba los ojos o les cortaba la yugular para bañarse en su sangre mientras su corte de hechiceros invocaban al diablo y decapitaban a los niños para, posteriormente, clavar las cabezas en picas y competir por saber cuál de ellos era más bello. Cuando los plebeyos de una determinada región empezaban a clamar en su contra, Gilles se mudaba con toda su siniestra comitiva a otro de sus castillos en Machecoul o Champtoncé para seguir con la dantesca vorágine de violencia. Todo llegaría a su fin cuando Gilles se vio obligado a vender uno de sus últimos castillos a Geoffroy de Farron, el tesorero del rey. Geoffroy compró el castillo de Saint Etienne de Memorte y dejó a su cargo a Jean de Farron, eclesiástico y hermano del tesorero. Poco después, Gilles se enteró de que uno de sus primos quería comprar ese mismo castillo pero pensaba que de Farron no aceptaría la anulación de la venta, de modo que se presentó en su antiguo castillo con una guarnición y secuestró a Jean como medida de presión. La noticia del rapto llegó a oídos del obispo de Nantes, Jean de Malestroit, y éste se puso en contacto con el condestable del rey, quien envió un contingente al castillo de Tiffauges con óden de arrestar a Gilles. Durante el juicio, Gilles de Rais se mostró inestable y tan pronto se declaraba inocente como culpable hasta que, finalmente, empezó a relatar los crímenes que había cometido con tal nivel de detalle que toda la Francia de la época se
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estremeció. El antiguo mariscal fue encontrado culpable y condenado a muerte por sodomía, herejía y asesinato, crímenes por los que fue ahorcado en la propia Nantes. Las actas de aquel juicio aún se conservan y pueden ser consultadas en numerosas fuentes, entre ellas el libro "El mariscal de las tinieblas" del tristemente fallecido Juan Antonio Cebrián, dónde se pueden leer fragmentos como el siguiente: "Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente". Y qué mejor manera de cerrar esta historia que con una cita del propio Gilles de Rais gracias a la que se puede apreciar el peculiar modo de ver el mundo que tenía el mariscal: "Yo soy una de esas personas para quienes todo lo que está relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. (...) Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”.
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LA ESCALERA DE ALEJANDRO Vamos a trasladarnos a la convulsa Grecia del siglo IV antes de Cristo. Las tribus griegas se encuentran bullendo en disputas internas mientras Alejandro Magno, en pleno apogeo, trata de pacificar la Península Helénica para poder afrontar con cierta tranquilidad su aventura de conquista. Tiene abiertos varios frentes y sabe que debe llegar a Grecia con su ejército antes de que esta estalle en revueltas... pero también lo saben sus enemigos. El camino más rápido para cruzar de Macedonia a Grecia era el Paso del Temple, pero un ejército de Tesalios se había apostado en las inmediaciones dispuesto a no dejar pasar a la hueste macedonia. Alejandro necesitaba llegar a Grecia rápido, sí, pero también necesitaba alcanzar la Península Helénica con el menor número de bajas posible, de modo que el enfrentamiento directo estaba descartado. ¿Cómo podían las falanges cruzar el paso sin dar un rodeo y, además, sin trabarse en combate? Muy fácil. Alejandro Magno decidió esculpir una escalera en la roca del Monte Ossa, en la ladera que quedaba oculta a la vista del contingente tesalio. Dicho y hecho. El rey de Macedonia reclutó en su ejército a 500 mineros de la zona para convertir la cara de la montaña que daba al mar en una inmensa cantera en la que los mineros trabajaban día y noche a marchas forzadas. La escalera estuvo lista en diez días y, sin esperar siquiera una noche más, Alejandro se sirvió de ella para cruzar por encima del monte, poniendo en la retaguardia tesalia un contingente de 3.000 hoplitas macedonios armados hasta los dientes y dispuestos a combatir.
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Los tesalios aguardaban en su campamento el ataque frontal de Alejandro Magno pero, al día siguiente, este les regaló la visión de un ejército de hoplitas enfundados en su armadura de la cabeza a los pies, con las lanzas prestas tras los enormes escudos redondos y en formación de combate. Los macedonios les habían rodeado, habían matado a sus centinelas y estaban dispuestos a aniquilar a las fuerzas tesalias atrapadas entre dos formaciones de falanges si no deponían las armas... mientras el general tesalio no alcanzaba a entender cómo aquel hombre que destacaban orgulloso a la cabeza de sus tropas había conseguido cruzar el paso sin ser visto ni oído. Ante semejante demostración de poder, los tesalios rindieron el paso sin presentar batalla y el ejército macedonio entró a la península helénica sin sufrir una sola baja. La leyenda del gran Alejandro Magno empezaba a tomar forma.
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STRELTSY: TROPA DE ÉLITE DE LOS ZARES Creado en 1.550, durante el reinado del zar Ivan IV "el terrible", el cuerpo militar de los Streltsy llegó a convertirse durante el siglo XVI en una auténtica fuerza de élite al servicio de los zares rusos. Su nombre significa literalmente "tiradores" y viene dado por los arcabuces o mosquetes que portaban como acompañamiento al resto de su indumentaria; compuesta por un caftán colorido, unas botas, un bardiche o pica y, ocasionalmente, un sable. Las tropas que conformaban un regimiento Streltsy eran reclutadas entre los campesinos y pequeños burgueses que abundaban en la Rusia de aquellos años, de modo que la única manera de evitar que se descontrolaran era imponer a sus divisiones una disciplina férrea a manos de hombres afines al gobierno. De este modo, la mayor unidad de la que se componía una fuerza de Streltsy era el regimiento, a cargo de un coronel de origen noble cuyo nombramiento debía ser aprobado previamente por el zar. Estos regimientos (polki) estaban divididos en centurias (sotni) a cargo de otro noble de menor rango, subdivididas a su vez en decurias (desyatki) de las que se podía ocupar el soldado de mayor experiencia. Los polki estaban compuestos por tropas tanto de infantería como de caballería y demostraron su eficiencia a tan sólo dos años de su fundación participando en el asedio al Kanato de Kazán y contribuyendo activamente en la destrucción de la ciudad y en la masacre de la práctica totalidad de sus habitantes.
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Los Streltsy vivían juntos en barrios dedicados a tal efecto donde eran mantenidos por el estado y, debido a la crónica escasez de fondos rusa, se les pagaba en tierras que posteriormente pasaban a formar parte del patrimonio familiar de cada soldado por vía hereditaria. De la misma manera, la condición de Streltsy así como la participación activa en sus misiones era vitalicia y los hijos varones de los militares activos podían acceder al puesto de sus padres cuando estos morían. Eran conocidos en combate por sus formaciones cerradas en forma de "fortaleza andante" y prestaron servicio a los zares durante los siglos XVI y XVII aunque, en sus tiempos más tardíos, pasaron a convertirse más en una policía del régimen que en un ejército propiamente dicho. A finales del siglo XVII los regimientos se dividieron en dos tipos de fuerzas: los viborniye, encargados de la defensa de Moscú y del Kremlin tanto en el papel de policías como en el de bomberos, y los gorodskiye, bajo las órdenes de algunos municipios y que llevaban a cabo en las provincias las mismas tareas que sus compañeros moscovitas. Los Streltsy aguantaron realizando tareas menores hasta prácticamente el siglo XVIII, pero finalmente se rebelaron contra el poder en el año 1.682, cuando la princesa Sofía les convenció para que apoyaran a su hermanastro Iván en la guerra por la sucesión que este mantenía con el zar Pedro I "el grande". Tras salir victorioso del conflicto, Pedro I trató de limitar la influencia militar y política de los Streltsy alejando de la capital a tantos regimientos como le fue posible pero, lejos de calmar los ánimos, estas medidas sólo sirvieron para que los regimientos exiliados se hermanaran aún más con los que se habían quedado en Moscú y se alzaran junto a ellos una vez más en el año 1.696, en cuanto el zar abandonó Rusia camino
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de una importante misión diplomática por Europa del Este conocida como la "gran embajada". La rebelión fue aplastada con brutalidad y los Strelsty, antes estandartes del zarismo, fueron castigados mediante métodos ejemplarizantes que incluían torturas tales como ser enterrado vivo, aplastamiento de pies en una prensa o rotura de huesos en la rueda, todo ello seguido de ejecuciones públicas mediante la hoguera o la horca cuando el reo no daba más de sí. El ejército Streltsy fue oficialmente disuelto en el año 1.699 pero, tras la vergonzante derrota de Pedro I en la batalla de Narva (en la que Rusia perdió 27.000 hombres de un total de 35.000), la tropa de élite fue recuperada para participar en las últimas campañas del zar mientras se iba incorporando paulatinamente al ejército regular hasta desaparecer definitivamente en torno al año 1.720.
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LA BESTIA DE GÉVAUDAN Vamos a adentrarnos en un episodio que cabalga a medio camino entre la historia y la leyenda, un suceso que conmocionó a la Francia del siglo XVII en la figura de un único animal: la bestia de Gévaudan. Todo empezó cuando, a finales de Junio de 1.764, apareció en las regiones boscosas del actual departamento francés de Lozère el cadáver prácticamente despedazado de una muchacha de unos 14 años. En un principio el ataque se atribuyó a una de las numerosas manadas de lobos que campaban a sus anchas por aquellos montes, pero los ataques de lobos a personas constituyen un fenómeno realmente extraño y, además, cuatro cuerpos más (dos niños, dos niñas y una mujer) fueron encontrados por toda la región durante los tres meses siguientes al primer ataque. El asunto empezaba a tener una repercusión local, que se vio incrementada cuando varias víctimas más fueron halladas con la cabeza separada del cuerpo o con el torso desgarrado hasta el punto de que la persona había sido literalmente partida en dos, lo que empezó a formar en la mente de las gentes de Gévaudan la imagen de un animal diabólico, de proporciones descomunales y que hacía gala de una violencia inusitada. A pesar de esto, la cosa no hubiera pasado a mayores de no haber sido porque en el invierno de ese mismo año el número de ataques creció en una escalada de violencia que parecía no tener fin y los campesinos de la región empezaron a organizar partidas de caza que rastreaban los bosques palmo a palmo en busca de aquel ser que estaba devorando a sus mujeres e hijos. En ese invierno de 1.764 se produjeron los primeros avistamientos de la bestia. Los testigos que tuvieron la desgracia
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de toparse con este animal y la suerte de sobrevivir al encuentro con graves heridas o, en el mejor de los escenarios, totalmente indemnes describían a la bestia como un animal de cuatro patas con una enorme alzada, cubierto de un pelaje pardo que revestía su anatomía extremadamente musculosa y cuya uniformidad quedaba rota por unas rayas negruzcas en sus cuartos traseros. El ancho lomo, con una cresta de pelo, terminaba en una cola larga y fuerte por un lado y en una cabeza grande coronada por unas mandíbulas tan largas como anchas de las que asomaban unos enormes dientes, afilados como cuchillos de monte, en el otro. La superstición de los pobladores de la región contribuyó a que el asunto se descontrolase, de modo que los nobles de la zona empezaron a ofrecer recompensas desorbitadas que atrajeron hasta Gévaudan a un sinfín de aventureros y cazadores de dudosa reputación. Lo único que se consiguió con esto fue que se organizaran batidas en las que perdieron la vida decenas de lobos y que los cazarrecompensas trataran de entorpecer el trabajo de sus compañeros poniendo pistas falsas para hacerse ellos mismos con el suculento botín. Una vez desatada la locura, algunos de los habitantes de las áreas boscosas aprovecharon el revuelo que se había montado en torno a las cacerías para dar rienda suelta a los más bajos instintos, raptando y violando a mujeres jóvenes para después abandonar sus cadáveres en medio del bosque, desgarrándolos brutalmente en el intento de hacerlos pasar por nuevas víctimas de la bestia. El descontrol fue tal que los encargados de mantener el orden en la región no fueron capaces de cumplir con su cometido, así que se hizo necesaria la intervención real de Luis XV, quién ordenó que se personara en Gévaudan un destacamento de dragones de caballería para dar caza a aquella bestia. Lo que había empezado como el ataque aislado de un animal salvaje a una campesina de 14 años se había convertido en menos de un
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año en un problema de carácter nacional y el torrente de rumores y conjeturas era ya incontenible. En un momento dado, la población se puso nerviosa ante la incapacidad de lo más florido de la caballería francesa para dar caza a la bestia y los disturbios no tardaron en hacer acto de presencia. Los vecinos se asesinaban entre ellos a sangre fría bajo el pretexto de que uno u otro practicaban la licantropía y se transformaba en hombre lobo por las noches. Las viejas rencillas resurgieron y las víctimas de la bestia se sucedían una tras otra sirviendo de marco a un sinfín de altercados en los que los campesinos se acusaban entre ellos dándose muerte o volvían sus iras contra las etnias minoritarias como los gitanos, a quienes se acusó abiertamente de haber criado y entrenado a aquel animal. Los sacerdotes aprovecharon la oportunidad para predicar contra el rey desde sus púlpitos mientras presentaban a la bestia como una manifestación celestial que el mismo Dios había enviado a Gévaudan para purgar la región de maldad y lascivia. Incluso un noble de la zona estuvo cerca de sucumbir a la ira del pueblo por la única razón de que había estado en África y tenía en los jardines de su palacio un pequeño zoológico particular en el que criaba hienas, leones y tigres. La locura general se mantuvo durante tres años hasta que, en 1.767, la frecuencia de los ataques disminuyó considerablemente cuando un cazador abatió por fin a un enorme lobo cuyo cadáver fue enviado a París para su conservación en el Museo Real de la ciudad, donde llegó en avanzado estado de descomposición. Debido a este problema, sólo se pudo conservar el esqueleto, que estuvo expuesto hasta que un incendio destruyó el edificio con todo su contenido en el año 1.830. Finalmente, los ataques cesaron por completo cuando cuando otro lobo de idénticas dimensiones y del que se decía que podía ser la pareja del anterior, fue abatido en las inmediaciones del
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cercano departamento de Aveyron. A día de hoy, aún no existe ni una sola explicación convincente que desvele de una vez por todas el misterio de los ataques que se produjeron en Gévaudan en la segunda mitad del siglo XVIII y que causaron un gran número de bajas (entre 70 y 140 según la fuente que se consulte) en el actual departamento de Lozère, pero el número de conjeturas que se han hecho al respecto es altísimo. Las teorías van desde el surgimiento de una subespecie de lobo más grande y feroz que el actual, extinta en el siglo XIX hasta la posibilidad de que la bestia que asoló los montes no fuera más que una hiena escapada de algún zoológico privado, como el de aquel noble al que se apuntó en la propia Gévaudan. En cuanto a la primera conjetura, debemos tener en cuenta que los lobos cazan, generalmente, en manada y que raramente atacan al ser humano, pues evitan el contacto con las personas en la medida de lo posible. Por esta razón, es bastante descabellado pensar que un espécimen aislado de esta supuesta subespecie hubiera podido causar los estragos que se le atribuyen a la bestia. Por otro lado, la segunda de las teorías es plausible en tanto a que las ilustraciones de la época representaban al animal causante de las muertes con una fisionomía que podría parecerse a la de una hiena parda o rayada, pero la hipótesis hace aguas debido a que estos animales se alimentan principalmente de carroña y, además, a que ninguna de las especies de hiena que se barajan como posibles candidatos alcanza las dimensiones de las que hablan las fuentes de la época (casi dos metros de longitud, desde la base de la cola hasta la punta del hocico, y en torno a 65 kilos de peso). Por último, la más creíble de las conjeturas habla de un cruce entre un perro de gran tamaño y un lobo como posible causante de las muertes de Gévaudan. En el caso nada extraño
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de que un mastín o un dogo se hubieran cruzado con los lobos que abundaban en los bosques de la región, no sería nada descabellado pensar que el resultado podría ser un híbrido que alcanzase las proporciones descritas y que, forzado a sobrevivir, encontrase en el hombre a una presa fácil de abatir y más fácil aún de matar. Cada uno tomará por buena la explicación que considere mejor, pero no debemos olvidar que las crónicas referentes a este episodio deben tenerse en consideración con ciertas reticencias, ya que es más que posible que la mayoría de los testimonios fueran exagerados adrede y que, entre ellos, se insertasen incluso declaraciones falsas con el fin de acrecentar la leyenda de la bestia o de encubrir la incompetencia de los dragones que fueron enviados para darle caza.
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BERSERKER: LOS ELEGIDOS DE ODÍN Vamos a llevar a cabo un pequeño ejercicio mental: pongámonos en la piel de un guerrero inglés del siglo IX. Un gran ejército vikingo se aproxima a nuestra ciudad, York, mientras formamos frente a las murallas en un último intento por defenderla del saqueo y la muerte. La cota de malla nos hace rozaduras, la espada pesa cada vez más en nuestra mano y el sudor corre a mares bajo nuestro casco, acumulándose en el nasal y enturbiándonos la visión al tiempo que en nuestra cabeza resuena la súplica escrita en el frontal de la iglesia de la ciudad: A furare normannorum libera nos Domine (De la furia de los hombres del norte líbranos, Señor). Las primeras lanzas asoman ya tras la cresta de una colina, justo frente a nosotros, y los vikingos empiezan a formar su muro de escudos con el olor del humo procedente de su último saqueo aún flotando en el aire. Arrogantes como sólo pueden serlo los hombres del norte, comienzan a provocarnos para que rompamos filas y abandonemos la formación pero, a pesar de que el ruido que hacen al golpear sus enormes espadas contra los escudos de madera es ensordecedor, nos mantenemos firmes en nuestro sitio con la seguridad de que Dios está con nosotros. De repente, vemos como se abre paso hacia la primera línea de su formación un grupo minúsculo de hombres semidesnudos, cubiertos sólo con pieles bastas y que se convulsionan al ritmo de una música que sólo ellos parecen oír. Forman junto a sus compañeros en el muro de escudos e, incluso desde esta distancia, podemos ver cómo ese gesto incomoda al resto de los
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vikingos... les pone nerviosos. Los hombres de las pieles se mecen inquietos, lanzando de vez en cuando horribles carcajadas histéricas al aire mientras muerden los bordes de sus escudos hasta que sus dientes se parten y una espuma sanguinolenta inunda sus labios. Sin previo aviso, uno de ellos arroja sus armas al suelo y, con un alarido, se abalanza contra uno de sus compañeros acorazados, al que desgarra la garganta con las manos desnudas. Esta única muerte activa un mecanismo oculto en la mente del resto de hombres desnudos, que se lanzan a la batalla con una furia animal brillando en sus ojos, perdiendo las armas y los escudos en su ansia por llegar a nuestra posición mientras sus andrajosas pieles flamean en el aire tras su estela. A medida que vemos acercarse a esas bestias con forma humana y, justo detrás de ellos, un muro de escudos impenetrable del que sobresalen lanzas y espadas, la confianza que teníamos en un principio nos abandona y un río helado de sudor frío baja por nuestra espalda al constatar que los guerreros contra los que nos enfrentamos son el castigo de Dios a nuestros pecados. Estos eran los berserker, los guerreros vikingos que conformaban la élite del ejército y que, en un número nunca superior a doce individuos, constituían la guardia personal de los reyes del norte. Guerreros que se lanzaban al agua desde los drakkar en cuanto avistaban la costa, poseidos por una furia asesina incontenible. La leyenda nos cuenta que se trataba de elegidos poseídos por un dios guerrero que les impelía a combatir hasta el último aliento. La historia nos dice que, en realidad, eran epilépticos que alteraban aún más sus facultades mediante el consumo de hongos alucinógenos y plantas como el beleño, que facilitaba su
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irrupción en el combate dominados por una ira cegadora que los convertía en seres prácticamente inmunes al dolor. Sea como fuere, estos hombres asolaron a sangre y fuego las costas de media Europa durante 300 años contribuyendo en gran medida a darle al continente la forma y el carácter que tiene hoy en día.
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EL VIOLINISTA DE LA MUERTE Ha llegado el momento de dedicar unos minutos a un hombre del que sus propios superiores se mantenían apartados, bien por temor o bien por una especie de respeto casi reverencial. Un hombre que fue considerado por sus contemporáneos como el arquetipo del nazi perfecto: Reinhard Heydrich. El día 7 de Marzo de 1.904 nace en Halle del Saale, en el corazón de la Sajonia alemana la que sería sin duda una de las mentes más brillantes del régimen nacionalsocialista. Heydrich se cría en el seno de una familia burguesa formada por Bruno Heydrich (cabeza de familia y director del instituto de Halle), su mujer (hija del director del conservatorio de Dresde) y sus dos hermanos, Marie y Heinz. Siendo hijo como era de un hombre culto, Reinhard no tuvo ningún problema en acceder a la mejor educación que se podía obtener en la Sajonia de principios del siglo XX pero, de la misma manera, el hombre que se decidió desde el principio a forjar la mente de aquel niño también contribuyó inconscientemente a que el odio hacia los judíos empezara a incrustarse en la joven personalidad del pequeño. Bruno Heydrich era hijo de un carpintero que había muerto cuando Bruno tenía doce años y de una mujer de origen humilde que se había casado en segundas nupcias con un mecánico de ascendencia judía llamado Gustav Süss. En la Alemania sacudida por el antisemitismo en la que nació Reinhard, esto no era precisamente una ventaja y los demás chicos del colegio empezaron pronto a burlarse de él por el apellido judío de su abuelo.
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Heydrich soportó las puyas acumulando un odio cada vez más cerval contra los hebreos hasta que, en 1.920, se enroló en la Deutschvölkischer Schutz-und Trutzbund, una editorial de claros tintes antisemitas y, posteriormente, en la Freikorps, una fuerza de voluntarios que conformaban un pequeño ejército independiente en cada región alemana. En 1.922 es admitido en la marina bajo el mando del almirante Wilhelm Canaris, con quien desarrollaría una amistad que llevó a que su celebérrimo superior le introdujera en su círculo personal ayudándo a Heydrich a especializarse en técnicas de espionaje. Esta relación se mantuvo sólida hasta que a mediados de 1.931 Reinhard, comprometido con una joven nazi llamada Lina, es expulsado del ejército por mantener una relación paralela con la hija de un alto mando de la Marina. El día 1 de Junio de 1.931, Reinhard Heydrich se afilia al partido nacionalsocialista y emprende una carrera meteórica en la que su afiladísima inteligencia llegaría a hacer sombra a las más altas esferas del Reich. Por medio de un amigo de su novia Lina, Heydrich se enteró de que había algunas plazas libres en el SD (servicio de inteligencia del NSDAP) liderado por Heinrich Himmler, así que presentó su candidatura seindo inmediatamente aceptado. Ese mismo año, se casó con Lina y Himmler, seguro ya de su estabilidad familiar (de capital importancia para el nacionalsocialismo), decidió explotar las capacidades de Reinhard nombrándole comandate y convirtiéndolo de esta manera en su mano derecha. En 1.932, sus orígenes volvieron a golpearle en forma de una investigación sobre la sangre judía de su abuelo cuyo resultado se mantuvo en el más absoluto de los secretos para todos los gerifaltes salvo para el único que sabía la verdad: Wilhelm
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Canaris. Un año después, Heydrich es nombrado jefe de la policía de Baviera y tiene un papel decisivo en el desarrollo de la "noche de los cuchillos largos". Junto con Himmler y por encargo del mismísimo Göring, Reinhard emprende una campaña en la que acusa a Ernst Röhm (jefe de las SA, amigo personal de Hedrych y padrino de sus hijos) de conjurar contra la figura de Adolf Hitler. Este hecho, unido a su reconocida homosexualidad, bastó para que Röhm fuera detenido y encarcelado, permaneciendo en prisión hasta el 30 de Junio de 1.934 cuando, tan sólo ocho horas después de la "noche de los cuchillos largos", dos agentes de la SD entraron en su celda y le ejecutaron a tiros. No pasaría mucho tiempo hasta que, en 1.936, Reinhard Heydrich es nombrado jefe de la policía de seguridad y de la Gestapo para, tres años después, ascender un paso más en el escalafón convirtiéndose en líder de la RSHA, bajo la que se aglutinaban todos los órganos de policía y de seguridad del Reich. Durante esta etapa se dedica a llevar a cabo una durísima labor de contraespionaje que dió sus frutos en la detección de numerosos activistas antinazis, pero no fue hasta finales de ese mismo año cuando su genio se reveló sobrepasando el del propio Heinrich Himmler mediante la concepción y ejecución de la Operación Krüger. En ese año de 1.939, Reinhard Heydrich ideó y puso en funcionamiento un plan que servía para tratar de colapsar la economía británica y, al mismo tiempo, daba unas posibilidades de financiación para las SS y sus organismos dependientes hasta entonces desconocidas. Con ayuda del comandante Bernhard Krüger, Heydrich falsificó en el campo de concentración de Sachsenhausen una cantidad de 140 millones de libras que introdujo en la economía
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británica como pago a colaboracionistas y espías en el extranjero. Finalmente, el plan Krüger no llegó a colapsar las arcas británicas, pero supuso un enorme balón de aire para la economía de guerra alemana y sus efectos se dejaron sentir en la economía inglesa hasta varios años después de la guerra. Ese mismo año, Heydrich se enteró de que la oficina de inteligencia dirigida por Wilhelm Canaris manejaba información procedente del ex-general zarista Skoblin en la que se afirmaba que varios generales soviéticos se habían puesto en contacto con altos mandos alemanes con el fin de derrocar a Stalin. Reinhard, gran conocedor de los puntos débiles del enemigo, aprovechó esta situación para pasar por encima de Canaris redactando un documento en el que se recogían estas sospechas y que hizo llegar subrepticiamente al presidente de Checoslovaquia, quien los envió sin dudarlo al despacho del mismísimo Stalin provocando la Gran Purga que acabó con más de 3.000 oficiales del ejército rojo, lo que debilitó notablemente la maquinaria de guerra soviética. Pero aún quedaba espacio en ese año para un golpe de mano más: el 31 de Agosto de 1.939, un grupo de presos políticos con uniformes militares polacos asaltaron una emisora alemana situada en la frontera y lanzaron a las ondas un sinfín de proclamas antinazis. Esta operación fue orquestada por Heydrich para tratar de justificar la invasión de Polonia que estaba prevista para el día siguiente y los falsos militares polacos, pese a las promesas de perdón, fueron ejecutados en cuanto el Reich tomó Polonia. En 1.941 su obsesión por la seguridad le llevó a tratar de desenmascarar al médico personal de Himmler, de quien sospechaba que mantenía contactos con los aliados, pero el propio capitán de las SS alejó a su médico de Hedrych, lo que
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llevó a este a enrolarse en la campaña de Noruega a los mandos de un avión alemán. La participación en esta campaña le valió a Reinhard la obtención de la preciada cruz de hierro y la vuelta a la élite política del NSDAP por la puerta grande. A principios de 1.942 acudió a la Conferencia de Wansee, donde se produjo un acuerdo entre las altas esferas del régimen para acelerar la llamada "solución final al problema judío"... pero Heydrich no se quedó en las meras palabras. Después de la reunión creó los einsatzkommandos, una unidad especial de las SS dedicada únicamente a la búsqueda y exterminio masivo de judíos, gitanos y todo aquel colectivo que no se ajustara a los principios del ideal ario. Su saldo se cifra entorno al millón de personas asesinadas. Tras esta maniobra, Himmler empieza a temer el genio de Heydrich y lo destina al protectorado de Bohemia y Moravia donde, nada más llegar, encarcela al gobernador, impone la ley marcial, detiene a más de quinientos intelectuales y envía a Auschwitz a miles de checos. Reinhard Heydrich instauró en su protectorado una política que combinaba la represión política más brutal con una serie de mejoras sociales muy ventajosas, por lo que la mayoría de la población checa admitió de buena gana su mandato... hasta que dos disidentes lanzan una bomba contra su Mercedes descapotable el día 27 de Mayo de 1.942. Heydrich consigue bajar del vehículo y disparar a sus agresores, que huyen mientras una mujer acude en auxilio del hombre que se desangra en plena calle y lo traslada al hospital. Una vez ha sido alejado de los restos humeantes del coche, Reinhard insiste en ser atendido únicamente por médicos alemanes, lo que desemboca en su muerte por una septicemia provocada por el tardío tratamiento de sus heridas.
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Paradójicamente, sus agresores creen haber fracasado en su intento de asesinato y se refugian en una iglesia donde, finalmente, son cercados por los alemanes y se suicidan. En represalia, las SS arrasan la locálidad de Lídice ejecutando sumariamente a 1.331 personas mayores de 16 años. Reinhard Heydrich, una de las mentes más brillantes que ha dado la historia (desgraciadamente, en el bando equivocado) fue enterrado por sus compatriotas con honores militares en la ciudad de Berlín.
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EL CAUTIVERIO DE CABRERA Vamos a hablar ahora de uno de los episodios más negros de la historia de España, uno de esos sucesos... incómodos de recordar. Pongámonos en situación. Andalucía, Julio de 1.808. En plena Guerra de Independencia, estalla en Bailén una batalla que durante cuatro días con sus noches enfrentaría a un ejército de unos 24.500 franceses al mando del general Dupont con otro formado por alrededor de 30000 españoles comandados por el general Castaños. El combate se zanja con un saldo de 2.500 muertos y 1.100 heridos entre franceses y españoles, arrojando un resultado favorable para el general Castaños, quien hace prisioneros a 18.000 galos que depusieron sus armas ignorantes del destino que les esperaba. Los cautivos de mayor rango, como el general Dupont y su estado mayor, fueron devueltos a Francia y cesados de sus cargos por Napoleón. Los de menor importancia corrieron suertes dispares: mientras que 4.000 de ellos fueron deportados a las Islas Canarias, donde se integraron con la población local, la inmensa mayoría (unos 9.000) se destinaron a un intercambio de prisioneros que nunca llegaría a producirse. El día 9 de Abril de 1.809, el trueque se demostró imposible y los galos iniciaron una travesía marcada por el hacinamiento y la disentería que los llevaría desde la bahía de Cádiz hasta la deshabitada isla de Cabrera. Al principio de su cautiverio, los franceses eran abastecidos por mar desde Mallorca cada 4 días con lo indispensable para sobrevivir hasta el siguiente envío. En uno de aquellos viajes,
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una tempestad retrasó el envío y, al llegar a Cabrera, los franceses intentaron tomar el barco por la fuerza, lo que provocó que el armador del barco de suministros se negara a volver a atracar en la isla, dejando a los prisioneros sin sustento durante los dos meses que el gobierno central tardó en encontrar un sustituto. Los oficiales de mayor rango entre los reclusos trataron de mantener el orden racionando la poca comida de la que disponían pero, cuando los víveres se acabaron e incluso el agua potable empezó a escasear, lo desesperado de su situación se reveló en toda su crudeza. La isla de Cabrera era, en aquella época, un páramo semidesértico en el que la fauna brillaba por su ausencia y la flora era en su mayor parte venenosa. Los soldados franceses, ya mermados por la falta de alimento empezaron también a enfermar debido al consumo de agua de mar, lo que provocó que el cólera y la disentería se instalaran entre ellos mermando sus filas. Se produjeron divisiones entre los distintos grupos que poblaban las islas y, mientras que el grupo formado por los oficiales trataba de mantener una sociedad tan civilizada como fuera humanamente posible en aquellas circunstancias, la soldadesca se agrupó en otros clanes con mayor o menor organización; entre ellos el de los conocidos como "robinsones", que trataban de sobrevivir con lo que obtenían del mar, y el de los "tártaros", formado por enfermos y locos que vivían en la cueva del mismo nombre. Los episodios de canibalismo y coprofagia aumentaban exponencialmente sobre todo entre el grupo recluído en la cueva, llegando a ser tal la desesperación de los soldados que, cuando se produjo el restablecimiento de los envíos de provisiones, la mayoría de los prisioneros habían muerto o se
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encontraban al límite de sus fuerzas. Cuando comenzó el reabastecimiento, cundió una especie de "sentimiento humanitario" mediante el que los captores trasladaban hasta el hospital de Mallorca a los cautivos que se encontraban en peor estado sólo para devolverlos a Cabrera en cuanto mostraban algún signo de mejoría. El problema era que los franceses que volvían a la isla relataban a sus compañeros lo bien que les habían tratado y lo mucho que habían comido durante su convalecencia, lo que provocó que el resto de presos se provocaran horribles automutilaciones o se despeñaran por un barranco tratando de ser, a su vez, hospitalizados. Finalmente, este comportamiento fue suprimido y los viajes al hospital se interrumpieron súbitamente. Pasaba el tiempo y, animados por los nuevos envíos de suministros, los franceses empezaban a establecerse en la isla construyendo rudimentarios edificios e incluso mercados en los que comerciaban con la escasa comida y agua dulce que les llegaba en los barcos procedentes de Mallorca. A Cabrera llegaban constantemente nuevos prisioneros capturados en las Guerras Napoleónicas, pero el hacinamiento no suponía un problema en la isla y los primeros cautivos habían muerto o se habían establecido llegando a formar un conato de sociedad en la que todo el mundo sobrevivía. Los víveres eran escasos y de pésima calidad pero, puesto que la población de la isla se mantenía en precario equilibrio entre los que morían y los que llegaban, los galos se sustentaban como buenamente podían. En el año 1.814, cuando la Guerra de Independencia llegó a su fin, los presos de Cabrera fueron devueltos a Francia. De cada cuatro hombres, tres habían muerto. Sólo sobrevivieron 3.600 soldados anémicos y enfermizos en cuya memoria se erigió un monolito que aún hoy perdura como
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recuerdo imborrable y acusatorio del horror que asoló la isla a principios del siglo XIX.
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EL COMBATE DE LOS TREINTA Francia, año 1.341. El duque Juan III de Bretaña muere sin dejar descendencia y los posibles herederos se abalanzan sobre el trono vacante como fieras hambrientas. El aspirante con, a priori, mayores derechos es Juan de Monfort, medio hermano del difunto duque... pero esto es la Guerra de los Cien Años, y nada resulta tan sencillo en este marco. Juan de Monfort recaba el apoyo de Eduardo III, rey de Inglaterra; pero se alzan voces que claman en su contra precisamente por considerarlos aliado de los ingleses. En esta tesitura, Carlos de Blois se alza por encima del resto de aspirantes y se posiciona como clara alternativa, con el apoyo directo de Felipe VI de Francia, al gobierno encabezado por de Monfort. Señores, siéntense y disfruten, la Guerra de Sucesión Bretona ha comenzado. El conflicto se prolongó durante 23 largos años, anegando de sangre los campos de la Bretaña Francesa y dando una nueva dimensión a la Guerra de los Cien Años, que en esta región se convirtió de repente en una guerra civil en la que los hermanos se mataban entre sí y en la que un pueblo podía ser borrado de la faz de la tierra por sus propios vecinos. En medio de toda esta debacle, nos encontramos con dos ciudades enfrentadas que distaban pocos kilómetros entre sí: la guarnición proinglesa de Ploermel y el pueblo profrancés de Josselin. Las fuerzas estaban igualadas y los comandantes de
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ambas guarniciones no querían enfrentarse en batalla campal por el inmenso coste de vidas y materiales que dicha batalla conllevaría... así que llegaron a un acuerdo. Robert de Beaumanoir, al mando del contingente francés, y Robert Bemborough, a cargo del inglés, decidieron organizar un combate entre caballeros en el que se enfrentarían sus mejores hombres comandados por ellos mismos. De este modo, el día 27 de Marzo de 1.351, se reunieron en Chêne de Mi-Voie, a medio camino entre Ploermel y Josselin, 60 soldados dispuestos a dar la vida por su causa. En el bando británico, Bemborough comandaba una fuerza mixta de 6 hombres de armas y 23 jinetes mientras que, en el bando contrario, Beaumanoir se presentó en el campo de batalla con 29 aguerridos infantes a sus espaldas. Las reglas estaban claras: sólo se podrían utilizar espadas, hachas, lanzas y dagas de misericordia, lo que excluía las muertes a distancia causadas por arcos y ballestas. En cuanto a la condición de victoria, bueno, no podía ser más simple... el último hombre en pie gana. El combate empezó y las primeras bajas no tardaron en hacer acto de presencia. Los hombres luchaban con valor hasta que morían o quedaban incapacitados para la lucha y la peculiar batalla amenazaba con alargarse más de lo esperado. Finalmente, los hombres de Beaumanoir consiguieron llegar hasta el comandante inglés y lo mataron, por lo que el resto de la guarnición proinglesa se rindió inmediatamente. El balance final fue de 9 muertos y 21 prisoneros en el bando de Bemborough, a los que habría que sumar los 4 muertos y 26 heridos del bando francés. A los comandantes de ambos bandos y a los soldados que lucharon junto a ellos se les consideró adalides del ideal de honor caballeresco... pero el resultado del combate se declaró
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empate técnico y la Guerra de Sucesión Bretona se prolongó durante 13 largos años más hasta que, en 1.364, terminaría con la sangrienta Batalla de Auray.
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JENÍZAROS: LOS DE LA SUBLIME PUERTA A día de hoy, sabemos que los jenízaros constituyeron la tropa de élite del Imperio Otomano, llegando a formar la guardia pretoriana del mismísimo sultán pero... ¿qué llevó a un grupo de muchachos cristianos a convertirse en fieros soldados del Islám? Vamos a intentar descubrirlo. En un principio, el ejército de la Sublime Puerta (como era conocido el gobierno del Imperio Otomano) estaba formado principalmente por guerreros libres que dependían de jefes tribales. Esto suponía dos problemas básicos: en primer lugar, estos soldados no aceptaban casi nunca un destino de infantería debido al riesgo que conllevaba y, en segundo lugar, el carácter de los clanes era veleidoso y sus lealtades no estuvieron del todo claras en ningún momento. Esta circunstancia se unió al hecho de que las mazmorras imperiales estaban repletas de prisioneros cristianos jóvenes y fuertes, curtidos por una vida de continuos combates y que renegaban de la esclavitud a la que sin duda serían destinados. Entonces, ¿por qué no utilizar a esos infieles? ¿por qué no darles la opción de escapar de la esclavitud a cambio de servir en el ejército del Islám? En respuesta a estas preguntas, Orhan I (segundo sultán del Imperio Otomano) fundó el cuerpo de jenízaros. La tropa permanente de los jenízaros siguió nutriéndose de esclavos y prisioneros de guerra hasta que, en el año 1.380, Selim I decidió profesionalizar su única unidad de infantería verdaderamente fiable. El sultán instauró en los territorios que le rendían tributo (principalmente en Grecia y los Balcanes) el
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devshirmeh, un impuesto mediante el que los gobernantes de dichos territorios se comprometían a entregar un determinado número de niños para que sirvieran en el ejército turco. Los infantes cristianos eran reclutados en edades que oscilaban entre los 7 y los 14 años, pero no se convertirían en jenízaros de pleno derecho hasta que cumplían los 24 o 25 años. Durante el tiempo que duraba su entrenamiento, los muchachos eran recluídos en escuelas militares llamadas Acemi Oğlanı, en las que se le enseñaban tácticas de combate cuerpo a cuerpo y manejo de todo el abanico armamentístico de la época. Pero no todo eran duros ejercicios físicos en las Acemi Oğlanı. Aparte de las cosas que los futuros soldados iban a necesitar para llevar a cabo su profesión, se les enseñaban otras como literatura, idiomas o cálculo, además de diversos juegos y deportes destinados a favorecer la camaradería y la cohesión entre el futuro escuadrón de jenízaros. Los chicos que estudiaban en estas escuelas militares estaban obligados a aprender de memoria el Corán y, pese a que no estaban obligados a ello, la mayoría terminaba convirtiéndose al Islam antes de que llegara el momento que todos esperaban con fervor, el día en el que dejaban de ser niños para convertirse en jenízaros. Sólo los que hubieran demostrado mayores aptitudes durante el largo periodo de entrenamiento alcanzaban este estatus y, desde ese mismo momento, consagraban su vida al cumplimiento del deber. La única familia de un jenízaro era el resto de su pelotón y su único padre era el sultán del Imperio Otomano. Desde sus inicios, la orden de los jenízaros tomó como guías espirituales a los derviches, una orden religiosa suní formada por mendigos ascéticos que renegaba de los bienes materiales. Esta asociación consiguió poner al cuerpo de jenízaros en una posición en la que no importaban el oro, la plata y los ropajes
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caros; sino, única y exclusivamente, la gloria dada a la Sublime Puerta... pero todo esto cambió a partir del siglo XVI. A lo largo de tres siglos (XVI, XVII y XVIII), los jenízaros empezaron a tomar una importancia desmesurada en el ejército del Imperio Otomano y el cuerpo comenzó a corromperse. El dinero corría en ríos procedentes de los saqueos, el tráfico de infuencias se había convertido en un hecho cotidiano y la disciplina de las nuevas generaciones iba en clara decadencia pero, en contrapunto a esto, los jenízaros habían adquirido gracias a sus resonadas victorias, una influencia política que rivalizaba con la del propio sultán. Los jenízaros empezaron a intrigar contra el gobierno, exigiendo concesiones y priviliegios bajo la amenaza constante del golpe de estado, alcanzando su punto álgido en 1.648, año en el que consiguieron que se aboliera el sistema de devshirmeh para que sólo los jenízaros ya reclutados pudieran transmitir sus empleos y privilegios a sus hijos. Continuaron siendo terriblemente eficaces en combate pero, ya en el siglo XIX, el sultán Mahmut II se hartó de las extorsiones sufridas a manos de su tropa de élite y hurdió un plan para disolver el cuerpo de jenízaros. En el año 1826, el Imperio Otomano empezó a entrenar por orden de Mahmut II a una nueva tropa de élite formada por combatientes turcos. Como era de esperar, a los jenízaros no les hizo ninguna gracia la constitución de un cuerpo que podía amenazar su estatus político, por lo que, tal como habían previsto el sultán y su estado mayor, se sublevaron en las calles de Estambul. La rebelión derivó en una maniobra de exterminio mediante la que Mamut II asesinó a todos los jenízaros que pudo encontrar, disolviendo oficialmente el cuerpo y exiliando a las provincias más lejanas del imperio a los pocos supervivientes que depusieron las armas.
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Esta es la historia de como un puñado de esclavos llegaron a convertirse en una tropa de élite capaz de hacer tambalearse los cimientos de un imperio y de cómo la soberbia y la avaricia de sus hijos desembocó en una matanza que borró de la faz de la tierra todo el trabajo de sus antepasados.
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BECERRILLO Los animales han sido utilizados en la guerra desde tiempos inmemoriales y todos conocemos algún caso. Vamos a dedicar unos minutos a revisar la historia de uno de los perros de guerra más determinantes durante la Conquista de América: Becerrillo. Becerrillo era un Alano Español que, como el resto de sus congéneres, fue adiestrado en la isla caribeña de La Española. En dicha isla, militares destinados a tal fin seleccionaban a los mejores ejemplares y los entrenaban para convertirlos en auténticas máquinas de matar. Nuestro protagonista consigue destacar entre los demás debido a su descomunal tamaño y a su fiereza, cualidades gracias a las que es escogido por el conquistador Diego de Salazar, quién lo convertirá en su compañero inseparable durante su andanza por las Américas. Según cuentan las crónicas, Becerrillo tenía unas mandíbulas poderosas cuajadas de dientes que eran capaces de arrancar el brazo de un adulto sin mayores complicaciones y era mortal de necesidad en combate. Su ferocidad en el campo de batalla se convirtió en legendaria, pero también se le daba uso como perro de presa para cazar a los indios que trataban de huir, limitándose a arrastrarlos hasta las posiciones aliadas siempre y cuando no opusieran resistencia (si la oponían, bueno, podéis imaginar lo que pasaba). Además de todas estas cualidades, Becerrillo tenía la capacidad de diferenciar entre los indios aliados y los que no lo eran y no dudaba en arriesgar su propia vida una vez tras otra si con eso podía salvar la de otros. Esto le valió ración doble de comida fija (comía mejor que los propios soldados) y un sueldo equivalente al de un ballestero que debía ser destinado a su
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manutención. Tras largos años de continua guerra en el ejército, Becerrillo es relevado del servicio y destinado, junto a su amo, Diego de Salazar, a la hacienda del conquistador Pedro Mejía, donde esperan incorporarse al cuerpo de guardia comandado por Sancho de Aragón y poder descansar... pero, como ocurre a menudo, las cosas no salieron exactamente como las habían planeado. Cierto día, los indios caribe asaltaron la hacienda, matando a todos sus ocupantes salvo a Sancho de Aragón, quien fue secuestrado y llevado hacia el río. Becerrillo no dudó en salir tras los indios, liberando a dentelladas a Sancho y poniendo en fuga a los indios que no habían muerto en el ataque. Estos, viéndose indefensos, se subieron a sus canoas y empezaron a lanzar flechas envenenadas para cubrir su retaguardia mientras huían... una de esas flechas impactó en el costado de Becerrillo. Sus compañeros de armas encontraron el cadáver del perro junto al río. Por los servicios prestados a la Patria, decidieron enterrarlo con honores; pero lo hicieron en lugar desconocido y continuaron asustando a los indios con la presencia de Becerrillo hasta que estos se enteraron de que había muerto años antes.
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EL OCASO DE ATILA A finales de junio del año 451 se produjo cerca de la actual ciudad de Châlons-en-Champagne (al norte de Francia) una de las batallas que marcarían un hito en la historia: la batalla de los Campos Cataláunicos. Pongámonos en antecedentes: la leyenda de Atila campa a sus anchas por toda Europa, donde el azote de Dios es considerado invencible. El viejo continente se divide y, mientras quie algunas tribus envian emisarios a los hunos ofreciéndoles alianzas y tributos, otras se ponen bajo la protección directa del Imperio Romano de Occidente. Este comportamiento no le hace demasiada gracia a Atila, quien empieza a saquear el Imperio Romano de Oriente avanzando hacia el corazón de Europa y dejando a su espalda ciudades saqueadas, quemadas hasta los cimientos y pobladas de auténticas legiones de viudas. Europa trata de resistir, pero el azote de Dios golpea sin piedad desde el este. Las peores pesadillas de los europeos de la época se confirman: Atila se acerca. En medio de toda debacle, Valentiniano III (emperador de Occidente) ve una oportunidad para destruir de una vez por todas el reino visigodo de Tolosa, en el sur de la Galia; así que franquea el paso a los hunos y se alía con ellos en esta empresa... pero esos no eran los planes de Atila. La hueste se pone en movimiento con la intención de conquistar la Galia por completo y asimilarla como provincia del Imperio Huno. Cuando las tropas bárbaras llegan al norte de Francia (saqueando e incendiando ciudades como Reims, Metz o Amiens), la amenaza se confirma. Flavio Aecio, general romano
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destinado en las Galias, se alía con sus antiguos enemigos para formar un ejército confederado de romanos, visigodos, francos y alanos que pone rumbo al norte con la intención de cortar en seco el avance de Atila. El día 20 de junio del año 451, las tropas de Flavio Aecio llegan a los Campos Cataláunicos y forman en sus posiciones de combate: en el ala izquierda las águilas romanas, con la hueste visigoda de Teodorico en el ala derecha y, en el centro (Aecio no confiaba demasiado en ellos y quería evitar una posible desbandada), la ruidosa amalgama de guerreros francos y alanos. Atila no tardó en llegar a la vanguardia de su propio ejército con los hunos en el centro, la caballería ostrogoda a su derecha y la infantería formada por el conjunto de pueblos bárbaros que le habían rendido vasallaje, en el ala izquierda. Los ejércitos forman uno frente al otro en completo silencio mientras los caballos patean el suelo y bufan inquietos en el aire extrañamente inerte del mediodía. Sin previo aviso, una andanada de flechas surca el cielo desde detrás de la primera línea de los hunos y, antes de que el primero de los proyectiles toque siquiera el suelo, la hueste de Atila se lanza a la carga en un frente compacto. La batalla se prolonga durante horas. Los hombres caen a centenares y ninguno de los dos contingentes está dispuesto a ceder ni un sólo palmo de terreno... hasta que Atila divisa a Teodorico entre la maraña de combatientes. El emperador de los hunos se dirige hacia el rey de los visigodos desgarrando con su espada a todo aquel que se atreviera a interponerse en su camino. Finalmente, el azote de Dios traba combate con Teodorico y le mata... pero no todo sale como Atila lo había previsto.
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Lo que debería haber desencadenado la desbandada de la horda visigoda se convierte, en realidad, en un acicate que culmina con la coronación de Turismundo (hijo de Teodorico) en el propio campo de batalla, lo que sacude los ánimos de los visigodos y los impulsa hacia el combate con fuerzas renovadas. A estas alturas de la batalla, las disciplinadas legiones de Flavio Aecio habían hecho una sangría en el desorganizado flanco derecho de la tropa huna, por lo que Atila, viendo que los ostrogodos del flanco derecho están a punto de ceder y ante el peligro de verse atrapado entre Aecio y Turismundo, ordena la retirada. Ni los romanos ni los visigodos salen en su persecución, por lo que los hunos derrotados se repliegan y huyen hacia Germania dejando tras de sí un campo de batalla sembrado por entre 20.000 y 30.000 cadáveres. Tan sólo un año después, Atila reuniría de nuevo su hueste y saquearía el norte de Italia... pero, tras la Batalla de los Campos Cataláunicos, su halo de invencibilidad había desaparecido. Flavio Aecio, magister militum del Imperio Romano de Occidente, había conseguido derrotar en batalla campal al mismísimo Azote de Dios.
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BILL MILLIN, UN GAITERO EN EL DÍA D Día 6 de junio de 1.944, 07:22 minutos de la mañana. Las barcazas británicas llegan a la playa de Sword (Normandía). Los enormes portones metálicos se abren y comienzan a escupir soldados sobre la arena, que no tarda en teñirse de rojo bajo el fuego alemán. El estruendo de la fusilería, los morteros y las granadas de mano es tan brutal que la vista de los soldados se nubla, su audición se reduce a un pitido monótono y la moral cae en picado mientras las balas vuelan en todas direcciones. De repente, empieza a escucharse en medio del infierno en el que se ha convertido la playa un sonido familiar, un silbido que, poco a poco, va formando las notas de "Highland Laddie", una canción tradicional escocesa que recuerda a los soldados británicos por qué están luchando. De pie en el corazón de Sword, un comandante de 21 años desafía a la artillería alemana armado sólo con su gaita, con la que toca sin parar un sinfín de canciones populares. Los francotiradores de la Wehrmacht asisten asombrados al espectáculo, sin decidirse a disparar sobre aquel muchacho de Glasgow que se mantenía incólume entre la vorágine de muerte que se había desatado a su alrededor. Grave error. Las notas roncas que salían de la gaita de Bill Millin sirvieron para levantar la moral de las tropas británicas y recordar a los combatientes que no sólo luchaban por expulsar a los alemanes de aquella playa normanda, sino también por sus vidas y las de sus seres queridos.
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El propio Millin le quita importancia a su hazaña y, en una entrevista concedida a la BBC en el año 2.006, llegó a declarar que "cuando eres joven haces cosas que no soñarías hacer de viejo. Disfruté tocando la gaita y no me di cuenta de que me estaban disparando". El gaitero del día D murió tras una enfermedad en un hospital de Torbay, al sur de Inglaterra. Contaba con 88 años y con el reconocimiento de todos los soldados que participaron el la toma de la playa de Sword aquel fatídico 6 de junio de 1.944.
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SI ESTO ES UN HOMBRE Vamos a dedicar unas líneas a uno de los autores más relevantes del siglo XX: Primo Levi. Levi nació el 31 de julio de 1.919 en el seno de una familia judía afincada en Turín. No vivían en la más absoluta miseria, pero tampoco nadaban en la abundancia, así que Primo fue superando poco a poco sus estudios hasta que, en el año1941 consiguió licenciarse en química en la universidad de Turín. Es a partir de este momento cuando el Levi estudiante se difumina para dar paso a una experiencia desgarradora que culminará en la escritura de una de las obras más importantes en torno al holocausto. En el año 1.943, Europa se encuentra sumida en plena convulsión y Levi decide que ha llegado el momento de luchar por sus ideales. Junto a un grupo de amigos, se traslada a una zona rural para unirse a la resistencia antifascista italiana pero, debido a su inexperiencia en esas lides, es detenido por la milicia de Mussolini el día 13 de diciembre de ese mismo año. Se identifica como judío y, sin ser enteramente consciente de ello, evita una muerte segura (de haberse declarado partisano habría sido fusilado al instante) pero, a cambio, es entregado a las fuerzas de ocupación alemanas y recluído hasta que, el 21 de Febrero de 1.944, es deportado al temible campo de Auschwitz. Pasó diez meses en el más temible (junto a Mauthausen, Treblinka y Dachau) de los campos de concentración nazis hasta que el ejército soviético le liberó junto al resto de supervivientes el 27 de enero de 1945. Levi fue uno de los 20 supervivientes de su remesa, que constaba de 650 judíos italianos cuando ingrasó en el campo.
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La sorpresa de los aliados se produjo cuando pidieron a los supervivientes un informe técnico de la situación humanitaria en el campo de exterminio y constataron que uno de ellos recordaba perfectamente todos y cada uno de los días que había pasado allí. Primo Levi decidió recopilar sus experiencias dentro de Auschwitz en un libro llamado "Si esto es un hombre". Escrito en forma de diario, el libro nos sumerge en la psique destrozada de un prisionero del campo relatándonos el día a día de los cautivos, su vida y su muerte. Consiguió evitar la primera purga gracias a su licenciatura en químicas, siendo destinado a un subcampo de trabajo desde el que pudo documentar al detalla la labor de los Kapos y su crueldad muchas veces superior a la de los propios guardianes del campo. "Si esto es un hombre" es un relato de violencia, de enfermedad, de hambre y de frío, de compañeros caídos en el camino siendo culpables, únicamente, de estar en el momento equivocado en el lugar equivocado... pero también es una historia de superación, de compañerismo y, por encima de todo, de supervivencia; un canto a la vida que, os lo aseguro, no dejará indiferente a nadie.
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LOS MAMERTINOS, CAUSANTES DE LA PRIMERA GUERRA PÚNICA Los mamertinos son un ejército mercenario que ha sido paulatinamente olvidado por la historia pero, en su época, tuvieron una importancia tan significativa que llegaron a desencadenar la que sería conocida como Primera Guerra Púnica. Vamos a tratar de esclarecer quiénes eran estos hombres. Estos mercenarios, descendientes de los oscos, eran originarios de la actual región de Campania (en el sur de Italia), desde dónde fueron contratados por Agatocles (tirano griego de Siracusa) para sus guerras en Sicilia. Cumplieron con creces su cometido pero cuando, en el año 289 a.C., el tirano murió y las hostilidades llegaron a su fin, el ejército de los mamertinos se quedó sin trabajo. Muchos volvieron a su tierra, pero otra gran parte de la hueste decidió quedarse en Sicilia y se establecieron en Mesina, donde fueron acogidos por sus habitantes en honor a sus pasadas gestas... pero, al igual que pasaba con los almogávares, ya se sabe que los guerreros no pueden quedarse quietos demasiado tiempo. Una noche, aburridos de la vida civil y traicionando la confianza de sus anfitriones, los mercenarios mataron a la mitad de la población de Mesina y desterraron al resto, repartiendose sus propiedades y a sus mujeres. Reclamaron la ciudad como propia y, a partir de este momentos, empezaron a utilizar oficialmente el nombre de mamertinos en honor a Mammers, el dios osco de la guerra.
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Con uno de los mayores puertos del Mediterráneo en sus manos, los mamertinos empiezan a capturar barcos comerciales y a aventurarse en incursiones por tierra que llevan por toda la isla de Sicilia una ola de saqueos y asesinatos que convierten a los antiguos mercenarios en hombres cada vez más poderosos. En esta tesitura Hierón II, tirano de Siracusa, empieza a ver amenazada su hegemonía y recluta (alrededor del 270 a.C.) un ejército de hombres libres con la intención de liberar la isla de la plaga que suponen los mamertinos. En primer lugar, advertido por la experiencia de su predecesor, Hierón envía a sus indisciplinados mercenarios contra los mamertinos, lo que desemboca en una masacre a la que no sobrevive ni uno sólo de los de Siracusa. A continuación, tras haberse librado de la parte inútil de su ejército y haber instruído convenientemente a los propios sicilianos (durante cinco años), el de Siracusa marcha a la cabeza de su ejército de hombres libres al encuentro de los invasores. Sabiendo que los mamertinos no estaban acostumbrados a combatir en batalla campal, Hierón les asalta por sorpresa en la llanura de Milazzo, donde captura a sus líderes y pone cerco a sus actividades... pero comete un terrible error. Una sección de la hueste mamertina consigue huír de Milazzo y refugiarse de nuevo en Mesina, obligando a Hierón a avanzar sobre la ciudad poniéndola bajo asedio. Viéndose en una situación tan desesperada, los mamertinos supervivientes piden ayuda a Cartago y la flota cartaginesa, ávida del poder de Roma, atraca en la bahía de Mesina. Hierón y su tropa se retiran ante la perspectiva de enfrentarse a la potencia norteafricana pero, al mismo tiempo, los mamertinos reniegan del poder cartaginés y piden ayuda a Roma quien, viendo a la flota enemiga atracada tan cerca de sus costas, no puede negarse a proteger a los antiguos mercenarios
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de Mesina. En respuesta a esta maniobra, el tirano de Siracusa da rienda suelta a su desaire poniéndose bajo la protección directa de Cartago, lo que en menos de un año desembocaría en la Primera Guerra Púnica.
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EL ASEDIO DE CASTELNUOVO Julio de 1.539, fortaleza de Castelnuovo (en la actual Montenegro). La guerra contra los turcos ha llevado a las potencias europeas a aliarse entre sí y a emprender una ofensiva que se encuentra en punto muerto. El reino de España no participa activamente en la contienda pero Andrés de Sarmiento, al mando de sus 3.000 hombres, asalta el enclave estratégico de Castelnuovo y lo conquista para la alianza. Como suele suceder en estos casos, la avaricia no tarda en hacer acto de presencia y las potencias empiezan a discutir entre ellas sobre la propiedad de la fortaleza: Fernando de Austria deja de pagar tributos al sultán otomano, los venecianos reclaman el bastión en valor de sus intereses comerciales en el Mediterráneo y Carlos I de España, viendo que el tercio de Nápoles ha obtenido el control de la fortaleza y que la empresa puede empezar a ser lucrativa, se niega a ceder su control. Finalmente, las relaciones se enquistan y la situación nos presenta a tan sólo 3.000 soldados españoles y una armada de 49 naves que deberán enfrentarse en solitario a todo el poder del imperio otomano. Una flota comandada por Jeireddín Barbarroja se despliega en la bahía de Castelnuovo y Andrea Doria, el comandante genovés al mando de las 49 naves de la armada, sale huyendo de la zona por miedo a verse sin escapatoria en medio del combate que, sin duda, se avecina. La fuerza naval turca está compuesta de 130 galeras y 70 galeotas tripuladas por 20.000 marinos y, mientras estos terminan de cerrar el cerco en torno a la fortaleza, los soldados españoles asisten en silencio desde las almenas al espectáculo de los 30.000 infantes con los que el Ulema de Bosnia está
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rodeando Castelnuovo. La ofensiva comienza con un balance de 50.000 a 3.000 favorable a los turcos pero, pese a que el tercio de Nápoles está cansado y mal alimentado, la infantería otomana no consigue hacer mella en las murallas de Castelnuovo y un gran número de ellos son abatidos sin que los españoles hayan sufrido aún ni una sóla baja. Barbarroja, viendo el percal, intenta negociar una rendición honrosa para el tercio que defiende el bastión y expone una serie de condiciones que los soldados deberán cumplir a cambio de sus vidas... pero Sarmiento no está de acuerdo y le dice al comandante turco que "vengan cuando quieran". Ante semejante desaire, Barbarroja ordena sembrar de artillería los alrededores de la fortaleza y bombardear sus murallas hasta que quedaran reducidas a escombros. La nueva estrategia de los turcos surge efecto y la plaza es derruída casi por completo pero, antes de dar por finalizado el asedio, las tropas otomanas asaltan las ruinas y se encuantran con una desagradable sorpresa: 600 soldados del tercio de Nápoles que han sobrevivido al bombardeo y que se baten con ellos espada en mano obligándoles a retirarse. En la segunda batida, los turcos atacan con más cautela y, por fin, los 200 españoles que aún quedan en pie deponen las armas y entregan los escombros de la fortaleza a Barbarroja dejando tras de sí un balance de 20.000 soldados otomanos abatidos.
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EL AUTÉNTICO DRÁCULA Todos hemos oído hablar de Drácula pero, ¿conocemos de igual manera a la figura histórica oculta tras el sombrío personaje de Bram Stoker? Esta es la historia de un hombre controvertido, un hombre al que algunos ven como un monstruo mientras que otros lo elevan a la dignidad de héroe nacional: Vlad Tepes, el empalador. Nuestra historia nos lleva hasta la Rumanía de mediados del siglo XV, concretamente a finales de 1.431. En diciembre de este año nace en Sighisoara el niño que posteriormente se convertiría en Vlad III. Su padre, Vlad II, había ingresado hace poco tiempo en la orden del dragón, una orden de caballería con base en el Sacro Imperio Romano Germánico, bajo cuya tutela se encontraban los territorios de Valaquia, por lo que Vlad III sería conocido hasta su ascenso al poder como Vlad Draculea, el hijo del dragón. A modo de curiosidad, diremos que la palabra dracul, tenía dos posibles significados: para los cristianos del Sacro Imperio significa dragón pero para los habitantes de la Valaquia medieval su significado era demonio, por lo que Vlad III era conocido también como el hijo del demonio. En este contexto histórico, Valaquia se encontraba asediada por los húngaros y los turcos y, puesto que contaba con un ejército infinitamente inferior al del sultán Mehmet II, sobrevivía mediante pactos deshonrosos con los propios turcos. En virtud a uno de esos pactos, en 1.444 Vlad II se ve obligado a entregar a dos de sus hijos como rehenes, por lo que Vlad
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Draculea y su hermano Radu parten hacia el imperio otomano mientras que Mircea, el primogénito de Vlad II permanece en Valaquia. Es en este exilio en el que Vlad Draculea contempla por primera vez uno de los métodos de ejecución utilizados por los turcos: el empalamiento. Este método de ejecución cautiva a Vlad de tal manera que se conviertirá, de modo gradual, en su marca de identidad. Tras 4 años de cautiverio, los turcos otorgan por fin la libertad a los dos hermanos, por lo que Vlad regresa a su Valaquia natal, pero Radu se ha empapado de las ideas otomanas y prefiere permanecer junto a los turcos. Cuando Vlad llega a Targoviste (la capital de Valaquia) con apenas 17 años, recibe la noticia de que su padre ha muerto. Ha sido literalmente molido a palos por algunos boyardos, los nobles de la zona, que también han ejecutadoa su hermano Mircea de la forma más terrible que cabe imaginar: lo han enterrado vivo. Vlad Draculea asume el trono bajo el nombre de Vlad III, pero los príncipes rivales le derriban y lo envían al exilio bajo la tutela de los húngaros hasta que, en 1.456, consigue escapar de la vigilancia húngara y retornar a Valaquia recuperando el trono que le pertenece por derecho. Al retornar de este segundo exilio la sed de venganza de Vlad era irrefrenable. Cuentan las crónicas que no quería ningún descenciente que le sucediera en el trono, y mucho menos un bastardo. Tanto es así que, según la leyenda, se dice que una de sus amantes le dijo que estaba embarazada para intentar complacerle, pero Vlad reaccionó cogiendo su espada y abriendo en canal a la joven para ver si era cierto lo que decía. Uno de sus métodos de ejecución predilectos consistía en
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introducir al reo en una sala para que rezara sus últimas oraciones pero, mientras el condenado oraba, el suelo se abría para que cayera sobre una serie de pinchos dispuestos para ensartarle. Vlad utilizaba métodos expeditivos para acabar con sus enemigos; tal es así que, enterado de que muchos boyardos no le querían en el trono, los convocó con sus familias a una gran fiesta en su castillo para firmar la paz pero, en lugar de esto, ordenó a sus soldados que ejecutaran a todos los nobles, reservando a los más jóvenes para destinarlos a trabajos forzados. Los boyardos supervivientes fueron llevados a la cumbre de Poenari, donde acarrearon piedras hasta la muerte en la construcción de uno de los mayores castillos del voivoda. En 1.460, un noble rival fue capturado por los soldados de Vlad, quien le obligó a cavar su propia tumba para posteriormente asistir a su propio funeral. Tras esto fue decapitado y enterrado. Un año más tarde, en el invierno de 1.461, Vlad Tepes se negó a pagar tributos al imperio otomano, por lo que estalla la guerra entre Turquía y Valaquia. Vlad III cuenta con pocos efectivos, escasamente 10.000 hombres, por lo que utiliza técnicas de guerra psicológica. Un buen ejemplo de esto es la carta que envió el 11 de enero de 1462 al rey de Hungría, en la que le comunica que ha empalado a 23.884 prisioneros. Se dice que creaba auténticos bosques de empalados, frente a los que ordenaba que situaran su mesa para ver cómo agonizaban sus enemigos mientras él cenaba. Cuenta la leyenda que incluso ordenaba que le trajeran cuencos con la sangre de los condenados para mojar el pan.
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Viendo esta situación, Mehmet II organizó un gran ejército de 200.000 efectivos y lo lanzó contra Valaquia. Puesto que Vlad Tepes dispone de un ejército mucho menor, efectúa una maniobra ejemplar de guerra de guerrillas evacuando todas las aldeas e imponiendo una política de tierra quemada que incluye envenenar los pozos e infiltrar enfermos de tifus y de peste entre las tropas turcas. Mehmet comienza a pensar que está luchando contra el diablo, pero aún así se presenta en 1.462 ante las puertas de Targoviste. El panorama que contemplan sus tropas no puede ser más desolador... La hueste otomana encuentra ante las murallas de Targoviste a más de 20.000 empalados, lo que aterroriza a los turcos, que se retiran sin presentar batalla. Finalmente, Vlad Tepes fue apresado y pasó muchos años recluido bajo la vigilancia húngara. Según cuentan las crónicas, en los ratos de aburrimiento se entretenía empalando pequeños animales tales como gatos o perros hasta que, en 1.473, consigue la libertad y lucha hombro con hombro con los húngaros, sus antiguos enemigos, contra los turcos e incluso llega a recuperar el trono momentáneamente en 1.476 para, finalmente, caer en una emboscada otomana en la que muere tras abatir a varios enemigos con su lanza. Su cabeza es cortada y enviada a Constantinopla para ser exhibida en señal de victoria. Esta es la historia de un hombre que empaló entre 50.000 y 100.000 personas a lo largo de su vida, pero que, no lo olvidemos, consiguió hacer frente e incluso batir en retirada al poderoso ejército del imperio otomano con sus escasos 10.000 hombres.
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ALESIA, LA FIRMA DE JULIO CÉSAR Estamos en el caluroso verano del año 52 a.C. Las tribus galas que habían sido conquistadas seis años atrás se han revelado contra las águilas romanas aniquilando a la decimotercera legión y eligiendo como líder a un bárbaro llamado Vercingétorix que, con un ejército de casi 300.000 hombres, ha mantenido numerosas escaramuzas con las legiones de Julio César. Finalmente el aún gobernador romano de las galias consigue vencer en varias ocasiones a la coalición de tribus bárbaras por lo que, en septiembre de ese mismo año, las tropas comandadas por Vercingétorix buscan refugio en la fortaleza de Alesia y se preparan para afrontar el que, sin duda, será un duro invierno. En el mes de septiembre del año 52 a.C., Julio César llega a las puertas de Alesia y empieza a estudiar la situación. La fortaleza está bien plantada en la cima de una colina rodeada de valles y ríos, por lo que un ataque frontal queda descartado de inmediato. Por otra parte, la ciudad fortificada tiene que soportar la manutención de los 80.000 soldados que se han refugiado en ella además de la de sus 250.000 habitantes habituales. De esta manera, César decide que la mejor manera de afrontar la situación consiste en establecer un asedio que obligue a los galos a rendirse por hambre, pero no cuenta con efectivos suficientes para establecer un cerco así que... ¿cómo se puede asediar una ciudad sin tener suficientes soldados? Los zapadores romanos empiezan a trabajar y rodean el perímetro de la ciudad con dos fosos de cuatro metros y medio
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de ancho que llenan de agua desviando el curso de los ríos. Acto seguido, minan un terreno tras los fosos con trampas y zanjas que deben dificultar el avance de la infantería gala e imposibilitar por completo las embestidas de la caballería. Por último, levantan un muro de 18 kilómetros de longitud y 4 metros de altura que rodea la ciudad de Alesia estableciendo torres equipadas con artillería espaciadas regularmente a lo largo de la fortificación. En un tiempo récord de tres semanas, la ciudad gala se ha convertido en una trampa hermética que rechaza uno tras otro los numerosos intentos de romper el cerco por parte de las tropas de Vercingétorix. Pero no todo iba a ser tan fácil para César. Una sección de la caballería gala consigue escapar justo antes de la finalización de los trabajos y, cuando se entera de la grieta que se ha producido en su impenetrable sistema, el gobernador muestra su genio una vez más y ordena construir una segunda línea de fortificaciones de 21 kilómetros de perímetro alrededor de sus propios campamentos. Cuando a finales de septiembre la hueste gala de Comio, rey de los atrebates, llega en auxilio de Alesia, se encuentran con los romanos cómodamente intalados entre dos muros de cuatro metros de altura mientras en la ciudad la situación comienza a ser desesperada. Comio ataca las murallas exteriores y Vercingétorix, viendo el movimiento romano hacia el segundo perímetro, ordena secundar la ofensiva atacando las fortificaciones interiores... pero las zanjas romanas hacen su trabajo y lo que debía haber sido un ataque sorpresa se convierte en un ataque desordenado y tardío.
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Las legiones consiguen mantener la posición y expulsan a los galos pero, el día 2 de octubre, las tropas de refuerzo lanzan una ofensiva de 60.000 hombres contra un punto débil que los exploradores galos han descubierto en el muro de César. Al mismo tiempo, Vercingétorix emprende una nueva salida desesperada en la que ataca el muro interior desde todos los ángulos. Julio César se ve rodeado y divide a sus tropas a lo largo de todo el perímetro, enviando a la caballería de Labieno a defender la zona más comprometida: la brecha en la muralla exterior. La lucha se prolonga durante horas hasta que finalmente, tras un alto coste en vidas por uno y otro bando, los legionarios romanos consiguen repeler el ataque procedente de Alesia y César se ve forzado una vez más a tirar de casta tomando la tercera decisión clave sólo durante este asedio: toma bajo su mando directo a 13 cohortes de caballería (alrededor de 6.000 hombres) y cabalga encabezando la contraofensiva que habría de liberar la posición defendida por Labieno. La línea de caballería que defiende la brecha se ha convertido ya en un amasijo de sodados agotados e incapaces de soportar por más tiempo el empuje de la horda gala pero, cuando ven acudir en su auxilio a 6.000 équites encabezados por el mismísimo César, sus esfuerzos se redoblan y entre todos consiguen poner en fuga a una tropa de caballería casi diez veces superior en número a la suya. Ante esta muestra de tesón y valor por parte de las legiones romanas, Vercingétorix no puede hacer otra cosa que rendirse. Sus súbditos se mueren de hambre y César no va a levantar el cerco por lo que, al día siguiente, el caudillo galo abandona la protección de Alesia y depone las armas ante el gran hombre de
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Roma.
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EL ÁNGEL DE PLASZOW Vamos a intentar honrar la memoria de un hombre que lo dio todo por sus semejantes, de una figura bien conocida por todos gracias a la magia del cine: Oskar Schindler. Schindler nacía Svitavy (actual República Checa) el día 28 de abril de 1.908, en el seno de una familia rica de comerciantes que mantenía importantes relaciones de negocio y amistad con numerosas familias judías. Oskar Schindler vivió en sus propias carnes las dificultades de las posguerrra tras la I Guerra Mundial y de la Gran Depresión producida en 1.929 pero, gracias a su capacidad de adaptación, consiguió salir adelante al afiliarse por sus propios intereses al partido nazi en 1.930. Gracias a sus conocimientos de las familias de negocios judías en Polonia, Schindler pronto fue reclutado como informador por las SS lo que, unido a su afición por las fiestas, su inagotable capacidad para proveer a los oficiales de mujeres y sus activos contactos en el mercado negro, pronto le sirvió para labrarse una reputación entre los altos mandos. Oskar Schindler, ya plenamente integrado en la estructura de las SS, ve en la invasión de Polonia una oportunidad de medrar en el mundo empresarial así que, en 1.939, compra una fábrica de ollas en Cracovia y la reestructura para producir utensilios de campaña destinados a abastecer a la Wehrmacht... pero la mano de obra alemana es cara. Es a partir de este momento cuando Schindler empieza a utilizar sus contactos. Como primera medida, habla con Amon Goeth (comandante del campo de concentración de Plaszow) para que desvíe alguno de los trenes que debían partir de su campo con destino a Auschwitz o a Treblinka.
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En estas negociaciones, Oskar Schindler logra que Goeth le "alquile" a un habilidoso contable judío llamado Itzhak Stern quien, en una segunda fase, consigue ampliar el arrendamiento a un número que oscilaba en torno a los 300 operarios judíos que trabajaban por el día en la fábrica de Schindler y volvían por la noche al campo de Plaszow custodiados por guardianes de las SS. Nuestro protagonista debía pagar, además de la cuota de arrendamiento, un porcentaje de los beneficios como tributo directo para Amon Goeth pero, aún así, el era un negocio redondo: los judíos no cobraban, no había que alimentarles (ya comerían en el campo) y, además, se esforzaban enormemente en su trabajo, pues eran conscientes de que su vida dependía de ello. Pero Oskar Schindler, pese a su falta de escrúpulos para los negocios, era también un hombre de honor. Gracias a la relación diaria en la fábrica, el hombre de negocios empieza a entender por fin que los judíos no están siendo simplemente explotados como mano de obra esclava sino que, además, están siendo sistemáticamente exterminados. La gota que colma el vaso llega con la represión del gueto de Cracovia, de la que Schindler es testigo directo y gracias a la cual comienza intensificar las negociaciones con Goeth. Con la excusa de ampliar el negocio, Schindler empieza a pagar al comandante una cantidad determinada por cada judío que emplease en su fábrica: Stern apuntaba el nombre en una lista, Schindler pagaba y Goeth enviaba al operario. A estas alturas de la guerra, el negocio de los utensilios de campaña ya no es rentable para la Wehrmacht y Schindler se ve forzado a cambiar una vez más el rumbo del negocio y su fábrica empieza a elaborar cápsulas y proyectiles de artillería
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para poder seguir justificando las peticiones de trabajadores al campo de Plaszow... pero, en esta nueva etapa de su vida, Schindler ordena que un porcentaje de las cápsulas tuvieran defectos de fabricación que no fueran evidentes pero que limitaran su uso. A finales de 1.944, Oskar Schindler había sacado de Plaszow a más de 1.200 judíos, quedando prácticamente en bancarrota. Esta es la historia de un hombre que, si bien no fue siempre por el camino recto, fue capaz de aprender de sus errores y de rectificar en el momento justo, adaptándose a la situación y dando hasta la última moneda de su fortuna tratando de arrancar a sus semejantes de las garras de la muerte.
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LA ESPADA DE LOS ÍBEROS Ten, cógela. ¿Qué te parece nuestra espada? Equilibrada, ¿verdad? Con ella defendemos nuestros hogares de los invasores romanos y, gracias a su poder de corte, hemos conseguido obligar a los legionarios a forrar de hierro los bordes de sus escudos. Se llama falcata y hoy fabricaremos una. Lo primero que debemos hacer es desenterrar estas planchas de hierro, que llevan bajo tierra más de dos años preparándose para este momento, y sacudir las partes blandas que, como puedes ver, se han desprendido de la plancha principal. Ven, ayúdame. Bien. Ahora, tenemos que separar las tres mejores láminas que podamos encontrar y llevárselas a nuestro herrero para que las una en caliente, dejando en el centro un núcleo duro que debe sobresalir un poco para que podamos acoplar la empuñadura. Además, será el propio herrero el que se encargue de pulir la hoja y hacer las acanaladuras necesarias para quitarle peso a la espada. Ahora ya tienes entere tus manos lo que, tras un par de ajustes, se convertirá en una falcata. Vamos al río. Coge la espada por la empuñadura y colócatela sobre las piernas. Muy bien, justo así. Ahora, moja la hoja con un poco de agua y empieza a pasar la piedra de afilar. Eso es, despacio. ¿Ya? Pues nada, vamos a ponerle el pomo. ¿Qué te parece este? Empuñadura de hierro con las cachas de hueso, para que no resbale al golpear. Vale, ya está listo. Ahora vuelve a afilar la espada y asegúrate de que sea capaz de superar las pruebas. ¿Has terminado? Bien. Antes de considerar la falcata como un arma digna de entrar en combate, debe superar dos pruebas. La
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primera consiste en lo siguiente: coloca la empuñadura sobre tu hombro derecho y, sin alzar el pomo, dobla la hoja por encima de tu cabeza hasta que toque tu hombro izquierdo. Tira un poco más, sin miedo. Si la hoja es suficientemente flexible debería superar la prueba sin problemas. Vale. Muy bien. Ahora vamos con la segunda prueba. Lo que tienes que hacer ahora es... bueno, ¿ves ese buey de ahí? ¿Sí? Pues le tienes que cortar la cabeza en menos de tres golpes. Si has afilado bien tu falcata, el hierro debería cortar la carne y los tendones con facilidad. El problema se puede presentar a la hora de partir la columna vertebral, pero bueno, eso ya depende de tu fuerza. ¡Bien! Tu falcata ha superado las pruebas. Ahora ponte un casco y empieza a matar romanos. ¿Qué? No pensarías que te ibas a librar, ¿verdad?
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LA BATALLA DE KARÁNSEBES Actual Rumanía, 17 de septiembre de 1.788. El imperio austriaco está en guerra con el imperio otomano y un ejército de 100.000 hombres marcha hacia la ciudad fronteriza de Karánsebes con la intención de acampar allí. Hasta aquí todo bien. A partir de este momento es cuando empiezan los despropósitos. En primer lugar, sólo una mínima parte de la tropa estaba formada por austriacos: la mayoría de los soldados eran italianos, serbios, húngaros, croatas o rumanos y, por lo tanto, tan sólo unos pocos de aquellos 100.000 hombres hablaban alemán. En esta tesitura llegan los primeros húsares al lugar convenido para la acampada. Su misión era la de rastrear los alrededores de la ciudad en busca de espías turcos pero, en lugar de eso, deciden comprarle a unos gitanos un cargamento de barriles de aguardiente para bebérselos mientras esperan al resto del contingente. Un tiempo después, el primer contingente de infantería se presenta en Karánsebes y, viendo la fiesta que tienen montada los húsares, reclaman su correspondiente trago de aguardiente... pero, a estas alturas, los exploradores ya están bastante borrachos y se niegan a compartir su licor. Ante la mirada incrédula de la infantería, los húsares levantan una barricada en torno a los barriles y se atrincheran alrededor del aguardiente. Pero los soldados de a pie no están ni mucho menos dispuestos a rendirse tan fácilmente. Sintiéndose insultados por la actitud de los húsares, dan inicio a una pelea que culmina con un disparo al aire. Ahora empieza lo bueno. Con el olor a pólvora aún flotando en el aire, los contingentes
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de apoyo rumanos se ponen nerviosos al creer que el disparo lo ha realizado un tirador turco y empiezan a gritar "¡turcos, turcos!". Los húsares salen huyendo, la infantería se desbanda y los oficiales empiezan a dar voces intentando poner fin de una vez por todas a aquella situación... pero en aquel campamento casi nadie hablaba alemán. Cuando los oficiales gritan "halt" (alto en alemán), la soldadesca entiende "Alá" y, justo en ese momento, empieza el espectáculo: los rumanos abren fuego contra los italianos quienes, a su vez, disparan sobre los húngaros que se están batiendo el cobre con los serbios. Todos pelean contra todos con la firme creencia de que el contingente al que están disparando está formado por soldados turcos. Un grupo de tropas de caballería que llegaba al punto de reunión vio a los húsares dando vueltas alrededor del maremágnum en el que se había convertido el campamento y su oficial al mando, creyendo que no podía tratarse sino de un ataque otomano, ordenó una carga al galope sable en mano... pero un cuerpo de artillería que llegaba por otra colina vió el movimiento y, pensando que se trataba de un asalto turco, descargó la fusilería sobre sus compañeros. Después de todo esto, el ejército austriaco se disolvió en pequeñas bandas atrincheradas que disparaban a todo lo que se movía, prolongando el combate durante horas hasta que decidieron huír en desbandada. Los turcos llegaron a Karánsebes dos días después esperando encontrar un combate contra los austriacos. En su lugar, encontraron 9.000 enemigos muertos.
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DE LANZAS Y GREBAS Los hoplitas fueron los auténticos dominadores de la península helénica durante nada menos que cuatro siglos. Las falanges eran formaciones acorazadas, brutales y erizadas de lanzas que campaban a sus anchas por la antigua Grecia para mayor gloria de sus ciudades estado pero, ¿qué las hacía tan eficaces? Empezaremos centrándonos en su impedimenta, en la que se embutían poco antes de la batalla ya que el peso de la armadura completa oscilaba entre los 22 y los 27 kilogramos. El atuendo de combate variaba de un hoplita a otro debido a que no existía un uniforme estándar y a que cada soldado se tenía que costear su propio equipo, que en muchas ocasiones heredaban de sus padres o abuelos pero, básicamente, se componía de una coraza que reproducía los músculos del torso, un casco y unas grebas que protegían desde la rodilla hasta el tobillo, todo ello de bronce. Completaban el equipamiento con un escudo redondo de madera o bronce de un metro de diámetro que cubría desde el mentón hasta la rodilla, una lanza de unos dos metros y medio de longitud y una espada corta que sólo utilizaban como arma secundaria en caso de que la lanza se quebrase. Pero el éxito de los hoplitas no se basaba únicamente en su armamento. La formación de combate de una falange se conformaba con los soldados colocados en línea. De esta manera, los bordes de los escudos se superponían unos a otros de manera que cada uno defendiera el lado izquierdo de su dueño y, además, el lado derecho de su vecino; lo que derivaba en una formación cerrada y completamente acorazada con lanzas de dos metros y medio
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saliendo por encima o por debajo de la línea de escudos. Las batallas campales en la Grecia del siglo VII a.C. consitían de esta manera en dos falanges cerradas alanceandose la una a la otra mientras los hombres más capaces de cada bando trataban de explotar el único punto débil que, a priori, tenía su enemigo: el flanco derecho. Como hemos dicho, el escudo de un metro de diámetro de un hoplita debía protegerlo a él mismo y al compañero que quedaba inmediatamente a su izquierda en la formación, por lo que los hombres que quedaban en el extremo drecho de cada una de las distintas líneas de una falange tenían dos opciones: o bien se ocupaban sólo de cubrirse a sí mismos (dejando a su compañero desprotegido y, por tanto, rompiendo la formación), o bien quedaban protegidos sólo a medias y, por ende, más expuestos a los ataques enemigos. Es por esto que el comandante al mando de cada falange colocaba en los flancos a sus soldados más preparados y a aquellos que más posibilidades tuvieran de repeler una más que posible ofensiva lateral. Además, un instructor veterano era destinado a la retaguardia para mantener el orden y la disciplina dentro de la falange. Con estos datos, podemos deducir que el éxito de los hoplitas y, por consiguiente, de la formación de falange en la Grecia clásica se debió a su armamento y a lo impenetrable de su formación... pero aún hemos de tener en cuenta un par de factores más. En primer lugar, el entrenamiento constante convertía el cuerpo de cada hoplita en una contundente máquina de matar y le otorgaba a la falange habilidades como la de avanzar en diagonal sin perder la formación. Por otro lado, la disciplina era un factor determinante, ya que en aquella época la retirada era considerada una deshonra y los
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soldados preferían la muerte a la pérdida del honor. En base a estos datos podemos determinar que la supremacía de los hoplitas durante cuatro siglos no se debe a un sólo factor, sino a una combinación perfectamente equilibrada de elementos que lograban hacer de cada soldado de la falange un cuerpo autónomo y mortal de necesidad.
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UNA AMETRALLADORA EN EL SIGLO III A.C. De todos es sabido que los chinos han contribuido tanto a la historia militar como a la civil con numerosos inventos, entre ellos el que hoy nos ocupa: el chu ko nu, la primera ballesta de repetición de la historia. Su invención se atribuye al estratega militar Zhuge Liang y fue concebida como un arma portátil y ligera que se disparaba desde la cadera, lo que le restaba bastante precisión. Si bien la posición de disparo no era ni mucho menos la idónea, este matiz no tenía demasiada importancia cuando, gracias a su novedoso diseño, el chu ko nu podía lanzar otra saeta en menos de un segundo. La ballesta china de repetición fue usada hasta finales del siglo XIX sin sufrir apenas modificaciones sobre su diseño original, que consistía en una ballesta de mano con un cargador anclado sobre el carril y una palanca que permitía realizar en un sólo movimiento las acciones de tensar, cargar y disparar. Gracias al cargador que incorporaba y a su sistema de disparo, el chu ko nu podía mantener una cadencia de diez disparos cada quince segundos mientras que una ballesta de cabestrante sólo era capar de lanzar una saeta en el mismo tiempo. La velocidad de disparo tenía sus contraprestaciones en la falta de precisión y en la escasa eficacia de sus flechas contra regimientos de combate pesados, pero los chinos también supieron solventar este problema: envenenaron la punta de las saetas de modo que una mínima herida pudiera provocar la muerte o la incapacidad del enemigo en cuestión de minutos. De este modo, si un regimiento de ballesteros cubría a su
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infantería antes de una batalla, el contingente enemigo veía caer sobre su posición una lluvia de flechas envenenadas que, literalmente, oscurecían el cielo. Si un sólo ballestero era capaz de poner diez venablos en el cielo en unos quince segundos, tratad de imaginar la magnitud que tendría la descarga provocada por un regimiento de, por ejemplo, 50 ballesteros armados con chu ko nu y disparando un total de 2.000 flechas por minuto. Esta ballesta de repetición fue modificada a lo largo de la historia derivando hacia versiones de mayor tamaño, como las balistas de repetición, utilizadas por última vez en la Primera Guerra Sino-Japonesa (1.894-1.895) y consideradas como las precursoras de la celebérrima ametralladora Gatling.
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JACK CHURCHILL, UN ARQUERO EN LA II GUERRA MUNDIAL Vamos a tratar de llevar a cabo un ejercicio de imaginación. Imagina por un momento que eres un soldado alemán en la Francia ocupada de la II Guerra Mundial. Estamos en el año 1.940 y la invasión va viento en popa. Los aliados han ido retrocediendo cada vez más hasta refugiarse en la playa de Dunkerque, desde donde esperan ser rescatados por el alto mando británico... pero el Führer se ha hartado de esperar y ha ordenado a nuestro pelotón que tome al asalto la playa y acabe con la bolsa de resistencia. El constante bombardeo de la Luftwaffe hace temblar el suelo bajo nuestros pies, los estampidos de la artillería pesada retumban en nuestros oídos reduciendo todos los sonidos a un pitido molesto que se nos clava en el cerebro y la culata de nuestros Mausers golpea con fuerza en el hombro cada vez que apretamos el gatillo. En medio de este infierno, dejamos de disparar apenas un segundo para secarnos el sudor que forma cercos en la máscara de hollín que nos cubre el rostro; justo a tiempo para ver como uno de nuestros compañeros asoma la cabeza por encima del parapeto para controlar las posiciones enemigas e, inmediatamente, cae abatido tras la muralla de sacos terreros. Nos arrastramos hasta su cuerpo inerte intentando ayudarle sólo para descubrir que su cuello ha sido atravesado... por una flecha. Con las manos temblorosas, amartillamos el cerrojo de nuestra carabina y asomamos mínimamente la vista por encima de la barricada. Justo en ese momento, el filo de una espada golpea el
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puente de nuestra nariz y todo se vuelve negro. Jack Churchill nació en Hong Kong en 1.906 y se alistó en el ejército británico al cumplir los 20 años, pero su carácter excéntrico y el hecho de que gastara más de la mitad de sus horas de servicio en aprender a tocar la gaita hicieron que dejase de lado la vida militar 10 años después para convertirse en editor de un periódico. En 1.939, representó a su país en el Campeonato Mundial de Tiro con Arco celebrado en Oslo y, justo después de esta competición, volvió a reengancharse al ejército británico ante el peligro que significaba la incipiente expansión alemana. El "Loco Mad", como era conocido por sus hombres, fue especialmente hábil en las acciones de comando. Su principal estrategia consistía en acercarse silenciosamente al enemigo y abatir a los oficiales antes de ser detectado, pero no tenía reparos en lanzarse espada en mano contra las baterías de artillería enemigas si era menester (como hizo en diciembre de 1.941 en la Noruega ocupada). Su operación más brillante llegó en otoño del año 1.943 con la toma nocturna de Piegoletti, en Italia. Armado únicamente con su espada, consiguió infiltrarse en el pueblo para capturar a 136 soldados alemanes sin disparar ni una sola bala. Jack Churchill fue capturado en Yulgoslavia en el año 1.944. Tras quedar aislado junto con el pelotón que comandaba, se puso a tocar la gaita para desafiar a los alemanes y levantar la moral de sus tropas... pero el sonido delató su posición, una granada estalló cerca de él y quedó inconsciente. Al despertar, había sido capturado por los nazis y estaba siendo trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen. Una vez en el campo, trabó amistad con otros veteranos capturados, junto a los que cavó un túnel por debajo de los muros que les serviría para escapar hasta que, 14 días después,
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la Gestapo volvió a capturarlos con orden de ejecutar a cada uno de los huídos. El capitán nazi encargado de la ejecución de Churchill conocía las hazañas protagonizadas por el "loco mad" y, en base al honor, se negó a ejecutar la orden y dejó escapar a Churchill, quien volvió a alcanzar las posiciones británicas y siguió sirviendo en infantería hasta que, al final de la guerra y ya con 40 años, se enroló en la brigada paracaidista. Jack Churchill murió en 1.996 en su casa de Surrey, al sudeste de inglaterra. Antes de exalar su último aliento, aún tuvo tiempo para dedicar unas palabras de agradecimiento al oficial nazi que se negó a ejecutarle en el campo de Sachsenhausen.
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LA BATALLA DE CANNAE Nos situamos en el año 215 a.C. Aníbal ha cruzado los Alpes con su ejército y campa a sus anchas por toda la península itálica, permitiéndose incluso el lujo de rodear Roma en lugar de asaltarla para, de esta manera, asolar el sur de Italia sembrándolo de saqueos, asesinatos y violaciones. Las invencibles legiones romanas han sufrido ya dos severas derrotas en su propio territorio a manos del cartaginés. La moral está por los suelos y la guerra de desgaste emprendida por el dictador Quinto Fabio Máximo no contribuye a arreglar la situación; así que el senado decide que ha llegado el momento de dar un golpe de mano y destituye a Fabio, nombrando en su lugar a Cayo Terencio Varrón y a Lucio Emilio Paulo. De esta manera empieza a gestarse la que sería una de las mayores obras de arte de la historia en materia de estrategia. Normalmente, los problemas militares de Roma se solventaban con un cónsul que comandaba no más de dos legiones (unos 10.000 hombres) pero, en esta ocasión, la amenaza era tan palpable que el senado decidió escoger dos cónsules y poner bajo su mando una fuerza militar formada por nada menos que ocho legiones, que unidas a la caballería aliada y a las tropas auxiliares alcanzaban la nada despreciable cifra de 90.000 soldados. Aníbal asolaba el sur de Italia, Roma había reunido al mayor ejército de su historia y los cónsules partían con sus tropas al encuentro del caudillo cartaginés. Por su parte, Aníbal Barca decide tomar la iniciativa y conquista
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un gran depósito de suministros en la ciudad de Cannae, lo que inquieta a los cónsules romanos al cortar una de sus principales líneas de avituallamiento. Esto propicia que Varrón y Paulo aceleren la marcha para llegar a Cannae dos días después y levanten su campamento a unos 10 kilómetros de las posiciones cartaginesas. Por el camino, se produce una escaramuza en el que las tropas romanas vencen a un pequeño contingente cartaginés, lo que llena de confianza a los legionarios y convence a Varrón de que una batalla en campo abierto debería acabar con las pretensiones de Aníbal... pero Paulo es más prudente y reniega del desperdicio de vidas que supondría una batalla campal pues, a pesar de la superioridad numérica de los romanos, el de Cartago cuenta con una caballería más numerosa y de mejor calidad. Aníbal, buen conocedor de las costumbres romanas es consciente del estado de ánimo de su enemigo y, además, sabe que si un único ejército es comandado por dos cónsules, estos deberan alternarse diariamente en el mando... por lo que espera al segundo día (en el que Varrón está al mando) para salir a campo abierto y presentar batalla. El cónsul muerde el anzuelo y se planta en el campo de batalla con sus 90.000 hombres dispuestos en la formación tradicional de las legiones romanas: infantería ligera en primera línea, infantería pesada y lanceros justo detrás de ellos, caballería romana cubriendo el flanco derecho y caballería aliada cubriendo el izquierdo. Las tropas cartaginesas se colocan en una línea algo más corta que la romana, con las infanterías gala e íbera en el centro. El flanco derecho queda al cuidado de la caballería númida comandada por Hannón mientras que el izquierdo es protegido por unos 6.500 jinetes celtíberos bajo el mando de Asdrúbal. Las hostilidades comienzan con el río Aufidus protegiendo el
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flanco izquierdo del ejército cartaginés, al que se le ha ordenado desplegarse mirando hacia el oeste, de manera que el sol de la mañana cegase a los romanos y el viento arrojara nubes de polvo sobre sus caras al acercarse al frente de batalla. Los arqueros de Cartago empiezan a lanzar nubes de flechas contra la formación romana al tiempo que los jinetes de Asdrúbal y de Hannón hostigan sus flancos haciendo que los soldados de los extremos se acerquen más hacia el centro e igualando así la longitud de las líneas romanas con las cartaginesas. La caballería romana se demuestra del todo ineficaz y pronto sufre una auténtica masacre a manos de los númidas y los celtíberos que flanquean el frente de Aníbal pero, por el contrario, la infantería avanza con seguridad y el centro de la línea cartaginesa empieza a ceder, desplazándose hacia atrás bajo el empuje de las legiones. El frente cartaginés va tomando poco a poco la forma de una media luna sobre la que presionan los curtidos veteranos de la infantería pesada romana... pero Aníbal lo tenía todo bajo control. Ordenando la retirada controlada de sus infantes, consigue que el centro del frente se hunda aún más y los romanos se introduzcan en medio del cerco creyendo que están ganando la batalla. Acto seguido, el general de Cartago ordena a los flancos que presionen los extremos de la formación romana e impulsa a la infantería a frenar el retroceso para empujar a los legionarios contra la caballería de Hannón y de Asdrúbal, que llegando por detrás de las líneas de Verrón ha conseguido cerrar el círculo de muerte en el que se han encerrado los romanos. Las ocho legiones que el senado ha destinado a Cannae forman una bolsa de resistencia en el corazón del ejército cartaginés, pero los soldados de los flacos van cayendo poco a poco y los soldados se ven cada vez más empujados hacia el centro de la formación.
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El ejército más numeroso que la todopoderosa Roma había logrado reunir en toda su historia es masacrado en los campos del sur de Italia ante la mirada atónita del único cónsul que queda con vida, Verrón, quien no es capaz de entender como han podido llegar a ese punto. La batalla de Cannae deja un balance de 70.000 muertos y 11.000 prisioneros en el bando romano, lo que provoca que se declare un día entero de luto nacional, ya que no había una sola familia en Roma que no se hubiera visto afectada directamente por la maniobra magistral de Anibal Barca.
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EL MILAGRO DE EMPEL Ahora, vamos a adentrarnos una vez más en ese cenagoso territorio que cabalga a medio camino entre la historia y la leyenda. El acontecimiento que nos ocupa se encuadra en el contexto de la Guerra de Flandes, concretamente durante el mes de diciembre de 1.585. El tercio de Bobadilla se encuentra aislado en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal y completamente rodeada por las tropas holandesas del almirante Holak. El cerco se va estrechando día a día hasta que el día 7 de diciembre, sabiendo que a los españoles hace tiempo que no les quedan víveres, el almirante holandés ofrece una rendición honrosa al Maestre Bobadilla... pero Holak no contaba con que la respuesta iba a ser: "Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos". Enfadado por la respuesta de Bobadilla, Holak abre los diques de ambos ríos y el campamento queda rápidamente inundado. El único retazo de tierra firme que sobresale por encima de las aguas es el montecillo de Empel, en el que se atrincheran los soldados del tercio, dispuestos a presentar batalla y a morir allí si es menester. A lo largo de aquel frío 7 de diciembre, las tropas holandesas hacen llegar hasta Empel una flotilla de 100 barcos de poco calado que les permiten estrechar aún más el cerco y rodear el promontorio por todos los flancos. La tarde cae, la tropa española está rodeada y los soldados de Holak aguardan en las barcazas el amanecer del día siguiente para emprender la ofensiva que acabe con el tercio de Bobadilla. Para los holandeses, la suerte está echada... pero los
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españoles piensan que la última palabra aún no ha sido dicha. Los soldados de Bobadilla empiezan a cavar trincheras por toda la superficie del pequeño monte y a barricar los bordes de las mismas con todo lo que tienen a mano. En medio de estos trabajos, un soldado golpea algo duro con su pala de trinchera y, al extraerlo del suelo embarrado, comprueba que se trata de una pequeña pintura (o una talla, según la fuente que se consulte) que representa a la Inmaculada Concepción. Informado del hallazgo por sus hombres, Bobadilla ordena instalar un pequeño altar en el centro de Empel y aconseja al tercio que se encomiende a su protección, por lo que los soldados entonan una oración ante la imagen de la virgen antes de irse a descansar. En un momento dado de la noche, los soldados de guardia empiezan a notar como se levanta un viento inusualmente frío y advierten que las aguas que rodean el campamento están empezando a congelarse. Sin dudarlo ni un momento, empiezan a despertar a sus compañeros y emprenden una encamisada en toda regla. Caminando sobre la capa de hielo que cubre las aguas del río, los soldados del tercio de Bobadilla escalan uno a uno los barcos holandeses y pasan a cuchillo a sus ocupantes, degollándolos mientras duermen gracias a que Holak se había confiado y había decidido no dejar vigías. El propio almirante holandés manifestaría después su estupor con la famosa frase: "Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro". En la mañana de aquel día 8 de diciembre de 1.585, con los cadáveres de la flota holandesa aún flotando en el agua alrededor de Empel, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los tercios de Flandes e Italia.
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SIPAHI, CABALLERÍA DE ÉLITE EN EL IMPERIO OTOMANO Ya conocemos a los jenízaros como infantería de élite en el ejército del imperio otomano; pues bien, ha llegado la hora de dedicar unos minutos a sus homólogos en la sección de caballería: los sipahi. En la Edad Media, la caballería del ejército turco se dividía en dos secciones principales: los akıncı (caballería ligera, primeros en entrar en combate como tropa de choque) y los sipahi (caballería pesada y de élite). Pero dentro de esta estructura, existía una subdivisión que afectaba únciamente a los sipahi. Por un lado estaban los "timarli sipahis", terratenientes de origen otomano que tendrían su equivalente occidental en los caballeros europeos y cuyos feudos les eran entregados directamente por el sultán. En principio, a estos "nobles" se les entregaba en custodia, a cambio de su servicio permanente en el ejército del imperio otomano, un timar y los beneficios que este generase. Los dividendos que arrojaba un timar ascendían por norma general a una cifra que oscilaba entre el doble y el cuádruple de lo que ganaba un profesor de la época... pero si el sipahi en cuestión medraba en el escalafón militar y se distinguía por sus servicios a la Sublime Puerta, el sultán podía llegar a concederle el dominio sobre un ziamet (extensión de tierra algo más grande) o incluso sobre un has, que llegaba a reportar al terrateniente unos beneficios de más de veinte veces el sueldo de un profesor. En contraprestación a estas concesiones, un timarli sipahi servía en el ejército durante toda su vida útil y tenía que armar y llevar
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a la batalla a un número determinado de hombres según su rango: cinco hombres para los timar siphai, hasta veinte para los ziamet sipahi y más de veinte para los has sipahi. En el otro lado de la balanza estaban los "kapikulu sipahi", que constituían el auténtico equivalente montado a los jenízaros. No necesariamente de origen turco, estos sipahi formaban la columna vertebral de la caballería otomana y se subdividían a su vez en seis grupos de los cuales dos (sipahis y silahtars) eran considerados como auténtica élite. Los kapikulu sipahis propiamente dichos eran los hijos de la alta nobleza otomana y conformaban el grupo más prestigioso dentro del ejército mientras que sus compañeros en la élite, los silahtars, eran escogidos cuidadosamente entre los mejores y más bravos luchadores de todo el imperio. A estos últimos se les encomendaban las misiones más peligrosas, pues se sabía que no ponían pegas para lanzarse a la boca del lobo si era necesario. La impedimenta estándar de un sipahi (salvo en las divisones garip, de equipamiento más ligero) consistía en una armadura de placas recubierta de cota de malla, un escudo redondo, una espada, un arco compuesto, un carcaj de flechas, una lanza, una maza y un hacha que, en ocasiones, complementaban recubriendo a su montura con una armadura pesada. Los sipahi estuvieron enemistados durante siglos con los jenízaros debido a la importancia política que estos últimos llegaron a adquirir en el Imperio Otomano pero cuando, en el siglo XIX, Mahmut II ordenó la disolución del cuerpo de jenízaros, los papeles se inviertieron y fueron los sipahi los que ganaron una enorme preponderancia política... durante dos años. En 1.828, escarmentado por la experiencia anterior y no queriendo caer en la misma trampa una vez más, Mahmut II revocó los privilegios de los sipahi pero, al contrario que sus
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equivalentes en infantería, los caballeros se retiraron pacíficamente y se integraron a la perfección en la estructura militar modernizada que se estaba empezando a construir.
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UNA DE PIRATAS Durante años asolaron todos los mares conocidos amasando fortunas dignas de un rey. Cualquier marinero que viera aparecer entre la bruma un velamen desconocido sabía que se enfrentaba, cuanto menos, a un futuro incierto pero, ¿quiénes eran estos hombres que se lanzaron al mar en busca de fama y botín? Para empezar, podemos decir que había, básicamente, cuatro tipos de piratas: –
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Los piratas propiamente dichos eran hombres libres (en su mayoría mercenarios) que se dedicaban a asaltar barcos mercantes en travesía para robar y, posteriormente, vender los metales preciosos y objetos de valor que llevaran en la bodega. Estos "ladrones de mar" no juraban lealtad a ninguna bandera ni estaban bajo la protección de ningún estado, por lo que sus abordajes tendían a convertirse en una sangrienta matanza ante el más mínimo conato de resistencia. Los corsarios eran piratas que actuaban bajo el patrocinio de un país. Si, por ejemplo, la corona inglesa decidía entorpecer el tráfico marítimo entre las costas americanas y las españolas no enviaba a su armada (lo que habría provocado un conflicto internacional), sino que concedía una patente de corso a un marino libre y le facultaba para ejercer la piratería contra navíos de los países rivales a cambio de la mitad de sus beneficios. Este tipo de "piratería legal" también tenía sus beneficios tanto para el asaltante como para el asaltado: el corsario tenía derecho a utilizar todos los puertos del país al que estuviera sirviendo y, además, se le permitía capturar prisioneros y pedir un rescate a sus familias...
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por lo que los abordajes de estos marinos eran mucho menos brutales que los de sus homónimos libres. Podríamos decir que eran "piratas honorables". En tercer lugar, podemos hablar de los bucaneros. En un principio, estos hombres eran cazadores de la isla de La Española que se dedicaban a ahumar la carne de sus presas y vendérsela a los barcos mercantes que surcaban las aguas del mar Caribe... pero con el paso del tiempo vieron desfilar ante sus ojos demasiadas toneladas de riquezas y decidieron que la piratería era un negocio mucho más rentable que la venta de carne. Reclutaron auténticos ejércitos y flotas con las que abordaban a los grandes mercantes e incluso llegaron a tomar al asalto pequeñas ciudades, sembrando muerte a su paso. En último lugar tenemos a los filibusteros. Estos piratas no eran sino bucaneros asociados en cofradías mediante las que compartían barcos y tierras, lo que los hacía aún más peligrosos otorgándoles el dominio sobre todo el mar de las Antillas.
Sabiendo esto, podemos llegar a entender por qué cualquier barco comercial se esmeraba en llevar una escolta digna de su carga con la esperanza de esquivar el asalto de los piratas. El mar Caribe y las rutas atlánticas fueron durante siglos un hervidero de lobos de mar en el que hasta el más avezado de los marinos podía perder la cabeza si no se andaba con ojo... pero no sólo de América vivían los piratas. Durante siglos, los estados berberiscos del norte de África fletaron un barco corsario tras otro para atacar las costas del sur de Europa en rápidas oleadas. Tanto fue así que, en muchos lugares, la población de las zonas costeras se desplazó varios kilómetros hacia el interior y estableció puestos de vigilancia en
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un vano intento de evitar las ofensivas de los piratas norteafricanos.
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EL YATAGÁN TURCO Vamos a hablar de una espada que tiene su origen en las tierras orientales de la antigua Turquía. El yatagán es un sable que, gracias a su versatilidad, podía ser usado como arma de corte o de estocada. Evolucionado desde la falcata y su pariente griega, la makhaira, el yatagán se desmarcó como un arma terriblemente eficaz que tenía ciertas peculiaridades con respecto a las espadas de la época: en primer lugar, su hoja era prácticamente recta, pero los hábiles herreros otomanos la dotaron de una sutil curvatura doble que hacía su hoja aún más mortífera. Además de esto, el último tercio del yatagán tenía un contrafilo que lo capacitaba para asestar terribles estocada. En último lugar, la peculiaridad más llamativa de este sable es que carecía de gavilanes pero, en su lugar, unas protuberancias en la parte trasera empuñadura recta hacían las funciones de agarre. Como ya hemos dicho, este arma ve la luz por primera vez en la edad media turca, a manos de un herrero llamado Osman Bey que le dio a su creación el nombre de su pueblo. Este magnífico sable, popularizado por los jenízaros, tuvo su apogeo en las campañas medievales de los grandes sultanes otomanos, en las que la infantería de élite tomó el yatagán como propio y repartió muerte con su hoja por toda Europa oriental. El yatagán cayó en desuso, como casi todas las armas de corte, a finales del siglo XIX; pero antes de eso y gracias a su efectividad extendío su diseño por toda Europa del este, Rusia, Oriente Medio e incluso llegó a influir definitivamente en la elaboración de algunos sables chinos.
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LA BRIGADA POMORSKA La caballería polaca ha pasado a la historia como el último cuerpo montado en realizar una carga a la antigua usanza. Este hecho cabalga, como tantos otros, a medio camino entre la historia y la leyenda; pero vamos a dedicar estas líneas a la versión “romántica” del mismo. El día 1 de septiembre de 1.939, la Leibstandarte SS Adolf Hitler cruza la frontera polaca y avanza sobre la aldea de Krzepice. La división SS desata sobre el pueblo todo el poder de la blitzkrieg y lo reduce a escombros, dando al mundo un serio anticipo de las intenciones del Reich. En estas circunstancias, el ejército polaco se pone en movimiento y la brigada Pomorska es destinada a las posiciones que en esos momentos ocupaba la división Panzer comandada por el general Heinz Guderian. El alto mando ordena a los comandantes de la brigada de caballería recuperar el terreno ocupado por los tanques y los jinetes, sujetos por un estricto código de honor, emprenden una carga tan heróica e infructuosa como la que emprendieran sus homólogos británicos de la brigada ligera casi un siglo antes. Sabiendo sin asomo de duda que iban a morir aquel día, los soldados de la Pomorska se enfundan en sus trajes de gala, afilan sus sables y montan lanza en mano decididos a emprender su última carga. En un primer momento, Guderian y su alto mando quedan tan estupefactos ante la visión de una división de caballería abalanzándose colina abajo hacia su posición, que son incapaces de reaccionar... pero el estupor no dura para siempre. El general alemán ordena abrir fuego contra las líneas polacas y
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la artillería alemana, apoyada por los disparos de la Leibstandarte SS Adolf Hitler, acaba con la heróica brigada Pomorska por la vía rápida. Algunos jinetes sobreviven a la descarga de la artillería y siguen avanzando lanza en ristre sólo para estrellarse contra el fuselaje de los panzers y ser rematados por los soldados alemanes. La última carga de caballería de la historia acabó, como era de esperar, en una auténtica carnicería pero, ¿por qué se llegó a una situación en la que los jinetes tuvieron que cargar contra carros de combate? La realidad es que, al igual que otras muchas naciones europeas, Polonia no había sabido o no había querido adaptarse a los nuevos estándares de combate que reinaban en el continente. De todas las brigadas de caballería que formaban su ejécito montado, sólo una estaba parcialmente motorizada y esto, unido a que la Polonia de 1.939 carecía de la industria pesada necesaria para llevar a cabo la modernización de su ejército hizo que, sencillamente, la brigada Pomorska fuera lo único que tenían para contrarrestar las embestidas de las temibles panzerdivision.
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MEGIDO, LA PRIMERA BATALLA DOCUMENTADA En el siglo XV a.C. se produjo en Egipto la primera gran batalla documentada de la historia. La fecha más aceptada para el desarrollo de este combate es el 9 de mayo del año 1.457 a.C. pero, como siempre cuando se habla de épocas tan lejanas, los autores difieren entre sí mostrando un abanico de fechas que van desde el año 1.482 a.C. al 1.479 a.C. aparte de la ya mencionada, que tomaremos como válida para esta entrada. En ese año 1.457 a.C., el periodo de regencia de al reina Hatshepsut termina y su sucesor, Tutmosis III, asceinde al trono de los faraones. Aprovechando la supuesta debilidad de este nuevo faraón y el momento de confisión provocado por la sucesión, los cananeos se alzan en una rebelión a la que se unen los reinos de Mitani y Kadesh y la ciudad libre de Megido, de capital importancia estratégica por suponer la puerta de entrada a las rutas comerciales que venían desde Mesopotamia. El rey de Kadesh asume el mando de la revuelta y se alza en armas contra el faraón, quien responde reuniendo un ejército de 10.000 hombres que, tras una marcha de 22 días por el Camino de Horus, se posiciona en la ciudad de Yehem. Desde este punto, había tres posibles caminos para llegar hasta Megido. Dos de ellas atravesaban sendos valles descubiertos en los que podía ver al enemigo aproximándose pero, en lugar de estas dos, Tutmosis III elige la ruta más rápida pero más peligrosa, que atraviesa un desfiladero proclive a las emboscadas y desemboca en la ciudad de Aruna. Los rebeldes, pensando que el faraón tomaría una de las rutas fáciles, dejan el desfiladero sin vigilancia. Esto permite a las
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tropas egipcias llegar por sorpresa a Aruna y aplastar a la pequeña guarnición rebelde que ha quedado a su cargo sin apenas sufrir bajas. Esa misma noche Tutmosis despliega a sus soldados en formación cóncava, comanda en persona el centro de la columna y vigilando que sus flancos aumenten paulatinamente la presión sobre los extremos de la armada rebelde. Esta maniobra consigue poner en retirada a las tropas de la coalición rebelde, que huyen en desbandada hacia los muros de Megido. El problema se presentó cuando los soldados egipcios se afanaron tanto en saquear el campamento enemigo que no se dieron cuenta de que el rey de Kadesh seguido de sus tropas se refugiaba entre los muros de la ciudad y cerraba las puertas a cal y canto. La avaricia de la infantería egipcia había hecho que Tutmosis perdiera la oportunidad de sofocar la rebelión cananea con una única y fulgurante victoria. En su lugar, fueron necesarios siete largos meses de asedio para que la ciudad rebelde se rindiera. Tras la caída de Megido, los cronistas de la época documentaron en Karnak la cuantía del botín conseguido de la siguiente forma: "340 prisioneros vivos y 83 manos. 2.041 yeguas, 191 potros, 6 sementales. Un carro trabajado en oro, su vara de oro, de este vil enemigo; un hermoso carro trabajado en oro del príncipe de Megido, 892 carros de su miserable ejército; en total, 924 carros. Una hermosa armadura de bronce perteneciente al príncipe de Megido, 200 armaduras de su vil ejército, 502 arcos, 7 varas de madera del enemigo, trabajadas en plata. Además 1.929 cabezas de ganado grandes, 2.000 de ganado pequeño, 20.500 ovejas" Además de los bienes materiales reflejados en esta lista, Tutmosis III tomó bajo su protección a los hijos de los principales cabecillas rebeldes y ordenó que fueran educados
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bajo la ley egipcia. Años después, los hijos de aquellos que se habían alzado en armas contra Egipto volvieron a sus lugares de origen y gobernaron con el consentimiento del faraón, dando así inicio a la pacificación de Siria y Canaán.
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LA MUERTE BLANCA Esta historia está dedicada al francotirador con más bajas certificadas de la historia: nada menos que 542 enemigos abatidos. Si ubicamos sus acciones militares entre los años 1.939 y 1.940, podríamos pensar que se trata de un tirador alemán o soviético... casi. Apodado por los rusos como "Belaya Smert" (la muerte blanca), Simo Häyhä era un finlandés de 1,52 metros de estatura que, armado con un viejo fusil de madera M28 Pystykorva, sembró el pánico entre las filas soviéticas en la Guerra de Invierno. Nacido el día 17 de diciembre de 1.905 en la pequeña localidad de Rautjärvi, Simo Häyhä se alistó en el ejército finlandés en el año 1925. No destacó especialmente en labores militares... hasta que el 30 de noviembre de 1.939, la Unión Soviética atacó la frontera finlandesa. Viendo amenazada la seguridad de su país y de su pueblo natal (cercano a la frontera), Häyhä se armó con una vieja variante del archiconocido fusil soviético MosinNagant y se echó al monte en busca de enemigos a los que abatir. La grandeza de este francotirador se mide, además de por su infalible puntería, por la minuciosidad con la que preparaba cada disparo. Vestido competamente de blanco, Simo Häyhä se tendía en el suelo ignorando las temperaturas extremas (entre -20 y -40 grados centígrados) del crudo invierno finlandés y se metía un puñado de nieve en la boca para que su aliento no delatara su posición. Acto seguido, compactaba una pequeña barricada de nieve ante la boca de su fusil para que el disparo no removiese la capa blanca y los soldados soviéticos no pudieran ver de donde había salido la bala. Sus 542 enemigos abatidos fueron conseguidos en tan sólo 3
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meses de combates (lo que hace una media de unos 8 enemigos por día) pero si, además, sumamos a estas bajas las otras 200 que se le acreditaron con subfusil, la cifra de muertes se dispara hasta casi las 750. Además de todo lo ya escrito, debe otorgarse a Häyhä el mérito incontestable de conseguir todos los disparos certeros que hizo con su M28 Pystykorva sin utilizar la mira telescópica, pues mantenía que el reflejo del sol en el visor podía delatar su posición y, por lo tanto, prefería usar como punto de referencia tan solo la montura metálica integrada en el propio fusil. El día 6 de marzo de 1.940, en medio de un intenso tiroteo, una bala perdida explotó en la cara de Simo Häyha dejándole en coma. En medio de la nieve, fue rescatado por sus compañeros y no despertó hasta el día 13 de marzo de ese mismo año, fecha en la que se firmó la paz entre Finlandia y la Unión Soviética. Fue ascendido de cabo a teniente segundo y le fue otorgada la Cruz de Mannerheim (condecoración militar finlandesa equivalente a la Cruz de Hierro alemana). Simo Häyhä tardó varios años en recuperarse de sus heridas, pero finalmente consiguió seguir con su vida y murió en la pequeña aldea de Ruokolahti el día 1 de abril de 2.002.
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LA PALA DE TRINCHERA Desde tiempos inmemoriales, la pala siempre ha sido un elemento utilizado para ayudar al hombre en sus tareas civiles pero, entre otras muchas cosas, la guerra fue capaz de cambiar también este concepto. En la estrechez de una trinchera húmeda y oscura, cuando el enemigo saltaba las barricadas y se abalanzaba sobre tu posición, no te quedaba más remedio que tirar de lo que tuvieras más a mano (ya fuera un cuchillo, una bayoneta o incluso una pala) para acabar con él. La pala de trinchera es una versión compacta de su homóloga tradicional que se utilizó a partir de la Primera Guerra Mundial como herramienta indispensable para todo soldado de infantería. Ideada en un principio para cavar en el suelo embarrado de las trincheras, los veteranos no tardaron en encontrarle otro uso bastante más concreto: afilando los bordes, la pala se convertía en una excelente herramienta para el combate cuerpo a cuerpo. Dada su versatilidad y su fácil manejo, algunos de los soldados preferían la pala de trinchera a la propia bayoneta y, como ya hemos dicho, afilaban sus bordes convirtiendo su herramienta en una cuchilla de más de un kilo de peso con la que golpeaban al enemigo justo debajo de la mandíbula, tratando de cortar una de las carótidas. Pero la pala de trinchera no fue utilizada únicamente durante la primera guerra mundial, en la que los asaltos culminaban en combates a pie al más puro estilo de los caballeros medievales. En la segunda guerra mundial, la pala de trinchera formaba parte del equipamiento reglamentario de los soldados de la Wehrmacht e, incluso a día de hoy, dicha herramienta
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constituye una parte importante de la impedimenta de grupos tan laureados como los boinas verdes.
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ARMINIO Y LA BATALLA DE TEUTOBURGO Cerca de los primeros años de la era cristiana, las fronteras del Imperio Romano abarcaban ya buena parte de la que sería su máxima extensión. La ciudad eterna cuenta con más de un millón de habitantes y una tercera parte de la humanidad habla, piensa y vive en clave romana... pero nada de esto es suficiente para el flamante primer emperador de Roma. Tanto Hispania como las Galias han sido pacificadas hace tiempo, así que las legiones necesitan un nuevo objetivo. César Augusto fija su vista en el norte de Europa y las águilas cruzan el Rin exterminando a las sorprendidas tribus nativas que defienden sus márgenes. Las tropas romanas ascienden por la orilla derecha del gran río y establecen su dominio sobre la Westfalia alemana, en el territorio de los queruscos. En un principio, los pobladores originales de estas tierras no vieron con malos ojos la ocupación romana (siempre y cuando se les permitiera conservar su libertad e indiosincrasia propias), pero la pésima gestión de Publio Quintilio Varo, gobernador romano de la zona, hizo que pronto empezaran a cansarse del dominio imperial. En esta situación límite, con la corrupción campando a sus anchas y los impuestos disparados hasta límites casi ridículos, surge entre los queruscos la figura de un hombre que dejaría su huella en la historia: Arminio. Primogénito de Segimero, el anterior jefe de los queruscos, Arminio fue tomado como rehén amistoso durante la primera embestida imperial sobre Germania y llevado a Roma... pero los
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ideólogos del Imperio cometieron con Arminio el mismo error que repetirían años más tarde con gente como Alarico o el mismísimo Atila: educaron a su rehén en las costumbres latinas, tanto civiles como militares. Con apenas 20 años, Arminio ya comandaba destacamentos de queruscos y servía como auxiliar romano en las guerras panonianas. Tal fue su grado de brillantez y de adaptación que le fue otorgada la ciudadanía romana antes de ser destinado, en el año 7 d.C., a la Germania ocupada. Se cuenta que trabó una gran amistad con Varo, llegando a convertirse en su comandante predilecto... pero Arminio no le debía lealtad a los romanos y, apreciando en toda su magnitud el yugo que el gobernador estaba apretando cada vez más sobre las que debían ser sus tierras, pronto empieza a tramar un complot contra el Imperio. Golpeado de lleno por la corrupción y asqueado por las prácticas de Varo, Arminio abandona la disciplina romana y se pone al frente de sus queruscos en su declaración de rebeldía. Tan sólo tres tribus más se unen a la sedición pero, aún con eso, Arminio consigue reunir un número de efectivos similar al de los romanos (aunque algunas fuentes hablan de un ejército significativamente más pequeño). Las cifras hablan de unos 24.000 hombres en el bando romano, sumando a las tres legiones de Varo un número importante de auxiliares tanto de infantería como de caballería. Estos serán los que se enfrentarán a los germanos en Teutoburgo. Como excomandante de tropas auxiliares, Arminio es perfectamente consciente de que una batalla campal supondría un suicidio casi seguro para sus queruscos, así que plantea su estrategia con paciencia y espera hasta el otoño del año 9 d.C. En septiembre, las primeras lluvias empiezan a caer y Varo pone en movimiento a su inmensa columna para pasar el invierno al oeste de la provincia. Para llegar allí, las tropas
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romanas deben atravesar el impenetrable bosque de Teutoburgo... y Arminio lo sabe. Los queruscos apostan un soldado tras cada árbol y un sinfín de arqueros y honderos en las copas de los árboles. El día 9 de septiembre del año 9 d.C., la columna de Varo entra en el bosque de Teutoburgo bajo una intensa lluvia que atenúa todos los sonidos. Los queruscos esperan a que toda la columna se interne en la espesura antes de lanzar el primer ataque. Un grito de Arminio y el bosque se transforma en un infierno: primero, los arqueros y honderos queruscos provocan una carnicería entre las legiones de Varo dejando caer sobre sus cabezas un auténtico diluvio de flechas y piedras. Segundos después, soldados espada en mano salen de detrás de cada árbol y se abalanzan contra los flancos de la columna romana, obligando a los legionarios a replegarse hacia el centro y a presentar, de esta manera, un blanco aún más claro para los arqueros. A pesar de la masacre que se está perpetrando entre sus miembros, algunos de los legionarios más curtidos consiguen establecer una formación y emprenden una retirada ordenada (protegiendo a Varo y a sus comandantes) gracias a la que logran salir de aquel infierno verde y establecer un campamento semi-fortificado a las afueras del bosque. Rodeados de queruscos por todos los flancos, los romanos se atrincheran, preparándose para defender su improvisado refugio de una segunda embestida bárbara; pero las tropas de Arminio han saciado por el momento su sed de sangre y se limitan a despojar de armas e impedimenta los cuerpos de los caídos. Los queruscos están agotados... pero los romanos lo están aún más y la cifra de bajas entre sus filas asciende a cifras escalofriantes. La retirada debe esperar un día más. Al romper el alba, los resto del ejército de Varo se ponen en
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movimiento con las tropas queruscas pisándoles los talones. Los lanceros, arqueros y honderos hostigan constantemente los flacos de la columna pero, aún así, los romanos consiguen aguantar durante dos días de extenuante marcha que deja el camino sembrado de cadáveres. El tercer día, Arminio cae con todas sus fuerzas sobre la más que mermada guarnición romana. Varo y sus comandantes toman la determinación de no dejarse coger vivos, así que empuñan sus gladius y se lanzan sobre la hoja, dejando a los hombres a los que deberían liderar en total desamparo. Los soldados veteranos luchan hasta el último aliento pero los legionarios "de nuevo cuño", desconocedores de las leyes germánicas de la guerra, sueltan sus armas e intentan rendirse. Los queruscos no contemplan la rendición como una posibilidad, de modo que los romanos que se dan por vencidos son inmediatamente pasados a cuchillo. Se estima que, durante aquellos tres días, 7.000 queruscos murieron en las inmediaciones del bosque de Teutoburgo. De los 24.000 romanos dirigidos por Varo, sólo 1.000 consiguieron escapar con vida. De la vida posterior de Arminio, sabemos que fue denostado por su propia gente, quienes creían que Teutoburgo y sus consecuencias suponían un insulto demasiado grande para la nación más poderosa del mundo y que Roma no tardaría en emprender contra ellos una terrible venganza. Lo intentaron. La siguiente vez que Arminio cruzó espadas con los romanos, seis años después de Teutoburgo, lo hizo ya no contra 24.000 hombres, sino contra un contingente cercano a los 80.000... y resistió el envite. El comandante de las fuerzas romanas fue declarado vencedor por los historiadores latinos y conocido desde aquel momento como Julio César Germánico, pero lo cierto es que los romanos nunca volvieron a cruzar el Rin.
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Años antes de esta incursión, una princesa de otra tribu llamada Thusnelda se fugó con Arminio y se casó en secreto con él en contra de los deseos de su padre. Germánico no consiguió vencer al caudillo de los queruscos, pero sí que consiguió trabar una alianza con Segestes (padre de Thusnelda) mediante la que la esposa embarazada de Arminio fue entregada a Roma. Arminio murió asesinado por Segestes y sus aliados mientras que Thusnelda fue exhibida en las calles de la capital del Imperio. Por otro lado, Tumélico (nacido en cautiverio en Roma de la semila de Arminio) fue formado como gladiador y murió antes de cumplir los 30 años en uno de sus combates.
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TROPA DE ÉLITE La unidad de la que vamos a hablar ahora no puede definirse estrictamente como un ejército, ya que su catalogación la engloba dentro de la policía militar de Río de Janeiro. Pero el tipo de armamento y las tácticas que utilizan bien podrían formar parte de cualquier guerra moderna. Vamos a hablar del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) y de sus modos de acción. Las condiciones de acceso a este cuerpo son extremadamente rigurosas y su entrenamiento se asemeja mucho al de los SWAT americanos. Para que la solicitud de acceso sea tenida en cuenta, el candidato debe haber formado parte de la policía o del ejército durante un periodo mínimo de dos años y, además, tener una excelente condición física y psicológica que le permitan superar los exhaustivos exámenes a los que será sometido. Una vez que la solicitud sea admitida a trámite, el candidato deberá finalizar con éxito uno de los dos cursos ofrecidos por el BOPE: bien el Curso de Acción Táctica (de dos meses de duración y dirgido al rescate de rehenes) o bien el Curso de Operaciones Especiales (de tres a cinco meses de duración y dirigido a la intervención en zonas de conflicto). Entonces, y sólo entonces, el nuevo cadete del BOPE podrá pisar las favelas de Río y entrar en acción junto con sus compañeros... lo que no quiere decir que su formación haya terminado. En su segundo año, los cadetes tienen la "opción" de completar el curso de Patrullaje en Zonas de Alto Riesgo y, algo más tarde, en su tercer año como cadetes, el de Solicitudes Tácticas.
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Definido por miembros de la Guardia Nacional de Estados Unidos como "el mejor equipo de combate urbano del mundo", la principales atribuciones del BOPE consisten en entrar en las zonas más conflictivas de las favelas (a las que la policía convencional ni siquiera se atreve a acercarse) para detener a los delincuentes que se refugian en ellas, luchar contra narcotráfico que prolifera en esas mismas favelas y, lo más importante, salir con vida de ellas. Para acometer estas misiones que podríamos catalogar como casi suicidas, los miembros de este operativo deben estar formados en el manejo de un sinfín de armas y tácticas de combate. Entre otras muchas, las principales armas utilizadas por los hombres del BOPE son las siguientes: – – – – – – – – –
Fusil de francotirador semiautomático HK PSG. Fusil de asalto M16. Carabina de asalto M4. Escopeta Benelli M3. Pistolas Taurus PT92 y PT100. Subfusil HK MP5. Ametralladora ligera HK 21. Explosivos militares. Granadas.
Además de en el uso de armas de todo tipo, un buen soldado del BOPE debe estar instruído también en técnicas de combate cuerpo a cuerpo tales como Jiu-Jitsu o Muay-Thai. En un apartado especial vamos a situar a los Caveiroes, enormes camiones blindados que el BOPE utiliza en las operaciones de combate urbano y que, con el blindaje y el equipo de 11 hombres que son capaces de transportar, supera las 8 toneladas.
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El BOPE es conocido en todo Brasil como un bastión de la honestidad y la incorruptibilidad de la policía, pero no todo son elogios para este cuerpo. El Batallón de Operaciones Policiales Especiales ha sido acusado en numerosas ocasiones de falsificar pruebas para poder llevar a cabo ciertas detenciones y de utilizar métodos que exceden lo puramente necesario. Pongamos un ejemplo: en el año 2000, un joven de las favelas llamado Sandro do Nascimento secuestró a punta de pistola un autobús en un barrio acomodado de Río de Janeiro y el BOPE fue llamado a intervenir. Viéndose rodeado por el cuerpo de operaciones especiales, el joven se puso nervioso y acabó con la vida de una profesora llamada Geisa Gonçalves, momento que aprovecharon los miembros del BOPE para tomar al asalto el autobús y detener al secuestrador. El problema se produjo cuando, durante el traslado a comisaría, do Nascimento murió en circunstancias... poco claras. La fiscalía brasileña desveló que la muerte del joven se había producido por asfixia en el propio furgón policial que se ocupaba de su traslado pero, a pesar de esto, el BOPE cuenta a día de hoy con unos 400 miembros en activo y sigue siendo considerado como el cuerpo más honesto de la policía de Río de Janeiro.
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LA NOCHE TRISTE El día 19 de noviembre de 1.519, Hernán Cortés entra con sus hombres en Tenochtitlan, la capital del imperio azteca. Los españoles son recibidos en loor de multitudes y aposentados por el propio emperador Moctezuma en el palacio de Axayácatl, que había sido la residencia de su padre hasta el día de su muerte. Cortés, a la sazón ferviente cristiano, pide permiso a Moctezuma para construir una capilla en el interior de sus aposentos... permiso que el azteca, no sin reticencias, le concede. El problema se presentó cuando las reservas del emperador se confirmaron y la avaricia de los conquistadores dio pie a lo que hoy en día conocemos como "la noche triste". Durante los trabajos de construcción de la capilla, un carpintero alistado como soldado en la tropa española notó la existencia de una puerta tapiada recientemente en una de las paredes. Sin poder contener su curiosidad, Hernán Cortés ordenó abrir aquella abertura y cruzó el umbral, encabezando una expedición por túneles oscuros que llevaría a los españoles a una cámara en la que descansaba el mítico tesoro de los aztecas, reunido durante generaciones por Axayácatl y sus antepasados. Los conquistadores habían encontrado un filón capaz de solucionar la vida de todo el ejército y no estaban dispuestos a dejarlo allí. Pero Cortés no podía, simplemente, coger el oro y salir por la puerta de Tenochtitlan como si nada hubiera pasado. No, hacía falta un rehén; y el desarrollo de los acontecimientos les puso en bandeja al prisionero perfecto. Un pueblo indígena aliado de los españoles se negó a pagar tributos a los aztecas bajo el pretexto de que ya no eran vasallos suyos. Lógicamente, los aztecas no vieron con buenos ojos este
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conato de sedición y decidieron cobrarse sus tributos de todas formas... pero los asaltados pidieron ayuda a la guarnición española y el cobro de aquel tributo terminó como el rosario de la aurora. Con siete españoles muertos en la escaramuza, Cortés tomó como rehén al mismísimo Moctezuma y le ordenó que le entregara a Cuauhpopoca, el cacique que comandaba el regimiento azteca. Moctezuma, lejos de negarse, entrega de buen grado al noble y a sus lugartenientes, a sus ojos causantes de las disensiones entre aztecas y españoles. Lo que el emperador no esperaba era que Hernán Cortés le cubriera de cadenas para poder llevar a cabo sin miedo la ejecución de Cuauhpopoca. Poco tiempo después de estos acontecimientos, Cortés se ve obligado a abandonar Tenochtitlan para enfrentarse a Pánfilo de Narváez, enviado a México para capturar al conquistador. Pedro de Alvarado se queda al mando de la guarnición española de Tenochtitlan y, temeroso de que los aztecas puedan aprovechar la marcha de Cortés para liberar a Moctezuma de su cautiverio, decide convocar a una tribu amerindia aliada y atacar primero. En lo que hoy conocemos como "la matanza del templo mayor", Alvarado ordena capturar y ejecutar a la clase dirigente de la ciudad, pero el odio de la tribu amerindia hacia los aztecas, gestado durante años y años de opresión, hace que la operación se le vaya de las manos y que sus aliados empiecen a descargar su furia contra mujeres, niños y todo aquel que se pusiera al alcance de sus armas. Hernán Cortés regresa justo a tiempo para calmar los ánimos y evitar que los aztecas de Tenochtitlan ejecuten a los integrantes de la guarnición de Alvarado. El conquistador le pide a Moctezuma que salga a uno de los balcones del palacio de Axayácatl para tratar de apaciguar a su pueblo pero los aztecas, airados por la matanza perpetrada entre sus gentes, asesinan a flechazos a su líder en cuanto le ven aparecer tras la balaustrada.
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Los aztecas se alzan en armas y empiezan a atacar todas las posiciones defendidas por los españoles, cercando a los conquistadores en el palacio y poniéndoles bajo asedio. Tras una semana de combates, Cortés idea un plan que podía haber salvado la vida de sus hombres... de no haber sido, una vez más, por la avaricia de los conquistadores. En medio de la noche y envueltos por la más absoluta oscuridad, Hernán Cortés y sus hombres empiezan a cruzar la laguna que rodea Tenochtitlan. Lo hacen en completo silencio, con los cascos de los caballos embotados, y sólo la mala suerte hace que una anciana que había salido a recoger agua detecte la espantada de los españoles y dé la voz de alarma. En unos minutos, la laguna se convierte en un hervidero de canoas repletas de indígenas que asaetean sin piedad al ejército de Cortés. Los conquistadores presentan un blanco fácil sobre el precario puente de canoas y empiezan a caer por decenas. Los que no caen bajo las flechas se lanzan al agua, pero la codicia hace que muchos de ellos no suelten las barras de oro que habían robado del tesoro de Axayácatl y se ahogen bajo su peso. Sólo un puñado de hombres consiguen salir con vida de Tenochtitlan, pero los aztecas los persiguen, hostigando la retaguardia y los flancos de la columna española e incluso enfrentándose en alguna que otra batalla. Durante cerca de 300 kilómetros, los hombres de Cortés se defienden como gato panza arriba hasta que consiguen refugiarse en la ciudad aliada de Tlaxcala y los aztecas se dispersan por fin dejando tras de sí un rastro de cadáveres que llegaba hasta su ciudad. Hernán Cortés tomó venganza sobre Tenochtitlan aproximadamente un año después, pero los sucesos acaecidos durante la llamada "noche triste" perviviría para siempre en la memoria de los conquistadores españoles.
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ALBA OBRAK Alba obrak. Escocia para siempre. Este es el lema que, gritado al unísono por miles de gargantas, retumbó por las tierras altas escocesas durante los años en los que William Wallace lideró la revolución contra la corona de Inglaterra. Stirling, York, Falkirk; bien sea por la archiconocida película de Mel Gibson o bien por la historia propiamente dicha, todos hemos oído hablar en alguna ocasión de estas batallas pero, ¿quién es realmente el personaje que se oculta tras la leyenda de Wallace? Vamos a tratar de averiguarlo. Escocia, año 1.272. El rey Alejandro III gobierna sobre el destino de los escoceses con justicia y rectitud, pero hay demasiadas manos en la sombra que ansían su trono. En este contexto nace nuestro protagonista. Siendo el menor de tres hermanos (Malcom, John y el propio William) de una familia acomodada en la baja nobleza highlander, William pronto es internado en una abadía para ser instruído en la vida religiosa y consagrar el resto de sus días a Dios, como era costumbre en los hijos menores del estamento nobiliario. Quiso el destino que en esa misma abadía se encontrase el tío de William, Argail, quien pone especial empeño en que el pequeño Wallace sea educado con especial dureza. Gracias a la intervención de su tío, el niño que posteriormente marcaría el destino de Escocia empieza a convertirse en un hombre formado, que habla hasta cuatro idiomas y sabe leer y escribir correctamente en gaélico, latín, inglés y francés. Mientras tanto, la vida continúa su curso más allá de los muros de la abadía y las intrigas en torno a la figura de Alejandro III empiezan a tomar forma.
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Padre de tres hijos, Alejandro asiste impotente a la muerte en extrañas circunstancias de su mujer y de todos sus retoños. El rey escocés queda destrozado, pero la patria es más importante que su propio dolor y Alejandro decide tomar otra esposa para tratar de dejar algún descendiente que pueda asumir la corona tras su muerte... pero las cosas no iban a salir como el rey las había planeado. En el año 1.286, mientras volvía de una reunión con los clanes, Alejandro II "se despeña" por un barranco y muere dejando a Escocia sin rey. Dos clanes se alzan como depositarios de la única línea sucesoria válida, la de aquellos primeros escotos que habían llegado a las tierras altas. Tratando de evitar un enfrentamiento fratricida, la nobleza highlander convoca en Escocia al único descendiente vivo de Alejandro, una nieta que vivía en Noruega y que sólo contaba con tres años de edad... pero, una vez más, el destino se ceba con la dinastía regia y la niña muere durante la travesía. La guerra entre los aspirantes al trono está servida. Aquellos dos clanes eran los Baliol y los Bruce. La familia Wallace, vasalla de Bruce, se posiciona del lado de sus señores mientras que el rey de Inglatera, Eduardo I, lo hace en favor de los Baliol. Una sangrienta guerra civil estalla entre los clanes. La sangre anega todos los rincones de Escocia y las escaramuzas entre ambos bandos se suceden sin cesar. Es en una de estas refriegas donde, en 1.291, el padre de William muere dejando a su hermano mayor, Malcom, como cabeza de familia. Nuestro protagonista tiene por aquel entonces 19 años y, como es lógico, no se toma nada bien la muerte de su padre, por lo que es enviado a un colegio monástico en Dundee por su tío Argail con el objetivo de alejarle de la guerra y completar su
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formación. Es justamente en aquella ciudad donde empieza a forjarse la leyanda de William Wallace. William, orgulloso de su sangre highlander, solía pasearse por Dundee vestido con su kilt (falda tradicional escocesa). Este comportamiento no molestaba a nadie, o al menos nadie se quejaba por ello, pero sucede que el gobernador inglés de la ciudad tenía un hijo que disfrutaba mofándose de los escoceses que residian en los dominios de su padre. Cierto día de 1.292, este noble y sus amigos acorralann a Wallace en una calle desierta y empiezan a burlarse de su indumentaria. William, aún dolido por la muerte de su padre a manos de lo que el considera el bando inglés, agarra al hijo del gobernador por el cuello, desenvaina su propia espada y le atraviesa con ella de parte a parte. Acto seguido, el highlander desenfunda su daga y empieza a repartir cuchilladas entre los amigos del noble, quienes ponen pies en polvorosa abandonando el cadáver de sus compañero. Wallace huye de Dundee a uña de caballo y le pide consejo, una vez más, a su tío Argail, quien le recomienda que se esconda en los bosques, lejos de los ingleses que, sin duda, reclamarán su cabeza. A estas alturas, William ya le guardaba un rencor especial a los ingleses; así que toma a medias el consejo de su tío y se refugia en los bosques con una banda de amigos fieles junto a los que se convierte en bandido, hostigando los campamentos ingleses para robarles las armas y las provisiones. Los años pasan, William sigue asaltando a las columnas inglesas que se atreven a aventurarse en las highlands y la horda de los renegados es cada vez mayor. Lo que empezó como un grupo de amigos que no contaba con más de 5 o 6 miembros se ha convertido ya en una tropa bien organizada de unas 60
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personas que reciben provisiones y apoyo en todas las poblaciones escocesas por las que pasan. Las cosas no cambiarían demasiado hasta que, cuatro años después, Eduardo I de Inglaterra pide a John Baliol, el rey que él mismo había sentado en el trono de Escocia, refuerzos para sus guerras en Francia. Baliol, orgulloso e inepto a partes iguales, considera que las exigencias del inglés son demasiado altas y se declara en rebeldía, siendo aplastado sin demasiado esfuerzo por Eduardo I y enviado al exilio. Escocia vuelve a estar descabezada y William Wallace, harto de combatir, regresa a su aldea natal para casarse con una hermosa joven llamada Murron. Se casan en secreto, en medio de un bosque y mediante un ancestral ritual gaélico. Gracias a esto, Wallace y su mujer evaden la norma de la prima nocte, mediante la cual el gobernador inglés local se reservaba el derecho de llevarse a la nueva esposa para forzarla en la misma noche de su matrimonio. La vida sonríe por primera vez a nuestro protagonista, quien felizmente casado con Murron empieza a rehacer su vida llegando incluso a tener una hija (aunque este último dato no ha sido demostrado). Dispuesto a alejarse de la batalla y a dejarlo todo por su familia, William empieza a construir una casa en la que asentarse... pero el highlander aún se encuentra en busca y captura y los ingleses no van a olvidar tan fácilmente las afrentas cometidas. Durante una patrulla rutinaria, un destacamento inglés se topa con Murron y se venga del odiado highlander en su persona. William encuentra el cadáver violado y degollado de su esposa y se lanza de nuevo a los bosques con furia renovada. A partir del momento en el que asesinan a su mujer, Wallace jura consagrar su vida a vengarse del inglés y se lanza de nuevo a los bosques. A la cabeza de su banda de forajidos, las
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incursiones que antes consistían en simples robos de comida y armas se han transformado en auténticas expediciones de castigo en las que guarniciones enteras son pasadas a cuchillo. La leyenda de Wallace vuela de aldea en aldea, de pueblo en pueblo. Su ejército es cada vez más grande y empieza a convertirse en un problema realmente importante para Eduardo I. El rey de Inglaterra, harto ya de los desmanes provocados por aquel escocés, convoca un ejército para enfrentarse a su horda de bandidos. Pero Eduardo no ha sido el único en entender que el destino de Escocia descansa sobre los hombros de Wallace. Robert de Bruce, el antiguo señor de su padre, empieza a aunar fuerzas con William mientras que en el norte Andrew de Moray convoca a un auténtico ejército de highlanders. Las tropas escocesas se encuentran con las inglesas en Stirling. En el campo de batalla se colocan en formación unos 25.000 soldados ingleses, con la caballería pesada entre ellos. Del otro lado, 10.000 escoceses pobremente armados y mal disciplinados se alzan para hacerles frente. Un río parte en dos el campo de batalla y un único puente permite cruzarlo sin peligro; un puente largo y estrecho que los escoceses no están dispuestos a cruzar. Las tropas de Wallace empiezan a provocar al comandante inglés, quien pica el anzuelo y ordena a sus hombres que empiecen a cruzar el puente. Al fin y al cabo, ¿qué podían contra ellos un grupo de escoceses piojosos a los que doblaban en número? Wallace deja que los ingleses crucen el puente y tomen posiciones frente a su horda. En un momento dado, el ejército inglés carga con su afamada caballería pesada a la cabeza. Los cascos de 500 caballos de gran alzada hacen temblar el suelo, pero los escoceses están preparados para la embestida. Wallace, como hombre formado que era, había sido instruído en el conocimiento de los clásicos y saca a relucir en esta batalla
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su genio militar. La formación de caballería pesada convertía a montura y jinete en un tanque acorazado que se lanzaba sobre el enemigo a una velocidad endiablada... pero tenía un punto débil. William Wallace recupera para esta ocasión un táctica utilizada por los célebres hoplitas de la Grecia clásica: la formación de puercoespín. Cuando la caballería pesada ha alcanzado la velocidad de embestida y la vuelta atrás se hace imposible, decenas de lanzas de cuatro metros de longitud se alzan entre las primeras líneas de la infantería escocesa. Los caballos son atacados por el único punto débil en su armadura, el espacio existente entre la coraza y el pectoral. Caen a cientos, ensartados por las lanzas escocesas, y los gritos de los jinetes se entrelazan en el aire con los relinchos lastimeros de sus monturas agonizantes. Cuando los highlanders terminan de degollar al último inglés, un grito victorioso se alza de entre sus líneas: Alba obrak. Una vez más, Alba obrak. En este punto de la batalla, el comandante inglés hace avanzar a sus arqueros galeses para que acribillen a la horda highlander desde la distancia pero, a la vista de esa maniobra, la caballería de Andrew de Moray carga por sorpresa sobre el flanco inglés. El ataque desbarata la táctica inglesa y parte en dos el frente de batalla, por lo que el comandante inglés se ve obligado a enviar refuerzos desde el otro lado del río. Ante la granm cantidad de hombres que intentan cruzar por su superficie, el puente colapsa y se viene abajo, arrojando a las aguas del río cientos de soldados que se ahogan bajo el peso de su armadura o son rematados por los escoceses que corren hacia la orilla. El sol está aún alto en el cielo, los ingleses han sido humillados y el bando highlander apenas ha sufrido bajas. Esta es la primera gran victoria de William Wallace.
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Un año después, en 1.298, Eduardo I regresa de Francia y se encuentra con la situación de que Wallace ha tomado la ciudad fortificada de York, su principal bastión en el norte de Inglaterra y, por si esto fuera poca afrenta, ha decapitado a su sobrino, a la sazón comandante de la guarnición. La situación no le hace ninguna gracia al rey inglés, quien emprende una campaña de castigo contra Escocia. Las tropas inglesas atacan ciudades, reducen aldeas a escombros y siembran muerte allá por donde pasan mientras Eduardo se ocupa de sobornar a los nobles highlanders para que le retiren su apoyo a Wallace. Finalmente, ambos bandos vuelven a encontrarse en Falkirk. La batalla es cruenta. Los highlanders entonan su lema a voz en grito mientras las flechas inglesas surcan el aire oscureciendo el cielo. La caballería inglesa carga sobre las líneas escocesas... y los soldados que deberían proteger a Wallace de la embestida desaparecen. Robert de Bruce y sus nobles más afines han sido comprados bajo el precio de una corona para el primero y tierras en el norte de Inglaterra para los demás. La caballería pesada hace estragos entre los escoceses de Wallace. La sangre lo anega todo y el aire se llena con los gritos de dolor de los caídos. La infantería termina el trabajo. Sólo un puñado de escoceses logra salir con vida de aquel fatídico campo de batalla. Entre ellos se encuentra William Wallace quien, lejos de desanimarse por el revés sufrido en aquella tierra de Falkirk, se siente profundamente ofendido por el insulto de los nobles hacia su pueblo y pone rumbo a Francia en un intento desesperado por recabar apoyos internacionales. Evidentemente, el rey francés tiene bastante con sus propias guerras y despacha a Wallace con una palmada en la espalda y buenas palabras en los labios. Nuestro protagonista regresa a Escocia desencantado pero, aún así, se sobrepone y empieza a reunir de nuevo a su ejército. A
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pesar del tremendo golpe sufrido, el pueblo está con él y las claymores se alzan de nuevo al cielo clamando venganza. Pero una vez más, Wallace es víctima de una traición nobiliaria. Un barón aliado de William se cambia de bando y vende Wallace a los ingleses. En el año 1.305, Wallace es trasladado como prisionero a la torre de Londres, dónde es condenado a morir arrastrado, colgado y despedazado a las manos de los verdugos ingleses. La cabeza de William Wallace fue ensartada en una lanza y expuesta en el puente de Londres. Sus miembros fueron diseminados por todos los puntos cardinales de Inglaterra. Robert de Bruce, traidor a Wallace y a su pueblo, se arrepiente públicamente de su error y acomete contra las tropas inglesas en todos los rincones de Escocia, perdiendo muchos combates, pero ganando a su vez otros muchos hasta que, en 1.314 y bajo el estandarte de William Wallace, mártir por la patria, Escocia consigue por fin su ansiada independencia.
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LA OFENSIVA DEL TET En 1.968, el ejército estadounidense estaba sumido de pleno en la Guerra de Vietnam. Con la opinión pública en contra y presionando para que se produjera un alto el fuego, los generales tenían una necesidad imperiosa de dar un golpe de mano... pero los vietnamitas se adelantaron. A finales de 1.967, el ejército de Vietnam del Norte se coordinó con el Vietcong para emprender la que debía ser una ofensiva definitiva contra los soldados invasores. La campña se preparó con todo detalle, hasta el punto de que se orquestó una enorme maniobra de distracción por todo el país. En primer lugar, se planeó el inicio de la ofensiva para el día de celebración del Tet (año nuevo lunar vietnamita); pues el mando combinado del Vietnam del Norte sabía que muchos soldados de Vietnam del Sur estarían de permiso en esas fechas. A continuación, los vietnamitas ofrecieron a Estados Unidos una serie de propuestas de paz con la única intención de desconcertar a su alto mando mientras el ejército regular de Vietnam del Norte emprendía ofensivas contra posiciones estratégicas con infantería y artillería pesada. El día 30 de enero de 1.968, combatientes del Vietcong se infiltraron en ciudades bajo control americano y atacaron edificios gubernamentales con armamento ligero. El ejército estadounidense fue puesto en alerta y se pensó en llamar a filas a los soldados survietnamitas que estaban de permiso pero, dado que al anochecer se habían detenido las hostilidades y los atacantes habían sido capturados, se descartó esa posibilidad y se pensó en esta ofensiva como un ataque emprendido por el Vietcong "de motu proprio". Grave error.
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Esa misma noche, 84.000 combatientes perfectamente coordinados emprendieron una ofensiva a gran escala por todo el país. El día 1 de febrero, el bando comunista había tomado el control de Saigón y la opinión pública americana se había visto reforzada en su rechazo a la guerra. La mitad del ejército de Vietnam del Sur seguía de vacaciones y su alto mando había demostrado más que sobradamente su total incompetencia. Gracias a esto, los generales estadounidenses se vieron con las manos libres para barrer el país con toda su potencia de fuego. La contraofensiva fue brutal, despiadada y completamente eficaz. El 23 de febrero las tropas americanas entraban en Hué dando por terminada la operación de limpieza y dejandop tras de sí cientos de ciudades destruídas. En la contraofensiva estadounidense se produjeron entre 65.000 y 75.000 bajas en el bando norvietnamita, pero la ofensiva del Tet se había llevado consigo las vidas de más de 4.000 soldados americanos y las protestas anti bélicas estallaron en todos los rincones de Estados Unidos. La ofensiva del Tet fue, por lo tanto, una victoria pírrica para el ejército de Vietnam del Norte y el Vietcong (desmantelado casi por completo durante la contraofensiva). No consiguieron dar el golpe de gracia que habían planeado pero, a cambio de miles de vidas, consiguieron poner al gobierno de Lyndon B. Johnson contra las cuerdas y forzar un pequeño rearme que supuso el principio del fin de la Guerra de Vietnam.
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LA CRUZADA DE PEDRO EL ERMITAÑO En noviembre del año 1.095, el Concilio de Clermont tocaba a su fin y el papa Urbano II convocaba la primera cruzada. La tierra en la que había nacido y vivido Jesucristo estaba en manos de los infieles y eso era de todo punto inaceptable, de modo que un sinfín de caballeros y nobles de todos los países respondieron a la llamada de Urbano y se alzaron en armas con la intención de recuperar los santos lugares para mayor gloria de la cristiandad. Las clases altas de la sociedad, amparadas por el anuncio de excomunión a todo aquel que tratase de arrebatarles sus territorios mientras estaban en tierra santa, habían acudido en masa a la convocatoria y estaban preparando un ejército grande y poderoso para hacer frente a la media luna, que mancillaba con sus blasfemias la mismísima tumba de Cristo... pero no sólo la nobleza acudiría a la llamada. La convocatoria de Urbano sorprende a Pedro el Ermitaño predicando en Bourges (Francia). Pedro, monje de origen humilde que había viajado a tierra santa y había visto de primera mano los santos lugares, es invadido por el fervor religioso imperante en toda Europa y empieza a viajar desde Bourges hasta la ciudad alemana de Colonia, parando por el camino en aldeas y villas para predicar su mensaje combativo. Pronto, todo tipo de personas de bajo estracto social se empiezan a unir a su comitiva; sin armas, pero con la fe guiando sus pasos. Cuando la columna del Ermitaño llega a Colonia, su número asciende ya a las 100.000 almas. En aquel año de 1.095, la multitud de indigentes y campesinos
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se pone en marcha hacia Jerusalén. Pero no es nada fácil avituallar una columna de esta magnitud, de modo que sus integrantes empiezan a saquear los pueblos por los que pasan hasta llegar a Constantinopla. Una vez allí, el emperador Alejandro Comneno, temeroso de Dios y de que aquellos desharrapados arrasen sus campos, le ofrece al Ermitaño una generosa cantidad de suministros y de barcos para que su ejército cruce el Estrecho del Bósforo hasta tierras musulmanas. Los cruzados se embarcan y son soltados en tierra santa, por donde campan a sus anchas destruyendo aldeas y asesinando a la población civil. La primera vez que la cruzada de los pobres entra en contacto con fuerzas militares, Pedro el Ermitaño sólo cuenta con unos 20.000 hombres desarmados para hacer frente a todo el poder de los turcos selyúcidas, hartos ya de que aquella multitud de vagabundos ataque sus territorios. Nicea, día 21 de octubre del año 1.096. A un lado del campo de batalla se revuelve una multitud abigarrada de indigentes vestidos con harapos y absolutamente carentes de organización; al otro, relucen los estandartes de la media luna en torno a una tropa forrada de acero y erizada de espadas. En un momento dado se hace el silencio en el campo de batalla y la caballería selyúcida carga con todas sus fuerzas. Pedro y sus campesinos notan como la tierra retumba bajo el redoble de cientos de cascos golpeando el suelo rítmicamente. Los jinetes, alfanje en mano, entran entre las filas cristianas como un cuchillo caliente en mantequilla y empiezan a repartir muerte entre los cruzados. La infantería termina el trabajo. Al atardecer de aquel día, 20.000 cadáveres yacen sobre la polvorienta llanura de Nicea y la cruzada de los pobres ha tocado a su fin.
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EL REBELDE DESCONOCIDO Nos encontramos en Pekín durante un caluroso 5 de junio del año 1.989. Los fotógrafos Jeff Widener, Charlie Cole y Stuart Franklin asisten atónitos desde sus respectivas terrazas en el Hotel Beijing al espectáculo de los tanques entrando en la Plaza de Tiananmen. Widener había sido arrestado el día anterior, durante las protestas estudiantiles, y todo su material había sido requisado por la policía del régimen chino; por lo que asistía a este momento histórico armado tan sólo con una Nikon de poca monta. Fue con esta cámara con la que Widener tomaría una de las instantáneas más famosas de la historia. De repente, un extremo de la plaza estalla en vítores y el fotógrafo de Associated Press se abalanza sobre el borde de la terraza cámara en mano. ¿Por qué gritan? ¿qué está pasando? La respuesta le llega en forma de una imagen que daría la vuelta al mundo aquella misma noche: un hombre armado tan sólo con una bolsa en cada mano permanece en pie ante la columna de cuatro blindados que intenta entrar en la plaza. Los tanques intentan esquivarle, pero el hombre se coloca delante de ellos una y otra vez, frenando su avance por la avenida hasta que, finalmente, la columna se detiene. En este momento el hombre trepa al primero de los tanques y la Plaza de Tiananmen contiene el aliento, consciente de que el símbolo representado por aquel hombre anónimo puede acabar asesinado ante sus ojos por la propia dotación del tanque, al servicio del régimen. Afortunadamente, el conductor del tanque antepuso la seguridad ciudadana a las órdenes recibidas y accedió a mantener una corta conversación con aquel desconocido sobre la escotilla de su propio blindado. Si bien hay un sinfín de
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especulaciones sobre lo que se pudo haber dijo en aquella conversación, lo cierto es que el contenido de la misma nunca ha trascendido. Un par de minutos más tarde, el hombre bajó del tanque y fue empujado entre la multitud congregada en la plaza por un grupo de hombres de los que se sospecha que eran agentes gubernamentales sin uniformar. Los tanques siguieron su avance, las protestas fueron duramente reprimidas y el rebelde anónimo de Tiananmen desapareció para siempre. Existen multitud de hipótesis acerca de lo que sucedió con el hombre tras este episodio. Distintas fuentes hablan de teorías tan dispares como que fue fusilado tras el fin de las protestas o que sigue vivo y residiendo en Taiwán bajo otra identidad... pero lo único que se sabe a ciencia cierta es que el rebelde anónimo desapareció entre la masa aquella calurosa mañana de junio dejando tras de sí una nueva esperanza para la juventud democrática de China y una instantánea de mala calidad que dio la vuelta al mundo derribando las ideas occidentales sobre el gigante asiático.
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EL PUÑAL DE MISERICORDIA Vamos a dedicar unos minutos a un puñal extraordinario que, empuñado por las manos adecuadas, podía convertirse en una excelente arma tanto ofensiva como defensiva. Si bien su aspecto no resulta demasiado amenazante en comparación con espadas, hachas o mazas, lo cierto es que el puñal de misericordia fue una de las armas que más muertes causaron durante la Edad Media. En un principio, los caballeros trababan combates individuales en medio de grandes batallas campales en las que no había margen para el error. Es por esto por lo que este tipo de estiletes alargados y generalmente de hoja estrecha que los luchadores conocían desde tiempos pretéritos alcanzaron en la Edad Media su cénit. Cuando la muerte rodeaba a un caballero por todas partes, no había demasiado tiempo para reaccionar y se hacía necesario matar al enemigo caído antes de que otro se abalanzase al combate o de que el derribado consiguiera levantarse. Para llevar a cabo esta sucia tarea nació la evolución del puñal que hoy en día conocemos como "misericordia". En el momento en que un caballero era derribado, su atacante se situaba sobre él, abría la visera de su casco para comprobar que no se tratase de un rehén valioso por el que se pudiera obtener un jugoso rescate e introducía la punta de su puñal bien a través de la propia visera (atravesando el ojo y clavando la punta en el cerebro) o bien entre las juntas de la armadura buscando el corazón. Evidentemente, esto le daba al caído el "toque de gracia" y facultaba al atacante para incorporarse de nuevo a la lucha. El uso del puñal de misericordia fue decayendo paulatinamente
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a medida que las armaduras fueron desapareciendo en mayor o menor medida del panorama armamentístico europeo, pero no se ausentó durante mucho tiempo, sino que fue adaptado, dándole un filo cortante y un mayor tamaño para convertirlo en una de las armas preferidas de los soldados de los tercios españoles. Existen varias diferencias entre la manera de utilizar este arma que tenían los caballeros medievales y la que tenían los recios soldados de tercio. Por ejemplo, mientras que para un caballero este arma era conocida como misericordia (pues pensaban que sólo debía usarse para librar a un contendiente honorable de sufrimientos innecesarios y poder continuar con el combate), su derivado del siglo XVI era llamado "quitapenas" entre los propios tercios. Pero la diferencia no era sólo nominal, sino también formal. La longitud añadida y la capacidad de corte de la que se había dotado al antiguo puñal permitía al soldado de tercio luchar armado con una espada en la diestra y una daga en la siniestra, actuando este último como arma y escudo y siendo temido en toda Europa. Mientras que un soldado corriente sólo podía parar con una mano y golpear con la otra, un soldado de tercio se permitía "jugar" con su enemigo, desviando la trayectoria del filo atacante con su "quitapenas" y asestando al enemigo una estocada, una cuchillada o una puñalada al cuerpo. Tal versatilidad en el ataque dejaba al agresor en franca inferioridad, pues le era imposible saber por qué lado y de qué arma le iba a venir el golpe. Posteriormente, la misericordia o quitapenas (a gusto del consumidor) fue reduciendo su tamaño y ramificando sus posibilidades hasta convertirse en los actuales cuchillos tácticos o, simplemente, en navajas de resorte.
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EL SANSÓN EXTREMEÑO La historia de nuestro protagonista comienza en 1.468 en Trujillo, donde nace en el seno de una familia perteneciente a la baja nobleza cacereña. Desde muy tierna edad, Diego empezó a dar muestras de interés por el oficio de las armas y empezó a recibir entrenamiento en el manejo de espadas, mazas y escudos. Su natural habilidad para el uso del acero hizo que pronto se convirtiera en un excelente combatiente, pero esto no era todo; a medida que el joven Diego se iba conviertiendo en adolescente, su estatura y su musculatura se fueron desarrollando de tal manera que llegó a ser considerado por sus coetáneos como el hombre más fuerte de Europa. Como suele suceder en estos casos, la guerra se cruzó muy pronto en el camino del joven Diego. En el año 1.483, la España de los Reyes Católicos estaba sumida de pleno en los últimos coletazos de la Reconquista y nuestro protagonista, consciente de que la reputación no se labraba en el entrenamiento sino en el campo de batalla, deja la casa familiar y se enrola en la hueste cristiana que se está preparando para emprender la campaña definitiva contra Andalucía. Su madre, que había enviudado recientemente, queda destrozada por la marcha de Diego, pero sabe de primera mano que su hijo ha nacido para la guerra y que tratar de detenerlo solo servirá para aumentar sus deseos de alistarse, así que se despide de él en la puerta de su hacienda trujillana y le deja marchar con lágrimas en los ojos. En la denominada por los historiadores como "Guerra de Granada", el jovencísimo Diego se dedica a seguir a la tropa castellana... hasta que en 1.485, a los 17 años de edad, entra en
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combate por primera vez. Su arrojo en combate y su tremendo descaro a la hora de cruzar armas con el invasor musulmán en las campañas de Málaga, Loja y la propia Granada empiezan a valerle el respeto del resto de los soldados, quienes dejan de ver en él a un niño demasiado alto para su edad y empiezan a admirar la soltura con la que maneja la espada un compañero colosal y temerario. Durante esta guerra, Diego García de Paredes fue armado caballero a manos del mismísimo rey Fernando pero, además, conoció y trabó lazos de amistad con el que posteriormente sería conocido en toda Europa como "El Gran Capitán": Gonzalo Fernández de Córdoba. Finalmente y como ya sabemos, esta guerra tocó a su fin en 1.492 con la conquista de Granada y los combatientes tuvieron que volver a sus casas. Juana de Torres, la madre de Diego, había muerto durante la campaña y nuestro protagonista no estaba acostumbrado a la cómoda vida del terrateniente, de modo que no tardó en abandonar su Trujillo natal en busca de nuevas aventuras. En 1.496, un hidalgo cacereño de 28 años se planta en medio de la Roma renacentista dispuesto a labrarse un futuro. Cierto día, un grupo de bandidos italianos deciden que ya es hora de que aquel palurdo español que se pasea por sus calles pierda la bolsa de monedas que porta a la cintura, de modo que rodean a Diego en un callejón cercano al Vaticano dispuestos a hacerse con su oro. El trujillano, lejos de amedrentarse, agarra una pesada barra de hierro y se lía a mamporros con los asaltantes. El número exacto de los italianos se desconoce, pero el resultado del combate habla por si mismo: cinco muertos, diez heridos y el resto fuera de combate o en fuga. Alejandro VI, el Papa Borgia, se entera del resultado de la pelea y rescata a Diego de manos de la justicia para nombrarle capitán de su guardia personal.
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Al contrario que muchos de sus compañeros de armas, Diego no era un gigante bobalicón, sino que sabía leer y escribir con soltura, lo que le valió para hacerse con la comandancia de los ejércitos de César Borgia, que combatieron por toda Italia durante los siguientes cuatro años. Pero no todo iba a ser gloria y oropel en la vida de nuestro protagonista. Como ocurría con muchos soldados de la época, la agresividad del de Trujillo no se limitaba al campo de batalla y los duelos de honor estaban a la orden del día. Esto por sí sólo no habría supuesto ningún problema... pero Diego se enfrentó al hombre equivocado. En uno de sus constantes duelos, decapitó de un mandoblazo a un capitán de los Borgia llamado Césare Romano, lo que supuso su destitución inmediata y su expulsión del ejército papal. Durante los siguientes meses, existen informaciones que apuntan a que sirvió bajo las órdenes de algunas familias enemigas de los Borgia; pero no es hasta el mes de noviembre de 1.500 cuando su nombre aparece de nuevo con fuerza para grabarse con letras de oro en la historia durante el asedio de Cefalonia, una isla de la actual Grecia en cuya fortaleza se acantona una guarnición de 700 jenízaros. La expedición cristiana está comandada por Gonzalo Fernández de Córdoba y Benedetto Pessaro quienes, el día 24 de noviembre, ordenan emprender un primer asalto sobre las murallas. El conato es repelido sin demasiados problemas por los turcos que, al ver la retirada, ponen en funcionamiento sus temidos "lobos", unas máquinas con poleas y cuerdas repletas de garfios que servían para asir a los caballeros por la armadura con el fin de atraerlos hacia las murallas para poder darles muerte cómodamente. Diego García de Paredes es asido por uno de los lobos y llevado hasta el adarve otomano... pero los jenízaros no sabían con quiénes se estaban enfrentando.
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El trujillano llega a las almenas conservando entre sus manos la rodela y la espada. En el mismo momento en que sus pies se afirman sobre la cima de la muralla, Diego se libera del abrazo del lobo y empieza a despachar soldados otomanos. Su espada es un borrón que siembra muerte sin cesar. Todo aquel jenízaro que se atreve a acercarse a él, termina con las entrañas desparramadas por el adarve o despeñado entre los merlones. El soldado español se repliega ante los refuerzos que llegan sin cesar para matarle. Apoya la espalda contra los muros en un intento de proteger su punto más débil mientras los cadáveres siguen amontonándose a sus pies caídos bien bajo el filo de su espada o bien bajo los tremendos golpes propinados con el refuerzo de su rodela. En conciciones en las que cualquier soldado curtido habría muerto sin remisión, Diego aguantó; apartando lanzas y propinando estocadas durante más de dos días hasta que finalmente el hambre, la sed y las múltiples heridas recibidas le hicieron entregarse. El comandante de los jenízaros, en vista del coloso que habían conseguido capturar, carga a Diego de cadenas y le encierra en una de las torres del castillo. Sus heridas son curadas y se le alimenta bien en espera de obtener un suculento rescate pero, mientras tanto, el Gran Capitán planeaba en el campamento cristiano la ofensiva final sobre Cefalonia. El 24 de diciembre, 46 días después de que nuestro protagonista fuera capturado por los turcos, Gonzalo Fernández de Córdoba aprovecha la bruma de la mañana para arengar a sus hombres en un ataque relámpago contra las murallas. Las escalas comienzan a afianzarse sobre el adarve de Cefalonia. Pronto, el ruido de los gritos y del acero contra el acero empieza a llenarlo todo entre los muros de la fortaleza llegando hasta la torre en la que Diego García de Paredes
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descansa recuperado de sus heridas y bien alimentado. El trujillano, viendo que sus compatriotas han emprendido por fin el asalto, arranca de cuajo las argollas que le atan a la pared, echa la puerta abajo y le roba la espada a uno de los dos centinelas encargados de su custodia. Con esa misma espada, Diego mata al otro centinela y se lanza hacia las murallas en busca de más enemigos a los que dar muerte. Al caer la tarde sobre Cefalonia, tan sólo 80 de los 500 jenízaros que defendían la fortaleza permanecen en pie. Con las últimas luces, el Gran Capitán alza la bandera española sobre el bastión y se gira para felicitar efusivamente a sus hombres... pero no llega a completar el gesto. Ante él se alza incólume el fantasma de un gigante al que todos creían muerto, sonriendo abiertamente como si no hubiera pasado nada. Una vez que la batalla de Cefalonia se hubo terminado, Diego volvió a Roma. En cuanto llegó a la Ciudad Eterna, César Borgia le llamó a su presencia y le nombró una vez más capitán de los ejércitos pontificios; pero esta nueva relación duraría aún menos que la primera pues, en 1.501, estallaba la II Guerra de Nápoles y el de Trujillo abandonaba voluntariamente el servicio de los Borgia para unirse al ejército español. Durante esta guerra se produjeron otros dos episodios que agrandarían la leyenda de Diego García de Paredes. Diego no era sólo un gran soldado, sino también un duelista curtido. En el año 1.502 se produjo el que sería su duelo de honor más destacado: el desafío de Barletta. En septiembre de aquel año, las tropas españolas del Gran Capitán se encontraban sitiadas en la ciudad de Barletta por Luis de Armagnac y su hueste. Los franceses, henchidos por los éxitos recientemente conseguidos, se burlaban abiertamente de los españoles hasta el punto de que dichas burlas fueron consideradas una cuestión de honor que, como tal, merecía ser dirimida mediante un duelo.
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En el campo de batalla de Trani, a medio camino entre el campamento español y el francés, se presentaron 11 duelistas de cada bando además de los jueces designados y de una nutrida comitiva que no estaba dispuesta a perderse tamaño acontecimiento. Los franceses, encabezados por Pierre Terraill de Bayard, no dejan de burlarse de los españoles que se apiñan tras Diego García de Paredes hasta que los jueces piden silencio para hacer partícipes a los combatientes de cuáles debían ser las reglas del duelo. Empiezan las hostilidades. Tras una dura batalla los franceses se rinden dando a los españoles por "buenos caballeros", veredicto que es visto con buenos ojos por los soldados del Gran Capitán, en su mayor parte heridos y agotados... pero uno de los soldados españoles no acepta la rendición; ¿adivináis quién? Diego había quebrado sus armas durante la lucha, así que empieza a coger grandes piedras del suelo y a arrojarlascontra los caballeros franceses. Ante este comportamiento, los jueces deciden declarar tablas en un intento de salir de allí lo antes posible... pero en la mente del trujillano sólo cabe la victoria, así que, cuando oye el veredicto, arranca una de las vigas que sostenía la tribuna de los jueces y arremete con ella contra los franceses. El desafío de Barletta acaba con los duelistas galos en desbandada y los españoles tratando de calmar a Diego mientras este último intenta arremeter contra los jueces con un trozo de viga en la mano. Un año después de este acontecimiento, en 1.503, se produce la Batalla del Garellano. De un lado las tropas españolas comandadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, del otro, el ejército francés del Marqués de Saluzzo. Ambas huestes están separadas por un río cruzado por un estrecho puente. La tensión se eleva cada vez más y la
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inactividad empieza a pasar factura provocando peleas entre los soldados del mismo bando. Es precisamente en una de estás discusiones en la que el Gran Capitán reprocha a Diego que quizá no haya hecho suficientes esfuerzos para desbloquear la situación, pero nuestro protagonista no se toma nada bien esta crítica. Herido en el orgullo, Diego desenvaina su montante y se coloca en medio del puente del río Garellano empuñándolo a dos manos. Los franceses, viendo a aquel enorme capitán que los insulta y los reta en solitario desde la mitad del puente, arremeten contra el trujillano con todas sus fuerzas... lógicamente, no sabían contra qué iban a enfrentarse. El puente es estrecho y los soldados galos llegan hasta Diego en grupos muy reducidos, lo que faculta al español para trazar grandes círculos con su montante rebañando más de una cabeza en el camino. El filo golpea por igual contra cascos, escudos y espadas; Diego está ciego de ira y no le importa el punto en el que golpea, sino sólo la fuerza que nota subir por sus brazos cuando el mandoble impacta contra el cuerpo de un enemigo. Al ver el pavimento encharcado de sangre, los compañeros de Diego empiezan a temer por su vida y cargan por la pasarela. En pocos minutos, el río Garellano empieza a teñirse de rojo mientras las entrañas de franceses y españoles por igual flotan en sus aguas. La tropa del Gran Capitán resiste el envite con gallardía... pero los de Saluzzo son demasiados y la retirada se hace inevitable. Los españoles que habían conseguido acceder a la pasarela empiezan a orquestar una maniobra táctica mediante la que retroceden pausadamente, estableciendo una defensa ordenada en la cabeza del puente para que sus compañeros puedan reintegrarse al cuerpo principal del ejército. Los soldados retroceden. Todos pasan... salvo Diego, que sigue en primera línea repartiendo muerte entre los atacantes galos.
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Un grupo de los soldados comandados por el propio Diego se adelanta y empieza a tirar de su capitán, obligándole a retroceder por miedo a que alguna estocada francesa acabe con su vida. Finalmente y tras muchos esfuerzos, las tropas españolas consiguieron ganar la Batalla del Garellano convirtiendo la heróica ofensiva de Diego García de Paredes en un símbolo de la valentía y temeridad españolas en las guerra de Italia. En 1.504, la Guerra de Nápoles tocaba a su fin y Diego era recompensado por sus servicios con el marquesado de Colonetta, en Italia. Nuestro protagonista decide que, en lugar de permanecer en sus recién adquiridas tierras itálicas, debe regresar a su España natal para poder realizar un mejor servicio a la corona. La vida sonríe a Diego y las cosas le van bien hasta que se topa de frente con la cruda realidad de las intrigas cortesanas. Gonzalo Fernández de Córdoba, capitán y amigo del trujillano desde el principio de su carrera militar, cae en desgracia y algunas voces se empiezan a alzar en su contra, poniendo en duda su compromiso y hasta su lealtad a la corona. Diego no está dispuesto a permitir tamaño atropello, de modo que, arriesgando su honra y su vida, empieza a defender a capa y espada al Gran Capitán, retando a duelo a todo aquel que se atreva a poner en compromiso su reputación... pero ni siquiera esto es suficiente. Tan sólo 3 años después, un Diego asqueado por las intrigas palagiegas gasta la fortuna que había conseguido en las guerras de Italia en armar carabelas y echarse al mar, donde empieza a ejercer la piratería contra franceses y musulmanes. Durante dos largos años, nuestro protagonista se dedica a asolar el Mediterráneo en compañía de una tripulación formada por antiguos soldados descontentos de la tropa del Gran Capitán. Saquean barcos y capturan dotaciones enteras. El éxito
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es más que evidente y las riquezas se acumulan a sus pies... pero el ardor guerrero golpea el pecho de Diego sin cesar y le empuja a retomar el único oficio que había conocido: la guerra. En 1.509 Diego regresa a Italia e ingresa como maestre de campo en las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico, que está preparando una gran hueste para asaltar las repúblicas venecianas. La empresa fracasa estrepitosamente, pero las batallas en las que participa contribuyen a que el nombre de Diego se difunda por toda Europa como sinónimo de valor y temeridad. No pasa ni un año antes de que Diego consiga el perdón real y se incorpore una vez más a la armada española, con la que empieza a asaltar el norte de África entrando a sangre y fuego en ciudades como Trípoli o Bugía. Poco tiempo después, nuestro protagonista retorna a tierras itálicas para ocupar de nuevo su puesto de maestre de campo en la hueste imperial, pero el cargo le dura poco. El halo de leyenda que rodea la figura de Diego es tal que, a finales del año 1.511, el propio Papa Julio II le ofrece el puesto de coronel de la Liga Santa, una oferta que el trujillano acepta henchido de orgullo. Al mando de los ejércitos papales, Diego García de Paredes luchó con fiereza en las batallas de Rávena y Vicenza, contribuyendo de manera decisiva a la derrota de la república mercantil de Venecia. Una vez que su tarea en la Liga Santa estuvo cumplida nuestro protagonista volvió a España, donde fue convocado por el propio emperador Carlos V, gran admirador de las hazañas de Diego. El flamenco convierte al trujillano en su sombra y Diego responde a esta confianza ganándose la condecoración de "Caballero de la Espuela Dorada" por su participación durante los años siguientes en las batallas de Noáin, San Marcial,
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Fuenterrabía, Maya, Pavía y Viena. Quiso el siempre caprichoso destino que la muerte de nuestro protagonista no fuera acorde a su vida. Tras el asedio de Viena, Diego acude a Bolonia para asistir a la coronación oficial del emperador y cae de su caballo jugando con unos chiquillos, muriendo poco después a causa de las heridas provocadas por el batacazo. Su cuerpo, cruzado por las decenas de cicatrices de una vida guerrera, es limpiado y embalsamado para ser trasladado, en 1545, a la iglesia de su pueblo natal, donde descansa a día de hoy.
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DE CÁMARAS OSCURAS Y LINTERNAS MÁGICAS A finales del siglo XVII, tras una época esplendorosa para la cultura, las cortes europeas asistían asombradas a la evolución de la tecnología como instrumento de ocio. La linterna mágica había llegado a sus vidas. Desde hacía al menos 4 siglos, los europeos del XVII ya conocían la técnica necesaria para ampliar imágenes mediante el uso de la luz gracias a la cámara oscura pero, ¿cómo funcionaba exactamente este artilugio? En un principio, las cámaras oscuras eran habitaciones en las que sólo entraba luz a través de un pequeño orificio practicado en una de las paredes. Este haz de luz, manejado mediante espejos y lentes de distintos tipos, conseguía proyectar en la pared opuesta de la cámara oscura un reflejo invertido de la imagen que se podía ver a través del orificio. Con este principio, las cámaras oscuras pronto se hicieron populares y se crearon versiones portátiles que proyectaban la imagen sobre una plancha horizontal, lo que permitía a los pintores y dibujantes desplegar su cámara oscura ante, por ejemplo, un edificio y plasmarlo sobre su lienzo gracias al reflejo. Teniendo a mano esta tecnología, la evolución de las cámaras oscuras era sólo cuestión de tiempo. La reconversión se produjo hacia dos ramas distintas. En una de estas ramas, se sustituyó la plancha de dibujo por una placa química que permitía plasmar la imagen proyectada por exposición en lugar de por el propio dibujo a mano alzada.
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Los tiempos de exposición que se necesitaban eran extremadamente largos y los resultados no eran siempre satisfactorios, pero este sistema sirvió para que Niépce y, posteriormente, Daguerre sentaran las bases de la fotografía moderna. Por otro lado, algunas de las cabezas pensantes de la época se pusieron a discurrir y llegaron a la conclusión de que, si la cámara oscura era capaz de absorver la imagen exterior a través de la luz, también debía haber alguna forma de proyectar una imagen hacia fuera utilizando el mismo principio. De este modo, las primeras linternas mágicas no eran más que cámaras oscuras miniaturizadas y con los procesos invertidos. En primer lugar, se construía una especie de campana en la que se incrustaba una chimenea. Acto seguido, se perforaba esta campana con un agujero sobre el que se colocaban unos raíles y un juego de lentes. En estos raíles, se colocaban placas de vidrio pintado que se iban moviendo manualmente en función de la imagen que se quisiera ver. Por último, se encendía una vela, se colocaba dentro de la linterna mágica poniendo cuidado en que el humo saliera por la chimenea... y ya está. Con estos sencillos pasos, podríamos estar cómodamente sentados en las primeras salas de proyecciones del mundo. La linterna mágica, al igual que la cámara oscura, también encontró en la evolución su verdadero potencial. Menos de un siglo después de su invención, el Conde Alessandro di Cagliostro consigue integrar en el proyector una serie de ruedas dentadas que, en función de hacia dónde y cuánto fueran giradas, aumentaban o disminuían el tamaño de la imagen resultante. Con este avance, los profesores de La Sorbona empiezan a ver en la linterna el complemento ideal para sus clases y empiezan a acompañar sus lecciones con diapositivas... pero aún hay un problema: las imágenes son estáticas y se necesita de una mano humana para saltar de una a otra.
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Este inconveniente sería solventado a finales del siglo XIX con la siguiente evolución de la linterna mágica: el celebérrimo cinematógrafo de los hermanos Lumière, que consiguió llevar la magia del movimiento a todos los rincones de Europa llegando a convertirse, a día de hoy, en uno de los entretenimientos más populares del mundo.
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TULIPOMANÍA, LA BURBUJA DE LAS FLORES Viena, año 1.593. El flamenco Carolus Clusius acepta un puesto de profesor de botánica en los Países Bajos y abandona su empleo en los Jardines Imperiales, de dónde se lleva una parte de los bulbos de tulipán que su colega Ogier Ghislain de Busbecq había traído a Viena desde Turquía 50 años antes. Cuando llega a Holanda, Clusius empieza a cultivar los tulipanes en sus propios jardines y se da cuenta de dos cosas: en primer lugar, descubre que el suelo arenoso de los Países Bajos es extremedamanete bueno para el crecimiento de los bulbos. Acto seguido, cuando los primeros tulipanes empiezan a florecer, Clusius descubre sorprendido cómo cada bulbo es distinto del anterior y se enfrasca en el estudio de por qué no existían dos tulipanes cultivados en Holanda exactamente iguales. A día de hoy se sabe que este fenómeno es producido por un parásito endémico de los Países Bajos, pero en la Holanda del siglo XVII, donde la floricultura era un fenómeno en ciernes y donde la tenencia de flores exóticas era considerada un símbolo de poder, la noticia de los extraños bulbos del profesor Clusius no tardó en propagarse de boca en boca dando como resultado el robo de aquellos primeros tulipanes cultivados en tierras holandesas. El cultivo y la venta se convirtieron en un negocio de lo más lucrativo. En 1.623, se llegaron a pagar 1.000 florines (el salario de casi 7 años de un holandés medio) por un sólo bulbo y se conservan incluso registros en los que se consigna el cambio de un tulipán por una lujosa mansión.
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La locura por las flores estaba servida y fue en la década de 1.630 cuando alcanzó su máximo esplendor. Los bulbos alcanzan precios exorbitados, llegándo a pagarse por uno sólo de ellos el precio récord de 6.000 florines... pero no todo iban a ser ganancias. Con los beneficios rondando el 500%, llegamos al año de 1636 y una epidemia de peste bubónica arrasa con buena parte de la población de los Países Bajos. La falta de mano de obra asesta un buen golpe al comercio de tulipanes y el gobierno holandés ve en ello una oportunidad irrepetible para poner freno a la especulación reinante con un edicto que prohíbe el tráfico de bulbos a futuro. La jugada no les puede salir peor. Pese a la prohibición gubernamental, las tabernas empiezan a convertirse en sede clandestina del windhandel (negocio del aire), un auténtico mercado sumergido en el que se compran y se venden activos que todavía no han llegado a cultivarse a cambio de florines que aún no han sido cobrados. La población holandesa se hipoteca a cambio de promesas plasmadas en un papel y las letras de cambio firmadas por los cultivadores empiezan a tener más valor que el propio dinero. Pero al fin y al cabo, se había formado una burbuja que tenía que estallar. En 1.637 se produjo la última gran venta. A partir de ahí, el negocio de los tulipanes se convirtió en un mercado en el que todos querían vender pero nadie quería comprar. Esto no habría supuesto un problema (relativamente) si sólo la nobleza se hubiera comprometido en la especulación floral... pero la posibilidad de empeñarse a futuro dió a los holandeses de a pie la excusa perfecta para entrar en el mercado más lucrativo del momento. Las letras de cambio se convirtieron en papel mojado. Los cultivadores se encontraban con que su producción se echaba a perder en los almacenes mientras que los compradores que
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habían pagado sumas enormes a cambio de un bulbo se veían con las manos vacías. La bancarrota golpea con fuerza a las empresas y los particulares, llevando la economía holandesa a la quiebra en menos de 3 meses.
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BAYONETA Cuando la pólvora está mojada, la munición escasea o el enemigo está tan cerca que el uso de los mosquetes se hace inviable ha llegado la hora de calar bayonetas, tocar a muerte y lanzarse a la carga. La hora de enzarzarse en un combate a cuchillo con una vorágine de plomo silbando alrededor. Nacida en el siglo XVII en la región francesa de Bayona, la bayoneta utilizada en Europa entre el siglo XVII y el XIX era una cuchilla larga y triangular que, o bien se calaba en la punta del mosquete, o bien se agarrabana con la mano y se utilizaban a modo de puñal (siendo mucho más común el primero de los usos y reservándose el segundo para ocasiones en las que el calado se hacía imposible). Si bien los tercios españoles renegaron de su uso y preferían ceñirse al mosquete y la pica, el uso de la bayoneta como media pica fue adoptado con gran maestría entre las tropas francesas, alcanzando su cénit en el ejército imperial de Napoleón, quien llegó a decir de este arma que "Para los valientes, el fusil no es mas que la empuñadura de la bayoneta". Ante el estupor de sus enemigos, las tropas francesas de Bonaparte basaban parte de sus tácticas en las descargas de mosquete a quemarropa y la posterior carrera desenfrenada, bayoneta en ristre, que sorprendía a los asaltados. De esta manera, los soldados que osaban enfrentarse a los imperiales (sin armadura y más entrenados para el uso de armas de fuego que para la esgrima) se encontraban de repente con el mordisco de un filo en el costado en medio de un infierno de barro y gritos. Ya en el siglo XX, la bayoneta fue utilizada testimonialmente en
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la Primera Guerra Mundial y en el frente europeo de la Segunda Guerra Mundial... pero su uso fue mucho más activo en el frente oriental. La década de los 40 constituyó el renacer de la bayoneta como instrumento de combate cuerpo a cuerpo. El arma que tanta gloria había dado a los ejércitos franceses en el pasado había dejado de ser una cuchilla triangular y alargada para convertirse en un machete más bien tosco que se adosaba a la boca de los fusiles, pero seguía asiendo igual de efectiva. En las islas del pacífico, el terreno se ganaba palmo a palmo y los soldados debían vigilar constantemente para no ser víctimas de una bala perdida... o de una carga a cuchillo. Pese a todo, no fueron pocos los soldados aliados que perecieron a punta de bayoneta en las pequeñas islas estratégicas conquistadas al eje. Tal fue la importancia de la bayoneta que, a día de hoy, el entrenamiento de las cargas y de su uso como media pica se sigue llevando a cabo en muchos cuerpos militares del mundo. Si bien la posibilidad de que un soldado moderno se enrede en una lucha a cuchilladas con otro es más bien remota, el entrenamiento de este tipo de lucha cuerpo a cuerpo sirve como acicate psicológico para completar la formación del futuro militar.
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LA PUERTA DE ISHTAR Nos vamos a desplazar en el tiempo y en el espacio hasta la fabulosa Babilonia del siglo VI a.C. para rendir merecido homenaje a uno de los monumentos más bellos jamás construídos. Imaginemos por un momento que somos viajeros, turistas que pisan por primera vez aquel faro de civilización en medio de un mundo azotado por la violencia. El año nuevo está próximo y la ciudad rebosa de gente que peregrina hacia el templo de Marduk cargada de ofrendas para el dios y sus sacerdotes. Las callejuelas zigzagueantes que transcurren entre las casas mantienen un uniforme color ocre hasta que nos incorporamos a la riada humana que discurre por la Avenida de la Procesión. De pronto, ante nuestros ojos se alza la Puerta de Ishtar. Brillando como una joya bajo la luz del mediodía, sus columnas azules se alzan a 14 metros de altura mientras entre ellas se crea un arco inmenso que permite el paso de hombres y carruajes a través de las murallas interiores. Desde los 10 metros de anchura de la puerta, leones, toros, dragones y otros animales mitológicos resaltados en dorado observan impasibles el paso de una marea de fieles que nunca se interrumpe, que siempre fluye rodeada de algarabía bajo la puerta consagrada a la diosa babilónica del amor y de la guerra. Tras la puerta, se alza aún más imponente una fortaleza integrada en la muralla interior e igualmente construída con los mismos ladrillos vidriados de lapislázuli. Entreverados entre el azul predominante, otros ladrillos de colores rojizos y dorados dibujan las siluetas estáticas de decenas de bestias que permiten del mismo modo el paso a través del tunel excavado en el
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conjunto. Después de pasar por la Puerta de Ishtar, la Avenida de la Procesión desemboca en la gran explanada de la ciudadela interior, en la que se encuentran una gran cantidad de templos dedicados a todo el panteón babilónico. Uno de ellos destaca sobre todos los demás: el Etemenanki. Consagrado a Marduk, patrón de Babilonia y cabeza visible de todo el panteón mesopotámico, el Etemenanki era un zigurat de 7 pisos y una altura total de 91 metros que contaba con un templo en su cumbre. Este colosal monumento era visible desde toda la ciudad y constituía el centro del los festejos del año nuevo, marcando con sus columnas doradas el camino a aquellos fieles que quisieran acudir a honrar a Marduk. No sin cierta nostalgia, abandonamos este pequeño viaje con la cabeza alzada hacia el más alto de los templos babilónicos, rodeados de peregrinos y con la brillante Puerta de Ishtar a nuestras espaldas. Es el momento de volver a la realidad... pero no de olvidar lo que hemos visto.
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LA BATALLA DE LOS TRES EMPERADORES Austerlitz, 2 de diciembre de 1.805. A un lado del campo, Napoleón y sus tropas imperiales; al otro lado, Alejandro I (zar de Rusia) y Francisco I (emperador de Austria y del Sacro Imperio) oponen sus soldados a los franceses. La batalla está servida. Considerada como uno de los ejemplos de estrategia militar más brillantes de la historia, la batalla de Austerlitz no se disputó tanto sobre el propio terreno como en los posicionamientos y estrategias de los días previos. Desde el 1 de diciembre, Napoleón había estado fraguando en su cabeza las distintas variantes hasta dar con la estrategia óptima. Con 73.000 hombres y 150 piezas de artillería por parte del bando francés más los 85.000 soldados y 290 cañones del bando austro-ruso, el frente de batalla se extendía a lo largo de varios kilómetros y atravesaba dos colinas que Bonaparte consideró como la clave de la victoria. Conscientemente, debilitó su flanco derecho y dio muestras de deliberadas de debilidad haciendo creer a la coalición rival que buscaba la posibilidad de una rendición honrosa. Alejandro I mordió el anzuelo y despobló el centro de su formación para nutrir de hombres a las columnas que debían pulverizar el costado francés. En la mañana del 2 de diciembre, la niebla hizo acto de presencia aliándose con los imperiales de Napoleón, que avanzaron en número de 17.000, saliendo del flanco izquierdo y rodeando la meseta de Pratzen para golpear desde atrás el lado derecho del frente austro-ruso. La batalla fue rápida y brutal. A
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las 9:30 de la mañana, la meseta estaba en manos francesas y los aliados tenían a los soldados imperiales hostigando su retaguardia mientras el grueso de la hueste napoleónica avanzaba por el centro. Las tropas de Alejandro I avanzaron haciendo caso omiso a la opinión del emperador austriaco, más proclive a la negociación y más consciente de que, con los soldados franceses en la retaguardia, el ejército de la coalición se dirigía hacia una trampa sin salida. Un combate feroz se entabló entre las columnas centrales al tiempo que el flanco izquierdo, formado en su mayoría por rusos, se lanzaba a la carga sobre el debilitado costado derecho de Napoleón. Los imperiales resistieron el primer envite, pero estaban en clara inferioridad y no podrían aguantar la posición demasiado tiempo... es en este momento cuando se produce uno de los hechos que convierten a Austerlitz en una joya de la estrategia. Durante la fase de preparativos, Bonaparte había ordenado al tercer cuerpo de ejército de Davout (en camino hacia Viena con 7.000 soldados) que se diera la vuelta y pusiera rumbo a Austerlitz. Los hombres del tercer cuerpo marcharon recorriendo 110 kilómetros en apenas 48 horas para aparecer tras la cresta de una de las colinas y cargar contra la columna aliada que se abalanzaba desprevenida sobre el débil flanco derecho. Podéis imaginar el resultado. A las 5 de la tarde de aquel 2 de diciembre de 1.805, la batalla había acabado. Alejandro I había puesto pies en polvorosa y Francisco I negociaba su rendición mientras sobre el campo de batalla yacían los cadáveres de 2.500 franceses, 20.000 rusos y 5.000 austriacos.
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EL SITIO DE MALTA Imaginemos por un momento que los turcos quieren conquistar Malta. Ahora, sumémosle a esto que un puñado de europeos a los que les caen bastante mal los musulmanes se han atrincherado y han hecho de la isla su bastión. Vamos un poco más allá: traslademos esto al siglo XVI, supongamos que los turcos son el Imperio Otomano y que los europeos son caballeros hospitalarios, una orden habituada a zurrarse la badana con los sarracenos... ya la tenemos liada. De un lado, el Imperio Otomano. Una fuerza de 48.000 hombres encabezados por 6.000 jenízaros y 9.000 sipahi. Del otro, las fuerzas cristianas; con un total de 6.100 soldados de los que tan sólo 500 esran caballeros hospitalarios. Además de las fuerzas principales, el Gran Sitio atrajo hasta Malta a aventureros y voluntarios de todos los signos, siendo los 800 soldados italianos y los 400 españoles los más representativos en el bando hospitalario mientras que los corsarios berberiscos lo eran en el otro contingente. El sultán veía en la conquista de Malta una oportunidad para establecer una base de operaciones desde la que poder saltar a Europa, por lo que reunió para la expedición una flota de 193 naves cargadas hasta los topes de soldados, caballería, cañones y maquinaria de asedio. El Gran Turco está hambriento de victorias y cuenta con una abrumadora fuerza a su favor. Mientras tanto, los caballeros hospitalarios comandados por Jean Parisot de la Valette no están dispuestos a entregar su sede al Islam. La suerte está echada. Los turcos llegan a Malta con las primeras luces del 18 de mayo pero no desembarcan inmediatamente, sino que costean la isla hasta llegar al puerto de Marsaxlokk para tener una mejor
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capacidad de ataque y abastecimiento. Fue en este fondeadero donde los comandantes otomanos cometieron su primer error. Al igual que pasó previamente con los romanos en Cannae, la comandancia de la hueste musulmana estaba repartida entre dos altos mandos: el visir Lala Mustafa Pasha y el almirante de la flota, Pialí Bajá. El primero era partidario de atacar Mdina, la vieja capital mientras que el segundo abogaba por un asedio sobre el Fuerte de San Elmo que no debería prolongarse en ningún caso más allá de unos pocos días. Convencidos de que San Elmo caería rápidamente dejando franco el paso hacia el Gran Puerto y, por ende, hacia los fuertes de San Miguel y San Ángel, los turcos aceptan la opinión de Pialí Bajá y montan una batería de 21 cañones que empiezan a bombardear la Valeta desde la ladera del monte Sciberras. El día 24 de Mayo, 100 caballeros hospitalarios y 500 soldados voluntarios con orden de resistir hasta el último hombre afrontan el primer combardeo desde las murallas de San Elmo. Los proyectiles de 130 libras asolan la capital de Malta mientras un sinfín de civiles buscan refugio en la fortaleza para ser evacuados a través del Gran Puerto. Por el camino, 3.000 hombres son reclutados entre la población maltesa y se unen a la defensa del fuerte. No en vano, el virrey de Sicilia ha prometido enviar refuerzos y la orden ni siquiera se plantea una posible traición por parte de un hermano de fé. Los refuerzos tienen que estar al llegar... pero no llegan. San Elmo queda reducido a escombros en menos de una semana, pero los caballeros no se rinden. El día 8 de junio, tras 15 días defendiendo un puñado de ruinas y rechazando una tras otra las incursiones turcas a través de La Valeta, los hospitalarios mandan un mensaje a su gran maestre: le piden que les deje hacer una salida contra las líneas otomanas y morir con la espada en la mano. La respuesta de Jean Parisot de la
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Valette no se hace esperar: devuelve al mensajero con orden de decirle a sus soldados que puede relevarlos si les da miedo morir tal como él mismo ha ordenado. Como era de esperar, la vergüenza hace que los defensores redoblen sus esfuerzos. Todos los días, decenas de heridos son evacuados a través del Gran Puerto hacia los fuertes de San Miguel y San Ángel para ser reemplazados por soldados de refresco con orden de no ceder ni un palmo de terreno. El montón de escombros en el que se ha convertido San Elmo es defendido con denuendo hasta que, a mediadios de junio, un corsario llamado Turgut Reis consigue cortar la comunicación marítima del fuerte asediado con sus homónimos de la otra orilla. San Elmo está solo pero, ante todo, San Elmo debe resistir en espera de los refuerzos prometidos. El día 17 de junio, Turgut es abatido por una descarga afortunada realizada desde elfuerte de San Ángel. El bombardeo continuo sobre San Elmo se prolonga ya durante casi un mes, pero los hospitalarios que quedan en el fuerte aislados del resto de la isla resisten, rebelándose ante la inmensa fuerza de la artillería turca. Día tras día, las salvas se detienen el tiempo justo para que regimientos de jenízaros, sipahi y tropas auxiliares bien entrenadas carguen contra el montón de escombros sobre el que se alza la bandera del hospital. Día tras día las cargas son rechazadas por un puñado de defensores cuyo número se reduce cada vez más. San Elmo cae el 23 de junio, tras resistir durante 29 días un asedio que nunca debería haber superado los 2. Los pocos defensores que permanecen en el fuerte, seriamente mermados por el hambre, la sed y las heridas, son pasados a cuchillo por los invasores. La toma de San Elmo se completa, pero deja tras de sí un balance de 6.000 soldados turcos (en su mayoría jenízaros) muertos entre los escombros de la capital maltesa.
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La flota otomana atraca por fin en Marsamxett, a resguardo de los cañonazos de San Ángel y la maquinaria de asedio del Gran Turco gira sus miras hacia el Gran Puerto y los dos fuertes restantes. San Elmo ha caído, sí, pero el tesón de los hospitalarios se ha convertido en un símbolo para toda Europa y, además, quedan dos bolsas de resistencia que le han de dar aún mucha guerra a la hueste del sultán. Centenares de voluntarios empiezan a llegar a Malta superando el bloqueo turco o sucumbiendo bajo sus cañonazos. El virrey de Sicilia no puede hacer caso omiso durante más tiempo a las peticiones de los hospitalarios y fleta una compañía de 600 hombres que llegan a la isla para unirse a la resistencia de San Ángel. El día 15 de julio, Mustafá ordena el ataque contra la península de Senglea, incurriendo en su segundo gran error. Con el Gran Puerto bloqueado por los hospitalarios y Pialí Bajá herido, Mustafá Pasha decide hacerse cargo de la flota y ordena el paso de 100 pequeñas naves desde Marsamxett hacia la ensenada contigua al fuerte de San Miguel a través de las cimas del monte Sciberras. Al mismo tiempo, el comandante turco ordena sendos ataques por tierra contra ambos fuertes... pero el terreno y la pericia de los defensores acaban pronto con la ofensiva. En primer lugar, los asaltantes terrestres se encuentran con el Borgo, un barrio de casas abigarradas que les impide el paso franco hacia el fuerte de San Ángel. En este arrabal, la muerte campa a sus anchas tras cada esquina y los turcos se encuentran con una emboscada tras otra hasta que se ven obligados a retirarse. Mientras tanto, las naves que habían fondeado en la ensenada parten hacia San Miguel, pero en su ansia por hacerse con el fuerte se ponen a tiro de las baterías de San Ángel, que dan buena cuenta de ellas reduciéndolas a astillas.
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Por último, los defensores cruzan de un fuerte a otro a través de un puente flotante y se unen a la resistencia allí donde son más necesarios. De este modo, los caballeros hospitalarios consiguen repeler por enésima vez a los otomanos en todos los frentes. La resistencia se mantenía. Allí donde había un caballero hospitalario, la moral se mantenía estable y las armas se empuñaban con tesón... pero el Gran Turco no se iba a rendir tan fácilmente. El 7 de agosto, Mustafá traslada las líneas de asedio del monte Sciberras a la península de Senglea y somete ambos fuertes a un feroz bombardeo al tiempo que las tropas turcas avanzan hacia el Borgo. El combate es encarnizado. Los hombres caen heridos o muertos por doquier sólo para ser retirados en parihuelas del campo de batalla y dejar su logar a otro soldado. La Valette combate en primera línea, hombro con hombro con sus hospitalarios. Los turcos forman una marea aullante que está empezando a sobrepasar las defensas maltesas en demasiados puntos. Todo está perdido, pero el hospital debe resistir hasta el último hombre. De repente, el frente otomano se desmorona. Los soldados turcos se baten en una retirada desorganizada que es jaleada por los cristianos desde las murallas.¿Qué está pasando? ¿por qué se retiran? La desbandada turca se debe al tercero de los grandes errores de su comandancia. En su ansia por tomar San Elmo, los turcos han dejado atrás la antigüa capital (Mdina) y, con ella, un pequeño destacamento de caballería a las órdenes del capitán Vincenzo Anastagi. Viendo los fuertes casi rendidos, Anastagi decide jugárselo todo a una carta y ataca el desprotegido hospital de campo turco,
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arrasando las tiendas repletas de heridos y moribundos. La ofensiva coge a Pasha tan desprevenido que piensa que se trata de un ataque a gran escala y ordena el repliegue inmediato de sus tropas hacia la retaguardia. Malta resiste un día más. En el último gran asalto turco sobre las fortalezas, iniciado el día 19 de agosto, Pasha ordenó retomar el bombardeo y envió todo lo que tenía contra el Borgo y San Miguel. En la tarde del 21 de agosto, la horda otomana consigue por fin abrir una brecha en las murallas del Borgo. La ciudad corre un serio riesgo de caer... pero es en momentos como estos cuando lo héroes reclaman su lugar en la historia. La Valette, espada en mano y seguido de un contingente de hospitalarios, se abalanza sobre la brecha y empieza a repartir muerte entre las filas turcas hasta que estas emprenden la retirada. Aún hubo tiempo para un par de asaltos más por parte de Mustafa Pasha, pero los fuertes de San Miguel y San Ángel, con ayuda de la caballería de Mdina y de los refuerzos que llegaban sin descanso a Malta, resistieron hasta que, el día 12 de septiembre, los turcos pusieron pies en polvorosa y huyeron a bordo de su flota. La cifra de muertos varía enormemente según la fuente que consultemos, pero los números oscilan entre los 25.000 y los 35.000 turcos muertos, en su mayoría jenízaros y sipahi. Por el lado maltés, la población de la isla, así como el censo de la orden fueron diezmados en un tercio de su número original. Los principales fuertes y ciudades de Malta habían quedado reducidos a escombros, pero la resistencia a ultranza de los hospitalarios había conseguido poner freno al avance turco y obligar al sultán a replegarse hacia sus tierras.
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DE MUERTES CURIOSAS Demos un paseo a través de algunas de las muertes más ridículas y curiosas de toda la historia. Podría decir que no sé por dónde empezar... pero como el orden de los factores no altera el producto, vamos a presentarlo en formato lista: –
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Carlos VII, rey de Francia y de Nápoles desde 1.483 hasta su muerte en 1498. Este rey de constitución débil y salud enfermiza murió cuando tan sólo contaba con 27 años. Mientras se divertía en una partida del juego de pelota, se dio un cabezazo contra el dintel de una puerta que le produjo una apoplejía y una muerte casi instantánea. En España también tenemos lo nuestro... Enrique I de Castilla, el rey que nunca llegó a reinar. Este muchacho fue nombrado rey a la tierna edad de 10 años. La regencia fue llevada a cabo por su madre y, a la muerte de esta, por su hermana Berenguela. Poco después, la Casa de Lara se interpuso en la regencia obligando a Berenguela a renunciar y pactando para el joven Enrique un provechoso matrimonio con la princesa del reino de León. Este matrimonio nunca llegó a celebrarse debido a que Enrique, que a la sazón contaba con 13 años de edad, murió por una pedrada en la cabeza que le había dado un compañero de juegos en el patio de su palacio. Viajamos a Grecia para asistir a la muerte de Alejandro I en el año 1.920. Ferviente admirador de los animales, contaba con una buena colección de ellos en sus jardines privados. No deja de ser irónico que muriese debido a una infección provocada por la mordedura de uno de sus propios monos.
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Avanzamos ahora hasta el año 1.927. Isadora Duncan, archiconocida bailarina estadounidense se encuentra en Niza. Aún atractiva a sus 49 años, se monta en el coche de un mecánico italiano con la intención de dar una vuelta... pero la larga estola de seda que lleva alrededor del cuello queda enredada en los radios de una de la ruedas del coche e Isadora es lanzada fuera del vehículo, muriendo estrangulada por su bufanda. Atila, rey de los hunos y azote de Dios. En el año 453, la misma noche que celebraba su boda con la princesa goda Ildico, Atila se emborrachó tanto que ni siquiera se dio cuenta de que sangraba profusamente por la nariz. Se quedó dormido y sus hombres hallaron su cadáver a la mañana siguiente... ahogado en su propia sangre. Saltamos de nuevo hacia una época reciente. William Burroughs, afamado escritor norteamericano, se encontraba con su mujer en México en 1.951 y el alcohol corría por doquier. En un momento de... especial lucidez, Burroughs decide que sería buena idea jugar con su mujer a Guillermo Tell, pero con un Colt 45. ¿El resultado? Burroughs fue encarcelado y su mujer recibió un bonito trozo de plomo entre ceja y ceja.
Podríamos añadir alguna más pero... la muerte de la señora Burroughs me parece sólo superada por el reciente fallecimiento del actor David Carradine, cuyo cadáver fue encontrado con una peluca y un liguero en la habitación llena de lencería roja de un hotel tailandés. El actor había muerto a la edad de 72 años mientras se infligía una auto asfixia con fines masturbatorios. En fin, la estupidez humana es inabarcable.
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KIELHALEN, LA JUSTICIA EN EL MAR Hubo tiempos en que los marineros podían pasar meses a bordo de sus barcos; en que la vida seguía adelante entre millones de litros de agua salada, sin ver una sola porción de tierra en semanas. En esos tiempos, los capitanes de navío, como depositarios de la máxima autoridad en aquellas pequeñas patrias flotantes, debían cuidar de que sus hombres cumplieran las leyes del mar y no terminasen apuñalándose unos a otros por un pedazo de pan mohoso. Corría el siglo XVI y uno de los métodos de ejecución preferidos por los marinos era el kielhalen. ¿Habéis oído alguna vez la expresión "pasar por la quilla"? Pues eso es lo que era exactamente el kielhalen. Al principio, se ataba al reo a una soga que se dejaba pasar justo por debajo del barco; acto seguido, se podía llevar a cabo la ejecución de dos maneras distintas: o bien se pasaba al condenado por la quilla de lado a lado, o bien se le arrastraba a lo largo del barco. Normalmente, la segunda opción era la elegida y, entonces, se volvían a presentar dos sencillas posibilidades: deprisa o despacio. En caso de que la pasada se hiciera lentamente, el peso del propio ejecutado mantenía su cuerpo lejos de la quilla, pero el kielhalen se cobraba su vida por ahogamiento antes de que su cuerpo apareciera por el otro lado de la embarcación. Si la opción elegida era la segunda, el reo no llegaba a morir ahogado... porque no le daba tiempo. En una rápida pasada, el cuerpo del condenado se desgarraba contra la quilla cortándose con los trozos de mariscos, conchas y demás escoria desecada que había quedado adherida al casco de la embarcación durante meses. La cantidad de morralla que se pegaba al fondo del
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barco era tal que en ocasiones llegaba a producir la decapitación del reo, que aparecía por el extremo contrario convertido en un guiñapo sanguinolento e irreconocible. Como castigo, el kielhalen estuvo presente en la armada alemana hasta su abolición oficial en el año 1.853, pero fue usado regularmente por la British Royal Navy, por capitanes mercantes independientes e incluso por piratas.
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BATALLAS NAVALES EN TIERRA FIRME A primera vista, resulta imposible celebrar una batalla naval lejos del mar... pero como ya demostró en Alesia, para Julio César no había nada imposible. Él fue el precursor de las naumaquias, auténticas guerras marineras en el corazón de Roma. En el año 46 a.C., incluída en el marco de unos fastuosos festejos debidos a su cuádruple triunfo, César ordenó que se cavara un foso en una de las márgenes del río Tíber y llevó hasta allí un sinfín de barcos. Esta es la primera naumaquia de la que se tiene constancia y enfrentó a 2.000 combatientes y 4.000 remeros (tomados de entre los prisioneros de guerra) para deleite de la más que razonablemente asombrada población de la capital del mundo conocido. Años más tarde, en el 2 a.C., César Augusto aprovechó la inauguración de un templo consagrado a Marte para emular a Julio con una naumaquia en la que combatieron 3.000 hombres a bordo de 30 barcos grandes y una miríada de embarcaciones más pequeñas. En un principio, las naumaquias se celebraron en fosos excavados junto a la orilla de grandes ríos como el Tíber pero, en el año 52 d.C., Claudio introduce una variante que convierte estas representaciones en algo más que simples combates de gladiadores llevados a cabo en la cubierta de un barco. Antes de iniciar el drenaje del lago Fucino, el emperador decide delimitar una parte de su enorme superficie para celebrar una auténtica batalla naval con barcos que representaban a las flotas de Sicilia y de Rodas y que se enfrentaron en un combate con maniobras
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de aproximación y embestidas en toda regla. Cinco años más tarde, Nerón decide empezar a celebrar las naumaquias lejos de las grandes masas de agua. En un intento por acercar estos espectáculos al pueblo, Nerón decide construir una gran piscina de madera en el Campo de Marte y celebra la primera de sus naumaquias en ella. Dado el rotundo éxito que consigue y el auge de popularidad que de ello se deriva, el emperador decide repetir la experiencia en el año 64 d.C. Pero estas primeras piscinas de madera no eran nada comparadas con la revolución introducida por Tito Flavio. Si César había conseguido juntar miles de combatientes en un espacio reducidamente pequeño y Nerón había conseguido llevar la pasión por las naumaquias hasta el ciudadano de a pie, ¿por qué no celebrar una gran batalla en el flamante anfiteatro que se acababa de inaugurar en el corazón de Roma? Dicho y hecho. El Coliseo, con sus 50.000 localidades, fue inundado en una obra faraónica de la brillante ingeniería imperial y su arena se utilizó para que miles de gargantas jalearan el espectáculo de miles de hombres matándose unos a otros en la cubierta de los barcos. La superficie del Coliseo era mucho más pequeña que la de las piscinas o los fosos utilizados con anterioridad, por lo que la maniobrabilidad de las naves era casi nula, pero su capacidad era mucho más grande y la aclamación del público fue tal que se se volvió a inundar el anfiteatro romano en al menos dos ocasiones más (en el año 85 y en el 89). Las naumaquias se siguieron celebrando durante siglos, si bien la fiebre inicial se fue disolviendo paulatinamente hasta convertir estas batallas en meras representaciones treatrales. A día de hoy, la naumaquia está considerada como un recurso artístico condenadamente difícil de llevar a cabo sobre un escenario debido a la ingente cantidad de recursos que requiere.
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LA BALLESTA, EL ARMA PROHIBIDA Este "arco plano" llegó a convertirse en un arma tan poderosa que su uso contra los cristianos fue prohibido en el Segundo Concilio de Letrán (1.139) bajo pena de excomunión por considerarse injusto que un simple ballestero pudiera abatir sin dificultades a un caballero acorazado que había entrenado para el combate durante toda su vida. Si bien existen referencias a ballestas asiáticas modificadas que se remontan al siglo III a.C., tomaremos como punto de partida para la evolución europea de esta arma la balista romana. En los tiempos en que las águilas romanas campaban por Europa a sus anchas, los asedios se decidían tanto por aguante como por fuerza bruta; es en este aspecto en el que las balistas empiezan a tomar importancia. Tomando como base el arco, la evolución de este hacia la balista era tan sólo cuestión de tiempo. La balista consistía en un arco enorme montado en horizontal sobre un trípode y manejado por cuadrillas de tres hombres, dos de ellos encargados de tensar la cuerda mientras que el tercero cargaba el carril con piedras o grandes proyectiles. Siglos más tarde, la balista evolucionó hacia la ballesta de mano, que alcanzó su máximo esplendor en la convulsa Europa del siglo X. La ballesta se cargaba poniendo el arco sobre el suelo, pisándolo y tensando la cuerda (de fibra vegetal o tripa trenzada) con los brazos. Acto seguido, el ballestero cargaba un virote sobre la guía y apretaba el gatillo. Si bien el mecanismo de carga era rústico y relativamente lento,
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un ballestero experto era capaz de disparar dos virotes por minuto. Esta facilidad, unida a la potencia de tiro y a que el entrenamiento necesario para convertirse en ballestero era prácticamente nulo, convirtieron este arma en el fusil de asalto medieval. Pero no todo iba a ser tan sencillo. Si bien se comprobó que el uso de las ballestas era mortal contra las levas y la infantería, su efectividad contra tropas montadas era bastante menor. De esta manera, con el objetivo de abatir a los caballeros, la ballesta alcanza su evolución más letal. La arbalesta constituye el último escalón evolutivo de la ballesta como arma de guerra y sus proyectiles eran capaces de atravesar limpiamente una cota de malla a 350 metros. Este incremento en la potencia de disparo se consiguió mediante la sustitución de los arcos de madera por piezas metálicas capaces de almacenar mucha más energía. Además, se cambió la cuerda de tripa por un hilo de alambre y se incorporó un sistema de recarga por manivela que hacía este proceso mucho más rápido. A día de hoy, la ballesta aún es utilizada como arma recreativa o de caza, pero su uso en combate dejó de ser efectivo en torno al siglo XV con la aparición de arcabuces y mosquetes, igual de fáciles de usar y cuya potencia de fuego era mucho mayor.
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EL SEÑOR DE LOS OCÉANOS Si os digo que su nombre era Temujin, quizá no os diga nada; pero si añadimos que su leitmotiv fue "lo mejor que un hombre puede hacer es perseguir y derrotar a su enemigo, apoderarse de sus pertenencias, montar sus caballos y usar el cuerpo de sus mujeres y dejarlas llorando y gimiendo", quizá ya sepáis de quién estamos hablando. ¿Aún no? Vamos con la pista definitiva: fue elegido por el Washington Post como la figura más importante del segundo milenio y, aunque nació bajo el nombre de Temujin, fue conocido en todo el mundo como Gengis Khan. Temujin nació alrededor del año 1.167, en una época en la que la nación mongola estaba dividida en infinidad de tribus enfrentadas entre sí. Los hombres morían a centenares y cualquier conato de alianza era rápidamente aplastado por los clanes rivales o por otras tribus deseosas de sembrar la discordia entre los pueblos de la estepa... pero la vida sigue y, en este contexto, uno de los jefes de clan llamado Yesugei vio nacer a su primer hijo. Yesugei era un líder poderoso, pero no tanto como para que los tártaros, el terror de la llanura, no se atreviesen a atacarle. Debido a esto, Yesugei fue envenenado por sus enemigos tártaros en una fiesta a la que había sido invitado atraído mediante engaños. Temujin queda huérfano de padre a la edad de nueve años; pero no todo está perdido. Su madre, Hulun, queda al cuidado del joven heredero y le inculca una educación adecuada para hacerse cargo de los designios de un pueblo que aún llora la muerte de su líder. La tribu de nuestro protagonista, temerosa ante la idea de que
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les guiara un khan tan jóven y, según su opinión, tan débil, empieza a abandonar a Temujin. Dos terceras partes del clan desertan mientras el resto de tribus se abalanzan como buitres sobre las fértiles tierras gobernadas por el joven cacique. Hulun, viéndo la indefensión en que se encuentra su tribu, a la que casi no le quedan guerreros, coge a su hijo y huye a la inmensidad de la estepa. Aquí comienza la leyenda de cómo un niño huérfano llamado Temujin llegó a convertirse en el líder unificador de todas las tribus mongolas y en el regente del imperio más grande de la historia. Temujin crece en el agreste salvajismo de la llanura asiática, pero no se contagia de él. Su madre, siempre atenta a su educación, y los pocos leales que habían huído con él le instruyen en conceptos tan dispares como la diplomacia, la lucha con espada, la monta de los célebres caballos mongoles y el tiro con arco. A la edad de 13 años, Temujin considera que su momento ha llegado: se arma de valor y llama a los antiguos banderizos de su padre. La respuesta, por desgracia, no fue la que él esperaba. En vista de la oportinidad que se les presentaba y temerosos de que el joven aspirante a khan (pues ya había perdido aquel título) pudiera causarles algún problema, los que fueron lugartenientes de Yesugai meten a Temujin en un cepo y se lo entregan a Tartugai, el khan de la tribu más odiada por la gente de nuestro protagonista. Los días pasan con lentitud desesperante y Temujin utiliza decenas de sutiles estratagemas para granjearse la simpatía del carcelero que Tartugai había designado para él. Una noche, aprovechando un descuido de su guardián, Temujin le apuñala con su propia daga y se da a la fuga, refugiándose en el cauce seco de un río mientras Tartugai pone todo su empeño en darle caza.
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Enfadado por el trato que le habían dado los banderizos de su padre, Temujin empezó a recoger los retzos de lealtad con los que aún contaba y estableció una provechosa alianza con Toghrul, el líder de la tribu más poderosa de la estepa en ese momento. Toghrul, tras escuchar la historia de Temujin y consciente del linaje que corría por sus venas, le ofreció en matrimonio a su hija Burte, a la que nuestro protagonista amaría y respetaría todos los días de su vida. El tiempo pasó y Temujin alcanzó la edad de 17 años completando su formación gracias a la hospitalidad de su nuevo clan. En este momento, contando con unos aliados poderosos que le respaldaban sin reservas, Temujin se lanzó a la conquista de la llanura. Aplastó sin ceremonia a las tribus más débiles, dejando tan sólo unos pocos supervivientes para que fueran vendidos como esclavos. La historia del hijo de Yesugai resurgiendo de sus cenizas para vengar la muerte de su padre se extendió como un incendio por la estepa y cada vez más guerreros se unían a su causa. Por fin llegó el momento en el que Temujin pudo enfrentarse una vez más a Tartugai. De un lado del campo de batalla, 13.000 mongoles de tribus dispares bajo el mando del líder en ciernes; al otro, 30.000 tai-schutos confiados en poder vencer sin demasiados problemas a aquel arrogante joven y a su horda de desharrapados. ¿El resultado? los tai-schutos fueron barridos del campo de batalla y su tribu fue exterminada desde el guerrero más orgullosos hasta el bebé más inofensivo mientras 60 de sus lugartenientes más importantes eran ejecutados mediante la inmersión en agua hirviendo. En los años que siguieron a la masacre de los tai-schutos, Temujin se dedicó a golpear sin piedad al resto de tribus, sometiéndolas una tras otra hasta que, en el año 1.203, rompió
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sus lazos de alianza con Toghrul y lo expulsó de su propio territorio. A estas alturas, el ejército comandado por nuestro protagonista era ya más poderoso que cualquiera que pudieran oponerle, por lo que los keraitas de Toghrul no pudieron hacer nada salvo seguir a su líder y someterse a la voluntad de Temujin. Tres años más tarde, en 1.206, se celebró la asamblea de jefes tribales en la que Temujin obtuvo el nombre que le acompañaría durante el resto de su vida. Los mongoles tenían la creencia de que la tierra no era sino una gran llanura rodeada de océanos, por lo que otorgaron a Temujin el título de Gengis Khan: Señor de todos los océanos. De esta manera, a los 39 años de edad, el hijo desterrado de Yesugai se convirtió en el emperador de los mongoles. Durante los años siguientes, el recién nombrado khan, se afanó en sentar las bases del imperio mongol. Agradecido por la educación que le había dado Hulun e impulsado por el amor que profesaba hacia su esposa Burte (que a estas alturas le había dado ya cuatro hijos), Gengis Khan dio privilegios a las mujeres otorgándoles el derecho a la propiedad privada e incluso a combatir junto a los guerreros. Acto seguido, el nuevo líder se concentró en reunir el ejército más poderoso que había pisado la estepa y lanzarlo contra sus enemigos para extender aún más sus dominios... Si bien los contingentes comandados por Gengis Khan nunca fueron demasiado numerosos (contaban con una fuerza máxima de 110.000 hombres), cada tropa estaba formada por soldados altamente cualificados y terriblemente profesionales en su oficio. El soldado mongol pertenecía obligatoriamente al ejército desde los 15 años hasta los 70... o hasta su muerte, lo que llegara antes. Se mantenían en constante movimiento y nuca
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dejaban de ejercitarse en la monta de sus famosos ponys ni en el tiro con arco, lo que los convertía a la larga en unos centauros capaces de disparar certeras flechas en pleno galope. Su armadura estaba formada por una coraza de cuero de caballo curtida y un escudo del mismo material. Esta peculiar vestimenta protegía al jinete mongol de las flechas enemigas al tiempo que le otorgaba una ligereza y una movilidad nada desdeñables. Los soldados de Gengis Khan completaban su impedimenta con mortales arcos de madera tensados con tendones a los que añadían toda suerte de dagas, espadas largas, lanzas y ganchos. La fuerza de la horda mongola se basaba en los ponys de cuello grueso y pequeña alzada que poblaban la estepa asiática. Las cortas patas de estos animales les permitían una gran maniobrabilidad durante las largas marchas acometidas por la horda en la que cada jinete llevaba consigo cinco monturas que le facultaban para recorrer distancias de hasta 200 kilómetros al día. Pero al fin y al cabo, el gran ejército de la Mongolia unificada no era más que una horda desorganizada... y Gengis lo sabía. Por este motivo, el gran Khan contrató ingenieros militares que llegaron desde los cuatro puntos cardinales para instruir a los mongoles en el uso de maquinaria y tácticas de asedio. Con su recién adquirida formación, un ejército de 70.000 hombres y mujeres bajo el mando de Gengis Khan emprende en el año 1211 la conquista de China. Uno tras otro, los contingentes enviados por el emperador chino contra la horda mongola son derrotados sin dejar supervivientes. Las tropas montadas de Gengis avanzan sin prisas barriendo el norte de China hasta que por fin, en el año 1.215, conquistan Pekín tras aplicar brillantemente los conocimientos que les habían enseñado los ingenieros militares para superar unas murallas de 12 metros.
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Con el norte de China en sus manos, Gengis decide volver a la estepa para pacificar sus propias tierras, que ya empiezan a bullir tras un periodo de 4 años sin líder. Por esta razón, el ejército mongol que había emprendido la conquista de se divide , volviendo una fracción con Gengis mientras que la mayor parte queda bajo el mando de Muqali, el lugarteniente mongol que culminaría la conquista de Corea tan sólo 3 años después de la caída de Pekín. Así llegamos al año 1.219. Oriente está bajo domino mongol y el gran Khan, lejos de ver satisfecha su hambre de conquista, fija su vista en occidente. Al oeste de la estepa se encuentran las provincias orientales del Islam. Gengis Khan, consciente de que la fuerza de los musulmanes es mucho más grande que la suya propia, decide tomar la vía diplomática y pone en camino una caravana de comerciantes cargados de obsequios para el gobernador de Utrar, en el reino de Karhezm. Los comerciantes son saqueados y asesinados a las puertas de la ciudad. Aun así, el dirigente mongol no abandona la vía diplomática y decide enviar un emisario a Samarcanda, capital del reino, pidiendo la destitución inmediata del gobernador de Utrar... los musulmanes deciden ejecutar al mensajero sin ni siquiera escucharle y esto, como es lógico, desata la furia de Gengis Khan. Una gran horda mongola comandada por el propio Gengis entra a sangre y fuego en el reino aplastando toda oposición. Sólo en la primera batalla, las tropas del Khan exterminan a una fuerza musulmana de de 160.000 hombres. Los soldados de Gengis son como una plaga de langostas. Lo destruyen todo a su paso; ni una sola aldea queda sin saquear en el camino hacia la ciudad de Utrar, que sufre un asedio de 5 meses que sólo se levanta cuando el Kahn pasa a cuchillo a
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todos sus habitantes y mata a su gobernador vertiendo plata fundida sobre sus ojos. El hambre de conquista es imparable y, ahora que Utrar ha caído, los mongoles encuentran franco el camino hacia Samarcanda. La mítica ciudad es tomada y saqueada en el año 1.220. Sus intelectuales más preeminentes son capturados y enviados a Mongolia mientras que el resto de la población es asesinada sin distinción de sexo o edad. De esta manera, Gengis conquista los territorios correspondientes a las acuales Irán, Irak y Turquestán. Una vez ha vencido la resistencia musulmana de oriente medio, Gengis Khan fija sus miras en la enorme Rusia, que se sacude azotada por las disputas internas entre los príncipes de sus distintos rus. El ejército mongol se pone en movimiento hacia la actual Donetsk (en Ucrania oriental). Los príncipes, en vista de la amenaza que se les viene encima, dejan a un lado sus rencillas y se unen, convocando a una gran fuerza combinada de 80.000 hombres que deben hacer frente a los 20.000 jinetes mongoles desplegados a la orilla del río Kalka. El resultado de esta batalla podéis imaginarlo. Las fuerzas rusas son aplastadas y una nueva parcela de terreno se suma al extenso imperio del Señor de los océanos. Satisfecho en su orgullo, Gengis Khan gira de nuevo sus ojos hacia oriente con la esperanza de poder completar la que fue su primera gran empresa. El norte de China se postra ante su dominio, pero en el sur aún se alzan voces que claman por la libertad. Esas voces disidentes, como es natural, deben ser aplastadas. Gengis cabalga sin descanso de vuelta a la llanura, aún imponente a sus 60 años de edad. Si bien el gran Khan no pudo ser abatido por flechas ni espadas durante sus largos años de
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combate, el destino quiso que fuera víctima de la más que deficiente higiene mongola. Gengis Khan, orgulloso caudillo de las tribus esteparias, moría víctima del tifus en el año 1.227. El imperio más grande de la historia fue repartido entre los cuatro hijos que Gengis había tenido con su esposa Burte. Los vástagos del Khan enterraron a su padre con todos los honores en un lugar secreto que, a día de hoy, ningún arqueólogo ha sido capaz de encontrar.
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ARBEIT MACHT FREI El trabajo os hace libres... Esta es la cínica inscripción que leían aquellos que eran enviados a encontrarse con su destino en Auschwitz. Este campo de exterminio, el más grande jamás creado por la Alemania nazi, se encontraba a unos 60 kilómetros al oeste de Cracovia y estaba compuesto a su vez por varios subcampos. Auschwitz I, fundado el 20 de Mayo de 1.940, conformaba el centro administrativo de todo el complejo. En él, una cifra de entre trece y dieciseismil prisioneros se hacinaban luchando por sobrevivir día tras día. El interior de este subcampo era vigilado por tropas de la Totenkopfverbande SS, escindidas de la Waffen SS y encargadas de la seguridad de los campos. Puesto que el campo se hallaba escandalosamente masificado, los vigilantes se servían de prisioneros a los que se les encomendaba la tarea de controlar a los demás reos a cambio de mejores condiciones durante su estancia en este subcampo (kapos). Al contrario que el primer campo, Auschitz II (Birkenau) estaba dedicado por completo al exterminio de prisioneros y de “excedentes” de los otros subcampos, para lo estaba equipado con cuatro crematorios dotados de sendas cámaras de gas que podían albergar hasta 2.500 personas por turno. Para evitar motines, a los prisioneros que eran llevados a las cámaras de gas se les convencía de que eran habitaciones destinadas a proporcionarles una ducha y un tratamiento desinfectante, por lo que debían dejar sus pertenencias en un casillero y recordar su número para recogerlas a la salida. Una vez dentro de la cámara de gas, el temido Zyklon B tardaba en actuar unos 25 minutos tras los cuales otros
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prisioneros, conocidos como Sonderkommandos y especialmente escogidos para este fin, arrancaban a los finados los dientes de oro, anillos o cualquier otra posesión de valor que pudieran tener y llevaban los cadáveres a los crematorios anexos para su eliminación. Fue tal el horror que se desató en Birkenau que su recuerdo prevalece sobre el del propio complejo hasta el punto de que el conocimiento popular reduce la extensión de Auschwitz a aquellas cámaras de gas y al funesto recuerdo de los enormes hornos crematorios que escupían hacia el firmamento una lluvia continua de cenizas humanas. Sobre Auschwitz III (Monowitz) hay más bien poco que decir. Se trataba de un subcampo de trabajo, supeditado a la empresa alemana IG Farben, cuya función era hacer trabajar a los prisioneros hasta la extenuación para la industria de guerra alemana y enviarlos a Auschwitz II cuando ya no servían ni tan siquiera para ser explotados como mano de obra gratuíta. A parte de los tres subcampos anteriormente descritos existían una infinidad más de subcampos, de menor extensión e importancia que los tres principales, supeditados al complejo de Auschwitz. Esta miríada de pequeños subcampos eran, al igual que Auschwitz I y Auschwitz III, campos de trabajo, por lo que conviene saber que el complejo no era en su totalidad un campo de exterminio, como se tiende a creer, sino que uno de sus subcampos, concretamente Auschwitz II Birkenau, estaba dedicado por completo al exterminio masivo de prisioneros que ya no resultaban útiles para los demás campos de trabajo. La historia juzgó en su momento las acciones de los dementes que idearon esta fábrica de atrocidades. A día de hoy, la responsabilidad de que esto no vuelva a repetirse recae sobre nosotros.
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EL PARTIDO QUE NUNCA SE JUGÓ Vamos a dedicar esta historia a un partido de fútbol que nunca llegó a disputarse pero que, aún así, marcó el inicio simbólico de la Guerra de los Balcanes. Día 5 de mayo del año 1.990. El muro de Berlín ha caído, la hoz y el martillo pierden fuerza en toda Europa del este mientras los antiguos satélites soviéticos empiezan a clamar por su propia identidad nacional. En este contexto llegamos al derbi de los derbis en la liga yugoslava: el Dínamo de Zagreb (croata) contra el Estrella Roja de Belgrado (serbio). Un número cercano a 3.000 Delije (hinchas radicales del Estrella Roja) se desplazan hasta la capital de Croacia al mando de su líder, un hooligan llamado Arkan y sobradamente conocido por la policía. En Zagreb les esperan los Bad Blue Boys, el grupo radical del Dínamo. Los ánimos están caldeados más por la inestable situación política que por la importancia del partido en sí misma, ya que el Estrella Roja tenía la liga ganada cuando acudió al estadio Maksimir en aquel 5 de mayo. El contingente de Delije empieza a sembrar el caos en las calles de Zagreb. Por su parte, los Bad Blue Boys no se quedan atrás y contestan a los seguidores serbios oponiéndoles toda la violencia que son capaces de desplegar, lo que se salda con un largo día de disturbios por toda la capital croata antes de que ambos grupos radicales sean conducidos al interior del estadio en medio de un fortísimo dispositivo policial. El estadio Maksimir, con 30.000 espectadores de capacidad,
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supera los dos tercios de su aforo... pero aún falta una hora para el inicio del partido y los hooligans, como siempre, se aburren. Arkan y sus Delije empiezan a entonar cantos nacionalistas serbios mientras los Bad Blue Boys tratan de contrarrestarlos gritando consignas pro-croatas desde el fondo opuesto. Los jugadores de ambos equipos, entre los que se encontraban futbolistas como Robert Prosinecki (Estrella Roja) o Davor Suker (Dínamo de Zagreb), saltan al campo y la locura se desata. Los Delije empiezan a arrancar las vallas publicitarias y los asientos del estadio para lanzarlos contra los aficionados no radicales del Dínamo, causando decenas de heridos mientras que la policía, mayoritariamente serbia, no interviene. La grada de los Bad Blue Boys empieza a bullir clamando contra la actitud de los Delije contra los aficionados "normales" del equipo croata y contra la pasividad de la policía mientras los jugadores del Estrella Roja, viendo el percal, enfilan hacia el túnel de vestuarios. Viendo la retirada pacífica de su equipo, Arkan estalla y los Delije empiezan a sacar cuchillos, descendiendo hacia la grada general y apuñalando a decenas de aficionados mientras la policía contempla la escena sin decidirse a actuar. En vista de esto, los Bad Blue Boys bajan de su grada, pisando el césped del estadio Maksimir y emprendiendo una carga desenfrenada contra los radicales del Estrella Roja. Es en este momento cuando la policía interviene tratando de abortar la carga de los croatas. Zvonimir Boban, futbolísta emblemático del Dínamo, la emprende a patadas con un policía mientras una avanzadilla de los Bad Blue Boys le rodea para protegerle. La policía empieza a disparar cañones de agua contra el núcleo de los radicales croatas y los vehículos militares hacen acto de presencia en el césped. Viendo que los disturbios se les han ido completamente de las manos, los policías serbios deciden lanzar
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botes de gas indiscriminadamente sobre todas las gradas con la esperanza de evacuar el estadio, que, finalmente, se queda vacío. ¿He dicho vacío? Bueno, eso no es del todo cierto. Sobre el césped y entre las gradas destrozadas yacen centenares de heridos. Las palizas y las puñaladas se han cobrado su saldo, pero ha sido el gas lanzado por la policía el que ha dado la puntilla provocando un sinfín de intoxicaciones y desmayos. Esta es la historia del partido que nunca se jugó. Algo más de un año después, los Dejile y los Bad Blue Boys volverían a verse las caras, pero esta vez no sería en un estadio sino en un campo de batalla. La mayoría de los radicales del Dínamo se unió a la milicia croata mientras que Arkan se convirtió en un señor de la guerra y fundó su propio grupo paramilitar (los tigres de Arkan) con antiguos integrantes de Delije. Pero eso ya es otra historia... ¿o quizá no?
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LA BATALLA DEL MILLÓN DE BAJAS A principios de diciembre de 1.915, el alto mando aliado se reunió en Chantilly (Francia) para determinar la estrategia que deberían seguir durante el próximo año. En esta conferencia se decidió emprender una ofensiva conjunta desde territorio francés que debía impactar contra las líneas alemanas en el valle del río Somme aplastando toda resistencia y obligando a los imperiales a retirarse continente adentro... lo que los aliados no sabían es que los generales del Reich habían fortificado sus líneas en el Somme y habían planeado su propia ofensiva contra otra de las posiciones francesas: Verdún. Los aliados avanzan hacia el valle del Somme cuando, el 21 de febrero de 1.916, los alemanes atacan Verdún. La ofensiva coge desprevenidos a los franceses y el alto mando, deseoso de conservar los territorios de la Lorena, desvía a la columna gala hacia la ratonera creada por los imperiales. De esta manera, el peso de la ofensiva del Somme queda en manos de las tropas británicas. Una semana antes del inicio de la batalla, la maquinaria de guerra británica se pone en movimiento y las 19 divisiones desplazadas hasta el valle del Somme empiezan a trabajar. Los Royal Fliying Corps empiezan a derribar Fokker alemanes y se hace con la supremacía del espacio aéreo. Al mismo tiempo, la artillería dispara sin descanso una lluvia de granadas sobre las posiciones del Reich mientras, bajo tierra, los zapadores británicos cavan túneles bajo las trincheras y bajo las principales líneas de abastecimiento alemanas. Estos túneles son rellenados con explosivos y los esforzados zapadores se retiran hacia
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posiciones más seguras con la satisfacción del trabajo bien hecho. Así llegamos al día 1 de julio de 1.916. A las 7:20 de la mañana, los ingenieros británicos empiezan a detonar las cargas con las que se habían cebado las galerías subterráneas. 10 minutos después, todas las trincheras alemanas han saltado por los aires y la infantería británica empieza a avanzar sobre el campo desolado del Somme. Los ingleses caminaban con aplomo, confiando en que la semana de bombardeos y la voladura de las trincheras hubieran acabado con casi todo el II Ejército Alemán... pero no había sido así. Cuando las columnas británicas empezaron a avanzar, los soldados del Reich salieron de detrás de los escombros con la boca de las ametralladoras escupiendo fuego sobre la tierra de nadie. Los alemanes habían sido especialmente entrenados en el reconocimiento de oficiales británicos y franceses, por lo que este colectivo fue el que acumuló las mayores bajas por parte de los fusileros mientras que los artilleros se centraron en repartir muerte indiscriminadamente por toda la línea del frente. Con las últimas luces de aquel 1 de julio, se constató la terrible realidad: el ejército británico había sufrido un total de 57.470 bajas (entre las que había 19.240 muertos y 35.493 heridos) frente a las 8.000 del bando alemán. Algunas columnas francesas habían conseguido tomar posiciones alemanas al sur del Somme pero la línea de defensa del Reich estaba prácticamente intacta y, en general, el primer día de la ofensiva había sido un rotundo fracaso para los aliados. Durante las dos semanas siguientes, los refuerzos fueron llegando a uno y otro bando mientras los soldados británicos emprendían numerosas escaramuzas a lo largo de todo el frente. Estas pequeñas batallas se saldaron con sendas derrotas para el bando inglés.
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El 14 de julio se produjo la segunda gran ofensiva del Somme, esta vez sobre el área de Bazentin. A las 3:20 de la mañana, la artillería aliada empezó a disparar sobre las posiciones alemanas, manteniendo el bombardeo durante 5 minutos a lo largo de una línea de 4,5 km de frente mientras la infantería avanzaba bajo la protección de la cortina de fuego. Las columna aliada protegida por el fuego de cobertura tomó el pueblo de Bazentin le Petit y se hizo con el control de varias trincheras alemanas en torno al bosque de Bazentin le Grand mientras que la 9ª división conquistaba el pequeño pueblo de Longeval. Desde allí, el alto mando inglés fijó sus miras en en el bosque de Bazentin le Grand, en cuya espesura resistían aún numerosos soldados del Reich y ordenó una carga de caballería combinando jinetes del 7º regimiento de dragones y de la caballería india del Deccán. La carga fue fulminante y los jinetes se introdujeron entre los árboles, pero los soldados alemanes resistieron el envite y prolongaron el combate durante 8 días más hasta que, en la noche del 22 de julio, la última ofensiva británica fue nuevamente rechazada. Al mismo tiempo, los combates por el sector norte del frente continuaban sin descanso. El mando aliado había visto una oportunidad de atacar las líneas alemanas desde el flanco, pero la posibilidad pasaba obligatoriamente por la conquista de Pozieres, un pequeño pueblo tomado por los alemanes. Entre el 14 y el 17 de julio, el IV Ejército británico intentó tomar la población hasta en cuatro ocasiones, pero en todas ellas fue rechazado por la obstinada defensa alemana. Por esta razón, el IV Ejército fue relevado de la tarea y la conquista de Pozieres fue encomendada a tres divisiones australianas bajo el mando del Mayor Harold Walker. El ataque fue planificado meticulosamente para que coincidiera
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con la ofensiva del sector sur, gracias a lo que el pueblo fue tomado en la noche del 22 de julio... pero los alemanes no estaban dispuestos a entregar Pozieres tan facilmente. Durante dos semanas, la artillería alemana fijó sus miras en el pequeño pueblo tomado por los australianos y descargó una lluvia casi ininterrumpida de proyectiles que redujeron Pozieres a escombros. Aún así, los alemanes cargaron el día 7 de agosto sobre el puñado de ruinas humeantes que aún defendían con denuendo los australianos. Fueron rechazados y el alto mando británico conservó el control de Pozieres, fijando ahora su objetivo sobre la granja Mouquet, en la que los soldados del Reich habían establecido una fuerte posición defensiva. Los australianos, diezmados por la batalla de Pozieres, recibieron la orden de avanzar entre las líneas enemigas abriéndose paso hacia la granja Mouquet. Durante el trayecto, los soldados fueron duramente castigados por la fusilería alemana pero, aún así, consiguieron llegar hasta la granja y establecer una línea de trincheras al sur de la misma, desde la que emprendieron una serie de ataques que se prolongaron durante más de un mes hasta que, extenuados, los australianos se vieron obligados a retirarse dejando su sitio a un destacamento canadiense que consiguió finalmente entrar en la granja el día 16 de septiembre. Antes siquiera de que pudieran asentarse en su recién tomada posición, los canadienses fueron rechazados por una contraofensiva alemana que les hizo retroceder hasta la línea de tricheras para, tan sólo 10 días después, emprender un nuevo ataque que concluiría con la granja Mouqet en manos británicas. Un día antes de la toma de Mouquet, entró en combate la flamante arma secreta del ejército británico: los tanques. 49 carros de combate fueron llevados hasta el valle del Somme y, aunque sólo 21 de ellos entraron en combate, constituyeron un
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factor decisivo para precipitar los acontecimientos. La primera línea de defensa alemana se desmoronó ante el empuje de los tanques. La segunda línea aún resistía cuando los aliados tomaron la fortaleza de Thiepval, el último gran bastión alemán en el valle del Somme... pero los germanos nunca han sido fáciles de vencer, y esta batalla no iba a constituir una excepción. A pesar de haber perdido empuje y posiciones, los soldados alemanes se atrincheraron una vez más y sometieron al ejército aliado a una guerra de desgaste plagada de innumerables escaramuzas que le costaron la vida a miles de soldados británicos. Esta fase de la batalla se prolongó hasta que, el día 13 de noviembre, el alto mando británico quiso zanjar la cuestión de una vez por todas. En un intento desesperado por acabar con una batalla que se prolongaba ya más allá de los 4 meses, la comandancia británica ordenó repetir a menor escala la estrategia del primer día de batalla. Dos trincheras alemanas saltaron por los aires en las primeras horas del 13 de noviembre, justo antes de que los soldados británicos se lanzasen a la que sería la última carga de la batalla del Somme. Desgraciadamente para los aliados, el resultado de la ofensiva fue el mismo que se produjo aquel lejano 1 de julio. Miles de británicos cayeron para tomar unas trincheras defendidas por un puñado de alemanes exhaustos. La batalla terminó oficialmente el día 18 de noviembre de 1.916. Los aliados habían conseguido tomar una paupérrima franja de terreno cubierta de escombros que cubría unos 8 kilómetros. En ella se amontonaban los cadáveres de 310.000 hombres que, sumados a los heridos (graves) y a los desaparecidos, conformaban la escalofriante cifra de más de un millón de bajas producidas únicamente en aquel trozo de terreno de la Picardía francesa durante los 4 meses que
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marcaron el devenir de la I Guerra Mundial.
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EL KRUMMLAUF: DE CÓMO DISPARAR A TRAVÉS DE UNA ESQUINA Con la invasión de Polonia por parte de las tropas del III Reich en el año 1.939, daba inicio oficialmente el mayor conflicto armado del siglo XX: la II Guerra Mundial. Fue esta una guerra despiadada con la población civil en la que los grandes campor de batalla predominantes hasta la primera Gran Guerra dejaron paso al combate urbano. El asalto casa por casa era efectivo, sí, pero también era sumamente peligroso para los soldados de la Wehrmacht, que se exponían a caer en emboscadas de las resistencias nacionales cada vez que giraban una esquina. En este contexto, los ingenieros alemanes desarrollaron en el marco de las Wunderwaffen (armas milagrosas o armas maravillosas) un accesorio que permitía a los fusiles de asalto Sturmgewehr 44 disparar a través de las esquinas: el Krummlauf. En un principio, el Krummlauf no era más que un tubo de acero que se acoplaba a la boca del arma haciendo que la bala se deslizara por el interior del ángulo en un efecto de "disparo curvo", pero esto planteaba varios problemas. En primer lugar, las deflagraciones ocasionadas al apretar el gatillo producían una acumulación de gases en el Krummlauf que podían culminar con la explosión del arma en manos de un soldado poco cuidadoso. Este inconveniente se solventó con la incorporación de sendos respiraderos en los costados del accesorio, pero aún quedaban otros problemas. En segundo lugar, la imposibilidad de apuntar a un objetivo concreto hacía que el Krummlauf fuera un arma sumamente
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imprecisa. Esto se solucionó añadiendo sobre el tubo un pequeño periscopio que permitía fijar la mira y, además, mediante la correcta aplicación del principio que causaba el tercer problema: la fragmentación de la bala. Al chocar contra el ángulo, el proyectil disparado por el Sturmgewehr tendía a partirse en pequeños trozos que actuaban como metralla. Si bien este efecto no permitía abatir a un enemigo mediante un disparo certero, sí que servía para dispersar a pequeños grupos o para incapacitar a un hipotético resistente emboscado. El Krummlauf se fabricó en varias versiones con ángulos de 30, 45, 60 y 90 grados que se adaptaban a las exigencias del combate urbano; pero, además, también se desarrollo una variante que sería utilizada en tanques y vehículos blindados: el Krummlauf "P". Esta nueva evolución del accesorio se incorporó con la intención de permitir a la tripulación de un tanque repeler un ataque de infantería desde el interior. Aplicando los mismos principios que en su versión urbana, varios Krummlauf "P" eran dispuestos de modo que cubrieran los ángulos muertos del blindado, de modo que si un enemigo se acercaba, por ejemplo, para adosar un explosivo a las orugas, la dotación del tanque no tenía más que disparar a través de sus Krummlauf para acabar con el agresor. A día de hoy, muchas fuerzas especiales de todo el mundo utilizan armas basadas de una manera u otra en el Krummlauf. La primera en ser desarrollada y la más célebre es el accesorio para fusil de asalto "CornerShot". Desarrollado en Israel (con capital americano), el CornerShot está compuesto por una pistola incorporada sobre una base oscilante con capacidad para girar hasta 60 grados en una u otra dirección. El diseño se completa con una linterna en posición de bayoneta y con una cámara que, desde la base, muestra al operador lo que hay al otro lado de la esquina.
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La pantalla en la que se reciben las imágenes está montada tras la base oscilante, en la parte rígida que cubre el arma hasta la culata y por cuyo interior discurren los mecanismos que permiten al soldado a cargo de un CornerShot dispararlo sin exponerse además de manejar el ángulo de giro de la base.
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AMALA Y KAMALA, LAS NIÑAS LOBO DE LA INDIA Región de Midnapore, al oeste de Calcuta; 9 de Octubre de 1.920. Los habitantes del poblado de Godamuri acuden asustados al reverendo Joseph Amrito Lal Singh. Entre balbuceos y discusiones inconexas, el misionero descubre por fin el motivo de la agitación que cunde entre los locales: hay espíritus en la jungla que deben ser expulsados de inmediato. Así empieza la historia de Amala y Kamala, una historia entre tantas de niños ferales... de no ser por los datos que las últimas investigaciones revelan al respecto. Cuando el reverendo llegó a la linde de la selva se encontró con que un nutrido grupo de cazadores locales ya había cercado a los espíritus. En medio de un círculo de armas de fuego, dos niñas aterrorizadas y sucias miraban a todos lados mientras eran protegidas por una loba que lanzaba dentelladas al aire. Asustados, los habitantes de Godamuri abrieron fuego abatiendo a la loba y sólo la intervención de Singh salvó a las niñas de seguir el mismo camino que su madre adoptiva. Amala y Kamala (como el propio reverendo las llamaría) fueron capturadas por la fuerza y llevadas hasta un orfanato gestionado por el propio Singh y su familia. Fue allí donde las niñas empezaron a revelar su secreto en toda su magnitud. Amala y Kamala eran extremadamente agresivas. Sólo toleraban la presencia de los perros y su vínculo con otros seres humanos se reducía al que tenían la una con la otra, por lo que los primeros intentos de acercamiento se saldaron con un rosario de mordiscos, arañazos y otras lesiones. Las niñas se arrancaban con los dientes la ropa que les ponía la
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mujer del reverendo y tenían serias dificultades para mantenerse erguidas. Caminaban a cuatro patas y completamente desnudas, sin mostrar sensación de frío o calor. Además, sus caninos eran ostensiblemente más largos y afilados de lo normal lo que, unido a que su interacción social se limitaba a gruñidos aislados, hacía que la socialización se convirtiera en algo virtualmente imposible. Sus hábitos alimenticios también se escapaban de lo puramente humano, pues las niñas detestaban cualquier alimento cocinado y sólo consentían en comer cuando el menú consistía en carne cruda servida sobre el suelo del patio. Pero lo peor eran las noches. Amala y Kamala dormían durante el día y hacían una vida eminentemente nocturna. Durante las horas de oscuridad, el orfanato se llenaba con los aullidos de las niñas, desesperando y asustando por igual al reverendo y a su mujer. Fue en una de estas noches cuando Singh descubrió que las pequeñas le reservaban una sorpresa más. Sus pequeños ojos, siempre vigilantes, brillaban en la oscuridad. Amala y Kamala se movían en la noche gracias a un sentido del olfato superdesarrollado y a una visión nocturna impropia del género humano. El reverendo trató de ahondar también en el vínculo que unía a las dos niñas. Se estimó su edad en 6 años para Kamala y 3 para Amala y, además, se llegó a la conclusión de que las pequeñas no compartían ningún lazo familar entre sí, lo que llevaba a la sorprendente hipótesis de que la loba las había "adoptado" en momentos distintos. Tan sólo un año después de su ingreso en el orfanato, la pequeña Amala, que a la sazón contaba con 4 años de edad, murió de disentería. Fue entonces cuando Kamala mostró el primer síntoma de humanidad desde que Singhla encontró en Godamur: pese a que no era su hermana (estrictamente
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hablando), Kamala se acurrucó contra el féretro de Amala y lloró por primera y última vez. Kamala tuvo que ser separada a la fuerza del cadáver de su hermana pero, tras un periodo de luto, empezó a hacer avances en el proceso de socialización que la mujer del reverendo, inasequible al desaliento, nunca había abandonado. La niña empezó a andar erguida en algunas ocasiones, aprendió conceptos relativos a la cantidad e incluso consiguió asimilar un reducido vocabulario formado por unas 40 palabras monosílabas que le permitían comunicarse con el reverendo y su mujer, junto a los que vivió hasta su muerte por tifus en 1.929, con 15 años de edad. Esta sería una historia asombrosa tanto por la propia rareza que implica como por las conclusiones médicas que podrían haberse extraído de su estudio detallado... de no ser porque es falsa. El autor francés Serge Aroles desveló en su libro "El enigma de las niñas lobo" (2.007) la cruda realidad que rodeó a Amala y Kamala durante su estancia en el orfanato de Singh. En primer lugar, las investigaciones de Aroles desvelaron que el diario del reverendo, que pretendía ser un "día a día" de las niñas en el orfanato, fue escrito en 1.935, seis años después de la muerte de Kamala. Del mismo modo, las fotos que complementan este mismo artículo y que muestran a las niñas andando a cuatro patas y comiendo en el suelo no fueron tomadas hasta el año 1.937. Por si esto no fuera suficiente, las pesquisas de Serge Aroles sacaron a la luz el testimonio del cuadro médico a cargo del orfanato, que desmentía las afirmaciones hechas por el propio Singh. Es decir, las niñas no tenían unos caninos fuera de lo común, no andaban a cuatro patas y carecían por completo de visión nocturna. En lugar de esto, el médico principal desvela que Kamala estaba afectada del síndrome de Rett, una
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enfermedad congénita que conlleva serias dificultades motrices y cognitivas además de provocar un severo retraso mental. En último lugar, los testimonios recogidos entre 1.951 y 1.952 afirman que Kamala era golpeada constantemente por Singh para que se comportase como un animal salvaje en presencia de los visitantes que acudían al orfanato y que, conmovidos por la visión de las niñas, se vaciaban los bolsillos para colaborar en su manutención.
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EL INCIDENTE DE MUKDEN La guerra ruso-japonesa (1.904-1.905) había culminado con la victoria nipona sobre el gigante del norte, pero también había acarreado otras consecuencias. En primer lugar, el orgullo militar japonés se vio notablemente acrecentado por la fulminante victoria obtenida sobre los rusos en Port Arthur (China), lo que condujo al enrolamiento masivo de toda una generación de jóvenes nipones que ardían en deseos de luchar por su país en el glorioso ejército imperial. Además de esto, el sur de la región china de Manchuria pasó de estar en manos rusas a caer bajo el dominio de su vecino el este y bajo la "protección" del ejército de Kwantung, una guarnición de unos 10.000 hombres con base en el recién conquistado Port Arthur. En estas circunstancias llegamos al año 1.931. Los habitantes de Manchuria no estaban muy por la labor de aceptar el dominio japonés y, por otro lado, los jóvenes integrantes del ejército de Kwantung no se conformaban con tener el control del sur de la región. El gobierno central de Japón quería evitar a toda costa un nuevo enfrentamiento, así que los oficiales de Kwantung necesitaban un casus belli lo suficientemente flagrante como para poder entrar en Manchuria sin la autorización de Tokio. Este motivo se les presentó en forma de lo que conocemos como "el incidente de Mukden". El día 18 de septiembre, un tramo del ferrocarril del sur de Manchuria (de propiedad japonesa) fue dinamitado. El ejército japonés culpó del incidente a los disidentes chinos. Tenían la excusa perfecta para emprender la conquista de Manchuria.
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Los soldados del regimiento Shimamoto y los de Kwantung entraron a sangre y fuego en Manchuria, emprendiendo una guerra relámpago que culminaría con la anexión de Manchuria al imperio japonés en tan sólo cinco meses. La guerra fue rápida y brutal. El ejército chino no estaba en condiciones de defender la región y el ruso, por su parte, aún se estaba lamiendo las heridas sufridas en la I Guerra Mundial, así que a los habitantes de Manchuria no les quedó más remedio que aceptar el dominio japonés. El gobierno nipón nunca estuvo de acuerdo con el ataque e incluso se desmarcó del mismo ante la Sociedad de Naciones, de la que se retiró tres años después al darse cuenta de que su ejército había emprendido un camino que no tenía marcha atrás. A día de hoy existen dos museos dedicados al incidente de Mukden, uno en China y otro en Japón. El museo nipón defiende la teoría de que el ferrocarril fue dinamitado por la disidencia china de Manchuria. En el otro lado, el museo chino aboga por una hipótesis que, posteriormente, se daría como cierta gracias a las declaraciones de un oficial japonés: el incidente fue orquestado por los hombres de Kwantung, que obtuvieron así su tan ansiado casus belli.
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EL INFIERNO NUCLEAR El día 26 de abril de 1.986, el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil estallaba lanzando a la atmósfera unas cantidades de radiación 500 veces superiores a las provocadas por la bomba de Hiroshima. Una prueba de seguridad llevada a cabo con suma negligencia por los técnicos de la planta condujo al colapso del reactor y, por consiguiente, al mayor accidente nuclear de la historia. Vamos a tratar de explicar como se produjo el accidente y por qué miles de hombres dieron su vida tratando de sellar aquel infierno a cielo abierto. En la madrugada del 25 de abril, los técnicos quisieron comprobar si las bombas refrigerantes de emergencia eran capaces de activarse con el reactor funcionando bajo mínimos. El problema de esta prueba era que los operarios corrían el riesgo de sufrir un envenenamiento por xenón, un gas absorvente de neutrones que, con el reactor en funcionamiento (produciendo neutrones), no daba problemas. Mediante la inserción de barras de control, los técnicos redujeron la potencia hasta los 30 megavatios, lo que generaba el riesgo de que los sistemas de seguridad automáticos apagaran el reactor. En vista de este inconveniente, los técnicos de Chernóbil desconectaron todos los sistemas de seguridad. Con el reactor funcionando a tan poca potencia, el riesgo de envenenamiento por xenón empezaba a ser demasiado alto, así que los operarios decidieron aumentar de nuevo la potencia del reactor mediante el sencillo método de quitar barras de control manualmente... el problema es que se les fue de las manos y, con los sistemas de seguridad desactivados, se produjo un subidón de potencia en el núcleo que acabó con las 100 toneladas del techo del reactor volando por los aires.
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Los bomberos encargados de la seguridad de la planta acudieron en cuanto tuvieron noticia de la explosión y miles de personas le deben la vida a la heróica actuación de estos hombres durante las horas que siguieron al desastre... pero la nube radiactiva que se alzaba sobre el reactor cuatro era ya incontenible. A pesar de ello, los bomberos empezaron a hacer pasadas en helicóptero sobre la central para constatar la verdadera magnitud de la tragedia. El techo estaba completamente destruído, lo que dejaba el núcleo del reactor convertido en una enorme masa incandescente que, con sus 2.500 grados de temperatura, emitía una columna de gases tóxicos a la atmósfera. Al mismo tiempo que el reactor cuatro se consumía acercando el peligro al reactor tres, los habitantes de Príapat, a tan sólo tres kilómetos de la central, asistían al espectáculo sin ser conscientes del grave peligro que corrían sus vidas. El gobierno soviético sabía perfectamente que las vidas de aquellas 47.000 personas y de otras muchas más estaban en grave peligro pero, simplemente, no les importaba. Las directrices aplicadas por el krémlin consistían en evitar a toda costa que la noticia del desastre nuclear atravesara las fronteras de la unión soviética, así que la evacuación de Príapat no se produjo hasta 36 horas después de la explosión del reactor, cuando los niveles de radiación en la ciudad eran 1.000 veces superiores a los normales. El día 27 de abril, tan sólo un día después del desastre, se detectaron partículas radiactivas en operarios de la central sueca de Forsmark (a unos 1.100 kilómetros de Chernóbil). Al comprobarse que no había fugas en su planta, las autoridades suecas se pusieron en contacto con los gobiernos de Alemania y Finlandia que, al obtener mediciones similares en sus
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fronteras, dirigieron sus sospechas hacia la planta soviética. De haberse pedido la colaboración internacional desde un principio, la magnitud de la tragedia habría sido, casi con toda seguridad, mucho menor... pero la maquinaria propagandística del régimen no podía permitir que un escándalo de aquella magnitud se escapase a su control, de modo que la noticia de la explosión del reactor no fue comunicada hasta el día 28, cuando la expulsión de material radiactivo era ya irrevocable. Una vez que la noticia llegó al resto de Europa las autoridades soviéticas comprendieron que no tenía sentido seguir escondiendo la tragedia, por lo que ampliaron la superficie de evacuación a un radio de 36 kilómetros, pero los habitantes de ese área llevaban seis días sometidos a una fuerte radiación y para muchos de ellos ya era demasiado tarde. Desde que se produjera la explosión y junto con aquellos bomberos que habían acudido en las primeras horas, entraron en escena los liquidadores, héroes involuntarios con la tarea de sellar el reactor y arrojar materiales al núcleo en un intento desesperado por frenar las emisiones. Si la radiación en Prípiat era 1.000 veces superior a los valores normales, no resulta difícil entender que las mediciones realizadas en las inmediaciones de la central eran, literalmente, inhumanas. Aún así, miles de hombres entre los 20 y los 45 años reclutados principalmente entre los reservistas del ejército soviético fueron enviados por el alto mando hacia el corazón de la tragedia. Prácticamente sin medios, los liquidadores eran izados hasta el techo del reactor (o lo que quedaba de él), dónde permanecían por un periodo máximo de dos minutos arrojando al núcleo paladas de escombros o de materiales radiactivos expulsados durante la explosión. Mientras tanto, los helicópteros hacían vuelos rasantes sobre los restos del reactor tratando de tapar el núcleo con una mezcla de arena, arcilla, plomo, dolomita y boro.
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Los liquidadores no se limitaron a actuar en el tejado, sino que se introdujeron en las mismísimas entrañas del reactor para limpiar los cientos de kilos de material radiactivo liberados por la explosión. Metidos en una especie de cúpula protectora, estos jóvenes se enfundaban en trajes de plomo y salían al corazón del reactor número cuatro. Allí, la radiación era tan alta que un periodo de exposición superior a los 15 segundos significaba la muerte. Pero no todos los liquidadores iban protegidos. Algunos fragmentos del núcleo habían ido a parar al fondo de las piscinas de refrigeración, por lo que muchos liquidadores se vieron obligados a bucear en el caldo radiactivo en que se había convertido el agua para sacarlos con las manos desnudas. El día 13 de mayo, tras haber vertido más de 5.000 toneladas de material sobre el núcleo, las emisiones cesaron... pero el trabajo de los liquidadores no había terminado. La enorme cantidad de materiales que había sido necesaria para frenar las emisiones ponía en peligro la integridad del suelo que sostenía el reactor, lo que podía desembocar en el hundimiento del núcleo desencadenando una catástrofe aún mayor. Por esta razón, se ordenó la construcción de un túnel que, pese a que en un principio iba a ser utilizado para refrigerar el núcleo, se rellenaría finalmente de hormigón con el objetivo de sustentar el peso del reactor. Esta tarea le fue asignada, una vez más, a los liquidadores. Durante un mes y cuatro días, los jóvenes (muchos de ellos con síntomas más que evidentes de contaminación por radiación) cavaron el túnel que discurría por el subsuelo irradiado del reactor y lo rellenaron dejando vía libre para el sarcófago, la construcción de hormigón que, aún a día de hoy, contiene el núcleo latente de Chernóbil. La cifra estimada de los liquidadores que participaron en la
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limpieza de Chernóbil oscila entre las 300.000 y las 600.000 personas. De estas, 60.000 han muerto por problemas derivados directamente de la exposición a materiales radiactivos y otras 165.000 han quedado incapacitadas de por vida por las mismas razones.
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MONTSEGUR, EL ÚLTIMO BASTIÓN DE LOS CÁTAROS A mediados del siglo XIII, la región del Languedoc ardía envuelta en la locura de la cruzada albigense. Los cátaros eran perseguidos y aniquilados allí donde eran encontrados... pero la empresa papal sufrió un importante giro cuando, tras ser barridos por la hueste franco-cruzada en la batalla de Muret, los "bons homes" se refugiaron (con su obispo a la cabeza) en la fortaleza de Montsegur. Construído en el año 1.204 por Ramón de Perella, el castillo de Montsegur era un imponente "nido de águilas" que se alzaba sobre la montaña del Pog (de 1.207 metros de altura) dominando con su presencia el valle del río Lasset. En el año 1.241, con el obispo Guilhabert de Castres y toda la plana mayor del catarismo atrincherados en la fortaleza, el rey Luis IX de Francia decide poner fin de una vez por todas a la herejía y le encarga al conde Ramón VII de Tolosa que emprenda el asedio al castillo... del que se retira derrotado meses más tarde sin ni siquiera haber entablado batalla. A pesar de que la convocatoria papal ordena, practicamente, el exterminio de los cátaros, estos son queridos por los habitantes del Languedoc, quienes se encargan de abastecer las despensas de Montsegur durante el asedio a través de túneles excavados en la roca viva del Pog. Gracias a ellos, el conde de Tolosa fracasa estrepitosamente, el asedio se levanta y Montsegur sigue en manos albigenses. El rey francés no se inquieta demasiado por el descalabro de su súbdito pues, aunque la cúpula cátara se encuentra en Montsegur, aún quedan muchas bolsas de resistencia a lo largo
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de todo el Languedoc, así que decide centrar sus esfuerzos en su eliminación y dejar el castillo tranquilo... por el momento. Los verdaderos problemas para la gente de Montsegur empezaron el día 28 de mayo de 1.242. Tan sólo unos meses después de que Ramón VII levantara el sitio, un grupo de 60 caballeros cátaros comandados por Pierre Roger de Mirepoix sale de la fortaleza con rumbo a la cercana población de Avignonet, en la que tenía su sede un tribunal de la inquisición compuesto por doce miembros. Amparados en la oscuridad y secundados por los propios habitantes de Avignonet, los hombres de Mirepoix asesinan a los inquisidores y queman las actas del tribunal antes de volver a Montsegur. Esta intolerable falta de respeto hacia las instituciones eclesiásticas hacen que el papa monte en cólera y empuje a Luis IX a poner bajo asedio, una vez más, la fortaleza cátara. El encargo es puesto en manos de Hugues des Arcis, senescal de Carcasona. Se ponen a su disposición todos los medios que requiere y se le da una sola consigna: no se admitirán errores, Montsegur debe caer a cualquier precio. En mayo de 1.243, las tropas de Arcis sientan el sitio de la fortaleza. Los habitantes de la región siguen llevando comida a Montsegur, pero el cerco de la coalición franco-papal es mucho más férreo que en la ocasión anterior y gran parte de los víveres se pierden por el camino. Finalmente, tras diez meses de asedio y con los montañeses sometidos a una dura presión por parte de los de Arcis, los cátaros fueron traicionados y las condiciones de su rendición les fueron expuestas. Tenían 15 días para abandonar la fortaleza y, una vez fuera, podía hacer dos cosas: abjurar de su fe o morir en la hoguera. Vencido el plazo, 200 cátaros salieron de Montsegur por su
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propio pie y se metieron, caminando, entre las llamas de la enorme pira que se había levantado en lo que hoy se conoce como el "campo de los quemados", dónde una escultura hace honor a la memoria de aquellos 200 mártires que se inmolaron voluntariamente en defensa de su fe.
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EL MECANISMO DE ANTICITERA De todos es sabido que los antiguos griegos poseían un conocimiento científico muy superior al de los europeos de épocas posteriores. Este dominio del medio se perdió con la incursión de Europa en el oscurantismo de la Edad Media y no fue parcialmente recuperado hasta bien entrado el siglo XVI. Vamos a dedicar unas líneas a un artefacto que demuestra el dominio astronómico de los antiguos griegos: el mecanismo de Anticitera. Los primeros artefactos europeos que utilizaban engranajes diferenciales fueron datados en el siglo XVI. En base a esta afirmación, resulta sorprendente el descubrimiento de un mecanismo que hacía buen uso de ellos en fechas que oscilan entre el año 150 y el 100 a.C. El mecanismo de Anticitera fue hallado a principios del siglo XX entre los restos de un naufragio y los científicos de la época quedaron deslumbrados ante lo que parecía ser una computadora capaz de calcular con precisión las posiciones del sol y la luna en el firmamento. Más tarde, el investigador británico Michael Wright "escaneó" el mecanismo con técnicas tomográficas y descubrió la verdadera magnitud del artefacto. Su invención se atribuye al astrónomo griego Hiparco y su funcionamiento es, de cara al operario, relativamente sencillo: se giran una serie de manivelas para establecer la fecha que se desea consultar y el propio mecanismo se encarga de calcular cuál será la posición de los astros en esa fecha. Lo interesante, sin embargo, se encuentra en las "tripas" del artefacto. Un número nada desdeñable de 30 engranajes
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perfectamente sincronizados se encargaba de establecer en dos discos que representaban el zodíaco griego y el calendario egipcio, la posición de la luna, la del sol... y las de los planetas Mercurio y Venus. El mecanismo encontrado en Anticitera constaba de ruedas dentadas que hacían sus cálculos teniendo en cuenta la trayectoria elíptica de los astros, pero la complejidad de este aparato no acababa aquí. Durante las investigaciones y reconstrucciones más recientes del artefacto, se ha estimado que contaba con un número cercano a los 70 engranajes y que, además de la posición de Mercurio y Venus, era capaz de calcular con idéntica precisión la posición de Marte Júpiter y Saturno; es decir, el mecanismo de Anticitera podía establecer para una fecha dada la posición de la luna, del sol y de todos los planetas conocidos en la época. Además de todo lo anteriormente dicho, el artefacto estaba enteramente fabricado en bronce y tenía las medidas aproximadas de un libro grande, lo que convertía el mecanismo de Anticitera en un "planetario de bolsillo" que se podía llevar a cualquier parte.
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NOCHE DE PAZ Ypres, 23 de diciembre de 1.914. La primera guerra mundial acaba de estallar y la belicosidad de los combatientes se encuentra en pleno apogeo. En un campo de batalla perdido en Bélgica, los soldados británicos y los alemanes intercambian disparos en medio del caos de sangre, sudor y polvo de las trincheras. Las fiestas navideñas casi han llegado... pero la guerra no da descanso a los soldados y el alto mando requiere que la artillería siga descargando muerte sin parar. Los soldados son disciplinados y cumplen las órdenes sin ni siquiera cuestionarlas, por lo que, durante todo el día, el aire de Ypres se llena con el estampido seco de los fusiles y las explosiones de granadas. Finalmente, llega la noche y un manto de calma se extiende sobre el campo devastado. Ambos bandos se sumen en un letargo que dura hasta la mañana de Nochebuena. El día 24 la actividad retorna a las trincheras. Los combatientes, que son hombres antes que soldados, dedican la mañana de aquel día a decorar las trincheras con motivos navideños hasta que, una vez finalizada la tarea, el campo de batalla es invadido por un espeso silencio. Nadie tiene ganas de combatir ese día. De repente, la quietud reinante se ve rota por un sonido que atraviesa la bruma de una trichera a otra: los soldados alemanes están cantando Stille Nacht (Noche de Paz). Los británicos responden al "fuego enemigo" con villancicos en inglés, lo que deriva en una guerra de canciones que toca a su fin cuando los primeros soldados de ambos bandos empiezan a abandonar la seguridad de sus trincheras. Combatientes de ambos bandos se encuentran en tierra de
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nadie para rezar juntos el famoso Salmo 23 (el señor es mi pastor, nada me falta...) . Una vez finalizado este ritual, los soldados que aún permanecían reticentes en sus propias trincheras empiezan a desoir las órdenes de sus superiores y se abalanzan hacia el campo de batalla, donde se abrazan con los hombres a los que un día antes habían luchado a brazo partido e inician con ellos un intercambio de regalos consistentes en lo que tenían en ese momento: alcohol y cigarrillos. Los soldados de un bando lloran a los caídos del otro y todos se presentan sus respetos ante la mirada atónita de los comandantes. Hay testimonios que incluso hablan acerca de un partido de fútbol improvisado entre combatientes de ambos bandos que acabó con un resultado de 3-2 favorable a Alemania. Después de esta tregua impuesta por los propios soldados, las hostilidades se reanudaron... pero la guerra en aquellas trincheras nunca volvió a tener el mismo sabor. Los combatientes disparaban al aire, la artillería desvió a propósito sus miras y los soldados que se veían obligados a cargar evitaban encontrarse en tierra de nadie con la infantería del otro bando.
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EL PARTIDO DE LA MUERTE Como todas las cosas, el fútbol también tiene su historia. Hoy vamos a dedicar unos minutos a otro partido que marcó un hito en la historia y cuyo resultado consiguió dar un empujón considerable a la moral y el orgullo soviéticos durante la II Guerra Mundial. Trasladémonos a la Ucrania recién ocupada, concretamente a la Kiev del verano de 1.941. El fútbol se ha convertido en el deporte más popular de la Unión Soviética y el gobierno central ha visto en ello un instrumento propagandístico inigualable. En la capital ucraniana, el Dinamo de Kiev está conformado por una mezcla de policías y soldados del ejército rojo que se mantienen en posiciones de mitad de tabla sin demasiadas dificultades. La liga de 1.941 empieza bien para los jugadores del Dinamo, que se meten en posiciones de cabeza gracias a algunos buenos resultados... pero la irrupción alemana en la Unión Soviética da al traste con sus aspiraciones: la mayoría de los jugadores son llamados a filas y el Dinamo de Kiev se disuelve. Finalmente, Kiev cae en manos del Reich y los jugadores del Dinamo que habían permanecido en la ciudad son ayudados por la resistencia local. Iosif Kordik, administrador de la panadería estatal número 3 y gran aficionado al fútbol, contrata al antiguo portero del Dinamo (Mykola Trusevych) para barrer su establecimiento. En connivencia con Trusevych, Kordik decide fundar un equipo de fútbol que represente a su panadería en la liga local. El antiguo portero del Dinamo pasa la primavera de 1942 tratando de contactar con sus ex-compañeros de equipo y, de esta manera, funda el FC Star, conformado por ocho jugadores
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del Dinamo de Kiev y tres del Lokomotiv. El FC Star irrumpe en la liga local el 7 de julio de ese mismo año ganando por un contundente 7-2 al FC Rukh, el equipo predilecto del dirigente de la liga. Durante las semanas siguientes, el equipo de ex-profesionales juega varios partidos contra las guarniciones húngaras, alemanas y rumanas asentadas en la zona, ganando todos sus encuentros cómodamente hasta que, el día 6 de agosto, juegan contra el Flakelf, el equipo de la todopoderosa Luftwaffe. Los jugadores el FC Star ganaron por un resultado de 5 goles a 3, pero aquel partido no había hecho más que empezar. El líder del Flakelf, consciente del daño que esta derrota podía hacer a la propaganda de supremacía del Reich, exige un encuentro de revancha, que queda fijado para el 9 de agosto en el estadio Zenit. Cuando un oficial de las Waffen-SS es designado como árbitro, los jugadores del Start FC comprenden que aquel va a ser un partido, literalmente, a vida o muerte. Saben que deben perder, y saben que deben hacerlo por mucho si no quieren pagar con su vida... pero no están dispuestos a ceder. El partido se desarrolla en medio de una auténtica carnicería por parte de los jugadores de la Luftwaffe, que incluso marcan un gol tras derribar al portero ucraniano de una patada en la cabeza. El juego sucio campa a placer ante la mirada del árbitro, que no pita ni una sola falta a favor del FC Star pero, aún así, el encuentro llega al descanso con un resultado de 2-1 favorable a los ucranianos. La segunda parte se desarrolla en los mismos términos hasta que, ganando por un abultado 5-3, el defensor del FC Star Alexei Klimenko sortea a la defensa alemana y se planta en un mano a mano con el portero. Klimenko, en lugar de tirar a puerta, regatea al portero, se queda ante la portería vacía y, en
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un gesto de desprecio hacia los integrantes del Flakelf, patea el balón hacia el medio campo. El árbitro pita inmediatamente el final (sin haberse cumplido el tiempo reglamentario) y los jugadores se retiran a vestuarios envueltos en un silencio casi reverente. Los ánimos en el vestuario del FC Star no cuadran con la aplastante victoria que acaban de conseguir. Todos saben que ese partido ha sido su sentencia de muerte y que el gesto de Klimenko no ha hecho sino firmar su destino. Aún así, el FC Star vuelve a jugar la semana siguiente contra el Rukh ganándole, esta vez, por un contundente 8-0. Poco después, la mayoría de los integrantes del FC Star son acusados de pertenecer al NKVD (comisariado soviético de asuntos internos) y son trasladados al temible campo de concentración de Syrets, donde serían asesinados en febrero del 1.943. Entre ellos se encontraban Mykola Trusevych y Alexei Klimenko, aquel ucraniano que se atrevió a desairar al III Reich.
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LA LEBRELA DE TÉRMINOS Corría el año 1.517 cuando la flota expedicionaria de Hernández de Córdoba atracó en la mexicana Isla de Términos (actualmente Isla del Carmen). No se sabe muy bien si por las prisas o por puro descuido, una lebrela quedó abandonada en medio de aquel paraje cuando la flota levó anclas y se hizo de nuevo a la mar. A partir de este momento, la historia de dicha perra queda en suspenso hasta que, dos años después, un barco de la expedición de Hernán Cortés se separa del resto de la flota en medio de una tormenta. Quiso el destino que el oleaje llevase a aquel barco hasta la Isla de Términos, donde embarrancó quedando varado. Los marineros ya se estaban preparando para pasarlas canutas durante el tiempo que durase su estancia en aquel trozo de tierra perdido en medio del mar... pero no fue así. Cuando el barco toco tierra y sus tripulantes bajaron a la isla, una perra (de raza lebrel, para más señas) salió de la nada para recibir a los marineros de Cortés con un escándalo de mil demonios. La lebrela había sobrevivido durante dos largos años en la isla a base de cazar conejos y liebres para su propio sustento pero, en el momento en el que vio a los conquistadores, se acordó de aquellos que la habían llevado hasta Términos y empezó a cazar para alimentar a los náufragos. Por si sobrevivir por sus propios medios no fuera hazaña suficiente, cuentan las crónicas de Cortés que la lebrela estaba gorda y lustrosa, lo que hace pensar que no pasó penalidades en ningún momento de aquellos dos años perdidos.
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Cuando, unos días después, la flota del extremeño llegó a la isla temiendo por sus compañeros perdidos, encontraron que las jarcias del barco embarrancado estaban festoneadas de pieles de conejo y liebre, todas ellas trofeos de caza conseguidos por la lebrela de Términos en aquellos días.
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LA BATALLA DE LOS ARENQUES Imaginemos por un momento que nos encontramos en la Francia del siglo XV. Corre el mes de febrero de 1.429 y el reino franco lleva ya 92 años en guerra con los ingleses, que mantienen bajo asedio la importante ciudad de Orleans desde octubre del año anterior. Se acerca la cuaresma y el delfín de Francia decide que ha llegado la hora de dar un golpe de efecto, por lo que pone en manos del conde de Clermont un ejército de 5.000 efectivos y le ordena marchar hacia la ciudad sitiada. De este modo se fragua lo que a día de hoy conocemos como la batalla de los arenques. El día 11 de febrero de 1.429, un convoy de suministros inglés formado por 300 carretas cargadas de arenques se detiene a hacer noche en la pequeña aldea de Rouvray. Este convoy había salido de París escoltado por unos 500 arqueros, 1.000 hombres de armas y un número insignificante de caballeros y su destino era, como no podía ser de otra manera, Orleans. Los rastreadores de la tropa francesa informan al conde de Clermont de los movimientos del enemigo y este decide, con acierto, salir al paso del convoy. Bien pensado, su ejército superaba en una proporción de casi cinco a uno a aquel grupo de ingleses... no debían suponer un gran problema y, si podía cortar las líneas de suministro de la hueste que sitiaba Orleans, ¿por qué no hacerlo? El combate comienza al día siguiente. El comandante inglés, Sir John Falstolf, era un experimentado militar y, como tal, anticipa el movimiento francés ordenando a los conductores de las carretas que formen un círculo de protección en torno a su
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tropa. Este círculo debe quedar abierto únicamente en dos puntos fuertemente protegidos para que los temibles arqueros de tiro largo puedan hacer su trabajo. Los de Clermont, por su parte, se sitúan en lo alto de una loma y empiezan a desplegar la artillería que llevaban con ellos. El conde ordena a todos sus hombres que permanezcan montados y deja claro que los únicos que deben bajar de su caballo son los ballesteros y los artilleros. Los ejércitos están desplegados, el campo listo y la batalla está servida. Desde primera hora de la mañana, los cañones franceses empiezan a bombardear la caravana. La cadencia es lenta pero segura y los artilleros permanecen en todo momento fuera del alcance de los arqueros. Además, una carga de los escasos jinetes ingleses contra las líneas enemigas constituiría un suicidio en toda regla... y Falstolf lo sabe; de modo que sus hombres no pueden hacer nada aparte de atrincherarse entre los carros y rezar para que no les arranque la cabeza una bola de acero. La suerte sonrie a los francos, que bombardean el convoy sin prisa pero sin pausa, sabedores de que la victoria está al alcance de la mano... ¿o tal vez no? El problema lo produjo un contingente de 1.000 escoceses comandados por Sir John Steward e integrados en la hueste francesa. Los escoceses, recién salidos de su propias Guerras de Independencia, profesaban a los ingleses un odio que rayaba lo enfermizo y que no les permitía estar a tan poca distancia de las tropas de Falstolf sin hacer nada más que mirar como la artillería hacía todo el trabajo. Emborrachándose de ardor guerrero, Steward ordena a sus 1.000 escoceses que carguen contra la caravana inglesa a galope tendido y espada en mano. A partir este momento, toda la
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estrategia desarrollada por Clermont se viene abajo como un castillo de naipes. Los arcos ingleses, de unos dos metros de longitud y capaces de alcanzar una tensión de 82 kg (los arcos largos modernos no llegan a los 27 kg) empiezan a silbar en cuanto los escoceses se ponen a tiro. Los arqueros ingleses son los mejores en su trabajo y han sido entrenados durante toda su vida para que sus disparos sean mortales de necesidad a una distancia de 200 metros, así que llenan el cielo con centenares de flechas que provocan una auténtica carnicería entre los caballeros de Steward. Clermont empieza a ver la sombra de la derrota planeando sobre su hueste y, en un intento desesperado por dar la vuelta a la situación provocada por los escoceses, ordena a sus hombres emprender una devastadora carga contra la brecha dejada por los de Falstolf en en círculo de carretas. La línea de artillería se abre y los cascos de los caballos resuenan al pasar entre los cañones. En cuanto alcanza la tierra de nadie, la columna francesa con Clermont a la cabeza emprende el galope y se lanza contra la brecha... pero las flechas inglesas siguen oscureciendo el sol y los caballeros que consiguen alcanzar con vida la línea de carretas son aniquilados rápidamente por los hombres de armas de Falstolf. El espacio entre las carretas es demasiado estrecho para luchar a caballo, por lo que la infantería inglesa da buena cuenta de hombres y bestias por igual provocando la desbandada de los caballeros franceses que aún quedaban en pie. Como es bien sabido, una hueste en retirada es un blanco fácil para el ejército vencedor, por lo que Falstolf ordena a sus escasos jinetes que monten y emprendan la persecución de los franceses. ¿El resultado? Lo que debería haber sido una victoria fácil para el ejército de Clermont se salda con 400 escoceses y 200
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franceses muertos (el resto huyendo en desbandada). En el bando inglés, la batalla termina con la muerte de cuatro soldados y un par de carreteros.
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EL PANCRACIO En la antigua Grecia, los juegos olímpicos se celebraban, al igual que ahora, cada cuatro años e incluían pruebas de atletismo... pero aquí acaban las similitudes. Los juegos se desarrollaban siempre en la ciudad de Olimpia y durante su celebración se promulgaba una tregua que ponía todos los conflictos activos en suspenso para que los atletas pudieran acudir sin peligro desde toda Grecia. Los participantes de estos juegos tenían que ser obligatoriamente hombres libres que hablasen el griego, quienes recibían un entrenamiento específico desde que cumplían los doce años hasta que eran considerados aptos (con unos veinte). Estos juegos de la antigua Olimpia constituyeron el establecimiento del pugilato como deporte en lugar de como arte de combate y el nacimiento del formato de pelea al que dedicaremos esta entrada: el pancracio. En primer lugar, una urna de plata es colocada en el centro del área destinada al combate. Todos los pancraciastas que van a participar en los juegos deben acercarse, rezar a Zeus y meter su mano en la urna para sacar una de las teselas que reposan en su interior. La mirada del árbitro es severa y su látigo amenazante pero, en ese momento, sólo está allí para definir los emparejamientos. Las teselas están grabadas con letras (alfa, beta, gamma, etc) de modo que la urna sólo contiene dos de cada tipo. Así, los pancraciastas quedan emparejados por sorteo puro, sin distinción de peso. Los luchadores se retiran dejando el paso franco a los dos que han sacado la tesela marcada con la letra alfa mientras la multitud estalla en vítores. Empieza el primer combate.
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Dos hombres completamente desnudos salen al campo de batalla y saludan al juez de la contienda. Ambos conocen las reglas del pancracio, pero el árbitro las explica de todos modos: todo está permitido salvo morder, meter los dedos en la nariz o la boca del oponente y sacar los ojos. El combate sólo terminará con la rendición o la muerte de uno de los luchadores. En primer lugar, los pancraciastas flexionan levemente las rodillas y adoptan una postura ligeramente ladeada que les permita reaccionar con rapidez a un más que posible ataque de su oponente. Recordemos que estos hombres llevan entrenando para este momento un mínimo de ocho años, por lo que sus músculos son firmes, sus brazos fuertes como el acero y sus tendones tensos como la cuerda de un arco. El pancracio no es sólo potencia, sino también velocidad e inteligencia. Un luchador competente tiene que saber elegir el momento óptimo para lanzar un ataque y advertir el más mínimo movimiento de su oponente como un indicio de por dónde vendrá el golpe del que debe defenderse. Tras unos instantes en los que ambos luchadores se estudian detenidamente, uno de ellos se lanza hacia adelante. A partir de este momento, cada combate es un mundo. Las técnicas utilizadas varían enormemente de un pancraciasta a otro. Se tiene constancia histórica de que un veterano luchador llamado Sóstratos de Sición gustaba de buscar los dedos de sus oponentes y rompérselos uno a uno hasta que este se rendía. Otra táctica muy utilizada consistía en "hacer la tijera", es decir, envolver la cintura del contrario con las piernas de modo que las manos quedasen libres para golpear su cara, pecho y brazos. Cada pancraciasta era distinto al anterior, pero casi todos coincidían en una cosa: la luxación es el camino hacia la rendición. Aplicando esta máxima, los luchadores se afanaban en romper o luxar los miembros y articulaciones de sus
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contrarios, pues sabían de sobra que un hombre con el hombro dislocado representa una amenaza mucho menor que un luchador sano. Los combates eran brutales y, aunque pueda parecer mentira, largos. Los pancraciastas habían sido entrenados durante casi toda su vida para soportar el dolor además de para inligirlo, así que muchos combates se prolongaban hasta la caída del sol. En este momento, según las reglas del pancracio, el árbitro debía parar el combate, que se decidiría por un sencillo método de desempate: Ambos pancraciastas tenían derecho a golpearse por turnos hasta que uno de los dos caía o se rendía. El atacante tenía derecho a decidir en que postura debía colocarse su contrincante, quien debía recibir el golpe sin hacer el más mínimo intento de defenderse. De esta manera se resolvió el combate entre Creugas, campeón de Epidamnos, y Damoxenos en los Juegos Nemeos del año 400 a.C. Tras una batalla que había durado horas, el atardecer había obligado a ambos luchadores a dejar de combatir. El árbitro realizó entonces el correspondiente sorteo y la suerte sonrió a Creugas, a quien le tocó golpear primero. El campeón de Epidamnos ordenó a su contrincante que bajara los brazos y le propinó un fuerte puñetazo en plena cara que le hizo tambalearse pero no le derribó. Damoxenos, una vez recuperado, ordenó a Creugas que levantara el brazo izquierdo ofreciéndole su costado. El aspirante aprovechó esta postura para clavar la punta de sus dedos (como si diera una puñalada) justo por debajo de la caja torácica de Creugas, lo que provocó la rotura de piel y músculos dejando los intestinos al descubierto y matando en el acto al campeón de Epidamnos.
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IVÁN EL TERRIBLE El día 25 de agosto de 1.530 Basilio III (Gran Príncipe de Moscovia) recibía en sus brazos a un bebé recién nacido fruto de su unión con la princesa Elena Vasílievna. El niño, que nació con dos dientes prematuros, sería bautizado bajo el nombre de Iván y marcaría el destino de Rusia como nadie podía imaginar. El pequeño Iván tenía un hermano mayor llamado Yuri, pero este había nacido sordomudo y con un leve retraso mental, lo que le descartaba automáticamente para la línea sucesoria. Por esta razón, no es de extrañar que Basilio III se volcara en la crianza y educación de su vástago menor, relegando a Yuri a un segundo plano casi testimonial. Aquella fue una época feliz en la vida de Iván. Estudiaba, sí, pero los prados que rodeaban el palacio de Kolómenskoye se prestaban a juegos y a carreras... y él acudía a la llamada con asiduidad. Podemos decir que el futuro gobernante creció en un ambiente familiar apropiado y en un entorno inmejorable, pero esa burbuja de felicidad estalló cuando Iván tenía sólo tres años. En esa época, los avances en el campo de la medicina estaban muy lejos de ser, cuanto menos, aceptables. Una simple infección se llevó la vida de Basilio III, que murió entre fuertes dolores en su residencia de Kolómenskoye. Iván fue nombrado Gran príncipe de Moscovia a la edad de tres años... pero tan sólo era un niño y no podía asumir el trono, por lo que su madre, Elena Vasílievna, se vió obligada a asumir la regencia hasta que el pequeño alcanzase los quince años en los que estaba establecida la mayoría de edad. Ya que tenía que gobernar el principado, Elena decidió que sería buena idea hacerlo desde la capital, por lo que se trasladó a Moscú con sus dos hijos. Yuri no se sintió tan afectado por la
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muerte de su padre, pues para él era casi un extraño, pero el pequeño Iván quedó destrozado al comprender que aquel hombre que le había colmado de atenciones durante sus tres años de vida no volvería jamás. Se refugió en los brazos de su madre quien, además de cuidar por igual a ambos hermanos, gobernó con rectitud, anteponiendo el bienestar del pueblo al de los altos estamentos... esto fue precisamente lo que la condujo a la muerte. El traslado a Moscú enseñó a Iván un sinfín de cosas y contribuyó a su educación de una manera increíble... pero la corte encerraba secretos e intrigas. Los boyardos, aquellos nobles del este de los que ya se había librado Vlad Tepes en Valaquia, envenenaron a Elena Vasílievna cuando Iván contaba con ocho años de edad. Como ya había pasado a la muerte de Basilio III, Yuri se recluyó en su propio mundo alejándose del dolor, pero el pequeño príncipe no fue capaz de superar el golpe. Anímicamente destrozado, el niño fue recluído en el Kremlin, donde empezó a perder la cabeza. Nominativamente aún era el Gran Príncipe de Moscovia, pero las distintas facciones de boyardos no iban a dejarle acceder al trono tan fácilmente. La guerra entre nobles no incluyó el derramamiento de sangre, pero las intrigas de aquellos que ansiaban el poder dejaron a Iván encerrado en la fortaleza moscovita y viviendo prácticamente en la indigencia. Fue en esta época cuando el príncipe empezó a disfrutar lanzando perros desde las torres del Kremlin y viendo como se estrellaban contra el suelo. En esta etapa de dolor y pérdida también pasaron cosas buenas en la vida de Iván. La mejor de ellas fue que Macario, el obispo ortodoxo de Moscú, entró en su vida.
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El clérigo se fijó en Iván y en la locura que estaba empezando a apoderarse de él. Tomándolo bajo su protección, Macario convirtió al príncipe en su pupilo para instruírle en el uso de las letras, el cultivo de una profunda fe y el trabajo físico. Iván encontró, una vez más, un hombro en el que descargar su dolor. Seguía sufriendo terribles accesos de ira cada vez que alguien nombraba a los boyardos en su presencia, pero Macario le instaba a esperar. Iván debía aguardar a que los nobles se aniquilasen entre sí para después recoger las migajas resultantes y acceder al trono... pero los años pasaban y el príncipe se cansaba de esperar. Su relación con Macario le proporcionaba numerosos contactos entre los que se contaban muchos leales a su dinastía, así que Iván aprovechó su obediencia para ordenarles que capturasen a Andréi Shúiski, heredero de una destacada familia de boyardos. Por orden directa del príncipe, los raptores capturaron al noble y lo trasladaron al Kremlin, donde fue arrojado a los perros para que lo despedazasen y se lo comieran vivo ante la atenta mirada de Iván, que tan sólo contaba con trece años. Este acontecimiento provocó un revuelo considerable entre los boyardos, que hicieron una tregua momentanea en su guerra subrepticia y se unieron para pedir la cabeza de Iván en una bandeja. Con mucho esfuerzo, Macario consiguió calmar los ánimos. Al fin y al cabo, el joven príncipe llevaba demasiado tiempo recluído y su locura estaba empezando a acentuarse; y además, ¿que amenaza podía significar para ellos un muchacho de trece años? A pesar de que las relaciones entre la familia Shúiski y el resto de boyardos se deterioraron notoriamente, las aguas volvieron a su cauce y las cosas se tranquilizaron... durante tres años. A finales del año 1.546, un joven Iván de 16 años convocó a la
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Duma. El príncipe se había convertido en un adolescente alto y musculoso que dominaba con solvencia la lectura y la escritura. Las peleas entre boyardos habían debilitado a la nobleza y el número de adeptos a la causa de Iván se había visto aumentado exponencialmente durante los tres últimos años, de manera que el parlamento ruso acudió a la llamada. Sus exigencias eran claras. En primer lugar, quería ser coronado zar de todas las rusias. En segundo lugar desdeñaría los posibles acuerdos de un matrimonio de conveniencia para casarse con Anastasia Románovna, de origen ruso. La reunión se clausuró con dos acontecimientos que marcarían la historia de Rusia: la coronación de Iván como el primero de los zares y la irrupción en la historia de la dinastía Romanov. De la mano de Anastasia, Iván encontró una felicidad que no sentía desde la muerte de su madre. Se planteó el reto de "educar al pueblo" y promovió las artes y las letras. Del mismo modo, estableció un consejo real formado por tres personas de su confianza (la Rada) y se sumergió en la ardua tarea de reformar el código legal, que favorecía en demasía a los boyardos y condenaba al pueblo. El problema se produjo cuando, para poder atender convenientemente a la "ilustración" de la nación, el nuevo zar se vió obligado a dejar los asuntos de estado en manos de sus tíos maternos: Yuri y Mijaíl Glinski. Los accesos de ira de Iván se había esfumado por completo, pero los desmanes de sus tíos los sustituían con creces. Miles de personas murieron en los incendios que arrasaron distritos enteros de la capital y de los que fueron acusados los hermanos Glinski. Las crónicas hablan de que incluso llegaron a desenterrar cadáveres, arrastrarlos hasta la cuidad y dejarlos en la puerta de ciudadanos "indeseables" o contrarios a sus intereses para poder acusarles de asesinato. Estos actos desembocaron en el linchamiento de Yuri Glinski a
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manos del gentío. Iván, por su parte, desterró a su tío Mijaíl y creó la primera leva de Streltsy, su propio cuerpo de élite. Estamos en el año 1.552 e Iván gobierna un territorio que abarca dos millones de kilómetros cuadrados... pero eso no es suficiente para el zar. Rusia es grande, sí, pero los bandidos tártaros arrasan las rutas comerciales del sur y la única salida al mar está en el norte, por lo que permanece impracticable la mayor parte del año. Ha llegado la hora de la conquista. Con un ejército de 100.000 hombres, Iván se lanza sobre el kanato tártaro de Kazán. Su ofensiva destruye casi toda la capital (Kazán), que es despoblada por completo, siendo todos sus habitantes pasados a cuchillo por orden del zar para poder sustituir a la población autóctona por colonos rusos. Las mezquitas son convertidas en iglesias ortodoxas y el kanato se integra en Rusia. El kanato de Astracán correría la misma suerte en el año 1.556 y los territorios de Livonia le seguirían en 1.558. En tan sólo seis años, Iván IV había aumentado notablemente la extensión de sus dominios, había eliminado la amenaza de los tártaros y había obtenido puertos en el Mar Caspio y en el Báltico. En el ámbito familiar las cosas no iban nada mal. Su hermano Yuri, pese a su deficiencia, había contraído matrimonio con la princesa Ulyana Paletskay. Por otro lado, su relación con Anastasia iba viento en popa y sus hijos crecían sanos... pero Iván no estaba del todo contento. Cinco años antes, en 1.553, Iván había sufrido una grave enfermedad que le había postrado en la cama manteniéndole al borde de la muerte durante un largo periodo. Viéndose en esta tesitura, el zar convocó a los boyardos y les ordenó que firmaran una alianza mediante la que juraran lealtad a su primogénito, con el que compartía nombre y que debía
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sucederle en el trono. Los boyardos, como es lógico, se negaron. El hombre que les había bajado de su pedestal a base de quitarles poder agonizaba en una cama... ¿por qué le iban a jurar fidelidad a su hijo? Desgraciadamente, los boyardos no creyeron que Iván pudiera recuperarse; pero lo hizo y, desde ese momento, su odio hacia la alta nobleza creció hasta convertirse en algo casi patológico que estalló con la muerte de Anastasia en el año 1.560. Iván, loco de dolor, acusó a los boyardos de asesinar a su esposa y emprendió una campaña de purgas y asesinatos que se llevaron por delante a centenares de nobles. El zar había vuelto a las andadas con una energía enorme alimentada por el odio. Había llegado la hora de que Rusia sintiera su dolor como propio. El zar de todas las rusias había perdido la cabeza. Sus aullidos podían oírse día y noche por los pasillos del Kremlin. La situación se prolongó durante cinco años y la muerte del obispo Macario no hizo sino acentuar esta locura. Un clérigo llamado Afanasio sucedió a Macario como obispo metropolitano de Moscú, pero este nuevo representante de la iglesia ortodoxa era más afín a la causa boyarda que a la del propio Iván, por lo que convocó una reunión en la que los nobles reprocharon al zar su situación y la afección que esta estaba teniendo sobre el gobierno del país. Iván, compungido, abandonó la sala con la promesa de abdicar e irse al exilio. Esa misma noche, Iván IV abandonaba Moscú. Los boyardos estaban exultantes... pero no permanecieron así durante mucho tiempo. Aún estaban discutiendo acerca de cómo debían repartirse el poder cuando llegaron a Moscú tres cartas escritas del puño y letra de Iván. La primera de ellas iba dirigida al clero, personificado en la figura de Afanasio; la segunda iba destinada a la nobleza... la última era una misiva destinada al pueblo. En esta última carta,
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que fue leída en las plazas de todas las ciudades de Rusia, el zar acusaba a clérigos y boyardos de caer en la corrupción, la traición y el robo de fondos de la corona. El mensaje caló hondo entre las clases bajas y la pequeña nobleza, que recordaban las conquistas de Iván y, además, estaban agradecidas por lo que el zar y su madre habían hecho por ellas. La amenaza de una guerra civil flotaba en el aire por toda Rusia, así que el nuevo metropolitano tuvo que promulgar un edicto público mediante el cual se perdonaba a Iván IV por los errores pasados y se le restablecía en el trono. El zar trasladó su corte a Alexándrovskaya Slobodá (a 100 km de Moscú) y creó el cuerpo de opríchnik, que conformarían a partir de ese momento su guardia personal y que, además, actuarían como policía política y estatal. Estamos en 1.565, Iván se encuentra en la cúspide de su poder y acaba de dar forma al instrumento de venganza. Durante los años siguientes, los opríchnik campan a sus anchas por la Rusia zarista. Los boyardos son prácticamente exterminados, pero la paranoia del zar está fuera de control. En el año 1.570, la ciudad de Nóvgorod es acusada de alta traición. El zar sospecha que la ciudad se ha aliado con Lituania para derrocarle, así que envía allí a 15.000 hombres comandados por sus temidos opríchnik. Las órdenes son sencillas: la traición se paga con la muerte y Nóvgorod debe servir de ejemplo para que toda Rusia sepa lo que les pasará a aquellos que osen desafiar a Iván. Entrando a sangre y fuego en la ciudad, los hombres del zar torturan, asesinan y empalan a casi un tercio de su población. Los enemigos de Rusia vieron en la debilidad de Iván una excusa perfecta para atacar. En primer lugar, los tártaros de Crimea avanzaron sobre Moscú capturando 100.000 esclavos y matando a más de un millón de personas. El zar acusó el golpe
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sobre la capital y se lanzó en persecución de los tártaros, a los que aniquiló junto con sus aliados jenízaros menos de un año después en la batalla de Molodi. Unos años después, los ejércitos polaco y sueco atacaron el noroeste de Rusia convencidos de que el zar acudiría con su ejército... pero a Iván ya no le importaba nada. Su vida transcurría entre orgías y asesinatos. Sus padres estaban muertos, su hermano Yuri estaba muerto y su esposa estaba muerta. Nada tenía sentido para Iván. Para tratar de entender los niveles de locura en los que se movía Iván, baste explicar que llegó incluso a matar a su primogénito. En un acceso de ira acontecido en 1.580, el zar cogió al zarevich Iván (su primer hijo con Anastasia) y le golpeó con su bastón hasta darle muerte. El destino que corrieron sus esposas no fue mucho mejor. Tras la muerte de Anastasia Románovna, su primer y único amor, Iván se casó hasta siete veces más. La primera de estas esposas fue María Temriúkovna, que murió envenenada en 1.563. Posteriormente, el zar contrajo matrimonio con Marfa Vasílyevna Sobákina, que fue hallada muerta en sus aposentos en 1.571, tan sólo 16 días despues de casarse con Iván IV. La siguiente Ana Ivánovna Koltóvskaya, con la que se casó en 1.572 y que fue encerrada en un convento dos años después para que Iván pudiera contraer matrimonio con Ana Grigórievna Vasílchikova, que fue enviada a un convento, del mismo modo que su antecesora, un año después de la boda. En el año 1.579, el zar se casaba con Vasilisa Meléntieva, quien cometió la imprudencia de tomar un amante y permitir que Iván se enterara. El muchacho fue empalado vivo y la mujer recluída en un convento para alejarla de la ira del zar. La penúltima fue María Dolgorúkaya. En la noche de bodas, Iván descubrió que María no era virgen, así que ordenó que
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fuera ahogada al día siguiente, tras abusar de ella durante toda la noche. Así llegamos a la que sería su última esposa, María Fiódorovna Nagaya. Hija de un borracho de baja estofa, María supo lidiar con el caracter irascible de Iván e incluso le dió un hijo, Dimitri, que nacería como zarevich al haber matado el zar a su hermano en 1.580 y sobreviviría hasta 1.591, cuando murió con ocho años de edad en circunstancias sospechosas. Ya en la recta final de su vida, Iván IV se lanzó a la conquista de Siberia. Esta campaña empezó en 1.581 y se prolongó durante dos años en los que los cosacos anexionaron el khanato de Sibir a la nueva nación zarista... pero los años de gobierno y locura pasaron factura al zar, quien perdió las guerras del noroeste viéndose obligado a entregarle a Suecia las regiones de Carelia e Ingria y a poner Livonia bajo mandato polaco. Iván IV, el Terrible, murió en la mañana del 18 de marzo de 1.584. No murió en combate, ni siquiera fue asesinado, murió de un infarto mientras jugaba al ajedrez dejando a sus espaldas millones de muertos y auténticos ríos de sangre que anegaban una Rusia más grande que nunca pero arrasada por el llanto.
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FUEGO GRIEGO Imaginemos por un momento que acabamos de inventar un compuesto inflamable que se puede llevar allá donde queramos. Imaginemos, además, que este compuesto es capaz de arder bajo el agua y que estamos en la esplendorosa Bizanzio del siglo VI. Lo que tenemos en las manos es el arma más poderosa de la Edad Media: el fuego griego. La fórmula original del fuego griego es un misterio, pues los marinos bizantinos se cuidaban de hacerla pública. Un arma capaz de hundir flotas enteras en alta mar y cuyo fuego no sólo no se apagaba debajo del agua, sino que ardía con más fuerza aún no era cosa que pudiera pregonarse a los cuatro vientos, ya que otorgaba a la flota bizantina una ventaja estratégica significativa. Sin embargo, hay numerosas hipótesis acerca de los ingredientes del compuesto, siendo la más aceptada la que incluye los siguientes siete ingredientes: – – –
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Petróleo puro (nafta), capaz de flotar sobre el agua. Azufre, que arde con gran virulencia. Cal viva, cuya cualidad consiste en entrar en combustión al contacto con el agua liberando cantidades de calor capaces de encender un fuego. Resina, para activar la combustión. Grasas animales, que servían para aglutinar los ingredientes. Nitrato potásico, que libera grandes cantidades de oxígeno al entrar en combustión. Salitre, que actúa del mismo modo que el nitrato potásico.
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Gracias a esta combinación de ingredientes, los bizantinos consiguieron un arma que les hacía prácticamente invencibles en mar abierto. La mezcla era proyectada desde los barcos a través de largos tubos sobre la flota enemiga y sobre el tramo de mar que la rodeaba. Cuando el compuesto caía sobre la cubierta, los marineros trataban de apagarlo como si se tratase de cualquier fuego, pero el hecho de añadirle agua sólo empeoraba las cosas y condenaba la flota. En primer lugar, el petróleo hacía honor a su naturaleza y se esparcía formando balsas ardientes alrededor de las naves. La cal viva provocaba un virulento fuego que se reactivaba y se hacía cada vez mayor con el aporte de oxígeno liberado por el nitrato y el salitre. Los barcos quedaban reducidos a cenizas, pues el poder de este arma era tal que el fuego no se apagaba hasta que la madera había sido consumida por completo. Normalmente, los marinos que participaban en alguna de estas batallas morían abrasados entre terribles dolores por un fuego que se pegaba a la piel y que no hacía sino avivarse cuando se lanzaban al mar, pero los pocos supervivientes volvían a la orilla contando cómo habían visto arder barcos enteros bajo la superficie, lo que envolvía el fuego griego en un halo místico que hacía estremecerse a cualquier naviero enemigo de Bizancio a lo largo de todo el Mediterráneo. Pero la armada bizantina no destacaba únicamente por su poderío naval y, como no podía ser de otra manera, el fuego griego también tenía aplicaciones en tierra. La infantería gozaba también de las bondades del fuego griego, pues había soldados especialmente entrenados para el uso de armas capaces de proyectar el compuesto sobre las líneas enemigas.
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Esta especie de lanzallamas estaban compuestos por una especie de mochila unida a una boca metálica por una manga y actuaba de manera que el operario, con sólo accionar una bomba manual, pudiera descargar una inmensa llamarada sobre las posiciones enemigas. Cuando el portador del ingenio accionaba la bomba, el líquido de la mochila era proyectado a través de la manga. En la punta de la boca, generalmente en forma de dragón o cabeza de león, había una pequeña bujía que permanecía siempre encendida, de modo que al entrar el compuesto en contacto con la llama, este se inflamaba y llegaba a la línea enemiga convertido en una bola de fuego virtualmente inextinguible. Del mismo modo, las armas de asedio también contaban con proyectiles especialmente adaptados para el uso del fuego griego. Entre ellos destacaban las granadas que se preparaban rellenando una olla de barro con abrojos metálicos y grandes cantidades del fluído que nos ocupa. Las ollas eran cocidas añadiendo grandes cantidades de fósforo en su capa exterior, de modo que cuando el recipiente entrase en contacto con el suelo, se produjera una chispa que hiciera explosionar el recipiente e inflamara su contenido. De esta manera, las grandes ollas lanzadas por catapultas explotaban al contacto con la piedra de las fortalezas lanzando una lluvia de fuego y metralla en todas direcciones. Estas bombas también se fabricaban en una versión más pequeña que podía ser utilizada como granada de mano, pero lo volátil de su naturaleza hacía desaconsejable la manipulación del fuego griego por soldados inexpertos, ya que si una de aquellas granadas caía por error al suelo, podía prender fuego a todo un batallón.
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ROANOKE, LA COLONIA PERDIDA Isla de Roanoke, actual Carolina del Norte, año 1.586. La conquista de América está en pleno apogeo y sir Walter Raleigh, fundador de la colonia de Virginia y político tenido en gran estima por la reina de Inglaterra, está empeñado en llevar a buen puerto su propósito de colonizar América del Norte. A este respecto llevaba ya un tiempo dando la murga a Isabel I cuando la reina, no se sabe bien si convencida o simplemente hastiada por la insistencia de Raleigh, da su autorización para establecer una nueva colonia en el indómito norte del Nuevo Mundo con dos condiciones: toda la financiación debe salir íntegramente del bolsillo del político y la colonia debe funcionar de manera autónoma en un plazo de diez años. Dicho y hecho... casi. Raleigh, que además de político era un avezado marino, reune un grupo de 75 veteranos curtidos en mil batallas navales y los envía a la isla de Roanoke, de 46 kilómetros cuadrados y de clima benigno, perfecta para el establecimiento de la nueva colonia. Los recién llegados encuentran que en la isla existe una población de indios y, lejos de trabar amistad con ellos, los soldados veteranos deciden emprender un ataque preventivo contra la población autóctona... que no sale demasiado bien. Al poco tiempo, los colonizadores suplican al famoso pirata Francis Drake que los saque de Roanoke y los lleve de vuelta a Inglaterra. Sir Walter Raleigh, que no era tonto, aprende de su error y envía a la isla un nuevo grupo de colonos formado por 117 personas que incluye hombres, mujeres y niños, todos ellos civiles.
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Además, para asegurarse del buen hacer de las gentes que deben asentarse en Roanoke, Raleigh pone al mando de la expedición al artista John White, amigo personal del político, que parte hacia la colonia acompañado de su yerno, su hija y su mujer embarazada. La nueva población se instala en Roanoke e intenta establecer lazos de amistad con las tribus autóctonas... pero estas miran con desconfianza al grupo de White debido al estropicio causado por los hombres blancos que habían estado allí el año anterior. Los ingleses empiezan a temer por su seguridad y la de sus familias. Aún así, el artista convertido en alcalde no desiste en su empeño de buscar la paz y el equilibrio con los indios, pero los problemas se hacen cada vez más severos y la escasez de alimentos empieza a ser acuciante, por lo que White se ve obligado a tomar un barco hacia Inglaterra para solicitar la ayuda de su amigo Walter Raleigh y, por ende, de la corona. John White parte de Roanoke en el año 1.587 dejando a los colonos que allí quedan dos simples premisas: en primer lugar, si se marchan deben dejar constancia de hacia dónde se han desplazado y, en segundo lugar, deben grabar una cruz de Malta en un árbol si la mudanza viene provocada por un ataque. Con estas parte White hacia la madre patria, dejando a su mujer y a su hija recién nacida en la colonia con la esperanza de volver a verlas pronto... pero una vez más las cosas no salen como deberían. El mar es tomado por los barcos de guerra durante la guerra anglo-española y el artista queda bloqueado en Inglaterra hasta que, tres años después, consigue que uncorsario se haga a la mar para llevarle hasta la colonia. Cuando White llega a Roanoke, lo que encuentra le llena de temor. Todo el asentamiento está en silencio, las puertas de las casas cerradas a cal y canto y ni un alma a la vista.
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Los colonos se han volatilizado sin dejar huela.... o casi. En un árbol aparece grabada la sílaba "cro" y en otro, un poco más allá, la palabra "croatoan". Eso es todo. White entiende desesperado que ha perdido a su mujer y a su hija. La cruz de malta que habían convenido no aparece por ningún sitio, por lo que el artista se niega a creer que el poblado hubiera sido atacado. En lugar de eso, White piensa que sus esfuerzos diplomáticos han calado en la tribu amistosa de los Croataoan y que, ante la amenaza de otros grupos autóctonos, estos se han llevado a su familia al interior del continente. El gobernador, ahora sin súbditos, quiere ir al corazón de América del Norte en busca de su familia, pero el corsario que le ha levado hasta Roanoke tiene miedo de que una tormenta les deje varados en aquella isla y amenaza con hacerse a la mar dejando en tierra a White, quien se ve obligado a seguir al marino abandonando la colonia para siempre. White murió en 1.606 en Inglaterra, sin haber vuelto a ver a su familia desde que partiera de Roanoke en el año 1.587, pero investigaciones posteriores apoyan la hipótesis del artista e invitan a pensar que los colonos habrían sido acogidos y, posteriormente, absorvidos por la tribu de los Croatoan. El caso más significativo es el de la tribu Lumbee, habitantes de Carolina del Norte desde tiempos inmemoriales y autoproclamados como descendientes directos de los Croatoan. En esta tribu abundan los cabellos rubios y los ojos azules, rasgos nada comunes entre los indios y que la transmisión genética a partir de aquellos ingleses llegados a Roanoke habrían hecho posibles.
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LOS HONDEROS BALEARES Si bien las Islas Baleares eran conocidas por los antiguos griegos como Gimnesias, los coetáneos de Arquímedes ya sabían que, bajo un nombre u otro, los habitantes de aquellas islas eran fieros guerreros capaces de hundir un barco (literalmente) a pedradas. Los honderos baleares fueron conocidos en todo el mundo antiguo como excelentes mercenarios, vamos a tratar de averiguar por qué. Baleares, algún punto indeterminado del primer milenio a.C. El asentamiento está en calma. Los hombres han salido a cazar mientras las mujeres se quedan en el poblado. Se acerca la hora de comer y los niños tienen hambre pero, ¿por qué no les dan de comer? La respuesta es sencilla: tienen que ganárselo. Desde que pueden mantenerse en pie, los niños pasean por la aldea con una honda en la mano y son instruídos en su manejo desde el momento en el que tienen la fuerza suficiente para hacerla girar. Por eso no es de extrañar que, para poder comer, tengan que derribar de una pedrada el saquito de comida que previamente les han colocado en la rama de un árbol. Este entrenamiento en sí mismo no tenía nada de especial, sino que era más bien un juego ideado para que todos los niños del asentamiento se familiarizasen con el manejo de la honda... pero si le añadimos el factor "si no aciertas, no comes" y lo prolongamos en el tiempo durante años, obtenemos un entrenamiento diario que da como resultado niños capaces de lanzar proyectiles de piedra o plomo con una precisión y una potencia escalofriantes. Con el paso a la edad adulta, los juegos de este tipo son sustituídos poco a poco por entrenamientos más específicos destinados a mejorar la destreza y la fuerza del tirador.
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De esta manera, llegamos al año 121 a.C. con una dinastía de honderos sobradamente preparados. Las águilas romanas, ávidas de victoria, campan a sus anchas por el mediterráneo y se plantan ante las costas baleares. Creyendo que aquellos salvajes que les miran con gesto hosco desde los acantilados no suponen ninguna amenaza, la flota comandada por Quinto Cecilio Metelo se acerca a la costa dispuesta a desembarcar... pero los honderos no están dispuestos a someterse al yugo sin presentar batalla. Desde la orilla, los baleares empiezan a lanzar proyectiles contra la línea de flotación de las naves romanas, que se hunden cuando decenas de vías de agua se abren en sus cascos. Quinto Cecilio Metelo asiste atónito al espectáculo de los honderos hundiendo sus barcos ante las costas baleares. En los siguientes intentos de atraque, los romanos aplicaron mejoras sobre sus naves, forrándolas de cuero para que las piedras de los honderos no pudiesen llegar hasta la madera, lo que facultó a los legionarios para desembarcar por primera vez en territorio balear. Aún así, la precisión y fiereza de los honderos consiguieron que la guerra de conquista se prolongase durante dos largos años. Quinto Cecilio Metelo quedó tan impresionado que los honderos baleares fueron inmediatamente incorporados a las tropas auxiliares de Roma, participando activamente en campañas tan célebres como la de Britania o la de las Galias. En el orden de batalla, los honderos siempre se situaban en primera línea armados con tres hondas: una anudada en torno a la cabeza, otra en la cintura y la última en la mano, presta a disparar. Los proyectiles de combate (metálicos) surcaban el aire para desarbolar la formación enemiga rompiendo yelmos y escudos allí donde impactaban. Los honderos aguantaban la posición, disparando una vez tras otra hasta que la formación enemiga caía como un castillo de
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naipes. En ese momento, los baleares se apartaban dejando la primera línea de batalla a la infantería, que cargaba sobre el enemigo aturdido. Pero los romanos no fueron los únicos que se dieron cuenta de la valía de los honderos. Los baleares combatieron también del lado de Cartago, que les pagó como mercenarios y les hizo participar en las dos primeras Guerras Púnicas bajo las órdenes de Asdrúbal y, posteriormente, en batallas tan importantes como la de Cannae bajo el mando de su hijo, el general Aníbal Barca.
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DE NIEBLAS QUE MATAN A principios de diciembre del año 1.952 una espesa niebla envolvió por completo la ciudad de Londres. Esto, por si sólo, no habría sido motivo de preocupación... pero esta niebla tenía una peculiaridad: mataba. Los motivos que propiciaron la aparición de la Gran Niebla (como se conoce a este fenómeno) fueron varios. En primer lugar, la llegada de un frente frío a la ciudad hizo que sus habitantes quemasen más carbón del habitual... el problema era que Inglaterra se hallaba terriblemente empobrecida tras la II Guerra Mundial, de modo que los londinenses se vieron obligados a utilizar como combustible un carbón de mala calidad rico en azufre y que provocaba grandes cantidades de humo tóxico. A esto se unió el hecho de que aquel mismo frente frío estancó el humo cerca del suelo creando una "burbuja" que envolvió la capital de Inglaterra y que se hacía cada vez más grande a medida que los habitantes de Londres seguían quemando carbón. En un principio, la gente no le dio importancia a la Gran Niebla. Londres es la ciudad de la bruma eterna y, si bien esta niebla era más espesa que las demás y olía peor, pasaría como el resto. Los problemas empezaron cuando la Gran Niebla se volvió tan espesa que obligó a interrumpir el tráfico rodado. Los viandantes andaban embozados, pues el olor era cada vez más fuerte y los espectáculos teatrales se cancelaron debido a que la niebla se introducía con facilidad en los espacios cerrados e impedían a los espectadores ver más allá de la fila de asientos
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inmediatamente anterior. Esto puso en alerta a los servicios sanitarios de la ciudad, quienes descubrieron que la niebla se había llevado ya la vida de 4.000 personas con los bronquios ennegrecidos por el pernicioso humo. El gobierno tomó medidas inmediatas interrumpiendo la quema de carbón de mala calidad... pero el daño ya estaba hecho y la Gran Niebla tardaría en disiparse. Se estima que 8.000 londinenses más murieron en las semanas posteriores y que 100.000 personas sufrieron afecciones derivadas de la respiración de aquella bruma negra.
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LA DEVOTIO IBÉRICA Año 100 a.C. Hace más de un siglo del primer desembarco romano en Ampurias y casi toda la península se encuentra ya bajo el dominio de la república itálica... pero los legionarios y oficiales aún se sorprenden ante la relación de vasallaje existente entre los jefes tribales y sus guerreros más afines: la devotio. La devotio ibérica era un pacto que contemplaba dos vertientes: en primer lugar, el soldado reconocía la autoridad de su caudillo y juraba protegerle en el combate. A cambio, el jefe tribal de turno se comprometía a defender los intereses de sus devoti ayudándoles a medrar en la escala social. Por otro lado, la devotio constituía un juramento a Tanit, la diosa reflejo de la Astarté fenicia que habían traído hasta la península las incursiones comerciales de aquel imperio comercial llamado Cartago. Mediante este juramento, el guerrero ofrecía su vida a la diosa a cambio de la salvación de su caudillo. Este pacto con Tanit convertía al soldado en un devoti de pleno derecho. Su vida ya no le pertenecía, estaba en manos de la diosa y sería ella la que decidiera el momento preciso en el que el guerrero debía encontrar la muerte. Los juramentos de devotio no constituían una costumbre humillante mediante la que el caudillo sometiera a sus súbditos, sino que se trataba de una relación de beneficio recíproco en la que la tribu quedaba protegida por los devoti del jefe mientras que estos eran mantenidos y colmados de bienes por el depositario de su devotio. De esta manera, los guerreros íberos de la hispania prerromana vivían "a cuerpo de rey" durante el tiempo que los territorios de
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su tribu se mantuviesen en paz. Lo malo es que, en aquella época, las falcatas no pasaban nunca demasiado tiempo sin salir de sus vainas. En los tiempos de la invasión romana, las batallas y escaramuzas estaban a la orden del día pero, ¿en que afectaba la devotio a los guerreros íberos? Grosso modo, en que, si era necesario, debían dar la vida por su caudillo. Si una flecha iba dirigida al corazón del jefe, allí estaba el devoti para interponerse y recibir el arponazo. ¿Un soldado romano intentaba cortar al caudillo? ningún problema, el devoti se ponía en medio y recibía el tajo. Los devoti eran, por lo tanto, una versión extrema de los guardaespaldas modernos... ¿que por qué digo extrema? Vamos a tratar de explicarlo. Como hemos dicho antes, el guerrero había dejado de ser dueño de su propia vida en favor de la protección de su caudillo pero, ¿qué pasaba en los casos en los que el caudillo moría sin que los devoti pudieran intervenir? Dado que el pacto con la diosa incluía una "cláusula" mediante la cual Tanit se reservaba el derecho a tomar la vida de cualquier devoti en lugar de la de su jefe, la muerte del caudillo se consideraba como un fracaso y una humillación. Los guerreros sometidos a la devotio consideraban que su vida no había sido digna de sustituir a la de su benefactor en manos de la diosa y que, por lo tanto, carecía de validez. Por esta razón, si el jefe moría, sus devoti se suicidaban con él y le seguían más allá de la muerte.
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LA LEYENDA DE LOS 47 RONIN Dejemos volar nuestra imaginación hasta el misterioso Japón del año 1.701. El honor es la única moneda válida y los guerreros samurai, lejos ya de las sangrientas guerras de siglos anteriores, buscan su sitio en la nueva sociedad sin olvidar las enseñanzas del Bushidō, su código de conducta. Es en este contexto en el que se produce el Incidente de Akō, nombre por el que se conoce en Japón a la historia de los 47 rōnin. Cuenta la leyenda que un pequeño noble llamado Asano Takumi fue ascendido por su shōgun (su señor natural) a la categoría de daimyō y que le fue encomendada la tarea de recibir y entretener en nombre de su shōgun a los enviados de la familia imperial. Asano se tomó el trabajo en serio, pero las estrictas cuestiones de protocolo imperantes en la corte nipona excedían sus conocimientos, por lo que le fue asignado un maestro llamado Kira Kozukenosuke para que le instruyera en esas lides. Kira despreciaba a Asano y, por más que su discípulo se esforzase en aprender todas las normas de etiqueta, Kira disfrutaba enormemente humillándolo. Primero llegaron los pequeños desplantes; luego la cosa fue a mayores y estos se convirtieron en reproches insloentes ante numerosos testigos. La gota que colmó el vaso llegó en el palacio del shōgun. En una reunión en la que estaban presentes maestro y discípulo, Kira insultó gravemente a Asano en presencia del shōgun y este, incapaz de soportar más humillaciones, desenvainó su daga y la blandió contra Kira, saldándose el ataque con un profundo corte en la frente del maestro y con el discípulo
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arrestado por los guardias del shōgun. Empuñar un arma con ira contra un semejante estaba terminantemente prohibido, pero hacerlo en el palacio del shōgun constituía una afrenta personal contra este, por lo que Asano fue condenado a muerte, dejándole un leve resquicio para una muerte honrosa mediante el seppuku (o harakiri), del que ya hablaremos en otra ocasión. Asano, como hombre de honor que era, aceptó su destino y se suicidó arrepintiéndose de una sola cosa: no haber matado a Kira cuando tuvo ocasión de hacerlo. Las noticias del destino sufrido por su patrón llegaron hasta los samurais que servían bajo las órdenes de Asano. La revelación de que a partir de ese momento se habían convertido en rōnin (guerreros sin señor) cayó como una losa sobre el grupo. Algunos de los antiguos samurais decidieron lanzarse a los caminos en busca de otro señor al que servir. Otros, simplemente, se dejaron ir y acabaron sus días como mendigos o ladrones; pero hubo un grupo que decidió vengar la memoria de su daimyō. Los 47 rōnin más fieles a Asano planearon su venganza con una eficacia escalofriante. Sabían que Kira estaría protegido constantemente por la guardia que le había puesto el shōgun y que el antiguo preceptor de su señor no asomaría la nariz más allá de las murallas de su fortaleza. Además, tenían fundadas sospechas de que Kira había sembrado los caminos de espías que seguirían todos los movimientos de cada uno de los 47 rōnin. Por esta razón, los antiguos samurais se mezclaron con el vulgo, convirtiéndose en mendigos, borrachos y bronquistas tabernarios de la peor calaña... pero no erasuficiente. Viendo la estrecha vigilancia a la que Kira les tenía sometidos, los rōnin decidieron tomar medidas más drásticas: abandonaron a sus mujeres y a sus hijos, se convirtieron en clientela fiel de
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los peores antros de todo Japón e incluso se mudaron, dispersándose a los cuatro vientos y llevándose con ellos a los espías de Kira, que cada vez tenían más dificultades para hacer llegar sus informes al antiguo maestro. El líder de los rōnin era un guerrero llamado Oishi, que se mudó a Kioto y se convirtió en el borracho más desharrapado de la cuidad. Dado que era el jefe de la antigua guardia de Asano, Oishi era también el rōninmás vigilado por los hombres de Kira, por eso no es de extrañar que cuando salió de una taberna tan borracho que se quedó dormido en mitad de la calle soportando los desprecios de la gente que le escupía y le golpeaba la cara, los espías mandasen a su señor el mensaje de que los antiguos guardianes de Asano habían tocado fondo y se habían convertido en unos estúpidos inofensivos... este era el momento que Oishi llevaba esperando un largo año. Kira había bajado la guardia; había llegado la hora de la venganza. El grupo volvió a reunirse a finales del año 1.702 y, tras armarse convenientemente, asaltó la residencia de Kira. Durante el periodo de planificación de la venganza, uno de los antiguos servidores de Asano había llegado a casarse con la hija del constructor de la casa de Kira con el único propósito de tener acceso a los planos. Los rōnin estaban preparados, perfectamente armados y conocían cada rincón de la casa; la masacre no se hizo esperar. Muchos de los guardias de la fortaleza cayeron muertos antes de darse cuenta de lo que estaba pasando, pero otros presentaron una decidida resistencia que le costó la vida a uno de los rōnin. Aún así, Kira fue hallado en los jardines del palacio y conducido a la presencia de Oishi, quien le tendío la daga con la que Asano se había practicado el seppuku y, con ella, la oportunidad de morir como un hombre de honor. Kira desestimó la oferta, por lo que fue decapitado con aquella
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misma daga . Una vez llevado a cabo el trabajo sucio, los hombres de Oishi metieron la cabeza de Kira en un balde y la llevaron hasta Sengakuji, donde estaba enterrado su antiguo señor. Tras haber ofrendado a Asano la cabeza cortada de su ofensor, los 47 rōnin se entregaron a la justicia del shōgun. 700 soldados se desplazaron hasta Sengakuji para capturar a los rōnin, pero ni una sola gota de sangre fue derramada en aquella jornada. Los rōnin se entregaron pacíficamente y fueron conducidos ante el shōgun, quien dictó sentencia 47 días después. Los antiguos samurais habían caído en el delito de asesinato pero, puesto que lo habían hecho para honrar la memoria de su señor y les había guiado la lealtad en lugar de la ira, tenían derecho a morir como lo había hecho su daimyō: conservando el honor mediante el ritual del seppuku. Los rōnin no lo dudaron. Sacando sus dagas, se fueron suicidando uno a uno. Fueron enterrados en Sengakuji, junto a la sepultura de su señor y aún a día de hoy los japoneses llevan incienso para honrar la memoria de los mayores paradigmas del honor y la fidelidad que ha dado su historia.
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LOS “RED TAILS” DE TUSKEGEE Estamos a finales de 1.941 y la sociedad norteamericana se estremece ante la noticia que aparece en la primera plana de todos los periódicos: los japoneses han atacado Pearl Harbour y el presidente Franklin Delano Roosevelt ha respondido metiendo al país en la II Guerra Mundial. Aún por estas fechas, la segregación racial en Estados Unidos se mantenía en unos niveles preocupantes y suponía un auténtico dolor de cabeza para el presidente pero, como no hay mal que por bien no venga, Roosevelt aprovechó la entrada oficial en guerra de Estados Unidos para crear un cuerpo de aviadores exclusivamente formado por hombres de raza negra; una especie de pilotos propagandísticos que sirvieran para atraer a los negros al ejército que había de luchar en las cruentas batallas del Pacífico. Un campo de entrenamiento fue establecido a las afueras de la universidad de Tuskegee, situada en Alabama y poblada mayoritariamente por alumnos afroamericanos. 445 pilotos de raza negra salieron de aquel campo dispuestos a hacer morder el polvo al Reich y a sus aliados. De ellos, 150 murieron en combate y el resto regresaron a Estados Unidos, donde fueron condecorados con la Medalla de Oro del Congreso en un acto de reconocimiento encabezado por George W. Bush y celebrado el 29 de marzo de 2.007. Aquel escuadrón de los "red tails", conocido así por el color de las colas de los cazas que pilotaban, tenía que haber sido un arma propagandística, ni mas ni menos, pero se convirtió en un
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cuerpo de aviadores de una eficacia terrible. Entre todos ellos suma un total de 15.000 actos de guerra, con 950 vehículos y 251 aviones enemigos destruídos. Algunos historiadores hablan de que ningún bombardero escoltado por los aviadores de Tuskegee fue derribado jamás por el enemigo... otros, menos románticos, hablan de 25 bombarderos derribados. Aún así, teniendo en cuenta el número de misiones en las que participaron, el número es impresionantemente bajo. Los pilotos de Tuskegee, aquellos hombres negros que debían servir como propaganda de tolerancia para Franklin Delano Roosevelt, combatieron en el Pacífico y en el Mediterráneo y, además, fueron utilizados como cazas escolta para los bombarderos que arrasaron Austria y Alemania. Al final del camino, los 445 "red tails" acumulaban un total de 474 distinciones y medallas de los más altos rangos.
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EL “SACCO DI ROMA” Estamos en el año 1.527, Carlos V ha sido nombrado emperador del Sacro Imperio hace 7 años y los campos de batalla del norte de Italia han visto ya auténticas riadas de sangre. Parece que la suerte sonríe al Sacro Imperio, pues los imperiales han tomado Milán y se han hecho con el control del norte de Italia; pero el Papa Clemente VII no está por la labor de perder su posición de dominio en favor del Imperio, así que da su apoyo a Francia en un intento por dar un vuelco a la situación... y vaya si lo dio. En un principio, el ejército imperial las pasó canutas ante el poderío francés pero, finalmente, consiguió imponerse con mucho sudor y muchas bajas por parte de ambos bandos. Un ejército de 34.000 hombres no es barato de mantener así que, cuando llegó la hora de rascarse el bolsillo, los comandantes se encontraron con que no tenían dinero suficiente para pagar la soldada. Como era de esperar, este pequeño inconveniente no le pareció tan pequeño a la tropa, que se amotinó y obligó a su comandante en jefe, el duque de Borbón, a enfilar hacia Roma: si el Sacro Imperio no estaba en condiciones de pagarles, los soldados se cobrarían allí lo que era suyo y lo que no. Una columna formada por 10.000 españoles, 10.000 mercenarios alemanes y otros 14.000 hombres entre infantería italiana y caballería llegan a las murallas de Roma el día 5 de mayo. La formación de los imperiales rebosa mala leche por los cuatro costados y el Papa observa el despliegue desde el vaticano con los huevos, como suele decirse, de corbata. Al día siguiente, el ejército imperial inicia el asalto contra unas murallas mal defendidas por 189 guardias suizos y 5.000
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milicianos a las órdenes de Renzo da Ceri. El ataque es brutal y los imperiales rebasan las pobres defensas rápidamente. Algunos tramos de muralla todavía resisten, pero será por poco tiempo. El duque de Borbón, pese al creciente cabreo de sus tropas, consigue imponer una mínima disciplina que mantiene a los soldados atados en corto... pero alguien, se dice que fue el artista Benvenuto Cellini, decide que sería una buena idea pegarle un tiro a aquel imperial insolente. La puntería no le falló, pero la intuición sí. Con la muerte de su comandante en jefe, los soldados quedan sin mando y deciden que ha llegado la hora de cobrar su salario. Con la indisciplina por bandera, los imperiales asaltan los tramos de muralla que quedan y empiezan a desplegarse por la capital de los Estados Pontificios. Lo primero que hacen es ejecutar sumarísimamente a un grupo de 1.000 defensores que se empecinaba en resistir. Acto seguido ponen rumbo al Vaticano reclamando la cabeza de Clemente VII. La situación es, por decirlo de un modo suave, bastante tensa. Los soldados imperiales están desatados y 147 de los 189 guardias suizos dan su vida en una batalla encarnizada con el fin de dar tiempo al Papa para que huya hacia Castel Sant'Angelo por un pasadizo secreto. Una vez que caen los guardias suizos, la cuidad queda a merced de los imperiales, que no tardan ni cinco minutos en empezar a saquearla matando, ya que están puestos, a la población. Tres días después de la entrada de los imperiales, llegó a la ciudad el cardenal Pompeo Colonna, enemigo personal del Papa. Traspasó las puertas (o lo que quedaba de ellas) seguido por un buen número de campesinos de sus feudos deseosos de unirse al saqueo... pero como estaría la cosa, que a Colonna se le puso tan mal cuerpo que decidió dar asilo en su palacio personal a un buen número de ciudadanos romanos.
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Viendo el percal, un comandante de caballería llamado Filiberto ordenó el cese inmediato de los disturbios. Lógicamente, los soldados estaban demasiado ocupados robando, violando y matando (no necesariamente por este orden) a la población romana que aún aguantaba el tirón, así que le hicieron más bien poco caso. La ciudad ardía, los cadáveres se amontonaban en las calles y Clemente VII asistía al espectáculo desde su palco privilegiado en Castel Sant'Angelo. Si cuando empezó el saqueo estaba muerto de miedo, no es necesario explicar el estado de ánimo que tenía en ese momento. Su estrategia consistía en refugiarse tras los muros y lanzar mensajes de socorro en todas direcciones con la esperanza de que alguien acudiera en su ayuda. El día 1 de junio, casi un mes después del asalto a las murallas, llegó a Roma un contingente italiano comandado por Francesco Maria della Rovere y Michele Antonio de Saluzzo. Los imperiales no habían terminado con su labor y, por lo tanto, no estaban dispuestos a entregar su botín de guerra a los italianos, así que arremetieron contra el ejército enemigo y lo arrasaron en un abrir y cerrar de ojos. Finalmente, el día 6 de junio, Clemente se rindió y compró su propia vida a los imperiales por la cifra nada desdeñable de 400.000 ducados y las ciudades de Parma, Piacenza, Civitavecchia y Módena. Las tropas se retiraron de Roma dejando tras de sí un montón de escombros humeantes. Oficialmente, Carlos V quedó muy disgustado por el comportamiento de sus tropas e incluso vistió luto en recuerdo de los ciudadanos romanos caídos; lo que pensara extraoficialmente ya es harina de otro costal. De cualquier manera, el Papa se cuidó durante el resto de su vida de no hacer ni un sólo movimiento que pudiera ofender aunque fuera mínimamente al Sacro Imperio o al propio Carlos.
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CAMBOYA, AÑO CERO Abril del año 1.975. El partido democrático de Camboya (más conocido como los Jemeres Rojos) acaba de llegar al poder y la gente se agolpa en Phnom Penh para asistir al discurso de investidura de Pol Pot. El líder de los comunistas camboyanos promulga un maoísmo llevado al extremo: todo vestigio del pasado debe desaparecer para dejar paso a la nueva Camboya libre y dueña de su propio destino. Es el inicio de una nueva edad dorada para el país asiático... o debería haberlo sido, pues ya se sabe que cualquier ideología llevada al extremo acaba degenerando invariablemente en algo que no se parece en nada a la idea original. El nuevo gobierno empieza a extender su radicalismo suprimiendo la moneda, las escuelas, el mercado, la literatura, el arte, las religiones... y los núcleos de población urbanos. Esta dictadura del campesinado estipula que todos los habitantes de las ciudades son considerados, per se, enemigos del régimen y que, por lo tanto, deben ser exterminados del mismo modo en que deben serlo los intelectuales (o todo aquel que se asemeje vagamente a uno). De esta manera, los Jemeres Rojos evitan cualquier conato de pensamiento propio y, para completar la transformación, cierran las fronteras aislando el país de toda influencia extranjera y, por lo tanto, enemiga. Las antiguas escuelas son rápidamente reconvertidas en prisiones políticas que, sabiendo la paranoia que afecta a todos los dictadores, están atestadas... mientras la comunidad internacional calla y consiente. El día 17 de abril, los habitantes de las ciudades son obligados a trasladarse al campo. La mudanza masiva implica a dos mil
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millones de personas que son obligadas a caminar centenares de kilómetros hasta los destinos que les han sido asignados. Columnas interminables de urbanitas abandonan sus lugares de origen flanqueadas por regimientos enteros de soldados fieles al régimen y que, además, padecen una "enfermedad" que suele afectar a todos los brazos armados de dictaduras afines a un signo político u otro: son de gatillo fácil. Los enfermos son obligados a salir precipitadamente de las camas en las que se encuentran hospitalizados, coger lo poco que puedan llevar con ellos y unirse a las columnas de deportación. A aquellos que estaban tan enfermos como para no poder salir del hospital por sus propios medios se les aplicaba una medicina que no falla nunca: el balazo en la nuca. Lógicamente, la gente no abandona sus casas de buen grado, pero los que se quejan son fusilados inmediatamente delante de sus familiares y vecinos, que miran al suelo y lloran la pérdida en silencio por miedo a sufrir el mismo destino o uno peor: visitar una de aquellas antiguas escuelas de las que, según se decía, nadie volvía a salir... con vida. Los Jemeres Rojos no eran estúpidos y sabían que las rebeliones urbanas podían reproducirse en el campo, pero Pol Pot lo tenía todo planeado: los habitantes de las ciudades fueron reubicados en el campo de manera que cualquier retazo de arraigo familiar o territorial les fuera arrancado de raíz. Los matrimonios fueron disueltos de modo que el marido era enviado a un sitio, la mujer a la punta contraria del país y los hijos... bueno, con los hacían cosas peores. El éxodo masivo había sido completado en tiempo récord y había llegado la hora de buscar al peor enemigo de todos: aquel que cobija en el propio partido para favorecer los intereses del "demonio extranjero". En este momento, los Jemeres Rojos crearon centros de reclusión por todo el país y empezaron a llenarlos de gente que había cometido crímenes tan horrendos como llevar gafas, tener un título universitario, saber un idioma
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extranjero o haber trabajado en una oficina antes del auge del partido democrático. Una vez allí, los acusados eran torturados hasta que confesaban crímenes que, obviamente, no habían cometido. En base a esta confesión obtenida bajo métodos de tortura de los más imaginativos, los Jemeres Rojos quedaban legitimados (o eso pensaban ellos) para ejecutar al detenido, a toda su familia y a sus amigos más cercanos. El más célebre de estos campos es el de Tuol Sleng. 20.000 personas entraron a este campo entre 1.975 y 1.979; tan sólo 7 de ellas salieron con vida. Las estimaciones de víctimas de la época variaban significativamente según el bando que las emitiera: mientras que la CIA hablaba de entre 50.000 y 100.000 muertos, el gobierno vietnamita elevaba esta cifra de bajas hasta los 3.000.000. Investigaciones posteriores han demostrado que los vietnamitas no iban muy desencaminados: en tan sólo 4 años 700.000 personas murieron de hambre y enfermedades, entre 400.000 y 600.000 fueron ejecutadas (oficialmente), 400.000 fallecieron durante los traslados de los que hemos hablado antes y otras 300.000 lo hicieron por causas poco claras. Esto deja un escalofriante balance total de dos millones de muertos. Dos millones de personas fallecidas en tan sólo cuatro años mientras la comunidad internacional callaba y miraba desde sus butacas de primera fila. El régimen de Pol Pot llegó a su fin en 1.979, tras el intento de invasión de Vietnam por parte de los Estados Unidos. Los dirigentes de aquella masacre no han sido juzgados por sus crímenes. El partido de los Jemeres Rojos pervivió bajo el nombre de Kampuchea Democrática hasta el año 1.999 cuando la comunidad internacional se hizo eco de la verdadera magnitud de la tragedia y empezó a hacer débiles intentos por llevar a sus
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responsables ante un tribunal... pero ya era demasiado tarde. Pol Pot había muerto en 1.998 y el gobierno Camboyano, responsable último de la celebración del juicio, se negaba a aceptar la intervención de un tribulan internacional. ¿La razón? La mayor parte de los altos cargos gubernamentales habían apoyado a los Jemeres Rojos en su periodo de apogeo y, después de 1.979, se habían ido integrando en las instituciones. El juicio, celebrado finalmente en el año 2.009 sólo afectó a dos antiguos Jemeres: Khaing Khek Iev (responsable del centro de Tuol Sleng) y Chhit Choeun (último comandante de la guerrilla jemer). El resto, como suele suceder en estos casos, se fueron "de rositas".
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EL AUTÉNTICO DERECHO DE PERNADA Por una fuente u otra, todos hemos oído hablar alguna vez del tan cacareado derecho de pernada, esa potestad de "primae noctis" que facultaba al noble terrateniente de la zona para desflorar a toda doncella de baja estofa que se casase con uno de sus súbditos... pues bien, se trata tan sólo de una "patraña histórica". Vamos a tratar de desmitificar el aura que rodea a este derecho nobiliario dejando al descubierto la realidad que se esconde tras la costumbre. Es cierto que los nobles medievales gustaban de violar a muchachas de inferior condición; del mismo modo que es cierto que estas, ya fuera por vergüenza o por miedo a represalias, no solían denunciar el hecho (aunque de haberlo hecho, tampoco las habrían prestado demasiada atención). Lo que no es cierto es que estos abusos sexuales estuvieran amparados por una ley. El derecho de pernada era un impuesto que el siervo debía pagar a su señor en el día de su boda. Según la región, el valor de este impuesto variaba pero, generalmente (de ahí su nombre), consistía en un pernil de cada res sacrificada para el enlace; es decir, ¿has sacrificado dos cerdos? al noble le tocan dos jamones. En otros países, el derecho de pernada se pagaba, directamente en dinero contante y sonante. Cogiendo polvo en la biblioteca nacional de Francia, se conserva un texto suizo que data del sigo XV y que especifica que el pago ascenderá a cinco chelines y cuatro peniques, una cantidad más que razonable para un campesino de la época. En tierras españolas, los nobles abusaron de este derecho y lo
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utilizaron para, hablando en plata, follarse a todo lo que se movía en sus tierras... la cosa llegó hasta tales extremos que el rey Alfonso X tuvo que promulgar un edicto mediante el que condenaba a una multa de 500 sueldos y a la pérdida de sus títulos a todo aquel noble que osase tomar esta costumbre como ley para abusar de las doncellas que se casasen en sus dominios. Ya rozando los albores del siglo XVI y sin salir de nuestras fronteras, Fernando el Católico abolió definitivamente la costumbre de abusar de las doncellas, que empezaba a amenazar con convertirse en una verdadera fuente de conflictos. Las fuentes históricas hablan de distintos tipos de "pernada" en territorios de toda Europa occidental.... pero ni un solo documento histórico de relevancia define el derecho legal del señor a abusar sexualmente de sus siervas. Por el contrario, sólo encontramos vagas referencias a la "primae noctis" como costumbre nobiliaria sin respaldo legal y, si buscamos un poco más en profundidad, hallamos numerosos documentos en los que reyes, eclesiásticos y nobles de mayor enjundia desprecian este uso del derecho de pernada despojándolo de cualquier respaldo autoritario que pudiera tener.
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EL “CABO BOHEMIO”: HITLER ANTES DEL III REICH El día 20 de abril de 1.889 nacía en la pequeña población de Braunau am Inn, cerca de Salzburgo, uno de los mayores monstruos que ha tenido la desgracia de conocer la humanidad. Esta historia trata sobre el advenimiento de la bestia; sobre cómo aquel niño de clase media fundó un imperio y lo transformó en una máquina de matar. No vamos a tratar el papel de Hitler en la II Guerra Mundial, sino el crecimiento, aprendizaje e influencias que le llevaron a convertirse en lo que fue. Es un trabajo farragoso que implica el ejercicio de tratar de olvidar quién fue Adolf Hitler, pero debemos intentarlo. Vamos allá. Hitler nació, como ya hemos dicho, en el seno de una familia de clase media. Su padre trabajaba como agente de aduanas del Imperio Austrohúngaro mientras su madre hacía el papel de ama de casa y esposa (en terceras nupcias). Alois, pues así se llamaba su padre, era un hijo ilegítimo que no fue reconocido por su padre biológico hasta que tuvo 39 años de edad. Su apellido "de bastardo" era Schicklgruber, por lo que no es de extrañar que, más adelante, circularan panfletos jocosos entre los aliados que llevaban impresa en grandes letras la frase "Heil, Schicklgruber". Según palabras del propio Hitler, ya desde pequeño tuvo que soportar las constantes palizas de su padre: su madre se encerraba en una habitación a llorar y, mientras tanto, su padre le azotaba con un palo. Esta relación basada en la violencia contribuyó de manera definitiva a endurecer el carácter del joven Adolf, que empezó a ver a su padre como símbolo de una autoridad que se imponía por la fuerza y a su madre como un
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ser débil y despreciable. El tiempo fue pasando entre palizas y mudanzas, obligadas por el trabajo de Alois. La familia Hitler recaló finalmente en Linz y las calificaciones de Adolf empezaron a caer en picado. Su padre quería que se labrara un futuro como funcionario del Imperio, pero a él no le interesaba la estabilidad de aquel puesto. Él quería ser pintor, y así se lo dijo a su padre... que, en respuesta, le propinó otra de sus famosas palizas. Alois Hitler muere el día 3 de enero de 1.903. Adolf cuenta con 13 años de edad y se mantiene en las escuela gracias al único acicate que le proporcionan las lecturas pangermánicas de Leopold Poetsch, su profesor de historia. La familia se traslada a un pequeño apartamento en los suburbios de Linz y empieza a malvivir. Adolf Hitler cae enfermo de gravedad cuando está a punto de cumplir 16 años y se ve obligado a abandonar sus estudios hasta que, un año después, los retoma en una escuela estatal de la ciudad de Steyr, por donde pasa sin pena ni gloria pero con una gran calificación en en la asignatura de dibujo, lo que le reafirma en su idea de dedicarse al arte. El día 21 de diciembre de 1.907, Klara Hitler (su madre) muere víctima de un cáncer de mama y Adolf se traslada a Viena con la esperanza de poder entrar en la Academia de Bellas Artes, pero lo intenta en dos ocasiones y fracasa en ambas. Con 18 años, sin recursos y en medio de la capital del Imperio, Hitler sobrevive barriendo nieve y descargando maletas en la estación de tren, pero pronto se le acaban los recursos y su falta de liquidez provoca que sea expulsado de su apartamento, lo que le lleva a vivir en albergues y frecuentar los comedores sociales. Durante esta época, Adolf Hitler empieza a pintar cuadros y postales cuya venta le ayuda a remontar la situación y le permite alcanzar un nivel de vida aceptable. Para el año 1.910, Hitler ya
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vivía exclusivamente de sus pinturas y para el 1.913 su economía le permitió trasladarse a Múnich, la perla del Imperio Alemán, al que siempre quiso ir desde que escuchase las leyendas pangermánicas de su profesor. Hitler se encontraba en Múnich cuando el asesinato de los archiduques de Austria por parte de un nacionalista serbio desata la I Guerra Mundial. Estamos a día 28 de julio de 1.914, Adolf tiene 25 años y no tarda ni una semana en enrolarse como voluntario en el ejército alemán. Tras recibir tres meses de entrenamiento, Hitler fue destinado al frente occidental, donde sirvió como mensajero y fue condecorado con la Cruz de Hierro de 2ª Clase. Siguió con su labor hasta que, en octubre de 1.916 fue herido en una pierna y se vio obligado a retirarse del frente hasta el mes de marzo del año siguiente, cuando volvió con ánimos renovados para conseguir el rango de cabo y una Cruz de Hierro de 1ª Clase, condecoración raramente otorgada a soldados de tan baja categoría. El 13 de octubre de 1918, un ataque de gas venenoso británico le retiraría del frente para siempre. Adolf quedó temporalmente ciego y fue internado en un hospital de campaña en el que recibiría la noticia del fin de la guerra y, con él, de la caída de los imperios. Su mundo se viene abajo. Todas las leyendas del soldado alemán, invencible en las historias pangermánicas de su antiguo profesor, se derrumban ante sus ojos. No es posible. Los alemanes no pueden haber perdido. Alguien debe haberlos traicionado. La teoría de "la puñalada por la espalda", promulgada por la derecha conservadora, le viene como anillo al dedo. La culpa no había sido de los soldados alemanes, sino que debía recaer en los comunistas, marxistas y judíos que habían traicionado desde la sombra al glorioso ejército germánico.
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Hitler vuelve a Múnich para reintegrarse a su batallón, pero la recién proclamada República de Weimar es un despelote administrativo y la región de Baviera ha sido declarada soviética. El ejército alemán no reconquistaría la provincia hasta la primavera del año siguiente: 1.919. Hitler es ya por aquel entonces un feroz antisemita que aborrece las teorías marxistas y comunistas y está decidido a entrar en política, por lo que sus superiores le ofrecen un puesto en el Departamento político de asuntos de prensa del Ejército, donde Adolf se convierte en espía a tiempo completo, dedicándose a investigar a los grupos socialistas o liberales que hubieran podido quedar como residuo en la región de Baviera. La república de Weimar se desmorona como un castillo de naipes, sostenida sólo por el implacable afán del antiguo canciller Friedrich Ebert, que capea como puede el temporal provocado por el humillante Tratado de Versalles. En este contexto, Hitler recibe la misión de investigar un minúsculo partido político que, por su nombre, puede albergar elementos socialistas: el Deutsche Arbeiterpartei (Partido Obrero Alemán). El DAP. Adolf Hitler asiste como oyente a uno de los mítines del DAP y escucha extasiado las ideas nacionalistas que proponen aquellos revolucionarios. Uno de los ponentes propone la anexión de Baviera a Austria, pero Hitler no está de acuerdo con la idea y pronuncia un discurso improvisado (aunque numerosas veces rumiado en sus noches de trinchera) que atrae la atención de miembros consagrados del partido. Adolf Hitler se afilia al DAP a la edad de 30 años bajo el patronazgo de figuras como Ernst Röhm o Dietrich Eckart, auténticas "vacas sagradas" del Deutsche Arbeiterpartei. Su febril oratoria le gana un rápido ascenso en el escalafón del partido. Pronto, sus mítines se convierten en fiestas multitudinarias en las que el nacionalismo alemán empieza a mezclarse peligrosamente con las ideas antisemitas que Hitler
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había tomado de la "puñalada por la espalda", de las teorías de Chamberlain y de los textos de Gobineau. Durante toda su vida, Adolf Hitler había sido un ávido lector. Devoraba libros a una velocidad endiablada y se empapaba de los ideales racistas que desprendían sus autores. Para Gobineau, todos los individuos de raza blanca (especialmente los de Alemania, Francia y Gran Bretaña) proceden de una misma sangre aria contaminada en mayor o menor medida por lo que él consideraba como "razas inferiores": la negra y la amarilla. Esta era, a grandes rasgos, la teoría que defendía en su "Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas", que Hitler tenía como clarísima referencia. Houston Steward Chamberlain, yerno de Richard Wagner, iba un poco más allá. Tomando como base la teoría de Gobineau, añadía a esta su creencia de que los judíos mantenían una feroz endogamia con el fin de conservar su pureza de sangre y, por este medio, dominar a todas las demás razas. Según Chamberlain, lo perverso de esta forma de actuar era que, al mismo tiempo, los judíos utilizaban a sus varones para contaminar la pureza del resto de las razas. Estas eran las ideas que se intercalaban con la grandeza nacional y la traición a la patria en los discursos de Hitler. El día 24 de febrero de 1.920, más de 6.000 personas escucharon y jalearon estas teorías en un populoso discurso pronunciado bajo la cruz gamada, recién elegida como símbolo del partido por el propio Hitler. Para la primavera del año 1.920 el DAP ya era, indiscutiblemente, propiedad de Adolf Hitler. Los militantes estaban completamente rendidos ante el furibundo discurso de aquel hombre que lanzaba improperios desde su estrado ante la mirada atenta de miles de personas que no se perdían ni uno sólo de sus gestos. De este modo, el nombre del partido cambió a National Sozialistische Deutsche Arbeiterpartei o, lo que es lo
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mismo, Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán: el NSDAP. Los mítines cada vez eran más multitudinarios y, del mismo modo, lo eran las voces que se alzaban contra el ideario radical que el partido estaba asumiendo como propio. Para solucionar este pequeño inconveniente, Hitler reunió en octubre de 1.921 a un numeroso grupo de veteranos de guerra alemanes afiliados al NSDAP y afines a su nueva filosofía. En aquella reunión, Adolf puso bajo al escuadrón bajo el mando de Emil Maurice y le encomendó la tarea de mantener el orden en sus mítines. Acababan de quedar conformadas las SA, la sección de asalto del NSDAP. En un principio, las SA se encargaron de que ningún elemento subversivo interviniera en los discursos de Hitler. La premisa era fácil: si alguien rompía el orden, ellos le rompían los dientes... pero las SA no estaban formadas por guardaespaldas profesionales, sino por soldados alejados de la guerra por la desmilitarización del Tratado de Versalles. Pronto, las secciones de asalto empezaron a extralimitarse y a atacar a los "enemigos del partido" o, lo que es lo mismo, a pegar palizas a marxistas y judíos. La situación se mantuvo así, con Hitler ya oficialmente a la cabeza del partido tras la renuncia de Drexler (el anterior presidente) y recabando cada vez más apoyos. Las clases altas de Baviera empezaban a interesarse por los ideales nacionalistas del NSDAP, lo que se tradujo en un crecimiento exponencial de los ingresos del partido durante los siguientes dos años. En enero de 1.923, la república decidió interrumpir los pagos de compensación establecidos en Versalles. Como respuesta, Francia ocupó la región industrial del Ruhr, lo que supuso un durísimo golpe para la maltrecha economía alemana. La desmovilización de tropas y el desarme aceptado en la firma del Tratado habían dejado los territorios germanos totalmente indefensos ante cualquier amenaza, por lo que el 26 de septiembre, Alemania se vio obligada a reanudar los pagos. Esta
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pantomima era de todo punto inaceptable para Hitler y sus seguidores. Si la fuerza había funcionado en tantas otras ocasiones, ¿por qué no iba a hacerlo en esta? Había llegado la hora de tomar el poder. En la noche del 8 de noviembre de 1.923, Hitler condujo a sus SA hasta la cervecería Bürgerbräukeller, donde Gustav von Kahr (comandante en jefe del ejército en Baviera) daba un discurso público. El plan era sencillo: en primer lugar secuestrarían a Kahr; acto seguido le convencerían para unirse a su bando y poner a sus tropas a disposición del NSDAP. Por último, marcharían todos juntos hasta Berlín con el objetivo de derrocar al gobierno. Tal como hemos dicho, el plan era sencillo... pero las cosas no salieron exactamente como Hitler esperaba. Las secciones de asalto entraron en Bürgerbräukeller por las malas y proclamaron la revolución. Kahr, viendo la pasta de la que estaban hechos aquellos ex soldados comprendió que una negativa sería como una chispa en un polvorín, así que fingió colaborar con los golpistas hasta que, en un descuido de sus captores, consiguió escapar, avisar a la policía bávara de lo que se estaba cociendo y retomar el mando del ejército. Adolf Hitler montó en cólera e inició una marcha que debía llevarle hasta el Ministerio de Guerra bávaro, donde liberaría a los SA capturados y castigaría la insolencia de Kahr y tomaría el mando. Estaba convencido de que ni la policía ni el ejército se atreverían a disparar sobre él; al fin y al cabo, era el adalid del pueblo... ¿o no? Bueno, baste decir que se equivocó y que aquella marcha terminó en un tiroteo del que Hitler escapó con tan sólo un hombro dislocado. Fue capturado dos días después en la casa de un conocido que había tratado de darle cobijo tras la fallida intentona de putsch. El año siguiente, 1.924, fue el año en que el pueblo conoció a Hitler. Si bien el NSDAP tenía escasa representación fuera de
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Baviera, el juicio se convirtió en un acontecimiento a escala nacional. Adolf aprovechó sus intervenciones desde el estrado de los acusados para dar un mitín pangermánico que llegaría a todos los rincones del país y que le ganaría no pocas simpatías entre la masa obrera, golpeada de lleno por las medidas de Versalles y la debacle económica que el Tratado había traído consigo. Hitler reconocía su responsabilidad en el putsch de Múnich... y no sólo no se arrepentía de ello sino que estaba orgulloso de haberlo intentado, pues no lo había hecho por él mismo ni por su partido, sino por el pueblo que aguardaba ansioso la salida de la molicie y la llegada de una nueva de esplendor para Alemania. El día 1 de abril, el antiguo cabo fue condenado a pasar 5 años en la fortaleza de Landsberg. La constitución alemana de la época preveía penas de cadena perpetua para estos casos, pero su discurso nacionalista le había servido para obtener la simpatía del jurado, que fue tibio en su sentencia. De esos 5 años, Adolf Hitler cumplió sólo 9 meses. El 20 de diciembre fue absuelto como parte de una amnistía masiva hacia prisioneros políticos, pero en esos 9 meses tuvo tiempo de plasmar su ideología en papel y definir el crado del futuro Reich en su obra más famosa: Mein Kampf. En Mein Kampf, Adolf Hitler establece las líneas maestras del pensamiento nacionalsocialista. En primer lugar, impone la fuerza como elemento movilizador de la sociedad y aboga por el uso de la misma como motor de expansión de la raza aria a costa del resto de razas inferiores y cuya pureza de sangre es claramente de ínfima calidad. En este grupo entran, especialmente, los rusos. Aquel país del este, gobernado por judíos y bolcheviques, debía servir como terreno abonado para la expansión de una Alemania fuerte y recta. Al glorioso ejército alemán no le debería resultar demasiado difícil conquistar aquella tierra corrupta por el
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marxismo y vengar, de esta manera, la tan cacareada "puñalada por la espalda" que había llevado el Imperio a la debacle. Cuando salío de la cárcel, Hitler se encontró con que el NSDAP y todos sus órganos propagandísticos habían sido prohibidos. Aún así, el partido se presentó a las elecciones parlamentarias de aquel mismo mes bajo el nombre de "Movimiento Nacionalsocialista de Libertad"... con unos resultados nada alentadores. En los nueve meses que Adolf Hitler había pasado en la cárcel, el partido había sido descabezado y había perdido casi todos sus apoyos. Viendo venir la inminente desaparición del NSDAP y, por consiguiente, de sus sueños pangermánicos, Hitler se reunió con Heinrich Held (Primer Ministro de Baviera) y, bajo promesas de buen comportamiento, obtuvo la "relegalización" del partido. Los grandes barones nacionalsocialistas habían sido purgados tras el putsch y Hitler estaba sólo a la cabeza del partido. El día 27 de febrero de 1.925 dió su primer discurso autorizado después del fallido golpe de estado. Las promesas de Hitler a Held sobrevolaban la sala e imponían un marco de cordura al discurso del NSDAP, mucho más comedido en esta ocasión... pero Adolf Hitler no pudo contenerse y empezó a subir el tono del mítin volviendo a sus viejas costumbres: insultar a los comunistas y amenazar de muerte a los judíos. Esto le valió la reprobación del gobierno bávaro, que le prohibió dar discursos durante los próximos dos años; pero no todo fue malo para Hitler. El núcleo duro del NSDAP estaba encantado. Habían estado al borde de la extinción, pero ahora habían vuelto con más virulencia que al principio. Aprovechando este periodo de ostracismo forzado, Adolf Hitler terminó de escribir Mein Kampf y se enfrascó en la tarea de reestructurar el partido. La idea que empezaba a tomar forma en su mente era la de "un Estado dentro de un Estado",
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es decir, llevar la complejidad a la jerarquía del NSDAP para que, en un futuro, las instituciones de la república pudieran ser sustituídas de manera relativamente sencilla por las del propio partido. En este sentido, Hitler tomó varias decisiones de capital importancia que contribuyeron a la profunda transformación del NSDAP: creó organizaciones como las Juventudes Hitlerianas o la Liga de Muchachas Alemanas, extendió la influencia del partido más allá de las fronteras de Baviera creando "sucursales" en sitios como Austria, Checoslovaquia, el Sarre o Danzig y, además, subdividió las secciones de asalto en SA y SS. ¿La diferencia? Las SA juraban lealtad al partido, las SS se la juraban directamente a Hitler. El NSDAP crecía a pasos agigantados y se expandía a un ritmo endiablado. En una de estas oleadas expansionistas, Adolf Hitler vió la ocasión para alejar de Múnich a uno de los barones del partido, Gregor Strasser, que cuestionaba su liderazgo. Hitler se reunió con Strasser y le ofreció el liderazgo de la división del NSDAP afincada en el norte de Alemania. Stasser, que abogaba por la independencia de los organos del partido y la descentralización del poder, aceptó encantado y se puso a la tarea con ayuda de un joven secretario de 28 años llamado Joseph Goebbels. De esta manera, Hitler tenía en el norte a una marioneta a la que podía dirigir a su antojo... el problema es que la marioneta le salió respondona. Strasser se unió a los marxistas en una campaña electoral conjunta para la expropiación de los bienes a la nobleza depuesta. Esto, como era de esperar, no le gustó nada a Adolf Hitler, que organizó una conferencia en Bamberg y obligó a Strasser a retractarse. Goebbels quedó encandilado por la figura del que ya empezaba a perfilarse como Führer, así que abandonó a su anterior jefe y se unió al núcleo duro de Hitler. Strasser estaba sólo y había sido denostado por sus compañeros de partido. El centralismo se abría camino hacia la idea del
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liderazgo único. Así llega a Alemania el año 1.929 y, con él, la Gran Depresión. Adolf Hitler, oportunista donde los haya, aprovecha la tesitura internacional en su favor y le echa la culpa de la crisis a los marxistas, comunistas y judíos. Sus discursos vuelven a ser incendiarios y retoman las líneas argumentales de sus primeros años en el DAP; la teoría de "la puñalada por la espalda" vuelve a ser un tema de rabiosa actualidad mientras los ideales de pureza racial de Gobineau y de Chamberlain toman más fuerza que nunca en el discurso del partido nacionalsocialista. En las elecciones de 1.930, el NSDAP obtiene un 18,3% de los sufragios conviertiéndose en la segunda fuerza política de Alemania. Paradójicamente, la tercera fuerza más votada fue el Partido Comunista, por lo que podemos decir que el Reichstag se convirtió en un hervidero de intrigas políticas y en campo abonado para terribles batallas dialécticas en las que era totalmente imposible llegar a ningún acuerdo. El Mariscal Hindenburg, presidente del país, capea el temporal como buenamente puede. Hitler quiere el puesto de canciller, pero Hindenburg apoya a Brüning, que es el canciller vigente y que se sólo se mantiene en el cargo gracias a los decretos aprobados por el Mariscal. Así, Hitler empieza a recabar apoyos entre el ejército y entre las clases altas de la sociedad, que ven peligrar sus privilegios por los tres factores que Adolf Hitler une en la amalgama de una conspiración judeo.comunista: la "puñalada por la espalda", las humillantes condiciones firmadas en Versalles y la Gran Depresión por la que está pasando Alemania. Los frutos de su discurso no se hacen esperar y el NSDAP empieza a recibir dinero en cantidades que hasta entonces no había ni siquiera soñado. Con estos recursos de su lado, Adolf Hitler se presenta a las elecciones presidenciales en contra de Hindenburg. Hitler pierde los comicios ante el viejo Mariscal, que le gana por
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una ventaja de 16 puntos. Tras las elecciones, las SA son legalmente prohibidas, pero siguen actuandeo desde la clandestinidad y, además, el NSDAP cuenta con el apoyo de los jóvenes oficiales del ejército. La candidatura a las elecciones presidenciales convierte a Hitler en un personaje aún más popular de lo que ya lo era. En las parlamentarias celebradas en julio de ese mismo año, el NSDAP arrolla a sus rivales consiguiendo un 37,4% de los votos y convirtiéndose así en la primera fuerza política del Reichstag. El gobierno es insostenible. Hindemburg destituye a Brüning y nombra canciller a Franz von Papen, pero este (al verse incapaz de mantener el equilibrio de poderes) convoca nuevas elecciones en noviembre. Hindemburg destituye a von Papen y coloca en su lugar a Schleicher. Adolf Hitler sigue en sus trece y presiona constantemente al Mariscal para que le de el puesto de canciller de Alemania. La situación llegó a ponerse tan tensa que Schleicher, incapaz de recabar apoyos en una cámara parlamentaria de mayoría nacionalsocialista, presenta su dimisión. La repercusión lógica de todo esto se traduce en que el 30 de enero de 1.933 Hitler es nombrado, por fin, canciller de Alemania, con con Papen (hombre de confianza del Mariscal) como vicecanciller. La cosa pintaba bien para el partido nacionalsocialista, pero con Hindenburg en el sillón presidencial y von Papen dando guerra desde la vicecancillería, Hitler se las tenía que ver con dos huesos bien duros de roer. Aún así, consiguió sacar adelante varias leyes, colocar a Göring a la cabeza de la policía estatal y convencer a von Papen para la convocatoria de nuevas elecciones, que debían celebrarse en marzo de aquel mismo año. En la campaña electoral de 1.933, Adolf Hitler despliega todo su arsenal de oratoria, artimañas y puñaladas traperas. Las arcas del NSDAP están llenas de marcos donados por
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importantes hombres de negocios, así que Hitler puede permitirse una campaña faraónica que recorre todos los rincones del país. Además, el nuevo canciller utiliza en su favor los recursos del Estado y despliega a sus secciones de asalto (que ya contaban con 4 millones de miembros) para que boicoteen por la fuerza los mítines de las formaciones rivales. Los sondeos eran favorables al partido nacionalsocialista, pero la balanza terminó de inclinarse cuando, en la noche del 27 de febrero, un gran incendio se declaró en el parlamento. Göering detuvo como autor material del crímen a un comunista holandés llamado Marinus van der Lubbe y le acusó de haber intentado dar un golpe de estado. En respuesta, Hitler acusó a lo comunistas de querer minar la estabilidad del gobierno y promulgó un decreto ley (aprobado por von Papen y firmado por Hindenburg) mediante el que se suprimía la libertad de expresión, la libertad de prensa, el derecho a la privacidad y la libertad de reunión. Así llegamos al día 5 de marzo de 1.933. En las elecciones celebradas aquel día, el NSDAP obtiene un 44% de los votos, lo que mantiene al partido como primera fuerza política pero sigue sin otorgarle la tan ansiada mayoría absoluta. Hitler soluciona esto por la vía rápida: en base al Decreto del incendio del Reichstag, ordena detener a todos los parlamentarios comunistas. De esta manera, Adolf Hitler cuenta con los escaños necesarios para introducir modificaciones en la constitución de Weimar. El 23 de marzo de 1.933, el parlamento se reune y otorga plenos poderes a Adolf Hitler. La república de Weimar ha sido disuelta, Hindemburg queda reducido a una mera figura simbólica (aunque Hitler sigue manteniendo una pantomima de sumisión hacia el Mariscal) y el Reichstag se convierte en un juguete en manos del canciller nacionalsocialista que ha de dirigir al III Reich por la senda recta.
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LA BATALLA DE ZAMA Año 202 a.C., llanura de Zama, en la actual Túnez. En un lado del campo tenemos al genial Aníbal Barca; en el otro, al no menos genial Escipión el Africano y en juego el destino de dos imperios que llevan buscándose las cosquillas el uno al otro desde hace más de 60 años. Ha llegado la hora de dirimir las diferencias de una vez por todas con la voz de las espadas: la batalla está servida. Aníbal, que ya le había demostrado a los romanos de lo que era capaz en la batalla de Cannae, se presenta en el campo de batalla con 45.000 infantes distribuídos en tres líneas: la primera de ellas formada por mercenarios extranjeros pagados con el oro de Cartago, la segunda por una mezcolanza de africanos entre los que se encontraban 10.000 cartagineses que luchaban por su tierra y la tercera por 15.000 veteranos bajo las órdenes directas del propio Aníbal. La formación se completa con la disposición en los flancos de 6.000 jinetes númidas y la formación de una primera línea de choque compuesta por 80 elefantes de guerra. Por su lado, Escipión dispone sus tropas a la manera tradicional de las legiones: en primera línea se sitúan los hastati, armados con jabalinas; inmediatamente detrás se colocaban los princeps, veteranos armados con varios pilum y un gladius. Por último, la retaguardia era conformada por los triarii, que se cubrían con un escudo redondo y portaban lanzas largas. Al igual que en la disposición de Aníbal, los flancos del ejército romano tampoco quedaban al descubierto. 6.000 jinetes númidas cubrían el flanco derecho mientras que 2.700 équites romanos se ocupaban del izquierdo.
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Empieza la batalla. Los 80 elefantes de Cartago empiezan a avanzar con paso pesado hacia las líneas romanas. Van ganando velocidad hasta que, cuando alcanzan el paso de carga y ya no hay vuelta atrás, se ponen en funcionamiento todos los mecanismos que había ideado Escipión. En primer lugar, las filas romanas se abren dejando pasillos entre ellas. A continuación, un batallón de músicos avanza hasta la primera línea de batalla y empieza a tocar sus instrumentos armando un escándalo de mil demonios mientras que los soldados, a los que se les había ordenado bruñir sus escudos para que brillasen con la luz del sol, apuntan los reflejos de estos contra los ojos de las bestias. Las reacciones entre los elefantes fueron dispares. Algunos de ellos consiguieron alcanzar las posiciones romanas, pero entraron a través de los pasillos sin romper la formación y murieron por las lanzadas de los legionarios. Otros salieron en desbandada hacia los lados, huyendo del campo de batalla y de aquellas trompetas que les perforaban los oídos. El resto sirvieron a la táctica de Escipión: se dieron la vuelta y cargaron contra los flancos cartagineses sembrando el caos entre la caballería númida de Aníbal, que huyó en desbandada. La caballería al servicio de Roma salió en persecución de los númidas de Cartago y los sacó del campo de batalla, aniquilándolos poco a poco mientras, en la llanura, empezaba a tomar forma la segunda fase de la batalla: la del combate cuerpo a cuerpo. En este momento y viéndose despojados de caballos y elefantes, los mercenarios cargaron contra los hastati en medio de una completa carnicería. El ataque estaba siendo un éxito, así que Aníbal envió a los africanos a reforzar el centro de la formación e impedir que el resto de filas romanas entrasen en combate. Lamentablemente para el cartaginés, los refuerzos no llegaron a tiempo, dejando el tiempo justo a los soldados de Escipión para
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rechazar el ataque y obligar a los de Cartago a replegarse. Así llegamos, una vez más, a la posición inicial... sólo que sin elefantes, sin caballos y con la tierra de nadie sembrada de cadáveres de ambos bandos. Viendo el repliegue cartaginés como un signo de debilidad, Escipión ordena una carga con todo lo que tiene. Los hastatii, los princeps y los triarii se lanzan a través de la llanura en pos de los soldados en retirada mientras que Aníbal, viendo lo que se le vienen encima, sitúa a sus veteranos en primera línea y les ordena que formen un muro de lanzas. Los cartagineses que corrían en desbandada se ven obligados a rodear la compacta formación de los veteranos. El repliegue es lento y penoso, con miles de pies resbalando sobre los charcos de sangre que ya anegan el campo de batalla pero, aún así, los veteranos resisten. Los romanos se dan cuenta de que han pinchado en hueso cuando sus bajas empiezan a superar a las del batallón de veteranos, así que inician un repliegue táctico sin perderle la cara a las lanzas de Aníbal. Todo lleva a pensar que los romanos han perdido el ímpetu inicial y están perdiendo terreno en favor de los cartagineses... pero Escipión aún no ha mostrado todas sus cartas. De repente, la caballería númida al servicio de Roma y los équites que acompañaban al resto de la formación irrumpen en la llanura a galope tendido y cargan contra la retaguardia cartaginesa haciendo que el núcleo duro de veteranos colapse y se venga abajo. Aníbal huye a uña de caballo y se refugia en la ciudad de Hadrumetum. Sobre el campo de batalla descansan los cadáveres 1.500 romanos y unos 20.000 cartagineses. El recuento se incrementa a cada momento y las cifras de heridos suman 4.000 en el bando romano y 11.000 en el bando cartaginés, a los que hay que sumar los 15.000 prisioneros africanos hechos por Escipión en aquella llanura de Zama.
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LA MASACRE DE BESLÁN Vamos a dedicar unas líneas a una historia reciente, una historia que involucró a 1.181 rehenes y que acabó con la muerte de más de 300 de ellos: la masacre de la escuela número 1 de Beslán. Nuestra historia comienza el día 1 de septiembre de 2.004 a las nueve de la mañana. Es el primer día de las clases de otoño y los niños están revolucionados por la perspectiva del nuevo curso; los padres han vuelto a casa o se han ido a trabajar tras dejar a sus hijos a cargo de los diligentes profesores que esperan pacientemente a que empiecen las clases... pero las clases nunca empezarían. A las nueve y media, el colegio es asaltado por 30 individuos cubiertos con pasamontañas. Llegan en camiones militares y van armados hasta los dientes; pronto, sus fusiles de asalto empiezan a tabletear lanzando una auténtica lluvia de plomo contra los pocos policías que han conseguido llegar hasta la zona. Minutos después, las puertas se cierran dejando al otro lado los cadáveres de cinco policías. Los hombres se cuelgan los kalashnikov del hombro dejando al descubierto los cinturones explosivos que les rodean la cintura y se giran hacia los 1.181 rehenes que han quedado atrapados en el colegio. La mayoría son niños, pero también hay algunas enfermeras y, por supuesto, los profesores de la escuela, entre los que se cuentan 20 hombres adultos que miran aterrados alrededor mientras intentan tranquilizar a los alumnos de entre 7 y 18 años. Los terroristas apartan al grupo de 20 hombres del resto de rehenes y les dan boleto metiéndoles una bala en la nuca para después lanzar sus cuerpos al patio dejando bien claro su mensaje: no queremos héroes.
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Mientras tanto, en el exterior de la escuela se está formando un cordón que aglutina a lo más granado de las fuerzas especiales rusas: miembros del ejército, spetsnaz, el equipo antiterrorista alfa y la policía de operaciones especiales. El foco de la prensa mundial está fijado en aquel colegio de Osetia del Norte y las fuerzas especiales rusas no pueden permitirse ni un sólo fallo, ya que su reputación está bastante mermada después de las medidas que adoptaron durante la crisis de los rehenes en el Teatro de Moscú (dos años antes), en la que habían optado por introducir un gas paralizante por los conductos de ventilación antes de entrar y clavar a los secuestradores a sus asientos a base de machete. El problema es que la dosis de gas fue demasiado alta y se llevaron por delante a 129 rehenes. Leonid Roshal, un pediatra pedido expresamente por los secuestradores, actúa como negociador y las noticias empiezan a llegar al mando del operativo especial: los terroristas exigen la retirada de las tropas rusas de Chechenia y la independencia oficial del país. Roshal también informa a los mandos de que todos los rehenes han sido llevados al gimnasio y rodeados de explosivos. Si a las fuerzas especiales se les ocurre hacer cualquier movimiento, los terroristas se inmolarán llevándose consigo la vida de 1.181 niños. El día 2 de septiembre, las negociaciones entre Roshal y los secuestradores fracasan definitivamente. Los secuestradores rechazan la entrada en la escuela de comida, agua o medicamentos para los rehenes y las condiciones en el interior del atestado gimnasio empiezan a ser insufribles. En la tarde de aquel mismo día, la intervención de Ruslán Aushev, ex presidente ingusetio, consigue que los secuestradores liberen a 11 enfermeras y a 15 niños como muestra de buena voluntad. El gimnasio sigue lleno pero, al
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menos, la labor de los negociadores empieza a dar sus frutos. Al día siguiente, las negociaciones tocan techo cuando los secuestradores permiten la entrada en la escuela de un equipo médico con orden de retirar los cadáveres que se pudren en el patio. Son las 13:04 y se acaba de desatar el infierno. Cuando el cuadro médico se aproximaba, uno de los secuestradores detonó por error una de las cargas explosivas que cubrían el perímetro del gimnasio. El estallido no causó ninguna víctima mortal, pero los alrededores del colegio se habían convertido en un hervidero de padres preocupados y (esto es Rusia, no lo olvidemos) armados hasta los dientes que empezaron a disparar como locos en cuanto oyeron la explosión. Al oír los disparos, los terroristas pensaron que la entrada del equipo médico no era más que una maniobra de distracción y que, en realidad, estaban sufriendo un asalto por parte de las fuerzas especiales, así que empezaron a disparar contra los médicos y a ejecutar rehenes. Los equipos de operaciones especiales no podían creer lo que estaban viendo. Un grupo de padres armados con rifles de caza y pistolas habían desatado una batalla campal en un colegio tomado por terroristas chechenos... ahora sí que había que intervenir. Había que hacerlo rápido y a cualquier precio. El asalto se produjo por tierra (con tropas de asalto y un tanque) y por aire (con dos helicópteros de combate). La labor del grupo antiterrorista alfa fue digna de reseña. En cuanto empezaron los disparos, los rehenes se lanzaron a una huida en desbandada que desbordó las previsiones de los secuestradores. Estos, al verse superados, empezaron a descargar plomo sobre los rehenes que intentaban huir, causando una cifra escalofriante de bajas en el interior del gimnasio mientras que las tropas de asalto rusas abrían agujeros en las paredes para permitir la salida de los secuestrados. Inmediatamente después de ver los boquetes, los rehenes se
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lanzaron en masa hacia ellos bajo la lluvia de plomo de los secuestradores. Fue en este momento cuando los miembros del grupo alfa mostraron de que pasta estaban hechos: sin dejar de disparar en ningún momento, interpusieron sus cuerpos entre los terroristas y los agujeros por los que huían los niños. Varios soldados murieron de esta manera pero, cuando uno caía acribillado, otro ocupaba su lugar retomando sus labores de protección. Los secuestradores hicieron explotar las cargas y el gimnasio saltó por los aires dejando en su lugar un montón de escombros y humo, pero las fuerzas especiales no cejaron en su empeño y, dos horas después del inicio de la ofensiva, comunicaron que la crisis había sido controlada. Sin embargo, los primeros recuentos dejaron al descubierto un dato nada tranquilizador: faltaban tres secuestradores. El grupo de asalto se dividió y empezó a registrar el colegio palmo a palmo. Los tres terroristas chechenos que habían conseguido salir del gimnasio fueron encontrados en un sótano, parapetados tras un grupo de rehenes que habían sido arrastrados hasta allí. Podían haber salido con vida de aquella. Incluso podían haber tenido la oportunidad de ir a juicio e ingresar en prisión... pero cometieron un error que les costó la vida: mataron a los niños que usaban como escudo delante de los spetsnaz. Se dice que el grupo se cebó bastante con aquellos tres desgraciados, pero no hay pruebas que secunden esta hipótesis y el horno no estaba para bollos que hablasen de los derechos humanos, así que... caso cerrado. El secuestro de Beslán se saldó con 334 muertos y 783 heridos, la mayoría menores de edad. El presidente Vladimir Putin declaró el 6 y 7 de septiembre como días de luto nacional y, como colofón, 135.000 personas tomaron la Plaza Roja en la tarde del día 7 para manifestarse en contra del terrorismo.
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LAS CRUZADAS DE LOS PASTORES Vamos a hablar de dos hechos "peregrinos" ocurridos en la Francia de los siglos XIII y XIV: las cruzadas de los pastores. La primera de estas dos "cruzadas" tuvo lugar en el año 1.251. El rey Luis IX fue capturado en Egipto durante su andadura por la séptima cruzada, de modo que su madre, Blanca de Castilla, quedó como regente. El rey era muy querido por sus súbditos, así que Blanca hizo lo posible por traerlo de vuelta... pero la nobleza y el clero no estaban muy por la labor de rascarse el bolsillo para pagar su rescate. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, un monje húngaro afincado en el norte de Francia y conocido como "el maestro de Hungría" afirmó haber sido visitado en sueños por la Virgen, quien le había encomendado la tarea de hacer lo posible por rescatar a Luis IX. Con esta milonga bajo el brazo, el monje consiguió levantar en armas a 60.000 pastores de las regiones de Brabant, Hainaut, Flandes y Picardía e inició la marcha hacia París, donde esperaba poder reunirse con Blanca de Castilla. En lugar de ser recibidos como héroes, a la turba le fueron impuestas serias limitaciones, que les impedían moverse libremente por la ciudad y les prohibía terminantemente pisar la orilla izquierda del Sena, en la que se encontraba el sector universitario. La regente intentó entablar nuevas negociaciones con nobles y clérigos, pero la respuesta de estos volvió a ser tibia, así que el "maestro de Hungría" decidió que, dada la imposibilidad de viajar ellos mismos hasta Tierra Santa, lo mejor sería forzar a
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los nobles a que pagaran el rescate. Dicho y hecho. Una marabunta de 60.000 pastores salió de París dispuesta a traer de vuelta a su rey. La turba se dispersó en todas direcciones y empezó a golpear a los clérigos: varios monjes fueron lanzados al Sena en Rouen, los monasterios cercanos a Tours fueron atacados e incendiados y los desmanes de los pastores empezaban a extenderse por el centro y el norte de Francia... pero la peor parte se la llevó Orleans. A esta ciudad llegaron, el día 11 de junio, los seguidores más acérrimos del "maestro de Hungría". Nada más llegar, empezaron a asaltar los monasterios de dominicos y franciscanos y se enzarzaron en una auténtica batalla campal con los estudiantes de la universidad... pero cometieron un error: atacaron la judería. Dado el flujo de dinero que manejaba la comunidad judía en Orleans (y en toda Francia), Blanca de Castilla, que hasta entonces había callado, ordenó la captura y excomunión de todos los pastores implicados en este simulacro de cruzada. Los grupos de pastores se disolvieron y muchos volvieron a sus casas, pero el "núcleo duro" de la turba permaneció junto a su instigador y se atrincheró a las afueras de Bourges, donde fueron masacrados junto con el "maestro de Hungría". 69 años después, en 1.320, un pastor normando fue "iluminado" una vez más por el Espíritu Santo: su cometido sería llegar a la península ibérica y ayudar a los vecinos del sur en la guerra contra el moro. El pastor levantó una multitud de desharrapados que pusieron rumbo, cómo no, hacia París. Su idea original era reunirse con Felipe V para pedirle que les liderase hacia tierras españolas, pero como el rey ni siquiera les recibió, decidieron que sería igual de bueno liberar a todos los presos de las prisiones reales de París e incorporarlos a su causa. Del mismo modo que lo hicieran sus predecesores en 1.251, la
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harapienta tropa de vagabundos, pastores y criminales salió de París y puso rumbo hacia los Pirineos con la intención de pelear al infiel cada palmo de tierra cristiana... el problema es que no es fácil mantener entretenida a una turba enfurecida, por lo que, ya que estaban, arrasaron todas las juderías que encontraron por el camino. Cuando se quedaron sin judíos, empezaron a atacar a soldados del rey, leprosos sacerdotes y, en definitiva, a todo aquel que se ponía en su camino. Para cuando la "cruzada" llegó a los Pirineos, Jaime II de Aragón ya sabía la que se le venía encima. Los judíos eran sus súbditos del mismo modo que lo eran los cristianos y, además, pagaban muchos más impuestos, así que el rey aragonés ordenó a sus nobles que protegieran las juderías. La medida no sirvió de nada. Los pastores asaltaban a pequeños grupos de judíos en su camino hacia el sur, pero la cosa llegó a su cénit en la fortaleza de Montclus, donde los "cruzados" asesinaron a 300 semitas. Jaime II envió a su hijo en persona a la cabeza de una hueste que debía acabar con aquella locura de una vez por todas. El chaval, que posteriormente sería conocido como Alfonso IV, cumplió con el mandato de su padre de la mejor manera que pudo: ordenó el arresto y ejecución de todos los implicados en la matanza de Montclus. Una vez descabezada, la cruzada se disolvió y los pastores volvieron a su casa... dejando por el camino un montón de judíos, leprosos y clérigos muertos.
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PEARL HARBOR Estamos a principios de diciembre del año 1.941. Franklin Delano Roosevelt y su gobierno empiezan a dar tímidas muestras de su condena hacia lo que está pasando en el resto del mundo, pero la opinión pública no ve con buenos ojos la entrada en guerra de su país. Por si acaso, la flota americana del Pacífico se encuentra concentrada en la isla de Oahu (Hawái) asistiendo al progreso de la II Guerra Mundial en Europa desde la cómoda protección natural que les proporciona el archipiélago polinesio... pero esta situación no duraría mucho tiempo. El alto mando japonés estaba intentando sacudirse el dominio occidental y la aparición en escena de su nuevo aliado en Europa central le obligaba a poner las cartas sobre la mesa. Había llegado la hora de dar un golpe de efecto; había llegado la hora de atacar. Los roces entre el gigante nipón y las potencias occidentales ya venía de antiguo. Las discrepancias empezaron con la primera guerra chino-japonesa (1.895) y pasaron por la guerra rusojaponesa (1.905) y por la conquista de Manchuria (1.931), pero la cosa no pasó a mayores hasta que, en el año 1.937, se declaró la segunda guerra chino-japonesa. Las potencias europeas empezaban a estar un poco hartas de la insistencia japonesa pero, como no hacían mucho ruido, les dejaban hacer... hasta que Japón cometió el error de invadir Indochina, que por aquel entonces era colonia francesa . Estamos en 1.940 y las cosas en el viejo continente están completamente fuera de control pero, aún así, los franceses no van a permitir cada uno invada lo que quiera, así que se reúnen con sus aliados estadounidenses y británicos e imponen un
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durísimo embargo económico sobre Japón. Las negociaciones se prolongan durante más de un año hasta que llegan a su culmen con la llamada "Nota de Hull". Como hemos dicho antes, la opinión pública norteamericana no aprobaba la posible entrada en guerra de su país. Si los europeos querían matarse entre ellos, que lo hicieran... pero, ¿qué pasaría si el conflicto salpicase a Estados Unidos? Cordell Hull, americano de pro y, a posteriori, premio Nobel de la paz se encontraba enfrascado en la redacción de las condiciones que serían ofrecidas a Japón a cambio del levantamiento del embargo cuando alguien (no se sabe quién, no se sabe cómo) modificó el contenido de la misma para exigir al emperador nipón que abandonara todas las tierras que habían conquistado a lo largo de los últimos 50 años. Como era de esperar, al alto mando japonés no le hicieron ninguna gracia las ínfulas de los americanos y sus aliados europeos. El escenario estaba preparado, la provocación dispuesta y los contendientes a punto de llegar a las manos. Los japoneses, que no eran tontos, tenían ya totalmente planificado el hipotético ataque al enemigo occidental; lo único que consiguió la "Nota de Hull" fue precipitar los acontecimientos y dar luz verde al ataque. El día cinco de noviembre, el almirante Isoroku Yamamoto emitió una orden de 151 páginas en la que se planificaba la conquista de las colonias británicas en Asia durante el ataque a Pearl Harbor. Cuando el alto mando recibió el pliego de condiciones de los estadounidenses, lo único que tuvo que hacer fue fichar la fecha para la operación. Por su parte, la inteligencia norteamericana había sido capaz de interceptar las comunicaciones niponas y sabía de sobra que se estaba planeando un ataque sobre la flota del Pacífico... pero la Marina desestimó los informes por considerarlos incompletos o
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poco relevantes. En un acto de soberbia (tal vez premeditada) como pocas veces se ha visto a lo largo de la historia, los oficiales estadounidenses fueron rechazando un informe tras otro hasta que, en la mañana del ataque, un mensaje oficial codificado salió desde la Oficina de Relaciones Exteriores de Tokio con destino a la embajada americana. El mensaje anunciaba la ruptura de las negociaciones y el comienzo inmediato de las hostilidades entre ambos países... el problema es que, inexplicablemente, el personal de la embajada se lió a la hora de descifrar y traducir el mensaje y este no llegó a Pearl Harbor hasta horas después del ataque. Así llegamos a la mañana del 7 de diciembre de 1.941. El tráfico marítimo civil alertó de la saturación de sus radios con mensajes extraños e incomprensibles mientras que la estación de radar "Opana Point", situada al norte de Oahu, detectaba a una enorme fuerza aérea que se aproximaba a Pearl Harbor. Inexplicablemente (una vez más) estos informes fueron desestimados... del mismo modo en que lo fueron los que hablaban del derribo masivo de aviones norteamericanos a medida que la escuadra nipona se acercaba a Hawái. A las 7:53 de la mañana, 353 aviones japoneses irrumpen en Pearl Harbor mientras una flota formada por 23 barcos y submarinos entre los que se encontraban 6 portaaviones cierran la entrada a la bahía para empezar a descargar proyectiles y bombas contra los barcos allí amarrados. La superioridad nipona era incontestable pero, aunque no hubiera sido así, la flor y nata de la flota del Pacífico estaba amarrada en la bahía y presentaba un blanco realmente enorme. El ataque a Pearl Harbor fue poco más que un paseo militar. Los soldados americanos trataron de responder al fuego enemigo, pero estaban tan sorprendidos que muchos de ellos no llegaron siquiera a saber de dónde los venían los disparos. La
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mayoría de los aviones de la fuerza aérea estadounidense fueron dañados en tierra, de modo que pocos pudieron siquiera alzar el vuelo para tratar de proteger a la flota. Noventa minutos después, el ataque había finalizado. Los japoneses habían perdido 5 minisubmarinos, 29 aviones y 65 soldados... los estadounidenses habían perdido mucho más. La cifra de pérdidas se estableció en 12 barcos hundidos, 3 barcos seriamente dañados, 188 aviones destruidos, 155 aviones incapacitados para volar y un número nada desdeñable de 3.403 muertos. Los estadounidenses tuvieron la suerte de que sus portaaviones no se encontraban en Oahu en ese momento pero, aún así, la marina sufrió un golpe de tal magnitud que le costó entre seis meses y un año recuperarse completamente. Al final del día, cuando un joven mensajero entregaba al general Walter Short un mensaje recién llegado de la embajada en Tokio, el cielo sobre Pearl Harbor estaba negro de humo, los militares supervivientes recogían los cadáveres de sus más de 3.000 compañeros caídos y el presidente Roosevelt tenía, por fin, su casus belli.
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DE “PUEBLOS POTEMKIN” Vamos a tratar un episodio cuyo origen se difumina, como en tantos otros, en las brumas de la leyenda. Cuenta el mito que, en el año 1.787, la zarina Catalina II decidió visitar la zona de Crimea, que había sido arrebatada a los turcos y se encontraba bajo dominio zarista desde hacía 4 años. El mariscal Grigori Alexandrovich Potemkin, protegido de la zarina, está preocupado por la llegada a Crimea de Catalina II. A la zarina se le ha vendido que los 4 años de ocupación rusa han traído a la península prosperidad y bienestar... pero la cosa no es exactamente así. Lo cierto es que Crimea se hunde más en la miseria con cada día que pasa y los habitantes de esta región no le tienen demasiado aprecio al régimen zarista; pero Potemkin le ha prometido a la zarina un paseo por la Crimea próspera... y eso es exactamente lo que tendrá. Cuando Catalina II llega a la península, el mariscal lo tiene todo preparado para que así sea. El paseo discurre agradablemente mientras Potemkin le muestra a la zarina varias aldeas de nueva construcción. Todas tienen un aspecto idílico que hace pensar en riqueza y bienestar. La única restricción impuesta por el mariscal es que las aldeas deben ser contempladas de lejos, desde la cumbre de una colina, pues la zarina no debe mezclarse con el vulgo. Catalina II regresa a San Petersburgo contenta e impresionada por la labor que está llevando a cabo su gobernador en la nueva provincia del Imperio. Lo que no sabe es que ha estado en Crimea... pero sin ver Crimea. Durante la estancia de la zarina en Crimea, el mariscal Potemkin ha orquestado una genial maniobra a gran escala para que la zarina viera tan sólo una aldea cuando creía estar visitando
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varias. Potemkin ordenó construir un pequeño pueblo cuyos edificios estaban huecos y lo situó en un valle; cuando Catalina II se cansaba de observar la población mientras el mariscal le relataba las excelencias de aquella aldea recientemente construída, la comitiva continuaba su periplo a través de las montañas dejando atrás el pueblecito de cuento. Este momento era aprovechado por un auténtico ejército de operarios para desmontar el armazón de los edificios y trasladar el pueblo entero hasta el siguiente valle, donde la zarina se detenía y Potemkin repetía su pantomima cambiando únicamente el nombre de la aldea. Obviamente, esta maniobra no pasó inadvertida a los grandes falsarios propagandísticos mantenidos por regímenes totalitarios de todas las épocas y de todos los signos. A día de hoy, existen varios "pueblos Potemkin" distribuídos a lo largo del mundo, como las áreas de reasentamiento chinas en el Tíbet, que son construídas para que los observadores extranjeros se lleven la grata impresión de que los tibetanos viven apaciblemente en zonas especialmente construídas para ellos. No obstante, el mayor ejemplo de "pueblo Potemkin" actual lo encontramos en Corea del Norte. En el centro de la franja desmilitarizada se alza orgulloso el pueblo de Gijeongdong, el único núcleo de población norcoreano visible desde Corea del Sur y, por extensión, desde fuera de las fronteras del régimen... el problema es que no se trata exactamente de un núcleo de población, sino más bien de un conglomerado de edificios de hormigón huecos por dentro. El pueblo de Gijeongdong está presidido por una enorme bandera norcoreana de 270 kilogramos que ondea sobre un mástil de 160 metros de altura. Fue construído en la década de 1.950 con la intención de promover la deserción surcoreana hacia Corea del Norte. De esta labor se encargaban unos enormes altavoces que, hasta 2.004, emitían propaganda pro-
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comunista durante todo el día y unos mecanismos que encendían o apagaban las luces de determinadas "viviendas" a determinadas horas. El engaño era completado con un ejército de figurantes que fingían la actividad urbana del pueblo.
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LA ESVÁSTICA QUE NADIE VIO Vamos a hablar de una cruz gamada que no vio nadie hasta años después de la caída del III Reich. ¿Cómo es posible que una esvástica de 60 metros cuadrados pasara desapercibida para el mundo durante casi 50 años? La "esvástica del bosque" tiene su origen en el año 1.938, en pleno apogeo del NSDAP. Un empresario de la región de Brandemburgo afín a la causa nacionalsocialista quiso hacerle al führer un regalo que durase años. El 49 cumpleaños de Adolf Hitler se acercaba y no había tiempo que perder, así que el empresario mandó plantar en sus terrenos unos alerces que formaran la silueta de una cruz gamada de 60 metros cuadrados. La operación se llevó a cabo en medio de un pinar cercano a la aldea de Zernikow... y nadie más supo de ella hasta que un piloto de la Alemania reunificada descubrió el emblema en un vuelo de reconocimiento. Habían pasado 47 años de la caída del III Reich y la esvástica había estado siempre ahí, mostrando al mundo la ideología de su creador. ¿Nadie se dió cuenta del enorme canto al nacionalsocialismo que destacaba en medio de aquel bosque de Brandemburgo? El hecho de que esta cruz gamada pasara desapercibida debemos atribuirlo a varias causas; la primera de ellas, su diseño: la esvástica había sido plantada de tal manera que sólo fuera visible durante unas pocas semanas al años (entre primavera y otoño), cuando los alerces tomaban un color
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amarillo intenso que contrastaba con el verde de los pinos circundantes. Tras la caída del Reich, la región de Brandemburgo quedó encuadrada dentro de la RDA; donde se desentendieron de las zonas rurales, por lo que los vuelos sobre el bosque de Zernikow eran, cuanto menos, escasos. En el año 1.992, las autoridades de la Alemania reunificada pidieron un examen aéreo exhaustivo de todos los territorios pertenecientes al país... y saltó la liebre. El reconocimiento coincidió casualmente con las pocas semanas en que la esvástica era visible, por lo que el piloto descubió el pastel y pudo avisar a sus superiores. Las autoridades de Brandemburgo, temiendo que el bosque de Zernikow se conviertiera en un centro de peregrinación neonazi, arrancaron 70 de los 100 alerces que formaban la figura dejando a Hitler sin su regalo.
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UNA NOCHE TOLEDANA Dejemos volar nuestra imaginación hasta la España del siglo VIII, concretamente hasta una ciudad de Toledo gobernada por el esplendor de Al-Andalus pero con autonomía propia. Los emires musulmanes mantienen bajo su mandato la mayor parte de la península ibérica, pero una rebelión cristiana se ha alzado en las montañas asturianas y ha conseguido recabar los apoyos suficientes como para tomar buena parte del noroeste peninsular. Los toledanos, de natural inconformistas, empiezan a cuestionar el poder musulmán y a preguntarse si no sería mejor unirse a la lucha de sus hermanos norteños. Alhakén I, el emir de turno, decide que esto es una ofensa inadmisible y que hay que poner solución a este comportamiento levantisco cuanto antes. Para ello, nombra gobernador de Toledo a Amrú, un muladí de su confianza. Amrú llega a Toledo en el año 797 y empieza a gobernar con mano dura pero justa. Los personajes influyentes de la ciudad empiezan a tomarle confianza y el nuevo gobernador decide utilizar esto para llevar a cabo la misión original que le había encomendado el emir. Con la mejor de sus sonrisas, Amrú invita a todos los poderosos de la ciudad a un gran banquete que ha de celebrarse en su palacio. El día del banquete, los nobles forman una fila a las puertas del palacio mientras el populacho se agolpa en los alrededores para ver los fastos de aquella celebración. Una a una, las familias poderosas de Toledo se presentan en la puerta del palacio y traspasan el umbral para incorporarse al banquete... el problema es que, cuando la puerta se cierra tras ellos, descubren que el banquete consiste en una guarnición que les rebana el pescuezo en silencio y los tira a un foso especialmente preparado a tal
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efecto. Tras ejecutar a una familia, el encargado de la puerta abría a la siguiente y los soldados del gobernador llevaban a cabo el mismo ritual. La historia nos cuenta que más de 400 familias influyentes fueron invitadas al banquete de Amrú y que sólo unas pocas consiguieron huir cuando, según la leyenda, el populacho vió la nube de vapor que se alzaba de detrás de las murallas y, entendiendo que provenía del contacto de la sangre caliente con el frío de la noche, advirtió a sus próceres al grito de: ¡Toledanos, es la espada, voto a Dios, la que causa ese vapor y no el humo de las cocinas!
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EL GENOCIDIO ARMENIO Ahora viajaremos hasta la turbulenta Europa de los años previos a la I Guerra Mundial. Nos situaremos en la Turquía de 1.878 y centraremos nuestra atención en una de las minorías étnicas que convivían con los otomanos en aquel marco: los armenios. La población armenia en Turquía estaba formada por una masa de algo menos de 3.000.000 de individuos que se concentraban principalmente en Estambul y en el este del país. Como es bien sabido, las relaciones del Imperio Otomano con sus vecinos nunca fueron todo lo plácidas que cabría esperar pero, aún así, diversas minorías convivían con los turcos en una cierta armonía... hasta el citado año de 1.878, en el que las relaciones armenio-otomanas se enquistaron sin remedio. En este año se firmó el Tratado de San Stefano, que pondría punto final a la guerra ruso-turca obligando al Imperio Otomano a reconocer la independencia (en mayor o menor medida según el territorio) de sus provincias balcánicas. Esto no debería haber tenido nada que ver con ninguna minoría, pero la confrontación cristiano-musulmana se abrió camino y los representantes armenios fueron acusados de entrar en negociaciones con los rusos para facilitar la victoria de estos en la guerra. A la firma del tratado, las autoridades otomanas rebajaron las cifras oficiales a entre 1.160.000 y 1.300.000 armenios viviendo en suelo turco, dejando fuera del censo a más de la mitad y preparando de este modo el camino hacia el que sería considerado como el primer genocidio sistemático moderno. El clima de desconfianza era insostenible y los armenios no
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contribuyeron en modo alguno a atenuarlo. Los líderes de la comunidad armenia fundaron partidos nacionalistas e incluso llegaron a llamar a la insurrección alzando un pequeño ejército de 400 combatientes. En junio de 1.894, la tensión estalló cuando un destacamento de tropas Imperiales se congregó en la villa de Dalvorik con la intención de sofocar una más que probable rebelión armenia. Los combates empezaron en esta población causando numerosas bajas en ambos bandos y pronto se extendieron por toda la región de Sasun. El día 15 de agosto, tras dos meses de combate constante, las tropas nacionalistas asumieron que sus fuerzas no daban para más y 200 soldados armenios se entregaron al ejército otomano bajo promesas de perdón... pero los turcos los fusilaron y dedicaron la siguiente semana a aplicar un severo correctivo por toda la región. Durante seis días, los soldados otomanos camparon a sus anchas por la región de Sasun violando, asesinando y quemando todo lo que se cruzaba en su camino hasta que, el día 24 de agosto, los últimos conatos de resistencia fueron aniquilados completando una cifra de casi 3.500 armenios asesinados sólo en Sasun. Las reacciones no se hicieron esperar. Toda la comunidad internacional condenó los incidentes de Sasun y pidió que se organizara una comisión para la investigación de los crímenes cometidos por el ejército otomano... el problema fue que el sultán Abdul Hamid II, oficialmente en contra de la masacre, destapó su verdadera postura y abrió su propia comisión para “investigar la conducta criminal de los bandidos armenios”. Ante los continuos desmanes, el partido nacionalista armenio Hentchak convocó para el día 30 de septiembre de 1.895 en Estambul una multitudinaria manifestación que aglutinó a casi 4.000 armenios. Como no podía ser de otra manera, la marcha acabó como el rosario de la aurora: la policía cargó contra los manifestantes matando allí mismo a muchos de ellos sin hacer
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distinciones por sexo o edad. Viendo esto, la población musulmana de Estambul liberó el resentimiento hacia el extranjero contenido durante tantos años y se lanzó como una turba contra los manifestantes que habían conseguido huir de la policía. El resto, lo podéis imaginar. Lejos de asumir la derrota, el Hentchak convocó una nueva insurrección alzando a 1.500 combatientes armenios en la región montañosa de Cilicia. A estas alturas (estamos ya a finales de 1.895), el sultán ya sabía con quién se la estaba jugando, así que un ejército de 55.000 hombres fue movilizado con el objetivo de sofocar la rebelión. En este marco montañoso, las tropas del Hentchak contuvieron la marea turca durante más de tres meses, recibiendo constantemente refuerzos que sustituían a los combatientes que morían abatidos en los combates, consumidos por el hambre o congelados por el intenso frío de las montañas. Finalmente, en febrero del año siguiente, las potencias internacionales intervinieron como mediadoras y se puso fin a una revuelta en la que las bajas otomanas oscilaban entre los 5.000 y los 10.000 hombres mientras que las armenias quedaban establecidas en 6.000 insurgentes. A partir de este momento, el conflicto pasó de ser una guerra abierta a convertirse en una serie de incidentes aislados, como el incendio de la catedral de Urfa con 3.000 armenios dentro o la matanza de casi 30.000 civiles armenios en la provincia de Adana en el año 1.909. En un principio y según el sultán Abdul Hamid II, la "cuestión armenia" había quedado cerrada con el pacto alcanzado tras los incidentes de Cilicia, pero la masacre de Adana abrió las puertas del gobierno al partido radical de los "Jóvenes Turcos", a los que ni siquiera se les pasaba por la cabeza perdonar las salidas de tono de los armenios. El día 29 de octubre de 1.914, el Imperio Otomano entraba de
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lleno en la I Guerra Mundial y aprobaba el servicio militar obligatorio, por lo que la mayor parte de los hombres en edad de combatir fueron alejados de sus casas y destinados al frente. Al mismo tiempo, el Imperio Ruso daba inicio a la campaña del cáucaso avanzando por territorio turco. A principios de 1.915, los rusos infligieron una durísima derrota a los turcos en la batalla de Sarikamish y empezaron a posicionarse en torno al lago Van, una zona en la que ya habían tenido lugar conflictos previos entre musulmanes y cristianos. El día 20 de abril de ese mismo año, al saber que las tropas rusas estaban cerca, los armenios se sublevaron y asesinaron a la población musulmana local. Esta maniobra torpemente orquestada le dio al gobierno la excusa que necesitaba y supuso el pistoletazo de salida para el genocidio propiamente dicho. Nada más conocer las noticias procedentes del lago Van, el gobierno de los "Jóvenes Turcos" ordenó desamar a todos los reclutas de procedencia armenia que formaran parte del ejército otomano, desmovilizarlos y enviarlos a campos de trabajo. La cifra de hombres que sufrió esta primera medida no fue nada desdeñable, pero la cosa se salió completamente de madre cuatro días después, cuando el gobierno otomano declaró que la revuelta de Van obedecía a un plan más ambicioso de los nacionalistas armenios, que pretendían aprovechar la guerra en la que se hallaba sumido el país para proclamar su independencia. En base a esta dudosa teoría, los "Jóvenes Turcos" ordenaron la deportación masiva de toda la población armenia hacia campos de concentración especialmente destinados a tal efecto en el sureste del Imperio... el problema es que esta deportación consistía en marchar a pie durante cientos de kilómetros a través del desierto sirio sin apenas comida ni agua. Las columnas de civiles armenios inundaron los terrenos
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desérticos del sur del Imperio escoltadas por grupos de soldados que en teoría estaban allí para proteger a los civiles armenios de las posibles represalias musulmanas pero que, en realidad, se dedicaban a violar y asesinar a mujeres y niños entre matanza y matanza. Aquellos que no podían continuar eran asesinados a sangre fría allí donde sus fuerzas fallaran; los que aún seguían en pie, pronto se convertían en cadáveres andantes. Cuando alguna de las columnas pasaba por una población, los armenios que vivieran allí se enfrentaban a dos posibilidades: o bien los soldados turcos estaban de buen humor y se contentaban con violar a sus mujeres y ejecutarlos allí mismo, o bien estaban de malas y les obligaban a unirse a la marcha, que se detenía únicamente para alimentar a los armenios con los recursos justos para que pudieran mantenerse bordeando los límites de la muerte. La cifra de armenios exterminados, de la que dan buena cuenta las numerosas fosas comunes esparcidas por todo el sur del Imperio, oscila entre el millón y medio y los dos millones de personas. Si a esto le sumamos los que fueron aniquilados durante las revueltas nacionalistas previas a la I Guerra Mundial, los números nos dicen que prácticamente toda la población armenia asentada en el Imperio Otomano fue sistemáticamente exterminada ante la mirada de una comunidad internacional que, si bien se declaró contraria a este tratamiento, no hizo demasiado por impedirlo.
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LA BATALLA DE AZINCOURT Esta historia transcurre en la tumultuosa Francia del siglo XV. Inglaterra y Francia mantenían una guerra casi ininterrumpida desde que las dos potencias se enfrentaran por el control de Normandía en la batalla de Hastings... y de eso hacía ya casi 350 años. Estamos en 1.413 y el recién coronado Enrique V ordena que sus armeros empiecen a fabricar tantos arcos como sea posible. Al mismo tiempo, en Londres y en Bristol se empiezan a fabricar un gran número de piezas de artillería mientras que, en la costa, todo barco que pasa cerca de Inglaterra es requisado e integrado en la flota real. En el verano de 1.415, todo está preparado para emprender una ofensiva a gran escala. La flota de guerra inglesa se lanza al Canal de la Mancha desde Southampton, desembarcando dos días después en el estuario del Sena y poniendo rumbo a la ciudad amurallada de Harfleur, primer bastión del poder francés en la alta Normandía. Desde un principio, Enrique V tiene claro que la campaña no consiste en conquistar territorio enemigo, sino en recuperar las regiones que pertenecen por derecho a la corona de Inglaterra, por lo que ordena tajantemente que no se moleste a la población civil castigando con la muerte delitos tales como la violación, el saqueo o el pillaje. Para los franceses, lógicamente, el ejército de Enrique no viene a recuperar sus tierras, sino a conquistar unos territorios que fueron arrebatados al enemigo a cambio de miles de vidas. No van a permitir que la hueste inglesa entre tan fácilmente en la ciudad.
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El ejército inglés despliega un cerco alrededor de la ciudad y se prepara para un asedio en toda regla. Pronto, los zapadores empiezan a cavar galerías mientras las piezas de artillería descargan una lluvia de proyectiles sobre las murallas, pero la posición estratégica de Harfleur permite a los comandantes franceses ver de dónde les vienen los ataques, por lo que las galerías son inundadas y los servidores de las baterías son abatidos en cada maniobra de recarga. Aún así, los proyectiles franceses no son los que causan mayores bajas. Harfleur se encuentra en una zona pantanosa, de modo que el hacinamiento prolongado en un campamento militar con las condiciones higiénicas de la época hace aparecer en escena al verdadero verdugo de los ingleses: la disentería. Durante las cinco semanas que duró el asedio, la enfermedad afectó a más de 2.000 hombres, que tuvieron que ser evacuados a Inglaterra. Cuando el día 23 de septiembre las tropas inglesas consiguieron por fin tomar la ciudad, sus fuerzas se habían visto reducidas a un número de 1.400 hombres de armas y 6.000 arqueros, cuyo número quedaría aún más mermado al descontar a aquellos que se quedaron a defender Harfleur. De esta manera, Enrique V pone rumbo a Azincourt con 900 hombres de armas y 5.000 arqueros. El primer reto para los ingleses consiste en cruzar el río Somme. Los franceses están mal organizados y peor comandados, pero saban aprovechar las defensas que les proporciona el terreno, de modo que los vados son sembrados con estacas y cadenas mientras que varios contingentes se despliegan en la orilla de los posibles puntos de cruce para frenar la ofensiva inglesa. Viendo esto, Enrique V ordena remontar el curso del Somme hasta que encuentran un vado practicable y pobremente defendido. El mermado ejército inglés cruza el río con el rey dirigiendo la maniobra y pone en desbandada a la pequeña fuerza de
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caballería francesa que defiende la otra orilla, sólo para encontrar el enorme rastro de pisadas que el cuerpo principal de la hueste gala ha dejado tras de sí. La comida escasea, la disentería sigue haciendo estragos y los franceses le llevan a Enrique V un día de ventaja, por lo que pueden elegir el campo de batalla que quieran para el enfrentamiento final. Este campo de batalla estará en Azincourt, a donde los ingleses llegan, terriblemente mermados, en la noche del 24 de octubre de 1.415. En la madrugada del día 25, el ejército inglés despliega a sus 6.000 efectivos en formación de batalla. Enfrente, los franceses aguardan con una hueste cuyo número oscila entre los 25.000 y los 40.000 hombres (según la fuente consultada). Los franceses se despliegan en un bloque cerrado de 6.000 hombres de frente con la artillería en vanguardia y la caballería flanqueando la formación. Los ingleses, por su parte, forman a todos sus hombres de armas en 3 bloques y colocan dos grandes formaciones de arqueros ligeramente adelantados a sus costados. El alto mando galo considera que su aplastante superioridad numérica debe ser suficiente para quitarle de la cabeza al inglés la idea de plantar cara, por lo que ofrecen a Enrique V unas condiciones de rendición humillantes. El rey inglés responde que renunciará a sus aspiraciones sobre la corona francesa y retirará a sus tropas... pero sólo si Francia le da el control de cinco pueblos en el condado de Ponthieu, la mano de la princesa Catalina (heredera al trono) y 300.000 coronas en concepto de dote. Evidentemente, las negociaciones fracasan y ambas formaciones avanzan por el campo de batalla adoptando posiciones de combate. Al inicio de la batalla, los arqueros ingleses empezaron a enviar
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nubes de flechas sobre la formación francesa. El mando galo, viendo la situación, ordenó a su caballería que cargara contra los flancos ingleses para tratar de revertir la situación... pero Enrique V se había adelantado al movimiento francés y había dispuesto que sus arqueros formaran contra el costado de dos bosquecillos que flanqueaban el campo de batalla. Del mismo modo, los arqueros habían dispuesto a su alrededor una empalizada compuesta por afiladas lanzas de madera que apuntaban directamente a la altura del vientre de los caballos, lo que convirtió el envite en un auténtico desastre: los jinetes que no se detuvieron a media carga quedaron empalados en las estacas o rematados en el suelo a punta de daga por los propios arqueros. Viendo el percal, los hombres de armas que forman el núcleo duro de la vanguardia francesa deciden lanzarse contra el centro del frente inglés con la intención de matar o capturar a Enrique V, lo que podría acabar automáticamente con la batalla. Cuando los arqueros ingleses detectan la maniobra, empiezan a acribillar a los hombres de armas, que se van introduciendo cada mez más en el embudo a medida que avanzan. Aún así, la abrumadora superioridad numérica se impone y muchos llegan a la distancia de combate cuerpo a cuerpo, donde comienza una batalla encarnizada entre la avanzada francesa y los soldados que protegen a Enrique V. La batalla se ha convertido así en una serie de combates aislados en medio de un barrizal. Los caballeros franceses, acorazados de pies a cabeza, causan estragos entre las filas inglesas, pero resbalan constantemente en el barro. Los arqueros ingleses, viendo esto y dado que el combate a distancia se ha vuelto prácticamente imposible, dejan sus arcos en el suelo para desenvainar sus espadas y dagas, lanzándose a la carga. Pronto, los soldados franceses son aniquilados o puestos en desbandada mientras que los caballeros son rodeados por hombres de armas y arqueros que, espada en mano, los acosan sin cesar hasta que tiran sus armas y se rinden.
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Para entender este comportamiento, es necesario saber que los caballeros franceses eran soldados de profesión. A pesar de estar pésimamente comandados, conocían el arte de la guerra y respetaban un rígido código de honor que obligaba a los vencedores a tratar con clemencia a aquellos que se rindieran. Los ingleses, por el contrario, eran hombres de armas reclutados para la ocasión y su código de honor era, digamos, un poco distinto: en cuanto vieron bajar los brazos a los caballeros franceses, se abalanzaron sobre ellos y los pasaron a cuchillo. Al mediodía de aquel 25 de octubre de 1.415, los ingleses habían dado la batalla por finalizada y estaban reuniendo a los prisioneros mientras saqueaban los cadáveres de los caídos... pero los franceses no podían dejar impune aquel escarnio. Una tropa de 600 jinetes que habáin conseguido huír de la matanza se abalanzó sobre la retaguardia inglesa atacando el campamento de Enrique V y matando a todo el personal civil que se ocupaba de las cocinas, de los caballos y del resto de quehaceres que requiere un campamento de estas características. Cuando se enteró de esto, el rey de Inglaterra montó en cólera y ordenó ejecutar, en contra de la opinión de su estado mayor, a todos los prisioneros franceses que hubieran sido capturados en aquel día. La batalla de Azincourt se saldó con un balance de casi 10.000 muertos entre las filas francesas y de tan sólo 1.500 entre las inglesas, lo que refrendó a Enrique V en sus aspiraciones respecto al trono francés y supuso un durísimo golpe para el alto mando militar del país galo.
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LA PAPISA JUANA Hasta el siglo XVI se mantuvo en la iglesia católica la costumbre de inspeccionar los órganos sexuales de cualquier aspirante al papado antes de que le fuera concedida la tiara de San Pedro. Tras esta prueba y si todo estaba en orden, el examinador exclamaba: "duos habet et bene pendentes" (tiene dos y cuelgan bien). Esta curiosa costumbre tiene su origen en un hecho no menos curioso: la leyenda de la papisa Juana. Cuentan las crónicas que Juana nació en el año 822 fruto de la unión carnal entre un monje y su barragana. La niña sería una bastarda durante el resto de su vida, pues el monje nunca reconoció su paternidad pero, aún así, se ocupó de que Juana recibiera una esmerada educación hasta que, por cuestiones de edad, esta le fue vedada. La erudición residía en los monasterios y los monjes no estaban dispuestos a compartirla con las mujeres, de modo que Juana tomó la determinación de ocultar su sexo e ingresar en una orden monástica bajo el nombre de Johannes Anglicus. La chica era lista y medraba en los estudios hasta el punto de que llegó a viajar a la lejana Constantinopla en calidad de erudita para conocer a la emperatriz Teodora. Del mismo modo, viajaba constantemente de monasterio en monasterio ampliando sus horizontes y sus conocimientos de todas las materias que podían aprenderse en aquella época. Con semejante currículum no es de extrañar que Juana fuera trasladada en el año 848 a Roma, donde fue presentada a Leon IV. El Papa quedó tan impresionado con los conocimientos de los que hacía gala el joven Johannes Anglicus que le nombró su secretario personal en asuntos internacionales.
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Juana (o Johannes, como cada uno prefiera) se mantuvo al servicio del Papa hasta la muerte de este en el año 855, cuando fue nombrada pontífice tomando el nombre de Benedicto III. Todo fue sobre ruedas durante dos años. Pasado este tiempo, los fieles decubrieron que Juana había ocultado su sexo y que Benedicto era, en realidad, una mujer. ¿Que por qué lo descubrieron? Pues porque Juana había sabido mantener a los curiosos lejos de sus atributos sexuales, pero no había conseguido mantener sus atributos sexuales lejos de determinadas... situaciones. Me explico: en medio de una procesión, Juana dio a luz y los fieles, algo enfadados por el engaño, la apedrearon en esa misma calle. A partir de ese momento, quedó instaurada la tradición del "duos habet et bene pendentes", que se mantuvo vigente hasta que el Papa Adriano VI la abolió en el siglo XVI... y todo gracias a una mujer que se hizo pasar por hombre durante toda su vida en pos de la educación y del poder.
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NED KELLY, UNA VIDA DE PELÍCULA Vamos a sumergirnos en la leyenda del bandido más famoso de la historia de Australia. Considerado por sus compatriotas como un símbolo de la lucha contra el imperialismo británico, la vida de Edward "Ned" Kelly fue, cuanto menos, curiosa. Ned Kelly nació en junio de 1.855 en una granja de Beveridge, al norte de Melbourne. Su padre, John Kelly, había conocido a su madre, Ellen Quinn, en Victoria, a donde había llegado desde Irlanda en busca de fortuna. Pronto, John empezó a trabajar para el padre de Ellen en la granja familiar que los Quinn tenían en Beveridge. John había sido encarcelado en 1.842 por el robo de dos cerdos y desde entonces había vagado sin rumbo de un trabajo eventual a otro, pero parecía que el amor había conseguido sembrar en él la semilla de la cordura. El nacimiento de Ned llenó de alegría la casa familiar. Su padre, merced al trabajo bien hecho, prosperaba en la comunidad local y contruyó una casa para los Kelly cuando Ned contaba con cinco años de edad y el nacimiento de su hermano Dan estaba próximo. Las cosas siguieron viento en popa durante cuatro años más y, cuando Ned alcanzó la edad de nueve años, John decidió dejar de trabajar para su suegro y mudarse a Avenel, donde trabajaría por cuenta propia en busca de un futuro mejor para su familia... pero las cosas no siempre funcionan como nos gustaría y la aventura se convirtió en un fracaso absoluto. John Kelly fue arrestado una vez más por robar ganado y pasó un mes en prisión. Pocos meses después de volver a la granja familiar de Avenel, John Kelly moría dejando atrás una viuda
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destrozada con un niño de diez años, otro de cuatro y una niña de uno a su cargo. Ellen Quinn se mudó a Greta, dónde sus hermanas trabajaban el campo contratadas en granjas de la zona, en busca de trabajo y de un futuro para sus hijos, pero pronto se dio cuenta de que, si lo quería era alejar a Ned de la vida que había llevado su padre, no había escogido el lugar correcto. Sus cuñados, los hermanos John y Thomas Lloyd, estaban en prisión mientras que el propio hermano de Ellen arrastraba tras de sí más de diez cargos por robo de ganado. Por si esto no fuera suficiente, el hermano de John hizo una visita a la viuda de su hermano que terminó con el mentado cuñado borracho como una cuba e intentando prenderle fuego a la casa. Con estos referentes, no es de extrañar que Ned Kelly fuera detenido por primera vez en 1.869, cuando contaba con 14 años de edad, acusado de robar dinero a un inmigrante chino. Durante esta detención, el joven Ned conocería a Harry Power, un famoso bandido que se había fugado de la prisión de Melbourne y que iniciaría a Kelly en el camino de la delincuencia. En mayo de 1.870, Ned Kelly fue arrestado una vez más por ayudar a Power en sus incursiones. En su primera detención, Ned se había librado de la cárcel por falta de pruebas concluyente, pero esta vez no tenía defensa posible, así que ingresó en la prisión de Kyneton durante dos meses. La estancia en Kyneton, lejos de escarmentar a Kelly, le obligó a dejar atrás prematuramente su etapa adolescente y a convertirse en un hombre de la peor calaña, que no dudaba en coger lo que quería fuera suyo o no. Nada más salir, Ned se unió a su tío Jack Lloyd en una pelea contra un buhonero que habría terminado sin consecuencias de no ser por la particular venganza que ejecutó Kelly: escribió una
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carta subida de tono a la mujer del buhonero y rellenó el sobre que la contenía con testículos de ternera. Gracias a esta "hazaña", Kelly pasó cinco meses en la penitenciaría de Beechworth acusado de asalto y comportamiento obsceno. Tres semanas después de salir de la cárcel, Kelly fue arrestado de nuevo por robar un caballo. La diferencia es que, esta vez, era inocente. Ned estaba llevando a Greta un caballo que le había dado su amigo Isaiah Wright. El problema es que a Wright se le olvidó mencionar que había robado dicho caballo de la oficina de correos de Mansfield y, dado que Kelly no lo sabía, decidió pelear contra el policía que trataba de requisárselo; lo que le valió una nueva estancia en prisión de tres años. En 1.878, un nuevo alguacil llamado Fitzpatrick fue destinado a la comisaría de Greta. Dado que la familia Kelly era bien conocida por la policía de toda la zona, Fitzpatrick recibió la orden de vigilar su casa en todo momento, pero no entendió las instrucciones y decidió acabar con el problema Kelly de una vez por todas. Borracho como una cuba, el alguacil Fitzpatrick se presentó en la casa de los Kelly con la intención de detener a Dan, el hermano de Ned, por robo de ganado. Casi no se tenía en pie y no llevaba consigo el documento oficial que acreditaba el arresto, por lo que Dan se negó a acompañarle a comisaría. Fitzpatrick, en lugar de abandonar la casa para ir a buscar el documento, decidió dedicarse a lanzar insinuaciones sexuales a Kate, la hermana de Ned, que contaba con tan sólo 15 años de edad. Este comportamiento provocó una trifulca que acabó con Ned y Dan echando al alguacil de su casa a patadas... el problema es que Fitzpatrick no podía contarles la verdad a sus superiores, por lo que reportó que Ned le había disparado tres veces (fallando las tres) y que Ellen le había golpeado la cabeza con una sartén.
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El informe removió los cimientos de la policía, harta ya de los desmanes de los Kelly. Un grupo comandado por el sargento Steele se presentó en casa de los Kelly y detuvo a todos los que había en su interior. Ellen Kelly fue condenada a tres años de prisión por el intento de asesinato del alguacil Fitzpatrick. Ned y Dan se libraron porque no estaban en la casa en ese momento pero, aún así, la policía no tardó en poner precio a sus cabezas. Los hermanos Kelly se escondieron en las montañas junto con dos amigos (Joe Byrne y Steve Hart). No tardaron en ser rodeados pero, en octubre de 1.878, descubrieron el campamento base de la policía y entraron en él con las manos en alto diciendo que se entregaban. El comisario McIntyre, a cargo de la operación se adelantó para llevar a cabo el arresto y, en ese momento, los Kelly empezaron a disparar matando a todos los policías excepto al propio McIntyre, que consiguió escapar y llegar hasta Mansfield, donde informó del crímen consiguiendo que los miembros de "la banda de los Kelly" fueran declarados proscritos. Con esta condición, los hermanos Kelly y sus amigos perdían todos sus derechos, de modo que podían ser abatidos a tiros sin previo aviso. A partir de este momento, la banda se empieza a mover por todo el territorio de Victoria con la policía pisándoles los talones. El día 10 de diciembre, los Kelly llegaron a la granja de Faithful Creek y tomaron 22 rehenes, a los que encerraron en un almacén. Desde esta base de operaciones, los hermanos y Steve Hart partieron hacia la cercana población de Euroa dejando a Joe Byrne a cargo de los cautivos. Una vez en Euroa, la banda de los Kelly entró en el banco local diciendo que tenían un mensaje para el dueño de parte del granjero de Faithful Creek. Con esta excusa, atracaron el banco y se llevaron al dueño y a todos los empleados, que fueron recluídos con el resto de rehenes en el almacén de la granja.
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Pero los Kelly no eran sanguinarios, al menos con aquellos que no les habían dado motivos para serlo, así que antes de marcharse, deleitaron a los rehenes con un recital de trucos y acrobacias a caballo y les ordenaron que no abandonaran la propiedad hasta tres horas después de su partida. El cerco se iba estrechando cada vez más, pero la banda de los Kelly seguía burlando a la policía hasta el punto de que, el 8 de febrero de 1.879, llegaron a la ciudad de Jerilderie, capturaron la guarnición de policía local, les robaron sus uniformes y se mezclaron con la gente del pueblo esgrimiendo la excusa de que eran refuerzos enviados desde Sidney para capturar a los bandoleros. La burla llegó a tal extremo que Ned incluso herró su caballo pasándole la factura al departamento de policía. Los Kelly se pasearon por la ciudad durante dos días más hasta que, el día 10, tomaron un grupo de rehenes y los retuvieron en el Hotel Royal Mail, donde Dan Kelly y Steve Hart les invitaron a bebidas mientras Ned Kelly y Joe Byrne atracaban el banco de Jerilderie. Durante el año y medio siguiente, la policía no fue capaz de determinar el paradero de los Kelly, por lo que se dedicó a detener y encarcelar a todo aquel que fuera mínimamente sospechoso de haber colaborado con la banda. En este tiempo, los Kelly descubrieron que Aaron Sherritt, el mejor amigo de Joe Byrne, era un espía de la policía, así que en la noche del 26 de junio de 1.880 se presentaron en su casa y lo ejecutaron. Sherritt estaba protegido por cuatro policías, pero estos se asustaron tanto al ver entrar en la casa a la banda de los Kelly que se escondieron debajo de la cama. Ned y lus suyos sabían que un tren lleno de policías llegaría a la zona nada más saber del crimen, así que al día siguiente, la banda llegó a Glenrowan y ordenó al jefe de estación que desviara las agujas para causar la colisión del tren. Inmediatamente después, tomaron a 70 rehenes y se atrincheraron en el Hotel Glenrowan en espera del choque...
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pero los policías que "protegían" a Sherritt estaban tan intimidados que no reportaron el crímen hasta el día siguiente, por lo que los Kelly tuvieron que retener a los rehenes durante 24 horas más. En este periodo, la banda organizó un baile, invitó a los rehenes a bebidas e incluso organizó un concurso deportivo. La sintonía era tanta que el maestro de la escuela local, Thomas Curnow, le pidió a Ned que le dejara llevar a su familia a casa... y este se lo concedió. Nada más abandonar el hotel, Curnow corrió hacia las vías y, con ayuda de una luz, hizo detenerse al tren que estaba a punto de descarrilar. 46 policías rodearon y acribillaron el Hotel Glenrowan descargando munición sobre la estructura durante más de siete horas. Pasado este tiempo y viendo que la banda de los Kelly aún resistía en su interior, decidieron quemar el edificio. Llegados a este punto y viéndose acorralados, los Kelly salen del hotel escopeta en mano y empiezan a disparar sobre el cordón policial. Los policías empiezan a descargar a su vez una lluvia de plomo sobre la banda... pero las balas rebotan sin hacerles ningún daño. Esto es así por dos razones: la primera es que los fusiles que llevaba la policía de la época eran más bien flojetes y la segunda es que los Kelly iban enfundados en armaduras de fabricación casera que pesaban en torno a los 40 kilos cada una. La banda de los Kelly al completo sale de la casa disparando a todo lo que se mueve y cargando como una horda de caballeros medievales. La policía asiste atónita al espectáculo hasta que a algún iluminado se le ocurre dar orden de disparar al punto sin protección existente entre la coraza y las botas. Mediante este método, los policías abaten a los Kelly. Joe Byrne muere desangrado por un disparo en su arteria femoral mientras que Dan Kelly y vuelven al interior del hotel,
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se quitan la armadura y se suicidan. Ned Kelly, por su parte, lucha hasta el final... pero los policías consiguen atraparle con vida. El tiroteo de Glenrowan, en el que los agentes no se molestaron en evacuar el edificio antes de empezar a descargar munición, consiguió que la opinión pública ensalzara la figura de Ned Kelly y se echara encima del gobierno, pero los coloniales no estaban dispuestos a dejar escapar aquella oportunidad, así que Kelly fue ahorcado tras un juico sumarísimo en la penitenciaría de Melbourne, la misma en la que aún cumplía condena su madre por el intento de asesinato del alguacil Fitzpatrick.
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SAN GUINEFORT Guinefort era el perro de un noble que vivía, en el siglo XIII, en la región francesa de Villars-les-Dombes. Cuenta la leyenda que, cierto día, dicho noble abandonó el castillo durante todo un día y que, al volver, vió a Guinefort con el hocico ensangrentado junto a la cuna de su hijo recién nacido. Creyendo que el perro había aprovechado su ausencia para devorar al heredero, el noble arremetió contra él y lo mató a golpes. Inmediatamente después de morir Guinefort el niño rompió a llorar y su padre se acercó a la cuna descubriendo que si el niño estaba vivo era, precisamente, gracias a la fidelidad de Guinefort, pues junto al recién nacido había una serpiente muerta a la que el perro había despedazado cuando se dirigía hacia el niño. Arrepentido por su comportamiento, el noble cogió en sus brazos el cadáver de Guinefort y lo llevó a un bosquecillo anexo al castillo, donde le construyó una tumba de piedra que pronto se convertiría en lugar de peregrinación, pues no tardaron en extenderse las historias de gente que sanaba misteriosamente de diversas dolencias tras visitar la tumba del animal. San Guinefort fue considerado por el pueblo llano francés como el santo protector de los niños y, pese a que la Iglesia Católica se esforzó por frenar la devoción hacia el perro, el culto a San Guinefort pervivió en el tiempo durante siete siglos, hasta el año 1.930. Como es evidente, la historia de San Guinefort descansa más sobre las bases legendarias que sobre las reales, pero el eco que tuvo este acontecimiento fue tan grande que algunos
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inquisidores como Esteban de Borbón en su "De Supersticione" llegaron a condenar el culto a San Guinefort tildándolo, incluso, de herejía.
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