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Spanish; Castilian Pages 468 Year 2013
Colombia: una nación en formación en su historia y literatura (siglos XVI-XXI) Usos políticos de la historia y la literatura en la construcción de la nación (siglos XIX al XX) y subversión del discurso nacional oficial en las nuevas narrativas de la historia y la literatura (siglos XX al XXI) Nelson González Ortega
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Colombia: una nación en formación en su historia y literatura (siglos XVI-XXI) Usos políticos de la historia y la literatura en la construcción de la nación (siglos XIX al XX) y subversión del discurso nacional oficial en las nuevas narrativas de la historia y la literatura (siglos XX al XXI) Nelson González Ortega
Iberoamericana
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Editado con el apoyo del Departamento de Literaturas, Estudios de Áreas y Lenguas Europeas de la Universidad de Oslo, Noruega
Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2013 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2013 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-723-1 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-776-3 (Vervuert) Depósito Legal: M-12989-2013 Cubierta: Juan Carlos García Cabrera Impreso en España The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706
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ÍNDICE GENERAL
Introducción .....................................................................................
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PRIMERA PARTE ENCUENTROS ENTRE LA HISTORIA Y LA LITERATURA EN COLOMBIA (1824-1960): EMERGENCIA Y ESTABLECIMIENTO DEL CONCEPTO OFICIAL DE HISTORIA Y LITERATURA NACIONAL
1. Canon, nación e historia: origen de las historias y literaturas nacionales de Europa y su incidencia en la formación de la historia y la literatura de Colombia ................................................................. 2. Canon, nación y literatura: construcción e institucionalización de la tradición literaria nacional ........................................................ 3. Los usos políticos de los lenguajes iconográfico, arquitectónico y musical como formas alternativas en la construcción oficial de la nación: una lectura semiótica ........................................................ 4. Construcción del canon literario nacional: ¿Jiménez de Quesada, fundador de la literatura colombiana? ........................................... 5. Urdiendo tramas literarias e históricas: el poema apócrifo “El Romance de Ximénez de Quesada” y ‘la verdadera historia’ del conquistador ...................................................................................... 6. El discurso de Jiménez de Quesada en la instauración del dominio imperial español en la Nueva Granada y la invención de la patria cultural como sustituto de la nación .............................................
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SEGUNDA PARTE REVISIONES DE LA HISTORIA Y LA HISTORIA LITERARIA OFICIAL DE COLOMBIA (1960-1989): LA NACIÓN COMO NARRACIÓN EN LA OBRA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ 7. La literatura como historiografía y el novelista como historiador: la deconstrucción del concepto oficial de literatura nacional y la construcción del público lector en textos de García Márquez ....... 8. Macondo: la invención de la nación como alegoría de la versión oficial de la historia de la República de Colombia ........................ 9. (Sub)versión de García Márquez del canon histórico y literario nacional y su proyección imaginaria en textos narrativos, periodísticos y cinematográficos ...............................................................
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TERCERA PARTE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS ENTRE LA HISTORIA Y LA LITERATURA EN COLOMBIA (1960-2004): NUEVA HISTORIA, NEOHISTORICISMO Y LA NOVELA DEL POSBOOM
10. Jiménez de Quesada o El caballero de El Dorado de Germán Arciniegas: entre los márgenes de la novela y la historia ...................... 11. La novela como pre-texto en la escritura de la historia en Colombia: el historiador como narrador del pasado colombiano. Un enfoque desde la Nueva Historia ................................................. 12. Configuración de la nación en la novela Delirio de Laura Restrepo: el narrador como historiador de la Colombia contemporánea. Una lectura neohistoricista .......................................................... 13. Epílogo: Colombia en el siglo XXI. El lector colombiano de ayer y de hoy ante la configuración de su nación, su historia y su literatura ............................................................................................. 14. Apéndices .................................................................................... Bibliografía ........................................................................................
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La idea de nación y la concepción de historia y literatura nacional fueron creadas en Colombia en el siglo XIX por una minoría de políticos y hombres de letras a partir de la narración de las guerras de Independencia y el registro escrito de la organización política y territorial del nuevo Estado republicano. Dichos letrados, que se adhirieron a la ideología europea y a los idearios de los recién creados partidos liberal y conservador, iniciaron y entronizaron en los siglos XIX y XX una imagen oficial de la nación a través de la fundación de academias e institutos encargados tanto de regular y difundir la lengua española y la historia y literatura de Colombia como de escribir y divulgar libros de historia y literatura producidos en las instituciones estatales. Me refiero específicamente a la fundación de la Academia Colombiana de la Lengua en 1871, la Academia Colombiana de Historia en 1902 y el Instituto Caro y Cuervo en 1941, así como a las obras Historia de la revolución de la República de Colombia escrita por José Manuel Restrepo en 1827, Historia de la Literatura de la Nueva Granada escrita por José María Vergara y Vergara en 1867 y el manual de Historia de Colombia escrito por José María Henao y Gerardo Arrubla en 1911. Estas obras se instituyeron en iniciadoras de la historia y la historia literaria de Colombia y, durante más de un siglo, fueron consideradas fundamentales en la enseñanza de esas materias en las escuelas del país. La concepción inclusiva de la nación y la nacionalización e institucionalización del pasado colombiano articuladas en la escritura oficial de la historia e historia literaria perdieron relevancia y credibilidad entre los colombianos a partir de la década de 1950, a causa de importantes acontecimientos políticos, económicos y culturales que ocurrieron en Colombia en esa época, como el asesinato en 1948 del popular candidato presidencial por el partido liberal, Jorge Eliécer Gaitán, que causó una extrema polarización social y política y desencadenó grandes revueltas populares en las principales ciudades del país. Tal descontento político –producto de la frustración de las masas que, una vez más, sentían que se incumplían las promesas de justicia social– dio origen
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a las “violencias” (estatal-militar, paramilitar, guerrillera, aumento de la delincuencia común y del narcotráfico) que han azotado al país desde entonces; la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), que aumentó el control estatal y causó gran represión entre los ciudadanos; la implantación por los dirigentes de los partidos liberal y conservador del Frente Nacional (1958-1974), que impuso la división del poder político y el mandato presidencial entre los partidos liberales y conservadores y sus respectivos candidatos para gobernar el país, de forma alternada, durante periodos de cuatro años;1 y la creación, en la década de los sesenta, de las carreras de pregrado y maestría en historia en diversas universidades del país, las cuales enseñaron temas y metodologías diferentes a las practicadas por la historia oficial o “académica”, dando así origen a la formación de la primera generación de historiadores profesionales interesados en escribir la nueva historia de Colombia.2 Las “nuevas historias” obtuvieron un éxito editorial sin precedentes en el país, lo que evidenció que la historia de Colombia era leída por grupos populares y regionales que mostraban gran interés por el estudio económico y social del pasado colombiano. Asimismo, la escritura y el éxito editorial en todo el país de novelas colombianas, como las de García Márquez, que ofrecían versiones ficcionales alternativas a la historia oficial e incluían tramas en las que interactuaban personajes de diferentes regiones y clases sociales del país crearon en unos lectores y fomentaron en otros sentimientos de identidad nacional. El fomento de la lectura de las “nuevas” narrativas de la historia 1 El sistema bipartidista del Frente Nacional, según sociólogos e historiadores, infundió entre los colombianos la desconfianza en proyectos políticos oficiales del Estado, debido a que se negó a los ciudadanos la completa participación en la sociedad civil y política nacional, lo cual incrementó las violencias sociopolíticas que han afectado al país desde entonces. Está situación de inestabilidad social contribuyó a que se postergara, una vez más, la constitución de una nación democrática en Colombia. 2 El concepto de “Nueva Historia” se refiere en este libro, en primer lugar, a la teoría propuesta y desarrollada por el historiador Hayden White en sus libros Metahistory. The Historical imagination in Nineteen-Century Europe ([1973] 1975) y Tropics of discourse in Cultural Criticism (1985) y por el historiador Alun Munslow en su libro Deconstructing History (1997). En segundo lugar, la noción de nueva historia se refiere, en el contexto colombiano, no sólo a las postulaciones de White, sino, sobre todo, a los nuevos modos de escribir la historia de Colombia –desde perspectivas económicas y sociales– propuestos por los historiadores profesionales egresados de las universidades colombianas y extranjeras a partir de 1960. Estas dos acepciones del concepto de nueva historia y sus implicaciones en la cultura colombiana se estudian más adelante (cfr. capítulos 10, 11).
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y la literatura ocurrida en la década de 1960 condujo a la aparente conversión de nuevos lectores en nuevos ciudadanos, debido, quizás, a que por primera vez muchos colombianos se vieron incluidos individual y colectivamente en narrativas de alcance local, regional y continental (i. e. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez) que los representaba simultáneamente como forjadores, reconstructores y exterminadores de su propia nación. Desde luego que el aumento en los sentimientos de identidad nacional experimentado por los colombianos en la segunda mitad del siglo XX no se debió exclusivamente al auge de los lectores de las “nuevas” narrativas de la historia y literatura, sino, sobre todo, al crecimiento sostenido en los índices de la economía nacional e individual en Colombia a partir de 1930 a causa, entre otros factores, del incremento de los precios del café y otros productos de exportación, a la relativa industrialización del país, al gradual poder económico obtenido por las editoriales nacionales e internacionales en Colombia en la década de 1960 y, en fin, a la voluntad de modernización política, social, económica y cultural mostrada por el creciente número de colombianos que tuvieron un mayor poder adquisitivo que les permitió convertirse en consumidores de objetos de cultura como los libros de historia y literatura. A fines del siglo XX, Colombia se presenta, a nivel nacional e internacional, como el país de las “violencias” individuales y de grupos armados y, al mismo tiempo, como un país con una economía estable y en relativo crecimiento que favorece sólo a minorías socioeconómicas y políticas, pues éstas niegan a la mayoría de los colombianos la distribución equitativa de la riqueza y de los recursos naturales, y el ofrecimiento adecuado de los servicios institucionales y sociales a los que por ley, según la reforma constitucional (la Constituyente) de 1991, tienen los ciudadanos pleno derecho legal. Esta dolorosa exclusión vivida diariamente por más de cuarenta y cinco millones de colombianos se ha convertido en referente no sólo de múltiples análisis y reportes histórico-sociales y políticos hechos por individuos, organizaciones y agencias gubernamentales nacionales e internacionales, sino también de novelas en las que se ha representado ficcionalmente el problemático entramado social de Colombia. En el presente libro no sólo se estudian aspectos centrales de los modos discursivos empleados por la historia y la literatura colombianas en la representación histórica y novelística de los graves conflictos colombianos de fines del siglo XX y comienzos del XXI, sino que también se analiza la construcción oficial de la nación y de la historia y la literatura realizada por una minoría de
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intelectuales criollos que, en el siglo XIX, canonizó (i. e. convirtió en nacionales, literarios y fundacionales) textos del pasado colombiano, excluyendo al “otro” (i. e., el indio, el negro y la mujer) y negando su condición de sujeto nacional, lo que causó, según la relectura propuesta aquí, la postergación del proyecto de unidad nacional en Colombia. Parte de esta investigación se presentó en 1992 como tesis de doctorado de la Universidad de Madison, Wisconsin. El foco de estudio se centró entonces en el análisis de la formación del concepto oficial de la literatura e historia nacional en Colombia y su cuestionamiento en la obra (novelas, cuentos y artículos periodísticos) de García Márquez. En el presente libro, se amplía el corpus de esta investigación y se actualiza su teoría y metodología para intentar presentar elementos de discusión en el estudio de las relaciones que se establecieron en el siglo XIX entre los modos de escritura de la literatura y de la historia en Occidente, Hispanoamérica y Colombia. Además, se examinan diversos aspectos históricos, teóricos y discursivos interrelacionados que se convirtieron, a fines del siglo XX, en el centro del debate crítico de las ciencias sociales y ocasionaron el advenimiento del posmodernismo.3 Me refiero al cambio epistemológico que se dio en las ciencias sociales de Occidente en la década de los ochenta, como consecuencia de la crisis de los ‘grandes relatos’ o paradigmas de interpretación individual y social como el cristianismo, el freudianismo o el marxismo, que suplantó a teorías como el estructuralismo que suprimían el enfoque socio-histórico. El posmodernismo –en tanto paradigma innovador y controversial, impuesto principalmente por comunidades académicas de Estados Unidos y 3
El posmodernismo o la “posmodernidad literaria” implica la presencia de a) diversos metalenguajes y variadas formas de autorreflexividad textual; b) intertextualidad o interpolación formal de textos y géneros; c) un reciclaje y superposición textual manifestada en el empleo literario del pastiche, el collage y lo kitsch; d) una re-elaboración –subversión y crítica– de un pasado textual mediante el uso del humor, en sus manifestaciones de ironía, parodia y farsa; e) la fragmentación versus la unidad; la multiplicidad versus la individualidad; la paradoja versus la lógica; la concordancia versus la contradicción; la continuidad versus la discontinuidad; la “otredad” versus la “mismidad”; la marginalización versus el eurocentrismo; la cultura versus el multiculturalismo; la heterosexualidad versus la homosexualidad; el “sexismo” versus el feminismo; la diversidad interpretativa (le scriptible) versus la unidimensionalidad autorial (le lisible). Asimismo, el posmodernismo incorpora los discursos de medios informativos (trans)nacionales: la música y arte popular y la cultura de masas (radio, cine, televisión y comunicación electrónica por la Red). (Cfr. Lyotard 1979; Hassam 1982; Habermas [1988] 1994; Hutcheon 1988 y Jameson 1991.)
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Europa para interpretar fenómenos sociales y textuales occidentales y no occidentales– tuvo, entre otros, los siguientes efectos: a) la relativización (negación y pluralidad) de la verdad (religiosa, histórica y jurídica)4; b) el creciente interés que mostraron los estudiantes y estudiosos de las ciencias sociales en perspectivas de investigación que acentuaban la interdisciplinaridad y los factores históricos y sociales en sus argumentos científicos; y c) la atención crítica concedida al llamado “giro literario” en las disciplinas de las ciencias sociales, entre ellas la llamada Nueva Historia, es decir, la noción de que el método fundamental de presentación (investigación, composición, explicación) del objeto estudiado especialmente por la historia y la antropología contemporáneas es, a semejanza de la literatura, la prosa narrativa y sus recursos retóricos constituyentes (cfr. Introducción, nota 2; capítulos 10, 11, notas 6, 8, 11, 12). Hasta la década de los ochenta del pasado siglo, el estudio de la historia literaria suscitaba poco interés entre los investigadores, debido quizás a su conexión epistemológica con el historicismo del siglo XIX. Sin embargo, con el advenimiento en el siglo XX de la episteme posmodernista y de innovadoras metodologías en la investigación de la historia y literatura (i. e., nueva historia y neohistoricismo), el estudio de la formación de cánones literarios (nacionales) y la concepción de la historia literaria como ‘construcción’ desarrollada y modelada por intelectuales, académicos y políticos asociados a instituciones estatales, adquiere gran importancia.5 Al despuntar el siglo XXI, el
4 La relativización o neutralización que han sufrido, en el siglo XX, los conceptos decimonónicos de “verdad”, “ética” y “belleza” asociados tradicionalmente a la ciencia, la teología y la jurisprudencia, como al arte y a la literatura, han sido discutidos, respectivamente, por Hans Georg Gadamer, Verdad y método ([1975] 1988); Paul Ricoeur, History and Truth (1965) y Linda Hutcheon, A Theory of Parody: The Teachings of Twentieth. Century Art Forms (1985). 5 Cabe notar que la escritura de historias literarias nacionales, regionales y mundiales que intentaban abarcar “todas” las expresiones literarias existentes perdieron relevancia en la segunda mitad del siglo XX –a causa de la crisis de paradigmas en las ciencias sociales provocada por el advenimiento del posmodernismo– y dieron paso, ya en el siglo XXI, a proyectos de investigación cuyo objetivo es la escritura de ‘nuevas’ historias literarias que, sin intentar ser totalizadoras, incorporan ‘fragmentos’ de las diversas culturas literarias orales y escritas que co-existen en un país, una región y aun en el mundo entero. Véanse, por ejemplo, Literary History: Towards a Global Perspective. Ed. G. Lindberg-Wada. 4 vols. (Berlin/New York: W. de Gruyter, 2006); Literary Cultures of Latin America. A Comparative History. Eds. M. J. Valdés, D. Kadir. 3 vols. (Oxford: Oxford University Press, 2004; Rethinking Literary History. A Dialogue on Theory. Eds. L. Hutcheon, M. J. Valdés (Oxford: Oxford University Press, 2002). Y en cuanto a las literaturas nacionales, está el caso de Colombia, en donde las principales universidades
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estudio de la literatura, como institución, y de la historia literaria, como construcción cultural en constante proceso de modificación, ha hecho que la investigación de estas cuestiones literarias incorpore herramientas y métodos de trabajo provenientes de diversas disciplinas como la historia, la antropología y la sociología y viceversa. Este libro no se propone interpretar ‘literariamente’, una vez más, el conocido grupo de ‘grandes autores’ y ‘textos magistrales’ que tradicionalmente han sido canonizados por la historia e historia literaria oficial de Colombia. Su objetivo es, más bien, el análisis de autores, instituciones y publicaciones y de las respectivas estructuras ideológicas subyacentes en sus textos con el fin de determinar el origen y establecimiento de su estatuto canónico. Por consiguiente, el presente trabajo confiere gran atención crítica a las formas en que se escribieron, leyeron, definieron, interpretaron y crearon significado social e institucional el grupo de textos que se agruparía posteriormente bajo las denominaciones oficiales de proyección nacionalista de literatura, historia e historia literaria de Colombia. El examen de la lectura oficial del pasado colombiano que se intenta realizar en esta investigación, plantea entonces, en primer lugar, la necesidad metodológica de cuestionar la mayoría de los términos y conceptos que los hombres de letras del siglo XIX, al fungir como historiadores y críticos literarios, tomaron como verdaderos e incuestionables y, en segundo lugar, la modificación y reformulación de los postulados de la teoría y crítica europea, norteamericana y latinoamericana para que se adapten al objeto de estudio propuesto en la presente investigación, esto es: la formulación de una teoría sobre la creación del Estado-nación en Colombia como contexto en el análisis de la construcción de la vertiente oficial de la historia y la literatura nacio-
del país (Universidad Nacional, Universidad de los Andes y Universidad de Antioquia) han agrupado en este nuevo siglo a investigadores nacionales y extranjeros tanto en el establecimiento de centros y redes de investigación como en la realización de coloquios, estudios y libros que se proponen incorporar perspectivas regionales no totalizadoras y teorías contemporáneas innovadoras en la descripción de la historia literaria nacional, tales como: el “Sistema de Investigación de la Literatura Colombiana” (SILC), plataforma/base digital de datos sobre la literatura de las regiones de Colombia fundada en 2002; “Red Colombiana de Investigadores de literatura colombiana” (RECIL), fundada en 2005; “Colombia: tradiciones de la palabra” (CTP), grupo de investigación de la Universidad de Antioquia fundado en 2007, el cual realizó el “Primer Coloquio nacional de historia de la literatura colombiana” (abril 24-26, 2008).
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nal (siglos XIX al XX) y su “deconstrucción” (i. e., construcción-destrucciónreconstrución) en las ‘nuevas’ narrativas de la historia y la literatura (siglos XX al XXI). Específicamente, se analizan las siguientes cuestiones fundamentales: 1) Por qué, por quiénes y en qué formas la fundación y desarrollo de la historia y de la historia de la literatura en Colombia estuvo estrechamente relacionada con la historia política durante casi un siglo (circa 1867-1960). 2) Por qué, por quiénes y en qué formas fueron cambiadas en 1960 las nociones de la literatura como institución y las normas y programas de las academias de literatura e historia de Colombia. 3) Qué consecuencias socioculturales tuvo la apertura cultural ocurrida a fines del siglo XX en la literatura e historiografía de Colombia y en la producción no sólo de ‘nuevas’ narrativas literarias (i.e., Cien años de soledad ) que fueron creadas e interpretadas como versiones alternativas de la historia oficial, sino, paralelamente, de ‘nuevas’ narrativas históricas que, al incorporar obras literarias como fuentes documentales, fueron leídas por el público en general como libros populares que explicaban por primera vez la historia de Colombia desde una perspectiva social y popular y no elitista. 4) En qué medida los temas, técnicas y discursos de la novela Delirio, publicada por Laura Restrepo en 2004, se entretejen para representar (históricamente) tanto el conflictivo mosaico social de la sociedad de Bogotá (microcosmos de Colombia) de fines del siglo XX como su proceso de (des)integración psico-social causado por la doble irrupción en el relato de las ‘violencias’ ficcionales que involucran a narradores y a personajes, y de las ‘violencias’ reales que siguen involucrando a los colombianos a principios del siglo XXI. El estudio de la formación y subversión del discurso histórico y literario oficial de Colombia implica, en primer lugar, el examen del proceso de organización (ubicación) de obras dentro de las disciplinas de la historia y de la literatura colombiana, realizado por los intelectuales criollos; el examen de textos fundamentales de historiografía, historia literaria, crítica literaria, periodismo y literatura en los que se haya hecho una escritura y/o una lectura pro-oficial o revisionista del pasado cultural colombiano; y el examen de la canonización de escritos de la colonia de Nueva Granada. En segundo lugar, implica el examen de libros de la nueva historia de Colombia y de novelas del
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boom y del posboom donde se haya hecho una lectura alternativa de la historia y literatura oficial. Por lo tanto, el corpus en que se basa esta investigación está compuesto por los siguientes textos: “Indicaciones para el buen gobierno” (1549); “Memorias del Mariscal Ximénez de Quesada” (¿1566? ¿1576?); El Antijovio (1567) de Gonzalo Jiménez de Quesada; Historia de la revolución de la república de Colombia (1827, 1858) de José Manuel Restrepo; Historia de la literatura de la Nueva Granada (1867) de José María Vergara y Vergara; Historia de Colombia para la enseñanza secundaria (1911) de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla; las novelas Manuela (1856) de Eugenio Díaz Castro; Historia de un alma (1881) de José María Samper; el poema apócrifo “Romance de Ximénez de Quesada” (1919) de José Franco Quijano; la novela Jiménez de Quesada o El caballero de El Dorado (1939) de Germán Arciniegas; los textos de historia Introducción a la historia económica de Colombia (1971) y “El estado y la política en el siglo XX” ([1978] 1989) de Álvaro Tirado Mejía; la obra narrativa, periodística y cinematográfica de García Márquez; y, finalmente, la novela Delirio (2004) de Laura Restrepo.6 Estos textos cubren un periodo de casi cinco siglos y presentan diversas tendencias genéricas, estilísticas e ideológicas del discurso cultural (histórico, forense, literario, periodístico y cinematográfico) de Colombia. Su selección se debió al deseo de analizar, desde diversos ángulos culturales, la construcción oficial de la nación y de la historia y literatura colombiana realizada por “intelectuales oficiales” (cfr. capítulo 1, notas 31, 32; capítulo 2, notas 12, 13; capítulo 5, nota 32) y la consecuente “deconstrucción” (destrucción y reconstrucción) efectuada por historiadores y novelistas contemporáneos que presentan en sus textos, cada cual desde su propia concepción ideológica y estilística, diversas miradas al pasado cultural colombiano y nuevas perspectivas sobre la nación (cfr. capítulos 7, 8, 9, 11, 12). Como se estudia detalladamente en los capítulos 1 y 6, resulta altamente cuestionable el anacronismo histórico en que cayeron los intelectuales y políticos decimonónicos cuando implantaron un concepto oficial de nación y de cultura nacional en la sociedad colombiana, con el cual la preeminencia de la administración colonial (1551-1824) y el Estado republicano (1824-1903) hacía imposible la emergencia de una formación nacional de carácter democrático.
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La referencia bibliográfica completa de estos textos se da en la sección Bibliografía, “Fuentes primarias”.
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En el plano político, el siglo XIX fue para Colombia, al igual que para los otros países hispanoamericanos, un siglo de gran inestabilidad. Después de que el Estado de la Nueva Granada surgió de las guerras de Independencia (18101824), entró a formar parte, junto a los de Venezuela y Ecuador, de la confederación de la Gran Colombia, que fue disuelta en 1830. Seguidamente, en 1831, se creó el Estado independiente de la Nueva Granada y se adoptó, bajo la dirección ideológica del partido conservador, un régimen centralista que duró hasta 1858. El centralismo fue suplantado entonces por un sistema de gobierno federalista bajo la dirección ideológica del partido liberal, que estuvo en el poder hasta 1886. En ese año se escribió la Constitución que acabó de abolir las leyes provenientes de la época colonial. La Constitución de 1886 se instituyó en la base jurídica e ideológica del régimen conservador que prevaleció en Colombia hasta 1930. Durante este último periodo empezó a surgir entre los colombianos una conciencia nacional más definida que contribuyó a formar y consolidar en el país un primigenio sentido democrático de nación. A pesar de que a principios del siglo XX se forma una idea más democrática de nación, las normas culturales surgidas durante el periodo en el que predominó el partido conservador y el sistema republicano de gobierno (18241930) siguieron vigentes, en gran medida, hasta que se instituyo en 1991 “la Constituyente”, que dio origen a la Constitución que rige actualmente en Colombia. De ahí que, a mediados del siglo XX, aún eran considerables el poder y la autoridad que había alcanzado la cultura oficial de origen republicano. No obstante, dicho modelo cultural y, en especial, el discurso literario e historiográfico oficial, han sido, a partir de las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, cuestionados y revisados desde la historia, la literatura y el periodismo. De hecho, historiadores como Darío Jaramillo Agudelo y Jorge Orlando Melo, portavoces de la corriente denominada nueva historia de Colombia (cfr. capítulo 1, nota 2; capítulo 10, capítulo 11, notas 6, 8, 11, 12), han logrado socavar la legitimidad y autoridad de la historia oficial. De modo análogo, Gabriel García Márquez, en sus textos narrativos, periodísticos y cinematográficos, ha logrado subvertir la “retórica oficial” subyacente en el discurso historicista colombiano. Si bien es verdad que en este libro se examinan los aspectos políticos y las tendencias revisionistas de la cultura oficial nacional, desde las perspectivas de la historiografía, la historia literaria, la literatura, la crítica literaria y el periodismo, también es cierto que su centro de estudio es el análisis de la escritura y de la lectura de textos referentes a Gonzalo Jiménez de Quesada y
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a Gabriel García Márquez. La concentración en el análisis de textos de escritores aparentemente tan dispares como éstos, obedece a la identificación de dos aspectos histórico-literarios importantes. El primer aspecto se revela en el hecho de que de todos los cronistas de la colonia neogranadina, Jiménez de Quesada es el autor a quien la crítica histórica y literaria oficial colombiana ha dedicado consistente y coherentemente (durante casi un siglo 1867-1952) un mayor número de manuales de historia y de historia literaria, en los que se ha buscado entronizar sus escritos como fundadores de la historia, la literatura y el carácter nacional de los colombianos (cfr. capítulos 1, 4, 5). El segundo aspecto se manifiesta en el hecho de que García Márquez ha sido el escritor colombiano que más insistentemente, durante más de medio siglo (1947-2004) ha opuesto en sus textos narrativos y periodísticos una versión alternativa al tipo de discurso oficial que incluye en el canon literario e histórico textos escritos por hombres de armas y de letras de Nueva Granada y de Colombia (cfr. capítulos 7, 8, 9). Con el objeto de entender el evento literario completo (i. e. producción, reproducción, recepción, circulación institucional y/o difusión pública de los textos) y sus implicaciones y efectos culturales e ideológicos en la sociedad colombiana de ayer y de hoy, adopto en este libro un marco teórico general compuesto por diversas teorías y metodologías contemporáneas agrupadas bajo la categoría global del neohistoricismo.7 Según los postulados generales
7 El neohistoricismo (New Historicism) surgió en la década de 1980 en Estados Unidos como reacción al historicismo del siglo XIX (i. e. Dilthey, Popper y Herder) y a las vertientes del marxismo clásico (i. e., Marx, Engels), que plantean el análisis marxista como ‘predicción histórica’ y la concepción de la función social de la literatura como parte de la ‘superestructura’ de la sociedad y no de su base. Los principales portavoces del neohistoricismo son: Louis Althusser, Raymond Williams, Michel Foucault, Stephen Greenblatt, Catherine Callagher y Clifford Geertz. El neohistocismo es una aproximación crítica y metodológica que plantea que, dado que en un texto confluyen combinadamente las circunstancias psico-sociales, económicas y políticas en que surgió, el texto debe ser estudiado e interpretado como el producto cultural del tiempo histórico y el lugar geográfico (circunstancias histórico-culturales) en que fue escrito. Según el neohistoricismo, el estudio e interpretación del texto debe incluir el análisis del trasfondo psico-social particular del autor (su percepción del entorno cultural en que vive y escribe), así como las prácticas sociales (leyes y políticas culturales y convenciones de escritura y lectura) y las creencias colectivas (prejuicios y estereotipos) y los discursos y vigentes en la época de composición del texto. El neohistoricismo niega que la sociedad entrara en una fase posmoderna o poshistórica en la segunda mitad del siglo XX y afirma que todo en el texto (i. e., estructura, contenido, punto de vista) es producto tanto de la “posición” (agencia) o ideología indivi-
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del neohistoricismo, la realidad (pasada y presente) es una construcción sociocultural producida por el lenguaje en forma de texto, codificada en símbolos transmitidos históricamente y reproducida por instituciones, prácticas sociales y políticas gubernamentales y académicas que informan los modos en que se escriben, leen e interpretan los eventos-textos de ayer y de hoy. El neohistoricismo, por consiguiente, promueve la noción de que la realidad e identidad son moldeadas tanto por nuestra propia cultura –la cual se encarga de definir los roles sociales y las “posiciones ideológicas” (subject positions) seguidas por el individuo en la sociedad– como por la tensión generada entre las ideas y costumbres que moldean nuestra visión personal del mundo o ideología. En suma, el neohistoricismo plantea que no sólo las sociedades crean el significado de las cosas en nuestro entorno, sino también que la realidad y la identidad son construcciones sociales mantenidas y reproducidas por ideologías, signos y códigos culturales y estructuras de poder nacionales y transnacionales que afectan a individuos y grupos, en tanto creadores y consumidores (receptores) de artefactos culturales y prácticas de significación social y simbólica (cfr. Introducción, notas 9, 10; capítulo 1, notas 12, 24; capítulo 10, nota 16). Dentro del marco teórico del neohistoricismo elaborado en la presente investigación se integran teorías y metodologías contemporáneas provenientes de la historiografía y la literatura (i. e. los estudios culturales, la nueva historia, la semiótica y las teorías de la recepción)8 con el fin de conformar una categoría global de análisis que haga posible el estudio transcultural e inter-
dual del autor y su época como de las leyes valores, prejuicios de una época (episteme) o conciencia colectiva vigente en el contexto histórico, geográfico y cultural de una sociedad específica en la cual se produce, reproduce e interpreta un texto. Para una visión más detallada del origen y establecimiento del neohistoricismo, consúltese, entre otros libros, Greenblatt, Stephen. Renaissance Self-Fashioning (1980); Veeser, H. A. (ed.), The New Historicism (1989); Dollimore (1998) y Gallagher, C. & S. Greenblatt, Practicing new historicism (2000). 8 Entre los iniciadores de los estudios culturales se cuentan los británicos Richard Hoggart, Edgard Thompson, Stuart Hall y Raymond Williams, siendo los tres primeros fundadores del Centre for Contemporary Cultural Studies de la Universidad de Birmingham, en donde se originó dicha teoría. Sus principales precursores y críticos son: Marx, Althusser, Lévi-Strauss, Barthes y Foucault. El establecimiento de los estudios culturales en Occidente y América Latina, se explica en Jessica Munns y Gita Rajan (eds.), A Cultural Studies Reader: History, Theory Practice (1995) y Mabel Moraña (ed.), Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: El desafío de los estudios culturales (2000). Asimismo, los conceptos de Nueva Historia (cfr. Introducción, nota 2; capítulo 10; capítulo 11, notas 6, 8, 11, 12), semiótica y teorías de la recepción se explican en la presente Introducción y se problematizan a lo largo de esta investigación.
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disciplinario de las condiciones sociales, históricas, económicas y políticas en que la sociedad colombiana produce, disemina, consume y dota de significado cultural a una gran variedad de prácticas sociales, modos de discursos e instituciones estatales y públicas, entre las que se cuentan la historia, la literatura y los productos derivados de ellas, como son los libros y las novelas, en tanto bienes simbólicos e ideológicos y objetos comerciales de consumo. La celebre propuesta del neohistoricismo de “estudiar la historicidad del texto [literario] y la textualidad del texto [histórico]” (Montrose citado en Veeser 1989: 20, corchetes y traducción míos), está en estrecha relación con la propuesta central de la Nueva Historia de suspender las fronteras disciplinarias entre la historiografía y la literatura, y de someter los textos históricos a análisis retóricos y textuales de procedencia literaria (cfr. capítulo 1, nota 2; capítulo 10; capítulo 11, notas 6, 8, 11, 12). El empleo e interrelación de estas dos estrategias metodológicas resulta apto para explicar comparativa y detalladamente los diversos conceptos y modelos de análisis considerados relevantes para entender que en Colombia los discursos y los textos escritos en épocas diferentes han funcionado como una simbolización de expectativas individuales, usos, valores y prácticas culturales colectivas e institucionales que han coexistido desde la Conquista al presente. En efecto, en el acto comunicativo que encierra la escritura y lectura de textos tan diversos (i. e. históricos, literarios forenses, periodísticos y cinematográficos) como los que constituyen el corpus de esta investigación, participan agentes productores y mediadores (autor, lector, instituciones, editoriales) de la ideología articulada en ellos.9 Por eso, en 9 Empleo el concepto “ideología” de manera semejante a la de Louis Althusser y a la del historiador Alun Munslow. Althusser concibe la ideología como una serie de paradigmas que el ser humano sigue en su comportamiento individual, social, político, ético y religioso. Ideología, explica Althusser, también implica el hecho de que los individuos que viven en una época histórica determinada son influidos por una serie de valores y creencias sociales, políticas y religiosas que conforman la llamada por él “región ideológica dominante”. Desde esta perspectiva, la región ideológica dominante, por ejemplo, en la Edad Media es la religiosa. Consúltese Louis Althusser, For Marx, trad. Ben Brewster (London: Verso, 1983); Lenin and Philosophy and Other Essays, trad. Ben Brewster (London: New Left Books, 1981); “Practiques artistiques et luttes de classes III”, en Cinétique 15 (1972): 31-74. Munslow especifica que “ideología” “[es] [u]n conjunto de ideas producidas socialmente que forman un grupo o una conciencia. La ideología está específicamente determinada por un tiempo y espacio delimitados. […] La ideología puede penetrar toda la sociedad y puede ser transmitida por varios mecanismos sociales e institucionales como los medios de comunicación, la Iglesia, la educación y las leyes. En opinión de algunos críticos, la ideología puede encontrarse en artefactos sociales como las estructuras narrativas, incluida la historia escrita, códigos de comportamiento social y serie de creencias” (Munslow 1997: 184; mi traducción).
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este libro, la literatura y la historiografía se consideran prácticas socioculturales que comunican ideología por medio de un discurso que se produce, circula y es recibido en espacios geográficos y tiempos históricos determinados. La ideología no es, pues, “un cuerpo de proposiciones, sino […] un sistema de reglas semánticas que expresa determinado nivel de organización de los mensajes. […] un sistema de reglas semánticas para generar mensajes” (Verón 1969: 141-2).10 Ahora bien, dado que la expresión ideológica, en grados diferentes, es inherente al proceso de comunicación de los enunciados o mensajes que componen el discurso histórico y literario o cualquier otro discurso, las categorías “ideología” y “discurso” no son fijas, sino que con frecuencia tienden a fundirse y hasta confundirse (cfr. “ideología”: Introducción, notas 9, 10; capítulo 1, notas 12, 14; capítulo 10, nota 16; “discurso”: Introducción, nota 14; capítulo 1, notas 20, 23; capítulo 2, nota 12). El estudio de la relación que media entre la ideología y los agentes e instancias (emisor, texto, discurso, receptor, instituciones, espacio geográfico, época histórica) que participan en la realización del evento literario completo es un aspecto del cual se ocupa la semiótica social. De hecho, la semiótica social, como la conciben Roger Fowler, Gunther Kress y Robert Hodge, considera los recursos lingüísticos constituyentes del texto y del discurso como elementos que siempre están en proceso de significación social. En otras palabras, la literatura es concebida como un acto dinámico de comunicación social que produce incesantemente nuevos significados derivados de su contexto de producción y recepción. Otros conceptos fundamentales de la semiótica social son el “mensaje” y el “signo”. El mensaje es la forma semiótica mínima que posee existencia concreta (Hodge/Kress 1988: 262). Está constituido por signos que, por poner en relación significantes y significados en diferentes tiempos y espacios, son polivalentes y dinámicos, pues siempre están en proceso de generar nuevas significaciones.11 Ahora bien, si en el signo se actualizan una serie de 10 Esta concepción de ideología integra y complementa la concepción de ideología que he planteado en especial en Introducción, notas 9, 10, 12 y 13. 11 Un signo pertenece a un sistema, lo que implica que un signo no se emplea como elemento único, sino como unidad de un conjunto, en el que se dan una serie de relaciones sintagmáticas (“in praesentia”) y paradigmáticas (“in absentia”). Las sintagmáticas son relaciones de tipo sintáctico en cuanto que tratan del orden y la organización de los significantes, aunque no se deba y/o no se pueda prescindir de los significados. La sintaxis se erige así en uno de los componentes, el primero, de la teoría de los signos o teoría semiótica (Albert Galera 1986: 27).
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relaciones sintagmáticas y paradigmáticas que contribuyen a la formación y reproducción de significantes y significados, en el mensaje (conjunto de signos) y, por extensión, en el texto (conjunto de mensajes) se distinguen también dos niveles de significación semejantes: el sintagmático y el paradigmático. La estructura sintagmática está formada por una combinación de signos (sintagma) que convergen en una significación en un tiempo y espacio determinado, mientras que la estructura paradigmática está formada por una selección y organización de significados (paradigma), cuya actualización o negación depende del acto de selección en el contexto de dicha estructura (Hodge/Kress 1988: 262). La semiótica social no separa estas dos estructuras, ni tampoco valora una más que la otra, sino que las trata globalmente como conjuntos dinámicos constituyentes de sistemas que producen y reproducen niveles de significación (lecturas) convergentes. El signo, el mensaje y el texto no sólo poseen movimiento, sino también direccionalidad: “The message has directionality-it has a source and a goal, a social context and a purpose” (Hodge/Kress 1988: 5). Por eso, desde el momento en que un mensaje es puesto en circulación por un agente (autornarrador o locutor) puede adquirir, y generalmente adquiere, una posición dentro del sistema social. Dicha posición suele estar determinada por intereses de diferente tipo. Asimismo, el receptor (lector u oyente de un mensaje) puede también situarse o adoptar una “posición” en relación al mensaje. Por eso, el mensaje es portador de la ideología del emisor y del receptor, en el caso de la alocución oral, y del autor y del lector, en el caso del texto escrito.12 En esta investigación es importante identificar la noción de “posición” ideológica de los escritores (“enunciantes”) y de los textos (“enunciados”) de historia e historia literaria para determinar qué lugar institucional (“locus de
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Roger Fowler explica el concepto de posición (ideológica) adoptada, respectivamente, por el emisor y por el autor en la producción del mensaje oral o escrito: “As there is no sentence which does not imply a speaker taking a certain stance, so there is no text in which the content has not been filtered by an author who has selected and expressed the propositions and so set himself in a certain belief posture towards them. […] the use of his language determines his perspective on his material, the construction he puts on it, even his construction of it. And using language commits the historian [or the writer] to a valuation posture derived mainly from his location in the cultural system of his speech-community” (1981: 109). Paralelamente, Robert Hodge explica la relevancia que la “posición” (ideológica) del lector obtiene en el texto, así: “[…] each text can be positioned and evaluated against other texts and authors in the genre” (1990: 22).
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enunciación”) y cuál perspectiva (“ideología”) emplean los escritores, incluyendo al autor de esta investigación, en las formulaciones (“enunciaciones”) textuales y en la constitución de sus “discursos” oficiales, alternativos o teóricos.13 Puesto que los términos “texto” y “discurso” sin ser idénticos pueden ser recíprocos, la posición que adoptan autores y lectores ante el texto, resulta por extensión, análoga a la que adoptan ante el discurso. Aunque la noción de éste es frecuentemente usada para designar al texto, se refiere más bien al proceso social en el cual se inserta la producción lingüística, mientras que el concepto texto se refiere al objeto concreto y material producido por un discurso (Hodge/Kress 1988: 6). De ahí que tanto el texto como el discurso constituyan estructuras o indicios de mensajes producidos y difundidos, material y semánticamente, dentro de una unidad social. Desde una óptica literaria, el concepto de discurso está constituido por la agrupación e interrelación de un sistema de signos, primariamente lingüísticos, cuya unidad inferior es la frase y cuya unidad superior sobrepasa el texto individual. Por eso, el discurso puede constar de frases, enunciados, párrafos, segmentos textuales, textos enteros; la obra completa de un autor; un grupo de textos pertenecientes, por su estilo o por su cronología, a un movimiento cultural o a una época histórica determinada y todos los textos pertenecientes a una lengua o a un ámbito cultural específico. El discurso también puede comprender otros sistemas de signos como aquellos que se derivan de los emblemas, de la arquitectura, de la fotografía, de la cinematografía, del tráfico automovilístico, de las matemáticas, de la música, de las lenguas artificiales, etc. La explicación hecha hasta aquí conduce a la siguiente reflexión: tanto el “discurso” como la “ideología” son términos elusivos, dinámicos, y están sujetos a diversas transformaciones que dependen, por ejemplo, de la “posición” social y cultural del productor y receptor de textos y también de los
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Mi posición ideológica, como autor de este libro, es similar a la de un académico de una universidad europea que, desde la perspectiva histórica y teórica del siglo XXI, se propone formular una teoría del Estado y la nación en Colombia que sirva de contexto para el análisis crítico tanto de aspectos de la construcción de la vertiente oficial de la historia e historia de la literatura nacional realizada por intelectuales oficiales de los siglos XIX y XX como de su cuestionamiento hecho por historiadores profesionales y novelistas colombianos de fines del siglo XX y comienzos del XXI.
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lugares institucionales y de las circunstancias socio-históricas desde las cuales se producen los discursos. En verdad, no sólo la forma genérica en que se organiza el discurso, sino también el modo en que se encauza en el texto y dentro de las instituciones presupone ideología. Por tal razón, las categorías “texto”, “discurso” e “ideología” son estudiadas aquí en relación directa con los agentes e instituciones que las producen y difunden en épocas y ámbitos socioculturales determinados. Estos agentes e instituciones “producen” y/o articulan “sentido” o ideología desde dentro del discurso tal y como lo sostienen, entre otros, Emile Benveniste, A. J. Greimas, Tzvetan Todorov, Gérard Genette, Roland Barthes, Michel Foucault, Hans Robert Jauss y Roger Fowler, Gunther Kress y Robert Hodge.14 Greimas confirma la noción de “fabricación” de ideología o de “sentido” en el discurso, cuando arguye que la linealidad (esa característica fundamental del discurso) no es compatible con la simultaneidad del evento. La “linealidad temporal” del discurso es capaz de crear, dentro de sus manifestaciones, secuencias de significaciones relativas al suceso y a su temporalidad y, por eso, es productora de hechos históricos (Greimas 1970: 104). Es decir, el discurso “distribuye” en sí “la manifestación temporal de sentido”. Para Greimas el discurso es “productor de sentido” y también productor del tiempo y del hecho histórico. Con criterios semejantes, Barthes señala que la atribución y distribución de “sentido” que el historiador impone a su discurso hacen que éste sea esencialmente “elaboración ideológica” o, para ser más preciso, “elaboración ima14
Los postulados teóricos provenientes de la narratología que se adoptan en esta investigación son los siguientes: “historia”, “discurso”, “tiempo de la historia”, “tiempo del discurso”, “relato” y “narración”. De la teoría de la recepción tomo los conceptos de “lector activo y competente”, “horizonte de experiencias” y “horizonte de expectativas”. De la semiótica social tomo los conceptos: “signo”, “semiosis”, “mensaje”, “direccionalidad”, “posición” del autor y del lector, “texto”, “discurso”, y “estructura sintagmática” y “paradigmática”. Valga recordar que, pese a que estos postulados se nombran por separado, se interrelacionan y se integran al enfoque neohistoricista adoptado en esta investigación. Las obras en las que se explican estos postulados críticos son: Roland Barthes, “Le discours de l’histoire” (1967: 65-75) y Roland Barthes et al., Análisis estructural del relato. Commmunications 8 (1970); Gérard Genette, Figures III (1972); Narrative Discourse Revisited (1988); Algirdas Julien Greimas, Du sens. Essais sémiotiques (1970), On Meaning. Selected Writings in Semiotic Theory (1987); Roger Fowler, Literature as Social Discourse (1981); Robert Hodge y Gunther Kress, Social Semiotics ([1983] 1988); Robert Hodge, Literature as Discourse (1990); Hans Robert Jauss, Toward an Aesthetic of Reception (1982); y La literatura como provocación (1976).
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ginaria” (Barthes 1967: 73). El relato histórico y el relato literario se consideran, en última instancia, elaboraciones ideológicas. El discurso produce tanto el tiempo y el hecho ficcional, como también el tiempo y el hecho histórico. La distinción que hace Barthes entre el tiempo de la enunciación y el tiempo de la materia enunciada, coincide con la hecha por Todorov y Genette entre el “tiempo de la historia” y el “tiempo del discurso”. Barthes afirma que en el discurso histórico se da la yuxtaposición de dos tiempos discursivos: el “tiempo de la enunciación” y el “tiempo de la materia enunciada”. Esta yuxtaposición temporal, según Barthes, desencadena la aceleración de la historia –un capítulo o un número igual de páginas (medida, en grueso, del tiempo de la enunciación) puede cubrir diversos lapsos de tiempo (tiempo de la materia enunciada)– e influye en la manera en que el discurso, materialmente lineal, confronta el tiempo histórico. Todorov confirma que “El tiempo del discurso es, en un cierto sentido, un tiempo lineal, en tanto que el tiempo de la historia es pluridimensional”, lo que lleva al crítico a concluir que “En la historia varios acontecimientos pueden desarrollarse al mismo tiempo; pero, el discurso debe obligatoriamente ponerlos uno tras otro” (citado en Barthes et al. 1974: 174). Surge así el consabido dilema: ¿cómo relatar, en el discurso lineal, los hechos que en la vida real se dan simultáneamente? Gérard Genette ha reelaborado el concepto de “historia” y ha introducido los conceptos de “relato” y “narración”: Je propose […] de nommer histoire le signifié ou contenu narratif (même si ce contenu se trouve être, en l’occurrence, d’une faible intensité dramatique ou teneur événementielle), récit proprement dit le signifiant, énoncé, discours ou texte narratif lui-même, et narration l’acte narratif producteur et, par extension, l’ensemble de la situation réelle ou fictive dans laquelle il prend place (Genette 1972: 72).
Los conceptos de “historia”, “relato” y “narración” establecidos por Genette son fundamentales para determinar los modos en que el narrador del evento literario e histórico organiza ideológicamente su mensaje en el texto. A diferencia de una mayoría de narratólogos que consideran el texto, y por extensión el discurso, como fuente primaria de ideología, Gérard Genette se la atribuye al autor. Al comentar el proceso de transferencia de la ideología del autor a la narración, Genette afirma que no hay razón para que se
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libre al autor real de sus verdaderas responsabilidades, sean éstas de orden ideológico, estilístico, técnico o de otro tipo (Genette 1988: 139-40). No obstante, desde una perspectiva global que abarca todos los eslabones del evento literario, en tanto acto de comunicación social, el semiólogo Roger Fowler considera no sólo al autor como responsable de la ideología articulada en el texto, sino también al lector y a las instituciones (entre ellas la historia y la literatura): Literature seen as discourse is inevitably answerable, responsible; it cannot be cocooned from an integral and mobile relationship with society by evasive critics’ strategies such as ‘implied author’, ‘persona’, ‘fiction’; or ‘stasis’, ‘objectivity’, ‘depersonalization’, ‘tradition’. This is not to deny the applicability of such concepts in the analysis of literature, of course; only, to demand that they should not be invoked as compositional principles setting literature aloof from other communicative transactions (Fowler 1981: 94).
El hecho de que se localice el tipo de ideología que el autor-narrador transpone en su texto no implica, a mi parecer, resucitar la noción del autor como creador absoluto y propietario único de sus enunciados.15 Implica, más bien que el estudio de la relación entre las expectativas individuales de los autores y las expectativas sociales de los lectores puede contribuir a localizar la ideología textual y las formas en que el texto adquiere autoridad en una sociedad, por ejemplo, a través de la “selección”, el encauzamiento institucional de ciertos discursos, la “exclusión” de otros, y las relaciones de poder sociocultural y político que emergen y sucumben en y durante épocas distantes en el tiempo y en el espacio. Debido entonces a que la mayoría de los enfoques semióticos se concentran en el estudio de los discursos de una sociedad a través de diagramas y modelos analíticos que la estructuran, combino en este estudio la semiótica clásica y la semiótica social en la elaboración del diagrama que explica la construcción oficial, en el siglo XIX, de la simbología nacional, en sus formas iconográfica (i. e., el escudo, la bandera); musical (i. e., el himno nacional); y arquitectónica (i. e., edificios de estilo neoclasicista y republicano) de Colombia (cfr. capítulo 3).
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La desaparición del autor real, como elemento indispensable del texto, y su reducción a una de las varias “funciones” o “agentes” que intervienen en el acto narrativo ha sido propuesta, entre otros, por Michel Foucault y Roland Barthes.
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A diferencia de la semiótica clásica, que suspende la historia centrándose en el estudio del sistema de signos instituidos en el texto, la semiótica social, como ya se mencionó, concibe el texto como un producto social en proceso de significación que se produce, circula y se recibe en contextos históricos y socioculturales diversos. Por lo tanto, para que el evento literario se materialice en una época y en un ámbito cultural, es indispensable la existencia del lector, quien, mediante su acto de lectura, transforma y hace trascender los significados inmanentes del texto. La participación del lector en el evento literario es tan importante que ha causado el surgimiento de la corriente de la hermenéutica denominada “teoría de la recepción”. Hans Robert Jauss, uno de los representantes de esta corriente explica: “La obra literaria no es un objeto independiente que presenta el mismo rostro a cada observador en cada época. [La obra] [n]o es un monumento que revela monológicamente su esencia eterna” (Jauss en Hohendal 1989: 8; traducción mía). La estética de la recepción de Jauss admite una multiplicidad de lecturas que cambian en el tiempo y en el espacio. En efecto, la lectura de un texto está sujeta a las convenciones literarias y culturales existentes en cada época, las cuales están determinadas tanto por los diversos géneros y formas de los textos como por su comparación e interrelación (i. e., intertextualidad) y por las relaciones entre realidad y ficción que se plantean entre ellos (Hohendal 1989: 8). Las convenciones históricas y sociales, según Jauss, contribuyen a la constitución y establecimiento del significado en el lector, como intérprete activo del texto.16 Jauss no sólo nos recuerda que existe una relación (dialéctica) entre autores, obras y lectores, sino que insiste en que estos últimos, mediante su lectura activa y competente, reconstituyen la trayectoria histórico-literaria y transforman las convenciones literarias de una sociedad.17 De acuerdo con Jauss, 16
En el triángulo formado por autor, obra y público, este último no es sólo la parte pasiva, cadena de meras reacciones, sino que a su vez vuelve a constituir una energía formadora de historia. La vida histórica de la obra literaria no puede concebirse sin la participación activa de aquellos a quienes va dirigida. Ya que únicamente por su mediación entra la obra en el cambiante horizonte de experiencias de una continuidad en la que se realiza la constante transformación de la simple recepción, en comprensión crítica, de recepción pasiva, en recepción activa, de normas estéticas reconocidas, en una nueva producción que las supera (Jauss 1976: 163-164). 17 Al respecto, no deja de ser interesante notar que la crítica y la teoría literaria europea (i. e, narratología, neohistoricismo y Nueva Historia) de fines del siglo XX, al redescubrir al
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la eficacia de la literatura, en tanto acto hermenéutico, está en proporción directa con el grado de experiencia e información que puedan desplegar los autores y lectores antiguos y modernos en la escritura e interpretación de una serie de obras que han pasado a pertenecer a la tradición literaria. Tal experiencia textual, según Jauss, capacitaría a autores, lectores y críticos para orientarse y orientar al público en la comprensión de los textos, obteniendo así una recepción competente. Jauss añade que un nuevo texto actualiza en el lector (oyente) el horizonte de expectativas y las “reglas de juego” (Zusammenhang von Spielregeln) que él ya conoce por la lectura de textos previos. Textos que, por virtud de la capacidad alterativa inherente al horizonte de expectativas del lector, pueden ser variados, expandidos, corregidos, transformados, tachados o simplemente reproducidos (Jauss 1982: 22, 79, 88). La lectura activa de una obra literaria, concluye Jauss, puede destruir o transformar las expectativas de sus lectores y suscitar en ellos el deseo constante de cambio. Stanley Fish, prominente portavoz de la llamada Reading Response Theory, expande y transforma lo expuesto por Jauss, cuando considera que el acto de lectura implica una transacción entre texto y lector en la cual éste proyecta su propia subjetividad aportando al texto sus asunciones y valores sociales que su cultura ha moldeado previamente en él.18 Por eso, al ser el lector el que determina la forma, el contenido y los modos de lectura del texto, él adquiere la capacidad de dotar al texto de una “existencia real” y de convertirse en un “agente activo” que, a través de su lectura e interpretación, completa (reescribe) los significados inmanentes del texto.19 Es decir, Fish considera no sólo que los textos poseen su propia realidad y los lectores su
autor (Barthes, Genette) y al lector (Jauss, Fish, Iser), redescubrieron, a su vez, la historia y su papel relevante en el evento literario completo, como acto de comunicación social e histórica. 18 La noción moderna de reader-response theory se originó y desarrolló en Alemania y Estados Unidos en las décadas de 1os sesenta y los setenta del siglo pasado a partir de estudios críticos como los de Norman Holland, Stanley Fish, Wolfgang Iser y Hans Robert Jauss. Véase, entre otros, el libro de Fish Is there a text in this class? (1980), en especial la Introducción y los capítulos 7, 13, 16. 19 Al concederle más importancia al lector que al texto o al autor, la noción de reader-response theory entra en colisión frontal con las teorías del formalismo ruso y el nuevo criticismo norteamericano, que ignoran el rol del lector y de la historia en la interpretación textual y postulan que sólo lo que esta dentro del texto (su forma y contenido) es lo que contiene significado y, por eso, es lo único “objetivo” en el texto que es digno de análisis.
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propia creatividad interpretativa, sino también que los lectores y las lecturas de los textos son construidos culturalmente. Estas consideraciones llevaron a Fish a elaborar el concepto de “comunidades interpretativas” (interpretive communities) para precisar su idea de que el texto no tiene significado fuera de su contexto sociocultural, ya que la lectura e interpretación de textos no constituye sólo un acto individual, sino que puede involucrar a una serie de lectores (‘recipientes’) e interpretadores (‘receptores’) que por compartir reglas y valores sociales e institucionales conforman múltiples y variadas comunidades interpretativas. Fish arguye que las personas interpretan los textos porque forman parte de una comunidad interpretativa que determina la forma individual y colectiva de leer y entender los textos. En síntesis, el significado de los textos, según Fish, es constituido tanto por el escritor y su comunidad interpretativa como por el texto y por el lector y su comunidad interpretativa, y estas tres instancias son, a su vez, influidas por la historia, las convenciones sociales y las convicciones ideológicas personales y colectivas subyacentes en una sociedad determinada. Es sabido que los conceptos de reader-response theory e interpretive communities de Fish, a pesar de o precisamente por desafiar posiciones sociales, académicas e institucionales sobre el triple estatuto de texto, lector y autor, la relación entre lo subjetivo y objetivo en las interpretaciones, el origen de la autoridad en la interpretación textual, el poder de individuos e instituciones en el establecimiento de normas de lectura y los límites de la interpretación han sido, por más de dos décadas, muy influyentes en la determinación de los modos de leer y analizar textos y en las formas de identificar grupos de lectores en áreas como la educación (enseñanza de literatura), la jurisprudencia y la política (interpretación de leyes) y el periodismo (interpretación de noticias). No obstante, también se sabe que los conceptos teóricos de Fish han resultado muy controvertidos por haber sido interpretados, precisamente, como relativos, subjetivos y no bien determinados, como es el caso de la “intencionalidad autorial” (authorial intend) atribuida por el crítico norteamericano a los textos y también por la incertidumbre en la determinación de los confines de las comunidades interpretativas.20 20 Con respecto al primer punto de controversia (authorial intend), los críticos, en general, argumentan que la intencionalidad del autor es una instancia inmaterial que no puede ser recobrada en la lectura. Sin embargo, lo que plantea Fish no es la identificación de la intencionalidad del autor real, sino más bien la identificación de los modos en que las intenciones del
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La semiótica social incorpora, refinándolos, los postulados de la teoría de la recepción de Jauss y Fish en la elaboración de su teoría integral sobre la literatura como comunicación y discurso social. En efecto, conceptos centrales de la semiótica social como “regímenes de producción” (production regimes), “regímenes de recepción o de lectura” (reception or reading regimes), “regímenes de género” (gender regimes) y “regímenes de conocimiento” (regimes of knowledge) fueron creados para describir la función que desempeñan los agentes productores, mediadores y receptores (i. e., autor, lector, texto, editoriales), instancias estatales y públicas (i. e., establecimientos de enseñanza e instituciones) y la ideología inherente (i. e., autorial, textual, institucional y pública) en el circuito o evento literario completo que se realiza en una determinada sociedad a partir de la publicación de un libro (Hodge/Kress 1988: 266; Hodge 1990: 32-36). El concepto de interpretive communities de Fish –pese a la controversia que generó (cfr. Introducción, nota 20)–, junto a los diversos “regímenes de producción, recepción, género y conocimiento” postulados por la semiótica social resultan muy útiles en esta investigación, a la hora de identificar los textos y los regímenes de lectura empleados por las comunidades de lectores tanto de las obras que instituyen el canon oficial de la historia y literatura nacional de Colombia como de las renovadoras narrativas de la historia y la literatura que, un siglo después, subvirtieron dicho canon. Específicamente, el empleo de las categorías de lectores propuesta por Fish y por la semiótica social en el análisis de textos oficiales de la historiografía y de la historia literaria de Colombia y autor implicado en el texto pueden modificar las impresiones del lector y modelar y limitar su interpretación. La afirmación de Fish de que: “I am extending the scope of interpretation to include the interpreters themselves” (1980: 175), contiene la implicación de que diferentes lectores y/o “interpretadores” pueden hacer diferentes lecturas y, por extensión, identificar diferentes intenciones autoriales, ya que, según Fish, tanto las lecturas como las intenciones autoriales son creadas por el lector y no por el autor. En cuanto al segundo punto de controversia, o sea, la subjetividad implicada en el hecho de no poder determinar con certeza la pertenencia de los lectores a una comunidad interpretativa específica, Fish concede que los lectores no pueden saber si pertenecen a una comunidad interpretativa o no porque el mismo acto comunicativo y epistemológico de discutir dicha pertenencia puede ser interpretado, dado que las personas, en tanto “interpretadores”, no pueden salirse de los confines de sus propias comunidades interpretativas: “That is what the notion of interpretive communities […] is at once objective, in the sense that it is the result of an agreement, and subjective, in the sense that only those who are part to that agreement (and who therefore constitute it) will be able to recognize it” (1980: 178).
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de célebres novelas puede contribuir a determinar tres aspectos fundamentales en esta investigación: 1) Agrupar en “comunidades interpretativas” académicas a los letrados, intelectuales y críticos que nacionalizaron el pasado histórico y literario, fundamentándose en la lectura de los escritos de Jiménez de Quesada para así intentar identificar qué tipo de referente nacional crearon entre los lectores colombianos de dichos textos y en qué grado influyeron en la constitución de sentimientos de unidad y comunidad nacional. 2) Agrupar en “comunidades de lectores” constituidas por “el gran público” a los colombianos que, en las décadas de los sesenta y setenta, leyeron el cuento “Los funerales de la Mamá Grande” y la novela Cien años de soledad, de García Márquez y, en tal proceso, determinar la forma y el grado en que crearon sus sentimientos de identidad nacional como resultado de la lectura de textos del premio Nobel; y 3) Comparar la forma y el grado de identificación en la construcción de identidad nacional que los textos de Jiménez de Quesada y de García Márquez crearon en los lectores de sus textos. No obstante, en el estudio de estas cuestiones, es importante distinguir entre lectores modernos y antiguos, y sus lecturas producidas en lugares y épocas diferentes, pues como bien lo explica Mario Valdés: En cuanto al lector, se tiene que distinguir claramente entre el lector contemporáneo y el lector implícito en el texto literario […] ¿Cómo vamos a tratar al lector del siglo XVIII? […] Podemos construir la estrategia del texto que se dirige a un lector, ver las vinculaciones, tipos de voces, modos de apelar, ciertas debilidades del momento, ciertas ideologías del momento dentro del texto. Para una historia literaria es importante el texto en un marco histórico porque se trata no del lector implícito de una obra, sino del lector implícito como una colectividad. Es imprescindible que tengamos datos, a fin de que nos den la información de a quién se dirige el texto, cuáles son los argumentos que se usan para ganarse a ese público. Como se distancia a una parte del público lector (Valdés 1987: 47).
Son precisamente estas, y otras, estrategias de lectura las que se emplean a lo largo de esta investigación para intentar reconstruir históricamente no sólo los lectores antiguos y modernos del pasado (histórico y literario) colombiano, sino también el papel que tuvieron las instituciones y sus publicaciones en la creación de un público lector y en la formación de referentes de alcance nacional u oficial. Específicamente se quiere estudiar aquí cómo se forma y se moldea el sujeto histórico, en tanto escritor y lector de su pasado; cómo obtienen las obras autoridad institucional o pública en determinados
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momentos históricos y de qué manera crean unas obras más que otras referentes nacionales más amplios y democráticos. Por eso, la inclusión de las categorías de historia y ‘literatura como institución’ –que estipulan reglas y convenciones de escritura y lectura de textos y que se interrelacionan con otras instituciones estatales como las academias de lengua e historia e instituciones de enseñanza– resultan, a mi parecer, también productivas en este estudio porque abarcan no sólo la producción y reproducción de textos, sino su recepción individual y colectiva dentro las prácticas y políticas literarias, editoriales y lectoriales promovidas institucionalmente.21 Si bien es verdad que la Nueva Historia (New History) y el neohistoricismo (New Historicism) ponen de relieve la gran importancia que tiene el contexto sociohistórico en la producción de los significados que se derivan de los textos y de las lecturas e interpretaciones realizadas por los lectores de una sociedad determinada, también es cierto que dichas teorías relativizan o neutralizan la diferencia establecida entre textos orales y escritos y entre textos producidos dentro de diferentes disciplinas. El neohistoricismo en combinación con la nueva historia proponen una “lectura” no jerárquica con el fin de intentar alcanzar una ‘suma’ de interpretaciones que contribuyan a explicar lo más completamente posible las condiciones socioculturales e ideológicas dominantes en la sociedad estudiada. La concepción neohistoricista de ‘cultura’ como ‘texto’ que se origina y opera dentro de un ‘contexto histórico y social’ está basada en tres factores fundamentales que deben tenerse en cuenta en las interpretaciones que hacen, entre otros, los críticos de los textos literarios, los historiadores y los antropólogos.22 En primer lugar, que “el lenguaje, oral o escrito, es sólo un medio o un ‘texto’ que resulta limitado en la interpretación de las identidades, la historia, las sociedades o las culturas” (Archetti 1994: 26; traducción mía). Esto es, en la explicación tanto de identidades personales y colectivas 21 Las nociones de la literatura y la historia literaria como institución es estudiada detalladamente por Uwe Hohendahl en su libro Building a Nacional Literature. The Case of Germany 1830-1870 (1985). Véanse, en especial, los capítulos 1, 4, 7. 22 En opinión de la antropóloga Marit Melhuus: “La antropología, con facilidad y quizás incondicionalmente, se ha apropiado de la noción de la cultura como texto. No sólo (los antropólogos) ‘leemos’ las culturas con el objeto de descubrir sus gramáticas culturales, sino también hablamos de textos culturales y ofrecemos interpretaciones de ellos empleando metáforas literarias” (Melhuus citada en Archetti 1994: 65; traducción mía).
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como de la historia (historiografía) o de las historias (ficciones) de una nación en formación. En segundo lugar, que las explicaciones o descripciones transcritas en textos (i. e., antropológicos, históricos, literarios u de otras disciplinas) no son más que reducciones, algunas veces yuxtapuestas y complementarias, de la realidad social, como ya lo han atestiguado antropólogos, historiadores y críticos literarios (Archetti 1994: 20). En tercer lugar, que es difícil, si no imposible, concebir la escritura antropológica, la descripción historiográfica y, aun, la novela realista y la novela histórica como presentaciones o representaciones “puras” de hechos reales pasados protagonizados por un individuo, un grupo social o una nación (Marcus/Cushman 1982; Clifford/Marcus 1986; Spencer 1989; Birth 1990). En este contexto, la Nueva Historia (New History), a través de sus principales portavoces (White 1975; Munslow 1997), postula que los recursos y discursos asociados con la ficción literaria (i. e., la novela) pueden instituirse en modelo narrativo y fuente documental en la investigación y escritura de la historiografía (White 1975: IX) y de la antropología (Appadurai 1991: 202), pues como bien afirma el historiador Alun Munslow: “Precisamente porque es imposible que exista narración sin narrador, tampoco puede existir historia sin historiador. […] El pasado no se descubre o se encuentra. Es creado o representado por el historiador en forma de texto, el cual, a su vez, es consumido por el lector” (Munslow 1997: 5, 178; traducción mía). Es, entonces, importante para el presente estudio el paralelismo entre la historiografía y la literatura que hacen los historiadores White (1975: IX-XI) y Munslow (1997: 5, 178), al equiparar el historiador con un narrador de ficción; al considerar la estructura del texto histórico como semejante a la estructura de un texto narrativo de ficción; y aun al proponer análisis retóricos o estilísticos de procedencia literaria para el análisis de textos de historia (White 1975: IX-XI). Tomando entonces como perspectiva global los principios generales del neohistoricismo y los postulados específicos de la Nueva Historia, propongo examinar las relaciones temáticas y literarias que se establecen entre la historia y la literatura, particularmente, el diálogo entre la novela como fuente documental y modelo discursivo de la historiografía y el texto histórico como fuente y modelo narrativo de la novela y no sólo de la novela histórica y realista, sino aun de la novela del realismo mágico. Un objetivo central de esta investigación es identificar los paralelismos y recursos discursivos más importantes que se dan tanto en los textos históricos, sociológicos, judiciales, periodísticos, políticos y literarios como en sus pre-textos o textos que sirvieron de
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fuente documental a la escritura, lectura e interpretación de la historia y novela colombianas. Dentro de esta perspectiva transdisciplinaria y comparatista se analizan, en la segunda y tercera parte de este libro, la incorporación intertextual de microtextos de la novela en los libros de historia y, viceversa; asimismo, la fusión o ‘confusión’ del papel del historiador y el narrador, en tanto escritores y lectores del pasado colombiano registrado en novelas y libros de historia de Colombia. Se examinan textos pertenecientes tradicionalmente a la historia y a la jurisprudencia como si fueran narrativas, a la luz de postulados de la denominada Nueva Historia o New History.23 Aunque no se pretenda resolver aquí el problema de la doble equiparación entre historiador y narrador y entre el texto histórico y el texto literario, ni tampoco se pretenda localizar la “suma” total de significados textuales de un periodo histórico o las instancias que entran en juego, diálogo o negociación en la producción y reproducción del significado de los textos, el planteamiento e ilustración de estas cuestiones servirá de punto de partida y crítica en el estudio de las relaciones existentes entre la historiografía y la literatura en Colombia a fines del siglo XX y principios del XXI. En síntesis, la perspectiva socio-cultural e histórica de esta investigación está dada por la combinación de conceptos teóricos y diversas metodologías integradas al marco teórico del neohistoricismo. Específicamente, la combinación de postulados del neohistoricismo, la nueva historia y los estudios culturales permite obliterar las diferencias entre el texto escrito (forense, histórico, literario, periodístico, narrativo y cinematográfico) y los textos musical, arquitectónico y simbólico-emblemático para realizar un análisis textual e interdisciplinario tanto de las circunstancias histórico-culturales de producción y recepción de los textos estudiados como del efecto socio-cultural que han generado los diversos discursos que tales textos han puesto en circulación durante casi doscientos años.24 23
Me refiero a los siguientes textos de historia e historia literaria “Memoria del Mariscal Ximénez de Quesada (¿1566 o 1576?); El Antijovio (1567) de Jiménez de Quesada; Historia de la revolución de la República de Colombia (1827) de Restrepo; Compendio histórico: descubrimiento y colonización de la Nueva granada en el siglo décimo sexto (1848) de Acosta; Memorias para la historia de la Nueva Granada (1850) de Plaza; e Introducción a la historia económica de Colombia (1971) y “El estado y la política en el siglo XX” ([1978] 1989); de Tirado Mejía. Los textos jurídicos son: “Indicaciones para el buen Gobierno” (1549) de Jiménez de Quesada y “Las Capitulaciones de los Comuneros” (1781). 24 Jean Franco ya ha destacado la importancia de la crítica cultural y del análisis del discurso como métodos de análisis textual y contextual (1983: 107, 109, 110). En lo referente al
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Determinadas en esta investigación el área cultural del objeto de estudio (Colombia); la perspectiva comparatista (historia y literatura); el corpus (textos de historiografía, historia literaria, literatura, jurisprudencia, periodismo y guiones de cine); el marco teórico y metodológico (el neohistoricismo como categoría global que abarca diferentes enfoques y postulados de la narratología, la semiótica social, la estética de la recepción, la ‘nueva historia’ y los estudios culturales), queda por determinar el modo de periodización. Definir el uso del concepto de periodo en una investigación como la propuesta aquí, que examina discursos procedentes de diversos campos del saber, resulta problemático no sólo porque implica disciplinas con convenciones metodológicas particulares, sino también porque en los textos de historia y literatura se ha dado tradicionalmente una confusión entre “periodo” y “movimiento”. El problema radica en que la noción convencional de “periodo histórico” se refiere (strictu senso) a la progresión histórica o la descripción histórica en torno a un rey, reinado o dinastía de un país (i. e., el siglo XVI, la España de Carlos V); mientras que movimiento se refiere (strictu senso) al orden propiamente literario o estético (i. e., el romanticismo, novela del boom o novela del posboom). No obstante, periodo y movimiento (lato senso) se han mezclado en los textos de historia y literatura, aplicándose indistintamente a los estudios realizados dentro de estas dos disciplinas (i. e., el barroco o el neobarroco). Referirse a criterios históricos solamente, o literarios aisladamente, o aun a categorías transnacionales (europeas o americanas) para designar procesos que abarcan diferentes tipos de órdenes (i. e., el histórico, el social, el político, el cultural), los cuales no corresponden a las secuencias cronológicas de siglos, puede resultar completamente artificial, si estas categorías histórico-literarias no son cuestionadas y puestas en sus contextos cul-
análisis del discurso, Jean Franco ha observado también que Louis Althusser, Michel Foucault, Hayden White y, en crítica hispanoamericana, Hernán Vidal y Ángel Rama son los investigadores que han introducido y desarrollado el análisis del discurso y la crítica cultural como métodos analíticos en las ciencias sociales y, por ende, en los estudios literarios (1983, 107120). Estos investigadores, conjuntamente con A. J. Greimas (1970), R. Barthes (1967, 1974), R. Fowler (1981), R. Hodge y G. Kress (1988), han comprobado, desde las perspectivas lingüística, semiótica, narratológica y socio-semiótica, que el análisis del discurso y el enfoque cultural que en los sesenta era empleado sólo para comentar críticamente textos literarios, a partir de la década de 1990 del siglo XX se aplican cada vez más al análisis de textos provenientes de otras disciplinas, cuyas características o convenciones discursivas son aparentemente distintas a las de la literatura.
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turales adecuados, como sucede, por ejemplo, en la fusión y confusión del positivismo y del romanticismo europeo del siglo XIX y su transplante al positivismo y al romanticismo articulados usualmente por la historia y la literatura latinoamericanas, los cuales se prolongan del siglo XIX al XX.25 No voy a entrar aquí en la discusión del complejo problema de la periodización inherente a la historia y literatura, sólo quiero tenerlo en cuenta en la ordenación de la materia que hago en la presente investigación para el estudio del origen y desarrollo de la historia e historia literaria en Colombia y sus interrelaciones. Aunque, en general, sigo la cronología, no me limito a una perspectiva diacrónica per se, ya que los momentos y rupturas significativas del desarrollo histórico y literario los examino también como cortes sincrónicos. A partir de postulados de Michael Foucault, elaboro las categorías analíticas de “secuencias temporales” y “cortes epistémicos” para referirme, respectivamente, a los segmentos de tiempo que cubren más de diez años y a los que cubren una o dos décadas. Las secuencias temporales implican un sentido de continuidad a la hora de analizar los temas, contenidos, formas escriturales e incluso los alcances y aplicaciones teóricas surgidos en y entre las disciplinas de la historia y la literatura, mientras que los cortes epistémicos determinan rupturas epistemológicas ocurridas dentro de las largas secuencias temporales. Teniendo presente las perspectivas diacrónicas y sincrónicas planteadas se identifican en este libro tres secuencias temporales, cada una con dos cortes epistémicos, los cuales por su importancia histórica considero hitos tanto en el proceso de formación del Estado y la nación en Colombia como en la construcción oficial de la historia de la literatura e historia nacional y de su consecuente deconstrucción en los discursos históricos y literarios contemporáneos. Por su importancia como núcleos de análisis, los seis cortes epistémicos mencionados ocupan gran parte de esta investigación. La primera secuencia temporal va desde la fundación de Santa Fe de Bogotá (1538) hasta la independencia política de los criollos granadinos en relación a España (1810-1824). Esta secuencia se caracteriza tanto por la transferencia del sistema imperial español, en tanto unidad jurídico-adminis25 “Los conceptos de periodo, en las formas en que los usamos [los latinoamericanos], son europeos y están referidos a la historia intelectual y cultural de Europa. Se les puede exportar sólo en casos en los cuales se ha establecido una total dependencia cultural colonial” (Valdés 1987: 35).
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trativa ultramarina, a la colonia de Nueva Granada como por el menoscabo de la unidad comunal (comunidad nacional) de sus habitantes. El primer corte epistémico de esta secuencia es el periodo de veinte años (1549-1569), en la cual Jiménez de Quesada escribió sus “Indicaciones para el buen gobierno” (único escrito conservado de Quesada con referente neogranadino). Algunas de las “Indicaciones” de Jiménez de Quesada fueron convertidas por el emperador Carlos V de España en importantes leyes (cédulas reales) para el gobierno de la Nueva Granada. Las indicaciones, entre otros textos forenses, sirvieron de modelo para la escritura de las “Capitulaciones de los Comuneros” (1781). Por lo tanto, el otro corte epistémico de esta secuencia es la década de 1780, en la que ocurrió la revuelta social de los comuneros del Socorro, cuyo manifiesto revolucionario –las ya mencionadas “Capitulaciones de los Comuneros”– fue el primer documento neogranadino en que los criollos, que no pertenecían a las elites socioeconómicas, manifestaron revolucionariamente tanto la voluntad de independizarse de España como la voluntad de establecer un Estado autónomo y una formación nacional primigenia en el territorio de la actual Colombia. La segunda secuencia se inicia con el periodo de la independencia de América, iniciado en 1824, que marca la separación política entre la colonia neogranadina y España, y se prolonga hasta la década de 1960. El primer corte epistémico de esta secuencia está marcado por las décadas de 1850 y 1860, en las cuales se constituye el Estado republicano, se instituyen formalmente los partidos liberal y conservador, se escribe la primera Historia de la literatura de la Nueva Granada y se funda la Academia de la Lengua en Colombia. El segundo corte epistémico corresponde al periodo que va de 1901 a 1911, en el que ocurre el conflicto territorial con Panamá y Estados Unidos que culmina con la secesión de Panamá en 1903 y con la emergencia en los colombianos de sentimientos espontáneos de unidad nacional como reacción a la invasión territorial del “enemigo” (Panamá y Estados Unidos). Incluye, además, la fundación de la Academia Colombiana de Historia (1902) y la escritura del texto oficial Historia de Colombia (1911), que se usaría en la enseñanza escolar de “historia patria” hasta la década de 1960.26 26 Tres hechos importantes (mencionados pero no estudiados aquí) ocurridos durante esta secuencia son el relativo crecimiento económico de Colombia a partir de 1930, como consecuencia de la primera industrialización y modernización institucional que fomenta una formación colectiva hacia la unidad nacional; el asesinato del candidato presidencial por el partido
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La tercera secuencia se expande desde la década de 1960 hasta el presente. El primer corte epistémico de esta secuencia lo constituye la década de 1960, en la cual, una mayoría de colombianos que viven entonces en las ciudades (aproximadamente el 60% de la población total de Colombia) expresa una voluntad de modernización cultural, reflejada en una creciente actitud colectiva de consumo de mercancías y objetos de cultura, entre ellos, novelas y libros de historia de Colombia. Este corte epistémico cubre tanto la publicación en 1967 de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez como la publicación del texto Introducción a la historia económica de Colombia de Tirado Mejía en la formación de millones de nuevos lectores colombianos (“comunidades interpretativas”) y en la formación de un referente nacional (“regímenes de lectura”), alternativo al concepto oficial de nación impuesto por el Estado colombiano. El segundo corte epistémico es la década de 1990, en la cual se vota por referéndum “la Constituyente” (1991), que dará origen a la nueva Constitución de Colombia, creada por el Estado en consenso con dirigentes de diversos grupos políticos y sociales. Se crean por, primera vez en el país, leyes modernas y democráticas que se proponen cubrir a todos los colombianos. Infortunadamente, por la irrupción de las “violencias” en Colombia a fines del siglo XX, muchas de las leyes de la Constituyente no han podido ser completamente instituidas y cumplidas, por lo que tampoco se ha podido cumplir, en la Colombia de principios del siglo XXI, el proyecto democrático de unidad nacional deseado por la mayoría de los colombianos. Estas tres secuencias temporales pueden esquematizarse así: 1) 15381824: administración colonial sin comunidad nacional; 2) 1824-1930: Estado republicano independiente sin comunidad nacional; 1930-1960: fortalecimiento de la formación estatal y búsqueda de una idea más democrática de nación; y 3) década de 1960 al presente: crisis institucional y social que ha impedido el pleno establecimiento de un Estado-nación en Colombia que sea legítimamente más inclusivo y democrático.
liberal Jorge Eliécer Gaitán, que desencadena violentas revueltas populares en Bogotá (el llamado “Bogotazo”) y en todas las ciudades y regiones de Colombia; y la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), que origina la violencia partidista (1948-1958). Tampoco se estudia aquí el periodo del “Frente Nacional” (1958-1974) que junto a la dictadura de Rojas Pinilla y el Bogotazo causaron la explosión de conflictos socioeconómicos rurales y urbanos que culminaron con la irrupción de “las violencias” en Colombia en la segunda del siglo XX.
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Este libro se divide en tres partes. La primera, corresponde cronológicamente a las dos primeras secuencias temporales (1536-1824 y 1824-1960) mencionadas anteriormente; mientras que la segunda y tercera corresponden cronológicamente a la última secuencia temporal (de 1960 al presente). La primera parte (capítulos 1-6) empieza con el estudio del canon y el origen de la historia en Europa y su incidencia en la formación de la historia y la literatura en Hispanoamérica y Colombia (capítulos 1 y 2). Se prosigue con el análisis semiótico no sólo de los lenguajes iconográfico (i. e., el escudo y la bandera de Colombia), arquitectónico (i. e., la arquitectura oficial) y musical (i. e., el himno nacional), sino sobre todo de los usos políticos a que fueron sometidos estos tres tipos de lenguajes por los intelectuales oficiales de Colombia durante el siglo XIX y principios del XX. Posteriormente, el análisis se desplaza al estudio de la vida y obra en Europa y América de Gonzalo Jiménez de Quesada (¿1499, 1503, 1506, 1508, 1512?), con el objeto de determinar si se justifica o no su entronización, por la crítica colombiana del siglo XIX y XX, como fundador de la historia y la literatura de Colombia (capítulo 3). Los resultados obtenidos en el análisis realizado en este tercer capítulo sirven de base bibliográfica, metodológica y temática para el estudio que se realiza en los dos últimos capítulos de esta primera sección. En primer lugar, el examen del poema apócrifo “El Romance de Ximénez de Quesada”, atribuido al padre Antón de Lescanes y su entronización fraudulenta –por parte del escritor santafereño Franco Quijano–, como la primera poesía épica de América que canta las hazañas del conquistador español (capítulo 5). En segundo lugar, el examen de la función que ejerció el discurso de Jiménez de Quesada, en especial, sus “Indicaciones para el buen gobierno” (1549), primero en el establecimiento jurídico del imperio español en la colonia de la Nueva Granada y, después, en la desestabilización de la hegemonía territorial y política española debida, entre otros factores, a la revuelta social iniciada con el manifiesto político de liberación conocido como las “Capitulaciones de los Comuneros”: un manifiesto libertario escrito por los criollos en 1781, tomando como modelo retórico y discursivo las “Indicaciones” que el conquistador español Jiménez de Quesada había escrito unos 230 años antes en la Nueva Granada. En la segunda parte (capítulos 7, 8, 9) se examina la obra completa de Gabriel García Márquez desde la óptica de la narratología, la semiótica, las teorías de la recepción de Hans Robert Jauss y Stanley Fish, los postulados teóricos sobre la parodia de Linda Hutcheon y la interpretación de la novela
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del “tercer mundo” como “alegoría nacional”, propuesta por Fredric Jameson. En el cuento “Los funerales de la Mamá Grande” (1962) y la novela Cien años de soledad (1967) se investiga la función del “lector ingenuo” y del “público lector”, así como las diversas formas narrativas y estilísticas usadas por los narradores de García Márquez que –fungiendo en sus relatos unas veces como novelistas y otras como historiadores– cuestionan y subvierten los criterios ideológicos y metodológicos de la historia oficial vigente en Colombia en el siglo XIX y comienzos del XX (capítulo 7). Enseguida, a la luz de la propuesta analítica de Jameson de “la novela como alegoría nacional” –que también se cuestiona aquí– se analiza en el cuento y la novela del Premio Nobel la historia social, política y cultural de la nación colombiana en formación, desde la “entrada” del conquistador Aureliano Buendía, (i. e., contraparte histórica de Jiménez de Quesada) al territorio inhóspito de Macondo (i. e., la Nueva Granada) hasta la instauración del Estado republicano en Macondo-Colombia y la eventual destrucción del Estado-nación de Macondo por obsoleto y por postergar el proyecto de nación democrática en Colombia a principios del siglo XX (capítulo 8). Se retoma el análisis de toda la obra narrativa, periodística y cinematográfica de García Márquez, a la luz de los conceptos de canon y canonización, con el fin de sacar a la superficie las estrategias ideológicas y textuales empleadas por el autor colombiano para cuestionar y “sub-vertir” (crear su propia versión) de la historia y la historia literaria oficial colombiana (capítulo 8). Esta segunda sección finaliza con una expansión del estudio del canon y canonización en textos periodísticos y cinematográficos de García Márquez como estrategia de deconstrucción empleada en toda la obra del premio Nobel para subvertir la vertiente oficial de la cultura colombiana. En la tercera parte (capítulos 10, 11, 12), se estudia el libro El caballero de El Dorado (1939) de Germán Arciniegas; los texto historiográficos Introducción a la historia económica de Colombia (1971) y “El Estado y la política en el siglo XIX” ([1978] 1989) de Álvaro Tirado Mejía y la novela Delirio (2004) de Laura Restrepo, desde la perspectiva teórica y metodológica del neohistoricismo y de la Nueva Historia. Se busca aquí establecer relaciones metodológicas y discursivas entre la realidad y la ficción; específicamente, entre el texto historiográfico y la ficción, y viceversa. Por medio del cuestionamiento metodológico y discursivo de El caballero de El Dorado de Germán Arciniegas, se intenta establecer, primero, si dicha obra es una novela o un texto histórico, y ante la imposibilidad de determinar con certeza su género, se le propone al
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lector dos lecturas de dicho texto: una, como novela, en base a las teorías de György Lukács; y, la otra, como un libro de historia, conforme a las teorías de la Nueva Historia (capítulo 10). Con el fin de profundizar en el estudio de las similitudes metodológicas y escriturales, se analiza ahora el texto historiográfico Introducción a la historia económica de Colombia, de Álvaro Tirado Mejía, también bajo la óptica teórica de la Nueva Historia (capítulo 11). Pero antes de examinar el papel que desempeña el historiador en tanto narrador del pasado social y económico del país, se establece el contexto de análisis, comentando el cambio de paradigma por el que pasó el estudio de la historiografía a partir de la década de 1940. Esto es, el paso de la historia oficial decimonónica o historia de batallas y conmemoraciones rituales de héroes nacionales al surgimiento de nuevas formas de hacer historia en Colombia. Específicamente, se analiza el largo proceso por el que ha pasado la historiografía en Colombia: desde “la historia oficial”, escrita en sus inicios (década de 1820) por una minoría de hombres de letras interesada en usar políticamente la historia para inculcar sentimientos de pertenencia nacional a una mayoría analfabeta de colombianos, hasta ser convertida (década de 1940) en “la nueva historia de Colombia”, de contenido económico y social, escrita por historiadores profesionales, formados en los recién instituidos departamentos de historia de conocidas universidades colombianas. Seguidamente, se somete el texto historiográfico de Tirado Mejía a un análisis literario convencional, empleando técnicas narrativas como la selección de una estructura externa e interna, la apelación a un referente socio-espacial y temporal, la designación de un narrador, el empleo de recursos novelísticos, tales como el humor, en forma de chiste, mofa e ironía, y la adopción de un lenguaje, un tono y un ritmo en la narración. Posteriormente, en base a la teoría de la nueva historia, se analiza la función del tropo como pilar estructural de la narración histórica, con el fin de determinar qué modo o tipo de trama, argumento e implicación ideológica subyace en el texto histórico de Tirado Mejía. Por último, se retoma la perspectiva literaria de análisis para estudiar los modos de intertextualidad que aparecen en los dos textos historiográficos de Tirado Mejía, esto es, la incorporación en ellos de episodios de tres novelas de los siglos XIX y XX como “pre-textos” (i. e., motivos y textos-fuentes) para explicar aspectos socioeconómicos de la historia colombiana. Finalmente, en el capítulo 11, se adopta la teoría del neohistoricismo para estudiar la representación narrativa del Estado-nación de fines del siglo XX y principios del XXI en Colombia en la novela Delirio (2004) de Laura Restrepo. En especial,
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se analiza el papel del narrador como historiador, a partir del examen de los principales actores del conflicto socioeconómico (i. e., los militares, paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes y la delincuencia común) de la Colombia representada ficcionalmente en la novela de Restrepo. En el Epílogo (capítulo 13) se examina el papel del lector en los tres grandes periodos históricos adoptados en este estudio (la Colonia, la República y la Colombia contemporánea) y se presentan críticamente los resultados de investigación a los que se habrá llegado y sus posibles logros y carencias. Además, se plantean los hilos y trayectorias de investigación que puedan suscitar nuevos estudios en base a los temas y modelos analíticos elaborados en este libro. A manera de resumen, conviene recalcar que la primera sección de este libro (capítulos 1-6) se ha concentrado en el estudio de la corriente oficial de la historia y de la literatura colombiana que se ha desarrollado principalmente en la capital de Colombia y que ha operado como un sustituto de la verdadera historia y literatura nacional, cuyo estudio, apenas esbozado aquí presupondría el análisis integrado del conjunto de corrientes historiográficas y literarias regionales producidas en todo el país desde la Colonia a la actualidad; mientras que en la segunda y tercera parte del libro se cuestiona el carácter unívoco, monológico y hegemónico de la antigua vertiente oficial de la historia de Colombia, tomando como corpus para el análisis los relatos (literarios, periodísticos y fílmicos) de García Márquez, los postulados de la nueva historia de Colombia, la Nueva Historia de Hayden White, el neohistoricismo, la historia oficial que estuvo vigente hasta bien entrado el siglo XX, obras literarias de García Márquez y Laura Restrepo, textos de historia de Tirado Mejía y textos híbridos, como el de Arciniegas, que bordean la historia y la literatura. En cuanto a la organización de la materia de investigación y a su exposición argumentativa, se debe destacar que se prefirió recurrir a citas, en forma verbatim, de los textos que componen el corpus de este estudio, en lugar de recurrir a paráfrasis con el fin de que los estudiantes e investigadores puedan interpretar directa e independientemente las principales fuentes documentales de la historiografía y la historia literaria de Colombia. Por lo tanto, los textos estudiados, en cuanto fuentes primarias, se instituyen en los protagonistas indiscutibles de esta investigación. Quiero agradecer aquí al profesor Guido Podestá que hace muchos años, durante mis estudios en la University of Madison-Wisconsin, EE UU, leyó rigurosamente la primera parte del manuscrito (la formación de la historia y
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literatura oficial en Colombia) y me recomendó no publicarlo entonces, en forma de libro, hasta que pudiera escribir su contraparte: el cuestionamiento de la historia oficial desde la perspectiva de la literatura e historiografía contemporánea de Colombia. Su benéfico consejo dio fruto en la escritura de la segunda y tercera parte del libro. Asimismo, agradezco a Michael PalenciaRoth, professor emeritus de la University of Illinois at Urbana-Champaign, EE UU, por la exhaustiva lectura que en varias ocasiones hizo del manuscrito. Sus comentarios y sugerencias enriquecieron metodológicamente este libro. Mis gratitudes a Viviana Montealegre Lozano, de la Universidad Gran Colombia, filial Armenia, por su amistosa ayuda bibliográfico-digital en la parte final de la escritura de este libro. Finalmente, agradezco al editor Simón Bernal por la paciente y detectivesca edición del manuscrito original. Mis más sinceros agradecimientos van dirigidos también a los estudiantes de Maestría de los seminarios de culturas literarias y de historia literaria de Colombia de la Universidad Nacional y Universidad de los Andes de Bogotá, Colombia (primavera de 2008), y de la Universidad de Oslo, Noruega (20072012), cuyas preguntas y reflexiones gestaron frecuentes debates y diálogos en torno a la intrigante y dolorosa historia de Colombia. Finalmente, deseo agradecer a la Universidad de Oslo por haberme otorgado un año sabático (otoños 2008 y 2012) que me liberó de mis deberes de enseñanza para poder concentrarme en la escritura del presente libro.
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PRIMERA PARTE
ENCUENTROS ENTRE LA HISTORIA Y LA LITERATURA EN COLOMBIA (1824-1960): EMERGENCIA Y ESTABLECIMIENTO DEL CONCEPTO OFICIAL DE HISTORIA Y LITERATURA NACIONAL
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1. CANON, NACIÓN E HISTORIA: ORIGEN DE LAS HISTORIAS Y LITERATURAS NACIONALES DE EUROPA Y SU INCIDENCIA EN LA FORMACIÓN DE LA HISTORIA Y LA LITERATURA DE
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Las prácticas discursivas no constituyen únicamente modos de fabricación del discurso, sino que también se articulan en las instituciones, en los esquemas de comportamiento y en la transmisión y difusión de formas y textos pedagógicos.1 Esta afirmación de Michel Foucault me introduce de lleno en el tema que propongo indagar en este capítulo: la incidencia que tuvieron los modelos culturales europeos en la formación e institucionalización de la vertiente oficial de la historia y la literatura nacional de Colombia. La asociación entre la literatura y la historia y entre estos dos términos y el concepto de “nación” se remonta al periodo de formación de la sociedad europea.2 El estudio de la historiografía de la historia sugiere que es en Europa donde se relaciona, por primera vez, el discurso histórico (en forma de genealogías de los héroes de la comunidad) con el concepto de nación. En el Antiguo Testamento no sólo se emplea la genealogía como modo discursivo, sino que se relaciona el discurso histórico con el concepto de “nación” o “pueblo escogido” para referirse a la comunidad israelita. Según Herbert Butterfield: “The concepts that help to characterize the religion of ancient Israel are those of the promise, the covenant, the judgement, the national mission. They are concepts particularly associated with history” (Butterfield 1981: 89). Si es verdad que en el mensaje (“mesiánico”) codificado en el Antiguo Testamento subyace la idea de nación, no es menos cierto que la composición del 1
Foucault, “Histoire des systèmes de pensée”, en Annuaire du Collège de France (71 année): 245-49. Reimpreso por Angèle Kremer-Marietti con el título “Résumés des cours donnés au Collège de France sous le titre général: Histoire des systèmes de pensée, année 1970-1971”, en Foucault et l’archéologie du savoir (Paris: Seghers, 1974): 195-200. La cita del texto fue traducida por mí y proviene del libro de Kremer-Marietti (p. 196). 2 Las diversas concepciones de literatura y de historia que existieron en Europa hasta principios del siglo XX son explicadas, entre otros investigadores, por Wladyslaw Tatarkiewicz en “Art: History of Classification”, en A History of Six ideas (Warsawa: Polish Scientific Publishers, 1980): 50-72; y por Ed Fueter en Historia de la historiografía moderna, Trad. Ana María Repullione (Buenos Aires: Argentina Nova 1953).
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discurso que cifra dicho mensaje contiene rasgos que hoy se asocian con la literatura y con la historia.3 Algunos investigadores han sugerido que el paralelismo que se articuló en la escritura de la historia entre la emergencia de sentimientos de comunidad solidaria y el surgimiento de la religión cristiana, le ha conferido al discurso histórico europeo un tono moralizante y providencial que sólo desaparece en el siglo XIX cuando se empieza a considerar la historia como una ciencia. Dicho tono moralizante, según Fredric Jameson, se estableció con la publicación de La ciudad de Dios (A. D. 413-426) de San Agustín, que no sólo crea una filosofía cristiana de la historia, sino que establece la primera gran hermenéutica de Occidente, como exégesis del discurso bíblico (Jameson 1982: 18). A fines del siglo XVIII y durante el XIX, a raíz de la ascensión económica de la burguesía y la caída de las monarquías, surgieron nuevas repúblicas en Europa fundamentándose jurídica, social y culturalmente en los conceptos de Estado y nación. Debido al doble hecho de que Estados nacionales, como Alemania, Francia, Inglaterra y España, se apoyaron en su propia historia y literatura para consolidar el prestigio de su cultura nacional y que el modelo nacional europeo fue imitado en Hispanoamérica en la formación del “Estado-nación” y de la cultura nacional de más de una decena de países que se independizaron políticamente de España entre los años 1810-1824, resulta pertinente explicar, por lo menos esquemáticamente, los complejos conceptos de nación, Estado e historia y literatura nacional en el contexto europeo e hispanoamericano. El concepto de “nación” y de su correlato, el “Estado”, es uno de los que mayores problemas epistemológicos ha suscitado en las ciencias sociales, pues su compleja relación con la historia, la economía, la sociología, la jurisprudencia y la política, hace imposible su definición exacta, más no su descripción general. A grandes rasgos, se puede afirmar que la nación la constituye una comunidad humana que ha compartido a través de su historia determinadas características comunes como cierta homogeneidad étnica, lingüística y religiosa, las cuales subyacen en la proyección o realización de ideas e ideales éticos y políticos comunes y, algunas veces, en la consecución o apropiación de un territorio autónomo para su asentamiento. El Estado podría des3
En el Antiguo Testamento se da un sincretismo discursivo que ha sido estudiado por Mary Ellen Chase en Life and Language in the Old Testament (New York: Gramercy Publishing Company, 1955).
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cribirse, en general, como el ordenamiento jurídico y administrativo en forma de leyes políticas (i. e., las Constituciones nacionales) que rigen el funcionamiento del Estado y la nación y que son superpuestas a ésta para establecer y ejercer su soberanía nacional a través de un Parlamento elegido por sufragio parcial y consensual (visión conservadora), o bien por sufragio universal y popular que llevaría a la democracia directa (visión revolucionaria), o bien por una combinación de estas dos visiones. Por su parte, la cultura nacional se refiere a la recuperación de la memoria histórica y/o de las tradiciones culturales de una comunidad humana, por medio de la actualización de sus diversas expresiones culturales, entre ellas, la historia, la literatura y las artes plásticas. El concepto socio-ideológico de nación cultural, que se entiende aquí como cultura nacional, puede originarse y articularse en la tradición de una comunidad que busca crear por sí y para sí misma sentimientos de identidad nacional mediante la actualización artística popular de su pasado religioso, histórico y cultural, pero también puede originarse en el Estado o ser usado por sus elites dirigentes para buscar la legitimidad o para reforzar el sentimiento popular de comunidad nacional. Si en una determinada sociedad confluyen la nación, el Estado y la cultura nacional se puede hablar de la existencia del “Estado-nación”. La mayoría de los actuales Estados modernos occidentales, que surgieron a partir de finales del siglo XVIII con el advenimiento del liberalismo europeo, pueden ser caracterizados como Estadonación o tratan de legitimarse como tales, pese a las contradicciones y controversias que engendra tal binomio. Dicho lo anterior, es necesario puntualizar que históricamente la nación ha aparecido de modo independiente del Estado, siendo la tendencia de que la primera preceda al segundo, como, por ejemplo, los noruegos que, durante siglos, habían sido una nación antes de la secesión de Noruega del Imperio Sueco en 1905 y de la institución del Estado noruego en ese mismo año. No obstante, esto no sucedió así en el caso de España, en donde, primero, se estableció el Estado monárquico en base a las Cortes de Toledo de 1480, que decretaron la unión política y administrativa de Castilla y Aragón y, posteriormente, en los siglos siguientes se irá consolidando paulatinamente la unidad nacional a través de la fusión en un mismo territorio de diversos reinos con idiomas diferentes como castellano, catalán, gallego y vasco. No obstante, hay que indicar que la unidad étnica, lingüística y religiosa o la convergencia de estos tres elementos constituyentes de la nación en un territorio autónomo no son prerrequisitos indispensables para el surgimiento de la
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nación o del Estado, pues grupos homogéneos en raza-etnia, cultura o religión como los que constituyen, respectivamente, la nación negra de Estados Unidos, la nación gitana en Asía y Europa y la nación judía en el mundo entero no han poseído su propio territorio o sólo lo han obtenido tardíamente como es el caso de la comunidad judía. Adicionalmente, se debe señalar que un Estado soberano no necesariamente debe tener un territorio propio o regir únicamente sobre una nación, piénsese, por ejemplo, en el Estado imperial austro-húngaro o en el de la Unión Soviética, que regía en más de una nación. También puede existir una comunidad nacional que habite un territorio sin haber obtenido un Estado, como es el caso de Palestina en 2012. La nación y el Estado, en cuanto fenómeno socio-ideológico, han aparecido y se han desarrollado en comunidades humanas diversas, separadas en el tiempo y en el espacio y antiguamente se han superpuesto con la dinastía, la tribu, la patria y el imperio. No obstante, en la edad moderna, las primeras conceptualizaciones teóricas de la nación y/o del Estado surgen sólo a fines del siglo XVIII, a manos de intelectuales ilustrados que, influidos por la célebre obra Du Contrat social ou principes de droit politique (1762) de Jean Jacques Rousseau y por las luchas ideológicas y militares que culminaron con la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776), promovieron la Revolución Francesa (1789) mediante la escritura de su famoso manifiesto revolucionario, la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”. Desde entonces, dos concepciones clásicas predominan en la explicación de los conceptos de nación y Estado: la concepción marxista presentada por Vladimir Lenin en sus dos ensayos clásicos “Critical Remarks on the Nacional Question” (1913) y “The Right of Nations to Self-determination” (1914), que fueron resumidos y reelaborados en el escrito “The Nacional Question and Lenism” (1929), de Joseph Stalin, así como la concepción liberal de nación introducida por Ernest Renán en su famosa conferencia “Qu’est-ce qu’une nation?” (1882), que fue desarrollada por otros portavoces del liberalismo europeo decimonónico.4
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En la elaboración del argumento esquemático que se desarrolla aquí sobre los conceptos de nación, Estado, Estado-nación y cultura nacional y sus implicaciones a la hora de describir el problema nacional, se han consultado, entre las numerosas investigaciones existentes, los siguientes escritos porque articulan tendencias ideológicas, metodológicas y argumentativas diversas: Ernest Renán, “Qu’est-ce qu’une nation?” (1882); V. I. Lenin, “Critical Remarks on the Nacional Question” ([1913] 1964, 20: 17-51); “The Right of Nations to Self-determina-
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Stalin entiende la nación en términos de la “nacionalidad” que adquiere una comunidad humana a través de su propia historia revolucionaria. La condición “objetiva” de pueblo implícita en el concepto de nación, según el marxista georgiano, está dada por la etnia, la lengua y la cultura que concurren en un una geografía y en un tiempo determinado, al cumplirse ciertas circunstancias históricas favorables para que se realice plenamente la nacionalidad a través de la lucha del proletariado. El problema de los obreros está determinado más por la condición de explotación económica a que son sometidos en la sociedad capitalista y menos por su etnia o cultura o por los otros “criterios objetivos” que conforman su nacionalidad. La antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), siguiendo el modelo nacional etnicista de Stalin, dividió en regiones y repúblicas e impuso Estados artificiales a los diversos pueblos que la integraban: Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia y otros. Las naciones, por tanto, carecen de voluntad propia para dirigir la “revolución” y, por ello, la voluntad revolucionaria se engendra y se desarrolla sólo en el seno del proletariado y en las continuas luchas que los trabajadores organizados y conscientes de su opresión económica emprenden contra el sistema capitalista y sus dirigentes para obtener su propia identidad nacional, en forma de liberación proletaria, por medio de la construcción de “el socialismo en un sólo país” (Stalin) o a nivel internacional (Lenin). El Estado capitalista se convierte así en el principal obstáculo y poderoso enemigo de la liberación nacional de los proletarios, por lo cual debe ser eliminado para que la nación socialista se pueda desarrollar libremente. En síntesis, desde una perspectiva económico-marxista se puede hablar de una correspondencia “objetivable” entre los elementos que componen la unidad trivalente de la nación: la infraestructura, la estructura y la superestructura. A la infraestructura corresponde el elemento físico de la nación, esto es, la tierra/territorio, la gente y sus relaciones económicas; a la estructura corresponde el elemento espiritual, esto es, la voluntad de convition” ([1914] 1970, 20: 393-454); J. V. Stalin, “The National Question and Lenism” ([1929] 1954, 11: 348-371); Orest Ranum, National Consciousness, History, and Political Culture in Early-Modern Europe (1975); Hugh Seton-Watson, Nations and States (1977); Horace B. Davies, Toward a Marxist Theory of Nationalism (1978); Herbert Butterfield, The Origins of History (1981); Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism (1983); Ernest Gellner, Nations and Nationalism (1983); Eric Hobsbawm/ Terence Ranger, The Invention of Tradition (1988); y Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780 (1990).
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vencia y de destino histórico común que dirija a la realización de la identidad nacional y a la cristalización de la cultura nacional; y a la superestructura corresponde el elemento jurídico-administrativo, esto es, el Estado socialista. Renán, influido por los idearios políticos de las revoluciones de Estados Unidos y de Francia del siglo XVIII y por los movimientos nacionalistas europeos del siglo XIX (i. e., germanismo, paneslavismo), que sirvieron de base ideológica y política para la creación de los sistemas democráticos liberales que rigen actualmente en los países de Europa y América, introdujo en su clásica y, a la vez, moderna disertación de 1882, “¿Qué es una nación?”, los conceptos de “voluntad común” (para vivir en comunidad) y de “plebiscito cotidiano” para integrar una nación. Estos dos conceptos, son explicados por Renán, así: “Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntos, querer seguir haciéndolas aún, he ahí las condiciones esenciales para ser un pueblo. […] Una nación […] [s]upone un pasado; sin embargo, se resume en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una nación es (perdonadme esta metáfora) un plebiscito cotidiano” (Renán 1882: 310-11; traducción mía). Aunque pueda argumentarse si tal voluntad común es consciente o no, o si es o no compartida por la mayoría de los miembros de una comunidad, es indudable que la modernidad de la teoría liberal de Renán sobre nación, estriba en que confiere legitimidad de nación a las comunidades humanas que, a pesar de no haber logrado una unidad étnica, lingüística, religiosa o territorial, poseen la voluntad de pertenecer a un colectivo nacional y, por ello, tienden –a partir de la Segunda Guerra Mundial– a ser reconocidas como naciones. Pues como bien concluye el ideólogo liberal francés: “El hombre no es esclavo ni de su raza, ni de su lengua, ni de su religión, ni de los cursos de los ríos, ni de la dirección de las cadenas de montañas. Una gran congregación de hombres, sana de espíritu y cálida de corazón, crea una conciencia moral que se llama una nación” (Renán 1882: 312; traducción mía). Desde luego que no ha existido en el pasado un modelo único y universal de nación o de Estado que pueda definir a cada grupo humano en la búsqueda de su consolidación nacional o de su legitimación estatal. Mucho menos, podría existir en el presente, un modelo nacional o estatal uniforme que se adapte a cada pueblo, debido a que el concepto tradicional de Estado-nación ha entrado en crisis en el siglo XXI por causa de los problemas y desafíos planteados desde Occidente al mundo entero tanto por el advenimiento episte-
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mológico de la posmodernidad como por el establecimiento de la globalización como hecho político y económico transnacional.5 Por consiguiente, la concepción esencialista que definía la nación a principios del siglo XX en base a “criterios objetivos” (i. e., territorio, lengua, etnia e historia) ha sido desplazada a fines del mismo siglo por una concepción subjetiva que concibe las naciones como construcciones socio-ideológicas, esto es: “comunidades imaginarias” construidas por los nacionalismos oficiales con o sin el consenso de sus habitantes. Se constata que la singular pregunta clásica del liberalismo europeo, “¿qué es una nación?”, introducida por Renán en 1882 y redefinida en términos de “la nación socialista” por Lenin y Stalin en 1914 y 1929, ha sido remplazada en el contexto polémico del posmodernismo por diversas preguntas: ¿cómo se construye la nación cultural en la actualidad? (Anderson 1983), ¿es el nacionalismo una ideología de unificación o una ideología de apropiación de las culturas nacionales (Gellner 1983), ¿están siendo sustituidas las ideas tradicionales de nación, Estado y cultura nacional por el concepto del Estado plurinacional o conglomerado económico y político de naciones dentro del marco del actual capitalismo global dirigido desde Occidente?, ¿contribuye o no la globalización periférica que se está instalando en el siglo XXI en los países no occidentales a construir o a destruir las fronteras económicas, políticas y culturales de las naciones en formación del llamado Tercer Mundo?
5 Debido a su situación subordinada de periferia política y económica de Occidente, los países del llamado Tercer Mundo intentan formar y consolidar, en el siglo XXI, los sentimientos comunes de identidad de destino en sus formaciones nacionales completando el modelo nacional decimonónico europeo (i. e., unidad étnica, lingüística y cultural) con otros elementos propios de la condición global actual tales como el empleo de los medios de comunicación reales y virtuales, el movimiento electrónico transnacional de capitales a través de organizaciones económicas sin pertenencia nacional, sino internacional, el uso político de las instituciones, entre ellas la historia y la literatura, la interrelación de instituciones estatales y públicas con la familia, la escuela y otros grupos sociales y el consenso de los sectores populares hacia la cultura nacional. En las siguientes obras se analizan en forma independiente o interrelacionada estos factores constituyentes de la identidad nacional en la era global actual: Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública (1981); Néstor García Canclini, Las culturas populares en el capitalismo (1982); John Dewey, Democracia y educación (1982); Philip Schlesinger, “Identidad nacional: un estudio de lo que se entiende y malentiende sobre este concepto”, en Estudio sobre culturas contemporaneas II. 6 (1989); Anthony Smith, “Towards a Global Culture”, en Theory, Culture and Society 7 (1990): 263-307; y Paul Virilio, Videoculturas del fin de siglo (1992).
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Los comentarios precedentes sobre el origen y establecimiento de los conceptos de nación, Estado y cultura nacional basados en las ideas de lengua, historia y cultura común fueron incorporados y articulados por prominentes literatos e historiadores de Alemania, Inglaterra, Francia y España con el fin de formar y consolidar las respectivas culturas nacionales de sus países. En Alemania, por ejemplo, Johann Gottfried Herder (1744-1803) y Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) incorporaron las nociones de origen, territorio, tradición, unidad lingüística y cultural en la construcción de la nación romántica germánica. De modo semejante, historiadores de Inglaterra, Francia y España, como Thomas Babington Macaulay (1800-1859), Jules Michelet (1798-1874) y Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), incluyeron esos mismos conceptos a la escritura de sus historiografías nacionales.6 Los textos de historia en los que se manifiestan los aspectos mencionados son: History of England from de Accession of James II, escrita entre 1848 y 1861 por Macaulay; Histoire de France (1869), escrita por Jules Michelet; y Los españoles en la historia y en la literatura, escrita por Ramón Menéndez Pidal en la primera mitad del siglo XX. En su “Introducción”, Macaulay apela a los sentimientos religiosos y patrióticos de sus lectores: “The general effect of this checkered narrative will be to excite thankfulness in all religious minds, and hope in the breast of all patriots” y añade: “Nothing in the early existence of Britain indicated the greatness which she was destined to attain” (Maculay 1981, I: 2, 3). Michelet, por su parte, le confiere a sus antepasados rasgos raciales y culturales únicos y superiores a los de otros pueblos, al describir la raza gálica, como “la plus sympathique et la plus perfectible des races humaines” (Michelet 1965-1967, I: 75). A su vez, Menéndez Pidal escribe
6 Cuando Herder, Fichte, Macaulay, Michelet y Menéndez Pidal articularon en sus obras una ideología mesiánica de proyección nacionalista, vincularon sus ideas inclusivas de literatura, historia y nación a las nacientes disciplinas de la historiografía y de la historia literaria. Un componente ideológico básico de las historiografías y de las historias literarias de los países europeos del siglo XIX es el mesianismo histórico: “[The] sort of Messianism which transcends the normal pattern of nationalistic rhetoric and arrogance, a conviction that the great united nation for which the struggle is being waged is the bearer of universal values, beneficial for all mankind, which give this nation a divine mission, or confer on it a moral or cultural superiority over all others. The peculiar profundity of the German culture, the incomparable purity of the future Italia del popolo, Poland the Christ among nations, the fusion of the glories of Hellas and the glories of Constantinople in modern Ellinismos -all are examples of a similar state of exaltation” (Seton-Watson 1977: 89).
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sobre la “hispanidad” que ha prevalecido en el carácter nacional de España a través de los siglos: Desde Tiraboschi a Mommsen, desde Gracián a Menéndez Pelayo es frecuente descubrir señales de hispanidad en los autores latinos de la Bética o de la Tarraconense, hallando una relación étnica, y no de mera imitación literaria, entre ciertas modalidades estilísticas de los autores hispanorromanos y las de los autores españoles. […] La transmisión de un hábito expresivo puede ser ininterrumpida y mantenerse en un estado latente, mediante innumerables actos análogos, sea conversacionales sea literarios, que se producen a través de los siglos (Menéndez Pidal 1951: 164-165).7
Este tipo de consigna cultural o ideología de proyección nacional acompañó el registro de los eventos históricos y culturales referidos en las historiografías e historias literarias de las nuevas repúblicas europeas del siglo XIX. En síntesis, Macaulay, Michelet y Menéndez Pidal destacaron en sus historias nacionales las diferencias de raza, idioma, cultura y religión que guardaban con países vecinos y exageraron favorablemente las “características nacionales”, en cada caso. La ideología nacionalista que contenían las historias nacionales europeas fue imitada y asimilada por los intelectuales hispanoamericanos que forjaron el discurso historiográfico e histórico-literario hispanoamericano, dado que según Beatriz González Stephan: Correspondió a los historiadores –liberales y conservadores sin mayor distinción– formalizar en su producción las preferencias de las elites, que […] se ajustaban a los axiomas básicos del historicismo liberal. Aunque en el plano de los discursos históricos se puede reconocer una tendencia conservadora y otra liberal por las distintas valoraciones que hacían en torno a los mismos hechos, en el 7 El historiador Helmut Koenigsberger describe el concepto de “hispanidad” como “proud vision of Spain as a splendid Platonic idea lies at the base of a long tradition of Spanish literature and historiography, and it is closely connected with a favorite theme of Spanish writers, the nature of hispanidad, i. e., the essence of Spanishness. Its earliest form was the laudes Hispaniae of Orosius in the fifth century and of Saint Isidore of Seville in the seventh, in which Spain is celebrated as the richest, fairest, happiest land, and the cradle of the most valiant heroes and princes [Menéndez Pidal] –just as a dozen of other European countries were similarly celebrated, following a well known classical genre” (Koenigsberger citado en Ranum 1975: 144 ).
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fondo la división no es tajante, ya que compartían concepciones comunes dado que ambas formaciones ideológicas eran variantes de los mismos sectores dominantes, fuesen estos de la vieja o de la nueva oligarquía. Además, la hibridación que se dio en la práctica entre el pensamiento liberal y el conservador permitió observar concepciones que en realidad traducían la visión que estos grupos tenían de su proceso histórico. Por las vías del hispanismo o por el apego a modelos no hispánicos, la historiografía latinoamericana (literaria, política, social) tuvo a Europa como punto focal (González Stephan 1987: 93-94).
En efecto, la gran trascendencia que alcanzó en Europa la investigación lingüístico-literaria (i. e., el alto desarrollo que alcanzaron los estudios semíticos, la filología, la exégesis textual, la gramática comparativa y la clasificación de las lenguas en familias durante el siglo XVIII) incidió en la formación y desarrollo de las disciplinas modernas de la literatura, la historia literaria y la historiografía en Hispanoamérica a través de la imitación de modelos nacionales europeos. A propósito, valga recordar que la mayoría de las historias nacionales y las historias literarias de los países de Hispanoamérica fueron escritas por prestigiosos “intelectuales oficiales” (cfr. capítulo 1, notas 31, 32; capítulo 2, notas 12, 13; capítulo 5, nota 32) del siglo XIX, los cuales imitaron modelos europeos en la construcción de la noción de “literatura”; en la adopción de estilos de escritura y géneros literarios de Europa; y en la elección de criterios para seleccionar (incluir/excluir) las obras literarias que conformarían el canon de la “literatura nacional” y continental (González Stephan 1987). Entre los diversos modelos culturales europeos que se articularon, sin cuestionar, en las instituciones estatales y en el discurso público (político, académico y literario) de las recién formadas naciones de Hispanoamérica, predominaron cuatro formas de imitación literaria: 1) la escritura de historias literarias nacionales en Hispanoamérica que siguió el formato clásico grecolatino de diccionarios biográficos o bibliográficos del tipo bibliotheca de hombres de letras (Cristin 1973: 28-84, 96)8; 2); la articulación en las historias decimo8
En Aux origines de l’histoire littéraire, Claude Cristin (1973: 28-84, 96), explica el proceso mediante el cual las biografías y bibliografías de los hombres ilustres antiguos fueron compiladas, primero, por los investigadores grecolatinos en forma de catálogos (bibliotheca) y, posteriormente, fueron transformadas durante los siglos XVII y XVIII en modelos de las modernas historias nacionales europeas como la Bibliothèque Anglaise ou Histoire Littéraire de la Grande Bretagne (1717) o la Bibliothèque Française ou Histoire Littéraire de la France (1723, 1742), que
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nónicas de las literaturas nacionales de modelos literarios (los géneros de la lírica, el drama y la épica y los cánones estilísticos) de Grecia y Roma, que los europeos ya habían adoptado como suyos en la Edad Media y el Renacimiento; 3) la fundación en los siglos XVII y XVIII de academias nacionales de lengua y academias de historia en países como Francia, Italia, España y Portugal; y 4) la aceptación de las lenguas vernáculas europeas como lenguas “cultas”,9 lo cual promovió la interpretación y canonización de textos épicos medievales escritos en lengua vernácula como textos fundadores de nacionalidad. Tal es el caso de la Chanson de Roland, Das Nibelungenlied, Ossian o El cantar de Mío Cid, que fueron establecidos como textos iniciadores de las culturas nacionales de Francia, Alemania, Escocia y España, respectivamente. En relación a este cuarto caso, los intelectuales oficiales de Hispanoamérica del siglo XIX imitaron el modelo literario de la épica nacional europea, encontrando sus textos fundacionales en la Grandeza mexicana que se asoció con el origen de México; los Comentarios reales, con el origen de Perú; La Araucana, con el origen de Chile; El espejo de paciencia, con los orígenes de Cuba y los escritos de Gonzalo Jiménez de Quesada, con el origen de Colombia. A nivel continental, intelectuales y críticos de literatura de los siglos XIX y XX basaron el origen de la “literatura hispanoamericana” en la lectura canónica de los escritos de Colón (i. e., el Diario, cartas y documentos jurídicos).10 El estatuto social y las motivaciones ideológicas que articularon los intelectuales hispanoamericanos en la escritura del discurso historiográfico de América Latina fueron elementos que también se manifestaron en la organi-
eran verdaderas enciclopedias del conocimiento humano o bien daban noticias de la vida y obra de los escritores contemporáneos o bien eran estudios históricos biobibliográficos de los escritores de una nación o de un continente. En Hispanoamérica se escribieron casi un siglo antes estos tipos de bibliothecas o historias literarias. Por ejemplo, en 1629, Antonio de León Pinelo publicó la primera monumental historia literaria continental: Epítome de la biblioteca occidental y oriental náutica y geográfica [...] y, en 1672, Nicolás Antonio publicó una obra similar intitulada Bibliotheca Hispana Sive Hispanorum (González Stephan 1989: 292, 294). 9 Herder y Fichte relacionaron el concepto de Volksgeist (“espíritu nacional o del pueblo”) con el de literatura (poesía) nacional (Herder 1965: 2, 88-94, pt. 3; Fichte 1835: 423). 10 Inversamente, escritores del siglo XX hicieron una lectura y reescritura desacralizadora de los textos de Colón y de la conquista de América en obras como El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez; El arpa y la sombra (1979) de Alejo Carpentier; Los perros del paraíso (1987) de Abel Posse; Cristóbal nonato (1988) de Carlos Fuentes; y Vigilia del Almirante (1992) de Augusto Roa Bastos.
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zación textual y en la escritura de la historiografía y de la historia literaria de Colombia. El surgimiento de la historiografía colombiana puede remontarse a la época colonial, aunque, en un sentido más estricto, puede pensarse que se originó después de las guerras de independencia que tuvieron lugar entre 1810 y 1824 (Melo 1988: 591-592).11 En esta época, los historiadores, conscientes de que escribían historia, registraron los hechos del pasado cultural colombiano, transfiriendo a sus obras sus ideologías liberal europea y patriótico-independentista americana.12 La formación de la historiografía oficial colombiana se debe principalmente a los intelectuales José Manuel Restrepo, Joaquín Acosta, José Antonio de Plaza y José Manuel Groot, quienes organizaron los discursos y los sucesos del pasado de Colombia en sus respectivas obras: Historia de la revolución en la República de Colombia (1827, 1858); Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo decimosexto (1848); Memorias para la historia de la Nueva Granada desde el descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810 (1850) e Historia eclesiástica y civil (1869).13
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Los aspectos discutidos en esta sección están basados principalmente en los trabajos de investigación –sobre historia social, económica y política de Colombia en el siglo XIX y sobre historia de las ideas y tendencias metodológicas de la historia de Colombia del siglo XX– realizados por Jorge Orlando Melo y Alexander Betancourt Mendieta. Sobre Melo, consúltese, entre otros, sus estudios: Historia de Colombia (Medellín: La Carreta, 1977); “Los estudios históricos de Colombia, situación actual y tendencias predominantes”, en La nueva historia de Colombia. Comp. e intr. Darío Jaramillo Agudelo (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976): 25-58; y “La literatura histórica en la República”, en Manual de literatura colombiana, vol. 2 (Bogotá: Planeta, 1988): 589-663, 2 vols. Sobre Betancourt Mendieta, consúltese su reciente y bien informada historia de Colombia: Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia (Medellín: La Carreta, 2007). 12 Las ideologías liberal europea y patriótico-independentista de principios del siglo XIX se canalizaron en el pensamiento liberal y conservador, y contribuyeron después a la institucionalización de los partidos correspondientes a mediados del siglo XIX. Los partidos liberal y conservador se gestaron en la década de 1820, se crearon oficialmente a mediados de siglo y fueron los únicos partidos oficiales existentes en Colombia hasta la década de 1920, cuando se oficializan los partidos socialista y comunista. 13 La Historia de Restrepo se publicó originalmente en París en 1827 y consistió en 7 tomos, tres libros de documentos y un Atlas de los departamentos de Colombia. La materia de esta primera edición cesaba en el año de 1819. En la segunda edición (4 tomos) publicada en Beçançon, Francia en 1858, el historiador amplía su estudio histórico hasta el año de 1832. El Compendio de Acosta se publicó en París y los textos de Plaza y Groot, en Bogotá.
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La Historia de la revolución de Restrepo pertenece al tipo de la historia académica (cfr. capítulo 2, nota 8; capítulo 4, nota 7; capítulo 11, sección 2), debido a que hace un registro general de los principales sucesos político-militares ocurridos en la Nueva Granada en el siglo XVIII y principios del XIX y presenta una narración histórica detallada de las guerras de Independencia (1810 a 1832), en las que se heroifica a los principales protagonistas (Galán, Nariño, Bolívar, Santander). Restrepo se adhiere ideológicamente, primero, al bolivarismo y, luego, a las ideas oficiales institucionalizadas en el partido conservador fundado en 1848. Las fuentes documentales de la obra de Restrepo provienen de sus recuerdos personales, del conocimiento personal de los principales protagonistas de las guerras de Independencia –como Simón Bolívar–, de sus propios documentos y de los archivos del gobierno. Por su parte, Joaquín Acosta “compendia” en su obra las expediciones de la Conquista y las acciones del establecimiento colonial de los españoles en la Nueva Granada que van desde 1492 hasta la muerte de Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1579. De los historiadores mencionados, Acosta es el menos inclinado a transferir, explícitamente, su ideología a su texto y el que más muestra interés en adoptar en la investigación histórica una actitud “científica”. Consecuente con los métodos de crítica y cotejo de fuentes propios de la corriente histórico-positivista europea del siglo XIX, Acosta consultó y cotejó la documentación impresa (historias anteriores y archivos del gobierno) e inédita (crónicas de Freyle y Aguado) y se esforzó en presentar una evaluación sintético-global de los hechos narrados. José Antonio Plaza escribió las Memorias con la intención de reconstruir la historia colonial neogranadina desde su fundación hasta su independencia política de España en 1810. A partir de una perspectiva ideológica liberal, anticlerical y antiespañola, Plaza expone el proceso de formación, desarrollo y abolición de la colonia neogranadina, incluyendo aspectos innovadores para su época y lugar, como fueron el registro de cifras relativas a la producción minera (oro) y al comercio exterior, y la explicación sobre los sistemas de encomiendas y las instituciones escolares. Desde el punto de vista metodológico la obra de Plaza es inferior a la de Restrepo y Acosta ya que el memorialista no menciona los datos referentes a las fuentes usadas y adopta una posición ideológica, abiertamente, proestatal y positivista que lo lleva a sobrevalorar la noción europea de progreso y a exagerar el estancamiento económico español y la “nefasta” influencia de España y de la Iglesia católica y su predicación religiosa, a los que declara culpables de haber ocasionado todos
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los males socioeconómicos y políticos de la antigua colonia y de la nueva república (Melo 1988: 609-610). Hay que notar que los ataques de Plaza contra el clero llevaron a José María Groot a escribir su Historia eclesiástica y civil (1869). Con la publicación de esta controvertida obra, Groot se convirtió en uno de los periodistas religiosos que más influyó en los grupos conservadores y en un defensor profesional de los intereses políticos y económicos de la Iglesia católica de la época. En su Historia, se propone no sólo defender “la verdad histórica en orden al clero […] donde quiera que se hallase ultrajada” (citado en Melo 1988: II, 620), sino defender el antiguo sistema colonial español. Por tal razón, le dedica más extensión y atención a los hechos referentes a la Colonia que a los de la Independencia y la República. La defensa de la Iglesia y de España y su política colonial, confieren a la obra de Groot una intención apologética que no sólo presenta una interpretación parcial de los hechos, sino, aun, los deforma, confiriéndoles una abierta ideología conservadora y un tono proclerical: “Groot pretendió establecer el fundamento mismo de la sociedad colombiana. […] La Colonia, según él, tenía los elementos necesarios para construir la nación colombiana y la iglesia tenía el papel principal en la tarea de la ‘civilización’ y ‘el progreso’” (Betancourt Mendieta 2007: 42). Restrepo, Acosta, Plaza y Groot adoptaron, en grado diverso, los principales criterios ideológicos y metodológicos que conformaban la historiografía europea de los siglos XVIII y XIX, y los transfirieron a la escritura de sus textos. De hecho, la creencia de que la historia debía tener una función edificante (didáctica), moral (cristiana) y ejemplar (patriótica) condujo a estos historiadores colombianos a acentuar en sus textos la ideología republicana decimonónica (catolicismo y patriotismo); asimismo, su convicción de que los indios eran racial y culturalmente inferiores a los europeos y a los criollos republicanos condujo a que redujeran la historia etno-cultural indígena y africana a breves descripciones pintorescas y a la sobrevaloración de la cultura hispana.14 Finalmente, la necesidad metodológica de reducir la historia de Colombia tanto al catálogo de textos y datos biográficos, como a la descripción cro14 Otros historiadores del siglo XIX que transfirieron a sus textos juicios semejantes a los expuestos, son Pedro Fermín de Vargas en Pensamientos políticos y memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada (circa 1800); José Manuel Groot en Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada (1869); y Soledad Acosta de Samper en Lecciones de historia de Colombia (1908).
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nológica de hechos administrativos, militares y eclesiásticos hizo que concentraran su narración en periodos de intensa actividad militar (la Independencia y la República) y que convirtieran a los protagonistas de esos hechos en “fundadores” de la nación y “próceres de la Independencia”. Restrepo escribió su Historia de la revolución de la República de Colombia “para que la posteridad pueda juzgar imparcialmente sobre los inmensos beneficios que la revolución debe traer à los pueblos de Colombia y para que vea el progreso del espíritu humano en estos países” (Restrepo 1858: I, xii).15 Plaza comparte las intenciones autoriales de Restrepo, al afirmar en la “Introducción” de sus Memorias que “Todos los acontecimientos históricos tienen su carrera determinada i sus consecuencias se prolongan admirablemente teniendo una influencia decisiva en el porvenir” (1850: i). Estas aseveraciones revelan que Restrepo y Plaza concebían la historia como lección ejemplar y como un medio cultural que dirigía al progreso y a la gradual perfección del ser humano: ideas centrales provenientes del positivismo europeo.16 El segundo criterio ideológico que los historiadores colombianos del siglo XIX articularon en sus textos fue la idea de que los europeos y los españoles eran racial, cultural y socialmente superiores a los indígenas y a los negros. Plaza hace el siguiente contraste entre los rasgos etno-culturales y sociales de los españoles y de los indios: El carácter español, grande por las cualidades morales que contribuían a su desarrollo, tenía un jénio peculiar debido al influjo de la época dominante. Sufrido en los trabajos, constante en sus resoluciones, valiente como los caballeros de la edad media […] Sin embargo, crueles por orgullo i ávidos de riquezas (Plaza 1850: ix). [D]espues de los mejicanos i peruanos, los muiscas eran los mas civilizados del nuevo mundo. […] De entónces acá [desde la Conquista hasta la Indepen-
15 En ésta y en las otras citas de los historiadores Restrepo, Acosta, Plaza, Groot y Henao y Arrubla respeto la ortografía de sus textos históricos originales. 16 Beatriz González Stephan señala que “La reproducción del modelo europeo como patrón civilizador a seguir determinó ideológicamente que [los historiadores hispanoamericanos] concibieran el origen de sus historias a partir de la llegada de los conquistadores españoles, relegando no sólo el riquísimo pasado indígena sino coartando el reconocimiento de las culturas populares (entre ellas las indígenas) que seguían vivas a lo largo de la Colonia y de la República” (González Stephan 1987: 95).
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dencia] la dejéneración de esta raza ha seguido en progreso, influyendo notablemente en su carácter moral, tornándose pusilánimes, suspicaces, desconfiados, supersticiosos i profundamente hebetados […] (Plaza 1850: vii-viii).
La tesis generalizada entre los intelectuales decimonónicos colombianos de que los indios eran racial y culturalmente inferiores a los europeos influyó en el doble hecho de que los historiadores redujeran su historia cultural a breves y pintorescas descripciones de sus ritos y atuendos17 y que consideraran los títulos nobiliarios de los héroes militares como aspectos relevantes en la investigación histórica y no como aspectos extrahistóricos. Al respecto, Plaza recuerda al lector que “[E]n la conquista de Nueva Granada hubo un concurso mayor de personas distinguidas de España, que en las otras tierras descubiertas, incluyendo Méjico i el Perú” (1850: 62). Se refiere, sin duda, al letrado Gonzalo Jiménez de Quesada. La organización de la materia en forma de catálogo de autores y obras constituye el último criterio metodológico identificado como inherente a la formación de la historia colombiana. La concentración de los textos históricos en la Independencia (1810-1824) y en la República (1824-1904)18 y en el recuento de las proezas militares de los individuos entronizados como 17 El historiador y político liberal colombiano Pedro Fermín de Vargas se hizo portavoz de este tipo de ideología racista a principios del siglo XIX, cuando propuso la extinción de los indios colombianos por medio de su mestizaje con criollos descendientes de los españoles: “Para aumento de nuestra agricultura, sería igualmente necesario españolizar nuestros indios. La indolencia general de ellos, su estupidez y la insensibilidad que manifiestan hacia todo aquello que mueve y alienta a los demás hombres, hace pensar que vienen de una raza degenerada que se empeora en razón de la distancia de su origen. [...] [S]ería muy de desear que se extinguiesen los indios, confundiéndolos con los blancos, declarándolos libres del tributo y demás cargas propias suyas, y dándoles tierras en propiedad. La codicia de sus heredades haría que muchos blancos y mestizos se casasen con las indias, y al contrario, con lo que dentro de poquísismo tiempo no habría terreno que no estuviese cultivado, en lugar que ahora la mayor parte de los que pertenecen a indios se hallan eriales” (1994: 99). Algunas de las descripciones pintorescas de las culturas indígenas son presentadas en la Historia de Restrepo en las páginas xxx-xxxiii; en el Compendio de Acosta, en las páginas vii, 3, 57 y en el Apéndice y en las Memorias de Plaza, en las páginas 50-51. 18 “El relato que transcurre en la obra de José Manuel Restrepo sólo se desenvuelve en el periodo de la independencia, con lo cual hay una definición del inicio de la memoria histórica republicana. Al establecer ‘el origen’ de la República en la Independencia, este nudo temporal se torna en un punto axial desde donde se seleccionan e interpretan los demás segmentos del pasado nacional” (Betancourt Mendieta 2007: 29).
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héroes nacionales de dichos periodos puede verificarse en la “información externa” (índices, prefacios, introducciones, apéndices, catálogos de fuentes) y en la “información interna” (cuerpo textual) de las obras de historia de Restrepo, Acosta y Plaza.19 El Compendio de Acosta: “comprende lo acaecido desde el descubrimiento de Nueva Granada hasta mediados del siglo XVI” (1848: xxiii), mientras que la Historia de Restrepo (1858, 4 tomos) se centra en el resumen más o menos anual (desde 1741 hasta 1832) de los principales hechos de la Independencia (tomos I, III, IV).20 El tomo II resume también, año por año, la historia de la independencia del territorio actual de Venezuela. Acosta y Restrepo estructuran, respectivamente, sus textos en torno a la narración de los sucesos administrativos, políticos y militares realizados por Gonzalo Jiménez de Quesada y Simón Bolívar.21 A su vez, Plaza conecta en sus Memorias los periodos de la Conquista y de la Independencia y se concentra en el recuento cronológico de los sucesos ocurridos entre el descubrimiento de Tierra Firme 19 Uso el concepto de “información externa” para referirme a la información contenida en los prólogos, dedicatorias, epílogos y apéndices del texto. Según Roland Barthes (1967: 67), los prólogos prefiguran la semántica del texto. Uno de los significados de paratextualidad usados por Gérard Genette se relaciona con lo designado aquí como “información externa” (cfr. Genette, Palimpsestes, 7). Conjuntamente, entiendo por “información interna” el cuerpo mismo del trabajo. 20 En cuanto a la organización de la narración en la escritura del texto histórico, Roland Barthes explica, en su artículo “Le discours de l’histoire”, los diversos medios discursivos de que se vale el “enunciante”, en su capacidad de historiador, para organizar su discurso histórico. Uno de ellos se refiere al problema teórico de la yuxtaposición del “tiempo de la historia” y el “tiempo del discurso” y remite al fenómeno de la “aceleración de la historia”. En la Historia de Restrepo, el primer capítulo registra casi 100 años de eventos políticos y militares referentes a Nueva Granada (de principios del siglo XVIII hasta 1808), mientras que los otros 41 capítulos que componen los cuatro tomos de la Historia de la revolución de la República de Colombia (1858) cubren sólo 24 años de sucesos históricos (de 1808 hasta 1832). 21 La estructuración de la narración alrededor de la vida de Jiménez de Quesada es confirmada por Acosta cuando afirma en su Compendio que “Con la muerte del descubridor del Nuevo Reino de Granada termina la narración de los sucesos del periodo que me propuse compendiar en esta primera parte de la suma histórica” (1848: 374). De hecho, de las 391 páginas que componen su Compendio, 237 tratan de Quesada (154-391). Asimismo, de las aproximadamente 2.400 páginas que componen la Historia de Restrepo, 1.300 páginas refieren los acontecimientos administrativos, políticos y militares en los que participó directa o indirectamente Bolívar (I: 178-569; III: 8-603; IV: 7-415). Este cómputo de páginas excluye los apéndices del texto de Acosta (70 páginas) y los apéndices del texto de Restrepo (más de 200 páginas).
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(norte de Sudamérica) en 1499 hasta el establecimiento de la República de Colombia en 1819-1832. “El deseo de recordar los hechos de los ilustres guerreros y de los políticos que han fundado la República de Colombia” (Restrepo 1858: I, xi) llevó a los historiadores decimonónicos a privilegiar en sus narraciones no sólo la actuación política y militar de Simón Bolívar, sino también a destacar la actuación civil y militar de otros participantes de la historia americana y colombiana como Cristóbal Colón y Gonzalo Jiménez de Quesada. Estos personajes históricos fueron entronizados como héroes del descubrimiento, conquista e independencia de Tierra Firme y Nueva Granada. En el índice de sus Memorias, Plaza refiere del modo siguiente los hechos realizados por Cristóbal Colón: Capítulo 1.º […] Noticia de Cristóval Colon i comunicacion de sus proyectos de descubrimiento a varios soberanos - Procedimientos del gabinete de Castilla respecto a Colon - […] Colon parte de España con una pequeña expedicion para descubrir nuevas tierras - La América es descubierta - […] Bula de Alejandro VI repartiendo la América - Otras concesiones del mismo Papa a los Reyes Católicos - […] Peligros de Colon en la Costa de Veragua - […] Sueño de Colon - Torna este descubridor a la Española i después de varios trabajos vuelve a Castilla […] Muerte de Colon - (1850: 447).
A su vez, Acosta describe a Jiménez de Quesada en su Compendio, así: [L]icenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, quien comenzó su carrera mandando ochocientos hombres en una jornada de descubrimiento de las mas trabajosas y delicadas que se han emprendido en América (1848: 154-155). En esta nuestra suma histórica se ha hecho mencion de su vida, en ella se ha visto que cuando ejercía la abogacía en Granada fué sacado para un mundo nuevo, en donde desplegó las cualidades de valiente guerrero y de prudente y sagaz capitan. […] [E]mprendió la malhadada jornada del Dorado, y […] llegó á una edad avanzada, sin otro achaque que la terrible lepra que le atacó pocos años antes de su muerte (1848: 373).
Estos dos segmentos textuales ponen de relieve que Plaza y Acosta estructuraron sus textos históricos a partir del catálogo cronológico de los hechos administrativos (“procedimientos del gabinete de Castilla con respecto a Colón”), militares (Quesada “empezó su carrera militar, mandando ochocientos hombres en una jornada de descubrimiento”) y eclesiásticos (“Bula de
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Alejandro VI”; “concesiones del mismo papa a los Reyes Católicos”). Se observa también que la narración histórica se estructura como un relato épico que refiere las aventuras realizadas por los “héroes” Colón y Quesada (“Peligros de Colón en la Costa de Veragua”; “después de varios trabajos [Colón] vuelve a Castilla” (Plaza 1850: 447); “Quesada se interna en las tierras de Opón, sufriendo inauditos trabajos” (Plaza 1850: 449); y Quesada “emprendió la malhadada jornada del Dorado” (Acosta 1848: 373). De modo semejante a la épica europea, el héroe no sólo tiene sueños reveladores como el “Sueño de Colón” (Plaza 1850: 447), sino que también arenga a sus soldados (“El desaliento cunde a la tropa y Quesada la reanima”; Plaza 1850: 449).22 En lo que al estilo se refiere, la prosa de Acosta es estilísticamente elaborada: “[U]na jornada de descubrimiento de las más trabajosas y delicadas”; “[L]as cualidades de valiente guerrero y de prudente y sagaz capitán”; “Esta nuestra suma histórica”; “[E]mprendió la malhadada jornada del Dorado”. La antelación del adjetivo y del posesivo en relación al nombre, la simetría lograda con la doble adjetivación, y el uso de adjetivos poco comunes (“malhadada”) confieren a la prosa de Acosta un toque literario y una claridad y eficiencia semántica que la diferencian de la prosa solemne y ceremoniosa que era generalmente usada en los textos históricos y literarios de Colombia e Hispanoamérica durante el siglo XIX. En contraste con la claridad de la prosa de Acosta, la escritura de Plaza es oscura, grandilocuente y recargada de artificios retóricos: “Las diferentes empresas que varias testas coronadas proyectaron i llevaron a cumplido remate en América” (Plaza 1850: 7); “Eran ineficaces los esfuerzos de la pesada e ignorante diplomacia española, contra el ardor i sombria resolucion de una atrevida porcion de hombres que dominaba la Convencion de lo alto de su montaña aterradora” (Plaza 1850: 381). La exagerada ornamentación y el empleo profuso en una misma frase de adjetivos colocados antes y después de los sustantivos revelan una incongruencia estilística que dificulta la comprensión de lo escrito.
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La lectura de los segmentos sobre Bolívar en la Historia de Restrepo ([1827]: 1958: I, 178; IV, 418); sobre Jiménez de Quesada, en el Compendio de Acosta (1848: capítulos X-XX ); y sobre Colón (1850: 1-12), Núñez de Balboa (1850: 17-23), Jiménez de Quesada (1850: 5982) y Nariño (1850: 378-80), en las Memorias de Plaza, confirma que estos tres historiadores se concentraron en el relato épico de la función pública (administrativa, militar y eclesiástica) realizada por estos tres personajes históricos.
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Por otra parte, la prosa de Restrepo no es tan ornamentada como la de Plaza, ni tan elaborada como la de Acosta, es una prosa sobria, clara y directa: “El formidable Bóves era el adalid de los realistas, apoyados en la fuerte plaza de Puertocabello y en la opinion de los pueblos, especialmente de los que habitaban las llanuras de oriente, que se habían decidido á favor del gobierno real, haciendo á los patriotas una guerra de exterminio” (Restrepo 1858: I: 239). El estilo de Restrepo se caracteriza por el uso de oraciones extensas, gobernadas por un sujeto modificado por frases cortas que sirven para aclarar el significado de la idea central. Aunque Restrepo emplea menos recursos estilísticos de procedencia literaria que Plaza y Acosta, su prosa no está completamente exenta de ellos: nótese, por ejemplo, el uso del zeugma en la cita anterior. Con el fin de ahondar en el análisis de las estrategias discursivas usadas en los textos identificados como seminales de la historiografía oficial colombiana, tomo como texto modelo la Historia de la revolución en la República de Colombia de José Manuel Restrepo. Mi elección se basa en el hecho de que el texto de Restrepo fue considerado por los letrados republicanos, entre ellos el propio Simón Bolívar, y por los intelectuales asociados a la historia institucional del país, como el “texto fundador” de la historia de Colombia y, su autor, como “el padre” de la historia nacional (Betancourt Mendieta 2007: 33, 34, 35). Examino a continuación las técnicas narrativas usadas por Restrepo en los párrafos inicial y final de su Historia que se refieren a Simón Bolívar: Tocamos ya en la época en que principió á brillar el genio que debia llevar al cabo la revolución de una gran parte de la América del Sur. Hablamos del ilustre ‘libertador de Colombia, el general Simon Bolívar’. Parece que ninguna oportunidad es mas propia que la presente para dar á conocer á este héroe en los primeros años de su vida, así privada como pública (Restrepo [1827] 1858, I: 178). Bolívar ha dejado de existir, y aunque sus grandes hechos, que hemos referido, pintan su verdadero carácter, sin embargo para que la posteridad se halle en aptitud de formar un juicio exacto acerca de él, […] consignarémos aquí algunas ideas […] Bolívar como guerrero es comparable á los primeros hombres que nos presenta la historia antigua y moderna. […] La gloria de Bolívar llegó á su colmo con la libertad del Perú, y despues de Ayacucho terminó su carrera militar. Desde entónces podemos considerarle como político y administrador (Restrepo [1827] 1858, IV: 414-15).
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Estas dos citas enmarcan la narración histórica que hace Restrepo sobre Bolívar y presentan el tono y la norma del tipo de discurso que registra en más de 2.000 páginas la actuación pública (militar, política y civil) de Bolívar. La primera cita marca el punto en el texto donde el historiador une el exordio de su enunciación sobre Bolívar con la información precedente (178 páginas), que le ha servido de trasfondo histórico para introducir la narración de la vida y obra del libertador.23 La segunda cita marca el lugar en el texto donde el historiador decide cesar su narración directa sobre Bolívar y pasar a la narración de la influencia póstuma que tuvo el libertador en los últimos hechos narrados en su Historia de la revolución de la República de Colombia. Restrepo organiza este extenso discurso sobre Bolívar, valiéndose de frases como las siguientes: “Miéntras Bolívar hace estos preparativos, recorramos los sucesos ocurridos en otros lugares de la Nueva Granada”; “A la sazon que ocurrian estos sucesos en las costas del Atlántico, el coronel Bolívar á quien dejamos recorriendo la parte del Magdalena […]”; “Miéntras que la victoria coronaba las sienes de Bolívar […] no era propicia la fortuna á la causa de la Independencia en otros puntos” (Restrepo [1827] 1858, I: 184, 198, 203); y “A la propia sazon que ocurrian en Guayaquil los sucesos que antes referimos, hubo otro de grande trascendencia” (Restrepo [1827] 1858, III: 227). Este tipo de indicadores lingüísticos (generalmente, adverbios o frases adverbiales) ha sido llamado por Barthes “shifters” o “organisateurs du discours” y fueron usados convencionalmente por historiadores decimonónicos para coser en el discurso la narración de los sucesos ocurridos en diferentes tiempos y lugares, facilitando así el avance de la enunciación histórica (Barthes 1967: 66-67). Los “shifters” relativos a la organización enunciativa contribuyen a afirmar la función predictiva que se autoconfirieron los historiadores decimonónicos, y que fue aceptada completamente por los lectores de la época (Barthes 1967: 68). En el caso de la Historia de Restrepo, dicha función se da, por
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Barthes denomina “inauguración del discurso histórico” al lugar donde se reúnen el comienzo de la materia enunciada y el exordio de la enunciación. Este lugar se halla en el prefacio, introducción o primera frase del texto histórico (Barthes 1967: 67). Por extensión uso aquí el mismo concepto para designar el lugar donde se reúne la materia enunciada en el texto de Restrepo (Historia de la revolución de la República de Colombia) con el comienzo de la enunciación sobre Bolívar, siendo precisamente esta enunciación, dada en 2.000 páginas, la base del asunto que informa las 2.400 páginas que componen el texto de Restrepo.
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ejemplo, en la siguiente “predicción” (hecha por el historiador, teniendo un conocimiento retrospectivo de los hechos narrados) sobre la actuación de Bolívar en la independencia de los países de América del Sur: “[L]a fortuna de Bolívar no le abandonó en aquellas circunstancias, que eran tan difíciles. Habíase decretado que la América del Sur fuera independiente, y el Libertador era el instrumento escogido por la Divina Providencia para llevar á cabo empresa tan grandiosa” (Restrepo [1827] 1858, III: 392). Pasando del estudio de la enunciación al estudio del enunciado, se observa, siguiendo a Barthes, que el enunciado histórico se puede descomponer para su análisis en “unidades de contenido”. Se han analizado aquí, en los textos constituyentes de la historiografía oficial colombiana del siglo XIX, las siguientes unidades de contenido: el descubrimiento de las Indias y Nueva Granada, en las Memorias de Plaza; la Conquista, en el Compendio de Acosta; y la Independencia en la Historia de Restrepo. Estas “unidades de contenido” están compuestas, a su vez, por “existentes” y “ocurrentes” (seres, entidades y sus predicados) que constituyen el enunciado histórico (Barthes 1967: 70). Al relacionar estos conceptos de Barthes al análisis del discurso histórico colombiano, se nota que los “existentes” de los textos de Plaza, Acosta y Restrepo son héroes militares como Colón, Jiménez de Quesada y Bolívar, “protagonistas” del relato histórico; personajes “secundarios” como los indios, los soldados españoles, americanos, y demás personas que intervinieron en las empresas militares de descubrimiento, conquista e independencia de América; y también el “espacio histórico” constituido por España, Nuevo Reino de Granada, América y los demás lugares donde se desarrolló la “acción” histórica bolivariana (territorios actuales de Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia). Complementariamente, los “ocurrentes” pueden corresponder a los siguientes “predicados”: “Colón parte de España con una pequeña expedición para descubrir nuevas tierras” (Plaza 1850: 447); “jornada de descubrimiento” de Quesada; “la malhadada jornada del Dorado” (Acosta 1848: 373); y “la revolución de la República de Colombia” hecha por Bolívar, según Restrepo, conforme a la divina providencia. Estas listas o “colecciones” de “existentes” y “ocurrentes” que conforman las “unidades de contenido” son estructuradas en el texto tradicional de historia, alrededor de la temática personal del historiador, es decir, en los postulados ideológicos reincidentes en el enunciado histórico (Barthes 1967: 70). En su Historia, Restrepo emplea reiteradamente los temas “clase superior” o “ilustrados”, “clase inferior” o “pueblo”, y “esclavos africanos” para referirse
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respectivamente a las personas del grupo social del historiador, a los pobres y analfabetos, y a los indígenas y negros (Restrepo [1827] 1858: I, xxx-xxxiii). Estos temas se textualizan en los siguientes enunciados de la Historia de Restrepo: “El pueblo bajo oponia la mas obstinada resistencia” ( [1827] 1858: I, 293); “las masas de nuestros pueblos que reflexionan poco […] los hombres pensadores de la Nueva Granada” ( [1827] 1858: IV, 305); “los Indios que por lo general han sido enemigos de la Independencia, lo que indudablemente se debía á su ignorancia y envilecimiento” ( [1827] 1858: I, 388). Otro tema que aparece a lo largo de la historia de Restrepo es su desacuerdo con el federalismo (ideario político liberal) y su adherencia al centralismo (ideario político conservador) como opción política de gobierno de la República de Colombia. He aquí algunos temas e “ideologemas”24 promovidos por Bolívar en sus ensayos políticos y ratificados por Restrepo en su Historia: El sistema federativo le parecía detestable [a Bolívar] para Colombia, y propio solamente para establecer una perpétua anarquía de odios y rivalidades entre las provincias, cantones y parroquias. Preferia el gobierno republicano central ó unitario (Restrepo [1827] 1858: IV, 83-4). Establecióse por consiguiente una verdadera dictadura en la persona de Bolívar, á la que hicieron oposicion los exaltados liberales ó federalistas, que solo estaban por sistemas especulativos de gobierno sin atender a su práctica, ni á las circunstancias del tiempo y del país (Restrepo [1827] 1858: II, 165).
En definitiva, la existencia y reiteración de estos temas permite afirmar que el historiador Restrepo adopta en su texto una perspectiva enunciativa que se caracteriza por su concentración en el periodo de la Independencia y en la figura de Simón Bolívar, por su adherencia al pensamiento conservador republicano y, desde la perspectiva del siglo XXI, por su eurocentrismo etnocultural.25 24 Se emplea aquí el término “ideologema”, de modo análogo al concepto de “fonema”, para denotar cada una de las unidades mínimas de expresión (exclamación, palabra, frase, oración...) del enunciado de un texto que articule contenidos marcadamente ideológicos. Ideologema es un “[c]oncepto utilizado por M. Bajtín (1970 y 1978), en sus estudios de obras narrativas, para designar aquellas palabras y expresiones que presentan marcas estilísticas y contextuales que las relacionan con un determinado ambiente, profesión y concepción del mundo o ideología” (Diccionario de Estébanez Calderón 1996; introducción, notas 9, 10). 25 Jorge Orlando Melo informa que Restrepo, Acosta y Plaza “eran tres autores bastante cercanos en su concepción histórica y en su visión política. Todos tres se encontraban bastante
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Si bien la presencia de los temas mencionados sugiere que el historiador transfiere directamente a su texto su ideología, la reiteración de “comentarios del historiador” revela la presencia de un narrador que se inmiscuye en la narración histórica. Restrepo interviene en el texto con el siguiente razonamiento del proceso histórico colombiano: La situación de Bolívar era la más crítica y desesperante, segun se halla pintada en el acta de la junta de guerra y en el oficio anterior. Sin embargo, no creemos que el remedio de hacer la guerra á Cartagena pudiera mejorarla. Era casi segura la destrucción de su pequeño ejército, y más funestas las consecuencias que debian seguirse. Así es de nuestro deber improbar semejante resolucion que colmó la medida de los males de la patria (Restrepo [1827] 1858, I: 323).
Este tipo de discurso histórico en el que predomina la reflexión y los razonamientos fue llamado por Barthes “historia estratégica” (Barthes 1967: 72). La palabra “estratégica”, usada en este contexto sugiere las diversas posiciones ideológicas adoptadas por los historiadores en su enunciación histórica. De los comentarios expuestos hasta aquí se deduce que los historiadores decimonónicos colombianos no sólo concedieron una gran importancia al registro de hechos administrativos políticos y militares del descubrimiento, la conquista y la independencia de las Indias y Nueva Granada, sino que también dotaron a sus narraciones históricas de un carácter épico, de una estructura parecida a la de los relatos literarios, de un estilo que pugnaba por parecer literario, y de una orientación ideológica y metodológica similar a la del discurso historiográfico europeo de los siglos XVIII y XIX. La importancia que ha tenido en los siglos XIX y XX la Historia de Restrepo, escrita en 1827, como texto fundador de la historia “académica” o institucional de Colombia es explicada por el historiador de las ideas Alexander Betancourt Mendieta con estas palabras: La principal consecuencia derivada de la recepción de la Historia de la Revolución de Colombia consistió en el carácter que se le dio a la obra como fundadora de ‘los escritos’ históricos en la república de Colombia. La obra de Restrepo fue considerada por los otros hombres de letras que le fueron contemporáneos y se ocuparon de la historia y por los miembros de la Academia Colombiana de Hiscerca del centro del espectro político neogranadino, todos estaban vinculados al partido conservador” (Melo 1988: 610).
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toria, como la obra iniciadora de la tradición histórica nacional colombiana (2007: 34).
La Historia de Restrepo, junto al Compendio de Acosta, a las Memorias de Plaza y a la Historia eclesiástica de Groot se instituyeron en modelo y norma de la escritura de la historia oficial, pese a que estos textos redujeron la historia colombiana al recuento cronológico de las actividades administrativas, políticas y militares, sobre todo, del periodo de la Independencia (18101824) y la República (1824-1904) y menos a los periodos de la Conquista y la Colonia; y pese al hecho de que proyectaron una visión coherente, parcial, y predominantemente conservadora y católica del complejo pasado histórico colombiano. Sorprende constatar que este “modelo oficial” de escribir la historia nacional del país no sólo ha sido poco cuestionado en cuanto a la concentración en el periodo de la Independencia y la República, sino que es muy semejante a los modelos oficiales de escribir la “historia académica” nacional de otros países latinoamericanos (cfr. capítulo 2, nota 8; capítulo 4, nota 7; capítulo 11, sección 2).26 A lo largo del siglo XIX, se siguió incorporando en la escritura de la historiografía colombiana la relación político-militar, el recuento genealógico y el género biográfico, que fueron los principales componentes de la llamada ‘historia diplomática’ de la Europa de antes del siglo XVIII. Si bien los Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada (1853) de José María Samper presentan un carácter apologético semejante al que aparecerá en la Historia eclesiástica de Groot, el texto escolar Compendio de historia 26
El historiador Germán Colmenares, antes de su muerte a fines del siglo XX, empezó a cuestionar y revisar la concentración en los periodos de la Independencia (1810-1824) y la República (1824-1904) que presenta la historia colombiana producida por intelectuales oficiales y reproducida por la Academia Colombiana de Historia. Sin embargo, parece que ningún otro historiador ha continuado la revisión iniciada por Colmenares (Betancourt Mendieta 2007: 36-37). En un informe presentado a la Unesco en 1984 sobre “la enseñanza de historia en la zona andina” cuyo objetivo era “revisar, de manera recíproca, los programas oficiales vigentes y los textos de historia utilizados en la enseñanza primaria en Venezuela, Ecuador, Perú y Colombia”, se señala que “los textos se dividían en dos grandes bloques: Independencia y República. En promedio el periodo entre 1810 y 1830 ocupaba más de la mitad de cada uno de los libros analizados. Mientras tanto, la época republicana se centraba en al vida y obra de los presidentes. Este procedimiento distributivo y de énfasis temático privilegiaba los hechos de naturaleza político-militar y desconocía referencias a cualquier clase de procesos económicos, culturales y sociales” (Betancourt Mendieta 2007: 77-78).
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patria (1874, varias ediciones) de José María Quijano Otero se centra en la conquista y en la defensa (desde una perspectiva liberal y conservadora) de la Independencia. Este procedimiento metodológico e ideológico revela el deseo de los historiadores decimonónicos de destacar en sus textos los aspectos administrativos, político-militares y biográficos de los personajes históricos, entronizados como héroes de los respectivos periodos históricos. Por promover la visión histórica oficial y por su considerable difusión, los textos de historia de Restrepo, Acosta, Plaza y Groot se instituyeron en fuentes canónicas de la enseñanza de la historia en Colombia durante el siglo XIX. Así lo confirma Carmen Escobar Rodríguez, quien informa que Los programas y textos para la enseñanza de la Historia Patria durante el siglo XIX hallaron sus fuentes de información y fueron determinados, en lo que se refiere a sus contenidos temáticos, concepciones historiográficas, orientación filosófica y política, por las investigaciones históricas realizadas en este siglo. Por su mayor influencia se destacaron las obras de Restrepo, Acosta, De Plaza y Groot (1984: 59).27
Los textos históricos de Restrepo, Acosta, Plaza y Groot no sólo sentaron las pautas de la historiografía colombiana del siglo XIX, como ya quedó estudiado, sino que establecieron los límites temáticos, ideológicos, metodológicos y aun los modelos de periodización que prevalecen desde entonces tanto en la escritura de historia oficial del siglo XX como en la fundación de la Academia Colombiana de Historia.28
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Carmen Escobar Rodríguez explica que antes de 1870 la enseñanza de la “Historia Patria” en Colombia era casual, dado que ocurría fuera de las aulas escolares, principalmente, durante el periodo precedente a las fiestas patrias oficiales. Añade que, después de 1870, el estudio de la historia comenzó a institucionalizarse y a formar parte regular de los programas de los centros educativos (Escobar Rodríguez 1984: 41-42). 28 Según Jorge Orlando Melo: “De unos 1.000 artículos publicados por el Boletín de Historia y Antigüedades entre 1902 y 1952, el 25% se refiere a las civilizaciones indígenas o al Descubrimiento, el 12% al periodo de la Conquista, el 23% al periodo 1550-1810, el 29% a la Independencia, y más o menos un 12% a la época de la República. Entre estos últimos más de la mitad corresponden al periodo de 1819-1830, un 4% del total de artículos a la época de 1830-1863, y el resto, menos del 1% a la época comprendida entre 1863 y 1900. No parece haberse publicado un artículo sobre historia del siglo XX. Estas cifras son aproximadas, y se basan en la Academia Colombiana de Historia, Índice General del Boletín de Historia y Antigüedades (1902-1952), (Bogotá, 1953). Una revisión parcial del Índice General del Boletín Cul-
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En efecto, los principales criterios temáticos, ideológicos y metodológicos (i. e. la concentración de lo narrado en los periodos de la Independencia y la República, la entronización de militares como héroes y próceres, el registro genealógico y bibliográfico de los héroes) fueron celebrados y reconocidos oficialmente en la creación oficial de la Academia Colombiana de Historia el 12 de diciembre de 1902. Las funciones de esta institución consistieron en: [El] estudio de las antigüedades americanas y de la Historia Patria en todas sus épocas […]; la fundación de museos y el aumento del que existe en Bogotá; el arreglo, conservación y formación de índices de los archivos públicos y de los de propiedad particular […], el cuidado y conservación de monumentos históricos y artísticos en cuanto ello corresponda al Ramo de Instrucción Pública; y el estudio de los idiomas, tradiciones, usos y costumbres de las tribus indígenas del territorio colombiano (Boletín de Historia y Antigüedades 1 [1902]: 1).29
La Academia Colombiana de Historia, desde su creación en 1901-1902 hasta su revocación en 1958, tuvo un carácter inclusivo y oficial debido a que “[d]esde sus orígenes, la Academia estuvo compuesta por ‘descendientes directos de los próceres de la Independencia’ que estuvieron consagrados a elaborar prosopografías de algunos círculos familiares: […] la Academia Colombiana de Historia fungió como institución oficial porque fue fundada tural y Bibliográfico, feb. 1958-feb. 1966 (Bogotá, 1966) sugiere que esta concentración, en vez de disminuir, aumenta: más o menos el 50% de los artículos históricos publicados se refiere a la Independencia” (Melo 1975: 31, nota 7). Melo estudia los temas y periodos presentes en los textos históricos de Restrepo, Acosta y Plaza en: “Los estudios históricos en Colombia: situación actual y tendencias predominantes”, en La nueva historia de Colombia, ed., comp e intr. Darío Jaramillo Agudelo (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976): 25-58; “La literatura histórica en la República”, en Manual de literatura colombiana, vol. 1 (Bogotá: Planeta, 1988): 589-663. 29 El estudio del pasado indígena en las instituciones culturales de Colombia se ha caracterizado hasta bien entrado el siglo XX, por proveer una perspectiva folclorista que destaca lo externo de sus costumbres, por la presentación de parafernalia y trajes indígenas, o por la exaltación del pasado indígena y la omisión del estudio de su situación socioeconómica presente. Esta exclusión adquirió diversos matices entre liberales y conservadores. Por eso, los siguientes comentarios de Beatriz González Stephan sobre la historiografía hispanoamericana pueden hacerse extensivos al caso de Colombia: “[L]a historiografía conservadora rescataba las culturas indígenas pero como pasado clausurado, como etapa pre-hispánica. También la historiografía liberal más americanista aceptaba el aporte indígena, pero inclusive mediatizado a través de la cultura hispánica” (González Stephan 1987: 95, nota 8).
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y patrocinada por el estado colombiano” (Betancourt Mendieta 2007: 52, 53). Aunque no todos los miembros de la Academia fueron historiadores profesionales, en el sentido estricto del término, sino que un gran número de ellos fueron “intelectuales oficiales” interesados principalmente en el estudio y divulgación de las ciencias políticas y sociales, todos ellos se comprometieron en realizar su autoatribuida función de preservar y difundir su visión hegemónica del pasado histórico de Colombia en sus discursos orales y escritos promovidos por las instituciones culturales del Estado.30 Es preciso matizar, en este momento, las nociones de “intelectual oficial” y “discurso oficial” que empleo en este libro, explicando que el papel socioeconómico e ideológico que desempeñaron los intelectuales en América Latina y en Colombia durante el siglo XIX y comienzos del XX fue identificado por Antonio Gramsci, quien, en las primeras décadas del siglo XX, afirmó que los intelectuales hispanoamericanos eran pocos y estaban, en general, vinculados a la Iglesia y al Estado (Gramsci 1971: 22).31 Ahora bien, si el sustantivo “intelectual” ha sido usado en América Latina para indicar la existencia de una minoría dependiente económicamente del clero y de las oligarquías liberales y conservadoras de cada país, el atributo de “oficial”, según su sentido moderno, indica: “algo que emana del Estado y que, ante todo, sirve a los intereses del Estado” (Anderson 1983: 145; traducción mía). Por consiguiente, en el contexto de esta investigación, adopto el concepto de “intelectuales oficiales” y de literatura e historia “oficial” para referirme no sólo al grupo de intelectuales que en los siglos XIX y XX se vinculó laboral e ideológicamente a los gobiernos liberales y conservadores de Colombia, sino también a los discursos históricos, literarios y críticos que ellos escri-
30 La Academia Colombiana de Historia patrocinó asociaciones de historia de ámbito regional, se asoció con instituciones extranjeras similares, aceptando socios correspondientes residentes en otros países e instituyó como órgano de información el Boletín de Historia y Antigüedades y Archivos. 31 Según Gramsci, las razones de dicha vinculación eran dos: la existencia de grandes latifundios (la mayoría de ellos en manos de la Iglesia) y la inexistencia de una amplia base industrial y de una compleja superestructura. Gramsci declaró también que en Hispanoamérica el elemento secular y burgués no había alcanzado todavía la fase de desarrollo que le permitiera subordinar la influencia y los intereses clericales y militaristas a la política secular propia del Estado moderno (Gramsci 1971: 22). En el capítulo 1 notas 31 y 32; capítulo 2, notas 12, 13; y capítulo 5, nota 32, se elaboran adicionalmente las nociones de “intelectual oficial y “discurso oficial” identificando los intelectuales oficiales colombianos más influyentes en los siglos XIX y XX.
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bieron y difundieron en textos académicos y escolares, y a las instituciones culturales que fundaron y pertenecieron como miembros influyentes.32 Los intelectuales oficiales y el Estado tuvieron un papel hegemónico en la construcción y “nacionalización” del pasado histórico de Colombia a través de la creación de instituciones como la Academia Colombiana de Historia, debido a que El Estado tenía que darle una forma al pasado nacional e indicar cuál era su estructura y esencia porque la memoria del pasado nacional había caído bajo el monopolio de esfuerzos individuales y privados en el siglo XIX. A esta tarea se entregó la Academia Colombiana de Historia como ente encargado de fomentar los estudios históricos en el país […] [y] de orientar los contenidos de la enseñanza de la historia en los planteles educativos […] La Academia recogió, sentó y difundió las bases de una práctica y una visión de la historia que predominó sin oposición ni disensión interna en la primera mitad del siglo XX (Betancourt Mendieta 2007: 45-46, 57).
Efectivamente, los presupuestos metodológicos e ideológicos que acompañaron la fundación de la Academia Colombiana de Historia en 1901 se trasladaron, casi una década después, a la escritura del manual Historia de Colombia (1911) por Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, miembros destacados de la Academia Colombiana de Historia. Este manual fue autorizado legalmente por el Estado colombiano como el texto que tenía que usarse para la enseñanza de la asignatura de ‘Historia patria’ en las escuelas de Colombia.33 Ya en la portada de la Historia de Colombia de Henao y Arrubla se establece el carácter oficial del texto: 32 El historiador Alexander Betancourt Mendieta examina la función de “intelectuales oficiales” en países como Argentina, Chile, Ecuador y México e informa que ellos crearon entre sí redes de ámbito nacional, a través de su labor como políticos asociados al Estado y/o dirigentes de instituciones culturales estatales (i. e., academias, museos, archivos, bibliotecas nacionales), lo que les confirió, a ellos mismos y a sus escritos, considerable poder y autoridad como fundadores de la nación en sus propios países (Betancourt Mendieta 2007: 48, notas 33, 34). En el caso de Colombia, se menciona más adelante (cfr. capítulo 2, notas 12, 13, 14) a los intelectuales oficiales José María Vergara y Vergara y Germán Arciniegas, quienes, entre otros, en los siglos XIX y XX, crearon redes de poder como divulgadores de la versión oficial de la nación y del prestigio nacional de Colombia dentro del país y en el extranjero. 33 En el decreto número 963 del 26 de octubre de 1910, el presidente de Colombia ordenó: “Adóptanse como textos para la enseñanza de la Historia Nacional en los colegios y escue-
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HISTORIA DE COLOMBIA para la enseñanza secundaria, obra laureada con medalla de oro y diploma en el concurso nacional que se abrió para celebrar el primer centenario de la Independencia. Y con la adopción oficial. Por Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, Individuos de Número de la Academia Nacional de Historia y Correspondientes de la de Venezuela.
El hecho de que la Academia Colombiana de Historia hubiera patrocinado la publicación del texto de sus miembros Henao y Arrubla para celebrar el centenario de la “Independencia” no hace sino confirmar que “le texte avoue lui-même son rapport à l’institution” (J. Habermas citado en Certeau 1975: 72). En el Índice, la Introducción y a lo largo de la Historia de Henao y Arrubla se articulan criterios ideológicos (i. e., casticismo, catolicismo) y metodológicos (i. e., énfasis en el periodo de la Independencia y la República) semejantes a los identificados en las historias decimonónicas de Restrepo, Plaza, Acosta y Groot estudiadas en la parte inicial de este capítulo (cfr. capítulo 1, notas 13, 18, 22). Esto se comprueba al examinar la distribución de la materia presentada en el “Índice” de la Historia de Henao y Arrubla, el cual revela que, de las 1.193 páginas de los dos tomos de dicho texto, que cubren cuatro siglos, 333 registran sólo 14 años de las guerras de la Independencia (18101824); 300 relatan 80 años de eventos políticos relativos a la República (1824-1904); 275 explican el régimen colonial; 200 se refieren la Conquista; 46 se ocupan de las empresas de descubrimiento y sólo 20 páginas se emplean para describir las culturas aborígenes. En las páginas restantes se presenta la introducción y los decretos de su institución como texto oficial para la enseñanza de la historia patria en Colombia (13 páginas). En la “Introducción” de la Historia de Henao y Arrubla, los autores expresan su ideología patriótica al declarar que La presente Historia de Colombia […] [b]ien estudiada es, á no dudarlo, verdadera escuela del patriotismo, porque hace conocer y admirar la patria desde su cuna, amarla y servirla con desinterés, y asegura su porvenir manteniendo la integridad del carácter nacional. Si las condiciones de éste se debilitan ó van desapalas oficiales de la República, respectivamente, las obras Historia de Colombia, IN EXTENSO, y Compendio de la misma, que presentaron al concurso abierto con motivo de la celebración del primer Centenario de la Independencia, sus autores, doctores Jesús María Henao y Gerardo Arrubla” (Henao y Arrubla 1911: 13).
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reciendo con la sucesión de las generaciones, se compromete la independencia del país (Henao y Arrubla 1911: I, 3-4).
Este tipo de declaración destaca las ideas de “patria”, “carácter nacional” e “independencia”, siendo, precisamente, estas ideas las que compartieron los intelectuales oficiales conservadores y liberales de la época.34 Debido a que la mayor parte de la Historia de Colombia se ocupa de la narración de los sucesos referentes a los periodos de la Independencia y la República,35 se puede concluir que Henao y Arrubla transfieren a su texto la ideología patrióticoindependentista y republicana promovida por la Academia Colombiana de Historia en su celebración del centenario de la independencia del país. Desde su publicación en 1911, la Historia de Colombia de Henao y Arrubla tuvo una gran difusión escolar y pública en Colombia, pues “durante casi sesenta años los colombianos estudiaron en las diferentes versiones, más o menos extensas, más o menos elementales, de este libro, y recibieron en sus páginas las versiones canónicas del pasado nacional. Su contenido y enfoque representan bien lo que constituyó el cuerpo dominante metodológico e ideológico de la historia académica durante todo este siglo” (Melo 1988: 641642). Lo dicho por Melo constata que la Historia de Colombia, promovida por la Academia Colombiana de Historia, desempeñó durante más de medio siglo un papel rector en la orientación ideológica de millones de colombianos que adquirieron a través de su estudio, no sólo la versión oficial de la historia de Colombia, sino el concepto de nación articulado en el manual de historia de Henao y Arrubla. 34
Esto se comprueba al examinar cualquier sección del tomo II de la Historia de Colombia de Henao y Arrubla. En cuanto al clima ideológico que predominaba cuando se publicó el texto de Henao/Arrubla, Jorge Orlando Melo lo comenta así: “Lo publicado entre 1880 y 1920 está muy marcado por el triunfo de la visión conservadora [...] con pocas excepciones, los historiadores de orientación política liberal se refugian en el trabajo erudito, mientras que los conservadores, apagadas las más violentas polémicas, tratan de imponer su percepción de la realidad al país a través de la enseñanza elemental y secundaria” (Melo 1988: 630). 35 “El mayor porcentaje del texto de Henao y Arrubla estaba dedicado a la vida republicana, sin embargo, Henao y Arrubla no repudiaron a España y su accionar en el periodo de la conquista y la colonia. Pese a la ruptura que implicaba la Independencia, el trabajo unificador del manual […] trató de explicar también cómo la herencia española tiene un papel fundamental en la constitución de la nacionalidad colombiana. […] La Historia sellaba una interpretación hispanizante, jerárquica y conservadora de la nación colombiana” (Betancourt Mendieta 2007: 63).
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El historiador Alexander Betancourt Mendieta precisa el origen e institucionalización de la historia oficial de Colombia en relación con la emergencia y desarrollo de la nación: El proyecto triunfante de la Regeneración [36] consagró ciertas interpretaciones sobre el pasado republicano que delimitaron las características esenciales de la nación. […] A fines del siglo XIX triunfó el proyecto defendido por la Regeneración. Con él se impusieron las “auténticas” bases de la nación colombiana, las cuales estaban forjadas sobre la continuidad de la herencia española sintetizadas en la lengua y la religión. […] Las obras decimonónicas con temas históricos que se consagraron en el periodo de la Regeneración fueron las referencias narrativas de los relatos históricos nacionales posteriores y establecieron un canon sobre el pasado colonial y republicano que sufrió pocas modificaciones en el transcurso del siglo XX (Betancourt Mendieta 2007: 27).37
Los anteriores comentarios de Melo y de Betancourt Mendieta confirman, ahora desde la perspectiva de la historia y de la historia de las ideas, que los criterios ideológicos y metodológicos subyacentes en las obras de Restrepo, Acosta, Plaza, Groot y Henao y Arrubla, posteriormente trasladados a la Academia Colombiana de Historia, fueron fundamentales en la construcción del canon nacional de la historia oficial del país que estuvo vigente hasta mediados del siglo XX. En síntesis, el análisis textual de obras, autores e instituciones, realizado en este capítulo, lleva a la conclusión preliminar de que los seis intelectuales 36
“Regeneración colombiana de 1986: sistema político ideado por el doctor Rafael Núñez (1880-1886); la doctrina se institucionalizó en el Concordato de 1883 y en la Constitución unitaria de 1886 que sustituyó a la de Rionegro. En aras del progreso económico se renunció al liberalismo –concediendo a la iglesia el dominio a la enseñanza– y al federalismo, aumentando los poderes del presidente. Aunque Núñez se autocalificara de liberal, estas reformas beneficiaron a las clases sociales adictas al conservadurismo, con cuyo programa político gobernarán hasta 1930” (Diccionario Temático Abreviado Iberoamericano 1989: 644). 37 Las “interpretaciones sobre el pasado republicano” articuladas en el concepto oficial de nación que se creó y difundió durante el periodo de la Regeneración y de la hegemonía de los gobiernos conservadores (1986-1930) fueron conformadas precisamente por los criterios ideológicos y metodológicos identificados en este capítulo como constituyentes del discurso histórico “oficial” y “académico” de Colombia, los cuales tuvieron su origen en los textos históricos de Restrepo, Acosta, Plaza y Groot que son los textos mencionados, pero no analizados textualmente, por Betancourt Mendieta en su libro Historia y Nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia (2007).
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oficiales decimonónicos mencionados y la Academia Colombiana de la Historia se comprometieron con la creación de una imagen inclusiva, coherente y continua de la nación que sirviera de complemento al Estado republicano mediante la articulación en sus obras de criterios ideológicos (i. e., positivismo, conservadurismo, hispanismo, catolicismo), estilísticos (i. e., lenguaje grandilocuente y alegórico de la nación) y metodológicos (concentración narrativa en la Independencia y la República). La articulación de estos criterios en las obras de historia y en las instituciones estatales fue instrumental en la conversión de los escritos del pasado histórico colombiano en textos “históricos”, “fundacionales” y “nacionales”.
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2. CANON, NACIÓN Y LITERATURA: CONSTRUCCIÓN E INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA TRADICIÓN LITERARIA NACIONAL
José María Vergara y Vergara escribió en 1867 la Historia de la literatura de la Nueva Granada, obra considerada por los críticos como la primera historia literaria escrita en Colombia.1 En este texto, Vergara declara que “[D]aremos fin a esta primera parte, en la cual hemos reunido todos los documentos necesarios para hacernos presentes en el mundo civilizado, como un pueblo intelectual” (Vergara [1867] 1958: III, 90). El texto de Vergara ha sido seleccionado aquí como matriz del discurso histórico-literario porque en él Vergara clasifica cronológicamente más de tres siglos (1538-1866) de discursos relativos a los periodos de la Conquista, Colonia, Independencia y República, y articula los principales criterios ideológicos y metodológicos identificados previamente como constituyentes de la historia “oficial” de Colombia del siglo XIX. Con referencia a la historia literaria oficial colombiana, estos criterios son la narración en forma de catálogo de textos y biografías de autores; la noción de que la historia debe reflejar la realidad política de la sociedad de la cual trata; la entronización como héroes y el culto a personajes históricos; la difusión textual e institucional de la ideología republicana (conservadurismo, catolicismo, hispanismo, patriotismo) y la exclusión de la cultura indígena y africana del canon literario. En el prólogo y en la información interna de la Historia de la literatura de la Nueva Granada, Vergara, consciente de lo difícil que era la labor del investigador en Colombia durante el siglo XIX, declara que
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Aunque la mayoría de los críticos de literatura colombiana afirma que la Historia de la literatura de la Nueva Granada de Vergara (1867) es la primera historia literaria de Colombia, Beatriz González Stephan menciona otra, Nuestra literatura (1854), de José María Samper (González Stephan 1987: 250). Sin embargo, la obra de Vergara es la más importante de su género escrita en el siglo XIX por la sistematización cronológica que adopta y por haber sido promovida y divulgada por instituciones estatales.
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La materia y su pobreza no me daban derecho a vacilar: no podía hacer otra cosa que lo que he hecho, seguir el orden cronológico, poniendo la noticia biográfica de cada autor y la de sus obras, y un breve juicio crítico sobre los escritos sobre el autor mismo; y mezclado todo esto con los sucesos referentes a las letras. Solamente en la tercera parte de esa historia (1835-1866) permite la abundancia de la materia otra división (Vergara [1867] 1958: I, 47).
La incompleta clasificación de los documentos, las carencias bibliográficas y el limitado acceso a las bibliotecas y archivos estatales y privados hacen comprensible la forma de “catálogo”, adoptada por Vergara en su obra. No obstante, es notable que Vergara y sus prologuistas articulan en la Historia de la literatura en Nueva Granada la concepción decimonónica de que la literatura debía ser “[…] manifestación particular de sociedades concretas” (González Stephan 1987: 99). Manuel Ancízar conceptualiza esa noción cultural en su prólogo a la obra de Vergara, al declarar que “el estudio de lo que han sido las letras es indispensable para entender bien la historia de un pueblo, puesto que ellas expresan las ideas que sucesivamente lo han agitado, y que de las ideas maduradas nacen luégo los hechos, es decir, los sucesos históricos” (Ancízar citado en Vergara [1867] 1958: I, 37). Vergara, por su parte, considera también la literatura como exponente de la realidad política de un país cuando afirma: “[E]l libro que uno lanza a la arena es recibido con indiferencia por sus copartidarios [y] los del partido opuesto lo recogen para hacer de él un arma que tirar a la cabeza del autor en cualquier día de lucha política” (Vergara [1867] 1958: I, 47). Dado que Vergara fue miembro destacado del partido conservador de Colombia, sus copartidarios eran los intelectuales conservadores, quienes, al igual que sus oponentes, los intelectuales liberales, solían transferir a sus textos su ideario político.2 Se comprende entonces que Vergara lamente las luchas partidistas que suscitaba la publicación de los textos escritos por los intelectuales liberales y conservadores de la época. Así como José Manuel Restrepo lo había hecho en su Historia de la revolución de la República de Colombia, Vergara destaca positivamente en su Histo2 “Durante los años de 1858 y 1859 ocupó VERGARA un puesto en el congreso nacional. No sabemos que hiciera allí papel alguno notable; pero si debemos hacer constar en su honor que se opuso tenazmente al planteamiento de la federación y que no quiso firmar la Constitución de 1858, la grande y solemne apostacía del partido conservador” (Martínez Silva, citado en Vergara [1867] 1958: I, 17-8).
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ria de la literatura las actividades militares y políticas desarrolladas por los ideólogos de la Independencia, cuando declara que “el lector de la historia política de Nueva Granada, o de estas nuestras imperfectas páginas, no se admirará cuando al llegar la revolución de 1810, vea salir como por encanto una pléyade de sabios y patriotas, héroes y mártires que la posteridad venera con el título de próceres” (Vergara [1867] 1958: I, 84). Con esta apelación al lector, Vergara no hace sino reforzar la heroificación hecha por los historiadores oficiales colombianos de las personas que se destacaron en la actividad política y militar durante los periodos de la Independencia y la República (cfr. capítulo 1). Vergara también transfiere a su Historia sus aspiraciones patrióticas y religiosas de índole conservadora, cuando afirma que “[M]e es muy grato reunir las glorias de la Iglesia a las de la patria. Desearía que todas mis obras estuvieran al servicio de la causa católica” y añade, además: “Al trabajar para mi patria, este querido pedazo de tierra que Dios me señaló por cuna, no quiero olvidarme que también soy ciudadano de la eternidad” (Vergara [1867] 1958: I, 48). Esta actitud de veneración religiosa y patriótica evoca, por una parte, el tipo de aspiraciones expresadas por Macaulay y Michelet en el siglo XIX y Menéndez Pidal en el siglo XX y por el letrado republicano José Manuel Groot en su Historia eclesiástica y, por otra parte, confiere a Vergara autoridad moral para, de modo análogo a los escritores decimonónicos de historia, ejercer en su texto la función profética del historiador tradicional, que encarna al afirmar: “[p]or lo que hace a la literatura, podemos y debemos hacer algunas profecías. El cultivo de la literatura francesa nos matará al fin. Debemos buscar por la literatura española el camino de la nuéstra, hasta encontrar nuestra verdadera expresión nacional” (Vergara [1867] 1958: III, 90). La emulación del modelo de la literatura peninsular como paradigma literario, que debían seguir los escritores colombianos, es una aspiración ideológica por la cual aboga Vergara a lo largo de su texto. En su actitud política y cultural, el autor manifiesta coherencia ideológica en sus convicciones. En lo político, se opone al federalismo y al ideario liberal, mientras que en lo cultural, se enfrenta al modelo literario liberal francés, cuando textualiza su hispanismo y su antigalicismo cultural en su obra: [C]reemos que el grande y funesto error de nuestros escritores, de sesenta años a esta parte, ha consistido en independizarse de las letras españolas, mostrando al mundo una literatura expósita, sin padres ni tradiciones, y tratando de romper el
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lazo de oro, que a pesar de tan malos esfuerzos nos une aún a España: ese lazo es la lengua de Cervantes. En vez de declararnos hijos, herederos e imitadores de Lope, Rioja y Calderón, hemos ido a buscar padres en Lamartine y Víctor Hugo, tradiciones en la literatura de la Enciclopedia, y modelos en los novelistas franceses (Vergara [1867] 1958: I, 201).
La entronización de la literatura española del Siglo de Oro como punto de partida de la literatura colombiana condujo a Vergara a reducir la historia de las culturas indígenas y africanas al apunte breve y pintoresco de sus lenguas, atuendos y ritos, y a valorar su cultura tomando como medida la cultura europea (Vergara [1867] 1958: I, 85-86). Vergara justifica esta reducción histórica con la siguiente explicación: “Un pueblo pequeño lucha por formarse su historia escrita, por civilizarse de una manera análoga a la vida salvaje que aún lo rodea, y a la vida europea cuyos hábitos le enseñaron sus padres” (Vergara [1867] 1958: I, 48). Desde una perspectiva actual, las consideraciones precedentes informan el etnocentrismo cultural y el hispanismo que nutrió el pensamiento conservador de Vergara. Los escritores que no se adaptaron al proyecto estético e ideológico de Vergara fueron excluidos del canon literario nacional establecido en su obra.3 Éste es el caso de Luis Vargas Tejada (1802-1829) y Francisco de Paula Santander (1792-1840), para sólo citar dos ejemplos de notables escritores excluidos en su Historia de la literatura. Si bien estas exclusiones, como ya se mencionó, pueden justificar lo difícil que fue para el investigador del siglo XIX recopilar textos y comparar fuentes por la precaria existencia de archivos, bibliotecas y obras de literatura y de crítica sobre el pasado literario nacional, no pueden hacer olvidar, sin embargo, el hecho de que las omisiones de autores y obras de la historia literaria de Vergara están fundadas por la orientación ideológica del autor que buscaba promover una visión de la literatura nacional conforme a su propia ideología hispanizante, conservadora y católica. La exclusión de Vargas Tejada del primigenio canon literario nacional construido por Vergara en su Historia de la literatura en Nueva Granada seguramente obedeció a que dicho escritor era de ideología liberal y de tendencia
3 En la edición de 1958 de la Historia de la literatura en Nueva Granada de Vergara, hecha por Antonio Gómez Restrepo y Gustavo Otero Muñoz, se da una lista de 40 escritores excluidos por Vergara de su historia literaria. Esta lista no agota, de ninguna manera, las exclusiones hechas en la obra de Vergara.
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radical para la época. La obra de Vargas Tejada abarca los géneros de la prosa, la lírica y el drama, siendo sus obras más importantes: Poesías; Las convulsiones (comedia de tipo sainete costumbrista); Sugamuxi (tragedia neoclásica de tema chibcha); Doraminta (tragedia neoclásica de tema omegua); Catón en Utica (monólogo dramático en contra de Bolívar) y La madre de Pausanias (monólogo dramático en contra de Bolívar). Por la calidad de su producción dramática, Vargas Tejada fue el dramaturgo más importante que existió en Colombia en el siglo XIX. De ahí que sea inexplicable su exclusión de una historia literaria de Colombia, a no ser que dicha exclusión esté motivada, como parece ser el caso, por diferencias ideológicas, literarias y sociales que existían entre el investigador Vergara, que sólo valoraba la ‘alta’ cultura, y el autor Vargas Tejada, quien primordialmente se interesaba por la creación y difusión callejera de la cultura popular.4 Por lo tanto, el hecho de que Vargas Tejada enjuicie en sus piezas teatrales, por medio de la parodia, los valores fundamentales de la sociedad colonial, pudo haber sido una razón para que Vergara se sintiera amenazado como individuo y sintiera que Vargas Tejada amenazaba con sus escritos el statu quo de la clase alta de letrados republicanos a la que pertenecía.5 Dos razones adicionales para que Vergara excluyera a Vargas Tejada de su historia literaria pudieron ser, en primer lugar, que el teatro popular criollo, como lo son algunos de los sainetes de tema social escritos por Vargas Tejada, no era considerado, a principios del siglo XIX, un género suficientemente estético para que fuera apreciado como “literario” y, en segundo lugar, que Vargas Tejada hubiera participado en el famoso atentado contra la vida de 4
La mayoría de las historias literarias escritas después de la obra de Vergara han reconocido la importancia que tiene la dramaturgia de Luis Vargas Tejada. Con respecto a la obra de este dramaturgo, Fernando González Cajiao comenta que “Vargas Tejada fue traductor de Goldoni, de manera que la influencia del género proviene de la mejor fuente y es directamente comprobable, pero es indudable que también supo asimilar el propio teatro callejero de tipo costumbrista que ya se había hecho en el país; la síntesis, en verdad, se logra ejemplarmente” (1988: 690). Para tener una noción del tipo de literatura escrito por Tejada, consúltese las siguientes obras: José A. Núñez Segura S. J., Literatura colombiana (Medellín: Bedout, 1952): 104-108; Fernando Ayala Poveda, Manual de literatura colombiana (Bogotá: Retina, 1984): 377-379; y Fernando González Cajiao: “El proceso del teatro en Colombia”, en Manual de literatura Colombiana, vol. 2 (Bogotá: Planeta, 1988): 689-690. 5 Vargas Tejada enjuicia en sus obras valores tales como el estilo de vida de la familia señorial en la colonia, el matrimonio, las relaciones sociales entre el hombre y la mujer soltera rica, la situación laboral en la ciudad y en el campo y la práctica sociocultural de las tertulias.
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Simón Bolívar, episodio histórico que se conoce en la historiografía hispanoamericana como “la noche septembrina”. Otro escritor excluido por Vergara es Francisco de Paula Santander. Aunque es claro, desde la perspectiva del lector actual, que un ensayista político como Santander no debe ser incluido en una historia literaria, sino en una historia de las ideas o en una obra historiográfica, la distinción entre historia y literatura, como ya se comentó, no era evidente para el lector, ni para el escritor del siglo XIX. De hecho, los manuales de literatura de la época incluían en el campo de la literatura escritos que hoy no lo son.6 El mismo Vergara incluye en su historia literaria a escritores representantes del pensamiento científico, político y filosófico de Colombia e Hispanoamérica como José Celestino Mutis, Francisco José de Caldas y Antonio Nariño. Por tal motivo, desde la perspectiva cultural del siglo XIX, sorprende, a primera vista, la exclusión que hace Vergara en su historia literaria de los escritos de un letrado (ideólogo y ensayista político) de tan alto prestigio como el de Santander. Sin embargo, tomando como base el análisis que se ha hecho anteriormente de la ideología que transpuso Vergara en la elaboración de su historia literaria, se puede pensar que lo que llevó a Vergara a excluir a Santander de su historia literaria fueron las diferencias ideológicas que existieron entre ellos: Santander era pro-americanista y se adhería al pensamiento político liberal; Vergara, por el contrario, era pro-peninsular y se adhería al pensamiento político conservador. Además, el hecho de que Santander fuera mestizo, hijo de madre indígena y de padre español y, por tanto, no tuviera la “limpieza de sangre” que Vergara tenía como descendiente directo de españoles, pudo haber sido un factor decisivo en la exclusión, ya que en esa época el intelectual mestizo no era plenamente aceptado por la oligarquía hispanoamericana a la cual perteneció Vergara. Es difícil justificar la exclusión de Santander de la historia literaria de Vergara, máxime cuando en dicha historia se incluye a un escritor como Antonio Nariño, cuyos ensayos políticos son similares, en espíritu y letra, a los de Santander. 6
Una particularidad de Colombia (y de América Latina) es que no se hizo, ni durante la Colonia ni inmediatamente después de la Independencia, una diferencia nítida entre la historia y la literatura. Con referencia a Hispanoamérica, Beatriz González Stephan afirma que, en el siglo XIX, “[N]o se discernió con claridad entre historia y literatura porque el término de ‘literatura’, al no entenderse en el sentido de ficción, se asimiló fácilmente al de ‘historia’” (González Stephan 1987: 123).
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A pesar de estas exclusiones, la Historia de Vergara se ha convertido desde su publicación tanto en un texto de referencia en cualquier estudio de la historia literaria “oficial” de Colombia, como en fuente primaria de los textos escolares que han estado vigentes en la enseñanza durante casi un siglo (18671952).7 El carácter seminal y académico de dicho texto es establecido por el prestigioso crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo, quien declaró que la Historia de Vergara puede ser apreciada “como primer ensayo y punto de partida para investigaciones ulteriores” ([1911] 1948: 409). La adopción de esta obra como fuente primaria de los textos escolares del siglo XX es corroborada por el historiador Gustavo Otero Muñoz, quien en su manual de bachillerato La literatura colonial de Colombia (1928), afirma: “He tenido por punto de partida para mis informaciones, principalmente, la Historia de la literatura en Nueva Granada, de Vergara y Vergara” (Vergara citado en Otero Muñoz 1928: 6). El historiador colombiano no sólo articuló en su manual de historia las informaciones de Vergara, sino también sus criterios ideológicos.8 Los comentarios precedentes obligan a precisar que la Historia de la literatura de Vergara se ajusta ideológicamente a la vertiente conservadora del pensamiento liberal hispanoamericano, porque el autor defiende incondicionalmente la ideología cristiana y la jerarquía eclesiástica que la Iglesia católica implantó en Colombia; asimismo, sobrevalora el idioma y la cultura castella-
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Consúltese: Vergara, Historia de la literatura en la Nueva Granada (1867); Gustavo Otero Muñoz, La literatura colonial de Colombia (1928); y Resumen de la historia de la literatura colombiana (1937); José J. Ortega T. Salesiano, Historia de la literatura colombiana (1935); Nicolás Bayona Posada, Panorama de la literatura colombiana (1942); José A. Núñez Segura, Literatura Colombiana (1952); y Antonio Gómez Restrepo, Historia de la literatura colombiana, vol. 1 (1956). 8 El proyecto literario propuesto en 1928 por Otero Muñoz para la enseñanza de la lengua y “la literatura de Colombia, o de cualquier república sudamericana”, reitera un siglo después de la aparición de los textos de Restrepo (considerado fundador de la historia) y Vergara (considerado fundador de la historia literaria) los principales criterios ideológicos identificados en la construcción de la historia y la historia literaria de Colombia. La visión de la historia académica (i. e., historia surgida en las academias de historia y de lengua de Colombia) se puede sintetizar en las siguientes tesis propuestas por Otero Muñoz: 1) la ausencia de la literatura en los programas oficiales de enseñanza se debe no a una deficiente regulación educativa sino a “lo reciente” del “pasado bárbaro” del país; 2) la literatura sirve para conocer la “génesis nacional” de Colombia; y 3) la “conciencia de nacionalidad literaria” en Colombia debe formarse a partir del estudio de la “lengua castellana” y de la “suplantación de las lenguas indígenas” (Otero Muñoz 1928: 7-8).
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na como fundadores de la patria, a costa del menosprecio de las lenguas y culturas indígenas y africanas e idealiza la literatura española del Siglo de Oro como exponente de la llamada ‘España eterna’ que exalta las nociones de ‘casticismo’ o ‘hispanismo’ (cfr. capítulo 1). A pesar de todos los conflictos políticos e ideológicos prevalecientes en la República de Colombia y de las ya señaladas dificultades de investigación existentes, la Historia de la literatura en la Nueva Granada escrita en 1867 por José María Vergara y Vergara se instituye como obra pionera por haber construido la tradición literaria nacional de Colombia. Contribuyó, además, a delinear los modelos de escritura de la historia literaria decimonónica colombiana tanto en el modo, exclusivo y excluyente, de formar el canon literario nacional, siguiendo su ideología conservadora, como en la forma políticamente “interesada” de escribir e iniciar el “modelo oficial” de la literatura nacional. Si bien la labor de escritor de José María Vergara y Vergara fue fundamental para la formación de la historia literaria de Colombia, su actividad social y cultural no fue menos importante para la creación de la Academia de la Lengua en 1871, la cual fundó y dirigió. El hecho de que Vergara fuera amigo de “casi todos los académicos y literatos notables” de la España de fines del siglo XIX, propició –según el historiador Carlos Martínez Silva– la designación de Vergara como uno de los fundadores de la Academia Colombiana de la Lengua: VERGARA aprovechó su permanencia en Madrid para dar a conocer allí nuestra literatura, y contribuyó con ello sin duda a que la Academia Española pusiese resueltamente por obra el pensamiento de establecer en América academias correspondientes. VERGARA y los señores [Miguel Antonio] Caro y [José Manuel de] Marroquín fueron nombrados miembros correspondientes de aquel sabio cuerpo, y los tres sirvieron de núcleo después (1871) a la formación de la Academia Colombiana, tal cual hoy existe (citado en Vergara [1867] 1958: I, 32).9
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“Academia Colombiana de la Lengua”, en Enciclopedia Vniversal Ilvstrada Europeo-Americana, ¿1907?-1930. La Academia de la Lengua se fundó en Colombia en virtud del acuerdo del 24 de noviembre de 1870. El hecho de que los prestigiosos investigadores españoles de historia y de literatura Juan Valera y Marcelino Menéndez y Pelayo, vinculados a la Real Academia de la Lengua de España, compartieran, a fines del siglo XIX y principios del XX, estrechos vínculos profesionales y amistosos con sus colegas colombianos José Rivas Groot y Antonio Gómez Restrepo, contribuyó, sin duda, a la entronización de Bogotá como la “Atenas de
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La fundación de la Academia Colombiana de la Lengua en 1871 fue un hecho importante para el establecimiento institucional de la cultura oficial en Colombia pues fue la primera asociación lingüística que, con el estatus y la autorización de “correspondiente a la Real Academia de la Lengua Española”, se estableció en América Latina, sirviendo de puente y modelo para el establecimiento de Academias de la Lengua similares en otros países hispanoamericanos.10 Además, la Academia Colombiana de la Lengua fue autorizada oficialmente para prescribir normas lingüísticas cuyo propósito era la conservación de la lengua española en Colombia, lo cual ha hecho que dicha institución haya tenido desde su fundación un carácter oficial y legista. Sus miembros (una minoría de colombianos), y en especial sus fundadores Vergara, Caro y Marroquín, dieron una orientación castiza al estudio del español de Colombia, erigieron la tradición literaria peninsular como modelo a seguir en el estudio y evaluación de la literatura colombiana, y propagaron la cultura oficial nacional promovida por el régimen conservador vigente en Colombia desde aproximadamente 1986 hasta 1930. La ideología patriótico-nacionalista –establecida en Colombia durante el periodo político conservador de la Regeneración (1886-1930, cfr. capítulo 1, nota 36)– que acompañó la institucionalización de la historia literaria y la historia de Colombia a través de la labor desempeñada por la Academia Colombiana de la Lengua (1871) y la Academia Colombiana de la Historia (1903), se reforzó con la creación oficial, en 1941, del Instituto Caro y Cuervo. Este Instituto fue fundado por el gobierno colombiano con la doble finalidad de difundir la investigación filológica e histórico-literaria iniciada en el siglo XIX por Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo y de seguir promoviendo el prestigio cultural de Colombia en el exterior a través de su revista Thesavrvs: Boletín del Instituto Caro y Cuervo. Éstos son los decretos que ordenan la creación del Instituto: América del Sur” (Menéndez y Pelayo dio a Colombia dicho nombre a finales del siglo XIX; Menéndez y Pelayo 1895: 409). 10 La Academia de la Lengua no fue la primera institución creada para afirmar el prestigio nacional y cultural de Colombia, ya a fines de la Colonia se habían creado sociedades científicas parecidas a las europeas como, por ejemplo, la Expedición Botánica (1782) dirigida por José Celestino Mutis. Luis López de Mesa señala que, posteriormente, en el siglo XIX, siendo presidente el general Francisco de Paula Santander (1832-1837), “propuso la formación de un museo y estableció la ‘Academia Colombiana’ de varias ciencias y artes, a modo del instituto francés” (López de Mesa 1970: 204).
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Ley 5a de 1942 (agosto 25) por la cual la Nación se asocia a la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo. El Congreso de Colombia Decreta: Artículo 1º Con ocasión del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo, la Nación honra la memoria de estos dos insignes colombianos, orgullo de las letras castellanas. Artículo 2º Por la Biblioteca Nacional y bajo la dirección de la Academia Colombiana de la Lengua, se publicará una selección de los más importantes trabajos científicos y literarios de Caro y Cuervo. Esta edición será repartida por la Academia especialmente a las bibliotecas públicas de España y de los países americanos. […]. Artículo 3º - Fúndase el premio Caro y Cuervo […] Parágrafo. El premio Caro Y Cuervo se concederá en años alternos con el premio Vergara y Vergara, el cual será administrado también por la Academia Colombiana de la Lengua. (Restrepo S. J. 1945: 3).
El contenido de estos decretos revela la ininterrumpida labor de difusión de la cultura oficial de Colombia realizada durante más de setenta años (1871-1941) por la Academia Colombiana de la Lengua, la Academia Colombiana de Historia, el Instituto Caro y Cuervo y por los intelectuales vinculados a dichas instituciones, o bien como sus dirigentes nombrados por los gobiernos de la época, o bien como miembros de número.11 Cabe recalcar que el tipo de intelectual colombiano, que vivió y participó en la labor cultural y política entre las décadas de 1820 y 1940, imitó sin cuestionar los modelos culturales de Europa, en especial los de España. El intelectual oficial decimonónico típico fue, alternativamente, político, funcionario del Estado, presidente del país, miembro activo o dirigente de las principales instituciones culturales y, al mismo tiempo, escritor. El “intelectual oficial” dependió laboral e ideológicamente de los gobiernos de la época y articuló, por conveniencia o por convencimiento, la versión 11
Al pasar revista de los principales intelectuales de Colombia entre 1850 y 1950, salta a la vista la reiteración de los apellidos Restrepo, Caro, Vergara, Samper, Acosta, Otero y Gómez. Esto sugiere que el discurso oficial de orientación nacional fue producido y difundido por un número reducido de familias que constituyeron la elite intelectual y política del país durante la época referida. Mi sugerencia es validada por Ana Pizarro, quien afirma que “La historia política colombiana, por lo demás, no es sino la sucesión del poder entre unos pocos apellidos, donde el juego se ha llevado entre dos partidos: liberal y conservador” (Pizarro 1976: 127).
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oficial de la nación y de la historia y literatura nacional en los “discursos oficiales” (orales y escritos) que realizó, a través de las instituciones culturales en las que participó.12 José Manuel Restrepo (1781-1863), José María Vergara y Vergara (1831-1872), Miguel Antonio Caro (1843-1909), José Manuel Marroquín (1827-1908), Rafael Núñez (1825-1894), Gustavo Otero Muñoz (1894-1957) y Germán Arciniegas (1900-1999) pueden ser considerados representantes de este tipo de intelectual oficial por su vinculación con el Estado como políticos y con las instituciones estatales como intelectuales.13 Con referencia al vínculo institucional e ideológico mantenido por estos intelectuales con los gobiernos republicanos, el historiador Javier Ocampo López afirma que la Colombia republicana era un país “[…] en donde caudillos y gamonales, literatos, filólogos, periodistas e hispanistas se transmitían
12 La noción general de “discurso oficial” es estudiada por Frank Burton y Pat Carlen en su libro Official Discourse (London: Routledge & Kegan Paul, 1979). 13 José Manuel Restrepo fue historiador, abogado, secretario del Interior durante el gobierno de Simón Bolívar (1821), presidente de la Academia Nacional de Artes, Letras y Ciencias, diputado a los congresos nacionales, secretario regional de gobierno, ministro del Interior, superintendente de la Casa de la Moneda (1825-1829) y director de Crédito Público (1839-1941); José María Vergara y Vergara fue historiador, literato, periodista, co-fundador y director de la Academia Colombiana de la Lengua, político (diputado y congresista), funcionario público (archivero de la Biblioteca Nacional de Colombia) y diplomático; Miguel Antonio Caro fue cofundador de la Academia de la Lengua, poeta, escritor de estudios de filología y de filosofía cristiana, periodista, senador, consejero de estado, coautor con Rafael Núñez de la Constitución de 1886, vicepresidente (1892-1894) y presidente de Colombia (1894-1898); José Manuel Marroquín fue cofundador de la Academia de la Lengua, filólogo, autor de tratados sobre gramática de Castilla, novelista, líder político conservador, vicepresidente (1898) y presidente de Colombia (1900-1904); Rafael Núñez fue poeta, autor del himno nacional de Colombia, cónsul de en varios países europeos (1863-1875), presidente de Colombia (18801882; 1884-1886; junio-diciembre 1887; febrero-agosto 1888). Junto a Caro, Núñez fue autor de la Constitución centralista conservadora de 1886 e ideólogo y fundador del importante proyecto político conservador denominado “Regeneración”; (cfr. capítulo 1, nota 36); Gustavo Otero Muñoz fue presidente de la Academia Colombiana de Historia y encargado de negocios de Colombia en Bolivia (1928) y autor de manuales escolares de historia literaria; Germán Arciniegas, en su condición oficial de ministro de Educación de Colombia (19411945), delineó científica e ideológicamente el Instituto Caro y Cuervo y firmó los decretos (citados anteriormente) que ordenaron su creación. Haciendo referencia a estos intelectuales, Raymond L. Williams afirma que “Most of the Conservative ideologues of the Regeneration [1886-1909] nourished themselves intellectually in Catholic and Spanish thought […] These intellectuals encountered virtue in Colombia’s Spanish heritage, its Catholic purity, and the intellectual and literary achievements of its elite” (1991: 9).
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el mando político con estilo civilista y legalista, entrando en las disputas fanáticas de los partidos tradicionales” (Ocampo López 1984: 256). La estrecha relación entre erudición filológica y poder político que se estableció en Colombia, sobre todo entre las décadas de 1880 y 1940, es constatada por el historiador inglés Malcom Deas, quizás uno de los críticos mejor informado sobre la historia decimonónica del país, cuando afirma que “[p]ara los letrados, para los burócratas, el idioma, el idioma correcto es parte significativa del gobierno […] por eso, para ellos lenguaje y poder deberían permanecer inseparables” (Deas 1993: 42). Se debe aclarar que las instituciones colombianas y los intelectuales oficiales institucionalizaron (“nacionalizaron”) el pasado colombiano de modos diferentes y a la vez similares en los siglos XIX y XX. Es decir, el modo de institucionalización textual es similar en cuanto que las obras de historia y literatura escritas por los intelectuales decimonónicos se caracterizan por vincular la historia familiar con la historia nacional, como genealogías y biografías en las que se representaban ellos mismos o sus familiares en hechos históricos en los que habían participado como testigos o como actores centrales o marginales. No obstante, en el siglo XX, desaparece de los textos tanto la vinculación familiar y temática como la función de testigos de la historia, pero permanece la triple vinculación del intelectual con el Estado, como político; con las instituciones estatales, como fundador y director de ellas; y como escritor, a través de la articulación de la perspectiva nacional y hasta nacionalista presente en sus textos.14 En ambos casos, la historia y la literatura –en tanto instituciones que estipulan reglas y convenciones de escritura y lectura de textos y que se interrelacionan con otras instituciones como la Academia Colombiana de la Historia, el Instituto Caro y Cuervo e instituciones de enseñanza– tuvieron un papel importante tanto en el establecimiento de las normas y convenciones (oficiales) de producción, apropiación, circulación y recepción (lectura e interpretación) de textos como en la construcción del lector, en tanto participante de “las comunidades interpretativas académicas” (cfr. Introducción, capítulo 1, nota 20) de lectura del pasado colombiano. 14 Es el caso del intelectual Germán Arciniegas que, siendo ministro de Educación de Colombia (1941-1942; 1945-1946), funda el Instituto Caro y Cuervo en 1941, se convierte en su director y funge, a la vez, como novelista y divulgador de la historia de Colombia y Latinoamérica, publicando en dicho Instituto sus textos, que promueven una vertiente oficial del pasado nacional de Colombia.
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Las reflexiones anteriores llevan a la conclusión general de que la Historia de la literatura de la Nueva Granada (1867) de Vergara fue erigida por la Academia Colombiana de la Lengua y el Instituto Caro y Cuervo como texto iniciador de la literatura de Colombia en base a criterios ideológicos (i. e., positivismo, conservadurismo, hispanismo, catolicismo) y a objetivos políticos (i. e., la creación y difusión de una imagen inclusiva, coherente y continua de la nación que sirviera de complemento al Estado republicano), pese a que en la constitución del canon literario nacional, Vergara excluyó las obras de autores de origen étnico y social y de filiación política y género sexual diferente al suyo. Por consiguiente, se puede sugerir que la historia literaria surgió en Colombia como respuesta a la necesidad que sintieron José María Vergara y Vergara y los miembros de la Academia Colombiana de la Lengua de inventar un pasado cultural “noble” o “épico” que hiciera posible su entrada en el orden cultural europeo del siglo XIX.15 En última instancia, las aspiraciones ideológicas de orden, progreso y coherencia entre la historia, la literatura y la unidad nacional, profesadas por los intelectuales oficiales colombianos del siglo XIX y comienzos del XX contribuyeron eficazmente a la construcción oficial de la nación en Colombia (cfr. capítulo 3). No obstante, dichos ideologemas de progreso y unidad articulados por la historia y literatura oficial decimonónica estaban, como se verá en el capítulo 6, en contradicción con la inestabilidad política de la Colombia de entonces y, consecuentemente, en contradicción con la incoherencia y discontinuidad que presentaban los acontecimientos reales (i.e., las continuas guerras y revueltas populares) del siglo XIX.
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De acuerdo con José Carlos Mariátegui: “El florecimiento de las literaturas nacionales coincide, en la historia de Occidente, con la afirmación política de la idea nacional. Forma parte del movimiento que a través de la Reforma y el Renacimiento, creó los factores ideológicos y espirituales de la revolución liberal y del orden capitalista […] El ‘nacionalismo’ en la historiografía literaria, es por tanto un fenómeno de la más pura raigambre política, extraño a la concepción estética del arte” (Mariátegui 1955: 173-4).
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3. LOS USOS POLÍTICOS DE LOS LENGUAJES ICONOGRÁFICO, ARQUITECTÓNICO Y MUSICAL COMO FORMAS ALTERNATIVAS EN LA CONSTRUCCIÓN OFICIAL DE LA NACIÓN: UNA LECTURA SEMIÓTICA
Las interpretaciones de la historiografía y de una de sus vertientes, la emblemática, en tanto prácticas socioculturales que difunden ideología, cambian de acuerdo a épocas históricas y ámbitos culturales en lo tocante a la producción, circulación y recepción de los mensajes textuales e iconográficos que articulan. Este fundamento teórico de la semiótica social, al igual que el neohistoricismo, como ya se comentó en la Introducción, establece una clara diferencia con la semiótica clásica, ya que ésta, en opinión de algunos críticos, no toma en cuenta la historia y relega el estudio de los significados sociales a un plano secundario, mientras que la semiótica social concibe el mensaje como un producto social que se crea, circula y se recibe en ámbitos institucionales y públicos y en tiempos históricos marcados por la “región ideológica dominante” específica de una época (cfr. capítulo 1, nota 9). Debido entonces al hecho de que la semiótica social se centra en el estudio de las relaciones que median entre la ideología y los agentes e instancias (emisor, mensaje, receptor, instituciones, espacio geográfico, época histórica) que participan en la comunicación de un evento cultural o literario completo, propongo aquí una lectura semiótica de los lenguajes iconográfico, arquitectónico y musical, los cuales, junto a las vertientes oficiales de la literatura e historia nacionales, fueron instrumentales en la construcción de la nación cultural en Colombia. Concretamente, la difusión de la versión oficial de la nación y de la cultura nacional en Colombia fue lograda mediante la transmisión de la ideología estatal a través de cinco importantes medios de comunicación: el lenguaje escrito (i. e. la historia y la literatura oficial), el lenguaje oral (i. e., alocuciones oficiales de carácter patriótico), el lenguaje iconográfico (i. e., la bandera y el escudo), el lenguaje musical (i. e., el himno nacional) y el lenguaje arquitectónico (i. e., edificios, plazas, estatuas). Desde luego, existieron formas adicionales en la difusión de imágenes oficiales de la nación que, aunque no se tomen en cuenta en este libro, son importantes. Me refiero, por ejemplo, a las cartillas escolares de geografía y a los manuales y mapas producidos por
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los institutos geográficos estatales y también a las formas en que los museos, archivos y bibliotecas nacionales han organizado y representado el pasado cultural colombiano (cfr. capítulos 1, 2, 3). Puesto que el análisis de la producción y difusión del lenguaje escrito (la historia y la literatura oficial) y del lenguaje oral (las alocuciones patrias) se examinaron en los capítulos 1 y 2, me limito en este capítulo a estudiar sólo los lenguajes iconográfico, musical y arquitectónico. El uso de la iconografía, en forma de símbolos y emblemas, para comunicar la ideología nacional, fue, en sus orígenes, una práctica política europea usada en la invención e institucionalización de tradiciones nacionales.1 Es importante singularizar aquí el caso de Francia, pues la mayoría de sus símbolos oficiales de nacionalidad fueron imitados en Colombia y en Latinoamérica a fines del siglo pasado y aún siguen vigentes.2 En Francia, la invención de tradiciones políticas básicas (escudo, bandera, himno nacional y la voluntad oficial de dar nombres de héroes militares a las plazas de las grandes ciudades) desempeñó un papel importante en la preservación del orden sociopolítico que surgió después de la Revolución de 1789. Refiriéndose a la institucionalización de la Revolución Francesa, Eric Hobsbawm explica que la simbología nacional fue una construcción deliberada de los socialistas de la Tercera República, quienes valiéndose del centralismo gubernamental francés, compusieron y difundieron manuales designados a convertir campesinos en franceses y franceses en buenos republicanos (1988: 271).3 1 En el artículo “Mass-Producing Traditions: Europe, 1871-1914”, Eric Hobsbawm (1983: 263-307) explica diversos aspectos relativos a la invención e imposición del nacionalismo oficial en Occidente, con especial detalle, en Francia, Alemania y Estados Unidos. 2 El conocido crítico brasileño Antonio Cándido reflexiona sobre la influencia de Francia en Latinoamérica, en estos términos: “¿Cuál es la influencia de Francia en América Latina? Francia fue para nosotros por un lado, factor de alienación, y por el otro, fue un factor de construcción nacional” (Cándido citado en Pizarro 1987: 73). 3 En Francia, a raíz de la revolución, surgió en la mayoría de la gente común una conciencia nacional de procedencia popular, robustecida por la implantación oficial de la simbología nacional, mientras que en la Colombia del siglo XIX, el sentimiento nacional sólo surgió entre una minoría de intelectuales oficiales y no involucró a las masas; de ahí que la simbología nacional sólo congregó a una elite. Conjuntamente, en el plano económico, se practicó en Francia, en el siglo XIX, el modelo del liberalismo económico (Laissez faire politique) y, por eso, las reformas institucionales hechas por los burgueses beneficiaron a un gran número de personas. En Colombia, en cambio, como no se dio un verdadero desarrollo económico, ni mucho menos una apertura política que incluyera a la gente común, los gobernantes imbuidos en el
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3. Los usos políticos de los lenguajes iconográfico, arquitectónico y musical
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Conforme al modelo instaurado en la creación e implantación de la simbología francesa, los intelectuales y políticos colombianos empezaron a crear las tradiciones nacionales, inmediatamente después de la Independencia (1810-1824), con el objeto de reforzar, por medio de la difusión de iconos y emblemas, la idea de nacionalidad o de una unidad nacional inexistente en la época. Se buscaba, como se estudiará en el capítulo 6, promover el concepto oficial de “patria cultural” como sustituto de la nación, primero, entre una minoría económica de terratenientes y comerciantes ricos y, más tarde, entre la mayoría de la gente común. El escudo y la bandera de Colombia fueron los principales iconos que constituyeron el lenguaje emblemático empleado por las instituciones estatales para comunicar su ideología nacional oficial. Los objetos incluidos en los iconos del escudo y de la bandera de Colombia admiten una lectura sociosemiótica que refiere al código geográfico e histórico de Colombia y encadena, retrospectivamente, estructuras elementales correspondientes a los periodos de la República, la Colonia y la Antigüedad clásica. Desde una perspectiva semiótica, el escudo de Colombia cabe dentro de la categoría de icono, siendo dicho término semióticamente definido como “lo que exhibe la misma cualidad o la misma configuración de cualidades que el objeto denotado” (Ducrot/Todorov 1974: 115).4 La descripción de los objetos denotados en el icono puede partir de la percepción externa de las imágenes. Dicha percepción se puede organizar en semas (unidades mínimas de significación) que por virtud de la combinación forman lexemas (morfemas léxicos) y estos lexemas se reúnen en sememas (grupo de semas) y en ejes sémicos (puntos de intersección de varios tipos de relación dentro de los planos semiótico y semántico). Los ejes sémicos, por tanto, articulan también las categorías sémicas (estructuras elementales que organizan los diferentes tipos de relación). Finalmente, las categorías sémicas conforman el metasema (combinaciones sólo de semas contextuales) y el universo sémico (la totalidad de las pensamiento independentista de cuño liberal estimularon el pseudo-progreso material de las grandes ciudades, logrando así enmascarar la mala situación económica por la que pasó el país a fines del siglo XIX y principios del XX. 4 En el análisis diagramático que hago a continuación del icono del escudo de Colombia, además de postulados teóricos de la semiótica social citados anteriormente, adopto, modificándolo, el esquema semiótico que desarrolló Enrique Ballón Aguirre en su artículo: “El icono de la historia del Perú”, en Textual, Revista del Instituto Nacional de Cultura, diciembre 1973: 70-76.
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significaciones postuladas del modo que existen antes de su articulación en el ícono-escudo). Esta última instancia engloba todos los sistemas congregados portadores de significación.5 Como esta terminología semiótica es inevitablemente abstracta si no se incorpora al estudio de un texto concreto, elaboro el diagrama “El escudo y la bandera de Colombia” para facilitar la lectura semiótico social del tipo de ideología que subyace en esos iconos emblemáticos (véase página siguiente).
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Para las definiciones completas de los conceptos semióticos que pongo en cursivas, consúltese dichos términos en las siguientes obras: A. J. Greimas/ J. Courtés, Semiotics and Language, an Analytical Dictionary, tr. L. Crist, D. Patte, J. Lee, E. McMahon II, G Phillips y M. Regnstorf (Bloomington: Indiana University Press, 1979); A. J. Greimas, On Meaning, Selected Writings in Semiotic Theory (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1987); Hodge y Kress, “Key Concepts in a Theory of Social Semiotics”, en Social Semiotics 1988: 261-68).
I
Semas
Lexemas
Sememas
Color Granada fruta
Cornu(;opia
colombiana
Cosmopolitismo
Americanismo
Plora
IIenildica Pauna-etnia
y y
Condor
I
americana
rojo
I
alemana
amarillo
I
LfJ
Color
azul
Color
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Emblemas
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Ejes semicos
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Categorias semicas
Metasemema
Universo semico
Republicanismo
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Nacionalismo
Libertad
republicana territorial
Unidad
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Republica-
frigio
Gorro
I
nismo
Sintagma
Libertad y orden
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Escudo
I
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Hispanismo
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Poder territorial
de Jimenez de Quesada
Granada: ciudad natal
Aguila
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indigena
Cultura
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indigena
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Indices
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Colonialismo
europea
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Escudo
Simbolos
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I
Cultura colombiana
EL ESCUDO Y LA BANDERA DE COLOMBIA
FORMACION DE LA ICONOGRAFIA NACIONAL EN COLOMBIA: UNA LECTURA SEMIOTICO-SOCIAL
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