Cervantes y la libertad de las mujeres. 9788416978939, 841697893X


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Cervantes y la libertad de las mujeres

4

J. Francisco Peña Prólogo de

Títulos publicados 1. Diez lecturas cervantinas, Coord. de Carlos Alvar y Abraham Madroñal 2. La risa del caballero Marías. Escolios a El Quijote de Wellesley. Notas para un curso en 1984, Rafael Bonilla Cerezo 3. Don Quijote en la radio dramática. El caso de la BBC en el IV centenario del nacimiento de Cervantes (1947), Elena Ayuso 4. Cervantes y la libertad de las mujeres, J. Francisco Peña

Biblioteca Ensayo

4

José Manuel Lucía Megías

Biblioteca Ensayo

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UAH

INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓN MIGUEL DE CERVANTES

UAH

9

788416

978373

Cervantes y la libertad de las mujeres ¤ J. Francisco Peña

E

l entorno familiar que vivió Cervantes se convierte en un punto de referencia imprescindible para entender muchos de los personajes femeninos que pueblan su obra. La madre y las hermanas de Cervantes vivieron su vida desde la libertad frente a la opresión social masculina imperante en la época. Obviamente, eso se refleja de una forma directa en la actitud y las palabras que muestran personajes como la Gitanilla, Marcela, Dorotea, etc. Si el famoso discurso de Marcela es un canto a la libertad de la mujer, las palabras de la Gitanilla definen el espíritu que embarga toda la creación literaria de Cervantes: Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere.

31/01/2018 12:25:58

Colección Ensayo 4 Cervantes y la libertad de las mujeres

J. Francisco Peña

Cervantes y la libertad de las mujeres Presentación de

Yolanda Basteiro de la Fuente y Remedios Menéndez Calvo Prólogo de

José Manuel Lucía Megías

instituto universitario de investigación miguel de cervantes

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© presentación 1: Yolanda Besteiro de la Fuente © presentación 2: Remedios Menéndez Calvo © prólogo: José Manuel Lucía Megías © texto: Juan Francisco Peña © Universidad de alcalá, Servicio de Publicaciones, 2018 Instituto Universitario de Investigación «Miguel de Cervantes» Excmo. Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Concejalía de Cultura

I.S.B.N.: 978-84-16978-93-9 Diseño de colección: Elisa Borsari Imprime: Solana e Hijos, A.G., S.A.U

Para Manuela

Índice

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

15

1. Cervantes y la libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.1. La situación de la mujer en el siglo XVII . . . . . . . . . . . . 1.2. El ámbito familiar: un primer paso hacia la tolerancia y la

19 21

igualdad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

29

2. Las mujeres en la obra de Cervantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.1. El matrimonio, un estado social opresivo . . . . . . . . . . . . 2.1.1. El juez de los divorcios, una sátira contra las relaciones

45 48

matrimoniales impuestas . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

49 51

y la diferencia de edad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

54

frente a la estulticia masculina . . . . . . . . . . . . . . .

60 65

naturaleza y libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

68

femeninos en busca de su libertad . . . . . . . . . . . . 2.2.2.1. La Gitanilla. Preciosa/Constanza, la ley de su voluntad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

72

2.1.2. El viejo celoso, o la defensa de la felicidad de la mujer 2.1.3. El celoso extremeño, contra el matrimonio impuesto 2.1.4. El curioso impertinente, la inteligencia de la mujer

2.2. En defensa de la libertad de la mujer . . . . . . . . . . . . . . . 2.2.1. Una novela pastoril: La Galatea. Galatea y Gelasia, 2.2.2. Las Novelas Ejemplares, una muestra de personajes

[9]

74

Cervantes y la libertad de las mujeres

2.2.2.2. El amante liberal: Leonisa, dueña de su propio destino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

80

de la virtud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

83 86 87

2.2.2.3. La ilustre fregona: Constanza, la atracción

2.2.3. Las mujeres en El Quijote . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.2.3.1. Marcela: el discurso de la inteligencia libre 2.2.3.2. Dorotea: la determinación, la lógica y la

93 98 2.2.4. Personajes femeninos en el teatro . . . . . . . . . . . . . 102 2.2.4.1. La Gran Sultana: la igualdad de los amantes 104 2.2.4.2. La entretenida: Marcela y Cristina, dos mujeres en busca de su identidad . . . . . . . . . 109 2.2.4.3. La Numancia, la tragedia de las mujeres del pueblo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116 verdad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

2.2.3.3. Altisidora: la humanidad del deseo . . . . .

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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133

Presentación

E

s para mí un honor, como Concejala de Igualdad del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, presentar este libro junto con la Unidad de Igualdad de la Universidad de Alcalá. Damos así respuesta al compromiso común de ambas instituciones con la visibilidad del papel de las mujeres en la cultura. Es innegable que la sociedad de la época en la que vivió Cervantes era profundamente patriarcal. Las opciones de vida de las mujeres eran escasas: ser esposa y madre, ingresar en un Convento o la prostitución. Tener opiniones propias y tratar de llevar las riendas de su destino no era lo deseable para una mujer puesto que no se las consideraba sujetos activos sino meras espectadoras de sus propias vidas predeterminadas. La obra de Cervantes supuso un importante avance respecto a otros autores del Siglo de Oro en tanto que dotó a sus personajes femeninos de cualidades, objetivos y discursos nuevos. Quizás, ello podría deberse a que el ilustre alcalaíno, por su relación con las mujeres poco convencionales de su familia, hubiera reflexionado y tomado conciencia sobre la injusta subordinación femenina. Plantear el estudio de la obra de Cervantes teniendo en cuenta estos factores supone utilizar un enfoque de género, como hace Francisco Peña en este libro, que es necesario en la investigación si queremos hacer un análisis exhaustivo y riguroso. Obviarlo sería perder de vista los discursos, las emociones, la historia y las vidas de la mitad de la Humanidad, las Mujeres. Yolanda BESTEIRO DE LA FUENTE Concejala Delegada de Igualdad Ayuntamiento de Alcalá de Henares [ 11 ]

Presentación

L

a propia rúbrica del libro evoca necesariamente a la ciudad de Alcalá de Henares y a la Universidad de Alcalá. La simbiosis entre el clásico dramaturgo y la vida académica con enfoque de género se evidencia desde las primeras líneas de la obra. De ahí que desde la Unidad de Igualdad de la Universidad de Alcalá haya sido un privilegio poder contar con la invitación de su autor a hacernos copartícipes en la edición de este trabajo de investigación. Entre los objetivos de la Unidad de Igualdad quisiera destacar aquí el de impulsar políticas de igualdad para los diferentes colectivos universitarios y promover acciones de formación o divulgativas para toda la comunidad universitaria. En suma, «crear una cultura de la igualdad». Y, además, como Universidad, debemos ser cadena de transmisión del conocimiento a la sociedad. Por todo ello, a través de Cervantes y la libertad de las mujeres, se ofrece a la ciudadanía una ventana a la historia cervantina con perspectiva de género, coherente con dicho plan de actuación. Francisco Peña hace protagonistas a las mujeres del siglo XVII, cuyas vidas narra Cervantes —fiel reflejo, en muchos casos, de todas aquellas con las que compartió su existencia—, a través de sus muchas obligaciones y pocos derechos; sin libertad, en una época pensada para hombres y dominada por lo masculino. Algunos de aquellos anhelos femeninos siguen estando, lamentablemente, de rabiosa actualidad, y desde el ámbito académico tenemos que felicitarnos por contar con libros como éste, que tanto me satisface presentar. [ 13 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

La abundante recopilación de personajes y fragmentos que pueden verse en esta obra, nos permitirán rememorar la literatura de Miguel de Cervantes y, a su vez, reflexionar sobre la visión que él tuvo de las mujeres como sujeto y no como objeto —a pesar del momento histórico (político y socio-cultural) que les tocó vivir—, en la cual ha querido hacer hincapié Francisco Peña. Un punto de vista que debemos potenciar desde las Universidades, aun en el día de hoy. Es laudable el trabajo de investigación que nos presenta Cervantes y la libertad de las mujeres puesto que visibiliza la «cruda realidad» de muchas féminas (especialmente las casadas) del Siglo de Oro de España al tiempo que apunta un halo ensoñador de esperanza en la igualdad y no discriminación entre mujeres y hombres, génesis de lo que fue el embrión de la igualdad social y el nuevo orden femenino. Me permito rescatar de las poco más de cien páginas del libro a Marcela, la pastora culta e instruida del Quijote —como ejemplo de la defensa de la justicia y la independencia de la mujer—, y destacaría su grandilocuente discurso en el entierro de Grisóstomo, del que sólo reproduzco aquí dos frases, para concluir: «Yo libre nací […]. Tengo libre condición y no gusto de sujetarme […]». Remedios MENÉNDEZ CALVO Directora de la Unidad de Igualdad Universidad de Alcalá

[ 14 ]

Prólogo

H

ay libros que son una delicia. Gusta volver y otra vez a sus páginas. Son esos libros que nunca llegan a los estantes de las librerías y que, en el caso de encontrar su espacio entre otros tantos libros, soportan por poco tiempo el peso huidizo del polvo. Siempre están en las manos del lector, de uno o varios lectores. Libros que han nacido para ser leídos una y otra vez. Libros que crecen y se reescriben en cada lectura. Y este libro, lector curioso, que tienes entre las manos, este Cervantes y la libertad de las mujeres de Francisco Peña es uno de ellos. Un libro al que volverás una y otra vez, un libro que querrás volver a comenzar a leer cuando las últimas páginas estén llegando a su fin, a ese momento inevitable en que el tiempo de la lectura se convierte en el tiempo de las conclusiones, en que el camino recorrido es ya un recuerdo y una evocación. En Cervantes y la libertad de las mujeres, Francisco Peña nos propone, en un estilo ameno y directo, varios viajes alrededor de la vida y la obra de Cervantes siguiendo el faro de la figura de la mujer, de esas particulares mujeres que constituyen una de las piedras de toque de la poética cervantina. De la vida a la obra, y de esta a la vida, las historias se van entrelazando hasta crear un tapiz que permite comprender algunos de los enigmas que aún Cervantes nos sigue ofreciendo a los cuatrocientos años de su muerte. La mujer durante el Siglo de Oro, como bien remarca Francisco Peña, es heredera de un sistema feudal donde carece de derechos, un sistema que, lamentablemente, no ha cambiado mucho hasta hace muy pocas décadas (o quizás siga manteniéndose en usos y costumbres, en expresiones y asesinatos demasiado habituales en nuestra sociedad). Mujeres [ 15 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

que necesitan del amparo de un hombre, ya sea el padre, el hermano, el marido o, incluso, Dios. Sin ellos, la mujer no es nadie, menos que nadie a los ojos de la administración. De ahí que Miguel de Cervantes, convertido en el padre de familia, viva siempre rodeado de mujeres: las mujeres de su entorno familiar más cercano (mujer e hija), pero también de sus hermanas y sobrina. Un universo femenino muy habitual en la época, en el que Cervantes no es una excepción, ni tampoco las críticas que caerán sobre ellas, ese sobrenombre de «Cervantas» con que una vecina maliciosa las califica durante el particular proceso del caso Ezpeleta en el Valladolid de 1605. No era fácil ser mujer durante el Siglo de Oro. Y así lo vivieron las mujeres cercanas de Cervantes y así lo vivieron todas aquellas que él creó en sus obras, más allá de la fascinante Marcela, que, al conocer muy bien las reglas del momento, sabe que puede cantar, gritar su libertad: «Yo nací libre», pero que lo tiene que hacer en la «soledad de los campos», en una vida al margen de las reglas sociales, de esas leyes hechas por y para los hombres. Con pulso decidido y adjetivos certeros, como no podía ser de otro modo viniendo de un autor que se ha pasado toda una vida enseñando en las aulas y en cientos de conferencias, Francisco Peña recorre lo mejor de la producción literaria cervantina devolviendo la voz a sus protagonistas, a esas mujeres que actúan en libertad, que viven y cantan en libertad, en la libertad que les permite su época, las estrechas e injustas leyes de su época. Y muchas de ellas no dudan en disfrazarse de hombres para escapar de las estrecheces de su sexo, de la prisión a la que están condenadas desde su nacimiento. O gritar su denuncia ante el juez, como el agudo parlamento de Mariana en El juez de los divorcios, que nos recuerda, entre tantos otros, Francisco Peña, y que rescato por ser menos evocado que los de Marcela, Dorotea o Ana Félix: ¡Malos años! ¡Bonica soy yo para estar encerrada! No sino llegaos a la niña, que es amiga de redes, de tornos, rejas y escuchas, encerraos vos, que lo podréis llevar y sufrir, que ni tenéis ojos con que ver, ni oídos con que oír, ni pies con que andar, ni mano con que tocar: que yo, que estoy sana, y con todos mis cinco sentidos cabales y vivos, quiero usar dellos a la descubierta, y no por brújula, como quínola dudosa. [ 16 ]

Prólogo

«Bonica soy yo para estar encerrada». Se puede decir más alto pero no mejor. Y en esta declaración, en esta defensa está cifrada buena parte de la poética cervantina, que con tanta destreza va analizando Francisco Peña en su libro. Una poética en que es capaz de crear a grandes personajes femeninos, personajes con tal personalidad, que se contraponen a la imagen que triunfa en los corrales de comedias gracias a los éxitos de Lope de Vega o de Calderón de la Barca. De nuevo, la literatura y la vida que se entrecruzan, que van de un lado a otro del tapiz hasta llegar a la confusión final: ¿Dónde están los límites entre la vida y la literatura, entre la realidad y el deseo? Porque, al final, siempre al final, Cervantes devuelve a sus personajes femeninos a los estrechos espacios de la ortodoxia, comulgando con unos principios tridentinos que están muy lejos de ser fuente de inspiración de nuestro autor. Al final, la graciosa gitana termina por llevar sangre noble en las venas, o la joven violada termina por consentir casarse con su violador para así restaurar la honra en el apellido familiar. Cervantes es un maestro moviéndose en los límites de su época, de su tiempo de vida y de su tiempo de literatura, pero sin llegar a traspasarlos. Eso nunca. Ni él se lo hubiera permitido ni los lectores se lo hubieran aceptado. Pero ¡qué geniales que son los límites cervantinos, hasta qué impensados caminos nos ha permitido transitar desde entonces y hasta ahora! «No eres mía, tuya eres». Con estas palabras en boca del Gran Turco, con esta declaración de principios que rompe todas las normas, todo lo asentado en la época, Miguel de Cervantes se presenta con una voz propia, una voz que no ha dejado de crecer desde el siglo XVII. Y lo ha hecho porque, a pesar del tiempo transcurrido desde el momento de la escritura y nuestra época, todavía son muchos los conflictos planteados que aún no han sido resueltos, leyes que han sido derogadas de nuestro ordenamiento jurídico, pero no de las costumbres o de los usos más cotidianos. Cervantes en su reivindicación de la libertad de la mujer sigue siendo en nuestros días actual y necesario. Lamentablemente los casos de los que trata en sus obras y que, tan certeramente, ha estudiado Francisco Peña, siguen estando vigentes. ¡Qué poco hemos aprendido en estos cuatrocientos años! [ 17 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Libros tan necesarios, tan lúcidos como el de Francisco Peña muestran el camino a seguir, se convierten en guía para hacer que la libertad real de la mujer no sea una reivindicación literaria y necesaria, sino una realidad universal, al alcance de la mano. Lector amantísimo, ya te lo advertí: tienes en las manos un libro que es una delicia. José Manuel Lucía Megías Universidad Complutense de Madrid

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1. Cervantes y la libertad

E

ste es el título del excelente y amplio ensayo con que Luis Rosales se acerca a la obra de Cervantes. Es ya un tópico insistir en que Cervantes es el reflejo del anhelo de libertad de un pueblo en un momento crítico de la historia. A través de las imágenes soñadas de don Quijote vamos viendo la realidad de una época y el deseo de un cambio. Como también resalta Antonio Rey (2005), el perspectivismo de los espejos que pueblan la obra cervantina no es más que el intento de mostrar al lector las diferentes posibilidades que tiene para elegir. El lector se enfrenta a la obra de Cervantes con un protagonismo que nunca había adquirido hasta ese momento. Deja de ser un mero ser pasivo que recibe unívocamente el mensaje para entrar en la disposición del equívoco, de la doble o triple interpretación. Esta realidad múltiple que se ofrece al lector es la base de su libertad. Y en eso radica, en la posibilidad de elección. Cuando Unamuno enfrenta a Augusto Pérez, su personaje de la novela Niebla, al propio autor y mantienen un contundente diálogo sobre la existencia de los entes de ficción, está bebiendo de las páginas de Cervantes, cuyos personajes parecen cobrar vida propia en cada uno de los rincones por donde deambulan. En Pedro de Urdemalas, la confusión de realidades y ficciones no solo parte de la mente de un personaje, como en El Quijote, sino que se entrelaza constantemente en cada una de las acciones hasta que se impide discernir el anhelo de realidad con la fantasía de lo deseado. En esta confusión de planos se asienta el principio de la libertad porque los límites de la realidad, de las normas y de las leyes se van desdibujando [ 19 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

en cada línea a través de la imaginación. Preciosa, la protagonista de La gitanilla, lanza su ardiente alegato de afán de libertad como un dardo impregnado de futuro contra el presente de una realidad opresora. Su imaginación, en busca de la libertad de la mujer, chocará violentamente con un mundo en el que el hombre marca las líneas de actuación y donde no cabe ese deseo de ser libre. Pero, como el grito de don Quijote anunciando que la verdad radica en las opiniones —como afirma Américo Castro—, su discurso, como el de Marcela o el de Dorotea, es una «pica en Flandes», un intento de devolver al espejo de la triste realidad del momento la imagen de la esperanza. Además de las conocidas palabras de don Quijote sobre la libertad —«uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos»—, Cervantes pone en boca del morisco Ricote otras no menos significativas, y más si tenemos en cuenta que Ricote sufre la persecución por ideología religiosa y su propia hija Ana Félix, será una de las heroínas en defensa de la libertad: Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitantes no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia (1993: 968)1.

Esta libertad de conciencia es el sueño de Cervantes, que sigue la estela del humanismo erasmista. La política de Carlos I había permitido la llegada de nuevas y frescas ideas desde Europa, como las de Erasmo. La Universidad de Alcalá va a ser una de las que defiendan abiertamente los planteamientos sociales, religiosos e ideológicos de Erasmo frente a la persecución de la intolerancia; incluso, la presión que se ejerce desde esa Universidad será determinante para que, en 1547, se paralice la aplicación de los férreos Estatutos de Limpieza de Sangre. Será momentáneo, porque, poco después, en 1555, serán ratificados por Felipe II. 1. Para las citas de la obra de Cervantes sigo la edición de la Obra Completa (1993-95), de Antonio Rey y Florencio Sevilla.

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1. Cervantes y la libertad

Como dice Antonio Rey, «la locura de don Quijote, no por auténticamente caballeresca menos hondamente enraizada en el humanismo renacentista, dio a Cervantes la libertad que necesitaba para exponer sus ideas sin miedo a la censura, al mismo tiempo que el sustento de su ideología idealizada y crítica» (1995: lxxiii). En esta ideología juega un papel fundamental la mujer. Entre la realidad de su propia vivencia personal y el anhelo de la justicia y la libertad, Cervantes se va a convertir en el creador de una serie de tipos femeninos que simbolizan el espíritu del humanismo. Defenderán la virtud, no la nobleza de sangre; proclamarán su libertad por encima de las ataduras sociales de clanes e instituciones; renunciarán a la «comodidad» de la vida matrimonial para poder situar su propia voluntad en el centro de su actuación vital y buscarán con denuedo la igualdad basada en los principios del naturalismo.

1.1. LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN EL SIGLO XVII La historia de las mujeres en Cervantes tiene una especial relevancia por la interrelación que existe entre la biografía y la creación literaria. Es frecuente encontrar en la historia de la literatura cómo la biografía marca la creación literaria, pero en el caso de Cervantes podemos hablar de una relación directa. Obviamente, la vivencia personal que más le marcó fue su estancia en la prisión de Argel. De ahí salieron una novela intercalada en El Quijote, la del Cautivo, tres obras de teatro, Los baños de Argel, Los tratos de Argel y La gran sultana, y una profunda sensación de desengaño que subyace en toda su obra. Pero hay un detalle que, sin lugar a dudas, relaciona su creación literaria con el ambiente familiar que vivió. El entorno familiar de Cervantes está en la base del respeto a la mujer que caracteriza algunas de las obras de Cervantes. Es significativo cómo la admiración que Cervantes siente por sus hermanas —y sus hermanas por él— le lleva a defender un tipo de mujer que se relaciona con la vida que éstas llevaron. [ 21 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Ninguna de las hermanas de Cervantes se casó, lo que no quiere decir que no tuvieran relaciones con hombres. De hecho, las hermanas de Cervantes, siguiendo, quizás la tradición de su tía abuela, mantuvieron su independencia económica, lo que en su época solo se podía conseguir aprovechándose de los hombres. Su libertad es la libertad de la mujer frente a la estructura social que confina la vida de la mujer al matrimonio y, por tanto, al enclaustramiento. El respeto de Cervantes a la mujer que se puede apreciar en las palabras y actitudes de algunas de los tipos femeninos creados en su obra supone una forma innovadora y atrevida frente a una situación social que apenas consideraba a la mujer. La mujer desempeña en esa época un papel casi de esclava. Apenas es tenida en cuenta para tomar ninguna decisión y desde el punto de vista social está totalmente supeditada a la voluntad del hombre. Las ideas transmitidas por Fray Luis de León en La perfecta casada contribuyeron en gran medida a la generalización de la idea de que la mujer es un ser inferior. Cita a San Pablo para justificar que la necesaria honestidad de la mujer se basa en su natural condición de pusilánimes. ¿Qué dice Sant Pablo a su discípulo Tito que enseñe a las mujeres casadas? «Que sean prudentes, dice, y que sean honestas, y que amen a sus maridos, y que tengan cuidado de sus casas». Adonde, lo que decimos, «que tengan cuidado de sus casas», el original dice así: «Y que sean guardas de su casa». ¿Por qué les dió a las mujeres Dios las fuerzas flacas y los miembros muelles, sino porque las crió, no para ser postas, sino para estar en su rincón asentadas? (2008: 130)

Se duda de que la mujer pueda tener existencia plena y se anula cualquier actividad que pueda dar sentido a su vida. Para Mariló Vigil (1986: 43), las mujeres del Siglo de Oro «eran percibidas, por tanto, no del todo comprensibles, no del todo previsibles y no del todo controlables». La honestidad de la mujer se asienta, sobre todo, en permanecer encerrada en casa. Como dice el refrán tan machista: «La mujer, la pata quebrada y en casa». Fray Luis insiste en este tema y para ello, siguiendo el criterio de autoridad cita esta vez al poeta latino Menandro: [ 22 ]

1. Cervantes y la libertad

A la buena mujer le es proprio y bueno el de continuo estar en su morada, que el salir fuera della es de las viles. (2008: 132)

El Concilio de Trento (1563) se encargó de construir todo un entramado social en el que el papel de la mujer se reducía a dos caminos: el del matrimonio o el del convento, y en ambos casos quedaba anulada la voluntad de la mujer. No era sorprendente encontrar textos en los que se consideraba a la mujer como un ser inferior y causa de todos los pecados del mundo. Incluso los erasmistas más avanzados, como señala Marcel Bataillon, (1979: 288) defendían la dependencia de la mujer respecto al marido. La campaña moralizadora que impuso la Contrarreforma tendió a fortalecer la institución de la familia y a consolidar el matrimonio. Se adoptó una actitud hostil contra la mujer, se recomendó a los padres que no enseñaran a leer a sus hijas y se permitió el castigo de la esposa por parte del marido. Se busca, en general, una regulación de la sexualidad a la que, fuera del sacramento del matrimonio, se considera causa de grandes males. Rodríguez de la Flor considera que «el momento contrarreformista, el tiempo que inmediatamente lo precede y el que lo sigue, se convierten entonces en la era de la gran formación de la sexualidad, de sus dispositivos y de sus efectos; el tiempo en que se construyen, particularmente a través de la hermenéutica que de ello realizan los moralistas dogmáticos, sus figuras más eminentes. Se trata, en definitiva, de un proceso, sobre todo, de racionalización y balizamiento de un ‘campo de desorden’: el de la esfera erótica» (2002: 359). La mujer soltera, si no estaba en un convento, tenía una pésima consideración social. De hecho, a las hermanas de Cervantes, las llamaban en un tono despectivo «las Cervantas». A lo largo de la historia, todas las definiciones de la femineidad han sido hechas a partir de la lógica masculina. Las instituciones sociales que marcan las pautas de conducta han sido dominadas por los hombres, de tal manera que la mujer no interviene nunca en la creación de los modelos femeninos que son asumidos por las mujeres como naturales para ser aceptadas socialmente. [ 23 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Llama la atención, en este sentido, la opinión de Madame D’Aulnoy, quien contrasta su propia opinión de la realidad femenina, asentada en la sociedad francesa, con las formas de reconocimiento social de la mujer en España. Madame D’Aulnoy, en su Relación del viaje por España, en el siglo XVII cuenta cómo se situaban para comer: La comida estaba sobre la mesa para los caballeros, y sobre el suelo había una alfombra y un mantel extendido con tres cubiertos, para doña Teresa, para mí y para mi hija. Quedé sorprendida por esa moda, porque no estaba acostumbrada a comer de ese modo. Sin embargo, nada dije, y quise probar a hacerlo, pero jamás me he hallado más incómoda. En fin, renuncié a comer, y la señora de la casa no se daba cuenta de ello porque creía que las damas comían en el suelo en Francia como en España. (1892: 110)

En este texto destaca no solo la diferencia de comportamiento social entre hombres y mujeres sino, sobre todo, la actitud de conformismo de la mujer española que asume su rol con la naturalidad de la costumbre marcada por el hombre. El hombre condiciona la vida de la mujer porque, en esta época, el tema de honor tiene, además, una repercusión social que va más allá del propio individuo. Como afirma Maravall (1979: 25): «el honor es el resultado de una inquebrantable voluntad de cumplir con el modo de comportarse a que se está obligado por hallarse personalmente con el privilegio de pertenecer a un alto estamento». Son los demás, los otros, quienes tienen la llave del honor por medio de la reputación. La opinión marca las líneas del honor, no solamente para el individuo sino para todo el entorno familiar en que está incluido. Por eso la mujer debe acabar cumpliendo su objetivo final de mujer en el matrimonio, única forma de no perder el honor y estar en la ‘opinión’ de los demás. Estamos acostumbrados a ver cómo en todo el teatro del Siglo de Oro, el único final posible para la mujer es el matrimonio. En las obras de Lope, especialmente, todos los enredos acaban bien cuando, en el último cuadro, se produce el desenlace feliz que supone la boda de varias parejas; pero durante el desarrollo hemos visto cómo la honra de la mujer es el bien más [ 24 ]

1. Cervantes y la libertad

preciado y la honra no está en la vida de la mujer sino en la boca de los demás. Todo el empeño de la mujer para mantener la honra consiste en evitar que puedan hablar de ella. Es triste, pero es una de las realidades más descarnadas: descubrir que la honra no depende de la propia actitud sino de lo que piensen los otros. El mismo Fray Luis de León insiste en este tema: Ni tampoco ha de ser esto, como algunos lo piensan, que, con guardar el cuerpo entero al marido, para lo que toca a las pláticas y a otros ademanes y obrecillas menudas, se tienen por libres; porque no es honesta la que no lo es y parece. Y cuanto está lejos del mal, tanto de la imagen o semeja dél ha de estar apartada, porque, como dijo bien un poeta latino, aquella sola es casta en quien ni la fama mintiendo osa poner mala nota. Y, cierto, como al que se pone en el camino de Sanctiago, aunque no llegue, ya le llamamos allá romero; así sin duda es principiada ramera la que se toma licencia para tratar destas cosas que son el camino. (2008: 32)

Y lo que complica aún más esta sensación de sumisión de la mujer es que la pérdida de la honra no sólo cae sobre la mujer sino sobre toda la familia. Por eso, los hombres se convierten en verdaderos guardianes de la mujer. Los padres y los hermanos son auténticos carceleros de la mujer para evitar que la honra pueda dañar a toda familia. El teatro del Siglo de Oro se asienta, en gran medida, en esta estructura social, y si bien es cierto que casi siempre acaba en boda, no lo es menos que la mujer debe supeditarse siempre a la voluntad del padre o del hermano, y sólo desde la astucia y el engaño consigue sus objetivos. Lope de Vega, verdadero defensor del sistema establecido y la diferencia de clases en su teatro, tiene algunos versos que indican esta dependencia de la mujer de la opinión de los demás. En Porfiar hasta morir dice: MAESTRE: No lo acabes de decir, que tienes mucha razón y yo lo escucho con pena, [ 25 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

porque en la mujer más buena puede haber mala opinión, 235 de que hay tantas ofendidas que muchas hay lastimadas en el honor, siendo honradas, porque fueron perseguidas, que, en andando en pareceres, 240 deslustran sus claros nombres la necedad de los hombres, la envidia de las mujeres. Clara es quien es, pero, en fin, la lengua del vulgo es tal, 245 que dirá de un ángel mal. (Acto III, 2002)

Pero el mismo Lope en Peribáñez y el Comendador de Ocaña, define las características que debe tener la mujer casada. Entre ellas destaca la de la «virtud» y el «recato», no dar pie para habladurías que puedan poner en peligro el honor conyugal. Si así fuese, el marido tiene consentimiento para castigar a la mujer y está justificada tanto la muerte del amante como la de la mujer infiel. PERIBÁÑEZ: Amar y honrar su marido es letra deste abecé, siendo buena por la B, que es todo el bien que te pido. Haráte cuerda la C, la D dulce y entendida la E, y la F en la vida firme, fuerte y de gran fee. La G, grave, y para honrada la H, que con la I te hará ilustre, si de ti queda mi casa ilustrada. [ 26 ]

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Limpia serás por la L, 420 y por la M maestra de tus hijos, cual lo muestra quien de sus vicios se duele. La N te enseña un no a solicitudes locas; 425 que este no, que aprenden pocas, está en la N y en la O. La P te hará pensativa, la Q bien quista, la R con tal razón, que destierre 430 toda locura excesiva. Solícita te ha de hazer de mi regalo la S, la T tal que no pudiesse hallarse mejor mujer. 435 La V te hará verdadera, la X buena cristiana, letra que en la vida humana has de aprender la primera. Por la Z has de guardarte 440 de ser zelosa; que es cosa que nuestra paz amorosa puede, Casilda, quitarte. (Acto I, 2002)

En este marco, la vida y la obra de Cervantes suponen un aldabonazo a las conciencias. Asumió la vida liberal de sus hermanas con toda la dignidad del mundo y nunca puso ninguna traba al desarrollo de su actividad. Antes bien, contribuyó a ello, entendiendo que era su voluntad y que la voluntad de la mujer, como la del hombre, debe ser respetada. Cervantes fue también el primero en sostener la libertad de la mujer. El antifeminismo dominante en los siglos XVI y XVII, como es sabido, la vilipendiaba por voluble, caprichosa, amiga de galas y maquillajes, vani[ 27 ]

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dosa, falsa, habladora y un largo etcétera de vicios y defectos de género. Para nuestro autor, en cambio, la mujer no sólo era un pequeño mundo, como se decía del hombre sino un «breve cielo». (Rey, 2005: 228)

Esta actitud en defensa de la libertad de la mujer procede, sin lugar a dudas de su propia experiencia vital. La educación que su madre, Leonor de Cortinas, se empeñó en inculcar a todos los hijos; la entrega y generosidad de sus hermanas; el afecto a su hija y sobrina, y la tolerancia de su mujer sólo podían inspirar a Cervantes unos personajes femeninos impregnados del hálito de la libertad. Las opiniones de Juan Luis Vives y de Erasmo abren una puerta a un tipo de educación femenina. Siguen defendiendo la inferioridad de la mujer pero destacan la posibilidad de su mejora a través de la educación. Juan Luis Vives, en la Institutio foeminae christiane, publicado en 1523 y traducido al castellano en 1528, propuso un programa de estudio para las mujeres. Sin embargo, no debía aprender a leer para dedicarse a su formación cultural sino para profundizar en su finalidad fundamental: la de ser madre y esposa. Un poco más avanzadas fueron las ideas de Erasmo, quien recomienda a los nobles que enseñen a sus hijas a leer porque era bueno para combatir el ocio. No es que tampoco sea un acérrimo defensor de la cultura femenina —debemos situarnos en su época— pero advierte de la conveniencia del estudio y reconoce la capacidad de la mujer de aprender por sí misma. Se ha hablado de la educación de Cervantes relacionándolo, sobre todo, con los estudios de López de Hoyos y su formación italiana, pero no cabe duda de que la labor de su madre, Leonor de Costinas, desempeña un papel primordial en este aspecto. Lidia Falcón hace una apasionada defensa de la actitud liberal de Cervantes que entronca la defensa de la libertad de la mujer en el marco de una actitud vital revolucionaria frente a las instituciones y las formas de vida de su época. Nuestro escritor de Alcalá de Henares es un hombre avanzado a su tiempo, defensor de libertades que nadie defendía, crítico de las divisiones de clase, [ 28 ]

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irónico en el respeto que infundían las instituciones, descreído y escéptico ante los mandatos de la Santa Madre Iglesia, y rebelde a imposiciones, irrespetuoso con las leyes que cree injustas y abanderado de todas las causas perdidas. (Falcón, 1997: 88)

Se ha estudiado a fondo la actitud liberal de Cervantes respecto a las condiciones sociales de la época. Américo Castro, en su excelente estudio sobre El pensamiento de Cervantes, ha dejado muy claro cómo Cervantes supone un grado de inflexión notable en esa actitud crítica frente a las instituciones. Sin lugar a dudas, el entorno familiar y la educación recibida en ese ámbito será un condicionante fundamental para poder comprender la creación de personajes femeninos y su defensa de la libertad de la mujer.

1.2. EL ÁMBITO FAMILIAR: UN PRIMER PASO HACIA LA TOLERANCIA Y LA IGUALDAD

La familia de Miguel de Cervantes constituye en sí misma una nueva forma de entender la vida respecto a las formas habituales en la época. La biografía de su abuelo Juan y de su tía María rompen todos los cánones establecidos propios de las circunstancias vitales que caracterizan a una familia tipo e introducen sistemas de convivencia que van a construir una nueva perspectiva social para Miguel de Cervantes. Luis Astrana Marín, en su conocida biografía de Cervantes, descubre un documento testimonial de nobleza, fechado en Alcalá en 1610, a favor de Lorenzo Hurtado de Santarén y de su mujer, Isabel de Mendoza, nieta de María de Cervantes, tía de Miguel, en el que se indica que tanto ella como su padre, el licenciado Juan de Cervantes y abuelo del escritor, y el resto de la familia vivían en la calle de la Imagen (Alcalá de Henares), a espaldas del Hospital de Nuestra Señora de Antezana, casa que vendería la familia de Cervantes con motivo de su traslado a Valladolid (1948-1958: I, 166). El abuelo, Juan de Cervantes, era licenciado en derecho y hombre dedicado a los pleitos. Se casó con Leonor de Torreblanca, de familia de mé[ 29 ]

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dicos, pero recorrió diferentes provincias por motivos de trabajo: Córdoba, Toledo, Cuenca… En algunos de estos lugares le acompañará su hijo Rodrigo, el padre del escritor. Debió de ser un hombre muy beligerante. En Cuenca, según señala Astrana Marín, le ponen 21 pleitos en un año. Nombrado «teniente de corregidor», trabaja en Alcalá de Henares como adjunto de su tío Pedro Díaz de Cervantes. En 1509 nacerá en esa ciudad Rodrigo, el padre de Miguel. En 1527 les vemos en Guadalajara. Juan de Cervantes entra al servicio de Diego Hurtado de Mendoza, Duque del Infantado, y aquí empiezan a conocerse las aventuras amorosas de la familia Cervantes. Uno de los hijos bastardos del Duque, Martín, se enamora de una de las hermanas de Rodrigo, María, que debía de ser una muchacha muy guapa. María accede a mantener relaciones con Martín pero le hace firmar un documento por el que, en caso de ruptura, debería pagarle 600.000 maravedíes. La pasión inicial se refrena y los amores se rompen. Sin embargo, han dejado su fruto: de ellos nacerá Martina, conocida después como Martina de Mendoza, que se alejará pronto de los Cervantes. María reclama el pago de la deuda y su padre, expulsado del servicio del duque del Infantado, pleitea por ella. El hijo del duque se justifica diciendo que ya le ha pagado la deuda en regalos y presenta en el pleito una relación detallada de ellos. Luis Astrana Marín la reproduce: – Cincuenta ducados que llevó Rodrigo de Cervantes y Contreras. – Mas otros cuarenta ducados que su señoría (Martín) le llevó a doña María para unas ruanillas. – Un aforro de martas […] de trescientos ducados. – Más veintidós mil ciento sesenta y cinco maravedís que le mandó dar en holandas, ruanes, sedas de coser y lana para colchones. – Más diez ducados que le dio Ambrosio de Vera… – Más ocho ducados en una ocasión. – Otros dos ducados que llevó su hermano Andrés. – Otros cuatro ducados y dos sartas de perlas que costaron un total de mil sesenta ducados. – Una cadena de oro que pesaba veinte ducados. [ 30 ]

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Un brazalete de oro con cinco zafiros, cuarenta ducados. Una poma de oro, grande, treinta ducados. Un barrilico de oro con perla en medio. Una esmeralda a manera de uña, […] una sortija, cincuenta y tres ducados. Tres sortijas, la una, una rosita de diamantes, y la otra un rubí berroqueño y la otra un diamante de punta. Un relogio de plata que vale dos mil maravedíes. Un reloj de veinte ducados. Una saya de terciopelo negro. Otras dos sayas, una de grana de valencia y otra de ruan verde. Un gorrete de terciopelo verde. Dos martas enforradas en raso negro. Dos alfombras Un colchón de Holanda. Un colchón de Ruán. Un paño de grana de Toledo para la cama. Un cabecero de Holanda. Cuatro arcas encoradas. Una silla de cadenas. Un jaca blanca, con su guarnición de terciopelo, y su sillón de cuarenta ducados. Dos candeleros de plata. Un jarro francés y un barrilico, ambos de plata. Una calderita de plata y un tazón del mismo metal. Un bernegal de plata de siete mil quinientos veinte maravedíes. Ciento cuarenta y seis mil maravedíes en dos entregas. Ciento veinticuatro botones de oro por un valor de setenta y un mil seiscientos noventa y seis maravedíes. (1948-1958: I, 147-148)

Todo este ajuar se valora en mil seiscientos setenta y siete ducados y doscientos cincuenta mil sesenta y tres maravedíes. Calculando, según indica Arsenio Lope Huerta en Los Cervantes de Alcalá (2004), que un ducado valía trescientos setenta y cinco maravedíes, todos estos bienes pueden ascender a la bonita suma de ochocientos setenta y nueve mil maravedíes. [ 31 ]

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A pesar de todo, el pleito sigue adelante. El duque del Infantado, a través del procurador Francisco de Ribera, como señala Sánchez Moltó en su excelente estudio, intenta desmontar los argumentos de Juan de Cervantes, el padre de María, y busca dejar en evidencia las relaciones consentidas por el propio padre. Tuvo amores y aceso carnal con la tal doña María, […] y después acá la a tenydo por su amiga y mançeba públicamente, byéndolo e sabyéndolo e consyntiéndolo el dicho Juan de Cervantes acogiendo de día e noche al dicho señor don Martín en su casa para dormir, e como durmye en una cama con la dicha doña María; e comer e cenar todos juntos en una mesa, e otros muchos días e noches, consintiendo el dicho licenciado que la dicha doña María su hija estuviese y durmiese en casa del dicho don Martín, que ansy a sido y es público y notorio en esta cibdad e que el dicho licenciado lo sabía e consentía e rescebía muchas dádivas e raciones e asotamientos, e su mujer e hijos, del dicho señor don Martín, por razón que le dexaban tener por amiga a la dicha su hija. (2017: 187)

Pero el hijo del duque sale mal parado, pierde el pleito y debe pagar, además, los seiscientos mil maravedíes del compromiso: El 27 de enero de 1533 llegó la sentencia definitiva: «en consecuencia de lo qual mando se vaya con la execución adelante y se rematen los dichos vienes executados en el mayor ponedor y se haga pago de las dichas seiscientas mil maravedís a la dicha doña María de Cervantes, y a su curador y licenciado Cervantes padre». (Sánchez Moltó, 2017: 190)

Un millón cuatrocientos mil maravedíes es una no pequeña fortuna. Para que nos hagamos una idea, el sueldo medio mensual de un artesano rondaba los 2.000 maravedíes. Con esta fortuna salen de Guadalajara y se instalan en Alcalá. «No es extraño, pues, que los Cervantes en Alcalá pudieran, a partir de entonces y mientras el dinero duró, codearse con las más ricas y acaudaladas familias complutenses» (Lope Huerta, 2004: 58). [ 32 ]

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Rodrigo tiene entonces 23 años. Había nacido en 1509 por lo que estamos en 1532. Tenemos noticia de estos primeros tiempos en Alcalá gracias al testimonio de varios testigos en el pleito que comienza su hijo Rodrigo en Valladolid en 1552 para probar su hidalguía. Fernando de Arenas, por ejemplo, recuerda las fiestas y juegos en los que participaban Juan de Cervantes y su hijo Rodrigo: «juntarse e acompañarse con gente noble en esta villa, así en juegos de cañas e torneos, y en otros exercicios de hijosdalgo. (Lucía Megías, 2016a: 76)

Fig. 1. Museo Casa Natal de Cervantes. En una de las salas de abajo se pueden ver los utensilios del padre de Cervantes: el material instrumental, los albarelos y el sillón para los pacientes. © Comunidad de Madrid. Foto David Serrano.

Pero la fortuna se va rápido. El tren de vida que debían de llevar era muy elevado y pronto se van quedando sin dinero. Rodrigo se ve obligado a ganarse la vida y se hace cirujano. Es una profesión humilde pero [ 33 ]

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rentable. Se dedica, sobre todo a sangrar a los pacientes. En aquella época se consideraba que las enfermedades estaban en la sangre y sacando parte de la sangre del cuerpo se iban con ella todos los males. Hacia 1542 se casa con Leonor de Cortinas, hija de un hacendado de Arganda, pero que no aporta casi nada al matrimonio porque no está de acuerdo con él. De este enlace nacerán cinco hijos: Andrea (1544), Luisa (1546), Miguel (1547), Rodrigo (1549) y, en Valladolid, Magdalena (1552). La primera formación familiar de Cervantes va desde el momento en que nace en la casa de la calle de la Imagen de Alcalá, que han comprado con el dinero que le ha sacado su tía al duque del Infantado, hasta el momento de la partida, cuando ya su padre se ve obligado a dedicarse a la labor de cirujano para poder subsistir. Sabemos que Rodrigo, el padre, se va quedando sordo y que es la madre, Leonor, quien saca adelante la familia. Ya se han convertido en un clan conocido como «las Cervantas». La imagen de la tía María, madre soltera, las marcas de una forma especial. La situación económica y social en Alcalá se convierte en insostenible y en 1551 deciden trasladarse a Valladolid con la corte que acaba de colocar allí Felipe II. En Valladolid tampoco es fácil la vida y Rodrigo acaba en la cárcel por un pleito de deudas. Astrana Marín (1948-58: I, 270) da cuenta de cómo le embargan todos los bienes. En 1560, cuando Felipe II establece la corte en Madrid, los Cervantes se asientan también en la capital, pero Rodrigo recorre, como su padre, diferentes lugares buscándose la vida. De hecho, en 1564, le vemos en Cabra (Córdoba) y en Sevilla. En esta ciudad le acompaña su hija Andrea, y aquí tiene lugar la primera de las aventuras amorosas conocidas de Andrea. La aventura de Andrea contrasta con la de su hermana Luisa. En 1565, vemos a Rodrigo en Alcalá asistiendo a la ceremonia de los votos de monja carmelita de Luisa, con el nombre Sor Luisa Belén, en el convento de la Imagen. Aquí permanecerá el resto de su vida y aquí fue elegida Superiora en 1593 y 1596 y Priora en 1617 y 1620. Rodrigo, el padre, morirá en Madrid en 1585. Este tremendo contraste entre la vida de Andrea y de Luisa, dos de las hermanas de Miguel, es la muestra palpable, en la propia existencia, del des[ 34 ]

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garramiento del barroco. Un pequeño detalle marca la diferencia entre la vida de «pecado» y la «mística». Los «iluminados», tan perseguidos por la Inquisición, dan prueba de ello. Miguel vive esta situación en su juventud. Será fuente de inspiración para crear esa figura de mujer fuerte y decidida.

Fig. 2. Museo Casa Natal de Cervantes. En las casas había habilitada una sala, el «estrado de las mujeres», que se puede ver en el patio, a la derecha según se entra. En ella nos encontramos algunos de los objetos propios de las actividades femeninas. Entre ellos, podemos ver también una vihuela, un instrumento musical de la época. © Comunidad de Madrid. Foto Pedro López.

La aventura de Andrea en Sevilla tendrá unas notables consecuencias para la familia Cervantes y será el inicio de una larga vida en la que la relación con los hombres se convierte en un negocio para la subsistencia. Son las circunstancias sociales las que marcan de una forma definitiva esta [ 35 ]

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misma condición social. De Andrea, con veinte años, se enamora el noble Nicolás de Ovando y la promete matrimonio. Nicolás de Ovando es hijo de un magistrado del Consejo del Rey y sobrino del vicario general de Sevilla. De esa relación nacerá Constanza. Es la primera vez que conocemos las andanzas de Andrea, pero el nacimiento de Constanza condiciona su vida completamente. La actitud de Andrea, valiente y decidida frente a la adversidad, es el cauce que seguirán después su hermana Magdalena y su propia hija Constanza. Como luego veremos, Cervantes pone este nombre de Constanza a algunos de sus personajes más significativos, como la «gitanilla». No cabe duda de que Cervantes siente por ella un afecto especial. En 1568, ya en Madrid, Andrea mantiene relaciones con un rico genovés, Juan Francisco Locadelo, de quien recibirá nuevas dádivas. La relación, en este caso, se disfraza de «cuidados médicos» y por ellos recibe Andrea, entre otras cosas, los siguientes regalos: Una saya de raso negro guarnecida de terciopelo picado. Jubones de tela de plata guarnecidos de oro, otro de tafetán amarillo, otro de raso negro pespunteado, otro de carmesí y oro. Paños finos, cofias de oro y plata, piezas enteras de tafetanes. Dos mantos de burato de seda. Dos escritorios, de Flandes el uno y el otro de Taracea, diez lienzos de Flandes. Ocho colchones de Roven, seis sábanas, seis almohadones de Holanda. Una alfombra grande, verde, de tres ruedas, y otra pequeña colorada y amarilla. Un capote de raja de mezcla, forrada de pellejos negros. Una escribanía de asiento y tres cajas para tocados. Tres bufetes de nogal con bandas de cadenas. Cinco sillas de nogal. Batería de veinticuatro platos de estaño, grandes y pequeños. Una fuente, un jarro y un salero. Seis tablas de manteles alemaniscos. Una vihuela, dos braseros de casa, cuatro candeleros de azófar, y trescientos escudos de oro (Astrana Marín, 194858: I, 190).

Su presencia en las casas de estos amantes se justificaba con los «cuidados médicos» o con la profesión de «costurera», que era la labor que solían hacer las mujeres en las casas. [ 36 ]

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Una de las aventuras más largas es la que mantiene, junto con Magdalena, con los hermanos Portocarrero, Alonso y Pedro, hijos de uno de los ayudantes de don Juan de Austria. Magdalena tiene tan solo 17 años. Mientras tanto, Miguel está en Italia. Ha tenido que escapar porque parece ser que es el estudiante al que persigue la justicia por causa de un duelo en el que ha resultado herido un tal Antonio de Sigura. El caso es que en 1569, Cervantes está en Italia al servicio del Cardenal Acquaviva. Metido en la milicia, poco después le vemos peleando en la batalla de Lepanto, y en 1575 es apresado por los turcos y encerrado en Argel, junto con su hermano Rodrigo. Aquí comienza una nueva andadura de las hermanas, quienes encuentran en la liberación de Rodrigo y Miguel la justificación a sus relaciones. En 1576, Andrea rompe con Alonso Portocarrero. Pero ambas hermanas mantienen otros contactos que les permiten ir acumulando gran parte del capital que se empleará para rescatar a Cervantes de su cautiverio de Argel. Para un primer intento fallido, aportarán cien ducados. Andrea mantiene relaciones con Fernando de Lodeña y Magdalena aún recibirá del caballero Juan Pérez de Alcega, escribano de la reina, trescientos ducados en 1581. Ha mantenido relaciones con él bajo el nombre de Magdalena Pimentel de Sotomayor. La madre de Cervantes, Leonor de Cortinas, unos diez años más joven que su padre, Rodrigo, es la que despliega más actividad para liberar a Cervantes. En 1576 se dirige al Consejo de la Cruzada y, haciéndose pasar por viuda, solicita un préstamo para el rescate de sus dos hijos. La maniobra funciona y en diciembre recibe un préstamo de sesenta ducados. No sabemos si este dinero llegó para la liberación de Rodrigo, quien fue liberado antes que Cervantes. Pero sí sabemos que, con el fin de liberar a sus hijos, asume una participación en una operación comercial. En 1578 pide permiso al Consejo de Guerra. La operación no se llevará a cabo hasta mucho después, pero el Consejo de Guerra le reclama los sesenta ducados que le había prestado en 1576. Del resultado de la operación comercial conseguirá devolver a los trinitarios la cantidad adelantada para liberar a Miguel. Será ya en 1584. Leonor de Cortinas es una auténtica «madre coraje» intentando salvar a su hijo Miguel. Ha sido ella quién le ha educado, quien le ha enseñado [ 37 ]

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a leer y quien le ha inculcado el respeto al ser humano defendiendo la igualdad del hombre y la mujer. Su vida estuvo llena de dificultades, la desgracia de sus hijas, el cautiverio de Rodrigo y Miguel, la prisión de su esposo, la penuria constante del hogar, la peregrinación azarosa de un sitio a otro con el objeto de mejorar la situación económica y fortuna que no logró nunca. Educó a sus hijos y hay que reconocer que fue una madre que representó una abnegación sin límites. Quizás fue ella la primera que enseñó a Miguel a leer y escribir en castellano. (Sliwa, 2000: 762)

Andrea y Magdalena son las que aportan la mayor parte de los cien ducados que, por mediación de los frailes mercedarios, recibe el mercader valenciano, Hernando de Torres, en 1578, pero el mercader no cumplirá su cometido. En 1579, Leonor de Cortinas, falsa viuda de nuevo, entregaba al trinitario Fray Juan Gil trescientos ducados: todo lo que habían podido reunir. Serán ahora sus hermanas Magdalena y Andrea las que transfieran los fondos al comerciante Alonso de Córdoba, quien debe cobrar de Alonso Pacheco, en Jerez, la cantidad de 500 ducados. Andrea de Cervantes se obligará con Hernando de Torres, comerciante valenciano, para que negocie el rescate de su hermano por la cantidad de 3.277 reales, cantidad que garantizan sus padres y su hermana Magdalena. El trinitario aportará los doscientos restantes del fondo general ante la imposibilidad de rescatar a otro cautivo por el que piden mil ducados. En 1580 Miguel es liberado por el trinitario Fray Juan Gil. Estaba a punto de ser embarcado para llevárselo a Constantinopla desde donde no hubiera vuelto nunca más. Se junta con toda la familia en Madrid. Durante su estancia en Madrid en compañía de sus hermanas, aparece otra mujer, Ana Franca, con la que Miguel tendrá una hija, Isabel. Ana Franca es una de las mujeres misteriosas en la vida de Cervantes. Parece ser hija de un comerciante de lanas y casada con un comerciante asturiano con el que monta una taberna en la calle Tudescos, frecuentada por escritores. Si la relación de Cervantes con ella es cierta, debió empezar hacia [ 38 ]

1. Cervantes y la libertad

1584 porque en los sucesos de Valladolid, en 1605, su hija Isabel confiesa tener 20 años. Emilio Maganto (2013) descubrió la partida de bautismo de Isabel de Saavedra en la parroquia de los Santos Justo y Pastor de Madrid. Gracias a eso sabemos ya que fue bautizada el 9 de abril de 1584. Miguel Herrero García (1948) afirma que Isabel fue hija de Magdalena y Juan de Urbina, que Cervantes asumió a la niña como suya y que Ana Franca fue la cómplice de Magdalena. Magdalena asumirá el cuidado de Isabel, que se llamará Isabel de Saavedra, nieta del Licenciado Juan de Cervantes. El caso es que Isabel formará parte del clan de los Cervantes y seguirá las andanzas de sus tías y de su prima Constanza, la hija de Andrea. En el proceso de Ezpeleta, en Valladolid, Isabel de Ayala afirma que Isabel recibía las visitas masculinas de noche y de día (Canavaggio, 2003). Isabel se casó con Diego Sanz del Águila. Se cree que desde los inicios de 1607, comenzó a mantener relaciones con Juan de Urbina, por lo que se desconoce quién era el padre de la hija que tuvo, llamada Isabel Sanz. Tras la muerte de Diego Sanz, Isabel se casará en 1608 con Luis de Molina, uno de los compañeros de cautiverio de Cervantes. En los documentos de la boda se demuestra cómo la familia de Cervantes acepta a la hija; incluso la madrina será la propia esposa de Miguel, Catalina de Salazar. Isabel de Cervantes parece ser una mujer muy hábil, astuta, dominante y regañona. Desconfió, no sin razón, de Luis de Molina, vivía con holgura, y con los años se hizo más devota, desempeñando un papel noble. Se conjuró con su marido, contra los deseos de su padre, para defraudar a Juan de Urbina y aunque el genio de la literatura española era héroe a la hora del peligro y maestro en las letras, era menos intrépido y dominante en su hogar. (Sliwa, 2000: 273)

Es otra mujer que sigue los dictados de su voluntad para superar los condicionantes sociales. Tiene muy claros sus objetivos y pretende cumplirlos por encima de las opresiones masculinas, incluidas las de Miguel, su propio padre. [ 39 ]

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El mismo año en que mantiene relaciones con Ana Franca, 1584, Miguel de Cervantes se casará en Esquivias (Toledo) con Catalina de Salazar. Miguel ha ido a Esquivias buscando los manuscritos de su amigo Pedro Laínez, muerto seis meses antes, y que ha dejado su obra sin publicar. Su viuda, Juana Gaitán, acompañará a Cervantes más tarde a Valladolid. Cervantes acaba de cerrar el contrato para la publicación en Alcalá de La Galatea y quiere ver si es posible publicar la obra de su amigo. Pero allí se cruza con Catalina de Salazar, una muchacha de diecinueve años, hija de la viuda Catalina de Palacios y se casa con ella. El 12 de diciembre de 1584 los casó el propio tío de la novia, Juan de Palacios, párroco de Esquivias. El 12 de diciembre, el reverendo Señor Juan de palacios tiniente desposó a los señores Miguel de Cervantes, vecino de Madrid, y doña Catalina de Palacios, vecina de Esquivias. Testigos: Rodrigo Mejía, Diego Escribano y Francisco Marcos. (Lucía Megías, 2016b: 97)

Emilio Maganto (1992) ha estudiado las circunstancias de este matrimonio. El matrimonio no se podía consumar hasta que no se firmaran las velaciones, momento en el que se cerraban todos los requisitos legales. El Concilio de Trento había marcado un tiempo máximo de tres meses entre el matrimonio y las velaciones, pero la realidad era que se superaba con frecuencia debido a los problemas para cerrar el pago de la dote comprometida. En el caso de Cervantes, las velaciones se celebran el 16 de enero de 1586, dos años después de la boda. José Manuel Lucía Megías habla de cómo Cervantes debió de seguir una vida activa, con constantes viajes entre Esquivias, Madrid y Toledo: Esquivias, sobre todo a partir de 1586, ofrece tan solo una nueva geografía a la conocida y habitual de Cervantes, que puede compaginar sin ningún problema dada su cercanía con Madrid. De este modo, Cervantes puede seguir desde Esquivias con sus préstamos y cobros de deudas por cuenta de terceros, lo que le obligará a ausentarse por un tiempo a Sevilla; por otro lado, estos años son los de mayor presencia literaria en la Corte: en [ 40 ]

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1585 se ponen a la venta los ejemplares del libro de pastores La Galatea, que pueden comprarse en la librería que tiene abierta Blas de Robles en Madrid, así como en las librerías de Alcalá de Henares, donde mantiene sus negocios; la mayoría de sus obras fueron representadas en los corrales de comedias, de acuerdo al contrato que firma con el empresario Gaspar de Porres en 1585. (2016b: 107)

No parece sentirse a gusto en Esquivias. Pero este pueblo significará mucho en la obra de Cervantes. De hecho, algunos cervantistas sitúan aquí la patria de don Quijote. Según las crónicas de Juan II de Castilla, aquí vivió un hidalgo llamado Alonso Quijada a finales del siglo XV; e incluso son frecuentes en los archivos de Esquivias otros nombres del Quijote como el cura Pero Pérez, o Mary Gutiérrez, uno de los nombres de la mujer de Sancho… y aparecen también los Ricote, Carrasco, Quiñones, etc. De hecho Cervantes y Catalina estuvieron durante casi tres años viviendo en la mansión de los Quijada, que eran parientes de Catalina y hoy en día es la Casa de Cervantes en Esquivias. Así pues, la presencia de Catalina y de Esquivias marcó de una forma decisiva a Cervantes. Inquieto y poco dado a la tranquilidad, sale de Esquivias en 1587 para dedicarse a la labor de recaudador de impuestos de Felipe II para la Armada Invencible. Esos años, serán los más penosos para Cervantes, pero también los que van abriendo camino hacia el desengaño del barroco. Cervantes se volverá a unir con Catalina cuando vayan a vivir a Valladolid, en 1604. En 1606, nuevamente en Madrid, Miguel y Catalina se van quedando solos. En 1593 muere su madre, Leonor de Cortinas. En 1601, Felipe III fija la capital de España en Valladolid, y en 1604 allá se van los Cervantes a ganarse la vida: Catalina, Andrea, Magdalena, Constanza, Isabel, Juana Gaitán y otras mujeres amigas y primas se instalan en Valladolid. La casa, de dos pisos, está cerca del Rastro de los Carneros, el matadero municipal, y a unos pasos del río Esgueva, junto al hospital de la Resurrección, donde se inicia y termina El coloquio de los perros. [ 41 ]

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Catalina de Salazar liquida la herencia materna en provecho de sus hermanos y acompaña a Cervantes a la nueva capital. Ya no se separarán hasta su muerte. Las condiciones de vida no fueron nada buenas. Vivían en un cuchitril a orillas del Esgueva. Canavaggio distribuye a los Cervantes de la siguiente manera: En el primer piso, encima de la taberna, se instalan Miguel, Catalina, Andrea, Constanza, Magdalena e Isabel; una criada, María de Ceballos, se reunirá con ellos meses más tarde. En el mismo descansillo una prima, Luisa de Montoya, se hospeda en compañía de su hija y sus dos hijos. En el piso superior, […] vive Juana Gaitán […] con una hermana y una sobrina. Por último, una tal Isabel de Ayala […] ocupará una habitación abuhardillada en la parte superior de la casa. (2003: 280)

Aquí tiene lugar el famoso suceso con Gaspar de Ezpeleta. De su muerte se culpa a Miguel, y todos, menos Magdalena, acaban en la cárcel. No se tiene muy clara la identidad del culpable, tampoco la implicación de Miguel, pero parece ser que a los Cervantes se les acusa por su fama, porque la víctima se veía con la mujer de un poderoso caballero. De hecho, antes de acabar el proceso, quedan libres. En 1606 abandonan Valladolid con el nuevo cambio de corte y se asientan de nuevo en Madrid. Andrea y Magdalena entran en la Orden Tercera de San Francisco. Andrea morirá en 1609 y Magdalena en 1610. *** Estas mujeres han sido para Cervantes un paradigma de entrega y generosidad. Sus lances amorosos son una forma de ganarse la vida desde la libertad y la independencia. Si el sistema normal de la vida era entregarse completamente a un hombre y convertirse en su sirviente, las mujeres de Cervantes suponen un cambio radical de las estructuras «machistas» de la época. Son unas perfectas conocedoras de las debilidades del hombre y las aprovechan, pero son, sobre todo, mujeres que no están dispuestas a llevar una vida de esclavitud sin la libertad que su inteligencia y su cuerpo les permite. [ 42 ]

1. Cervantes y la libertad

La actitud compresiva de Cervantes para con las mujeres se puede ver de una forma especial y sorprendente en los documentos que deja cuando sale de Esquivias. Se casó en 1584 con Catalina, la dejó en 1587, y comenzó su etapa de recaudador de impuestos que tantos problemas le acarrearía. Pero en los papeles se destaca la total y absoluta generosidad de Cervantes para con su mujer a la que concede total libertad para llevar a cabo cuantos negocios precise, haciéndose cargo el propio Cervantes de las deudas que pudiera contraer. Su esposa, Catalina, puede recibir y cobrar en nombre de su marido cualquier cantidad que le sea debida, y las deudas se darán como canceladas. Puede vender cualquiera de los bienes de los dos, muebles o raíces, «a las personas y por los precios que quisiéredes». Miguel se compromete a pagar cualquier deuda que su esposa contraiga, y la pagará «a los tiempos y plazos y en la forma y partes que asentáredes». Ella puede tomar la decisión que quiera en cualquier pleito o causa que pueda afectar a él o a los dos, y hacer cualquier demanda, requerimiento o venta. Todo esto con muchos detalles y ejemplos de las cosas que ella puede pactar, que les ahorro. En fin, «cuan cumplido poder y licencia os puedo dar, tal os le doy y otorgo», dice Miguel. A ella le quita cualquier responsabilidad, y él se obliga a todo: «vos relievo y me obligo de lo haber por firme», y compromete su «persona y bienes habidos y por haber». Es un compromiso completamente unilateral. Miguel da a su esposa, en efecto, no sólo todo lo que posee, sino todo lo que gane o reciba en el resto de su vida. Se compromete a todo y rehúsa comprometer a su mujer a nada. Un poder tal, debo aclararles, no es ni frecuente ni normal. No he visto otro parecido, y a estas alturas ya he leído bastantes documentos del Siglo de Oro. (Eisenberg, 1999: 143)

El matrimonio no es el estado perfecto para Cervantes, pero una vez casado, su responsabilidad y generosidad no le permiten dejar abandonada a su mujer. No solo le deja libertad total para sus negocios, sino que Cervantes, terminada su andadura como recaudador de impuestos, recogerá de nuevo a Catalina y habitará con ella en Valladolid, como [ 43 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

hemos visto. Y con ella acabará sus días en Madrid, en la calle Francos —actual calle Cervantes— solos los dos; y ella será quien, una vez muerto Cervantes, se encargue de dar a la imprenta Los trabajos de Persiles y Sigismunda, la última novela de Cervantes, que se publicará ya póstuma, en 1617. Morirá en 1620.

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2. Las mujeres en la obra de Cervantes

C

ierta crítica tradicional como la de Schevill y Bonilla ha visto en las mujeres de Cervantes una actitud sumisa, sin que ninguna destaque por su independencia de juicio: «Son hermosas, humildes, sufridas; pero jamás revelan de un modo eficaz gran fuerza moral o intelectual», (Schevill y Bonilla, 1922-1925: III, 398). Sin embargo, los últimos estudios han ido, primero, matizando y luego destacando aspectos que contradicen esta opinión. Desde los estudios de Concha Espina (1916), Carmen Castro (1953), Ruth el Saffar, Lidia Falcón (1997) o, más recientemente, Fanny Rubio (2005), se ha resaltado el valor «feminista» —valga el anacronismo— de las mujeres de Cervantes hasta situarlas en un plano vinculado directamente con la defensa de la libertad de la mujer. Sus actitudes destacan especialmente en un mundo marcado, como hemos visto, por el menosprecio social de la figura femenina. En este breve apunte que estamos haciendo sobre la mujer en la obra de Cervantes, vamos a intentar demostrar que Cervantes no sólo no adopta una postura tradicional respecto al papel social de la mujer sino que la eleva por encima de convencionalismos sociales e, incluso, literarios para colocarla en un plano superior, siguiendo la estela de su propia experiencia vital. La actitud de Cervantes contrasta notablemente, por ejemplo, con la de Lope de Vega. Las mujeres que aparecen en la obra de Cervantes tienen un carácter y una actitud social muy distintos a los que presentan las de Lope de Vega. Ya conocemos la profunda enemistad que ambos sentían entre sí. Hay muchos textos que así lo demuestran. Entre ellos destaca el prólogo al Qui[ 45 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

jote en el que Cervantes arremete contra la ligereza y poca profundidad de las obras de Lope de Vega. Pero la diferencia de actitud social se ve, sobre todo, en los finales de las obras de Lope, en los que el final feliz viene siempre provocado por la aquiescencia y voluntad de la mujer para casarse. La boda es el único objetivo de su existencia y por eso, cuando acaban bien las comedias de Lope siempre se producen tres o cuatro bodas al mismo tiempo, eso sí, marcando, entre otras cosas, las diferencias sociales con total claridad. En ninguna obra de Lope habrá una boda entre personajes de clases sociales distintas. Un ejemplo muy claro de cómo la clase social marca a la mujer, lo podemos ver en El perro del hortelano, una de las obras más conocidas de Lope de Vega. En esta obra, la duquesa está enamorada de su secretario, Teodoro, y este la corresponde —de hecho hay unos excelentes sonetos de amor entre ambos— pero no pueden mantener relaciones por la diferencia de clase. Lope no se atreve a saltarse las barreras sociales y para llegar al final feliz se ve obligado a inventar una anagnórisis sorprendente para que el secretario tenga un origen noble y sea el hijo de un marqués que le perdió de niño. El mismo planteamiento vemos en La moza del cántaro. Sin embargo, en Cervantes esta postura cambia por completo. Su teatro es totalmente innovador respecto a la condición social de la mujer, como luego veremos comentando La entretenida. En los ejemplos de mujeres seleccionadas que aparecen en la obra cervantina late un principio de rebelión por encima de la opresión de una sociedad hecha a medida del hombre. En muchas ocasiones podrían ser ejemplos fácilmente trasladables a la actualidad. Los versos del Gran Turco frente a Catalina de Oviedo son los mismos que se utilizan ahora en los anuncios contra la violencia de género. El cuestionamiento de la autoridad que subyace en todas las mujeres comienza con el enfrentamiento al padre, casi nunca a la madre. La madre, al contrario que en las obras lopescas, adquiere un mayor protagonismo, y se convierte en la base de un principio de identidad femenino. El padre, o bien encarna el símbolo de la represión, o bien apenas aparece en el desarrollo del devenir de la mujer. La joven lucha por su libertad con sus propios recursos buscando el acceso a los placeres por medio de una férrea voluntad. [ 46 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

En La Galatea, en El Quijote, en las Novelas ejemplares y en todo el teatro, Cervantes va dibujando un conjunto de mujeres que casi siempre adquieren el carácter de protagonistas. La primera da título a la novela pastoril; en El Quijote aparecen, como veremos, un buen número de mujeres con historias en las que la rebelión se convierte en su esencia; y en el teatro, tanto desde una perspectiva cómica —los Entremeses— como en la tragedia la Numancia, son el eje temático de la acción y desempeñan el papel que contrasta con el sistema establecido y las normas impuestas por la sociedad. Las palabras de Mariana, en El juez de los divorcios, son el mejor ejemplo de cómo Cervantes intenta poner las bases de un nuevo concepto de mujer en oposición al teatro de Lope, de Calderón o a la misoginia que destilan muchos de los textos de Quevedo. ¡Malos años! ¡Bonica soy yo para estar encerrada! No sino llegaos a la niña, que es amiga de redes, de tornos, rejas y escuchas, encerraos vos, que lo podréis llevar y sufrir, que ni tenéis ojos con que ver, ni oídos con que oír, ni pies con que andar, ni mano con que tocar: que yo, que estoy sana, y con todos mis cinco sentidos cabales y vivos, quiero usar dellos a la descubierta, y no por brújula, como quínola dudosa. (1995: 888)

La expresión de libertad literaria se traduce de la exigencia de libertad vital. Las palabras de Mariana son un canto a la vida libre frente a las dos formas tradicionales que tiene la mujer para vivir en el XVII: el convento o el matrimonio. El desprecio a las «redes, tornos, rejas y escuchas» muestran el afán de libertad de todas estas mujeres ante la opresión de lo masculino. Cervantes ha vivido esta libertad en sus hermanas y ha sido educado en la misma por su madre. Leonor de Cortinas valora más el hecho del matrimonio por amor que la dote que su familia se niega a proporcionarle para casarse con un simple «cirujano sangrador». Algunos personajes femeninos de Cervantes como Dorotea, Zoraida o Ana Félix no están satisfechos con su vida, y se lanzan a la aventura y al riesgo para intentar alcanzar sus objetivos. Ellas toman la iniciativa, ellas pasan las penurias correspondientes y se disfrazan de hombres para conseguir sus fines. [ 47 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Pero, además, la valentía de Zoraida implica la liberación de unos cuantos cautivos. Y todo ello, como indica Carmen Bravo Villasante, sin que ello entrañe animadversión o menosprecio de las costumbres propias de los moros (moriscas), su forma de vestir, su lengua, modales o religión (2005: 462).

Al ver las aventuras de estas mujeres, unida a la historia del Cautivo, no podemos dejar de recordar que fueron las hermanas de Cervantes quienes consiguieron el dinero necesario para su liberación. Estas mujeres forjan el camino de la liberación de muchos cautivos.

2.1. EL MATRIMONIO, UN ESTADO SOCIAL OPRESIVO Como hemos visto en la introducción, el matrimonio es el objetivo fundamental de la salida social de la mujer. Si no se casa, la otra alternativa para no perder la honra será el convento. Llama la atención, por tanto, la actitud de Cervantes frente a esta institución social a la que critica duramente en varias de sus obras, destacando, especialmente, la opresión a que es sometida la mujer. Son muy numerosas las mujeres de la obra de Cervantes que expresan abiertamente una opinión contraria al matrimonio, siguiendo, obviamente, la estela de la experiencia vital vivida con sus hermanas, hija y sobrina. Es más, se puede afirmar que Cervantes defiende la libertad de la mujer y su personalidad por encima de la del hombre en casi todas las intervenciones femeninas. En el mundo literario de Cervantes las mujeres se rebelan contra esa opresión […] encarnando valores que las sitúan fuera de esa España decadente. El adulterio y la demanda de divorcio constituirán actos de libertad extremos donde se manifiestan violentamente sus deseos de libertad (Chul, 1999: 123).

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2. Las mujeres en la obra de Cervantes

En El casamiento engañoso, la institución del matrimonio se convierte en una mercadería de engaños y burlas. Campuzano y doña Estefanía se engañan mutuamente pensando que el matrimonio será la solución a sus penurias. El amor no existe. En el matrimonio sólo impera el interés. De esta manera no es extraño que el adulterio se convierta en una solución lógica a la carencia del amor en la relación. Como vemos en el texto de El juez de los divorcios, intentar encerrar entre cuatro paredes la explosión de sensualidad y vida de una mujer es un vano objetivo. Socialmente, el adulterio estaba muy castigado. En el teatro tiene siempre una doble vertiente: o bien es causa de deshonor y tragedia, o bien se toma a chanza y burla. De ambas maneras se puede ver en Cervantes, como indicaremos en cada obra, pero domina esta segunda perspectiva. En varios Entremeses aparece el tema del adulterio frente al que adopta Cervantes una postura tolerante y comprensiva, como se puede ver, entre otros, en La cueva de Salamanca. La actitud de Cervantes implica un grado de tolerancia que contrasta con la opinión social establecida. De hecho, como afirma A. Castro, En los adulterios que Cervantes presenta en sus obras, los maridos llevan el peso principal de la responsabilidad. (1980: 129)

Por eso insiste tanto Cervantes en la necesidad de que los matrimonios se basen en el amor y no en los conciertos económicos de los padres. Lo veremos en muchos de los casos concretos que comentamos. En La fuerza de la sangre afirma que «es conveniente, y mejor, que los padres den a sus hijos el estado de que más gustaren. Y, pues el del matrimonio es nudo que no le desata sino la muerte, bien será que sus lazos sean iguales y de unos mismos hilos fabricados».

2.1.1. El juez de los divorcios, una sátira contra las relaciones matrimoniales impuestas En este famoso entremés, Cervantes, introduce el tema del divorcio como una de las necesidades sociales, fundamentalmente, en defensa de [ 49 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

la mujer. No es la intención final la crítica de la institución del matrimonio, ni se lo podría permitir sin grave riesgo, pero de la lectura del texto se extrae fácilmente la intención satírica de Cervantes y la denuncia de la carencia de libertad de la mujer. De hecho, en todos los casos que se presentan ante el juez son ellas las que llevan la voz cantante, las que expresan con firmeza su voluntad contra la opresión del matrimonio. Los personajes masculinos mantienen una visión ingenua sobre el papel de la mujer y no quieren aceptar la igualdad, en cuanto a sentimientos y felicidad, que debe existir entre hombre y mujer. Los protagonistas de este entremés son personajes estereotipados, pero por eso mismo, son representativos de la realidad social del momento. Expresan de una forma espontánea el conflicto que viven los matrimonios, una institución que tiene tantos defectos como virtudes se le atribuyen. Hay un viejo casado con una mujer joven, Mariana. A través del diálogo, siempre entre insultos populares, Cervantes aborda un tema que será reiterativo en toda su obra. En varias ocasiones hablará Cervantes de la necesaria igualdad entre los cónyuges. En el segundo caso, Doña Guiomar se queja de la pasividad de su marido: «Pues ¿no quieren vuesas mercedes que llame leño a una estatua, que no tiene más acciones que un madero? (1995: 889) El soldado, casado con doña Guiomar es un vago, pero la acusación manifiesta es la de la carencia de virilidad. En ambos casos, una de las causas que generan la petición de las mujeres es la impotencia sexual de sus maridos. Todos los personajes que desfilan […] se muestran como sujetos inmersos en un momento histórico y social dado, se expresan por un lado como estereotipos esperados en un género en que era típica la exposición de insultos y quejas, y por otro como personajes reflejo de unas circunstancias reconocibles por los espectadores, la de matrimonios fracasados en busca de una disolución más que una solución a sus problemas conyugales. (Sáenz, 2004: 1575)

Por eso las palabras se Mariana indican la explosión de la necesaria libertad que la mujer reclama: [ 50 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer o confirmarse de nuevo, como cosas de arrendamiento, y no que hayan de durar toda la vida con perpetuo dolor de entrambas partes. (1995: 884)

El matrimonio frustra la libertad de la mujer. Ella no tiene ninguna capacidad de elección de marido que viene impuesto por el padre o el hermano y ante los que no puede oponer ninguna resistencia. Esta actitud verdaderamente revolucionaria de Cervantes, como indica Park Chul (1999), se justifica por la situación social de la mujer, sin ninguna posibilidad de elección y capacidad de decisión respecto a cualquier situación social. Por eso es tan llamativa la actitud y la generosidad de Cervantes en el momento de la separación de su mujer.

2.1.2. El viejo celoso, o la defensa de la felicidad de la mujer En este entremés aborda Cervantes la verdadera situación de la mujer, y especialmente de la mujer joven a quien su padre ha obligado a casar con un hombre mayor por meras razones económicas. Es uno de los temas más reiterados en la producción de Cervantes y de otros autores. La voluntad del padre, al que mueve únicamente el beneficio económico, concierta bodas entre hombres maduros o ancianos con muchachas jóvenes que pasan, sin solución de continuidad, de la dependencia del padre a la del marido. La convivencia con un marido anciano se convierte en insufrible cuando, además, se añaden los celos. Las jóvenes así casadas no saben dónde se meten debido a su escasa edad y experiencia y cuando quieren descubrir los placeres de la vida, deben buscar mil artificios para engañar al marido. Lorenza, casada con el viejo Cañizares, se lamenta de su matrimonio impuesto: Díomele quien pudo, y yo, como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir. Pero si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes [ 51 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel sí, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años. (1995: 1003)

Cervantes está justificando el adulterio por la carencia de la libertad de la mujer. En todos los casos en que la mujer llega a esa situación, Cervantes nunca culpa a la mujer, siempre encuentra en la actuación del hombre la causa que justifica la acción de la mujer. Lorenza no solo se lamenta de su matrimonio forzado sino que denuncia la falta de libertad y, sobre todo, la imposibilidad de mantener relaciones sexuales por la impotencia sexual del marido. ¡Que malditos sean sus dineros, fuera de las cruces, malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete! ¿De qué me sirve a mí todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia, con hambre? (1995: 1003)

Y por si acaso no queda claro a qué se refiere con esa hambre, completa la expresión su criada Cristina: Qué más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo. (1995: 1003)

Frente a esta imagen de libertad, Lope, sin embargo, defiende el sistema establecido. En la obra de teatro El premio del bien hablar, vemos cómo la figura del padre impone el destino de la mujer basándose, además, en unos versos que indican el escaso valor que se concedía a la inteligencia de la mujer y a su capacidad de elección. DON ANTONIO: Paréceme que te burlas de mi obediencia y respeto; tres recados te he enviado de que ya viene don Pedro; [ 52 ]

760

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

bien agradecida estás, que aun sus joyas no te has puesto. ¿Qué tristezas son, Leonarda, estas que afligen tu pecho? ¿No basta ser gusto mío? 765 ¿No basta que yo lo quiero? ¿En qué andáis los dos hermanos? ¿Queréis acabarme presto? ¿No basta que diga un padre: «dada la palabra tengo»? 780 No ha menester una hija saber cuál hombre, cuál dueño su padre le quiere dar; que hay tal diferencia en esto, que ella escoge con los ojos, 785 y él con el entendimiento. Solo que te diga yo (que solo tu bien deseo): «cásate con quien hallares dentro de aquel aposento», 790 basta para obedecerme y para saber que acierto. (Acto III, 2002)

Según Lope, la mujer escoge al marido con los ojos, pero le falta el discernimiento necesario para saber elegir con inteligencia, con entendimiento, como dice el padre. Es un ejemplo claro de cuán poco se valoraba la condición femenina en el XVII, como hemos visto al principio. Frente a esto, Cervantes nos muestra su espíritu de rebelión y acepta que el adulterio es la única respuesta que tiene la mujer para defender su libertad. En El viejo celoso Cervantes nos presenta no sólo el triunfo de libre albedrío contra la opresión del tirano-viejo, sino también nos presenta la victoria de libre albedrío contra la predestinación. (Chul, 1999: 122) [ 53 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

2.1.3. El celoso extremeño, contra el matrimonio impuesto y la diferencia de edad Si en estos dos entremeses —a los que podemos añadir La cueva de Salamanca— Cervantes denuncia la carencia de libertad de la mujer frente al matrimonio impuesto y el adulterio como válvula imprescindible de escape, en la novela ejemplar El celoso extremeño vuelve a profundizar en el tema para insistir en la imposibilidad de que acabe bien el matrimonio concertado entre una muchacha joven y un anciano. En esta novela, Filipo de Carrizales, un emigrante español que estuvo en Perú y acumuló muchas riquezas, decide regresar a España y establecerse en Sevilla. Toma por esposa a Leonora, «de edad de trece o catorce años, de tan agradable rostro y tan hermosa que Carrizales rindió la flaqueza de sus muchos años a los pocos de Leonora». La juventud y la hermosura de Leonora le provocan unos celos desmedidos a Carrizales hasta el extremo de que despide a todos sus servidores hombres, y mantiene incomunicada a Leonora cerrando las ventanas, seleccionando él mismo a la servidumbre e impidiendo la entrada a cualquier visitante. A pesar de tantas precauciones, un galán audaz, Loaysa, disfrazado de mendigo, consigue entrar en la casa y ponerse en contacto con Leonora. Los comentarios del narrador jalonan la obra de la ironía cervantina sobre la situación social de la mujer. Como hemos visto, el papel masculino ejerce una notable preponderancia social sobre el femenino. Las palabras que Cervantes pone en boca de Filipo lo indican claramente: «casarme he con ella; encerraréla y haréla a mis mañas, y con esto no tendrá otra condición que aquella que yo le enseñare». Tan exagerados celos muestran el punto de vista crítico del autor frente a una situación que condena a la mujer a la muerte en vida. De hecho, cuando los padres entregan a Leonora a Filipo, Cervantes dice «que se la entregaron no con pocas lágrimas, porque les pareció que la llevaban a la sepultura». La ironía de Cervantes se manifiesta además a través de la hipérbole con la que resalta el factor enfermizo de los celos de Filipo: [ 54 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Dígame ahora el que se tuviere por más discreto y recatado qué más prevenciones para su seguridad podía haber hecho el anciano Felipo, pues aun no consintió que dentro de su casa hubiese algún animal que fuese varón. A los ratones della jamás los persiguió gato, ni en ella se oyó ladrido de perro; todos eran del género femenino… Jamás entró hombre de la puerta adentro del patio… Las figuras de los paños que sus salas y cuadras adornaban, todas eran hembras, flores y boscajes. Toda su casa olía a honestidad, recogimiento y recato. (1994: 710)

Las tres palabras finales coinciden con los términos empleados reiteradamente por Fray Luis de León y Luis Vives sobre la actitud de la mujer en el matrimonio. En este contexto, y con la hipérbole previa, no son más que la expresión de una exageración social que intenta llevar adelante un imposible como es coartar la libertad de la mujer y anular su voluntad. Como afirma Laura Gómez, «la actitud ingenua de Carrizales provoca los primeros efectos cómicos en la obra. Cervantes no puede resistirse a la burla: parece observar desde un lugar privilegiado todas las maniobras —absurdas— del precavidísimo Carrizales y se divierte enormemente con ello […] La ironía se vuelve casi sarcasmo cuando comienzan los preparativos de la absurda convivencia: el relato de la acción se demora en la enumeración detallada de tal cúmulo de desvaríos que por fuerza provoca la sonrisa mordaz» (1991: 635). Cervantes nos va mostrando cómo de nada sirven todo tipo de cadenas y llaves si la voluntad de la mujer no acompaña. El poema popular que intercala es un excelente ejemplo de cómo esa voluntad debe ser la medida de la libertad de la mujer, como luego veremos en La gitanilla. Madre, la mi madre, guardas me ponéis; que si yo no me guardo, no me guardaréis. Dicen que está escrito, y con gran razón, ser la privación [ 55 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

causa de apetito; crece en infinito encerrado amor; por eso es mejor que no me encerréis; que si yo, etc. Si la voluntad por sí no se guarda, no la harán guarda miedo o calidad; romperá, en verdad, por la misma muerte, hasta hallar la suerte que vos no entendéis; que si yo, etc. Quien tiene costumbre de ser amorosa, como mariposa se irá tras su lumbre, aunque muchedumbre de guardas le pongan, y aunque más propongan de hacer lo que hacéis; que si yo, etc. Es de tal manera la fuerza amorosa, que a la más hermosa la vuelve en quimera; el pecho de cera, de fuego la gana, las manos de lana, de fieltro los pies; que si yo no me guardo, mal me guardaréis (1994: 729). [ 56 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Pero los amantes, aparentemente, no llegan a consumar el adulterio. Leonora se resiste y ambos quedan dormidos. Este insólito final parece obligado por la presión social. En todo caso, se deja entrever en varias ocasiones que el adulterio se consumó, como se cuenta en la primera versión de la novela. Se considera que es de 1605 el manuscrito de Porras de la Cámara donde, entre otras, se encuentra la primera versión de El celoso extremeño, en el que cambia el nombre de Leonora por el de Isabela. Carrizales descubre a los dos amantes juntos pero dormidos, mas al comprobar que ella le ha ofendido solo en pensamiento, y considerando la diferencia de edad que los separa, devuelve a Leonora a sus padres, le deja toda su fortuna y hasta consiente en que se case Leonora con Loaysa, pero Leonora ingresa en un convento. Sin embargo, la narración difiere significativamente entre ambas versiones. En la de 1613, comenta Cervantes que nada vence a los fundamentos de la astucia: «Libre Dios a cada uno de tales enemigos, contra los cuales no hay escudo de prudencia que defienda ni espada de recato que corte». Y a continuación: «Pero con todo esto, el valor de Leonora fue tal, que en el tiempo que más le convenía, le mostró contra las fuerzas villanas de su astuto engañador, pues no fueron bastantes a vencerla, y él se cansó en balde, y ella quedó vencedora, y entrambos dormidos». Y en la del manuscrito de Porras de Cámara, dice Cervantes en el mismo sitio: «No estaba ya tan llorosa Isabela en los brazos de Loaisa, a lo que creerse puede, ni se estendía tanto el alopiado ungüento del untado marido, que le hiciese dormir tanto como ellos pensaban». Parecen, pues, haber consumado el adulterio cuando son descubiertos por Carrizales. Pero esto no modifica en nada el significado de la novela. La culpa del adulterio sigue radicando en el hombre y en su vano intento de imponer cadenas a la voluntad de la mujer. Un detalle significativo que insiste en la culpabilidad del hombre frente a la acción de la mujer radica en las palabras que el propio Cervantes pone en boca de Carrizales: La venganza que pienso tomar desta afrenta no es, ni ha de ser, de las que ordinariamente suelen tomarse, pues quiero que, así como yo fui estre[ 57 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

mado en lo que hice, así sea la venganza que tomaré, tomándola de mí mismo como del más culpado en este delito; que debiera considerar que mal podían estar ni compadecerse en uno los quince años desta muchacha con los casi ochenta míos. Yo fui el que, como el gusano de seda, me fabriqué la casa donde muriese, y a ti no te culpo, ¡oh niña mal aconsejada! (y, diciendo esto, se inclinó y besó el rostro de la desmayada Leonora). No te culpo, digo, porque persuasiones de viejas taimadas y requiebros de mozos enamorados fácilmente vencen y triunfan del poco ingenio que los pocos años encierran. (1994: 737) [La cursiva es nuestra]

Socialmente la mujer hubiera sido castigada y deshonrada, pero en Cervantes el hombre es siempre el culpable de estos deslices de la mujer porque a su libertad y a su albedrío no pueden ponerles cadenas los hombres. Y Cervantes lo sabe bien porque lo ha vivido. Esta novela muestra, además, un extremado enfoque erótico-sexual que se divide en dos planos: por un lado, el polo de atracción de la mujer imposible, que incrementa notablemente los deseos de Loaysa y que acaba en ese momento final en que los dos se quedan dormidos tras un arduo forcejeo; el otro, proviene, en sentido inverso, de la propia atracción del hombre frente a la mujer, de la que Cervantes destaca su inclinación sexual en el marco de las relaciones naturales entre ambos sexos. La figura de Loaysa se convierte en el centro del interés de todas las mujeres y hay una escena en la que las mujeres realizan una «menuda anatomía» del cuerpo del amante: Fuéronse a la sala, donde había un rico estrado, y, cogiendo al señor en medio, se sentaron todas. Y, tomando la buena Marialonso una vela, comenzó a mirar de arriba abajo al bueno del músico, y una decía: «¡Ay, qué copete que tiene tan lindo y tan rizado!» Otra: «¡Ay, qué blancura de dientes! ¡Mal año para piñones mondados que más blancos ni más lindos sean!» Otra «¡Ay, qué ojos tan grandes y tan rasgados! Y por el siglo de mi madre que son verdes que no parecen sino que son de esmeraldas!». Ésta alababa la boca, aquélla los pies, y todas juntas hicieron dél una menuda anatomía y pepitoria. (1994: 728) [ 58 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Fig. 3. El celoso extremeño. Valencia, 1945, Castalia. [ 59 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Siguiendo las pautas de lo natural como impulso de vida, Cervantes defiende la atracción sexual tanto en el hombre como en la mujer, en el mismo plano, y rechaza las diferencias sociales establecidas en este campo. No cabe duda de que este pasaje sería considerado como un atractivo elemento erótico, como lo fue para Francisco Nieva2. En muchas de las novelas de Cervantes, la mujer comienza en su segundo plano, dejando el protagonismo a la acción del hombre pero según van avanzando los acontecimientos, adquiere cada vez mayor importancia en el desarrollo de la acción hasta convertir en el verdadero motor de la narración.

2.1.4. El curioso impertinente, la inteligencia de la mujer frente a la estulticia masculina Este es el caso de la Camila de El curioso impertinente, la novela intercalada en la Primera parte del Quijote. Anselmo, casado con Camila, quiere descubrir si esta es honrada y no se deja tentar por ningún hombre. Para ello le pide a su amigo Lotario que la requiebre. Al principio, Lotario se niega pero ante la insistencia de Anselmo accede porque se está enamorando de Camila. La obsesión de Lotario y la permisividad de Anselmo llevan a Camila a salir de su papel de esposa víctima para convertirse en activa amante. La ceguera y los celos de Lotario, que piensa que el amante de la criada Leonela es también el de Camila, le lleva a confesar a Anselmo la flaqueza de Camila. Camila muestra todo su ingenio femenino para salvar la situación y finge un astuto espectáculo teatral frente a Anselmo; sin embargo, este cree que es cierto que el amante de Leonela, la criada, es el de Camila, y ella, temiendo por su vida, busca refugio en la protección de Lotario. Anselmo muere de dolor, pero asume la culpa de todo lo ocurrido en sus últimas palabras: 2. Este episodio inspira a Francisco Nieva la redacción de uno de sus espléndidos monólogos incluidos en el Centón de teatro: El muchacho perdido (2001).

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2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué… (1993: 388)

Nuevamente, Cervantes aborda el tema del adulterio desde la perspectiva femenina. Camila se convierte en el eje de la novela y es la más natural de todos los personajes. Mientras que Anselmo parte de unos celos infundados y de unas pretensiones absurdas, y Lotario desconfía de Camila a la mínima confusión, Camila se muestra valiente, entregada por amor sincero, aunque, obviamente, temerosa del castigo social. En ella no hay nada del remordimiento que se puede ver en las palabras de Anselmo. La culpa no será una identidad que asuman las mujeres cervantinas o que tengan que llevar como una marca herrada en la frente. La espada de sus maridos pende encima de ellas, pero todas sobreviven. Los instintos de venganza masculinos o se desvían o se vuelven contra ellos mismos. Y más allá de la culpa o la estigmatización de la mujer se plantea la infidelidad como consecuencia o derivación de complejas relaciones interpersonales en el matrimonio, complejidad que toma en cuenta las opresivas nociones de honor y honra. (Hutchinson, 2010: 203)

En estas mujeres, Cervantes está siguiendo las teorías expuestas por Castiglione en El cortesano, una de sus lecturas más frecuentes: Sabé otra cosa, que ningún freno las aprieta ni las sojuzga, sino el que ellas mismas se ponen, y vereislo en esto, que las más de las que son guardadas con grandes estrechezas o maltratadas de sus maridos o padres son menos buenas que las que viven con más libertad. (Castro, 1980: 136)

Las palabras de Castiglione las resume Cervantes en un sucinto verso de La guarda cuidadosa: «El comer y el casar ha de ser a gusto propio, y no a voluntad ajena» (1995: 949). [ 61 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

María de Zayas aborda este mismo tema en su desengaño amoroso El verdugo de su esposa. Si Cervantes, de una forma sutil, hace caer la responsabilidad de la situación al propio Anselmo. María de Zayas lanza la acusación de una forma directa contra el hombre, insistiendo en el carácter moralizante de sus novelas: Vean ahora las damas de estos tiempos si con el ejemplo de las de los pasados se hallan con ánimo para fiarse de los hombres, aunque sean maridos, y no desengañarse de que el que más dice amarlas las aborrece, y el que más las alaba, más las vende, y que el que más perdido se muestra con ellas, al fin les da la muerte, y que para las mujeres todos son unos. Y esto se ve en que si es honrada, es aborrecida porque lo es; y si es libre, cansa; si es modesta es melindrosa; si es atrevida deshonesta; ni le agradan sus trajes ni sus costumbres, como se ve en Roseta y Camila que ninguna acertó, ni la una callando ni la otra hablando. Pues, señoras, desengañémonos, mueran los hombres en nuestras memorias pues más obligadas que a ellos estamos a nosotras mismas. (2014: 103)

La diatriba de María de Zayas está planteada en Cervantes en otros términos. Cervantes no aboga, como Zayas, en defensa de la mujer de una forma directa sino a través de la estructura de la propia novela. En la de Zayas, Camila muere a manos de su marido en cuanto le dice que su amigo la requiebra, con lo que su protagonismo se reduce a un mero papel de víctima que es aprovechado por Zayas para su alegato ejemplar. Cervantes, sin embargo, la eleva al nivel de protagonista. El papel de actriz que desempeña Camila urdiendo una trama teatral es digno de un ingenio femenino, como dice el propio Cervantes: Pero como naturalmente tiene la mujer ingenio presto para el bien y para el mal, más que el varón, puesto que le va faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos, luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer irremediable negocio, y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmo donde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad para que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno. (1993: 374) [ 62 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

En este papel de protagonista radica la verdadera importancia de la mujer para Cervantes. Ya hemos visto cómo la sociedad anula su voluntad, su capacidad creativa y, considerando únicamente el aspecto de la honra, tiende a encerrarla en casa sin posibilidad de desarrollar su personalidad. La imagen de la mujer se vincula exclusivamente con la honra. Lotario, ante la pretensión de Anselmo de que requiebre a Camila, justifica su negativa: Y porque claro lo veas, dime, Anselmo, ¿tú no me has dicho que tengo de solicitar a una retirada, persuadir a una honesta, ofrecer a una desinteresada, servir a una prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿qué buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que ahora tiene?; ¿o qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo que dices, ¿para qué quieres probarla, sino, como a mala, hacer della lo que más te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees, impertinente cosa será hacer experiencia de la mesma verdad, pues después de hecha, se ha de quedar con la estimación que primero tenía. (1993: 354)

Así pues, la virtud de la mujer es ser «retirada, honesta, desinteresada y prudente», siguiendo los convencionalismos de la época. Sor Juana Inés de la Cruz tiene una coplilla que incide en este tema de la virtud de la mujer en relación el hombre. Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis […] si con ansia sin igual solicitáis su desdén ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? (2003: 53) [ 63 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Fig. 4. Camila. París, 1890, Edouard Zier. Banco de imágenes del Quijote. [ 64 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Cervantes deja entrever, también, que es inútil oponerse a la falta de libertad de la mujer y que luchar contra su voluntad es poner puertas al campo. Lotario reitera la necesidad de no ofrecer tentaciones para no caer en ellas, e insiste en reducir las visitas de los amigos y de las amigas: Decía él, y decía bien, que el casado a quien el cielo había concedido mujer hermosa tanto cuidado había de tener qué amigos llevaba a su casa, como en mirar con qué amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones, cosas que no todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres, se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más satisfacción se tiene. (1993: 349) [La cursiva es nuestra]

Pero en la frase subrayada, Cervantes anota la conveniencia de que la mujer también goce de una cierta libertad, como hemos visto en los textos anteriores, porque la libertad de la mujer forma parte de su propia voluntad y nada puede hacer el hombre si el ingenio femenino se propone un fin determinado. En esta novela, Cervantes no solo aborda el tema de la libertad de la mujer en la institución del matrimonio, sino que, como veremos en los ejemplos siguientes, el papel de protagonista de Camila, su capacidad para sortear los obstáculos que le ponen tanto Anselmo como Lotario, y sobre todo, su transformación dramática, hacen de ella una auténtico paradigma de la inteligencia y la creatividad femeninas.

2.2. EN DEFENSA DE LA LIBERTAD DE LA MUJER Cuando Cervantes pone en boca de don Quijote la famosa frase: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. (1993: 989) [ 65 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

está fijando un principio básico de su vida y de su obra. Pero en ese marco, el mismo concepto aparece en reiteradas ocasiones en boca de muchas de las mujeres que pueblan su creación literaria. Estas mujeres, como sus hermanas, saben leer y escribir, son atrevidas y modernas. Pero lo que más destaca es el protagonismo que adquieren en la obra en que aparecen, anulando la presencia de los hombres. Toman la iniciativa en casi todas las ocasiones, no adoptan una actitud pasiva frente a la presión de los hombres sino que llevan adelante, con valentía, cuantos pasos son necesarios para conseguir sus objetivos que coinciden siempre con la libertad y la justicia. Estos principios se asientan en el concepto de la naturalidad que potencia toda la teoría platónica desarrollada en el renacimiento. Américo Castro, en El pensamiento de Cervantes, realiza un estudio comparativo entre la teoría del amor expuesta en Los diálogos del amor, de León Hebreo, y las palabras entresacadas de diversas obras cervantinas (1980: 145). La doctrina del naturalismo, casi panteísta, se vincula directamente con las teorías erasmistas. Erasmo defiende la unión con Dios desde lo natural, o sea desde lo meramente humano a partir del principio de que Dios, los hombres y la Naturaleza formamos un todo indisoluble que tiende hacia la universalidad. Lo pastoril es así la expresión más pura y perfecta de lo natural y de la libertad porque no está maleada por las imposiciones sociales de la civilización. Lo rústico y lo aldeano fue tomado como base para proyectar desde ella cierta visión de la vida perfecta; mas como esa visión procede de una serie de deducciones racionales y esquemáticas, al moldearse dentro de un género literario forzosamente había de conservar su carácter esencialmente quimérico y racionalista. (Castro, 1980: 179)

Como Don Quijote, también sus mujeres adquieren un componente caballeresco que se encuentra en la base del género de las novelas de caballerías: el viaje iniciático. Como veremos, casi todas las mujeres de Cervantes transforman su estado inicial por medio del viaje para intentar alcanzar la perfección añorada. El caballero andante, desde las primeras [ 66 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

manifestaciones hasta las últimas, encuentra en este viaje el proceso de purificación. El viaje ha sido siempre en la literatura —y en la vida— el modo de abandonar lo viejo y caduco para intentar sustituirlo por lo nuevo y esperanzador. Pero es un intento, o sea, un camino, un proceso. El viaje busca un final pero es en sí mismo un término. El mero de hecho de emprenderlo, como en los cuentos infantiles, supone el inicio de la esperanza. Cuando Marcela o Dorotea abandonan su entorno y se lanzan a su aventura pastoril o a encontrar a Fernando, buscan en el «viaje» el rechazo de un estado para alcanzar la perfección del otro. Un caso especial es el de Zoraida, la mora del Quijote, cuyo viaje, acompañada por el cautivo, se convierte en un ejemplo de determinación y voluntad. No duda en abandonar su situación de bienestar y tranquilidad para buscar en el nuevo estado la felicidad que, durante todo el viaje, no es más que un sueño. El riquísimo simbolismo del viaje se resume en la búsqueda de la verdad, de la paz, de la inmortalidad, en la busca y el descubrimiento de un centro espiritual. (Chevalier, 1995)

En este sentido, podemos comprender la esencia misma del caballero andante y muchos de los personajes masculinos y femeninos de Cervantes. El viaje implica la transformación de lo establecido, la ruptura con una forma de vida y la creación de una nueva identidad. En el viaje está la esencia de la libertad sobre todo por lo que tiene de sorpresa e innovación vital. Esto es lo que hizo Cervantes y esto es lo insufla en todas sus criaturas. Como afirma Américo Castro comentando a Giordano Bruno, Solo en una época cuyos intereses intelectuales estaban dominados por el afán de conocer el mundo, pudo el neoplatonismo verificar por completo ese giro hacia el naturalismo. (1980: 161)

Conocer el mundo es el principal impulso hacia la libertad. Cervantes lo sabe muy bien porque su biografía no es más que la acumulación de aventuras, unas buscadas y otras impuestas. Desde el momento en que sale [ 67 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

de Alcalá con apenas cinco años, no ha parado de viajar de un extremo al otro, de Madrid a Roma, a Nápoles, prisionero en Argel, recaudador de Andalucía… En ese deambular ha conocido a cientos de mujeres que aguantan con determinación y voluntad el papel de «esclavas» que les ha tocado vivir pero que, como sus hermanas, no se resignan a su suerte y luchan denodadamente por conquistar su libertad. No es extraño, entonces que toda su producción sea un espléndido muestrario de mujeres que, en lucha contra el hombre, intentan por todos los medios dejar constancia de su valía y de su inteligencia, menospreciada por tantos escritores y pensadores hombres. En cada una de las obras reseñadas, la figura de la mujer destaca de una forma especial. Son cientos las veces que Cervantes califica la actitud de la mujer como «discreta», resaltando su capacidad para sortear los más variados obstáculos que ponen los hombres para coartar su voluntad. Los estudios realizados sobre las figuras femeninas en Cervantes han ido mostrando algunos de los detalles que caracterizan su fortaleza y tenacidad, pero la visión de conjunto que ahora ofrecemos es un esbozo de cómo Cervantes, a pesar de las referencias contrarias que se puedan entresacar en su obras —leídas, muchas veces, desde una perspectiva actual— es un profundo defensor de la mujer, de su libertad, de su entereza y de su capacidad para enfrentarse a la situaciones sociales más adversas provocadas por la falsa idea de superioridad del hombre. A lo largo de este breve estudio, vamos a ir destacando de cada una de ellas únicamente los aspectos relevantes que nos interesan. Sin entrar en valoraciones filológicas de cada obra, iremos viendo las referencias con que el propio Cervantes ha ido jalonando su producción para, al final, poder deducir de sus propias palabras cómo la mujer adquiere en su obra una categoría similar, si no superior, a la del hombre. 2.2.1. Una novela pastoril: La Galatea. Galatea y Gelasia, naturaleza y libertad La Galatea es la primera obra de Cervantes y sigue fielmente el espíritu del platonismo renacentista que defiende lo natural como forma de vida. [ 68 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Pero lo que más los admiró y levantó la consideración, fue ver la compostura del hombre, tan ordenada, tan perfecta y tan hermosa, que le vinieron a llamar mundo abreviado; y así es verdad, que en todas las obras hechas por el mayordomo de Dios, naturaleza, ninguna es de tanto primor ni que más descubra la grandeza y sabiduría de su Hacedor, porque en la figura y compostura del hombre se cifra y cierra la belleza que en todas las otras partes della se reparte, y de aquí nasce que esta belleza conoscida se ama, y como toda ella más se muestre y resplandezca en el rostro, luego como se ve un hermoso rostro, llama y tira la voluntad a amarle. (1994: 247)

Cervantes llama a la Naturaleza, mayordomo de Dios. Siguiendo la estela de los hombres del renacimiento, encuentra en lo natural la «compostura más ordenada». La belleza procede de esa fusión del hombre con su entorno más agradable. En ese entorno destaca, como lo más natural y bello, la hermosura de la mujer. En La Galatea, Cervantes sigue las teorías del amor cortés de Pietro Bembo, basadas en el diálogo de Platón, El banquete, donde el filósofo griego genera el debate sobre la perfección del amor. Pero junto a la belleza natural de la mujer, siempre se encuentra la hermosura de la libertad, tan natural como la belleza. En este conflicto vamos a encontrar a varios personajes de Cervantes, y en ellos el autor destaca, de forma especial y reiterada, la defensa de la libertad frente al deseo opresivo del hombre. En la primera gran obra de Cervantes, La Galatea, vemos cómo la figura femenina hace bandera de su libertad. Gelasia representa este espíritu desde el momento en que abandona el mundo de la «civilización» para sumergirse de lleno en lo natural a través de lo pastoril. Galatea es una pastora que habita a las orillas del Tajo. Elicio y Erastro, otros pastores, están enamorados de ella, pero Aurelio, padre de Galatea, desea que se case con un rico pastor lusitano, y no hace caso de las pretensiones de ambos. Cuando llega el momento en que Galatea va a abandonar el lugar para ir con el rico pastor, Elicio llama a todos los amigos para intentar convencer a Aurelio de que no consienta la marcha de Galatea. En uno de sus mejores sonetos, Cervantes pone en boca de Galatea el desprecio del amor por cuanto este sólo puede ocasionar el dolor y la carencia de libertad. La voluntad de la mujer es el fundamento de su identidad. [ 69 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Afuera el fuego, el lazo, el yelo y flecha de amor, que abrasa, aprieta, enfría y hiere; que tal llama mi alma no la quiere, ni queda de tal ñudo satisfecha. Consuma, ciña, yele, mate; estrecha tenga otra la voluntad cuanto quisiere; que por dardo, o por nieve, o red no’spere tener la mía en su calor deshecha. Su fuego enfriará mi casto intento, el ñudo romperé por fuerza o arte, la nieve deshará mi ardiente celo, la flecha embotará mi pensamiento; y así, no temeré en segura parte de amor el fuego, el lazo, el dardo, el yelo. (1994: 60)

El amor es un «nudo» que «abrasa» y «aprieta». La libertad está por encima de los sentimientos y se convierte en el bien supremo. La voluntad de la mujer libre es capaz de romper esas ataduras. Hay un verso especialmente significativo: «la flecha [del amor] embotará mi pensamiento». Cervantes encumbra al razonamiento y la inteligencia femeninos como factores básicos de la libertad. La mujer, vinculada con lo natural, no es un ser supeditado al hombre sino capaz de tomar libremente sus propias decisiones. Y otra de las pastoras, Gelasia, perseguida por varios pastores que la requiebran, insiste en esta misma idea en otro soneto, cuyo último terceto es un canto a la libertad de la mujer. ¿Quién dejará del verde prado umbroso las frescas yerbas y las frescas fuentes? ¿Quién de seguir con pasos diligentes la suelta liebre o jabalí cerdoso? ¿Quién, con el son amigo y sonoroso, no detendrá las aves inocentes? ¿Quién, en las horas de la siesta ardiente[s], no buscará en las selvas el reposo, [ 70 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

por seguir los incendios, los temores, los celos, iras, rabias, muertes, penas del falso amor, que canto aflige al mundo? Del campo son y han sido mis amores; rosas son y jazmines mis cadenas; libre nascí, y en libertad me fundo. (1994: 401)

En los dos primeros cuartetos, Gelasia se identifica con la Naturaleza: «frescas yerbas», «frescas fuentes», «liebres», «aves»… frente a los conflictos sociales: «iras, rabias…» En el último terceto resume lo anterior y afirma, categórica, la defensa de su libertad. Su «amor» es «del campo», donde se encuentran las cadenas de «rosas y jazmines» frente a las que ofrece el mundo del amor y la ciudad. Lo natural se encuentra en la continuidad del primer estado, el del nacimiento; y en la libertad de la mujer se descubre su verdadera personalidad.

Fig. 5. La Galatea. Dibujo Ignacio Sánchez. [ 71 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

2.2.2. Las Novelas Ejemplares, una muestra de personajes femeninos en busca de su libertad En 1613, ocho años después de la publicación de la Primera parte del Quijote, y dos antes de la segunda, Cervantes publica su colección de Novelas ejemplares. Tiene ya 66 años y una larga experiencia vital. Algunas de ellas fueron publicadas anteriormente, como El celoso extremeño, de la que ya hemos hablado; pero, en conjunto, son obras escritas en los años inmediatamente anteriores a la fecha de publicación. Cervantes no deja de presumir en el prólogo de que es el primer creador de este género de la «novela». Y así se suele considerar de forma generalizada. No existe la misma unanimidad a la hora de calificar a las novelas de ejemplares. Cervantes afirma en el mismo prólogo que son ejemplares «porque, si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso». Esa expresión inicial, «si bien lo miras», ha dado mucho juego porque, en verdad, hay que mirarlas bien para descubrir en muchas de ellas ese carácter de «ejemplar», entendiendo el término en su sentido más estricto. A no ser que, adoptando la idea del Arcipreste «sepamos elegir entre el buen y el mal amor» para no seguir, por ejemplo, la estela de Rinconete y Cortadillo, una de las mejores novelas de esta colección. Antonio Rey destaca, acertadamente, que la ejemplaridad de las novelas procede, no de la intención cervantina, sino de la implicación del lector: Dado que Cervantes, heredero del humanismo y del erasmismo quinientistas, heredó con ello una elevada concepción de los valores individuales del ser humano, sus creaciones implican al lector en ellas […] ya que al necesitar su participación activa y autónoma, no solo «dice» sino que también «hace» una defensa auténtica y magnífica de la libertad y de la dignidad humanas. (1995: 186)

La crítica ha debatido también largo y tendido sobre el idealismo o el realismo de las Novelas ejemplares, y este criterio ha llevado a clasificarlas, como hace Rodríguez Marín (1947) en novelas enteramente vividas, de pura invención o de mezcla de ambas formas. [ 72 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Como toda la obra de Cervantes, el realismo es el punto de partida para la creación. El proceso creativo parte casi siempre de una realidad vivida o contada para transformarla por medio de la invención personal. Este el principio armonizador de la Poética de Aristóteles que casi todos los autores siguen y que asienta en la verosimilitud de los hechos y personajes la clave de la calidad literaria. Por eso, el idealismo de Cervantes se vincula directamente con el realismo por medio de lo verosímil. El «disparate» de ver al caballero don Juan de Cárcamo disfrazado de gitano siguiendo a Preciosa se transforma en verosímil por medio de la especial caracterización que Cervantes hace del ambiente y de los personajes. No es ajeno a ello, por ejemplo, la crítica que la gitana hace de la corrupción de los jueces. Esta referencia a una circunstancia tan «real» como esa contribuye a dotar de verosimilitud a todos los acontecimientos. Desde esta perspectiva, todas las mujeres que salen en las Novelas ejemplares, adquieren una notable consistencia como heroínas que centran la acción. Muchas de ellas van a formar parte del título de la propia novela: La gitanilla (Preciosa/Constanza), La española inglesa (Isabela), La ilustre fregona (Constanza), Las dos doncellas (Teodosia, Leocadia), La señora Cornelia (Cornelia). En otros casos, como en La fuerza de la sangre o El amante liberal, las mujeres —Leocadia y Leonisa, respectivamente— son también el eje central de la acción. Casalduero (1974) consideró que los temas centrales de muchas de las novelas eran el amor y el matrimonio. Clasifica cinco de las novelas siguiendo este criterio pero excluye de entre ellas a la novela de El casamiento engañoso, a pesar de que es una de las que aborda el tema del matrimonio desde un punto de vista muy crítico, como hemos visto. Antonio Rey (1995) desmonta también la clasificación que hace Casalduero de las novelas en grupos marcados por «el mundo ideal» frente al «mundo social», el «pecado original» y el apartado de «virtud y libertad». Incluye a El celoso extremeño en el bloque de la «virtud» y a La ilustre fregona en el de la «libertad». Obviamente, no es muy «virtuosa» la actitud de Leonora de El celoso extremeño, cuando deja entrar a su posible amante en su dormitorio, por más que, al final, ambos se quedaran dormidos sin «consumar» su relación. [ 73 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

En algunas novelas —La fuerza de la sangre, Las dos doncellas y La señora Cornelia— las protagonistas luchan por defender su honor y, como muchas otras, no se conforman con su desgracia sino que toman la iniciativa para conseguir que el hombre cumpla su compromiso de matrimonio, única manera de ser reconocidas socialmente. En La fuerza de la sangre es el hombre que viola a Leocadia a quien se presenta como el canalla vividor que huye dejando abandonada a la mujer. La determinación de Leocadia, ayudada por el destino, será la que consiga recuperar su honor. En Las dos doncellas, Teodosia y Leocadia emprenden un viaje —como luego veremos en otras mujeres del Quijote— para obligar a los hombres a cumplir su palabra. Y en La señora Cornelia, la imposibilidad del matrimonio viene generada por la diferencia de clase, pero nuevamente Cervantes supera esta barrera social y el individuo se coloca por encima del entramado de opresión social. El duque de Ferrara acaba casándose con Cornelia, pero ha sido esta quien, con la ayuda de dos caballeros españoles —la acción transcurre en Italia— mueve los hilos de la justicia para conseguir sus objetivos. Sin profundizar en los rasgos de todas ellas, vamos a apuntar algunos aspectos que dejan bien claro cómo la opinión de Cervantes va construyendo unos personajes que rompen el sistema establecido, basado en la imposición de la voluntad del hombre y la anulación de la libertad de la mujer. Para ello, hemos seleccionado a los personajes femeninos que mejor representan esta idea.

2.2.2.1. La Gitanilla. Preciosa/Constanza, la ley de su voluntad Preciosa es, quizás, el personaje al que Cervantes muestra con mayor claridad su afecto, comprensión y cariño. Y por eso mismo, la defensa de la libertad de la mujer que Preciosa hace se puede considerar una transposición de las palabras del propio Cervantes. Es un ser muy desfavorecido, mujer y gitana, el último nivel de la escala social, pero la encumbra por encima de los demás, tanto mujeres como hombres, para que su lozanía, su belleza, su gracia y discreción destaquen mucho más en el ambiente en que se mueve: [ 74 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Desde las primeras líneas de esta «novela ejemplar» vemos la actitud de Cervantes hacia ella. Destaca todas sus virtudes con enorme pasión y la coloca en un pedestal superior: Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo, y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que otras gentes están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir las manos. (1994: 441)

La gitanilla es una historia de amor entre una gitana, Preciosa, y un noble que se enamora de ella, Juan de Cárcamo. Para poner a prueba la sinceridad de sus pretensiones, Preciosa le impone una serie de condiciones; entre ellas, Juan, bajo el nombre de Andrés Caballero, deberá convivir con los gitanos durante dos años. Disfrazado de gitano, deambula, como un gitano más, por las tierras de España. Estando en Murcia, se enamora de él, Juana Carducha. Ante la negativa de Andrés a sus requiebros, Juana esconde entre los enseres de Andrés «unos ricos corales y dos paternas de plata», y le acusa de habérselos robado. Andrés es acusado por un soldado, sobrino del alcalde, de gitano ladrón, y aquel le mata para defender su honor. Es apresado y le condenan a muerte. La vieja gitana decide, entonces, revelar su secreto y confiesa que Preciosa, raptada cuando era niña, es hija de un corregidor. Descubierto el engaño, se la reconoce con su verdadero nombre, Constanza. Andrés es perdonado y se casa con ella. El centro de atención, el eje básico de toda la obra gira en torno a Preciosa. Como en casi todas las novelas ejemplares, la mujer es la verdadera protagonista de los acontecimientos. Cervantes se centra en ella para mostrarnos su realidad, su mundo, su angustia, su alegría, su crítica o su desesperación. A través de Preciosa, Cervantes va exponiendo una serie de críticas sociales que bien permiten entender que su pensamiento está detrás de las palabras de la gitana: [ 75 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

—Mucho sabes, Preciosa —dijo el tiniente—. Calla, que yo daré traza que sus Majestades te vean, porque eres pieza de reyes. —Querránme para truhana —respondió Preciosa—, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para discreta, aún llevarme hían, pero en algunos palacios más medran los truhanes que los discretos. Yo me hallo bien con ser gitana y pobre, y corra la suerte por donde el cielo quisiere. (1994: 460)

En este parlamento, Preciosa rechaza la mera apariencia de la monarquía. Su personalidad no está para exhibirse en un palacio, como una pieza de caza, sino para el consejo de la discreción. Y por si acaso, deja caer su crítica hacia la hipocresía de esas formas de vida con esa referencia a los habitantes de los palacios. La personalidad de Preciosa la lleva a defender su voluntad como motor fundamental de su existencia, por encima de todas las ataduras sociales que, en su caso, son dobles: mujer y gitana. Sostiene su libertad individual en el más adverso de los ámbitos posibles, condicionada por la raza y la sangre, lastrada por la inmoralidad que se supone a los de su casta y por la marginación total en que viven. (Rey, 2005: 229)

Por ello, su intervención en el momento en que Juan de Cárcamo decide irse a vivir con los gitanos por estar cerca de ella es un verdadero alegato en defensa de la mujer, de su voluntad, personalidad y libertad. Su rebeldía, como luego veremos en Marcela, se asienta en su individualismo, en el reconocimiento de su propia valía. —Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que antes que aquí vinieses entre los dos concertamos. Dos años has de vivir en nuestra compañía primero que de la mía goces, porque tú no te arrepientas por ligero, ni yo quede engañada por presurosa. Condiciones rompen leyes; las que te he puesto sabes: si las quisieres guardar, [ 76 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

podrá ser que sea tuya y tú seas mío; y donde no, aún no es muerta la mula, tus vestidos están enteros, y de tus dineros no te falta un ardite; la ausencia que has hecho no ha sido aún de un día; que de lo que dél falta te puedes servir y dar lugar que consideres lo que más te conviene. Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere. Si te quedas, te estimaré en mucho; si te vuelves, no te tendré en menos; porque, a mi parecer, los ímpetus amorosos corren a rienda suelta, hasta que encuentran con la razón o con el desengaño; y no querría yo que fueses tú para conmigo como es el cazador, que, en alcanzado la liebre que sigue, la coge y la deja por correr tras otra que le huye. (1994: 480) [La cursiva es nuestra]

Este parlamento es verdaderamente revolucionario en los inicios del XVII, cuando se escribió. Por un lado, Preciosa afirma que su voluntad es la más fuerte de todas, superior incluso a la determinada por el clan de los patriarcas gitanos y hombres. ¿Se puede dar eso en la realidad actual en el mundo gitano? Si ahora es casi imposible de entender, nos podemos hacer una idea de la apuesta de Cervantes por la libertad de la mujer cuando pone esas palabras en su boca. Ya hemos visto cómo Lope defiende la imposición de la voluntad del padre o el marido en las decisiones de la mujer. Poco después, Preciosa resalta otro aspecto realmente sorprendente y muy adelantado a su época: la igualdad entre hombre y mujer. Por el matrimonio, la mujer pasaba a ser la servidora del marido, nunca su igual. Sin embargo ella lo deja bien claro: «podrá ser que yo sea tuya y tú seas mío». Se parte de la más absoluta igualdad de género. Y por si no hubiera quedado claro, Preciosa va a hacer una declaración contundente, categórica y rotunda sobre la libertad de la mujer. Tres veces repite la palabra «libre» para centrarla en los tres momentos del tiempo: «es libre», por tanto, en el presente; «nació libre», desde el momento de ser persona y mujer; y «ha de ser libre», lanzando la libertad hacia el futuro. Esas tres frases citadas son lo más relevante, pero este párrafo esconde, además, otro detalle significativo: la prudencia, la inteligencia de Preciosa, conocedora, a pesar de su juventud —¿o es el mismo Cervantes?— del peligro de las relaciones. La metáfora del cazador es una perfecta forma de exponer [ 77 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

la circunstancia de vida de la mujer, tantas y tantas veces llevada a la literatura, como podremos ver en la obra de mismo Cervantes en otras ocasiones. En otro momento están contendiendo Andrés y Clemente, el poeta enamorado de Preciosa. Preciosa es la inspiración amorosa para ambos, y sus versos son una reiterada alabanza de los méritos de Preciosa. Oyéndolo ella, les replica a los dos con otros versos en los que reitera las mismas ideas expuestas en su parlamento anterior: En esta empresa amorosa donde el amor entretengo, por mayor ventura tengo ser honesta que hermosa. La que es más humilde planta, si la subida endereza, por gracia o naturaleza a los cielos se levanta. […] No me causa alguna pena no quererme ni estimarme, que yo pienso fabricarme mi suerte y ventura buena. […] Si las almas son iguales, podrá la de un labrador igualarse por valor con las que son imperiales. (1994: 496)

Preciosa insiste en dos aspectos que destacan la actitud de Cervantes respecto a la libertad, y no solo de la mujer. Por un lado, como en el párrafo anterior, la gitana insiste en que el verdadero motor de cada existencia se asienta en la voluntad. Siguiendo a Erasmo de Rotterdam, Cervantes subraya el valor del individuo y su voluntad como medida del valor y forma de conocimiento del mundo. Y por otra parte, en la misma línea del humanismo, recalca el poder igualitario de las clases sociales basadas en ese mismo principio de la voluntad individual. Se podrán igualar las almas de «un labrador» y las «im[ 78 ]

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periales», Cervantes conoce bien la doctrina de Erasmo, como indican tanto Américo Castro (1980) como Marcel Bataillon (1979).

Fig. 6. La Gitanilla. Cartel de la película, 1940.

Podría pensarse que en esta novela Cervantes defiende el espíritu liberal del gitano, pero como bien afirma G. Güntert (1988), Cervantes rechaza también el sistema social de los gitanos respecto al trato que deparan a la mujer. Cuando pone en boca del patriarca las leyes que aplican a la mujer, contra las que también se rebela Preciosa, deja bien claro cómo la libertad [ 79 ]

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individual de la gitanilla está por encima de la injusticia manifiesta en esas formas: «Nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos como si fueran animales nocivos…». Es obvio que la libertad con que ha visto desenvolverse a sus hermanas, unida a su formación en la libertad natural del hombre, lleva a Cervantes a proclamar esa igualdad entre hombre y mujer con una firmeza admirable y provocadora.

2.2.2.2. El amante liberal: Leonisa, dueña de su propio destino El amante liberal es una novela de cautivos. Su compleja trama aborda las relaciones amorosas entre Ricardo y Leonisa en un mundo de aventuras en el Mediterráneo, que Cervantes conoce muy bien. Ricardo está enamorado de Leonisa, pero los padres de esta parecen más proclives a que se case con Cornelio. El cautiverio une a Ricardo y Leonisa. Su vida se complica notablemente cuando Leonisa, de la que se enamoran sus raptores, tiene que ser salvada por Ricardo con diferentes argucias. Al final, liberados ambos, consiguen llegar a las costas de Sicilia. Leonisa está enamorada ahora de Ricardo pero parece acceder, de nuevo, a las pretensiones de Cornelio. Cuando desembarcan en la isla, Ricardo hace entrega de Leonisa a Cornelio, con todo el dolor de su corazón pues piensa que esa es la voluntad de Leonisa. Sin embargo, pronto reacciona y explica públicamente que él no puede entregar a Leonisa porque no es propiedad sino de ella misma: —¡Válame Dios, y cómo los apretados trabajos turban los entendimientos! Yo, señores, con el deseo que tengo de hacer bien, no he mirado lo que he dicho, porque no es posible que nadie pueda mostrarse liberal de lo ajeno: ¿qué jurisdición tengo yo en Leonisa para darla a otro? O, ¿cómo puedo ofrecer lo que está tan lejos de ser mío? Leonisa es suya, y tan suya que, a faltarle sus padres, que felices años vivan, ningún opósito tuviera a su voluntad. (1994: 554) [ 80 ]

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Nuevamente, los pronombres posesivos aparecen para determinar el concepto de propiedad de la mujer: «Es suya y tan suya…» que sólo su voluntad será capaz de determinar su destino. El amante liberal, que se incluye dentro del género de las «novelas bizantinas», como El Persiles, es un camino iniciático en que los personajes, por medio de ese cúmulo de aventuras, van definiendo su identidad. Los auténticos héroes, como don Quijote, no son personajes planos que parten de una base construida y cerrada sino que van evolucionando a lo largo de la novela para alcanzar su plena identidad en los momentos finales. Es entonces, cuando Ricardo ha descubierto que la voluntad femenina juega un papel tan importante como la masculina en el desarrollo de los acontecimientos y reconoce la personalidad de Leonisa al mismo nivel que la suya. El Saffar, así lo destaca: Ricardo discovers, through a nightmare of bizarre adventures, that unión with the other is possible only if claims over the other are renounced. Like other late characters, Ricardo moves from an initial position of absolute alienation to a final position of integration, bringing with him into a final reconciliation not only Leonisa, whom he marries, but the renegades Mahmut, Halima, and her family. (1984: 149)

Durante toda la novela, las acciones de Leonisa no desmerecían en inteligencia y disposición de las de Ricardo. Ella ha tomado la iniciativa en varias ocasiones y ha ido procurando ganar la voluntad de los que la rodean para conseguir la libertad. Por tanto, no es extraño que ahora, al final de la novela, tras las palabras de Ricardo, Leonisa, como Preciosa, haga uso de su palabra para dejar claro que su voluntad como persona es la que toma la decisión libremente: —Si algún favor, ¡oh Ricardo!, imaginas que yo hice a Cornelio en el tiempo que tú andabas de mí enamorado y celoso, imagina que fue tan honesto como guiado por la voluntad y orden de mis padres, que, atentos a que le moviesen a ser mi esposo, permitían que se los diese; […] Esto digo por darte a entender, Ricardo, que siempre fui mía, sin estar [ 81 ]

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sujeta a otro que a mis padres, a quien ahora humildemente, como es razón, suplico me den licencia y libertad para disponer de la que tu mucha valentía y liberalidad me ha dado. (1994: 554) [La cursiva es nuestra]

Leonisa quiere dejar bien claro que su libertad ha estado siempre en la base de su existencia y que nunca ha dependido de la voluntad de personas ajenas. Su decisión se toma desde la conciencia de mujer plena, sin la negación de la identidad que la imposición del hombre pudiera suponer.

Fig. 7. El amante liberal. Barcelona, 1936, Ramón Sopena. [ 82 ]

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Pero en esta obra destaca, sobre todo, la postura de Ricardo. Cervantes pone en su boca las que podrían ser sus propias palabras. Después de haber visto el documento que firma para dejar total libertad a su mujer a la hora de manejar los negocios, no es extraño que Ricardo se plantee el tema de la propiedad de la mujer desde una óptica mucho más liberal, abierta y humana que lo que era habitual en su época y, especialmente, en la literatura: La victoria más importante, la de sí mismo, ocurre solo cuando rechaza Ricardo su concepto del amor que se basa en la idea de la mujer como propiedad privada, como objeto. (Sieber, 1980: 22)

2.2.2.3. La ilustre fregona: Constanza, la atracción de la virtud Nuevamente nos encontramos una Constanza como protagonista de una novela en la que Cervantes defiende la voluntad de la mujer. En este caso, trabaja en el mesón del Sevillano, en Toledo, donde llegan los jóvenes Tomás de Avendaño y Diego de Carriazo. Avendaño se enamora de ella y ambos permanecerán en la posada hasta el desenlace final. Toda la novela se estructura en torno a Constanza. Cervantes insiste en varias ocasiones en su honestidad y firmeza a pesar del entorno en que se mueve. Como indica Antonio Rey, es ejemplo de mujer honrada, digna y recatada en el mundo hostil, lleno de prostitutas, de los mesones áureos; es decir, asimismo a contrapelo del determinismo social del medio ambiente adverso. (2005: 230)

El aspecto y la profesión de criada del mesón no es óbice para que Avendaño muestre todo su amor hacia ella. La imagen externa puede ser la de una «fregona» pero la actitud, la honradez y la inteligencia la colocan por encima de su apariencia. Cervantes destaca cómo la virtud no depende nunca de la figura, de la apariencia, sino de los hechos. «Cada uno es hijo de sus obras», como dice en repetidas ocasiones en el Quijote: [ 83 ]

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No es posible que, aunque lo procuro, pueda un breve término contemplar, si así se puede decir, en la bajeza de su estado, porque luego acuden a borrarme este pensamiento su belleza, su donaire, su sosiego, su honestidad y recogimiento, y me dan a entender que, debajo de aquella rústica corteza, debe de estar encerrada y escondida alguna mina de gran valor y de merecimiento grande. Finalmente, sea lo que se fuere, yo la quiero bien; y no con aquel amor vulgar con que a otras he querido, sino con amor tan limpio, que no se extiende a más que a servir y a procurar que ella me quiera, pagándome con honesta voluntad lo que a la mía, también honesta, se debe. (1994: 767)

Desde la honestidad, sin engaños preconcebidos —lo contrario de lo que es habitual en muchas obras de teatro—, Avendaño acepta la baja condición social de Constanza y sólo busca su amor «limpio», basado en la «honesta voluntad». Al final, Constanza procede de familia noble y es el fruto de una violación, pero la intención de Avendaño ha quedado suficientemente expresa en sus propias palabras. El nombre de Constanza, que es también el de la sobrina de Cervantes, como hemos indicado, es el mismo que el de La gitanilla, una vez que deja de ser gitana, cuando se llama Preciosa. En ambos casos, Cervantes aborda un conflicto entre la realidad y la apariencia. El nivel social de Preciosa es tan bajo como el de la «fregona», pero ambas esconden un conjunto de valores y virtudes que están por encima de su condición social. La Constanza de esta novela tiene la función primordial y «ejemplar» de sacar a los dos jóvenes del mundo del vicio que buscan en la almadraba. Tomás Avendaño, que acabará casándose son Constanza, se aleja de la vida de perdición iluminado por la nobleza que emana la figura de Constanza. En la línea del amor cortés, Cervantes ensalza a la mujer y la coloca en un plano superior, pero, al partir de la «realidad» de la novela y no de la ilusión de la poesía, la estela del amor cortés adquiere un viso de realismo que funde el nivel de la fantasía y el de lo concreto para dotarlo de un nuevo significado. La nobleza y la virtud de la mujer son las mejores armas contra el vicio y la depravación. Nos viene a decir Cervantes cómo la relación entre los enamorados no debe basarse, siguiendo la norma, en la decisión de los padres o hermanos, [ 84 ]

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anulando la voluntad de la mujer, sino que ambos, desde su conciencia asumen su decisión con libertad, superando, además, las ataduras sociales que encasillan a los amantes. Ya lo dice en el Quijote, en esa excelente reflexión sobre los linajes en el capítulo VI de la Segunda parte: Solos aquéllos parecen grandes e ilustres que lo muestran en la virtud, y en la riqueza y liberalidad de sus dueños. Dije virtudes, riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será vicioso grande, y el rico no liberal será un avaro mendigo. (1993: 601)

Fig. 8. La ilustre fregona. Barcelona, 1953, Horta. [ 85 ]

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2.2.3. Las mujeres en El Quijote El Quijote ofrece un amplio muestrario de la respuesta femenina ante la ingratitud y el desprecio de los hombres. La educación de Cervantes va jalonando la obra de personajes femeninos marcados por su personalidad y por su afán de libertad frente a la sociedad opresora. Sin entrar de lleno en la relación entre las mujeres y el principio mitológico de lo femenino, como hace Ruth El Saffar (1984), no cabe duda de que Cervantes traslada a la mujer una fuerza y una determinación que van más allá de lo convencional: El Saffar propone que el famoso triángulo del deseo (del deseo no satisfecho en Cervantes) es la sustancia misma de la ficción, y en la Segunda Parte los personajes femeninos escapan totalmente a su destino de ser objetos de las fantasías eróticas de sus deseantes amantes o amadores. (Rubio, 2005: 6)

Treinta y nueve mujeres salen en el Quijote, catorce en la Primera parte y veinticinco en la segunda. Cada una va representando su propio papel en el desarrollo de la acción, pero hay un grupo destacado formado por las que más protagonismo tienen —excluyendo a Dulcinea, que es el símbolo de la idealización caballeresca— que impone su voluntad por encima de la de los hombres y que, como las mujeres que hemos visto ya, se convierten en el eje de cada una de las acciones en las que intervienen. En su famoso ensayo sobre las Mujeres del Quijote, Concha Espina afirma: En torno al rostro avellanado y enjuto del hidalgo manchego bulle una multitud de mujeres, hermosas o feas, nobles o rústicas, discretas o simples, de muy diversa traza y condición, pero unidas todas por el lazo común de la simpatía, por un íntimo y cordial sentimiento de indulgencia y ternura. En honesto y señoril apartamiento, el libre albedrío de la pastora Marcela; el valeroso arranque de Zoraida; la flaqueza de Camila, justo castigo del Curioso Impertinente; los ocios y donaires de la Duquesa; la discreción y bizarría de Ana Félix; la gracia infantil de doña [ 86 ]

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Clara; la pasión de Dorotea; el desenfado de Altisidora; la fidelidad de Luscinda; todos estos rasgos y otros muchos que, entre veras y burlas, trazó el Príncipe de los Ingenios en su novela inmortal, revelan cómo penetraba Cervantes en el alma de la mujer y con qué viva misericordia sabía amar sus virtudes y perdonar sus yerros. (1916: 22)

Muchas de ellas, como las hermanas o la madre de Cervantes, son mujeres cultas, saben leer y escribir, no se arredran ante las dificultades y, o bien se liberan del dominio de los hombres buscando su libertad, o bien se lanzan a buscar la justicia en el proceloso mundo masculino. Estas mujeres ilustradas, como las define Juana Vázquez Marín «son independientes, seguras de sí mismas y aficionadas a los libros de caballería» (2005: 492).

Fig. 9. Zoraida. New York, 1898, P.F. Collier. Banco de imágenes del Quijote.

2.2.3.1. Marcela: el discurso de la inteligencia libre Marcela es uno de los personajes más estudiados del Quijote y son cientos los artículos que versan sobre su figura. Para Luis Rosales (1985) [ 87 ]

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es el símbolo de la libertad absoluta. Ruht El Saffar (1984) y otros investigadores coinciden en verla como una representación de Diana, y para todos es un ejemplo la defensa de la justicia y la independencia de la mujer. Marcela se ha convertido ya en la tradición popular en uno de los símbolos de la libertad de la mujer. Su discurso, frente a los pastores y Don Quijote, es una excelente pieza literaria para defender la voluntad de la mujer como ser libre y autónomo. Marcela conlleva todo el principio de lo femenino. Entre los capítulos XII y XIV de la Primera parte, uno de los cabreros le cuenta a don Quijote la historia de la pastora Marcela. Es una de las primeras historias de la literatura en las que el papel de la mujer aparece destacado con toda su plenitud. Pedro, uno de los cabreros, cuenta la historia. Marcela es hija de Guillermo el Rico, una acomodada familia. Su madre muere en el momento del parto: De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo, sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. (1993: 130)

El tío sacerdote de Marcela no quiere casarla sin su consentimiento. Y aquí Cervantes apunta la buena decisión que toma, contrariamente, como hemos visto, a lo expuesto por Lope en varias de sus comedias: Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. (1993: 130)

Marcela tenía muchos enamorados, pero un día decide abandonar esa vida y hacerse pastora. Varios de los pretendientes siguen sus pasos y optan también por hacerse pastores para continuar sus requiebros. A pesar de que ella se esconde y en ningún momento da pábulo a sus esperanzas, uno de ellos, Grisóstomo muere de amor por la pastora. Los demás compañeros la acusan de cruel y de la muerte de Grisóstomo. En el entierro, Vivaldo, [ 88 ]

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un caminante que participa en el acto junto a don Quijote, lee la famosa Canción desesperada que Grisóstomo escribió antes de morir. En ese momento, se presenta Marcela quien lanza un discurso magistral sobre la libertad del amor y la mujer. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. […] Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos […] Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. […] Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera. (1993: 151) [La cursiva es nuestra]

Marcela insiste en su condición de mujer libre y en su identificación con la Naturaleza. Su discurso es un modelo de razonamiento lógico y preciso donde el papel del individuo se asienta sobre los convencionalismos sociales a que la condición de mujer la condena. Por estas categorías sociales, estancas y cerradas, la mujer debe casarse como única salida a su vida. La actitud de Marcela coincide notablemente con la de Andrea y Magdalena. Cervantes ha vivido la libertad de sus hermanas como algo noble y digno. El matrimonio no ha sido visto como una liberación para [ 89 ]

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la mujer sino como una esclavitud, por eso no es extraño que sea capaz de dibujar a estos excelsos personajes como Marcela. Marcela defiende su actitud con inteligencia. No se basa ni en lágrimas ni en desplantes. Razona, explica y se apoya en el saber popular para justificar su actitud: «según yo he oído decir», Marcela sale a contar su vida, a defender su vida, a ahincarla en el acontecer de la novela, en el punto y con la dirección que ella quiere —Cervantes consintiente. Cervantes nos la da recitándose a sí misma, haciéndose ante nosotros como ella es, y no como los demás quieren que sea. (Castro, 2005: 176)

Como Gelasia, encuentra en la Naturaleza su fuerza y argumento: «escogí la soledad de los campos». Siguiendo la estela mítica de Diana cazadora, Marcela se identifica con todos los elementos de la Naturaleza que la envuelven: montañas, arroyos y árboles son su morada y su vida. Lo natural, de nuevo, se convierte en Cervantes en la medida de todas las cosas. El mundo del renacimiento, apoyado en esa imagen de lo natural como forma de vida, aparece continuamente en la obra de Cervantes. Marcela es, quizás, su principal expresión. La identificación con la Naturaleza es la única forma de purificación posible y la que permite alcanzar la perfección del cielo: «contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera» (Quijote, I, XIV), estaba en la base de la contemplación natural de Garcilaso; Cervantes sigue su huella para ejemplificarlo en una de las más bellas metáforas de la libertad. Marcela lucha, además, por defender su libertad sexual frente a la opresión masculina. El mito de Diana no excluye la relación sexual con los hombres. La mayoría de las serranas del Arcipreste envuelven a los hombres con su fuerza o sus engaños para mantener relaciones con ellos. Y la serrana de la Vera, famoso romance de tradición popular, ejerce su dominio sobre los hombres con su fuerza y su atractivo. Marcela es la ruptura del esquema establecido que obliga a la mujer a condenar su sexualidad en el matrimonio, o lo que es peor, en el convento: [ 90 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Lo que se esperaba de la mujer perteneciente a un hombre está resumido en la siguiente frase de Vives, que quiero que valga para todas: «Dará fe de todo lo que él dijere, aun cuando contare cosas inverosímiles e increíbles; reflejará todas las expresiones de su rostro; si se riere, ella reirá; si se entristeciere, se le manifestará triste». La total absorción de la mujer por el hombre. Esto es precisamente lo que Marcela no puede tolerar. Se niega a ser de Grisóstomo, tanto novia como mujer. Correlativamente, insiste en la libertad de disponer de su propio cuerpo. Las posibilidades ofrecidas por aquella sociedad a las jóvenes decentes, significan precisamente no disponer de su propio cuerpo, ya que suponen someterse a una autoridad de patriarca. (Johnson, 1990: 134)

Fig. 10. Marcela. Madrid, 1905, R. L. Cabrera. Banco de imágenes del Quijote. [ 91 ]

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Y se incrementa el valor de la libertad cuando la identificación con la Naturaleza se produce a través de una mujer que se muestra con la fuerza de toda su inteligencia, no solo de su belleza. Grisóstomo y los demás pastores admiran y se enamoran del cuerpo de Marcela, Cervantes va más allá y en su discurso realza, sobre todo, la lógica de su sabiduría. Sus palabras se asientan en una sólida argumentación de mujer culta e instruida. Defiende su derecho a elegir su propia vida, lo que, en las circunstancias sociales de su época, no deja de ser un notable atrevimiento cargado de un fuerte sentido reivindicativo: Pero este cambio de pareceres no se debe en primer lugar a la belleza de Marcela, que en todo caso apoya el carisma de su personalidad, sino a su forma de razonar, pues su inteligencia asombra a todos precisamente porque no creían que una mujer fuera capaz de ella. Lo que queda como impresión al final del episodio no es, pues, el prejuicio de los hombres, sino la fuerza de convicción de una mujer que es todo lo contrario de una dama boba. (Neuschäfer, 1999: 54)

Las palabras de don Quijote, tras el discurso de Marcela, refrendan este parecer. Son, como dice don Quijote, «claras y suficientes razones», tan claras que está dispuesto a defenderla con el valor de los caballeros andantes. Y detrás de las palabras de don Quijote, se encuentra el pensamiento de Cervantes: Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive. (1993: 152)

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2.2.3.2. Dorotea: la determinación, la lógica y la verdad Es otra de las mujeres decididas y valientes que aparecen en la obra de Cervantes. Dorotea es la mujer que aparece en el capítulo XXVIII de la Primera parte del Quijote en una historia intercalada que trata sobre los amores de don Fernando, Dorotea, Cardenio y Luscinda. Dorotea es hija de una familia de campesinos ricos. Fernando se aprovecha de ella con engaños y promesas de matrimonio y una vez deshonrada, la abandona. Pero Dorotea no se conforma con su suerte sino que, disfrazada de hombre, sale en busca de Fernando para hacerle cumplir su promesa. Este es uno de los temas reiterativos del teatro del Siglo de Oro. La mujer vestida de hombre introducía el matiz erótico en el teatro. Dorotea se encuentra con don Quijote y, transformada en la princesa Micomicona, urde una argucia para sacar a don Quijote de Sierra Morena, donde está haciendo penitencia. Cervantes nos presenta a una mujer leída, que conoce las novelas de caballerías y que sabe representar con acierto su papel. Es una de las mujeres instruidas de Cervantes, algo que no era normal en la época, sobre todo si sus lecturas incluían los libros de caballerías, lectura pecaminosa para las mujeres. Acepta representar el papel que el cura y el barbero le proponen porque es una experta en ese tipo de lances. A lo cual dijo Dorotea que ella haría la doncella menesterosa mejor que el barbero, y más, que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural, y que la dejasen el cargo de saber representar todo aquello que fuese menester para llevar adelante su intento, porque ella había leído muchos libros de caballerías y sabía bien el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían sus dones a los andantes caballeros. (1993: 313)

Salvador de Madariaga, en su excelente Guía del lector del Quijote, introduce un capítulo dedicado a Dorotea y lo titula «Dorotea o la listeza»: Dorotea es, ante lodo lista; en mi opinión, la persona más lista de todo el orbe quijotesco. Obsérvese su facilidad de palabra, tan sugestiva por su rapidez como por su propiedad, de una viveza excepcional de observación y [ 93 ]

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comprensión, así como de una inteligencia muy hecha a manejar ideas. (1986: 77)

En efecto, las intervenciones de Dorotea, que Madariaga va señalando, nos muestran una actitud racional y firme. No se desgarra en actitudes violentas ni grita su congoja sino que, con una sensatez asombrosa, acepta su situación y se plantea las diferentes opciones que la realidad le ofrece, para tomar, desde un análisis detenido, la que más le conviene. Dorotea va contando hábilmente y con gran claridad todo el proceso de su historia: cómo la requiebra don Fernando y cómo ella se resiste. Sus padres le aconsejan que no ceda e incluso, en otro rasgo de confianza paternal que ya hemos visto en el caso de Marcela, están dispuestos a casarla con quien ella quiera: Y que, si yo quisiese poner en alguna manera algún inconveniente para que él se dejase de su injusta pretensión, que ellos me casarían luego con quien yo más gustase, así de los más principales de nuestro lugar, como de todos los circunvecinos, pues todo se podía esperar de su mucha hacienda y de mi buena fama. (1993: 302)

Pero don Fernando la asalta en su habitación y Dorotea se siente perdida. Él, bajo una imagen de la Virgen, le promete ser su esposo, y Dorotea, apresada por los brazos de Fernando, razona: Yo, a esta sazón, hice un breve discurso conmigo, y me dije a mí mesma: «Sí, que no seré yo la primera que por vía de matrimonio haya subido de humilde a grande estado, ni será don Fernando el primero a quien hermosura o ciega afición, que es lo más cierto, haya hecho tomar compañía desigual a su grandeza. Pues, si no hago ni mundo ni uso nuevo, bien es acudir a esta honra que la suerte me ofrece, puesto que en este no dure más la voluntad que me muestra de cuanto dure el cumplimiento de su deseo, que, en fin, para con Dios seré su esposa. Y si quiero con desdenes despedille, en término le veo que, no usando el que debe, usará el de la fuerza, y vendré a quedar deshonrada y sin dis[ 94 ]

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culpa de la culpa que me podía dar el que no supiere cuán sin ella he venido a este punto. Porque, ¿qué razones serán bastantes para persuadir a mis padres y a otros que este caballero entró en mi aposento sin consentimiento mío?». Todas estas demandas y respuestas revolví yo en un instante en la imaginación. Y, sobre todo, me comenzaron a hacer fuerza y a inclinarme a lo que fue, sin yo pensarlo, mi perdición: los juramentos de don Fernando, los testigos que ponía, las lágrimas que derramaba y, finalmente, su disposición y gentileza, que, acompañada con tantas muestras de verdadero amor, pudieran rendir a otro tan libre y recatado corazón como el mío. Llamé a mi criada para que en la tierra acompañase a los testigos del cielo. Tornó don Fernando a reiterar y confirmar sus juramentos. Añadió a los primeros nuevos santos por testigos; echóse mil futuras maldiciones si no cumpliese lo que me prometía. Volvió a humedecer sus ojos y a acrecentar sus suspiros; apretóme más entre sus brazos, de los cuales jamás me había dejado. Y, con esto, y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo y él acabó de ser traidor y fementido. (1993: 306)

La lógica del razonamiento de Dorotea es aplastante. Nadie creerá que Fernando ha entrado en el dormitorio sin su consentimiento, por lo que la honra ya la tiene perdida. Y lo más probable es que la viole, con lo que quedaría deshonrada y «sin disculpa de la culpa». Dorotea acepta, pues, su situación sin saber si es buena o mala, pero con la determinación de hacer cumplir su palabra a Fernando. Y así, vestida de hombre, comienza la aventura de buscarle hasta que el destino la lleva a Sierra Morena y al encuentro casual con el cura, el barbero y Cardenio, el otro protagonista de esta historia. Su valentía indica un alto grado de autoestima basada en la cultura y en la formación recibida. Su personalidad no se construye desde la opinión de los demás sino que parte de su misma voluntad. «Dorotea, aún entregada, conserva un engarce consigo misma» (Castro, 2005: 185). La fortaleza y resolución de Dorotea le permite dejar aparte las pautas sociales de su época para obtener lo que espera de la vida, como la aventura, [ 95 ]

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el amor, la autonomía, el libre albedrío y la posibilidad de llevar a cabo lo que crea oportuno. Ella pasa por encima de las reglas y cánones a que está sometida la mujer de su tiempo. (Vázquez, 2005: 500)

Una vez con el cura, el barbero y Cardenio, y después de llevar a cabo su transformación en Micomicona y su buen hacer en este papel, llegan a la venta donde se encuentra Fernando. Frente a él, Dorotea vuelve a hacer gala de su elocución y con un discurso lógico, razonable y preciso, expone sus argumentos en defensa del honor de la mujer: Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que pocas o ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres descendencias; cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si ésta a ti te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que últimamente te digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu esposa: testigos son tus palabras, que no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello porque me desprecias; testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo, a quien tú llamaste por testigo de lo que me prometías. Y, cuando todo esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces callando en mitad de tus alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho y turbando tus mejores gustos y contentos. (1993: 394) [La cursiva es nuestra]

En este discurso destacan, sobre todo, esas palabras que sitúan en su verdadero término el valor de la nobleza. Como ya vimos al comentar la cita de los linajes en La ilustre fregona, Dorotea destaca la virtud de la persona y no la de la sangre como medida del ser humano. Es este un rasgo fundamental para comprender la actitud abierta de Cervantes y su profundo humanismo. El ser humano vale por lo que es y no por lo que aparenta y por el linaje. La expresión ya citada de que «cada uno es hijo de sus obras», que repite don Quijote, viene, de nuevo, a explicar la respuesta de los personajes ante la sociedad de su época y la postura revolucionaria de Cervantes. [ 96 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Fig. 11. Dorotea. México, 1842, I. Cumplido. Banco de imágenes del Quijote.

Con estas palabras y esta resolución de Dorotea nos podemos explicar la actitud de María, la tía de Cervantes, cuando tuvo que defender sus derechos frente al bastardo del duque del Infantado. Pero Cervantes va más allá en su proceder rebelde ante las reglas sociales. El teatro de Lope de Vega, como hemos comentado, no permite una boda entre personajes de distinta clase social. Los finales de El perro del hortelano o de La moza del cántaro son una prueba de ello. Sin embargo, Cervantes termina la narración de esta aventura con la boda de Fernando y Dorotea por lo que la diferencia de clases no es un impedimento insalvable para el matrimonio. La determinación de Dorotea y la actitud tolerante de Cervantes nos llevan, en este caso, a un final feliz sin necesidad de extrañas anagnórisis. Por ello, Madariaga (1986) afirma que «Dorotea es su hija predilecta», y Héctor Márquez va más allá cuando declara: «Y es que Dorotea, no Dulcinea, es la mujer de Cervantes» (1979: 146). [ 97 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

2.2.3.3. Altisidora: la humanidad del deseo Hay otra mujer en el Quijote que representa un punto clave en la dimensión humana del libro y, sobre todo, en la libertad de la mujer para tomar la iniciativa en la conquista del varón. Es Altisidora, una de las criadas de los duques, quien en connivencia con ellos organiza una broma para ofrecerse a don Quijote y obligarle a ser infiel a su amada Dulcinea. El personaje de Altisidora procede de las novelas de caballerías. Los caballeros deben sufrir el acoso de la doncella para demostrar su entereza. Es una tentación más, una prueba más en el discurrir del camino iniciático hacia la perfección. La batalla contra el enemigo y contra el gigante es la muestra de su valentía y coraje, pero la superación de la prueba de la tentación erótica indica la fuerza de su voluntad. Como Dido envuelve a Eneas, Altisidora intenta lo mismo con don Quijote: No hay que olvidar la base artúrica, que es lo mismo que decir no cristiana, de toda aquella literatura, (libros de caballerías) así como el peso de las tradiciones germánicas, donde el ofrecimiento espontáneo de la mujer reviste un carácter ancestral y tópico. La agresividad amorosa de las infantas venía a quedar requerida además por exigencias de la misma perfección caballeresca del protagonista masculino. (Márquez Villanueva, 1995: 320)

En el Amadís de Gaula, por ejemplo, Oriana mantiene relaciones con Amadís siempre a iniciativa de ésta: Se puede bien decir que en aquella verde hierba, encima de aquel manto, más por la gracia y comedimiento de Oriana que por la desenvoltura de Amadís fue hecha dueña la más hermosa doncella del mundo. (1987: 574)

Y lo mismo podríamos decir de Tirante el Blanco. La Princesa se acerca a la cámara de Tirante y se ofrece tentadora: Ruégote, Tirante y señor de mí, que no quieras consentir que toda mi esperanza sea vana, que muy cierto es que de todo mi mal eres tú solo la causa, y como el mal me salteó fue por pensamiento del tu amor […] [ 98 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

E metió la cabeça debaxo de la ropa, y dixo a Tirante que metiesse allí la suya, y díxole: —Bésame los pechos por mi consolación y por tu reposo. Y él lo hizo de muy buena voluntad. Como le hubo besado los pechos, le besó los ojos y la cara. (1990, 527)

En principio, todo parece orquestado por los duques, pero pronto la doncella toma la iniciativa sorprendiendo a la propia duquesa: Quedó la duquesa admirada de la desenvoltura de Altisidora, que aunque la tenía por atrevida, graciosa y desenvuelta, no en grado que se atreviera a semejantes desenvolturas; y como no estaba advertida desta burla, creció más su admiración. (1993: 987)

Cervantes teatraliza el acoso de Altisidora a don Quijote potenciando el sentido transgresor y erótico de la conquista: suena un arpa, canta en un jardín y el romance está lleno de alusiones eróticas. —¡Oh, tú, que estás en tu lecho, entre sábanas de holanda, durmiendo a pierna tendida de la noche a la mañana, caballero el más valiente que ha producido la Mancha, más honesto y más bendito que el oro fino de Arabia! Oye a una triste doncella, bien crecida y mal lograda, que en la luz de tus dos soles se siente abrasar el alma […] ¡Oh, quién se viera en tus brazos, o si no, junto a tu cama, rascándote la cabeza y matándote la caspa! […] [ 99 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

Niña soy, pulcela tierna, ni edad de quince no pasa: catorce tengo y tres meses, te juro en Dios y en mi ánima. No soy renca, ni soy coja, ni tengo nada de manca; los cabellos, como lirios, que, en pie, por el suelo arrastran. Y, aunque es mi boca aguileña y la nariz algo chata, ser mis dientes de topacios mi belleza al cielo ensalza. Mi voz, ya ves, si me escuchas, que a la que es más dulce iguala, y soy de disposición algo menos que mediana. Estas y otras gracias mías, son despojos de tu aljaba; desta casa soy doncella, y Altisidora me llaman. (1993: 892)

Todo el romance es una relación morbosa y erótica de la tentación. La cama y las sábanas de Holanda, la edad, los cabellos… parecen seguir la estela de los tópicos petrarquistas, sin embargo, el tono paródico y de burla —renca, coja, manca…— nos presentan un mundo al revés, una parodia de los romances amorosos propios de Lope de Vega, como indica Felipe Pedraza (1987-1988). El tono paródico se acrecienta con las expresiones que hacen alusión a la caspa, o con la metáfora de los dientes de topacios —de tonos amarillentos—, y no como blancas perlas, que era lo habitual: Lo que se nos presenta en el romance burlesco de Altisidora no es sino una variación, y una variación por cierto brillante y original, en torno al viejo tema del mundo al revés. (Joly, 1990: 145) [ 100 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Fig. 12. Altisidora. París, 1867, Baudry. Banco de imágenes del Quijote.

En todo caso, Altisidora toma la iniciativa, se lanza a la conquista del caballero y va más allá de lo acordado con la duquesa. Es una mujer que no se conforma con la realidad tal como le llega sino que, como las anteriores, quiere moldearla y cambiarla a su gusto, en este caso, por medio de la tentación erótica. Puede afirmarse que es en este caso el exceso mismo de su delirio verbal el que le hace paradójicamente conservar a Altisidora el lugar que merece en la rica galería de las discretas y desenvueltas señoras o doncellas que asoman en la obra cervantina. (Joly, 1990: 148)

Don Quijote se resiste a esta tentación que se le ofrece acordándose de su amada Dulcinea. Sancho Panza no lo entiende y dice: —¡Crueldad notoria! —dijo Sancho—. ¡Desagradecimiento inaudito! Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa [ 101 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

suya. ¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa! (1993: 993)

Don Quijote, ante el trato de Altisidora y las demás doncellas, es «el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero» (1993: 796). El erotismo forma parte de la vida de Cervantes. Su entorno familiar lo vive plenamente. Altisidora refleja la fusión entre la formación literaria y la vivencia personal, entre la parodia de la novela de caballerías y la experiencia de vida que le ha llevado a conocer cómo la tentación erótica puede convertirse en el fundamento de la existencia de la mujer y de su libertad.

2.2.4. Personajes femeninos en el teatro Triunfar en el teatro fue la gran aspiración de Cervantes. La polémica con Lope de Vega por la calidad de las obras de teatro, y no tanto, como indica Antonio Rey (2005), por la tradición literaria, nos muestra cómo Cervantes estaba muy pendiente de la creación teatral y su puesta en escena. En 1615 publica sus Ocho comedias y ocho entremeses, y añade un subtítulo muy significativo: nunca representados. En La adjunta, en prosa, al Viaje del parnaso, Cervantes afirma haber escrito y representado varias obras: —Sí —dije yo—, muchas; y, a no ser mías, me parecieran dignas de alabanza, como lo fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La gran turquesca, La batalla naval, La Jerusalem, La Amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única y La bizarra Arsinda, y otras muchas de que no me acuerdo. Mas la que yo más estimo y de la que más me precio fue y es de una llamada La confusa, la cual, con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores. (1995: 1350) [ 102 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

De estas, conservamos La Numancia y Los tratos de Argel3. Es posible que la que denomina La gran turquesca, sea La gran sultana, incluida en la edición de Ocho comedias y ocho entremeses. A pesar de que Cervantes diferencia con claridad dos épocas en su teatro, Canavaggio (2003) considera que puede hablarse de tres etapas. La primera iría desde 1581 a 1587, de la que conservamos Los tratos de Argel y La Numancia. La segunda, de 1587 a 1606, incluiría La casa de los celos, El laberinto de amor y El rufián dichoso. Y la tercera, entre 1606 y 1615, incorporaría todas las demás: La gran sultana, El gallardo español y Los baños de Argel, en primer lugar; y después se escribirían La entretenida y Pedro de Urdemalas. Siguiendo esta clasificación, situaríamos la redacción de La gran sultana en la última etapa de la vida de Cervantes, lo que nos lleva comprender mejor cómo la actitud de tolerancia que emana de la obra está perfectamente asentada. Los avatares cotidianos, la ideología y la experiencia de vida de Cervantes cobran en el teatro una especial significación: porque es el medio en el que ha ansiado triunfar y porque el teatro es el género vinculado de una forma directa con la vida. La representación teatral es la puesta en escena de las vivencias, de los anhelos y los afanes. El hecho de que Cervantes haya escrito cuatro obras vinculadas con el cautiverio, indica cómo esa experiencia fue la que más honda huella dejó en su memoria. El trato de Argel y Los baños de Argel son la expresión de su recuerdo vivido y directo y, junto con la novela del Cautivo del Quijote y la aventura de Zoraida constituyen un bloque homogéneo que relaciona vida y literatura. El gallardo español y La gran sultana, aunque no proceden de la experiencia directa, se ambientan en los lugares, espacios, personajes y situaciones que Cervantes conoció de cerca.

3. A pesar de las palabras de Cervantes, Antonio Rey (1987: 844) mantiene el título de El trato de Argel porque todas las ediciones conservadas así lo indican.

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Cervantes y la libertad de las mujeres

2.2.4.1. La Gran Sultana: la igualdad de los amantes Esta obra cuenta la relación entre el Gran Turco y una cristiana, Catalina de Oviedo, que ha sido hecha prisionera. El tema de las relaciones amorosas entre un moro y cristiana o mora y cristiano es frecuente en la literatura de la época. Catalina de Oviedo es requebrada de amores por el Gran Turco, quien está prendado de su belleza. Catalina parece resistirse a sus requiebros por no querer mantener relaciones con un infiel siendo ella cristiana. Sin embargo, y olvidando las motivaciones, el conflicto de los dos protagonistas es una situación límite para los dos amantes —pues el Gran Turco debe superar los obstáculos que en su propia religión prohíben una esposa que continúe siendo cristiana, incluso exteriormente, y doña Catalina debe enfrentarse, tras superar la tentación del suicidio, a la condena paternal y eclesiástica. (Díez Fernández, 2004: 185)

La diferencia de religión no será un obstáculo insalvable. Muchos de los críticos que han estudiado esta obra insisten en la defensa de la tolerancia religiosa que defiende Cervantes. De hecho, su puesta en escena destacó fundamentalmente este aspecto:4 Una coherente y sutil metáfora de una muy radical reflexión personal sobre problemas políticos, sociales y morales de la época y, sobre todo, de una noble aspiración a la paz y a la armonía en el mundo por el cultivo de la tolerancia, de un deseo de comprensión y de amor genuino entre la gente […] esta situación fantástica, exenta de todo cinismo, simboliza una fervorosa exaltación de la tolerancia, del amor y de la paz entre toda la gente del mundo. (Zimic, 1992: 184)

Cervantes rompe con la idea tradicional de la crueldad de los turcos. El Gran Turco busca el afecto de Catalina desde la consideración y el respeto. 4. Se estrenó en 1992 en la Expo de Sevilla. Se representó después en Madrid durante tres temporadas. Luis Alberto de Cuenca realizó la adaptación. Se escribieron varios artículos resaltando el tema de la tolerancia.

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2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Fig. 13. La Gran Sultana. 1992. Foto Chicho. Archivo CDT,

Al inicio de la conquista amorosa, Catalina le previene al Turco con gran racionalidad. Catalina representa la firmeza del cristiano dispuesto a dejarse matar antes que renegar de su religión. Pero no solamente defiende su entereza sino que argumenta con la lógica aplastante de quien analiza la situación. Esta primera cita destaca tres aspectos fundamentales: la firmeza de la postura de Catalina, la reflexión sobre la posición en que se encontrará el turco frente a los suyos, y una interrogación que evidencia la contradicción de las dos religiones: SULTANA: Cristiana soy, y de suerte, que de la fe que profeso no me ha de mudar exceso de promesas ni aun de muerte. Y mira que no es cordura [ 105 ]

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que entre los tuyos se hable de un caso que, por notable, se ha de juzgar por locura. ¿Dónde, señor, se habrá visto que asistan dos en un lecho, que el uno tenga en el pecho a Mahoma, el otro a Cristo? (1995: 493)

La respuesta del Turco a estos razonamientos de Catalina evidencian ya la postura tolerante y de respeto. Sus palabras destacan un aspecto clave: igualdad del hombre y de la mujer en la relación personal. TURCO …de mí a ti han de ser iguales las cosas que se trataren, sin que en otro punto paren que las haga desiguales. La majestad y el Amor nunca bien se convinieron, y en la igualdad le pusieron, los que hablaron del mejor. Deste modo se adereza lo que tú ves después: que, humillándome a tus pies, te levanto a mi cabeza. Iguales estamos ya. (1995: 493)

Cervantes contrasta la desigualdad provocada por la situación social frente al sentimiento —la majestad y el amor— para convertir al segundo en el verdadero motor de la igualdad social, por encima de la jerarquía establecida comúnmente. Con esta intención, se repiten las palabras del campo semántico de la «igualdad». Cervantes juega con las antítesis — iguales/desiguales; humillándome/levanto— para resaltar el poder igualitario del amor y la consideración que se deben tener los amantes. [ 106 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

En el intento de conseguir a Catalina, el Gran Turco va a ir desgranando una serie de argumentos que insisten en la libertad de decisión de la mujer respecto a todas las cosas y, sobre todo, indica una actitud de respeto hacia la mujer que sorprende en ese mundo y en esa época. El Turco acepta el cristianismo de Catalina con unos versos llenos de respeto y amor: SULTANA: He de ser cristiana. TURCO: Sélo; que a tu cuerpo, por agora, es el que mi alma adora como si fuese su cielo. ¿Tengo yo a cargo tu alma, o soy Dios para inclinalla, donde alcance eterna palma? Vive tú a tu parecer, como no vivas sin mí. (1995: 508)

La diferencia entre el alma y el cuerpo en la relación amorosa abre un nuevo camino hacia la tolerancia y la libertad. José Ignacio Díez Fernández afirma que en realidad, La gran sultana no defiende la tolerancia sino el poder del amor: El sultán queda ennoblecido por el amor […]. Los principios del platonismo renacentista enlazan magníficamente con la máxima de Virgilio («Omnia vincit amor, et nos cedamos amori») y con la transformación operada en el Sultán, cuyo comportamiento se rige por principios neoplatónicos. (2004: 186)

Obviamente, el principio neoplatónico del poder del amor se encuentra en toda la obra cervantina, sin embargo no es frecuente fundir ese motivo con la expresión abierta y clara de un respeto hacia la mujer que va más allá del platonismo. Cervantes parte de una realidad marcada por la diferencia de clase y de situación: Catalina es una esclava. No hay una idealización previa de la amada a partir del planteamiento literario sino una [ 107 ]

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realidad basada en el contraste. Las palabras que Cervantes pone en boca del Sultán no son sólo declaraciones de amor sino que insisten en el tema social de la igualdad de ambos. En este sentido, Cervantes supera el principio neoplatónico para dejar constancia de la intencionalidad social de las relaciones. La respuesta del Turco a Catalina insiste en que, en las circunstancias en que se encuentran, nada le impide abusar de su poder para con ella; por eso, sus palabras, de total respeto, cobran un especial significado. Y no es solo el respeto a Catalina; el Turco defiende una idea que puede ser la opinión directa de Cervantes, al rechazar, en general, el uso de la fuerza como medio de conseguir sus objetivos. No quiero gustos por fuerza de gran poder conquistados: que nunca son bien logrados los que se toman por fuerza. Como a mi esclava, en un punto pudiera gozarte agora; mas quiero hacerte señora, por subir el bien de punto; y, aunque del cercado ajeno es la fruta más sabrosa que del propio, ¡estraña cosa!, por la que es tan mía peno. (1995: 509)

Y para fijar más esta intención, insiste en el sentido de la igualdad y el respeto anulando el principio de la propiedad de la mujer. Como veíamos al inicio del estudio, la sociedad definía la relación del hombre y la mujer basada en la dependencia total y absoluta de ésta respecto a aquel, hasta el extremo de impedir su desarrollo como ser autónomo y libre. Las palabras del Turco defienden expresamente todo lo contrario: Puedes dar leyes al mundo, y guardar la que quisieres: [ 108 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

no eres mía, tuya eres, y a tu valor sin segundo se le debe adoración, no sólo humano respeto; y así, de guardar prometo las sombras de tu intención. (1995: 511)

El verso no eres mía, tuya eres, supone una innovación sorprendente en ese mundo dominado por la voluntad del hombre. Catalina supone una defensa de la independencia de la mujer y la toma propia de decisiones basadas en el respeto mutuo. Y así se lo hace saber al Turco, quien acepta esa relación más allá de la dependencia amorosa. Sus palabras resumen la postura de Cervantes sobre la libertad de la mujer. Los dos posesivos diferenciados, mía y tuya, marcan claramente el camino de la igualdad de ambos sexos. Tras esta consideración y respeto, no es extraño, por tanto, que Catalina acabe siendo la gran Sultana y dando un heredero al gran Turco, conviviendo en un mismo lecho Cristo y Mahoma. Esto es tolerancia, humana y religiosa. Con boda o sin boda, como en La entretenida, Cervantes está trasladando a sus obras el sentir de la mujer libre que ha vivido desde la infancia. Su tía María, primero, y sus hermanas después, le han demostrado que la libertad de la mujer debe estar por encima de la imposición masculina que anula su voluntad.

2.2.4.2. La entretenida: Marcela y Cristina, dos mujeres en busca de su identidad Hasta ahora, se ha considerado una obra «menor» de Cervantes, que sigue las pautas del teatro lopesco y que sólo pretende parodiar algunos de los aspectos básicos de este teatro, como es el del final feliz con la acumulación de matrimonios. Y es cierto; sin embargo, de esta intención paródica, como en El Quijote, se desprende todo un complejo mundo de análisis de las pasiones humanas y, sobre todo, una dignidad de los personajes que no se encuentra en ninguna de las obras coetáneas. La libertad del ser humano, contra los convencionalismos establecidos, se constituye como el eje central [ 109 ]

Cervantes y la libertad de las mujeres

de la obra y sitúa a los personajes en una visión más actual que los introduce en la dimensión del hombre como individuo, capaz de tomar sus propias decisiones sin el imperativo de las normas sociales.

Fig. 14. La entretenida. 1995. Archivo CDT.

Se puede considerar como una obra escrita contra la superficialidad y el juego teatral de Lope y las comedias de «capa y espada». La crítica que Cervantes hace en el capítulo 48 de la Primera parte del Quijote contra el teatro de Lope se basa, principalmente, en la escasa calidad de las obras «que ahora se representan. […] Porque estas que ahora se usan, así las imaginadas como las de historia, todas o las más son conocidos disparates, y cosas que no llevan pies ni cabeza». Antonio Rey afirma que «es una parodia de la comedia de capa y espada lopeveguesca […] esto es, una ridiculización de la comedia urbana de enredo e intriga, que no implica aparato de tramoya especial […] sino ingenio, traza y vestuario común. […] Cervantes ha trazado un dibujo diferente, irónico y […] anticomediesco de la acción» (2005: 299). [ 110 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

La acción se distribuye, como es tradicional en las comedias lopescas, entre las relaciones amorosas de los criados y los «nobles». La acción de los criados se centra en los amores de Cristina, a la que intentan conseguir Ocaña, Quiñones y Torrente. La de los nobles se bifurca en dos acciones simultaneas provocadas por dos mujeres que llevan el mismo nombre: Marcela Armendárez y Marcela Osorio (esta última no aparece en escena) lo que provoca una situación bastante llamativa: Antonio de Armendárez está enamorado de Marcela Osorio, pero así se llama también su propia hermana, quien, por otra parte, se parece sobremanera a la pretendida por Antonio. Esto crea un juego inicial de confusiones que introduce en el espectador —y en la opinión de la propia Marcela— la sospecha del incesto. A Marcela Armendárez la pretende también Cardenio, quien con la ayuda de Muñoz, otro de los criados, se introduce en la casa, junto con su paje Torrente, haciéndose pasar por Silvestre de Armendárez, primo de Antonio y Marcela, y que debe acudir desde América. Pero Cardenio no es capaz de despertar el amor de Marcela porque, como él mismo afirma: «Yo tengo para morir / no para hablar, corazón». El enredo se complica sobremanera cuando aparece el verdadero primo Silvestre, cuya presencia descubre el enredo. Ninguno de los dos pretendientes de Marcela Armendárez puede cumplir su propósito porque el Papa se niega a enviar la dispensa necesaria para el matrimonio entre familiares. Ante esta situación, ya extraña incluso en la creación lopesca, Marcela reacciona con una notable dignidad que la mantiene incólume frente a la situación planteada. La otra acción de los «nobles» gira en torno a los amores de Antonio con Marcela Osorio. Antonio se pasa toda la obra lamentando la dificultad de su empresa porque el padre de Marcela, don Pedro, tiene a su hija escondida y no puede requebrarla ni solicitar su mano. Francisco ayuda y consuela a Antonio en su empeño y, al fin, consigue que el padre de Marcela Osorio, don Pedro, acceda al matrimonio de ambos. Todo parece ir hacia la boda cuando se descubre que la propia Marcela ha entregado una cédula confesando su amor a otro hombre, Ambrosio, con lo que se produce un desgarro entre las apetencias de la hija y los deseos del padre, lo que provocará otro matrimonio fracasado. [ 111 ]

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Tampoco los criados pueden terminar felizmente sus lances porque Cristina no alcanza los amores de sus tres pretendientes, con lo que la obra termina sin el final feliz característico de este tipo de obras. Los versos finales de Ocaña lo corroboran: Esto en este cuento pasa: los unos por no querer, los otros por no poder, al fin ninguno se casa. De esta verdad conocida pido me den testimonio: que acaba sin matrimonio la comedia entretenida. (1995: 772)

Este final insospechado y sorprendente se ha interpretado como una crítica irónica de los finales felices de las obras de Lope, en las que todo el mundo acaba casándose, quiera o no, con el o la que le corresponda en turno, eso sí, siempre sin mezclar ninguna de las clases sociales establecidas, aunque para ello tenga que hacer nobles a fregonas o hacer aparecer, repentina e insospechadamente, padres ricos y nobles, como ocurre, por ejemplo, en El perro del hortelano, como ya hemos comentado. El caso es terminar la obra con un buen sabor de boca y con una fiesta justificada en las bodas. Y en verdad, se puede considerar que quizás esa sea la intención primordial de Cervantes, pero en ello subyace una visión nueva de las relaciones personales y, sobre todo, una perspectiva del papel de la mujer que supera ampliamente las convenciones de las obras lopescas. Cervantes destaca la dignidad de la mujer como algo que debe permanecer por encima de los convencionalismos y la coloca en un plano de igualdad frente al hombre potenciando la faceta que la distingue como ser individual y libre. Las dos Marcelas representan, sin lugar a dudas, este planteamiento original y nuevo que adentra a Cervantes en una visión más moderna de las convenciones sociales. La Armendárez se nos muestra en la obra desde un doble punto de vista: por un lado teme las posibles relaciones inces[ 112 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

tuosas de su hermano debido a las palabras ardientes que le oye decir y que ella sospecha no son dirigidas a otra mujer sino a ella misma. De sus palabras se deduce, en principio, un cierto temor ante la situación planteada, pero, por otro lado, no parecen desagradarle tanto las declaraciones que oye en la boca de su hermano: De contino trae en la boca mi nombre, y hurto me mira, gime a solas y suspira, las manos me besa y toca, y da por disculpa de esto que me parezco a su dama, que de mi nombre se llama. (1995: 687)

E incluso no faltan las alusiones bíblicas que han seguido este tipo de relación, como si en ellas se pudiese encontrar la explicación: ¡Y cómo si puede ser! ¿Ya no se sabe que Amón amó a su hermana Tamar? ¿Y no nos vienen a dar Mirra y su padre ocasión de temer estos incestos? (1995: 686)

Estos versos y otros similares le hacen decir a Américo Castro que La entretenida es una comedia «brumosa e inquietante» y justifica su afirmación en la extraña relación que mantiene con su hermano, en la que el crítico encuentra una «morbosa complacencia […] Con malsana curiosidad, Marcela observaba a su hermano, y con alguna desilusión se entera de ser otra mujer el objeto de su amor» (1980: 69). Y yo, simple, imaginaba ser yo la hermosa Marcela a quien mi hermano llamaba; [ 113 ]

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y con malicia y cautela a las manos le miraba, a los ojos y a la boca y con no advertencia poca ponderaba sus razones (1995: 723).

Con todo ello, vemos cómo Cervantes introduce una cierta ambigüedad en las relaciones de ambos hermanos. Marcela escucha, entre el temor y el agrado, las palabras de Antonio, pero siempre queda la duda en el espectador si no es esa disposición hacia el amor atrevido y anticonvencional lo que le impide acercarse a los demás hombres que la pretenden. La actitud de Marcela no sólo rompe los entramados de la comedia de Lope sino que se atreve a insinuar unas relaciones prohibidas que, sin lugar a dudas, introducen una nueva dimensión, atrevida y valiente, en las estructuras atávicas y tradicionales del teatro lopesco. Por otra parte, Marcela se enfrenta a la realidad de su fracaso matrimonial con una dignidad que tampoco es habitual en el teatro de la época. Su papel como mujer independiente se destaca en los momentos en que rechaza las pretensiones de su falso primo: Este primo no me agrada, dulce amiga Dorotea. (1995: 719)

Tampoco reacciona, como hacen la mayoría de las mujeres en este teatro, buscando una alternativa a los amores previstos, sino que acepta con normalidad su destino sin importarle la solución sin boda que se presume. Su papel como mujer, por encima del destino a que la empuja la sociedad tradicional, destaca su personalidad y su valor como ser individual que resalta su valor por sí misma y sin la necesaria dependencia del hombre. Cuando el segundo posible matrimonio fracasa por la negativa del Papa a conceder la dispensa, se limita a reconocer con frialdad que: Casamientos de parientes tienen mil inconvenientes. (1995: 769) [ 114 ]

2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Como si no lamentase para nada la solución matrimonial que debería ser, en un contexto más tradicional, el deseo fundamental de la mujer. Incluso en los momentos finales mantiene esta misma actitud de dignidad y entereza, como una mujer liberada, y acepta los acontecimientos que se suceden sin ningún tipo de lamento. Yo quedaré en mi entereza, no procurando imposibles, sino casos convenibles a nuestra naturaleza. (1995: 772)

Lo natural como forma de vida procede de la actitud renacentista, pero Cervantes lo lleva mucho más allá y coloca a la mujer en un plano de integridad que la acerca notablemente a las concepciones más modernas de las relaciones sociales. Todo el juego de ilusiones y quimeras que embarga el teatro de Lope, y que siempre se cumplen aunque para ello deban romperse las líneas más elementales del decoro, se transforma en Cervantes en los cánones de un realismo mesurado y humano, mucho más cercano a las concepciones de un teatro y de unas formas de vida dominadas por el individuo como medida de la libertad del hombre. Como siempre, Cervantes ha sabido captar la psicología de los personajes con esa profundidad que le caracteriza y presentarnos a unos seres libres, auténticos, y no dominados por los convencionalismos sociales de la época. Lo mismo podríamos decir, aunque se encuentre menos desarrollado, del resto de las mujeres de la obra, quienes también saben enfrentarse a su libertad con entereza. La otra Marcela es capaz de firmar una cédula ofreciendo sus amores a una persona distinta a la elegida por su padre sin que, como ocurre en el teatro de Lope, éste acepte al final el desenlace de la situación. Don Pedro Osorio se lamenta del atrevimiento de su hija pero no se soluciona el conflicto sino que queda planteado como una disputa que enfrenta los convencionalismos del padre y la sociedad contra la opinión libre de su hija. Cristina, la criada, también asumirá su realidad con gran firmeza y espera que todo suceda conforme a lo que deba ser: [ 115 ]

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Hace quien se desespera un grandísimo pecado, y es refrán muy bien pensado que tal vendrá que tal quiera. (1995: 770)

Con estas actitudes, las mujeres de Cervantes se sitúan en un plano de naturalidad en el que destaca la búsqueda de su propia autonomía y personalidad. Frente a los galanes de Lope, dominados por las circunstancias sociales que los envuelven, los personajes de Cervantes asumen su conciencia reflexiva acerca de las condiciones y sentido de su existencia. Su humanidad les lleva a plantearse la realidad desde la perspectiva de su propio individualismo superando la alienación que provoca la dependencia de las voluntades ajenas. Como don Quijote, no tienen el camino marcado desde un inicio que lleva inexorablemente hacia un final predestinado, sino que oscilan entre la esperanza y la duda y se sumergen en las vacilaciones naturales que debe sufrir todo ser humano. Este sorprendente final no sólo es una crítica de los finales aparatosos y felices del teatro de Lope, sino que esconde una actitud de comprensión hacia la libertad de la mujer quien pone en primer lugar su libertad y su mundo, frente a todo lo que la sociedad y el entramado familiar le obligan. 2.2.4.3. La Numancia, la tragedia de las mujeres del pueblo Cervantes parece seguir las normas aristotélicas en la creación de la única tragedia suya que conservamos, pero en realidad, la acción trágica de La Numancia se integra de lleno es una perspectiva cercana al humanismo renacentista en el que se van diluyendo las líneas de la tragedia clásica. En esta obra desaparecen el protagonismo de los dioses y la presencia del destino como elementos esenciales del género y se potencia, en cambio, la acción libre y voluntaria del hombre frente a la opresión de la realidad o de otro hombre.

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2. Las mujeres en la obra de Cervantes

Fig. 15. La Numancia. 1966. Foto Gyenes. Archivo CDT.

En la tragedia la experiencia de vida surge desde la propia libertad en conflicto con el entorno para generar la propia destrucción como acto supremo de rebeldía. La muerte se constituye así como el final inevitable y única manera de alcanzar el valor trascendente de la verdad y de la eternidad. El héroe precisa siempre de dos elementos claves para conseguir esta categoría: su propia voluntad consciente frente al peligro y la aceptación voluntaria de la muerte como única salida. El héroe trágico de La Numancia asume su impotencia frente a una realidad superior, pero en la humildad de su condición se resume el principio del humanismo, el valor del hombre por el mero hecho de serlo, frente al significado cuasi-divino del concepto de la tragedia clásica. Los héroes numantinos representan el «heroísmo de los plebeyos», como indica Jesús G. Maestro (1999). No son grandes nobles ni caballeros pero desde su nivel social se igualan con ellos en el objetivo: la libertad. Honra y libertad son dos términos sinónimos en el marco de La Numancia. Solo la honra se vive en libertad y sin libertad no puede haber honra. Otro de los elementos que destaca Aristóteles como fundamental de la tragedia es la catarsis, la comunión del héroe con el pueblo en el estadio [ 117 ]

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de purificación por medio de la muerte final. En este sentido, Cervantes sigue con fidelidad los planteamientos aristotélicos. Cervantes identifica a Numancia con el pueblo español: uno de los personajes simbólicos se llama «España», y otro «Duero». Los «plebeyos españoles» son, pues, los verdaderos protagonistas de la obra, en plural, porque no existe ningún personaje tan individualizado que pueda considerarse el eje central de la acción. Este valor coral de la obra es una característica especialmente significativa: identifica al héroe con el pueblo. El título, La Numancia, hace alusión directa a un espacio, a una ciudad, a un conjunto, que contrasta con los títulos individualizados de la tragedia griega: Antígona, Electra, Medea… En ese sentido coral, las mujeres, como bien señala Verónica Ryjik (2006), se convierten indirectamente en las protagonistas de esta tragedia de Cervantes al instigar a los hombres a la muerte para salvar su honor. Escipión ha sitiado la ciudad de Numancia y quiere ejercer sobre ella un castigo ejemplar, que deje bien claro a todos los pueblos que el romano es el superior. Pero su victoria debe basarse en la fama y para ello necesita, al menos, un testigo que dé fe de su victoria y que pueda llevar a Roma como símbolo de su poder. «Con uno solo que quedase vivo, / no se me negaría el triunfo en Roma», dice Escipión. Pero los numantinos saben que no podrán vencer nunca a Escipión. Lo único que le queda es su honra, y por ello deciden salir todos en tromba hasta morir matando a cuantos romanos alcancen. «Se aferran a su honra con la misma entereza con la que estaban dispuestos a defender su libertad» (Rey, 2005: 236) Este acto de supremo heroísmo parece ser el final de Numancia, pero en ese momento aparecen las mujeres que, no van a cambiar el curso de la historia, pero que van a conseguir, por un lado, mantener su honra, y, por otro, «derrotar» a Escipión, quien no podrá lograr el testigo necesario de su triunfo: Peleando queréis dejar las vidas, y dejarnos también desamparadas, a deshonras y muertes ofrecidas. Nuestro cuello ofreced a las espadas [ 118 ]

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vuestras primero; que es mejor partido que vernos de enemigos deshonradas. (1995: 1170)

Su honra se levanta como el principal tesoro, el único que les queda en ese momento de la tragedia. Las mujeres argumentan desde la realidad de la situación frente a la agresividad violenta de los hombres. Este es el elemento diferenciador fundamental: Cervantes pone en boca de la mujer la fuerza de la lógica frente la violencia brutal e irracional del hombre. En este momento, las mujeres —aunque no están identificadas con nombres propios— pierden su dimensión de coro, se identifican con lo popular y adquieren un papel primordial desde el instante en que sus palabras van a incidir de una forma directa en el desarrollo de la acción. Y otra dice: ¿Queréis dejar por ventura a la romana arrogancia las vírgenes de Numancia para mayor desventura? Y a los libres hijos nuestros ¿queréis esclavos dejallos? ¿No será mejor ahogallos con los propios brazos vuestros? ¿Queréis hartar el deseo de la romana codicia, y que triunfe su injusticia de nuestro justo trofeo? (1995: 1170)

En esta intervención, la mujer destaca la pérdida de la libertad de los numantinos que quedarían como esclavos, situación mucho peor que la muerte porque pierden la honra. Los últimos versos van más allá de la condición personal de las mujeres y aciertan en la definición de los verdaderos objetivos de numantinos y romanos. Todo se reduce a la victoria y a la derrota: puede triunfar la injusticia de los romanos o salir airosos los numantinos con su justo trofeo, aunque mueran para conseguirlo. La muerte no les quitará el bien más preciado, el de la libertad, que sí les pueden arrebatar los romanos. [ 119 ]

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El pathos griego enfrenta a estos dos grandes principios como elementos inherentes en la tragedia: la libertad y la muerte. La muerte supone el final de la vida pero el inicio de la eternidad en la memoria. Vivir libre en la memoria es perpetuar el anhelo. El héroe solo puede alcanzar esa definición desde el momento de su muerte por el ideal de libertad. Si no muere en el conflicto no podrá acogerse al cielo de la inmortalidad. Cuando las mujeres lanzan su grito de «libertad» asumen su papel de víctimas superiores y convierten al pueblo numantino en auténtico héroe. Son ellas las que impiden, con su inteligencia y su razonamiento lógico, que Escipión consiga su objetivo, son ellas las que vencen a los romanos y no la espada de los hombres: Decidles que os engendraron libres, y libres nacisteis, y que vuestras madres tristes también libres os criaron. […] ¡Oh muros desta ciudad!, si podéis, hablad; decid, y mil veces repetid: «¡Numantinos, libertad!». (1995: 1171)

La intervención de Lira, la única mujer que tiene nombre en la obra, concluye el argumento con contundencia También las tiernas doncellas ponen en vuestra defensa el remedio de su ofensa y el alivio a sus querellas; no dejéis tan ricos robos a las codiciosas manos: mirad que son los romanos hambrientos y fieros lobos. […] [ 120 ]

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Mi pobre ingenio os advierte que si hacéis esta salida, al enemigo dais vida y a toda Numancia muerte. (1995: 1172)

En las palabras de las mujeres se unen tres aspectos fundamentales: por un lado, la defensa de la honra que les permitirá mantenerla por encima de la muerte; por otro, la libertad, el bien más preciado que tampoco podrá arrebatarles la muerte y sí la esclavitud, y en tercer lugar, la victoria. Cervantes insiste en el valor de la muerte colectiva como el símbolo que permitirá vencer sobre los ejércitos de Escipión. Lira lo sabe bien, por eso afirma que la muerte de los hombres numantinos peleando permitirá a Escipión alcanzar su objetivo: dejar a las mujeres como testigos, es decir, vencer. Sin embargo, la muerte de todos, hombres y mujeres, será la vida de Numancia en la eternidad de su recuerdo. Son las mujeres, por tanto, las que han cambiado el discurrir de los acontecimientos. Ellas han llevado a los hombres a tomar conciencia de que su muerte, peleando inútilmente con los romanos, habría hecho inútil todo el sacrificio. La muerte del joven Viriato, al final de la tragedia, tirándose desde la torre, tras un emotivo parlamento, supone la muerte de todos los numantinos y la «derrota» de Escipión. La libertad triunfará siempre sobre la muerte.

[ 121 ]

Conclusión

L

a idea de la mujer «fuerte» que aparece de forma reiterada en la obra de Cervantes tiene su punto de partida literario en la tradición cultural. Los principios ideológicos del renacimiento se asientan en el concepto del humanismo que se basa en la valoración del hombre frente a la inmanencia de lo divino como fundamento de la existencia. En el humanismo renacentista, el antropocentrismo sustituye la concepción teocéntrica del mundo. La explicación bíblica del origen de lo natural y del hombre se va sustituyendo por otra basada en la lógica. Américo Castro cita a Cristóbal de Villalón para decirnos cómo la Naturaleza va transformando las relaciones humanas: «En la primera edad andaban los hombres hechos salvajes por las montañas… Después, como naturaleza los criase para ayuntamiento y generación, ingerió en sus corazones (como dice Hesíodo) un amor […] Y por este amor se vinieron los hombres a comunicar con las mujeres, y así a engendrar» (1980: 160). Al final de la cita destaca de forma especial que lo primero que hicieron el hombre y la mujer fue «comunicarse». En ese acto se encierra la base del humanismo renacentista. La comunicación implica lenguaje, palabra… y es la esencia del inicio de la igualdad social. Este concepto de lo natural que, desde Platón, llega a León Hebreo o a Pietro Bembo, lo ha aprendido Cervantes durante su estancia en Italia, y lo ha asumido como uno de los valores más destacados de su formación. Indisolublemente unido a este principio de lo natural, se encuentra la corriente erasmista. Erasmo destaca el valor del individuo por encima de la imposición de la colectividad, sobre todo, en aquellos aspectos que se [ 123 ]

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relacionan con lo espiritual. El desarrollo pleno del individuo se asienta en un profundo sentido racional de la vida. La razón es el único medio posible del conocimiento, al que solo se puede acceder por medio de la crítica; y a través de la crítica se deben destruir los errores para llegar a un conocimiento cierto. Con estas dos premisas humanistas, naturaleza y razón, se enfrenta Cervantes al mundo que crea en su obra. Desde ellas, la presencia de lo femenino adquiere un protagonismo similar al masculino. Si la Naturaleza ha creado al hombre y a la mujer dotados de razón, la igualdad de ambos sexos se desprende de una forma inherente a la propia condición humana. Hemos visto en muchos de los casos estudiados —especialmente en Galatea y Marcela— cómo la identificación con la Naturaleza de sus formas de vida justifica su anhelo de libertad para poder realizarse plenamente como ser humano y, lo que es más categórico, como mujer. Con estos planteamientos, las instituciones sociales fallan en su base. Imponen, a veces de forma violenta, unas actuaciones contrarias a la lógica del individuo. La crítica constante que Cervantes hace a la institución del matrimonio se basa en el conflicto planteado entre la irracionalidad de la institución, avalada sólo por la tradición, frente a la realidad que implica la anulación de la libertad del individuo, en este caso, de la mujer. En el matrimonio tradicional de la época, la mujer pasa de un estado de esclavitud establecido por el padre a una sumisión total a la figura del marido. Recordemos las palabras de Mariana, en El juez de los divorcios, para entender cómo debe luchar la mujer para superar la barrera de la anulación de su identidad. El problema más grave que sufre la mujer en la época de Cervantes no es la carencia de libertad, sino la falta de conciencia de que no la tiene. La única manera de poder superar la crisis es asumiéndola, y eso sólo se consigue desde el conocimiento. Esta es la principal aportación de Cervantes a la libertad de la mujer: el aldabonazo a las conciencias para ponerles delante el camino de la libertad. Por eso, las mujeres de Cervantes son «mujeres instruidas», cultas, que saben leer, que tienen una personalidad muy marcada, que no se arredran ante nada, que emprenden viajes peligrosos para conseguir sus objetivos… y, en la mayoría de los casos, esta entrega acaba en victoria. [ 124 ]

Conclusión

Cada vez que sufren una desgracia o padecen algún percance, nunca se limitan a llorar desconsoladas, sino que razonan con una contundencia indiscutible. Cuando Madariaga destaca el papel sorprendente de Dorotea, lo hace porque ve en ella un ser humano completo, analítico, capaz, inteligente… que ante la adversidad, razona y actúa tras dilucidar con claridad cuál es el camino más apropiado. Y todo ello se complementa con la experiencia de vida. Si Cervantes hubiese nacido en una familia noble, sin apuros económicos ni tensiones familiares, no hubiera podido —ni querido— adoptar esta postura frente a la mujer. Es su madre, Leonor de Cortinas, quien le ha enseñado la constancia y la firmeza. Sus hermanas, Andrea y Magdalena, han llevado una vida poco ortodoxa, dedicadas a la prostitución de alto nivel, con total naturalidad. Y si han podido alcanzar un cierto estatus ha sido porque son también, como las mujeres creadas, instruidas, cultas, que saben estar en el mundo, con conversación, con soltura vital… Ya hemos ido viendo en cada caso, en muchas ocasiones, la relación directa entre la mujer creada y la mujer real. La aparente idealización que Cervantes hace de alguna de las mujeres, como Preciosa, en La gitanilla, no es más que la necesidad de mostrar el valor y la firmeza de un espíritu superior, y especialmente superior al de los hombres que la oprimen. Sus hermanas y su madre le salvaron del cautiverio, como Zoraida libera a otros cautivos; su sobrina Constanza le atiende y le cuida. Vive en Valladolid con un grupo de mujeres a las que respeta y de las que depende… no puede ser que, en estas circunstancias de vida, Cervantes pudiera adoptar otra postura sino la de la defensa de la libertad de la mujer. Cervantes ha sabido fundir los principios ideológicos del renacimiento con la experiencia de vida para, en esa conjunción, encontrar el fundamento de la identidad femenina. La llamada a la conciencia de la mujer va creando un orden femenino que se opone al establecido por el sistema masculino. Libre de la opresión de los preceptos masculinos y de las instituciones que los representan, la mujer puede ir realizándose como ser humano y como mujer. La idea de que la mujer es una propiedad del hombre, tan asentada en la cultura tradicional, comienza a resquebrajarse desde el mo[ 125 ]

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mento en que Preciosa o Marcela afirman su libertad y establecen las líneas de la igualdad en la voluntad de la persona: Por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, dice Preciosa. Las palabras del Gran Turco, y tiene más mérito viniendo de un hombre, pueden ser un buen broche para este acercamiento a la libertad de la mujer en la obra cervantina: No eres mía, tuya eres, y a tu valor sin segundo se le debe adoración, no sólo humano respeto.

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Agradecimientos

A

gradezco su colaboración a José Manuel Lucía quien, además del prólogo, ha enriquecido el estudio con sus consideraciones y ha proporcionado algunas de las imágenes del Banco de Imágenes del Quijote, que dirige. Las fotos proporcionadas por el Museo Casa Natal de Cervantes, el Centro de Documentación Teatral y los dibujos de Ignacio Sánchez contribuyen, de forma notable, a ilustrar estas páginas. Del mismo modo, quiero dar las gracias a la Unidad de Igualdad de la Universidad de Alcalá y a la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento, patrocinadoras de la publicación; y a Carlos Alvar y Elisa Borsari, del Instituto Universitario de Investigación «Miguel de Cervantes» (UAM) que han impulsado la edición.

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J. Francisco Peña Prólogo de

Títulos publicados 1. Diez lecturas cervantinas, Coord. de Carlos Alvar y Abraham Madroñal 2. La risa del caballero Marías. Escolios a El Quijote de Wellesley. Notas para un curso en 1984, Rafael Bonilla Cerezo 3. Don Quijote en la radio dramática. El caso de la BBC en el IV centenario del nacimiento de Cervantes (1947), Elena Ayuso 4. Cervantes y la libertad de las mujeres, J. Francisco Peña

Biblioteca Ensayo

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José Manuel Lucía Megías

Biblioteca Ensayo

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INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓN MIGUEL DE CERVANTES

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Cervantes y la libertad de las mujeres ¤ J. Francisco Peña

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l entorno familiar que vivió Cervantes se convierte en un punto de referencia imprescindible para entender muchos de los personajes femeninos que pueblan su obra. La madre y las hermanas de Cervantes vivieron su vida desde la libertad frente a la opresión social masculina imperante en la época. Obviamente, eso se refleja de una forma directa en la actitud y las palabras que muestran personajes como la Gitanilla, Marcela, Dorotea, etc. Si el famoso discurso de Marcela es un canto a la libertad de la mujer, las palabras de la Gitanilla definen el espíritu que embarga toda la creación literaria de Cervantes: Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere.

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