Cartago : historia de la investigación: Historia de la investigación 8400087933, 9788400087937

Cartago fue durante la Antigüedad un polo de atracción cultural, económico, político y militar en todo el Mediterráneo.

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ÍNDICE
IN MEMORIAM
PRESENTACIÓN
PRÓLOGO
AGRADECIMIENTOS
ABREVIATURAS
Presentación y objetivos
Reflejos cartagineses en Occidente
Nace la Arqueología, renace Cartago
La época del Protectorado
Hacia la Independencia
Desde la Independencia hasta la intervenciónde la UNESCO
La campaña internacional de la UNESCO
Desde la campaña internacional hasta nuestros días
Conclusiones
Bibliografía
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Cartago : historia de la investigación: Historia de la investigación
 8400087933, 9788400087937

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CUBI CARTAGO

2/4/09

19:47

Página 1

Iván Fumadó Ortega

Serie Histórica 1. ESPADAS BURGOS, M. (ed.): España y la República Romana de 1849.

5

2. GONZÁLEZ SALINERO, R.: Las conversiones forzosas de los judíos en el reino visigodo.

CARTAGO

3. SEGARRA CRESPO, D. (ed.): Transcurrir y recorrer: la categoría espaciotemporal en las religiones del mundo clásico.

CARTAGO

Historia de la investigación

5. FUMADÓ ORTEGA I.: Cartago. Historia de la investigación

Iván Fumadó Ortega es licenciado en Historia por la Universitat d’Estudi General de València (2002), ha sido becario en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (2005-2007) y actualmente es becario de la Real Academia de España en Roma (20082009). Colabora en diversos proyectos de investigación (Excavaciones Hispano-Marroquíes en Lixus [Marruecos] y Léxico de Iconografía Ibérica) y ha participado en diferentes congresos nacionales e internacionales (From Space to Place, Expert Meeting in Ancient Toilets, Usos Públicos del Pretérito, etc.).

Serie Histórica

4. MARTÍNEZ-PINNA, J.: Tusculum latina. Aproximación histórica a una ciudad del antiguo Lacio (siglos VI-IV a.C.).

Historia de la investigación

Cartago fue durante la Antigüedad un polo de atracción cultural, económico, político y militar en todo el Mediterráneo. Pese a su abandono a la llegada del Islam, sus ruinas y sus mitos permanecieron en el imaginario erudito medieval y moderno como referencia de primer orden. Con el nacimiento y desarrollo de la Arqueología, cuyo camino puede aquí seguirse con especial claridad, el yacimiento se convertirá en destino repetido de expediciones científicas. Catalizador de sueños orientalistas, objeto de deseo colonialista, instrumento de construcción identitaria… el pasado de Cartago, a través de las explicaciones que lo relatan, es capaz de aportar valiosa información sobre el uso de la cultura material por parte de la Arqueología, de la Arqueología por parte de la Historia y de la Historia por parte de la política cultural. En este sentido, la presente obra quiere ser una historia de las ideas y las técnicas de campo que se han puesto en juego en el yacimiento a lo largo de dos siglos, así como de las interpretaciones con las que éstas han interactuado. Sólo mediante la comprensión de los contextos científicoprácticos y políticos se puede interpretar la rica tradición arqueológica de Cartago.

Consejo Superior de Investigaciones Científicas Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma

Imagen de cubierta: Carl Spitzweg, Der Bücherwurm (Ratón de biblioteca), óleo sobre tela (detalle), 1850

Serie Histórica - 5

CARTAGO Historia de la investigación

Directora Trinidad Tortosa Secretaria Cristina Jular

Comité Editorial Ricardo Olmos (EEHAR, CSIC) Anna Esposito (Università degli Studi di Roma La Sapienza) Simon Keay (The British School at Rome) Eugenio La Rocca (Università degli Studi di Roma La Sapienza) Fernando Rodríguez Mediano (CCHS-EEHAR, CSIC) Paolo Xella (ISCIMA,CNR) Consejo Asesor Manuel Bendala (Universidad Autónoma de Madrid) Maria Caltabiano (Università di Messina) Paolo Delogu (Universitá degli Studi di Roma La Sapienza) Carlos Estepa (CCHS, CSIC) Mercedes Garcia Arenal (CCHS, CSIC) José María Luzón (Universidad Complutense de Madrid) Francisco Marco (Universidad de Zaragoza) Enrique Moradiellos (Universidad de Extremadura) Sergio Ribichini (ISCIMA, CNR) Arturo Ruiz (Universidad de Jaén) Alain Schnapp (Université Paris 1) Mario Torelli (Universitá degli Studi di Perugia) Maria Antonietta Visceglia (Universitá degli Studi di Roma La Sapienza)

Iván Fumadó Ortega

CARTAGO Historia de la investigación

Consejo Super ior de Investigaciones Científicas Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma Madrid, 2009

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse de manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo general de publiaciones oficiales http://www.060.es

© CSIC © Iván Fumadó Ortega NIPO: 653-08-112-8 ISBN: 978-84-00-08793-7 Depósito Legal: M 7722-2009 Impreso en Fareso, S. A. Impreso en España. Printed in Spain

A mis padres, a Iván lo català.

ÍNDICE

In memoriam

11

Presentación

13

Prólogo

15

Agradecimientos

19

Abreviaturas

21

I.

Presentación y objetivos

25

II.

Reflejos cartagineses en Occidente

33

III.

Nace la Arqueología, renace Cartago

57

IV.

La época del Protectorado

75

V.

Hacia la Independencia

113

VI.

Desde la Independencia hasta la intervención de la UNESCO

129

La campaña internacional de la UNESCO

147

VII.

VIII. Desde la campaña internacional hasta nuestros días

203

IX.

Conclusiones

233

X.

Bibliografía

241

9

IN

MEMORIAM

Xavier Dupré Raventós falleció el 20 de abril de 2006 a los cincuenta años de edad. Otros más preparados han contado mejor que yo los muchos logros profesionales que jalonan su espectacular carrera científica. Esta nota deja sólo constancia de mi recuerdo personal. Tuve la suerte de disfrutar de su enriquecedora experiencia, durante los dieciséis meses que fui becario de investigación bajo su dirección. Muchas son las preguntas que me quedaron por plantearle. Preguntas sobre mi tesis, preguntas sobre la Arqueología en general, preguntas acerca del oficio de investigador, preguntas sobre la vida. Todas ellas, sin formular y sin responder, dejan gran sensación de vacío. Espero algún día poder conversar con él, larga y finalmente. Mientras tanto, procuraré aplicar aquello que pude aprender de él: amor por el trabajo, contacto personal con la evidencia material y espíritu de equipo. Mientras tanto, sigo recordándole con cariño, no pudiendo evitar darle las gracias cada vez que paso por alguna de las fontanas de Roma.

11

PRESENTACIÓN Uno de los aspectos principales que identifican a la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma como Escuela es la de la formación de jóvenes investigadores. A nuestra llegada a Roma, en septiembre de 2006, como parte del equipo directivo, una de las inestimables herencias que recogimos fue, precisamente, la de los becarios predoctorales. Debo indicar que, en esos primeros pasos de la nueva etapa, representaron un apoyo fundamental y, en concreto, Iván Fumadó siempre mostró un apoyo inestimable al trabajo conjunto y una completa disponibilidad a las actuaciones que realizamos desde el centro. Pero, no sólo esto, nuestras largas conversaciones sobre los residuos y su concepto en el mundo antiguo y otros aspectos en torno a la arqueología siempre fueron interesantes y evidenciaron las esperanzadoras expectativas de futuro que, con el paso del tiempo, esperamos que se vayan confirmando. La edición de esta memoria de licenciatura constata, además, el interés de la EEHAR por apoyar y alentar el trabajo de estos noveles investigadores. Pensamos que la reflexión que se ofrece en esta publicación en torno a las intervenciones de un lugar tan fundamental para la historia del Mediterráneo como es Cartago se presentará como un instrumento eficaz de trabajo para la historiografía española en un lugar tan emblemático como éste donde no han estado presentes, desafortunadamente, los equipos de arqueólogos españoles. Me parece interesante considerar, como el propio autor propone en su «Presentación», que uno de los dos objetivos principales de la obra es el estudio crítico de las intervenciones de los diferentes países en este núcleo fundamental del Mediterráneo, donde la interacción entre política e interpretación histórica se hace evidente. Por otra parte, el apoyo a este estudio refleja también el interés, en la actualidad, de la Escuela Española por ampliar las miradas sobre el Mediterráneo centradas, habitualmente, en la orilla norte; un interés que hoy manifiestan también otras escuelas, otros centros de investigación ubicados

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Presentación

en Roma y que está dando lugar a seminarios y debates imprescindibles para comprender globalmente este espacio. Por último, me queda atisbar un recuerdo al compañero Xavier Dupré, tutor de Iván Fumadó en su etapa de becario predoctoral en la EEHAR, quien seguramente hubiese estado satisfecho de escribir unas palabras de presentación a este trabajo. TRINIDAD TORTOSA Vicedirectora de la EEHAR

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PRÓLOGO Podría pensarse que la historia de la investigación arqueológica sobre Cartago constituye un tema demasiado arriesgado para un estudioso novel dada su equiparación con hitos del mundo antiguo —Pompeya, Roma...— que abarcan en tiempo y diversidad tantas facetas de erudición y ciencia que se han convertido en colosos, ciertamente a distintos niveles, de la cultura occidental. Y el riesgo, en este caso, sería incurrir en un ensayo banal sobre Cartago. Resulta llamativo, por otra parte, que el autor de este estudio sea, además de joven, español, porque, puesto que España no participó ni en los descubrimientos de Cartago ni en la reflexión histórica sobre esta ciudad, puede parecer que se inmiscuye en terreno ajeno, que añade una dificultad más a las ya inherentes a cualquier planteamiento científico. La opción se justifica, sin embargo, en el marco de la generación universitaria que se ha beneficiado de los intercambios europeos, a la que Iván Fumadó pertenece. La capacitación para abordar bibliografía internacional y la competencia adquirida mediante aprendizajes realizados en distintos países ofrecen hoy posibilidades que las promociones de la década de 1980 todavía no tuvieron, pese a que, paradójicamente, estos licenciados de alrededor de treinta años tengan serias dificultades para encontrar ahora un empleo estable, dada la coyuntura socio-laboral europea. Y sin embargo están preparados para culminar con éxito campos de investigación imposibles de acometer por anteriores generaciones de universitarios con un mayor grado de autodidactismo, como pone de manifiesto la bibliografía sobre Cartago que este trabajo brinda con la propuesta de hacerla accesible por internet (ÁBACo). Esta investigación surgió, con todo, no exactamente por iniciativa personal de Fumadó sino de la mano del proyecto de Xavier Dupré (1956-2006) sobre los basureros de esta ciudad, que, a través de la colmatación de su red de alcantarillado y del abandono de algunos de sus sectores, permitía un análisis económico de la evolución urbana de la

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Prólogo

capital de África, en el marco de un planteamiento más amplio aceptado por la AIAC. La estancia de Fumadó como becario en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (CSIC), con la consiguiente aproximación a un maestro tan vibrante de ideas como curtido en la batalla administrativa de las instituciones que gestionan la arqueología como lo fue, admirablemente, Dupré, hasta el último momento, debió estimular, más que el trabajo académico del autor, su madurez intelectual pues la orientación de la historiografía objeto de estas páginas traduce una amplitud de miras que combina una fuerte implicación en el tema con una sensibilidad cultural hacia todo lo que la investigación sobre la Antigüedad comporta, con sus aciertos y con sus errores, inteligibles en el contexto en que se produjeron, sin pretender encerrar Cartago en unas precisas y frías coordenadas geográficas sino situarla en un espacio histórico más difuso y muchísimo más complejo. Es en este aspecto en el que yo detecto los matices de Dupré, con la satisfacción de haber acertado al recomendarle a uno de los estudiantes de mi equipo que ya había cursado estudios en Bolonia. Esta historiografía surge, de este modo, en medio de un debate, propio del siglo XIX, entre lo oriental, mórbido y sensual, y lo occidental, vigoroso y racional, a partir del que la identidad de la ciudad se convierte en excepcional por ser, gracias a Roma, punto de encuentro de esas dos órbitas, sin apenas verse afectada, desde esta óptica, por lo africano. Fumadó aprovecha las tesis de Saïd para detectar la arrogancia occidental, los postulados colonialistas, el nacionalismo y el racismo y por eso elige historizar Cartago de acuerdo con las sucesivas situaciones político-administrativas rectoras de su investigación. A lo largo de las tres primeras fases en que se articula, correspondientes a las épocas del protectorado francés en Tunicia, de la independencia del país y de la intervención de la UNESCO en la arqueología con equipos plurinacionales, los planteamientos de la investigación se ciñen a postulados historicistas y positivistas de corte convencional y colonialista, derivados, en lo que nos concierne, de trabajos de campo metodológicamente correctos en términos generales. La investigación tunecina independiente que constituye la cuarta fase del estudio se reconoce en la punicidad —frente a la romanidad— y hace de ella la explicación esencial de la cultura de Cartago.

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Carmen Aranegui Gascó

Esa era, por una parte, la parcela que la arqueología colonial había dejado en la época álgida de sus programas arqueológicos en manos principalmente de P. Cintas y, sobre todo, la única vía de escape tras la independencia para construir una memoria propia distinta y políticamente adecuada a la situación, por referirse a una cultura que irradió desde Oriente, como el Islam, que Roma, la colonización, se vanaglorió de destruir. La bibliografía de M. Bénabou, H. Bénichou-Safar y M. Fantar transcurre, sin ser homogénea, en estos parámetros, a la espera de que surjan investigaciones competitivas de corte post-procesual renovadoras de la historiografía heredada y liberadas del objetivo de nacionalizar el pasado de la cultura tunecina, como, sin duda, ocurrirá en un futuro próximo. En su recorrido bibliográfico, además de las consideraciones teóricas y metodológicas que permiten su enfoque intelectual, Fumadó realiza una recopilación de interés del patrimonio arqueológico cartaginés paulatinamente documentado y, en especial, de las representaciones cartográficas de la ciudad entre las que echa de menos, con razón, una planta arqueológica de conjunto de Cartago, tarea todavía pendiente de realización. La historia de Cartago no fue la de Roma si bien es recurrente la comparación de ambas metrópolis en la literatura, en la historia y en el arte, en cierta medida como resultado de su confrontación por el dominio del Mediterráneo occidental tal y como reflejan los textos latinos. Pero, desde el escenario de la arqueología, debido a que la ideología francesa —Francia tuvo un protagonismo muy destacado en la arqueología del Magreb y en particular de Cartago— necesitó, al menos hasta la etapa de la segunda guerra mundial, apoyarse en ese dualismo para reconocerse en un rol civilizador e ilustrado ante el mundo occidental, avalado por su propio ámbito académico ligado, en definitiva, al político. Así se tejieron las vidas y las obras de reconocidos arqueólogos que, con potentes infraestructuras, encontraron, en Cartago, y en otros lugares, una base de operaciones que les procuró un elevado estatuto profesional desde el que construyeron las bases de la arqueología oficial del siglo XX. La historia de la arqueología europea comenzó en países extranjeros, como resultado de expediciones destinadas a proyectar su memoria lejos de sus fronteras. Y esos inicios marcaron la historiografía subsiguiente.

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Prólogo

El discurso de Iván Fumadó nos lo recuerda sin necesidad de hacer un ajuste de cuentas generacional, con ponderación y con criterio, analizando las dificultades de recomenzar la comprensión del pasado cuando se sale de una situación colonial, sin la pretendida inocencia en la que se ampara el conservadurismo sino observando los mismos hechos, proustianamente, desde nuevos ángulos. Godella, marzo de 2008 CARMEN ARANEGUI GASCÓ Catedrática de Arqueología de la Universitat de València

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AGRADECIMIENTOS

Este libro nace del presentado como Trabajo de Investigación dentro del programa de Doctorado de la Universitat d’Estudi General de València. Quiero agradecer a mi directora Carmen Aranegui Gascó su confianza y apoyo, tanto a nivel científico como personal. El presente texto se ha enriquecido igualmente con las aclaraciones y sugerencias propuestas por los miembros del Tribunal José Luis Salvador Jiménez y Carlos Gómez Bellard. La realización del trabajo fue posible gracias a una Beca de Investigación Predoctoral concedida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas con destino en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. Además del emotivo recuerdo a Xavier Dupré Raventós, quisiera agradecer a Ricardo Olmos Romera y Trinidad Tortosa Rocamora la encomiable labor que están realizando en la nueva dirección, no sólo por el rendimiento que están logrando dar a la institución, sino por el respaldo que como becario he recibido en todo momento. Debo también subrayar el excelente trabajo de las bibliotecarias de la EEHAR y en especial el de Blanca Domingo Peña, quien custodia con firmeza y atentamente mima un importante patrimonio bibliográfico. Asímismo agradezco a Diana Gorostidi Pi, becaria de la EEHAR, epigrafista y amiga, sus consejos y aclaraciones. En la formación de las ideas propuestas en el texto han contribuido notablemente los debates mantenidos con otros investigadores y colegas. Entre ellos quisiera destacar al profesor Ricardo Mar Medina, así como al resto de integrantes del equipo de trabajo del proyecto de Excavaciones Hispano-Marroquíes en Lixus (Larache, Marruecos). Este grupo mantiene un diálogo científico y teórico abierto, permanente y descarado del que todos sus integrantes obtienen beneficios. Este libro también es deudor de semejante ejercicio común de open mind. Para finalizar no puedo dejar de mencionar a las personas que de alguna forma han sufrido mis discursos. A mis pacientes padres, familiares,

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Prólogo

amigos, becarios y a Juli, que ajenos a la pequeñez de mi trabajo han colaborado con su apoyo moral y afectivo hacia mi persona, a veces desde la distancia, a veces a mi lado, haciendo más llevadera la indolente rutina de la capital papal.

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ABREVIATURAS

ÁBACo: AIBL: AJ: AJA: AJPh: AN: Ant. Afr. AF: ARGU: ASOR: AW: BAAA: BSR: BSTeub:

Apéndice Bibliográfico Arqueológico de Cartago. Académie des Inscriptions et Belles-Lettres. The Antiquaries Journal. American Journal of Archaeology. American Journal of Philology. Archaeological News. Antiquités Africaines. L’Africa romana. Archaeological Reports Ghent University. American School of Oriental Research. Antike Welt. Bibliographie Analytique de l’Afrique Antique. British School of Rome. Bibliotheca Scriptorum graecorum et romanorum Teubneriana. Bull. Arch. CTHS: Bulletin Archéologique du Comité des Travaux Historiques et Scientifiques. Bull. TINP: Bulletin des Travaux de l’Institut National du Patrimoine. Bull. SFN: Bulletin de la Société Française de Numismatique. Bull. SNAF: Bulletin de la Société National des Antiquaires de France. CAM: Cuadernos de Arqueología Mediterránea. Cby: Cahiers de Byrsa. CÉA: Cahiers des Études Anciennes. CEDAC: Centre d’Études et Documentation Archéologique de la Conservation de Carthage. CIEFP: Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos. CIL: Corpus Inscriptionum Latinarum.

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Abreviaturas

CIS: CNR: CNRS: CRAI: CSEL: CSHB: CT: CTHS: DAI: ÉFR: ÉMC: ÉSLA: FCE: HAAN: IC: IHÉT: INAA: INP: JAFP: JFA: JRA: LOPG: LTUR: MAFT: MAH: MDAIR: MEFRA: MG: MignePG: MignePL:

Corpus Inscriptionum Semiticarum. Centro Nazionale di Ricerca. Centre National de Recherche Scientifique. Comptes Rendus Académie des Inscriptions et BellesLettres. Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum. Corpus Scriptorum Historiae Byzantinae. Cahiers de la Tunisie. Comité des Travaux Historiques et Scientifiques. Deutsches Archäologisches Institut. École Française de Rome. Échos du Monde Classique. École Superior des Lettres d’Alger. Fondo de Cultura Económica. Histoire Ancienne de L’Afrique du Nord. Institut de Carthage. Institut des Hauts Études de Tunis. Institut National d’Archéologie et Arts. Institut National de Patrimoine. Jornadas de Arqueología Fenicio-Púnica. Journal of Field Archaeology. Journal of Roman Archaeology. Librairie Orientaliste Paul Geuthner. Lexicon Topographicum Urbis Romae. Mission Archéologique Française en Tunisie. Mélanges d’Archéologie et d’Histoire. Mitteilungen des Deutschen Archäologischen Instituts, Römische Abteilung. Mélanges de l’École Française de Rome (Antiquité). Monumenta Germaniae Historica. Patrologiae cursus completus. Series graeca. Ed. Migne, JP. Patrologiae cursus completus. Series latina. Ed. Migne, JP.

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Abreviaturas

OA: OIAR: OLA: PaulysRCA: QAL: RA: RAC: RAf: RAFra: Rend. CSMSF: Rend. PARA: REPPAL: RN: RSF: RT: SAA: SEAP: SHA: SM: SMA: SP: SUSI: TCAMAPS:

Oriens Antiquus. Oriental Institute Annual Report. Orientalia Lovaniensia Analecta. Paulys Realencyclopädie der klassischen Altertumswissenschaft. Quaderni d’Acheologia della Libia. Revue Archéologique. Revue de l’Art Chrétien. Revue Africaine. Revue de l’Afrique Française. Rendiconti della Classe di Scienze Morali, Storiche e Filologiche. Rendiconti de la Pontificia Accademia romana di Archeologia. Revue des Études Phéniciennes-Puniques et des Antiquités Libyques. Revue Numismatique. Rivista di Studi Fenici. Revue Tunisienne. Service des Antiquités et des Arts. Studi di Egittologia e di Antichità Puniche. Société d’Histoire de l’Algérie. Studi Magrebini. Service des Monuments Historiques. Studia Phoenicia. Skrifter Utgivna Svenska Institutet. Travaux du Centre d’Archéologie Méditerranéen de la Académie Polonaise des Sciences.

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I Presentación y objetivos La verdad y la falsedad son irrelevantes para la resolución de problemas. El progreso y sus problemas (Laudan 1986, 54)

Este texto es el resultado de horas de estudio pasadas con gran ilusión en las nutridas bibliotecas romanas 1 entre las que también se encuentra la de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. El título Cartago: Historia de la investigación hace referencia al objetivo propuesto: un estudio crítico de cuanto este yacimiento ha dado de sí en los últimos dos siglos a varios niveles. Por un lado contiene la narración de las actuaciones encaminadas a esclarecer el pasado del yacimiento. Por otro, un anexo bibliográfico propuesto como herramienta que reúna el producto final de estas prácticas científicas: las publicaciones. Me gustaría introducir algunos puntos de vista sobre la primera de las dos partes de la presente Historia. Son pocos los yacimientos mediterráneos que puedan contar con orgullo con una tan larga tradición arqueológica. Esta curiosidad por parte de los investigadores refleja la de sus sociedades y es consecuencia de un pasado milenario y multicultural que reservó a Cartago en numerosas ocasiones un papel de actor principal. Los estudiosos contemporáneos y futuros son en virtud de esta larga tradición legatarios de una vasta y rica herencia que tienen la obligación de conocer y dominar, pero también valorizar como un patrimonio más del actual yacimiento. Las intervenciones que conforman este legado, ya sean excavaciones, catálogos o reflexiones varias deben ser consideradas y reivindicadas por su singularidad, como un aspecto más de la riqueza 1

Especialmente las del Deutsches Archäologisches Institut Rom, la de l’École Française de Rome y la de la American Academy of Rome.

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I. Presentación y objetivos

de Cartago. Espero que el presente volumen sea capaz de transmitir lo excepcional de esta producción científica. He de confesar que este texto fue inicialmente concebido como el inevitable capítulo historiográfico que canónicamente precede a otro tipo de estudio con mayores posibilidades de ofrecer novedades, quizá percibido como más interesante. Es posible que esta sensación personal fuese fruto sólo de mi inexperiencia como investigador. No obstante tengo la impresión de que la actitud íntima hacia la historiografía entre muchos compañeros es similar. Lo cierto es que a medida que el trabajo tomaba cuerpo me fue cautivando. Y no por capricho sino porque estaba entendiendo puntos de vista, comprendiendo procesos y adquiriendo mi particular visión sobre el yacimiento de una forma que sería imposible alcanzar con otro tipo de estudio. Esto no siempre ocurre cuando uno tiene entre manos una historiografía que se limita a ilustrar los hallazgos más sorprendentes o bellos. Tampoco cuando se presenta una sucesión de explicaciones que sin contradecirse, se completan acumulativamente hasta llegar a la versión oficial actual. Estas historiografías positivistas pueden cumplir la función de recopilar la bibliografía existente pero incuban dos grandes problemas: por una parte perpetúan el culto al objeto y al investigador ignorando los contextos en los que ambos se hallan; por otra, ofrecen una visión acumulativa y no contradictoria del saber que no se corresponde con la actividad científica. Así he pretendido atender tanto a los hallazgos más representativos del patrimonio arqueológico cartaginés (necrópolis, tofet, puertos) como a aquellos menos mediáticos que esperan todavía estudios que expriman sus posibilidades (lugares de hábitat, barrios industriales, zonas marginales). Igualmente no he querido excluir las interpretaciones que se han revelado erróneas: un muro de contención romano interpretado como la muralla púnica, casas púnicas tomadas por romanas, o las múltiples propuestas para la morfología y ubicación de los puertos. No se trata del afán particularista de mencionarlo todo ni de poner en evidencia a los investigadores que no dieron en el clavo. He incluido estos aspectos porque creo que son pasajes necesarios para entender la dialéctica no lineal que sigue la

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Iván Fumadó Ortega

investigación. Sólo así podemos acercarnos a los contextos que condicionan la actividad científica, capaces de darnos una visión panorámica de las explicaciones, especialmente de aquéllas oficiales. El arqueólogo trabaja en un contexto científico formado por colegas y rivales, instituciones, paradigmas, etc., 2 que a su vez está inserto en un contexto sociocultural y economicopolítico. La dinámica interna de cada uno de estos ámbitos, así como sus conexiones e interacciones mutuas, describen una compleja red de factores en mayor o menor medida interdependientes. Estas dinámicas y sus relaciones esconden claves interpretativas tanto del producto científico final (la publicación) como de su propio devenir histórico. Podríamos pensar en ambas esferas (contexto científico y contexto socioeconómico y políticocultural) como en las dos ruedas de una misma bicicleta. El presente trabajo aspira a explicar qué fuerzas han movido la cadena que las une tomándolas como un producto histórico más y huyendo (pese al símil) de cualquier interpretación mecanicista. En este sentido la historia de la investigación desarrollada en Cartago ofrece un gran potencial explicativo de procesos comunes a muchos yacimientos. El uso que el Estado colonial francés hizo de la Arqueología y ciertos capítulos del desarrollo del pensamiento orientalista occidental pueden seguirse aquí con especial claridad. Si bien cada caso puede responder a dinámicas particulares, los principios de interacción entre el poder y el saber son similares (Foucault 1999). 3 Por tanto y para no caer en el anecdotario de las historiografías positivistas he intentado seguir la línea de excavación historiográfica que iniciase Daniel (1967): atender al desarrollo intelectual de los arqueólogos 4 hasta llegar a su metodología de trabajo sin excluir su competencia editorial. Será la práctica científica, el trabajo de campo, de laboratorio, de biblioteca, de publicación, etc., aquello que llegará realmente a transformar el mundo,

2 3 4

KUHN, T. (1962): The Structure of Scientific Revolutions. University of Chicago Press, Chicago. (Ed. cast.: La estructura de las revoluciones científicas. FCE, México, 1981). La primera edición corresponde a 1971. Un listado con los resultados publicados en las últimas décadas por este tipo de visión historiográfica de la Arqueología puede hallarse en Trigger (1996: 445 y ss.).

27

I. Presentación y objetivos

es decir, a influir en los contextos en los que se enmarca el trabajo del resto de arqueólogos (por una parte el contexto científico, y contexto sociocultural y economicopolítico por otra). Siguiendo a Ian Hacking (1996) 5 considero que la observación y la experimentación científicas no pueden describir ni descubrir el mundo tal y como es, pero sí pueden mediatizarlo y transformarlo interviniendo directamente en él (Echeverría 1999, 306-307). De esta manera la práctica científica, es decir, la metodología y tecnología que aplicamos, mediatiza la percepción de la realidad. Por ello he creído interesante no hablar sólo de los resultados obtenidos por los diferentes arqueólogos sino también de cómo han sido alcanzados dichos resultados. En este sentido el interés del patrimonio historiográfico de Cartago vuelve a destacar sobre el resto. La larga tradición de estudios que se remonta al nacimiento mismo de la Arqueología y llega hasta las últimas aplicaciones de la realidad virtual hacen del yacimiento un lugar privilegiado para el estudio de la evolución de las técnicas de campo y del concepto estrato arqueológico. El ámbito teórico queda en cambio como una asignatura pendiente en la investigación cartaginesa, que se ha caracterizado por su conservadurismo. Volveremos sobre este particular al final de la obra. No obstante es importante seguir cuál ha sido la evolución teórica en el contexto de las Ciencias Sociales. Sólo así se pueden contextualizar y comprender los objetivos programados y los resultados propuestos. Pero este ejercicio no es sólo válido para comprender la investigación ajena sino también la propia: todo científico debe plantearse el porqué estudia lo que estudia y no otra cosa. La respuesta implica el conocimiento del desarrollo teórico y metodológico de su objeto de estudio, de la Arqueología cartaginesa en mi propio caso, así como de los contextos con los que interactúa. La Historia de la investigación es mi respuesta a esa terrible pregunta. Los límites de esta respuesta son inherentes tanto al objeto de estudio como al sujeto que los estudia. Entre los primeros se hallan los límites geográficos que se ciñen a la ciudad que primero fue conocida como 5

La primera edición data de 1983.

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Iván Fumadó Ortega

Qart Hadasht y más tarde como Colonia Iulia Concordia Carthago. En mi trabajo utilizaré el topónimo castellano Cartago. Este marco presenta no obstante todas las problemáticas ligadas a cualquier espacio urbano, periurbano y extraurbano y a la compleja dialéctica que mantienen entre sí. El límite cronológico quedará circunscrito a la vida de la urbe desde su fundación tiria hasta el paulatino abandono del que fue objeto a la llegada del Islam. 6 En cuanto a mis propios límites destacaré sólo los más relevantes, que no los únicos. Entre ellos se encuentra el carácter de mi formación que me inclinará hacia aspectos ligados a la excavación y al estudio de la cultura material. Espero que el ejercicio crítico al que me debo no impida al lector más versado en alguna de las muchas materias que puntualmente comento apreciar el respeto y admiración que siento hacia los autores mencionados. Para terminar la presentación de la primera parte añadiré un breve comentario sobre la periodización aplicada. Ésta ha sido fuertemente influenciada por los contextos sociopolíticos en los que la Arqueología cartaginesa se ha desarrollado, y han sido tomados fundamentalmente de la obra de Laroui (1995). Recordando a Févier (1989) no pretendo encasillar vanidosamente procesos que tienen sin duda mucho de continuo. No obstante he optado por la división temporal que veremos a continuación y que se aprecia en el índice porque considero que subraya la estrecha vinculación entre dichos contextos y las intervenciones arqueológicas de las que daremos cuenta. El segundo objetivo propuesto es la creación de una bibliografía que sea capaz de reunir la principal producción científica generada por las investigaciones cartaginesas (ÁBACo). 7 Efectivamente, el primer obstáculo que tiene que salvar el estudioso que se acerca a los problemas historiográficos y arqueológicos de Cartago, es el de familiarizarse con una bibliografía

6

7

Desgraciadamente las últimas décadas de vida de la ciudad y su dinámica de despoblación o de resistencia habitacional son una de las cuestiones que han sido tradicionalmente menos atendidas por la investigación. Acrónimo de Apéndice Bibliográfico Arqueológico de Cartago.

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I. Presentación y objetivos

tentacular que se filtra y dispersa a través de diferentes temas, diferentes escuelas nacionales, diferentes épocas, diferentes metodologías, etc. Esta primera dificultad ha sido motivo permanente de queja de múltiples autores y ha provocado varios intentos de solución. Estas tentativas, aunque útiles, no han dejado de ser parciales, ceñidas a la producción de un solo autor, a un periodo cronológico, a un ámbito temático, etc. Los trabajos más brillantes han sido muy prácticos durante algunos años pero han acabado siendo devorados por el ritmo editorial que Cartago ha venido marcando. La intención de ÁBACo es recoger el material disponible en un formato informático que permita dos grandes ventajas: por una parte, superar a la impresión en papel en sus posibilidades de corrección, ampliación y actualización periódica. Por otra, su publicación on-line, libre y gratuita, multiplicando así la visibilidad, consultabilidad y accesibilidad que se obtiene con las bibliografías impresas en formatos tradicionales. Al respecto de la bibliografía cabe una última aclaración: el lector comprobará que existen dos sistemas de citación en este libro. Ello se debe a su específico objeto de estudio: la producción bibliográfica. Por ello he decidido utilizar el sistema Harvard. En cambio, en las notas a pié de página se podrá encontrar el sistema que desarrolla in situ todos los datos bibliográficos. Siendo estas obras referencias útiles en todos los casos, no están estrictamente relacionadas con las intervenciones arqueológicas desarrolladas en Cartago sino que hacen referencia a los diferentes contextos (políticos, culturales, etc.). Por esta razón las obras citadas en modo completo no aparecerán ni en la bibliografía final, ni en ÁBACo (a menos que se indique lo contrario). La bibliografía queda evidentemente restringida a los volúmenes utilizados en la redacción de este volumen, mientras que en ÁBACo se incluye el resto de la producción científica (arqueológica) relacionada con el yacimiento de Cartago.

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Fig. 1. Mapa del norte de Túnez centrado en la península de Cartago.

Fig. 2. Imagen aérea de la península de Cartago tomada de Google Earth. El yacimiento está marcado con un pequeño óvalo a la derecha, la capital tunecina con el más grande.

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II Reflejos cartagineses en Occidente

Fig. 3. William Turner (1815): La fundación del Imperio cartaginés. National Gallery, Londres.

Como he apuntado en el capítulo inicial, esta publicación es una historia de la investigación, principalmente arqueológica. No obstante pretende abarcar la percepción histórica que se ha tenido a lo largo del tiempo sobre Cartago. Por ello es inevitable dedicar un capítulo a las fuentes más antiguas con las que contamos para realizar una tal reconstrucción. Dado que el estudio de las fuentes clásicas no es mi especialidad académica, debo advertir al lector más familiarizado con ellas, excusándome. La posible superficialidad que encontrará a continuación es resultado inevitable de un ejercicio de balance sobre una producción literaria milenaria (desde el siglo IX a.C. hasta el siglo XIX) y multilingüe

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II. Reflejos cartagineses en Occidente

(en fenicio, púnico, latín, griego, árabe, etc.). Quede fuera de toda duda que mis limitados conocimientos filológicos sólo me consienten acercarme a estas fuentes a través de los epigrafistas y filólogos que las han previamente estudiado. Por tanto, mi intención no será más que indicar la base sobre la que se levantó el decimonónico edificio de la Historia. Pretendo así facilitar la comprensión del proceso mediante el cual la Arqueología, y concretamente la investigación arqueológica de Cartago, entró en contacto y en ocasiones en conflicto con el mencionado edificio. Espero pues que el especialista en los textos pueda al menos encontrar aquí la bibliografía necesaria para salvar los vacíos que yo no he sabido cubrir. También he querido incluir en este apartado unas páginas acerca de la manifestación artística de las percepciones que Occidente ha tenido de Cartago y de algunos acontecimientos de su Historia. No en vano las novelas, las obras de arte o las fuentes que voy a mencionar sólo proceden de autores occidentales. Además han sido producidas en base a un conocimiento indirecto (a diferencia de la investigación arqueológica) fruto y materia prima a la vez de una representación y percepción posible del Oriente. 1 Mi intención es repasar brevemente esta producción intelectual no tanto como fuente de la Historia sino como agente y vehículo transmisor. Al margen de consideraciones sobre su realismo, veracidad o instrumentalización política, estas obras conformarán un conjunto de representaciones sobre Oriente del que Cartago nunca logrará deshacerse y que han marcado toda una época. Estas sensibilidades determinarán el contexto social en el que se desarrollarán las investigaciones científicas de las que hablaremos en los próximos capítulos, y son por tanto necesarias para su comprensión. Hemos de tener en cuenta que la mayor cantidad de textos escritos en época antigua sobre Cartago se debió producir y almacenar en sus propias bibliotecas y archivos. Como cualquier otra ciudad de su rango contaría entre sus ciudadanos con historiadores y poetas de cuyas obras hoy 1

La excepción estará formada por las fuentes de autores naturales de Cartago o que hayan podido visitar la ciudad, en periodo post-púnico se entiende (Tertuliano, san Agustín, elBekri, etc.).

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día sin embargo, apenas nos queda noticia. Para nosotros la más famosa de entre estas grandes obras es el tratado de agricultura de Magón (siglo V a.C.) que los romanos decidieron astutamente traducir al latín y al griego y del que sabemos se sirvieron Varrón y Columela. El Periplo de Hannón 2 también fue traducido al griego y conservado. Otra obra que nos ha llegado es el llamado papiro de Sosilo, 3 autor natural de Cartago y preceptor de Aníbal (Lancel 1994, 327). Pero ninguna de las tres fuentes nos es especialmente útil para investigar sobre la capital africana desde un punto de vista topográfico y urbanístico. Además, tenemos mención gracias a Plinio el Viejo (Nat. XVIII, 2223) del expolio de los archivos y bibliotecas cartaginesas con motivo del asedio y destrucción ejecutados por Escipión. Estos valiosos fondos serán vaciados y depositados bajo la custodia de los reyes africanos aliados de Roma, como por ejemplo Hiempsal. 4 Al parecer serán fuente bibliográfica de varios autores latinos como Salustio 5 en el siglo I a.C. o Festo Avieno 6 en el siglo IV. En este mismo siglo Amieno Marcelino (Rerum gestarum Libri XXII, 15, 8) y Servio (Serv. Aen. I, 738) mencionan tanto los libros que poseyó el rey Juba como concretamente una Historia Poenorum, dejando entender que pertenecieron a los repertorios otrora almacenados en las bibliotecas cartaginesas. Desgraciadamente estos fondos no han sobrevivido a los siglos viéndonos privados así de una bibliografía valiosísima por cuanto escrita, suponemos, desde una óptica fenicio-púnica. 2

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Sobre la controversia suscitada al respecto de sus influencias y contaminaciones, y sobre las comparaciones con el periplo del pseudo-Scilax, ver LÓPEZ PARDO, F. (1991): El Periplo de Hannón y la expansión cartaginesa en el África occidental. La caída de Tiro y el auge de Cartago. V JAFP (Ibiza 1990), pp. 59-71; también CORDANO, F. (ed.) (1992): Antichi viaggi per mare. Peripli greci e fenici. Testi di Annone, Scilace di Carianda, Arriano, Rufo Festo, Avieno. Pordenone. Igualmente consultar MARTÍN GARCÍA, J.A. (1992): El Periplo a África de Hannón. Analecta Malacitana, XV, pp. 55-84. Gsell (1920a, 453), Lapeyre y Pellegrin (1942, 15) y Cintas (1976, 14). Sobre la discusión basada en la relación del rey Hiempsal con dichos libros, de custodio o de autor, ver Stéphan Gsell (1913, 332) y MATHEWS, V.J. (1972): The Libri Punici of King Hiempsal. AJPh, XCIII-2, pp. 330-335. Sall. Iug. XVII, 7. Ora maritima, 414 y 415.

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II. Reflejos cartagineses en Occidente

Es muy posible por otra parte que la ciudad recibiera desde los primeros años de su existencia la atención de algún historiador fenicio, 7 cuya obra quedase recogida también en las bibliotecas de Tiro, Sidón, Biblos o alguna otra metrópoli. El hebreo Flavio Josefo mencionará en el siglo I la existencia en Tiro de unos anales que podrían haber sido semejantes a los anales asirios o a los Anales de los reyes de Judá (estos últimos, hoy perdidos) por cuanto recogían antiquísimas crónicas con nombres, reyes, hechos sobresalientes de la historia tiria y la correspondencia diplomática real. Suponemos que no podría faltar allí noticia sobre la fundación y desarrollo de la Nueva Capital. Continúa Flavio Josefo indicando que Menandro de Éfeso (siglos III-II a.C.) tradujo dichas crónicas y consultó una Historia de Tiro (también desaparecida) compilando él mismo una Historia de los fenicios, igualmente perdida pero que pudo ser copiada por el propio Flavio Josefo. Al menos esta obra sí ha llegado parcialmente hasta nuestros días. 8 Por otro lado, la Historia fenicia de Sanchuniathon (o Sakkunyaton) supuestamente traducida por Filón de Biblos, solo podía narrar acontecimientos contemporáneos o anteriores a su autor, y por tanto previos a la historia de Cartago (Aubet 1997, 34-35). De este modo los textos escritos durante el periodo púnico de la ciudad que han llegado hasta nosotros proceden sólo de autores helenos. 9 De entre éstos destacamos a Timeo de Taormina (siglos IV-III a.C.) de quien nos queda sólo una compilación posterior y anónima, 10 y a Polibio, cuya breve des7

En efecto, Isaías destaca en el texto bíblico la fama de algunos poetas, escritores, historiadores y filósofos de Tiro, Sidón y Beirut. 8 Ver nota 23. 9 Ver BARCELÓ, P. (1994): The perception of Carthage in Classical Greek Historiography. Acta Classica, XXXVII, pp. 1-14. De algunos de estos textos nos queda sólo la noticia de su existencia, con la hipótesis de que pudieran haber prestado atención a Qart Hadasht y a su historia, como podría ser el caso de Filisto de Siracusa o de Eudoxo de Cnido de finales del siglo V a.C. 10 Cintas (1970) realiza una magnífica recopilación y examen de las fuentes clásicas referidas concretamente al mito de fundación de Qart Hadasht. Con otras temáticas Cartago aparece mencionada marginalmente como concepto sociopolítico, hito cronológico, en referencia a su constitución e instituciones, o a sus polémicas costumbres religiosas en los textos de Herodoto, Tucidides (I, 13, 6; VI, 2, 6; VI, 15, 2; VI, 34, 2; VI, 88, 6 y VI, 90, 2), Platón (Rep. 337 a), Isócrates (VIII, 85) o Aristóteles (Pol. II, 1272b; II, 1273a; II, 1273b; III,

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cripción de la península cartaginesa (Pol. I, 73) y de sus defensas (Pol. XXXVIII, 7) 11 es útil para un estudio topográfico. Con este exiguo bagaje hemos llegado a la destrucción de la capital púnica. Y ya en este temprano momento y siguiendo el análisis de Said (2005) 12 se pueden rastrear algunas de las imágenes orientalistas que se convertirán en recurrentes en la tradición escrita y artística posterior: diferencia, peligro, excesos fascinantes, inferioridad (ibídem, 63). Por un lado la neta distinción entre el yo civilizado y el bárbaro se encuentra ya en la Iliada. En el siglo V a.C. Esquilo en Los Persas hace hablar a toda Asia por boca del ejército de Jerjes, expresando el inexorable sentimiento de derrota que dominará a los orientales y que marcará decisivamente cualquier enfrentamiento futuro. Eurípides en Bacantes se esfuerza en demostrar el poder de Dionisio sobre los nuevos cultos a Cibeles, Isis y otros dioses. A partir de entonces encontraremos sólo autores de tradición grecolatina cuyos referentes literarios están ya fuertemente marcados por una determinada imagen del oriental. Podría seguirse la consolidación de los clichés en otras obras de la Antigüedad. 13 Dicha representación estará evidentemente sujeta a matices temporales y sería reduccionista tomarla como una constante inamovible a través de los siglos. No obstante, tratar en profundidad dicha imagen excede de los objetivos propuestos en el presente libro, por lo que nos limitaremos a una mera aproximación introductiva al uso de la imagen de Cartago. Siguiendo con los autores clásicos, uno moderno destacará con fuerza en la recopilación de estas fuentes: Auguste Audollent, quien desmenuzó de forma ejemplar las fuentes clásicas relativas a la Colonia 1275b; IV, 1293b; V, 1307a; 1316a y VII, 1324b y Mir. 134. Ver TEIXIDOR, J. (1994): Los cartagineses entre Aristóteles y Polibio. El mundo púnico: historia, sociedad y cultura. I Coloquio de Cartagena (Cartagena, noviembre 1990) pp. 131-139. 11 Se añade una comparación entre las constituciones de Cartago y Roma (Pol. VI, 51) y el texto del tratado del 509 a.C. mediante el cual se reparten sus respectivas áreas de influencia mediterránea la capital púnica y el recién estrenado Senado romano (Pol. III, 23). 12 Su primera edición es de 1978. 13 Tanto en la tragedia griega (Caballeros de Aristófanes) como en diferentes autores romanos, desde Plauto (Casina, Aulularia, Minos y especialmente Poenulus), Ovidio (Epístolas, y Metamorfosis), Horacio (Odas, y Sátiras), y Silio Itálico (Punica), además claro está de Virgilio y su Eneida (Said 2005).

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romana. 14 Pero las primeras menciones de autores de tradición latina como Ciceron, 15 Salustio, 16 Tito Livio, 17 o helena como Dionisio de Halicarnaso, 18 Plutarco 19 y Diodoro Sículo 20 se enmarcan en las discusiones de política romana del siglo I a.C. y ofrecen pocos datos geográficos en los que centrarnos. En cambio destacan los apuntes de Diodoro Sículo sobre la gestión agrícola del hinterland cartaginés (Diod. XX, 8, 3-4) o sobre el aspecto general del puerto (Diod. III, 44, 8). También es interesante la referencia de Plutarco a las ruinas de Cartago en las que Mario se cobijó (Plut. Mario LX). En época tiberina escribe Estrabón, 21 que aventura la exagerada cifra de setecientos mil habitantes para Cartago al inicio de la III Guerra Púnica (Strab. XVII, 3, 14-15). 22 Añade una brevísima descripción de la península y de la disposición general de la ciudad, de su historia y su industria militar. 23 14 En la voz Karthago del apartado I. Quellen de la PaulysRCA, vol. X, 2 se delega en Auguste Audollent (1901) todo el estudio de los autores clásicos (y de las excavaciones): Die hauptsächlichsten schriftellerischen Quellen von Polybios an bis Zonaras und von Eginhard bis Sir Grenville T. Temple hat Audollent in zwei Appendices zu seinem Werke Carthage Romaine vereinigt. Como se indica en dicha obra (ibídem, xiii) los corpora utilizados para los autores paganos son la BSTeub mientras que para los paleocristianos será el CSEL. Las obras no editadas en la fecha en estas compilaciones serán estudiadas salvo excepciones a través de la MignePG, la MignePL, el MG y el CSHB. 15 Cic. Att. XVI, 4. Cic. Balb. II, 5 y XV, 34. Cic. Sest. LIX, 127. Cic. har. 4. Cic. Verr. II, 1, 3; II, 2; II, 35, 86; IV, 33, 73; IV, 34, 74; IV, 35, 77; IV, 36, 80; IV, 38, 82; IV, 39, 84 y V, 47, 125. Cic. Phil. IV, 5, 13 y IV, 10, 27. Cic. Catil. IV, 10, 21. Cic. Mur. 14, 32 y 28, 58. Cic. Manil. 20, 60. Cic. leg. arg. II, 19, 51; II, 32, 87 y II, 33, 90 y Cic. rep. I, 3 y II, 23, 42. 16 Sall. Cat. 10 y Sall. Iug. XIV; XVIII y XIX; XLI y XLII y LXXIX. 17 Liv. XXIII, 12, 1; XXIII, 12, 7; XXX, 9, 4; XXX, 24, 9; XXX, 35, 11; XXX, 44, 4; XXXI, 48, 1; XXXIII, 47, 10 y XXXIII, 48, 10 y Epit. Lib, LI. 18 Dion. Hal. ant. I, 74. 19 Plut. Mor. Alcibíades XVII, 3. Pericles XX, 3. César LVII, 5 y Cayo Mario XL, 3 y 4. 20 Diod. III, 44, 8; V, 16, 3; X, 18, 6; XI, 1, 5; XI, 20, 2; XI, 23, 2; XI, 24, 2-3; XII, 82, 7; XIII, 43, 3; XIII, 62, 6; XIII, 79, 8; XIII, 80, 5; XIII, 81, 4; XIII, 88, 3; XIII, 90, 4-5; XIII, 96, 5; XIV, 46, 5; XIV, 47, 1; XIV, 49, 2; XIV, 75, 4; XIV, 76, 3; XIV, 77, 3; XV, 24, 2-3; XV, 73, 1; XVI, 81, 3-4; XVII, 41, 1; XVII, 46, 4 y XX, 14. 21 Strab. II, 5, 33; VI, 4, 2 y XII, 8, 11. 22 Actualmente se estima una población máxima de doscientos mil habitantes (Aubet 1997, 200). 23 Otros autores de la primera mitad del siglo I d.C. son Pomponio Mela (I, 7, 34), que ya presenta la Colonia romana como un centro urbano próspero, y Trogo Pompeo, cuyos cuarenta

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Del siglo II podemos mencionar a Pausanias 24 y Apiano, siendo este último quien dedique más atención a la topografía. Su obra sigue la tradición de Heródoto y Dionisio de Halicarnaso al dividir el relato según criterios etnográficos en lugar de temporales, al contrario que Tucídides, más seguido habitualmente por los redactores de los Annales romanos (Gabba 1958). Por otra parte, debemos tener en cuenta que Apiano recibe una gran consideración como fuente clásica pero escasa como historiador. 25 La identificación de sus fuentes queda como motivo de controversia para la investigación actual. No obstante sigue siendo respetada la opinión de Stéphan Gsell (1920a, 6) según la cual Polibio habría sido la fuente principal seguida por Apiano en su descripción cartaginesa. En cualquier caso, su obra fue compuesta entre el 160 y el 165 y ha llegado hasta nuestros días gracias a códices manuscritos de los siglos XI-XII, las traducciones de los cuales nos permiten leer un interesantísimo relato. Su libro VIII titulado Guerras Púnicas se inicia con la fundación de Cartago, pasa inmediatamente al desarrollo de dichas guerras y termina con la destrucción ejecutada por Escipión y la reconstrucción comenzada por Augusto. 26

y cuatro libros de su Historia Philippica no han sobrevivido a los siglos. Ver ALONSO NÚÑEZ, J.M. (1989): Trogue-Pompée sur Carthage. Karthago, XXII, pp. 11-19. Pasada la mitad del siglo escribe Veleyo Patérculo (I, 6, 4; I, 12, 5; I, 15, 4; II, 19, 4 y II, 38, 2) y más tarde Plinio el Viejo hablando casi exclusivamente del nacimiento y ubicación de la Colonia (nat. II, 67, 169; V, 3, 24; V, 4, 26; V, 6, 40; V, 7, 41; V, 19, 76; VI, 36, 200-201; VII, 9, 47; VII, 21, 85; X, 43, 123 y XVIII, 5, 22). Flavio Josefo (Heges I, 116-126) nos reporta la fundación fenicia. 24 Paus. II, 1, 2; V, 25, 6; VIII, 30, 8 y VIII, 43, 4. 25 Dado el exiguo desarrollo del método de trabajo elegido: este autor yuxtapone en orden cronológico y para cada uno de sus libros fragmentos recogidos de fuentes casi siempre únicas y de las que depende en exceso. 26 Del mismo periodo encontramos en Tácito comentarios sobre los enfrentamientos de los pueblos mauros contra la Colonia Iulia a principios del siglo I (Hist. I, 76 y IV, 49, y Ann. II, 52; 59; III, 20-21; III, 35; III, 73-74; IV, 23-26; IV, 33 y XVI, 1); A Floro comentando el asedio final y destrucción de Qart Hadasht en base a fuentes latinas poco anteriores a él (Flor. DCC I, 31, 11; XXXI, 18). A Justino que nos reporta lo poco que sabemos de Trogo Pompeo (XVIII, 5, 9; XVIII, 6, 8-10; XXI, 4, 3 y XXII, 3). Y por último a Apuleyo (Flor. XVIII y De deo Socratis XXII, 171) y Frontón (Front. II) siendo éstos los mejores exponentes literarios de la africitas, término con el que se identifica al conjunto de características de la

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II. Reflejos cartagineses en Occidente

En el siglo III encontramos abundantes pero superficiales referencias a los detalles de la geografía urbana. De la mano de los autores paleocristianos, privilegiados por el filtro de siglos y siglos de trabajo copista realizado en el interior de los muros de la cristiandad medieval, podemos entrever trazos de la cotidiana vida social cartaginesa. 27 Entre los siglos IV y V nos hallamos con la extensa bibliografía producida por uno de los personajes más inmortales ligados a Cartago: san Agustín. 28 Al margen de la enorme trascendencia de su obra y pensamiento, tanto para Fig. 4. Busto en bronce de Aníbal (Beschaouch 1993, 22). la historia de la Iglesia como para la Filosofía occidental, señalamos a pie de página algunos de sus pasajes en los que se pueden intuir detalles topográficos de la capital que nos inte-

obra de los autores latinos africanos, los cuales gozaban de una cierta independencia cultural respecto al foco predominante de la capital del Imperio, mostrando un mayor gusto por los modelos arcaicos y por las discusiones filosóficas y retóricas (Palacios Martín, 1992). 27 Tertuliano narra las violaciones de la vieja necrópolis sobre la que se construyó el odeon (Apologeticum 9. De testimonio animae 2. De spectaculis 8; 12; 16-23 y 25-30. Scorpiace 6. De idololatria 20, y De resurrectione carnis, 42. Ver MCKECHNIE, P. (1992): Tertullian’s De Pallio and Life in Roman Carthage. Prudentia, XXIV-2, pp. 44-66; también REBILLARD, E. (1996): Los areae carthaginoises (Tertullien, Ad Scapulam 3, 1). MEFRA, CVIII-1, p. 17589). Su discípulo Cipriano (Ad Donatum 1 y 10. Acta proconsularia 1-3 y 5. De lapsis 8 y 24. De habitu virginum 19. Ad Demetrianum 10. Epistolae XXXVIII, 1; LIX, 6; 13 y LXXXI. Vita Caecili Cypriani 12; 15 y 16, y 18., y Passio SS. Montani, Lucii et aliorum Martyrum Africanorum 4; 6; 12; 18 y 23. Ver GONZÁLEZ SALINERO, R. (1996): La ofensiva cristiana contra la influencia judía en Carthago: Tertuliano y Cipriano en el marco de un conflicto religioso. Hispania Antigua, XX, p. 341-66), Ulpiano, jurisconsulto natural de Tiro (XXII, 6), Solino (XXVII, 9-10 y XXXII, 2), Capitolino (Antoninus Pius IX, 4 y Helvius Pertinax IV, 2) y Festo (Fest. significatione verborum: voz cothones. Acta sancti maximiliani martyris 3). Además, Dion Casio (LII, 43, 1) y Herodieno. Como fuente pagana y ya en el siglo IV tenemos a Eutropio (IV, 10-12). 28 Ver LANCEL, S. (1999): Saint Augustin. Fayard, París.

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resa. 29 En otros autores de la misma cronología 30 y bajo dominio vándalo se pueden hallar también datos en este sentido. 31 La conquista musulmana abrirá una nueva fase en la historia de Cartago. El Islam no otorgará jamás a este enclave un papel relevante en la geopolítica mediterránea, dominada por otras capitales situadas en el Maghreb occidental, en al-Andalus, en Siria, en Egipto... Ni siquiera será un lugar predominante en la región, que siguió manteniendo importancia geoestratégica, agrícola y comercial. Efectivamente, el jefe militar Oqba

29 De moribus Ecclesiae catholicae et de moribus manicheorum libri II, 19, 72. Aug. conf. V, 8, 13 y VI, 9, 14 y 15 (MignePL XXII). De consensu Evangelistarum I, 23, 36 (MignePL XXXIV). Breviculus collationis cum donatistis I, 14 (MignePL XLIII). Post collationem contra donatistas liber XXV, 43; XXXV, 58. De gestis Pelagii liber XI, 25 (MignePL XLIV). De haeresibus LXXXVI (PL XLII). Epistolae CXXXIX, 1. (MignePL XXXIII) Sermones XIII-XV; XIX; XXIIIXXIV; XXIX; XXXIV; XLVIII; XC; CXI y CXII; CXIV; CXXXI; CLIV-VI; CLXV; CLXIX; CLXXIV; CCLVIII; CCLXI; CCLXXII; CCXCIV; CCCV y CCCXI (MignePL XXXVIII). Enarrationes in Psalmos XXIII, II, 2, 29 y LXXX, 4; 23 (MignePL XXXVI-XXXVII). 30 Los comentarios gramáticos y literarios de Servio sobre Virgilio (Serv. Aen. I, 343; I, 367-368 y IV, 670), las obras de Aurelio Víctor (Epítome de Caesaribus XXXIX y XL) y la de Pablo Orosio (Historiarum adversus paganos libri IV, 6, 1; IV, 22, 6; V, 12, 1; V, 19, 8). Estas informaciones siguen siendo válidas para el estudio del desarrollo urbano de la Colonia, así como para el de las nociones históricas que todavía perviven en estos siglos sobre lo que fue la ciudad fenicia y púnica. 31 Víctor de Vita (Vit. I, 8-10; I, 16 y 17; I, 25; II, 13; II, 18; II, 48; III, 15-17; III, 32 y III, 34 (CSEL, VII)) y Passio septem monachorum 16 (CSEL VII). Ver LANCEL, S. (1989): Vitor de Vita et la Carthage vandale. L’Africa romana, VI, pp. 649-661. Para Draconcio, Feliciano y Fulgencio consultar BERTINI, F. (1974): Autori latini in Africa sotto la dominazione vandalica. Genes. Ya en el siglo VI encontramos alusiones a la topografía cartaginesa en Luxorio, Félix, Florentino, Calbulo y Pedro Referendario, todas ellas sacadas de la Anthologia latina, (Luxorio (203, 312-13, 373), Félix (210-214), Florentino (376-77), Calbulo (378) y Pedro Referendario (380) (Ed. Riese)). Desde la orilla norte del Mediterráneo escribieron Prospero Tiro (Epitome Chronicon a 204; a 300 y a 454 (Ed. Mommsen). Appendicula ad Chronicum S. Prosperi Aquitani 755 y 56 (MignePL LI col. 606 y 608). Liber de promissionibus ed praeditionibus Dei III, 38, 44 y IV, 6, 9 y 10 (MignePL LI col. 835 y 842), y Chronica Gallica a CCCCLII a 425 (Ed. Mommsen)), Salvieno (De gubernatione Dei VIII, 2, 9 y VIII, 5, 23), e Idacio (Chronica a 413 (Ed. Mommsen), continuación de la de Jerónimo). Como claros partidarios de la reconquista del Imperio Romano de Oriente señalamos a Coripo relatando las campañas de Justiniano contra las tribus bereberes (Iohannis seu De bellis Libycis I, 426 y VI, 60) y a Procopio con un especial interés para la reconstrucción de las defensas de Cartago (BV. I, 5; I, 18; I, 20-21; I, 23; II, 1; II, 4; II, 7; II, 14; II, 18; II, 26; III, 20, 3 y IV, 26, 17. De los edificios VI, 5, 11).

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Ibn Nafi fundó en el 670 Kairuán, capital protegida tanto de una costa todavía dominada por los bizantinos como de las montañas controladas por beréberes hostiles a la islamización, principalmente kharidjíes (Rammah 2003, 91). En las décadas turbulentas que subsiguieron, Kairuán resistirá y se afianzará como capital mientras que Cartago se despoblará. No obstante, sus imponentes ruinas permanecerán. Se pueden encontrar repetidas alusiones en escritos medievales, tanto cristianos 32 como musulmanes, 33 e incluso detalladas descripciones como la ofrecida en el

32 (1893): The Tanhuma. Lublin; (1834): Mythographus Vaticanus Primus, 214. Ed. Bode, Celle. p. 67; ADON (804): Chronicon. (MignePL CXXIII col. 132); ADON: Martyrologium, XVIII. (MignePL CXXIII col. 355); ANASTASIUS: Historia eclesiástica ex Theophane. (MignePG CVIII col. 1341a); EGINARDO: Vita Karoli Magni, 27. (MignePL XCVII col. 51); FLORUS DIACONUS: Expositio in epistolas beati Pauli. In epistolam ad Ephesius, 3. (MignePG CXIX col. 376); LEONTIUS MONACHUS: S. Gregorii Agrigentini vita. (MignePG XCVIII, col. 560 y 564); THEOPHANES: Chronographia. (MignePG CVIII, col. 752). 33 Se centran principalmente en la narración del avance del ejército de Hassan Ibn en-Noman el-Ghassani a finales del siglo VII a lo largo de la costa africana mediterránea, y en su toma de Cartago con la consiguiente expulsión de la mayoría de sus habitantes en barcos fletados hacia las costas de Sicilia e Hispania. Sin embargo algunas noticias parecen confirmar que una reducida población de cristianos permaneció en el lugar. Algunos de estos cronistas, como Ibn Khordadhbeh, ya confunden Cartago con la floreciente Túnez. Ver IBN KHORDADHBEH: Kitab al-Masalik wa ‘l-Mamlik. Citado en Goeje, M.J. (1870-1894): Bibliotheca geographorum arabicorum. VI p. 87; AL-TABARI (1879-1901). Ed. Barth, 13 vols. Vol. I, 2, p. 738; IBN ABD AL-HAKAM (1922). Ed, Torrey, CCH., Yale University Press. p. 183, 200. A partir del siglo X encontramos referencias a la riqueza de las ruinas y productividad de sus campos: ver IBN AR-RAQIQ. Citado en Ibn Idhari (1848-1851): Al-Bayan al-mughrib fi Akhbar al-Maghrib. Ed. Dozy, RPDA, Leiden. Vol I pp. 9-10; AL-MALIKI: Muhtasir kitab riad an-nufus. Citado en Ibn al-Athir (1857): Tarikh. Biblioteca Arabo-Sícula. Ed. Amari, Lipsia. pp. 176-178; IBN AL-FAQIH: Compendium Libri Kitab al-Boldan auctore Ibn al-Fakih al-Hamadhani. Citado en Goeje, M.J. (1870-1894): Biblioteca geographorum arabicorum. V p. 79; IBN HAUCAL. Citado en Goeje, M.J. (1870-1894): Biblioteca geographorum arabicorum. II p. 50; PSEUDO AZ-ZUHRI. Citado en Ibn Haldun (1925): Histoire des Berèbers. Ed. Le Baron de Slane et Paul Casanova, París. I p. 317. Otras referencias pertenecen a los siglos XIV-XV: IBN AL-WARDI (1847): Tarikh. El Cairo. 2 vol.; PARHI: Kaftor wa Ferah. Edelmann. p. 26b; AT-TIJANI (1853): Rihla. Ed. Rousseau, A., París; ABU ‘L-FIDA. Ed. Le Baron de Slane. p. 126; AN-NUWAIRI. Citado en Ibn Haldun (1925): Histoire des Berèbers. Ed. Le Baron de Slane et Paul Casanova, París. pp. 338-339; ABRAVENEL, Isaac (1641): Perush al Nebhiim Aharonim. Fol. 54 A, col. a; AL-MAQRIZI (1853): Kitab al-Mawaiz wa ‘l-itibar. Bulak. 2 vols. I pp. 154 y 223; AL-MAQRIZI: Suluk li marifat duwal al-muluk. Trad. par Blochet. p. 554; BRUNSCHVIG, R. (1934): Deux récits de voyages inédits en Afrique du Nord au XV siècle: Abdalbasit ben Halil, et Adorne. París, pp. 152-153 (citado en Ferron y Pinard 1955, 32).

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siglo XI por el cronista andalusí el-Bekri. 34 También merecen mención los detalles facilitados en el siglo XII por al-Idrisi 35 referentes a la constante actividad de expolio de materiales constructivos con destino a diversos puntos del Mediterráneo, cristiano e islámico. En el siglo XIII se detalla incluso que para la construcción del palacio de Medinat az-Zahra de Córdoba, de las 1013 columnas recogidas en el Maghreb, la mayoría procedían de las ruinas de Cartago. 36 Por si esto fuera poco, tras la marcha de los cruzados en 1270, el sultán de Túnez al-Mustasir ordenó la demolición de cualquier estructura que pudiera ser utilizada en el futuro por nuevas huestes invasoras de la península cartaginesa. Los despojos de la ciudad sufrían así las consecuencias de la necesidad económica de su tiempo, como por lo demás y en muchos sentidos, continúa pasando hoy día en tantos yacimientos. Si las Cruzadas reactivaron la literatura cristiana 37 en referencia a Cartago, la toma de Constantinopla y el descubrimiento de América hicieron que la atención de los cronistas se dirigiese hacia otros puntos geográficos. Pero en el siglo XVI aumenta nuevamente el valor geoestratégico de la zona y así recibe más visitas 34 EL-BEKRI (1911): El-Bekri, description de l’Afrique Septentrionale. Ed. Le Baron de Slane, Alger. pp. 37, 40-45 y 83-84. 35 AL-IDRISI (1886): Description de l’Afrique et de l’Espagne par Edrisis. Eds. Dozy, R., y Goeje, M.J., Leiden. pp. 111-114. 36 IBN HALDUN (1841): Histoire de l’Afrique sous la Dynastie des Aghlabites. Ed. A. Noël des Verges. p. 5; JACUT (1846): Mushtarik. Westenfeld, Goettingen. p. 342; IBN IDHARI (18481851): Al-Bayan al-mughrib fi Akhbar al-Maghrib. Ídem. Ed. Dozy, RPDA, Leiden. Vol. I, pp. 18-20 y 24. Vol. II p. 246; IBN AL-ATHIR (1857): Tarikh. Biblioteca Arabo-Sícula. Ed. Amari, Lipsia. p. 295; IBN HALDUN (1858): Prólegomenes d’Ebn-Khaldoun. Quartremère, París. XVI, 1, XVII, 1, XVIII, 1, Vol. 1 pp. 135, 318, 413, 438 y 441-443, y Vol. 2 pp. 38 y 206; IBN AL-ATHIR (1863): Tarikh. 12 vols. XI, IV pp. 179-180; JACUT (1924): Mujam al-Buldan. Westenfeld. 6 vols. IV pp. 57-58; IBN HALDUN (1925): Histoire des Berèbers. Ed. Le Baron de Slane et Paul Casanova, París. 37 Se detallan las operaciones de Luis IX en la zona, su acceso por mar, la toma de la torre que dominaba la península, y los demás movimientos militares en relación a las instalaciones estratégicas que teóricamente había puesto en servicio en 1159 el califa almohade Abd al-Mu’min, cuando tomó la ciudad y puso fin al hasta entonces resistente obispado de Cartago, expulsando definitivamente a cristianos y judíos. Ver GUILLERMO DE NANGIS: Gesta sancti Ludovici. En Recueil des Historens des Gaules et de la France, XX, pp. 450-452; PETRI DE CONDETTO: Epistola. En D’Achery, III, p. 664 y ss; PRIMAT: Chronique. Trad. Par Jean du Vignay, 30. En Recueil des Historens des Gaules et de la France, XXIII, p. 46.

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con testimonio escrito, 38 especialmente en relación a la empresa militar del emperador Carlos V. 39 Lo más destacable a nivel arqueológico de esta documentación será la constatación del continuo expolio de las ruinas cartaginesas.

Fig. 5. Braun, G. y Hogenbergius, F. (1574): Tunetis urbis, ac novae eius arcis et Guletae (...). Atlas. Recreación de la campaña de Carlos V en la que pueden observarse a la derecha las ruinas de Cartago, entre las que destaca su acueducto (Vilar 1991, 39).

38 ETROPIO (1535): Commentarium seu potius diarium, expeditionis Tunetanae, à Carolo V. Imp. semper Augusto, anno MDXXXV. En Rerum Germanicorum Scriptores; JOVE, Paul: Pauli Jovii Novocomensis, episcopi Nucerini, ex Historiarum sui temporis libro XXXIII-XXXIV, fragmentum. En Rerum Germanicorum Scriptores; MÁRMOL Y CARVAJAL, Luys (1573): Primera Parte de la Descripción General de África. Granada. Vol. II, fol. 239-240, 249-250, 260, 264 y 288; THEVET, André (1575): La Cosmographie universelle d’André Thevet cosmograph du Roy. Chaudiere, París. 2 vols.; LEÓN EL AFRICANO (1837): Il Viaggio di Giovan Leone, quali si leggono nella raccolta di Giovambattista Ramusio. Venecia. p. 119. 39 Vilar (1991, 106-129).

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La aventura del Emperador recogía las instrucciones dadas en el testamento de Isabel la Católica, quien quiso una nueva Cruzada. La voluntad del monarca sería exponer la conquista de este puerto, en donde Barbarroja había construido una fortaleza conocida como La Goleta, 40 como un triunfo de carácter universal de su Imperio católico frente al Islam. Es sabido que el control español en Túnez (1535-1574) no modificó el equilibrio internacional y ha sido juzgado por los analistas de ayer y de hoy como negativo para el conjunto de los intereses imperiales. No obstante, del esfuerzo invertido por Carlos V podemos hacernos una idea teniendo en cuenta dos factores: por un lado el precio astronómico de la campaña militar que consumió integramente el tesoro de Atahualpa (Vilar 1991, 111-113). 41 Por otro, el hecho extraordinario de que el Emperador en primera persona participase en el campo de batalla. Las privaciones de una contienda en pleno verano maghrebí y la convivencia con heridos y mutilados probablemente marcaría su memoria de forma indeleble. Ambos elementos ayudan a entender el desequilibrio existente entre la limitada repercusión geopolítica de esta conquista y la magnitud épica que la corte imperial quiso otorgarle. Pero será precisamente en base a esta retórica que se ordenaron publicar innumerables panfletos informativos en varios idiomas y múltiples obras de arte conmemorativas en diferentes soportes. Tapices, medallas, joyas y cartografías encomendadas a los mejores artistas europeos (ibídem, 106-129) tuvieron como destino las cortes más influyentes del momento. Podemos situar en la gestión de este programa iconográfico y político un punto de inflexión en la representación europea de la imagen cartaginesa. Durante la Antigüedad y la Edad Media el tema privilegiado de entre todos los posibles de la historia de Cartago había sido la relación de la pareja Dido-Eneas, gracias especialmente a la Eneida de Virgilio. La percepción del tema ha tenido significados evidentemente diacrónicos. En época clásica se destacaba el 40 Tras la toma de Túnez en 1534 y en previsión de una ofensiva española (ver figura 5). 41 El montante total ascendió a millón y medio de ducados. Sirva como referencia el precio, ya entonces considerado una fortuna, que había pagado pocos años antes el Rey de Francia a Leonardo da Vinci por La Giocconda: cuatro mil ducados.

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motivo del abandono sufrido por Dido, simbolizando en cierto modo la victoria de un Occidente masculino frente al Oriente, débil y femenino. Mientras, los autores paleocristianos celebraron la heroína cartaginesa como figura paradigmática del pudor y la castidad (Tertuliano Apologeticum 50, 5) que prefirió la muerte antes que pensar en otro hombre. De ello son prueba las representaciones que podemos apreciar en pinturas pompeyanas, códices y pergaminos medievales (Balmelle y Rebourg 1995, 62 y ss). Sin embargo, a través de la propaganda de Carlos V, el norte de África en general y la ciudad de Túnez en particular aparecerán estrechamente Fig. 6. Léonard Limosin (1540): Didon. asociados a grandes gestas militares y Esmalte en cuero su propia figura a la de gran general de campo. La difusión en los círculos artísticos de las encomiendas conmemorativas del evento favorecerá sin duda la consolidación del mito castrense de las Guerras Púnicas. Será pues a partir de 1535 cuando reaparecerán con fuerza en la iconografía al uso dichos motivos (en el fondo nunca olvidados) 42 en varios soportes, entre los que destacan la serie de tapices Histoire de Scipion 43 a los que pertenece La batalla de Zama de 1544 cuyo detalle podemos ver en la figura 7. Los historiadores del Imperio y a partir de ellos toda la tradición española hasta la Guerra de Independencia conjugarán las virtudes militares cartaginesas con el juicio negativo generalmente aplicado a su civilización 42 No podemos dejar de mencionar los frescos de Jacopo Ripanda elaborados entre 1508 y 1513 en lo que hoy es el Museo del Campidoglio de Roma: Annibale in Italia durante le guerre puniche. 43 Un total de veintidós piezas basadas en la narración de las Guerras Púnicas de Tito Livio dibujadas por Jules Romain (1499-1546), alumno de Rafael, encargadas por el rey Francisco I a un prestigioso taller de Bruselas (Lefébure 1995).

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Fig. 7. Jules Romain (1544). La bataille de Zama. Tapiz del Palacio Real, Madrid. Detalle particularmente violento del combate.

(Ferrer Albelda 1996). Así la historia de Cartago ocupará un espacio en el imaginario político-militar internacional en donde con el paso de los siglos la habilidad de campo de Aníbal se granjeó más elogios que la de Escipión. 44 Pese a los modelos de excentricidad, ausencia de lógica, opulencia y debilidad que seguían imperando en las representaciones orientalistas, la del general cartaginés llegó a conquistar un lugar excepcional y positivo en las cortes europeas. Los ensayos de los Montesquieu, François-René de Chateaubriand y otros ilustrados sobre el concepto de imperio trataron abiertamente esta temática. 45 Los paralelismos entre los imperios cartaginés y romano con las modernas naciones europeas alcanzaron su punto álgido con el ascenso y caída de Napoléon, motivo de varios conocidos óleos como el Bonaparte franchissant les Alpes au Grand Saint-Bernard de 44 Ver la Historia Universal de Polibio que tradujo e ilustró Vicent Thuillier en 1728, con especial atención al desarrollo de las maniobras militares de las batallas de Aníbal. 45 MONTESQUIEU (1734): Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence; CHATEAUBRIAND, FR. (1791): Essai sur les révolutions.

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David (1801) donde aparece en bajo a la izquierda el nombre de Aníbal grabado en la piedra como puede apreciarse en la figura 8, o el binomio de William Turner sobre la creación y destrucción de Cartago (1815-1817) cuya primera parte hemos expuesto en la figura 3. El destino quiso que la derrota final y exilio del general corso no hicieran sino acrecentar sus similitudes con Aníbal. Además de estas temáticas historicistas, el arte orientalista a finales de la Modernidad también trató argumentos fantásticos y oníricos por un lado, costumbristas y actuales por otro. A nosotros nos resulta especialmente inte-

Fig. 8. Detalle de la obra de Jacques-Louis David (1801): Bonaparte franchissant les Alpes au Grand SaintBernard. Óleo sobre tela, Musée National de Malmaison, Reuil-Malmaison. Grabados en la piedra pueden apreciarse en bajo a la izquierda junto al nombre de Bonaparte los de Carlomagno y Aníbal.

resante el ámbito literario y el nacimiento de la moda del viaje novelesco 46 por cuanto hará las veces de catalizador de las tres corrientes apenas mencionadas. El viaje como argumento es un referente literario de primer orden desde la Odisea de Homero hasta la actualidad, pasando por los relatos de 46 Íntimamente ligado al desarrollo del viaje pintoresco. Para una introducción al género literario de la novela de viajes consultar el artículo de Alburquerque (2006, 67-87).

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Marco Polo o los de Cristóbal Colón entre otros muchos. No obstante, en estrecha relación con la experiencia del Grand Tour y sus variantes geográficas nace durante en los siglos XVI-XVIII un género narrativo particular que sitúa en el centro del relato el hecho mismo del viaje, supeditando a él todo lo demás. Su estudio y comprensión nos llevaría a afrontar toda una evolución filosófica del pensamiento occidental y su producción discursiva. 47 No en vano la figura del viaje se presta a la alegoría del cambio interior, facilita la circunscripción del propio grupo social y permite tratar todo aquello que es subversivo en nuestra tierra. Por motivos obvios me limitaré, en el próximo capítulo, a una breve reflexión sobre los aspectos de este pensamiento que se pueden agrupar bajo el denominador común del Orientalismo. Por el momento adelantaremos que la motivación última de todo viaje novelesco y sus relatos es la búsqueda del otro, del diferente, como instrumento normalizador del yo. Y en los siglos XVIII-XIX lo diferente se asimila con frecuencia a lo desconocido, lo salvaje, lo femenino, lo oriental. Ello permite además una instrumentalización del imaginario con un enorme potencial hereditario, marcando así la tradición primero literaria, científica después. Con un discurso más inconsciente Gustave Flaubert reunirá con gran maestría varios elementos historicistas y fantásticos del orientalismo en una obra literaria que ha contribuido enormemente al contagio curioso por Cartago y su historia, pero que también ha generado una irrealidad cautivadora que fascinó a sus contemporáneos tanto como a nosotros mismos. El romance épico Salammbô 48 fue escrito entre 1857 y 1862. Admirador de las obras de Jules Michelet y François-René de Chateaubriand, el autor recoge diferentes gustos literarios y hace revivir la guerra inexpiable de los mercenarios contra Cartago que nos describió principalmente Polibio. Gustave Flaubert profundizará en la sutil conexión insinuada entre el jefe del ejército rebelde, Mâtho, y la hija de Amílcar. Ésta había sido prometida en matrimonio a Narr’Havas, cabecilla mercenario, en

47 Para una introducción a las relaciones entre literatura y ciencia en los primeros compases de esta última consultar la obra de Pimentel (2003). 48 El nombre escogido corresponde al babilónico de la diosa Afrodita-Astarté (Pelletier-Hornby 1995, 139).

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recompensa por su traición al líder Mâtho. 49 Salammbô, personificación de Tanit, diosa lunar, última dueña de Cartago, encarna todo cuanto un occidental del siglo XIX podría esperar del Oriente: misterio, belleza, fragilidad. Mathô, terrible hombre de armas, sacrílego y destructor, esconde en el fondo de su personaje un desencanto vital similar al que sentía el autor de la novela, y que le hacía huir de los círculos burgueses europeos hacia los países del Mediterráneo musulmán en busca de nuevos códigos sociales. Quizá podamos entrever en esta relación, platónica y violenta a la vez, algunos signos que nos ayudarán a comprender la actitud que, más o menos implícitamente, fermentó en la mente Fig. 9. Aguafuerte de Poirson que ilustra una edición de 1887 de la Sa- del orientalista occidental, artista o político, lammbô de Flaubert científico o militar. Efectivamente no fue ésta la única obra literaria inscrita en el romanticismo que se arremolina furiosamente en torno a un personaje femenino oriental, exuberante de sensualidad y delicadeza (Said 2005). Los modelos propuestos tuvieron una gran acogida entre el público europeo pero concretamente Salammbô, gozó inmediatamente de un enorme éxito editorial que provocó múltiples reediciones, algunas de ellas en gran lujo. Ejemplos son las que cuentan con los aguafuertes de Poirson (1887), como el que podemos ver en la figura 9, las ilustraciones de Georges Rochegrosse (1900) o la encuadernación artística de Victor Prouvé (1893) entre otras. 50 El efecto en la élite europea fue inmediato, y sus propuestas estéticas nada indiferentes: con una ligerísima túnica que dejaba desnudos brazos y espalda, los mechones del cabello tan apenas sujetos en la frente por una diadema de oro

49 Polibio (Hist. I, 78, 8). 50 Otras ediciones con especial atención a la gráfica artística son la de Gastón Bussière (1921), la de William Walcot (1926) o la de Mornay (1930) (Daguerre de Hureaux 1995).

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y casi descalza a no ser por las sandalias atenienses. Así decidió encarnar a Salammbô, con gran atrevimiento y escándalo, la Condesa Verasis de Castiglione en la fiesta que la aristocracia italiana organizó en la primavera de 1863 como bienvenida a Napoleón III (Gregory 2005, 616). 51 Con tal aceptación sólo problemas logísticos y personales 52 retrasaron la llegada del argumento a la ópera, arte sin duda favorito entre la clase privilegiada. No obstante, la escenografía cartaginesa gozaba ya de una larga tradición occidental especialmente representada en el teatro francés de los siglos XVII-XVIII. 53 Recordemos que en 1596 se estrenaría la tragedia Sophonisbe de Antoine de Montchrestien, en 1601 con el mismo título la de Nicolas de Montreux, 54 en 1629 será el turno de Jean Mayret, en 1663 de Pierre Corneille, en 1716 de Chancel de La Grange y en 1771 del propio Voltaire (esta última, una adaptación de la obra de Jean Mayret). Amén de otras siete obras teatrales 55 con temáticas diferentes a Salammbô hasta 1890. Tras el éxito en Bruselas la opera se llevará a París en 1892 donde ganará el favor de crítica y público. A estas alturas la fama del argumento propiciaba un acercamiento desde todas las artes: escultura, grabados, alta 51 Las crónicas de sociedad apuntan a que Cavour en persona había confiado en la Condesa, considerada como la mujer más bella del siglo, el deber de ganarse el favor de Napoleón III a la causa piamontesa. Ésta, obediente, no dejó pasar la oportunidad de desplegar sus encantos para continuo escándalo de las damas y admiración de los caballeros. (Il corriere delle Dame, 7 de marzo de 1863. Citado por Gregory (2005, 617). 52 Gustave Flaubert expresó siempre rechazo a la idea de plasmar sus figuras literarias en una imagen. Prefería que cada lector personalizase la representación en su imaginación por lo que se opuso siempre a las ediciones ilustradas, que en efecto no surgieron hasta después de su muerte. 53 Ver nota 13. 54 Inspirada en la vida del personaje histórico que nos relata principalmente Tito Livio, Sofonisbe, la hija de Asdrúbal se unirá en matrimonio a Syphax, rey númida occidental, sellando una alianza militar contra los romanos. Tras la derrota de éste frente a Massinissa, rey númida oriental, Sophonisbe formará parte del botín de guerra y se casará de nuevo. Cuando finalmente Escipión venza a todos los generales africanos la heroína preferirá el suicidio antes que ser capturada por los romanos. 55 Con Aníbal como personaje principal encontramos La mort d’Annibal (1669) de Thomas Corneille y las varias Annibal de Riuperous (1688), de Mariveaux (1720) y de Didot (1822). El panorama se completa con los guiones Scipion (1639) de Desmarets, Le sac de Carthage (1642) de Puget de la Serre y Scipion L’African (1697) de Pradon (De los Llanos 1995, 174).

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costura, pinturas. Buen ejemplo de ello es la representación modernista de la figura 10 de una de las escenas de la novela más cargadas de erotismo flaubertiano: Salammbô retozando con la serpiente en una imagen que funde inocencia y provocación en una sola adolescente. Escultores como Théodore Rivière o Désiré Ferrari (Daguerre de Hureaux 1995) dedicarán a la novela varias de sus piezas entre las que no faltarán referencias a la misma turbadora escena. Entre los artistas españoles del siglo XIX que cultiven el orientalismo predominará sin embargo una temática más folklórica y cotidiana ligada a la experiencia colonial marroquí. No obstante, algunos jóvenes aventajados lograban ser pensionados durante una temporada en la Academia de España en Roma (González y Martí 1996) donde podían tomar contacto con corrientes europeas. Será entre estos alumnos que se extenderá a finales de siglo el tema oriental más poético de la representación de la Odalisca, 56 como la de la figura 11, en las que podemos entrever un eco del universo de Salammbô. Sin lugar a dudas esta fama contribuyó Fig. 10. Pierre Noel (1931): La nuit a que la historia cartaginesa consolidase de Salammbô. Escena que recrea el simbólico erotismo de la serpiente. su lugar eminente en las artes escénicas. Así nuevamente fue escogida como argumento para una de las superproducciones cinematográficas que marcarán la historia del séptimo arte. 56 Francisco Peralta del Campo (1837-97), Francisco Masriera Manovens (1842-1902), Leopoldo Roca Furnó (1848-1934), José María Fenollera Ibáñez (1851-1918) o Eugenio Oliva Rodrigo (1852-1925), entre otros, visitarán este tema orientalista femenino con ciertas reminiscencias flaubertianas (ver figura 11).

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Los sobresalientes elementos artísticos del decorado y atrezzo y las poéticas didascalías de Gabriele D’Annunzio 57 convertirán a Cabiria (Pastrone 1914) en una de las más reconocidas producciones de la época muda. Ésta es una representación más consciente del mensaje orientalista que transmitía. En la primera década del siglo XX el cine se había convertido ya en un imparable fenómeno de masas para el que en algunos países se construían salas con aforo para varios miles de espectadores y que producía ingentes beneficios. 58 A las puertas de la I Guerra Mundial, los gobiernos de todos los países, conscientes de la influencia que este medio ejercía en sus poblaciones, ya tomaban las películas como un bien de primera necesidad para sostener la moral del frente y la retaguardia. 59 Así Cabiria Fig. 11. Francisco Masriera Manovens surgirá enmarcada dentro del fenómeno (1897): Odalisca. (González y Martí 1996, 136). del largometraje patriótico y belicista que recorrerá toda Europa. Con su mensaje heroico (dos intrépidos romanos salvarán a una niña siracusana del sacrificio a Molok) alimenta el sentimiento de unidad nacional italiano que se presenta alegre y dispuesto 57 Sin olvidar las innovaciones de marketing publicitario que revolucionaron el mercado cinematográfico mundial, pasando por la consolidación del personaje masculino heroico (Maciste) capaz de generar un público propio, del que hoy serían herederos Rambo o James Bond. Esta figura gozó de tal éxito que dio lugar a una serie de películas propia, la primera de las cuales fue Maciste Alpino (1916) en donde aparecerá luchando directamente en el frente austrohúngaro en las filas de los mangas verdes del ejército italiano de la I Guerra Mundial. 58 Aunque el fenómeno nació en 1895 como itinerante, en 1910 Italia contaba con quinientas salas de proyección. En los EEUU uno de cada cuatro habitantes acudía al cine semanalmente (Bruneta 1993). 59 Van Dooren y Kramer, citados por Brunetta (1999, 251).

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al combate ya desde su gloriosa Antigüedad. A partir de ahora quedará sancionada en la mentalidad colectiva occidental, incluso en las nutridas filas de analfabetos, ajenos a la ópera y poco asiduos a los museos, una imagen del oriental como paladín de la perfidia, crueldad, barbarie y desorganización. Otros títulos con menor repercusión mediática como Schiave di Cartagine (1908), Gli ultimi giorni di Pompei (Cesarini 1913 y Palermi y Gallone 1926), Messalina (Guazzoni 1923), o Salammbô (Marodon 1924) reservarán el papel de antihéroes a diversos personajes africanos. La propaganda fascista no hizo sino sublimar estos prejuicios en Scipione l’Africano (Gallone 1937). 60 El atractivo mediático no descendió tras la II Guerra Mundial y así llegaron a la gran pantalla más títulos si bien con menor presupuesto y resultados en ocasiones dignos de un rotundo delenda est... 61 probablemente culpables del abandono de la temática desde hace algunas décadas. Pero lo cierto es que la onda expansiva que la historia cartaginesa y el apéndice literario flaubertiano han provocado en el arte occidental ha llegado hasta nuestros días. Así puede comprobarse en las salas de los museos de toda Europa en donde se exponen multitud de obras que recrean sus diferentes personajes y acontecimientos. También en ámbito universitario los estudios literarios están a la orden del día: entre 1970 y 2002 se han publicado aproximadamente trescientos estudios críticos y Tesis doctorales sobre Salammbô (Flaubert, ed. 2002, 18). Por último, en la era de las aplicaciones informáticas no podía faltar una videoaventura para PC bautizada como Salammbô (Druillet 2003) que si bien guarda pocas conexiones lógicas (y menos aún estéticas) con la homónima novela, está ambientada en una lectura de la Antigüedad cartaginesa. Que dicha lectura se aleje completamente de observaciones clásicas o científicas prestándose a toda clase de guiños futuristas nos parece irrelevante. Destaca sin 60 Para una pequeña introducción al uso de la imagen cartaginesa en el cine italiano a principios del siglo XX ver Fumadó Ortega (2008). 61 En Italia: Schiave di Cartagine (Brignone 1957) Annibale (Bragaglia 1959), Cartagine in fiamme (Gallone 1959) y Scipione detto anche l’Africano (Magni 1970), en EEUU: Moloch, the God of Revenge (Lee 1954), Hannibal and the Vestal (Sydney 1955), y en Francia: Salammbô (Grieco 1960).

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embargo la presencia imborrable de un imaginario cartaginés que, como hemos querido exponer en este capítulo, sobrevive al tiempo, a las modas, a las corrientes artísticas, a los soportes y los mecanismos de expresión y transmisión de ideas que han surgido a lo largo de los siglos y que siguen renovándose. Cartago se revela también desde esta perspectiva como un fragmento insustituible de nuestro pasado y presente occidental.

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III Nace la Arqueología, renace Cartago —¿Sufres? —le dijo el esclavo—. ¿Qué te falta? ¡Contéstame! —y le sacudió por los hombros llamándole varias veces—. —¡Estoy enamorado!, ¡estoy enamorado! Salammbô (Flaubert, ed. 2002, 58)

En el presente capítulo nos vamos a centrar en la producción intelectual que puede ligarse tanto al nacimiento de la Arqueología como a los estudios cartagineses. Hemos visto en el punto anterior cómo el gusto por la Antigüedad nunca se perdió por completo aunque sufrió fuertes fluctuaciones en intensidad y dirección. Sin embargo en pleno siglo XVI todavía no existía un interés por el pasado que sobrepasase la curiosidad por los tiempos más recientes, la simple admiración ante un esplendor lejano y perdido, o ante obras de arte con valor anticuario. Los paradigmas medievales de la Historia que predominaban en la cristiandad, encerraban el pasado humano en un todo sin grandes diferencias socioeconómicas. El tiempo estaba dividido en una serie de ciclos teledirigidos por la acción divina desde la Creación 1 (Trigger 1996). Uno de los primeros acercamientos a la Historia de Cartago estará relacionado con la mencionada campaña de Carlos V, quien ordenó a su historiador oficial una obra que recogiese la Historia de España desde sus orígenes. En consecuencia, por cuanto se refiere a Cartago, Ocampo 2 se ocupó básicamente de la conquista peninsular de los Bárcidas. La imagen orientalista de los cartagineses que se captó de las fuentes clásicas fue la ya conocida: crueldad, impiedad y avaricia como principales características (Ferrer Albelda 1996). No obstante la figura de los generales africanos fue alabada por 1 2

Establecida concretamente por el arzobispo Ussher durante el siglo OCAMPO (1548): Crónica General de España. Medina del Campo.

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XVII

en el 4004 a.C.

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su inteligencia y pundonor, colaborando así en el proceso ya comentado de dignificación de la tradición militar anibálica. Podemos adelantar sin embargo que la historiografía medieval no se preocupó de reconstruir un relato coherente de la Historia de Cartago principalmente por falta de utilidad política. Como comentábamos en el capítulo anterior la génesis occidental de una identidad estereotipada dentro de la cual encasillar al otro, al diferente, tiene unas raíces profundas que se hunden en los siglos. Dicha genealogía desborda con creces la del aparato de la Ciencia. Ésta no obstante, como producto del poder occidental e instrumento coercitivo (Foucault 1999) asumirá rápidamente su papel: elevará los prejuicios transmitidos por el arte y la literatura a la categoría epistemológica de verdad positiva. Durante la Modernidad se asistió a un lento proceso mediante el cual se modificó la relación entre la verdad y el individuo. Mientras que hasta la Ilustración la verdad era un patrimonio basado, engendrado y emanado del poder, a partir de este momento el Estado activó una serie de mecanismos para operar el cambio. 3 Así la Ciencia trabajó para que la sociedad aceptase esas verdades como una cualidad objetiva de la realidad y no como el capricho de los poderosos. Obviamente ello no limitó un ápice su uso por parte del poder ni sus esfuerzos por adecuar la Ciencia-verdad a sus necesidades. La diferencia principal estriba pues en que las energías antes dedicadas a la expresión directa de la verdad, se dirigieron a la creación de un conjunto de instituciones culturales. La presión ejercida sobre sus presupuestos y políticas científicas encauzó convenientemente sus resultados. De este modo la Ciencia se vio dotada de fábricas en las que poner a funcionar los instrumentos intelectuales al servicio del poder. Los siglos XVII-XVIII vieron la creación de dichas instituciones con el cometido de estudiar el pasado: la Royal Society of London de 1660, la Académie des Inscriptions et Belles Lettres, 4 la Society of Antiquaries

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Como caso excepcional podríamos tomar la postura del Vaticano: campeón en conservadurismo, el Papa no participó en este movimiento y todavía hoy se mantiene en vigor su infalibilidad dogmática. Entre 1663 y 1716 tuvo el nombre de Académie Royale des Inscriptions et Médailles.

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of London de 1717 y otras entre las que también estuvo la Society of Dilettanti de 1734 cuyo objetivo incluía la promoción de excavaciones arqueológicas. La Reale Accademia Ercolanese di Archeologia de 1755 5 dedicada a las excavaciones vesuvianas no tuvo continuidad institucional. Pero la actividad de todas ellas contribuyó a fomentar un interés por la Historia entre la élite cultural y un incipiente gran público. Este atractivo explotó definitivamente como una consecuencia más de la invasión napoleónica a Egipto en 1798-1799, momento al que se había llegado con un bagaje bibliográfico cartaginés excesivamente uniforme. 6 En este periodo no sólo se multiplicaron los estudios arqueológicos, si se me permite la expresión, sino también y más propiamente los antropológicos, filológicos y literarios, en lo que fue la creación de un corpus de conocimientos e instituciones destinados a gestionar las relaciones de dominación y poder europeas, fundamentalmente las inglesas y francesas, respecto a los países musulmanes y a toda Asia. Este conjunto extremamente heterogéneo que abarca de Tokio a Marrakesh quedó acuñado en la terminología de la época y hasta nuestros días como Oriente. Tanto el conjunto de disciplinas que estudiaron las costumbres, la literatura y la historia de los pueblos denominados orientales, como todo el entramado institucional que las gestionó conformaron el orientalismo académico (Said 2005). A finales del siglo XVIII todo este conjunto de instituciones, conocimientos e ideas había formado una entidad camaleónica e indefinida capaz de 5

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Fundada por Carlos III en 1755 a sugerencia de su ministro Tanucci (Parslow 1998). Ver el catálogo de la exposición Bajo la cólera del Vesubio (Rodrigo Zorzosa y Jiménez Salvador, 2004). GODEFROY, COMELIN, PHILEMON DE LA MOTE (1731): Etat des royaumes de Barberie, Tripoli, Tunis et Alger. Mauchel, P., Rouen; SHAW, M.D. (1743): Voyages de Mons. Shaw M. D. (1738), dans plusieurs provinces de la Barberie et du Levant… Neaulme, J., La Haya; POIRON, M. (1752): Mémoire consernant L’etat Présent du Royaume de Tunis et ce qui s’est passé de plus remarquable entre La France et cette Régence depuis 1701 jusqu’en 1752. pp. 148-276; STANLEY, E. (1786): Observations on the city of Tunis and the adjacent country. Edwards, Londres; DESFONTAINES, L.R. (1838): Fragments d’un voyage dans les Régences de Tunis et d’Alger, fait de 1783 à 1786. Adolphe Dureau de la Malle, París; PEYSSONNEL, J.A. (1838): Relation d’un voyage sur les côtes de la Barberie, fait par ordre du Roi en 1724 et 1725. Adolphe Dureau de la Malle, París.

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muy diferentes virtudes y excesos. Mientras que las corrientes artísticas occidentales continuarán renovándose y explorando hasta la actualidad los estímulos que irradia el orientalismo, los espacios psicológicos y oníricos en ámbito académico serán reducidos en gran medida durante el siglo XIX (ibídem, 121-122). Pero uno de los aspectos más interesantes del establishment que copó las instituciones es que estuvo lejos de ser un reflejo pasivo de otros procesos culturales. De hecho fue el resultado de la toma de conciencia geopolítica de Occidente y de su voluntad de comprender, asimilar y conquistar. Por este motivo no podemos sino compartir la opinión de Said cuando dice que L’orientalismo rappresenta una parte cospicua della cultura moderna, e in quanto tale, nel suo significato e nelle sue conseguenze, riguarda il nostro mondo ancor più di quanto riguardi l’Oriente (ibídem, 22).

La Arqueología cartaginesa formó parte de este desarrollo intelectual occidental. De este modo los historiadores y arqueólogos que prestaron su atención al pasado de Cartago pueden ser adscritos en mayor o menor medida al orientalismo. En las próximas páginas repasaremos qué instituciones y qué nombres serán los principales actores de la investigación cartaginesa. Ello nos permitirá entender los resultados de cada expedición y las interpretaciones históricas que fueron paulatinamente propuestas. Al menos durante los primeros capítulos nos moveremos casi exclusivamente en el ámbito del orientalismo francés que tras el intento fallido de Napoleón, llevará a este país a codiciar nuevos territorios en el norte de África. Es interesante no perder de vista que el orientalista, ya fuese un científico o un político, se creía un héroe que venía a rescatar Oriente de la oscuridad, reconstruyendo lenguas perdidas, sus costumbres y su psicología, o explotando sus desaprovechados recursos naturales. En este punto se basó la gran autoridad moral del orientalista y del orientalismo sobre el conjunto de la política europea, acrecentada en los países con más actividad colonial. En el caso que nos ocupa podremos encontrar en la figura de Stéphan Gsell la personificación más clara de dicho sentimiento de heroicidad, filantropía y autoridad moral entre sus contemporáneos académicos y políticos.

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Las primeras tentativas circunscritas a la narración de la Historia de Cartago fueron las de Samuel Bochart 7 y Christoph Heinrich. 8 Ambos autores recopilaron diferentes textos de tradición grecolatina con el escaso juicio crítico sobre las fuentes que caracterizó los estudios de la época. No mantuvieron ningún contacto con el yacimiento. No obstante también en el siglo XVII encontramos alusiones descriptivas del lugar. 9 Durante este siglo los avances en los estudios de anticuariado comenzaron a poner en evidencia las diferencias tecnológicas existentes entre los humanos del pasado y los actuales. Sin embargo, habrá que esperar a los grandes filósofos de la Ilustración para llegar a una concepción evolucionista de las sociedades opuesta a la explicación degeneracionista de la Historia defendida por la Iglesia (Trigger 1996, 33 y ss.). En este sentido destaca la obra de Johann Joachim Winckelmann 10 como la primera en proponer para el periodo clásico una subdivisión histórica basada en una evolución artística. Los criterios aplicados fueron fundamentalmente sociales y climáticos, como correspondía a su tradición ilustrada. Sin embargo y aunque con menor impacto entre sus contemporáneos ya en 1734 Nicholas Mahudel expuso en París ante la Académie des Inscriptions et Belles Lettres un sistema de clasificación de la Prehistoria basado en tres edades (Piedra, Bronce y Hierro) que sería el germen del de Christian Jürgensen Thomsen. 11 De hecho, además de la apasionada relación entre el orientalista occidental 7 8

BOCHART, S. (1646): Geographia Sacra. HEINRICH, C. (1664): Carthago sive Carthaginensium respublica, quam ex totius fere antiquitatis ruderibus primus instaurare conatur Christ. Becman, Frankfurt. 9 PURCHAS (1626): His Pilgrimage or Relations of the world and the religions observed in all Ages and places discovered, from the Creation unto this Present. Fetherstone, H., Londres; DAN, P. (1637): Histoire de Barbarie et de ses corsaires. Rocolet, P., París; DE LA CROIX (1688): Relation universelle de l’Afrique ancienne et moderne. Amaulry, Th., Lyon. 4 vols.; AL-KAIROUANI (1845): Histoire de l’Afrique de Mohammed ben abi el-Raini el-Kairawani traduite de l’Arabe par MM. E. Pellisier et Rémusat. París. 10 WINCKELMANN, J. (1764): Geschichte der Kunst des Altertums. Dresde. Ed. castellana (2001): Historia del arte en la Antigüedad. Folio, Barcelona. 11 THOMSEN, Ch.J. (1836): Ledetraad til Nordisk Oldkyndighed. En dicha obra la división no se concibe como resultado de una evolución tecnológica, sino consecuencia de la llegada de diferentes oleadas migratorias desde el sur. Acuñando el concepto de closed finds a principios del siglo XIX, otorgó una importancia nueva a la contextualización del objeto, pese a que nunca fue un especialista del trabajo de campo (Trigger 1996, 63).

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y su objeto de estudio asistiremos a otra no menos apasionante: la mantenida entre el uso de los datos extraídos gracias al registro material por un lado y su repercusión en el conjunto de las explicaciones históricas por otro. Las obras tradicionales como la de Edward Gibbon, 12 todavía ajenas a la metodología arqueológica, siguieron acaparando la máxima atención y respeto entre el público erudito. Pero es también cierto que el volumen de datos recabados mediante el contacto directo con la cultura material del pasado, especialmente con sus obras de arte, sobrepasaba el proporcionado por la consulta de los textos clásicos y mantenía con ellos una relación cada vez más independiente. Esto supuso el caldo de cultivo fecundo en el que germinaron las primeras expediciones al yacimiento movidas por algún tipo de interés por el pasado de Cartago, ya sus obras de arte, ya sus misterios. Los europeos instruidos del siglo XIX estaban en su mayoría deslumbrados ante las maravillas egipcias desveladas en los volúmenes que comenzaron a ser publicados a partir de 1809 fruto de la expedición napoleónica (Description de l’Egypte) y encandilados también por los tesoros de los palacios asirios de Nínive y Khorsabad hallados por Paul Émile Botta o por los de sir Austen Henry Layard en Nimrud. En este contexto no faltó quien sucumbiera al exotismo oriental, geográficamente tan cercano en realidad, de las leyendas transmitidas por el arte y la literatura clásica que tenían como protagonista tan a menudo a Cartago, especialmente en sus fases fenicia y púnica. Como sabemos, la relación entre dichas expediciones y la producción histórica académica no siempre ha sido fácil. Uno de los primeros pasos hacia la integración fue dado por Barthold Georg Niebuhr. 13 Siendo un historiador de su época en el sentido más ortodoxo, de formación filológica y profesor de la Universidad de Berlín desde 1810, superó la reproducción de los textos clásicos añadiéndoles la crítica filológica y documental y el estudio epigráfico sin concesiones retóricas (Moradielos 1992). Con todo, es cierto que la línea alemana continuada por Leopold 12 GIBBON, E. (1776-1788): The History of the decline and fall of the Roman Empire. 5 vols. Ed. castellana (2004): Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. RBA, Barcelona. 13 NIEBUHR, B.G. (1811-1812): Römische Geschichte. Realschulbuchhandl. 2 vols.

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von Ranke 14 y su historicismo se cebó en la crítica del documento a la búsqueda del dato singular y pretendidamente objetivo, adoptando las posturas escolásticamente más reaccionarias. Su sucesor, Theodor Mommsen, abandonó los presupuestos de objetividad y se aproximó al material epigráfico y numismático, si bien en el capítulo que dedicó en su obra a Cartago 15 no hizo ninguna referencia a las ruinas del yacimiento. Tampoco en Francia los historiadores de la Antigüedad más influyentes 16 miraban fácilmente más allá de los textos clásicos. Tendremos que esperar a las exploraciones de más éxito académico como la de Charles Ernest Beulé, que comentaremos a continuación, para asistir a una lenta comunión de los datos del registro material en las bases de los discursos históricos. De este modo llegamos al punto en el que pretendo dar breve cuenta de todas aquellas expediciones que han pisado suelo cartaginés, sus actividades y metodologías, así como de las relaciones interactivas que estos trabajos de campo hayan podido mantener con las principales corrientes de pensamiento histórico y arqueológico. Durante el siglo XIX muchas de estas expediciones fueron llevadas a cabo por los viajeros que se entregaban al viaje novelesco, describiendo los paisajes y todo aquello que les llamaba la atención en sus exóticos itinerarios. 17 También es evidente en ocasiones su curiosidad histórica, incluso arqueológica. 18 Ya desde el siglo XVIII los viajeros participaron del proceso de dignificación epistemológica que necesitaba la Ciencia recurriendo especialmente a un estilo narrativo prestado de las Ciencias Naturales: el uso de la tercera persona,

14 RANKE, L. (1883-88): Weltgeschichte. 15 MOMMSEN, T. (1856): Römische Geschichte. 5 vols. Ed. castellana (1983): Historia de Roma. Turner, Madrid. 16 MICHELET, J. (1843): Histoire romaine: République. Hachette, París. Ed. castellana (1908): Novísima historia universal. Trad. por Vicente Blasco Ibáñez, ed. Hispano-Americana, Madrid. 17 MAGGIL, T. (1815): Nouveau voyage à Tunis, publié en 1811, et traduit de l’anglais avec des notes, par M***. Panckoucke, París; CHATEAUBRIAND, F.R. (1859): Itinéraire de Paris à Jérusalem et de Jérusalem à Paris. Garnier, París. Ed. castellana (2005): De París a Jerusalén y de Jerusalén a París. Ediciones del Viento, La Coruña; BOISSIER, G. (1899): Archeological Walks in Algeria and Tunis. Putmans, Nueva York. 18 Caroni (1805), Noah (1819), Barth (1849), Guérin (1862), Von Maltzan (1870).

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descripciones asépticas y profusión de tecnicismos (Pimentel 2003). Entre 1815 y 1817 residió en la zona el conde Camillo Borgia (Ciccotti 1999), uno de los primeros que intentó extraer algún conocimiento acerca de la antigua Cartago estudiando las ruinas que allí se hallaban. Su muerte prematura le impidió publicar sus trabajos, pero éstos supusieron la base para el estudio de Hector Frederik Estrup, 19 al parecer loable pero no demasiado afortunado. El mérito de publicar por primera vez material arqueológico procedente de Cartago corresponde al ingeniero holandés Jean Emile Humbert (1821) quien planteó objetivos más modestos pero obtuvo resultados más satisfactorios. Apenas iniciadas las exploraciones sus protagonistas asistirán a graves cambios en la situación del país, que brevemente debo introducir. El contexto sociopolítico efectivamente transformó el escenario en el que la Ciencia habría de interpretar su papel y estableció las reglas del juego para las próximas décadas. Terminado el primer cuarto del siglo XIX Carlos X y los ultramonárquicos franceses vivían momentos difíciles. Con reformas constitucionales hacían frente a resultados electorales adversos. Su objetivo era limitar el espacio de maniobra política a los liberales y a la prensa. En una operación de recuperación de prestigio la monarquía se aprestó a nuevas conquistas, avalada por la doctrina nacionalista de Jules Michelet, por la coartada política de la lucha contra la piratería berberisca y, especialmente, por la convicción del deber de continuar la obra civilizadora del Imperio Romano (Février 1989, 23). Así el Rey de Francia aprovechó los complicados equilibrios internacionales que se daban en el Mediterráneo para canjear, principalmente con Gran Bretaña, la renuncia a una renovada influencia en Egipto a cambio de la pasividad de los ejércitos europeos ante el desembarco galo de 1830 en la ciudad de Argel. La política colonial francesa tradicionalmente respondía a las fuerzas que enrocaban al Estado en actitudes propias del moribundo Antiguo Régimen. Paradójicamente, en Túnez las soluciones adoptadas dieron paso a las más modernas ideologías capitalistas. Frente al sistema 19 ESTRUP, H.F.J. (1821): Lineae topographicae Carthaginis Tyriae, quas secundum auctores veteres, subjuncta tabula topographica. Copenhague.

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Fig. 12. Mapa de Christian Tuxen Falbe (1833) publicado por Cintas (1976, 65).

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casi feudal al que se aferraba en su desintegración el régimen otomano que controlaba todavía el Maghreb, los franceses ofrecían a las élites locales una independencia institucional de carácter liberal. La propuesta gala permitiría a los colaboracionistas del turco transformarse en una burguesía de tipo europeizante. Éstos aceptaron la oferta que parecía garantizar su independencia y desarrollo económico, quedando sin embargo deudores de la política exterior francesa que adoptaba así un rol protector frente a ingleses y otomanos (Laroui 1995). En el complejo juego diplomático desarrollado en la corte del Bey en estas décadas, la voz de los diferentes países europeos era expresada por sus embajadores y cónsules, que gozaban sin duda de una relativa libertad de movimientos. Precisamente a uno de ellos le debemos reservar un lugar principal en la historiografía cartaginesa. Nos referimos al estudio del capitán de navío y embajador danés en Túnez Christian Tuxen Falbe (1833) quien después de residir en el país durante once años completó (en dos de ellos) el mapa arqueológico de la península de Cartago más detallado diseñado hasta ese momento, que presentamos en la figura 12, merecedor de los elogios de la casi totalidad de los estudiosos posteriores y cuya consulta es todavía de gran utilidad. 20 Prestando atención especialmente a la fase fenicio-púnica aunque sin olvidar la romana ni la vándala, el autor levanta un mapa topográfico en el que ubica un total de ciento diecisiete puntos clave correspondientes bien a elementos presentes en el paisaje a él contemporáneo, bien a una sucinta interpretación de las ruinas arqueológicas. Entre sus aciertos se encuentran las primeras indicaciones sobre la ubicación de la necrópolis púnica 21 y una primera identificación de la red ortogonal de caminos que se extiende entre Sidi Bou Saïd y Túnez, que servirá de pista a quienes casi un siglo después identificarán las centuriaciones urbana y rural (ibídem, 55 y 56). La cantidad de obstáculos que parece haber tenido que superar para poder llevar adelante su trabajo en medio de un ambiente de escasa colabora20 El mapa original es de difícil acceso, pero puede consultarse en las obras de Cintas (1976, 65), en el CEDAC, II, pp. 22-23, o en el manual de Lancel (1994, 394). 21 Puntos 92 y 93 del mapa de Christian Tuxen Falbe (ver figura 12).

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ción 22 le obligaron a descartar temporalmente la excavación. Tan sólo dos años después, ya con el vecino territorio de Argelia sometido, publica su trabajo el francés Adolphe Dureau de la Malle, quien en condiciones más propicias, contando con una buena formación clásica y trabajando probablemente en contacto con Christian Tuxen Falbe, consigue presentar una narración de los hechos que abarca todas las fases de la Historia de la ciudad de forma más equilibrada, si bien se encargará ya Charles Ernest Beulé (1861, 26) de señalar sus errores. Cabe destacar entre sus méritos el apuntar que la Colonia romana se levantó sobre las propias ruinas púnicas, siguiendo en este punto a Tito Livio y Plinio y rechazando a Apiano (Dureau de la Malle 1835, 124-126). 23 Probablemente mantenía una buena relación con sir Grenville Temple (1835), con quien dos años después, en el verano de 1837, crea en París la Société Établie a Paris pour l’Exploration de Carthage con las consuetudinarias prácticas de vender a particulares o a museos las obras de arte halladas en las exploraciones financiando así nuevas actividades arqueológicas. La élite cultural parisina subvencionó ese mismo invierno de 1837 una nueva expedición co-dirigida por Christian Tuxen Falbe y el propio sir Grenville Temple, quizá los dos principales estudiosos del momento. Nos quedará siempre la duda sobre los resultados de estas actividades, de las que sus responsables nos hablan así de bien: Nous possédons plusieurs plans des fouilles exécutées à Carthage, des dessins de mosaïques, des copies de peintures à fresque provenues de ces fouilles… une foule d’objets d’art de toutes espèces. 24

Estas excavaciones realizadas en el punto 90 del mapa de Christian Tuxen Falbe (ver figura 12) desgraciadamente nunca llegarían a publicarse. Todo lo que nos queda de ellas son los materiales depositados en 22 Falbe (1833, avertissement y p. 1 y ss.). 23 Ed. castellana (1845): Historia de la ciudad de Cartago desde su fundación hasta la llegada de los vándalos en el África. Wenceslao Ayguals de Izco, Madrid. 24 FALBE y TEMPLE (1837): Excursions, avant-propos. p. XI. Citado en Audollent (1901, 12). Consultar LUND, J. (1986): The archaeological activities of Christian Tuxen Falbe in Carthage 1837. CÉA, XVIII, pp. 9-24.

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los fondos de los museos europeos. El equipo danés que participará en la campaña internacional de la UNESCO volverá a este enclave con la intención, entre otras, de obtener un contexto aproximado para dichas piezas (ver capítulo VII). Antes de la abdicación en 1830 de Carlos X, el rey de Francia obtuvo del Bey de Túnez la potestad de construir una pequeña capilla conmemorativa de las Cruzadas y la muerte de Luis IX justo en el punto en donde se hubieron desarrollado las operaciones militares (ver capítulo II). Así se hubiera podido facilitar, a bajo coste, la inspección de la excavación y movimiento de tierras acometidas entre 1840-1841 en la cima del promontorio que desde entonces sería conocido como la colina de san Luis. Lamentablemente nunca se produjo un acuerdo entre la antes mencionada sociedad parisina y la Iglesia católica francesa. Sin duda hubiera significado un importante avance al ubicarse la capilla en un punto en el que se centran no pocas incógnitas incluso para la investigación actual. No hubo savants presentes en estos trabajos perdiéndose así esta gran oportunidad. Entre 1856 y 1858, contemporáneamente a la llegada a Cartago de una pequeña congregación de Padres Blancos franceses, el capellán anglicano Nathan Davis (1861) lleva a cabo una serie de actuaciones en el yacimiento que le han valido la marginación cuando no la descalificación 25 de la historiografía posterior, a decir verdad con justicia. Sus objetivos, amparados por el British Museum, no difieren excesivamente de los del resto de sus coetáneos si bien una chocante falta de pudor le lleva a exponerlos con la mayor claridad posible: Mine was a mission of retaliation, for Hannibal’s aim was to enrich Carthage with the spoil of Europe, mine was to enrich Europe with the spoil of Carthage (ibídem, 49).

Se permite el lujo de despreciar los mapas de Christian Tuxen Falbe y Adolphe Dureau de la Malle (ibídem, 52) y se ceba en la crítica a Charles 25 Bastante certero es ya el comentario de Auguste Audollent (1901, 14) sobre su libro: il n’en est pas de plus gros, il n’en est pas aussi de plus vide.

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Fig. 13. Planta de situación de las catas de Charles Ernest Beulé (1861, pl. I).

Ernest Beulé que a la sazón realizaba casi sincrónicamente sus propias excavaciones en la colina de san Luis, y con quien debía mantener una

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tensa relación. 26 En efecto, la citada publicación de Charles Ernest Beulé recuerda en repetidas ocasiones la propiedad francesa de la mencionada colina, lo que le permite realizar sus sondeos allí donde a buen seguro hubiera querido probar suerte también el inglés. Metodológicamente y a juzgar por su publicación, pese a que Nathan Davis era capaz de distinguir al menos algunos estratos (Davis 1861, 288) jamás tuvo conciencia de su significación arqueológica ni creyó oportuno registrarlos. Plantas, croquis o planos de situación de sus múltiples catas brillan por su ausencia haciendo que su trabajo sea casi imposible de reconstruir. Me gustaría recordar que, pese a las fechas en las que nos encontramos, no faltan ejemplos de arqueólogos que se movían en la dirección de un rigor metodológico creciente como es el caso de Giuseppe Fiorelli. Éste, excavando en Pompeya desde 1860, anunciaba que la recuperación de las obras de arte había pasado a ser objetivo secundario. Era más importante la comprensión de cómo y porqué se habían construido los edificios y para ello se hacían necesarias excavaciones estratigráficas. A nivel teórico ya en 1830-1833 se había publicado la obra de Charles Lyell Principles of Geology en donde se exponían las leyes geológicas de continuidad y superposición original que abren la puerta del pensamiento estratigráfico. Aunque éste era un estudio eminentemente geológico, en el ámbito de los estudios de Prehistoria Jacques Boucher publicó ya en 1847 una sección estratigráfica 27 y Jens Jacob Worsaee enseñaba de forma básica el concepto de estrato arqueológico desde 1855 en la Universidad de Copenhague (Trigger 1996). Por su parte, Charles Ernest Beulé, enamorado confeso de la leyenda que envuelve la destrucción de la ciudad púnica, acude a Cartago tras

26 Demos la palabra a Nathan Davis: His aim (en referencia a Charles Ernest Beulé) evidently is to depreciate the researches of others, and to establish his fame upon the authority of a dumb wall. (…) Poets have their licence, of which M. Beulé has taken extravagant advantage, but upon what authority he has assumed the privilege (¿) is hard to tell, since no rational being can see any connexion between poetry and archaeology. (Davis 1861, 196-197). Y también a Charles Ernest Beulé: Malgré les relations courtoises qui existaient entre M. Davis et moi, je n’ai pu être plus complaisant. (Beulé 1861, 28). 27 BOUCHER, J. (1847-1864): Antiquités celtiques et antédiluviennes. París. 3 vols.

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consagrarse como arqueólogo en l’École Française d’Athènes. Desafortunadamente jerarquiza la importancia de los restos que encuentra en su excavación en función de su adscripción cultural, quizá presionado por una cierta necesidad de repetir los éxitos de Atenas. Esto le lleva a describir un sistema defensivo púnico allí donde incluso Nathan Davis veía sólo un muro de contención. Desde entonces esta famosa estructura pasará a ser conocida como Los ábsides de Beulé. Sí supo en cambio leer la trinchera de expolio moderna de la muralla de Teodosio II (Beulé 1861, 80). Pero en alguna de sus catas la impaciencia le hizo cambiar de lugar cuando para llegar a los ansiados niveles púnicos sólo hubiera tenido que continuar excavando a la búsqueda de la tierra virgen. Incluso en el sondeo marcado con al letra E (ver figura 13) llega a tocar estos estratos sin saber reconocerlos. 28 Las estructuras que siguen una alineación diagonal a la del muro de ábsides corresponden a las casas púnicas del Barrio de Aníbal. No obstante aún faltará más de un siglo para que la Arqueología lo reconozca y admita (ver capítulos siguientes). Identifica los templos de Esculapio y Júpiter mencionados en las fuentes con los cimientos de la plataforma artificial del foro augusteo. Su discusión se completa con una hipótesis reconstructiva de los puertos púnicos, tras haber excavado en el Islote del Almirantazgo (ibídem, 98 y pl. IV) y la necrópolis, donde también realiza algún sondeo de más difícil localización. Su emoción y empeño así como el curso de los acontecimientos pueden seguirse en las cuatro cartas que manda en 1859 a la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres (publicadas en 1873). En su libro los datos aparecen más racionales, incluso con meritorios planos de situación de las catas como podemos apreciar en la figura 13 y una planta y sección de un complejo funerario (ibídem, pl. I, IV y VI). En definitiva, dadas tanto las fechas en las que realiza su trabajo como los medios con los que cuenta para llevarlo a cabo, queda fuera de toda duda su profesionalidad y su enfoque arqueológico. Charles Ernest Beulé otorga a la obtención de datos sobre el pasado un valor superior al habitual hasta el momento, si bien tampo-

28 Beulé (1861, 55) citado por Lancel (1994, 396).

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co llega a conceder al estrato arqueológico el valor creciente que estaba ganando en otros yacimientos (ibídem, 42). La science française trahit un net retard sur la science allemande et le système universitaire en est la cause (Gran-Aymerich 1998, 141). Entre 1865 y 1867 llega comisionado por Napoleón III el ingeniero Daux (1869) para obtener nuevos datos topográficos sobre Cartago, estando especialmente interesado en identificar su sistema defensivo. Dada la política científica del II Imperio se trata de uno de los pocos proyectos desarrollados en las colonias. Efectivamente los intereses de las élites reaccionarias se centraron más en la biografía de Julio César y en la historia del suelo nacional 29 (Gran-Aymerich 1998). El ingeniero militar afirma en su inédito diario de excavación haber hallado en diversos puntos restos del lienzo de muralla púnica, rápidamente expoliados por la industria de los khajara, omnipresente en la historia del yacimiento. Tras su muerte en 1881, algunas de sus anotaciones llegarán de forma rocambolesca a manos de Charles Tissot, quien le otorgará todo su crédito (Tissot 1884, 72). No obstante, las críticas (póstumas) de sus propios colaboradores llegarán al punto de calificar la obra del ingeniero Daux de novela topográfica (Reinach y Babelon 1886, 34). La alta burguesía europea, principal beneficiaria de los progresos tecnológicos de la revolución industrial, había asumido parte de las ideas ilustradas. Su situación les hacía cada vez más propensos a considerarse como un punto culminante de la evolución humana. La Historia de la humanidad entendida como la Historia de la evolución tecnológica resultaba muy atractiva para esta pujante clase social y quienes aspiraban a formar parte de ella. Por el contrario, a la vieja aristocracia y a los ámbitos reaccionarios postnapoleónicos les resultaba más cómodo el ideario del romanticismo no-evolucionista. Traducido a términos arqueológicos significa que mientras la burguesía anglosajona y escandinava promovía investigaciones conducentes a explicar la evolución de las sociedades (mediante avances en la metodología del trabajo de campo) en lugar de ilustrar 29 Quién sabe si el Emperador quedó realmente impresionado por la aparición de la seductora condesa Verasis de Castiglione exhibiéndose a la Salammbô... (ver capítulo anterior).

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ramplonamente su pasado, las aristocracias por el contrario preferían otro tipo estudio más particularista, más ilustrativo y menos explicativo, anclado en el culto al objeto, principalmente sobre arte y anticuariado. Así pues, será con la llegada de la III República cuando se reavive el interés francés por la exploración del norte de África, favorecida por la fundación de l’École Française de Rome en 1872 que pronto publicará los Mélanges d’Archéologie et d’Histoire. En 1874 le llega el turno a Évariste de Sainte-Marie (1876 y 1884) quien tenía como misión la recopilación y transporte a París de inscripciones púnicas que contribuyeran a la publicación del Corpus Inscriptionum Semiticarum. Los éxitos cosechados por los filólogos alemanes con el Corpus Inscriptionum Latinorum espoleaban a los franceses (Gran-Aymerich 1998). Una vez más podemos seguir las tensiones ejercidas desde la esfera política sobre la científica, en este caso, sobre la temática impuesta a la investigación. Los trabajos de campo de Évariste de Sainte-Marie podrían calificarse de exitosos si pensamos en el número de inscripciones que afirma haber hallado: 30 algunas más de dos mil. La localización de su sondeo puede observarse en la figura 14, coincidiendo con la zona de excavación de Salomon Reinach y Ernest Babelon indicada con la letra b. Desgraciadamente el Magenta, navío que las transportaba, explotó en el puerto de Toulon el 29 de septiembre de 1875. 31 Sus publicaciones son tristemente poco cuidadosas con el orden y la adscripción cronológica de sus hallazgos. La mala interpretación de las teorías de los investigadores coetáneos, sus citas incompletas y las negligencias en ciertas conclusiones oscurecen el mérito de ser el primero en aplicar la fotografía en el estudio de objetos particulares en Cartago (Sainte-Marie 1874) y alejan su obra de la consideración de científica (Reinach y Babelon 1886, 37;

30 Casi tantas como noticias publicadas en el CRAI, ¡cuarenta y nueve sólo entre 1873 y 1875! 31 Ver el artículo de Benichou-Safar (1989). También LANCEL, S. (1995): La fouille de l’épave du Magenta et le sauvetage de la cargaison archéologique. CRAI, pp. 813-816; GUÉROUT, M. (1999): Archéologie de l’archéologie: épave du Magenta. L’Archéologue: Archéologie Nouvelle, XL, pp. 34-35; y LAPORTE, J.P. (1999): Carthage: les stèles Sainte-Marie. Bull. SNAF. pp. 133-46.

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Audollent 1901, 21) quedando como un exemple de chance absolument unique (Cintas 1976, 73). La difusión de los avances que la Arqueología había logrado en Cartago hasta el momento tenía gran eco bibliográfico. No sólo en monografías sino también en publicaciones periódicas principalmente francesas, como la Revue Archéologique, creada en 1844 a imitación del modelo alemán de la Archäologische Zeitung (Gran-Aymerich 1998, 110) y centrada en argumentos artísticos, monumentales y epigráficos. 32 Con una política científica no menos conservadora aparecía también el CRAI, 33 cuya Commission d’Archéologie se fundaba en 1839. Más adelante, en 1856, el panorama divulgativo de las exploraciones de Cartago se completará con la Société d’Histoire de l’Algerie y su Revue Africaine. 34 No hay que olvidar que en estas fechas muchas de las publicaciones eran más un noticiario o una recopilación de actas de las sesiones mantenidas por los savants que un verdadero medio de difusión de contenidos. Precisamente por esta característica y para no ahogar al lector en un mar de citas he decidido mencionar tan sólo las primeras en notas a pie de página, encontrándose todas las demás en el ÁBACo.

32 ROUSSEAU, M. (1849): Mosaïque trouvé à Carthage. RA, 10 p. 634; ROUSSEAU, M. (1850): Mosaïque trouvé à Carthage. RA, VII, p. 260; ROCHAS, A. (1852): Excursion à Carthage et à l’amphithéâtre d’El Jem. RA, IX, pp. 87-91; BEULÉ, Ch.E. (1859): Exploration des ruines de Carthage. RA, XVI, pp. 170-180; etc. (Ver ÁBACo). 33 RENIER, L. (1866): Inscription latine découverte sur l’emplacement de Carthage. CRAI, II (ns) pp. 47-51; OPPERT, M. (1867): Sur huit stèles inédites de Carthage. CRAI, III (ns) pp. 217-218; SAINTE-MARIE, M. (1873): Drogman du consulat général de France a Tunis (...).CRAI, I (4ª s.) pp. 216 y 217; etc. (Ver ÁBACo). 34 DITSON (1857): Découverte de mosaïque et d’inscriptions puniques à Carthage. RAf, II, pp. 485-890; ROCHAS, A. (1857): Bas-relief provenant des ruines de Carthage. RAf, II, p. 327; BEULÉ, Ch.E. (1861): Fouilles à Carthage. RAf, V, pp. 157-160; GASPARY, A. (1862): Envoi d’un dessin d’une Diane d’Epheso. RAf, VI, pp. 159-160; etc. (Ver ÁBACo).

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IV La época del Protectorado —¿Me comprendes, soldado? ¡Nos pasearíamos cubiertos de púrpura como sátrapas! ¡Nos lavarían en perfumes, hasta yo tendría esclavos! (…) ¡Toma el mando! ¡Cartago es nuestra! ¡Vamos a tomarla! Salammbô (Flaubert, ed. 2002, 47)

Tras la ocupación de Algeria el motor del colonialismo occidental aumentó de revoluciones. Los sucesivos Beys de Túnez optaron desde mediados del siglo XIX por la adopción de una política especialmente filoeuropea con la esperanza de convertir en superflua una invasión militar. Las recomendaciones internacionales provocaron una serie de cambios de imagen, como la adopción por parte del Bey de una indumentaria más occidental y la clausura del mercado de esclavos. Junto a estas medidas, fuertes modificaciones fiscales condujeron al rápido empobrecimiento de la población (Laroui 1995). En 1860 se produjo una crisis monetaria que Túnez no logró superar jamás, endeudándose mientras los mercados extranjeros se enriquecían. La sequía y las epidemias de finales de la década de los sesenta aceleraron el curso de los acontecimientos. En 1869 se creó una comisión franco-anglo-italiana encargada de gestionar la deuda exterior del país. Inmediatamente se instauraron nuevas reformas fiscales evidentemente diseñadas para hacer posible la devolución de la deuda y que a la vez vaciaron completamente al Estado de un verdadero significado para los tunecinos. Los súbditos del Bey vieron en la administración un sistema de exacción al servicio de los europeos, especialmente de los franceses, lo que explica la relativa indiferencia que mostraron cuando el Estado perdió definitivamente su independencia. Les réformes, apparemment introduites pour rendre l’intervention directe des pays européens superflue, lui préparaient en fait le terrain (Laroui 1995, 290).

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Finalmente, gracias al permiso de la Alemania de Otto von Bismarck y a una nueva permuta geopolítica con Gran Bretaña (que podría así ocupar Chipre) se permitió a Jules Ferry dirigir al ejército colonial de la III República hacia Túnez. En esta ocasión las coartadas oficiales fueron la necesidad de controlar un territorio donde se preparaban y cobijaban las tribus bereberes rebeldes que operaban en Argelia, además del sempiterno deber de continuar la labor civilizadora iniciada por el Imperio Romano (De Diego 1994). Estas necesidades así sentidas por el Estado francés supusieron el terreno abonado en el que crecieron muchas de las explicaciones históricas sobre el pasado norteafricano. No pretendo dibujar una escena en la que los científicos produzcan mecánicamente aquello que le pide el gobierno de una nación, si bien en ocasiones dichos estudios fueron asumidos por sus actores como una obligación imperial. 1 No obstante y desde la perspectiva del concepto de orientalismo latente (Said 2005, 199 y ss.) se hace evidente hasta qué punto la historiografía de esta época se desarrolló paralelamente a las demandas de los centros de poder civil y católico. Otro ejemplo frecuentemente citado es la carta remitida en 1833 por el ministro de la Guerra, el mariscal Soult a la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres solicitando la implicación de sus eruditos en el estudio de la geografía antigua y la colonización romana del norte de África. Se explicitan de este modo las conexiones que en otras ocasiones tan sólo se intuyen entre voluntad de dominio y producción de conocimiento. Por orientalismo latente se entiende la actitud de absolutismo teórico, casi inconsciente, que se desarrolló y afianzó entre la sociedad culta occidental de la época. Ésta presupuso una superioridad intelectual, cultural y genética del individuo occidental 2 frente al oriental. Estos prejuicios heredados de una larga tradición artística e intelectual (ver capítulos an-

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Expresión literal tomada de Lord Curzon por Said (2005, 212). Ejemplos extremos son las obras de GOBINEAU, J.A. (1853-1855): Essai sur l’inégalité des races humaines. 4 vols, Didot, París, o LE BON, G. (1894): Lois psychologiques de l’évolution des peuples. París.

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teriores) formaron parte del bagaje cultural de capas de población cada vez más amplias, lo que hacía que (...) ogni europeo più o meno colto che viaggiasse in Oriente si sentì così come un rappresentante dell’Occidente che penetrava sotto il velo del mistero (ibídem, 221).

El 12 de mayo de 1881 Sadok Bey, regente de Túnez, firmó el Tratado de Kasser Said o Tratado de Bardo, en virtud del cual el país pasaba a ser un Protectorado francés. Estos cambios políticos dieron vía libre a un desarrollo institucional materializado en la creación en 1882 de l’École Superior des Lettres d’Alger que completaba el trabajo del Service des Monuments Historiques de 1880, y que publicaría el Bulletin de correspondance africaine. 3 Mientras en Túnez se decidió en 1882 la apertura de un gran museo en la capital, se creó en 1883 la Commission d’exploration de l’Algérie (Desanges 1999) dotada de una publicación propia (el Bulletin Archéologique du Comité des Travaux Historiques et Scientifiques 4) dentro del Comité des Travaux Historiques et Scientifiques existente desde 1834. Por último se abrió también un Service des Antiquités et des Arts en 1885. Túnez se convirtió del mismo modo en objeto de atención preferencial de l’École Française de Rome gracias a la insistencia de René Cagnat y pese a la voluntad de Charles Tissot. Cuando ya en 1889 se organice un stage archéologique en el norte de África para los arqueólogos farnésiens (Gran-Aymerich 1998) los Mélanges no serán todavía el foro elegido para la difusión de los trabajos resultantes. 5 Todos estos instrumentos insti3

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En 1890 perdería su nombre y pasaría a ser una colección de monografías de l’ESLA, que si bien quedaba perfectamente enmarcada dentro de los estudios orientalistas de la época, no es tanto histórica o arqueológica, cuanto filológica y etnológica. No obstante, podemos destacar un número especialmente interesante: CAT, E. (1891): De Caroli V in Africa rebus gestis. ESLA, VII. Alger. HERÓN DE VILLEFOSSE, A. (1885): Estampilles de briques romaines relatives à la gens Domitia trouvés à Carthage par Delattre. Bull. Arch. CTHS, p. 119 y ss; BLANCHÉRE, M. (1886): Découverts archéologiques à Carthage. Bull. Arch. CTHS, pp. 215-219; SALADIN, M. (1890): Note sur deux statues découvertes à Carthage par Delattre. Bull. Arch. CTHS, pp. 449-450; HERÓN DE VILLEFOSSE, A. (1891): Statuettes en terre cuite découvertes à Carthage par Delattre. Bull. Arch. CTHS, pp. 157-158; etc. (Ver ÁBACo). Para este periodo contamos también con los numerosísimos artículos de Alfred Louis Delattre sobre cuya problemática hablaremos más adelante.

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tucionales se vieron acompañados de otros legislativos 6 propiciando así un salto cuantitativo y cualitativo de las publicaciones arqueológicas en toda la región en general y en Cartago en particular, como veremos a continuación. No obstante, es cierto que continuó la excavación de los propietarios particulares en sus parcelas con metodologías y resultados desconocidos (Cintas 1976, 73-74 y nota 221). Ello fue así hasta que un nuevo decreto, el del 8 de enero de 1920, declaró todos los objetos, ruinas y monumentos hallados y por hallar en suelo tunecino, como propiedad estatal, quedando prohibidas las excavaciones arqueológicas sin el explícito permiso del Service des Antiquités et des Arts, incluso en el caso de remociones de tierra acometidas en propiedad privada (GranAymerich 1998, 388). Las obras de estas décadas se enmarcaban en un contexto cultural en el que se podían individuar diversos movimientos ideológicos. Algunos de ellos tan peligrosos como el racismo y el antisemitismo, 7 que enlazaba con la teoría degeneracionista de la Iglesia. 8 Por su parte John Lubbock 9 presentaría una radicalización de las ideas darwinianas sobre la selección natural aplicada a las razas humanas. Arqueológicamente esto suponía la novedad de defender que cada una de ellas había desarrollado capacidades biológicamente diferentes para producir cultura. Se podía deducir así la inferioridad genética de todas aquellas sociedades tecnológicamente menos evolucionadas. Todo ello contribuía a justificar el control de las colonias por los europeos, aun a costa de la aniquilación de las tribus autóctonas (Trigger 1996).

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Como el decreto del 26 de septiembre de 1890 y el de 2 de agosto de 1896 sobre la investigación y conservación de las Antigüedades. Se explica la diferencia entre las razas en base a su diferente capacidad para retener las esencias obtenidas en la Creación, por lo que mientras que unas retenían estas esencias, otras las veían diluirse en cada salto generacional hasta corromperse por completo. La teoría degeneracionista es una reformulación antisemita de la teoría de la poligénesis de muy antiguas raíces, que defiende la Creación de hebreos y europeos en un determinado momento, y la del resto de razas en otro posterior. LUBBOCK, J. (1870): The Origin of civilisation and Primitive Condition of Man. Longmans, Londres. Ed. castellana (1987): Los orígenes de la civilización y la condición primitiva del hombre. Alta Fulla, Barcelona.

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Esta es también una época en la que los preponderantes Estadosnación buscaban explicaciones que relacionasen la fascinante cultura material puesta de manifiesto por la Arqueología colonial con sus propias poblaciones blancas y europeas. Los orientalistas debían hacer frente por lo tanto al problema de conjugar el espléndido pasado que se descubría en los territorios colonizados con la necesaria inferioridad genética de sus actuales pobladores; inferioridad que sustentaba gran parte de los discursos coloniales y que nadie debía arriesgarse a poner en duda. La solución general sería aportada por Friedrich Ratzel, 10 quien propondría las migraciones demográficas y los difusionismos culturales para explicar cómo cada avance de civilización había tenido un único origen geográfica y cronológicamente determinable. Después de cada descubrimiento singular, dicho conocimiento se habría extendido al resto de grupos humanos. Para el caso tunecino, marcado por la gran metrópoli cartaginesa, la explicación era sencilla: podía pensarse de hecho el entero Maghreb, e implícitamente a los maghrebíes, como un objeto que durante siglos ha estado a la espera de la llegada de culturas superiores, conquistadoras y educadoras, de los que poder aprender (ya fuesen fenicios, romanos o árabes). Por el contrario en los desgraciados momentos en que dicha tierra había sido abandonada a sí misma, ésta retrocedía hasta la Prehistoria. Intentaré recorrer en las próximas páginas el proceso de formación de esta propuesta, que se prolongará peligrosamente en el tiempo. Las primeras décadas del siglo XX verían además del desarrollo de estas ideologías, la definición del concepto de cultura arqueológica expresado por Gordon Childe, 11 tan fanáticamente vislumbrado por Gustav Kossinna 12 (ibídem). Nuevas disciplinas cobrarían importancia entre las Ciencias Sociales y algunas, como la Etnología y la Sociología 13 ejercerían fuerte influencia en el trabajo de historiadores y

10 RATZEL, F. (1882-1891): Anthropogeographie. Engelhorn, Stuttgart. 11 CHILDE, G. (1925): The dawn of European Civilisation. Kegan Paul, Londres. Ed. castellana (1981): Los orígenes de la civilización. FCE, Madrid. 12 KOSSINNA, G. (1911): Die Herkunft der Germanen. Kabitzsch, Leipzig. 13 DURKHEIM, E. (1893): De la division du travail social. Alkan, París. Ed. castellana (1987): La división del trabajo social. Akal, Madrid. Su sociología funcionalista presentaba la sociedad como un sistema tendente al equilibrio estático. Su objetivo principal sería determinar las

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Fig. 14. Plano de situación del yacimiento a finales del s. XIX. Los topónimos utilizados han sido tomados del mapa de Bordy (1898).

arqueólogos. Éstas serían también las décadas en las que se concluye la etapa de formación de la Arqueología como Ciencia, al superar el interés exclusivo hacia el objeto. Éste sería sustituido por la fascinación hacia las grandes estructuras y monumentos que ya oímos anunciar a Giuseppe Fiorelli. La estratificación no será tomada como principal fuente de in-

reglas de dicho equilibrio, así como las herramientas necesarias para restablecerlo en caso de perturbaciones (Fontana 1982).

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formación hasta la siguiente etapa, materializada en Cartago a través de la campaña internacional de la UNESCO. Mientras los trabajos de campo se multiplican, se genera sincrónicamente la necesidad de estudios de síntesis 14 entre los que destacan los de Charles Tissot (1884), Auguste Audollent (1901) y Stéphan Gsell (1913-1928). El primero de ellos desgraciadamente no vivió lo suficiente como para poder dirigir sus propias excavaciones en Cartago pese a que fue nombrado cónsul francés en Túnez en la temprana fecha de 1853. Tampoco tuvo tiempo para ver publicada su extensa colección de estudios cuyo primer volumen está dedicado a la geografía de la provincia romana de África. Nacido en el seno de una selecta familia parisina culta y burguesa, sus trabajos se enmarcan en un movimiento de impulso de los científicos franceses que, tras la derrota y humillación sufridas ante Prusia en 1870, habían pasado de la admiración del modelo germano a la firme voluntad de igualarlo y superarlo. Con la precisión que caracteriza todas sus obras y bajo el influjo de Vidal de la Blache, Charles Tissot dedica gran espacio a la geografía, climatología y orografía, pero también aparece tempranamente la etnografía. Su análisis tiene el mérito de incorporar los últimos datos arqueológicos disponibles, aún incipientes en cuanto a su rigor metodológico y ciertamente inconexos desde el punto de vista histórico, como sabemos. Su estilo frío y distante se puede adscribir al movimiento que sigue la historiografía del siglo XIX reflejo de una determinada actitud frente al pasado. Esta nueva forma de afrontar la Historia redefine la admiración por la Antigüedad desde la evocación y la fascinación románticas hasta la curiosidad por analizar, explicar y controlar. Cronistas y viajeros árabes y cristianos forman parte del riguroso aparato bibliográfico. Es de destacar que el capítulo reservado al periodo prerromano, obviamente capitalizado por la geografía y topografía cartaginesa, presta notable atención al hinterland sobre el que 14 SMITH, R.G. (1878): Carthage and the Carthaginians. Longsmans, Londres; MELTZER, O. y KAHRSTEDT, U. (1879): Geschichte der Karthager. Berlín. 3 vols.; LABARRE, F. (1882): Die Römische Kolonie Karthago. Kraemer-Brandt, Postdam; CHURCH, A.J. (1886): Carthage or the Empire of Africa. Urwin, Londres; EHSEMBERG (1927): Karthago. Leipzig; MEYER (ed.) (1912-1937): Geschichte der Altertums. Stuttgart y Berlín.

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la gran ciudad podría haber ejercido un control directo. Aunque no llegó a programar trabajos de campo en este sentido, la lectura de los textos clásicos bajo esta óptica supone una interesante novedad. También es de agradecer el dominio tanto de las últimas publicaciones eminentemente históricas, por ejemplo la de Otto Meltzer y Ulrich Kahrstedt 15, como de las excavaciones. En este ámbito demuestra conocimiento incluso de las intervenciones que se encontraban en curso y todavía inéditas como las primeras de Alfred Louis Delattre (quién no presentará una primera recopilación de sus trabajos hasta 1890) al margen claro está de las anteriores de Christian Tuxen Falbe, Charles Ernest Beulé, el ingeniero Daux, etc., para quienes en ocasiones reserva elegantes críticas. Más allá de la exposición de datos reflexiona sobre los lugares alternativos que ofrece la península de Cartago donde poder atracar barcos durante los primeros siglos del establecimiento fenicio (Tissot 1884, 612). Interesado en el abierto debate existente sobre la morfología y cronología de los puertos, añade en un apéndice una recopilación del estado de la cuestión y un cálculo sobre el calado que las naves fenicio-púnicas habrían necesitado para fondear. Desafortunadamente, en este ámbito desautoriza a Christian Tuxen Falbe y Charles Ernest Beulé confundiendo el cuadrilátero que el cónsul danés enmarca con los puntos del 44 al 47 de su mapa (ver figura 12) con los restos del vertido con el que las tropas romanas bloquearon el acceso a los puertos durante el asalto de 146 a.C. (ibídem, 625-628). Sitúa la primera acrópolis de Cartago en el promontorio situado justo detrás de los puertos 16 en base a la ocupación del resto de colinas por las necrópolis, a su proximidad con los puertos y a las anotaciones antes mencionadas del ingeniero Daux (Reinach y Babelon 1886, 7). No sólo atiende al periodo misterioso y más en boga de la ciudad, si se me permite la expresión, sino que estudia a fondo la problemática que envuelve la topografía romana desde la hipotética fundación graquiana o

15 Ver nota precedente. 16 En el mapa de Christian Tuxen Falbe (ver figura 12) aparece indicado con el número 74. Más tarde Bordy utiliza el topónimo El Huerma (ver figura 14). No obstante en la bibliografía del siglo XX se ha impuesto la denominación de Koudiat el-Hobsia.

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el momento de la llegada de los colonos de César. Afronta el problema del lugar exacto de la fundación colonial (justo sobre la Cartago púnica, según los datos arqueológicos proporcionados por Adolphe Dureau de la Malle, como hemos visto en el capítulo anterior) o la cuestión de la fecha en la que la ciudad asumió la importancia política que hasta entonces detentó Útica, entre otros temas. Charles Tissot es ciertamente innovador en la defensa de la teoría sobre la colina de san Luis, argumentando que hubo de ser recortada por los ingenieros romanos a la búsqueda de una superficie más extensa y plana donde construir los principales edificios de la nueva colonia. En este punto difiere de la interpretación del Muro de Beulé considerándolo parte de un complejo de cisternas anexo a otras instalaciones militares pero sin decantarse con claridad por su lectura como muro de contención (Tissot 1884, 587 y ss.). Llama la atención en este aspecto que la topografía romana se ha trazado exclusivamente a partir de los textos grecolatinos y los cronistas árabes y medievales. Las únicas excepciones son los datos de Adolphe Dureau de la Malle acerca del teatro y de los de Charles Ernest Beulé sobre los templos de la Byrsa. Esto nos recuerda el desequilibrio del que adolece hasta la fecha el interés de los excavadores por los diferentes periodos de ocupación de Cartago, claramente favorable a las primeras fases. El discurso oficial de la colonización como continuación de la labor imperial romana corregirá a lo largo de los años siguientes estas diferencias. El autor comenta los hitos topográficos más sobresalientes del yacimiento, léanse las cisternas de La Malga y las de Bordj Djedid, el teatro, el anfiteatro, el circo (ver figura 14), el templo de Esculapio y el palacio proconsular (ruinas de la colina de san Luis), el templo de Caelestis (situado en la figura 14 en la zona llamada El Huerma), las necrópolis de san Luis, Juno, y Bordj Djedid, etc. Por último pasa a una reconstrucción del combate de 146 a.C. siguiendo los pasos de Escipión, Censorino y Manilio según los clásicos y a la luz de la topografía anteriormente referida. Los que fueran colaboradores de Charles Tissot emprenden sus propios trabajos de campo en 1884 (Babelon y Reinach 1886) pudiendo emplear muchos peones pero pocas semanas. Limitados a la colina de san Luis y a los solares propiedad del cardenal Lavigerie a causa del precio del

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suelo 17, su plan de trabajo se aleja del proyecto inicial ideado por Charles Tissot. En la figura 14 se pueden apreciar los dos principales sondeos realizados señalados con sus nombres y las letras a y b. Lo que hallan los excavadores parece ser el primer ejemplo en la Arqueología de Cartago de un hábitat con una cronología claramente púnica. Pese a carecer de una mínima metodología de excavación estratigráfica distinguen una serie de estructuras, pavimentos y cisternas bajo el nivel de incendio producto de los últimos días de la III Guerra Púnica (ibídem, 35 y 36). El resultado ofrecido en la publicación es un inventario de materiales destacables y las plantas y secciones del estado final de algunas de las catas practicadas. Lamentablemente éstas aparecen sin una localización precisa en el conjunto del yacimiento, si bien es cierto que una publicación algo posterior recogerá mejor los nuevos datos (Cagnat, Babelon y Reinach 1895). Por desgracia nos seguimos encontrado con frases del tipo: Nous n’avons pas jugé nécessaire de faire dresser le plan de la tranchée creusée par nous au sud-est du cirque (…) (Babelon y Reinach 1886, 36).

pese a que dicha cata medía nada menos que cuarenta y dos metros de largo por cinco de ancho y alcanzaba entre cuatro y cinco metros de profundidad. Una consulta a las publicaciones de Heinrich Schliemann 18 o de Giacomo Boni 19 nos permite contextualizar la calidad metodológica de este trabajo. Ejemplo sobresaliente es el del italiano, que podemos admirar en la figura 15. Pese a que estos dos autores no operan con sistemas de registro avanzados y están todavía lejos de comprender el valor de las interfacies y de la relación entre cada una de las unidades estratigráficas, al menos sí manejan el concepto de estrato como un instrumento de primera mano en la interrogación al registro material. No en vano, pese a que la primera cátedra gala en Arqueología fue concedida a Georges Perrot en la Sor17 Es curioso comprobar la temprana fecha y repetitiva alusión de las quejas que los diferentes estudiosos han transmitido sobre el proceso de especulación inmobiliaria del que ha sido objeto este barrio de la capital tunecina desde los primeros días del Protectorado. 18 Ver SCHLIEMANN, H. (1884): Troja. Brockhaus, Leipzig. 19 Ver BONI, G. (1901): Il metodo negli scavi archeologici. Roma.

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bonne en 1876, de facto Francia seguía arrastrando un cierto retraso en la formación de sus arqueólogos. Estos especialistas permanecieron excluidos de forma generalizada de la enseñanza universitaria hasta la culminación en 1885 de una serie de reformas del sistema educativo nuevamente a imitación del modelo alemán (Gran-Aymerich 1998, 213214). Entre 1884 y 1885 se llevan a cabo más trabajos en las necrópolis, concretamente en la zona de D’Ard-et-Touibi en las inmediaciones de la colina de Bordj Djedid (Vernaz 1887) (ver figura 14). Allí siguen apareciendo, al igual que en las excavaciones de Alfred Fig. 15. Sección de las excavaciones del foro de Roma dirigidas por Giacomo Boni en 1900 (Coarelli 2004, Louis Delattre que veremos 344). más adelante, sepulturas púnicas con ajuares ricos en materiales. Estos formarán parte de la colección del museo del Bardo situado en el homónimo palacio de la ciudad de Túnez. Éste sería finalmente abierto en 1888 completando la exposición del ya existente museo Lavigerie emplazado en las instalaciones anexas a la capilla de san Luis. Las revisiones a las que serán sometidas décadas después las colecciones de dichos museos revelarán el enorme volumen de material inédito que contenían. Al inicio de la última década del siglo XIX la cantidad y continuidad de campañas emprendidas en todo el norte de África era tal que llegaba a suscitar entre las autoridades del Service des Monuments Historiques un vivo interés por los métodos aplicados al trabajo de campo. Dicha pre-

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ocupación se ve reflejada en una publicación 20 en la que se recomiendan algunas buenas costumbres, como por ejemplo la de fotografiar los objetos hallados, la de registrar los datos en diarios de excavación, o la de prestar atención tanto a los objetos pequeños como a los fragmentos cerámicos que pudieran aportar datos cronológicos. Todo ello facilitará la publicación del conjunto de las intervenciones en el Bull. Arch. CTHS. También hay que destacar el nuevo mapa topográfico que levanta el lugarteniente de la Marina francesa Roquefeuil (1898 y 1899), que pretende mejorar el ya un tanto antiguo de Christian Tuxen Falbe. En él se incluyen cotas submarinas obtenidas mediante 4500 sondeos realizados frente al tramo de costa entre Sidi Bou Saïd y Le Kram, que darán lugar a renovadas especulaciones sobre la evolución de la morfología portuaria cartaginesa (ver figura 16). Profundizando mucho más en las observaciones hechas por el doctor Courtet, 21 las conclusiones de su estudio confirman la existencia del llamado Cuadrilátero de Falbe. Su opinión como marinero sobre la situación de los puertos y la adecuada ubicación de la entrada resulta acorde con las teorías del cónsul danés y con las de Charles Ernest Beulé, a la vez que contraria a las de Charles Fig. 16. Sondeos submarinos del lugarteniente Tissot, Cecil Torr 22 y Paul GaucRoquefeuil (1898, 22-23). 20 (1901): Instructions pour la conduite des fouilles archéologiques en Algérie. SMH, Alger. Citado por Gran-Aymerich (1998, 326 nota 261). 21 COURTET, D. (1897): Sur les constructions en mer voisines des ports de Carthage. CRAI, XXV (4ª s.) pp. 125-131. 22 TORR, C. (1894): Les ports de Carthage. RA, 24 (3ª s) pp. 34-47 y 294-307.

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kler. El lugarteniente Roquefeuil considera muy conveniente para las naves efectuar el ingreso desde el sureste hacia el noroeste, protegiéndose de los fuertes vientos del norte y noreste mediante una gran escollera, que sería precisamente la constituida por el mencionado Cuadrilátero de Falbe (ver figura 16). En su análisis de la línea de costa, apunta una serie de pequeños embarcaderos al norte de Bordj Djedid que caerán en el olvido (Roquefeuil 1899, 24 y 25). Otros, frente a la misma colina, serán en cambio pieza clave en las hipótesis (Carton 1910, 625 y 1919, 289) que situarán el primer puerto fenicio a los pies de este promontorio. Nuevas e interesantes observaciones son las del guardamarina Hantz (1900) sobre el panorama submarino al sur de la entrada a los puertos, frente a la bahía de Le Kram. No hay que perder de vista sin embargo que, comparado con el trabajo del lugarteniente Roquefeuil, el estudio del guardamarina Hantz se basa en el sondeo de una extensión modesta del fondo marino. Otro mapa de la zona es el que levanta Bordy en 1898. Todavía hoy resulta de gran utilidad su consulta como demuestra el ejemplo de Hurst (1999) y parece evidente que la comunidad científica actual agradecería una reedición.

Fig. 17. Vista de los puertos de Cartago tomada desde la colina de san Luis (1888).

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No podemos abandonar el siglo XIX sin comentar la obra de uno de los nombres que más estrechamente ligados están a la historia de la investigación de Cartago, como lo es el misionero francés y reverendo padre católico Alfred Louis Delattre. Enviado al Maghreb bajo las órdenes del cardenal Lavigerie, se instala en las dependencias anexas a la capilla de san Luis con la intención de afirmar la primacía del cristianismo frente al Islam. Goza de la ubicación más privilegiada de todas las tenidas por los estudiosos del yacimiento, movido siempre por una infatigable energía. Comienza sus primeras excavaciones en 1878 23 manteniéndose en activo hasta finales del primer tercio del siglo XX. A lo largo de toda esta dilatadísima carrera tuvo tiempo de producir una de las más extensas bibliografías de la historia de la Arqueología. Amante de la correspondencia, frecuentemente envía cartas dirigidas a diversos miembros de la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres para que les den lectura en su ausencia. 24 Varias son las publicaciones periódicas a las que remite sus informes, sus dibujos, los elencos de inscripciones halladas, etc. 25 Incierta es la cantidad de papeles personales de indudable valor que quedaron sin publicar y, por último, sus monografías son relativamente escasas comparadas con el volumen de información generada. 26 Múltiples han sido por otro lado los intentos de recopilar semejante ejercicio de dispersión, siendo quizá el más útil el publicado por Freed (2001) en donde se recogen aproxi23 DELATTRE, A. (1879): Inscription punique trouvée à Carthage. CRAI, VII (4ª s) pp. 191-192 y 193. 24 Por citar algunos ejemplos: VOGÜÉ, M. (1889): Notes sur les nécropoles de Carthage. RA, 13 (3ª s) pp. 163-185; HERÓN DE VILLEFOSSE, A. (1896): Lettre du Delattre. CRAI, XXIV (4ª s) pp. 52-54, 124, 206 y 327; HERÓN DE VILLEFOSSE, A. (1896): Photographies de plusieurs figurines en terre cuite découvertes par Delattre. CRAI, XXIV (4ª s) pp. 70-72; DELATTRE, A. (1905): Lettre à Berger. CRAI, pp. 168-176. 25 Nuevamente algunos ejemplos: DELATTRE, A. (1882): Recherches épigraphiques faites à Carthage. CRAI, X (4ª s) pp. 7, 89 y 278; DELATTRE, A. (1885): Inscriptions chrétiennes de Carthage. RAFra, III, pp. 247-252; DELATTRE, A. (1891): Quelques marques doliaires trouvées à Carthage. MAH, XI, pp 323-326; DELATTRE, A. (1899): Inscriptions chrétiennes trouvées à Carthage (1895-98). Bull. Arch. CTHS, pp. 146-159; VOGÜÉ, M. y DELATTRE, A. (1890): Nécropole punique de Byrsa. RA, 15 (3ª s) pp. 8-15; DELATTRE, A. (1915): Les inscriptions de Damous-el-Karita. RT, 110, pp. 168-178. 26 DELATTRE, A. (1890b y 1896); DELATTRE, A. (1926): L’épigraphie funéraire chrétienne à Carthage. Berlier, Túnez.

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madamente seiscientas citas bibliográficas. Sólo un estudio historiográfico puede contextualizar esta actividad y dar sentido a un comportamiento editorial tan heterogéneo. Sin duda otras eran las virtudes que hacían de Alfred Louis Delattre una pieza insustituible en Cartago. Sus trabajos le llevan a abordar una amplia cronología. Para la época púnica se centra en las necrópolis, de las que excava entre 1892-1896, mil cien tumbas en la zona de Douïmes. En el sector de santa Mónica, varios centenares sin determinar entre 1898 y 1905. Veintinueve sepulcros más en la colina de san Luis entre 1880 y 1893. Entre 1878 y 1886 cinco tumbas y entre 1902 y 1910 otras diez, ambas series procedentes de la colina de Juno (ver figura 14). Por último, un número también sin concretar en la colina de Bordj Djedid en 1908. Se puede apreciar cómo la atención inicial sobre el periodo púnico dejará paso progresivamente a una mayor dedicación sobre las basílicas paleocristianas y su epigrafía. Las primeras son Damous el-Karita y Bir-Ftouna, excavadas no obstante casi desde el primer momento de la llegada de Alfred Louis Delattre. Más tarde se añadirán la basílica Majorum en 1906, la de la zona de santa Mónica en 1915 y Bir-Knissia en 1922. Importantes son también sus excavaciones romanas, como la de la necrópolis de los Officiales (ver figura 14). En definitiva, sombras y luces podrían destacarse de tan larga carrera, como hacen quienes le loan como el principal arqueólogo del yacimiento o quienes le acusan de ser su principal destructor. Mucho podría hablarse sobre la instrumentalización del registro material con fines proselitistas enmarcada en la labor de conversión y redención de una tierra que muchos tratarían de reivindicar como profundamente cristiana gracias precisamente a la labor de Alfred Louis Delattre. Me limitaré a señalar desde un punto de vista estrictamente arqueológico, que desgraciadamente la metodología seguida por este misionero no evolucionó excesivamente en su medio siglo de actividad. 27 Es cierto que sus primeras publicaciones de los años ochenta del siglo XIX podrían equipararse a las de otros arqueólogos académicos (ver Babelon y Reinach 1886) que por 27 Ver FREED, J. (1997): The archaeological methods of Père Delattre at Carthage. AJA, CI, p. 386.

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lo demás mostraban ya un retraso con respecto a los trabajos conducidos por alemanes, italianos y británicos. Recordemos que en las décadas en las que se abrían centenares de tumbas cartaginesas, sir William Flinders Petrie hacía lo propio en Egipto con una perspectiva bien diferente. 28 Si es frecuente hallar en la bibliografía alusiones a su enorme dedicación, no es menos cierto que él mismo confiesa con un cierto candor hasta qué punto estaba presente en sus excavaciones: (...) si, dans le courant de la journée, quelque surprise vient éveiller l’attention des travailleurs, n’étant qu’à deux pas du chantier, je puis m’y transporter à l’instant et, après avoir donné mes indications, venir reprendre aussitôt mes travaux ordinaires (Delattre 1890, 104). 29

Llegados a la década de los años veinte del siglo XX ya se implementaban sobre los materiales diversos análisis químicos, la fotografía aérea daba sus primeros pasos y se comenzaba a adquirir una conciencia estratigráfica. En estas fechas el vaciado de tumbas, la recogida indiferenciada o poco cuidadosa de materiales, o la documentación de estructuras arquitectónicas sin referencia a los conjuntos estratigráficos que las rellenan o cubren, nos parece un procedimiento realmente obsoleto. Auguste Audollent (1901) fue formado en l’École Française de Rome básicamente como epigrafista. 30 Presenta una ambiciosa tesis doctoral que, a diferencia de las publicaciones anteriores, fija su atención preferencial precisamente en todo el periodo postpúnico. Con este autor se consolida el interés de la administración colonial por el Imperio romano. Ya desde la introducción el autor nos ofrece la visión más oficial de la presencia francesa en el norte de África: el ejército francés ha permitido a sus científicos estudiar dicho territorio como nunca antes de 1830 se había hecho, procediendo así a su conquista pacífica: La lumière pénétra dans 28 PETRIE, F. (1904): Methods and Aims in Archaeology. Londres. 29 En este particular sí que muestra gran similitud con sir William Flinders Petrie (ver la cita de Daniel 1967, 235-236). 30 AUDOLLENT, A. (1925): Sur les tablettes de plomb découvertes à Carthage. Bull. Arch. CTHS, pp. c-ci; AUDOLLENT, A. (1930): Note sur une plaquette magique de Carthage. CRAI, pp. 300-309.

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ces régions enveloppées jusqu’alors d’une obscurité profonde (ibídem, 1). Estas afirmaciones nos conducen directamente a las teorías que explican la predisposición mental del orientalista, tan claramente expresadas por el que fuera Primer Ministro del Reino Unido, Arthur James Balfour: 31 la presencia occidental en Oriente beneficia en primer lugar a los propios orientales. Efectivamente se les estaba dando un conocimiento sobre su tierra y su Historia del que hasta ese momento carecían, y la posibilidad de participar en el desarrollo de una nación moderna. Desde una perspectiva científica podemos tomar a Auguste Audollent como uno de los más claros estandartes positivistas que se ocuparon de Cartago. Esta corriente intelectual a finales del siglo XIX estaba accediendo a las instituciones hasta entonces copadas masivamente por los historicistas. Los positivistas compartían con ellos el método empírico de recopilación exhaustiva de fuentes y de hechos. En efecto, si un discípulo directo de Auguste Comte se jactaba de haber usado para su más famosa obra 32 textos latinos cuya cronología se dilataba desde el siglo VI a.C. hasta el siglo X d.C., Auguste Audollent por su parte presenta una de las bibliografías más completas en toda la historia de la investigación cartaginesa. 33 El propio Theodor Mommsen, frecuentemente citado en la obra de Auguste Audollent, influye en su metodología crítica documental e incluso en su visión política sobre la colonización: como historiadores institucionales y pertenecientes a una clase social acomodada, explican la conquista colonial como solución exitosa y alternativa contra la subversión del proletariado de la propia nación (ibídem, 36-37). Pero frente a la Historia trascendente guiada por Dios o por el Volksgeist de los historicistas podemos entrever en Auguste Audollent una lectura de los hechos resultado de una evolución determinada por unas condiciones sociales dadas. Éstas aparecen ajenas tanto al azar como a la voluntad de sus protagonistas. De hecho, 31 Non siamo in Egitto solo per il bene degli egiziani, benché senz’altro vi siamo anche per questo; siamo in Egitto per il bene di tutta l’Europa. Discurso ante la Cámara de los Comunes en 1910 citado por Said (2005, 39). 32 FUSTEL DE COULANGES (1866): La cité antique. Hachette, París. Ed. castellana (1987): La ciudad antigua. Iberia, Barcelona. 33 Ver nota14 del capítulo II.

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presenta a los franceses en una curiosa e irónica analogía con los romanos, cuando sintetiza ambas conquistas norteafricanas casi como una sucesión de hechos involuntarios: (...) ils (los romanos) éprouvèrent en face de leur conquête un embarras analogue au nôtre aprés la prise d’Alger (ibídem, 31).

En definitiva, ambas conquistas se proponen como una consecuencia del desequilibrio cultural existente entre las costas norte y sur del Mediterráneo. Una consecuencia tan automática y espontánea que llega a sorprender tanto a los conquistados como a los conquistadores. Dividida en siete partes, su Tesis Doctoral comienza con la Historia de Cartago desde el 146 a.C. hasta el 698 d.C., sigue con la topografía de la ciudad, su administración y efectivos militares, la religión pagana, la cristiana, la industria, la producción y el ambiente intelectual de la ciudad. Todo el libro es un deslumbrante despliegue de la bibliografía existente sobre los diferentes temas que el autor domina a la perfección. Es cierto que al igual que Charles Tissot, no se trata de un arqueólogo y además, en alguno de sus capítulos, especialmente el primero de ellos, abusa del recurso a la anécdota histórica, casi biográfica. No podemos sin embargo dejar de admirar y agradecer el importante valor que tienen para la investigación estas rigurosas compilaciones. Concretamente, realiza un minucioso repaso a una gran cantidad de puntos de la topografía romana, desde los más manidos como el sistema defensivo (ibídem, 154 y ss.) o las basílicas paleocristianas puestas de moda mediante los trabajos de Alfred Louis Delattre (ibídem, 172 y ss.) hasta otros que habían pasado prácticamente desapercibidos. En esta categoría destaca la villa de Scorpianus próxima a la necrópolis de los Officiales (ibídem, 191). 34 Uno de sus puntos fuertes es la presentación del estado de la cuestión de los puertos comentando las hipótesis interpretativas de Charles Ernest Beulé, de Cecil Torr y de Raimund Oehler. Por último, destaca la ya subrayada ascensión 34 El nombre dado a esta estructura conduce a error, como explicará el equipo canadiense que ha trabajado en esta zona en 1994-1998 y sobre cuya publicación (Rossiter 2003) hablaremos en el último capítulo.

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del rol historiográfico otorgado a la Historia de la Iglesia, a sus mártires, a san Cipriano, al donatismo, etc., objetivo largamente perseguido por el cardenal Lavigerie 35 y posibilitado gracias a las excavaciones de Alfred Louis Delattre, como anteriormente hemos visto. A estas alturas de la investigación el calado que Cartago había alcanzado tanto en los círculos científicos como en el imaginario popular, hacía fluir ríos de tinta en las publicaciones antes mencionadas 36 y en otras más recientes. 37 Todavía en el límite del siglo XIX estaban en curso las excavaciones de Paul Gauckler (1915). Serían publicadas póstumamente y se desarrollaron de 1899 hasta principios de 1905 entre los sectores de Dermech, Bordj Djedid, y la colina del odeon (Wells 1996) (ver figura 14). Su atención se ciñe casi exclusivamente al estudio de las necrópolis púnicas. Si bien sus trabajos en Cartago habían comenzado en 1896 y cuenta en su haber con varias publicaciones de menor entidad, 38 la principal obra del que fuera Director del Service des Antiquités et des Arts consiste en los dos potentes volúmenes pilares maestros de la investigación sobre el mundo funerario púnico. En ellos aparecen publicadas por un lado sus anotaciones personales realizadas en el campo y por otro, la transcripción de las mismas a limpio. Se trata por lo demás de aproximadamente medio millar de tumbas con sus ajuares, además de unos hornos industriales púnicos, cuya documentación podemos comprobar en la figura 18. Habiendo sido un arqueólogo formado durante largos años en el norte de África, no duda Beschaouch (1993, 59) en mencionarle con la distinción de ser el primero que acometa excavaciones científicas en Cartago.

35 LAVIGNERIE, C. (1881): Projet de créer une mission archéologique permanente à Carthage. CRAI, IX (4ª s) p. 71. 36 Las ya veteranas RA, RAf y CRAI. 37 El Bull. Arch. CTHS o la RT. 38 GAUCKLER, P. (1896): Statue de femme découvert à Carthage et bas relief découvert à SidiSalah-el-Balthi. Bull. Arch. CTHS pp. 147-151; GAUCKLER, P. (1898): Découverte d’une nouvelle nécropole punique à Bordj-Djedid. Bull. Arch. CTHS pp. 171-173; CAGNAT, R. y GAUCKLER, P. (1898): Monuments Historiques de la Tunisie. Leroux, París; GAUCKLER, P. (1900): Sur des étuis puniques a lamelles gravées, en métal précieux. CRAI, I, pp. 176-204; GAUCKLER, P. (1903): Le quartier des Thermes d’Antonin et le couvent de Saint-Étienne à Carthage. Bull. Arch. CTHS, p. 410-420. (Ver ÁBACo).

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Fig. 18. Hornos cerámicos excavados por Paul Gauckler (1915, II, pl. CCXIX). El responsable de la documentación gráfica es Louis Drappier.

Ciertamente presenta la planta de situación de estructuras halladas más clara y operativa que se haya hecho hasta entonces, y es habitual en él adjuntar esquemas de situación relativa de todos los elementos de un mismo ajuar. Adelanta también un esbozo de la red viaria que tendría la colonia romana en el barrio del odeon y en la zona de Dermech (Gauckler 1903, 412; 1915, pl. I y I bis) que más tarde definirá en toda su extensión Charles Saumagne (vedi infra). Quizá la formación científico-técnica recibida en su juventud le condujo a ser pionero en el análisis químico de los materiales hallados, especialmente bronces, y en el uso casi masivo de la fotografía para el estudio de estelas, cerámica, joyas y otros objetos. Además, podemos deducir su relación con el concepto de estrato arqueo-

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lógico a partir de una publicación anterior: en ella afirma que las sucesivas civilizaciones dejan sus respectivas trazas en el terreno en forma de capas de sedimentos superpuestos sobre la tierra virgen (Gauckler 1899, 157). Pero no podemos olvidar que pese a esta consciencia, su metodología en el campo era la que demuestran sus propias fotos (Gauckler 1915, pl. IV [correspondiente a nuestra figura 19], VI y XII). La excavación consistía en abrir en la tierra un camino con una anchura suficiente para el trabajo de los peones y el acceso de la vagoneta o del carro. La profundidad de los sondeos quedaba limitada en todo caso por esta última necesidad, imprescindible para la evacuación de tierras al mismo ritmo frenético de excavación. Así la cata avanzaba de forma horizontal en lugar de vertical. Se retiraban los estratos directamente del corte frontal que no formaba por lo tanto un verdadero corte, sino más bien un frente de avance.

Fig. 19. Foto del curso de las excavaciones de Paul Gauckler (1915, I, pl. IV). Señalado con el óvalo el detalle del peón privilegiado con el uso del pico, que ataca el perfil frontal convertido así en frente de avance de la cata.

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A principios del siglo XX la actividad arqueológica en Cartago es prácticamente continua. Se trabaja principalmente en las necrópolis como podemos ver en la publicación de Alfred Merlin y Louis Drappier (1909) sobre la excavación realizada inmediatamente al oeste de Bordj Djedid entre 1906 y 1908. Con una formación básicamente epigráfica, los autores nos ofrecen en este volumen una relación de los objetos más representativos que se encuentran en los ajuares, agrupados por tumba de pertenencia, en un total de poco más de un centenar de conjuntos. Ocasionalmente aparecen algunas ilustraciones de calidad y algunas plantas y secciones de las estructuras funerarias. Hemos de reseñar que no dejan lugar a dudas sobre la localización de cada una de las tumbas (ibídem, 85) siguiendo el ejemplo de Paul Gauckler. También en 1908 y 1910, siempre ayudado por mano de obra militar, Alfred Merlin abre varias catas de gran tamaño en la zona de los puertos, dividiendo en dos mitades el llamado Islote del Almirantazgo, centro del puerto circular que podemos ver en la figura 15 (Merlin 1909 y 1912). En la primera y brevísima nota nos describe las estructuras que quedan al final del trabajo y el inventario de materiales más sobresalientes. 39 En la planta final (Merlin 1909, pl. VI) se aprecian los sinuosos límites longitudinales de esta excavación y las galerías abiertas a norte, sur y este del sondeo, sin duda para facilitar la evacuación de tierras mediante carros o vagonetas. Todo ello nos insinúa una metodología de excavación muy similar a la anteriormente descrita para las intervenciones de Paul Gauckler. Aunque Alfred Merlin (1918) también publica estudios sobre terracotas e instrumenta de bronce entre 1915 y 1916, dedica sus esfuerzos al mundo de las necrópolis, 40 ya sea en la zona de Ard-el-Morali, ya en la colina de Juno, ya en la del Odeon (ver figura 14). Su objetivo 39 Bajo un estrato con tumbas de baja época hallaron lucernas paleocristianas, monedas y cuarenta y cuatro estelas púnicas con exvotos a Baal-Hammon y a Tanit. 40 DRAPPIER, L. (1911): Nécropole punique d’Ard-el Kheraïb (1909). RT, XVIII; DRAPPIER, L. (1911): Nécropole punique du Théâtre de Carthage. RT, XVIII; MERLIN, A. (1912): Fouilles dans l’îlot de l’Amiral à Carthage. CRAI, pp. 277-286; MERLIN, A. (1920): Notes sur quelques tombeaux puniques découvertes à Carthage. Bull. Arch. CTHS, pp. 3-20; MERLIN, A. (1921): Le mosaïque du seigneur Julius à Carthage. Bull. Arch. CTHS, pp. 95-114; etc. (ver ÁBACo).

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principal fue delimitar la zona funeraria hallada por Alfred Louis Delattre y obtener datos sobre los ajuares más antiguos de la ciudad. Como suele ser habitual en las publicaciones de exhumaciones de tumbas cartaginesas en estas fechas, el autor nos presenta un resumen de los materiales más destacables que conforman cada uno de los ajuares, aunque esta vez, sin una mínima documentación gráfica. También René Cagnat continúa con sus publicaciones, 41 actualizadas con las noticias que proporcionan las excavaciones de sus pupilos. El tono general de esta obra, próxima al final de su carrera de gran epigrafista, es más divulgativo que científico (Cagnat 1909). En algunos puntos, como en la cuestión de los puertos, no está muy afortunado al secundar opiniones que ya con anterioridad habían sido negativamente contrastadas. Si bien por una parte se zanja el asunto del Muro de Beulé (ibídem, 26) se aventura demasiado en su juicio sobre la topografía púnica: La vérité est qu’il ne reste à peu près rien de la cité punique. (ibídem, 9). De nuevo la historiografía nos facilita la comprensión del punto de vista del arqueólogo. En las décadas en las que nos movemos la metodología de campo está abandonando la búsqueda de objetos singulares para pasar a desenterrar estructuras arquitectónicas. La cultura material resultante de esta actividad premiaba los yacimientos grecorromanos, ricos en mosaicos, estatuaria, columnas y grandes complejos. De la Cartago púnica se pretendían los mismos resultados 42 aunque hoy sabemos que no se podía esperar semejante registro, menos aún para cronologías arcaicas. Y esto es así tanto por las características intrínsecas de su cultura material como por los concienzudos procesos de expolio sufridos (ver capítulo II). Para un arqueólogo en busca de propíleos, foros y arcos triunfales, la grandiosa 41 CAGNAT, R. (1887): L’inscription des thermes de Carthage. RA, 10 (3ª s) pp. 171-180; CAGNAT, R. (1894): Le capitole ou le temple de Junon Celeste à Carthage. RA, 24 (3ª s) pp. 188-195; CAGNAT, R. (1913): Un temple de la Gens Augusta à Carthage. CRAI pp. 680-686; etc. (ver ÁBACo). 42 Ver los fondos paisajísticos representados en las obras de William Turner, una de las cuales corresponde a nuestra figura 1. La grandiosidad arquitectónica parece inspirada en las pinturas murales pompeyanas de época imperial, pese a que recrea acontecimientos muy anteriores. De hecho, en sus óleos no hay grandes diferencias entre el momento fundacional y final de Cartago pese a los siglos que separan ambos momentos.

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Cartago púnica no podía sino haber sido completamente aniquilada en un momento posterior.

Fig. 20. Secciones de las cisternas de Dar-Saniat excavadas por Jules Renault (1913, 35).

Más tarde es el arquitecto Jules Renault 43 quien emprende sus trabajos de campo dirigidos a una serie de publicaciones periódicas llamada Cahiers d’Archéologie Tunisienne. En el número I (1913) se da cuenta de la excavación y estudio de un hábitat púnico y de las cisternas de dar-Saniat, 44

43 No confundir con Renaul, H., autor de tres artículos aparecidos en el número XX de la RT, también en 1913. 44 También existe una publicación anterior menos detallada: RENAULT, J. (1911): Note sur les citernes de Dar-Saniat à Carthage. Bull. Arch. CTHS, pp. 311-317.

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incluyendo su ubicación (ver figura 14), una serie detallada de plantas y secciones como podemos ver en la figura 20 y algunas reflexiones sobre su abastecimiento, dinámica interna y función. La última parte está dedicada al estudio estilístico y simbólico de un curioso depósito de estatuillas paganas encontrado en el fondo de una de las cisternas. Desde el punto de vista metodológico, debemos señalar que se adjunta un buen número de medidas ilustraciones y fotografías de la estructura arquitectónica, el cálculo de las capacidades de las cisternas, así como análisis químicos de los plomos de las tuberías, los revestimientos hidráulicos, etc. Ello supone una saludable continuidad del ejemplo interdisciplinar de Paul Gauckler en la historia de los estudios arqueológicos de Cartago. Desgraciadamente continuamos sufriendo el uso de la vagoneta y del sistema de vaciado de tierras que comporta. Este método de excavación implica que cuando nos hallamos con una estructura cerrada, como lo son las cisternas, todo lo que se halla en su interior es tomado como una única unidad estratigráfica. Ignorando los diferentes estratos que eventualmente se hayan formado en su interior se pierde la posibilidad de conocer la vida de la estructura. Y ello pese a que el propio autor lanza una hipótesis precisamente sobre estos varios usos en diferentes periodos: Jules Renault propone que la estructura ha podido hacer las veces de prisión tras quedar inutilizada como cisterna (Renault 1913, 40). En el número II de la revista Eusèbe Vassel publica un pequeño estudio epigráfico sobre cinco estelas votivas de la colección personal del propio Jules Renault, no dudando en llamarlas Renault 7, Renault 8, etc., probablemente en expresión de gratitud. En el excéntrico número III 45 se describen en pocas páginas algunos sellos y otros objetos de bronce comprados a lugareños. También aparecen otros, que fueron tomados como los más interesantes de entre los sacados a la luz durante las diversas obras públicas acometidas bajo la dirección del ingeniero Bourjade tanto en Túnez como en Cartago. Al parecer, los últimos e infelices días de Jules Renault, en 1920, quedarán narrados en el extravagante primer capítulo de Khun de Prorok (1926, 3 y ss.). Aquí el 45 Aquí el editor no sólo se atreve con una tipografía insólita sino que aparece en portada la fecha de 1910, 3 años anterior al número I.

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arquitecto aparece descrito enfermo e indigente, pernoctando moribundo en el interior de una insalubre cisterna romana. El llamado palacio de Salambó, construido en 1835 para albergar el harem del Bey (ver figuras 14 y 21) pasaría en 1884 a ser un hospital. Será aquí donde dos años después llega destinado el médico militar Louis Carton. Sin una formación académica arqueológica aunque con mucha experiencia de campo, Louis Carton se ve cautivado por el empeño de la investigación sobre Cartago, dedicándose a su estudio y exploración à pied, en barque ou a la nage (Carton 1919, 281). De entre sus aportaciones 46 destacaremos las propuestas de localización del puerto fenicio y las consideraciones sobre la diferente disposición de la antigua línea de costa (Carton 1910 y 1911). Stéphan Gsell no prestará mucha atención a su bibliografía, quizá porque en ocasiones defiende hipótesis demasiado frágiles. Más tarde (Carton 1919) denuncia por un lado la resistencia de algunos de sus coetáneos a admitir la existencia de una muralla marítima y por otro, la continua destrucción a la que se ve sometida el subsuelo del yacimiento. En este sentido destaca el desmantelamiento de las estructuras que habían sido halladas mientras se acometían los trabajos de construcción del matadero entonces situado frente a La Goulette y los de la ferrovía que conecta todavía hoy las poblaciones de Túnez y La Marsa (ver figura 24). Precisamente con motivo de la construcción de la estación llamada Salambó, frente al anterior palacio del Bey nos informa del hallazgo de tumbas paganas romanas sobre estratos que contenían inscripciones y estatuillas de terracota púnicas (Carton 1929). Esta sucesión de estratos le hace pensar en la presencia en ese punto de santuario púnico. Sin aportar una planta, una sección, una foto, se limita a enumerar los fragmentos que ha podido salvar mientras se desarrollaban las obras. Sorprende comprobar cómo no obstante no documente el registro

46 CARTON, L. (1903): Chronique d’archéologie nord-africaine. RT, X; CARTON, L. (1910): Documents pour servir à l’étude des ports et de l’enceinte de la Carthage punique. RT, XVII; CARTON, L. (1910): Note sur la topographie des ports de Carthage. CRAI, pp. 622631; CARTON, L. (1920): Découverte d’une fontaine antique à Carthage. CRAI, pp. 258-268; etc. (Ver ÁBACo).

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arqueológico como otros lo hacían ya, 47 no carece de conocimientos estratigráficos según puede deducirse de alguna de sus publicaciones (Carton 1910, 626) en la que da cuenta de un étude stratigraphique du terrain. Este estudio revela que la formación de unas pequeñas elevaciones en la actual línea de costa no son sino el resultado de sucesivos aportes de tierras realizados en época púnica, a juzgar por los fragmentos cerámicos que contienen. Dicha documentación no fue tomada como relevante para el desconsolado lector. La última y más influyente de las tres grandes recopilaciones que habíamos mencionado más arriba se corresponde con la enciclopédica obra de Stéphan Gsell. Gracias a la formación recibida en l’École Française de Rome y a la experiencia acumulada en los yacimientos del África colonial, publicará entre 1913 y 1928 nada menos que ocho volúmenes concernientes a la Historia Antigua de África: cuatro al mundo de Cartago y otros tantos al mundo indígena. Esta obra marca un antes y un después en la historiografía norteafricana por varios motivos. Por una parte se presenta como culminación de un proceso de conocimiento iniciado paralelamente a la conquista. Dado que el conocimiento crea el poder y un mayor poder requiere mejor conocimiento, a la intensificación del sistema de explotación de las colonias ejecutado en este periodo (Laroui 1995) corresponde un aumento del esfuerzo cognoscitivo. In ogni caso, l’orientale è contenuto e rappresentato da un sistema di categorie preesistenti. (Said 2005, 46). En respuesta a la necesidad de adecuación de este sistema de categorías surgen las imágenes expresadas en esta obra, que efectivamente serán canonizadas y asumidas de forma recurrente por las generaciones posteriores que pretendan conocer la realidad maghrebí desde el aparato orientalista occidental: ¿Permite un clima y una orografía como la del norte de África el crecimiento de la civilización? (¿Debe Francia persistir en su empeño y mantener la Colonia a toda costa, o es más sensato abandonar la empresa?) ¿Fue el ejemplo a seguir romano fruto de unas mejores condiciones naturales o del superior esfuerzo del colonizador? 47 Ver por ejemplo la figura 15.

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(¿Basta exprimir la Colonia con fines económicos o queremos realmente extender el modelo de vida francés?) ¿Es suficiente la conquista material o es necesaria también la moral? Todos ellos son interrogantes que, expresados más o menos explícitamente (Gsell 1913, 40) conducen la atención hacia los problemas franceses, ignorando en gran parte los maghrebíes. Como veremos más adelante, podremos encontrar estos modelos interpretativos en las obras de muchos autores posteriores (Gabriel Lapeyre y Arthur Pellegrin, Cintas, Gilbert Picard, etc.). El análisis historiográfico que merece el esfuerzo de Stéphan Gsell excede con mucho de los límites que me permite el hilo argumental de este trabajo. De hecho, a juzgar por la influencia ejercida en la historiografía posterior merecería por sí mismo un trabajo particularizado. Me limitaré a reseñar cómo el autor adolece de uno de los puntos débiles del entero discurso de la Arqueología histórico-cultural, esto es, se detalla hasta el extremo una o varias coyunturas ignorando cuáles puedan ser los nexos que las unen. Los procesos de evolución interna no se analizan. Según la lógica implícita de la obra, de hecho, no existen. Pero constatar una difusión cultural sin explicar cómo es posible que esta se dé, cuáles son los mecanismos que la hacen circular y cuáles son los diferentes códigos de lectura utilizados por sus actores es, en definitiva, una no-explicación (Trigger 1996). El primer volumen (Gsell 1913) inicia con un repaso de las regiones geográficas africanas, especialmente aquellas que se encuentran bajo el Protectorado francés. Dedica un gran espacio a cuestiones climáticas y demás condicionantes naturales, que por su diversidad y particularidades demostraban que l’Afrique du Nord est à peine une terre africaine (ibídem, 30). A continuación inicia el relato cronológico desde la civilisation de la pierre hasta la entrada de esta región en la Historia, de la mano de los colonizadores/educadores fenicios. La Historia de Cartago, enmarcada aquí en aquella primera colonización, se limita en este primer volumen al debate sobre su fundación, las bases de su crecimiento comercial y marítimo, y sus relaciones con el resto de civilizaciones mediterráneas. En cambio, el segundo tomo de la colección (Gsell 1920a) dedica mucho más espacio a la capital cartaginesa y a su topografía. El autor demuestra buen criterio cuando se niega a perder tiempo refutando las teorías más

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descabelladas, cuando anuncia en repetidas ocasiones que los textos clásicos no son una guía excesivamente fiable en esta materia, y cuando renuncia a pronunciarse sobre todos y cada uno de los hitos urbanos (De la ville et de ses édifices, nous ne savons presque rien (ibídem, 78)), refiriéndose en profundidad sólo a aquellos sobre los que considera que tiene suficientes datos. Éstos son concretamente el sistema defensivo y la morfología portuaria. El resto del segundo volumen está dedicado, como expresión de la producción historiográfica del colonizador, a cubrir los campos de interés del Estado francés: las fórmulas de gobierno de la capital, la administración del Imperio y de sus provincias, los funcionarios coloniales, los sentimientos de los colonizados y de los colonizadores hacia el Imperio, los gastos que éste ocasionó a la metrópoli, y en fin, el Ejército y la Armada que lo forjaron, sus mercenarios, oficiales y tácticas de combate. De hecho, este punto se merece nada menos que todo el tercer volumen (Gsell 1920b) en donde se desmenuza paso a paso toda la historia militar de Cartago. En cambio en el cuarto libro (Gsell 1920c) se dedica de lleno a los aspectos económicos (agricultura, industria y comercio) y etnológicos (costumbres, creencias funerarias y religiosas y divinidades) acabando con una síntesis del rol histórico jugado por Cartago. El despliegue de notas a pie de página con aclaraciones y bibliografía es el más completo y pormenorizado que ha pasado por mis manos. El conocimiento de los autores clásicos y de sus obras ha suscitado la admiración unánime de los historiadores posteriores. Si bien la historiografía arqueológica no ocupa el centro de su discurso, la conoce y maneja perfectamente. Todos estos factores hacen difícil criticar su colección y de hecho, sería complicado encontrar en las fechas en las que nos movemos otros historiadores que no pecasen igualmente de los defectos inherentes a un método positivista que todavía no conocía mejor alternativa. Quizá podríamos señalar el hecho de que, pese a la desconfianza explícita de Stéphan Gsell hacia los datos deducidos de los textos clásicos, en general e implícitamente, sus argumentos quedan condicionados por ellos en exceso. De la misma manera, mientras afirma no querer arriesgarse en hipótesis débilmente contrastadas sobre la topografía urbana de Cartago, acaba por proponer algunas, como la de la existencia de canales que desde el puerto se

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adentrasen en la ciudad para facilitar el transporte de mercancías. En fin, remito al lector a la parte de la introducción de este trabajo en la que me refiero a los límites de mi propio estudio.

Fig. 21. P lano de situación del yacimiento a principios del s. xx. S e ha incluido la hipótesis urbanística de la Colonia r omana propuesta por Charles S aumagne en 1924.

Un nuevo hito en la historia de la investigación de Cartago debe situarse en la aparición en escena de una publicación de Charles Saumagne (1924a). En ella se propone una hipótesis topográfica de la centuriación rural quadrata y urbana strigata, cuya única groma coincidiría con la cima

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de la colina de san Luis (ibídem, 133 y 135). El autor, natural de la moderna Cartago, afirma haber realizado pequeños sondeos para confirmar el trazado urbano propuesto, hallando las esquinas de treinta y un cardos y seis decumanos con desviaciones máximas de cincuenta centímetros (ver figura 21). Su claridad expositiva queda reflejada en la publicación de las excavaciones que conducía desde 1913 en la ladera noreste de la colina de san Luis (Saumagne 1924b). En ésta destacan la calidad de sus dibujos y las indicaciones de lo que, según se confirmaría más tarde, fue el recinto del altar de la gens Augusta. Al año siguiente en una pequeña comunicación de Louis Poinssot sobre el trabajo de Charles Saumagne, veremos la primera excavación que, pensada con finalidad estratigráfica, aporta a su publicación documentación relativa a los distintos estratos. El mejor ejemplo se aprecia con la sección reproducida en la figura 20 (Poinssot 1925, cli) que identifica y enumera diferentes unidades estratigráficas, detallando su composición, textura, dimensiones y cota. Esto le permite adscribir los hallazgos a sus respectivos conjuntos posibilitando la construcción de una cronología relativa fiable. Sin dejar de loar tal avance metodológico nos gustaría contextualizarlo, con el mero ánimo de rastrear la aplicación del pensamiento estratigráfico en nuestro yacimiento: la falta de numeración de los sucesivos pavimentos dibujados entre los estratos a y b, y b y c, o la inverosímil disposición del estrato h, cubriendo y cubierto a la vez por otro, vuelven a situarnos a una cierta distancia de las teorías expuestas en los manuales de metodología más avanzados del momento. 48 También es sintomático que pese a la nitidez con la que había informado de determinados problemas estratigráficos, no volveremos a encontrar más documentación de este tipo en los siguientes trabajos. Efectivamente, en 1926 dirige sus excavaciones hacia la problemática relativa a la Tvrris Aqvaria (Saumagne 1929) y a las reservas de agua de la ciudad en su conjunto (ver figura 21). Su actividad excavadora continúa (Saumagne 1931) con el trabajo sobre tumbas púnicas, cisternas y canalizaciones de 48 DROOP, J.P. (1915): Archaeological Excavation. Cambridge University Press, Cambridge. Figs 1-8. Citado por Harris (1991, 28) y por Daniel (1967, 248-250), incluyendo una curiosa y pionera discusión sobre el trabajo femenino en el yacimiento arqueológico.

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agua. Dedica especial atención a la zona junto a los puertos 49 pero como decimos, sin publicar un registro arqueológico tan cuidadoso como el presentado en el Bull. Arch. CTHS de 1925 (ver figura 22). También en la década de los años veinte Louis Poinssot lleva a cabo algunos trabajos en los alrededores y cimas de las colinas de Bordj Djedid (Poinssot y Lantier 1927) y Juno (Saumagne 1931). Allí saca a la luz los restos de una rica ínsula romana y más tumbas púnicas de la necrópolis que empezara a excavar Jean Vernaz allá por 1884-1885. Asimismo se realiza el seguimiento de obra de la construcción de dos reservas de agua en la cima de la colina de Bordj Djedid (ver figura 21). Pero la publicación estrella de quien a la sazón era Director del Service des Antiquités et des Arts es sin Fig. 22. Sección estratigráfica de Charles Saududa la del altar de la gens Augusta magne (Poinssot 1925, cli). (Poinssot 1929) hallado por Charles Saumagne, como se indicaba antes. Con gran interés por la iconografía y simbología, y un aparato fotográfico digno de mención, su contribución atiende casi en exclusiva a la Historia del Arte. Por su parte, Raymond Lantier (1922), sin dar por finalizada su etapa española, 50 publica un mapa de conjunto del yacimiento con la ubicación de todas las necrópolis 49 SAUMAGNE, Ch. (1909): Les basiliques cypriennes. RA, 14 (4ª s) pp. 188-202; SAUMAGNE, Ch. (1922): Notes sur les découvertes de Salambô. RT, pp. 152-154 y 231-251; SAUMAGNE, Ch. (1925): Notes sur des fouilles exécutées à Carthage. Bull. Arch. CTHS, pp. XCVIXCVII; etc. (Ver ÁBACo). 50 Entre 1916 y 1928 redactará una Chronique ibéro-romaine publicada en el Bulletin hispanique.

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romanas y paleocristianas, continuando el trabajo de Alfred Merlin (1918) sobre las necrópolis púnicas. Su preocupación por los conjuntos y por las relaciones entre cada uno de los elementos que lo forman, finalmente heredada a partir del concepto de closed finds 51 toma al entero yacimiento como un todo. Por lo tanto, para la explicación de cada sepulcro no se limita sólo a la descripción de las partes que lo componen sino que propone también una respuesta para el sistema global que lo estructura.

Fig. 23. De izquierda a derecha: Khun de Prorok, el padre Huguenot, el profesor Washington, Jean-Baptiste Chabot, Francis Willey Kelsey y Alfred Louis Delattre.

Otros trabajos 52 interesantes son los conducentes a confirmar arqueológicamente una parte del trazado de la muralla de Teodosio II (Poinssot y Lantier 1923).

51 Formulado por primera vez por Thomsen. Ver nota 11 del capítulo III. 52 LANTIER, R. (1921): Découvertes archéologiques sur la colline dite de Junon à Carthage. Bull. Arch. CTHS, pp. 87-94; POINSSOT, L. (1936): Moules de Carthage en terre cuite. RAf, LXXXIX, pp. 477-484; etc. (ver ÁBACo).

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Si hasta ahora hemos venido hablando salvo excepciones de autores franceses, en esta fecunda década de los veinte el panorama de la investigación de Cartago se hace más internacional gracias a las campañas financiadas principalmente por Khun de Prorok y por la Washington Archaeological Society (ver figura 23). Estos fondos permitirán la intervención de un grupo estadounidense con el que colaborarán franceses de renombre como Alfred Louis Delattre, Jean-Baptiste Chabot, Stéphan Gsell y Alfred Merlin, si bien los dos últimos no llegarán a visitar la excavación. Curiosamente, el mérito de otorgar una nueva importancia al método de excavación, tanta como para dedicarle un entero capítulo de su monografía, corresponde a uno de los personajes menos académicos de entre todos los relacionados con la investigación en Cartago: Now, it is not the thing found that is all important. It is the environment of the discovery, so that proper consideration by trained men may ultimately result in the complete reconstruction of the civilisation or conditions of life, of which the things unearthed are our tangible evidence (Khun de Prorok 1926, 67).

Incluso se aproxima a las últimas innovaciones tecnológicas, con el uso de una videocámara, de bombas de drenaje (dado que las cotas de excavación se encontraban bajo el nivel del mar) y de la Arqueología aérea. En efecto, en una serie de vuelos a baja cota realizados en 1922, la fotografía oblícua le permite individuar diferentes estructuras sumergidas (Khun de Prorok 1926, 72). 53 El mismo año comienzan las pequeñas campañas dirigidas por Khun de Prorok en la ladera este de la colina de Juno, en las que se saca a la luz una domus romana con mosaicos. En 1925 siguen otras intervenciones de más entidad en el llamado recinto de Tanit, que dan como fruto la primera publicación (Kelsey 1926) mencionada más arriba. A diferencia de la mayoría de sus homólogas europeas, ésta se apoya en una contextualización histórica del yacimiento un tanto débil: asume de forma acrítica la total destrucción de la ciudad con motivo de la invasión islámica del Maghreb (ibídem, 7), enmarca 53 Actualmente, las imágenes obtenidas por Khun de Prorok en los vuelos de pilotados por Peletier d’Oisy en 1922 se encuentran en el archivo fotográfico de la Royal Geographical Society.

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las guerras púnicas en una larga lucha siempre recurrente entre Oriente y Occidente (ibídem, 6) y despacha la historiografía contemporánea remitiéndose a Auguste Audollent. Esta fragilidad argumental no es óbice para que destaquemos el saludable ejercicio de crítica que se realiza hacia la falta de programa conjunto y criterio científico de expediciones anteriores (ibídem, 14). Apuntamos igualmente a su favor la apología constante que hace el profesor Francis Willey Kelsey de la excavación como instrumento científico para la obtención de datos sobre el pasado, más allá de la búsqueda del objeto. Es precisamente el estadounidense el primero en apuntar al turismo cultural como una posible fuente de recursos para Túnez. Sin embargo, a su modo de ver, la creación de un gran parque arqueológico en el yacimiento no debe recaer en la iniciativa privada sino en la administración francesa (ibídem, 26). Volviendo a la cata, la exposición de los resultados nos permite deducir su técnica de excavación: distingue decididamente los distintos estratos apoyándose incluso y por primera vez en la fotografía de los perfiles del sondeo (ibídem, 18 fig. 8) aunque hubiéramos preferido que adjuntase también un dibujo interpretativo. Una vez identificados los estratos describe su composición y adscripción cultural mediante el estudio de la cronología que ofrecen los restos cerámicos. Con una visión preclara se llega a defender que es mejor no excavar si no se puede registrar todo correctamente (Khun de Prorok 1926, 67-68). En cuanto a los materiales hallados más sobresalientes, son las urnas cinerarias (aproximadamente setecientas, de las que la mayoría contienen restos infantiles) y estelas funerarias que avivarán con fuerza el debate sobre los sacrificios que tanto excitaban al imaginario occidental, especialmente desde la obra de Gustave Flaubert y sus apéndices en la ópera y el cine (ver capítulo II). Para completar la aportación norteamericana, 54 no debemos olvidar a Harlan Page Hurd (1934) quien amargamente reconoce la escasa atención que el mundo anglosajón había dedicado a Cartago hasta la fecha: 54 MOORE, M.R. (1905): Carthage of the Phoenicians in the light of Modern Excavations. Dutton & Co., Nueva York; KHUN DE PROROK, B. (1926): The excavations of the Sanctuary of Tanit at Carthage. Washington.

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IV. La época del Protectorado It might be difficult to discover another science that has been so much neglected or (…) so shabbily treated by the English-speaking world as has hitherto been the entire field of Carthaginian studies (ibídem, XI).

Fig. 24. Vista de los puertos de Cartago desde la colina de san Luis a principios del s. el paso del TGM en su recorrido entre Túnez y La Marsa.

XX.

Nótese

Al parecer, este estudio estaba compuesto por dos volúmenes en los que destaca la atención prestada a la paleomorfología de la costa, y un buen conocimiento de la problemática histórica y arqueológica generada por el yacimiento. Donde resulta realmente exhaustivo es en la recopilación bibliográfica de textos clásicos y medievales. Por el contrario, no parece estar al corriente de los últimos trabajos de campo. La crisis económica de 1929 pone fin al periodo de gran vitalidad del colonialismo francés. En la década siguiente una nueva lógica se impondrá en el auténtico centro de decisión de la política tunecina, que nunca se había movido de París. A estas alturas el Maghreb todavía no había desarrollado un verdadero capitalismo ni una potente burguesía. Ésta sólo funcionaba gracias a los privilegios que el Estado francés le proporcionaba, que por cierto, jamás fueron extendidos al conjunto de los maghrebíes

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porque a fin de cuentas no los necesitaban, sumergidos como estaban en un proceso de regresión cultural en sentido amplio. Desde principios del siglo XX el sector financiero se había lanzado al control de la producción agrícola. Los precios tunecinos dependían del mercado interior francés y venían fijados sin tener en cuenta la realidad maghrebí. Aquí los costes eran mínimos gracias a las exenciones fiscales y a los bajos salarios mantenidos con la violencia. Conforme esta tendencia financiera se iba afianzando, el grueso de los colonos centraba sus propios esfuerzos en el sector terciario de ámbito urbano (Laroui 1995). Estas circunstancias convirtieron a Túnez en un país especialmente vulnerable a los efectos de la crisis del 29, que en términos de Arqueología cartaginesa supuso el final de una época de una cierta promiscuidad científica. Esta vitalidad tomó cuerpo en un nuevo incremento de la calidad y cantidad de los trabajos. La próxima década será mucho más recatada y austera. En efecto, carezco de los datos que me permitan explicitar la relación directa entre esta crisis económica y sus múltiples consecuencias, como los posibles descensos en la financiación de campañas, en la subvención de proyectos, en el desvío de la atención administrativa hacia otras prioridades, etc. Sin embargo, los cambios en la producción científica cartaginesa son evidentes. Es un hecho que la comparación entre la producción editorial difundida durante la década de los años veinte (Stéphan Gsell, Charles Saumagne, Francis Willey Kelsey, Louis Poinssot, etc.) y la de los treinta (débilmente representada como veremos en el próximo capítulo por Gabriel Lapeyre) avala el momento (1929-1930) como un punto y aparte en la historia de la investigación de Cartago. Este que aquí termina ha sido un periodo en el que el historicismo rankeano se ha visto, si bien no completamente superado, sí al menos escoltado por positivistas y difusionistas que, como Stéphan Gsell o Adolf Schulten 55 conjugaban con naturalidad los datos arqueológicos con los textos clásicos. También hemos asistido a un evidente progreso metodo55 SCHULTEN, A. (1904): L’ Africa romana. Ed. Dante Alighieri, Milán. Su estrecho contacto con Paul Gauckler le mantuvo informado de los últimos descubrimientos ofrecidos por la arqueología colonial francesa.

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lógico en los trabajos de campo, especialmente en la fase de registro. En base a las prácticas llevadas a cabo por los autores anteriormente citados, corresponde al lector juzgar el grado de desarrollo de la Arqueología desplegada en Cartago. Hasta ahora hemos dado cuenta de la versión más oficial de la Historia, fruto de eruditos en mayor o menor medida ligados al establishment institucional. Esperando no parecer reduccionista he tomado esta decisión porque serán estas obras las que mantengan una vida académica más prolongada marcando la investigación posterior. Sin embargo debe quedar claro que estas lecturas convivieron con otras interpretaciones que tuvieron menor fortuna pero que resultarán imprescindibles para cualquier estudio que quiera dar cuenta detallada del contexto científico francés del siglo XIX en ámbito colonial (Cañete Jiménez 2006). De hecho, las versiones alternativas fueron imprescindibles para conjugar la ubicación de la muralla defensiva sobre la Byrsa, de la acrópolis junto a los puertos, o de los puertos a los pies de Bordj Djedid. Estas hipótesis, hoy negativamente contrastadas, dan cuenta como decíamos en el capítulo I de la trayectoria no lineal ni acumulativa de la investigación que sólo un acercamiento historiográfico es capaz de revelarnos.

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V Hacia la Independencia —¡No!, ¡tú me perteneces!, ¡y ahora nadie te arrancará de aquí! ¡Oh!, ¡no he olvidado la insolencia de tus grandes ojos tranquilos y de qué manera me aplastabas con la altivez de tu belleza! ¡Ahora me toca a mí! ¡Eres mi cautiva, mi esclava, mi criada! (…) ¡No intentes huir, que te mato! Salammbô (Flaubert, ed. 2002, 220)

Hemos terminado el capítulo anterior hablando de la crisis económica mundial, recordando cómo los países colonizados se llevaron la peor parte. Esta situación avivó los descontentos y supuso el cimiento sobre el que se levantaron los movimientos organizativos, partidos políticos y asociaciones sindicales que encabezaron la lucha por la Independencia tunecina. En abril de 1938 la tensión en la capital fue máxima, con grandes manifestaciones en las calles. Durante la II Guerra Mundial Francia escribió una de las páginas más oscuras de su historia precisamente de la mano de su administración colonial, que quedó fiel a las potencias del Eje hasta la derrota definitiva frente a las tropas aliadas. La expulsión de los últimos restos del Afrika Corps fue celebrada con grande pompa en 1943 por Wiston Churchill precisamente en las ruinas del teatro de Cartago (Beschaouch 1993). Pero la momentánea sustitución de unas tropas extranjeras por otras no trajo la calma a esta tierra. Continuaron los desordenes políticos, incluídas las purgas a los colaboracionistas. Mientras tanto, el que llegaría a ser presidente, Habib Bourguiba, continuaba con las negociaciones internacionales a la búsqueda de la concesión del principio de soberanía para su pueblo. En 1951, fracasadas dichas negociaciones, el país se precipitó en la violencia hasta que en julio de 1954 se anunció el reconocimiento de la autonomía interna para Túnez, que se corroboró con la firma del protocolo de Independencia el 20 de marzo de 1956.

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Todo este proceso de liberación comenzó a gestarse mientras el planeta se intentaba recuperar de la crisis con los preparativos para una nueva contienda mundial. En este contexto, las Ciencias Sociales se debatían entre los éxitos del materialismo histórico, el funcionalismo y la Sociología de David Émile Durkheim. Mientras el materialismo proponía el estudio de las sociedades como un elemento en constante proceso de construcción y susceptible por tanto de transformación y mejora, los demás puntos de vista ponían el énfasis en la estabilidad como estado preferido y preferible por los grupos humanos. La Arqueología marxista quizá estaba representada mejor que nadie por Gordon Childe, quien partiendo desde una óptica etnicista y difusionista en sus primeros años fue mutando hasta sentir un interés principal por los factores económicos que podían deducirse del registro arqueológico. Después de la II Guerra Mundial 1 partía del estudio de las relaciones sociales de producción como medio para entender los conflictos periódicamente generados en los colectivos humanos y sus soluciones revolucionarias (Trigger 1996, 268 y ss.). Más adelante comprobaremos que la Dirección del Service des Antiquités et des Arts no comulgaba con estas perspectivas. La bibliografía que generaba esta institución por el momento estaba fundamentalmente marcada por la reciente y vastísima herencia de Stéphan Gsell. Por otra parte, asistimos también a la emergencia tanto del funcionalismo ambiental, inspirado en Jens Jacob Worsaee líder en multidisciplinariedad, como de la Antropología social. Partiendo de David Émile Durkheim, esta disciplina pretendía comprender el comportamiento humano tomándolo como un sistema formado por diversos elementos funcionalmente independientes. Dichos elementos hundían sus raíces en las diferentes necesidades biológicas del individuo. Todo ello permitía dirigir la atención hacia el funcionamiento estable de la sociedad ignorando sus procesos de cambio, puesto que las necesidades biológicas que alimentan el sistema estaban sujetas a cambios minúsculos.

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CHILDE, G. (1947): History. Cobbett, Londres. CHILDE, G. (1951): Social Evolution. Schuman, Nueva York. [Ed. castellana (1984): La evolución social. Alianza, Madrid].

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Iván Fumadó Ortega Lo sviluppo dell’approccio prima funzionale e poi procesuale ai dati archeologici costituì un riassetto della curiosità, sempre più sterile, dell’archeologia storicoculturale per l’etnicità sostituito da un interesse nuovo e vitale per il modo in cui le culture preistoriche funzionavano e mutavano (ibídem, 308).

Además, las que comenzaron siendo cuestiones sobre los límites de la Historia 2 acabarían por desembocar en descaradas críticas hacia su capacidad de proporcionar conocimiento científico. 3 Dado que explicaciones históricas demasiado sólidas podrían inducir a bruscos cambios políticos, las clases socioeconómicas más altas recibirían con alegría este creciente interés gnoseológico: muriendo el perro se acabaría la rabia. En palabras más sabias: Destruir la racionalidad de unas interpretaciones del pasado —de cualquier interpretación del pasado— significa privar de una base a las proyecciones hacia el futuro que hayan querido construirse sobre ellas (Fontana 1982, 157).

Una de las obras sobre la Historia de la Antigüedad que anticipaba este periodo de crisis epistemológica sería la de Oswald Spengler. 4 Su obra operaba una neta disección entre Ciencia e Historia: proponía la intuición del espíritu como herramienta para la reflexión histórica, y los datos rigurosos para la investigación científica. Hacia el final del presente periodo algunas de estas corrientes impregnarán también los estudios cartagineses, que no obstante, se prestaban poco a innovaciones experimentales de cualquier signo. En cuanto a las técnicas de excavación, cabe destacar que el concepto de estrato arqueológico seguía madurando, también en la Arqueología

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4

CROCE, B. (1920): Teoria e storia della storiografia. Laterza, Bari. Ed. castellana (1965): Teoría e historia de la Historiografía. Escuela, Buenos Aires; COLLINGWOOD, R.G. (1946): The Idea of History. Clarendon Press, Oxford. Ed. Castellana (1996): Idea de la Historia. FCE, México; Citado por Fontana (1982) en las notas 4 y 5 de su capítulo 8. HEMPEL, C.G. (1942): The Function of General Laws in History. Journal of Philosophy, XXXIX. POPPER, K. (1944): Poverty of Historicism. Economica, XI-XII. Ed. castellana (2002): La miseria del historicismo. Alianza, Madrid. Aunque la publicación data de 1944, el texto original fue presentado en 1936. SPENGLER, O. (1922): Der Untergang des Abendlandes. Oskar Beck, Munich. Ed. castellana (2005): La decadencia de occidente. RBA, Barcelona.

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francesa. Así lo demuestran los argumentos en los que se basan sus discusiones, si bien ante la publicación de la documentación que las generaban se mantenían ciertas reticencias. Sería la Arqueología anglosajona, todavía ausente de nuestro yacimiento, la que daría a luz un nuevo ensayo específico sobre metodología y estratigrafía arqueológica hacia el final del periodo. 5 En él se explicitaban dos ideas esenciales: el valor de las interfacies y la numeración de los niveles. Los estratos se observan cuidadosamente, se distinguen y se etiquetan a medida que transcurre el trabajo. Y es así, tal como avanza el trabajo, como los hallazgos se aíslan y registran, y su registro está necesariamente integrado con el de los estratos de los cuales proceden [Wheeler, M. (1954, 54). Ver nota 6. Citado en Harris (1991, 29)].

Estas ideas se enmarcaban dentro del método de la cuadrícula o método Wheeler, consistente en parcelar el área a excavar en cuadrados iguales entre los que se dejan unos centímetros de terreno como separación. Conforme se desciende en el sondeo, este espacio sin excavar hará las veces de testigo estratigráfico. Este procedimiento también implica renunciar a la retirada de tierras por estratos de potencia previamente decidida como en el método de excavación arbitrario. Se debe en cambio (...) levantar estratos sucesivos en conformidad con sus propias líneas de deposición, asegurando así un aislamiento preciso de las fases estructurales y de los artefactos relevantes [Wheeler 1954, 53. Citado por Harris (1991, 39)]. Como la estratificación arqueológica es un registro no intencionado de eventos pasados, su excavación adecuada mediante el proceso estratigráfico, tal como abogaba Wheeler, proporciona un modelo de pruebas independiente para la interpretación de un yacimiento arqueológico. La imposición por parte del excavador de un sistema arbitrario y establecido de niveles predeterminados destruye este registro independiente (Harris 1991, 40-41).

A continuación intentaré dar cuenta de hasta qué punto participaban de estas ideas los diferentes excavadores de Cartago. Una vez esbozado el panorama político, cultural y metodológico de estas décadas que concluirán con la obtención de la Independencia tune5

WHEELER, M. (1954): Archaeology from the Earth. Oxford University Press, Oxford. Ed. castellana (1978): Arqueología de campo. FCE, México.

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cina, pasaremos a ver cuáles fueron concretamente los trabajos de campo acometidos. Comenzaremos por el sucesor natural de Alfred Louis Delattre, el misionero y colaborador suyo Gabriel Lapeyre. Éste realiza algunas intervenciones de forma intermitente entre 1934 y 1937 en la colina de san Luis continuando los sondeos de Charles Ernest Beulé. Concretamente excava el gran edificio de planta basilical que desde el siglo XIX se interpretaba como el palacio proconsular (en la figura 13 los sondeos k y e). Bajo estos cimientos descansaban los restos del barrio púnico que, musealizado, puede actualmente visitarse. No obstante, dichas estructuras son interpretadas como funerarias y de cronología arcaica (Lapeyre y Pellegrin 1942, 154). Concretamente son tomadas como continuación de la necrópolis que efectivamente se halla más al oeste, en la ladera sur de la colina. El resto de sus intervenciones se desarrollan en el santuario de Tanit retomando los trabajos de Louis Carton y del equipo francoestadounidense (ver capítulo anterior). Aquí halla unas dos mil nuevas estelas y urnas cinerarias. En sus informes podemos encontrar alguna pequeña aclaración estratigráfica (Lapeyre 1935, 82 nota 4) y la descripción de dos grandes fases en el registro arqueológico apreciables en base a la estratigrafía (Lapeyre 1939, 294-295). Ello demuestra que no era completamente ajeno a estos básicos conceptos. No obstante, debemos señalar que desde hacía ya algunas décadas Paul Gauckler, Alfred Merlin o Charles Saumagne venían cumpliendo avances metodológicos y editoriales que son ignorados especialmente en el aspecto gráfico, completamente ausente en los informes de excavación del reverendo padre (ver figuras 14, 18 y 20). También abusa en ocasiones del estudio de las técnicas constructivas como dato definitivo de datación de estructuras (Ferron y Pinard 1955). De un nivel más adecuado son los dos volúmenes de tipo monográfico que publican de manera conjunta Gabriel Lapeyre y Arthur Pellegrin (1942 y 1950). En ellos se pretende completar la explicación cartaginesa de Stéphan Gsell gracias a los datos relativos al mundo religioso y funerario que desde entonces han arrojado las excavaciones. En la introducción de la Carthage punique hacen toda una declaración de intenciones sintomática de los nuevos aires que soplan en la comunidad científica:

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V. Hacia la Independencia Cette étude est avant tout une mise au point de ce que l’on sait sur Carthage punique à l’usage du public cultivé, qui s’intéresse de plus en plus à l’histoire de peuples et de leur civilisation. Une mise au point et une tentative d’explication psychologique. (…) Si le caractère d’un homme expliquait sa destinée, pourquoi l’âme d’un peuple ne nous donnerait-elle pas la clef des événements? (Lapeyre y Pellegrin 1942, 11-12).

La introducción de la psicología y de la etnografía en su explicación histórica acompaña al difuso movimiento de renovación que los historiadores occidentales intentaban llevar a cabo contra los restos del viejo historicismo por un lado y frente a las feroces críticas de acientificidad vertidas por los Carl Gustav Hempel, Oswald Spengler o Karl Popper por otro. 6 Una difícil tarea si añadimos un peligro más a evitar: recorrer los pecaminosos senderos del marxismo. Otra desafortunada novedad es la desaparición de las notas bibliográficas sacrificadas en aras de una lectura más ligera y próxima al público. Esta tendencia ha sido vista por algunos críticos como una de las claves del éxito popular de la mencionada obra de Oswald Spengler (Fontana 1982). Efectivamente, el léxico utilizado es en ocasiones incluso poético, como en la descripción de la península cartaginesa (Lapeyre y Pellegrin 1942, 66 y ss.). No es novedoso en cambio el cantar de las bondades del Protectorado francés paragonado con el dominio cartaginés en el norte de África, ni el de los efectos civilizadores de ambos. El conjunto queda aderezado con algunas frases sobre cómo los beréberes han siempre preferido hablar las lenguas de los conquistadores antes que la propia (ibídem, 52 y 71). Su base bibliográfica, si bien no llega a los extremos de erudición positivista de sus predecesores, es sólida tanto desde el punto de vista de la literatura clásica como de la Arqueología 7 e historiografía precedentes. En definitiva, se trata de transmitir los mismos modelos creados por Stéphan Gsell, proponiendo Cartago como elemento eternamente colonizador y prácticamente ajeno la población indígena maghrebí, que implícitamente queda asimilada

6 7

Ver notas 3 y 4. Excluyendo cualquier referencia a las excavaciones norteamericanas.

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a los actuales tunecinos. Hay que contextualizar esta obra en el clima bélico que se respiraba desde finales de los años treinta hasta finales de los años cuarenta, y en el marco de una difícil estrategia política colonial. Desde este punto de vista cualquier interpretación histórica debe valorar la estabilidad como positiva y presentarla deseable incluso para los colonizados. En su segunda obra, Carthage latine et chrétienne, Gabriel Lapeyre y Arthur Pellegrin muestran una atención mayor al registro arqueológico y a la sustentación bibliográfica de sus argumentos. La perspectiva y los frutos del estudio psicológico y moral no debieron agradar ni siquiera a sus autores, pues en el volumen dedicado ocho años después a la Cartago latina y cristiana fueron completamente suprimidos. La siguiente personalidad que marca la historiografía de Cartago es la de Gilbert Picard, 8 cuya relación con el Service des Antiquités et des Arts estuvo marcada por un inicio y un final en sendos momentos de turbulencia política y militar. En 1942 asume las responsabilidades de la dirección, aunque no será oficialmente nombrado Director hasta 1946. Sus primeras publicaciones son a propósito de las excavaciones que se acometen en 1944 en el santuario de Tanit bajo la dirección técnica de Cintas. Estas campañas se suman a las ya conducidas anteriormente por Icard, 9 Louis Poinssot y Raymond Lantier, 10 Francis Willey Kelsey (1926), Louis Carton (1929) y Gabriel Lapeyre (1935). Su propósito es 8

En las referencias bibliográficas, a causa de un guión que aparece y desaparece en su nombre, y que junto a las abreviaturas se presta a múltiples posibilidades finales, en ocasiones se produce una cierta confusión entre Gilbert Etienne Charles Picard (1913-1998), especialista en arqueología norteafricana, especialmente en su fase romana, y director del SAA (1946-1956), y su padre Pierre Charles Picard (1883-1965) helenista director de l’École Française d’Athènes (1919-1925) (Gran-Aymerich 2001, 528-531) sin olvidarnos de su mujer, Colette Picard, conservadora del yacimiento de Cartago y autora de diversos estudios de material, pero que no aparece en el mencionado Dictionnaire. En esta obra los autores vienen mencionados exclusivamente por el apellido, pero este caso supondrá una excepción: Gilbert Etienne Charles Picard aparecerá como Gilbert Picard, mientras que Colette Picard lo hará con su nombre completo. En sus obras conjuntas y para abreviar, serán mencionados como Gilbert y Colette Picard. 9 ICARD, J. (1922): Découverte de l’area d’un sanctuaire de Tanit à Carthage. RT, 152-154, pp. 195-205. 10 POINSSOT, L. y LANTIER, R. (1923): Un sanctuaire de Tanit à Carthage. Revue d’Histoire des Religions, pp. 32-66.

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determinar las dimensiones del conjunto, su estratigrafía, y la naturaleza del culto celebrado. En la más atenta de sus publicaciones (Gilbert Picard 1945) se describe una metodología de registro muy cuidadosa que ralentiza mucho el trabajo. Efectivamente Cintas, que dirigía la empresa, había optado por realizar un inventario de materiales en el que figurasen todos los objetos hallados asignándoles números correlativos y detallando sus coordenadas x, y, z, según hubo hecho ya en ocasiones Pitt-Rivers. La mano del director técnico de la excavación se esconde tras el valor otorgado a la estratigrafía en esta publicación. La secuencia aparece explicada en un croquis que, si bien no es más que eso, no por ello deja de ser revelador de la problemática hallada en el registro arqueológico (ibídem, 448-449. Léase el pie de la figura). La ausencia del empleo de algún método semejante provocaba en Cintas una actitud muy crítica hacia las excavaciones anteriores: Parce que presque toutes les fouilles puniques anciennes n’ont consisté qu’en destructions —destructions de sites et destructions de documents— (…) fouilleurs à qui l’âge, les titres ou la vénérabilité n’avaient conféré ni l’expérience, ni la compétence, ni l’intuition (Cintas 1950, 4).

Sin embargo podemos hacer una deducción de la práctica de asignar una coordenada z a los objetos inventariados. Éstos son ubicados en los estratos arqueológicos sólo en un segundo momento. Primero hay que delimitar las cotas superiores e inferiores de los estratos y después confrontarlas a las de los restos hallados. Sólo entonces se puede saber a qué estrato pertenecen los artefactos inventariados. Ello nos lleva a intuir una metodología arbitraria de excavación, si bien en un estado inmediatamente precedente a la excavación estratigráfica. No obstante y dado que ésta es la única vez que Gilbert Picard publica material gráfico elaborado por Cintas, es también la última vez que publica material de tipo estratigráfico. En el resto de artículos y noticias, 11 se limita a dar breve noticia de las actuaciones que se llevan a cabo en Cartago desde 1942 hasta 1956, por desgracia sin un plano o una planta. También 11 Ver ÁBACo.

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bajo su dirección se produjo la excavación en 1950-1951 de la capilla funeraria de Asterius (Dermech) publicada sin demasiada atención 12 hasta el artículo de Duval y Lézine (1959). No obstante, estos autores nos ofrecen la planta y dos secciones de las estructuras arquitectónicas por toda información gráfica, tal y como ya se hacía décadas atrás (ver figura 20). Quizá la excavación más importante acometida bajo su dirección es la de las termas de Antonino iniciada en diciembre de 1945 gracias a los trabajos forzados de los prisioneros de guerra alemanes controlados por Feuille. 13 Graves problemas de salud impidieron a su director técnico afrontar el final de unas excavaciones prolongadas durante más de una década y finalizarlas con una publicación del nivel que se merecían los restos sacados a la luz. En efecto, para ello tendremos que esperar a la monografía de Lézine (1969) que comentaremos más adelante. Incluiré también en este capítulo la siguiente obra pese a que será publicada tras la Independencia (Gilbert y Colette Picard 1958). Con un título sin duda a la moda, los autores nos presentan en su vida cotidiana y según sus propias palabras una síntesis de los conocimientos expuestos por Stéphan Gsell con las obligadas actualizaciones que permiten los datos obtenidos mediante las recientes excavaciones. Comienzan con una introducción en la que se perpetúa la imagen del imperio económico cartaginés fuertemente centralizado y tirano (ibídem, 16-18) que entra en contacto y civiliza a todo un país de barbares misérables (ibídem, 25). A continuación se pasa a dar breve cuenta del estado de la cuestión sobre la topografía urbana para ahondar en la nueva corriente de atención a la cuestión social: en respuesta al título, el contenido nos habla de los individuos que habitaron la ciudad, sacerdotes y nobles por un lado, pero por otro y como novedad, los obreros metalúrgicos, carpinteros y demás trabajadores industriales, usando el término prolétariat y titulando un epígrafe le probléme social. No obstante, para cubrir estos temas recurre 12 Duval y Lézine (1959, 339 nota 4). 13 Gilbert Picard publica informes periódicos de la actividad arqueológica bajo su dirección en el Bull. Arch. CTHS, entre 1944 y 1958, primero con el título Activité du Service des Antiquités et des Arts de Tunis, y después Rapport sur l’archéologie romain a la Tunisie. La noticia del inicio de las excavaciones en las termas aparece en el informe de 1953, pp. 61-62.

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casi exclusivamente a los datos obtenidos de los textos clásicos, pues las excavaciones efectuadas bajo su dirección se centraban en problemáticas religiosas y en las termas de Antonino. De hecho, algunas intervenciones que a continuación veremos, como la de Ferron y Pinard (1955) son apenas mencionadas, mientras que otras, como la de Baradez (1955) son malinterpretadas (Baradez 1958, 47 nota 1). Dado que su obra es dilatada en el tiempo, continuaremos en el siguiente capítulo con Gilbert y Colette Picard. Por su parte, Ferron y Pinard emprenden entre 1953 y 1954 excavaciones en la zona de la colina de Byrsa que anteriormente había sido investigada por Gabriel Lapeyre (1939). Esta parcela estaba destinada a convertirse en una de las más famosas del entero yacimiento, esta vez sí, gracias a una intervención metódica. Se pone fin a la excavación arbitraria y se adopta el método Wheeler. Por otra parte llama poderosamente la atención que, pese a que el lugar escogido para trabajar ha sido largamente interrogado por numerosos investigadores, estamos ante la primera publicación que, con la atención científica que se merece, da cuenta de la gran cantidad de material cerámico islámico que se halla en los niveles superficiales. Esto deja presumir el nulo interés que le dedicaron los Gabriel Lapeyre, Alfred Louis Delattre, Charles Ernest Beulé, etc. Se reclama así un análisis más detallado sobre la significación del yacimiento en tiempos medievales. La mayor proximidad a las sensibilidades locales de estos autores queda patente 14 y contrasta con un Gilbert Picard continuador de la línea de Stéphan Gsell. Por coherencia expositiva añadiré también en este capítulo la continuación de estas excavaciones, que no obstante fueron publicadas con posterioridad a la fecha de la Independencia tunecina. Es en éstas últimas (Ferron y Pinard 1961) cuando sale a la luz completamente el tramo de calle de cuarenta y cinco metros de largo por seis de ancho al que se asomaban las casas que podemos ver en la figura 25, y que forman el barrio púnico visitable en la actualidad. Quedaba así desmontada la interpretación funeraria del padre Gabriel Lapeyre. 14 La ruine de Qrt Hdst n’entraîna pas la disparition de la civilisation punique et que la romanisation à ses débuts ne fut en fait que superficielle. (Ferron y Pinard 1955, 81).

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Fig. 25. Vista del Barrio de Aníbal, interpretado todavía como romano de época republicana por Ferron y Pinard (1955, pl. LXXXIX).

No obstante, en base a las fechas helenísticas tardías que parecían sugerir los materiales cerámicos y especialmente a la orientación de las estructuras, similar a la que sigue la centuriación rural, estas casas son interpretadas como romanas de época republicana. Su adscripción a la primera Colonia de los Gracos se oponía a la hipótesis de Colette Picard (vedi infra). Su destrucción, evidentemente violenta, se explicaba como resultado de los reñidos enfrentamientos que se dieron en el marco de las Guerras Civiles romanas (ibídem, pl. IV). En estos años se dan igualmente otros trabajos de entidad algo menor pero no por ello menos importantes, como las exploraciones submarinas de las costas de Túnez de junio de 1948 llevadas a cabo bajo la dirección técnica del capitán Tailliez (Poideboard 1948) y en la que participaría el Jacques Cousteau que llegará a hacerse tan popular. Entre otras intervenciones, se draga la zona de la bahía de Le Kram que las prospecciones del

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lugarteniente Roquefeuil y del guardamarina Hantz habían señalado como posible ubicación de un tercer puerto comercial, con resultados negativos. Los responsables de los trabajos no tenían una formación específicamente histórica o arqueológica que les permitiese avanzar otras propuestas alternativas. En 1949 el general Duval (1950) emprende unas excavaciones que van a confirmar lo que desde el avión había creído intuir: las trazas en el suelo producidas por el foso que pertenecía a la línea defensiva exterior de la Cartago púnica. Por su parte Colette Picard (1952) sin grandes movimientos de tierras retoma el estudio de las estructuras descubiertas por Gabriel Lapeyre (1939) antes de las nuevas excavaciones de Ferron y Pinard en el sureste de la colina de san Luis (vedi supra). Aunque sus conclusiones no serán suficientemente consideradas por otros autores, a la arqueóloga corresponde el mérito de anunciar que dichos restos, cuya foto podemos apreciar

Fig. 26. Vista aérea del Cuadrilátero de Falbe, parte fundamental de las interpretaciones propuestas por el coronel Baradez (1958, fig. 11).

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en la figura 25, pertenecen efectivamente a un hábitat púnico destruido en el 146 a.C. El incombustible Charles Saumagne (1952) explorando las potencialidades de la Arqueología aérea, presenta un breve pero interesantísimo estudio sobre la centuriación del ager romano en Túnez. El trabajo del coronel Baradez realizado a principios de la década de los cincuenta da lugar finalmente a una meritoria publicación (1958) igualmente basada en fotografía aérea, concretamente en la foto oblicua como la de la figura 26. Con un reseñable esfuerzo editorial adjunta sus dibujos interpretativos en un papel vegetal superpuesto a las propias fotos, lo que permite ilustrar la teoría según la cual (...) à l’endroit considéré jusqu’à présent comme quadrilatère de Falbe, subsistent les restes d’un avant-port, qui fut lui-même aménagé en port commercial (Baradez 1958, 51).

Por último, las excavaciones de Vézat, desgraciadamente inéditas, 15 dan con restos de gran interés en una zona de la colina de Bordj Djedid que pronto se convertirá en inaccesible. Con el creciente volumen de datos y materiales arqueológicos diseminados por varios museos, se hacía posible y necesario realizar estudios parciales de elementos concretos. Algunos de ellos se revelarán de una gran utilidad e interés al consentir librarse de la pesada labor de síntesis de un conjunto tan vasto como la entera Historia de Cartago, para permitir centrarse en parcelas específicas del registro arqueológico. Me refiero aquí a los estudios de una cierta entidad, pues en el anexo ÁBACo será fácil comprobar cómo los estudios de materiales, a menor escala, han sido el tipo de publicación más común en la historia de la investigación cartaginesa. Encontramos pues en este tipo de obras la de Vaultrin (1933) que es un estudio arquitectónico de las basílicas paleocristianas a partir de la documentación generada por los Pères Blancs

15 Sus trabajos hallarían, a grandes rasgos, estructuras romanas construidas sobre un potente estrato ceniciento, sin duda producto de la destrucción del 146 a.C., bajo el cual yacían los restos de un hábitat de época púnica cuyos muros seguían la misma orientación marcada por el barrio levantado en la Byrsa. (Colette Picard 1952, 126).

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y de sus propias observaciones a pie de campo. Especialmente ligado a la tradición historiográfica de Auguste Audollent y con la intención de demostrar l’intensité et l’extension de la vie chrétienne dans la rival Rome aux plus beaux temps de son existence (ibídem, 24), parece manejar correctamente la bibliografía arqueológica, pese a que insiste todavía en que de l’ancienne capitale punique il en reste presque rien (ibídem, 19-20). Con un buen aparato descriptivo (jactancias religiosas aparte) concluye destacando la independencia del control romano de la que gozaba el cristianismo cartaginés en sus relaciones con Egipto y Bizancio. Otro trabajo digno de destacar es el de Vercoutter (1945) encargado de analizar la pacotille 16 que formaban los objetos egipcios y egiptizantes del mobiliario funerario custodiado en los fondos de los museos Lavigerie y del Bardo. Tras una breve descripción y división topográfica y cronológica de las necrópolis, pasa a estudiar los escarabeos, los amuletos y las navajas. Sus conclusiones son muy abiertas pero deja claro que mientras que en los siglos VII-VI a.C. hubo una relativa abundancia de objetos procedentes de Egipto, sólo tras el descenso del siglo V a.C. se asiste a una recuperación de estas tradiciones en los siglos IV y III a.C. Estos objetos más modernos, son egiptizantes pero menos originales, probablemente fruto de una reinterpretación bajo prismas helenísticos. Cintas, además de sus primeras excavaciones anteriormente comentadas (Gilbert Picard 1945; Cintas 1948) publica en 1946 un estudio estilístico similar al de Vercoutter pero que abarcaba todos los escarabeos, máscaras y demás amuletos (no sólo los de tradición egipcia) principalmente pertenecientes a los ajuares de las necrópolis púnicas de Cartago. Adjunta unos buenos dibujos y unos interesantes gráficos, al estilo del anterior catálogo aunque más completos. En ellos cruza los datos cronológicos con los iconográficos y tipológicos, para descubrir las grandes tendencias de expansión o regresión en la distribución de los amuletos púnicos. Poco después Cintas (1950) termina la que ha sido una gran herramienta: una tipología cerámica que venía a compensar un tradicional descuido sobre el argumento. Dicha falta de atención estaba motivada 16 Expresión explícita de Stéphan Gsell.

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por la opinión generalizada entre la comunidad científica sobre las producciones púnicas, consideradas carentes de originalidad, belleza, y de inferior calidad frente a las cerámicas helenas o latinas. Éste que termina ha sido un periodo difícil para la Arqueología cartaginesa, como difícil lo fue para Túnez y para las autoridades del Protectorado. En el yacimiento se han seguido aplicando metodologías propias de otros siglos pero también se ha innovado. La Arqueología aerea ha dejado de ser una fuente de singulares vistas de un monumento o yacimiento determinado (Khun de Prorok 1926) y ha pasado a ser un instrumento válido tanto para el descubrimiento de nuevos restos (Duval 1950) como para su mejor comprensión (Baradez 1958) o su inserción en contextos geográficamente más amplios (Saumagne 1952). Los materiales menos espectaculares han empezado a ser objeto de estudios pormenorizados (Vercoutter 1945) arrojando conclusiones complementarias a las del estudio de los grandes conjuntos arquitectónicos (Vaultrin 1933). Finalmente, la aparición de una tipología cerámica (Cintas 1950) facilitaba el planteamiento coherente de cronologías relativas y marcaba el camino hacia la definitiva toma de conciencia de la importancia del hecho estratigráfico. Desde el punto de vista institucional la Arqueología francesa, como gran protagonista de la primera parte de esta historia, se ha centrado más en los aspectos científicos y menos en los administrativos gracias en parte a la reorganización del CNRS (Gran-Aymerich 1998, 466). La reciente Mission Archéologique Française en Tunisie, existente de facto desde hacía décadas, ha editado una publicación periódica, Karthago, a partir de 1950. Todos ellos eran datos que hacían presagiar una época de madurez científica y metodológica, que no obstante tardaría en llegar. La Arqueología cartaginesa, víctima primera de los acontecimientos sociopolíticos tendrá que reclamar la atención internacional para alcanzar el trato de excelencia que se merece.

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VI Desde la Independencia hasta la intervención de la UNESCO La hija de Amílcar ya no prolongaba sus ayunos con tanto fervor. (…) A pesar de que lo odiaba, hubiese querido ver de nuevo a Mâtho. Salammbô (Flaubert, ed. 2002, 258)

Muchas cosas cambiaron en Túnez a partir de su Independencia. No obstante, en la presente obra no nos corresponde escrutar las luces y sombras tal proceso político ni sus consecuencias, hecha excepción de las arqueológicas. Entre estas últimas destacaron las causadas por la progresiva apertura económica tunecina al exterior y el acomodamiento de sus élites. Estos factores se manifestaron sobre nuestro yacimiento en forma de una mayor presión inmobiliaria. Por su parte, la Arqueología francesa atravesó momentos delicados al ver desaparecer por un lado la institución católica de la colina de san Luis (que recuperó el antiguo nombre de Byrsa) y por otro, al retirarse la Mission Archéologique Française que bajo la dirección de Cintas había seguido colaborando con la Direction des Antiquités del gobierno tunecino hasta 1962. Su publicación periódica pasó a editarse desde la Université de Paris. Un recién estrenado Institut National d’Archéologie et Arts quedó al cargo de su propio patrimonio arqueológico, pero lo cierto es que la creciente urbanización del actual barrio residencial de Cartago, que incluyó la construcción del palacio presidencial sobre la necrópolis de Bordj Djedid (Fantar 1971, 315 nota 13) puso bajo seria amenaza la conservación del yacimiento. 1 Algunos

1

Les maisons de la nouvelle banlieue sont construites sur le sol archéologique avec les pierres mêmes des vestiges ainsi achevés d’être détruits. (Ennabli, A., en el catálogo de la exposición de 1986: 30 ans au service du Patrimoine, Túnez, p. 191).

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trabajos de edificación en la península cartaginesa fueron acometidos sin control arqueológico, quedando los restos a merced de la buena voluntad de constructores y propietarios (Fantar 1973, 241). Ello inevitablemente dio lugar a tristes episodios para el patrimonio arqueológico como los vividos en las costas europeas. Sería injusto no mencionar que durante estas fechas, para emprender actividades constructivas en el barrio residencial de Cartago, hacía falta una autorización expresa del Institut National d’Archéologie et Arts concedida sólo tras los sondeos de control realizados por parte de su equipo permanente dirigido por Metfey y Allègue. Sin embargo y por desgracia, frecuentemente eran los propios peones de la construcción quienes se encargaron de recuperar en muy malas condiciones aquellos materiales que a su juicio merecía la pena entregar a los arqueólogos (Fantar 1971, 316 nota 20). Los cambios políticos sacaron a la luz en Túnez una realidad que mostraba en toda su crudeza las contradicciones existentes entre un desarrollo urbanístico incontrolado y una gestión del patrimonio cultural adecuada. Mientras tanto los debates epistemológicos verían ensancharse la brecha abierta entre los postulados tradicionales y el creciente relativismo. Aunque es cierto que estas discusiones no calarían de inmediato en la comunidad científica, serían precisamente éstas las décadas en las que aparecerían tesis tan fundamentales como las de Norwood Russell Hanson o Thomas Samuel Kuhn. 2 El primero de ellos ponía de manifiesto que la observación está cargada de teoría y que la observación de x está modelada por un conocimiento previo de x. 3 El segundo superaba la concepción acumulativa del progreso científico proponiendo una visión discontinuista y marcada por sucesivas revoluciones que además estaban determinadas por el contexto social de las comunidades científicas protagonistas. Ambos razonamientos atacaban al núcleo duro del neopositivismo: la supuestamente común base sensorial y observacional de las percepciones. 2 3

HANSON, N.R. (1958): Patterns of Discovery. Paperback, Indiana. Ed. castellana (1977): Patrones de descubrimento. Alianza, Madrid; Para Thomas Samuel Kuhn ver nota 2 del capítulo I. Evidentemente, el neófito es incapaz de percibir lo mismo que el especialista al estudiar los resultados de un mismo análisis. La cursiva es literal de Norwood Russell Hanson (citado por Echeverría (1999, 81).

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Por su parte y por el momento ajena a estos debates, la Arqueología de la década de los años sesenta veía una importante renovación de sus planteamientos teóricos protagonizada por el movimiento conocido como New Archaeology. Esta corriente revolucionará desde los EEUU el ámbito de la Prehistoria primero y del resto de la Arqueología después. Sus principales investigadores 4 se manifestaban cansados de ver cómo esta Ciencia se reducía hasta asemejar una simple máquina de recolectar datos. Así ponían el énfasis de su investigación en el estudio de la evolución cultural, en la aplicación de la teoría de sistemas, en la reconstrucción de un sistema ecológico en el que se pudiera insertar la sociedad, en la contrastación científica de las hipótesis, en la explicación de los procesos culturales frente a su mera descripción, en la explicitación de los propios objetivos e influencias y en el uso de la estadística. 5 Cuando este movimiento desarrolle un fuerte corpus teórico pasará a denominarse Arqueología procesual. Pero la Arqueología cartaginesa ha seguido tradicionalmente más las metodologías seguras marcadas por la Arqueología clásica, que las inciertas y vanguardistas de la Prehistoria. 6 Estos nuevos enfoques llegarán al Mediterráneo de forma muy mermada. Tanto la separación académica entre Antropología y Arqueología de las universidades europeas (inexistente en los EEUU) como las barreras idiomáticas habrían supuesto un ulterior obstáculo a la aceptación y aplicación de conceptos teóricos pensados y escritos en inglés, aplicados por antropólogos y prehistoriadores. Además y como ya hemos apuntado, era éste un periodo en el que los trabajos de campo en Cartago dejaban de formar parte de programas dilatados en el tiempo y planteados en la biblioteca, para dar paso en la mayoría 4

5

6

BINFORD, L. (1968): New Perspectives in Archaeology. Aldine, Chicago. RENFREW, C. (1973): Before the Civilisation, the Radiocarbon Revolution and Prehistoric Europe. Cape, Londres. Ed. castellana (1986): El alba de la civilización. La revolución del C14 y la Europa prehistórica. Itsmo, Madrid. Algunas de sus principales fuentes son la Antropología cultural de STEWARD, J. (1955): Theory of Culture Change: The Methodology of Multilinear Evolution. University of Ilinois Press, Chicago, así como la Historia económica británica de CLARK, G. (1952): Prehistoric Europe: The Economic Basis. Methuen, Londres, entre otros. Ver también CLARKE, D. (1973): Archaeology: the loss of innocence. Antiquity, XLVII, pp. 6-18. (Johnson 2000, 246). La ironía que explica la cursiva en los adjetivos no debe restar veracidad a esta afirmación.

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de los casos a una Arqueología de urgencia, de salvamento, en la más dramática de sus acepciones. La información así recabada multiplicaba el sempiterno problema de la dispersión temática y editorial, complicaba la coherencia bibliográfica y la exposición conveniente de los datos. Pero esta problemática no era exclusiva de Túnez sino que afectaba y afecta a toda la Arqueología urbana, como es bien sabido. Era precisamente en este complicado ámbito urbano y periurbano en el que la Arqueología británica estaba desarrollando la normalización de la excavación estratigráfica en perjuicio de la arbitraria, si bien las técnicas de registro seguían ancladas en el diario de excavación. 7 De este modo, estos libritos recogían los dibujos de las secciones y en el mejor de los casos, debajo o a continuación, las descripciones personalizadas de los estratos. En estos años los arqueólogos más avanzados en la metodología de registro se mostraban atentos a la composición, morfología y a veces cronología de los paquetes de tierra pero hacían raras referencias a sus relaciones estratigráficas. De ello se infiere que, mediante esta forma de registro, cualquier relación estratigráfica que no aparezca en la sección significa que no ha sido registrada (Harris 1991, 48).

La gran novedad en el registro arqueológico se daba en los años setenta con la introducción de las fichas preimpresas de unidad estratigráfica que facilitaban la especificación de todas las relaciones estratigráficas entre estratos, apareciesen o no evidenciadas en las secciones. Como resultado de la combinación de esta serie de realidades comienza un periodo que no aportará grandes novedades a las explicaciones globales. Quizá la más destacable es de Harden (1960) autor que de hecho no está tan íntimamente relacionado con nuestro yacimiento como otros. A la vez que descendía el número de intervenciones programadas aumentaban los estudios de materiales depositados en museo. No en vano los almacenes del Musée National de Carthage y del Bardo rebosaban de objetos sobre los que poco o nada podía decirse con certeza. Los trabajos de Vercoutter 7

KENYON, K.M. (1961): Beginning in Archaeology. Phoenix House, Londres.

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(1945) o Cintas (1946 y 1950) habían demostrado sin embargo el enorme potencial que su estudio y clasificación atesoraban. Como veremos a continuación, el ejercicio de catalogación permitirá ampliar el abanico de naciones involucradas con el yacimiento, así como el conocimiento de diversas parcelas de la cultura material cartaginesa. En el presente capítulo el lector podrá hallar dos criterios cronológicos diferentes aplicados a las publicaciones de excavación y a los estudios de material, respectivamente. En cuanto a los primeros sólo incluiré aquí las ediciones previas a la campaña internacional de la UNESCO, que evidentemente marca un antes y un después en la historia de la investigación del yacimiento. Sin embargo y para los segundos, he considerado artificial separar estudios que fueron concebidos con anterioridad a la intervención UNESCO aunque hayan visto la luz con posterioridad a 1972. Ya centrados en las excavaciones acometidas en este periodo, debemos señalar que tuvo que pasar algún tiempo tras los tristes acontecimientos de Bizerta hasta que en 1966 se produjo un acuerdo entre tunecinos y franceses para retomar intervenciones sistemáticas en un equipo conjunto trabajando en armonía. No obstante la publicación de dichos trabajos no es muy generosa (Février 1969). Apenas nos dan noticia de las actuaciones desarrolladas en el teatro, proponiendo algunas plantas y alzados con hipótesis interpretativas. En unas breves conclusiones se defiende la cronología severa del monumento, su destrucción vándala y una posterior reutilización como espacio de hábitat para clases bajas durante los siglos V y VI. Otra intervención que conduce a publicación reseñable 8 fue la de Hanoune (1969) en la bautizada Maison de la Course de Chars de la zona de Dermech con ricos mosaicos hallados en 1964. Uno de los autores más importantes del momento es sin duda Cintas. Pese a que comenzó su actividad al filo de la década de los años cuarenta, 9 es durante los años setenta cuando se publica la gran obra

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Al margen de las mencionadas en el capítulo anterior (Fantar 1971, 1972 y 1973). Nos hemos referido en el capítulo anterior a otras publicaciones (Cintas 1946, 1948 y 1950), así como a su metodología de excavación, según se desprende de la noticia de Gilbert Picard (1945).

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que aspiraba a ser una actualización más de la de Stéphan Gsell (Cintas 1970, avant-propos). No en vano sigue incluso el índice del gran maestro para extenderse sólo en aquellos epígrafes en los que la Arqueología de las últimas décadas haya aportado nuevas certezas o permitido diferentes interpretaciones. Al menos aplica más exhaustividad que Gabriel Lapeyre y Arthur Pellegrin (1942) o Gilbert y Colette Picard (1958). El primero de sus dos volúmenes está especialmente dedicado a los problemas derivados de la fundación fenicia. Hace la más completa recogida de los datos aportados por los textos clásicos con especial atención al sistema de medición y cálculo del tiempo que hicieron los diferentes autores clásicos y a cuáles fueron las fuentes de las que se sirvieron para escribir sus relatos. Da cuenta de las varias interpretaciones modernas, tomando partido por la que defiende que sería la hermana de Pygmalión quien fundase Cartago. Tras el profundo análisis viene la síntesis del conjunto auxiliada con cuadros sinópticos que de forma transparente condensan una buena cantidad de información. Continúa centrándose en su intervención arqueológica en el santuario de Tanit, antes de hacer un repaso al estado de la cuestión sobre la necrópolis y sus ajuares. De su excavación nos presenta varias fotos pero ni plantas ni secciones. Sigue un brillante estudio tipológico, estilístico y decorativo de los materiales, especialmente cerámicos. Esto le lleva a concluir que la fecha más antigua que se puede adscribir al estrato más profundo del santuario sería el final del siglo IX a.C. Dado que por un lado Cintas se muestra convencido de que este punto fue el lugar primero de contacto de los marineros fenicios con la tierra firme, y que por otro lado la fecha propuesta coincide con el resultado del análisis de las fuentes clásicas, el final del siglo IX a.C. queda propuesto por él como momento más probable de fundación de la ciudad. En su segundo volumen (1976) desgraciadamente inacabado y póstumo, comienza con una introducción histórica muy centrada en la política internacional cartaginesa que de los textos clásicos puede deducirse. Continúa con un breve repaso de la historia de la investigación arqueológica en Cartago y en otros yacimientos para llegar al capítulo sobre los materiales y técnicas constructivas (construcción en ladrillo, madera, etc.) y las estructuras de hábitat (los mapalai, las casas con alturas, etc.) del mundo púnico

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en general y de Cartago en particular. En este apartado cabría decir que las publicaciones de Ferron y Pinard (1955 y 1961) reciben poca atención en cuanto que los restos hallados en la Byrsa seguían siendo considerados por sus excavadores como romanos en el momento de la redacción del texto. También se encuentra en este segundo tomo el capítulo dedicado a los puertos donde defiende una hipótesis sobre su morfología que las excavaciones de la campaña de la UNESCO, ya en curso, contradicen con una cierta dureza (Hurst 1994, 40). El quinto capítulo es una útil visión de conjunto de la ciudad de los muertos de Cartago, donde compensa la falta de información gráfica del primer volumen. Finaliza con un apéndice fotográfico que incluye material cerámico, paramentos murarios, pavimentos de diversos yacimientos y fotografía aérea de Cartago. Como habíamos visto más arriba, este periodo quizá por poco promiscuo en excavaciones ha sido más pródigo en estudios de síntesis o de materiales. Citando tan sólo los que he juzgado más significativos comenzaré por las obras generales como las de Warmington (1969), 10 Harden (1967), 11 Barreca (1964), o Gilbert Picard (1965). En 1969 Warmington publica una edición revisada de su Historia fenicia y púnica de Cartago. Su visión sigue siendo eminentemente militar y poco atenta a explicaciones sobre la evolución de procesos socioeconómicos. Fiel a la tradición historiográfica más académica termina emitiendo su juicio de valor sobre los siete siglos de civilización cartaginesa, de los que destaca como lo más positivo la energía, el coraje y el patriotismo mostrado por sus ciudadanos en tiempos de crisis (Warmington 1969, 223). La siguiente de estas obras es quizá la más influyente para sus contemporáneos a juzgar por las referencias de las que será objeto posteriormente. Harden (1967) cuya experiencia arqueológica cartaginesa se inició desde la British School at Rome y de la mano de Khun de Prorok y Francis Willey Kelsey, nos presenta una monografía cuyo objetivo, la Historia de los fenicios, se presenta demasiado amplio como para poder profundizar en la de Cartago y menos aún en su topografía urbana. Las pocas páginas 10 La primera edición data de 1960. 11 Su edición inglesa también data de 1960, pero es posterior a la de Warmington.

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dedicadas a la materia están capitalizadas por aquellos detalles que mejor conoce, es decir, el tofet, así como por algunos hábitats domésticos. Éstos no serán sino los de la colina de Byrsa, identificados como púnicos por Colette Picard tras la controversia vista en el capítulo anterior. Su visión comparte el eje belicista de Warmington. Primero la confrontación contra los griegos de Massalia y de toda Sicilia que desembocó en las grandes derrotas del 480 a.C. Después contra Roma. Éstas son prácticamente las únicas claves ofrecidas para entender los procesos acaecidos en la Historia fenicia y cartaginesa. De hecho los cambios se reducen casi en exclusiva a la geopolítica mediterránea, manifestada en el desplazamiento de la influencia cultural cartaginesa desde las grandes islas hacia el norte de África y de allí a la península Ibérica. Sin embargo, pese a los omnipresentes tambores de guerra, Harden no toma a Cartago como la constructora del férreo imperio que dibujó Stéphan Gsell: la misma Cartago (…) nunca miró a las otras ciudades importantes como sus posesiones (Harden 1967, 90). Se apoya en el gran magister y en los textos clásicos sólo para la descripción de sus ejércitos e industria. La tercera monografía (Barreca 1964) en realidad no es más que una presentación para un público culto pero no especialista de múltiples tablas con fotografías de paisajes y cultura material del mundo fenicio-púnico mediterráneo ligadas mediante una redacción un tanto dramatizada. Destaca no obstante la introducción original de una nueva división cronológica que individualiza una época de las reformas púnicas del 480 al 410 a.C. entre la época arcaica y las guerras en Sicilia. El autor subraya las características conservadoras e inteligentes de la estirpe cartaginesa, siempre atraída por la actividad económica y con una forma de entender la vida a la vez práctica y teocrática. Recordaremos que Gilbert Picard al igual que Cintas, también hacía décadas que había iniciado su producción científica pero continúa haciendo aportaciones interesantes. En este caso y después de aproximarse a la época de Aníbal (Gilbert y Colette Picard 1958 y Gilbert Picard 1967), lo hace a los siglos que enmarcan la vida de san Agustín (Gilbert Picard 1965). Su intención es describir la topografía urbana y la vida cotidiana de la Cartago de finales del siglo III hasta principios del siglo V. Incluye

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algunas explicaciones sobre procesos históricos, como por ejemplo la vitalidad constructiva de la ciudad, especialmente manifiesta en la arquitectura paleocristiana. También reflexiona sobre cuál fue la difícil relación de los primeros cristianos con los últimos paganos durante esas fechas. Uno de los puntos fuertes de su argumentación es la hipótesis sobre la ruptura entre los cultos de la Tanit púnica y la Caelestis romana, 12 idea que hará fortuna y será seguida por diferentes autores hasta la actualidad (Rives 1995) no sin opositores (Hurst 1999). 13 Pero el relato esta salteado con algunos epígrafes sencillamente curiosos, como l’étrange histoire de Sainte Salsa di Tipasa, el fragmento en el que relata al más puro estilo Nathan Davis (1861) la compra de restos arqueológicos ofrecidos por peones tunecinos, 14 o las páginas dedicadas al sacrificio de niños de época púnica. En sus conclusiones finales nos hace ver cómo Cartago no pudo sobrevivir sin estar inscrita en un Mediterráneo unificado, es decir, romano. Ya fuese bajo liderazgo del Imperio Romano de Occidente primero o de Oriente después, la ciudad tuvo éxito en ambos casos. Por contra, la llegada de los vándalos suposo su rápido empobrecimiento mientras que la conquista islámica no fue sino su sentencia de muerte. En un contexto político tunecino dominado por la Independencia recién adquirida, es tentador retomar la lectura de paralelos históricos que los historiadores franceses han mantenido durante tantas décadas y deducir el provocador mensaje que Gilbert Picard parece cifrar. Así, asimilando implícitamente la romanidad cristiana a su propia nación, el desarrollo económico y cultural tunecino antes asegurado bajo el Protectorado, quedaba ahora en cuestión frente al ejemplo histórico. Túnez tendría pues que mejorar el ejemplo de una Cartago que no sobrevivió a la llegada del Islam y al control de los mauros, cuyo (...) idéal est une économie fondée sur la pâture, le pillage, et la chasse, celle en somme de l’homme prénéolithique (Gilbert Picard 1965, 215). 12 Hipótesis apuntada por primera vez en GILBERT PICARD, Ch. (1954): Les religions de l’Afrique Antique, pp. 106-107, como señalará Hurst (1999, 15). 13 Hurst se opone a la ruptura del culto y propone una significativa continuidad en la práctica religiosa (ver capítulo VIII). 14 El epígrafe se titula Des dieux de toutes le paroisses dans un «bunker».

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Pocos años después el autor retoma la Cartago fenicia y púnica (Gilbert y Colette Picard 1968) con la tradicional división histórica que gira en torno a los magónidas para las fechas altas y a las guerras contra Roma para las bajas. Como vemos, en las interpretaciones propuestas en este periodo todavía no hay espacio para los matices ni para las contradicciones en el interior de las sociedades pese a que la conflictividad socioeconómica vivida a lo largo de los siglos no escapa por completo a los diferentes autores. Cartago y su sociedad son explicados como un monolito que en bloque se mueve en una u otra dirección, como ejemplifica la conclusión del problema de las circunceliones propuesta por Gilbert Picard (1965, 213): en définitive elle (Cartago) optera pour la fidélité à l’Empire, et sur le plan religieux, à l’unité de l’Église. De forma patente Cartago es una entidad con una única voluntad capaz de tomar decisiones concretas, como un individuo. Se ignoran así los diferentes grupos que componen la sociedad cartaginesa y sus opiniones probablemente divergentes, quizá incluso contrapuestas entre sí. Sobre este punto volveremos en el último capítulo, en referencia a la Arqueología postcolonial. Para terminar el comentario sobre estas síntesis mencionaremos también la primera publicada por Fantar (1970) que de forma reducida muestra ya la base del discurso que este autor presentará dos décadas después en su manual (Fantar 1993). Destaca el tono científico de su discurso, con un significativo incremento de notas bibliográficas respecto a la moda de los últimos años. Dedicado en exclusiva a la fase fenicia y púnica de la ciudad, trata el papel fenicio en el Mediterráneo, la problemática de la fundación de Cartago y su desarrollo topográfico. Se analizan instituciones políticas, manifestaciones artísticas, grupos sociales 15 y el ámbito militar. La obra finaliza con un capítulo dedicado a las pervivencias de la civilización cartaginesa en el mundo romano y posterior. Pasando a los estudios más concretos he optado por realizar una división temática en prejuicio de la cronología por comodidad en la exposición. Comenzando por las monografías sobre arquitectura encontramos 15 Dedicando un apartado a la condición femenina dentro de la sociedad púnica, tema que como veremos en el último capítulo ha continuado abierto en los últimos años.

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los trabajos de Lézine (1961 y 1969). Aquí se pretende dar una visión de las construcciones romanas superadora del detalle estilístico y decorativo que arrastraban los estudios excesivamente ligados a la herencia de la Historia del Arte. El enfoque se centra en el dominio del espacio y en la racionalidad de los planos de los monumentos. También aboga por el uso poco difundido en África del estudio de las técnicas constructivas como herramienta válida para la datación de edificios. En referencia a Cartago nos introduce en su urbanismo basándose en Charles Saumagne (1924a), discutiendo las termas escasamente documentadas y controvertidas de Gargilius, 16 el odeon, el anfiteatro, el circo, la rotonda próxima a la basílica de Damous el-Karita, y los restos de la cima de la colina de Bordj Djedid. La publicación de 1969 habla en exclusiva de las termas de Antonino desde la misma perspectiva arquitectónica de la monografía anterior. Pese a sus avances conceptuales nos sigue faltando cualquier indicación estratigráfica sobre la excavación de las termas imperiales de Cartago. No obstante, consciente de las dificultades que público general y especialistas se encuentran a la hora de entender los monumentales restos en cuestión (Lézine 1969, 5) esta obra ofrece finalmente una planta del conjunto de las termas de Antonino. Además enmarca el edificio en su contexto histórico-arquitectónico, facilitando así su comprensión. De un estilo similar es el extenso artículo de Duval (1972) continuador de la línea de Auguste Audollent (1901), Vaultrin (1933) y Gilbert Picard (1965). En él hace un repaso de las principales basílicas y necrópolis de la Cartago paleocristiana. En cambio, Rakob (1974) se dedica al estudio de la captación del manantial de Zaghouan y del abastecimiento de agua de la Cartago romana. Obras igualmente interesantes son el catálogo de los moldes cerámicos púnicos con decoración figurada del todavía llamado Musée Lavigerie que realiza Astruc (1959) y que forma parte de la serie de estudios pródigos en estas décadas. Jenkins y Lewis (1963) presentan un catálogo numis16 DELATTRE, A.L. (1894): Rapport. RT, II, p. 299; POINSSOT, L. (1921): Rapport. Bull. Arch. CTHS, p. LXI y POINSSOT, L. (1922): Rapport. Bull. Arch. CTHS, pp. XL-XLI y XLIX. Citados en las notas de Lézine (1961, 45).

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Fig. 27. Máscara funeraria procedente del área de necrópolis próxima a las termas de Antonino, excavada por Paul Gauckler (AA.VV. 1988, 359).

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mático con piezas procedentes de Cartago, en una obra que rápidamente se aceptará como de obligada referencia. Bisi (1968) habla de los peines de marfil custodiados en el ya Musée National de Carthage y en el Musée National Alaoui procedentes de las excavaciones de Alfred Louis Delattre y Paul Gauckler de finales del siglo XIX, datados entre los siglos VII y VI a.C. y que habían pasado casi desapercibidos hasta entonces. El cuerpo principal de su artículo es una descripción tipológica de los peines de Cartago, los de las costas andaluzas, los del Próximo Oriente y los de Etruria. Resultará evidente la filiación formal e iconográfica entre estas piezas y las producciones sirio-palestinas y chipriotas de los siglos XIIVIII a.C. La autora no obstante distingue diferencias estilísticas y figurativas suficientes como para avalar una tesis que defienda una producción local cartaginesa que al menos en un primer momento debió gozar de una cierta importancia. 17 Sólo más tarde se desarrollaron las particularidades locales en cada uno de las regiones analizadas. También las lucernas resultan privilegiadas gracias al estudio de Deneauve (1969) quien se refiere en tres grandes partes tanto a los elementos púnicos (casi todos procedentes de la necrópolis) como griegos y romanos. El autor destaca la lenta evolución formal que siguen los ejemplares púnicos a partir de modelos fenicios y chipriotas del siglo IX a.C. Por su parte las lucernas romanas tienen una morfología que quedó igualmente establecida ya desde época helenística. Sin embargo estas últimas aportan algunas novedades ya sea en el tipo de pico, ya en la decoración del disco central y de este modo gozaron de una gran variedad de motivos a lo largo de los siglos. Otros meritorios estudios de materiales corren a cargo de Colette Picard (1967, 1976 y 1978). El primero de ellos es un estudio de las máscaras cerámicas púnicas, una de las cuales podemos ver en la figura 27. Cincuenta y siete de ellas proceden de Cartago, tanto de la necrópolis como del tofet de Salambô y del santuario de Tanit. Fabricadas a torno individualmente con el mismo tipo de pasta usado para la cerámica común y 17 Sia i pettini cartaginesi sia quelli spagnoli devono essere opera di una stessa fonte, che abbiamo individuato in Cartagine (Bisi 1968, 50).

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cubiertas con un ligero engobe previo a la decoración pictórica, son generalmente de reducidas dimensiones, algunas incluso miniaturas. Un grupo parece haber sido destinado a colgar de la pared. En su factura se aprecia una evolución que llevó desde mediados del siglo VI a.C. a mejorar la cocción y a reducir o eliminar el engobe. Las piezas más antiguas son del principio del siglo VII a.C. y su uso se generalizó desde entonces hasta el siglo V a.C. cuando comenzaron a reducirse en número. Del siglo III a.C. sólo se hayan algunos raros ejemplares. En las tumbas aparecen dispuestas junto al difunto, que puede tener varias sin que le cubran jamás el rostro. Suelen aparecer en sepulcros ricos si bien los más fastuosos carecen de ellas. Según su estilo se pueden Fig. 28: Navaja púnica para el aseo distinguir entre máscaras demoníacas (las personal (AA.VV. 1988, 111). más abundantes), los prótomes masculinos y los femeninos. El mismo artículo de Colette Picard incluye un catálogo de las navajas púnicas halladas en la necrópolis de Cartago además de algunos ejemplos procedentes de Útica, Cabo Bon, Cerdeña e Ibiza. Normalmente aparece una de estas navajas por tumba, cerca del difunto o bajo su sarcófago pero en ocasiones pueden aparecen dos o tres en el mismo sepulcro, habiendo sido seguramente objetos cotidianos usados por ambos sexos. Las más antiguas pertenecen a los primeros años del siglo VI a.C. aunque no fue hasta el siglo V a.C. cuando se empezaron a decorar y estilizar. Tras analizar algunos aspectos de la religión y la visión del Más Allá púnico y sus herencias próximo-orientales, se establece una relación entre estos objetos sacralizados y los ritos de iniciación asociados con la muerte y el comienzo de la otra vida.

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Los otros dos artículos de Colette Picard (1976 y 1978) son ambos parte de un nuevo estudio sobre las representaciones del polémico sacrificio molk sobre los ex-voto cartagineses (más de siete mil). Debido a las dificultades inherentes la enorme dispersión de este material sacado a la luz durante más de un siglo de intervenciones, la autora sólo estudia aquellas piezas que se custodian en los museos del Bardo, de Cartago y del Louvre, sometiéndolas a una exhaustiva clasificación iconográfica. Menos ambicioso pero con resultados quizá más manejables es el catálogo de Bartoloni (1976) sobre las estelas arcaicas del tofet cartaginés datadas entre el final del siglo VII a.C. y el del siglo IV a.C. Esta obra se limita a una clasificación tipológica, iconográfica y técnica de las piezas. En el campo de la epigrafía púnica destaca el artículo de Halff (1965) centrado en la onomástica. Tras reflexionar sobre las connotaciones mágicas y metafísicas de las que está cargado el nombre propio, así como de las relaciones particulares que en Cartago mantiene con el panteón púnico, presenta un repertorio que si bien no pretende ser exhaustivo, tiene el mérito de contener por orden alfabético todos los nombres que aparecen publicados en el CIS. 18 Objeto de la atención de Ferron y Aubet (1974) son las estatuillas de terracota hechas a torno representando figuras humanas. Hasta el momento habían sido consideradas como de baja calidad artística y eminentemente funcionales pese a que en realidad no están destinadas para contener ningún fluido. Como consecuencia habían quedado poco atendidas aunque constituyeron de hecho un importante elemento común en la cultura material de tradición púnica desde el siglo VII a.C. hasta la época romana. Las cuarenta y dos estatuillas procedentes de Cartago (la obra incluye otras de Ibiza, Cerdeña, Mozia y Malta) se hallan en su mayoría en su Musée National y proceden mayoritariamente del tofet. El análisis técnico y estilístico revela la intervención de dos tipos de artesanos especialistas en su elaboración: un ceramista y un decorador. Sorprende que pese a la evolución sufrida con el paso de los siglos 18 Pars I, tomo I (fasc. 3 y 4), tomo II (fasc. del 1 al 4), y tomo III (fasc. del 1 al 3).

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VI. Desde la Independencia hasta la intervención de la UNESCO (...) le mode d’expression que traduisent les figurines est resté irréductiblement fidèle aux traditions de l’art de l’Asie occidental ancienne, et n’a pas subi l’influence des grands courants artistiques de la Méditerranée du primer millénaire (Ferron y Aubet 1974, 20).

Efectivamente, su análisis se retrotrae hasta las primeras imágenes orantes sumerias de finales del IV milenio a.C. y principios del III a.C. pasando por el canon figurativo impuesto por las diosas neobabilónicas. Estos modelos fueron adoptados por el arte egipcio primero y el chipriota después, y llegaron hasta Cartago desde donde se filtraron con pequeñas variaciones hacia toda su esfera de influencia cultural en el Mediterráneo occidental. Con una tipología formal muy parecida Ferron (1975) 19 presenta un nuevo estudio, esta vez en solitario, sobre las estelas votivas púnicas, epigráficas o anepigráficas, que aparecen exclusivamente en las necrópolis de Cartago y en las de su territorio africano de más directa influencia. Al igual que sucedía con los orantes, las estelas han sido tradicionalmente consideradas como de baja calidad artística y por tanto poco estudiadas, al prejuzgar negativamente el desinterés del arte oriental por la tercera dimensión en favor de una bidimensionalidad más atenta al simbolismo (aunque podría tomarse como una excepción a este panorama el precoz estudio de Antonio Vives y Escudero 20). Se trata en concreto de las estelas en bajorrelieve o grabado en las que se representa un personaje humano de pie y de frente, con una actitud invariable: el brazo derecho levantado con la mano abierta y la palma hacia el exterior, y el izquierdo plegado sobre el pecho, quizá sosteniendo un quemaperfumes o una flor. Su análisis tipológico y estilístico, que incluye la geología y procedencia de la piedra, ha evidenciado cuatro tipos de estelas en función del grado de colaboración entre soporte y figuración en la tarea común de transmitir 19 En esta obra continuará defendiendo su teoría sobre la primera colonia romana fundada por los Gracos en el 123-122 a.C., apuntando un resumen de sus más fuertes argumentos a favor de la romanidad de las estructuras de hábitat halladas en la Byrsa (Ferron 1975, 32 nota 367). 20 VIVES Y ESCUDERO, A. (1917): Estudio de Arqueología cartaginesa. La necrópoli de Ibiza. Madrid.

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el mensaje funerario deseado. Éste no sería otro que la representación simbólica del difunto, nunca entendida como retrato. Se destacan así sólo sus rasgos de edad, sexo y función civil o religiosa desempeñada en vida. En ocasiones se intuye la divinización del difunto según una concepción oriental que pretendería defender apotropaicamente la tumba, sin intención explícita de señalizarla. Aunque se pueden hallar en Fenicia los prototipos que a su vez fueron adquiridos de modelos mesopotámicos, su aparición en Cartago podría situarse a principios del siglo V a.C. No obstante su empleo no se difundió ampliamente hasta mediados de los siglos IV y III a.C., continuando su uso hasta la destrucción de la ciudad. Dicha cronología coincide así con el ritmo tradicionalmente aceptado para la llegada de influencias helenísticas. Como conclusión, en el presente capítulo hemos podido comprobar cómo el primado francés en los estudios cartagineses ha dado paso a una mayor internacionalización. Especialmente notable ha sido el aumento de las contribuciones italianas 21 y el surgimiento de una entusiasta producción tunecina, imprescindible para la conservación y valorización del yacimiento. También es destacable la labor bibliográfica que en la década de los sesenta comenzaron a desempeñar Desanges y Lancel (1969-1989) recogiendo toda la producción histórica y arqueológica referida al norte de África en lo que pronto se convertiría en un instrumento de consulta irrenunciable. Hemos asistido también a una recuperación del prestigio científico que los estudios fenicio-púnicos parecían haber perdido hacía años, víctima de diferentes movimientos antisemitas, algunos de los cuales hemos podido subrayar en los capítulos anteriores. Efectivamente, eran ya muchos los científicos de reconocido prestigio que reivindicaban esta área de conocimiento y señalaban el injusto desequilibrio que sufrían respecto a los colegas grecolatinos. Será un reconocimiento imprescindible si queremos pensar en la Historia de Cartago en su globalidad. Éste ha sido a grandes rasgos el contexto arqueológico y bibliográfico en el que comienza a gestarse la idea de un llamamiento internacional para la salvaguarda de tan rico y amenazado patrimonio arqueológico y cultural. 21 Ver en ÁBACo las obras de Acquaro, Barreca, Bartoloni, Bisi, Moscati, etc.

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VII La campaña internacional de la UNESCO Ya al día siguiente, obtuvo de los sisitas doscientos veintitrés mil kikar de oro y decretó un impuesto de catorce shekels a los Ricos. (…) Requisó todos los caballos, todos los mulos, todas las armas. (…) Mandó reclutar soldados en Liguria (…) hacía falta un ejército. Salammbô (Flaubert, ed. 2002, 165)

El mundo se inscribe todavía en estas fechas en un contexto de Guerra Fría. Si bien la tensión entre los dos grandes bloques protagonistas se había reducido hay que recordar que a principios de los años setenta se estaba apagando la todavía candente guerra norteamericana en Vietnam, mientras que a finales de la década comenzará la campaña soviética en Afganistán. Por cuanto respecta al mundo mediterráneo, mientras que la orilla norte se debatía entre caducas dictaduras y el ansiado camino de asociacionismo económico que desembocará en consolidación de la Unión Europea, la orilla musulmana, fuertemente condicionada por la cuestión israelí, asistió al nacimiento de la Unión de las Repúblicas Árabes. Este organismo, especialmente a través de Libia, intentó integrar en su seno a Túnez. Frente a los múltiples factores desequilibrantes del periodo, este país priorizó la estabilidad interna. Manteniéndose al margen de arriesgadas aventuras políticas, recorrió el camino de la descolonización sin los dramáticos episodios violentos que sacudieron otras nuevas naciones africanas y musulmanas. En este marco, el esfuerzo de la ONU a través de sus organismos técnicos se orientó principalmente en un doble sentido: la búsqueda de la estabilidad económica y la integración del mayor número posible de países en diferentes actividades. El ámbito cultural representaba una excusa ideal para poner en común esfuerzos de naciones pertenecientes a alianzas militares, tradiciones religiosas y sistemas económicos diversos. De esta forma Túnez supo aprovechar la coyuntura y focalizar la atención

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de la UNESCO en su propio patrimonio cultural, con los magníficos resultados que veremos a continuación. En otro ámbito cabe destacar que desde principios de la década de los setenta el mundo de las Ciencias Sociales se veía sacudido por la perturbadora onda expansiva de las teorías de la Escuela de Frankfurt. 1 Estas propuestas atacaban definitivamente al neopositivismo todavía latente en ambientes académicos tachándolo de sistema de intimidación institucional frente a la originalidad del investigador individual, acusándolo de perpetuar una neutralidad fingida, de reproducir un anquilosante culto al experto y en definitiva, de ser un freno al desarrollo de la Ciencia. Tomando como base el constructivismo social de Thomas Samuel Kuhn, 2 la Teoría Crítica asumía categóricamente el conocimiento científico como una construcción social y por tanto como algo subjetivo (Johnson 2000). Fue entonces cuando recibieron mayor publicidad las tesis (todas en mayor o menor medida kuhnianas) de Imre Lakatos o Larry Laudan, 3 esforzadas en huir de la contrastación entre teorías científicas y verdad. Estos autores se apoyaban en la evidencia obtenida a partir del estudio de las comunidades científicas y su comportamiento e interacción. Así, ponían de manifiesto dos hechos fundamentales, esto es, por un lado, que en la práctica ninguna teoría científica es abandonada tras comprobar sus incoherencias sino sólo bajo la presión de una nueva teoría. Por otro lado, que las comunidades científicas se desarrollan dentro de una tradición de investigación que marca diacrónica y dinámicamente los criterios de racionalidad y cientificidad. Por tanto, en busca de un criterio de evaluación

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Reformuladas por HABERMAS, J. (1968): Erkenntnis und Interesse. Frankfurt. Ed. castellana (1995): Conocimiento e interés. Universitat de València, Valencia. Llevadas al extremo por FEYERABEND, P.K. (1970): Against Method: Outline of an Anarchistic Theory of Knowledge. Minnesota Studies in the Philosophy of Science, IV. Ed. castellana (1974): Contra el método. Ariel, Barcelona. Ver nota 2 del capítulo I. LAKATOS, I. (1971): The Methodology of Scientific Research Programmes. Cambridge University Press, Cambridge. Ed. castellana (1983): La metodología de los programas de investigación científica. Alianza, Madrid; LAUDAN, L. (1977): Progress and its Problems. Towards a Theory of Scientific Growth. University of California Press, Berkeley. Ed. castellana (1986): El progreso y sus problemas. Encuentro, Madrid.

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válido para las teorías científicas que sustituyese al de correspondencia con la realidad ontológica, se llegaba a proponer la capacidad de dichas teorías para explicar hechos nuevos y para resolver problemas científicos. Ambos criterios no han resultado demasiado satisfactorios en base a la débil definición de los conceptos hecho nuevo y problema científico. Paul Karl Feyerabend extraía las conclusiones más radicales de este vacío epistemológico abriendo como veremos en el próximo capítulo una caja de Pandora 4 (Echeverría 1999). Estos planteamientos han sido leídos por muchos arqueólogos como un límite para el ejercicio científico y han despertado agrias críticas o una indiferencia forzada. No obstante, es claramente positivo que se haya abierto un debate entre la tradicional inclinación de la Arqueología hacia la catalogación y la descripción ingenua y desinteresada (o no tanto) por un lado y los nuevos acentos puestos sobre la importancia de la interpretación por otro. Paralelamente a estas discusiones la metodología de campo, o más propiamente dicho, el registro estratigráfico, avanzaba a pasos de gigante 5 con la introducción anunciada en el capítulo anterior de las fichas preimpresas que (...) aseguran el registro exhaustivo de las relaciones estratigráficas entre elementos y estratos, ya que en yacimientos muy complejos muchos de ellos no aparecen en las secciones (Harris 1991, 48).

La estratigrafía como subproducto de la actividad humana es una importante fuente de información acerca de los hechos acaecidos en el pasado. Esta realidad formaba parte del bagaje teórico de los equipos que llegaron a Cartago tras el llamamiento internacional. Muchos de ellos implementarán como programa de actuación sondeos con finalidad explícita y casi exclusivamente estratigráfica. Cabe señalar que el estudio estratigráfico de un yacimiento tiene como principal objetivo la producción abstracta de una secuencia estratigráfica. Se entiende por ésta la expresión de

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FEYERABEND, P.K. (1984): Adiós a la razón. Tecnos, Madrid. HARRIS, E. (1975): The stratigrafic sequence: a question of time. World Archaeology, VII, pp. 109-121; BARKER, P. (1977): Techniques of Archaeological Excavation. Batsford, Londres.

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la secuencia cronológica de deposición física de los diferentes estratos y de creación de sus elementos interfaciales. Dichas relaciones físicas se pueden expresar conceptualmente mediante una matriz, como la ya famosa Harris Matrix (ibídem) que veremos aplicada en Cartago con algunas variantes según autores. Esta matriz permite evidenciar las relaciones interfaciales de todos los estratos del yacimiento. Ello nos permitirá deducir nuestro principal objetivo como excavadores: la secuencia estratigráfica. Si (...) el trabajo de un arqueólogo es el establecimiento de hechos, entonces no puede haber nada más fundamental para nuestra empresa que el establecimiento de hechos estratigráficos. 6

Estas afirmaciones categóricas que tanto gustan a Harris y que en buena medida compartimos, no deben sin embargo arrastrarnos a la trampa neopositivista. Sobre este argumento volveremos en las conclusiones finales. A continuación pasaremos a comprobar los frutos de estas renovaciones metodológicas y teóricas. En ocasiones nos detendremos en la secuencia de trabajo de algún equipo en particular porque ello nos permitirá entender metodologías de registro inmediatamente precedentes a la propuesta por Harris. De este modo la historiografía cartaginesa se revela también en este aspecto como una pieza valiosa que permite seguir paso a paso la evolución de la metodología de campo de la Arqueología. Ya habíamos dibujado cuál era el panorama arqueológico del banlieue de Cartago de las décadas de los años sesenta y setenta, dramático en algunos casos. Anunciábamos cómo una toma de conciencia tunecina y multinacional posibilitó que el 19 de mayo de 1972 el ministro de Affaires Culturelles Chedli Klibi lanzase solemnemente un apelo de ayuda a la comunidad internacional. El objetivo era tan ambicioso como importante: salvar el patrimonio universal de Cartago emulando otros famosos casos como el de Abu Simbel. Una respuesta casi inmediata fue dada por el Director General de la UNESCO. René Maheu utilizó la institución como caja de resonancia para el llamamiento logrando 6

COURBIN, P. (1982): Qu’est ce c’est l’archéologie? Essai sur la nature de la recherche archéologique. Payot, París, p. 112. Citado por Harris (1991, 14 y 15).

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Fig. 29: Imagen aérea del actual barrio de Cartago tomada de Google Earth. Los números indican las zonas en las que se ubicaron los diferentes equipos de la campaña internacional UNESCO: 1: Alemania y Bulgaria, 2: Gran Bretaña, 3: Francia, 4: Estados Unidos, 5: Canadá, 6: Dinamarca, 7: Suecia, 8: Túnez, 9: Italia.

la implicación de doce países 7 entre los que podemos comprobar con frustración la ausencia de España. Seiscientos especialistas llevaron a cabo durante más de diez años una enorme tarea interdisciplinar que ha aportado un gigantesco volumen de información con nuevos niveles de rigor científico. Como hemos atisbado durante la historia de la investigación, estos niveles no siempre fueron los mejores posibles y nunca como hasta ahora la Arqueología desarrollada en Cartago estuvo tan marcada por el signo de la excelencia. Efectivamente el llamamiento significaba la puesta 7

Por orden alfabético: Alemania, Bulgaria, Canadá, Dinamarca, EEUU, Francia, Gran Bretaña, Italia, Países Bajos, Polonia, Suecia y Túnez.

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en marcha en poco tiempo de diversas campañas de excavación y estudio. También se creó en un segundo momento un centro de investigación, el CEDAC, cuyo Bulletin estaba destinado a ser un instrumento de recogida de publicaciones pasadas y futuras acerca del yacimiento. Si bien la empresa era titánica y los objetivos quedaron a una cierta distancia, es un instrumento básico para el estudio de conjunto de la campaña internacional. Los diferentes equipos se distribuyeron por el yacimiento amistosamente según intereses y capacidades particulares, como puede apreciarse en la figura 29. Los trabajos comenzarían con rapidez y en 1972 aparecen los primeros informes. Los años siguientes verán una cascada de publicaciones que cada equipo presentará según criterios propios. La amenaza de un nuevo episodio de dispersión de datos sería contrarrestada tímidamente con las actas de algunos congresos, con el trabajo del CEDAC y con la publicación de Ennabli (1992). Ésta última se configura como la mejor y más concisa síntesis de los resultados de la campaña UNESCO y de la bibliografía que generó. 8 De este modo cabe hablar en primer lugar de la intervención polaca 9 que rápidamente se prestó a aplicar la innovadora tecnología de prospección geofísica en diversos puntos del yacimiento (colina de Juno y Douar el-Chott) aunque fue el circo el que copó casi todo el espacio de sus escasas publicaciones. Sus conclusiones proponen una planta que, confirmada, mantiene grandes similitudes con otros ejemplos mejor conocidos del norte de África. 8

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Aunque en este volumen se desarrollan los argumentos según el orden cronológico de los periodos estudiados, en mi obra he optado por un criterio mixto. Por coherencia con el tipo de discurso mantenido hasta el momento intentaré respetar en la medida de lo posible las fechas de publicación de los diferentes trabajos (a grosso modo simultáneas) observando no obstante el conjunto de información aportada por cada equipo. KOLENDO, J. (1972): Les polonais à Carthage. Polska, XII, pp. 31-32; KOLENDO, J. (1973): La géophysique au secours de Carthage. Informations Unesco, pp. 638-639; AA.VV. (1974): Carthage. Cirque, colline dite de Junon, Douar Chott. Recherches archéologiques et géophysiques polonaises effectuées en 1972. Académie Polonais des Sciences, Varsovia; KOLENDO, J. (1974): Quelques remarques sur le plan de Carthage à la lumière des recherches archéologiques et géophysiques polonaises. TCAMAPS, VIII, pp. 285-294; SARNOWSKI, T. (1975): En marge des résultats des recherches archéologiques et géophysiques poursuivies à Carthage par l’équipe polonaise. Archeologia, XXVI, pp. 165-169.

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En la medida de sus posibilidades incluso Bulgaria respondió con celeridad al llamamiento internacional y organizó dos equipos (ver el número 1 de la figura 29) que ya en 1973 operaban en Cartago (Velkov 1992, 97 y 98). El primero de ellos 10 no tuvo la continuidad necesaria y dedicándose al estudio de la rotonda de Damous el-Karita se limita a la publicación de un artículo donde propone su interpretación como baptisterio monumental. De carácter más multidisciplinar, el segundo equipo estudia la evolución del limes maritimus oriental de Cartago desde la época romana hasta el primer momento bizantino. Allí hallan pruebas de la existencia de una estructura con dos alas simétricas de edificios comerciales a norte y sur del decumano máximo y una larga terraza costera con balaustrada que asomaba al mar. 11 El siguiente equipo que da a luz sus resultados fue el británico (Hurst 1975). Las excavaciones programadas comienzan en marzo de 1974 y de forma intermitente prosiguen hasta 1983 (Hurst y Roskams 1984 y Fulford y Peacock 1984). A partir de entonces inician una actividad de excavaciones de urgencia según las necesidades urbanísticas del barrio residencial actual. Las zonas delimitadas para sondear, que pueden apreciarse en la figura 29 (número 2), implican diferentes problemáticas. Por un lado la zona de los puertos es un lugar emblemático que destaca todavía en la actualidad por su sugerente aspecto. Este espacio había sido excavado desde el siglo XIX y se presenta despojado de sus niveles superficiales. Mientras que los estratos de época púnica se alcanzan aquí con facilidad, en la zona de la Av. Bourguiba el panorama es muy diferente. Este otro sector ha sido menos explotado por los expoliadores y ofrece la posibilidad de realizar una excavación científica en estratos fiables de época tardía. Aquí los objetivos planteados son principalmente dos: examinar los procesos de cambio medioambiental, económico y político de Cartago en los siglos V-VIII que vieron la despoblación y deterioro urbano de la gran me10 BOYADJIEV, S. (1978): La rotonde souterraine de Damous el-Karita à Carthage à la lumière de nouvelles données. Atti del IX Congreso Internazionale di Archeologia Christiana, septiembre 1975 Roma, II, pp. 117-131. 11 KUSMANOV, G. (1976): Estudio del litoral de la Cartago romana (en búlgaro). Arkeologiya, IV, pp. 19-33.

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trópolis, y entender su evolución topográfica durante este periodo. Estas grandes cuestiones se articulan en más puntos, como la localización de la muralla del siglo V o el análisis estratigráfico de una superficie significativa que cubra el arco cronológico más amplio posible de las últimas fases de vida de la ciudad. El equipo británico, consciente de la novedad que supondría la aplicación de su metodología de registro estratigráfico, la plantea como un objetivo en sí misma (Hurst y Roskams 1984, 3) y efectivamente en la publicación final le dedican una gran atención. La segunda parte del primer volumen está enteramente consagrada a la cuidadosa exposición del material gráfico generado por el registro estratigráfico con el aumento de costes editoriales consiguiente. Así se presentan no sólo los detalles que apoyan las conclusiones de los arqueólogos sino explicitaciones de la primera fase del trabajo, a mixture of observed facts and suppositions or interpretation (ibídem, 6). Los autores son conscientes de que la cuidadosa adquisición de datos no prescinde de la interpretación de los mismos. Ése es precisamente el motivo que les lleva a cuestionar tantas descripciones arqueológicas que aparecen publicadas sin elementos que las sustenten. Evidenciando las fases de elaboración de sus interpretaciones y haciéndolas comprensibles en toda su dimensión, incrementan su solidez y facilitan un juicio en su justa medida. Consecuentemente incluyen un índice que pone en relación todas y cada una de las más de mil trescientas unidades estratigráficas registradas en doscientas fases, que a su vez se agrupan en veinte horizontes estratigráficos o periodos. Todas ellas están interrelacionadas en la Harris Matrix que las contiene y con los dibujos de las secciones en las que aparecen. Páginas desplegables muestran la matriz completa. La agrupación en fases y periodos de dicha compleja secuencia estratigráfica permite articular hipótesis interpretativas sobre los diferentes momentos en que se produjeron los varios eventos evidenciados así como su ordenación en cronologías relativas. Los restos cerámicos y en mayor medida los numismáticos aportan los terminus post quem para la construcción de cronologías absolutas, más o menos flexibles según los casos. Los resultados obtenidos en la Av. Bourguiba expuestos en esta primera parte hablan de un espacio periurbano con instalaciones agropecuarias

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activas desde el siglo II. Su dinámica se vio alterada con la construcción de la muralla de Teodosio II y desde finales del siglo V sufrió una reutilización de su espacio como vertedero. A partir de ese momento esta zona marginal de Cartago se convirtió en escenario de la tortuosa dialéctica que se mantiene entre los residuos generados por una gran urbe y su capacidad para gestionarlos e impedir que deformen o interrumpan sus más básicas actividades cotidianas. La zona dejó de ser frecuentada hacia mediados del siglo VII, sensiblemente antes que otras partes de la ciudad. Llama la atención que las estructuras arquitectónicas halladas siguen ya desde su primera fase la orientación de la centuriación urbana, pese a que el sondeo se hallaba fuera de la retícula propuesta por Saumagne. La construcción de la muralla defensiva doscientos metros al sur de donde cabría esperarla según la hipótesis de este autor (Saumagne 1924a) es otro dato significativo. Por otra parte se han hallado algunas construcciones de mediados del siglo VI o principios del siglo VII que siguen la orientación de la centuriación rural. Por último, las noticias de enterramientos altoimperiales en las proximidades llevan a pensar en un pomerium cuya extensión no correspondería inalterablemente a la programada en el 29 a.C. en virtud de los límites púnicos mantenidos y las modificaciones posteriores verificadas. De hecho, las pruebas acumuladas en la publicación de 1994 llevan a Hurst a afirmar que la planificación urbana de la Colonia Iulia fue eminentemente práctica y flexible frente a los condicionantes, ya fuesen las propiedades preexistentes de los colonos o las ruinas reutilizables de la ciudad púnica: the image, not some pedantic precision, was what mattered. (Hurst 1994, 117). Otros estudios llevados a cabo por este equipo se dedican al hallazgo del curso de la muralla romana alrededor de toda la ciudad a través una profunda revisión de las fuentes clásicas y con el apoyo de la fotografía aérea. Se practica una nueva prospección geofísica en una reducida zona ya interrogada por el equipo polaco. Los resultados son algo menos optimistas. La tercera parte del primer volumen está finalmente dedicada al estudio numismático y de objetos varios de metal, hueso y vidrio, algunos restos epigráficos, análisis petrológicos, antropológicos, faunísticos y paleobotánicos. El segundo volumen (Fulford y Peacock 1984) también estará

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dedicado a los materiales procedentes de esta excavación, especialmente a la cerámica. La gran cantidad de fragmentos recuperados en estos niveles supondrá un reto para la capacidad de gestión del equipo británico. Si sobresaliente es la diferencia marcada en el tratamiento de la estratigrafía en comparación con anteriores formas de trabajar y publicar, el estudio cerámico no le va a la zaga. Una escrupulosa explicación de la metodología y fases de estudio, análisis petrológicos comentados y una discusión sobre la agrupación de los tipos y clases cerámicas y su cronología preceden al catálogo de formas de la red slip ware, más conocida por nosotros como terra sigillata africana. Le sigue otro capítulo con los restos anfóricos que incluye una discusión sobre sus sellos, tituli picti y graffiti, otro con la cerámica común, la de cocina y la pintada, y uno más con las lucernas. Otros capítulos menores están reservados al material cerámico constructivo, figurillas de terracota y demás objetos varios. La Arqueología desarrollada en el norte de Europa tradicionalmente ha venido explotando la información de este tipo de análisis complementarios principalmente en respuesta a cuestiones medioambientales. Este definitivo proceso de interdisciplinariedad que podemos comprobar en las publicaciones británicas (y de otros equipos) se afirma primero en el mundo anglosajón. Es cierto que algunos primeros y excepcionales pasos fueron dados en la Arqueología cartaginesa a principios de siglo XX (Gauckler 1915) y a mediados (Cintas 1950) principalmente con análisis químicos y petrológicos. Pero es ahora cuando se generalizan verdaderamente los estudios no artefactuales. Los objetivos enumerados de una forma genérica son la reconstrucción de los ecosistemas, de la paleogeografía, de las dietas, de los procesos técnicos de producción y de un largo etcétera de ámbitos fundamentales para el conocimiento de los contextos creados y vividos por las sociedades pasadas. La intervención destinada a convertirse en una de las más famosas sería sin duda la del Islote del Almirantazgo y la de una parcela inmediatamente al norte del puerto circular, al sur de la ínsula inscrita entre los cardos XIV y XV este (Fulford y Peacock 1994 y Hurst 1994). En este segundo par de publicaciones se puede apreciar también el bagaje teórico-práctico adquirido por la Arqueología británica. Unas décadas antes hubiera sido

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impensable leer a un gran arqueólogo agradecer la posibilidad de excavar lugares como estos: (...) non-monumental, stratigraphically complex and heavily disturbed, so disappointing both visually (…) and in terms of finds (Hurst 1994, 3).

Ello es posible gracias al convencimiento de que su potencial arqueológico nos puede hablar con gran claridad sobre la vida del individuo. Al igual que en la primera obra ésta se articula en tres partes, la segunda de las cuales está enteramente dedicada a cuestiones estratigráficas. Con la misma pulcritud anterior nos ofrecen plantas, secciones y Harris Matrix. En la tercera y última parte se hace un repaso a los análisis del tipo que ya vimos anteriormente, a los que se añaden los de malacofauna, ictiofauna, estudios estilísticos sobre mosaicos, estucos y elementos constructivos. En cambio la primera parte está dedicada al discurso explicativo de los sucesivos eventos que en los capítulos anteriores del presente libro hemos podido deducir. Éste no hubiera podido ser elaborado sin la secuencia de cada una de las unidades estratigráficas. El primer punto tratado es uno de los más destacados: sobre la morfología portuaria, siendo el entonces último artículo publicado sobre el argumento el póstumo de Cintas (1976). Ahora las excavaciones invalidan sus hipótesis demostrando 12 que fue allí y no en otro lugar donde se encontraron los puertos con diques secos para aproximadamente ciento noventa naves, al menos durante la época púnica tardía. Sobre el particular no debemos olvidar que todavía en la actualidad naves de tipo antiguo podrían utilizar el Lago de Túnez como puerto natural. Así queda abierto el interrogante sobre la ubicación de los amarres con anterioridad al siglo III a.C., siendo la del mencionado Lago la posibilidad más plausible. Es impresionante pensar en los trescientos mil metros cúbicos de tierra que fueron excavados para la construcción de los nuevos puertos, motivada sin duda por graves razones. Pero entre estos motivos no podemos incluir la falta de un lugar donde atracar protegido de los vientos y corrientes marinas, como hemos

12 Ver los comentarios al respecto que hace Hurst (1994, 40).

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Fig. 30. Ilustración de la hipótesis reconstructiva del puerto circular en la época púnica final (Hurst 1993, 42).

visto. El imponente resultado final habría sido similar al que podemos admirar en la figura 30. Otra gran novedad es la hipótesis que plantea el Cuadrilátero de Falbe como una gran mole de tierra firme que daría protección a la entrada a los puertos por su lado oeste y cuya construcción ofrece la misma cronología. Esta propuesta contradice la del coronel Baradez (1958) e implica la realización de un faraónico proyecto de ingeniería civil justo en el último siglo de existencia de la ciudad, más concretamente a mediados del siglo II a.C. Ello es leído por Hurst como una de las causas del estallido de la III Guerra Púnica. 13 La colonia romana utilizó décadas después esas mismas instalaciones operando pequeños arreglos imprescindibles tras la batalla del 146 a.C. Antes del cambio de Era se construyó al norte del puerto circular un astillero en opus africanum. También es posible que durante el siglo I dichas instalaciones se hubieran utilizado como talleres textiles en labores que incluirían el trabajo de las redes. Llegados a los años finales del siglo II 13 What we are looking at here is surely one of the causes of the Third Punic War. (Hurst 1994, 48).

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el conjunto sufrió una monumentalización que podría estar relacionada con la evolución de la annona imperial y concretamente con la creación de la Classis Commodiana y su flota del 186. A las estructuras anteriores, subdivididas, se añadió un pórtico frontal. En su interior se siguió llevando a cabo actividad industrial con metales y tintes. Tras la reconquista imperial de Justiniano se documenta una nueva reestructuración de estos elementos, que dividieron su espacio en reducidos cubículos igualmente destinados al artesanado. Pese a que las evidencias de una actividad industrial de baja escala continúan hasta la segunda mitad del siglo VII, a principios de este siglo se documentan ya algunos enterramientos bajo el suelo de estas estructuras. La actividad cesó paulatinamente durante el tercer cuarto del siglo VII. Por cuanto concierne al Islote del Almirantazgo, fue objeto de una monumentalización que se asocia a los cambios legislativos del emperador Cómodo. Es interesante destacar que al constatar el espacio abierto rodeado de columnatas en que se convirtió el Islote, éste puede asociarse con el foro comercial romano y con el agora maritima mencionada por los textos de Procopio. Por el contrario la platea maritima mencionada por san Agustín debe relacionarse con el paseo marítimo. Coincidiendo con el periodo vándalo se dio un claro deterioro de la vida del puerto. Tras la relativa renovación arquitectónica ejecutada en tiempos de la reconquista imperial, en el Islote se emplazó un horno cerámico que mantuvo una gran actividad hasta el abandono de la entera zona en el tercer cuarto del siglo VII. La Arqueología desplegada durante la campaña internacional incluía también seguimientos de obra e intervenciones no programadas como respuesta a la iniciativa del sector inmobiliario. Los encargados de esta frecuentemente ingrata pero fundamental tarea eran los integrantes del Institut National d’Archéologie et Arts tunecino, por lo que hablaré de ello tras el comentario de sus excavaciones programadas. No obstante, dado que también participaba el equipo británico comentaré brevemente sus intervenciones, especialmente la acometida en el número 18 de la rue 2 de mars de 1934 situada en las inmediaciones del Puerto comercial (Ellis 1986). La lucha contra el reloj que mantiene este tipo de actuaciones

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obliga a priorizar al máximo los objetivos que se limitarán a algunos pequeños sondeos con finalidad estratigráfica y al levantamiento topográfico de las estructuras halladas. Sin embargo se puden distinguir en el nivel inferior unas estructuras arquitectónicas pavimentadas con opus signinum datables entre los siglos IV a.C. y III a.C., sobre las que se levantó en el siglo III d.C. un edificio con patio interior dotado con una serie de contenedores de líquidos. Por último, durante el periodo bizantino se documenta la construcción de unos potentes cimientos, pero que no permiten en su estado de conservación interpretar el tipo de edificio que sostenían. Dada la situación de este punto aislado respecto al resto de la ciudad y las particularidades de las estructuras registradas, es muy probable que dichas dependencias hayan tenido en todas sus fases una finalidad industrial o mercantil y en cualquier caso directamente relacionada con las actividades portuarias. Igualmente entre 1986 y 1988 se lleva adelante el llamado Sewer Project (Ellis 1987-1990) que permite a los arqueólogos realizar seguimientos de obra en la instalación de los modernos desagües para el actual barrio residencial. En la práctica fue un ejercicio de arqueología fugaz en el que los especialistas contaban con algunas horas para documentar estrechas zanjas de decenas de metros de longitud abiertas con maquinaria pesada (Ellis 1987, 11). En 1976 comienzan a ver la luz los primeros resultados del trabajo francés (Lancel 1979 y 1982 y Gros 1985) centrado en la zona más tradicional y quizá afectivamente más ligada a este país: la colina de Byrsa (ver número 3 de la figura 29). Hemos visto cómo han sido muchos los arqueólogos franceses que le han dedicado sus esfuerzos hasta la fecha. Los resultados, al margen de las ricas colecciones depositadas en los museos, han sido básicamente una montaña de incógnitas que sólo una moderna excavación podría ayudar a resolver. Las particularidades de la zona obligan a dedicar las primeras energías de 1974 a la comprensión de los complejos vestigios que afloraban en superficie. La recapitulación que presentan en la primera parte de la publicación (Lancel 1979) permite definitivamente comprender el desarrollo de las intervenciones arqueológicas emprendidas en esta colina durante su dilatada historia arqueológica. Los restos presentes están constituidos por las potentes estructuras de cimentación

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romanas descubiertas por Gabriel Lepeyre (1939) cuya superestructura de planta basilical ha prácticamente desaparecido en su totalidad. Dichos cimientos a su vez se superponen a otros muros por entonces aún tomados como romanos de época republicana (Ferron y Pinard 1961) aunque pronto se vio que correspondían a los hábitats púnicos de época tardía como postulaba Colette Picard (1952). Hacia el oeste se extende

Fig. 31: Sondeos H II 13 y G II 16 efectuados durante las campañas de 1974 y 1975 por el equipo dirigido por Lancel (1979, 65).

la necrópolis arcaica insistentemente excavada por Alfred Louis Delattre. Una vez analizado el conjunto se divide el espacio en diferentes sectores que ofrecen respuestas a periodos diversos. Así los franceses deciden repartir el esfuerzo principalmente en dos equipos: uno bajo la dirección de Lancel queda adscrito a las cronologías púnicas en el sector sureste de la colina; 14 otro bajo la dirección de Gros lo hace sobre los restos romanos 14 La zona que fue investigado en última instancia como apuntamos por Ferron y Pinard (1955 y 1961).

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que reposaban desde las investigaciones de Alfred Louis Delattre (1896) y Charles Saumagne (1924b) al este de la cima. Una zona intermedia es confiada a la dirección de Morel. En cuanto al trabajo de campo los objetivos planteados son el estudio de la composición del relleno de aterrazamiento romano de época imperial y la continuación de la excavación de los restos del barrio púnico subyacente procediendo a su estudio a través de una correcta planimetría arquitectónica. La metodología de excavación utilizada, como puede apreciarse en la figura 31, es la Wheeler: dividiendo el espacio en cuadrículas de cuatro metros de lado separadas por un testigo de tierra de aproximadamente un metro (Lancel 1977). Las unidades estratigráficas son registradas a partir del dibujo y la fotografía de los perfiles de dichos testigos. Se les asigna un número al que corresponde una descripción de sus dimensiones, composición, etc. Para cada perfil la numeración de los estratos comienza con el número uno. No tenemos por lo tanto una matriz que relacione y agrupe las unidades más básicas en grupos mayores o fases y éstas en horizontes estratigráficos como en el ejemplo británico. El proceso mental que los excavadores han recorrido para llegar desde el registro estratigráfico hasta la interpretación final del mismo queda en consecuencia menos explícito. Pero no hay que perder de vista que, como queda especialmente patente en el tercer volumen (Gros 1985, 25 y ss.), la problemática planteada por una gran extensión de restos antiguos en superficie obliga a soluciones diferentes a las aplicables en la excavación abierta en tierra arqueológicamente virgen. Es en esta última publicación (ibídem) donde más evidente se hace el mayor esfuerzo requerido por el levantamiento de una planimetría arquitectónica de los restos que por la realización de nuevos sondeos. En este ámbito se vislumbran algunos avances técnicos como el uso de las vistas axonométricas que en las próximas décadas se harán comunes gracias al dibujo asistido por ordenador. La presentación de estructuras arqueológicas en una vista que integre en un solo plano las tres dimensiones, como vemos en la figura 32, delata un creciente interés por la gráfica que se extenderá de la mano del software de tipo CAD y de las máquinas capaces de soportarlo. Si bien no hay un capítulo expresamente dedicado a los detalles prácticos ni a las reflexio-

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nes que pueden plantearse sobre el uso de esta nueva tecnología, es evidente que el trabajo de Gros y de sus dibujantes en este campo está a la vanguardia, dadas las fechas tempranas en las que nos movemos. 15

Fig. 32. Vista axonométrica del ábside M VI-VII (Gros y Deneauve 1980, 305).

Pasando a comentar los resultados de las intervenciones francesas comenzaremos por uno de los más rentables de toda la campaña UNESCO, incluso desde el punto de vista mediático y turístico. Como hemos anunciado la excavación dirigida por Lancel pronto halla los estratos que aportan cronologías definitivas para las estructuras de hábitat motivo de controversia (Lapeyre 1939, Colette Picard 1952, Ferron y Pinard 1955). En base al material arqueológico y especialmente a la cerámica campaniense A así como a las marcas cerámicas estampadas en las ánforas rodias, se deducen cronologías no de la segunda sino de la primera mitad del siglo II a.C. Ello supone un importante dato más que corrobora la vitalidad

15 El dibujo, firmado por Poncet, Ph., lleva fecha del 27-09-1978.

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económica y expansión urbanística que vivió la ciudad tras la II Guerra Púnica. El espacio es bautizado como el Barrio de Aníbal. Aquí se puede constatar que a esta altura de la ladera el urbanismo se adaptó a la orografía articulando diversos conjuntos de viviendas mediante plazas o plazoletas. Esta característica fue aprovechada por un joyero de bisutería que dispuso su pequeña tienda-taller en uno de estos espacios al aire libre. Estas calles peatonales sin enlosado muestran su particular sistema de evacuación de aguas con canalizaciones hacia diversos pozos negros, y permiten establecer hipótesis sobre su dinámica de mantenimiento. Asimismo la excavación consiente individuar diferentes fases constructivas tanto en dichas calles como en las ínsulas que las rodean. Se han puesto en evidencia datos que nos hablan de las relaciones microespaciales de muchas de las viviendas que allí se encontraban, su metrología, sus materiales constructivos y decorativos y su equipamiento en infraestructuras. Esto incluye desde el espesor y disposición de algunos muros hasta las reservas de agua disponible en cada manzana, lo que constituye uno de los factores que llevan a suponer la existencia de pisos en altura. Otra de las sorpresas que depara este sector es la constatación de que en una zona topográficamente tan privilegiada bajo nuestra perspectiva como la ladera sureste de Byrsa, previamente a esta urbanización nunca antes fue ocupada por otros hábitats. En su lugar, el espacio se destinó a partir de finales del siglo IV a.C. a usos industriales, concretamente a un barrio de talleres metalúrgicos especialmente dedicados al hierro. En estos estratos puede apreciarse la cantidad de residuos y escorias generadas en el esfuerzo productivo motivado por la II Guerra Púnica. Para continuar con las sorpresas, el equipo francés constata que hasta la implantación del barrio industrial hubieron pasado casi trescientos años (desde principios del siglo VI a.C. hasta finales del siglo IV a.C.) en los que la zona no presenta signos de frecuentación. Efectivamente la necrópolis arcaica que descansa con gran densidad de tumbas sobre los niveles vírgenes no se enmarca sino entre el principio del siglo VII a.C. y el del siglo VI a.C. En cuanto a la actuación francesa en la cima de la Byrsa, Gros no sigue el procedimiento habitual de las publicaciones arqueológicas en las que por un lado se ofrece una descripción de los resultados obtenidos en

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cada uno de los sondeos y por otro la interpretación de los mismos. En este caso se pasa directamente a la exposición del sentido arquitectónico y urbanístico que Gros ha leído en cada una de las fases constructivas del yacimiento. Esta ordenación de los datos priva al lector de la posibilidad de interpretarlos de forma alternativa. Esta elección consciente fue tomada 16 en aras de una mayor transparencia y comprensibilidad de las conclusiones del arqueólogo.

Fig. 33: Panel actualmente expuesto en el Musée National de Carthage con la hipótesis reconstructiva del conjunto monumental de la cima de la Byrsa durante el s. II (Deneauve y Gros). Nótese que en el lugar en el que hipotéticamente se ubica el capitolio, marcado con una elipse, aparece vacío.

16 Nous avons pensé qu’elle [la exposición de los datos elegida] était préférable au déballage des données brutes de la fouille. Celui-ci eût augmenté l’opacité de l’ensemble, en entraînant une dispersion extrême des pièces du puzzle. (Gros 1985, 3). No obstante la documentación generada por los sondeos también aparece resumida en sus capítulos 2 y 3.

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En la cima de la colina era cierto que desde la época de Charles Saumagne, cuando quedó a grandes rasgos trazado el dibujo urbano de la Colonia, los arqueólogos habían sido disuadidos de buscar nuevos datos a causa de las dificultades logísticas y de interpretación de los restos presentes en superficie. No obstante se había admitido que era precisamente en ese lugar en donde los arquitectos romanos habían situado la groma y que habría funcionado como verdadero centro urbano al menos desde época antonina. De hecho se había aceptado con un cierto desinterés que excepto el capitolio que se hallaría bajo la basílica de san Luis, ya nada quedaría bajo las modernas construcciones. Si acaso algún resto de los espacios abiertos y enlosados de los foros y plazas enmarcadas por columnatas que debieron sufrir un gran deterioro durante las épocas vándalas y bizantinas. Sin embargo el equipo de Gros llega a definir los límites de una gran explanada sujeta entre potentes muros de contención en opus reticulatum típico del inicio del Imperio, que alcanza las titánicas dimensiones de tres hectáreas. Divida en tres espacios como podemos observar en la figura 33, presenta diferentes niveles funcionales y monumentales: de norte a sur, un gran foro delimitado por un pórtico y dominado por una colosal basílica, cuya hipótesis de reconstrucción le otorgaría tres mil seiscientos metros cuadrados construidos y que en época bizantina podría identificarse con el monasterio fortificado que citan las fuentes: el Mandracium. Respetando su eje axial y en la parte opuesta del foro, se levantaría el capitolio con unas proporciones similares (que sin embargo no aparece incluido en la representación que podemos contemplar en la figura 33). Al sur se extendería otro enorme espacio acotado también por un porticado y en cuyo centro se elevaría un templo. En el límite oeste se levantaría otro gran edificio que podría corresponder a la biblioteca. Una última terraza dominaría la ciudad desde el sur de la colina. Se describe así una de las obras urbanísticas más importantes del mundo romano (cuyo proceso constructivo queda representado en la figura 34), que dota a Cartago de un espacio público representativo diez veces superior a la media del resto de ciudades del África romana. Este esfuerzo se explica como un intento de transformar completamente un espacio que fue maldito una vez, en un nuevo lugar acorde con la monumentalidad y sacralidad de la segunda ciudad del Imperio (Gros 1985 y 1990).

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Fig. 34: Mural actualmente expuesto en el Musée National de Carthage que recrea la gran obra augustea de remodelación de la Byrsa.

El sector asignado a Morel se excava más intensamente entre 1983 y 1989. Por un lado se confirma la secuencia estratigráfica ya conocida en otros puntos de la colina: estratos de relleno de época augustea de considerable potencia desde la superficie, conducentes a la transformación de la cima natural de la Byrsa en la gran explanada recreada en la figura 33. Bajo dichos rellenos constructivos subyacen los restos púnicos. Por otro lado, se da cuenta de la continuación en extensión de los hábitats púnicos de época tardía con la particularidad de presentar éstos unos materiales, técnicas y metrología más heterogéneos. La evidente precariedad de algunos aspectos sugiere una construcción apresurada. Bajo estas casas, en la zona más próxima a la excavación de Lancel siguen apareciendo más instalaciones metalúrgicas mientras que en el resto del sector de Morel, bajo los hábitats, no se halla más que la necrópolis arcaica ya conocida. También en 1976 aparecen las primeras publicaciones del equipo norteamericano integrado por la American School of Oriental Research y el Kelsey Museum de la Universidad de Michigan bajo la dirección de Humphrey. Se presentan los resultados de la excavación de una amplia

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parcela situada alrededor del cruce entre los decumanos II y III sur y los cardos IX y X este. Este proyecto dará lugar a la construcción de un museo dedicado al periodo paleocristiano de principios de siglo V a finales del siglo VII (Humphrey 1976). El resto de sectores excavados por el equipo norteamericano puede comprobarse en la figura 29 (ver número 4). Lamentablemente en este sector principal de la ciudad los niveles superficiales han sido muy alterados con motivo de la construcción de la línea del TGM, lo que impide obtener resultados concretos sobre la fase de abandono de la ciudad.

Fig. 35. Montaje fotográfico del equipo de la Universidad de Michigan. En estas tomas en picado se aprecia cómo las estructuras arquitectónicas se pudieron documentar casi exclusivamente en base a sus fosas de expoliación (Humphrey 1978, vol. IV, pl. 5b).

Además esta zona ha sido tradicionalmente visitada por los expoliadores de material constructivo. Por todo ello lo que los arqueólogos hallan son islas de pavimentos superpuestos rodeadas por las zanjas de expolio que siguen la orientación de los muros desaparecidos y que se volvieron a rellenar de materiales posteriores a la extracción. Resulta esclarecedor contemplar al respecto la figura 35. El área se divide en dos zonas a partir de una primera interpretación arquitectónica. Cada una de éstas queda dividida en cuadrículas de cinco metros de lado de las que se excavaban cuatro, dejando uno como testigo. Lo que en efecto parece un planteamiento inicial destinado a la aplicación del método Wheeler se verifica posteriormente como un método mixto muy próximo al seguido por los

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británicos. Si tenemos en cuenta que el inicio de los trabajos se da en 1975, que las publicaciones dilatarán su periódica aparición hasta bien entrada la década de los ochenta y observamos el tipo de documentación gráfica proporcionado, podemos suponer que los nuevos planteamientos teóricometodológicos de la Arqueología anglosajona facilitaron una evolución en el registro del trabajo de campo norteamericano. 17 Su material gráfico se basa en las plantas individuales de cada una de las cuadrículas excavadas separadamente, incluyéndose algunos dibujos de sus perfiles. Estas plantas se dibujan diariamente al final de la jornada de trabajo (Vann 1980, 126). Por otra parte el equipo de Humphrey incluye en todas ellas no sólo los elementos estructurales sino que marca, numerándolas, cada una de las unidades estratigráficas presentes. Así solventa el problema de las unidades que no podrían apreciarse en algunas secciones o en los perfiles. Además adjunta varios desplegables con el Harris Matrix en donde se ponen en relación todos los estratos y elementos. Como resulta habitual en Cartago, cobra una especial importancia la excavación de fosas de expoliación, enormemente difundidas por toda la ciudad. Sobre las particularidades de su interpretación y registro nos habla Ellis (1978). El equipo dirigido por Humphrey hace un particular esfuerzo editorial por sacar rápidamente a la luz sus resultados incluso dejando para más tarde la fase interpretativa. Estaban convencidos, con buen criterio, de la utilidad de los mismos para el resto de los integrantes de la campaña internacional. Como hemos apuntado este esfuerzo se materializa fundamentalmente en siete volúmenes en los que aparecen los informes de excavación de la campaña de 1974 (vols. I y II) y del complejo eclesiástico (vols. III y V). Un cuidado especial parece destinarse asimismo a la gestión y estudio del material cerámico (vols. I, II y IV) y numismático (vols. I y IV-VII). Este último cuenta con un inventario de las nueve mil quinientas piezas halladas, que pese a no ofrecer un completo panorama monetal de los siglos IV-VII sí aporta interesantes datos sobre la inflación acaecida durante la reconquista bizantina. También se presta atención al análisis y conservación de los mosaicos (vols. I, II y IV). 17 Humphrey (1976-82).

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Otros estudios singulares se publican en el segundo volumen, como los referidos a la geología en la que se inscribe el yacimiento, la revisión de las prospecciones geofísicas que el equipo polaco había llevado a cabo en 1972, el estudio de los objetos de vidrio contenidos en el registro de excavación, un pequeño catálogo de las lucernas de Cartago que se hallan actualmente en el Kelsey Museum y un comentario sobre las fotografías que en 1925 fueron tomadas del yacimiento por George Swain. En el tercer volumen (Humphrey 1977) se apunta ya el gran interés que despierta el conjunto de cisternas halladas en esta zona. El volumen sexto (Humphrey 1981) es prácticamente un monográfico sobre las mismas. Se atienden aspectos tan variados como la composición química de su revestimiento, sus exactas dimensiones y disposición, su estratigrafía y cronología y evidentemente un detallado estudio del contenido de aquellas que se convirtieron en un vertedero doméstico: restos faunísticos y paleobotánicos, numismáticos y cerámicos, además de un sorprendente conjunto escultórico del siglo V que representa a Ganímedes (hallado en la cisterna 1977.1). Entre estos depósitos de agua los hay tanto de cronología púnica como romana. En época vándala y bizantina fueron progresivamente perdiendo su uso primario para ser convertidos en vertederos domésticos como hemos comentado. Gracias a esta circunstancia los norteamericanos han realizado importantes estudios sobre la dieta, la economía, hábitos de consumo y comercio de aquellos que habitaron Cartago durante sus últimos siglos. Son especialmente interesantes los veinte mil huesos animales que llegaba a contener la cisterna 1977.1 y la gran cantidad de restos anfóricos procedentes de Egipto, Palestina, Siria y Asia Menor. 18 Los análisis de laboratorio presentados se completan con los de los volúmenes IV y VII, si bien este último esta fundamentalmente dedicado a la reflexión sobre la Cartago vándala y bizantina. La expedición de Belisario y las fuentes escritas bizantinas sobre el norte de África completan esta última publicación. Nos gustaría centrarnos un instante en las conclusiones e interrogantes que se abren gracias al estudio del tesoro arqueológico que suponen 18 Asimismo se halló una escultura de Ganímedes de bella factura.

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estos vertederos domésticos. De los análisis faunísticos destaca la escasa importancia que tanto el ganado vacuno como la pesca parecen tener en la dieta vándala, siendo las proteínas animales suministradas principalmente gracias a los ovicápridos y los cerdos. Probablemente los bueyes presentes hayan sido utilizados como fuerza de trabajo. De las marcas de carnicería se puede extraer indicios sobre los hábitos e instrumental empleado en el procesado industrial y doméstico de la carne, que se revelan diferentes para vándalos y bizantinos, como por ejemplo la extracción de la médula ósea (los primeros la practican, los segundos no). Por cuanto respecta a la avifauna es interesante resaltar que tanto el avestruz como el urogallo presentes en los vertederos se encuentran hoy ausentes de los biotopos tunecinos. Dado que esta última rara especie no puede tenerse en cautividad se trata sin duda de un trofeo de caza nunca anteriormente documentado en el norte de África. Este dato, junto a los restos de varias especies de gansos nos ofrece una idea aproximada de las preferencias cazadoras vándalas. Del conjunto de la ictiofauna resulta sorprendente su variedad, que sólo puede obtenerse gracias a capturas realizadas en muy diferentes medios acuáticos, como lo son las aguas salobres de las lagunas que rodean Cartago o las del interior del Golfo de Túnez, pasando por las próximas a la costa y poco profundas. Una tal variedad nos revela el manejo de diversos aparejos pesqueros, como anzuelos, redes y trampas fijas, que conllevan a su vez el dominio de varias técnicas, como la captura individual, la realizada en pequeñas embarcaciones costeras e incluso las de medias dimensiones. Si bien las especies botánicas documentadas no suponen una novedad respecto a los otros análisis realizados en Cartago, los abundantes restos de aceitunas han permitido al equipo norteamericano suponer un hinterland próximo a la ciudad dedicado mayoritariamente al cultivo del olivo. De esta manera, la urbe podría suministrarse tanto de olivas, como de aceite y leña, adecuadas a la alimentación, la iluminación y el combustible. Así, la proximidad de sus principales fuentes de recursos energéticos y alimenticios ayudaría a explicar la relativa estabilidad económica que mantuvo la ciudad en un periodo de crisis generalizada para la mayoría de los centros urbanos del Imperio. Igualmente, esta hipótesis unida a los resultados de los análisis cerámicos y concretamente anfóricos,

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permite plantear a grandes rasgos dos niveles comerciales mantenidos durante los siglos V-VII: uno eminentemente local en el que se inscribe el abastecimiento básico de su enorme población (cereales, pescado, ovicápridos, aceite y madera), y otro más internacional relacionado con otro tipo de productos procedentes del Mediterráneo oriental. En una breve síntesis de los resultados que conciernen a la evolución topográfica urbana podríamos decir que en la zona del llamado Conjunto eclesiástico se documenta una iglesia que data del siglo V. A finales de la época vándala, después de ser abandonada, fue reocupada con finalidad habitativa por un grupo de individuos de escaso poder adquisitivo. Tras la reconquista imperial se construyó en las proximidades una nueva iglesia y un baptisterio que permitía la inmersión total. Esta renovación motivó la repararon de las estructuras de la vieja iglesia que se hallaban más próximas a la nueva. No obstante, las zonas alejadas siguieron ocupadas por el tipo de población antes mencionado, que también llegó a usar algunas cisternas anexas como basureros durante el siglo VII. Algunos indicios hacen pensar que este tipo de habitación continuó a principios del siglo VIII, pero la alteración de los estratos de estas cronologías impide al equipo norteamericano pronunciarse tajantemente. En la segunda de las áreas sondeadas, al oeste del cardo IX este, se halla una casa con peristilo construida entre finales del siglo IV y principios del siglo V. La domus estuvo ricamente decorada con unos mosaicos que representaban aurigas griegos, incluyendo sus nombres. Destaca que en los estratos que subyacen bajo esta estructura no se han podido detectar elementos constructivos que consientan el dibujo de una planta arquitectónica. El peligro de colapso de los perfiles de las catas no permite descender más allá de los tres metros de profundidad respecto al actual nivel de superficie. Sin embargo no deja de sorprender que ante la falta de estructuras los excavadores hayan tenido que suponer que esta zona, en principio nada periférica, no fue inmediatamente urbanizada. En otras palabras, no parece claro que en este espacio se haya construido tras la serie de grandes obras de aterrazamiento efectivamente atestiguadas para la época altoimperial. En cualquier caso la casa de finales del siglo IV fue utilizada durante todo el siglo V con sucesivas restauraciones, que

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incluyeron la implantación de nuevos mosaicos en opus sectile ya en la época bizantina. Su abandono tiene una fecha incierta próxima al final del siglo VII. A continuación comentaremos los trabajos que se llevaron a cabo entre 1982 y 1987 en el otro lugar de la ciudad elegido por el equipo de Humphrey (1988): el área del circo en colaboración con la Universidad de Georgia. Las particularidades del área arqueológica a excavar, similares a las del equipo británico de la Av. Bourguiba, hacen que se preste una gran atención al meticuloso registro de cada una de las unidades estratigráficas y a su correlación. Para ello resulta óptimo aplicar the open-area method of excavation (ibídem, x). La secuencia estratigráfica resultante es registrada mediante una Harris Matrix. 19 La periódica actividad de los buscadores de materiales constructivos de nuevo plantea el mismo reto arqueológico de documentar las islas de pavimentos rodeadas de trincheras de expoliación. Los objetivos concretos de estas campañas se centran en la definición del trazado del lienzo de la muralla de Teodosio II y sus relaciones con el urbanismo de la zona; el establecimiento de una estratigrafía concreta que ayude a ubicar cronológicamente los restos del circo; y por último la comprobación de una posible ocupación púnica de la zona. En este sentido los norteamericanos han propuesto para el circo una primera construcción monumental durante el periodo antonino. Más tarde, una ampliación en época severa le hizo alcanzar un aforo aproximado para sesenta y cinco mil espectadores. Estas dimensiones lo convierten en el circo más grande de todas las provincias del Imperio sólo superado por los dos ejemplos de Roma. No obstante y por desgracia, la excavación ha documentado en la mayoría de los casos tan sólo fosas de expoliación. En la zona restante entre el circo y la muralla de Teodosio II no se hallan estructuras. Así se propone un espacio al aire libre relacionado con la actividad del circo, probablemente para el ejercicio de los caballos. Siendo difícil pronunciarse acerca de la fecha exacta del abandono de su actividad primaria, las evidencias numismáticas proponen el siglo VII. En cualquier caso queda claro 19 En este volumen (Humphrey 1988) descubrimos uno de las primeras citas explícitas a Harris y a su método de excavación y registro.

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que a partir de ese momento comenzó una intensa vida de ocupación de la cávea como hábitat. Así lo atestiguan los silos, hornos y otras instalaciones domésticas. A finales del siglo VII se practicaron enterramientos en la zona entre circo y muralla. El espacio siguiente en dirección a la cavea se usó como vertedero doméstico e industrial. Los materiales vertidos fueron principalmente cerámica, vidrio, moldes y desechos del trabajo del hueso probablemente procedentes de las actividades desarrolladas en el interior del circo. Todo ello confirma el carácter marginal y tendente a la despoblación de este barrio en época tardorromana y bizantina. En la publicación se añadirán múltiples estudios de los materiales sacados a la luz entre los que destacan las cinco mil monedas, las trescientas figuras de terracota, la gran cantidad de hueso trabajado, las toneladas de cerámica, los estudios paleopatológicos de los cadáveres del cementerio, de las lucernas paleocristianas y de las tres nuevas defixiones. Entre 1987 y 1989 el Kelsey Museum de la Universidad de Michigan bajo la dirección de Garrison (1989 y 1990) acomete nuevas excavaciones. 20 Se trata de una intervención en un cementerio extra muros a doscientos metros al oeste de la puerta del cardo máximo norte, como podemos ver en la figura 29 (ver número 4). Efectivamente esta zona ya había sido excavada por el equipo italiano. Pero tiene gran interés por la estrecha relación que guarda con el amplio proyecto de estudio norteamericano sobre la demografía y los hábitos funerarios durante la Tardoantigüedad en Cartago y el norte de África. La necrópolis hallada a los pies de la muralla de Teodosio II ha ofrecido ajuares cuya cronología se enmarca en el periodo vándalo. La extensión total de la necrópolis no ha podido ser determinada si bien la propia muralla marca el límite sur. Se han documentado más de doscientas sepulturas, todas inhumaciones, la mayoría simples fosas poco profundas y espacialmente muy concentradas. Excepcionalmente las tumbas pudieron estar recubiertas por mosaicos y contener más de un cuerpo. Algunas de las más modernas alteraron las 20 Estos trabajos no estuvieron previstos en el proyecto inicial y exceden de los límites cronológicos de la campaña UNESCO pero he decidido incluirlos en este capítulo por coherencia del discurso.

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más antiguas al haber sido excavadas encima. Los arqueólogos han tenido la impresión de que la prioridad para los usuarios de la necrópolis fue estar cerca de la muralla, aun sacrificando enterramientos anteriores que ocupasen el lugar. Un 20% de las tumbas contienen monedas y en ocasiones algún objeto personal, siendo raro el resto de ajuar. Las inhumaciones en ánfora y en cista también están presentes. La tipología funeraria es por tanto muy similar a la del resto de necrópolis tardías del mundo tardorromano mediterráneo. Algunos símbolos denotan la influencia cristiana. Lo cierto es que esta necrópolis presenta una compleja mezcla de influencias muy heterogéneas que al momento de su publicación son todavía difíciles de interpretar. Un segundo equipo norteamericano formado por la American School of Oriental Research y dirigido por Stager se divide en dos nuevos frentes: el tofet (Stager 1992) y el Puerto comercial. El primero de ellos realiza sus excavaciones entre los años 1976 y 1979 individuando nueve fases de enterramiento que se agrupan en las ya establecidas por Harden (Tanit I, II y III) y a las que se asignan respectivamente cronologías que van desde mediados del siglo VIII a.C. a finales del siglo VII a.C. (Tanit I) de principios del siglo VI a.C. a principios del siglo III a.C. (Tanit II) y desde ahí hasta la destrucción ejecutada por las legiones romanas (Tanit III). Los hallazgos más destacados son sin duda las cuatrocientas urnas de enterramiento introducidas en fosas delimitadas con pequeñas piedras y señalizadas con cipos. Éstos progresivamente adquirieron complejidad morfológica e iconográfica llegando a contener representaciones de imágenes de divinidades así como los nombres y profesiones de los dedicantes. El contenido de dichas urnas es hueso calcinado de neonato y de niños menores de cuatro años, así como de cordero, cabritillo y ave. La conclusión taxativa norteamericana, que no obstante se enmarca en un contexto de amplias controversias abiertas aún en la actualidad, es la siguiente: L’analyse des contenus et le contexte archéologique des urnes, ainsi que la reconsidération des sources écrites, bibliques ou non, su la religion canannéen, phénicienne et punique démontrent sans aucun doute que le sacrifice des enfants était pratiqué à Carthage depuis au moins 750 avant J.-C. jusqu’à la destruction de la cité par les Romains en 146 avant J.-C. (ibídem, 73).

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En su opinión los huesos de animales responden a un ejercicio de sustitución simbólica del niño. Esta equiparación semántica se practicó con más frecuencia en cronologías arcaicas pero se hace menos habitual en las fases recientes. El segundo objetivo de la American School of Oriental Research se centra en la exploración entre 1975 y 1980 del llamado Puerto comercial. Demuestran que su construcción no fue anterior a la mitad del siglo IV a.C. Con anterioridad existió en este lugar un canal de agua salada de dos metros de profundidad por unos quince o veinte metros de ancho que conectaba el mar con las inmediaciones del tofet. Esta bocana corría paralela a la costa y atravesaba la zona que más tarde estaría destinada a ser ocupada por los puertos. En la segunda mitad del siglo IV a.C. esta instalación se colmató en el curso de los trabajos acometidos para la construcción de los nuevos puertos púnicos. La obra se realizó en bloques de gres de El Haouira colocados bajo el agua sin cimiento hidráulico. Junto al límite oeste del puerto se hallaron los restos de un gran almacén de veinte metros de lado construido en el típico opus africanum que data de las mismas fechas, es decir, segunda mitad del siglo IV a.C. Dado que todas estas infraestructuras no habrían sufrido demasiados desperfectos con la última Guerra Púnica los romanos las pusieron pronto de nuevo en servicio. Al igual que en otras partes del yacimiento los restos de la destrucción de la ciudad fueron utilizados en época augustea como tierra de acarreo. En esta zona concreta además se dispuso un estrato de yeso de medio metro de potencia. En tiempos de Trajano o Adriano todas las instalaciones fueron ampliadas adoptando la dársena principal una forma de hexágono alargado de forma similar a la que podemos ver en el puerto de Ostia. En torno al año 400 la cota de los muelles fue artificialmente sobreelevada una vez más respondiendo a la progresiva subida del nivel del mar. También se añadieron nuevos horrea construidos sobre unos cimientos de bóvedas corridas. Éstos enlazaban con los atracaderos mediante una columnata cubierta en pendiente a cuyos pies se había practicado una canalización abierta que recogía el agua del tejado además de la procedente del interior de los tinglados. Durante el siglo VI los muelles se debieron realzar de nuevo a causa del continuo ascenso del

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Fig. 36. Hipótesis reconstructiva del Monumento circular (Senay 1984, vol. VI, pl. XXXVII).

nivel del mar. No obstante, hacia el final del siglo VI el puerto perdió su función primaria. Entonces se instalaron una serie de hornos cerámicos que rápidamente colmataron la ensenada con una montaña de residuos de cocción que se introdujo hasta quince metros en el espacio que anteriormente era de circulación para las naves. El mismo año de 1976 ve la aparición de un estudio bibliográfico (Senay 1976) del equipo canadiense de la Universidad de Québec sobre el misterioso Monumento circular. Se recoge toda la información generada por las investigaciones pasadas que no obstante no habían logrado esclarecer ni la planta del conjunto ni su exacta cronología ni menos aún su funcionalidad. Los objetivos de este equipo son por tanto resolver estas ya viejas pero aún grandes incógnitas. Como más adelante veremos, un segundo grupo de trabajo se centra en el estudio del urbanismo de la zona periférica noroeste, concretando el recorrido de la muralla de Teodosio II. La localización aproximada de los sondeos puede contemplarse en la figura 29. Con una filosofía editorial muy próxima a la del equipo norteamericano de Humphrey, los canadienses hacen el esfuerzo de publicar periódicamente los propios resultados. Incluso cuando no

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van acompañados de grandes hipótesis reconstructivas e interpretativas se prioriza el beneficio que produce la rápida circulación de información entre los especialistas que contemporáneamente trabajan en Cartago. En el primero de una serie de nueve volúmenes se adjunta un modelo en blanco de las fichas utilizadas para el registro de la evidencia estratigráfica, es decir, las fichas preimpresas de estratos, de elementos, 21 del inventario fotográfico y de materiales. Su aplicación les permite reducir al mínimo el tiempo de edición de la documentación generada así como su presentación estructurada. Sin embargo continúan ligados en cierta medida al concepto de excavación por cuadrículas. Cada una de ellas se excava independientemente, se recoge su material y se dibujan sus perfiles por separado al menos en las primeras campañas sin seguir el open-area method. Resumiendo los contenidos de la serie de publicaciones dirigidas por Senay señalaremos que a la presentación de la historiografía relativa al sitio y un levantamiento arquitectónico inicial (vol. I) le sigue la secuencia estratigráfica obtenida en 1978 (vol. II), el estudio de los materiales cerámicos y numismáticos, y la decoración en mosaicos y estucos (vol. III) y los datos de la importante campaña de 1979. Es ahora cuando se aporta una matriz estratigráfica e interpretaciones sobre la historia constructiva y la evolución de tan singular edificio (vol. IV). En 1981 se publica una interesante búsqueda de paralelos arquitectónicos existentes en el Mediterráneo oriental y el estudio de materiales de la campaña de 1979. Los siguientes volúmenes aparecidos entre 1984 y 1986 (vols. V-IX) son las cuatro partes en las que se dividen las actas del Congreso Internacional sobre Cartago celebrado en Québec en octubre de 1984 y contienen por tanto aportaciones variadas de diversos especialistas. Como hemos apuntado, las campañas de excavación del equipo canadiense se plantean inmediatamente establecer una secuencia estratigráfica y unas plantas y alzados precisos. De esta manera se ha podido confirmar que el monumento (ver la figura 36) está compuesto por dos coronas 21 Con espacio reservado para la definición de las relaciones estratigráficas aunque sin Harris Matrix.

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circulares concéntricas y dodecagonales de pilares trapezoidales. Ambas grandes estructuras están enmarcadas en un rectángulo cuyas fachadas se abren en arcadas hacia el exterior. La primera corona de pilares, de ciento noventa centímetros de potencia, describe un espacio central circular de ochocientos cuarenta centímetros de diámetro. Tras la galería de cuatrocientos ochenta centímetros de ancho que gira a su alrededor se encuentra la segunda corona de pilares, con una anchura algo menor que la primera: ciento diez centímetros. A su vez está rodeada por una segunda galería de trescientos sesenta centímetros de anchura. Los arqueólogos comprueban cómo mientras las fachadas exteriores este, oeste y sur distan casi veinte metros del punto central del conjunto, la fachada norte se halla a poco más de quince metros. Ello es debido a un estrechamiento del espacio interior de la última galería. Para las cubiertas del edificio Senay propone que estuvieron formadas por una cúpula central y dos bóvedas corridas sobre los pasillos concéntricos a una altura que vendría determinada por la robustez de pilares y muros. Así planteada esta solución se descubren una multitud de correspondencias matemáticas entre la altura de la sala central y la longitud del edificio, entre la altura de las bóvedas y la distancia hasta las fachadas, etc. Éstas coincidencias geométricas hacen pensar en un proyecto arquitectónico calculado tanto en base al número Φ como a Φ2 del mismo modo que sucede en otros ejemplos del Próximo Oriente como lo son la Cúpula de la Roca o la Rotonda del Santo Sepulcro de Jerusalem. Todo ello indica una marcada influencia oriental en el planteamiento de este edificio que se aleja así del resto de baptisterios documentados hasta el momento en el norte de África. Por otro lado la estratigrafía permite plantear una evolución urbana que explica la construcción de un edificio de culto en el interior de una ínsula habitacional (uso inicial que recibió este espacio al menos hasta finales del siglo III). Este cambio fue posible como consecuencia de la ruina del hábitat a raíz de los terremotos de principios del siglo IV. La construcción del Monumento circular data por tanto de mediados de dicho siglo. Se trata de una fecha precedente a los siguientes terremotos del 362 y 365, que a su vez provocaron nuevas ruinas. Las reparaciones posteriores incluyeron la modificación de la fachada norte y de toda

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la planta del conjunto. 22 Éste fue el momento en el que la planta del edificio dejó de ser un cuadrado exinscrito a una circunferencia, como propuso en su día Lézine, para convertirse en el cuadrilátero que podemos contemplar hoy. De todas formas la conquista vándala supuso su abandono y expolio parcial, sólo remediado tras la reconquista imperial. A la llegada del ejército bizantino se saneó el decumano contiguo y su cloaca y se dispusieron nuevos mosaicos geométricos en el interior del monumento. La vida del edificio terminó poco después de la conquista árabe. El siglo VIII vio comenzar el sistemático expolio de sus materiales ornamentales y constructivos. Otro equipo canadiense dirigido por Wells y Wightman (1980) se dedica entre 1976 y 1983 a excavar en el sector noreste de la ciudad. Su intención es confirmar que el actual talud conocido como Teurf el-Sour se formó en realidad gracias a los restos de la muralla de Teodosio II del 425. También se proponen comprobar si el trazado urbano augusteo se extendió de forma igualmente regular incluso en una zona alejada del foro. Se realizan hasta ocho catas que rápidamente corroboran ambas hipótesis, hallándose los restos esperados exactamente en los lugares previstos. Deciden entonces realizar un sondeo en la zona afectada por la construcción de la muralla para comprobar el impacto que pudo tener en el dibujo urbano de la zona. Resulta negativa la búsqueda de un foso defensivo que complementase la muralla. Pero se da buena cuenta de los progresivos estrechamientos que sufrieron cardos y decumanos como se puede ver en otros barrios de la ciudad. Radical fue el cambio que supuso para la vida de este distrito urbano la construcción de la muralla. De hecho algunas casas al norte del cruce entre el decumano VI norte y los cardos II y III este no sólo fueron dejadas extramuros y desprotegidas sino que varias incluso fueron demolidas para facilitar la defensa de la ciudad. Además el lienzo de la fortificación teodosiana siguió la línea de algunas calles, obturándolas. Esto bloqueó los accesos a las viviendas de las últimas ínsulas que vieron así seriamente mermada su accesibilidad 22 Sobre este particular ver en el próximo capítulo una interpretación alternativa de Hallier (1995).

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y habitabilidad. Aquellas casas que evacuaban sus aguas residuales a las cloacas de los decumanos afectados sufrieron graves deficiencias en su nivel de salubridad. En época vándala estos hábitats fueron objeto de múltiples subdivisiones internas y reaprovechamiento de espacios por lo que pese a todo no fueron inmediatamente abandonados. Sí lo fueron en cambio a finales del siglo V. Tras la reconquista bizantina volvieron tímidamente a la vida gracias a algunas reparaciones que se documentan igualmente en las calles adyacentes. Estas obras de acondicionamiento fueron aprovechadas para ganar nuevamente espacio privado en detrimento del público, tapiando algunos callejones. Un buen ejemplo es el cardo IV este en su tramo al norte del decumano IV norte (Neuru 1992). A pesar de las reformas las calles no volvieron a ser enlosadas sino que se mantuvieron operativas con superficies de tierra batida. Los habitantes de este barrio, de escaso nivel adquisitivo, resistieron en él hasta principios del siglo VIII, momento en el que se registra el definitivo abandono y ruina de la zona (Wells 1992). Tarda un poco más el equipo alemán del Deutsches Archäologisches Institut en comunicar los hallazgos realizados (Rakob 1979) en la zona que actualmente se conoce como el Barrio de Magón. El área coincide aproximadamente con el extremo del decumano máximo que llega a la playa (ver número 1 de la figura 29). Sus preferencias editoriales no son las del estilo norteamericano o canadiense, con rápidas publicaciones útiles para el desarrollo de una prolongada campaña internacional. Tienen un carácter más europeo 23 basado en pequeños artículos y comunicaciones contemporáneas al desarrollo de los trabajos. Sólo unos años más tarde se presentará una gran publicación con todo lujo de detalles, datos de excavación e interpretaciones cuidadas. El primero de estos grandes tomos (Rakob 1991) es el que recoge las excavaciones y demás trabajos que tienen lugar en Cartago entre 1975 y 1984. Si bien no hacen referencias explícitas a la metodología de excavación y registro, de la documentación gráfica se deduce que practican la excavación en área abierta priorizando 23 Además del alemán, es el caso de los equipos británico y francés, y en menor medida, también del sueco.

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la documentación de la secuencia estratigráfica. 24 Esta edición sobresale de la media producida por la entera campaña UNESCO por varios motivos. Uno de los más destacados es el empeño gráfico por comunicar datos e interpretaciones, ambas profusamente ilustradas en el segundo volumen con tablas de gran formato (ibídem, Beilagen) rebosantes de referencias, cotas y leyendas explicativas, imprescindibles para no perderse en el mar de información que proporciona el equipo alemán.

Fig. 37: Hipótesis reconstructiva del Barrio de Magón y la muralla marítima entre los siglos y III a.C. (Rakob 1991, Beilage 37).

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El objetivo propuesto para la excavación es obtener una estratigrafía clara de la costa especialmente de las fases más antiguas de la ciudad. En época arcaica se presume un nivel del mar cincuenta centímetros por

24 Las secciones parecen acumulativas y no hay dibujos de perfiles. En las secciones es patente el esfuerzo gráfico por incluir una trama diferente en función de la composición material de cada estrato aun a costa de limitar la claridad con que se han interpretado sus relaciones estratigráficas (Rakob 1991, Beilagen).

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debajo del actual, de forma que la línea de costa estaría aproximadamente cincuenta metros más hacia el este de lo que está hoy. Los estratos más profundos de los sondeos de esta zona se fechan en el siglo VIII a.C. y contienen cerámicas finas y ánforas de importación procedentes de las costas del Próximo Oriente, del Egeo y del extremo occidental mediterráneo. Ello permite pensar en una primera Cartago plenamente integrada en los circuitos comerciales más importantes de la época. Las estructuras arquitectónicas corresponden a instalaciones relacionadas con el trabajo metalúrgico y respetan una orientación ortogonal paralela a la costa. Al inicio de un segundo momento constructivo datado entre los siglos V y III a.C. se realizó una gran empresa poliorcética con la construcción de una recia muralla marítima de más de cinco metros de espesor defendida con torres (ver figura 37). Esta obra monumental sancionó a la urbe en su ascenso a gran metrópoli. La zona dedicada a trabajo industrial fue desmantelada y pasó a cumplir funciones habitacionales. La última fase constructiva púnica confirma una sorpresa ya apuntada por otros equipos de la campaña UNESCO: el momento de vitalidad económica y urbanística vivido por Cartago inmediatamente después del final de la II Guerra Púnica. A las evidencias documentadas por los equipos británicos, norteamericanos y franceses, de remodelaciones portuarias y de urbanización en la Byrsa hay que añadir la modificación de la muralla marítima. Ésta consistió en el tapiado de la puerta que hasta entonces se abría justo en esta zona y el desplazamiento del lienzo hacia la línea de costa. Esto liberó un espacio urbano que fue aprovechado por las viviendas preexistentes, que pudieron aumentar sus dimensiones, lujo y comodidades. En su construcción se emplearon tanto grandes bloques de arenisca como adobes y estrechas pero profundas zanjas de cimentación. Se ha podido constatar la ostentosa decoración de alguna de estas ínsulas del siglo IV a.C., con estucos, pavimentos polícromos y mosaicos de mármol. En referencia a esta técnica de lujosa pavimentación, los investigadores se manifiestan en estos términos: (…) il est évident que leur invention et leur premier rayonnement doivent être attribués à la métropole punique (…) (Rakob 1992, 33).

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Durante todas las fases se ha documentado el tipo de hábitat púnico de estrechos pasillos anexos a la pared exterior con habitaciones en hilera dispuestas en alturas irregulares. Los pequeños patios centrales documentados en la colina Byrsa aumentan aquí sus dimensiones. Crece también la cantidad y complejidad de las habitaciones que les circundan. Estos patios comprenden un área rodeada de columnas, a veces orientada hacia un salón principal flanqueado por pequeñas estancias. Los suelos están cubiertos con el tipo de pavimenta púnica ya constatado desde el siglo V a.C. No obstante en la mayoría de los casos se trata de un sencillo suelo de tierra batida con una preparación plástica. Tras allanar la superficie y alisarla con pulidores de piedra se extiende un mortero decorado con piedrecillas multicolores. La existencia de terrazas y de un piso superior está atestiguada por las abundantes improntas de cañizo en la cara inferior de los restos de pavimento. También se han localizado fragmentos de estuco mural del primer estilo pompeyano. En general el estilo arquitectónico desplegado se asume por el equipo alemán como la reinterpretación al gusto cartaginés de elementos helenísticos. Las nuevas casas confirman la disposición en ínsulas separadas por calles que se cruzan en ángulo recto. Quizá sorprenda que una zona acomodada de la ciudad careciese de una conducción de agua del tipo cloaca pero el hecho es que las infraestructuras hidráulicas registradas no tienen carácter colectivo sino individual. Para el abastecimiento se surtieron de los pozos de aprovisionamiento y de las cisternas de almacenaje. Para el desagüe se emplearon pozos negros excavados bajo el nivel de la calle. Este sistema se conservó hasta el siglo II d.C. cuando fue sustituido por la red de cloacas imperiales. Hasta entonces las calles no aparecen pavimentadas ni constan de canalizaciones de ninguna clase. Tras la destrucción del 146 a.C. la reconstrucción no llegó hasta época augustea. La excavación alemana demuestra que fue entonces cuando se limpiaron los escombros cartagineses hasta llegar al nivel de uso púnico tardío a partir del cual se inició la construcción de la nueva Colonia. En el curso de estos trabajos no se dudó en reaprovechar cuantos materiales, muros y cisternas pudieron ser de utilidad. Incluso la orientación y disposición ortogonal romana tuvo cuidadosamente en cuenta los restos sobre

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los que se estaba levantando. Los decumanos recibieron inmediatamente la instalación de desagües subterráneos de sección rectangular según el eje de la calle. Excepcionalmente en el decumano máximo esta canalización fue doble y no corrió por el centro de la calle sino por sus lados, junto a las aceras. El resto de vías, esto es, los cardos, no sufrieron grandes cambios hasta el siglo II, cuando se pavimentan y se dotan también de cloacas. Lo que más parece cambiar con la llegada romana fue el uso global de la zona, que volvió a albergar actividades de tipo productivo e industrial hasta la fase bizantina. Un segundo equipo alemán, éste de la Universität Hamburg, comienza sus trabajos en 1986 y los continúa hasta 1995 motivo por el cual trataré sus publicaciones en el próximo capítulo. No obstante, mencionaremos acto seguido las intervenciones resultado de un esfuerzo mixto alemán y tunecino en el conjunto arquitectónico de Kobbat Bent el Rey. De forma intermitente entre 1978 y 1989 se trabaja con el objetivo de obtener una documentación arqueológica acorde con la excepcionalidad del monumento. Excavado en la colina de Bordj Djedid, su naturaleza subterránea le ha preservado de la acción de la intemperie y de los expoliadores. Sus muros y bóvedas han quedado casi intactos por lo que se puede tomar como el edificio mejor conservado de todo Cartago. Sobresaliente por su técnica arquitectónica nace como construcción subterránea entre el 320 y el 340 en el espacio circunscrito por los cardos XIII-XIV este y decumanos VIVII norte. La planta está formada por una sala principal de apenas veinte metros cuadrados flanqueada al oeste por otras dos más pequeñas fruto del reaprovechamiento del espacio ocupado por dos cisternas en una fase precedente al edificio. El nivel de pavimento se halla a seis metros de profundidad. Se accede mediante una compleja combinación de rampas y escaleras. La decoración de la primera fase debió ser la más suntuosa al cubrir todos los suelos con mosaicos excepto en la sala central que estaba enlosada con mármoles polícromos. También las paredes fueron revestidas de mármol mientras que en las cubiertas se pintaron frescos con motivos vegetales y geométricos. Una fontana decorativa se situó en el eje central de la sala principal. Los arqueólogos alemanes nos explican que lo que hace excepcional este conjunto es la concepción antitética del espacio

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que se define mediante un sofisticado sistema de cubiertas que engendra una plasticidad y dinamismo desconocidos hasta el momento en la arquitectura romana de occidente (Storz 1991). El elemento básico de esta concepción del espacio interior es la invención de la bóveda sobre trompas. Si bien no es un caso aislado en el norte de África, sí es uno de los más precoces y mejor definidos. Desafortunadamente las campañas de documentación y restauración no han aportado datos concluyentes sobre la funcionalidad del edificio. No obstante la decoración, los detalles arquitectónicos y su disposición tan favorable para el control del acceso y la privacidad hacen pensar que se trate de un musaeum: espacio destinado a una restringida élite, probablemente a una sodalia, que halló aquí un lugar de recreo donde poder disfrutar del antiguo sentido del otium. Los trabajos confiados al Museo Nacional de Copenhague (ver número 6 de la figura 29) se acometen de forma intermitente entre 1975 y 1984 exactamente en la zona correspondiente al punto 90 del mapa de Christian Tuxen Falbe (ver figura 12). La historiografía apuntaba hacia este lugar como el espacio en el que el famoso cónsul danés y sir Grenville Temple hallaron durante sus trabajos de 1837-1838 25 los mosaicos actualmente custodiados en el British Museum y en el Nacional de Copenhague. Uno de los principales objetivos de la excavación es por lo tanto dar en la medida de lo posible un contexto histórico a aquellos pavimentos y una estratigrafía clara para el mencionado punto 90. El método de excavación y registro seguido en este caso se halla a medio camino entre los sistemas Wheeler y Harris: 26 se divide el espacio en cuadrículas de cinco metros de lado y se procede a su excavación de forma independiente. Su puesta en práctica permite combinar el dibujo los perfiles de todos los cuadrantes en una lectura vertical con otra horizontal lograda con la excavación sincrónica de cada parcela hasta los niveles retenidos oportunos (Dietz 1982, 19). Dado que las dimensiones de las

25 Ver capítulo III. 26 Como explicación del método seguido los arqueólogos daneses nos remitirán al aplicado en las campañas emprendidas junto a un equipo sueco en el yacimiento egeo de Asine (Dietz 1982).

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Fig. 38. Sección esquemática de las excavaciones de Asine. Cada columna corresponde a una cuadrícula excavada. Los estratos aparecen numerados y separados por cota (Dietz 1982, 27).

cuadrículas se imponen a las de los estratos, los objetos son registrados en el inventario con la referencia de su cuadrante y su cota. Parece así evidente que son adscritos a las unidades estratigráficas en un paso posterior.

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También son registradas las cotas iniciales y finales de cada estrato siempre de forma independiente en cada cuadrícula. Ello da lugar a una sección esquemática del conjunto, en lugar de una estilizada, como podemos ver en la figura 38. No obstante, en la publicación de los resultados las secciones acaban por ser representadas de forma estilizada e interpretativa. Además se incluye un apéndice dedicado a la descripción de cada uno de los estratos y a la aclaración de algunas cuestiones terminológicas. Pero el hecho es que una vez el excavador ha identificado y numerado un estrato, las siguientes unidades estratigráficas reciben una nomenclatura que no sigue un numero currens, sino que depende directamente del rapport chronologique direct avec les voisines découvertes (Dietz y Trolle 1979, 127). Si hay semejanzas o si se toman como pertenecientes a la misma fase que un estrato nombrado como 1, entonces el nombre de las unidades asociadas será 1a, 1b, 1c, etc., e incluso 1a1, 1a2, etc., hasta que no se interprete algún cambio radical que haga pasar al número 2. Este ejercicio de interpretación, registro y excavación casi simultáneos, condiciona las reflexiones que posteriormente puedan hacerse sobre la secuencia estratigráfica. Las correlaciones entre estratos aparecidos en diferentes catas se hace difícil y con ello la comprensión del conjunto. Los autores defienden el éxito con el que se aplica este método pero no ocultan (...) les corrections relativement peu nombreuses qu’il a été nécessaire d’y apporter en raison des modifications dans l’interprétation (…) (ibídem, 127).

Aunque una Harris Matrix habría sido más adecuada, el apéndice adjunto dedicado exclusivamente a las unidades estratigráficas evidencia el interés que se les otorgaba en estas campañas. La parcela que se decide excavar se halla unos cien metros al norte del límite marcado por la muralla de Teodosio II, en las proximidades de la basílica de san Cipriano y de la necrópolis púnica de Borj Djedid. Aquí, sobre la tierra virgen se halla un estrato de derribo y abandono de un hábitat púnico de metro y medio de potencia, fruto de la destrucción romana. A principios del siglo I d.C. se levantó una casa romana adaptada al necesario urbanismo de terrazas que el accidentado terreno imponía. Esta zona de la costa, más abrupta que en otros puntos de la

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ciudad, explica las orientaciones arquitectónicas alternativas a las centuriaciones urbana y rural. El resto de estructuras altoimperiales estuvieron constituidas por grandes espacios abovedados posiblemente dedicados a diversas actividades productivas, pequeños talleres y almacenes. Estos ambientes sufrieron frecuentes remodelaciones evidenciando una compleja secuencia constructiva. No fue hasta finales del siglo IV y principios del siglo V cuando la zona se dedicó en exclusiva a la habitación doméstica. No obstante, la construcción del muro de Teodosio II provocó el abandono del barrio, que había quedado fuera de la zona protegida. Entre las evidencias registradas está la colmatación de las cloacas que evacuaban las aguas residuales y torrenciales. Teniendo en consideración las fuertes pendientes de la zona, la fuerza de bajada del agua sería considerable. Por ello la residencia sin infraestructuras de desagüe se habría resentido notablemente en sus condiciones de salubridad. En época vándala empezaron a practicarse enterramientos en toda el área. Durante el periodo

Fig. 39. Fase inicial de la excavación sueca (Peterson 1979, 66).

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bizantino algunos espacios fueron tímidamente rehabilitados pero ninguno de ellos sufrió grandes reparaciones estructurales. El mismo año de 1979 comienzan a aparecer los boletines del Medelhavsmuseet de Estocolmo (Peterson 1979 y 1980 y Styrenius y Sander 1981 y 1986). Éstos nos reportan los resultados de las excavaciones dirigidas por Sander y Styrenius acometidas entre 1979 y 1980 a los pies de la ladera norte de Byrsa (ver número 7 de la figura 29). El procedimiento de registro aplicado no queda explícito si bien parece que nos hallamos ante un ejemplo de estadio inmediatamente precedente al método Harris (similar al del equipo danés con el que efectivamente mantienen estrechas relaciones). Tras dividir el terreno en cuadrículas se acomete la excavación de algunas de ellas, como vemos en la figura 39. Suponemos que esta elección está guiada por la intención de conservar testigos en el interior del recinto excavado. No obstante, la importancia de los restos rápidamente descubiertos condujo a la excavación en extensión. En el análisis de esta intervención debemos considerar la urgencia con la que se desarrollan los trabajos. El equipo sueco estaba condicionado por la decisión unilateral del propietario del terreno de construirse una vivienda con piscina que excluía la posibilidad de preservar in situ cualquier estructura. Así se realiza una gran labor de documentación de los diversos elementos (calidario, tepidario, hipocausto, etc.) sin poder detenerse en los conjuntos estratigráficos. 27 Como soporte gráfico a la publicación principal (Gerner Hansen 2002) se adjunta una planta compuesta y hasta ocho secciones que por los motivos expuestos sólo muestran los elementos estructurales, exceptuando los interiores de cloacas y cisternas, donde también aparecen las capas de tierra que las rellenaban. Tanto en la planta como en las secciones se hace constante referencia a la cota de cada elemento, resultando el conjunto de una gráfica clara y elocuente. El dominio de bocetos axonométricos hace fácilmente comprensible la interpretación de los restos que propone el equipo sueco (ver figura 40). Los restos hallados por Sander y Styrenius permiten establecer que tam27 Fueron documentados cuatro grandes estratos, mientras que otros equipos superaron el millar.

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Fig. 40: Hipótesis reconstructiva del equipo sueco del aspecto que podría tener la habitación AA en su fase 2 (Gerner Hansen 2002, 44).

bién en esta zona de la Colonia al igual que en la cima de la Byrsa, los ingenieros romanos rebajaron el nivel del suelo. En esta ocasión quizá el motivo principal es reducir la fuerte pendiente que sufría el decumano I norte, sin duda destinado a ser uno de los más transitados de la ciudad. Las estructuras presentes en la parcela pertenecieron a una modesta terma que parece haber sido construida en época altoimperial y destruida a mediados del siglo II. Su reconstrucción y mejora se fecha con precaución (en base al análisis estilístico de su escasa decoración) a finales del siglo II o principios del siglo III. Hay indicios de una nueva reconstrucción a mediados del siglo IV, posiblemente a consecuencia de los desperfectos causados por el terremoto del 365. Varios miles de monedas atestiguan su uso continuado en época vándala y bizantina. La estructura termal desvela además un ingenioso sistema de circulación de aguas compuesto por siete cisternas subterráneas, un pozo y dos reservas en altura que se comunicaban mediante numerosas canalizaciones. Han llamado la atención dos hechos particulares: por un lado la céntrica ubicación de la terma con accesos al interior tanto desde el decumano I

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norte como desde el cardo I este. Esta localización es además el punto más alto de la vaguada que separa las colinas de Byrsa y de Juno, lo que sin duda supuso una dificultad añadida al problema del abastecimiento de agua necesario en todo establecimiento termal. El segundo aspecto destacable es la sobriedad de su decoración, la ausencia de espacios de recreo y sus modestas instalaciones pensadas para servir a un reducidísimo aforo. Estos aspectos, en cierto modo contradictorios con su ubicación preferente han hecho pensar en un establecimiento privado, quizá con carácter más terapéutico que lúdico (Gerner Hansen 2002, 118). Al terminar la excavación el equipo sueco presenta un proyecto de musealización que será aceptado por las autoridades tunecinas. Ello ha servido para llegar a un acuerdo con el propietario del solar, quien ha consentido la creación de una cripta arqueológica que preserve los restos y los hiciese visitables bajo su ansiada y refrescante piscina. Los siguientes en ver la luz son los frutos de la excavación tunecina iniciada en 1978. Aunque repartidos en diversos frentes como puede apreciarse en la figura 29, su espacio principal es el enmarcado entre los cardos IX y X este y los decumanos II y III sur. La zona se hallaba anexa a la de la Casa de los Aurigas Griegos excavada por el equipo de la Universidad de Michigan que vimos anteriormente. De hecho ambas intervenciones encontrarían en el límite que las separa el mismo baptisterio relacionado con la basílica Cartagena (Ennabli 1981) y que podemos ver en la figura 41. El terreno inicialmente dejaba ver los restos de un edificio bizantino parcialmente excavado con carácter de urgencia entre 1969 y 1970. Su excavación distingue dos grandes fases de construcción: la primera se corresponde con la edificación de una estructura de tres naves cuyo espacio central midió más de ocho por diecinueve metros. Más tarde la estructura se abrió al cardo IX este mediante un pórtico con funciones comerciales. El abandono sufrido durante el periodo vándalo avala la hipótesis que defiende la temprana cristiandad del conjunto. Tras la reconquista y aprovechando las ruinas de estas estructuras como cimentación, se levantó un edificio de mayores dimensiones: más de treinta y seis por veinticinco metros en planta, dos ábsides y cinco naves, que mantuvieron su morfología y proporciones hasta su definitivo abandono. La datación aproximada

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propuesta en base al estudio estilístico de los mosaicos es la primera mitad del siglo VI. En este momento y anexa al ábside oriental se añadió una capilla con ábside abierto hacia el norte así como un baptisterio conectado a una de las naves laterales. Éste presentó una planta cuadrada de catorce metros de lado que encerró un octógono alrededor del cual se dispuso un deambulatorio. Existieron algunas salas anexas que muy probablemente hayan tenido funciones religiosas pese a lo cual, hacia finales del siglo VI, fueron ocupadas como viviendas por gentes de bajo nivel económico, como apuntaba la vecina excavación de Humphrey (vedi supra). Los nue-

Fig. 41. Vista axonométrica de la hipótesis reconstructiva de la basílica de Cartagena (Ennabli 1992, 179).

vos habitantes llegaron incluso a instalarse en alguna de las naves laterales de la basílica durante el siglo VII. Otra de las naves laterales de la misma quedó muy deteriorada al tener que soportar sus mosaicos el desagüe en superficie procedente de estas habitaciones. Los usos agrícolas del suelo que se dieron en la zona a lo largo de los siglos posteriores han alterado seriamente los estratos más superficiales impidiendo el planteamiento de hipótesis sobre el desarrollo de las últimas fases y el definitivo abandono de las estructuras (Ennabli 2000b).

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Entre 1987 y 1989 un equipo mixto franco-tunecino trabaja en la Casa del Criptopórtico conocida desde su excavación en 1932 (AA.VV. 1990, 11-19) pero poco atendida hasta la actualidad. La intervención se propone levantar un plano topográfico de la casa y la realización de algunos sondeos que permitiesen situarla cronológicamente con mayor precisión. Se constata la existencia en sus niveles inferiores de material fechado con anterioridad al siglo II a.C. Por otra parte la fase de construcción más importante de la casa romana queda fijada en el paso del siglo II al III. Los arqueólogos tunecinos 28 lidian también con la ardua tarea en que se convierte la Arqueología de urgencia cuando la presión urbanística es máxima. Bajo condiciones arqueológicamente extremas 29 en ocasiones no queda más que proceder a documentar los restos sobrevividos a los trabajos urbanísticos acometidos fuera de las zonas protegidas por el proyecto del Parque Arqueológico. Buenos ejemplos son la calle Astarté en la ladera de la Byrsa en donde en febrero de 1976 se halla un hábitat púnico con una sala de baño y un taller (Chelbi 1980 y 1984). En la zona de Le Kram (frente al actual campo de fútbol) se desarrollan dos campañas de excavación (Annabi, Ben Abdallah y Chelbi 1980). En la primera de ellas se halla una fullonica de época púnica con una tintorería, equipada con una compleja red de canales de desagüe. Estas instalaciones abandonaron la actividad entre los siglos III-II a.C. y pasaron a convertirse en hábitats. Tras la destrucción romana la zona parece inutilizada hasta la época de la reconquista bizantina. Entonces se instaló una necrópolis. Igualmente, en las proximidades del teatro, aparecieron dos sarcófagos monolíticos fechados a finales del siglo VI a.C. (Chelbi 1985). A continuación veremos publicados los trabajos italianos efectuados entre 1973 y 1977 bajo la dirección de Carandini (1983) en la periferia norte de la ciudad (ver figura 29). Los objetivos son definir la cronología y morfología del urbanismo romano, la relación topográfica entre ciudad y campo y los usos del suelo no urbanizado. Pese a que esta misión 28 Principalmente Chelbi, Ben Abdallah, Sebaï, Harrazi y Annabi. 29 Ver las introducciones con las que Ennabli abre los volúmenes del CEDAC, especialmente a partir del número IV.

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es una de las primeras en comenzar los trabajos de campo, la publicación sufrirá notables demoras. De hecho no contamos con una gran edición como en otros casos sino con un funcional informe de excavación que no da lugar a disquisiciones metodológicas ni a estudios de materiales. No obstante, la documentación gráfica basada en secciones estilizadas y plantas por periodos deja intuir una de las más avanzadas concepciones de la excavación estratigráfica en área abierta. 30 Algunos ejemplos (ibídem, 23) presentan secciones acumulativas, es decir, trazadas exclusivamente en base al registro estratigráfico efectuado durante la excavación, lo que en la práctica anula por completo la utilidad de los testigos. Una vez se concretan los objetivos, se delimitan cuatro sectores. El primero de ellos se sitúa en el hipotético cruce entre el cardo II oeste y el decumano V norte. En este punto se identifica sobre la tierra virgen una necrópolis púnica de los siglos IV-II a.C. sobre la que descansó directamente la primera trama urbana de época augustea. A mediados del siglo IV el espacio del cardo II oeste se convirtió temporalmente en un vertedero. Tras la conquista vándala esta calle quedó bloqueada al acceso público en un fenómeno de privatización del espacio urbano que se documenta también en los sondeos canadienses (vedi supra). Tras un periodo de abandono esta zona volvió a ser frecuentada para albergar una necrópolis de mediados del siglo VI. El segundo sector excavado está situado junto a la esquina noroeste de la retícula de Charles Saumagne (1924a), es decir, fuera de los límites de la ciudad marcados en su hipótesis y por tanto teóricamente no urbanizado. Los italianos confirman este carácter suburbano. Se documenta una necrópolis altoimperial en una zona y un barrio suburbano tardío en otra, que seguía la orientación de la centuriación rural. El tercer sector queda en el cruce entre el cardo V y VI oeste y el decumano V norte. Al norte del montículo Teurf el-Sour se pretende hallar

30 Toda la documentación gráfica presenta indicaciones de cómo se han interpretado las relaciones estratigráficas entre las diferentes unidades y tanto en las plantas como en las secciones se señalan los números de unidad estratigráfica y las cotas. No hay menciones ni evidencias de testigos en el interior de las catas.

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el lienzo de la muralla teodosiana y explicar su relación con el resto del trazado urbano. La estratigrafía demuestra que la insula finitima real no se corresponde en este sector con la calculada por Saumagne ya que el espacio al norte de este punto fue usado sólo como necrópolis. Incluso al sur la urbanización romana no se consumó hasta el siglo III. La extensión de la necrópolis tardoantigua hacia el interior de la ciudad marca el abandono de las estructuras de hábitat. Por cuanto respecta a la muralla, se plantea una doble relación con el actual montículo. Si bien hoy éste debe su envergadura a los restos de la defensa de la Colonia, es muy probable que en el momento de su construcción se haya aprovechado una ya preexistente depresión natural que hasta ese momento había sido usada como escombrera. El cuarto y último sector se extiende en la zona periurbana conocida como Bab el-Rih y está relacionada con una de las puertas de la muralla. La excavación halla sobre la tierra virgen una necrópolis púnica en uso durante el siglo IV a.C. Ya de época romana son algunas frágiles evidencias interpretadas como resultado de las obras de centuriación rural entre la destrucción del 146 a.C. y los trabajos augusteos de urbanización. Dichos trabajos no supusieron inicialmente la pavimentación e instalación de una completa red de cloacas. De hecho ésta no se produjo hasta finales del siglo I d.C. Tras un momento de máxima extensión de la urbanización a principios del siglo IV, a la llegada los vándalos se dio comienzo al expolio sistemático de algunas construcciones y a la invasión de los espacios públicos viarios por parte de los hábitats privados. Con la reconquista imperial se abandonaron tanto los barrios suburbanos como las últimas ínsulas y las necrópolis entraron en la ciudad. Como principales conclusiones de conjunto el equipo italiano presenta la verificación de una urbanización cronológicamente gradual desde el centro hacia la periferia. No obstante la extensión de la ciudad siguió el único plan concebido en el momento inicial que en gran medida coincide con el propuesto por Charles Saumagne (ibídem). Se constatan sin embargo las irregularidades urbanísticas acaecidas en los espacios viarios: cardos y decumanos fueron estrechándose y en algunos puntos quedaron privatizados por completo. Por último, en los espacios extramuros se han evidenciado

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las operaciones conducentes a la centuriación rural cuya orientación influyó en el posterior proyecto de la Colonia. Se plantean así nuevas incógnitas sobre la vida y morfología de los barrios suburbanos (Anselmino 1992). Este ha sido el breve resumen que ha pretendido dar cuenta de todas las intervenciones arqueológicas que se han dado en Cartago gracias a la campaña internacional de la UNESCO. No hemos entrado a desmenuzar el desarrollo de los múltiples eventos científicos celebrados a colación en estas fechas. Éstos pueden seguirse en las noticias periódicamente publicadas por el CEDAC. Por mencionar algunos de los más importantes por orden cronológico recordaremos el Coloquio Estratigráfico mantenido en el propio yacimiento en julio de 1977, los seminarios Epigraphia Latina y Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae, en junio y septiembre de 1979 respectivamente, el congreso The Archaeology and History of Carthage (Pedley 1980) de marzo del mismo año, el coloquio Céramique Antique à Carthage, de junio de 1980 (CEDAC, I), el Congres International sur Carthage celebrado en Québec en octubre de 1984 (Senay 1984-86, vols. VI-IX), el coloquio Epigraphie et Vie Municipale mantenido en septiembre de 1985 y los Colloquii Bruxellensis de mayo de 1986 primero sobre Cartago (Lipinski 1988), sobre las guerras púnicas después (Devijver y Lipinski 1989). Éstas son también las fechas en las que se da inicio a la serie de los CIEFP. 31 Otras citas reseñables aunque menos ligadas a la topografía de nuestro yacimiento son los coloquios internacionales periódicos conocidos como Histoire et Archéologie de l’Afrique du Nord 32 e Histoire et Civilisation du Maghreb. 33 También podemos recordar las reuniones organizadas por la Università di Sassari con título y publicación homónimos, L’Africa Romana, 34 así como el congreso L’Afrique dans

31 Los dos primeros se celebran en Roma en 1979 y 1987 y son publicados respectivamente en 1983 y 1991. 32 Publicados por el CTHS. Isserling, Le Glay, Ribichini, y Senay presentan artículos sobre Cartago en el IIº congreso celebrado en Grenoble en 1983 (1985); en el III oficiado en 1985 en Montpellier hacen lo propio Cecchini y Sznycer (1986); Ver ÁBACo. 33 Ferchiou hace aportaciones en los congresos II y IV. Ver ÁBACo. 34 La enumeración de la gran cantidad de artículos publicados en esta colección dilataría en exceso esta nota. Remito al lector a la consulta de ÁBACo.

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l’Occident romain, I a.C.-IV d.C. celebrado en Roma en 1987. 35 Cabría añadir igualmente un sucinto comentario sobre una de las muchas obras divulgativas publicadas sobre el argumento que nos ocupa (AA. VV. 1986) antes del final de la campaña UNESCO. Se trata del catálogo de la exposición celebrada entre 1986 y 1987 que conmemoraba la puesta en valor del patrimonio tunecino que el Combatiente Supremo (Habib Bourguiba) había promovido durante los treinta años de Independencia. Si bien la exposición no sólo habla de Cartago sino de toda la nación destacando la Prehistoria tunecina, cuando la campaña internacional llega a su fin es una buena ocasión para comprobar cuál es la versión más oficial de la Historia del yacimiento. El acento se pone en la monumentalidad, en el papel jugado como foco de civilización y en la capitalidad e influencia mediterránea que tuvo la ciudad en todas sus épocas casi sin excepción, desde la edad arcaica hasta mediados del siglo VII. Pasamos a continuación a mencionar brevemente otras publicaciones sobre Cartago procedentes de autores que no dependen directamente de las misiones arqueológicas hasta ahora mencionadas. Siguiendo el orden cronológico comenzaremos con un autor tunecino (Tlatli 1978) que dedica su tesis doctoral al estudio del urbanismo de la Cartago fenicia y púnica. Destaca en esta obra el peso específico otorgado a las actividades agrícolas dentro del sistema económico cartaginés. Por otra parte y encabezando la contribución italiana encontramos a Moscati (1975, 1980 y 1983). Es cierto que este autor está menos directamente ligado a nuestro yacimiento. Pero tiene el mérito de haber conducido los estudios fenicio-púnicos hasta una independencia institucional notable en un país en donde pesa como en ningún otro la tradición grecorromana, tanto en ámbitos académicos como fuera de ellos. Quizá por esta herencia clásica sus obras han prestado siempre una especial atención a la Historia del Arte. Sus publicaciones son de gráfica vanguardista y ampliamente ilustradas. Se dirigen a un público culto pero no necesariamente especialista. El ámbito geográfico abarcado en la mayoría de los casos es amplio, con especial atención a los yacimientos italianos. 35 Gros publica un artículo interesante sobre nuestro yacimiento (1990). Ver ÁBACo.

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De un carácter menos divulgativo es el utilísimo artículo de BénichouSafar (1976). La autora procura dar un poco de coherencia a tantos trabajos arqueológicos dispersos en el tiempo y el espacio. Même quand elles (las excavaciones) n’étaient pas fortuites (...) elles ne s’inséraient pas dans le cadre d’un plan concerté de recherches, mais répondaient seulement aux préoccupations particulières des auteurs (ibídem, 5).

Esta dispersión de hecho ha sido motivo de queja tradicional y casi constante hasta la actualidad. En este caso concreto el tema específico es el de las excavaciones desarrolladas en las necrópolis púnicas de Cartago. Se presenta un mapa desplegable del conjunto del yacimiento en el que se señalan las zonas de intervención. Para cada una de ellas se adjunta un plano de detalle con la bibliografía que generaron las campañas que allí se desarrollaron. En el segundo anexo se incluye una lista de los principales mapas topográficos y arqueológicos de la península cartaginesa que han sido elaborados tras el primer y feliz intento de Christian Tuxen Falbe en 1833. Este estudio es la antesala del publicado en 1982 36 en donde se realiza un análisis pormenorizado de los diferentes tipos de enterramientos: hipogeos, fosas con inhumaciones o incineraciones, los sarcófagos, etc. La autora presta especial atención a la metrología arquitectónica y a la epigrafía. Adjunta un repertorio de epitafios (cuya información gráfica no estaba disponible en el CIS). Se completa así el campo de la epigrafía púnica que había sido ya tratado por Halff (1965). La epigrafía latina se ha visto tradicionalmente beneficiada en Cartago por un volumen elevado de datos que han dado lugar a muchos artículos y noticias desde el siglo XIX. 37 En las últimas décadas se ha hecho un especial esfuerzo por reunir estas fuentes y hacer estudios del conjunto. En este sentido destacan las tres publicaciones de Ennabli (1975, 1982 y 1991) sobre las inscripciones funerarias paleocristianas de las basílicas de santa Mónica y de Mcidfa y las recogidas sin localización precisa. Con 36 Su redacción finalizó en 1977 y por tanto no tiene en cuenta los resultados de las excavaciones UNESCO. 37 Particularmente elevado es el número de artículos publicados por Delattre. Ver capítulo IV, ÁBACo y Freed (2001).

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un notable afán por idenficar y describir cada pieza, cuando es posible se procede incluso a su contextualización estratigráfica. Así intenta suplir las carencias gráficas de las primeras publicaciones aunque sus imágenes nos muestran estrictamente la inscripción, privándonos de la visión completa del soporte. El conjunto de inscripciones resulta tener unas características muy específicas como suele ser habitual en la epigrafía funeraria del norte de África. Los rasgos principales son el empleo de placas de mármol reutilizadas como soporte. La escritura resulta ligeramente similar a la bizantina tipo C. Las fórmulas empleadas son relativamente simples y uniformes predominando el fidelis in pace. En Cartago no se explicitan las relaciones de filiación al contrario de lo que suele ser habitual en Roma. Destaca también el trabajo de Quillard (1979) que estudia varios collares de oro y otros fragmentos fenicio-púnicos custodiados en los museos del Bardo y en el National de Carthage. Estos materiales fueron depositados por Paul Gauckler tras las excavaciones que realizó entre 1899 y 1903 en Útica y Cartago, así como por Alfred Louis Delattre tras sus excavaciones en la zona de Douimes entre 1893 y 1896. Estas piezas no habían sido objeto más que de estudios muy parciales, antiguos y con graves carencias gráficas. Ahora se presta atención a sus aspectos físicos, materiales, estado de conservación y especialmente a los detalles estilísticos, decorativos, y técnicas aplicadas que van desde el repujado hasta los engarces. En el segundo estudio (1987) se incluyen pendientes, anillos y todo tipo de joyas fabricadas total o parcialmente en oro procedentes de las mismas excavaciones, además de las de Alfred Merlin y Louis Drappier. Entre las conclusiones del catálogo está la constatación de la mayor abundancia de joyas en las tumbas de los siglo VII-VI a.C. que en todas las épocas posteriores. Así refuta las hipótesis defendida por Harden (1960) y Gilbert y Colette Picard (1968) que atribuían a estas joyas una procedencia oriental. Pese a la evidente filiación fenicia en el estilo, el registro formal extenso y la sobria decoración consienten a Quillard defender su fabricación en talleres locales cartagineses. En cuanto a la disminución del número de joyas en los sepulcros del siglo V a.C., se apunta al reflejo de unas medidas políticas de austeridad pero no a una crisis económica real. El volumen de orfebrería depositado en los ajuares creció nuevamente entre los siglos

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y III a.C. Es entonces cuando se aprecia una influencia helenística que afectó a la morfología sin modificar su simbolismo intrínseco. Éste quedó siempre más ligado al uso apotropaico del talismán que a nuestra actual percepción suntuosa de la joya. Las tumbas del siglo II a.C. muestran efectivamente una pobreza que debe relacionarse nuevamente con restricciones legales y políticas dispuestas en el marco del último esfuerzo económico y militar de la ciudad. Entre sus conclusiones más sugerentes destaca aquella que apunta que

IV

Nous ne pensons pas que les bijoux carthaginois aient jamais été fastueux, peut être parce qu’ils n’étaient ni des bijoux d’apparat ni des ornements funéraires (...) mais des bijoux destinés avant tout à être portés et ce fréquemment (Quillard 1987, 244).

En este estado de cosas a finales de la década de los ochenta se da prácticamente por terminada la campaña internacional de la UNESCO. 38 Hasta este momento Cartago había sido un yacimiento en cuyo estudio se entrelazaban varios factores: el primero es el peso de una dilatada tradición clásica con frecuencia contradictoria consigo misma y con los restos materiales. El segundo lo forman los restos sacados a la luz hace décadas pero carentes de una información contextual que ayude a su comprensión. El tercero serían los pocos datos que las veloces excavaciones de urgencia lograban rescatar del desarrollismo inmobiliario. Estas tres fuentes de información se han mostrado por diferentes motivos claramente insuficientes para elaborar un completo discurso explicativo sobre el pasado de Cartago. Las deficiencias se acentúan si se pretende englobar equilibradamente toda su cronología y no descuidar ningún ámbito histórico. Además, estas tres fuentes de información aparecen excesivamente inconexas. La situación es tan dramática que uno de los objetivos más repetidos por los equipos de la campaña internacional ha sido precisamente establecer puentes de unión entre estas tres fuentes (textos clásicos, excavaciones antiguas e intervenciones de urgencia). En medio de este confuso panorama las excavaciones que fueron acometidas durante el Protectorado y se habían 38 Aunque oficialmente no lo haría hasta 1992.

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centrado sobre la Byrsa, el tofet y los puertos tampoco habían logrado datos concluyentes en ningún caso. Por el contrario, el actual contexto arqueológico post-campaña internacional, si se me permite la expresión, está marcado por otras problemáticas: casi medio millar de hectáreas de yacimiento ofrecen todavía unos volúmenes de información arqueológica que ponen a prueba cualquier equipo de trabajo. Ya hemos repetido en múltiples ocasiones que la dispersión de datos ha sido un problema constante en este yacimiento. La campaña internacional necesita una síntesis como colofón. 39 Por otra parte, como aspectos positivos cabe destacar la apertura de nuevas líneas de investigación iniciadas con gran rigor metodológico o la resolución de problemas seculares como la cuestión de la ubicación de los puertos. Así se han abierto nuevas incógnitas que materializan el avance de la investigación. En definitiva, Cartago ha pasado de ser un rompecabezas sin apenas piezas fiables, a convertirse en un puzzle gigante pero por componer.

39 Una obra colectiva que emule otros ejemplos de éxito como la colección Storia di Roma editada por Einaudi (1988-1999).

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Fig. 42. Vista de la capital tunecina desde una terraza de la Kashba (noviembre 2005, foto del autor).

A partir de los años noventa serán dos los fenómenos que afecten principalmente a la realidad política mediterránea y tunecina al margen de los grandes cambios geopolíticos que escapan a la materia de este volumen. Por una lado el definitivo acercamiento entre la Unión Europea y Túnez marcado por la superación de las rencillas post-coloniales que subsisten en otros puntos del mundo africano y musulmán. Por otro, una no menos decidida apertura de la economía tunecina al mercado del turismo internacional, que junto a la agricultura y al sector textil se ha consolidado como nueva industria nacional. 1 Si bien Túnez puede 1

De su emergente economía destacan también las exportaciones energéticas, principalmente de gas natural, y agrícolas (Túnez es el tercer exportador mundial de dátiles y el cuarto de aceite de oliva).

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proponerse al mundo musulmán como un ejemplo de integración de las esferas civil y religiosa, queda abierta la cuestión de la efectiva democratización del Estado. 2 En cuanto a los actuales debates mantenidos en el seno de las Ciencias Sociales mencionaremos brevemente la continuación de los frentes abiertos en décadas pasadas, principalmente el de la Arqueología postprocesual. Esta corriente nace en un mundo postmoderno sin referencias estables, huyendo de definiciones estrictas y carente de límites definidos. Incrédula ante cualquier discurso que reivindique verdades absolutas busca la redención en la lectura de filósofos que evidencien los errores de la normalización de la cultura, que incidan en el individualismo y la subjetividad humana. Sus posturas más extremas están ocupadas por los llamados constructivistas sociales duros. Éstos rechazan el conocimiento científico como única forma válida de saber. Para ellos los descubrimientos son simplemente construcciones sociales fruto de la interacción entre diversos factores, a saber: científicos-individuos, centros de financiación y poder, y público en general. Esta postura llega a negar cualquier diferencia básica entre Ciencia y no-Ciencia (Johnson 2000). Así, el pluralismo metodológico extremo espoleado por Paul Karl Feyerabend tiende a eliminar las barreras entre la Ciencia y el Arte. Pero para no perder los papeles debemos recordar que incluso este autor esperó ser tomado simplemente como un frívolo dadaísta. 3 Ni siquiera él negaba los componentes racionales de la Ciencia. No obstante, su todo vale da lugar a interpretaciones perversas según las cuales el rigor, la originalidad o el principio de no contradicción se convertirían en conceptos innecesarios. Igualmente innecesario es recordar que cualquier escrúpulo deontológico a la hora de producir conocimiento científico quedaría así socavado en su justificación. En este sentido algunos autores defienden un relativismo ontológico que niega la existencia del mundo natural más allá de la representación que

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Para más información contactar con la Ligue Tunisienne des Droits de l’homme (Tlf. 00216 13 36 338). FEYERABEND, P.K. (1981): Tratado contra el método. Tecnos, Barcelona, p. 6 nota 41, citado por Echeverría (1999, 232). Ver también notas 195 y 198 de la presente obra.

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los humanos nos hacemos de él 4 (Echeverría 1999). Pero sería injusto tomar este proceso de descreimiento como exclusivo de la Arqueología, o incluso privativo de las Ciencias Sociales. En efecto es la entera sociedad occidental la que se aferra a la duda como único común denominador útil ante tantos vertiginosos cambios. El neopositivismo continúa separando teoría y práctica, separando descubrimientos y contextos, separando devenir científico y juicios de valor sociales e individuales. Sin embargo para recabar datos usamos determinados conceptos previos que son fruto de alguna teoría, explícita o no, consciente o inconsciente. Así vemos que la teoría forma parte activa de la práctica: nuestro conocimiento previo de las cosas modifica la representación que nos hacemos de ellas y por tanto nuestro ejercicio de intervención. 5 Por otro lado la Arqueología contextual demuestra (Hodder 1994) que para comprender el interior de los acontecimientos y el significado subjetivo de la acción humana es imprescindible pensar de forma relacional. Esto es, trabajar con las relaciones que la cultura material establece entre sí y con el resto de la esfera cultural humana (ibídem, 96). Por tanto, si queremos generar conocimiento científico los contextos se revelan indisociables tanto de los objetos singulares como de las acciones individuales. De la misma manera, a la hora de enfrentarnos a los textos producidos por otros científicos debemos valorar no ya los contextos del objeto de estudio sino también los del sujeto que los estudia. Sobre este último punto volveremos en las conclusiones. Una vez superada la idea de que la Arqueología es apolítica y se interesa sólo por el pasado 6 la década de los años noventa ha visto crecer una incipiente Arqueología postcolonial. Esta corriente intenta superar los prejuicios implícitos en el discurso colonial, especialmente el binarismo

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WOOLGAR, S. (1988): Science, the Very Idea. Routledge, Londres. Ed. castellana (1991): Ciencia, abriendo la caja negra. Anthropos, Barcelona. Sería recomendable en un sano ejercicio de open mind no perder de vista la obra de SOKAL, A. y BRICMONT, J. (1997): Impostures intellectuelles. Jakob, París. Ver también BOGHOSSIAN, P.A. (1998): El engaño de Sokal. Claves de la Razón Práctica, LXXXI, pp. 40-45. Ver nota 2 del capítulo VI y Hacking (1996). Ver notas 5 del capítulo VI y 1 y 3 del capítulo VII.

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subyacente en todo planteamiento difusionista (Vives-Ferrándiz 2006). Pero al estudiar los mecanismos del discurso colonial las posiciones más comprometidas no sólo pretenden producir explicaciones del pasado más veraces. Se aspira además a justificar la recuperación por parte de las culturas peor paradas en los procesos coloniales de sus derechos usurpados (Fernández Martínez 2006). Quizá el intelectual precursor y más influyente de esta corriente de pensamiento haya sido Said con su Orientalismo ya mencionado varias veces en capítulos anteriores, cuya primera edición se remonta a 1978. Cartago y su Historia todavía no han sido directamente analizadas desde estas perspectivas conceptuales que no obstante impregnan algunas nuevas propuestas como las de Hurst (1999). 7 Sin embargo varias son las obras que tratan la expansión fenicia o la romana y los fenómenos de hibridación que de ellas se derivaron en varios puntos del Mediterráneo. Entre ellas despuntan la mencionada obra de VivesFerrándiz para la costa oriental de la península Ibérica o la de Van Dommelen (1998, 2002 y 2006) para Cerdeña. Estos enfoques abandonan la búsqueda del significado (nótese el singular) de la cultura material. Abogan por una multiplicidad de lecturas de la evidencia que permita acercarse a sus semánticas coexistentes, interrelacionadas, superpuestas, quizá incoherentes o incluso contrapuestas que sin duda se desarrollan históricamente en el seno de una sociedad. Así se da cuenta de una forma más veraz de la dinámica de los grupos humanos, de sus luchas por establecer significados, por imponer identidades y por controlar conductas. En un ámbito más cercano a la praxis comprobamos que el camino recorrido por la evolución de las metodologías de excavación y registro estratigráfico ha llegado a un punto en el que, con ligeros matices según arqueólogos, se admite abiertamente el uso del llamado método Harris (1991). A este respecto cabe destacar que el punto más controvertido de su manual es el énfasis puesto sobre la identificación y registro de

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La importante obra de Benabou (1976) merece ser mencionada pero se inscribe en un movimiento de reacción que en cierto modo perpetúa los esquemas culturales colonialistas, invirtiendo los términos. Ver en las conclusiones el comentario a las propuestas de Lancel y Fantar.

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las interfacies de forma separada del registro de los depósitos o estratos. Valga el ejemplo de un excelente trabajo como el realizado y publicado bajo la dirección de Rakob (1991-1999) en cuyas secciones aparecen distinguidas las unidades estratigráficas sin hacer especial hincapié en la expresión gráfica de la interfacie que las pone en contacto. 8 De esta forma los diferentes equipos de trabajo adoptan posturas no unificadas en relación a la documentación de las zonas de contacto entre estratos. Por otra parte, los cambios más importantes en la metodología arqueológica de los últimos años están llegando de la mano de la informática, que rápidamente se ha desbordado de los laboratorios y ha inundado el trabajo de campo. Desbordantes son también las aparentemente infinitas posibilidades que abren determinadas tecnologías así como los debates acerca de su uso y abuso. Limitándome al punto de vista más pragmático me gustaría destacar un manual de reciente aparición (Medri 2003). Si bien está dedicado exclusivamente al dibujo y documentación gráfica se perfila como herramienta imprescindible para un correcto planteamiento y ejecución de los trabajos de campo. De forma magistral este volumen parte desde conceptos generales gráficos y desciende a consideraciones prácticas como las relaciones entre tolerancias, evaluación de costes en tiempo y dinero del material empleado, jerarquización de criterios para afrontar precariedad instrumental, temporal, etc. Una serie de fichas dan unos breves consejos útiles para el manejo de la estación total, GPS, cámaras fotográficas y otros accesorios. Todo ello sin olvidar el trabajo con la cartografía, la planimetría, las reconstrucciones de vario tipo y por supuesto la problemática de la publicación final. En definitiva, una obra básica para el arqueólogo actual. En cuanto al yacimiento que nos ocupa, el paso de la campaña internacional ha dejado tras de sí una estela de investigadores que quedaron 8

Harris recomienda su señalización en las secciones con un trazo bien marcado y de mayor grosor cuando se haya identificado una interfacie de periodo. Rakob en cambio deja entre las tramas que distinguen cada unidad estratigráfica un espacio en blanco que permite sólo intuir dicha zona de contacto entre unidades. Si para Harris esto significaría que los excavadores no han podido identificar claramente el cambio de un estrato a otro, lo cierto es que siguiendo la documentación de la excavación alemana la secuencia estratigráfica queda perfectamente clara.

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Fig. 43: Imagen aérea del actual barrio de Cartago tomada de Google Earth. Los números indican las zonas en las que se han desarrollado excavaciones en las últimas dos décadas: 1: Deutsches Archäologisches Institut, 2: Universidad de Hamburgo, 3: Universidad de Michigan (Bir Knissia al sur y Bir Ftouha al norte), 4: Universidad de Georgia, 5: Universidad de Alberta, 6: Universidad de Cambridge, 7: Equipo austro-tunecino dirigido por Dolenz, 8: Equipo multinacional dirigido por Wells, 9: Bir Massauda, en donde han trabajado varias universidades (ver nota 17).

estrechamente ligados a Cartago. Los casos alemán y norteamericano son los más evidentes pues han seguido trabajando en proyectos que bien podrían tomarse como epílogos de los iniciados en los años setenta. Concretamente los alemanes prolongan las excavaciones divididos en dos equipos. El de Rakob continúa sondeando la zona asignada durante la campaña UNESCO (ver capítulo anterior y número 1 de la figura 43)

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así como las inmediaciones del decumano máximo. Destacan especialmente las dos campañas de la rue Ibn Chabâat acometidas en 1990. Allí se comprueba una prolongada continuidad edilicia que se extendió desde los primeros momentos fenicios hasta la época bizantina (Rakob 2002). Los edificios más arcaicos, a ocho metros de profundidad desde la actual superficie, eran estructuras de hábitat construidas con una técnica diversa al opus africanum. Esta obra está compuesta por mampostería recubierta con espesas capas de arcilla y sin machones de sillería. De hecho el opus africanum no será documentado hasta el siglo VII a.C. Las casas siguen una alineación que se revela oblicua con respecto a la que sigue el Barrio de Magón. Los estratos inferiores que aparecen sellados por los suelos de torba de las fases superiores se fechan a finales del siglo VIII a.C. Así lo indica la evidencia cerámica entre la que se cuenta abundante producción a mano indígena. Pavimentos en tesselatum o en mortero se instalaron sólo con motivo de la remodelación urbanística del siglo V a.C. La aparición de estos suelos más resistentes supone el fin de las rápidas sucesiones de superficies de uso y fases constructivas constatadas durante los siglos VIII y VII a.C. Entonces los niveles se hicieron más duraderos y aportan menor cantidad de material arqueológico. En este momento también se colmató una extensa superficie con escombros arcaicos para servir de base a la construcción de un gran edificio de sillares. La cronología exacta del mismo queda sin embargo incierta a causa de la propia dinámica urbanística de la ciudad. Efectivamente en época tardo-púnica se proyectó un templo en esta misma zona y los trabajos previos de acondicionamiento de la parcela incluyeron el rebaje del nivel del suelo hasta llegar nuevamente a contacto con el relleno constructivo arcaico. Todos estos movimientos de tierras privaron al equipo alemán de elementos para la datación exacta del edificio de sillares, aunque parece evidente su relación sincrónica con la construcción de la muralla marítima. Su gran estructura fue interpretada como un templo (Rakob 1991 y 1995) si bien otros autores prefieren mantenerse en la denominación de edificio público. Un edificio singular en cualquier caso ya que albergaba miles de documentos. La excavación ha hallado más de

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cinco mil sellos 9 de arcilla egipcios, púnicos, etruscos y griegos destinados a contrasellar los cartuchos que custodiaban papiros escritos. Podemos observar uno de ellos en la figura 44. De finales del siglo II d.C. son los potentes cimientos de un edificio de planta basilical a tres naves, siendo la central de casi treinta metros de anchura. Como sucediera con la basílica de la Byrsa, en época bizantina se le añadieron unos ábsides que completaron su transformación.

Fig. 44: Dorso de un sello de arcilla con improntas de papiro (Rakob 1997, Taff. 6).

El equipo de la Universität Hamburg se ubica en el cruce entre el decumano máximo y el cardo X este (ver número 2 de la figura 43). Allí emprenden sus excavaciones entre 1986 y 1993 además de otros trabajos de campo entre 1994 y 1995 (Niemeyer y Docter 2002). Sus objetivos prioritarios son obtener datos sobre el hábitat arcaico por lo que era óptimo excavar precisamente en un espacio que fue público y durante la época romana quedó sin construir: una calle. Bajo los niveles de uso romano y 9

Los sellos aparecieron principalmente durante la excavación de 1990 pero también con motivo de los trabajos de restauración y consolidación del sondeo que se prolongaron hasta 1993.

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tres metros de rellenos constructivos se hallaron partes de un barrio residencial púnico tardío. Excavados estos paquetes los arqueólogos alemanes dieron con un conjunto de estratos de dos metros de potencia claramente datables en época arcaica. Se trataba de los restos de varias casas en buen estado de conservación. Estos hábitats habían tenido una ajetreada vida constructiva como demuestran las siete fases individuadas. Los paralelos más estrechos de estas estructuras quedan definidos por ejemplos de la costa sirio-palestina. Entre los resultados más destacables extraídos de este sondeo está la verificación de una planificación urbanística ortogonal desde una fase arcaica (finales del siglo VIII a.C.). Ésta estuvo precedida por un periodo inicial en el que los primeros habitantes de Cartago levantaron sus casas de un modo menos estandarizado (Niemeyer, Docter y Schmidt 2007, 178 y ss.). La disposición de las calles permaneció inalterada hasta la primera mitad del siglo II a.C. Estas décadas, que vieron las grandes transformaciones del barrio de Aníbal en la Byrsa y del puerto circular, también supusieron una fuerte reorganización en esta zona central de la ciudad. La viabilidad fue mejorada ampliando la anchura de algunas calles y abriendo otras nuevas. Una obra de este tipo aplicada a un casco antiguo (como lo es la zona excavada en cuestión) supone el derribo de construcciones preexistentes y la recalificación de espacios privados en nuevas zonas públicas. So erhielt die Oststraße südlich des Grabungsareals eine neue Führung und eine breitere Trasse, wobei man offensichtlich auch keine Bedenken trug, die Hausgrundstücke wo nötig zu beschneiden. (ibídem, 197).

Ello representa una confirmación más del florecimiento de la ciudad tras la II Guerra Púnica, cuyas causas quedan pendientes de explicación. Otra novedad supone la vida de la denominada Casa 1. Este espacio de hábitat sufrió un cambio drástico en su funcionalidad. Aproximadamente desde el 480 a.C. se instala un espacio de culto dedicado principalmente a Tanit. Este hecho elevaría la fecha de inicio de esta manifestación religiosa, de momento ubicada a finales del siglo V a.C. (Huss 1985 y Lancel 1994). El rito libatorio que se desarrolló en este reducido espacio

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dejó de reproducirse a mediados del siglo IV a.C., cuando los ambientes fueron nuevamente dedicados al hábitat doméstico. (...) etwa um 350 v. Chr., erfolgte dann die Auflassung und erneute Umwidmung des Hauses 1 süd zum Wohnhaus. (Niemeyer, Docter y Schmidt 2007, 200).

En las publicaciones del MDAIR 10 se presentan plantas, secciones y fotos, pero el proyecto culmina con la reciente aparición de dos tomos monográficos (Niemeyer, Docter y Schmidt 2007) en los que se hace gala de una excelente presentación gráfica. Se dedica gran atención a la descripción de las mencionadas fases constructivas y especialmente al material cerámico que se les asocia. Entre 1989 y 1992 varias instituciones norteamericanas financiaron un proyecto de excavación en la basílica de Bir el Knissia llevado a cabo por el Kelsey Museum de la Universidad de Michigan y por el Institut National de Patrimoine tunecino. La estructura basilical está situada extramuros a pocos metros al oeste del montículo Koudiat el-Hobsia 11 (Stevens 1993). Precisamente en esta zona Alfred Louis Delattre halló dos áreas de enterramiento (Delattre 1922 y 1923) a las que se dio el mismo nombre (Vaultrin 1933) creando una cierta confusión (ver figura 14 y número 3 de la figura 43). Por esto uno de los primeros objetivos del proyecto era clarificar tanto la topografía exacta del lugar como poner en relación la documentación de las excavaciones antiguas con los restos hallados en las trincheras modernas. Se pretendía establecer una cronología fiable para la basílica y sus diversas fases, si bien se centraron en las cronologías más bajas de época bizantina (desde mediados del siglo VI a mediados del siglo VII). Se presume una construcción anterior, vándala o tardorromana, pero estos estratos no llegaron a ser alcanzados. Por último, la excavación del cementerio anexo a la basílica se enmarca como la tercera fase de un

10 El artículo que aparece en esta bibliografía es una traducción al castellano (Vegas 2002) de informes preliminares aparecidos en el MDAIR (Niemeyer y Docter 1993, y Niemeyer, Docter y Rindelaub 1995). 11 Sobre las diferentes denominaciones del montículo ver la nota 16 del capítulo IV.

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vasto proyecto iniciado en 1982 de estudio demográfico norteafricano a partir del análisis de diversas necrópolis tardoantiguas. La metodología de excavación asume a grandes rasgos el sistema Harris (Stevens 1993, 65). La publicación tiene además el mérito de sacar a la luz material inédito de trabajos antiguos, insertándolo en el contexto de las propias excavaciones y recuperándolo para la investigación. Se presta gran atención a los restos numismáticos y cerámicos, sin olvidar sendos capítulos sobre vidrio, terracotas, elementos arquitectónicos, etc., además del especial interés que despierta en este equipo el estudio antropológico de los restos humanos. Entre los resultados destaca que en los estratos correspondientes al final del siglo V no se apreciaron signos de destrucción o abandono sino indicios de una fuerte y pacífica continuidad. De hecho se constata un progresivo crecimiento del espacio dedicado a la basílica y a su zona de enterramiento que tiene su momento culminante en época de Justiniano, a mediados del siglo VI. Esta atención dedicada al conjunto se verifica en un crecimiento de la actividad constructiva a su alrededor. Su abandono y expolio tendrá lugar tras la llegada de los árabes en la segunda mitad del siglo VII. A continuación el equipo de Stevens (1997 y 1998) se dedicó a la basílica situada en el extrarradio noroccidental de Cartago conocida como Bir Ftouha en 1994 y entre 1996 y 2002 12 (ver figura 14 y número 3 de la figura 43). Los objetivos son nuevamente la concreta ubicación en el plano, la clarificación de su relación con el urbanismo de la zona y la obtención de una secuencia estratigráfica clara para el conjunto. El sistema de excavación y registro realiza una decidida apuesta por la aplicación de nuevas tecnologías. A partir de 1994 se emplea una estación total que vuelca los datos directamente en un archivo de tipo CAD. Las diversas fichas de excavación son almacenadas en una base de datos informatizada. En el 2000 se realizó una campaña de prospección con un magnetómetro. 12 La Universidad de Alberta abrió varias catas en la zona durante 1992 (Rossiter 1993). Con posterioridad se suceden las intervenciones y sus publicaciones hasta la última de Stevens, Kalinwski y Vanderleest (2005). Ver ÁBACo.

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Fig. 45. Modelo digital renderizado de la hipótesis reconstructiva del exterior del complejo basilical de Bir Ftouha (Stevens, Kalinowski y Vanderleest 2005).

En la última publicación se apuesta por el uso de la realidad virtual (ver figura 45) en la presentación de las hipótesis reconstructivas con un modelo digital renderizado del interior y del exterior del conjunto (Stevens, Kalinowski y Vanderleest 2005, 553-558). Todas estas novedades están convenientemente acompañadas de una pequeña reflexión metodológica, especialmente referidas al controvertido uso de la realidad virtual (ibídem, 549). No se descuidan los más tradicionales estudios numismáticos, cerámicos, arquitectónicos, musivarios, antropológicos, etc. Tampoco se descuida el estudio de las primeras excavaciones desarrolladas en la zona por Alfred Louis Delattre en 1880, 1895 y 1928-1929 y por Paul Gauckler en 1897 (ver capítulo IV). Pese a la poca potencia de los estratos arqueológicos (la tierra virgen se hallaba en ocasiones a sólo metro y medio del suelo actual) los arqueólogos han podido evidenciar un vasto complejo arquitectónico. La extensión aproximada del conjunto sería equivalente a un rectángulo de ochenta

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por cincuenta metros de lado y comprende siete grandes estructuras. La más importante de ellas es una basílica a tres naves (treinta y siete por dieciocho metros) que describe un eje central este-oeste que organiza todo el complejo. En el extremo occidental de este eje se halla el llamado Edificio oeste, levantado según una planta centralizada delimitada por nueve columnas que conforman sus nueve lados. En el extremo oriental del complejo se encuentra un baptisterio de quince metros de diámetro con fuente cruciforme central. Este es el tipo habitual de estructuras construidas en el África bizantina a principios del siglo VI. Dicho baptisterio sería el segundo de carácter suburbano hallado en Cartago. El otro sería el de Damous el-Karita, más modesto tanto en dimensiones como en decoración pero que figura como aportación excepcional del periodo vándalo. Entre el baptisterio de Bir Ftouha y la basílica se levanta un espacio porticado simétrico según el eje principal. Se presenta a norte y a sur de esta línea con sendos patios cuyas plantas quedan en forma de diamante. Pese a ciertas particularidades compositivas (entre las que se halla el uso del pie bizantino 13 como unidad de medida) los autores defienden una idea arquitectónica inicial basada en la alineación axial de edificios de planta centralizada independientes. Estos criterios constructivos derivan de hecho de la arquitectura tradicional romana. La relativa simplicidad de la estratigrafía de Bir Ftouha contrasta con lo habitual en otros puntos de la ciudad. Su estudio ha permitido datar en base a la evidencia cerámica y numismática la construcción del conjunto entre el 541 y el 550. Esta única y gran fase constructiva incluiría la disposición de la decoración interior destinada a provocar el asombro del visitante. En un segundo momento daría comienzo en el complejo una actividad de recepción de peregrinos. A pilgrimage to Bir Ftouha may have been a statement of orthodoxy, a celebration of the victory over arianism (ibídem 2005, 574).

Esta importante actividad decaería a mediados del siglo VII si bien continuarían tanto la habitación como los ritos religiosos hasta una fecha 13 Estimado para Bir Ftouha en 31,7 cm.

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tan tardía como el siglo IX. Durante este periodo se incluirían en el interior del recinto algunos enterramientos privilegiados según el modelo que puede constatarse en la misma época para otros centros de peregrinación como los de Domitilla y Generosa en la periferia de Roma. La fecha del abandono definitivo permanece incierta. Sí se puede afirmar que el expolio sistemático de materiales constructivos y la instalación en la zona de silos no se acomete hasta los siglos IX y XI. La cerámica hallada en las unidades estratigráficas que amortizan estas últimas estructuras nos hablan de algún tipo de frecuentación marginal hasta finales del siglo XII. La University of Georgia comenzó a excavar en 1992 la necrópolis de Yasmina ubicada en la zona suroeste de Cartago 14 (ver número 4 de la figura 43 y Norman y Haeckl 1993). Sus objetivos eran levantar un plano arqueológico detallado del lugar y obtener un contexto estratigráfico en el que enmarcar los importantes restos escultóricos y arquitectónicos que fueron hallados a principios de los años ochenta. Con ello se pretendía despejar la funcionalidad urbanística de la zona y de sus estructuras así como su relación con el resto de la ciudad. Un último punto de interés era la obtención de datos comparativos para cotejar con los procedentes del resto de necrópolis romanas excavadas desde finales del siglo XIX. Tras retirar tanto la arena con la que fue protegida la zona como la basura contemporánea que recubría el solar, los arqueólogos pudieron documentar una estructura arquitectónica funeraria cuadrangular poco afectada por el expolio de materiales. Su magnitud confirma la importancia de esta necrópolis cuya primera fase corresponde al final del siglo II. Permanecerá en uso hasta finales del siglo V y posiblemente principios del siglo VI si bien con una marcada reducción del estatus económico de los usuarios. Un equipo canadiense formado por la Universidad de Alberta también ha estado desarrollando en la última década, entre 1994 y 1998, estudios en el sector oeste de la ciudad (ver número 5 de la figura 43). Se centraron concretamente en dos estructuras termales en la zona de Bir el-Jebbana (Rossiter 1998 y 2003) situadas al sur de las cisternas de La Malga. Sus 14 Descubierta durante la ejecución de unas obras públicas en 1981 (Annabi 1981).

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objetivos principales eran clarificar la historia constructiva de los edificios y por tanto la urbanización y uso del suelo de esta zona relativamente marginal de Cartago. Algunas características de los paramentos sin paralelos en el norte de África han sido utilizadas para fechar la terma de Bir el-Jebbana en época de Adriano. A principios del siglo III se reformará profundamente el edificio al colmatarse el hipocausto anterior e instalar uno nuevo en otra sala. No obstante, en el paso del siglo III al IV la estructura caerá en desuso y pasará a albergar enterramientos. Otro equipo canadiense volvió a trabajar en el Monumento circular (ver número 5 de la figura 29) de forma intermitente entre 1994 y el 2000 (Ennabli 2000a). El objetivo era estudiar el ábside ya apuntado por Lézine y su posible relación con el resto del conjunto. Las excavaciones han demostrado la existencia de toda una estructura basilical con la misma cota y cronología que el Monumento circular. La riqueza de sus mosaicos y la importancia de las estructuras arquitectónicas halladas bajo un potente estrato de escombros de época vándala ha conducido a Senay a proponer este barrio como el auténtico centro de la cristiandad de Cartago en oposición a la Byrsa, que albergaba todavía las sedes del poder pagano. También en 1994 comenzaron los nuevos trabajos de campo (ver número 6 de la figura 43) de la Cambridge University dirigidos por Hurst (1999). Su objetivo era revisar las interpretaciones sobre el santuario de Tanit en época romana. Hasta el momento primaba la lectura de Gilbert Picard (1954) que había influido parcialmente en la obra de Rives (1995) (vedi infra). Esta visión propone una práctica cultual que diferencia claramente el periodo púnico del romano. El equipo británico no emprendió movimientos de tierra sino el levantamiento de un plano de los restos que actualmente se hallan en superficie y el estudio de las excavaciones anteriores. Así lograron por una parte aclarar la dinámica de las anteriores intervenciones y las interpretaciones que generaron. 15 Por otra, el equipo de Hurst consigue presentar una propuesta valiente, bien argumentada 15 Cabe decir que en parte gracias al extenso y documentado artículo de Bénichou-Safar (1995) que será posteriormente completado (Bénichou-Safar 2004).

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Fig. 46. Hipótesis reconstructiva del complejo de terrazas que se levantaría junto a los templos de Saturno y Venus. Sobre la cima de Koudiat el-Hobsia se propone el templo de Caelestis (Hurst 1999, 32).

y apoyada en una adecuada documentación gráfica. El autor toma los cimientos de bóvedas hallados en las últimas décadas y los completa con una reinterpretación de los restos sacados a la luz durante la década de los años treinta y cuarenta. El antiguo mapa de Bordy aporta los detalles que faltan. Así se propone una hipótesis topográfica interesante (ver figura 46) que no obstante deberá ser verificada mediante sondeos en el montículo de Koudiat el-Hobsia (como apunta el propio Hurst) y una revisión y estudio de los fondos del Musée National de Carthage. En definitiva, la idea planteada es la de una fuerte continuidad entre las épocas púnica y romana en el culto celebrado en esta zona de Cartago. Así parece indicarlo la semejanza de las dedicatorias halladas en el lugar en ambas fases culturales. El similar y ambiguo concepto de divinidad monoteísta y politeísta a la vez que comparten los cultos de Caelestis y Tanit apuntan igualmente hacia una persistencia diacrónica.

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Iván Fumadó Ortega The Roman sanctuary of Caelestis was the Punic sanctuary of Tanit, with similar range of manifestations of godhead worshipped within it (Hurst 1999, 101).

Aunque Austria no había estado presente en la campaña UNESCO subsanó su ausencia con una serie de intervenciones acometidas en la basílica de Damous el-Karita (ver figura 14 y número 7 de la figura 43) entre 1996 y 1997 en colaboración con un equipo tunecino (Dolenz 2000 y 2001). Los objetivos eran establecer una cronología clara para el conjunto arquitectónico basada en una secuencia estratigráfica. De entre sus resultados cabe destacar que la basílica podría contar con cuatro fases constructivas desde el estadio previo a su monumentalización a mediados del siglo IV hasta su reducción a principios del siglo VII. Se ofrece igualmente una periodización para la rotonda anexa, aunque conviene tener presente que este trabajo ha sido recientemente acusado de presentar adscripciones cronológicas excesivamente rígidas y débiles a la vez (Stevens 2004). En 1996 se efectuó una pequeña excavación bajo la dirección científica de Wells (AA.VV. 1998) con la colaboración de varios especialistas de diferentes países. 16 Se delimitó un pequeño espacio en la cima de la colina del odeon (ver figura 14 y número 8 de la figura 43) en la intersección del decumano VI norte con el cardo VI este. Los objetivos eran la obtención de una secuencia estratigráfica de los diferentes niveles de la calle hasta llegar al suelo natural. Se quería así obtener un marco cronológico fiable de las sucesivas pavimentaciones y reparaciones. Se aportaría de este modo claridad sobre la compleja urbanística de este punto de la ciudad en donde el trazado callejero varía para dejar sitio al odeon. Los arqueólogos hallaron estratos bien definidos correspondientes a las épocas augusteas y julio-claudias que demostraban que el decumano VI norte fue construido antes del cambio de era y por tanto amortizado por el odeon. La publicación viene acompañada de un cuidadoso estudio cerámico que, apoyado en el de Vegas (1994), ilustra la progresiva conversión de la economía del primer asentamiento romano en una potencia exportadora 16 Los trabajos fueron iniciados por la Trinity University norteamericana que desarrolló una pequeña intervención entre 1990 y 1992 (Garrison, Foss y Wells 1993).

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de cerámicas finas y de cocina, así como de ánforas para el transporte de aceite y garum durante el siglo II. De hecho Freed afirma que se pueden situar las primeras producciones locales de terra sigillata africana en la primera quincena del siglo I d.C. Quizá el dato más sorprendente de este estudio es el predominio en el espectro cerámico de la primera Colonia de formas cerámicas derivadas de la tradición púnica (AA.VV. 1998, 38) muy probablemente de producción local. En 1997 se llevó a cabo una excavación de urgencia por un equipo británico dirigido por Miles (1999) en la zona conocida como Bir Massaouda (ver número 9 en la figura 43). Continuada el año siguiente (Miles 2000 y Ennabli 2000a) los resultados nos hablan de un gran edificio reestructurado en época bizantina y abandonado a mediados del siglo VII para el que todavía debe confirmarse el carácter religioso. En las inmediaciones también realizan sondeos otros equipos. 17 Algunos de estos resultados están en proceso de publicación. Pero gracias a los artículos del Babesch podemos seguir la evolución de los trabajos belgas (Docter, Chelbi y Telmini 2003 y 2006) que al parecer son los más prometedores. La zona ha comenzado a ser objeto de excavaciones desde 1988. 18 Las catas abiertas por el equipo de Docter han arrojado resultados claves para la comprensión de la ciudad fenicia y púnica. Entre las novedades más sorprendentes se halla la localización en este punto de una necrópolis con pozos de cremación de tipología muy similar a la documentada recientemente en Tiro (Aubet 2004). Su cronología de principios del siglo VIII a.C. la convierte en la más antigua del yacimiento. A principios del siglo VII a.C. se produjo una importante reorganización del espacio. La necrópolis fue desmontada y la zona pasó a albergar un entero barrio dedicado al trabajo metalúrgico que quedó fuera del recinto delimitado por una muralla de casamatas. A principios del siglo V a.C. una nueva reestructuración convirtió la zona en un espacio residencial con casas

17 Por orden alfabético: universidades de Amsterdam, Cambridge, Gante, Hamburgo y Munich bajo la supervisión del INP ya dirigido por Chelbi. Su bibliografía aparece detallada en Docter, Chelbi y Telmini (2003) y contenida en ÁBACo. 18 DOCTER, R.F. (ed.) (en prensa): Carthage. The excavations at the Bir Massouda site. ARGU, 2.

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bien dotadas de infraestructuras: cuartos de baño, letrinas y pavimentos resistentes. Estos elementos, unidos a consideraciones generales sobre la potencia de los estratos anteriores y posteriores a las reformas del siglo V a.C., llevan a Docter a plantearse una organización centralizada de la gestión de los residuos urbanos para la Cartago púnica (Docter 2005). En época posterior se construyó una domus romana que antes de ser abandonada en el siglo VI albergó un taller dedicado a la composición de mosaicos, quizá en relación a la construcción de una vecina basílica bizantina. También se documenta la frecuentación de la zona en época islámica, al menos hasta el siglo XIII (Docter 2002, 31). En la actualidad se siguen desarrollando excavaciones, algunas de las cuales propiciadas por construcciones inmobiliarias. Esto conlleva un inevitable lapso temporal, a veces insondable, entre dichas acciones y su publicación científica. Por ello los datos obtenidos en las últimas intervenciones no gozan de gran difusión. Sí podemos en cambio encontrar en las bibliotecas una gran cantidad de estudios de materiales que pasamos a comentar como hicimos en anteriores capítulos. Redissi (1990) publicará un artículo sobre los amuletos procedentes de Cartago que representen leones o divinidades leontocéfalas, en su mayoría depositados en los museos de Cartago y del Bardo tras antiguas excavaciones. El autor destaca la estrecha relación estilística y morfológica entre las piezas datadas entre los siglos VIII-VI a.C. y las que pueden hallarse en el Levante mediterráneo durante toda la primera mitad del I milenio a.C. Esta influencia se relajará durante los siglos IV-III a.C. para dar paso a una reinterpretación de los mismos motivos. Destaca la monografía presentada por Chelbi (1992) sobre las cerámicas del tipo barniz negro nacida de la tesis doctoral que defendió ya en 1983. Las piezas estudiadas proceden en su mayoría de las necrópolis, además de las excavaciones desarrolladas en la Byrsa por Ferron y Pinard (1955 y 1961) y otras menores del Institut National d’Archéologie et Arts. Tras superar los consabidos problemas derivados de la vaguedad de los informes de excavación y de orden en los almacenes presenta un estudio tipológico y cronológico. Se subraya que los porcentajes de cerámica ática frecuentes en Cartago y el norte de África son mayores que los de otros

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yacimientos de la Italia meridional. 19 Si bien estas importaciones aparecen tímidamente entre los siglos V y IV a.C., desde finales del IV a.C. y durante el siglo III a.C. hasta la I Guerra Púnica serán muy frecuentes. Tras este conflicto bélico se reduce el número de importaciones en general. La cerámica de tipo barniz negro llega entonces procedente del Mediterráneo oriental, zona que no se vio incluida en ningún teatro de operaciones. Sólo tras la II Guerra Púnica el mercado cartaginés se inundará de la producción tipo campaniense A y en menor medida de producciones locales. El autor interpreta estas observaciones como una evidencia del definitivo hundimiento de la talasocracia cartaginesa tras la batalla de Zama. Este grupo privilegiado se vio ya incapaz de competir en el mercado contra la producción del vencedor romano. En cambio, el tímido afianzamiento de los talleres locales es explicado como un fenómeno de imitación del tipo cerámico campaniense A. Con un precio de mercado más ajustado sería una vajilla accesible a la mayoría de la población. El autor destaca el gusto que los habitantes de Cartago demostraron tener permanentemente por las producciones helenas o de tradición helénica pese a la constatada existencia de talleres locales. Se quiere destacar así el importante papel difusor que jugó la ciudad en el Mediterráneo occidental para este tipo de cerámicas y que en opinión de Chelbi no ha sido hasta ahora suficientemente valorado. Con una óptica arquitectónica Hallier (1995) escribe sobre el Monumento circular. Propone una construcción en base a unos planos inspirados por el mausoleo de santa Constanza pero cuya ejecución de obra debió estar dirigida por un maestro insuficientemente cualificado. Sus escasos conocimientos estáticos y estructurales condenaron al edificio al colapso. Se opone de este modo a la hipótesis propuesta por Senay según la cual los sucesivos terremotos de mediados del siglo IV habrían jugado un papel decisivo en la historia constructiva del monumento. También recibieron atención los mosaicos gracias al IV volumen del corpus de mosaicos tunecinos (Ben Abed Ben Khader 1999) dedicado especialmente a aquéllos procedentes de las termas de Antonino. 19 Chelbi sigue aquí artículo de Morel aparecido en 1980 en Ant. Afr., XV, pp. 29-75.

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Rives (1995) presentará una monografía resultado de su tesis doctoral defendida en 1990 en Stanford. El argumento será la religión romana desarrollada en Cartago, el culto imperial y los roles que los altos funcionarios imperiales jugaron en él. Destaca el interés del segundo capítulo en el que se trata del complejo juego social que mantuvieron entre si los diferentes grupos urbanos y qué papel ocuparon las pervivencias socioculturales púnicas en la construcción de la religiosidad de la Colonia. Es en este aspecto en donde sigue la línea rupturista de Gilbert Picard (1954) que será rebatida por el continuismo propuesto por Hurst (1999) al menos por cuanto se refiere al culto de Caelestis. Otras interesantes cuestiones son cómo se gestionaron las diferentes identidades locales y exteriores y cuál fue su prestigio, así como cuáles fueron los mecanismos de domino implementados por estas identidades. El autor plantea igualmente una propuesta sobre cómo el modelo social se fue deteriorando hasta amenazar las bases de la convivencia desembocando finalmente en la inestabilidad y las revueltas del Bajo Imperio y la Tardoantigüedad. También sobre el culto imperial trata un artículo de Gros (1995) y más en concreto sobre su desarrollo en relación a la basílica de Byrsa. La cerámica será en cambio tratada por los artículos de Caron (1995) y Lund (1995) dedicados a las lucernas. 20 Otros se centran en el material anfórico cubriendo un gran espectro cronológico: Annis, Jacobs y Docter (1995) para la época arcaica, Martin-Kilcher (1993) y Freed (1996) para el periodo tardorrepublicano y altoimperial, y de nuevo Freed (1995) para la Tardoantigüedad. La monografía de Dubal y Larrey (1995) estará dedicada al estudio de las estelas votivas del tofet, con especial atención a las de la colección Spiro. La antropología por otra parte será el argumento de los artículos de Stevens (1995) y Roudesli Chebi (1995). El primero extrae conclusiones sobre aspectos económicos y rituales de la población vándala, mientras que el segundo destaca aspectos físicos de una población púnica, concretamente su capacidad craneal. No podemos dejar de

20 El primero referido a las lucernas halladas en las excavaciones del Monumento circular y el segundo a las del proyecto danés en el punto Falbe 90.

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mencionar la continuación de una línea abierta por Fantar (1970) sobre la condición femenina en la Cartago púnica. 21 Destaca también el trabajo sobre el tofet de Bénichou-Safar (1995 y 2004). La primera obra es un exhaustivo repaso de las intervenciones arqueológicas que han tenido lugar en tan emblemático sector. Gracias a la publicación de documentación antigua inédita la autora logra esclarecer la evolución de las diferentes campañas de excavación y hace accesibles los resultados a la investigación actual. Igualmente se aporta un catálogo de las estelas y cipos recogidos por Icard y de las urnas halladas por Francis Willey Kelsey en 1925. En su segundo y más reciente trabajo presenta una descripción y periodización de los estratos, sus depósitos y urnas (Bénichou-Safar 2004). Sugiere para la construcción del recinto sacro una fecha cercana al final del siglo IX a.C. Pero entre sus conclusiones quizá la más interesante sea que los diferentes estratos no reflejan cambios revolucionarios: le développemment du tophet représente un continuum (ibídem, 109). La monografía finaliza con una serie de consideraciones sobre la religión púnica. Sin negar la eventualidad del sacrificio humano dentro de la cultura cartaginesa, se defiende la tesis del tofet como lugar destinado exclusivamente al enterramiento de infantes fallecidos por causas naturales (ibídem, 171). La temática bélica ha estado siempre bien representada en la bibliografía cartaginesa y las últimas décadas no han sido una excepción. Estas obras suelen apoyarse en datos epigráficos y clásicos más que arqueológicos por lo que muchas escapan al espíritu que mueve esta obra. Sin embargo podemos mencionar la de Le Bohec (1996) que presenta la historia militar de las Guerras Púnicas. Incluye propuestas sobre la formación del ejército cartaginés y su comparación con las fuerzas romanas, así como un análisis de las causas y consecuencias de cada una de las contiendas. El segundo capítulo está dedicado a la armada con la que contaba el SPQR y puede así ser comparado con la monografía de Medas (2000) en la que se re-

21 Ver Cherif (1988), Ben Younés (1990), Fantar (1993b), Yazidi Zeghal (1995) y Ferjaoui (1999).

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pasan los pormenores organizativos y logísticos de la armada cartaginesa, sus diferentes tipos de naves, tácticas navales, etc. 22 Un estudio referido a la hidráulica será el de Wilson (1998) donde se da una detallada descripción de varios conjuntos de cisternas (Dar Saniat, La Malga, las de Bordj Djedid, etc.) y se evalúa su relación con el acueducto. También hay una hipótesis sobre el entero sistema de aprovisionamiento de agua en época romana con relación a las termas de Antonino y al resto de necesidades de la urbe. El autor quiere acentuar el carácter eminentemente práctico de las infraestructuras hidráulicas especialmente en las regiones norteafricanas. Critica así el excesivo acento puesto en las últimas décadas sobre los aspectos simbólicos de los acueductos. Sin negar su importante función ideológica el autor prefiere tomar la construcción del acueducto de Zaghouan como pieza clave para el posterior crecimiento demográfico de la Colonia: (...) the opposition between utility and luxury has been drawn starkly; aqueducts served both purposes (ibídem, 93).

También Ferchiou (1999) se dedica al acueducto de Zaghouan. No obstante su perspectiva estará ceñida a la descripción de los diversos tipos de materiales y técnicas constructivas de una obra de ingeniería muy dilatada en tiempo y espacio. En el mismo volumen aparece el artículo de Peña (1998) sobre los ostraca (ver figura 47) hallados durante las excavaciones de Alfred Merlin y Louis Drappier en el Islote del Almirantazgo (ver capítulo IV). El estudio detallado de estos textos datados en el 373 d.C. aporta nueva luz sobre el papel que el Estado imperial jugó en la industria del aceite norteafricano. Primero el autor nos ofrece una descripción física, catalogación y traducción de los ostraca. A continuación propone una reconstrucción de los procesos comerciales y administrativos que aparecen descritos. La interpretación del contenido de los documentos distingue dos procesos: por un lado la recepción de un cargamento de aceite llegado en barco al 22 Siguiendo el filón bélico destaca la obra de Loreto (1995) quien desde las fuentes clásicas profundiza sobre los acontecimientos de la Guerra de los Mercenarios.

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puerto de Cartago, y por otro la tara y preparación para la exportación de otro cargamento. Estos ofrecen así detalles inusualmente precisos sobre operaciones muy concretas que no obstante, se inscriben en grandes procedimientos económicos y financieros que todavía quedan por explicar satisfactoriamente. El autor propone una nueva reflexión sobre la implicación estatal en la producción y comercio del aceite en esta provincia del Imperio, y sobre su papel Fig. 47: Ostraca n. 13 procedente de las en la economía imperial. excavaciones de Paul Gauckler en el puerLa epigrafía ha sido el objeto de estuto circular (Peña 1998, 136). dio de Ladjimi Sebai (2001) quien presenta una herramienta para la investigación austera pero indispensable. Se trata de un índice con todas las inscripciones latinas paganas halladas en los museos del Bardo y de Cartago o publicadas durante las excavaciones antiguas, en su mayoría procedentes de la necrópolis de los Officiales. El resultado es un elenco de casi dos mil textos ordenados alfabéticamente y con su bibliografía. Un trabajo dedicado en cambio a la orfebrería será el de Baratte (2002). Se trata del estudio de una vajilla de plata datada entre el final del siglo IV y el principio del V. Aunque fue hallada en Cartago sus piezas se encuentran repartidas entre los fondos del Louvre y del British Museum y los detalles de sus contextos permanecen desconocidos. La vajilla está formada por veinticuatro piezas de plata y ocho joyas de oro. Tras la comparación estilística con otros paralelos se procede al estudio técnico que incluye las imágenes del microscopio óptico y de la difracción de rayos X. En sus prudentes conclusiones se destaca que el conjunto resulta modesto pero de factura muy original y próxima a los ejemplos italianos más que a los orientales. Llegados a este punto de la narración el lector habrá notado el escaso número de publicaciones españolas sobre el argumento. Por ello quisiera

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destacar en este momento dos títulos, pese a que sus autores no han considerado excesivamente los datos de excavación: De Frutos Reyes (1991): Cartago y la política colonial. Gráficas Sol, Ecija, y Gómez de Caso Zuriaga (1996): Amilcar Barca y la política cartaginesa (249-237 a.C.). Universidad de Alcalá, Alcalá. 23 Toda esta avalancha informativa tiene como colofón las varias obras de síntesis que se han decantado excesivamente por el periodo púnico. Entre ellas se encuentran las de Huss (1990 y 1992) quien sigue manteniendo un hilo conductor apoyado en hitos históricos y acciones militares de grandes hombres. En los últimos apartados este autor habla de la economía, la milicia, la administración de los cartagineses, sin apenas mención a cualquier posible evolución o cambio en todos sus siglos de historia. Fantar (1991, 1993 y 1995) propondrá varias síntesis dirigidas a públicos diversos. 24 Nos detendremos brevemente sobre la publicada en 1993 25 por ser aquella que tiene carácter de manual y que se configura como una de las mejores obras de conjunto sobre la fase fenicia y púnica de Cartago. La estructura del discurso sigue en realidad la ya propuesta en una de sus primeras obras (Fantar 1970). Comienza con una detenida introducción sobre el contexto fenicio en el que se enmarca la fundación de la ciudad y su posterior desarrollo urbano, pasa a tratar diferentes aspectos culturales como la religión, la sociedad, el arte, etc. y finaliza con una valoración general sobre las aportaciones cartaginesas a la civilización y sus pervivencias en el mundo romano. Efectivamente en la obra de 1993 el autor es mucho más pormenorizado en los detalles arqueológicos de lo que lo era en los años setenta, por lo que sus argumentos son ahora mucho más sólidos. Destaca el cuadro dibujado de la gestión del agua en

23 Me permito incluir en este grupo la obra de Barceló (2000). Con menor extensión se han dedicado los siguientes autores cuyas referencias completas se podrán encontrar en ÁBACo: Rocío Recio (2004), Martín Ceballos (1999 y 1995), Costa y Fernández (1998, 1994 y 1991), Pena (1997), Neira Jiménez (1995), González Wagner (1994 y 1986), Alvar Ezquerra y González Wagner (1985), García Moreno (1978) y Tarradell (1972). 24 Entre las varias obras divulgativas destacaremos la de Beschaouch (1993), quien publicará una pequeña pero atractiva obra de difusión, ricamente ilustrada y bien documentada. 25 Las otras dos (Fantar 1991 y 1995) tienen un carácter más divulgativo.

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la ciudad y su economía, para la que se reivindican los aspectos agrícolas. En este aspecto el autor sigue las tesis ya defendidas por Tlatli (1978). El manual se presenta también como una clara defensa de la cultura púnica en general y cartaginesa en particular, reclamando la necesidad de valorar esta civilización desde dentro y no sólo como rival de Roma (Fantar 1993, Prologue). Lancel (1994) publica finalmente en 1992 un manual en el que pudiera quedar recogido su vasto bagaje de conocimientos históricos y arqueológicos fruto de su dilatada e intensa trayectoria investigadora. Gran parte de ésta fue dedicada a nuestro yacimiento y estuvo marcada por su participación en las excavaciones de la campaña UNESCO. Esta obra figura decididamente entre las primeras que el estudiante universitario interesado en el mundo cartaginés debe conocer. Lamentamos sólo que el texto cubra únicamente las fases fenicias y púnicas de la ciudad. Muy centrado en aspectos arqueológicos mantiene un discurso ligado a la datación de las estructuras y de la cultura material asociada. Sin olvidar la política internacional ni los enfrentamientos entre fenicios y griegos, Lancel explica la autonomía adquirida por Cartago y su preponderancia en el Mediterráneo occidental a partir del siglo VI a.C. en base a cuestiones de abastecimiento y producción más que financieras y comerciales. El autor se interesa por explicar las claves del desarrollo urbanístico de la ciudad a la luz de los datos aportados por la campaña UNESCO. Las guías maestras topográficas de la capital quedan establecidas en dos puntos: por un lado la línea de costa que determina las construcciones a ella paralelas en un terreno adecuado al trazado viario ortogonal. Por otro, las colinas de Juno y Byrsa que predisponen a un urbanismo radial acorde con la orografía del terreno. Quedan todavía oscuras las respuestas a cómo se gestionaron los puntos de contacto entre ambos trazados. La historia de este urbanismo no quedaría completa sin dar cuenta de la revolución constructiva del siglo II a.C., 26 cuyas eventuales correspondencias socioeconómicas no obstante desconocemos. 26 Ver en el capítulo anterior los resultados de las excavaciones de la campaña UNESCO de los equipos franceses, británicos y alemanes.

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Otros aspectos del mundo púnico bien tratados son los religiosos, la relación de la ciudad con su territorio y los conflictos contra Roma. La cuestión libiofenicia aparece enmarcada en una cronología y geografía que podríamos calificar de excesivamente estrecha (ibídem, 243). Finalmente, el volumen se cierra con un epílogo que reflexiona sobre cuáles son los aspectos de la cultura púnica que han sobrevivido a la romanidad (lengua, cultos, etc.). En 1997 apareció la monografía en la que Ennabli recrea la topografía de la fase cristiana de la ciudad en base a textos paleocristianos y datos arqueológicos. La mayoría de los primeros monumentos cristianos se han hallado extramuros (Damous el-Karita, Bir Knissia, Bir Ftouha, etc.) pero la autora defiende que el interior urbano no carecía de lugares de culto como propuso Vaultrin (1933). Se nos presenta una realidad cristiana manifestada en oposición a la mayoría pagana especialmente a través de sus rituales funerarios. Precisamente en los recintos funerarios fue en donde se construyeron las primeras basílicas apenas fueron legalizados. Al mismo tiempo las casas de privados en las que se venían celebrando reuniones con mayor o menor secreto, las llamadas domus ecclesiae, acabaron convirtiéndose en lugares destinados exclusivamente al culto. Dado que también se han hallado cementerios cristianos previos al siglo IV en el interior del recinto delimitado por la muralla de Teodosio II, es posible deducir la evolución de la extensión del espacio habitado. Efectivamente estos cementerios habrían sido instalados por sus usuarios en los límites de la ciudad. En cambio durante el periodo bizantino la topografía de los enterramientos sigue otras dinámicas: los edificios arruinados serán los lugares preferidos para sepelir, indiferentemente de su ubicación intra o extramuros. En la monografía podemos encontrar tanto una útil relación de las fuentes eclesiásticas usadas como de la bibliografía generada por las excavaciones practicadas en los monumentos cristianos. Se incluye un plano con una hipotética división eclesiástica del espacio urbano en seis partes. Los monumentos a los que se presta mayor atención son la basílica de Cartagena y el Locus de Gafsa. Ambos inducen a pensar en una continuidad topográfica y constructiva de la que sin embargo no gozaron los lugares de culto paganos. En el periodo de prosperidad

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de la Iglesia a finales del siglo IV y principios del siglo V se dará paso a una fase de monumentalización. Tras los expolios y deterioros sufridos bajo dominio vándalo se volverá a revivir una tímida etapa reconstructiva bajo el control de Bizancio entre el final del siglo VI y el principio del siglo VII. A mediados del siglo VII llegará la definitiva decadencia. Ya en el capítulo anterior finalizamos con una breve referencia a la cantidad de congresos, jornadas y actos científicos que tenían como argumento importante, si no central, el yacimiento que nos ocupa o su cultura material. Con posterioridad a la campaña internacional UNESCO se han celebrado nuevos eventos en la misma línea. Quizá los más renombrados serán los CIEFP celebrados en 1991, 1995, 2000 y 2005. 27 Con una repercusión más mediática se celebró en Roma en 1994 un importante congreso sobre los fenicios (AA. VV. 1995c). También se han repetido periódicamente los coloquios internacionales sobre Histoire et Archéologie de l’Afrique du Nord. 28 Igualmente hay que mencionar la obra editada por Krings (1995). 29 Por último y con un espíritu más divulgativo, recomendamos brevemente la consulta de algunos de los catálogos de las exposiciones que en los últimos años se han realizado, marcadas quizá por lo que respecta al mundo fenicio y púnico por el punto de inflexión que supuso la presentación de la mostra en el Palazzo Grassi de Venecia en marzo de 1988, de gran repercusión mediática. Otras grandes exposiciones 27 Los dos primeros aparecen mencionados en el capítulo anterior. Tras la campaña UNESCO el III CIEFP de 1991 se celebró en Túnez y se publicó en 1995, el IV se celebró en Cádiz en 1995 (Aubet y Barthèlemy 2000), el V en Marsala en 2000 (Spanò Giammellaro 2005) y el VI de 2005 en Lisboa (en prensa). Ver ÁBACo. 28 El V se celebró en Avignon en 1990 (1992) con aportaciones de Clay, Gilbert Picard y Baillon, Lancel y Senay relativas a nuestro yacimiento. El VI tuvo lugar en Pau en 1993 cambiando su nombre por el de L’ Afrique du Nord Antique et Medieval (1995a). Podemos encontrar aquí las contribuciones cartaginesas de Krandel-Ben Younès, Morel, Sznycer y Tortorella. Con el mismo título Lancel editó en 1999 una serie de artículos entre los que destacamos por afinidad temática los de Desanges, Ennabli, L. y Morrison. El VIII, con doble título (de nuevo Histoire et Archéologie de l’Afrique du Nord y además Histoire et Archéologie du Maghreb) se celebró en Tabarka (2003) y contó con laa aportaciones sobre Cartago de Ladjimi Sebai, Morel y Rossiter. Ver ÁBACo. 29 Ver también AA.VV. (1992): Dictionnaire de la civilisation phénicienne et punique. Brepols, Turnhout, y PISANO, G. (1999): Phoenicians and Carthaginians in the Western Mediterranean. Studia Punica, XII.

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han sido dispuestas alrededor del mundo 30 contribuyendo a la difusión del rico patrimonio histórico, arqueológico y cultural de Cartago, siendo una de las últimas la que se organizó en Barcelona y en el Museu de Prehistòria de Valencia (Ben Abed Ben Khader 2003).

30 Consultar AA.VV. (1990): Carthage, uncovering the mysteries and splendours of ancient Tunisia. Nueva York o su traducción francesa: Soren, Ben Abded Ben Khader y Slim (1994), Baratte (1994), AA.VV (1995b), AA.VV. (1999): Carthage antique, Carthage mythique, du Père Delattre à Gustave Flaubert. Roueny.

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IX Conclusiones El panorama que ofrece hoy la investigación en Cartago es muy desigual. A este lugar se ha llegado como hemos visto en los capítulos anteriores a través de un sinuoso camino que ha atravesado paisajes configurados por el expansionismo militar y cultural occidental, la gestión de la Independencia tunecina y las consecuencias de la campaña internacional de la UNESCO. Un sendero tortuoso, con cuestas, encruzijadas y vaguadas, que a veces nos ha devuelto al punto de partida. La Ciencia desembarcó muy pronto en este puerto mediterráneo llevada de la mano de la tradición artística, literaria y militar europea. Así hemos visto que Cartago forma parte de la historia del nacimiento de la Arqueología de principios del siglo XIX. A finales de este siglo una serie de procesos políticos y culturales entre los que destacan el colonialismo francés y el orientalismo de la Ciencia occidental marcaron profundamente el conocimiento generado a cerca del yacimiento. La voluntad de saberpoder orientalista minó el campo del pasado cartaginés de una serie de lugares comunes muchos de los cuales todavía hoy quedan por desactivar. Recogidos de la mencionada tradición artístico-literaria, aspectos como la crueldad púnica, la superioridad organizativa romana o la incapacidad islámica para mantener con vida esta gran urbe se vieron elevados a verdades científicas. Especialmente útiles a estos propósitos fueron los descubrimientos del tofet, de la retícula ortogonal augustea y del abandono y expolio de la ciudad a partir de finales del siglo VII y principios del VIII. Pero el tema estrella en este periodo fue sin duda la colonización; el difusionismo y el positivismo, las herramientas teóricas más manidas. Ello proporcionó una representación del colonizador netamente separada del colonizado y eternamente en el papel de educador. El Estado se encargó de imponer esta percepción a través de las instituciones culturales en su afán por presentar los privilegios políticos del colono francés como

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IX. Conclusiones

algo justo. Explicar el pasado en términos difusionistas lleva siempre a jerarquizar las sociedades en beneficio inevitable de los que saben sobre los que ignoran, de los que enseñan sobre los que aprenden, de los que llegan y controlan sobre los que estaban y quedan controlados. Traspasar la delgada línea que separa a los colonizadores y colonizados de la Antigüedad de los del presente es una tarea que cualquier lector podía cumplir por sí mismo. Para que no quedasen dudas algunos autores lo hicieron de forma explícita. 1 Durante el Protectorado las publicaciones del Service des Antiquités et des Arts marcaron siempre una línea conservadora y ajena a otras corrientes historiográficas. La contextualización de la institución nos ha hecho notar que las filias políticas de sus responsables les llevaron a ser el reducto africano de la Francia ocupada durante la II Guerra Mundial. Esta postura aclara la ausencia de explicaciones sobre procesos sociales, preferidas por el materialismo histórico. Como señalábamos en la introducción, un estudio historiográfico también nos permite examinar la estrecha relación entre teoría y práctica, entre intervención y representación: la metodología de campo de la época seguía subyugada por el culto al objeto, ya sea mueble o inmueble. Las piezas y estructuras halladas en el yacimiento quedaban así adscritas a la cultura arqueológica púnica o romana. No se podían aportar más detalles porque el concepto estratigráfico sólo llegaba a diferenciar ambas fases, una más profunda que la otra. 2 Con estas herramientas es lógico que el debate histórico ignorase la evolución interna de las sociedades y se limitase a una constraposición cultural bipolar. Incluso durante la Guerra Fría hemos visto que las interpretaciones de los Gilbert Picard, Warmington, etc., seguían tomando las culturas arqueológicas como bloques invariables, sin fisuras, sin debates internos. Ante la dramática amenaza que sufría el patrimonio arqueológico del subsuelo cartaginés, Túnez logró capitalizar la atención internacional con1 2

Audollent (1901, 31), Gsell (1913, 40), Lapeyre y Pellegrin (1942, 52). Excepción notable suponen los ajuares de las necrópolis. En cuanto closed finds los objetos pudieron ser utilizados para fechar la tumba en conjunto.

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cretada en una gran campaña de excavaciones. Gracias a esta intervención la historia del yacimiento recuperó un papel principal en la historia de la Arqueología al convertirse en escenario de puesta en práctica de las últimas técnicas de trabajo de campo. A mediados de los años setenta el uso de las fichas preimpresas de unidad estratigráfica o del software tipo CAD suponía un ejemplo a seguir para cualquier yacimiento. La contextualización de estructuras y piezas así como la encuesta más atenta al registro estratigráfico ofrecieron los instrumentos necesarios para captar diferencias y evoluciones más sutiles dentro de los grupos culturales y fases cronológicas establecidas. No obstante estas posibilidades ofrecidas por la Arqueología no han sido convenientemente explotadas. Hoy día la investigación en Cartago debe hacer frente a problemas que podríamos calificar de seculares. Quizá el mayor de todos ellos sea la dispersión y poca accesibilidad de la documentación, tanto bibliográfica como arqueológica. Se impone un nuevo esfuerzo que ponga a libre disposición de los investigadores una base de datos bibliográfica. Sólo así se podrán agilizar los proyectos de estudio. Por otra parte, un intento de comprensión de la gran ciudad precisa de una carta arqueológica de conjunto, con resolución gráfica suficiente, en la que figuren todas las intervenciones acometidas. Estas herramientas hoy son las premisas técnicas necesarias para emprender cualquier proyecto de explicación de la Historia de Cartago. Tras la Independencia se ha vivido un efecto resaca que ha favorecido la reivindicación de la fase fenicio-púnica con la que el nuevo poder parece identificarse. La autonomía política trajo una renovación temática pero no historiográfica. La incipiente investigación tunecina no estaba todavía preparada para una innovación teórica o metodológica, por lo que siguieron siendo las tradicionales filas francesas las que proponían las explicaciones de conjunto. En efecto hoy día hablar de Cartago en público presupone tratar el ámbito fenicio-púnico como si los siglos romanos y las fases vándalas y bizantinas hubieran perdido interés. Los últimos dos manuales más completos publicados son de principios de la década de los noventa: refieren exclusivamente a la primera fase de la ciudad. Las obras de Lancel y Fantar adoptan posiciones diferentes sin

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IX. Conclusiones

llegar a ser contrarias dentro del marco historiográfico tradicional de cada una de sus escuelas. Así Lancel (1994, 239 y ss.) continúa la visión de la cultura cartaginesa de carácter no-africana, mejorando su consideración. Al mantener la vieja noción de identidad arqueológica, todos los cambios, contaminaciones y construcciones individuales o colectivas suponen un riesgo de pérdida de identidad, con la clara connotación negativa que ello conlleva. Este aspecto queda de manifiesto especialmente en el capítulo octavo Entre oriente y occidente: una identidad cultural ambigua (ibídem, 281 y ss). Es cierto que el autor subraya la dimensión tentacular de la identidad cartaginesa. Pero fuera de los límites de la cuestión libiofenicia, cartagineses y africanos convivirán juntos pero no revueltos durante siglos. La relación que los une será de explotador y explotado, similar a la mantenida posteriormente entre romanos y romanizados (ibídem, 251). Se trata de una concepción cultural poco elástica que los autores post-coloniales están tratando de superar. Lancel queda al margen de aquellos que toman la cultura como una construcción, una negociación social y personal siempre activa, que no se pierde cuando algo cambia (Vives-Ferrándiz 2006). Por su parte Fantar se esfuerza por separar la historia cartaginesa de la alargada sombra romana, tan manida a la hora de realizar paralelos pese al salto cronológico que frecuentemente conlleva. Además de reclamar con mayor énfasis la revalorización de la cultura feniciopúnica, deja bien clara la africanidad de la Historia de Cartago (Fantar 1993, vol. I, 10). Su discurso se recrea en la punicité prerromana del Maghreb dejando poco espacio a las monarquías norteafricanas (ibídem, vol. II, 7 y ss.). Esta retórica puede asimilarse a la de la independencia tunecina frente a las ingerencias occidentales y a su propuesta de ejemplo a seguir en tanto que país musulmán tolerante y próspero. Ambos casos parten de un concepto de identidad restrictivo. Siguiendo la propuesta de Amin Maalouf (2005) 3 la identidad se forma aunando múltiples, quizá infinitos, sentimientos de pertenencia. Éstos pueden va3

La primera edición es de 1998.

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riar su peso específico para cada individuo en virtud de circunstancias coyunturales. L’identità non è data una volta per tutte, si construisce e si trasforma durante tutta l’essistenza (Maalouf 2005, 28).

Basta la sensibilidad histórica para advertir además que no existe un único sentimiento de pertenencia que supere y oprima al resto. Se ha propugnado en ocasiones este papel hegemónico para el sentimiento nacional, racial, religioso, de clase social, etc. Sin embargo las identidades se forjan en base a algunos de los motivos mencionados, o a todos, o a muchos otros, en función de los acontecimientos específicos que vive el individuo. Y ante la insistencia de quienes buscan un elemento esencial que supere a los demás (Maalouf lo define como el elemento tribal) cabe recordar que es precisamente esta complejidad caleidoscópica la que define el concepto mismo de identidad. 4 Fruto de diversas trayectorias historiográficas, que no podrían entenderse sin sus respectivos contextos sociopolíticos, los edificios explicativos de Fantar y Lancel se levantan sobre identidades fuertes y rígidamente ligadas a una cultura material. Cuando lo que se quiere es reforzar identidades colectivas actuales de tipo tribal, resulta útil recurrir a una imagen del pasado homogénea y unívoca. El problema es que las categorías necesarias no siempre son contrastables con el registro arqueológico cuando éste está convenientemente contextualizado. 5 (...) la cultura materiale può essere stata vista ed usata in modi ben diversi da gruppi diversi, il che significa che gli stessi oggetti e gli stessi spazi nella città e nelle case avevano significati diversi per persone diverse (Van Dommelen 2000, 307).

De este modo el conjunto de las identidades presentes en una sociedad podría asimilarse a un mosaico cambiante, hecho de individuos que 4

5

Según la definición de la Real Academia de la Lengua: Identidad: 1. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 2: Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. El subrayado es mío. Laurence y Berry (1998) y Graves-Brown, Jones y Gamble (1996).

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IX. Conclusiones

cotidianamente seleccionan (consciente o inconscientemente). 6 Además, el resultado de estas elecciones se refleja en la cultura material según códigos que pueden no ser compartidos. Ante la complejidad que de ello se deriva se impone a todas luces una Arqueología contextual, relacional, la única que puede introducirnos en el ámbito simbólico y proporcionarnos respuestas válidas acerca de cómo un individuo, o un grupo, usa la cultura material (Hodder 1994, 96). Esta perspectiva no ha sido aplicada hasta la fecha en Cartago. Su cultura material todavía no ha sido leída de forma amplia según el prisma post-procesual. Quizá sea porque esta corriente deconstruye lugares comunes que hasta hace poco eran tomados como baluartes seguros. Este hecho es uno de los elementos que están en la base de la desconfianza de una parte de la comunidad arqueológica hacia la teoría post-procesual. Cuestionar la etnicidad de los grupos humanos de la Antigüedad o su relación con la cultura material amplía horizontes, tanto que es posible perderse. La actitud que guíe una nueva Historia de Cartago debe estar dispuesta a olvidar nexos étnicos preestablecidos entre los grupos del pasado y los del presente. 7 También se deben repensar los mecanismos mediante los cuales el individuo se relaciona con la cultura material. La terminología en este aspecto cobra enorme importancia. Relativismo o subjetivismo son conceptos imprescindibles para el estudio adecuado de la relación que el individuo mantiene con la cultura material. También lo son para entender el proceso cotidiano de construcción de la propia identidad. No obstante, hemos visto en los capítulos V-VIII como durante el siglo XX se han aumentado progresivamente las acusaciones lanzadas contra la Historia, contra las Ciencias Sociales, contra toda la Ciencia. En este proceso, relativismo o subjetivismo han sido términos cebados de connotaciones negativas hasta parecer anticientíficos. 8 Una de las heridas 6 7

8

Sobre el papel del individuo como consumidor-seleccionador de objetos mediante los cuales representarse ver Gosden (2004). En los capítulos IV y V hemos visto el fuerte nexo propuesto entre colonos franceses y romanos, mientras que en la bibliografía de Fantar se puede intuir otro, menos explícito, entre la República de Túnez y la Cartago púnica. Especialmente en los casos de Oswald Spengler (ver nota 4 del capítulo V) o Paul Karl Feyerabend (ver notas 1 y 4 del capítulo VII).

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que nos ha abierto esta batalla ha sido lograr que muchos historiadores y arqueólogos mantengan una actitud reluctante hacia estos términos en particular y hacia toda la teoría en general, a beneficio de las filas neopositivistas. No obstante, se puede seguir un camino atento a los avances post-procesuales siguiendo a Ian Hacking (1996) y su (...) realismo práctico o realismo transformativo (que toma como) real lo que podemos usar para intervenir en el mundo para afectar algo más, o lo que el mundo puede usar para afectarnos. (ibídem, 174).

Este concepto permite incluir como reales muchas de las construcciones sociales que denuncia acertadamente el post-procesualismo sin cabalgar a lomos de un relativismo desbocado. 9 Tanto los primeros arqueólogos del siglo XIX como nosotros, decidimos consciente o inconscientemente una determinada relación entre datos y teoría: qué datos quiero buscar y cómo interpretar los datos que encuentro. Y es en este proceso de selección en donde mayor influencia tienen los contextos científicos y políticos en los que trabajamos. Nuestro propio contexto se ha visto en las últimas décadas invadido por un omniconsumismo que nos lleva a adquirir compulsivamente una mercancía tras otra. Nos hemos sumergido un mercado hipercapitalista que ya lo ha fabricado todo anticipándose a nuestras necesidades o incluso generándolas. En este estado de cosas la teoría no encaja fácilmente, como destaca Johnson (2000). Esto es así porque las ideas no están prefabricadas, porque requieren pensar por uno mismo, porque no se pueden comprar ni vender y porque precisan ser asumidas con paciencia. El relativismo desmedido en cambio es simple, gratis, accesible y sedante. Creo importante realizar un esfuerzo teórico para superar este ruido, y llegar a obtener un cono-

9

Es el propio Larry Laudan quien ha definido este peligro como una de las manifestaciones más perniciosas del antiintelectualismo de nuestra época. (Echeverría 1999, 304 y ss.). Incluso Hodder parte desde un realismo epistemológico al reconocer que: (...) independientemente de nuestra percepción o visión del mundo, la evidencia nos obliga y nos vemos condicionados por su especificidad y concreción (Hodder 1994, 112). Es decir, que sostiene que la realidad existe con independencia de nuestros procesos cognitivos. Parte de nuestro trabajo como científicos consistiría pues en adecuar estos procesos a dicha realidad.

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IX. Conclusiones

cimiento válido de cómo el mundo ha intervenido en la práctica y la teoría arqueológica, y viceversa. En definitiva espero haber podido demostrar con esta historiografía cómo el contexto en el que trabaja un científico condiciona inevitablemente los objetivos y el resultado de su investigación. 10 En este sentido me han resultado muy útiles algunos artículos que tratan específicamente el caso cartaginés. 11 La generalizada toma de conciencia sobre la importancia de la Historia de la investigación apunta a que es posible asumir que los resultados de la Ciencia son subjetivos y relativos (al igual que toda actividad humana) sin caer por ello en el desprestigio irracional. Es más, asumir esta condición del conocimiento nos ayudará a comprender cómo el pasado es usado en el presente y cuáles son sus mecanismos de uso. Nos aportará elementos de crítica y defensa en nuestra cotidianidad contra manipulaciones, avalanchas informativas o desinformativas y relativismos indolentes.

10 Ver nota 2 del capítulo I y BARNES, B. (1985): About Science. Blackwell. Ed. castellana (1987): Sobre la ciencia. Labor, Barcelona; DICKSON, D. (1989): The New Politics of Science. Chicago University Press, Chicago; PICKERING, A. (ed.) (1992): Science as Practice and Culture. Chicago University Press, Chicago; Trigger (1996) y Johnson (2000). 11 Los de Bénichou-Safar (1995) sobre la historia de la investigación en el tofet, así como los de Duval (1995) y Freed (1997) sobre Alfred Louis Delattre, Lancel (1995) y Laporte (1999) sobre la excavación del Magenta y las estelas de Émile de Sainte-Marie, Wells (1996) sobre Paul Gauckler, Lengrand (1997) acerca de Stéphan Gsell, Ciccotti (1999) sobre Camillo Borgia, Desanges (1999) y especialmente Gran-Aymerich (1998) sobre aspectos institucionales.

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Editada bajo la supervisión del Departamento de Publicaciones del CSIC, esta obra se terminó de imprimir en febrero de 2009 en los talleres de Fareso S. A.

CUBI CARTAGO

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Iván Fumadó Ortega

Serie Histórica 1. ESPADAS BURGOS, M. (ed.): España y la República Romana de 1849.

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2. GONZÁLEZ SALINERO, R.: Las conversiones forzosas de los judíos en el reino visigodo.

CARTAGO

3. SEGARRA CRESPO, D. (ed.): Transcurrir y recorrer: la categoría espaciotemporal en las religiones del mundo clásico.

CARTAGO

Historia de la investigación

5. FUMADÓ ORTEGA I.: Cartago. Historia de la investigación

Iván Fumadó Ortega es licenciado en Historia por la Universitat d’Estudi General de València (2002), ha sido becario en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (2005-2007) y actualmente es becario de la Real Academia de España en Roma (20082009). Colabora en diversos proyectos de investigación (Excavaciones Hispano-Marroquíes en Lixus [Marruecos] y Léxico de Iconografía Ibérica) y ha participado en diferentes congresos nacionales e internacionales (From Space to Place, Expert Meeting in Ancient Toilets, Usos Públicos del Pretérito, etc.).

Serie Histórica

4. MARTÍNEZ-PINNA, J.: Tusculum latina. Aproximación histórica a una ciudad del antiguo Lacio (siglos VI-IV a.C.).

Historia de la investigación

Cartago fue durante la Antigüedad un polo de atracción cultural, económico, político y militar en todo el Mediterráneo. Pese a su abandono a la llegada del Islam, sus ruinas y sus mitos permanecieron en el imaginario erudito medieval y moderno como referencia de primer orden. Con el nacimiento y desarrollo de la Arqueología, cuyo camino puede aquí seguirse con especial claridad, el yacimiento se convertirá en destino repetido de expediciones científicas. Catalizador de sueños orientalistas, objeto de deseo colonialista, instrumento de construcción identitaria… el pasado de Cartago, a través de las explicaciones que lo relatan, es capaz de aportar valiosa información sobre el uso de la cultura material por parte de la Arqueología, de la Arqueología por parte de la Historia y de la Historia por parte de la política cultural. En este sentido, la presente obra quiere ser una historia de las ideas y las técnicas de campo que se han puesto en juego en el yacimiento a lo largo de dos siglos, así como de las interpretaciones con las que éstas han interactuado. Sólo mediante la comprensión de los contextos científicoprácticos y políticos se puede interpretar la rica tradición arqueológica de Cartago.

Consejo Superior de Investigaciones Científicas Escuela Española de Historia y Ar queología en Roma

Imagen de cubierta: Carl Spitzweg, Der Bücherwurm (Ratón de biblioteca), óleo sobre tela (detalle), 1850