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Andrés Madrid
Ayer España enrojeció
Ediciones Martínez Roca, S.A.
ANDRÉS MADRID
AYER ESPAÑA ENROJECIÓ
© 1980, Ediciones Martínez Roca, S.A. Gran Vía, 774, 7º, Barcelona-13 ISBN: 84-270-0621-7 Depósito legal: B-33632-1980
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A mis hijos, Daniel, Mónica y Sergio, que junto con los hijos de los demás, son el verdadero futuro de este país.
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Prólogo
-----------------------------------------------------------------------------------LAS COMPUTADORAS TAMBIÉN SE EQUIVOCAN
Bonn, 14 jun. (Efe).- Las computadoras de la ciudad alemana de Saarbrücken deberán volver a contar los votos de las elecciones del pasado fin de semana por haberse equivocado. Según los técnicos, 1.200 papeletas fueron contadas dos veces, por lo que queda invalidado el procesamiento. -----------------------------------------------------------------------------------HAY NOTICIAS QUE pasan inadvertidas y no merecen el honor de ser destacadas en grandes titulares. La que encabeza este prólogo quizá sea una de ellas; al fin y al cabo, que en las elecciones al parlamento europeo haya un pequeño porcentaje de error no es para echar las campanas al vuelo. Pero no me negarán ustedes que resulta chocante que un país tan -4-
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meticuloso como Alemania permita que sus computadoras se equivoquen. Si esto puede ocurrir en la tecnificada sucursal de los Estados Unidos, podría ocurrir en cualquier otro sitio. ¿En España? ¿Y por qué no? Vean ustedes. La noticia poco importante, el teletipo perdido en un rincón de una agencia de prensa, empieza a tomar forma en cuanto le hacemos un par de preguntas. ¿Se imaginan ustedes las situaciones por las que podría pasar nuestra débil democracia si las computadoras del Ministerio del Interior sufrieran un error en sus cálculos electorales? Todo dependería de la magnitud del error. Pues bien. Como uno no se para en barras a la hora de echarle imaginación a la vida, vamos a llevar el error a sus últimas consecuencias, vamos a distorsionar el error hasta darle forma de caricatura. Ahora bien, en una caricatura hay siempre rasgos exagerados detrás de los cuales están los verdaderos. Ayer España enrojeció es una caricatura, con rasgos verdaderos y rasgos exagerados hasta lo infinito. Lejos de mi ánimo está la idea de resultar ofensivo para nadie y, además, como la situación está proyectada hacia el futuro, las personas que en esta obra se citan pueden llevarme la contraria comportándose de un modo diferente al que yo las describo. -5-
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Hay, por otra parte, instituciones para mí muy queridas, cuya postura salvo de un modo consciente. No por eludir la crítica de las mismas, sino porque estoy convencido de que su comportamiento con respecto al futuro de este país es absolutamente honesto. La obra responde a esa fórmula tan machacada de: ¿Qué hubiese pasado si…? Y a continuación el autor coloca una idea que contradice lo que pasó en realidad. Sobre esta base, todo aquel que alguna vez tuvo una pluma en la mano se sintió tentado en su fuero interno a imaginarse la historia cambiando el orden real de los hechos. Cuando un autor lanza una obra de la naturaleza que sea, explica o trata de explicar en el prólogo la intención de la misma. Siguiendo esta tradición, voy a tratar de hacer con ésta lo que haría cualquiera: presentar al lector mis intenciones. Solemnemente, hincando la rodilla en tierra y encomendándome a todas las fuerzas de la naturaleza, el que suscribe declara que al escribir este libro no ha pretendido demostrar absolutamente nada. Cumplida esta función, que considero de vital importancia, el que lo desee puede seguir leyendo y el que no, puede tirar el libro a la papelera. Al fin y al cabo todo aquel que compra una cosa tiene derecho a hacer con ella lo que le dé la gana. Efectuada mi declaración de principios, sospecho que he de pasar a esa otra parte del prólogo en la que cualquier autor que se precie hace alarde de su erudición. Es decir, cita a otros autores que le han precedido y que, en sus creaciones más cruciales, coinciden con su punto de vista. -6-
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Les aseguro que he buscado afanosamente en quioscos y librerías alguna frase célebre, algún pensamiento profundo, alguna tesis que avalara mi obra y le diese la altura intelectual que se merece. Muchos han sido los volúmenes examinados, las notas tomadas, las traducciones de autores extranjeros. Todo un esfuerzo de investigación para nada. Ya desesperaba de obtener esa frase clave de filósofo húngaro, alemán o sueco. Ese pensamiento de premio Nobel que justificara mi presencia en el mundo de las letras. Pero donde menos se espera, salta la frase. Al igual que Newton, Arquímedes y todos aquellos que han trascendido en el tiempo, la casualidad fue la madre que parió mi descubrimiento. Lo que viene a demostrar una vez más que la mera observación de las cosas simples nos lleva, si las miramos con ojos investigadores, al encuentro de las verdades sobre las que gravita nuestra existencia. No, señores lectores. No ha sido un filósofo alemán el que ha dado la clave para impregnar de profundidad y sapiencia esta obra. Ha sido la Compañía del Metropolitano de Madrid quien, con su laconismo, me ha hecho meditar los principios filosóficos sobre los que se apoya este libro. Vaya, pues, mi agradecimiento a los mentores del Metro madrileño y quede para la posteridad la cita que ha de incluirse en este prólogo, para darle el toque de erudición que buscaba: PROHIBIDO FUMAR BAJO MULTA DE 5 PESETAS. ¿Han encontrado en su vida algo más sobrecogedor? ¿Más definitivo? -7-
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¿Más definitorio? ¿Más expresivo? ¿Más profundo? ¿Para qué buscar los pensamientos de autores sesudos, si en nuestros vagones de Metro se encuentra toda una filosofía de vida y comportamiento? Por mucho que nos lo propongamos, nunca encontraremos nada tan clarificador de nuestras dudas como aquello de: ANTES DE LLEGAR A SU ESTACIÓN, PREPÁRESE PARA SALIR. Cumplida la misión de buscar paralelismos entre mi obra y la de autores más cualificados, he considerado imprescindible aportar también para la curiosidad del lector el acervo cultural de nuestros políticos; eso sí, cuidadosamente seleccionado. Si en esta obra se les menciona, ellos tiene el derecho y el deber de figurar en su prólogo con aquellos pensamientos que pasarán a la posteridad y que, a buen seguro, figurarán en los manuales de la ciencia política como la síntesis del pensamiento español de los últimos años. Analicemos paso a paso, letra a letra, las sutiles ideas de los hombres que constituyen la clase política española y que ha convertido a este país en lo que es actualmente. ¡LA CALLE ES MÍA! Frase descriptiva donde las haya, atribuida al insigne demócrata del Interior, ya en las postrimerías del franquismo. ¿Qué quiso decir don Manuel con esta lacónica expresión? -8-
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Para aquellos que no conocen las sutilezas de la política, puede que la frase no pase de ser una manifestación de autoritarismo. Los que hemos estudiado a fondo el pensamiento del insigne político, sabemos que esas cuatro palabras eran la clave de la defensa de la economía de mercado libre. ¡O no se han dado ustedes cuenta! ¡La calle es mía! ¡Y de Banús! ¡Y de los especuladores! ¡La calle, en definitiva, es de quien la compre! ¡AVE MARÍA PURÍSIMA! Tres palabras, sólo tres palabras, bastaron a don Santiago Carrillo para dejar plasmado el pensamiento de las esencias del eurocomunismo. Es posible que a nosotros, como contemporáneos de don Santiago, se nos escape el significado y no sepamos ver más allá de nuestras narices. La historia de España está llena de incomprensiones. Pero las generaciones venideras hallarán en las citas bíblicas del secretario general del Partido Comunista de España la piedra filosofal de la revolución. ¡MARX TAMBIÉN DIJO MUCHAS TONTERÍAS! Don Felipe González, insigne abogado sevillano, sucesor de Pablo Iglesias, describe de un modo sencillo y humilde lo que, tras largos años de estudio, ha sacado en conclusión de la filosofía marxista. -9-
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Señores, señoras que me leen, hace falta mucho estudio, mucho análisis para llegar a esta conclusión. Sepan ustedes que hay quien ha dedicado su vida entera a estudiar a Marx y no ha llegado a ninguna parte. El secretario general del Partido Socialista Obrero Español, en una sola frase, deja muy clara su visión socialista del marxismo. ¡Para que luego digan! ¡TOMARÉ MEDIDAS! Decía con frecuencia el más ilustre ministro del Interior. Nadie, o muy pocos, se dieron cuenta de lo que encerraban las afirmaciones de don Rodolfo Martín Villa, que pasará a la historia con el sobrenombre de «El Sastre». El autor se pregunta y les pregunta a ustedes: ¿Cabe más profundidad en dos palabras? Maquiavelo no pudo, o no supo, verter en sus escritos todo el caudal de conocimientos políticos que se contienen en tan sólo dos palabras. Cada vez que el terrorismo se cobraba una nueva víctima, don Rodolfo hacía gala de su imaginación con la frase que encabeza este análisis. ¿Cabe más rigor científico? ¿Se podía esperar mayor eficacia? ¡LA CRISIS ESTÁ AHÍ! Adam Smith se levantaba de su tumba cada vez que don Fernando Abril Martorell denunciaba de modo claro y preciso - 10 -
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el principio económico que describía sin tapujos su programa de gobierno. La inflación, el paro, la escasez de recursos y la ciencia económica toda, se quedaban paralizados cuando entraba en acción las magistrales soluciones del hombre que rigió los destinos financieros de España de modo tan contundente… ¡y sin calculadora ni nada! ¡MUY CORDIAL!... ¡MUY CORDIAL!... ¡MUY CORDIAL! De este modo, con una sencillez impropia de su talla de estadista, describía don Marcelino Oreja Aguirre todas las entrevistas que mantenía con los mandatarios extranjeros. Con esta expresión tan descriptiva, se asomaba a las cámaras de televisión para resumir en pocas palabras las relaciones internacionales del reino. El pueblo llano, además de perderse una lección diplomática gratis, nunca entendió por qué, siendo todo tan cordial, Marruecos seguía atrapando pesqueros españoles, Europa no nos aceptaba en su supermercado, Estados Unidos nos seguía chuleando con las bases, Inglaterra no devolvía Gibraltar y, así, un largo etcétera de incomprensiones que demostraban lo injusto que era el mundo con la cordialidad de nuestro representante. Son sólo algunos botones de muestra ya que no quiero cansar al amable lector. No obstante, me creo en la obligación - 11 -
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de rogarles que reflexionen profundamente sobre la vida y obra de las mentes preclaras de la democracia. En frases como las expuestas y en otras que para no resultar pedante omito deliberadamente, está encerrado todo el saber político y las claves del arco del sistema democrático español. La Historia (con mayúscula) analizará con paciencia todas y cada una de las majaderías que dijeron los padres de la patria, y se preguntará por qué los españoles de esta década no supieron aprovechar lo que gratuitamente se les daba desde las alturas del poder, para reírse a carcajadas. EL AUTOR
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1 El azar -¡BINGO! –cantó Mariano Agudo con la voz ronca por la emoción. -¡Bingo! –corearon los vendedores de cartones para que el cantante de los números no siguiera con su monótona musiquilla. -Señores… ¡han cantado bingo! –dijo por fin el locutor levantando la vista del canuto por el que salían las bolas. Los compañeros de mesa de Mariano comenzaron su retahíla de tópicos para felicitar al ganador, disimulando como podían el odio que sentían hacia él por haberse anticipado a sus cartones. -¡Lo importante es que se caliente la mesa! –decía un viajante de Lugo al tiempo que miraba con tristeza los dos números que faltaban en su cartón. -¡Yo me alegro igual que si me hubiese tocado a mí! – mentía descaradamente una señora llena de bisutería y pintura. Mariano Agudo no veía a nadie. Después del tremendo esfuerzo que le había supuesto gritar, unido a la tensión mantenida mientras las bolas iban apareciendo en el televisor, sus oídos estaban absolutamente taponados.
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Miraba insistentemente el tapete manchado de la mesa y veía caer la bolita del número 33 como si se tratase de la repetición de la jugada. Se sorprendió a sí mismo contestando «¡Mío!», cuando el amable pagador preguntó: «¿El bingo?» Y a partir de ahí la vista de Mariano se quedó fija en el enorme montón de billetes de mil que ponían delante de él. -Cuatrocientas cincuenta, quinientas y quinientas cuatro mil. ¡Enhorabuena! -¡Gracias, muchas gracias! –dijo Mariano, al tiempo que con mano temblorosa iba recogiendo el dinero y guardándolo en sus bolsillos. El pagador se quedó en pie, esperando la propina. Los compañeros de mesa se quedaron sentados esperando un cartón de regalo. Todos se quedaron esperando… porque Marino Agudo se levantó y, tropezando con todo lo que se ponía a su paso, salió de la sala. Ya pueden ustedes imaginarse los comentarios de los presentes, por lo que el autor los omite deliberadamente. No obstante, para aquellos lectores que gusten de completar esta escena, me he permitido reservar unos espacios que ustedes, queridos lectores, pueden rellenar a su gusto: -¡…! –dijo el viajante de Lugo. -¡…! ¡…! –contestó la señora enjoyada, al tiempo que el pagador se alejaba con su bandeja vacía no sin antes manifestar en alta voz: -¡…! ¡…! Lo que sirvió para que un puntilloso aclarase: - 14 -
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-¡No tiene ninguna obligación de dejar propina! EN LAS ESCALERAS DE piedra que dan acceso al bingo del Canoe Natación Club esperaba a Marino Agudo el comité central del Partido Proletario Revolucionario. Los integrantes del comité se pusieron en pie al ver salir a su secretario general. Mariano iba completamente desencajado. Encogido sobre sí mismo, apretaba contra su cuerpo los fajos de billetes que llevaba repartidos por todos los bolsillos. -¿Qué ha ocurrido? –contestó Mariano con un hilo de voz. Y comenzaron a andar en dirección a los Nuevos Ministerios. La comitiva parecía un paso procesional. Delante, Mariano Agudo con aspecto de penitente de primera, inmediatamente detrás, Mari Ángeles, la guapa secretaria de propaganda, con la cabeza baja y, tras ella, en fila de a uno, los restantes miembros del comité central. En silencio, llegaron hasta la ultramoderna pardela de Azca. Ya saben, peatones arriba, coches abajo, todo ello ambientado por enormes moles de cristal y cemento. Mariano se desvió hacia los desiertos pasadizos que comunican la avenida del Generalísimo con la calle de Orense, y cuando le pareció que estaba lo suficientemente resguardado de las miradas de los curiosos, se detuvo. -¿Qué pasa? ¿Adónde vamos por aquí? –preguntó Mari Ángeles. -¡Venid, venid todos! - 15 -
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El grupo rodeó a Mariano con curiosidad. Éste, con aire triunfal, sacó de sus bolsillos varios fajos de billetes y los paseó por las narices de los asombrados revolucionarios. -¡Lo hice! ¡Canté el bingo más alto! ¡Tengo más de quinientos papeles en el bolsillo…! ¡Podemos presentarnos a las elecciones! A partir de aquí, todo fueron emocionadas expresiones de alegría y gozo. Se abrazaban los unos a los otros y de vez en cuando palpaban los bolsillos de Mariano repletos de billetes de mil. Cuando se cumplieron los minutos de jolgorio, el grupo abandonó la zona para dirigirse el metro de Nuevos Ministerios, que les llevaría muy cerca del barrio obrero donde el PPR tenía su cuartel general, no sin antes establecer una estrategia de protección para el portador de los bienes comunes. Y así, rodeando al secretario general en un anillo humano que no hubiese podido romper ni un regimiento blindado, cambiando miradas de gozo durante el trayecto, llegaron al barrio de chabolas en el que se encontraba su sede, iniciando sobre la marcha una reunión de trabajo para preparar su acceso al parlamento. EL AZAR SE HABÍA aliado con la política y el juego, invento típicamente capitalista, iba a permitir que la izquierda más radical y extraparlamentaria se asomase al balcón del panorama político español en las elecciones de 1983. - 16 -
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El Partido Proletario Revolucionario constituía un grupo reducido como tantos y tantos minúsculos partidos que, a la izquierda y la derecha de los grandes bloques parlamentarios incordiaban, más que otra cosa, recordando continuamente a los poderosos las desviaciones que de los respectivos dogmas hacían en su deseo de alcanzar el poder. Cuando en una de las asambleas del comité central del PPR alguien apuntó la necesidad de presentarse a las elecciones, los razonamientos financieros del responsable de la tesorería demostraron que con doce mil quinientas veintisiete pesetas era poco probable obtener un resultado medianamente aceptable, aunque se hicieran todo tipo de inversiones. La palabra milagro fue mencionada varias veces, pero no parecía ortodoxo a los ojos de los aguerridos marxistas dedicar el presupuesto a realizar ningún acto encaminado a que San Antonio interviniera en las finanzas del partido. El responsable de disciplina, que trabajaba de repartidor en una empresa de transportes, recordó entonces que en una de sus gestiones por la zona del Santiago Bernabéu había oído hablar a la gente que salía del bingo del Canoe que los premios alcanzaban cifras astronómicas. -Digo yo que… ¡de perdidos, al río! -¡Jugar por necesidad, perder por obligación! –contestó Mariano Agudo. -¡Donde menos se piensa, salta la libre! –argumentó Mari Ángeles, que como responsable de propaganda era más agresiva en sus conclusiones. -¡Dinero, llama a dinero! –dijo otro miembro del comité. - 17 -
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-Sí, pero… ¡El perro flaco, todo se le vuelven pulgas! Y después de hora y media de refranes, se sometió a votación una ponencia por la cual los exiguos fondos del partido se arriesgarían en aras del objetivo electoral. Uniendo el posible premio a las cuotas extraordinarias, donativos, venta de periódicos, carteles y pegatinas, se obtenía una cifra que permitiría una campaña decorosa. -¡Y lo que falte en medios económicos, los supliremos con nuestro entusiasmo! Los seis meses que siguieron a esta decisión los pasaron los militantes del partido en una continua fiebre de horas extraordinarias, trabajos complementarios y todo aquello que podía proporcionar dinero al presupuesto electoral. Cuando faltaban dos meses y medio para el 1-J, se tomó la sublime decisión de mezclarse con la alta burguesía que acudía al Canoe a dejarse las pestañas, con fines bastante menos trascendentes que los del PPR. ¡Y saltó! El azar fue muy comprensivo con los idealistas y cuando de regreso en el barracón que servía de sede al partido, el responsable de tesorería acabó el prolijo arqueo, levantó la vista hacia los expectantes revolucionarios y dijo: -Si nos hacemos los carteles a mano y todos los militantes entregan su sueldo de este mes y la paga extraordinaria del dieciocho de julio se pide anticipada… ¡podemos! -¿Podemos? -¡Podemos! - 18 -
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A partir de aquí, la actividad fue absolutamente demencial. Todos y cada uno de los sesenta y siete militantes de Madrid y los cuatrocientos y pico que en el resto de la geografía nacional componían las filas del PPR, trabajaron hasta la extenuación, pasaron hambre, repartieron propaganda, pegaron carteles, vendieron pegatinas, insignias y bizcochos borrachos que la madre del tesorero hacía como nadie. Todos ellos sabían que obtener un solo escaño sería un milagro, todos ellos daban por segura la derrota ante los medios de los demás, pero nadie tuvo un desfallecimiento, todo lo más, algún mareo por inanición. Cuando el 30 de mayo terminó la campaña electoral y comenzó la jornada de reflexión, en todas las mentes de los integrantes del Partido Proletario Revolucionario había una sola idea: dormir. Procedentes de todos los puntos de Madrid, fueron llegando al barrio de chabolas, arrastrando los pies y los botes de engrudo. Era un grupo de hombres y mujeres absolutamente cansados, pero aún tuvieron fuerzas para llevar adelante una asamblea en la que Mariano Agudo les arengó durante unos minutos, para terminar con una frase de Lenin: -¡Y ahora… ¡a la cama! ¡Mañana ser{ otro día!
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2 El voto MARIANO AGUDO, secretario general del PPR (Partido Proletario Revolucionario), se levantó temprano aquel 1-J de 1983. Como representante máximo de su partido quería ir a votar a primera hora. Todos los líderes votaban a primera hora; los de izquierdos para dar imagen de pueblo, los de derechas para dar imagen de eficacia. Dos chapuzones en el fregadero que servía a la vez de lavabo, bidé y ducha, eliminaron los últimos vestigios de sueño de su cara. Se miró en el espejo y éste le devolvió la imagen de sus treinta años: barba poblada, pelo no amelenado, pero sí largo y un rostro desdibujado, confuso. Esto le recordó que no tenía puestas las gafas que corregían su miopía, obtenida pacientemente a lo largo de muchas noches de lectura y estudio con escasa luz. Las cogió del cajón que hacía las veces de mesita de noche y al ver con claridad su entorno, se quedó mucho más tranquilo. Desechó una camisa caqui descolorida. Después de examinarla, y tras una breve reflexión, la volvió a coger ya que su otra camisa se encontraba en peor estado de conservación. Completó su indumentaria con una boina azul en la que brillaba la insignia del partido: dos hoces cruzadas por dos martillos y una estrella de cinco puntas. - 20 -
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Dos hoces porque era más revolucionario que ninguno, dos martillos porque era más proletario que ninguno y la estrella porque Mari Ángeles, la hermosa revolucionaria responsable y de propaganda del PPR, la había incluido al diseñar el emblema. En la mesa, que servía de comedor, despacho, estar y apoyar los codos, había restos de la cena, de los cuales Mariano Agudo seleccionó un trozo de queso y, mordisqueándolo, descorrió la cortina que servía de puerta a la chabola y salió al exterior. El día era magnífico. El barrio obrero presentaba un aspecto agradable, las pequeñas chabolas guardaban un cierto orden y la limpieza era manifiesta; el equipo encargado de mantener la zona con un grado de higiene mínimo, se había esmerado aquel día. A lo lejos, la ciudad aparecía envuelta en su boina de humo, que la sequía de la estación había incrementado. En la explanada alrededor de la cual se agrupaban las chabolas, llamada plaza de Octubre por la comunidad, esperaba la base. Sesenta y siete militantes, ni uno más, ni uno menos; sesenta y siete voluntades que habían hecho un esfuerzo de titanes para empapelar Madrid con carteles del partido; sesenta y siete fuerzas vivas, que habían conseguido llevar a todos los rincones de la capital la voz del PPR. En otras ciudades la base no era tan numerosa, pero también habían realizado una buena labor. - 21 -
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Habían medido sus armas con todos los partidos, parlamentarios o no, y gracias a su constancia los carteles con la doble hoz y el doble martillo, siempre quedaban pegados por encima de los demás. Aquella mañana, toda la base llevaba puesta su boina con el emblema del partido. Al fin y al cabo, era la primera ocasión que se presentaban a las elecciones. Mariano Agudo se acercó al grupo con una leve sonrisa y, al llegar a la altura de los primeros militantes, alzó los dos puños con fuerza y gritó: -¡Pe… pe… rre… llegaremos al poder! -¡Fascistas, burgueses, os vamos a joder! –respondió la base al unísono. Mariano, visiblemente emocionado, fue a iniciar un pequeño mitin, pero se dio cuenta del nudo que tenía en la garganta; la emoción y el queso seco hacían estragos, por la cual comenzó a cantar la Internacional, que en el PPR se efectuaba repitiendo cada estrofa dos veces. Toda la simbología revolucionara se manejaba en el PPR por duplicado. Concluido el cántico, Marian Agudo, ya con la voz más entonada, se dirigió al grupo y con su elocuencia habitual dijo: -¡Hale, a votar! La base rompió filas y en pequeños grupos de a uno se dirigieron al aparcamiento de bicicletas. Bicicletas de todas clases, reparadas, parcheadas, con los manillares atados con cuerdas, pero que habían dado más vueltas a Madrid que el - 22 -
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tour de Francia, haciendo jornadas maratonianas en la finalizada campaña electoral. Erguido sobre el manillar de su máquina, Mariano Agudo pedaleaba a la cabeza del pelotón de militantes, que a medida que iban entrando en la capital se iban dispersando hacia sus puntos de destino. En Legazpi, Mariano se despidió de los que aún continuaban con él y por Delicias subió hasta Atocha encaminándose después, por la cuesta de Moyano, hacia el Paseo de Coches del Retiro. El color del Retiro a las ocho de la mañana era una juerga de verdes y el aroma de mil plantas y árboles entró por la pituitaria de Mariano que, una vez coronada la plaza del Ángel Caído, dejó caer suavemente su bicicleta por las curvas del barrio del Niño Jesús, hasta alcanzar el cruce de Doctor Esquerdo y, con él, su destino. El secretario general del PPR debía votar en el colegio electoral del barrio de la Estrella. No le correspondía por su vivienda, sino por haber efectuado un cambio en el censo, para poder votar en el mismo colegio electoral que Felipe González. -Es la única manera de que vaya la prensa… -había dicho la responsable de propaganda; y Mariano, que en cuestiones de publicidad nunca discutía con Mari Ángeles, dijo: -Bueno… Aprovechando la expectación que despertaría el líder socialista, se esperaba obtener alguna foto del momento en que Mariano Agudo depositara el voto. De otro modo, el solemne - 23 -
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momento hubiese pasado desapercibido para los chicos de la prensa. Mari Ángeles era muy personal en las cuestiones de imagen de su partido y así, al hacer uso del tiempo que concedió televisión para la campaña (dos minutos antes de la carta de ajuste del sábado a las diez de la mañana), decidió que Mariano saliera de espaldas a la cámara en señal de protesta. A Mariano no le pareció bien del todo, pero tampoco discutió la decisión. A cincuenta metros del colegio electoral, Mariano Agudo aparcó su bicicleta y se sentó en el borde de la acera, dispuesto a esperar el momento oportuno para votar. Vio cómo entraban en el local los componentes de la mesa y a medida que la hora de dar comienzo las votaciones se acercaba, llegaban al lugar periodistas que esperaban el momento en que Felipe González apareciese. Pensó entrar en el colegio y esperar al secretario general del PSOE dentro, pero en última instancia consideró que si entraba al mismo tiempo, los fotógrafos no tendrían más remedio que fotografiarles juntos. La estrategia era clara: las placas obtenidas se distribuirían por las agencias a todos los periódicos y mientras la prensa capitalista diría en sus titulares: FELIPE GONZÁLEZ VOTÓ A LAS NUEVE Y CINCO, el órgano de información del PPR, Proletariado-Proletariado, diría: MARIANO AGUDO VOTÓ POCO ANTES QUE FELIPE GONZÁLEZ. Desde su observatorio, vio llegar al líder socialista, con él su mujer y tras ellos los guardaespaldas del partido. - 24 -
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El grupo se fue acercando y Mariano, siguiendo su plan, echó a andar hasta situarse delante de la comitiva. Los periodistas se adelantaron hacia ellos, prestos a obtener instantáneas. Mariano apretó los dientes para destacar su dura mandíbula, que según Mari Ángeles era su gesto más característico. Los primeros fotógrafos llegaron hasta él, lo rebasaron y dispararon sus cámaras hacia Felipe González; cuando mariano pensaba ya que su posición no era correcta, un fotógrafo apuntó su cámara delante de él. Mariano adoptó un aire indiferente, esperando sentir el chasquido del disparador. «¡Ahora!», pensó Mariano. -¡Quita de ahí! –le gritó el fotógrafo al tiempo que se apartaba la cámara de la cara. Mariano estuvo a punto de mandarle a tomar por el culo, pero recordó su condición de candidato a diputado y se contuvo. Se contuvo y se echó a un lado. Cayó en la cuenta de yendo delante de Felipe González no conseguiría una sola instantánea y consciente de su responsabilidad para con el partido, cambió la estrategia. Se fue rezagando con ánimo de quedar a la misma altura que el político sevillano. Su paso se hizo más corto y notó cómo la distancia respecto al grupo se iba reduciendo. Sin mirar atrás calculó que con su nueva cadencia de paso entraría en el colegio prácticamente al lado de Felipe. La foto era inevitable. - 25 -
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Cuando estaba a punto de alcanzar las escaleras de acceso, el empujón de uno de los guardaespaldas le sacó de sus pensamientos y le mandó dando trompicones contra el muro del local. -¡Fascistas! –dijo Mariano entre dientes, pero ya la comitiva había penetrado en el interior y la calle quedó medio vacía. Mariano se volvió para recuperar la entrada al colegio electoral y uno de los policías que custodiaban la puerta, haciendo gala de un ojo clínico poco común, le comentó solidarizándose: -¡Vaya modos que tienen las izquierdas! ¿Eh? Mariano le miró, pero no entró en más detalles; su obsesión era entrar y cumplir su cometido. Desde el vestíbulo, observó el grupo y distinguió el resplandor de los flashes. Resueltamente se encaminó a la mesa. Felipe González daba la mano a los componentes de la mesa y su sonrisa agitanada era captada por todas las cámaras. Era sin duda el protagonista de las elecciones. Después de la crisis interna de su partido, generada en el congreso de 1979, y que había sido superada con habilidad por el sevillano, y los aciertos y desaciertos de la UCD, se tenía la certeza de que el palacio de la Moncloa sería ocupado por el político de los labios gordos, que ya no era marxista, ni leninista, ni nada, y por lo tanto había sido aceptado por los poderes fácticos como una verdadera alternativa de poder. Mariano daba saltitos por detrás del compacto grupo tratando de que, al menos un fotógrafo, obtuviera una imagen - 26 -
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de su duro gesto de revolucionario. No dio resultado. Los guardaespaldas y la gente que rodeaba al futuro presidente, eran más y más altos que Mariano, que optó por utilizar la astucia. -¡Felipe! ¡Felipe! –dijo Mariano en alta voz. Al fin y al cabo, él era el líder de un partido político tan legal como el PSOE, y lo lógico era hablar con Felipe, darle la mano, desearle suerte y ese momento sería captado necesariamente por los fotógrafos. -¡Felipe! ¡Felipe! –insistió Mariano. Pero Felipe no escuchó sus voces. Envuelto en la gloria, en el halago y en la gente, Felipe dedicaba sonrisas a todo el mundo, pero no escuchaba a nadie. Mariano alargó la mano por encima de la gente, con idea de dar en el hombro del presidenciable y llamar su atención, pero en aquel instante Felipe González se volvió hacia él y en un democrático gesto le cogió la mano. -¡Ahora! –pensó Mariano. Intentaba apartar a la gente mientras su mano no soltaba la del socialista, cuando sintió un cosquilleo en su palma. Retiró bruscamente la mano y su sorpresa no tuvo límites. Cruzando las rayas naturales, en su mano se podía ver escrito con rotulador: CON AFECTO, FELIPE GONZÁLEZ. Mientras Mariano, atónito, se miraba la palma, el grupo entero salió, dejando el local prácticamente vacío y a Mariano en medio de la amplia sala, mirando su mano pintarrajeada. El presidente de la mesa sacó a Mariano de sus pensamientos: -¿Va a votar? - 27 -
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Mariano se vio como sorprendido in fraganti. Cerró la mano autografiada, se puso rojo y dijo: -No, de momento… no… Y salió de nuevo a la calle. La comitiva había desaparecido. Había que hacer algo. Se fue hacia una cabina decidido a llamar a la sede de su partido para pedir instrucciones a Mari Ángeles. En la esquina con Doctor Esquerdo encontró una cabina, entró en ella, puso dos duros en el carril y marcó. Al otro lado del hilo, después de la señal, se oyó una voz: -Dígame. Las monedas cayeron al cajón y la comunicación se cortó. Mariano dio un golpe al aparato y salió malhumorado de la cabina. «Otro fraude más al pueblo –pensó-. Los capitalistas de Telefónica ponen cabinas que se comen los duros y no funcionan y luego se extrañan de que uno coja un destornillador y destripe el aparato para recuperar sus monedas.» Se rascó el fondo de los bolsillos y notó con dolor que estaban vacíos. Los dos duros que se había tragado el capitalismo eran los únicos que llevaba. Se encogió de hombros resignado y se dirigió a la esquina donde estaba aparcada su bicicleta. Había que volver a la sede del partido, explicar lo ocurrido y tomar decisiones. Pedaleó con fuerza y rabia, como si a cada vuelta del piñón triturara parte del sistema opresor. Se acordó del autógrafo de Felipe González en la palma de su mano y la ira subió a su rostro. Y tanto subió la ira que le cegó; le cegó y no vio que el - 28 -
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semáforo se ponía en rojo, que los coches se detenían y que su bicicleta se estrellaba contra la trasera de un cientoveinticuatro. Salió de sus pensamientos sentado en el capó trasero del coche. El propietario del vehículo se bajó y, sin pensárselo dos veces, arrastró a Mariano de la solapa y al tiempo que le ponía en el suelo, le dio dos soberbias bofetadas. -¡Hay que fijarse en los discos! Mariano iba a contestar a la agresión cuando vio su bicicleta destrozada. El del coche se subió al mismo y arrancó. Mariano levantó su máquina; la rueda delantera estaba hecha un churro y el manillar se unía al sillín en una extraña pirueta. Pensó en tirarla, pero se acordó que había sido financiada por el partido, así que se la echó al hombro y empezó a andar. A medida que recorría las calles, los restos de su maltrecho vehículo se iban clavando en su carne y su aspecto se aproximaba más y más al de un nazareno en Viernes Santo. Los pies le pesaban y las sienes le latían con fuerza. Sentía la misma sensación de náusea que la primera vez que le detuvieron. En aquel tiempo, Mariano Agudo era militante del Partido Comunista y, como a muchos, según se acercaba la fecha de legalización del partido, le crecía el desencanto. Por eso creó el PPR. COMO TANTOS OTROS que vieron alejarse al partido de Carrillo de los postulados básicos, Mariano Agudo sintió la necesidad de mantener vivo el fuego sagrado y, secundado por - 29 -
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los habitantes del barrio obrero en que vivía, inició la aventura de la ilegalidad. Mientras los comunistas de Carrillo celebraban en la Casa de Campo su primera fiesta, los seguidores de todos los minipartidos de extrema izquierda eran perseguidos y encarcelados. La conducta del PCE respecto a sus escisiones hizo crecer aún más el vacío que los separaba y así la izquierda extraparlamentaria presentaba un mosaico de siglas detrás de las cuales no había más que un puñado de hombres y mujeres que jugaban a la política, haciendo planes revolucionarios que nunca se realizarían. El esfuerzo realizado por el PPR para formar una candidatura electoral, había sido ingente. Se presumía el resultado negativo de antemano, pero era más importante el efecto propagandístico que la posibilidad de acercarse al Congreso y aunque la suerte les hubiera sonreído desde un escaño parlamentario sólo se hubiese podido llamar la atención, ya que la vida legislativa era dirigida por los grandes, dándose la paradoja de que Mariano Agudo, suponiendo que fuera diputado, tendría que moverse en compañía de Blas Piñar, en ese cajón de sastre que constituía el grupo mixto. DESPUÉS DE TRES HORAS de marcha, el barracón que servía de sede al PPR se dibujó a través del sudor que caía en los ojos de Mariano. Estaba agotado, eran las doce del día y volvía sin votar, con la bicicleta hecha polvo y con un autógrafo en la mano. - 30 -
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El comité central escuchó en silencio las declaraciones del secretario general. Cuando éste concluyó de contar sus desventuras, la consternación dominaba el comité. Mari Ángeles, responsable de propaganda, rompió el silencio y decididamente expuso sus puntos de vista: -¡Tú a votar! ¡Vosotros con él! ¡Yo haré las fotos que hagan falta! ¡Y si no salen más que en nuestro periódico, pues mejor! Mariano Agudo salió precedido de Mari Ángeles y escoltado por los restantes miembros del comité central. Lo importante era no perder los ánimos.
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3 El suspense LA JORNADA ELECTORAL había transcurrido sin incidentes; el clásico anecdotario que la presa se ocupaba de resaltar y poco más. Una señora de Valencia entró en el colegio electoral preguntando que cuándo era el sorteo. Un fósil franquista que había roto una urna a garrotazos en Málaga. Un bromista. Grupos ácratas que invitaban, como siempre, a la abstención, pero sin demasiada fe en la invitación. Por lo demás, sin incidentes. Las terceras elecciones legislativas de la democracia española se presentaban con un porcentaje de abstención normal y se esperaba que, esta vez, la alternativa socialista ganara por escaso margen. Ya que de algo habrían de servir las concesiones realizadas por sus responsables y el desgaste de la UCD propio del quehacer gubernamental. Las fuerzas políticas no habían evolucionado mucho desde 1979. En el Hotel Eurobuilding, cuartel general ucedista, estaban los de siempre. Con más hambre que en anteriores comicios y con más sed, ya que a la vista del desmadre económico que suponían estas juerguecitas, el propio Adolfo Suárez había dado instrucciones para aligerar el menú. - 32 -
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Todo el salón aparecía decorado con los colores verde y anaranjado propios del partido centrista. Un gran fin de fiesta había reunido a los artistas más famosos del país, que habrían de corresponder con esta gratuita actuación a los favores recibidos por la Televisión que continuaba, como siempre, en manos del partido del gobierno. En uno de los extremos del salón había sido instalado un gran panel a imagen y semejanza del que existía en el Palacio de Congresos para seguir la marcha del escrutinio. Arias Salgado brujuleaba de un grupito a otro dando manos y recibiendo parabienes. El joven ejecutivo ocupaba el delfinado en el escalafón monclovino después de producirse la defenestración de Abril Martorell y se esperaba que después de las elecciones diera mucho que hablar. -Puede que gane el PSOE pero por muy poco margen, así es que de todos modos tendrán que contar con nosotros –dijo a un grupo de admiradores que le habían pedido su opinión sobre el resultado final. El grupo escuchaba con la boca abierta las explicaciones y seguía con el rabillo del ojo las evoluciones de los camareros. -¿A qué hora llegará Adolfo? –preguntó una imbécil de cara lánguida que llevaba tres años queriendo ser actriz y se había apuntado a la UCD como último recurso después de recorrer las camas de varios productores de cine, teatro y televisión. -El señor presidente vendrá alrededor de la una –aseguró Arias Salgado, mostrando su disconformidad con las confianzas que se tomaba la aspirante a actriz. - 33 -
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Iñigo Cavero pasó al lado del grupo con su aire de cardenal preconciliar y su beatífica sonrisa. Arias levantó el pulgar en señal de victoria y Cavero se encogió de hombros; no se sabe si con gesto de duda o por que le daba igual. La UCD seguía siendo una amalgama de intereses alrededor de la figura del presidente y a pesar de las continuas tensiones internas, mantenía la homogeneidad en torno al hombre que había llevado al poder a un grupo de fuerzas cuya única ideología era el interés por lo económico. Golpes de mano de Adolfo Suárez resolvían en el último momento situaciones internas que hacían pensar en el fin del partido gubernamental. El ejercicio del poder iba desgastando a todos menos al césar de la Moncloa que, como una costurera mágica, iba tapando los huecos de su vestido con increíbles ejercicios de audacia. Todos se quemaban, todos iban cayendo, todos le odiaban, pero todos le temían. Se había conspirado más contra Suárez desde su propio partido que desde la oposición, pero siempre con resultados adversos. Y al final, cuando llegaba la época de elecciones todas las aguas volvían a sus cauces y todas las fuerzas se apiñaban en torno a su líder a sabiendas de que era la única figura que podía salvarles de la catástrofe. Era el único toque de color de aquella masa gris de funcionarios revaluados que formaban las listas de la Unión de Centro Democrático. El electorado no votaba a la UCD, votaba a Suárez, y la verdad es que nadie sabía por qué. La política económica del partido gubernamental era desastrosa, las relaciones exteriores podían confundir al más - 34 -
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pintado: vocación tercermundista, necesidad de convivir con Europa, defensa de los derechos humanos en Latinoamérica junto con las concesiones tradicionales de USA, besos en las mejillas con el mundo árabe y pactos económicos con el sionismo. Todo muy claro. El paro en aumento, los precios disparados, el gran capital llorando al tiempo que obtenía los mayores beneficios de la historia, los obreros cabreados. Y ante todo este panorama la masa electoral veía clara la ineptitud de los ministros, pero Suárez emergía de todo este caos como un Ave Fénix vestido de traje azul. La crisis de 1980 se resolvió con un cambio de actores que seguían interpretando el mismo libreto. Y la del 81. Y la del 82. Y de crisis en crisis se había llegado a estas elecciones con ligeros cambios en la compañía pero con más representaciones que el Tenorio. En el teatro de la política española La reforma sin rupturas seguía siendo una obra criticada pero que en vísperas de elecciones siempre tenía público. Dígase en honor a la verdad que ninguna de las otras compañías ofrecía nada que le hiciese competencia. El PSOE reponía desde el 15-J con la misma machaconería la revista Verás cuando llegue yo, de Felipe González. La obra no era mala pero le faltaba reparto. Y los demás tampoco variaban sus carteleras desde sus respectivos estrenos. Así, el PCE mantenía en cartel Gobierno concentrado, una comedia de enredo y ciencia-ficción. Coalición Democrática salía los fines de semana por provincias con El desastre que viene, un drama de - 35 -
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don Manuel; y lo demás eran pequeños sainetes sin más pretensiones que distraer al personal. Ningún autor nuevo, ningún intento de experimentar. Desde el fracaso de Parar el paro, tragedia en un acto de Fernando Abril Martorell, nade se atrevía a cambiar el espectáculo y, como consecuencia, el personal se aburría. Repasando el panorama en el «teatro de operaciones», con su permiso, ¡volvamos a la acción! ERAN LAS DIEZ Y MEDIA de la noche y no se tenía ninguna noticia seria sobre los resultados de la jornada. Todo eran cálculos de las encuestas oficiales y extraoficiales, que unos y otros habían lanzado a la opinión pública vendiéndolas como sondeos objetivos para ganarse al electorado indeciso de última hora, que se apunta siempre al carro del supuesto vencedor. Se temía, eso sí, que el gran victorioso fuese el Partido Comunista, ya que la nivelación de fuerzas entre los ucedistas y los socialistas podía poner al partido de Carrillo en posición de árbitro que inclinara el fiel de la balanza. «Huracán» Fraga volvía a la carga con un híbrido extraño que pretendía representar a la derecha civilizada, al centro derecha y a la euroderecha, pero que realmente no daría más de sí para obtener más allá del conocido «escaño de don Manuel». El ambiente general de las terceras elecciones legislativas era de un claro aburrimiento; el pueblo, un tanto desencantado de la gestión de los gobernantes y por los escasos avances - 36 -
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económicos votaba pero sin entusiasmos. Los mítines de la izquierda y los actos informativos de la derecha se habían visto a lo largo de la campaña poco concurridos y tan sólo el Partido Comunista, con su estructura de afiliados incondicionales, y Acción Nacional, siempre con el mismo número de nostálgicos, habían conseguido acercar al público a los discursos de los líderes. Los comentarios en el teatro de operaciones UCD eran de todo tipo: negocios, recomendaciones, y chistes ocupaban los corros. Los famosos, las famosas y demás familia, cazaban camareros al ojeo buscando la segunda serie de canapés, que por las instrucciones del presidente tardaban en llegar. Pendientes de los camareros y de las actuaciones de los diferentes artistas, nadie pareció darse cuenta de que un hombre impecablemente vestido, con aire de ejecutivo y con cara de no estar inmerso en la fiesta, se acercó a Arias Salgado y le dijo algo al oído. Éste asentía a los susurros del recién llegado y le devolvía el mensaje del mismo modo, indicándole con un gesto que saliera del salón. El recién llegado así lo hizo y Arias Salgado, tan pronto como pudo zafarse de su corrillo, salió por la misma puerta. En el pasillo le esperaba el misterioso visitante y, sin mediar palabra, ambos se encaminaron a los ascensores. Tres pisos más arriba del lugar de la fiesta, en una suite, se había instalado una oficina de campaña. Arias Salgado y el visitante entraron en ella. -Pase y cierre la puerta. - 37 -
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Arias Salgado no estaba nervioso pero se le notaba un cambio en el semblante. El hombre de azul entró y cerró tras de sí, asegurándose de que el pomo de la puerta quedaba con el seguro puesto. Sin darle tiempo a volverse, Arias le preguntó con cierta ansiedad: -¿Está seguro de lo que me ha dicho? -Todo lo seguro que se puede estar en estos momentos. Las informaciones que han llegado hasta el Ministerio son confusas y el señor ministro… Fernando Arias ya no escuchaba. Había empezado a marcar un número de teléfono en uno de los doce aparatos que habían sido instalados al efecto. -Rodolfo… ¿eres tú?... Soy Arias Salgado… ¿Qué es esa tontería? Rodolfo Martín villa, que a la sazón había recuperado la cartera de Interior, no se sabe si por ser el menos incapaz o por ser experto en elecciones, contestó al otro lado del hilo telefónico. La contestación recibida fue provocando cambios en el rostro de Arias Salgado, para dejarle al final de la misma con una ceja enarcada… ¡y cuando Arias Salgado enarcaba una ceja…! -¡Esa información tiene que ser errónea…! Habr{ que esperar resultados m{s concretos… sí… sí… No obstante, comunicaré el tema al presidente… Sí… sí… yo mismo… ¡Ah!, que no se dé nada por televisión hasta que yo lo autorice… ¡Al diablo con los periodistas extranjeros…! ¿Qué…? ¿Qué viene - 38 -
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para ac{…? ¡Ni se te ocurra moverte hasta no tener confirmado todo eso…! Colgó con fuerza y se quedó pensativo. Sin mirarle, se dirigió al funcionario que esperaba y le dijo: -Está bien, vuelva al ministerio. El hombre del traje azul saludó con una leve inclinación de cabeza y abriendo la puerta salió. Arias Salgado, ya en solitario, volvió a marcar un número en el aparato que no había soltado todavía. -Presidente… buenas noches… Sí, aquí en Eurobuilding… Acabo de habar con Rodolfo y parece ser que… ¡Ya me imaginaba yo que lo sabrías…! ¿Qué te parece…? Sí… y ha pensado lo mismo… Naturalmente… habr{ que esperar… sí… Cualquier novedad que haya te la comunicaré… Adiós. Mantuvo unos instantes el auricular en la mano y suavemente lo devolvió a su lugar. Lentamente se dirigió a la puerta y salió de la habitación. Durante el corto viaje en ascensor la idea que Rodolfo Martín Villa le había transmitido daba vueltas en su cerebro. -Tendría gracia… -pensó el delfín de la UCD. Cuando la puerta automática se abrió, el bullicio del gran salón donde se celebraba la fiesta llegó hasta el. Se quedó un momento en el umbral de la entrada y observó el enorme gentío que sudaba en el interior. Todos miraban en ese instante hacia el tablado de actuaciones en el que Bárbara Rey, con su voz de barítono afónico interpretaba una canción, llevando como único atuendo una larguísima bufanda con los colores de - 39 -
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la UCD y haciendo rechinar cada movimiento a los embobados espectadores. Un grupito de mujeres, cerca de Arias Salgado, sintiéndose abandonadas por su s maridos y acompañantes, comentaban la actuación: -No es para tanto… -Si yo me pusiera así en un escenario también llamaría la atención. -Tú y cualquiera… Arias Salgado sonrió ante los comentarios de las despechadas damas y se sumergió en el salón. Al atravesar uno de los grupos se dio de manos a boca con Gabriel Cisneros. -¿Alguna novedad? –preguntó éste. Rafael Arias dudó un momento; después, con su aplomo característico contesto: -Ninguna, hasta ahora todo son conjeturas… nada en firme.
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4 La esperanza LA CALLE GARCÍA MORATO, a la altura del 109, empezaba a llenarse de grupos de socialistas que esperarían el resultado electoral junto a la sede central de su partido. El portal era un desfile de gente que subía y bajaba y tanto en el segundo piso como en la calle, el ambiente era de victoria. Si aquel partido tenía o no algo que ver con el fundado por Pablo Iglesias, era algo que ya no preocupaba a nadie; apenas algunos nostálgicos suspiraban recuerdos de aquellos tiempos en que el Partido Socialista Obrero Español representaba auténticamente a la clase obrera. En 1983 el PSOE era el partido de la clase media española, pues la fórmula del socialismo europeo de erigirse en administrador del capital para paliar sus desmanes, había permitido al partido de Felipe González captar una clientela que era remisa al radicalismo marxista de la primera época de legalidad. Un coche se detuvo en la acera a la altura del portal y Felipe González salió de su interior. Sur cara era una pura sonrisa y los grupos de militantes se acercaron al secretario general con el mismo aire que se acercan las fans a un cantante de moda. Grititos de admiración y empujones. Felipe era sin duda una estrella de la política. - 41 -
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-¡Felipe! ¡Te ayudaremos en el traslado! –dijo una voz del grupo, aludiendo a la rápida mudanza que se esperaba realizaría el socialismo a la Moncloa. Felipe González, traje perfectamente cortado y encorbatado, levantó los brazos e hizo con los dedos la señal de victoria. Lejos quedaban los trajes de pana que le hicieron famoso y las camisas de cuadros con el cuello desabrochado. Lejos, muy lejos, quedaba la imagen de un hombre con barba cana que desde la linotipia de una imprenta había dado a la clase obrera la unión necesaria para defender sus intereses. Pablo Iglesias era sólo una foto en el despacho del secretario general del Partido Socialista. Lejos, muy lejos, quedaban los análisis del marxismo efectuados en pisos ocultos, con la inquietud de una redada policial. Pero muy cerca, estaba la victoria, el poder, el halago y el reconocimiento mundial. Felipe avanzó con gran seguridad por la acera hasta alcanzar el portal y cuando ya iba a desaparecer en la penumbra, una voz en la calle le hizo volverse bruscamente. -¡Felipe, traidor! ¡PSOE marxista! La indignación se reflejó en el rostro agitanado del secretario general. Enrique Múgica, que caminaba junto a él, le tocó en el hombro y con un gesto le indicó que siguiera su camino. Felipe se perdió por fin en la oscuridad de la escalera, haciendo caso de su colaborador que se perfilaba como futuro ministro de Defensa. Éste, a su vez, hizo una seña a los guardaespaldas que acompañaban al grupo para que fueran a buscar al disidente. La alternativa de poder era clara, el PSOE tomaba ya maneras de partido de gobierno. - 42 -
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La sala que servía de punto de reunión estaba llena. Los componentes de la lista del partido por Madrid, familiares y algún que otro amigo íntimo, abarrotaban el pequeño local. Alfonso Guerra, número dos de la lista, esperó a que los demás saludaran a su líder, para acercarse a él. -¿Cómo estás, presidente? -Todavía no, Alfonso, todavía no –contestó Felipe con un aire modesto, pero halagado en el fondo por la afirmación de su compañero. -Es cuestión de horas… -No anticipemos acontecimientos… ¿Han dado algo por televisión? -Nada… hasta ahora nada… -Eso es buen síntoma. Si la UCD llevara ventaja en el tres o cuatro por ciento que llevarán escrutado hasta ahora, ya hubiese repetido cinco veces los resultados. Todos celebraron la ocurrencia de Felipe y los comentarios se generalizaron. LA ESTRATEGIA PREPARADA por el Partido Socialista para el supuesto de ganar las elecciones era lo que más preocupaba a los responsables. Se pensaba trasladar a Felipe González rápidamente a los estudios de Televisión Española y allí dar una alocución al país. Nada de algaradas callejeras con banderas del partido que podrían enconar la situación. Eso quedaba para cuando la fuerza del socialismo estaba en la calle. En 1983 la fuerza del Partido Socialista Obrero Español estaba en el despacho de los - 43 -
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poderosos. La banca, la industria, y hasta la Iglesia habían decidido apoyar al sevillano en su periplo hasta la Moncloa, un poco aburridos por la monotonía política de Suárez y un poco complacidos por la evolución del socialismo que se presentaba a estas elecciones. Los saltos hacia atrás y hacia adelante del Partido Socialista hasta el 1-J habían sido espectaculares. Después del congreso de 1979, que obligó a Felipe González a una retirada estratégica para no ser derrotado estrepitosamente, los felipistas habían explotado hasta lo impensable la posición de mártir honrado de su líder, logrando con ello conmover a las bases y a los votantes. Seis meses después, durante el congreso extraordinario, Felipe González conseguiría los frutos de aquella tan sutil y estudiada maniobra, consolidando aún más su liderazgo en el partido y relegando a un segundo término a los «compañeros radicales» que ya se dejaban oír dentro y fuera del comité ejecutivo. El golpe más espectacular fue, sin duda alguna, la moción de censura presentada en mayo del ochenta en aquel debate que se hizo famoso por mantener despierta la atención y a los españoles que tenían uacheefe. En un envite que nadie esperaba, Felipe González hizo uso de sus derechos constitucionales y pronunció la fórmula sus derechos constitucionales y pronunció la fórmula mágica; los socialistas querían censurar al gobierno de Suárez constructivamente. Es decir: Como ustedes han demostrado con creces su incapacidad para gobernar, vamos a intentar quitarles para ponernos nosotros. Uno se niega a censurar la censura - 44 -
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constructiva que prevé nuestra Constitución y deja a cada cual su buen criterio. El resultado fue lo suficientemente aireado como para no cansar al lector desde estas páginas repitiendo datos y detalles que la prensa dio con profusión por aquellos días de mayo de 1980. A la clase política le pareció muy bien poder cantar el pollo al gobierno con las cámaras de televisión delante y a la prensa le encantó poder llenar páginas y páginas detallando, resumiendo y comentando. En definitiva, una élite determinada de ciudadanos lo pasó divinamente con esta superproducción que alcanzó niveles de audiencia mayores que Fortunata y Jacinta. También es cierto que el presupuesto era mayor. Pero el pueblo, lo que se dice el pueblo llano, tuvo un escalofrío general, porque lo único que quedó claro en el espectáculo que dirigió Landelino Lavilla fue que los representantes del pueblo eran un conjunto deprimente, con una falta absoluta de imaginación y con una incapacidad manifiesta para llegar a resolver los problemas de esta tierra nuestra. Los socialistas presentaron un programa de gobierno con más utopía que realismo, aunque sí quedaba claro que estaban dispuestos a unirse al diablo para gobernar. El gobierno se defendió como pudo, y pudo mal. Los comunistas se limitaron a desvelar secretos de alcoba que dejaron la impresión de que ni televisando en directo todos los debates se enteraría el pueblo de lo que se pactó a sus espaldas en los primeros días de la democracia. - 45 -
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Fraga divirtió a la afición hasta el día del discurso final en el que al pobre telespectador le daba la impresión de estar presenciando la inauguración de un pantano. Hubo unos instantes que a los propios cámaras de televisión les dio miedo orientar sus objetivos a la residencia por si él estaba allí, con su parkinson y su vocecilla para decir aquello de: «queda inaugurado…» El resto de oradores, representantes de sí mismos y con la emoción de ser escuchados por primera vez, leyeron sus cuartillas con fe, pero absolutamente para de tiempo. A uno le daba la impresión de que al finalizar sus alocuciones iban a decir aquello de: «¿puedo saludar?» Ya es historia que los socialistas perdieron. Ya es historia que el gobierno se quedó solito. Ya es historia que una vez más a este país se le intentó colar por vías poco democráticas una amalgama gubernativa que hubiese sido la amplia mayoría solicitada por los socialistas. Alguna vez se convencerán los políticos de este país que son las urnas, en las que se deposita la voluntad popular, las que hacen democrático a un gobierno, a un alcalde o a quien sea. Los pactos son legales pero injustos, desvirtúan los deseos de la mayoría y producen situaciones tan anormales como la que se daba en aquellas fechas en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones. Los pactos, las mayorías aritméticas y los juegos de palabras, llevaban a José Luis Álvarez a la cartera ministerial, cuando no había tenido votos suficientes para ser alcalde de Madrid. ¿Cómo se come eso? - 46 -
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La realidad es que no se come, o por lo menos no se mastica y claro, lo que no se mastica, no se digiere bien. Como ocurría con la ya citada alcaldía de Madrid que con un resultado incierto, gracias de nuevo a los pactos y a las componendas, correspondió ocupar al señor Tierno Galván. Ni Carrillo con sus citas bíblicas y su manía de compatibilizar el catolicismo con el marxismo, llenando de jesuitas el partido, había conseguido despistar tanto al personal como los socialistas con sus criterios sobre el orden municipal. Era evidente que, a nivel de calle, el PSOE había perdido popularidad, pero había ganado muchos puntos en los despachos de los importantes y, con ellos, el dinero. Y ya se sabe que en los sistemas democráticos el dinero mueve montañas, porque si de verdad se tratase de reflejar la voluntad popular, ¿me quieren decir ustedes cómo hubiera llegado míster Reagan a presidente? No, mis queridos lectores, no. La democracia es un sistema muy caro, y hacer carteles, televisión, radio y prensa para decir que fulanito es menos imbécil que menganito, cuesta mucho dinero. Y si no, ¡que lo digan los de Coca-Cola! Entonces –se pregunta uno, que a la hora de preguntarse no se para en barras-, ¿qué hacer? Si el sistema democrático tiene su culminación en el momento en que un país hace cola frente a una urna para decir a quién vota y, a su vez, informar a todo un pueblo de quiénes son los mejores cuesta un ojo de la cara, corremos el riesgo de albar desde estas páginas a los otros sistemas, a saber: a) - 47 -
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Dictadura de un señor; b) Dictadura de varios señores (proletariado). Puestos a elegir no nos gusta ninguno de los dos. La única ventaja del primer modelo de dictadura enunciado es que se conocen los nombres y apellidos de quien acogota a la gente. En el segundo, ni eso. Ante este dilema, uno se sigue preguntando aún a riego de ponerse impertinente: ¿Será posible que desde Adán y Eva no se nos haya ocurrido ninguna idea nueva en lo que a sistemas políticos se refiere? Todas las mentes creativas del mundo deberían ponerse a dar vueltas a este tema, con el fin de crear algo nuevo, algo diferente. Y como la caridad empieza por uno mismo, y estoy seguro de que entre ustedes hay auténticos genios, les sugiero que empleen la próxima página para describir con todo lujo de detalles el sistema que a ustedes se les ocurra. Cuando hayan diseñado el modelo de sociedad en que les gustaría vivir, recorten la hoja y clávenla en la pared de su salón-comedor y a partir de ese mismo instante vivan con arreglo a ese modelo social construido por ustedes. ¡Verán qué lío!
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PÁGINA DESTINADA A PARIR UN NUEVO SISTEMA POLÍTICO
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PABLO CASTELLANOS había dimitido de todos los cargos de responsabilidad, pero sin renunciar a su condición de militante de base y a punto estuvo de protagonizar una escisión con parte de la Federación Madrileña. Razones había para que ésta se hubiese producido, pero Castellanos frenó a tiempo la indignación de los militantes más radicalizados, si bien se reservó el derecho de controlar a modo de oposición al equipo felipista. Los bares de los alrededores estaban a rebosar de personas con pegatinas del PSOE con el nuevo símbolo del partido. La mano tendida y la rosa, que había pasado a sustituir al puño y la rosa. Según Felipe, ésta era la actitud del partido, mano abierta a todos aquellos que quisieran acercarse al socialismo; según Castellanos, era una mano abierta en demanda de votos. -¿Qué noticias hay de nuestra gente? –preguntó Felipe González. -Hasta ahora, buenas. No hay ninguna duda… ¡Esta vez ganaremos! Uno de los guardaespaldas entró en el despacho de Felipe y cortó la conversación. -Aquí traigo los datos del protestón. ¿Qué hago con ellos? Alfonso Guerra se abalanzó sobre el papel. -¡Al comité de disciplina! ¡Habrá que expulsarle del partido! -Me temo que esto no será posible. Rompió el carnet en mis narices. -¿Había mucha gente pendiente del incidente? - 50 -
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-Bastante, y de eso se valió. Si llego a cogerle en solitario… Felipe González entró en el tema. -No le deis más importancia de la que tiene; siempre tendremos gente que no esté de acuerdo. -Tienes razón –contestó Alfonso Guerra. -¿Vienes al salón grande? -No, prefiero quedarme aquí. Manda que me traigan un televisor pequeño o tenme informado de los resultados que vayan dando. Voy a preparar lo de televisión… por si sonara la flauta. -Prepáralo, estoy seguro de que mañana temprano iremos a Prado del Rey y tendrás que informar al país de tu plan de gobierno. Alfonso Guerra salió y Felipe González quedó solo en su despacho. Sacó de un cajón de la mesa las cuartillas de su discurso de presidente y las acarició como si se tratase de un ser vicio. Era lo que Emilio Romero llamó la erótica del poder.
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5 La habilidad A LAS DOCE DE LA NOCHE, Santiago Carrillo llegaba a la sede de su partido en la calle Castelló, en pleno barrio de Salamanca. Dejó caer su humanidad en un sillón, apagó el cigarrillo que traía en la comisura de los labios y encendió otro. El televisor se había situado en un altillo para poder verlo desde todos los ángulos de la sala. En aquel momento un cantante de moda se contorsionaba en el cuadrado de la pantalla. -¿Cómo van las cosas? -No hay ninguna noticia todavía. A estas horas debe de ir escrutado un cinco o un seis por ciento, pero no han hecho ni una sola conexión. -Eso es que las cosas van mal para la UCD. Ramón Tamames entró en ese momento y preguntó a los presentes: -¿Hay alguna noticia? Carrillo exhaló una bocanada de humo. Oficialmente, ninguna. Los nuestros dicen que vamos bien. El primer teniente de alcalde de Madrid, que se veía muy excitado, se quitó las gafas y se frotó con fuerza el puente de la nariz. - 52 -
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-Hay cosas muy raras. Vengo del Palacio de Congresos. Los periodistas están aburridos de esperar y nadie sabe nada de nada. La UCD est{ reteniendo la información… Esto puede ser un síntoma. -Para mí está claro –dijo Carrillo-. Van perdiendo estrepitosamente y esperan a que el resultado se nivele un poco para dar el primer parte. -No es eso sólo –terció Simón Sánchez Montero-; el resultado de una mínima parte puede que les sea desfavorable, pero da la sensación de que ocultan algo gordo. -Estaremos ganando nosotros –dijo Carrillo con aire socarrón al tiempo que se levantaba para dirigirse a su despacho. -Voy a telefonear a Felipe. Hay que ir considerando la posibilidad de un pacto con el nuevo presidente del gobierno. Santiago Carrillo entró en su despacho, se acomodó en el sillón y descolgó el teléfono; con aire indolente marcó el número de la sede del Partido Socialista. Al otro lado del hilo se oyó la voz de alguien que recogía el mensaje. -Quiero hablar con Felipe Gonz{lez… Sí… Soy Carrillo… Esperó un momento, mientras fumaba sin quitar el cigarrillo de la comisura de los labios. Al fin, la voz del secretario general de PSOE se oyó al otro lado: -Dime, Santiago… -¿Cómo estás, presidente? -¿Tú también? - 53 -
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-Naturalmente, todo el mundo lo ve claro. Cuando la UCD no suelta prenda es porque las cosas le van mal, rematadamente mal… -¿Cuánto tiempo crees que podrán mantener el silencio? -No mucho; no obstante, sería bueno que forzáramos un poco el acontecimiento… -¿Qué se te ocurre? -¿Cuánta gente tienes en la calle? -No sé… unos dos mil compañeros… aproximadamente… -Mándalos para el Palacio de Congresos, que alboroten un poco. Yo también enviaré gente del partido a protestar por esta retención… -Los van a recibir a palos… -No importa; hay que apretar un poco las clavijas a Suárez y no olvides que la prensa extranjera está en el Palacio de Congresos. Si pasa algo… van a quedar muy mal. -De acuerdo, daré instrucciones y saldrán para allá. -Mañana, a primera hora, me gustaría hablar contigo. -No lo considero prudente; si ganamos y tú y yo tenemos una entrevista rápida, se empezará a hablar de frentepopulismo y se asustar{ la gente… -¿No ser{… que quieres acercarte a la UCD…? -De momento habr{ que esperar resultados concretos… Las cifras mandar{n al final… -Est{ bien, que manden las cifras… Si sabes algo ll{mame. -De acuerdo… Suerte, Santiago… Carrillo se quedó un momento con el auricular en el aire hasta que escuchó el zumbido de la línea; colgó y volvió a - 54 -
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fumar con nerviosismo. Después de expulsar el humo por la nariz, se levantó dirigiéndose al salón donde estaba reunido el resto de camaradas de primera fila. En la sala, las conversaciones iban de un tema a otro; la televisión ofrecía ahora un ballet. Marcelino, ven un momento. Camacho, con un vaso de cerveza en la mano, se acercó a su secretario general. -¿Qué hay? -Manda unos cuantos chicos al Palacio de Congresos y que alboroten un poco pidiendo información sobre los resultados… -El Palacio está tomado y si aparecen por allí, les van a dar de lo lindo… -No importa, hay que presionar a la UCD. -De acuerdo. Camacho salió de la sala y Carrillo se quedó mirando el televisor en el que en aquellos instantes un ilusionista hacia juegos de manos, sacándose palomas de la manga. No se puede decir que el PCE hubiese avanzado demasiado desde las últimas elecciones; realmente su clientela era la misma de siempre. Tampoco por parte de sus dirigentes había mayor interés en avanzar, ya que el puesto que ocupaban entre las fuerzas políticas les permitía moverse con comodidad. No existía desgaste de poder ya que no se ejercía. No existía desgaste de oposición, porque este papel se dejaba íntegramente al PSOE. ¿Qué hacían, pues, los comunistas en el panorama político español? - 55 -
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¡Nada! ¡Los comunistas no hacían absolutamente nada! Gozaban de lo lindo incordiando a derecha e izquierda y amenazando a todo el mundo con la reacción de la calle cada vez que alguien se las ponía tiesas. Hasta entonces había tenido suerte ya que nadie les aceptaba el envite, porque la calle hubiese respondido muy dudosamente al llamamiento de un partido cuya única característica era la beatitud. La beatitud y las fiestas, porque hay que reconocer que las organizaba como nadie. Todos los años, la Casa de Campo se llenaba de casetas que ofrecían al peatón bocadillos, jolgorio y vino. Sin darse cuenta, el PCE había recogido la antorcha de la Organización Sindical y revivía los mejores años de la Feria Internacional del Campo. Sin darse cuenta…¿O sí se daba cuenta?
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6 El susto ARIAS SALGADO atravesó rápidamente el hall de Palacio de Congresos y Exposiciones, para evitar que los periodistas se dieran cuenta de su presencia. Fueran, en la calle, se oía el estampido de los disparos de pelotas de goma, que la Policía Nacional lanzaba contra grupos de personas que pedían a gritos información sobre los resultados electorales. Arias Salgado subió en el ascensor que conducía a los despachos de la última planta, donde se había instalado la terminal del ordenador que servía de base para la información. Los policías que vigilaban la entrada obligaron a identificarse al delfín de la UCD y éste, ensimismado en sus pensamientos, no opuso ninguna resistencia a mostrar las credenciales que le daba acceso al punto central de documentación del escrutinio electoral. Una vez dentro de la amplia sala, Rafael Arias descubrió en un rincón a Rodolfo Martín Villa que, rodeado de técnicos, examinaba listados y documentos. Arias se acercó con gesto de mal humor a la mesita que se hallaba cubierta de papeles. -¿Se puede saber qué está pasando? Martín Villa levantó la vista, se ajustó las gafas a la nariz en un gesto que le hizo famoso y contestó: -¡Míralo tú mismo! - 57 -
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Alargó a Arias unos cuantos listados y se quedó esperando el resultado en el rostro de su interlocutor. Rafael Arias repasó con avidez las notas que le entregara el ministro. -¡Esto no tiene sentido! -No lo tiene… pero ahí est{… -respondió Martin Villa, que sudaba por los cuatro costados. -¿Sabe algo el presidente? -Dijiste que tú le informarías… -Yo le informé de que había cosas raras y errores que se subsanarían… ¡pero esto…! -Esto no es un error… y la información no se puede retener por más tiempo. En la calle hay gente pidiendo a gritos la información, la actuación de la fuerza pública puede generar un accidente y tenemos a todo el mundo pendiente de nosotros… -¡Al diablo todo el mundo! –gritó el cerebro ucedista al tiempo que tiraba los papeles encima de la mesa-. Además, esos grupos son del PSOE y del PCE. Carrillo y Felipe se habrán puesto de acuerdo pensando que nuestro silencio es su victoria… Se hizo un silencio y tras una larga pausa Arias dijo entre dientes: -¡No saben lo que les espera! -En cualquier caso, hay que hacer algo –suplicaba más que exigía el ministro del Interior. -Lo primero es llamar a la Moncloa; nosotros no podemos tomar la decisión. - 58 -
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Dicho y hecho. Descolgó el teléfono y marcó. -Póngame con el presidente, soy Arias Salgado –Un silencio tenso se hizo en la sala; todo el mundo escuchaba. El tableteo de las impresoras rompía el aire de un modo machacón-. Presidente… estoy en el Palacio de Congresos…, los problemas que te comenté continúan… sí… parece que no hay errores…, sí, ya lo sé…, hay gente en la calle… pero no tiene importancia… lo peor es la prensa… ¿Televisión…? No dirá nada hasta que tú no lo autorices… ¿Qué…? ¿Que se dé…? Pero… El porcentaje escrutado hasta ahora es… un veintisiete coma cinco…, sí demasiado… ¡demasiado representativo…! De acuerdo… te llamaré en cuanto haya algún cambio. Colgó el auricular y mirando al infinito extendió los listados a Martín Villa. -Está bien, podéis dar el avance; que el locutor insista en que no es significativo, dado el porcentaje escrutado… y… ¡qué Dios nos asista!
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7 El despiste EL BARRACÓN QUE servía de sede al PPR ofrecía un aspecto animado. Mari Ángeles había invitado a todos los chabolistas de la zona y, con aportaciones de unos y otros, se habían preparado tres barreños de sangría, cuatro fuentes de bocadillos de sardinas y unos pinchos morunos; la charla era animada y de vez en cuando alguien gritaba el ya famoso eslogan que era contestado por el resto. Mariano agudo, sentado en un cajón, explicaba jocosamente su aventura de por la mañana, brillándole los ojos por el calor del ambiente y por las tres jarras de sangría que se había tomado. Un televisor, que había llegado de no se sabe dónde, dejaba ver la imagen de un conjunto sin voz, ya que para evitar molestias se había bajado a tope el sonido. La imagen del conjunto desapareció para dar paso a una toma del panel de información del Palacio de Congresos. Nadie pareció percatarse del cambio. En la pantalla comenzaron a aparecer datos sobre el resultado electoral.
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PORCENTAJE ESCRUTADO 32,7% - DISTRIBUCIÓN DE VOTOS POR PARTIDOS PPR ..................................................................... 76,4% UCD ...................................................................... 8,5% PSOE .................................................................... 7,3% PCE ....................................................................... 3,2% Resto ...................................................................... 4,4% Como el sonido había sido eliminado, nadie se dio cuenta del cambio en el receptor de televisión, y cuando la información numérica desapareció de la pantalla, un miembro del Comité Central con evidentes muestras de exceso de sangría gritó: -¡Eh! ¡Están dando los resultados! Nadie le hizo caso. El achispado iba de uno a otro, pero nadie le hacía caso. Resuelto a informar a la comunidad de su hallazgo, se subió a un cajón y sosteniéndose a duras penas gritó con toda la fuerza que pudo: -¡Insisto! ¡Están dando los result…! Y cayó, cuan largo era, encima de la gente. Se hizo un silencio y todos se volvieron al televisor, Mari Ángeles subió el volumen y llegó a tiempo de captar al locutor que decía: -…Y ESTOS SON, POR EL MOMENTO, LOS RESULTADOS, ELECTORALES, SIGNIFICÁNDOLES QUE EL PORCENTAJE ESCRUTADO NO ES REPRESENTATIVO, EN ABSOLUTO, DEL RESULTADO FINAL, YA QUE FALTAN - 61 -
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POR APORTAR INFORMACIÓN CASI TODAS LAS CAPITALES DE PROVINCIA. NOS DESPEDIMOS HASTA UNA NUEVA CONEXIÓN. Un murmullo de decepción recorrió el barracón y Mari Ángeles volvió a bajar el volumen. El inspirado militante que había lanzado la voz de alarma continuó mirando fijamente el aparato. -Si no fuera por la sangría, diría que íbamos ganado. -¿Qué dices, Vicente? –le preguntó otro miembro del comité, tampoco muy seguro de su estabilidad. -Que si no fuera por la sangría… Nada…, era una tontería… -¡Vamos a tomar otro traguito! -Ni hablar… La próxima vez que den la información… no me la pierdo… ¡ni a tiros! Y dicho y hecho. Cogió el cajón que le había servido de tribuna y se sentó delante del receptor con la vista fija en la pantalla. A los pocos instantes se había quedado dormido. La animación creció de nuevo en el local y el bullicio se hizo general, hasta que la puerta se abrió y uno de los sesenta y siete militantes entró gritando: -¡Escuchad! ¡Un momento! ¡Escuchad!... Los tonos del ambiente fueron bajando y todos se volvieron al recién llegado. -…¡Est{n dando cera en el Palacio de Congresos! ¡La gente se está manifestando por falta de información! Mariano Agudo salió de entre el grupo. - 62 -
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-Era de esperar, la UCD estará perdiendo y retendrá los datos hasta el último momento. ¿Queréis que vayamos para allá? Todos los reunidos corearon un rotundo sí a la pregunta del líder y se dispusieron a salir. -¡A las bicicletas! ¡A las bicicletas! –gritó alguien y de un modo desordenado salieron al descampado, donde esperaban las bicicletas aparcadas. Una vez en marcha, el conjunto semejaba la vuelta ciclista a algún sitio, pero en plan nocturno. Tardarían más de media hora en llegar al Palacio de Congresos. Allí, el porcentaje de votos escrutados iba creciendo y confirmando los resultados de la primera información. Según todos los indicios, aquel hombre con gorra de revolucionario, con su insignia de dos hoces cruzadas por dos martillos y una estrella de cinco puntas, podría ser el futuro presidente del gobierno. Ajeno a estos resultados, Mariano Agudo pedaleaba a la cabeza del grupo, tratando de mantener derecha su bicicleta que por no sabía qué raras razones, se empeñaba en hacer curvas en la carretera.
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8 La sorpresa ADOLFO SUÁREZ SE encerró en su despacho, se dejó caer sobre su sillón y encendió un cigarrillo. A las dos de la madrugada, la última información que llegaba a través de la terminal instalada en su despacho, era concluyente: el Partido Proletario Revolucionario, la expresión de la izquierda más radical, un grupo minúsculo de apenas quinientos militantes en toda España, afianzaba su posición inicial. Cuando se llevaba escrutado casi el cincuenta y cinco por ciento de los votos, tenía el 63% asegurado. Hojeó distraídamente el dosier que sobre su mesa tenía del partido de Mariano Agudo; lista de sus seguidores, estatutos, medios económicos, etc. -¡Absurdo! ¡Todo esto es absurdo! –dijo en voz alta; pero la realidad estaba ahí, en el terminal que seguía dando datos machaconamente. En todas las capitales, en todos los pueblos, el resultado era el mismo: PPR, PPR, PPR… Saliendo de sus reflexiones, tomó una decisión. Descolgó el teléfono y marcó. Esperó unos segundos hasta que al otro lado de la línea contestaron: -Oiga… Soy Adolfo Su{rez… quiero hablar con Su Majestad… es urgente… dígale que ahora mismo salgo para la Zarzuela… sí… de acuerdo… espero… Se hizo un silencio que sólo interrumpía el tableteo del terminal, que seguía arrojando datos sobre las elecciones. - 64 -
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Durante la pausa, Adolfo Suárez, repasó mentalmente la campaña, el uso de los diferentes medios. ¿Dónde estaba el error? ¿En qué se habían equivocado? Que el PSOE hubiera ganado por un escaso margen hubiera sido lógico, y era un riesgo calculado, pero el PPR… Al otro lado del hilo telefónico, una voz le sacó de sus pensamientos. -Sí, de acuerdo… voy para all{… Colgó el auricular y salió del despacho. El aire fresco de la madrugada le dio en la cara y le hizo bien al entrar en sus ahumados pulmones. El guardia de la puerta se cuadró al verle pasar. El líder del partido gubernamental no llamó a nadie para que le acompañara. La entrevista con don Juan Carlos no podía trascender de forma alguna. Él mismo condujo uno de los coches de servicio a través del camino que desde Somontes lleva al Palacio de la Zarzuela. Cuando llegó al palacio, el marqués de Mondéjar le esperaba en la puerta y, sin mediar palabra, le condujo al despacho de Su Majestad. Don Juan Carlos tardó unos segundos en llegar. Vestía un atuendo deportivo, cómodo, de estar por casa. Cerró la puerta tras de sí y se dirigió con la mano extendida hacia Adolfo Suárez que esperaba en el centro de la estancia. -Buenas noches, Adolfo. -Majestad, he creído oportuno venir a… El Rey cortó la conversación. -¿Quieres tomar café? - 65 -
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Suárez se quedó un poco extrañado de la pregunta, como si en aquellos momentos fuera impropia. Reaccionó: -No, de momento no, gracias. -Bien, pues tú dirás. El Rey se acomodó en un sillón e invitó al presidente a hacer lo mismo con un ademán amable. Al tiempo que se sentaba Adolfo Suárez inició de nuevo la conversación del tema que le había llevado allí. -Señor, ya me imagino que estaréis enterado del desastre. -¿A qué desastre te refieres? -Al resultado de las elecciones. -Sí, he visto los últimos datos y tu partido no está saliendo muy bien parado que digamos. -He venido a ponerme a disposición de Vuestra Majestad para disponer el traslado. El Rey le preguntó a Suárez de qué traslado se trataba, y éste contestó: -De toda la familia real. -La familia real no va a ningún sitio. -¿Quiere decir Vuestra Majestad que…? -Quiero decir que agradezco tu interés, pero que no veo ninguna razón para tomar ninguna medida excepcional. -¡Pero esos locos del PPR querrán instaurar la Republica! -Esos locos, como tú les llamas, habrán de acatar la Constitución que también es decisión del pueblo que los ha votado y, por tanto, habrán de establecer enmiendas constitucionales que deberán ser aprobadas a su vez por los ciudadanos de todo el Estado. La monarquía no tiene por qué - 66 -
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temer nada de los representantes del pueblo, tengan éstos las ideas que tengan. -Me permito recordar a Su Majestad que en 1931, y sólo con el resultado parcial de unas elecciones municipales, se proclamó la República. -Las circunstancias no son las mismas. El pueblo español ha demostrado en cientos de ocasiones su madurez. La Corona, y yo, como representante de ella, confiamos en esta madurez. Agradezco en lo que vale tu preocupación pero no hay lugar para tomar decisiones drásticas. El Rey de España estará en su puesto hasta que la soberanía popular decida lo contrario. Un resultado electoral no cambia la forma de Estado. Mañana recibiré al líder del PPR y comenzaré con él las consultas a los diferentes partidos para formar el gobierno. Adolfo Suárez no salía de su asombro. Fue a decir algo pero los pensamientos se agolpaban en su cerebro sin dejar salir las palabras de sus labios. El Rey aparecía ante él como m{s grande, como m{s alto, como… fuera de su alcance. Don Juan Carlos se levantó dando por finalizada la entrevista. Le tendió la mano al mismo tiempo que decía: -Siento lo de tu partido y comprendo que estés afectado… Te conviene descansar… Y suavemente le fue acompañando hacia la puerta del propio palacio. Cuando se vio de nuevo en su coche, camino de la Moncloa, Adolfo Suárez fue analizando momento a momento la entrevista con el Rey, y sus últimas palabras resonaban de - 67 -
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un modo especial… TE CONVIENE DESCANSAR… TE CONVIENE DESCANSAR.
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9 El resultado EL PALACIO DE CONGRESOS estaba prácticamente tomado por la Policía Nacional. Los diferentes grupos que habían intentado manifestar su disconformidad por el retraso en la difusión de los resultados electorales habían sido disueltos con contundencia. La caravana de bicicletas que formaban los miembros del PPR llegó hasta las inmediaciones del lugar y fue detenida por un piquete antidisturbios. El suboficial que lo mandaba les recomendó que escogieran otro itinerario para el «tour». Mari Ángeles mostró las credenciales que autorizaban al grupo a entrar en el centro de Información y el desencanto del policía fue manifiesto. Dirigiéndose a sus hombres les indicó que podían dejar pasar a los ciclistas. La amplia sala que servía de centro de prensa estaba repleta de periodistas de todas las nacionalidades que cubrían la información. La pantalla mural que iba dando resultados fue el objetivo visual de Mariano Agudo al atravesar el umbral de la puerta, y cuando las cifras empezaban a ser legibles fue deslumbrado por el flash de los fotógrafos que de una forma abrumadora disparaban sus cámaras hacia el grupo. Completamente deslumbrado, Mariano Agudo cerró los ojos y pensó: -¡Ya se han confundido! - 69 -
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Detrás de los fotógrafos, otra nube de periodistas le atacó micrófono en mano. -¿Qué opina del resultado? -¿Qué piensa hacer? -¿Esperaba que se produjera? -¿Qué cambios piensa acometer? Mariano Agudo miraba a unos y otros perplejo, asustado y sin saber qué responder; cuando ya todos hubieron preguntado algo, Mariano inició sus contestaciones y con el mejor de sus acentos dijo: -Bueno… este… me temo que se confunden. Mari Ángeles había estado pendiente del interrogatorio periodístico dirigido a su secretario general y con la intuición femenina a flor de piel, se percató de que algo pasaba. Echó una mirada al tablero donde las cifras aparecían expuestas y lo que vieron sus ojos, su cerebro no lo admitió. De repente, señaló con el dedo cual Colón y sintió cómo su cabeza daba vueltas. Indudablemente se iba a desmayar cuando la responsable de propaganda del PPR pensaba que iba a hacer algo, lo hacía. Cayó blandamente, del lado de Mariano, que en aquel momento trataba de interpretar las preguntas de los periodistas lanzados todos a la vez. -¿Qué pasa…? ¡Mari Ángeles! –dijo Mariano al sentir el cuerpo de la hermosa secretaria cayéndole encima-. ¡Se ha desmayado! ¡Ayúdenme! Dos componentes del comité central ayudaron a Mariano a sujetar el cuerpo inanimado de la responsable de propaganda y - 70 -
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de esta guisa, cual si del entierro del conde Orgaz se tratase, aparecieron en la portada de todos los diarios del mundo al día siguiente. Porque tan pronto estuvo Mari Ángeles en brazos de Mariano Agudo los flashes fueron una tormenta. -¡Ya está bien! ¿No ven que se ha puesto mala? –dijo Mariano a los periodistas-. ¡No creo que tenga tanta importancia la noticia! De entre la nube de periodistas surgió una voz: -¿Cómo que no? LA SECRETARIA DEL PROPAGANDA DEL PPR SE DESMAYA AL SABER QUE SU PARTIDO HA GANADO LAS ELECCIONES… ¡Menudo titular! -¿Qué? –preguntó Mariano. -¡Que no es para menos! –contestó otra voz. Mariano levantó la vista hacia el panel y trató de descifrar lo que sus ojos veían. Los ojos se le salieron de las órbitas. Miró a todos los lados para cerciorarse de que todos veían lo mismo que él. El resto de los seguidores mantenían también la vista fija en el tablero y los periodistas se volvieron también a mirar. Las cámaras captaron aquel grupo de expectantes revolucionarios, que no articulaban palabra y miraban fijamente la gran pantalla, cual si de aparición Mariana se tratase. Volvieron a poner delante de la boca de Mariano todos los micrófonos y éste, después de respirar hondo tres o cuatro veces, dijo con la voz quebrada por la emoción: -¡OSTIAS! Cumplida su misión informativa, todos los periodistas se fueron corriendo hacia sus respectivos pupitres para recoger y - 71 -
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glosar las declaraciones primeras del futuro presidente de gobierno.
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10 La información AQUÍ EL AUTOR SE permite un inciso para dar cuenta al público en general, y a la clase política en particular, de cómo las declaraciones de Mariano Agudo fueron glosadas por los diferentes medios de difusión, advirtiendo que todo esto es rigurosamente falso y que, por tanto, no hay que leerlo si no se quiere. Comencemos, pues a describir el efecto que en cada medio de difusión hizo la «declaración» del líder revolucionario.
L’OSSERVATORE ROMANO: «España será socialista, pero la tradición religiosa nos impone unas limitaciones lógicas.» PRAVDA: «Por fin se terminan siglos de privilegios a la Iglesia española.» HERALD TRIBUNE: «La ayuda norteamericana engorda al oso ruso. Las bases norteamericanas en poder de Moscú.»
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En los medios de comunicación del país la interpretación del «discurso» de Mariano Agudo no fue menos comentada. Así, escogemos al azar algunas interpretaciones efectuadas por los más prestigiosos.
ABC: «El partido mayoritario es antirreligioso, pero trataremos de pactar con la monarquía.» EL ALCÁZAR: «Quema de conventos e iglesias; primeras medidas anunciadas por los rojos.» HOLA: «Vistiendo mono azul y tocado con una maravillosa boina de fieltro, el futuro presidente es soltero, si bien, se reconoce enamorado. Fotos en exclusiva del amor secreto de Mariano Agudo.» YA: «No soy católico, pero siento una profunda admiración por monseñor Tarancón.» LIB: «Hago el amor quince veces diarias y en posiciones diferentes.» - 74 -
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INTERVIU: «Los chanchullos de Mariano. El líder revolucionario es propietario de varias inmobiliarias en las que figura como testaferro el marqués de Villaverde.»
La televisión, cuando se hallaban escrutados el 70% de los votos, seguía diciendo machaconamente que los resultados eran provisionales y poniendo imágenes de archivo sobre las visitas de Adolfo Suárez al Mercado Común, a los países latinoamericanos, a Cebreros, a Aranjuez, y, como la emisión se prolongaba, emitieron un documental sobre monseñor Escrivá de Balaguer. ¿Y la radio…? De la radio recogemos lo m{s sabroso, que fue el comentario de José María García en su diario segundo tiempo de HORA 25: «Inexplicable, pero el señor Porta ya prepara sus respetos para presentarlos al presidente electo, inexplicable pero cierto. Y nos parece que la caótica situación del fútbol español seguirá su camino a menos que las nuevas autoridades decidan de una sola vez averiguar a dónde va el dinero de las quinielas.»
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11 El pacto A PESAR DE LAS recomendaciones de don Juan Carlos, Adolfo Suárez no podía descansar. Pasado el primer momento de estupor, analizó la situación y con la habilidad y maestría que le caracterizaban, consideró llegado el momento de tomar la iniciativa. Mientras en su coche oficial se dirigía al poblado de chabolas donde estaba la sede del PPR, iba tomando notas en su bloc y estableciendo la estrategia de la entrevista con Mariano Agudo. El Mercedes blindado se detuvo delante del barracón en cuya puerta un rótulo pintado a mano decía: Partido Proletario Revolucionario. Nadie salió a recibirle; las luces del alba iluminaban el grupo de chabolas y dentro del barracón el ambiente era confuso. Pasados los primeros momentos de entusiasmo Mariano Agudo reunió al comité central y en aquellos instantes la asamblea analizaba la situación creada por el resultado electoral. Nadie se explicaba el resultado, pero la realidad se imponía y había que hacer frente a la responsabilidad de gobernar en España y gobernar bien. Desde los postulados del PPR se imponía la nacionalización de todos los medios de producción, la anulación de la propiedad privada, la creación de comités que gobernaran la vida ciudadana, la instauración de la República, la conversión, en suma, de un país inmerso en - 76 -
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el capitalismo en una nueva Cuba. Todo eso había que hacerlo desde un partido con quinientos militantes, sin medios económicos y que no podía ni cubrir con sus hombres y mujeres los puestos gubernamentales más importantes. Pero estaba el pueblo. El pueblo que les había votado, el pueblo que les había otorgado su confianza. Y al pueblo no se le puede defraudar. La puerta del barracón se abrió capturando la atención de los allí reunidos. Adolfo Suárez la franqueó con la mayor de sus sonrisas y con las manos extendidas se dirigió a Mariano Agudo que se fue levantando poco a poco, a medida que el hasta entonces presidente llegaba hasta él. -¡Enhorabuena por este triunfo, mi querido colega! –dijo el líder de UCD al tiempo que abrazaba aparatosamente al revolucionario. -Gracias –contestó éste tímidamente. Los dos hombres se quedaron un instante mirándose. Suárez buscaba en aquel hombre la respuesta del éxito electoral y no la encontraba; Mariano, confuso, miró a su alrededor para invitar a sentarse a Adolfo Suárez. -Perdone que… pero es que no hay m{s sillas… -dijo Mariano Agudo. Y agregó-: Paco, acerca un cajón. El llamado Paco se levantó, cogió una caja vacía y la situó a la altura de Adolfo Suárez que, sin pestañear, aceptó. -Muchas gracias. Mariano se sentó a su vez y se quedó callado. El ambiente en el barracón se podía cortar con un cuchillo. Por fin, Adolfo Suárez tomó la palabra. - 77 -
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-He querido ser el primero en felicitarles y por eso me he permitido irrumpir de este modo en su… domicilio. -Ha sido muy amable. -Me imagino que estarían ustedes reunidos preparando su plan de gobierno. -Más o menos –respondió Mariano. -Yo quisiera mantener una entrevista con usted, don mariano, y me gustaría que fuera en privado. Mariano dudo un momento, pero como si toda su vida hubiera estado esperando este momento, sacó fuerzas de flaqueza y dijo: -Aquí no hay privado ni las entrevistas. Éste es el comité central del Partido Proletario Revolucionario, que según las últimas noticias ha ganado las elecciones. Si usted quiere hablar, hable. Quien pueda contestarle, le contestará. Adolfo Suárez encajó el golpe, pero rápidamente se puso en marcha su capacidad de reacción ante lo inesperado. -Está bien. Hubiese preferido hablar a solas con su líder pero estoy de acuerdo con él en no ocultarles nada. Señores, la realidad es ésta. Inexplicablemente su partido ha ganado las elecciones. Esto es algo que ya no tiene remedio. Pero tendrán que coincidir conmigo en que ustedes no cuentan con la infraestructura adecuada para gobernar este país y por lo tanto su gestión se iría al traste ya que no podrán controlar ni los más mínimos centros de poder. -Tenemos al pueblo que nos ha votado –dijo alguien. -El pueblo –continuó Suárez- vota y nada más. El pueblo quiere soluciones y el mismo pueblo que les ha votado se - 78 -
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volverá contra ustedes cuando los problemas se agudicen. Seamos conscientes; ustedes tienen el resultado a su favor, yo tengo los medios; vamos a negociar y todo el mundo saldrá beneficiado. -¿Qué significa negociar? -Significa que la UCD asume desde estos momentos parte de los postulados de su programa, que tiene a su disposición las carteras ministeriales que ustedes consideren que deben conservar y que nosotros nos hacemos cargo del resto. Hizo una pausa y esperó las opiniones de sus interlocutores. Mariano Agudo miró a su gente uno a uno y como ninguno de ellos parecía querer hablar tomó la palabra. -¿Ha pensado que esta oferta nos la harán todos los partidos? -Naturalmente. Sobre todo los de la izquierda parlamentaria, pero si ustedes pactan con el PSOE y el PCE, formando un nuevo Frente Popular, aquí puede pasar algo grave; necesitan dar confianza y esa confianza se la ofrece la UCD. -¡No estoy de acuerdo! –gritó uno de los miembros del comité-. Los resultados electorales dicen claramente que España es de la izquierda. -No he venido aquí a discutir el resultado electoral, sino sus efectos. Piensen lo que les ofrezco y mañana les espero en la Moncloa. Señores, repito… ¡enhorabuena! Y dicho esto se puso en pie y dando la mano a Mariano Agudo abandonó el barracón. - 79 -
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El líder revolucionario le acompañó hasta el coche seguido de los integrantes del comité, que vieron alejarse al vehículo después de maniobrar entre las chabolas. Cuando el Mercedes se perdió de vista, Mariano se volvió hacia el interior del barracón. Había un silencio tenso en el ambiente que fue roto por el ruido del motor de una moto de gran cilindrada. Todos se volvieron al oírlo. Por la cuesta que daba acceso al poblado vieron bajar una potente motocicleta conducida por un hombre vestido con una uniforme de la Guardia Real. El motorista paró el vehículo al lado del grupo, se bajó de él y se dirigió a los presentes. -¿Don Mariano Agudo? -Yo soy. -Tenga. Y entregó a Mariano un sobre con el remite de Su Majestad. Volvió hacia la motocicleta, la puso en marcha y tomó con gran soltura el mismo camino por el que había venido. Mariano se quedó con el sobre en la mano, viendo marchar la moto. Cuando ésta era un punto en el horizonte, miró el sobre que tenía en su mano. -Es del Rey. -¿Qué dice? –preguntó Mari Ángeles. -No lo sé. -¡Ábrelo! Mariano rasgó el sobre y extrajo de él una carta que comenzó a leer para sí, mientras el grupo se apiñaba en torno a - 80 -
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él. Levantó la vista y se dio cuenta de que todos querían conocer el contenido del escrito, así que después de un ligero carraspeo leyó en voz alta: De acuerdo con lo previsto en la Constitución… mmmmmm… para formar Gobierno… tenga a bien pasarse por mi despacho oficial en el Palacio de la Zarzuela a las doce del día de hoy… -¿Qué hora es? –preguntó Mariano al grupo de una manera impersonal. -Las seis y media. -¿De la tarde o de la mañana? -De la mañana. -¡Ah! Entonces me da tiempo. -¿Vas a ir? –inquirió Mari Ángeles. -Claro… ¿por qué no? -Es como aceptar la Monarquía. -Yo no acepto nada… A mí este señor me cita y yo voy. Luego, ¡ya veremos! Cuando estaban en esta disquisición un coche atravesó el camino y llegó hasta ellos. Era un coche grande, negro y con matrícula del Cuerpo Diplomático; en él viajaban cuatro personas. Los dos hombres que ocupaban los asientos delanteros se bajaron nada más detenerse el vehículo y corrieron a abrir las puertas a los de atrás. Un hombre alto se bajó en primer lugar y detrás de él su acompañante, más bajito y con gafas. -¡Vaya día de visitas! –murmuró Mariano entre dientes. -Buenos días, señores… ¿Quién es don Mariano Agudo? - 81 -
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-Yo soy. -Encantado de conocerle –dijo el bajito que parecía llevar la voz cantante. -Permítame presentarle al camarada embajador en España de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El personaje alto tendió la mano a Mariano e hizo al tiempo una leve inclinación de cabeza. Mariano a su vez estrechó la mano que se le tendía y correspondió a la reverencia con una ligera sensación de ridículo. -¿Podemos pasar? –preguntó el bajito. -Sí, sí… adelante. Los dos hombres pasaron al barracón casi sin esperar a ser invitados. Cuando el grupo del PPR les iba a seguir los dos gorilas del coche se adelantaron y sin ceremonia alguna entraron en el barracón. Lo examinaron de arriba abajo ante la perplejidad de sus propietarios y por fin, con un gesto afirmativo dieron paso al embajador y a su intérprete. Mariano Agudo, a la cabeza del comité, se quedó en la puerta viendo cómo el embajador ocupaba su silla habitual; a su lado se sentaban los dos gorilas en actitud de vigilancia expectante. -Pasen, pasen –dijo el bajito. -Gracias –contestó Mariano al tiempo que penetraba seguido de su gente. Apenas estuvieron dentro, el bajito empezó una perorata que parecía aprendida de memoria. En nombre del señor embajador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas les doy la enhorabuena por su éxito - 82 -
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electoral, que es el éxito de la democracia y el socialismo. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ve con buenos ojos al joven revolucionario que dirigirá los destinos de la noble República Socialista Española y le ofrece su apoyo. Tan pronto como tome posesión de su cargo, le enviaremos asesores militares y culturales. Una vez desmanteladas las bases norteamericanas, estableceremos bases soviéticas en su país que, posteriormente, ingresará en el Pacto de Varsovia. -Da –dijo el embajador soviético corroborando todo lo que su intérprete había dicho casi sin respirar. Mariano Agudo miró a su gente, respiró hondo y como respuesta al discurso del bajito dijo: Dígale al señor embajador que se ha sentado en mi silla. El embajador, con la sonrisa propia de aquel que no entiende nada requirió del intérprete la traducción de las palabras de Mariano. Éste, casi al oído, le musitó las palabras del joven. El rostro del embajador fue variando desde la risita boba, a la ira. Se puso en pie y lanzó un alegato en su idioma natal que corroboró con algunos puñetazos en la mesa. El intérprete se puso en pie as u vez y tradujo el discurso utilizando las mismas expresiones, el mismo tono y los mismos puñetazos de su jefe. -Su Excelencia dice que la ayuda soviética será imprescindible para una España socialista que se verá atacada desde todos los frentes por el imperialismo yanqui, que no va a consentir de ninguna manera la instauración del comunismo en este lado del Mediterr{neo… y dice también que le preocupa el sentido de la propiedad sobre la silla del joven - 83 -
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revolucionario, lo que le obliga a poner en duda su sentido marxista de la vida. -Da –corroboró el embajador, que lo corroboraba todo. Mariano perdió la paciencia. Dio un paso hacia adelante, lo que automáticamente puso en movimiento a los gorilas, que introdujeron la mano derecha bajo sus chaquetas, se detuvo ante aquel amenazador gesto y, sin moverse de su lugar, dijo: -Dígale al señor embajador que si yo entro en el Kremlin del modo que ustedes han entrado aquí y les impongo una ayuda que nadie ha pedido, me fusilan antes de dos minutos… Dígale también que el joven revolucionario tiene las ideas muy claras sobre el marxismo y que le hubiera gustado recibir el apoyo de la Unión Soviética cuando estaba en la cárcel o cuando hacíamos rifas para financiar la campaña electoral… Puede también decirle que la idea del PPR es mantener alejado a nuestro país de cualquiera de los bloque que amenazan con destruir el mundo en un descuido y que por tanto ni soviéticos, ni americanos, instalar{n bases en nuestro territorio… ¡Ah!, y que la próxima vez que le vea será en el despacho oficial de la Presidencia del gobierno… ¡Buenos días! -¡Da! –dijo Mari Ángeles, corroborando las palabras de Mariano. El bajito no se atrevía a traducir. Finalmente, requerido por su jefe, fue desgranando las palabras de Mariano. El rostro del representante ruso fue pasando por toda la gama cromática, hasta alcanzar el rojo, color que por otra parte le venía que ni pintado. Acabada la traducción, se puso en pie, - 84 -
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alcanzó en dos zancadas la puerta del barracón y, al pasar a la altura de Mariano, le miró, dijo en ruso cuatro tacos y salió. Cuando estuvo fuera, todo el comité central del PPR, corroborando los tacos, que suponían había dicho el embajador, gritaron: -¡Da! ¡Da! ¡Da!
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12 El fraude ADOLFO SUÁREZ CONTEMPLÓ cómo su despacho se iba llenando de personas cargadas de aparatos, que iban ensamblando en una extraña máquina que, al quedar concluida, parecía una computadora portátil y sobre la cual parecía solemne una gran pantalla. -¿Qué es todo esto? –preguntó al embajador norteamericano, que había supervisado la instalación del artilugio. -Ya le dije que el presidente de los Estados Unidos quería hablar con usted –contestó el yanqui al tiempo que pulsaba los botones del aparato en que se encendían unas lucecitas. -Sí, pero yo pensé que sería por teléfono. -Su teléfono puede estar intervenido y, por tanto, vamos a utilizar una comunicación vía satélite, en canal secreto. Al mismo tiempo, la imagen de míster Reagan aparecerá en la pantalla y usted podrá verle personalmente. Él también podrá verle a usted a través de esta cámara que yo pongo en marcha ahora. Y dicho y hecho. Apretó un botón más y en la pantalla aparecieron primero unas rayas, una imagen difusa después, para finalizar con un primer plano del cowboy que presidía la nación más poderosa de la tierra.
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A partir de este momento la conversación se desarrolló en inglés con chicle, que como todo el mundo sabe es el idioma oficial en USA. Al lector se le presenta ya traducida para evitar esfuerzos innecesarios. -Buenos días, míster Suárez –dijo el cowboy con sonrisa profidén desde la pantalla del artilugio. -Buenos días. -Se me ha informado del resultado electoral de su país y estoy consternado… ¿Cómo ha sido posible que ese partido ganase las elecciones? Adolfo Suárez miró al enorme rostro que la pantalla presentaba y entre sorprendido y molesto le contestó: -Nadie se lo explica, míster Reagan… Nadie se lo explica… -¿Se da cuenta de lo que significa para mi país que España esté gobernada por los comunistas? -Sí, desde luego. -¿Y qué ha pensado para solucionarlo? Suárez miró al embajador, que en aquel momento se ocupaba en manejar los controles del invento. -He realizado gestiones ante el líder del PPR y cabe la posibilidad de establecer una coalición, y… -¡Nada de coaliciones! –cortó Reagan. Y siguió diciendo-: ¡Nada de pactos…! ¡Con esa gente no se puede pactar…! ¡Hay que eliminarlos! -El PPR ha ganado las elecciones y democráticamente tenemos que respetar la voluntad del pueblo. - 87 -
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-¡Al diablo el pueblo…! ¡Usted y yo tenemos que defender los derechos humanos por encima de todo y para ello no podemos andar con vacilaciones…! -Temo… que sea demasiado tarde. -¡Nunca es demasiado tarde cuando está en juego la libertad de Occidente…! ¡Hay que cambiar esos resultados! -No estoy en condiciones de poder complacerle… La última frase de Suárez provocó un golpe de tos en su interlocutor, que se había tragado el chicle ante la sorpresa que le producía la obstinación de aquel hombre. -¿Ve lo que ha hecho…? ¡Ha estado a punto de ahogarme del disgusto…! -Lo siento –dijo Suárez-, pero de todos modos yo creo que aunque el resultado sea adverso a los intereses de su país, los Estados Unidos comprenderán que la democracia tiene estos inconvenientes. -¡Su democracia…! ¡La nuestra no…! Aquí ganan los demócratas o ganan los republicanos, pero nunca ganan los comunistas. Por lo tanto, la democracia no tiene inconvenientes. Es… ¡su maldita forma de entenderla, quien los tiene! -Sí, pero la libertad de pensamiento… -¡Libertinaje…! Eso es lo que pasa en su país. Han llevado demasiado lejos el tema de la libertad y en vez de estar tan preocupados por el dichoso tema de las libertades, deberían haber pensado en las consecuencias. Menos mal que aquí estamos nosotros para que los derechos humanos no corran - 88 -
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riesgos inútiles. Dígame qué militar está en condiciones de dar un golpe de Estado y nosotros le apoyaremos. -Me temo que el ejército se mantendrá al margen de todo esto. -¿Cómo? -…que no creo que nadie quiera utilizar la fuerza. -¿Quiere decir que no hay ningún defensor de los derechos humanos en su país? -Del modo que usted entiende los derechos humanos, no. -¡Ustedes están locos! -Puede ser, pero no estamos dispuestos a volver al pasado. -Me da mucha pena lo que me dice… En nombre de la paz y de la libertad de la que soy un defensor como todo el mundo sabe, me veo obligado a retirar de su país cualquier tipo de ayuda. La miseria hará reflexionar a su pueblo y le hará volver los ojos a la verdad. Les va a ser muy difícil ser libres sin dinero. -¡Esto es un injerencia en nuestra soberanía! -No, míster Suárez, esto es defender la paz, la verdad y los… -¡No me lo diga!... ¡Los derechos humanos! -O.K. Y dicho esto, la pantalla se apagó. La imagen del cowboy desapareció y el embajador desconectó los circuitos. Se volvió a Adolfo Suárez y, con aire consternado, le dijo: -Lo siento mucho, pero mi presidente tiene razón. A continuación mandó llamar a los técnicos, que desmontaron el aparato y salieron con las piezas. - 89 -
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-Míster Suárez, mi país está muy triste con el suyo. Ustedes han puesto en peligro la civilización occidental. Desde este momento… somos enemigos. Buenos días. Y salió sin más, dejando al de Cebreros sumido en su mar de dudas sobre la idea norteamericana de los derechos humanos.
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13 La verdad LOS COMPONENTES DE la Guardia Real que custodiaban el acceso al palacio se vieron sorprendidos por la llegada de un grupo de ciclistas que se detuvieron ante la barrera. Pero su asombro creció aún más cuando el hombre que encabezaba el grupo, sin bajar de la bicicleta, gritó: -¡Vengo a ver al Rey! Los guardias se miraron entre sí. Un oficial, desde el otro lado de la barrera, preguntó: -¿Quién es usted? -Soy Mariano Agudo, secretario general del PPR, y estoy citado con el Rey. Para dar más fiabilidad a sus palabras, Mariano agitó en el aire la citación que recibiera horas antes. El oficial se acercó, recogió el documento y se encaminó al teléfono, desde el cual explicó los pormenores de la visita. Inmediatamente dio instrucciones: -¡Levanten la barrera! ¡Usted…! ¡Puede pasar! -¿Y mis camaradas? -Tendr{n que esperarle aquí… La audiencia sólo se refiere a usted. -¡Está bien! ¡Esperadme aquí! Al tiempo que levantaban la barrera, Mariano Agudo dio impulso a su bicicleta, entrando por el sendero que conducía al palacio. - 91 -
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Seguramente era la primera vez en la historia de España que un político, futuro presidente del gobierno, dejaba su bicicleta tumbada en las escaleras que dan acceso a la puerta de la residencia del Rey de España, pero Mariano Agudo no encontró un sitio mejor. En lo alto de la escalera, junto a la puerta, el marqués de Mondéjar esperaba pacientemente. -¿Don Mariano Agudo? –preguntó el marqués al llegar Mariano a su altura. -Sí, yo soy Mariano. -Encantado de conocerle personalmente. Si tiene a bien acompañarme, le conduciré hasta Su Majestad… Le est{ esperando desde las doce. Mariano miró su reloj. Eran las doce y media. -Sí… claro… Es que vengo desde la otra punta de Madrid y… el tr{fico est{ imposible. El marqués miró distraídamente la bicicleta de Mariano y, sin poder disimular una sonrisa, inició la entrada al palacio, seguido del joven político. Al paso por los salones que conducían al despacho del Rey, Mariano observaba la decoración, que si bien no carecía de lujo, aparecía intimista y poco ostentosa. Ensimismado en estas reflexiones decorativas, no se dio cuenta de que el marqués había abierto una puerta y le invitaba a pasar. Cuando se percató, se encontró delante de él con un hombre alto, enormemente alto, que con una amplia sonrisa le tendía la mano. Era el Rey de España. - 92 -
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Mariano Agudo reaccionó con velocidad pero con imprecisión. En un gesto instintivo su mano derecha se dirigió a su boina. Se quitó la prenda y en movimiento rápido le tendió mano y boina a don Juan Carlos, quien se quedó con ella en la mano. Se produjo un momento de confusión. El rey miraba la boina que le había sido entregada, en la que lucían las dos hoces y los dos martillos. Mariano reaccionó con rapidez, arrebató la boina de la mano del monarca con la izquierda y su mano derecha estrechó la del Rey. -Perdón –balbuceó Mariano. -Encantado de conocerte… Pasa y siéntate –dijo don Juan Carlos al tiempo que franqueaba la entrada de su despacho al secretario general del PPR. Mariano Agudo esperó de pie, al lado de un diván, a que el Rey llegara a su altura. Ambos hombres se miraron un instante y por fin don Juan Carlos rompió la situación. -¿Nos sentamos? Lentamente, muy lentamente, Mariano fue acomodándose en el sillón, con el fin de que el Rey se sentara antes que él. La educación –pensó Mariano- No está reñida con la Revolución. -Antes de nada, ¡enhorabuena! Los resultados electorales de tu partido han sido excelentes –dijo don Juan Carlos con una expresión que no dejaba lugar a dudas sobre la sinceridad de sus deseos. - 93 -
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-Gracias… ¿No… no le han molestado? –preguntó Mariano. -La voluntad del pueblo expresada libremente en las urnas no puede molestar a quien le representa. -Sí, pero… -¿Pero qué? -Que eso son palabras que se dicen, pero yo sé que la derecha está muy escocida. -¿Y quién dice que yo soy la derecha? Mariano se quedó cortado ante la pregunta del monarca pero, ¡qué diablos!, él había ido allí a hablar y tenía el derecho que le daban sus electores. -¿No me irá a decir que el Rey es de izquierdas? Siento decepcionarte, pero el Rey no es de derechas ni de izquierdas. El Rey lo es de todos los españoles y respeta la ideología de todos y cada uno de ellos. -O sea… ¿qué no est{ molesto? -Ya ves que no. -Pues me alegro. -¿Sabes para qué te he llamado? -Me lo imagino… Querr{ saber si vamos a proclamar la República. -No, eso es algo que no puedes decidir tú… a menos… a menos que no vayáis a respetar la Constitución. -Algunas reformas habrá que hacer. -Muy bien. Pero mientras esas reformas se llevan a cabo, yo tengo que nombrar presidente del gobierno… y, de acuerdo con el resultado electoral, tú eres el candidato número uno. He - 94 -
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leído vuestro programa político y quisiera saber si estáis dispuestos a llevarlo a cabo. -De golpe, no. Sería un cambio demasiado brusco, pero poco a poco… habr{ que conseguir eliminar todas las injusticias, toda la corrupción. Habrá que conseguir que los niños de este país crezcan sanos y fuertes, que tengan parques para jugar, que los que puedan hacerlo estudien, independientemente de su situación económica. Habrá que dar a cada español una vivienda digna y trabajo… sobre todo trabajo para todos, con salarios que permitan mirar al futuro con m{s tranquilidad… Eso es lo que pretendemos y es os lo que vamos a conseguir. -Para esos objetivos –dijo el Rey- contaréis siempre con el apoyo de la Corona, tanto si el pueblo decide que continúe como si decide que me vaya, porque todo lo que acabas de mencionar constituye el ideal que yo deseo para todos los españoles. -Entonces… ¿qué diferencia hay? -¿En qué? -Entre usted y yo. -Como españoles ninguna; los dos queremos lo mejor para España… ¿Crees que podr{s gobernar el país? -No tenemos muchos medios, tampoco mucha gente, pero vamos a intentarlo todo. -Cuenta con mi ayuda. -Gracias.
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La audiencia se interrumpió porque la puerta del despacho se abrió dando paso a un mocetón rubio y alto que, rompiendo todo protocolo, entro en la estancia. -Buenos días, papá. El Príncipe de Asturias se acercó al sofá y besó a don Juan Carlos. -Hola, hijo… Mira, te voy a presentar… Mariano Agudo… mi hijo Felipe… -¿Cómo está usted? -Muy bien… ¿y tú? -Usted es el que ha ganado las elecciones, ¿no? -Sí… eso parece… -¡Enhorabuena! El Príncipe estrechó de nuevo la mano de Mariano al tiempo que le decía: -Ha sido un corte para los grandes… En el instituto hemos apostado y… -Está bien, Felipe… -atajó don Juan Carlos. -Sí, pap{… perdón… Le repito mi enhorabuena, señor Agudo… Hasta luego, pap{… El muchacho salió del despacho y los dos hombres quedaron a solas de nuevo. Hubo un silencio, que el Rey cortó. -¿De qué hablábamos? -De España, de los niños, del trabajo –dijo Mariano-, de que hay que encontrar el camino, para que cuando ese muchacho que acaba de salir, sea rey, lo sea de un país libre, alegre y próspero. -Eso significa… - 96 -
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-Eso significa que vamos a trabajar sin descanso. Mariano se puso en pie y con una cierta solemnidad dijo: -Majestad: yo sé que es costumbre al venir a palacio hacer un obsequio al Rey. El PPR no tiene, aparte de sus hombres, nada de valor. Le pido que acepte mi boina con el emblema de mi partido. Antes se la entregué por error, ahora se la entrego con orgullo. Don Juan Carlos recogió la prenda que Mariano le tendía y la examinó con detenimiento. -Espero que comprendas que no la puedo lucir en los actos oficiales. -Por supuesto. La neutralidad de la Corona no puede ponerse en duda por una boina. Sólo le pido que la guarde en algún rincón de esta casa, para que cuando su hijo sea rey, recuerde que un revolucionario estuvo aquí hablando con su padre, y que estuvieron de acuerdo en poner su esperanza en el futuro de España. El Rey se puso en pie y tendió su mano a Mariano Agudo. -Gracias… A lo largo de esta semana, recibiré a los líderes de todos los partidos y tendrás noticias mías. -Majestad… ¡Ha sido un placer! Mariano se encaminó a la puerta y la abrió. El Rey le seguía y recorrieron juntos el camino hasta la puerta del palacio. Al llegar a la escalinata, don Juan Carlos dio de nuevo la mano a Mariano Agudo, deseándole suerte, al tiempo que miraba la bicicleta aparcada al pie de la escalera. Mariano Agudo se dio cuenta y al levantar la máquina del suelo dijo: - 97 -
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-¡Es mi coche oficial! Y arrancó pedaleando alegremente. Don Juan Carlos le despidió con la mano al tiempo que una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro. La barrera se bajó tras el vehículo de Mariano Agudo. Sus camaradas se levantaron del suelo al verle llegar y el joven político echó pie a tierra y sin bajarse de la bicicleta les dijo: -V{monos… hay mucho que hacer. -¿Qué ha pasado? –requirió Mari Ángeles, ávida de saber el resultado de la entrevista. -¡Que no se va! -¿Qué? –dijo Mari Ángeles. -¿Qué? –preguntaron a coro todos los presentes. -¡Que no se va…! España no puede permitirse el lujo de perder un hombre como ése… Sería un error, un tremendo error… -Ya nos explicarás –dijo Mari Ángeles. -Sí, os explicaré –remató Mariano al tiempo que impulsaba la bicicleta hacia adelante. Todos le siguieron. Al llegar a la carretera de El Pardo, Mari Ángeles se situó a la altura de Mariano. -¿Y tu boina? Mariano, sin dejar de pedalear y mirando hacia adelante, contestó: -Est{ en buenas manos… Se la regalé a un amigo.
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14 El dolor LA SEDE DEL PSOE ERA un hervidero. Gestos destemplados, malas caras y gritos, delataban la pérdida de los nervios de los que hasta hacía unas horas se presumían integrantes del gobierno. La centralita había sido desconectada, en la calle grupos de militantes gritaban pidiendo la dimisión de los responsables del partido y sobre todos una afirmación unánime: la causa de la derrota había sido el abandono de la línea tradicional del partido. Pablo Castellanos entró en el despacho del secretario general, que en aquel momento se hallaba reunido con sus más fieles colaboradores. Se quedó un instante parado en la puerta y miró uno a uno a los allí presentes. -¡Estaréis satisfechos…! Felipe González replicó al recién llegado: -Mira, Pablo, esto ha sido algo inexplicable. No tiene nada que ver con la estrategia del partido; todos nos hemos sorprendido. -¿Sorprendido? Ese partido es el único que se ha mantenido en su lugar dentro del espectro y el electorado, absolutamente despistado porque ninguno ocupaba su sitio, ha votado lo que le parecía más honesto. Nosotros nos hemos presentado ocupando el lugar de la UCD, los comunistas - 99 -
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disfrazados de lagarterana, como siempre, y la UCD, ni se sabe… ¡Y éstos son los resultados! -Puede que todo sea como tú dices –terció Alfonso Guerra-, pero eso no cambia nada de lo sorprendente de la reacción del voto. -Supongo que después de esto… presentaréis la dimisión – dijo Castellanos con aire apesadumbrado. -Lo estamos considerando, pero más importante que nuestra dimisión, es saber el camino que ha de adoptar el partido respecto a los ganadores de las elecciones –argumentó Felipe González. -¿El camino…? Est{ claro… -dijo Castellanos-. Con los votos obtenidos no podemos formar ni un grupo parlamentario propio. Hay que apoyar incondicionalmente a ese Agudo y ofrecer… -Ése es sólo tu punto de vista –cortó Felipe. -¡Por las razones que sean España se ha puesto roja y éste es un partido marxista a pesar de todas vuestras maniobras y ya va siendo hora de recuperar el tiempo perdido!... El teléfono interrumpió la agresiva alocución de Pablo Castellanos, que se iba acalorando por momentos, ante la ambigüedad de sus interlocutores. Felipe González descolgó el aparato. -¿Dígame?... Sí, soy yo… Hola, Santiago… ¿qué quieres que te diga?... sorprendidos, claro… ¿Y vosotros?... ya…, ya me imagino… ¿Qué vais a hacer?... Sí…, me parece lógico… pero no prudente… ¿Su{rez?... ¿qué ya se ha entrevistado con ellos?... sí… sí… ¡hombre, nosotros con m{s derecho!... sí… - 100 -
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estamos reunidos. Consulto el tema y te llamo en un momento… de acuerdo… Colgó y meditó por unos instantes; después se dirigió a todos y a ninguno. -Suárez ya ha tenido una entrevista con Marian Agudo, no se saben los resultados pero se sospecha lo que le habrá ofrecido. Carrillo va ahora a entrevistarse con él y me propone que vayamos juntos… ¿Qué opin{is? -El zorro va de caza –interrumpió Castellanos-. Como siempre, la capacidad de reacción de Carrillo ante la adversidad es inenarrable… ¿Qué dud{is?... No podemos hacer otra cosa… -¡Sí podemos! El chasquido de un cristal al saltar en pedazos, interrumpió el intento de defensa de Alfonso Guerra. Instintivamente todos se pusieron en pie. Una piedra había caído encima de la mesa después de destrozar una ventana. A través del hueco dejado por el proyectil les llegó el ambiente de la calle. Los gritos se entremezclaban: -¡PSOE, MARXISTA! -¡FELIPE, TRAIDOR! -¡DIMISIÓN! Con ciertas precauciones, Pablo Castellanos se asomó por el hueco dejado por la pedrada. En la calle grupos de militantes que lucían insignias del puño y la rosa amenazaban con tomar por asalto la sede del partido. Los policías que se encontraban de vigilancia en la puerta eran insuficientes para contener a los enfurecidos socialistas. - 101 -
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En esta situación se encontraba la calle, cuando se oyó el ulular de sirenas. Dos furgonetas de la Policía Nacional de la Compañía especial de Antidisturbios, aparecieron en el escenario de los hechos. Rápidamente descendieron de ellas las dotaciones correspondientes, se desplegaron y formaron un cordón que cubrió el ancho de la calle. Los revoltosos se echaron hacia atrás y un espacio vació quedó entre los policías y las indignadas bases del PSOE, que seguían gritando consignas contra sus líderes. Un oficial de la policía se adelantó y, utilizando un megáfono, advirtió a los manifestantes que disponían de un minuto para disolverse o de lo contrario cargarían contra ellos. Durante un instante, el mensaje del oficial obtuvo como respuesta un silencio, que fue roto por una voz en el grupo de alborotadores. -¡PSOE MARXISTA! ¡FELIPE, TRAIDOR! Inmediatamente la voz fue coreada por todos los presentes, que en ningún momento parecían dispuestos a ceder a los requerimientos del oficial que mandaba las fuerzas policiales. Éste se volvió a sus hombres y comenzó a dar órdenes. Desde la ventana rota, Pablo Castellanos observaba la escena. Detrás de él Felipe González y el resto de la ejecutiva del partido miraban también los acontecimientos. Castellanos se volvió a Felipe: -¿Vas a consentir eso? ¿Vas a permitir que…? -¡Voy a bajar! ¡Esta pesadilla tiene que acabar de una vez! Dicho esto, Felipe González se dirigió a la puerta del despacho. - 102 -
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-¡Es una locura! –dijo alguien, pero ya el secretario general había salido de la estancia. En la calle la tensión iba creciendo por momentos. Los gritos arreciaban, la actitud de las fuerzas policiales era de tensa prudencia. Los policías habían formado un cordón ante la puerta del partido; los manifestantes iniciaron la marcha en dirección al portal. Cuando el choque parecía inminente, Felipe González se abrió paso entre los guardias y se dirigió al oficial. Al verle, los gritos de la multitud arreciaron, pero el grupo se detuvo. -Por favor, oficial, si me deja el megáfono creo que podremos arreglar todo esto. -¿Usted cree? -Ellos están pidiendo algo que yo vengo a darles. Permítame hablarles y confío en que todo acabe bien. -Confío que así sea; el día se presenta movido y todo lo que sea calmar los {nimos… Felipe González cogió el megáfono con la mano derecha, avanzó unos pasos y pidió silencio. Siguiendo instrucciones del oficial, dos policías armados con fusiles lanzapelotas, se pusieron a ambos lados del secretario general del PSOE. -Por favor, escuchad… compañeros… silencio, por favor – reclamaba el sevillano. A pesar de la indignación, el carisma del líder socialista era indudable, pues los gritos decrecieron y por fin el silencio llegó. - 103 -
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-¡Compañeros…! Comprendo vuestra ira, comprendo vuestra decepción, comprendo el dolor que la derrota electoral ha producido en vosotros… lo comprendo y lo comparto. -¡Tuya es la culpa! –dijo una voz de entre el numeroso grupo. -Efectivamente, puede ser que la culpa sea mía y acepto la responsabilidad que me corresponde; sabed que desde este mismo instante mi dimisión esta presentada. Esto es lo que pedís. Además estoy dispuesto a someterme al comité de disciplina de Partido y a aceptar su decisión sea ésta la que sea… Un murmullo salió de la expectante masa de militantes. -…ésta es mi decisión y la de toda la ejecutiva y creo que es el camino más corto para dar por finalizado todo esto. Considero que esta decisión será suficiente para que evitéis cualquier acción indigna de quien se llama a sí mismo socialista. Y que, como siempre, resolvamos nuestros problemas, no en la calle, sino dentro de las estructuras del partido, que a pesar de los errores cometidos, sigue estando por encima de todos nosotros… ¡vivo!... ¡m{s vivo que nunca…! ¡Compañeros, volved a vuestras casas! ¡Meditad el camino del futuro, sin olvidar los errores del pasado y el Partido Socialista volverá a ocupar el lugar que por derecho le corresponde! Con las últimas palabras, la voz del líder sevillano se rompió. Un sollozo salió de su garganta y las lágrimas brotaron de sus ojos. Retiró el megáfono de los labios y se volvió de espaldas a los manifestantes. - 104 -
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En silencio, los grupos se fueron dispersando y a medida que la gente salía por las calles adyacentes, las fuerzas de policía fueron abandonando sus posiciones. A instancias de sus mandos volvieron a ocupar de nuevo sus vehículos. La calle quedó vacía; el oficial se acercó a Felipe González. Sólo se oía el ruido de los motores de las furgonetas. El secretario general del PSOE, de pie en medio de la calle, con la barbilla hundida en el pecho, entregó el megáfono al policía, éste se dirigió a su coche, se volvió para decir algo al político sevillano pero rectificó, se encaminó resueltamente al vehículo y dijo: -¡En marcha! Los coches arrancaron. El líder socialista quedó solo en medio de la calle. Levantó la vista y en el balcón del cristal roto pudo ver la imagen borrosa de Pablo Castellanos que en aquel momento sacudía de su nariz una lágrima. Era el llanto de dos hombres. Silencioso, bronco. Era el llanto por una idea.
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15 La magia -ÉSTA ES LA SITUACIÓN y me gustaría oír la opinión de todos vosotros –dijo Mariano Agudo al comité central del PPR, que reunido de nuevo en el barracón, había escuchado con un gran silencio el repaso general de los acontecimientos que su secretario general había hecho. Después de la audiencia con el Rey, Mariano Agudo había considerado necesario volver a reunirse y marcar unos criterios de actuación. Todo se había desarrollado demasiado deprisa. Sobraban conjeturas y faltaban decisiones. Para el grupo de esforzados militantes todo era como una película, por lo irreal y por lo rápido de las imágenes. El resultado electoral, las entrevistas, la audiencia con Su Majestad, de la que se deducía que el partido aceptaba la monarquía como forma de Estado. Demasiado para aquel puñado de revolucionarios, cuya máxima aspiración hubiera sido hacer oír la voz de Mariano Agudo en el parlamento, único escaño con el que todos soñaban. Pero de ahí, a tener que gobernar, había un abismo. -¡Tengo una solución! –dijo Mari Ángeles, captando la atención de los reunidos-. De entre todos nuestros votantes habrá, tiene que haber, gente preparada, economistas, médicos, ingenieros, catedráticos. Es cuestión de buscarlos, ponerse en contacto con ellos y ofrecerles la posibilidad de formar parte - 106 -
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del gobierno, de las direcciones generales, de los gobiernos civiles. -No es mala idea –dijo uno de los presentes. -Por otra parte, el prestigio de esas personas dará tranquilidad a quienes confían en nosotros. -¿Y cómo saber quiénes son esos hombres preparados que nos han votado? –terció alguien. -Buscándolos –dijo Mariano Agudo-. Se les llama por teléfono uno a uno y se pregunta: ¿Usted ha votado al PPR? -¡Rápido! –requirió Mari Ángeles- ¡Necesitamos el teléfono de todos los economistas, médicos… de todos los profesionales! ¡Hay que formar un equipo importante! -¿Y cómo encontrar esos teléfonos? -¡En las páginas amarillas! –respondió Mari Ángeles con seguridad a la pregunta planteada. -¡Vamos a pagar una barbaridad de teléfono! –dijo el responsable de finanzas, al tiempo que se levantaba para buscar la guía de teléfonos. Cuando fue a salir del barracón, se encontró de manos a boca con la figura bonachona de Santiago Carrillo, que en el umbral de la puerta sonreía. Detrás de él Ramón Tamames y Marcelino Camacho formaban la comisión que el Partido Comunista enviaba para negociar con los vencedores de las elecciones. -No he podido evitar escuchar y creo que no va a hacer falta que os gastéis un duro en llamadas… Yo traigo las soluciones. - 107 -
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Dicho esto avanzó hacia el interior del barracón, hasta el lugar ocupado por Mariano Agudo. Con los brazos extendidos y una sonrisa de oreja a oreja, llegó a su altura, levantó por los hombros a Mariano y como un padre orgulloso dijo: -Camarada… ¡a mis brazos! Mariano se sintió zarandeado por la efusión de Carrillo, quien alargó el brazo como si le estuviesen haciendo una foto. Y eso era exactamente lo que estaba haciendo un fotógrafo de Mundo Obrero desde la puerta del barracón. -¡En estos momentos –dijo Carrillo en tono discursivo- la emoción de este viejo comunista alcanza los límites de lo inenarrable! ¡Por fin se ha hecho justicia!... ¡Por fin el esfuerzo de un revolucionario se ha visto coronado por el éxito!... ¡Por fin España se ha dado cuenta que los comunistas podemos resolver todos los problemas de este maltratado país!... Coincidiendo con sus últimas palabras fue dejándose caer lentamente para quedar sentado en la silla de Mariano Agudo a quien rápidamente olvidó para dirigirse al resto de los presentes. -Camaradas… la solución a vuestros problemas llega en mi persona… No quiero que me consideréis de otro modo que como representante del partido hermano. El Partido Comunista de España pone a vuestra disposición sus hombres, su experiencia y sus medios y de esta coalición surgirá un partido fuerte y unido que llevará a este país al socialismo en libertad. »Conmigo vienen dos representantes del partido cuyo significado abarca por completo las dos líneas claves del - 108 -
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comunismo español; Ramón Tamames, insigne economista, que yo os recomiendo especialmente para el Ministerio de Hacienda, y Marcelino Camacho, líder indiscutible de los trabajadores, que os vendrá al pelo para la cartera de Trabajo. »El resto de las carteras ya las iremos confeccionando, dejando claro que la presidencias es patrimonio exclusivo de vuestro secretario general, aquí presente… A esto no tenemos nada que oponer. »¡Ah!, se me olvidaba… sería conveniente que celebráramos cuanto antes un congreso de unificación para que todos quedáramos unidos bajo el amparo del partido que ha representado a la clase obrera durante las más difíciles ocasiones: el Partido Comunista de España. Efectuada su exposición, Santiago Carrillo se relajó, encendió un cigarrillo y se quedó mirando a todos con cara de satisfacción. Mariano Agudo fue a tomar la palabra y Carrillo le atajó. -Ya sé, ya sé… est{s emocionado… yo también… En cuanto a la cartera de Cultura, no hay problema, quedará a tu elección. -¡Qué cultura, ni que niño con pijama! –gritó Mariano Agudo-. ¿Es que aquí todo el que viene me va a quitar la silla? ¡Escúchame bien, camarada! –agregó Mariano acercando su nariz a la de Santiago Carrillo-. ¡Ni Ramón Tamames será ministro de nada, ni nosotros nos vamos a dejar absorber por el PCE! ¡Ni ésa es forma de dirigirse al Partido Proletario Revolucionario, que ha ganado las elecciones por mayoría absoluta! No necesitamos para nada tus hombres, tu - 109 -
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experiencia ni tus medios y antes de efectuar alianza alguna con tu eurocosa, busco los ministros en las páginas amarillas. ¡Y ya te estás levantando! ¡Ah! ¡Dile a tu fotógrafo que si quiere conservar la máquina y la cara, ponga el carrete encima de la mesa! Santiago Carrillo se levantó poco a poco, encajó el golpe y volvió a la carga, esta vez con más astucia. -Bueno… tampoco es para ponerse así… Al fin y al cabo… dos partidos hermanos… -¡Hermanos! ¡Pero no primos! –dijo Mariano Agudo al tiempo que recuperaba su silla-. ¡Traed al camarada un cajón para que se siente! El cajón de las visitas pasó de mano en mano hasta llegar a la altura de Carrillo, que se sentó en él. -Est{ bien… est{ bien… hablemos… Yo lo hacía de buena fe, pues creo que es lo mejor para todos, pero si te pones en ese plan… negociaremos. Mi deseo es que todo se arregle cuanto antes… ya se sabe… a Dios rogando y con el mazo dando… -¡No empecemos con la Biblia! ¡No empecemos! –dijo Mariano Agudo, que se ponía enfermo con las citas de Carrillo¿Cuál es la actitud del Partido Comunista ante el resultado electoral? -¡Hijo mío! ¿Cu{l iba a ser…? Pues llegar a un acuerdo para hacer realidad la España socialista que todos deseamos. -¿Apoyaréis al PPR sin condiciones? -¡Hombre! ¡Tanto como sin condiciones…! -¿Qué condiciones? -¡O formamos parte del gobierno o no hay trato! - 110 -
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-¡No hay trato! Carrillo se revolvió en su cajón, encendió un cigarrillo con la punta del que ya se había consumido, exhaló una bocanada de humo y dijo con tono amenazante: -Os va a resultar muy difícil gobernar sin nosotros. Una huelga general puede acabar en cuarenta y ocho horas con un gobierno monocolor que no contará con hombres capacitados. Mariano Agudo abrió varias veces la boca, para coger aire. -¿Seríais capaces de algo así…? -Naturalmente… -¡Joder con los camaradas! Pero os olvidáis de que el setenta por ciento de la población está con nosotros y que tu convocatoria no tendría eco en las masas. -No te fíes de las masas –dijo Carrillo-. Son como su nombre indica maleables, y nunca se sabe qué forma van a adoptar… Adem{s, mientras te preocupas por el purismo dogmático, el capital está saliendo a la carrera por todas las fronteras. Te vas a encontrar un país arruinado y el hambre vuelve a la gente conservadora. Después de haberte dado su voto, cuando los problemas se acentúen, los mismos que te han elegido, te hundirán. ¡Hazme caso, muchacho! ¡Hay que tomar decisiones y pronto! Dicho esto, Carrillo se levantó, hizo un ademán teatral y se dirigió a la salida; al llegar a la puerta se volvió. -Cuando lo pienses, ll{mame y no te apures… Dios aprieta pero no ahoga… Y salió. Detrás de él, Camacho y Tamames. - 111 -
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El barracón se quedó en silencio. Los integrantes del comité del PPR miraban a Mariano Agudo esperando algún comentario. Mariano se sintió observado, se revolvió en su silla y, sin poderlo evitar, dijo lo más aclaratorio que se le ocurrió en aquel momento: -¡Estoy hasta los cojones!
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16 La calle EFECTIVAMENTE, CARRILLO tenía razón. Al conocerse el resultado electoral, la conmoción en el mundo del dinero fue total. En la mañana del 2 de junio, la actividad económica fue terrible. La Bolsa no bajó, ni subió, ni nada. En la bolsa no se registró actividad alguna, sencillamente, porque nadie apareció por el viejo edificio. Desde muy temprano, los bancos fueron el lugar más visitado por grandes y pequeños capitalistas. Largas colas en las ventanillas de pagos, obligaron al Banco de España a tomar medidas especiales. Se cursó una circular a todos los bancos para intentar frenar la extracción de fondos. A las diez de la mañana, todos los bancos hubieron de cerrar sus puertas. Los fondos disponibles en las cajas se había agotado y el Banco de España no suministró efectivo, siguiendo instrucciones del Ministerio de Hacienda. Casi la totalidad del comercio no abrió sus puertas. Se esperaba una reacción de las masas o algo por el estilo, pero la reacción no ser produjo. Sorprendentemente, todo el mundo del trabajo se incorporó a sus puestos o al menos lo intentó, ya que las - 113 -
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fábricas, los talleres y las oficinas permanecían cerrados por ausencia de sus dueños y responsables. Los trabajadores, supuestos votantes del PPR, se vieron sorprendidos ante una fiesta con la que no contaban y así, después de los primeros momentos de duda, se tomaron la cosa con filosofía y volvieron a sus hogares, cargaron bártulos, mujer y niños y se fueron al campo. Las caravanas empezaron a producirse en las carreteras como si de un fin de semana se tratase. Los merenderos de las afueras se inundaron de comedores e chuletas, que no parecían tomarse muy en serio la revolución. Mezclados con los utilitarios de los festivos proletarios, se veían grandes coches de lujo, cargados hasta los topes de maletas y objetos de la más variada factura. Esculturas, cuadros, jarrones y objetos de arte en general eran transportados por sus dueños con ánimo de sacarlos del país antes de que la horda revolucionaria se hiciera cargo del poder. Pero la horda revolucionaria comía chuletas en los merenderos campestres, sin decidirse a tomar por asalto las mansiones de los adinerados. En la frontera con Francia y por todos los pasos, los aduaneros se vieron sorprendidos ante una oleada de coches que pretendían salir del país portando los más diferentes objetos de valor. -¡Usted debería comprender esto y no impedir el paso a nadie! –decía un rico adinerado al carabinero que pacientemente iba sacando del coche maletas llenas de dinero, joyas, cuadros, jarrones y otras fruslerías. - 114 -
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-Yo no comprendo nada y, de acuerdo con la ley, esto es contrabando. -¿Qué ley? La ley ya no existe. ¡Los rojos están en el poder! Y no queda más recurso que la huida –insistía el rico adinerado. -A mí no se me ha comunicado nada –respondía el aséptico carabinero, mientras iba amontonando los objetos extraídos del lujoso automóvil. En el Puerto Banús, la actividad era febril. Todos los yates se disponían a partir y a juzgar por los bultos que en ellos se cargaban, sus propietarios trataban de sacar también todas las cosas de valor que pudieran almacenar a bordo. Sin embargo, las «hordas rojas» no parecían sentir demasiada prisa por tomar el poder y en las ciudades más industrializadas no se apreciaba ningún movimiento especial del proletariado, salvo la improvisada fiesta que el cierre patronal facilitó a los trabajadores. Donde sí había un intenso movimiento era en la calle Mejía Lequerica. La sede nacional de Fuerza Nueva parecía un hervidero. Todo el mundo estaba allí presto para la defensa de lo que se preveía un ataque inminente de los rojos. Las personas que transitaban por la zona, vieron con asombro que alrededor del viejo edificio se tendía una alambrada de espinos y que las ventanas eran taponadas con sacos terreros, dejando tan sólo pequeñas troneras por las que asomaban armas de todos los calibres. Unos altavoces instalados al efecto daban instrucciones a los militantes del partido al tiempo que emitían himnos - 115 -
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patrióticos. La voz de Blas Piñar se dejó oír a través de las potentes pantallas de sonido. -¡Éste será nuestro Alcázar! ¡Moriremos o venceremos! ¡Pero no nos vamos a entregar sin luchar! ¡Somos ahora la única esperanza de España! ¡Os esperamos! ¡Venid a por nosotros! Pero nadie venía a por ellos. Las «hordas rojas» comían tortilla en la Casa de Campo aprovechando el radiante sol de junio, mientras en Mejía Lequerica, los defensores del «nuevo Alcázar», sudaban la gota gorda parapetados entre los sacos, apuntando sus armas a un enemigo que tardaba en llegar. El teléfono del despacho oficial del teniente general Gutiérrez Mellado no había parado de sonar desde las seis de la mañana. Las llamadas angustiosas de banqueros, industriales y altos financieros, que reclamaban la actuación del ejército ante la tragedia, encontraban siempre la amable respuesta del secretario del general en la que se les informaba que estaba reunido. Y lo estaba. En el Alto Estado Mayor, la élite del ejército escuchaba atentamente las explicaciones del responsable de Defensa, que pormenorizaba los últimos acontecimientos. -Su Majestad ha tenido una entrevista con el líder del Partido Proletario Revolucionario. Tenemos garantías de que la Constitución va a ser respetada en todos sus extremos. El propio Rey me ha encargado que informe a ustedes de que por parte de los responsables del PPR no existe intención alguna de transgredir las leyes vigentes y, por tanto, no hay que pensar en acción alguna en la que el ejército pueda verse involucrado. - 116 -
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»La misión de las Fuerzas Armadas está delimitada por la Constitución y no se han dado, ni se darán, ninguno de los supuestos que legalmente prevé una acción militar. »Por otra parte, la reacción popular ante el resultado electoral no puede ser más sensata y salvando la excepción de los alarmistas, el país presenta una actitud completamente normal. Tan sólo los incidentes registrados en la frontera por personas cuyas actuaciones podrían calificarse de insolidarias, ha creado alguna confusión. Las instituciones democráticas han funcionado a la perfección y han demostrado una vez más los deseos de paz de nuestro país, lo gobierne quien lo gobierne. ¿Alguna pregunta? Entre los allí presentes se estableció un turno de intervención, que por otra parte no fue muy extenso, ya que las palabras del teniente general Gutiérrez Mellado habían sido lo suficientemente claras como para no ofrecer el tema demasiadas cuestiones. No obstante, la pregunta común era si se tenía ya conocimiento de la composición del nuevo gobierno. -Parece deducirse –dijo el ilustre militar- por la escasez de medios humanos con que el PPR se enfrenta, que habrá de recurrir a otras fuerzas a pesar de su mayoría absoluta. No obstante, estos extremos no han sido confirmados, ya que el tiempo transcurrido no permite conocer exactamente las intenciones de los responsables del partido. Como les anticipé al principio, don Juan Carlos, personalmente, me comunicó su satisfacción por la sensatez con que el secretario general, Mariano Agudo, había asumido sus responsabilidades. Nos - 117 -
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encontramos, me indicó Su Majestad, ante un hombre con unos ideales concretos, pero sobre los que pesa un deseo enorme de dar lo mejor a su país, y de esos hombres España está muy necesitada, piensen como piensen. Estas palabras textuales del Rey las traslado a ustedes y pienso que ante esta opinión del Jefe del Estado, huelga cualquier comentario que se pueda añadir. Después de estas palabras, el viejo militar dio por finalizada la reunión. Los altos mandos allí presentes volvieron a sus puestos de trabajo. Cuando el teniente general Gutiérrez Mellado se dirigía hacia su despacho, observó la normalidad absoluta en las calles. Nada indicaba ningún tipo de situación excepcional. La joven democracia española continuaba su andadura protegida por una Institución que había sabido evolucionar con el pueblo, ya que al fin y al cabo de él nutría sus filas: el Ejército.
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17 El espíritu ¿Y LA IGLESIA? ¿Qué pensaba la Iglesia del resultado electoral? Telefónicamente, uno a uno, los miembros de la Conferencia Episcopal habían sido citados a capítulo a una reunión extraordinaria. La prudencia y el más discreto silencio habían rodeado la reunión de obispos. En una palabra: la Iglesia estaba acojonada. Monseñor Tarancón se había puesto en contacto a primeras horas de la mañana de aquel 2 de junio con las autoridades civiles más significativas. Pidió protección para templos y demás lugares sagrados, como por ejemplo el diario Ya. Aunque le habían tranquilizado respecto de la actitud de los vencedores de los comicios, insistió en que se enviaran fuerzas policiales a los centros más significativos de la actividad religiosa. El ministro del Interior dio instrucciones para complacer al cardenal y éste le insistió: -¿Y la enseñanza? ¿Qué pasará con la enseñanza? El ministro le comunicó que ese tema no podía resolverlo con las fuerzas a su mando. La casa de ejercicios de Majadahonda se fue llenando con los integrantes de la Conferencia que, en pequeños grupos, comentaban en voz baja los últimos acontecimientos. - 119 -
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El presidente de la Conferencia llegó con cierto retraso y según entraba en el edificio explicaba a los obispos: -Perdonen el retraso, pero me estaba ocupando de la seguridad. Sentados en torno a la mesa, los responsables máximos de la Iglesia en España iniciaron aquella histórica sesión. Algunos de los obispos asistentes, en un alarde de prudencia, se habían hecho llevar las maletas, con objeto de coger carretera y púrpura, nada más concluida la reunión. -…y ésta es la situación. Espero que entre todos, y con ayuda de Dios, encontremos el camino más adecuado –dijo monseñor Tarancón después de haber hecho una sucinta relación de los últimos acontecimientos. -¿Y el Vaticano? ¿Qué dice el Vaticano? –preguntó un obispo viejecito que siempre se dormía en las reuniones, pero que esta vez aparecía con los ojos como platos ante las explicaciones del presidente. -He consultado al nuncio quien, a su vez, se puso inmediatamente en comunicación con la Santa Sede, llegando incluso a tener contacto con Su Santidad. -¿Y qué opina el Papa? –requirió el mismo bispo a quien las decisiones de Roma preocupaban muchísimo. -El Santo Padre –explicó Tarancón- ha dicho que él es polaco, que fue sacerdote bajo gobiernos comunistas, obispo bajo gobiernos comunistas y cardenal bajo gobiernos comunistas. Siendo papa visitó Polonia en el año 1979 bajo gobierno comunista y reconoce ciertas dificultades, pero tampoco es para echar las campanas al vuelo. - 120 -
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-O sea, que Su Santidad nos abandona a nuestra suerte. -Si se me permite, diré respetuosamente que Su Santidad no ha hecho ni caso de las demandas que el nuncio le cursó en mi nombre. -¡Pues vaya plan! –dijo respetuosamente el viejecito, y a la vista de la decisión vaticana decidió dormirse como siempre. -¡Basta ya de tanta diplomacia! –gritó monseñor Guerra Campos-. ¡La actitud de la Iglesia española está muy clara! ¡En estos momentos un puñado de patriotas se aprestan a defender el honor, la fe y la civilización cristianas! ¡Unámonos a ellos! ¡Tomemos las armas! ¡Y si hay que morir como mártires, pues a morir por Dios! El resto de los presentes, acostumbrados como estaban a las explosiones patrióticas del obispo de Cuenca, se quedaron callados mientras duró la arenga del ex procurador en Cortes. Después de pasado el ciclón, Tarancón dijo: -Bueno, sigamos… Yo creo que, a menos que opinen lo contrario, habrá que entrevistarse con los dirigentes de ese partido y trata de negociar la situación de la Iglesia en una España gobernada por el comunismo. -La situación de la Iglesia y la de la enseñanza, ¿no? –dijo otro obispo que, sin darse cuenta, había puesto el dedo en la llaga, ya que la mayor preocupación que flotaba en el ambiente era, sin duda, las posibles consecuencias que sobre los privilegios docentes de la Iglesia tuviera la incorporación al poder de un gobierno de claro matiz comunista. -Yo me temo –dijo Tarancón- que podremos conformarnos si nos dejan decir misa. - 121 -
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-¡Pues eso deja pocos beneficios! –saltó sin poder evitarlo uno de los presentes, que al verse observado por el resto rectificó-. He querido decir… que la labor evangelizadora empieza en la escuela y que pocos beneficios espirituales podremos obtener limitando nuestra misión al mantenimiento del culto. -Ya le habíamos entendido –puntualizó Tarancón-. Si les parece, podemos nombrar una comisión que se dirija a los responsables del PPR para puntualizar con ellos unas bases de entendimiento. -¡Me niego a negociar con la canalla roja! –gritó desde su sillón Guerra Campos. -Ya me lo imaginaba –dijo Tarancón, sin perder la calma-, pero no veo otra solución. -¿Y si emitimos un comunicado? -Antes de emitir nada, debemos aclarar nuestra situación. Después haremos saber a los fieles cuál es la postura oficial de la Iglesias española ante el resultado electoral. -La postura de la Iglesia debe ser la misma, antes y después de negociar, vamos, digo yo, porque si no se detectará un cierto pasteleo –dijo un obispo joven vestido de paisano. -En cualquier caso, sería un pasteleo santo –concluyó Tarancón. Y dicho y hecho. Se designó la comisión que, presidida por Tarancón, iría a dialogar con el enemigo. Los demás permanecerían en oración en aquella santa casa, hasta que volvieran los negociantes. - 122 -
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En el camino hacia el feudo del PPR, la delegación eclesiástica observaba las calles de Madrid, semivacías, por la improvisada fiesta, en las que no se percibía ningún síntoma de agitación especial. -Fíjese, monseñor –dijo uno de los delegados-. No se nota cambio alguno. En otro tiempo, las calles se hubieran llenado de gente. A estas horas se debería notar que este país está dominado por los comunistas. Tarancón, sin quitar la vista de la ventanilla, le preguntó: -Y a usted eso ¿qué le parece? ¿Malo o bueno? -Yo pienso que es un buen síntoma. A lo mejor estos señores del PPR son gente normal y no cambian demasiado las cosas… ¿no cree? -Creo –dijo Tarancón con aire ausente- que lo peor que nos puede pasar es que la gente se comporte con normalidad. Dios nos asista si el comunismo resulta normal y cotidiano y el país descubre que puede ser gobernado por la izquierda sin que pase nada especial. La Iglesias ha sobrevivido a todas las catástrofes porque la gente ante las catástrofes mira hacia Dios, pero en la rutina diaria son muchos menos los que se acuerdan de Él. El silencio cayó como una losa dentro del vehículo en el que viajaban los tres delegados por la Iglesia española para dialogar con los responsables del comunismo más radical. Y MIENTRAS EL COCHE cruzaba Madrid en dirección al barrio obrero, el comunismo más radical estaba hecho un tremendo lío en su barracón, tratando de pergeñar un plan de - 123 -
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gobierno, un gobierno y una imagen pública adecuada a las circunstancias. -¡Otro que dice que no! –dijo Mari Ángeles al tiempo que entraba en el barracón con una guía de teléfonos en la mano. Los integrantes del comité se miraron entre sí. -Digo yo –se interrogó a sí mismo Mariano Agudo- ¡que quién coño nos habrá votado, de entre los intelectuales de este país! -Pues más vale averiguarlo pronto, porque llevamos gastados sesenta y tres duros en teléfono –contestó el tesorero del partido, siempre pendiente de las economías. -Lo menos que podías haber conseguido era un teléfono gratis, que para eso vas a ser presidente del gobierno –dijo uno de los integrantes del comité. Mariano le miró de soslayo y contestó con firmeza: -Si yo llamo a alguien para que me pongan un teléfono, se enteraría inmediatamente Suárez de nuestras debilidades y no me da la gana deberle ningún favor. -Entonces, sólo nos queda dinero para treinta llamadas más –puntualizó el tesorero, después de un rápido arqueo de los fondos del partido. -¡Se acabaron las llamadas! –dijo Mariano al tiempo que daba un puñetazo en la mesa-. ¡Nosotros hemos ganado las elecciones y nosotros vamos a gobernar! ¡No sé cómo pero vamos a gobernar! ¡Voy a formar gobierno! -¿Con las juventudes o sin las juventudes? –requirió la secretaria de propaganda. -¿Cuántas juventudes tenemos? - 124 -
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-Dieciséis –puntualizó Mari Ángeles. -¡Qué barbaridad! ¡No sé qué vamos a hacer con tanta gente! –ironizó Mariano. -Trae todo lo que tengamos –remachó con cierta pesadumbre el joven secretario general. Mari Ángeles volvió a salir del barracón, dejando tras de sí a los pensativos miembros del comité. No había llegado a la puerta cuando se volvió: -Tenemos visita. -¿Quién viene ahora? –preguntó Mariano Agudo. -Por lo que aparentan yo diría que son curas. -¿Curas? –dijo el líder revolucionario con toda la sorpresa de que era capaz, al tiempo que se ponía en pié. -Sí, sí… -¡Lo que nos faltaba! –exclamó el futuro presidente, derrumbándose de nuevo en la silla. MONSEÑOR TARANCÓN apareció en el umbral del barracón ante el expectante comité central del partido. -Buenos días, señores. -Buenos los tenga usted… señor –contestó Mariano Agudo dudando un momento al final de la frase, ya que ignoraba el tratamiento que debía darse al cardenal. -¿Puedo pasar? –requirió el presidente de la Conferencia Episcopal. -Sí, no faltaba más –se apresuró a aclarar Mariano Agudo, al tiempo que se levantaba, invitando a entrar al purpurado. - 125 -
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Buscó a su alrededor el ya famoso cajón de las visitas y cuando lo hubo colocado en su sitio, se quedó dudando si ofrecerlo al visitante o cederle su silla. La duda quedó aclarada por el propio representante de la Iglesia que, sin pensarlo dos veces, se acomodó, como todo el mundo, en la silla de Mariano, que esta vez no protestó. ¿Qué tendrá un cardenal que impresiona tanto, incluso a un revolucionario como Mariano Agudo? Son cosas que no se pueden saber. Pero el hecho es que Mariano se sentó en el cajón sin rechistar, como esperando un sermón. ¡Ay, la educación religiosa de los españoles! Influye, aunque uno, después, se vuelva ateo ferviente. -Supongo que se imaginar{n a qué hemos venido… -dijo monseñor al tiempo que señalaba a los otros dos obispos que le acompañaban y que prudentemente habían permanecido en el umbral y en los que nadie había reparado. -Este… sí… bueno… -contestó Mariano-. Ya nos imaginamos… lo siento, pero no hay sillas… -remachó el líder revolucionario, dejando con esto perfectamente claras dos cosas: que no había más sillas y que no tenía ni idea de lo que podrían querer los representantes eclesiásticos. -Es igual –respondió Tarancón-; estaremos poco tiempo. El motivo de nuestra visita, como usted ya ha adivinado, no es otro que conocer su punto de vista respecto a las relaciones que el nuevo gobierno mantendrá con la Iglesia católica. No vamos a ocultar la inquietud que nos ha producido el resultado electoral y a su vez no dudamos que el partido de ustedes considerará la tradición católica de este país. Por tanto, al tiempo que hacemos votos por el éxito de su gestión, nos ha - 126 -
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parecido oportuno conocer sus posiciones respecto a los temas que, hasta ahora han sido competencia de la Iglesia católica. Mariano Agudo respiró hondo; miró a su interlocutor, que después de la parrafada había quedado expectante. -Pues verá usted –dijo el líder revolucionario después de una larga reflexión-. En alguna medida, nosotros nos hemos comprometido a respetar la Constitución y, por tanto, hasta que las enmiendas que pensamos introducir no sean aprobadas por el pueblo, la situación no sufrirá grandes cambios. Si no recuerdo mal, en lo que a la Iglesia se refiere existe incluso una mención especial que se coló de rondón gracias al apoyo de los comunistas. »A más largo plazo le diré que el fenómeno religioso ha dejado de ser obsesionante para los que piensan como nosotros… -No sabe cómo me tranquilizan sus palabras –atajó el cardenal. -…No, pues no se tranquilice, ya le digo que el fenómeno religioso ha dejado de ser para nosotros materia prioritaria. Ahora bien, la posición de la Iglesia española no se reduce solamente al campo de la relación del hombre con sus creencias, sino que está demostrada su influencia en otros campos, no tan… espirituales… y eso no lo vamos a consentir. -El purpurado se revolvió en la silla y empezó a encontrarse incómodo. -Ignoro a qué campos se refiere –dijo con aire de despiste. -¡Pues está bastante claro! Me refiero a cuestiones que nada tienen que ver con la religión. Me refiero concretamente a su - 127 -
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influencia en el terreno económico, y más concretamente al mundo de la enseñanza, que constituye una de las fuentes de ingresos más importantes, al tiempo que provoca una clara división de clases. -¡La libertad de enseñanza está recogida en la Constitución que usted dice respetar! -Sí, señor, yo también conozco ese aspecto, peo no tiene nada que ver a la elección de la enseñanza por parte de los padres con las subvenciones que el Estado entrega a los centros docentes de la Iglesia. ¡Que quieren enseñanza cara, pues muy bien, pero que la paguen! -Eso es injusto. La labor docente de la Iglesia católica en este país… -No siga, por favor, me temo que no nos íbamos a poner de acuerdo. En cualquier caso, quede en su ánimo que el tiempo de la caza de curas ya pasó; que las otras cuestiones se plantearán en su momento y que no serán ni más ni menos dr{sticas que lo que el pueblo quiera que sean… Y si la Iglesia ocupa el lugar que le corresponde y se comporta de acuerdo con los ideales que predica, tendremos muy pocos problemas. No hay tanta distancia entre su Cristo y mis ideas como ustedes creen, lo que pasa es que muchas, demasiadas veces, ustedes no se han comportado con arreglo a la moral que predican y es entonces, sólo entonces, cuando nosotros chocamos con ustedes. -No le puedo ocultar mi sorpresa por… -Siento haberle sorprendido. Ustedes ejercen su labor sobre las almas; prediquen la caridad, el amor al prójimo, la igualdad - 128 -
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entre los hombres y tendrán pocos motivos para chocar con nosotros. Mariano Agudo se levantó dando por terminada la entrevista. El cardenal hizo lo propio y puso también punto final. -Señor Agudo, he de decirle que si no satisfecho del todo, me voy más tranquilo de lo que vine. Espero que seamos capaces en el futuro de dialogar en aquellos puntos en que no coincidimos y llegar a la mejor solución con la ayuda de Dios. -Así lo espero. Usted con su Dios y nosotros con el deseo de servir al pueblo que nos ha elegido. Buenos días. El coche se puso en marcha y por el camino ganó la carretera. En su interior, los dos obispos miraban a monseñor Tarancón que, con la vista perdida, reflexionaba sobre lo acontecido en el barracón del PPR. El silencio fue roto por el cardenal. -Dentro de todo este lío, a lo mejor resulta que con este gobierno damos ese salto que nos estaba haciendo falta; quizá las dificultades que se avecinan nos llevan al fin a un camino positivo. -¿Cuál cree Su Eminencia que es ese camino? -El que nos marcó Cristo… ¿Le suena?
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18 El error AL PALACIO DE LA MONCLOA iban llegando los vehículos que conducían a los ministros del Gabinete que Adolfo Suárez había presidido hasta las elecciones. Los titulares de las diferentes carteras habían sido convocados por el propio Suárez a una reunión que tenía todos los visos de una despedida. Uno a uno, con las circunstancias marcadas en su rostro, fueron sentándose en torno a la enorme mesa que había sido testigo de los Consejos de Ministros. Como la reunión tenía carácter informal, casi ninguno llevaba consigo los maletines característicos de las reuniones oficiales. En el aire flotaba una cierta amargura y las conversaciones entre ellos se realizaban en voz baja. Los sillones se fueron ocupando en su totalidad e inmediatamente Adolfo Suárez entró en la sala. -Buenas tardes –dijo el líder ucedista al tiempo que ocupaba su sillón. Los presentes respondieron con mayor o menor entusiasmo, según su talante. -Ante todos, quiero informaros del motivo por el cual os he convocado a esta reunión que, por supuesto, no tiene carácter oficial. Es ya momento de que conozc{is…
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El factótum de la democracia se detuvo en este punto y observó uno de los sillones vacíos. Hizo una pequeña pausa y continuó. -Decía… ¿Alguien sabe qué le pasa a Martín Villa? Se levantó un ligero murmullo en la sala pero nadie respondió nada concreto. -Se habr{ retrasado… -se contestó a sí mismo Adolfo Suárez-. Bien, quiero que conozcáis los pormenores de los últimos acontecimientos. »En la madrugada de hoy, una vez conocidos los resultados electorales, pedí ser recibido por don Juan Carlos y en esa audiencia comuniqué a Su majestad mis inquietudes sobre la seguridad de la familia real. El Rey no consideró oportunas mis recomendaciones y decidió permanecer en su puesto. Esta decisión, aunque no compartida por mí, no dejo de reconocer que me agradó y me hizo sentirme orgulloso de haber servido a Su Majestad quien, por su parte, ha recibido a ese Mariano Agudo y aunque no tengo noticias directas, creo que el Partido Proletario Revolucionario gobernará este país, bajo la jefatura del Estado de Su Majestad don Juan Carlos; lo que a mi modo de entender es un logro de nuestro Rey, que constituye un hito sin precedentes en el mundo. »Por mi parte, he realizado una entrevista con el comité central del PPR, tratando de llegar a un compromiso con ellos. Un rumor se levantó entre los allí presentes, pero nadie se atrevió a hacer ninguna observación concreta. -Seamos realistas –continuó Suárez-. A pesar de su mayoría absoluta, ese partido se verá absolutamente imposibilitado - 131 -
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para gobernar dado que carece de los medios materiales y humanos mínimos. La UCD podría formar coalición con ellos constituyendo un bloque de centro izquierda que no tendría oposición alguna. »Cierto es que habría que hacer algunas concesiones, pero todo es mejor que quedarnos en la posición que nos ha colocado el resultado electoral. »A estas horas los hombres de Mariano Agudo están reunidos, arrinconados y desesperados sin saber qué camino tomar. »Yo espero que de un momento a otro llamen pidiendo ayuda para poder hacerse cargo del poder con ciertas garantías de éxito. -¿Y no es más lógico que esa coalición la realicen con los partidos de izquierda? –preguntó Arias Salgado. -El PSOE –respondió Suárez- se encuentra en una crisis absoluta. La ejecutiva a dimitido en pleno, las bases culpan a Felipe González y a su equipo del desastre electoral. Habrá de realizarse un congreso de urgencia que reestructure de nuevo el partido. Entretanto, no creo que se encuentren en condiciones de hacer nada. »Por su parte, Carrillo ha intentado ya el pacto con el PPR, pero según mis noticias no fue muy bien recibido. »La auténtica realidad es que los líderes del partido vencedor no se han definido en lo que a pactos con otras fuerzas se refiere, pero no creo que cometan la insensatez de pretender gobernar en solitario. - 132 -
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»Ellos tienen los votos, pero nada más y van a encontrar una crisis tras otra, si intentan la aventura. -¿No os parece sorprendente que la reacción popular haya sido de absoluta indiferencia? –indicó Arias Salgado, a quien había sorprendido la paz ciudadana que se vivía en aquel día de la fiesta improvisada. -Eso no es más que un síntoma de agotamiento. No obstante, tendremos que estar preparados para lo que pueda ocurrir en días sucesivos. Es necesario que se tomen las medidas… ¿Nadie tiene noticas de Martín Villa? Adolfo Suárez comenzaba a impacientarse ante el retraso del hasta entonces titular de la cartera del Interior. EN OTRO LUGAR DE Madrid, cerca de la Castellana, en el despacho oficial de Rodolfo Martín Villa, se desarrollaba una escena que justificaba plenamente la ausencia del político leonés del pleno ucedista de la Moncloa. La puerta del despacho estaba cerrada a cal y canto. Orden estricta de no pasar ninguna llamada. Vigilancia y controles en los pasillos. Nadie sabía nada. Algo muy gordo se cocía en el interior de aquella sala. En mangas de camisa, Rodolfo Martín Villa sudaba a pesar del aire acondicionado. Con la mano se mesaba los cabellos y paseaba de arriba abajo del despacho. -¡Tiene que haber un error! ¡Hay que asegurarse! –gritaba a los tres hombres, que de pie y con cara de susto seguían con la vista sus evoluciones. -Ya hemos indicado que hay un error –dijo uno de ellos. - 133 -
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-¡Me refiero a que el error, sea un error! -Sí, sí… desde luego es un error… de eso ya no hay duda. -¡Si ha habido un error una vez, puede haber otro! ¿no? -Estamos seguros de que esta vez no hay error… El ministro se encaró con el último que había hablado, puso su rostro muy cerca de la cara del asustado funcionario y gritó: -¡Asegúrese! El funcionario tragó saliva, cerró los ojos, los abrió y finalmente con voz entrecortada pudo articular: -Ya lo hemos revisado dieciséis veces. -¡Mil! –cortó Martín Villa-. ¡Mil veces! ¡Lo quiero revisado mil veces! Otro de los funcionarios allí presentes se atrevió a hablar. -No servirá de nada. El resultado será siempre el mismo. Martín Villa dio un paso hacia el que había hablado y, visiblemente agotado, cambió su tono por otro lastimero. -¿No se dan cuenta? ¿No se dan cuenta de que si de nuevo nos equivocamos… esto puede ser una tragedia? -Sí, señor ministro…, pero estamos absolutamente seguros. ¡Esta vez no hay errores! Martin Villa reflexionó un momento. Dio dos o tres pasos más por el despacho, se quedó de pie ante el ventanal y, por fin, pareció tomar una decisión. Cogió su chaqueta, que tirada en un sillón era la muestra inerte de la tensión que allí se había desarrollado, la estiró cuidadosamente y se la puso. Se abrochó el botón del cuello de su camisa y subió el nudo de la corbata a su lugar habitual. Dio - 134 -
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dos o tres toquecitos al puente de sus gafas y apretando el botón del intercomunicador ordenó: -¡Que preparen mi coche! Después, dirigiéndose a los tres hombres, extendió la mano derecha y sin mirarles dijo: -Denme esos informes. Los tres fueron depositando en la mesa las carpetas de que eran portadores y, discretamente, abandonaron el despacho. Rodolfo Martín Villa se quedó con la mano extendida, esperando. Cayó en la cuenta de que estaba solo, miró las carpetas que habían puesto en su mesa y con aire sonámbulo las tomó en sus manos y salió lentamente, dejando la puerta abierta tras de sí. Los guardias que habían sido colocados en los pasillos que conducían al despacho del ministro se cuadraron al paso de éste, que pasó por las dependencias del ministerio como flotando, con la vista perdida, completamente ausente. Entró en el coche que esperaba con la puerta abierta y, una vez sentado, miró con ojos de infinito al chófer que le preguntaba: -¿Adónde vamos? Por fin y como lejana, le llegó la pregunta del chófer y con una voz que le sonó extraña, contestó: -A la Moncloa. Adolfo Suárez dio por terminado el informe que había expuesto a la consideración de sus colaboradores y un silencio se hizo en torno a la gran mesa. Las últimas palabras del hasta entonces presidente habían caído a plomo. No se podía hacer - 135 -
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nada. Sólo esperar. Esperar a que los líderes del Partido Proletario Revolucionario tomaran sus decisiones. En la mente de todos estaba la idea de la derrota. Era absolutamente inexplicable que el potencial económico y humano de la UCD hubiese obtenido un resultado tan pobre. El silencio fue roto al abrirse la puerta de la sala. En el umbral, Rodolfo Martín Villa apareció lívido, con un sudor frío que perlaba su frente. En su mano derecha los documentos que, confeccionados por los expertos del Ministerio del Interior, daban respuesta a todas las preguntas que momentos antes se hacían los máximos responsables de la UCD. -Llegas tarde. ¿Ha pasado algo? –preguntó Adolfo Suárez. -Vengo del Ministerio. Un tema importantísimo me ha tenido ocupado en las últimas horas –contestó Martín Villa, al tiempo que entraba en la sala llegando hasta su lugar habitual. No se sentó. Permanecía en pie mirando fijamente a su jefe, como tratando de adivinar cuál iba a ser su reacción posterior. -Te mandé llamar al Ministerio. ¿Qué tema es ése? Martín Villa tragó saliva, se ajustó las gafas y mirando al suelo como un niño avergonzado por una fechoría, soltó la bomba: -Me temo que el escrutinio electoral ha tenido algunos fallos. Los resultados no valen. Las miradas de todos se volvieron hacia el ministro del Interior, que en aquel momento hubiera deseado que se lo tragase la tierra. Pero la tierra, a veces, es demasiado remisa en eso de tragarse a la gente y Rodolfo Martín Villa continuó allí, en pie, con los ojos fijos en los papeles que traía. - 136 -
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-Según parece, los datos suministrados por el ordenador no tienen ningún valor. En algún momento debió de haber una caída de tensión, un cable cruzado, algo… que alteró completamente el programa. Los expertos del Ministerio siguen verificándolo, pero parece que no hay ninguna duda. Dicho esto, en un tono monocorde como si lo hubieses ensayado previamente, se quedó callado y poco a poco fue dejándose caer en el sillón, hasta quedar en él desmadejado como un globo que hubiera perdido aire. La tensión en la sala subió a límites inaguantables. Nadie se atrevía a decir nada. Las miradas se cruzaban de unos a otros, para ir a detenerse todas en el mismo punto: Adolfo Suárez. El de Cebreros se llevó las manos a la frente en un gesto de reflexión y tras unos segundos, sin levantar la vista, dijo en un tono bajo, contenido: -Si no he oído mal, acabas de decirnos que toda esta pesadilla, es eso, una pesadilla, que el PPR no ha ganado las elecciones y que los resultados que se han comunicado al país y al mundo entero son falsos. -Eso he dicho. -¿Y te das cuenta de lo que eso significa? -Sí, y te ruego que aceptes mi dimisión con carácter irrevocable. -¿Tu dimisión? -Sí, me imagino que después de esto… La frase quedó en el aire. Rodolfo Martín Villa vio cómo el presidente se levantaba de su sillón y se dirigía hacia él. Se - 137 -
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levantó a su vez y quedó frente a frente, viéndole llegar. Tenía la seguridad de que iba a pegarle; le daba igual, estaba demasiado cansado como para encontrar las palabras adecuadas que frenaran el golpe. Lentamente Adolfo Suárez llegó muy cerca del leonés; su gesto era impenetrable. Se quedó un instante sin mover un músculo y en su rostro comenzó a dibujarse una sonrisa que fue siendo cada vez más abierta, más amplia; extendió los brazos y casi en franca carcajada, dijo: -¡A mis brazos! ¡Es… la mejor… noticia que me han dado en mi vida! Al tiempo que abrazaba a Martín Villa la sonrisa se convirtió en carcajada. Carcajada que se fue contagiando a todos los presentes, quienes fueron iniciando unas risitas, que a los pocos momentos eran carcajadas abiertas. Toda la reunión acabó siendo una enorme carcajada. Una a uno se fueron levantando y con lágrimas en los ojos provocadas por las risas y los nervios, fueron abrazando a Martín Villa que se sintió pasar de abrazo en abrazo, como en un sueño. En medio de las carcajadas él era el único que no reía. -¡Señores, por favor, vuelvan a sus sitios! ¡Vamos a continuar la reunión! El presidente estaba ya sentado en un sillón y ordenaba calma. Lentamente las risas se fueron aplacando y cuando el silencio se restableció, Adolfo Suárez dijo refiriéndose a Martín Villa: -¿Podemos estar absolutamente seguros? - 138 -
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-Sí, totalmente. La Junta Electoral confirmará todo cuando comience a revisar las actas. -¿Sabe alguien más lo ocurrido? -Los funcionarios que me dieron la noticia y que han revisado el programa del ordenador. Yo tomé medidas para que no trascendiera. -Es que se me est{ ocurriendo… Adolfo Suárez se quedó un instante pensativo. En su semblante se adivinaba que el líder ucedista estaba considerando la posibilidad de capitalizar el tema, pero la trascendencia del mismo le hizo desestimar la idea. -…no, nada. Señores, el cambio de panorama es total, las elecciones habrán de repetirse. Ahora el problema es informar a la opinión pública. -Si te parece, puedo hacer un comunicado –apuntó tímidamente Martín Villa. -No. Éste es un asunto que voy a tratar personalmente. Respecto a ti, quizá no sea conveniente que sigas en el Ministerio. Todo dependerá de la reacción de los demás partidos, aunque pienso que van a recibir la noticia con cierto júbilo. Las últimas palabras del que de nuevo volvía a ser presidente fueron acogidas con comentarios jocosos. Adolfo Suárez se puso en pie y los demás le imitaron. -No, no se levanten… Mientras yo informo a Su Majestad, ustedes vayan planteando el modo de utilizar la ventaja que nos ha dado conocer la noticia en primer lugar, de cara a las - 139 -
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próximas elecciones. Tendremos una nueva reunión tan pronto como yo vuelva.
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19 La seguridad EN LA ANTESALA DEL despacho de don Juan Carlos, Adolfo Suárez esperaba ser recibido por el Rey de España. La expresión de su rostro denotaba alegría y el político de Cebreros buscaba mentalmente fórmulas para que la situación le fuera favorable. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la llegada del Jefe del Estado, que saludó a su visitante. Entraron al despacho y una vez acomodados el monarca requirió los motivos de la visita del abulense. -He venido tan pronto como me ha sido posible. Por otra parte, la noticia necesita confirmarse antes de venir a informaros, ya que es un tema de suma gravedad. El Rey escucho paciente y amablemente el prólogo de suspense que Suárez hizo de la historia. Cuando después de un largo rodeo, Adolfo Suárez informó del asunto a don Juan Carlos, éste no pareció sorprenderse en absoluto. -Me imagino que la noticia os producir{ un cierto alivio… A mí me pareció que volvía a nacer. Don Juan Carlos se puso en pie dejando en el sillón la político. Se dirigió al ventanal desde el cual podía verse la zona ajardinada que rodea el palacio y con la calma reflejándose en su voz dijo: -Comprendo que estés contento y sorprendido. A mí también me sorprendió cuando me informaron… - 141 -
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-¿Queréis decir que…? -Sí, yo ya estaba al tanto de ese tema. También me sorprendió, como te decía, pero por distintos motivos que a ti. Me sorprendió la ineficacia de un tema tan trascendente para nuestro país. -Sí, desde luego es imperdonable. Ya he dado instrucciones para que los responsables sean sancionados. Tened la seguridad de que no volverá a ocurrir. Me ocuparé personalmente de las próximas elecciones y os aseguro que no habrá errores. También os confieso que una de las razones por las que me alegró la noticia, fue por la seguridad que de nuevo volvía a esta casa. -Esta casa nunca se ha sentido insegura. Lo que sí puede verse afectado es la credibilidad del sistema democrático y esto no puede ocurrir de ningún modo. -Las próximas elecciones tendrán todas las garantías. -Por supuesto que sí y la Institución que represento jugará un papel importantísimo en otorgar esas garantías. Adolfo Suárez notó en la afirmación del monarca algo que le hizo ponerse en guardia. En lo resolutivo de las palabras del rey se adivinaba que había tomado decisiones que escapaban al control del presidente. -La Corona –prosiguió don Juan Carlos- tomará el papel que le corresponde para garantizar la limpieza de los comicios. Tu gobierno presentará hoy mismo la renuncia y otra Institución que ofrece garantías de neutralidad, como es el Ejército, se ocupará de que no vuelvan a producirse errores o de que si éstos se producen, nadie los utilice con ventaja. - 142 -
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»Mariano Agudo no pudo utilizar esa ventaja porque estaba lejos de los resortes del poder. Si la casualidad hubiera querido que el error inclinara la balanza hacia otro lado, no hubiera ocurrido lo mismo. -¿Dud{is acaso de mi partido…? -Yo no dudo de nadie, simplemente tengo que impedir que situaciones como ésta alteren la voluntad popular. -Está bien, desde este momento tenéis mi renuncia y la de mi gobierno. -Antes de que sea efectiva, informarás por televisión al país de todos estos extremos, asumiendo la responsabilidad que te corresponde. -Sí, naturalmente. -Eso es todo. Te deseo suerte. -Gracias, Majestad. Los dos hombres se estrecharon las manos. Adolfo Suárez salió del despacho. Don Juan Carlos se dirigió a su mesa, ocupó su sillón y se quedó pensativo, ausente. Distraídamente abrió el cajón superior de la mesa para buscar un papel blanco y sus dedos tropezaron con lago que había en el cajón. Miró hacia abajo y descubrió el objeto: una boina azul en la que brillaban dos hoces y dos martillos con una estrella de cinco puntas.
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20 La soledad LA NOTICIA CORRIÓ como la pólvora entre la clase política del país. Cuando el locutor anunció por televisión la presencia del presidente del gobierno en Prado del Rey, para dar un mensaje en relación con las elecciones, todos los representantes de los partidos políticos estaban sentados delante del receptor. Aunque se conocía el motivo, se ignoraban las circunstancias y las decisiones tomadas. Todos esperaban la confirmación del rumor, para poner de nuevo en marcha el aparato electoral. Todos a excepción de Mariano Agudo, que sumergido en la tarea de formar gobierno, continuaba encerrado en su barracón, junto con sus colaboradores, dispuesto a afrontar la tarea que el pueblo le había encomendado. -Vas a ser la ministro de Cultura más guapa de la historia – dijo a Mari Ángeles, al tiempo que daba cuenta del bocadillo de chicarrones, que a modo de merienda de trabajo, se habían preparado allí mismo para no interrumpir su labor. -¿Crees que hacemos bien? –preguntó Mari Ángeles, un poco asustada por la idea de ocupar una cartera ministerial. -No tenemos otra alternativa. Si pactamos con Suárez es evidente que decepcionaremos a quienes nos ha votado. Y el PSOE no está en condiciones de nada, porque la crisis que ha generado el resultado electoral ha sido tremenda. Ni siquiera - 144 -
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han venido a vernos. Carrillo o es un buen compañero de viaje… y por encima de todo hay una cosa clara: el sesenta por ciento de los votos es mucho porcentaje para no darse cuenta de que, por razones que se nos escapan, este país quiere que seamos nosotros quienes gobernemos. No podemos hacer otra cosa que asumir esa responsabilidad. La bota de vino que corría de mano en mano llegó por su turno a Mariano Agudo quien, después de un largo trago, continuó exponiendo las razones que le obligaban a tomar la decisión de acometer las funciones de gobierno en solitario. Fuera, en la calle, los improvisados excursionistas iban volviendo a sus hogares comentando los últimos acontecimientos. En la frontera había cuarenta mil ochocientos treinta y siete vehículos cuyos propietarios habían intentado la evasión de bienes. En la calle Mejía Lequerica los militantes de Fuerza Nueva procedían a desmantelar el improvisado fortín con cierto desencanto, controlados por una compañía de la Policía nacional, que se hizo cargo de las armas y municiones que el fervor patriótico de los defensores del «nuevo Alcázar» había puesto al descubierto. En la sede del PSOE Felipe González, que volvía a ocupar la secretaría general, comentaba los últimos acontecimientos con sus más fieles colaboradores. Sobre su mesa los expedientes de aquellos que se habían mostrado en contra de la nueva política del partido esperaban para ser cursados al - 145 -
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comité de disciplina. Habría, sin duda, muchas bajas en el partido. Todo volvía a ser normal. Santiago Carrillo, en su despacho, daba instrucciones a sus colaboradores. La actividad en el PCE era febril. El teléfono sonó varias veces; alguien se acercó al aparato y lo descolgó: -¿Diga?... ¿Quién?... Sí, un momento… La persona que había recogido el mensaje, entró en el despacho del secretario general. -Santiago, te llaman al teléfono. -¿Quién es? –preguntó el eterno fumador sin levantar la vista de los papeles. -Un tal… Mariano Agudo. Después de una corrección efectuada en los folios que tenía delante, Carrillo levantó la vista y tras unos segundos de duda dijo: -Dile que estoy muy ocupado. -De acuerdo. El mensajero salió del despacho y dio traslado de la contestación a Mariano Agudo que esperaba al otro lado de la línea. El secretario general del PPR colgó el teléfono, salió de la cabina y dijo a su gente: -Dice que no se pone porque está muy ocupado. Un gesto de extrañeza fue la respuesta del grupo. -Yo no entiendo nada –continuó Mariano-. De manera que viene aquí dispuesto a colaborar y cuando le llamo para que sepa que vamos a gobernar en solitario, dice que no se puede poner. - 146 -
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Mariano siguió llamando uno por uno a todos los políticos que pocas horas antes habían pretendido formar coalición con el PPR y obtuvo el mismo resultado. Nadie tenía tiempo para hablar con él. Con muestras de evidente mal humor, Mariano colgó el teléfono después de llamar a Adolfo Suárez infructuosamente. -¡Éstos se van a enterar! ¡Me quieren hacer el vacío! ¡Pero, les guste o no, seré presidente del gobierno y entonces me llamaran ellos a mí! Con sus últimas palabras echó a andar hacia el aparcamiento de bicicletas, cogí una al azar y montó. Al pasar por delante del grupo que le miraba expectante, Mari Ángeles le preguntó: -¿Adónde vas? -¡A ver al Rey! –dijo Mariano al tiempo que iniciaba el pedaleo camino de Madrid.
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21 La honradez EL DESPACHO DE ADOLFO Suárez era un hervidero. Después de su alocución por televisión, el líder ucedista había vuelto a la Moncloa. Se esperaba que por la mañana saliera un Real Decreto por el cual cesaba su gobierno y había que aprovechar hasta el último momento los resortes del poder de cara a los próximos comicios. -Sí… cesamos nosotros, pero no los gobernadores civiles y por tanto pueden utilizarse los métodos de costumbre… De acuerdo… ¡Claro que ganaremos!... No. El PSOE, aunque lo intente, ha quedado muy dañado en todo este lío… ¡No hay competencia! Colgó el auricular y tocó el timbre. El secretario entró. -¿Quién dices que me esperaba? -Monseñor Tarancón… con dos obispos. -¡Lo que faltaba! Que pase. El secretario salió y dio paso al cardenal acompañado de los obispos que fueron con él a la entrevista con Mariano Agudo. -¡Un milagro! ¡Ha sido un milagro! –dijo el representante eclesiástico al tiempo que tendía la mano a Adolfo Suárez, quien besó el anillo de un modo muy ceremonioso. Una vez sentados, el presidente pidió al cardenal: -¿Y a qué debo el honor de su visita? - 148 -
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-Nosotros… est{bamos elevando unas preces, cuando nos llegó la noticia y no he dudado un momento en venir a darle las gracias en nombre de la Iglesia española. -Me alegro… pero no comprendo… -¡Ha sido un golpe maestro! Yo lo comentaba por el camino… ¡Este Su{rez, es mucho Su{rez!... -Me temo que voy a decepcionarle, pero si se refiere al cambio del resultado electoral, ha sido totalmente fortuito y, como dije en mi mensaje televisado, la causa fue un error del ordenador. No he tenido nada que ver en el tema… Aunque me alegra tanto como a ustedes. -¿Un ordenador?... ¿De verdad fue debido a un ordenador? -Sí, desde luego. -¡Qué pena que no se pueda canonizar a las máquinas! – dijo monseñor con cierto desencanto. -En cualquier caso, nosotros vamos a hacer una pastoral incidiendo en que, esta vez, ha sido sólo un susto, pero que los católicos mediten bien la tragedia que puede suponer si se produjera realmente una cosa así. -Me parece muy bien. Si se pudiera aludir, en esa pastoral, a que la UCD defiende el concepto cristiano de la sociedad, yo le estaría muy agradecido. -No sé si tan directamente… pero haremos lo que podamos. El susto ha sido grande y más vale prevenir que curar… A propósito… ya sabe usted que andamos muy mal de fondos. -No tenía idea. -Sí, las subvenciones están llegando tardísimo. - 149 -
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-Daré instrucciones para que se agilicen. -Se lo agradeceré… y no le molestamos m{s… Ya me imagino que estar{ usted muy ocupado… -Sí, bastante. Suárez se levantó y dio por terminada la entrevista. Acompañó a los dos eclesiásticos hasta la puerta. Al despedirse les recordó: -No me olvide el tema de la pastoral, monseñor. -Descuide, se har{ lo que se pueda… Ya sabe que en Toledo y Cuenca no podemos influir… Sus titulares tienen gustos… m{s… azules… -Ya me imagino… Adiós. -¡Quede usted con él, señor presidente! Y se fueron tan tranquilos. Al volver a su despacho el teléfono sonó insistentemente. El presidente lo descolgó. -Sí… P{seme… -¿Cómo est{s, Santiago?... Sí, ya me he enterado… Te diste demasiada prisa en ir a hablar con ellos… Sí, claro, yo me adelanté… pero en mi lugar era lógico… No…, esta vez no habr{ sorpresas… Ganaremos… sí… A vosotros no os afecta, sacaréis los mismos resultados de siempre… Sí… De acuerdo… Un saludo. Después de colgar, Suárez se levantó y salió del despacho encaminándose a las dependencias que en la Moncloa están habilitadas para Gutiérrez Mellado. Entró sin llamar. -¡Mi querido general…! ¿Cómo est{s? -Bien y tú… - 150 -
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-Liadísimo… Todo vuelve a funcionar. -Ya me imagino. -Ya sabes que el Rey se ha empeñado en que el Ejército garantice la pureza de las elecciones. -Sí, he recibido instrucciones directas de Su Majestad. -¿Y qué pensáis hacer? -Yo, nada. Como ministro de este gabinete ceso con vosotros y como militar he considerado que estoy demasiado cerca de ti para participar en nada que concierna a las elecciones. -¿Cómo dices? -Lo que oyes, no voy a intervenir en nada. -Pero… ¿y nuestra amistad? -Como siempre… y ésa es otra de las razones que me obligan a alejarme del tema electoral. -Creo que llevas demasiado lejos tu honradez. -La honradez de un ministro puede tener límites, la de un militar nunca llega demasiado lejos. -No me gusta lo que has dicho. -No te ofendas, quiero decir que un político puede jugar con la verdad de modo que este juego le sea favorable. Para un militar la verdad no tiene más que un camino. -Te das cuenta de que si no puedo contar contigo en esto… -Tampoco contarás conmigo en la formación del gobierno… Me lo imaginaba… y no me preocupa. El que venga lo hará mejor que yo. Tú sabes bien que no fue la ambición lo que me trajo a este despacho… Fue el deber y él me dice que ha llegado el momento de ceder los trastos y dejar paso a otro que - 151 -
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vendrá con el mismo ánimo y el mismo objetivo: servir a España. -¿Estás decidido? -Totalmente. -Está bien, no quiero presionarte. Te deseo suerte. -Y yo a ti. La vas a necesitar. Los dos hombres se dieron la mano y el presidente salió. Mientras se dirigía de nuevo a su despacho, pensó en las palabras del viejo soldado al que había dejado recogiendo sus papeles. ¿De qué pasta estaba hecha aquella gente? No entendían la política. La política era otra cosa.
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22 El final LOS MIEMBROS DEL COMITÉ central del Partido Proletario Revolucionario quedaron en el barracón de la sede central esperando el regreso de Mariano Agudo. Hacían bromas sobre sus respectivos ministerios para matar el tiempo hasta la vuelta de su jefe. La puerta del barracón se abrió y un joven militante con el rostro demudado y un periódico en la mano gritó a los reunidos: -¡Ha sido un error! ¡Todo ha sido un error! Y mostró a los presentes la portada del diario en la que podía leerse: LA VICTORIA DEL PPR, UN ERROR DE LAS COMPUTADORAS. «Las elecciones habrán de repetirse.» Las voces se fueron acallando y los ojos de todos quedaron fijos en los tipos del titular. Mari Ángeles se levantó y arrebató el periódico al muchacho. -¡Trae aquí! Leyó ávidamente y después levantó la vista. -¡Qué barbaridad! ¡Con razón nadie quiso ponerse al teléfono! El resto de los miembros del comité recogieron el ejemplar que Mari Ángeles dejó caer al suelo y se disputaron su lectura. - 153 -
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El silencio siguió a la sorpresa. Uno por uno, fueron volviendo a sus lugares. Tímidamente, el que había sido designado para ministro de Hacienda, dijo: -¿Sabéis lo que os digo? ¡Que se me ha quitado un peso de encima! -¡Toma, y a mí! –le contestó el que hubiera sido responsable de la cartera del Interior. -¡¡Mariano!! –gritó Mari Ángeles. -¿Qué pasa con Mariano? -¡Que va a hacer el ridículo! -¿Por qué? -¿Cómo que por qué? Se ha ido a ver al Rey… a decirle que ya tenía el gobierno formado. -Lo probable es que no le reciba. -En cualquier caso debemos tratar de avisarle… ¡A las bicicletas! –gritó Mari Ángeles al tiempo que salía corriendo hacia el exterior del barracón. Los demás la siguieron y pronto el grupo se encontró pedaleando camino del Palacio de la Zarzuela. Mariano Agudo entraba ya por la carretera de acceso al palacio. Pedaleaba con fuerza. Sin rencor, pero con una buena dosis de mala leche. Recordaba los desaires de los responsables de los partidos que se habían negado a ponerse al teléfono. La barrera de seguridad apareció ante él y le obligó a detenerse. Al acercarse el oficial, Mariano se identificó. En un trámite que Mariano ya conocía, el oficial de la guardia real se dirigió al teléfono y tras una breve conversación mandó levantar la barrera y dio acceso al joven político. - 154 -
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Mariano Agudo dejó su bicicleta al pie de la escalinata, esta vez con más seguridad que la anterior. Después de todo allí habría de aparcar su vehículo durante cuatro años, cada vez que fuera a ver al Rey. ¿O tendría coche oficial? No, de ningún modo. Un revolucionario no podía cambiar sus hábitos con tanta facilidad. Éstas y otras disquisiciones acompañaron a Mariano mientras subía la escalera y entraba en el palacio acompañado del marqués de Mondéjar, a quien había saludado con cierta familiaridad. Todo allí le era ya más familiar. Aunque sólo había ido una vez, su impresión era tan grata que se encontraba a gusto entre aquellos muebles y tapices. En esta ocasión, Mariano tuvo tiempo de ver lo que le rodeaba; menos nervioso que la otra vez, se dio cuenta de que el palacio estaba decorado con buen gusto pero sin lujos, o por lo menos no tantos como pensaba. El palacete –pensó Marianotenía el carácter de su morador; sencillo pero con clase. Cuando vio llegar a don Juan Carlos se adelantó y, sin confusiones de ningún tipo, le tendió la mano al tiempo que una sonrisa le iluminaba la cara. El Rey le hizo pasar a su despacho, con la misma amabilidad que la vez anterior. Una vez sentados, don Juan Carlos inició la conversación. -¿A qué se debe tu visita? Siento molestarle, pero creí que debía comunicarle que hemos decidido evitar todo tipo de pactos y gobernar en solitario. - 155 -
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-¿Gobernar en solitario? –preguntó el monarca al tiempo que por su tono adivinaba que Mariano no estaba al corriente de los últimos acontecimientos. Sí. Hemos estudiado la dificultad de unirnos a otras fuerzas y a pesar de los obstáculos que entraña, asumimos con gusto la responsabilidad que el pueblo nos ha encomendado. La última frase dejó en Mariano un cierto aire de satisfacción, al tiempo que a su interlocutor le creaba una situación de incomodidad. ¿Cómo decir a aquel hombre que todo era un error? ¿Cómo romper, sin herir, el entusiasmo de aquel joven que estaba dispuesto a luchar contra viento y marea? Don Juan Carlos tardó un momento en reaccionar, pero por fin creyó encontrar las palabras justas. -Mariano, me temo que no conoces las últimas noticias. -Ni las últimas, ni las penúltimas. Llevo todo el día liado con el tema de formar gobierno… ¿Qué ha pasado? -Según parece, el resultado electoral que dio la victoria a tu partido fue producto de un error de los ordenadores que computan los datos. Las elecciones habrán de repetirse. Mariano Agudo abrió los ojos, la boca y la nariz. Quiso contestar pero no pudo. Las palabras se negaban a salir. Por fin, un hilillo de voz pareció asomar por su garganta. -¿Está seguro? -No hay ninguna duda. Ya es del dominio público. -¡Una maniobra! –gritó Mariano de repente-. ¡Eso es una maniobra de la derecha! ¡No lo consentiré! ¡No estoy dispuesto…! - 156 -
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-Cálmate, hombre, no hay tal maniobra. Mis propios servicios de información han confirmado la noticia, aun antes de que se supiera en otros medios. Después de las palabras del Rey, el silencio se hizo el amo de la estancia. El cerebro de Mariano Agudo funcionaba a velocidad de vértigo. Por su cabeza pasaban como secuencias cinematográficas los momentos vividos en las últimas cuarenta y ocho horas. Un error. Todo era un error. Con razón no consiguió comunicarse con las cabezas políticas. Nadie, absolutamente nadie, quería ya saber nada de su partido. Miró a don Juan Carlos y una sensación de ridículo le invadió. -Entonces… es verdad… -Sí –respondió el Rey-, no hay ninguna duda. Mariano reflexionó las palabras del monarca, miró al suelo y se levantó; lentamente llegó hasta el ventanal y se quedó contemplando el jardín. Pasado un instante se volvió a su interlocutor y, sin mirarle, dijo en voz muy baja: -Me lo creo porque me lo dice usted. -Puedes asegurarte de la manera que quieras. -No, no hace falta… Perdóneme si he gritado. -No tiene importancia. -Ahora… ahora me voy. Ya no tengo nada que hacer aquí… ni aquí, ni en ninguna parte. Mariano tendió la mano en señal de despedida, don Juan Carlos la estrechó y le acompañó hasta la puerta del despacho. -Sigue luchando; si tú crees que España se puede hacer mejor, sigue luchando. Desde donde estés. Da igual la presidencia del gobierno que otro lugar cualquiera para ofrecer - 157 -
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lo mejor de nosotros por una empresa tan importante. Cada cual desde sus ideas, cada cual desde sus posiciones. -Gracias por todo. No sé si volveremos a venos, pero de todos modos, gracias. Adiós. Don Juan Carlos quedó en la puerta del despacho y Mariano atravesó el interior del palacio hasta la salida. Ya en la puerta, la tarde le envió un aire fresco, que entró por sus pulmones devolviéndole la serenidad. Bajó lentamente la escalera y levantando del suelo su bicicleta la montó y se deslizó hacia la salida. No pensaba volver a su casa, ni al partido, ni a nada. Volvería al pueblo de donde nunca debió salir. El ridículo era algo que Mariano Agudo no podía permitirse y en esta ocasión lo había hecho hasta el infinito. La barrera se levantó a su paso y sus pies frenaron contra el suelo. Allí, delante de él, todo el comité central del PPR, con Mari Ángeles a la cabeza, le esperaba. Sintió como si le corrieran hormigas por todo el cuerpo. Quedó frente a frente de sus camaradas, sin saber qué hacer. ¿Debía decir algo? Por las caras de todos se dio cuenta de que conocían la noticia, por tanto no había nada que decir. Dio impulso a su bicicleta y atravesó el grupo. Sin mirar atrás sintió que todos le seguían. El silencio sólo era roto por los ruidos mecánicos de los pedales y las ruedas que se deslizaban por el pavimento. Cuando la comitiva llevaba recorridos unos doscientos metros, alguien desde el grupo inició la primera estrofa de la - 158 -
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Internacional. Después de un momento de duda el resto le siguió y el canto se fue haciendo más compacto. Mariano Agudo empezó a silabear en voz baja las estrofas y su voz fue aflorando a su garganta. Al tiempo que las lágrimas le empañaban la visión, a pleno pulmón gritó los versos revolucionarios, mientras en su cabeza resonaban las últimas palabras de don Juan Carlos: CADA CUAL DESDE SUS IDEAS, CADA CUAL DESDE SUS POSICIONES.
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Epílogo DETRÁS DE CADA OBRA que no sea huérfana va siempre la firma del autor. Una firma es algo más que un garabato, y si no que se lo pregunten a un grafólogo. Por eso, para eliminar cualquier vestigio de orfandad de esta humilde obra, me voy a permitir firmarla. Y para evitarles a ustedes el trabajo de enviar mi firma a un grafólogo que les cuente qué hay detrás de los firmes trazos de mi rúbrica, yo mismo se lo voy a contar, sin que para ello tengan que pagar al librero ni una peseta. Cuando comencé a escribir Ayer España enrojeció, no esperaba que me diera un solo céntimo, no sabía si algún día se publicaría. Ahora tampoco. Es decir, que llegadas las últimas páginas, empieza a tomar cuerpo la idea de peregrinar por los despachos de las editoriales. Al fin y al cabo –piensa uno-, todo el que escribe tiene deseos de comunicar, y si guardas estos folios en el cajón, no vas a comunicar nada. -¡Y si lo saco del cajón tampoco! –me contesto a mi mismo con la agilidad mental que me caracteriza. -¿Por qué…? ¿Qué demonios he querido yo decir con este libro? -¡Vete tú a saber! -¡Si al menos hubiese escrito Raíces!
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-Sí, pero… yo no soy negro, ni siquiera mestizo, y además no vivo en Estados Unidos, lo que es todo un hándicap… ¡y aún hay más! -¿Más? -Sí, sí… Me importan un r{bano mis antepasados y desde luego no estoy dispuesto a estar diez años buscando en el Registro Civil para saber si hay algún moro en mi familia. -¿Entonces? Éste era el diálogo que mantenía conmigo mismo consumiendo mi pensamiento cuando dudaba entre comerme mi obra con patatas o dársela de comer a ustedes. ¡Mi obra! ¿Se dan cuenta de lo pedante que se pone uno en cuanto rellana unas cuartillas? Vamos por partes: Ayer España enrojeció, ¿es una obra política, si o no? Pues… no sé. ¿Cómo que no sabes? -No lo sé, de verdad que no lo sé… Las obras políticas son m{s profundas… M{s densas… y este libro es una pura caricatura… -¿Qué has querido decir con él? -¡Ya estamos! ¡Tampoco lo sé! ¿Se dan cuenta? La duda me corroe y al final no llegaré a ninguna parte. Analicemos, punto por punto, todos y cada uno de los personajes. -¡Va a ser una paliza! -Bueno... sólo algunos. -¡Vale! ¡Sólo algunos! - 161 -
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Mariano Agudo… ¿Quién es Mariano Agudo? No es nadie. Ni siquiera existe, los demás le llevan una ventaja enorme. Están ahí, son de carne y hueso, pero él es sólo ficción. Lo que sí sabemos de él es que quería cambiar el mundo, pero le daba miedo. Se encontró de golpe y porrazo con el poder y se asustó, porque el poder es un deporte que requiere mucho entrenamiento. Por eso mandan siempre los mismos, porque les enseñaron a mandar desde pequeños. Hay en este país cientos de Marianos Agudo, cientos o miles, Sueñan con una España más justa, más humana, menos desigual y menos crispada. -¿Crispada? ¿Has dicho crispada? -Sí, sí…, eso he dicho. -¿Por qué? -Está claro. Frente a los triunfalistas que hablaron en su día de una transición sin traumas, están los muertos. Nuestra transición sin traumas ha costado más muertos que muchas revoluciones… y luego est{ el desencanto. -¿Qué? -El desencanto, el absentismo, el pasotismo de un pueblo que lo esperaba todo y no ha encontrado nada. -¿Nada? -Nada o muy poco. Elecciones, referéndums, campañas electorales, pintadas… Todo un alarde de medios humanos y económicos para poder ver Emmanuelle, porque en eso se ha quedado nuestra democracia. Es una democracia de películas «S». A partir del 15 de junio al español se le ha empachado de carne, pero sigue con hambre de espíritu. - 162 -
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¿Te parece mal el desnudo? -Me parece igual que el Real Madrid en los tiempos de la dictadura, una pura maniobra de distracción. ¿Y cuál crees que es la solución? -La solución mañana, como en los crucigramas de los periódicos. -¿Pesimista? -¡Quizá! Pero si echas un vistazo al panorama mundial, verás que en el resto del mundo pasa lo mismo. Todos los sistemas tienen su mecanismo para mantener al pueblo distraído en algo. -¿Todos? -Absolutamente todos. Veamos. United States of America. Es el pueblo entretenido por antonomasia y no salen de una cuando les han metido en otra. Sus dirigentes tienen una habilidad especial para que el gozoso pueblo norteamericano tenga siempre un show a su alcance. Les han convencido de que son la reserva de la civilización occidental y gracias a eso andan pendientes de lo que pasa fuera de sus fronteras, pero nadie, absolutamente nadie, se pregunta cómo se podría mejorar lo de dentro. Son felices con votar cada cuatro años a los republicanos o a los demócratas, y uno desde fuera se pregunta: ¿dónde gaitas está la diferencia?...Y, por si fuera poco, tienen a Reagan. -¿Qué pasa con Reagan? -Debe de ser parecido a tener continuamente a los hermanos Tonetti en la televisión dirigiendo discursos al país, y que me perdonen los hermanos Tonetti por la comparación. - 163 -
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El fichaje que hizo el poder al poner a Reagan para solaz del pueblo norteamericano, les ha garantizado entretenimiento para muchos años. -¿Y a los rusos? ¿También los tienen entretenidos? -¡Naturalmente! El pueblo ruso hizo la revolución más grande de la historia y todavía no sabe para qué. Y en eso consiste su entretenimiento. En esperar. -¿Esperar qué? -El socialismo. Llevan años aguantando una dictadura feroz hasta que llegue el socialismo, que es el último nivel de la felicidad. -¿Y no se aburren? -¡Como energúmenos! Pero de vez en cuando les entretienen con invasiones como la de Afganistán. -¿Y quién decide esas cosas? -El partido. -¿Y quién es el partido? -Eso también entretiene mucho al pueblo ruso. -¿Qué? -Averiguar quién manda en su país… -Pero en un régimen como el ruso, ¿no manda el pueblo? -¡…! -¡Bueno, bueno! ¡Tampoco es para ponerse así! ¿Y qué me dices de Europa? -Bien, gracias. Tan entretenidos como los demás. Los franceses mirándose el ombligo, los ingleses recordando el imperio y tomando el té five o’clock, los alemanes haciendo maquinitas para los norteamericanos, los italianos cambiando - 164 -
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de gobierno cada quince días, para que los comunistas no gobiernen, los comunistas cargándose todos los gobiernos en que ellos no están, y a su vez asustadísimos por si algún día les dejan gobernar, y así sucesivamente. -¿Y el mundo árabe? -Más entretenido que ninguno. Cuando parecía que lo iban a ver claro gracias al dinero del petróleo, alguien que temía la reacción popular saca el Corán del baúl y lo pone de moda, coloca a todo el mundo con el culo en pompa mirando hacia La Meca y mientras tanto los jeques en Marbella. -¿Acaso es mala la espiritualidad? -No. La espiritualidad no es mala, lo malo es el fanatismo y la utilización de la espiritualidad. -¿Y Sudamérica? -Hartos de fútbol, ahora se dedican a la toma de embajadas. -El caso es tener a la gente entretenida. -¡Efectivamente! -¿Y quién se beneficia del entretenimiento de los pueblos? -Eso que llaman los poderes fácticos. -¿Quién? -Los poderes fácticos, los que no se ven, los que no dan la cara, los que no son responsables ante nada, a los que nadie ha elegido, con los que nadie cuenta… -Me suena un poco a Kafka. -Y a mí también. -¿Y qué podemos hacer? -Esperar. - 165 -
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-¿A qué? -A que un día las computadoras del mundo entero se vuelvan locas y salgan a la luz los Mariano Agudo que haya por ahí y nos recuerden a todos lo importante que es el hombre, sin apellidos, sin encuadramientos, el hombre dispuesto a morir voluntariamente por defender la libertad de los demás. »Hemos hecho un mundo de sistemas, de dogmas, de colores, de partidos, de ideas que garantizan el bienestar del hombre y en ese mundo cabe todo, menos el propio hombre. -¡Vaya parrafada! -¡Ya no hablo más! Para ser una firma me he extendido demasiado y al final no he dicho lo que iba a decir. -¡Dilo! ¡Todavía estás a tiempo! -No. Creo que los que lean esto tienen que ejercer su derecho a pensar lo que les dé la gana. Por tanto, me retiro a los cuarteles de invierno a preparar la próxima tontería. Si algún día se cruza conmigo por la calle no me mire con odio. Ejercí mi libertad de escribir, para que usted pudiera ejercer la suya de leer. Madrid, 1980
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