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Spanish Pages 488 [490] Year 2012
ANEJOS AESPA
ASTURIAS ENTRE VISIGODOS Y MOZÁRABES
LXIII 2012
Luis Caballero Zoreda Pedro Mateos Cruz César García de Castro Valdés (eds.)
ANEJOS DE
AESPA LXIII
ASTURIAS ENTRE VISIGODOS Y MOZÁRABES
ISBN 978 - 84 - 00 - 09471 - 3
ARCHIVO ESPAÑOL DE
ARQVEOLOGÍA
CSIC
INSTITUTO DE HISTORIA
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Asturias entre visigodos y mozárabes
Anejos de AEspA LXIII
Anejos de AEspA LXIII
INTRODUCCIÓN
ANEJOS DE ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA LXIII
ASTURIAS ENTRE VISIGODOS Y MOZÁRABES (Visigodos y Omeyas, VI – Madrid, 2010)
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Asturias entre visigodos y mozárabes
Anejos de AEspA LXIII
ANEJOS
DE
AESPA
Director: Francisco Pina Polo, Universidad de Zaragoza, España. Secretario: Carlos Jesús Morán Sánchez, Instituto de Arqueología, CSIC-Junta de Extremadura-CCMM, Mérida, España. Comité Editorial: José Beltrán Fortes, Universidad de Sevilla, España; Manuel Bendala, Universidad Autónoma de Madrid, España; Rui Manuel Sobral Centeno, Universidade de Porto, Portugal; Adolfo J. Domínguez Monedero, Universidad Autónoma, Madrid, España; Sonia Gutiérrez Lloret, Universidad de Alicante, España; Pedro Mateos, Instituto de Arqueología, CSIC-Junta de Extremadura-CCMM, Mérida, España; Manuel Molinos, Universidad de Jaén, España; Ángel Morillo, Universidad Complutense, Madrid, España; Ricardo Olmos Romera, Escuela Española de Historia y Arqueología, CSIC, Roma, Italia; Almudena Orejas, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Isabel Rodà de Llanza, ICAC-Universidad Autónoma de Barcelona, España; Inés Sastre Prats, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Ángel Ventura Villanueva, Universidad de Córdoba, España. Consejo Asesor: Juan Manuel Abascal, Universidad de Alicante; Michel Amandry, Bibliothèque Nationale de France, París; Xavier Aquilué, Museu d’Arqueologia de Catalunya, Empúries; Javier Arce, Université Lille; Pietro Brogiolo, Università degli Studi di Padova; Francisco Burillo, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Teruel, Universidad de Zaragoza; Luis Caballero, Instituto de Historia, CCHS, CSIC; Monique Clavel-Leveque, Université Franche-Comté, Besançon; Teresa Chapa, Universidad Complutense de Madrid; Filippo Coarelli, Università degli Studi di Perugia; Carlos Fabião, Universidade de Lisboa; Carmen Fernández Ochoa, Universidad Autónoma de Madrid; María Paz García-Bellido, Instituto de Historia, CCHS, CSIC; Carmen García Merino, Universidad de Valladolid; Pierre Gros, Université Aix-Marseille; Simon Keay, University of Southampton; Pilar León, Universidad de Sevilla; Pierre Moret, Université Toulouse; Domingo Plácido, Universidad Complutense de Madrid; Sebastián Ramallo, Universidad de Murcia; Thomas Schattner, Instituto Arqueológico Alemán, Madrid; Armin Stylow, Emérito de la Kommission für Alte Geschichte und Epigraphik, DAI München; Giuliano Volpe, Università degli Studi di Foggia.
Anejos de AEspA LXIII
INTRODUCCIÓN
LUIS CABALLERO ZOREDA PEDRO MATEOS CRUZ CÉSAR GARCÍA DE CASTRO VALDÉS (eds.)
ASTURIAS ENTRE VISIGODOS Y MOZÁRABES
(Visigodos y Omeyas, VI – Madrid, 2010)
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Instituto de Historia Centro de Ciencias Humanas y Sociales Instituto de Arqueología de Mérida (Junta de Extremadura, Consorcio de Mérida, CSIC) MADRID, 2012
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6Reservados Asturias visigodospor y mozárabes todos entre los derechos la legislación en materia de Propiedad Inte-
lectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.
Imagen de cubierta: Fragmento de placa de cancel de Santianes de Pravia. Asturias. Imagen de contracubierta: ventana de San Salvador de Valdediós (Asturias), muro oeste del pórtico (foto de M.ª de los Ángeles Utrero Agudo).
Han participado en la financiación de este Congreso y de su publicación el Gobierno del Principado de Asturias, el Ministerio de Cultura e Innovación (Subprograma de Acciones Complementarias. Ref. HAR2010-09180-E); el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Ayudas para la organización de congresos nacionales e internacionales en España. Ref. CNG002449); el Centro de Ciencias Humanas y Sociales y el Instituto de Historia (Ref: 09AC09. Financiación de Actividades Científicas); y el Grupo de Investigación «Arqueología de la Arquitectura» (Línea de Investigación «Historia Social del Poder», Instituto de Historia, CCHS, CSIC). El congreso al que pertenecen estas actas forma parte del proyecto de investigación I+D «Análisis Arqueológico de la Arquitectura Altomedieval en Asturias: prospección, estratigrafía y cronotipología». (Ref. HUM2007-61417/HIST), que financia parte de la publicación.
Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es/
© CSIC © de los textos, los autores NIPO: 723-12-090-6 e-NIPO: 723-12-091-1 ISBN: 978-84-00-09471-3 e-ISBN: 978-84-00-09472-0 Depósito Legal: M. 20877-2012 Impreso en España, Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible. Imprenta TARAVILLA S. L. Mesón de Paños, 6. 28013 MADRID
Anejos de AEspA LXIII
SUMARIO
INTRODUCCIÓN .......................................................................................................
9
In memóriam. Roberto Coroneo (Cagliari, 1958-2011) ...........................................
11
La epigrafía medieval asturiana. Los epígrafes de la iglesia de San Juan de Santianes de Pravia Helena Gimeno Pascual y Javier del Hoyo ........................................................
13
Para una historia social de la arquitectura monumental altomedieval asturiana Juan Antonio Quirós Castillo y Margarita Fernández Mier .............................
27
Las fuentes escritas en la investigación del prerrománico Francisco Javier Fernández Conde .....................................................................
55
Observaciones arqueológicas sobre producción arquitectónica y decorativa de las iglesias de S. Miguel de Lillo y Santianes de Pravia Luis Caballero Zoreda ..........................................................................................
89
A finales del siglo IX e inicios del X. Entre asturianos y mozárabes María de los Ángeles Utrero Agudo ....................................................................
125
La plástica asturiana y su relación con la creación visigoda y la andalusí María Cruz Villalón ..............................................................................................
147
¿Un modelo de altar asturiano? Del arquetipo de Quinzanas a la obra excepcional del Naranco Isaac Sastre de Diego ...........................................................................................
179
Asturias y Bizancio: arte e ideología Roberto Coroneo ...................................................................................................
209
Visigodos, asturianos y carolingios César García de Castro Valdés ............................................................................
229
Saint-Denis y St. Gallen: aspectos de la arquitectura religiosa en el reino carolingio Matthias Untermann .............................................................................................
287
Alaba wa-l Qilâ¿: la frontera oriental en las fuentes escritas de los siglos VIII y IX Juan José Larrea y Ernesto Pastor .....................................................................
307
El espacio circumpirenaico occidental durante los siglos VI al X d.C. según el registro arqueológico: algunos interrogantes Agustín Azkarate Garai-Olaun e Iñaki García Camino .....................................
331
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Asturias entre visigodos y mozárabes
Anejos de AEspA LXIII
Geometría, metrología y proporción en la arquitectura altomedieval de la meseta del Duero Lorenzo Arias Páramo ..........................................................................................
353
Aproximación a una síntesis de la arquitectura en los territorios cristianos que conformarán Cataluña (siglos VI al IX) Eduard Carbonell Esteller ....................................................................................
391
Galicia, la crisis del siglo VIII y la transición al mundo medieval. Nuevas propuestas para viejos problemas José Suárez Otero ..................................................................................................
415
O Norte de Portugal entre os séculos VIII e X: balanço e pèrspectivas de investigação Luís Fontes .............................................................................................................
443
Asturias entre visigodos y mozárabes. Observaciones finales Chris Wickham .......................................................................................................
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INTRODUCCIÓN
Creemos suficientemente conocidas las intenciones de las reuniones «Visigodos y Omeyas»: facilitar la renovación de la investigación del paso entre la romanidad tardía y la alta Edad Media en la Península Ibérica y provocar diálogo y discusión sobre el tiempo de cambio alrededor de la fecha del 711, de la que por cierto se cumplió el cuarto centenario el año pasado. Ambas intenciones se pretendía conseguir a través de reuniones interdisciplinares, con distintas miradas y diversos enfoques sobre aquel momento, intentando entrecruzar la visión a uno y otro lado de la frontera cronológica, procurando en lo posible que no se disgregaran a cada uno de sus lados. En esta última reunión, la sexta, el tema se ha centrado en una región, Asturias, coincidiendo con el centenario de los sucesos de cuya explicación parten las reuniones. Podemos considerar de alguna manera ésta una celebración de aquel momento. La reunión presenta dos diferencias señaladas con respecto a las anteriores, una que se celebra en Madrid, disfrutando del nuevo Centro de Ciencias Humanas y Sociales, y otra que no trata un tema general. Las anteriores se celebraron sobre el tema del nombre (un debate entre la antigüedad tardía y la alta edad media), cerámicas, escultura, arquitectura y arqueología territorial o espacial, pero siempre abarcando en lo posible el ámbito de la Península Ibérica. Esta vez se dedica a una región concreta como es Asturias. Pero se ha procurado no perder el carácter de temática ibérica y mantener las relaciones con otras regiones peninsulares. No se pretendía presentar cerrada una reunión exclusiva y especializado sobre Asturias y, en este sentido, no se escapa a nadie la ausencia de especialistas que podrían haber estado presentes, pero la actividad tenía un límite que no podíamos rebasar. Entre los ponentes se había previsto la presencia de Christian Sapin (Centre d’études médiévales de
Auxerre), Chris Wickham (Universidad de Oxford) y Roger Collins (emérito de la Universidad de Edimburgo). Los dos primeros tenían un compromiso previo con el magno Congreso que por las mismas fechas se celebró sobre Cluny. Chris Wickham aceptó muy gustoso redactar unas conclusiones, como se ha hecho en las demás reuniones, conociendo los textos definitivos. Roger Collins aceptó en principio su participación pero no pudo acudir finalmente por problemas personales. Lamentamos no poder publicar una de las ponencias que participó en la reunión pero que por diversas razones no llegó en tiempo y forma a este volumen, la del Dr. Eduardo Manzano Moreno (CCHS, CSIC, Madrid). (En este momento, las conferencias aceptadas por sus autores están colgadas en Internet en la dirección: http://www.youtube.com/ user/CCHSCSIC#p/c/3902EE671C565B88). Agradecemos la presencia de todos los ponentes y asistentes a la reunión. También agradecemos la ayuda que nos prestaron en la realización de las jornadas al Dr. Julio Escalona Monge (Instituto de Historia, CCHS, CSIC), y a los compañeros Dr. Francisco Moreno Martín (Universidad Complutense de Madrid), quien actuó de secretario, Dra. M.ª Ángeles Utrero Agudo (CCHS, CSIC, Madrid) y José Ignacio Murillo Fragero. Agradecemos también a las instituciones y personas que con su apoyo, financiación y trabajo han hecho posible la realización de esta Reunión, financiada por el Ministerio de Cultura e Innovación, la Consejería de Cultura y Deportes del Gobierno del Principado de Asturias, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el Centro de Ciencias Humanas y Sociales y su Instituto de Historia. LUIS CABALLERO ZOREDA PEDRO MATEOS CRUZ CÉSAR GARCÍA DE CASTRO VALDÉS
IN MEMÓRIAM ROBERTO CORONEO (CAGLIARI, 1958-2011)
Pasado algo más de un año de la celebración de la reunión tuvimos noticia del fallecimiento de Roberto Coroneo al que dedicamos un emocionado recuerdo. El profesor Coroneo participó en la reunión, a la que asistió acompañado de sus alumnos universitarios que visitaron con nosotros los monumentos de Oviedo. Le conocimos con motivo de su participación en la cuarta reunión de Visigodos y Omeyas, sobre escultura. Entonces, visitando algunos monumentos altomedievales, tuvimos la ocasión de tratarlo por primera vez junto a su maestra Renata Serra, que le había dirigido su tesi di laurea sobre la escultura altomedieval de Sant’Antioco. Investigador, profesor, catedrático y preside, decano, de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Cagliari. Historiador del arte medieval especializado en arquitectura altomedieval de Cerdeña; arquitectura románica de Cerdeña, Córcega y Toscana; y escultura bizantina de Cerdaña y Campania. Últimamente ampliaba sus estudios a Constantinopla y Asturias. Su objetivo fue el de contextualizar en el Mediterráneo la producción histórico-artística de Cerdeña. Inició sus publicaciones colaborando con Renata Serra en los volúmenes de Sardegna Romanica (Zodiaque 1989) y Pittura e Scultura dall’età romanica alla fine del ‘500 (Ilisso 1990). Su primera publicación la realizó en 1988 con un estudio sobre escultura altomedieval y románica en Oristano (Revista Biblio-
teca Francescana Sarda). Entre su abundante producción científica destacan monografías como Architettura romanica dalla metà del mille al primo ‘300 (1993), Scultura mediobizantina in Sardegna (2000), Sardegna preromanica e romanica (2004), Chiese romaniche della Corsica: architettura e scultura (2006) y Arte in Sardegna dal IV all’XI secolo (2011). Expresión de sus facetas investigadora, educativa y divulgativa fueron los proyectos de valorización de la historia del Arte medieval, con las nuevas tecnologías de la comunicación, en los que colaboró ayudando a idear y desarrollar. Así, el portal internet Sardegna Cultura, dedicado a la cultura sarda, en el que se catalogaron la mayoría de las obras de arte y monumentos de la isla (www.sardegnacultura.it Junta de Cerdeña, coordinador general de contenidos); el Laboratorio Risorse Digitali de la Universidad de Cagliari (coordinador) donde se recoge la documentación fotográfica del departamento de Scienze Archeologiche e Storico-artistiche; y el Itinerari e Rete del Romanico in Corsica, Sardegna e Toscana (coordinador científico) que aglutina los itinerarios del románico del alto Tirreno. Fue considerado un magnífico profesor y conferenciante, que transmitía su entusiasmo y la emoción de los temas que trataba a sus alumnos en sus clases y al público en general en sus charlas. Con su reconocida capacidad de divulgador consiguió difundir en su tierra sarda temas hasta entonces reservados a los especialistas.
LA EPIGRAFÍA MEDIEVAL ASTURIANA. LOS EPÍGRAFES DE LA IGLESIA DE SAN JUAN DE SANTIANES DE PRAVIA POR
HELENA GIMENO PASCUAL Centro CIL II. Universidad de Alcalá de Henares
JAVIER DEL HOYO Universidad Autónoma de Madrid*
RESUMEN Los autores hacen una breve introducción a la epigrafía medieval de Asturias, para centrarse en las tres inscripciones conservadas de Santianes de Pravia, especialmente en la laberíntica del rey Silo, analizando detenidamente los problemas textuales y de tradición que ésta presenta. ABSTRACT Authors make a brief introduction to medieval epigraphy in Asturias and they focus their attention on the three inscriptions preserved at Santianes de Pravia, mainly the labyrinthic one belonging to the king Silo, by analyzing accurately the textual problems and its tradition.
inscripciones medievales de Asturias constituye una excepción, siendo casi la única2 provincia de la actual España que presenta un corpus sistematizado y estudiado.3 Parece, por otra parte, lógico que sea la región donde mayor número de epígrafes se haya producido en época altomedieval, tratándose de la primera monarquía peninsular tras el 711, y habiendo construido desde esa fecha numerosos edificios civiles y religiosos, cuya epigrafía debía servir para recordar y dar a conocer a generaciones venideras unas señas de identidad propias, frente a una cultura árabe predominante en gran parte de la península. Asturias y León concentran en su territorio gran
PALABRAS CLAVE: Epigrafía medieval, Asturias. KEY WORDS: Medieval epigraphy, Asturias.
1.
INTRODUCCIÓN A LA EPIGRAFÍA ASTURIANA MEDIEVAL. EL HÁBITO EPIGRÁFICO EN LA MONARQUÍA DE ASTURIAS
Si bien la epigrafía medieval de Hispania está aún por estudiar de forma sistemática y —sorprendentemente— no se ha hecho de ella un objeto de investigación similar al de época clásica,1 el conjunto de * [email protected], [email protected]. Esta contribución se ha realizado en el marco de los proyectos coordinados HAR2009-12932-C02-01 y 02 concedidos por el Ministerio de Ciencia e Innovación (2009). 1 En efecto, falta un proyecto común de investigación semejante al de la epigrafía latina clásica (CIL II); un centro de investigación que unifique y centralice los estudios sobre la
materia, similar al ubicado en Alcalá de Henares; una revista que publique todas las novedades, semejante a Hispania Epigraphica para Hispania o a L’Année Épigraphique para el mundo romano; y trabajos monográficos que vayan sacando a la luz las inscripciones inéditas que aún se conservan en lugares perdidos de nuestra geografía y hagan ediciones críticas fiables. Un ejemplo en este sentido que deberíamos imitar es el Archivo de R. Favreau vinculado a la Universidad de Poitiers, que falta aún en nuestro país. 2 Por iniciativa del Departamento de Paleografía y Diplomática de la Universidad de León se han iniciado las labores de recopilación de la epigrafía medieval de Castilla y León con vistas a un Corpus Inscriptionum Hispaniae Medievalium, cuyos fascículos serán publicados por la editorial Brepols. Hasta el momento sólo ha salido a la luz el Corpus de la provincia de Zamora, a cargo de M. Gutiérrez Álvarez (León – Turnhout 1997), si bien hay varias provincias más en preparación. 3 Aparte de la obra de Diego Santos (1994), pionera como corpus de epigrafía medieval en la península, ha habido una renovación de los estudios epigráficos asturianos gracias a los importantes trabajos de C. García de Castro Valdés, que considera los epígrafes en sus contextos (cf. García de Castro 1995 y 2008).
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Helena Gimeno Pascual y Javier del Hoyo
número de las inscripciones medievales de Hispania dadas a conocer. La epigrafía que presenta Asturias es muy rica y variada en su temática, debiendo destacar una menor proporción de epitafios4 respecto a la época clásica, en la que éste es el tipo de inscripción que predomina (casi el 85% del corpus). De este modo, nos encontramos inscripciones honorarias y monumentales, testimonio de las donaciones hechas por los reyes. Deben nombrarse también las que aluden a la construcción de iglesias, cenobios y monasterios, realizada gracias a la iniciativa y liberalidad no sólo de la monarquía, sino de la nobleza, así como los epígrafes que indican la consagración de esas iglesias. Otra de las características es que casi toda esta epigrafía se encuentra aún in situ, no en museos o colecciones particulares, por estar empotrada en los propios edificios. Encontramos repartidas por toda el área de la provincia (Diego Santos 1994: mapa en 272-273) aras, pilas bautismales, cajas relicarios, cruces procesionales, inscripciones a la cruz, verjas de coro, peticiones, dedicaciones... Mención aparte la constituyen las inscripciones grabadas sobre campanas, de las que Asturias cuenta con un estudio propiamente dicho (ib. 260, 1 al 13). En la propia Oviedo encontramos gran número de epígrafes empotrados en la catedral, en sus distintas dependencias, en la Cámara Santa, el claustro, la sala capitular... También en los monasterios de la capital (Santa Marina, San Vicente, San Pelayo, Monasterio de la Vega). Ya en la provincia podemos ver concentrados algunos núcleos epigráficos en la iglesia de San Martín de Salas, en Teverga, el Conventín y monasterio de Valdediós, en la iglesia prerrománica de Santo Adriano de Tuñón, etc. Especialmente interesantes resultan las imprecaciones, una continuación natural en pleno cristianismo medieval de las tabellae defixionum paganas. Así tenemos en Valdediós, sobre el dintel de entrada a la nave principal del Conventín, la petición de la muerte para el ladrón que robe los dones que allí se depositan (vibens eum sorbeat terra), y la mendicidad y la lepra para los descendientes (mendicitas et lebra prosapia teneat sua) de quienes quieran profanar el 4 Contamos con 141 epitafios respecto a un corpus de 289 inscripciones en total (Diego Santos 1994), algo menos del 50%. En otras zonas de la península son, sin embargo, mayoría las inscripciones funerarias en época medieval, como por ejemplo en la provincia de Huesca (véase A. Durán Gudiol, «Las inscripciones medievales de la provincia de Huesca», en Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón VIII, 1967, pp. 45-153), donde el mayor número se lo lleva el obituario de Roda de Isábena.
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templo (Diego Santos 1994: 227). En el dintel de las puertas que dan paso a las sacristías se pide para el ladrón que sea quemado con todos los impíos en el infierno (cremetur cum omnibu[s impiis aeternis ignibus in inferno]) (ib. 228). Resultan también interesantes las imprecaciones en que se alude a Judas como compañero de castigo de los ladrones de dádivas (id. 228, 236). Capítulo aparte lo constituyen los carmina epigraphica, ya que en este punto la epigrafía medieval asturiana resulta especialmente prolija.5 El único ritmo que se desarrolla es el dactílico, bien en tiradas de hexámetros, bien en dísticos, bien en hexámetros combinados caprichosamente con pentámetros sin formar necesariamente dísticos. Más de cincuenta inscripciones en verso se conservan procedentes de Asturias. Algunas de ellas como la consagración del Conventín de Valdediós, fechada por la era hispánica el 16 de septiembre del año 893, son de gran belleza estilística. En cuanto a la cronología, vemos que el arco va desde el año 737, en que se fecha la inscripción de Santa Cruz de Cangas (Diego Santos 1994: 253), epígrafe que presenta algunos problemas cronológicos como veremos más adelante, hasta finales del siglo XV, donde comienzan a combinarse los textos en latín con otros en lengua romance. No deja de ser significativo que haya un notable aumento del hábito epigráfico en los siglos X y XI, momento clave en la historia de la monarquía asturleonesa, en que se sienten llamados a asentar con firmes pilares las bases de su propia historia, para lo que la epigrafía ayudará notablemente. Tras esta vista panorámica, vamos a centrarnos ahora en un núcleo concreto.
2.
LA EPIGRAFÍA DE SANTIANES DE PRAVIA
El conjunto epigráfico de la iglesia asturiana de San Juan en Santianes de Pravia,6 está formado sólo por tres tituli. Uno de ellos indica que el rey Silo7 (774 - 783) hizo algo que en el texto no consta ex5 Nada menos que 56 inscripciones en verso están recogidas. Algunos trabajos monográficos al respecto, como M. Pérez González, «Inscripciones en verso del s. XII en el Reino Asturleonés» en (M. Pérez; José M.ª Marcos y E. Rodríguez, eds.) Pervivencia de la tradición clásica. Homenaje al profesor Millán Bravo. Valladolid, 1999, pp. 91-113. 6 Situada sobre el río Nalón, a 50 km al noroeste de Oviedo, y a solo 15 km del mar. Debemos acceder hoy a ella por la AS-16 desde Cornellana. 7 Hemos conservado la fonética Silo siguiendo la tradición, a pesar de que el nombre correcto en castellano sería Silón, por tratarse de un tema en nasal.
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plícitamente, pues falta el objeto del verbo facere, por lo que se ha supuesto, lógicamente, que se refería a la propia iglesia.8 Los otros dos textos, que no presentan tantos problemas de interpretación, están vinculados a la fundación y consagración de la iglesia. Ahora bien, el reciente análisis arqueológico de la arquitectura de la iglesia (Caballero 2010) ha dado como resultado que la construcción de la misma es del siglo X. Nos enfrentamos, pues, a un nuevo caso de contradicción9 entre los datos cronológicos que proporciona la epigrafía y la realidad de los datos arquitectónicos —resultado de la revisión con nuevos métodos arqueológicos— de algunos monumentos altomedievales que obliga a revisar la cronología tradicional atribuida a esos edificios. Así, el epigrafista se ve obligado a un análisis nuevo extremadamente preciso del epígrafe, de su relación con el lugar al que estaba destinado y de su transmisión.
LA EPIGRAFÍA MEDIEVAL ASTURIANA
2.1. EPÍGRAFE
DEL REY
15
SILO (fig. 1)
Se trata de una placa de caliza grisácea que «estaba sobre el arco por donde entran del cuerpo de la iglesia para el crucero» (Carvallo 1613/1695: 149). Parece que la piedra fue destruida en el siglo XVII, al hacerse reformas en la iglesia. Cuenta C. Miguel Vigil (1887, I, 474; lám. Ua I10) que, según informaciones de un amigo que lo había visto, Modesto Lafuente había recogido en 1852 un pequeño trozo que correspondía justamente a la parte central de la inscripción, a las letras S I, y que sus letras medían 2 cm. Este fragmento está hoy desaparecido. De la placa sólo se conserva hoy un pequeño fragmento de (18,5) × (16,5) × 12 cm, hallado en 1975 en las obras de J. Menéndez-Pidal «al remover los escombros del presbiterio» (Fernández Conde y Santos del Valle 1987: 324), que pudo ser recortado para su reuti-
Fig. 1. Fragmento conservado del epígrafe del rey Silo. Santianes de Pravia (Foto: J. del Hoyo).
8 En el coloquio que siguió a la exposición de esta ponencia, F. Arce propuso que fuera el propio laberinto de la inscripción el que hubiera hecho el rey Silo. 9 Similar a los de San Juan de Baños (véase J. del Hoyo, «A propósito de la inscripción dedicatoria de San Juan de Baños» en (C. Fernández y J. Gómez Pallarès, eds.) Temptanda viast. Nuevos estudios sobre la poesía epigráfica latina. SPUAB. Bellaterra 2006, ed. CD); o San Pedro de la Nave (H. Gimeno, «La epigrafía en San Pedro de la Nave» en (L.
Caballero, coord.) La iglesia de San Pedro de la Nave (Zamora), Zamora 2004, pp. 239-274; J. Carbonell y H. Gimeno, «A vueltas con la placa de Nativola (CIL II2/5, 652). Nuevos elementos para la reflexión», Sylloge Epigraphica Barcinonensis, VIII, 2010, pp. 73-96. 10 La ilustración de C. Miguel Vigil es reproducida por F. Diego Santos (1994, p. 172, fig. 15), y aprovecha para señalar en ella el fragmento que hoy sí se conserva.
16
Helena Gimeno Pascual y Javier del Hoyo
lización como losa (Caballero 2010: 11), y se encuentra hoy conservado en el Centro de Interpretación cercano a la propia iglesia de Santianes de Pravia,11 donde la vimos y fotografiamos en enero de 2011.12 Corresponde a la parte central derecha, a las columnas 15-19 y a las filas 5-9. Presenta letras capitales, de 2 cm, lo que permite reconstruir la placa original, que sería de unos 45 × 53 × 1213 cm. El campo epigráfico está dividido en una retícula de 285 cuadrados de 3 x 3 cm, donde cada uno alberga una de las letras. [------] [---]C E P S F [---]N C E P S [---]I N C E P [---]R I N C E [---]I N C E P [---]C E P[S] [------] Vaseo 1552, 121-122; Morales 1574, c. 24; ID. 1765, 109; Tirso de Avilés 7; Yepes 1609 III, 256; Carvallo 1613/1695, 149; Risco XXXVII, 117; Masdeu IX, 44; Jovellanos, Diario 4.º (16-VII-1792); Caveda 1879, 95; Quadrado 43; Miguel Vigil 474, lám. Ua I; Hübner, IHC 45; Casariego 1983, 239-240; Fernández Conde y Santos del Valle 1987, 238; Diego Santos 1994, n.º 175; García de Castro 1995, 81-83, n.º 35, foto 34; Caballero 2010, 12, fig. 18. El texto se ha concebido como una figura geométrica plana, una auténtica sopa de letras rectangular con 15 filas y 19 columnas, donde las letras se disponen simétricamente a partir de una letra central, una S (inicial del nombre del rey), de arriba abajo y de izquierda a derecha, a excepción de 5 letras, la S central y las cuatro T que se sitúan en los ángulos. La lectura comienza en la S del centro, y del orden y dirección que sigamos dentro de la piedra pueden obtenerse hasta 45.760 formas distintas de leer la secuencia Silo princeps fecit al aplicar la fórmula del número combinatorio.14 Los distintos caminos mueren siempre en los cuatro ángulos utilizando cualquiera de los recorridos. Pero, además, la figura resultante 11 Una reproducción de la placa con todas sus letras se encuentra en la iglesia, en el lugar donde se cree que estuvo la original, otra en el Centro de Interpretación cercano a la iglesia, y otra al pie de la estatua del rey Silo, en la Plaza del Ayuntamiento de Santianes de Pravia. 12 Queremos agradecer todas las facilidades dadas para el estudio y fotografía de las tres piezas. 13 J. Menéndez-Pidal calcula unas medidas exactas de 42,15 x 52,96 cm. 14 Agradecemos a Irene Ovejero la ayuda proporcionada en este cálculo.
Anejos de AEspA LXIII
produce también otro efecto: se perciben tres espacios graduales —como si fueran círculos o rombos concéntricos— cada uno con una de las palabras de la frase: en el centro el nombre personal, SILO, en el siguiente la dignidad, PRINCEPS, y en los ángulos el verbo, FECIT. Es un palíndromo - caligrama, una figura que añade al contenido semántico un mensaje visual a través de la figura geométrica.15 El esquema que se sigue en la figura de Silo es exactamente el mismo que el que se encuentra en el centro de un mosaico laberíntico de la basílica norteafricana de San Reparato en El Asnam (Argelia), cuya figura es un cuadrado de 13 columnas y 13 filas, que genera visualmente —a partir de una S central— una cruz central formada por la palabra SANCTA, y otras dos figuras: un rombo con la palabra SANCTA y cuatro triángulos en los ángulos con la palabra ECCLESIA.16 Estos artificios caligráficos parecen haber cobrado gran auge en los scriptoria medievales de la Península a partir del siglo X, pues este tipo de figuras se encuentra en códices de dicha centuria, como se ha puesto ya de relieve.17 Uno de los más conocidos, porque posee varias de ellas, es el códice de Vigila, compuesto —según Díaz y Díaz18— entre los años 974 y 976, y conservado actualmente en la bibliote15 Estas figuras y artificios son bien conocidas desde la Antigüedad clásica, entre ellas los llamados ‘cuadrados mágicos’, de los que el más célebre en la epigrafía latina fue el de SATOR / AREPO / TENET / OPERA / ROTAS, del que hay testimonios ya desde el s. I y del que se conservan más de veinte ejemplos en todo el Imperio repartidos por distintos museos. Este presenta una combinación de cinco palabras de cinco letras cada una, que permiten hacer la misma lectura en todas las direcciones (de entre la ingente bibliografía existente al respecto sobre él puede consultarse a forma de síntesis el trabajo de Margherita Guarducci, «Il misterioso ‘Quadrato Magico’, l’interpretazione di Jérome Carcopino e documenti nuovi», Rivista di Archeologia Classica XVII, 1965, pp. 219270; y el más reciente de R. Camilleri, Il quadrato magico, Milán 1999). También en la literatura latina se hicieron célebres los carmina figurata, cuya composición aparece ya en los bucólicos griegos. En latín los introdujo Porfirio Optaciano, quien a comienzos del siglo IV envió un panegírico en verso al emperador Constantino en 26 capítulos, Panegyricus dictus Constantino Aug., cuyos versos están dispuestos de tal manera que forman diferentes figuras, como un altar, un órgano hidráulico, etc. Autores posteriores como Venancio Fortunato y, especialmente en el renacimiento carolingio, Alcuino o Rabano Mauro, entre otros, hicieron este tipo de composiciones cuya figura más corriente era la de la cruz. 16 J.-P. Caillet, «Le dossier de la basilique chrétienne de Chlef (anciennement El Asnam, ou Orléansville)», Karthago 21, 1987, pp. 151-154, lám 16. 17 S. Noack-Haley en Hispania Antiqua. Christliche Denkmäler des frühen Mittelalters vom 8. bis ins 11. Jahrhundert. Mainz, 1999, p. 84. 18 Libros y librerías en la Rioja altomedieval, Logroño, 1979, p. 64.
Anejos de AEspA LXIII
ca de El Escorial.19 Ahora bien, el hecho de que la inscripción que nos ocupa se relacione con una obra realizada por el monarca astur Silo, que reinó entre los años 774 y 783, supone aceptar que éste es el palíndromo más antiguo, en territorio peninsular, grabado en piedra y el único atestiguado dos siglos antes de que aparezcan estos poemas figurados en los códices, hecho que no deja de sorprender en una época en la que el hábito epigráfico en el norte es todavía limitado. Habrá que esperar hasta mediados del siglo IX para que se produzca una reinstauración del hábito epigráfico áulico en dicha área.
2.1.1.
a)
La tradición historiográfica y su transmisión hasta fines del siglo XVII
Epitafio de Silo en Oviedo. Traslado desde Santianes a San Pelayo de Oviedo
Si fuera cierta la siguiente noticia de C. Miguel Vigil: «se hace mérito del letrero en el códice de Vigila del año 976 existente en la biblioteca de El Escorial,20 y el índice de lo que contiene copiado de Morales, se inserta en el tomo II de las Memorias de la Real Academia de la Historia, fol. 559» (1887. I: 474), sería ésta la más antigua alusión al texto. Pero es precisamente en el índice de A. de Morales donde el cronista trae a colación el «epitafio» (sic) de Silo —¡situándolo en Oviedo!— a propósito de otros palíndromos que en dicho códice se encuentran: Sequuntur versus trochaici, quibus Vigila Dei auxilium implorat. Duo sequentia folia implexam habent, et in sese revolutam, scribendi formam, qualis in Silonis regis epitaphio Oveti conspiciuntur. Idem legas, si in anteriora pergas, si retrorsum cedas, si inferiores, si superiores litteras sequaris, si latera, si angulos ex transverso circumspicias. Fuit illis Vigilae temporibus hoc tantum ingenii acumen eximium et plurimi habitum, et usurpatum.21 19 Véase al respecto M. C. Díaz y Díaz, op. cit., 72-74; J. Romera del Castillo, «Poesía figurativa medieval: Vigila, monje hispano-latino del siglo X, precursor de la poesía concreto-visual», 1616. Anuario de la Sociedad española de literatura general comparada, IV, 1980, pp. 138-155. 20 Signatura Ms. D.I.2. 21 Ambrosii Morales opuscula historica quorum exemplaria in R. D. Laurentii Bibliotheca vulgo del Escorial custodiuntur...: tomus III, collectore anotatoreque fray F. Valerio Cifontano, Matriti 1973. En la p. 69 están los Excerpta insignia ex codice conciliorum scurialensis bibliothecae, qui Vigilanus, seu Albeldensis appellatur: deque ejusdem codicis dignitate judicium: necnon et ex alio ejusdem bibliothecae conciliorum Codice pervetusto, qui Aemilianensis dicitur. Según estos extractos del P. Cifuentes la descripción del códice la realizó Morales el año 1571 (ibid. p. 75-76) y respecto a la inscripción de Silo dice lo siguiente (ibid. p. 72): Secundi
LA EPIGRAFÍA MEDIEVAL ASTURIANA
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Parece evidente que cuando A. de Morales realiza la descripción del códice de Albelda en la biblioteca de El Escorial22 no conoce el texto de la inscripción, pues la considera funeraria (in Silonis regis epitaphio Oveti conspiciuntur), ni la ha visto aún personalmente. Sin embargo, cuando realiza su viaje a Asturias y Galicia un año después (1572) asegura que la inscripción se encuentra en Santianes de Pravia. Esta contradicción sólo podría explicarse si antes de su viaje hubiera manejado los datos de la edición del Chronicon rerum memorabilium Hispaniae de J. Vaseo, impreso en Salamanca en 1552, y en donde, efectivamente, se publica por primera vez el laberinto del rey Silo.23 J. Vaseo edita, además, otra inscripción que, de haber existido, sí habría sido un epitafio, pues se encontraba «in mausoleo» y en la que las letras H. S. E. S. S. S. T. L. se interpretaban como h(ic) s(itus) e(st) S(ilo) s(it) s(ibi) t(erra) l(evis). De esta inscripción se hace eco también el P. Carballo,24 según el cual el Maestro Custodio, un historiador asturiano del siglo XIV, autor de una Crónica citada con frecuencia por él,25 decía que los restos de Silo y Adosinda fueron trasladados desde Santianes al Monasterio de San Pelayo de Oviedo y se conservaban en una cámara a la espalda de la capilla mayor, cubiertos los del Rey con una losa en que se leían las letras H. S. E. S. S. T. T. L., abreviatura de h(ic) s(itus) e(st) S(ilus) s(it) t(ibi) t(erra) l(evis). F. de Selgas estaba convencido de que esta última inscripción no había existido nunca ya que sienfolii prima pagina carmen habuit, quod in margine trocaicum esse monstratur. In eo Vigila Scriptor Dei auxilium deposcit. Sequens pagina cum duobus foliis sequentibus habuit implexam, et in sese revolutam scribendi formam, qualis in epitaphio Silonis Regis est. Petit scriptor idem auxilium, eodem carmen. El texto completo del índice de A. de Morales se encuentra en el vol. segundo de las Memorias de la RAH (1796, p. 559) y además en F. Antonio González, Colección de Cánones de la Iglesia española, con notas e ilustraciones de J. Tejada Ramiro, tomo I, Madrid 1849, p. XX. 22 Hoc itaque anno, qui nunc est, Dominicae nativitatis millesimo quingentesimo septuagesimo primo, mensis Maii die vigesimo quarto, anni expleti sunt quingenti nonaginta quinque, postquam codex fuit finitus. Cf. Antonio González, op. cit., p. XIX. 23 F. 122; en la edición de Colonia de 1577 está en el f. 489. 24 Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias por el P. Luis Alfonso de Carvallo Madrid, 1695, p. 156 y apud F. de Selgas, «La primitiva basílica de Santianes de Pravia (Oviedo) y su panteón regio», Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, Madrid 1902, p. 6 n. 3. 25 Según C. Cid Priego («Las joyas prerrománicas de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo en la cultura medieval» Liño. Revista Anual de Historia del Arte, 10, 1991, pp. 7-46), este «enigmático maestro» parece haber sido un monje benedictino que vivió en Oviedo en el siglo XIV (p. 13). No es citado antes de Carvallo, y vuelve a aparecer en los Timbres históricos de la ciudad de Oviedo, obra anónima de 1753.
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Helena Gimeno Pascual y Javier del Hoyo
do una fórmula sepulcral romana, «su pagana forma habría sido proscrita por el cristianismo», como efectivamente lo fue, ya que la fórmula desaparece de la epigrafía latina de la península en el siglo V. Para este autor, «el cronista Vaseo hizo suyo el error de Custodio, y de él lo tomaron Mariana, Carballo y la mayor parte de nuestros historiadores». Evidentemente corresponde a la parte final de un epígrafe romano que pudo existir, y en cuya interpretación se interpoló el nombre del rey. Así pues, con anterioridad a Vaseo, salvo para la inscripción sepulcral que el misterioso —y solamente mencionado por Carballo— Maestro Custodio reporta, no hay noticias de estos epígrafes y está claro que esta tradición más antigua situaba ambas inscripciones en Oviedo. Desconocemos si Vaseo estuvo en Oviedo y, por tanto, si es fuente directa o no. Así, esta primera tradición situaría las dos inscripciones de Silo en Oviedo y sólo Custodio las situaría en la iglesia de San Pelayo.
b)
Silo en Santianes, sepultado y constructor
La segunda tradición, que sitúa la inscripción de Silo en Santianes de Pravia, la tenemos documentada a partir de Ambrosio de Morales. Según este autor, Silo estaba allí enterrado porque «lo dicen todos nuestros historiadores de autoridad», pero él no menciona quiénes. Cuando el cronista publica su viaje26 a Asturias realizado en 1572, en el párrafo relativo a Pravia, corrige a Vaseo: «Pravia. Puerto de mar en la boca del río Nalón, seis leguas de Oviedo al Poniente: allí esta enterrado el rey don Silo en la iglesia del lugar que él fundó en honra y con advocación de San Juan Bautista. Que él edificase la iglesia, dícelo la piedra que dexo en ella con tal manera de Escritura, que poniendo la primera letra como por centro en el medio, discurre la escritura a todas partes y esta es la mas antigua escritura o cifra que se halla desta forma en España, y de allí parece se tomó para usarse después tanto como en los libros antiguos la vemos, y hay hartos de ellos en el real Monasterio de San Lorenzo, con otras variedades y enredos que después sobre esto inventaron y lo que la piedra contiene es esto: SILO PRINCEPS FECIT. Vaseo la imprimió de la forma que ella está, aunque se engañó en decir que la piedra y el rey estaban en Oviedo, estando como están allí en Pravia. Que esté allí enterrado, dícenlo todos nuestros historiadores de autoridad y cierto que parece que labró para eso la iglesia. A Vaseo le engañaron en decirle que esta piedra estaba en Oviedo, y que el rey Silo estaba allí enterrado [en nota al margen: «también se engañó en esto la Cronica General»]. También está enterrado en Pravia el mal rey Mauregato, y asi el arzobispo don Rodrigo y don Lucas dicen del que, sepultus est pravus in Pravia. Estos dos sepulcros están li26
Ed. E. Flórez, p. 110.
Anejos de AEspA LXIII sos y con la humildad que se mandaban enterrar entonces los Reyes, y como el lugar no es muy grande, no hay añadir mas pompa, ni decencia».
La tradición de que Silo construyó una iglesia dedicada a San Juan, en Pravia, no consta explícitamente hasta el obispo Pelayo (muerto en Oviedo en 1153). Así, por ejemplo, la General Estoria27 solamente indica que Silo, hermano del rey Aurelio, por haberse casado con Adosinda, la hija del rey Alfonso el Católico, y hermana de Fruela, fue proclamado rey en Pravia, pero no encontramos ninguna alusión a la construcción de la iglesia ni al sepulcro. Otras ni siquiera lo asocian a dicha localidad; así ocurre con la Compendiosa Estoria de Sánchez de Arévalo (Roma 1470), en cuyo capítulo VII de la tercera parte, sólo relaciona con Pravia al sucesor de Silo, Mauregato. La cita más temprana sobre la edificación y sepultura de Silo en Pravia es del obispo Pelayo en su relato sobre el traslado de las reliquias de Eulalia desde Mérida por el rey Silo a la iglesia de San Juan Bautista, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y de San Andrés de Pravia que, según él, había hecho edificar el propio Silo, texto que publica Risco en la España Sagrada28 como apéndice.
c)
Silo, constructor en Oviedo
Jan Vaseo, el primero que edita la imagen del laberinto de Silo, en un principio afirma que Silo lo que construyó fue la iglesia de San Juan de Oviedo: mortuo Silone, atque Oveti ad divi Ioannis Evangelistae, quam ecclesiam ipse aedificaverat, sepulto [...] (p. 484). No sabemos las fuentes de esta noticia, y si son las mismas o no que sobre la duración del reinado de Silo aparecían en el códice Alcobacense —hoy desaparecido—, y en la copia del Chronicon per antiquum cuya transcripción le proporcionó Resende.29 Sin embargo, vuelve a mencionar a Mauregato como el rey que está enterrado en Pravia y sorprende que poco después sitúe el sepulcro de Silo en San Salvador de Oviedo tras referir los años del reinado de Mauregato: regnavit (i.e. Mauregato) annis quinque, mensibus sex, quibus exactis, apud Praviam urbem rex pravus sepultus est. Tudensis in numero annorum iam mihi suffragatur. Ait 27 Primera Crónica General de España, ed. R. Menéndez Pidal, Madrid 1906, tomo I p. 342. 28 ES XXXVII (1789), apéndice XV, folio, p. 352. Historia de la translación del arca santa y de las reliquias que en ella se conservan, concretamente este pasaje en la p. 354-355. R. Alonso Álvarez, «Patria uallata asperitate moncium. Pelayo de Oviedo, el archa de las reliquias y la creación de una topografía regia», Locus amoenus 9, 2007-2008, pp. 17-29.
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enim ipsum regnum invasisse aera octingentésima vigesima prima, sicut codex Alcobacensis et Chronicon per antiquum, cuius mihi copiam fecit Resendius. Quod ideo adiunxi, nequis arbitretur, me temere a Toletano et aliis dissentire. Sed Silonem ad D. Salvatoris sepultum esse, non ad D. Ioannis, ex monumenti inscriptione patet, quod paulo post referimus.
tradición que coincide con el contenido del documento fundacional de dicho monasterio del año 819 que hoy se acepta como un falso o como una copia interpolada del siglo XII.35 El episodio es narrado, por Tirso de Avilés, en los siguientes términos:
Añade a continuación que Alfonso II había mandado construir la iglesia de San Salvador30 en la ciudad de Oviedo y que había mandado llevar allí las reliquias que se habían trasladado desde Toledo y otras partes de Hispania a la diócesis ovetense, y del arca de las reliquias que desde Jerusalén había llegado a Hispalis, de allí había sido conducida a Toledo y finalmente a Asturias.31 Después de referirse a la cruz de los Ángeles32 dice:
«La ciudad de Oviedo fue poblada, después de la destrucción a España, por el rey don Fruela [...] en la era de seiscientos noventa y uno, según dice la Crónica General de España recopilada por Florián de Ocampo y el arzobispo D. Rodrigo, aunque los religiosos de San Vicente de Oviedo quieren decir que fue poblada en tiempo del rey don Silo, y que en el lugar donde fue poblada, nunca antes hubo población y fundan esto ser así de esta manera. El monasterio de San Vicente, mártir de la orden de San Benito, está arrimado a la capilla mayor de S. Salvador, en medio de la ciudad y dice una escritura antigua que yo vi de la fundación de este monasterio, que se juntaron los que aquí nombra por sólo sus nombres propios a hacer aquel monasterio, era ochocientos diez y ocho, regnante Silone Principe; uno de ellos se llamaba Velasco in locum Sealidium a nomine habitatum. De aquí se infiere: esto digo por lo que el arzobispo D. Rodrigo y la Crónica General de España dicen que fue poblada la ciudad de Oviedo en tiempo del rey don Fruela, de las cuales opiniones, a mi parecer se ha de tener la de las crónicas, por ser más auténticas».
Ita ferme qui de rebus Hispaniae scripserunt. Sed Silonem esse templi illius auctorem constat ex monumento, quod est Oveti in ingressu basilicae Sancti Salvatoris. Ubi legitur ducenties septuagies Silo princeps fecit.
A esta frase sigue la primera imagen que se publica de la inscripción, donde se ve el texto enmarcado por una doble línea pero le falta la cuadrícula y, detrás de esta, la ya referida inscripción sepulcral del rey Silo que, según él, estaba «in mausoleo». En relación con esta otra tradición que ubica la inscripción en San Salvador de Oviedo, podría estar la noticia de Tirso de Avilés, quien al referirse en el capítulo 2.º de su obra33 a la fundación de esta ciudad, dice que San Vicente, monasterio arrimado a la capilla de San Salvador,34 se fundó en época de Silo, 29 Es el Chronicon Lusitanum editado en el volumen XIV de la España Sagrada. 30 p. 487, eodem fere tempore Rex Alfonsum ecclesiam S. Salvatoris ovetensis civitatis extrue(n)dam curavit, et in eam transtulit reliquias, qua Toleto et ex reliqua Hispania in Asturias delata fuerant. Sobre las reliquias de San Salvador, véase la obra de E. López Fernández, Las reliquias de San Salvador de Oviedo, Oviedo, 2004. 31 Ibid., et in eam [scil. civitatis Ovetensis] transtulit reliquias quae Toleto et ex reliqua Hispania in Asturias delatae fuerant. Simul et arcam reliquiarum, qua ex Hierosolymis tempore Mahometis Hispalim navi advecta, inde Toletum delata, demum post annos sexaginta quinque, in Asturias asportata fuerat. 32 Ibid. in eadem crucem auream gemmis preciosis distinctam reposuit, quam angeli duo, peregrino habitu artífices se esse testati, miro opere fabre fecerant, ni mirum deo opt. max. sanctitatem optimi Regis tam insigni miraculo illustrante. 33 Antigüedades eclesiásticas y seculares de Asturias [Manuscrito] fol. 10, copia de 1845 del manuscrito del siglo XVI conservada en el Real Instituto de Estudios Asturianos. Colección: RIDEA. Ubicación: Bib. Fausto Vigil. Signatura: Vigil 8. Nº de registro: 473. 34 De hecho una parte del corral del monasterio sería donada en el siglo XIV, por el abad, a San Salvador para la capilla funeraria de uno de sus obispos. Sobre el primitivo templo de San Salvador véase F. J. Borge Cordovilla, «El primitivo San Salvador de Oviedo: ensayo de hipótesis para su reconstrucción», Caesaraugusta 78, 2007, pp. 711-728.
Efectivamente, folios después Tirso de Avilés, partidario de la versión de las crónicas, indica que el rey Silo está enterrado en la iglesia de San Juan, en Santianes de Pravia, «según consta en un libro muy antiguo que está en la Yglesia de Oviedo que se intitula Ytacio, y de la Crónica General de España,36 y como consta también en una piedra de mármol muy antigua que esta en lo alto de dicha iglesia que tiene escrita muchas veces la letra siguiente Silo princeps fecit y asi están erradas las crónicas que dicen que esta sepultado en la iglesia de San Juan de Oviedo».37
Risco en la España Sagrada38 repite que: «el rey don Silo residió en Pravia haciendo a este pueblo corte suya desde que empezó a reinar como se testifica en el cronicón de Albelda: iste dum regnum accepit in Pravia solium firmavit. Fundó en este pueblo el monasterio39 e iglesia de San Juan Evangelista, como consta no sólo del obispo don Pelayo sino de una lápida que se puso en la misma iglesia para memoria del fundador la qual con te35 Según Fernández Conde (véase su aportación a este mismo congreso), todos los diplomas del Archivo del M. de San Vicente en el monasterio de San Pelayo de Oviedo son originales, a excepción del supuesto pacto monástico fundacional (781), una copia del XII con todas las características de falsificación. 36 Ib. fol. 16 r. 37 Ib. fol. 16 v. 38 ES 37, 1789, cap. 14, pp. 117-118. 39 Risco acusa de falsa la afirmación de M. Pellicer de Ossau (Annales de la monarquía de España. Madrid, 1861 pp. 404-405) de que la iglesia de San Juan de Pravia no fue monasterio, sino sólo iglesia y que su fundación no consta de otro monumento que de la inscripción de Silo. Pellicer consideraba que la invención del monasterio era debida al obispo Pelayo.
20
Helena Gimeno Pascual y Javier del Hoyo ner 285 letras sólo dice Silo princeps fecit. Está la inscripción en figura cúbica y se puede leer según Morales de mas de 300 maneras».
Después de dar el texto de la inscripción, asegura Risco que, según el obispo Don Sebastián,40 Silo fue enterrado en San Juan de Pravia y que esto también consta en una escritura del Archivo de Oviedo del año 905 del corpus pelagiano, una donación otorgada dicho año por el rey Alfonso el Magno en la que dice: In territorio Praviae Monasterium Sancti Iohannis Evangelistae, ubi iacet Silus Rex et uxor ejus Adosinda Regina. 2.1.2.
Anejos de AEspA LXIII
rey Silo había sido enterrado en la iglesia de San Juan Bautista y que ésta había sido la primera advocación de la iglesia de San Pelayo de Oviedo. Morales a partir de su viaje no admite discusión: Silo está enterrado en Pravia, pues esta iglesia de San Pelayo fue edificada posteriormente por «El Casto».42 Pero como afirma F. de Selgas: «las referencias que este historiador hace a los enterramientos Reales son tan vagas y poco exactas que hace sospechar que no ha estado en Santianes y que habla de oidas: Los sepulcros de Silo y Mauregato están lisos, con la humildad que se mandaban enterrar entonces los Reyes. Agora es la iglesia parroquial del lugar, muestran allí su sepulcro (Mauregato) por defuera de la entrada con la de su predecesor (Silo). El P. Yepes, en su crónica de San Benito, dice que los sepulcros se ven a los pies de la iglesia y fuera de la iglesia de Santianes según se acostumbraba entonces, y eran lisos y sin adornos. Estos historiadores debieron hacerse eco de antiguas referencias conservadas por tradición, pero de ningún modo vieron lo que cuentan, porque sabemos terminantemente por el P. Carballo, gran conocedor de las antigüedades asturianas, que describe esta basílica con algún detenimiento, que no había en su tiempo restos de los sepulcros, y a eso se debe su creencia de que las reliquias de los reyes fueron trasladadas a Oviedo, haciendo suyo el error del maestro Custodio».
Recapitulando toda esta información vemos que:
a) Las fuentes que relacionan la obra edificadora y el enterramiento de Silo en Pravia nos llevan siempre a la misma época, esto es, la del obispo Pelayo: la Crónica de Alfonso III o del obispo don Sebastián, el antiguo libro de Ytacio, o la escritura del año 905 relatando la traslación del arca de las reliquias. Ninguna cita las inscripciones. b) De las fuentes comprendidas entre el obispo Pelayo (s. XI) y la obra de J. Vaseo (1552) sólo conocemos una que cite inscripciones, pero sólo la supuestamente funeraria, no la laberíntica. Es el Maestro Custodio, desconocido autor del siglo XIV que aparece citado y utilizado por Carvallo. Según éste hubo un traslado de los enterramientos de Silo y Adosinda desde Santianes a San Pelayo de Oviedo. Es el primero que vincula inscripciones y edificio. c) Hasta 1572 se considera que la inscripción laberíntica está en Oviedo. Sin embargo, cuando en 1572 A. de Morales visita el Monasterio de San Pelayo en Oviedo y las monjas le enseñan las supuestas tumbas de Silo y Adosinda, A. de Morales lo rechaza. Así, en la Crónica General41 aduce que es una confusión basada únicamente en que en las Crónicas se decía que el 40 Afirma Z. García Villada que en las versiones primitivas de la crónica faltan las alusiones a las sepulturas de los reyes Égica, Witiza, Pelayo y su mujer Gaudiosa, Fáfila y su mujer Froleva, Alfonso I y su mujer Ermesinda, Fruela y su mujer Munia, Aurelio, Silo y su mujer Adosinda, Mauregato y el nombre de la mujer de Ramiro I (cf. Crónica de Alfonso III, Z. García Villada (ed.) Madrid 1918, p. 16, 25, 27). Sugiere también que dichas alusiones, junto con algunas frases, puedan haber sido una interpolación del obispo Pelayo (ibid. p. 33). Según el autor, A. de Morales manejó la versión de un códice del siglo XIII que ya contenía las interpolaciones y que hoy se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (ms. 1513) cf. ib. p. 133 ss. Sobre estas interpolaciones véase también R. Alonso Álvarez 2008, p. 26. 41 Vol. 10, ed. 1792, p. 127.
Efectivamente, A. de Morales no menciona la ubicación de la placa de Silo en la iglesia y tampoco menciona ninguna otra inscripción en San Juan de Santianes. A partir del pleito de 1638 diversas circunstancias acabaron removiendo y destruyendo el epígrafe, del que un pequeño fragmento reapareció en la restauración de J. Menéndez Pidal del año 1975, momento en que se realizó la copia a la que ya hemos aludido y que está hoy a la vista en la plaza del Ayuntamiento, bajo la estatua del rey Silo.
2.1.3.
La validez de la inscripción de Silo como testimonio irrefutable de la construcción de la iglesia de Santianes
Parece indiscutible que en algún momento del siglo la inscripción estaba en la iglesia de Santianes y, seguramente, colocada en el iconostasio que separaba el crucero de las naves (cf. Caballero 2010: 12). Sin embargo, salvo el hecho de que el texto menciona el nombre del rey, no hay ningún elemento que permita atribuir una cronología segura a esa inscripción cuyos paralelos hispanos más cercanos se encuentran en códices de los siglos IX y X. La inscripción es excepcional, como señala García de Castro (1995: 82-83), y lo es no sólo por ser una inscripción laberíntica, sino por el propio texto, pues en una XVI
42
Alfonso III el Casto, que reinó entre 866 y 910.
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donación regia normalmente esperaríamos otro texto menos críptico, al menos una invocación, qué es lo que el rey fecit y, desde luego, la fecha. Por otro lado, nadie tiene en cuenta que la inscripción funeraria del rey Silo, transmitida por Vaseo y Carvallo, es una invención más a sumar a las ya abundantes invenciones de documentación de la sede ovetense, donde, por otra parte, la tradición documental, verdadera o falsa, abunda en la narración de traslados de cuerpos, arcas, etc. ¿Por qué no pudo también producirse el traslado de esta pieza, portátil por tamaño y peso, de Oviedo a Santianes? Si esto se hubiera producido, habría que preguntarse cuándo y por qué. Otra cuestión es la verdadera cronología de la pieza que, desde luego, y por coherencia interna, encajaría mejor a partir de finales del siglo IX, cuando están a pleno rendimiento los scriptoria que producen los códices en los que, casualmente, sí se encuentran paralelos. A ello hay que sumar, como dice García de Castro, que «nos falta el nexo hacia esta continuidad con la miniatura de fines del IX - siglo X, por lo que tampoco cabe hablar de causa respecto a ella» (1995: 83). Tampoco hay que perder de vista que en la pieza no hay nada que impida pensar que esta inscripción se hubiera hecho más tarde, por ejemplo, en relación con las necesidades de la consolidación señorial del obispo de Oviedo43 y su «creador», el obispo D. Pelayo, pues con esta inscripción la iglesia de Santianes de Pravia, con todas sus pertenencias, habría sido ab origine de realengo. De hecho, hasta D. Pelayo no se mencionan los lugares de inhumación de los reyes asturianos anteriores a Alfonso II y será en los añadidos interpolados en las Crónicas Asturianas dónde se remedien estas omisiones, como observa R. Alonso Álvarez:44 «Pelayo en Abamia, Favila en Santa Cruz de Cangas, Alfonso I en Santa María de Cangas, Fruela en Oviedo, Aurelio en San Martín de Langreo, Silo en San Juan de Pravia, al igual que su sucesor Mauregato, componen un mapa funerario no necesariamente falso, pero, en todo caso, obviado hasta este momento».
Páginas después la reflexión de la autora sobre los intereses del obispo refleja un ambiente más que propicio, en ese momento, para la ubicación —tanto si es fabricada ad hoc como si es traslado— de la placa al lugar que necesita una prueba tangible e irrefutable, una inscripción, que asocie a Silo a la iglesia de Santianes de Pravia:
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«En realidad, al obispo le interesaba, más que reivindicar la beatitud de un monarca u otro, asociar la memoria de los reyes al territorio asturiano, con lo cual anudaba varios elementos imprescindibles para sus fines. En su topografía simbólica, se establece un punto central, la Cámara Santa de Oviedo, la ciudad sucesora de Toledo y Jerusalén, ligada a un antepasado fundador, Alfonso II, el nuevo Salomón. Este punto de referencia central se rodea de una red funeraria dispersa, creada, o revalorizada al menos, por Pelayo. Una vez diseñada esta trama que recuerda el glorioso pasado asturiano, era preciso actualizarla para que siguiera activa. Este objetivo se consigue introduciendo una idea presente a lo largo de toda su obra: la seguridad proporcionada por las características del territorio».45
La placa tendría que haber sufrido un traslado desde Oviedo, donde la sitúa Vaseo, la fuente más antigua, a Santianes en el siglo XVI, donde está a finales del XVI, pero en ese caso nos preguntamos con qué objetivo.
2.2.
INSCRIPCIÓN
FUNDACIONAL46
(fig. 2)
Placa de caliza gris que ha perdido su parte izquierda. Mide (51) × (63) × 14 cm. Está desbastada por todos sus lados, fruto probablemente de una reutilización. Tiene un campo epigráfico de 46 × (56,5), donde se han remarcado las líneas de pautado que, a su vez, están separadas entre sí por surcos de medio junco, por lo que las líneas quedan resaltadas.47 El texto de las líneas 1 y 2 ha sido parcialmente destrozado a golpes de martillo. Las letras son de unos 6 cm. Escrita en scriptio continua, la última letra se ha llevado hasta el margen derecho forzando el último espacio interliteral. Ello ha provocado algunas interpretaciones erróneas como pensar que en l. 2 la D final es abreviatura de D(omine) (Arbeiter), o de D(eu)S (Diego Santos). La inscripción no presenta ninguna abreviatura y la de un nomen sacrum hubiera sido remarcada de otra forma, D(o)m(i)n(e) por ejemplo. Se conserva en el Centro de Interpretación cercano a la iglesia de Santianes de Pravia, donde la vimos y fotografiamos (21I-2011). Desde el punto de vista paleográfico en línea 1 hay una M con los dos trazos interiores curvos, M completamente distinta a las demás (fig. 3), pero presente en los manuscritos. En l. 4 parece observarse un nexo CT en dicata, como pensó García de Cas45
Ib., p. 27. IHC 85; García de Castro 1995:107-108, nº 51 fot. 62; lám. 2. 47 Es probable que las líneas de guía estuvieran pintadas de rojo, tal como se ven hoy en la inscripción de la entrada de la iglesia de Santiago de Peñalba. 46
43 J. Fernández Conde, «El papel de la monarquía en la consolidación señorial del obispo de Oviedo», Studia historica. Historia medieval, 25, 2007, pp. 67-87. 44 R. Alonso Álvarez, art. cit. p. 26.
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tro. Quizá el lapicida quiso corregir una T mal puesta en principio en lugar de una C.
3
6
[[[[[[-
-
-]COMPA[- - -] XRI ECLESIA -]OLVS GRATIAM ADDAD -]EI IVGIS A CRISTO -]R NOS DI ¬C¬ATA DOMVS -]+TAMVS FAMVLI DEI -]+VT NOS ADTOLLAT SION
Carvallo 1613/1695, 149; Jovellanos, Diario 4.º (16 julio 1792) I, 290; Banzes y Valdés 1806 (1911): 267-268; Miguel Vigil 1885, 475, lám. Ua I; Selgas 1902, 13; Hübner, IHC 85; app. 264 (= suppl. 508); Bances 1895, 309, n.º 2; Fernández Conde y Santos del Valle 1987, 339-340; Diego Santos 1994, n.º 176; García de Castro 1995, 107-108, n.º 51, lám. 62; Arbeiter 1999, 103, taf. 8b; Caballero 2010, 13, fig. 19.
1 CVNTA... RIS... LESIA MIGUEL VIGIL, SELGAS; COMLA/M[—]XPI ECLESIA GARCÍA DE CASTRO; COMPARAT DIEGO SANTOS. 2 VLVS GRAT FAMA DEI AD MIGUEL VIGIL; ADDA: D(eu)S DIEGO SANTOS; ADDA D[OMINE] ARBEITER. 3 +E IVGIS Selgas, que representa la cruz como un trazo curvo de D, O, Q. 4; DITATA omnes; DICTATA GARCÍA DE CASTRO. No es fácil la interpretación del texto a partir del fragmento conservado. Diego Santos hizo un intento de reconstrucción de la parte izquierda, pero meramente conjetural (1994: 172). En l. 1 esperaríamos algún verbo relativo a fundar o conmemorar. Así lo debió entender Hübner al sugerir condita. Falta en la inscripción el nombre del fundador o fundadores de la iglesia, que habría que restituir en la parte izquierda, y la fecha de la consagración por el obispo, acto del que no hay ninguna noticia en Santianes de Pravia. Se ha utilizado domus para iglesia, la misma palabra que en Mérida para un edificio dedicado a Eulalia (ICERV 348), y que en la inscripción dedicada a San Juan en la propia iglesia de Santianes (ins. n.º 3). Un intento de traducción es imposible a partir de lo conservado, aunque hemos de pensar en la dedicación de una iglesia (dicata domus), que se hace por varios evergetas (famuli Dei) para poder llegar a Sión,48 entendida aquí como la Jerusalén celeste. En l. 2 addad por addat, «añada la gracia» a algo que se nos escapa, que debe ser la obra misma construida. Sobre esta inscripción no hay noticias anteriores a Carvallo, que la vio «sobre el arco por donde se entra a la capilla mayor» (1695: 149), aunque no pudo 48 El término, de gran tradición bíblica y patrística, no se usa nunca en la epigrafía cristiana hispánica.
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leerla «por verse mal y estar pintada de negro».49 Hasta el siglo XVIII, en que Jovellanos50 y Antonio Juan de Banzes y Valdés la leyeron, nadie transcribió su texto, aunque parece que ninguno de los dos anteriores la encontró en el mismo lugar donde la vio Carvallo. Según Jovellanos, de las inscripciones que hubo en Santianes «sólo se conservaba una piedra, que nadie podía leer, en la capilla del Santo Cristo. Entré en las paredes que dividen la nave principal de las del lado, y aún estos se hallan renovados. Pasé a la capilla, y en la pared del Evangelio hallé una piedra de media vara de ancho por una tercia de alto, que dice así… Conócese por el contexto y forma de la piedra, que es solo la mitad de una inscripción, cuyo contexto apenas se puede deducir». Banzes y Valdés (1911: 268) parece haberla visto en el mismo lugar que Jovellanos y la identifica con la que Carvallo decía que estaba encima del arco de la capilla mayor detrás de un crucifijo: «el citado Autor dice no se podía leer bien; yo presumo, que no la leyó ni bien ni mal; porque no la copia según acostumbra, y porque en ella no se registra palabra que aluda á historia, fundación, ni Rey Don Silos. Es verdad que no está entera, que están gastadas las letras, y aun por las orillas cubierta en parte con el revoco y repellado de cal; pero lo que pude percibir en Diciembre de 1796, en compañía de dos hijos míos y de D. Juan del Peso, cura que era entonces, fué, que contenía algunos versos devotos en mal latín. Tal vez tras del Crucifijo sobre el arco tenía el propio oficio de excitar la devoción; y por eso los trasladaron juntos; pues á contener otra cosa no se libraría de la ruina general».
C. Miguel Vigil (1877: 475) dice haberla visto en la pared de la nave lateral del flanco de la epístola a metro y medio de altura, cerca de la pila bautismal, donde la identifica también Diego Santos. En cuanto a la datación, mientras que Miguel Vigil, que la vio en 1873, la consideró del siglo X, Hübner51 la adscribió a los siglos X / XI y, siguiendo la lectura de Miguel Vigil, sospechó que contenía hexámetros, aunque el texto conservado no encaja en un esquema dactílico correcto. Tanto la paleografía como la ordinatio y el mismo texto, invitan a pensar en los siglos X / XI, más que en el siglo VIII. El único epígrafe del siglo VIII comparable sería la inscripción de Fáfila de la ermita de la Santa Cruz de Cangas de Onís. Este texto, destruido junto con la ermita en 1936, pero 49 Esta noticia llama la atención puesto que no queda ni un solo vestigio de pintura en la piedra, salvo que Carvallo se refiera con esa expresión al hollín propio de los cirios, que habían ennegrecido la pared. 50 Apud Selgas 1902: 56, quien dice que estas informaciones estaban en un papel que él poseía de puño y letra de Jovellanos. 51 IHC p. 85, n.º 264. Suppl., p. 125, nº 508.
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LA EPIGRAFÍA MEDIEVAL ASTURIANA
Fig. 2. Inscripción fundacional. Santianes de Pravia (Foto: J. del Hoyo).
Fig. 3. Inscripción fundacional (detalle de las líneas 1-2). Santianes de Pravia (Foto: J. del Hoyo).
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del que conocemos tanto un vaciado y un dibujo antiguos como una copia moderna, es igual o más problemático52 que los de Santianes, no sólo por el contenido sino por las características intrínsecas del epígrafe. En cuanto a la fórmula final de la datación (diei revoluti temporis anni CCC s(a)eculi (a)etate porrecta per hordinem sexta currente era septingentesima sept(u)agesima quintaque), tiene dos paralelos muy próximos en documentos del siglo XI, un pergamino del Archivo de León53 y el epitafio de la infanta Teresa, en el monasterio de San Pelayo de Oviedo, hoy perdido.54 Como bien dice S. García Larragueta, «los cronistas suelen utilizar las eras mundanas ya que sus relatos empiezan con la Creación del mundo. En cambio, no es frecuente, encontrar en la documentación el empleo de eras mundiales».55 La pérdida del lado izquierdo de esta inscripción, probablemente fundacional, de Santianes y la damnatio de las dos primeras líneas impiden que este texto pueda utilizarse para extraer indicaciones respecto a los fundadores y a su posible cronología. No sabemos cuándo se realizó el picado de las dos primeras líneas. Pero llama mucho la atención que si estaba en el arco de entrada a la capilla mayor —donde dice Carvallo haberla visto— ni Ambrosio de Morales ni Tirso de Avilés la vieran. Es posible que en ese momento todavía estuviera completa, no sabemos si repicada ya o no. Que ya a fines del siglo XVI o 52 IHC 149. Se conserva un calco que se hizo de ella y una foto (Diego Santos 1994: n.º 253). Tampoco Hübner se atrevió en un principio a asegurar que la inscripción fuera del 737. No comenta nada al respecto en el Suppl. (IHC 348), salvo que también existe un intento de versificar sin conseguirlo. Quien se replantea la originalidad o autenticidad de parte del texto es F. J. Fernández Conde (cf. Arbeiter, 1999: 75). Resume los argumentos y discute la problemática A. Besga Marroquín (Origenes Hispano-Godos del Reino de Asturias, Oviedo 2000, p. 247, nota 782), aunque defiende la autenticidad de la inscripción (ib. p. 253) al afirmar que «mírese por donde se mire, la inscripción de Favila sólo refleja visigotismo. De hecho, pese a su cronología, J. Vives la incluyó en su obra (ICERV 315). Y aquí no cabe ningún tipo de elucubración sobre la autenticidad de la noticia. Se trata del primer testimonio objetivo del Reino de Asturias, y además, muy antiguo, pues data del año de la muerte de Pelayo, es decir, remonta a los mismos orígenes del reino. Y confirma de manera irrefutable que lo andado hasta ahora en este estudio ha sido por buen camino». 53 Facta scriptura idus aprilis Z XVII s. aetate seculi porrecta per ordine VI era L post millesima, sunt anni Adam usque anno VI IL CC XII. Manuscrito fechado, pues, en Oviedo el 13 abril de 1012 (Pergamino del Monasterio de Santa M.ª de Otero de las Dueñas, Archivo de León, Colección Torbado, en J. M. Fernández del Pozo, Alfonso V, rey de León, León 1984 nº 10). 54 Obiit sub die septimo Kal. Magii feria cuarta hora mediae noctis era MLXXVII post peracta aetate saeculi porrecta per ordinem sexta (Diego Santos 1994, nº 109). 55 S. García Legarreta, La datación histórica. Pamplona 1998, p. 279.
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inicios del XVII querían ocultar intencionadamente el texto parece claro: pintada de negro y a esa altura, desde luego, además de pasar desapercibida, sería difícil distinguir lo que decía el texto. Por si fuera poco, tenía un crucifijo que la tapaba (García de Castro 1995: 108). En todo caso el resultado fue el deseado: Carvallo no la pudo leer. No sería muy descabellado pensar que detrás de la damnatio estuviese una contradicción entre lo que constaba en la lápida, el verdadero texto fundacional de la iglesia, y la otra inscripción que decía Silo princeps fecit. Las dudas de Bances sobre la atribución de esta inscripción a Silo y a su esposa Adosinda no son en vano pues no es posible, en el estado en que se ha transmitido, aventurar restituciones ni en un sentido ni en otro. A pesar de que algunos autores como García de Castro (1995: 108) consideren que «no hay razón para dudar de su fecha: reinando Silo», tampoco hay razón para dudar de que la fecha hubiera sido otra.
2.3.
INSCRIPCIÓN
HONORÍFICA
(fig. 4)
Conjunto de cinco fragmentos, de los que se conservan sólo cuatro, de un bloque arquitectónico de caliza grisácea, de los que dos encajan. Fueron hallados en unas obras de restauración, previas a las excavaciones realizadas en 197556, y constituyen la parte superior de los tres arcos de herradura de una ventana, correspondiente a la cabecera oriental de la iglesia. Fragm. A: (21) × (42,5) × 14. Fragm. B: (24) (30) x (16). Fragm. C: (26) × (30) × 15. Campo epigráfico: 13 cm de altura. Las letras miden 4-3 cm. Tirso de Avilés la vio «sobre una claraboya antigua» (1517: 210) de la iglesia y utiliza esta inscripción como argumento para desmentir que Silo construyera la iglesia de San Vicente de Oviedo. En época moderna, como el resto de las inscripciones de la iglesia, sufrió un traslado. Hoy se conserva en el Centro de Interpretación cercano a la iglesia, donde la vimos y fotografiamos (21-I-2011). + IN HONORE : IOANNIS : APOSTOLI : ET EVANGELISTAE HAEC DOMVS S(AN)CTA CONSISTIT Tirso de Avilés 1517, 210; Miguel Vigil 475; Selgas 1902, 30-31; Fernández Conde y Santos del Valle 1987, 339; Diego Santos 1994, n.º 177; García de Castro 1995, 108-109, n.º 52; Caballero 2010, 13, fig. 20-22. 56
Fernández Conde 1987: 338-339.
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Fig. 4. Fragmentos de la inscripción honoraria. Santianes de Pravia (Foto: J. del Hoyo).
«En honor de Juan, apóstol y evangelista, se erigió esta santa casa». Las letras subrayadas fueron vistas por Tirso de Avilés. Después de este autor nadie se interesó por esta inscripción, hasta los siglos XIX y XX en los que Miguel Vigil y Selgas la buscaron en vano. Tanto esta inscripción como la anterior, por sus características formales intrínsecas y extrínsecas, pueden adscribirse al mismo arco cronológico, y a una misma moda epigráfica. Tanto la letra, capital con algunas unciales, como el tipo de ordinatio, así lo aconsejan. Por otra parte los textos que contienen, la advocación de la iglesia y la de su fundación, son los textos habituales que se encuentran, junto con la consagración de altares o la deposición de reliquias, en las iglesias desde época visigoda. En conclusión, en la epigrafía de la iglesia de Santianes de Pravia hay dos textos que no constituyen ninguna excepcionalidad en el conjunto de la epigrafía medieval, y por sus características paleográficas, son más coherentes con los textos que se inscriben a partir de fines del siglo IX que con los del VIII. Sin embargo, es completamente ajeno a lo habitual y constituye un unicum tanto por el contenido como por la forma de composición el laberinto del rey Silo que, desde luego, tuvo como objetivo ser el testimonio de la construcción por parte del monarca, del lugar del edificio o del edificio mismo (¿un panteón real?), en el que la placa estaría encastrada.
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Helena Gimeno Pascual y Javier del Hoyo
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RISCO, M. España Sagrada, vol. XXXVII (1789); XXXVIII (1793); XXXIX (1795). SELGAS, F. de. 1902: La primitiva basílica de Santianes de Pravia (Oviedo) y su panteón regio, Madrid (publicado también en Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 107, pp. 28-34; 108, pp. 5-14; y 109, pp. 52-57). TIRSO DE AVILÉS. 1517: Armas y linajes de Asturias y Antigüedades del Principado, Oviedo 1999, con presentación y anexos de José M. Gómez-Tabanera. VASEO, J. 1552: Chronicon rerum memorabilium Hispaniarum. Salamanca. VIVES GATELL, J. 19692: Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda. Barcelona. YEPES Y DE TORRES, M. A. 1609-1621: Crónica General de la Orden de San Benito, VII vol. (ed. de J. Pérez de Urbel, Madrid 1959-1960).
PARA UNA HISTORIA SOCIAL DE LA ARQUITECTURA MONUMENTAL ALTOMEDIEVAL ASTURIANA POR
JUAN ANTONIO QUIRÓS CASTILLO Universidad del País Vasco
MARGARITA FERNÁNDEZ MIER Universidad de León*
RESUMEN El objetivo de este trabajo es el de realizar una propuesta de análisis social de la arquitectura monumental altomedieval asturiana articulada en torno a tres ejes temáticos principales: el estudio de los promotores de las construcciones; el análisis de las formas de construir y de la organización del artesanado desde la óptica de la arqueología de la producción; el estudio de las funciones y los significados de estas construcciones en relación con la organización social del territorio. Tras realizar una valoración no exhaustiva de estos criterios a partir del empleo de la documentación material, la epigrafía y los textos, se pone el acento sobre temáticas como el papel de las aristocracias y las élites aldeanas en la construcción de estos edificios, las dimensiones de las construcciones, la identificación de los materiales constructivos utilizados, las técnicas constructivas, el aparato decorativo y la inserción de estos edificios en la estructura del poblamiento altomedieval, subrayando en particular la importancia de las iglesias realizadas en los espacios aldeanos. Se concluye sugiriendo la necesidad de ubicar el estudio arqueológico de la arquitectura altomedieval en el marco de un análisis integral de los paisajes. ABSTRACT The aim of this work is to make a proposal on social analysis of Asturian Early Medieval monumental architecture. It is organized according to three main axis: buildings’ patrons study, building’s way analysis and workshop’s organization from an archaeology of production perspective, functional analysis and the meaning of those constructions in relation to the social organization of the territory. After a non exhaustive valuing of those criteria basing on material evidences, epigraphy and texts, the attention is drawn to some issues, such as the role of aristocracy and elites from villages in the building of those constructions, the dimensions of the latter, the identification of building materials, the building techniques, the sculpture group and the insertion of these buildings within the Early Medieval settlement system, highlighting mainly the relevance of the churches sited in villages. Conclusions remark the necessity of integrating the archaeological analysis of Early * [email protected] [email protected]
Medieval Architecture within the frame of an integral analysis of landscape. PALABRAS CLAVES: Arquitectura, arqueología de la producción, paisajes, arqueología de las arquitecturas. KEY WORDS: architecture, archaeology of production, landscapes, buildings archaeology.
1.
INTRODUCCIÓN
No cabe duda que uno de los principales temas de la historiografía altomedieval en la Península Ibérica ha girado en torno a los orígenes de reino de Asturias, tanto por su importancia como núcleo político generador del posterior proceso que la historiografía ha consolidado con la categoría de «Reconquista», como por la importante existencia de un corpus cronístico (Gil Fernández, Moralejo, Ruiz de la Peña 1985), que a pesar de su fuerte carácter ideologizado permitió acercarse a los procesos políticos que tienen lugar entre los siglos VIII y X en el norte de la península. Evidentemente no vamos a entrar en la extensa bibliografía que se ha ocupado del tema, ni siquiera a delinear las principales líneas interpretativas sobre los orígenes del reino, a pesar de tratarse de un rico debate que hoy en día se ha convertido en un tema referente de la historiografía altomedieval (Fernández Conde et alii 2010), ya que serán objeto de discusión en el marco de otros trabajos incluidos en este volumen. Lo que pretendemos con esta pequeña introducción, es resaltar hasta qué punto la existencia de unas
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Juan Antonio Quirós Castillo y Margarita Fernández Mier
fuentes en las que se narran exclusivamente hechos de carácter político, unido a la conservación y alta visibilidad social de un arte monumental atribuible a tal período —los monumentos que generalmente se encuadran dentro del denominado «prerrománico asturiano» y que las mismas crónicas atribuyen a tal o cual monarca—, pueden ser mucho más explotados para avanzar en el acercamiento de la historia social de lo que se ha hecho en la actualidad, puesto que la presencia de los monarcas asturianos y el interés por comprender las bases jurídico-políticas del reino eclipsaba la posibilidad, y también por qué no decirlo, el interés por acercarse a la sociedad y a los procesos económicos que permitieron tanto la existencia de un poder político con mayor o menor capacidad de control efectivo sobre el territorio, como la construcción de un buen número de iglesias. Entre éstas encontramos no sólo diferencias desde el punto de vista estilístico y constructivo, sino también de capacidad económica de quien las financia, de los grupos sociales con quienes se relacionan y de la función que desempeñan en el territorio. El objetivo del presente trabajo por tanto es el de formular una propuesta de estudio social de la arquitectura religiosa altomedieval asturiana a la luz de los principales registros informativos disponibles. Antes de continuar es preciso acotar y delimitar con claridad los límites de esta propuesta. Cuando nos referimos a la arquitectura monumental altomedieval asturiana hacemos referencia a un conjunto de edificios conocidos tanto a partir de elementos arquitectónicos conservados en fábricas más recientes, como mediante el conjunto de arquitecturas que se suelen englobar dentro de la heterogénea categoría de «prerrománico asturiano». Y aunque generalmente estos últimos edificios se engloban sustancialmente en el período comprendido entre la creación del reino astur a inicios del siglo VIII y el traslado de la corte a León a inicios del siglo X, la cronología que utilizaremos aquí hará referencia sustancialmente a los siglos IX y x. Asimismo nuestra atención se centrará en el sector central del actual Principado de Asturias. Es el lugar donde se concentran las evidencias arqueológicas más significativas, especialmente en torno a los sectores de Oviedo, Villaviciosa y los valles interiores articulados en torno al valle del río Nalón y sus afluentes. Por lo que se refiere al segundo aspecto, los registros informativos, en esta ocasión utilizaremos tres registros principalmente. 1. La epigrafía: La epigrafía astur de este período es, indudablemente, uno de los conjuntos más
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relevantes y articulados de toda la Península Ibérica. Los importantes trabajos realizados hace ya unos 15 años por F. Diego Santos (1994) y por C. García de Castro (1995) han permitido sistematizar un catálogo de gran relevancia que comprende, entre otras informaciones, numerosas inscripciones fundacionales o de consagración y otras de carácter funerario, que iluminan aspectos de gran relevancia sobre el papel de estas iglesias. 2. La documentación escrita: El dossier de textos escritos conservados sustancialmente en los archivos del monasterio de San Vicente o en las catedrales de Oviedo y León es más bien escueto. Carecemos de documentos originales del siglo VIII, y su número es más bien reducido para el siglo IX y X. Además, un número significativo de documentos se custodia en el archivo de la Catedral de Oviedo en el denominado Liber Testamentorum, importante registro realizado en las primeras décadas del siglo XII que recoge un significativo volumen de donaciones realizadas a la iglesia de San Salvador,1 pero que presenta importantes problemas de tipo crítico. Por otro lado está el corpus cronístico, las denominadas Crónicas Asturianas —la Crónica Albeldense, la Crónica Profética y la Crónica de Alfonso III en sus dos versiones (A Sebastiam y Rotense)—. Redactadas hacia el 880 bajo el reinado de Alfonso III, aportan la visión desde el poder del proceso de consolidación de la monarquía, así como el empleo que se ha hecho de la arquitectura como instrumento de propaganda y legitimación del nuevo orden. Los estudios realizados sobre las mismas son muy amplios debido a la importancia que tienen para la reconstrucción del devenir político del Reino, así como también son diversas las interpretaciones que se hacen sobre su contenido (Gil Moralejo et alii 1985). Sin querer entrar en su análisis, tarea que ya ha sido realizada por otros, sí creemos que es importante tener en consideración tanto las menciones a los edificios «pre1 El Liber Testamentorum ha sido transcrito dos veces (Sanz Fuentes 1995; Valdés Gallego 2000) y se han realizado importantes estudios críticos que han evidenciado que buena parte de los textos atribuidos a los siglos IX-X han sido profundamente interpolados y modificados (Fernández Conde 1971), aunque con seguridad cuentan en la mayor parte de los casos con una base documental original. Es común, en cualquier caso, que estos textos se utilicen por parte de los estudiosos de la Alta Edad Media, subrayando que levantan muchas sospechas, pero sin poder delimitar fácilmente qué elementos han podido ser introducidos en el siglo XII y qué partes de los textos han de atribuirse a los siglos anteriores. El trabajo realizado por el profesor Fernández Conde en este mismo volumen aporta interesantes vías para poder ahondar en la procedencia cronológica de la información contenida en los documentos del Liber.
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rrománicos» que contienen las mismas, como las ausencias a otros, así como las intencionalidades que pueden esconderse tras el intento de convertir a algunos de los monarcas en «grandes constructores». 3. La documentación material. Contamos con una larga trayectoria de estudios sobre la arquitectura altomedieval asturiana, que ha sido objeto de sólidas recensiones historiográficas que nos eximen de recordar los principales trabajos. Desde los planteamientos iniciales de carácter anticuario hasta las aproximaciones de carácter tipológico y estilístico, ha sido posible construir un importante corpus de estudios sobre estas arquitecturas. En los últimos dos decenios se ha producido un salto cualitativo muy notable. Aunque desde perspectivas muy diferentes, los trabajos de César García de Castro (1995) y de Lorenzo Arias (2008) han sistematizado de forma rigurosa el registro arquitectónico, proponiendo nuevas vías de interpretación. Una segunda línea de trabajo ha sido la realización en los últimos años de un número relevante de intervenciones arqueológicas, generalmente de carácter preventivo en relación con la rehabilitación de varios monumentos de estos períodos, que han permitido obtener importantes informaciones sobre las arquitecturas, pero también analizar cementerios y otras evidencias arqueológicas asociadas.2 Por último, los trabajos recientemente iniciados por L. Caballero mediante la lectura estratigráfica detallada de paramentos supone en nuestra opinión, otro importante salto cualitativo (Caballero et alii 2008, 2010). Un problema que plantean estos distintos registros informativos es que son difíciles de manejar de forma conjunta. Con frecuencia los textos iluminan territorios para los que carecemos de registros materiales, los epígrafes suelen aparecen en iglesias muy transformadas o de las que carecemos de paramentos en vista coetáneos, y es extremadamente raro que en un solo lugar podamos contar con registros diferentes relativos a un mismo edificio. Por lo tanto, es necesario comprender procesos a partir de cada una de estas fuentes, más que tratar de cruzar informaciones sobre casos concretos, que de hecho resulta muy complejo (Collins 1989). En este punto es importante resaltar la asimetría de la cuantía documental en Asturias entre la zona centro-occidental y el área oriental, contando ésta última, solar de ubicación de buen número de iglesias prerrománicas, con muy 2 Los resultados de estas intervenciones, regularmente publicados de forma sucinta en la serie Excavaciones Arqueológicas en Asturias, han sido recientemente reelaborados y sintetizados en García, Muñiz 2010.
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escasa documentación medieval, podríamos decir que testimonial, para los siglos IX y X (Ruiz de la Peña 1989). A partir de estas reflexiones iniciales, lo que resulta más complejo es intentar definir qué entendemos en esta ocasión por análisis social de la arquitectura. Obviamente partimos de numerosos trabajos que han abordado recientemente, desde distintas perspectivas, la dimensión social de la arquitectura altomedieval asturiana. Sin ánimo de ser exhaustivos, C. García de Castro planteó en el año 1997 unas importantes reflexiones sobre el mecenazgo y la función de la arquitectura altomedieval, aunque ya en su tesis publicada en el año 1995 identificó Arbazal como iglesia de una comunidad campesina (García de Castro 1995, 392-394). Poco después Fernández Conde y Pedregal Montes (1998) analizaron la iglesia de Santuadrianu de Tuñón en relación con la formación del poblamiento rural altomedieval. Siguiendo esta línea, pocos años después se realizó un trabajo similar en torno al monasterio de San Salvador de Priesca a partir del testamento de Ordoño II a la catedral de Oviedo (García Álvarez et alii 2001). Más recientemente M. Calleja (2000, 39-64), estudiando la formación de las parroquias asturianas, ha explorado el papel de los distintos promotores de la arquitectura «prerrománica» o aspectos como la relación entre iglesias y los asentamientos campesinos. Igualmente J. A. Gutiérrez ha subrayado en varios textos la importancia que tendría realizar trabajos de esta naturaleza (2007, 32), y más recientemente, Alejandro García e Iván Muñiz han abordado en su síntesis sobre la Arqueología Medieval asturiana varios aspectos relativos a los promotores y a las características técnicas de estas construcciones (García, Muñiz 2010, 283-302). ¿Qué criterios de análisis deberían de utilizarse para realizar una lectura social de la arquitectura religiosa altomedieval desde una perspectiva arqueológica? En primer lugar, podríamos comenzar considerando que estamos frente a una realidad constructiva muy heterogénea, que engloba edificios de promoción real, pequeñas construcciones aldeanas e intuimos que otros relacionados con la aristocracia del reino. Por lo tanto, un primer nivel de análisis podría ser el identificar los sujetos históricos del proceso arquitectónico, con el fin de «dar sentido» al fenómeno de las fundaciones eclesiásticas. En segundo lugar, otra estrategia de análisis que se ha aplicado con éxito en otros contextos ha sido el análisis social de los procesos productivos a partir del estudio de los materiales y las técnicas constructivas empleadas, temática que ya tratamos de
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forma preliminar en su día (Fernández Mier, Quirós Castillo 1999). En tercer lugar, y en relación con el planteamiento anterior, los recursos movilizados y las soluciones técnicas y arquitectónicas empleadas estarán estrechamente vinculados con la funcionalidad de las fábricas y con el destino de las construcciones. Por lo tanto el análisis de las iglesias en relación con el poblamiento, las prácticas funerarias y la estructura territorial es otra vía de análisis social de estas construcciones. Es indudable que estos caminos no agotan, ni mucho menos, todas las vías de análisis social de un fenómeno tan complejo y poliédrico como ha sido la construcción en una decena de generaciones de una densa red de iglesias en el solar de la monarquía asturiana. Y de hecho, trabajos recientes como los de A. Chavarria (2009) proponen otros recorridos. En cual-
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quier caso, las prácticas recientes de la Arqueología de las sociedades medievales, de la Arqueología de la Arquitectura, o el estudio histórico de las comunidades campesinas han incidido sustancialmente en estos tres vectores de análisis, proporcionando resultados de gran calado. Así por ejemplo las posiciones neosistémicas que se rastrean en la reciente Arqueología de la Arquitectura italiana en oposición con la atomización postmodernista, apuestan por una recomposición en términos de historia social de la arquitectura religiosa altomedieval (Brogiolo 2008). Exploraremos a continuación estos tres caminos, con el fin de evaluar los registros disponibles y sugerir propuestas para futuros proyectos y estudios territoriales. Lejos de lograr respuestas, nuestra intención no va más allá de plantear nuevos interrogantes y evaluar los registros que tenemos para poder responderlos.
Fig. 1. Propuesta de análisis social de la arquitectura religiosa altomedieval asturiana.
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2.
¿QUIÉN CONSTRUYE LAS IGLESIAS?
a.
LA
MONARQUÍA ASTUR
La historiografía de la arquitectura del período altomedieval asturiano ha estado vinculada sustancialmente a los logros y el avance del Asturorum Regnum, hasta el punto de que el «prerrománico asturiano» ha sido considerado como la máxima expresión de la materialidad del reino (p.e. García de Castro 1998, 16) y un potente instrumento de legitimación del aparato real (p.e. Calleja 2005, 218). La mención de varias de estas construcciones en un documento tan relevante como son las crónicas del ciclo de Alfonso III, el carácter propagandístico desempeñado por los edificios de carácter monumental y la ordenación por parte de los procesos constructivos de los edificios en función de los reinados por parte de los estudiosos ha hecho que, de forma explícita o implícita, se asumiese que esta arquitectura era fruto de la acción directa de la monarquía.3 Esta identificación viene marcada por una concepción política del reino deudora de una interpretación literal de las crónicas, especialmente las dos versiones de la Crónica de Alfonso III, que nos intentan transmitir la idea de un poder político fuerte y centralizado, que surge de un pequeño núcleo de resistencia que acaudillará Pelayo y que entró en un proceso de expansión y consolidación interna que solo tropezó con algunas resistencias por parte de gallegos y vascones. Esta interpretación en la actualidad está lejos de ser aceptada unánimemente. La trabajos más recientes cada vez inciden más en presentar la evolución política del reino como un proceso más complejo marcado por la emergencia de diferentes poderes de carácter local que intentan imponer su hegemonía política sobre el resto, a lo cual responderían los cambios en la ubicación de la sede de poder político (Cangas, Pravia y Oviedo) o la política de alianzas matrimoniales con otros centros de poder en el área de influencia o de dominio del reino, como es el caso del matrimonio de Fruela con Munia de Álava. Una lectura pormenorizada de las crónicas no nos trasmite la idea de una monarquía en proceso de expansión, sino la existencia de diversos grupos aristocráticos que compiten por la hegemonía política desde diversos centros de poder que pueden acabar convirtiéndose en las sedes de la monarquía. Este proceso de unificación política no fue sencillo y no 3 En este sentido se interpreta el «prerrománico asturiano» en los trabajos de Schlunck (1977), Fontaine (1973), Berenger (1981), Manzanares (1981).
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parece haberse consolidado hasta la época de Ramiro I y su victoria sobre Nepociano.4 Es dentro de esta nueva interpretación de la evolución política en la que hemos de volver a los documentos y valorar en su justa medida la promoción de las iglesias del «prerrománico» por parte de la monarquía, así como la atribución cronológica de los edificios realizada en buena medida apoyándose exclusivamente en criterios estilísticos. Uno de los primeros autores que ha cuestionado esta atribución mecánica ha sido el profesor Collins (1989), centrando su atención en aquellos edificios mencionados en las crónicas del ciclo astur. Posteriormente C. García de Castro (1995, 537; 1997, 153), a partir de la lectura analítica de los registros textuales utilizados para fechar e identificar los edificios realizados por la monarquía, pudo atribuir únicamente diez edificios a la acción real que se ubicarían entre los reinados de Favila y Alfonso III y de ellos, solamente tres de los que conservan restos significativos en alzado pueden ser datados a partir de las crónicas.5 Asimismo tenemos noticias de otras iglesias edificadas o reconstruidas por la acción real y su entorno de las que no se conserva traza o solamente se conservan algunos elementos arquitectónicos, como el caso de Santa María, San Pedro y San Pablo de Trubia reedificada por Alfonso II (ACO 8, 863), la iglesia de Santa Eulalia de Ujo donada en el año 803 (ACL 2), las iglesias donadas por el hijo de Alfonso III Gonzalo en el año 896 (ACO 15), la iglesia de San Martín de Salas, restaurada a mediados del siglo X por Alfonso confessus, hijo de Fruela II, tal y como recuerdan una serie de epígrafes (Diego Santos 1994, 162-168, n. 158, 162, 165, 167) y la Iglesia de Santa Eulalia de Abamia, donde la Crónica de Alfonso III asegura que fue enterrado Pelayo. Junto a esto mencionar la lacónica referencia que las dos versiones de la Crónica de Alfonso III hacen a la construcción de muchas iglesias por parte de Alfonso I, que parece apuntar a un rico panorama edilicio en ese período. 4 En este sentido es abundante la bibliografía reciente: Menéndez Bueyes 2001; Torrente 1997; Suárez 2002; Estepa 2002; Escalona 2004; Fernández Conde et alii 2009. 5 San Tirso y Santuyanu de Oviedo (Alfonso II) y Santa María de Naranco (Ramiro I) son las que con claridad se mencionan en las Crónicas. Además hay noticias de Santa Cruz de Cangas de Onís (Favila), la confusa referencia al Naranco en época de Ramiro I que podría aludir a las dos construcciones que se conservan en la actualidad y la referencia a San Salvador y Santa María (Alfonso II) que aparece en todas las crónicas. Santuadrianu de Tuñón y San Salvador de Valdediós pueden ser atribuidas a Alfonso III a partir de otras fuentes, así como Santianes de Pravía a la época de Silo. (García de Castro, Ríos González 1997, 41).
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Otras iglesias del grupo del «prerrománico asturiano» carecen, en rigor, de soportes documentales u otros indicadores que permitiesen identificar con precisión los promotores de las obras. De hecho, la atribución cronológica de muchos edificios «prerrománicos» (en particular L.lena, Bendones, Nora, Gobiendes, Bedriñana, Cámara Santa, Torre Vieja de San Miguel o Foncalada) ha sido realizada basándose sustancialmente en criterios tipológico-formales, derivando en ocasiones en una identificación con el entorno regio. El análisis crítico de elementos arquitectónicos igualmente atribuidos a la presencia regia ha contribuido, ulteriormente, a relativizar esta función (García de Castro 1997, 153). Por lo tanto no resulta sencillo establecer si estas edificaciones han sido realizadas por promoción real o por otros grupos aristocráticos próximos a la monarquía. Quizá una cuestión a tener presente es la distinta presencia que estos edificios tienen en las Crónicas, observándose menciones menos abundantes y más lacónicas en la Crónica Albeldense que en la Rotense y A Sebastian. La Crónica Albeldense, considerada la más antigua de todas, tan solo atribuye construcciones a Alfonso II (San Salvador, Santa María y San Tirso), a Ramiro I6 y a Alfonso III.7 Por su lado, las dos versiones de la Crónica de Alfonso III mencionan los mismos reyes e iglesias, pero atribuyendo también la Iglesia de Santuyanu a Alfonso II y ampliando la nómina de reyes constructores: a Pelayo, la Crónica A Sebastian lo retrata como restaurador de iglesias; a Favila se le atribuye la iglesia de la Santa Cruz en la Rotense y Alfonso I es retratado en ambas versiones como constructor de Iglesias. Todo esto parece indicar que existe una patente intencionalidad por parte de los cronistas de reafirmar la idea de una serie de reyes como grandes constructores de iglesias, idea presente en la Crónica Albeldense pero que se reafirma en las dos versiones de la Crónica de Alfonso III. El objetivo del autor o autores de las crónicas es el afianzamiento de las teorías políticas de Alfonso III, al servicio de las cuales se gesta un discurso en el que algunos monarcas desempeñan un papel primordial y en el que son utilizados diversos elementos entre los que se encuentra su papel como grandes constructores y su relación con la Iglesia: Pelayo y Favila representan el origen de la dinastía, Alfonso I tiene especial relevancia ya que se unen en su 6 «In locum Ligno eclesiam et palatia arte fornicea mire construxit» (Gil Fernández et alii, 1985, 175). 7 «Ab hoc principe omnia templa Domini restaurantur et ciuitas in Ouetao cum regias aulas hedificantur» (Gil Fernández et alii, 1985, 177-178,
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persona la rama familiar de Pelayo con la de Pedro Duque de Cantabria;8 Alfonso II se presenta como el gran constructor de edificios y representa la superación de las dificultades y enfrentamientos (aunque no de forma definitiva) que se tejen en torno al poder en Pravia, enfrentamientos y tensiones que no serán superados hasta el reinado de Ramiro I, otro de los grandes artífices de la edilicia asturiana. Significativo es el hecho, ya señalado reiteradas veces por diferentes autores, de las escasas noticias sobre los reinados de Silo, Mauregato y Bermudo I en las crónicas, siendo interesante enfatizar la ausencia de menciones a la construcción de la Iglesia de Santianes de Pravia por parte de Silo. Si la iglesia responde al período de reinado de Silo ¿por qué no es mencionado también este rey como un gran promotor de iglesias? Con esto queremos subrayar la gran intencionalidad que se esconde tras las crónicas, el hecho de que no se pueda crear un único discurso a partir de ellas y la dificultad que entraña generar una evolución cronológica, estilística y de atribución constructiva a partir de las mismas.
b.
LA
ARISTOCRACIA
Frente a esta débil consistencia de la atribución de la mayor parte de las iglesias a los monarcas asturianos, en cambio, los textos de los siglos IX y X mencionan un número relevante de iglesias fundadas por aristócratas y potentes en varios sectores del territorio asturiano. De las 92 iglesias que conocemos en el territorio astur de los siglos VIII y X a través de la documentación y los restos materiales (Fernández Conde 2007, 58) la mayor parte de ellas han sido fundadas por parte de la aristocracia territorial. En muchas ocasiones los textos son demasiado lacónicos como para comprender la estructura de la aristocracia en este período, y solamente a partir del siglo X, tras el alejamiento de la sede regia, contamos con más evidencias para analizar su ámbito de influencia (Fernández Conde 1979, 138-179; García de Castro, Ríos 1995, 132-136; Calleja 2005, 204-205). En todo caso, en la actualidad no conservamos edificios de los siglos VIII-X que puedan ser atribuidos con total seguridad a grupos aristocráticos. Una de las primeras noticias conservadas hace referencia a la fundación por parte del noble Leminio del monasterio de San Tirso de Candamo hacia 8 La importancia de Alfonso I en el discurso político de Alfonso III ha sido bien analizada por Escalona 2004.
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el 800 (ACO pp. 122-123), progenitor de una de las familias más potentes de la Alta Edad Media asturiana (Fernández Conde, Páramo 2006). Son nobles que cuentan con bienes en varias villas o aldeas, como es el caso del diácono Francio, que erige en Triongo (Cangas de Onís) una basílica dedicada a San Vicente en el año 834 (DEPA 41). No obstante, son raras las menciones de fundaciones realizadas por aristocracias que operan a una escala subregional. Son más frecuentes, en cambio, las referencias a personajes que fundan durante el siglo IX iglesias que aparecen vinculadas a la monarquía y tienen bienes en zonas más amplias, como el obispo de Braga Gladila o el obispo ovetense Adaulfo.9 Desde inicios del siglo X empiezan a aparecer en los textos aristócratas como poseedores de iglesias o como fundadores de las mismas. En estos momentos emergen algunos aristócratas que se autodenominan condes, ilustrando buena parte de ellos procesos de concreción de centros de poder en todo el occidente asturiano. Uno de ellos es Gunddemaro Pinioliz, que en el año 991 adquiere la iglesia de Taule (ACO 33). También es el caso de Cromacio Melliniz y su mujer, procedentes de Galicia y que en el año 975 donan a la Catedral de Oviedo el monasterio de San Jorfe de Villagrufe en Allande (ACO 29). Otros personajes igualmente eminentes aparecen con el título de Domno, como es el caso de Aurelio, que había fundado la iglesia de Santa María de Limanes cerca de Oviedo (SV 24, a. 990). El Monasterio de Bárzana en Tineo lo fundan el conde Froila Velaz y su mujer en el primer cuarto del siglo X (COR 536), antepasados de los fundadores del Monasterio de Corias en el cual se integrará posteriormente.10 El rol desempeñado por estas iglesias ha sido largamente tratado por la historiografía (Fernández Conde 2008) destacando su papel como centros de poder y articulación territorial que son dotados de un 9 El obispo de Braga Glalia, en el año 863, donó varias iglesias y bienes en Trubia y su entorno a la iglesia de Santa María de Trubia (ACO 8), que había logrado aunar un patrimonio significativo en proximidad de Oviedo. (Fernández Conde, Fernández Fernández 2009). Igualmente a inicios del siglo IX el primer obispo ovetense, Adaulfo (812-826), edificó la iglesia de San Juan de Nieva, e incluso fue enterrado en ella (SV 11, 948). Ya en el siglo X el obispo de Oviedo Diego donaba la iglesia de San Feliz de Hevia al monasterio de San Pelayo (ACO 27, 967). 10 La rica documentación coriense alude a varios monasterios en el occidente de Asturias, que paulatinamente son incorporados al patrimonio de este monasterio; sin embargo es difícil establecer la cronología de su fundación así como la autoría de la misma, aunque es posible que algunos de ellos, al igual que ocurre con Bárzana, se retrotraigan al siglo X. Para la referencias a la documentación coriense utilizamos la transcripción y numeración de Floriano Cumbreño 1950.
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patrimonio que varía de unos centros a otros, y que la aristocracia utiliza para salvaguardar la concentración de la riqueza familiar, pero también como medio de engrandecerla. El anteriormente mencionado monasterio de Bárzana puede ejemplificar bien esta trayectoria (Fernández Conde 2006). A diferencia de otros territorios hispanos como Cataluña, las comunidades campesinas no aparecen de forma explícita en la documentación asturiana de los siglos IX-X fundando iglesias. Sí aparecen campesinos de distinta entidad, y se puede comprobar la existencia de una importante jerarquización interna dentro de las aldeas asturianas al menos desde finales del siglo IX y todo el siglo X, incluyendo en este grupo a algunos presbíteros que a tenor de sus actividades de compra venta podríamos considerar como una categoría superior de propietarios (García García 1986, 35).11 Parece tratarse de personajes que residen dentro de las aldeas (p.e. ASV 7, ACO 25) y que mediante la adquisición de numerosos bienes alcanzan una posición preeminente, como es el caso de Vicente en la aldea de Membro en Gozón (ASV 8, 9, 10, 12, 13, a. 937-949) que realiza diversas compras en la misma localidad, pagando a los vendedores en diversas especies. Similar posición tiene Ledantino, con propiedades en el valle del Cubia (ACO 25). Una de las estrategias a las que recurren para consolidar su posición dentro de la comunidad aldeana será la fundación de pequeñas ecclesiae o monasteria (Fernández Conde 1971, 68-69). Un buen ejemplo lo tenemos en el presbítero Eulalio, fundador y edificador en el año 937 de la iglesia de Santa María de Ervol, a la que dotó con el villar en el que se asienta, un molino y otra villa (COR, 524). A través de estas fundaciones logran relacionarse con las élites del reino, como es el caso del presbítero Juan, responsable de la fundación de la iglesia de San Zaornín en el concejo de Villaviciosa, y a cuya consagración acudió el obispo ovetense Diego en el año 968 (IMA 235, 968). En los valles interiores asturianos, como en el caso del río Aller, la presencia de fundaciones realizadas por parte de presbíteros ha sido muy relevante. Los casos de la iglesia de San Vicente de Serrapio, construida por Melito en julio del año 894 por encargo del presbítero Gagio (IMA 198), o la de San Juan de Llamas, fundada por el presbítero Juan en el año 940 (IMA 197) son los más significativos. Otro caso relevante es el del presbítero Artemio, que después de heredar la 11 Un proceso semejante se ha podido observar en el sector castellano (Quirós Castillo, Santos Salazar 2010).
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iglesia de Santa María de Limanes en el entorno de Oviedo, la reparó con sus propias manos (quod manibus propriis restauraui) y construyó varios edificios próximos para la explotación agrícola, hasta que en el 990 la entregó a otro presbítero, Modesto (ASV 24).12 No obstante, antes del siglo XII muchas aldeas carecían de iglesias, y solamente a partir de la afirmación de la red parroquial (Calleja 2000) se generaliza su construcción. Pero al menos en algunas de las aldeas conocidas en este momento los líderes aldeanos promovieron la construcción de templos de carácter privado. Este es un fenómeno que se documenta en amplios sectores del norte peninsular (Fernández Conde 2008, 222-276; Davies 2007, 204). Junto con estos presbíteros que tienen una preeminencia económica, en aldeas como Ujo (L.lena), Tallecias, actual Moreda de Aller o Aspra (Oviedo), la documentación del siglo X nos muestra la existencia de complejas estructuras sociales dentro de la aldea, en la que emergen grupos dominantes identificados en los diplomas con apelativos diferenciadores (Dom o Domna).13 12 Otros ejemplos significativos son la reconstrucción de la iglesia de Arguelles por parte del presbítero Domingo en el año 951 (IMA 219, 951), el caso del presbítero Seovano, que posee la iglesia de San Martín en Noanca en 895 (ACL 10), Eusebio y su hermano el presbítero Zonio que fundaron el monasterio de San Esteban de Álava en Salas antes del 889 (ACO 12). Igualmente el presbítero Gevoldo construyó el monasterio de San Pedro de Soto, que luego pasó a manos de San Vicente ya en el siglo XI. Recientemente se ha identificado en una de las ventanas de Santiago de Sariego el nombre Presbitero Romanus que podría identificarse como el promotor o, incluso, como el escultor de la pieza (García de Castro 2007, 93). 13 En el caso de Ujo el rey Ordoño I tenía propiedades dentro de la aldea desde el siglo IX, que incluían la iglesia de San Esteban (ACL 2). A lo largo del siglo X emergen élites o grupos preeminentes que actúan a una escala estrictamente local. Un primer grupo está liderado por Taurelo y su mujer Principia, que adquieren numerosos bienes pagando solamente con productos agrícolas, por lo que deberían ser productores directos (ACL 324, 473, 474). En cambio, los descendientes de Bonmenti, que aparecen en los textos como Dom Pader y Domna Tia (ACL 473, 474) debían contar con una posición más elevada. También en Tallecias observamos la existencia de dos familias preeminentes. Por un lado conocemos el grupo familiar liderado por Munio Núñez (138, 204) y su mujer Paterna (desde 213 Domna Paterna), que van adquiriendo progresivamente varios bienes de entidad limitada (un pomar en 138, una heredad en 204, unos pomares en 213, una heredad en 378). En 379 Domna Paterna, cuenta con dos vaqueros (Iohanes y Abdella, nombre muy árabe), por lo que tiene que contar sin duda con rebaños amplios. El otro grupo hace referencia a un cierto Braulio, que en 138 vende al ya mencionado Munio Muñez un pomar, en 213 vende a domna Paterna otro pomar en el lugar PLANO, y en 378 dona con su mujer Farella a domna Paterna la tercera parte de la heredad que tiene en la villa de Tallecias, porque
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Se trata de pequeños propietarios que generalmente tienen bienes en una sola localidad, aunque pueden tenerlos en más, siendo propiedades de carácter muy fragmentado y disperso, a diferencia de los grandes propietarios que cuentan con villas en su totalidad. Incluso es interesante ver la diferencia existente entre los bienes que tienen estos pequeños propietarios campesinos de carácter fragmentado y los bienes que ostentan algunos presbíteros como el ejemplo de Eulalio antes mencionado, que es poseedor de villas completas e incluso de la mitad de un molino. Todos estos datos, mucho más elocuentes para el siglo X que para el siglo IX, nos hacen vislumbrar una sociedad compleja y jerarquizada, con protagonistas que operan a diferentes escalas y que nos lleva a concluir que el proceso de construcción de las iglesias altomedievales en Asturias fue un fenómeno complejo en el que estuvieron insertos varios tipos de sujetos sociales, de tal manera que estas fundaciones desempeñaron funciones muy diferentes: trampolín para las élites locales, lugar de enterramiento para el obispo Adaulfo, instrumentos de dominio territorial para las aristocracias, o instrumentos de legitimación de la propia monarquía. Esta polifuncionalidad de la iglesia altomedieval determina una pluralidad de significados que difícilmente pueden ser decodificados si se analizan solamente las construcciones. De forma previa a la «normalización» que supuso la creación de la red parroquial, las iglesias responden a una realidad muy poliédrica y compleja que precisa de una aproximación sistémica que permita entender la iglesia en su contexto social.
3.
¿CÓMO SE CONSTRUYEN LAS IGLESIAS? ARQUEOLOGÍA DE LA PRODUCCIÓN
Uno de los principales retos que plantea el análisis social de la arquitectura es el de determinar los sujetos sociales del proceso constructivo. Tal y como acabamos de ver, el análisis de los textos y los epígrafes nos muestra una realidad muy compleja durante los siglos IX y X, de tal manera que los edificios monumentales no son, tal y como planteó en su su hijo Tegino mantuvo presos a los vaqueros de domna Paterna. Es posible, por lo tanto que existiesen conflictos entre ambas familias por la posesión de pastos de altura. También en la villa de Aspra (Oviedo) una serie de documentos (ASV 3, 16, 19, 20, 21) muestran la estructura interna de una comunidad aldeana, en la que destaca la presencia de un tal domno Lallino, que reside en la propia aldea y que probablemente no ejerce su preeminencia fuera de ella (ASV 20). El lugar ha sido estudiado en Torrente 1995-96.
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día I. Hodder, un mero reflejo pasivo de la sociedad (Hodder 1988, 21), sino elementos activos y dinámicos que permiten construir y transformar la realidad. Ahora bien, el mayor reto que plantea asumir esta línea interpretativa es identificar en términos materiales la acción de los sujetos sociales, puesto que como se ha subrayado anteriormente, los registros informativos disponibles no se superponen y raramente podemos diferenciar iglesias de aristocracias del siglo IX, de las de élites aldeanas del siglo X y no tenemos certidumbres incluso en torno a algunas de las construcciones atribuidas a los talleres cortesanos. Resulta evidente que cualquier aproximación a este tipo de problemas desde planteamientos estilísticos o formales no será suficiente. La variabilidad de las soluciones arquitectónicas y la complejidad de la estructura social hacen inviable este camino. Hace ya dos decenios que la Arqueología de la Arquitectura explora el análisis de los procesos productivos arquitectónicos como una vía fructífera para analizar socialmente las construcciones. La integración de los análisis formales y tecnológicos ha permitido articular un marco teórico de análisis basado en el estudio de la capacidad de control de los ciclos productivos por parte de los grupos sociales hegemónicos, estableciendo o diferenciando diferentes «culturas constructivas» que operan de forma contemporánea traduciendo la estructura social interna (Brogiolo 1996). El marco teórico proporcionado por la denomina Arqueología de la Producción a la hora de decodificar los procesos de construcción a partir del análisis de las arquitecturas, identificando los gestos técnicos que han hecho posible su realización (cadena técnico operativa de L. Gourhan o ciclo de producción de T. Mannoni y M. Vidale), ha permitido realizar un importante salto cualitativo a la hora de comprender el significado del empleo de técnicas constructivas de calidad a la hora de estudiar en términos sociales las arquitecturas (Mannoni, Giannichedda 2004; Brogiolo 2009, Bianchi 1996).14 En esta ocasión se pretende explorar la potencialidad de esta línea de trabajo a la hora de analizar la dimensión social de estas arquitecturas. No estará de más subrayar que, cualquier análisis arquitectónico de tipo tecnológico o formal, precisa previamente de un estudio estratigráfico de sus fábricas, haya 14 En dos trabajos previos realizados sobre arquitecturas medievales asturianas se introdujeron estas temáticas a la hora de comprender procesos como la organización del artesanado en el «período prerrománico» o la conformación de la red parroquial en el «período feudal» (Fernández Mier, Quirós 1999; Fernández Mier 2003).
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sido o no formalizado a partir de los presupuestos metodológicos de la denominada Arqueología de la Arquitectura.15 Y aunque hasta el momento solamente se han editado las lecturas estratigráficas de algunos edificios, en los análisis realizados en esta ocasión se han tenido en cuenta este tipo de condicionantes.16 El marco operativo definido en esta ocasión se ha articulado en el estudio de tres indicadores principales. Se han analizado solamente cuatro grupos de variables principales que han mostrado ser significativas (o se han logrado decodificar) en términos de comprensión social de los procesos constructivos, sin agotar ni mucho menos las distintas vías de análisis de estas arquitecturas. El estudio de las técnicas constructivas es una vía para «reconstruir» los ciclos productivos, y en ocasiones se ha podido observar que los estudios de aparejos son más significativos que otras variables (Caballero, Utrero 2005, 171). No obstante, tal y como nos muestra el caso de las iglesias altomedievales de Álava, el carácter explicativo de cada variable técnica depende en gran medida del grado de desarrollo de las investigaciones realizadas en cada territorio (Sánchez Zufiarre 2007).17 Para realizar este análisis contamos con unos dieciocho edificios conservados en alzado que se pueden atribuir en su mayor parte a los siglos VIII y X, una veintena de lugares en los que se conservan piezas o elementos arquitectónicos, y al menos otros cuatro yacimientos en los que se han hallado arquitecturas monumentales. La mayor parte de los edificios en los que se han identificado los promotores se pueden asociar a la monarquía y su entorno, con las salvedades ya señaladas. En Arbazal, «templo aldeano, al servicio de una comunidad campesina altome15 Creemos que la metodología estratigráfica consensuada en el ámbito de la Arqueología de la Arquitectura es el procedimiento más adecuado y las recientes lecturas realizadas por L. Caballero suponen un salto cualitativo fundamental (Caballero et alii 2008, 2010); inquietudes por comprender las distintas fases arquitectónicas se pueden hallar en otros investigadores que se han dedicado previamente al análisis del «arte prerrománico». 16 No obstante hay que señalar que en la exhaustiva y detallada tesis doctoral de C. García de Castro se han realizado importantes observaciones sobre los procesos constructivos de los principales edificios encuadrados dentro del «prerrománico asturiano» que son de gran utilidad (García de Castro 1995). 17 En esta ocasión se ha intentado realizado un análisis tipológico de variables técnicas similares a las aplicadas por L. Sánchez en Álava y en otras iglesias altomedievales peninsulares (Sánchez 2007, 2009), pero los resultados aplicados a la arquitectura asturiana no son concluyentes en términos sociales.
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Fig. 2. Ciclo productivo de la arquitectura.
dieval» (García de Castro 2008, 84) podemos pensar en la propia comunidad campesina o en élites aldeanas como promotores de estas construcciones. Pero en la mayor parte de los casos no hay elementos que permitan establecer el contexto social y funcional en el que se construyeron estos edificios. Con todo, resulta posible diferenciar, en función de las técnicas constructivas empleadas, diferentes grupos o «culturas constructivas». Teniendo en cuenta estas premisas, tomaremos en consideración cuatro conjuntos de variables: las dimensiones de las fábricas, los sistemas de abastecimiento de materiales, los paramentos y el aparato decorativo.
1.
LAS
DIMENSIONES DE LAS FÁBRICAS
Un primer criterio que hemos tomado en consideración ha sido el de valorar las inversiones realizadas en la construcción de estos edificios, el cálculo del volumen construido expresado en metros cúbicos. A partir de las planimetrías de algunos edificios elegidos como muestra se puede observar que las diferencias son muy significativas entre las distintas construcciones. En los cuatro casos tomados en consideración (Arbazal, Nora, Valdedios y Santuyanu) se observa una diferencia relevante entre la iglesia campesina de Arbazal respecto a otros monumentos como Nora o Valdediós. Igualmente se distancia de forma significativa Santuyanu del resto, ya que es con diferencia, el edificio más grande de los conservados en la actualidad atribuible al período altomedieval.
Fig. 3. Cálculo de volúmenes construidos en varias iglesias prerrománicas.
Resulta mucho más difícil e inexacto realizar, en función de estos volúmenes, una estimación temporal de la realización de estas fábricas. Algunos autores han valorado, en función de análisis etnoarqueológicos y del conocimiento de las prácticas de artesanos tradicionales, los tiempos necesarios para construir paramentos en técnicas complejas,18 tallar sillares, o construir paños con materiales regulares. Tal y como analizaremos a continuación, estas cuatro iglesias son muy diferentes entre sí en lo que se refiere a los sistemas de abastecimiento, las tecnologías y los procesos constructivos empleados, por lo que difícilmente pueden ser comparables. En cualquier caso, y por tener alguna estimación, J.-C. Bessac estudiando el recinto de Nîmes ha estimado que, empleando materiales locales que se extraen de forma regular siguiendo la estratificación natural (petit appareil) es posible llegar a producir unos 2 m3 diarios siguiendo las reglas del arte y teniendo a disposición el material (Bessac 1988, 32-33).19 En una 18 Utilizamos este concepto tal y como lo ha definido Mannoni 1997. 19 El autor calcula igualmente los tiempos empleados en los procesos de extracción y las diferencias que supone el empleo del moyen apparail y el gran apparail.
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palabra, es preciso conocer el tipo de material constructivo empleado, su procedencia y los distintos procesos de extracción, transporte y elaboración para poder determinar con un cierto rigor la entidad de los recursos invertidos. A partir de estos cálculos se puede establecer una estimación —por defecto para el caso de Santuyanu, Valdediós y Nora donde por ejemplo se emplean sillares en esquineras, contrafuertes y otros sectores del edificio— que puede ser significativa solamente para el proceso de colocación de las piezas en obra. El cálculo de jornadas de trabajo permite evidenciar aún más las diferencias existentes entre una iglesia de una comunidad campesina y las iglesias promovidas por la monarquía (Santuyanu y Valdedios), mientras que no se puede establecer la responsabilidad en el caso de Nora. En todo caso, estos cálculos han de considerarse simples estimaciones y estamos trabajando para lograr contar con indicadores más precisos y útiles para acercarnos al conocimiento de los procesos productivos.
2.
EL
ABASTECIMIENTO DE LOS MATERIALES
Este es quizás uno de los indicadores que puede tener un mayor valor explicativo a la hora de caracterizar las construcciones altomedievales asturianas. Los estudios realizados en el marco de los procesos de rehabilitación monumental han contemplado la identificación de los materiales constructivos utilizados en la arquitectura histórica asturiana, aunque quizás estos trabajos aún no han sido empleados concretamente para el estudio de los procesos productivos en la Alta Edad Media. Y aunque muchos estudios petrográficos aún no han sido publicados, se dispone de trabajos sobre algunos edificios (Foncalada, Naranco, Lliñu, L.lena, Santuyanu, Nora) o sobre el empleo de algunos materiales concretos (caliza de Pedramuelle). En particular hay que señalar por su importancia los estudios realizados en los últimos decenios por el equipo dirigido por R. M. Esbert, de la Universidad de Oviedo. A partir de estos trabajos se puede proponer una serie de observaciones sobre las formas de abastecimiento de los materiales constructivos empleados en estas construcciones. 1. Para la realización de estos edificios se ha recurrido sustancialmente a material nuevo extraído de canteras. El estudio petrológico nos permite definir los afloramientos de los que proceden los materiales, pero no contamos con evidencias arqueológicas ni documentales de los lugares precisos de extracción.
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Como veremos, esta ambigüedad plantea algunas incertidumbres sobre las formas de abastecimiento de materiales constructivos. 2. Analizando la naturaleza de los materiales empleados así como los frentes de algunos afloramientos, se han preferido materiales bien estratificados de forma natural, como en el caso de la caliza de Pedramuelle (Esbert, Marcos 1983) respecto a los materiales masivos, ya que se pueden fracturar y regularizar con mayor facilidad (Cagnana 2000, 17 ss). Desconocemos, en cambio, las formas de extracción de materiales empleados en la cuenca de Oviedo como son las calizas jurásicas o la piedra de Aspra. 3. Tendencialmente la arquitectura monumental altomedieval asturiana, como la mayor parte de las construcciones preindustriales, emplea los materiales más próximos, ya que el transporte terrestre constituye el capítulo que más incide en el coste de la construcción de cualquier edificio (Mannoni 1994, 130; Cagnana 2000, 54-57). No obstante, era común recurrir a materiales más lejanos en el caso de que fuese preciso realizar piezas que requiriesen un alto grado de trabajo (p.e. escultura decorativa, dinteles y pies derechos de aperturas, etc.), lo que precisaba de un sistema de extracción y de transporte articulado y en ocasiones complejo. En el caso de los edificios asturianos, donde la posibilidad de recurrir al transporte fluvial era prácticamente imposible, este factor influye ulteriormente en el proceso constructivo. 4. En este aspecto encontramos importantes diferencias entre las diversas construcciones. Las iglesias de las comunidades campesinas, como Arbazal, recurren solamente a los materiales locales situados en proximidad de las propias construcciones. En cambio, en torno a núcleos productivos articulados como es el caso de Oviedo contamos con indicadores suficientes como para pensar que se ha creado un sistema organizado y especializado de materiales líticos al menos a partir de finales del siglo VIII. Los principales edificios realizados en Oviedo y su entorno más inmediato (Santuyanu, Naranco, Lliñu, San Tirso, Cámara Santa, Torre vieja de San Miguel) han sido construidos con cuatro materiales principales: a. La caliza cretácica conocida como caliza de Pedramuelle es probablemente el material más empleado en los edificios ovetenses en su variedad de grano fino (Alonso et alii 1998). Su disponibilidad en estratos naturales horizontales ha permitido la extracción de piezas regulares que caracterizan el «sillarejo» (bozze) de los paramentos de la mayor parte de las iglesias ovetenses de este período. Se conocen canteras de época histórica en el sector de Pedramuelle, al SO de Oviedo (Esbert, Marcos 1983).
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Fig. 4. Canteras de Santa Marina de Pedramuelle.
b. La caliza dolomítica de grano fino conocida como «piedra de Laspra» (Esbert, Ordaz 1985), de la que se conocen canteras en época histórica en el sector SO de Oviedo, en la zona del Cristo de las Cadenas (Oviedo). Utilizada de forma complementaria con la anterior en la realización de los edificios del Naranco o de Santuyanu, por su alto grado de «laborabilidad» ha sido también empleada en piezas ornamentales. c. Es mucho más contenido en términos cuantitativos el uso de otros materiales destinados a funciones más especializadas. Concretamente destaca el empleo de una caliza jurásica procedente de la denominada formación de Lastres, empleada en varios
Fig. 5. Caliza jurásica empleada en Santuyanu.
edificios para la realización de la escultura decorativa o de elementos estructurales como columnas, arcos o las aperturas (Santuyanu, Naranco, Lliñu). No se conoce la ubicación de las canteras de estos materiales, pero aflora en varios sectores de la costa asturiana, y su empleo es común en edificios de Gijón y Villaviciosa (Mateos et alii 2004). Es significativo que edificios realizados íntegramente en sillares, como es la Foncalada, se hayan realizado exclusivamente con estos materiales importados sobre el sustrato masivo local poco adecuado para la labra. d. Por último hay que señalar el empleo sistemático de la toba en la realización de las bóvedas de estos edificios. Aunque por sus características formativas no es fácil determinar la procedencia concreta de estos materiales, los constructores conocían con precisión las características de estas piedras y la forma de obtenerlas. A través de esta breve presentación podemos concluir que desde los últimos años del siglo VIII se había creado entorno a Oviedo un sistema de extracción y circulación de materiales constructivos dotado de cierto nivel de complejidad para dar respuesta a una demanda sostenida y especializada de arquitecturas monumentales. Tanto la caliza de Pedramuelle como la «piedra de Laspra» se pueden extraer en proximidad de Oviedo. Resulta en cambio más llamativo la importación de los materiales jurásicos de la costa. Es cierto que en términos cuantitativos su volumen es siempre relativamente contenido, y Foncalada es el único edificio realizado casi integralmente con este material. No obstante, el empleo de este tipo de material, especialmente en casos como Santa María del Naranco, implica un alto grado de organización
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y la existencia de «culturas constructivas» de largo recorrido que persisten en el área ovetense al menos durante un siglo largo. Estas «culturas constructivas», algunas de corto recorrido como el taller que opera en Santa María del Naranco, cuentan con un importante conocimiento del medio y su potencialidad, y están radicadas localmente. No deja de ser significativo que los dos nombres de constructores que conocemos a través de la epigrafía sean los de Melito (IMA 198) en Serrapio, y Fruela de San Miguel de Lliñu (IMA 79). Especialmente el segundo es un nombre claramente local, indicio de la existencia de talleres locales. 5. En los casos en los que contamos con otros estudios sistemáticos publicados, como son los de Tuñón (Adan et alii 1991) o de L.lena (Arias et alii 2005, 77-82), se recurre a materiales locales, sin el empleo de importaciones. No obstante, en ambas iglesias se ha podido constatar como las celosías de Tuñón (Adan et alii 1991, 383) y una de las ventanas de L.lena (Arias et alii 2005, 82) han sido realizadas con materiales líticos procedentes de la cuenca ovetense. Esta procedencia, que podría sugerirse para otras ventanas y elementos arquitectónicos presentes en otros edificios asturianos de la cuenca central asturiana o del ámbito de Villaviciosa, constituyen un importante indicador de la existencia de talleres centralizados que pivotan en torno a la sede regia y que abastecen tanto edificios promovidos por la monarquía, como es el caso de Tuñón, como otras arquitecturas probablemente atribuibles a otros grupos sociales, como se analizará más adelante. 6. Otro fenómeno que ha merecido la atención de los estudiosos es el recurso a materiales de expolio, especialmente tambores de columna o capiteles que se encuentran en varios edificios como son los casos de San Tirso, Santuyanu en Oviedo, Santianes, L.lena, Tuñón o Valdediós o los capiteles hallados recientemente en Avilés (García de Castro 2007, 111-114).20 Su uso nunca ha sido cuantitativamente significativo, aunque sí en términos cualitativos (Arias Páramo 2009). No obstante, tal y como se ha señalado recientemente, los talleres astures han priorizado las esculturas originales sobre los expolios (García de Castro 2007, 114). Varios autores han atribuido el uso de estos materiales reutilizados al saqueo de edificios de época clásica, y quizás visigoda (en San Tirso), tanto de la 20
http://www.elcomerciodigital.com/aviles/20080429/aviles/capiteles-hallados-casona-alas-20080429.html consultado el 1 enero 2011.
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cuenca del Duero como de Galicia o el Norte de Portugal (García de Castro 2008, 13-13). En cualquier caso hay que señalar que la mayor parte de los expolios aparecen en aquellas construcciones en las que tenemos la certeza de la promoción real. 7. Para concluir este apartado deberemos hacer mención igualmente a la producción de materiales constructivos. En un trabajo previo analizamos el empleo de los materiales cerámicos, y concretamente los ladrillos, en la arquitectura altomedieval asturiana (Fernández Mier, Quirós 1999, 378-380). Pudimos verificar entonces que, salvo casos muy concretos, los módulos de los ladrillos empleados en estas construcciones eran romanos aunque se habrían realizado en la Alta Edad Media. De hecho, contamos con evidencias suficientes como para pensar que la producción de ladrillos nunca cesó en Hispania en la Alta Edad Media (Quirós Castillo 2005). Entonces sugeríamos que se habrían realizado hornos en cada edificio para satisfacer la (escasa) demanda de ladrillos empleados en las roscas de los arcos, y de tejas empleadas para la techumbre.21 A la luz de los procesos productivos observados en el tratamiento de la piedra, con talleres centralizados en torno a la ciudad de Oviedo, quizás se podría sugerir que hubiese hornos igualmente centralizados que producirían a demanda para las distintas arquitecturas en construcción. Por último hay que señalar que prácticamente no se han realizado hasta el momento estudios sobre morteros (salvo excepciones como Rojo et alii 2004), o que los que se han realizado aún no se han publicado y analizado desde la perspectiva de la arqueología de la producción. Este será, indudablemente, uno de los retos que se deberán abordar en un próximo futuro. Para concluir este apartado podemos señalar que si bien los sistemas de abastecimiento de materiales no constituyen un indicador simple de analizar para realizar un análisis social de la arquitectura, introducen variables de gran interés. Resulta indudable la existencia de diferencias muy significativas entre las arquitecturas realizadas en el marco de las comunidades campesinas respecto a las producciones promovidas por la monarquía y otros grupos sociales. La comparación entre las iglesia de Arbazal y de Valdediós, distantes entre sí menos de un kilómetro en lí21 A la luz de los recientes trabajos realizados en Santa María del Naranco se puede pensar que se utilizó una cubierta de tégulas e imbrices, similar a la utilizada en época romana (Carrocera et alii 2009, 333).
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nea recta, es realmente enorme. En el entorno de Oviedo, donde existe desde finales del siglo VIII un complejo sistema productivo capaz de abastecer de materiales especializados e importados a distintos tipos de talleres, resulta indudable que será más difícil deslindar técnicamente las arquitecturas promovidas por la monarquía o por las aristocracias. Es en cambio en los valles interiores y en los espacios más lejanos donde resulta mucho más impactante la «anormalidad» de arquitecturas como Valdediós, Bedriñana o incluso Tuñón frente a las numerosas iglesias rurales que, como Arbazal, poblaban los valles de Villaviciosa en la Alta Edad Media.
3.
LAS
TÉCNICAS CONSTRUCTIVAS
Como ya hemos mencionado, los trabajos en arqueología de la arquitectura de los últimos años consideran que el mero análisis estético de los paramentos presenta limitaciones para comprender la organización del artesanado en el pasado, e incluso para fechar los distintos edificios, lo que ha dado lugar a una nueva orientación en el estudio de los aparejos priorizando la comprensión tecnológica de los procesos productivos. Más allá de la regularidad de una obra en sillería, considerada estéticamente superior que una obra irregular de mampostería, el análisis de las «reglas del arte» han permitido diferenciar la existencia de varias formas de construir. Pedro Zengoitia en su célebre obra sobre el Arte de Albañilería (1827) recoge el siguiente paso: Las construcciones de piedra son de dos modos en cuanto a su forma; una tosca e irregular conforme sale de la cantera, y otra labrada y regular: la irregular se llama mampostería, y pertenece al albañil; y la regular cantería, ramo y arte diverso, que necesita tratado diferente por el estudio que pide el modo de cortarla, labrarla y ponerla en obra (Zengotita Vengoa 1827, 11)
Esta diferencia sustancial ha dado pie al reconocimiento de dos formas de organizar los procesos constructivos que los arqueólogos de la arquitectura han definido con los términos de «obra de cantería» y «obra de albañilería». T. Mannoni, uno de los autores que más ha trabajado en esta línea, ha propuesto de forma contundente que «la importancia de esta distinción entre albañilería y cantería reside en la responsabilidad en las fábricas: cuando el paramento era construido con sillares tallados por el cantero, éste no era un ayudante en la obra o un proveedor de productos semielaborados, sino el propio constructor del edificio» (Mannoni 1997, 15). El
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estudio de las técnicas de construcción debe por lo tanto plantearse, como objetivo primario, reconocer los procesos constructivos empleados en la ejecución de las fábricas: técnicas de albañil, técnicas de cantero y técnicas de albañil que imitan a los canteros. En segundo lugar, y en función de los contextos sociales, el estudio de las técnicas constructivas tiene como objeto comprender en términos sociales y económicos las condiciones en las que se han realizado las fábricas, puesto que el tipo de paramento empleado en la realización de las arquitecturas refleja estructuras socioeconómicas complejas, directamente relacionadas con las formas de estructuración y organización del artesanado.22 A la hora de analizar el ciclo de producción de la piedra, una vez considerado el abastecimiento de los materiales, deberemos tener en cuenta qué procesos de transformación de la piedra se han empleado, y cómo se aparejan en la obra los distintos materiales. Ambas fases están intrínsecamente relacionadas, y suele ser frecuente en la Alta Edad Media que se ejecute en el mismo lugar por parte de los mismos artesanos. En un trabajo previo hemos subrayado como en la Alta Edad Media se produce una simplificación de las culturas constructivas y una reducción de los ciclos de producción más complejos. Más concretamente, en el caso de la arquitectura asturiana carecemos de construcciones realizadas integralmente en sillería y con técnicas de cantería (Fernández Mier, Quirós 1999).23 Generalizando, podríamos decir que el grupo de iglesias integradas dentro del denominado «prerrománico asturiano» han sido realizadas con aparejos tendencialmente regulares de «mampuestos» o «sillarejos», con refuerzos estructurales de sillares alargados en las esquinas, los contrafuertes y otros puntos concretos de la edificación. 22 Il tipo di muratura impiegato depende in primo luogo, per ogni singolo periodo, dall’ambiente socio-economico che lo produce in quanto esso determina dell scelte: esecuzioni in autarchia o mediante maestri più o meno specializzati, impiego di materiali raccogliticci locali o di materiali lavorati di cava, prosduzione di calce o uso di terra argillosa, ecc. Ma dopo di ciò il tipo di tessitura del muro depende in parte dalle capacità esecutive dei costruttori, siano esse in adeguamento ad una tradizione, o a schemi importati, o persino originali, ed in parte dei caratteri tecnici dei materiali scelti (Mannoni 1994, 15). 23 La única referencia con la que contamos de arquitecturas realizadas en sillería es la iglesia de Santa Cruz en Cangas de Onís atribuida a Favila. L. A. de Carballo a finales del siglo XVII escribía que «toda es de sillería» (de Carballo 1695, 124). No podemos saber, no obstante, si la fábrica de sillería correspondía a la construcción del siglo VIII o a alguna transformación posterior.
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Fig. 6. Iglesia de Santa María de Arbazal.
Como hemos señalado y generalizando, en el caso de los edificios ovetenses el material predominante es la caliza de Pedramuelle en los siglos VIII y IX, que presenta líneas de fractura regulares siguiendo la estratigrafía natural que permite obtener «sillarejos» regulares en altura sin realizar una talla específica por parte del cantero. Es suficiente adaptar las piezas eliminando los sobrantes y seleccionando las alturas para formar las hiladas horizontales. En las esquinas, contrafuertes, modillones, etc. se recurre a sillares que no son perfectamente regulares, sino que han sido tallados a partir de bloques de dimensiones similares tal y como se extraen de la cantera siguiendo la estratigrafía natural.24 En el caso de Santuyanu, por ejemplo, se observa una diferencia notable en el tratamiento de los sillares dispuestos a soga y tizón en las esquineras, respecto a los bloques mucho más irregulares que se emplean en los contrafuertes externos, todos ellos realizados en caliza de Pedramuelle sustancialmente. La alteración de las superficies de la roca no permite reconocer con facilidad las marcas de tallado dejadas por los instrumentos, en las que parece reconocerse un instrumento de corte plano, quizás una azuela, y otro apuntado. De lo que no parece haber duda es que no hemos podido reconocer en 24 L. Arias ha sugerido, en cambio, que los sillares se prefabricarían en cantera a partir de un sistema unitario de medidas, tallándose en bloques y a escuadra en el caso de al menos siete edificios «prerrománicos» (Arias 2008, 335-347).
ningún caso guías de escuadra, salvo algunos casos dudosos. Se pueden realizar observaciones similares en el caso de Santa María del Naranco o San Miguel de Lliñu, donde son más frecuentes los esquinales realizados en piedra de Laspra y, en casos más puntuales, de caliza jurásica. Tampoco en este caso se reconocen guías de escuadra. En síntesis, este conjunto de edificios ha sido realizado con «técnicas de albañil» mediante una cuidada selección de los materiales y un determinado grado de preparación previa de los mismos, especialmente en las esquineras, contrafuertes y los elementos estructurales principales (arcos, bóvedas, etc.). Tal y como señalamos en su día, solamente el pórtico meridional de San Salvador de Valdediós, fechado por varios autores hacia el 883 (García de Castro 1995), y Foncalada (fechada bajo el reinado de Alfonso III) marcan la introducción de las «técnicas de cantero» en la arquitectura monumental asturiana. Resulta en cambio de gran interés comparar estas fábricas con las coetáneas iglesias de las comunidades aldeanas. Como ya se ha señalado a la hora de analizar los sistemas de abastecimiento, estas construcciones han sido realizadas únicamente con material estrictamente local, sin que exista un proceso de selección análogo al que hemos visto con anterioridad. En iglesias como la de Arbazal o la de Riomiera los esquinales no están diferenciados, los materiales apenas han sido elaborados tras su extracción, y se disponen formando aparejos irregulares, que
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Fig. 7. Planta y posible alzado de la Iglesia de Riomiera, según O. Requejo.
Mannoni ha denominado «complejos» en función de las reglas del arte empleadas.25
4.
RECURSOS
todas ellas —salvo Bendones, Priesca y L.lena— se pueden atribuir con una cierta seguriad a la acción directa de la monarquía.
DECORATIVOS
Los dos principales recursos decorativos que se han empleado en la construcción de las iglesias altomedievales asturianas han sido la escultura arquitectónica y la pintura mural. Para ambos registros contamos con dos trabajos de referencia realizados por C. García de Castro (2007) para la escultura, y por L. Arias (1999) para la pintura, lo que nos eximirá en esta ocasión de realizar un tratamiento exhaustivo. Nos limitaremos en este caso a hacer algunas consideraciones puntuales. Por lo que se refiere a la cuestión de la pintura mural, se ha podido observar que la mayor parte de los edificios en los que contamos con los criterios adecuados, la presencia de revocos exteriores era generalizada, dejando a la vista únicamente las esquinas (Arias 1999, 41). Es igualmente probable que todas las arquitecturas estuviesen revestidas internamente. De las diez iglesias en las que se conservan decoraciones en pintura mural, 25 Esistono infine tecniche murarie nelle quali il muratore non si preoccupoa affatto dell’aspetto formal eche possa avere la superficie esterna, ma piuttosto di una Maggiore omogeneità in senso tridimensionale (Mannoni 1997, 20).
Fig. 8. Ventanas monolíticas altomedievales en Asturias.
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Fig. 9. Mapa con la distribución de las ventanas monolíticas en Asturias.
Es mucho más explícito García de Castro a la hora de estudiar la escultura decorativa del área central de Asturias del período del reino de Asturias. En su análisis, exhaustivo y sistemático, no duda en utilizar categorías como arquitectura «culta» y «popular» a la hora de caracterizar distintos talleres escultóricos, en particular en el análisis de los vanos decorados (García de Castro 2007, 93). De hecho, este autor, analizando las piezas monolíticas que denomina «ventanas concebidas como piezas aisladas del paramento» sugiere que puedan atribuirse a copias populares de prototipos de arquitecturas como Valdediós. Este tipo de piezas monolíticas nunca aparecen en arquitecturas regias y al menos en un caso (Santiago de Sariego) puede relacionarse con una más que probable fundación realizada por un presbítero, Romanus (García de Castro 2007, 93). Queda por valorar si, como parece posible, algunas de estas piezas han sido realizadas por talleres centralizados atribuidos al ámbito ovetense, o si en cambio son piezas realizadas por talleres locales. En función de todos los indicadores posibles, se puede sugerir que este tipo de vanos podría ser un indicador válido para identificar las iglesias realizadas por élites aldeanas en el seno de las aldeas asturianas. Esta línea interpretativa podría igualmente extenderse a otros territorios como el País Vasco, donde se han hecho estudios sistemáticos sobre este tipo de ventanales (García Camino 2002) y hemos estudiado algunos conjuntos arquitectónicos. *
*
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Como no podía ser de otra manera, el análisis de los procesos productivos no puede ofrecer modelos ideales de construcciones socialmente diferenciadas, porque las soluciones son muy variadas, los factores que influyen en la realización de las distintas arquitecturas son muchos y hay que combinar varios modelos explicativos. Así por ejemplo, la compleja estructura productiva que pivota en torno a Oviedo desde los últimos decenios del siglo VIII influye de forma decisiva sobre las arquitecturas realizadas en este ámbito. Construcciones probablemente vinculadas a líderes de comunidades campesinas, como podría ser quizás el caso de Bendones,26 cuentan con soluciones arquitectónicas complejas que encontramos en sectores más alejados de Oviedo únicamente en arquitecturas regias (p.e. decoración mural y escultórica, empleo de materiales cerámicos, volumen construido). No obstante hay algunos indicadores, como podrían ser los vanos monolíticos, que parecen tener un determinado significado en contextos concretos, tal y como se ha sugerido con anterioridad. Con todo, es posible que nuevas intervenciones arqueológicas preventivas permitan identificar otras construcciones y ampliar los indicadores disponibles, o que nuevos estudios sobre otras variables (instrumentos de talla, elementos compositivos, etc.) permitan matizar y revisar las, necesariamente parciales, conclusiones aquí aportadas. 26 Esta interpretación es cuestionada explícitamente por C. García de Castro, que sugiere una interpretación monástica (García de Castro 1995, 392).
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4.
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¿PARA QUÉ Y PARA QUIÉN SON ESTAS IGLESIAS? FUNCIONALIDAD Y TERRITORIO
La interpretación más generalizada sobre la función de las iglesias prerrománicas, ya que se consideraban ligadas al mecenazgo regio, es que se trata de una arquitectura aúlica, sede de ceremonias relacionadas con la institución monástica. Esta interpretación ya cuestionada por García de Castro (1995), unida a las reflexiones previas sobre la estratificación social de la sociedad de los siglos IX y X y la pluralidad de situaciones que encontramos en relación con dichas iglesias, ha de llevarnos a plantearnos no sólo quien las construye, sino qué finalidad tienen y qué papel desempeñan en el territorio. La primera acertada distinción en este sentido la estableció García de Castro, diferenciando entre obras de mecenazgo real y obras cortesanas, sede de ceremonias relacionadas con la institución monárquica. La función aúlica de buena parte de los edificios ya ha sido suficientemente analizada por diversos autores, por ello aquí huiremos de profundizar en dicho aspecto para centrar nuestro interés en tres cuestiones principalmente: — En primer lugar en el carácter monástico de algunos edificios, ya que buena parte de las mencionadas hasta el momento son nombradas indistintamente como iglesias o como monasterios en la documentación. — En segundo término interrogarse sobre el papel que algunas de estas construcciones, especialmente las ubicadas en áreas rurales (caso de Tuñón, Nora, Priesca, Gobiendes, Bedriñana) pueden desempeñar, no sólo como elementos de prestigio social de la monarquía o de la aristocracia, sino como centros de poder, convirtiéndose en focos de articulación territorial de un determinado espacio geográfico.27 — Finalmente es necesario acercarse a esas comunidades rurales que atisbamos a partir de los documentos escritos, tan desconocidas hasta el momento en Asturias y a la relación que tienen con las iglesias, especialmente aquéllas que por su factura podemos considerar relacionadas con las comunidades rurales o pequeñas élites dentro de las mismas: Arbazal, Riomiera, Serrapio, Plecín, Arroxu, Tina… No cabe duda que una mejor comprensión de las estructuras de poblamiento nos permitiría profundizar en la estructura económica que permite la capacidad de 27 En este sentido el estudio realizado por Fernández Conde y Pedregal Montes sobre Santuadrianu de Tuñón resulta ejemplar y altamente sugerente.
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financiación de estas construcciones, tanto por parte de la monarquía como de la aristocracia o las élites campesinas. Por lo que respecta al primer punto, el carácter monástico de estas construcciones, García de Castro considera que teniendo en cuenta las reiteradas referencias documentales a monasteria en los documentos escritos se puede considerar que las plantas del «prerrománico» se corresponderían con edificios de carácter monástico, que presentarían la misma disposición que las iglesias del siglo X situadas al sur de la cordillera, lo que explicaría el equipamiento decorativo que estaría muy alejado del de construcciones ligadas a las comunidades rurales (García de Castro 1995: 537). Sin embargo, esta interpretación contrasta con la problemática que las fuentes escritas de los siglos IX y X reflejan sobre el significado que debemos atribuir a estos monasteria. Desde el trabajo de I. Loring (1987) sobre las iglesias propias en Cantabria, se ha venido haciendo hincapié en la indistinción por parte de los documentos del uso del término monasterio e iglesia para nombrar una misma realidad, utilizándose ambos términos para el mismo edificio indistintamente. La realidad de estas iglesias para los siglos IX y X parece incidir más en la idea ya anteriormente mencionada de las iglesias propias, presentes en todo el Norte Peninsular (Fernández Conde 2008, 222-276) que nacen en algunos casos en el seno de familias con amplias propiedades con la intención de preservar la unidad del patrimonio, y en otros ligadas a presbíteros con cierta capacidad económica, a la vez que se convierten en centro de recepción de donaciones y en las que estaría ausente un ordenamiento disciplinar nítido relacionado con reglas monásticas tradicionales que se irán adoptando paulatinamente a lo largo del siglo X (Fernández Conde 2005).28 La reiterada referencia a monasteria en los diplomas altomedievales (las crónicas en ningún momento se refieren a los edificios «prerrománicos» como monasteria, siempre utilizan el termino basílica o ecclesia) puede ser sugerente para identificar los edificios más nobles del «prerrománico» con monasterios y considerar que sus plantas definirían el modelo, mientras que las iglesia realizadas con técnicas constructivas menos monumentales estarían relacionadas con oratorios relacionados con las comunida28 De los 49 títulos monásticos del siglo X, solo 5 llegaron a tener comunidad de monjes. Santa Eugenia de Morena en L.lena, San Miguel de Bárcena, Tineu, Santa María de Cartavio, San Salvador de Tol y San Juan y San Pelayo en Oviedo). El resto son monasterios dúplices o familiares (Fernández Conde 1977, 171-173).
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Fig. 10. Localización geográfica de iglesias prerrománicas posiblemente relacionadas con comunidades rurales o pequeñas élites.
des aldeana. Pero como ya hemos tratado anteriormente, los sujetos que están detrás de la erección de estas iglesias presentan una amplia heterogeneidad y el empleo de distintas técnicas constructivas y la diversidad que presentan las iglesias podría responder a esta complejidad social y no a la dicotomía entre construcciones de comunidades rurales y construcciones monásticas. Al margen de la consideración que podemos dar a estas entidades que Fernández Conde ha denominado fundaciones prebenedictinas, otro elemento relevante a la hora de su análisis es que no se trata de edificios aislados, sino que tienen un importante dominio territorial aparejado que varía en función del promotor del mismo. En este sentido el caso mejor analizado ha sido el de Santuadrianu de Tuñón, en cuya dotación Alfonso III le entrega un amplio territorio bien definido que se corresponde, a grandes rasgos, con el actual municipio de Santuadrianu, unos 23 km2 de superficie en el bajo valle del Trubia, donde se incluyen toda una serie de villas, de las que desconocemos la morfología que presentarían en el siglo IX (Fernández Conde, Pedregal Montes, 1998). Amplia extensión tendría también el dominio perteneciente a San Salvador de Priesca a partir de la información proporcionada por un documento pelagiano del año 921 (la confirmación de donaciones y privilegios de Ordoño II a la Iglesia de Oviedo, que ha de ser utilizado con todas las reservas) en el que se menciona San Salvador de Priesca indistintamente como iglesia y como monasterio, delimitando también un territorio con precisión e incluyendo en el mismo toda una serie de villas. La información aportada por
el estudio de este territorio induce a los autores a considerar, a partir de la existencia de algunas inscripciones perdidas, que su origen estaría relacionado con un presbítero como otras tantas iglesias que ya hemos mencionado (García Álvarez et alii, 296). Otro ejemplo significativo puede ser el monasterio de Bárzana (Tinéu), fundado por la familia de los Velaz en el siglo X y dotado de un amplio territorio que incluye 7 villae completas, 4 partes de villae y 12 brañas. Un carácter más modesto en cuanto a propiedades lo presentan otras iglesias, como la fundada a inicios del siglo X por Eulalio, probablemente un presbítero, en Yerbu, que posteriormente pasará a formar parte de las propiedades de Bárzana y a la que estaría ligada una villa (Fernández Conde 2006). Los ejemplos mencionados presentan una característica común a pesar de la diversidad de los propietarios y la extensión del dominio: éste presenta una compactación territorial, muy bien definida en algunos casos, que posteriormente se irá ampliando con la incorporación de nuevas propiedades a partir de distintas donaciones que favorecen la formación de los dominios señoriales. La pregunta que debemos hacernos es el papel que desempeñan estas grandes propiedades desde el punto de vista de la articulación territorial, teniendo además presente que necesariamente ha de ser distinta en función de su promotor y su dimensión. Ya hemos reiterado que en muchos casos la primera función es proteger el patrimonio familiar de la disgregación y por otro convertirlo en un centro de receptor de rentas, pero también hemos de tomar en consideración
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el papel desempeñado desde el punto de vista de la articulación territorial y política del espacio a diversas escalas. Una fundación como la de Tuñón por parte de Alfonso III probablemente hemos de comprenderla dentro del proceso de consolidación de las estructuras territoriales dentro del reino, y no al margen de los problemas políticos que sufre este rey al final de su reinado que parecen responder a la existencia de una aristocracia con una fuerte implantación. Con Alfonso III se lleva a cabo ese nuevo ideario neogoticista tan bien reflejado en las crónicas, que supone el afianzamiento de la monarquía y la reordenación de amplios territorios, tanto los situados al sur de la Cordillera tras el proceso de conquistas, como los viejos territorios, consolidando centros de poder en el entorno de la capital que sirvan de apoyo a esta nueva idea política y de ordenación territorial, dominios señoriales en este caso en manos de una iglesia que se convierte en uno de los principales elementos de afianzamiento de la monarquía. Como señala Calleja (2000, 45) es probable que no podamos interpretar las construcciones eclesiásticas de patrocinio regio con un intento sistemático de ordenación territorial de carácter eclesiástico, pero eso no implica que la creación de estos centros de percepción de rentas no desempeñase un papel de articulación territorial en determinadas áreas de cara al afianzamiento del control sobre el territorio Y si bien en el caso de Tuñón se trata de una fundación ligada a la monarquía, en otros casos podemos estar ante construcciones relacionadas con un poder aristocrático de carácter local, como se ha propuesto para el caso de L.lena (García de Castro 1995, 387) o de Pravia (Suárez Suárez 2001), que se afianza sobre un territorio estableciendo sistemas de control de la población y la producción, y que controlaría un amplio territorio lo que le permitiría desempeñar un papel relevante dentro del entramado político del momento y de las luchas de poder que nos evidencian las fuentes en determinados períodos del devenir de la monarquía. Ahondando en los diversos niveles de articulación del territorio es necesario analizar la relación existente entre estas iglesias y la red de aldeas, que en el caso de Asturias, prácticamente sólo conocemos a partir de la documentación escrita. Esta documentación de los siglos IX y X trasmite la idea de un territorio con una densa red de asentamientos que en su mayor parte perdura hasta el día de hoy. Los datos arqueológicos sobre las estructuras de hábitat del período anterior son aún muy endebles y las interpretaciones han girado en torno a la hetero-
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geneidad de las formas de explotación previas al siglo VIII sobre las que ya hemos tratado en otras publicaciones (Fernández Mier 2009), atendiendo a las reocupaciones de los asentamiento de altura, las ocupaciones en cuevas y a las escasas informaciones que nos hablan de otro tipo de hábitat a partir de las necrópolis como puede ser el caso de Veranes (Fernández Ochoa, Gil Sendino, Orejas 2004), Pravia (Fernández Conde, Alonso, Argüello 1992; Serrapio (Requejo, 1995;), Riomiera (Requejo, Arca, Árias, Cabo 2007), Abamia (Ríos, 2009) y Bedriñana (García Fernández 2009). En todos estos casos se trata de necrópolis anteriores a la construcción de los edificios «prerrománicos» que nos indican no sólo la existencia de una comunidad, sino también la reutilización de un espacio de enterramiento con carácter cultual. También resulta relevante el hecho de que estas iglesias que tienen un carácter menos monumental (excepto Santianes de Pravia) se asienten sobre necrópolis anteriores, mientras que las intervenciones arqueológicas en otros edificios de carácter más monumental como L.lena (García de Castro 1995, 376), Tuñón (Adán, Cabo, 1992), Priesca (Adán Álvarez, 1999), Nora (Faedo, Adán, 1995) o Valdediós (Requejo et alii, 1992; Fernández Conde, et alii 1992) sólo han aportado, en algunos casos, información sobre necrópolis contemporáneas a estos edificios, aunque también es cierto que la existencia de trabajos de acondicionamiento previo del terreno para su construcción pudo haber destruido cualquier tipo de estructura previa. Por otro lado hemos de insistir en el hecho de que las intervenciones arqueológicas tienen un carácter muy puntual, y en ningún caso contamos con excavaciones en extensión que nos aporten un cualitativo y cuantitativo cúmulo de información para poder llegar a algún tipo de interpretación. Es cierto que contamos con algunos indicios como para pensar que el siglo VIII ha sido un momento central en la consolidación de una estructura de aldeas rurales en Asturias, al igual que se observa en otros sectores del norte peninsular. Uno de estos ejemplos es el de la necrópolis del Chao Samartín (Grandas), que reocupa un antiguo asentamiento castreño y cuya cronología se establece entre los siglos VIII-IX (Villa Valdés et alii 2008). También en el caso de Veranes tuvo lugar hacia el siglo VIII una densificación de la ocupación doméstica y funeraria en el solar de la vieja villa romana, que quizás podría ponerse en relación con la consolidación de la aldea de Riera que aparece en las fuentes escritas hacia el año 1000 (Fernández Ochoa, Gil Sendino 2009).
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Es posible que los restos localizados en Corao en una intervención de urgencia en la que se localizan estructuras con una edilicia muy sencilla asociada a huellas arqueológicas de un horizonte agrario se pueda identificar con los restos de construcciones pertenecientes a una comunidad aldeana fechables en este mismo período (Requejo, Gutiérrez 2009). Finalmente, las intervenciones arqueológicas que actualmente se están desarrollando en dos aldeas, Villanueva de Santuadrianu y Vigaña, están aportando dataciones radiocarbónicas que apuntan al siglo VIII como el momento de inicio de la puesta en explotación de determinadas áreas de cultivo en las aldeas. Pero en realidad, la arqueología aún está lejos de poder aportar información cualitativa que nos permita comprender la morfología de las estructuras de hábitat en los siglos anteriores al IX y resulta evidente, a tenor de la información existente para otras zonas de Europa y España (Quirós Castillo 2009), que es necesario avanzar en esta línea de investigación que permita ilustrar los complejos procesos que durante este período tienen relación con la formación de las aldeas más allá de los trabajos que se han hecho hasta el momento que delinean posibles relaciones de la red aldeana con antiguas formas de ocupación del territorio. Si bien estos trabajos fueron un importante punto de partida, hoy en día resultan a todas luces insuficientes para poder abordar en toda su complejidad la existencia de estructuras de hábitat de carácter estable con una ordenación del espacio productivo, el papel desempeñado por las comunidades rurales y las élites en este proceso, los lazos que se establecen entre estos grupos sociales, así como las conexiones que estas élites locales tienen con las estructuras políticas, bien sea el estado visigodo o el reino de Asturias. Frente a esta parquedad de los datos arqueológicos sobre las comunidades aldeanas, las fuentes documentales de los siglos IX y X sí permiten, en algunos casos, una aproximación a la morfología que presentan las formas de poblamiento. Estos documentos de los siglos IX y X en todo el norte peninsular insisten en la continuas referencias al término «villa» para designar realidades que parecen muy distintas y que generalmente se han polarizado entre la interpretación de la «villa» como gran propiedad ligada a un gran propietario29 y la «villa» entendida 29 Las referencia a «villas» en manos de grandes propietarios que son bien delimitas geográficamente abundan en la documentación especialmente la procedente de la Catedral de Oviedo: en el 921 Ordoño II da a la iglesia de Oviedo la villa de Naon en Siero, determinada por sus términos antiguos con las iglesia de San Cipriano y San Vicente y establecien-
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como aldea,30 aunque desde el punto de vista de la explotación probablemente nos encontremos ante la misma realidad, la aldea, pero en distintos niveles de concentración de la propiedad. Como vimos con anterioridad, buen número de las iglesias altomedievales se fundan en relación con estas grandes propiedades relacionadas con los monarcas y su familia más cercana así como con otras familias pertenecientes a la aristocracia, por ello nos interesa profundizar ahora en el concepto de «villa» como aldea y en la relación que éstas tienen con las iglesias. Quizá el mejor ejemplo documental para comprender la morfología que presenta una aldea en el siglo X nos lo ofrece la «villa» de Aspra, cercana a Oviedo, que ya fue objeto de investigación hace años (Torrente Fernández 1985-86). Los documentos relativos a la misma datados en el siglo X (SV 4, 16,19,20,21) nos trasmiten la idea de una aldea en la que tienen propiedades un buen número de propietarios, con una ordenación interna que habla de caminos, de una iglesia, de un horno, de un molino, de do bien los límites de la misma. En el mismo documento se dona la «villa» de Grandas, en este caso sin iglesia, pero también con unos límites preciso del territorio (ACO 21). En el año 975 Cromacio Melliniz, su hermana y su mujer dan a la iglesia de Oviedo la villa Berulfe en Allande, que había sido del conde Don Berulfo y en la que ellos habían fundado un monasterio (ACO 29). Parece tratarse en todos los casos de grandes propiedades en manos de una misma familia, pero este hecho no significa que debamos interpretarlas en el sentido de unidad de explotación asimilada al régimen señorial clásico, ya que las investigaciones de los últimos tiempos han ido alejándose de esta interpretación para acercarse cada vez más a la concepción del término «villa» como aldea. El hecho de que dichas «villas» aparezcan en manos de un solo propietario puede deberse a un proceso paulatino de concentración de la propiedad en manos de un solo propietario que consigue poner bajo su poder distintas comunidades aldeanas (Torrente 1995-96, 77). 30 Algunos documentos nos permiten observar a lo largo del siglo la existencia de grupos o élites dentro de las aldeas que no son fáciles de caracterizar; un ejemplo es la aldea de Ujo, que podemos conocer a través de la documentación leonesa: Taurelo y su mujer Principia están comprando pumares in Prato (CL 324), una tierra (CL 473) así como un yermo, pumares en Campello (CL 474) pagando solamente productos agrícolas, por lo que podrían ser productores. Es posible que fuese una situación similar a la de los descendientes de Bonmenti, entre cuyos hijos aparecen Dom Pater y Domna Tia (CL 473 y 474) en 980. Este título podría ser un indicador de un status social más elevado. Por otro lado, se relacionan con los anteriores Taurelo y Principia. Otra familia emergente parece ser la de Munio Nuñez y Paterna que compran propiedades en Tallecias junto al ría Aller y se relacionan con un Braulio que también parece tener importantes propiedades (CL 138, 204, 213, 378). Se trata de miembros de la comunidad que destacan por una cierta capacidad económica que nos ilumina sobre las diferencias existentes dentro de una aldea, pero que en ningún caso aparecen vinculados a las iglesias y por lo tanto no llegan a tener el mismo status económico que los presbíteros que aparecen fundándolas.
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la puerta de un propietario llamado Lalino al que se le aplica el epíteto de «don» que además tiene un casar, tierras, pomares, éxitos, montes, fuentes, árboles fructuosos e infructuosos… todos los elementos que inciden en la idea de una aldea que presenta un poblamiento concentrado, incluso es posible que con algún tipo de cierre que permita individualizar el espacio de hábitat del de cultivo. Esta misma fisonomía parecen presentar otras «villas» mencionadas en la documentación del siglo X como Pando y Nembro31 (Torrente Fernández 1985-86, 81). Pero si volvemos al documento del 887 que también se ocupa del territorio de Aspra, la imagen que nos trasmite es algo distinta: Serenianus vende una heredad que le viene de sus abuelos, que radica en las «villas» en que ellos habitaban, situadas en el monte Aspra, en los «villares» de Truébano y Andorga (SV 2). El documento del siglo IX, aunque muy lacónico, parece estar indicando bien la existencia de un poblamiento disperso estructurado en distintos núcleos, los villares, que posteriormente conformarán una única villa denominada Aspra o bien una aldea ya conformada y estructurada en varios villares dotados de una cierta identidad. En cualquier caso, hay suficientes indicios como para pensar que los paisajes aldeanos altomedievales han sido muy transformados en el curso de la plena y la baja edad media. Muchos topónimos que aparecen en los documentos de los siglos IX y X pertenecen a despoblados, y resulta interesante señalar que son frecuentes las iglesias altomedievales situadas en una situación marginal (Riomiera, Serrapio). ¿Cuál es el significado que adquieren entonces las iglesias en este contexto? Evidentemente son muy escasos los datos para poder avanzar, pero sí que nos permiten formular algunas hipótesis de trabajo. La realidad del poblamiento de los siglos tardoantiguos es la de una diversidad de formas de poblamiento aún poco caracterizadas entre las que existirían aldeas. Podríamos sugerir, a la luz de las intervenciones arqueológicas más recientes realizadas en Asturias leídas desde una óptica territorial más amplia (Quirós Castillo 2010), que en torno al 700 ca. se habría generalizado un sistema estable de aldeas, que podemos relacionar con el afianzamiento sobre el territorio de poderes de carácter local que adquieren mayor protagonismo en el momento en que desaparece la estructura política del reino visigodo y que estos poderes son capaces de ejercer un poder más 31 Para estas «villas» resulta muy ilustrativa la referencia a un cierre que parece delimitar el lugar de habitación: «per suos terminos, per ubi ipsa uilla est conclusa; est clusum de giro in giro cum suis edificiis et limitibus» (SV 13,18).
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efectivo sobre las comunidades campesinas y sobre sus sistemas de producción. Y uno de los factores que permiten observar la acción de estas élites sobre las comunidades es a través de la fundación de las iglesias propias, que se convertirán en centros de recepción de rentas y en uno de los instrumentos que permita la reorientación de los sistemas de explotación tal y como las muestran los documentos del siglo X: con una precisa delimitación territorial y con la fijación de las distintas áreas de explotación. No obstante, hay que ser prudentes puesto que la arqueología de las aldeas en particular, y el estudio arqueológico del poblamiento rural en general, no cuenta aún con intervenciones extensivas en el caso del territorio astur. Este proceso incluso es posible identificarlo en el territorio si analizamos la distribución de los restos del «prerrománico» en la actual Asturias. Uno de estos ejemplos es el valle de Valdedios. En un espacio muy reducido se concentra, con la excepción del caso de Oviedo, la mayor cantidad de evidencias arquitectónicas altomedievales en Asturias (García de Castro 2008, 140). Santa María de Arbazal, San Salvador de Valdediós, San Bartolomé de Puelles, San Zaornín de Puelles, San Andrés de Bedriñana y San Martín del Mar, a las que habría que sumar la ocupación de altura de la Peña Castiello en Cazanes (Chao et alii 1989) configuran una estructura territorial densamente ocupada. Solamente la iglesia de San Salvador de Valdediós puede atribuirse a la promoción real, mientras que el resto de las iglesias podría quizás identificarse con iglesia de aldeas, en ocasiones promovidas por presbíteros como Juan en el caso de San Zaornín de Puelles, que nos hablan de ese proceso de reordenación y reorientación de la producción en los distintos niveles de la escala. Finalmente una sugerente vía de investigación en relación con la articulación del territorio y las iglesias «prerrománicas» es intentar comprender en qué medida se puede tratar de materializar sobre un mapa la territorialidad de estos poderes locales e identificarlos con las menciones a diferentes territorios en las fuentes escritas. Se trata de un tema que ha sido objeto de trabajos recientes muy sugerentes para diversas áreas de Asturias (Fernández Mier 2000, 2010; Gutiérrez González, Muñiz López 2004; Muñiz López 2006), aunque hasta el momento carecemos de soportes arqueológicos previos a los siglos VIII y IX,32 mientras que para el siglo X la mayor parte de la información sobre los territorios lo proporciona la 32 Entre los pocos trabajos recientes hay que señalar Gutiérrez González 2010.
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documentación pelagiana. En todo caso, es otra vía de investigación fundamental para comprender las iglesias altomedievales en todas sus dimensiones sociales.
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CONCLUSIONES: DE LOS MONUMENTOS A LOS PAISAJES
Para concluir este trabajo querríamos apuntar, en función de los problemas discutidos previamente, líneas estratégicas de estudio que deberían de guiar, desde nuestra perspectiva, la investigación sobre esta arquitectura. Aunque aparentemente estas sugerencias formen parte de investigaciones de carácter erudito o de intereses de pocos especialistas, su transcendencia a la hora de «dar sentido» y de explicar las formas y las funciones de estos edificios desde una perspectiva social más amplia, hacen que desde nuestro punto de vista estas actuaciones deban de ser impulsadas a través de planes estratégicos como el Plan del Prerrománico. Por otro lado, una perspectiva de este tipo permitiría generar programas de socialización patrimonial en los que el monumento no fuese el punto de llegada, sino solamente el punto de partida. En primer lugar, y tras el importante desarrollo que ha tenido en los últimos años el estudio de los monumentos, para resolver los problemas históricos y arqueológicos aquí planteados, se hace necesario ir más allá de los mismos monumentos. Desde nuestra perspectiva resulta absolutamente prioritario emprender, al menos en un edificio, una excavación amplia en extensión que permita situar el edificio en su paisaje y en relación con todas las variables sociales que han sido analizadas en esta ocasión. Como hemos sostenido en otras sedes, ésta es una de las principales carencias que tiene el estudio de la arquitectura altomedieval en España; en los pocos casos en los se ha logrado realizar proyectos de esta naturaleza (p.e. Aistra, Melque) ha sido posible comprender el significado de las iglesias en un marco mucho más amplio. Las limitadas intervenciones realizadas en torno a los edificios altomedievales asturianos muestran, en la práctica totalidad de los casos, la enorme potencialidad que tienen estos yacimientos.33 Pero la totalidad de estos trabajos han sido realizados en función de las tareas restauradoras. Es preciso, desde nuestro punto de vista, ser mucho más 33 Entre otros casos se pueden señalar los trabajos realizados por C. García de Castro en el entorno de Santa María del Naranco (García de Castro 2008, 34).
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ambiciosos para que estos edificios dejen de estar «descontextualizados» en términos sociales. Por lo que se refiere a la arqueología de los monumentos, es urgente la realización de un proyecto que realice un análisis exhaustivo de las técnicas y los materiales constructivos de las construcciones monumentales altomedievales. Las intervenciones rehabilitadoras, como las realizadas recientemente en iglesias como Santuadrianu de Tuñón (Marqués Rodriguez 2009) o San Salvador de Priesca, impedirán durante muchas generaciones llevar a cabo un estudio de este tipo.34 Este tipo de trabajos han de ser realizados por equipos interdisciplinares que permitan, a través de procesos de muestreos sistemáticos, reconstruir los ciclos de producción que están en la base de la realización de estos edificios, complementando los importantes trabajos realizados hasta el momento. La entidad monumental de los edificios lo requiere. Pero también la historia de Asturias precisa de este tipo de proyectos.
AGRADECIMIENTOS Y CRÉDITOS Trabajo realizado en el marco de los proyectos de investigación «La formación de los paisajes medievales en el Norte Peninsular y en Europa: Agricultura y ganadería los siglos V al XII» (HUM200907079) y «En el final del Imperio. Las actitudes de la aristocracia romana occidental» (HUM2007-61826/ HIST) y de la actividad del Grupo de Investigación en Patrimonio Histórico de la Universidad del País Vasco (IT315-10) financiado por el Gobierno Vasco. Agradecemos a Jean-Claude Bessac sus informaciones sobre los procesos productivos en piedra; a Otilia Requejo las informaciones relativas a sus intervenciones arqueológicas en Collanzo y Serrapio (Aller), a Luis Caballero Zoreda los datos proporcionados sobre las iglesias altomedievales asturianas que ha estudiado en los últimos años. Javier Fernández Conde ha leído el manuscrito y ha aportado importantes observaciones que han mejorado notablemente el texto. Los mapas que acompañan este texto han sido realizados por J. Fernández Fernández. Durante el proceso de redacción de este trabajo se produjo el fallecimiento de la profesora Rosa María Esbert, catedrática de Petrología y Geoquímica de la Universidad de Oviedo, a la cual queremos recordar con 34 Por fortuna, para el caso de Tuñón se ha realizado un exhaustivo análisis arqueológico de los paramentos (Caballero et alii 2010).
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especial gratitud, tanto por sus investigaciones relacionadas con el arte prerrománico como por el interés y la ayuda prestada en la elaboración de esta pequeña investigación en los temas relacionados con los materiales constructivos. A ella y a F. Javier Alonso Rodríguez les agradecemos la información proporcionada y su interés y colaboración.
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LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO POR
FRANCISCO JAVIER FERNÁNDEZ CONDE Universidad de Oviedo* RESUMEN En este trabajo se pretende elaborar un elenco exhaustivo de todas las iglesias de Asturias de la época del Prerrománico (700-950). Se utilizan todos los registros de fuentes existentes: las arqueológicas, las epigráficas, la cronísticas y las diplomáticas. Para tratar de acercarnos al posible ritmo constructivo de las mismas, se ordenan por períodos de 50 años: una clasificación arbitraria y sin pretensiones de exactitud, como es lógico, que solo intenta conseguir una panorámica diacrónica aproximativa. Se dividen convenientemente las diferentes fuentes utilizadas y se enfatiza, sobre todo, en las informaciones del Liber Testamentorum de la catedral de Oviedo (Uviéu), un códice muy conocido y famoso por sus numerosas falsificaciones del obispo D. Pelayo (1101-1130). Por ello, de la mayor parte de las iglesias prerrománicas edificadas en este período, sólo se tiene noticia por este manuscrito. En la segunda parte del trabajo se trata de enunciar una serie de criterios para leer esos documentos falsos y tratar de conseguir cronologías más cercanas a la realidad histórica, y evitar, de ese modo, las dataciones genéricas que suelen encontrarse en muchos trabajos arqueológicos e históricos, cuando sus autores tienen que citar el Liber. El enunciado de dichos criterios y los listados de los apéndices representan la aportación fundamental del presente estudio. ABSTRACT In this paper, we attempt to develop an exhaustive list of all the churches in Asturias during the pre-Romanesque period (700-950). We have used a wide variety of sources, including evidences from archaeology, epigraphy, chronicles and diplomas. In order to intend an approach to the building «rhythm» of these sources, these are sequenced within 50-year periods. This classification is to some extent arbitrary and does not pretend being exact, but obtaining an approximate diachronic panoramic. The different used sources are conveniently classified; focusing this paper on the information provided by the Liber Testamentorum, preserved at the Cathedral of Oviedo (Uviéu). This one is a well-known codex, famous for being the subject of bishop Pelayos’ (1101-1130) falsification. It is therefore that most of the churches built in that period are only known by means of this manuscript. In the second part of this paper, we propose a set of criteria to read those fake documents and to obtain dates closer to historical reality, avoiding thus general chronologies, usually to be found in many archaeo* [email protected]
logical and historical works when researchers have to refer to Liber’s information. These criteria, together with the list of preRomanesque churches in the «appendix», represent the fundamental contribution of this study. PALABRAS CLAVE: Iglesias prerrománicas. Fuentes histórico-arqueológicas. Libro de los Testamentos. Falsificaciones diplomáticas. KEY WORDS: Pre-Romanesque churches. Historical and archaeological sources. Liber Testamentorum. Fake diplomas.
1.
INTRODUCCIÓN
Todos recordamos el famoso axioma de L. Fevbre, en un discurso muy conocido sobre la defensa de la Historia: «la historia se hace con documentos, pero con todos los documentos». Hoy diríamos, y estaríamos todos de acuerdo, aunque en esta reunión predominen los arqueólogos, que las reconstrucciones históricas se hacen con todas las fuentes disponibles. Creo que a estas alturas no merece la pena embarcarse en discusiones inútiles sobre la prelación de registros diferentes, provenientes de fuentes de diversa naturaleza. Lógicamente, cada uno valora de manera preferente aquellas fuentes con las que está más familiarizado, y en ocasiones, sin pretenderlo quizás intencionalmente, suele considerar el correspondiente registro como fundamental para su discurso histórico general, pero sin excluir o situar en un plano secundario los otros. Quiero hacer esta especie de declaración de principios en el pórtico de mi trabajo por tener que valorar, sobre todo, las fuentes escritas —mejor diplomáticas— ya que trataré sólo de pasada las narrativas, las epigráficas y las cronísticas ¿Quién no sabe leer, valorar e interpretar la enorme carga ideológica, en clave visigótica, de la literatura cronística asturiana? Y sobre las fuentes epigráficas disponemos ya de
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F. J. Fernández Conde
trabajos definitivos que todos conocemos perfectamente. Aquí, acudiremos a este tipo de fuentes cuando tratemos de presentar una panorámica general, y con ciertas garantías de seguridad, de las informaciones relativas a iglesias edificadas en la época del llamado Prerrománico asturiano, que podríamos situar de forma convencional entre el año 700 y 950 aproximadamente. Y en principio quisiera subrayar dos dificultades importantes de la documentación diplomática del ámbito astur: la abundancia de documentos falsos y, al mismo tiempo, la escasez de piezas disponibles a la hora de establecer conclusiones fiables sobre los objetivos planteados. Los documentos falsos trasmiten, sin lugar a dudas, una información muy valiosa, siempre que seamos capaces de saber con certeza el alcance de la falsificación en cuestión y el contexto histórico en el que fue elaborada. Sólo desde esos supuestos se puede obtener referencias utilizables. Pero los análisis de crítica diplomática resultan siempre muy arduos y las conclusiones deducidas de los mismos se mueven muchas veces en segmentos temporales relativamente amplios que recuerdan, de alguna manera, los obtenidos en las analíticas de los materiales arqueológicos. Por otra parte, quienes están avezados a la lectura de los diplomas de la época astur, hacen y hacemos responsable de estos problemas al obispo D. Pelayo (1101-1130), autor de ese magnífico códice escrito en visigoda cursiva arcaizante —el Liber Testamentorum—, donde copió o mandó copiar una buena parte de la documentación existente, incrementándola con piezas creadas en su «Scriptorium» (c. 1120): un conjunto documental al servicio de los objetivos del prelado como responsable de la diócesis y señor feudal de un dominio en fase de consolidación: ambas realidades amenazadas por los reajustes del mapa eclesiástico peninsular y los intereses de otros señores laicos muy poderosos de su época.1 ¿Cómo podemos utilizar la información sobre un edificio determinado, documentado en un falso pelagiano, de cualquier fecha que fuere, para conocer 1 El Libro de los Testamentos ha sido publicado, prácticamente en su totalidad, hace tiempo, por García Larragueta: S. García Larragueta, Colección de documentos de la Catedral de Oviedo, Oviedo, 1962 (GL). Y más recientemente: Mª. J. Sanz Fuentes, Liber Testamentorum Ecclesiae Ouetensis, Barcelona, 1994, pp.451-684 (con índices). En este trabajo se publica un texto breve (f. 7v., p.472), con los límites de las Asturias; y el «Colmellum» copiado en dos lugares distintos del LT, se edita formando dos documentos diferentes (nn. 11, pp. 479 y 14, pp. 492-493). Cfr. además otra edición más moderna, realizada con criterios filológicos: J. A. Valdés Gallego, El Liber Testamentorum Ovetensis. Estudio filológico y edición, Oviedo, 2000.
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la realidad del mismo y su data concreta? ¿tenemos que conformarnos con dataciones relativas o genéricas, diciendo sencillamente que tal iglesia era anterior al año 1100, por ejemplo? Opinamos que se puede llagar a precisiones más ajustadas cronológicamente, y que esos textos falsos contienen descripciones territoriales de mucho interés para la historia del poblamiento altomedieval, aunque provengan de diplomas no ingenuos, como tendremos ocasión de mostrar en esta exposición. También quisiéramos advertir que el problema de las falsificaciones no es solo pelagiano. Muchas de los acervos de copias que pasan por auténticas en otros archivos no asturianos y que dependen de becerros monásticos o episcopales de diócesis foráneas, también están plagados de falsos. Solo falta que sean sometidos a un examen riguroso como los del Liber. La documentación del antiguo Reino de León, por ejemplo, publicada los últimos años —Colección de Fuentes y Estudios de Historia Leonesa— con sus introducciones a muchos de los diplomas no originales, tiene en cuenta ya los criterios de crítica textual, a la hora de valorar la autenticidad de los mismos. En este trabajo analizaremos toda la documentación arqueológica, epigráfica y diplomática del período astur o prerrománico, circunscrito cronológicamente más arriba. Nos ocuparemos, en primer lugar, de las fuentes arqueológicas y epigráficas. Y a continuación, de las informaciones provenientes de la documentación diplomática no pelagiana, comenzando por el «corpus» documental del monasterio de San Vicente de Oviedo, casi todo original2 y del correspondiente al Archivo capitular de la Catedral de Oviedo con piezas completamente ajenas a las manipulaciones del obispo D. Pelayo, que en realidad son muy pocas y algunas de dudoso valor por tratarse de copias tardías en su mayoría.3 También tendremos en cuenta la documentación del gran monasterio de San Juan de Courias, en concreto, las informaciones 2 Arch. del M. de San Vicente en el monasterio de San Pelayo de Oviedo. Todos los diplomas son originales a excepción del supuesto pacto monástico fundacional (781), una copia del XII con todas las características de falsificación. Public. P. Floriano Llorente, Colección diplomática del monasterio de San Pelayo de Oviedo (años 781-1201), I , Oviedo, 1966. 3 Sólo tres originales y los restantes son copias más o menos tardías y varias falsas: S. García Larragueta Colección de documentos de la Catedral de Oviedo, Oviedo, 1962 (GL) Como ejemplo de piezas diplomáticas en copias tardías, atribuídas a Alfonso III: A. C. Floriano Cumbreño, Diplomática española del período astur (718-910), 2 vols., Oviedo, 1951, II, n. 153, pp. 219-222; n. 187, pp. 350-355; n. 192, pp. 362369 y S. García Larragueta, O.c.,n.16, pp.57-59; n.18, pp. 6973; n. 19, pp. 73-79.
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LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO
de su Libro Registro, conformado por un monje del cenobio a comienzos del siglo XIII, casi todas correspondientes al último tracto histórico que analizamos aquí, pero en cualquier caso muy expresivas.4 También tenemos en cuenta las fuentes diplomáticas leonesas, en particular las provenientes de su Archivo capitular, ya que las de otros archivos monásticos —Sahagún, Otero de las Dueñas...—, con piezas muy antiguas, nada tiene que ver con los siglos del Prerrománico asturiano.5 La documentación pelagiana se analiza en último lugar y con cierto detenimiento, para tratar de elaborar una serie de criterios que permitan conseguir informaciones más o menos fidedig4 La documentación completa que se conserva es más tardía. El Libro Registro de Corias cuenta con dos buenas ediciones: A. C. Floriano Cumbreño, El Libro Registro de Corias (Estudio y texto), 2 vols., I (Texto), Oviedo, 1950; A. García Leal, El Registro de Corias, Oviedo, 2000. Las referencias que tenemos sobre las diferentes iglesias o monasterios, anteriores al 950, recogidas en este apartado, tienen que ver casi exclusivamente con los orígenes de los mismos, que nos permiten situar su fundación en este arco temporal que hemos determinado para el prerrománica. La documentación diplomática couriense propiamente dicha comienza más tarde (A. García Leal, Colección Diplomática del Monasterio de San Juan de Corias, Oviedo, 1998). Las noticias sobre Santa María de Obona, sin embargo, no se refieren a la primera época del cenobio, envuelta en leyendas y muy oscura. La documentación sobre Obona, publicada ya, es toda ella, la auténtica por lo menos, posterior: Mª. J. Sanz Fuentes, « Documentación medieval del Monasterio de Santa María de Obona», Asturiensia Medievalia, 8, 1995-1996, 291-339. Las noticias que ofrece el autor del Registro, a comienzos, del XIII, no resultan siempre precisas. En algunas ocasiones sólo permiten aproximaciones cronológicas a partir de genealogías que aparecen en el texto, relacionada con las familias de los fundadores. El ejemplo de la secuencia fundacional del monasterio de San Tirso de Candamo puede constituir una buena muestra: «Leminio construxit monasterium Sancti Tirsi de Nilone, in uilla que uocatur Lugulie, et habuit duos filos: Creces et Ausano. De Ausano natus est Gomesindo. De Creces natus est Mauricinus presbiter. De Gomesindo nati sunt Ouecus episcopus, et soror eius Tosinda. De Tosinda nati sunt Vermutus episcopus et Gegina. Ista Gegina hereditauit nepotem suum comitem Piniolum Xemeniz (el fundador de San Juan de Courias) de illa sua medietate quam habebat in ipso monasterio Sancti Tirsi super ripam Nilonis... Sub era Mª.LXª»: Ibid., f. 64r.B, n. 412, p. 122. A partir de esta serie de trasmisiones hereditarias situamos la fundación de San Tirso en torno al año 800 aproximadamente, Seguimos aquí la trascripción de Floriano Cumbreño, utilizada ya en otros trabajos anteriores nuestros, y a la que estamos más avezados. 5 Las referencias documentales de León, relacionadas con los edificios prerrománicos asturianos anteriores al 950, sólo se encuentran en el Archivo de la Catedral: E. Sáez, Colección documental del Archivo de la catedral de León (775-1230), I. (775-952), León, 1987 (Colección de Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, n. 41). Se trata, de documentos originales casi en su totalidad. Los nn. 20 y 42.son copias y el primero de éstos un falso pelagiano. Adviértase que algunos de ellos contienen informaciones sobre el territorio o los lugares donde se levantó alguna iglesia antigua, pero no sobre éstas.
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nas sobre la edilicia prerrománica asturiana. El obispo D. Pelayo, quizás la figura más relevante de toda la Edad Media asturiana, compuso o mandó componer varias piezas de menor fuste que el Liber Testamentorum, que conforman el llamado Corpus Pelagianum, obra aún inédita, conservada manuscrita en la Biblioteca Nacional.6 En las numerosas interpolaciones que sabe introducir con maestría en los textos auténticos de las crónicas asturianas y leonesas, el culto y asturianista historiador manifiesta estar dotado de una especial sensibilidad para lo referente a las construcciones de muchos de los reyes asturianos y leoneses, dejando constancia de ellas en los textos de su taller.7 Lógicamente, todas las referencias relativas a dichas construcciones en Asturias hasta el 950, extraídas de esta fuente, deberán someterse a los mismos controles o filtros que utilicemos para las diplomáticas copiadas en el Liber Testamentorum: un manuscrito bien publicado y muy estudiado ya desde diversos puntos de vista.8 Los trabajos diplomáticos del conocido obispo Pelayo no sólo quedaron plasmados en el magnífico manuscrito ovetense, el LT, sino que influyeron también en otros documentos conservados en copias tardías que llevan la misma impronta de su Scriptorium, como tendremos ocasión de precisar. Los resultados del estudio crítico del famoso códice son espectacu6 BN. Madrid. Ms. 1358 (s. XII) y Ms. 1513 (s. XII-XIII). Referencias: F. J. Fernández Conde, El Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo, Roma, 1971, pp. 67 y ss., (LT) Más en concreto: VV.AA., Orígenes. Arte y cultura en Asturias. Siglos VII-XV, Oviedo, 2003, pp. 527 y ss. (R. Rodríguez Álvarez). E. Fernández Vallina, Liber Testamentorum..., pp. 335 y ss. 7 F. J. Fernández Conde, LT., p. 60. La publicación del texto pelagiano de las Crónicas Asturianas: Jan Prelog, Die Chronik Alfons´III. Untersuchung und kritsche Edition der vier Redaktionen, Frankfurt and Maim.Bern.Cirencester/ U.K., 1980, pp. 69-108. El Sampiro pelagiano: J. Pérez de Urbel, Sampiro. Su crónica y la monarquía leonesa en el siglo X, Madrid, 1952. 8 La mayoría de estas piezas citadas son falsificaciones del Scriptorium de D. Pelayo. Incluimos dos que no son propiamente diplomáticas: el F. Introductorio, de índole cronística o narrativa y la leyenda de las piedras fundacionales de la antigua iglesia de San Salvador de Oviedo (f. 1r.A): una copia epigráfica. También responde a estructuras de índole narrativa el documento relacionado con el contendido del Arca Santa de San Salvador y la traslación de dichas reliquias de Jerusalén a Uviéu (f. 1v-3r.). Por otra parte, un elenco de posesiones y derechos de la iglesia de Uviéu, un «Colmellum», sin datación (f. 11v.-12r y 18r.A) debería llevar fecha más tardía, posterior incluso a la mitad del siglo X. Seguimos utilizando la trascripción de García Larragueta, mencionada más arriba, porque, en general, es correcta y sirve perfectamente a nuestro propósito y también porque estamos más familiarizados con ella y la hemos utilizado habitualmente en nuestros trabajos anteriores, especialmente en el estudio crítico sobre el Liber.
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F. J. Fernández Conde
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lares: del total de sus 87 documentos, 25 son falsificaciones, 28 interpolaciones formales, 14 interpolaciones formales y de contenido, 6 los consideramos dudosos y sólo 14 plenamente auténticos.9 Por ello, las noticias sobre cualquier inmueble que figure en estos falsos o interpolados deben tomarse con cierta cautela y lo mismo su cronología. Desde luego, considerarlas como buenas, como hace algún autor moderno, sin ninguna consideración crítica, es completamente aventurado.10 Con todo, se puede dar algún paso más para tratar de conseguir aproximaciones más rigurosas y precisas de índole cronológica. Lo hicimos en un trabajo sobre la historia de la diócesis de Oviedo, cuando tratábamos de exponer los procesos de cristianización en la región desde la tarda romanidad hasta la primera Edad Media inclusive, en definitiva, durante la época del Prerrománico. Allí ofrecíamos un listado de iglesias organizado cronológicamente y las datábamos combinando las noticias del Liber con otros datos arqueológicos, si los hubiere, epigráficos e incluso diplomáticas y cronísticas, tomados de fuentes no espúreas.11
2.
LA DOCUMENTACIÓN NO PELAGIANA
DOCUMENTACIÓN (Apénd. I: AE)
ARQUEOLÓGICO-EPIGRÁFICA
Cuadro cronológico: 700-750 750-800 800-850 850-900 900-950 ---------(Mapa 1-5)
2 10 9 10 28 41
Las proporciones se alterarán notablemente cuando se incorporen en el cuadro otras referencias provenientes de documentación diplomática asturiana, 9
F. J. Fernández Conde, LT, p. 369 («Conclusiones»). Es lo que hace, por ejemplo, Monge Calleja en un trabajo relativamente reciente: F. Monge Calleja, A la búsqueda del Prerrománico perdido, 2 vols., Oviedo, 1999. 11 Oviedo y León (Historia de las diócesis españolas, Madrid (B. A. C, n...): en prensa; se publicará el 2012. Adviértase, sin embargo, que aquellos listados publicados entonces eran más escuetos y breves que los que ofreceremos en este trabajo, ya que prescindíamos en absoluto de todas las noticias provenientes de documentos no auténticos. Cfr. también: F. J. Fernández Conde, «Lugares de culto en Asturias durante la época de transición», Asturiensia Medievalia, 7, 19931994,31-55. 10
genuina y fiable, no pelagiana, pero las de este elenco nos parecen muy expresivas a la hora de aproximarnos a la evolución del ritmo del proceso constructivo de iglesias en la Asturias altomedieval, porque muchas de las noticias, en especial la epigráficas, tienen que ver directamente con la data de construcción o dedicación de las mismas y no son meras referencias aproximativas.12 Con todo, la evolución de esa secuencia se corresponde porcentualmente con la general, como se podrá comprobar una vez que incorporemos las informaciones de los otros registros. Resulta muy elocuente que sólo tengamos noticias de dos iglesias antes del 750,13 prueba inequívoca de una cristianización lenta y tardía de la sociedad astur, un dato que se compadece muy mal con la impronta restauracionista que se encuentra tan claramente formulada en las Crónicas («entonces, por fin, se reúnen los grupos de fieles, se pueblan las tierras, se restauran las iglesias, y todos en común dan gracias a Dios»).14 Desde de mediados del siglo VIII comienza a acelerarse notablemente el proceso que tiene su «tempus» fuerte durante el reinado de Alfonso II (791-842), para adquirir un ritmo mucho más intenso con Alfonso III († 910) y a lo largo del siglo X, cuando el cristianismo es ya una realidad sólidamente asentada en la región. En este caso, la literatura cronista estaba más 12 Para la documentación epigráfica contamos con excelentes publicaciones: F. Diego Santos, Inscripciones medievales de Asturias, Oviedo, 1993; C. García de Castro y Valdés, Arqueología cristiana de la alta Edad media en Asturias, Oviedo, 1995 (AC). 13 Las referencias a posibles fábricas cristianas, quizás de proporciones muy modestas, anteriores al siglo VIII son las siguientes: La inscripción de Santa María de Argüelles, datada en el siglo VI (a.583), de lectura muy problemática (AC, pp. 80-81). El cancel de Santa Cristina de Lena, posible resto de un cenobio visigodo en las cercanías, mampuesto y reutilizado en este edificio (AC, n. 82, pp. 152-155: donde se data la inscripción dedicatoria de las placas de cancel en la segunda mitad del siglo VII; y las placas de cancel, reutilizadas y pertenecientes a un templo monástico, de la misma época). Una pieza decorativa de la antigua iglesia de San Nicolás de Avilés (C. García de Castro y Valdés, Arte prerrománico en Asturias, Oviedo, 2004, p. 130). Ventana de una iglesia antigua en Piarnu, Castrillón (F. J. Fernández Conde, «Ventana altomedieval. Piyarno», Orígenes. Arte y cultura en Asturias. Siglos VII-XV, Oviedo, 1993, p.49). Una pila de mármol, de tradición romana, en Santa María de la Corte de Oviedo. Finalmente, la inscripción de la pizarra de Carrio (Villayón), como posible testimonio de un lugar religioso o incluso de un modesto núcleo monástico (M. C. Díaz y Díaz, Asturias en el siglo VIII. La cultura literaria, Oviedo, 2001, pp. 139-148. Algunas observacionres muy pertinentes al respecto: I. Torrente Fernández: «Problemática en torno a los primeros establecimientos monásticos en Asturias», Sulcum sevit, I, Oviedo, 2004, pp.309-332. 14 A Sebastián, L.c., pp. 131 (texto latino) y 207 (traducción castellana). Utilizamos habitualmente la edición crítica publicada en Oviedo: J. Gil Fernández-J. L. Moralejo-J. I. Ruíz de la Peña, Crónicas Asturianas, Oviedo, 1985.
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LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO
cerca de lo históricamente correcto, cuando afirmaba que Alfonso I († 757) «había hecho muchas basílicas».15 También puede ser indicativo que toda esta serie de iglesias o textos funerarios relacionados con ellas no se encuentren más que cinco con el título de «monasterio». La presencia de monjes de tradición visigoda presentes en los «Pirenneos montes», o montañas cantábricas, fue un hecho constatado ya de forma fehaciente por los historiadores, incluso antes de la invasión musulmana, y parece que pueden rastrearse algunos testimonios de presencias monásticas también en Asturias por la misma época, aunque son poco claros.16 De todos modos, cuando tracemos más adelante el cuadro completo de todas las iglesias, se podrá comprobar que el número de iglesias/monasterio, sobre todo de origen familiar, fue muy importante desde las primeas etapas de la Monarquía Asturiana. Y no se puede tratar de explicar correctamente la protohistoria del poblamiento asturiano medieval sin tener en cuenta este hecho, en especial desde los siglos IX y X. El origen de muchos pueblos asturianos fue también monástico, como el de las mismas realidades sociales de otras latitudes del norte peninsular.17
DOCUMENTACIÓN DE SAN VICENTE (Apénd. II: SV) 900-950 ----------
DE
OVIEDO
2 2
La información de este núcleo documental es muy escasa, a pesar de contar con 40 piezas datadas antes del 950, pero tiene el valor de proceder de documentos originales: lo son la mayor parte de sus diplomas. El primero de ellos, copia tardía, del siglo XII, que podría considerarse como la carta fundacional del cenobio, lleva la data del 781, pero en la actualidad comienza a ser considerado por algunos historiadores, entre los que nos contamos, como falsificación en su integridad: una mitificación de los orígenes monásticos, vinculándolos a los supuestos comienzos de la ciudad de Oviedo, cuando la comunidad benedictina, en plena Edad Media ya, comen15 Rotense y A Sebastián, pp. 132-133 y 208-209. La idea de restauración que aparece de forma explícita en la versión castellana del Sebastián, es la traducción del texto latino de la misma versión («construxit vel instaurabit»). 16 I. Torrente Fernández, «Problemática en torno a los primeros establecimientos monásticos...», L.c. 17 F. J. Fernández Conde, La religiosidad en España. Alta Edad Media (siglos VII-X), Oviedo, 2008 (2.ª ed.), pp. 157 y ss.
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zaba a perfilar sus dominios feudales. Semejante recurso fue habitual, según es bien sabido, en muchas otras instituciones y dominios de aquella época, asturianos y foráneos.18
DOCUMENTACIÓN DEL ARCHIVO CAPITULAR NO PELAGIANA (Apénd. III: ACO) 800-850 850-900 900-950 ---------(Mapa 6)
DE
OVIEDO,
2 7 1 10
En realidad, el conjunto de documentos no pelagianos conservados en el Archivo Capitular, anteriores al 950, es muy pobre: cinco en total De ahí que las noticias sobre fábricas eclesiásticas resulte casi insignificante.19 Y lo sería más aún, si descartáramos el diploma fundacional del monasterio de Santo Adriano y Natalia del 891 por considerarlo falso, como suele hacerse habitualmente. En nuestro estudio histórico-diplomático sobre el mismo, realizado hace unos años, creemos haber podido identificar la parte básica auténtica de un original perdido y las iglesias incluidas en el presente listado pertenecen precisamente a ese apartado genuino.20 En principio, el documento referente a la iglesia de Santa María, San Pedro y San Pablo de Trubia (863), que se conserva en una copia tardía, también presentaba serias dudas por su profusión y las aparentes reiteraciones. Después de un trabajo reciente sobre el mismo, nos parece que sus contenidos fundamentales, en concreto los relacionados con las iglesias, son perfectamente asumibles.21 Adviértase además que el número de iglesias con título monástico que figuran en este apartado, resulta ya porcentualmente alto, casi el cincuenta por ciento. 18 M. Bergueiro Fernández, Orígenes del monasterio de San Pelayo, trabajo presentado en el Departamento de Historia de la a Universidad de Oviedo el año 2005, bjo la dirección de F. J. Fernández Conde, para obtener la suficiencia investigadora. Permanece inédito. 19 En la obra de García Larragueta utilizada habitualmente en este trabajo (Colección de documentos...) se mencionan más, sin contar los del «Scriptorium» del obispo Pelayo, concretamente dos de Alfonso III (n.16, a.896; n.18, a.906 y n.19, a.908. No pertenecen al Liber Testamentorum ni al Corpus Pelagianum, pero se conservan en copias más tardías y sus contaminaciones con los diplomas pelagianos parecen claras. 20 F. J. Fernández Conde-M.ª A. Pedregal Montes, «Santo Adriano de Tuñón. Historia de un territorio en los siglos de transición», Asturiensia Medievalia, 1995-1996, 79-110.
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F. J. Fernández Conde
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DOCUMENTACIÓN DE SAN JUAN DE COURIAS. LIBRO REGISTRO (S. XIII) (Apénd. IV: C) 800-850 900-950 ---------(Mapa 7)
1 13 14
Las dataciones tardías de este apartado documental, si exceptuamos el monasterio de San Tirso de Candamu (c. 800), resultan perfectamente coherentes con la primera historia del gran cenobio de las Asturias suroccidentales. La carta fundacional del mismo fue extendida el 1044. Y las informaciones que ofrece su Libro Registro no va más atrás del siglo X, salvo en contadas ocasiones. Los condes Piñolo Xemeni y Enderquina fueron capaces de reunir un imponente conjunto patrimonial inmobiliario heredado o adquirido personalmente para integrarlo en dicha carta a su monasterio construido a la vera del Narcea, cerca de Cangas. Y el monje que hizo los regestos de toda la documentación conservada a principios del XIII extracta infinidad de noticias y de fechas que llegan hasta la última parte de la época que estamos analizando y por ello tienen un gran interés, sobre todo, cuando esas noticias se pueden confirmar con datos arqueológicos o epigráficos como ocurre a veces.22 La característica más destacada de este apartado tiene que ver precisamente con la floración de monasterios que forman de la gran constelación de bienes fundiarios de Courias: más del 75 por ciento de iglesias con títulos monásticos. Algunos como Obona y Bárcena23 fueron muy importantes, y otros, la mayoría seguramente, de dimensiones más modestas y de escasa significación en cuanto a vida monástica se refiere, pero todos tuvieron mucho que ver con la consolidación poblacional del vastísimo hinterland
del alto Narcea, en cuyo ámbito se extendía de un modo o de otro la autoridad dominical de los abades courienses, con un poderío señorial tan imponente casi como el de los propios titulares de la mitra de San Salvador de Oviedo. Podría decirse que la formación de la red poblacional de las Asturias occidentales presenta una clara impronta monástica, al menos en el aspecto de lo señorial y jurídico.24 DOCUMENTACIÓN (Apénd. V: L)
ARCHIVO CAPITULAR
850-900 900-950 ---------(Mapa 8)
DE
LEÓN
4 1 5
Las informaciones de la documentación leonesa completan la panorámica general del mapa sobre iglesias/monasterio asturianas de la zona centromeridional asturiana, en especial los valles fluviales del Aller y de Lena, vinculados o influidos socialmente por la sede episcopal de Santa María de León por su cercanía y por las comunicaciones con la meseta a través de la cordillera de Pajares. La presencia de cenobios en casi la mitad de las referencias vuelve a ser significativa, poniéndose en evidencia una vez más la influencia de estas realidades religiosas, pero también socio-económicas, en la organización poblacional de aquellas comarcas durante el alto Medioevo.25 Antes de analizar la documentación pelagiana y sus problemas específicos, el conjunto de documentación disponible, perteneciente a diferentes registros, nos ofrece el siguiente panorama de edificios eclesiásticos y el correspondiente mapa de dispersión territorial: PANORÁMICA
GENERAL DE LA DOCUMENTACIÓN
21
F. J. Fernández Conde-J. Fernández Fernández, «Abades, obispos y poder social», Territorio, sociedad y poder, 4, 2009, 65-94. 22 Para la historia de este cenobio es fundamental el trabajo de E. García Garcia, San Juan Bautista de Corias. Historia de un señorío monástico asturiano (siglos X-XV), Oviedo, 1980. 23 F. J. Fernández Conde, «Problemas de crítica textual en la documentación de San Miguel de Bárzana (Tinéu)», Studium Ovetense, 32, 2004, 57-64 (Homenaje a Raúl Arias del Valle); del mismo autor:»El monasterio de San Miguel de Bárzana (Asturias). Historia y formación del patrimonio», La Península Ibérica en la Edad Media. Treinta años después (Estudios dedicados a José-Luis Martín), Salamanca, 2006, 117-135; F J. Fernández Conde-Mª. J. Suárez Álvarez, «El mpnasterio de Bárcena. Patrimonio y poder», Territorio, Sociedad y Poder , 2, 2007, 203-220; Studia Historica, 2, 2007, 203-220.
DEL
NO PELAGIANA
(Apénd. VI) 700-750 750-800 800-850 850-900 900-950 ----------
2 10 12 21 45 90
24 I. Torrente Fernández, «Monasterios medievales de Tineo», Hombrs y tierras de Tineo, ed. J. Girón, Oviedo, 2202, pp 85-108. 25 I. Torrente Fernández, «El monacato en el territorio de L.lena: sociedad y poder», Territorio Sociedad y Poder, 1, 2006, 221-238.
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LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO
No conviene olvidar que los resultados de este cuadro son sólo aproximativos. Varios de los datos del mismo dependen de epígrafes funerarios incompletos y que no siempre connotan la existencia de una iglesia cercana, aunque parece legítimo suponer que existiera: el coemeterium y la templum se encuentran, por lo general, muy relacionados. Por otra parte, también debe tenerse en cuenta que el presente listado debería ser incrementado, de momento no sabemos en qué medida, con las informaciones de la documentación pelagiana. Más adelante esperamos ofrecer algunas pistas sobre ello. Por lo demás, concuerda, en líneas generales, con lo que apuntábamos ya al comentar el cuadro dependiente de la fuente AE, mucho más amplio que el de los otros registros. La evolución del proceso que se refleja aquí, con las limitaciones indicadas, puede resultar muy expresivo en lo relativo a la implantación progresiva del Cristianismo asturiano en la alta Edad Media o, si se quiere, en la época del Prerrománico. Desde la consolidación definitiva de la monarquía astur, asentada en Oviedo con Alfonso II (791), el ritmo de la edilicia eclesiástica se intensifica para adquirir su tracto temporal más intenso a lo largo del siglo X, según apuntábamos anteriormente: un fenómeno completamente previsible por lo lógico. En estas décadas finales, la implantación del Cristianismo asturiano tenía que ser ya una realidad contrastada y claramente manifestada en la construcción de iglesias, algunas de ellas que podemos conocer todavía, magníficas. Debemos suponer que las rurales, levantadas por las comunidades aldeanas en lugares apartados e incluso alejados de los centros neurálgicos, tendrían proporciones mucho más modestas y pobres. Conocerlas igualmente, serviría para comprender mejor la realidad completa de ese arte denominado prerrománico. La allerana de San Juan de Riomiera, recientemente descubierta, o la fábrica primera de Santa María de Tina en Rivadedeva, más tardía, constituyen un interesante ejemplo de ello. El número de títulos monásticos, 18 o 19 aproximadamente, parece ya importante. Pero este dato no debe llevarnos a conclusiones precipitadas o erróneas. En realidad, casi todos, 14 concretamente que significan el quince por ciento de todo el conjunto de edificios religiosos, están datados en el siglo X y tienen mucho que ver con el proceso poblacional de las Asturias suroccidentales, la «terra Tinegio», el viejo solar de los Pésicos. El patrimonio de los más importantes: San Miguel de Bárcena y Santa María de Obona, que dependen de la nobleza local, no sabemos exactamente cuando se completó del todo. El benedictino responsable del Registro de Corias no
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fue muy riguroso con las fechas a la hora de describir y organizar los inmuebles y las rentas del gran cenobio del Narcea, y de los que dependían del mismo en plena Edad Media. En el siglo XI cambiará notablemente el panorama monástico. Santa María de Oscos y Courias, dos de las grandes fundaciones monásticas situadas también en dicha zona, tratarán de integrar en sus dominios, de diversas maneras, las fundaciones más antiguas. Y en las comarcas del centro y de la costa aparecerán nuevos dominios feudales de naturaleza monacal, que cubrirán preferentemente estas espacios sociales más abiertos y dinámicos. El mapa se completará con San Vicente y San Pelayo de Oviedo, de supuesta raigambre altomedieval como se indica en nuestros listados. Las casas del Císter y de Cluny serán ya otro capítulo de la historia del monacato asturiano. Por lo demás, contemplando toda el mapa eclesiástica resultante, se puede comprobar fácilmente que la distribución de las iglesias resulta bastante homogénea. Se notan los vacíos de los extremos oriental y occidental, pero no estamos seguros de que realmente fuera así. Quizás se trate solamente de un problema de fuentes.
3.
LA DOCUMENTACIÓN PELAGIANA
LAS IGLESIAS DEL CORPUS PELAGIANUM (Apénd. VII/1: CP) 700-750 750-800 850-900 ----------
1+1 (*) 2+3 (*) 9+6 (*) 12+10 (*)26
A decir verdad, las aportaciones concretas del obispo Pelayo en esta parte de su obra no son abundantes ni originales. Una parte de las iglesias repetidas en otras fuentes tienen que ver con los lugares de enterramiento de los monarcas astures. Según el mencionado texto, las reivindicaciones de Abamia y San Martín del Rey Aurelio como supuestos lugares de inhumación de Pelayo y Aurelio respectivamente, cuentan con esta fuente como primera referencia: una tradición consolidada seguramente en tiempos del obispo astur. Por lo demás, el hábil prelado no quiso dejar nada al azar a la hora de hacer la selección de las iglesias 26 Por excepción, hemos registrado aquí las iglesias que aparecen por primera vez con las que ya figuran en otros documentos (*), que son prácticamente la mitad.
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y de los supuestos beneficiarios eclesiásticos que deberían asistir a los concilios de la metrópoli asturiana, el otro documento del que depende esta relación.27 Todas ellas están situadas en las cercanías de Oviedo, donde, según él, deberían recalar los obispos de los diferentes lugares de España para asistir a los concilios ovetenses ideados por el propio D. Pelayo. Nos ha llamado la atención en ese listado que a los obispos de Britonia y Ourense se les asigne la misma iglesia: San Pedro de Nora. Y que al Bracarense, con el título de arzobispo, junto con dos de sus sufragáneos, los obispos de Dumio y Tuy, la de Santa María de Lugo. Quizás funcione como criterio la cercanía de las tres sedes episcopales portuguesas. Los de Salamanca y Coria usufructuarían conjuntamente la parroquia de San Julián, (que est in suburbio Oveti), los de Zaragoza y Calahorra, la de Santa María de Solís y los de Tarazona y Huesca, Santa María y San Miguel en el Naranco. Es evidente que el hábil prelado ovetense Pelayo mezcla en su falsificación el mapa religioso del siglo XII y el del X, sin preocuparse demasiado de los anacronismos.
LA DOCUMENTACIÓN DEL LIBER TESTAMENTORUM (Apénd. VII/2: LT) 800-850 850-900 900-950 ----------
7 49 312 368
El numero de iglesias que aparecen en el famoso manuscrito, 368, representan el 78 por ciento aproximadamente de todas la que incluyen los restantes conjuntos documentales no pelagianos,28 sin contar que muchas de éstas figuran más de una vez en los «listados» del LT: Su autor, además, no tuvo el cuidado de evitar numerosas repeticiones en los documentados reales pergeñados por él o por el copista/ copistas del Liber. Los falsos de Fruela II (912) y Ordoño II (921), por ejemplo, presentan varias reiteraciones llamativas: las del primero relativas a iglesias de la parte occidental de la región y el otro con iglesias del centro, más o menos cercanas a Oviedo29. Tampoco resulta difícil descubrir los objetivo preferenciales y diferenciados 27 BN, Ms. 1513, f.117, public., H. Flórez, ES, XIV, pp. 401-402. 28 No contamos en esos conjuntos, como es lógico, las 22 del Corpus Pelagianum. 29 En nuestro estudio crítico sobre el Liber, al analizar la serie de contenidos de cada uno de los diplomas falsos, señalamos dichas reiteraciones.
geográficamente de cada falso. En realidad, si la información de los Testamenta de los soberanos astures, juntamente con la facilitada por el Corpus fuera más o menos creíble, el mapa de iglesias asturianas estaría prácticamente completo a mediados del siglo X: una centuria, en la que el incremento de inmuebles eclesiásticos se habría multiplicado por varios enteros en relación con las anteriores: 95 a 367. Pero si la falsedad de esos diplomas reales no estuviera ya suficientemente probada, semejantes conjuntos de iglesias y monasterios, a los que habría que añadir las villae y otros inmuebles de la parte dispositiva de las donaciones a favor del titular de la mitra de San Salvador de Oviedo, constituirían un argumento evidente de que estas acciones documentales son otras tantas falsificaciones. La estructura y los contenidos de las donaciones auténticas de los mismos reyes astures que se conservan en otros archivos independientes del Ovetense, los de León por ejemplo, son completamente diferentes y de dimensiones llamativamente más reducidas. Con todo, una lectura minuciosa y comparativa de todos ellos parece poner de relieve que no fueron copiados de un tirón y elaborados de forma mecánica. Quienes lo hicieron conocían muy bien la geografía asturiana en general y la eclesiástica en particular. Y en muchas de las dilatadísimas disposiciones diplomáticas contaban, seguramente, con otros documentos>fuente, incluso no regios, de los que dependían parcialmente los Testamenta de los diferentes soberanos Esto explicaría, tal vez, las reiteraciones antes mencionadas. Si todos los documentos fueran creados «ex nihilo» y de acuerdo con un plan preconcebido y bien diseñado, los responsables del LT no tendrían porque haber incurrido en semejantes incorrecciones. Por eso parece posible establecer una criteriología básica y establecer la correspondiente cronología relativa, para poder elaborar una especie de estratigrafía diplomática, que nos permita saber si determinada iglesia es antigua, incluso altomedieval y prerrománica, sin que tengamos que estar obligados a citarla de forma vaga y aproximativa como anterior al siglo XII. En principio, parece claro que una iglesia o un monasterio, mencionados en cualquiera de los falsos reales del Liber Testamentorum, que cuenta con el respaldo documental de otra mención anterior o coetánea, perteneciente a registros no sospechosos, estaba ya funcionando antes de que se compusiera LT. La data de la otra fuente sería básica a la hora de aproximarnos a una cronología segura, y la inclusión en nuestro códice podría servir, en algunos casos, para obtener una mayor información sobre la misma.
Anejos de AEspA LXIII
LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO
En segundo lugar, nos parecen importantes las relaciones estructurales villa>ecclesia. Si la «villa» es la denominación habitual de los diferentes pueblos medievales en la primera Edad Media, podría pensarse, con cierta lógica, que cuando aparece en un documento una «villa» sola, sin iglesia, puede considerarse como una denominación más antigua o anterior a una villa cum ecclesia y, por supuesto, a una ecclesia cum villa y a una ecclesia donde ha desaparecido ya la referencia toponímica de la villa originaria que se utiliza, sin más, para denominar un pueblo determinado. En la documentación asturiana tenemos un ejemplo espléndido y clarificador al mismo tiempo. Se trata de la carta fundacional de San Andrés de Tuñón, del 891, extendida por Alfonso III y su mujer la reina Jimena.30 El documento completo nos ha llegado en varias versiones tardías, del XI y posteriores, calificadas habitualmente de falsificaciones. En un estudio nuestro creemos haber podido definir la existencia de un núcleo documental auténtico, a partir del cual, y en circunstancias determinadas, fueron pergeñándose diversas amplificaciones. Pues bien, en ese núcleo original, las villae llevan el topónimo, «villa» + topónimo + «cum ecclesia» (uilla in Penna Alua cum ecclesia Sancte Cruce), y en la copia del XII, significativamente de impronta pelagiana, figura ya la «ecclesia» + topónimo (in Penna alua ecclesia Sancte Cruce), sin ninguna mención de la villa original: el patronímico de la iglesia se ha convertido en la forma habitual de denominar al pueblo.31 En los textos pelagianos predominan de forma abrumadora las «ecclesiae» + topónimo sobre las «uillae cum ecclesia»; incluso las ecclesiae cum uilla. son escasas. Es evidente que no pueden deducirse conclusiones definitivas, pero sí alguna pista para tratar de aproximarnos a una cronología relativa, suponiendo que la segunda forma de denominación («villa cum ecclesia») es más antigua que la primera y que su datación podría aproximarse a la del falso real en el que han sido incluidas por el autor del LT y por lo tanto a la época del Prerrománico. Aducimos solo algunos de los numerosos ejemplos que podrían presentare de los diferentes «testamenta»: «In uilla quae dicitur Pando ecclesia Sancti Cipriani... Uillam que dicitur Zuuennes cum ecclesia Sancte Marie»32
En este sentido, los comienzos de la parte dispositiva del «testamentum» de Ordoño I (a.857), por 30
GL, n. 13, pp. 48-53. F. J. Fernández Conde-M.ª A. Pedregal Montes, «Santo Adriano de Tuñón...», L.c. p. 96. 32 «Testamentum» de Ordoño II (921), LT, f. 27r.B., GL, 22, p. 89. 31
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su mayor complejidad, podría depender de algún texto previo, disponible para el copista a la hora de incluir el documento en el LT: «In latere etiam montis Naurantii uillam que dicitur Linio et aliam que dicitur Suego et aliam uillam in castro; ecclesias etiam sancti Michaelis et Sancte Marie subtus Naurantium, Sancti Andree et Sancte Eulalie de Menia et seneram...»33
Las dos conocidas iglesias prerrománicas se encuentran estrechamente vinculadas a una «villa» de raigambre antigua, tal vez de tradición romana, y por ello su datación resulta más o menos coherente con la del diploma pelagiano. Algunos otros ejemplos como los relativos a las «uillae» de Candás en Gozón o Naone en Siero, resultan así mismo significativos: «In territorio Gauzone prope litus maris uillam que dicitur Candas cum ecclesiis Sancti Felicis et Sancte. Eulalie».34 «In territorio Ouetensi et Siero... uillam... Naonem per suos terminos antiquos, cum ecclesias Sancti Cipriani et Sancti Uincenti».35
Esta persistencia de las referencias a la «uillae» relacionada con la emergencia de la «ecclesiae» representa aproximadamente el 19 por ciento del total del conjunto de las construcciones eclesiásticas.36 En las «ecclesiae + uilla», las más escasas —9 por ciento más o menos— y en la mayoría de los casos iglesias monásticas, sigue manteniéndose todavía la referencia de raigambre antigua: «In Salto iusta riuulum Traile ecclesiam Sancte Marie et uilla in Flacana (Laviana, Gozón).37 «In Uandugio ecclesiam Sancte Marie cum sua uilla et familia multa».38 «In territorio Prauie monasterii Sancti Iohannis Euangelista, ubi iacet Silus rex et uxor eius Adosinda regina cum medietate tocius regalis mandationis, villas, sernas, terras,... simul cum ecclesiam Sancte Marie super flumem Nilonis cum multas sernas magnas et cum uillas, uilla Agones...».39 33
LT, f. 9r.A, GL, n. 6, p. 22. «Testamentum» de Fruela II (912), LT, f. 32r.A, GL., n. 20, p. 80. 35 «Testamentum» de Ordoño II (921), LT, f. 30r.A, GL, n. 21, p. 86. 36 «Testamentum» de Ordoño I (857), LT, f. 9r.v, GL, n. 6, p. 22. 37 Ibíd., f. 9r.B, GL, n. 6, p. 23. 38 «Testamentum» de Fruela III (912), LT, f. 34v..A, GL, 20, p. 84. 39 Ibid., f. 21v.A, GL, n. 17, p. 65. Y en el mismo documento: «In Tinegio secus flumen Arganza monasterium Sancte Marie cum uilla sua integra cum suis adiacenciis et uillis cum deganeis quas habet in Galletia iuxta flumen Minei cum ecclesiis que sunt in Barreto ad portum abbati Frexineto»: f. 21v.B, GL, n. 17, p. 65. 34
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F. J. Fernández Conde «Inter Nauia et Oue secus flumen Purzia monasterium fundatum nomine Sancte Columbe per suor terminos directos, per Arroia mala, per uiam qui exiit per monte Bodigo pro ad illa penna de Abanninas et exiit ad Leirio et inde uenit ad intra occisa in Monte Auto et inde per Paratella et per Monte Uerroso et in directum pro ad Teulei per uiam que discurrit de Penna Auta et de Armale pro ad Foçatinas et pro illo quoto de Nozeta usque Capanna Marzani. Infra hos terminos ab omni integritate cum familia multa et uillis multis intus et foris et foros pernominatis...(cuatro líneas en blanco)».40 «In territorio eiusdem ciuitatis (Lucus en Llanera) monasterium Sancti Cucufatis per terminos suos antiquos».41
Pero los dilatados elencos de «ecclesiae» solas o con topónimo no creemos que tengan más valor que el de un simple listado de nombres incluidos mecánicamente por el responsable del LT, que en ocasiones contienen repeticiones de otros documentos pelagianos de la misma época. Y por ello, su significado cronológico es mínimo. En nuestro cuadro del Liber pueden comprobarse todas esas reiteraciones, que en ocasiones llegan a ser conjuntos enteros como ocurre, por ejemplo, con muchas iglesias del «testamentum» de Ordoño II (921), repetidas en las donaciones de otros soberanos. En esos listados de iglesias, llamativamente extensos y reiterativos, conviene subrayar también otros criterios que podría resultar clarificadores a la hora de aproximar cronologías. La mayoría no llevan más que el nombre patronímico y el topónimo, pero en numerosas ocasiones el escribano quiso determinar su situación incluyendo los límites de un número importante de ellas. A veces los describe de forma genérica (per termis suis antiquis), una expresión que puede resultar puramente formularia. Pero en otras, y no son pocas, va muchos más allá y es capaz de citar una serie de elementos de diferente naturaleza que sirven para precisar la situación geográfica y los límites de los dominios de las correspondientes entidades eclesiásticas, que en bastantes casos resultan sencillamente espectaculares. «In Riosa ecclesia Sancte Marie seu bustos pernominatos tam de tempore uerani quem de tempore iberni usque foris portum».42 «Tradimus insuper sub Naranco monte ecclesiam Sancti Uincentii (de Villaperi) cum exitus per totum Narancum cum pumario magno integro circum uallato undique empto quingenti solidis argenti purissimi. Et ex alia parte ipsius montis uillam Linio cum palaciis, balneis et ecclesiam 40 «Testamentum» de Alfonso III (905), LT, f. 21v.B, GL., 17, pp. 65-66. 41 «Testamentum» de Ordoño II (921) , LT, f. 27r.B, GL, 22, p. 89. 42 «Testamentum» de Ordoño I (857), f. 9v.A, GL, n. 6, p. 23.
Anejos de AEspA LXIII Sancti Michaelis, cum pumario magno circum uallato, cum senra capiente CCC modios semente cuius terminus est a parte occidentis per terminum fluminis Araniarii, a parte uero meridiei et orientis per terminum Constanti et Suego et per terminum Ianuale et Auienco usque ad exitum montis Narancii ab integro, cum braneas prenominatas Porciles, Gamoneto, Cugullos, Obrias».43
Y esto ocurre casi siempre con las iglesias/monasterio, donde se especifican en la mayoría de los casos los límites y los dominios, en ocasiones muy dilatados, entre los que se incluyen frecuentemente deganeas o decaneas que muchas veces son iglesias:44 «In territorio Uallio terras et senras et monasterium Sancte Marie de termino de uilla Eneati et usque in Boanga et usque ad flumen Qualia seu busta Uindiliese et de Currione et Ernes cum suis aiacenciis et uineam que ibi est plantata».45 «In territorio Corneliana unam [ecclesiam] que dicitur Sancti Martín cum omnibus bonis et adiacentiis suis per suos locos et terminos antiquos, a parte orientis per flumen Narceiam, a parte aquilonis et occasu per uiam que uenit de Uarzena et intrat in strata publica que uenit de Luerzes et uadit.ad Salas et pertransiit flumen Nonagiam ad meridie usque ad parietes de Corneliana et ab illo loco ipsum flumen de Annonagia ex utraque parte integram quousque intrat in Narceia...Infra hos terminos non intrat alius heres; foris autem terminos concedo suam ueritatem in montibus et in omnibus locis...».46 «Monasterium Sancti Iacobi apostoli de Gaudentes per suos terminos ab omni integritate, ex una parte ultra Loronio, per Sancta Eulalia et per Cocello et per Fornezo et per Campulio et per castellum Oualia; et infra hos terminos tres uillas Gaudentes et duas Kauetas et molino integro et foris terminos cum suis deganeis, unam que dicitur Luces et alia que dicitur Loruso et suas branias pernominatas unam que dicitur Bobu aliam Uouas, ambas medietate in eas».47 43 «Testamentum» de Alfonso III (905), f. 19r.B, GL, n. 17, p. 61. 44 Nosotros, en más de una ocasión, considerábamos que el título de monasterium de muchas iglesias del LT no connotaba automáticamente una situación eclesiástica específica y característica de la vida cenobítica propiamente dicha y tratábamos de explicar así la proliferación de monasterios en la región asturiana de la primera Edad Media (F. J. Fernández Conde, Las iglesia de Asturias en la alta Edad Media, Oviedo, 1972, p. 105 y ss.; en concreto, p. 131). Contabilizamos hasta 33 iglesias-monasterio, un 9 o 10 por ciento del total de las iglesias del listado del LT, que no nos parece una cifra excesiva. Ahora estamos menos seguros o no nos atrevemos a establecer como norma general el significado meramente formal de dicho título, desconsiderando por completo la realidad monástica de una ecclesia/monasterium incluída en este manuscrito. D. Pelayo o sus escribas, muchas veces, cuando lo otorgaban a una iglesia concreta, estaban distinguiéndola claramente de las otras que no lo tenían. Habrá que discernir en cada caso, y podría considerarse como un criterio más de su respectiva valoración cronológica. 45 «Testamentum» de Ordoño I (857), LT, f. 9v.A, GL, n. 6, p. 23. 46 «Testamentum Gundisalvi archidiaconi» (896), LT, f. 23v.A-B, GL, n. 15, p. 56. 47 «Testamentum» de Ordoño II (921), LT, f. 29r.A, GL, n. 22, p. 92.
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LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO
«Monasterium Sancti Clementis de Notimas (Lomes, Allande) per suos terminos designatos per Regera de Pratela, per media brania Marin et per posatorio de Karzeto et per sesto de Ualle minor et transiit per riuulo de Arganza et in directum ad laco Salzeto et ad Quadrillas et per karrera que uenit ad illa ponte de Aliande et per riuulum de Presnes ad sursum et per sestum qui exiit ad fonte de Karut et per caput de ualle Falgarias et ad caput de ualle Salzeto et per limite de Pereta et per regaria de Ponton et figet ubi prius diximus et cum suis deganeis pernominatis infra suos terminos et foris, id est, ecclesiam Sancte Marie de Otero et ecclesiam Sancti Iacobi de Linares et ecclesiam Sancti Cypriani de Uillauaseli et ecclesiam Sancti Martín de Uetuleto et ecclesiam Sancti Cypriani de Arganzua et ecclesiam Sancti Iacobi de Cellorella ab omni integritate».48
Algunas descripciones de límites son de tal precisión y meticulosidad que resultaría imposible trasladarlas a los folios del Liber sin un documento> fuente, del que dependiera el responsable o escribano del Scriptorium Pelagianum. Todo hace pensar que lo tendría delante, cuando escribía en el LT, lo cual supone también, según nuestro criterio, otra garantía más de la antigüedad de dichas iglesias o monasterios, al margen de que esto pudiera confirmarse de otra manera más precisa. Los citados aquí son solo algunos de los múltiples ejemplos que podríamos mostrar. También constituye otra referencia atendible a la hora de precisar cronologías de iglesias o monasterios, el hecho de que no se les incluya en las donaciones o «testamenta» en su integridad, sino sólo parcialmente: «Secus maris medietatem in ecclesia Sancti Petri ( San Pedro de Villaverde, Maliaio) et in suis hereditatibus».49
Si esta información fuera una pura invención del autor del LT, sin ningún apoyo documental, no se ve por qué no los incorpora en su totalidad en las correspondientes disposiciones del diploma. A decir verdad, estos casos son muy raros en la documentación pelagiana, a diferencia de lo que ocurre en otras colecciones documentales que no ofrecen ninguna duda sobre la autenticidad de sus contenidos. Conviene advertir, sin embargo, que el responsable del Liber en infinidad de ocasiones comienza a copiar esas delimitaciones y descripciones dominicales pero las interrumpe y las deja en blanco (incluso 48 «Testamentum de Fruela II (912), LT, f. 33v.A-B, GL, n. 20, p. 82. En este documento se mencionan muchos monasterios, situados en la zona centro meridional de Asturias, describiendo sus límites y dominios de forma parecida. Parece que el copista del mismo tuvo delante un documento que le sirvió de plantilla para incluir en su refacción la amplia serie de cenobios. 49 «Testamentum» de Ordoño II (921), LT, f. 28r.B-29v.A, GL, n. 22, p. 91.
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con vacíos de varias líneas), lo cual supone que había empezado su tarea de memoria y sin documentos previos como punto de partida y que no pudo completarla al faltarle esa fuente. En tales ocasiones la sospecha de incorrección cronológica es más que legítima: «Secus flumen Trubiam, territorium de Bianga, monasterium Sancte Marie et Sancti Stephani cum omnibus bonis suis (tres líneas en blanco)».50
Curiosamente, en los falsos atribuidos a Ordoño I por D. Pelayo sólo se encuentra este pequeño espacio en blanco. En los «testamenta», otorgados supuestamente por otros soberanos astures o astur-leoneses, los espacios en blanco son numerosos y mucho más largos. En el de Alfonso III (905), por ejemplo, algunos tienen hasta 20 líneas vacías de referencias51. No sabemos si esta singularidad de la larga donación de Ordoño I pudiera tener algún significado en orden a la fiabilidad de la información trasmitida por el correspondiente diploma.52 Con todo, sobre el valor global del mismo respecto a la autenticidad seguimos manteniendedo nuestra tesis de falsedad.53 En cualquier caso, el responsable o responsables de esta larga serie de instrumentos reales, de la época de la Monarquía Asturiana, copiados en el LT, tenían un buen conocimiento de la geografía regional y especialmente de la eclesiástica. Las referencias a unidades espaciales que en ocasiones se correspondían con las administrativas son muy abundantes y las menciones de iglesias y monasterios se contextualizan territorialmente de forma habitual. El autor tenía perfectamente definidos los límites de Asturias y de las comarcas fronteras de la meseta. Las largas series de iglesias asturianas se interrumpen con la expresión latina, «foris montes» en casi todos los documentos falsos.54 Los dominios del falso 50 «Testamentum» de Ordoño I (857), LT, f. 9r.B, GL, n,6, p. 23. 51 «Testamentum» de Alfonso III (905), LT, f. 19v.A-19r.B, GL, n. 17, p. 62. 52 Adviértase que el otro Testamentum» de Ordoño I, datado supuestamente el mismo año 857, también con el texto del falso fuero de los hombres de San Salvador y donaciones de bienes fundiarios, situados exclusivamente en las comarcas cántabras (LT, f. 12v.-15r., GL., n.7, pp. 27-34), tampoco tiene espacios en blanco, correspondientes a límites o relaciones de elementos patrimoniales vinculados a iglesias o monasterios. No dudamos de la falsedad de ambos diplomas, pero es posible que Pelayo y sus colaboradores pudieran tener a disposición otras fuentes escritas para la confección de los mismos. 53 F. J. Fernández Conde, El Libro de ls Testamentos..., pp. 144-151. 54 «Foris autem montes flumen qui dicitur Orbigo...»: Testamentum» de Ordoño I (857), LT, f. 9v.A-B, GL, n. 6, p. 23. También se encuentra en la breve disposición del «Testamentum Gundisalui archidiaconi»: LT, f. 23v.B, GL, n. 15, p. 57.
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de los obispos Seuerino y Ariulfo (Testamentum Sancte Marie de Ermo), del 817, solo mencionan bienes de Cantabria, particularmente de Santillana del Mar, las Asturias de Santa Juliana.55 El segundo falso de Ordoño, copiado inmediatamente antes, fue reservado también para incluir bienes situados en la misma comarca y en algunas circunscripciones vecinas (damus etiam suprefate sedi pro nostris animabus de his que regaliter possedimus in Asturiis Sancte Iuliane...).56 Pero esa expresión formal con sus correspondientes contenidos dominicales no aparece en los dos diplomas de Ordoño II (821).57 La región asturiana en su conjunto, donde se sitúan la mayor parte de los bienes supuestamente donados por los soberanos asturleoneses a San Salvador de Oviedo, se denomina con la expresión «in Asturiis», en vez del tan socorrido y polisémico «territorio asturiense» de otros documentos no pelagianos. A decir verdad, llama la atención que dicha expresión aparezca pocas veces y en muy pocos documentos. Así, en el «Testamentum Gundisalui», el «territorio» de Corneliana se dice situado «in Asturiis» (896),58 y lo mismo el de Uandugio (Banduxu) en el de Fruela II (912).59 Las tierras situadas entre el río Barayo y el Navia se especifica expresamente que están en Asturias (Ramiro II, 923),60 un diploma en el que se precisa que varios lugares de los interfluvios occidentales entre el Navia y el Oue (Eo) conformaban la región por su parte occidental, cuyo límite último era precisamente el Eo.61 De los límites orientales no se dice nada expresamente, pero se menciona el territorio de Aquilare (Aguilar, Llanes).62 55 LT, f. 15v.-17r., GL, n. 5, pp. 17-21; el estudio del mismo: F. J. Fernández Conde, EL Libro de los Testamentos..., pp. 136-144. 56 «Testamentum» de Ordoño I (857), LT, f. 12v.-15r., GL, n. 7, pp. 27-34; la expresión citada, p.29. Adviértase, sin embargo, que no se incluyen iglesias bienes fundiarios, incorporados ya al «Testamentum» de los dos obispos mencionados, aunque existan algunos parecidos formales, anotados ya por nosotros el trabajo sobre el Liber: F. J. Fernández Conde, Ibid., pp. 152-153 y 141-142. 57 Entendemos que no se incluyan bienes situados en la Cantabria actual en el «Testamentum de Naon et Granda et Sancti Martín de Syero», por su brevedad y especificidad (f. 30r.-31r., GL, n. 21, pp.86-88); pero no así en el anterior, del mismo soberano y en idéntica fecha, muy extenso y minucioso: f. 26v.-29v., GL, n. 22, pp. 88-94. 58 LT, f. 23v.A, GL., n. 15, p. 56. 59 LT, f. 34v.A, GL, n. 20, p. 84. Parece que el escribano estaba contraponiendo un breve elenco de iglesias, ubicadas en Banduxu (Proaza), Gráu, Teberga y el valle del río Aller con las tierras de Ibias, articuladas en torno al monasterio de Santa María de Zeques (Cecos). 60 LT, f. 40v.B, GL, n. 22, p. 96. 61 LT, f. 40v.B-41r.A, GL, n. 23, pp. 96-97. 62 Ibíd., f. 40v.A, GL, n. 23, p. 96. Se sitúan en Aguilar las iglesias de Ardisana (Llanes), San Juan de Parres (la actual
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En otros lugares del Corpus Pelagianum Asturias limitaba por el Oriente con el río Deva, como se ha dicho muchas veces.63 El término «territorium» aparece repetidamente en todos los documentos pelagianos examinados. En muchas ocasiones, la mayoría, se trata de un espacio o comarca reducida, vertebrada en torno a una iglesia o monasterio.64 En otras es ya un núcleo poblacional de cierta importancia, un ciudad o «villa» que con el tiempo será la capital de los futuros municipios o pueblas asturianas.65 También se menciona, así mismo, para referirlo a una demarcación administrativa, a lo que parece bien conformada ya, con una entidad central preurbana que posteriormente será, a su vez, el centro o la capital de las diferentes circunscripciones territoriales asturianas. Los territorios de Oviedo, Oviedo-Siero, Gijón, Lagneo (Langreo), Pravia, Tineo, Valledor, Maliaio (Villaviciosa), Letvas (Ribesella), Colunga o Caso, Prámaro (Gráu), son la mayoría de los mencionados por los artífices del Liber.66 Por eso, la descripción de los dominios Santa María Magdalena, que funcionó mucho tiempo como filial de Porrúa, Llanes), Santa María de Meldes y Santa María de Lera (Posada). Sobre la protohistoria de Llanes: F. J. Fernández Conde, «La primera historia de Llanes. Aproximación y problemas pendientes», Llanes. Viejas historias, nuevos patrimonios, coord., M.ª C. Morales Saro, Llanes, 2004, pp. 11-65; en especial, pp. 43 y ss. 63 F. J. Fernández Conde, «Singularidá d’Asturies na Edá Media», Lletres Asturianes, 100, 2009, 127-140. Figura también Aguilar en la confirmación de los privilegios de Juan [VIII], otra de las famosas falsificaciones de impronta pelagiana, no recogidos en el LT: GL, 10, p. 43. Con otros territorios importantes de la época, se utiliza para delimitar la diócesis ovetense: «a flumine magno Oue cum tota Tinegia, Asturias, Maliaio, Aquilare...». Aparece vinculado a Luna en León («In foris monte»), en otra falsificación relacionada con San Pedro de Tuñón (891), GL, 13 y 14, pp. 51 y 54. Y en otro documento más tardío (976), se encuentra el castillo de Aguilar, cerca de Cartavio, en el occidente asturiano: LT, f. 43v.B, GL, n. 30, p. 116, y lo mismo en otra pieza pelagiana posterior (1056): f. 66v. , GL, n. 58, p. 183. 64 «In territorio Flauianensi (Laviana), ecclesiam Sancti Emeterii cum sernis et bustis...»: «Testamentum» de Ordoño I: LT, f. 9v.A, GL, n. 6, p. 23. «In territorio Boinas ecclesiam Sancte Marie cum suis adiacentiis»: «Testamentum Gundisalui archidiaconi» (896), LT, f. 23v.B, GL, 15, p. 56. 65 «Ciuitatem Gegionem cum ecclesiis...»: «Testamentum» de Alfonso III, LT, f. 20r.B, GL, 17, p. 63. «Similiter secus littus maris uillam Luarcam cum ecclesiiis Sancti Iacobi apostoli et Sancte Eulalie, Sanctorum Iusti et Pastoris ab omni integritate»: Ibid., f. 33v.A, GL, n. 20, p. 81. 66 «In Tinegio in territorio Pesgos...»: Testamentum Gundisalui», LT, f. 23v.B, GL, p. 56 (sólo en una ocasión figura el «territorio Tinegio»; más freuente es que se mencionen las partes del mismo como Sierra, Pesgos...). «In territorio autem Gigione...uillam que dicitur Ciares et ecclesiam Sancte Marie in Lebes; in Uare...»: «Testamentum» de Ordoño I (857): LT, f. 9r.B, GL, n. 6, p. 22. «In territorio Prauie monasterii Sancti Iohannis...»: «Testamentum» de Alfonso III (905), LT, f. 20v.A, GL, n. 17, p. 63. «In territorio Maliaio monasteries (sic) Sancti Iohannis cum sua uilla...»: Ibid.,
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entregados por los soberanos a la iglesia de San Salvador en varias de estas estructuras territoriales y socio-administrativas se realiza con tanta precisión y lujo de detalles, que en dichos casos podríamos pensar igualmente y con toda la razón que el copista del LT tenía que estar haciendo aquella relación a partir de otro documento preexistente, y por ello más antiguo que la copia pelagiana. Parece imposible que lo copiara de memoria. El «territorio» de Alliande (Allande) constituye un buen ejemplo de ello: «In territorio Alliande ecclesiam Sancti Iuliani de Praia ab omni integritate. Similiter monasterium Sancti Andree cum deganeis suis pernominatis Zereseta et ecclesiam Sancti Petri de Uallebona et Fontetecta ecclesiam Sancti Romani de Collinas ab omni integritate. Similiter monasterium Sancti Clementii de Notimas per suos terminos designatos per Regera de Pratela, per media brania Marin et per posatorio de Karzeto et per sesto de Ualle minor et transiit per riulo de Arganza et in directum ad laco Salzeto et ad Quadrillas et per karrera que uenit ad illa ponte de Aliande (sic) et per riulum de Presnes ad sursum et per sestum qui exiit ad ad fonte de Karut et per caput de ualle Felgarias et ad caput de ualle Salzeto et per limite de Pereta et per regaria de Ponton et figit ubi prius diximus et cum suis deganeis pernominatis...».67
Este tipo de descripciones sería, por lo tanto, un criterio más a la hora de precisar las cronologías pelagianas de las iglesias. En general, llaman la atención así mismo, las referencias a accidentes geográficos, para situar deterf. 20v.B, GL, n. 17, p. 64. « In territorio Oueti ecclesiam Sancti Thomae...»: Testamentum de Ordoño II (921), LT, f.32v., GL, 20, p.80. «In territorio Tinegio ecclesiam Sancte Eulalie...», Ibid., f.32v., GL, 20, p.80. «In territorio Esue eccclesiam Sancti Fructuosi...», Ibid., f.33v.A, GL, n.20, p.81. «In territorio Miraio (Tinéu), monasteria Sancti Facundi et Sancti Felicis...»: Ibíd., f. 33v.A, GL., n. 20, p. 81. «Similiter in territorio Hor (Allande) monasteria...»: Ibid. «In territorio Ouetensi et Siero... uillam... pernominatam...»: «Testamentum» de Ordoño II (921): LT, f.30r., GL., 21, p.86. «In territorio Pramaro...»: «Testamentum» de Ordoño II, f.27v.A, GL, n. 22, p. 90. «In territorio Letuas ...»: Ibíd., f. 28v.B, GL, n. 22, p. 92. «In territorio Colunga...»: Ibíd., f. 28v.B-29r.A, GL., n. 22, p. 92. «In terriorio Kangas, ecclesiam Sancti Petri de Coione...»: «Testamentum» de Ramiro II (926), LT, f. 40r.B, GL, n. 23, p. 95. La primera aproximación a los «territoria» de Asturias en la Edad Media: A. C. Floriano Cumbreño, Estudios de Historia d Asturias. El territorio y la monarquía en la alta Edad Media asturiana, Oviedo, 1962, pp. 17 y ss. M. Fernández Mier, «La territorialidad y el poblamiento en la tierra de Tinéu en la época medieval,», Hombres y tierras en Tineo, pp. 51-84. I. Muñiz López, «La formación de los territorios medievales en el oriente de Asturias», Territorio, Sociedad y Poder, 1, 2006, 79-128. 67 «Testamentum» de Fruela II (912): LT, f. 23v.A-B, GL, 20, p. 82. El territorio de Kangas (Cangues d´Onís), mencionado más arriba, también puede convertirse en un espléndido ejemplo de esa complejidad descritiva que parece postular una fuente documental previa.
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minados centros religiosos. Los ríos en especial fueron un instrumento muy socorrido por el copista. Esta recurso se encuentra especialmente en el «Testamentum» de Alfonso III (905) y el de Ramiro II (923).68 La serie final de pequeños territorios vinculados a ríos o interfluvios, incluidos en el texto de Ramiro II, presentan tal coherencia estructural e incluso lingüística que parecen depender de alguna fuente previa, y lo mismo podría decirse de la larguísima donación de Alfonso III, en la parte dispositiva relacionada con los ríos, aunque con algún desorden y pequeños párrafos que toda la apariencia de interpolaciones en otro texto básico que se estaba copiando.69 Estos desórdenes o alteraciones textuales llamativas son relativamente frecuentes a muchos estos falsos reales de manuscrito ovetense. En ocasiones, a partir de una lectura minuciosa de los correspondientes textos, se podría intuir la existencia de documentos previos diferentes que habrían servido de base para la composición del Liber. En la mencionada donación o «testamentum» de Ramiro II por ejemplo, el copista incluye de seguido la mayoría de las iglesias del futuro arciprestazgo de Amieva. Después pasa a las de Cangas>Parres>Cangas, para hacer una larga digresión sobre el «monasterium» de Santa Eulalia de Triungo (Triongo) que rompe formalmente el estilo del discurso general del texto,70 con una noticia destacable que relaciona esta parte de la disposición documental con una supuesta donación de Sancho I de Navarra a la iglesia de San Salvador de Oviedo: 68 LT, f. 21r.B-v.B (Alfonso III): «Super flumen Alier... Super flumen Lene… Inter Ornam et Lenam… Super flumen Ferros… Sub portu Tilobrica secus flumen Orna... Secus flumen Narceia... In Tinegio secus flumen Arganza... Inter. Nauia et Oue secus flumen Purzia...», GL, n. 17, pp. 64-66. LT, f. 40v.B-41r.A (Ramiro II): Inter Uaraium et Nauiam… Secus Nauiam… Inter Nauia et riulo Medo… Inter flumina Purziam et Ouem… Secus flumen Ermezana… Iusta flumen Thoragam…, GL, n. 23, pp. 96-97. 69 Parece fuera de lugar: «In ualle de Kiros ecclesiam Sancti Vincencii de Limbria cum suis adicenciis». Quizás al autor le viniera a la mente este párrafo, al copiar inmediatamente antes: «Sub portu Tilobrica secus flumen Orna uillam integram que dicitur Uarzana cum suis adiacenciis», asociando Tilobrica (supuestamente Teberga) y Uarzena con una localidad de Quirós, sin percatarse que el puerto de Tilobrica está en Telledo, Pajares. Tampoco parece que se encuentre en su sitio: «Secus flumen Narceia sub Salto inferiore unam magnam uineam in medio plano», para pasar, sin solución de continuidad a varias posesiones en «Salzeto» (Salcéu-Gráu) y en otras partes. A continuación continuará: «In Tinegio secus flumen Arganza...». 70 «In Biauanno ecclesiam Sancte Marie similiter, ecclesiam Sancti Iohannis similiter, ecclesiam Sancti Petri de Uode similiter, monasterium Sancte Eulalie... ab integro»: f. 40r.B, GL, pp. 95-96.
68
F. J. Fernández Conde «... monasterium Sancte Eulalie de Triungo secus flumen Seliam, quod fuit amite Xemene regine et consanguinei mei Sancii regis Pampilonensis et dederunt illud Ouetensi ecclesie, quod datum ego confirmo per terminos suos...».71
Podría pensarse que esta especie de inciso del «Testamentum» de Ramiro II con el monasterio de Triongo y sus límites, por cierto, muy precisos y minuciosos, dependería también de otro documento antiguo, en este caso coetáneo al del soberano asturleonés.72 En realidad, esas supuestas alteraciones textuales apuntadas no acaban ahí. Después de extenderse por el «territorio» de Aguilar, incluye un párrafo largo relacionado con las tierras de Coianka (Coyanza, Valencia de don Juan, León), bajo el epígrafe «item foris montes»: el capítulo que no suele faltar en los falsos pelagianos, copiado siempre al final de las largas disposiciones. Aquí probablemente se encuentra también situado fuera de sitio.73
4.
CONCLUSIONES A LA LECTURA DEL LIBER TESTAMENTORUM
Después de una lectura muy minuciosa de los «Testamenta» de este manuscrito polémico, manteniendo las conclusiones sobre la no autenticidad de los mismos desde el punto de vista formal e histórico-diplomático, creemos haber introducido algunos criterios novedosos que nos permitirán seguramente acercarnos a esta documentación sin despreciar, sin más, la información histórica sobre sus datos y en especial sobre la cronología de la infinidad de iglesias y monasterios contenidos en los correspondientes folios. Los cinco primeros formulados podrían considerarse como esenciales para una hermeútica más rigurosa y con pretensiones de cierta exactitud. Si estamos en lo cierto, el valor de los diplomas pelagianos para la Arqueología y la Historia del Arte del Prerrrománico aumentaría considerablemente. Respecto a la estructura de cada uno de los diplomas, en especial la relacionada con la disposición o configuración territorial y administrativa de la región en la alta Edad Media, con infinidad de referencias a loci, territoria, ciuitates y villae, así como a los entornos dominicales o feudales de dichas instituciones eclesiásticas, solo hicimos unas cuantas consideraciones, como otros tantos ejemplos que pueden servir para proseguir esa lectura más crítica y aproxi71
f. 40r.B-41v.A, GL, n. 23, pp. 95-96. F. J. Fernández Conde, El Libro de los Testamentos..., pp. 186-187. 73 LT, f. 40v.A-v.B, GL, p. 96. 72
Anejos de AEspA LXIII
mativa de los cada uno de los documentos y de sus respectivas partes. En cualquier caso, a la hora de calibrar con cierto grado de fiabilidad la cronología concreta de cada iglesia o monasterio, incluídos en dichos instrumentos diplomáticos, se impone una lectura más compleja de la que suele hacerse habitualmente. La estructura narrativa de cada texto, sus hiatos o interrupciones, sus desórdenes lógicos, el mismo análisis del latín realizado con cierta finura, pueden constituir también otros tantos recursos ineludibles para deducir conclusiones más fiables, sin refugiarnos en cierta pereza metodológica, derivada de la simple valoración general de cada uno de los «Testamenta», como suele hacerse en infinidad de ocasiones. Es evidente que muchos de los párrafos de los «testamenta» de los soberanos astures, en especial los relacionados con dominios y límites de iglesias o monasterios, presentan una morfología y unos rasgos sintácticos latinos, que se apartan completamente de los habituales de la oficina pelagiana.74
5.
ACOTACIONES SOBRE LA PRESENCIA DE «MOZÁRABES» EN ASTURIAS
Hace poco tiempo analizábamos la realidad y el significado de las minorías étnico-sociales en el Reino de León. Excluíamos a los francos y nos centramos en los grupos de judíos y en los llamados «mozárabes», la población de origen árabe-beréber o arabizada, utilizando la documentación escrita y de manera especial la onomástica. Cerrábamos aquella encuesta en el reinado de Alfonso VI (1109), y leíamos con mucha detención amplísimo repertorio de cartularios disponibles.75 Ciñéndonos concretamente a los famosos «mozárabes», negábamos la tesis tradicional sobre su presencia masiva en el noroeste peninsular durante los siglos IX-X. Y explicábamos el profundo fenómeno de arabización de la onomástica desde otros supuestos más funcionales y más lógicos, según nuestro criterio. También tratábamos de 74 Un estudio muy minucioso del latín el manuscrito ‘pelagiano, ya citado más arriba: J. A. Valdés Gallego, El Liber Testamentorum Ovetensis. Estudio filológico y edición, Oviedo, 200. Con todo, el autor no afronta los análisis de esos textos relacionados con dominios y límites, que a nuestro juicio son decisivos para tratar de descubrir posibles fuentes documentales anteriores. 75 F. J. Fernández Conde, «Poblaciones foráneas: mozárabe, musulmana y judía en el Reino de León», Monarquía y Sociedad en el Reino de León. De Alfonso III a Alfonso VII, 2 vols., León, 2007, II, pp. 763-891. Un resumen breve con idénticas conclusiones: «Mozárabes en el reino de León: siglos VIII-XI», Studia Historica, 27, 2009, pp. 53-69.
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LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO
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de la supuesta minoría. En la actualidad, disponemos ya de listados muy completos sobre onomástica asturiana de la época del prerrománico y estamos también en condiciones de afirmar que las conclusiones de aquel trabajo, con algunas matizaciones, son también aplicables a la región asturiana.
analizar dicha problemática desde la perspectiva regional, pero dejábamos fuera del análisis la región asturiana, o, si se quiere, el solar del viejo reino de Asturias. No lo hacíamos caprichosamente, sino porque en la lectura apresurada de la documentación no encontrábamos apenas esa onomástica característica
APÉNDICES SOBRE LAS SERIES DE IGLESIAS/MONASTERIOS I DOCUMENTACIÓN ARQUEOLÓGICA-EPIGRAFICA (AE) 700-75076 Santa María de Cuadonga (Covadonga)77 Santa Cruz de Cangues d’Onís
(737-739)
750-800 San Juan Evangelista de Pravia (Santianes) Santa María Magdalena de Llera 76 Las iglesias que no llevan ninguna referencia indicativa a base de letras mayúsculas, dependen de registros arqueológicos o epigráficos (AE). La abreviatura ACO = Documentación del Archivo Capitular de Oviedo, no pelagiana. SV = Documentación del Archivo del monasterio de San Vicente de Oviedo. L=Documentación del Archivo de la Catedral de León. C=Libro Registro de Courias. LT= Liber Testamentorum y CP=Corpus Pelagianum. 77 Las referencias documentales sobre esta iglesia-monasterio son tardías y no merecen ninguna credibilidad: A. C., Floriano Llorente, Diplomática española del pe período astur, (718-910), I, Oviedo, 1949, nn. 3 y 3, pp.34-40. Situamos aquí esta referencia haciendo caso de la información de las Crónicas Asturianas que en principio no parece que deba rechazarse: «Quumque Pelagius ingressum eorum cognouit, in
(774-783)78 79 ” monte Auseuua se contulit in antro qui uocatur coua Sancta Maria (Ad Sebastiam, l.c., pp.125 y 203(trad.). 78 Las últimas conclusiones sobre la datación de esta basílica altomedieval asturiana, a partir del análisis riguroso de los restos arqueológicos existentes: L. Caballero Zoreda-E. Rodríguez Trobajo, Las iglesias asturianas de Pravia y Tuñón. Arqueología de la Arquitectura (Anejos de ESPA LIV), Madrid, 2010: «San Juan Evangelista de Santianes de Pravia. La obra del rey Silo. Una supuesta iglesia construida y decorada hacia el año 900»; en concreto, pp. 50 y ss. 79 Sobre esta posible «villa» romana con ocupación altomedieval: F. J. Fernández Conde, «Lugares de culto en Asturias durante la época de transición», Asturiensia Medievalia, 7, 1993-1994, 40-41.
70
F. J. Fernández Conde
San Salvador de Uviéu San Vicente de Uviéu(M)81 San Juan Bautista>San Pelayo Uviéu82 San Pedro de Veranes Santa María de Lucus (Llugo de Llanera) San Tirso de Candamu (M) Santa María de Quinzanas (Pravia) San Martín de Celio (L’Aspra, Castrillón)
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(757-768)80 781 (¿) altomedieval ” ” c.80083 c.80084 c.800
800-850 Santa María d’Uviéu San Tirso d’Uviéu San Julián y Santa Basilisa d’Uviéu
80 Perfectamente documentado en ACO, GL, n.2.(a.812), pp. 4-11. 81 Documentado en SV., n. I, pp.29-31. M=Monasterium. 82 F. J. Fernández Conde, «Orígenes del monasterio de San Pelayo de Oviedo», Semana de historia del monacato cántabro-astur-leonés, Oviedo, 1082, pp.107 y s.; del mismo: «Orígenes e historia inicial (del monasterio de San Pelayo)», El Real Monasterio de San Pelayo, Oviedo, 1994, pp. 37 y ss.; y F. J. Fernández Conde-I. Torrente Fernández, «Los orí-
Alfonso II; post. 800 ” ”85
genes del monasterio de San Pelayo (Oviedo): aristocracia, poder y monacato», Territorio, Sociedad y Poder, 2, 2007, 181- 202. 83 Perfectamente documentado en C, nn. 412-414. 84 Sobre estas dos iglesias altomedievales: F. J. Fernández Conde-.L. Arias Páramo, «El cancel prerrománico de San Tirso de Candamo», Territorio, Sociedad y Poder, 1, 2006, 239262. 85 Documentado en ACO, GL, n. 2, pp. 4-9.
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San Andrés de Bárzana (Tinéu) San Julián de Graméu (Cabranes) Santa María del Narancu San Miguel de Lliño-Lillo Santa Cristina de L.lena-Lena Santa María de Bendones
71
822 846 Ramiro I (842-850) ” s. IX alta Edad Media
850-900 Santa Eulalia de Seloriu (Villaviciosa) Santa María de Cartavio (Cuaña) Santu Adrianu y Natalia de Tuñón San Juan de Castiellu (Villaviciosa) Santa Eulalia de Uxo (Mieres) La Pola de L.lena (iglesia parroquial o l. de Robléu) San Salvador de Valdediós San Vicente de Serrapiu (Ayer) Villanueva de Ayer (l. entre Moreda y Bo) Santa María de Sebrayu (Villaviciosa)
c.862 862 (865-910)86 866 860-87287 885-88688 893 89489 895 c.900
900-950 Santa Leocadia (Alfonso III) San Miguel (Cámara Santa) San Juan d´Uviéu San Pedro de Nora 86 La carta fundacional con un núcleo diplomático auténtico es del 891: F. J. Fernández Conde-M.ª A. Pedregal Montes, «Santo Adriano de Tuñón...», Lc., pp. 79-110. La última valoración cronológica: L. Caballero Zoreda-E. Rodríguez Trobajo, Las iglesias asturianas de Pravia y Tuñón. Arqueología de la Arquitectura, (Anejos de AESPA LIV), Madrid, 2010. Para Tuñón: L.Caballero Zoreda-R. Martín Talaverano, «Santo Adriano de Tuñón y su entramado de madera», pp. 91 y ss. 87 En un diploma leonés del 860, original, se menciona la iglesia de Santa Eulalia en la villa de Ussio (Ujo): L., n. 2, pp. 5-7.
865-910 ” ” ” 88 La doble fecha se corresponde con las dos dataciones ofrecidas por Diego Santos (F. Diego Santos, Inscripciones medievales de Asturias, Oviedo, 1993, n. 195, p. 186, a. 885), y C. García de Castro (AC), p. 168, a. 886). 89 Requejo Pagés, después de unos trabajos arqueológicos realizados en la iglesia parroquial de Serrapiu, habla de «una iglesia o capilla anterior a (la) iglesia del siglo X: O. Requejo Pasgés, «II fase de restauración en la iglesia de San Vicente de Serrapio, Aller (1991-1992): Resultados arqueológicos», Excavaciones Arqueológicas..., 3, Oviedo, 1995, pp. 293296.
72
F. J. Fernández Conde
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Santiago de Gobiendes San Juan de Riomiera (Ayer) Santa María de Arbazal (Pueyes, Villaviciosa) San Miguel de Villardebeyo San Martín de Soto (Ayer) (M) San Martín de Güerces (Xixón) San Miguel de Bárzana (M) Santa Eulalia de Morcín [San Salvador de] Gauzone (Raíces) San Salvador de Priesca (M) San Juán de Prendonés (El Franco) Santa Eulalia de Villauril (Piñeira>Navia) Santa Ana de Maza (Piloña) San Juan de La Duz (Colunga) San Juan de L.lamas (Ayer) San Miguel de Conforcos (Ayer) Santiago de Sariegu San Martín de Argüelles San Martín de Salas (M) San Salvador de Deva (Xixón) Santullano de Adralés (Cangas del Narcea) San Salvador/San Pedro de Plecín (Peñamellera Alta) Santa María de Tina (Colombres, Ribedeva)
90 O. Requejo Pagés-C. Arca Miguélez-L. Arias Páramo-L. Cabo Pérez, «Descubrimiento de la antigua iglesia de San Juan de Riomiera (Col.lanzo, Aller)», Excavaciones Arqueológicas..., 5, 2007, pp. 347-354. Se encuentra en la parroquia de San Juan de Col.lanzo. 91 García de Castro establece su cronología en una secuencia temporal amplia: siglos VIII-X: AC.,p.392-394. 92 En el documento original del Archivo Capitular de León, datado en el 860 y citado más arriba, se menciona el monasterio de San Martín «juxta amne Aliere». 93 Documentado en C, f., 75v.B-76r.A, n. 478, p. 148. 94 Existe una referencia eventual a un lugar de culto en esta localidad, datada en fecha muy temprana (a. 583), pero no estamos nada seguros de la lectura ofrecida.
” ”90 ”91 ” (860) 92 c.900 90593 906-926 908 921 923 925 927 928 940 c.940 c.950 ant. 95194 ” siglo X ” 95 ”96 ”97
95 No existe una documentación arqueológica o epigráfica sobre la misma. La situamos aquí por los trabajos de estratigrafía muraria, efectuados hace algún tiempo por L. Caballero Zoreda y su equipo. Pero los resultados de la investigación han sido negativos en lo referente a la cronología prerrománica. Figura en el Parroquial del siglo XIV de D. Gutierre como perteneciente al arciprestazgo de Rengos: F. J. Fernández Conde, La Iglesia de Asturias en la baja Edad Media. Estructuras económico-administrativas, Oviedo, 1987, p.183. 96 G. Adán Álvarez, «Actuación arqueológica y síntesis histórica», Excavaciones arqueológicas..., 3, pp. 308-317. 97 F. J. Fernández Conde, «Santa Marías de Tina Mayor (Asturias). Primer balance de unas excavaciones arqueológicas», Homenaje a Carlos Cid Priego, Oviedo, 1989, pp. 177 y ss.
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73
II DOCUMENTACIÓN DEL MONASTERIO DE SAN VICENTE DE OVIEDO (SV) 750-800 781 (¿) (*: AE)98
San Vicente d´Uviéu (M) 900-950 Santa María de Vervegio (Berbeo, Siero) (¿) S. Juan Bautista y Santa Columba de Nieva(I>M) (Avilés)
91699 948100
III DOCUMENTACIÓN DEL ARCHIVO CAPITULAR DE OVIEDO, NO PELAGIANA (ACO) 800-850 Santa María de Liuerdone (Libardón, Colunga) (M) San Salvador d’Uviéu San Julián y Santa Basilisa d’Uviéu San Cristóbal, Adriano y Natalia de Perlunis (Perlín. Trubia)
98
(*)=incluido ya en un listado anterior. En principio, creíamos que se trataba de la iglesia de San Juan de Berbío en Piloña, a la vera de Infiesto. Pero no se trata de ella (A. Martínez Vega, Piloña (Asturias, concejo a concejo, n. 9), Oviedo, 2007, passim y en especial pp. 6870). Tampoco tiene que ver con la villa de «Ueruegio» o la iglesia de «San Vicente», en la dotación fundacional de Santo Adriano y Natalia de Tuñón (891) por Alfonso III (GL., n. 23, p. 51), que figura, asimismo, en la supuesta donación de este cenobio a San Salvador de Uviéu en 1100 (GL, 117, p. 99
803 812 (*:AE) 812 (*:AE) ant. 850
314). Pero si debe coincidir con la del falso pelagiano, atribuído a Ordoño II del 921: «Sancti Iacobi de Ueruegio» (GL., n. 22, p., 89). En los documentos no pelagianos aparece asimismo dicha villa, situada en la comarca del Nora: (GL,41, p. 138, a. 1012 y 50, p. 167, a. 1045). 100 El hecho de que esta iglesia>monasterio fuera el lugar de enterramiento del primer obispo de Oviedo Adulfo (Addulfo), parece indicar que la datación del primer lugar de culto tuvo que ser anterior, del siglo IX seguramente: SV, n. XII, pp. 45-46.
74
F. J. Fernández Conde
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850-900 Santa María, San Pedro y San Pablo.Trubia(M) San Esteban de Elaba (Alava. Salas) (M) Santu Adrianu y Natalia de Tuñón (M) Santa Cruz de Penna Alva (Peñoba, Santu Adrianu) San Andrés de Siones (Uviéu) San Martín de Siones Santa Leocadia de Lavares (Llavares) San Román de Villanueva (San Romanu)
863 869 891 (*:AE) 891 ” ” ” ”
900-950 Santa Eulalia de Triunico (Triongu, Cangues d´Onís) 942
IV DOCUMENTACIÓN DE SAN JUAN DE COURIAS. LIBRO REGISTRO (XIII)(C) 800-850 San Tirso (M) (S. Tisu, Candamu)
c.800 (*:AE)
900-950 San Miguel de Uarzena (Bárzana, Tinéu)(M) Santa María de Eruol (Yerbu, Tinéu) Santa María de Lennes (L.lumés, Cangas)
c.900 (*:AE) 937 944
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San Tirso de Cangas (S. Cristuébalu, Cangas) San Cristóbal (S. Cristuébalu,Cangas) Santa María de Heremo (Monesteriu d´Ermu, Cangas)(M) San Andrés de Salantes (Serantes.Tapia) (M) San Salvador Vergamne (Bergame, Cangas) (M) San Salvador de Cibugio (Cibuyu. Cangas) (M) Santa María de Miudes (El Franco) (M) Santa María de Villa Cipriani (Vil.lacibrán.Cangas)(M) San Juan de Elarna (Villa de Cibuyu) Santa María de Obona (M) San Miguel de Canero (M)
75
900-950 ” c.950. ” ” ” ” ” ” siglo X101 ”
V DOCUMENTACIÓN DEL ARCHIVO CAPITULAR DE LEÓN (L) 850-900 Santa Eulalia de Ussio (Uxo,Mieres) San Martín de Soto de Ayer (M) Santa María (cerca del río Ayer, Cuna) Santa María y Santa Marina (Tañes, Caso) (quasi M) San Martín de Noanca (Caliao, Caso)
101 L. Fernández Martínez, «Escrituras del monasterio de Santas María de Obona», Bol. Inst. Est. Asturianos, 275-343 (BN. Madrid, Ms. 712, n.35 (s. XVI y AHN., Monasterios, Obona, Becerro (s. XVII). M. Sanz Fuentes, «Documen-
860 (*:AE) 860 860 895 ”
tación medieval del monasterio de Santa María de Obona en el Archivo Histórico Diocesano de Oviedo», Asturiensia Medievalia, 8, 1995-1996, 291-339 (documentos posteriores al 950).
76
F. J. Fernández Conde
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900-950 San Martín de Paliares (Payares, L.lena)
917
VI PANORÁMICA GENERAL DE LA DOCUMENTACIÓN NO PELAGIANA 700-750 Santa María de Cuadonga Santa Cruz de Cangues d’Onís
737-739
750-800 San Juan Evangelista de Pravia (Santianes) Santa María Magdalena de Llera San Salvador d’Uviéu San Vicente d’Uviéu (M) San Juan Bautista>San Pelayo d’Uviéu San Pedro de Veranes Santa María de Lucus (Llugo de Llanera) San Tirso de Candamu (M) Santa María de Quinzanas (Pravia) San Martín de Celio (L’Aspra, Castrillón)
774-783 ” 757-768 781 (¿) altomedieval ” ” c.800 ” ”
800-850 Santa María d’Uviéu San Tirso d’Uviéu San Julián y Santa Basilisa d´Uviéu Santa María de Liuerdone (M) San Andrés de Bárzana San Julián de Graméu Santa María del Narancu San Miguel de Lliño San Cristóbal, Adriano y Natalia de Perlín Santa Cristina de L.lena Santa María de Bendones
post. 800 ” ” 803 822 846 842-850 ” ant. 850 s. IX (alta Edad Media)
850-900 Santa María (c. del río Ayer (Cuna) San Martín de Soto de Ayer (M) Santa Eulalia de Seloriu Santa María de Cartavio Santa María, San Pedro y San Pablo de Trubia San Juan de Castiellu (Villaviciosa) San Esteban de Elaba (M)
860 ” 862 862 863 866 869
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Santa Eulalia de Ussio (Uxo) La Pola de L.lena (Iglesia parroquial o l. de Robleu Santa Cruz de Penna Alva San Andrés de Siones San Martín de Siones Santa Leocadia de Lavares San Román de Villanueva San Salvador de Valdediós San Vicente de Serrapiu San Martín de Noanca Villanueva de Ayer Santa María y Santa Marina de Tañes (quasi M) Santa María de Sebrayu
872 (860) 885-886 891 ” ” ” ” 893 894 895 895 895 c.900
900-950 Santa Leocadia San Miguel (Cámara Santa) San Juan d´Uviéu San Pedro de Nora San Adriano y Natalia de Tuñón (M) Santiago de Gobiendes San Juan de Riomiera Santa María de Arbazal San Miguel de Villardeveyo San Martín de Soto (Ayer) (M) Santa María de Güerces San Miguel de Uárzena (M) Santa Eulalia de Morcín San Salvador de Raíces (Gauzone) Santa María de Berbeo (Siero) San Martín de Pajares San Salvador de Priesca (M) San Juan de Prendonés Santa Eulalia de Villauril Santa Ana de Maza San Juan de La Duz Santa María de Ervol San Juan de L.lamas San Miguel de Conforcos Santa Eulalia de Triunico (Triongu) Santa María de L.lumés San Juan y Santa Columba de Nieva (I/M) Santiago de Sariegu Santa María de Heremo (M) San Andrés de Salantes (M) San Salvador de Vergamne (M) San Salvador de Cibugio (M) Santa María de Miudes (M) Santa María de Villa Cipriani (M) San Juan de Elarna (M) San Tirso de Cangas (M)
865-910 ” ” ” (891) ” ” ” ” (860) c.900 905 906-927 908 916 917 921 923 925 927 928 937 940 c.940 942 944 948 c.950 ” ” ” ” ” ” ” 900-950
77
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Anejos de AEspA LXIII
San Cristóbal (S. Cristuébalu) Santa María de Argüelles San Martín de Salas (M) San Salvador de Deva Santullano de Adralés
” ant.951 ” siglo X ” VII
DOCUMENTACIÓN PELAGIANA102 VII/1 NOTICIAS DEL CORPUS PELAGIANUM (CP) 700-750 Santa Eulalia de Abamia (Sep. Pelayo>Gaudiosa) Santa Cruz de Cangues d´Onis (Sep.Favila>Froiluua)
737103 739 (*:AE)
750-800 Santa María de Cangues d´Onís (Sep. Alfonso I) (M) San Salvador d´Uviéu (Sep.Fruela I) San Martín «in valle Lagneio» (Samartín del Rei Aurelio)(Sep. Aurelio) San Juan Evangelista de Pravia (Sep. Silo-Adosinda) (M) San Miguel Arcángel (Uviéu)
757 768 (*: AE) 774 783 (*: AE)104 791-842 (*: AE)
850-900 (altomedievales) Santa María de Cultrocis (Contrueces, Xixón) San Miguel de Uelio (Beyo, Ayer) San Julián de Box (Uviéu) Santa Eulalia subtus castrum Tutelae (Tudela, Uviéu) Santa María de Tiniana (Tiñana, Siero) Santa María de Nobelleto (Llimanes, Uviéu) San Pedro de Nora (Uviéu) Santa María de Lugo (Lucus, Llugu, Llanera) San Juan de Neva (Nieva, Avilés) Santa Cruz de Androga (Anduerga, Llanera) 102 Hemos revisado con atención todas las identificaciones toponímicas de nuestro estudio sobre el Liber Testamentorum. Pudimos corregir algunos errores e identificar varias de las lagunas que teníamos entonces. Y no estamos seguros plenamemente de todas las identificaciones propuestas. Siempre que fue posible, utilizamo la toponomía asturiana, ateniéndonos a los trabajos de la Academia de la Llingua: Nomes de conceyos, parroquies, pueblos y llugares del Principáu d´Asturies, Uviéu, 2000. 103 El Sebastián interpolado, public., L.c.,p. 84. En este texto se recogen también los lugares de sepultura (Sep.) de la mayoría de los reyes de la Monarquía Asturiana.
865-910105 106 ” 107 ” ” ” ” (*: AE) (*: AE) (*: SV) ”
104 Según la interpolación pelagiana, Mauregato también se sepultó en San Juan Evangelista de Pravia. De Bermudo I, sin embargo, no dice nada. 105 De la tradición interpolada por Pelayo del Sampiro pelagiano: J. Pérez de Urbel, Sampiro..., n. 2, p. 279. 106 Ibid., p. 279. 107 Esta y las once iglesias siguiente son mencionadas en el Corpus Pelagianum en el contexto de la celebración del II Concilio de Oviedo, un falso más del célebre obispo ovetense. Según este autor, Alfonso III y su esposa Jimena habrían asignado iglesias a los diferentes obispos que llegaran a Oviedo para celebrar el Concilio: Ms. 1513, f. 117, public., H. Florez ES, XIV, pp. 401-402.
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San Julián de los Prados (in suburbio Oveti) Santa María de Solis (Solís, Corvera) Santa María del Naranco San Miguel del Naranco (Lliño) San Pedro de Camarmenia (Cabrales)
79
(*AE) ” (*:AE) (*:AE) (antiquissimis codicibus)108.
VII/2 ELENCO DE IGLESIAS/MONASTERIOS DEL LIBER TESTAMENTORUM (LT) 750-800 (*:AE, CP)109 757-768 .812110 (*:AE, ACO,CP) 791-842 (*:AE, ACO)111 ” (*:AE)112 113 ” 114 ” (*:AE) ” (*:AE)115
Santa María de Lugo (Llugo, Llanera) San Salvador d´Uviéu (Fruela I) San Julián de los Prados (Uviéu) Santa Leocadia (Uviéu) S. Tirso d’Uviéu San Miguel (Cámara Santa, Uviéu) Santa María d’Uviéu 850-900 San Miguel subtus Naurantii (Lliño) Santa María ” (Santa María del Naranco) San Andrés de Menia (c. de Ferroñes, Llanera) Santa Eulalia de Menia (Llanera) San Pedro de Ferreros (La Ribera) San Martín de Perera (La Ribera) Santa Águeda (cerca de Ferreros) San Saturnino (Soto, La Ribera) Santa Cecilia (¿) Santa Eulalia (La Felguera, Llangréu) San Cosme y San Damián (Tuilla) San Martín de Arbolies (Argüelles, Siero) San Julián de ” San Vicente de Builia (Güiles, Candamu) Santa Eulalia (de Llameiru, Candamu o Tudela, Uviéu) Santiago de Rouoredo (Agüeria, Uviéu)) San Juan (subter castrum Tutele) (Santianes de Tudela, Uviéu) 108 Las noticias cronísticas de Pelayo, sus propias invenciones, fueron encontradas, según él, «in antiquissimis codicibus quos invenimus in ecclesia Sancti Petri de Camarmenia. Et sicut audivimus a maioriubus et predeccesoribus nostris ita scripsimus»: Ms. 1513, f. 114v.-116lr. Hemos interpretado esta noticia supuestamente «archivística» como un recurso literario más del autor para tratar de fortalecer sus invenciones y creaciones literarias. 109 Folio introductorio del LT, lleno de incoherencias cronológicas y de fantasías: F. J. Fernández Conde, El Libro de los Testamentos...,LT, Apénd., I, pp. 377-378 y 103-106. También el Corpus Pelagianum, Ms. 1513, f.7r.v. 110 Lapidas fundacionales y estudio crítico: Ibid..,
857 (*:AE, CP)116 (*:AE, CP)
(*:AE)
Apénd.II, pp. 378-379 y 106-109. La segunda cronología se corresponde con la versión pelagiana del LT. También se encuentran noticias en el legendario relato de la traslación del Arca de las Reliquias, LT., f.r.-3r. 111 De la narración de la Traslación de las Reliquias del Arca Santa. 112 Ibid. 113 Ibid. 114 Ibid. 115 Ibid. 116 La serie de iglesias que se reseñan a continuación, se incluyen en el «Testamentum» de Ordoño I: LT., f. 8v.-11v., GL, n. 6, pp. 21-27.
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F. J. Fernández Conde
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Santa María de Meslela (Uviéu, Las Regueras) Santa María de Tagiola (Uviéu. Las Regueras) Santa María de Lebes (Xixón, quizás cerca de Ciares) San Tirso de Uare (Varé, Samartín d´Anes, Siero) Santa María de Uare ” Santa Maria in Laudatorio (Lleorio, Xixón) San Pedro de Ueranes (Veranes, Cenero, Xixón) Santa María de Riera (Cenero, Xixón) Santa Eulalia de Cetnero (Cenero, Xuxón) San Vicente de Solis (Corvera) Santa María de Solis (Corvera) San Vicente de Aramubes (Trasona, Corvera) Santa María de Logrenzana (Llogrezana, Carreño) (M) San Félix de Montelongo (Ferroñes, Llanera) Santa María de Salto (Sotu, Las Regueras) Santa María de Buanga (Trubia, Uviéu) (M) San Esteban de Buanga San Emeterio de Flauiana (Santu Medero, Bimenes)117 Santa María de Ouellaio (Obinnana>Oviñana, Sobrescobiu) San Juan de Lama (L.lamas.Ayer) San Miguel de Conforquos (Conforcos, Ay er) Santa María de Riosa (Riosa) Santa María de Villa Eneati (Bayu, Gráu) San Juan de Meres (Mieres) Santa María de Turone (Turón, Mieres) San Martín de Turone (Turón) San Andrés San Justo y Pastor en Porio (c. de Urbiés, Turón) San Martín de Peodo (Podes?, Gozón) San Clemente de Maliaio (Quintueles, Villaviciosa) Santa María de Lames (Uinionem, Viñón, Cabranes) Santa Eulalia de Onis (M) Santa María de Subpenna (Tañes. Caso) San Salvador (Sobrecastiellu. Caso) San Juan (El Campu, Caso) San Martín de Corneliana (Salas) Santa María de Boinas (Boinás, Miranda) San Pedro de Uigana (Vigaña, Miranda) Santa María de Morale (L.lumés, Cangas de Narcea) (M) San Cristóbal de Roboreto (Meriás, Tinéu) (M)
(*:AE)
(*:ACO)
(*:AE) (*:AE)
(*:AE)118
(*:L)
896 (*:AE)119
900-950 San Vicente sub Neranco (Villapéri, Uviéu) San Miguel de Linio (Lliño) 117 En el «Parroquial» de D. Gutierre «Santo Medero de Vimenes pertenecía al arciprestazgo de Laviana (F. J. Fernández Conde, La iglesia de Asturias en la baja Edad Media..., p. 138). 118 En el «Parroquial» de D. Gutierre figuran las parroquias de San Martino y Santa María de Penule: O.c., p. 133. 119 Esta iglesia y las cuatro siguientes, se incluyen el «Testamentum» de Gonzalo, hijo de Alfonso III: LT., f.23v.-24v., GL., n.15, pp.71-73.
905120 (*:AE, CP, LT) 120 Esta iglesia y la serie siguiente figuran en el «Testamentum» de Alfonso III (905), la falsificación más larga y la más característica, sin duda, del Liber Testamentorum, LT., f.19r.23r. Puede resultar significativo el hecho de que varias de ellas cercanas a Oviedo, se encuentren también en la curiosa elaboración pelagiana de los «beneficios» asignados a los prelados que asistieran al Concilio de Oviedo.
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Santa María de Uendones (Bendones, Uviéu) (*:AE) San Julián in suburbio Oueti (M) (*:AE,CP) Santa María de Tiniana (Tiñana, Siero) Santa Eulalia de Tuxiua (Cualloto, Uviéu-Siero) Santa María de Lugu (Llanera) (*:AE) Santa Cruz de Andorga (Anduerga, Llanera) San Pedro de Nora (Uviéu) (*:AE) San Salvador de Gauzone (Raíces, Castrillón (*:AE) Santa María sub ipso Castro (Raíces, Castrillón)121 San Miguel de Quilonio (Quiloñu,Castrillón) (M) San Saturnino (l. de Villa, Corvera,?) San Juan Bautista de Abilies (San Xuan de Nieva, Avilés) (*SV, CP) San Martín de Celio (Laspra, Castrillón) (*:AE) Santa María de Mare intra maris (Santa M. del Mar, Castrillón)) San Vicente de Lotares (Llodares. Castrillón) San Pedro de Spilongas (Navarro, Avilés)122 San Esteban de Montelongo (Molleda, Corvera) (*: LT, San Félix) San Julián de Illias (Illas) San Juan de Tauaza (Tabaza. Carreño) San Juan de Preuera en.Obonio (Pervera, Carreño). San Justo y Pastor de Cardeto (l. de Carrió, Carreño) Santa María de Arem (Aramar. Lluanco, Gozón) Santa María de Entromerio (Antromero, Bocines, Gozón) San Saturnino de Karoceda (San Zabornín, El Pieloro, Carreño o en Cardo,Gozón) San Martín de Carlu (Cardo, Gozón) San Clemente de Kanales (Cardo) San Uicente de Carello (Cariello, Vioño, Gozón) San Tirso (¿) San Acisclo circa Condres (Condres, Gozón) San Andrés circa Castello (l. de Llogrezana, Carreño) San Juan de Edrados (L´Hedrau, Siero)123 San Pedro de Roues (Rovés,Trasona, Corvera). San Esteban de Bionio (Vioño, Gozón) San Ienesi de Cotones (l. de Tamón, Carreño) San Juan de Lauquazar (Carreño?) Santa María de Sagortis (Carreño?) San Julián foris muros (Roces (¿), Xixón) Santo Tomás de Uadones (Vaones, Granda, Xixón) Santa María de Coltrozes (Contrueces, Xixón) San Félix (Porceyo, Xixón) San Esteban de Bisorris (San Esteban de Mar, Xixón) San Vicente de Araules (Carbaínos, Cenero, Xixón) Santa Cruz de Domedonia (Xove, Xixón) Santa Eulalia in Nataleo (Natahoyo, Xixón) San Roman de Naueces (Naveces, Castrillón) San Feliz de Baias (Bayas, Castrillón) 121 Se incluye otra iglesia dedicada a Santa María, cerca de San Xuán (ecclesia Sancti Iohannis Babtiste). También estaba situada junto a la «villa» de Abilies (Avilés). Debe tratarse de la misma por un error del copista o autor de LT. Garralda García reconoce que estas dos iglesias (San Juan y Santa María han desaparecido y propone otra localización (A. Garralda García, Avilés, su fe y sus obras, Avilés, 1997, 2.ª ed., p. 50).
122 Garralda García supone que se trata de San Pedro de la Peral: Ibid., p.52. Parace también razonable. 123 X.LL. García Arias, Toponimia asturiana. El porqué de los nombres de nuestros pueblos, Oviedo, 2004-2005, p. 341. Se trata de una localidad sin identificar con exactitud.
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San Juan Evangelista de Prauia (Santianes) (M) Santa María super flumine Nilonis (Santa María Malena de La Llera, Santianes o Riberas, Sotu’l Barcu) Santiago (Escuréu, Pravia) Santa Marina (Bances, Santianes?) Santa María de Uelandres (Belandres, Báscones, Gráu) San Andrés de Campo (Pravia) San Justo y Pastor de Labio (L.laviu, Salas) Santiago (Viescas, Salas) San Juan de Munias (Muñás, Valdés) San Pedro (Carcéu, Luarca) San Esteban (¿) Santa María de Kataueto (Cadavéu, Luarca) San Juan de Maliaio (Amandi, Villaviciosa) (M) San Martín intus mare (Samartín del Mar, Villaviciosa) San Martín de Merana (Mera, Santa Mera, Seloriu, Villaviciosa) San Martín de Solorio (Seloriu, Villaviciosa) (M) Santa Eulalia de Quohicio (Cazanes, Villaviciosa) (M) San Andrés in litore maris (Bedriñana, Villavicosa). San Esteba de Iegules (Quimarán, Carreño) San Pedro de Pinieras (l. cerca de Santiago de Albandi) Santa Eulalia de Areo (El Valle, Carreño) Santiago de Ambas (Ambres, Carreño) San Martín de Seanas (Xanes, El Valle, Carreño) Santa María de Pendres (Prendes, Carreño) Santiago de Tiorone (Ambás?; Carreño) Santiago de Coreies (Cores, Carreño124 Santa Maria (in Fano a Liberdone) (Fano, Uviéu) San Juan de Asperici (l´Alperi, San Cloyo, Uviéu) San Esteban de Leoria (Lloriana, Oviedo) Santa María de Pinierolas (Peñerúes, Morcín) San Julián de Monte albo (Montovo) San Martín de Siones (Uviéu) San Julián de Nozeto super Alier (La Nozalera?, Bo. Ayer) Santa María de Turone (Turón, Mieres) San Vicente (Columbiel.lo, L.lena) Santa María de Salzeta (Cuérigo, Ayer) Santa María de Uendonios (Bendueños, L.lena) Santa María de Campomanes (Campumanes, L.lena) San Claudio de Erias (Irías, L.lena) (M) San Martín (Samartino, Vil.layana, L.Lena) Santa María de Castello (Castiel.lo, L.lena) San Andrés de Gruero (La Cruz ¿, Casorvía, L.Lena) San Salvador de Gruero («?) San Félix de Uanao (San Felíz, Pola de L.lena) Santa Eugenia de Moreta (Morea, Santovenia de Tiós, Campumanes, L.lena) (M) Santa María de Parana (L.lena) (M) Santa María de Uarzena (Santa María de Teyeo, L.lena) San Vicente de Limbria (Nimbra, Quirós) Santa María de Arganza (Tinéu) (M) 124
X. LL. García Arias, Toponimia asturiana..., p. 460.
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(*:AE, CP)
(*:ACO) (*:ACO) (*LT)
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San Martín de Pesgos (Bisuyu, Cangas de Narcea) (M) Santa Columba (Santa Colomba, Balmonte, Castropol) (M) Santo Tomás de Cellaguti (Llatores, Uviéu) San Félix de Candas (Carreño) Santa Eulalia de Candas ” Santa María de Intromerio (Antromero, Bocines, Gozón) Santa Eulalia de Tinegio (La Preda, Tinéu) Santa María de Magnores (Máñores>Máñules, San Pedro de Tinéu) San Julián de Ponte (Santuyanu, Tinéu) Santa María de [la] Barca (Tinéu) San Pedro de Arenies (Areñas, San Juan de Santianes, Tinéu) San Salvador de Tabulato (Tabláu, Tinéu) Santa María de Francos (Tinéu) Santa María de Monale (Muñalén, Tinéu) San Esteban de Superato (Sobráu, Tinéu) (M) Santa Eulalia de Mingor (Miñu, Tinéu) Santa María de Nera (Nieres, Tinéu) San Salvador de Oruaga (Brañal.longa?, Tinéu) Santa María de Vaorres (Bourres, Tinéu) San Esteban de Bustello (Bustiel.lu, Tinéu) San Félix de Salas (Villamar, Salas) San Fructuoso (San Frichosu, Tinéu) San Juan de Navelgas ” Santa María de Semble (¿) Santa María de Anleio126 Santa María de Tabulato (Tabláu, Tinéu) San Pedro de Bustello (Bustiel.lu, Tinéu) San Cristóbal de Uillakain (Villacín, l. de Mirayu (El Pozón), Tinéu) San Martín de Semproniana (Semproñana, Tinéu) Santiago de Luarca (Santiáu o Santiago d´Arriba, Valdés) Santa Eulalia de Luarca Valdés) San Justo y Pastor de Luarca (Valdés) San Juan de Sangonieto (Sanguñeu, Tinéu) San Félix de Miraio (Mirayu., El Pozón, Tinéi) (M) San Facundo de Mirallo (San Fabundo, Tinéu) (M) Santa Eulalia de Subripa (Surriba, Tinéu) San Martín de Hor (Valledor, Samartín, Allande) (M) San Salvador ” ” (M) San Julián de Prata (Prada, l. de Villagrufe o Vil.lagrufe, Allande) San Andrés de Allande (Pola) (M) San Pedro de Uallebona (Valbona, La Puela, Allande) San Román de Collinas (l. de Sanguñéu, Tinéu) San Clemente de Notimas (L.lomes, Allande) (M) Santa María de Otero (l´Outeiru, L.lomes) Santiago de Linares (L.linares, Allande) San Cipriano de Uillauaselli (Vil.labaser, Allande) San Martín de Uetuleto (Samartín de Beduléu, Zalón, Allande) San Cipriano de Arganzua (l. de L.linares, Allande) Santiago de Cellorella (Villar de Sapos, Allande127) 125 El siguiente elenco de iglesias y monasterios se encuentra en el «Testamentum» de Fruela II: f. 32v.-35v., GL.,n. 20, pp. 80-85.
83
912125
126 Por el contexto documental no creemos que pueda identificarse con Santa María de Anlleo (Navia). 127 Sabemos que es una localidad perteneciente a esta parroquia, pero no hemos podido localizarla todavía.
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Santa María de Teuongo (Tebongu, Cangas de Narcea) (M) Santa Cecilia de Uillare (l. en Villar de Sapos ¿, Allande) Santa Eulalia de Coires (Santaolaya de Cueiras, Cangas de Narcea) San Julián de Adrales (Adralés, Cangas de Narcea) (*:AE) Santa María de Parendones (La Riela Parandones, Cangas de Narcea) (M) Santa María de Castanieto (Castanéu, Cangas de Narcea) San Esteban super Ciuuio (Cibuyu, Cangas) Santa María de Rengos (Pousada de Rengos, Cangas de Narcea) Santiago de Deganea (Degaña)128 San Juan de Raniezes (Rañeces, Porl.léi, Cangas de Narcea) San Cristóbal de Rouoreto (Entreviñas, Cangas de Narcea (*:LT) Santa María de Lemnes (L.lumés, Cangas de Narcea) (M) (*:C) Santa María de Morale (La Moral, L.lumés, Cangas) (*:LT) San Félix [de Piniera] (Piñera, l. de San Acisclo, Cangas) San Acisclo de Piniera (Piñera, Cangas de Narcea). San Pedro de Uimneta (Bimeda, Cangas de Narcea) (M) San Juán de illo Ponte (San Xuan del Monte, Bimeda, Cangas de Narcea) San Vicente de Nauego (Naviegu, Cangas de Narcea) (M) San Justo y Pastor de Murias (Murias, Bimeda) San Pedro de Aruas (San Pedru d’Arbas, Cangas de Narcea) San Julián de Aruas (San Xulianu d’Arbas, Cangas de Narcea) (*:LT) San Juan de Aruas (Santuyanu d’Arbas, Cangas de Narcea) San Román de Aruas (San Romanu d’Árbas, Cangas de Narcea) Santiago de Ciueya (Cibea, Cangas de Narcea) (M) Santa María (Brañas, L.leitariegos, Cangas de Narcea) San Cosme y San Damián ( Vil.larmental, Cangas de Narcea) Santa María de Carvalio (Carbachu, Cangas de Narcea) Santa María de Uillaflazi (¿ Cangas de Narce) San Pedro de Serra (Culiema, Cangas de Narcea) (M) Santa Eulalia de Portella (Portiel.la, Tebongu, Cangas de Narcea) San Martín de Porle (Porl.léi, Cangas de Narcea) Santa María de Maganes (Maganes, Cangas de Narcea) San Esteban de Rovoreto (Robléu, Teinás o Tebongu, Cangas de Narcea) Santiago de Serra (Santiagu Sierra, Cangas de Narcea) San Julián de Onnone (Ounón, Cangas de Narcea) San Martín de Serra (Samartín de Sierra, Cangas de Narcéa) Santa María de Gerzelle (Xarcel.léi, Cangas de Narcea) San Martin de Cannale (¿) Santa María de Zeques (Cecos, Ibías) (M) Santa María de Uandugio (Banduxu, Proaza) San Cosme y San Damián de Raniezes (Rañeces. Gráu) Santa María de Carregia (Carrea, Teberga). San Félix [de Teberga] Santa María de Kaies (Cayés, Llanera) 921129 San Esteban de Cunieçes (Cuyences, Uviéu) San Félix de Lugones (Llugones, Siero) Santa Eulalia de Peio (Ferroñes, Llanera)130 128 No creemos que «deganea» deba entenderse en sentido genérico, como parece suponer García Larragueta. La parroquia de Degaña tiene desde siempre a Santiago como patrono.
129 La serie siguiente al primer falso Ordoño II: f.26v.-29v., GL., n. 22, pp. 88-94. 130 La única iglesia parroquial que tiene la advocación de Santa Eulalia es Ferroñes.
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San Cipriano de Naone (Naón, Viella, Siero) Santos Cosme y Damián de Uoues (Bobes, Siero) Santiago de Ueruegio (Berbeo, Siero) (*:SV, S..María) San Bartolomé de Fozana (Tiñana, Siero) San Cipriano de Pando (Uviéu) San Pedro de Naues (Uviéu) San Esteban de Lugigo (El Lloxu, San Esteban de las Cruces, Uviéu) San Pedro de Lugigo ” Santa Marina de Zuuenes (Santa Marina de Piedramuelle, Uviéu)131 San Esteban de Loira (Lloriana, Uviéu) (*:LT) Santa María de Pintoria (Uviéu) Santa Eulalia (Perlín,Trubia, Uviéu) Santa María de Lugo (Llugo, Llanera) (*:AE, CP,LT) San Cucufate (San Cucao, Llanera) (M) Santa Eulalia de Samna (Sama, Gráu) San Miguel de Vascones (Báscones, Gráu) San Román (de Candamu?) San Miguel de Uellio (Beyo, Villardebeyo, Llanera) Santa Eugenia ” San Pedro de Uillare (Villar, Villardebeyo) Santa María de Fermanes (Santufirme, Llugo, Llanera) San Juan de Edratos ( L´Hedráu, Siero) (*:LT) San Miguel (La Barreda, Siero?) San Baudilio (Cenero, Xixón)132 San Martín de Ondes (Samartín d´Ondes, Miranda) San Miguel de Pennella in ualle de Orno (Valdornón, Xixón)133 San Juan de Tauaza (Tabaza, Tamón, Carreño) (*:LT) San Martín cum illa petrera (Guruyés, Gráu) San Vicente secus flumen Cuuia (Castañéu, Gráu) San Martín de Pereta (Pereda, Gráu) (*:LT) San Pelayo de Serna Ranulfi (San Pelayu, Peñaflor, Gráu)134 Santa María de Rutiles (Rodiles, Gráu) San Miguel del Cuuia (Cubia, Santianes de Molenes, Gráu) Santiago de Infesta (Infiesta, La Mata, Gráu) San Juan de Lama in Monis (Llamas, Santianes de Molenes, Gráu) San Martín de Buzenes (Bocines, Gozón) Santa María de Condres (Gozón)135 Santa María de Canzenes (Cancienes, Corvera) San Pedro de Nubleto (Nubleo, Cancienes) San Vicente Robes (Rovés, Trasona, Corvera) (*:LT, San Pedro) Santa María de Ambetes (Ambiedes, El Valle o Santiao, Gozón) Santiago [de Ambetes] (Ambiedes ” ) (M). San Jorge de Araue (Eres, Gozón) San Martín de Cordes iuxta Potes (Cardo, junto a Podes, Gozón) (*:LT) 131 Este topónimo ha desaparecido. Fue el nombre altomedieval de la «villa» de Santa Marina (M.ª A. Pedregal Montes, El territorio de Santa Marina de Piedramuelle, trabajo presentado para obtener la suficiencia investigadora en la Facultad de Geografía Historia de Uviéu, con la dirección de F. J. Fernández Conde, inédito). 132 En el texto del LT esta iglesia esta vinculada a la villa de Bateato (Batiao, Cenero, Xixón), aunque la sitúa en el valle de Siero: «In ualle Serio. Ecclesias Sancti Ioannis in Edratos, Sancti Michaelis et Sancti Bauduli et uillam Bateato».
133 En Nomes..., p. 251, al recoger la toponimia relacionada con Valdornón, no se incluye ninguna localidad que tenga este nombre. 134 Existe un «San Pelayu Sierra» en Guruyés (Gráu) (Nomes..., p. 91), pero no creemos que se trate aquí de esta localidad. 135 Incluimos esta iglesia y la siguiente en este elenco a partir de una lectura propia del LT. En GL, p. 90, hay un pequeño error de lectura o de impresión. La lectura correcta de M.ª J. Sanz Fuentes, O.c., p. 506.
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San Juan de Neua (Nieva, Avilés)136 San Salvador de Petris Albis (Viodo, Gozón). San Esteban de Molleta (Molleda, Corvera) San Juan de Uarenzo (El Barriéu, Villa, Corvera) Santa Marina de Ualles (El Valle, Carreño)137 San Martín de Lanes (Samartín d’Anes, Siero) San Juan de Cellies (Ceyes, Siero) San Pedro de Panneta (Pañeda, Samartín d’Anes, Siero) San Martín Anara (Anes, Siero) San Pedro de Borolles (Les Boronaes, Granda, Siero) Santa Marina de Mercato (Los Cuquiellos, Siero)138 San Martín de Siero (Samartino de Vega de Poja, Siero)139 San Juan de Monneo (Muñó, Siero) San Pedro de Collata (La Collá, Siero) Santa Eulalia de Ranone (Valdornón, Xixón)140 San Juan de Lama (Llamasanti?, Sariego) San Andres de Moruis (Morvís, Rozaes, Villaviciosa) Santa Eulalia de Porenno (Poreñu, Celada, Villaviciosa) Santiago de Peione (Pión, Villaviciosa) San Martín de Miraualles (Miravalles, Villaviciosa). Santa María de Saregomortuo (Sariegu Muertu, Villaviciosa) (M) Santa María de Grasses (Grases, Villaviciosa) San Juan de Kamoca (Camoca, Villaviciosa) San Pedro secus maris (Villaverde, Villaviciosa) Santo Tomás de Ambos Coros (Coru, Villaviciosa) San Salvador de Presca (Priesca, Villaviciosa) (M) Santa Eulalia en Priesca San Juan de Petrozos (El Pedrosu, San Xustu, Villaviciosa) San Pedro de Pernus (Pernús, Colunga) Santa María de Fridera (Friera La Riera, Colunga) San Andrés de Cornea (¿) San Cosme y Damían de Tornone (Tornón, Villaviciosa) Santa Eulalia de Carda (Carda, Villaviciosa) San Juan de Petrozos (El Pedrosu, San Xustu, Villaviciosa)141 San Andrés ” San Vicente (Colunga) Santiago de Gaudentes (Goviendes, Colunga) (M) Santa Eulalia (¿) Santa María de Tona, que vocatur Insula (La Isla, Colunga) San Cipriano de Naone (Naón, Viella, Siero) San Vicente de Naone San Pelayo de Naone San Martín de Siero (Samartino de Vega de Poja, Siero) Santo Tomás (Feleches, Siero) San Pelayo (Santa Marina de Los Cuquiellos) Santa Eugenia (Santoxenia, Los Pandos, Villaviciosa)143 136 En la parroquia de Santa Leocadia de Llaviana existe el topónimo Nieva (San Xuan de Nieva). s. También existe un pequeño río con la misma denominación: Nomes...,pp. 8-84. 137 No estamos seguros de esta identificación. En Gozón existen más localidades con el mismo nombre. Por lo demás, la iglesia parroquial de El Valle estaba dedicada a Santa Eulalia. 138 Los Cuquiellos es la única parroquia que tine este patronímico en Siero.
(*:SV,CP) (*:LT)
(*AE)
(*:AE)
921142(*:LT)
(*LT)
139 Estaba relacionada con la «uilla Careses». En efecto, Careses es una localidad de Samartino. 140 X.Ll. García Arias, O.c., p. 510. Nosotros habíamos propuesto Vixil (Siero): Libro de los Testamentos..., p. 182. 141 Repetido un poco más arriba (LT, f. 28v.A). 142 Esta iglesia y las que siguen se corresponden con el segundo falso de Ordoño II: f. 30r.-31r., GL, n. 21, pp. 86-88. 143 Cfr. X.Ll., O.c., pp. 802-803.
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LAS FUENTES ESCRITAS EN LA INVESTIGACIÓN DEL PRERROMÁNICO
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Santa Eulalia de Tugiua (Cualloto, Uviéu) 926(*:LT)144 Santa María de Nouelleto (Llimanes, Uviéu) (*:CP) San Julián de Bos (Box, Uvieu) (*:CP) Santa María de Branias (Brañes, Uviéu) San Pedro de Nora (Uviéu) (*:AE, LT) Santa María de Monteplano (Llano, El Llaniello, Lliño, Uviéu)145 Santa Eulalia de Coe (Cuetu?, Valduno, Les Regueres)146 San Julián de Biate (Viau, Santuyanu, Les Regueres) San Martín de Ruderizi (Biedes, Las Regueras) San Martín de Borinis (Borines, Piloña) Santa María de Enaio (Anayo, Piloña) San Román de Argandenes (Argandenes, San Román, Piloña) Santa María de Ouana (Óbana, L´Arteosa, Piloña) San Pedro de Uenonzo (San Pedro de Belonciu, Piloña)147 Santa María de Subuarga (Sebarga, Amieva) Santa María de Kazo (Cazu, Ponga) San Martín de Argolibio (Argolibiu, Samartín, Amieva) San Justo y Pastor de Signa (Siña, Sebarga, Amieva) Santa María de Mian (Mián, Amieva) San Pedro de Coione (Con, Cangues d’Onis) Santa Eulalia de Uedammio (Velamio, Abamia, Cangues d’Onís) (*:CP) Santa Eugenia (Igena, Abamia, Cangues d’Onís)148 Santa María de Biauanno (Viavañu, Parres) San Juan de Inantea (Santianes de Parres, Parres)149 Santa Cecilia de Botes (Bodes, Collía, Parres) San Pedro de Uode (Bode, Parres) Santa Eulalia de Triungo (Triongu, Cangues d’Onís) (*:ACO) San Martín de Margolles (Cangas de Onís) Santa Eulalia de Arzizana (Ardisana, Aguilar, Llanes) San Juan de Parres (Llanes) Santa María de Meldes (Llanes)150 Santa María de Lera (La Llera, Posada, Llanes) San Pedro de Andias (Andés, Navia) San Miguel (Anlleo, Navia) San Esteban (San Esteba, Cuaña). San Cosme y San Damián (entre los ríos Navia y Porcía, Tapia) San Martín de Moias (Mouguías, Cuaña) San Julián de Monacos Malos (cerca de A Roda (Serantes, Tapia) (M) Santa María de Monte (El Monte, Tapia) San Martín de Salaues (Campos y Salave, Tapia) Santa Eulalia (ermita cerca de Miudes, El Franco) Santa María de Taule (Tol, Castropol) San Juan, Santa María y San Andrés (Serantes, Tapia) (*:C) (S. Andrés) 144 La serie siguiente pertenece a los contenidos del «Testamentum» de Ramiro II: f.40r.-41v., GL, n. 23, pp. 94-98. 145 No descartamos que se trate de Santa María del Naranco o incluso de una localidad de Santa María de Brañes. 146 No estamos seguros de esta identificación. La patrona de Valduno era efectivamente Santa Eulalia. 147 Con restos arqueológicos altomedievales, C. M. Vigil, Asturias monumental, epigráfica y diplomática, Oviedo, 1887,p.469 (ed. facsímil, Oviedo 1987). 148 No aparece en Nomes..., p. 49, pero si en Madoz (P. Madoz, Diccionario geográfico-Estadístico-Histórico. Asturias, 1985, p. 21).
149 Existe además en Parres un Santianes de Tornín (L’Águeria Deu) y Santianes de Terrón (Cuadroveña). García Larragueta se equivoca en la lectura: «Sancti Iohannis de in antea» (O.c., p. 95). 150 X. Ll. García Arias, O.c.,p. 549: la menciona e indica su significativa etimologia (muladíes), pero no la localiza. Debería estar en las cercanias de Posada. En nuestro estudio sobre el Libro de los Testamentos (O.c., p. 190), tampoco conseguimos identificarla.
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San Juan Bautista de Moldes in ora maris (Moldes, Castropol) (M) Santa Cecilia de Seuares (Siares, Castropol). Santiago [del Monte] (Santiagu’l Monte, Castrillón?)151 Santa María de Mare (Santa María, Castrillón) Santiago de Infesta (Infiesta, La Mata, Gráu) San Juan de Moennes ( Santianes de Molenes, Gráu) Santa Eulalia de Unio (Valdunu, Las Regueras) San Martín de Lotone (Llodón, Miranda) San Juan (¿) San Juan de Seuatas (Sebades, Llogrezana, Carreño) 152 San Cipriano [de Piarnu]?, Castrillón) San Adriano de Navezes (San Adrianu, Castrillón) Santiago de Azes (Aces, Candamo) SanAndrés de Pravia San Saturnino (de Caurias?), Pravia?)153 San Mameti (San Mamés, Pravia?)154 San Miguel de Cannet (Caunéo, Arango, Pravia) San Esteban de Iclán (sic) (Inclán, Pravia) San Juan de Uelundres (Belandres, Báscones, Gráu) San Cosme y Damián en Arzelio (Vigaña Arcéu, Salcéu, Gráu)155 Santa Eulalia de Celmonio (Cermoñu, Salas)
151 Las cuatro iglesias siguientes se encuentran en el «Colmellum» sin fecha: f.11v.-12r: 17v.18r, GL., n.139, pp.360362. 152 La última serie de iglesias se puede encontrar en otro «Colmellum» similar: f. 113r.-v.. GL., 216, pp509-510. 153 Por el texto del LT, no estamos seguros de que la iglesia de San Saturnino sea de de Courias, Pravia. Y, por otra parte, el patrono de Courias en la Edad Media era San Cos-
(*:LT) (*:LT)
(*LT, Campo)
me (y San Damián): F. J. Fernández Conde, La Iglesia de Asturias..., p. 158. 154 En el «Parroquial» de D. Gutierre se incluye una iglesia en el arciprestazgo de Pravia dedicada a San Mamés (F. J. Fernández Conde, La Iglesia de Asturias..., p.156). 155 Adviértase que nada tiene que ver con Vigaña Arcéu de Miranda, cuyo patrono es San Pedro.
OBSERVACIONES ARQUEOLÓGICAS SOBRE PRODUCCIÓN ARQUITECTÓNICA Y DECORATIVA DE LAS IGLESIAS DE SAN MIGUEL DE LILLO Y SANTIANES DE PRAVIA POR
LUIS CABALLERO ZOREDA Instituto de Historia. CCHS. CSIC*
RESUMEN Se aprovechan los resultados de la lectura estratigráfica de los edificios alto medievales de San Miguel de Lillo y Santianes de Pravia (Asturias) para contextualizar su escultura decorativa. Así se distinguen grupos pertenecientes a proyectos arquitectónicos y talleres escultóricos distintos, que se relacionan entre sí y con producciones propias de otros lugares, especialmente asturianas y portuguesas, y que se propone que abarcan desde mediados del s. IX al s. X. SUMMARY Stratigraphical analysis’ results of the early medieval churches of San Miguel de Lillo and Santianes de Pravia (Asturias) are used to contextualise decorative sculpture. Groups belonging to different building projects and sculptural workshops are those distinguished and related to each other and to productions coming from other areas, mainly in Asturias and Portugal, thought to date to from middle 9th to 10th century. PALABRAS CLAVE: Cronología decorativa alto medieval. Grupos decorativos. Talla. Tribuna. Ajimeces. Silo. José Menéndez-Pidal. Oviedo. Braga. Lena. Valdediós. KEY WORDS: Early Medieval chronology of decorations. Sculptural groups. Stone cutting. Tribune. Aljimeces. Silo. José Menéndez-Pidal. Oviedo. Braga. Lena. Valdediós.
Este trabajo es un ensayo basado en trabajos anteriores a los que, vistos los resultados, apenas supera, aunque sintetiza y concreta. Utilizo los estudios monográficos de cuatro edificios: los de Lillo (Caballero y otros 2008), Pravia y Tuñón (Caballero y * [email protected]
otros 2010) que ya están publicados y el de Valdediós que aún está en realización.1 También estoy en deuda con el trabajo de César García de Castro (1995), que prepara el terreno y al que en muchas ocasiones tendré que citar para refrendar lo que él ya observó. Sintetizo primero lo que me interesa de lo ya publicado para intentar profundizar en segundo lugar en conclusiones ya atisbadas. Antes quiero recordar un importante trabajo de Roger Collins de 1989 en que proponía una reformu1 Estudios efectuados dentro de dos proyectos de investigación. Lillo en el de Arqueología de la Arquitectura Alto medieval en Extremadura, Asturias y Portugal, Plan Nacional de I+D+I (2002-2003), BHA 2003-02086 (2004-2006), CSIC; Tuñón, Pravia y Valdediós en Análisis arqueológico de la arquitectura altomedieval en Asturias, Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica 2004-2007, I+D, HUM2007-61417, ambos dirigidos por mí como investigador principal. Para los trabajos se obtuvo permiso de la Consejería de Cultura, Comunicación Social y Turismo del Gobierno del Principado de Asturias, que además ayudó en la financiación de los trabajos. Agradezco la ayuda del Dr. Lorenzo Arias Páramo, participante como investigador en el equipo de ambos proyectos, y del Dr. César García de Castro Valdés, del mismo modo en el segundo. Al primero se deben las planimetrías utilizadas en el estudio de Lillo y Valdediós. Por parte del segundo han sido fundamentales la dedicación y empeño puesto y sus atinadas observaciones en el desarrollo de ambos trabajos. Como digo, mi trabajo depende expresamente de estas monografías previas y por lo tanto del trabajo efectuado por el equipo que las realizó y que por ello figuran aquí de pleno derecho: Dra. M.ª de los Ángeles Utrero Agudo, José Ignacio Murillo Fragero, Fernando Arce Sainz, Dr. Francisco José Moreno Martín, Carlos Tejerizo García (todos ellos CSIC), Eduardo Rodríguez Trobajo (dendrocronólogo, INIA) y Rafael Martín Talaverano (arquitecto, planimetría Pravia).
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lación de la datación de la arquitectura asturiana. Collins indica de entrada cómo este grupo es, de los de la arquitectura tardo antigua y alto medieval española, el que se considera de cronología más fiable, justamente por haberse basado su datación en una metodología que combina los datos cronológicos aportados por las Crónicas y la comparación de las iglesias así datadas con las demás que no lo están. De esta manera, decía Collins, se hizo de la arquitectura asturiana un campo de investigación aparentemente más seguro que los de los periodos precedente (visigodo) y consecuente (mozárabe). Sin embargo, llega a una conclusión demoledora sobre la cronología así conseguida de esta arquitectura. Los edificios de Santullano, Cámara Santa y Lillo debían trasladarse a época de Alfonso III y se debían revisar las tres fases (Alfonso II, Ramiro I y Alfonso III) en que se consensúa la organización del arte asturiano. Nuestro autor finaliza señalando cómo se contraponen su hipercrítica y los cimientos problemáticos utilizados por la metodología tradicional; problemáticos por dos debilidades de esta metodología, ajustar la evidencia material a la literaria y aceptar la aparente línea general ofrecida por las Crónicas ignorando sus contradicciones en los detalles específicos. Fig. 1. Vista exterior de la iglesia de San Miguel de Lillo.
SAN MIGUEL DE LILLO RESULTADOS
DE LA LECTURA
Como se sabe, el edificio originario sólo conserva el tramo de los pies ocupado por una tribuna o coro alto y el siguiente tramo de tres naves. En esta etapa I, originaria, ocurrió un cambio de proyecto para incluir la tribuna en el edificio. Cuando estaban preparadas todas las piezas singulares para el proyecto primitivo (A) del edificio, hubo necesidad de encargar otras que realizó un nuevo taller para acomodar la tribuna al edificio ya iniciado (proyecto B), empleando para ello materiales y formas distintas y reutilizando o readaptando materiales ya preparados para el proyecto anterior (Caballero y otros 2008: 24; García de Castro, 1995: 417-418, observa y adelanta esta interpretación del cambio de proyecto2). Este 2 «Se produce la impresión de que todo el cuerpo intermedio —es decir, las habitaciones laterales de la tribuna— es una modificación de un proyecto inicial no llevado a cabo. No obstante no hay duda de la originariedad de la tribuna y adyacentes... La construcción del antecuerpo occidental [la tribuna] contiene irregularidades suficientes como para permitir la formulación de la hipótesis del cambio inmediato de proyecto, efectuado en plena construcción del edificio. A este cambio corresponde la erección del arco triunfal de la tribuna».
cambio obligó a colocar nuevos soportes provocando incorrecciones en la obra ejecutada, de modo que los esfuerzos recaen sobre apoyos desviados (como también observó García de Castro 1995a: 409) y las plantas de los arcos toman direcciones oblicuas y adoptan formas trapezoidales. El edificio así conseguido, a nuestro parecer, se debió arruinar en un momento no demasiado alejado al de su construcción (antes de mediados del s. XI, Caballero y otros 2010: 27-28), quedando prácticamente en el estado en que hoy se conserva. La obra de la tribuna pudo reforzar la estructura de los pies de la iglesia permitiendo su supervivencia a la ruina del resto del edificio. Entonces (fase IIA) se le debió añadir una cabecera, hoy perdida, y se hicieron cambios para adecuar la ruina a su utilización litúrgica; en el espacio del porche, para utilizarlo como aula, y en el primer tramo de las naves, como coro litúrgico. Posteriormente la cabecera restaurada se sustituyó por otra, la actual, un ábside de planta rectangular y el cierre de las naves laterales (fase IIB). La cronología de esta fase no está totalmente consensuada por el equipo que realizó la lectura, pues los análisis de carbono 14 datan madera aparecida en la bóveda de la cabecera rectangular en la segunda mitad
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del s. XI (propuesta 1030-1100 cal AD, 93,6%, Rodríguez Trobajo en Caballero y otros 2010: 181-182, coincidente con la de García de Castro), mientras que los arqueólogos suponemos que esa capilla debe retrotraerse a finales de la Edad Media o inicios de la Moderna (Caballero y otros 2008: 29-30). Después, el edificio (fase IIC) sufrió otras reformas, se le adosan habitaciones y, en el interior, se coloca un refuerzo estructural (Llano 1917b: 25), un piso adelantado a la altura del coro alto y posiblemente un cielo raso. La etapa III recoge distintas restauraciones contemporáneas, iniciadas por Andrés Coello en 1850 desmontando el campanario y las habitaciones adosadas.
LA
REFORMA DEL PROYECTO INICIAL DEL EDIFICIO
PARA INCLUIR LA TRIBUNA
No existe un argumento estratigráfico que aclare con rotundidad si los muros de carga de la tribuna3 son coetáneos o son posteriores a los muros perimetrales de la iglesia. Para proponer que el coro alto se incluyó en el edificio cuando éste se encontraba en construcción nos basamos en argumentos de carácter estructural y tipológico, esto es en un «análisis configuracional» como lo denominó Mannoni (1984). La existencia de enfoscados en el interior del edificio impide la visión general de la cara interior de los muros perimetrales y de parte de los paramentos de los muros de carga de la tribuna y dificulta una correcta observación de las relaciones entre ellos. Sólo hay dos puntos donde se puede hacer esta observación. Las caras proximales de los muros de carga (interiores del pórtico de la iglesia) se limpiaron de sus enfoscados durante alguna obra de restauración del s. XIX (Caballero y otros 2008: 33-34). Ello permite una relativa observación de sus relaciones con los tramos del muro de fachada Oeste, sólo en sendos estrechos filetes situados entre los rincones que forman entre sí y las placas decoradas de las jambas de su puerta de entrada. En el rincón sur la observación se dificulta por la persistencia de restos de mortero. En el norte, más limpio, la observación indica que una mayoría de los mampuestos del muro de carga se adosa al muro perimetral. En ambos rincones las hiladas de la mampostería no coinciden en altura, indicando que no unen entre sí, sino que se adosan. El segundo punto de observación es el tramo N-S de la escalera sur de acceso a la tribuna. Dada 3 Llamo así a los dos muros longitudinales que forman el actual pórtico de entrada a la iglesia y sobre los que descargan las bóvedas y el piso superior y en los que se apoyan las cajas de escalera.
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su mala conservación se pueden observar en ella bastantes enjarjes, de sus escalones y de su cuerpo de fábrica con el muro de carga y con el muro perimetral de la fachada oeste, indicando que todo el tramo de escalera enjarja con ambos muros y, por lo tanto que en este punto debemos considerar coetáneos los muros entre sí. De decidir a partir de estas dos observaciones consideramos predominante la de que todos los muros son coetáneos. Con respecto al aparejo, tanto el de los paramentos externos de los muros perimetrales como el de los paramentos proximales de los muros de carga son similares. El muro de carga sur de la tribuna está apreciablemente mejor aparejado que el norte. En ninguno de los dos muros de carga se observan mechinales que son corrientes sin embargo en los muros perimetrales. Estas diferencias no las considero significativas. Su similitud indica que muros de carga y perimetrales se construyeron por albañiles de similar formación y que poseían una misma experiencia técnica. Tampoco se observan cortes o superficies de discontinuidad en los paramentos externos de los muros perimetrales. Por estas razones y las anteriores hemos incluido en una misma etapa I toda la obra del edificio originario conservada, incluida la tribuna. Sólo la relación de numerosas piezas singulares, arquitectónicas y decorativas, entre sí y con los muros en que se encuentran permite plantear la existencia de un cambio de proyecto en el edificio. Estas piezas presentan dos grupos. El primero grupo corresponde con el que llamamos proyecto A de la iglesia originaria y se compone de piezas cuya función primordial corresponde a la zona del edificio donde no existe tribuna, de modo que, cuando aparecen en la zona de esta, presentan indicios evidentes de haber sido utilizadas con una función distinta o incluso contradictoria con la que cumplen en el resto de la iglesia. Las piezas del proyecto B se utilizan sólo en la zona de la tribuna y son distintas, de material y forma que se diferencian de las usadas en el resto de la iglesia conservada. Repaso algunas de las diferencias más relevantes de estos dos grupos, empezando por las pertenecientes al proyecto A utilizadas por el B.
Etapa 1. Las piezas del proyecto A. Arenisca Generalmente las piezas correspondientes al proyecto A son de arenisca, mientras que las que corresponden al proyecto B son de caliza blanca.4 4 García de Castro, 1995: 335, propone que el uso de la caliza blanca «indica labra in situ y no importación».
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Fig. 2. San Miguel de Lillo. Planta de las basas situadas en los extremos de los muros de carga.
Basas.—Las cuatro basas de las semi-columnas situadas en los extremos de los muros de carga de la tribuna (fig. 2) no están preparadas para ese lugar; son reutilización de piezas previstas para otras ubicaciones, de modo que ocultan zonas suyas decoradas, dejan a la vista otras sin decorar y necesitan pequeñas piezas añadidas, lisas, para cubrir espacios vacíos. Las cuatro son entregas, preparadas para adosarse a los muros perimetrales, aunque donde ahora están utilizadas no cumplen esa función ni tienen las dimensiones apropiadas para dejar empotrada la zona prevista para ello. De ellas, tres son similares (basas 2 a 4, las dos del lado sur y la in antis del lado norte), con el frente decorado con tres arcos y los laterales (cuando no han sido cortados por una intervención posterior) con un solo arco decorado. La basa 1, que se adosa lateralmente al muro de carga norte (la norte del lado norte) también está reutilizada, pero es de una forma diferente que indica que estaba preparada para una función concreta, distinta de la de las anteriores. Como las otras tres basas, ésta presenta en su frente tres arcos y en cada lateral sólo un arco terminado, pero la dimensión de su frente, en el que se distribuyen los tres arcos, es más estrecha, de 60 cm en vez de los 80 de las demás. Para utilizarla en su situación actual fue necesario complementarla por el lado oeste con una pieza adosada (pieza 1), que oculta la decoración de su lado derecho. El semi-fuste que aguanta, al ser su basa más estrecha de lo normal, se colocó ligeramente corrido hacia el Oeste, fuera del espacio reservado para su asiento que deja un espacio vacío hacia el este, y de modo que monta sobre la decoración de la basa (Caballero y otros 2008: láms. 38 a 41). Si imaginamos una planta correspondiente a la iglesia antes de incluir la tribuna (fig. 3 abajo) observamos que, tras la obra de reforma, se dejaron de utilizar dos basas exentas y cuatro basas entregas. A este conjunto de piezas desechadas deben corresponder las cuatro basas entregas utilizadas en la inclu-
sión de la tribuna (proyecto B) que podrían adosarse a los muros de fachada de la iglesia. No tenemos ningún indicio de las dos basas exentas.5 La basa entrega diferente, basa 1 de 60 cm de frente en vez de los 80 normales, debía corresponder a una función concreta:6 quizás ocupaba el rincón SO de la iglesia mientras que una de las tres piezas de 80 cm pudo utilizarse en la esquina NO, ocultando parte de su decoración. A partir de estas observaciones y en el contexto en que nos encontramos podemos suponer que los semi-fustes de las columnas de carga de la tribuna también pudieron ser reutilizados en su situación actual, quizás partiendo los dos fustes exentos. Observemos finalmente que las seis basas de esta zona no tienen moldura de toro sogueado, de modo que el fuste asienta directamente sobre la basa propiamente dicha, lo que debía ser norma general de las basas entregas preparadas para los muros perimetrales. 5 Las dos basas exentas que suponemos sobrantes podrían haberse utilizado para las columnas in antis, en su lugar aproximado, ligeramente corridas al Este, y sólo dos de las entregas para las columnas distales. De este modo, los laterales proximales de las basas centrales (visibles al entrar a la iglesia y hoy cortados por la intervención posterior) hubieran aparentado una decoración completa mostrando cada una dos arquillos decorativos. Pudo haber influido en la decisión adoptada el empleo de semi-fustes y por ello la utilización de basas entregas. 6 En la reconstrucción de 2008 (Caballero y otros: 17-18 fig.3) proponíamos que las piezas entregas del testero sobresaldrían 60 cm, más que sus compañeras de los muros laterales, decorando sus lados con tres arcos distribuidos como en esta pieza única. Así, los fustes adosados al testero serían de tres cuartos en vez semi-fustes y los de esquina superarían la difícil sección de cuarto de cilindro, acercándose a un semifuste. Pero la solución ahora propuesta es concorde con las piezas conservadas. Según García de Castro, tres basas entregas del Museo de Oviedo, aunque estaban preparadas, no se terminaron de labrar, 1995: 306-307, D.12, 13 y 18, respectivamente Escortell 1996: lám. 54, 55 y 49. Sería necesario efectuar un análisis de los recortes de estas y otras basas por si pudieran dar información a nuestro interés, por ejemplo García de Castro 1995: 306, D.17, Escortell 1996: 50.
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Fig. 3. San Miguel de Lillo. Planta actual (s. L. Arias) y planta del propuesto proyecto primitivo.
Impostas.—Las impostas de arenisca utilizadas en la tribuna ofrecen algunos indicios por los que pueden considerarse también de adaptación:
— Los arcos altos y ciegos de las embocaduras de las ante-escaleras apoyan sus arranques sobre los muros perimetrales en impostas decoradas con cin-
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Fig. 4. San Miguel de Lillo. A. Interior del crucero con la tribuna y el tramo de entrada. B. Lado norte, detalle del capitel y el friso decorativo.
tas encuadradas por sogueados. Estas impostas son parecidas a las impostas-capiteles entregas de las semi-columnas adosadas a los muros perimetrales de la iglesia, pero se diferencian en su colocación, transversal a la de la iglesia lo que las obliga a empotrar su decoración y a dejar vista su zona entrega, y en su forma, por llevar sogueados sencillos en vez de dobles (Caballero y otros 2008, comparar planos 7 y 10, lám. 44). — Las cuatro impostas-capiteles de las semi-columnas situadas en las embocaduras de las ante-escaleras son de un tipo que sólo se conoce en la zona de la tribuna, estriadas, como los fustes de las pilastras exteriores, pero en horizontal (tres estrías). Están a medio tallar, como si en un uso previo (reutilizadas) se hubiera dejado en reserva la zona adosada o por adosar a otro elemento que ocuparía una estrecha faja perpendicular a la dirección de las estrías (impostas norte) o como si no se hubieran terminado de tallar (impostas sur. García de Castro 1995: 318, «sin completar», f.352). Además, las distales están descentradas de sus semi-fustes para aprovechar por
completo su superficie como apoyo del arco superpuesto, que está ligeramente oblicuo por el ligero desfase de las semi-columnas (Caballero y otros 2008: pl. 7, 8 y 10. García de Castro 1995: 318, «notable irregularidad constructiva»). — En el arco oriental de la tribuna, las columnas tienen a modo de capitel una imposta decorada con cintas y dobles sogueados, muy desproporcionadas con respecto a sus fustes. Son similares y cumplen la misma función que las de las semi-columnas adosadas a los muros perimetrales de la iglesia, aunque las de la tribuna son de 0,60 cm de ancho y las de las naves laterales de 0,80 cm. Esto de por sí no asegura que estén adaptadas, aunque sean de arenisca y los fustes y dovelas del arco, de caliza. — Las impostas de bóveda suelen estar descolocadas en la zona de la tribuna, de modo que dos piezas vecinas pueden llevar el sogueado en diferente sentido o medir distinta altura, mientras que en los escasos ejemplos pertenecientes a la zona de la iglesia siempre se observa una colocación regular.
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Umbrales de las cámaras de la tribuna.—Se puede considerar que son adaptados ya que son más estrechos que sus jambas las cuales sobresalen por la cara interior quedando colgadas.
Etapa 1. ¿Proyecto A o B? Excepción por el tipo de material, arenisca o caliza Capiteles.—Los capiteles son de caliza, igual que las jambas de la puerta, aunque, según mi ordenación, pertenecen al proyecto A de la iglesia (fig. 7A. García de Castro 1995: 283, 2.1.7. A1/4). Su carácter representativo determinaría el uso de un material más noble, aunque la técnica de talla corresponde a la de las piezas de arenisca. En cualquier caso se puede documentar la adaptación en la obra de la tribuna de capiteles procedentes del proyecto de la iglesia. Los de las columnas adosadas in antis a los muros de carga del coro alto tienen sus campos lisos y ligeramente convexos por haber sido retallados para borrar su decoración, de la que aún queda visible parte en el capitel norte, en su borde del mismo lado norte (fig. 4B; Caballero y otros 2008: lám. 37 y 39). Debía ser imprescindible que desapareciera la información que aportaban en su decoración para adaptarlos en este lugar. El resto decorativo que se conserva en el capitel norte parece vegetal, diferenciándose de la decoración de círculos de la pareja que se mantiene en su sitio en la cabecera actual de la iglesia. La disposición de la decoración de su cálatos tampoco era exactamente igual a la de esta pareja. Los arcos monolíticos de la tribuna.—Estos arcos, que dan paso a las cajas de escalera y a las habitaciones de la tribuna, también parecen una excepción a la norma de que las piezas preparadas para el proyecto B son siempre de caliza (fig. 10A y B). Son de arenisca, aunque no se puede comprobar que se reutilicen procedentes de una función anterior, y aunque sus patrones decorativos pertenecen a las piezas del grupo B. La técnica de talla redondeada corresponde a la de las piezas de arenisca, pero su temática vegetal no aparece en el resto de piezas del grupo A, correspondiendo, sin embargo al repertorio del grupo B, en caliza, con seudo-roleos, remolinos y rosetas (García de Castro, 1995: 318, las agrupa por identidad de la temática decorativa con la placa de cancel 11.B.7, del grifo, y su barrotera 11.A.1). Estos arcos, por tanto, debilitan aparentemente nuestra propuesta de agrupar las piezas por el material que emplean. La decoración de algunos de ellos parecen cortados
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por su base, indicio que podría ser de reutilización pero que parece corresponde mejor a un problema de acoplamiento durante la obra. 7 Se pueden explicar como: — producidas para el proyecto A, con una función desconocida, y readaptadas por el proyecto B; — producidas para el proyecto B, por un taller del proyecto A que trabaja con arenisca pero con patrones del B, que es la propuesta que defiendo; o — producidas por un taller del proyecto B que trabaja con arenisca aunque sea un material que no se reconoce como el suyo.
Etapa 1. Las piezas del proyecto B. Caliza Ventanas e impostas de las ante-escaleras.—La inclusión de la tribuna obligó a transformar la forma de las ventanas del tramo de ante-escaleras, acodando su sección, anulando su marco moldurado interior y utilizando como dintel la imposta de la bovedilla del tramo. La molduración de estas impostas es también de morfología nueva. Creemos que la renuncia al marco de las ventanas y a la decoración sogueada de las impostas es argumento favorable a la reforma del proyecto (Caballero y otros 2008: lám. 34, 35 y 45; pl. 7, 10, 13 y 15). Arcos.—Los arcos abiertos en esta zona emplean piedra caliza para sus dovelas o para sus arcos trasdosados, siempre como fajas, molduras planas y ligeramente resaltadas. Así consideramos: la moldura lisa trasdosada de la puerta principal; el hueco de puerta abierto encima de la principal, a la altura de la tribuna, coetánea con la obra originaria del edificio, cuyas jambas y arco están también formadas por piezas de piedra caliza;8 el arco de la embocadura 7 Se puede pensar que estos arcos son reutilizados dado que la decoración de algunos de ellos (círculos de sus seudoroleos) está cortada coincidiendo con sus asientos. Mi opinión es que los cortes de los asientos corresponden a ajustes de obra de las piezas decoradas en taller, no a reutilizaciones. Pieza SO, ambos extremos enteros; pieza SE, ligeramente cortado el extremo E y entero el O; pieza NO (fig. 10) cortados los dos extremos. La pieza NE es la que parece demostrar mi propuesta; sus dos extremos están enteros y con la decoración rematada; en concreto el extremo O presenta un semicírculo que remata con sus sogueados, sin estar cortada la decoración por el plano del asiento. Esta pieza, con respecto a su decoración, estaba sobredimensionada de modo que no hizo falta cortarla y permite observar cómo se entregó a la obra por el taller decorativo. Arias, 2008b, supone que estos arcos proceden de las ventanas distales de las fachadas de Santa María del Naranco. 8 Una explicación para su uso es que fuera el acceso a la planta alta de un pórtico sobresaliente hoy desaparecido. Caballero y otros 2008: 20, 24.
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oriental del coro alto, decorado con rombos y trifolios o flores de lis, remolinos y rosetas (fig. 9D); el arco de la ventana que se abre en la parte alta del testero oeste de la nave central (así como la imposta de este testero que no continúa la imposta sogueada de los muros laterales); la ventana interior de la cámara ciega occidental; y los arcos de entrada a las escaleras de la tribuna situados al fondo de los tramos de ante-escalera. Escultura decorativa.—Ya hemos hecho referencia a algunos elementos decorados: — Los capiteles de los muros de carga de la tribuna (de caliza, reutilizados y borrados), los arcos monolíticos del coro superior (de arenisca, por sus motivos y su posible retalle) y el arco decorado de la embocadura oriental de la tribuna (de caliza y por sus motivos). — Las placas de caliza decoradas en los lados distales de los frentes de los muros de carga, presentan frisos verticales de roleos (fig. 4B). Las del lado sur parecen reutilizadas, de modo que el capitel in antis y el arco se superponen y ocultan la decoración, quizás a medio terminar. Al contrario, la decoración de las placas del lado norte, que parece de inferior calidad, remata en el borde del capitel y el arco, tallada in situ o teniendo en cuenta el lugar donde se iba a colocar la pieza, también a medio terminar en su remate.9 — Se puede aventurar que las placas proximales de los frentes de estas antas, también en caliza y lisas y que no ocupan por completo el espacio reservado a ellas, estuvieran previstas para ser decoradas (fig. 4A; observación similar en García de Castro 1995: 339).
Etapa 2A. Ruina y restauración La ruina y restauración del edificio consideramos que ocurrió con cierta inmediatez a su construcción en la fase siguiente 2A. Nos basamos para defenderlo en los siguientes argumentos: — La colocación de piezas, asturianas, que cortan otras originarias. Cuatro basas (una de ellas perdida) reutilizadas, con toros sogueados, de tipología asimilable a las de la iglesia, aunque no iguales, que cortan y se adosan a o se incluyen en las cuatro basas centrales (fig. 5). 9 Una observación distinta en García de Castro, 1995: 339, fot. 262, «ambas pilastras han sido recortadas al ser empotrados los capiteles» por lo que considera que se adecuó la decoración a las condiciones impuestas por la instalación. Nuestra observación desde el suelo.
Fig. 5. San Miguel de Lillo. Basa norte de la actual entrada al ábside con la reforma para incluir un cancel.
— Dichas piezas servían a canceles que segregan espacios litúrgicos de una función similar a los de época alto medieval, anterior a la reforma de la liturgia romana. Crean tres espacios, uno en la nave central, cabecera o santuario, y dos laterales auxiliares, coros o sacristías. Los canceles dejaron huellas de sus placas o columnas adosadas en los fustes de las columnas del arco de triunfo y en las placas proximales lisas en los frentes de los muros de carga de la tribuna (1,5/1,6 m sobre el nivel del suelo actual; Caballero y otros 2008: 27 y 31, pl. 5, 6 y 16).10 — La cabecera de restauración, anterior a la actual, podría estar formada por los ábsides semi-circulares citados por Amador de los Ríos, dibujados por Bartolomé Hermida, y a los que se refiere posteriormente Juan de Dios de la Rada (Arias 2005: 12, 30). — El desmonte y traslado de la puerta originaria de la iglesia, interior, situada en la embocadura oriental del pórtico formado por los muros de carga de la tribuna. Durante la etapa 1, la puerta en la fachada de la iglesia no tenía cierre para dejar siempre accesible el pórtico que se cerraba en la puerta interior. Ahora se traslada el cierre a la puerta exterior para ganar un mínimo espacio de aula para el uso de los fieles (15 m2). Aunque defiendo que el edificio originario se terminó por completo y que su ruina ocurrió en un se10 García de Castro, 1995: 418, 7/8, supone que los cajeados de los capiteles y de las basas de las cuatro columnas centrales, y por tanto las basas incluidas, servían al atirantado o a la colocación de una plataforma de madera pertenecientes a una intervención de fecha desconocida, rechazando la hipótesis de un uso cultual. Nuestra opinión, como decimos, es que las basas originarias se recortaron para añadir otras nuevas que sirvieran a la reforma cultual provocada por la ruina del edificio. Esta explicación facilita comprender la reutilización de material de la iglesia y no niega que, amortizados los canceles, se aprovecharan las basas en la intervención posterior.
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tes de restauración, de la continuación hacia el E de estructuras de arcos (correspondientes a las arquerías centrales; si, en cambio en el interior) o de bóvedas, o de los faldones de los tejados (lo advierte García de Castro 1995: 41212). Por lo tanto, a pesar de la conclusión que adopto, queda margen para la duda: la construcción del edificio pudo interrumpirse como lo hace hoy, con los cimientos replanteados que se han descubierto en excavación y los muros a cierta altura pero sin rematar la obra, pese a la dificultad que supone aceptarlo; o se arruinó y fue restaurado de inmediato en el estado actual, momento posterior al que pertenecerían las pinturas; o ruina y reforma pertenecen a un momento indeterminado posterior.
LOS
ELEMENTOS DECORATIVOS Y SU RELACIÓN
CON LOS PROYECTOS ORIGINARIOS Y LA RESTAURACIÓN
Fig. 6. San Miguel de Lillo. Cierre del lado oriental, antes y durante la limpieza de 2010.
gundo momento, he de advertir que esta solución no es segura. El cierre oriental del edificio tal como hoy se conserva presenta problemas de difícil solución (fig. 6). Un paramento medieval o moderno cierra el espacio que corresponde al que hemos llamado crucero y que podría prolongarse hacia el E como una nave central muy esbelta.11 Llaman la atención dos impostas, decoradas con cestería, inmediatamente bajo la imposta de la bóveda y en la esquina provocada por este muro de cierre, pero cuyas verticales no corresponden (claramente desplazadas a E) con el eje de las columnas antes exentas y que forman la entrada del actual ábside. Las naves laterales se cierran con muros que parecen originarios por su tipo de aparejo (con mechinales), los enjarjes de las esquinas y el enfoscado y la decoración pintada de sus paramentos interiores; pero que presentan bastantes materiales constructivos y decorativos reutilizados de la propia iglesia, además de fragmentos de ladrillo. No se descubren en ellos huellas previsibles de cor11 A esta comprensión corresponde la reconstrucción propuesta por Arias 2008a. El cierre oriental pudimos observarlo desde los andamios puestos en 2011 para la restauración exterior de la iglesia, sin que fuera posible obtener otra conclusión.
Llegados a este punto me vuelvo a preguntar si es posible relacionar la rica y abundante decoración considerada de Lillo con los momentos constructivos de la iglesia, esto es, con los dos proyectos originarios y con la obra de reforma. García de Castro organiza la escultura de Lillo en dos o tres grupos (García de Castro 2007: 98-100) y por mi parte he propuesto otra organización en la memoria de Tuñón (Caballero y otros 2010: 109-112). Ahora pretendo ajustar y concretar lo dicho. Quisiera efectuar un análisis tipológico mejor que uno de carácter estilístico y que no se confunda con él. Como pide García de Castro (2006: 100, n. 23), los análisis estilísticos se deben convertir en tipológicos teniendo «en cuenta el principio de asociación contextual»; dicho de otro modo, ajustándose al principio estratigráfico de la tipología que afirma que a cada estrato le corresponde un conjunto de materiales identitario o tipo («fósiles»), diferenciado de los tipos que presenten los materiales «incluidos» o reutilizados. En nuestro caso parto de las relaciones contextuales seguras. Existen en el edificio dos grupos contextualizados de piezas, que se adscriben cada uno a un proyecto, empleados con diferente colocación y función y distinto material, temática, dibujo y técnica empleados, como ya hemos visto. A ellos unimos dos placas de cancel. La llamada «placa del grifo», descontextualizada, considerada 12 «Las propuestas» de reconstrucción del edificio «presentan... una dificultad:... no muestran el enjarje de los respectivos cañones en el muro E. de cierre de los tramos N. y S. conservados, que hay que considerar originarios desde el arco diafragma hasta el remate. Si bien pudieron —y hay huellas de ello— haber sido retocados, su alzado esencial es originario, pues está garantizado por la pintura del interior».
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D Fig. 7. Taller de Lillo. Grupo 1. A y B. Capitel y basa de la columna norte de la actual entrada al ábside; C. Detalle de la jamba de la puerta principal (según García de Castro 1995: fig. 399). D. Placa (según Escortell 1996: núm. 129).
procedente de Lillo, puede relacionarse con el edificio originario y su restauración si se acepta que su delantera perteneció al proyecto de la tribuna y su trasera, con la segunda placa, a una reutilización para su restauración en la fase 2A (fig. 8A y 11ª. García de Castro 1995: 229-231, 11.B.1/2; Escortell 1996: n.º 16-19). Mi opinión se opone a la propuesta de Jorge Aragoneses (1957: 259-268) de que la decora-
ción del anverso (del grifo) era de arte visigodo y a la de Schlunk (1980: 140, fig. 5/9; antes Schlunk y Hauschild 1978: 100, probable visigodo reutilizado) que matiza esta opinión pero que se siente forzado a afirmar que la producción de piezas similares se mantuvo sin alterar sus caracteres en época visigoda y asturiana. Esto es imposible por principio tipológico y productivo, al margen de no estar demostrada
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producción de época visigoda en Oviedo como argumenta García de Castro (1995: 230). Como intentaré demostrar más adelante, se debe asegurar que piezas de este grupo procedentes de Asturias y de Portugal son iguales y por tanto pertenecen a un mismo momento asturiano por la variedad y número de piezas existentes talladas en caliza local. También he propuesto que su manera de trazar los roleos, a partir de círculos y rectas tangentes, que denomino seudo-roleos, proceden de un tema utilizado en el mundo omeya que aparece en la Península en los estucos de Villajoyosa (Alicante. Caballero 2000: 219-223) y evoluciona después en la decoración de San Pedro de La Nave (Zamora).13 Aceptando que la placa del grifo procede de Lillo y se relaciona técnica y temáticamente con el arco de la embocadura de la tribuna (como acepta Schlunk) y temáticamente con los arcos monolíticos de la tribuna, propongo que la cara del anverso pertenece a la obra de inclusión de la tribuna y la del reverso a su restauración tras su ruina. La trasera es de igual técnica y tema que el cancel procedente de la iglesia de Tuñón datado con verosimilitud en 891, fecha que dataría a su vez el momento de la restauración de la iglesia de Lillo.14 Esta propuesta permite agrupar las piezas en cinco grupos.
Piezas contextualizadas Grupo 1 (fig. 7). Corresponde a la producción del proyecto A del edificio, que se supone encuadrada en 844/850. Pertenecen estratigráficamente al proyecto de la iglesia, diferenciándose de su utilización en el proyecto de la tribuna donde presentan indicios de inclusión o adaptación. Trabaja prioritariamente en piedra arenisca. Capiteles de las columnas exentas, aunque de caliza (García de Castro 1995: 283, capiteles 2.1.7.A.1y2, fot. 261), y las basas de los apóstoles (Id.: 304-306, basas D, fot. 323-334); moldu13 Cruz Villalón recoge dos piezas con círculos entrelazados, 1985: 73, n.º 108, barrotera de cancel, «círculos concéntricos», procedente del teatro de Mérida, y 145, n.º 393, cimacio, «trenza», colección Monsalud, Mérida sin procedencia; la primera señalada por García de Castro, 1995: 230, n.230b, como modelo de los seudo-roleos. Ambas pueden pertenecer a la serie pero no como cabeza de serie, sino como evolución, y, si no se acepta una posible fecha posterior al 711, pertenecientes a una rama paralela diferente. Caballero y otros 2010: 111, n.16. 14 García de Castro 1995: 229-230. Data la delantera del grifo a finales del s. VIII o principios del IX, de un taller que mantenía la técnica del s. VII. Para la trasera acepta la cronología de Alfoso III (Jorge Aragoneses) o s. X (Schlunk), aunque cree posible datarla «como continuidad de un motivo que figuró ya en San Miguel de Lillo, unos cincuenta años antes».
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ras convexas o estriadas y con decoración cordada o sogueda; impostas con decoración de cestería o billeteada; marcos sogueados, escenas figuradas y medallones con rosetas. Su técnica es de trazos lineales, miniaturista, y de talla redondeada. Las jambas de la puerta principal coinciden tipológicamente con sus características técnicas, también en caliza local (Id.: 329, jambas, fot.396-40115). Al menos las tres celosías en su sitio, rectangulares rematadas en semicírculo, y dos fragmentos en el Museo de Oviedo, con rejería geométrica, columnillas y sogueados (García de Castro 1995: 265-266, celosías 3.7.3-5y9, fot.206. Escortell 1996: n.º 198y246). Sólo se conserva un fragmento de placa de cancel, de procedencia dudosa de Lillo, cuya temática es similar a la de los capiteles (García de Castro 1995: 231, canceles 11.B.3, fot. 142. Escortell 1996: n.º 129).16 Este grupo se corresponde con el primero de García de Castro (2007: 98-100), excepción hecha de las molduras sogueadas y las impostas billeteadas que considera de su segundo grupo. Grupo 2 (figs. 8 y 9). Inclusión de la tribuna, proyecto B, cercano a la fecha propuesta de 844/850, inmediato al grupo 1. Representación de animales. Frisos de seudo-roleos con remolinos y rosetas. Talla a bisel y planos. Prioritariamente trabajado en caliza. Le pertenece el anverso de la placa de cancel del grifo (fig. 8A). Su taller sería el responsable de incluir la tribuna en el edificio y, por lo tanto, de la reutilización de piezas del grupo 1, y de la decoración del arco de su embocadura, con rombos, lises o trifolios, remolinos y rosetas (similar a la placa del grifo, fig. 9D) y de las placas de las antas de los muros de carga de la tribuna (García de Castro 1995: 229-230, canceles 11.B.1; 319, arquitectónicos interiores, C, fot. 350; 339-340, 3.2.2.1, fot. 416. Escortell 1996: n.º 16). También la placa de caliza del león, que suponemos de cancel, retallada como la del grifo quizás para reutilizarla, y que se supone que procede de Lillo (fig. 8B. Gómez Moreno, 1919: 371, fig.203, la considera de sentido musulmán y técnica como el pórtico de Valdediós; García de Castro 1995: p.334-335, 6.1.4; Escortell 1996: 130). De Lillo con dudas es una dovela de caliza decorada con círculos aislados (fig. 8D. Escortell 1996: n.º 92). De ser cierta esta propuesta, este taller que trabajó para el «proyecto» de la tribuna también lo hizo en el santuario, reformando o colocando nuevos canceles. Al mismo 15 Arias, 2010, supone que proceden, reutilizadas, de Santa María del Naranco. 16 La placa de cancel la incluí por equivocación en el grupo segundo, Caballero y otros 2010: 111.
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Fig. 8. Taller de Lillo. Grupo 2. A. Anverso de la placa del grifo (según Luis 1961: lám. 3); B. Placa del león (según Escortell 1996: núm. 130); C. Detalle de las placas de las antas de los muros de carga de la tribuna (según García de Castro 1995: fig. 416); D. Dovela (según Escortell 1996: núm. 92).
taller se deben adscribir tres o cuatro fragmentos de barrotera de cancel, conservados en el Museo Provincial de Oviedo, uno sin procedencia segura, otro «de Naranco» y dos y otros perdidos de la catedral de Oviedo (fig. 9E/G). Consideradas hasta ahora las de la catedral como de Alfonso II (de su palacio), creemos que se deben considerar contemporáneas de la obra de Lillo. Una de las placas perdidas de la catedral de Oviedo presentaba el mismo motivo que el arco de la embocadura de la tribuna de Lillo (Jorge Aragoneses 1957: 263 n. 15, 266 n. 22, fig. 4/6. Gar-
cía de Castro 1995: 226, canceles 9.1/3, fot. 129 y 151. Escortell 1996: n.º 29 y 225). A mi parecer estas piezas son homogéneas con los dinteles con arcos dobles de ventanas (ajimeces), las «conchas de vieira» y los frisos, decorados con seudo-roleos con rosetas y remolinos, imbricaciones con lises, dientes de sierra y perlas, reutilizados en la iglesia románica de S. Torcato de Guimarães (Portugal, también en el Museo Alberto Sampaio, Guimarães), y con los frisos de S. Frutuoso de Montelios (Braga) (imbricaciones con lises, ovas y perlas y sogueados),
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Fig. 9. Taller de Lillo. Grupo 2. A. «Ajimez» de S. Torcato de Guimarães (Braga, Portugal. Según Real 1998: fig. 4); B. Friso de S. Frutuoso de Montelios (Braga, Portugal. Según Schlunk y Hauschild 1978: taf. 112b); C. Frisos de Guimarães y Montelios (según Gómez Moreno 1964: lám. XII); D. Friso del arco de la tribuna de Lillo (según Noak y Arbeiter 1994: taf. 17a); EG. Barroteras de cancel (respectivamente, sin procedencia, catedral de Oviedo y Naranco, según Escortell 1996: fig. 225 y 29 y García de Castro 1995: fig. 129).
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separados entre sí unos 30 km (fig. 9A/C. GómezMoreno 1964: lám XII, el friso superior probablemente de Guimarães, los otros dos de Montelios; Schlunk y Hauschild 1978: 210, abb. 122 y Schlunk 1980: 140, fig. 5 de Guimarães, añade otras de Sta. María de Arosa; Ferreira de Almeida 1986: fig. en pp. 70 y 108110; Real 2007: fig. 88, 93-97).17 Aunque se pueden diferenciar variantes y reutilizaciones en las piezas de Guimarães (Real cit.: 164), la semejanza con las piezas ovetenses es demasiado estrecha como para proponer talleres y fechas muy diferentes (Id. fig. 96a, 97c y 98).18 La fecha otorgada a Lillo enmarca la cronología de estos conjuntos sincrónicos, al margen de la que se pretenda dar a los edificios en que en encuentran: Montelios considerado visigodo y demasiado restaurado en época contemporánea; Oviedo, del palacio de Alfonso II; y Guimarães, románico. Es conocida mi opinión sobre este grupo y especialmente sobre el cancel del grifo cuya decoración considero derivada de temas omeyas (Caballero 199495: 344-345) y donde ya propongo la unidad del grupo con Oviedo y Braga. Cruz Villalón (2009: 28-29) incluye el cancel del grifo en el grupo de «influencias islámicas» que previamente se había considerado de influencia bizantina, suponiendo que tanto la figuración del anverso como la del reverso tendrían una misma vía cordobesa, aunque las dos no fueran de igual cronología (Id.: fig. 82 para la trasera). El reverso lo incluimos en el grupo 3 recogido más abajo. Real considera las afinidades entre el cancel del grifo y el grupo de Braga «verdadeiramente surpreendentes» y relaciona su figura con las miniaturas mozárabes (1995: 68). Pero la postura que defiende es completamente diferente a las anteriores y opuesta a la que defiendo. Para Real, estas obras serían más modernas, de un taller portugués del segundo cuarto o mediados del s. X, casi un siglo después de la fecha de Lillo, y expandido a tierras asturianas (2007: 157, 169-170, a partir de 926, relaciones de los condes Hermegildus Gundisalvi y su esposa Mumadona Didaci con Ramiro II). De nuevo no se repara en la relación del anverso del cancel con el arco de la embocadura de la tribuna. De aceptar esta propuesta sería necesario retrasar la cronología de Lillo. Para ello supone la existencia de varias fases de obra en la iglesia, de modo que, sin discutir su fecha consen17 Para el repertorio de Guimarães ver el texto de L. Fontes en este mismo volumen, infra: 458-459, figs. 22 y 23. 18 García de Castro, 2007: 100, protesta que los argumentos de Oviedo no son transferibles al grupo portugués para los que se deben aplicar «argumentos históricos o historiográficos locales». A mi parecer, la utilización de esos argumentos puede ser peligroso si las piezas no se contextualizan estratigráfica y tipológicamente.
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suada en época de Ramiro I, el anverso del grifo pertenecería a una reforma litúrgica de mediados del s. X y la trasera a la restauración del s. XI o comienzos del siglo siguiente, datada por carbono 14 y en concordancia con la restauración de 1108 de la iglesia de Tuñón (crítica a la postura de Real en García de Castro 2007: 100, n. 23; Caballero y otros 2010: 107). Grupo combinado 1/2 (fig. 10). Este grupo presenta piezas en los muros de la tribuna con la talla del primero y motivos del primero y el segundo. Trabaja para el proyecto B, cercano a 844/850. Propongo que se «utilizó» el taller del grupo 1 para ayudar en la reforma de la tribuna, bajo la «dirección» del taller del grupo 2. Ya me he referido a los arcos monolíticos (con seudo-roleos como la placa del grifo) y los medallones (con rosetas como los capiteles) de la tribuna (García de Castro 1995: 318-319, 2.5, fot. 347-349, diferencia del mismo modo por sus motivos; incluidos en mi segundo grupo, Caballero y otros 2010: 111). También se pueden incluir en este grupo una barrotera y un fragmento de placa de cancel (con seudo-roleos) que incluí en mi segundo grupo, pero que ahora creo que es preferible separarlos en este combinado (fig. 10CyD. Caballero y otros 2010: 111-112). Efectivamente, se podía pensar que esta barrotera, por su tema, servía a la placa originaria del grifo, pero conocemos las barroteras que pertenecen al grupo del grifo y ahora un fragmento de placa que pertenece a esta otra variante (Llano: fig. 27 y 29, dibuja otras dos piezas asimilables; García de Castro ya las relaciona, 1995: 228 y 231, 11.A.1 y 11.B.7, fot. 145; Escortell 1996: n.º 23 y 241).19 Todas son piezas trabajadas en arenisca. La celosía circular situada en el testero Oeste de la cámara falsa puede hipotéticamente pertenecer a este grupo por su material calizo y situación (García de Castro 1995: 263-264, celosías 3.7.1 fot. 202). García de Castro (2007: 99-100) une en su segundo grupo los que yo separo como grupos segundo y primero/segundo. Estoy de acuerdo con él en que ambos respiran «otro ambiente distinto», pero se diferencian por el material empleado (que incluye la que él considera caliza local de Oviedo), la técnica y el dibujo. También diferencia como un tercer grupo los frisos de roleos en los frentes de los muros formeros de la tribuna, que prefiero incluir en el grupo segundo por razones de material y relación constructiva, aunque efectivamente corresponden a otro dibujo y pueden pertenecer a otra mano. 19 Debemos advertir que García de Castro pone en relación estas piezas, por su delgadez (2, 2,5 cm), con los tableros de cancel que incluyo a continuación como variantes del grupo 3, 1995: 231, 11.B.5a7.
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Fig. 10. Taller de Lillo. Grupo combinado 1/2. A. Arco monolítico de la tribuna; B. Tondo entre los arcos de la tribuna; C. Barrotera de cancel (según Escortell 1996: fig. 23). D. Fragmento de placa de cancel (según Escortell 1996: fig. 241).
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Piezas sin contexto conocido Grupo 3 (fig. 11). Correspondería a la restauración del edificio, fase 2A, cercana al año 891. Sin relaciones estratigráficas. Su pieza base es la trasera del «cancel del grifo», que reutiliza para decorar con un árbol de la Vida (fig. 11A). Le corresponde además otra placa de cancel, decorada por ambas caras (fig. 11B y C. Jorge Aragoneses 1957. García de Castro 1995: 229-231, canceles 11.B.1-2, reverso. Escortell 1996: n.º 17-19). Sus características, son además de este motivo, su talla redondeada y de trazado lineal en grandes trazos (parecida a la del grupo primero, aunque no miniaturista). Trabaja en caliza y arenisca. Debe datarse, a mi parecer, a finales del siglo IX o inicios del X por su relación con la placa de cancel aparecida en la iglesia de San Adriano de Tuñón (año 891. Fig. 11F. García de Castro 1995: 235, canceles 16, fot. 150). Pueden considerarse pertenecientes a una variante otros dos fragmentos decorados sólo en el anverso (fig. 11D y E. Id.: 231, 11.B.56, fot. 143-144. Escortell 1996: n.º 239-240).20 Incluyo en este grupo también las barroteras con figuras humanas con cayado (fig. 11G/I).21 Se caracterizan por la figuración y su talla plana. Molduras lisas (sin sogueados). Incluyen también roleos. Utilizan piedra caliza y arenisca. Cinco fragmentos de barroteras decoradas en anverso y reverso. Aunque las incluí en un principio en mi segundo grupo, ahora relaciono los roleos utilizados en la parte alta de las placas de este grupo y los roleos en la trasera de alguna barrotera por técnica y dibujo similares. También debe pertenecer al mismo grupo la barrotera de suelo o lecho de cancel del guerrero por su técnica y detalles de las cabezas (García de Castro 1995: 228229, canceles 11.A.2-5 y 9, fot.140; con roleos en el reverso, 11.A.2-4); la barrotera de suelo (Id. 1995: 231, 11.C.1) y quizás la San Vicente de Oviedo (Id. 233, 14), que incluí como pertenecientes a mi grupo 2 (Caballero y otros 2010: 111-112. Escortell 1996: n.º 24-27, 30, 31-34, 227). Hasta aquí a mi parecer no hay graves contradicciones entre datos arqueológicos y la datación acep20 Ver lo dicho en la nota anterior. El reverso de la «placa del grifo» (11.B.1) tiene una banda inferior sin decorar que se repite en la trasera de la segunda placa (11.B.2), mientras que su delantera ocupa por completo la altura de su campo. Las dos placas decoradas sólo por una cara presentan también esta banda inferior sin decorar. He supuesto que este detalle pudo corresponder al relieve del espacio que acotaban, cuyo suelo debía estar elevado en su interior. 21 Estas barroteras se ponen en relación con los capiteles de Santa María del Naranco, a pesar de la diferencia de tamaño y de la ausencia de sogueados.
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tada tradicionalmente. Pero debo admitir la debilidad de mi argumento porque nada impide que la trasera del «cancel del grifo» perteneciera a otra reforma desconocida e independiente de la iglesia o, simplemente, porque cuento con una sola variable para arg u m e n t a r. Jorge Aragoneses señala la diferencia de estas piezas con lo «auténticamente ramiriense» por lo que opina que, de pertenecer a la iglesia de Lillo, «se integraron en un cancel postramiriense», como nosotros creemos (1957: 268). García de Castro considera que, por tamaño, las barroteras de las figuras humanas (altura de la carrilera, 68 cm) pudieron hacer grupo con las placas de los árboles de la Vida (64 cm). Y que este grupo, con la reutilización de la placa del grifo, debe pertenecer al momento de construcción de la iglesia (1995: 230). Estoy de acuerdo con lo primero, pero opino que todo el grupo tiene una fecha posterior a la de construcción de la iglesia, obligado por la reutilización de la placa del grifo. Real propone adelantar estas piezas a fines del s. XI o comienzos del s. XII. Su argumentación es la siguiente. La restauración de la cabecera de la iglesia de Lillo, después de su ruina, se data en el s. XI o comienzos del s. XII por C14 de las maderas encontradas en su cubierta. Esta fecha coincide aproximadamente con la restauración de la iglesia de Tuñón datada por inscripción en 1108, cuando pudo colocarse allí un nuevo cancel.22 La doble coincidencia abre la posibilidad de relacionar estas piezas con una fase posterior en la historia de ambos edificios. El anverso de la «placa del grifo» pertenecería a una intervención efectuada en Lillo en el s. X, mientras que el reverso y la otra placa de cancel con árboles de la Vida pertenecerían a la restauración de finales del s. XI o inicios del XII, utilizando en Lillo las huellas de canceles existentes en su zona restaurada. Los motivos de árboles de la Vida se pueden comparar con los de los capiteles de la capilla mayor de Cedofeita pertenecientes seguramente a la iglesia consagrada en 1087 (Real 2007: 170, fig. 72-73). A mi parecer este argumento no tiene en cuenta la relación tipológica entre las piezas utilizadas en la tribuna de Lillo y la placa del grifo, que interdatan en época de Ramiro I el conjunto formado por iglesia, tribuna y placa del grifo y las piezas tipológicamente simila22 En el suelo actual de Tuñón no se conservan huellas de canceles, a no ser que estuvieran adelantados. Aunque nosotros consideramos originarios los restos antiguos conservados, pueden pertenecer a la restauración del s. XI por sus relaciones con los altares. Caballero y otros 2010: 108-109, n. 12.
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Fig. 11. Taller de Lillo. Grupo 3. A-C. Trasera de la placa de cancel del grifo y anverso y reverso de otra placa de cancel (Según Luis 1961: lám. 3 y 4). D-E. Placas de cancel (según Escortell 1996: fig. 239-240); F. Placa de cancel de Tuñón (según Manzanares 1964: lám. VI, foto 17). G-I. Barroteras de cancel (según Escortell 1996: fig. 25, 26 y 227 y Luis 1961: fig. 6 e y f).
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B Fig. 12. Lillo. Celosías. A-B (según Escortell 1996: fig. 245 y 243).
res portuguesas. Con respecto a los paralelos con los capiteles de Cedofeita, Cabeça Santa y Sousa, creo que deben considerarse lejanos derivados de nuestro grupo segundo y las producciones mozárabes, pero no coetáneos. Hacia el año 1100 ya estaba en desuso tanto la utilización de canceles en las iglesias como la decoración de este tipo de árboles de la Vida. Nuestras piezas son más cercanas a la serie de Saamasas que el propio Real data en el s. X. Grupo de celosías (figs. 12 y 13). Piezas que, todas o algunas, se supone que proceden de Lillo. Fragmentos que creemos de celosías, que no se ordenan con los grupos anteriores.23 Se diferencian tres subgrupos. — Placas rectangulares, caladas, con figuras de animales planas y con incisiones (dos con cuadrúpedos de piedra caliza y una con pájaro de piedra arenisca) y marcos rectos con trenzas de dos o tres cintas (fig. 12. García de Castro 1995: 266, celosías, 3.7.6-8. fot. 204,205, las considera hipotéticamente celosías de cancel alto o iconostasio. Escortell 1996: n.º 243-245). 23 Aparte otras piezas. La ménsula con cabeza de mujer, probablemente del grupo 1, con estría e incisiones, García de Castro 1995: 276, ménsula 1.4; Escortell 1996: nº 223/224. La celosía circular con cinco huecos circulares en cruz, de piedra arenisca, cuya técnica recuerda la dovela que hemos incluido en el grupo 2, García de Castro 1996: 264, celosías 3.7.2; Escortell 1996: nº 102 y 29.
— Dos placas en piedra arenisca, caladas y decoradas por ambas caras, formadas por dos arcos con un rosetón en el campo intermedio, roleos y dos pájaros. A ellas se añaden tres marcos rectos, decorados con roleos naturalistas con pájaros y sogueados, que son de celosías por las huellas dejadas en dos de ellos por sus barrotes perdidos, de dibujo geométrico. García de Castro ya las relaciona entre sí y con San Xés de Francelos y estudia sus dudosas procedencias. La primera placa, de ¿Santa María del Rey Casto de Oviedo?, que Arbeiter y Noak suponen de ¿Lillo?; la segunda, de ¿San Zaornín? en Villaviciosa (fig. 13A/E. García de Castro 1995: celosías, 262263, 3.4 y 268, 3.12; canceles, 229, 11.A.6-8, fot. 136-139. Escortell 1996: n.º 98/99, 100/101 y 126; y 234/235 y 236/237. Arbeiter y Noak 1999. Incluí los marcos en mi grupo 1 de los que deben separarse, Caballero y otros 2010: 11124). — Posible celosía de dos arcos tangentes con un tondo, los tres círculos con estrías dobles, con sendos pájaros a los lados del tondo (fig. 13F. García de Castro 1995: 340, estela 2.2, fot. 406. Escortell 1996: n.º 238). De todas estas celosías, sean de ventana o de iconostasio como argumenta García de Castro para al24 Gómez Moreno, 1919: 157, fig. 66, pone en relación uno de estos fragmentos con los capiteles y placas de cancel de S. Miguel de Escalada con «espirales de follaje con aves entre medias», aunque se diferencian por sus dibujos y técnicas.
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Fig. 13. Celosías. A. ¿Santa María del Rey Casto de Oviedo? (según Escortell 1996: fig. 98-99); B. ¿San Zadornín? Villaviciosa (según Escortell 100-101); C-D. Lillo (según Escortell 1996: fig. 126, 234 y 235); E. Lillo (según Escortell 1996: 236-237); F. Lillo (según Escortell 1996: fig. 238).
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guna pieza, al menos el segundo subgrupo también puede pertenecer al proyecto A de la iglesia, aunque sus caracteres de dibujo y técnica sean diferentes al grupo principal de basas y capiteles. Dos pilastrillas sin procedencia del Museo de Oviedo, si procedieran de Lillo, podrían servir de enlace entre el grupo 1 y este por el uso de sogueados, cintas, puntos y trenzas (García de Castro 1995: 342, sin función 5.34. Escortell 1996: n.º 125,127).
SANTIANES DE PRAVIA Santianes aparece citada en la redacción pelagiana de la crónica de Alfonso III como la iglesia donde Silo (774-783), su fundador, habría depositado las reliquias de Santa Eulalia de Mérida y habrían recibido sepultura él, su esposa Adosinda y el rey Mauregato. Es conocida de antiguo, aunque fue dada a conocer en 1902 por Selgas, cuyo detallado análisis marcó profundamente su interpretación planimétrica y fijó su encuadre histórico y cronológico. Inscripciones25.—Como sabemos, se conocen, también de antiguo, tres inscripciones que se consideran sincrónicas con la iglesia. — Una laberíntica (García de Castro 1995: 8183, n.º 35, fot. 34) atribuye al príncipe Silo la factura de algo no explicitado que se considera tradicionalmente que es la iglesia. Estuvo situada «sobre lo alto de un arco que entra al medio de la dicha Iglesia» (Tirso de Avilés 1517: 210) o «sobre el arco por donde entran del cuerpo de la Iglesia para el crucero» (Carvallo 1613: 149) esto es, el arco principal de los que separaban el aula del crucero. La noticia documental y esta inscripción han decidido la datación de la iglesia como perteneciente a Silo. — Otra votiva (García de Castro 1995: 107-108, n.º 51, fot. 62) se acepta que informaba según el P. Carvallo sobre «su fundación y dotación», aunque él advierte que ya era ilegible por «averse dado de negro». Estaba situada «sobre el arco por donde se entra a la capilla mayor», o sea, el arco de triunfo del ábside. Su rotura y borrado intencionado debió ocurrir con las obras del s. XVII, aunque pudo suceder antes. — La tercera inscripción (García de Castro 1995: 108-109, n.º 52 y 256) dedica la iglesia a S. Juan apóstol y evangelista y está inscrita en el alfiz de una ventana monolítica de tres vanos. 25
Su estudio detallado lo efectúan Helena Gimeno y Javier del Hoyo en este mismo volumen. Remitimos a sus argumentos y conclusiones.
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Intervenciones.—El edificio ha sufrido a lo largo de su historia tres fuertes intervenciones que han hecho que lo conservado hoy del edificio originario sea mínimo (fig. 14):26 — Segundo tercio del s. XVII. Primera obra de reforma, conocida a través del pleito con el Rey a que dio lugar (a partir de 1637, Cadiñanos 2006). Se sustituye el ábside primitivo semicircular por el actual rectangular, desmontando su altar exento; se reforma el crucero, desmontando los elementos litúrgicos (canceles e iconostasio) que entorpecían su acceso y ensanchándolo por sus testeros; se amplía la entrada de la iglesia, desmontando el pórtico y prolongando las naves laterales; se reforman las arquerías y sus muros superpuestos, reutilizando los pilares primitivos; y se eleva el suelo de toda la iglesia y por lo tanto de los cimientos de las arquerías y los umbrales de las puertas. — Siglo XIX. Varias obras afectaron al retablo moderno dando lugar al descubrimiento de las piezas de altar y canceles originarios; en el crucero se desmonta y rehace al menos su cuerpo central; en la zona de los pies se construye un altillo o «torre» y la espadaña; y al sur se adosa la casa parroquial. — Años 1975-1980. El arquitecto José Menéndez-Pidal (1980) efectúa una dura y lamentable intervención. Se basa en la planta que descubre y en su falsa suposición de que perviven las partes altas de los muros originarios: «aprovechando las viejas cimentaciones y los testimonios de sus alturas respectivas que permanecieron a pesar de las obras anteriores» (Caballero y otros 2010: 43, inscripción conmemorativa en el pórtico). Es un prototipo de intervención «purista» que pretende re-construir una iglesia alto medieval asturiana en el s. XX. La iglesia resultante no es ni originaria, ni moderna, ni decimonónica, sino un pastiche contemporáneo (Utrero 2006: 132 y 467). Excava todo el edificio, rebaja los suelos de época moderna hasta llegar por lo menos al nivel originario y coloca otros nuevos; descubre la planta del edificio originario en el ábside, testeros del crucero, testero de las naves y pórtico y cimientos modernos de las arquerías. Desmonta para rehacer: la habitación delantera norte parcialmente y la habitación delantera sur por completo, adosándole la espadaña; en el crucero, los muros testeros, todo el frente oriental incluyendo el arco de triunfo y las bóvedas laterales; en el aula, las puertas, todo el frente occidental una vez demolida la prolongación de la 26 Los planos de estado actual y restauración de MenéndezPidal ofrecen claros indicios de estas restauraciones, prolongación de la iglesia reestructurando el pórtico; ampliación del crucero y transformación de la cabecera.
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Fig. 14. Santianes de Pravia. Planta según José Menéndez-Pidal, 1980, Esquemas I y III, con la planta originaria y su comparación con la actual antes de su restauración.
nave norte; el pórtico, la fachada, su altillo y espadaña y construye la inventada tribuna.
ARQUITECTURA A partir de esta martirizada historia sería lógico concluir que es tan poco lo que resta de la iglesia originaria que no podamos imaginarnos con seguridad cómo era. Tres son los problemas principales: los posibles ábsides laterales o habitaciones delanteras, el crucero y las arquerías de las naves. La planta perimetral del edificio descubierta por Menéndez-Pidal (fig. 14. 1980: esquema I27) debe 27
Su esquema I es el plano definitivo de sus observaciones que podemos aceptar como el más cercano a la realidad, con
darse por buena, confirmada por los restos originarios que se pueden comprobar en la actualidad de los muros y de los restos o huellas del suelo de opus signinum que queda en ellos (comparar los planos del arquitecto con los indicios de los muros originarios, Caballero y otros 2010: 40, fig. 9 y lám. 2). Por otra parte no hay ningún indicio estratigráfico que se pueda adscribir a otro edificio anterior. Con estos datos, no es aceptable la suposición de otro edificio previo o de una restauración «asturiana» posterior. La habitación trasera meridional pertenece a una adosamiento aunque sea inmediato. Mientras que no debemos dudar de la planta perimetral, lo demás no presenta la misma seguridad. la excepción de los ábsides laterales o habitaciones delanteras, los pilares del crucero y las arquerías cuya veracidad no se puede comprobar.
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C Fig. 15. Santianes de Pravia. Vista general del exterior, lado norte, e interior de las naves y del crucero.
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El ábside era semicircular, peraltado y cubierto con bóveda de toba (según Menéndez-Pidal 1980: 287) y cerrado con canceles hasta la transformación del s. XVII: «que se quiten las dos piedras labradas que están arrimadas a los pilares del arco de la capilla mayor... que se alargue la capilla mayor... açiendo que las paredes colaterales salgan derechas... la qual (capilla) no a de quedar en forma de media naranja, como aora está, sino lisa y cuadrada…» (Cadiñanos 2006: 82-84, pleito de 1638). Es una rareza en la arquitectura asturiana, como se ha repetido. MenéndezPidal buscó bajo sus cimientos otro ábside anterior sin encontrarlo (1980: 293) por lo que, aún a falta de una prospección que lo certifique y que asegure su forma y su coetaneidad con el resto de la planta, se debe aceptar lo que él documenta. El intento de paralelizarlo con ábsides de edificios paleocristianos o del aula tardorromana de la cercana Veranes no deja de ser un ejercicio inútil mientras se trate como un elemento aislado. Mejor sería considerarlo un primer intento alto medieval por cubrir un espacio circular, avalado por la técnica de la bóveda de toba asturiana y riojana. Por Carvallo (1613: 150) sabemos además que «su capilla mayor» tenía «dos colaterales». La asimilación del término «capilla» anima a considerar las tres ábsides, pero las laterales no podían serlo originariamente porque no estaban abiertos los muros de paso al crucero (Menéndez-Pidal 1980: 286 y 287). Con la estratigrafía conocida en la habitación delantera norte no es aceptable la existencia ni de «capilla» o ábside lateral, pues no había acceso desde el crucero, ni habitación o sacristía lateral abierta al ábside, pues sus muros posteriores se adosan al del ábside (Caballero y otros 2010: 28, etapa II, fase 2). De haber existido originarias de una u otra forma, desconocemos sus restos. De la capilla o habitación sur sólo conocemos su trazado musealizado por el arquitecto y un suelo de cal con cantos rodados, a la misma altura que el originario de la nave sur de la iglesia pero de distinta factura. Según Menéndez-Pidal, el crucero primitivo era más corto que el actual y sus pilares exentos tendrían una planta asimétrica, alargados con un muro/pilastra en sus lados proximales y en el arranque de las arquerías, quizás similar al supuesto del arco de triunfo y al seguro arranque oeste de las arquerías (fig. 14. Menéndez-Pidal 1980: esquemas I y III).28 De estas 28 El plano propuesto por Selgas también alarga los arranques del arco de triunfo y los pilares del crucero en sus lados proximales y en los orientales; Menéndez-Pidal ¿vio o supuso estos cimientos?, ¿es independiente de la observación de Selgas o depende de ella? Recordemos que conservó el frente occidental del crucero tal como se fijó en el siglo XIX y
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características no tenemos más indicios, pues ni siquiera están avaladas las esquinas perimetrales occidentales del crucero por restos de los muros o de los suelos. Sólo las fuentes escritas nos citan su existencia y las de los arcos que separaban las naves del crucero: «... cruzero y tres naves, todo de arcos…» (Carvallo 1613 (1695): 150); «Que se quiten los tres arcos pequeños questán en medio de ella y se aga uno grande en el medio lugar […] y se quiten los mármoles del medio de la iglesia que son tres arcos que están… frente del altar mayor» (Cadiñanos 2006: 8284, pleito de 1638) y las citas ya recogidas de Tirso de Avilés y Carvallo al ubicar la inscripción de Silo. Estos «tres arcos pequeños» y los «mármoles» debían pertenecer a un iconostasio que separaba el aula del crucero.29 Se debe aceptar la existencia del crucero y del iconostasio, aunque no se pueda asegurar si la planta del crucero era más o menos apaisado o cuadrado, ni si la de sus pilares era como la presenta Menéndez-Pidal. Se desconoce su tipo de cubierta, que, por su tamaño, sería de armadura. Se puede suponer que el tramo central del crucero se elevaba sobre los tramos laterales. Jovellanos sitúa la inscripción de Silo, que recordamos se encontraba sobre el arco que separaba la nave del crucero, «en la torre bajo la ventana»; torre que García de Castro supone un cimborrio (1995: 82 n.181bis) con «ventanas», avalado por el recuerdo que Selgas tiene del «antiguo crucero» (Caballero y otros 2010: 54). Crucero tripartito, cimborrio, cubierta de madera e iconostasio de tres arcos y mármol se asimilan al grupo mozárabe de iglesias de crucero tripartito cubierto con madera de Utrero (2006: 127-130), Bobastro, Lourosa y Escalada y Nazaré. Santullano se diferencia por su crucero corrido y el iconostasio abierto en un muro, como Nazaré. Lourosa y Escalada parecen los referentes más cercanos que unen los dos elementos (fig. 16). La planta del cuerpo de la iglesia, sin el ábside, es cuadrada siguiendo un esquema típico de la arquitectura asturiana (iglesias de Nora, Tuñón, Valdediós y Priesca, Arias 2008a) al que se puede añadir la planta de San Juan de Baños (Caballero y Feijoo 1998). El estudio de la modulación de esta planta que, al contrario, corrió los testeros del crucero y su frente, con el arco de triunfo, para acomodarse a la planta originaria de la iglesia, montando los nuevos muros sobre los cimientos que se conservaran de la iglesia originaria. 29 Los tres arcos no pueden corresponder uno a cada nave por su situación central enfrentada al altar, su pequeño tamaño y su material marmóreo. El arco de la inscripción de Silo al que se refieren Tirso de Avilés y Carvallo debe considerarse el central de los tres arcos pequeños, ya que el párroco en el s. XVII ordena sustituirlos por uno grande. Por todo ello supongo un iconostasio similar al existente en San Miguel de Escalada.
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Fig. 16. Plantas de las iglesias de Santullano, Oviedo (812-842; s. Arias 1993); Bobastro, Málaga (898-917, s. Puertas 2000); Mazote, Valladolid (circa 900, según Gómez-Moreno 1919); Lourosa, coimbra, Portugal (¿912?, s. Vilaça 1931); Escalada, León (¿913?, s. Gómez-Moreno 1919); Nazaré, Portugal (s. Schlunk y Hauschild 1978); y Santianes de Pravia (s. Menéndez-Pidal 1980). Sacadas de Utrero 2006.
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podría ser un dato más para confirmar o desmentir su originalidad.30 El aula tenía tres naves separadas por arquerías sobre pilares que arrancan en el Oeste de machones. Las arquerías actuales pertenecen al s. XVII. Las originarias posiblemente serían de tres arcos, dado que se han conservado restos pertenecientes a tres pilares. Machones occidentales tienen Santullano y Lourosa y pilares enterizos, Gobiendes y Valdediós, los de este último achaflanados como los de Pravia (García de Castro 1995: 357). Con excepción de Santullano, todo en el s. X. Las piscinas bautismales similares a la de Pravia, de planta cuadrada y situada al fondo de la nave sur, presentan problemas formales, datándose en un amplio marco cronológico que incluye el s. X: Castro de Buradón (Álava), Vallejo de Santillán (Burgos), La Nave (Zamora) y la de planta circular de Lourosa. La más segura es la de Revenga (Burgos), de planta circular y excavada en la roca (Caballero y otros 2010: 3637). No existe ningún indicio que asegure la existencia de una tribuna que se trata de un invento del arquitecto impulsado por la idea previa de Selgas.
ESCULTURA
DECORATIVA
Del conjunto escultórico de Pravia (fig. 17)31 se debe afirmar su carácter unitario y coetáneo, por su técnica y dibujo, sin que sea posible dividirlo en grupos distintos que correspondan a obras y fechas distintas. Sus variaciones representan manos o tracistas de un mismo taller. Los «corazones» actúan de fósil director, igual que el trazado geométrico de sus roleos, «motivos inclusos» y círculos y los dobles o triples junquillos de sus marcos y de las ramas de los roleos. A pesar de una primera impresión, debida al peso del modelo explicativo imperante, no tiene relación con los repertorios visigodos cordobés, emeritense o toledano. El grueso de los motivos son, en este sentido, nuevos: círculos secantes y tangentes,32 roleos geometrizados, zarcillos enrollados, motivos geométricos, «hojas inclusas» y motivos de relleno entre los círculos, «corazones» y hojas digitadas. Este 30 La diagonal del cuadrado se aproxima a la longitud del cuerpo y el ábside o del cuerpo y el pórtico. 31 Resumo la argumentación más detallada seguida en Caballero y otros 2010: 58-60. 32 Piezas decoradas con círculos con orlas decoradas con puntos de Córdoba y Mérida, como un dintel de Mérida, Cruz 1985: lám. s/n, las placas de Sta. Eulalia y de El Trampal, Caballero y Sáez1999: lám. 111, son a mi parecer ya altomedievales y precedentes de estas. Igual pasa con otros motivos en relación con las «hojas inclusas» y presentes en las piezas citadas, Hoppe 2004: 363-365.
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repertorio se relaciona con conjuntos asturianos, como los capiteles del pórtico de Valdediós (893), Deva (991-1006), Bendones (791-842) y Salas (951). Algunos de sus motivos también lo hacen con los tipos omeyas de Jirbat al Mafyar, como los roleos geometrizados con puntas de diamante que sustituyen a las perlas o botones, los «corazones» que derivan de las «alas de mariposa» y las «hojas inclusas» y de relleno y su técnica de doble junquillo. Motivos que tienen sus grupos intermedios en Chelas y Lisboa y en Saamasas (Lugo). Los roleos geometrizados no siguen el motivo que hemos denominado «seudo-roleo» en los grupos de Montelios y Lillo, pero son paralelos a él y todavía es posible observar relaciones con el grupo más primitivo de El Trampal. Las «hojas inclusas» y de relleno aparecen también en grupos mozárabes como Escalada y Hornija (900-930). Del mismo modo, los círculos y motivos geométricos en su relación (aspas y rellenos de ángulos y dobles imbricaciones) pueden considerarse previos al grupo del cancel de Lena. Para las piezas de Pravia se han barajado cronologías entre los siglos VII y XI: visigodas o epígonos o copias visigodas (Schlunk 1947 y 1980; Jorge 1957: 226, n. 21); de época de Silo (Arbeiter y Noak-Haley 1999: 107-110, con modelos visigodos; García de Castro 1995: 234-235, con modelos bizantinos; Caballero 1994-95, con modelos omeyas); precedentes mozárabes o mozárabes mismas (Schlunk 1947 y 1980); y del s. X u XI (Real 2007: 169). Frente a estas dataciones, que de por sí explican las contradicciones que arrastran la fecha epigráfica y documental de Pravia, las relaciones de estilo de las propias piezas y el modelo explicativo dominante, ahora considero que se debe trasladar su cronología a cerca del año 900, en consonancia con los datos que ofrece su arquitectura y con la propuesta de Real, aunque sin llegar al siglo XI.
APARENTES CONTRADICCIONES DEL CONJUNTO EL ALTAR Y LOS DINTELES DE VENTANAS
UNITARIO.
Dos elementos de Pravia se pueden considerar indicios que contradicen la existencia única de un edificio y su decoración en el siglo X. Se trata del ara del altar y de los dinteles arcuados de ventanas. El altar de Pravia (fig. 17A. Caballero y otros 2010: 45-47 y 57) fue documentado por Carvallo en 1613 (p. 150) y descubierto y descrito primero con las obras del s. XVII, en el año 1638, y luego con las del s. XIX en el año 1894 (Selgas 1902: 18, 24-25; García de Castro 1995: 212). Su ara puede que reuti-
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F Fig. 17. Santianes de Pravia. A. Altar. B. Placas de cancel (s. Selgas 1902); C a E. Fragmentos de placas de cancel; F. Fragmento de larguero de cancel.
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A Fig. 18. Santianes de Pravia. A y B. Ventanas restauradas por José Menéndez-Pidal.
lice una pilastra constructiva en la que se ha tallado el loculus, atendiendo a su exceso de altura de un metro y medio lo que obliga a que esté enterrada 80 cm, y a la ausencia de remate a la altura del suelo. Aunque la pilastra está achaflanada como las de las arquerías de la iglesia, se diferencia de ellas en que no presenta sus remates apiramidados, tratándose, por lo tanto, de una pieza única en el conjunto conocido de Pravia. Plantea la duda de si se trata de una pieza preparada ex profeso para ara de altar o, mejor, de una pilastra constructiva reutilizada para el altar quizás al reformar la iglesia en un momento posterior33. La tipología excepcional del altar en el panorama asturiano, como explica Isaac Sastre (2009), hizo que se considerara visigoda, aunque actualmente se reconocen piezas similares de ara y tablero datadas entre los siglos IX a inicios del XI (García de Castro 1995: 212-213 y 207). En Pravia se documentan un número indeterminado de dinteles recortados en uno, dos y tres vanos arcuados (denominados «ajimeces» los de dos vanos; fig. 18). Placas de un vano hay dos recolocadas en su sitio, que rematan sus arcos en nacela; al menos hay restos de cuatro de dos vanos; y una de tres va33 ¿Pudo pertenecer al iconostasio documentado? No lo parece, pues el iconostasio se desmonta cuando se «descubre» por primera vez el altar.
nos con la inscripción dedicatoria inscrita en su alfiz. Falta un estudio detallado de sus formas, que varian en los tres tipos. Los dinteles se completaban en los de uno y dos arcos con bloques lisos para las jambas y columnas con sus capitelillos. Este tipo de piezas está abundantemente representado en el Norte de Portugal (Barroca 1990), Galicia (Rivas 1971) y Asturias (García de Castro 1995: 247-260 y 271).34 En la excavación de la basílica tardo antigua de El Tolmo de Minateda (Albacete, Gutiérrez Lloret y Sarabia 2007: 324-327) ha aparecido un lote formado por al menos ocho placas de ventanas monolíticas de un vano y dos de dos vanos. Otra pieza, que se separa lógicamente del grupo de las ventanas por su curva muy abierta, suponiéndola «del alzado de un baldaquino», reutiliza una pieza decorada datada a finales de s. VI o inicios del s. VII. Se fechan por estratigrafía a fines del s. VI o comienzos del s. VII o como muy tarde en una reforma que «no podría ser posterior a finales del siglo VII o, como mucho, principios del VIII», siendo imposible datarlas «a partir de la segunda mitad del siglo IX». Las de un vano son similares a las de Pravia,35 mientras que las de dos 34 El grupo tardío de Vizcaya se aleja de nuestros modelos, García Camino y otros 1987. 35 Placas entre 60 y 80 cm de ancho, diámetros entre 40 y 60 cm. Pravia, ventana in situ norte, de un vano, placa de 44x47, diámetro 21 cm.
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vanos son muy cerradas, variante que en el Norte de la Península se considera de cronología más avanzada. Ambos tipos presentan indicio de remate del arco en nacela. El conjunto, por ahora, está aislado y alejado de la zona NO peninsular, pero provoca aparentemente una contradicción. Dado que su cronología «visigoda» está asegurada por estratigrafía, se relaciona formalmente con una pieza supuestamente visigoda de Mérida (Sarabia 2003: 93 n. 3236). Aunque las variantes tipológicas de los dinteles arcuados de ventanas son muy ricas y abundantes, existe una aparente similitud entre las placas lisas del Tolmo y de Pravia que podría extenderse a otras de Portugal, Galicia y Asturias. Desde un punto de vista tipológico es difícil aceptar esta similitud formal para piezas alejadas geográficamente y distanciadas entre sí tres siglos como las de estos dos grupos. Para explicar este hecho habría que acudir a otros razonamientos, como a la existencia de variables que no se han tenido en cuenta hasta ahora. Las piezas del Tolmo están descontextualizadas constructivamente y habría que considerar sus diferencias tecnológicoconstructivas y las formales de sus elementos sustentantes como jambas y columnillas. Puede que estemos ante una concurrencia formal sin significado cronológico de coetaneidad. Un fenómeno de «fragmentos incluidos» en la iglesia de Pravia, «visigodos», 36 En Bóveda (Lugo) se trata de una puerta, no de una ventana (Sarabia 2003: 93, n. 34). La supuesta relación del grupo del Tolmo con la ventana de Mérida obligaría a recordar la de Niebla (Cádiz; Cruz 1985: 263, n.º 213), ambas incluyen en su monolito jambas y columnas; y las de Córdoba una bífora y otra sencilla (Sánchez Velasco 2006: 45-46, n.º 31 y 33), todas decoradas. La diversidad tipológica de estos dinteles monolíticos de ventanas obliga a tener en cuenta otras variantes supuestamente «visigodas», por ejemplo y sin pretender ser exhaustivos: dinteles monolíticos, de un vano, decorados, con alfiz y derrames con veneras de Badajoz y Vera Cruz de Marmelar (Schlunk y Hauschild 1978: abb. 124 y tafel 114); sillares (no son placas), unos decorados y otros lisos, de S. Pedro de La Nave (Zamora); dinteles bíforos, lisos, de S. Fructuoso de Montelios y placas decoradas bíforas de Guimarães (Braga, Portugal, las segundas citadas supra en relación con la decoración del cancel del grifo de Lillo); el dintel (o placa) bíforo con alfiz de San Ginés de Toledo (Gómez Moreno 1919: 12-13, fig.3); y el «hombro» monolítico o jarja lisa para arcos adovelados (no dinteles), bíforos, de Pla de Nadal (Valencia, Juan y Pastor 1989: fig. 10b) similar a piezas mozárabes, por ejemplo de S. Miguel de Escalada (León). A mi parecer, primero es dudosa la relación directa de la mayoría de estas piezas (por ejemplo de las decoradas) con los grupos del Tolmo y Pravia; segundo se puede dudar por diversas razones de la cronología «visigoda» de todas ellas. Ello no impide que se proponga su comparación tipológica, válida (igual que la estilística) siempre que se respete su contextualización. Espero que por reiterar esta comparación y la contradicción que arrastra no se me acuse de nuevo de «tipologicista o estilístico» como se insinúa en Gutiérrez Lloret 2000: 113 y se repite en Gutiérrez Lloret y Sarabia 2007: 327.
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lo considero imposible por las variables tipológicas de los tres tipos de ventanas, sus elementos sustentantes y epigráficos; por la excepción que supone el que no exista ningún otro indicio anterior a la iglesia; porque se rompería la unidad de los conjuntos arquitectónico y escultórico de Pravia; y por contrariar el panorama del s. VII en el norte de la Península. Quizás se pueda proponer alguna solución que afecte a El Tolmo que a mí no se me ocurre.
RECAPITULACIÓN 1.
Contexto. Estrato y tipo frente a estilo
El objetivo de este trabajo ha sido extremar el análisis arqueológico de dos edificios asturianos, Lillo y Pravia, con fuertes problemas de interpretación por la ruina del primero y las duras intervenciones sufridas por el segundo, pretendiendo conseguir nuevos resultados. A intento, he incluido en el análisis los elementos decorativos que a priori se suelen considerar «no arqueológicos» y propios de la Historia del Arte. Para ello he procurado no entrar en consideraciones estilísticas, reservándome a las estratigráficas y tipológicas, esto es, a las arqueológicas. La escultura forma parte de pleno derecho del grupo de fósiles que forman la identidad del estrato. Mi pretensión ha sido contextualizar utilizando como instrumento básico la estratigrafía y la tipología y sólo de un modo auxiliar y colateral el estilo. De esta manera pongo a prueba la aplicación del método arqueológico al estudio del edificio histórico en casos problemáticos.37 Uniformidad tipológica.—El análisis estratigráfico/tipológico se apoya a su vez en el principio de que cada familia de fósiles contextualizados viene determinada por una misma serie de variables técnicas y formales que corresponden a ambientes o nichos 37 «Principio de la identidad tipológica y de los fragmentos incluidos». El conjunto de grupos de fósiles que forman tipos e identifican un estrato equivalen a un «cluster» de Azkarate (2002: 67-69). Considero el tipo formado a partir de los elementos que se agrupan por su contextualización estratigráfica; de modo que a cada estrato le corresponde uno o varios, característicos, al margen de su concreción cronológico/cultural. En el estilo, los elementos, al margen de su situación contextual, se ajustan a un marco cronológico/cultural que actúa como modelo externo y previo a ellos. A pesar de lo que pueda parecer, y aparte de reconocer la importancia que tiene la Historia del Arte como precedente de los estudios arqueológicos, afirmo el valor actual de los estudios estilísticos, pese a su mala fama, siempre que se sometan a unas normas de crítica científica. Caballero 2009. Caballero y Arce 2006: 233-235.
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productivos de cronología cerrada y sincrónica. Cada nicho productivo y su tipo o tipos se deben diferenciar del horizonte técnico en que se incluyen y que tiene un valor cronológico más amplio, secuencial, diacrónico y evolutivo.
2.
Arquitectura y decoración de Pravia
La iglesia de Pravia, como sabemos, se data tradicionalmente a finales del s. VIII por la inscripción de Silo. Al margen de las contradicciones en el análisis de Schlunk, el descubrimiento del ábside semicircular con las excavaciones del arquitecto Menéndez-Pidal facilitaron que otros estudiosos propusieran dos etapas en el edificio, la segunda de restauración en el s. X con el añadido del ábside. Pero a esta explicación se opone el resultado de la lectura arqueológica. No tenemos indicios de la existencia de dos edificios originarios ni tampoco de la de dos grupos decorativos; esto es, de un primer edificio que corresponda a época de Silo y de una restauración efectuada en el s. X. Además, la observación de una arquitectura y una decoración únicas permiten asegurar su coetaneidad. La fecha de las características unitarias que conocemos, aunque sea de modo tan fragmentario, del tipo arquitectónico y de la decoración se debe adelantar algo más de un siglo, hacia el año 900. Antes que considerarle un precedente de la segunda mitad del s. VIII, alejado de estos tipos, conviene mejor asimilarle a la producción más tardía asturiana y a la leonesa mozárabe.
3.
Arquitectura y decoración de Lillo
Se confirma en Lillo una corrección mientras se ejecutaba el proyecto originario (fase 1, proyecto A), para introducir la tribuna (proyecto B). Definir con exactitud el indicio material es esencial por las implicaciones que tiene para la correcta comprensión de lo ocurrido. Al incluirse la tribuna se diferencian en la obra tres talleres que trabajan en coordinación, uno constructor (albañilería) y dos decorativos. La dirección de la obra cambió, aunque no se sustituyó por completo la organización constructora. El nuevo proyecto impuso la estructura de la tribuna, las piezas arquitectónicas y el «ambiente» artístico de un taller distinto, de modo que la nueva organización se relaciona con el trabajo decorativo, pero no se observa ningún cambio en el modo de trabajo del taller de albañilería. Sin embargo, aunque la tradición constructiva básica se mantenga, aparecen cambios téc-
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nicos promovidos por el nuevo taller decorativo que se relacionan a la vez con la estructura y la decoración, como la generalización del uso de la caliza marmórea38 y cuestiones estructurales, como la forma de los arcos. Aunque los tres talleres son independientes entre sí, el segundo taller decorativo se involucra en el cambio de proyecto y en la dirección de obra. Es posible por tanto que ocurriera lo mismo durante el primer proyecto con el primer taller decorativo. Los talleres decorativos no sólo trabajan a pie de obra, sino en estrecha relación con el proyecto de obra. Tras el cambio de proyecto, se mantienen los tallistas del primer taller aunque modifican su repertorio por el del nuevo tracista, bajo cuya dirección deben trabajar. Y a la vez se reutilizan o adaptan, por obligación y economía, piezas singulares del taller antiguo, realizadas previamente a la corrección del proyecto, ya que no conseguimos ninguna observación sobre la interrupción de la obra o sobre su retroceso y el consecuente desmonte de una parte ya ejecutada. Talleres constructivos y decorativos trabajan o aprenden a trabajar sincrónica y coordinadamente. Esta observación indica un modo de trabajo característico: talleres cuya escasa capacidad y formación la suplen haciéndose permeables, acostumbrándose al intercambio de técnicos y repertorios y a la reutilización y adaptación de su propio material y de otro material coetáneo.39 Llama la atención el elevado número de piezas decorativas pertenecientes a la iglesia de Lillo y su alta variación tipológica, que es difícil considerar que pertenecieran a un mismo conjunto y obligan a pensar en ampliaciones, adiciones o reformas; sin desechar posibles ruinas parciales y sus restauraciones o la adscripción, en época contemporánea, a la iglesia de Lillo de piezas que en realidad procedan de edificios vecinos. Todo ello acentúa lo difícil y peligroso que es traspasar los datos de la iglesia, y en concreto de la pieza del grifo, al resto de la decoración de Lillo ya que impiden cerrar un modelo completo.40 Por ello hemos procurado un diferente trato a las piezas contextualizadas y descontextualizadas. 38 Canteras de L’Aspra y Piedramuelle en las cercanías de Oviedo, según García de Castro 2007: 100, para las piezas de Lillo. 39 El caso no es único. De alguna manera se equipara al modo de trabajo constatado en San Pedro de La Nave donde el taller reutiliza materiales de su propia producción para corregir su propio proyecto. Caballero y Arce 2006: 242-250. 40 De nuevo García de Castro se adelanta y señala esta diversidad en referencia a los capiteles y basas: 1995: 302 y 308: «una diversidad a primera vista incompatible con un proyecto unitario».
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No me dejo de preguntar, sin embargo, si es un defecto de observación de nuestro registro el que obliga a aceptar en Lillo la ausencia de indicios de acciones negativas reparadas con la misma técnica por el mismo taller de albañilería. Pero incluso en este caso sería excesivo aceptar la ruina o el complicado desmonte de un primer proyecto completamente terminado. Y otra segunda pregunta, si, de un modo parecido, un defecto de observación impide aceptar que la zona perdida del edificio (en la práctica, todo el edificio) se sometía a una misma norma de utilización o readaptación de materiales pertenecientes a dos (o más) talleres o modos de hacer distintos. Considero ambas preguntas retóricas mientras no se descubra alguno de los indicios que ahora se echan de menos.
4.
Decoración. Maneras de talla, talleres y repertorios
Las piezas que hemos tratado y que proceden de tres edificios las podemos agrupar en dos horizontes o grupos tecnológicos que se diferencian por dos maneras de talla distintas, que a su vez agrupan varios talleres. • Manera de talla 1. Relacionada normalmente con piedras de grano, areniscas, aunque utiliza también la caliza. La utilización de este tipo de material quizás influyó en su técnica formada por trazos redondeados, sin biseles. Aparece en otros grupos como en el edificio del Naranco. En otras ocasiones, como ocurre en el grupo 1/2 de Lillo, acepta el repertorio de otros talleres. Lo mismo ocurre en los capiteles del pórtico de Valdediós, donde mantiene su talla pero el repertorio se relaciona con el del taller de Oviedo/Braga. — Primer taller de Lillo. Fechado a inicios de la segunda mitad del s. IX si se acepta la datación de Ramiro I para la iglesia. Formado por los Grupos 1 y 1/2 de Lillo. En relación con las piezas decorativas del edificio del Naranco. Más miniaturista. — Taller de Lillo/Tuñón. Grupo 3 de Lillo. Descontextualizado y sólo con la relación de reutilización con la placa del cancel del grifo del taller de Oviedo/Braga. Datado cerca de 891 por su supuesta relación con Tuñón. • Manera de talla 2. Se relaciona con el material de caliza o mármol. Su talla a bisel y algunos motivos de su repertorio con los que hacen que se encuadre con la escultura considerada tradicionalmente visigoda. Tanto por su talla como por su repertorio in-
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cluye en ella, además de las producciones de Lillo y Pravia, las de Lena, Escalada, Hornija, Bendones y Salas. — Taller de Lillo/Oviedo/Braga. De igual datación, probablemente cercano a 850. Formado por el Grupo 2 de Lillo, frisos de Montelios, piezas reutilizadas unas y descontextualizadas otras de Guimarães y piezas descontextualizadas de Oviedo. La discusión sobre su identidad formal obliga a considerarlas del mismo taller y coetáneas. No pueden pertenecer unas a producciones del s. VII y otras a piezas de Alfonso II o de Ramiro I (supuesto palacio de Oviedo y Lillo). Su repertorio decorativo las relaciona con otros hispánicos como ya hemos señalado, como Villajoyosa y el pórtico de Valdediós. — Taller de Pravia. Fechado cerca del año 900. Formado por el grupo de Pravia. Por su talla y repertorio se puede relacionar con el de Oviedo/Braga, aunque son evidentes sus diferencias. Se puede admitir que el desarrollo del grupo de Oviedo/Braga vaya paralelo al de Pravia, aquel más antiguo (inicios de la segunda mitad del s. IX) y este más moderno (segunda mitad del s. IX o alrededor del año 900). El grupo de Lena (también considerado visigodo por estar reutilizado en una iglesia asturiana y por su relación formal con el grupo de Pravia, García de Castro 1995: 154-155) sería posterior, de pleno siglo X, dependiente del de Pravia; igual que los de Escalada y Hornija, aunque estos sin dependencia directa con los citados. La fecha más antigua atribuida a Bendones (791-842) y la más moderna de Salas (951) deben considerarse las extremas del grupo de Pravia, de no tener que corregirse acercándose a las dominantes en el resto del grupo (893-1006). Las características que he individualizado sobre la distribución del trabajo en los talleres decorativos y constructivos considerados no se deben generalizar como propias de toda la producción asturiana ni de la de los siglos IX y X, a pesar de que algunas presenten aparentes patrones repetitivos. Sólo el análisis de más edificios, en pie o de excavación, y la diferenciación de otras características permitirá en el futuro conseguir marcos generales. Como es lógico hemos de achacar a la conformación de la sociedad y del estado monárquico asturiano a lo largo del s. IX y sobre todo a partir de inicios del s. X la consolidación de estos talleres y las condiciones para su paralela apertura a modelos foráneos. De estos yo distingo los de procedencia omeya, pero a ellos probablemente se unen otros de distinta procedencia. La reacción contra la datación o la asimilación visigoda de esta decoración, «vaciando» el siglo VIII, debilita que uno de los componentes de estos talleres
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sea su derivación de los del s. VII. Sin embargo, se mantienen algunos «paralelos» aparentes (Caballero y otros 2010: 58-59; Caballero 1994-95: 340-342; además «palmetas bizantinas» en el taller de Lillo/ Tuñón). La diferencia y el paréntesis temporal obliga a plantear la hipótesis de que estas relaciones se comprendan como otro influjo externo más, del que podemos dudar su procedencia visigoda y considerarlo también influjo foráneo, omeya, de tierras meridionales, andalusíes. A 5.
Planta y estructura de la iglesia de Lillo antes y después de la inclusión de la tribuna
Si abstraemos la actual tribuna del edificio de Lillo resulta una sencilla planta basilical de tres naves. ¿Somos capaces de comprender sólo a partir de ella cómo era la iglesia del primer proyecto? Al incluirse la tribuna, ¿se transformó la iglesia en una estructura compleja como la que hoy se pretende a partir de los restos conservados (Arias 2008a: fig. 134-136; nuestra fig. 19B) o debemos pensar en una basílica a la que únicamente se añadió una especie de «torre» para el espacio del coro alto en su zona occidental? (algo similar a la primera solución de Aurelio de Llano 1917: fig. 44; nuestra fig. 19A). La reconstrucción que se hace hoy del edificio viene determinada por la suposición de que iglesia y tribuna son coetáneas y, por lo tanto, se replica el espacio de la tribuna conservado para imaginar el resto de la iglesia desparecida. Pero, sabiendo que pertenecen a proyectos distintos, o decimos que el alzado del primer proyecto respondía a una sencilla basílica de tres naves abovedadas en la que se incluyó una estructura distinta para tribuna o nos vemos obligados a asegurar que desconocemos cómo se relacionaba la planta del primer proyecto con su alzado final y si este era complejo. Lo más lógico es afirmar esto: es una suposición que la estructura en alzado del edificio se transformara imitando a la incluida de la nueva tribuna. Es posible que la estructura del resto del edificio, hoy perdida, se acomodara a una estructura basilical sencilla, mantenida sin necesidad de transformarse en la forma que ahora imaginamos. Desde luego es posible que los cambios efectuados en los pies de la iglesia se reflejaran en otros aspectos del edificio, pero esto lo desconocemos. Si la proporción vertical del edificio no permitía incluir la tribuna en su zona de pies no parece que, al contrario, fuera la tribuna una de las causas del alzado del resto de la iglesia. En resumen, segregar la planta del cuerpo de la tribuna plantea preguntar si también la estructura en
B Fig. 19. Restituciones de Lillo. A. Según Aurelio de Llano 1917: fig. 44; B. Según Arias 2008a: fig. 136.
alzado de cada proyecto era distinta y, por lo tanto, si la estructura superviviente de Lillo no corresponde al primer proyecto basilical sino sólo a la reforma necesaria para poder incluir la tribuna. Esta pregunta se relaciona con la duda sobre la relación de los muros de testero del actual remate oriental de la iglesia con la parte perdida de la iglesia, a la que ya hicimos referencia y que también observó García de Castro (arriba nota 12). También se complica la pregunta sobre la función de iglesia y tribuna al ampliarse a la función de la iglesia basilical del primer proyecto y a la causa de su repentino cambio. La tribuna incluida de Lillo pudo ser la primera que conocemos de los edificios eclesiásticos hispanos. La única excepción aparente es la de Es Cap des Port (Menorca, Palol 1982: 272-273; Godoy 1995: 172-174), en cuya iglesia tardoantigua se incluyó también en «un momento cronológico tardío en el conjunto del edificio»; y si aceptamos que las de Quintanilla de las Viñas (Burgos), basada en la estructura tripartita de su remate occidental (Schlunk y Hauschild 1978: 95, problemático; Caballero y Arce 1997: 264), y de S. Gião de Nazaré (Portugal; Ca-
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ballero y otros 2003: 77), no se deben considerar tardoantiguas sino altomedievales, como es mi parecer. De ser aí, éstas se acercarían y relacionarían mejor con los casos asturianos. La planta de la iglesia basilical, considerada así, obliga también a plantear si pertenece a una revolucionaria tipología constructiva de la época de Ordoño I o si en realidad se acerca o se asimila a los edificios abovedados de Alfonso III, como Valdediós.
6.
Los problemas de datación de los edificios y la contextualización de su epigrafía
Si la iglesia de Lillo no estuviera en relación con el edificio de Santa María del Naranco quizás no se dudaría en adscribirla a la época de Ramiro I, tal como indican algunas crónicas. Son las relaciones de las fuentes documentales con el Naranco, sus contradicciones y, sobre todo, las de la inscripción de su altar las que revierten sobre la iglesia de Lillo llevando incluso la argumentación al extremo de proponer el intercambio y la transformación de una por otra.41 En Pravia la información de las fuentes y de la inscripción de Silo margina las características de su cultura material y arrastra la datación de la iglesia. Cuando aflora la contradicción entre epigrafía y fuentes (de Silo, en el último cuarto del s. VIII) y forma arquitectónica y decoración (únicas, sincrónicas y datadas en el siglo X) se intenta una solución favorable a las fuentes que aboca a una solución ad hoc de dos momentos. Si diferenciamos los problemas, la datación de la iglesia y su decoración se adelanta a la de su contexto, a caballo entre fines del s. IX e inicios del X. Pero esta solución plantea encontrar una 41 Jorge Aragoneses 1953. García de Castro resume las fuentes y hace la exposición crítica de las propuestas, 1995: 115-116, 118-119, 474. Liño citada como construida por Ramiro I en las redacciones Albeldense (con palacios) y Silense de la Crónica de Alfonso III. No se cita en la Rotense. Aparece donada en el Testamentum de Ordoño I (857) y en el de Alfonso III y Jimena (905, con palacios). En la donación de Alfonso III y Jimena (908) se cita la villa con palacios, pero no la iglesia. Las contradicciones de las fuentes documentales sobre el Naranco las expone Camps Cazorla 1948. El problema lo provoca la noticia de la transformación del palacio en iglesia de la redacción Silense de la Crónica de Alfonso III, unido a la «extraordinaria rareza» de la información aportada por la inscripción sobre la construcción del altar por los reyes, sin consagración, y a su vez relacionada con la renovación de la morada «consumida por su mucha antigüedad». Solucionar esta «renovación de la vetusta morada» obliga a suponer que en realidad se trata de la construcción ex novo del palacio sobre la amortización de otro anterior desconocido. De lo contrario habría que aceptar, como se desprende de la exposición de Collins 1989: 17, que el actual palacio/iglesia de Santa María y la iglesia de Santa María de Ramiro I no fueran el mismo edificio.
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explicación a las fuentes, preguntando por la unidad de su epigrafía; por la autoría y el significado de la inscripción de Silo y su posible presencia y finalidad ¿espuria? en la iglesia del X; y por la manipulación de la votiva, la propia de su fundación. Los tres elementos definitorios de la iglesia de Pravia se han datado por la inscripción de Silo sin pararse a considerar la posible contradicción que presentaban con respecto a ella. La planta del edificio, su decoración y la propia inscripción laberíntica (si aceptamos su relación con los palíndromos de los Códices medievales42) encajan mejor con la producción de hacia 900 de la monarquía asturiana. No hay por qué pretender adelantar su cronología. Ambos no parecen hechos aislados. La opinión generalizada considera la inscripción consagratoria de los obispos de Valdediós coetánea con la iglesia donde se encuentra.43 Así Fernández Conde (1994: 213-248), plantea un traslado desde la iglesia a su «capilla» sureste externa. García de Castro (1995: 122-125, 129-130, 428-429, 433), aunque dubitativo, considera que existen dos momentos diferentes:44 primero la construcción de la iglesia y su consagración; y segundo, tiempo después, la pintura de iglesia y pórtico, la ocultación de las inscripciones de la iglesia y posible damnatio de una de ellas y la construcción del pórtico y de la habitación de la inscripción, «verosímilmente» por Alfonso III. Si no es lógico utilizar como único argumento para distanciar esta importante inscripción de la iglesia que la conserva la ausencia de referencias a su «comitente», su dedicación y, en su caso, al obispo de Oviedo,45 pues son ausencias llamativas sea cual sea la iglesia a la que perteneciera; tampoco es lógico utilizar como único argumento a favor de que su ubicación primaria fuera Valdediós su mera situación en ella. Aunque parezcan semejantes, son evidentes las diferencias entre la «capilla de los obispos» y el 42 Dirigimos de nuevo al trabajo de Gimeno y del Hoyo en este volumen. 43 Durante la redacción de este texto, acababa de realizarse el trabajo de campo en la iglesia de Valdediós. Posteriormente se decidió que su memoria y estudio final lo efectuase la Dra. M.a Á. Utrero. Lo que se dice aquí deberá corregirse de acuerdo con su juicio definitivo. Ver su texto publicado en este volumen. 44 El mismo autor (Id.: 427 y 432) sospecha que en Valdediós se pudo incluir el coro alto igual que en Valdediós, lo que supondría otro momento. Aunque nosotros, con la iglesia en estudio, consideramos que iglesia y coro son coetáneos por el remate de las pilastras de las arquerías y la inexistencia de indicios de adosamiento y cortes. 45 Seis de los siete obispos consagrantes pertenecen a la diócesis de Braga, excepto el de Zaragoza (Fernández Conde 1994: 219), lo que puede ser un indicio de la procedencia de la inscripción. ¿Se puede suponer que el obispo de Zaragoza se retirara en 893 a la zona de Braga en vez de a la de Oviedo?
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pórtico: distinta dirección de las bóvedas y mayor tamaño de la bóveda y el arco de ingreso de la «capilla», lo que supone un cambio notable en las condiciones técnicas de la obra, indicando otro tercer tiempo, aparentemente aún prerrománico, en la construcción de la iglesia. Además, la inscripción se encuentra segregada de la iglesia, colocada en un lugar diferenciado por más que privilegiado. La inscripción no aporta ninguna evidencia que la relacione directamente con el edificio. Pudo haber sido trasladada allí en un momento posterior, procedente de otro edificio y colocada, dada su importancia, en un espacio realizado en un tiempo relativamente alejado del de construcción de la iglesia y su pórtico; en un espacio dedicado a propósito para conservar lo que puede considerarse como una reliquia o una «antigüedad». Si fuera como proponemos, la fecha de 893 de la inscripción no serviría para datar la iglesia que podría ser tanto anterior como posterior a ella. Otro edificio citado en relación con la decoración de Pravia y cuya arquitectura se relaciona con el grupo del Naranco es la iglesia de Lena (García de Castro 1995; 154-155). Las placas que decoran su iconostasio o cancel están reutilizadas y por ello y por su carácter estilístico se suponen visigodas, arrastrando la comprensión del grupo decorativo en que se incluyen, Pravia, Bendones, Avilés y Priesca, como producciones visigóticas o estrechamente relacionadas. Se obvia de nuevo el análisis de las piezas decoradas que se acepta que son reutilizadas y que ellas, con el cancel alto a que pertenecen, se añadieron con posterioridad a la iglesia. Por lo tanto su cronología puede ser incluso posterior a la controvertida de la iglesia, lo que termina por no ser contradictorio con su estilo decorativo. Estos casos recuerdan el de la inscripción de Recesvinto, de 661, de la iglesia de S. Juan de Baños. En ella se basó la datación de la iglesia de la que a su vez depende buena parte de la decoración considerada visigoda. Pero el análisis contextual de la decoración y las características de la inscripción han permitido separar ambos elementos y abandonar el automatismo de la datación (Caballero y Feijoo 1998). Según del Hoyo (2006), la inscripción posiblemente fue grabada en época de repoblación sobre un texto conocido desde el s. VII, ya que su paleografía depende de manuscritos mozárabes de los siglos IX y X.
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A FINALES DEL SIGLO IX E INICIOS DEL X. ENTRE ASTURIANOS Y MOZÁRABES POR
MARÍA DE LOS ÁNGELES UTRERO AGUDO Instituto de Historia. CCHS. CSIC*
RESUMEN Las propuestas cronológicas e interpretativas así como la tipología arquitectónica relacionan las iglesias de San Salvador de Valdediós (Asturias), San Miguel de Escalada (León) y São Pedro de Lourosa (Coimbra), datadas en un momento comprendido entre finales del siglo IX e inicios del siglo X. Los resultados de los análisis arqueológicos realizados en cada una de ellas constituyen la base de este trabajo, el cual pretende afrontar el estudio de su construcción introduciendo reflexiones sobre la utilización y reutilización de los materiales constructivos y decorativos, las técnicas y recursos constructivos, el patronazgo y la circulación de los modelos arquitectónicos. ABSTRACT Chronological and interpretative proposals together with the architectural typology link the churches of Salvador de Valdediós (Asturias), San Miguel de Escalada (León) and São Pedro de Lourosa (Coimbra), dated to the end of the 9th century and beginnings of the 10th. The results of the archaeological analysis of these churches constitute the core of this work, which intends to face the study of their building process by introducing reflections on using and reusing building and sculptural materials, building techniques and resources, patronage and architectural models transfer. PALABRAS CLAVE: Asturiano, mozárabe, San Salvador de Valdediós, San Miguel de Escalada, São Pedro de Lourosa, análisis arqueológico, reutilización, técnica constructiva, patronazgo, modelo arquitectónico, taller. KEY WORDS: Asturian, Mozarabic, San Salvador de Valdediós, San Miguel de Escalada, São Pedro de Lourosa, archaeological analysis, reusing, building technique, patronage, architectural model, workshop.
* [email protected]. Investigadora contratada del programa Ramón y Cajal. Este trabajo se inscribe dentro del proyecto titulado «Análisis Arqueológico de la Arquitectura Altomedieval en Asturias: prospección, estratigrafía y cronotipología. HUM2007-61417/HIST», financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y dirigido por el investigador L. Caballero Zoreda (IH, CCHS-CSIC).
Arquitectura «asturiana» y «mozárabe»1 son presentados por la historiografía como dos grupos independientes entre sí, únicamente tangentes en un momento final del primero e inicial del segundo, siendo las postrimerías del siglo IX y comienzos del X y la ciudad de León sus puntos de confluencia. Es en este espacio temporal de media centuria donde se mueven las cronologías, principalmente provenientes de la documentación epigráfica y paleográfica, de un conjunto de edificios que por sus diferencias formales se clasifican como asturianos y mozárabes. De este modo, se presenta una arquitectura asturiana abovedada de plantas articuladas y arcos de medio punto (Valdediós 893), pero también unas primeras basílicas (Tuñón ca. 891;2 Gobiendes segunda mitad del IX-inicios del X;3 Priesca ca. 9214) con cabeceras abovedadas y amplias aulas con cubiertas de madera. Esta vaga descripción vale también para caracterizar a sus coetáneas «mozárabes», entre las que encontramos tanto estructuras cruciformes completamente abovedadas (Peñalba pre. 937, Palaz del Rey 931-51) como basilicales (Escalada ca. 913, Mazote pre. 916, Lourosa ca. 912, Bobastro).5 Este conjunto se distingue sin embargo por el uso del arco de herradura y de bóvedas gallonadas, elementos ausentes en el anterior. 1
Haciendo uso del término de Gómez Moreno (1919). Última propuesta cronológica en Caballero y Rodríguez (2010), fecha de la obra original discutida principalmente en p. 118-119. 3 Según la opinión más aceptada. Diferentes propuestas en Utrero (2006a, 458). 4 Fecha propuesta a partir de una inscripción desaparecida, cuya correcta datación no carece sin embargo de distintas interpretaciones. Recopiladas en García Álvarez y otros (2001, 304). 5 Sobre la cronología del grupo mozárabe, ver Utrero (2006a). 2
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Fig. 1. Plantas de las iglesias de Valdediós (Arias Páramo 1999), Escalada y Lourosa (Noack-Haley 1993).
¿Por qué estos edificios? Estas tres iglesias padecen unos síntomas comunes que las ponen en rela-
ción (Fig. 1). Las tres cuentan con una cronología aparentemente segura y cercana gracias a la conservación y noticia de distintas piezas epigráficas, las cuales situarían la construcción de Valdediós en el año 893, de Lourosa en el 912 y de Escalada en el 913, respectivamente. Sin embargo, de modo paralelo al ejemplo de la iglesia de Santianes de Pravia y la correspondiente inscripción del príncipe Silo (Caballero y Rodríguez 2010),7 estas piezas poseen su propia problemática e historia, por lo que debe replantearse su potencialidad como indicadores cronológicos. Aunque edificios y epígrafes se han entendido siempre como partes de una misma realidad constructiva, este hecho no puede afirmarse con rotundidad a la luz de la incierta contextualización de las piezas mencionadas. La basílica de San Salvador de Valdediós cuenta con una inscripción, ejecutada en mármol y conservada en la habitación sureste (conocida como «Capilla de los Obispos»), que menciona la consagración de un templo por siete obispos en el año 893 (Era 931).8 Esta fecha entraría por lo tanto dentro del
6 Análisis arqueológico de la iglesia de San Miguel de Escalada financiado por el Servicio de Restauración de la Junta de Castilla y León (dir.: L. Caballero; trabajo de campo: F. Arce, L. Caballero, C. Cauce, I. Licitra, F. J. Moreno, J. I. Murillo y M.ª Á. Utrero). Análisis arqueológico de la iglesia de São Pedro de Lourosa financiado por el Instituto de Patrimonio de Cultura Español, Ministerio de Cultura (dir.: M.ª Á. Utrero; trabajo de campo: F. Arce, P. Fernandes, F. J. Moreno, J. I. Murillo, M. Ramalho, M. L. Real, P. Santos, I. Sastre y M.ª Á. Utrero). Análisis arqueológico de la iglesia de San Salvador de Valdediós financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (dir.: L. Caballero, proyecto op.cit; trabajo de campo: F. Arce, L. Caballero, C. Cauce, F. J. Moreno, J. I. Murillo, V. Pica y M.ª Á. Utrero).
7 Textos de Caballero y Gimeno y Del Hoyo en este mismo foro. 8 Traducción de la inscripción según Diego Santos (1993, 204-205, inscripción nº 226): «Tu generosa piedad, Cristo Dios, resplandece en todas partes y tu generosa piedad salva muchas veces a los malvados. Esto afirman los hombres, las gentes aplauden por doquiera que des vida a lo apagado, esto afirman los hombres. Ponte a favor del pobre, perdona al bueno, haciendo caso omiso a sus méritos; con la clemencia que es tu fuerte, ponte a favor del pobre, es cierto que en mi interior entran en lucha las miserables flaquezas de mi mente, me hiere ciertamente mi punzante culpabilidad. Resplandezca ahora clemente tu gracia fructífera, que levante al decaído, y
Esta comparación simplificada permite establecer el marco en el que nos moveremos con la intención de preguntarnos, y tal vez responder, ¿cómo se entiende la convivencia de distintos modelos arquitectónicos y escultóricos coetáneos? Para llegar a una posible respuesta, intentaremos contestar primero otras previas, basándonos principalmente en ejemplos que conocemos detalladamente, con la intención de salir de este modo de las generalidades. San Miguel de Escalada (León), São Pedro de Lourosa (Coimbra) y San Salvador de Valdediós (Asturias), edificios a priori coetáneos y en los que hemos realizado distintos análisis arqueológicos,6 constituirán el núcleo de este trabajo y de sus conclusiones o, tal vez mejor dicho, reflexiones finales. 1.
EPIGRAFÍA, HISTORIOGRAFÍA Y CRONOLOGÍA. SÍNTOMAS COMUNES
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paréntesis del reinado de Alfonso III (866-910), figura no nombrada sin embargo en el texto, en el que únicamente se cita a los siete obispos responsables de la consagración del conjunto, estando ausente significativamente el de Oviedo.9 Su advocación a San Salvador tampoco se menciona aquí, sino en la inscripción tallada en el dintel de la puerta occidental.10 Fernández Conde 1994, 215) considera su traslado desde el interior de la iglesia a su ubicación actual,11 sin embargo cuesta creer que la pieza fuese movida sin motivo alguno a un lugar seudo-exterior y de anómala disposición (ocupando y ajustándose al hueco entre los dos contrafuertes meridionales de la cabecera), siendo más lógico pensar que procedía de otro lugar y que fue colocada aquí en el momento de construcción de la capilla sureste en la que se encuentra. Esta capilla, adosada tanto a los muros de la habitación meridional como de la cabecera, fue alzada en un segundo sino tercer momento, cuya cronología y, por lo tanto, de la colocación de la inscripción, queda por ahora en duda. De este modo, la datación de la iglesia en época de Alfonso III se basa en la presencia de la placa con una cruz tallada en la fachada occidental, situada sobre la ventana que ilumina la tribuna y la nave central, cuyo tipo (Cruz de la Victoria) correspondería al identificado generalmente con este monarca (Álvarez 2006, 14). En la basílica de San Miguel de Escalada, una inscripción, hoy perdida, pero copiada por Risco a finales del siglo XVIII, recoge la realización de un templo y de su posterior ampliación por el mismo abad Alfonso.12 Esta segunda obra la consagraría el que ella resplandezca ya. Asístame tu piedad alentadora, que nos asista la piedad, dándonos a todos la salvación bajo tu manto celestial. Fue consagrado este templo por sietes obispos: Rudesindo Dumiense, Naustis Conibrigense, Sisnando Iriense, Ranulfo Asturicense, Argimiro Lamecense, Recaredo Lucense, Elécanes Cesaraugustanense. En la era de DCCCXXXI, el día decimosexto de las Kldas. de octubre (16 de septiembre del 893 d.C.)». 9 Hecho que contrasta llamativamente con la propia Crónica de Alfonso III, donde únicamente se menciona, por el contrario, a un obispo, al traidor Oppas (Linehan 2001, 134). 10 Según Diego Santos (1993, 205, inscripción nº 227): «Salvador, éste sea santo templo bajo la advocación de tu nombre, que también sean de tu agrado todos estos dones que aquí te ofrecemos, pero quienquiera que intente quebrantar temerariamente mis votos, que sea privado de la luz, Cristo, y que la tierra lo trague a él en vida y que la mendicidad y la lepra hagan presa en su descendencia». 11 Rico Camps (2009, 28) considera que proviene de la fachada occidental. El análisis arqueológico de la basílica no documenta ni en el interior ni en la fachada oeste ningún hueco o posible unidad estratigráfica que pueda corresponder a la posición original de un epígrafe de este tamaño y forma. 12 Traducción según Gómez Moreno (1919, 141-142): «Este local, de antiguo dedicado en honor del arcángel Mi-
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obispo Genadio en el año 913 (Era 951).13 El hecho de que la pieza esté perdida, la convierte también en un elemento descontextualizado. Según Risco (1786, 411), la lápida se encontraba «fuera de la iglesia de San Miguel colocada sobre una puerta». Ignoramos cuál es la puerta a la que se refiere, si pertenecía a la propia iglesia o a alguna de las estancias monásticas, bien coetáneas, bien posteriores, que lo rodean.14 De hecho, el conjunto nos muestra hoy diversas piezas y epígrafes reutilizados en sus muros, como la placa de cancel, proveniente del hueco central del iconostasio del edificio y reutilizada como tímpano en el vano de acceso a la construcción meridional de origen románico (como ya anotó Gómez Moreno 1919, 159); o como las inscripciones colocadas a lo largo del muro sur de la basílica. En conclusión, son los criterios tipológicos y estilísticos los que fundamentan en realidad una datación del siglo X para la basílica de Escalada. Finalmente, la historia de São Pedro de Lourosa se inicia tradicionalmente en el epígrafe descontextualizado con data 912 (Era 950),15 hoy situado en el tímpano del arco occidental de entrada construido en las restauraciones de los años 30 del pasado siglo. Según distintos autores (Correia 1912, 12; Gómez guel y erigido en pequeño edificio, tras de caer en ruinas, permaneció largo tiempo derrotado, hasta que el abad Alfonso, viniendo con sus compañeros de Córdoba su patria, levantó la arruinada casa en tiempo del poderoso y serenísimo príncipe Alfonso. Creciendo el número de monjes, erigióse de nuevo este hermoso templo con admirable obra, ampliado por todas sus partes desde sus cimientos. Fueron concluidas estas obras en doce meses, no por imposición autoritaria ni oprimiendo al pueblo, sino por la vigilancia insistente del abad Alfonso y de los frades, cuando ya empuñaba el cetro del reino García con la reina Mumadona, en la era 951, y fue consagrado este templo por el obispo Jenadio a doce de calendas de diciembre». El abad Alfonso es también identificado por Arbeiter y Noack (1999, 262, Abb. 176) en un fragmento decorativo descontextualizado procedente de la iglesia, en el que reza «ADEFONSUS». 13 Sobre la historia de la pieza, ver Anedda 2004, Martínez Tejera 2004 y Bango 2008, con distintas opiniones. 14 Según Martínez Tejera (2004, 617), Menéndez Valdés ofrece una lectura de la inscripción en 1634 y señala que «un rótulo que está en una piedra de mármol de jaspe que cubre y el arco y la puerta de una panera que lleva Trianos en la segunda puerta como si entre en dicho claustro que es de la fundación del dicho monasterio con todo su adyacente iglesia y capillas…». Esto confirmaría que la pieza no se hallaba en una puerta de la iglesia, sino de alguna estancia adyacente. Según el mismo autor (Martínez Tejera 2004, 618), estaría en el tímpano de la puerta de acceso a la torre, ocupado por el cancel en época posterior a la descripción de Menéndez Valdés. El análisis arqueológico confirma que la reutilización del cancel forma parte de la obra románica, por lo que no pudo ser recolocado allí ulteriormente ni haber provocado el desplazamiento de la inscripción a otro lugar. 15 La primera lectura (Correia 1912, 10) la data en Era 910, año 872. Sobre la correcta lectura de la inscripción, ver Barroca (2000, 31-33).
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Moreno 1919, 103; Pessanha 1927, 51 y Barroca 2000, 31), cuando se iniciaron dichas labores, la inscripción se hallaba en la pared oeste de la nave. Unos la sitúan como dintel de la ventana geminada que iluminaría esta fachada, otros bajo ella, a la altura del suelo del coro barroco de madera adosado posteriormente. A diferencia de los ejemplos anteriores, la inscripción de Lourosa carece de cualquier texto adicional que permita aclarar si nos hallamos ante una fecha de fundación, consagración, reparación o cualquier otra posible actividad edilicia.16 Por lo tanto, contamos con una inscripción perdida (y por ello descontextualizada) en Escalada, con otra descontextualizada en Lourosa y con una tercera reubicada en Valdediós. Estas circunstancias adquieren además otra dimensión cuando al analizar los conjuntos a los que estas piezas pertenecen se obtienen secuencias que identifican sucesivas etapas constructivas en cada uno de ellos, lo que obliga a preguntarnos a cuál de ellas pertenece la inscripción en cuestión. Pero las analogías entre estas tres iglesias no acaban en la epigrafía. Lourosa y Escalada han sido captadas por una historiografía (Gómez Moreno 1919; Pérez de Urbel 1942, 188 y Schlunk 1974, 128, entre otros) que se ha encargado de subrayar el papel jugado por el clero como grupo constructor de los monasterios altomedievales a finales del siglo IX y comienzos del siguiente. En el caso de Lourosa, Noack-Haley (1993, 214) cita concretamente la presencia de constructores cordobeses en la zona (monasterio de Lorvão, a unos 32 km en línea recta), quienes habrían importado con ellos elementos andalusíes, principalmente de carácter decorativo. Esta idea es equivalente a la defendida para Escalada, en la que la mención a los monjes y al abad Alfonso venidos de Córdoba en la propia inscripción es el argumento fundamental para defender tal autoría, como, por otro lado, ocurre en otros conjuntos castellanos de la décima centuria, tema sobre el que volveremos más adelante.17 La pertenencia de ambos edificios a monasterios parece estar fuera de duda para la investigación. En la iglesia de Lourosa, la completa destrucción del yacimiento impide añadir datos materiales, aunque su disposición planimétrica, con un transepto con
accesos propios en su lado occidental y cerrado por un cancel alto, afirmaría su carácter monástico, según los criterios establecidos por Moreno Martín (2009) en su estudio sobre este tipo de ámbitos. En Escalada, las estructuras halladas en el lado exterior norte parecen pertenecer al conjunto monástico (San Román y Campomanes 2007, 14-22). Su orientación, así como su técnica constructiva se acoplan perfectamente a la primera basílica, como veremos, y dotan de significado a la puerta norte original que comunicaría el área del transepto con estas estancias anexas. La verdadera extensión del conjunto monástico se desconoce. Valdediós, como casi todas las iglesias asturianas, se ha vinculado a la esfera regia. Interpretada como parte de un conjunto palatino (Gómez Moreno 1919, 77) o monástico (García de Castro 1995, 430-431; revisión del debate en Álvarez 2006), tribuna oeste y pórtico sur han sido los principales argumentos materiales de la primera interpretación, siendo este último exclusivo de Valdediós. No encontramos, por el momento, en ninguna otra iglesia asturiana un espacio porticado anexo atribuible a época prerrománica. Respecto a su posible carácter monástico, a diferencia de los ejemplos previos, aunque el primer tramo oriental estuvo delimitado por un juego de canceles, a juzgar por las huellas de corte presentes en los correspondientes soportes de las arquerías, no cuenta con puertas de comunicación con el exterior. La puerta de la nave sur comunica el pórtico directamente con la tribuna. Mientras tanto, la puerta norte, situada en el tercer tramo y ahora tapiada, podría relacionarse con los restos de una estructura documentada en las excavaciones del lado exterior norte, en principio coetáneos a la basílica (Requejo y otros 1992, 185 y 187), y de varios pavimentos (Fernández Conde y Alonso 1992, 198). Carecemos sin embargo de suficientes argumentos para vincular e interpretar estos vestigios con mayor certeza hasta que no se proceda a una excavación de la zona en área. Esos canceles no sólo «controlan» el acceso al primer tramo, dentro del cual se delimita igualmente un coro (canceles en el ábside central y entre la nave central y las laterales), sino también a las cámaras laterales (cerradas con puertas), abiertas aquí en ambos lados del aula.18
16 Merece la pena recordar la cita de Gómez Moreno (1919, 104) sobre la pieza: «Si ella faltase, el fechar esta iglesia suscitaría controversias, pues quizá se buscasen argumentos para creerla goda;…». 17 Gómez Moreno suma los ejemplos de S. Martín de Castañeda (ca. 916) y el abad Juan (1919, 141 y 167-169) y del monasterio de Sahagún (ca. 904) y el abad Adefonso (1919, 107 y 202). También Bango (2008, 22).
18 La septentrional considerada thesaurum por Bango (1997, 113, de acuerdo a la inscripción tallada en el dintel de su puerta), siendo la meridional el posible sacrarium según García Álvarez (y otros 2001, 306), quienes observan idéntica disposición en San Salvador de Priesca (Villaviciosa). Este formato, fuera de su interpretación, se repite en otras tantas iglesias (San Julián de los Prados, Oviedo, por ejemplo).
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A diferencia de Escalada, no contamos con monjes documentados, pero en Valdediós se han identificado «elementos de indudable estirpe andaluza, y mozárabes por consiguiente» (Gómez Moreno 1919, 78). Tanto en la basílica original como en las adiciones posteriores hallamos elementos decorativos, cuyos arcos de herradura, alfices, merlones escalonados y motivos vegetales delatan una forma de hacer ajena a lo denominado «asturiano». Su génesis debe buscarse por ello en otro entorno. Autores como Gómez Moreno (1919, 78), Kingsley (1980, 158) o NoackHaley (1990, 37, capiteles) defienden la presencia de escultores de origen andalusí para su elaboración.
2.
¿CÓMO SE CONSTRUYERON ESTAS IGLESIAS? SECUENCIA Y CONSTRUCCIÓN
Una vez establecidos los puntos comunes y divergentes de estos tres edificios, intentaremos reconstruir su proceso de construcción. Los datos que se desprenden de su análisis son suficientemente significativos como para afirmar la presencia de distintos equipos especializados y experimentados en su ejecución, que introducen sin embargo nítidos cambios constructivos. Antes de entrar en su explicación, debemos advertir que, teniendo en cuenta lo arriba expuesto respecto al establecimiento de las dataciones de estos edificios, no hablaremos de cronologías absolutas, sino de etapas constructivas con el ánimo de establecer relaciones tecnológicas no sujetas a corsés cronológicos. Nos centraremos en la explicación de las etapas que consideramos prerrománicas (I-II), obviando las restantes, fuera ahora de nuestro interés. La obra primitiva de la iglesia de San Salvador de Valdediós (Valdediós I) comprende la cabecera, el aula, la tribuna occidental y las cámaras laterales. Todos estos espacios se hallan unidos por un zócalo perimetral continuo que, a primera vista, ya evidencia que estamos antes un proyecto unitario, con una planta modulada que contempla la ubicación exacta de los elementos arquitectónicos singulares que sirven a la estructura (Fig. 2). Nos encontramos ante una basílica elevada de forma homogénea y continua desde sus cimientos. Para acometer esta obra, se cuenta con un grupo de albañiles que construyen los muros de mampostería reforzados con esquinas y contrafuertes de sillarejo de arenisca. Los canteros proveen a los obreros de estos elementos semielaborados. Ellos son también los responsables de tallar los pilares interiores, los cuales incluyen basas, fustes monolíticos y
Fig. 2. Detalle de la fábrica de Valdediós I, esquina noreste de la cabecera y zócalo.
cimacios, así como las impostas de las bóvedas de toba. Basas y cimacios son en realidad la misma pieza, pero colocada de manera inversa. Todas estas piezas, como los sillarejos de las esquinas, carecen de ángulos rectos, siguiendo sus incisiones decorativas una dirección oblicua y quedando inacabadas aquellas superficies menos expuestas, como sucede en las basas de los pilares occidentales. Los fustes monolíticos muestran aún los marcos de talla en sus aristas, empleados como guías por lo canteros19 (Fig. 3). Los fustes y las basas de los soportes de las embocaduras son reutilizados y acoplados con capiteles de nueva factura en el central y también de aporte en los laterales. Por el contrario, la pareja de capiteles del arco del ábside central, la del arco del vestíbulo occidental exterior, las dos ventanas del ábside central, la de la fachada occidental y las ocho que iluminan la nave central son piezas nuevas, pudiendo haber sido talladas fuera del lugar de obra.20 19 Solamente la pareja de pilares orientales posee fustes compuestos de dos piezas, no monolíticos, aunque tienen también los marcos perimetrales. Aquí los biseles serían tallados una vez emplazadas las piezas. 20 Aunque creemos en su factura altomedieval, dejamos fuera de nuestra exposición los merlones escalonados situa-
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Para el alzado de los muros, se hace uso de andamios, cuyos mechinales podemos observar principalmente en los paramentos de sillarejo del hastial oriental marcando los bancos de obra, equivalentes a cuatro hiladas de sillarejo. Este hecho puede explicar la coincidencia del número de hiladas de las esquinas de un mismo paramento constatadas por Arias Páramo (2008, 341).21 Las hiladas ondulan o carecen de horizontalidad debido a la oblicuidad de las caras de los sillarejos, lo que llega a provocar la presencia de algunos codos para acoplarlos.22 Estos sillarejos se trazan con regla, pero no con escuadra, como delata la ausencia de ángulos rectos, y su acabado final se debe hacer a pie de obra o sobre el
andamio para facilitar así el ajuste de las caras de las sucesivas piezas (Caballero y Utrero 2005, 180). En los tramos de mampostería, la documentación de los huecos de obra es más difícil de distinguir debido a las distintas superficies de enfoscados y enlucidos históricos que los ocultan, como también ocurre al interior, pero su uso debió ser igualmente necesario. Sus bóvedas de toba23 no se refuerzan con fajones, a diferencia de las del pórtico. Las de las naves menores, en realidad dobles, contrarrestan a la central, y se ayudan, como las de las capillas laterales, de contrafuertes. La construcción se dota además de una serie de elementos de refuerzo destinados a servir a los abovedamientos reforzando los muros de soporte. Se emplean unas vigas de hierro situadas longitudinalmente bajo las impostas que separan bóvedas y muros del espacio tripartito de entrada, descargando así los arcos que se abren bajo ellos. Según Fernández Menéndez (1919, 86), estas vigas también estaban en los ábsides,24 cuyos muros están hoy ocultos bajos superficies posteriores. Parecen disponerse en pareja, siendo visibles en ambos lados del mismo muro. Estos elementos de refuerzo no son ajenos a la tardoantigüedad y al altomedievo occidental (Wilcox 1981), peninsular (Utrero 2006b) y, más concretamente, asturiano (Foncalada, Alfonso III, grapas para unir sillares, Ríos 1999, 265; entramados de madera documentados en Santo Adriano de Tuñón, Caballero y Rodríguez 2010, 113-117), aunque debemos subrayar que la singularidad de Valdediós reside en el empleo del hierro, característica para la cual carecemos de paralelos. Esta obra original se cubría al exterior con un enfoscado de tono claro que ocultaba todos los lienzos de mampostería, dejando vistos solamente el testero oriental, las esquinas, los contrafuertes y las ventanas, es decir, aquellos puntos de la obra ejecutados en sillarejo. De este modo, se ocultan los recursos constructivos citados y se impermeabiliza la fábrica de mampostería, pero también se le otorga un aspecto dignificado u homogenizado, haciéndola al mismo tiempo visible.25
dos sobre la lima del tejado de la nave central, pues su recolocación a lo largo del tiempo debido a las sucesivas reformas de las cubiertas nos impide confirmar su pertenencia a una u otra etapa. 21 Arias Páramo (2008, 342) nota también la correspondencia de la medida de cantería con la empleada a nivel arquitectónico, concluyendo la plena unidad y organización del trabajo del taller constructivo que diseñó el proyecto y edificó la iglesia. 22 Tanto Kingsley (1980, 157) como Azkarate (1995, 208) afirman la reutilización de los sillarejos de la fachada, pero no vemos indicios de ello.
23 Material extraído posiblemente en el cercano valle de Arbazal (Requejo y otros 1992, 179), donde se alza en el mismo material la pequeña iglesia de Santa María. 24 Schlunk (1947, 379) observa su presencia claramente en el vestíbulo de entrada y sugiere que estarían en todas las bóvedas de la basílica. 25 Como afirman Fernández y Galván (2008) para arquitecturas similares. Estos mismos autores (2008, 57) hablan de acabados polícromos en los exteriores de San Julián de los Prados (Oviedo) y Santiago de Peñalba (León). Aquí no contamos con datos que revelen una posible policromía.
Fig. 3. Detalle del lado sur del pilar oriental de la arquería norte y de la columna de embocadura del ábside central de Valdediós I.
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Nada que ver tiene esta obra con la del pórtico (Valdediós II), añadido en un segundo momento y donde la sillería, de arenisca tanto la decorativa como la constructiva, es la protagonista (Fig. 4). El empleo de sillares implica un cambio significativo en la relación albañil-cantero, figura esta última que ahora pasa a ser el auténtico artífice o constructor del muro. El cantero talla las piezas y las ajusta progresivamente. El uso de la escuadra para trazar los sillares permite obtener unas piezas regulares en forma y altura que ya no requieren para su colocación de los ajustes (codos, sinuosidades) de la primera obra. La labor del albañil se concentra en colocar el material tallado por el cantero y en realizar la bóveda de ladrillo y sus arcos fajones. No solo el empleo de sillería y de una bóveda de ladrillo reforzada con arcos fajones distingue esta segunda obra de la primera, sino también la introducción exclusiva de elementos decorativos tallados ex novo, desapareciendo los componentes reutilizados de la etapa previa. Capiteles, semi-fustes, basas y celosías26 son piezas estandarizadas y molduradas, diseñadas específicamente para el proyecto de construcción del pórtico. Estos caracteres permiten afirmar que no se requiere la presencia en la obra de escultores, cuya labor puede desarrollarse en un taller o, mejor dicho, fuera de la obra, siempre y cuando conociesen las dimensiones exactas de las piezas a realizar. Una vez que se construye el pórtico, se pinta tanto su interior como, posiblemente, el de la basílica, donde las pinturas cubren las inscripciones de los dinteles de las ventanas de la cabecera (como ya menciona García de Castro 1995, 428). No tenemos relación directa entre la pintura del interior basilical y del pórtico, pero estilísticamente parecen responder al mismo momento. Solo entonces parece que Valdediós se da por terminado, lo que abriga la posibilidad de que entre la construcción de la basílica primitiva y la del pórtico meridional no transcurra mucho tiempo, pudiendo en realidad tratarse de dos obras inmediatas. Otra cuestión es la denominada «Capilla de los Obispos», carente de pintura y con sus propios elementos distintivos (eje perpendicular, bóveda de ladrillo, algunos de estos tal vez reutilizados, sin arcos fajones) que parecen reflejar un tercer momento. Una secuencia y tecnología similar constatamos en Escalada. La primera basílica (Escalada I) comprende aula y cabecera y se erige en mampostería 26 De las cuatro originales, la oeste in situ y otra depositada en el Museo de Oviedo (Escortell 1996, Fig. 97).
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Fig. 4. Detalle de la fábrica de Valdediós II, muro oeste del pórtico.
con sillarejo de refuerzo en sus esquinas y jambas. Aquí, tanto la mampostería como el sillarejo tienen una procedencia heterogénea (pudinga, calizas, tobas) y son elaborados de una manera más tosca, llegando las esquinas a adoptar grandes tamaños por haber sido apenas desvastadas (Fig. 5). Las hiladas de mampostería se siguen con dificultad y las superficies se pierden bajo las numerosas restauraciones, enfoscados y «cementados» de los muros. Como en Valdediós, los muros se protegieron con un enfoscado, aquí de composición terrosa, y respetuoso con las esquinas. Los canteros trabajan en el interior del edificio, tallando los arcos de las arquerías de división de las naves y del transepto, del denominado iconostasio, de las embocaduras de los ábsides y de las dovelas de las bóvedas de la cabecera, de las cuales sólo podemos ver la central. Todos estos elementos se elaboran, a diferencia de los exteriores, en una piedra caliza muy fina tallada con notable precisión y ajustándose con finas juntas apenas perceptibles. Los arcos presentan una superficie pulida que recuerda la calidad del estuco empleado en sus frisos, fruto de haber sido cuidadosamente acabados, a diferencia de los muros, cuyas caras muestran las huellas de las
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Fig. 5. Detalle de la fábrica de Escalada I en la fachada oeste.
herramientas (¿cincel de filo cóncavo?)27 (Fig. 6). Sus impostas no son piezas singulares, sino talladas in situ aprovechando la parte alta de las jambas y el salmer del arco. La decoración del edificio la realizan dos grupos: uno formado por escultores, quienes tallan los capiteles, las placas de canceles, las mesas de altar, parte de los frisos (bóveda central) y los modillones28 que sujetan las cubiertas; y otro por estucadores, quienes realizan los frisos del aula y del iconostasis.29 Únicamente los frisos curvos, conservados en el ábside central, son ejecutados en piedra. La continuidad en 27 Diferencia en el tratamiento de las superficies que también se aprecia en San Millán de Suso (La Rioja; Caballero y Utrero 2005, 180-181). 28 Al realizar las obras de restauración de Escalada a finales del siglo XIX, el arquitecto J. Bautista de Lázaro halló tres modillones de madera decorados con los mismos motivos que los pétreos conservados. De los tres, sólo se conserva uno en el Museo de León. Arbeiter y Noack (1999, 266) consideran que los modillones de piedra se situarían en las esquinas y los de madera a lo largo de los muros longitudinales de las naves, pero la descontextualización de estas piezas impide aseverar tal hipótesis. 29 Schlunk (1974, 129) da una longitud aproximada total de los frisos de 25 m y apunta que cuatro son de piedra y el que está sobre el iconostasis es de estuco.
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piezas contiguas de sus motivos decorativos certifica su talla in situ. La relación de todos estos elementos permite ordenar el proceso constructivo. La caja perimetral del aula, la cabecera y las arquerías se alzarían de modo coetáneo. Los pilares orientales actúan como distribuidores, siendo unitarios en sus cuatro lados y habiendo sido tallados in situ para dotarles de su homogénea planta cruciforme. Los arcos que dividen el transepto, continuadores de las arquerías del aula, se montan sobre el pilar unitario con la cabecera en su lado este y sobre el cruciforme citado en el oeste. En un tercer momento se alzan el iconostasis y los arcos transversales que unen arquerías y muros perimetrales. Los arranques de ambos son de nuevo los propios pilares cruciformes, adosándose el desarrollo de sus respectivos arcos a las arquerías (Fig. 6). Como en Valdediós, la basílica primitiva combina piezas reutilizadas de origen romano (basas, fustes y parte de los capiteles y cimacios del aula, sin apenas reelaboración) con otras talladas ex profeso para la obra (Fig. 7). El formato de algunas piezas exige un acabado final en obra, como ocurre con las seudocolumnas de la embocadura del ábside central, los citados pilares cruciformes y las secciones gallonadas de las bóvedas, al menos de la central, la única visible y, seguramente, la única original. La basílica presenta también dos vigas de madera en los hastiales oeste y este, en los tramos correspondientes a la nave central, así como sobre el iconostasio de la misma nave.30 Las primeras aportaban flexibilidad a los muros en su zona central. La segunda no parece responder a un fin tectónico, pues no contribuye a una mayor trabazón de las arquerías31 ni tiene el cometido de descargar a los arcos del iconostasis de un peso superior, por lo que ignoramos su verdadera finalidad. En duda ponemos por ahora el alzado de la nave central. Su fábrica en ladrillo es una diferencia importante respecto al resto de la obra, carente de este material. El hecho de que esté aislado estratigráficamente, pues sus las esquinas de sus muros longitudinales han sido cortadas por las restauraciones de sillería del siglo XIX (las mismas que reutilizan los 30 Los discos de plomo entre basas, fustes y capiteles de las arquerías interiores y del pórtico fueron insertados por Menéndez Pidal cuando restaura el edificio. Erróneamente considerados originales por Utrero (2006b, 3434). 31 Una segunda viga cruzaba la nave central situándose justo delante del iconostasis. Presente en las fotografías de Gómez Moreno (1919, Lámina XLI), fue desmontada en las restauraciones de la segunda mitad del siglo XX y sellados los correspondientes huecos en los muros de las arquerías, siendo estos hoy el único indicio de su existencia.
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Fig. 6. Detalle de cara norte de la arquería septentrional de Escalada I y su encuentro con el arco transversal y el iconostasis.
Fig. 7. Cara sur del pilar cruciforme meridional de Escalada I, donde se observa el capitel nuevo en la arquería, la imposta romana reutilizada en el arco transversal y la imposta tallada aprovechando jamba y salmer del arco longitudinal del transepto.
modillones de rollo), y estén ocultos al interior por el enfoscado, dificulta notablemente su ordenación. En principio, la factura en ladrillo, los frisos de dien-
tes de lobo y su aparente unidad con el artesonado (no posterior al siglo XIV, según Gómez Moreno 1919, 152), junto a su carácter de único en el altomedievo
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Fig. 8. Detalle de la fábrica de Escalada II, muro oeste del pórtico.
hispano (constituye tipo en sí mismo), nos hace pensar que se trata de una reforma tardomedieval. En una etapa o etapas posteriores, pues no podemos relacionarlas directamente, se reforma la cabecera de la basílica y se añade el pórtico (Escalada II). Como en Valdediós, estas obras se ajustan a un nuevo lenguaje. Ambas se alzan exclusivamente en sillería y se decoran con piezas nuevas (frisos tallados in situ en la cabecera; capiteles, cimacios y ventana en el pórtico). La obra de la cabecera32 quedó inacabada, como delata el hecho de que únicamente se llegasen a forrar el ábside sur y el central y que los frisos dentados tallados en piedra del mayor quedasen inacabados, del mismo modo que lo están los modillones, con las trazas para su talla antes de ser colocados, pero sin ella. En el pórtico, a pesar de lo reducido de su muro occidental, se emplea un andamio cuyas agujas aprovechan las alturas de las hiladas para su alzado (Fig. 8). Aunque basas y columnas vuelven a ser reutilizadas, no lo son los capiteles 32 Atribuida al siglo XII por Gómez Moreno (1919, 149), pues, en su opinión, se unificaba con la torre meridional de esa misma época. Arbeiter y Noack (1999, 267) lo ponen en duda, así como que también pertenezca a una reforma inmediata del edificio.
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y cimacios, de nueva factura y distinto tipo que los interiores (talla a bisel con trepanaciones puntuales, ábaco articulado, collarino de doble sogueado),33 así como la ventana geminada del muro occidental. Estas piezas son de taller y exigen, como la sillería de sus paramentos, el funcionamiento de una cantera. Entre ambas obras, cabecera y pórtico, existe una pequeña diferencia en su aparejo, siendo las hiladas de la primera más altas y sus sillares más cuadrados (tendentes a tizones), frente a las hiladas bajas y los sillares alargados del muro oeste del pórtico. Teniendo en cuenta esta diferencia tipológica y el hecho de que no haya una relación directa entre ellas, consideramos más oportuno su diferenciación.34 En la iglesia portuguesa de Lourosa, el análisis debía retar a unas restauraciones contemporáneas, las cuales se traducen literalmente en una gran laguna estratigráfica que impide la relación directa de gran parte de los elementos que componen el edificio. Los alzados del transepto, cabecera y aula no tienen más de ocho décadas de antigüedad y ni la cabecera ni el nártex conservan elemento alguno previo al siglo XX (Fig. 9). De la iglesia primitiva (Lourosa I) únicamente conservamos los pilares cruciformes del aula, los arcos de herradura que separan el transepto de las naves y los pilares orientales y occidentales de las arquerías. Esta obra se caracteriza por ejecutarse en una fábrica de única hoja que reutiliza sillería de granito, posiblemente romana, trabada con argamasa y abundantes cuñas (Fig. 10). Los restos parecen revelar una basílica con aula de tres naves y transepto, quedando la morfología de la cabecera tripartita en el campo de la hipótesis.35 Ante lo exiguo de estos restos, no podemos confirmar si hubo una ruina o un cambio de otro carácter, pero lo que sí se aprecia es la realización de una segunda obra (Lourosa II) en una técnica completamente diferente a la previa. Ahora la fábrica emplea sillería nueva para construir muros de dos hojas mediante el uso de andamios convenientemente co33 Consideramos originales los capiteles que sustentan los siete arcos occidentales del pórtico, dado que los restantes pertenecen a otro momento de refacción del pórtico, cuya parte oriental se adosa a la denominada capilla románica, siendo, por lo tanto, no anterior al siglo XII. Estos capiteles están reutilizados, lo que explica su heterogeneidad y diferencia frente al primer grupo, como ha señalado Domingo (2009, capitel 8 y tipos B y C), quien los considera sin embargo productos de un mismo taller, casi coetáneos a los del interior de la basílica. 34 Dodds (1990, 145-146, n. 4) incluye ambas obras como parte de la misma renovación del edificio. 35 Distintas propuestas recogidas en Utrero (2009).
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Fig. 9. Planta de la iglesia de Lourosa previa a su restauración (DGEMN 1949). Comparar con la planta actual, Fig. 1.
locados, como evidencian los mechinales en los ángulos inferiores de los sillares de la misma hilada. La horizontalidad y la ausencia de ajustes definen la nueva obra. Los arcos, de marcada herradura, se acaban de tallar una vez que se han colocado sus dovelas: se realiza un marco-guía para tallar posteriormente la parte central de la cara, como muestran las superficies inacabadas de algunos de los arcos, siem-
pre situadas en los lados menos visibles de las naves laterales (Fig. 11). Frente a los ejemplos anteriores, Lourosa, o lo que nos resta de ella, carece ahora de escultura decorativa y arquitectónica. Piezas dispersas, documentadas en los años 30 y ahora en gran parte perdidas, muestran un conjunto heterogéneo formado por elementos de procedencia romana (cornisas y aras) y otros de
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Fig. 10. Detalle de la fábrica de Lourosa I, cara norte del pilar de la arquería meridional.
Fig. 11. Detalle de la cara sur de la talla de los arcos de la arquería meridional de Lourosa II.
factura altomedieval, entre los que destacan fragmentos de ventanas con arcos de herradura, algunas con dobles marcos, así como un friso de gran volumen (conservado) con los mismos motivos de arcos de herradura ciegos. Como en el caso de la inscripción, su descontextualización forma parte de nuestro desconocimiento. Los únicos elementos in situ (basas, fustes y capiteles) son reutilizados de origen romano.36
Construcciones, constructores y patronos. Como ya hemos mencionado, la relevancia de la Crónica de Alfonso III y el carácter monumental de los conjuntos asturianos conservados han sido las bases fundamentales para convertir a la monarquía asturiana en el gran promotor de esta arquitectura (Linehan 2001, 134, rechaza a los obispos; y Ruiz de la Peña 2002, 186-187). Esta postura ha establecido una estrecha relación construcción-cronología-monarca, criticada ya por Collins (1989) o García de Castro (1995), entre otros, dada la notable intencionalidad de las fuentes correspondientes. Este panorama comienza a cambiar gracias a los recientes trabajos llevados a cabo en el territorio asturiano. El número creciente de edificios y restos documentados amplia y, al mismo tiempo, rompe los límites del grupo «monumental» de arquitectura, diversificando su tradicional tipología. Edificios hallados en excavación como San Vicente de Serrapio (Aller, inscripción 884, Requejo 1995) y San Juan de Riomera (Santibañez de la Fuente, Collanzo, ss. IXX, Arias Páramo 2007, 633-640) o en trabajos de
3.
¿QUÉ SIGNIFICAN ESTAS SECUENCIAS?
Estos resultados plantean, en nuestra opinión, varios aspectos en torno a la construcción de los conjuntos eclesiásticos a finales del siglo IX e inicios del X. Nos centraremos en aquellos que, a nuestro modo de ver, pueden plantear reflexiones que afectan no sólo a los tres edificios aquí tratados, sino al conjunto de arquitectura eclesiástica datable en el periodo indicado. 36
Catalogados y estudiados por Fernandes (2008).
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restauración como San Andrés de Bedriñana (Villaviciosa, finales del s. IX, Ruiz Fernández 200737) acompañan a la conocida iglesia de Santa María de Arbazal (Villaviciosa, a tan solo 900 m en línea recta de Valdediós) tanto en su forma (nave única rectangular y ábside cuadrado) como en su vaga cronología (amplio abanico ss. VIII-X). Estos conjuntos se distancian tanto del carácter monumental al que nos tiene acostumbrado el conjunto de arquitectura asturiana como del patrocinio regio, como demuestra su ausencia en las fuentes y, por ello, su incertidumbre cronológica. Estas iglesias amplían un paisaje edilicio hasta ahora limitado,38 cuyo patronazgo responde a distintas situaciones. Según García Álvarez (y otros 2001, 293), parece constatarse la fundación de iglesias propias por parte de laicos en sus propiedades (documentación), de presbíteros (inscripción de San Vicente de Serrapio, 89439 y de San Juan de Llamas, 94040) y de monarcas (inscripciones de San Martín de Salas, Adefonsus confessus, 951;41 Santa Eulalia del Valle, 951;42 Santa Eulalia de Baones, 99343), estas últimas ya dentro de la segunda mitad del siglo X.44 Valde37 Inscripción con fecha 1023 situada en San Salvador de Fuentes atribuida a esta iglesia (Arias Páramo 2007). 38 Fernández Conde (2007, 58) documenta a partir de fuentes arqueológicas, epigráficas y documentales casi un centenar de iglesias que pueden datarse entre los siglos VIII y X, de las cuales conservamos apenas una veintena en alzado. 39 Según Diego Santos (1993, 188), inscripción n.º 198: «Hizo la iglesia el presbítero Gagio. Fue hecha a mediados del mes de julio, en la era de DCCCCXXXII (894 d.C.). La hizo Melito». 40 Según Diego Santos (1993, 187), inscripción n.º 197: «Hizo la iglesia el presbítero Juan, en la era de DCCCCLXXVIII (940 d.C.)». También en García de Castro (1995) y Arias Páramo (2007, vol. II, 475). 41 Según Arias Páramo (1998, 11 y 16-21), es un presbítero de estirpe regia (Adefonso Froilaz, hijo de Fruela II; id. Diego Santos 1993, 162-168, inscripciones nº 158-169), a quien también atribuye la construcción de Santa Eulalia del Valle (Carreño) en el 951, mismo año en el que reedifica San Martín de Salas. Según Gómez Moreno (1919, 88-89), es un monje. 42 Según Diego Santos (1993, 196), inscripción n.º 214: «En honor de San Pedro y San Pablo apóstoles. En el altar están guardadas las reliquias de San Tirso, Santa Ágata, Santa Pelaya, Santa Marina virgen, en el templo que edificó Alfonso, hijo del príncipe Fruela, en la era de DCCCCLXXXVIIII (951 d.C.)». También recogida por Arias Páramo (2007, vol. II, 617). 43 Arias Páramo (2007, vol. II, 469; según Diego Santos 1993, 198, inscripción n.º 216): «En el nombre del señor fue consagrado este templo … por don Gudesteo, obispo, por mandato del príncipe Bermudo, hijo de Ordoño, en las nonas de febrero (5 de febrero), de la era de mil treinta y uno (993 d.C.). Aquí están guardadas las siguientes reliquias: de la cruz del Señor…». 44 A ellas se pueden sumar la mención a la restauración del templo de Siero (Argüelles) por un sacerdote. Según Diego Santos (1993, 200, inscripción n.º 219): «En nombre de nues-
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diós nos demuestra que no es únicamente la técnica de mampostería el síntoma de un mayor o menor prestigio o «ruralismo» de estos edificios, sino la ausencia y presencia conjunta de otros elementos y caracteres arquitectónicos. Dimensiones, decoraciones (tanto esculpidas, estucadas como pintadas) y recursos constructivos adicionales deben tomarse en cuenta. La elección de cubiertas abovedadas supone además una innovación y un riesgo que modifica totalmente la concepción del edificio, cuyos elementos constructivos deben reordenarse a la vez que dar paso a otros nuevos para servir a las bóvedas (Utrero 2006a).45 Valdediós es claro ejemplo de todo ello. Si es regia o aristocrática, se escapa de los límites de conocimiento de la arqueología, pero su realización sólo puede entenderse gracias a un patrón capaz de financiar una construcción compleja estructural y tecnológicamente así como ricamente decorada. El análisis de Escalada también nos lleva a revisar el planteamiento que adjudica a los monjes su autoría. Como afirma Mínguez (2007, 61), «ni doce monjes son capaces de construir un monasterio y, mucho menos, un monasterio se construye en doce meses». Es más, parece también cuestionable tanto el origen cordobés como el contenido relativo a la duración de las obras y al papel de los monjes, tratándose de documentos de escasa fiabilidad al respecto que parecen repetir fórmulas literarias.46 Como ya hemos adelantado, el estudio demuestra cómo tiene lugar una organización de las cuadrillas que trabajan coetáneamente en el edificio, desempeñando cada una de ellas funciones específicas: una, compuesta por albañiles, realiza los muros perimetrales de mampostería y sillarejo; otra de canteros construye los interiores de sillería; y una tercera tro Señor Jesucristo, en la era DCCCCLXXXVIIII (951 d.C.), restauró el sacerdote Domingo esta iglesia. Vosotros, sacerdotes, así como todo el pueblo rogad por mí». 45 Por los mismos motivos, es un elemento de prestigio, a la par que su mantenimiento es más económico que el de una cubierta de madera. 46 Mínguez (2007, 61-62) cita en la misma línea los ejemplos del abad Alfonso y San Miguel de Escalada (ca. 912) y del abad Iohannes y San Martín de Castañeda (ca. 916). Rodríguez Suárez (2008), por el contrario, acepta su conexión con las inscripciones de San Pedro de Montes (ca. 919) y la citada de San Martín de Castañeda (ca. 921), entendiéndolas dentro de un mismo fenómeno de repoblación de patronazgo regio y siendo las tres fruto de un mismo formulario. Todas ellas tienen en común un carácter propagandístico que pretende ensalzar la antigüedad del lugar, la humildad de la obra previa y su relación con la monarquía, como ha puesto de manifiesto Miguel Hernández (2010, 36-37), quien acepta (Id. 27) que la inscripción de Castañeda es una copia de la de Escalada, como ya había afirmado Gómez Moreno (1919, 169). Este ejemplo reduce el tiempo de construcción del monasterio de Castañeda a cinco meses y no menciona al obispo.
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decora el edificio. Esta última, como hemos señalado, se compone de escultores y estucadores. Contamos por lo tanto con distintos oficios que se organizan de acuerdo al producto construido y decorativo requerido.47 Teniendo en cuenta estos datos, es más sensato pensar que los citados monjes, bajo la orden del abad, fueran en realidad los encargados de poner en marcha la obra, organizar la construcción, buscar arquitectos, constructores y decoradores e, incluso, financiación, pero no que fueran sus artífices. En el caso de Lourosa, pocos datos podemos aportar al respecto en este punto. Las referencias halladas por Aillet (2004, 37-40) sobre la llegada de constructores a la zona se remiten a finales del siglo X,48 por lo tanto, con bastante posterioridad a la única e incierta fecha del año 912 que se ha barajado para la iglesia primitiva. Construcción y reutilización. Las primeras etapas de estos conjuntos se caracterizan por alzarse en sillarejo y emplear material de dos procedencias, nuevo y reutilizado, tanto en sus muros como en sus elementos singulares.49 Su combinación hace necesaria la presencia de canteros en cualquiera de los casos, tanto para reelaborar el material antiguo como para tallar el nuevo. El retalle de la inscripción romana reempleada como cimacio en la arquería norte de Escalada o de sus fustes así como los de Lourosa y Valdediós, por ejemplo, requieren su actuación. Todos estos aspectos nos conducen a pensar que el fenómeno de la reutilización no debe interpretarse como reflejo de un contexto económico y productivo precario, sino como evidencia de una economía o dosificación de esfuerzos,50 que no de medios. Estos ejemplos demuestran cómo hay canteras abiertas y, por lo tanto, canteros que extraen y 47 En contra de la opinión de Mínguez (2007, 51): «artesanos rurales con escasos medios financieros, con conocimientos elementales de las técnicas constructivas y con un instrumental rudimentario. No utilizan otras técnicas de construcción que las que aquellos han venido empleando heredadas de la tradición romano-visigoda». 48 Recoge la llegada a Lorvão, bajo auspicio del abad Primus (966-985), de un maestro de obra llamado Zacarías, constructor de puentes y molinos. 49 En todos ellos parece haber un yacimiento romano cercano del que procederían parte de los materiales reutilizados: ciudad de Bobadela-Lourosa, villa de Boides-Valdediós, ciudad de Lancia-Escalada. En el primer caso, Fernandes (2008, 259-260) acepta la analogía de las piezas reutilizadas de Lourosa con las conservadas en Bobadela, pero considera sin embargo que no proceden de allí y que manifiestan la existencia de un centro religioso romano en la propia Lourosa, hipótesis por probar. 50 Opinión contraria a la de identificar la reutilización como supervivencia de una arquitectura que se recrea en sí misma (Martínez Tejera 2003, 51).
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tallan la piedra, pero también cómo determinadas piezas son extraídas de otras construcciones y reelaboradas por los mismos. Al hilo del fenómeno de reutilización, es curioso constatar, por ejemplo, que en ninguno de los tres edificios haya fustes de columnas nuevos, siendo todos ellos de acarreo.51 Parece que no hay canteros con conocimiento, o instrumental necesario, para elaborar este tipo de piezas. Allí donde se ven forzados a realizarlos, tanto en la embocadura central de Escalada como de Lourosa (aquí reubicados en la restauración del siglo XX), el resultado es un fuste tosco, en realidad falso, al tratarse en ambos casos de sillares parcialmente tallados que insinúan fuste y jamba en una misma pieza.52 Estas evidencias parecen demostrar que los elementos reutilizados singulares suplen las carencias de los talleres que trabajan en el edificio, pero también que ayudan a administrar esfuerzos. En la propia Escalada, mientras el arco transversal meridional (Fig. 7) se asienta sobre una imposta que reutiliza una pieza romana fragmentada en dos, el parejo septentrional lo hace sobre una imposta tallada para tal efecto. Esto parece demostrar que la presencia de talleres puede tal vez implicar la reducción el empleo de materiales reutilizados, pero no significa su desaparición, sino su adecuado empleo.53 Es por tanto, no la simple reutilización, sino la reelaboración del material junto a la realización de otro ex novo, el cual precisa del funcionamiento de canteras y, por supuesto, del trabajo de los canteros, lo que en realidad evidencia la puesta en marcha de recursos edilicios extraordinarios. Construcción, técnica y recursos. La planificación de estas construcciones así como su ejecución demandan la presencia de un director de obra que asegure los recursos materiales (aprovisionamiento y transporte) y humanos (constructores, canteros, es51 Afirmación que creo puede extenderse a todos los ejemplos asturianos y considerados mozárabes. 52 Gómez Moreno (1919, 146) describe las de Escalada como jambas con fustes incorporados y las compara con las de «Melque y Asturias». 53 Tampoco debemos olvidar que las segundas etapas pueden estar reutilizando material antiguo y que la esmerada labor de talla del cantero, que ya sí elabora sillería y utiliza la escuadra, siendo por lo tanto más diestro que los anteriores, haya borrado cualquier huella de la reutilización del material (Caballero y Utrero 2005, 175). Tanto en Escalada como en Valdediós (aquí ya anotado por García de Castro 2007, 113) los capiteles reutilizados se relegan a las embocaduras de los ábsides laterales, empleando los nuevos en el central. Pero a parte de este hecho, no somos capaces de concluir un patrón de reutilización de las piezas de acuerdo a significado simbólico de su uso.
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cultores…) necesarios para la puesta en marcha del proyecto constructivo. El producto final es claro reflejo de este proceso. En Escalada y en Valdediós, las diferencias entre sus dos etapas no son únicamente formales. También lo son la organización de las cuadrillas mencionadas y de la producción de sus elementos. Los protagonistas son los mismos (albañiles, canteros, decoradores), pero su organización es diferente. En la primera obra (basílicas), escultura y construcción están estrechamente unidas, trabajando al tiempo albañiles, canteros y escultores, quienes tallan nuevas piezas decorativas y retallan las reutilizadas. En la segunda (pórticos), un nuevo grupo de canteros que, ya sí, emplean la escuadra para tallar sillares, alzan el muro y cuentan con piezas facturadas exclusivamente en taller para su decoración (capiteles y cimacios en Escalada; celosías, capiteles y semi-fustes en Valdediós). ¿Qué reflejan estos cambios? ¿Un mero cambio de mano de obra, de patrocinio o de recursos? ¿O todos ellos? Estas segundas etapas suponen un cambio tanto del taller decorativo como del constructor, pero también la disponibilidad de un material nuevo traído de cantera y una escultura decorativa elaborada ex profeso para la obra. También tiene lugar una innovación tecnológica, el uso de la escuadra para la talla de los sillares, lo que permite facturar un mayor número de piezas por un mayor número de canteros, ya que las alturas de las hiladas son los únicos datos requeridos para su talla. Todo ello se traduce por tanto en un aumento de recursos que permiten atraer nuevos medios. Por ejemplo. Para obtener piezas uniformes dentro de un mismo programa decorativo, como las del pórtico de Valdediós, se deben seguir reglas geométricas precisas que rijan las relaciones de proporción entre las partes, como ha demostrado Arias Páramo (2008) para el caso asturiano por extensión. Respecto a las canteras, los análisis de las procedencias de los materiales constructivos del conjunto asturiano confirman su proximidad,54 como sería habitual en el altomedievo. La selección del material no sólo refleja una organización de la construcción que considera su composición de acuerdo a su emplazamiento y función, sino además la variedad de las fuentes de aprovisionamiento en uso para una misma construcción (Utrero 2006a, 177). 54 Algunas referencias de síntesis recogidas en Utrero (2006a, 177) para distintos ejemplos asturianos. Análisis efectuados recientemente en construcciones como la Foncalada (Oviedo; Mateos y otros 2004) y Santa María del Naranco (Oviedo; González Fernández y otros 2010) confirman el mismo fenómeno de cercanía.
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Sólo la coincidencia de canteras entre obras diferentes reflejaría una explotación continuada.55 Aunque la presencia de construcciones lleve a exigir la explotación de canteras, en realidad debemos pensar que éstas están más bien orientadas a las necesidades de los canteros que de los constructores de los edificios. Son los canteros los que elaboran la piedra tanto en cantera como en obra, por lo que es su presencia, no la de los edificios, el principal indicio de la existencia de una industria de la cantería. Construcción y cronología. De este modo, volvemos al planteamiento de la cronología, la pregunta que más nos gusta plantear y la que más nos cuesta contestar. No queremos irnos a buscar paralelos, pues para ello necesitaríamos conocer las iglesias de esta época de una manera más detallada, ni queremos quedarnos con las inscripciones, de las cuales ya hemos evidenciado sus problemas, por lo que optaremos por proponer ahora una secuencia interrelacionada entre los conjuntos en cuestión. Advertimos que se echarán en falta dataciones absolutas y propuestas de paralelos. La primera iglesia de Valdediós entra genéricamente dentro del siglo IX asturiano, presentando las características propias del momento: estructura basilical, abovedamientos paralelos y perpendiculares, tribuna, contrafuertes. Su escasa nueva escultura forma también parte de este ámbito. El pórtico, por su parte, muestra unos capiteles que parecen una variante evolucionada de los capiteles de la puerta occidental de la etapa anterior, pero ejecutados por otros artesanos. Su sillería confirma que estamos en otro momento productivo. Aunque gran parte de los investigadores optan por el mismo siglo IX como momento de construcción del pórtico,56 creemos más adecuado considerar el siglo X,57 de acuerdo a las recientes propuestas que defienden la aparición de la sillería en la Península (Quirós 2001). Creemos que su terminación, como la de la iglesia, se entendía una vez pintado su interior, por lo que no debió transcurrir mucho tiempo entre ambas, teniendo en cuenta la similitud anotada entre los capiteles de ambas y que posiblemente la misma pintura cubre a las dos obras (basílica y pórtico). 55 De lo contrario, se explotarían vetas superficiales de fácil extracción (Sánchez Zufiaurre 2007, 294). En este sentido, el estudio de la propiedad de las canteras podría permitir explicar, junto al factor geográfico, el origen de los materiales. 56 Propuestas sintetizadas en Utrero (2006, 476). 57 Únicamente Kingsley (1980, 155) opta por una fecha de inicios del X (ca. 910). En su opinión, la sillería pertenece a un nuevo taller de cantería y la decoración de influencia islámica revela la importancia de los mozárabes como introductores de la sillería en el Norte peninsular.
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El pórtico de Valdediós nos lleva necesariamente al de Escalada. Aunque su sillería y su nueva escultura los hermanan, estamos ante dos espacios distintos. El asturiano, es cerrado y masivo; el de Escalada, abierto y ligero. Tampoco nos faltan aquí las propuestas que apuntan a una primera mitad del siglo X avanzada (ca. 940, para Gómez Moreno 1919, 142; Schlunk 1974, 131; Dodds 1990, 88, entre otros), refrendada por un cuerpo de capiteles de factura califal. Su sillería se distingue ligeramente de la de la cabecera, cuya modulación parece corresponder a obras como las de San Millán de Suso (La Rioja; Etapa II, según Caballero 2004). Retrocediendo, la primera iglesia de Escalada es una obra nueva, alejada de los recursos que muestra la renovación de la cabecera y la ampliación del pórtico. Ni las excavaciones en los años 80 (Larrén 1986) ni el análisis de sus alzados testimonian la existencia de una iglesia previa restaurada.58 La nueva iglesia amortiza los vestigios tardorromanos previos, de distinta orientación y reflejo posiblemente de espacios habitacionales, e impone un nuevo modelo de edificio, ajeno aparentemente a tradiciones locales.59 Su técnica es similar a la de las habitaciones exhumadas en su flanco norte (San Román y Campomanes 2007), las cuales tampoco sustituyen instalaciones previas. En Lourosa, nuestros indicios, como los vestigios materiales, son aún más escasos. A diferencia de Gonçalves (1980), quien había apuntado la pertenencia de los muros altos sobre los arcos remontados a época románica de acuerdo con la inscripción del año 1188 (Era 1126) tallada en la imposta oeste de la arquería norte, creemos que arcos y muros altos son unitarios. Su tipología constructiva (sillería regular ex novo) y decorativa (lacrimal)60 puede responder al siglo XII, lo que forzaría a aceptar la construcción de arcos de herradura en un momento muy avanzado,61 58 En contra de la opinión de Bango (2008) y Martínez Tejera (2005). En la misma línea, Miguel Hernández (2010, 27) considera que estas excavaciones confirman que «lo narrado en la inscripción era cierto; que el monasterio altomedieval se asentó sobre una necrópolis y un edificio hispanovisigodo que estaba arruinado a principios del siglo X». 59 Schlunk (1965, 929) la considera una amalgama de influencias árabes y tradiciones locales, las cuales son culpables en realidad de la heterogeneidad del grupo mozárabe (Id. 1965, 931). 60 Como apuntan, por ejemplo, Gómez Moreno (en Ilustração Moderna 1931, 417) o Gonçalves (1980, 47). 61 Gonçalves (1980, 47) hace referencia a los arcos ultrapasados de las fortificaciones de Coimbra, datados, según él, en la segunda mitad del siglo XII. A este respecto, se evidencia la necesidad de profundizar en el análisis y presencia de los arcos de herradura en territorio portugués y peninsular con el objeto de obtener una cadena cronotipológica que permita ordenar este tipo singular.
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pero tampoco queremos desestimar el siglo XI como probable candidato. La ausencia de marcas de cantero, propias de las obras de finales del siglo XI en adelante, así como la propia sillería y los mencionados arcos tienen cabida en esta centuria. Al respecto, el estudio del contexto histórico, labor aún por hacer, puede ofrecer seguro luz a este problema de datación.
4.
¿CÓMO CIRCULAN LOS MODELOS ARQUITECTÓNICOS?
En un reciente trabajo (Utrero 2011) nos hemos ocupado de la cuestión de la transmisión del conocimiento y de los modelos arquitectónicos. Partiendo del trabajo clásico de Grabar (1975), hemos pretendido valorar las tres posibles maneras o medios de transporte que él reconoce para la circulación de modelos arquitectónicos en época medieval. El movimiento de constructores y/o arquitectos, quienes llevan consigo su conocimiento, experiencia e ideas; los mecenas o patrocinadores que eligen modelos concretos que introducen de forma innovadora en su «entorno» arquitectónico; y, por último, el uso y circulación de documentos gráficos y literarios, lo que incluye planos o tratados de arquitectura, por ejemplo. Lejos de ser excluyentes, estos medios pueden actuar de manera conjunta y determinar la implantación o incluso el rechazo de los modelos arquitectónicos. ¿Qué podemos aportar al respecto para el ámbito en el que nos movemos dentro de este trabajo? Sobre los constructores y arquitectos, poco podemos decir. Desmitificada la figura de Tioda,62 los escasos documentos que preservamos son insuficientes y plantean sus dudas ante lo exiguo de la expresión. De este modo, la inscripción fundacional de la mencionada iglesia de Serrapio nos habla de un tal Melito como hacedor. Es la única que conocemos, sin que podamos obtener mayores conclusiones. Respecto al poder de los mecenas como introductores de modelos, retornamos de nuevo a la monarquía asturiana, aunque ejemplos como el anterior evidencian el patronazgo del clero y, debemos pen62 Tioda, considerado arquitecto por Schlunk (1939, 199200), condición negada por Collins (1989), aparece como el penúltimo firmante de la tercera versión, producida en el siglo XIII y posiblemente la más interpolada, del Testamentum Adefonsi (Alfonso II) como Tioda edificator predicte ecclesie Sancti Salvatoris. Solo el nombre, pero variado (Theoda) está en la primera y única versión fiable, siendo posiblemente el noble que apoya al rey citado en la Crónica de Albelda. Jiménez (1996, 17) también lo considera un simple testigo.
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sar también, de la aristocracia. De hecho, el completo anonimato de los artesanos (arquitectos, constructores, decoradores…) destaca frente a la presencia del comitente (Pagella 2009, 469), lo que no hace más que subrayar la posible relevancia de los mecenas constructores en la transmisión e implantación de modelos artísticos al desempeñar el papel de «seleccionadores». En el fondo queda la definición del propio término de mecenas para esta época, bien como figura financiera o, por el contrario, clave para atraer y obtener la financiación necesaria. En este sentido, no queremos dejar de subrayar que el monarca Alfonso III está ausente en la lápida de consagración de Valdediós, tal vez porque es una consagración y no una fundación, tal vez porque al edificio al que se refiere no es una fundación real. La misma ausencia se nota en la pieza desaparecida de Escalada, donde el abad Alfonso asume el protagonismo. La nómina de comitentes aumenta si incluimos las ofrendas de elementos muebles como los canceles de Santa Cristina de Lena (Pola de Siero) o el altar de Santa María del Naranco (Oviedo),63 piezas ya fuera de los límites de nuestro estudio, pero a considerar a la hora de otorgar autoría a las construcciones, las cuales, como prueban estos ejemplos, debieron contar con más de una inscripción, algunas de ellas refiriéndose a la pieza en sí. La sencillez de la pieza de Lourosa, en la que únicamente reza una fecha, debe considerarse en el mismo sentido: es curioso que ni monjes, ni abades ni reyes pretendieran ocupar un lugar en ella, por lo que tal vez la función de este epígrafe fue otra (¿funerario?). Estos mecenas no imponen únicamente el modelo, sino que además pueden accionar el movimiento de los artesanos, entre los que debemos incluir al gremio de la construcción. Su circulación es común a todo el Mediterráneo (Ettinghausen 1955) y aparece documentado para el periodo islámico, aunque sea de manera esporádica, para el caso peninsular bajo el auspicio de personas notables (Glick 1992, 19-21), como pudieron ser los propios reyes, aristócratas y abades. De hecho, nuestro discurso demuestra que no es suficiente con que la población emigre al Norte para que se produzca una transmisión de modelos, sino que deben hacerlo los artesanos. Solo esta circulación permite explicar la similitud entre Escalada y Bobastro (Málaga, finales del siglo IX – inicios del X), distantes entre sí casi 1000 km, o entre Escalada y San Cebrián de Mazote (Valladolid, ca. 916), mucho más cercana (a 120 km en línea recta) 63 Estas y otras piezas asturianas e hispánicas analizadas y clasificadas por Favreau (1992).
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y con similares características, ya no solamente planimétricas, sino tecnológicas (muros de sillarejo con esquinas reforzadas, arquería tallada cuidadosamente en caliza, frisos bajo las bóvedas de gallones). Esto tampoco quiere decir que la presencia de talleres «móviles» signifique necesariamente circulación de modelos, los cuales serán al fin y al cabo elegidos por los patrocinadores de la obra. Para el caso de la escultura, no sería insensato pensar en la existencia de cartones que, a modo de catálogos con diversos modelos, pudiesen justificar la presencia de motivos iguales en distintos sitios. En la habilidad del artesano estará el que el resultado sea una copia exacta o una mala imitación. Para el caso de la arquitectura, los estudios fundamentales de Arias Páramo (2008) sobre la modulación de las construcciones altomedievales deberían abrir el camino hacia el planteamiento del uso y circulación de planos para su ejecución. Aquí queda seguramente la pregunta más interesante por responder: ¿Qué debemos entender entonces por talleres?, pregunta por la cual hemos evitado en la medida de lo posible el uso del mismo término. ¿Unas organizaciones temporales creadas para realizar un trabajo específico, o por el contrario, un conjunto de artesanos que trabajan siempre juntos? Del mismo modo, ¿un taller equivale a un único oficio o a un conjunto de ellos, trabajando todos para una misma obra? Aunque la obtención de datos arqueológicos ha permitido avanzar significativamente en este sentido,64 aún es pronto para responder a esta pregunta, por lo que es difícil comprender a qué nos referimos cuando hablamos de talleres regios, por ejemplo, principalmente al referirnos al mundo asturiano. El establecimiento de un modelo de este tipo puede llevar a acotar injustamente un aspecto fundamental por investigar: el verdadero papel de la monarquía asturiana en la labor de construcción de los siglos IX y X.
5.
ALGUNAS REFLEXIONES FINALES
De acuerdo a los resultados obtenidos y aquí expuestos, podemos decir que los siglos IX-X no son en absoluto siglos restauradores, sino constructores, con proyectos que no persiguen recuperar o continuar otros previos, sino implantar nuevos modelos. Introducen cierto grado de dificultad, como la construcción de abovedamientos exclusivos o combinados con otras estructuras de cubierta que requieren un ade64
Una primera propuesta en Caballero y Utrero (2011).
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cuado contrarresto, y de innovación, como es el uso de la escuadra para obtener una sillería de calidad que relegará al sillarejo previo trazado con regla. Sus referentes no son los modelos paleocristianos, por mucho que las plantas nos quieran engañar, como se pretende defender para las arquitecturas basilicales, sino contemporáneos, con elementos que se distinguen nítidamente de las formas tardoantiguas. Pilares cruciformes, contrafuertes, bóvedas de gallones y arcos diafragmas, entre otros, están presentes en los ejemplos aquí expuestos y no en los previos, por lo que su aparición y uso debe buscarse de otro modo y en otro entorno. Aunque el tiempo transcurrido entre los proyectos I y II de estas iglesias pueda llegar a ser insignificante en términos histórico-temporales, las soluciones constructivas adoptadas y la tecnología empleada son completamente distintas. Este hecho parece reflejar unos contextos productivos muy dinámicos, los cuales llegan a romper las calificaciones asturianas y mozárabes con las que comenzamos nuestro trabajo. De nuevo Valdediós es muestra de ello, con elementos clasificados tradicionalmente en ambos horizontes (construcción asturiana, decoraciones mozárabes), pero conviviendo en una misma construcción. Por último, los tres ejemplos analizados forman parte casi seguramente de conjuntos monásticos, lo que debe de hacer reflexionar sobre el papel de estos a la hora de difundir innovaciones constructivas o de mantener tradiciones previas. Los monasterios, entendidos como instituciones con recursos y/o acceso a ellos por su habitual relación con las esferas de poder, parecen haber desempeñado un papel fundamental en el tema aquí tratado,65 por lo que su análisis como agentes activos en la transmisión de modelos se evidencia como fundamental para avanzar en este campo. BIBLIOGRAFÍA AILLET, C. 2004: «Entre chrétiens et musulmans: le monastère de Lorvão et las marges du Mondego (878-1064)», Revue Mabillon. Revue internationale d’histoire et de littérature religieuses, Nouvelle série 15 (t. 76), 27-49. ÁLVAREZ MARTÍNEZ, M.ª S. 2006: «Consideraciones en torno al templo prerrománico de San Salvador de Valdediós», Liño 12, 9-29. ANEDDA, D. 2004: «La desaparecida inscripción de consagración de la iglesia de San Miguel de Es65 Como concluye también Sánchez Zufiaurre (2009, 239) para el territorio alavés en esta misma época.
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LA PLÁSTICA ASTURIANA Y SU RELACIÓN CON LA CREACIÓN VISIGODA Y LA ANDALUSÍ POR
MARÍA CRUZ VILLALÓN Universidad de Extremadura*
RESUMEN El arte asturiano, representado a través de una serie de arquitecturas conservadas, constituye un capítulo bien identificado en el arte de la Alta Edad Media, pero, sin embargo, la definición de su arquitectura en cuanto a sus raíces y formación, resulta imprecisa todavía. El análisis de la escultura y de la pintura de estos edificios, sin embargo, a través del lenguaje ornamental, abre un campo mayor de relaciones que permite discernir algunas vías por las que pudieron transcurrir principios de aquellas formaciones asturianas. El sustrato antiguo y su permanencia hasta el tiempo visigodo, naturalmente tuvieron que estar en la constitución global del reino de Asturias y de su cultura, como parecen indicar las fuentes escritas. Pero, en la plástica, la huella islámica, con una presencia notable, se revela como factor de gran importancia. ABSTRACT Asturias art, well preserved thanks to a series of architectural remains, constitute a well identified chapter within the Early Medieval Art. However, the definition of its architecture, regarding its roots and formation, is still imprecise. The analysis of the sculpture and painting of these buildings, by means of the ornamental language, opens a new field of relationships though, which allows identifying some ways walked by the principles of those Asturian formations. The ancient substrate and its preservation until Visigothic period had to be in the global constitution of the kingdom of Asturias and its culture, as mentioned as well in the written sources. But, the Islamic trace is constant within the plastic, being thus a main factor. PALABRAS CLAVE: Escultura y pintura del Alto Medievo, arte visigodo, arte asturiano y arte islámico.
ticas en el tiempo que media entre la Antigüedad Tardía y el Alto Medievo en la península ibérica, aspecto que supone una consideración de trabajos fundamentales, desde las obras iniciales de Helmut Schlunk, hasta las más recientes investigaciones que han abierto otras perspectivas de interpretación. En lo que respecta al arte asturiano, las investigaciones de la escuela alemana, iniciadas y capitalizadas por Schlunk, y proseguidas por Sabine Noack y Achim Arbeiter, cuyos trabajos sobre el tema quedaron recopilados en su monumental obra sobre el arte asturiano y mozárabe,1 y la catalogación de escultura hecha por César García de Castro Valdés,2 han sido instrumentos básicos para la incursión que hago en este campo. La revisión crítica de conceptos establecidos y por mucho tiempo vigentes en la historiografía del arte altomedieval hispánico, fue emprendida en diversas investigaciones por Luis Caballero y proyectada en las periódicas convocatorias del debate «Visigodos y Omeyas», que tratan de clarificar la oscuridad de un campo complejo y apenas documentado, donde la arqueología, con nuevos descubrimientos, va prestando progresivamente sus puntos de apoyo también. En lo que se refiere al arte asturiano, Luis Caballero centró ya la problemática en un artículo sobre la búsqueda de definición de lo que estaba establecido como visi-
KEY WORDS: Sculpture and painting in the Early Medieval period, Visigothic Art, Asturian Art and Islamic Art.
El tema que se me ha propuesto tratar en esta reunión científica se enmarca dentro de la búsqueda de definición de las diversas manifestaciones artís*
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1 Arbeiter, A.; Noack-Haley, S., Christliche Denkmäler des frühen Mittelalters, Hispania Antiqua, Mainz, 1999. 2 García de Castro Valdés, C., Arqueología cristiana de la Alta Edad Media en Asturias, Oviedo, 1995. Retomada posteriormente en «La escultura arquitectónica en el área central del reino de Asturias: tipos, tradiciones y tendencias», en L. Caballero Zoreda, P. Mateos Cruz (eds.), Escultura decorativa tardorromana y altomedieval en la Península Ibérica, Anejos de AEspA, XLI, Madrid, 2007, pp. 85-132.
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godo pero que tenía convergencias con la creación asturiana,3 lo cual aproximaba un campo a otro y ponía en tela de juicio la clasificación visigoda. Por otra parte, la búsqueda sobre el origen de formas y motivos de la plástica y la arquitectura que median entre los siglos VIII y IX, le condujo a considerar la creación omeya, que pudo introducirse en la península a partir de la entronización de aquella dinastía en el territorio andalusí, como raíz de una nueva expresión que, en parte, había sido tratada dentro del espacio visigodo.4 Todas estas bases han sido punto de partida en mi trabajo. He tratado, desde el conocimiento de la escultura visigoda y en la línea de revisión propuesta por Luis Caballero, de hacer un análisis de elementos representativos de la plástica asturiana, donde no he omitido, por su representatividad, alguna alusión al campo de la pintura, que también cuenta con referencias bibliográficas fundamentales.5 Este análisis ha considerado la posible relación de lo asturiano con lo visigodo y, colateralmente, con algunas manifestaciones de las tierras hacia las que se extendió el reino asturiano, pero sobre todo, se ha centrado en las manifestaciones a las que progresivamente me ha llevado el trabajo: la aportación islámica.6 La complejidad de esta búsqueda ha hecho que limite a síntesis los detalles descriptivos o referencias de datos y, de la misma manera, la constante cita de las previas consideraciones que sobre cada pieza o pintura se han hecho en la bibliografía fundamental que antes he reseñado, de la que solamente he referido algún aspecto esencial que incidiera de manera directa en nuestra trayectoria.
3 Caballero Zoreda, L., «Visigodo o asturiano? Nuevos hallazgos en Mérida y otros datos para un nuevo marco de referencia de la arquitectura y la escultura altomedieval en el norte y el oeste de la península ibérica», XXXIX Corso di Cultura sull’Arte Ravennate e Bizantina, Ravenna, 1992, pp. 139-190. 4 Caballero Zoreda, L., «Un canal de transmisión en la Alta Edad Media española. Arquitectura y escultura de influjo omeya en la Península Ibérica entre mediados del siglo VIII e inicios del siglo IX», Al-Qantara, XV, 2, 1994 y XVI, 1, 1995, pp. 321-348 y 107-124, y «La arquitectura denominada de época visigoda ¿es realmente tardorromana o prerrománica?, en L Caballero y P., Mateos, Visigodos y Omeyas. Un debate entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, Anejos de AespA, XXIII, Madrid, 2000, pp. 207-247. 5 Schlunk, H.; Berenguer, M., La pintura asturiana de los siglos IX y X, Oviedo (1957), 1991. Arias Páramo, L., la pintura mural en el Reino de Asturias en los siglos IX y X, Oviedo, 1999. 6 Un artículo inicial sobre el tema: Cabañero Subiza, B., «Elementos para el estudio de la influencia islámica en el arte del reino de Asturias en los siglos IX y X» en Aragón en la Edad Media, Zaragoza, 1997.
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UNA ETAPA DE TRANSICIÓN: SANTIANES DE PRAVIA, LO VISIGODO Y EL ARTE ANDALUSÍ Las piezas dispersas de Santianes de Pravia, si es que todas pertenecen a la etapa de la fundación del edificio, hablan de una arquitectura ornamentada, donde la tradición de labrar los elementos arquitectónicos y litúrgicos de la iglesia se mantuvo en continuidad desde la etapa visigoda. Y en este sentido, la primera definición de estos restos, muy particularmente los que se conocían antes de las intervenciones de Menéndez Pidal,7 se han tratado comúnmente como piezas visigodas. En cuanto a los fragmentos de la placa de cancel que significativamente ha sido elegida como emblema de esta reunión (Fig. 1), una primera impresión sobre el estilo de sus elementos desdice la versión de su pertenencia al conjunto visigodo. No conocemos en el repertorio visigodo un enmarque de molduras sucesivas como las que aquí aparecen labradas, además con refinamiento que se aleja de los más característicos diseños de sogueado u ornamentales que se utilizaron para las molduras en la creación visigoda. Y tampoco se vuelve a repetir entre los relieves de la etapa asturiana. Sin embargo, las mol-
Fig. 1. Santianes de Pravia, Asturias. 7 Menéndez Pidal, J., «La basílica de Santianes de Pravia», Actas del Simposio para el estudio de los códices del «Comentario del Apocalipsis» de Beato de Liébana, T. I y II, Madrid, 1980, p. 28, nota 8, figs. 9, 10, 11 y 18. En el transcurso de esta publicación, estas piezas han sido estudiadas en: Caballero Zoreda, L.; Rodríguez Trobajo, E., Las iglesias asturianas de Pravia y Tuñón. Arqueología de la arquitectura, Anejos de AEspA, LIV, Madrid, 2010, pp. 57-60.
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LA PLÁSTICA ASTURIANA Y SU RELACIÓN CON LA CREACIÓN VISIGODA...
duras de Santianes se pueden comparar con las que se encuentran en algún tablero de Madinat al-Zahra o en varios fragmentos de placa que aparecieron en la alcazaba de Málaga, sin una cronología cierta dentro del arte islámico.8 En cuanto a la tipología de los tallos que ocupan el enmarque de la placa, con delineación semejante en su línea esencial a los que se ven en la otra placa procedente también de esta iglesia que después comentaremos, sus referentes se pueden encontrar en el taller de Mérida9 y en la iglesia de Santa Lucía del Trampal, cuya cronología avanzada, como iglesia mozárabe, ya fue propuesta por Luis Caballero.10 Él mismo llamó la atención sobre el pequeño tallo con terminación en rombo que sobresale en el follaje de las sucesivas palmetas de Santianes, y este detalle nos lleva a otra pieza de decoración singular, que puede relacionarse igualmente con la tipología de esta formación vegetal. Me refiero a uno de los tableros encontrados en la localidad de la Guardia (Jaén) probablemente postvisigoda,11 donde el tallo que recorre igualmente el marco de la pieza, aun con una concepción más natural, entra dentro del mismo concepto. En este caso, la flor que nace entre las hojas, adquiere una forma que luego relacionaremos con otras piezas asturianas posteriores. Por otra parte, estas formas vegetales, además de la composición de tallos hendidos tangentes formando husos que se llenan con palmetas, de la que apenas se ve el remate superior en la parte central de la placa, se pueden relacionar con la creación islámica como se ve ya en la mezquita de Damasco12 o en composiciones de Jirbat al-Mafyar,13 y más tarde en España, en una imposta procedente de la primitiva catedral de 8 Gómez-Moreno, M., «El arte árabe español hasta los almohades», Ars Hispaniae, III, Madrid, 1951, figs. 204 y 302. No da referencia ninguna sobre estas piezas. 9 Cruz Villalón, M, Mérida visigoda. La A escultura arquitectónica y litúrgica, Badajoz, 1985, n.º 357. 10 Caballero Zoreda, L.; Sáez Lara, F., La iglesia mozárabe de Santa Lucía del Trampal, Alcuéscar (Cáceres). Arqueología y arquitectura, Mérida, 1999. 11 Palol, P. de, «Hallazgos hispanovisigodos en la provincia de Jaén», Ampurias, XXVII-XXVIII, 1955-956, pp. 286 ss., Lam I. Esta pieza de la Guardia, por la tipología de la cruz que ostenta, así como el tipo de tallo, en la línea de los medallones del Naranco, o el broche de cinturón que apareció en el lugar, nos ha llevado a pensar que se trata desde luego de una pieza más tardía que la etapa visigoda. Vid. Cruz Villalón, M., «Quintanilla de las Viñas y el arte cordobés», Norba Arte, XXII-XXIII, 2004, pp. 339 ss. 12 Stern, H., «Mosaïques du Dôme du Rocher et de la Mosquée de Damas. A propos d’un livre de Mme. Maragarite Gautier von Berchen», Cahiers Archeologiques, XXII, figs. 27 y 28. 13 Hamilton, R.W., Khirbat al Mafjar. An Arabian Mansion in the Jordan Valley, Oxford, 1959, p. 225, fig. 176 b. y Lam XXVI, 1.
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Barcelona,14 asociada a la influencia islámica, en una jamba de Madinat al-Zahra,15 o en dos de las conocidas placas de la iglesia de San Miguel de Escalada (913),16 de reminiscencias andalusíes. También conserva la placa de Santianes que analizamos, parte de un moldura adornada con un doble cordón que se inscribe en un círculo, para el cual, la relación más antigua con cronología segura que localizamos en la península ibérica, se encuentra entre las coronas del Tesoro de Guarrazar, pudiéndose asociar su formación, que difiere de la más común labor del sogueado visigodo, a diseños del repertorio sasánida.17 Algo similar podríamos comentar sobre dos fragmentos decorados que salieron en las obras finales realizadas en la iglesia asturiana de Santianes.18 La decoración labrada a bisel de círculos secantes o circunscribiendo hexagramas que comprenden estas dos piezas, no desdice de las labores de la plástica que conocemos como de época visigoda. Pero el detalle en una de ellas de corazones que se disponen en las enjutas entre los círculos, de nuevo nos conduce a motivos característicos de la plástica de origen sasánida.19 Algo parecido, en cuanto a la composición en círculos acompañados de pequeños corazones, se encuentra también en un tablero de cancel catalán que se cree procedente del antiguo conjunto episcopal de Barcelona y que ha quedado incluido entre las manifestaciones de época visigoda,20 donde, por otra parte, no se encuentran similitudes, además de diferir en concepto técnico. Otras dos piezas de cancel de Santianes, que se conservan en El Pito de Cudillero (Fig. 2), aunque aparentemente parecen de estilo diferente a las que acabamos de analizar, se mueven dentro de los mismos parámetros. El tallo con racimos que aparece en las franjas laterales que simulan en cada pieza una barrotera del cancel, parece concordar con las manifestaciones de la etapa visigoda, lo que veremos más adelante. Pero el esquema compositivo de los círculos secantes que llenan la mayor parte de la superfi14 Gudiol Ricart, J.; Gaya Nuño, J.A., «Arquitectura y escultura románicas», Ars Hispaniae, V, Madrid, 1948, fig. 2. 15 Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulman hasta la caída del califato de Córdoba», en J.M. Jover Zamora (dir.) Historia de España Menéndez Pidal, V, La España musulmana, Madrid, 1990, fig. 534, 16 Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., op. cit, lams. 80 a, y 81 c. 17 Kröger, J., Sasanidischer Stuckdekor, Mainz, 1982, p. 63, fig. 82 n y o. 18 Menéndez Pidal, J., op. cit. figs. 15 y 16. 19 Kröger, J., op. cit., fig. 54. 20 Guardia Pons, M.,»L’escultura monumental i decorativa», Del Romà al Romànic, Enciclopedia catalana, Barcelona, 1999, p. 210.
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María Cruz Villalón
Figs. 2 y 3. Santianes de Pravia, en el Pito de Cudillero. Friso de Mérida, Berlín.
cie de cada placa, no tiene una identificación tan cierta en el pasado inmediato, pues no conocemos muestra del mismo en el conjunto de la escultura visigoda.21 Tal diseño apenas cuenta con alguna manifestación en el conjunto de la musivaria romana.22 Uno de estos ejemplos se encuentra precisamente en Santiago de Compostela, en la orla del mosaico que, a través de las excavaciones practicadas en 1878, se halló en el subsuelo de la catedral, pavimentando el lugar que se identificó con el mausoleo del santo.23 También se puede encontrar en alguna pieza al21 La pieza ha sido considerada por varios autores como visigoda, o copia asturiana de motivos visigodos, relacionándola con alguna de las piezas de Segóbriga con las que no guarda relación. Cfr. García de Castro Valdés, C., pp. 233234. 22 Balmelle, C. et alii, Le décor géométrique de la mosaïque romaine, I, Repertoire graphique et descriptif des compositions linéaires et isotropes, París, 2002, pp. 90. 91 y 130. 23 Acuña Castroviejo, F., Mosaicos romanos de Hispania Citerior, II, Conventus Lucensis, Studia Archaeologica, 24, Valladolid, 1973, pp. 39, 40, fig. 13.
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tomedieval itálica,24 u otras del área bizantina del siglo XI.25 Y del mismo modo, se puede ver en el arte hispanomusulmán, en una de las celosías de la puerta de San Esteban de la mezquita de Córdoba, incluida en la reforma que de la misma se hizo en tiempo de Muhammad I, pero sin localización cierta de cronología y con diseño más complejo al disponer un nudo intermedio entre el corte de los círculos,26 al igual que se ve en las piezas itálicas y bizantinas referidas. En conjunto, las piezas de Santianes de Pravia que hemos analizado, aparentemente distintas, resultan coincidente lo que se refiere tanto a aspectos técnicos, al combinar la labra de biseles agudos y de relieve redondeado, como en la definición de los principios de los motivos y composiciones que comprenden: un recuerdo del repertorio visigodo, la relación con otros elementos andalusíes, a través de ejemplos en general más tardíos, y la referencia a motivos orientales del tronco sasánida y de la creación omeya oriental. Todo lo cual, a fecha de finales del siglo VIII en la que se enmarca la iglesia (774-783), nos introduce dentro de una formación plástica que desde luego no se identifica ya con lo más característico de lo visigodo. Un recorrido más detenido por las relaciones que estas piezas pueden tener con las que siempre se han considerado visigodas y con otras enmarcadas en el conjunto visigodo, pero que parecen discordar en él al presentar al igual que Santianes referencias de tipo orientalizante, nos da juego para considerar esta franja intermedia que se desgaja de los modelos mas genuinos de la etapa visigoda y que no está muy distante de lo que se configuró en Pravia, que por otra parte, tampoco, en sentido estricto, se puede definir como asturiano. En este momento embrionario, el pequeño reino de Asturias, sin una entidad formada aún, necesariamente tuvo que ser tibutario de manos que con experiencia, como muestran estas labras, recibieran el encargo de esculpir aquellas piezas. Si hubiera que comparar la llamativa técnica de biseles que se utilizó en el conjunto de los círculos secantes de los canceles de El Pito de Cudillero, la referencia más inmediata sería el relieve de Mérida que se encuentra en Berlín (Fig. 3), compuesto con una serie de círculos que inscriben composiciones de 24 Tagliaferri, A., Corpus della scultura altomedievale, X, La diocesi de Aquileia e Grado, Spoleto, 1981, pp. 70 y 71, Lam. III, 6. Panazza, G.; Tagliaferri, A. (1966), Corpus..., III, La diocesi di Brescia, Spoleto, 1966. 25 Grabar, A., Sculptures Byzantines du Moyen Age, II, París, 1978, láms, IX y XXXVII. 26 Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulmán..., op. cit., pp. 406-407.
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LA PLÁSTICA ASTURIANA Y SU RELACIÓN CON LA CREACIÓN VISIGODA...
tipo radial de origen oriental y motivos igualmente orientalizantes.27 Estos tuvieron su expansión en la península y se reflejaron igualmente en el arte astur como se comprueba en los capiteles o discos decorados de San Miguel de Lillo, lo que han observado ya varios autores.28 Si recurrimos a la comparación de diseños, el análisis del tallo que adorna los laterales de estas piezas recogidas en Cudillero y las relaciones colaterales a las que nos llevan sus motivos, nos introducen dentro de un tema amplio. En Mérida se encuentran tallos con racimos de borde marcado como se encuentran aquí en Santianes, aunque no coincidan plenamente ni en el diseño angular que aquí adquiere el tallo, ni en la manera de disponer los motivos. Estos tuvieron una amplia expansión hacia el arte toledano, San Pedro de la Nave, y sur y norte de Portugal, en un grupo de piezas que se puede considerar tardío y posiblemente postvisigodo, a partir de alguna pieza concreta como la del monasterio de Valeránica.29 Por otra parte, el detalle de las trifolias caliciformes que acompañan a los racimos en las piezas de Cudillero, nos dirige igualmente a un grupo de esculturas discutidas dentro del conjunto visigodo: San Juan de Baños, San Pedro de la Mata, Guarrazar y algunas piezas de la ciudad de Toledo.30 Además, estas trifolias se encuentra también incorporada al repertorio andalusí, en uno de los modillones de la mezquita de Tudela,31 en las piezas antes citadas de la alcazaba de Málaga, y en la versión del arte califal, en Madinat al-Zahra, lo que, en otro estudio, nos hizo plantear que algunos de los ejemplos supuestos visigodos pudieran considerarse más tardíos.32 El conjunto de piezas visigodas de este grupo fueron ya relacionadas por Schlunk como exponentes de la plástica visigoda del siglo VII.33 Este «grupo toledano», tendría como apoyo de su cronología «la palmeta bizantina» que aparece en los eslabones de las coronas de Suintila y de Recesvinto, de for27 Cruz Villalón, M., Mérida visigoda, op. cit., pp. 379, 380, figs. 156-158. 28 Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., op. cit, pp. 146-149. 29 Cruz Villalón, op. cit., pp. 372-373. 30 Balmaseda Muncharaz, L.J., «Algunos problemas de la escultura visigoda toledana», en L. Caballero Zoreda, P. Mateos Cruz (eds.), Escultura decorativa tardorromana y altomedieval en la Península Ibérica, Anejos de AEspA, XLI, Madrid, 2007, pp. 282 ss. 31 Gómez-Moreno, «El arte árabe español hasta los almohades», Ars Hispaniae, III, 1951, fig 72. 32 Cruz Villalón, M., «El taller de escultura de Mérida. Contradicciones de la escultura visigoda», en L. Caballero y P. Mateos (eds.), Visigodos y Omeya , op. cit., pp. 271-272. 33 Schlunk, H., «Beitrage ur Kunstgeschichtlichen Stellung Toledos im 7. Jarhundert», Madrider Mitteilungen, 11, 1970, pp. 175 ss., láms. 54-56.
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ma caliciforme en la base, comparable con la trifolia que tratamos y que se repite en algunos de los relieves de Guarrazar, San Pedro de la Mata o Toledo.34 Además, la iglesia de San Juan de Baños posee la conocida inscripción de dedicación por parte del rey Recesvinto en el año 661, que, aunque parece contradecir muchas de las definiciones de esta iglesia, apoyó igualmente su adscripción al tiempo final del reino visigodo. Sin embargo, las decoraciones de este grupo manifiestan una estética diferente a la del tronco clásico, tanto en los fantaseados motivos que se despegan a de las formas reales de la vegetación, como en la técnica más habitualmente empleada de biseles marcados, que recuerdan a las labores de las ornamentaciones en estuco o los trabajos en madera o metal por sus aristas cortantes. Además, la trifolia caliciforme que tratamos, siendo motivo del repertorio clásico, encuentra definiciones similares en las creaciones sasánidas y paleoislámicas,35 como seguramente la exótica «palmeta bizantina» de las coronas de Guarrazar que hemos relacionado con ella. Otro caso discutido en su cronología dentro de la plástica hispánica, en el que se vuelve ver la trifolia caliciforme, es el disco que apareció en la residencia señorial valenciana de Pla de Nadal, con un anagrama para el que se ha propuesto la transcripción de Tebdemir, que seguramente alude al nombre del posesor de aquella lujosa mansión rural.36 Otras de34
Balmaseda Muncharaz, op. cit., pp. 297-298. Kröger, J., op. cit., 1982, pp. 33-34, 136-7, 158-9, figs. 33, 34b, 75, 92, 93 y 121. 36 El disco se adorna con una orla recorrida por un tallo comparable en detalles con los del grupo toledano y ha sido situado por los distintos estudiosos del yacimiento en el tiempo del siglo VII: Rivera i Lacomba, A.V., y Rosselló Mesquida, M., «Escultura decorativa de época tardoantigua en Valencia y su entorno», en L. Caballero, P. Mateos Cruz (eds.), Escultura decorativa tardorromana y altomedieval en la Península ibérica, Anejos de AEspA, XLI, Madrid, 2007, pp. 345 ss. Sin embargo, Luis Caballero defendió la posibilidad de que este conjunto señorial perteneciese ya a una primera manifestación del tiempo emiral, por el carácter de su arquitectura así como de su escultura: Caballero, L., «Un canal de transmisión..., I, op cit., pp. 337, 338, y «La arquitectura denominada de época visigoda..., op. cit., p. 217. Sonia Gutiérrez Lloret, en una razonada exposición crítica sobre las posiciones de este dilema, concluyó que la villa debió situarse en la segunda mitad del siglo VII, siendo destruida en el siglo VIII por un incendio, en fecha desconocida, como mantienen también los arqueólogos que han seguido la investigación del yacimiento: Gutiérrez Lloret, S., «Algunas consideraciones sobre la cultura material de las épocas visigoda y emiral en el territorio de Tudmir», en L. Caballero, P, Mateos, Visigodos y Omeyas. Un debate..., op. cit., pp. 102-105. La cuestión es que no sabemos en qué momento del siglo VIII pudo destruirse y hasta cuándo se pudo actuar en aquel edificio, si su fecha inicial fue como parece indicar su contexto arqueológico la segunda mitad del siglo VII. 35
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coraciones de los frisos y capiteles de esta misma residencia, parecen sobrepasar igualmente el tiempo de la creación visigoda.37 La diversidad de criterios en cuanto a la clasificación de manifestaciones de la plástica visigoda en los ejemplos que hemos expuesto, relacionados con los principios de la creación de Santianes, entra dentro de la revisión que se viene realizando sobre el bloque visigodo, difícil de resolver. Tal vez, en este nudo, la búsqueda de otras relaciones no hispánicas, a través de relieves que tienen referencias documentales que puedan guiar su establecimiento en el tiempo, pueda contribuir a esclarecer algo. En este caso, la rica colección escultórica de la abadía itálica de Farfa resulta de gran interés. De nuevo en relación con el motivo de la trifolia caliciforme de Santianes de Pravia, nos interesa considerar la formación que esta adquiere en una placa que apareció en San Juan de Baños, no integrada en el edificio, en la que se sitúa coronando un tallo abrazado por dos palmas sinuosas38 (Fig 4). Este tema se repite en Toledo,39 conecta con otros diseños presentes en la plástica visigoda de Mérida, algo más simplificados,40 y además tiene una clara correspon37 Las formaciones vegetales que recogen algunos fragmentos de frisos y capiteles de Pla de Nadal, a base de palmetas cuya hoja inferior enlaza con la de la palmeta siguiente formando un nexo curvo, aunque tengan origen en la decoración clásica, como se ve en el adorno de molduras, encuentran su similitud formal en la plástica islámica. El paralelo más cercano a las piezas de Pla de Nadal en España está en el broche de cinturón que apareció en la localidad cántabra de Santa María de Hito, que, dentro de la estética islámica, ha sido encuadrado como obra de producción mozárabe: Gimeno García-Lomas, E., «Hallazgo de un broche mozárabe trabajado en hueso», Boletín del Seminario de Arte y Arqueología, 44, 1978, antes de que el arte califal plasmara este mismo esquema en una basa de pilastra de Madinat al-Zahra: Torres Balbás, L., Arte hispanomusulmán..., op.cit., fig 516. Se puede decir así que en la península ibérica lo vemos por primera vez en Pla de Nadal y que los paralelos establecidos sobrepasan el siglo VII. Un esquema semejante presenta un friso de la puerta de la abadía de Lorsch (agradezco a Luis Caballero su indicación), que nos llevaría al último cuarto del siglo VIII. En él se representan además trifolias que son semejantes a las que analizamos en la iglesia de San Miguel de Lillo o la puerta de San Esteban de la mezquita de Córdoba, lo que amplía en este relieve la convergencia con lo hispánico. 38 Esta placa presenta además una original composición a partir de estas palmas, configuradas como árboles tendidos en vertical, para la que hemos encontrado comparación entre las pinturas de la cabecera central de San Salvador de Valdediós, lo que induce a considerar a esta pieza posterior a la etapa visigoda. Vid. Palol, P.de, La basílica de San Juan de Baños, Palencia, 1988, pp. 59-63 y Schlunk. H.; Berenguer, M., La pintura mural asturiana, op. cit., p. 61. 39 Barroso Cabrera, R.; Morín de Pablos, J., Regia Sedes Toletana. El Toledo visigodo a través de su escultura monumental, Toledo, 2007, p. 230, lám. 37, 2. 40 Cruz Villalón, M., Mérida visigoda, op. cit. , pp. 387-88, figs. 30 y 98.
Figs. 4 y 5. San Juan de Baños. Abadía de Farfa.
dencia con el ornamento de alguno de los capiteles de citada abadía de Farfa (Fig. 5). A partir de estas referencias, y desviándonos del motivo de la trifolia, nos interesa analizar el elemento colateral de las mismas, las palmas, porque su desarrollo en el tiempo, nos abre un campo de interés en las relaciones entre lo visigodo, lo andalusí y lo asturiano.
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LA PLÁSTICA ASTURIANA Y SU RELACIÓN CON LA CREACIÓN VISIGODA...
Figs. 6 y 7. Jirbat al-Mafyar. Puerta de San Esteban, Córdoba.
En el estudio que hace de este tema Betti a partir de los capiteles de Farfa, lo hace derivar de la plástica tardoantigua, comparándolo con el capitel que representa el relieve de Gabia la Grande (Granada),41 y, efectivamente, el esquema general puede encon41 Betti, F., «Sculture altomedievali dell’abazia di Farfa», Arte Medievale, II serie, n. 1, 1992, pp. 19-20.
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trar aquí un punto de partida. Una versión andalusí del mismo más profusa y con talla cortante de biseles, pero con diseño curvilíneo mas aproximado en forma a las versiones Baños, Toledo y la abadía de Farfa, se encuentra en alguna de las dovelas del arco de la puerta e San Esteban que se atribuye a la modificación que se hizo en tiempos del emir Muhamad I (855-856)42 (Fig. 7). Estas palmas en forma de ala, dispuestas horizontalmente, generarían además formas arborescentes que, desde las más simplificadas palmetas hasta los árboles en los que se suceden las mismas, se pueden localizar tanto en el arte andalusí como en la plástica asturiana y simultáneamente, en otras formaciones vegetales de los capiteles de la abadía de Farfa. El diseño de este tema parece localizarse en estado inicial en una plaquita de plata que pertenece al conjunto de elementos del tesoro de Torredonjimeno.43 El fragmento que queda sin embargo es tan pequeño, que mal se enjuicia el motivo. Estos diseños con su característica ondulación, parece que arrancan de la creación omeya oriental (Fig. 6). Y con esta sinuosidad se detecta ya en Córdoba, en la forma arborescente que queda entre las gastadas decoraciones que adornaban la puerta de San Esteban pertenecientes a su primera etapa (784-786) (Fig. 8), o en el frente de algunos capiteles emirales posteriores, del tiempo de Abd al-Rahman II.44 Más rígida, se repite en los modillones de la mezquita de Tudela, tal vez levantada por el caudillo Muza II en 856, donde además se recoge de nuevo la trifolia caliciforme que hemos relacionado en este grupo,45 casi simultáneamente, en la modificación citada de la puerta de San Esteban (Fig. 10), y después, en las ménsulas del pórtico de San Salvador de Valdediós, en el armazón de oro de la caja de las Ágatas que fuera ofrecida por Fruela II y su esposa Nunilo en el año 910, o en el arte califal, en una plaquita de bronce que apareció en Madinat al-Zahra.46 La formación que adquiere como árbol con palmetas horizontales que se insertan sucesivamente y de modo espaciado en torno a un tallo central en la parte alta de la puerta de San Esteban (Fig. 10), es desde luego comparable con las estilizaciones arbóreas que aparecen en 42 Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulmán..., op. cit., fig. 213. 43 Balmaseda Muncharaz, L.J., op. cit., p. 297. 44 Gómez-Moreno, M., «El arte árabe español hasta los almohades», Ars Hispaniae, III, Madrid, 1951, fig. 61 y Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulmán..., op. cit, p. 393, fig. 190. 45 Gómez-Moreno, M., «El arte árabe español, op. cit., p. 59 ss., figs. 72-74. 46 Torres Balbás, L., op. cit., fig . 611.
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Fig. 8. Puerta de San Esteban, Córdoba.
la placa asturiana de San Tirso de Candamo47 (Fig. 9) y con la plaquita de bronce de Madinat al-Zahra citada. Se puede decir, por tanto, que el árbol de palmas o reducidamente la palma arborescente, en las formas que hemos visto, fue tema que tomó cuerpo en el arte andalusí desde sus inicios y que tuvo su repercusión en el arte asturiano coetáneo de las distintas etapas que hemos recorrido en esta larga secuencia. Otras formaciones florales de los capiteles de Farfa han sido comparadas por Betti con las de una pilastra itálica del monasterio de Santa María de Aurona, fundado entre el 740 y 744, y otra del Museo Cívico de Como. Ambas acogen una extraña versión de flores o frutos de tres lóbulos perforados, de probable formación islámica,48 que paralelamente se recogen en piezas hispánicas como la placa-nicho de Salamanca,49 a la que podríamos añadir la placa de Pozoantiguo en Zamora, y algún fragmento de Toledo que, a su vez, conectan con otros motivos del citado grupo toledano y de San Juan de Baños, siendo significativo en este conjunto de relaciones el conocido nicho de la iglesia de Santo Tomé en Toledo.50 Algunas formaciones que las hojas toman en este grupo, las comparamos en otro artículo con las del cáliz de Santo Toribio de 47 García de Castro Valdés, C., «La escultura arquitectónica en el área central del reino de Asturias», en L. Caballero, P. Mateos Cruz (eds.), Escultura decorativa tardorromana y altomedieval en la Península ibérica, op. cit., fig. 45. 48 Hamilton, R.W., op. cit., p. 275, fig. 230. 49 Betti, F., op. cit., pp. 23-25, figs. 83, 85 y 86. 50 Barroso Cabrera, R.; Morín de Pablos, J., op. cit.,p. 79, figs. 6-8 y pp. 110-111.
Figs. 9 y 10. San Tirso de Candamo, Asturias. Puerta de San Esteban, Córdoba.
la catedral de Astorga, de adscripción califal, lo que manifiesta claramente su uso en el repertorio islámico.51 La abadía de Farfa llegó a ser uno de los más significativos monasterios del Alto Medievo itálico por su vinculación primero con la nobleza y los reyes longobardos, y después con la corte carolingia, que 51
272.
Cruz Villalón, M., «Contradicciones..., op. cit., pp. 271-
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tuvo control sobre ella al estar en posición ventajosa, en la proximidad de Roma y lindando con el territorio pontificio. De todos ellos recibió protección y favores entre los siglos VIII y IX, lo que favoreció el desarrollo de su arquitectura en este tiempo. Sus singulares y bien ejecutados capiteles, que han llegado dislocados en la mudanza que tuvieron a lo largo del tiempo, se han clasificado en distintos momentos de la historia de la abadía. Pero los que hemos relacionado en nuestro análisis, fueron clasificados en el siglo VIII. En principio se ubicaron entre los años 60 y 80, en relación con la construcción del claustro mayor del convento, en cuya obra «concurrirían artífices de distinta procedencia cultural», aunque en un estudio posterior de manera más imprecisa, se hayan situado en los años centrales del siglo VIII.52 En fin, la excursión que hemos realizado partiendo del motivo de la trifolia de a placa de Santianes de Pravia, derivado hacia el tema de las palmas y otros motivos colaterales, ha dado pie a relacionar una serie de manifestaciones visigodas o supuestamente visigodas, asturianas y simultáneamente islámicas, tanto andalusíes como del oriente omeya y sus antecedentes sasánidas y bizantinos, todo lo cual nos pone 52 Betti, op. cit., pp. 35-37, y Corpus della scultura altomedievales, XVII, La diocesi di Sabina, Spoleto, 2005, pp. 65 ss. Otras relaciones de interés entre los capiteles de Farfa y la plástica considerada visigoda establecidas por Betti (vid. Betti, 1995, op. cit.), nos llevan a la placa de Elvas con roseta central de hexagramas , cuyos adornos vegetales (comparables con Farfa, fig, 24), pueden ser relacionados con con una placa igualmente geométrica de Tarragona, seguramente más tardía que la etapa visigoda como propuso M.L. Real, y que a su vez estilísticamente concuerda con otra placa de la catedral antigua de Barcelona ,Vid. «Portugal: cultura visigoda e cultura moçárabe, Visigodos y Omeyas. Un debate entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, Anejos de EspA, XXIII, Madrid, 2000, pp. 56-57, fig. 7 a y b). Ambas encuentran concordancia de motivos en el repertorio sasánida. Comparar en Kröger, op. cit, figs. 73, 121 y Lam . 78, 1, para la placa de Barcelona. La de Tarragona reúne molduras que ya hemos relacionado con lo sasánida al estudiar una de las placas de Santianes de Pravia y la estilización de las trifolias del pentágono interno o las que forman las rosetas, es semejante a otras sasánidas: Kröger, Lams. 19,5, 36,6 y 84,4. Podemos conectar igualmente algunos capiteles de la abadía itálica con otros del grupo «portucalense»: Betti, fig. 42 y fig 11 y M.L. Real, figs. 72-75. El último capitel citado de Farfa, más tardío (830-842), puede referirse también a los de la entrada al ábside de San Pedro de la Nave. Algunos diseños de Farfa, así como la técnica utilizada en la generalidad de los capiteles, encuentran gran similitud entre las creaciones de estuco sasánidas, Betti, figs. 84, 18, 30 y 31 y Kröger, láms. 80-82). Y alguna peculiaridad entre ellos es referible al arte cordobés del tiempo de Abd al-Rahman II , Betti, figs. 51 y 52 y Torres Balbás, «Arte hispanomusulmán..., op. cit., fig 191). Todo hace pensar en una fuente común de inspiración o en una formación común de los artesanos que actuaran en España y en Italia, y en una cronología más avanzada para las piezas clasificadas en el tiempo visigodo que hemos relacionado.
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ante el ecléctico y mezclado panorama de una creación propia de un momento de crisis, cambio y andadura de los pasos iniciales de algo nuevo. Además, este heterogéneo conjunto establecería bases para manifestaciones más definidas en contextos más estables y sólidos, tanto en el reino asturiano como en el territorio andalusí en el siglo IX. Es la fase que media entre el final de la etapa visigoda, la irrupción de la población musulmana en la península ibérica y el embrionario surgimiento del reino asturiano, cuya escasez de documentación nos sume en un momento de confusión a la hora de definir las creaciones propias de cada una de estas parcelas culturales y de sus mutuas relaciones. Los ejemplos que hemos analizado pertenecen a un momento de transición, de confluencia de diversos principios culturales y de arranque de algo nuevo que se localiza en Asturias por primera vez en Santianes, que sólo parece asumir las tendencias presentes en su momento. La definición de las placas de Santianes manifiestan una raíz oriental, que pudo introducirse ya en la península ibérica al final de la creación visigoda, como manifiestan la palmeta y el diseño con doble moldura de las coronas de Guarrazar o la palma de la plaquita de plata del tesoro de Torredonjimeno. El tallo con racimos de Santianes, se aproxima a una tipología que está entre lo visigodo y de repoblación. El follaje de los tallos de otra de las placas de Santianes, se encontraba igualmente en el sur andalusí, como manifiesta la escultura de Alcuéscar, y entre la creación visigoda, si la pieza de Mérida que relacionamos con ella perteneció a esta etapa, y la mozárabe andalusí, presente en la pieza de la Guardia, más próxima a lo asturiano de Ramiro I. Los motivos de los frisos del «grupo toledano», aun con semejanzas con la palmeta de las coronas de Guarrazar, no tuvieron necesariamente por qué ser coetáneos, pues ya hemos visto la perduración de alguno de estos motivos en el repertorio islámico. Otros motivos que con ellos se relacionan a partir de las piezas aludidas de Aurona y Como, pueden dar a partir de aquella una fecha inicial de mediados del siglo VIII, lo que no impide su reiteración en momentos posteriores. A mediados de este siglo o tal vez en las décadas finales como se propuso inicialmente, los capiteles de la Abadía de Farfa nos están dando una relación bastante directa con los relieves de la iglesia de San Juan de Baños y otros toledanos relacionados, lo cual tampoco tendría que afectar a la fecha de construcción de la iglesia, porque los canceles pudieron ser posteriores o anteriores. Y estos mismos motivos enlazan con las primeras manifestaciones omeyas en la península, en la
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primera puerta de San Esteban de Córdoba (784-786), que supone un punto de partida para el arte cordobés en fechas aproximadas a la construcción de Santianes de Pravia (774-783), donde muy posiblemente concurrieran manos no hispánicas por las novedades que presenta. El empuje que supone la empresa de la primera mezquita de Córdoba, en tiempos de Abd al-Rahman I, hace pensar igualmente en la proyección constructiva hacia la necesaria arquitectura representativa del emir y de su corte desde su llegada a Hispania a mediados del siglo VIII, pero nada conocemos de su realidad material, como nos es casi desconocido el arte hispanomusulmán del siglo IX más allá de la construcción religiosa y más monumental de las mezquitas. En lo que se refiere a la plástica, en nuestro análisis, las referencias a lo sasánida y a lo paleoislámico han sido constantes. Jean Marie Hoppe ya puso de relieve la presencia de principios sasánidas en el arte asturiano y en determinadas representaciones consideradas visigodas, seguramente más tardías, donde fueron explicados como referencias bizantinas, incidiendo Hoppe en la idea propuesta por Luis Caballero de que la transmisión de estas formas a la península se pudo realizar a través del arte omeya. Y ciertamente, estas bases parecen tener una presencia importante en el arte asturiano desde el inicio de su gestación.53 En toda la sucesión que hemos considerado, desde el tiempo de Recesvinto, en el que pudieron introducirse ya tendencias orientales, como propuso S. Garen,54 hasta finales del siglo VIII, creo que nos encontramos en un tiempo incierto en el que se estaban fraguando bases de un repertorio que, como hemos visto en algunos ejemplos, pasaría al siglo IX, tanto en el arte andalusí como en el arte asturiano, manteniéndose algo aún en el arte califal. En aquella etapa, Córdoba se encontraba en un momento de arranque de algo nuevo al igual que el reino astur, y las bases de la creación en la península, además del propio taller de Córdoba, parecen provenir de la tradición de focos urbanos que no interrumpirían su producción como Toledo, Mérida y Beja, tal vez Tarragona también, además de incorporar un fuerte orientalismo, presente en los restos que consideramos de esta fase. En Mérida, en concreto, ya planteamos que la creación escultórica podría ir más allá de la etapa 53 Hoppe, J.M., «Le corpus de la sculpture visigothique, Libre parcours et essai d’interpretation», en L. Caballero, P. Mateos (Eds.), Visigodos Omeyas, op. cit., pp. 307 ss. 54 Garen, S., «Transformations and Creativity in VisgothicPeriod Iberia», La tradición en la Antigüedad Tardía, en Antigüedad y Cristianismo, XIV, 1997, pp. 511-524.
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visigoda.55 Los recientes descubrimientos de arquitecturas significativas y semejantes a las asturianas en la ciudad, ubicadas en el tiempo emiral, antes de su arrasamiento por Muhammad I (868), podrían confirmar esta hipótesis.56 Por otra parte, la iglesia de Santa Lucía del Trampal ha quedado inscrita también en este mismo contexto.57 Los ejemplos que hemos propuesto contribuyen a ir recomponiendo la oscura fase de la creación arquitectónica y artística de al-Andalus del tiempo emiral, y por comparación, las posibles conexiones con el norte peninsular. En un campo tan indocumentado y confuso, más allá de las aproximaciones generales que hemos hecho, solo es posible esperar nuevos descubrimientos que, como los de Mérida, ayuden a ir clarificando el puzzle de esta etapa de transición.
AL ANDALUS Y ASTURIAS EN EL SIGLO IX EL
TIEMPO DE
RAMIRO I (842-850)
El breve reinado de Ramiro I dejó uno de los más preciosos legados del arte altomedieval de Occidente, y sin duda uno de los más atractivos por el exotismo que irradia, pero también uno de los más misteriosos por la dificultad que entraña la identificación de los principios de su arquitectura y de su llamativa escultura, en particular en Santa María del Naranco, que analizaremos. La diversidad de criterios acerca del origen de tan singular edificio, ha apuntado en las direcciones más diversas, desde las raíces hispánicas a partir de la arquitectura cristiana del mausoleo de La Alberca o la relación con el discutido templete itálico del Clitumno, hasta las conexiones con la arquitectura europea coetánea o la más lejana arquitectura armenia.58 El orientalismo de su decoración, sin embargo, ha sido señalado por todos los estudiosos. Pero la con55 Cruz Villalón, M., «La escultura cristiana y altomedieval en Extremadura», en P. Mateos y L. Caballero, Repertorio de arquitectura cristiana en Extremadura, Anejos de AEspA, XXI, 2003, pp. 259 ss. 56 Alba, M., «Diacronía de la vivienda señorial de Emerita (Lusitania, Hispania): desde las domus alto imperiales y tardoantoguas a las residencias palaciales omeyas (siglos I-IX), Archeologia e società tra Tardoantico e Alto Medievo, en Documenti di Archeologia, 44, 2007, pp. 163 ss. 57 Caballero Zoreda, L.; Sáez Lara, F., La iglesia mozárabe de Santa Lucía del Trampal, Alcuéscar (Cáceres). Arquelogía y arquitectura, Memorias de Arqueología Extremeña, 2, Mérida, 1999, pp. 324-328. 58 García de Castro Valdés. C., Arqueología cristiana, op. cit., pp. 485-487.
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LA PLÁSTICA ASTURIANA Y SU RELACIÓN CON LA CREACIÓN VISIGODA...
Figs. 11 y 12. Santa María del Naranco, Oviedo. Santos Sergio y Teodoro, Ani.
creción sobre este difuso concepto, orientado a veces de modo vago hacia direcciones distantes: lo armenio, lo bizantino, lo sirio..., tampoco ha resuelto la identidad de esta particular arquitectura en la que la escultura desarrolló un papel fundamental. Este decorativismo, que distingue a los singulares edificios de Ramiro I, es ya un punto de partida, dentro de una concepción estética, efectivamente, de rango oriental. Los principios de la arquitectura del Naranco (Fig. 11) se podrían rastrear en la arquitectura armenia, donde con probabilidad estuvieron sus ancestros. Como ejemplo, la pequeña iglesia de los Santos Sergio y Teodoro de Ani (Fig. 12), de nave única y abovedada, con arcos fajones que descansan sobre ménsulas, produce desde luego un efecto muy similar en cuanto a estructura y composición. La articulación de los paramentos internos con arquerías ciegas y la organización de las bóvedas, además de la visión
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ornamental de los elementos arquitectónicos, que incluso recogen baquetones torsos, o la concepción geométrica de los capiteles, recuerdan inevitablemente a la sala del Naranco. La iglesia de los santos Sergio y Teodoro, en principio independiente, pasó pronto a integrarse en el conjunto del palacio real de la ciudadela de Ani, de manera que tendría el carácter de capilla palatina,59 lo que anotamos como una coincidencia más en cuanto a su significación con la arquitectura del Naranco. La única referencia temporal que existe en esta iglesia es una inscripción que se encontró en uno de sus muros, con fecha de 622. Por otra parte, los medallones adornados que aparecen en los edificios de Ramiro I, también tuvieron su uso en la arquitectura armenia,60 como ya señaló Shlunk, siendo particularmente próximo a la configuración de los de Santa María del Naranco (Fig. 14), el que procede también de la población armenia de Ani (Fig. 15), aunque, como veremos, esta forma tuvo una amplia difusión y la mayoría de sus manifestaciones son de cronología más avanzada que el siglo IX. Cómo pueden conectarse estas manifestaciones y la arquitectura asturiana del Naranco, es camino largo de recorrer. En lo que respecta a la arquitectura de Santa María del Naranco, como hemos comentado, últimas investigaciones han puesto al descubierto en el solar de la ciudad de Mérida un importante número de edificios residenciales, cuyas estructuras de sólidos muros y contrafuertes, que pueden indicar el uso del abovedamiento, resultan comparables con el sistema que se utilizó en el edificio asturiano.61 Esta relación, induciría a pensar que la estructura del Naranco pudo contar con los antecedentes más cercanos de la construcción andalusí. Los edificios de Mérida, por otra parte, difieren de los ejemplos armenios, que no utilizaron contrafuertes, pero, en su analogía con Santa María del Naranco, cabe pensar en alguna raíz común. Si consideramos el elemento de los medallones decorados, las opiniones que se han vertido sobre los que se encuentran en el Naranco han sido muy dispares.62 Hay que señalar que estos medallones tuvieron una gran expansión bajo formas y decorados diferentes, desde el arte bizantino, en Santa Sofía de Constantinopla,63 el arte paleoislámico, tanto en Jir59 Cuneo, P., Architettura armena, dal quarto al deciannovesimo secolo, T. I y II, Roma, 1988, p. 653. 60 Cuneo, P., op. cit., T. II, pp. 794-795. 61 Alba, M., op. cit., pp. 186 ss. 62 García de Castro Valdés, C., Arqueologia..., op. cit., pp. 321-322. 63 En los discos entre arcos que relacionaremos después con San Julián de los Prados: Grabar, A., Sculptures byzantines deConstantinople (IV-X siècle), París, 1963, lám. LXV.
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Figs. 13, 14 y 15. Jirbat al-Mafyar. Santa María del Naranco. Ani, hacia el año 1000.
bat al-Mafyar, donde se reconoce ya la formalidad de este elemento consolidada en el remate de una cúpula del diwan del palacio (Fig. 13),64 o en la conocida fachada de Mshatta, en forma lobulada, hasta los siglos XI y XII, extendiéndose tanto en oriente como en occidente. Se reconocen así estos medallones en las iglesias armenias, las mediobizantinas griegas, donde Mistra65 o la pequeña Metropolis de Atenas,66 son algunos ejemplos; en la mezquita fatimí de AlAqmar o la de Al-Hakim, en la abadía itálica de Pomposa...,67 y en Asturias, donde, como se ha comentado, antecede a todos en fechas. Los motivos de los numerosos medallones del Naranco remiten en su totalidad al género zoomor64 Hamilton, R. W., op. cit., lám XVI, 2. : ver: Ettinghausen, R.; Grabar, O., Arte y arquitectura del Islam (650-1250), Madrid, 1996, fig. 35. 65 Reproducido en García de Castro Valdés, C., «La escultura arquitectónica en el área central del reino de Asturias...», op. cit., fig. 41, 66 Grabar, A., Sculptures byzantines du Moyen Âge, París, 1976, Lam. LXVI. Lo sitúa en el s. XI, p. 98. 67 Russo, E., «L’Atrio di Pomposa», La civilità Comacchiese e Pomposiana. Dalle origini prehistoriche al tardo medioevo. Atti del Convegno Nazionale di Studi Storici, Bolonia, 1986, pp. 487-495. Ver también Franz, H.G., «Das Medaillon als arhitektonisches Schmuckmotiv in der italienischen Romanik», Forschungen und Fortscritte., 31, 1957, pp. 118 ss.
fo, bajo especies reales interpretadas: felinos, gallos o cisnes, o fantaseadas como la quimera. Estos animales se disponen unos en la clásica composición afrontada, y otros posición heráldica, pasante, o en reposo, todo dentro de parámetros orientales. Y gran parte de los mismos se encuentran acompañados por una esquematización de elementos florales, al modo oriental igualmente,68 o una abstracción de volutas, arquitos o delineaciones, que ocupan el espacio superior y el inferior del tondo,69 que bien pudieron ser reducciones de los elementos florales o tal vez derivación de inscripciones, como se ve en el sello del califa omeya Abd al-Malek (685-705), que ya comparó Grabar con los medallones asturianos.70 En ambos casos, la división espacial mediante una línea horizontal es la misma y se puede ver reflejada mucho después en alguno de los espléndidos marfiles del califato andalusí, en los que algunos magnates aparecen sentados sobre una línea diviso68 Ejemplos con vegetación reducida en dos platos postsasánidas del Museo de Leningrado: en Pijoán, J., Arte del Asia Occidental, Summa Artis, II, figs. 736 y 737. 69 Recopilación minuciosa en García de Castro, op. cit., pp. 319-321. 70 Grabar, A., La iconoclastia bizantina, Madrid, 1998, pp. 84-85.
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ria y pequeños animales o estilizaciones vegetales semejantes a las de aquel primitivo sello omeya. Esta organización del espacio y sus elementos entran, pues, dentro de una convención que parece reiterativa en imágenes del poder en la representación omeya y que se mantuvo en un tiempo prolongado en la península ibérica. El sello de Abd al-Malek estaba rodeado también de una orla de motivos vegetales, pero los que se desarrollan en el Naranco responden a una modalidad que parece evolucionada en alguno de sus follajes respecto a las orlas de una de las placas de Santianes de Pravia, ya analizada.71 En uno de los medallones del Naranco, el motivo representado se reduce a líneas de composición simétrica (Fig. 14), en cuyo arabesco se podría evocar la escritura islámica o la más rigurosa línea de la abstracción animal practicada tanto por el arte nórdico como el islámico, que llegaron a tener una estrecha convergencia.72 Otro detalle a anotar es el bucle que forman las colas de los leones levantadas sobre el dorso y a veces enrollándose en el cuerpo y entre las patas. Estas particularidades se repiten en representaciones itálicas de claras referencias orientalizantes73 y las vemos igualmente en el león de una placa perforada que procede de San Miguel de Lillo, de estilo muy diferente, pero que pudo formar parte de los canceles de la iglesia, sin cronología concreta.74 El significado de la escultura del Naranco, parejo al de la utilidad y sentido de este extraordinario edificio, ha atraído también a múltiples estudiosos, que han emitido dispares interpretaciones,75 para las que lamentablemente no hay una confirmación, a falta de referencias documentadas. Pero, en este paso, es fundamental tener en cuenta la raíz cultural de la que procede toda esta representación. De acuerdo con las relaciones que hemos expuesto, y en consonancia con otros investigadores que pusieron los medallones del Naranco en relación con el arte sasánida y finalmente 71 Vid. Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., op.cit., fig. 54 y lám. 39, b y d, y fig. 1 de nuestro texto. 72 Kühnel, E., «Oriente y Occidente en el arte medieval», Archivo Español de Arte, 50, 1942, p. 94, y fotos sin numeración. 73 En los capiteles de Santo Tomás de Génova, así como en dos lastras de la catedral genovesa, aunque todas estas piezas sean algo posteriores: Dufour Bozzo, C., Corpus della scultura altomedievale, IV, La Diocesi di Genova, Spoleto 1966, pp. 35 ss, figs. 46-48, y pp. 98-100, figs. 97 y 98. Propone para los capiteles una fecha anterior al 1000 y para las lastras da paralelos de los siglos X y XI. Los detalles de las cabezas de los leones de Santo Tomás, frontales, desmelenados y con bigotes, emparentan con los que aparecen en la conocida placa de San Félix de Chelas de Lisboa, igualmente orientalizantes. 74 García de Castro Valdés, C., op. cit., p. 266, fig. 204. 75 García de Castro Valdés, C., op. cit.,pp. 321-322.
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paleoislámico,76 cabe la posibilidad de que este edificio reflejase la creación islámica que coetáneamente pudo estar desarrollándose en torno a la corte de Córdoba o proyectándose a otros lugares como podrían probar los edificios emirales aludidos de Mérida. Desde luego, la dimensión que adquiere aquí la escultura, con 32 medallones encastrados en todo el edificio, más la labra de capiteles, fustes, basas, frisos, bandas etc., y su coherente aplicación a la arquitectura, hacen pensar que esta exótica importación no se tratase de un unicum creado en exclusividad, sino que partiese de experiencias previas. En lo que se refiere a la forma de las piezas, cilindros que se introducen en el muro, de los que solamente sobresale la superficie del medallón, tiene referencias previas en la arquitectura palacial paleoislámica, como observó Schlunk.77 La relación establecida entre los medallones del Naranco y el sello del califa omeya Abd al-Malek, induce a pensar que aquellos recogieran la tradición de objetos de la soberanía, en cuya esfera y en otra categoría inferior, por analogía formal, habría que incluir el sello de la residencia señorial de Pla de Nadal (Valencia) y posiblemente el disco de Sabante, en tierra lusa, estudiado por M.L. Real.78 De modo ecléctico, las bandas verticales de las que parecen estar suspendidos los discos, se cubrieron con cruces y con otros motivos humanos no descifrados, superponiendo la temática cristiana a la impronta de estos tondos emblemáticos, de transmisión sin duda islámica. Si los medallones del Naranco tuvieron un carácter conmemorativo en relación a determinado acontecimiento o simplemente fueron una adopción de los modos del Islam sin otra intencionalidad que el traspaso de las lujosas realizaciones que en el momento, bajo Abd al-Rahman II, pudieron estar en Córdoba, es algo que no podemos saber. J. Zozaya ha señalado para el tiempo califal la admiración de la realeza o de la nobleza cristianas, así como de la Iglesia, hacia las creaciones islámicas y el valor de la apropiación de objetos, bien a través del comercio o a través de la rapiña resultante de enfrentamientos entre musulmanes y cristianos,79 particularmente de aquellas lujosas manufacturas que tenían un significado 76
García de Castro, loc. cit. Schlunk, H., «La decoración de los monumentos ramirenses», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 5, 1948, pp. 70-71. 78 Real, M.L., «O disco de Sabante e a influencia da arte asturiana na area galaico-portuguesa», Carlos Ferreira de Almeida.In Memoriam,, Porto, 1999, pp. 261 ss. 79 Zozaya, J., «El objeto de arte como expresión del poder califal», El Islam y Cataluña, Barcelona, 1998, pp. 113-119. 77
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como creación áulica, con inscripciones o motivos determinados, entre los que se encontraban los tejidos, de los que se ha supuesto que pudieran derivar los exóticos motivos del Naranco. Mucho tiempo después, en el Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, las yeserías mudéjares del claustro de San Fernando, muestran que la tradición de estos medallones con animales fantásticos, asociados al repertorio icónico de la realeza, proseguían en el ámbito hispánico. Y, como se podría interpretar para el palacio del Naranco, estas refinadas yeserías, para las que Torres Balbás propuso la intervención de manos andalusíes en su ejecución,80 fueron una asimilación en Castilla de la iconografía islámica, como expresión igualmente del poder en el contexto cristiano.81 Es posible así que el edificio del Naranco, que parece un pabellón de representación de la monarquía astur, se moviera igualmente dentro de estos parámetros, aceptando analogías de algún edificio o repertorio icónico que no podemos identificar hoy, pero orientalizante y factiblemete transmitido a través del canal más cercano que fue el de al-Andalus. Si proseguimos en la coetánea iglesia del San Miguel de Lillo, aun con resultados muy diferentes a los del aula del Naranco, el empleo de la escultura dentro de la misma resulta igualmente considerable, y dentro de una concepción estética también orientalizante, reflejada en la aplicación no habitual de la labra a elementos como las basas o los arcos, además de la disposición más común de frisos. Respecto a la composición que recorre la superficie de la rosca del arco de la tribuna que se abre a la nave central, el esquema de la sucesión de cuadrados dispuestos en diagonal, es similar a la de algún estuco sasánida.82 Para el motivo de la trifolia que llena los ángulos externos a los cuadrados, se ha señalado su similitud con San Fructuoso de Montelios, puesta en duda su cronología visigoda.83 El motivo debió de venir de antaño, como se comprue-
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ba en la Mérida visigoda,84 pero se relaciona también con el repertorio paleoislámico,85 y casi contemporáneamente a la creación de Lillo, este mismo diseño de trifolias se seleccionó para decorar el alfiz de la puerta de San Esteban de la mezquita de Córdoba que fue reformada por el emir Muhammad I en el año 855.86 Del mismo modo, este motivo alcanzó autonomía en el arte andalusí, como se ve en un esenciero cordobés de época califal en el que se suceden en una línea este tipo de flores sin ningún otro elemento.87 Y los círculos inscritos en los cuadrados, diseñados con hélices y rosetas geométricas que se ven en Lillo, pervivieron en la plástica mozárabe, donde fueron recogidos en los modillones de San Millán de la Cogolla y de San Miguel de Celanova.88 En la rosca de los arcos laterales de la tribuna y en los frisos de la misma,89 se suceden círculos en los que se inscriben alternativamente hélices y rosetas de numerosos pétalos en vacío, y entre ellos, en una simulación de un tallo, nacen en sentido inverso y con una marcada incurvación, hojas de diversas formas y pequeñas flores formadas por botones. Este detalle nos lleva de nuevo a los capiteles de la abadía itálica de Farfa, donde se repite con formas similares y con el diseño que aparece en uno de los frentes de un tablero de cancel procedente de Santa María de Bendones, no distante tampoco en su concepción general de los capiteles itálicos.90 Este modo de tallo alargado con pequeñas flores en sus extremos, es comparable también con el círculo de Mérida, en una pilastrilla, única igualmente en su género, que se recogía en la colección Monsalud de Almendralejo, junto con otras piezas, cuya decoración, sin relación con otras de su contexto, consideramos tardías y se aproximan a la plástica astur, entre ellas, un cimacio recoge el mismo tipo de roseta que se ve en Lillo.91 Y rosetas semejantes se repiten en alguna pieza de 84
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Torres Balbás, L., «Arte Mudéjar», en Ars Hispaniae, IV, Madrid, 1949, pp. 370-371. 81 Ruiz Souza, J.C., «Al-Andalus y la cultura visual. Santa María la Real de las Huelgas de Burgos y Santa Clara de Tordesillas: dos hitos en la asimilación de al-Andalus en la reinteriorización de la corona de Castilla y León», El legado de AlAndalus. El arte andalusí en los reinos de León y Castilla durante la Edad Media, Valladolid, 2007, pp. 205 ss., y 221226. 82 Arbeiter, A.; Noack, S., Cristliche Denkmäler..., op.cit, p. 147, fig. 87. Kröger, J., op. cit., Lam 3, fig. 1, estuco de Ctesifonte. 83 Caballero, L., «Un canal de transmisión...», I, op. cit., pp. 342 ss. y Real, M.L., «A escultura decorativa em Portugal: o grupo «Portucalense», en L. Caballero, P. Mateos, Escultura decorativa tardorromana y altomedieval...», op. cit., pp. 155 ss. La introduce dentro del tiempo altomedieval de los condes de Portucale y Conimbriga.
Cruz Villalón, M., Mérida visigoda..., op. cit., pp. 390-
392. Hamilton, R.W., op. cit., lam. XXVI, 3. Torres Balbás, L., «La puerta de San Esteban en la mezquita de Córdoba», Obra dispersa, I, Al-Andalus, Crónica de la España Musulmana, pp. 81-282. 87 VV.AA., El esplendor de los Omeyas cordobeses, Granada 2001, p. 220. 88 Schlunk, H., «Die Auseinandersetzung der christlichen und der islamischen Halbinsen bis zum Jahre 1000, L’Occidente e l’islam nel’Alto Medioevo, T. II, Settimana de Spoleto, Spoleto 1965, pp. 926-927 figs. 34-36. 89 García de Castro Valdés, C., Arqueología cristiana..., op. cit., figs. 347,348 y 350. 90 García de Castro Valdés, C., op. cit., figs. 125 y 126. Betti, F., «sculture altomedievali..., op. cit., figs. 37 y 58. 91 Cruz Villalón, M., Mérida visigoda, op. cit., n.º 384 y las piezas 386, con racimos y palmetas y hoja central de hojas redondeadas, y 393: cimacio con sucesión de círculos con rosetas comparables con los que aparecen en las roscas de los arcos de San Miguel de Lillo. 86
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LA PLÁSTICA ASTURIANA Y SU RELACIÓN CON LA CREACIÓN VISIGODA...
Sines,92 en Portugal, y más hacia el centro en Tomar,93 integrada en el grupo «portucalense», situadas estas últimas entre el siglo IX y X. La misma combinatoria de círculos con rosetas y hélices se repite en alguna pieza astur de la catedral de Oviedo y del Museo Arqueológico,94 más reducidas a esquema y con pequeños zarcillos. Estos diseños parecen corresponderse con diseños más elaborados del mundo islámico, como aparecen más tarde en las labras califales de Madinat al-Zahra.95 Y ya ha sido señalada la relación de este tipo de ornamento con el grupo luso de Arosa y Gimarães, donde se reproduce esta última modalidad con bastante exactitud, lo que llevaría a considerar estas últimas en tiempo coetáneo a Lillo, donde se clasifican últimamente,96 y no en el contexto visigodo. Todo lo expuesto nos pone en la idea de que desde luego, en este momento, estos esquemas de Lillo, que parecen relacionados con las manifestaciones que pueden remitir a la creación andalusí en la zona oeste de la península, tuvieron una importante difusión por el área cristiana del norte peninsular. Este mismo tipo de decoración nos conduce también a la conocida pieza del grifo que sirvió como cancel en la misma iglesia de Lillo. Igualmente discutida entre lo visigodo y lo asturiano, la exactitud de su cenefa superior con el grupo ornamental que acabamos de comentar, la hacen coetánea de la arquitectura de la iglesia. Este grifo concebido de modo naturalista en comparación con las más habituales estilizaciones del mismo en la creación altomedieval, concuerda con una tendencia que estuvo presente en la península ibérica en el momento y que quedó reflejada tanto en manifestaciones islámicas como cristianas. La placa con animales de Saamasas97 o las representaciones animales de San Pedro de la Nave parecen en su iconografía sencillas versiones de lo 92 Torres, C. et alii, «A escultura decorativa de Portugal. O grupo de Beja», Escultura decorativa tardorromana y altomedieval, op. cit., figs. 15 y 19. 93 Real, M.L., «Escultura decorativa em Portugal..., op. cit., p. 167, fig. 109. 94 García de Castro Valdés, Arqueología cristiana..., op.cit., figs. 129 y 151. 95 Castejón, R., «Piezas califales en Londres», Al-Mulk, Anuario de Estudios Arabistas, 4, 1964-1965, fig. 1. 96 Schlunk, H., «Enwicklungsläufe der Skulptur auf der Iberischen Halbinsel vom 8. bis 11. Jarhundert,», Kolloquium über frühmittelalterliche Skulptur, 1972, p. 126, lám. 53. Real, M.L., «A escultura decorativa em Portugal...», op. cit., pp. 162 ss. 97 Estado de la cuestión de esta placa, estimada de cronología postvisigoda: García de Castro, C., «Escultura arquitectónica en el área central de Asturias», Escultura decorativa tardorromana y altomedieval, op. cit, p. 119, nota 59. Ver también: Cruz Villalón, M., «El taller de escultura de Mérida. Contradicciones de la escultura visigoda», en Visigodos y Omeyas, op. cit, p. 278.
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que más tarde mostrarían los marfiles califales con técnica más elaborada.98 Dentro de esta misma tendencia se integran la placa de Valdetorres, cerca de Mérida,99 y la placa astur de Lugo de Llanera.100 En esta última, el cuerpo de los felinos, reducido a líneas rectas en parte de su contorno, sugiere el paso de un modelo realizado en tejido, donde, dependiendo del tipo de labor, a veces las representaciones adquirían trazos geometrizantes como los que aquí se ven. Este efecto se aprecia, por ejemplo, en un fragmento de tejido de San Isidoro de León, que nos da la versión islámica de este esquema iconográfico de los animales afrontados en torno a un árbol,101 tan antiguo como la tradición mesopotámica de la que deriva. En cualquiera de estos ejemplares, como en otra placa califal de Madinat al-Zahra, con animales afrontados también,102 el esquema arbóreo, de concepción minimalista, resulta coincidente. El citado tejido de San Isidoro de León, aunque se manufacturase en España en el siglo XI, no fue sino una imitación de un modelo realizado sobre base sasánida en el siglo X, procedente de Bagdad, y la placa de Valdetorres fue comparada con una labra en madera fatimí, lo cual, además de las similitudes que hemos comprobado para otras representaciones zoomorfas cristianas con los marfiles califales, nos devuelven la versión de una iconografía animal que debió tener cierta extensión en el repertorio del arte islámico y, por transmisión, en las manifestaciones cristianas coetáneas.103 El reverso de la placa 98 Cruz Villalón, M., «El paso de la Antigüedad a la Edad Media. La incierta identidad del arte visigodo», en M.C. Lacarra, Arte de épocas inciertas. De la Edad Media a la Edad Contemporánea, Zaragoza, 2009, pp. 28-29, figs. 74-80. Igualmente, el cuadrúpedo que adorna una de las impostas de San Pedro de la Nave, en una composición incompleta, seguramente simétrica en torno al arbusto que queda, se puede comparar con los leones que aparecen bajo los personajes entronizados de la arqueta de Leyre. 99 Cruz Villalón, M., «El taller de escultura de Mérida... op. cit, p. 267. 100 García de Castro, op. cit., p. 224, fig. 123. Las palmeras que aparecen sobre el dorso de los animales, la ha comparado con una pieza de Mérida y el pie de altar de Quintanilla de las Viñas entre otras. Este último, posiblemente sea más tardío que el tiempo visigodo como hemos planteado para la iglesia: Cruz Villalón, M., «Quintanilla de las Viñas en el contexto del arte altomedieval. Una revisión de su escultura», Antigüedad y Cristianismo, T. XXI, Sacralidad y Arqueología, pp. 101-135. 101 Ettinghausen, R.; Grabar, A., Arte y arquitectura del Islam, op. cit., pp. 267, 268, fig. 259. 102 Martínez Núñez, M.A., «Epígrafes a nombre de AlHakam en Madinat al-Zahra», Cuadernos de Madinat al-Zahra, 4, 1999, p. 40. 103 Cruz Villalón, M., «Contradicciones de la escultura visigoda de Mérida...Visigodos y Omeyas....y «El paso de la antigüedad a la Edad Media..., op. cit., figs. 78-80.
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del grifo de San Miguel de Lillo nos conduce igualmente a las expresiones de al-Andalus. El esquema con el que se ha tratado en este caso el concepto del árbol, emparenta con la abstracción que recoge una plaquita de metal que procede de Madinat al Zahra.104 Esta última presenta además un tipo de hoja para la cual ha sido señalado su antecedente sasánida, y resulta comparable con la que se dispuso en un soporte de cancel también de San Miguel de Lillo que se expone en el Museo Arqueológico de Oviedo.105 Otro elemento a analizar dentro de San Miguel de Lillo es el de los discos que se disponen entre los arcos ya comentados de la tribuna. Su ornamentación, con una composición radial que aparece más desmañada también en algún capitel de la iglesia, ha sido ya objeto de comparaciones con algunas piezas del sur peninsular.106 Este tipo de composiciones radiales que reúnen motivos ajenos a la tradición clásica y cuyas raíces se pueden rastrear entre el repertorio tardoantiguo, particularmente en Siria,107 y en la tradición sasánida y paleoislámica,108 desde luego supone una conexión con el repertorio oriental. Lo que no queda resuelto de manera cierta es el momento en el que deban encuadrarse, pues inicialmente, en las tradicionales clasificaciones de la escultura hispánica, quedaron establecidas en la más tardía creación visigoda, con posibilidad de que fueran posteriores.109 Ya hemos comparado en este trabajo, por sus semejanzas en cuanto a técnica y detalles, los canceles de Santianes de Pravia que hoy están en el Pito de Cudillero con una pieza emeritense que se relaciona con la serie de ornamentos que tratamos. También en la escultura de Santa Lucía de Alcuéscar, considerada mozárabe, se encuentra este mismo tipo 104 Vid. nota 43. Cruz Villalón, M., «El paso de la antigüedad, op. cit , figs. 81-82. No dejamos de señalar a relación que M.L. Real estableció entre esta forma arbórea y la decoración que llena los capiteles de Cedofeita y otros del grupo portucalense, entre los ss. IX y X. Estos insólitos capiteles, que destacan de todo el conjunto por su concepción y refinamiento, guardan una analogía de forma y decoración con capiteles de la citada abadía itálica de Farfa, que fueron situados en los siglos VIII y IX: Real, M.L., «A escultura decorativa em Portugal..., op. cit., pp. 152-153, y Betti, F., «Sculture altomedievali..., op. cit. figs. 11,29, 42, 37. 105 Hoppe, J.M., «Le corpus de la sculpture wisigothique..., op. cit., pp. 312-313. 106 Arbeiter, A.; Noack, S., op. cit., pp. 147-148. 107 Butler, H.C., Early Churches in Syria. Fourth to Seventh Centuries, Princeton, 1929, pp. 230-235. 108 Hamilton, op. cit., fig 126. 109 Enmarcaríamos en este conjunto toda una serie de piezas que para la colección de Mérida fueron agrupadas como «grupo B»: Cruz Villalón, M., Mérida visigoda, op. cit., para las que incluso establecimos paralelos más avanzados en el tiempo que el siglo VII, incluyendo relieves mozárabes o creaciones islámicas de la península.
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de motivos.110 En San Miguel de Lillo, se puede decir así que su punto de referencia se encuentra igualmente en la arquitectura islámica. Paralelamente a la creación asturiana, este tipo de composición se registra en los frisos de la fachada de la mezquita de las Tres Puertas de Kairuán (866),111 y los discos con simples motivos centralizados, proliferan en el espacio ante el mihrab de la Gran Mezquita de la misma ciudad, bajo la cúpula,112 o se disponen en la fachada de la mezquita de Sidi Ali al-Ammar de Susa (s. X), también en Túnez.113 Esta misma tradición se extendió en este tiempo por el ámbito luso y galaico, como testimonian, aparte del disco de Sabante, que hemos conectado con los medallones del Naranco, los más reducidos de Fermedo y de San Pedro de Balsemão,114 cuyo exacto paralelo en el repertorio oriental puede ser un testimonio claro de la procedencia de estos elementos decorativos.115 También se registran en la arquitectura mozárabe, como se ve en la iglesia de San Cebrián Mazote, donde se ejecutaron en estuco.116 A este mismo género pertenecen las rosetas de gallones labradas en piezas circulares de Toledo, en principio consideradas visigodas, y que relacionaremos con las formas de los ventanales asturianos más adelante. La tradición de estos elementos debió extenderse aún más, particularmente en la península itálica. Se recogen en la iglesia de Santa Práxedes en Roma,117 realizados también en estuco, lo cual revela efectivamente una concordancia de creaciones afines en cuanto a técnicas y resultados, cuyo origen común cabría considerar. También hacia el Adriático Norte, se identifican estas formas en Rávena, en el Museo Arqueológico, y en la torre de la Abadía de Pomposa (1074).118 El románico italiano tuvo una difusión importante de este elemento de los discos en fachadas,119 siendo las iglesias siculonormandas las que muestran una profusión más llamativa. Pero, al 110 Caballero, L.; Sáez Lara, F., La iglesia mozárabe de Santa Lucía del Trampal, op. cit., p. 173, figs. 66, 34. 111 Pavón Maldonado, B., España y Túnez, op. cit., pp. 9092. 112 Marçais, G., Coupoles et plafonds de la grande mosquée de Kairouan, París, 1925, lám. VI. 113 Pavón Maldonado, op. cit., p. 257. 114 Real, M.L., «A escultura decorativa em Portugal... op. cit., figs. 28, 31y 78. Kröger, J., Sasanidischer Stuckdekor, Mainz, 1982, p. 231, fig. 136 a. 115 Kröger, J., op. cit., p. 231, fig. 136,a. 116 Gómez-Moreno, M., «Arte mozárabe», Ars Hispaniae, III, Madrid, 1951, fig. 141. 117 Krautheimer, R. y otros, (1967 y 1970) , Corpus Basilicarum Christianarum Romae, III, Ciudad del Vaticano,1967, figs. 221ª a, 221b. 118 Salmi, M., L’Abazia di Pomposa, Roma, 1936, p. 52 y 60, figs. 86, 97 y 98. 119 Franz, G., «Das Medaillon..., op. cit.
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Figs. 16 y 17. Friso de San Pedro de la Nave, Zamora. Santa Cristina de Lena, Asturias.
igual que los grandes medallones adornados, con los que emparentan, estos discos menores se encuentran también en Armenia, algunos de ellos convertidos en ventanas con un pequeño óculo, cuya solidez recuerda a la ventana asturiana que tal vez perteneciera a San Miguel de Lillo.120 Todos estos ejemplos son expresiones distintas sobre un mismo concepto en momentos y lugares diferentes, pero la afinidad que los discos hispánicos tienen con los de Túnez, hacen pensar en su procedencia islámica. Dentro del conjunto de piezas que aparecen en el contexto de las iglesias de Ramiro I, se encuentra también el controvertido cancel de Santa Cristina de Lena (Fig. 17). Su indefinición entre lo visigodo o 120 Escortell Ponsoda, M., Catálogo de las salas del arte prerrománico del Museo Arqueológico de Oviedo, Oviedo, 1978, p. 28, lám. XCVIII. Cuneo, P., L’Architettura armena, op. cit, T. II, pp. 794-795. Solo alguno de estos discos pertenecen a los siglos IX y X. La mayoría son mucho más tardíos, pero dentro de esta tradición. Para la ventana asturiana, también hay antecedentes en la arquitectura tardoantigua de Siria: De Vogüé, M., Syrie Centrale Architetture civile et religieuse, du I au VII siècle, París, 1865-1877, p. 55, lám. 14, y Creswell, K.A.C., Early Muslim Archtecture, Oxford, 1969, p. 115 fig. 55.
el tiempo del reino asturiano oscila entre los distintos autores, sin una razón de peso. La inscripción que contiene en la parte superior o el desencaje que muestra la pieza en la estructura original del edificio, son motivos que se esgrimen para considerarla anterior a la fecha de la iglesia.121 En el cancel de Lena, la sucesión de cruces y rosetas de pétalos agudos en dos de sus compartimentos, se corresponde efectivamente con parte de los frisos de carácter geométrico de la iglesia de San Pedro de la Nave, como han advertido otros investigadores ya (Fig. 16). Pero nada asegura que estos últimos fueran un antecedente. En todo caso, podría ser una prueba para avanzar la fecha de San Pedro de la Nave, puesta en duda igualmente desde las primeras investigaciones que hiciera Gómez-Moreno sobre la misma. Sus planteamientos parecen corresponderse con ejemplares más tardíos que los de la etapa visigoda, lo que nos lleva a decantarnos por esta posición.122 121 García de Castro Valdés, C., Arqueología cristiana..., op. cit., p. 223, Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., Christliche Denkmäler..., op. cit., pp. 170-171, lám. 44 a. 122 Cruz Villalón, M., «El paso de la Antigüedad a la Edad Media, op. cit., pp. 17 ss., y «En torno a las iglesias cruciformes de época visigoda», op. cit.
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Una primera apreciación estética sobre las placas de Lena dirige nuestra percepción hacia una sensibilidad diferente a la del gusto clásico que, aún degenerado, siguió teniendo vigencia hasta el final de la antigüedad, donde se pueden introducir las creaciones de la etapa visigoda. Si el motivo de los roleos con racimos proliferó en toda la creación clásica, que identificamos aún en piezas de la etapa visigoda, la interpretación de la naturaleza que transmiten las placas de Lena dista mucho de la tradición mediterránea. La naturaleza se interpreta aquí con una óptica de ampliación, lo que unido a una perfecta y marcada delineación que reduce las diferencias de lo natural y repite de manera casi exacta cada elemento, nos introduce dentro de una visión casi onírica. Esta tendencia expresiva es perceptible también dentro de algunas creaciones del repertorio sasánida,123 e igualmente se halla presente en determinadas manifestaciones de la escultura mozárabe.124 La desnaturalización de las hojas de Lena, casi en forma de cepillo, solo encuentra una posible comparación en un relieve oriental, procedente de Arabia, que se expone en el Museo Arqueológico de Estambul, sin cronología concreta.125 La apretada composición que estas formas adquieren dentro de tallos de cerradas y alargadas sinuosidades en un friso de San Francisco de Avilés, o en un fragmento de Santa María de Bendones, de nuevo encontrarían una correspondencia, aunque en este caso lejana, en el repertorio sasánida.126 Y esta misma ascendencia puede atribuirse a las formas acorazonadas del soporte central de cancel que quedan entre las cruces dispuestas en diagonal. El efecto de los roleos de Lena, en lo que se refiere al modo en el que están concebidos los motivos, es comparable en el sur con los que aparecen en una pieza que se encuentra encastrada en una de las torres de la alcazaba de Badajoz,127 previa al desarrollo del recinto almohade. Todo lo que hemos expuesto aparta al cancel de Santa Cristina de Lena de la creación visigoda. Si fue trasladado a la iglesia, cabria la posibilidad también de que fuera realizado con anterioridad, pero en el tiempo asturiano. De las piezas que se relacionan con él, el fragmento de Santa María de Bendones se con123 García de Castro Valdés, C., p. 222, figs. 121, 124, Kröger, op. cit., lám. 22, 1 y 2, lám. 64,1 y lám. 83,3. 124 En las mesas de altar de San Miguel de Escalada: Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., op. cit., lám. 70, a, b, c. 125 Glück, H. y Díez, E., Arte del Islam, Barcelona, 1932, fig. 157. 126 Kröger, op. cit., lám. 38, 1 y 2 . 127 Palol, P., Arte hispánico de la época visigoda, Barcelona, 1968, fig. 1.
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sidera del momento de la fundación de la iglesia en el siglo IX, y el de San Francisco de Avilés, por relación con la placa de Lena y su inscripción, del siglo VII.128 Pero la decoración vegetal que lleva en el reverso el fragmento de Bendones, concuerda en sus detalles con San Miguel de Lillo, aunque también guarda relación con algunos diseños de la abadía de Farfa de mediados o segunda mitad del s. VIII.129 Sobre los capiteles del tiempo de Ramiro I, ha habido estudios diversos.130 Entre ellos, nos interesan particularmente los que adquieren una configuración geométrica, lejos de la herencia del orden corintio al que pertenecen otros. Los capiteles de aproximación troncopiramidal de San Miguel de Lillo han sido comparados desde los trabajos de Schlunk, tanto con la creación paleobizantina como la del bizantino medio,131 donde se puede encontrar una relación más cercana. Pero la reducción del volumen a facetas triangulares como se presenta en los capiteles de Santa María del Naranco (Fig. 18) o Santa Cristina de Lena resulta diferente. Tal segmentación se identifica con algún capitel norteafricano de Monastir (Fig. 19),132 de nuevo en el ámbito tunecino, y una concepción semejante sólo la hemos encontrado de nuevo en el suelo itálico, con resultado extraordinariamente rudo, en la cripta de San Eusebio de Pavía.133 En la península ibérica, sólo existe una posible comparación de estas formas con las basas del cuadrado central de San Pedro de la Nave (Fig. 20), lo que de nuevo da motivo para considerar que aquella iglesia excede el tiempo visigodo. En cuanto al cordón que tan característicamente va enmarcando los capiteles asturianos del Naranco o de Lena, podría encontrar una referencia en el capitel de Salónica relacionado con los capiteles de Lillo por Schlunk. Pero la tosquedad con la que se 128 García de Castro, op. cit., pp. 222, 225, 329, figs. 121 y 124-26. 129 García de Castro Valdés, C., Arqueología cristiana...op. cit., figs. 125-126 y Betti, F., «Sculture altomedievali dell’Abadia di Farfa», op. cit., figs, 24, 31, 48, 58 y 59. Estos capiteles comprenden diseños vegetales semejantes o elementos florales comparables con los de las placas de Bendones. 130 García de Castro, C., Arqueología cristiana..., op. cit., pp. 278 ss., y «Escultura arquitectónica...», op. cit., pp. 8592. 131 Schlunk, H., «El arte asturiano en torno al 800», Actas del simposio para el estudio de los códices..., op. cit., pp. 157-158, figs. 48 y 49. García de Castro Valdés, C., «Escultura arquitectónica..., pp. 89-90. 132 Marçais, G., Manuel d’art musulman, T. I, París, 1926, fig. 31. Ya señalado por Schlunk, H., «La decoración de los monumentos ramirenses», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, (Oviedo). Año 2, n. 5, 1948, pp. 83-84. 133 En Arte del primo Milenio, Atti del II Convegno per lo studio dell’Alto Medoioevo (1950), Turín, 1953, lám. XCIV.
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Figs. 18, 19, 20 y 21. Santa María del Naranco, Oviedo. Monastir. San Pedro de la Nave. Sedrata (Argelia).
concibió este diseño en el arte asturiano puede identificarse en alguna creación islamica, como podría testimoniar la cajita relicario esférico de la Seo de Urgell, de procedencia andalusí (hacia el s. X),134 y encuentra alguna relación con un burdo capitel itálico de la región de Arezzo, situado entre el siglo VIII y IX, sometido igualmente en su volumen a una concepción geométrica.135 Por otra parte, el achaflanamiento de las aristas del capitel cubriéndose con hojas como se muestra en los capiteles de San Salvador de Valdediós, particularmente en los capiteles menores de las ventanas, remite de nuevo al norte de África, a la villa de Sedrata, en Argelia (s. IX)136 (Fig. 21).
CELOSÍAS
DE VENTANAS
Las celosías de ventanas son otro capítulo de gran interés en el estudio de la plástica asturiana, dada su diversidad tipológica y ornamental, y las posibilidades de relación que nos ofrecen a la hora de definir las 134
VV.AA., Cataluña y el Islam, Barcelona, 1998. Fatucci, A., Corpus della scultura altomedivale, IX, La Diocesi di Arezzo, Spoleto, 1977, N.os 162-163, láms. CVIIICXII. 136 Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., Hispania Antiqua, op. cit., fig. 58 b. Coma y Marçais, G., Manuel d’art musulman, op. cit., p. 85, fig. 47. 135
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bases que estuvieron en su formación. Estudiadas ya en diversas investigaciones, seleccionamos solamente algunas de las formas que dan juego en nuestro análisis. La celosía de la cabecera norte de San Julián de los Prados,137 nos da la versión de las primeras ventanas caladas de la creación asturiana. Schlunk la relacionó con otras itálicas, griegas o de Jerusalén.138 Algunos de los modelos de las ventanas asturianas se pueden identificar además con otros altomedievales que se encuentran dispersos en las orillas mediterráneas, tanto islámicas como cristianas. Varios estudios lo han puesto de manifiesto ya.139 En concreto, la celosía que tratamos de San Julián de los Prados presenta un diseño simple, una cruz de brazos ensanchados entre los que se ha calado la placa produciendo cuatro huecos de aproximación cordiforme, además de llevar caladas también cada una de las extremidades cóncavas de la cruz. La referencia más inmediata a esta formación puede localizarse en Toledo, en una placa que se ha clasificado junto con todos los restos escultóricos de la ciudad dentro del común concepto de «arte visigodo»,140 pero donde hay diferencias evidentes que aconsejan matizar este bloque único. Esta última presenta, sin embargo, más afinidades con una de las celosías del iconostasis de Santa Cristina de Lena.141 Y este tema de la cruz inscrita se repite de nuevo en otras ventanas asturianas en combinación con otras composiciones. El material en el que se realizó la ventana de San Julián fue el estuco, que también se utilizó en otras ventanas europeas, señalando Schlunk que el dominio que manifestaba la técnica del vaciado en San Julián de los Prados debió provenir de fuera. Pero más que pensar en Italia o Grecia hacia donde le dirigían sus aproximaciones, se podría pensar que esta técnica, ampliamente utilizada en la creación islámica, se encontraba extendida por las tierras de al-Andalus. En la creación andalusí y para el tiempo en que nos movemos, las conocidas celosías que cierran las ventanas de la puerta de San Esteban en la mezquita de Córdoba, nos llevan en sus diseños a modelos 137 García de Castro, Arqueología cristiana, op. cit., fig. 207. Restaurada. Dibujada en estado original por Gómez Moreno en 1918: Schlunk, H., «Arte asturiano en torno al 800», op. cit., fig. 31. 138 Schlunk, H., op. cit., pp. 150-151. 139 Cfr. Franz, H.G., «Transennae als Fensterverschluss. Ihre Entwiclung von der frühcrhristlichen bis zur islamischen Zeit», Istanbuler Mitteilungen, 8, 1958, pp. 72-73. García de Castro Valdés, Arqueología..., op. cit., pp. 260 ss. 140 Barroso Cabrera, R.; Morín de Pablos, J., Regia Sedes, op. cit., n.º 435. 141 García de Castro Valdés, C., Arqueología cristiana..., op. cit., p. 261, fig. 192.
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Figs. 22, 23 y 24. San Miguel de Lillo, Oviedo. Córdoba, mezquita. Jirbat al-Mafyar.
de derivación tardoantigua, y constituyen prácticamente los únicos ejemplos de este género conocidos. En este contexto, nos interesa considerar una singular pieza, que ha sido tratada como visigoda, pero que no encuentra un referente claro para situarla de manera concreta en un momento o en otro, y que de manera lejana puede remitir a alguna definición de las ventanas asturianas. Se trata del considerado cancel visigodo calado y reaprovechado para ventana que se recoge en la mezquita de Córdoba142 (Fig. 23). El hecho de que exista otra pieza pareja, que se exhibe igualmente en el interior de la mezquita, elaborada desde el principio para encajar, hace sospechar que la primera fuese reaprovechada efectivamente en el tiempo islámico, lo que parece deducirse además del análisis de sus motivos. El centro de la mitad izquierda lo ocupa un círculo sogueado del que parten los radios de un rosetón lobulado. Cuatro de los radios, al estar más marcados, forman una cruz. En la mitad derecha, otro círculo comprende otra roseta de segmentos cordiformes, cuyos radios parecen formar un crismón lineal de extremos curvos. El concepto de estos diseños es comparable con el planteamien142
Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulmán..., op. cit., fig. 215.
to de alguno de los medallones en forma de roseta de Jirbat al Mafyar143 (Fig. 23), donde de manera incipiente vemos el establecimiento de un perfil lobulado que no está en consonancia con el conjunto de la escultura peninsular del bloque visigodo, del que igualmente parece despegarse la pieza de Córdoba por su refinada ejecución. Podría compararse el sogueado del círculo derecho con el de las placas de El Pito de Cudillero y el friso de Mérida que hemos relacionado con él (Figs. 2 y 3). Las trifolias sin tallo que cubren los ángulos externos a los círculos, por otra parte, pertenecen al mismo género que las que se utilizaron en el dintel reformado de la puerta de San Esteban en la misma mezquita de Córdoba, de mediados del siglo IX, que ya han sido relacionadas con alguna de las decoraciones de San Miguel de Lillo. Y los estrechos huecos que se abrieron en el eje de la placa, se aproximan a los de algunas ventanas con arquitos de escasísima luz de la producción asturiana,144 aunque éstas parecen posteriores a la labra de la pieza al recortar sus motivos. Todo, en conjunto, nos induce a pensar que esta placa cordobesa está, 143 Hamilton, R.W., Khirbat al Mafjar, op. cit. p.135, fig. 86. 144 García de Castro, Arqueología cristiana op. cit., fig. 186.
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efectivamente, dentro de otro contexto que el visigodo, y que su concepto, aun de manera lejana, puede estar en consonancia con lo que de modo simplificado se planteó en la celosía de San Julián de los Prados y posteriormente en las celosías circulares de San Miguel de Lillo. Otra celosía que cabe reseñar en el territorio andalusí es la que apareció en la ciudad de Mérida, que también desdice de las más conocidas formas de herencia clásica de la plástica visigoda.145 De nuevo el repertorio de Jirbat al Mafyar podría dar una aproximación a este diseño singular, siendo comunes en ambos casos la delineación concéntrica de líneas onduladas, así como los pequeños ojos circulares.146 El nivel emiral de Mérida cuenta actualmente con referencias a importantes construcciones a las que ya hemos hecho mención y aunque, en realidad, ningún resto escultórico apareció junto a ellas, cabe pensar que, al menos, elementos funcionales como las celosías de ventanas, pudieran haberse integrado en las mismas. Las ventanas de perfiles lobulados definidas claramente, se instalan ya en San Miguel de Lillo (Fig. 22). Antecedentes de estas formas existieron en la Antigüedad Tardía, como muestra un rosetón africano de Djémila.147 Pero la creación tunecina dio muestras de la implantación de la forma lobulada en el reino aglabí, en óculos como el de la Gran Mezquita de Kairuán, bajo la cúpula del mihrab, cuya celosía es igualmente lobulada, aunque con decoración vegetal.148 El diseño de círculos lobulados debió estar extendido en el norte de África en el siglo IX, pues se observa también entre los motivos de las yeserías del palacio de Sedrata (Argelia),149 y probablemente en el arte andalusí, como podrían atestiguar las placas caladas de Córdoba que acabamos de tratar. La posterior derivación que esta forma tomó en una celosía de la Aljafería de Zaragoza,150 antes de que se instalara en las construcciones del románico,151 creo 145
Cruz Villalón, M., Mérida visigoda..., op. cit., n.º 423. Hamilton, op. cit., p. 141, fig. 92. Noack-Halley, S., «Tradición e innovación en la decoración plástica de los edificios asturianos», Actas del III CAME, Oviedo, 1992, p. 177, fig. 2c. 148 Pavón Maldonado, B., op. cit., p. 131, y Marçais, G., Manuel d’art musulman, op. cit., p. 73, fig 37. 149 Torres Balbás, L., «Precedentes de la decoración mural hispanomusulmana», Al -Andalus, XX, 2, 1955, fig. 8. 150 Gómez Moreno, M., «Arte árabe español...», op. cit., fig. 298. 151 El rosetón de Santo Domingo de Soria cuyos radios son columnitas, prefiguradas ya en los rosetones de Jirbat al-Mafyar, es ejemplo significativo. Y los de algunas iglesias itálicas, como los de San Felice in Narco, Castel San Felice y otros como la de las iglesias de Lugnano in Teverina (Terni), o la del duomo de San Rufino, manifiestan una gran semejan146 147
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que podría justificar, después del recorrido que hemos hecho, la adscripción islámica de este tipo de ventana. Por otra parte, la ruda concepción de las celosías de Lillo, con sus sogueados, tampoco está tan lejos de los círculos avenerados que se recogen en algunos relieves de la ciudad de Toledo,152 desde donde tal vez se transmitió esta forma hasta las tierras del norte. Situados estos últimos en la etapa visigoda, por las relaciones que establecemos a continuación, pudieron ser posteriores. Estos círculos avenerados parecen ser una simplificación de formas de medallones más complejos como se pueden ver en Jirbat al-Mafyar (Fig. 24), pero, por su reducida dimensión y amplia difusión por la arquitectura, están más relacionados con los pequeños discos con diversos ornamentos que ya hemos tratado. Los de forma gallonada que recogemos aquí, se vuelven a encontrar en la Gran Mezquita de Kairuán, en la profusa decoración del espacio cupulado ente el mihrab,153 en el patio de la mezquita de Ibn Tulún (876-879) o en la mezquita de al-Azhar (972), ambas en el Cairo. Más tarde, la reiteración de este elemento igualmente en las arquería y el mihrab de la Aljafería de Zaragoza, y, paralelamente, la presencia del mismo en Córdoba como manifiesta la pieza de cerámica vidriada que de allí procede y se guarda en el Museo de la Cerámica de Barcelona, del s. XI o comienzos del s. XII,154 atestiguan la pervivencia de este elemento en la arquitectura del período de las taifas. De nuevo en San Miguel de Lillo, el diseño de otra de sus celosías, a base de círculos entrelazados de distinto tamaño,155 tiene sus antecedentes en uno de los paneles de las pinturas de San Julián de los Prados, que, como veremos, tiene correspondencia en el arte omeya oriental.
EL TIEMPO DE ALFONSO III Y EL FINAL DEL ARTE ASTURIANO En este momento final siempre fue identificada la introducción de principios andalusíes en la plástica asturiana, a partir de Gómez-Moreno que, en su obra sobre el arte mozárabe, incluyó determinadas maniza con las celosías de Lillo: Decker, El arte románico en Italia, Barcelona, 1964, figs. 92, 94 y 99. 152 Barroso Cabrera, R.; Morín de Pablos, J., Regia Sedes Toletana, op. cit.,nºs 218 y 219. Otros discos más distantes en forma, n.os 13 y 14. 153 Marçais, G., Coupoles et plafonds..., op. cit., op. cit., lám. IV. 154 VV.AA., Las Andalucías de Damasco a Córdoba, (catálogo de exposición), 2001, n.º 159, p. 147. 155 Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., op. cit., pp. 149-151.
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festaciones asturianas dentro de esta categoría, justificando este impacto en relación a la expansión hacia el sur del reino asturiano y al movimiento humano que conllevaría el proceso de la repoblación. La población andalusí, venida al norte, actuaría como agente de transmisión, en hipótesis del historiador granadino.156 Efectivamente, en este momento se encuentran formas y representaciones cuya ascendencia islámica es más fácilmente reconocible. Pero tampoco se ha aludido a sus modelos de manera muy directa. Tratamos así de aproximarnos a los mismos. En San Salvador de Valdediós (893), aparte de las pinturas de este momento que incluimos en el siguiente apartado, la celosía que tiene motivos florales parte de composiciones vegetales en simetría que estuvieron ya presentes en el arte paleoislámico, anunciando Gómez-Moreno su origen en el repertorio andalusí, interpretado aquí de modo simplificado.157 La más original composición de la celosía de la fachada principal de San Andrés de Bedriñana, igualmente parece una reducción, casi a pura geometría, de modelos más complejos, cuyo inicio se puede intuir en obras refinadas de los talleres musulmanes. Varias tallas en madera de creación fatimí, que parten de la inspiración vegetal, esquematizada en finas y sinuosas líneas dispuestas en simetría, muestran un ritmo de composición comparable.158 En cuanto a los alfices con orlas ornamentales de las ventanas de San Martín de Salas (reconstruida en 951), la decoración de uno de ellos con palmetas envueltas en tallos de diseño cordiforme que adquieren un esquema cerrado en ocho, es semejante al diseño de la placa que contiene una gran cruz, procedente de la misma iglesia. Una de las placas de Santianes de Pravia y otras de San Miguel de Escalada que referimos en su estudio, manifiestan un esquema compositivo relacionable. Este tipo de palmetas dentro de husos cordiformes se localiza igualmente en los capiteles del pórtico de San Salvador de Valdediós, o en el que se encuentra en Deva que emparenta con ellos,159 y se puede ver simultáneamente en las creaciones de las artes industriales islámicas andalusíes,160 mientras que la composición 156
Gómez-Moreno, M., Iglesias mozárabes..., op. cit., pp. 71-91. 157 García de Castro, Arqueología cristiana, op. cit., p. 26, fig. 213. 158 Ettinghausen, R.; Grabar, O., Arte y arquitectura del Islam, 650-1250, Madrid, 1996, fig. 171. 159 García de Castro Valdés, C., Arqueología cristiana, op. cit., fig. 249. 160 Como, por ejemplo, en el pebetero con forma de ave que se encuentra en la colección R.A. Hariri de El Cairo, de procedencia desconocida, factiblemente de los siglos IX y X, reproducido en Pijoán, J., Arte islámico, Summa Artis, XII,
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en ocho, se aprecia ya evolucionada en una de las dovelas de la capilla de Villaviciosa de Mezquita de Córdoba,161 o anteriormente, en una ménsula de la gran mezquita de Kairuán.162 Y en última instancia, el origen de este motivo, sobre bases clásicas, remite al repertorio de Jirbat al Mafyar.163 En cuanto a técnica de ejecución, la turgencia de los tallos de San Martín de Salas, que difiere de las más simplificadas tallas de la escultura altomedieval en general, así como la formalidad de las palmetas, aproximan este relieve a alguna de las placas labradas del mihrab de la gran mezquita de Kairuán, atribuido a Ibrahim I (856-863). Otro de los alfices de San Martín de Salas vuelve a la composición en zigzag que inscribe en sus espacios trifolias del tipo analizado en San Miguel de Lillo, para la que hemos señalado anteriormente también su carácter islamizante. Y finalmente, un tercer alfiz recoge una composición de palmas arborescentes en sucesión, cuya versión se puede comparar con otros relieves dispuestos en unas jambas de Madinat al-Zahra.164 Con otra formalidad, las palmas arborescentes de los capiteles del pórtico de San Salvador de Valdediós, derivan de las formaciones que estuvieron presentes en el arte cordobés desde sus inicios, en la puerta de San Esteban, comentadas ya en el campo de relaciones establecidas a partir de las piezas de Santianes de Pravia, y pervivieron en el repertorio andalusí transmitiéndose al arte cristiano, como pueden indicar las que se repiten en la caja de las Ágatas (donada en 910), repujadas en la chapa de oro que envuelve a las piedras. Hay con todo en alguno de los arbustos de Valdediós,165 que en general se caracterizan por su flexible diseño, un punto de rígida geometría en la base de los mismos que podría compararse con aquellos entrelazos de carácter nórdico que convivieron o se fusionaron con las estilizaciones del repertorio oriental, como puede verse por ejemplo en las orlas o las letras capitales de los libros miniados del momento. El Beato del Archivo Madrid (1949), 1991, pp. 129-132, fig. 171; o el brasero hexagonal de azófar con profusa ornamentación que recoge el Museo Arqueológico de Córdoba, de época califal: Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulmán...», op. cit., p. 761, fig. 616. 161 Marçais, G., Manuel d’art musulman, op. cit., . 271, fig. 151 E. 162 Marçais, G., op. cit., p. 65, fig. 32. 163 Hamilton, op. cit., lám. XXVI, 1. 164 Arbeiter, A.; Noack, S., op. cit., lám. 64a. Gómez-Moreno, M., «Arte árabe español...», op. cit., fig. 204. 165 Noack-Halley, S., Mozarabischer Baudekor 1: Die Kapitelle, en Madrider Beitrage, T. 19, Mainz, 1991, pp. 168169, lám 45, f y 47 a.
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Histórico Nacional de Madrid, que fue completado en el año 970, presenta algún ejemplo significativo.166 LA PINTURA En cuanto a la pintura, los edificios asturianos constituyen un excepcional documento del arte altomedieval de occidente, para el que ya, desde los estudios que hiciera Schlunk,167 se señalaran programas de raíz clásica y tardoantigua, además de advertirse algún motivo procedente del repertorio islámico. Los principios sobre los que cristalizaron estas pinturas, pues, están enunciados. Pero sobre ellos, se pueden añadir algunas observaciones más que hacemos a continuación. San Julián de los Prados, como conjunto pictórico que ha podido ser reconstruido en totalidad a partir de los restos que quedaban, constituye un tesoro tanto para el estudio formal, a través de los numerosos motivos de su repertorio, como en el plano icónico, por la vinculación regia que tiene esta iglesia, de gran porte. Desde la investigación fundamental que hizo Schlunk ha quedado sentado que estas pinturas proceden de la antigüedad, enraizadas en la tradición romana, y que pudieron responder a la renovación propuesta en la ideología del reinado de Alfonso II. Esta vuelta a la antigüedad, en función del restablecimiento del Ordo Gotorum, reflejado en las fuentes escritas del tiempo de Alfonso III, se ha entendido como una vuelta al pasado visigodo, donde, hipotéticamente, se han tratado de entroncar algunos principios de estas representaciones.168 Pero, igualmente, se ha estimado que este concepto, de carácter ideológico, no tuvo necesariamente por qué tener una correspondencia en la creación artística.169 En estas pinturas, el desarrollo del programa fundamental, expresado de modo abstracto, se resuelve a través de una sucesión de arquitecturas simbólicas, que, como se ha estudiado, proceden de la tradición 166 Guilmain, J., «Northern Influences in the Initials and Ornaments of the Beatus Manuscripts», Actas del Simposio para el estudio de los códices del «Comentario del Apocalipsis» de Beato de Liébana, T. I y II, Madrid, 1980, p. 69, fig. 3. 167 Schlunk, H., «Las pinturas de Santullano. Avance al estudio de la pintura mural asturiana de los siglos IX y X», Archivo Español de Arqueología, XXV, 1952, y Schlunk, H., Berenguer, M., op. cit.. 168 Bango Torviso, I. G., «L’Ordo Gotorum et sa survivance dans l’Espagne du Haut Moyen Age», Revue de l’Art, París, 1985, pp. 20-90. 169 Nieto Alcaide, V., «La imagen de la arquitectura asturuana de los siglos VIII y IX en las crónicas de Alfonso III», Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte, t. 2, 1989, pp. 17-19.
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clásica. Pero esta raíz se prolongó manteniendo su vigencia hasta ejemplos tardíos como demuestran los mosaicos de la basílica la Natividad de Belén (entre 680 y 787). Además esta tendencia estuvo presente no solo en el ámbito cristiano, pues sus principios icónicos y simbólicos pasaron también a la esfera islámica, donde los mosaicos del patio de la mezquita de Damasco atestiguan la adopción de los mismos. En este sentido, Grabar consideró, incluso, que la representación de los concilios que aparecen en la basílica de Belén, reducida a esquemáticas arquitecturas que acogen inscripciones relativas a contenidos fundamentales de las diversas resoluciones conciliares, en el más estricto aniconismo, estuvo condicionada también por la presencia islámica en aquel santuario, que estuvo compartido por cristianos y musulmanes.170 Y en esta misma línea, H. Stern, que estudió a fondo los mosaicos de Belén, observó la relación de determinados ornamentos del conjunto con otros del arte omeya de oriente, en concreto con los mosaicos de la Cúpula de la Roca.171 Por lo tanto, la dimensión de la herencia clásica en los inicios del medievo, nos abre un panorama amplio y complejo entre oriente y occidente, y entre el cristianismo y el islam, sobre el que incidiremos. En San Julián de los Prados, ciertos ornamentos y esquemas decorativos que cubren otras superficies de la iglesia, se encuentran también en el repertorio romano. Tal es el caso de las composiciones de octógonos entrelazados y con cuadrados intermedios, que se ven en las pilastras labradas de la cabecera central de San Julián o en las bóvedas de las cabeceras laterales, y que se repiten en otras iglesias asturianas posteriores. Como se ha advertido ya, esta composición se encuentra muy semejante entre las pinturas tardoantiguas de Santa Eulalia de Bóveda (Lugo), o retrocediendo en el tiempo, se localiza igualmente en el repertorio previo de la pintura y de la musivaria romana.172 El diseño, efectivamente, existió en la etapa visigoda, como muestra un relieve que procede de Segóbriga.173 Igualmente, se recoge, con alguna variación, en los estucos de la villa de Villajoyosa (Alicante), cuya cronología se debate hoy entre la creación tardorromana o de influen170 Grabar, A., La iconoclastia bizantina, Madrid, 1998, pp. 59-62. 171 Stern, H., «Les representations des conciles dans l’église de la Nativité à Bethléen», Byzantion, XI, 1936, pp. 122 ss. 172 Abad Casal, L., Pintura romana en España, Sevilla, 1982, T. I., pp. 324 ss, T. II. 173 Svchlunk, H., Hispania Antiqua. Die Denkmäler der frühchristlichen und westgotischen Zeit, Mainz, 1978, lám. 47.
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cia paleoislámica en la península ibérica,174 e, incluso, la representación de Toledo en los códices Albeldense y Emilianense, con este mismo diseño, se supone una traslación tardía de lo visigodo. En este caso, encontramos una composición que podría probar efectivamente, una continuidad de lo antiguo hasta lo asturiano y posterior. Pero, salvo esta común composición que pudo tener un uso extensivo, la supuesta derivación de la más compleja escenografía de San Julián de los Prados de la pintura de los palacios de los reyes visigodos no cuenta con ningún apoyo, pues nada conocemos de ella. Igualmente, en el contexto carolingio, más próximo temporalmente, tampoco se ha advertido algún punto de conexión claro, salvo la alusión alguna representación arquitectónica individualizada, lejana a la pintura asturiana, que recoge la ilustración miniada y sirve como testimonio de la pervivencia de este género hasta el momento. El tronco de este conjunto no ofrece dudas. La cuestión está en saber, en el tiempo que media desde la antigüedad hasta la fecha del siglo IX, cómo se transmitieron estos diseños y formas clásicas, de dónde pudieron proceder y qué sentido pudieron tener. Dentro de las relaciones que se han argumentado para los distintos temas de las pinturas de Santullano, es de interés la comparación que Schlunk estableció entre la cruz recogida en un edículo con cortinas, que se encuentra en el interior de Santa Sofía de Constantinopla sobre la puerta de entrada al espacio basilical, la puerta imperial, y las que aparecen en Santullano.175 La iconografía de la cruz en edículo, que se repite por cuatro veces en el eje de la iglesia asturiana, primero sobre la puerta de entrada, como en Santa Sofía, y después, sobre el arco de paso al crucero, concebido como arco triunfal, en sus dos frentes, y sobre el arco de la cabecera central, debió tener un especial significado en aquel ambiente. De nuevo en Santa Sofía, se advierte que ésta no fue la única cruz de la iglesia imperial, pues en el nártex interno, en tiempos de Justiniano, los lunetos bajo el arranque de la bóveda, acogieron también una serie de cruces gemadas. Además, otras cruces se repetían en los relieves que recorren esta misma zona alta del nártex. Esta llamativa reiteración de la cruz en Santa Sofía se interpreta en relación al esfuerzo que Justiniano mostró en la reconciliación de las iglesias monofisita y ortodoxa y el fortalecimiento de 174 Abad Casal, L., op. cit., pp. 33 y 34. Caballero Zoreda, L., «La arquitectura denominada de época visigoda», op. cit., pp. 221-225, fig. 3. 175 Schlunk, A.; Berenguer, M., pp. 6467, fig. 66.
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su autoridad como cabeza del estado y de la iglesia.176 El uso extensivo que se hizo de la cruz en el reino asturiano, y la conocida inscripción que comporta la cruz de los Ángeles, dedicada por Alfonso II, que se convertiría en lema de los reyes asturianos,177 hacen ver igualmente la proyección cristiana del monarca frente al enemigo, se interpreta que en el orden espiritual. En este contexto, hay que recordar también cómo en el reino de Alfonso II, el adopcionismo, que partió de la sede de Toledo, en aquel momento bajo el dominio islámico, movió a la jerarquía astur a una lucha de carácter político y religioso en oposición a la sede mozárabe toledana, enfrentamiento que se enmarca en el proyecto de consolidación de la monarquía asturiana y de su iglesia bajo el signo de la ortodoxia cristiana. El conflicto, trascendió además más allá de las fronteras hispanas, donde se extendió la herejía, implicándose en el mismo el Papado, Carlomagno y la corte carolingia. En este amplio contexto, la condena de la herejía debió ser un hecho de resonancia en la corte astur, para el que cabe pensar que fuera conmemorado a través de alguna imagen que expresara el triunfo, como se interpreta en la iglesia de Santa Sofía. En este sentido, recordamos que Schlunk propuso un significado similar para los grandes crismones visigodos, que interpretó como posibles manifestaciones del triunfo católico frente al arrianismo.178 Desde este punto de vista, el concepto iconográfico de las cruces de San Julián de los Prados, recogidas en un edículo expresado como un arco, es concordante con el de los crismones visigodos dentro de los nichos avenerados, que a veces aparecen solo bajo arcos, de modo equivalente.179 Pero los crismones desaparecieron en el repertorio asturiano, siendo la cruz el signo único de alusión a Cristo. Estas cruces asturianas, frecuentemente acompañada de las letras apocalípticas, alfa y omega, como vemos en San Julián de los Prados, debieron ser, igual que los crismones visigodos, expresión de la eternidad y divinidad de Cristo. Dentro del hipotético campo de significación que planteamos, los pequeños edificios que acompañan 176
Cimok, F, Saint Sophia, Estambul, 2005, pp. 61-62. Schlunk, H., Las cruces de Oviedo. El culto de la Vera Cruz en el reino asturiano, Oviedo, 1985, p. 36. Inscripción: HOC SIGNO TUETUR PIUS. HOC SIGNO VINCITUR INIMICUS. 178 Schlunk, H.; Hauschild, Th., Hispania Antiqua, op. cit., pp. 68-69. Cruz Villalón, M., Mérida visigoda, op. cit., pp. 292-293. 179 Cruz Villalón, op.cit., pp. 205 ss. Crismones bajo arcos: n.º 406. 177
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a las cruces o se enmarcan bajo las escenografías arquitectónicas en Santullano, tal vez no fueran más que la tópica representación de las iglesias o de ciudades, a través de edificios significativos, en las que se celebraran concilios históricos, en algunos de los cuales se condenaron herejías, como interpretó inicialmente Schlunk.180 La herejía adopcionista fue condenada por la iglesia franca en varios sínodos, entre ellos, Ratisbona (792), Frankfort (794) y Roma (799-800). André Grabar al estudiar los mosaicos de la Natividad de Belén, indicó su proximidad a las pinturas de San Julián de los Prados, tanto en su iconografía como en la disposición excepcional en el paramento de las naves, y asimiló hipotéticamente el conjunto asturiano a la representación de los concilios. La iconografía conciliar, con otros modos, antes que en Belén, se conoce por alusiones literarias que refieren su inclusión tanto en el ámbito palacial como en el de la iglesia, partiendo del interés de los emperadores de Constantinopla, del Papado y de los obispos de distintas sedes.181 Pero en Belén y en San Julián de los Prados, de manera convergente, toda la representación se reduce a la cruz, como único símbolo cristiano, acompañada de la consabida serie de fórmulas arquitectónicas. Y, a su juicio, esta reducción icónica, como hemos comentado, podría justificarse en Belén por la presencia musulmana, aspecto que relacionó con la iglesia de Asturias, en su proximidad con el islam.182 Por otra parte, el propósito de las representaciones conciliares, en general, se orientaría a una profesión de la fe cristiana, centrada fundamentalmente en los cánones que concernían a la esencia de la segunda persona de la Trinidad y todos los problemas cristológicos, en lo que Grabar denominó como una «iconografía de la ortodoxia». Más adelante, Jerrilynn Dodds ha vuelto sobre el tema, encauzando también la significación de las pinturas de Santullano hacia la expresión del triunfo de la ortodoxia cristiana frente a la herejía del adopcionismo. Pero el matiz que la autora da al aniconismo que domina en el conjunto, se orienta más hacia la posición que la iglesia carolingia adoptó frente a la representación de las imágenes en relación 180 Schlunk, H., «Las pinturas de Santullano...», op. cit, pp. 30-31 y 36. 181 Grabar, A., op cit., pp. 57 ss. Varias imágenes de los concilios se dispusieron en el palacio y en el edificio del Million en Constantinopla, en tiempo factiblemente de los siglos VII y VIII y borradas después por la acción iconoclasta, en el nártex de San Pedro, en Roma (712), y en San Pedro de Nápoles (766-767). 182 Grabar, A., op. cit., p. 65.
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a la crisis iconoclasta.183 No en vano, como hemos señalado, la herejía implicó a los dominios de Carlomagno. Son conocidas además las relaciones diplomáticas que Alfonso II mantuvo con el Imperio Carolingio. El tipo de cruz gemada que aparece en San Julián de los Prados converge conceptualmente con la que se plasmó en la Natividad de Belén, pero su modelo se aproxima más a la que se conserva pintada en la Basílica de San Salvador de Spoleto, del s. VIII,184 si bien su principio estuvo en la Tarda Antigüedad.185 Es en este campo de relaciones donde podría moverse la interpretación de las pinturas de San Julián de los Prados, iglesia palacial, que pudo efectivamente exaltar en su programa la figura de la realeza asturiana, al modo de los emperadores bizantinos, en aquella profesión de fe, en la que, triunfalmente, «se evocaba a los concilios como batallas victoriosas contra las herejías», y donde el emperador asumía máximas atribuciones.186 El contexto de la monarquía asturiana frente al dominio musulmán, y la necesidad de afirmar el reino y la iglesia dentro de la ortodoxia cristiana en tiempos de Alfonso II, parece el apropiado para integrar esta serie de arquitecturas y cruces de San Julián de los Prados dentro de la iconografía de los concilios, con la que, conceptualmente, tiene claras concordancias. Algunas otras referencias de San Julián de los Prados, nos llevan de nuevo a la capital de Bizancio. Otra convergencia de interés son los discos que se disponen en las arquerías de la nave central, de manera similar en las dos iglesias, ambos en entonación roja, si bien en Santa Sofía se realizaron en piedra. También hay cierta analogía en el esquema de la composición pictórica de la bóveda de la capilla central de San Julián de los Prados, luego imitada en Lillo, Valdediós y Priesca, a base de cuadrados con semicírculos, combinados con círculos con mosaicos que se ven en las bóvedas del vestíbulo que fue añadido a la entrada sur de Santa Sofía en el siglo IX187 (Figs. 25 y 26). Esta puerta tuvo su significación dentro de 183 Dodds, J., «Las pinturas de San Julián de los Prados. Arte, diplomacia y herejía», Goya, 191, 1986, pp. 260-262. 184 Guardia, M., «Galicia y las artes pictóricas en el arte astur-leonés del siglo X», Rudesindus. La cultura europea del siglo X, Santiago de Compostela, 2007, p. 199. 185 Schlunk, H.; Berenguer, M., op. cit., p. 66. 186 Grabar, A., op. cit., p. 69. 187 Probablemente durante el gobierno del emperador Teófilo (829-842), aunque los mosaicos sean algo posteriores, de tempos de León VI (899-912). También las formas que cubren los arcos de la bóveda del nártex de Santa Sofía, de tiempos de Justiniano, reunieron cuadrados en combinación con círculos, en este caso gallonados, igual que en la pintura asturiana.
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Fig. 25 y 26. San Julián de los Prados, Oviedo. Santa Sofía de Constantinopla.
los pasos del complejo ritual bizantino, pues era el lugar en el que el emperador se despojaba de su corona antes de entrar en la iglesia.188 En el campo de relaciones que establecemos con Constantinopla, cabe reseñar que la península ibérica, a través de al-Andalus, no debía encontrarse en aquel momento totalmente apartada de la esfera de Bizancio. El emperador Teófilo dirigió una embajada a la corte omeya de Córdoba en el año 839, que fue correspondida en el 840 por los enviados de Abd al-Rahman II a Constantinopla. Aparte de los objetivos políticos que movían estas embajadas, las relaciones diplomáticas irían acompañadas de la tradicional entrega de regalos y del intercambio cultural que siempre implicaba este tipo de contactos, con el consiguiente conocimiento y traslación de modelos artísticos entre distintos países. 188 Cimok, F., op. cit., pp. 62, 65, 67 y 70-73. Schlunk, H.; Berenguer, M., op. cit., as. 18,1, 19,2.
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El conjunto de las referencias que hemos expuesto, parece abundar en las relaciones ya establecidas por otros autores con la tradición clásica y la bizantina, tanto en tiempo tardoantiguo como altomedieval, sin embargo, la pintura de San Julián de los Prados tampoco está exenta de conexiones con la creación islámica. El panel que se dispone a los pies de la iglesia sobre la puerta de entrada, comprende una composición de círculos secantes que, con distintos diámetros, forman una intrincada trama, más propia de las complejas composiciones islámicas que del repertorio clásico. Su diseño ha sido comparado con relieves clasificados como visigodos de Cabeza del Griego,189 pero más exactamente se distingue entre las diversas composiciones de lo mosaicos del palacio omeya de Jirbat al-Mafyar190 (Figs. 27 28). Además, una celosía de la mezquita de Damasco, con diseño de círculos, aunque con igual tamaño, ofrece una gran proximidad con las celosías asturianas.191 También en Jirbat al Mafyar, aparece la composición de los octógonos entrelazados de las bóvedas de las capillas laterales de Santullano y de otras iglesias asturianas que ya hemos tratado.192 Más tarde, y en tiempo aproximado a las manifestaciones de San Julián de los Prados, la placa labrada de Adra (Almería), factiblemente del siglo IX,193 indica que esta composición se encontraba también en el territorio islámico de la península ibérica. La propia creación andalusí, presente reiteradamente en el análisis que hemos hecho de la escultura, presenta puntos de relación igualmente con la pintura asturiana. Los capiteles representados pictóricamente en pilastras o columnas de las cabeceras de Santullano, ofrecen una versión semejante a otros capiteles procedentes de Málaga o de Córdoba, cuyas hojas o caulículos están igualmente surcadas por delineaciones paralelas y toman una incurvación similar.194 La técnica de las pinturas de San Julián de los Prados ha sido analizada y su procedimiento está descrito detalladamente.195 El dibujo de los motivos 189
Schlunk, H.; Berenguer, M., op. cit., p. 40. Hamilton, R.W., op. cit., lám. LXXIX., 5. Cabañero Subiza, B., op. cit., pp. 182-183, figs 1 y 2. 192 Hamilton, op. cit., lám. LXXX, 14. 193 Zozaya, J., «Los influjos visigodos en al-Andalus», II, XXXIV Corso di Cultura sull’Arte Ravennate e Bizantina, Ravenna, 1987, pp. 410-411, lám. III, a. 194 Schlunk, H.; Berenguer, M., op. cit., láms. 21, 3 y 24,1. Comparar con Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulmán...». en Historia de España, op. cit., fig. 507, y el de Córdoba, dado por visigodo en Camps Cazorla, E., El arte hispanovisigodo, op. cit., fig. 233. 195 Schlunk, H.; Berenguer, M., La pintura mural.., op. cit., pp. 168 ss. Arias Páramo, L., La pintura asturiana..., op. cit, p. 46 ss. 190 191
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Figs. 27 y 28. San Julián de los Prados, Oviedo. Jirbat al-Mafyar.
que se iban a representar o de las partes componentes de los mismos para separar las masas de color, así como la cuadrícula general en la que con exactitud se encajaba la composición, se trazaban previamente sobre la capa del enlucido mediante líneas incisas a punta seca y utilizando la regla y el compás. En realidad, esta técnica se puede ver igualmente en algún fragmento de las pinturas de Madinat Ilbira que se recoge en el Museo Arqueológico de Granada196 (Fig. 30). Su efecto es muy semejante al que, sobre experiencias previas en la pintura asturiana, se ve en San Salvador de Priesca (Fig. 29), aunque aquí las líneas se trazaran a pincel. Las pinturas de la ciudad de Ilbira, arruinada en el siglo XI, no están localizadas en un momento concreto, pero no deja de ser de interés la coincidencia que anotamos con lo astur, si bien este procedimiento no fue una innovación en el momento, pues estuvo ya en práctica en la pintura romana. 196 Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulman..., op. cit., pp.713-714, figs. 549 y 550.
Figs. 29 y 30. San Salvador de Priesca (Asturias). Medina Elvira (Granada).
En otros fragmentos de Madinat Ilbira (Fig. 32), se aprecia que el repertorio de sencillas formas geométricas estuvo también presente en el arte cordobés, con trazas combinadas de círculos y cuadrados semejantes a los que se ven en San Salvador de Valdediós (Fig. 31). En concreto, los cuadrados coinciden de nuevo con el arte asturiano al estar divididos en cuatro triángulos (Fig. 35), dos de ellos coloreados, creando el efecto de punta de diamante, base que se repite entre los motivos de San Julián de los Prados (Fig. 33), San Salvador de Valdediós o San
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Figs. 31 y 32. San Salvador de Valdediós, Asturias. Madinat Ilbira (Granada).
Adriano del Tuñón.197 Este pequeño detalle formaba parte también del repertorio ornamental de las pinturas del palacio omeya de Jirbat al-Mafyar198 (Fig. 34) o de Madinat Ilbira (Fig. 35). Tampoco están tan distantes los esquemas de las fajas pintadas con rombos o zig-zags que se han conservado en Madinat alZahra y las que aparecen adornando algunos de los arcos de San Salvador de Valdediós.199 Las pinturas andalusíes de de Madinat Ilbira se sitúan sin certeza entre los siglos IX y X y las de Madinat al-Zahra, en el siglo X, pero, por las relaciones que estamos estableciendo con las de la arquitectura asturiana y las conexiones que la plástica escultórica ha puesto de manifiesto en nuestro estudio, podría pensarse que esta misma tendencia de simples composiciones geométricas existiera en alAndalus desde el siglo IX. Por otra parte, las pinturas y el fragmento aludido de Jirbat al-Mafyar indican que el motivo de las puntas de diamante vendría de tiempo aún más lejano. 197 198
Arias Páramo, L., pp. 44-45, 153 y 175. Hamilton, Khirbat al Mafjar..., op. cit., lám. LXXVI,
12. 199 Comparar: Arias Páramo, op. cit.., pp. 148 y 149, y Torres Balbás, op. cit., figs. 546, 547 y 548.
Figs. 33, 34 y 35. San Julián de los Prados, Oviedo. Jirbat al-Mafyar. Madinat Ilbira (Granada).
También Jirbat al-Mafyar supone un punto a tener en cuenta a la hora de considerar la conexión de pinturas tan tardías como las asturianas con las técnicas de representación de la pintura romana. Ya fueron relacionados en los estudios de Schlunk los pasos sucesivos en la plasmación de arquitecturas ilusionistas hasta llegar al conjunto de San Julián de los Prados, desde sus formas originales, recogidas en las pinturas pompeyanas, hasta las más estereotipadas y lejanas de la realidad, propias de la representación tardoantigua, en la que el arte bizantino cultivó esta tendencia, dejando su herencia en el arte omeya de oriente, en los aludidos mosaicos de la mezquita de Damasco o los de la Natividad de Belén. Pero en esta cadena, hay que hacer mención también a la pintura
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Fig. 36. Jirbat al-Mafyar.
que adornó el palacio omeya de Jirbat al Mafyar, en cuyos fragmentos se detecta que los recursos de la representación espacial y del uso del color, de las sombras y de los matices que se utilizaron en la pintura pompeyana, se seguían cultivando en el siglo VIII con bastante proximidad (Fig. 36).200 Otro aspecto a considerar es el de la técnica al fresco que reúnen las pinturas asturianas. Un artículo reciente acerca de la pintura hispano-musulmana, plantea que la tradición de la pintura al fresco no se perdió en la península ibérica después de la práctica que los artistas romanos hicieron de ella. El eslabón más antiguo en esta cadena, que continuó posteriormente a lo largo del medievo, se localiza en las pinturas de Asturias y en las que acabamos de citar de al-Andalus, lo que hace suponer que no hubo una ruptura.201 Pero el vacío que media entre Roma y el arte asturiano en la península ibérica, plantea problemas que quedan por resolver a falta de documentos. En general, por lo que hemos visto desde el punto de vista iconográfico, la existencia de la pintura mural con patrones clásicos en el tiempo visigodo la desconocemos y no se puede enjuiciar. Posteriormente, en el tiempo que nos ocupa, además de posibles referencias carolingias o bizantinas, su desarrollo pudo potenciarse con la presencia islámica en la península a partir del siglo VIII, visto el cultivo que tuvo en el arte omeya oriental, que factiblemente introdujera sus propias aportaciones en Al-Andalus, y por extensión pudo llegar como hemos visto en varias manifestaciones hasta el reino astur. Baste decir que la mayoría de ejemplos relacionados con las pequeñas 200
Hamilton, op.cit., pp. 306 ss. Rallo Gruss, C., «La pintura mural hispano-musulmana ¿Tradición o innovación?», Al-Qantara, XXIV, 1, 2003, pp. 109 ss. Especialmente, 118 ss. 201
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arquitecturas de iglesias y ciudades representadas en San Julián de los Prados, se han localizado en mosaicos de Palestina y de Jordania,202 aparte de las consideraciones hechas por Grabar sobre los mosaicos de Belén en relación con Oviedo que ya han quedado expuestas. En San Miguel de Lillo, las representaciones humanas dan muestra, a mediados del siglo IX, de la tendencia figurativa del arte asturiano, que también se extendió por la escultura del aula de Santa María del Naranco. Pero tal vez, consecuencia de la escasa presencia que tuvo esta expresión en las artes plásticas del momento, fue la torpeza con la que se resolvieron estas insólitas imágenes. Por esta misma razón, es probable que las pinturas figuradas de Lillo partieran de modelos foráneos, cuyo rastro por otra parte, no es fácil de seguir. El personaje entronizado que se sitúa en el muro sur de la nave meridional de de Lillo (Fig. 37), así como la figura que toca el laúd, constituyen representaciones por identificar tanto iconográfica como formalmente, aunque hayan sido comparadas ya con una imagen grabada del siglo VII, o con alguna de las imágenes de la miniatura mozárabe.203 Desde luego, nos hallamos ante una desmañada versión que pudo tener efectivamente orígenes en las figuras de los manuscritos miniados, con resultados propios de un trabajo poco diestro en el arte de la representación humana. Y de la misma manera, los elementos vegetales que le acompañan, reducidos a esquema, resultan difíciles de identificar. No obstante, en un plato postsasánida, encontramos alguna referencia de interés (Fig. 38). En él aparece un gobernante entronizado y acompañado de sirvientes y músicos, uno de los cuales toca precisamente un laúd, y la estilización arbórea que enmarca la escena como toda referencia a la naturaleza, se define de manera similar a la reducida especie que se seleccionó en el muro de Lillo. Una concreción tan particular y comparable en ambos casos, podría darnos de nuevo otra conexión con modelos orientalizantes. El rostro del laudista de Lillo, lo mismo que el del personaje entronizado, se disponen frontalmente. Pero el trazo de sus rasgos, resueltos con una delineación continua para la ceja derecha y la nariz, mientras que la ceja izquierda está independiente, 202 Schlunk, H.; Berenguer, M., op. cit., pp. 22 ss. y 84-94 . Una serie más amplia de representaciones en López Monteagudo, G., «Modelos clásicos para las pinturas de San Isidoro de León», La visión del arte clásico en el arte español, Madrid, 1993, pp. 9, 23. 203 Arbeiter, A.; Noack-Halley, S., Hispania Antiqua, op. cit, ,pp. 172-175.
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Figs. 37 y 38. San Miguel de Lillo, Oviedo. Plato postsasánida.
Figs. 39 y 40. San Salvador de Valdediós, Asturias. Fuente de Nishapur, Irán.
indica que la imagen deriva de una representación de tres cuartos, tal como vemos en un dibujo grabado que ha quedado en Madinat al-Zahra, que es un testimonio excepcional de la representación humana en la pintura hispanomusulmana de la etapa que tratamos.204 Aunque esta es posterior a San Miguel de Lillo y tiene una expresión tan esquemática, puede dar referencia a un modo de representación humana en el ámbito andalusí que presenta coincidencias con esta interesante muestra de la pintura asturiana. El ojo, de forma redondeada y con el iris marcado o la redondez del rostro, también resultan comparables en ambos casos.
Es posible que, de nuevo, por las relaciones que hemos establecido, el modelo de estas figuras de Lillo procediera de alguna ilustración andalusí, simplificada burdamente por parte de quien no dominase la técnica de la representación. Si proseguimos con las pinturas de San Salvador de Valdediós, además de las relaciones que hemos establecido antes con la pintura andalusí, es llamativa también la formación vegetal que cubre el abovedamiento de la antecámara sur de la tribuna (Fig. 40). Estos tallos de amplias sinuosidades y de recorrido aparentemente libre, así como la formalidad de sus palmetas, están en la esfera de las creaciones ornamentales abasíes que en el momento se estaban produciendo en territorio oriental, como puede mostrar el ejemplo de una
204 Torres Balbás, L., «Arte hispanomusulman...», op. cit, fig. 567.
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fuente cerámica procedente de Nishapur (s. IX) (Fig. 40).205 Por lo demás, algunas referencias en otras iglesias asturianas como las almenas escalonadas que más tardíamente aparecen en el fondo de la capilla mayor de San Adriano del Tuñón (891), remiten de nuevo a la representación andalusí, como tantas veces se ha indicado. Esta alineación de almenas reproduce una crestería de carácter ornamental o simbólico, tal como se ve en el brasero cordobés de azófar del Museo Arqueológico de Córdoba,206 donde, igualmente, la superficie de cada uno de los merlones se llena con palmetas de diversa formación y el perfil de la almena se resuelve con angulaciones picudas. Esta convencional versión de la arquitectura real es posible contemplarla también en el arco islámico que cobija la escena de la Anunciación en una de las ilustraciones del Tratado de San Ildefonso sobre la virginidad de María, que fue escrito en Toledo en 1067, pero que da muestras de arraigo en tradiciones anteriores que se han puesto en conexión con la Biblia Hispalense,207 producida en Al-Andalus. En el Tratado de San Ildefonso, se registra además un detalle coincidente con las almenas de las pinturas de San Adriano del Tuñón, como es la bola que se dispone sobre la cúspide de los merlones, aunque la delineación de estos sea notablemente diferente. La forma exacta de las almenas de Tuñón, remite de nuevo a la creación sasánida.208 Y en fin, las almenas escalonadas tomaron campo repetidas veces en la iconografía arquitectónica cristiana, cuando se trató de representar la ciudad y sus murallas, tal como se puede ver a través de la miniatura mozárabe en las imágenes de la Jerusalén Celeste o de la ciudad de Babilonia,209 que adoptaron igualmente este elemento de la iconografía islámica. CONCLUSIÓN El análisis que hemos realizado de las formas del arte asturiano a través de la escultura y de la pintura, nos ha llevado a considerar las raíces que en el confluyen. Las referencias a la Antigüedad clásica y a algunas de sus manifestaciones tardoantiguas, son claras, particularmente en las pinturas de San Julián de los Prados, del mismo modo que las jambas de entrada a la iglesia de San Miguel de Lillo. Sin em205 Papadopoulo, A., El Islam y el arte musulmán, Barcelona, 1977, fig. 85. 206 Torres Balbás, «Arte hispanomusulmán...», op. cit., fig. 616. 207 Williams, J., op. cit., pp. 111 y 112. 208 Kröger, J., op. cit., p. 226, fig 135. 209 Williams, J., op. cit., figs. 20 y 33.
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bargo, gran parte de los motivos analizados presenta frecuentemente conexiones con la cultura de oriente. Esta constante relación nos lleva a considerar, que, precisamente, la península ibérica fue el foco fundamental de recepción de las tendencias orientales en occidente a partir de la invasión islámica. Pero el desconocimiento que tenemos del conjunto de las manifestaciones artísticas en al-Andalus en el período crítico que tratamos, entre los siglos VIII y IX, ha dificultado su rastreo. Sin embargo el análisis nos ha llevado hasta la matriz del mismo: el arte paleoislámico con sus raíces bizantinas y en mayor grado sasánidas para el siglo VIII, y a otras manifestaciones que posteriormente tuvieron otras cortes musulmanas desde Bagdad hasta el reino aglabí de Túnez. El siglo VIII manifiesta una etapa de transición entre el final del reino visigodo, la irrupción de la nueva aportación de la cultura del islam y el nacimiento del reino astur, en un momento confuso en el que parece que hay una permanencia de formas, algo modificadas, y se advierte un cambio hacia tendencias no clásicas, orientales, que pudieron introducirse ya en el momento final de la creación visigoda. Más justificada parece la idea de que esta introducción estuviera motivada por un impulso evidente como fue la entrada de la población oriental en la península ibérica a partir del año 711 y, más concretamente, la llegada de Abd al-Rahman I a mediados del siglo VIII, con gentes que ya habían vivido estas experiencias de manera directa en el otro extremo el Mediterráneo, como propuso Luis Caballero. La primera mezquita de Córdoba, ejecutada bajo su gobierno, innovadora desde el punto de vista arquitectónico, no manifiesta grandes novedades plásticas, salvo en la puerta de San Esteban que se desmarca ya claramente de la tradición que en España se pudiera haber mantenido hasta la etapa visigoda. Pero mal podemos enjuiciarla en su estado, y tampoco identificamos la labor que en este momento se hiciera en relación con otras construcciones del emir o de su esfera, que necesariamente tuvieron que existir y que aglutinarían la labor artística. En la primera mitad del siglo IX, la cultura, bajo Abd al-Rahman II (822-852), tuvo un impulso conocido, que trajo consigo la venida de gentes del amplio territorio islámico hasta Bagdad, e introdujeron modos de aquella procedencia. El arte de Alfonso II (791-842), refleja ya algunas transmisiones, pero el orientalismo de las arquitecturas y ornamentación de Ramiro I (842-850), manifiesta importantes convergencias con la creación islámica, que identificamos fuera de la península ibérica, a falta de documentos hispánicos.
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Finalmente, en la fase última del arte asturiano, bajo Alfonso III (866-910), ha sido siempre reconocida la introducción de formas procedentes de alAndalus, justificada tradicionalmente por el movimiento humano generado por la repoblación del territorio conquistado por la realeza asturiana y la introducción de mozárabes en el norte peninsular. Si este pudo ser el motivo de la transmisión de principios artísticos, habría que cuestionarse cómo llegaron anteriormente los referentes que hemos deducido que tienen esta procedencia igualmente en el reino astur. El movimiento de gentes de al-Andalus hasta el norte pudo producirse en cualquier momento y por circunstancias muy diferentes, antes del tiempo de Alfonso III. Pero creo que el fenómeno habría que entenderlo en el sistema de patronazgo y producción en el que se movió Asturias. Este pequeño reino, de escasa proyección externa y de pequeños núcleos, donde la construcción significativa dependía prácticamente del patrocinio real, en encargos esporádicos, salvo lo que fuera el proceso constructivo más amplio de Alfonso II, es improbable que mantuviera talleres propios en lo que a las artes plásticas se refiere, y que crearan asimismo una tradición propia. La legendaria versión recogida en la Crónica Silense sobre la cruz de los Ángeles como obra creada por ángeles que en forma de peregrinos llegaron a la corte y realizaron la cruz por encargo del monarca, tal vez encierre la realidad de la asistencia de manos foráneas especializadas que pudieran ejecutar el trabajo, como ha sido señalado para esta magnífica obra de orfebrería, lo cual, igualmente, cabría pensar para otros campos de la creación. Paralelamente Córdoba, con un alto nivel urbano, tendría un amplio desarrollo de la arquitectura, que de manera tan parcial y sesgada enjuiciamos a través de la superestructura monumental religiosa y de la corte que nos llega. Allí se formarían trabajadores de todas las ramas de la misma, desde los alarifes, hasta los estucadores, pintores, escultores de relieves, artesanos del metal y la madera...etc., que, en un trabajo en continuidad, llegarían a crear talleres especializados. Sobre noticias de la construcción y su funcionamiento, podríamos aludir a la referencia que tenemos ya a finales del siglo IX acerca de la fundación de la ciudad de Badajoz: el emir Muhamad, envió a Ibn Marwan a constructores desde Córdoba que le permitiesen erigir las primeras trazas urbanas y edificios de lo que sería el núcleo de Bataliús. Previa-
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mente, los constructores de la alcazaba de Mérida fueron igualmente gentes del islam, cuyos nombres quedaron registrados en las inscripciones de la fortaleza. Por otra parte, si Córdoba fue el núcleo capital, también habría que pensar en la actividad creadora de otros focos urbanos de mayor o menor entidad, entre los que habría que destacar Toledo. Además, estas ciudades regidas por una economía de comercio, movieron unas necesidades, aparte de las propiamente constructivas, que llevarían a satisfacer diversos gustos de su población, desde los más refinados a los más populares en todo tipo de artesanías, entre ellas, los apreciados tejidos, algunas de las cuales procederían también del comercio exterior. Todo este sustrato, acogedor de productos y de formas orientalizantes, base de las propias creaciones de al-Andalus, debió ser un importante campo de desarrollo de técnicas, formas y motivos. Pero su ausencia, en el gran desconocimiento que tenemos de toda esta riqueza, dificulta igualmente la interpretación de lo que vemos limitadamente reflejado en la plástica cristiana. En este contrastado ambiente, cabe pensar en la intervención de manos andalusíes en la plástica astur y en la transmisión de modelos y técnicas como parece deducirse del análisis que hemos realizado. Este procedimiento, aceptado normalmente para la etapa de Alfonso III, se pudo producir igualmente con anterioridad, fundamentado exclusivamente en el contrato de artesanos especializados que supieran realizar el trabajo, independientemente de su extracción cultural o ideológica. El caso, aunque en tiempo posterior, está atestiguado, de modo inverso, en la ampliación de la mezquita de Córdoba de al-Hakam II, donde se han recogido marcas de escultores islámicos y cristianos mozárabes que trabajaron allí conjuntamente, además de los mosaístas venidos de Bizancio que embellecieron el área del mihrab.210 Otro aspecto a considerar en este contexto, sería igualmente el de la importación de piezas escultóricas de otros talleres de la península, lo cual requeriría de un análisis de materiales, particularmente, de las más refinadas piezas labradas en mármol. 210 Ocaña, M., «Arquitectos y mano de obra en la construcción de la mezquita de Occidente», Cuadernos de la Alhambra, 22, 1986. Los vaciados hechos por Félix Hernández Giménez y Manuel Ocaña Jiménez se exponen en el interior de la mezquita. Pertenecen a columnas y capiteles de la ampliación de al-Hakam II y de Almanzor.
¿UN MODELO DE ALTAR ASTURIANO? DEL ARQUETIPO DE QUINZANAS A LA OBRA EXCEPCIONAL DEL NARANCO POR
ISAAC SASTRE DE DIEGO EEHAR-CSIC – FECYT-Un. Oxford*
RESUMEN La tradición historiográfica ve en el altar de mesa maciza el prototipo de altar asturiano, y en el ejemplar de Santa María del Naranco su máximo exponente. Sin embargo, un análisis arqueológico, epigráfico y documental de los restos conservados demuestra el predominio en la zona septentrional de la Península Ibérica de una tipología de altar diferente: aquel que tiene como ara una pilastrilla, a veces un fuste, que ejerce a la vez de único soporte del tablero. Y otorga al altar del Naranco un carácter excepcional que obliga a reinterpretar el significado del edificio que lo albergó; para ello este trabajo expone nuevas vías de investigación. ABSTRACT According to the historiographical tradition, the prototype of Pre-romanesque altar in Asturias is a big massif table, being the altar of Santa María del Naranco (Oviedo) the best example. However, new archaeological and epigraphical analysis shows a different result for the North of the Iberian Peninsula: the altar whose ara is a pillar, working this as the only support for the board, is the most common type. The exceptional value of the altar of Naranco should be studied under new parameters. PALABRAS CLAVE: Aras. Tableros. Altares del País Vasco. Altares de Galicia. Multiplicación de altares. Santa María del Naranco KEY WORDS: Aras. Slab. Altars from Basque Country. Altars from Galicia. Altars’ multiplication. Santa María del Naranco. * [email protected] Este trabajo se enmarca dentro del proyecto I+D Nacional dirigido por L. Caballero: «Análisis Arqueológico de la Arquitectura Altomedieval en Asturias: prospección, estratigrafía y cronotipología» (HUM200761417/HIST. MICINN). Se preparó para su exposición el pasado septiembre durante un contrato en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma-CSIC. La redacción final para su publicación se ha llevado a cabo como contratado posdoctoral de la FECYT en la Universidad de Oxford.
DE LA EXCLUSIVIDAD DE UN TIPO A LA CONVIVENCIA DE MODELOS El modelo de altar habitualmente atribuido a las iglesias asturianas prerrománicas ha quedado fijado como uno de los diferenciadores más fiables de la arquitectura de este tiempo. Dos son las premisas principales que sintetizan su valor como indicador arqueológico: su pertenencia exclusiva a la arquitectura de la monarquía asturiana, distinguiéndolo así de los tipos de las etapas tardorromanas y visigodas; y su proximidad formal al altar románico, anticipándolo y anunciándolo en la Península Ibérica. Desde muy temprano, el altar asturiano ha sido protagonista de la investigación española. Pero, contra lo que podría suponerse, esa forma de altar de bloque macizo, o de mesa maciza como sería más conveniente llamarlo, y que fue establecida por Palol como el modelo canónico asturiano en la tipología de altares más usada por la investigación española, no ha sido siempre vista como su ejemplar característico. Lampérez y Romea, en su Historia de la arquitectura cristiana española de principios de siglo (1908; 1930), aunque no incluía el altar como uno de los elementos simples —tipos de puertas, ventanas o pavimentos— con los que analizaba las diversas arquitecturas prerrománicas, sí lo menciona al tratar la arquitectura asturiana. Citaba, como el primero de todos, el documentado por Selgas en Santianes de Pravia (fig. 1), pues habría sido el «el ejemplar más antiguo en su clase de España» (1930: 334), lo que explica la ausencia de alusiones en su capítulo anterior dedicado a lo visigodo. Por su parte, Iñiguez Almech (1955) acudía a las representaciones minia-
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Fig. 1. Altar de Santianes de Pravia. Foto: I. Sastre de Diego.
das de los Beatos para demostrar la pervivencia altomedieval del tipo de tenante o soporte único, que por entonces ya se definía como propiamente visigodo. En el esquema tradicional, esta tipología iba asociada a la arquitectura de época visigoda, imponiéndose su presencia a lo largo de toda la séptima centuria como sustituta del altar de varios soportes. Otros autores como Escortell (1978) siguen la línea historiográfica liderada por la tipología de Palol (1967), y han puesto el acento en la aparición del altar de bloque o mesa maciza como una novedad tipológica, introducida de la mano de Alfonso II, que centra el discurso histórico en torno al altar asturiano y que sirve para caracterizar los altares posteriores al siglo VII. Siguiendo con esta otra tradición, Arbeiter señalaba para Asturias que, pese a la continuidad de la liturgia hispana en el periodo altomedieval, se percibía un cambio en la forma de los altares, antes con soportes más esbeltos y a partir de Alfonso II con podios macizos, a la vez que hacían acto de presencia los nichos o tabernáculos en los ábsides, hasta entonces desconocidos (1992: 168, nota 40).1 Si bien es cierto que García de Castro (1995) también otorga al altar sobre bloque o podio el papel de forma protagonista de la arquitectura asturiana prerrománica, señala como otra característica importante la pervivencia del altar de soporte único 1
Siendo Pravia una excepción.
más allá de la posible excepcionalidad de Pravia. En los últimos años, las aras vizcaínas, los ejemplares hallados en iglesias asturianas sin soportes auxiliares —con cada vez más restos documentados— y las representaciones miniadas de altares de esa misma clase en los Beatos son las tres principales pruebas que permiten a autores como García Camino (2002) y el propio García de Castro documentar para la zona septentrional de la Península Ibérica la pervivencia en la alta Edad Media de la forma de altar con ara que ejerce de soporte único.2 En nuestra investigación (Sastre de Diego, 2009) confirmamos la convivencia de los dos modelos de altar, y el predominio del altar con ara de pilastrilla, siguiendo la tradición romana, sobre el de mesa maciza. Forma además parte de un grupo geográfico más amplio que se extiende por toda el área septentrional. Analizamos a continuación ambas tipologías.
TIPO 1: ALTAR CON ARA QUE EJERCE DE SOPORTE ÚNICO (GRUPO CANTÁBRICO O SEPTENTRIONAL) Como su definición indica, son altares sostenidos por un único soporte, la propia ara, que es el elemento 2 La síntesis más reciente para el País Vasco, que incluye los postulados de los otros autores, en García Camino, 2002, pp. 185-187.
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principal y característico de estos altares.3 Esta ara esquematiza al máximo las formas de tradición romana (Sastre de Diego, 2009, tipo A 2c). Consiste en un bloque prismático sencillamente desbastado a cincel, que mantiene las líneas y dimensiones fundamentales de las aras romanas, pero en el que ha desaparecido su organización formal en basa, cuerpo y remate. Hay una ausencia decorativa total o una gran esquematización de la misma, reducida a motivos geométricos muy básicos. En Asturias, esta clase de altar se constata en la Cámara Santa de Oviedo, Valdecuna, Deva, Bendones, Bullaso, Quinzanas,4 Lillo, aunque de adscripción problemática, e incluso Pravia, más próximo a esta tipología que a la de bloque. Pero no es un grupo exclusivamente asturiano. Se extiende por toda la cornisa cantábrica y los territorios septentrionales, con ejemplares documentados en Navarra (Ascoz), el País Vasco (Amatsa,5 Finaga, Buradón, Miota, Otzerimendi, Alzusta, además del tablero de Tobillas, gracias al cual podemos saber cómo era el ara de altar de la primera fase de la iglesia, en la primera mitad del siglo IX), Cantabria (Herranz y la rupestre de Socueva), Galicia (aunque con sus particularidades, como veremos más adelante), norte de Castilla y León (Tábara en Zamora, Mijangos en Burgos, la segunda ara de Wamba en Valladolid, pero con una decoración más elaborada) y norte de Portugal (Lourosa). Otro indicador de este grupo es la sustitución del mármol, casi omnipresente en los grupos de altares cronológicamente anteriores, por la piedra local, normalmente algún tipo de caliza, menos en Galicia donde la materia prima dominante es el granito. Lo 3 Utilizamos el término ara según la definición ya planteada por Caballero y Sáez (1999) y que defendimos en nuestra tesis doctoral (Sastre de Diego, 2009), en contra del tradicional empleo de la palabra tenante para este elemento del altar y del ara para el tablero. En nuestra opinión, el ara es la parte sagrada que contiene las reliquias, y estas en los altares tardoantiguos y altomedievales hispanos se colocan mayoritariamente en el loculus practicado en la cara superior del llamado tenante, nombre que alude únicamente a su función sustentante, y no a la principal: el lugar sagrado. No será hasta la Edad Media cuando el tablero, formalmente distinto al prerrománico tras la consolidación del altar de gran mesa maciza, disponga del sepulcro y pueda, entonces sí, llamarse ara. 4 Agradezco la noticia de J. Fernández Conde, quien me informó sobre la aparición de un ara de este tipo en Tina, cerca de Quinzanas. La pieza permanece inédita. Aunque se encuentre muy alejada geográficamente, debemos mencionar la aparición en Sotiel (Huelva) (Sánchez Velasco, 2010) de un ara formalmente muy similar a la de Quinzanas. Es muy complicada su agrupación e interpretación histórica. 5 Si bien se aleja de la forma prismática al tener las aristas redondeadas.
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Fig. 2. Ara de La Herrán (Cantabria).
que no cambia es la altura media, que sigue rondando el metro o lo sobrepasa ligeramente. Se mantiene la colocación del loculus en el centro de la cara superior, así como, en líneas generales, sus pequeñas dimensiones y su composición de caja y rebaje superior o escalón, si bien ya no hay la estandarización formal que encontrábamos en los loculi de las aras tardoantiguas decoradas con cruces patadas del grupo de Beja-Mérida-Toledo. En cuanto a la anchura y profundidad del bloque, observamos dos variantes: a) Aras de secciones cuadradas más pequeñas, próximas a los 0,20-0,30 m, como las aras de Deva, Quinzanas, Bullaso, las tres de Lourosa,6 Tábara, Wamba, Mijangos, Socueva, Buradón, Otzerimendi y Miota. 6 Además de las aras romanas reelaboradas con cruces ‘asturianas’ talladas en sus frentes (Almeida Fernandes, 2002), y que en la actualidad resultan inaccesibles, al menos otras dos aras más, una de ellas con las aristas achaflanadas, fueron documentadas durante la lectura de paramentos del edificio, ejecutada dentro del proyecto dirigido por M.ª A. Utrero (CCHS-CSIC): «Análisis arqueológico de la iglesia de São Pedro de Lourosa (Oliveira do Hospital, Coimbra), Portugal» (SGIPCE/ACF/cmm (Arqueología Exterior 2009).
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Fig. 3. Planta de Santa María de Bendones (Oviedo), según Manzanares (recogido por Bonet Correa, 1967).
b) Otras aras se pueden agrupar en torno a secciones que doblan las anteriores. El resto más conocido de este otro grupo es Pravia —0,43 × 0,41 m—, no exenta de problemas por ser una reutilización de una pilastra, y los dos más excepcionales por su composición decorativa son los de San Pedro de Rocas (Galicia) —0,43 × 0,41 m— y de Luco (Álava) —0,43 × 0,31 m—, pero poseen una sección mayor las aras de Ascoz, Amatsa y Alzusta —0,50 m—7. Una sección rectangular muy alargada, con una relación 2 a 1 es la de Finaga —0,40 × 0,20—, y parecida la proporción de la de La Herrán —0,42 × 0,28— aunque se va estrechando hasta llegar a 0,29 × 0,25 (fig. 2). Estos datos apoyan la idea de que se produjo una utilización mayoritaria de materiales que se encontraban disponibles en el entorno inmediato, 7 Dimensión a partir del dibujo publicado por García Camino, 2002.
sin necesidad de extraerlos y trabajarlos previamente, con unas dimensiones y formas básicas que se acomodaban bien a su próxima función de ara de altar, adaptándolos para ese fin con la talla del loculus y el acabado de sus caras. En algunas de estas aras las aristas se recortan en chaflán, algo que ya sucedía en algunas aras decoradas con cruces patadas más tardías. Así aparece por ejemplo en Deva, Quinzanas, Socueva y en una de las aras de Lourosa. En Deva, cerca de Gijón, los chaflanes han sido tallados con forma de fuste sogueado, uno de los pocos motivos decorativos presentes en el grupo. Algunos de los restos conservados nos permiten saber cómo era la forma completa de estos altares: compuestos por tableros rectangulares sin soportes auxiliares, solo sostenidos por la propia ara, que se hincaba directamente en el suelo del santuario o se encastraba en una basa embutida a su vez en el pavimento. Así lo apoyan los pocos datos de contexto
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que tenemos: La base del altar de la Cámara Santa de Oviedo; el de Bendones, tanto por la huella del ara que describió Manzanares (1957) como por el agujero para encastre que posee el tablero; Socueva, que mantiene in situ el ara y el tablero de tipo encaje; Finaga, que conserva la impronta en el ábside y el ara, aunque ésta en contexto secundario; las de Mijangos y Buradón, halladas in situ pero con una secuencia cronológica más problemática; y el tablero de Tobillas, del mismo tipo que Socueva y Bendones y a partir del cual sabemos que tuvo un altar de esta clase en su primera etapa. Del altar originario de la Cámara Santa sólo tenemos la noticia de su descubrimiento durante las obras de restauración del edificio acometidas tras los bombardeos de la Guerra Civil. Las descripciones que del resto hallado hacen Fernández Cuesta (1957) y Fernández Buelta y Hevia (1949) no permiten concretar su forma más allá de la tipología de altar a la que pertenecía: era una base, «medio empotrada en el suelo», de una pilastrilla: «tan pequeña que solo podía servir para el pie de un ara» (Fernández Buelta y Hevia, 1949: 71-72). Más datos tenemos del de Bendones (fig. 3), aunque no exento de problemas interpretativos. La base del altar —0,40 × 0,35— se encontró in situ en el ábside central, ‘agarrada’ a la superficie gracias al mortero hidráulico que servía de pavimento. La forma circular descrita por Manzanares (1957: 11-12) «piedra plana redondeada» nos hace dudar de si el ara fue una pilastrilla o un fuste, tipología que, aunque constatada en menor cantidad que la de prisma, también fue usada en el prerrománico peninsular (San Juan de la Peña en Huesca, de nuevo con basa, y el altar del ábside lateral sur de Mijangos, muy irregular, que tiende más a una sección circular y que también se coloca inserto en basa). El otro resto que conservamos en Bendones, el tablero, posee un encaje en su reverso para un ara prismática, con unas dimensiones más pequeñas —0,26 × 0,26 × 0,05 m—; una diferencia formal y de medidas entre ambos restos que tiene dos posibles soluciones: o pertenecen a altares distintos, y entonces hubo al menos dos altares de esta tipología en la primitiva iglesia de Bendones (recordemos que se propone una triple cabecera a partir de los cimientos excavados), o la forma de la basa era circular externamente pero prismática al interior y la medida facilitada por Manzanares es la externa, por lo que el espacio real para embutir el ara se aproximaría bastante más al que tiene el tablero. Sería lo mismo, pero al contrario, que sucede con el ara del ábside sur de Mijangos, cuya basa es de forma rectangular al exterior pero con un agujero circular dentro para
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Fig. 4. Ara del ábside sur de Mijangos (Burgos). Foto: I. Sastre de Diego.
meter un ara de fuste (fig. 4). Otra opción es que el ara fuera un fuste que a su vez tuviera un reborde cuadrangular en su cara superior para unir al tablero. Esta es la solución que presenta el ara cilíndrica de Santa María de Melque (Toledo), que creemos pertenece a la reforma litúrgica —fase 2— que se realiza en el interior de la iglesia durante la segunda mitad del siglo IX y que puede relacionarse con las roturas circulares practicadas en los pavimentos de las estancias que flanquean el anteábside (Caballero, 2006). La variante o subtipo de altares con basamento — Bendones, Cámara Santa, Mijangos— suele ofrecer indicadores cronológicos, pues la basa o basamento queda inserto bajo la superficie, siendo colocados antes de echar el mortero hidráulico —tipo de suelo habitual en los santuarios— que los termina de fijar. De esta manera, queda estratigráficamente unificado el altar con el pavimento, y el pavimento con la construcción de los muros o con una reforma del interior. La misma solución, para nosotros coincidente en el tiempo con las asturianas, la vemos en la iglesia de Santa Marta de Astorga (León), con un basamento de granito cuadrangular —0,50 × 0,50 m—; el edificio es datado por sus excavadores dentro un arco temporal
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Fig. 5. Planta de San Martín de Finaga (García Camino, 2002).
amplio comprendido entre el siglo VII y el X, momento de su abandono que fecha la cerámica aparecida en el correspondiente estrato (Sevillano, Vidal, 2001: 26 y 41). También se pueden incluir en este subtipo los dos restos de Conímbriga (Portugal), dos basamentos rectangulares —0,50 × 0,37 m y 0,46 × 0,39 m— de problemática interpretación espacial y funcional dada la parcialidad de lo conservado y lo particular de la planta del edificio. Fue datado por sus excavadores en el siglo VI (Maciel, Campos, 1994: 82; Maciel, 1995: 121), sin datos seguros a nuestro juicio. Junto a Asturias, el País Vasco, sobre todo Vizcaya y Álava, es la región más numerosa en restos de aras del grupo cantábrico o septentrional. La sencillez y esquematismo de sus formas, el empleo de piedra local y la ausencia de decoración —menos en Luco— son características compartidas con las aras asturianas. Las aras vizcaínas fueron analizadas por García Camino (2002: 185-186) y datadas en época altomedieval, contemporáneas a las necrópolis de los siglos IX y XI descubiertas junto a o en las iglesias de donde proceden. Sin duda, el de las necrópolis, con dataciones de algunos enterramientos establecidas por C14, es el argumento principal para validar la fecha altomedieval propuesta. Del grupo vizcaíno, sólo el
Fig. 6. Hallazgo del altar de Valdecuna. Foto: S. Cerra Suárez, San Cosme y San Damián Mártires de Cuna, 1992.
ara de Finaga puede ubicarse con seguridad en su contexto topográfico originario gracias a que se halló la huella para su colocación en el subsuelo de la ermita de San Martín (fig. 5); su posición, muy próxima a la pared de fondo del ábside, a 0,30 m de distancia, recuerda a la de la basa del altar de Bendones, que, según indica Manzanares (1957: 11-12), estaba «algo más cerca del testero que del arco triunfal», y a los altares de los ábsides norte y sur de Mijangos, mucho más cerca del fondo —a 0,39 y a 0,49 m respectivamente— que del umbral de entrada —c. 1,50 m de distancia—. En nuestra opinión, el desplazamiento del altar hacia el fondo del santuario apoya una datación prerrománica; empieza a distinguirse de la posición que ocupa el altar en las iglesias tardorromanas y tardoantiguas, centrados o incluso ligeramente adelantados hacia el umbral del santuario. La tendencia a retrasar el altar es muy paulatina, y es difícil precisar su grado de relación con el adosamiento del altar al muro de fondo que predomina en muchas iglesias medievales.
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Fig. 7. Ara de Luco, Álava (Sánchez Zufiaurre, 2007).
Para las demás aras vizcaínas tenemos un indicio a favor de su pertenencia originaria a esos lugares. Es una noticia recogida por García Camino (2002: 185): «según referencias orales de los vecinos que participaron en los trabajos de restauración, fueron detectados también en las zonas orientales de las ermitas, enterrados bajo los actuales». De ser cierta esta información oral, estaríamos ante un porcentaje absoluto —seis de los seis casos documentados por García Camino en Vizcaya— de pervivencia de la antigua ara embutida en la moderna. Es algo, por otra parte, también frecuente en otras regiones peninsulares septentrionales, especialmente en Galicia, Cataluña y la propia Asturias, como en las iglesias de Quinzanas y de San Cosme y San Damián de Valdecuna (fig. 6), donde, al igual que lo narrado en las ermitas vascas, al retirar el altar moderno macizo apareció la primitiva ara prismática soportando el tablero. Esta experiencia previa deja abierta la puerta a nuevos descubrimientos en futuras actuaciones de
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restauración y/o excavación de iglesias medievales y modernas. Dentro de la variante de aras de sección grande, habíamos destacado dos aras por su particularidad decorativa: las de Luco (fig. 7) y San Pedro de Rocas (fig. 8). Estas aras comparten casi todas las variables del grupo de altares que hemos definido como septentrional o cantábrico: empleo de materia prima local y forma prismática que esquematiza al máximo la composición de las aras de tradición romana, desapareciendo la división en basa, cuerpo y remate. Se distinguen sin embargo en un aspecto estilístico muy llamativo: la decoración de sus frentes como arcos de herradura, una composición que en toda la Península Ibérica solo se ha documentado en estos dos casos. Por otra parte, algunas características técnicas y compositivas de la decoración de los frentes de Luco y Rocas son comunes a las aras y soportes altomedievales del Duero pertenecientes a otra tipología de altar: la de ara central y soportes laterales, representado por los altares de Santa María de Quintanilla de las Viñas (Burgos) y de San Pedro de la Nave (Zamora). Comparte con ellos la presencia del marco alistelado de los frentes, una novedad respecto al grupo principal de altares tardoantiguos con aras decoradas con cruces patadas (Sastre de Diego, 2008). En el caso del ara de Luco, la forma del arco en herradura y la propia datación de la primera fase edilicia de la iglesia (Sánchez Zufiaurre, 2007: 174), nos permiten incluirla en el grupo septentrional altomedieval, si bien como ejemplar particular y tardío, de entre finales del siglo X y mediados del siglo XI. Por todo lo dicho, proponemos la misma agrupación y una cronología similar para el ara gallega de San Pedro de Rocas, cuyo grafito —+R-ue— inscrito en uno de sus frentes ha sido datado tanto en el siglo VI (Rodríguez Colmenero, 1997) como en el siglo X. En apoyo de esta última fecha está el tipo de arco representado, doble de herradura inscrito en alfiz y sogueado en las columnas (de fuerte tradición asturiana), y el documento de Alfonso III (recogido en un privilegio de Alfonso V) por el que sabemos que se restaura, a cargo del obispo Gemondo, el cenobio abandonado.
LOS TABLEROS DEL TIPO 1 Al ara del tipo 1 se ajustan los pequeños tableros de altar conservados en Asturias (Valdecuna —0,56 × 0,43 × 0,14 m—; Lillo —0,69 × 0,37 × 0,11 m—; Museo Arqueológico de Oviedo —0,79 × 0,69 × 0,16 m—; Bendones —1,12 × 0,70 × 0,12/
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Fig. 8. Ara de San Pedro de Rocas, Orense.
0,10 m— algo más largo; el perdido y dudoso de Prendonés —0,60 × 0,40 × 0,09 m—); en Cantabria (Socueva —0,54 × 0,49 × 0,23 m); y en el País Vasco (Gerékiz —0,52 × 0,42 × 0,12 m—; Tobillas —c. 0,85 de lado × c. 0,18 m de grosor8). Al igual que las aras, para los tableros se emplean materiales locales. Tienen forma rectangular y en ellos ha desaparecido el borde moldurado a la manera romana, sustituido por un sencillo reborde que marca el contorno. Otra característica que los distingue de los tableros tardoantiguos es el aumento del grosor, por encima de los 0,10 m, cuando en la Antigüedad Tardía apenas alcanzaban los 0,06-0,08 m. Estos tableros no podrían pertenecer a un altar de bloque o mesa maciza (que hemos denominado tipo 2), su menor perímetro se lo impide. Incluso si fuera un tablero de longitud mayor, podría funcionar perfectamente en un ara de tipo pilastra. Ese es el caso del 8 Dimensiones tomadas a partir del dibujo de Azkarate (1995).
altar de Pravia, con un tablero de perfil escalonado decreciente —1,52 × 1 × 0,37 m— para un ara con una sección de 0,43 × 0,41 m. Confirma esta idea el tablero de Bendones, ya citado por su hueco para acoger un ara de pilastrilla, y que tiene una longitud de 1,12 m. No obstante, debemos tener en cuenta que no conocemos la posición primaria de los elementos de altar de Pravia9. Antes del románico, muy pocas veces llega hasta nosotros el tablero de altar colocado in situ. Uno de ellos es el del altar de San Juan de Socueva, rectangular, de pequeñas dimensiones e idéntico material que el del ara. Su cara superior es totalmente lisa, sin ninguna decoración ni presencia de borde o marco señalado. El canto se diferencia en dos tramos, el primero o superior recto, vertical, y el segundo o 9 Se da noticia del altar en el siglo XVII, cuando fue trasladado desde la capilla mayor a una capilla lateral, para posteriormente reutilizarse en el nuevo altar barroco. Recogido en F. Selgas, La primitiva basílica de Santianes de Pravia (Oviedo) y su panteón regio, Madrid, 1902.
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Fig. 9. Tablero de Tóbilas (Álava). Foto: L. Caballero,
inferior inclinado de perfil cónico invertido, que va buscando el ara. Es una organización decreciente en sus líneas básicas similar a la del tablero de Santianes de Pravia, el de Tobillas y a otros más del grupo de tableros que hemos denominado asturianos, y que tienen una correspondencia iconográfica con algunas representaciones de altares de los libros miniados coetáneos, como los Beatos. La sección escalonada del tablero aparece en el fol. 105v del Beato de Silos conservado en el British Museum de Londres. Uno de los ejemplares cronológicamente más importante es el tablero de la iglesia de San Román de Tobillas (Álava) (fig. 9), reutilizado en el centro del enlosado del presbiterio atribuido a la reforma de Vigila, y por tanto anterior al año 939 (Azkarate, 1995). Sus características son compartidas con otros restos de este grupo de tableros: su forma rectangular pero tendente al cuadrado, la simplicidad del diseño y ausencia de molduración, el canto de sección troncopiramidal, y la existencia de un hueco cuadrado en el plano inferior para encajar el ara. Además, como ya hemos señalado, el hueco nos permite saber que el ara de Tobillas era prismática, probablemente del mismo material local que el tablero. La primera fase de Tobillas ha sido individualizada estratigráficamente por Azkarate, y corresponde a la edificación de la iglesia por parte del abad Avito —a. 822—, acción que fue recogida documentalmente.
Podría haber una variante dentro de los pequeños tableros de altar asturiano-cantábricos. Son tableros casi cuadrados, decorados en el plano central con una cruz. Uno de los candidatos, procedente de San Martín de Salas (0,35 × 0,32 × 0,06 m), tiene un marco de doble trenzado que enmarcaba una cruz y una inscripción parcialmente perdidas. Su interpretación como tablero de altar (García de Castro, 1995: 137) no es segura, pues se basa en la organización compositiva de la pieza y sus medidas similares a los anteriores tableros citados. La presencia de una cruz griega de tipo asturiano en placas con estas dimensiones es habitual entre los elementos arquitectónicos de la arquitectura asturiana, y suelen ser placas conmemorativas y ornamentales que se empotraban en el exterior de las iglesias. La posibilidad de que el resto de San Martín de Salas no fuera tal placa, como sí sucede con otras dos piezas del mismo lugar, sino un tablero de altar repercute directamente en la interpretación de varias piezas similares. Bajo esta perspectiva, las medidas y la iconografía funcionarían como discriminantes para arrastrar otros materiales de los que se ignora su contexto originario, como ocurre con Salas, que se encontraba empotrada en un muro moderno de la iglesia. Es lo que sucede también con la placa de Santa Marina de Otur (fig. 10), que estaba colocada en el frontispicio de un altar moderno. La presencia de una cruz como deco-
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Fig. 10. Tablero de San Martín de Salas. Foto: I. Sastre de Diego.
ración, de una inscripción de consagración y el contexto en el que se encontraba, son indicios que permiten sugerir a García de Castro (1995: 188-190) su función originaria como tablero de altar. Del mismo tipo sería el tablero perdido de San Miguel de Quiloño, que, según las noticias de principios del siglo XX, también estaba decorado con cruz griega sobre astil y además poseía una inscripción: «ADEFONSUS XPI SERVUS» (García de Castro, 1995: 145). Otra pieza del estilo, en nuestra opinión igualmente dudosa, es la de San Miguel de Teverga, también decorada con cruz de alfa y omega. García de Castro la interpreta como un tablero de altar que en un segundo momento sirvió de placa fundacional. Si aceptamos como válidos todos los discriminantes enumerados, las piezas asturianas conformarían un unicum, con diferencias formales respecto al resto de la Península: su tendencia mayoritaria hacia la dimensión cuadrada en vez de rectangular, la ausencia de marco moldurado de tradición romana, la presencia en algunos de posibles desagües de la acción euca-
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rística, y la existencia de algún tipo de decoración tallada en la parte central del plano frontal, especialmente la llamada cruz asturiana, de la que penden el alfa y omega. Sin embargo, los posibles agujeros de desagüe plantean un problema: a veces se encuentran horadados en zonas algo al interior de la superficie, lo que dificultaría la existencia de aras y/o soportes únicos, columnitas o pilastrillas centrales, pues el orificio quedaría tapado por el soporte impidiendo el desarrollo de la función propuesta de limpieza tras el servicio eucarístico. Cabe recordar que incluso se duda entre los tableros de época paleocristiana que poseen estos orificios o canales de desagüe de la función higiénica que sí desempeñaban en las primitivas mensae de banquetes, quedando ahora como algo puramente decorativo (Duval, 2005: 11-12). En nuestra opinión, mientras que los primeros tableros analizados, lisos con suave borde que enmarca, no presentan ningún impedimento para su interpretación como tableros de altar (siempre de ara ejerciendo de soporte único), por el contrario el grupo de tableros decorados con cruces en su plano central, más pequeños (en torno a los 0,35-0,40 m de longitud máxima) no poseen discriminantes definitivos que pueda asegurar convincentemente el que fueran tableros de altar. Unos ejemplares arrastran a los otros, pero tienen las mismas características que las placas conmemorativas, votivas y fundacionales que se colocaban en las iglesias asturianas, empotradas en las paredes. Incluso el tablero de Otur con su posible inscripción de consagración tiene sus paralelos en otros soportes que no son altares.
LA INTERVENCIÓN ASTURIANA EN GALICIA: VARIANTES DE UNA MISMA TIPOLOGÍA Según recoge el conocido documento de 982, la iglesia Santa Comba de Bande fue levantada, tras un largo abandono de al menos dos siglos, en el año 872 por orden del rey Alfonso III. El uso de mármol para el altar de la iglesia de Bande (fig. 11) es uno de los discriminantes que, en nuestra opinión, apoyan su edificación en el siglo IX. Este se suma a la lectura estratigráfica de los muros, que confirma la unidad constructiva de todo el edificio, y al uso post quem de la datación por termoluminiscencia de los ladrillos de la bóveda a partir del siglo VIII, así como otros argumentos tipológicos (Caballero at alii, 2003: 73). En Bande, el concepto de expolio se refuerza con el empleo de dos capiteles romanos, también de mármol, para sostener el arco triunfal del santuario.
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Fig. 12. Tablero del altar de San Payo (López Ferreiro).
Fig. 11. Ara de Santa Comba de Bande. Foto: L. Caballero.
Las iglesias rurales analizadas en el territorio cantábrico-vasco y el norte del Duero utilizan materiales del entorno, habitualmente calizas, de fácil extracción y/o aprovisionamiento. En Galicia sucede lo mismo en la gran mayoría de aras conservadas, aunque aquí es el granito la materia prima fundamental, produciéndose una importante reutilización de aras y cipos romanos. Siguiendo esa línea, en Bande se debería haber utilizado también el granito, material con el que se ha construido la totalidad del edificio a excepción de la cubierta, otra particularidad en este caso por el uso de ladrillo. Y sin embargo se decidió emplear mármol para los elementos más valiosos por su significación litúrgica: el altar y las columnas y capiteles que flanquean la entrada al santuario. También en la construcción de los muros se utilizaron sillares romanos. Por tanto, el expolio es una de las características propias que da personalidad a la obra de Bande respecto de otras iglesias rurales del territorio. Otro lugar donde el expolio de mármol adquiere relevancia y personalidad propia es la basílica de
Santiago de Compostela. En el monasterio de San Payo se conservaba un altar que lleva su nombre, compuesto por un semifuste (en origen un fuste completo)10 y un tablero de mármol que no es sino una placa romana (fig. 12). Este altar habría sido retirado de la basílica compostelana a causa de la gran renovación constructiva impulsada por Gelmírez a inicios del siglo XII con la edificación de la nueva catedral románica. Guerra (1982: 288-291) sin embargo propone que quedase embutido en el nuevo altar hasta el siglo XIII, época en la que se accedió a donarlo a los monjes de San Payo para preservar su recuerdo. El Códice Calixtino (a. 1135) menciona que retirando el frontal del altar románico se veía debajo el pequeño altar antiguo (recogido en Guerra, 1982: 202). Por ésta y otras noticias parece que el nuevo altar no se macizó, quedando hueco el espacio entre la columna del primitivo y la caja del nuevo. Guerra explica el mantenimiento del altar hasta el siglo XII por ser considerado desde el siglo IX el altar que habían erigido los discípulos de Santiago (1982: 88 y 286; 1985: 54). La inscripción11 que se grabó en el frente liso 10 Ya hemos aludido (Mijangos, San Juan de la Peña, Melque) a esta otra forma de altar con ara cilíndrica o de fuste como soporte único, y que es coetánea a la de ara prismática, presente, aunque con menos ejemplares documentados, por toda la mitad norte de la Península. No la tratamos en este trabajo con la profundidad que requiere al no estar documentada en Asturias (salvo el dudoso caso ya analizado de Bendones). Sobre esta tipología véase Sastre de Diego, 2009. 11 Cum Sancto / Jacobo / fuit hec adla/ta columna araque scri/pta simul que super est /posita cuius discipuli sacr/arunt credimus ambas ac / ex his aram constitue/re suam.
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que quedó una vez seccionado el fuste fue datada como contemporánea al momento de su sustitución por el altar románico (Fita y Fernández Guerra, 1880: 63; Guerra, 1982). Todas esas vicisitudes históricas son las que permiten relacionar el altar de San Payo con el acta de consagración de la basílica de Alfonso III (a. 899), primer dato fiable para situar su uso, pues la hipótesis de que ya funcionara en el mausoleo romano convertido en un primer oratorio preasturiano redescubierto por Alfonso II, como propone Guerra (1982: 292; 210-211), no tiene fundamento arqueológico. Otra posibilidad es que se colocara tras la razia de Almanzor o que hubiese sobrevivido a ella. Además del altar de San Payo, López-Ferreiro interpretó otros restos como los de un primitivo altar que sería el primero de todos, anterior por tanto al de San Payo: es otro fuste liso y un tablero rudamente desbastado, ambos de mármol blanco, que fueron encontrados entre los escombros del recinto interior. Las dudas sobre la función de estas piezas ya fueron expresadas por Guerra (1982), para quien el fuste es una columnilla románica, y del tablero poco se puede concluir por sí solo. El uso del mármol en Santiago de Compostela y en Bande se entiende mejor si recordamos su vinculación a las elites políticas del momento: la monarquía asturiana. Es posible que en este marco del uso de materiales expoliados con un sentido ideológico para reforzar una situación estratégica concreta se puedan incluir también los restos conservados en la iglesia de Santa María de Temes (Carballedo, Lugo), publicados por Delgado Gómez (1979) a raíz del estudio de una tapa de sarcófago paleocristiano allí descubierta.12 Entre los elementos reubicados en la iglesia del siglo XVIII hay cuatro capiteles corintios y pilastras de mármol blanco azulado, además de sillares y cimacios de granito con motivos tallados en su superficie.13 Se conserva empotrado en el muro norte de la nave la inscripción consagratoria de la iglesia altomedieval, que se data entre la segunda mitad del siglo VIII y mediados del siglo IX: «+ SACRATIO TEMPLI II KL / DCBS IN ERA DCCC / 12 Que Delgado Gómez data en época constantiniana y cuyo material procede de las canteras de mármol del Pentélico. Véase J. Delgado Gómez, «Tapa de sarcófago paleocristiano en Santa María de Temes, Carballedo, Lugo (España)», Rivista di Archeologia Cristiana 52, 1976, pp. 303-324. Por su parte, los capiteles y pilastras serían de cipollino griego de Caristio, a partir del análisis de una de las pilastras (Delgado Gómez, 1979: 1145). 13 En uno, muy erosionado, se aprecia una paloma; otro más estrecho, a tenor de su decoración de espigas podría ser parte de una imposta o friso. Por último, se conserva también un cimacio con decoración de sogueado, composición muy recurrida en la arquitectura asturiana prerrománica.
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...L…II».14 Con estos restos, Delgado Gómez (1979: 1149) planteó la existencia de un mausoleo tardorromano del siglo IV que dejó paso a la construcción de una iglesia a inicios del siglo IX. Sería conveniente un análisis más profundo de este templo que pueda determinar su origen y etapas constructivas.
CRONOLOGÍA DEL TIPO 1 DE ALTAR ASTURIANO (GRUPO CANTÁBRICO O SEPTENTRIONAL) En los párrafos anteriores se han ido desgranando algunos de los elementos que permiten encuadrar cronológicamente estos altares en la alta Edad Media, de un modo amplio, entre la segunda mitad del siglo VIII y el siglo X. Entre los datos ya citados están la pertenencia del tablero de Tobillas a la primera etapa constructiva del edificio —a. 822— (Azkarate, 1995), el análisis edilicio y documental de la iglesia de Luco, que determina su construcción a finales del siglo X o inicios del XI (Sánchez Zufiaurre, 2007), la relación de su ara con la de Rocas, esta con datos que apoyan su adscripción a tiempos de Alfonso III, y las dataciones por C14 de los enterramientos asociados a las aras vizcaínas, estando en servicio hasta los siglos X-XI, momento en el que empezarían a sustituirse por los nuevos altares románicos (García Camino, 2002). Por desgracia, la datación del ara de Finaga, la única de las vizcaínas que podemos asociar con certeza a un resto in situ es, en nuestra opinión, problemática a causa de la compleja secuencia cronológica del yacimiento. García Camino coloca en el siglo VI la cristianización del edificio romano previo mediante la adición del ábside, con reformas en los siglos IXXI y un abandono en el siglo XI. Es una arquitectura muy sencilla, lo que permite la continuidad de este tipo de construcciones durante los siglos siguientes.15 Por ello resulta complicado asegurar una datación tardoantigua para la iglesia únicamente por su tipología, más aun cuando de Finaga sólo se conservan los cimientos. Al carecer de alzados y restos aislados, no podemos saber por ejemplo si sus ventanas, discriminante utilizado frecuentemente en la arquitectura altomedieval, eran de tradición asturiana, anteriores o 14 Delgado Gómez (1979: 1146-1147) recoge las distintas lecturas: 764 según N. Rielo, 814 o 824 para N. Ares Vázquez. Deja la cuestión abierta por la parcialidad de la parte conservada relativa a la data y lo encuadra genéricamente hacia el año 800. En el presbiterio se conserva el fragmento de otra inscripción: «FIDES SPES CARITAS». 15 También subrayado por García Camino, 2002, p. 200, señalando la semejanza entre Finaga, que atribuye al siglo VI-VII y Abrisketa, fechada en época románica.
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románicas. Pero sí conservamos su ara de altar, que puede contemplarse como elemento arquitectónico del edificio, y éste, al menos formal y técnicamente, pertenece al grupo de aras vizcaínas de los siglos IXXI. También poseemos otro dato arqueológico procedente de la excavación: el agujero del altar. Su localización, tan cercana al muro testero y no en el centro, es un factor favorable a una cronología prerrománica. Por otra parte, la única datación segura que tenemos del ábside de San Martín de Finaga es la de su amortización alrededor del siglo XI. Bajo la solera superior que también se data en este momento y que colmataba el agujero del altar, se encontraba el estrato perteneciente al suelo originario. Es plausible, por tanto, proponer una fecha altomedieval para el altar de Finaga, entre los siglos IX y X, anterior a la colmatación del agujero de altar con cerámica del siglo XI (García Camino, 2002: 65). Edificaciones religiosas de tipología similar a la de Finaga existen en la zona septentrional de la Península con una datación altomedieval o prerrománica. En el País Vasco destaca la ermita de San Julián y Basilisa (Aistra, Zalduendo), que conserva un estrecho vano de herradura en la cabecera.16 En las regiones de Navarra y de Aragón se encuentran iglesias cuya planta obedece a la misma tipología de sencilla aula rectangular de nave única y ábside igualmente recto destacado en planta. Así son alguna de las estudiadas por Jusué en el territorio navarro, que data entre los siglos X y XI, o la de El Corral del Calvo (Luesia, Zaragoza), fechada en torno al año 1020 por el C14 practicado en material extraído del núcleo de los muros del ábside (Galtier y Paz, 1988: 39; Utrero, 2006: 449). Finalmente, la tesis de Sánchez Zufiaurre (2007) define constructivamente un conjunto de iglesias alavesas prerrománicas, entre las que se halla, además de Aistra, San Martín de Luco, que integra en su grupo 5 de iglesias de planta rectangular con cabecera recta o destacada (2007: 279). Más problemática resulta la fecha de la construcción de Buradón, también en Álava. De origen tardoantiguo —siglo V— para sus excavadores (Pascual, García, 2001: 133), se propone la construcción de un segundo edificio a mediados del siglo X. El único dato seguro es el de su amortización en los siglos XI-XII. Hasta esa época se mantuvo en pie el ara, prismática, colocada en el centro del pequeño santuario. 16 Latxaga (1976) la dio como visigoda formando parte de un conjunto de iglesias alavesas que sitúa en esta etapa aunque de forma ambigua. Azkarate (1988: 120) es claro al respecto: «todas son posteriores, como el propio Latxaga reconoce, empeñado, sin embargo, en llamar arte visigodo a lo estrictamente prerrománico».
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Fig. 13. Ara de Quinzanas. Foto: L. Caballero.
Respecto a los restos propiamente asturianos, la cronología fiable más antigua que manejamos es la obtenida a partir del C14 que se practicó al relicario de madera y el paño de seda e hilo de oro que envolvía la reliquia del altar de Quinzanas (fig. 13). La cajita aún estaba in situ en el loculus del ara. El C14 da una fecha entre los años 750-825 (Sastre de Diego, 2009; Fernández Conde, e.p.). La iglesia de Quinzanas es citada por primera vez en un documento del año 790, data que coincide con la calibración del C14. El altar de Pravia (fig. 1), tradicionalmente datado también en la segunda mitad del siglo VIII y considerado el más antiguo entre los asturianos, está sujeto a nuevos interrogantes. La iglesia ha sido rees-
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tudiada recientemente.17 Las nuevas lecturas de su técnica edilicia y de su epigrafía18 retrasan su cronología al siglo X, aunque se mantienen las incertidumbres en otros elementos, como el estilo de su escultura.19 En lo que respecta al altar, la duda cronológica principal surge de la reutilización como ara de una más que probable pilastra constructiva de tradición también asturiana. La altura total de la pieza, más de 1,50 m, obliga a pensar que para que funcionara como ara de altar debió quedar semienterrada en prácticamente su mitad (en la actualidad se eleva 0,74 m), pues además el tablero también es de gran grosor —0,37 m—. Así pues, si se está reutilizando un elemento constructivo de filiación asturiana, su uso como altar debe de ser posterior, y no anterior de primera época como siempre se ha pensado; recordemos que Lampérez y Romea (1908) lo veía como el más antiguo de su tipo, y que habitualmente se le ha emparentado con una influencia o tradición visigótica, o incluso como propiamente visigoda (Nieto Alcaide, 1989; Quevedo-Chigas, 1995: 289). Desde luego el otro componente del altar, el tablero, no guarda ninguna relación con los altares de época visigoda conocidos, y sí con los perfiles de pirámide invertida que aparecen en otros tableros altomedievales (Socueva, Tobillas, si bien estos no escalonados) y en las representaciones miniadas de algunos Beatos, como el de Silos, del siglo X.
EL SIGNIFICADO HISTÓRICO DE LA CRONOLOGÍA DEL TIPO 1 Los restos conservados se sitúan en un marco temporal altomedieval, que fijamos entre el último tercio del siglo VIII para el ejemplar más antiguo (Quinzanas) y la primera mitad del siglo XI para el más moderno (Luco). Así pues, a tenor de los casos tratados y en contra de la opinión tradicional, es la forma de altar con ara ejerciendo de soporte único la que parece imponerse como más frecuente en los altares del reino asturiano en particular, y de las regiones septentrionales en general. La homogeneidad presente en los altares de estas regiones se suma a las semejanzas e influencias formales existentes en otros elementos arquitectónicos, como en el tipo de vanos utilizados en la arquitectura prerrománica as17 Véase la contribución de L. Caballero en este mismo volumen. 18 Véase el trabajo de H. Gimeno y J. del Hoyo en este mismo volumen. 19 Para las distintas posturas véanse los textos de Mª. Cruz Villalón y de L. Caballero en este mismo volumen.
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turiana, alavesa y vizcaína, ya señaladas por García Camino (2002) y Sánchez Zufiaurre (2007), y que han ayudado en la datación de las fases edilicias altomedievales de iglesias como Aistra —siglo X—, Nuestra Señora de Samoano —siglos X-XI— y las dos fases de Tobillas (siglos IX/X) (Sánchez Zufiaurre, 2007: 116-117, 203-219). Podemos manejar otro indicador cronológico. Como ya subrayó Iñiguez Almech, este grupo puede relacionarse con las representaciones miniadas de altares que aparecen en los libros Beatos hispánicos altomedievales y del primer románico, pues los soportes, para nosotros aras, muestran las mismas características que los restos materiales anteriores. Suelen ser prismas sin decoración en los frentes, más allá de alguna línea vertical, recta (como los del Beato de Facundo) u ondulada (como los del Beato de Gerona, fol. 89v., que podrían interpretarse como tallos del vid), o contorneando el bloque a modo de marco. Además, en algunos casos, también se representan achaflanados; así se observa en el fol. 162 v., fol. 176 v. y en fol. 173 r. del Beato de Facundo. En estos términos, al contrastar los datos con la evolución tradicional del altar hispano, cabe reformularse el sentido de estos altares: ¿asistimos en la zona Norte a una recuperación del altar de soporte único durante los siglos IX al XI antes de su definitiva desaparición con la imposición de los modos románicos, o por el contrario es una continuidad, con sus variantes formales, de una tipología ya configurada en la tardorromanidad y que nunca dejó de emplearse? El problema principal para resolver esta cuestión es la ausencia o el desconocimiento hasta la fecha de un altar asturiano de época visigoda, así como de una vía que conecte las producciones aquí tratadas con otras regiones más meridionales de la Península. En otros foros hemos defendido la pertenencia de las aras de mármol decoradas con cruces patadas, producción concentrada en el suroeste peninsular, a altares con varios soportes (stipites en sus esquinas) y no a un altar de tipo tenante único, como se suele representar. Es cierto que en los siglos VI-VIII el altar con ara ejerciendo de soporte único debió convivir con este otro altar de ara central y cuatro stipites. Algunas improntas certifican su existencia, como por ejemplo en San Pedro de la Mata (Toledo) o en El Gatillo I y en Ibahernando (Cáceres), datada esta última en el siglo VII por el epígrafe consagratorio hallado en las proximidades. Pero, en los casos que conocemos, las aras decoradas con cruces patadas no se pueden asociar directamente a ninguna de las improntas conservadas de altares con aras que ejercieron de único soporte, sean prismáticas o de fuste. El fragmento de
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ara de La Mata es muy parcial, apareció en posición secundaria y su iconografía invita a pensar que se trata de una variante evolucionada de las aras decoradas; además no puede asociarse a ninguna de las dos huellas de aras conservadas en el pavimento al ser estas circulares. Por el contrario, donde sí se conserva in situ el ara de este tipo de altar (ejerciendo como único soporte), este no pertenece al grupo de las decoradas con cruces patadas; su forma es similar o igual a las del grupo septentrional, como en Mijangos (Burgos), labradas en arenisca local con ausencia de iconografía. Por tanto, de ser un ‘revival’, una vuelta consciente a un modelo antiguo, no es en la antigua capital del reino visigodo, Toledo, ni en la rica Mérida, uno de los principales centros productores de las aras de cruces patadas, donde el mundo asturiano fija su atención. No se imita su iconografía, ni se sistematiza el uso del mármol para su ejecución, como allí sucedía. Lo único que se recuperaría sería la forma tradicional del ara romana, sus líneas maestras, sin más pretensiones. Así, por todo lo expuesto, debe negarse una filiación o pervivencia respecto del modelo emeritense-toledano, siendo el cantábrico un grupo concreto, autónomo y paradigmático de esta área. Evidentemente, el origen tipológico no arranca en el siglo IX. El uso del altar con ara de tradición romana es una de las formas más antiguas de altar cristiano, como ya ha quedado expuesto, pero no existe ningún tipo de conexión, directa o remota, con los restos hallados en las regiones más meridionales, entre por ejemplo el altar de la primera fase de El Gatillo, en Cáceres, de inicios del siglo VI y con un incipiente loculus, y este grupo cantábrico. Por otra parte, es una forma que llega hasta las importantes renovaciones románicas. Es muy probable que con el tiempo la dispersión de este altar se extienda geográficamente. En la iglesia de Sao Joao Baptista de Covas (Portugal), tras el Concilio Vaticano II se reformó el altar, apareciendo un relicario dentro de una oquedad abierta en un pilar que sustentaba el tablero del altar. En la caja se conservaba un pergamino relativo a los nombres de las reliquias en escritura del siglo XI (Barroca y Real, 1992: 154155). En este momento tardío se certifica la continuidad no sólo de la forma del ara, sino de la disposición del loculus en la parte superior de ella. Nos queda la duda de si algunas de las aras de tipo pilastrilla asturianas formaban parte de un altar de ara central y soporte múltiple. No hay constancia arqueológica de esta forma de altar en las iglesias prerrománicas, siendo por otro lado las pequeñas medidas que hemos visto en los tableros de esta época un
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argumento a favor del altar con ara ejerciendo de soporte único, sin patas auxiliares. No obstante, este tipo de altar fue conocido y usado en el Noroeste peninsular al menos durante la Edad Media: lo confirma su presencia en algunas iglesias románicas, como por ejemplo en Asturias en Santa María de Obona y en Santa María de Valdediós (1218-1225), con altares de ara ejerciendo de soporte central, con forma de pilar achaflanado en las aristas, y cuatro columnillas en las esquinas,20 o en Galicia el altar de San Pedro de Antealtares, de finales del siglo XI (Sastre de Diego, 2009).
TIPO 2 DE ALTAR ASTURIANO: ALTAR DE BLOQUE O MESA MACIZA La forma de altar de bloque o mesa maciza fabricada de obra, más habitual, o mediante un bloque monolítico de grandes dimensiones, se ha vinculado a la arquitectura románica como el altar paradigmático de sus iglesias. Ejemplos donde el altar lo constituye un macizo ancho, con un volumen netamente superior a la antigua ara de tradición romana, empiezan a ser frecuentes a lo largo de toda la geografía peninsular desde el siglo XI. Antes de esta centuria, en la Asturias prerrománica algunos investigadores, como Aragoneses, vieron los precedentes hispanos de esta forma, explicando su aparición aquí por influjos externos venidos del mundo carolingio ante la falta de ejemplos anteriores hispanos que pudieran explicar su presencia.21 Sin embargo, la realidad material es menos expresiva de lo que cabría esperar. Lo que ha llegado son huellas o roturas que definen en el pavimento el contorno perimetral de estos macizos y las restauraciones en alzado promovidas por Menéndez-Pidal a mediados del siglo XX (fig. 14). El primer resto ‘positivo’ de este tipo conservado con absoluta seguridad es el altar de Santa María del Naranco, sin duda el más famoso y citado de todos los asturianos conocidos. En nuestra opinión, el carácter excepcional del altar del Naranco (fig. 15), distinto a cualquier otro en muchos aspectos, al igual que el edificio que 20 Fernández González, 1985-86, pp. 57-58; Álvarez Martínez, 1999, pp. 267-268. La autora considera que se trata de una estructura bastante generalizada en época románica. En nuestra opinión, habría que revisarlas, catalogarlas, ver su dispersión y analizar el tipo de técnica empleada y su adscripción temporal, como en el caso del ara del altar de Santa María de Valdedios, que presenta un acabado a gradina. 21 Hipótesis criticada por otros autores, como García de Castro. Véase Aragoneses, 1953, pp. 8-10; García de Castro, 1995, p. 216.
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Fig. 14. Priesca. Huella de altar y reconstrucción contemporánea. Foto: I. Sastre de Diego.
Fig. 15. Santa María del Naranco con la reconstrucción del altar en el mirador. Foto: I. Sastre de Diego.
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Fig. 16. Altar de la cripta de Santa Leocadia, Oviedo. Foto: I. Sastre de Diego.
lo albergaba, lo invalida para considerarlo el modelo que define el tipo de altar empleado en las iglesias asturianas prerrománicas. Al contrario, se trata de un unicum que debe ser estudiado bajo esa premisa. La falta de discriminantes que favorezcan una explicación endógena, regional o nacional, nos obliga a mirar fuera de la Península en busca de contextos históricos y materiales similares. El mundo carolingio y el longobardo, con edificios y altares igual de particulares que el asturiano, por ejemplo el llamado Tempietto sobre el Clitunno cerca de Spoleto, poseen características comparables a las que se manifiestan en la creación del Naranco. Observado dentro de este contexto internacional, es posible que el altar de Santa María del Naranco no sea tanto el altar eucarístico de una iglesia palatina, y sí un altar votivo de los reyes asturianos, un objeto relicario al igual que los ofrecidos por la monarquía carolingia y la longobarda, con unas intenciones personales e ideológicas muy claras. Sobre este asunto volveremos más adelante. La forma del altar del Naranco pudo empezar a imitarse en algunas otras iglesias asturianas, como en la cripta de Santa Leocadia (fig. 16), también directamente ligada a la monarquía asturiana, y en otras iglesias si aceptamos como buenas las restauraciones de Menéndez-Pidal (para los altares de San Adriano de Tuñón, San Pedro de Nora, San Salvador de Priesca, San Salvador de Valdediós y los de Santullano)
extendiéndose su uso por el norte peninsular y sirviendo de precedente para los grandes altares de obra, que se irían imponiendo paulatinamente durante la Edad Media sobre el resto de clases de altar. El problema es que esta explicación evolutiva tiene una contradicción de tipo cronológico: algunos de los altares de mesa maciza restaurados por MenéndezPidal pertenecen a iglesias anteriores en el tiempo a la erección del altar del Naranco por parte de Ramiro. Es el caso de San Julián de los Prados, del tiempo de Alfonso II, con una difícil solución: o las huellas que aprecia Selgas y restaura Menéndez-Pidal son de una etapa posterior, algo que implica cuestionar todo el trabajo del arquitecto, o los altares de Santullano serían un curioso precedente del de Santa María del Naranco pero de dimensiones mayores y muy próximas a los bloques medievales. El perímetro de altar del ábside central de Santullano que queda como resultado de la excavación y restauración contemporánea —de 1972— tiene una longitud de 1,60 m, muy superior de la del bloque del Naranco y muy cercana a los bloques propiamente románicos, prácticamente idéntica. Esto ya fue advertido por Manzanares, quien opinaba que los altares originarios eran de ara que funcionaba como soporte único (nuestro tipo 1), contrario por tanto a la acción de MenéndezPidal. Fuera del territorio asturiano, existen pocos ejemplos de esta clase de altar que sean anteriores a las
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manifestaciones románicas. La huella de altar del ábside de Mosteiros (Portugal) mide circa 1 x 1 m, dimensiones y forma que avalan su inclusión en este grupo. La dificultad interpretativa radica, al igual que en las asturianas, en que esta huella, si es rotura, no es fiable para marcar el perímetro exacto de la mesa, pues se trata de una acción destructiva que siempre agranda las dimensiones respecto del volumen originario. Solo tenemos certeza si se conserva el reborde, sobresaliendo en el contorno a modo de rebaba del mortero, como sucede en Idanha-a-Velha —0,75 × 0,65 m—, aunque aquí, por lo extraño de la planta del edificio, no sabemos la función que tuvo, si de mesa o como altar. Las medidas de la impronta de la iglesia catalana de Sant Quirze de Pedret -1,40 x 0,90 m- también corresponden a un altar de esta tipología. Todavía en Cataluña, el altar de Santa Margarida de Ampurias debió conformarse con un bloque macizo; ambos casos catalanes podrían entenderse por una penetración anterior de las corrientes litúrgicas y artísticas extrapeninsulares. También puede incluirse otra huella de altar del área pirenaica aragonesa, descubierta en la excavación de la iglesia de San Pedro el Viejo de Jaca, explicándose por la misma causa que las catalanas. Por su parte, el hallado en la capilla de San Juan Bautista de la catedral de Santiago de Compostela, del que se conserva la parte inferior de la fábrica, alcanzaba los 2,20 m de largo por 1,15 m de profundidad, son medidas que lo acercan al mobiliario litúrgico románico. Grandes bloques similares se encuentran en la arquitectura rupestre. El de la Cueva de los Siete Altares (Segovia) tiene unas dimensiones de 1 × 1,72 × 0,32 m. El de Nuestra Señora de la Cabeza (Málaga) tiene de largo 2,20 m, mientras que la altura no llegaba al metro.
LOS TABLEROS DE ALTAR DE MESA MACIZA O TIPO 2 Los tableros de época altomedieval presentan mayor grosor, en muchas ocasiones más del doble del habitual de época tardoantigua. Es una característica, ya anunciada en el análisis del tipo 1, que puede ser considerada un discriminante importante a la hora de desarrollar la evolución cronológica de los tableros prerrománicos. No obstante, en esta discriminación habría que ponderar el factor de la pervivencia y de la reutilización de un elemento sagrado que, si sigue siendo útil, puede perpetuarse en el tiempo formando parte de los altares posteriores, como sucede en el área catalana.
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La diferencia fundamental con los tableros del tipo 1 es su mayor tamaño, pero incluso esta variable a veces no es válida para distinguirlos, como expusimos al hablar de algunos tableros de altares con ara de pilastrilla (por ejemplo Pravia y Bendones). En lo demás comparten características: empleo de materiales locales, el antes comentado aumento del grosor, la simplificación del marco, etc. No obstante, la eliminación de la molduración de tradición clásica que enmarcaba el plano litúrgico no implica la ausencia de alguna decoración. Es lo que pasa con el tablero de Santa María del Naranco —1,05 × 0,80 × 0,19/ 0,15 m— (fig. 17), que posee una rica decoración vegetal como marco del plano superior, aspecto que reincide en su carácter excepcional. Fuera de Asturias, destacan las decoraciones de los tres tableros de Escalada (León), con una banda que, al igual que en El Naranco, recorre y enmarca la superficie superior mediante composiciones geométricas y vegetales de roleos (fig. 18). Pero los tableros de Escalada, que no se conservaron en su posición primaria, no parecen corresponderse a altares de mesa maciza a tenor de los hallazgos arqueológicos.22 En el sur de Francia existen tableros decorados con motivos vegetales —pámpanos de vid— o zoomorfos —corderos— que han sido interpretados como alusiones a la eucaristía (Metger, 1993: 34). Algunos de estos motivos, especialmente el gusto por los florales, pudieron ser el precedente de las composiciones que aparecen en los tableros de altar de los siglos X y XI labrados en los talleres pirenaicos (Deschamps, 1925: 137-168; Jalabert, 1965: 41- 48).23 Los tipos pirenaicos llegaron al noreste peninsular. Se conserva uno en la catedral de Gerona, datado en la segunda mitad del siglo X (Jalabert, 1965: 41). Cabe recordar no obstante, que los marcos con motivos vegetales ya se encuentran en tableros hispanos presuntamente anteriores, como en el Almonaster la Real, donde se desarrolla una rica decoración de motivos, incluidos ángeles, junto a cornucopias y roleos tanto en el marco del plano superior como en el canto. También una composición vegetal decoraba el tablero de Salpensa, aunque al encontrarse perdido no sabemos que grosor tenía, por lo que solo se puede especular sobre su pertenencia a alguno de los dos grupos (la inscripción de Pimenio lo llevaría al primero). Sí pudo pertenecer al grupo altomedieval el tablero de Loulé 22 Excavaciones efectuadas y publicadas por H. Larrén (1986; 1990). Un análisis de la evolución de los altares en Sastre de Diego, 2005. 23 Establecen una conexión con la iconografía siria anterior al siglo VII, que también influiría al arte mozárabe y musulmán de España.
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Figs. 17-18. Tablero del altar de Santa María del Naranco (Canella y Secade); tablero de San Miguel de Escalada. Foto: I. Sastre de Diego.
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Fig. 19. Tablero de altar de Priesca. Foto: I. Sastre de Diego.
(Portugal), decorado con ancho marco protagonizado por un friso de roleos. La ausencia de diferencia de cota entre marco y campo litúrgico le acerca a este grupo, pero no el material en el que está elaborado, mármol. Los tableros de San Adriano de Tuñón —1,64 × 0,95 × 0,12 m; 1,07 × 0,73 × 0,10; 1,12 × 0,75 × 0,10 m—, San Salvador de Priesca —1,38 × 0,83 × 0,18 m— (fig. 19), cripta de Santa Leocadia de Oviedo —1,39 × 0,84 × 0,14 m— y el de Santianes de Pravia, aunque este para un ara de pilastrilla, tienen labrado el canto escalonado mediante molduras, rectas en Pravia y oblicuas en los de Tuñón, Priesca y Santa Leocadia. Sus planos superiores son los más sencillos de los asturianos conocidos, sobre todo el de Priesca, arenisca, y el de Cartavio —1,37 m—, pizarra, sin molduras ni rebordes que acoten el campo litúrgico.
EL ALTAR DE SANTA MARÍA DEL NARANCO: UNA EXCEPCIÓN NO ES PARADIGMA DE UN MODELO El altar del Naranco ha generado una profusa literatura científica por muchas cuestiones, empezando por el de su emplazamiento primitivo. Algunos autores, recogidos por García de Castro (1995: 118119), lo dan como procedente de la iglesia de San
Miguel de Lillo, propuesta desechada en la actualidad por la mayoría de investigadores al ser los dos edificios coetáneos, como demostraría la Crónica Silense, y en uso por lo menos hasta el siglo XIX, como indican los libros de visitas. Aún concordando en el edificio, no hay acuerdo en la localización exacta de este altar: las propuestas van desde situarlo en el mirador que funcionaría como oratorio palatino, en el primer tramo oriental de la nave central del piso superior, propuesto por Aragoneses, también en la tribuna sur del piso superior, o hasta en el piso inferior, como Camps Cazorla (1948: 110-2), Palol y Hirmer (1967: 28) o Gómez-Moreno (1947: 72), que lo sitúan en una capilla privada que se encontraría en la cripta central, siendo en un momento posterior trasladado a la planta alta. Pero la cuestión principal que todavía sigue abierta es la de su interpretación funcional, lo que arrastra al edificio que lo alberga. Para García de Castro (1995: 118-120 y 484-485) aunque la función originaria eclesiástica podría ser desechada por la «absoluta disparidad morfológica con los edificios eclesiásticos coetáneos», la presencia del altar, que sitúa donde propuso Aragoneses, y las connotaciones religiosas presentes en la iconografía del edificio resultan argumentos favorables para plantear una función religiosa desde el principio, siendo esta zona central del piso alto una capilla privada real que ya en las fuentes textuales contemporáneas a Alfonso III pasa a denominarse como ecclesia de Santa
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María. Este carácter privado explicaría la ausencia en la inscripción del obispo consagrante, la no mención de las reliquias y su deposición, así como la inusual «asociación del nombre del rey y su esposa en la mesa (...) todo ello, inadmisible en templos públicos, pudo ser tolerado en la capilla privada de Ramiro I». Destaca por tanto el importante valor simbólico que debió tener este edificio, muy lejos de cualquier función cotidiana y que justifica lo costoso de su construcción. Para el investigador asturiano, otros dos indicadores que apoyarían esta función eucarística serían la presencia de un posible canalillo de desagüe y de una cruz esculpida en la franja decorativa (1995: 112 y 117; 2003: 137). Pero el tablero tiene una particularidad epigráfica que, a nuestro juicio, repercute directamente en su sentido simbólico y funcional: la ausencia en la inscripción de los ritos fundamentales en los que participa un altar: la consecratio y la depositio. Esto no le pasó desapercibido a García de Castro (1995: 116-117), resultándole de una «extraordinaria rareza (...) inexcusable, pues el altar de bloque contenía el ara de las reliquias bajo la mesa (…)». Es evidente que no es una inscripción usual para un altar. Se está reflejando un acto religioso directa y únicamente relacionado con la realeza, pero sin intermediación de ningún estamento eclesiástico, lo que le confiere un carácter muy particular, diverso al resto de tableros y aras de altares epigrafiados que conocemos y, por tanto, con un sentido también distinto ¿Pudo ser éste conmemorativo, votivo o conmemorativo-funerario? La presencia del canalillo no es determinante para otorgarle una función eucarística. No todos los tableros de altar eucarísticos tienen canalillo, más bien estos son una minoría, incluso muchos de los que tienen son de carácter funerariomartiriales, como los coptos sigmáticos. Por otro lado, la cruz es ante todo un símbolo cristiano, si se quiere muchas veces litúrgico, pero no necesariamente o solamente eucarístico; es un hecho normal su presencia en epígrafes funerarios por su sentido de muerte y resurrección. Si aparecieran cuatro cruces en las esquinas de un tablero de altar, sí es lógico relacionarlo con la ceremonia de consagración de las iglesias; pero si sólo hay grabada una y en el centro de uno de los lados entonces puede pertenecer a otros ámbitos del cristianismo. Con esto no quiero asegurar que se trata de un altar funerario o martirial, lo que implicaría la sugerente idea de que el edificio fuera una capilla funeraria de la realeza, algo arqueológicamente indemostrable, pero sí que no son elementos sólidos que argumenten el sentido eucarístico del altar. Si el edificio fuera una capilla funeraria,
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una especie de mausoleo que se situaría en el piso alto, presumiblemente en el espacio central, jerarquizado sobre los demás por la presencia en él de la decoración más importante y por estar abierto al este y al oeste con sendos miradores24, lo normal es que hubiera quedado alguna mención en la rica documentación altomedieval asturiana, y no es así. Desechada esta sugerencia por falta de datos, resulta más probable su significado como oratorio o capilla real, idea defendida también por García de Castro. De ahí la explicación a la originalidad de su planta, aunque sigue sin explicarse convincentemente la cuestión de su carácter diáfano. Hay que recordar que, más que en ninguna época, en la Antigüedad Tardía y en la alta Edad Media la disposición espacial de las iglesias hispanas está orientada a enfatizar, a jerarquizar el punto central de su función, concentrada en el altar eucarístico, dispuesto y remarcado en uno de los polos del eje axial del edificio, pero siempre al final, encerrado en medio del ábside y poco o nada visible para los fieles laicos, fueran de la condición que fueran. La organización espacial de Santa María del Naranco no tiene nada que ver con estas características, lo que redunda en su no concepción como iglesia, pese a la cita de una iglesia de Santa María en el Silense. Aquí no hay esa idea de remarcar espacialmente ninguna de las dos fachadas, en especial la oriental, ni de esconder y privilegiar algún espacio sobre los demás. Tampoco se conservan restos de colocación de canceles en el interior, ni en el suelo, muy transformado, ni en las paredes ni en las columnas o pilares. Es más bien un espacio diáfano, abierto, que no trata de esconder, sino de mostrar algo del interior hacia fuera. Pero ¿mostrar el qué? Una vez rechazado su origen como edificio palacial no religioso —algunos autores llegaron incluso a proponer que se trataba de una especie de ‘belvedere’, un mirador en sí mismo o que antecedía a las dependencias palaciegas (Bonet Correa, 1967: 132)—; para su interpretación exacta debemos profundizar en el contenido de la inscripción y en el conocimiento de esta tipología de edificios y su uso durante la Europa altomedieval. El análisis comparativo con las placas fundacionales de iglesias asturianas podría abrir una nueva vía explicativa al sentido del epígrafe del Naranco. En estas lápidas, si bien no es lo usual, no siempre aparece el obispo consagrante. A veces es la figura del presbítero quien se menciona, como Pelayo, el res24 En este sentido, cabe recordar como García de Castro destaca la falta de polaridad en el piso alto, al ser las fachadas iguales, rasgo que enfatizaría la jerarquía del espacio central sobre los miradores.
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taurador de Santianes de Oviedo, Juan, edificador de San Juan de Llamas en 940, o Gagius, quien también hizo una basílica, San Vicente de Serrapio, en 944. Pero más interesante todavía es la inscripción fundacional de San Pedro de Teverga —mediados del siglo XI—, donde se hace saber a aquellos que se encuentren contemplando el templo que fue la viuda y sierva de Dios Eldoncia quien lo fundó de su propio patrimonio personal, tras la muerte de su esposo para memoria de éste y remedio del alma de ella.25 Aquí no aparece el nombre de ningún obispo ni sacerdote porque no se trata de conmemorar ni la consagración ni ningún acto litúrgico del edificio, de lo que se trata es de preservar la memoria de una mujer, a buen seguro noble, que tras la muerte de su esposo sabe que se avecina también su momento y expresa su costoso deseo de querer ser recordada para su salvación como una persona cristiana y devota. Es muy probable que ambos fueran enterrados en algún lugar preferente del recinto fundacional. Se puede decir que el monumento es un medio, actúa como contenedor de la inscripción, situada fuera en algún punto estratégico del templo para que su lectura esté al alcance de todos los que acudan a él. Indirectamente se le está dando al edificio una segunda función de memoria sin ser directamente un mausoleo. Por otro lado, sean obispos, presbíteros o religiosos laicos piadosos, siempre se hace mención al edificio con una terminología religiosa-eclesiástica (ya sea como basílica, templo o Casa de Dios). En el caso del Naranco, lo único que nos indica que podemos estar ante un edificio de carácter religioso es el término haram alusivo al propio objeto del altar. Se renueva un habitaculum, un edificio que no se adjetiviza con ninguna característica religiosa (santo, del Señor…) como suele suceder cuando explícitamente no se nombra a una iglesia como templo o basílica. Ciertamente, existen otros epígrafes fundacionales donde no se emplea ningún término estrictamente religioso para referirse a la iglesia, como por ejemplo aula, que aparece en el epígrafe de dedicación de Santa María Princesa de todas las Vírgenes (Mérida), de la primera mitad del siglo VII, o en el de Santa Cruz de Cangas de Onís (Asturias), datado en el siglo VIII, pero el resto de la fórmula con el nombre de la dedicación y la deposición de reliquias es la habitual. El epígrafe de San Martín de Castañeda (Zamora), del año 921, se refiere al edificio erigido como locus, pero se trata más bien de una inscripción que recuerda únicamente la labor constructiva sobre un antiguo edificio o lugar dedicado a San Martín y no de al25
Recogido en García de Castro, 1995, pp. 99-100.
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gún tipo de celebración litúrgica, sea consecratio sea dedicatio, que no aparece mencionada en ningún momento.26 En el caso de San Miguel de Escalada (León) también se utiliza locus para designar el viejo lugar donde se levantará el templum consagrado por el obispo Genadio; aquí se manifiesta con claridad el significado con el que se emplea en estas inscripciones altomedievales tanto locus como, con toda probabilidad, habitaculum: antiguos lugares o sitios donde hubo alguna construcción, posiblemente religiosa, de la que poco queda en pie. Pero mientras en Escalada el epígrafe narra un proceso de reconversión, si se quiere de recuperación, del antiguo lugar en una nueva iglesia que es consagrada en presencia del obispo, en El Naranco no se produce esa transformación, o por lo menos no es descrita. De la misma manera, la ausencia de ritos litúrgicos en la inscripción del Naranco tampoco debe ser anecdótica y revela parte del carácter del edificio que albergaba el altar levantado por Ramiro I y su esposa. Recientemente García de Castro (2003: 165-166) ha contextualizado detalladamente las circunstancias ideológicas (teológico-política) en la que se enmarcan los edificios del Naranco y la ofrenda del altar levantada por Ramiro I. Según sus conclusiones, el «marcado acento penitencial» del monarca asturiano se inscribe en un momento en que el poder político empieza a estar «sometido al dictado de las instancias eclesiásticas», al igual que sucedería por esos mismos años en los demás reinos europeos, y particularmente en el suyo, muy condicionado por la forma violenta en que llegó al poder y se mantuvo en él. Todo esto explicaría «los caracteres excepcionales de la inscripción», interpretándose la erección del altar como signo de «expiación y reconciliación». De ser cierta esta interpretación ideológica, redundaría a nuestro juicio a favor de un carácter no eucarístico para el altar del Naranco.27 Sería incompatible esa supeditación a la Iglesia con la ausencia en el altar de referencias al obispo o al acto de consecratio y de depositio de reliquias. ¿Qué mejor manifestación material que un altar para evidenciar ese sometimiento? La legislación canónica es contundente en relación a los altares eucarísticos, que sólo pueden ser consagrados por un obispo. Si, efectivamente, este 26 Martínez Tejera denomina esta inscripción monumenta aedificationis, ya que sólo hace referencia al levantamiento de un edificio sin dejar constancia de «la consagración, de la puesta en marcha litúrgica del edificio», ver «Dedicaciones, consagraciones y Monumenta consecrationes (ss. VI-XII)…», 1996, p. 90. 27 Parte de este análisis está tomado de mi tesis doctoral, en prensa: El altar en la arquitectura cristiana hispánica…, 2009.
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Fig. 20. Cruz pintada en el ábside de San Salvador de Spoleto. Foto: I. Sastre de Diego.
fuera el contexto político, ideológico y religioso en el que se levanta el altar del Naranco, su función nunca pudo ser eucarística; sería impensable que la jerarquía eclesiástica hubiera permitido a un monarca, que busca redimirse, ‘apropiarse’ del mayor de los elementos sagrados de la Iglesia. Concordaría más con una función de altar privado de oración, para su familia y sus sucesores, dentro de los ambientes palaciales construidos por él en el Monte Naranco, a la vez que futuro recuerdo y memoria de su piedad y la de su esposa, con una manera de manifestarlo que empieza a ser usual en la alta Edad Media y se mantendrán en las siguientes centurias, haciéndose extensible a la nobleza más alta. Creo que estamos en condiciones de abrir y seguir una senda en la que el carácter votivo, devoto que plasman materialmente las monarquías y aristocracias europeas, en un contexto histórico y cultural común, nos pueden ayudar a desentrañar este misterio.
En el antes señalado edificio del Clitunno, junto a Spoleto (fig. 20), lo primero que llama la atención es la evidente imitación de la arquitectura romana. No por casualidad se le denomina ‘tempietto’, y de hecho, uno de sus primeros estudiosos, G. B. de Rossi (1871), pensó que se trataba de un templo romano reutilizado como iglesia no más tarde del siglo V. Tras el análisis edilicio de Emmerick en 1971, que puede considerarse precursor de la Arqueología de la Arquitectura, sabemos que el proyecto constructivo es unitario, aunque no hay consenso en cuanto a su datación, de finales del siglo VII para unos, o avanzado el siglo VIII para otros. Como en el Naranco, la fachada sigue un esquema clásico de frente columnado elevado sobre alto podio, solución arquitectónica que permite aprovechar la fachada como mirador del rico paisaje natural existente alrededor. Esto obliga en ambos casos a ubicar los accesos en los laterales, con sendas es-
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Fig. 21. Fachada del tempietto del Clitunno, Spoleto. Foto I. Sastre.
caleras. Todavía hay más puntos comunes entre los dos templos: la existencia del piso bajo, abierto gracias a la altura del podio; y, sobre todo, la morfología del altar principal, de tipo mesa maciza. Por otra parte, el santuario del Clitunno lo presidía, abierto en la pared del fondo y sobre el altar, una edícola que recuerda a los antiguos lararios paganos, pero que también es asociable a los tabernáculos de las iglesias asturianas. La arquitectura asturiana y la spoletina tienen otras coincidencias que solo una investigación profunda podrá elevar o no a la categoría de influencias o de pertenencia a ámbitos
culturales e ideológicos comunes28. El culto a los ángeles —el templeto del Clitunno está dedicado a los ángeles, mejor dicho al Deus angelorum— y la presencia de la cruz latina con pedrería y las letras colgantes del A y el W, como la que decoraba San Salvador de Spoleto (fig. 21), son de nuevo elementos compartidos. Pero ¿qué tipo de edificio era el ‘tempietto’? De Rossi (18701: 144) tenía claro que 28 Investigación que esperamos iniciar, junto con el Dr. J. Domingo (Università di Roma la Sapienza), en los próximos meses.
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era un sacrarium, término que daba nombre a la estación, Sacraria, registrada junto al Clitunno por el itinerario de Hierosolymitanum o burdigalense (siglo IV), y que se disponía entre Spoleto y Trevi. Sería una cristianización de un antiguo lugar de culto pagano. Pero la cronología del ‘tempietto’ es posterior al itinerario, por lo que sólo existe relación entre el topónimo y el edificio si se mantiene la tradición del lugar cuando éste se construye.
LA MULTIPLICACIÓN DE ALTARES Los altares de las iglesias asturianas prerrománicas estaban destinados a una liturgia que mantenía la tradición hispana pero en la que aparecen algunas novedades, la más importante de todas es la constatación de más de un altar en un esquema de triple santuario para la cabecera, por primera vez seguro dentro de la arquitectura cristiana hispánica. La colocación del altar exento en el interior del santuario y la separación espacial y visual del santuario respecto del aula continúa vigente. La manera de cerrar el espacio del altar fue la misma que en las iglesias de época visigoda: con canceles. En Asturias se constata en Bendones (marcas en las basas del acceso al ábside central y al lateral sur, y fragmentos de las placas), cripta de Santa Leocadia (huellas de separación entre aula y santuario), en Tuñón (dos fragmentos de canceles), en Santullano (ranuras para los canceles en las basas del arco triunfal del ábside central), en Priesca (huellas para el encastre de los canceles en las basas de los arcos de acceso a los tres ábsides), en Valdediós (huecos para el encastre de barroteras en el umbral del ábside central y las cajas para canceles de cierre entre el primer tramo del aula y el resto de la misma), en Lena (cancel alto o iconostasio), en Gobiendes (cajas para canceles en las columnas de arco de acceso al santuario); y también en territorios cercanos: en León en Escalada (iconostasio), en Galicia en Santa Comba de Bande (en el umbral de separación del anteábside y el crucero, así como agujeros para cortinajes en el arco acceso al santuario), y en Portugal en San Pedro de Lourosa. Pero, mientras en los edificios tardoantiguos son frecuentes las dudas sobre la función de las estancias laterales al ábside, cuando las hay (por ejemplo en las basílicas baleáricas, y en Bovalar, Santa Margarida de Martorell y Parc Central en la Tarraconense), ahora aumentan los datos que apoyan la configuración de un triple dispositivo litúrgico en la cabecera, con la presencia confirmada, documental y arqueo-
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lógicamente, de tres altares. El problema surge al intentar entender que estos tres altares de los que disponían las iglesias asturianas ejercieron todos como altares eucarísticos, lo que se supone si fueron consagrados como altares siguiendo el rito establecido y guardando en ellos las reliquias, y saber cómo se conjuga esa realidad material y documental con la tradición litúrgica hispana que concibe cada templo con un solo santuario, y, por ende, con un solo altar, un único lugar donde poder celebrar la sinaxis. Estamos ante una de las cuestiones más complejas por lo que respecta a la arquitectura cristiana hispana prerrománica, ampliamente debatida entre los investigadores y que todavía no ha sido resuelta. El tema requiere de un profundo análisis que recoja todos los materiales disponibles para empezar a establecer conclusiones seguras (creemos que en la actualidad hay suficientes datos textuales y arqueológicos para ello). Aquí solo haremos una reflexión que expondrá posibles vías de investigación.29 Las fuentes escritas son el principal argumento de los que defienden el origen y desarrollo en la Asturias prerrománica del triple altar eucarístico. La primera cuestión se centra en el comienzo, si esta multiplicidad eucarística está ya presente en las primeras construcciones asturianas, y si fuera así por qué ahora. Estos textos nos dicen, por ejemplo, que ya en una época tan temprana como la de Fruela I, este mandó construir una iglesia dedicada a San Salvador con doce altares para los doce apóstoles (Cid Priego, 1995: 44). Pero, si se analiza el objeto de la dedicación, no es tan seguro que se trate de un ejemplo de multiplicidad de altares eucarísticos para este primer momento de la monarquía asturiana. Puede ser un acto regio que trata de recordar y emular al primer emperador cristiano, el gran Constantino en su fundación del apostoleion, en el que existían doce altares para los doce apóstoles, un edificio con el que se manifestaba la nueva y directa relación entre el poder celestial y el poder terrenal, encargado de extender y velar por la nueva fe. Un siglo antes de la fundación de San Salvador de Oviedo, el abad inglés Aldhelmo de Malmesbury (640-709) escribía un poema a cada uno de los doce altares,30 dedicados a los doce apóstoles, que se habían erigido en la basílica de su ciudad. Tampoco sería la única iglesia auspiciada por la monarquía asturiana que se refleja en las edificaciones constantinopolitanas. Por ejemplo, las 29 Es un asunto discutido con más profundidad en nuestra tesis (Sastre de Diego, 2009), actualmente en prensa, y de la que tomamos las líneas de trabajo allí propuestas. 30 Aris Beatae Mariae et Duodecim Apostolis dicatis, in PL, 89, coll. 88-314.
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obras y fundaciones dedicadas a los ángeles, especialmente a san Miguel, recuerdan a empresas como la del Michaeleion atribuido a Constantino. El uso y desarrollo de la advocación al arcángel Miguel es una novedad asturiana respecto a la Hispania tardoantigua. Su culto no es detectable anteriormente, como puso de manifiesto Stylow (2005) al analizar los escasos casos —apenas cuatro— que habían sido propuestos para los siglos VI y VII. La difusión del culto a los ángeles vuelve a tener su paragón en las construcciones longobardas spoletinas. Recordemos que el frontón de la fachada del aludido tempietto del Clitunno estaba presidido por un epígrafe dedicado a los arcángeles. Igual de cuestionable es la información del periodo final asturiano. En el siglo X aumentan los documentos de las regiones septentrionales y noroccidentales que mencionan fundaciones, donaciones y consagraciones de iglesias con más de un altar, normalmente en número de tres.31 Si es correcta la lectura que Fita y Fernández-Guerra hacen del documento de fundación y donación del monasterio de Sobrado (A Coruña), año 952, por parte del conde Hermenegildo y su esposa Paterna, en él se establece la dotación para el culto de sus altares —et pro luminaribus altariorum iam dicti martirum illuminandum...—.32 Lo que parecen expresar estos textos y lo que podría interpretarse por la presencia de iglesias de cabeceras de triple ábside con sus respectivos altares cada uno —como San Julián de los Prados—, choca con un obstáculo cronológico que afecta de lleno al tipo de funcionalidad litúrgica que éstos desempeñaron. La introducción en la región asturiana del orden romano, a través de las fundaciones benedictinas, no se produce hasta el siglo XI.33 Si esto es así, entonces ¿qué función tuvieron los altares de los ábsides laterales en las iglesias asturianas prerrománicas? A diferencia de lo que sucede en las consagraciones de las iglesias catalanas en época altomedieval, en Asturias los textos nombrados para documentar la multiplicidad de altares, al menos los manejados por nosotros, nunca mencionan la celebración de misa en todos los altares y por el contrario sí remarcan el papel principal del altar mayor sobre los demás. Es cierto que, al igual que en las consa31 Una recopilación reciente y completa para la región asturiana de los epígrafes fundacionales y de consagración en García de Castro, 1995, pp. 80-107 y 176-192. 32 Cartulario de Sobrado, lib. I, fol. 3; recogido en Fita y Fernández-Guerrra, 1880, p. 104. 33 Ya reseñado por Arbeiter, 1992, p. 163; Recientemente tratado por L. Arias: «Aproximación a la realidad material del monacato asturiano en la Alta Edad Media», 2006, pp. 205-227.
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graciones de algunas iglesias catalanas de esta misma época, se cita la presencia de varios obispos en dicho acto, pero mientras en las catalanas se refleja su papel de «co-celebrantes» cada uno en un altar, en los epígrafes asturianos solamente se enumera su presencia.34 Todavía en pleno siglo X encontramos epígrafes que permiten suponer la continuidad de un único altar eucarístico en algunas iglesias asturianas, como el de la reconstrucción de San Martín de Salas —año 951—, que menciona la colocación de varias reliquias en un mismo altar, hecho frecuente y suficientemente constatado ya en época visigoda. Esta iglesia ya existía en el siglo IX pero se encontraba hacía tiempo destruida. Si la liturgia romana hubiera estado consolidada en la décima centuria nada hubiera impedido reconstruir el nuevo edificio erigiendo varios altares eucarísticos sin tener que incluir todas las reliquias que poseía la parroquia en un solo altar. También al año 951 corresponde el epígrafe que conmemora la edificación de la iglesia de Santa Eulalia del Valle (Carreño), una fundación regia en la que vuelve a erigirse un único altar que guarda varias reliquias.35 Es muy posible que el texto antes citado del monasterio de Sobrado haga referencia a la institución de las luminarias. Estas son acciones que podían desempeñar familias privadas de la alta nobleza directamente vinculadas a la fundación del lugar donde se instituyen. Estos altares nombrados para Sobrado no tendrían por qué desempeñar función 34 A. Martínez Tejera plantea que su presencia pudiera indicar que estuviéramos ante una invitación del obispo rector de la diócesis a la que pertenece el edificio para celebrar la consagración del mismo; ver: «Dedicaciones, consagraciones y Monumenta consecrationes (ss. VI-XII)…», 1996, p. 89. Llamativo es el caso de la inscripción consagratoria conservada en San Salvador de Valdediós, en la que el número de obispos presentes, siete, supera al de los altares existentes, tres. Además, en la placa de consagración no se alude a ningún altar, solamente a la consecratio de un templum. Tras la reciente lectura de paramentos, se ha concluido la posterioridad de la inscripción respecto del edificio. Al respecto véase la contribución de L. Caballero en este mismo volumen. «In (h)oc altare sunt reliqui(a)e recon / dit(a)e Sci. Salvatoris Sce. Mari(a)e / Sci Martín ep(iscop)i Sci. Iohannis B(a)b(tista)e / Sci Andr(ea)e Sci T(h)irsi Sci. Felices / Sci. Romani Sce. Eolali(a)e Sci. Pelagi. Restauratu (m) est te(m)plu(m) …»; recogido en Arias, op. cit., p. 214, que además propone el patrocinio real de su fundación; ver también en C. García de Castro: Arqueología Cristiana…, 1995, p. 133, y en L. Arias: Prerrománico de San Martín de Salas, 1998. 35 «Ob honorem Sci Petri / et Pauli ap(ostolorum) sunt in/ altare reliqui(a)e recon/ dit(a)e Sci. T(h)irsi Sce. Aggate / Sc. Pellagie (s)ce. Marin(a)e / vir(ginis) hec (sic) templo quod (a) edif(ci)…», recogido en Arias, op. cit., p. 219, ver también A. Pérez Alonso: «Inscripción del siglo X en la iglesia de Santa Eulalia del Valle de Carreño», BIDEA 98, Oviedo, 1979, pp. 681-694.
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eucarística, o al menos, del documento nada nuevo se desprende que no existiera ya en época tardoantigua. Parece que su función sigue estando más cerca de la devoción y la honra funeraria y a las reliquias de los mártires que allí se encontraba que a la celebración de la misa. Su comparación con las que se instituyeron en fundaciones europeas altomedievales, como San Zeno de Campione (Italia) nos da además otra clave: su estrecha vinculación con el ámbito de lo funerario, convirtiéndose en otro acto más de piedad para estos nobles. No hay que olvidar que el documento de Sobrado es un testamentum.36 Independientemente de su función, lo que los textos y la arqueología demuestran a partir de la alta Edad Media en la Península Ibérica es el aumento de altares con reliquias unido a la promoción del culto a determinados santos. Es un desarrollo que forma parte de una política directa por parte de los nuevos grupos de poder, interesados en extender y consolidar su control en nuevos territorios, o en fijar los antiguos. Algo parecido sucede en otras partes de la cristiandad europea. Para la Toscana de fines del siglo VII e inicios del VIII, Brogiolo y Chavarría (2005: 148) ven en las fundaciones de iglesias y monasterios y en la «moltiplicazione degli altari destinati al culto delle reliquie» una intención de nobles y obispos por definir un territorio a través de la promoción de una identidad local que queda sujeta mediante la protección de los santos locales venerados en esas tierras junto con el papel desempeñado por la ciudad como punto de referencia.
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ASTURIAS Y BIZANCIO: ARTE E IDEOLOGÍA POR
ROBERTO CORONEO Università degli Studi di Cagliari, Italia
RESUMEN Este texto centra su atención sobre las relaciones entre Asturias y Bizancio. Trata de verificar la continuidad de la tradición de época visigoda y si los motivos procedentes de Constantinopla penetraron en Asturias. La conclusión es que la relación entre Asturias y Bizancio fue mediata, no directa. Sin embargo, se debe subrayar que el prestigio de Bizancio no dejó de ejercer su fascinación sobre el reino de Asturias, especialmente desde el punto de vista de la estructura ideológica representativa del poder. ABSTRACT This paper draws its attention on the relationship between Asturias and Byzantium. It intends to test the continuity of Visigothic tradition and its motives of Constantinople origin in Asturias. The conclusions remark that the relationship between Asturias and Byzantium was not direct, but indirect. It must be highlighted though that the prestige of Byzantium kept on influencing on the Asturian Kingdom, mainly from the point of view of the ideological structure of the power representation. PALABRAS CLAVE: Asturias, Bizancio, imágenes del poder. KEY WORDS: Asturias, Byzantium, imagines of power.
Con el establecimiento de la corte real en Oviedo, el reino de Asturias supera un primer momento de formación e inicia una nueva fase de su historia. La personalidad, las relaciones diplomáticas y la talla política de Alfonso II el Casto, que reinó desde 791 hasta 842, marcan un cambio decisivo en su proceso de auto-legitimación. Durante el siglo IX, la construcción de la identidad histórica, estatal, eclesiástica y cultural del reino de Asturias precisa elementos de distintos tipos, dada la necesidad que tiene de continuar en Asturias la monarquía visigoda y de establecer su centro operativo en Oviedo, que se convierte así en el nuevo foco de la cristiandad ibérica. A Oviedo se transfieren las funciones que antes estaban en Toledo. Como se dice
en las crónicas, el restablecimiento del ordo de Toledo se produce tam in ecclesia quam in palatio. Oviedo recoge la herencia visigoda y se convierte en la urbs regia por excelencia: «omnemque Gotorum ordinem sicuti Toleto fuerat, tam in eclesia quam palatio in Ouetao cuncta statuit», como leemos en la Crónica de Albelda (Chron. Alb. XV, 9).1 A la vez, Oviedo es la «ciudad santa».2 Se crea una jerarquía eclesiastica capaz de oponerse con eficacia a la Iglesia de Toledo, sobre todo en relación a la herejía adopcionista, y se construye un sistema antimusulmán en clave simbólica y religiosa, capaz de justificar el inicio de la guerra santa de la Reconquista incluso a través de la inventio de las reliquias de Santiago y el impulso a la veneración del Santiago matamoros.3 De forma paralela se identificaron símbolos poderosos, como la cruz, sobre los que se podía basar la identidad asturiana. Bajo la dinastía asturiana, los nombres de Pelagio, Aurelio, Silo y Ordonius son de raíz hispanoromana, mientras que los de Fafila, Froila, Adefonsus, Ranimirus revelan un origen germánico. La tradición historiográfica afirma que el núcleo del poder estaba compuesto por aristócratas de origen visigodo, exiliados de Toledo, y por esto sensibles a la restauración de la corte toledana.4 Sin embargo, al no existir ningún antecedente significativo en que poder basar esta restauración, cada elemento tuvo que conseguirse fuera de los estrechos confines regionales. Muchos de estos elementos se importaron en el marco de la consolidación del reino,5 que, a su vez, consolidaron la legitimidad real y la construcción histórica de la identidad asturiana.6 1
Gil Fernández, J. y Moralejo L. J. (eds.) 1985. Carrero Santamaría, E. 2007. 3 Steppe, J.K. 1985. 4 Lacarra, J.M. 1964. 5 Ciotta, G. 1992. 6 Vázquez de Parga, L. 1980. 2
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Fig. 1. Oviedo, Catedral de San Salvador, sarcófago de Ithacius (Álvarez Martínez, M.S. 2004).
Así, el reino de Asturias contempla una dialéctica entre la continuidad de la tradición visigoda y los factores de innovación que incluyen la importación de elementos procedentes del exterior del reino. Entre los lugares de origen está la esfera cristiana de AlAndalus, como sucede en el caso de las reliquias de santos mártires de Toledo, que se trasladaron a la Cámara Santa de Oviedo.7 La convergencia con las ideas del Imperio Carolingio fomenta aportaciones occidentales y del papado romano, como ocurre con el modelo de iglesia de transepto longitudinal continuo, adoptado en San Julián de Los Prados.8 También son posibles relaciones con el Oriente islámico, como las cuestiones que se plantean en torno a los modelos escultóricos de procedencia omeya.9 Igualmente problemáticas son las aportaciones desde el Oriente bizantino.10 A partir de estas premisas se intentará revisar algunos episodios de la producción artística asturiana para los que la historiografía ha sugerido modelos y referentes de origen bizantino. Se procurará tener en cuenta su coherencia y los posibles canales de transmisión, comprobando el grado de reelaboración de los motivos originales. Aún se sabe poco acerca de los orígenes del cristianismo en Asturias.11 A partir del año 254 Asturica Augusta (Astorga) fue ciudad episcopal. El único documento escultórico de la Antiguedad Tardia incluido en la obra de Giuseppe Bovini sobre los sarcófagos paleocristianos de España12 es el sarcófago 7 Rivera Recio, J.F. 1964; Rivera Recio, J.F. 1966; Fernández Alonso, J. 1966. 8 Arias Páramo, L. 1992; Ciotta, G. 1999. 9 Caballero Zoreda, L. 1994, 1995. 10 Barroso Cabrera, R. y Morín de Pablos, J. 2000. 11 Fernández Ardanaz, S. 1992. 12 Bovini, G. 1954, pp. 164-167.
de Ithacius (Fig. 1), que se encuentra en el Panteón de los Reyes de Asturias de la Catedral de San Salvador en Oviedo. El sarcófago ha sido analizado por María Soledad Álvarez Martínez, en el catálogo de la exposición Testigos en Ávila, quien ha confirmado la datación entre los siglos V y IX.13 Se le considera de producción hispana, aunque no local, y comparte con otros documentos ibéricos de la Antigüedad Tardía una doble problemática, la que deriva de la relación con una tradición técnica e iconográfica común al sustrato mediterráneo romano-imperial, y por lo tanto también a Bizancio, y la que afecta a la entidad de la presencia bizantina en la Bética del siglo VI. Fragmentos, más o menos extensos, de pinturas murales se conservan en la mayoría de las iglesias asturianas de los siglos IX y X.14 La Crónica de Albelda informa sobre las pinturas murales que existieron en los palacios reales de Oviedo, «simulque [Adefonsus I] cum regiis palatiis picturis diuersis decorauit» (Chron. Alb. XV, 9).15 Estas pinturas no tienen antecedentes significativos en el mundo hispáno-visigodo. Si existieron, nada ha sobrevivido de las posibles decoraciones murales de la catedral de Toledo ni de las iglesias de otros centros importantes de época visigoda. En las iglesias de los siglos VII y VIII, la decoración se limita a la escultura arquitectónica, en piedra o estuco, pero no hay ningún testigo de pintura mural. Por lo tanto, puede tratarse de una innovación perteneciente al ámbito cronológico asturiano, en este caso de influjo exterior. Su aparición en la época de Alfonso II es un fenómeno que no tiene fácil explicación a partir del cuadro comparativo 13
Álvarez Martínez, M.S. 2004. Arias Páramo, L. 1999. 15 Gil Fernández, J. y Moralejo L. J. eds. 1985. 14
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Fig. 2. Oviedo, San Julián de los Prados, pintura mural (Arias, L. 1999).
Fig. 3. Nueva York, Metropolitan Museum, pintura mural de la villa de Boscoreale (Arias Páramo, L. 1999).
europeo y mediterráneo, en que las pinturas de San Julián de Los Prados siguen siendo un únicum. La afinidad de estas pinturas con las de origen romano es evidente no solamente desde el punto de vista técnico, sino también por los distintos motivos iconográficos. En particular, el conjunto de representaciones arquitectónicas parece atribuible a prototipos romanos del llamado cuarto estilo pompeyano.16 El ejemplo más cercano a las pinturas de San Julián de los Prados (Fig. 2) se puede individualizar en los frescos de la villa de Boscoreale (Fig. 3), hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York. La organización de las paredes también parece depender de la tradición romana y de prototipos similares a las decoraciones con crustae en mármol y frescos de la basílica de Junio Basso, conocida a partir de un dibujo de Giuliano da Sangallo (Biblioteca Vaticana, Barb. lat. 4424, f. 33v),17 sobre todo las cortinas ocupando totalmente la escena arquitectónica de algunos cuadros. La identificación de los modelos que permitieron la mediación resulta más compleja. Se han indicado los mosaicos del Baptisterio Ortodoxo en Rávena, de la época del obispo Neone (451-475); los de la rotunda de Galerio, que se transformó en la iglesia de San Jorge en Tesalónica (siglo VI), hasta llegar a los de la mezquita omeya de Damasco (Fig. 4), del siglo VIII.
Las pinturas de San Julián de los Prados también son muy problemáticas por su significado históricoreligioso, dada la elección de un programa desarrollado en clave anicónica, con escenas arquitectónicas y centrado en la cruz.18 La búsqueda de sus causas ha dado lugar a varias hipótesis, que aluden a la Jerusalén celestial, al Paraíso o a la visión apocalíptica, como un reflejo de la iconoclastia bizantina. Sabine Noack-Haley19 sugiere que la iglesia fue construida como iglesia conciliar, sustituyendo a la toledana de los Apóstoles. Si esta clave interpretativa se revela correcta también serviría para aclarar por un lado el significado de las representaciones arquitectónicas como referencia a los concilios y por el otro el de la cruz como referencia a la ideología de la restauración del ordo gothorum y del triunfo del cristianismo asturiano. Ambos elementos recuerdan elementos de los lugares santos de Palestina: las representaciones arquitectónicas de los concilios en los mosaicos de la Iglesia de la Natividad en Belén, que presentan muchos problemas de datación, y el edículo con cruz en la basílica de la Anástasis en Jerusalén.20 En las pinturas murales de San Julián de Los Prados (Fig. 5) la decoración se desarrolla a partir de los arcos entre los que se insertan los discos. Se trata de 18
16 17
Eristov, H. 1994. Krautheimer, R. 1981, p. 50, fig. 33.
19 20
Marín Valdés, F.A. y Gil López, J.M. 1989. Noack-Haley, S. 1995. Iacobini, A. 1998.
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Fig. 4. Damasco, mezquita omeya, mosaico (foto R. Coroneo, 2010).
Fig. 5. Oviedo, San Julián de los Prados, dibujo de las pinturas murales (Arias, L. 1999).
una solución decorativa de origen tardorromano, que tiene similitudes en la parecida composición de Santa Sofía de Constantinopla (Fig. 6), en cuyas paredes diafragma de las arcadas norte y sur la decoración escultórica se extiende alrededor de los discos de pórfido colocados en la misma posición. Un esquema compositivo similar se encuentra también en Santa María de Naranco (Fig. 7). Pero hay una diferencia
sustancial, porque en este edificio los discos no se insertan de manera autónoma entre los arcos, sino que parecen colgar del techo mediante fajas anchas, también talladas y figuradas. Justo esta conformación sugirió la idea de que se quería reproducir la imagen de objetos reales si no funcionales, colocados como decoración representativa y simbólica en los salones de la monarquía vi-
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Fig. 6. Estambul, Santa Sofia, interior (foto R. Coroneo, 2010).
Fig. 7. Oviedo, Santa María de Naranco, interior (foto R. Coroneo, 2010).
sigoda. Se trataría, según Puig i Cadafalch,21 de los discos colgados en las paredes de madera de las casas y sobre todo de los salones de representación. Una especie de petrificación del ambiente significativo del poder soberano, en este caso del rey y de la corte de Toledo, y implantada ahora por el rey y la corte de Oviedo, según el sentido simbólico e ideológico de la restauratio de la monarquía visigoda. Sin embargo, no sólo la arquitectura sino también la escultura arquitectónica de la Península Ibérica de los siglos VI y VII, llamada tradicionalmente «visigoda», ha sido objeto recientemente de un proceso de
revisión exhaustiva, que aún no puede considerarse completa. El examen de la producción plástica del taller de Mérida,22 el más importante de España en este período, ha puesto de relieve tanto las dificultades de datación de piezas individuales, como la imposibilidad de una única referencia a una matriz cristiana dejando al margen la islámica, dada la identidad de los prototipos, que son identificables en Oriente.23 Sobre todo, el repertorio ornamental parece indicar la continuidad de modelos no sólo en Asturias,24 sino también en Andalucía, donde se introdu22 23
21
Puig i Cadafalch, J. 1961, pp. 111-112.
24
Cruz Villalón, M. 2000. Hoppe, J.-M. 1991. García de Castro Valdés, C. 2007.
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Fig. 8. Oviedo, Museo Arqueológico de Asturias, placa con grifo (Caballero Zoreda, L. y Martín Talaverano, R. 2010).
cen motivos de derivación omeya.25 Surgen como base para una evaluación más objetiva del arte «mozárabe», cuya definición también ésta en crisis.26 En un artículo de «libre interpretación» de la escultura «visigoda», Jean-Marie Hoppe ha puesto en tela de juicio la clasificación de los fenómenos de «bizantinismo». Según Hoppe, la comparación entre la realidad histórica del imperio, su arte, y las reflexiones sobre la Península Ibérica estaría contaminada por ideas preconcebidas que no se corresponden con los principios del método comparativo. Una utilización correcta de este último señalaría mejor la raíz sasánida de los motivos orientales del arte hispánico tanto de época visigoda como asturiana y leonesa. La mediación se asignaría al «canal de transmisión omeya» activo tanto en la decoración de los edificios profanos como en la de los edificios de culto. El problema se refiere a las dos placas de San Miguel de Liño, hoy en el Museo Arqueológico de 25 26
Caballero Zoreda, L. 1992. Thiery, A. 1988.
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Asturias en Oviedo, la primera con un grifo (Fig. 8)27 y la otra con un árbol de la vida (Fig. 9). Tradicionalmente consideradas de época visigoda, se incluyen (en particular, por las espirales que incluyen rosetas) en el grupo de fragmentos arquitectónicos recuperados en la iglesia y que deben considerarse tallados en época de Ramiro I, si no más tarde. Sugiere una datación aún más tardía la identificación de la placa de San Miguel con el árbol de la vida con otra placa que se encuentra en la iglesia de Santo Adriano de Tuñón (Fig. 10), tradicionalmente considerada de época de Alfonso III,28 pero con mucha probabilidad producto de una secuencia más complicada según las fases de construcción de esta iglesia.29 Tanto el grifo30 como el árbol de la vida31 son motivos iconográficos de tradición iraní antigua, transmitida por el arte sasánida al mundo del Mediterráneo a partir de los siglos V-VI y de modo más intenso en edad posticonoclasta. Hoppe no llega a conclusiones generales, sino simplemente adopta una «actitud prudente» que, sin embargo, cambia el enfoque si se acepta que los prototipos sasánidas se han hecho, igual que los antiguos y los de Constantinopla, como signo de distinción noble en contextos muy destacados. Los resultados de Hoppe, obviamente, muestran una dirección diferente, pero no necesariamente contradictoria con la última (en orden cronológico) tendencia historiográfica, que reconoce en el arte hispánico de los siglos VII-X una contribución sustancial de los modelos técnicos orientales, con propuesta de identificación de la derivación en ocasiones omeya o bizantina.32 Algo parecido se puede aplicar a las esquinas redondeadas de Santa María de Melque, presentes en los baños de Khirbat al-Mafjar de Palestina, del siglo VIII, pero también en la torre de Umm al-Rasas de Jordania, de finales del siglo VI,33 sin que en este sentido represente un problema la cronología exacta de la iglesia ibérica. De acuerdo con Achim Arbeiter, «la irradiación del orientalismo en España no se produce sólo en las fases avanzadas, a partir del Oriente islamizado, sino también en época visigoda, directamente».34 También este es el caso del motivo formado por la intersección de círculos que determinan la interac27
Escortell Ponsoda, M. 1996, pp. 15-16, fig. 16-17. Manzanares Rodriguez, J. 1964, p. 32, fig. 17. Caballero Zoreda, L. y Martín Talaverano, R. 2010. 30 D’Agostino, M.R. 1994, pp. 155-157. 31 Iacobini, A. 1994. 32 Anedda, D. 2003. 33 Piccirillo, M. 1989, pp. 301-303; Omayyadi, 2000, pp. 94-95 (Thome, L.). 34 Arbeiter, A. 2000, p. 263. 28 29
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Fig. 9. Oviedo, Museo Arqueológico de Asturias, placa con árbol de la vida (Caballero Zoreda, L. y Martín Talaverano, R. 2010).
Fig. 10. Santo Adriano de Tuñón, placa con árbol de la vida, desaparecida (Caballero Zoreda, L. y Martín Talaverano, R. 2010).
ción de un cuadripétalo en forma de cruz, ampliamente atestiguado en el mosaico romano tardío y distribuido en el bizantino, como ocurre en el friso de San Juan de Baños, clasicista y tradicional según Palol.35 Por el contrario, Luis Caballero (que fecha la iglesia en un período posterior a la invasión islámica de la Península Ibérica) afirma la mediación omeya, de acuerdo con las decoraciones de estuco del palacio de Khirbat al-Mafjar, a su vez procedente de motivos sasánidas como los del Palacio de Nizamabad. Encontramos el mismo tema en los estucos ornamentales de San Vital en Rávena, realizado entre 537/538 y 547/548.36 En Asturias, incertidumbres similares plantea la doble línea en relieve de extremos curvos, que en el «palacio» del Naranco acompaña el trasdós de los arcos, divide en tres franjas horizontales las fachadas, extiende verticalmente las columnas y decora el
triforio y la gran sala en la planta superior. La decoración es similar a la del palacio de Qasr al-Kharrâna en Jordania, fechado 24 de noviembre de 710,37 también a la del martyrium de San Simeón Estilita en Qal’at Sim’an en Siria, construido entre los años 480 y 490, o a la de la iglesia de Qalb Lauza, antes de 500,38 o a la de Bakirka. Para la decoración interior de los discos de Santa María del Naranco (Fig. 11) se ha propuesto la réplica de genéricos modelos orientales, procedentes del repertorio decorativo de los tejidos fabricados en Constantinopla o Irán. A pesar de la simple analogía del motivo zoomorfo dentro de un círculo, las figuras de animales dentro de los discos de Naranco se caracterizan por detalles iconográficos muy diferentes de los supuestos prototipos orientales.39 Se advierten entrelazos peculiares que pueden sugerir la imitación 37
Omayyadi, 2000, pp. 118-120 (al-Asad, M.). Krautheimer, R. 1986, fig. 62 (Qal’at Sim’an), fig. 66 (Qalb Lauza). 39 Coroneo, R. 2003. 38
35 36
Palol 1988, p. 53. Pasquini, L. 2002, pp. 40-50, fig. 61-62.
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Fig. 11. Oviedo, Santa María de Naranco, disco (foto R. Coroneo, 2010).
Fig. 12. San Petersburgo, Museo Hermitage, ornamento de oro (Galanina, L.K. 1977).
de modelos gráficos, similares a los utilizados en la escultura y la miniatura irlandesas, o en los marfiles de producción islámica. Observamos también algunas descomposiciones libres de cada uno de los detalles anatómicos, que no concuerdan con la precisión geométrica y la rigidez de los eventuales prototipos textiles de Constantinopla o Irán. A partir de tales objeciones a la tesis «orientalista», se ha supuesto que los modelos de las figuras de los animales de los discos fuesen ornamentos preciosos de tradición germánica, continuadores del reper-
torio de los pueblos migratorios. En particular, se trata de un aplique de oro escita (Fig. 12) de los siglos VIIVI antes de Cristo, hallado en el túmulo de Kostromskaja en Siberia en 1897 y conservado en el Museo Hermitage de San Petersburgo.40 El aderezo se aplicó en el centro de un escudo y representa a un ciervo. Los cuernos, descontextualizados de la anatomía del animal, tal vez no serían entendidos como tales 40 Galanina, L.K. 1977, p. 15, fig. 3; Hermitage, 1994, p. 90, fig. 48 (Galanina, L.K.).
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Fig. 13. Cividale del Friuli, Museo Nacional, ornamento de oro (Brozzi, M. 1990).
Fig. 14. Estambul, Museo Arqueológico, sello de plomo (Grabar, O. 1989).
por el escultor sino como un motivo ornamental. La hipótesis es aceptable pero no parece sostenerse, porque de hecho el animal es un león, como lo atestigua su cuerpo delgado y la cola que termina en hoja lanceolada, tal como aparece en la producción textil oriental de los siglos IX-X. También se ha propuesto que los discos deriven de bracteas, de acuerdo con la calificación «germánica» del monumento. Puede tomarse como ejemplo el disco de oro de la iglesia de San Juan Bautista (Fig. 13), hoy en el Museo Nacional de Cividale del Friuli, de la primera mitad del siglo VII.41 Hay que señalar las dos molduras circulares, que en los discos del Naranco pudieron haberse reinterpretado como un cordoncillo en forma de espiga. Schlunk42 rechazó la hipótesis por dos razones: en primer lugar por la ausencia de bracteas en la península Ibérica (pero este es un argumento genérico ex silentio), y en segundo lugar por la dificultad de aceptar la traducción de un objeto de pequeñas dimensiones a la escultura monumental de piedra. Este argumento se aplica, por supuesto, también al sello omeya, pero en una revisión reciente de la cuestión, Hoppe43 ha señalado acertadamente que, en el mismo arte ramirense, resulta sorprendente una transposición similar, pero inversa, de lo más pequeño a la escala mayor en las jambas de la entrada de la iglesia de San Miguel de
Liño, reproduciendo un díptico consular de marfil de la Antigüedad Tardía. El detalle de los cuernos de nuevo llamó la atención de André Grabar,44 quien en su informe arqueológico sobre la iconoclastía bizantina detectó la similitud compositiva entre el disco de Naranco y un sello de plomo (Fig. 14) del califa Abd al-Malik, de finales del siglo VII, conservado en el Museo Arqueológico de Estambul. Son sorprendentes las similitudes entre las franjas anulares en pámpanos y también entre las figuras de animales, enfrentadas en el sello omeya y en algunos discos de Naranco. En particular, fascina la posibilidad de que los supuestos cuernos del ciervo sean en realidad una reproducción ornamental de la inscripción islámica que está en la parte superior del clípeo del sello. De ser así, tenemos que admitir que el sello —que representa un unicum45— o modelos omeyas parecidos hallan contribuido a la génesis de la iconografía del «palacio» del Naranco. De tal manera éste perdería (precisamente en uno de los elementos considerados más destacados de este tema) su caracterización antimusulmana y «visigoda» de pabellón real, que recuerda los de la monarquía toledana. Sin embargo creo que el más relevante y uno de los antecedentes formalmente más cercano a los discos de Santa María de Naranco se encuentra precisamente en tierra hispana. Se trata del disco (Fig. 15)
41 42 43
Brozzi, M. 1990. Schlunk, H. 1947, pp. 355-360. Hoppe, J.-M. 2000, pp. 334-339.
44 45
Grabar, A. 1984, pp. 84-85, fig. 60-61. Grabar, O. 1989, pp. 111, fig. 52.
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hallado en la villa de Pla de Nadal (Valencia), del siglo VII, que lleva un monograma rodeado por ramas fitomorfas.46 Por lo tanto este elemento, en mi opinión, pierde sus connotaciones de origen oriental y entra en la matriz de los motivos de continuidad local. El motivo de los discos también jugaba un papel importante en la iglesia de San Miguel de Liño.47 La destrucción del edificio impide leer en su totalidad la disposición exacta tanto de los motivos ornamentales como de los que expresaban su programa iconográfico. En los capiteles48 y entre los arcos se encuentran discos tallados en piedra que presentan una decoracion floral en forma de cruz (Fig. 16). Decoraciones similares se encuentran en la Península Ibérica, adonde pudieron llegar por el canal de transmisión omeya, dadas las similitudes con las muestras de Jordania, que también pueden reflejar en realidad los modelos bizantinos del siglo VI o posteriores. El cuadripétalo adornado con flores, que puede leerse como una cruz, se observa en una placa similar de la iglesia de Saamasas, en Galicia, que Schlunk atribuye al siglo VI,49 pero también en una pieza (no es una losa estrictamente hablando, probablemente un friso o quizás un dintel) del Museo Arqueológico Provincial de Córdoba (Fig. 17), igualmente atribuida a época visigoda.50 El motivo pudo haber tenido su origen en la decoración de los palacios omeyas del siglo VIII, como los frisos del Museo Nacional de Damasco, procedentes de Qasr al-Hayr al-Garbi, del Museo del Patrimonio Jordano en Irbid, procedentes de al-Qastal (Fig. 18),51 y de Khirbat alMafjar, que probablemente derivan de estucos sasánidas similares a los del palacio de Ctesifonte. Cabe la posibilidad de retrasar la datación de los relieves de Saamasas y Córdoba, pero hemos de tener en cuenta que pueden depender de prototipos sasánidas también válidos para los motivos omeyas,52 posiblemente adquiridos por mediación del arte de Constantinopla, como podría indicar un fragmento de mármol reutilizado en el segundo patio del Topkapý Sarayý, Estambul (Fig. 19). En el ámbito de las posibles relaciones entre Asturias y Bizancio tienen un extraordinario interés los personajes antropomorfos tallados en las jambas que 46 Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999, p. 163, fig. 102 (Noack-Haley, S.). 47 Caballero Zoreda, L., Utrero Agudo, M. de los A., Arce, F. y Fragero, J.I. 2008. 48 Fontaine, J. 1978, fig. 120. 49 Schlunk, H. 1947, pp. 325-416, fig. 256. 50 Schlunk, H. 1947, fig. 269; Palol, P. de y Ripoll, G. 1988, fig. 151. 51 Omayyadi, 2000, p. 163 (Kehrberg, I.). 52 Hoppe, J.-M. 2000, pp. 310-318.
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flanquean la entrada de San Miguel de Liño.53 Su interés reside en la ambientación de las escenas, que recuerda el Hipódromo de Constantinopla, uno de los ejes más relevantes de la vida urbana, incluida la política. Las dos jambas son casi idénticas en cuanto a motivos iconográficos y compositivos, pero presentan ligeras diferencias en la realización técnica. El marco de la jamba norte (Fig. 20) revela una mayor maestría en la definición escultórica de los detalles. Los temas (en forma de «piñas») de los ingletes son más compactos y la roseta central en la parte superior tiene pétalos separados, mientras que en la otra jamba se unen en parejas. La escena de los tres personajes de la jamba sur (Fig. 21) es más indefinida; en ella se pierde la relación orgánica entre las partes, que, al contrario, se encuentra bien delineada en la misma escena de la jamba norte. En la escena con juegos de la jamba norte (Fig. 22), la composición es mucho más equilibrada, mientras que en la otra el excesivo espacio concedido al guardián obliga a comprimir acróbata y león en una representación vertical excesiva y muy poco natural (Fig. 23). No son temas que pueden justificar la hipótesis de una mano diferente. Parece más bien que el escultor que adapta sus modelos en piedra, trabaja con más calma y precisión en la primera jamba y con más prisa en la segunda, tal vez introduciendo deliberadamente esas ligeras variaciones, que luego compensaría con un supuesto acabado polícromo. El primer y más evidente carácter excepcional de las dos esculturas se refiere al modelo del que derivan: un díptico de marfil tardoantiguo, identificado por Schlunk54 con el del consul Areobindus (Fig. 24), realizado en el año 506 y del que se conocen varios ejemplares. El escultor de San Miguel de Liño ha extrapolado de la representación unitaria del díptico dos escenas independientes, aisladas mediante marcos. De las imágenes ha elegido la del cónsul sentado en un asiento con patas leoninas, rodeado de funcionarios mientras asiste a los juegos del circo, y ha optado por colocar en el centro la escena de los juegos. Frente a la dependencia exclusiva del díptico de Areobindus, Sabine Noack-Haley55 prefiere la referencia al de Anastasio (Fig. 25), también con varias copias y realizado en el año 517. Jean Marie Hoppe acepta ambos modelos, prefiriendo sin embargo el díptico de Anastasio, el único que tiene tanto el malabarista como el guardián de los leones: «qui seul 53
Coroneo, R. 2006. Schlunk, H. 1947, p. 367. 55 Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999, pp. 145-146 (Noack-Haley, S.). 54
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Fig. 15. Valencia, Museo de Prehistoria de la Diputación, disco de Pla de Nadal (Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999).
Fig. 17. Córdoba, Museo Arqueológico Provincial, friso (Palol, P. de y Ripoll, G. 1988).
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Fig. 16. Oviedo, San Miguel de Liño, capitel (Fontaine, J. 1978).
Fig. 18. Irbid, Museo del Patrimonio Jordano, friso de al-Qastal (Omayyadi, 2000).
Fig. 19. Estambul, Topkapý Sarayý, friso (foto R. Coroneo, 2009).
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Fig. 20. Oviedo, San Miguel de Liño, jamba norte (Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999).
Fig. 21. Oviedo, San Miguel de Liño, jamba sur (Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999).
Fig. 22. Oviedo, San Miguel de Liño, jamba norte (Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999).
Fig. 23. Oviedo, San Miguel de Liño, jamba sur (Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999).
rassemble sur la même image à la fois le perchiste et le dompteur».56 En realidad, el discurso de la de-
rivación de uno o más modelos no es tan lineal y merece un estudio más exhaustivo. Del díptico de Areobindus, de 506, además de la cubierta en San Petersburgo, se conservan otras dos
56
Hoppe, J.-M. 2000, p. 329.
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Fig. 24. San Petersburgo, Museo Hermitage, díptico de Areobindus (Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999).
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sée des Beaux-Arts;57 y solamente el Landesmuseum de Zurich tiene ambas hojas. Del díptico de Anastasio, de 517, además de la cubierta de Berlín, se conocen otros en Londres (parte, junto con el de Berlín, de uno incompleto, junto al fragmento de Berlín), en Verona, en San Petersburgo (procedente de Limoges); y ambas hojas se encuentran en el Cabinet des Médailles de la Biblioteca Nacional de París.58 La figura del cónsul en el trono, tal como la vemos en las jambas, parece depender más de la del díptico de Areobindus que de la del díptico de Anastasio. La escena de los juegos del circo, por el contrario, parece depender más de la hoja del díptico de Berlín de Anastasio, que de la de Areobindus. Ninguna de las hojas muestra el detalle del guardián de la fiera que, fuera de su control, se lanza contra el acróbata que se empina sobre la pértiga, como se ve en el díptico de Anastasio hoy en Berlín. En éste, sin embargo, el domador es el guardián de los osos en el Hipódromo de Constantinopla, y la fiera es un oso y no un león. Dos son las hipótesis posibles: o el escultor asturiano disponía de muestras de los dos dípticos de Areobindus y Anastasio para reproducir sus formas, o utilizaba una copia iconográficamente intermedia entre los dos. En cualquier caso, el escultor de las jambas de San Miguel de Liño ha operado según los mismos criterios de la «copia selectiva», que Richard Krautheimer señaló en el análisis de las réplicas de los grandes prototipos de la arquitectura tardoantigua. El modelo «nunca fue reproducido en su totalidad, sino se elegían solamente algunos de sus elementos constitutivos... los elementos tomados del modelo se reconstruyen en relaciones totalmente diferentes a las originales: el contexto primitivo se rompe y cada elemento se organiza de una nueva manera».59 Se ha argumentado que la presencia de objetos de arte suntuario en Oviedo se inscribe en la costumbre de atesorar antigüedades con que se dotaban las cortes europeas entre los siglos séptimo y décimo. Ninguno de estos marfiles se conserva en Oviedo. El díptico del cónsul Apión, guardado en el tesoro de la catedral, llegó desde Roma en el año 1300 como regalo del canónigo Gaufredo.60 Sin embargo, existe la posibilidad de que el escultor de San Miguel de Liño haya extrapolado sus modelos no directamente de uno o más marfiles de la Antiguedad tardía, sino de las copias de éstos ejecutadas en contexto carolingio. La misma tendencia a 57 58
hojas en París, en el Musée National du Moyen Age y de Thermes de Cluny, y en Besançon, en el Mu-
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59 60
Byzance, 1992, pp. 49-51 (Gaborit-Chopin, D.). Byzance, 1992, pp. 54-56 (Gaborit-Chopin, D.). Krautheimer, R. 1993, p. 115. González Santos, J. 1998, pp. 94-95.
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Fig. 25. París, Biblioteca Nacional, díptico de Anastasio (Byzance, 1992).
negar la continuidad del marco, utilizando el mismo motivo de roseta, caracteriza la cubierta en marfil de los evangelios con el Cristo triunfante (Fig. 26), ahora en la Bodleian Library de Oxford, tallada en un taller de la corte de Aquisgrán alrededor del año 800.61 Se conoce una reproducción bastante fiel de época carolingia de un díptico de la Antigüedad tardía, el del cónsul Magnus (518), tallado en el siglo IX y repartido entre el Cabinet des Médailles de la Biblioteque Nationale de París y el Ermitage de San Petersburgo.62 Al margen y, como corolario de lo que se ha sugerido con respecto a la mediación carolingia para las jambas de San Miguel de Liño, planteamos otra pregunta, esta vez con respecto a los posibles modelos 61 62
R. K., 1999. Byzance, 1992, p. 56-58 (Gaborit-Chopin, D.).
para la representación de las basas con Tetramorfo en el interior de la iglesia.63 La técnica del relieve plantea dudas sobre si el trabajo es del mismo escultor. También sus modelos pueden haber sido objetos suntuarios de comienzos del siglo IX, pero no del tipo que normalmente se invoca, como la parte posterior del relicario de Enger, en los Staatliche Museen de Berlín,64 sino marfiles carolingios similares a los de los cuatro evangelistas bajo nichos con arcos y columnas, cada uno con su figura apocalíptica, conservados en el Cabinet des Médailles de la Biblioteca Nacional de París y en Colonia, Schnütgenmuseum (díptico de Harrach).65 63 Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999, p. 153 (Noack-Haley, S.). 64 Lasko, P. 1994, p. 6, fig. 11. 65 Fillitz, H. 1999, p. 614, fig. 4, p. 617, fig. 7.
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Fig. 26. Oxford, Bodleian Library, Cristo triunfante (R.K., 1999).
En su artículo de revisión crítica de la temática y de los problemas de la escultura «visigoda», objeto (con la arquitectura) de un debate todavía en curso, Jean Marie Hoppe66 incluye un análisis de las jambas de San Miguel de Liño, donde enfatiza las motivaciones ideológicas que están tras la elección 66
Hoppe, J.-M. 2000, pp. 328-334.
de reproducir un díptico de la Antigüedad tardía como modelo. Hoppe afirma que el cambio más importante consiste en la eliminación de todas las anécdotas y los elementos narrativos que pudieran existir en el modelo. Los elementos descriptivos que sitúan al cónsul en el Hipódromo están totalmente ausentes. La dinámica de referencia y el rechazo del modelo revelan, según Hoppe, que la imagen se ha conver-
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tido en un signo del poder temporal y de la autoridad que, en el contexto de San Miguel de Liño, sólo pueden referirse al rey. En este sentido las jambas de San Miguel de Liño tienen un valor paradigmático. Si la referencia se encuentra en Constantinopla y en el imperio, también la encontramos en el primer emperador cristiano, Constantinus. Las circunstancias históricas remiten a la tradición local de la Reconquista, que vio cristalizar la ideología noble asturiana a través de una serie de lugares y objetos que marcan la estrecha asociación entre la cruz y la victoria, en un contexto de celebración y apotropaico a la vez. El monumento más antiguo de la arquitectura asturiana del que tenemos memoria concreta, es la iglesia de Santa Cruz en Cangas de Onís,67 reconstruida en el año 737 por orden del rey Fafila, hijo de Pelayo y su esposa Froiliuba, en el lugar de la primera capital del reino de Asturias. La inscripción de la nueva dedicación, hoy desaparecida pero conservada hasta mediados del siglo XX, preserva la memoria del antiguo origen de la iglesia y muestra la dedicación de la iglesia a la Santa Cruz en términos de «Aula sub crucis tropheo sacrata». De especial importancia son las cruces de oro producidas en el reino asturiano. 68 La Cruz de los Ángeles, en cuya inscripción se leen el nombre de Alfonso II y el año 808,69 es una cruz que estaba destinada a ser colocada en el altar. Su posición original no iba a ser diferente a la que tenía la cruz en el altar de Saint-Denis, decorado con el antependium de Carlos el Calvo y, al igual que éste, perdida cuando la abadía fue saqueada en 1789. Sólo queda un fragmento en París, en el Cabinet des Médailles. Además de las descripciones, una pintura sobre tabla del Maestro de San Egidio, que se atribuye al siglo XVI y se conserva en la National Gallery de Londres70 nos muestra exactamente cuáles eran su ubicación, forma y decoración. En 874, Alfonso III encargó una cruz de oro para la Catedral de Santiago de Compostela,71 basada en la de los Ángeles, con algunas diferencias. La cruz se perdió en 1906, pero a través de sus descripciones y dibujos podemos considerarla esencialmente más parecida, técnicamente, a la Cruz de la Victoria que a la de los Ángeles. De ésta,
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sin embargo, toma la forma general de una cruz griega patada y de extremo recto. Alfonso III encargó con esta forma la Cruz de la Victoria, símbolo del Principado de Asturias, construida en 908 en un taller de su residencia en el castillo de Gauzón. El núcleo compositivo de las pinturas murales con escenas arquitectónicas de la iglesia de San Julián de los Prados es el símbolo de la cruz, que encontramos también pintada en el presbiterio de la iglesia de San Salvador de Valdediós. Varios manuscritos trasladados de Oviedo al Escorial, Madrid, en el siglo XVI, muestran lo que se considera el ex-libris de la Biblioteca Real de Asturias: la cruz apocalíptica, flanqueada por las palabras Pax, Lux, Lex, Rex, con el monograma Adefonsi Principis librum. A este grupo pertenece la «Biblia de Cava» (o «de Danila», por el miniaturista), copiada en Oviedo a finales del siglo VIII y principios del IX, que llegó a Campania en fecha indeterminada y se conserva actualmente en la Abadía de la Santísima Trinidad en Cava dei Tirreni (ms. 1).72 Una cruz, con la misma forma apocalíptica pero más ricamente decorada, con el nombre de Alfonso III en la inscripción, se encuentra dentro de un marco vegetal en una placa de la iglesia de San Martín de Salas, ahora en el Castillo de Valdesalas, fechada en 951.73 En el palacio-fortaleza de Alfonso III se produjeron dos placas (Fig. 27), hoy en el Museo Arqueológico de Asturias, con cruz e inscripciones idénticas y similares: «Signum salutis pone domine in ianuis istis ut non permitas introire angelum percutientem»,74 «Señor, coloca el signo de la salvación en estas puertas, para no permitir la entrada del Ángel Exterminador». En la fuente de la Foncalada, en el lugar suburbano donde se levantaba el palacio fortificado de Alfonso III, a poca distancia de las murallas de la ciudad de Oviedo, se encuentra una cruz, de forma similar, con la Cruz de la Victoria, el alfa y la omega colgando de los brazos y la inscripción «(Hoc sign)o tuetur pius hoc signo vi(ncitur inimicus»,75 «Bajo este signo el piadoso es protegido, bajo este signo el enemigo es derrotado». El significado parece ser el mismo de la invocación NIKA que acompaña la cruz en las losas colocadas en diferentes momentos a lo largo de las murallas de Teodosio en Constantinopla (Fig. 28), a partir de su construcción en el siglo V.
67
Arias, L. 1999, pp. 31-42. Arbeiter, A. y Arias Páramo, L. 2006; García de Castro Valdés, C. 2006. 69 Susceptum placide maneat hoc in honore D(e)i. Offer(e)t Adefonsus humilis servus XPI quisquis auferre presumserit mihi nisi libens ubi voluntas dederit mea fulmine divino intereat ipse. Hoc opus perfectum est in era DCCCLVI. Hoc signo tuetur pius. Hoc signo vincitur inimicus. 70 Elbern, V.H. 1999, p. 695. 68
71
Arbeiter, A. y Noack-Haley, S. 1999, p. 134 (Arbeiter,
A.). 72
Rotili, M. 1978, pp. 21-32. García de Castro Valdés, C. 1995, pp. 95-96; García de Castro Valdés, C. 1996, pp. 145-150; Arbeiter, A. y NoackHaley, S. 1999, pp. 212-213, tav. 64b (Arbeiter, A.). 74 García de Castro Valdés, C. 1995, pp. 88-89 75 García de Castro Valdés, C. 1995, pp. 90-92. 73
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Fig. 27. Oviedo, Museo Arqueológico de Asturias, placa con inscripción (Fontaine, J. 1978).
Fig. 28. Estambul, murallas de Teodosio, placa con inscripción (foto R. Coroneo, 2009).
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La conclusión no puede ser nada más que provisional, pero parece que Oviedo y la monarquía asturiana se refirieron a Constantinopla y al imperio, no tanto como fuentes directas de modelos, sino principalmente como marco de referencia cuando tuvo la necesidad de legitimar el poder del rey y la corte bajo el signo de símbolos poderosos, en los que los valores políticos están estrechamente relacionados con los religiosos.*
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VISIGODOS, ASTURIANOS Y CAROLINGIOS POR
CÉSAR GARCÍA DE CASTRO VALDÉS Consejería de Cultura y Turismo. Principado de Asturias*
RESUMEN El Reino de Asturias y sus producciones materiales han sido sometidos desde los primeros tiempos de su análisis historiográfico a la comparación con dos entidades políticas vecinas, el reino visigodo de Toledo, antecedente en el tiempo, y el Imperio carolingio, su poderoso y coetáneo vecino. En el fondo de la cuestión radica la pregunta por la esencia última y la idea de continuidad de la historia de España, tarea trascendental para toda la historiografía nacional española desde principios del XIX, o la contemplación desde la más influyente historiografía europea en el mismo período, que se expresaba en alemán. Pese a que el recorrido historiográfico que se ofrece puede dar la impresión de una repetición infinita de posturas, el establecimiento de campos concretos de estudio y la perspectiva analítica conducen a replantear a fundamentis el problema, estableciendo bases para su reconsideración. ABSTRACT The Asturian Kingdom and its material productions have been submitted, since its earliest historiographical analysis, to the comparison both with two neighbouring political entities: the Visigothic Kingdom of Toledo, understood as a forerunner, and the Carolingan Empire, its powerful and contemporary neighbour. At the ground of the subject lies the question about the definite being and the idea of continuity in Spanish History, a transcendent task for the whole national Spanish historiographical scholarship since the beginnings of the 19th century, or the looking out from the most influent European historiographical scholarship in the same period, this one written in German. Although the critical review of the historiographical settings could give the impression of an endless repetition, the establishment of concrete study fields and the analytical point of view drive to a ground-based new look on the problems, setting up the foundations for its revisiting study. PALABRAS CLAVE: Reino de Asturias, visigodos, imperio carolingio, historiografía, arquitectura, escultura decorativa. KEY WORDS: Kingdom of Asturias, Visigoths, Carolingian Empire, historiography, architecture, architectural sculpture.
I.
RECORRIDO HISTORIOGRÁFICO
A nadie se le escapa que el título de esta contribución evoca la exposición bresciana Bizantini, Croati, Carolingi, del año 2001 en el Museo de Santa Giulia.1 No solamente por su mera construcción formal, agrupando yuxtapuestos tres sujetos históricos, sino por la similitud de su enfoque. En efecto, aspira a evaluar la consistencia de una añeja asociación histórica, lo visigodo, lo asturiano y lo carolingio, en la configuración del Reino de Asturias, tradicionalmente considerado como región marginal en la Europa regida desde Aquisgrán.2 No cabe dudar de que la cuestión lleve suscitando interés entre los investigadores desde los mismos orígenes de la historiografía científica sobre el Reino de Asturias. Todos los historiadores han manifestado, explícita o tácitamente, su posición frente al dilema de los orígenes del Reino y la clasificación de sus características institucionales, sus rasgos socioeconómicos, sus producciones artísticas, y sus manifestaciones simbólicas. El tema está inextricablemente entretejido con el de la definición del ser histórico de España, en un recurrente replanteamiento de su existencia que acompaña prácticamente la conciencia nacional desde el mismo momento de su nacimiento en 1808. A lo largo del XIX, todos los historiadores fueron impelidos a pronunciarse sobre la definición de lo asturiano en el marco de lo español. La construcción del Estado liberal unitario post fernandino, en contexto de guerra civil latente o patente, fue acompañada de la afirmación historiográ1
Carlo Bertelli, ed., Milán, Electa, 2001. Por razones de espacio me limitaré a examinar la arquitectura y la escultura decorativa, sin poder profundizar en el estudio de la pintura mural ni la orfebrería, ni aún menos en las cuestiones del urbanismo primitivo de Oviedo, ligadas a la configuración del grupo episcopal. 2
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fica del más firme precedente de dicho Estado, el Reino de Toledo, en esencia la secuencia de monarcas visigodos asistidos por la serie de concilios nacionales, en lo que se consideró sin mayor escrúpulo como antecedente inmediato del parlamentarismo liberal o suprema manifestación de la organización tradicional de la monarquía absoluta legítima, asistida por la Iglesia en sus designios providenciales. La brusca terminación de la serie a consecuencia de la batalla de Guadalete, la implantación durante ocho siglos de una formación histórica no occidental, árabe de expresión lingüística y musulmana de creencia, en buena parte del solar hispano, y la sobrevenida sensación de orfandad experimentada por la conciencia histórica de España hicieron inevitable la búsqueda de la sutura de tan acuciante ruptura. Resultó imprescindible hallar la continuidad inmediata, establecer el hilo que ininterrumpidamente habría de conducir desde el esplendoroso Toledo del siglo VII al no menos esplendoroso Imperio del XVI, argumento de proyección retrospectiva y de anticipación futura, según las ideologías subyacentes, de todos los relatos históricos españoles con pretensión de totalidad. El enganche se encontró en Asturias, adecuadamente fundamentado por la propia aspiración neovisigótica que transmite la primera historiografía asturiana, ya desde fines del IX, transmitida sin solución de continuidad a través de toda la Edad Media. El reino de los godos prosiguió en Asturias, pasó a León, creó conciencia de Imperio medieval, integró el expansionismo de Castilla, absorbió los cuerpos políticos surgidos en el Pirineo y se desbordó por Europa y Ultramar en cuanto cerró en 1492 la herida del 711. Esta es la visión compartida por todos los historiadores del XIX, reaccionarios o liberales, y este es el paradigma del que todavía hoy tiene que liberarse buena parte de la estructura académica española. Paralelamente, y a cargo en parte de los mismos investigadores —José Caveda y Nava como arquetipo, desde su Ensayo sobre la arquitectura en España de 1848 al Examen crítico sobre la Restauración de la monarquía visigoda en el siglo VIII de 1879, Juan de Dios de La Rada y Delgado, José María Quadrado, Francisco Tubino— los monumentos fechados en el tiempo del Reino de Asturias fueron considerados como testimonio evidente de la arquitectura nacional hispánica. El arte latino-bizantino, según concepto elaborado por José Amador de los Ríos (El arte latino-bizantino en España y las Coronas visigodas de Guarrazar, 1861) es el correlato material del desarrollo del espíritu nacional, desde la baja latinidad a la irrupción de lo francés en los albores del siglo XII. Los fundamentos habían sido palmariamente expuestos
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por Caveda y Nava, para quien la arquitectura asturiana, definida por vez primera por su maestro Jovellanos, en modo alguno es creación original, sino herencia recibida de sus padres, como no podía ser de otra manera en la monarquía restaurada (Caveda, 1848: 82-85, 96-97, 108-110).3 Todo ello a pesar de que el mismo Caveda dudaba profundamente de la posibilidad de identificar en su época verdadera y completa arquitectura del tiempo de los godos (1848: 64). Sin embargo correspondió a Amador de los Ríos, en su polémica contra Ferdinand de Lasteyrie a propósito de la orfebrería descubierta en Guarrazar, establecer científicamente el marco teórico: a su llegada, los godos heredan la situación artística tradicional de la Antigüedad; los hispanolatinos imponen a los godos sus prácticas artísticas, como su lengua, su literatura y su fe; las artes del diseño siguen la doble influencia latino-bizantina manifestada en la arquitectura, pintura y escultura; la influencia arquitectónica y de la orfebrería «se transmite a la monarquía asturiana y aun a la leonesa y castellana» (1861: 42).4 Los historiadores posteriores, del último tercio del XIX y primeros años del XX —Vicente Lampérez y Romea, Juan Facundo Riaño Montero, Fortunato de Selgas y Albuerne, Juan Agapito y Revilla, José Ramón Mélida— no hicieron sino completar y refinar este marco teórico,5 estimulados por la necesidad de defender la arquitectura visigoda conservada en España de su negación a cargo de historiadores franceses, como Albert Marignan y Camille Enlart, en un conflicto de nacionalismos que aún es perceptible en los debates actuales sobre el arte hispánico anterior al siglo XII.6 3 Parece haber disipado el propio Caveda las dudas que al respecto le provocaba la cuestión de la originalidad de esta arquitectura, al menos tal y como las expresaba en su Memoria histórica de los templos construidos en Asturias desde la restauración de la Monarquía gótica hasta el siglo XII, fechada unos años antes, donde dudada también de la existencia de una arquitectura propiamente gótica, es decir, obra de los godos (Ed. Morales Saro, 1982: 91). 4 Un avance de esta idea se debe ya a fines del XVIII a Antonio Ponz, en carta a Jovellanos fechada en septiembre-octubre de 1782: «Bien sé que esta arquitectura no es árabe ni tudesca, sino romana, alterada en sus miembros y significación. A muchas gentes he dicho que la iglesia de Naranco es una reliquia del modo como se edificó en el tiempo gótico, pues así como aquellos conquistadores no introdujeron nuevos caracteres para escribir, tampoco trajeron nuevas reglas de edificar, tomaban en esta parte lo que hallaban, y según sus costumbres e inteligencia lo desfiguraban más o menos» (ed. Caso González, 1985: II, 95). 5 Compartido por lo demás por los autores de las dos grandes Historias de España coetáneas, Antonio Ballesteros Beretta y Rafael Altamira y Crevea, y otros de los más importantes historiadores especialistas en el período, como Eduardo Saavedra. 6 A nadie se le oculta que aún hoy día el marco de la discusión sobre el románico del siglo XI en los reinos occidenta-
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Sin embargo, la historiografía local asturiana no dejó de discutir a lo largo de todo el XIX una cuestión paralela a ésta: la de la originalidad o no de la arquitectura denominada «asturiana» por Jovellanos, alternándose las afirmaciones y negaciones de esta tesis jovellanista según la mayor o menor carga regionalista de los autores concernidos (Evaristo Escalera,7 Inocencio Redondo, Félix de Aramburu). La situación descrita es el trasfondo académico contra el que debe proyectarse la actividad intelectual de la denominada Generación del 98. Entre sus miembros es inexcusable adscribir a algunos de los más influyentes historiadores medievalistas españoles del siglo XX: Manuel Gómez Moreno y Ramón Menéndez Pidal, así como a sus discípulos y epígonos, Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro.8 La retórica burguesa decimonónica sobre el ser hispánico se dobla en estos escritores de componentes existenciales, en una inasumible transposición al sujeto nacional de vivencias estéticas y complejos psicológicos, de índole y alcance exclusivamente biográficos. La agonía egocéntrica unamuniana, la melancolía azoriniana, la fogosidad de Maeztu, el dolor de Machado, el ansia les se atiene a discutir fechas e influencias a partir de los postulados de Georges Gaillard, en los años 30, a su vez estimulado por Arthur K. Porter. 7 En este autor (1865: 18-19) el carácter inicial del reino de Asturias implica la negación de lo visigodo: «La Monarquía que fundaron los asturianos en aquel apartado rincón no fue una restauración, como algunos escritores han tratado de demostrar (…) El poder, verdaderamente gótico, había muerto en las orillas del Guadalete (…) Jamás podremos estar de acuerdo con aquellos historiadores que consideran a Pelayo como el tercer Rey de los cristianos, y sucediendo en el poder a los citados Teodomiro y Atanagildo. Pelayo, por el contrario, es el único fundador de la independencia de España, y ni su nombre, ni ninguna de las circunstancias que rodearon su existencia, presentan reminiscencias góticas. Si posteriormente los reyes de Asturias reanudaron las sencillas, pero grandes tradiciones de sus orígenes con las de la Monarquía de Toledo, jamás pudo prevalecer esta idea, ni verificarse la restauración que intentaron, por cuyas causas la organización del nuevo poder, no se hizo ni pudo hacerse, bajo las bases góticas. Los elementos de la monarquía asturiana fueron, en efecto, completamente originales, no tomaron prestado nada de las dominaciones que las habían precedido». 8 Sobre las necedades de Castro, además de los reproches de Sánchez Albornoz (España, un enigma histórico), es necesario tener siempre en cuenta Asensio, 1976. 9 Quizás sea casualidad, pero es patente que entre los escritores andaluces se aprecia una tendencia historiográfica a localizar en lo andaluz y su componente semítico el rasgo esencial de la hispanidad, en tanto se minimiza entre ellos el aporte visigodo. Podría establecerse así una genealogía intelectual desde Simonet a Ganivet, de éste a Gómez Moreno y por fin a Américo Castro. Al respecto, véanse si no estos párrafos del Idearium español de Ganivet: «La acción de los bárbaros fue material, de disolución política; después de destruir lo que acaso no fue necesario destruir, quedaron sumergidos en las sociedades que con la fuerza pretendían gobernar, presos en sus propias redes (...) Se resignaron a
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de entender de Ganivet,9 se entremezclan con el conflicto interno hispánico entre el amenazante nacionalismo burgués catalán y el derrotismo pesimista castellano. Como trasfondo, la exaltación del casticismo católico a cargo de Francisco Javier Simonet, en su monumento de erudición publicado póstumamente a cargo de Gómez Moreno en 1897 (Historia de los mozárabes en España). No de otro modo pueden entenderse, por ejemplo, la oposición entre Gómez Moreno y Puig i Cadafalch,10 la actitud de Castro frente a Bosch Gimpera,11 el militante liberalismo castellano de Sánchez Albornoz, o la metafísica pseudohistórica que adorna la mitología cidiana de Menéndez Pidal. De tanta ideología enquistada en envoltorio científico no se libró más que la tesonera obra de Ramón d’Abadal i de Vinyals, quien, piedra a piedra, desmontó el vano edificio del romanticismo nacionalista catalán, en una concienzuda obra historiográfica extraacadémica que es, sin duda, el mayor logro del medievalismo español del siglo XX. Cabe preguntarse por el papel de lo asturiano en tanto escrito polémico. En una primera aproximación, es preciso deslindar los autores con conocimiento de causa de los que carecieron de él. A la cabeza de los primeros, Gómez Moreno, sin duda. En su avance de 1913 (De arqueología mozárabe) y en su opus maius de 1919 (Iglesias mozárabes. Arte español de los siglos IX al XI) se ocupó tangencialmente de la arquitectura asturiana, marginal dentro de su objeto de estudio, consistente precisamente en lo propiamente no asturiano del arte hispánico entre los siglos IX y XI. Granadino de nacimiento, como su maestro Simonet y su coetáneo Ganivet, e intensamente andaluz de sentimiento, tanto el paisaje como la arquitectura asturianos le fueron siempre extraños, aunque conservar la apariencia del poder, dejando el poder efectivo en manos más hábiles. De suerte que el principal papel que en este punto desempeñaron los visigodos fue no desempeñar ninguno» (1940: 14-15). España invadida y dominada por los bárbaros, da un paso atrás hacia la organización falsa y artificiosa; con los árabes recobra con fuerza el terreno perdido y adquiere el individualismo más enérgico, el sentimental, que en nuestros místicos encuentra su más pura forma de expresión (...) Así pues, los que con desprecio y encono sistemático descartan de nuestra evolución espiritual la influencia arábiga, cometen un crimen psicológico y se incapacitan para comprender el carácter español» (ibidem, 149). 10 Es patente el desencuentro en los comentarios de Gómez Moreno a las opiniones de Puig en El arte románico español. Esquema de un libro. Madrid, 1934. 11 En especial a propósito de la lengua vehicular en la Universidad Central de Barcelona tras el régimen autonómico universitario obtenido en 1934. 12 La mejor visión de su sentimiento identitario se transparenta en su experimento literario La Novela de España, publicada en 1926, por otro lado admirable de información y de absorbente lectura (reed. Júcar, Madrid-Gijón, 1974).
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estimulasen su admiración.12 Consideró de este modo la arquitectura del Reino de Asturias un fenómeno no hispano, europeo, como lo catalán coetáneo. Así, los monumentos alfonsíes pertenecen a un arte que «no es godo ni andaluz, sino acaso francés, con algo de oriental y elementos progresivos, aunque embrionarios, marcando inferioridad su sistema de arquitectura frente a lo godo» (1913: 92). Los denominados ramirenses son explicados mediante el supuesto de «un agente, con poderosa fantasía y excepcionales dotes de constructor, que sobre la arquitectura asturiana ya consolidada, y haciendo decoración con temas heterogéneos, produjo organismos artísticos de originalidad suma, que son modelos de lógica, de ritmo, de progreso, y aun exquisitos, dentro del barbarismo propio de su siglo» (1919: 73). Su admiración es aún más manifiesta en este párrafo que les dedica en La Novela de España: «Los edificios de San Miguel de Liño y Santa María de Naranco, edificados bajo Ramiro I (842-850), constituyen una revolución en las arquitecturas cristianas occidentales, sobre precedentes del país mismo, pero enriquecidos con un arte que tiene mucho de oriental y algo de itálico. Su ejemplo pudo bastar, además para decidir el sesgo constructivo de la arquitectura románica compostelana, en el último tercio del XI, que tuvo su expansión en Francia y preparó lo ogival sucesivo» (1974: 439). No obstante, apreció en el arte asturiano una uniformidad que «acusa desde luego algo anormal para España, donde la polimorfía es ley, atestiguando una fijeza y persistencia de criterio que explicaría lo fecundo de la acción asturiana, o sea goda, en el proceso de la Reconquista» (ibidem). En todo caso, mantuvo hasta el fin su apreciación de la europeidad asturiana, así como su aristocratismo, frente a la tradición artística popular hispánica, enraizada en lo mozárabe.13 Ya en 1906 había anotado la alienación de lo asturiano frente a lo nacional hispánico a propósito de la ausencia, salvo esporádicas apariciones, del arco de herradura en Asturias (1906: 807). Y la explicación al fenómeno vino dada en 1913: el reino asturiano es obra de los nobles godos huidos de Guadalete, que impusieron a espada un dominio señorial en la franja cantábrica, y lo expandieron sin distinguir entre cristianos y musulmanes. Nada de lo popular nacional pudo entonces arraigar en Asturias, mientras que los inmigrantes mozárabes andaluces y toledanos lo injertaban en el valle de Duero (1913: 13 Ideas que aprovechó el Marqués de Lozoya para enhebrar un discurso imperial fascista en los actos conmemorativos del MC aniversario de la consagración del altar de Naranco (1948: 176-178).
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96-97), ajenos al domino de asturianos y revelando «un espíritu nuevo, una emancipación democrática que sintetiza las ideas de aquel pueblo tal vez, codificadas más tarde en sus leyes municipales, tan pujantes y libres» (ibidem: 98). Paralelamente a las reflexiones de Gómez Moreno y los literatos del 98, hacían irrupción en la historiografía artística sobre Asturias altomedieval los representantes de diversas escuelas europeas. Su punto de vista se alinea, por lo general, dentro de los paradigmas difusionistas en vigor, alterados en ocasiones por los programas ideológicos nacionalistas exacerbados en los años en torno a la Gran Guerra europea (García de Castro, 1995: 42-44). En general su conocimiento no es de primera mano, pues pocos de ellos estuvieron en Asturias, pero son los primeros en contextualizar los monumentos prerrománicos, amparados en una erudición comparativa inasequible a los investigadores locales. Pueden ordenarse sus aportaciones en función de las propuestas de clasificación en las que insertan la arquitectura altomedieval asturiana. Distinguiremos así, por un lado, los partidarios de la tesis orientalista: Marcel Dieulafoy, Josef Strzygowski, Georgiana Goddard King, Walter Muir Whitehill; por otro los germanistas, presididos por Albrecht Haupt; por último, los partidarios del continuismo tardoantiguo: Alfred Demiani, A. S. Frischauer, y, sobre todo, Helmut Schlunk. Los primeros, imbuidos del axioma ex Oriente lux (Charles Bayet, 1879) apuntaban a Persia, Armenia o Siria, respectivamente como la fuente de la que emanaba la arquitectura asturiana, advirtiendo su huella tanto en rasgos técnico-constructivos, como en los decorativos o funcionales. Los segundos asimilaron la arquitectura asturiana al canon y máximo logro de la arquitectura de los germanos, pues estaba promovida y ejecutada por visigodos huidos a los montes asturianos tras la invasión africana.14 Las ideas mantuvieron vigencia en autores de las décadas centrales del siglo XX, como José Pijoan —en su volumen Arte prerrománico de la serie Summa Artis— o Luis Menéndez Pidal, sin que se sepa muy bien si esta derivación procede de lo visigodo, lo carolingio, 14 Es preciso entender las afirmaciones de Haupt (19353: 192, 213-215) en sentido estrictamente biológico: son germanos «racialmente puros» los visigodos huidos a Asturias y creadores allí de la arquitectura del siglo IX. De hecho su libro es un alegato a favor de la necesidad de conservar la unidad y pureza racial de los germanos, separados por el transcurso de los siglos: «Für uns Deutsche, wie für die ganze germanische Welt, besteht somit eine gewaltige Aufgabe in der Erhaltung alles dessen, was unsere Stammes und Rasseeigentümlichkeiten hervorbrachte und ausbildete, und in der fortwährenden Erneuerung dieses Erbleibes» (19353: 19).
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lo escandinavo o de las tres fuentes a la vez. Por último, advirtieron los terceros el esencial carácter tardoantiguo de los edificios del reino asturiano: la impresión que de su examen se deriva es más la de un «noch» (todavía) que la de un «schon» (ya), por decirlo en términos de Demiani (1911: 152),15 o de «eher eine Analyse der Vergangenheit als die Synthese in der Richtung einer neuen Entwicklungssequenz» (Frischauer, 1930: 97). En todo caso, se trata de aproximaciones ensayísticas o de simples referencias de segunda mano, por lo que no se puede atribuir gran valor heurístico a estos trabajos, de interés exclusivamente historiográfico. La figura de Helmut Schlunk merece sin duda alguna tratamiento especial. Dominó la historiografía sobre el arte asturiano en las décadas centrales del siglo XX, sin discusión alguna, y solamente fueron puestas en cuestión sus tesis desde la década de 1980. Su papel en la transición conceptual hacia la visión sostenida en la actualidad fue decisivo, al eliminar toda referencia etnicista germánica en su consideración de las producciones artísticas tardoantiguas hispánicas, dejando a salvo la toréutica, y al reducir progresivamente el papel de lo carolingio en la orfebrería asturiana a la técnica de la Cruz de la Victoria. Schlunk desgermanizó el estudio del arte de la Alta Edad Media española, algo de lo que no llegaron a enterarse algunos epígonos del etnicismo germánico.16 Es mérito especial el esfuerzo por contribuir al esclarecimiento de las peculiaridades artísticas hispánicas en la Alta Edad Media, desde los orígenes de la iconografía, a las técnicas arquitectónicas y al origen de las influencias advertidas. De su formación como bizantinista brota su referencia permanente a lo paleobizantino, manteniendo sin embargo precaución en la derivación directa, siguiendo las intuiciones de Gómez Moreno. No dejó de prestar atención a lo norteafricano y manifestó con claridad cautela ante la presencia de lo carolingio en lo asturiano. Lo esencial se configura, a su juicio, compartiendo el paradigma generacional, en el siglo VII, cuando brilla España en solitario frente a la generalizada oscuridad europea. No obstante lo dicho, a lo largo de los más de cuarenta años de estudios de lo asturiano, la obra de Schlunk ofrece una evolución que es preciso reconocer y analizar, en la medida en que tales operacio-
15 En este sentido, Demiani milita en las filas de Caveda, quien en toda su producción escrita defendió el carácter decadente, y por tanto heredero y continuista, de la arquitectura asturiana. 16 En especial, Azcárate Ristori, 1982, 1988.
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nes puedan contribuir a extraer de ella los elementos valiosos que aún conserva. Sus primeros trabajos de ámbito hispánico, tras la tesis doctoral (1929) sobre la decoración arquitectónica visigoda, se centraron en la arquitectura asturiana, en especial sobre el significado de Santa María de Naranco, a la luz de las interpretaciones que en la época se sostenían sobre la Torhalle de San Nazario de Lorsch (Schlunk, 1936). Contraponía así los resultados de las excavaciones de Friedrich Behn en Lorsch con los trabajos de restauración de Luis Menéndez Pidal en Naranco, lo que permitía por vez primera comparar en los dos monumentos estructuras arquitectónicas desembarazadas de añadidos y reformas enmascaradoras de su plan originario. Haciéndose eco de las tesis precedentes, rechaza ya Schlunk en este su primer trabajo toda relación con las Königshallen germánicas, inclinándose por la interpretación como belvedere, deducida de la abundancia de vanos exteriores y la imposibilidad de contar con un trono. La Cámara Santa de la catedral ovetense es vista como el precedente tipológico del edificio de Naranco, y es caracterizada como la única capilla carolingia de doble alzado dedicada a San Miguel conservada en su integridad. El paralelo estructural y la advocación de San Miguel refuerzan para Schlunk la identidad funcional de la Cámara Santa y la Torhalle de Lorsch: capillas carolingias dedicadas al arcángel. La misma adscripción carolingia le resulta palpable en Santullano, aludiendo a los paralelos renanos de su arquitectura, una vez que la restauración de Fortunato de Selgas la hubo despojado de las postizas bóvedas de yeso, por lo que concluye que la raíz de Santa María de Naranco se encuentra en la tradición carolingia local, importada por los benedictinos fundadores de Oviedo. Ahora bien, junto a esta tradición se suman los componentes palaciegos, orientales: bóvedas con fajones y arcadas ciegas en la articulación de los muros. Todo remite a paralelos persas, en línea con lo sostenido por Gómez Moreno, y bizantinos, a los que llega a través de la herencia común patente en los palacios venecianos del siglo XIII, como Il Fondacco dei Turchi. En esta mixtura reside el carácter precursor del románico de este edificio, al que reconoce por otro lado escaso significado en la evolución posterior de la arquitectura española. Cuatro años después, ofrecía Schlunk (1940a) un breve panorama en perspectiva continuista de la arquitectura de los reyes visigodos y sus sucesores asturianos, a partir de edificios fechados sin duda aparente, desde San Juan de Baños (Recesvinto 661) y San Pedro de La Mata (Wamba, 672-681) a los
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templos asturianos de Santianes de Pravia (Silo, 774783), Santullano (Alfonso II, 792-842), la Cámara Santa (Alfonso II, 792-842), San Tirso de Oviedo (Alfonso II, 792-842), Santa María de Naranco (Ramiro I, 842-850), San Miguel de Lino (Ramiro I, 842850), San Salvador de Valdediós (Alfonso III, 893) y Santo Adriano de Tuñón (Alfonso III, 891). A esta serie añadió por comparación u otras referencias documentales otros edificios (Santa Comba de Bande, ca. 672; San Fructuoso de Montélios, 656-665; Santa Cristina de Lena, 842-850; San Salvador de Priesca, 921) asignándolos a cuatro fases, A, B, C y D. La fase A comprende el período 650-680, la B, post 711, se extiende entre fines del VIII y principios del IX, la C abarca el reinado de Ramiro I, y la D la segunda mitad del IX y los inicios del X. Advirtiendo la ruptura técnica entre la fase A, visigoda y B, asturiana, señala como factor de continuidad la adaptación de los tipos carolingios de la fase B a la disposición litúrgica de la fase A, caracterizada por las dependencias laterales y el pórtico occidental. La fase C marca el apogeo del desarrollo arquitectónico, con la introducción del completo abovedamiento y el sistema mural románico, caracterizando a San Miguel de Lino como típico producto del influjo carolingio, al disponer de un Westwerk abreviado en el anticuerpo occidental. Por último, la fase D es calificada de «gewisse Verbauerung der Formen» (1940a: 638), una indudable degradación constructiva de las formas. Se expresa Schlunk, tras esta ordenación, contra toda percepción de trazas visigodas en la arquitectura asturiana: ésta solamente comparte con la primera la disposición de las dependencias laterales y el pórtico occidental. El tipo arquitectónico debió de crearse en la Hispania central en la primera mitad del VII y fue adaptado en Asturias en la fase B cuando hicieron su aparición el triple ábside y el transepto. En todo caso, queda claro a ojos de Schlunk que ni la arquitectura ravenática del siglo VI es expresión del patrimonio formal ostrogodo, ni la hispánica del VII lo es del visigodo (1940a: 640). En trabajo coetáneo (1940b) retoma el mismo asunto, incidiendo en las diferencias sustanciales entre lo visigodo —el siglo VII— y lo asturiano —post 711, a la vez que insistía en la raíz carolingia de esto último. Sin embargo, en la primera gran síntesis elaborada por Schlunk para la serie Ars Hispaniae (1947) ya se formulan matices decisivos a esta contextualización del arte asturiano. Se aprecia la ruptura en técnica constructiva, planta y soportes con la tradición visigoda en Santianes —conocida a través de la errónea restitución planimétrica de Selgas— admitiendo pese a ello rasgos de continuidad, como la proporción de
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naves, el pórtico occidental, la cabecera recta y la posición del altar. Al examinar la Cámara Santa introduce los paralelos paleocristianos con los martyria de Marusinac, Pécs y La Alberca, que se harán clásicos en la historiografía posterior. Admitiendo la coherencia técnica con Santullano y San Tirso, expresa por primera vez dudas sobre la derivación carolingia de éstas (1947: 335). Efectivamente, insiste en los rasgos técnicos romanos que manifiesta Santullano (revestimientos murales, pavimento de hormigón, arcos y bóvedas de ladrillo, pilares, escultura reutilizada...) así como en la diferencia planimétrica con los templos considerados visigodos, en especial el gran transepto. Por otro lado, la cabecera tripartita inserta en macizo único rectangular le parece el resultado de adaptar una innovación transpirenaica, posterior al 750 grosso modo, a la tradición hispánica del santuario rectangular. A consecuencia de todo ello se plantea la cuestión medular que desde su formulación acompaña la investigación sobre la arquitectura altomedieval asturiana: o bien se trata de una reacción antiquizante coetánea a la carolingia —la «renovatio» que por las mismas fechas definió Krautheimer en memorable artículo (1942)—, o bien de la perduración de un arte provincial del NO hispánico, diferente del visigodo extendido por la Hispania central, o, en tercera posibilidad, de un arte neovisigodo (1947: 342). Su conclusión es ecléctica: no hay simple continuación del arte romano-provincial del NO, ni continuación del arte visigodo. Hay contactos con lo ultrapirenaico, pero todo ello es elaborado con completa libertad; no se puede hablar de «renacimiento» sino a lo sumo de una «evocación» del pasado: «este arte no es provincial ni neovisigodo o carolingio» (1947: 344). El estudio de los tres monumentos conocidos como ramirenses le dio lugar ampliar los puntos de referencia para el debatido problema de los orígenes y las influencias, siempre dentro de un paradigma difusionista simple. Naranco es combinación de un modelo nacional —el tipo de la Cámara Santa— con aportes de la tradición del mausoleo paleocristiano occidental y la tradición del palacio tardorromano de cuerpo central y miradores laterales, mientras que la decoración escultórica parece derivar de repertorios orientales, sasánidas u omeyas, incluso irlandeses. Lillo, en cambio, aunque a su juicio comparte muchos rasgos con Naranco, revela influjos orientales (Tur Abdin) para la estructura del alzado, y carolingios, para el antecuerpo occidental (Petersberg bei Fulda), a la vez que SaintGermigny-des-Près ofrece paralelos para la escultura y la combinación de tramos abovedados a diversas alturas. Las celosías caladas remiten a piezas del
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Mediterráneo oriental, en tanto que para el óculo de la fachada occidental aporta paralelos continentales. En cualquier caso, la ruptura con lo precedente asturiano no puede ser mayor y se atribuye a un maestro formado y conocedor de los recursos de la arquitectura oriental que supo combinarlas con la tradición local. Para el estudio de la arquitectura de la segunda mitad del IX y primeros decenios del X, que clasifica en cortesana y popular, sigue Schlunk la directriz de Gómez Moreno. Y en una primera aproximación a la pintura mural, sobre todo en Santullano, se inclina por considerarlas producto de la tradición romana local, con la evolución propia acaecida a lo largo de la Antigüedad tardía (1947: 405). Al mismo tiempo publicaba dos monografías, sobre la decoración ramirense (1948) y sobre la arquitectura de Alfonso II (1949; 19712), a las que remitió en lo sucesivo para los detalles. En la primera de ellas, anotaba la total ruptura de la decoración alfonsina con la visigoda castellana del VII (1948: 59), destaca la absoluta ausencia de los característicos frisos visigodos en los edificios denominados ramirenses, la diferente técnica de talla, y la inspiración de la escultura decorativa en la eboraria y orfebrería así como en los tejidos orientales. En este sentido, rechaza significativamente la raíz escandinava (brakteaten) de los discos de Naranco, frente a Haupt y Puig i Cadafalch, anotando los paralelos paleo-omeyas palestinos y tardoantiguos armenios en contexto arquitectónico, y sasánidas para la iconografía de gallos, cisnes, grifos y palmeras (1948: 69-83). Si ello se suma la presencia de capiteles imposta bizantinos, deduce Schlunk la llegada forzosa a Oviedo de un maestro formado en un lugar impreciso de Oriente, que se habría hecho cargo del taller inaugurado por Alfonso II, incorporando elementos de la más antigua tradición regional, como los sogueados en las impostas (1948: 89-90). La segunda monografía, dedicada a Santullano y la arquitectura de Alfonso II, desmonta los errores de la investigación precedente, en esencial los derivados de la descripción de Haupt asumida por Strzygowski y su escuela, así como lo sostenido por Puig i Cadafalch, igualmente erróneo. La demolición de la hipótesis del primero de estos autores, para el cual Naranco y Santullano eran ejemplos claros de la traducción a la piedra de la originaria arquitectura lígnea de los germanos (1948: 416-417) es el segundo objetivo de la publicación, conseguido el cual acomete el estudio de la hipótesis visigodo-carolingia, es decir, la explicación de la arquitectura asturiana como fusión de la tradición nacional con rasgos clasicistas adquiridos a través de la importación desde el Imperio franco. Eje de su argumentación es el estudio de las unida-
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des espaciales que singularizan el edificio: el transepto continuo inscrito en planta y los pórticos y dependencias laterales. Respecto a la primera de estas unidades, el transepto, la cronología le obliga a rechazar el paralelo carolingio —los templos con transepto continuo o tripartito y triple ábside, Hersfeld, capilla palatina Alte Kapelle de Ratisbona y Heiligenberg bei Heidelberg— pues son todos posteriores a Santullano (1948: 431). Por consiguiente, pasa examinar la posibilidad hispánica, apoyándose en los transeptos tripartitos con triple cabecera comunes en la arquitectura del siglo X, con serie iniciada en Lourosa (910), templo al que define como esencialmente asturiano (1948: 434). El prototipo necesario debió de crearse en Asturias ya en el siglo VIII y el transepto continuo de Santullano no sería sino solución local al problema de tener que cubrir con bóveda de luz limitada las capillas de la cabecera, cuya colocación a eje con las naves central y laterales hubiera supuesto una luz de bóveda mayor que la permitida por la capacidad técnica. De ahí que se hubiese recurrido a insertar un transepto continuo, de mayor altura que la nave central, de modo que los ejes de las capillas no tuviesen ni continuidad planimétrica ni relación estructural con los de las respectivas naves (1948: 436). En cuanto a las dependencias laterales del último tramo oriental de las naves o del transepto, y la disposición litúrgica interna del edificio,17 la tradición visigoda tardía, tal y como se documenta en los templos de la segunda mitad del VII, aporta los más notables paralelos y explica suficientemente su presencia (1948: 439, 443-444). Del mismo modo, expresan continuidad con la arquitectura visigoda las proporciones entre longitud y anchura de las iglesias asturianas, divergiendo radicalmente de los templos paleocristianos italianos y sus imitadores carolingios (1948: 444). Fue a través de la arquitectura visigoda como llegaron a Asturias los elementos orientales que se advierten en ella. Estas semejanzas no hicieron olvidar a Schlunk las evidentes diferencias apreciables entre ambas arquitecturas, en especial la técnica constructiva y la presencia de pintura mural. El dilema sobre el origen de las misma, entre la tradición local mantenida ininterrumpidamente desde tiempos romanos, o la importación desde el ámbito carolingio se resuelve, provisionalmente, a sus ojos, a favor de la primera 17 Este aspecto fue objeto de una investigación específica, desarrollando las observaciones anotadas en el trabajo sobre Santullano, en su aún fundamental artículo de 1971 a propósito de São Gião de Nazaré. En el aspecto que nos interesa, reitera su oposición a la tendencia a rastrear el origen del tipo arquitectónico del templo asturiano en el ámbito carolingio, p. 523 (versión española), y p. 232 (versión alemana).
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opción, pudiendo explicarse las semejanzas entre lo asturiano y lo carolingio por los prototipos comunes occidentales, de los siglos VI y VII, desgraciadamente perdidos (1948: 451). En 1957 dio a la luz su estudio sobre la pintura mural prerrománica asturiana, con ilustraciones de Magín Berenguer. Los capítulos introductorios a cada monumento incorporan una descripción arquitectónica más detallada que la ofrecida en publicaciones precedentes. Los puntos de vista sobre Santullano se van decantando hacia la tradición de la Antigüedad Tardía y visigoda (1957: 8-9), mientras que para las celosías de estuco los modelos corresponden al renacimiento paleocristiano romano del primer cuarto del IX. Ya no hay referencia alguna a la arquitectura carolingia. Por el contrario, el rastreo de paralelos y el estudio de la composición de los grandes frescos arquitectónicos de Santullano aseguran que el prototipo radica en la órbita bizantina de los siglos VI y VII, mientras que para los restantes motivos decorativos la raíz es hispánica, tardoantigua y visigoda. Preguntándose en consecuencia por el modo según el cual ambos repertorios se fundieron en un único programa, la única solución que le parece lógica es que el maestro de Santullano trajo la composición y los motivos en su totalidad copiándolos de un edificio visigodo toledano (1957: 95-105). En Lillo se habrían unido dos tradiciones: la clasicista de Santullano con la iconográfica humana visigoda (1957: 115-117). Tuñón y Valdediós incorporan motivos andalusíes y asisten a un proceso de estilización geométrica de los repertorios decorativos heredados, como las cráteras con guirnaldas, a la vez que es evocada por vez primera la intermediación andalusí para la importación de motivos y composiciones orientales que carecen de antecedente local o visigodo, certificando nuevamente la ausencia de todo contacto con la pintura carolingia coetánea (1957: 148-149). Finalmente, la continuidad empobrecida respecto a Santullano que ofrece la pintura conservada en Priesca le permite concluir, en línea con Gómez Moreno, que se trata de una reacción local contra la innovación mozárabe importada por Alfonso III (1957: 160). En conclusión, el clasicismo patente del siglo IX asturiano es un fenómeno paralelo pero independiente de los clasicismos coetáneos franco e italiano y se dobla de componentes bizantinos, como igualmente acaece entre los carolingios (1957: 162), pudiendo haberse producido ya este maridaje en la Hispania de la segunda mitad del VII. Ahora bien, la innovación arquitectónica que representan los edificios de Ramiro I no encuentra correspondencia en la pintura, «una grandiosa y última fase de la pintura mural antigua» (1957: 167).
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Schlunk advirtió el componente mediobizantino en la Alta Edad Media hispánica (1976-80: 157), pero no supo explicarlo, e intuyó el papel de lo islámico en las producciones escultóricas peninsulares altomedievales (1974: 129), pero no alcanzó a establecer un canal adecuado de transmisión, aunque ya se planteó el dilema del influjo directo omeya sobre los mozárabe hispánico, al apercibirse de la falta absoluta de elementos culturales omeyas en lo andalusí inicial (1965) y de la falta de un gran monumento andalusí coetáneo de los templos denominados mozárabes del primer tercio del X (1974: 130). Por el contrario, remite a los monumentos del VII como fuente para éstos del X, en especial La Nave y Quintanilla, por su riqueza decorativa en frisos interiores y exteriores, manteniendo el escepticismo sobre el origen de los capiteles bizantinizantes de León y Tierra de Campos (1974: 131). De lo que no le cabe ya duda es de la ausencia de relación con lo carolingio, incluso para Santullano (1974: 136), mientras anunciaba un estudio en profundidad de las repercusiones de la iconoclastia en el reino de Asturias, en todos sus aspectos, que no llegó a publicar. Los últimos trabajos de alcance general insistieron tanto en los elementos regios orientales de las iglesias por él consideradas palatinas, Santullano y Lillo (1977), y se inclinan cada vez más por resaltar los componentes bizantinos de la cultura oficial asturiana del IX (1976-80: passim), a la vez que aumentan las cautelas: escepticismo sobre el origen del tipo de la Cámara Santa (1976-80: 148), orientalismo de la tribuna del transepto en Santullano (ibidem: 150151), antecedentes clásicos de los palacios pintados en el mismo templo y limitaciones a su interpretación (153-154). Es significativo que los paralelos carolingios solamente se mantengan para la orfebrería y los motivos de las basas de San Miguel de Lillo. En conclusión, la evolución intelectual de Schlunk se inicia con la alineación en la corriente carolingia, pronto abandonada a favor de la apreciación cada vez mayor del peso de la tradición local del NO hispánico y los elementos de continuidad con lo precedente visigodo, así como del paralelo reconocimiento de los elementos orientales-bizantinos. Su herencia es patente en Achim Arbeiter y Sabine Noack-Haley, y está presente en el debate inaugurado por Visigodos y Omeyas, aunque no suelen citarse sus publicaciones alemanas, sin duda por desconocimiento lingüístico de los autores involucrados. La misma metodología analítica desarrollada por Schlunk empleó Torres Balbás en su contribución a la versión española del volumen sobre arte de la Edad Media de Max Hauttmann (1934). Los edificios as-
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turianos contienen elementos arquitectónicos romanos bajoimperiales, heredados bien de la tradición local o a través de la importación carolingia (arcos de descarga en ladrillo, pilares moldurados, bóveda de medio cañón, amplios ventanales con celosías), elementos visigodos (vestíbulo saliente, capilla cuadrangular, ventanas gemelas, plantas cruciformes, abovedamiento sistemático) y elementos innovadores propios (triple cabecera, transepto de Santullano, estribos, arquería ciegas de la capilla mayor), remitiendo a la tesis de Gómez Moreno para explicar el fugaz momento ramirense, y aludiendo a la introducción de los consabidos elementos mozárabes bajo Alfonso III (1934: 162-164). En la escultura, por el contrario, no aprecia herencia visigoda, por considerar que el sustrato territorial es hispanorromano, y no visigodo, de muy débil implantación en Asturias (ibidem: 165-166). Paralelamente, Puig i Cadafalch repasaba a su modo los mismos elementos, concluyendo, en los años 30, que los antecedentes de lo asturiano se hallaban en la Francia merovingia y en la Hispania visigoda (1937: 450-454), tesis que sostuvo con mayor desarrollo en su obra póstuma L’art wisigothique et ses survivances (1961). Y por su parte, Palol reflexionaba sobre la distancia entre lo visigodo y lo asturiano en términos de ruptura: «creo que podemos afirmar que el arte visigodo desde el siglo VIII murió ahogado sin posibilidades de renovación, y que el arte áulico que se ensaya en el reino asturleonés, de raíz enteramente distinta, significa otro espíritu diferente del visigodo tradicional» (1956: 126). Y ello aplicado tanto a la arquitectura como a la escultura decorativa. La atención local a los monumentos prerrománicos asturianos se concentró en estas décadas de posguerra y franquismo en torno a dos efemérides. En 1942, el congreso organizado con motivo del XI centenario de la muerte de Alfonso II el Casto, incluyó entre sus participantes a Helmut Schlunk, cuya ponencia sobre la iglesia de Santullano ya hemos reseñado, y dos trabajos clásicos de Marcellin Defourneaux (1949) y Augustin Fliche (1949) sobre las relaciones entre carolingios y asturianos. Ambos contribuyeron decisivamente a derribar el mito de la dependencia feudal de Alfonso II respecto de Carlomagno, tan caro a la historiografía francesa. En 1961 la conmemoración del XII centenario de la fundación del monasterio de San Vicente de Oviedo, considerado embrión de la ciudad, provocó la convocatoria de un nuevo simposio, en el que participaron los destacados estudiosos franceses René Crozet, Pierre Héliot, Jean Hubert y Georges Gaillard. Sus breves contribuciones insistieron en el rechazo, por un lado
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de las raíces visigodas y, en general, «bárbaras», de lo asturiano (Gaillard, 1967; Hubert, 1967) y en el aporte de relaciones con lo carolingio y lo románico, por otro (Crozet, 1967; Héliot, 1967). En concreto, Crozet reseñaba los paralelos formales en planta y alzado de Saint-Genéroux-en-Poitou con Santullano y Bendones, guardándose prudentemente de sugerir toda relación directa, y limitándose a enunciar la simple convergencia por coincidencia de necesidades. Por su parte, Héliot resaltaba el carácter pionero de las bóvedas sobre muros armados de Naranco, Lena y Valdediós como antecedentes técnicos, prolongados por Sant Pere de Roda y San Pedro de Siresa, de templos románicos de nave única sobre fajones y muros armados, como la prioral de Layrac, NotreDame-de-Nantilly en Saumur y Saint-Étienne de Agen. Paralelamente, De Luis (1967) publicaba algunos trabajos relacionando la arquitectura asturiana con la anglosajona, ámbito éste de comparación inédito hasta la fecha y de escaso seguimiento posterior. La investigación posterior a Schlunk ha confrontado de un modo u otro sus puntos de vista con su herencia. Dejando a un lado los meros repetidores o exegetas de las tesis del alemán, desde los años 80 se han sucedido diversos ensayos de alcance general sobre el arte asturiano, así como dos líneas de investigación continuadas, a lo largo de las dos últimas décadas, que de un modo u otro han tenido que pronunciarse sobre ellas. Por no referirnos sino a los trabajos de intención investigadora, hemos de considerar aquí las aportaciones de Fontaine, Azcárate Ristori, Bango Torviso, Dodds, Arbeiter y NoackHaley, y Arias Páramo. El primero, reputado especialista en patrística, redactó en los años iniciales de la década de 1970 dos volúmenes para la serie Zodiaque, de amplia difusión internacional, comprensivos del arte prerrománico hispánico. El último capítulo del primer tomo se dedica al Reino de Asturias. El tenor de su relato histórico, ajustado al estado de la cuestión en las fechas de redacción, insiste en el neovisigotismo de raíz isidoriana de Alfonso II y de Alfonso III: «la fermeté de la tradition wisigothique renovée nous y prépare à mieux poser le difficile problème des origines de l’art asturien, et de sa saveur originale» (1973: 259). De hecho, inicia su exposición con un repaso a las piezas supuestas de fecha visigoda emplazadas en templos asturianos (los manidos canceles de Pravia y Lena). Tras mostrar reserva frente a las teorías previas germanista, oriental, y carolingia, insiste en el valor de la tradición hispánica, confrontando la planta de Santullano con la de San Pedro de
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la Nave, y aludiendo a la raíz común provincial romana de los rasgos compartidos con la arquitectura carolingia. En especial insiste, en línea con Schlunk, en la pertenencia de Asturias a Gallaecia (1973: 267268). Todo, al final, se resuelve en la «synthèse originale entre sa fidélité vivante aux traditions hispano-romaines et wisigothiques et des incitations venues du dehors, particulièrement sensibles dans la décoration et des arts mineurs» (id.: 268). En la consideración de los edificios considerados ramirenses, la atención del autor se centra en advertir los signos de continuidad con lo precedente (id.: 316), aun sin negar las innovaciones tan patentes. Los últimos ejemplos de arquitectura asturiana, ligados a Alfonso III significan el ya habitual retroceso respecto a «l’école du Naranco» (id.: 326): «cette vitalité ultime de l’architecture asturienne se manifeste ainsi sans innovations de génie, mais dans la fidélité sans archaïsme à une formule déjà séculaire» (id. 333). En el detalle de las descripciones, la prosa de Fontaine sigue al pie de la letra los resultados de Schlunk: las mismas referencias comparativas, los mismos adjetivos clasificatorios. Enfrentado al problema del bizantinismo de la pintura mural, se plantea la usual alternativa de la transmisión: ¿el siglo VII o el siglo IX? Y no existe respuesta, sino exclusivamente la constatación de que no se trata solamente de la «géographie culturelle de l’art asturien (...) mais aussi de la signification de l’ordre gothique dans l’idéologie d’Alphonse II, et dans l’esthétique «engagée» des monuments qu’il fit construire» (id.: 341). En cualquier caso, concluye que la mezcla de influencias que culminan en Valdediós, no abre camino al futuro en el siglo X, sino más bien al contrario: es la marea mozárabe, impuesta en León, la que cierra «le grand siècle asturien» (id.: 346). Azcárate Ristori redactó un trabajo breve sobre los aspectos de la influencia germánica en el prerrománico asturiano (1982; 1988). Bajo el adjetivo germánico queda claro, a ojos del autor, el sentido concreto de su aplicación: «la influencia germánica tiene una importancia esencial, pues la herencia goda constituye uno de los fundamentos esenciales de la cultura hispánica. A este factor germánico, que se vitaliza por la influencia carolingia, hemos de dedicar nuestra atención» (1988: 15). El arte asturiano es síntesis de herencia visigoda e influencia carolingia. Así, en Santullano, son visigodos los porches salientes, la cámara del tesoro y las impostas sogueadas; es carolingia la «planta de crucero continuo», el uso de los pilares y la articulación espacial, sirviendo de término de comparación Steinbach y Seligenstadt (1988: 20). Naranco es ejemplo de aula regia germánica, al modo
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de las de Aquisgrán, Lorsch o Goslar (1988:22), sede de la ceremonia de la salida real a la guerra (id.: 2425). Lillo, por su parte, aporta un cuerpo occidental de tipo carolingio (id.: 25), que se repite en Lena y Valdediós, «donde adquiere el significado de un verdadero palacio, con tres dependencias y amplia sala central» (id.: 27). Como rasgos secundarios de influjo carolingio aparecen el altar de bloque y la arquería mural ciega de Santullano (id.: 25). Simultáneamente y en la misma publicación, Bango Torviso (1988a) sometía a examen el mismo asunto de las relaciones del arte asturiano con el carolingio. Su conclusión es radicalmente opuesta. El arte asturiano es una manifestación más del neovisigotismo hispánico de los siglos IX y X (1988a: 40) y los argumentos que relacionan algunos de sus rasgos con los correspondientes carolingios carecen de fundamento. En este sentido, pasa revista uno a uno a los más reiterados de éstos. Nada carolingio revelan las noticias y restos conocidos de las construcciones palatinas asturianas (los restos arqueológicos exhumados al costado sur de la catedral de Oviedo, Naranco), si se toman como término de comparación las aulas de Aquisgrán e Ingelheim. Tampoco revelan mayor cercanía a lo carolingio las iglesias palatinas asturianas (Santullano, Cámara Santa, Lillo y Valdediós), si el referente carolingio está integrado por Santa Sofía de Benevento y Santa María de Aquisgrán. Por su parte, los macizos occidentales de Lillo y Valdediós no conforman un Westwerk, ni el Westwerk remite a uso imperial. En último lugar, la disposición transversal de la nave única de Santa María de Bendones tampoco responde unívocamente a los templos alpinos altomedievales de nave única y triple cabecera, sino que puede explicarse por paralelos hispánicos de plantas de única nave y triple cabecera, como San Esteban de Viguera, Santas Centola y Elena de Siero y San Frutos de Duratón. Concluye su análisis exponiendo una interpretación alternativa a los paralelos asturo-carolingios: éstos no se habrían debido a influjo franco sobre las asturianos, sino a la presencia de visigodos en la corte carolingia (1988a: 82-88). El trabajo citado es continuación de otro precedente (1985) en el que enunciaba la definición del arte altomedieval hispánico en términos de prolongación del ordo gothorum. El capítulo referente a Santullano fue publicado en versión española simultáneamente con el artículo anterior (1988b; 1985: 11-17). Sostiene en él que los rasgos volumétricos de su arquitectura responden a patrones hispanovisigodos (1988b: 209). La excepcionalidad de su transepto, que no participa de los rasgos característicos de los tran-
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septos carolingios, se debe a su función, como espacio monástico al que se abre la tribuna regia desde la que Alfonso II asistía al culto, en calidad de miembro del clero por efectos de su forzada tonsura. Esta circunstancia explica el aniconismo figurativo de las pinturas murales, expresión de una estética monástica hispánica (1988b: 219-226). A la vez, el autor enunciaba la raíz visigoda de muchas manifestaciones culturales carolingias, a través de los muchos hispanos que alcanzaron cargos relevantes en las cortes de Carlomagno y Ludovico Pío, incluyendo la reforma monástica de Benito de Aniano (1985: 10). En trabajos posteriores ha ido reafirmando su tesis continuista. Así, en 1992, elaboraba una visión general del reinado de Alfonso en función de la voluntad de asimilarse a los logros de Leovigildo (1992a),18 a la vez que esbozaba un panorama general de los enterramientos privilegiados en la Edad Media hispánica (1992b), en el que la continuidad de los panteones occidentales inaugurados por los ejemplos visigodos a través de los asturianos es vector coherente durante toda la Alta y Plena Edad Media. Además de en diversas síntesis de divulgación (1989), el mismo discurso continuista y la insistencia en el mantenimiento de la tradición hispanogoda, o hispánica a secas a lo largo del arte de los siglos VI al XI, tanto en la parte andalusí como en los núcleos de resistencia, la mozarabía y los espacios de repoblación cristiana, informa el volumen renovado de la serie Summa Artis, de su autoría (2001)19. Concretamente, en Asturias, el papel esencial es atribuido a Alfonso II, y su entorno, autores de un programa neogoticista, a modo de correlato material de la elaboración de un programa ideológico de legitimación y guerra santa (2001: 230-236). En ello se apoyaban en lo que denomina las «raíces tardoantiguas del arte asturiano» (ibidem, 236), que ejemplifica con la presencia de un supuesto Gijón romano, virtual cantera de los spolia asturianos de la Alta Edad Media,20 un Oviedo «enraizado 18
Al respecto véase García de Castro Valdés, 2003: 161. Llama la atención en él que no se discuta en absoluto el cuestionamiento del visigotismo que por las fechas ya había sido formulado, cuestión que le reportó, entre otras causas, una certera y ciertamente desabrida crítica de Arbeiter (2004), a la que respondió en el mismo tono el propio Bango, incidiendo en inadmisibles aspectos ad hominem (2004). La lectura del texto del volumen recensionado confirma plenamente los reparos de Arbeiter, y muchos otros que pudieran hacérsele: los errores, la ligereza y el descuido en las descripciones, conceptos, datos y aseveraciones resultan impropios de una obra que se pretende resultado de más de 30 años de estudios propios sobre la materia. 20 El asunto había sido enunciado en su contribución al catálogo de la exposición Astures. Pueblos y culturas en las fronteras del Imperio romano (Gijón, 1995). Cf. Bango Torviso, 1995: 175. Contra, García de Castro Valdés, 2007: 113. 19
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en la tradición antigua» y la construcción de los signos materiales de una monarquía neotoledana (ibidem, 236-243). Todos los rasgos asturianos poseen antecedente hispanogodo, desde las plantas de los edificios (ibidem, 253; 255) hasta las técnicas pictóricas (282) o la orfebrería (296). Por las mismas fechas, Jerrilynn Dodds publicaba un breve artículo sobre las pinturas de Santullano (1986) y su tesis doctoral sobre la arquitectura altomedieval de la Península Ibérica (1989). Ambos trabajos interpretan los edificios de Asturias en términos de reflejo carolingio. La planta y el volumen de Santullano son consciente transposición de los consabidos modelos carolingios, ya enunciados por Schlunk (Seligenstadt, capilla palatina de Ratisbona, Heiligenberg bei Heidelberg). El contenido apocalíptico de sus pinturas de es expresión de la voluntad de Alfonso II de asimilar el programa iconológico de la capilla palatina de Aquisgrán, mientras que su carácter anicónico es plasmación de los cánones condenatorios a la vez del adopcionismo toledano y la iconodulia bizantina, tal y como fueron formulados en los concilios de Ratisbona (792) y Frankfurt (794). A mediados de la década, en 1985, el cuadernillo de Yarza, aun dedicando atención a los problemas terminológicos, no aporta nada relevante al asunto que nos ocupa. En la década de los 90 se asistió a un retorno al continuismo hispánico. Son responsables de ello trabajos surgidos en el entorno de la sede madrileña del Instituto Arqueológico Alemán, por discípulos de Schlunk, continuadores de su labor. Así, Arbeiter (1992), tras exponer el estado de la cuestión, desmontaba buena parte de los argumentos a favor de los influjos carolingios, a la vez que insistía en la virtualidad de la arquitectura urbana asturiana para conocer su antecesora y precursora visigoda, argumentando la invalidez metodológica de la comparación entre iglesias rurales tardovisigodas con templos urbanos asturianos. Por otro lado, rechazaba caracterizar el aparejo de sillería como único y típico hispanovisigodo, haciendo ver que se trata en realidad de un fenómeno tardío y limitado, acreditándose la existencia de edificios regios visigodos en mampostería revocada con sillares en esquinas, como Recópolis, en plena continuidad con los modos de hacer de la Hispania paleocristiana (id.: 164). En conclusión, los templos urbanos toledanos hubieron de consistir en edificios basilicales con empleo de arcos y bóvedas semicirculares de ladrillo, construidos en mampostería revocada y pintada. Es éste el modelo en el que se hubo de basar Alfonso II para su programa edilicio, dirigido por la consciente voluntada de reinstaurar el ordo gothorum (id.: 164-165).
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Noack-Haley (1992) reconocía el destacado papel que la copia de modelos visigodos había jugado en el nacimiento de la escultura decorativa asturiana,21 a la vez que desarrollaba las intuiciones de Schlunk a favor de la inspiración tardoantigua mediterránea de la escultura decorativa asturiana, tras haber dedicado unos años antes una investigación monográfica a los expolios visigodos reutilizados en la arquería ciega de la capilla mayor de Santullano, en línea con lo ya apreciado por Gómez Moreno (1986). El volumen colectivo coordinado por estos investigadores dedicado a los edificios regios asturianos —Lillo, Naranco, Lena y Valdediós— (NoackHaley y Arbeiter, 1994: 191-211), en el que se publicó la planimetría elaborada por el Instituto a lo largo de la década de 1960, insistía en la continuidad, reafirmándose ambos en el volumen aparecido en 1999 de la serie Hispania Antiqua, dedicado a los monumentos cristianos de la Alta Edad Media (Arbeiter y Noack-Haley, 1999). De hecho, en el primero de estos volúmenes, la función regia de las tribunas occidentales de Lillo, Lena y Valdediós se explica por referencia a similares instalaciones y ceremonias bizantinas (1994: 202-203), rechazándose el paralelo aquisgranense y cualquier vínculo con los Westwerke (id.: 204). Por otro lado, se señala el mantenimiento de los sistemas de soportes entregos en muro, típicos de la arquitectura hispanorromana e inexistentes en la visigoda (id.: 208). Ello no impide postular la intermediación visigoda, en la segunda mitad del VII, para la transmisión de los siguientes rasgos bizantinos: triples vanos, empleo de pilares en las naves, arcos peraltados, arcos tallados en dinteles (id.: 209-210). Reconocen, pese a ello, la presencia de otros rasgos bizantinos carentes de antecedente visigodo: cubiertas con tres bóvedas de cañón paralelas en Valdediós, articulación mural de Naranco, dinteles esculpidos de Lillo, arcos de descarga en ladrillo, fachada tripartita de Naranco, rosetón de Lillo, capiteles-imposta de Lillo, capiteles facetados de Naranco y Lena (id.: 210-211). El capítulo de síntesis del ya mencionado volumen de Hispania Antiqua (Arbeiter y Noack-Haley, 1999: 9-20) se inicia constatando la ruptura artística en Hispania tras el 711, a causa de la invasión. El arranque de la arquitectura asturiana, en Santianes de Pravia, ofrece elementos tanto de continuidad como de ruptura. A Alfonso II, por el contrario, se adscribe una inequívoca voluntad continuista, según el testimonio de la Albel21 Entre los ejemplos de copia aduce la dependencia de las pilastras de San Miguel de Lillo respecto al sarcófago de Ithacio de la catedral de Oviedo (id: 174). Al respecto, vid. contra García de Castro Valdés, 1999 II: 12-13.
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dense. Surge entonces la cuestión del bizantinismo, de coetánea inspiración o de transmisión a través de Toledo (id.: 14). Especialmente, reflejan el retorno a Toledo la arquitectura y la pintura de Santullano, postulándose hipotéticamente que el transepto ovetense habría acogido, como réplica de la iglesia conciliar toledana, los clérigos exiliados en Asturias (id.: 15). El referente bizantino marca también la interpretación del antecuerpo occidental de Lillo en términos de tribuna regia integrada en el edificio eclesiástico (id.: 16), mientras que su escultura decorativa deriva tanto de lo oriental como de lo visigodo. Los postreros edificios asturianos son interpretados de acuerdo con las tradicionales tesis de retroceso respecto a los de Ramiro I y manifestación del influjo mozárabe (id.: 19-20). En lo que se refiere a los edificios galaicoportugueses, se asimilan cronológicamente sin más al último tercio del IX o ya al X, advirtiéndose en ellos rasgos mozárabes junto con otros omeyas, al lado de la tradición constructiva local, sin que falten préstamos asturianos o incluso pervivencias de la protohistoria castreña (id.: 25-26). Rasgos aún más continuistas muestran los trabajos de Alexander Pierre Bronisch (1999),22 para quien las iglesias «palatinas» asturianas son imagen de las perdidas visigodas. El análisis arranca de la denominada ecclesia pretoriensis de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo en el suburbio toledano, vinculada hipotéticamente al palacio real. A continuación califica a Santa Cruz de Cangas de Onís como «zugleich Hofkirche und Hauptkirche des asturischen Reiches» (1999: 257), lo que ni el más desaforado optimismo podría reconocer. Continúa con la interpretación de Santianes de Pravia, como iglesia palatina, para lo cual tiene que suponer una transformación de un edificio previo, al que vincula la piscina bautismal, incompatible a su entender con el carácter palatino del templo de Silo (1999: 260), en argumentación ad hoc. El capítulo dedicado a los templos de Alfon22 Toda la argumentación de Bronisch, tanto en este trabajo como en su tesis doctoral Reconquista und Heiliger Krieg. Die Deutung des Krieges im christlichen Spanien von den Westgoten bis ins frühe 12. Jahrhundert (Münster, Aschendorff, 1998; versión española Granada-Oviedo-Valencia, EUG-EDIUNO-PUV, 2006) reposa sobre una confianza ingenua y absoluta en el valor testimonial de las fuentes escritas, diplomáticas y cronísticas, insostenible metodológicamente, y en una indiscriminada utilización sin crítica historiográfica de datos de acarreo de procedencia diversa no sometidos a contraste, sin jerarquizar por fiabilidad o verosimilitud, fallos que lastran irremisiblemente muchas de sus conclusiones. Ejemplo de lo dicho, la aceptación de las hipótesis de Selgas sobre San Salvador de Oviedo, con el disparate de afirmar la construcción de la catedral gótica de Oviedo, «auf Veranlassung des Bischofs Gelmírez und mit Erlaubnis des Primas Gutierre von Toledo» (1999: 278-79).
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so II se inicia con el debate sobre la fundación de Santullano, para la que defiende una fecha anterior a 812, pues en su opinión habría sido este templo el lugar donde Alfonso II habría recibido el bautismo (1999: 264),23 y por ello, a la labor del Casto se habría debido exclusivamente la reparación de los daños ocasionados por las incursiones andalusíes de 794 y 795, pudiendo en consecuencia considerarse Santullano como antecedente de San Salvador (id.: 267).24 Las pinturas murales de Santullano serían, pues el producto de esta restauración, acaecida antes del 808, fecha que justifica por la discrepancia iconográfica entre la cruz representada en Santullano y la de Los Ángeles (id.: 269), en otro ejemplo de argumentación ad hoc. Surge entonces la cuestión del aniconismo de la pintura mural de este templo, para Bronisch no resultado de una —imposible— continuación de la tradición del concilio de Elvira, sino producto de la inseguridad provocada por la discrepancia doctrinal entre la recuperación de la iconodulia en el concilio de Nicea II (787) y la reacción franca del Concilio de Frankfurt (794) expresada en el Opus Caroli contra Synodum (id.: 271). El programa pictórico de Alfonso II manifestaría así una consciente ostentación de ortodoxia, a la vez que expresaba su autoafirmación frente a carolingios y bizantinos. Por el contrario, la disposición urbanística del Oviedo de Alfonso II respondería al modelo toledano de época visigoda (id.: 277).25 En suma, Santullano habría sido la nueva basílica pretoriensis del Neotoledo alfonsino (id.: 278). El capítulo dedicado a Lillo y Naranco incide en la misma indiscriminada utilización de informaciones contradictorias e insuficientemente documen23 Derivación fallida de una errónea traducción del texto latino del Testamentum de Alfonso II, fechado el 16 de noviembre de 812 (Oviedo, ACO, Cuadernillo I,1; García Larragueta, 1962: 6), donde el lugar del bautismo de Alfonso II es interpretado por Bronisch como el templo de los Santos Julián y Basilisa —el actual Santullano, a su entender— cuando la frase vincula la advocación a ambos santos con un altar dentro del templo de San Salvador y los doce apóstoles al que se dirige la donación que recoge dicho testamentum. Igualmente improbable es la identificación con San Julián de Toledo del altar Sancti Iuliani de la basílica de Santa María (1999: 264 nota 63), que basa en Uría Ríu (1967: 292 y nota 64), pues se desconoce tanto el momento de inicio del culto al obispo toledano, fallecido en 690, como cualquier otro testimonio de su culto en Asturias a mediados del siglo VIII. 24 Bronisch desconoce la publicación de mi Arqueología Cristiana en la Alta Edad Media en Asturias, en 1995. No tiene en cuenta ni discute por ello cuanto escribimos allí contra la tribuna del transepto de Santullano (462-465). Ignora igualmente la redatación del Testamentum de Alfonso II efectuada por Rodríguez Díaz (1995-1996). 25 Las reflexiones de Bronisch sobre el Oviedo primitivo se apoyan en la insostenible reconstrucción de Fernández Buelta y Hevia Granda (19842). Vid al respecto García de Castro 1995: 503-507, y 1999: 21-73.
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tadas.26 El complejo palatino del Naranco «stand ganz in der Tradition der asturische Paläste von Cangas de Onís, Pravia und Santullano» (id.: 282), afirmación incomprensible, lo mismo que la inmediata referencia a la vía romana adyacente a Lillo. En todo caso, el complejo del monte Naranco se explica como necesaria actuación edilicia de un Ramiro I deseoso de librarse de la onerosa sombra de su antecesor Alfonso II (id.: 285). Finalmente, la obra de Alfonso III es reflejo de su «vehemente Neovisigotismus» (id.: 287). En León, por el contrario, se habría perdido, por razones geográficas y estratégicas, la tradición de los palacios regios suburbanos asturianos (id.: 288). Paralelamente, García de Castro incidía en la raíz paleocristiana y tardoantigua de la arquitectura asturiana (1995: 467-470; 535-537), a la que es preciso entender desde esta perspectiva y no desde la de anticipación del futuro románico, a la vez que rechazaba por inconsistentes los paralelos carolingios referidos a los antecuerpos occidentales de Lillo y Valdediós, al transepto de Santullano y al tipo originario de Naranco (id.: 419, 432, 462, 486). Todo ello, sin dejar de advertir las diferencias radicales con la arquitectura conservada del siglo VII (id.: 535) e insistiendo sobre la importancia del patrimonio tardoantiguo de la Gallaecia, como raíz última del reino asturiano (id.: 539). En el contexto de redacción del trabajo es explicable: 1990-1992, cuando el trabajo de revisión arqueológica de lo visigodo no se había iniciado apenas, mientras que soplaban fuertes vientos procarolingios. En trabajos posteriores ha desarrollado el análisis de las estructuras occidentales asturianas, reafirmándose en la improcedencia de los paralelos carolingios (1997; 2006: 109-120). La reexcavación parcial de las estructuras arqueológicas del Sur de la catedral (1999) ha permitido confirmar las críticas expresadas en 1995 sobre las reconstrucciones vigentes del antiguo urbanismo ovetense, a la vez que ofrecían una contextualización del grupo episcopal ovetense bajo la categoría de la catedral doble (Piva, 1990). Por último en 2004 revisó la escultura decorativa, atendiendo a los paralelos mediobizantinos que ofrece el corpus asturiano y calibrando el papel de los expolios visigodos en la configuración de dicha escultura. Continuismo hispanovisigótico se respira también a lo largo del manual de Arias Páramo (1993), a propósito de la arquitectura de Santullano (id.: 54), mien26 Entre otras, desconoce las dataciones radiocarbónicas extraídas de las bóvedas de Lillo, publicadas en 1994 y 1995 (García de Castro, 1994; 1995: 413). Las interpretaciones de los documentos de 908 y 945 son ad hoc (Bronisch, 1999: 282).
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tras que para el aniconismo de las pinturas remite al contexto de los Libri Carolini (id.: 76), lo que no le impide abundar en la raíz toledana del prototipo del programa (id.: 94). La publicación de su obra sobre geometría y proporción en la arquitectura prerrománica asturiana (2008) no incide en esta problemática, al centrarse en las materias que indica el título. Por último, a título de mera curiosidad cabe reseñar la aportación de Schöller (1996), quien invierte el sentido habitual de los flujos culturales en la historiografía de lengua alemana. En efecto, tras advertir algunas coincidencias de las medidas longitudinales de Santullano con las que se desprenden de las fosas de cimentación del templo de Inden-Kornelimünster a partir de la publicación de Hugot (1968), deduce que el templo renano fue construido teniendo en cuenta las dimensiones planimétricas del ovetense, lo que le sirve para afirmar una fecha ante quem para Santullano: 815 o como máximo 816, fecha de inicio de la construcción de Inden a cargo de Benito de Aniano (id.: 17 y nota 73). Precisamente, la hipótesis se apoya en la mera suposición de que Benito de Aniano hubiese mantenido contactos con el entorno de Alfonso II, y ciertamente a propósito de Santullano, perfecto modelo de iglesia regia monástica —según interpretación de Bango Torviso—, adecuada a las necesidades de retiro del promotor de Inden, Ludovico Pío (id.: 27). Todo ello, reconociendo que nada hay planimétricamente en Santullano que la asimile a Inden, pero aún así, sosteniendo que la transferencia de plano de Oviedo a Inden es ejemplo de lo que en la práctica arquitectónica medieval se entendía por construir «ad formam». Por descabellada que pueda parecer esta tesis, merece cita por sintomática de que el conocimiento de la bibliografía hispánica en Europa va poco a poco restituyendo valor de originalidad, y por tanto de foco inspirador, a los espacios lingüísticamente periféricos de Europa, como es el caso de España y Portugal. Desde mediados de la década de 1990 y a lo largo de la siguiente, el debate inaugurado por Caballero y Real, replanteando la existencia de arquitectura de cronología visigoda en alzado en la Península Ibérica y señalando el cauce andalusí-omeya para la transmisión del orientalismo en la Alta Edad Media hispánica, ha incidido solamente de modo tangencial sobre el corpus asturiano.27 Así, en 1993, Caballero iniciaba el replanteamiento del paradigma visigotista en la arqueología de la mitad occidental de la 27 Es de interés comprobar en los trabajos de la primera reunión emeritense sobre Visigodos y Omeyas (1999), la escasez y marginalidad de las referencias a lo altomedieval asturiano.
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Península, poniendo en duda atribuciones cronológicas anteriores al 711 y trasladándolas al siglo IX, invirtiendo el sentido de los influjos hasta la fecha comúnmente admitidos: de lo visigodo emeritense y toledano hacia el norte prerrománico, a lo postvisigodo de influjo asturiano hacia el sur. La revisión consecuente de todo el registro arqueológico altomedieval fuerza, por todo ello, a ocuparse en este contexto de este conjunto edilicio, el más completo y coherente de todo lo conservado de la Europa coetánea. Ésta es la razón de esta Reunión y a reconsiderar el asunto se dedican las páginas subsiguientes.
II.
PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN
Tras lo expuesto, cabría aparentemente deducir como lícita conclusión que el tema está lo suficientemente trillado como para que no merezca la pena volver a ocuparse de él. Las posturas teóricas se repiten generación tras generación de estudiosos, incidiendo sobre los mismos datos y términos de referencia en un ejercicio de circularidad que no parece progresar en espiral ascendente. Sin embargo, la realidad no puede ser más distinta. Precisamente por aparecer de esta guisa, es más necesario que nunca el replanteamiento radical de la cuestión, reformulando las premisas teóricas de partida. No se trata exclusivamente de revisar los datos empíricos, ni siquiera tampoco de actualizar el expediente informativo. Se trata de definir los términos de comparación, los sujetos históricos que se ponen en relación y sobre todo, de establecer previamente el ámbito en el que se establecen las relaciones y el alcance y los componentes de las mismas. En suma, se trata de esclarecer de qué se va a hablar y desde qué supuestos teóricos, antes de entrar en materia empírica.28 Por visigodos entenderemos aquí, metafóricamente, los autores de los restos materiales arquitectónicos, escultóricos, figurativos o meramente decorativos, cuya fecha quede comprendida grosso modo en 28 Al margen, pero no de escasa importancia, queda la cuestión de la identificación de spolia visigodos en la arquitectura asturiana, tema discutido paralelamente al de los influjos y pervivencias de lo tardoantiguo en lo asturiano. Desde la inmediata posguerra civil, ha quedado definido un grupo escultórico visigodo reempleado en los edificios asturianos: cancel de Santa Cristina de Lena, canceles de Santianes de Pravia custodiados en la iglesia de El Pito (Cudillero), cancel de San Francisco de Avilés, capiteles de la arquería ciega de la capilla central de Santullano, cancel con representación de grifo procedente de San Miguel de Lillo (Museo Arqueológico de Asturias), barroteras de cancel procedentes de la catedral de Oviedo (Museo de la Iglesia de Oviedo), grupo recurrente una y otra vez en los trabajos de los defensores de una u otra tendencia historiográfica.
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los siglos VI y VII, entre Vouillée (507) y Guadalete (711), en el espacio de la Península Ibérica. Esta opción es tan discutible como cualquier otra. Deja sin resolver, en principio, el problema de la génesis de la arquitectura cristiana en la península, de la que se han datado ejemplos acabados en el siglo V, que sin duda pervivían funcionalmente en el VI, llegando algunos hasta el VIII. Igualmente deja sin cerrar el debatido período de los años del siglo VIII que median entre el fin de reino toledano y la aparición contrastada de los primeros elementos arqueológicos de los nuevos entes políticos surgidos tanto en el espacio andalusí como en el resto del territorio. Goza de la ventaja de referirse a acontecimientos de orden político, como los que definen los otros dos términos de la comparación, por lo que, por lo menos, adquiere una cierta coherencia formal, que no de contenido, lo cual habrá que justificar, si se diera el caso. Damos por supuesto, igualmente que la actividad constructiva del reino suevo hasta su incorporación en el reino toledano, participa de las características que se atribuyan a lo visigodo, sin mayor particularidad. Por asturianos, igualmente metafóricamente, entendemos los autores de los mismos elementos, cuya fecha quede comprendida grosso modo entre el segundo cuarto del siglo VIII y el segundo cuarto del siglo X, entre Covadonga (722) y San Esteban de Gormaz (917), en el ámbito del Reino de Asturias (del Cantábrico al Duero y al Mondego y del Atlántico a la Sierra de la Demanda). Por último, por carolingios entenderemos los autores de los mismos elementos, cuya fecha queda comprendida grosso modo entre mediados del siglo VIII —la subida al poder de Pipino III— y fines del siglo IX —las muertes de Carlos el Gordo y Arnulfo de Carintia—, en el ámbito del imperio franco (Galia, Germania, Lombardía y sus marcas orientales). Queda excluida de estas definiciones toda connotación étnica. El ámbito de las relaciones entre los tres sujetos queda delimitado por la propia situación temporal relativa de los mismos. Entre visigodos y asturianos solamente pueden establecerse relaciones de sucesión, transmisión o desaparición cultural, en un único sentido, pues los primeros anteceden a los segundos. Por el contrario, entre asturianos y carolingios la situación temporal es de coetaneidad, por lo que las relaciones a establecer pueden ser a priori biyectivas y de cualquier sentido. Queda por delimitar el alcance y componentes de las relaciones. Como principio metodológico hemos de expresar el rechazo a toda perspectiva analítica atomística, al modo de la Quellenforschung. Se es-
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tablecerán contextos de comparación completos, nunca se establecerán relaciones entre simples elementos aislados de su matriz histórica o material, ni se agruparán arbitrariamente rasgos aislados con el fin de crear pseudosujetos de estudio, al modo de los Kulturkreisen, donde es la ilusión del investigador la que crea la supuesta entidad histórica a la que dedica sus desvelos, hasta dotarla de vida propia, como si de una hipóstasis se tratase.29 Mantendremos en todo momento la separación de los tres planos del estudio, el de la forma, el de la función y el del significado, como estableció Deichmann en un aún fundamental trabajo sobre la génesis de la basílica cristiana (1982: 35-46), a los que se debe añadir el de las técnicas. Constituyendo como constituye la arquitectura el grueso del registro material heredado del Reino de Asturias, reviste lógica comenzar el acercamiento al tema por ella. En la actual región de Asturias se han conservado 15 edificios altomedievales en su integridad, con escasas alteraciones, todas ellas bien fechadas y marginales, sin que impidan la reconstrucción del proyecto originario: Santullano de Oviedo, la Cámara Santa de la catedral de San Salvador de Oviedo, la Torre Vieja de San Salvador de Oviedo, Foncalada de Oviedo, Santa María de Naranco, San Miguel de Lillo, Santa Cristina de Lena, San Pedro de Nora, Santa María de Bendones, Santo Adriano de Tuñón, San Salvador de Valdediós, Santiago de Gobiendes, San Salvador de Priesca, Santa María de Arbazal y San Andrés de Bedriñana. Además se poseen suficientes seguridades arqueológicas sobre la planta de otros dos: Santa María de Oviedo, templo copartícipe de la catedral doble ovetense, y Santianes de Pravia. En total, pues, 17 edificios, 14 eclesiásticos y 3 civiles, fechados entre 774/783 (Santianes de Pravia) y 921 (San Salvador de Priesca). Ahora bien, el territorio del Reino de Asturias no coincidió nunca con el de la actual región de Asturias. Inicialmente surgido tras 722 al abrigo de los Picos de Europa, entre los ríos Sella y Nansa, ya el primer titular del poder, Pelayo (722-737), parece haber dis29 Esta práctica está tan enraizada en la producción arqueológica, a menudo con plena inconsciencia por parte de los investigadores, que es absolutamente normal leer frases en las cuales las culturas arqueológicas –simple traducción inglesa a cargo de V. G. Childe de los Kulturkreisen de Graebneractúan como sujetos históricos. Se habla así, por ejemplo, de «Cogotas», «Soto de Medinilla», «Campos de Urnas», de «El Argar», de «Solutrense» o «Magdaleniense» en términos de entes sociales actuantes con vida propia, cuando en realidad no son sino arbitrarias y/o aleatorias asociaciones de objetos o prácticas deducibles del registro arqueológico, sólo en el mejor de los casos provistos de contextos arqueológicos coherentes.
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puesto de propiedades en las inmediaciones de Oviedo, y desde luego, con Fruela I (757-768) la fundación de un núcleo estable en Oviedo, su matrimonio con una vascona y las menciones cronísticas a la actividad bélica en la parte marítima de Galicia permiten afirmar que el dominio de la incipiente monarquía comprendía la casi totalidad de la cornisa cantábrica, al Norte de la Cordillera. A su sucesor Silo (774-783) se le atribuyen nuevas acciones militares en el interior de la actual provincia de Lugo, acciones que continúa Alfonso II (791-842). El primer y efímero salto a la meseta leonesa tuvo lugar bajo Ramiro I (844-850), pero la primera línea de frontera estable ultrapuertos no se consolidó hasta el reinado de su hijo Ordoño I (850-866), a quien las crónicas redactadas bajo su hijo Alfonso III asignan la toma de las plazas fuertes de Tuy, Astorga, León y Amaya, lo que presupone el control de Galicia y el Bierzo completos (Cuencas del Miño y del Sil) y el piedemonte meridional de la Cordillera, en la línea de va de León a Amaya, siguiendo grosso modo la vía romana Asturica-Burdigala. El gran avance territorial fue obra precisamente de Alfonso III (866-910), que se benefició ampliamente de la primera fitna emiral. Al final de su reinado la frontera se situó en el Mondego, el Duero y el Arlanzón, con las plazas fuertes de Coimbra, Viseu, Toro, Simancas y Burgos. Los sucesores de Alfonso, sus tres hijos García (910914), Ordoño II (914-924) y Fruela II (924-925), mantuvieron la línea y alcanzaron la cabecera del Duero hasta San Esteban de Gormaz, definiendo una estabilidad de límites más o menos inalterada hasta la llegada de Almanzor al mando efectivo del califato a fines del X. Este rápido repaso a la expansión territorial del Reino de Asturias exige aclarar si todas las manifestaciones artísticas conservadas en él pueden o no ser incluidas bajo el calificativo de asturianos, en el sentido establecido en los párrafos anteriores. Una ojeada superficial a la arquitectura conservada pone de manifiesto su patente heterogeneidad técnica y formal. Ahora bien, la promoción regia actúa por igual en todos los territorios, los templos conservados mantienen regularidades planimétricas, volumétricas y funcionales, algunos elementos de escultura decorativa se difunden por todo el reino, al igual que ciertos motivos ornamentales. Respecto a la mitad oriental del territorio, la historiografía ha distinguido tradicionalmente el «arte asturiano», restringido a la actual región de Asturias, con alguna extensión exterior (San Xés de Francelos, Ribadavia, Orense; basílica de Santiago de Compostela II, erigida por Alfonso III), del «arte mozárabe», característico del
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siglo X en la vertiente norte del valle del Duero (San Miguel de Escalada, San Cebrián de Mazote, Santa María de Wamba, San Román de Hornija, San Pedro de Eslonza, Santa María de Hérmedes de Cerrato, Sahagún), asimismo con destacadas extensiones exteriores hacia el Norte (Santa María de Lebeña y San Román de Moroso, Cantabria) y el Oeste (capilla de San Miguel en San Salvador de Celanova, Orense; Santo Tomás de Las Ollas y Santiago de Peñalba, ambas en El Bierzo, León). La primitiva Castilla del Valderredible y Burgos (San Martín de Elines, Santas Centola y Elena de Siero, Valmayor de Cuesta Urria, San Pelayo de Arlanza y demás templos del grupo (Caballero, 2000a), San Juan de Barbadillo del Mercado, conformó un grupo aparte, bajo el epígrafe de «arte condal» (Huidobro). Por último, la Rioja (San Millán de la Cogolla, Santa Coloma, Santa María de Peñalba, San Esteban de Viguera, las ermitas de San Pedro y San Andrés de Torrecilla en Cameros) ha oscilado como tema de estudio entre las producciones de la mozarabía y la pertenencia al reino de Navarra. Han quedado fuera de esta clasificación los numerosos edificios rupestres catalogados a lo largo de los valles del Ebro y del Pisuerga (Monreal Jimeno, 1989; Azkárate Garai-Olaun, 1988), genéricamente adscritos a la «repoblación», y difícilmente clasificables para una historiografía metodológicamente guiada por criterios estilísticos. La mitad occidental del reino, correspondiente a la actual Galicia y norte de Portugal hasta el Mondego, carece hasta la fecha de una ordenación comparable de sus elementos altomedievales. Al margen de la indefinición cronológica que provoca la propia técnica constructiva de sillería granítica irregular y engatillada, en muchos casos reutilizada una y otra vez en el mismo inmueble —de aspecto intemporal y con casi total ausencia de rasgos decorativos de estilo—, y de la falta tradicional de investigación sobre este período histórico en este ámbito geográfico,30 los estudios al uso (Núñez Rodríguez, 1978) suelen distinguir una fase «germánica» —sueva y visigoda— a la que sigue una fase asturiana, habiéndose individualizado en Portugal una facies/fase condal «portucalense», en torno al Bajo Duero, fechada en el siglo X, en la que se entrevén rasgos asturianos y mozárabes (Real, 1984, 1995, 1999, 2000, 2007). Más 30 El habitual esquema temporal de los estudios arqueológicos pasa del estudio del registro galaicorromano hasta el siglo V al románico del final del XI. Las etapas «germánica» y altomedieval apenas han encontrado materia prima para trazar un cuadro descriptivo, y mucho menos evolutivo, del registro arqueológico. Los más recientes intentos acusan esta falla, al apoyarse en endebles y discutibles indicios cronológicos. Vid. al respecto, López Quiroga, 2004.
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al Sur, se identifican sociedades mozárabes independientes tanto del poder asturleonés como del andalusí, en torno a Coimbra y Viseu, a las que se adscriben los pertinentes testimonios arqueológicos de la época, sobre todo São Pedro de Lourosa (Real, 1995; Ferreira de Almeida, 2000). No obstante, la presencia de rasgos estilísticos que se suponen de procedencia asturiana o andalusí —el alfiz, las ventanas con arcos de herradura, los modillones de rollos simples o compuestos— han situado algunos de estos edificios en la órbita de lo siglos IX y X: Santa María de Mixós, San Martiño de Pazós, Santa Eufemia de Ambía, San Salvador de Soutomerille, mientras que pervive la indefinición sobre otros restos menos específicos, como San Xoán de Panxón.31 En el caso de los edificios portugueses, parece haber logrado consenso la evidente pertenencia al siglo X de São Frutuoso de Montélios, mausoleo monumental solamente posible tras la revitalización del culto a principios del X (Real, 1995: 65-66) y los restos de São Torcato de Guimarães. Habida cuenta de lo expuesto, es preciso antes de iniciar el análisis comparativo, establecer los criterios de definición de los términos a comparar. Es claro que no es posible recurrir a criterios sociales o políticos, como los basados en la promoción edilicia, pues tanto la aristocracia como la corte actúan indistintamente por todo el territorio, sin que por ello se haya producido uniformidad técnica, formal o estilística alguna. La indefinición cronológica de buena parte de los elementos galaico-portugueses y castellanos impide su asignación precisa a un contexto histórico concreto, por lo que no pueden ser tenidos en cuenta en el estado actual de conocimientos. Por otro lado, la arquitectura religiosa basilical asturiana en sentido estricto, es decir, la situada en el área central de la actual Asturias, ofrece una homogeneidad planimétrica, volumétrica, técnica y formal que le confiere una inmejorable capacidad de comparación con otros conjuntos de igual coherencia. En lo referente a la arquitectura del Valle del Duero y extensiones, vinculada estrechamente en su promoción a la corte de Alfonso III y sus hijos, muestra una notable homogeneidad de la decoración escultórica aplicada a una considerable heterogeneidad arquitectónica, que disminuye su virtualidad comparativa. Por último, la arquitectura y decoración escultórica de la banda oriental del reino —Castilla y, en su caso, La Rioja— responde manifiestamente a promoción, pro31 La misma circunstancia obra en Santa María de Ventas Blancas, La Rioja, conservada en similar proporción de sus fábricas.
VISIGODOS, ASTURIANOS Y CAROLINGIOS
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yecto y ejecución alejados del área nuclear, por lo que deben ser excluidos del análisis. Admitiendo la circunscripción de la materia a la arquitectura asturiana sensu stricto, los grupos a establecer son los siguientes: 1.
2.
ARQUITECTURA
RELIGIOSA
1.1.
Arquitectura cultual eucarística 1.1.1. Templos basilicales con cabecera única: Santianes de Pravia. 1.1.2. Templos basilicales con cabecera triple: Santullano de Oviedo, Santa María de Oviedo, San Pedro de Nora, Santo Adriano de Tuñón, San Miguel de Lillo, San Salvador de Valdediós, Santiago de Gobiendes, San Salvador de Priesca. 1.1.3. Templos de nave única y cabecera única: Santa Cristina de Lena, Santa María de Arbazal, San Andrés de Bedriñana. 1.1.4. Templos de nave única y cabecera triple: Santa María de Bendones.
1.2.
Arquitectura funeraria y conmemorativa 1.2.1. Mausoleos de planta rectangular: Cámara Santa de la catedral de Oviedo.
ARQUITECTURA
RESIDENCIAL
2.1. Arquitectura militar: Torre Vieja de San Salvador de Oviedo. 2.2. Arquitectura palacial: Santa María de Naranco, Palacio de Alfonso III en Oviedo. 3.
ARQUITECTURA
DE SERVICIOS
3.1. Arquitectura hidráulica: Foncalada. Pasando a definir los términos de la comparación, la delimitación de la arqueología visigoda requiere tomar partido ante el debate abierto desde hace poco más de 15 años. En esencia, se trata de declarar cuáles son los elementos que componen el registro que actualmente se considera fechado en los siglos VI y VII en la Península Ibérica, y de los que exista término de comparación en Asturias. Sin poder en este lugar más que remitir a las síntesis más recientes sobre el tema, con la bibliografía allí incorporada (Godoy Fernández, 1995; Mateos y Caballero (eds.), 2003; Utrero Agudo, 2006; Caballero, Mateos y Utrero (eds.), 2009), podemos presentar los siguientes grupos:
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1.
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ARQUITECTURA
RELIGIOSA
1.3. Arquitectura cultual eucarística. 1.3.1. Templos basilicales biabsidados: Casa Herrera, El Germo, San Pedro de Alcántara o Vega del Mar, Torre de Palma, Mértola. 1.3.2. Templos basilicales con cabecera única: Segóbriga/Cabeza de Griego, Portera, El Tolmo de Minateda, Es Cap des Port II, Recópolis II, Basílica de la arena del anfiteatro de Tarragona, basílica del Parque Central de Tarragona. 1.3.3. Templos basilicales con cabecera triple: Santa Eulalia de Mérida, Alconétar, Son Peretó, Son Bou, Son Fadrinet, Gerena, Mijangos, Santa María de Terrassa fase episcopal I, Sant Pere de Terrassa fase episcopal I, Villa Fortunatus en Fraga II, El Cuarto de Enmedio (Dehesa de Pelayos), El Bovalar, Santa Margarida del Priorat de Sant Genís de Rocafort, basílica de la necrópolis del Francolí en Tarragona, Monte da Cegonha III. 1.3.4. Templos de nave única y cabecera única: San Pedro de Mérida, El Gatillo de Arriba I, Ibahernando, Es Cap des Port I, templo de la Neápolis de Ampurias, Santa Magdalena de Ampurias II, templo del claustro de Sant Cugat del Vallés II. 1.3.5. Templos de planta cruciforme: Recópolis I, San Pedro de La Mata, Valdecebadar, Montinho das Laranjeiras, São Martinho de Dume I. 1.4. Arquitectura funeraria y conmemorativa. 1.4.1. Mausoleos de planta central: La Cocosa. 1.4.2. Mausoleos de planta rectangular: Santa Eulalia de Mérida. 1.4.3. Mausoleos de planta cruciforme: la denominada Cárcel de San Vicente de Valencia. 2.
ARQUITECTURA
RESIDENCIAL
2.1. Arquitectura militar: El Castell de Les Muralles-Puig Rom, Sant Julià de Ramis. 2.2. Arquitectura palacial: Recópolis, La Vega Baja toledana, El Tolmo de Minateda.
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Resalta a la vista que no incluimos en el repertorio visigodo los templos más discutidos de la tradición historiográfica: San Juan de Baños (Caballero y Feijoo, 1998), San Pedro de La Nave (Caballero y Arce, 1997; Caballero et al., 2004), y Santa María de Melque (Caballero, 1980; Caballero y Fernández, 1999). Los análisis arqueológicos de sus fábricas, los resultados arqueométricos y los debates interminables sobre la tipología e iconografía de su escultura decorativa fuerzan a mantenerlos al margen de la discusión. En especial, Baños presenta la contradicción de su inscripción visigoda in situ, fechada en el reinado de Recesvinto, integrada en la fase I del templo, con el grupo decorativo III, igualmente in situ y de la misma fase I, que induce tipológica y estilísticamente a cronología avanzada, de repoblación. En cualquier caso, no se mantiene fácilmente la hipótesis que asigna la factura de la inscripción a un fundador altomedieval que pretendería permanecer en el anonimato elevando un monumento a la memoria de gloria de Recesvinto, personaje dos siglos anterior como mínimo al supuesto promotor altomedieval de repoblación. Ni hay paralelos para una tal conducta ni se entienden las razones de la misma, hablando en términos de mentalidad señorial altomedieval. Por su parte, San Pedro de La Nave ofrece la dificultad insalvable de las fechas radiocarbónicas, claramente visigodas (Alonso Mathias y Rodríguez Trobajo, en Caballero, ed. 2004: 234), que se oponen tenazmente al desplazamiento de su datación al final del siglo IX. Además, presenta la particularidad de un único santuario eucarístico, con una complejidad espacial inaudita en templos de cabecera única altomedievales, lo que la emparenta más bien con la norma anterior a mediados del VIII, o principios del IX, cuando se distribuyen uniformemente por Europa las triples cabeceras. Sus paramentos, con anchas cenefas decorativas en el interior de la cabecera y el transepto, se ha emparentado tradicionalmente con los frisos exteriores de Quintanilla de las Viñas, a la que convincentemente se asigna fecha altomedieval (Caballero Zoreda, 2001: 221). No ha tenido continuidad en la arquitectura conservada de la Península Ibérica esta característica, que sí tiene un paralelo coetáneo muy bien fechado: la iglesia mediobizantina de la Dormición, también conocida como Panagía, en Skripu-Orcómenos, Beocia (Grecia), fechada entre 873 y 874 y promovida por el protoespatario Leontios, que posee muy similares frisos exteriores en la cabecera y en la que no es difícil apreciar una cierta familiaridad planimétrica y volumétrica (Cutler y Spieser, 1996: 69, 88-
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90).32 La misma cronología ofrecen los edificios armenios decorados con frisos exteriores, como la iglesia de la Santa Cruz de Al/t’amar, construida entre 915 y 921 (Thierry y Donabédian, 1987: 475-477, lám. 42), dándose la circunstancia de que la arquitectura armenia precedente carece de ellos (Khatchatrian, 1971). Por el contrario, el hábito de incluir frisos o placas esculpidas en los paramentos exteriores parece surgir en el periodo mediobizantino, tras el definitivo fin de la iconoclastia, como sugieren los ejemplos de los Santos Apóstoles de Sewan, del 874 (Thierry y Donabédian, 1987: 573-574, lám. 69). Parecidas constataciones se extraen de un examen rápido de la arquitectura georgiana (Beridse, Neubauer, Beyer, 1980; Mepisaschwili, Schrade y Zinzadse, 1986)): paramentos lisos en la arquitectura tardoantigua, aparición excepcional de los primeros frisos exteriores a fines del VI o principios del VII —ábside de la Santa Cruz de Mzcheta (Dshwari), obra promovida por el príncipe Stepanos I (Beridse et al., 1980: 26-28; Mepisaschwili, et al., 1986: 116-118, 135 y lám. 191), ábside de la Catedral de Martwili, obra derivada de la anterior (Beridse et al., 1980: 27-28 y lám. 49; Mepisaschwili, et al., 1986: 119-120)—, sin continuidad ulterior; de la arquitectura tardoantigua siria, donde pese a su exuberante decoración desplegada en torno a los vanos no existen los frisos corridos (Peña, 1995); de la primera arquitectura cristiana balcánica, de paramentos lisos (Hoddinot, 1963; Mijatev, 1974; Tschilingirov, 1978; C´ur¤ic´, 2010); y en general de la arquitectura mediobizantina griega, donde la decoración relivaria paramental es característica de los siglos medios, pudiendo elevarse a paradigma máximo la Mikrí Mitrópolis (Panagía Gorgoépikoos) ateniense, del siglo XI (Alpago y Dimitrokalli, s.f.: 124) y verdadero museo de piezas escultóricas reutilizadas. El contexto general para este diseño de paramentos apunta a las décadas finales del IX e iniciales del X, prolongándose después, con otrs esquemas formales en los templos de la misma centuria y la siguiente en el ámbito oriental. Ahora bien, es posible afinar más este contexto. Efectivamente, como asegura Thierry (1987: 173), la Santa Cruz de Al/t’amar es una obra excepcional de la arquitectura armenia y de ningún modo puede estimarse obra ejemplar o prototípica de las misma. Se debe a la voluntad de su promotor, el príncipe Gagik de Vaspurakan, y carece de consecuencias o descendencia. Lo mismo ha sido afirmado a propósito de la Santa Cruz de Mzcheta (Beridse et al., 1980: 26; Mepisaschwili et al., 1986: 118). Una po32 La primera mención comparativa al respecto se debe a Puig y Cadafalch (1934), que cita el paralelo referido al escalonamiento en altura de cúpula, transepto y nave.
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sición similar ocupa Santa María de Naranco, y quizás haya que atribuir un contexto semejante a la Dormición de Skripu-Orchómenos, San Pedro de La Nave y Santa María de Quintanilla de las Viñas. La similitud del programa decorativo, en el plano del concepto de friso esculpido corrido hace reflexionar sobre la posibilidad de inducir un contexto común de promoción y por ello un trasfondo histórico común para estas obras. Por último, Santa María de Melque sufre igualmente la ambigüedad de unas fechas arqueométricas comprendidas entre fines del VII y fines del VIII, con una escultura decorativa que se admite de influjo omeya, situación que recomienda su exclusión por la inseguridad que aporta sobre la identidad de sus promotores, en el sentido que abordamos en este estudio.33 Tampoco considero que pueda intervenir en el debate São Gião de Nazaré, pues los argumentos esgrimidos tanto a favor de su cronología visigoda como altomedieval —asturiana o de repoblación— no son concluyentes en ninguno de los dos sentidos, aunque la organización espacial interna mueve a situarla en contexto mozárabe, con significativos paralelos asturianos, reconocidos y postulados desde el momento mismo de su divulgación científica (Schlunk, 1971), si bien interpretados en términos de precedencia y no de coetaneidad. Estoy de acuerdo con Utrero (2006: 598) en excluir del repertorio altomedieval São Pedro de Balsemão, edificio completamente rehecho en el siglo XVII verosímilmente, con elementos antiguos reaprovechados y recolocados. Otros edificios, conocidos muy fragmentaria o defectuosamente, como Es Fornàs de Torelló, Illeta del Rei, Sa Carrotxa, Santa María del Camí, Alcalá de los Gazules, el edificio bajo San Juan de los Caballeros de Segovia, Las Tamujas, Santa María de Trespaderne, los restos del grupo catedral de Barcelona,34 San Miguel de los Fresnos, Algezares, Santa María de Falperra, Idanhaa-Velha, Vera Cruz de Marmelar, La Alcudia de Elche, Las Tapias de Albelda o Ventas Blancas no han sido tenidos por regla general en cuenta, pues no aportan sino confusión e indefinición al debate. Por el contrario, considero altomedievales sin duda los templos de Santa María de Quintanilla de las 33 Aunque el ámbito que cubren las fechas habla a favor de una adscripción a una comunidad ya mozárabe, es decir, de cristianos bajo dominio andalusí, fuere cual fuere la naturaleza y alcance de éste. 34 En especial la reconstrucción del denominado templo cruciforme (Bonnet y Beltrán, 2001: 83-84), muy dudosa en planta, por lo inverosímil de las proporciones individuales y respectivas entre sí de las diferentes dependencias internas, y aún más en el alzado sobre columnas y arcos diafragmas, como ha hecho notar Utrero (2006: 539)
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Viñas, bien inserto en el grupo de templos altomedievales castellano-riojanos con capillas abovedadas con bóvedas vaídas de toba (Caballero, 2001), São Frutuoso de Montélios, que debe su construcción al renacer del culto del obispo a fines del IX o principios del X (Real, 1995: 65-66; Ferreira de Almeida, 2001: 26), y Santa Comba de Bande, cuya fábrica remite sin duda a obras semejantes gallegas, como Santa Eufemia de Ambía o San Xés de Francelos, fechadas en el IX sin mayor dificultad, aunque las fechas de termoluminiscencia de los ladrillos de las cubiertas se alineen armoniosamente a mediados del siglo VII (Caballero, Arce y Utrero, 2004: 313), lo que fuerza igualmente a extraerlos de la comparación. A continuación es preciso examinar los modos o técnicas constructivas, es decir la cuestión de la transmisión de la organización de talleres y capacidades profesionales en la capacidad proyectiva, la talla de la piedra, la escultura y la albañilería desde Toledo a Oviedo, por hablar esquemáticamente. Intentaremos seguidamente de establecer el corpus heredado de los motivos decorativos visigodos y su emplazamiento en la edilicia conservada, para calibrar el volumen de la herencia y de la innovación en Asturias. Por último, esbozaremos la síntesis de forma, función y significado que permita decidir en un sentido u otro el papel jugado por lo visigodo en la génesis y desarrollo de lo asturiano: la cuestión del número, tipo y lugar de los altares, la compartimentación interior de los templos, los accesos diferenciados y las circulaciones, la iluminación, la visibilidad de las ceremonias, etc. Como premisas de partida consideraremos los siguientes enunciados: — Sobre el contexto de uso de las fuentes litúrgicas: no es posible deducir de fuentes reguladoras de ceremonias catedralicias explicaciones aplicables a edificios no episcopales; el desarrollo de ceremonias complejas requiere en principio la disposición de espacios complejos. Es claro que una ceremonia puede adaptarse y de hecho se adapta al marco espacial disponible en el momento de su ejecución. Pero no es menos cierto que la redacción inicial del ordo refleja un escenario real y completo en su totalidad existente ante los ojos del redactor, por lo que es necesario admitir que el ordo fue redactado tendiendo ante la vista un edificio concreto como escenario de su puesta en escena, dotado de todos los elementos que aparecen preterintencionalmente en las rúbricas que indican su desarrollo a los actores. — Sobre la supuesta relación de dependencia entre arquitectura y liturgia: las mismas ceremonias litúrgicas tuvieron como escenario edificios arquitectónicamente diferentes, por lo que la liturgia no
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condiciona en absoluto la tipología arquitectónica del templo ni determina la selección de sus formas ni elementos; — Sobre la aplicación de conceptos funcionales y formales: una misma función puede desarrollarse a través de formas muy diferentes, y una única forma puede acoger funciones variadas. — Sobre el sentido de las formas arquitectónicas: no se puede derivar un sentido unívoco del empleo de una forma concreta, ni tampoco un determinado significado prescribe la elección de la forma que reviste su materialización. No existe, por tanto, ni es posible, una «iconología de la arquitectura». El plano del significado de un templo cristiano es compartido por cientos de configuraciones arquitectónicas posibles. Inversamente, una misma forma o configuración arquitectónica, o cada uno de sus elementos, puede asociarse a contextos de significado o simbólicos radicalmente diferentes e independientes. No es posible cerrar el asunto sin una referencia a los problemas que despierta la utilización del léxico litúrgico por los investigadores, que a menudo mezcla indiscriminadamente términos procedentes de contextos temporales y espaciales muy diferentes, sin ni siquiera plantearse las cuestiones de su variabilidad semántica a lo largo de tiempos y contextos de uso muy alejados entre sí, y de la procedencia de los textos en los que aparecen esos mismos términos (litúrgicas, canónicas, pastorales, literarias, etc.).35 35 Al respecto no comparto las críticas de Bango Torviso (1996: 62-63 y nota 6) al prurito metodológico de Godoy Fernández (1995: 27-28, 30, 39), aunque sean pertinentes al respecto las apostillas de Arbeiter (2003: 179). El análisis requiere hilar muy fino en un tipo de fuente que por naturaleza está sometido a continuas variaciones dentro de una esencial permanencia, por lo que no son de aplicación al estudio sentencias generales sobre la virtualidad heurística de los textos litúrgicos hispánicos conservados en manuscritos confeccionados post 711 para interpretar restos arqueológicos datados grosso modo ante 711, sino solamente el aprovechamiento de cada una de las rúbricas y sentencias, para cada caso en concreto, tras un análisis contextual y léxico, que permita fecharlas o atribuirlas a contextos de uso específicos. Por no citar sino el más evidente de los ejemplos, las menciones al papel de los diáconos en la administración del bautismo de adultos (Liber Ordinum Episcopal, Ed Janini, 1990, Ordo Babtizandi, n.º 445, p. 191) es un claro anacronismo en los siglos X y XI, y se refiere a fechas muy anteriores a las de copia del códice en el que figuran, signo del conservadurismo y de las inercias que salpican la transmisión de las fuentes litúrgicas. Cf. Arbeiter, ibidem. Ahora bien, la sola presencia de este ordo en el momento de la copia del códice, cuando hacía siglos que se hallaba establecido el bautismo infantil en pila con el subsiguiente desuso de las piscinas, puede ser indicio de una administración excepcional y ceremonial del rito de adultos, en absoluto desechable máxime en el contexto de mezcla religiosa en las tierras de frontera con Al Ándalus. Recoge la misma observación González Salinero (2009, 13).
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En cuanto al segundo término de la comparación, lo carolingio, la necesidad de establecer los caracteres de la definición es aún más imperiosa, dada la inmensidad del espacio geográfico afectado y la extensión temporal que abarca el fenómeno. Los grupos a establecer son numerosos y variados y todo criterio de ordenación resultará necesariamente discutible. En principio y por mera adaptación a la realidad material asturiana conservada, no procede tomar en consideración edificios fechados con anterioridad a Santianes de Pravia, con lo que hemos de dejar de lado prácticamente toda la arquitectura fechada en los tres primeros cuartos del siglo VIII. Procede estudiar, por tanto, la arquitectura del último cuarto del VIII y todo el siglo IX, situando el final convencionalmente en el reinado de Arnulfo de Carintia († 899), para la Francia Oriental, y de Carlos el Gordo (+888) para la Francia Occidental. El ámbito geográfico es de tal magnitud —en torno al millón de kilómetros cuadrados— que resulta ilusoria toda pretensión siquiera programática de examen de conjunto. Es preciso, por ello, decidir qué se ha de elegir como término de comparación. La cuestión es incluso anterior y previa: ¿es posible comparar alguna dimensión de lo asturiano con lo carolingio? Cabe señalar que en principio, se han de seleccionar entes de escala semejante: no es ni admisible metodológicamente ni útil heurísticamente comparar planimetrías de los modestos edificios asturianos con las enormes basílicas catedralicias o monásticas de los grandes centros imperiales. La actividad puede resultar más fértil si se traslada la comparación al ámbito de las técnicas, tanto del empleo, manejo y puesta en fábrica de los materiales de construcción, como de las capacidades de proyección y trazado, y la selección de los elementos de construcción y las formas arquitectónicas resultantes de los mismos; o al de los repertorios decorativos; o al de las iconografías conservadas o transmitidas por las fuentes documentales. También resulta instructiva la evaluación de las actitudes ante el propio hecho artístico: ante la imagen, ante el spolium, ante el pasado como fuente de inspiración o copia, ante el valor y lugar de lo decorativo, etc. Profundizando en este sentido, cabe preguntarse por la comunidad o divergencia en la selección de las fuentes de inspiración, por los cauces de acercamiento a esas fuentes, por la estructura de las combinaciones de elementos dispares en su origen, etc. En cualquier caso, los ejemplos seleccionados pertenecen siempre a la arquitectura de escuela, de promoción aristocrática, única susceptible de contener rasgos materiales o formales susceptibles de generar difusión o recepción. Dejamos conscientemente a un lado los innumerables
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casos de edificios religiosos de una única nave y santuario, bien rectangular, bien absidado, construidos en mampostería, y cubiertos con madera, así como los muy numerosos casos de arquitectura de madera cuyas huellas han ido identificándose en las múltiples excavaciones arqueológicas del último medio siglo (Ahrens, 2001). Un territorio clave para la dilucidación de estos aspectos es la Cataluña sometida al Imperio carolingio. Los condados integrantes de la Cataluña Vieja, al Norte del Llobregat, formaron parte del Imperio desde los años iniciales del siglo IX y a lo largo del todo el X. Aunque apenas se cuenta con restos arquitectónicos fechables en el IX, han llegado a nuestros días numerosos templos documentados en el X. La comparación de su arquitectura con la coetánea franca es instructiva para ponderar hasta qué medida la integración en una estructura política determina o no la asimilación en otros campos de la realidad social. Las síntesis efectuadas hasta la fecha (Junyent, 1983; Pagès, 1983) permiten afirmar que la arquitectura catalana del X no es carolingia, al menos en el sentido que denota la arquitectura del área nuclear del Imperio. Del mismo modo, es preciso corregir la tan afirmada observancia de la liturgia romana en Cataluña desde el mismo momento de la conquista carolingia, habida cuenta sobre todo de la existencia de libros hispánicos en los inventarios dotacionales de los numerosos templos cuyas actas de dotación y/o consagración en los siglos IX y X han llegado de una manera u otra a nuestros días.36 Se adivinan así unos usos mixtos, con sacramentarios francos para las fórmulas de la misa y libros hispánicos para las lecturas y otras ceremonias. De hecho y abundando en la idea, la preocupación carolingia por la unidad litúrgica en las tierras del Imperio hace referencia sobre todo a la unificación de los formularios eucarísticos, de tal manera que todos los celebrantes del Imperio pronunciaran las mismas palabras consecratorias, repitiendo con la mayor perfección lingüística posible el formulario fijo del canon romano,37 como contribución esencial a la eficacia de la acción sacramental (Angenendt, 1998: 384-386). Para el resto de los ritos, sacramentos o sacramentales, las costumbres locales o regionales no fueron cuestionadas, al menos a corto plazo, ni hubo efectiva capacidad política para ejecutar la sustitución total de los misales previos. 36
Cf. Baraut, 1986. Sin poder atender la abundante bibliografía generada por la reforma litúrgica emprendida por Carlomagno, vid: Vogel, 1965; Chelini, 1997: 286-288. 37
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Es dato que debe poner en guardia frente a las unívocas asociaciones o correlaciones lineales entre los diversos campos y dimensiones de la vida social. Abunda en esta idea la contemplación de la arquitectura catalana del siglo X conservada en alzado, que carece de todo vínculo con la coetánea arquitectura del área franca, a la que perteneció políticamente. Ni los aparejos, ni las plantas, ni los alzados encuentran paralelo en la arquitetura francesa coetánea. Por el contrario, en los casos mejor conservados de los templos menores rurales, la articulación espacial interior reproduce la de los templos hispánicos coetáneos, con la separación entre sanctuarium, chorus y extra chorum: Sant Romà les Arenes (Junyent, 1983: 84), Sant Martí de les Baussitges (id.: 88), Sant Joan de Bellcaire (id.: 89), Sant Julià de Boada (id.: 92), Santa María del Marquet o Matadars (id.: 126), Sant Esteve de Palau de Santa Eulàlia (id.: 139), Sant Climent de Peralta (id.: 170), Sant Martí de Fonolla (id.: 180). Del mismo modo, el empleo de formas en herradura es habitual, tanto en las plantas de los santuarios —donde coexiste con el cuadrado, el rectángulo y el trapecio— como en los arcos triunfales o fajones.
III.
APROXIMACIÓN AL TEMA
El punto de partida de la tradición visigotista apoya en la interpretación histórico-teológica que la historiografía astur de tiempos de Alfonso III elaboró sobre el papel del asturorum regnum en la historia de la salvación. La piedra angular es la enigmática frase del denominado Albeldense, o Epítome ovetense sobre la labor de Alfonso II (XV,9): omnemque gotorum ordinem, sicuti Toleto fuerat, tam in ecclesia quam palatio in Ovetao cuncta statuit (Gil et al., 1985: 174). La sentencia ha sido interpretada de múltiples formas, atendiendo tanto a los intereses y perspectivas historiográficas de cada investigador, como al sentido atribuido a la palabra clave, ordinem. Desborda el fin de esta ponencia recoger toda esta tradición exegética. No podemos sino citar el punto de vista institucionalista de Sánchez Albornoz (1972-75, II: 623-639), para quien el autor habría querido indicar tanto el restablecimiento de un sucedáneo simplificado del Palatium regis visigodo, como aparato cortesano y protoestatal, como la convocatoria de un concilio en 821 y el establecimiento de una sede episcopal en Oviedo. En clave histórico-artística ha interpretado Bango Torviso (1985) la frase como la afirmación de la renovación toledana en Oviedo, en el ámbito de la arquitectura y de la liturgia. Estas dos traducciones resumen las tendencias ingenuistas,
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podríamos decir, que confían en el carácter inocente de la fuente histórica. Otros autores, más críticos, advirtieron en el Albeldense la aplicación retroactiva a Alfonso II del ideal legitimador neogótico que los mozárabes inmigrados bajo Alfonso III habrían transmitido a éste como vector ideológico de su reinado (Barbero y Vigil, 1978: 262-278). El neogoticismo habría sido real, pero en tiempos de Alfonso III y como fórmula ideológica de legitimación de un poder político ajeno en sus orígenes a toda relación con el reino toledano.38 La cuestión se enreda historiográficamente con las elucubraciones sobre la idea del Imperio hispánico medieval, tan queridas a la erudición alemana y sus seguidores españoles (Hüffer, Schramm, Rassow, Menéndez Pidal, García Gallo, Sánchez Candeira, García de Valdeavellano). El nudo neogótico se revelaba esencial a ojos de estos estudiosos, deseosos de advertir huellas imperiales por cualquier rincón de la historia española. La continuidad sin solución del reino asturleonés respecto al reino de Toledo, unificador de la Península, independiente y de gran altura cultural, por comparación con los reinos francos, lombardos y anglosajones, garantizaba la estabilidad troncal de España como nación, articulada en torno al eje de la monarquía conciliar toledana. El marcado progoticismo isidoriano, patente en su obra historiográfica (Messmer, 1960: 87-137, esp. 107 y ss.), redundaba en el refuerzo de la tesis: la Hispania isidoriana tenía que pervivir en el reino astur, como vehículo de transmisión de la vertebración nacional y el manifiesto destino imperial. No es de extrañar que Oviedo haya sido visto como Neotoledo (Bango Torviso, Arbeiter, Barroso y Morín). Serlo es postulado esencial de esta construcción ideológica. Es más, como Sánchez Albornoz, que, según sus propias palabras, «triangulaba» desde el siglo VII al siglo X para encontrar las instituciones asturianas del IX, los autores citados se apoyan en lo asturiano conservado en alzado para proyectarlo sobre lo toledano desconocido, y a modo de rebote, 38 En todo caso, cuanto antecede en modo alguno puede interpretarse como alineamiento a favor de las tesis defendidas por ambos autores en relación con el tránsito de la Antigüedad a la Edad Media en el norte peninsular. Constituyen un ejemplo acabado de falsificación historiográfica, ayuno de todo fundamento real y producto de una inaceptable mezcla de antropología trasnochada (Lewis Morgan y Johannes Bachofen), ideología (Friedrich Engels), errores (la teoría del limes fronterizo frente a los «pueblos del Norte», la datación de la inscripción votiva del Pico Dobra en Ongayo, las supuestas necrópolis de limitanei en el valle del Duero, espejismo demolido por Ángel Fuentes en 1989) e ignorancia (por el desconocimiento existente en el momento de su formulación de la arqueología de los siglos V al X en el norte peninsular).
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de lo adivinado en Toledo por la proyección astur surge la razón histórica de lo asturiano, en ejemplar ejercicio de circularidad.39 Igualmente ideológica resulta la aplicación del modelo carolingio. El germen de la idea está en la historiografía política alemana del denominado Geisteswissenschaftlicher Positivismus (Andresen, 2006: 78-93), dominante en el medio académico alemán a lo largo de la segunda mitad del XIX y primera mitad del XX. La caída del Imperio romano provocada por las migraciones de los pueblos (germánicos, se entiende) fue sucedida por la Völkerwanderungszeit, caracterizada por el nacimiento y consolidación de reinos «germánicos» dirigidos por las estirpes surgidas del macrotronco teutón, a lo largo de los siglos V al VIII, según el programa desarrollado por la voluminosa obra de Felix Dahn, Die Könige der Germanen. Toda Europa occidental es heredera de esta división, a cuyo estudio y justificación se dedicaron con fruición y esfuerzo ejemplares generaciones de historiadores austríacos y alemanes. La nueva unificación fue obra del Imperio franco a través de la familia carolingia, que abre la puerta de la Edad Media en la periodización habitual en la historiografía de lengua alemana. Así como los reinos de la Europa post romana fueron germánicos, del mismo modo los cuerpos políticos surgidos después y frente a la nueva invasión árabe eran igualmente germánicos, estuviesen o no integrados físicamente en el Imperio. En cuanto a la Península Ibérica no sometida al Islam, la cuestión resultaba especialmente sencilla: el sector pirenaico, Marca Hispánica; el sector cantábrico, principado dependiente del Imperio, mera hijuela del mismo. La prueba, una frase de la Vita Karoli (XVI) de Eginardo, en la que se aseveraba que Alfonso II de Asturias no consentía sino en ser llamardo proprium del mismo Carlomagno. El carácter de mero panegírico de tal Vita no ha dejado de ser señalado (Fliche, 19712: 122; Defourneaux, 19712: 93-94), y su función como retrato idealizado del monarca cuyo reconocimiento buscaban todos los poderes coetáneos desde Irlanda a Persia ha quedado bien establecida (McKitterick, 2008: 8), pero tal realidad no empece a la fortuna historiográfica del aserto. La consecuencia es lógica: si el reino es mera dependencia del imperio, su arquitectura no será sino simple arte carolingio en provincias. Y a buscar la prueba material 39 En los círculos académicos dominados por los herederos intelectuales de Sánchez Albornoz se mantiene un continuismo a ultranza, indefendible a todas luces. Paradigmas del caso son la obra de Besga Marroquín, Orígenes hispanogodos del reino de Asturias (Oviedo, 2000) o la síntesis de Ruiz de la Peña Solar, La Monarquía asturiana (718-910) (León, 1995).
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de esta dependencia se dedicó buen número de páginas, que atribuyeron unos u otros rasgos de los edificios asturianos a la «influencia» de los prototipos ultrapirenaicos, rasgos deducidos de segunda o tercera mano y ayunos de toda verificación empírica o de mera verosimilitud histórica, pues la conclusión no procedía del análisis, sino que derivaba de una intuición, ocurrencia o rememoración aleatoria, a partir del aislamiento de un rasgo cultural cualquiera y el rastreo de su paralelo en el repertorio tópico carolingio. Ante la situación expuesta, no cabe sino exponer sintéticamente los problemas existentes, cada uno de los cuales constituye por sí mismo una línea de investigación.
1.
EL
CAMPO DEL PROYECTO ARQUITECTÓNICO
Si dejamos a un lado los edificios civiles y la excepcional ermita de Santa Cristina de Lena, los templos asturianos conservados de los siglos IX y X ofrecen una disposición planimétrica de una considerable regularidad y repetición. Se trata de edificios basilicales, que constan de triple cabecera cuadrangular inscrita en testero rectangular recto con triple altar, un cuerpo de triple nave de tres o cuatro tramos sobre pilares —columnas en San Miguel de Lillo—, una o dos dependencias cuadrangulares abiertas normalmente al primer tramo de la nave —al segundo en el caso de San Pedro de Nora—, y un remate occidental de diversa configuración, que incluye pórticos abiertos, como en Santullano, o antecuerpos tripartitos de doble o triple alzado, como en Valdediós, Lillo, Gobiendes y Priesca. Sobre la capilla central aparece una cámara supraabsidal, sin acceso interior, que en el caso de San Salvador de Valdediós se completa con otras dos sobre las capillas laterales, completamente ciegas en este caso. En general la cubierta está abovedada con cañones en las capillas de la cabecera, en tanto que el aula y dependencias perimetrales se cubren con carpinterías de madera, a dos aguas en la nave central y a una aguada en las laterales. Excepción a esta disposición son los templos de San Miguel de Lillo y San Salvador de Valdediós, abovedados por completo. Militan en este tipo basilical asturiano Santo Adriano de Tuñón, San Salvador de Priesca, Santiago de Gobiendes, San Pedro de Nora, Santullano, con gran transepto indiviso, y con mucha probabilidad el desaparecido templo de Santa María del Rey Casto, al norte de la catedral de San Salvador de Oviedo. Santa María de Bendones ofrece analogías técnicas pero difiere del grupo en la ausencia del aula, sustituida por una
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amplia nave transversal a la que se abren las capillas del testero y a la que se añade un antecuerpo occidental tripartito de una sola planta. En cuanto a los accesos y circulaciones, los edificios asturianos, desde Santianes de Pravia, incluyen normalmente una puerta en el hastial occidental, precedida o no de pórtico abierto, y dos puertas en los muros laterales del aula, abiertas al segundo o tercer tramo de la nave, extracanceles. Así ocurre con Santullano,40 San Pedro de Nora, San Salvador de Valdediós, San Salvador de Priesca41 y Santiago de Gobiendes. Es tentador atribuir estos accesos laterales a una segregación del público en función del sexo, que se mantendría de este modo separado en el culto. Las referencias a esta segregación en las ceremonias bautismales asignan el norte a los varones y el sur a las mujeres. Otros templos, como Santa María de Bendones y Santa Cristina de Lena, de nave única, disponen de una única puerta a occidente, circunstancia que comparten con Santo Adriano de Tuñón, pese a que el aula es tripartita en este caso. Desconocemos si San Miguel de Lillo tuvo otras puertas además de la occidental, y puede darse por seguro que Santa María del Rey Casto no tuvo acceso desde occidente, al menos desde la colocación del panteón, en tanto que sí lo tuvo al Sur, por donde se efectuaba la comunicación con la inmediata basílica de San Salvador. Por último, conviene reseñar que la Cámara Santa tiene dos puertas al norte y al sur, simétricas y extracanceles, en la cripta inferior de Santa Leocadia, y difícilmente pudo tener otra a occidente, en tanto que la capilla superior de San Miguel solamente dispone de puerta en el hastial oeste. Están por analizar monográficamente las huellas arqueológicas halladas en los sectores occidentales de algunos templos visigodos, que vienen interpretándose como asiento de tribunas o contracoros (Gerena, San Pedro de Mérida, El Bovalar) (Godoy, 1995: 66-85) y entendiéndose por ello como antecedente de los antecuerpos occidentales asturianos. Es claro, a la luz de la situación de los accesos occidentales en los templos asturianos, que en Asturias se ha perdido el contracoro visigodo, fuese cual fuese el sentido y la morfología que éste elemento hubiese adquirido. Funcionalmente por ello, ningún vínculo hemos de establecer entre tales estructuras occidentales tardoantiguas y los antecuerpos asturianos. 40 El templo incluye dos puertas a sendos pórticos del transepto, la meridional de considerable mayor tamaño que las restantes, y otra puerta más en el muro norte del aula. 41 En este caso la apertura de la puerta septentrional supuso la eliminación de un estribo, tal y como las excavaciones de Adán et al. en 1999 pusieron de manifiesto.
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La organización y segregación internas de los edificios de culto eucarístico ofrecen claros testimonios de la distribución tripartita jerarquizada del interior de los templos, de tal forma que son las huellas de los canceles asturianos el más firme apoyo para la reconstrucción de la segregación litúrgica del espacio en la Iglesia hispana. En efecto, las tres capillas de la cabecera están cerradas por canceles bajos, al igual que el tramo más oriental de las tres naves del aula cuando existen, y es a éste espacio segregado al que se abren las dependencias laterales cuando aparecen. El ejemplo paradigmático es San Salvador de Valdediós, al que sigue San Salvador de Priesca. Es ya tópico recurrir al canon XVIII del IV Concilio Toledano (633) para explicar esta disposición, de este a oeste: altare, chorus, extra chorum. Santullano magnifica la segregación introduciendo un gran transepto corrido separado por arco de triunfo de monumentales proporciones. Santa Cristina de Lena ofrece un escenográfico ejemplo de esta disposición, al combinar el cancel bajo con un arco triunfal sobre podio elevado y un santuario sobresaliente al Este, aún más elevado, con altar invisible desde el aula. Una organización similar ya se advierte en edificios visigodos (Godoy, 1995; Bango, 1997; Arbeiter, 2003; Caballero y Sáez, 2009), lo que indica que en este aspecto la continuidad de usos se mantuvo, al igual que los templos mozárabes y de repoblación, como Santa Lucía de El Trampal (Caballero y Sáez, 1999), Santiago de Peñalba (Gómez Moreno, 1919) o San Miguel de Escalada (Gómez Moreno, 1919), por no citar sino los casos más conocidos. Igual organización interna se aprecia en la arquitectura copta, con el mismo léxico, pues el transepto ante la triple cabecera se denomina khurus (Gabra, 2002: 48). El estudio de templos visigodos del siglo VI, anteriores a dicho IV Concilio Toledano, ha permitido, sin embargo, describir aulas con solea o pasillos cerrados a lo largo de la nave central, como en las basílicas de doble ábside de Casa Herrera (Caballero y Ulbert, 1976: plano IV), Torre de Palma II (Ulbert, 1978: 101-102; Maloney, 1995: 454-455) y posiblemente en El Germo (Ulbert, 1978: 114). El mismo Ulbert ha señalado dos paralelos norteafricanos a este corredor longitudinal que une los dos polos del templo: Tebessa y Junca III, con la importante salvedad de que los ejemplos hispánicos ejecutan la delimitación espacial con obra de fábrica, que falta en los africanos, concluyendo que nos hallamos ante una solución específicamente hispánica, de la que excluye la ascendencia africana o bizantina (Ulbert, 1978: 134-135). La desaparición de estos pasillos en los templos del siglo VII podría ser indicio de que la
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constitución icnográfica tripartita del templo hispánico en sus aspectos funcionales deriva de la sistemática aplicación del canon toledano del 633, actuando este rasgo entonces como inequívoco terminus post quem.42 De estos rasgos la novedad más importante respecto a los templos visigodos es la cabecera triple con tres altares eucarísticos, inexistente en la arquitectura anterior al siglo VIII. En este caso, la arquitectura asturiana continúa la tradición hispánica del altar situado en el interior del santuario o capilla, constante hispánica que particulariza los templos hispánicos frente a los romanos, africanos, griegos o ilirios paleocristianos, con altar situado en el tercio de la nave inmediato al ábside, que contiene la sede del clero en el synthronon o banco semicircular que circunda su perímetro interior.43 Esta situación debe hacer reflexionar a los defensores de la tesis del origen africano del cristianismo hispánico, junto con las objeciones que en su momento puso al tema Sotomayor (1978). Por el contrario, es norma en los templos sirios paleocristianos la colocación del altar en el centro del ábside o adosado a su muro oriental (Peña, 1995: 81 y nota 25). Tipológicamente, en los templos conservados en alzado en Asturias se documentan altares de bloque, con mesas colocadas sobre macizos de mampostería, 42 No obstante tampoco es inequívoca la explicación que ofrecemos: el concepto de chorus es funcional y no arquitectónico. No determina morfología sino disposición. Es perfectamente posible comprender el espacio de la solea y los dos ábsides como integrantes del chorus, al que no pueden acceder en modo alguno los laicos, a los que se distribuiría la comunión desde la propia solea ante los canceles o muros comulgatorios que aíslan la nave central del aula de las laterales. 43 Ejemplos romanos entre los siglos IV y V: San Juan de Letrán (Brandenburg, 2005: 262); San Pedro Vaticano (Arbeiter, 1988: 181-184); San Pablo Extramuros (Brandenburg, 2005: 285); San Clemente (Brandenburg, 2005: 295); Santa Maria Maggiore (Brandenburg, 2005: 304); Santa Agnese f.l.m. (Brandenburg, 2005: 321). Ejemplos africanos: Gran Basílica de Hipona y Basílica de las cinco naves de Hipona (Marec, 1958: 28-29, 194) y todos los ejemplos de basílicas de doble ábside recogidas por Duval, 1973. Ejemplos griegos: San Demetrio de Tesalónica II (Hoddinott, 1963: 127, 131), Hagia Maria Acheiropoietos de Tesalónica (Hoddinott, 1963: 156), Basílica de Tumba, Tesalónica (Hoddinott, 1963: 159), Basílica del obispo Philippos de Stobi (Hoddinott, 1963: 162; C´ur¤ic´, 2010: 113), Basílica A de Filipos (Hoddinott, 1963: 170; C´ur¤ic´, 2010: 116), Basílica de San Leónidas, Lechaion, Corinto (C´ur¤ic´, 2010: 127), Basílica cruciforme de Thasos (Hoddinott, 1963: 180), Basílica B de Filipos (Hoddinott, 1963: 189; C´ur¤ic´, 2010: 207), Basílica B de Nikópolis (C´ur¤ic´, 2010: 131), Basílica A de Nea Anchialos (C´ur¤ic´, 2010: 132), Basílica Katopoliane, Paros (C´ur¤ic´, 2010: 236). Ejemplos ilirios: Basílicas del complejo martirial de San Anastasio de Marusinac, Salona (Hoddinott, 1963: 42; C´ur¤ic´, 2010: 128), Basílica doble de Aliki (C´ur¤ic´, 2010: 162), Hissar (C´ur¤ic´, 2010: 136).
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inexistentes en la arquitectura tardoantigua, y aislados en otras fábricas posteriores se han conservado tenantes de altar que permiten suponer, como en Santianes de Pravia, el empleo del altar de soporte único (García de Castro, 1995: 215-216; 2008a: 146147). No se ha conservado un solo caso de altar sobre soporte múltiple, de los que existen abundantes testimonios en el período precedente (Sastre, 2009). Tampoco existen entre los edificios tardoantiguos cámaras supraabsidales, ni antecuerpos occidentales como los desarrollados en triple planta y doble alzado. Parece claro igualmente que la disposición tan regular de la o las sacristías o dependencias auxiliares del culto en los templos asturianos y coetáneos de otros ámbitos geográficos, vinculadas al espacio intracanceles, ha sustituido a la variabilidad visigoda de las mismas dependencias, cuando aparecen. Lo mismo se puede predicar de los accesos, normalizados en Asturias —al oeste, al norte y al sur— y muy variados en los anteriores templos. Por el contrario, en Asturias han desaparecido los baptisterios individualizados arquitectónicamente, bien en habitaciones diferenciadas, bien como edificios exentos, comunes en los templos de época visigoda: la reducida piscina de Santianes, situada en la esquina SO del aula no tuvo descendencia en la arquitectura de los siglos IX y X. El bautismo infantil se desarrolla en pilas de piedra, de las no conservamos ninguna in situ,44 pero de las que hemos conservado algunos ejemplos (García de Castro 1995: 238-246), incorporados en templos de fábricas posteriores. Igualmente ha desaparecido en Asturias el uso funerario del interior de los templos: los enterramientos altomedievales se sitúan en su totalidad en el entorno inmediato del edificio. En el interior solamente se disponen tumbas privilegiadas, como en el panteón episcopal que configura desde el mismo proyecto originario la Cripta de Santa Leocadia de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, o en el edículo bajo tribuna que acogió cuerpos reales asturleoneses a los pies de Santa María del Rey Casto (García de Castro, 1995: 398-404), tratándose en esta ocasión de una reforma del edificio preexistente. En este sentido, la Cámara Santa y su panteón coetáneo anejo por el Norte (García de Castro y Ríos, 2004) ofrece una solución al problema de los mausoleos episcopales ad sanctos a fines del siglo IX, que invaden el espacio catedralicio sin insertarse aún en el interior de los 44 El ejemplo de Priesca, que en 1995: 435 consideré verosímilmente in situ, ha sido excavado con posterioridad, documentándose la reforma del pavimento en la restauración de Luis Menéndez-Pidal. García Álvarez et al., 2000: 305.
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templos principales, perfectamente coherente con los que se sabe de otras latitudes por las mismas fechas, como Renania (Gierlich, 1990). Es posible concluir de este rápido vistazo, que los templos asturianos responden a raíz distinta de lo conocido en tiempos del Reino toledano. Se aprecia en Asturias una fijeza programática que solamente se explica por la existencia de una dirección única, situación radicalmente diferente de la vigente en tiempos visigodos, donde la heterogeneidad de la promoción edilicia es la norma. El hecho ha de ponerse en relación con la política general del reino asturiano, en el que la cristianización —eclesialización— territorial es correlato de la sujeción política, frente a la situación vigente en tiempos visigodos, donde la iniciativa de fundación templaria es tanto privada como institucional o pública, lo que explica la variedad de modelos, soluciones y necesidades. La arquitectura asturiana es signo patente de programa político y dirección unificada, y atestigua sobre la capacidad de dominar y manejar las conductas, al disciplinar la práctica funeraria, con plena aplicación de los cánones del Concilio I de Braga, y al imponer un tipo arquitectónico normalizado. En este sentido, cabe apuntar la hipótesis siguiente, referida a la cristianización del territorio nuclear del Reino astur. La uniformidad tipológica, la disciplina en el uso, la marcada dirección que se aprecia en la implantación topográfica de buena parte de los edificios —en vegas fluviales o valles carentes de toda defensa (Santianes de Pravia, Tuñón, Nora, Bedriñana, Santullano, Gobiendes, Valdediós, los mismos edificios del monte Naranco, y la mayor parte de los templos que poseen restos arquitectónicos prerrománicos en fábricas posteriores45)—, todo apunta a una eflorescencia súbita de la cristianización geográfica, en ambiente de tranquilidad garantizada por un poder político que ha sometido el cuerpo social al control suficiente como para establecer la ausencia de violencia. Es tema que merece una investigación sosegada, que confirme o refute la intuición que se esboza en estas líneas. Los primeros signos cristianos en territorio asturiano remontan a fines del VI —inscripción fundacional de San Martín de Argüelles, del 583 (García de Castro Valdés, 1995: 80-81), con la ade45 Ventanas: San Román de Sariego, Santiago de Sariego, San Cipriano de Pillarno, San Pedro de Ese de Calleras, San Lorenzo de Cortina, San Nicolás de Bañugues, San Miguel de Bárzana del Monasterio, San Martín de Salas; celosías: San Miguel de Villardebeyo, Santa Eulalia de Morcín, San Martín de Argüelles; epigrafía: Santa Eulalia de Ujo, San Juan de Duz, San Julián de Graméu, San Juan de Llamas, Santa Eulalia de Selorio, Santa Eulalia del Valle.
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cuada advocación al santo turonense impulsada por el homónimo obispo de Braga— en perfecta coherencia cronológica con la misión de San Millán en tierras del alto y medio Ebro y la actuación pastoral de Martín Bracarense. Hay otro testimonio funerario aislado del 643 en la placa reutilizada como celosía en el arco triunfal de Santa Cristina de Lena (García de Castro, 1995: 57). Del siglo VIII, la fundación de Favila en Cangas de Onís, del 737, y nada más hasta el siglo IX. Ahora bien, la epigrafía funeraria del Alto Ebro (Martín Gutiérrez, 2000) manifiesta inequívocos caracteres paganos en el siglo VIII —ausencia de signos y formulario cristianos, onomástica de tradición prelatina—, que desaparecen en la centuria siguiente, coincidiendo con la expansión uniforme de las fundaciones eclesiásticas y su correspondiente arquitectura. Todo conduce a postular una explicación común a estos fenómenos, que estriba en la acción de un poder político ya estable tras los disturbios de la octava centuria. El paralelo de la actuación carolingia en Sajonia se hace inevitable: conquista violenta a fines del VIII, expansión de la cristianización territorial en el IX (Lobbedey, 1999). Ahora bien, ello no implica postular que la arquitectura asturiana carezca de raíces tardoantiguas. Su estética interior, iluminación, estructura basilical, acabados exteriores, son trasunto de los templos basilicales paleocristianos, como en su momento defendimos frente a quienes veían en ellos una anticipación del románico (García de Castro, 1995). En este sentido, las basílicas asturianas ofrecen una espacialidad interior en general diáfana, muy superior a la que se percibe en templos precedentes o inmediatamente posteriores, donde es patente la voluntad de ocultación y de segregación interna: así ocurre en Nazaré, Las Ollas, las dos basílicas de Bobastro (Martínez Enamorado, 2004), El Trampal —este caso en grado máximo—, siempre y cuando no valoremos elementos de ocultación no arquitectónicos, como velos o cortinajes. En relación con la arquitectura carolingia, examinaremos específicamente, por su trascendencia historiográfica y la confusión derivada conceptual y planimétrica, el problema del antecuerpo occidental asturiano, y, por extensión, hispánico, y los antecuerpos de la Europa carolingia y post carolingia. a.
Las estructuras occidentales en la arquitectura carolingia (siglo IX)
La primera tesis explicativa apunta en la dirección de los Westwerke o Westbauten carolingios, en una línea de interpretación arquitectónica entroncada con
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la historiografía germanófona, que insiste en considerar derivados de tales edificaciones carolingias todas las estructuras occidentales posteriores de la arquitectura religiosa europea. El problema de definición funcional y formal del Westwerk, cuerpo occidental o église-porche, ha de replantearse en su totalidad tras las críticas a que ha sido sometida conceptualmente por Schönfeld (1999: 110-113). Por razones de divergencia formal, no consideraremos en este estudio comparativo otras soluciones arquitectónicas de la bipolaridad litúrgica, como los contraábsides o los transeptos occidentados. Ambos modelos constituyen sendas tradiciones tipológicas derivadas en última instancia de la voluntad de renovación paleocristiana more romano46 expresada por la primera generación carolingia, y con amplia descendencia en la arquitectura otoniana y románica, especialmente en los países al Este del Rin. En cualquier caso, es preciso tener en cuenta que nunca se trata de estructuras arquitectónicas independientes del cuerpo basilical en el que se insertan, y que su construcción fue paralela o coincidente con la reforma y ampliación del polo oriental de la misma basílica como los casos de Corvey y Halberstadt demuestran (Schönfeld, 1999: 82). Por otro lado, del catálogo de Westwerke del siglo IX conocidos bien en su alzado, bien en su planta inferior a partir de excavaciones o análisis arqueológicos de su arquitectura —abadía de Corvey-an-derWeser (Schönfeld, 1999: 77-81, 151-156), abadía de Centula-Saint Riquier (Bernard, 2002: 94-100), catedral de Reims I (Balcon y Berry, 2002: 108-126), abadía de Saint-Denis de París II y III (Jacobsen y Wyss, 2002: 78-79 y 85-86), catedral de Halberstadt Ic (Schönfeld, 1999: 81-84, 165-170)— se puede establecer que estaban concebidos siguiendo esquemas de planta mayoritariamente cuadrada, articulados en tres pisos, apreciándose no obstante variantes tipológicas notables entre los diversos subtipos, referidas entre otros caracteres al mantenimiento o no de la axialidad y transitabilidad en sentido O-E desde la entrada a la cabecera. Así, el representado por Corvey (873-885) dispone de un piso inferior, que consta de una dependencia central articulada mediante una retícula de columnas o pilares, rodeada de pasillos al norte, sur y este, en tanto que al oeste se distribuyen las cajas de escaleras y el pórtico de ingreso, todo ello abovedado; el piso superior o central repite la composición de la inferior, prescindiendo de las columnas, mientras que 46 El concepto fue desarrollado por el artículo clásico de Krautheimer, 1942: 1-38.
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no es segura la existencia de tribunas laterales al Norte y al Sur abiertas mediante arquerías sobre la sala central, tal y como la reconstrucción tradicional ha venido sosteniendo (Schönfeld, 1999: 79-80). Halberstadt Ic (859) ofrece un antecuerpo organizado en torno a una tumba preexistente, incorporada con la ampliación al interior del templo catedralicio y determinante de la organización interna del espacio occidental de éste. No se puede apreciar una organización paralela a la de la planta inferior de Corvey (Schönfeld, 1999: 82-83) El subtipo representado por Reims se considera la fuente de los primeros tipos otonianos (Lobbedey, 2002: 70-71) —o reducidos, según la terminología tradicional (Schönfeld, 1999: 87-110)—, como las catedrales de Werden (943), Minden III (952), Paderborn IId (derribado en 1000) y Halberstadt II (965). Debido a la actividad constructiva de los obispos Ebbo (816-835) e Hincmar (845-882), y rematado sin duda antes de 862, fecha de la consagración de la catedral, el macizo occidental de Reims, constaba de una planta inferior cubierta por bóvedas sobre apoyos, dispuestos en retícula de 3 × 3, y comunicado al Este con la nave mediante muro pantalla con arquerías, habiéndole sido añadido en los siglos X-XI una fachada-porche con dos torres laterales (Balcon y Berry, 2002: 124-126). Sin embargo, Werden se revela como una construcción compleja, derivada más bien de Corvey, aun cuando con notables diferencias en la organización de las dependencias laterales y como Corvey construido con posterioridad a la nave basilical (Schönfeld, 1999: 87-90). Por el contrario, en Minden III el antecuerpo fue planificado y construido a la vez que el cuerpo basilical y presenta como característica peculiar la presencia de un gran portal abierto flanqueado por poderosas torres occidentales, que se abren a un espacio interior sostenido por dos filas de pilares, circunstancia que comparte con Paderborn IId, donde el antecuerpo se añade a una basílica preexistente. Similar aspecto presenta la solución de Halberstadt II (Schönfeld, 1999: 92), con un cuerpo occidental alineado igualmente con la basílica. Se da la circunstancia de que son estos ejemplos otonianos los únicos que mantienen la planta baja con pilares en el espacio central, al modo de Corvey, mientras que no se conoce ningún otro antecuerpo del siglo IX que los haya poseído (Schönfeld, 1999: 9091). Tipos cronológicamente posteriores, como la serie sajona de Freckenhorst, Neuenheerse, Paderborn III, Gernrode, definen soluciones diferentes, en algún caso incorporando contraábsides, caracterizadas por las torres circulares angulares y la reducción espacial del sector central, mientras que la pareja Sankt
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Pantaleon de Colonia II y Sankt Patrokli de Soest, vinculados por su común promotor Bruno de Colonia, constituyen una solución independiente, con poderosos anejos laterales sobresalientes del cuerpo basilical y la desaparición del piso superior del sector central. Destaca, frente a la tradicional reconstrucción de Effmann (1912), la nueva interpretación arqueológica del macizo de Saint-Riquier-Centula, consistente en la articulación de una torre de doble muro octogonal interior y de dieciséis lados al exterior, al modo de la planta de Aquisgrán, cuya sala central de la planta inferior posee la cubierta abovedada típica sobre retícula de pilares y acompañada de cuatro augmenta a los cuatro puntos cardinales, actuando el oriental como tránsito a la nave y el occidental como pórtico de ingreso desde el exterior. En ella se albergaba la capsa maior con el relicario cristológico. Ni en la planta inferior ni en el primer piso, donde se situaba el altar del Salvador, existía deambulatorio entre los dos anillos de la torre, sino solamente en el tercer piso, donde se ubicaba la tribuna con el coro infantil (Bernard, 2002: 95-100).47 Por su parte, las excavaciones llevadas a cabo en la abadía de Cruas han documentado un antecuerpo occidental tripartito, con dos fases carolingias, en el que la sala central mantiene funciones probablemente martiriales, en tanto la sala meridional alberga la escalera hacia la tribuna central, separado de la nave mediante un espacio bien delimitado por gruesos muros, que bien pudieron soportar tribunas laterales, abiertas sobre este mismo espacio central a oriente del macizo occidental (Tardieu, 2002: 217-222).48 Se discute la fecha del macizo occidental de la abadía de Saint-Pierre de Jumièges, construcción cuadrada con tribunas y amplio arco hacia la nave, de 8’60 × 8’60 m, que para algunos autores pertenece a finales del X en tanto otros la sitúan en el primer tercio del IX (Le Maho: 2002: 283-284). Existen, no obstante, ejemplos fechables igualmente en el siglo IX de estructuras occidentales más sencillas, compuestas por simples vestíbulos con tribuna superior y dos torrecillas para las escaleras de 47 Sobre estas torres de planta central en la abadía de Centula, que la documentación medieval denomina buticum, fue pionera la investigación de Möbius, 1985: 27-45. Una estructura similar propone Le Maho (2002: 281-282) para SaintÉtienne de Rouen a principios del IX: torre occidental circular y antecuerpo compuesto por pórtico y tribuna accesible mediante dos torrecillas circulares, al modo del reducido Westwerk de Aquisgrán. 48 Esta reconstrucción permite proponer una interpretación funcional del templo carolingio consistente en dos santuarios, de peregrinación martirial al Oeste y monástico restringido al Este.
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acceso, a ambos lados de este cuerpo rectangular. El más conocido es el de la capilla palatina de Aquisgrán, obra de Carlomagno y datado en la penúltima década del VIII (Kreusch, 1965; Hugot, 1965; Hugot, 1984). Por otro lado, las excavaciones llevadas a cabo en el espacio occidental de Saint-Germain de Auxerre han permitido exhumar una compleja secuencia de modificaciones del antecuerpo carolingio, del siglo IX, inicialmente constituido por un espacio cerrado de tres naves de tres tramos, de 17 × 15 m, situado en el interior del atrio merovingio, y con un piso superior sobre forjado de madera. Se sabe que albergó un altar dedicado a San Juan Bautista y que estaba abierto a occidente. En el siglo X fue ampliado ligeramente hacia el Oeste, hasta alcanzar 17 × 17 m. A principios del XI fue transformado en una estructura reticulada de cuatro naves de cuatro tramos, totalmente abovedada, que a su vez, a fines del mismo siglo, fue reformada, eliminándose los pilares centrales y convirtiéndose las naves laterales en meras tribunas (Sapin, 2002: 398-402). En modo alguno es segura la presencia de altares en todos estos sectores occidentales. De hecho son excepcionales los atestiguados arqueológica o documentalmente. Por ello, cae por su base la interpretación litúrgica que a partir de su formulación por Carol Heitz ha hecho fortuna en la investigación europea. En síntesis, tal interpretación, fundada sin crítica en las reconstrucciones de Wilhelm Effmann y Alois Fuchs, identifica al Westwerk con un santuario, paralelo en su funcionamiento al situado en el Ostwerk, o cabecera del templo, y dotado de uno o más altares, superpuestos en algún caso, con acción litúrgica independiente y no simultánea a la que se desarrolla en el Ostwerk. Por ello, el elemento definitivo del que hay que partir para hablar funcionalmente de Westwerk es la existencia indubitable de altar, tanto en la planta baja como en la tribuna, y de cultos específicamente desarrollados en este escenario. De ningún modo el Westwerk es una tribuna elevada destinada a la asistencia al culto49 celebrado en 49 Esta idea, recurrente en muchas de las miles de páginas dedicadas al asunto por la historiografía, procede de una ya centenaria y errónea interpretación del Westwerk de la capilla palatina de Aquisgrán, según la cual el rasgo definitorio de este espacio es el trono supuestamente erigido por Carlomagno para asistir al culto, en el piso superior del Westwerk, frente al altar oriental y elevado respecto a los súbditos, a los que se suponía asentados en el interior de la planta baja del octógono. Esta reconstrucción funcional rigió la recolocación de las rejas de bronce en el lugar (1815), tras la recuperación de las mismas una vez derrotado definitivamente el Imperio napoleónico que las había expoliado en 1806. Se modificó así la disposición original de estas rejas, que impedían el acceso al trono desde la escalera, intercambiando las rejas oriental
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el polo oriental del templo; al contrario, las celebraciones en ambos polos litúrgicos son incompatibles y excluyentes entre sí: o bien se celebra en el polo oriental, o bien en el occidental, pero nunca simultáneamente, aun cuando ambos polos puedan estar integrados en liturgias estacionales dentro del mismo edificio.50 Dado que son pocos los altares documentados, es difícil sostener tal destino unívoco para estos antecuerpos occidentales, tan divergentes formal y funcionalmente entre sí. Carecemos de toda noticia sobre la presencia de altares en estos espacios occidentales asturianos, por lo que toda asociación con las disposiciones arquitectónicas ultrapirenaicas no pasa de especulación escasamente fundada. En este sentido, conviene tener en cuenta las diferencias de escala arquitectónica entre los antecuerpos asturianos, que miden aproximadamente51 10 × 4 m (Lillo), 5’60 x 4’80 m (Lena), 8 × 4 m (Valdediós), y los Westwerke conocidos, que alcanzan por término medio 21 × 20 m en los tipos del IX (ej.: Corvey), o los superan (ej.: Saint Riquier, 25 × 25 m; Reims, 24’50 × 14 m) y 22 × 12 m en los tipos otonianos (ej: Gernrode; medidas similares —con puerta— y occidental —sin puerta—, de acuerdo con la teoría directriz, de tal manera que se creó acceso directo desde la escalera del Westwerk al trono. Ello no dejó de provocar protestas por parte de los entendidos contemporáneos, conscientes de la falsificación histórica que se llevaba a cabo (Carl Peter Bock, en informe conservado en el Aachener Domarchiv). No obstante, se impuso la teoría del trono imperial, que se expandió como criterio de explicación de todas las tribunas occidentales altomedievales de la arquitectura europea. La demolición intelectual de esta falsificación se debió a la iniciativa de Leo Hugot, Dombaumeister de Aquisgrán, en 1976. El año anterior había dipuesto efectuar dataciones dendrocronológicas a partir de tres muestras de la pieza de enlace de madera —a modo de cola de milano—, existente en la unión de dos placas marmóreas del zócalo del trono, preservadas de las manipulaciones posteriores. Las tres muestras obtenidas para las dataciones, que fueron realizadas por Ernst Hollstein, arrojaron una fecha uniforme para el corte del roble en el año 935, lo que determinó sin duda alguna que la fecha de colocación del trono en el espacio superior del Westwerk es la del 936, año de la coronación de Otón I, confirmando así el relato cronístico de tal ceremonia redactado por Widukind de Corvey (Res gestae saxonicae, II, 1). El mismo relato no deja lugar a dudas sobre la distribución de los asistentes al culto: clero y emperador en el espacio central inferior, bajo la cúpula y ante el altar de Santa María. Los laicos en ambos pisos del deambulatorio. Vid. Hugot, 1976: 41-42. Debo la obtención de copia de este trabajo a la amabilidad de Roland Wentzel. La información ya fue difundida en obras generales que tratan de la catedral de Aquisgrán. Cf. Untermann, 1993: 94 y 109; Binding, 1996: 79; Schönfeld de Reyes, 1999: 59. 50 Como síntesis de estos problemas, Schmidt, 1956: 347438; Heitz, 1963; Möbius, 1968; Jacobsen, 1999: 623-642; sobre todo, Schönfeld, 1999; Sapin (ed), 2002; Dierkens, 2002. Para el tema en relación con las estructuras asturianas, García de Castro, 1997: 159-170. 51 Dimensiones exteriores.
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en las catedrales de Rouen y Winchester, 25 × 7’50 m; 22 × 10 m en Nivelles; 21 × 11 m en Freckenhorst; 20 × 12 m en Oberkaufungen; macizo algo menor en Sankt Pantaleon de Colonia, 17’2 × 12 m), dato que es por sí mismo indicativo de diferencias y posibilidades de uso de ambas construcciones. Asimismo, los antecuerpos clásicos, en la medida en que sus alzados puedan ser reconstruidos, poseen una organización del alzado en tres alturas superpuestas, con cuerpos laterales para albergar las escaleras, lo que les confiere un característico aspecto turriforme al exterior, que en modo alguno se puede postular en Asturias. b.
Las estructuras occidentales tardoantiguas y altomedievales hispánicas
La segunda corriente interpretativa ha insistido en la tradición hispánica, supuestamente funeraria, de los espacios occidentales de la Alta y Plena Edad Media, sobre todo a partir del trabajo de Bango Torviso (1992b). A este respecto, ninguna de las estructuras occidentales altomedievales asturianas se articula como espacio abierto, de tres naves interiores, al modo de los antecuerpos de San Isidoro de León y San Pedro de Teberga. Las que pueden vincularse a los proyectos originarios —San Miguel de Lillo,52 quizás San Salvador de Valdediós— disponen de un piso inferior de acceso y de un piso superior diversamente organizado y de función desconocida. Nada sabemos sobre la morfología del panteón occidental de Santa María de Oviedo, salvo las descripciones de Morales y Carvallo y los escasos datos procedentes de las noticias de Aurelio de Llano,53 según los cuales este espacio configuraría una reforma posterior al proyecto inicial y en cualquier caso sin división tripartita interior. Al margen de los antecuerpos occidentales, que constituyen el elemento tradicionalmente esgrimido para vincular Asturias con el Imperio franco, se pueden repasar brevemente otros tipos arquitectónicos creados en el solar carolingio, que constituyen rasgos significativos de su praxis constructiva y proyectual. En primer lugar, las basílicas denominadas Zellenquerbauten, o del tipo Inden-Steinbach (Hugot, 52 En 1995: 431-432 expuse las dudas que despierta la organización interior del macizo occidental de Lillo, y la posibilidad de que tal ordenación sea el resultado de una modificación de la estructura inicial. Comparten la tesis Caballero et al. 2008: 16-22. 53 Sobre todo ello, García de Castro Valdés, 1995: 395-398.
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1968; Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1997). Se trata de edificios de tres naves de tres tramos, con cabecera de tres ábsides, el central de mayor dimensión, precedidos de tramo cuadrangular, y un pseudotransepto tripartito, compuesto en realidad por un tramo de crucero y dos dependencias laterales cerradas, con puertas al mismo transepto. Han sido puestas en relación con la reforma monástica emprendida por Benito de Aniano bajo la iniciativa de Ludovico Pío, a partir de los sínodos de Aquisgrán de 816 y 817 (Jacobsen, 1983; Jacobsen, 1992: 261-320), aun cuando recientemente se han alzado voces contrarias, al considerar que los templos vinculados a la reforma de Aniano en el SE francés, tal y como la arqueología los ha desvelado, responden a conceptos planimétricos muy diferentes (Untermann, 2006: 95, 134, y Abb. 83). En cualquier caso, fuere cual fuere su origen y sentido, estos edificios nada comparten con la arquitectura asturiana, como ha reconocido el propio Schöller, en el artículo ya reseñado páginas atrás. Probablemente por razones de falta de capacidad promotora, en toda la Hispania altomedieval no se edificaron edificios de dimensiones similares a las grandes abadías o catedrales carolingias, equiparables a las basílicas constantinianas de Roma, como Fulda II (819; 104 m) y Colonia II (857-870; 96 m), o menores, como Saint-Denis (768-775; 64 m), Paderborn IIb (ca. 830; 72 m), Hildesheim II (852-872; 66 m), Halberstadt Ic (859; 75 m) (Lobbedey, 1999: passim; Jacobsen, 1999: passim), aunque igualmente alejadas de las modestas medidas asturianas. Efectivamente, las dimensiones atestiguadas arqueológicamente para templos episcopales o monásticos en el ámbito del imperio franco desde finales del siglo VIII y a lo largo del siglo IX alcanzan con normalidad los 50-60 m de longitud, triplicando o duplicando la longitud normal (20 m) y máxima (29 m) alcanzada por las fundaciones coetáneas asturianas. No obstante todo lo anterior, cabe reseñar que el tamaño deducible de la basílica ovetense de San Salvador (40 × 20 m) no desdice del de varios templos catedrales carolingios coetáneos, como las sedes de Basilea II (802-823), Frankfurt (822-852), o Paderborn II (consagrada en 799), lo que puede hacerse extensivo a otras sedes hispánicas anteriores, como Segóbriga o el santuario de Santa Eulalia de Mérida, y posteriores, como la basílica de Santiago de Compostela (consagrada en 899) (García de Castro, 1999: I: 35). Del mismo modo, Asturias ha permanecido completamente al margen del desarrollo que adquirieron las criptas vinculadas al culto martirial en el Im-
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perio,54 tanto las suizas del siglo VIII, como San Lucio de Chur (Sennhauser, en VK II: 51-52), San Martín de Disentis I (Sennhauser, en VK I: 61; Sennhauser, en VK II: 95), como las construidas en todo el ámbito del Imperio a partir sobre todo del segundo cuarto del IX. Los ejemplos clásicos, Saint-Médard de Soissons (Heitz, 1987: 178-190), Saint-Germain de Auxerre (Sapin, 1986: 41-60), Saint-Pierre de Flavigny (Sapin, 1986: 81-112), el plano de Sankt Gallen (Jacobsen, 1992: 107-120), basílica de Steinbach (Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1996: 4850, 108-129), basílica de Seligenstadt (Oswald, en VK I: 310), abadía de Fulda (Jacobsen, en VK II: 133), colegiata de Meschede (Jacobsen, en VK II: 276), catedral de Werden (Oswald, en VK I: 370; Schaefer, en VK II: 453-454), catedrales de Paderborn II y III, abadía de Sankt Stephan de Corvey, Sankt Emmeram de Regensburg (Lobbedey, 1999: 499-511), abadía de Schlüchtern (Oswald, en VK I: 306), catedral de Constanza (Jacobsen, en VK II: 231), San Pedro de Petersberg bei Fulda (Oswald, en VK I: 257258; Jacobsen, en VK II: 329), colegiata de Vreden (Oswald, en VK I: 364; Jacobsen, en VK II: 442-443), Santa Prassede, Santa Cecilia, San Marco, San Stefano Maggiore, San Martino ai Monti o I Quattri Coronati en Roma (Baldracco, 1941), se encuentran mayormente en grandes edificios, de dimensiones superiores a las de los modestos templos asturianos. En todo caso, no se ha dado un solo ejemplo de cripta anular, al modo romano, o de pasillo, al modo franco, en toda la arquitectura altomedieval hispánica. Tampoco existe un edificio de planta circular con cripta y alzado, de destino funerario, como San Miguel de Fulda I (Oswald, en VK I: 87-89). Las dos estructuras martiriales conservadas hasta el momento, la basílica de Santiago de Compostela —consagrada en 899— (Guerra Campos, 1982) y Santa Eulalia de Mérida —de los siglos V-VI— (Mateos, 1999: 115-151) no pueden servir de término de comparación, pues, en el caso de Mérida, responde a un concepto radicalmente diferente, al envolver un edificio preexistente, y, en el caso de Santiago, al existir considerables dudas sobre la articulación constructiva entre el edículo apostólico y la cabecera de la basílica que lo rodea.55 La falta de consenso historiográfico a la hora de interpretar la documentación plani54 Para facilitar la cita, aludiremos en cada caso de la siguiente manera: VK I: Oswald, Schaefer y Sennhauser, Vorromanische Kirchenbauten, 1969-1971 (19912); VK II: Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, Vorromanische Kirchenbauten. Nachtragsband, 1991, precedidos del autor de la ficha y seguidos del número de página. 55 Al respecto, vid. la aportación de Suárez Otero en estas mismas actas.
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métrica conservada sobre la basílica de Segóbriga, del siglo VI (Palol, 1991: 316-317), en especial sobre el alzado del espacio ante altare y la propia cabecera, impide introducirla en el elenco de elementos a comparar. En cualquier caso, fuere cual fuere su morfología y estuviéramos o no ante un caso de cripta subtus altare, se trata por el momento de un unicum en la arqueología paleocristiana peninsular, inútil para la inserción en un ejercicio de comparación que precisa de series para alcanzar significado. Igualmente está ausente por completo en la arquitectura asturiana —e hispánica altomedieval en general— la reintroducción del gran transepto corrido more romano (Heitz, 1976; Jacobsen, 1999a: 631), en ocasiones occidentado, que define una serie de grandes basílicas proyectadas ad formam de las basílicas constantinianas romanas. Son clásicos ya en el registro historiográfico los ejemplos de Fulda II (819), Paderborn II (836) y Reichenau-Mittelzell II (816). No se conoce tampoco en toda la arquitectura altomedieval hispánica un edificio de planta central, del tipo Santa María de Aachen, con todos sus derivados en el ámbito del Imperio (Untermann, 1999), fuere cual fuere la última fuente de inspiración de la catedral aquisgranense, ni del tipo más modesto de Santa Sofía de Benevento. Entre los elementos formales que caracterizan buena parte de la arquitectura culta carolingia están los ábsides semicirculares, ausentes por completo de la arquitectura asturiana, que solamente conoce capillas rectangulares. Es una circunstancia que singulariza Asturias respecto a los grupos altomedievales hispánicos, pues en el siglo X sí conocen cierto florecimiento los ábsides semicirculares ultrapasados en herradura interior aunque rectangulares al exterior, tanto en templos de Galica —Celanova—, del Bierzo —Peñalba—, como del valle del Duero —Mazote, Escalada— y del Pirineo, donde aparecen tanto ábsides inscritos en cuadrado como ábsides de herradura al exterior —Pedret, Clariana, Santa Margarida d’Empúries II, Freixe, Sorba, El Terrer, Vilarobau (Junyent, 1983: passim)—. El emplazamiento y número de los altares en los templos monásticos y catedrales carolingios es materia mejor conocida por los testimonios documentales que por los arqueológicos. En efecto, se conocen centenas de relaciones descriptivas de las advocaciones y número de altares en los grandes templos del Imperio, enmarcadas en relatos de culto a santos titulares, reliquias, gesta episcoporum o dotaciones regias (Nussbaum, 1965; Oswald, 1969; Bandmann, 1964). Se dispone además del excepcional plano de Sankt Gallen, fechado en el año 830 (Jacob-
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sen, 1992: 327), con una detallada ordenación de altares y advocaciones, que sin embargo no ha tenido correlato en la real fábrica del templo monástico erigido por el abad Gozbert entre 830-835, conocido a través de excavación (Jacobsen, 1992: 179-185). Es mucho menor, no obstante, el número de altares cuya ubicación ha podido ser documentada arqueológicamente. En efecto, de los cientos de templos incluidos en el repertorio Vorromanische Kirchenbauten, comprensivo de la arquitectura altomedieval (siglo V-1024) en el Benelux, Alemania, Suiza, Austria, Eslovenia, Polonia, Chequia, Hungría y Eslovaquia, son minoría aquellos cuyas excavaciones han ofrecido datos sobre la ubicación del altar. Pese a ello, se dispone de unos sesenta casos entre los edificios fechados en los siglos VIII y IX para los que existe información fiable al respecto. El altar se dispone exento en el interior del santuario en la mayoría de ellos, sobre todos en los templos de única nave y cabecera, sea ésta rectangular, trapecial o absidial. Responden a este planteamiento San Sebastián de Ascona (Sennhauser, VK II: 31), la cripta exterior de la catedral de Basilea (Sennhauser, VK I: 33), capilla de Bleienbach II (Sennhauser, VK II: 56), Santa María de Bronnweiler II (Jacobsen, VK II: 69), San Galo de Brenz IIa (Oswald, VK I: 401), San Lucio de Chur II (Sennhauser, VK I: 51), Santa Régula de Chur (Sennhauser, VK II: 78-79), San Pedro y San Pablo de Confignon (Sennhauser, VK II: 81), San Bartolomé de Courendlin (Sennhauser, VK II: 84-85), Santos Lubencio y Juliana de Dietkirchen (Jacobsen, VK II: 90), San Jorge de Elgg (Sennhauser, VK II: 113), San Pedro de Ems ((Sennhauser, VK II: 114115), San Dionisio de Enger I (Jacobsen, VK II: 115), San Justo de Flums (Sennhauser, VK I: 77) y San Martín de Rohrbach (Sennhauser, VK II: 349) —donde también se ha documentado un altar adosado al muro testero de la nave en la esquina SE56—, Santa María de Fraukirch, sobre tumba (Schaefer, VK I: 80), San Martín de Gruibingen I (Jacobsen, VK II: 150), rotunda de Höfe bei Dreihausen (Jacobsen, VK II: 187), Santa María de Igels-Degen (Sennhauser, VK II: 192), San Pedro y San Pablo de Maursmünster (Jacobsen, VK II: 267), Santa María de Meikirch (Sennhauser, VK II: 269-270), San Kilian de Mellrichstadt (Jacobsen, VK II: 271-271), colegiata de Santa Walburga de Meschede (Oswald, VK I: 207; Jacobsen, VK II: 276-277), San Pedro de Mistail (Sennhauser, VK I: 221), San Juan de Montlingen 56 Similar disposición, pero completa esta vez, se ha documentado en Ober-Roden, con altar en el interior del santuario y dos altares en las respectivas esquinas NE y SE de la nave única: Untermann, 2006: 150.
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(Senhauser, VK I: 225), San Jorge de Morbio Inferiore (Sennhauser, VK II: 289), San Galo de Morschach (Sennhauser, VK II: 289-290), San Juan de Müstair (Sennhauser, VK I: 228), San Próculo de Naturns (Oswald, VK I: 230), la denominada Abdinghofkirche de Paderborn I, fechada ante 777 (Oswald, VK I: 250), la parroquial evangélica de Ramosch I (Sennhauser, VK I: 269), Santa María de ReichenauMittelzell I (Oswald, VK I: 278), parroquial de SaintPierre-Chevigny I (Sennhauser, VK II: 367-368), Santa María de Silvaplana (Sennhauser, VK II: 385), Santo Tomás de Soest (Oswald, VK I: 314), San Mauricio de Suhr (Sennhauser, VK I: 327), San Lucio y Florino de Walenstadt (Sennhauser, VK II: 446447), y San Otmar en la isla Werd, sobre tumba (Sennhauser, VK I: 368). Un segundo tipo integra los edificios cuyo altar se sitúa también en el interior del santuario, pero adosado al muro testero. Se citan la capilla de Berslingen (Sennhauser, VK II: 53), Santa Cristiana de Bettingen IIa (Sennhauser, VK II: 53-54), San Hilario de Bioggio II (Sennhauser, VK II: 55), San Martín de Bovigny II (Mertens-Jacobsen, VK II: 64), Santa Walburga de Hausen (Oswald, VK I: 409-410), San Martín de Sonvicco (Sennhauser, VK II: 395), San Matías de Steinhausen (Sennhauser, VK II: 400), San Pedro de Straubing (Jacobsen, VK II: 403-404), y San Esteban de Wittingen (Oswald, VK I: 377-378). Variante de este tipo es la colocación altares en nichos abiertos ex profeso en el muro testero, como en San Benito de Mals (Oswald, VK I: 198). En el caso de la basílica de Steinbach, obra promovida por Eginardo ca. 826, no se ha podido dilucidar la ubicación exacta de los tres altares de la cabecera, uno en cada capilla, que pudieron estar tanto adosados al muro testero como exentos. En todo caso, se colocaron como macizos de mampostería sobre el pavimento, ya que no han quedado huellas de encastre en el mismo (Ludwid, Müller, Widdra-Spiess, 1997: 48, 63). La colocación del altar en el interior del santuario es constante a partir del siglo VII en tierras sometidas al dominio franco-merovingio. Así lo indican casos como los de San Esteban de Belfaux I, datado ya en el VI, y mantenido en el lugar a lo largo de las sucesivas reconstrucciones de época carolingia y otoniana (Sennhauser, VK II: 47), San Juan de Burg bei Stein-am-Rhein, igualmente del siglo VI y mantenido en sucesivos edificios (Sennhauser, VK II: 75), San Esteban de Donatyre, de los siglos VI-VII (Sennhauser, VK II: 96), San Andrés de Gögging (Jacobsen, VK II: 150), San Castor de Karden, construido a partir del VI (Jacobsen, VK II: 199), San Martín de Laufen, de los siglos VI-VII (Sennhauser, VK II: 241), Santa
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Gertrudis de Nivelles, cuyo primer edificio dispuso de un altar ante el muro testero de la nave única (Schaefer, VK I: 236-237), San Pablo de Nivelles (Oswald, VK I: 239), ambos del siglo VII, Santa María de Tuggen, de fines del VII (Sennhauser, VK I: 352), San Juan de Montlingen, con altar adosado al testero de la nave única (Sennhauser, VK I: 225), San Pedro y San Pablo de Oberwil (Sennhauser, VK I: 244), o San Martín de Wimmis I (Sennhauser, VK I: 376). Un tipo mucho menos extendido coloca el altar ante el santuario: Santa María de Frauenberg (Oswald, VK I: 80), Santa María de Reichenau-Mittlezell II, con altar ante los dos ábsides de herradura que rematra la cabecera (Oswald, VK I: 280), o San Tiburcio de Molzbichl, con altar bajo el arco triunfal del ábside (Jacobsen, VK II: 286-287). En el caso excepcional de la capilla palatina de Aquisgrán, los altares principales documentados en el período fundacional (con seguridad construida ya en 788: Untermann, 1999: 158) se situaron en los dos tramos orientales de los dos pisos del deambulatorio, dedicándose el superior al Salvador y el inferior a Santa María (Untermann, 1989: 93). No podemos valorar los muy numerosos casos de altares situados en las capillas de las criptas orientales u occidentales, donde la norma es la colocación en el interior de las mismas, o la rotonda exterior de la catedral de Hildesheim, con altar situado al SO adosado al muro (Schaefer-Oswald, VK I: 116-117), ni tampoco los altares de los macizos occidentales, inexistentes en la arquitectura asturiana. Específicamente carolingios son los altares dedicados a la Santa Cruz, dispuestos in medio ecclesiae, es decir en la mitad oriental de la nave central de los grandes templos monásticos o catedrales, como Centula-Saint Riquier, Fulda, Colonia, o Siegburg (Oswald, 1969: 313-319). Se atestiguan especialmente en fuentes literarias, aunque arqueológicamente puede señalarse algún ejemplo más, además del propio Fulda (Jacobsen, VK II: plano post p. 137), como la catedral de Hildesheim II (Schaefer-Oswald, VK I: 117-118). Su emplazamiento central está simbólicamente determinado: la Pasión en la Cruz es el episodio central en la vida de Cristo (Bandmann, 1964: 397-401). Atestigua igualmente su existencia el plano de Sankt Gallen, en cuyo templo principal se proyecta una multiplicidad de altares —seis en las tres capillas y ábside del santuario oriental, ocho junto a los respectivos pilares de las arquerías divisorias de las naves, uno dedicado a la Santa Cruz in medio ecclesiae, y otro en el contraábside occidental—. Merece la pena observar que este proyecto, fechado en 830, combina altares adosados
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a muro o paramento con altares exentos, mas siempre en el interior de santuarios o recintos delimitados por canceles, como ocurre con los altares de las arquerías divisorias o con el de la Santa Cruz (Jacobsen, 1992: 16, fig.1). Tipológicamente, los altares carolingios consisten en mesas colocadas sobre bloques macizos de mampostería. Para la Galia merovingia, la información es mucho menor. Los tres volúmenes destinados a compendiar Les premiers monuments chrétiens de la France (Duval, ed., 1995, 1996, 1998), apenas disponen de información sobre la ubicación del altar en una docena de casos. En su mayor parte, tratándose de templos de los siglos VI y VII, sitúan el altar en el interior del ábside: Maursmünster/Marmoutier II (Kern, en Duval, 1998: 33), iglesia de Champs des Vis, Evans (Bonvalot, en Duval, 1998: 129), Chassey-lesMontbozon (Odouze, en Duval, 1998: 137), Pierre Sentin, Orleáns (Petit, en Duval, 1996: 120), Cimiez (Février, en Duval, 1995: 105-108), Saint-Hermentaire de Draguignan (Codou, en Duval, 1995: 153), Viviers II (Bruno Dupraz, en Duval, 1995: 221), Saint-Jean-Baptiste de Favergues II (Colardelle, en Duval, 1995: 300), Saint-Martin en Saint Julián-enGenevois (Colardelle, en Duval, 1995: 303) y los dos templos corsos de la canónica de Lucciana y de Valle di Rostino (Duval, en Duval, 1995: 345, 364). Solamente Saint-Clément de Macôn presenta el altar ante el ábside (Sapin, en Duval, 1998: 73). Parece poder establecerse con claridad la norma, casi de universal cumplimiento a partir del siglo VI en los templos cristianos de la parte occidental del extinto Imperio romano, de establecer el altar en el interior del santuario. Esta bien asentada norma se expande por las tierras de Germania con su incorporación al reino de los francos desde principios del siglo VIII. En cuanto a la articulación interna del espacio, y dejando a un lado los grandes templos abaciales o catedralicios, en los templos carolingios del arco alpino ha podido establecerse cierta relación entre dos grupos tipológicos: edificios con escaso desarrollo del ábside o santuario —fuere cual fuere su morfología—, a los que corresponde una colocación del cancel bien avanzada hacia el oeste en la nave, y edificios con desarrollo espacial amplio del santuario, en los que el cancel se sitúa inmediatamente en la vertical del arco triunfal (Sennhauser, en Sennhauser, ed., 2003: I: 22). No se da sin embargo la articulación tripartita del espacio interno del templo al modo hispánico. Al igual que en los casos asturianos, los templos carolingios carecen de función funeraria, presente en templos tardoantiguos de la misma área geográfica,
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con carácter cementerial previsto desde el proyecto. Sí se atestiguan tumbas privilegiadas en el interior, sobre todo en criptas, como la fundación de Eginhard e Irma en Steinbach im Odenwald (822-827) (Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1996: 24), o en simples templos de única sala como Esslingen (ca. 770) (Untermann, 2006: 97) o Murrhardt, donde se construyó un anexo cementerial al este del santuario (Ibidem: 152), a lo que se puede añadir la función como panteón regio que asumen a posteriori algunos espacios de grandes basílicas, como el ábside occidental de Saint-Denis de París en el caso de Pipino III, modificado nada más subir al trono su hijo Carlomagno precisamente para incluir la tumba de su padre en el interior del templo (Untermann, 2006: 108; Beumann, 1965: 29), pues los enterramientos conocidos de miembros de la dinastía carolingia se situaron extra ecclesiam: Pipino, hijo de Carlomagno, en pórtico al oeste de San Zenón de Verona; Fastrada, esposa de Carlomagno, en la anteiglesia de San Albano de Maguncia; Angilberto, yerno de Carlomagno, en el pórtico ante el macizo occidental de Centula-Saint Riquier; Ludovico Pío, con tumba prevista —aunque no utilizada57— en el espacio central del antecuerpo occidental del templo de su fundación de Inden-Kornelimünster (Hugot, 1968: 109; 1984: 22). Para el propio Carlomagno se previó quizás una tumba en la planta baja del macizo occidental, situada en la vertical del altar originariamente dispuesto en el piso superior de este antecuerpo, que en 1305 fue consagrado en honor de San Nicasio, en todo caso inicialmente situada también extra ecclesiam (Ibid.: 22-23; Beumann, 1965: 29-38). La construcción de mausoleos familiares, bien exentos o anexos a edificios eclesiásticos preexistentes, tan extendida en tiempos tardoantiguos, parece haber finalizado bruscamente con el advenimiento de los carolingios, consecuentemente con la imposición de la disciplina institucional en este ámbito de la vida social, como en tantos otros.
2.
EL
CAMPO DE LAS TÉCNICAS CONSTRUCTIVAS
En la preparación del terreno y las cimentaciones, las excavaciones arqueológicas realizadas en edifi57 Ludovico Pío fue enterrado en San Arnulfo Extramuros de Metz —templo fundado por el epónimo de la dinastía y más adelante canonizado Arnulfo de Metz— por decisión de su hermanastro Drogo, lugar donde habían sido enterrados dos hermanos de Carlomagno, dos de sus propias hermanas fallecidas con anterioridad y su madre Hildegarda. Se ignora la colocación originaria de su sarcófago en el templo. Schmoll, 1974: 75-78.
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cios altomedievales asturianos han documentado diferentes soluciones constructivas en lo referente a la cimentación. El urbanismo ovetense —torre precedente a la Cámara Santa de la catedral de Oviedo (García de Castro, 1995: 350), restos de edificios del costado meridional de la catedral (García de Castro 1995: 503-507; García de Castro, 1999: I, 37-38), muros del estanque monumental de la Foncalada (Ríos González, 1999: 265), solar del antiguo hospital y templo de San Juan en la calle Schulz de Oviedo—58 viene caracterizado por el cajeado del sustrato rocoso y la colocación en la caja, de profundidad inferior a 10 cm, de una línea de grandes bloques paralelepípedos, a modo de zarpas corridas, sobre los cuales se dispone directamente el arranque del muro, sea cual sea su aparejo. Esta técnica se aplicó a todos los edificios que constituyen la fase estratigráficamente inicial de la ocupación de la ciudad. Su presencia ha sido recientemente (2009-2010) verificada en la reexcavación del palacio episcopal, a cargo del arqueólogo Sergio Ríos González, a quien agradezco el dato. Los templos cuyos cimientos han sido sondeados no responden a este planteamiento, empezando por la propia Cámara Santa, carente de zarpas (García de Castro, 1995: 353). Santa Cristina de Lena reposa sobre zócalo perimetral, sobresaliente 40 cm del paramento del alzado (García de Castro, 1995: 376),59 solución compartida por Santa María de Naranco. La excavación de las zanjas para el drenaje perimetral instalado en 1985, efectuada por Olávarri Goicoechea,60 documentó una considerable obra de aterrazamiento del terreno previa a la colocación de los cimientos, cuya ejecución se diferenciaba notablemente en profundidad en las fachadas norte y sur, pues la primera asienta el muro directamente sobre el sustrato geológico, en tanto que la segunda busca el mismo firme excavando los rellenos de la terraza, y disponiendo el muro en talud para contrarrestar la pendiente. A la vez, se refuerza al sur mediante un muro de contención de la 58 Excavaciones inéditas dirigidas por quien suscribe en los años 2000-2001. El informe se encuentra depositado en el archivo de la Consejería de Cultura y Turismo del Gobierno del Principado de Asturias: García de Castro Valdés, C.: Informe sobre las excavaciones arqueológicas realizadas en el solar nº 3 de la calle Schulz (antiguo colegio San Isidoro) y en la misma calle Schulz de la ciudad de Oviedo (febrero 2000-abril 2001). 59 Un sondeo efectuado por Gabinete Arqueológico en 1988 (Archivo de la Consejería de Cultura y Turismo, expte. 1954/88), permitió apreciar que el zócalo apoyaba en una zanja rellena con arcillas, cantos y tégulas. 60 Informe inédito: Olávarri Goicoechea, E. Informe preliminar sobre las excavaciones arqueológicas en Santa María del Naranco, año 1985, pp. 23-24. Archivo de la Consejería de Cultura y Turismo,
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terraza (García de Castro, 1995: 474).61 San Miguel de Lillo, por el contrario, dispone de una muy deficiente cimentación, formada al Norte por una única hilada de pequeños bloques apenas sobresaliente del plomo del paramento, con un solo bloque de apoyo para los estribos sin fosa previa de cimentación, sino con colocación de cada bloque en su correspondiente caja (García de Castro, 1995: 407; García de Castro, 1995b: 148-153; Ulreich, en Noack-Haley y Arbeiter, 1994: 63 y Abb. 36), y al Sur por una banqueta de una única hilada con dos bloques para los contrafuertes, (Hauschild, 1992: 175; Ulreich, en NoackHaley y Arbeiter, 1994: 67 y Abb. 41, 69-70 y Abb. 47). Merece la pena destacar que en ambas fachadas las zapatas de los contrafuertes no enjarjan con sus correspondientes paramentos. Nada, pues, en común con los procedimientos seguidos en Lena y el vecino Naranco. En San Pedro de Nora las excavaciones realizadas (Martínez Faedo y Adán, 1995: 288) han documentado una cimentación de escasa potencia, consistente en escasas hiladas de mampuestos con o sin pestaña sobresaliente del plomo y con bloques calizos exclusivamente empleados en el sector occidental. En Santo Adriano de Tuñón el cimiento consiste en un gran bloque de unos 50 cm de espesor asentado en fosa excavada en el sustrato (Adán, Cabo y Jordá, 1991: 388; García de Castro, 1995: 420). Sobre San Salvador de Priesca la información publicada (Adán Álvarez, 1999: 271-272) permite intuir una zapata de escasa potencia sobre fosa cajeada en el sustrato. En Santa María de Bendones los informes de identificación de las ruinas (Manzanares, 1954: 4) y de restauración y reconstrucción (Menéndez Pidal, 1974) coinciden en describir una cimentación casi inexistente por innecesaria al apoyar el edificio sobre substrato calizo. En efecto las fotografías publicadas ilustran muy superficiales muros en las dependencias laterales (Menéndez Pidal, 1974: fot. 6 y 7). San Andrés de Bedriñana cuenta con una casi inexistente cimentación en su fábrica prerrománica, según las excavaciones de 2003 y 2005 han podido documentar.62 Santa María de Arbazal, por último, dispone de una muy débil zapata asentada sobre roca aflorante casi en la superficie (Ríos González, 1999b: 273-274). No conocemos hasta la fecha datos sobre las cimentaciones de Santullano y San Salvador de Valdediós, al no constar sondeos arqueológicos en ninguno de los dos inmuebles. 61 Frente a lo afirmado, sin duda por confusión con Lillo, por Utrero, 2006: 54. 62 García Fernández 2009. Las observaciones sobre la cimentación fueron hechas en el transcurso de las visitas de obra.
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Del panorama descrito se puede deducir que se aprecian tres soluciones técnicas al problema de la cimentación: la fábrica ovetense, de grandes bloques sobre cajas en el sustrato rocoso; las mínimas zapatas de escasa potencia, presentes en la mayor parte de los edificios conservados; y la elevación sobre podio o zócalo, como Naranco y Lena. No se utiliza en ningún caso la cimentación de hormigón encofrado o en zanja, al modo romano, que aún se emplea en la basílica de Gerena, de principios del siglo V (Fernández Gómez, De la Sierra y Lasso de la Vega, 1987; Utrero, 2006: 444) Discutir sobre las tradiciones técnicas en las que se insertan cada uno de los tipos, puede no conducir a conclusión alguna, pues la cimentación está fuertemente condicionada por el tipo de sustrato local63 y responde en numerosas ocasiones a la manera de hacer del taller al que se le encomienda la construcción, siendo evidente, a partir de ejemplos como San Miguel de Lillo, que la inexistencia en la práctica de cimentación puede coexistir con proyectos constructivos de gran audacia. No obstante, la mayor parte de los edificios visigodos excavados arqueológicamente ofrecen cimentaciones débiles, como Los Algezares, Vega del Mar (Posac Mon y Puertas Tricas, 1989), Casa Herrera (Caballero y Ulbert, 1975; Ulbert, 1978), El Germo (Ulbert, 1978), El Gatillo de Arriba (Caballero Zoreda y Sáez Lara, 2009), Son Fadrinet (Ulbert y Orfila, 2002), Son Peretó (Palol et al, 1967), Son Bou, Mijangos (Lecanda Esteban, 2000: 187), el complejo de Terrassa (García i Llinares, Moro y Tuset, 2009: 45), y pueden suponerse escasos igualmente en San Pedro de Mérida (Marcos Pous, 1962), en Mosteiros (Alfenim y Lima, 1995) y en Montinho das Laranjeiras (Maciel, 1996: 94-95). En lugares donde el sustrato rocoso aflora se ha procedido a trazar las cajas fundacionales como negativos que guían el trazado de los muro, como en El Tolmo de Minateda (Gutiérrez Lloret y Cánovas Guillén, 2009: 106-108), al modo del tipo que hemos definido como «ovetense». No se ajustan a estos procedimientos los edificios levantados sobre ruinas de construcciones precedentes, como la basílica de Santa Eulalia de Mérida, con cimientos de diferentes facturas según los condicionantes previos, aunque en general de escasa potencia, en torno a las dos hiladas de sillares (Mateos Cruz, 1999: 73-86). Lo mismo puede decirse de los casos de El Bobalar, la basílica de la necrópolis del Francolí en Tarragona y Villa Fortunatus en Fraga, todos sobre tramas construidas preexistentes. Por el contrario, San Pedro de La Nave fue levantado so63
Como bien deduce Utrero, 2006: 54.
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bre zapatas de una o dos hiladas de grandes lajas de pizarra, sobre las que se alzaron directamente los muros de sillería (Caballero Zoreda, en Caballero Zoreda (coord.), 2004: 84), Santa María de Melque posee notables zapatas de cimentación (Caballero Zoreda, 1980: 283-288), la basílica de Recópolis asienta sobre hormigón en el ábside y zócalo en el resto (Utrero, 2006: 523), la basílica del Anfiteatro de Tarragona posee buenas zapatas, de entorno a un metro de profundidad, de sillería reaprovechada (TED’A; 1994: 172), el ábside de la basílica episcopal deValencia posee una cimentación de dos metros de ancho64 y dos de profundidad (Soriano Sánchez, 1995: 136), y su excavador describe la iglesia sueva de Dume como dotada de poderosas paredes «bem alicerçadas na arena granítica através de silhares almohadados» (Fontes, 1995: 419), solución que se mantuvo en la reconstrucción total del edificio a fines del IX (id.: 422). El examen somero de algunos ejemplos carolingios de promoción culta aporta los siguientes términos de comparación. En primer lugar, la escala muy superior de los edificios abaciales o catedralicios, así como de los palacios excavados arqueológicamente, hace que toda comparación sea superflua. Por ejemplo, los muros del aula de representación de Aquisgrán miden 2’40 m de anchura (Hugot, 1965), sección impensable en cualquier construcción asturiana o hispánica altomedieval. Por otro lado, empresas constructivas de tan gran ambición como la cúpula —de 14’43 m de diámetro y 30’60 m de altura (Kreusch, 1965)— de la capilla palatina de Aquisgrán, devenida catedral, exigen una cimentación jamás proyectada en la arquitectura hispánica coetánea.65 Lo mismo puede afirmarse de los cimientos exigidos para levantar los antecuerpos occidentales, que dispusieron de dos o tres bóvedas superpuestas. En el caso de las grandes basílicas, como la catedral de Colonia II, la profundidad de los cimientos alcanza 3’70 m (Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 142). Otros templos de menor tamaño gozan de considerable cimentación: muros de 1’90-2’00 m de anchura y 1’30 m de profundidad en la catedral de Werden I y II, que aumentan a 2’50 m de sección en 64 Ribera y Rosselló, 2000: 173, corrigen la dimensión: «un enorme cimiento de 3 m de ancho, de forma circular, de aspecto muy sólido, construido con grandes sillares, reaprovechados de edificios romanos, trabados con mortero de cal, y rematado por grandes contrafuertes exteriores». 65 A modo de simple ejemplo: la capilla de San Donato de Brujas, fechada en la primera mitad del X, que reproduce a escala menor la capilla palatina de Aquisgrán, posee unos cimientos de 6’50 m de profundidad (Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 46).
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el caso del muro divisorio entre aula y macizo occidental66 (Schaefer, en Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991: 453), dos metros de anchura de cimientos en la basílica edificada por el abad Gozbert en Sankt Gallen (830) (Sennhauser, en Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991: 362). La basílica de Steinbach, de menores dimensiones, posee unos cimientos de 7988 cm de grosor, sobre los que levantan muros de 6068 cm. La profundidad de los mismos no es uniforme, apreciándose diferencias de 35-40 cm según el esfuerzo portante de cada muro. La técnica empleada consiste en un primer estrato de piedras vertido directamente a la fosa, sobre el que dispone un muro de mampuestos embebidos en mortero, colocado irregularmente, con huecos entre las piezas y respecto a la pared de la fosa, sobre el que se alza el muro visible, no siempre centrado a eje del cimiento, lo que indica que el edificio sufrió un nuevo replanteo una vez colocados los cimientos y rellenadas las fosas. La arqueología ha permitido confirmar que todos los cimientos van enlazados y que la construcción del edificio abarcó dos fases seguidas. En la primera fue alzado el edificio desde los cimentos hasta el remate de las bóvedas de la cripta. Una vez cerradas éstas, se procedió a rellenar con la arcilla sobrante de las fosas de cimentación todos los huecos comprendidos en el interior del perímetro definido por los muros, hasta la cota de las claves, tras lo cual se continuó con el resto de los alzados (Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1997: 53). Por su parte, la tipológicamente emparentada basílica de Inden-Kornelimünster dispone de cimentaciones de diferente sección, oscilantes entre los 60-70 cm del muro occidental hasta los 90-95 de la nave central (Hugot, 1968: 107), con una profundidad de 85 cm en el santuario central (id.: 30). Por razones de sustrato geológico, no se ha empleado nunca en Asturias la cimentación con entramados de madera propia de los suelos pantanosos e inestables del NO europeo, donde son habituales desde tiempos prehistóricos, habiendose atestiguado en la propia catedral de Aquisgrán (Kreusch, 1965). El alzado de los muros se puede resumir en la arquitectura asturiana como utilización de alguno de estos cuatro procedimientos: la mampostería simple reforzada con sillares esquinales; la mampostería de lajas reforzada con sillares esquinales; el pequeño aparejo de bloques paralelepípedos y lajas tabulares 66 En este muro cimentó, doblándolo por ambos lados, el macizo occidental del edificio consagrado en 943, que hoy se conserva en alzado, alcanzando en total 4 m de anchura: Schaefer, en Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991: 453.
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con hiladas regulares, reforzado igualmente con sillares esquinales; la sillería. Se aparta, por el momento de modo único, el pequeño edificio de Santa María de Arbazal, construido en mampostería simple sin sillería esquinal de refuerzo. Un repaso a los edificios conservados en alzado arroja los siguientes resultados. 1. Mampostería simple reforzada. Santa Cristina de Lena, San Salvador de Valdediós, San Pedro de Nora, Santo Adriano de Tuñón, Santa María de Bendones, San Salvador de Priesca. 2. Mampostería de lajas reforzada. Santianes de Pravia, San Miguel de Lillo, San Andrés de Bedriñana. 3. Pequeño aparejo reforzado. Santullano, Cámara Santa de la catedral de Oviedo, Santa María de Naranco (fachadas Norte y Sur), San Tirso, edificios del grupo episcopal ovetense. 4. Sillería. Santa María de Naranco (fachadas Este y Oeste, tramo superior), Foncalada, pórtico meridional de San Salvador de Valdediós, fachadas Este y Oeste de Valdediós (tramo superior), restos del palacio de Alfonso III (antiguo hospital de San Juan de Oviedo). La mampostería simple reforzada por sillares encadenados en las esquinas y estribos, es el procedimiento más empleado. Se trata no obstante de una mampostería cuidada, con cierta preocupación por la homogeneidad en el tamaño de los mampuestos y la ordenación de su colocación, de asiento horizontal, bien careados al exterior para recibir el enfoscado y enlucido finales. La mampostería de lajas tabulares de caliza, igualmente reforzada, compone un aparejo cuidado preocupado por la horizontalidad de las hiladas. La disposición de las lajas procede de su extracción a partir de masas estratificadas horizontales, de fácil fragmentación siguiendo el plano de estratificación. Lajas similares se utilizan en el aparejo de pequeños bloques paralelepípedos como elementos de nivelación de las hiladas. Este tercer procedimiento parece característico del hacer altomedieval ovetense. Se trata de un aparejo cuidado de hiladas horizontales compuestas por bloques tabulares regulares paralelepípedos, tallados según plano de estratificación, de cantos suavizados, con juntas regulares de muy buen mortero calizo. Al igual que los anteriores estuvo destinado a ser revocado y enfoscado, como se puede apreciar en los aún extensos paños enfoscados que conserva Santullano en sus fachadas Norte y Este. Todos estos aparejos componen muros de dos hojas y relleno interior de
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mampostería y mortero. Dada la inexistencia de pasantes, la coherencia se asegura por la elevada calidad de los morteros de juntas y rellenos así como por la ordenada disposición y uniformidad de las hiladas. Por último, la sillería es de excepcional aparición como aparejo paramental. Los dos únicos ejemplos de edificios enteros son la Foncalada, íntegramente en sillería de módulo muy alargado sobre bloques ciclópeos calizos de cimentación —alguno de ellos supera las 12 Tm de peso— encajados en el sustrato margoso previamente cajeado; y el pórtico meridional de Valdediós, con un módulo completamente distinto, componiendo muro de dos hojas sin relleno. En el palacio de Alfonso III se construye con muro de sillares de doble hoja y relleno interior, con morteros calizos de excelente calidad. Por último, es de reseñar la coexistencia en el mismo edificio de mampostería descuidada y paños de sillería de pequeño formato en las partes superiores de las fachadas oriental y occidental —correspondientes respectivamente a las cámaras supraabsidales y a la tribuna— de Valdediós, así como la de mampotería de lajas en los dos tercios inferiores y sillería en el tercio superior de las fachadas oriental y occidental de Naranco, preludiando la misma solución que en el templo villaviciosino. Al menos en Valdediós y Naranco, la sillería estuvo revocada, en Santullano parcialmente, y en su totalidad en los edificios del grupo espicopal ovetense. Desconocemos el acabado externo de la Foncalda, cuya fábrica es por completo un únicum en Asturias, por el módulo extremadamente alargado de los sillares y su colocación a soga sin un solo tizón. La presencia de la sillería en los estribos y en los esquinales es constante en la edilicia asturiana. Salvo en Santianes de Pravia donde son patentes las piezas reutilizadas de edificios romanos —sillares con huellas de grapas en cola de milano en la base de la esquina noroccidental del aula—, en los demás edificios los sillares proceden en su totalidad de talla ex profeso. Las dimensiones fluctúan en cada edificio. Arias Páramo (2008: 335-347) ha ofrecido un detallado cuadro de medidas de todos los esquinales, base para un estudio estadístico de la metrología empleada en su replanteo teórico.67 Sin embargo, el examen de cada una de las cadenas esquinales de los siete edificios estudiados (Santullano, Naranco, Valdediós, 67 El procedimiento de Arias consiste en sumar la altura de los sillares integrantes de cada cadena esquinal, y hallar su media aritmética. Obtenida ésta, se compara su valor con alguno de los valores conocidos de las unidades del sistrema metrológico romano (deunx, dodrans, septunx…), obtenido igualmente por aproximación estadística, y se infiere que el valor más cercano a la media aritmética es el patrón de medida empleado por el cantero.
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Priesca, Nora, Lillo y Gobiendes) permite concluir, frente a Arias, que no existió norma alguna metrológica en su talla. En efecto, la simple enumeración y cómputo de los valores reales de la altura de cada sillar demuestra que el empleo de la teórica unidad de medida es casi irrelevante. Por ejemplo, en Santullano, de los 46 sillares de la esquina SE del transepto (id.: 336) solamente 5 responden a la medida de 0’23 cm, la más cercana a los 0’2241 cm del dodrans. Efectivamente, los sillares oscilan entre 0’17 y 0’29 cm de altura, lo que indica que la utilización —hipotética— del dodrans como patrón de medida para el replanteo del sillar fue seguida solamente en un poco más del 10% de los casos. Los mismos resultados se obtienen si se analizan los restantes ejemplos, del propio Santullano y de los demás templos concernidos. Por otro lado, metodológicamente, parece razonable objetar que el establecimiento del módulo de un sillar ha de tener en cuenta las tres dimensiones del mismo, pues el cantero concibe el proyecto de la pieza estereotómicamente, y la misma pieza puede asentarse de modo distinto según las necesidades de la hilada a la que vaya destinada. No cabe pensar que existió un dibujo piedra a piedra de la cadena de sillería a la que hubiera de ajustarse la labra de los sillares. De hecho, su colocación viene determinada por la galga de las hiladas adyacentes de pequeños bloques, a cuyo remate se destina una u otra pieza en función del hueco existente. Es de mayor utilidad establecer umbrales máximos y mínimos del tamaño de las piezas, que aportan información sobre la tradición de talla y las posibilidades técnicas de obra del equipo que ejecuta el proyecto. En este sentido, los sillares de Nora y Santullano se asemejan notablemente en su formato, son menores por norma los de Lillo y Naranco, y mayores los de Valdediós, Gobiendes y sobre todo Priesca. Cabe pensar que en los tres conjuntos han participado talleres insertos en tradiciones diferentes de cantería. Los edificios de cronología visigoda indudable ofrecen un empleo muy mayoritario de la mampostería sencilla, reforzada o no con sillares esquinales. Simple mampostería es la fábrica de Vega del Mar, Son Fadrinet, El Germo, Son Bou, Son Peretó, Es Cap des Port, aula de San Pedro de Mérida, Mértola, Mijangos, y nave de Ibahernando; mampostería reforzada con sillares se emplea en Torre de Palma, Casa Herrera, Valdecebadar, El Tolmo de Minateda, el mausoleo denominado Cárcel de San Vicente en el complejo episcopal valenciano, el aula de El Gatillo de Arriba, Alconétar, aula de Recópolis, Santa Magdalena de Ampurias II; sillería plena se documen-
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ta en la basílica catedral de Valencia, ábside y transepto de Recópolis, cabecera de Santa Eulalia de Mérida, santuario de San Pedro de Mérida, cabecera de Portera, y la cabecera de Ibahernando. En cuanto a los aparejos empleados en la arquitectura carolingia, en su mayor parte los edificios conservados en alzado ofrecen paramentos de pequeños bloques paralelepípedos cuidadosamente asentados en hiladas regulares: Saint-Pierre-les-Églises, capilla de San Saturnino de la abadía de FontenelleSaint-Wandrille, catedral de Aquisgrán, Westwerk de Corvey, criptas de Saint-Pierre-de-Flavigny, cripta de Saint-Andoche de Autun, basílica de Steinbach. En este último caso se advierten dos tipos de fábrica: al exterior, los aparejos destinados a permanecer vistos son muy regulares en las hiladas, entre 13 y 15 cm de galga, con juntas de 3 cm, reforzados en la esquinas con cadenas de sillería, que engatillan con las hiladas adyacentes de pequeños paralelepípedos; por el contrario, en las partes superiores se adoptan simples mampuestos destinados a ser revocados, como ocurre en su totalidad en el interior (Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1997: 41-44, 53). No faltan aparejos ciclópeos, como la cripta de Saint Médard-de-Soissons. Las excavaciones arqueológicas confirman la mayoritaria utilización de la mampostería, con refuerzos de sillares en esquinas.68 Los elementos de apoyo de las arquerías divisorias de las naves de las aulas basilicales consisten en una aplastante mayoría de pilares, bien de fábrica de pequeños bloques o sillares (Santullano, Tuñón, Priesca, Nora, probablemente Santa María del Rey Casto, junto a San Salvador de Oviedo), bien monolíticos (Santianes de Pravia, Valdediós, Gobiendes), y una excepcional utilización de la columna formada por grandes tambores, solamente en San Miguel de Lillo. Todos los edificios poseen contrafuertes exteriores de sillería, enjarjados en los paramentos. Por el contrario, la mayor parte de los edificios considerados visigodos emplean sistemáticamente las columnas: así, las basílicas de doble ábside de Casa Herrera, El Germo, Torre de Palma y Mértola; Son Fadrinet, Son Peretó, San Juan de Baños —con las dudas que despierta su fecha—, Segóbriga, Alconétar, El Tolmo de Minateda, El Bovalar, la basílica del Anfiteatro de Tarragona, la basílica de la necrópolis del Francolí en Tarragona, la basílica del Parque Central de Tarragona, San Pedro de Mérida, la basílica catedral 68 Al respecto, la abundantísima información recogida en los dos volúmenes de Vorromanische Kirchenbauten (Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912, y Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991.
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de Egara-Terrassa, la basílica del Monte da Cegonha, y el aula de Idanha-a-Velha. Es seguro el uso de pilares en las basílicas baleares de Santa María del Camí y Son Bou. No resulta posible discernir el tipo de soporte empleado en San Pedro de Alcántara-Vega del Mar. La arquitectura carolingia emplea mayoritariamente el pilar: octógono central de la Catedral de Aquisgrán, Aula Regia de Ingelheim (Grewe, 1999), colegiata de Vreden, basílica monasterial de Corvey, colegiata de Meschede (Lobbedey, 1999), Saint-Germigny-des-Près, cripta de Saint-Andoche en Autun, cripta de Saint-Germain en Auxerre, cripta de SaintPierre-de-Flavigny (Sapin, 1986), catedral biabsidada de Alet (Guigon, 1998: I, 119), basílica de Steinbach, basílica de Seligenstadt, ambas promovidas por Einhard,69 catedral de Colonia70 (Bau VIIb, Weyres, 1965: 410; Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 141-142), basílica de Seligenstadt (Kiessow, 19982), basílica tipo Zellenquerbau de IndenKornelimünster (Hugot, 1968), colegiata de Meschede (Jacobsen, en Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991: 276), Sankt Emmeram de Ratisbona (Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 274), colegiata de Vreden (Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 365). En cuanto a los estribos o contrafuertes, no parecen haber existido en los edificios visigodos, salvo la residencia de El Pla de Nadal (Juan y Pastor, 1989; Juan y Lerma, 2000). Por el contrario, son habituales en la arquitectura residencial emiral emeritense —edificio A de Morerías, edificio del templo de Diana—, fechada desde fines del VIII y en la primera mitad del IX (Mateos y Alba, 2000: 158-161, 163-164; Alba, 2004: 61).71 Se ha citado un curioso paralelo coetáneo a lo asturiano en Provenza, SaintGuilhem-le-Désert (Untermann, 2006: 95). No hay muchas posibilidades de estudiar comparativamente los vanos de los edificios visigodos, dado 69 En ambos casos la fábrica del pilar es de ladrillo: Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 309, 321. La fecha de la fundación a cargo de Einhard ha sido confirmada para Seligenstadt dendrocronológicamente: Jacobsen, en Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991: 382. La elección del ladrillo en ambos templos no es casual, pues constituyen excepción en la arquitectura carolingia del IX. Cf. Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1997: 56-57. Se aprecia también una mejora considerable en la técnica de cocción de los ladrillos, de Steinbach a Seligenstadt. 70 Los pilares miden 0’93 x 1’50 m de sección, dimensiones a comparar con los asturianos: en Santullano, el mayor templo conservado, miden 0’64 x 0’64 m sobre basas cuadradas de 0’77 m de lado. 71 El paralelo formal con la arquitectura asturiana no ha escapado a los dos estudiosos de esta arquitectura.
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que la mayor parte de ellos se conocen solamente por la excavación arqueológica de las plantas. Por ello, resulta aventurado rastrear los precedentes de los vanos asturianos. Manteniendo la norma de que la solución de cubierta determina —y está determinada a su vez por— la capacidad portante del muro y, por ello, solamente puede contarse con vanos amplios en edificios no abovedados, como los basilicales asturianos, cabe suponer que la mayor parte de las basílicas visigodas cubiertas con madera adoptarían un claristorio tradicional paleocristiano, con vanos rectangulares situados sobre las claves de las arquerías divisorias de las naves. No obstante, los hallazgos de dinteles de ventanas labrados en bloques monolíticos de doble arco de herradura en la basílica de El Tolmo de Minateda (Sarabia Bautista, 2003: 94-95), muy similares a los asturianos (García de Castro, 1995: 247-260), han introducido un factor de cierta seguridad cronológica en la ubicación de piezas descontextualizadas, como las ventanas de Mérida (Schlunk, 1947: 260, fig. 276) o San Román de Toledo, oscilantes en la historiografía tradicional entre fechas tardoantiguas o altomedievales. Es posible por ello contar con edificios cubiertos con madera dotados de vanos estrechos, al modo de la serie de San Salvador de Valdediós, abovedado, o de San Andrés de Bedriñana, cubierto con carpintería de madera. En este sentido, no extrañaría a los hábitos constructivos del siglo VII el sistema de vanos de San Juan de Baños, compuesto por estrechas ventanas abocinadas al interior, dotadas de celosías. Las soluciones de cubierta aplicadas en la arquitectura asturiana comprenden edificios basilicales cubiertos con carpintería en el aula y dependencias laterales y bóvedas en las capillas de la cabecera (Santullano, Priesca, Gobiendes, Tuñón, Nora, Santa María del Rey Casto), edificios de nave única cubiertos con la misma combinación (Bedriñana, Bendones, Arbazal) y edificios completamente abovedados (Naranco, Lillo, Lena, Valdediós y Cámara Santa de San Salvador de Oviedo). Las bóvedas empleadas son de cañón en su totalidad, construidas con elementos de toba calcárea, como en Naranco (Carrocera, Díaz-Nosty y Sierra, 2009: 335), Lillo (García de Castro, 1994), Lena y Valdediós,72 o en ladrillo, como en Santullano (Selgas, 1916: 51) y la Cámara Santa (Fernández Buelta y Hevia, 1984: 104). En Bendones se ha descrito una solución mixta para 72
Información extraída del seguimiento arqueológico de la restauración del templo a lo largo de 2010, a cargo de Sergio Ríos González.
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la bóveda de la capilla central de la cabecera, formada por tres arcos de ladrillo que encierran plementos de toba (Manzanares, 1954: 10). Foncalada constituye un edículo completamente abovedado en sillería caliza. No hay datos sobre la composición material de las bóvedas de Nora, Gobiendes y Priesca. No se emplea en ningún caso la bóveda de arista —salvo el esbozo de aristas que supone el encuentro de la bóveda de cañón de la cripta de Naranco con los lunetos que cubren los dos vanos de entrada a la misma desde el Norte y el Sur—, ni las bóvedas cupuladas de gallones o vaídas, ni cúpulas sobre pechinas o trompas. Se emplean fajones de articulación interna en las dos bóvedas superpuestas de Naranco y en la capilla oriental, cámara occidental sobre el pórtico y dependencia septentrional de Lena (García de Castro, 1995: 380; 479; Carrocera, Díaz y Sierra, 2009: 334), no en la dependencia central de la tribuna occidental de Valdediós, como erróneamente se ha afirmado (Noack-Haley y Arbeiter, 1994: 174; Utrero, 2006: 142). Últimamente han sido documentados sistemas de zunchos de madera a media altura y en la coronación de algunos templos asturianos, como Tuñón (Caballero y Rodríguez, 2010: 91-154). Permanece hasta la fecha como un únicum técnico el empleo de vigas de hierro sobre las impostas de la bóveda de la dependencia central del pórtico occidental de Valdediós.73 La cúpula de la catedral de Aquisgrán posee anclajes de anillos de madera y vigas de hierro en el tambor. Su función consiste en recoger los esfuerzos laterales y reconducirlos hacia la vertical, de forma que el peso actúe como en una estructura monolítica, sin tensiones laterales, ya que no apoya en sistema alguno de contrafuertes y no está descargada por las bóvedas del deambulatorio. La estática es similar a la de San Vitale de Rávena, donde el deambulatorio estuvo originalmente cubierto con madera y careció por ello de toda capacidad de descarga (Kreusch, 1965: 470-471). Por su parte, la cripta de Steinbach posee una bóveda construida alternando hiladas de dos bloques de toba calcárea con otras dos de ladrillos dispuestos al canto, de 29 cm de lado, lo que determina la sección (Ludwig, Müller, WiddraSpiess, 1997: 55). La mayor parte de los edificios visigodos conocidos arqueológicamente dispusieron de cubiertas de carpintería de madera en las aulas, y pudieron contar con bóvedas en los ábsides y santuarios. No hay hasta el momento edificios de tipología basilical de 73 Es errónea la afirmación de Utrero (2006: 135) atribuyendo a Schlunk (1947: 379) la existencia de estas vigas también en la nave central: este autor solamente indica que se aprecian en «el porche de entrada».
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esta cronología completamente abovedados, como los que aparecen en Asturias a mediados del IX. Las basílicas carolingias estuvieron cubiertas con carpintería de madera, reservando las bóvedas para ábsides —de horno— y criptas —de cañón—. Es de destacar que en Steinbach la carpintería de madera estuvo oculta mediante la colocación de un cielorraso estucado plano, posteriormente revocado y pintado, lo que es coherente con la colocación de un friso de modillones en la coronación de los muros de la nave central (Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1997: 44). Los edificios centrales como la catedral de Aquisgrán y sus derivados estuvieron cubiertos con cúpulas, de ocho paños de mampostería de toba calcárea en el caso aquisgranense (Kreusch, 1965: 470). Los acabados exteriores e interiores de los edificios asturianos son uniformes: paramentos enfoscados y pintados. Los testimonios sobre ello son patentes en los interiores que conservan notables superficies pintadas (Santullano, Lillo, Priesca, Valdediós, y Tuñón) o revocadas (Nora, Naranco), y en los exteriores, en aquellos ejemplos que han conservado testigos muy considerables de los revocos (Santullano, Valdediós, Priesca, Tuñón). En lo demás edificios es de suponer una apariencia similar, con aparejos destinados a la ocultación, como indican los testigos de enfoscados presentes en Lena o la Cámara Santa. Sólo se conoce un solo caso de aparejo visto, en la Foncalada, donde la presencia de inscripciones en la fachada anterior garantiza que hubieron de estar vistas, aunque pudieron disponer de pintura de color que facilitara su lectura, como las inscripciones de los dinteles interiores de las ventanas de la cabecera triple de Valdediós. Contrasta esta solución con los aparejos de sillería decorada con frisos en relieve, como se manifiesta Quintanilla de las Viñas o el interior de San Pedro de la Nave, destinados sin duda a la ostentación. En los edificios conocidos exclusivamente a traves de excavaciones arqueológicas es necesario suponer revocos murales, interiores y exteriores. La arquitectura asturiana es en este aspecto heredera de la precedente tardoantigua. No existe ningún ejemplo asturiano de paramento mural con intención decorativa en la combinación de formas, colores y asiento de los mampuestos o sillares, como sí existen en algún ejemplo de la arquitectura carolingia, como en las criptas de Jouarre, la parroquial de Cravant o la Torhalle de Lorsch. Steinbach nuevamente ofrece una solución mixta, de aparejo de piedra rojiza vista rejunteada en rojo combinada con revoco blanco en la parte superior de los muros exteriores (Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1997: 42).
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En cuanto a los pavimentos, todos de opus signinum, de los que se conservan considerables testimonios en buena parte de los edificios, la herencia tardoantigua es patente. Existen suficientes ejemplos de pavimentos en el mismo material en la Hispania tardoantigua, por ejemplo en el complejo episcopal de Egara-Terrassa (García, Moro y Tuset, 2009), Santa Cristina d’Aro, la cella memoriae de Ampurias, Santa Reparada a Cinclaus (Aicart, Nolla y Palahí, 2008), el Castell de Sant Julià de Ramis (Burch et al., 2006), el Pla de Nadal (Juan y Pastor, 1989; Juan y Lerma, 2000), el mausoleo denominado cárcel de San Vicente de Valencia (Soriano, 2000), la Plaza del Rey de Barcelona (Bonnet y Beltrán de Heredia, 2000), Son Fadrinet (Ulbert y Orfila, 2002), Casa Herrera (Caballero y Ulbert, 1976), como para insitir en el asunto. Los acabados originales carolingios, bien conservados, bien reconocidos a través del registro arqueológico, se componen mayoritariamente de paramentos interiores revocados y pintados: palacio de Saint Denis (Wyss, 1999: 139), Aula Regia del palacio de Ingelheim (Grewe, 1999: 145),74 cripta de San Maximino en Tréveris, cripta de Sankt Esmmeran de Ratisbona, Torhalle de Lorsch, basílica de Steinbach, basílica de Seligenstadt, basílica de IndenKornelimünster (Hugot, 1968: 108), cripta de San Miguel de Fulda, cripta de Santa Lioba en San Pedro de Petersberg (Kiessow, 19982), San Proculus de Naturns, Aula Palatina de Paderborn, capilla de San Silvestre de Goldbach, o los grandes ciclos pictóricos suizos de Müstair y Mals (Preissler, 1999; Exner, 1988; Goll, Exner y Hirsch, 2007), Westwerk de Corvey, la cripta de Saint-Germain de Auxerre (Heitz, 1987; Sapin, 1986), o Saint-Pierre-les-Églises (Heitz, 1987: 201-202). Excepcionalmente parece haberse recurrido al mosaico, como en la cúpula de Aquisgrán (Untermann, 1999: 157), y en la cúpula del ábside central de Germigny-des-Près (Bloch, 1965). Los pavimentos consisten en opus sectile, como en Ingelheim (Grewe, 1999: 145), hormigón, baldosas cerámicas y enlosados de piedra —mármol y traquita—, como en la catedral de Colonia VIIb (Weyres, 1965: 399; Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 142), o en el templo de San Juan de Müstair (Sennhauser, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 228), hormigón, como en Corvey (Jacobsen, en Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991: 82-83), catedral de Hildesheim (Schaefer y Oswald, 74 Aunque el mismo Grewe hace notar que ningún fragmento pictórico recuperado permite corroborar la descripción que de su programa figurativo hizo Ermoldus Nigellus en su poema dedicado a Ludovico Pío en 826. Vid. el texto en Schlosser, 1892: 364-365.
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en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 118; Jacobsen, en Jacobsen, Schafer y Sennhauser, 1991: 183), Steinbach (Ludwig, Müller, Widdra-Spiess, 1997: 62), Inden-Kornelimünster (Hugot, 1968: 108), morteros como en los edificios claustrales de San Juan de Müstair (Sennhauser, en Jacobsen, Schaefer y Sennhauser, 1991: 296), una combinación de mortero de arcilla, tableros y enlosado pétreo como en la colegiata de Vreden (Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 365). Nuevamente hay mosaicos excepcionales, como en el pavimento del ábside de la colegiata de Saint-Quentin (Vieillard-Troiëkouroff, 1965: 365), o la catedral de Aquisgrán (Kreusch, 1965: 488-489), donde convivieron con losas marmóreas (Oswald, en Oswald, Schaefer y Sennhauser, 19912: 16).
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Los componentes de la decoración relivaria en la arquitectura asturiana pueden sistematizarse en dos modelos que podríamos denominar edificios «austeros» y edificios «enriquecidos». Los primeros carecen de elementos escultóricos ornamentales, reduciéndose su equipamiento a impostas y basas de molduración sencilla en el interior y a modillones de rollo en el exterior. Como máximo presentan arquerías perimetrales en el interior de la capilla central de la cabecera o parejas de capiteles en los arcos triunfales. Responden a este modelo Santullano, Nora, Priesca, Gobiendes, Tuñón, Valdediós, Bendones, Bedriñana y la Cámara Santa. Los segundos incorporan un completísimo aparato decorativo en relieve —discos, placas esculpidas, bandas acanaladas, series de capiteles, roscas de los arcos, basas— que articula los muros interiores y adorna los exteriores con acanaladuras en los estribos. Se limita el modelo a los tres edificios abovedados por completo y fechados a mediados del IX, Naranco, Lena y Lillo, a los que se suma el pórtico meridional de Valdediós, que forma la fase II del edificio. Pese a su coetaneidad y relativa vecindad topográfica, Lillo y Naranco pertenecen a proyectos diferentes y han sido equipados por talleres distintos. Lena es derivado claro de Naranco, con el que comparte, aun cuando en escala reducida y simplificada, muchos de los rasgos del proyecto y la plasmación material del mismo. Resulta evidente que no se puede sostener la idea de continuidad entre la arquitectura anterior a Naranco-
Lillo y éstos edificios. Naranco no pudo ser inspirado por la Cámara Santa, como pretendió Schlunk (1947: 349-353), entre otras razones porque es más que probable que la Cámara Santa sea posterior al belvedere en unos treinta años (García de Castro, 1995: 371-372). Mas, aun cuando no tuviéramos en cuenta esta tesis, es una necesidad lógica admitir que un edificio como el de Santa María de Naranco no es el resultado de la integración local de diversos elementos de heterogénea procedencia,76 sino el producto de la importación de un sistema constructivo completo y formado hasta en sus más mínimos detalles, desde la proporción que rige su trazado planimétrico hasta el acabado de los paramentos. Es una manera de construir la que se importa en su totalidad y la que se aplica a una necesidad funcional que sí pudo estar dictada por el promotor local. La ubicación de la decoración difiere en ambos modelos. En el modelo austero se concentra en torno al santuario, donde se ubican los capiteles, las placas decorativas, y las arquerías perimetrales —cuando aparecen—. En el modelo enriquecido, la decoración se distribuye uniformemente por el interior y asoma al exterior con la profusión de celosías, acanaladuras e incluso medallones. Es éste segundo modelo el que presenta afinidades con los paralelos orientales aducidos a propósito de la decoración exterior de La Nave y Quintanilla, no en el sentido formal, de inspiración directa de motivos y distribuciones de los mismos, sino en el conceptual, de concebir el muro como soporte decorativo. El papel de los spolia en la decoración asturiana ofrece ocasión para reflexionar sobre el valor simbólico del pasado. La primera aparición de spolia se encuentra en el vano del testero de San Tirso de Oviedo. En él, dos capiteles de pilastra tardorromanos se sitúan en ambas jambas de la ventana trífora, mientras que dos copias asturianas de ellos, labradas ex profeso, coronan las columnas centrales. Parece realzarse aquí la producción local frente al modelo, relegado a los márgenes. En Santullano, ligeramente posterior, la arquería perimetral de la capilla central emplea ocho capiteles de acarreo (Noack-Haley, 1986; García de Castro, 2007: 111-113) sobre fustes y basas igualmente reaprovechados, complementados por dos pilastras recortadas que se sitúan en las respectivas faces orientales de las jambas del arco triunfal. De piezas expoliadas se componen igualmente las columnillas de la ventana trífora de la cámara supraabsidal. No dispone este templo de plástica propia,
75 Remito a los capítulos correspondientes de García de Castro, 1995: 275-326 y García de Castro, 2007.
76 Conclusión obvia de la metodología analítica del tipo Quellenforschung.
3.
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CAMPO DE LA ESCULTURA ARQUITECTÓNICA75
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si se exceptúan las impostas y los modillones exteriores, como acontece con Nora y Bendones. Por su parte, la Foncalada carece de todo elemento decorativo, salvo la cruz inscrita en el piñón de la fachada anterior, y la simetría conscientemente buscada que ofrece la disposición de las inscripciones de la misma fachada. A mediados del IX acontece una verdadera revolución: Naranco ofrece una escultura concebida expresamente para el edificio, labrada por un único taller en el mismo material, sin una sola pieza reaprovechada. Lena se inscribe en su línea con todas sus piezas originales en la fase I, utilizando el acarreo solamente en la fase II correspondiente al arco triunfal y cancel. Lillo, por el contrario, muestra una escultura igualmente original, pero de múltiples manos (García de Castro, 1995; 2007) y reutilizando elementos del primer proyecto en el segundo (Caballero et al, 2008: 24-26), sin que haya reempleo de piezas ajenas a la obra. La promoción arquitectónica asturiana no olvidó a partir de este momento dotarse de talleres escultóricos propios. Gobiendes, Valdediós, Bedriñana y Priesca privilegiaron la colocación de la escultura autóctona de capiteles, recurriendo excepcionalmente al reempleo, como en los capiteles de arcos triunfales de las capillas laterales de Valdediós. Tuñón, sin embargo, sólo posee dos piezas escultóricas, con todos los elementos reaprovechados, en el arco triunfal central, al igual que la Cámara Santa, cuya capilla superior cuenta con cuatro columnas tardoantiguas, sendos pares en el arco triunfal y en la ventana del testero. Se puede observar, pues, que la plástica propia gozó de mayor consideración que la ajena entre los promotores asturianos, y, por ello, puede afirmarse que no le es de aplicación la norma habitual de la arquitectura altomedieval del prestigio inducido a través del reempleo de piezas aureoladas por su pertenencia a un pasado glorioso (García de Castro, 2007: 113-114). Ello no impidió introducir estos mismos elementos coronados por piezas propias, como acontece en los fustes y basas del arco del pórtico occidental y las capillas de la cabecera de Valdediós. Por el contrario, el pórtico meridional es obra en su totalidad original, con una escultura integrada en el proyecto, al modo concebido y ejecutado en Naranco. Es cuestión que apenas ha sido tratada por la investigación la relación de la escultura arquitectónica asturiana con el denominado «renacimiento carolingio», entendiendo por tal la vivificación consciente del estilo y la iconografía de la edad constantiniana (Krautheimer, 1942; Panofsky, 19834: 88-97): su vinculación o no con el renacimiento de los tipos y estilos clásicos que se aprecia en la escultura carolin-
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gia de fines del VIII y primer tercio de IX. El corpus de Ruth Meyer (1997, I Text; II Tafeln) permite asomarse a la producción de capiteles conservada en el ámbito alemán, del que extraemos los siguientes ejemplos como clara manifestación de esta voluntad clasicizante:77 Santa María de Aquisgrán, capiteles A2 y A3 de la arcada superior de la tribuna, (I, 9-11, 1214; II, 589, 591); Santa María de Aquisgrán, capitel de pilastra A6B en el exterior del piso superior, copia del capitel romano de los siglos II-III A6A (I, 2527; II, 597); Santa María de Aquisgrán, capiteles A7 de la balaustrada en bronce de la tribuna (I, 30-32; II, 598); San Esteban de Corvey, capiteles Cor 1 de la cripta del antecuerpo occidental (I, 45-49; II, 611); Drübeck, capiteles de la arquería septentrional de la nave (I, 57; II, 614); colegiata de Essen, capitel de la columna exenta en el santuario (I, 69-73; II, 621); San Miguel de Fulda, capiteles corintios Fu 1, 2, 3 y 4 (I, 90-96; II, 628, 630, 631); San Miguel de Fulda, capiteles jónicos Fu, 5 y 6 (I, 97-102; II, 633, 634); San Miguel de Fulda, producciones jonicizantes Fu 7ª y /B (I, 103-108; II, 636); Saalkirche de Ingelheim, impostas con volutas del crucero Ing 2 y 3 (I, 163-166; II, 664, 666); Torhalle de San Nazario de Lorsch, capiteles de la fachada occidental Lo1, Lo2 (I, 214-219; II, 695-696); Torhalle de San Nazario de Lorsch, piezas jonicizantes al modo de Fulda Lo7 y 8, capiteles del sarcófago de Luis el Germánico (I, 230-233; II, 704-705), con paralelos en un capitel reutilizado como basa en la catedral de Essen (II, 706, Abb 3 o el capitel M del castillo de Quedlinburg (II, 706, Abb. 4); San Juan Bautista de Rasdorf, capiteles de acanto clásico de la arqueiría meridional Ra 1, 3, 5 y 6 (I, 324-325, 331-332, 335339; II, 758, 762, 763); Unterregenbach, capitel jonicizante del Würtembergisches Landesmuseum Unt 1 (I, 462-465; II, 830); Sankt Gallen, capitel corintizante atribuido a la fundación del abad Gozbert (I, 472; II; 833). Nada semejante se aprecia en la producción asturiana, ni en la leonesa, caracterizada, como ya se ha reconocido repetidamente, por el empleo de acantos espinosos de ascendencia paleobizantina (Schlunk, Noack-Haley, Domínguez Perela), sin que se pueda aportar ningún ejemplo de tipo compuesto. La misma voluntad de imitación de los tipos 77 No me referiré aquí a la escultura spoletina de San Salvatore y el tempietto de Clitunno, dadas las ostensibles divergencias entre las propuestas de datación que se vienen esgrimiendo por los estudiosos. En último término cf. Jäggi, C, 1998: 253-254, que se pronuncia por una fecha entre fines del VI y principios del VIII, lo que excluye a este templo y al tempietto del renacimiento carolingio, como había sido sostenido, entre otros, por Deichmann (1943). No obstante, Untermann (2006: 88) ha vuelto a defender la fecha del siglo VIII.
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clásicos ha sido reconocida para las producciones emirales andalusíes (Cressier, 1990: 90-96; Domínguez Perela, 1990: 111). El hecho de su ausencia en Asturias juega nuevamente en contra del papel impulsor de lo omeya en la plástica asturiana y es argumento a favor de la intuición de que los promotores y artistas asturianos mantuvieron una alta conciencia del valor estético y simbólico de sus propias creaciones. En general, puede afirmarse que desde que se inicia en Asturias una producción de capiteles continuada, a partir de los primeros años del IX, se adopta una morfología derivada del capitel-imposta bizantino, a la que se adaptan tanto los ejemplares corintios como los facetados. No existe ningún ejemplo de capitel troncocónico invertido, ni aparecen casos de capiteles achatados de gran desarrollo de la superficie del ábaco, con grandes acantos envolviendo el cesto, ni se adoptan los tipos compuestos. Los tipos corintios que aparecen en Asturias coetáneos a los de imitación mediobizantina no muestran rasgos que los emparenten con la plástica visigoda precedente, tal y como se manifiesta en San Juan de Baños (Palol, 1988: 43-52): han desaparecido los caulículos, los nervios destacados y los bordes dentados de las hojas y el ábaco de perfil quebrado. Idéntica seguridad se obtiene del examen de los ejemplares reutilizados en la mezquita cordobesa (Ewert y Wisshak, 1981; Cressier, 1984-8), de los descubiertos por todas partes en Toledo (Barroso y Morín, 2007: 552-665), de los fragmentos de Segóbriga o de Valencia. Nada tampoco de los capiteles corintizantes emeritenses parece haber inspirado a los escultores asturianos, según se deduce de la contemplación del corpus de Cruz Villalón (1985: 245-249). En cuanto a las hojas, no hay acantos espinosos, lo que contrasta fuertemente con el abundante uso de esta forma en la escultura leonesa del primer tercio del X. Sin embargo, en las producciones simplificadas de hojas lisas emeritenses (Cruz Villalón, 1985: 250-252) o en los reutilizados de la mezquita cordobesa (Ewert y Wisshak, 1981: Taf. 58-59) sí se reconocen paralelos lejanos a los tipos de la arquería perimetral del santuario central de Lillo, aunque la gran difusión de estos tipos, como indica la misma Cruz Villalón, dificulta el establecimiento firme de corrientes de influencia. En general, los grupos regionales que van definiéndose en este campo de la escultura tardoantigua hispánica tampoco ofrecen referencias sólidas en términos de influjos o transmisiones de escuela. Nada de lo tarraconense y barcelonés (Guardia y Lorès, 2007), ni de lo valenciano (Ribera y Rosselló, 2007),
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ni de lo murciano ni en general el SE hispánico (Ramallo, Vizcaíno y García, 2007; Gutiérrez y Sarabia, 2007) puede rastearse en Asturias, ni en lo iconográfico ni en lo estilístico. No se conoce en Asturias un solo caso de pilar decorado escultóricamente, como los que caracterizan la escultura lusitana tardoantigua —Mérida, Badajoz, Beja— o el ejemplo toledano de San Salvador. No hay fustes decorados en toda su superficie, como en Algezares. No existen los canceles decorados con motivos derivados de la musivaria tardorromana —círculos secantes, rosetas hexapétalas, trifolias, trenzas, series de semicírculos imbricados o superpuestos—, ni cruces caladas con láurea. Se pueden admitir citas esporádicas, como el medallón ya célebre del Pla de Nadal en relación con los de Naranco, la tipología de basas con plinto elevado decorado de Algezares en relación con los dos ejemplos conservados provenientes del Monte Naranco -uno en el edificio de Santa María y otro en el Museo Arqueológico de Asturias-, la organización tripartita del tablero de cancel de Valencia (Ribera y Rosselló, 2007: 352) que se reproduce en la placa del grifo de Lillo, o las retículas caladas del tipo I de los canceles de Algezares (Ramallo, Vizcaíno y García, 2007: 377-378) del que se conocen casos en la catedral de Oviedo y Priesca. Por el contrario, en Asturias afloran los tableros y barroteras figurativos, inexistentes en la Hispania tarodantigua, en una sin duda no casual coincidencia con la plástica escultórica litúrgica del período mediobizantino, donde abundan los motivos de grifos, pavos reales, o leones en los tableros de cancel, de las penínsulas itálica, balcánica y anatólica. En lo relativo a la escultura litúrgica continental, Asturias está fuera del ámbito de difusión de los motivos de sogas, trenzas y entrelazos que caracteriza la producción continental e insular en los siglos VIII y IX, desde Irlanda y Gran Bretaña (Cramp, 1984; Bailey y Cramp, 1988; Lang, 1991; Twiddle, Biddle y Kjølbye-Biddle, 1995; Everson y Stocker, 1999; Fisher, 2001; Fraser (ed.), 2008; Redknap y Lewis, 2007; Edwards, 2007; Harbison, 1992; Harbison, 1998; Henderson y Henderson, 2004) a Croacia (Supi¤ic´ , ed., 1999; Marasovic´, 2008), y que florece igualmente tanto en la Lombardía de los siglos VIII y IX (Bertelli y Briogiolo, eds., 2000) como en ambientes mediobizantinos de Cerdeña y Campania (Coroneo, 2000; Coroneo, ed. 2004; Serna, 2004), Grecia y Asia Menor, sobre todo en los siglos X y XI (Grabar, 1976; Stavrou-Mavroeidi, 1999). Parece, pues, claro, que la atención a los modelos orientales deriva en Asturias no de las realizaciones tardoantiguas, tal y como ocurrió en el SE his-
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pánico de los siglos VI y VII, según documentan los más recientes estudiosos del asunto (Ramallo, Vizcaíno y García, 2007; Vizcaíno, 2009), sino del contexto coetáneo de los siglos IX y X. La iconografía de los tableros de cancel así parece indicarlo, al no aparecer los motivos típicamente tardoantiguos y sí elaboraciones libres de los altomedievales de inspiración mediterránea oriental. No desdicen de este ambiente los entrelazos simples o dobles que ornan los ábacos de los capiteles corintios asturianos, que encuentran exactos paralelos en pilastrillas de Cerdeña (Pistuddi, 2004: 74). En cualquier caso, se trata de creaciones inspiradas con mayor o menor similitud a los modelos, no de copias serviles o imitaciones al pie de la letra, como fue el caso de las producciones ebúrneas del renacimiento carolingio.
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SAINT-DENIS Y ST. GALLEN: ASPECTOS DE LA ARQUITECTURA RELIGIOSA EN EL REINO CAROLINGIO POR
MATTHIAS UNTERMANN Ruprccht-Karls-Universität Heidelberg*
RESUMEN La arquitectura monumental de las grandes abadías del reino franco dio comienzo en el año 760 y responde a formas tradicionales y diferentes funciones. En este momento tuvo gran importancia la discusión en torno a la correcta organización del convento como capítulo de clérigos o monasterio de benedictinos o en torno a ambas relacionadas con el tertius gradus. Los modelos de Roma y el occidente del reino franco no marcaron únicamente la arquitectura de época de Carlomagno, sino también y especialmente la importante de época de Ludovico Pío. SUMMARY Monumental architecture of the big abbeys in the Frankish kingdom starts in 760. This one keeps on determined by those traditional churches whit different functions. It was then highly important the discussion regarding the proper organisation of the convent like cleric chapter or Benedictine monastery or both together related to tertius gradus. Models from Rome and the western Frankish kingdom determined not only the architecture of Charlemagne, but also mainly that from Luois the Pious. PALABRAS CLAVE: Renacimiento carolingio, monacato, basílica, cripta, edificio centralizado. KEY WORDS: Carolingian Renaissance, monasticism, basilica, crypt, centralised building.
El final del dominio romano supuso en el reino franco, al contrario que en la Península Ibérica, un cese de la arquitectura monumental (Oswald, Sennhauser y Schäfer, 1966; Jacobsen, Oswald y Sennhauser, 1991; Duval, 1995–1998, Untermann, 2006; Ristow, 2007). Aunque el bautizo de Clodoveo y su acercamiento al cristianismo católico romano redundaron en nuevas fundaciones de iglesias y monaste* [email protected]. Traducción de Silvina Martin.
rios por parte de la aristocracia franca, su arquitectura era modesta. Durante el reinado de Pipino, padre de Carlomagno, surgió una arquitectura de mayor rango (Stiegemann y Wemhoff, 1999; Untermann, 2006). El Mayordomo Pipino III se había dejado coronar en el año 751 por el papa Zacarías. Pipino concedió a su clérigo Fulrad el título de Abad de Saint-Denis en 750. Saint-Denis, un monasterio situado a las puertas de la capital París, era desde el 639 el lugar preferido para los enterramientos de los reyes francos (Wyss, 2004). Posteriormente, Fulrad sería nombrado archipresbiter Franciae. En el año 754, Pipino y sus hijos fueron ungidos solemnemente por el papa Esteban en Saint-Denis. A través de esta alianza con la iglesia romana, Pipino desbancó definitivamente a la vieja dinastía merovingia. El convento de Saint-Denis se caracterizaba, como otros grandes monasterios francos de la alta Edad Media, por la convivencia entre clérigos y monjes (Semmler, 1980; Semmler, 1989). Clérigos que celebraban la misa, que asistían a peregrinos y monjes, que vivían una vida ascética en estricta clausura y que se encargaban de la liturgia de las horas. Carlomagno y sus consejeros intentaron ordenar minuciosamente y sistematizar diversos sectores del estado. Esto afectó también a los monasterios que debían gobernarse o bien por la regla benedictina, que hacía hincapié en la vida comunal monástica, o bien adoptar el carácter de colegiatas, concentrándose en el boato litúrgico y en la asistencia a los peregrinos que visitaban las tumbas de los santos. En el monasterio de Saint-Denis, el rey Pipino y el abad Fulrad iniciaron la construcción de una iglesia monumental, siguiendo el ejemplo de las grandes basílicas de Roma (Jacobsen, 1989). El nuevo edifi-
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Fig. 1. Planta de la iglesia de la abadía de Saint-Denis.
cio fue probablemente la primera basílica de tres naves con columnas del reino franco, sirviendo de ejemplo para numerosas iglesias monásticas construidas alrededor del año 800. Esta iglesia se conoce gracias a las excavaciones arqueológicas efectuadas bajo la iglesia gótica (fig. 1). Como en San Pedro de Roma, había una nave transversal unitaria, un gran ábside y una cripta anular, que permitía a los fieles visitar la tumba del santo. Las arcadas estaban sostenidas por columnas. Arquitectónicamente llaman la atención los pedestales de estas columnas; una especie de zócalos cúbicos decorados con relieves. Las columnas no tenían base y se encajaban en un hueco de estos zócalos. Pipino fue enterrado en el año 768 delante de la puerta occidental. Su hijo, Carlomagno, dispuso la construcción de un anejo, un coro occidental (Jacobsen, 2002), erigido aceleradamente con el fin de albergar entre diez y quince monjes que cantasen continuamente los Salmos. Normalmente estas laus perennis, les correspondían únicamente a los santos. Existe una descripción redactada en el año 799 de la iglesia de la abadía de Saint Denis (Zettler, 1996). Según ésta, la iglesia tenía 245 pies de largo, unos 80 metros, siendo la profundidad de sus cimientos de 13 pies. La altura de la nave era de 75 pies, casi 25 m, y la altura del campanario de 138 pies. La iglesia tenía 101 ventanas, 45 grandes arcos, 50 columnas grandes y 35 pequeñas, además de cinco columnas de mármol. Los «pórticos» contaban con 103 columnas. Dos puertas estaban decoradas con oro y plata, tres con marfil y dos solamente con plata. Las 1250 lámparas que iluminaban el interior debían rellenarse con aceite tres veces al año. Esta enumeración de datos, redactada en el estilo laudatorio propio de la antigüedad tardía, no corres-
ponde con el plano excavado de la iglesia. La nave central de Saint-Denis contaba respectivamente con nueve arcadas y un total de 16 grandes columnas. Así pues son difíciles de explicar los 45 arcos y las 50 grandes columnas, enumerados en la descripción. El elevado número de columnas indica la existencia de arquerías ciegas adosadas a las paredes y ventanas, como en las iglesias del siglo VI, por ejemplo en la basilica Apostolorum en Vienne a orillas del Ródano (St-Pierre-hors-les-murs). No se han identificados fragmentos de los 200 capiteles, lo que hace suponer que se tratase de representaciones pictóricas de los mismos. En el reino franco, desde el siglo VI tardío hasta mediados del VIII, fueron muy raras las construcciones de iglesias de tres naves y, de haberlas, tuvieron que ser de pequeña dimensión. Sin embargo las grandes basílicas romanas tardías y las paleocristianas seguían en uso, pero su imitación suponía, igual que la de las basílicas de Roma e Italia, conseguir una escala inalcanzable En el reino lombardo, como es sabido, se adoptó la antigua tradición constructiva de forma mucho más intensa. La gran basílica de tres naves de Spoleto, construida antes de la conquista del reino por los francos en el 774 (Jäggi, 1998), contaba no solamente con un destacado arquitrabe de orden dórico, prácticamente desconocido en la Edad Media, sino también con unos relieves de formas clásicas de gran calidad. Típico de los monasterios francos eran las iglesias pequeñas, de las que cada monasterio tenía varias de ellas. Itta, la viuda del mayordomo Pipino I, fundó en Nivelles un monasterio en el 640/42 (Mertens, 1962; Donnay-Rocmans, 1999) que contaba con tres iglesias: Santa María, para el convento de las
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monjas; San Pablo para el clero y el pueblo y finalmente San Pedro, la iglesia funeraria destinada a albergar las tumbas de la fundadora y de las monjas. También en Saint-Denis formaban parte del monasterio diferentes iglesias de una sola nave: la iglesia sepulcral, con la tumba de San Dionisio; la iglesia de San Pablo, para el clero; dos iglesias sepulcrales, San Bartolomeo y San Pedro, para diferentes grupos de nobles; y probablemente otra iglesia para el convento. Una dilatada fortificación circundaba la inmensa ciudad monacal. A ella pertenecían un palacio real, un hospital y numerosas casas de artesanos. A partir del año 767, Saint-Denis pasó de ser la iglesia sepulcral de un santo a convertirse en la monumental iglesia principal del gran monasterio, pero este sistema no llegó a funcionar (Semmler, 1989). El abad alamán Waldo, nombrado por Carlomagno en el 806, intentó que en el convento de Saint-Denis se acatase la regla benedictina. Según las fuentes, primero amenazó con utilizar la violencia, pero finalmente recurrió a la elocuencia y el ejemplo. Su sucesor, el abad Hilduin, archicancellarius de Ludovico Pío, se inclinó por el tertius gradus, una forma de vida entre la canónica y la monacal, entre la colegiata y el monasterio. De hecho esto significaba que, según el sínodo de Aquisgrán del 817, el monasterio se decantaba por convertirse en colegiata. Por este motivo, un tercio de los monjes del convento abandonaron Saint-Denis y se trasladaron a un monasterio cercano para poder vivir en ascetismo monacal. Después de fuertes polémicas, entre los años 829 y 832, el convento en conjunto se decidió por la vida monástica siguiendo la regla de San Benito. Finalmente, para la liturgia de las horas celebrada ante la tumba del santo se construyó en el año 832 una cripta exterior, al este del ábside, donde una parte del convento prestaba sus servicios litúrgicos, mientras que otra parte del convento hacía otro tanto en la tumba de Pipino. El convento, cuyo tamaño estaba limitado a 150 monjes, se siguió dividiendo en diversos grupos, que realizaban sus servicios en diferentes zonas de la iglesia. La planeada reforma no llegó a efectuarse. El documento litúrgico más importante del reino franco es la Orden de uno de los integrantes de la corte de Carlomagno, el abad Angilberto, para su monasterio en Centula inaugurado en el 799 (Hallinger, 1963, 283–303; cf. Lot, 1894). El aspecto de este edificio sólo se conoce por las copias barrocas de un dibujo de plena Edad Media (Heitz, 1963, pl. 1, fig. 2). Se trata de una gran iglesia con doble ábside, con el altar y la tumba de San Richario en el lado este y con el altar del Salvador al oeste (Parsons, 1977; Ber-
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Fig. 2. Monasterio de Centula.
nard 2009). También aquí había varias iglesias: San Benito y Santa María, esta última estudiada arqueológicamente. Se trataba de un edificio de planta centralizada en forma de dodecágono. En las torres de entrada de la muralla que rodeaba la ciudad-monasterio se encontraban las capillas de los arcángeles. El convento estaba constituido, como en Saint-Denis, por monjes y sacerdotes. 300 monjes celebraban la liturgia de las horas alternando en los tres coros de la iglesia, situados al este, en el centro y al oeste. Los sacerdotes tenían que celebrar diariamente 30 misas en 30 altares, de las cuales 4 eran para Carlomagno y 4 para el papa Adriano. Diariamente, pero sobre todo en las solemnidades, todos los monjes del convento se desplazaban en procesión por la iglesia, haciendo estación por diferentes altares e imágenes piadosas (fig. 3). Resulta notable que en el crucero entre la nave y el transepto no se instalasen ni altares ni el coro, sino que se trataba de un espacio octogonal debajo de la torre, decorado sólo por fuera con grandes imágenes de la Pasión (Möbius, 1985). La abadía más importante al este del territorio franco era Fulda, fundada en el 744 (Hamberger et
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con dos partes, una iglesia en el lado oeste con la tumba del santo y una basílica al este. También en Fulda, como en Saint-Denis, se siguió el ejemplo de San Pedro en Roma. Esta construcción, de grandes dimensiones y situada en el escasamente poblado reino oriental, llamaba mucho más la atención. El abad de Fulda tenía la pretensión de ocupar en la corte real el segundo rango después del abad de SaintDenis. El transepto oeste se denomina en las fuentes expresamente como domus transversalis. En la iglesia había criptas en el lado este y en el oeste y torres solamente junto al ábside oriental. Cuando el templo se consagró en el 819 contaba con 14 altares (BechtJördens, 2010). Los planos publicados son problemáticos, ya que las excavaciones efectuadas en la catedral barroca se realizaron de forma poco profesional y se tomaron medidas incorrectas (Krause, 2002). De las columnas se conservan grandes capiteles del orden compuesto y jónico (Meyer, 1997). Se desconoce el aspecto de los edificios del claustro. También en Fulda los monjes del convento formaban grupos diferentes por lo que, sobre todo durante la construcción de la gran iglesia, hubo intensas polémicas, según nos informan las fuentes escritas (Supplex libellus: Semmler, 1996). *
Fig. 3. Iglesia principal del monasterio de Centula.
al., 2009). Ya en el año 781 el convento contaba con 364 miembros, pero alrededor del 825 superaron los 600. Algunos de ellos vivían en monasterios externos, llamados cellae. En el 791, el abad Baugulfo encomendó al monje Ratgar la construcción de una nueva iglesia del monasterio. Esta contaba también
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A menudo el tamaño de las iglesias no era proporcional a la importancia histórica o política del monasterio. Si bien la monumentalidad de las nuevas construcciones suele corresponder a las pretensiones políticas, no siempre ocurre así. Las iglesias de la abadía Reichenau, en el lago Constanza, son un claro ejemplo de ello (fig. 4). Fundada en el 724 en una isla, sus primeras iglesias fueron simples edificios de una sola nave (Zettler 1988). Tiene una gran importancia para la historia de la arquitectura comprobar que existían edificios de madera, así como un claustro con el consabido esquema rectangular. Sus postes de madera han sido datados dendrocronológicamente hacia el año 727, exactamente en el momento de la fundación. Sin embargo, el abad Heito, que actuaba como consejero y diplomático en la corte de Carlomagno y que viajó a Bizancio en el 811, hizo construir una nueva iglesia a partir del 806, que se consagró el 816. El transepto, con tres espacios diferenciados, todavía conserva la construcción prerrománica hasta la altura del techo. Aquí se encuentra el primer ejemplo conservado de un crucero de planta cuadrada y con cuatro arcos de la misma altura (fig. 5). Esta forma difiere ostensiblemente de las iglesias
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Fig. 4. Iglesia de la abadía de Reichenau construida por el abad Heito en 806.
de Saint-Denis o de Fulda, que con sus transeptos unitarios seguían el modelo romano. Heito se sirvió posiblemente de modelos bizantinos (Meier, 1990). El crucero no empalma hacia el este directamente con el ábside, sino con un gran santuario que tiene dos ábsides paralelos. Estos no albergaban el altar principal de la Virgen María, sino los altares de Pedro y Pablo, como ya existían en la iglesia anterior; los dos ostensiblemente del mismo rango. Al norte y al sur del santuario se encontraban la sacristía y la biblioteca. La nave era una sencilla basílica con pilares sin decoración alguna. Los trabajos de cantería en el monasterio de Reichenau, situada en una isla de grava, se limitan a los canceles. La iglesia estaba decorada con frescos de los cuales se conservan sólo escasos fragmentos. Alrededor del año 885 se construyó una iglesia para albergar reliquias importantes, situada hacia el oeste y con transepto unitario y dos torres. Numerosas iglesias secundarias y varias colegiatas se construyeron después del año 800 en la misma isla y en los alrededores, en tierra firme (Zettler, 2005). De los servicios litúrgicos se encargaban, como en Saint-Denis, grupos de clérigos pertenecientes al monasterio. En Reichenau se confeccionó alrededor del 830
uno de los monumentos más significativos del monacato carolingio: el llamado plano de St. Gallen (Duft, 1962; Horn/Born 1979; Ochsenbein y Schmucki, 2002; fig. 6). Varios monjes eruditos de Reichenau diseñaron el plano de un monasterio con detalladas inscripciones para Gozbert, el abad del cercano monasterio de St. Gallen (Zettler 1990). Estos fueron el abad emérito Erlebald, el bibliotecario Reginbert y el monje Tatto, quien en el 817 había asistido al sínodo de Aquisgrán y de allí había traído una transcripción de la regla de San Benito. Para efectuarlo se cosieron cinco hojas de pergamino, resultando una superficie para el dibujo de 77 cm x 112 cm. Aparecen simbolizados muros, puertas, muebles, hornos y otras instalaciones. La representación de los diferentes elementos sigue una tradición romana, conocida a través de planos en mármol (Heisel, 1993). La iglesia es una basílica de tres naves, con columnas, transepto, santuario y ábsides al este y al oeste. La parte este de la iglesia se asemeja a Reichenau. También aquí se encuentra el altar principal en el santuario, no en el ábside, y los altares secundarios están situados en los brazos del transepto, delante de los lisos muros orientales. A los lados del santuario debían estar las habitaciones para las vestiduras litúrgicas, el scriptorium y la biblioteca.
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Fig. 5. Nave de la iglesia de Reichenau a la altura del transepto.
En St. Gallen, la tumba del santo se hallaba bajo el altar mayor, por ese motivo se dibujó allí una cripta de galería, angular y con bóveda de cañón. En los ábsides se encontraban otros altares secundarios; en el ábside este, el altar de San Pablo y en el oeste, el de San Pedro. El coro de los monjes se ubicaba en el crucero, no como posteriormente se acostumbró hacer, con bancos colocados a lo largo, sino con varias filas de bancos alineados uno tras otro. Las naves estaban divididas por numerosos canceles. En la nave central se encontraban en fila un ambón, un altar de la cruz, un altar de San Juan y, algo inusual en un monasterio, una pila bautismal. En las naves laterales había un gran número de altares secundarios. Las torres redondas a los pies de la iglesia, con sus escaleras de caracol, no albergaban las campa-
nas, sino los altares de los arcángeles, del mismo modo que en Cluny tres siglos después. Los laicos podían acceder a la iglesia por el oeste, a través del atrio anular. En el interior no había mucho espacio disponible para los laicos, pues casi toda la iglesia estaba destinada a la liturgia del convento, como ya hemos visto en Centula. Al sur de la iglesia se dibuja el interior del convento. Este consta de un claustro con numerosos arcos: en el ala este está el dormitorio con 77 camas; en el ala sur se ve el refectorio, con los bancos y las mesas dibujadas; y en el ala oeste se encuentra la bodega con los barriles. Mediante inscripciones se señala que las tres alas cuentan con dos pisos: en la planta baja del ala este se encontraría una gran sala calefactada, que servía para múltiples funciones, entre
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Fig. 6. Plano de St. Gallen.
otras para celebrar el capítulo y para trabajar. Esta sala contaba con un sistema de calefacción tipo hipocausto que se reconoce por su horno exterior y su chimenea separada. Las plantas altas de las alas sur y oeste estarían ocupadas por almacenes. En las esquinas del complejo se encuentran el baño y las letrinas, así como la cocina. Este ordenado esquema de un monasterio no era usual en ninguno de los monasterios construidos por aquel entonces en Europa. El plano refleja por una parte la arquitectura de Reichenau y por otra expresa el concepto del orden, una idea típica de los ilustradores de libros. En esta ocasión no podemos ocuparnos de los otros numerosos edificios destinados al abad, a los huéspedes distinguidos y a los peregrinos, a los enfermos y al médico y los novicios; ni de los edificios dedicados a la explotación, los jardines y los establos. Resulta de interés que el monasterio contaba con instalaciones propias para la producción de armas: el abad de un monasterio real debía acompañar a su rey en las campañas militares, así como también proporcionar numerosos soldados que las pudieran portar.
El plano del monasterio de St. Gallen es único en su género. No se trata, como creían algunos investigadores, de una copia de otro plano. El plano fue dibujado en Reichenau y rotulado de acuerdo con la liturgia de St. Gallen. Según mi opinión, su función se explica en el mencionado debate sobre la correcta forma de la vida monástica, que fue particularmente intenso en los años 825/830. Antes hemos visto que el intento de los consejeros de Carlomagno y Ludovico Pío de separar monasterio de colegiata, uno para los monjes y otra para el clero, no se correspondía con la realidad de los grandes monasterios francos (Semmler 1980, 1989, 1996). Allí vivían juntos numerosos clérigos y monjes en un gran convento, o en ciertos monasterios divididos en grupos. Esta situación se conocía en el debate como tertius gradus, el tercer estamento. El plano de St. Gallen muestra eso exactamente, un gran monasterio del tertius gradus para clérigos y monjes (Semmler, 2002): la iglesia tiene una tumba de santo y 17 altares, como si fuera una típica iglesia de un gran convento de clérigos. En realidad ni en Reichenau, ni en St. Gallen había entonces tantos
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Fig. 7. Nueva iglesia del monasterio de St. Gallen.
altares. La clausura, meticulosamente representada, muestra que esa comunidad de clérigos estaba perfectamente integrada en una comunidad de monjes, que vivían según las severas reglas benedictinas. Así pues, el plano es un alegato a favor del tertius gra-
dus; a favor de la estructura tradicional de los grandes monasterios francos y en contra de los esfuerzos de la corte real por hacer reformas. El dibujo no fue utilizado como plano constructivo. La nueva iglesia del monasterio de St. Gallen,
Fig. 8. Restitución de la iglesia monástica de Steinbach.
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construida a partir del año 830, no se parecía a la del plano (Sennhauser, 2002), no tenía ni transepto, ni ábsides, aunque al menos contaba con una cripta de galería angular que conducía a la tumba del santo. El plano muestra una marcada separación entre la zona de los laicos y la iglesia de los monjes (fig. 7). La iglesia occidental de San Otmar, con una segunda cripta, se construyó, como en Reichenau, algunas décadas más tarde y se consagró en el 867. Los edificios que aún se conservan y las detalladas fuentes escritas nos ofrecen una imagen del intento fallido de fundar un monasterio con la tumba de un santo (Schefers, 1992). Eginhardo, canciller de Carlomagno, recibió, tras la muerte de éste en el 814, un extenso terreno en el Odenwald. Allí erigió una iglesia monástica en Steinbach, entre los años 822 y 827 (figs. 8 y 9). Esta iglesia, pensada como sepulcro para él y su esposa, se conserva todavía en gran parte (Ludwig, Müller y Widdra-Spiess 1996) y ha sido bien documentada y datada dendrocronológicamente en el momento de su fundación. Se trata de una basílica con pilares (cuyas arcadas están hoy tapiadas), con dos brazos transversales y tres ábsides. Un iconostasio dividía la nave central. Es digna de mención la cripta, a la que se podía acceder por las naves laterales, y que se compone por varias galerías dispuestas en forma de cruz. En la cabecera había tres altares y a ambos lados de los pies de la galería principal se encontraban dos nichos para albergar los sarcófagos de los dos fundadores, que se encontrarían bajo el altar de la cruz situado encima, en la planta superior de la iglesia. La iglesia es mucho más pequeña que las iglesias de monasterios de las que hemos tratado hasta ahora (Jacobsen, 1992). Sin embargo, su forma y tamaño corresponden casi exactamente con la iglesia monástica en Inda. Ludovico Pío fundó allí en el año 814 un monasterio modelo para el abad Benito de Aniane, un reformador carismático de la nobleza visigoda, procedente de Septimania. El monasterio de Inda se encontraba muy cerca de Aquisgrán, donde se llevarían a cabo en el 817 y el 819 dos grandes concilios para la reforma del monacato. Esta forma de construcción era decididamente benedictina, marcadamente diferente a la de las viejas iglesias de las grandes abadías (Hugot, 1968). En el año 827, Eginhardo logró adquirir en Roma las reliquias de los santos Pedro y Marcelino que trasladó al reino franco, en un viaje descripto detalladamente, y que hizo colocar en un relicario del altar mayor de la iglesia de Steinbach, que ya estaba terminada pero todavía no consagrada. Según la tradición, los dos santos romanos no aceptaron este lugar,
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Fig. 9. Plantas de las iglesias de Steinbach y Mulinheim.
apareciéndosele en sueños a Eginhardo. Por esa razón los hizo trasladar a Mulinheim cerca de Fráncfort (hoy Seligenstadt), donde él ya había fundado una colegiata. Pero las reliquias tampoco se instalaron en esta colegiata, sino de forma provisional en una «basílica nueva». Un relato contemporáneo narra que el relicario se encontraba en el altar mayor y que los laicos podían acercarse hasta él. Eginhardo contaba con un oratorio privado en una tribuna alta a los pies de la iglesia, donde se encontraba otro relicario que albergaba su colección de reliquias de santos. Para ubicar a los santos Pedro y Marcelino hizo modificar la cabecera de la colegiata, construyendo una nueva cripta anular que imitaba el modelo romano y permitía a los peregrinos acercarse a las reliquias conservadas cerca del altar mayor (Platz, 2006; fig. 9). Lo importante era que en Mulinheim, al contrario que en Steinbach, los santos de Roma se encontraban en el marco arquitectónico apropiado, es decir, equiparable al de las grandes iglesias con reliquias de Roma. La cripta cruciforme de Steinbach y su planificación de modo anormal como sepulcro del fundador, para su enterramiento como si fuese un santo, eran razones que los clérigos del lugar consideraban inaceptables para convertirla en el santuario de peregrinación de las importantes reliquias traídas de la misma Roma.
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El florecimiento de la arquitectura bajo el emperador Ludovico Pío y sus sucesores no ha sido suficientemente destacado. Existen dos grandes iglesias monásticas típicas de esa época y que han sido bien investigadas. La iglesia abacial sobre la tumba de San Germán, en la ciudad obispal de Auxerre, se reconstruyó entre los años 841 y 859 (Sapin, 2000). La iglesia gótica conservó la cripta con sus múltiples naves. Bajo el santuario se encontraba la pequeña cripta de tres naves, con columnas, spoliae romanas que soportan arquitrabes y bóvedas de cañón. En su ábside se encuentra el sarcófago del santo que los laicos podían rodear a través de un estrecho corredor. Nos encontramos ante la típica cripta anular romana modernizada, unida a una cripta central, como será típico en Francia en los siglos X y XI. Además abren a esta cripta varias capillas con altares, ricamente decoradas con escultura arquitectónica y pinturas murales. La capilla que se situaba en el extremo era presumiblemente una rotonda. Se trata de una cripta exterior, llamada así desde la Edad Media, originalmente de dos pisos, que era más rica, litúrgica y arquitectónicamente hablando, que la ya mencionada de SaintDenis. Una cripta exterior como ésta, con ventanas abiertas al santuario, se conserva también en la ruina de la iglesia abacial de Flavigny, cerca de Auxerre (Sapin, 1986). En Auxerre había además un gran cuerpo occidental, consagrado en el 865. En su planta baja se encontraba un espacio de tres naves y en la planta alta un altar consagrado a San Juan. El antecuerpo del monasterio de Corvey está bien conservado (Lobbedey, 2009; fig. 10). La abadía se fundó en el año 822, cuando el territorio sajón ni siquiera estaba totalmente integrado en el reino carolin-
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gio. Los monjes, que desde hacía unos años vivían en un lugar cercano, menos apropiado, llegaron de Corbie, en el norte de Francia. Por este motivo se llamaba al monasterio Nova Corbeia. La primera iglesia abacial ya tenía tres naves y una cripta de galería rectangular bajo el presbiterio, como en el casi contemporáneo plano de St. Gallen. En la cabecera se encontraba una cripta exterior de dos plantas, parecida a la de Saint-Denis. La planta alta tenía un complejo techo de madera que, siguiendo la tradición antigua, estaba revestido con mortero sobre una rejilla y pintada. Otro techo plano de madera cubría la planta baja. Los motivos romanos de su pintura se pueden reconstruir a partir de los hallazgos arqueológicos. Se han encontrado grandes azulejos poligonales de vidrio, que posiblemente pertenezcan al revestimiento de las paredes en opus sectile. La arquitectura antigua no se conocía aquí a partir de ruinas antiguas, sino que acompañó a la conquista de Carlomagno y fue introducida por los monjes venidos del oeste. Corvey se encuentra a 200 km de los límites del antiguo imperio romano. Alrededor del año 860 se reconstruyó la cabecera, esta vez con un transepto, tres ábsides, una cripta externa y una capilla cruciforme en el extremo. De gran importancia es el antecuerpo, westwerk, conservado casi en su totalidad, que originariamente contaba con tres torres y que se construyó en el antiguo atrio, entre los años 873 y 885 (Lobbedey, 2002; Claussen y Skriver, 2007). El exterior no refleja la estructura de su complejo espacio interior. Un cuerpo central saliente (risalit) indica la entrada oeste. La planta baja se abre con un pórtico de tres arcos. Una placa con letras clásicas de bronce dorado dice:
Fig. 10. Iglesia de la abadía de Corvey, con el alzado de su antecuerpo o westwerk.
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Fig. 11. Planta alta del antecuerpo de la iglesia de Corvey.
«Civitatem istam tu circumda Domine et angeli tui custodiant muros eius». No está claro si aquí civitas se refiere sólo a la iglesia o al monasterio en su totalidad. Capillas situadas en lo alto, con altares consagrados a los ángeles como protectores de la ciudad celestial, existían ya en las torres occidentales del plano de St Gallen y también en las puertas del monasterio de Centula. A través del pórtico se llegaba a una sala de tres naves con columnas que tienen capiteles con motivos romanos. Sólo uno de los capiteles está parcialmente terminado, los otros quedaron abocetados. Al parecer, los capiteles fueron transportados a Corvey por barco, donde debían terminarse. Es evidente que en Corvey, lejos de toda ciudad, no se contaba con los talleres apropiados (fig. 11). A los lados de esta sala se encontraban unas habitaciones, quizás capillas. Dos escaleras conducían a un coro occidental en la planta alta que contaba con un altar dedicado a San Juan. En tres de los lados del coro se abrían espacios contiguos coronados por tribunas. Su rica decoración se conoce a través de numerosos restos (Claussen y Skriver, 2007). Entre las arcadas
se encontraban grandes figuras de estuco, casi de tamaño natural. Todavía se conservan las sinopias en color rojo y los correspondientes fragmentos de estuco. Los pilares estaban pintados de color rojo y los arcos llevaban una decoración polícroma. Las columnillas pintadas de las tribunas conservan ricos capiteles y nos muestran el tipo de decoración que habían planeado los constructores. Las estatuas, las columnas de la sala de la planta baja y la inscripción de la fachada son elementos de un gran valor, tanto estético como representativo. Este antecuerpo muestra la elevada calidad de la arquitectura y la decoración edilicia que alcanzó la época carolingia pocos años antes de la caída del imperio, ocasionada por las luchas sucesorias y por los ataques de los normandos. Quedan todavía tres edificios excepcionales que no pueden faltar en una visión conjunta de la arquitectura franca de esta época: la Torhalle de Lorsch, la Capilla Palatina de Aquisgrán y la capilla de Germigny. El monasterio de Lorsch se fundó en el año 764 en la húmeda llanura del Rin, no lejos de Worms. En 767 ya se había construido sobre una duna de arena rodeada de pantanos. Frecuentemente los planos
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Fig. 12. Vista exterior de la Torhalle del monasterio de Lorsch.
publicados de la primera y la segunda construcción datan de excavaciones de antes de la segunda guerra mundial. Las nuevas investigaciones ponen de manifiesto los problemas que presentan esos planos (Ericsson y Sanke, 2004; Platz, 2005). Los únicos vestigios que pertenecen con certeza a la iglesia carolingia son escasos restos de muros que, dado que se encuentran sobre una fuerte nivelación, es poco probable que pertenezcan a los primeros momentos del monasterio. No obstante, el parapeto de piedra que rodea la duna data de época carolingia. A la entrada del monasterio de Lorsch se encuentra la famosa Torhalle, una construcción de función desconocida, que sobrevivió como capilla (Jacobsen, 1985; Ludwig, 2006). Este edifico presenta dos ricas fachadas entre dos escaleras laterales (fig. 12). La planta baja está abierta por ambos lados con tres arcos a modo de un arco de triunfo. Esta es la primera vez que aparecen dos importantes motivos arquitec-
tónicos del medioevo: los pilares con columnas adosadas y la base ática rodeándolos. La planta alta está revestida con piezas de piedra poligonales, de forma similar a la de los azulejos de vidrio de Corvey. Pero no se trata aquí de la incrustación de delgadas placas, sino de un opus reticulatum. Las fachadas se encuentran articuladas por pilastras acanaladas con capiteles jónicos, que sostienen una secuencia de frontones triangulares. Este motivo es frecuente en los sarcófagos de la Antigüedad tardía. La articulación de la Torhalle no obedece a principios arquitectónicos, sino que se puede comparar a un trabajo de orfebrería, como el arco de Eginhardo, conocido por un dibujo barroco. Las paredes de la sala alta estaban pintadas (Hangleiter, Schopf y Jägers, 1998; fig. 13). Todavía se pueden reconocer las columnas sustentadas por un antepecho polícromo y sobre cuyos capiteles jónicos descansa un ancho arquitrabe. Al principio no había altar y el techo pertenece al siglo XIV. Las formas de los
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Fig. 13. Interior de la Torhalle de Lorsch.
capiteles y algunos restos de inscripciones indican que el edificio se construyó alrededor de los años 830/40. ¿Qué función tenía este espacio? A mi parecer la pintura de las paredes, que no muestra figuras, nos lo indica. Lo que está representado es una pérgola abierta. La planta alta, iconográficamente, estaba igual de abierta que la planta baja. Este tipo de pérgolas servían en la Edad Media como tribunales. Cuenta ya la Biblia (1 Reyes 7:7) que el rey Salomón se hizo construir una pérgola en el atrio de su palacio para ejercer allí justicia (Silva, 1999).
No se puede demostrar que la Torhalle de Lorsch estuviera pensada como un tribunal real, ya que no se documentan estancias reales en Lorsch. Por cierto, en cada gran monasterio el tribunal correspondía al señor territorial con la presidencia del abad. En Lorsch, el tribunal podría haberse celebrado en verano en la planta baja y en la estación fría arriba, en un espacio igualmente «abierto» e incluso accesible a través de sus dos escaleras. *
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Fig. 14. Conjunto de Aquisgrán.
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Fig. 15. Interior de la iglesia de Aquisgrán.
El reino franco no tenia una capital principal. El rey iba de palatium en palatium, de curtis en curtis, para gobernar y para consumir en el lugar, junto con su corte, los ingresos de los bienes imperiales (Königspfalzen, 1963–2007; Zotz, 2000 sqq.). Sólo en unos pocos lugares se observa la intención de construir edificios destinados para estancias más prolongadas, es decir, residencias. Carlomagno construyó con gran despliegue de medios su palacio en Aquisgrán (Binding 1997/98; Untermann 1999; fig. 14).
Esta ciudad sería pronto designada capital de su imperio, la llamada sedes regni. Fueron razones decisivas para la elección del lugar, su ubicación favorable, la rica agricultura, así como los buenos cotos de caza; pero, sobre todo, las termas romanas, todavía en uso, cuyo poder curativo buscaba Carlomagno que, aquejado por la gota, las visitaba precisamente en invierno. En Aquisgrán poco antes del año 800, es decir antes de su coronación como emperador, Carlomagno construyó una iglesia muy rica e inusual,
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Fig. 16. Iglesia de Germigny.
octogonal, de advocación mariana. La nueva datación dendrocronológica de los cimientos es controvertida (Schmid et al., 2009; Binding 2010). En el centro de su espacio central, circundado por pesadas arcadas, estaba el coro de los clérigos (fig. 15). Altas arcadas, enrejadas con columnas y barandillas de bronce enriquecían su arquitectura. Las columnas y los capiteles son en parte spoliae, en parte copias carolingias. La cúpula de ocho lados estaba ornamentada con un mosaico. La tribuna estaba reservada para los laicos y en ella se encontraban el altar de la cruz y la pila bautismal. El famoso trono se instaló allí posteriormente, en el año 936, para la coronación del rey Otto y desde entonces sólo sería utilizado para las coronaciones reales (Hugot, 1977; Schütte 2000). De las cinco grandes puertas de bronce que se fundieron en Aquisgrán para esta iglesia, se conservan todavía cuatro (Mende 1994). Ya que no se conoce ningún trabajo comparable a este y de su época en el norte del reino franco, se supone que proceden de los talleres de algún lugar lejano. Presumiblemente, Carlomagno trajo artesanos del área mediterránea, de Lombardía y de regiones árabes, quienes dominaban la técnica para esculpir capiteles inspirados en motivos romanos, para fundir el bronce y para la fabricación de mosaicos. *
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Al final de mi discurso en este simposio debo referirme a la pequeña iglesia de Germigny, consagrada en el año 806 (Vieillard-Troïekouroff, 1978). Era la capilla del palacio privado de un noble. La construyó Theodulfo, que fue obispo de Orléans y uno de los estrechos consejeros de Carlomagno. El pequeño edificio central en forma de cruz se levanta sobre cuatro pilares. Había un ábside en cada lado y tres en el lado este (fig. 16). Las paredes sobre los arcos de herradura estaban abiertas por pequeñas arcadas. En el ábside se conserva un importante mosaico que muestra a dos ángeles a ambos lados del Arca de la Alianza (Freeman y Meyvaert, 2001). Se trata de una demostración de iconoclastia, del que Theodulfo era practicante y entonces discutida acaloradamente, no sólo en Bizancio, sino también en la corte franca. Debajo se encuentran arcadas ciegas con preciosos trabajos de estuco (Poilpré, 1998; Sapin, 2004). La arquitectura de esta iglesia es extraña en el reino franco: me gustaría definirla como mozárabe. Theodulfo era una teólogo noble, emigrado de Zaragoza. Sus mejores paralelos arquitectónicos se encuentran en iglesias hispánicas, como la poco posterior iglesia de Lebeña. Evidentemente, la iglesia de Germigny fue construida por talleres francos, lo que explica la extraña mezcla de formas hispánicas y francas (Untermann, 2006: 82). *
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No poseemos una imagen coherente de la arquitectura sacra franca. Nuestros conocimientos son fragmentarios y aislados. Sin embargo, las importantes publicaciones de los últimos 20 años muestran que la investigación sigue siendo muy activa y, por ello, es de esperar avances y nuevos resultados.
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ALABA WA-L-QIL¿: LA FRONTERA ORIENTAL EN LAS FUENTES ESCRITAS DE LOS SIGLOS VIII Y IX POR
JUAN JOSÉ LARREA y ERNESTO PASTOR Universidad del País Vasco*
RESUMEN Desde lógicas políticas diferentes, las fuentes cronísticas árabes y latinas trazan desde Córdoba y desde Oviedo una serie de fases de dominación, pacto y enfrentamiento en el Alto Ebro que generan un ámbito de frontera percibido como un díptico: Álava y Castilla, Alaba wa-l-Qilâ¿. Si la coherencia entre ambas tradiciones cronísticas es mayor de lo que se suele presuponer, su estudio conjunto con las fuentes diplomáticas –cuya pertinencia y validez se reivindican en este artículo– aporta además elementos capaces de identificar conexiones de la evolución política con un paisaje social compuesto por redes de familias con diversos grados de jerarquización y organizadas en torno a iglesias: la guerra, no limitada a la defensa contra las aceifas, sino multiforme y más integrada a menudo en la dinámica política de la periferia andalusí que en decisiones de la monarquía, da consistencia a las formaciones políticas, bombea al interior riquezas vinculadas a la exhibición del rango y alimenta la jerarquización interna. ABSTRACT Though parting from different political perspectives, the Arab and Latin chronicles emanating from Córdoba and Oviedo outline a series of phases of domination, treaty and conflict in the Upper Ebro region that coincide in creating a frontier zone perceived in binomial terms: Alaba wa-l-Qilâ¿; Álava and Castile. The two chronistic traditions are thus more mutually coherent than it has generally been supposed, and their study alongside the diplomatic sources —whose relevance and validity is reaffirmed in this paper— allows us to identify connections between political evolution and a society composed by family networks with varying degrees of hierarchisation organised around churches. In this context, warfare is not limited to defensive measures against Islamic incursions, but rather adopts a variety of forms, and is often more closely integrat* [email protected] [email protected] G.I. Alta y Plena Edad Media (Gobierno Vasco – DEUI: IT536-10). Este trabajo se inscribe en los proyectos: «Organización fiscal y ocupación del territorio durante la alta edad media» (MICINN HAR2009-07874) y «De los cartularios al territorio, la iglesia y la sociedad: edición digital y estudio crítico del Becerro Galicano de San Millán de la Cogolla» (MICINN HAR2010-16368).
ed into the politics of the border regions than responding to decisions taken by the monarchy. Moreover, it strengthens local political formations, pumping into the interior richness often associated with displays of status and feeding the process of internal hierarchisation. PALABRAS CLAVE: Álava, Castilla, al-Andalus, crónicas árabes, crónicas asturianas, fuentes diplomáticas, frontera, sociedad altomedieval, guerra. KEY WORDS: Álava, Castile, al-Andalus, Arab chronicles, Asturian chronicles, diplomatic sources, charters, frontier, early medieval society, warfare.
Nuestra intención con las páginas que siguen es abordar globalmente la consistencia de las fuentes escritas relativas a los territorios orientales del reino astur, las tierras de Alaba wa-l-Qilâ¿, entre la conquista islámica y el reinado de Alfonso III (866-910). Castilla y Álava han sido objeto de una abundante e importante producción historiográfica, sobre todo la primera.1 Pero estimamos que el proceso de construcción del discurso histórico se ha venido asentando sobre una doble ruptura: la que disocia el estudio de los textos árabes de los latinos y la que hace del registro diplomático un ámbito de investigación alejado que depende del registro cronístico. Uno de los efectos de esto es, por ejemplo, la desconexión casi total que se observa entre las investigaciones sobre la sociedad y las que se han interesado por la guerra y la historia política. No pretendemos naturalmente rehacer el edificio en un artículo, pero sí queremos proponer algunos elementos de coherencia. Vamos a hacerlo en una aproximación en dos tiempos. En primer lugar, trazaremos un esquema de la evolución 1 Dos recientes propuestas, desde ópticas muy distintas, García González (2001) y Martínez Díez (2005).
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bélica y política que muestra a nuestro entender un grado de coherencia de las informaciones árabes y las latinas superior al que suele pensarse. En segundo lugar, examinaremos las fuentes diplomáticas e intentaremos identificar engranajes entre el plano de la guerra y las formaciones políticas, de un lado, y el de las sociedades en el ámbito local, del otro; si se quiere, entre las informaciones producidas en el entorno del poder político y las generadas por las prácticas sociales en el medio rural.
1.
DOS SIGLOS DE FRONTERA Y DE GUERRA
Como se sabe, los textos cronísticos más tempranos conservados proceden del entorno de la corte de Alfonso III y debieron ser elaborados durante la década de los ochenta del siglo noveno.2 Por su parte, las fuentes árabes, con excepción de unas escuetas referencias al tiempo de la conquista contenidas en algunos textos de Ibn Qutayba e Ibn ¿Abd-al Áakam, corresponden a obras elaboradas por autores tardíos, algunos del siglo X y, en su mayoría, del siglo XI o posteriores.3 Salvo en contadas ocasiones, éstos no indicaron con detalle cuál fue el origen de la tradición —con su correspondiente cadena de transmisión— de la que se sirvieron para elaborar sus relatos.4 A efectos prácticos, valoraremos estos problemas a medida que traigamos a colación autores y pasajes. Las grandes áreas de la frontera del Alto Ebro se estabilizaron relativamente en la segunda mitad del siglo VIII, con la consolidación del emirato independiente de Córdoba y el período de no confrontación con el Islam de los sucesores de Fruela. Antes, durante y después de esto, los textos muestran una frontera amplia, dinámica, permeable, incluso magmática, en la que se juega a varias bandas. Ordenaremos en cuatro grandes fases la actividad militar, el dominio de territorios y gentes, y el juego de alianzas y conflictos en el que participaron los distintos protagonistas con intereses en los espacios de Alaba wal-Qila’. El ejercicio es clásico, pero la mera decisión 2 Gil (1985) y Bonnaz (1987). La numeración de las referencias que utilizamos corresponden a la edición de Gil. Véase también la discusión mantenida entre Bronisch (1998 [2005]: 175-216) y Henriet (2002), en relación con los problemas y limitaciones de este registro, así como Escalona (2004). 3 Lorenzo (en prensa). Donde puede verse una descripción y comentario del perfil de los cronistas árabes o de las obras de carácter anónimo. Agradecemos al autor el haber puesto a nuestra disposición el texto de dicho trabajo, sin el cual esta primera parte de nuestro artículo no habría sido posible. 4 Algunas consideraciones sobre los problemas de estos registros en Lorenzo y Pastor (2011).
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de no subordinar las informaciones árabes a las latinas y viceversa basta para hacer emerger por sí solas simetrías que tienden a quedar ocultas.
1.1.
LOS TIEMPOS DE LA CONQUISTA: ALABA WA-L-QIL¿
LA INVISIBILIDAD
DE
Ningún relato árabe, ni temprano ni tardío, menciona Alaba o al-Qilâ’ al narrar las acciones militares que siguieron a la conquista. Esta ausencia contrasta con el interés que las fuentes árabes mostraron por otros territorios. Así los autores más tempranos —Ibn Qutayba [#9] e Ibn Áabîb [#10]5— aluden a ªillîqiya, al-B.sk.ns, Ifranºa,6 del mismo modo que prestan, al igual que otros, una atención especial a Banbalûna.7 Ignoramos los motivos que pueden explicar esta ausencia, aunque sugerimos dos posibles explicaciones: o bien dichos territorios no fueron objeto de atención por parte de los conquistadores o de los compiladores de los relatos, o bien en los momentos de la conquista dichos espacios no estaban aún formalizados y, por lo tanto, resultaban «invisibles» para los nuevos dominadores, pudiendo ser percibidos como parte de los que se designaron como ªillîqiya o al-B.šk.ns. Además, nuestro desconocimiento de la situación en la que se encontraban ciui5 Los números, precedidos del símbolo #, que siguen al nombre de un autor, que escribió en árabe, o de una obra, realizada en árabe, se corresponden con los de los epígrafes del trabajo de Lorenzo (en prensa). De este trabajo tomamos las traducciones que aparecen en nuestro texto. 6 «Dijo: contaban que Mûsà salió de Àulayàula con tropas (ºumû¡) atacando y conquistando todas las ciudades, hasta sometérsele al-Andalus. Llegó allí y se dirigió a ªillîqiya, donde pidieron el pacto (ùulá) y pactó con ellos. Atacó al-B.šk.ns y entró en su país (bilâd), hasta que llegó la gente como el ganado. A continuación se alejó hasta Ifranºa, yendo a parar a Saraqusàa, que conquistó. Luego sometió el resto del país (bilâd) hasta al-Andalus. Dijo: causó allí tanto daño que ni se sabe». [Ibn Qutayba #9]. 7 Esta inusitada preocupación por Banbalûna se refleja, a nuestro entender, en la existencia de diferentes tradiciones en relación con lo que debió acontecer en los años que siguieron a la conquista. En primer lugar, el que unos textos sitúen a Rodrigo en Pamplona —los más tardíos: al-Maqqarî [#7 y #8] y dos anónimos: Fatá [#5] (al-B.sk.ns); Ajbar [#6] (Banbalûna)— y otros no —los más tempranos: Ibn Qutayba [#9]; Ibn ¿Abd al Áakam [#4] e Ibn Áabîb [#10]—. En segundo lugar, el que unos autores señalen que Mûsa atacó Pamplona. Así lo hicieron los más tempranos, que repiten la noticia, aunque no se refieren a Pamplona sino que indican que Mûsa «atacó a los basâkisa, penetrando profundamente en su país» (Ibn Qutayba [#9] e Ibn Áabîb [#10]). Otros, sin embargo, indicaron que fue Rodrigo quien lo hizo. Fueron autores tardíos: al-Maqqarî [#7 y #8] y anónimos: Ajbar [#6] y Fatá [#5]). Y en tercer lugar, el que se indique, en unos casos, que Pamplona pactó (al-Faraèî [#12 y #13]) y en otros que no fue conquistada (Ibn ¿Iäârî #14).
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ALABA WA-L QILA’: LA FRONTERA ORIENTAL EN LAS FUENTES ESCRITAS...
tates como Uelegia Alauense o Auca8 —sede episcopal, al igual que Pamplona, en época visigoda— dificulta aún más, si cabe, la resolución de este interrogante.
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Es muy interesante constatar que la aparición de Álava y Castilla en el registro escrito se produce de manera casi simétrica en las fuentes latinas y en las árabes, y en unas y otras está directamente vinculada a despliegues de fuerza en este sector del Valle del Ebro, menos de medio siglo después de la conquista. Tanto la asturiana como la emiral son acciones vigorosas, decididas y plenas de significado político. En las crónicas de Alfonso III, ambos territorios aparecen en el celebérrimo pasaje que traza la geografía del reino moldeada por las campañas de Alfonso I y Fruela. Vardulia «que ahora se llama Castilla» forma parte de los territorios incorporados al reino y no se presenta inmersa en ningún conflicto. La integración de Álava en cambio, que en principio aparece poseída por los suyos como Vizcaya, Orduña, Alaón, Pamplona y Deyo, resulta embarazosa de explicar para quienes componen las crónicas más de un siglo después. Es muy posible que éstas se redactaran en un ambiente hostil hacia Álava, fuera en tiempos de Ordoño I,9 fuera en los de Alfonso III.10 Pero el problema no es tanto de deformación como de incoherencias en el relato: si Álava no ha formado antes parte del reino ¿cómo puede rebelarse? Después es sometida militarmente por Fruela y luego éste acaba teniendo al futuro Alfonso II de Munia, una alavesa capturada. Como en otras partes de las crónicas, las diferencias entre la versión rotense y la de «a Sebastián» (en adelante Rot. y Seb.) arro-
jan luz sobre las preocupaciones de los autores. A diferencia de Rot., en cuya lista de ciudades tomadas por Alfonso I ninguna es relacionable con Álava, Seb. introduce una Uelegia Alabense que no contradice de plano el pasaje anterior sobre la Álava poseída por sus habitantes, pero sí da automáticamente un derecho de conquista sobre el territorio a los reyes astures.11 Esto salva relativamente la contradicción flagrante de Rot. En cuanto a Munia, Rot. le reconoce implícitamente una cierta honorabilidad y rango, en la medida en que apunta con toda naturalidad que Fruela la desposó y que tuvo de ella al futuro Alfonso II.12 Seb., por el contrario, le adjudica un claro status servil, cuando menos temporal y derivado de la campaña militar, añadiendo que después hizo de ella su esposa legítima.13 Podría pensarse que a los redactores de las crónicas se les planteaba el problema de un eventual origen ilegítimo de Alfonso II y que lo resolvieron adjudicando a la unión entre Fruela y Munia el carácter de matrimonio.14 Sin embargo, si tal hubiera sido el problema, no se entienden muy bien los comentarios de Seb. cuando bastaba con la solución dada por Rot. Es más, también sería difícil de explicar por qué, si tal mácula planeaba sobre Alfonso II, ambas versiones señalaran el mismo rasgo en el competidor Mauregato15, al que consideraron como usurpador. A la altura de la segunda mitad del siglo IX, debió existir algún problema en torno a los orígenes de los vínculos familiares de la monarquía con Álava; algo que se sabía pero no se decía. Si se observa que Alfonso II se dirigió a Álava buscando el auxilio de los parientes de su madre Munia, cuando se hizo con el poder Mauregato,16 se constata que el cronista reconocía implícitamente a la familia materna del futuro rey una cierta posición en el territorio, ya que la protección fue eficaz ante eventuales presiones. Y re-
8 Un reciente trabajo sobre el obispado de Auca se limita a suponer que: «…la desintegración del estado godo, la invasión árabe y las posteriores campañas de Alfonso I por la zona, no acarrearon, al menos no de manera inmediata, la desaparición de la sede aucense» (Gómez Tarazaga 2009: 88). 9 Es la hipótesis de J. Gil (1985: 74-75), que sitúa bajo Ordoño I la doble redacción de Rot. y Seb. hasta el epígrafe 25. 10 En el primer supuesto, el texto se habría realizado poco después de la revuelta contra el monarca (C. Alfonso III, 25) y si hubo, como parece, implicación de alaveses en la usurpación de Nepociano (c. 843), el redactor la habría conocido de primera mano C. Alfonso III, 23. También en Albeldense, XV, 10. En el segundo supuesto, como señaló G. Martínez Díez (1970: 43 y 49), resulta evidente que las relaciones de Alfonso III con las gentes de Alaba no fueron precisamente cordiales.
11 Recuérdese además que sólo Seb. 13 afirma que todas las ciudades tomadas estuvieran en manos de los musulmanes. 12 Rot. 16: Uascones reuelantes superauit huxoremque sibi Muninam nomine exinde adduxit, unde et filium Adefonsum genuit. 13 Seb. 16: Uascones rebellantes superabit atque edomuit. Munniam quandam adulescentulam ex Uasconum preda sibi seruari precipiens postea eam in regali coniugio copulabit, ex qua filium Adefonsum suscepit. 14 Crónicas posteriores que se refieren a estos acontecimientos, retocan o reinterpretan la noticia de las crónicas asturianas. Así, la Historia Silense sustituye el término uascones por nauarros. La Crónica Najerense omite uascones rebellantes y el origen de Munia. Jiménez de Rada y Lucas de Tuy hacen a Munia de estirpe real (regali progenie/regali stemate). Cfr. Lorenzo y Pastor (2011: 56). 15 C.Alfonso III, 19. 16 C.Alfonso III, 19 y 20.
1.2.
LOS
AÑOS CENTRALES DEL SIGLO VIII:
LA COMPETENCIA POR EL TERRITORIO
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sulta que en la identificación transmitida por Ibn Áayyân de los caídos cristianos en 816 en Wâdî Aruwn, hay indicios que permiten sostener que la Munia que Fruela llevó a Oviedo, después de la sumisión de Álava, y que parece causar tanto embarazo en los cronistas asturianos, era biznieta del duque Pedro de Cantabria, sobrina nieta del rey Alfonso I, sobrina del rey Bermudo I e hija de la prima carnal de su marido.17 Es decir, que los vínculos entre grupos dirigentes de Álava y los de Asturias eran significativos y anteriores a la campaña de Fruela. Nos parece así probable que, tras la conquista del regnum gothorum, los grupos dirigentes de Álava optaran, en un primer momento, por aliarse con el naciente reino astur, quizá prolongando vínculos de época preislámica con los duques de Cantabria,18 que se habían hecho con el trono tras Fávila. Por algún motivo que desconocemos —quizá siguiendo el ejemplo de Pamplona (Larrea 2008) y buscando una posición de entendimiento con al-Andalus—, aquellos se alejaron de la órbita asturiana. Este escenario de ruptura explicaría la reacción de Fruela (757-768) sometiendo a los «uascones rebellantes».19 En otros términos, la monarquía asturiana recurrió a la fuerza —exhibida o ejercida, no lo sabemos— para integrar estos territorios en su dominio político, y completó esta estrategia con el reforzamiento de los antiguos lazos familiares, a través del matrimonio con Munia, una 17 Ibn Áayyân [#58] (h. 200/815-816): «…Sufrieron muchas bajas, entre ellos, Garsiyya ibn Lubb, hijo de la hermana de B.rmûd, tío materno de Iäfûns,…». Cfr. Martínez Díez (1974: 29; 2005: 102-103). En esta «campaña de verano» contra el ùâáib de Banbalûna, se indica que éste «había pedido ayuda contra los musulmanes de al-Andalus». Por su parte Ibn ¿Iäârî [#59] señala que el ejército del emir se dirigió contra «los politeistas», cuyo «tirano» «reunió tropas contra él y atrajo a la cristiandad de cada sitio». Este último autor identificó el lugar del enfrentamiento con Wâdî Aruwn (Arun), lo que no hizo Ibn Áayyân. 18 En la geografía de las campañas de Alfonso y Fruela es sobradamente conocida la concentración de pequeños territorios en los límites actuales de Burgos, Rioja y Álava. Se ha apuntado, creemos que razonablemente, que ese elenco, elaborado con un cierto detalle, estaría reflejando el interés y el conocimiento de quienes, al fin y al cabo, las gobernaban a la llegada de los árabes, pues es muy probable que estos enclaves habrían formado parte del ducado de Cantabria. Véase el estado de esta cuestión en Peterson (2009: 76-79). 19 En relación a Álava, las crónicas heredan elementos retóricos de la tradición visigótica. Es muy interesante notar que cuando se trata de hacer una descripción neutra o de hablar de la tierra de la familia materna de Alfonso II, es Álava (C. Alfonso III, 14, 19), pero cuando se trata de enfrentamientos con el rey, entonces se transforma en prouincia Uasconie y en Uascones (C. Alfonso III, 16, 23, 25). 20 Nos preguntamos si no suponía también algún problema el grado cercano de parentesco entre Fruela y Munia, que colocaba al matrimonio en un terreno delicado: cf. Liber Iudicum III, 5, 1.
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alavesa prima de Fruela.20 El problema era que la sumisión impuesta a Álava planteaba mayores problemas de legitimidad que la conquista de plazas a los infieles.21 Parece claro que este despliegue de la monarquía asturiana por sus territorios orientales en las décadas centrales del siglo VIII, se vio favorecido por la coyuntura crítica que golpeó al califato de Damasco por aquellas fechas, hasta el punto de hacerlo desaparecer. Y es muy interesante observar cómo, superada esta coyuntura, la nueva construcción política, el emirato de Córdoba, tiene una respuesta fulminante en el territorio de frontera de Álava, casi inmediatamente después de la acción militar de Fruela I. En este contexto se situaría la campaña de sometimiento de Álava que culminó en la imposición de la ºizya, realizada en h. 150/767-768. Es la primera vez que el nombre del territorio aparece de modo inequívoco en un texto árabe:22 En ese (año) atacó Badr la Frontera (al-Ïagr) y avanzó hacia Alaba, haciéndole la guerra, sometiéndola e imponiéndole la ºizya. Ordenó que se examinara a los hombres de esa zona (nâhiya) y se investigara su conducta, llamando a aquéllos de los cuales se le había hecho saber que tenían malas intenciones y eran sospechosos en la Frontera.23 21 No por sabido conviene olvidar que la construcción del reino que en Rot. aparecía ligada a resortes de poder local o regional, se legitimó de modo completamente distinto en Seb., donde se narra que fue un consejo de nobles godos refugiados quienes eligieron al rey Pelayo, procedimiento heredado directamente del régimen toledano. Igualmente, Seb. prefirió fantasear con una dudosa huída de la elite del reino visigodo a las montañas asturianas, antes que reconocer la existencia de otras aristocracias, también depositarias de la legitimidad de Toledo, fuera de Asturias (Gil 1985: 62-70). Obsérvese que la doble negación de la legitimidad a grupos de poder local y a cualquier aristocracia extra-asturiana afectaba inevitablemente a la imagen que Seb. podía ofrecer de Álava. 22 Hay que señalar que, durante el gobierno de ¿Uqba, Ibn alAïîr [#21] mencionaba una campaña realizada sobre Alb.ta. Por su parte, en Ajbar [#15] se aludía a Ulya. La historiografía ha planteado, en nuestra opinión sin argumentos sólidos, que tanto Ulya como Alb.ta se deben identificar con Álava. 23 Ibn ¿Iäarî [#27]. Probablemente utilice la misma tradición Ibn al-Aïîr [#26], al indicar, que, en h.149/766-7, Abd alRahman envió a su mawlà Bard «a atacar el país del enemigo (bilâd al-¿adûw). Fue allí y cogió su ºizya», sin referirse expresamente a Alaba. Por otro lado, resulta de sumo de interés observar que la estrategia de atacar, someter, pactar e imponer la yizya aparece también en relación con Banbalûna y el país de al-Baskuns, trece años más tarde. Una misma tradición, con variantes, puede estar detrás de las anécdotas de h. 164/ 780-781, recogidas por Ibn al-Aïîr [#28] e Ibn Jaldûn [#29]. Y con más detalle por Ajbar [#30], donde se indica que, tras marchar y someter Banbalûna y Q.l.n.bîra, atacar al-Baskuns y después el país de al-S.rtanis, el emir se estableció «donde Ibn Balaskût cuyo hijo tomó como rehén, pactando la paz con él a cambio del pago de la ºizya». Muchas similitudes con esta última noticia muestra la anécdota de Fatá [#31], aunque no coincide en la fecha —ahora h. 165/781-782—.
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ALABA WA-L QILA’: LA FRONTERA ORIENTAL EN LAS FUENTES ESCRITAS...
Desde los primeros tratadistas musulmanes, la ºizya se concibió «como el símbolo de la dominación, del control político de un terrritorio, que recaía simbólica y físicamente sobre los cuellos de los sometidos y protegidos, en forma de sellos y marcas». En el horizonte de Ibn al-Aïîr e Ibn ¿Iäârî, por lo tanto, recurrir al uso de dicho término era la manera más contundente de expresar que quienes estaban obligados a su pago, lo estaban en tanto en cuanto reconocían expresamente la soberanía de los conquistadores, es decir «que habitaban y trabajaban en el territorio de la Umma o Comunidad Islámica» (Lorenzo y Pastor: 2011: 64). Cuestión distinta es conocer cómo, a la altura de la segunda mitad del siglo VIII, se hizo efectiva esa dominación, si ésta fue estable o si no pasó de ser una ficción o un proyecto de corto recorrido.24 De lo que no hay duda es que para ambos autores las gentes de Alaba, a partir de ese momento formaban parte del espacio político de al-Andalus como äimmís, como protegidos, con lo que ello suponía ¿Hasta cuándo? Lo ignoramos. Hasta ese momento, las noticias de actuaciones militares efectuadas por diferentes gobernadores señalaban que éstas se dirigían hacia bilâd al-baskuns, ªillîqiya, Arbuna y Banbalûna. Así ocurrió en el gobierno de ¿Abd al-Malik Ibn Qaàan25 (732-734), de ¿Uqba26 (734-741) y de Yûsuf Ibn ¿Abd al-Raámân27 (746-756). A partir de ese momento en el que, de 24 No habría que descartar que esta coyuntura en la que las gentes de Alaba estaban sometidas al dominio político andalusí como äimmís, bien pudo ser la causa de la acción violenta de Fruela I contra los uascones reuellantes. 25 Todos los autores son tardíos: Ibn al-Aïîr [#16]; Ibn Jaldun [#17]; Al-Maqqarî [#17 y #18] y parece que utilizan una misma tradición, pues coinciden en señalar que los ataques fueron contra bilâd al-baskuns y también el carácter injusto [#17] y opresor e injusto [#18 y #19] del wali. 26 Los autores que refieren actuaciones de este gobernador son también tardíos: Ibn al-Aïîr [#21] e Ibn ¿Iäârî [#20]; o anónimos: Ajbar [#15] y Fatá [#22]. Debieron utilizar una misma tradición, pues se produce una coincidencia en el papel que se otorga al ºihâd —excepto #21—. No obstante, se observan claras diferencias en la cronología (Ajbar [#15]), así como en los enclaves-topónimos que fueron objeto de conquista por dicho gobernador. Todos coinciden en que ¿Uqba conquistó ªillîqiya, pero a partir de aquí las variantes son la norma. Ibn al-Aïîr recoge: «Alb.ta las otras dos»; Ibn ¿Iäârî: madûna Arbûna y Banbalûna; Ajbar: Arbûna, Ulya y Banbalûna y Fatá: N.b.lûna. 27 Se conserva una anécdota de h.137/754-755 en la que se narra una «sublevación» de la gente de ªillîqiya, a la que se unió la gente de al-Busk.uns en Banbalûna. Las tropas enviadas por el gobernador fueron derrotadas. Parece que los dos textos que la recogen siguen la misma tradición: el gobernador envió a las tropas: (a) en condiciones poco adecuadas, (b) lo que tampoco le preocupaba. Sin embargo, en Ajbar [#24] la descripción es mucho más extensa que en Ibn al-Abbar [#23]. Este, sin embargo, no utiliza el término sublevación y explica que el ejército fue derrotado por los rûm.
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forma clara, Alaba aparece en los textos árabes, ésta va a representar en la geografía mental de los cronistas aquello que se situaba entre ªillîqiya y Banbalûna.28 Parece que desde entonces, y durante un tiempo, el dominio político de la monarquía astur en la zona se había diluido. Las crónicas asturianas muestran una estrategia de paz con Córdoba, durante los reinados de Aurelio (768-774) y Silo (774-783)29 que, quizás, se pudo prolongar durante los años de Mauregato (783-789) y de Bermudo I (789-791). Es muy interesante destacar que después de Fruela I, y durante todo un siglo, no hay noticias en las crónicas latinas de la presencia de un rey de Oviedo en las tierras orientales de Álava y Castilla, hasta Ordoño I (850866).30 Los reyes de Oviedo combatieron sistemáticamente en el centro y el oeste del reino, nunca en el sector oriental. Cosa del mayor interés para entender tanto el afianzamiento del armazón político en Álava y Castilla como lo decisivo de su imbricación en el juego de una región que desbordaba los límites del reino. Además este marco caracterizado por los vaivenes en la adscripción política de territorios y gentes plantea otra cuestión, cuya resolución se nos antoja complicada. Estos movimientos ¿fueron resultado sólo de la coacción militar, como sugieren los textos latinos y árabes? o, por el contrario, ¿estuvo en juego la capacidad de maniobra y negociación de la que disponían las aristocracias locales o regionales? o ¿fueron producto de la combinación de ambas estrategias? El repliegue del poder político de la monarquía astur, que acabamos de sugerir, puede tener también su reflejo en las informaciones que proporcionan los textos árabes. Entre h.150/767-768 y h. 175/791-792 sólo dejaron constancia, presumiblemente, de una campaña de ¿Abd al-Raámân I contra bilâd alBaåkuns, al que, según Ajbar, sometió al pago de ºizya.31 A partir de esta última fecha, que coincide con el inicio del gobierno de Alfonso II, una nueva coyuntura hizo acto de presencia.
28
Lorenzo Pastor (2011: 62-3). C.Alfonso III, 17 y 18. Refiriéndose sólo a Silo: Albeldense, XV, 6. 30 C.Alfonso III, 25. Con anterioridad a esa fecha hay una mención a Uarduliensem prouintiam [Rot. 23] y Barduliensem prouinciam [Seb. 23] para designar la región en la que se encontraba Ramiro para tomar esposa. Téngase en cuenta que el término Uardulia había sido utilizado por ambas versiones para referirse a Castilla : Bardulies que nunc uocitatur/appelatur Castella [Rot. y Seb. 14]. Para el gobierno de Alfonso III (866-910): Albeldense, XV, 13, donde aparecen mencionados por vez primera los condes de Castilla y Álava. 31 La noticia se fecha en h. 164/780-781.Cfr. nota 24. 29
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1.3.
Juan José Larrea y Ernesto Pastor
ALABA WA-L-QILA’ EN LA DINÁMICA MARCA SUPERIOR: DE FINALES DEL SIGLO VIII AL APOGEO DE LOS BANÛ QASÎ DE LA
Con Alfonso II llega al trono de Oviedo la facción vinculada a los grupos dirigentes de Álava. Muerto Mauregato y humillado Bermudo I, dicho grupo va a tener la oportunidad de disfrutar de la cercanía de un monarca a quien, además, habían protegido en su país. La entronización definitiva de Alfonso II coincide exactamente con el inicio de una serie de aceifas musulmanas. Las cuatro campañas casi consecutivas del ejército emiral se lanzan sobre unos territorios que reciben por primera vez, en h. 175/791-792, el nombre doble de Alaba wa-l-Qilâ¿ 32 y, además, son calificados por algunos autores como dâr al-áarb (país de la guerra).33 Cabe plantear que detrás de estas campañas estuviera la voluntad de los grupos dirigentes de Alaba wa-l-Qilâ¿ por zafarse del dominio político que había representado la imposición de la ºizya, sabiendo que podrían contar con el apoyo del nuevo monarca. En cualquier caso, la denominación de dâr al-áarb 32 Ibn al-Aïîr [#32], Ibn Jaldûn [#34], Al-Maqqarî [#33]. Posiblemente la noticia que Ibn ¿Iäârî [#35] sitúa en h. 176/ 792-793 sea la misma que la que relatan estos tres autores. 33 Son autores tardíos quienes relatan los ataques de Hiåâm I contra Alaba y al-Qilâ¿ —que también se dirigen contra alFaranº— en h. 175/791-792, h. 176/792-793, h. 178/794-795 y h. 179/795-796. Los ataques de h. 175/791-792) –guiados por Abû ¿Uïmân– parecen seguir una misma tradición en Ibn al-Aïîr [#32], Ibn Jaldûn [#34] y al-Maqqarî [#33]. Se debe señalar que, por ejemplo, al-Maqqarî no utiliza a Ibn Áayyân, ni en esta anécdota ni en las restantes. Ibn ¿Iäârî [#35] sitúa un ataque de Abû ¿Uïmân en h. 176/792-792, quizás describiendo los mismos acontecimientos. En los cuatro casos el contrario es calificado de enemigo, que es vencido. Ibn Jaldûn y alMaqqarî se refieren a Alaba y al-Qilâ¿ como dâr al-áarb (país de la guerra). La campaña de h. 176/792-793, ordenada por Hiåâm, es dirigida por ¿Abd al-Malik ibn ¿Abd al-Waáîd. Tenemos la sensación de que existe una tradición similar utilizada por los tres autores que narran la anécdota: Ibn al-Aïîr [#36], Ibn Jaldûn [#38], al-Maqqarî [#37] y el Äirk [#39]. Si bien Ibn Jaldûn proporciona un relato más detallado. Los enfrentamientos de h. 178/794-795, ordenados por el emir, y dirigidos por Abd al-Karim se recogen en Ibn al-Aïîr [#40], alNuwayrî [#41] y al-Maqqarî [#42]. Los dos primeros de factura muy similar, el tercero con más detalle —se indica que el hermano de ¿Abd al-Karîm, ¿Abd al-Malik, se dirigió a ªillîqiya y que su rey (malik) pidió ayuda al rey de al-baskuns—. Una versión parecida a esta se recoge en el Äirk [#43], aunque aquí no aparece Alaba y al-Qilâ¿. Por su parte, Ibn al-Aïîr [#45] sitúa en h. 179/795-796 un acontecimiento prácticamente idéntico que al-Maqqarî y el Äirk ubican en h. 178/794-795. El Muqtabas II-1 de Ibn Áayyân [#48], que es la principal fuente de información de los acontecimientos que tuvieron lugar entre 796 y 847, nos relata todavía otra campaña del emir, en h. 185/801-802, dirigida contra el país de Al.ba y al-Qilâ¿, campaña que concluyó con la derrota de las tropas del emir en Ar.g.n.sûn.
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implicaba en la concepción jurídica de las relaciones políticas del Islam un estatuto muy diferente al que representaba la ºizya y la consideración de äimmís. El uso de esta expresión para designar los territorios de Alaba wa-l-Qilâ¿ pone en evidencia que para entonces habían dejado de ser concebidos como parte de al-Andalus. Sin embargo, conviene ser cautos en torno a esta reactivación de la actividad guerrera y a la presumible modificación del estatuto de estos territorios como dâr al-áarb, puesto que sólo nos es transmitida por fuentes árabes tardías y no de manera sistemática. Nos preguntamos si el hecho de estar próximos a quien tenía la corona de Oviedo no dio lugar a un cambio de actitud de los grupos dirigentes de la zona con respecto a Córdoba, y si no fue éste uno de los motivos que explicarían, en expresión de Sánchez Albornoz (1974: 445-468), los «zarpazos del sensual Abd al-Rahman» contra el casto Alfonso. Destaca otra vez la autonomía con que actúan estos grupos dirigentes frente a dos circunstancias, por lo demás, bien distintas. Entre 806 y 816 se produjo un cambio profundo, aunque a la postre efímero, en la región. Pamplona pasó a la dominación carolingia y muy probablemente se creó un condado con la presencia de Ludovico Pío en 812. En 816, una nueva revuelta en Gascuña y el ataque del ejército emiral ahogaron el intento de consolidar el dominio franco y devolvieron Banbalûna a la órbita de Córdoba (Martín Duque 1999: 95-97; Larrea 2009: 287-288; Lorenzo y Pastor (2011: 60-1). La defensa corrió a cargo del presumiblemente único conde carolingio que llegó a tener Pamplona, un tal Velasco —B.l.å.k al-v.l.åqî— que pidió ayuda a los asturianos, aliados del emperador. La ayuda llegó, pero todo parece indicar que se trataba de contingentes del oriente del reino. El único personaje del ámbito asturiano que se menciona entre los caídos en Wâdî Aruwn es un tal Garsiyya ibn Lubb, alavés hermano de Munia y por tanto tío de Alfonso II.34 La otra circunstancia a la que aludíamos, mucho más duradera y cargada de consecuencias, fue la entrada en escena de los Banû Qasî, cuya inserción en la dinámica política del emirato se tradujo en periódicas rebeliones frente al poder de Córdoba en la frontera (Lorenzo 2010). Esta actitud se observa con nitidez desde comienzos del siglo IX. Ibn Áayyân [#49] relataba que, en h. 186/801-802, «Los Banû Qasî persistieron en el conflicto y recurrieron al politeísmo (širk), instigando a la gente (ahl) de B.nb.lûna, de Al.ba, de al-Qilâ¿, de Amâna, a los vecinos š.r.àâniyûn y a los demás». La reacción del emir 34
Cfr. nota 18.
Anejos de AEspA LXIII
ALABA WA-L QILA’: LA FRONTERA ORIENTAL EN LAS FUENTES ESCRITAS...
ante la desobediencia de los Qasî y el apoyo recibido por los politeístas no se hizo esperar. El mismo Ibn Áayyân [#52] señalaba que, ante lo sucedido en h. 186/801-802, en h. 187/802-803 el ejército del emir entró en el país de Al.ba y al-Qilâ¿. En los años sucesivos, y al menos hasta mediados del siglo IX, los ataques a Alaba y al-Qilâ¿, espacios que se designan ya como dâr al-áarb en la pluma de Ibn Áayyân, no aparecen vinculados al ámbito general del reino astur, sino a la dinámica generada en la Frontera Superior en torno a los Banû Qasî.35 Lo interesante, de nuevo, es observar la versatilidad de las alianzas, su carácter puntual y episódico, cuya explicación habría que buscarla en la existencia de un reajuste constante de las relaciones de fuerza entre los implicados y en una modificación, muy coyuntural, de los intereses que se ponían en juego. Este escenario queda perfectamente reflejado en dos sucesos que no se distancian más de cuatro años. En h. 224/838-839 Ibn Áayyân [#69] se refería a una serie de acciones del emir contra Alaba y al-Qilâ¿. La fecha se corresponde con la entrada relativa a la destrucción de Sotoscueva por los cordobeses en los Anales Castellanos (Martín 2009), lo que da medida de la profundidad y la intensidad de los ataques. Pero describía, del mismo modo, cómo Mûsà ibn Mûsà, con la ayuda del gobernador de la Frontera, había penetrado en el país de al-Qilâ¿, «debido a un descuido que percibió en el enemigo», «matando enemigos 35 Hay noticia, no obstante, de algunas campañas contra Alaba wa-l Qilâ¿ que no parecen guardar relación directa con el apoyo de las gentes de estos territorios a los Banû Qasî. Así, en h. 208/823-824, según Ibn Áayyân [#60], tuvo lugar una incursión del emir en Alaba y al-Qilâ¿. Esta «primera campaña militar de verano del emir al principio de su gobierno», habría sido una manifestación del poder del emir en estos territorios, que este cronista califica como dâr al-áarb. La actuación del ejército emiral consistió en someter, arrasar y obtener botín. También se hacen eco de estos acontecimientos Ibn al-Aïîr [#62] —quien se refiere a Alaya y al-Qilâ¿—, Ibn ¿Iäârî [#61], al-Nuwayrî [#63] y al-Maqqarî [#64], quienes, a diferencia de Ibn Áayyân, no utilizan la expresión dâr aláarb sino dar al-Sirk. Además hay dos detalles que merecen ser comentados. Por un lado, el que Ibn al-Aïîr señalase que el emir y Abd al-Karim «marcharon a Alaya y al-Qilâ¿ [en alNuwayrî Al.ba y al-Qilâ], saqueando el país de Alaya [Al.ba], que incendiaron». Por otro, el que Ibn al-Aïîr apunte que muchos castillos fueron conquistados, pero que en otros se alcanzaron pactos «para recibir bienes a cambio y la liberación de los cautivos musulmanes». Lo llamativo es que en la pluma de al-Maqqarî este pasaje se transforma en «alcanzó pactos en algunos (castillos) sobre el pago de la ºizya y la liberación de cautivos musulmanes». Ibn Áayyân [#65] es el único autor que se refiere a una actuación en Alaba (sic) en h. 210/825-826. Junto con la primera mención del tiempo de Badr —supra— esta es la única ocasión en que Alaba aparece sin estar acompañada de al-Qilâ¿. Por último, en h. 223/ 837-838 tuvo lugar otra acción en Alaba y al-Qilâ¿, relatada por Ibn Áayyân [#66], Ibn al-Aïîr [#67] [Ulya y al-Qilâ¿] y al-Nuwayrî [#68] quien sólo se refiere a Al.ba.
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y haciendo botín», actuación que el emir agradeció.36 Unos años más tarde, en h. 228/842-843, según Ibn Áayyân [#79], el mismo Mûsà solicitaba el apoyo de los ºillîqies y de la gente de Alaba y al-Qilâ¿ frente al emir.37 La rebelión de Mûsà Ibn Mûsà, a partir de h. 226/840-841, volvió a poner al descubierto los desequilibrios y alianzas entre Córdoba, los Qasî y los politeístas de Banbalûna, Alaba y al-Qilâ¿, ªillîqiya y los sartaníes. Por encima de soberanías, el arco de territorios cristianos que se extiendía desde Alaba y al-Qilâ¿ hasta el Pirineo central, y aún hasta Gascuña, se agrupó repetidamente en torno a Pamplona, eslabón de enganche con los Banû Qasî, y participó en los enfrentamientos por el control de la Frontera Superior, sin duda atraídos por el botín y las recompensas. No son Asturias, Pamplona y el reino de Francia Occidental, sino gentes de ámbitos diversos que jugaron con notable autonomía a la hora de formalizar alianzas cuya única perspectiva, y cuya única condición de duración, fue la guerra (Larrea 2009). En este contexto de construcción y ruptura de relaciones, al juego político se le unió el del parentesco, tal y como se puede observar en Ibn Áazm [#87]. En cualquier caso, las estrategias se repetían de manera muy similar en las diversas coyunturas de acuerdo o conflicto. Mûsà requería el apoyo de la gente de estos territorios en sus fases de desobediencia y rebelión hacia el emir. El emir, por su parte, emprendía campañas militares contra Banbalûna y Alaba y al-Qilâ¿, como castigo por el apoyo que habían dado 36 Almuqtabis II-1. Traducción de Ali Makki y Corriente (2001: 292-293). Téngase en cuenta que es la primera vez que aparece balad al-Qilâ¿ de manera independiente. 37 «Mûsà ibn Mûsà y su auxiliar Garsiya ibn Wannaquh, que mandaba en (amîr) al-B.šk.ns, hicieron frente a las avanzadillas de su caballería. Se dice que, en realidad, quien estuvo con Mûsà fue Furtûn ibn Wannaquh, que era su hermano materno. Trataron de reunir un ejército de los banbalûniyyûn, saràâníes, ºillîqíes y gente (ahl) de Alaba, alQilâ¿ y los demás, que se les unieron en grandes grupos. Se encontraron a finales de åawwâl de ese año, y se produjo un duro combate entre ellos y los musulmanes que duró todo el día, hasta que Dios les concedió la victoria, infligiendo una cruenta derrota a sus enemigos» [# 79]. En este mismo año Ibn ¿Iäârî [#80] situaba una campaña en dar al-áarb, pero sin especificar que se accedía al país de Alaba y al-Qilâ¿. La noticia se recoge también en Ibn al-Aïîr [#81] y al-Nuwayrî [#83]. Como lo había hecho Ibn Áayyân, Ibn al-Aïîr, Ibn Jaldûn y al-Maqqarî relataban también un suceso en el que un tal L.driq [L.z.riq rey –malik- de los yalaqiya, según Ibn Jaldûn] atacó Medinaceli, siendo detenido por Furtun ibn Mûsà. En su retirada, según Ibn al-Aïîr y al-Maqqarî, el tal L.driq fue a un castillo construido por la gente de Alaba «en la frontera para perturbar a los musulmanes» [#74]. Ibn Áayyân también narró este suceso, aunque no dijo nada sobre el castillo de la gente de Alaba.
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al que había salido de la obediencia.38 Sin embargo, el trato que Córdoba dispensó a estos rebeldes fue bien distinto. A Mûsà se le instaba a volver a la obediencia y, cuando lo hacía, el emir le reconocía su buena disposición y le concedía el cargo de wâlî — el gobierno de alguna ciudad o de la frontera—. En cambio a sus «colaboradores politeistas» se les castigaba con acciones de saqueo, devastación, destrucción y captura de botín, aunque no se excluía la negociación y el pacto.39. La ayuda que recibieron los rebeldes de Tulaytula por parte de los reyes (malik) de ªillîqiya y de
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Baskuns, en h. 240/854-855,40 quizás pudo ser el motivo que empujó al emir a realizar una campaña hacia Alaba y al-Qilâ¿ —tierra del enemigo— al año siguiente41. Para llevarla a cabo reclamó la presencia de Mûsà ibn Mûsà quien, de nuevo, se tuvo que enfrentar a sus antiguos aliados. La impresión que obtenemos de los textos árabes es que, a partir de este momento, desaparecieron los Banû Qasî en relación con las campañas emirales hacia Alaba y al-Qilâ¿.
1.4.
LA
VUELTA DEL REY EN LA SEGUNDA MITAD
DEL SIGLO IX: EXPANSIÓN ASTURIANA Y FITNA 38 La desobediencia de Mûsà en h. 226/840-841 [Ibn Jaldûn, #75] y la traición al emir que, según Ibn Áayyân [#77] se produjo en h. 227/841-842, así como el apoyo que Mûsà recibió del amîr de Banbalûna desencandenó la reacción del emir quien mandó realizar una serie de incursiones (durante tres años consecutivos) contra Banbalûna «para vengarse de lo que le habían hecho a Áâriï… siendo la primera de sus incursiones contra ella», suceso que Ibn Áayyân [#77] situaba en h. 227/841-842. En h. 228/842-843 Ibn Áayyân [#79] mencionaba «el segundo ataque contra Banbalûna» al que hizo frente una coalición compuesta por Mûsà y su auxiliar Garsiya quienes «trataron de reunir un ejército de los banbalûniyyûn, saràâníes, ºillîqíes y gente (ahl) de Alaba, al-Qilâ¿». Cfr. nota anterior. Cabría esperar una tercera incursión sobre Banbalûna. Sin embargo, Ibn Áayyân [#83] señala que en h. 229/843-844 tuvo lugar «la tercera campaña contra Mûsà ibn Mûsà». Versiones más reducidas con variantes en Ibn ¿Iäârî [#84] y al-Maqqarî [#85]. Ténganse en cuenta que en ningún caso Ibn Áayyân menciona la existencia de una tradición más antigua de donde ha tomado estas noticias. Esta «aparente» identificación entre Banbalûna y Mûsà vuelve a aparecer en Ibn Áayyân [#86] al relatar que, en h. 230/844-845, el hijo del emir «realizó una campaña contra Banbalûna. Salió con el visir… para dirigir los asuntos y se acabó acordando el amán con Mûsà ibn Mûsà». La última noticia de una incursión del emir contra estos territorios, en h. 235/849-850, sólo la recogen Ibn al-Aïîr [#88] y al-Nuwayrî [#89]. No es la primera vez que, sobre todo con estos dos autores, es difícil hacerse una idea de si Al.ya y Alaba y al-Qilâ¿ hacen referencia a lo mismo. Para el contexto y desenlace de esta primera sublevación de Mûsà ver Lorenzo (2010: 169-177). 39 Es interesante observar la diferente consideración –al menos en su descripción formal– que dos autores del siglo XI presentaron en relación con unos acontecimientos que situaban en h. 228/842-843 y cuyo resultado final fue el establecimiento de un acuerdo con el emir. Ibn Áayyân [#79] relata que, después de haber sido derrotada la coalición dirigida por Mûsà —el amîr de al-B.sk.ns es calificado como auxiliar de Mûsà— frente al emir, «un grupo de notables de Banbalûna se dirigió al emir solicitando el aman». Sin embargo, el horizonte que sugiere el relato de al-¿Udrî [#76] tiene unas connotaciones más precisas: después de la campaña contra Banbalûna, el emir pactó el aman con Mûsà y Yanaquh ibn Waniquh —hermano por parte de madre de Mûsà—: «concertó el amán (con el emir) donde se le reconocía su país a cambio de pagar 700 dinares anuales en concepto de ºizya, que haría llegar a los gobernadores de la frontera». Cfr. Lorenzo y Pastor (2011: 66). El alcance de un amân establecido por el emir con un musulmán y con un politeísta parece que debió ser bien diferente. Cabría preguntarse también si, en la práctica, todo amán establecido con un politeísta llevaba implícito el sometimiento a la ºizya.
A partir de 850, de nuevo se hizo efectiva en las regiones orientales la presencia física y política del rey, en el contexto de la expansión del reino y de la crisis del emirato. Eso sí, podemos observar que en momentos claves los dirigentes de Álava y de Castilla se alinearon en facciones distintas. En la crisis que siguió a la muerte de Alfonso II, la facción en la que participaron los alaveses volvía a perder el trono, tras ser derrotado militarmente Nepociano (Besga 2003). En cambio, el vencedor, Ramiro I, se encontraba en Vardulia-Castilla acordando su matrimonio cuando se precipitó el enfrentamiento.42 Su hijo, Ordoño I, quien inició un despliegue territorial sin precedentes, tuvo que hacer frente a una rebelión de la prouincia de Uasconia, donde los uascones rebellantes, quizás, fueron apoyados por tropas musulmanas.43 Por contra, debió tener una buena relación con Castilla, pues, como ponen de relieve las fuentes árabes, su presencia en este territorio aparecía inequívocamente asociada con la actividad del conde Rodrigo.44 Tras su muerte, y debido a la nueva crisis que generó el «apóstata» Fruela, Alfonso III tuvo que refugiarse en Castilla. Obsérvese la simetría con lo ocurrido medio siglo largo atrás con Alfonso II y Álava. Una vez que el nuevo rey accedió al trono en 866, apoyado por el conde Rodrigo —que «destruyó» Asturias ese año según los Anales Castellanos (Martín 2009)—, y como había sucedido en tiempos de su padre, lo vemos so40 En Ibn al-Aïîr [#90], Ibn Jaldûn [#91] y al-Maqqarî [#92]. 41 En Ibn Áayyân [#93]. También, con algunas variantes, Ibn al-Aïîr [#95], Ibn ¿Iäârî [#94], al-Nuwayrî [#96], Ibn Jaldûn [#97] y al-Maqqarî [#98]. Sólo Ibn Áayyân utiliza el calificativo de «tierra del enemigo». 42 C.Alfonso III, 23 y Albeldense, XV, 10. 43 In exordio regni sui prouincia Uasconie ei reuellauit. Ubi ille cum exercito inruptionem fecit, statim ex alia parte hostes Sarrazenorum aduersus eum superuenit, sed Deo fabente Caldeos in fugam uertit et Uascones proprio iure recepit. (Rot. 25). 44 Ibn ¿Iäârî [#114]. Cfr. infra.
Anejos de AEspA LXIII
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metiendo a Álava y a su conde.45 En otras palabras, el primer conde castellano aparecía colaborando con el rey, mientras que el conde alavés era apresado. De hecho, es en estas décadas cuando en la arquitectura política del reino el condado de Castilla empieza a aparecer en las fuentes con más peso que el de Álava, siendo así que hasta ahora era éste el que ocupaba el primer plano.46 Para los años 80, la situación se había estabilizado y volvemos a encontrar el díptico Álava y Castilla, personalizado en sus condes, pero esta vez a las órdenes de Alfonso III y combatiendo en el Ebro a los Banû Qasî.47 A partir de Ordoño I, las campañas contra Alaba y al-Qilâ¿ debieron estar motivadas por la dinámica expansionista de la monarquía de Oviedo que, en ocasiones, estableció alianzas con Pamplona «para salir al país del Islam».48 Tenemos constancia de tres 45 Albeldense, XV, 12. Crónica de Sampiro. Ed. Pérez de Urbel (1952: 276-277). Sampiro se refiere a un momento indeterminado del reinado de Alfonso III en que éste domina una revuelta y hace prisionero al conde Eylo (Gilonem en la redacción silense, lo que lleva razonablemente a Martínez Díez (1974: 49) a pensar en una mala lectura de Vigilanem). El tratamiento de este pasaje ha estado a menudo marcado por la idea de una sociedad vasca altomedieval de rasgos sociales arcaizantes. La cuestión está en el videbatur. Según la redacción silense (la pelagiana es igual salvo en el nombre del conde): … Alauam obtentam proprio imperio subiugauit. Gilonem uero, qui comes illorum uidebatur, ferro vinctum Ouetum secum atraxit. Se trataría del «reconocimiento implícito de una jefatura local alavesa, cuya traducción más próxima —aunque, por la expresión, insegura— la encuentra Sampiro en el término comes» que se encuadra en la «aparente transición desde las formas de caudillaje casi tribal a las más evolucionadas de jefatura sobre un territorio progresivamente delimitado» (García de Cortázar 1982: 94-95). Análisis que de un modo u otro se ha venido repitiendo. Sin embargo, en nuestra opinión el uso de uideor no implica ninguna percepción especial de la sociedad alavesa. Repárese en que en la narración del llamado episodio de Tebular, en el que Ordoño II descarga su ira contra los magnates castellanos tras el desastre de Valdejunquera (920), la expresión de Sampiro es exactamente la misma: Equidem rex Ordonius, ut erat prouidus et perfectus, direxit Burgis pro comitibus, qui tunc eamdem terram regere videbantur. Hii sunt: Nunnius Fredenandi, Abolmondar Albus, et suus filius Didacus, et Fredenandus Ansuri filius, venerunt ad iuntam regis in riuo qui dicitur Carrion, loco dicto Tebulare; et (…) vinctos et cathenatos ad sedem regiam legionensem secum adduxit (red. Silense, 19). 46 El contraste entre la relación de cada territorio con el nuevo rey es particularmente nítido en la Albeldense (XV, 12): … gloriosus puer [Alfonso III] ex Castella reuertitur et in patris solio regnans feliciter conletatur, qui hab initio regni super inimicos faborem uictoriarum habet semper. Uasconum feritatem bis cum exercitu suo contriuit atque humiliauit. 47 Albeldense, XV, 13. 48 En h. 246/860-861, según Ibn Áayyân [#103], los aliados fueron Garsiyya, ùâáib de Banbalûna y Urdun ibn Adfuns. La respuesta del emir no se hizo esperar, realizó una campaña para invadir el país de Banbalûna. Un relato muy similar en Ibn ¿Iäârî [#104], pero es interesante señalar la modificación de los calificativos: Urdun no es considerado àâgiya sino ùâáib. Ambos autores debieron emplear una mis-
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operaciones contra Alaba y al-Qilâ¿ realizadas, casi de manera consecutiva, durante los últimos años de la vida de Ordoño. La primera tuvo lugar en h. 249/ 863-864. Según Ibn Áayyân [#109], el emir lanzó una campaña de verano en balad Alaba y al-Qilâ¿ –de la tierra de la guerra–, «enfrentándose a su àâgiya Urdun Ibn Adfuns»,49 lo que estaría poniendo de relieve, al menos para nuestro autor, que el rey de Oviedo, ejercía en esos momentos el poder en dichos territorios de modo efectivo.50 La segunda se produjo en h. 251/865-866. Según Ibn Áayyân [#113] fue la campaña de Alaba y al-Qilâ¿ y la batalla de M.r.k.wîz, en la que fue derrotado «el tirano Urdun», amîr de ªalâliqa. Ibn ¿Iäârî [#114] nos ofrece una versión más extensa de los acontecimientos. Entre los detalles que no recogía Ibn Áayyân, resulta de interés la alusión a que «no quedó uno solo de sus castillos a R.driq, ùâáib de al-Qilâ¿, Rudmir, ùâáib de Tuqa, ni a Gundisalbo ùâáib de Buryiyya, ni a Gumis, ùâáib de M.sanqa, sin que reinara en él la devastación». Si la campaña se designa como «de Alaba y al-Qilâ¿» ¿Qué es Alaba? ¿Quién es su ùâáib? Habría que reparar, además, en otro aspecto. Para Ibn ¿Iäârî el ejército emiral, en M.r.k.wiz, se enfrentó a R.driq «con sus tropas y su ejército». A este R.driq le atribuía dicho autor «La salina, una de las obras más importantes (de R.driq)». Pero también apuntaba que «durante años R.driq se había ocupado de hacerlo (al-M.r.k.wiz) más abrupto, obligando a trabajar en él a la gente de su reino». Al margen del interés que supone esta mención a la imposición de prestaciones en trabajo, vinculadas a la actividad militar, no deja de sorprender que Ibn Áayyân atribuya estas obras de fortificación al «tirano Uräûn, que era el que mandaba (amîr) a los ºalâliqa, que lo había hecho abrupto, escarpando la ladera del monte y cerrando el paso de su camino». Quizás detrás de de esta contradicción aparente lo que subyace es una vinculación política entre Uräûn y R.driq.51 La tercera ma tradición —32 días— o Ibn Idari copió e interpretó a Ibn Áayyân. También, aunque con variantes en las cifras, en Ibn al-Aïîr [#105], al-Nuwayrî [#106] y al-Maqqarî [#107], aunque aquí con fecha h. 247/861-862. 49 Si este Uräûn es Ordoño I —rey de Asturias entre 850 y 866— Ibn Áayyân lo consideró hijo de Alfonso y no de Ramiro I. Esta relación (¿equivocada?) se repite en otras noticias de este autor y de otros autores posteriores. 50 En Ibn ¿Iäârî [#107] la campaña fue a los castillos de Alaba y al-Qilâ¿ y se indica que Uräûn ibn Adfûns envió a su hermano. Se alude también a los 19 condes heridos. Por su parte, Ibn al-Aïîr señalaba que el ejército emiral fue enviado a madina de Alaya y al-Qilâ¿. Lo mismo sucede en alNuwayrî [#109],aunque aquí con la variante Al.ba. 51 También relatan esta campaña, sin los detalles mencionados, Ibn al-Aïîr [#115], al-Nuwayrî [#116], Ibn Jaldûn [#117] y al-Maqqarî [#118].
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se desarrolló en h. 252/866-867 en un contexto, a decir de Ibn ¿Iäârî [#119], bastante propicio para los intereses del emir, pues «las gentes de esta parte estaban debilitadas y muy desanimadas. Imposibilitados para concentrar individuos y reunir tropas, puesto que el año precedente habían sufrido muchos saqueos y matanzas terribles».52 La sublevación de los Banû Qasî —o con más propiedad, de los Banû Mûsà— (c. 871) marcó otro punto de inflexión en el juego de alianzas y conflictos en las tierras orientales del reino.53 A partir de ese momento se van a desencadenar una serie de fenómenos que acabaron dibujando una coyuntura radicalmente nueva. Por un lado, observamos que Alaba y al-Qilâ¿ desaparecen de las crónicas árabes durante varios años54 y éstas parecen centrar su atención en las campañas emirales contra Pamplona.55 En segundo lugar, se constata la ruptura de los equilibrios internos de la Marca Superior y la organización de acciones militares al margen de la autoridad emiral, emprendidas por Muáammad ibn Lup, contra Alaba y al-Qilâ¿ 56 y contra Banbalûna.57 Por último, a partir de la última década del siglo IX, se había generado un contexto favorable para la expansión definitiva de los «politeístas» de ªillîqiya, balad Alaba y al-Qilâ¿ y balad Banbalûna. Desde uno y otro lado, los pasajes finales de la crónica de Albelda sobre el hostigamiento en 882 del conde de Álava, Vela Jiménez,
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y de Castilla, Diego Rodríguez, a los Banu Qasi, a las órdenes del rey, y el relato de Al-¿Udrî58 [#148] sobre el ataque a Tarazona de una tropa de cristianos de Galicia, Álava, Castilla y Pamplona, dirigida por Alfonso III, ilustran perfectamente lo que acabamos de señalar. La llegada de Castilla al Duero en 912 y la conquista leonesa y navarra de la Rioja Alta son hitos de una nueva etapa que escapa a este trabajo.
2.
Cuando se pasa de Ibn Áayyân y la Crónica Albeldense a los documentos conservados en cartularios castellanos y riojanos, la primera impresión es la de saltar de un mundo a otro radicalmente distinto. Sin embargo, el conjunto del registro escrito presenta una coherencia muy superior a la que hemos tendido a atribuirle. En este sentido, limitar nuestra observación de las fuentes diplomáticas al siglo IX no responde a una mera división arbitraria condicionada por la historia política. El corpus de este período presenta una serie de características externas e internas que justifican su estudio como un todo con lógica propia.
2.1. 52
Ibn al-Aïîr [#120], que no recoge dicha observación, indicaba que la campaña se dirigió a Alaya y al-Qilâ¿ y a la ciudad de Mâna. 53 Lorenzo (2010: 226-271). 54 En h. 268/881-882, Ibn ¿Iäârî [#142] menciona una campaña emiral contra Zaragoza que avanzó después hacia Alaba y al-Qilâ¿, «conquistando muchos castillos y desalojando muchos castillos». Una noticia muy similar es recogida por Ibn Jaldûn [#144] quien señalaba que había entrado en el país de la guerra. Por su parte, al-Nuwayrî [#143] mantiene la misma estructura de la noticia, pero, de forma un tanto contradictoria, ya que indica que el ejército se dirigió a la «ciudad de Al.ba y al-Qilâ¿ y conquistó en ambas varios castillos». El que ni al-¿Udrî ni Ibn Áayyân se hagan eco de esta campaña llama la atención. También cabría plantear que la campaña se hubiera efectuado contra Banbalûna. 55 Las noticias se refieren a h. 259/872-873: Ibn Áayyân [#131], Ibn ¿Iäârî [#132] e Ibn al-Aïîr [#133], este con una estructura similar, aunque con variantes. Y también h. 260/ 873-874: Ibn Áayyân [#134] e Ibn ¿Iäârî [#135]. Al-¿Udrî [#127], al describir los rasgos biográficos de Muáammad ibn Lubb, indicaba que se sublevó en h. 258/871-872 entrando en Zaragoza, por lo que el emir atacó la ciudad en h. 260/873874 y continuó después hasta Banbalûna. 56 Ibn ¿Iäârî [#146] sitúa el ataque en h. 273/886-887. 57 Quizás en h. 273/886-887 o h. 274/888-889 siguiendo a al-¿Udrî [#127]. Pero también, de nuevo, contra Alaba: «continuó haciendo el ºihâd contra el tirano, atacando sus valles en los dos países de Alaba y Banbalûna sin causar daño alguno a sus vecinos musulmanes», como puede desprenderse de Ibn Áayyân [#126].
TIERRAS, GENTES E IGLESIAS
LA
CONSISTENCIA DE LA DIPLOMÁTICA ALAVESA
Y CASTELLANA DEL PERÍODO ASTUR
No llegan a cuarenta los documentos del período astur que conservamos para los territorios castellano y alavés, desde el pacto monástico de S. Miguel de Pedroso de 759, conservado en San Millán,59 hasta los más antiguos textos copiados en el Becerro de Cardeña, datados de entre 899 y 909.60 En realidad, estos últimos son más el anuncio de tiempos nuevos, cuando se produce el despliegue castellano hasta el Duero y la puesta en pie de entidades políticas y monásticas de dimensiones muy superiores a las que aquí nos ocupan. El grueso de la documentación consiste en un grupo de pequeños dossiers 58 «Cuando llegó la noticia del asesinato de Muáammad ibn Lubb, Aäfunš reunió a los cristianos (naùrâniyya) de ªillîqiya, Alaba, al-Qilâ¿ y Banbalûna y salió hacia Wâdî Burºa», atacando a los habitantes de À.r.sûna». Es posible que la noticia de Ibn Jaldûn [#130], datada en h. 258/871872, se refiera a este suceso. En el mismo sentido se puede interpretar otra noticia de al-¿Udrî [#151] que se contiene en la biografía de ¿Abd Allâh ibn Muáammad. De nuevo la gente de Banbalûna —con Sanºu— volvía a hostigar los distritos de los Qasî. 59 SMC 1. 60 Martínez Díez 1998: docs. 1-4.
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ALABA WA-L QILA’: LA FRONTERA ORIENTAL EN LAS FUENTES ESCRITAS...
generados en torno a iglesias de la Castilla del Ebro —y aun del Cantábrico en Mena— y del occidente alavés, tales como Santa María de Valpuesta, San Emeterio y San Celedonio de Taranco, San Felices de Oca o San Martín de Losa. Naturalmente, con la excepción de Valpuesta, estos textos han llegado a nosotros a través de los archivos, y casi siempre de los cartularios, de grandes abadías como San Millán u Oña, que incorporan antiguas iglesias entre los siglos X y XII, y con ellas, los documentos que custodiaban en sus thesauri. El mapa queda así salpicado de pequeñas áreas iluminadas por las fuentes escritas. En general, estos textos han venido utilizándose como parte de estudios que contemplan arcos cronológicos más amplios. Tal cosa los ha condenado durante mucho tiempo a no tener otra función que la de servir de preámbulo más o menos nebuloso a procesos mejor conocidos en épocas posteriores, o la de proporcionar la primera mención de algo o de alguien. En la historiografía tradicional, se trataba de la aparición de un conde, de un nombre —como el mismo de Castilla— o de la llegada de los primeros repobladores del norte. La renovación impulsada por J.A. García de Cortázar en torno a la organización social del espacio desplegó toda una batería de interrogaciones para esta documentación, con los brillantes resultados que se conocen. Pero la hipótesis global proponía un proceso de aculturación ocurrido entre los siglos VIII y XI, cuya verificación exigía seguir en la documentación la evolución de una serie de indicios en muy diversos planos —«desde el cereal al credo religioso en su versión romana, pasando por fórmulas políticas superadoras del caudillaje tribal y fórmulas artísticas en su expresión románica» (García de Cortázar y Díez Herrera 1982: 22)— y a lo largo de todo el período. La importante producción inscrita en esta línea ha desarrollado después otros enfoques, como el de las formas de encuadramiento y renta feudales debido en particular a E. Peña (1995). Es más, en una formulación de García de Cortázar (1999: 31) más reciente que la citada en este párrafo, se hace eco de la idea de una relación entre el incremento de las fuentes escritas y el proceso de señorialización. Pero siempre se privilegia el análisis diacrónico de determinados fenómenos, lo que tiende a valorar las fuentes del siglo IX en función de su aportación al conocimiento de procesos cuya lógica les es a menudo ajena. Desde perspectivas no opuestas pero sí distintas, estos textos tampoco han atraído excesivamente el interés de autores de primera línea en las últimas décadas. En su ejercicio de síntesis sobre la primera historia de León y Castilla, C. Estepa (1985: 64)
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únicamente se refiere a ellos para ilustrar la ocupación de tierras vinculada a instituciones monásticas, en ningún caso en lo relativo a las estructuras sociales. Tampoco tienen espacio alguno en la síntesis de J.M. Mínguez, más allá de la problemática de la Repoblación (1994: 113). Incluso un trabajo de investigación exhaustiva sobre la zona, como es el de I. Martín Viso, les concede un papel reducido. El apartado relativo a las comunidades altomedievales del alto Ebro utiliza documentación del siglo X y principios del XI, salvo en lo referente a la acción organizadora de los monasterios (Martín Viso 2000: 180-186). Por su parte, J.J. García González, autor de numerosos trabajos sobre la más temprana historia de la Castilla del Ebro, no utiliza este corpus en coherencia con su consideración de absoluta falsedad del mismo, como veremos mas adelante.61 Creemos sin embargo que merece la pena tomar en consideración esta documentación por sí misma, sin constreñirla a la función de anuncio o epílogo de realidades distintas de la que la ha generado. De hecho, algunos de los rasgos que le han valido poco aprecio, cuando no sospechas, como son la limitación geográfica y las irregularidades diplomáticas, son en nuestra opinión informaciones del mayor interés. La discontinuidad territorial, instintivamente asociada con la escasez si se compara con el corpus diplomático del siglo X, tiene naturalmente que ver con el azar de la conservación y, seguramente en mucha mayor medida, con decisiones tomadas en los scriptoria en el momento de la composición de los grandes cartularios (Peterson 2009). Pero corresponde también a las dimensiones de los modestos ámbitos supralocales en que funcionan las redes sociales tejidas en torno a iglesias. Si comparamos las áreas de influencia que refleja la documentación castellana y alavesa con la de un territorio mucho más rico en fuentes, como es la Liébana, no encontramos realidades territoriales diferentes. Las lebaniegas, por documentadas, son más abundantes y más variadas, pero en lo que se refiere a las áreas de influencia supralocal de determinadas iglesias, la segmentación y el bajo nivel de jerarquización es la norma.62 El testamento de Avito de Tobillas traza una red de relaciones territorialmente coherente, pero ésta apenas va más allá de la cabecera de su valle (Larrea 2007: 328). Aún más limitado territorialmente es Taranco.63 Al contrario, las dependencias de Fiéstoles se extienden por ambas vertientes de la cordillera cantábrica, 61
Por ejemplo, García González 2001. Pontieri 1967; Loring 1987; Montenegro 1993; Álvarez Llopis 1999; Larrea (en prensa). 63 SMC 2, 3, 4, 5, 17, 18. 62
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Juan José Larrea y Ernesto Pastor
como veremos luego. En la Liébana, San Salvador de Villeña, Aquas Calidas y San Pedro y San Pablo de Nazaoba se asemejan respectivamente a los monasterios que acabamos de mencionar, desde el punto de vista de su área de influencia en el siglo IX. No es el número de fuentes el que condiciona la discontinuidad espacial de nuestro conocimiento, sino los rasgos mismos de los grupos organizados en torno a las iglesias. En cuanto a su tenor formal, estos conjuntos documentales —y a veces estos documentos individualmente— combinan dos registros: la narración y el formulario de tradición hispano-visigoda. Este segundo sirve en general de soporte a la memoria de la circulación y de la jerarquización de bienes, personas y derechos en torno a las iglesias. El manejo poco sofisticado de los patrones, que se evidencia por ejemplo en un uso rudimentario de las fórmulas, se corresponde bien con un medio cultural alejado de escuelas monásticas o catedralicias (Larrea 2007: 324). Lo que sin embargo no excluye preocupaciones formales por parte de los amanuenses. Un recentísimo estudio de Peterson (en prensa) compara las formas de los antropónimos en la epigrafía y en la diplomática, y desvela la querencia de los autores de los textos por normalizar los nombres de persona, aun siendo estos ajenos a la onomástica latina o germánica, frente a la mayor cercanía de los lapicidas a la forma oral. La narración es el registro que recoge el origen de los derechos sobre iglesias y espacios. Recoge la memoria de prácticas y gestos públicos, y se refiere sistemáticamente a mecanismos, como escalios, presuras y sernas, que corresponden a una lógica comunitaria. Es un interfaz entre la oralidad de las comunidades campesinas y la memoria escrita vehiculada por el clero. Como en todo Occidente, estos relatos conjugan en ocasiones las prácticas sociales de apropiación del territorio con el topos del eremos, sin duda uno de los más productivos de la Alta Edad Media europea (Larrea y Viader 2005). Paradójicamente, esta forma de construir un discurso de los orígenes que emparenta las iglesias castellanas y alavesas con sus homólogas del resto de Occidente —salvadas las distancias materiales y culturales—, ha sido empleado por G. Martínez Díez (1997) como prueba de la falsedad generalizada de este tipo de texto y de su supuesta forja por monjes del siglo XII. Tesis que J.J. García González acepta en su conjunto.64 64 García González 2004: 39-43. Ignoramos si formamos parte de los empiristas a que se refiere García González, pero en cualquier caso, ni, diletantes y posibilistas, miramos para otro lado, ni tratamos de compaginar la ilusión con el rigor. Sostenemos que el conjunto documental conservado para
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Hace más de un siglo que K. Rübel (1904: 39-46) denunció, con cierta vehemencia, la ficción de los relatos de fundación de la mayoría de las grandes abadías francas, de Saint Wandrille a Reichenau y de Fulda a Bañolas, a partir de la lectura atenta de las narraciones mismas. Denuncia que más recientemente ha contribuido a difundir Ch. Wickham (1994: 156157). Los presuntos desiertos están en efecto llenos de vecinos y sembrados de topónimos. Incluso en ocasiones hay que instar a los titulares de derechos de la supuesta selva impenetrada a que renuncien a los mismos. Ahora bien, de ahí a que se trate de falsificaciones posteriores en varios siglos, hay un salto en el vacío que a nadie se le ocurre dar, entre otras cosas porque muchos de los textos son indudablemente carolingios, empezando por la célebre Vita Sturmi. Nadie propondría el carácter de invención tardía de la Vita Emiliani so pretexto de que se dan por ciertos los milagros. Armar un texto sobre un topos es práctica más antigua que la Edad Media y nunca es per se prueba de falsificación. En realidad, la hipótesis de la superchería del siglo XII crea más problemas que los que resuelve. Habría que explicar cómo en los scriptoria del XII aciertan a describir prácticas de apropiación que resultan coherentes con las de otros fondos de archivos —lo que ya es francamente difícil— y con usos extendidos por todo Occidente altomedieval tres o cuatro siglos antes, salvo que se piense, por ejemplo, que también las disposiciones de Carlomagno sobre las aprisiones son falsas, y por tanto también aquellas idénticas —y por cierto a veces conservadas en original65— que se refieren a su equivalente alemán, el Bifang, y los cientos de textos (Bethge 1928) que se refieren a éste, y a las capturae, y a los proprisii… De hecho, los paralelos que ha propuesto el proprio G. Martínez Díez infirman sus tesis. Recuerda este autor que San Millán no es el único taller de forja de falsificaciones y evoca casos como Leire, Jaca, Albelda o Arlanza. Cierto, en Leire se fabrican unos cuantos falsos cuando se inicia el período de pleitos y crisis del monasterio, pero recrean solemnes donaciones de antiguos reyes y obispos.66 Ninguno se asemeja ni remotamente a los que Martínez Díez sostiene se componen en San Millán en la misma época. Lo mismo ocurre con respecto a Albelda,67 Castilla y Álava en el siglo IX está formado en lo esencial por textos generados por las prácticas sociales de la región en el siglo IX. 65 MGH, Dip. Kar. I, n.º 213, 218. 66 Martín Duque 1983: XXIX; Fortún 1993: 47-50. 67 Ubieto 1960. Véase el n.º 2, único documento considerado evidentemente falso por A. Ubieto y cualquier otro de los documentos que pudieran despertar sospechas.
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Arlanza (Serrano 1925) o Jaca (Sangorrín 1920), o en San Juan de la Peña.68 Dicho lo cual, sólo el examen detallado de los documentos permite valorarlos. En otro lugar (Larrea 2007) estudiamos las dos versiones del testamento de Avito de Tobillas, y sostuvimos la validez de una parte sustancial de sus informaciones. Veamos ahora, sea someramente, el caso paradigmático de Taranco. Sostiene G. Martínez Díez que este y otros pequeños monasterios se incorporaron a San Millán sin los títulos que justificaran sus heredades. Esto daría lugar a la tentación de recrear tales títulos, cosa que se habría hecho en el siglo XII, probablemente entre 1130 y 1150. Los falsarios habrían compuesto un esquema tópico según el cual un abad con dos compañeros repobladores construyen la iglesia y la dotan con su patrimonio. En el caso de Taranco, la amplitud de éste sería indicio suplementario de inverosimilitud. Como además había que documentar otros bienes, se habrían añadido otras seis supuestas donaciones, en las que los donantes aparecen luego como donatarios, a lo largo de un siglo. No creemos que esta explicación se sostenga. Que estas iglesias no aportaran documentos a San Millán es algo que no debiera darse por probado sólo con afirmarlo. Máxime cuando en otro caso más antiguo, el de San Miguel de Pedroso, el mismo autor no duda en dar por bueno el pacto monástico de 759, con el argumento de que ningún beneficio patrimonial se desprende del mismo. Dejando de lado que reducir la función de la memoria escrita de cada iglesia a la gestión patrimonial parece excesivo ¿acaso las iglesias se deshacían sistemáticamente de los pergaminos que recordaban el origen de elementos patrimoniales, pero conservaban como oro en paño los que no sustentaban ninguna propiedad?, ¿sólo uno de todos estos monasterios fue capaz de transmitir un pequeño archivo? La lógica interna de la propuesta parece frágil. En cuanto al abad y los compañeros repobladores que protagonizarían un relato legendario amañado en el XII, en el caso de Taranco, ni siquiera hay tal. Vitulo y Ervigio no dicen jamás haber llegado los primeros allí donde hacen presuras. Muy al contrario, en el único sitio donde afirman haber encontrado una civitas —sea esto lo que sea— desolada, en 68 Lo más parecido en San Juan de la Peña es el relato del descubrimiento de la iglesia abandonada de Cercito (Ubieto 1962: n.º 9), que de todos modos está protagonizado por un conde Galindo. Como en Leire, los diplomas falsos se adjudican a reyes y obispos. Véase el clásico estudio de J.M. Ramos Loscertales (1929), sobre la «vida» de los textos pinatenses.
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Area Patriniani, es justamente donde no las hay. Si algo no se desprende de la práctica de la presura, como hace mucho tiempo mostró J.A. García de Cortázar (1969: 103), es la inexistencia previa de derecho habientes. Con el prestigio de una familia de constructores de iglesias, y en virtud de un consenso con la comunidad de Taranco cuyos detalles desconocemos, Vitulo y Ervigio dicen haber erigido iglesias y otros edificios, y cultivan, en presuras y sernas. Es decir, en espacios no vinculados a una familia del lugar, sino a todas en conjunto. Por lo demás, que el término del monasterio sea demasiado grande, es cosa que habría que explicar. Cuesta entender semejante relato a mediados del siglo XII, pudiendo a esas alturas acudir a cualquier rey o conde legendario en caso de necesidad. De hecho, si al mismo tiempo los supuestos falsarios forjan como sostiene Martínez Díez la donación de un conde Fernando Ermenegíldez, que daría Taranco a San Millán en 1007,69 ¿por qué no incluyen aquí la descripción del término para el que creían necesitar títulos? O mejor, ¿por qué la descripción de bienes que aparece en este documento no se parece nada a la de Vitulo y Ervigio? Más difícil aún se hace entender la forja de las otras pequeñas donaciones, supuestamente hechas en el mismo contexto: ¿para qué iban a necesitar un documento específico para un simple manzanal en el mismo Taranco,70 si bastaba con incluirlo en el primer y más amplio acta de Vitulo y Ervigio? Más bien hay motivos para pensar que los monjes de San Millán procedieron a seleccionar, en decisiones sucesivas, los documentos que guardaban la memoria de Taranco. De acuerdo con el estudio codicológico del desaparecido Becerro Gótico hecho por D. Peterson71 (2011) —a través de las transcripciones de la llamada colección Minguella—, la donación de Vitulo y Ervigio se copió en la primera fase de composición del cartulario, antes de 1115, mientras que los otros seis documentos, más modestos de forma y contenido, se añadieron en folios intercalados posteriormente. Puede observarse cómo se trata de donaciones corporis et animae de presbíteros con patrimonios diversos —a veces iglesias, a veces dehesas y manzanos—, con y sin socios, que van estableciendo una especie de genealogía de los primeros abades de Taranco. Eugenio y sus socios se dan a Vitulo en 807, Armentario se dona a Ervigio, Eneco a Armentario, Sisnando a Eneco, Apre a Sis69
SMC 131. SMC 4. 71 Agradecemos a D. Peterson sus observaciones en torno a los cartularios emilianenses y la edición de A. Ubieto. 70
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nando en 912, y Pedro también a Sisnando en fecha indeterminada.72 Hay otros detalles que apuntan igualmente a un fondo de fiabilidad de esta serie documental. En el texto de Vitulo y Ervigio, uno de los límites de la presura de San Esteban de Burceña es termino de Comasio cognomento Gomazi. Gomazi es con absoluta seguridad la pronunciación vasca de Comasio.73 Ya anotamos más arriba la consciencia de dos registros onomásticos, culto y oral, que refleja la comparación de la epigrafía y la diplomática. Quien escribió el texto no hablaba de un nombre de persona que en algún momento había quedado fijado al suelo en un microtopónimo, sino de una persona a la que se le llamaba por la forma vasca en la vida cotidiana. Luego, en caso de ser una invención del XII, o bien los falsarios habrían introducido no sólo el nombre de un vecino de su tiempo, sino también el detalle de su doble forma latina y vasca, en un supuesto documento de 800, o bien se habrían inventado uno y otro, con impecable saber lingüístico. No nos parecen alternativas convincentes por enrevesadas y por ser difícil verles la eficacia en la falsificación. La hipótesis más económica es la que sitúa a este Gomazi por el tiempo de Vitulo y Ervigio. En cambio, en cuanto a la onomástica, Martínez Díaz señala como prueba de falsedad a un Handaliscus o Bandaliscus que figura como testigo en tres documentos de la serie, entre 800 y 912. Teniendo en cuenta que sólo hay dos o tres testigos por acta en los cinco documentos más simples, sería sorprendente que un falsario que elabora todos en bloque no cayera en la cuenta, máxime siendo Handaliscus un nombre raro. Más bien creemos que hubo errores o manipulaciones en las copias, en un apartado, el de los testigos, que es el de menor valor a tres o cuatro siglos de distancia. No es un fenómeno excepcional. Además, se observa que la forma es Handaliscus en el texto que se copió primero en el Becerro Gótico, y Bandaliscus/ Bandalisco en los que se copiaron en un momento 72 SMC 3, 4, 5, 17, 18. Como ha observado Martínez Díaz en el artículo que nos ocupa, el número 18 de SMC funde dos documentos sin que veamos motivo para ello. En el Becerro Galicano (180v), la traditio de Pedro está individualizada exactamente igual que las anteriores, con una inicial roja. Por otro lado, la regularidad de las fechas de SMC 4, 5, 17 y 18, separadas entre sí sistemáticamente por 28 años, despierta con razón las sospechas de Martínez Díez. Pero sólo la última, 912, referida a la donación de Apre, está en el cartulario. Las otras son conjeturas de A. Ubieto cuyo razonamiento no se explica en la edición. Lo que sí está en el Becerro Galicano, y probablemente estuvo en el Gótico, es el orden de los documentos que forma la cadena que hemos señalado. 73 Los tres cambios fonéticos (k- > g- ; -s- > -z- ; -iu > i) son característicos de los préstamos antiguos en lengua vasca, observación que agradecemos a J. Lakarra.
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posterior. Esto indicaría que quien copió estos últimos confundió una ‘h’ visigótica con un ‘b’, lo que, una vez más, contradice la falsificación del XII. En suma, el examen del dossier de Taranco, como antes el de Tobillas, nos lleva a sostener, en relación a estos textos, y en términos generales, que sus imperfecciones diplomáticas, su combinación de narraciones y formularios y su vida en el proceso de transmisión, corresponden al medio social del que emanaron, a su condición fronteriza entre la oralidad de las prácticas sociales y la memoria escrita, y a su devenir paralelo a los ciclos de vida de las iglesias locales, hasta su fijación definitiva en los cartularios. Falta mucho por hacer en materia de estudios críticos, pero en nuestra opinión, rechazarlos en bloque no es un ejercicio de rigor, sino más bien lo contrario.
2.2.
DIVERSOS
PATRONES DE SOCIEDAD LOCAL
En una primera lectura, estos conjuntos documentales dibujan horizontes locales o comarcales con grados de articulación y jerarquización sociales diversos, pero en cualquier caso espacialmente limitados. En el valle de Mena, en torno a Taranco, el arranque está en una familia de constructores de iglesias de la que Vitulo y Ervigio son al menos la segunda generación. Su radio de acción es pequeño, no más de tres horas a pie de Taranco a Area Patriniani y Villasorda, a lo largo del pasillo que forman Mena y Montija —Castilla en el texto de 800—. Los textos muestran un paisaje humanizado, con espacios compactos de cereal dividido en hazas según una práctica muy común en el área cantábrica; con espacios de monte abiertos y cerrados; con áreas de cultivo intensivo en las zonas de hábitat. En este entramado, San Emeterio y San Celedonio se integra a través de dos prácticas indisociables del consenso comunitario, a saber presuras y sernas. El éxito de la iglesia parece estar en la conjugación de este consenso con la corrección de la liturgia que traduce la posesión de libros y ornamentos de prestigio, así como con la actividad desplegada por los hermanos. Las donaciones posteriores, obra de presbíteros, refuerzan la imagen de una arquitectura social poco jerarquizada y de una cierta dispersión del control de las iglesias hasta su incorporación a Taranco. El contraste es muy marcado si seguimos este corredor una docena de kilómetros hasta la parte de Espinosa de los Monteros y Sotoscueva. Aquí, la donación del conde Gundesindo datada en 816 dibuja el apéndice meridional de un extenso patrimonio
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centrado sobre todo al norte de los montes y articulado en torno al monasterio de San Vicente y San Cristóbal de Fístoles, en el municipio actual de Santa María de Cayón. El lenguaje del documento es radicalmente distinto del de la dotación de Taranco. Frente a sernas y presuras, aquí el patrimonio se estructura en villas con sus iglesias, lo que se corresponde bien con el carácter aristocrático que deja entrever la fundación central (Floriano 1949: n.º 23, 25, 29). Al frente del monasterio dúplice de Fístoles, no aparece una abadesa al lado del abad, sino una mujer consagrada, sobrina del obispo Kintila,74 que también cede su patrimonio familiar. Se trata muy probablemente de la figura relativamente corriente de la mujer de una familia aristocrática que se ocupa de preservar la memoria familiar en torno a su iglesia principal. También cerca de la divisoria de aguas, pero más al oeste, en las faldas alavesas del Gorbea, encontramos en 871 a un conocido grupo familiar de cierto rango (SMC 10). Como en Fístoles, un monasterio, el de de San Vicente de Acosta, hace de cabecera del patrimonio organizado en torno a iglesias. En este caso, la primera donación es colectiva. La protagonizan un señor Arroncio, su hijo y su sobrino, un obispo de nombre Bívere y su madre doña Octavia, Pedro abad de Acosta y un presbítero, y les secundan otros familiares sin nombrar. El objeto son dos iglesias con su término y sus bienes raíces en Estavillo, a casi treinta kilómetros en línea recta de Acosta, muy cerca ya del Ebro. Estas dos iglesias constituyeron el primer anclaje de este grupo, que recuerda la venida de sus abuelos desde León. Se han mantenido aparentemente como propiedad indivisa, y son la primera dependencia de Acosta cuando se estructura jerárquicamente el patrimonio de la familia. A ésta primera anexión a Acosta le siguen otras, tanto en su entorno como en el de Estavillo. El texto completo es complicado, porque está compuesto de varios documentos que se refundieron más tarde con motivo de pleitos con el obispado de Álava. Se observan semejanzas con el grupo de Fístoles, tanto en la imagen de sus componentes —un obispo, un abad, una mujer en primera línea familiar, un personaje dirigente— como en un patrimonio extendido en un radio relativamente grande. Pero es como si fuera un grado menor: no hay título condal, ni, a diferencia de Kintila, el obispo Bívere se identifica en ninguna otra fuente astur. En la base fundiaria, ni hay villas, ni todas las iglesias aparecen dotadas de
un término propio, ni faltan donaciones de simples parcelas. En la cabecera de Valdegobía, volvemos a un escenario que recuerda a Taranco, pero con diferencias de grado. Aquí parece que es la iglesia la que actúa de catalizadora sobre las comunidades de la zona para tejer una red cientelar y de amistades que se articula, también a través de la iglesia, con otros ámbitos exteriores (Larrea 2007). El abad Avito usa como Vitulo y Ervigio de la presura, pero a juzgar por la disposición del habitat en la zona y la descripción misma de su llegada, parece instalarse en una zona del fondo del valle sometida al control común de varias aldeas de media ladera. Lo mismo que, aguas abajo, hace Juan en Valpuesta. Avito instala una comunidad de monjes, hace construir un edificio de prestigio, exhibe una liturgia brillante en un escenario ostentoso. Desde ahí, va incorporando entera o parcialmente iglesias de las comunidades del entorno, y a través de ellas se inserta en cada terrazgo aldeano. El vocabulario, naturalmente, vuelve a ser el de Taranco. Último ejemplo, el conjunto documental ligado a la acción del abad Paulo en Losa, Pontacre y Dondisle tiene, como todos por otro lado, sus dificultades particulares. Una misma datación y lista de testigos se ha reproducido, con errores distintos de copia, en los tres documentos.75 En la primera, la fecha de 4 de julio de 773 no es admisible junto a la mención del conde Rodrigo en la cláusula regnante. Que la solución sea suponer una ‘C’ más como propone Ubieto, no es imposible. Da la impresión también de que en las copias se han aligerado de manera desigual los textos: la narración de San Martín de Pontacre se arma sobre una fórmula notarial bien reconocible, mientras que el de San Martín de Losa prácticamente la ha eliminado. El lenguaje de esta última narración, la más desarrollada, es el de Tobillas. El abad y su gente aportan una liturgia enriquecida y ortodoxa: veintiseis libros, casullas de seda, cálices de plata… Edifican la iglesia, toman presuras en zonas de uso colectivo —presimus presuras in fontibus, in montibus— y extienden su presencia en otros lugares, en un radio cercano, menor que media jornada a pie, a través de la incorporación de iglesias, que registran con la ficción de la presura. La atracción subsiguiente de gentes de la zona está atestiguada con la donación de sí mismo y de su heredad, conservada el Becerro Galicano, de un laico con posesiones en las cercanías, las cuales consisten en heredades y derechos de uso en los espacios colectivos (SMC 14).
74 Sobre este personaje, Martín Viso 1999: 171-172; Ayala 2008: 138; Fernández Conde 2008: 353.
75 SMC 11, 12, 13. Ver sobre este conjunto Larrea 2007: 326-327.
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Resumimos. Por un lado, la documentación traza cuadros diversos en función de la arquitectura social en que se inserta cada iglesia. Por otro, y esto nos parece particularmente interesante, el lenguaje de los textos muestra una correlación con esa arquitectura. Aquellas iglesias que dependen de su inserción en el horizonte local arrojan mucha más luz sobre las formas de apropiación del territorio y el paisaje agrario, que las que conocemos por enumeraciones de patrimonios aristocráticos. No en vano, su éxito depende de su capacidad de jugar con las reglas que las nociones de presura, serna o divisa representan. Lo que no significa que no sean, como Tobillas, creaciones de gentes de un cierto rango. Como casi siempre en la Alta Edad Media, las reglas de juego son sencillas, las realidades que resultan son de una riqueza extraordinaria.
2.3.
DEL
CÍRCULO LOCAL AL REINO Y A LA GUERRA
Hemos visto que estos conglomerados de iglesias, gentes y tierras son parte constitutiva del entramado social en el marco local y comarcal, y que se enraizan en la organización del espacio que gestionan las comunidades rurales. Debemos preguntarnos ahora cómo se engarzan en los condados y en el reino. El problema se ha planteado en toda Castilla, y casi con mayor viveza en la mitad meridional que carece de fuentes escritas prácticamente hasta el tiempo de Fernán González.76 Para los territorios que aquí nos ocupan, las respuestas se han enfocado desde dos perspectivas no contrapuestas. J.A. García de Cortázar y otros autores han seguido la formalización de ámbitos políticos en la ordenación del espacio, como manifestación del proceso de aculturación y señorialización que sitúan en el eje de las transformaciones. Por su parte, I. Martín Viso (2000: 232-233; 2002), que es quien más ha reflexionado en los últimos años sobre esta cuestión, parte de las estrategias y necesidades de los grupos aristocráticos regionales en ámbitos como el militar, el eclesiástico y el judicial para comprender su vinculación progresiva al reino. Este autor destaca el alto grado de autonomía de estos grupos y la dirección militar como atributo fundamental de su superioridad, si bien piensa sobre todo en las tareas defensivas. Nosotros creemos que la lectura conjunta de las fuentes cronísticas y las diplomáticas permite añadir nuevos matices y precisar mecanismos concretos que cimentan la inserción de 76 Álvarez Borge 1996; Pastor Díaz de Garayo 1996 y 1997; Escalona 2001 y 2002.
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los marcos locales en los condados y en el reino. En particular, queremos destacar aun más el papel, creemos decisivo, de la guerra. Los vaivenes de la historia política muestran una integración de los dirigentes de la zona que va más allá de la aceptación progresiva, más o menos negociada, de la soberanía ovetense. Como examinamos en detalle más arriba, los vínculos de familias alavesas con el linaje de Alfonso I y Fruela son anteriores a la primera acción militar de las tropas de Oviedo en Álava. Es decir que desde la generación siguiente a la conquista árabe, dirigentes de este territorio han tenido a Asturias en el horizonte de su acción política, sin que esto excluya opciones de integración en al-Andalus en determinados momentos. Lo que vemos después son pulsaciones de cercanía y de distancia en función del juego político. Álava pasa de tener a Alfonso II en el trono a ver a su primer conde conocido apresado por Alfonso III. Lo que por otro lado muestra la dinámica de fortalecimiento de la monarquía, si se compara esta última situación con el refugio seguro que Álava ofrecía frente a un Mauregato incapaz de intervenir contra Alfonso. En Castilla, el alineamiento decidido con el otro bando, posiblemente desde Ramiro I, trae consigo, en este mismo periodo de expansión del reino, una posición de privilegio para Rodrigo y luego para Diego de Castilla, al lado de Ordoño I y Alfonso III. Es curioso el que se haya solido afirmar que los documentos tempranos de Castilla y Álava no mencionan a los soberanos astures, salvo en casos de manipulación. En realidad es todo lo contrario: salvo en el grupo de documentos del abad Pablo cuyo escatocolo problemático mencionamos más arriba y en alguna noticia muy rudimentaria, como la serie que sigue a la narración fundacional de Taranco, todos los documentos citan religiosamente al rey de Oviedo. Cosa poco sorprendente a la luz de los hechos políticos. En este mismo sentido, el documento más antiguo, el pacto de San Miguel de Pedroso (SMC 1) muestra un ambiente local perfectamente coherente con la coyuntura de mediados del siglo VIII, en un momento en que las aristocracias locales o regionales y las autoridades episcopales actúan bajo el vigoroso despliegue de fuerza del reino de Asturias. El diploma contiene un pacto monástico femenino mediante el cual se funda una comunidad, constituida por veintiocho monjas, en la cuenca del río Tirón. Este hecho sugiere la presencia de gentes de cierto rango cuya memoria familiar solía quedar confiada a este tipo de instituciones. Que esta observación es verosímil lo demuestra la presencia de un obispo y el re-
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conocimiento de la autoridad de Fruela I. La presencia del rey no resulta extraña, pues era nieto del duque de Cantabria, Pedro, y, además, como hemos visto, había afirmado su control militar sobre la zona. El obispo Valentín podría ser de Oca o de Calahorra. La continuidad de sedes episcopales después de la conquista es un fenómeno difícilmente discutible. Además, pocas figuras hay más ambivalentes en las décadas que siguen a la implantación del dominio islámico en al-Andalus que las de los obispos, a menudo personajes clave en la articulación entre la población cristiana y los nuevos dueños del país (Acién 1997). Nada sabemos del destino de la sede de Oca.77 De Calahorra, las crónicas árabes nos indican que «fue conquistada», en el contexto de una expedición de ‘Abd al-Raámân I contra los francos, en el año h.164/780-781 y que, de nuevo, el ejército se detuvo a tomar y destruir Qalahûrra, antes de asolar el territorio enemigo, en una campaña realizada en h.180/796-797.78 En este horizonte, la Vita Prudentii recuerda que el vaivén no es sólo militar. Uno de los actos memorables de Prudencio —pocos y grises por otro lado— tuvo que ver con la labor de predicación que desarrolló en Calahorra. Su objetivo, como ha señalado N. Igartua (2003: 117-121), fue convencer a gentes recientemente convertidas al Islam para que volvieran a la fe de sus mayores. Lo que no deja de evocar un pasaje de Ajbar.79 Por último, la onomástica de una buena parte de las firmantes del pacto, analizada por Peterson (2009: 310-315), coincide con los primeros estratos dejados por la inmigración vasca, probablemente alavesa, en la toponimia de la zona. No creemos que haya que volver a pensar en términos de grandes desplazamientos de población y evacuaciones masivas. Pero nada impide suponer la existencia de movimientos de cierta importancia a escala regional, como los que por otro lado parecen recordar los Anales Castellanos Primeros con el célebre pasaje de la salida de los foramontanos para Castilla en 814 (Martín 2009). En general, a lo largo del siglo IX, los ámbitos en los que se visualiza la inclusión en el reino también combinan de modo flexible la noción general de una autoridad pública con usos adaptados a las realida77
Cfr. supra. El comentario y análisis de estas noticias en Lorenzo (2010: 158-161), quien señala que la primera mención es más que dudosa. 79 [h. 133/750751 «En el año 33 fueron vencidos y arrojados (los árabes) de Galicia, volviéndose á hacer cristianos todos aquellos que estaban dudosos en su religión, y dejando de pagar los tributos» (Lafuente Alcántara 1867: 61). El tributo que dejan de pagar se designa en el texto árabe como jarâº. Agradecemos a Jesús Lorenzo la observación. 78
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des locales. Un ejemplo es la presencia de obispos. En nuestra opinión, lo significativo desde este punto de vista no es tanto que se observe su radio de acción reducido y sus vínculos con las familias dirigentes, como el hecho mismo de que hagan falta. Por mucho que las iglesias sean indisociables de familias, grupos de familias y comunidades, se entiende que hay funciones que sólo pueden ser cumplidas por una autoridad independiente y superior —aunque esto de hecho sea una ficción— a las iglesias mismas. La presencia de un obispo en Álava con implantación efectiva en dos extremos del territorio, según vimos en Acosta; la instalación de un obispado en Valpuesta cuyo titular actúa también en otras zonas y consagra iglesias que le son ajenas (Díaz Herrera 1994: 167168); la consagración de iglesias nuevas y la de iglesias antiguas pero mantenidas hasta entonces al margen de autoridad superior (Peña 1993)… son indicios consistentes, en una documentación cuantitativamente reducida, de la efectividad de esta forma de autoridad concebida como pública. De hecho, funciona en estado a menudo latente como mecanismo de engarce. Es muy posible que el obispo Kintila de Fístoles participe en reuniones en Oviedo;80 los prelados de Valpuesta y Álava se vincularán a los condados nacientes de Lantarón y Álava (Martín Viso 1999: 174 sq.). La justicia funciona también en estos dos planos. Los testimonios de pleitos más tempranos de que disponemos corresponden a la segunda década del siglo X, es decir inmediatamente después de la fecha que cierra nuestro estudio. Creemos sin embargo que sus rasgos son lo suficientemente nítidos para mostrar usos bien enraizados en el país. En 919, un pleito enfrenta a Santa María del Puerto (Santoña) con Santa María de Valpuesta, en torno a los bienes legados por un presbítero cuya traditio se interpola parcialmente al final de las conditiones sacramentorum.81 Los juramentos se hacen por orden «del juez Vela y de otros muchos jueces, a saber el abad Valerio y el abad Maurello y el abad Assur». Vela es casi con toda seguridad el abad de Tobillas (Larrea 2007: 330-331), pero la ceremonia tiene lugar en la iglesia de Espejo, en el mismo territorio del Omecillo al que pertenece Valdegobía. Es decir, se trata de un juicio púbico, con un tribunal colectivo formado por personajes relevantes del territorio, y que sigue formas de la tradición hispano-visigoda. Comparémoslo ahora con otro acta de conditiones sacramentorum referido a un juicio semejante y tenido más al norte, en San Mi80 81
Supra n. 75. Pérez Soler, 1970: n..º 10.
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llán de Gabinea, en 911.82 El procedimiento y las fórmulas son similares.83 Pero allí donde en Espejo sólo se habla del mandato de los jueces, en Gabinea es el conde Gonzalo Téllez de Lantarón quien ordena el procedimiento. Es decir, ni la práctica de una justicia pública necesita de autoridad superior al ámbito local para funcionar, ni la intervención condal —o real— trae cambios en el modo de dirimir los conflictos. Se entiende que tal competencia va aparejada con el reconocimiento de un poder superior y de algún modo, en el procedimiento existen engranajes para articularlo cuando tal poder se hace efectivo. Desde el punto de vista del análisis sociopolítico, la guerra ha recibido un tratamiento en general muy somero. Se ha señalado su influencia en la cristalización de una autoridad política que deriva de las necesidades de defensa frente a las numerosas aceifas que agreden Álava y Castilla desde el Ebro musulmán. Tal razonamiento es plausible, pero sólo atiende a una faceta de la cuestión. Como hemos visto más arriba, la actividad guerrera que envuelve en este período a alaveses y castellanos presenta formas y dinámicas muy diversas. Por limitarnos a retomar tres momentos del siglo IX, pensemos en Wâdî Aruwn en 816, en la campaña de Pamplona de 843 y en las correrías por el Ebro de Diego y Vela, condes de Castilla y Álava, en 882. La primera es una dura batalla defensiva en la que alaveses y maºûs —posiblemente normandos instalados en la costa vasca— aportan los guerreros que materializan el apoyo de Alfonso II al conde carolingio de Pamplona. Las relaciones amistosas de Oviedo y Aquisgrán vienen facilitadas por la sintonía de los dirigentes de la frontera oriental con Alfonso II, exactamente lo contrario de lo que sucede al otro lado del Pirineo, donde la rebelión gascona contribuye a ahogar el incipiente condado pamplonés y pone en evidencia lo poco que éste podía esperar del emperador. La segunda responde a la dinámica política propia del emirato. Córdoba permite el enfrentamiento entre facciones hasta un determinado límite, a partir del cual el emir interviene, con el ejército si hace falta, y zanja la cuestión. En 843, el emir toma partido por su visir Áâriï ibn Bazî¿ frente a los Banû Qasî, que como siempre se ha hecho en los confines de las formaciones estatales, buscan carne de cañón entre los bárbaros de la frontera. El banderín de enganche lo portan los Íñigos de Pamplona, que atraen al combate
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a todo un arco de gentes que va de Castilla y Álava a Gascuña y a Aragón. Nada hace suponer aquí que el rey de Oviedo haya tomado parte en la decisión. Y no se ve otra motivación que la que siempre ha movido a los bárbaros de las fronteras: la posibilidad de botín y soldadas. La alianza dura lo que dura la suerte en el combate, poca por cierto en 843. En 882 el rey ha vuelto y el emirato se derrumba. Vela Jiménez conde de Álava y Diego Rodríguez conde de Castilla acosan y persiguen a Muáammad Ibn Lubb. Disponen pues de tropas capaces de llevar a cabo expediciones de cierta duración en el valle del Ebro y de mantener la vigilancia de las fronteras desde fortalezas como Cellórigo y Pancorbo. En los tres casos, es muy característica la autonomía de hecho en la práctica de la guerra. En dos de ellas, hay pocas dudas de la búsqueda de botín. De hecho, cualquier combate puede producirlo, pues es uso corriente entre los jefes acudir al combate haciendo ostentación de tesoros de todo tipo. Recordemos que es en el campamento de Muza donde se encuentran los regalos que le había mandado Carlos el Calvo.84 En las fronteras del estado islámico, siempre hay oportunidades para hacerse con riquezas, sea en forma de rapiña y rescates, sea en forma de pago de servicios (Larrea 2009). Hay también una contrapartida: son las aceifas musulmanas, que se cobran en botín y seguramente en buena medida en esclavos. Es parte del juego. La participación en la guerra se modula, como en todo Occidente, en función de la realidad socioeconómica. Más allá del principio de que todo hombre libre es susceptible de participar en el ejército, la organización militar de este período conjuga capacidad socioeconómica, costumbre y rango de convocatoria. Es preciosa la noticia que transmite Ibn Iäârî, en el sentido de que Rodrigo, ùâáib de al-Qilâ¿, había hecho trabajar a la gente de su reino en una de sus fortificaciones. El mismo autor asocia con el control de castillos a los aùáâb de al-Qilâ¿, Tuqa, Buryiyya y M.sanqa en la campaña de 865/66.85 No parece aventurado suponer que acarrean madera y piedras quienes no tienen el equipo y la disponibilidad suficientes para combatir montados en expediciones que pueden prolongarse durante semanas, o para ocuparse de las patrullas de frontera que luego aparecerán como anubda y que se llaman wactas en el Pirineo oriental. Las obligaciones de defensa, sean como prestaciones en trabajo, sean aprovisionando a la hueste,
82
Pérez Soler, 1970: n.º 8. Gil (1972) señala paralelos con FW 39, que aquí se utiliza, en Santa María del Puerto (Santoña), Oviedo y Sobrado. 83
84 85
C. Alfonso III, 26; Lázaro 2007. Ver nota 52.
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o sea en alertas generales que convocan a todos los hombres disponibles para defensa de territorio o para batidas contra bandoleros, rara vez son productivas. En cambio, las expediciones de medio y largo alcance tienen al menos dos efectos. Por un lado, la convivencia estrecha de representantes de todos los grupos dirigentes del condado durante semanas de cabalgadas y combates, no sólo escenifica la dirección del país, sino que contribuye a vertebrarlo con una eficacia que no ha de despreciarse en formaciones políticas con bajo nivel de formalización. Lo vertebra además en dos sentidos, hacia el conde y hacia determinados líderes que aglutinan clientelas militares tras ellos. Esto está perfectamente atestiguado en Pamplona —hasta el punto de que llega a haber rendiciones por separado86—, pero también en Wâdî Aruwn por ejemplo las fuentes árabes ponen en evidencia que hay guerreros cuyo prestigio es conocido también por el enemigo.87 Por otro lado, este ejercicio militar sí produce botín y rescates, en forma muy a menudo de metales preciosos y tejidos de lujo provenientes de al-Andalus. La posesión, exhibición y distribución de estos bienes es una parte esencial de las estrategias de distinción en las sociedades altomedievales. ¿Dónde queda esto en las fuentes diplomáticas? El no disponer de inventarios de fortunas, de testamentos, dificulta notablemente percibir su eco. En cambio, el que la plata andalusí no circule con la tierra, nos parece perfectamente explicable. Por encima de perspectivas diversas, si hay un punto de acuerdo entre todos quienes nos hemos interesado en los últimos años por las sociedades rurales altomedievales de esta región, es el vigor de las formas de apropiación y gestión del territorio de carácter comunitario (Larrea 2008). En este tipo de organización, el acceso a la tierra, a los baldíos, al monte, a los movimientos de reproducción de los terrazgos… pasa por la participación en la comunidad. El mercado de la tierra es muy limitado, si puede hablarse de tal. La plata no sirve para crear grandes propiedades (Larrea, en prensa). Preguntémonos entonces en dónde puede la ostentación de bienes de lujo tener un efecto sobre la sociedad local. Si volvemos a los textos, la respuesta nos manda una vez más a las iglesias. Cosa perfectamente coherente si recordamos su papel central en la articulación de estos conglomerados de familias. En efecto, los textos reflejan la exhibición material en dos aspectos. Uno son los edificios mismos: la
construcción de iglesias se recuerda sistemáticamente —baselica extirpe manibus nostris construximus; fabricavimus ipsa ecclesia;88 hedificabimus atrio;89 construximus et sacravimus;90 constituimus ecclesias91— y se distingue bien de la adquisición de otras anteriores: prisi ecclesia;92 inueni ibi eglesias antiquas.93 El carácter de prestigio de algunas de ellas no deja dudas. El caso de Tobillas es el más claro, y todavía lo es más su reforma en 939, guardada en la memoria del edificio por un epígrafe solemne que celebra al patrono de la obra (Azkarate 1995: 201 y 208; Azkarate y García Camino 1996: 128). Pensamos también en la familia de edificios de que forma parte, con San Vicente del Valle o Santa Coloma (Caballero, Arce y Utrero 2003). Igualmente significativo es la inscripción de las Santas Céntola y Elena de Siero, en Valdelateja (Utrero 2006: 515). Independientemente de su cronología —seguramente de finales del IX, aunque se venía pensando en un siglo antes—, el epígrafe de Fredenandus et Gutina es muy probablemente una forma de memoria pública de quienes probablemente son sus fundadores. El otro se refiere a los tesoros en forma de códices y objetos y vestimenta litúrgicos a los que se presta una atención minuciosa (cf. Bango 1979): XXVI libros, V casullas de sirgo, duos calices argentos, duas cruces de allatone, duos incensarios, V iugos de boves, LX baccas, L equas, XX cavallos, XII mulos, duos asinos, VII vasos argenteos, II cornias, V genapes de sirgo, V plumazos de sirgo, VIII tapetes antemano, I ferrio, II campanas, CL oves, L agnos, L arietes usque a modico gallina94.
Naturalmente, la mención de objetos de plata, relativamente corriente, no puede leerse sin más como fruto del botín. Pero pocas dudas hay de que éste está presente en las iglesias cuando sabemos por ejemplo que un maureteno forma parte del patrimonio de Santos Justo y Pastor, en Pesquera de Ebro, a principios del siglo X (Moreta 1971: 95; Martínez Díez 1998: n.º 10). Desde luego, es muy probable que las casullas y demás prendas de seda de la dotación de San Martín de Losa que acabamos de reproducir; como las seis casullas de seda que recibe San Felices de Oca del conde Diego (SMC 7), sean de origen andalusí. De este modo, las iglesias actúan de interfaz entre la arquitectura política y militar de los condados y 88 89 90 91 92
86
Ver nota 39. 87 Ver nota 18 y 35.
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93 94
SMC 2. SMC 12. SMC 15. Del Álamo 1950: n.º 2. Del Álamo 1950: n.º 1. Pérez Soler, 1970: n.º 1. SMC 12.
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las sociedades locales. Traducen al lenguaje simbólico local una parte de los bienes obtenidos a través de la guerra. Crean una espacio de exhibición y competencia. Magnifican el escenario y la liturgia asociados a determinadas familias, exhiben indirectamente el estatus de éstas y realzan su superioridad en la vida y en la muerte.
3.
CONCLUSIÓN
Filtradas por el estudio crítico de sus textos y de su transmisión, y ordenado todo el corpus disponible, las fuentes cronísticas árabes dejan de aparecer como el registro pulverizado de una sucesión caótica de agresiones, para mostrar la cristalización y evolución de un territorio de frontera cuya dinámica se corresponde notablemente con el devenir que trazan las crónicas latinas. Invisibles en el momento de la conquista y en la generación siguiente, Álava y Castilla adquieren derecho de ciudadanía en las fuentes en un espacio de tiempo muy corto y marcado por la tensión a que son sometidas desde los dos lados, en maniobras que combinan la fuerza y la negociación: Álava pasa en pocos años de Asturias a al-Andalus. Su vuelta decidida a la órbita asturiana es segura con la entronización de uno de los suyos en Oviedo: Alaba wa-l-Qilâ¿ son ahora dâr aláarb, la tierra de la guerra. Lo que no se traduce en términos históricos por una condición de víctima y resistente, sino por la participación de sus dirigentes en las múltiples formas que toma la guerra en la periferia del Estado islámico. En fin, las primeras figuras condales aparecen con la afirmación de la monarquía, la vuelta física del rey a la zona y el paso a primer plano de una Castilla que parece haber apostado mejor que Álava en las disputas por el control del trono ovetense. Sometidas tradicionalmente más a la sospecha que a la crítica, y últimamente al rechazo radical, la fuentes escritas generadas en el interior del territorio rara vez han sido consideradas, al menos a título de hipótesis, como un corpus cuya lógica conviene buscarse en las sociedades de las que dicen emanar y cuya transmisión ha de estudiarse en la dinámica de la constitución de los grandes archivos monásticos. Y en una perspectiva comparada con otras regiones y otros archivos. A falta de numerosos estudios específicos, creemos aportar argumentos suficientes para sostener que en lo esencial las fuentes diplomáticas castellanas y alavesas del período astur responden efectivamente al paisaje socioeconómico y a las prácticas sociales y culturales de las sociedades de
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este período. Corresponden a grupos de ámbito local y comarcal articulados en torno a iglesias, cuyos grados de jerarquización y cuyos instrumentos de poder son diversos. Tal diversidad hace que los textos recojan todo un abanico de mecanismos de relación y de apropiación del territorio, desde formas rígidamente comunitarias hasta implantaciones aristocráticas. Entre este ámbito local y el de las formaciones políticas, la actividad guerrera en las expediciones de medio y largo alcance, sea en forma de agresión al territorio andalusí, sea como auxiliares de alguno de los bandos enfrentados en la Marca Superior, hace visualizar el cuerpo dirigente del territorio, retroalimenta la jerarquización interna y bombea a tierra cristiana riquezas y lujo asociadas al mantenimiento de un cierto status en las sociedades locales. Una vez más, las iglesias aparecen como espacio privilegiado en que se representa el juego social, con la exhibición ante la comunidad de los objetos preciosos vinculados a determinadas familias. Objetos cargados de un significado muy superior al de la mera riqueza, en la medida en que traducen la posición de cada cual en la arquitectura político-militar de condados y reino. Dada la naturaleza de este simposio, acabaremos con dos reflexiones que podrían tener interés en lo tocante a la circulación de técnicas y modelos constructivos. La primera se refiere a la imposición de la ºizya y la transformación de los dominados no convertidos, en äimmís. Esta habría sido una fórmula especialmente activa a lo largo del siglo VIII, aunque también estuvo presente en el siglo IX. En este horizonte habría que entender las escasas y escuetas menciones a Alaba y al-Qilâ¿. Las formas que adoptó el pago de este tributo las desconocemos. Sin embargo, lo que sabemos de otros territorios del mundo islámico, especialmente de Egipto, pone de relieve que, entre otras cosas, los «protegidos» estuvieron obligados a hacer efectivo el pago de este tributo mediante la realización de prestaciones en trabajo de tipo muy diverso. A comienzos del siglo VIII, algunas de estas obligaciones supusieron una movilización de mano de obra especializada para la construcción de palacios o de mezquitas, tanto en Egipto como fuera de Egipto. Esto significa que la instauración de mecanismos de dominación fiscal por parte del estado islámico pudo favorecer la transferencia de ideas y de modelos constructivos y decorativos de raíz oriental.95 Desde otro ángulo, la segunda reflexión 95 De estos movimientos y de sus repercusiones, en el próximo oriente, ya se había percatado Bell 1928.
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tiene que ver con los rasgos de los grupos organizados en torno a iglesias, que muestran un ámbito limitado, pero en absoluto aislado, en un marco político de notable autonomía. Nos preguntamos —pero no lo sabemos— si este ambiente no favorece la circulación de constructores y modelos en el espacio regional que representa el grupo de San Román de Tobillas I y San Vicente del Valle, segmentado pero animado por el beneficio social que se obtiene de la inversión en las iglesias, frente a una etapa posterior, marcada por estructuras políticas más extensas y organizadas, en las que determinados modelos tenderán más bien a irradiar desde un centro —sea Oviedo, León o Cardeña— hacia la periferia.
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EL ESPACIO CIRCUMPIRENAICO OCCIDENTAL DURANTE LOS SIGLOS VI AL X D.C. SEGÚN EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO: ALGUNOS INTERROGANTES POR
AGUSTÍN AZKARATE GARAI-OLAUN Universidad del País Vasco / Euskal Herrikoo Unibersitatea
IÑAKI GARCÍA CAMINO Museo Arqueológico de Bizkaia*
RESUMEN De la desestructuración del imperio romano habría surgido en la mayor parte del País Vasco actual un nuevo paisaje totalmente distinto, caracterizado por la transformación estructural de la organización social, una decreciente complejidad económica, la devaluación de las capacidades de las élites dirigentes y, sobre todo, la transferencia al campesinado de la iniciativa en la gestión y la explotación del territorio. Esta situación revertió rápidamente a partir del siglo VIII, con la formación de élites dominantes, territorialmente fuertes y consolidadas, responsables de la configuración de una densa red de aldeas, en las que la fundación de iglesias constituiría el reflejo arqueológico más evidente de la nueva situación. Este artículo plantea diversas interrogantes sobre esta interpretación, cada vez más dominante en la historiografía reciente. Su objetivo, sin embargo, no es tanto ofrecer una propuesta alternativa, cuanto llamar la atención sobre un registro arqueológico que demanda un mayor contraste en su construcción y una modulación más afinada en su decodificación y transformación en discurso histórico. ABSTRACT From the destructured Roman Empire emerged a new and completely different scenario in the Basque Country, characterised by a structural transformation of social organisation, a decreasingly complex economy and the devaluation of the leading elites’ capacity. More importantly, the peasantry began to take the initiative in working the land and territorial management. The situation was quickly reverted in the 8th century, when powerful ruling classes became firmly rooted in the territory. They were responsible for the forming of a dense network of villages, in which the founding of churches *
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would become the most evident archaeological reflection of this new situation. This paper raises several questions regarding this increasingly prevalent interpretation in recent historiography. The purpose, however, is not to provide an alternative proposal, but to draw attention to an archaeological record that requires a more contrasted construction and a more finely tuned modulation in its decoding and transformation into historical discourse. PALABRAS CLAVE: Construcción del registro arqueológico. Interrogantes. Antigüedad Tardía. Alta Edad Media. País Vasco. KEY WORDS: Construction of the archaeological record. Questions. Late Antiquity. Early Middle Ages. Basque Country.
1.
INTRODUCCIÓN (AAG, IGC)
Durante estos últimos años, la arqueología altomedieval del norte peninsular ha conocido una profunda renovación, sustentada básicamente en la orientación metodológica que explicitó, quizá mejor que nadie, R. Francovich al reivindicar la construcción de un relato que se articulase fundamentalmente sobre el registro arqueológico. Para el País Vasco ha sido J. A. Quirós1 el impulsor principal de este proceso de 1 En los últimos años ha ido publicando distintos trabajos enfocados sectorialmente que resaltan el papel que jugaron las aldeas y los elementos que las conforman: zonas de hábitat, de producción, iglesias, cementerios, etc. (Quirós 2006, 2009ª, 2009b, 2010).
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renovación, sobre la base de un modelo interpretativo nacido de las aportaciones teóricas de autores diversos entre los que destaca, sobre todos, C. Wickham (2005, 2008). Los puntos básicos de dicho modelo (para nuestro ámbito geográfico sensu lato) serían los siguientes: — Hacia finales del siglo V d.C. se habría producido la desestructuración del mundo romano y con ello la ruptura de los elementos de articulación territorial basados en la civitas. Iruña-Veleia habría desaparecido como centro de influencia, aunque es probable que continuara como aldea; Pamplona, por el contrario, mantuvo su carácter urbano al ser residencia de importantes poderes políticos y eclesiásticos de la época vinculados a los poderes centrales representados en el reino visigodo primero, en los conquistadores musulmanes después y en los reyes carolingios, más tarde. También las villae, explotaciones agropecuarias pertenecientes a un poseedor, se habrían abandonado, lo que estaría reflejando cambios en los mecanismos de enriquecimiento de los propietarios que buscaron nuevas formas de promoción social y económica. — Entre los siglos VI y VII d.C., al desarticularse el sistema de organización territorial basado en la civitas, se habrían creado en el extremo meridional del País Vasco nuevos centros de poder constituidos por castra e iglesias, reflejo de la existencia de aristocracias implantadas a nivel regional que impulsaron la formación de aldeas concentradas y estables. Por el contrario, al norte del valle del Ebro, la forma dominante de ocupación del territorio entre los siglos VI y VII d.C. sería la de granjas o asentamientos agropecuarios semidispersos, de pequeñas dimensiones, con mayor o menor permanencia en el terreno y reconocidos por algunos fondos de cabaña que expresan la debilidad de poderes estables asentados en el territorio. En fin, de la desestructuración del imperio habría surgido en la mayor parte del País Vasco actual un nuevo paisaje totalmente distinto del anterior y caracterizado por los siguientes rasgos: fractura de la jerarquía poblacional; transformación estructural de la organización social; decreciente complejidad económica caracterizada por la desaparición de las cerámicas de calidad; pérdida de legitimidad estatal; devaluación de las capacidades de las élites dirigentes y, sobre todo, la transferencia al campesinado de la iniciativa en la gestión y la explotación del territorio (Quirós 2010a). — A partir del VIII d.C. se habría producido el debilitamiento de los poderes subregionales del sur y la emergencia de nuevos poderes de marcado ca-
Anejos de AEspA LXIII
rácter territorial, inexistentes en el periodo anterior, que impusieron sistemas de explotación y ocupación del territorio jerarquizados, siendo los castillos (como el de Ocio) los asentamientos fortificados (como Berbeia-Barrio, San Zadornil, los castros de Lastra o Treviño) y, sobre todo, la creación de una densa red de aldeas donde las nuevas aristocracias altomedievales instauraron sus iglesias, el reflejo arqueológico más evidente de la nueva situación. Podría decirse en síntesis que, frente el alto grado de desestructuración de los siglos VI y VII, el siglo VIII representa un momento clave en la formación de élites dominantes, territorialmente fuertes y consolidadas, y decisivas en la configuración de la red aldeana. La hipótesis es sugerente y debe reconocérsele un indiscutible valor seminal en cuanto reactivadora de un debate que, durante mucho tiempo, venía siendo excesivamente deudor de planteamientos de naturaleza histórico-cultural. En este breve trabajo, sin embargo, vamos a defender que los siglos VI y VII d.C., lejos de caracterizarse por una fractura de la jerarquía poblacional o por la devaluación de las capacidades de las élites dirigentes, se distinguirán por su dinamismo y por la presencia activa de élites de carácter local. Y defenderemos también que el siglo VIII d.C. estará, asimismo, muy lejos de representar un momento clave en la formación de élites dominantes (más bien al contrario). Como se ve, nuestra propuesta es opuesta a la primera y, sin embargo, ambas recurren teóricamente al mismo registro arqueológico. Está claro, por tanto, que estamos lejos de manejar fuentes fácilmente objetivables. Hubo un tiempo no muy lejano en el que se acostumbraba a recordar que, frente a los documentos escritos caracterizados por su intencionalidad, los datos arqueológicos —por lo que tenían de involuntarios— ofrecían un potencial hermeneútico de mayor calidad y rango. Y hay quien todavía está convencido de ello. Nosotros en cambio, sin negar la validez de aquella afortunada distinción entre testimonianze y resti (Delogu, 1994: 100), preferimos ser más prudentes y extremar todo tipo de precauciones puesto que, como sabemos, los datos arqueológicos no preexisten sino que se construyen. Como recordábamos en otro lugar (Azkarate 2003) el registro arqueológico no es moneda de fácil transacción y debe evitarse «prendre pour argent comptant tout ce qui est décrit dans le rapport ou la publication de fouilles» (Dierkens 1998: 251). Esta es una cuestión especialmente relevante. «Los arqueólogos queremos que nuestros escritos
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sean como los de las ciencias físico-naturales, seguros y directos, y por tanto mejores cuanto menos inseguridades y dudas se manifiesten en ellos» (Fernández Martínez 2006: 73). Estas palabras están apuntando a la línea de flotación de una conducta cada vez más generalizada y no exenta de riesgos muy serios. Son varias las circunstancias que coadyuvan a la extensión de dicho comportamiento: el predominio del discurso antipositivista; el sentimiento de culpa por un pasado de comportamientos ancilares, empiristas y arqueográficos; el poco tiempo disponible generalmente para seguir con rigurosidad los complejos protocolos que requiere la construcción de un registro arqueológico público, eficaz y operativo; la seguridad que ofrecen los comunidades científicas organizadas en torno a modelos interpretativos compartidos y, en consecuencia, la confianza que generen para dotar de sentido a un registro en sí mismo mudo. Estas circunstancias, y otras que podrían añadirse, configuran el «contexto» que puede estar alimentando una arqueología en la que predomine lo «fungible» sobre lo «inventariable» (Ibidem: 38), al modo de lo que ocurre —según se ha recogido— «en el caso de las ciencias naturales —biodiversidad o recursos naturales— (donde) se puede observar cómo, poco a poco, van desapareciendo los trabajos dedicados al estudio taxonómico de los grupos biológicos, las imprescindibles monografías taxonómicas y los tratados florísticos o faunísticos, porque los investigadores buscan aportaciones más breves en campos con mayor rentabilidad curricular» (Castroviejo y García 2000). Sería bueno en este sentido que, entre otras cosas, recordáramos «la obligación de publicar la integridad de los restos excavados» (Fernández Martínez 2006: 72) y no una selección de lo que el responsable de la investigación considera más específico, o un breve report de carácter casi protocolario recogido por las ediciones institucionales de los respectivos gobiernos autonómicos (hábitos estos últimos que nos incumben a todos). Estamos seguros de que todos coincidiremos en la necesidad de que los arqueólogos ofrezcamos la oportunidad de cotejar y contrastar los datos sobre los que descansan nuestros argumentos. Esta breve aportación quiere sumarse al debate, planteando algunos interrogantes sobre un registro arqueológico que demanda un discurso mucho más modulado. Para ello nos fijaremos únicamente en aquellos datos cuya interpretación no compartimos o en aquellos otros que no están recibiendo la importancia que en opinión nuestra merecen.
EL ESPACIO CIRCUMPIRENAICO OCCIDENTAL...
2. 2.1.
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LOS SIGLOS VI Y VII D.C. TESTIMONIOS
EPIGRÁFICOS
En el actual Condado de Treviño contamos con un importante repertorio de testimonios epigráficos incisos en las paredes de distintas estancias rupestres y, sobre todas, en la iglesia de Las Gobas 6. En su día defendimos que nos encontrábamos ante unas inscripciones escritas básicamente en cursiva de época visigótica, nacida de la nueva escritura común romana, con mayúsculas intercaladas y que se apreciaba en ellas la actividad de distintas manos en un abanico temporal fechable entre fines del siglo VI e inicios del siglo VIII d.C. (Azkarate 1988; Azkarate, García Camino 1996). Recientemente se ha puesto en duda esta cronología y hemos querido recabar la opinión de I. Velazquez, como especialista en escritura de época visigoda, que nos remitió un informe todavía inédito2 cuyo contenido resumimos sucintamente en los párrafos siguientes. Los testimonios epigráficos de Las Gobas pertenecen a la «nueva escritura romana común», con paralelos indudables —haciendo la salvedad del tipo de soporte—, con las escrituras documentales de las tablillas Albertini y los papiros de Ravenna. Su similitud es también estrechísima con las pizarras de época visigoda, cuya cronología está asegurada a través de aquellas perfectamente fechadas (en especial las correspondientes a la época de Recaredo) y de aquellas cuyos rasgos apuntan a una cronología más antigua, remontándose en algún caso seguramente hasta finales del V o comienzos del VI como ocurre con las procedentes de Braga. La grafía guarda también estrechos paralelos con tres grupos de inscripciones más próximas en cuanto al soporte, dos de ellos todavía inéditos y fechados en los siglos VI y VII: los Grafitos de la denominada Cueva de la Camareta (pantano de las Camarillas, Agramón, Albacete), los Grafitos del Tolmo de Minateda y los Grafitos de la basílica de Fornells (Menorca). Al igual que nosotros, I.Velázquez aprecia también una evolución cronológica en los grafitos de la iglesia de Las Gobas-6. Unicamente a modo de ejemplo recogeremos algunos fragmentos con rasgos adscribibles al siglo VI, como 6 G/8 y G G/9, en este último caso con formas en las que el «primitivismo 2 I. Velázquez, Notas sobre los grafitos de Las Gobas, (Inédito). Recibido el 10 de marzo de 2010. Este texto sirvió de base para una publicación actualmente en prensa (Velázquez e.p.).
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Fig. 1. Graffiti de la iglesia Las Gobas-6 (Laño, Condado de Treviño).
resultaría absoluto»; otros a caballo entre las centurias sexta y séptima, como 6 G/13 y 6 G/15 y algún otro finalmente, como 6 G/14, con una T de ojo cerrado muy redondeada que pudiera ser de una época posterior al conjunto, ya dentro de la octava centuria (Fig. 1). Todos estos textos ofrecen ciertas características comunes con los escasísimos manuscritos que se conservan de época propiamente visigoda, por lo que quienes escribieron los grafitos de Las Gobas y de los otros lugares citados —y este es un dato que no puede olvidarse— tuvieron una formación libraria y libresca en su aprendizaje de la escritura. Como se ha apuntado recientemente, si hay algo con un significado especialmente relevante para simbolizar la presencia de ámbitos de poder en los siglos que siguieron a la desaparición del Imperio, es precisamente el conocimiento y uso de la escritura
(Ward-Perkins, 2007). El fenómeno es tan inusual que no parece lógico que puedan excluirse del registro arqueológico unos testimonios que reflejan al menos dos cosas extraordinarias: la primera de ellas, que en la iglesia de Las Gobas 6 hubo gente durante los siglos VI y VII d.C.3 capaz de improvisar con soltura mensajes ejecutados por manos habituadas a la escritura; y la segunda —no menos relevante—, que lo hicieron en la seguridad de que había también gente capaz de leerlos (Qui fecit vivat qui legerit gaudeat). Estamos, por tanto, ante testimonios ubicados en ambientes culturalmente sofisticados para la época, que nada tienen que ver con las cavernas naturales4 3 También, obviamente, en fechas más tardías como queda reflejado en alguna incisión parietal de la octava centuria. 4 Tal y como se ha sugerido recientemente. Hace ya años, uno de nosotros (Azkarate 1988) defendió tanto la diversidad
Anejos de AEspA LXIII
sino con verdaderos espacios arquitectónicos que, como la iglesia de Las Gobas 6, son cronológicamente adscribibles a los siglos VI-VII d.C.; ante testimonios ubicados junto a la embocadura de un ábside —próximos a credencias y en las inmediaciones del propio altar—, rodeados de advocaciones, invocaciones, símbolos de naturaleza litúrgica y escatológica; ante testimonios, en definitiva, que apuntan más bien a su interpretación como verdaderos loca sacra, puntos de referencia en la ordenación del territorio y ámbitos de poder, tal y como están confirmando las excavaciones arqueológicas en curso en las inmediaciones de la iglesia de Las Gobas 6.
2.2. 2.2.1.
TESTIMONIOS
FUNERARIOS
Ajuares y depósitos
Existe un elenco de testimonios arqueológicos de carácter funerario que de forma creciente se ha ido incorporando al registro con el que venimos trabajando, desde que en 1987 se descubrió la necrópolis de Aldaieta ubicada en el término de Nanclares de Gamboa (Álava), no lejos de Vitoria. El descubrimiento de esta necrópolis fue, en su momento, un dato importante; pero posteriormente lo fue mucho más la aparición casi encadenada de nuevas necrópolis de cronología y características similares —Buzaga (Elorz, Navarra), Fínaga (Basauri, Bizkaia), San Pelayo (Alegría-Dulantzi)— y la reinterpretación a la luz de los nuevos datos de otros testimonios conocidos de antiguo como los de la necrópolis de Obietagaña en Pamplona, Guereñu, Los Goros o Salvatierrabide (en Álava) y los de Etxauri o Muru Astrain en Navarra. Mucho más recientemente se han llevado a cabo excavaciones tan importantes como la de la Casa del Condestable en Pamplona o la de Santicronológica como la funcional del más del centenar de cavidades catalogadas, advirtiendo que tan inexacto era identificarlas exclusivamente con eremitorios, como con hábitats de carácter civil. Ya entonces se insistía en que debían evitarse «las generalizaciones abusivas referidas a la cronología de las cavidades artificiales». Pese a estas advertencias, hoy en día la situación es más confusa y no porque nuevas investigaciones hayan planteado nuevas preguntas sobre estos conjuntos, sino porque la aplicación de nuevos modelos interpretativos, en los que no encajan bien, los ha relegado a un lugar secundario o, peor aún, los ha querido subsumir en el fenómeno de ocupación que de las cuevas naturales se produjo en el País Vasco a fines del siglo IV y comienzos del V d.C. Se ha dicho, en efecto, que no parece que la diferencia entre cuevas naturales y artificiales «tenga un significado funcional, social o cronológico» (Quirós y Alonso 2007: 1136), afirmación ésta que sorprende por cuanto mezcla fenómenos radicalmente diferentes.
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mamiñe en Bizkaia, demostrando que Aldaieta no constituye un hecho aislado. Todos ellos son cronológicamente adscribibles a una horquilla que se extiende de mediados del siglo VI hasta mediados probablemente del siglo VIII d.C. Su rasgo más evidente es «l’inhumation habillée» o el «enterramiento vestido», es decir, la costumbre de depositar el cadáver acompañado tanto de su vestimenta y ajuares personales como de los depósitos funerarios que los vivos depositaban en las tumbas de los fallecidos. Hasta aquí nada hay que no sea común a otros contextos peninsulares. Su rasgo más sorprendente, sin embargo, deriva de la constatación de que los hábitos funerarios que se han documentado en estas necrópolis ofrecen mayoritariamente unos atributos formales extraños a los territorios peninsulares y más propios, en cambio, de los usos funerarios continentales, constituyendo la inusual abundancia de armamento (un 41 % de los enterramientos) su especificidad más relevante. Esta es una realidad arqueológica incuestionable (Fig. 2). Y queremos insistir en este punto, porque han sido varios los intentos por minimizarla. El primero de ellos se produjo en los 90 (Ardanaz et al. 1992) argumentando que la presencia de armamento era algo habitual también en el resto de los cementerios peninsulares del periodo. A pesar del empeño, sin embargo, no se pudo ir más allá de lo que se conocía desde siempre: las dos espadas de Castiltierra, la espada y las dos lanzas de Daganzo y una punta de lanza y cuatro dardos de Duratón.5 Esto —y poco más que los autores mencionados pasaron por alto— es lo que había entonces y hay ahora, tal y como cabe deducir de la reciente publicación en tres tomos sobre la investigación arqueológica de época visigoda en la Comunidad de Madrid (Contreras Martínez, 2007). El segundo intento es más reciente y en él se vuelve a insistir en la idea de que existen conjuntos funerarios similares y se concluye afirmando que «en otros contextos peninsulares, concentraciones de enterramientos como los de Aldaieta pertenecen a aldeas campesinas» (Quirós et al. 2009: 489). Para probarlo se citan tres cuevas y dos necrópolis astur-cántabras, así como algunos cementerios peninsulares que presentan un número considerable de sepulturas con ajuar. Entre las supuestas evidencias del área cantábrica se registran instrumentos relacionados con usos cotidianos y, sobre todo, con la actividad textil, cuyo depósito junto a los cadáveres no tiene un carácter 5 Cfr. una opinión crítica a este respecto en Azkarate 2004a.
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Fig. 2. Puntas de lanza de Aldaieta (Nanclares de Gamboa, Álava). a) Ent. B62, 425 mm; b) Ent. B89, 445mm; c) Ent. B62, 473 mm; d) Ent. B91, 455 mm; e) Ent. B97, 442 mm.
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Fig. 3. Cerámicas, vasos de vidrio y cuenco de bronce de Aldaieta (Nanclares de Gamboa, Álava).
estrictamente ritual, sino que responden a circunstancias puntuales que se relacionan con enterramientos esporádicos y excepcionales provocadas por una situación catastrófica, con un probable episodio de peste que obligó a enterrar de forma precipitada a los fallecidos con sus pertenencias contaminadas en el interior de la cueva de la Pena (Gutierrez, Hierro 2010). Y los registro arqueológicos del yacimiento asturiano de San Llorente de Rodiles, cuya pretendida similitud con los de la necrópolis de Aldaieta se ha defendido muy recientemente (Quirós 2011b) no tienen que ver con nuestros materiales, tal y como puede deducirse de un análisis pormenorizado. En los cementerios meseteños se han recuperado ajuares en un elevado número de sepulturas, pero significativamente entre ellos no aparece armamento. Se ha aducido que en Gózquez de Arriba las tumbas con ajuar representan el 34 %, en Cacera de las Ranas el 43,8 %, en Arroyo Culebro, La Indiana, Carpio del Tajo, Deza o Espiro-Veladiez, en torno al 30 %. (Contreras Martínez 2007; López Quiroga 2010). Pero no son los porcentajes —los aspectos cuantitativos— los que hacen similares o diferentes a nuestras necrópolis del resto de las peninsulares, sino la naturaleza de sus ajuares —los aspectos cualitativos—. Y en este punto, el alto porcentaje de armamento de las inhumaciones de nuestras necrópolis que las diferencia radicalmente de las demás peninsulares, no puede pasarse por alto.
Cuando calificamos estos yacimientos de «norpirenaicos de influencia francoaquitana o continental» lo hacemos así por la misma razón por la que, por ejemplo, C. Wickham califica de «anglosajones» los yacimientos de Spong Hill, West Stow, Mucking, Bishopstone, Barrow Hills y otros, pese a estar frecuentemente situados sobre emplazamientos romanos: «simplemente porque todos sus paralelismos materiales se encuentran en la Europa continental» (Wickham 2008). En nuestro caso ocurre exactamente lo mismo. No hay repuntes etnicistas en esta decisión. Tampoco negamos que fueran campesinos (algunos, quizá la mayoría, seguramente lo fueron). Pero el tema nos parece más complejo y nos obliga por tanto a hilar más fino, modulando mucho más la decodificación que se hace del registro arqueológico. La necrópolis de Aldaieta, a pesar de encontrarse parcialmente afectada por las aguas del pantano, ofreció un centenar largo de enterramientos de tipología similar: tumbas en fosa simple en las que el cadáver, depositado en un ataúd de madera, iba acompañado de un ajuar y un depósito funerario de notable calidad en algunos casos. Un 87 % de inhumaciones posee algún tipo de ajuar y el 13 % carece de ajuar alguno (Fig. 3).6 6 Aunque en todas se haya recuperado la clavazón perteneciente a los ataúdes lígneos.
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Fig. 4. Vaso de vidrio procedente de la necrópolis de Finaga (Bizkaia).
En la necrópolis se evidencian dos sectores claramente individualizables: el sudoriental y el noroccidental. El primero de ellos se caracteriza por la disposición de las inhumaciones en grupos organizados en dos o tres niveles superpuestos de enterramientos, conformando conjuntos funerarios nítidamente individualizados. En el segundo, en cambio, se prefiere organizar las sepulturas unas al lado de las otras, en pequeñas hileras, sin superposiciones de enterramientos. En esta ocasión vamos a fijarnos en uno de los grupos del sector sudoriental B55-B63.7 Consta de un total de nueve enterramientos que ocupan un área de ocho metros cuadrados y en la que el cadáver se depositó siempre dentro de un ataúd de madera del que se conserva abundantísima clavazón de hierro. Todos ellos se organizaron en torno a una primera tumba fundacional, B62, perteneciente a un varón adulto que fue inhumado con dos grandes puntas de 7
Otro ejemplo, aún más significativo probablemente, puede verse en Azkarate (2011)
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lanza, un hacha, un scramasax o espada corta de un solo filo, dos cuchillos, una guarnición de cinturón de bronce, diversos apliques, un collar con cuarenta y siete cuentas de ámbar y un canino de oso, un espléndido cuenco de bronce y un vaso de vidrio (Fig. 5). A su derecha se encuentra B63, perteneciente también a un varón de edad madura, con una espléndida hacha, un cuchillo, una cuenta y un anillo de bronce con entalle romano. A la izquierda de B62, se depositó B61, que corresponde a otro varón de edad avanzada, que fue depositado con un cuchillo, una cuenta de ámbar y dos cuentas calizas. Por encima de este primer nivel de tres enterramientos y estrictamente superpuestos a ellos, se efectuaron otras cuatro inhumaciones. En posición central, parcialmente sobre B62, se encuentra B57, de sexo indeterminado, con un cuchillo, un hebijón de base escutiforme, una cuenta de ámbar y restos de la armadura metálica de un cubo de madera. Este enterramiento posee dos peculiaridades: por una parte, su posición invertida respecto a las inhumaciones más inmediatas y, por otra, el hecho de que entre sus extremidades inferiores se depositara el cadáver de un infante de nueve años aproximadamente (B 58). A la izquierda de B57, se inhumó un varón joven, B59, acompañado de una única cuenta de ámbar. Y a su derecha nuevamente un varón joven, B56, con dos cuchillos, una hebilla de bronce, una treintena de cuentas y diversas láminas de sílex. Lo más llamativo de este enterramiento, bastante bien conservado en su esqueleto postcraneal, es la ausencia de su cabeza. A la izquierda de B59 —y algo desplazado de las inhumaciones descritas— se encuentra B60, varón acompañado de una «francisca». Y, finalmente, con una orientación totalmente distinta, y como si cerrara el grupo a la altura de las cabezas de los inhumados, se encuentra oro enterramiento, B55, perteneciente a un varón joven, acompañado de una gran punta de lanza, un cuchillo y un anillo de bronce. Ante estos datos cabe preguntarse si existen razones para calificar estas necrópolis como cementerios pertenecientes a las granjas8 que habitaron los campesinos de los siglos VI y VII, porque —para que dicha rotundidad estuviera justificada— debería explicarse previamente qué hacen en cementerios aldeanos grupos de enterramientos dotados de abundantes ajuares, depósitos funerarios y armamento; de cuencos de bronce, excepcionales incluso en las necrópolis 8 Puesto que éstas parecen ser, según se quiere, la forma mayoritaria de ocupación del territorio durante los siglos VI y VII d.C.
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EL ESPACIO CIRCUMPIRENAICO OCCIDENTAL...
Fig. 5. Ajuares y depósitos funerarios del enterramiento B62 de de Aldaieta (Nanclares de Gamboa, Álava).
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europeos mejor dotadas (Martin 1976). Habría que explicar también qué hacen más de 40 puntas lanzas, algunas de ellas de gran tamaño (Fig. 2), 25 hachas de combate pertenecientes en su gran mayoría a las formas B y C que Hübener detecta no en la Meseta o en las excavaciones de Madrid sino en Neustria, Austrasia y otras regiones del Regnum Francorum (Fig. 7); o qué hacen individuos enterrados con anillos de oro macizo —como se ha comprobado recientemente en un nuevo testimonio del territorio alavés (Loza, Niso 2011)—, con cingulae desplegados a lo largo de su cuerpo, etc. Finalmente, habría que explicar también cómo es que en esta panoplia de centenares de ajuares y depósitos funerarios, sólo aparezca un único objeto verdaderamente campesino, la hoz de la tumba A-11. Y, sobre todo, habría que explicar por qué cementerios con este despliegue de ajuares y depósitos funerarios, coexisten en tiempo y espacio con otros, como San Miguele de Molinilla) en los que los inhumados carecen absolutamente de todo (Gil y Saénz de Urturi 2001). Estamos en una época en la que, como se ha apuntado recientemente, se perdieron las capacidades tecnológicas y comerciales para la estandarización y la
Fig. 6. Estelas vizcaínas. Siglos
VI -VIII :
Anejos de AEspA LXIII
producción en serie (Ward Perkins 2007). Quiere esto decir que, en los siglos VI y VII, disminuyeron los productos de serie de bajo coste y que lo que en época romana era normal y podía estar al alcance incluso de las clases populares, en los primeros siglos altomedievales se convertirá en algo propio de las élites (Fig. 5). Es preciso tener en cuenta este contexto a la hora de decodificar el significado de aquellos materiales del registro arqueológico que pertenecieron a las clases subalternas y a los sectores dominantes.
2.2.2.
Estelas
Hace ya tres lustros publicamos un conjunto de estelas de los siglos VII y VIII de indudable interés (Azkarate, García Camino 1996). Se caracterizan, en general, por ser bloques de morfología prismática o discoidal, de proporciones esbeltas, ejecución esmerada, con una decoración peculiar (Fig. 6, a-b). Algunos de estos motivos —los dientes de sierra o las espigas— son frecuentísimos y conocidos desde antiguo. Otros, como la cruz procesional, tampoco son ajenos al repertorio iconográfico altomedieval. Pero
a-b Santa María de Arrigorriaga. Siglos IX-XI: c-d. Ermita de Andra Mari de Muntxaraz (Abadiño); e-f. Ermita N.ª S.ª de Erdoitza (Izurtza).
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el conjunto de los temas y sobre todo su articulación los aproxima más al contexto continental que al peninsular. En este sentido una de las semejanzas más significativas con modelos norpirenaicos lo constituyan los segmentos de círculo adosados a los rebordes incisos de las estelas, que tienen paralelos en varias cubiertas de sarcófago procedentes de las necrópolis tardoantiguas de Villers-Agron-Aiguisy (Aisne) o Chellers (Oise) o en los broches de cinturón aquitano del siglo VII. Pero tampoco podemos obviar la semejanza entre las peanas triangulares, las cadenas de ángulos o las orlas dentadas de las estelas vizcaínas con las de otras necrópolis continentales. En algunos casos las semejanzas llegan a ser realmente llamativas, como se observa, por ejemplo, al comparar las estelas de Abrisketa y de Arrigorriaga con las de los cementerios de Andrésy y Abligués (Azkarate y García Camino 1996: 332-333). Su cronología no sólo se basa en criterios formales, sino también arqueológicos. Las de Finaga, similares a las de Arrigorriaga, fueron reutilizadas como material constructivo en la ermita que se levantó en el siglo XVI sobre la necrópolis tardoantigua donde se detectaron dos enterramientos en posición privilegiada con ajuares similares a los que ejemplifica, mejor que ningún otro lugar, la necrópolis de Aldaieta (García Camino 2002). Ya para entonces (Azkarate, García Camino 1996) planteábamos que otras estelas reutilizadas como dinteles en las iglesias de Santimamiñe e Iurreta podrían adscribirse también a esta cronología, aunque entonces carecíamos de datos para asegurarlo. Nuestras sospechas, sin embargo, se han visto confirmadas tras las excavaciones llevadas a cabo en Santimamiñe, donde se han exhumado nuevos enterramientos con ajuares y depósitos funerarios similares, una vez más, a los que venimos comentando (Unzueta, Cardoso, Valle 2008). No hay nada similar —ni de lejos— en el norte peninsular para estos siglos. Sus comitentes eran personajes con recursos suficientes como para sufragar el trabajo de unos artesanos que dominaban las técnicas de corte y talla de la piedra y que participaban sin duda de un «ambiente técnico» propio de maestros especializados. Estamos ante comitentes capaces, asimismo, de asumir el costo del transporte de estos espléndidos hitos pétreos desde las canteras de procedencia hasta las necrópolis en las que se exhibieron como marcadores de sus enterramientos. Se trata, en definitiva, de materiales arqueológicos que reflejan una sociedad evidentemente estratificada y con una estructural artesanal menos simplificada de lo que se pretende (Quirós 2011b, 47).
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2.3.
INDUSTRIA
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METALÚRGICA
En la misma dirección apuntan algunos datos que hemos recordado recientemente. Mencionaremos, en primer lugar, las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el despoblado alavés de Bagoeta (Azkarate et alii, 2011) en las que se ha podido documentar la existencia de un sitio que, ya en el siglo VII d.C., funcionaba como establecimiento ferrón capaz de abarcar el proceso productivo completo, desde la reducción del mineral hasta la forja final de los objetos de consumo. Sin duda, un dato relevante para este debate. Hacía tiempo que veníamos reflexionando sobre la abundancia de los objetos metálicos en las necrópolis estudiadas, con centenares de objetos de hierro (también de aleación de bronce con estaño, menos de plata y apenas de oro) y especialmente sobre los miles de clavos utilizados en los ataúdes de los enterramientos, en un uso casi indiscriminado y verdaderamente sorprendente de clavazones. Igualmente habíamos llamado la atención sobre la fabricación de armas en establecimientos ferrones locales (Azkarate 2005/2006). Son cuatro los tipos de hacha recuperadas en las necrópolis que venimos estudiando (Fig. 7): el Tipo 1 es fácilmente reconocible por sus líneas tanto dorsal como ventral apenas marcadas, filo poco desarrollado y talón corto y ancho. Responde a las «Beile» de K. Böhner o a la forma B de W. Hübener. El Tipo 2 es similar al anterior en sus líneas dorsal y ventral y su filo con escaso desarrollo, pero se diferencia de él por una característica prolongación de talón para la defensa del mango. Constituye, por tanto, una variante de la forma anterior. El Tipo 3 se caracterizan por su talón prolongado, el mayor desarrollo de su filo y, sobre todo, por la gran curvatura de una línea ventral que puede o no estar quebrada por una escotadura marcando el ojo para el orificio para el mango. Responde a la forma C de Hübener. El Tipo 4 constituye una forma sin paralelos, hasta el momento, en el occidente europeo y es por tanto específica del territorio alavés (Aldaieta, San Pelayo, Los Goros). Se distinguen fácilmente por sus líneas dorsal y ventral, sumamente curvadas por efecto de enorme desarrollo que alcanza el filo, sin parangón en las necrópolis europeas. La línea ventral puede o no ofrecer escotadura. Es una evolución local de la forma C de Hübener que ha desarrollado el filo hasta extremos inusuales9 (Fig. 8). 9 Para la cronología de todas ellas, cfr. Azkarate, 2005/ 2006.
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Fig. 7. Tipos de «franciscas» presentes en las necrópolis tardoantiguas del País Vasco.
Dicho todo lo cual, sólo queda añadir que el establecimiento ferrón de Bagoeta está a muy pocos kilómetros de la necrópolis de Aldaieta, que ambos —asentamiento metalúrgico y cementerio— coinci-
dieron en el tiempo al menos en un siglo y que si algo caracteriza a los ajuares procedentes de los contextos funerarios exhumados en Aldaieta es la abundantísima e inusual presencia de objetos de hierro.
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Fig. 8. Tipo de «francisca» de producción local. a) Aldaieta B25; b) Aldaieta B62; c) Aldaieta B92; d) Aldaieta B63.
3.
LOS SIGLOS VIII A X D.C. (IGC)
3.1. LOS
CASTILLOS
Algunos autores (Martín Viso 2002; Quirós 2007) han relacionado algunos castillos de este periodo con la reactivación de las elites locales tras la ruptura de las estructuras de poder territoriales del periodo tardoantiguo. Tales lugares acabarían convertidos en referentes jerarquizadores de un territorio al que podían llegar a dar nombre, estableciéndose una relación muy estrecha entre la formación de estos poderes y la cons-
trucción de la red de aldeas. Esta hipótesis, que vincula los castillos con centros de poder de las aristocracias locales, se ha planteado también para el País Vasco, aduciendo que la torre de Ocio era una residencia señorial del siglo X d.C. y que los Castros de Lastra o el cerro del castillo de Treviño —respondiendo al modelo predeterminado— fueron en realidad aldeas fortificadas o centros administrativos de rango superior promovidas por las nuevas aristocracias locales.10 10 Este panorama contrastaría, según esta hipótesis, con el del periodo anterior en el que sólo se habrían documentado
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Con la información arqueológica que disponemos en la actualidad, sin embargo, nos parece prematuro y arriesgado llegar a tales conclusiones. Las últimas dataciones ofrecidas por la investigación arqueológica del castillo de Ocio (Zambrana) han determinado que la torre que constituye el origen del complejo fortificado que se conserva en la actualidad fue construida en realidad en el siglo XII, probablemente por iniciativa real en un momento en que la monarquía navarra trató de fortalecerse en territorio alavés. En el siglo XIII fue objeto de los intereses de la casa de Haro, señores de Bizkaia, para volver a ser de realengo en tiempos de Sancho IV. En la segunda mitad del siglo XIV pasó a convertirse en la residencia señorial de una de las más importantes familias de la zona, los Sarmientos (Plata, Solaun 2008). Respecto a los Castros de Lastra no hay tampoco ningún indicio arqueológico que permita pensar que llegara a ser una aldea medieval fortificada. Cuando el lugar se reocupó en el siglo IX d.C. tras casi un milenio de abandono, la vieja muralla estaba ya obsoleta y el nuevo asentamiento se instaló sobre una superficie mucho más reducida en extensión que la del recinto protohistórico: 3.000 metros cuadrados frente a las 10 hectáreas del castro. La arqueóloga responsable de las excavaciones es rotunda a este respecto: cuando se formó la aldea altomedieval, la muralla «no se hallaba en uso, sirviendo posiblemente sus elementos constructivos como cantera para la construcción de las nuevas estructuras» (Sáez de Urturi 2011: 224). E igual de explícita es cuando descarta la vinculación entre el castro protohistórico y la aldea medieval, más aún cuando entre en el ámbito objeto de estudio los castillos de Buradón (Alava) y San Esteban de Deyo (Navarra) lo que vendría a refrendar la ausencia de poderes consolidados en estos territorios para los siglos VI y VII d.C. Una vez más hemos de ser críticos con estas inferencias del registro arqueológico, efectuadas a nuestro juicio de forma precipitada. De estos dos castillos, el primero —con serios problemas de acceso— no ha sido todavía objeto de estudio arqueológico alguno. Pese a ello se ha considerado que formaba parte de un sistema estructurado de poder que reflejaría la presencia de élites regionales radicadas a nivel territorial. Su pretendida cronología no tiene otra base que la iglesia que se levantó al pie de la gran peña y a la que se le ha supuesto un origen tardoantiguo. Del segundo castillo, por el contrario, disponemos de dos dataciones absolutas efectuadas sobre maderas halladas en un estrato resultado del incendio y destrucción de las estructuras originales del castillo. Las dos dataciones, sin embargo, son contradictorias. Una vez calibradas, la primera dio 430-610 cal AD (al 95,4%) y la otra 770- 900 (al 83,8%). M. Ramos, responsable de los trabajos de excavación en el castillo, considera que la segunda debe relacionarse con la fortaleza original a juzgar por los rasgos tipológicos de ésta, en tanto que la primera «no guarda relación aparente con la cronología aportada por el resto de los documentos disponibles» (Ramos 2011: 128).
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una y otra ocupación habían transcurrido más de 800 años, puesto que —pese a lo que se haya escrito en sentido contrario (Martín Viso 2000)— el castro no sobrevivió ni en época romana ni en periodo tardoantiguo. Igualmente prematura nos parece la identificación del castillo de Treviño con una fortaleza o con una aldea fortificada altomedieval, puesto que, si bien el cerro se presenta amurallado, la cerca de piedra se construyó en los siglos XI o XII, amortizando un campo de silos cuya apertura destruyó a su vez las primeras construcciones y hogares registrados en la cima del cerro (Quirós 2008). En consecuencia, a juzgar por la estratigrafía del yacimiento que publica el propio J. A. Quirós, no parece que fuera la reactivación de las élites locales del siglo VIII o IX la que promovió la fortaleza, sino otros factores posteriores en el tiempo y nacidos probablemente en el seno de una aldea ya existente. En fin, los datos disponibles apuntan a que los castillos que conocemos a través del registro arqueológico se construyeron en los siglos XI o XII cuando la red de aldeas estaba ya trazada, por lo que no estamos en condiciones de determinar el papel que desempeñaron, pudiendo ser tanto el reflejo arqueológico de los poderes locales, como de iniciativas impulsadas desde los poderes centrales cristianos o musulmanes para asegurar fronteras (San Esteban de Deio en Monjardin, La Atalaya en Peralta, Artajona…), organizar un territorio nombrando tenentes (Lantarón y Buradón) o controlar áreas productivas, según se planteó para algunos castillos guipuzcoanos en función de su ubicación topográfica alejada de los núcleos de población y dominando amplias áreas de montaña y pasto (Mendikute, Auza, Beloaga…).
3.2.
LAS
TRANSFORMACIONES DE LOS CEMENTERIOS
A partir del siglo VIII d.C. y hasta la undécima centuria, los rituales funerarios van a cambiar sustancialmente respecto a los que hemos visto para fechas precedentes, caracterizándose en adelante por la variedad de prácticas funerarias (presencia de carbones, fuegos rituales, abundancia de profilácticos…) y por la variedad también de modalidades sepulcrales dentro de un mismo cementerio. Esta diversificación de las costumbres (lejos de la relativa uniformidad de los dos siglos anteriores) nos hace pensar que a partir del siglo VIII los modelos funerarios comenzaron a estar más ligados a las costumbres familiares o a las especificidades de las propias comunidades, lo que, en términos «macro», induce asimismo a supo-
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ner el debilitamiento de los ámbitos capaces de imponer comportamientos más uniformes. La constatación arqueológica de «localismos» puede estar apuntando en esta dirección. A este respecto es muy ilustrativo observar, por ejemplo, cómo los habitantes que ocupaban las distintas vertientes del monte Oiz, en Bizkaia, compartieron durante los siglos VIII al XI d.C. una variedad funeraria (grandes cubiertas sepulcrales de piedra con un orificio a la altura de la cabeza del fallecido sobre las que se realizaban fuegos rituales), no constatada en ninguna otra zona; o cómo los pequeños cementerios de ambas vertientes de la Peña de Orduña —en los valles de Ayala y Valdegobía— compartían también estelas de tipologías coincidentes (García Camino 2004). Apuntando también hacia el debilitamiento de los ámbitos de poder, nos parece igualmente significativa la involución tecnológica que se observa en los marcadores de los enterramientos de los siglos VIII al XI (Fig. 6,c-f): las nuevas estelas, pequeñas y toscas en su mayoría, nada tienen que ver con los grandes hitos tabulares y discoidales que veíamos en los siglos precedentes. En adelante serán pequeñas estelas anepígrafas en unos casos y epígrafas en otros, estas últimas ejecutadas generalmente sobre lajas de arenisca apenas desbastadas, con trazo poco profundo y ductus descuidado. Sus promotores debieron ser personajes de relevancia muy local, según reflejan nombres como Iaunti, Anderani, Anterazoni o la presencia de títulos eclesiásticos como presbiter, habas (abbas) o frater. Sólo a partir del siglo XII se observará en los cementerios la irrupción de poderes eclesiásticos o señoriales de carácter supralocal tratando de controlar, desde las iglesias, los usos funerarios, tal y como se manifiesta en la reducción del número de cementerios, en la compactación de los mismos, en su vinculación a un templo parroquial y en la transformación de los rituales funerarios, en adelante mucho más homogéneos (García Camino 2002).
3.3.
LAS
IGLESIAS
Acabamos de ver que en los cementerios de los siglos VIII al XI es difícil registrar la preeminencia social de los grupos dominantes, salvo la de determinados individuos generalmente eclesiásticos. Se ha argumento, con acierto, que la diferenciación de las élites debió de expresarse de modos distintos y que fue especialmente el control de las iglesias el principal mecanismo utilizado por la aristocracia para penetrar en las comunidades aldeanas creando redes
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clientelares que facilitaran nuevas formas de dominio y/o sirvieran de enlace entre las élites locales y los poderes supralocales, de lo que son testimonios las numerosas donaciones a monasterios e instituciones religiosas de ámbito territorial que salpican la documentación (Larrea, 2007). La presencia de las iglesias, por tanto, es un buen indicador del proceso de jerarquización social en el seno de las aldeas y de la creación de redes de poder territorial. Hay que decir, sin embargo, que en el País Vasco no conocemos iglesias fundadas en el siglo VIII y las de época posterior, mejor conocidas por excavaciones, son por lo general sencillas construcciones de piedra, de planta rectangular, con cabecera diferenciada o no, volúmenes reducidos y distribución simple del espacio, que, en conjunto, son testimonio de un ciclo constructivo notablemente simplificado. Es por ello por lo que cabe pensar que buena parte de las iniciativas constructoras correspondieron a las mismas comunidades aldeanas carentes de excedentes productivos de importancia susceptibles de ser invertidos en obras de mayor porte, pero que vieron en la iglesia un referente no sólo espiritual, sino también económico y de cohesión del patrimonio comunitario (García Camino, 2004).11 De hecho, habría que recordar que no es infrecuente en el contexto europeo altomedieval la construcción de iglesias al margen de cualquier autoridad civil o eclesiástica que, tras experimentar en los siglos XI o XII notables cambios por efecto de la feudalización, pasaron a formar parte de la red parroquial. Pero tampoco hay que generalizar. En algunas ocasiones, los propietarios de ciertas iglesias promovieron obras de mayor complejidad, con mano de obra cualificada capaz de levantar edificios con materiales extraídos en canteras distantes, afrontar soluciones constructivas técnicamente complejas, como bóvedas sobre pechinas, o reproducir formas arquitectónicas que recordaran las grandes construcciones ligadas al poder. Obras que sólo pudieron sufragar personajes con rentas importantes. Es el caso de una de las iglesias más antiguas y mejor estudiada del País Vasco, la de San Román de Tobillas, fundada en 822 por el abad Avito, propietario de tierras de labor, cabezas de ganados, eras de sal, iglesias, molinos y bienes raíces dispersos por un amplio territorio que comparte o disfruta con las comunidades locales, convirtiéndose en puente entre las familias dirigen11 Cfr., a este respecto, el caso de Villambrosa (Álava) en el que los vecinos de la aldea construyeron una iglesia y crearon una serna, esto es un espacio roturado junto a ella, que permitía su dotación y que en principio pertenecía a toda la comunidad (Larrea, 2011).
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tes de ese territorio y los grupos rurales (Larrea 2007b). De esta primera fase se conserva el ábside, construido con sillería de arenisca reutilizada de obras anteriores, en el que se abre un vano original asaetado con remate superior curvo y fuerte derrame interno, y las huellas de una cubierta en bóveda sobre pechinas (Azkarate 2005). Otros templos, más modestos, construidos con mampostería recogida o extraída de las canteras por capas naturales y con vanos rematados en herradura, como San Pedro de Urbiona de Basabe, Nuestra Señora de Samano o los castros de Lastra en Alava han sido atribuidos a señores locales para el caso alavés (L. Sánchez, 2007) . Este grupo de poderes locales debió de ser también el promotor de las 17 iglesias vizcaínas datadas en el siglo X y caracterizadas por poseer pequeños vanos tallados en bloques monolíticos de arenisca con dos o tres estrechas luces, imitando los vanos de la arquitectura prerrománica impulsada por los monarcas astures (I. García Camino, 2002). Así lo atestiguan dos epígrafes fundacionales, procedentes de las iglesias de Memaia o Lamikiz que nos informan que un presbítero de nombre Casiano y un abad llamado Sancius construyeron las citadas iglesias (A. Azkarate, I. García Camino, 1996). De esta diversidad de situaciones en momentos anteriores al siglo XI se desprenden tres cuestiones: en primer lugar, que los promotores de la construcción de iglesias fueron heterogéneos, comunidades campesinas, señores locales, obispos, entidades monásticas o incluso la propia corona; en segundo, que las iglesias fueron un instrumento utilizado por los poderes territoriales para introducirse en el seno de las comunidades rurales; y finalmente, que pese al número elevado de templos que la arqueología registra, la red parroquial no estaba aún conformada. Y es que no se debe confundir el fenómeno de construcción de iglesias dentro de la aldea y el de la consolidación de la red parroquial. Puede ser que un número significativo de aldeas no dispusiera de centro de culto hasta el siglo XII y que su implantación, por imposición señorial, implicara cambios significativos a nivel de la distribución de los espacios habitados y cultivados, como se ha constatado en Zornostegi, Zaballa (Quirós 2009a) o Gasteiz (Azkarate, Solaun 2009). Pero también hay que aceptar que otras aldeas ya disponían para esa época de iglesias con sus cementerios asociados. Sólo al ser enmarcadas en las estructuras supralocales que diseñaron los obispos y monarcas en el siglo XII mediante la promoción de una de ellas al rango de parroquia, las no favorecidas quedaron convertidas en ermitas y sus cementerios
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abandonados, tal y como han demostrado las excavaciones llevadas a cabo en las necrópolis vizcaínas (I. García Camino, 2002).
3.4.
EL
HÁBITAT RURAL
Las excavaciones realizadas en Gasteiz, Zornoztegi, Zaballa, Aistra, Bagoeta (Álava) o Gorliz (Bizkaia) están aportando importantes novedades sobre la formación de la red de aldeas y la morfología de éstas. Existe unanimidad en considerar que el hábitat rural estaba conformado por unidades domésticas complejas, formadas por construcciones de madera de distinta funcionalidad (viviendas, corrales, almacenes, talleres) y separadas de otras unidades por áreas de cultivo y/o campos de silos (Quirós 2006, 2009, 2010; Azkarate y Solaun 2009; Campos et al. 2009). También se admite de forma general que, a partir del siglo VIII, la red aldeana se impuso como forma hegemónica de ocupación y explotación del espacio. De hecho los datos que tenemos a fecha de hoy no permiten llevar su origen más allá de esa centuria, independientemente de que fueran formaciones de nueva planta (Gasteiz), levantadas sobre presuntas granjas o construidas sobre las ruinas de viejos asentamientos de la edad del Hierro o de época romana.12 12 Recientemente J. A. Quirós (2011) ha descrito seis procesos diferenciados en la formación de las aldeas altomedievales. Así considera que algunas se formaron sobre asentamientos romanos: unos de gran entidad (Arce-Deobriga o Arcaya); otros de pequeña (Zornoztegi, Aistra, Zarautz o los más dudosos de Gasteiz, Mesterika, ) y unos terceros mal caracterizados (Bermeo, Lekeitio, Getaria, Laguardia, Salinas de Leniz…). En otros casos el hábitat aldeano se construyó sobre granjas altomedievales de los siglos VI y VII que en el VIII se convirtieron en aldeas (Zaballa). Y finalmente se habla conjuntamente de nuevas fundaciones (Gorliz o Mutilluri) y de ocupaciones de lugares que estuvieron en uso en la protohistoria (castros de Lastra o Berbeia). Esta clasificación, operativa como instrumento de trabajo, poco aporta al conocimiento de la formación de las aldeas ya que los datos con la que ha sido elaborada son ambiguos y no proceden, salvo excepciones, de excavaciones arqueológicas fiables. Y, además, de poco sirve decir que los restos de una aldea altomdieval se encuentran estratigráficamente sobre un asentamiento romano o de la Edad del Hierro, si entre ambas ocupaciones han pasado más de 300 o 400 años. Incluso están pendientes de confirmar los casos en los que se ha supuesto que existe continuidad entre las aldeas altomedievales y las ocupaciones precedentes. Así, los materiales romanos hallados en Aistra, Gasteiz o Mendraka son residuales, y el nivel tardoantiguo de Zarautz es problemático, dado que corresponde a las huellas de una construcción doméstica «de identificación siempre resbaladiza» (Ibañez y Sarasola 2010: 28) y a un relleno formado por arenas, limos y arcillas con dos cuchillos de filiación germánica junto a abundantes restos de cerámica romana, carbones y material de construcción resultado de la destrucción progresiva del asentamiento romano.
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No obstante, las discrepancias surgen a la hora de definir las razones que llevó a la población a organizarse en aldeas, lo que ha sido objeto de debate desde las últimas décadas del siglo XX, con propuestas enriquecedoras y sugerentes como las relacionadas con la desintegración de las comunidades gentilicias, con la implantación feudal, con el crecimiento agrícola, con el trabajo de los campesinos, con la formación de poderes territoriales o con la emergencia de líderes aldeanos. Todas ellas han suscitado nuevas investigaciones, especialmente de base arqueológica, que han sobrepasado los planteamientos e hipótesis iniciales. En los últimos años, sin embargo, se está imponiendo como hegemónico un único modelo interpretativo (Quirós 2010, 2011) que considera que las aldeas se formaron en un periodo relativamente corto de tiempo, entre finales del siglo VII y el VIII, por lo que no serían el resultado de un proceso largo y espontáneo protagonizado por campesinos, sino de otro promovido por la acción de poderes territoriales emergentes con la suficiente capacidad de actuar sobre la población campesina y modificar los paisajes. El registro arqueológico, sin embargo, no justifica tal aseveración, puesto que apenas muestra signos de jerarquización en las primeras fases de evolución de estas aldeas, salvo probablemente en el caso de Gasteiz. Pero, incluso aquí, las evidencias de jerarquización social se hacen especialmente inequívocas y numerosas a partir de mediados del siglo IX (Azkarate y Solaun 2009), como refleja la compactación y reorganización de la unidad doméstica y la construcción de una longhouse hacia el 850; pero sobre todo los aterrazamientos que se efectuaron 100 años más tarde para mejorar la superficie habitable y construir nuevos edificios con zócalos de piedra, o el desplazamiento de los campos de cultivo de las proximidades de las viviendas a las tierras llanas del entorno, lo que implica la existencia de una autoridad suficientemente relevante capaz de gestionar todos estos procesos. Tampoco en las aldeas excavadas de Aistra, Zaballa, Zornoztegi (Quirós 2006, 2009a), Bagoeta (Azkarate et al. 2011) o Gorliz (Campos et al. 2009) se observan síntomas de jerarquización social hasta los siglos X u XI cuando en las mismas se construyeron las iglesias, que provocaron una reorganización social del espacio de tal magnitud que supuso la movilización de la población aldeana, concentrándola en su entorno o desplazándola a otros lugares, según los casos. Además de la presencia de poderes consolidados y fuertes en el interior de las primitivas aldeas, que como hemos visto no está confirmada arqueológica-
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mente, la emergencia de una nueva realidad social y política protagonizada por nuevas élites territoriales entre finales del siglo VII y el VIII, también se ha inferido en función del tamaño de las aldeas, diferenciando cinco categorías: aldeas pequeñas con extensión inferior a las 15 Ha; medianas con superficies comprendidas entre 15 y 40 Ha; grandes o mayores de 40 Ha; dotadas de recintos o fortificadas, y castillos o yacimientos de altura que no siempre cuenta con sectores residenciales (Quirós 2011).13 Desde este planteamiento se ha considerado que en la Llanada alavesa y tal vez en Bizkaia o Gipuzkoa la jerarquización social y territorial fue menos profunda que en los valles alaveses occidentales, donde se observa la concentración de aldeas fortificadas, la emergencia del condado de Lantarón o la fundación del obispado de Valpuesta y de iglesias como San Román de Tobillas, entre otras. Y es probable que sea así. De hecho, estos últimos datos, que proceden del registro escrito, son incuestionable, pero su cronología corresponde al siglo IX supuestamente cuando la red de aldeas estaba ya consolidada (y así lo muestran los conocidos documentos de Tobillas y Valpuesta ya que tanto el abad Avito como el obispo Juan se instalaron en la comarca con el acuerdo de las comunidades rurales (Larrea 2007b). Por su parte, la presencia de aldeas fortificadas es sólo una presunción basada en la prospección de superficie ya que la información estratigráfica disponible no permite hablar de esta categoría de poblamiento con anterioridad al siglo XI.14 13 Esta clasificación de las aldeas en función de sus dimensiones se ha efectuado a partir de la prospección del terreno recurriendo al empleo de nuevas técnicas de teledetección, como el LIDAR (Laser Imaging Detection and Ranging). La clasificación es interesante a la hora de reconocer los yacimientos, protegerlos y plantear futuras líneas de trabajo e investigación, pero nos parece prematuro inferir conclusiones históricas de los resultados de esta prospección, ya que como es sabido la mayor parte de las aldeas (al menos las excavadas) modificaron los límites de las áreas habitadas y cultivadas, sus estructuras y su morfología a lo largo del tiempo en que estuvieron operativas. Recuérdense los casos ya citados de Bagoeta, Zornoztegi o Gasteiz en los que la ocupación del espacio y las dimensiones de la aldea del siglo VIII poco tienen que ver con las de época posterior. En Zaballa, por ejemplo, la implantación de un monasterio en el siglo XI supuso el traslado de la población campesina y la ampliación del área doméstica y de la superficie cultivada. Por tanto, la prospección superficial nos está proporcionando una foto fija y cronológicamente difusa de la aldea, cuya lectura puede llevar a numerosos errores. 14 Los únicos datos fiables sobre aldeas fortificadas son tardíos, del siglo XI, y de momento se reducen a Gasteiz, ya que como se ha señalado ni en los castros de Lastra, ni en otros reocupados entre los siglos VIII y X (como Castillo de Henayo, Portilla o Carasta) se ha podido establecer relación alguna entre la muralla y la aldea medieval (Saenz de Urturi 2011).
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CONCLUSIONES (AAG, IGC)
Creemos que el registro arqueológico de los siglos VI y VII d.C. en los actuales territorios de Bizkaia, Alava y Navarra, lejos de reflejar una sociedad escasamente jerarquizada en la que el campesinado desempeñaba un papel relevante, ofrece testimonios suficientes para imaginarla fuertemente estratificada (o al menos marcadamente desigual), con poderes cuyo origen y ascenso social debe interpretarse teniendo en cuenta los marcos conceptuales que venimos proponiendo desde antiguo (García Camino 2002, Azkarate 2004b), en los que hemos abundado recientemente (Azkarate 2011) y que tienen que ver con la circunstancia fronteriza de los espacios circumpirenaico occidentales. Espacios de frontera que, pese a ser frecuentemente descritos con connotaciones negativas de carácter antagónico e identitario, constituyen, en realidad, áreas con gran densidad de interacciones y donde se operan los cambios más radicales y profundos. Obviamente no nos estamos refiriendo a la «frontera» en su acepción más tradicional de limes, border, boundary o borderland; ni siquiera en la acepción ligada al avance de determinados valores sobre espacios geográficos carentes todavía de ellos y ante el que sólo cabrían dos alternativas, la de la aculturación o la de la resistencia. Por el contrario, preferimos las propuestas nacidas en el seno de los estudios etnohistóricos y post-coloniales que la conciben como un territorio imaginado, inestable y permeable de circulación; como espacio de negociación, alianza, intercambio; como lugar entre culturas (in-between); como «márgenes» cuya condición emblemática será la «emergencia de nuevos grupos e identidades» (Azkarate, 2011). Un espacio de frontera relacionado no tanto con un «ámbito lábil» (Lazzari, Santos, 2005: 29) cuanto con su «condición liminal», entendida ésta como aquella que vive «en el umbral», en un estado de transición y de «reclasificaciones periódicas de la realidad» (Turner, 1988: 134). Frente al panorama que algunos describen (invisibilidad aristocrática, simplicidad económica, involución tecnológica, invención específicamente campesina de granjas y aldeas), el registro arqueológico muestra una realidad mucho más compleja, dinámica, contradictoria y socialmente estratificada, con unas élites que acceden a circuitos comerciales de largo alcance, que generan una demanda capaz de mantener canteros especializados y establecimientos ferrones, que conocen la escritura, que hacen ostentación de su posición social en el momento de su
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muerte y que alcanzaron su status buscando su lugar en un espacio transicional, lleno de oportunidades. De dónde pudiera proceder la autoridad de estas élites supone un problema de mayor complejidad que, pese a lo que se ha escrito, estamos lejos de poder solucionar con los datos disponibles. Es muy razonable sospechar que la participación en actividades militares (son muchos los testimonios escritos que tenemos sobre esta participación) pudo haber constituido un factor decisivo en la gestación y consolidación gradual de estos poderes. Todo ello contrasta con la menor presencia en el registro arqueológico de indicadores de poderes territoriales entre los siglos VIII al X d.C.; periodo en el que no se registran importaciones de piezas de prestigio (síntoma de poder y dominación); en el que las necrópolis se simplifican, en el que la mayor parte de las iglesias son construcciones muy modestas y en el que, aunque se documentan aldeas, no se constatan evidencias de jerarquización entre asentamientos. No encontramos, por lo tanto, argumentos suficientes para certificar —al menos con la rotundidad con la que se hace— el nacimiento en el siglo VIII de determinados poderes territoriales con la suficiente capacidad de actuar sobre la población campesina, potenciar formas estables y concentradas de asentamiento, organizar la producción y modificar los paisajes, dando lugar a la construcción de la red aldeana que se propone. Y ante esta situación —y puesto que los datos arqueológicos no preexisten sino que se construyen— nos preguntamos si no se corre el riesgo de terminar configurando un registro arqueológico ajustado a las expectativas generadas por un modelo histórico potente y ambicioso, aunque insuficientemente testado en nuestro ámbito geográfico y acabar reproduciendo, de este modo, una versión actualizada de la atávica vocación ancilar de la arqueología.
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GEOMETRÍA, METROLOGÍA Y PROPORCIÓN EN LA ARQUITECTURA ALTOMEDIEVAL DE LA MESETA DEL DUERO POR
LORENZO ARIAS PÁRAMO Universidad de Oviedo*
RESUMEN El análisis del amplio elenco de edificios aquí estudiados nos confirma una planificación modular-estructural extremadamente minuciosa y rigurosa, en la que el equilibrio tectónica-modulación es conscientemente regulado mediante el dimensionado metrológico edificatorio y el preciso control de los materiales constructivos. Por ello el abovedamiento en cañón de los ábsides y las naves se realizará acordes con el sistema metrológico y el esquema modular aplicado. Valores superiores a 1 decempeda en el ancho de la nave central se corresponden con iglesias que no están abovedadas y el pilar de sus arcuaciones tiene un fuste de mampostería. Solamente las iglesias que tienen un valor igual o menor a 1 decempeda en su ancho de la nave central estarán abovedadas y tendrán un pilar, o columna, con fuste de piedra monolítica, mientras que el intercolumnio de la arquería tendrá el valor de 1/2 decempeda. ABSTRACT The analysis of the wide number of buildings studied here confirms that there is a modular-structural planning, extremely meticulous and rigorous, whose balance tectonic-modulation is consciously regulated thanks to the metrological building size and the precise control of the building materials. It is therefore that barrel vaulting in the apses and naves will be built according both to the metrological system and the modular scheme applied. Those churches with main naves wider than 1 decempeda are not vaulted and their pillars are composed by shafts built in rough stone masonry. Only those churches with main naves narrower or equal to 1 decempeda are vaulted and their pillars, or columns, are built in a monolithic stone, being the arch span ½ decempeda.lumna, con fuste de piedra monolítica, mientras que el intercolumnio de la arquería tendrá el valor de 1/2 Decempeda. PALABRAS CLAVE: Pes drusianus, módulo, proporción. KEY WORDS: Pes drusianus, module, proportion.
* [email protected]
El estudio de los sistemas metrológicos y de proporción de sus edificios concuerdan: en Hispania, y desde el siglo VII, se constituye un tipo de arquitectura religiosa y civil claramente identificado y cuyas características de carácter metrológico y modular permanecerán todavía durante el siglo X. Sus rasgos más evidentes atañen a los caracteres distributivos del espacio modular: una manera de configurar su volumetría basada en el principio regulador del cubo, de distribuir su superficie mediante un control de la forma cuyo principio es la conmensurabilidad de sus dimensiones, de regular su dimensionado acorde con patrones metrológicos basados en el pes drusianus de 0’33 metros, de recurrir al estudio de la planificación arquitectónica basándose en la aplicación de principios euclidianos de geometría. La permanencia de estos principios inmutables como método de proyección, diseño y planteamiento constructivo, a lo largo de cuatro siglos indica que se trata de un hecho cultural que va a permanecer independientemente de que varíen sustratos culturales de tipo religioso y que por lo mismo afectarán a cambios de uso en el espacio litúrgico. Hechos culturales que corresponden al devenir de los procesos históricos de la evolución social y de la organización política, así como a una clara idea de lo que es abordar una estructura arquitectónica. Ninguno de estos principios hubiera alcanzado una nitidez tal sin el trabajo arquitectónico que los ordena. Es más, puede cambiar la forma de construir, los materiales de construcción, pero permanecerán los cuatro principios del enunciado, a saber: Principio modular del cubo; principio de la conmensurabilidad de las dimensiones; la justa proporción, symmetria; patrón metroló-
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Lorenzo Arias Páramo
gico del pes drusianus, medidas predeterminadas; aplicación de la geometría euclidiana. Este orden es, en primer grado, el de un saber constructivo: La figura geométrica no es un trazado expuesto al azar, superpuesto en la superficie de las construcciones altomedievales. Existe porque hay, en primer lugar, una partición selectiva: pórtico, naves, ábsides y, desde un punto de vista (menos genérico) más profundo: columnas, vanos, paramentos y unidades de espacio. Con estos miembros dispersos del edificio, la figura construida constituye un orden interno: despierta relaciones y concilia y articula órdenes fragmentarios. Pero el orden, la taxis, es eminentemente el de la geometría de una figura que se inscribe en la superficie (el plano) donde se inserta la «forma arquitectónica» y que controla y regula las relaciones de proporción geométricas y metrológicas. Este argumento nos lleva a una constante fundamental: el valor del «tipo». Hay que percibir los «objetos arquitectónicos» por clases, y poniendo en relación unas con otras, designando el motivo central de cada una, que se encuentra más allá de las formas accidentales que reviste cada objeto. Y es que la arquitectura debe ser pensada por tipos; de tal forma que, a partir de un determinado número de esquemas espaciales modularmente seleccionados y que van a condicionar durante cuatro siglos la arquitectura altomedieval hispana, se coordine arquitectónicamente la posibilidad misma de organizar formas. Sabemos que no es posible pensar en proyectar sin ellos; no habrá trabajo de invención sino una reelaboración continua de los mismos esquemas. Digamos que el arquitecto medieval llega hasta el final teórico del tipo (dentro de su horizonte histórico) y, acorde con los principios de symmetría vitruvianos,1 controla 1 La symmetría , del griego summetriv a , «justa proporción», compuesto de sun «con» y mevtron «medida», era concebida como una belleza objetiva, la cual se encontraba en las formas arquitectónicas que modelaban un edificio, y no en la actitud que pudiera adoptar un potencial observador. El término griego de symmetría era traducido según Vitruvio y Plinio por commensus y según Boecio por conmensuratio. Sugiere la idea de un módulo, o bien de un denominador común de un determinado número de cantidades, las cuales forman un sistema. Se ha traducido en variadas ocasiones por «sistema de proporciones» así como por «proporción». Consistía, en realidad, en una rigurosa «proporción matemática», la cual era calculada a partir de un «módulo», coincidente en determinados casos con la unidad de medida empleada en la construcción. Así, a partir de la magnitud del diámetro de la columna o lado del fuste del pilar, o bien el lado de la basa, u otro elemento arquitectónico, podían calcularse las dimensiones de un edificio, al igual que basándose en el tamaño de un rostro, de un pie o de un dedo, los artistas de la Antigüedad habían establecido las medidas del ideal humano. A su vez es importante establecer la diferencia entre sym-
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el espacio arquitectónico y modula sus dimensiones: pero nunca sobrepasará principios de proporción y metrología en los que su aplicación práctica induzca como resultado una relación que no tenga inteligibilidad modular. En San Miguel de Escalada, en un ejemplo aleatorio pero modélico, es la relación entre las dos unidades aparentemente desiguales del modelo de proporción la que será aplicada, intercalando una superficie de espacio del coro (15 × 45 pies) y otra de la cabecera tripartita (15 × 45 pies) a un cuadrado de 45 pies de lado, que forma el espacio de las tres naves. El arquitecto ha llevado a cabo una verdadera explotación de la forma: la solidaridad del conjunto se cohesiona en la unidad de retículas modulares cuyo factor de coherencia es la unimetria y proportio, la cual es más difícil de captar, toda vez que ambos términos siguen teniendo cierta vigencia, independientemente de que tengan en la actualidad una significación distinta de la original. En la acepción que propone Vitruvio de ellos, el concepto de symmetria sería, con respecto al de proportio, equivalente a la definición de una norma y su inmediata aplicación. Ya hemos definido la symmetria como «ex ipsius operis membris conveniens consensus ex partibusque separatis ad universae figurae speciem ratae partis responsus» . Ciertamente responde a lo que podríamos definir como el principio estético, vale decir: la mutua relación entre los miembros y la consonancia entre las partes y el todo. Por otra parte el término proportio es definido como «ratae partis membrorum in omni opere totiusque commodulatio» . Es decir, el procedimiento técnico por medio del cual estas relaciones de armonía son puestas en práctica; el arquitecto adopta, así, un módulo [rata pars] procediendo a multiplicarlo obteniendo las dimensiones efectivas y métricas de la construcción. En realidad la proportio no determina directamente la belleza, sino que «garantiza» su ejecución práctica. De ahí que Vitruvio la defina como aquello por lo que symmetria efficitur, señalando que la proportio debe encontrarse acorde con la symmetria; «universaeque proportionis ad symmetriam comparatio». A juicio de Kalkmann el término proportio concierne únicamente a la construcción con la ayuda de un módulo, la rata pars, siendo la symmetria un factor adicional: las partes integrantes deben ser bellas y deben acordarse convenientemente las unas a las otras. El concepto de proporción admite una clasificación más amplia en función de la utilización que los arquitectos o artistas hayan hecho de la misma. Así, tenemos las llamadas relaciones estáticas (basadas en números enteros o fracciones simples, del tipo del Triángulo Pitagórico 3-4-5, es decir números conmensurables) o relaciones dinámicas (basadas en números irracionales del tipo f, √3, √2,...) Plinio en su Historia Natural, XXXIV, 65, expone las dificultades para realizar una traducción correcta al latín del término griego summetriva :”Non habet Latinum nomen symmetria...». Vitruvio, por su parte, utiliza junto al término symmetría (De Archîtectura libri decem, 1,2,4, y passim) el sinónimo commensus (De Archîtectura libri decem, 1,3,2, y pasimm). Sobre el uso del término symmetría, así como de los términos commensus y commensuratio en Vitruvio, Plinio y Boecio consultar: Victor Mortet: «Recherches critiques sur Vitruvio et son oeuvre», Revue archéologique, XLI (1902), N.S. III (1904), IV (1904), VIII (1906) y XI (1908) pp.101133. Boecio, por su parte, recurre al uso del término commensuratio (Música, I, 31 y pasimm).
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dad metrológica del pie de 0’33 m y el patrón modular de 15 pies de lado (1’5 Decempeda), repetido un número finito, pero potencialmente infinito, de veces ya que el rectángulo que lo acoge está regido
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por la relación 4/3 (modulación pitagórica 3-4-5). Hay en ello figuras de combinación, o, dicho de otra manera, una gramática de la forma. He aquí la clave modular del pensamiento vitruviano.
Cuadro n.º 1. Valores de las unidades de medida de las iglesias altomedievales*
* Los valores métricos identificados con un asterisco están tomados de Luis Caballero Zoreda, y F. Sáez Lara, la iglesia mozárabe de Santa Lucía del Trampal, Alcuéscar (Cáceres), Arqueología y Arquitectura. Memorias de Arqueología Extremeña, Mérida.1999.
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Fig. 1. Perspectiva de S. Miguel de Escalada con el esquema reticular.
Fig. 2. Perspectiva de San Cebrián de Mazote con su esquema reticular.
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Así, el producto teórico de nuestra arquitectura altomedieval está altamente enriquecido; está generado por un soporte normativo que no solamente «secciona la unidad inicial del cubo» si no que lo multiplica en una dirección que garantiza una obra «completa y total» «conmensurable» (Vitruvio versus Aristóteles) y regida por el principio de la «venustas» (Vitruvio versus Isidoro de Sevilla). Podemos observar de forma expresiva cómo queda regulado el espacio arquitectónico de San Miguel de Escalada (Fig. 1) o San Cebrián de Mazote (Fig. 2) o San Juan de Baños (Fig. 3) con el rigor de esta aplicación: En Escalada a la retícula modular de 7’5 pies de lado (en progresión aritmética creciente hasta alcanzar el ancho y el largo total del rectángulo de 75 × 45pies [75/ 45=1’666] que configura el dimensionado exterior de Escalada) que organiza la distribución formal horizontal del espacio de las naves, vale decir la matriz cuadrada, los cinco intercolumnios, así como la arquería del iconostasio, el espacio de coro y la cabecera tripartita quedan inscritos en la planta y se le corresponden en la proyección vertical con una retícula modular de 10 pies, proyección real de la trama horizontal. Queda conformada una retícula en la que va a tener un papel predominante el valor de la altura de la columna: 10 pies, ya que es el módulo director que organiza el valor del intercolumnio y genera en altura el soporte normativo de una retícula cúbica, la forma tripartita determinante en toda la arquitectura altomedieval peninsular. Tripartición que organiza en una secuencia jerárquica todas y cada una de las partes subordinadas de cada espacio arquitectónico. Así, la columna se divide y se «analiza» y el ritmo intercolumnar, la armonía reticular y el sistema metrológico se convierten en recursos por medio de los cuales la forma corpórea del edificio es controlada rigurosamente, generando el máximo nivel de coherencia interna de la arquitectura. Así pues, los soportes normativos pueden combinarse con formas más complejas generadas por intersecciones geométricas. Y evidentemente pueden actuar como contornos que inscriban los miembros arquitectónicos. A su vez los trazados de los ejes pueden actuar a semejanza de los contornos para controlar la taxis en cuanto a la posición de los miembros. Hay que ser consciente de que un edificio debe ser considerado como una «colección» de sólidos en los que es preciso medir y calcular sus relaciones proporcionales. Además, en la Arquitectura Hispana, las masas observadas exteriormente ofrecen una visión clara de la distribución interior de sus partes y sus correspondientes relaciones en las tres dimensiones, todo lo cual permite concluir con una deducción de
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su planta. Planta que encierra un valor esencialmente sociológico y constituye la propia esencia del programa constructivo y su traducción gráfica. ¿Cuáles son las reglas que permiten que un diseño arquitectónico pueda generar un «todo» homogéneamente armónico? ¿Un entramado normativo? Observaremos los métodos mediante los cuales se han hecho efectivas en edificios que se nos convertirán como modelos, o como una forma de arquetipos, por su unidad y coherencia metrológica y proporcional; son, por así decirlo, inicialmente figuras geométricas (arquitecturas en potencia) con un control de la forma de una calidad emergente por la coherencia del proyecto arquitectónico. Son proyectos modelo y en cuyos planos se reflejan explícitamente el armónico trazado de su soporte normativo. En el conjunto de las planimetrías aquí estudiadas observamos un hilo conductor que actúa equilibradamente en la organización interna de la obra arquitectónica. Podemos observar cómo a partir de la altura del pilar como módulo director se establecen relaciones cuyo análisis nos permite obtener criterios de identidad y proporcionalidad entre sus partes. Se puede identificar, de esta forma, las progresivas fases proyectuales del edificio, las cuales tienen su singularidad en el tipo de operaciones gráficas dirigidas a materializar todo el proceso de diseño proyectual. Si el pilar actúa como módulo director, el módulo real de ejecución práctica del proyecto, lo representa un valor metrológico equivalente al lado del cuadrado que forma la basa del pilar. Y es que en una obra arquitectónica el módulo representa una entidad numérica o geométrica, la cual es tomada como unidad según múltiplos enteros o fracciones simples de él. En este contexto el módulo es el elemento base de la arquitectura: no determina el aspecto de un edificio pero proporciona un bastidor dimensional para su proyectación. Queremos ofrecer así, no ya el sistema conclusivo de la investigación sobre el edificio en su conjunto complementario «planta-alzado», sino la «crónica operativa del proceso geométrico-proporcional seguido». Queremos, así, aportar a la minuciosa descripción que se realiza, nuevas sugerencias sobre el método (sistemático) de investigación proporcional empleado en el diseño proyectual original. La proporción introducida, tan rigurosamente matemática, tiene, paralelamente una función estética, pero a ésta dinámica de configuración de formas geométricas hay que añadir que el grado de proporción viene impuesto al edificio a priori ciertamente, pero, a su vez, tiene su origen en éste y nace de la acepta-
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ción de la triada vitruviana de la arquitectura: dispositio, constructio, venustas (es decir, la conveniencia, la firmeza y la belleza). El sistema de modulación introducido resulta altamente eficaz, sugiriendo soluciones óptimas e instaurando una novedosa ductilidad. Las proporciones se desarrollan numérica y geométricamente, y evidentemente siguiendo una norma constante y rigurosa: las reglas derivan, así, del cálculo y las mediciones extraídas del módulo inicial: el palmipes de 0,37 m, el pie de 0’33 m, o el codo de 0’50 m. Y ello es así, en función de que el proporcionamiento está estrechamente vinculado, por un lado a la correcta articulación tectónica del edificio, y por otro a factores estéticos, los cuales suelen ser reconocidos como los predominantes. Todo esto da lugar a una casuística perfectamente codificable, basada en una experiencia necesariamente larga del «arte de construir». Al final, la suma de las partes será recompuesta en una unidad de forma que se nos ofrezca la obra arquitectónica como un sólo cuerpo, entero y perfectamente articulado, en lugar de «fragmentos extraños
y separados» (como escribirá Alberti siglos más tarde), y los elementos arquitectónicos distantes entre sí, tendrán una unidad y correspondencia íntimamente recíproca. El proporcionamiento, es evidente, resultará así rigurosamente matemático, cumpliendo además una primordial función estética. En el estado actual de la investigación proporcional de la arquitectura altomedieval, se obtiene una perfecta unidad y comprensión armónica y modular de las diversas fases precedentes que se han introducido, cumpliéndose finalmente el concepto de la ordinatio vitruviana, propuesto por el tratadista latino, y con el cual se quiere indicar la proporcionalidad del edificio y de sus partes en base al módulo unitario ya conocido (palmipes, cubitus, pes, … o medida del ancho del pilar) como presupuesto de la symmetria. Es, con estos presupuestos, con los que se consigue la necesaria precisión geométrica, cualidad primaria en todo trazado proporcional de la obra arquitectónica.
Fig. 3. Retícula de San Juan de Baños.
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Cuadro n.º 2. Tabla de valores métricos teóricos del sistema de medidas basado en el pes drusianus*
* Los valores de las medidas se ofrecen en metros.
Cuadro n.o 3. Valores en pes de la arquitectura altomedieval hispana
LA DECEMPEDA Y EL CONTROL METROLÓGICO DE LA CONSTRUCCIÓN ALTOMEDIEVAL El establecimiento de un patrón metrológico, que ofrezca identidad a cada uno de los edificios y al mismo tiempo que lo integre en el patrón metrológico común a la tipología arquitectónica del conjunto de la Arquitectura Altomedieval Hispana, representa un factor básico en nuestro estudio.
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En la realización del cálculo de la unidad de medida hemos partido del supuesto teórico de que cada uno de los edificios altomedievales estudiados estaría construido de acuerdo con una unidad de medida única. No obstante es evidente que en el proceso constructivo se emplearían una o varias medidas múltiplos de la medida base. De esta forma podemos considerar que existirían varias medidas aplicadas por el taller según se midiesen magnitudes amplias o magnitudes con un valor más pequeño. En cantería, además, el uso de unidades más pequeñas de la tabla de medidas es evidente, se recurre al septunx igual a 0,19646 m y a la mitad del deunx, igual a 0,1552 m. Se aplicaría así la unidad de medida del pes Drusianus equivalente a 0,333 m y el cubitus con un valor de 0,5 m. Pero existiría, en realidad, una medida de uso la cual tendría una aplicación extensiva en el replanteo de la planta y en la construcción del alzado. Esa medida puede variar en un conjunto de edificios pero se corresponde habitualmente con el passus, el cubitus, el gradus cuyo valor es de 0,83 m, equivalente a 2 palmipedes, siendo múltiplo del deunx y del pes, otras de las medidas usadas por los talleres altomedievales. Pero ya sea el gradus o el cubitus como cualquier otra medida que tenga un uso tanto constructivo como regulador del trazado modular del edificio, será la medida que introduce un orden [tavxi~] y que se acoge a un canon de proporción, symmetria [snmmetriva], en la configuración armónica de la arquitectura del edificio altomedieval, ya desde la primera fase proyectual. Estas constantes o invariantes de proporción tanto métricas como modulares, junto a otras propiedades complementarias objeto de estudio, tienen un inestimable interés en cuanto análisis descriptivo y comparativo que permiten fijar los elementos de base presentes en la Arquitectura Altomedieval, los cuales explican las reglas de formación de sus proyectos arquitectónicos. El empleo de específicos cánones de proporción testimonia no sólo el gusto por las formas estéticas sino el conocimiento de tradiciones constructivas precedentes. De hecho, el recurso a fijar la altura de la columna que soporta la arquería de las naves y la distancia entre ellas, según el principio del Triángulo de Pitágoras, pertenece a una tradición presente ya en los sistemas de composición y proporción de la arquitectura de la Antigüedad. La «proportio» vitruviana, por tanto, no determina de forma directa la belleza sino que simplemente garantiza su realización práctica. La unidad de medida aplicada en cada edificio es deducida del cómputo y procesamiento de un conjun-
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to de dimensiones fundamentales de cada una de las edificaciones. De la muestra de medidas obtenida se ha calculado la media aritmética y la correspondiente desviación estándar de la totalidad de sus valores. El resultado ha sido verificado con posterioridad por medio de la prueba del «chi-cuadrado». Se ha obtenido de esta forma el valor medio de la unidad de medida de cada edificio. Esta unidad de medida es coincidente con el pes Drusianus,2 cuyo valor ideal es de 0,333 m. Respecto al uso del patrón metrológico altomedieval, el pes Drusianus, es relevante —por lo que ello supone de perfeccionamiento en la organización del trabajo, y gradual incremento de experiencia constructiva en la práctica arquitectónica de los talleres altomedievales hispanos— el hecho de que, en la totalidad de los edificios que integran la Arquitectura Altomedieval, es posible medir la longitud y el ancho total de su dimensionado exterior, al igual que su altura, en valores exactos de la unidad de medida llamada decempeda, la cual tiene una equivalencia de 10 pedes. Así, obtenemos unidades exactas de decempeda en cada uno de sus edificios: Santullano [8 decempedae de longitud y 5 decempedae de ancho]; San Miguel de Liño [6 por 3]; Santa María de Naranco [6 por 3]; San Salvador de Valdediós [5 por 2,5]; San Pedro de la Nave [5 por 3]; Santa María de Melque [6 por 6]; etc. La decempeda representa una de las magnitudes más típicas del sistema romano de medidas, teniendo una equivalencia de 2 passus, 4 gradus, 6 cubiti, 8 palmipedes, 10 pedes, 20 semisses,... La decempeda es un término ya empleado por Cicerón, Horacio, Plinio y Sexto Aurelio Propercio (siglo I a. de J.C.) 2 Consultar a este respecto: «Distinguishing between the ‘Pes Monetalis’ and the ‘Pres Drusianus:’ Some Problems»; Martin Millett en Britannia.Vol. 13, (1982), pp. 315-320. Asimismo: Chouquer G., Favory F., 1992, Les arpenteurs romains : théorie et pratique, Paris, éd. Errance, 183 p. (Coll. Archéologie aujourd’hui). Duncan-Jones R. P., 1980, « Length-Unit in Roman Town Planning: the Pes Monetalis and the Pes Drusianus», Britannia, 11, pp. 127-133. Bridger C. J., 1984, «The ‘Pes Monetalis’ and the ‘Pes Drusianus’ in Xanten», Britannia, 15, pp. 85-98. Feugère M., 1995, «Une mesure d’un demi-pied romain à Chalon-sur-Saône (Saône-etLoire)», R.A.E., t. 46, fasc. 1, pp. 151-153. Hultsch F., 1882, Griechische und römische Metrologie, Berlin, réed. Graz 1991. Schubert F., Schubert M., 1993, « Metrological Research into the foot measurement found in the celtic oppidum of Manching», Complutum, 4, pp. 227-236. Daniel Barthèlemy et Stéphane Dubois, «Métrologie antique: une tige métallique graduée découverte à Mâcon (Saône-et-Loire)», Revue archéologique de l’Est, Tome 56, 2007. Igualmente para una mayor profundización sobre la bibliografía específica de Metrología: Lorenzo Arias Páramo: Geometría y Proporción en la Arquitectura Prerrománica Asturiana, Anejos de Archivo Español de Arqueología. Madrid, 2009.
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quien utiliza el término pertica como sustituto de la decempeda y empleando el término como «medida de agrimensor». A su vez, Isidoro de Sevilla utiliza igualmente el término pertica como el equivalente a la decempeda en los siguientes términos: «Digitus est pars minima agrestium mensurarum Inde uncia habens digitos tres. Palmus autem quattuor digitos habet, pes sedecim, passus pedes quinque, pertica passus duos, id est pedes decem Pertica autem a portando dicta, quasi portica. Omnes enim praecedentes mensurae in corpore sunt, ut palmus, pes, passus, et reliqua; sola pertica portatur. Est enim decem pedum ad instar calami in Ezechielo templum mensurantis».
Por lo que concierne al proceso de planificación arquitectónico, y más especialmente la forma de actuar del patrón metrológico, el estudio del conjunto de la Arquitectura Altomedieval Hispana permite evaluar que el proyecto arquitectónico es ejecutado sobre la base del conocimiento previo exacto que las medidas más fundamentales del edificio van a tener: longitud, ancho, alturas, magnitud de las naves, dimensión del pilar, espacio de los ábsides, etc. Todas ellas son conocidas y deducidas de la trama modular y se van a regir por unidades métricas conmensurables y múltiplos exactos de la unidad de medida base o fundamental. Este perfeccionamiento técnico-constructivo es fundamental en el proceso arquitectónico de las construcciones altomedievales. Podemos decir que el arquitecto (mechanicus) se ve abocado de forma inevitable a su práctica. El control metrológico que regirá el diseño proyectual arquitectónico se ejerce inicialmente sobre el conocimiento previo de las magnitudes exteriores que va a tener el edificio. Estas magnitudes estarán íntimamente vinculadas a un proceso de configuración geométrico-proporcional, tanto de la magnitud de la planta, como de la altura deducida y su repercusión en la volumetría: aplicación del cuadrado, doble cuadrado, triángulo de Pitágoras, etc. A su vez existe un salto cualitativo a nivel metrológico de una alta repercusión arquitectónica; la coordinación metrológica revela una cuidadosa preparación de este dimensionado total constructivo. ¿Cómo se generan estas magnitudes? ¿Cómo se decide el valor que tendrá su longitud total?: Las magnitudes totales (Longitud exterior total, ancho total, altura, longitud naves, etc.) de las edificaciones de la Arquitectura Altomedieval Hispana tienen una medida exacta en Decempedas, tal y como podemos observar en el cuadro adjunto. De esta forma la elección de las magnitudes reguladoras del proyecto, quedarán vinculadas a los patrones metrológicos del sistema de medidas romano empleado en la construc-
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ción. Una medida como es el ACTUS nos proporciona un esclarecedor ejemplo. Así tendríamos: 1 ACTUS =120 pedes = 40 metros 1 /2 ACTUS = 60 pedes = CADENA DE AGRIMENSOR = 6 DECEMPEDAE = 20 metros 2 /3 ACTUS = 80 PEDES = 8 DECEMPEDAE, Unidad de medida del PLETRO = 100pedes = 10 DECEMPEDAE = 20 PASSUS /2 PLETRO = 50 pedes = 5 DECEMPEDAE = 16,60 metros 1 /4 PLETRO = 25 pedes = 2, 5 DECEMPEDAE. 1
El recurso a estas magnitudes permite dimensionar de forma exacta la totalidad de las construcciones altomedievales. Un amplio elenco de estos edificios miden ½ ACTUS = CADENA DE AGRIMENSOR = 60 pedes, ¼ actus= 30 pedes, etc. En el cuadro adjunto se reflejan los valores extraídos del ACTUS y del PLETRO3 en algunos de los edificios más significativos de la Arquitectura de la Alta Edad Media hispana. Obsérvese como las medidas son múltiplos exactos ––mitad, cuarta parte...— de la medida más alta del sistema de medidas romano. Como podemos deducir, existe una calculada determinación por parte de los talleres constructivos altomedievales a introducir unidades estándar de medida calibradas a partir del sistema de medidas romano. No existe, obviamente, ninguna aleatoriedad en la decisión de dimensionar un edificio. Se recurre, pues, al uso de una medida exterior total (a semejanza de las interiores obtenidas por subdivisión geométrico-proporcional) en función de las magnitudes prefijadas en la normalización del sistema metrológico romano. Este método, evidentemente, permite un avance considerable en la organización del trabajo del Taller; tanto en la prefabricación de materiales de construcción, en el diseño del proyecto arquitectónico, coordinación de la mano de obra, trabajo de cantería, diseño de estructuras, etc. El replanteo de los planos constructivos sobre el terreno para construir los cimientos se haría utilizando un instrumento fundamental de uso habitual por agrimensores romanos; la Groma, la cual con la guía de sus cuatro hiladas de plomo permitiría el trazado de las perpendiculares y la disposición correcta de las cuerdas enceradas y tensadas entre puntos exactamente establecidos, que serían inicialmente los cuatro vértices extremos de las esquinas del edificio. Este 3 Respecto a la importancia de estos dos valores: actus y plethron ver: Plinio, Historia Natural, XVIII, 9. Un estudio sobre el valor, uso e historia del Actus y del Plethron, consultar igualmente: Enrico Nissen: Metrología Greca e Romana (Vol. 3), Milan, 2ª Ed.1892 (Reed.1977).
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procedimiento sería suficiente para esta etapa: zanja de cimentación y disposición de los sillares en las esquinas; la longitud de sus cuatro tramos quedará fijada al terreno por las cuerdas y con una medida exacta en decempedae que corresponderá con una magnitud patrón del sistema metrológico, a saber: el Actus, ½ actus, el pletro, etc. Al tener un valor exacto y existir cuerdas o cadenas de agrimensor preparadas con esa magnitud y sujetas a un control periódico en la dilatación de su medida, la exactitud en la traslación al terreno aumenta mientras que obviamente disminuye la posibilidad de verse afectadas por la deformación de las cuerdas necesarias para trazarlas. Una vez finalizada la fijación de los limites extremos se obtendrían, utilizando longitudes menores de cuerda, la retícula modular midiendo hacia el interior, desde el borde de la cuerda perimetral y obteniendo en el interior de la cuadricula los puntos originales de replanteo de los precisos lugares de asiento de los pilares. Progresivamente se irían estableciendo las divisiones de muros y subparticiones precisas del interior del rectángulo. Invariablemente estas subdivisiones en cuadriculas serán múltiplos exactos de la medida total, o parcial, de los espacios que vayan realizándose, siguiendo las directrices del proyecto original.
METROLOGÍA Y CONTROL DE LA ESTRUCTURA ARQUITECTÓNICA Los arquitectos y constructores medievales carecían de los conocimientos precisos para resolver complejos métodos matemáticos. Ello les impedía realizar los precisos cálculos para controlar científicamente la resistencia y los empujes de las estructuras arquitectónicas. No obstante sí eran capaces de hacer extrapolaciones de extrema fiabilidad. Estaban en posesión de unos conocimientos suficientes de la geometría y podían realizar cálculos limitados y una estimación intuitiva de los pesos y contrarrestos de las estructuras arquitectónicas. Alcanzarían a valorar empíricamente las reglas fundamentales de todo proceso estructural, a saber: que las cargas gravitatorias aumentan con el cubo y las secciones con el cuadrado de la escala lineal de la construcción. Los constructores medievales fueron conscientes pues, de que la cantidad de material de construcción es directamente proporcional a su peso. Ello suponía que los esfuerzos provocados por cargas gravitatorias inherentes a una determinada forma y material, es decir, la tracción, el efecto de compresión, la flexión, y un largo etcétera, se harían más críticos
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Figs. 4. Coordinación metrológica. Magnitudes y valor proporcional de los edificios estudiados.
—y de forma exponencial— al hacerse más grande. Estas circunstancias tendrían una gran repercusión en los métodos constructivos y más exactamente en el control de la forma constructiva, tanto a nivel geométrico como en el necesario cálculo metrológico de las estructuras arquitectónicas; magnitudes de las naves, de los pilares, de las columnas, altura de las naves, espesor de los muros, etc. Los constructores medievales también tendrían un conocimiento ciertamente limitado del principio de la redundancia estructural, hiperestatismo o indeterminación estática. Es decir, que un edificio se encuen-
tra en un permanente equilibrio; soporta las cargas mediante un complejo tramado de líneas de esfuerzo. Una estructura compuesta por el mínimo número de elementos necesarios para resistir esas tensiones se dice que está estáticamente determinada: es perfectamente eficaz en condiciones estáticas (en reposo), pero si alguno de los elementos fallase, la estabilidad de toda la estructura rompería su equilibrio, y se vendría abajo. Sus edificios por lo tanto tenían que resistir cargas dinámicas y el fracaso parcial de los propios materiales con el transcurso del tiempo, y el propio proceso constructivo, toda vez que
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Figs. 5. Coordinación metrológica. Magnitudes y valor proporcional de los edificios estudiados.
un edificio en proceso de construcción no es estable en la misma manera en que lo será cuando este terminado. La indeterminación estática es pues, una necesidad para toda la arquitectura. Por ello los edificios serían construidos proporcionándoles grandes márgenes de seguridad estructural, con varias vías para descargar las acciones de las cargas.4 Como observaremos seguidamente estas apreciaciones de rango tectónico que estamos estudiando se encuentran interconectadas con los procesos de diseño arquitectónico y su regulación por los trazados de proporción.
CONTROL MODULAR Y ABOVEDAMIENTO Del estudio de los edificios conservados en la actualidad se puede deducir que los arquitectos medievales poseían un profundo conocimiento de las artes de la Geometría euclidiana (geometría fabrorum), así como una amplia experiencia en su aplicación a los problemas prácticos de replanteo constructivo y de proporción y modulación de las prácticas arquitectónicas. El análisis del amplio elenco de edificios aquí estudiados nos confirma este hecho, descubriéndonos una planificación modular-estructural extremadamente minuciosa y rigurosa, en la que el siempre sensible equilibrio tectónica-modulación es conscientemente 4 A este respecto cf. Taylor Builders. A Study in Architectural Process.Cambridge University Press, 2003. pp. 60 y ss.
regulado mediante el acorde dimensionado metrológico edificatorio y el preciso control de los materiales constructivos. De esta forma los diversos espacios arquitectónicos: naves, pórticos, aulas, habitaciones, ábsides, tramos del crucero serían objeto obviamente de una determinada construcción con materiales apropiados acordes a la función estructural que van a soportar. Por ello los pórticos y otros espacios se cubrirían en madera/bóveda si así se proyectaran, pero siempre acordes con el sistema metrológico y el esquema modular aplicado. En esta misma línea los ábsides, habitaciones laterales, etc. serán objeto de abovedamiento o no, una vez estudiada la compatibilidad de los materiales a emplear, la resistencia que ofrecerán los paramentos y las arquerías, a la presión de las bóvedas y los espesores de muros y pilares. La introducción, pues, de diversos elementos constructivos y la definición de zanjas de cimentación del edificio tendrán un rango de identidad con las necesidades programadas del proyecto metrológico y modular. En el gráfico que acompañamos podemos estudiar con claridad y nitidez esta perfecta conjunción constructiva-proporcional que constatamos en la arquitectura altomedieval peninsular. En las figuras 4 y 5 están representadas las magnitudes y el valor proporcional de cada uno de los edificios que estudiamos en este trabajo. Quedan recogidas las magnitudes proporcionales de las tres naves de cada edificio, pudiendo observarse perfectamente que según varíe el valor de la magnitud total del ancho de la iglesia, la relación entre la nave central y las laterales varía de forma proporcional.
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Fig. 6. Planta de San Salvador de Valdediós con la retícula de palmipes.
Pero existen unos valores específicos como son los que corresponden a las iglesias de San Salvador de Valdediós y San Miguel de Liño en los que la magnitud del ancho de la nave central tiene el valor de 1 decempeda coincidiendo con el abovedamiento en cañón de sus naves. Todo el conjunto arquitectónico sigue una adaptación metrológica al sistema modular en su dimensionado. En el esquema gráfico podemos apreciar una circunstancia especialmente singular: valores superiores a 1 decempeda en el ancho de la nave central se corresponden con iglesias que no están abovedadas y en las cuales al mismo tiempo el pilar de sus arcuaciones tiene un fuste de mampostería. Solamente, pues, en aquellas iglesias que tienen un valor igual o menor a 1 decempeda en su ancho de la nave central estarán abovedadas y tendrán un pilar, o columna, con fuste de piedra monolítica, con una función tectónica clara de introducir garantías de solidez en la arcuación para resistir
las cargas de la bóveda. De acuerdo con esta norma de coherencia tectónico-metrológica San Pedro de la Nave, con su medida de 1 decempeda, debemos deducir que estaría abovedada al igual que Santa Lucía del Trampal al tener un ancho de nave central menor a 1 decempeda. Consideramos que estas dos iglesias estarían preparadas para abovedarse.5 Pero tenemos otra iglesia que merece una necesaria refe5 Coincide esta apreciación con las tesis de Luis Caballero Zoreda, quien considera que estas dos Iglesias estarían originariamente con bóvedas de cañón. Consultar a este respecto la bibliografía siguiente: Luis Caballero Zoreda: «Una conjetura sobre la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave (Zamora)». en: I Congreso de Historia de Zamora, Zamora, 1989. Zamora, 1990, pp, 317-355. Necesario, asimismo: Luis Caballero Zoreda y Fernando Arce: «La iglesia de San Pedro de la Nave (Zamora). Arqueología y Arquitectura». Archivo Español de Arqueología, 70, 1997, pp. 221-274. Igualmente: Luis Caballero Zoreda, y F. Sáez Lara, La iglesia mozárabe de Santa Lucía del Trampal, Alcuéscar (Cáceres), Arqueología y Arquitectura. Memorias de Arqueología Extremeña, Mérida.1999.
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GEOMETRÍA, METROLOGÍA Y PROPORCIÓN EN LA ARQUITECTURA...
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Fig. 7. Sección longitudinal de San Salvador de Valdediós. Retícula modular.
rencia. Nos referimos a la iglesia de Bobastro (917). Esta iglesia nos confirma en buena medida el principio del consenso tectónico-modular-metrológico que estamos estudiando dentro de la planificación constructiva. La iglesia semirrupestre de Bobastro, independientemente de que hubiera sido ultimada en origen en toda su estructura arquitectónica o no, ha sido construida ateniéndose al principio de metrología fundado en la aplicación de las medidas predeterminadas por el patrón metrológico basado en el pes drusianus. Su longitud total tiene 60 pes y su ancho 30 pes. El ancho de la nave central es de 3’10 metros equivalente a 1 decempeda y la dimensión de sus intercolumnios de ½ decempeda. Este hecho induce de forma racional a pensar que la iglesia estaría abovedada en el supuesto teórico de que hubiera sido terminada. Obviamente la arcuación con pilares y
arcos de herradura es monolítica al estar tallada en la roca, lo cual introduce un principio de solidez en el caso de que la bóveda de cañón fuese construida. Observamos, pues, como el hecho de que haya sido tallada de forma excepcional en la propia roca no ha impedido que se aplicaran los pertinentes principios de regulación metrológica y proporcional que venimos estudiando. Pero se produce otro hecho singular íntimamente relacionado con la función del ancho de la nave central como «módulo» regulador del abovedamiento de las iglesias o no. Nos estamos refiriendo al valor que adquiere la magnitud del intercolumnio de la arquería de la iglesia. Como podemos observar en el gráfico adjunto la dimension del intercolumnio adquirirá progresiva y proporcionalmente una disminución en su magnitud a medida que el valor del ancho de la nave central disminuya y se acerque por ello
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Fig. 8. Perspectiva de San Salvador de Valdediós con la retícula modular.
al punto en que soportará tectónicamente el abovedamientos de sus naves central y laterales. El valor en que este intercolumnio adquirirá el ajuste perfecto de rigor estructural coincide con la magnitud de ½ decempeda ó 1 passus. Este es un hecho fundamental en toda la construcción altomedieval hispana y queda reflejado en la cuadrícula proporcional de la planta y alzado que estamos estudiando, constituyendo uno de los más relevantes ejemplos del meticuloso orden introducido para equilibrar proporción y solidez constructiva. De esta forma para que una iglesia altomedieval hispana pueda ser abovedada será realizada por los constructores bajo la planificación modular en la que la resultante final tendrá dos vectores constantes. Un ancho de la nave de 1 decempeda y un intercolumnio de 1/2 decempeda es decir, 1 passus. Aparte del hecho de que el pilar o columna será monolítico. Así, tenemos tres iglesias de planta basilical en las que se cumple perfectamente este hecho; San Miguel de Liño (842), San Salvador de Valdediós (893) y San Pedro de la Nave (post 711) si consideramos la verosímil propuesta de su original abovedamiento (Caballero y Arce; 1997). Fig. 9. Planta de Bobastro.
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GEOMETRÍA, METROLOGÍA Y PROPORCIÓN EN LA ARQUITECTURA...
En la Arquitectura Altomedieval Hispana se confirma el concepto derivado de Aristóteles, y transmitido a la Edad Media, según el cual la función esencial del arquitecto la constituye la materialización de una idea, es decir, una tipología rigurosamente construida y organizada de un modo tan preciso que pueda ser convertida en norma objetiva mediante la cual se regirá toda la estructura arquitectónica posterior. En palabras de Alberti siglos más tarde, la obra que se va a comenzar es «concebida con el ingenio, distinguida con el juicio, ordenada con la cordura y hecha perfecta con el arte». De esta forma todo el proyecto se convierte en esencia en la sedimentación, primero de carácter gráfico y después plástico del modelo primario de la idea. En esencia el conjunto de los procedimientos de ejecución geométrico-proporcional y propiedades aquí estudiadas, serán transmitidos gradualmente durante los siglos medievales a toda la Arquitectura altomedieval posterior.
CONCEPTO Y VALOR DEL MÓDULO EN LA ARQUITECTURA HISPANA En la Arquitectura Altomedieval, y dentro de su complejidad constructiva, prevalece el empleo de lo que podríamos denominar los métodos de la geometría fabrorum, es decir, la geometría del compás (circinus), de la escuadra (norma) y de la regla (regula), de las figuras geométricas como elementos básicos de composición. Este instrumento de control de las formas constructivas combina los métodos de mensuración dirigidos por un sistema métrico de medidas con fórmulas constructivas geométricas. Una combinación de carácter métrico y modular, un método, en suma, que será plenamente vigente y utilizado de forma ortodoxa en la coordinación de la ejecución de las edificaciones altomedievales hispanas actuando como un fuerte elemento centralizador y de homogeneidad. Dentro del conjunto de la Arquitectura altomedieval hispana, el concepto de módulo adquiere una significación extremadamente relevante. El módulo (modulus) constituye en realidad una entidad numérica o geométrica con una función no solamente estética, que introduce un elemento de armonía y proporción en la composición de un conjunto arquitectónico, decorativo o escultórico. Como hemos visto hasta ahora, el módulo mantiene la función de actuar como parámetro en la implantación de un orden en el proyecto arquitectónico y constructivo6. Supone de 6 Para el término Módulo y otros presentes en el tratado De Archîtectura de Vitruvio, consultar la obra: Callebat, L. y
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esta forma un bastidor dimensional, «una parrilla conceptual para trabajar dentro de ella, más que una específica dimensión o una malla rígida» (Kepes, 1966). El módulo actúa de esta forma como instrumento compositivo en el cual la magnitud del diámetro o la altura de la columna o pilar van a ser elegidos como patrón metrológico de medida, mientras que otras magnitudes como el intercolumnio, ancho del pilar, basa, etc. permanecen como dimensiones que son múltiplos enteros o fracciones simples de esta unidad de medida o módulo, el cual se convierte así en denominador común de todas las magnitudes. Y es que en Vitruvio, el módulo está concebido como un principio métrico. El concepto de módulo por el que nos regimos entiende a este como el elemento de relación proporcional que permite la conexión de un elemento aislado con el conjunto. Se obtiene así un equilibrio de las formas en las que es posible la repetición o sucesión basada en una ley racional o geométrica a la vez que permite la repetición rítmica de las formas arquitectónicas, del ritmo intercolumnar de la arquería, de la distribución de los miembros arquitectónicos de acuerdo al programa arquitectónico, etc.
ANÁLISIS GEOMÉTRICO PROPORCIONAL DE LAS IGLESIAS SAN MIGUEL
DE
ESCALADA
Dimensiones: Longitud total exterior 24’8 m = 75 pes. Ancho exterior total 14’86 m = 45 pes Longitud interior transepto 11’59 m. Ancho de la nave central 4’80 m. Ancho de las naves laterales 3’3 m, Altura columna de la arcuación 3’3 m. Altura de la nave central hasta la imposta 10’12 m. Unidad de medida: pes drusianus de 0’3283 m. Intervenciones:7 Restaurada inicialmente por Demetrio De los Ríos en el año 1888 y por Juan Bautista Lázaro en 1903. Luis Menéndez Pidal intervendría cuarenta años después para consolidar la ciFleury, P.: Dictionnaire des vocabulaires techniques du «De Architectura» de Vitruve, Paris 1995. pp. 63 y 91. Asimismo una valoración del término módulo en Vitruvio, De Archîtectura 1, 2, 4 / 4, 3, 3. Una ampliación sobre su acepción y aplicación en Vitruve: De L’Architecture, Livre I. Texte établi et traduit par Philippe Fleury, Paris, 1990. pp. 107, n.º 6. Asimismo: Vitruve: De L’Architecture, Livre III. Texte établi, traduit et commenté par Pierre Gros, Paris, 1990. pp. 110, n.º 3. 7 Una detallada documentación sobre las intervenciones de restauración e intervenciones arqueológicas en los edificios aqui recogidos en la obra de M.ª de los Ángeles Utrero Agudo, Iglesias tardoantiguas y altomedievales en la Península Ibérica. CSIC, Madrid, 2006.
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Fig. 10. Retícula de la planta de San Miguel de Escalada.
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Fig. 11. Retícula de la planta de San Miguel de Escalada.
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Fig. 12. Proporción de la planta de San Miguel de Escalada.
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Fig. 13. Retícula modular de la sección longitudinal de San Miguel de Escalada.
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Fig. 14. Proporción de la sección transversal de San Miguel de Escalada.
mentación y la estabilidad de los paramentos. En 1980 interviene Luis Rodríguez Cueto y entre 1983 y 1987 se inician las excavaciones arqueológicas dirigidas por Luis Caballero y Hortensia Larrén. Descripción: Basílica de tres naves separadas por sendas arquerías de cinco arcos sobre columnas reutilizadas. Acoplamiento de un transepto o crucero con incorporación de una arquería con función de iconostasio. Cabecera con tres ábsides abovedados de planta ultrasemicircular con remate exterior recto. Pórtico meridional con arcuación de doce tramos con columnas. Discusión: Dentro de la composición en planta el cuadrado de 15 m de lado = 45 pes, que configura la medida del ancho total exterior, representa la superficie en la cual se inscriben las tres naves de la iglesia. Su límite oriental lo constituye la arquería del iconostasio. El siguiente avance geométrico-metrológico nos lo ofrece el rectángulo A.B.C.D. obtenido mediante el anexo del rectángulo que configura el espacio correspondiente al crucero o transepto; el nuevo rectángulo responde a un triangulo pitagórico o triangulo perfecto 3-4-5, con un valor de 4/3 = 1’333, al cual si proyectamos su hipotenusa sobre el cateto menor, es decir el ancho de la iglesia, A.D. obtendremos la longitud total exterior de la iglesia, es decir 75 pies con un valor de 75/45 = 5/3 = 1’6666. Es preciso tener presente que la suma de la longitud
total de la iglesia 75 m y su ancho 45 m es de 120 pes, es decir 1 Actus.
SANTA MARÍA
DE
QUINTANILLA
DE LAS
VIÑAS
Dimensiones: Longitud total original 22,7 m. Longitud exterior del transepto 12 m. Longitud interior 10,2 m. Medida exterior del ábside 5’30 m. Medida interior del ábside 3,35. Longitud del Transepto 3,8 m. Ancho nave central 5’30 m. Unidad de medida: pes drusianus de 0’33 m. Intervenciones: Íñiguez realizará en el año 1955 una excavación arqueológica del edificio y en 1959 emprende trabajos de consolidación de la cimentación original. Nueva intervención en la iglesia a cargo de F. de Abajo Ontañón en el año 1971 y en 1978 por A. Iglesias González. Descripción: En la actualidad la iglesia conserva solamente su sector oriental: Un ábside cuadrado exento y un transepto. La estructura de cimentación conservada permite establecer con cierta precisión el perímetro original del edificio, a saber: planta de tres naves con pórtico tripartito y una controvertida disposición de arcuaciones con acceso a habitaciones abovedadas en la superficie de ubicación tradicional de las naves laterales. Del transepto arrancarían sendas habitaciones, conservándose los arranques y su cimentación.
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Fig. 15. Proporción de la planta de Quintanilla de las Viñas.
Discusión sobre la reconstitución: La composición modular en planta está dirigida por dos cuadrados de 20 pies de lado que configuran la longitud del cuerpo central incluido el pórtico. Siendo el ancho de la nave central igual a 16 pes. El ancho exterior de la iglesia tiene un dimensionado de 36 pes (12 metros) constatables en el crucero conservado. Obtenemos una composición reticular de 16 pies de lado (5’30 m) que integran los dos espacios de habitaciones situados al norte y al sur del transepto. El dimensionado exterior así obtenido nos ofrece una medida total de la iglesia de 36+12+12 = 60 pes = ½ actus. Magnitud que constituye una medida de referencia metrológica en el conjunto arquitectónico altomedieval que estamos estudiando. El dimensionado del ábside oriental mantiene una medida interior de 10 pes (3’3 m = 1 decempeda = 1 pertica de Isidoro de Sevilla). Al exterior del ábside la medida igualmente de 16 pes = 5’30 m. No podemos estudiar con garantías la arcuación previsible de la nave central. Conservamos el arranque de un pilar en el lienzo exterior occidental del transepto. Propuestas realizadas por Achim Arbeiter y Luis Caballero Zoreda ofrecen soluciones inicialmente aceptables para el espacio abovedado de las naves laterales. No obstante respecto a la nave central creemos que en ningún caso podría ir abovedada; su ancho de 16 pes = 5’30 m representa una medida excesivamente larga para sostener una bóveda.
SAN JUAN
DE
BAÑOS
Dimensiones: Longitud total exterior 20 m (60 pes = ½ actus) Ancho exterior total 11’6 m. Longitud interior 11,2 m, Medida exterior del ábside 5’30 m. Ancho de la nave central 4’5 m. Ancho de las naves laterales 3’1 / 2’08 m. Altura de columna de la arcuación 2’67 m. Altura total de la nave central 7’7 m. Altura total naves laterales 4’5 m. Espesor muros 0’86 m. Unidad de medida: pes drusianus de 0’323 m. Intervenciones En el siglo XIV se introduce la reforma de la cabecera con la construcción de los ábsides late-rales. Tres siglos mas tarde son demolidas las capillas originales. En el año 1897 es descubierta la iglesia para el mundo científico por Manuel Anibal siendo declarada Monumento Nacional. Durante los años 1956, 1964 y 1983 es sometida a un conjunto de excavaciones arqueológicas dirigidas por Pere de Palol. El proceso de restauración se inicia en 1968 por el arquitecto A. Arenillas. En 1997 se realiza la lectura arqueológica de paramentos bajo la dirección de Luis Caballero. Descripción: Basílica de tres naves separadas por sendas arquerías de cuatro arcos sobre cuatro columnas reutilizadas. Cabecera con tres ábsides rectangulares exentos independientes en origen. Fuertemente alterada su estructura general.
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Fig. 16. San Juan de Baños. Reconstrucción.
Fig. 17. Retícula modular de la planta de San Juan de Baños.
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Fig. 18. Retícula modular de la planta de San Juan de Baños.
Fig. 19. Retícula modular de la sección longitudinal de San Juan de Baños.
Discusión: Dentro de la composición en planta, el cuadrado que configura la longitud de las tres naves y el ancho exterior de la iglesia tiene un dimensionado de 36 pes de lado. Su posterior división en 16 cuadriculas de 9 pes nos ofrece una composición reticular en la que quedan perfectamente delimitadas las columnas de la arcuación de la nave central. Una subdivisión en cuadrados de 6 pies nos
delimita la magnitud de los cuatro intercolumnios así como el ancho de la nave central en su magnitud original de 12 pes = 4 m. El siguiente avance geométrico-metrológico nos lo ofrece la proyección de la composición reticular de la planta en alzado, la malla nos define la altura de la columna y la altura de la nave central en una virtuosa relación proporcional entre los espacios arquitectónicos.
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Fig. 20. Retícula modular de la sección transversal de San Juan de Baños.
SAN PEDRO
DE LA
NAVE
Dimensiones: Longitud total 20’82 m (60 pes = ½ actus). Ancho total 17’7 m (50 pes = 1/2 plethro). Ancho nave central 3’22 m. Ancho nave lateral 2’24 m. Longitud del Crucero 8,91 m. Ancho del anteabside 3’08 m. Ancho exterior ábside 4’4 m. Ancho interior ábside oriental 3,3 m (1 decempeda). Unidad de medida: palmipes de 0’385 m. Intervenciones. En 1930 la iglesia es trasladada desde su emplazamiento original, anegado por las aguas de un embalse a su nuevo lugar en el pueblo de Campillo. La anastilosis del traslado piedra a piedra fueron realizadas por el arquitecto Alejandro Ferrant y la dirección de Manuel Gómez Moreno y Emilio Camps Cazorla. En 1997 se interviene arqueológicamente en la cimentación original de su emplazamiento por Luis Caballero Zoreda. Descripción: Iglesia con una planta rectangular de tres naves separadas por arquerías de tres arcos sobre pilares de sillería. Crucero con habitaciones anexas en sus sectores meridional y septentrional. Zona de presbiterio con sacristias anexas y ábside oriental con cierre recto. Cámara suprabsidal con vano de comunicación interior. Las excavaciones llevadas a efecto por Luis Caballero y Sanz en 1997 ya mencionadas, han encontrado la cimentación del pórtico occidental. Discusión: La composición modular en planta está dirigida por una retícula modular que se superpone a la superficie de la iglesia. El que podremos considerar módulo director es un cuadrado de 9 palmipes (= 3,42 m). Y el cual mantiene la regularidad com-
positiva proporcional. Así encontramos subparticiones que acogen en su interior el ancho y longitud de la nave central, la longitud de la nave transversal y los límites modulares del espacio central con el cimborrio de 9 × 9 palmipes. El hallazgo arqueológico por parte de Luis Caballero del cimiento del pórtico occidental y la segura trabazón muraria del mismo con los lienzos de la actual iglesia confirma el ajuste metrológico que se observa en la modulación de la planta. La superposición de tres reticulas de 9 palmipes en la superficie del pórtico refleja una perfecta exactitud y coherencia compositiva con la modulación de la totalidad de la planta. De esta forma obtendríamos 52 palmipes de longitud total (exento el ábside oriental), equivalente a 20’02 m teniendo el palmipes el valor de 0’385 m. El dimensionado exterior así obtenido nos ofrece una medida total de la iglesia de 52 palmipes = 20’02 m = 60 pes = 6 decempeda = ½ actus. Valor métrico que constituye, como hemos comprobado precedentemente, una magnitud de referencia metrológica en la arquitectura altomedieval que estamos estudiando. Lo que podemos constatar igualmente con la integración del pórtico occidental es que la planta adquiere la sugerente forma geométrica de un doble cuadrado de 60 pes drusianus por 30 pes, valor del ancho de la planta, exentas las habitaciones meridional y septentrional. Esta referencia geométrica del doble cuadrado adquiere un alto valor dentro del proyecto constructivo. Realmente nos confirma la importancia que adquiere en el diseño proyectual la íntima relación entre geometría y metrología a la hora de planificar una obra arquitectónica.
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Fig. 21. Retícula modular en palmipes de la planta de San Pedro de La Nave.
Respecto al ábside oriental (Sanctuarium altaris) su dimensionado mantiene una medida interior, ya clásica por su valor simbólico, de 10 pies (3’3m = 1 decempeda = 1 pértica de Isidoro de Sevilla) (Arias, 2006). Podemos estudiar con garantías la arcuación de la nave central y su función tectónica original. Conservamos tres arcos en cada una de las dos arcuaciones y como ya habiamos estudiado, sus valores métricos de ancho del intercolumnio = 1’47 m = ½ Decempeda, la altura del pilar de 2’80 m, el ancho de la nave central = 3’22 = + 1 decempeda y el ancho de las naves laterales de 2’24 m, nos permite confirmar que el conjunto del espacio occidental de San
Pedro de la Nave estaría abovedado en su proyecto y materialización original. Las propuestas realizadas por Achim Arbeiter, Luis Caballero Zoreda, Fernando Arce, Ángeles Utrero ofrecen soluciones plenamente aceptables para el espacio abovedado de las naves central y laterales. El siguiente paso geométrico-metrológico nos lo ofrece la proyección de la composición reticular de la planta en alzado, la malla así obtenida nos define la altura de los pilares y la altura de la nave central, así como el nivel de las líneas de imposta en una virtuosa relación proporcional entre los espacios arquitectónicos. Observamos en la Seccion Longitudinal la subdivisión tripartita de la nave occidental, origi-
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Fig. 22. Retícula modular en pies de la planta de San Pedro de La Nave.
Fig. 23. Retícula modular de la planta de San Pedro de La Nave.
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Fig. 24. Retícula modular de la sección longitudinal de San Pedro de La Nave.
Fig. 25. Retícula modular de la sección transversal de San Pedro de La Nave.
nalmente abovedada (12 palmipes de altura y 12 palmipes de longitud), que cumple las normas geométrico-metrológicas, es decir que la longitud de la nave siempre es igual o mayor que la altura (Arias, 2006) y constatada en toda la arquitectura asturiana. Quedan igualmente definidas el ancho y las alturas del cimborrio por el cuadrado de 12 palmipes, y el anteábside abovedado queda definido métricamente en
su longitud y su altura hasta la línea de imposta igualmente por el cuadrado de la retícula de 12 palmipes. En la Seccion Transversal se aprecian los valores de modulación tan virtuosamente introducidos por la regularidad metrológica y compositíva. Definición de las mensuras de arranque de los arcos centrales del cimborrio, altura de las habitaciones, o la delimitación de los espacios del crucero.
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Fig. 26. Retícula modular de la planta de San Cebrián de Mazote.
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Fig. 27. Retícula modular de la sección longitudinal de San Cebrián de Mazote.
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SAN CEBRIÁN
DE
MAZOTE
Dimensiones: Longitud total exterior original 29’87 m = 90 pes = 3/4 actus. Ancho exterior total 15 m = 45 pes. La iglesia configura un doble cuadrado. Longitud interior nave central 10,82 m. Medida exterior del ábside 5’30 m. Ancho de la nave central 5 m. Ancho de las naves laterales 3’3 m. Longitud del transepto 13 m. Unidad de medida: pes drusianus de 0’33 m. Intervenciones: Iglesia fuertemente restaurada a lo largo de cerca de 50 años y con elementos originales ya desaparecidos. Al este se abre una cabecera recta triabsidial descrita ya por Gómez Moreno y Agapito. En los años 40 F. Íñiguez Almech reconstruye la bóveda de ocho husos de ladrillo sobre arcos formeros y ménsulas del crucero cuadrado. Sustituye la cúpula tabicada de pechinas del XVIII y reconstruye el muro occidental. Originalmente la iglesia tendría cubierta de madera. La bóveda del brazo sur del transepto es moderna. La bóveda del ábside central y la del contraábside serían totalmente restauradas. Descripción: Basílica de tres naves separadas por sendas arquerías de cuatro arcos sobre cuatro columnas reutilizadas. Transepto rematado con cimborrio. Cabecera con tres ábsides siendo el central ultrasemicircular al interior y recto los tres al exterior. Contraabside a los pies de planta semicircular y recto al exterior. Discusión: La composición modular en planta está configurada por una retícula modular de 5 pes de lado, 1’65 m, La secuencia del cuadrado, en número de 25, permite distribuir proporcionalmente el dimensionado de las tres naves y delimitar la magnitud de los cinco intercolumnios. El ancho exterior de la iglesia tiene un dimensionado de 45 pes de lado (15 m). El crucero y la cabecera tripartita quedan enmarcados por la disposición geométrica de seis cuadrados de 15 pes de lado que interseccionan las divisiones espaciales de los ábsides y del transepto. El siguiente avance geométrico-metrológico nos lo ofrece la proyección de la composición reticular de la planta en alzado, la malla nos define la altura de la columna y la altura de la nave central en una virtuosa relación proporcional entre los espacios arquitectónicos. Lo que podemos constatar es que la planta adquiere la forma geométrica de un doble cuadrado de 90 pes drusianus ¾ actus (30 m) de longitud por 45 pes (15 m) valor del ancho de la planta. Esta figura geométrica del doble cuadrado adquiere un alto valor dentro del proyecto constructivo. Como hemos tenido ocasión de estudiar en otros edificios confir-
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ma la importancia que adquiere en el diseño proyectual así como la perfecta relación entre geometría y metrología a la hora de planificar la obra arquitectónica. Las restauraciones tan fuertes introducidas impiden valorar muchas mediciones y extraer conclusiones objetivas del edificio.
SANTA COMBA
DE
BANDE
Dimensiones: Longitud total exterior 18 m. Ancho total exterior 11,8 m (36 pes). Longitud interior del ábside 2’46 m. Ancho interior 2,17 m. Ancho interior brazos y crucero 2,7 m. (8 pes). Longitud interior brazos norte y sur, este y oeste 3,7 m. (11 pes). Altura de la bóveda central 6,8 m (20 pes). Altura de las bóvedas de los brazos 4,70 m (14 pes). Muros 0,85 m. Unidad de medida: pes drusianus de 0’33 m. Intervenciones: Entre los años 1932 y 1934 es sometida a restauración por el arquitecto Alejandro Ferrant. Labor que continuará Luis Menéndez Pidal en 1942 y F. Pons Sorolla en 1950. Vázquez Párelo en 1923 realiza una intervencion arqueológica y Manuel Gómez Moreno en los años 1943 y 1944 realiza un estudio arquitectónico de la iglesia. Lectura de paramentos dirigida por Luis Caballero en el año 2001 y en la cual documenta que las habitaciones anexas en los ángulos de la cruz serían ejecutadas con posterioridad a la iglesia original. La planta primitiva responde a una cruz exenta. Descripción: Planta cruciforme con ábside rectangular exento. Pórtico oeste y sacristía en el lienzo nororiental. Espacios abovedados en cañón con material de ladrillo. Bóveda de crucería en el cimborrio. Discusión: El sistema de composición modular de la planta cruciforme de Bande está dirigido por una retícula modular que se superpone a la superficie de la iglesia. El que podremos considerar módulo director es el cuadrado central de 8 pes = 2’7 m. Este cuadrado permite anexar los cuatro brazos de la cruz griega de la iglesia configurando un dimensionado proporcional de 36 pes (12 m) de longitud este-oeste y 36 pes de longitud norte-sur. La proyección de su trazado regula tanto la longitud del espacio interior como el límite exterior, al definir el espesor del muro o el eje del diámetro del círculo interior del ábside. Así obtenemos una medida exterior de cada uno de los cuatro brazos de 13’5 pes (4’5 m). A destacar la aplicación del sistema del triangulo pitagórico, o triángulo perfecto 3-4-5 en la construcción modular de los brazos de las naves. Es una planta cruciforme construida a escala proporcional más pe-
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Fig. 28. Modulación de la planta de Santa Comba de Bande.
queña que la también iglesia cruciforme de Santa María de Melque.
SANTA MARÍA
DE
MELQUE
Dimensiones: Longitud total exterior 24’8 m (75 pes) (incluido pórtico 30’5 m = 90 pes) Ancho total exterior 20’6 m (60 pes). Diametro interior del ábside 5 m (15 pes) Ancho interior 4’6 m.(14 pes) Ancho interior brazos y crucero 4’6 m (14 pes). Altura de la bóveda central 11 m (33 pes). Altura de las bóvedas de los brazos 7,70 m (23 pes). Muros 1’52 m. Unidad de medida: pes drusianus de 0’33 m. Intervenciones: Las primeras intervenciones de restauración se inician en 1959 a cargo de J. M. González Valcárcel quien restauraría el conjunto de bóvedas. Diez años más tarde en 1969 José Menéndez-Pidal Álvarez haría una intervención puntual para restaurar la estructura del edificio. Entre los años 1970 y 1973 Luis Caballero Zoreda dirigirá sendas campañas de excavaciones. J. I. Latorre y Leandro Cámara efectuaran en 1980 trabajos de restauracion. Nuevas intervenciones de carácter arqueológico son reiniciadas en la década de los 90 bajo la dirección de Luis Caballero Zoreda. Descripción: Iglesia de planta cruciforme con ábside a oriente en forma ultrasemicircular al interior y recto al exterior. Conserva un pórtico occidental
y capillas anexas. De forma excepcional los muros están ejecutados por sillería de granito con núcleo de mortero. Las bóvedas son todas de sillería de granito, de medio cañón peraltado en los brazos y de horno sobre planta de herradura en el ábside. En el crucero, una cúpula váida falsa se alza sobre medias columnas. Discusión: La composición modular en planta está dirigida por una retícula modular que se superpone a la superficie de la iglesia. El que podremos considerar módulo director es el cuadrado central de 13’5 pies = 9 cubitus = 4’5 m. Este cuadrado permite anexar los cuatro brazos de la cruz griega de la iglesia configurando un dimensionado proporcional de 75 pes (25 m) de longitud este-oeste y 60 pies = 6 decempeda = ½ actus (19’70 m) de longitud norte-sur. A destacar la aplicación del sistema del triángulo pitagórico, o triángulo perfecto 3-4-5 en la construcción modular de los brazos de las naves.8 La proyección de su trazado regula tanto la longitud del espacio interior como el límite exterior, al definir el espesor del muro o el eje del diámetro del círculo interior del ábside. Así obtenemos una medida exterior de cada uno de los cuatro brazos de 22’5 pes (7’64 m). El proceso regulador del trazado refleja pues, una per8 Una aplicación ya realizada por Luis Caballero Zoreda. Consultar su trabajo «Una aproximación a las técnicas constructivas de la alta Edad Media en la Península Ibérica. Entre visigodos y omeyas» en: Arqueología de la Arquitectura, 42005, pp. 169-192.
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Fig. 29. Retícula en pies de la planta de Santa María de Melque.
Fig. 30. Modulación de la planta de Santa María de Melque.
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Fig. 31. Comparación entre las plantas de Santa María de Melque y Santa Comba de Bande.
fecta exactitud metrológica y una coherencia compositiva en la modulación de la totalidad de la planta. A occidente se le anexa el pórtico de 6 m de lado. Pero adquiere una relevancia muy alta dentro de los sistemas compositivos y metrológicos aplicados a la regulación de los trazados de las iglesias altomedievales hispánicas un hecho de coincidencia metrologica que se produce entre esta iglesia cruciforme de Santa María de Melque y la iglesia de Santa Comba de Bande. Como podemos observar si establecemos una comparación metrológica entre las dos plantas. La iglesia de Santa Comba mantiene la medición exterior de sus cuatro brazos con una medida uniforme de 13’5 pes (4’5 m) que es exactamente la medida interior que tienen los cuatro brazos de la Iglesia de Melque: 13’5 pes = 4’5 m. Efectivamente este hecho confirma el perfecto ajuste metrológico que se observa en la modulación de la planta de ambos edificios, lógicamente la aplicación de un proceso de planificación modular como es el del Triángulo Perfecto 34-5 es un recurso de gestión proporcional muy utilizado en otras iglesias altomedievales: Sta. Cristina de Lena, Naranco, Cámara Santa, Santo Adriano de Tuñón y recomendado a su vez por Vitruvio en la construcción de los atrios tal y como lo expone en su obra De Architectura (Arias, 2006). Pero la extre-
ma coincidencia llama poderosamente la atención y sorprende que dos iglesias encajen tan perfectamente una en otra en un ajuste tan preciso, tan coherente en su individualidad constructiva pero igualmente tan sometido a las reglas del azar que algo nos está invocando que tanta coincidencia puede que no esté tan sujeta a la azarosa vida de los números. Y en efecto, en realidad lo que puede haber ocurrido es que Melque ha recurrido a una medida exterior que supone el aumento proporcional de aprox. 1 decempeda en su magnitud. Es decir, la diferencia existente entre la magnitud exterior de los brazos de Melque de 22’5 pes y la magnitud exterior de los brazos de Bande de 13’5 pes. Junto a esta precisión se une el mantenimiento de la misma unidad de medida el pes drusianus de 0’33 metros.
CONCLUSIÓN La circunstancia de este acoplamiento tan perfecto entre dos iglesias Bande-Melque, tan distintas en sus técnicas constructivas, su aparejo y su decoración, plantea varios interrogantes sobre la configuración de los talleres constructivos y su itinerancia o permanencia regional o geográfica, asociada además a la variedad cronologíca de los edificios estudiados aqui.
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Este problema, que ahora queda planteado y abierto, ha sido objeto de un atractivo estudio por parte de Luis Caballero Zoreda y Ángeles Utrero.9 Por otro lado este hecho de extrema identidad metrológica a nivel edificatorio, y no solamente proporcional, hay que ponerlo en relación con el uso y aplicación de un único, o por lo menos mayoritario, sistema de medidas basado en el pes drusianus como unidad de medida y la aplicación al proceso arquitectónico del uso de medidas estándar de agrimensura y que ya hemos estudiado: 30 pes, 50 pes, ½ actus, 1 actus, etc. Parece percibirse la concreción, quizás solo aparentemente, de un modelo de recursos metrologicos, de planificación arquitectónica, realizado por talleres expertos, quizás foráneos y asentados en una región, formando grupos o talleres cuya diversificación posterior se fue adaptando a las formas constructivas de grupos regionales, talleres locales, pero que permanecería, digamos así, intacto el proceso de planificación modular. Claro está que queda por estudiar el sistema de cubiertas, de abovedamientos, el cual se entrecruza perfectamente con el sistema metrológico hasta formar una particular «identidad constructiva», toda vez que el factor metrológico tiene la capacidad de regular la estabilidad tectónica de un edificio, al proporcionar un modelo de construcción (tectónicamente hablando) el cual quedaría asegurado en su transmisión entre talleres o grupos constructivos al estar este regido por normas métricas que permanecerán en su núcleo fundamental inalterables durante largos siglos.
CRÉDITOS En la realización del presente estudio metrológico, y como complemento al estudio de campo, hemos tenido como referentes las planimetrías realizadas por el Instituto Arqueológico Alemán de las iglesias de San Juan de Baños y de San Miguel de Escalada. Asimismo hemos hecho uso igualmente de las planimetrías de San Pedro de la Nave y de Santa María de Melque realizadas por Luis Caballero Zoreda, del CSIC, Centro de Ciencias Humanas y Sociales. Mi reconocimiento a ambas instituciones.
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Consultar su artículo citado supra en la nota 8.
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APROXIMACIÓN A UNA SÍNTESIS DE LA ARQUITECTURA EN LOS TERRITORIOS CRISTIANOS QUE CONFORMARÁN CATALUÑA (SIGLOS VI AL IX) POR
EDUARD CARBONELL ESTELLER Universidad de Girona*
RESUMEN El artículo comienza con una breve introducción, histórica y desde el arte, de los territorios que conformarán Cataluña, en época visigoda. A continuación se plantean los efectos de la conquista islámica en estos territorios, para pasar a centrarnos en lo que se conoce como Cataluña a principios del siglo XII, es decir, aquellos territorios del norte que pronto se independizarán del poder islámico, y entrarán en la órbita carolingia en el siglo IX. Se plantean, siguiendo las diversas opciones de la historiografía, las características ideológicas de este siglo IX en estos territorios. A continuación se estudia la evolución de la arquitectura en estos territorios desde el siglo VI al IX: las ciudades y su urbanismo (Tarraco, Barcino, Gerunda, Emporiae, Rhode) con sus edificios religiosos y civiles más importantes, basándonos en los trabajos publicados desde la arqueología; las Villae; la arquitectura religiosa fuera de las ciudades, terminando con el conjunto de Egara cuyo plan director ha finalizado recientemente. Se quiere apuntar la problemática de la arquitectura de este siglo IX, anunciando el gran cambio que se producirá en el siglo siguiente a partir de 950. ABSTRACT This paper starts with a brief historical and art historical introduction focused on the territories which will form Cataluña in the Visigothic period. The effects of the Islamic conquest on this territory are later proposed and, after that, the early 12th century Cataluña. That is, those northern territories which will soon become independent from the Islamic power, but which will belong to the Carolingian orbit in the 9th century. After different historiographical options, ideological characteristics in the 9th century in these territories are explained. The evolution of the architecture in this area from the 6th to the 9th centuries is also analysed: cities and urbanism (Tarraco, Barcino, Gerunda, Emporiae, Rhode), with their most relevant civil and religious buildings, taking into account the * [email protected]. Agradezco al Dr. Josep Maria Nolla y a su equipo de la Universidad de Girona, a la Dra. Julia Beltrán de Heredia del Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona, y a Domènec Ferran director del conjunto de las iglesias de Egara, la documentación facilitada y sus explicaciones en los conjuntos.
archaeological publications; villae, religious architecture out of the cities, by ending with Egara complex, whose recovering project has recently finished. Problematic of the architecture dated to 9th century is intended to be introduced, highlighting the change to be occurred at the following century, from 950 onwards. PALABRAS CLAVE: Alta Edad Media. Arte visigodo. Conquista del Islam. Historiografía. Arqueología medieval. Arquitectura medieval. Urbanismo. Edificios religiosos. Edificios civiles. Las Villae. Siglo VII. Barcino. Egara. Tarraco. Gerunda. Emporiae. Rhode. KEY WORDS: Earl Medieval Age. Visigothic Art. Islam conquest. Historiography. Medieval Archaeology. Medieval architecture. Urbanism. Religious buildings. Civil buildings. Villae. 7th century. Barcino. Egara. Tarraco. Gerunda. Emporiae. Rhode.
Haremos una breve introducción histórica para situar el objeto de nuestro trabajo sobre la arquitectura de este período, atendiendo a aquellos datos más directamente implicados en el desarrollo de esta comunicación. LA ETAPA VISIGODA El período godo en Cataluña abarca aproximadamente desde el 475, cuando Eurico conquista la Tarraconense, hasta el 715 con la conquista islámica. Estos territorios que formarán lo que después conocemos como Cataluña, están ligados al sur de Francia, a Septimania, en este período visigodo.1 Pero 1 Zimmermann, M., «Conscience gothique et affirmation nationale dans la genèse de la Catalogne (IXe - XIe siècles)», en J. Fontaine; Ch. Pellistrandi (ed.), L’Europe héritière de l’Espagne wisigothique, Colloque international du C.N.R.S.
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Fig. 1. Basílica del anfiteatro. Tarraco.
durante los siglos V y VI, en estos territorios continúa la romanidad, y quedan al margen de los grandes acontecimientos políticos y militares del reino visigodo.2 Las estructuras sociales romanas continuarán bajo los visigodos. Roma ha terminado en el aspecto político, pero la sociedad romana continua, con una evolución de sus estructuras urbanas y rurales, que sobrevivirán durante todo el reinado de los visigodos y en parte del de los musulmanes mismos. Y no tendrá un cambio importante hasta la reconquista y la repoblación con la Marca franca. Cataluña queda al margen de los grandes escenarios políticos y militares del reino visigodo.3 tenu à la Fondation Signer-Polignac (Paris, 14-16 Mai 1990), Madrid, 1992, pp. 51-67. 2 Palol, P. de, Del romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense mediterrània entre els segles IV i X, Barcelona, 1999, p. 36: Sirva de ejemplo que entre los años 468 y 472, después de la desaparición del Imperio de Occidente con Rómulo Augusto, todavía la ciudad de Tarragona dedica honores al emperador Antemio. 3 Palol, P. de, Del romà al romànic, p. 42, Así por ejemplo, en De fisco Barcinonensi, de 592, un comes patrimonio, Escipion, de origen romano, elige a los numerari encargados del cobro de tributos, bajo el consentimiento de los obispos de Tarragona, de Egara, de Girona y de Empúries.
Pero en la Tarraconense, como en todo el Imperio romano, las estructuras sociales habían sufrido una transformación desde mediados del siglo III, ruralizándose, cerrándose las ciudades sobre sus murallas, la villa sufre la crisis económica y a veces se transforma en castellum.4 Los Obispados, constituidos sobre antiguas divisiones territoriales prerromanas, se mantienen. Perduran los Obispados de Urgellum (527), Emporiae (516), Ausona (515), Gerunda (516), Egara (450), Barcino (347), Ilerda (516), Tarraco (258), Dertosa (516).5 La Iglesia sustituye a la sociedad civil en los temas de cultura por razones de prestigio y por exigencias propias de su gestión: la práctica de la liturgia, la lectura de las Sagradas Escrituras, la evangelización, etc. Se inicia un fenómeno que será característico de los primeros siglos medievales: el monopolio de la cultura por la Iglesia, que impone en la producción literaria un predominio de la temática religiosa. El renacimiento de las 4 Salrach, Josep M., Història de Catalunya, volum II. El procés de Feudalització (segles III-XII), Barcelona, 1987. En el «Prólogo» de Pierre Vilar, p. 10. 5 Salrach, Josep M., op. cit., p. 68.
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letras romanas que se encuentra en la Hispania goda, será obra de clérigos. Las escuelas están en las catedrales y en los monasterios; las bibliotecas son catedralicias y monásticas.6 El arte visigodo es un arte de síntesis con profundas raíces en el arte tardo romano hispánico que se desarrollará a partir del reinado de Leovigildo (568586) y de Recaredo (586-601).7 Pere de Palol define el arte visigodo como romanidad. La aportación del mundo visigodo, uno de los pueblos germánicos más romanizados, se manifiesta principalmente en la decoración que se transmite a través del arte del objeto.8 En el arte y la literatura, en la Hispania del siglo VI se encuentra muy poco visigotismo, ya que todo lo que hay es romanismo o renacimiento romanista.9 Ello hace que, en estos primeros tiempos debamos hablar de arte hispánico de época visigoda. Continúa la tradición romana en arquitectura. Se potencian ciudades; así, la basílica de Barcelona, fue embellecida a fines del siglo VI, en tiempos de los obispos Ugno y Nebridio. Se amplia Egara; se amplia el aula de Sant Cugat del Vallés; se construye la basílica de Fructuoso en la arena del anfiteatro de Tarragona también en el siglo VI. Según el Oracional de Verona, procedente de Tarragona, en el siglo VII en esta ciudad hay cuatro iglesias: la catedral llamada Sancta Ihierusalem, San Fructuoso, San Pedro y una cuarta iglesia que quizás corresponda a San Hipólito, pero todavía sin localizar.10 Las villae rústicas, lujosas, centros de la vida económica, y de cultura del Bajo Imperio, son continuadas como explotación agrícola en época hispano goda pero la villa como tal desaparece, y ya a 6 Salrach, Josep M., op. cit., p. 113. Cita al obispo Justo de Urgell que escribe sobre exégesis bíblica; Joan de Biclarum, obispo de Girona, que cultivó la historiografía y la literatura monàstica; el obispo Nebridio de Egara-Barcelona que escribió sobre teología; el obispo Quirze de Barcelona, poeta; el obispo Pere de Lleida, que cultivó la prosa litúrgica; entre otros. 7 Palol, P. de, «Esencia del arte hispánico de época visigoda: romanismo y germanismo», en I goti in Occidente, Settimana Spoleto, III, 1956, pp. 65-126. 8 Palol, P. de, El arte hispánico de época visigoda, Barcelona, 1968. Y ya con una visión global y como continuidad, en la arquitectura asturiana de los siglos IX y X, citemos a Bango, I., «El neovisigotismo artístico de los siglos IX i X: la restauración de ciudades y templos», Revista de Ideas Estéticas, 37, 1979, pp. 319-338; Bango, I., «L’Ordo Gotorum» et sa survivance dans l’Espagne du Haut Moyen Âge», Revue de l’Art, 70, 1985, pp. 9-20. 9 También coincide Salrach, Josep M., op. cit., p. 112 ss. 10 Godoy, C., «Topografía cristina de Tarraco segons l’Oracional de Verona», en Del Romà al Romànic, 1999, p. 81 y ss. Salrach, J.M., op. cit., p. 114; cita además la basílica de la villa Fortunatus de Fraga, la cella memoriae de Empúries, y el templo de Roses.
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fines del siglo V pierden su componente cultural. En escultura se mantienen los talleres peninsulares de sarcófagos (Écija y Alcaudete, por ejemplo). La relación con el Norte de África que encontramos en el arte paleocristiano de la península ibérica en el siglo IV y V, se mantiene en época visigoda y muchos de los grandes dignatarios eclesiásticos de la Tarraconense y la Bética, por ejemplo Pablo, obispo de Mérida en 530-560, proceden de estos territorios de la ribera sur del Mediterráneo.11 Roma había ordenado la producción artística; ahora, sin su influencia, el arte adquiere características localistas y una personalidad diferenciada en cada reino germánico. Así en los siglos VI y sobre todo en el VII, en tiempos del reino de Toledo, el arte visigodo adquiere importancia.
EL ISLAM Y CATALUÑA La invasión musulmana llega a los Pirineos entre 711 y 715. Es detenida en Poitiers en 732. A través de luchas y pactos el Islam domina los territorios, a los que da el nombre de Afrany. Es un proceso de cambios parciales en la sociedad, y de resistencias y continuidades, de pactos, de rupturas, y de alianzas. Y dominará una parte, de lo que después se llamó Catalunya a principios del siglo XII, solo durante 100 años: el Norte del río Llobregat, la cuenca del río Cardener, el Segre medio, la Cuenca de Tremp. Pero ello dura poco tiempo: así, Girona se da a los francos en 785; Barcelona, plaza fuerte musulmana, es tomada en 801 por los francos, por Luís hijo de Carlomagno. Se constituirá la Marca hispánica, como territorio de frontera, no en sentido político administrativo al principio.12 Los territorios del sur los poseerá el Islam durante 400 años. Serán musulmanes desde el punto de vista político, cultural y económico. Con dos capitales: Tortosa y Lleida. Estas fueron conquistadas ya en el siglo XII; Tortosa y Fraga en 1148 por Ramon Berenguer IV, y Lleida el 1149. Tarragona había sido repoblada a partir de 1118. La historiografía dice que no hay bloque musulmán y bloque cristiano. Sino que nos hallamos en una situación de alianzas, rupturas, intrigas. Durante mucho tiempo los cristianos prefieren más la imposición de tributos que la reconquista de tierras, la afluencia de oro que la extensión en 11 Palol, P. de, Arqueología cristiana de la España romana (siglos IV-VI), Madrid-Valladolid, 1967. 12 En Pierre Vilar, Prólogo a Josep M. Salrach, Història de Catalunya, vol. II. «El procés de Feudalització (segles IIIXII )», Barcelona, 1987, p. 9.
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el espacio.13 Esta zona de frontera será un espacio sin límites claros, con dependencias económicas, tributos, sobre territorios. Con líneas de frontera que se mueven, con fortificaciones a ambos lados. Ciudades importantes como Girona o Barcelona, capitularon y no fueron destruidas. En otros casos, Tarragona, Mataró, Empúries lo fueron en parte. La conquista islámica generó la desaparición de los obispados de Egara, Empúries i Vic, y de la metrópolis de Tarragona. A principios del siglo VIII el Cristianismo tenia fuerza en las ciudades, pero menos en el campo; fue en los siglos VIII, IX y X cuando se cristianizó los Pirineos y pre-pirineos.14 El Islam permitió la práctica del cristianismo en los territorios ocupados, pero en los del sur el cristianismo pierde influencia frente al Islam y tiende a desaparecer. Los musulmanes no fundan ciudades, solo barrios en las ciudades ya existentes, como en Lleida o en Tortosa, o bien establecen campamentos cerca de ellas, como en Balaguer, el Pla d’Almatà, o fortificaciones como la Suda en Lleida o Tortosa. Las fuentes árabes hablan de Barcelona, Girona, Tarragona, Lleida, como grandes ciudades; también citan otras ciudades menores como Balaguer, Tortosa, Flix, Ciurana, Empúries, Corbins, Fraga, Egara, entre otras.15 La arqueología ha puesto a la luz estructuras islámicas en Lleida capital, en la iglesia de Sant Martí, con una necrópolis del siglo XII; en Balaguer, en el Castell Formós, en el Pla d’Almatà, en la plaza de Sant Salvador; también en Tortosa, en la Suda, en la plaza de la catedral, y en otros lugares de la ciudad. La documentación islámica nos habla también de mezquitas, que no se conservan pues los cristianos construyeron encima sus templos; ejemplos de Balaguer, Lleida, etc.16 Las fuentes hablan de fortificaciones, husun, en la zona de Lleida: Artesa, Rubió, Almenar, Algerri, Castelló de Frafanya, La Ràpita, Ponts, Montmagastre, Àger, Balaguer, Montsó, Tamarit, Albelda, Alcolea, Corbins, Fraga, Mequinen13 En Pierre Vilar, Prólogo a Josep M. Salrach, Història de Catalunya, vol. II. «El procés de Feudalització (segles IIIXII )», Barcelona, 1987, p. 11. Salrach, Josep M., op. cit., p. 117 y ss. 14 Salrach, Josep M., op.cit., p. 120. En la Cataluña Vieja, en los territorios cristianos, es la iglesia quien vertebra la sociedad y la cultura de estos siglos. 15 Balañà, Pere, Els musulmans a Catalunya (713-1153), Assaig de síntesi orientativa, Sabadell, 1993, p. 56, cita a Leopoldo Torres Balbás, Ciudades hispano-musulmanas de nueva fundación, 1962, cuando hace una referencia breve a la ciudad de Lleida, a la parte de la ciudad que construyeron los invasores, ya que según las fuentes árabes dicen que «era muy antigua». Los musulmanes, a diferencia de lo que sucedió en otros lugares de Al-Andalus, no fundaron ninguna ciudad en estas tierras. 16 Balañà, P., op. cit., p. 205.
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za, entre otras. Fortificaciones también en las zonas cercanas al río Llobregat, como Piera, Gelida, Masquefa, Mediona, Calafell, etc. Y asentamientos en la zona del Bajo Ebro y del Montsià: Benifalet, Xerta, Tivenys, Vinallop, L’Aldea, Amposta, Sant Carles de la Ràpita, Ulldecona, Alcanar, entre otros.17 En general, la historiografía ha escrito sobre la formación de Cataluña de los siglos VIII y IX casi al margen de la presencia islámica en estos territorios. Prescinde de las dinámicas de la sociedad islámica en estos territorios, para entenderlo como algo contrapuesto, cuando la realidad nos lleva a una concepción distinta. La instalación política del Islam en estas tierras a principios del siglo VIII es consecuencia del pacto o la alianza ‘ahd, y se traduce en un estatuto jurídico que los musulmanes imponen a cristianos y judíos. Ello da una sociedad dinámica en estos territorios que tendrá su importancia; lejos del aspecto residual que le confiere la historiografía habitual en el proceso de formación de Cataluña.18 Esta idea la recogeremos después.
LA CATALUÑA CRISTIANA DEL SIGLO IX A diferencia de Asturias, consolidada ya en el siglo IX en torno a una monarquía que se expande en el siglo X por León y Castilla, los territorios que constituirán Cataluña, después de la invasión islámica, entran en el marco del Imperio Carolingio a fines del siglo VIII. Así la ciudad de Girona es liberada del dominio islámico el 785 y Barcelona el 801. Estos territorios constituirán lo que se conoce como Marca Hispánica, formando parte del mundo carolingio. En este contexto, comienza un proceso de afirmación de estos territorios, al consolidarse las estructuras feudales a través de los condados, y las eclesiásticas; a la vez que entran en un proceso de alejamiento del poder franco, que culminará con la ruptura definitiva, del conde Borrell de Barcelona con el monarca franco Luis V en 987, después de la razzia de Al Manssur sobre Barcelona el 985.19 Parte de la historiografía busca en la reafirmación de estos territorios en estos momentos, el reencuen17 Artículo de Helena Kirchner, en Barceló, Miquel, Musulmans i Catalunya, Barcelona, 1999, p 116. 18 Epalza, Mikel de, «Descabdellament polític i militar dels musulmans a terres catalanes (segles VIII-XI)», en Symposium internacional sobre els orígens de Catalunya (segles VIII-XI), Barcelona, 1991, p. 52 y ss. 19 Carbonell, Eduard, «Asturias y la Marca Hispánica», en El Mediterráneo y el Arte. De Mahoma a Carlomagno (ed. de Eduard Carbonell y Roberto Casanelli), Barcelona, 2001, p. 192 ss.
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Fig. 2. Conjunto episcopal de Barcino. Situación topográfica en la ciudad (imagen facilitada por J. Beltrán de Heredia).
tro con la cultura visigoda. Es el caso de Zimmermann que plantea la unidad del pueblo visigodo en estos territorios con el sur de Francia en el contexto visigótico de lo que se conocía como Septimania, y como una unidad política y religiosa como antecedente.20 Esta premisa se hará presente en este proceso de autoafirmación, en el derecho y en la cultura. Así, por ejemplo, la cultura isidoriana está presente en los 20
Zimmermann, M., op. cit., p. 67.
monasterios catalanes de esta época; caso de la biblioteca del monasterio de Ripoll.21 Otros historiadores sin embargo plantean otro enfoque. Epalza expone una idea que me parece importante, que se opone a la idea de continuidad del reino visigodo que puede darse en Asturias. Dice que 21 Mundó, Manuel, Códices isidorianos de Ripoll, Isidoriana, León, 1961, en el estudio constata la presencia de cultura visigótica, en esta época, en el monasterio de Ripoll.
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Fig. 3. Conjunto episcopal de Barcino, s. V. (Imagen facilitada por J. Beltrán de Heredia).
Fig. 4. Conjunto episcopal de Barcino, s.
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Fig. 5. Conjunto episcopal de Barcino, s.
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(Imagen facilitada por J. Beltrán de Heredia).
(imagen facilitada por J. Beltrán de Heredia).
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solo son los obispados los que quieren recuperar las antiguas sedes, mientras que la nobleza no quiere volver a lo anterior, al reino de Toledo.22 En cierto modo Salrach coincide: las familias dirigentes catalanas se distinguían por su fidelidad a Carlomagno, y por haber olvidado, desde el punto de vista político, su pasado godo. La conquista carolingia había conferido un destino original al nordeste peninsular.23 El marco de relación con lo carolingio aportará a estos territorios dos factores fundamentales: la ordenación de la iglesia y la expansión de la orden benedictina; y la consolidación de la estructura feudal.24 La reordenación de la iglesia en estos territorios será uno de los factores determinantes para su incorporación a Europa. Primero por la dependencia religiosa de la diócesis franca de Narbona, y después por la reorganización e independencia de las propias diócesis en el territorio. Esta reordenación irá acompañada de dos elementos decisivos: el cambio litúrgico y la expansión de la orden benedictina.25 El primero de ellos, la implantación de la liturgia romana, va acompañada de otro elemento unificador de estos territorios con la Europa que emana del Imperio: la letra carolina, que se adoptará tanto en los textos religiosos como en los documentos civiles. La liturgia condicionará la arquitectura, y es muy pronto que la liturgia romana entra en los territorios de la Marca; y esto la diferenciará de los otros territorios hispánicos, del reino de Castilla-León, donde se implantará en la segunda mitad del siglo XI y por voluntad real. La dependencia de la diócesis de Narbona donde la liturgia romana se implanta el 815, la participación de obispos catalanes en sínodos francos desde el 860 y la aparición de textos litúrgicos romanos en territorio catalán a partir de 870, nos da una idea de este elemento fundamental de la participación de estos territorios en el mundo europeo de Carlomagno.26 22
Epalza, Mikel de, op. cit., p. 52 y ss. Salrach, Josep M., op. cit., p. 147 y ss. 24 Los textos más significativos que podemos citar son: R. d’Abadal, Dels visigots als catalans, 2 vol., Barcelona, 19691970 ; J. M. Salrach, El procés de formació nacional de Catalunya, segles VIII-IX, 2 vol., Barcelona, 1978 ; P. Bonnassie, Catalunya mil anys enrera (segles X-XI), 2 vol., Barcelona, 1979-1981 ; J. M. Salrach, «El procés de feudalització (segles III-XII)», en P. Vilar (dir.), Història de Catalunya, Barcelona, 1987, II. 25 Carbonell Esteller, Eduard, «L’art de l’an 1000 en Catalogne», Les Cahiers de Saint-Michel de Cuxa, XXXII, 2001, p. 65 ss. 26 Mundó, Manuel, El Commicus palimsest Paris Lat. 2269, amb notes sobre litúrgia i manuscrits visigòtics a Septimània i Catalunya, Scripta et Documenta, Montserrat, 1956 ; Mundó, M., «Les changements liturgiques en Septimanie et en Catalogne pendant la periode pre-romane», Cahiers 23
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Ello les llevará a Europa. Pero la Marca hispánica será un territorio alejado de la corte, y con un fuerte pasado visigodo, con una rica herencia tardo romana, que indefectiblemente le conducirá a una independencia del poder franco. Es fundamental. La nobleza está consolidando un país, un territorio; i para hacerlo busca caminos internacionales, y adquiere prestigio. Construye su país. Para Zimmermann, el proyecto catalán no es el de una reconquista frente al Islam, sino que es la conquista de un espacio de soberanía. Como dice J. Dodds, la nobleza deja para la iglesia la unificación de Europa. Catalunya comenzará a jugar un papel cultural importante en el panorama europeo del siglo X.27 Y esta independencia la conseguirán estos territorios bien entrado el siglo X, manteniendo un papel internacional a través de sus contactos con el mismo Imperio Carolingio, con el sur de Francia, con el alAndalus, con los otros reinos hispánicos, con Roma y con la Lombardia y el norte de Italia. Hacia 950 dos tipos de embajadas catalanas demuestran esta voluntad de independencia: el conde Borrell establece un acuerdo con el califa Abd al-Rahman III de Córdoba; y la nobleza y los altos dignatarios eclesiásticos, pertenecientes a esta misma nobleza, viajan a Francia e Italia, y consiguen relaciones propias con Roma. Se obtienen las bulas que substituirán a los preceptos carolingios y así la independencia de sus diócesis. Pero ya estamos en el siglo X. Veremos ahora la evolución de la arquitectura en estos territorios y en estos siglos (VI al IX). Para ello partimos de un texto fundamental de síntesis dirigido por el Dr. Pere de Palol,28 complede Cuxa, 2, 1971; Gros, M.S., «La litúrgia catalana als segles i XI: una panoràmica general», L’Avenç, 1988, n.º 121, pp.34-38; Freedman, P., «L’influence wisigothique sur l’église catalane», en Fontaine, J.; Pellistrandi, Ch., L’Europe héritière de l’Espagne…, Madrid, 1992, pp. 69-79; Carbonell, E., «Asturias y la Marca Hispánica», en El Mediterráneo y el Arte. De Mahoma a Carlomagno (ed. de Eduard Carbonell y Roberto Casanelli), Barcelona, 2001, p. 192 ss. Esta imposición de la liturgia romana no se hará de golpe. E. Junyent nos explica que el hecho de cerrar el santuario en el momento central de la celebración, como se hacía en la antigua liturgia hispana, se siguió prácticamente hasta fines del siglo IX, según la documentación. Ello aparece en la donación del obispo Gotmar, cuando la consagración en 888 de la primera iglesia de Ripoll donde se utilizan elementos de separación (Junyent, E., L’arquitectura religiosa a Catalunya abans del romànic, Barcelona, 1983, p. 217). 27 Dodds, J. D., «Entre Roma i el romànic: el mite d’Occident», en Catalunya a l’època carolingia. Art i cultura abans del romànic (segles IX i X), Barcelona,1999, p. 147. 28 En la obra ya citada (nota 2), Del romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense mediterrània entre els segles IV i X, Barcelona, 1999, dirigida por Pere de Palol, y realizada por especialistas en cada materia y en cada yacimiento arqueológico y artístico. Deberemos referirnos a la X
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tando con los estudios monográficos en cada caso, priorizando los más recientes. Atenderemos básicamente los territorios que pronto entran a formar parte de la Marca Hispánica. Ello nos lleva a dejar, por desconocimiento propio pero también en parte por la historiografía en general, la arquitectura islámica que puede conservarse en estos territorios, básicamente arquitectura defensiva, fortificaciones y torres. La ausencia en otros ámbitos de la arquitectura de restos islámicos, por destrucción o substitución, nos impide establecer una continuidad y determinar la influencia del mundo islámico en la arquitectura. Viendo, además, que la arquitectura conservada en estos territorios es en su mayor parte religiosa. En todo caso, el estudio de la escultura arquitectónica puede con seguridad conducir al establecimiento de conexiones que en la arquitectura no encontramos.
URBANISMO. EDIFICIOS EN LAS CIUDADES Las ciudades, a partir del siglo VI, son las ciudades de origen romano. Algunas de las antiguas ciudades, a pesar de mostrar su continuidad como mercados, y a pesar de los indicios arqueológicos que muestran la cristianización de su población y por tanto la existencia de de un mínimo complejo arquitectónico religioso, no entrarían en la categoría de centros urbanos. Desde esta perspectiva, se podría hablar de una mayor ruralización del territorio, pues estamos en una sociedad básicamente rural. Las ciudades serán el lugar central de un territorio, el llamado pagus o condado, y serán el centro de las actividades fiscales, y recaudadoras de los impuestos que se cobraban en las villae. Tienen las funciones judiciales, políticas, pues en ellas vivía el conde o el vizconde, y militares. Las ciudades, centros de actividad económica, eran sedes de los mercados, que propiciaban la aparición de los burgos fuera de las murallas. Esto lo conocemos en las ciudades de Barcelona y Girona. Las ciudades que son sede episcopal, donde residía el obispo, mantienen su importancia. Más tarde, con la invasión islámica, la desaparición de sedes episcopales que no fueron restauradas en época carolingia, como las de Egara, Empúries y de la metrópolis de Tarragona, propiciaron la decadencia de estas ciudades. La ciudad de Tarragona entró en una fuerte decadencia. Poco se conoce de ciudades más pequeñas, aunque alguna fuese bibliografía específica que aparece en cada apartado de esta obra, y completarla con los estudios más recientes.
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capital de condado, como es el caso de Besalú, Vic o Manresa.29 La continuidad del hecho urbano será una realidad a partir del siglo VI y tendrá un exponente material claro, la monumentalización de la arquitectura religiosa que marcará la ciudad visigoda. Así ciudades como Barcelona y Girona introducen cambios en su urbanismo al construir y ampliar los conjuntos episcopales, como veremos. El dominio islámico es breve en estas ciudades, pues poco antes de finalizar el siglo VIII, los condados de Girona, de la Cerdaña y de Urgell pasan a depender del estado franco. Como hemos visto, Girona se da a los francos en 785 y en 801 Luis el Piadoso, rey de Aquitania e hijo de Carlomagno, conquista la ciudad de Barcelona después de pactar con sus habitantes. Fuera de la Marca, las ciudades importantes, Tortosa y Lleida, siguen musulmanas hasta el siglo XII. Tarragona estaba en decadencia. La capital romana de la provincia, Tarraco,30 a partir de la segunda mitad del siglo II sufre la transformación de la ciudad alto-imperial. La crisis económica y social del siglo III, la reforma de las provincias de Diocleciano con la reducción de la provincia Tarraconense, la progresiva pérdida de importancia del Imperio romano, la difusión del cristianismo, llevan a la decadencia de la ciudad de Tarraco. Se produce un proceso de decadencia, así se abandonan los tres acueductos que alimentaban de agua la ciudad, por lo que proliferan las cisternas; se suprime el forum municipal; se abandonan los barrios periféricos de la ciudad, y algunos son substituidos por grandes áreas funerarias. Se mantiene, sin embargo, la zona portuaria. Esta decadencia se acentúa a partir del segundo cuarto del siglo V, cuando se abandonan el anfiteatro y el circo. El circo se ocupó por nuevos espacios de hábitat. La actividad urbana, constructiva, se prolonga hasta principios del siglo VII, utilizando materiales procedentes de los edificios oficiales de la capital provincial romana y ocupando los espacios y edificios públicos de la ciudad. En la ciudad de época visigoda, constituía el área principal de residencia la zona más alta, con los nuevos edificios religiosos cristianos, fechados a fines del siglo V o principios del VI, y con el praetorium del gobernador provincial primero y del duque visigodo después. El área residencial intramuros de época alto29 Ver los trabajos de J. Gurt (p. 75) y de J. Bolós (p. 383) en la obra citada en la nota 28. 30 Tarraco. Los trabajos de R. Mar, C. Salom, M.D. del Amo, y C. Godoy (pp. 73 ss. y 173 ss.), en la nota 28. Con amplia bibliografía.
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imperial, se convierte en una extensa área rústica o agro-urbana hasta llegar al barrio del puerto. La documentación nos da datos sobre construcciones religiosas: una inscripción funeraria del obispo Sergio de mediados del siglo VI, cita la construcción de un nuevo monasterio; ya hemos citado el Oracional de Verona, Liber Orationum de Festivitatibus, de principios del siglo VIII que habla de cuatro iglesias en la ciudad: Santa Jerusalén o catedral, San Fructuoso y San Pedro, y una cuarta sin determinar. La iglesia de San Fructuoso se ha identificado con la de la arena del anfiteatro del siglo VI. La catedral visigótica puede situarse, según la arqueología, en el extremo superior del antiguo recinto de culto de época imperial; sería construida a finales del siglo VI o principios del VII. Así pues el conjunto episcopal debe situarse en la zona posterior del ábside de la actual catedral. Explicaremos a continuación brevemente la arquitectura religiosa de la ciudad. La basílica de la necrópolis del río Francolí, al oeste de la ciudad, fue iniciada a mediados del siglo V, y dedicada a Fructuoso, Augurio y Eulogio. Posee una planta rectangular de tres naves separadas por hileras de siete columnas; la cabecera en el este podía presentar dos tipos: un ábside semicircular a la manera constantiniana y romana; un ábside semicircular con una sacristía situada al sureste. En el cuerpo situado en el sureste se sitúa el baptisterio. Posiblemente tuviera un nartex en los pies. La basílica parece, aún sin certeza, que se abandonó a fines del siglo VI o a inicios del VII, y sus naves fueron utilizadas como necrópolis. El culto a los santos mártires debió pasar a la iglesia del anfiteatro. La basílica del anfiteatro (Fig. 1) tiene tres naves con un ábside en forma de herradura. Fue fechada por P. de Palol, y también por H. Schlunk y T. Hauschild, a partir del ábside en forma de herradura, entre los siglos VI y VII; recientemente después de las excavaciones del TED’A, se propone una fecha del primer cuarto del siglo VI. En una importante villa situada con un recinto termal, en los suburbios de la ciudad, en lo que se conoce hoy como el Parque Central, del siglo IV, se construyó a mediados del siglo siguiente una basílica de tres naves y transepto, con atrio, y cabecera rectangular. A esta cabecera se añadieron posteriormente dos capillas o sacristías. En Barcino,31 a partir del siglo V, asistimos a una transformación de la ciudad: cambian las funciones
de los edificios públicos, convirtiéndose en habitats, o cristianizando los templos romanos; se transforman los viales con nuevas construcciones de habitat; se abandona la red de saneamiento (Fig. 2 y 3-5). Es en este siglo cuando el centro de la ciudad se desplaza de la zona del forum romano al lado nordeste de la ciudad, junto a la muralla romana y junto a una de las puertas de entrada a la ciudad, la puerta septentrional decumana. Así en la ciudad, potente en la segunda mitad del siglo VI, los espacios de representación de Barcino lo ocupaban las sedes del comes civitatis y del obispo, el poder civil y el poder religioso (Figs. 2 y 3-5). El conjunto estaba situado en el mismo espacio urbano que continuará hasta el siglo IX bajo el dominio carolingio. La sede episcopal, fundada en el siglo IV, tiene mucha importancia en el siglo VI; se celebran dos concilios, en 540 y en 599. En la transformación del grupo episcopal destaca la labor del obispo arriano Ugno, reconvertido en el Concilio de Toledo de 589, documentado desde 580 hasta 599, uno de los impulsores del programa constructivo del grupo episcopal de Barcelona que transforma todo el sector nordeste de la ciudad. Así es en la segunda mitad del siglo VI cuando se restauró el baptisterio, vinculado a la basílica del siglo IV, y al aula episcopal del siglo V; se construyó una nueva iglesia de planta de cruz con su necrópolis; un nuevo palacio episcopal que sustituyó al edificio anterior del siglo V. También en el conjunto episcopal, se han hallado los restos de termas que se pueden fechar en el siglo VI; no se conoce si son de uso exclusivo para los eclesiásticos o son termas públicas. Fuera del recinto amurallado, se construyen diversas necrópolis. Es en este espacio nordeste de la ciudad donde se construye también en el siglo VI un edificio de carácter áulico, la residencia del poder civil visigodo en la ciudad, del comes civitatis. El palacio visigodo se remodelará en época carolingia y el palacio del siglo XI será una ampliación del antiguo edificio; en el siglo XIV, el Palau Reial Major de Barcelona, residencia de los monarcas, es otra nueva ampliación de la primitiva construcción visigoda del siglo VI. También el palacio episcopal, construido en el siglo V, continuó su función hasta el siglo XII, hasta que se construyó el nuevo palacio en el año 1144, en otro lugar de la ciudad. En la arquitectura del siglo VI, destaca la iglesia de carácter martirial de la Plaza del Rey, construida en
31 En nota 28, p. 179 ss. Y de manera especial en Bonnet, Ch., Beltran de Heredia, J., «Arqueología y arquitectura de los siglos VI y VII en Barcelona. El grupo episcopal», Acta Antiqua Complutensia, 5, en Actas del 4 y 5 encuentro internacional Hispania en la antigüedad tardía, Madrid, 2000, p.
155 ss.; Beltran de Heredia, J., De Barcino a Barcinona. Les restes arqueològiques de la Plaça del Rei de Barcelona, Barcelona, 2001; Beltran de Heredia, J., «Barcino, de Colonia Augustea a sede regia en época visigoda», en Arqueología, Patrimonio y desarrollo urbano, Girona, 2010, p. 31 ss.
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relación con el palacio episcopal y el edificio áulico. Tiene planta cruciforme y fue construida en la segunda mitad del siglo; en el centro del crucero se sitúa el altar. Se conserva el pie que es un fuste de columna bajo el cual se halla el loculus. El crucero está cerrado y separado del resto por canceles, dando lugar a un espacio reservado a los eclesiásticos. El área funeraria de la necrópolis adyacente dispone de un pórtico. El Palacio Episcopal es obra del siglo VI, y se construyó sobre una antigua domus del siglo II, que se convirtió en residencia del obispo desde el siglo V. Posee una planta con un cuerpo central y dos alas simétricas con fachadas con torres articuladas a la manera de una fortificación. El palacio presenta influencia de la arquitectura militar bizantina frecuente en el norte de África y relaciones con los edificios palaciales de Mérida del siglo IX. El edificio áulico, el palacio del comes civitatis (desaparecido), bajo el actual palacio condal, fue desmontado en los años 50 del siglo pasado en un proceso de excavación. Era un edificio de dos pisos que se organizaba en tres alas rectangulares y un patio central, en forma de U, al que se abrían las fachadas principales del edificio; daba hacia la muralla y comunicaba con el pasaje de circulación que conducía a la escalera del camino de ronda. Era la residencia del conde de la ciudad de época visigoda, el comes civitatis.32 32 Bonnet, Ch.; Beltrán de Heredia, J., «Arqueología y arquitectura de los siglos VI y VII en Barcelona. El grupo episcopal», en Actas del 4 y 5 encuentro internacional Hispania en la antigüedad tardía, Madrid, 2000. Definen las características de esta arquitectura: 1. Reutilización de materiales arquitectónicos como material constructivo. 2. Muros de mampostería y sillarejo con un enfoscado exterior que oculta la obra de fábrica. Esta se ejecuta con un doble paramento: hiladas horizontales de piedra tallada que configuran las dos caras del muro y un núcleo interior formado por un conglomerado de ripios y mortero de cal. Los elementos reaprovechados se calzan con fragmentos cerámicos, normalmente fragmentos de tegulae o ánfora africana. Da como resultado una arquitectura sólida de gruesos muros y potentes cimentaciones. 3. Las jambas y los umbrales se construyen con sillería, y en las esquinas de los edificios se disponen grandes bloques de piedra. 4. En los paramentos se utiliza la técnica del opus africanum. 5. Emplea zapatas de cimentación para los soportes verticales de carga (pilares o pilastras adosadas). 6. Posiblemente el sistema de cubrición sea de bóvedas de cañón. 7. El pavimento es de opus signinum. A veces de opus sectile. A veces pavimento de cal. De manera específica ver también Bertrán de Heredia, J., «Arquitectura y sistemas de construcción en Barcino durante la antigüedad tardía. Materiales, técnicas y morteros: un fósil director en el yacimiento de la Plaza del Rey», en Quaderns d’Arqueologia i Història de la ciutat de Barcelona, Quarhis, época II, año, 2009, n.º 5, pp. 143-169.
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Se tienen pocos datos de las construcciones del resto de la ciudad: la cristianización de las termas públicas de Sant Miquel; noticias de la iglesia de Sant Just i Pastor; los capiteles e impostas de los siglos VI y VII de Sant Pau del Camp, que nos hacen pensar en una antigua construcción de esta época. Otros indicios nos hacen presuponer edificios de culto donde ahora se hallan iglesias góticas como Santa Maria del Pi. Se reforman las grandes domus compartimentando los espacios y convirtiéndose en casa de vecinos. Otras zonas de la ciudad aparecen como desestructuradas.33 Es difícil saber como afecto a este conjunto la ocupación islámica del siglo VIII. El palacio del Comes Civitatis se convirtió en el palacio del Valí, y el aula y el baptisterio se convirtieron en espacios reservados a los musulmanes. En el siglo IX, a partir de la ocupación carolingia, se producirá otro gran cambio en la arquitectura de este espacio de la ciudad. Ello se da por la actuación del obispo Frodoí en el último cuarto del siglo. Pero no se conoce el alcance de su actuación en la catedral en torno a 877, ya bajo la advocación de la Santa Cruz y Santa Eulalia; quizás solo restaurara la antigua basílica, que enlazaría posteriormente con la catedral románica. Será en esta época cuando el baptisterio pierde su función y se convierte en área de enterramientos; también la iglesia cruciforme queda absorbida en parte por el primer palacio condal de Guifré el Pelós, documentado a partir de 924, y una nueva zona de habitats documentados también en el siglo X. En la ciudad de Ilerda,34 los escasos restos arqueológicos encontrados no van más allá del siglo V. No se conocen elementos arqueológicos posteriores con anterioridad a la conquista árabe del 713, pero sí existe documentación de la presencia de obispos de la diócesis en diversos concilios en época visigótica. La misma ciudad de Ilerda fue sede de un concilio el año 546. En Gerunda,35 a fines del s. III y a principios del IV se construye un nuevo recinto de murallas que disponía de cuatro puertas con torres. Se transforma el sector nord-este de la muralla, en la parte del forum. En el emplazamiento de la actual iglesia de San Fe33 Recientemente Julia Bertrán de Heredia ha publicado «La cristianización del suburbium de Barcino», en Monografías de Arqueología Cordobesa, nº 18, 2010, pp. 363-396. 34 Ilerda. Los trabajos de A. Pérez (p. 95 ss. y 173 ss.), en volumen nota 28. Con amplia bibliografía. 35 Del forum a la plaça de la Catedral. Evolució historicourbanística del sector septentrional de la ciutat de Girona, J. M. Nolla, L. Palia, J. Sagrera, M. Sureda, E. Canal; G. García, M. J. Lloveras, J. Canal, Girona, 2009. Con toda la bibliografía.
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Fig. 6. Gerunda. La ciudad en la antigüedad tardía y en época carolingia (a partir de Del Romà al Romànic, 1999, p. 96. J. M. Nolla y J. Sagrera).
liu se supone la existencia de un martyrium del siglo IV, que fue posible centro de peregrinación desde fines del siglo VI. Este templo extra muros fue, conjuntamente con la iglesia de Santa Maria desde el segundo tercio del siglo IX, la concatedral, hasta que se comienza la catedral románica, consagrada en 1038. En los siglos VI y VII, el forum comienza a perder su función, pues el poder episcopal está extramuros, en el entorno de la basílica martirial y catedral de Sant Feliu. En el forum se construye un palacio, que modifica el espacio porticado frente a la basílica. Es la sede del comes civitatis, el poder urbano de la ciudad, y se construye en torno al 500. Estaba precedido de un gran atrio. A sus lados se construyen dos pequeños templos, las capillas de Santa Maria de les Puelles y de Sant Genís. En el otro extremo del foro, el antiguo templo basilical, ya sin uso después que Teodosio cerrara los espacios de culto pagano, quizás se instalara la mezquita bajo la dominación islámica entre 714-717 y 785. Pero la arqueología no proporciona datos sobre la ocupación musulmana de la ciudad. Será a partir del 785 cuando la ciudad se libra a Carlomagno, el momento en que se documenta un cambio en la estructura urbana, sobre todo infra muros. Entre fines del siglo VIII y mediados del IX la muralla se refuerza, se amplia el sector nordeste construyendo un nuevo barrio intramuros, unos 5.000 m2, un 10% de la superficie total de la ciudad. Es en este momento cuando en el antiguo templo romano, transformándolo, se construye la iglesia de San-
ta María, concatedral junto con Sant Feliu desde el 830 aproximadamente. Se construyen nuevas dependencias ligadas al servicio del nuevo templo. En este templo de Santa Maria se construirá la catedral románica iniciada en 1015 y consagrada en 1038. Pero hay más transformaciones en otras zonas de la ciudad. Se construye el castillo de Gironella en el punto más alto de la ciudad, en la parte oriental, que representará el poder condal a partir del s. IX. Al otro lado de la ciudad, en el camino que unía la Vía Augusta con el portal Rufí, se levantaba una iglesia del siglo IX dedicada a San Martín de Tours y en torno a ella un barrio. La documentación nos habla, en la segunda mitad del siglo X, de un palacio condal que el conde Borrell II vende al obispo Gotmar II, y que constituirá el núcleo del palacio episcopal. La relación de Girona con Carlomagno es estrecha (Fig. 6). Sobre el río Ter, cerca de la ciudad de Gerunda, se halla el Castellum de Sant Julià de Ramis. Construido a mediados del siglo IV, este castellum militar protegía la Vía Augusta. Fue modificado en época visigoda, construyendo una capilla dentro del recinto, en el siglo VII. Fue ocupado por los árabes a principios del siglo VIII y abandonado, pero el templo siguió funcionando como parroquia. Fue reformada a fines del siglo X.36 36 Burch, J., y otros, Excavacions arqueològiques a la muntanya de Sant Julià de Ramis. El castellum, Girona, 2006. Aicart, F.; Nolla, J. M.; Palaí, Ll., L’Eslésia Vella de Santa Cristina d’Aro. Del monument tardoantic a l’església medieval, Girona, 2008, p. 179 ss.
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Fig. 7. Conjunto de Emporiae (Del Romà al Romànic, 1999, p. 98. J. M. Nolla y J. Sagrera).
Son prácticamente inexistentes las noticias de la ciudad de Ausa,37 en los siglos III y IV. Está documentada la sede episcopal en los siglos V y VI, pues sus obispos participan en los concilios provinciales de Tarragona y nacionales de Toledo. Con la invasión islámica del siglo VIII se destruye la sede episcopal y gran parte de la ciudad. Será en el siglo IX cuando en el marco de la repoblación se reconstruye la nueva sede episcopal, edificada en 888, y en torno a ella la ciudad, a los pies del montículo donde se hallaba el templo romano. Tenemos pues dos puntos neurálgicos en esta época: en la parte superior donde se hallaba el templo romano, se halla el castillo condal de los Montcada; y en la parte baja, la catedral y sus edificios anexos. Estos dos núcleos continuarán en activo hasta el siglo XV. No se conservan restos del siglo IX, y la catedral será substituida por la catedral románica. La ciudad de Iluro, presenta una progresiva decadencia desde fines del siglo III, y no se conoce su evolución a partir del siglo VI. Será a partir del siglo XI cuando aparece nueva documentación sobre la ciudad. 37
Ollich, I., «La ciutat a l’època carolingia», en Catalunya a l’época carolingia. Art i cultura abans del romànic (segles IX i X), Barcelona, 1999. p. 89 ss.; Molas, M. D.; Ollich, I., p. 92 ss. en volumen nota 28.
En la época que nos ocupa, la ciudad de Emporiae,38 tiene una estructura urbana que es un conjunto de elementos yuxtapuestos (Fig. 7): el puerto, entre la antigua isla de Sant Martí y la Neápolis; el área fortificada de Sant Martí. El obispado de Emporiae está documentado a partir del 516, y sus obispos asisten a los concilios de Barcelona, Tarragona y Toledo durante los siglos VI y VII. Pero el conjunto episcopal con la basílica, el baptisterio, el episcopium y otras dependencias, situado según la historiografía en el núcleo de Sant Martí, no se ha hallado. En cambio es posible, de acuerdo con prospecciones realizadas y con la fotografía aérea, que se sitúen en torno a la iglesia de Santa Margarida. Esta es una iglesia del siglo X, realizada sobre construcciones anteriores, un edificio bautismal que puede fecharse entre los siglos V y VI, y que sobrepasa los límites de la iglesia actual; pero hará falta la excavación total del lugar. La cella memoriae (Figs. 8 y 9) de la Neápolis de Empúries fue construida hacia el 400 en el antiguo caldarium de las antiguas termas públicas en el centro de una necrópolis. Fue convertida en iglesia funeraria, formada en un primer momento por un aula 38 Aquilué, X., Nolla, J. M., Empúries a l’antiguitat tardana, Monografies emporitanes,15 (pendiente de publicación). Aicart, F.; Nolla, J.M.; Palaí, Ll., L’Eslésia Vella de Santa Cristina d’Aro. Del monument tardoantic a l’església medieval, Girona, 2008, p. 113 ss.
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Fig. 8. Cella memoriae. Neàpolis de Emporiae. (Foto X. Aquilue).
Fig. 9. Planta con las fases de la cella memoriae. Neàpolis de Emporiae (planta según J. M. Nolla y J. Sagrera),
rectangular al que se añadía un ábside semicircular, parcialmente inscrito con una pequeña dependencia auxiliar en el lado norte de la cabecera. Puede fecharse ya en el siglo V. Posteriormente se amplía el conjunto: se alarga la nave hacia el oeste, se añade una capilla funeraria de planta trapezoidal dispuesta perpendicularmente al eje del edificio hacia el norte. La cubierta del edificio fue a doble vertiente. El conjunto de Santa Magdalena cerca de Empúries (Figs. 10 y 11), tiene su origen en un monumento funerario fechado entre la segunda mitad y el último
tercio del s. IV. Está formado de un recinto cuadrangular rodeado por un muro perimetral en el que se situaban tres estancias ordenadas simétricamente separadas por dos pasadizos; en la estancia central se construyen estructuras triangulares en los ángulos, de manera que se obtiene un octógono que hace suponer que cubría una cúpula semiesférica. Frente a este conjunto hay una estancia de mayores dimensiones, que debió servir como capilla asociada al culto funerario, es decir el lugar donde se celebraban los rituales. Posiblemente estamos ante un monumento fune-
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Figs. 10 y 11. Santa Magdalena. Empúries. Vista general y el mausoleo previo a la iglesia (MAC-Empúries).
rario de un personaje importante (no es un baptisterio como se había considerado). Ya en el s. VI, quizá en la segunda mitad, se realiza una reforma en la parte norte y nororiental, y el antiguo oratorio se convirtió en una iglesia funeraria de planta rectangular. Posteriormente quizá en el s. VIII o muy a principios del s. IX se efectúan nuevas reformas dotando al templo de una planta de cruz latina con ábside rectangular, y un nuevo ámbito de enterramiento. En un cuarto momento, se construye delante del presbiterio, un campanario similar al de la iglesia de Santa Helena de Sant Pere de Rodes; estaríamos ya en el primer cuarto del s. X (Fig. 12). Parece que el edificio fue incendiado en 935. La iglesia de San Vicente o de Les Corts, al
sureste de Santa Magdalena es centro de una necrópolis que se mantiene hasta muy avanzada la Edad Media. Su origen es un establecimiento rural de época bajo-republicana convertido en lugar de enterramiento sobre el que se construye una iglesia posiblemente a mediados del s. XI. El cementerio se utiliza desde la antigüedad tardía hasta el s. XIII y XIV. La invasión islámica y la conquista carolingia influyen en esta estructura urbana dispersa. Se suprime el obispado, que es absorbido por Girona. El núcleo central del poder condal, el palacio, se instala, dentro de las murallas de Sant Martí. Parece que es en este momento que se construye el templo dedicado a Sant Martí que aparece en la documentación
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Fig. 12. Dibujos de las diversas fases evolutivas de Sata Magdalena. Conjunto formado por la iglesia y una necrópolis generada a su alrededor (MAC Empúries).
a partir del 843; el templo fue reconstruido por el conde Gausbert, según consta en una lápida fechada en el 926. El puerto continúa su actividad y adquiere importancia; la historiografía cree que se convierte en el puerto principal de la marina de guerra
carolingia del sector oriental de la Marca. Un texto árabe del 935, de Ibn Hayyan, explica una expedición de castigo del califato contra la piratería que ejercían los condes de Empúries; en él se cita el puerto, las atarazanas, la muralla de origen romano
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Fig. 13. Poblado de Puig Rom. Rhode (Del Romà al Romànic, 1999, p. 158. ECSA-J. Todó).
que protegía la isla de Sant Martí, y la densidad de una población dispersa cerca del puerto y de la corte condal. En el s. XI la capital del condado de Empúries se traslada a Castelló d’Empúries. En Roses, Rhode,39 dentro de la ciudadela se conservan diversos restos de poblamiento de época visigótica, del s. V al VII, donde se conservan los restos de la iglesia y de la necrópolis paleocristianas. Dentro de las ruinas de la iglesia románica de Santa Maria, en el interior de la ciudadela, se construyó en torno al año 400 una cella memoriae con un aula rectangular y un ábside semicircular, donde se hallaban dos tumbas. Pudo servir de pequeña iglesia funeraria de la necrópolis existente. Una reforma posterior modificó la cabecera, substituyendo el ábside semicircular por otro rectangular. Al margen de este núcleo, las excavaciones han puesto de manifiesto un mínimo de estructura urbana, con trazado de calles y establecimientos para la salazón del pescado. Las excavaciones han ido más allá del recinto de la ciudadela. En conjunto, nos da un primer momento a partir del siglo IV, una expansión en el siglo VI, y un abandono definitivo en el VII. Cerca de la ciudad se 39 Puig, Anna M., «El jaciment de Rhode a la fi de l’antiguitat tardana. Els contextos del segle VII d.C. a la ciutadella de Roses (Alt Empordà)», Pyrenae, 29, 1998, pp. 171192. Aicart, F.; Nolla, J. M.; Palaí, Ll., L’Eslésia Vella de Santa Cristina d’Aro. Del monument tardoantic a l’església medieval, Girona, 2008, pp. 93 ss.
Fig. 14. Conjunto de Bovalar. Vista general (Del Romà al Romànic, 1999, p. 119. ECSA-J. Todó).
halla el poblado de Puig Rom que se convertirá en el núcleo más importante de la población a pesar de que el puerto continúa funcionando a lo largo de todo el siglo VII. En la época carolingia posiblemente se vuelve a ocupar las antiguas zonas de época paleocristiana, donde se levantará el monasterio benedictino de Santa Maria de Roses, constituyendo un importante núcleo de población en la alta Edad Media. En época visigoda, fundamentalmente en el siglo VII, surgen unidades de habitat disperso, nuevos po-
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Fig. 15. Conjunto de Bovalar. Piscina bautismal y baldaquino (Del Romà al Romànic, 1999, p. 190. Servei d’Audiovisuals de l’Institut d’Estudis Ilerdencs-J. I. Rodríguez).
blados dedicados a la explotación agrícola. Se conocen el ya citado de Puig Rom (Roses), el Bovalar (Serós) y Vilaclara (Castellfollit del Boix).40 El poblado fortificado hispano-visigótico de Puig Rom está situado cerca de la ciudad de Roses (Fig. 13). Las excavaciones han puesto a la luz ricos materiales arqueológicos del siglo VII. Finaliza a principios del siglo VIII. El poblado de Vilaclara en Castellfollit del Boix, es un asentamiento rural de la antigüedad tardía con actividad importante en época visigoda, con materiales arqueológicos fechables en el siglo VII. Está activo hasta los siglos XI y XIII. El Bovalar, en Serós (comarca del Segrià) (Figs. 14 y 15), es un poblado visigodo importante en el siglo VI y VII. Construido junto a un núcleo de época romana, al lado de una basílica paleocristiana de la segunda mitad del siglo V y de una necrópolis. El templo es de planta basilical de tres naves y cabecera tripartita rectangular, en la que las cámaras laterales son funerarias; separa la cabecera de las naves, el coro o presbiterio separado por canceles. En los pies del templo, adosado a las naves, se 40
Navarro, R., pp. 103 ss. en volumen nota 28.
halla el ámbito bautismal con piscina cubierta por un baldaquino, sostenido por seis columnas con sus ca-
Fig. 16. Villa Fortunatus. Fraga. Vista general (Del Romà al Romànic, 1999, p. 147. F. Tuset).
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piteles de tipo corintio con decoración de talla de arista que recuerda la talla a bisel visigótica, cimacios decorados con escultura y arcos. Estilísticamente esta escultura debe situarse entre modelos del Bajo Imperio y la escultura visigótica de los siglos VI y VII. Los fragmentos de canceles pueden conectarse con las formas escultóricas de Bizancio o Rávena del s. VI y VII . La Necrópolis se extiende por el exterior y el interior del templo. Este conjunto puede fecharse en la segunda mitad del siglo V, y está activo junto al poblado hasta principios del siglo VIII. Estudiado por P. de Palol, de las excavaciones procede un rico ajuar litúrgico de época visigoda.41
LAS VILLAE42 Entre los siglos V y VI transformación del habitat de las antiguas villas romanas. Se transforma el espacio; las termas por ejemplo, son ocupadas por elementos de producción agrícola, el patio y el peristilo se transforman, hay cambio de función en las zonas ocupadas por mosaicos, etc. Es el fin de un modelo. Citaremos algunas de estas villas que tienen continuidad en la época que nos ocupa, a partir del siglo VI, pero ya lejos del concepto de villa del Bajo Imperio. La Villa de Torre Llauder, en el núcleo urbano de la ciudad de Mataró, Iluro, forma parte de un edificio residencial, agroindustrial, del siglo -I. La construcción de la villa es de fines del siglo II y principios III; y reformada en el IV. Es posible su continuidad en época visigoda, pues los últimos materiales arqueológicos son del siglo VI, aunque podía haber estado activa en los siglos VII u VIII. La Villa del Aiguacuit, está cerca de Egara (Terrassa). Desde el siglo I con continuidad hasta los siglos X y XI, es un ejemplo de transformación; con un momento de cambio importante en el siglo VI, cuando se realizan estructuras subterráneas para almacenamiento, y en el siglo VII. La Villa de El Romeral, cerca de Albesa, en la comarca de la Noguera, es de origen alto imperial, de los siglos I y II. Pero la fase constructiva más importante se da en el siglo IV; y contiene estructuras arquitectónicas más tardías, de los siglos V 41 Contiene mobiliario litúrgico de los siglos VI y VII, y algunas piezas de procedencia egipcia, copta, o italiana. Destaca un incensiario y un vaso eucarístico. Palol, P. de, El Bovalar (Serós, Segrià). Conjunt d’època paleocristiana i visigòtica, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1989. Palol, P. de, p. 145 ss. en volumen nota 28. 42 Navarro, R., p. 109 ss. en volumen Nota 28. Especialistas redactan los trabajos monográficos: J. Roig, la villa de el Aiguacuit (p. 139 ss), F. Tarrats la villa de Els Munts (p. 132).
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y VI, sobre el peristilo. La Villa Fortunatus en la cuenca del río Cinca, cerca de Fraga (Fig. 16), era una rica y magnífica villa decorada con mosaicos, pintura parietal y elementos escultóricos. A inicios del siglo V, la zona del triclinio se transforma en basílica cristiana; es un templo de tres naves con la cabecera sobre el peristilo; puede fecharse en torno a 420-430. En la parte sur se añade una cámara rectangular con funciones de baptisterio. Se reconocen dos fases en la cabecera de la iglesia: de tripartita se pasa a añadir en el central, bajo la cripta, un ábside rectangular en el exterior y semicircular en el interior. Esto podría darse ya en el siglo VI avanzado. La villa se abandona en la primera mitad del siglo V, pero la basílica continua funcionando. La Villa de Els Amatllers, en el municipio de Tossa de Mar, en la comarca de la Selva, tiene su origen en el siglo -I, pero en su mayoría responde al siglo II y III. Perdura hasta el siglo VII, con construcciones rectangulares simples sobre las viejas estructuras que pierden su función hacia el 450. Las excavaciones pusieron a la luz mosaicos de hacia el 400, y cerámicas del siglo VII. La Villa de Vilauba, cerca de Banyoles, tiene actividad desde fines del siglo V a mediados del siglo VII ya como establecimiento agrícola solamente, lejos del concepto de villa. La Villa de Els Munts, en el término municipal de Altafulla, cerca de la antigua Tarraco, tiene su origen en el siglo I, y sufrió un incendio en la segunda mitad del siglo III. Fue recuperada para usos agrícolas a partir del siglo IV, abandonado su antigua función residencial principal. Continuidad en los siglos VI y VII.
ARQUITECTURA RELIGIOSA FUERA DE LAS CIUDADES A continuación citaremos algunas iglesias que ejemplifican esta continuidad que estamos viendo en la arquitectura desde la tardo antigüedad hasta el siglo IX y X. Es el caso de la iglesia de Sant Joan de Bellcaire, en la comarca del Baix Empordà (Fig. 17). Primero podemos hablar de una cella memoriae dedicada a un personaje importante de fines del siglo V o inicios del VI; posteriormente, entre los siglos VII y VIII se añade a esta aula un ábside rectangular, convirtiéndose en iglesia, a la que se añadirá posteriormente un crucero. Ya en época prerrománica, en el siglo IX, aparece una iglesia de tres naves, la nave central cubierta con vuelta de cañón y dos laterales de cuarto de bóveda; incluyendo el transepto dentro de las naves. Se construye una absidiola de planta semicircular en el lado norte del ábside rectangular. En
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Fig. 17. Sant Joan de Bellcaire. Planta (J. M. Nolla y J. Sagrera).
Fig. 18. Santa Cristina d‘Aro. Planta (J. M. Nolla y J. Sagrera).
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Fig. 19. Sant Cugat del Vallés (Del Romà al Romànic, 1999, p. 184. ECSA-F. Bedmar).
Fig. 20. Conjunto de las iglesias de Egara (Terrasa), después de la restauración. (Foto facilitada por D. Ferran).
el s. XI se construye el nuevo ábside semicircular que engloba los anteriores. La iglesia de Santa Cristina d’Aro, en la misma comarca (Fig. 18), tiene su origen en el emplazamiento de una villa bajo imperial, con un mausoleo o cella memoriae precedida de una cámara de acceso. Tiene una cronología del siglo IV o inicios del V. La ampliación
poco después del aula del edificio, conservando la cabecera, constituirá la primera iglesia. En época prerrománica, en el siglo IX, se construye una nueva cabecera rectangular, y se unifican los espacios del aula.43 43 Aicart, F.; Nolla, J. M.; Palaí, Ll., L’Eslésia Vella de Santa Cristina d’Aro. Del monument tardoantic a l’església medieval, Girona, 2008.
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APROXIMACIÓN A UNA SÍNTESIS DE LA ARQUITECTURA...
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Fig. 21. Sant Miquel de Egara. Vista general (Foto facilitada por D. Ferran).
En el actual monasterio románico y gótico de Sant Cugat del Vallés, en la comarca del Vallés Occidental (Fig. 19), que en época romana bajo imperial constituía un recinto fortificado inacabado, se construyó a mediados del siglo V un aula rectangular, un mausoleo familiar posiblemente. A este conjunto se añadió en una segunda fase un ábside de planta poligonal en el exterior y de herradura en el interior, que puede fecharse en el siglo VI, convirtiéndose en templo cristiano. El conjunto se halla visible en el claustro románico del monasterio. Caso especial para la historiografía lo constituye el conjunto de Egara. Las iglesias de Egara forman un conjunto que tiene una trayectoria de continuidad en la historia, desde el siglo IV, con antecedentes más antiguos, hasta principios del siglo XII; los tres edificios religiosos, Santa Maria, Sant Miquel y Sant Pere, muestran una evolución compleja de la arquitectura y del arte que enlaza el mundo antiguo con la Alta Edad Media.44 El obispado de Egara, está documen44
Garcia, G.; Moro, A.; Tuset, F., La seu episcopal d’Ègara. Arqueologia d’un conjunt cristià del segle IV al IX,
tado a partir del año 450 hasta el siglo VIII. Así, su origen como sede episcopal data del año 450, momento en que el obispo de Barcelona, Nundinario, divide su diócesis, crea el obispado de Egara y nombra a Ireneo obispo de la nueva diócesis. Otra fecha significativa es el año 614, marcada por la celebración del concilio de Egara, presidido por el obispo de Tarragona, Eusebio. El último obispo del que se conoce el nombre es Juan, que situamos entre los años 683 y 693. El conjunto episcopal está formado por un patio central, de carácter cementerial, al que se abren la catedral de Santa Maria, el edificio funerario de Sant Miquel y la iglesia parroquial de Sant Pere (Figs. 20, 21 y 22). La historiografía define dos líneas de cronología: época visigoda y época prerrománica. La arqueología, realizada de manera sistemática a partir de la ejecución del Plan Director (iniciado en 1995), y la reciente musealización, finalizada en 2009, define: Un primer momento preepiscopal con una cropublicado por el Institut Català d’Arqueologia Clàssica, Tarragona, 2009. Ferran, D., Ecclesiae Egarenses. Les esglésies de Sant Pere de Terrassa, Barcelona, 2009.
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Fig. 22. El conjunto de las iglesias de Egara en el siglo (Museu de Terrassa-M. G. Garcia Llinares).
nología entre mediados del siglo IV y el año 385, con una basílica de una sola nave, Santa Maria. En una segunda etapa se construye sobre ella la nave de una segunda iglesia, de la que se conserva el pavimento de mosaico (hoy en el exterior, frente al templo actual) y un primer baptisterio al este del templo, que la arqueología sitúa entre el año 385 y el 420/430. A partir del año 450 se construye la primera catedral, de una sola nave, y un baptisterio con piscina de planta octogonal, situado al oeste de la iglesia. En el siglo VI el templo se amplía y se construye la iglesia de tres naves, manteniendo el mismo baptisterio anterior, a los pies de la nave central. Es el momento en que se construye el edificio martirial de Sant Miquel, de
VI.
Planta.
planta central y cruz griega con cúpula central, y la iglesia de Sant Pere de tres naves, con la cabecera formada por el transepto y la cella trichora, el ábside trilobulado. El ábside central de la iglesia de Santa Maria se transformará poco después con una cabecera, rectangular en el exterior y de arco de herradura en el interior. El conjunto será reformado a partir del siglo XI. En el siglo IX, ya hemos visto algunos casos de la evolución de la arquitectura descrita hasta ahora. La documentación también nos habla en este siglo de una arquitectura que está formada por iglesias muy sencillas, de una sola nave cubierta a dos aguas, con cabecera de planta rectangular o trapezoidal, y en
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algún caso semicircular; a veces la nave aparece cubierta con bóveda y separada, con un arco triunfal de herradura, de la cabecera. Es un modelo frecuente en Europa, con antecedentes en los siglos VI y VII. Es una arquitectura rural de pequeñas iglesias de tapia y piedras, que se construyen a menudo sobre antecedentes tardo romanos o paleocristianos, caso de Palol Sabaldòria o Sant Cristòfol de Cabrils. En ellas no podemos hablar de influencias, sino de una tradición arquitectónica. Sin embargo, también la documentación nos habla de la construcción de edificios con cierta importancia, aunque con técnicas y materiales pobres, que luego serían reconstruidos o rehechos en el siglo siguiente y en época románica, con el gran empuje que recibe el país a partir de 950. En la Seu d’Urgell, la catedral construida en 839 y rehecha en época románica, la documentación nos habla de la estructura episcopal frecuente en la época con tres iglesias dedicadas respectivamente a San Pedro, Santa María y San Miguel. La misma dedicación tenían las tres iglesias que constituían en el siglo X el conjunto de la catedral de Vic, consagrada en origen el 888. De la catedral de Barcelona, se conoce una reforma de la antigua sede en época del obispo Frodoí (861-890), que enlazaría con la catedral románica del siglo XI. Otro ejemplo es la iglesia de Cuixà del año 854, construida según documentación de barro y piedras (ex luto et lapidibus), que
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será reemplazada a partir del 953 por una nueva construcción, y consagrada en el 974 por el abad Garí. Era una basílica de tres naves con transepto muy marcado y cabecera cuadrada con absidiolas que se abren en el transepto; grandes arcos de herradura separan la nave central de las laterales, arcos de herradura que enlazan con la tradición visigoda. La obra será continuada por el abad Oliva en 1009. Pero tendremos que llegar al s. X para llegar a la gran arquitectura prerrománica catalana: Cuixà, Ripoll, Sant Pere de Rodes, Sant Quirze de Colera, que enlazará con uno de los primeros románicos de carácter distinto al importado románico lombardo. Pero esta es otra historia.45 45 Junyent, E., L’arquitectura religiosa en la Catalunya carolíngia (Discurso de recepción en la Reial Academia de Bones Lletres de Barcelona), Barcelona, 1963; Barral, X., L’art pre-romànic a Catalunya, Barcelona, 1981; Junyent, E., L’arquitectura religiosa a Catalunya abans del romànic, Barcelona, 1983; en los dos textos se recoge la bibliografía especializada. Carbonell, E., «Algunes reflexions sobre l’arquitectura a Catalunya a l’entorn de l’any mil», en Simposi Internacional d’Arquitectura a Catalunya, segles IX, X i primera meitat de l’XI, (Girona, marzo 1988), Girona, 1994, p. 121 y ss. Palol, P. de; Lorés, I., «L’arquitectura abans del Romànic», en Del Romà al Romànic. La Tarraconense mediterrània dels segles IV al X, Barcelona, 1999. Varios trabajos en el Catálogo de la exposición: Catalunya a l’época carolingia. Art i cultura abans del romànic (segles IX i X), Barcelona, 1999. Queremos destacar también los trabajos de Joan Badia y Xavier Sitjes en territorios concretos.
GALICIA, LA CRISIS DEL SIGLO VIII Y LA TRANSICIÓN AL MUNDO MEDIEVAL. NUEVAS PROPUESTAS PARA VIEJOS PROBLEMAS POR
JOSÉ SUÁREZ OTERO S.A. de Xestión do Plan Xacobeo (Xunta de Galicia)*
RESUMEN El texto trata un acercamiento a la formación del mundo medieval gallego, con el siglo VIII como punto de inflexión, a través de tres lugares comunes de la investigación gallega: las necrópolis, las laudas de doble estola y el yacimiento arqueológico bajo la catedral de Santiago. La dificultad que plantean unas necrópolis de configuración simple y datación imprecisa y en la que conviven continuidad y discontinuidad; la riqueza iconográfica de las cubiertas de sarcófago, poco tenida en cuenta en su contenido estilístico y simbólico; y un santuario cuyos orígenes están marcados por el mito, lo ideológico y una arqueología rica en contenidos, pero técnica y metodológicamente pobre, delinean una compleja convivencia entre la continuidad y el cambio, tanto en lo material como en lo superestructural, para los orígenes de la Galicia medieval. SUMMARY This paper intends to be an approximation towards the formation of the medieval Galician world, taking the 8th century as inflection point and exploring three common places of the Galician research: necropolis, gravestones with double stole and the archaeological site under the cathedral of Santiago. These three aspects draw a complex coexistence between continuity and change, both material and super structural, for the origins of medieval Galicia. Firstly, the difficulty of understanding necropolis simply configured, imprecisely dated and where continuity and discontinuity coexist with each other. Secondly, the iconographic richness of the sarcophagi’s lids, with a stylistic and symbolic content hardly taken into account. And thirdly, a sanctuary whose origins are determined by the myth, the ideology and an archaeology full of contents but technical and methodological poor. PALABRAS CLAVE: Necrópolis, tumbas, sarcófagos, laudas de «doble estola», Locus Sanctus Iacobi, Santiago de Compostela, Tardoantigüedad, Alta Edad Media, iconografía. KEY WORDS: necropolis, graves, sarcophagi, gravestones with double stole, Locus Sanctus Iacobi, Santiago de Compostela, Late Antiquity, Early Medieval period, iconography. * [email protected]
Abordamos en estas páginas una de las más complejas etapas de la historia gallega, fundamental para entender la identidad diferencial de Galicia, pero sometida a las sombras que tanto la arqueología y más si cabe la historiografía para los siglos que, no sin razón, se denominaron la Dark Age de la historia europea. No pretendemos solucionar tan difícil situación, sino intentar arrojar algo de luz sobre algunas cuestiones fundamentales para entenderla, al tiempo que una revisión de postulados heredados y que, a pesar sus posibles limitaciones o de los postulados rupturistas del conocimiento arqueológico reciente, marcan nuestro punto de partida. Y lo haremos recuperando trabajos realizados durante más de quince años de vinculación a uno de los yacimientos fundamentales, y así ha sido considerado por la historiografía y la arqueología peninsular, para entender esta etapa: la catedral de Santiago de Compostela; trabajos que, perdidos en catálogos de exposiciones o revistas locales, han pasado por lo general inadvertidos, cuando no han sido simplemente obviados o silenciados, en el ámbito de la investigación arqueológica. Trabajos, en fin, que tratan algunos de los temas claves en la formación de la Galicia medieval, como son la muy manida cuestión de las necrópolis, las ubicuas cubiertas de sarcófago con el tema de la «doble estola» y el enigma de los orígenes del santuario de Santiago. Por todo eso consideramos útil, aunque en alguno de los temas se hayan producido aportaciones posteriores, el retomar aquí las reflexiones y resultados de esos trabajos, realizada a la sombra del Santuario compostelano, con su registro arqueológico ora modelo, ora referente (Suárez Otero, J., 1998), y en reivindicación de una arqueología
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epistémica y metodologicamente independizada de las otras disciplinas del conocimiento histórico como fórmula para entender el periodo al que esta obra se enfrenta.
I.
UNA CONTINUIDAD APARENTE: NECRÓPOLIS Y TUMBAS
A. PREMISAS
PREVIAS
Las necrópolis y los sarcófagos constituyen uno de los temas más debatidos en la arqueología medieval gallega (Chamoso Lamas, M. 1965 y 1971; Monteagudo, L., 1967; Núñez, M. 1977a). Fray Martín Sarmiento llamó la atención sobre unos y otros, incidiendo básicamente en la decoración de los de Tomeza, Lérez y Tambo, fechándolos a partir de la tampa sepulcral de Ermegonda, con fecha en la era 652 (año 614) e interpretando la decoración que llevaba. Desde entonces los sarcófagos y las laudas son uno de los ejes de controversia frecuente, aunque en nuestra opinión se entremezclan elementos y asuntos diversos. Con todo, es indudablemente la cuestión sobre la que se tienen más referencias, aunque de muy desigual calidad, pues se considera igual un sarcófago, con o sin lauda, que las laudas y tampas, o incluso que los sarcófagos abiertos en la roca. Circunstancia que nos sitúa ante un abigarrado y confuso elenco de formas y estructuras de muy difícil encuadre cronológico e interpretación histórica, y fosilizado en fórmulas interpretativas de trazo grueso y disposición rígida, en muchas ocasiones atrapadas en criterios preestablecidos, como el de la supuesta existencia de necrópolis suevas o germánicas. Complica la situación el que estemos, por lo general, ante núcleos cementeriales de larga duración. En unos casos su origen se sitúa en tiempo bajorromano y su final queda indefinido, pudiendo afectar o no a la etapa «germánica»; en otros su origen es bajorromano, pero su pervivencia parece alcanzar épocas muy posteriores, ora medievales, ora modernas, sin que se establezca con seguridad si se trata de la continuidad de un espacio sacralizado o de una recurrencia en la ubicación de espacios funerarios; finalmente otras necrópolis parecen tener un carácter eminentemente medieval, pero existen dudas en cuanto a que sus orígenes puedan afectar o no a la etapa que estamos tratando. Para avanzar en clarificar un marco tan confuso, entendemos que cabe distinguir realidades distintas y también criterios distintos a la hora de valorar dichas realidades. Así, y atendiendo a una definición
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contextual, cabe distinguir por un lado las necrópolis asentadas sobre núcleos poblacionales más antiguos, y por otro aquellas que no tienen antecedentes inmediatos, que pueden ser necrópolis de sarcófagos abiertos directamente en la roca formando conjuntos unitarios y aparentemente aislados o, más comúnmente, necrópolis con tumbas hechas de lajas de canto o mampostería y asociadas a una iglesia de origen altomedieval, como la recientemente excavada en Manín (Lobios, Ourense) (Eguileta, X. M.ª; Serrulla, F.; Xusto, M. 1992). Si establecemos la lectura en base a criterios estructurales y formales, encontramos una mayor diversificación tipológica, que nos permite un mejor conocimiento de la complejidad del problema que tratamos. Dentro de esta tipificación, un primer grupo de necrópolis presenta habitualmente varios tipos de tumbas, siempre con enterramientos de inhumación, tumbas en las que aparecen reutilizados materiales de época romana (ladrillos y tégulas) formando parte de las paredes laterales, fondo y cubierta; otras con piedras de canto, mejor o peor colocadas, o configurando muretes, con planta variada: trapezoidal, fusiforme (los llamados por algunos autores como de «arco de paréntesis»), rectangulares o antropoides; y, fundamentalmente, sarcófagos exentos, tanto de forma paralelepípeda o de bañera (esto es, con las esquinas redondeadas), con el interior antropomorfo o no y con tampa, la lauda, lisa o decorada. Moraime, Tins, Compostela, Ouvigo, Castrelo de Val, son buenos ejemplos de esta forma de presentación que evidencia una cierta complejidad cronológica y un amplio desarrollo temporal no siempre bien definido. Un segundo grupo estaría conformado por las necrópolis en las que abundan o predominan los sarcófagos con tampa. En algunos casos se superponen a restos anteriores (Iria o Santiago), pero con frecuencia están en los atrios actuales de iglesias de fábrica románica (Lourizán, San Tirso de Oseiros, Suevos, etc.), mientras que en otros se vinculan a una ermita de difícil precisión cronológica (San Salvador de Rozas). El tercer grupo dentro de los cementerios altomedievales nos remite a los sarcófagos abiertos directamente en la roca, grupo en el que sólo incluimos aquellos que responden a un programa claro de enterramiento y no a las fosas abiertas en la roca base por la escasa potencia del terreno. Dentro de este grupo aparecen con nitidez varios subgrupos, de los que la razón de su existencia y diferenciación puede servir para una aproximación a la reestructuración poblacional de los siglos IX-XI, aunque son necesarios nuevos estudios que completen los inventarios parciales existentes. Muchos de estos conjuntos de-
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GALICIA, LA CRISIS DEL SIGLO VIII Y LA TRANSICIÓN AL MUNDO MEDIEVAL
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Fig. 1. Necrópolis altomedieval del Locus Sanctus Iacobi. Nivel superior. (Foto M. Chamoso Lamas).
jaron su impronta en la toponimia, por lo que resultaría de interés una encuesta sistemática en la búsqueda de su localización. Finalmente, un cuarto grupo corresponde a los sarcófagos abiertos en la roca que aparecen aislados o configurando pequeños grupos de cuatro o cinco, con o sin tampa, y que se abren en rocas muy destacadas en el paisaje. Pueden pertenecer a comunidades eremíticas o ser restos de pequeñas comunidades de repoblación que no tuvieron continuidad en el momento de la reorganización territorial y social que está en el origen de las parroquias. Se fechan en algún caso entre los siglos VIII y IX, pero algunos de los que aparecen aislados pudieran ser anteriores.
B.
CRONOLOGÍA
Y DEFINICIÓN DE LAS FORMAS
DE ENTERRAMIENTO
Las cronologías, tanto en sí mismas como en relación a las tipologías, son aún cuestiones abiertas que conviene analizar caso por caso. Respecto de la valoración cronológica de los tipos de enterramientos parece posible, con todo, señalar algunos datos para los sarcófagos abiertos en la roca, con dudas para los que aparecen aislados que pudieran resultar más antiguos y mucho más para aquellos que aparecen en necrópolis complejas con inhumaciones de otros tipos y evidencias de uso en la tardoantigüedad. Los grupos parecen iniciarse en el siglo IX, en algún caso vinculables a grupos de repoblación, como cabe deducir de algunos con tampa epigráfica, para alcanzar el siglo XI y, finalmente, quedar fuera de servi-
cio después de la construcción de las iglesias románicas; lectura que parece coincidir con la realizada para este tipo de necrópolis en otras áreas peninsulares. Sin embargo, para avanzar en el conocimiento de estas necrópolis, se necesita un análisis más detallado, en base a las tipologías específicas de las formas planas de las cabeceras, que ha de enmarcarse en un proceso de nuevas excavaciones y estudios sistemáticos por todo el ámbito gallego. Las tumbas de lajas aparecen también en varios momentos, como se puede comprobar en la Catedral compostelana donde, según J. Guerra Campos (1982: 446 y 473-482) y a partir de los trabajos de M. Chamoso (1956 a y b, y 1957), aparecen tanto en las necrópolis medievales como en las llamadas «hispano-suevas», pues para ambos autores existirían dos necrópolis medievales diferenciadas. Una de los siglos IX al XI, con superposición de tumbas y en los niveles superiores del registro arqueológico documentado, en la que se incluyen los tipos de murete o fusiformes, pero también el tipo de lajas verticales y forma rectangular e, incluso, una excavada en la roca de tiempos de Alfonso II. Al lado de estas aparecen, además, laudas con inscripción normalmente en varias líneas dispuestas longitudinalmente, fechables entre el 847 (lauda de Teodomiro) y el 1072 (lauda de Menindus). La segunda necrópolis, inmediatamente debajo de la anterior y atribuida a una supuesta etapa hispano-sueva o germánica (siglos V a VII), siempre según dichos autores, se caracterizaría por los sarcófagos exentos, casi siempre con interior de forma antropoide y cubiertos por lauda monolítica con decoración de «doble estola». Una lectura simplista y
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Fig.2. Sarcófago de Arnaldo (s. IX) necrópolis del Locus Sanctus Iacobi (Catedral de Santiago; Foto M. Chamoso Lamas).
cargada de apriorismos, pero que condicionó la visión de las necrópolis compostelanas durante años. Los sarcófagos exentos, por su parte, presentan también problemas por falta de tipologías y estudios de detalle. Por un lado encontramos sarcófagos en un primer momento en línea de continuidad con el mundo tardorromano —presente en piezas como el sarcófago de Temes o el liso de la catedral de Tuy, etc.— que tendría su continuación en piezas como el sarcófago de Avito, del Museo Arqueológico Provincial de Orense. Aparece así una cierta continuidad y los sarcófagos se asocian a las llamadas «laudas de estola» junto con las que conforman lo que se llama habitualmente «necrópolis suévicas», con una cronología que abarcaría los siglos VI-VII (Schlunk H. 1981). Pero más allá de esta compleja época, los sarcófagos exentos continuaron en uso, quizás con una valoración sociológica distinta, pues de las excavaciones parece deducirse que en la etapa tempranomedieval eran enterrados y sólo quedaba visible la tampa o lauda, para posteriormente recibir decoración en la caja, como se aprecia en el llamado sepulcro de San Wintila (Punxín, Ourense) (Barriocanal, Y. 1990), cuya inscripción nos lleva a finales del siglo IX, en los sarcófagos de San Salvador das Rozas o en las cajas lamentablemente perdidas de Mandrás (Ourense), con una roseta hexapétala en el testero y una rueda dextrógira en un lateral. Las laudas no se ciñen al tipo de «doble estola», aunque éste resulta el más llamativo y haya servido para caracterizar una época. A pesar de contar con un apartado propio en estas páginas (vid. infra), conviene adelantar que este tema tuvo, al igual que en el caso
de los sarcófagos, una larga vida, como indican aquellas que presentan epígrafe y se datan en el siglo X (Rivas Fernández, X. C. 1985 /86). Por otra parte debemos insistir en la rica y variada decoración que muestran los sarcófagos y laudas, incluso aquellas vinculadas a alguna de las necrópolis encuadrables en las denominadas «suevo-germánicas», como la de Tins, con temas geométricos, cruces etc.; o también orantes menos estilizados que aquellos que según Chamoso Lamas (1965 y 1971) están en el origen de la propia estola, como el de una tampa de Ouvigo (Rodríguez Colmenero, M. 1985; Suárez Otero, J. 1990), que tiene asimismo paralelos en una pieza de Pazó de cronología semejante (Rivas Fernández, X. C. 1976). Otro grupo de laudas presenta como tema decorativo una cruz equilátera y patada, como una cruz asturiana, inclusive en algún caso con un astil a manera de las cruces procesionales: Santiago, Augas Santas, Coto de Astrés, o la curiosa por su inscripción de San Pedro de Viñal (Punxín, Ourense). En la mayoría de las ocasiones este tema se añade al de la «estola», en otra expresión de la prolongada pervivencia de éste último, y presenta una cronología entre los siglos IX-X (Rivas Fernández, X. C. 1981) y el XII, fecha de una pieza para inhumación infantil hallada en Allariz (Pérez Outeiriño, B.; Fariña, F. 1981).
C.
OTROS
ASPECTOS
Finalmente, destacamos la rareza de las estelas funerarias, por su abundancia en otras áreas del norte peninsular, y que en Galicia se reducen a las discoi-
Anejos de AEspA LXIII
GALICIA, LA CRISIS DEL SIGLO VIII Y LA TRANSICIÓN AL MUNDO MEDIEVAL
Fig. 3. Necrópolis de Manín Lovios, Ourense) (Foto M. Xusto).
deas de Castillós (Arias Vilas, F. 1992), con cruces gravadas, otra en la necrópolis de Manín (Xusto, M. 1990) y una última también discoidea de Mougás (Pontevedra). Circunstancia que dificulta la ya de por sí compleja datación de este tipo estela. Las discoideas podemos asimilarlas a la expansión de este tipo en la Meseta Norte y entenderlas como posteriores al ámbito germánico. Sería el caso de Mougás y Manín, mientras que las de Castillós ofrecen una morfología un tanto diferenciada y un posible contexto más antiguo, por lo que podrían resultar anteriores o, al menos, tempranas dentro de esa serie. A esas hemos de sumar las estelas de tradición romana figuradas, como la de San Pedro de Rebordáns (Chamoso Lamas, M. y Filgueira, F. 1976), o antropomorfas, como la de As Coroas de Reigosa (Lugo, Arias Vilas, F., 1981). El caso de Rebordáns que, por sus características y contexto, bien podría pertenecer a un momento por definir entre los siglos IV y VI, nos remite al proceso de antropomorfización de las estelas funerarias en la tardoantiguedad galaica que partiendo de una intensificación de la típica re-
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presentación del difunto de las estelas romanas durante los siglos III-IV, acaba derivando en la propia configuración antropomorfa de la estela en un momento más difícil de precisar pero que cabe centrar en el s. V. A este proceso parece unirse la epigrafía cristiana y más aún la sustitución de la misma por una decoración de carácter geométrico. En cuanto al ritual estamos ante una universalización de la inhumación, y por regla general, no aparecen ofrendas ni ajuares, salvo raras excepciones como la olla cerámica asociada a la cabecera de una tumba de ímbrices de la Plaza da Magdalena de Ourense; mención aparte merece la presencia de algunas monedas, hecho aún por estudiar que puede deberse a varias causas, desde deposiciones fortuitas a otras de carácter ritual. La falta de ofrendas sorprende, no obstante, dado que estamos ante necrópolis de larga vida y que comienzan muchas de ellas en momentos cuando menos próximos a la tardoantigüedad, expresando la relativamente temprana universalización del rito cristiano (siglo V) y la falta en Galicia de ajuares también en la época hispano-germánica, a pesar de la presencia sueva y de la etapa arriana asociada a la misma. Por último, señalar que resulta frecuente encontrar reutilizaciones continuas de los enterramientos, tanto en sarcófagos como en tumbas de lajas o abiertas en la roca, y generalmente con un desplazamiento de las cenizas a los pies de la tumba, recordándonos los espacios funerarios familiares de la Galicia tradicional. También se puede destacar la existencia de tumbas infantiles, a veces en sarcófagos de buena labra que, en etapas ya avanzadas, pueden ubicarse en el ábside del templo.
II.
MÁS ALLÁ DE LA MUERTE: LA DECORACIÓN DE «DOBLE ESTOLA». ESTÉTICA E IDEOLOGÍA EN EL RITUAL FUNERARIO
El problema de las laudas funerarias decoradas con el tema que se ha dado en definir como «doble estola», es sin duda uno de los más complejos y apasionantes que tiene planteado la arqueología gallega. El carácter de fenómeno exclusivo del NO hispánico, una probable inclusión en momentos históricos fundamentales en la definición del país gallego, y las posibles interpretaciones iconológicas en el marco del proceso de construcción del cristianismo hispánico, son razones más que sobradas para un incuestionable interés. No obstante, y a pesares de que han sido objeto de estudio desde antiguo (Cf. esp. Chamoso Lamas,
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Fig. 4. Sarcófago de Modesta (Foto Museo de Pontevedra).
M. 1965 y 1972; Núñez, M. 1977 b; Schlunk, H. 1981; Fariña, F. y Suárez, J. 1989), seguimos sin tener una idea clara sobre su contextualización histórica y significado. Más aún, nos faltan los argumentos precisos para la solución de esas cuestiones básicas. Circunstancia que ha motivado que este fenómeno histórico, al tiempo que manifestación artística, se moviese siempre en la ambigüedad de los grandes trazos interpretativos y, como consecuencia, soportara soluciones distintas y, a veces, contrapuestas (Ferreira de Almeida C. A. 1979). Ante esta situación es nuestro propósito avanzar en el estudio concreto y detallado de alguno de los conjuntos de laudas conocidos, asumiendo el reto de replantear las condiciones de su aparición en dos yacimientos claves, y así lo ha entendido reiteradamente la investigación al respecto (p. e. Núñez, M. op. cit.), para intentar aportar alguna luz sobre la cuestión.
A.
EL
PUNTO DE PARTIDA: UN ABIGARRADO MUNDO
ICONOGRÁFICO Y SIMBÓLICO
Dentro del complejo y diverso marco de las laudas «de doble estola», el primer ejemplo a tratar es el de la lauda de Modesta. Estamos ante una pieza ampliamente conocida y tratada en la bibliografía sobre los hábitos funerarios y manifestaciones artísticas de la Galicia tardoantigua y altomedieval. La relativa antigüedad de su hallazgo y la presencia en ella de inscripción, unido al hecho de formar parte de las colecciones de un Museo que fue también un centro de investigación clave para Galicia durante buena parte del siglo XX, ha hecho que la lápida de Modesta sea un referente inevitable, especialmente a la hora de tratar las laudas sepulcrales que presen-
tan la decoración definida como «de doble estola». Laudas características, sino exclusivas, del noroeste hispánico, para las que apenas existen informaciones seguras en cuanto a su adscripción cronológica. Situación que ha llevado a la existencia de posturas enfrentadas en la investigación. La lauda de Modesta ha destacado especialmente por ofrecer dos elementos que pueden ayudar a la posible localización temporal de este tipo de piezas, o al menos de parte de ellas. En primer lugar la inscripción, cuyas características tanto formales como de contenido han llevado a varios autores a proponer fechas en torno al siglo VI, algo anterior a otra de las pocas laudas de este tipo con inscripción: la de Ermegonda, cuyo epígrafe la sitúa en el año 614. En segundo lugar hemos de tomar en cuenta la presencia de símbolos grabados en la superficie de la pieza, algunos identificables: cruz, esvástica, y otros de significado desconocido: círculos. Algo más abundante que las inscripciones, la presencia de símbolos asociados a las laudas de «doble estola» es un tema, sin embargo, apenas tenido en cuenta. Ejemplos bien conocidos, alguno de los cuales trataremos de manera específica, como Seira, Santa Mariña de Augas Santas, Ouvigo y otros, nos hablan de la importancia de esta variante y de su posible significado. Símbolos que, por su forma y asociaciones, remiten al mundo galaico-romano tardío, más que al propiamente medieval, pues muchos de ellos ya aparecen en estelas funerarias y aras votivas fechables en el siglo IV; mientras otros a posibles símbolos de un cristianismo primitivo que en su inestabilidad dogmática también impulsaba la variedad formal en el ritual y sus expresiones materiales. Un ejemplo muy diferente es el de la lauda de San Pedro de Seira (Padrón, Coruña). Considerada como
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GALICIA, LA CRISIS DEL SIGLO VIII Y LA TRANSICIÓN AL MUNDO MEDIEVAL
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Fig. 5. Tampa sepulcral de S. Pedro de Seira (Padrón, Coruña. Foto V. Caramés).
lápida sepulcral con decoración de doble estola, por el motivo central que articula la decoración de la cara superior de la pieza, presenta características que la particularizan notablemente dentro de ese tipo de laudas (Chamoso Lamas, M. 1965; Monteagudo, L. 1965). En primer lugar, el importante grosor que le otorga una configuración prismática y que contrasta, sin embargo, con la escasa longitud y anchura tanto que la pieza se sostiene en posición vertical sin dificultad. En segundo lugar, la presencia de una inscripción ilegible que a diferencia de los otros casos conocidos de asociación entre doble estola e inscripción, como el de Modesta (Pontevedra) o la de S. Pedro de Viñal (Ourense), parece formar parte de la decoración pues se presenta claramente integrada en ella, tanto formal como técnicamente. En tercer lugar, y de manera destacada, por la proyección de la decoración-inscripción hacia los laterales de la pieza, donde encontramos una abigarrada y compleja acumulación de signos de carácter simbólico y lectura actualmente imposible. La presencia de símbolos más o menos identificables también se reconoce en alguna otra lauda, pero muy distintos aparentemente a los de Seira. Otra posible vía de comprensión para los de Seira apunta ya a mundos distintos al de las laudas e incluso al funerario en general. Nos referimos a la estela-pilar de Santa María de Tarañes (Ponga, Asturias), quizás un ara con una decoración a base de una pseudoescritura, sino escritura críptica, pero con motivos que recuerdan a estelas funerarias tardorromanas galaicas (Maya González; J. y Álvarez Arza, L. R., 2001), como la de Troitosende (A Estrada, Pontevedra; Vázquez Varela, J. M., 1980); mientras que en lo formal remite a piezas del santuario galaico-romano tardío de O Facho, donde también encontramos algún paralelo para los extraños símbolos de Seira: ara anepígrafe con una simbología técnica y formalmente similar a la que aparece en los laterales de Seira (Suárez Otero, J., 2004c), que con otras similares conforma un grupo piezas tardío y posiblemente vinculado a un proceso de cristianización de un santuario
centrado en el s. IV (Schattner, Th., Suárez, J. y Koch, M., 2006). En definitiva, la lauda de Seira parece inscribirse en un complejo mundo en el que van a redefinirse las formas galaicorromanas debido a la implantación de nuevas creencias como el cristianismo, así como nuevos hábitos funerarios, litúrgicos etc., en un cambiante marco cultural: desaparición del Imperio romano, presencia germánica, un posible
Fig. 6. Ara votiva del santuario de O Facho (O Hio, Cangas, Pontevedra) (Foto Instituto Arqueológico Alemán).
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revival prerromano, etc. Un marco que arrancaría del siglo V, para desarrollarse en los siglos inmediatamente posteriores. Muy próxima geográficamente a la anterior, pero abriendo nuevas perspectivas a la interpretación iconográfica, está la lauda sepulcral de Cruces (Padrón, A Coruña). Lápida sepulcral con decoración de doble estola y atributos antropomorfos (Chamoso Lamas, M. 1971). De factura irregular, fue hallada en la iglesia parroquial de Cruces, no muy lejos de Iria Flavia, y presenta algunas particularidades que la hacen significativa. Una de ellas es su grosor en relación a un tamaño reducido, que hace pensar en el enterramiento de un adolescente, un hecho que, por otra parte, ya ha sido constatado en este tipo de lápidas. Más interesante resultan los rasgos que dan carácter antropomorfo a la representación, pues incide en la inestabilidad iconográfica que los temas decorativos, «doble estola» y antropomorfo, presentan a lo largo de su existencia: en muchas ocasiones el motivo descrito anteriormente y llamado de manera puramente descriptiva «de doble estola» aparece con rasgos que lo convierten en una figura humana, como una representación esquemática de cabeza, pies y manos en el remate de las líneas que van hacia los extremos de la lauda. En este caso se continuó la línea central hacia los bordes de la lápida, pero sin una clara indicación de cabeza en ninguno de ellos, algo que ocurre en otras piezas y no parece ser más que un desarrollo de las posibilidades del motivo entendido como decoración. Donde se ve de manera más expresiva esa antropomorfización es en la figuración de unas grandes manos en el centro de la composición, en una disposición que recuerda a la propia de un cadáver enterrado en posición extendida y decúbito supino. La impresión que se obtiene es que la simplificación extrema del antropomorfo que podría estar en el motivo de la doble estola deriva en una incapacidad de entenderla como tal por parte del espectador. Para corregir ese distanciamiento, o simplemente reinterpretar esa abstracción quizá por contaminación de las laudas con decoración antropomorfa clara, se colocan las manos tal y como las tendría el cadáver al que debería hacer alusión la representación: el alma del difunto en actitud de orante, un tema típicamente paleocristiano, como aparece reflejado en laudas realizadas en mosaico, que en estas laudas tendría una versión sumamente abstracta. Más allá de la doble estola, las inscripciones o las representaciones simbólicas, están unas laudas que parecen incorporar conjuntos figurativos, sino verdaderas escenas. La más conocida es la Lauda de Ouvigo (Blancos, Ourense). Se trata en realidad de un
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Fig. 7. Fragmento de lauda sepulcral de Ouvigo (Blancos, Ourense, Foto Museo Arqueológico Provincial de Ourense).
fragmento de una lauda sepulcral, con tendencia a doble vertiente y probable configuración subrectangular, que destaca por su rico repertorio iconográfico en bajorrelieve. Lo conservado corresponde al extremo superior y presenta una decoración a base de una estrecha banda recta, dispuesta longitudinalmente y con remate ensanchado, cruzada por otro de similar realización y configuración en forma de «U». Este motivo principal, interpretable como representación antropomorfa de carácter muy simple, está acompañado por otras figuraciones de más difícil definición, situadas a ambos lados de la anterior. Cabe pensar en antropomorfos de semejante caracterización pero de mucho menor tamaño, quizás formando escenas, y posibles motivos de índole simbólica. Al parecer se encontraba reaprovechada como parte de la cubierta de una tumba de losas verticales integrada en la necrópolis de Ouvigo, camposanto que constituye une de los principales componentes de ese complejo lugar arqueológico, nucleado estructuralmente por un edificio que se supone cultual y conceptuado culturalmente por una rica y variada ergología, que va, desde lo «tardorromano» hasta lo «bajomedieval». La falta de una estratigrafía que posibilite una lectura evolutiva de ese amplio marco histórico-cultural, junto con el desplazamiento de su lugar original, dificultan la adscripción cultural y la datación precisa de la pieza que comentamos. No obstante, las características de la necrópolis apuntan a los siglos IX a XI, lo que vendría refrendado por la única inscripción a ella asociada: «lauda de Begica», de comienzos del siglo X (907). También el hecho de
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GALICIA, LA CRISIS DEL SIGLO VIII Y LA TRANSICIÓN AL MUNDO MEDIEVAL
que la mayor parte de la cerámica de Ouvigo corresponda a momentos posteriores al s. XI habla de un abandono de la necrópolis a fines de dicha centuria o en fechas próximas. La lectura temporal propuesta para el contexto lleva a pensar que la lauda de Ouvigo tenga una cronología del siglo IX, quizás del VIII, en correspondencia con los inicios de la necrópolis, como parece indicar su reaprovechamiento dentro de la misma. Esta última consideración obliga, sin embargo, a plantear otra posibilidad, la cual supondría la pertenencia de esta lauda a expresiones funerarias más antiguas, bien a una necrópolis anterior, bien, en el caso de no existir solución de continuidad, a un origen más remoto de la mencionada. En fechas, y partiendo de las escasas informaciones del registro arqueológico, nos situaríamos entre finales del siglo IV el principios del siguiente y el siglo VIII. Si esta cronología antigua es la correcta, y más si existiera solución de continuidad entre ambos conjuntos funerarios, hay que interpretar la fragmentación y el reaprovechamiento de la pieza como expresión de una posible ruptura en lo conceptual a lo largo del margen temporal, del siglo V al IX, que las anteriores consideraciones dejaron para la datación de la presente pieza. La lauda de Ouvigo presenta dos características a tener en cuenta de cara a su comprensión dentro de la evolución del motivo de la «doble estola». Una es su esquematismo, que podría llevar a un momento avanzado de la mencionada evolución estilística. La otra es la presencia de un repertorio icónico enriquecido con los temas y los símbolos añadidos a la «orante», lo que inscribiría la pieza en un subgrupo de laudas con dicha complejidad figurativa. El hecho de contar sólo con otra lauda, aparecida en Santa Mariña de Aguas Santas, para la configuración de esa variación taxonómica, no impide proponer cualquier valoración cronológica de la misma. Quizás la presencia de símbolos que van a ser comunes en tampas de los siglos IX y X hable de la posición tardía de un grupo que cabe denominar «Ouvigo- Santa Mariña de Aguas Santas».
B.
LA «DOBLE
ESTOLA» ENTRE LA CONTINUIDAD
Y EL CAMBIO: IRIA COMO PARADIGMA
El yacimiento arqueológico de Iria Flavia (Padrón, A Coruña) no precisa a estas alturas de la investigación arqueológica en Galicia de una detallada presentación, ni mucho menos de la reivindicación de su importancia para el conocimiento de la historia de Galicia. La documentación, por un lado, y los trabajos arqueológicos ya realizados, por otro, demuestran que
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estamos ante un sitio clave para la comprensión de problemas tan relevantes como el proceso de romanización, el tránsito entre la tardorromanidad y el mundo medieval, o la formación del fenómeno jacobeo. Una de las partes más importantes de este yacimiento es el espacio que actualmente ocupa el cementerio de Adina, cuya riqueza fue puesta de manifiesto por una serie de intervenciones a cargo de Manuel Chamoso, con unos resultados que definen un amplio horizonte altomedieval con importante presencia de sarcófagos monolíticos y, generalmente asociadas a ellos, cubiertas con decoración «de doble estola». Si bien el registro arqueológico de la antigua Iria Flavia no parece aportar ningún referente definitivo para la cronología de las «laudas de estola», más allá de constatar su posición controvertida en los distintos horizontes funerarios medievales, sí ofrece, en cambio, un amplio repertorio de este tipo de cubiertas, cuyas variaciones deben ser objeto de análisis detenido. La importancia de dicho análisis se constata en la posibilidad de proponer una lectura cronológica y cultural para una parte representativa de esa iconografía. El paradigma lo encontramos en la serie de laudas de configuración más cuidada, al tiempo que homogénea, que parecen definir un posible taller, característico de este centro clave para la Galicia altomedieval, pero homologable a algunos hallazgos de áreas inmediatas, especialmente Compostela. Se trata de tampas de buena ejecución: regularidad en la configuración y la decoración; con una tendencia a repetir un mismo esquema: forma trapezoidal regular con tendencia a la configuración en doble bisel o, en su defecto, al ensanchamiento central. La decoración presenta el motivo de doble estola realizado con bandas estrechas rectangulares bien ejecutadas y dispuestas siguiendo la configuración de la tapa: en las aristas de una configuración a dos aguas; o en semejante disposición sobre una superficie convexa de lados menores rebajados: banda única, listel el doble listel en el centro, que se divide en dos para alcanzar los ángulos del trapecio. La variación se encuentra en los aditamentos a esa decoración, a la que hay que añadir la característica de rematar esas bandas o filetes en pequeños círculos, que pasan a completar en los extremos tanto inferior como superior de la tampa ese motivo decorativo. Así, en unas ocasiones la figura conseguida se complementa con una prolongación de la banda central en el lado mayor del trapecio con terminación en un círculo semejante a los anteriores, pero de mayores dimensiones; mientras que otros casos ese complemento es sustituido por una cruz grabada de lados
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Fig. 8. Excavaciones en el cementerio de Adina (Iria, Padrón, A Coruña).
iguales, que se acompaña de otra semejante en el extremo opuesto de la lauda y, en ocasiones de algún motivo difícil de identificar. No cabe duda que los círculos de los extremos adquieren sentido cuando están acompañados de la prolongación de la banda central con remate también circular, dado que no es difícil interpretar iconográficamente la figuración resultante como una esquematización de la figura humana: estaríamos ante una esquematización del conocido tema de «la orante», tal y como ya fue interpretado por los distintos autores que trataron este tema. Pero esos círculos carecen de sentido al suprimir lo que correspondería a la cabeza de esa figura humana, más si atendemos a que el motivo nuevo, la cruz, está logrado mediante una técnica distinta: la incisión. En consecuencia, frente a un bajorrelieve en forma de figura humana muy esquematizada, encontramos un motivo semejante que sólo parece fragmentar la tampa en espacios distintos, al tiempo que aquél que ocupaba el elemento clave en la expresión de la figura humana, pasa a acoger un símbolo propio del hecho funerario cristiano, pero ajeno a esa otra iconografía. Asistimos a una ruptura iconológica sobre un esquema iconográfico básico: el motivo en forma de «doble estola». Si los círculos angulares eran una
representación sucinta de manos y pies en una figura humana, carecen de sentido en unos listeles decorativos que, como ocurre en casos semejantes tanto de la propia Iria como de Compostela, deberían terminar como tales en los ángulos. La interpretación posible de esta situación nos lleva a que, dentro de una misma tradición, el formulismo en la realización de sarcófagos sufra un cambio en la concepción del hecho funerario que suponga la desaparición de la representación humana como motivo central. Esto conllevaría a que se elimine lo esencial iconográficamente en dicha representación: la cabeza; pero no unas expresiones de pies y manos tan sucintas que puedan devenir en un mero aditamento decorativo, y que como tales resultan ajenas al cambio. Esto implica la posterioridad del tema de la cruz al tema de la orante, pues los muñones que significan pies y manos en un caso, carecen de significado e incluso correlación técnica —relieve vs. grabado— en el otro; su persistencia ha de enmarcarse en la perduración del tema de la estola como rasgo de tradición de taller, aunque ya desprovista de aparentes implicaciones iconológicas. El problema surge ante la cuestión de la cronología de este cambio, ahora que ya sabemos que el registro arqueoló-
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GALICIA, LA CRISIS DEL SIGLO VIII Y LA TRANSICIÓN AL MUNDO MEDIEVAL
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ner una cierta anterioridad para las laudas de Iria. Otros ejemplos de este tipo son el sarcófago de San Wintila o el de Begica, ambos en la actual provincia de Ourense. En consecuencia, las laudas de Iria con presencia del tema de la cruz corresponderían a un lapsus de tiempo que situaríamos de mediados del siglo IX, inclusión de la cruz, a mediados del siglo X: cambios en la iconografía de este tipo de laudas que abandonan definitivamente el carácter antropomorfo y recuperan la inclusión de la epigrafía. Esto significa que el tema de la figura humana esquemática, o si se quiere de «la orante», es necesariamente anterior a la primera de esas dos fechas, pero también que pervive hasta la misma. En conclusión, los datos y la reflexión expuestos prueban dos hechos, la antigüedad de un tema al que siempre se le atribuyó una raigambre paleocristiana, pero también su perduración hasta momentos de plena Alta Edad Media. Fig. 9. Necrópolis de Iria. Tampa con «de doble estola» (Detalle).
gico resulta ineficaz a la hora de afrontar esta problemática. Existen dos factores, también de carácter iconográfico, que pueden arrojar luz a esta cuestión. El primero es el de la posibilidad de identificar esa cruz con la cruz asturiana de lados iguales que aparece, también en la cabeza de la tampa, en una lauda para la que tenemos una fecha, como es la del obispo de Iria, Teodomiro, encontrada en la basílica compostelana. Si esta fecha es correcta, situaría la aparición de este motivo en contexto funerario ya a mediados del siglo IX. La continuidad de este motivo a través de una expresión más modesta en las laudas epigráficas compostelanas de esa centuria y la siguiente, avalaría la datación propuesta y un posible paralelismo con las laudas irienses con cruz, entendidas también como una derivación de la de Teodomiro. Así el año 847 podría funcionar como fecha post quem para las laudas con cruz y ante quem para aquellas con representación esquemática de la orante. Otro hecho fundamental es la existencia de laudas de gran semejanza a las de Iria en su factura e iconografía, pero que añaden la presencia de epigrafía. El ejemplo más claro y próximo a Iria es la lauda de Argivito (Agolada, Pontevedra; Rivas Fernández, X. C., 1985 /86). La inscripción presente en esta pieza nos sitúa en los inicios del siglo X, pero tanto la epigrafía como la presencia de elementos iconográficos nuevos que parecen tener éxito en dicha centuria, como el motivo de los semicírculos en la cabecera, nos hacen propo-
III.
UNA CUESTIÓN CLAVE: EL LOCUS SANCTUS IACOBI
A lo largo de los últimos años hemos venido haciendo una relectura de los restos arqueológicos que hablan de los primeros tiempos de Compostela. Una tarea que se presentaba como necesaria para intentar entender qué fue y qué significó el «Locus Sanctus Iacobi», origen de la actual Santiago de Compostela, pues los resultados de las excavaciones efectuadas en la basílica compostelana permanecían en buena medida desconocidos o, simplemente, habían sido dados ya por interpretados, confundiendo realidad arqueológica objetiva con interpretación histórica. El resultado, una información parcial tanto en los contenidos, como en las interpretaciones, que apenas fue tenida en cuenta más allá del ámbito estricto de los estudios jacobeos (Suárez Otero, J., 1998 y 2007). La consecuencia, la marcada separación entre investigación arqueológica e investigación jacobea y en la que predomina una apropiación de la información arqueológica por parte de la historia e historiad del arte, a pesar de la ya importante participación de arqueólogos especializados en los temas y épocas implicadas, V.gr. Th. Hauschild (1992), A. Arbeiter (1997) o A. Arbeiter, y S. Noack- Haley (1999)1. 1 Esos trabajos fueron realizados en el contexto de la dirección de la última gran intervención arqueológica realizada en la Catedral de Santiago: excavaciones en el patio del Claustro (1991-1992), y de diez años como arqueólogo y conservador en la catedral. Unos trabajos que fueron posibles gracias al apoyo de D. Alejandro Barral Iglesias, canónigo responsable del Patrimonio y el Museo catedralicios, el Cabildo de la catedral y la Fundación Pedro Barrié de la Maza.
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A.
José Suárez Otero
LOS
PRECEDENTES
Uno de los apartados más controvertidos en cuanto al origen de Santiago fue, sin duda, las posibles manifestaciones de época galaicorromana. Necesarios para justificar la presencia de un mausoleo funerario de ese momento, fueron sobrevalorados por la mayor parte de los investigadores jacobeos y casi obviados por la arqueología oficial. La realidad es que esos restos sí existen, pero tienen una entidad y significación algo distinta de las que se vienen proponiendo. Así, los restos romanos constatados, que se materializan fundamentalmente en elementos de la cultura material más que en otros de tipo estructural que sufrieron la larga y compleja ocupación humana del lugar, certifican la existencia de un poblado fundado en la segunda mitad del siglo I d.C. Un poblado de pequeñas dimensiones, pero cierta relevancia, si atendemos a la dispersión y características de los restos conservados, y que fue creado muy posiblemente en relación a los cambios que a fines del siglo I se producen en la Gallaecia y que llevarán a su definitiva romanización. La significación concreta de este pequeño enclave resulta difícil de definir de momento, aunque ya parece clara su vinculación a la red de comunicación viaria establecida por el Imperio. Una mansio viaria llamada Asseconia ubicada en la vía XIX que iba de Braga a Astorga pasando por Lugo podría ser una identificación probable (López Alsina, F. 1986). Pero no debemos olvidar otras alternativas más difíciles de contrastar, como el ser un punto de enlace de vías secundarias en la articulación del territorio de la Gallacia norooccidental, o funciones religiosas y/o de otro tipo en el proceso de asimilación de dicho territorio a la nueva realidad política e cultural. La relevancia del papel jugado por ese pequeño enclave viene señalada principalmente por haber sido ocupado por gente que manifiesta una total asimilación a la cultura romana. Consumen los productos propios de esa cultura, pareciendo incluso rechazar los relacionados con las tradiciones locales: predominio de las cerámicas de lujo y comunes romanas frente a la alfarería de tradición indígena; implantan cultos del panteón romano: ara a Júpiter; y se entierran al estilo romano, con el mausoleo apostólico y la lápida funeraria de San Paio de Antealtares como mejores expresiones de la caracterización que estamos proponiendo, pero no las únicas. La perduración de este enclave parece atestiguada hasta el siglo V d.C. A alguna estela funeraria de carácter tardío, hemos de sumar monedas y cerámicas fechables en los siglos III-IV. Más difícil resulta la atribución a esta pri-
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mera etapa de estructuras. A los restos, al menos en parte, del mausoleo, sólo tenemos segura la atribución de un pozo en la actual plaza de A Quintana, en cuyos estratos más profundos aparecieron fragmentos in situ de producciones antiguas de terra sigillata hispanica y cerámicas comunes. Otra posible atribución son algunas de las estructuras halladas bajo el brazo sur del crucero de la catedral, aunque en o algunos de los sillares reaprovechados en construcciones altomedievales o en los cimientos de la posterior catedral románica (Suárez Otero, J., 1997). Finalmente, este poblado parece haber sido abandonado y, en un proceso muy común en Galicia, el lugar pasa a tener un uso exclusivamente funerario. Se trataría ahora de una necrópolis que, aun ocupando un espacio similar a la que le precede, expresa una modificación sustancial en el hábitat, al tiempo que recoge ya los cambios que se habían producido tanto en el ritual funerario como en las creencias religiosas. Las tumbas, ahora de inhumación extendida y rito aparentemente cristiano se expanden a partir del siglo V por buena parte de la ladera en la que se asentaba el antiguo poblado. Desconocemos con exactitud cuando habría sido abandonado el lugar definitivamente, para transformarse en aquel bosque donde a principios del siglo IX arrancará el culto a Santiago, pero esto presupone que ese abandono afectaría especialmente al siglo VIII.
B.
EL
PUNTO DE PARTIDA
Los estudios realizados hasta ahora hicieron hincapié sobre todo en las circunstancias que, según la información escrita conservada, rodearon al descubrimiento del Mausoleo Apostólico. Destaca la idea de lugar apartado y abandonado, hasta el punto de haber sido escogido por un anacoreta, en una de esas típicas manifestaciones del monaquismo gallego del momento; o la imagen de un bosque donde emergieron los restos de un antiguo mausoleo funerario, al que se rescató del olvido, pero también de la ruina y el ocultamiento. Lo que ya no expresa esa documentación es, sin embargo, cuáles son las condiciones concretas de ese espacio en el que se iba a edificar el culto jacobeo. Así, las imágenes expresadas parecen estar matizadas por los restos arqueológicos, que indican que el mausoleo no estaba aislado sino que formaba parte no solo de un antiguo cementerio abandonado, sino también de un conjunto de restos de construcciones del enclave romano que allí había existido. Aislamiento al que relativiza también la existencia, según las fuentes escritas, en las inmedia-
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ciones de una pequeña iglesia, la de S. Fiz de Solovios, a la que cabe vincular una población rural dispersa por los alrededores y heredera de aquella que se enterrara al lado del viejo mausoleo romano. Asistimos, en definitiva, a una evolución del hábitat entre los siglos V y IX que nos llevará del primitivo poblado al abrigo de una vía de comunicación importante, y en conexión con el exterior a través de Iria Flavia y la desembocadura del Ulla, a unas pequeñas comunidades rurales dispersas por los valles interiores de lo que será territorio de Amahía (López Alsina, F. 1988; Suárez Otero, J. y Caamaño, J. M., 2003; Suárez Otero, J., 2003b). La primera condición será la construcción de una nueva realidad en torno a la ahora interpretada como «Tumba Apostólica» y su ubicación sobre las ruinas de una realidad anterior. Hecho, este último, que implica la existencia de una serie de estructuras y restos materiales que van a participar en la definición y construcción de los nuevos edificios: reaprovechamiento de estructuras y materiales constructivos; además de ofrecer unos terrenos ya acondicionados para acoger necesidades tanto habitacionales como funerarias: el abandono deterioró, pero no pudo destruir siglos de intervención humana en la conformación del espacio. También en lo ideológico esas ruinas reforzarían el papel y la importancia del edículo funerario descubierto, en tanto que expresión de la riqueza del primitivo poblado. Mosaicos, restos arquitectónicos de materiales nobles y de cuidada factura, etc., incidirían en la propia valoración que se haría de ese monumento funerario. Una segunda condición se deriva de los contenidos de las fuentes cuando éstas recuerdan que, ante el descubrimiento del obispo Teodomiro, el rey Alfonso II decide fundar y dotar un monasterio para atender al culto a la Tumba del Apóstol. Una condición que no fue muy tenida en cuenta por los investigadores que trataron los orígenes del culto jacobeo, más atentos al papel del obispo de Iria, importante desde el propio descubrimiento y que crecerá hasta convertirse en protagonista único, pero que no debe hacernos olvidar el contexto monasterial en el que surge el santuario jacobeo.
C.
LA
CONSTRUCCIÓN DE UN SANTUARIO
Después de años de abandono y olvido, el descubrimiento en torno al 830 del mausoleo y su atribución apostólica, van a resucitar aquel viejo enclave in cofinibus Amahia, que había tenido una importancia relativa en la Antigüedad. De nuevo unido a Iria,
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ahora sede episcopal, y con una clara finalidad religiosa, aunque más cultual que funeraria. Un renacimiento sobre premisas ideológicas y también arquitectónicas todavía afines al mundo tardoantiguo, pero ya inmersa en el nuevo ámbito histórico medieval. El germen no será la reconstrucción o nueva creación de un poblado, ni el recomenzar de una necrópolis, sino el establecimiento de una entidad cultual alrededor de la tumba atribuida al Apóstol Santiago el Mayor. Un santuario monástico martirial, tal y como lo definen algunas de las más importantes fuentes escritas y testimonian los problemáticos restos arqueológicos (Moralejo Álvarez, S., 1985; Suárez Otero, J., 1999 y 2003b). La creación de una pequeña congregación monástica encargada del cuidado y el culto del Mausoleo Apostólico que implica la existencia de un monasterio, con su iglesia y dependencias, una iglesia específicamente dedicada al culto apostólico, y un baptisterio. Un conjunto que estará articulado estructural y conceptualmente alrededor del antiguo «mausoleo» que funcionará así como «memoria». A este conjunto básico van progresivamente añadiéndose construcciones que complementarán las necesidades de un centro de estas características en un momento de máxima inseguridad, dado que la frontera con el Al-Andalus todavía estaba próxima y, por otra parte, comenzaban a producirse las primeras llegadas de los vikingos a las costas gallegas. Así, el hospital para pobres y peregrinos y el sistema defensivo. Pero, también las primeras consecuencias de su existencia: el traslado de la curia episcopal de Iria y la aparición de los primeros pobladores al abrigo del funcionamiento de un santuario, el Locus Sancti Iacobi, que fue desde su inicio foco de peregrinación. Una vez clarificadas las bases conceptuales sobre las que se construye el Locus tenemos que atender a la conformación, al menos en lo que conocemos, de los elementos que lo configuraban. El primero a tratar debe ser el propio mausoleo apostólico, por constituir el núcleo vertebrador de todo lo demás. Una cuestión compleja a la que se dieron distintas soluciones y que si aceptamos, basándonos en algunos de los restos conservados, que el mausoleo se construye en la primera mitad del siglo II, tenemos que asumir que su perduración hasta el siglo IX fue compleja y sufrió cuando menos una intervención a fines del siglo IV o comienzos del V y el abandono del siglo VIII, pero no podemos descartar otras incidencias a lo largo de tan amplio periodo de tiempo. El problema se agrava si tenemos en cuenta que los restos que hoy se conservan fueron redescubiertos por A. López Ferreiro a fines del siglo XIX, y se trata
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José Suárez Otero
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Fig. 10. Excavaciones de A. López Ferreiro en la Cripta del Apóstol Santiago (1898): Alzados (Archivo de la Catedral de Santiago).
justamente de restos, pues con la construcción del presbiterio de la catedral románica por el obispo Gelmirez, en el 1105, se destruye una buena parte de un mausoleo ya modificado por su reconstrucción parcial y readaptación a las basílicas prerrománicas. Y tampoco podemos olvidar la intervención en el baldaquino gelmiriano por parte del obispo Fonseca II, a fines del siglo XV, y su sustitución por el actual barroco. En fin, todo un largo y denso proceso de alteraciones de diverso tipo que hace difícil la reconstrucción del edificio original (Suárez Otero, J., 2004b).
Los restos expresan el acondicionamiento de un espacio rectangular en un terreno en declive para acoger una arquitectura definida por un edificio cuadrado de dos niveles, aunque algunos autores le atribuyen hasta tres (Guerra Campos, J., 1982). Conservamos los cimientos y la parte baja de esa arquitectura, en la que predomina la sillería a soga y tizón en granito de buena calidad, aunque la fabrica no es estrictamente homogénea: el lado occidental, que soportaba de manera más acusada el desnivel del terreno, presenta una fábrica más tosca, mientras que los otros tres resultan más homogéneos entre si, dando
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GALICIA, LA CRISIS DEL SIGLO VIII Y LA TRANSICIÓN AL MUNDO MEDIEVAL
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Fig. 11. Reconstrucción virtual de la parte inferior del Mausoleo de Santiago (Suárez Otero, J. 2011; Image © UCLA Board of Regents, Compostela 1211 Project).
a entender una apertura hacia oriente del edificio original. Edificio que estaba dividido de este a oeste en dos mitades separadas por un muro de mampostería. La oriental estaba rellena de tierra y soportaba un suelo ocupado por un mosaico de motivos vegetales: es aquí donde los investigadores sitúan el sarcófago atribuido al Apóstol. La occidental tenía el suelo algo más bajo y cubierto de losas cerámicas, y contenía dos nichos rectangulares de ladrillo, adosados a las paredes norte y sur de ese espacio, respectivamente. Bajo esos nichos se detectó la presencia de un nivel de suelo previo que indica más de un momento en el uso de esta arquitectura, indicio de la alteración en un momento por determinar no sólo de la arquitectura, sino incluso de los contenidos de la misma. Más problemática es la reconstrucción de la parte superior de ese edificio, pues los únicos datos de que disponemos son los textuales y estos resultan por lo general poco explícitos o confusos. Cabe pensar en un único nivel de factura simple y por definir, aunque los autores que sostienen un origen romano y carácter sincrónico para los restos conservados, proponen un edificio tipo templo clásico o similar sobre podium, o incluso le atribuyen dos al-
turas y estructura compleja, siempre teniendo como referencia mausoleos funerarios de otras áreas del Imperio, V.gr. el conocido mausoleo de Fabara, Zaragoza (Millán González-Pardo, I., 1985, con todas las hipótesis reconstructivas anteriores). Complejo resulta, también, el engarce de esa estructura con los templos que atenderán el culto al apóstol, tanto el «martirial», como el monasterial, motivo de múltiples acercamientos y constante polémica (Chamoso Lamas, M., 1967; Guerra Campos, J, 1982; Freire Camaniel, J., 2001; López Alsina, F. 1988; Suárez Otero, J., 2003ª), que en algún caso ha llegado a la negación de la existencia de uno de esas dos iglesias (Bango Torviso, I., 2007). La clave podría estar en los muros circundantes del mausoleo, que supuestamente rodeaban tres de sus lados y, según 2 Las reconstrucciones virtuales de la Tumba y los edificios altomedievales han sido realizadas en el Experiential Tecnologies Center (ETC) de La University of California, Los Angeles (UCLA), dentro del proyecto «Real Time 3-D virtual reality model of the Romanesque stage of the cathedral of Santiago de Compostela». http://www.etc.ucla.edu/researh/projects/ compostela.htm (Dagenais, Jh.; López Alsina, F.; Suárez Otero, J. and Williams, Jh. (2011); Suárez Otero, J. (2011); Dagenais, Jh.; Suárez, J.; Williams, Jh.; Zaharovits, I. (e.p.).
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Fig. 12. Reconstrucción del mausoleo y los muros circundantes en el contexto del presbiterio románico (Suárez Otero, J. (2011), Image © UCLA Board of Regents, Compostela 1211 Project).
todos los autores, resultan contemporáneos al edificio central, sea este de época romana o altomedieval2. En realidad solo existieron dos muros laterales con fábrica granítica a soga y tizón, que se disponen paralelos y a escasa distancia de los lados norte y sur del mausoleo. La falta de evidencias de muros de cierre al sur y norte del edificio central, induce a pensar que esos muros laterales sirvieron para incluir al antiguo mausoleo en otra arquitectura de mayores dimensiones y que se proyectaría al este y oeste del viejo edificio, allí donde se dispondrían la iglesia monasterial y la iglesia martirial, respectivamente; una integración que estaría reforzada por el empedrado del pasillo que se formó entre los mencionados muros. Otro hecho a destacar es la apertura al Este de ese edificio, pues estaría en contradicción con su integración en la iglesia martirial que se va a construir hacia el lado contrario, el occidental, mientras que sería más fácil su integración en la monasterial a la que se atribuye una localización oriental. El primer templo dedicado de forma exclusiva a
atender el culto a los restos del Apóstol fue mandado construir por Alfonso II y se trataba de una iglesia pequeña, de planta basilical y fábrica pobre, en la que tan sólo parecía destacar el dintel de la entrada occidental —mencionado por los textos— y de la que apenas quedan restos: el umbral de ese acceso y el arranque de los muros colindantes; como tampoco quedan restos claros del baptisterio ubicado en sus inmediaciones, salvo que reciban esa atribución en su totalidad o en parte los que hoy se vinculan a la etapa de Alfonso III. Conocemos mejor el edificio de esa etapa, que le sustituye y que, ante la necesidad de salvar el desnivel existente en el terreno que circunda al mausoleo, se asentará sobre sus escombros. Nos referimos a la iglesia mandada construir por Alfonso III y que se consagra en el año 899, según la documentación conservada (Díaz Bustamante, J. M. y López Pereira, E. 1990). Esa segunda iglesia consistía en un edificio de planta basilical con una fábrica de mampostería concertada de esquisto, salvo en las esquinas donde se
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Fig. 13. Excavaciones en la Catedral de Santiago de Compostela: restos de la basílica de Alfonso III (Foto M. Chamoso Lamas).
utilizó la sillería de granito. Una arquitectura que acogía en su interior tres naves y una cabecera en forma de ábside rectangular en el que se situaba la tumba apostólica. En el lado opuesto y configurando el frente occidental del edificio, donde iría la entrada principal de la iglesia, nos encontramos con un atrio porticado —nartex— de forma cuadrangular y definido por un gran arco en el frente y dos en cada uno de sus lados. La planta se completaba con un habitáculo cuadrado abierto en el lado norte de la iglesia con funciones de baptisterio. No debemos olvidar que la planta que acabamos de describir se asentaba en un terreno de ladera y que por lo tanto tenía que salvar una importante pendiente. A pesar del acondicionamiento del mismo mediante un proceso de aterrazamiento previo, las dimensiones del nuevo edificio hicieron necesaria la absorción de parte de la pendiente en la conformación del mismo. Así cada una de sus partes estaba en un plano diferenciado, por lo que el tránsito entre ellas necesitaba de dos o tres peldaños para salvar el desnivel; además, el propio piso da basílica, hecho de cal, arena y cuarzo triturado, estaba ligeramente inclinado. Ese escalonamiento del edificio tendría que ser especialmente acu-
sado en lo que afecta al presbiterio, situado encima de la Tumba y a ca. 1 m sobre el nivel del aula de la iglesia, al que hemos de sumar la existencia de una tribuna abovedada de la que habla la documentación escrita, pero sin que conozcamos ubicación y características exactas. Este edificio presentaba en consecuencia un alzado complejo, estructurado en distintos planos que servirían, sin embargo, para marcar la diferencia de funciones de las distintas partes de la iglesia, en un momento en el que la propia liturgia lo requeriría. Alzado que se definía cara el exterior por grandes muros de mampostería concertada de esquisto, reforzada en las esquinas por sillares de granito, y con vanos de los que conservamos los arranques de los accesos al interior de la basílica: dos en el lado sur, otro en el norte, y el principal y de mayor tamaño en el oeste; así como también la parte superior de algunas ventanas, que presentan remate en arco de herradura, en algún caso remarcado por un alfiz. Alzado, en fin, que se remataba en una estructura de cierre no abovedada sino con una estructura simple de madera para sostener un tejado a dos aguas. La Basílica de Alfonso III será el edificio que destruirá Almanzor en el 997 y que permanecerá en
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Fig. 14. Excavaciones en la catedral de Santiago de Compostela: baptisterio prerrománico (Foto M. Chamoso Lamas).
uso hasta su definitiva sustitución por la catedral románica en 1114. Además, es el edificio que refleja el creciente interés de la monarquía en el Locus y, al que el obispo de Iria hace convertirá en el precedente de la actual catedral. Uno de los hechos más significativos de la segunda basílica compostelana es la ornamentación con importantes restos de edificios antiguos trasladados por mandato de Alfonso III del área emeritense (Sánchez Albornoz, C., 1985), y que en estos momentos podemos vincular al enclave romano existente en el lugar de la actual Coria (Cáceres) (López Pereira, J. E., 1993). Se trata de las columnas marmóreas mencionadas en las versiones largas del Acta de Consagración y de las que conservamos a penas pequeños fragmentos hallados por M. Chamoso en las excavaciones del subsuelo de la Basílica compostelana. Restos a los que hay que sumar la presencia también de fragmentos de placas decorativas, como los restos de una placa que presentaba una decoración vegetal, aunque con tendencia a la geometrización, a base de hojas de acanto separadas por filetes en torno a una roseta inscrita en un círculo, y hacia el borde un motivo tipo venera o similar. Tanto la técnica, talla a bisel, como la materia prima,
mármol, son de buena calidad, y ambos parecen situar a la pieza en el contexto de los talleres emeritenses de época hispanovisigótica (ca. s. VI). Se trata, en definitiva, de partes estructurales y/o decorativas de una rica arquitectura que evidencia una formación tardoantigua, al tiempo que una proyección en lo hispano-visigótico, existente en un importante núcleo poblacional ubicado en el área de influjo emeritense. No sería tampoco descartable que aquellos viejos edificios, a los que se refiere las versiones largas del Acta de Consagración, fuesen en realidad un edificio religioso y en su traslado existiesen connotaciones ideológicas más allá de lo cultual, como podría ser la respuesta a los spolia que Abderraman II había utilizado en la mezquita de Córdoba y algunos de los cuales parecen provenir también de Mérida o su área de influencia (Peña Jurado, A., 2010). En consecuencia, la basílica compostelana sería un reflejo, pero también un instrumento en el conflicto entre los dos poderes peninsulares por la herencia hispanorromana. Una interpretación en la que también redundaría el carácter arcaizante y diferente a lo asturiano de la basílica compostelana. Diferencia que no se debería tanto a los problemas ge-
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Fig. 15. Fragmento de capitel y restos de placa decorativa: iglesia de Alfonso III (Foto Gerardo Gil).
Fig. 16. Locus Santus Iacobi: reconstrucción de las iglesias prerrománicas a partir de la planimetría de las excavaciones de M. Chamoso Lamas (Dagenais, Jh.; López Alsina, F.; Suárez Otero, J. and Williams, Jh. (2011), Image © UCLA Board of Regents, Compostela 1211 Project).
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Fig. 17. Locus Santus Iacobi: reconstrucción virtual: iglesia de Alfonso III, Mausoleo e iglesia monasterial de Antealtares, a la izquierda iglesia románica de Santa María de la Corticela (Dagenais, Jh.; López Alsina, F.; Suárez Otero, J. and Williams, Jh. (2011), Image © UCLA Board of Regents, Compostela 1211 Project).
nerados por la necesidad de integrar el Mausoleo o aspectos más contingentes, para revelarse como producto de un programa consciente de recuperación y reivindicación del pasado a través de su reutilización en el santuario apostólico, si no en la propia configuración del mismo. Reivindicación del pasado, pero también transformación del mismo en una solución de marcada peculiaridad, dicotomía y singularidad que acompañara al templo compostelano a lo largo de toda su historia, y que a fines del siglo IX origina una arquitectura que más que remedar la asturiana coincide o prefigura aquella que viene siendo denominada como mozárabe. Una propuesta aún hipotética pero a la que no sería ajeno los arcos de herradura de los vanos o la posibilidad de que esa solución se utilizase también en las arcadas del acceso principal a la iglesia. A pesar de la relevancia de a basílica de Alfonso III, no debemos olvidar que antes existía otro edificio cuando menos de la misma importancia: el monasterio de San Pedro de Antealtares (posteriormente
San Paio de Antealtares). Una iglesia ligada también de una manera directa en lo constructivo al Mausoleo Apostólico, pero con una más fácil integración con él mismo, por disponerse en un espacio de desnivel menos acusado y conectar con el lado abierto del viejo edificio, no tuvo la misma suerte que esta última y hoy apenas contamos con referencias documentales o arqueológicas que nos permitan conocerlo. El desplazamiento paulatino de los monjes por parte del obispo de Iria, de lo que nos habla particularmente el documento de 1076 conocido como Concordia de Antealtares y la posterior eliminación física de sus edificios por la construcción da gran catedral románica (López Alsina, F. 1988 y 1995), reducen nuestras consideraciones a apenas algún aspecto claro: integración de todas las arquitecturas en un únicum y buena calidad de fábrica de la iglesia monasterial, con unos restos, presentes en las cimentaciones de la cabecera de la basílica románica, similares a los correspondientes a la basílica de Alfonso III, pero que cabe atribuir a la iglesia inicial, de tiempos de Alfonso
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Fig. 18. Necrópolis altomedieval nivel intermedio. Grupo de sarcófagos reutilizados en época altomedieval (Foto M. Chamoso).
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II, pues no tenemos noticias de cambios en la iglesia monasterial desde su origen hasta su definitiva destrucción a fines del s. XI. Una hipotética reconstrucción de forma y tamaño podría hacerse a partir de la actual capilla del Salvador en el extremo de la cabecera románica, por su disposición y por contener una de las dedicaciones atribuidas a la antigua iglesia monasterial, obteniéndose una planta basílical, con el mausoleo a los pies, lo que cerraría el lado occidental y obligaría a disponer el acceso principal por un lateral del aula, quedando la incógnita de cómo se resolvería la cabecera. En consecuencia, la iglesia más importante en el momento que se constituye el santuario, ubicada en el lugar más lógico en relación al antiguo mausoleo, a la que la iglesia martirial, o mejor, episcopal intentará imitar e incluso superar, con la intención, posteriormente lograda, de sustituirla en el control del culto al Apóstol. Alrededor de esas arquitecturas surge desde la misma fundación del santuario un cementerio que acogerá a los monjes, a la población del entorno inmediato, particularmente de los pequeños núcleos que se forman al abrigo del santuario y que serán el germen de la futura ciudad de Compostela, y también a los primeros peregrinos. Necrópolis que persistirá hasta la construcción de la catedral románica, que por
Fig. 19. Vista del recinto fortificado del Locus Sanctus Iacobi (muralla en gris y foso en azul) en relación a la catedral románica y el entramado urbano actual.
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sus grandes dimensiones invadirá su espacio desplazándola para el que ocupa la actual plaza de A Quintana. Dado que nos hemos referido a él abundantemente en los anteriores apartados, nos limitaremos ahora a señalar sus características más destacadas. Así, el tipo de enterramiento es de inhumación extendida y sin ajuar, típico del ritual cristiano, sobre unas tumbas muy sencillas y de escasa variedad formal. Predominan las tumbas hechas con lajas hincadas o muretes de piedra cubiertas por lajas del mismo material, a su lado algunas más elaboradas con muros de ladrillos reaprovechados, o las excavadas en la roca existente bajo el terreno en el que se asienta la necrópolis. Mención aparte son los grandes sarcófagos de granito, restos de un viejo cementerio ahora reaprovechados en nuevos enterramientos que carecen del significado que tenían originalmente. Una función que ahora estará expresada en los enterramientos de cubiertas pétreas con inscripciones, aunque mayoritariamente cubran sencillas tumbas de lajas o excavadas en el subsuelo rocoso, pero situadas inmediatas a los muros de la iglesia martirial; en este grupo destaca, por su calidad, la lauda del obispo Teodomiro, asociada posiblemente a un mausoleo funerario adosado a la pared sur de la iglesia de Alfonso III. Toda esta compleja realidad, mausoleo, iglesia, baptisterio, monasterio, cementerio, al que, paulatinamente, se irán añadiendo hospital, la primitiva iglesia monasterial de San Martín de la Peña (hoy iglesia de Sta. María de la Corticela) y dependencias episcopales, va a tener que ser protegido y para ello se construye una gran cerca defensiva, de la que los primeros pasos se dan a fines del siglo IX para consolidarse definitivamente a mediados del siguiente. Será una muralla de ca. 2 m de grosor, hecha en mampostería concertada de esquisto, con torres dispuestas en las entradas, y que era completada con un gran foso excavado en la roca de 3 m de profundidad por 8 m de anchura que la circundaba a ca. 5 m de distancia y que tenía que salvar una disposición en ladera. Una obra compleja en su construcción, máxime si tenemos en cuenta que debía estar colmatado con agua, como señala alguna fuente escrita y como parecen confirmar los restos arqueológicos. El resultado final es un rico conjunto de edificios, escondidos en el interior de un recinto fortificado de forma oval y dispuesto sobre una ladera de fuerte inclinación, que va perdurar sin grandes cambios hasta mediados del siglo XI y que, hasta ahora a penas tenida en cuenta tanto en la historiografía como en la arqueología, definió la imagen del Locus Sanctus Iacobi.
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D.
EL
LOCUS: LA INTERPRETACIÓN DE UN HECHO
EXCEPCIONAL
El primer problema que plantea el descubrimiento de la tumba y su conversión en lugar de culto es el del modelo que sirve de referente para la solución a adoptar. Hasta ahora la investigación dirigió su vista hacia aquellos centros cuya relación con el Locus Sancti Iacobi parecía evidente. En primer lugar aparece Roma, como creadora de una imagen referente para la cristiandad occidental y sede, además, de las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, motivadoras también de un flujo peregrinatorio, que en este caso se constata ya en la tardoantigüedad. Fueron fundamentalmente los autores eclesiásticos, como López Ferreiro (1898) o Guerra Campos (1982), quienes más decididamente apostaron por este modelo, que debe considerarse para los aspectos de definición del culto y atendiendo a las primitivas basílicas martiriales de S. Pedro y S. Juan de Letrán, sin que debamos olvidar tampoco S. Pablo Extramuros y S. Sebastián, pero resulta difícil de utilizar para la formación del primitivo núcleo compostelano, muy alejado material y funcionalmente de la gran ciudad tardoantigua. Las coincidencias giran en torno a las premisas tardoantiguas, a las que ya nos hemos referido, del culto martirial y la formación de lugares de peregrinación, en torno a un martiryum o memoria de especial relevancia. En realidad la influencia de Roma, en especial de la basílica y tumba de S. Pedro, será más evidente en tiempos posteriores cuando se pueda construir un gran templo, la catedral románica, que ofrecerá unas dimensiones y posibilidades más cercanas al paradigma romano. Otros autores apuntaron hacia Oviedo (Nuñez Rodríguez, M. 1977a). Un caso que resulta más cercano, pues se trata también de un pequeño núcleo surgido ex novo a la sombra del poder real asturiano, e incluso con la intervención en parte de los mismos monarcas: Alfonso II y Alfonso III. Apoya esta posible comparación el hecho de que los restos conservados de la primitiva sede ovetense correspondan fundamentalmente a sus edificios religiosos y en menor medida a los civiles, centrándose estos en las construcciones palaciales, íntimamente ligadas, por otra parte, a los anteriores. Una situación que nos remite a las limitaciones que tiene la arqueología para recuperar e identificar los restos de esta etapa oscura, en la que, además, la diferenciación funcional y conceptual, tanto entre edificios como entre centros, resulta bastante ambigua: lo civil, lo eclesiástico, lo urbano, lo rural, lo habitacional o lo monástico se entremezclan en unos restos que suelen ser escasos
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y confusos. Redunda en esa posible analogía que distintos autores hayan interpretado al primitivo Locus Sanctus Iacobi como los inicios conscientes de una ciudad episcopal, e incluso que se haya querido ver en sus edificios la presencia de los elementos típicos de un centro de ese tipo, especialmente la existencia de una catedral doble conformada por el templo de Santiago y el de Santa María de la Corticela. Una interpretación que olvida o minimiza la presencia del monasterio de Antealtares y de su papel con respecto al culto a la tumba del Apóstol, además de tergiversar el significado de la iglesia monasterial de Santa María de la Corticela. Las claves de esa supuesta identidad entre Santiago y Oviedo están principalmente en el carácter casi exclusivamente episcopal de las fuentes escritas conservadas, en las que directa e indirectamente se tiende a magnificar el papel del obispo en la construcción del Locus como preámbulo necesario del dominio que ejercerá la Mitra en el culto a la Tumba, una vez devaluada la posición de los monjes de Antealtares. Pero también del dominio sobre el burgo medieval, que así resulta fundado como tal por el propio obispo de Iria, avalando una relación que sus sucesores, los arzobispos compostelanos, tendrán que reivindicar constantemente frente a intereses contrarios. Otra razón argüida es la especial relación de Santiago con la monarquía asturiana, hecho innegable por la participación en la propia fundación del Locus y particularmente por la intervención de Alfonso III. Sin embargo, debemos tener en cuenta que el papel principal en la construcción del Locus lo va a tener el obispo de Iria, quien a partir del siglo X se va haciendo con las riendas del santuario: el ya mencionado palacio episcopal, creación del monasterio de S. Martín de la Peña, hospital para pobres; posteriormente, murallas... Tampoco debemos olvidar que el hecho fundacional parece inscribirse más en el programa de creación de centros monásticos por parte de Alfonso II dentro del proceso de expansión hacia el sur, que en la creación de nuevos centros urbanos, y menos en un intento de reproducir la sede real recientemente creada por él mismo. Santiago no parece ser una reproducción de Oviedo si no un enclave complementario, y por lo tanto necesariamente diferente, en la construcción e implantación del poder del monarca asturiano. Nuestra propuesta interpretativa se basa en la identificación del Locus Sanctus Iacobi como un complejo presidido por los restos de un santo o mártir y configurado por iglesia y dependencias monasteriales y la iglesia martirial, lo que no es desconocido para el mundo tardoantigo. A partir del desarrollo del culto
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a los santos o mártires en el siglo IV, además del culto previo a los lugares santos, surgen unos enclaves que conjugan esa faceta cultual con otra también característica de los primeros tiempos del cristianismo como es la ascética o monacal. No será extraño, pues, que sea en oriente donde encontremos el esquema clásico de los precedentes del Locus Sanctus Iacobi, aunque reflejados allí en grandes complejos monásticos-martiriales, también de peregrinación, como el santuario de San Simeón «el Estilita» en Siria, San Menas en Egipto, Santa Catalina del Monte Sinaí o el santuario de Tebessa en el norte de África. Otros ejemplos más próximos a Santiago en lo geográfico y también en las dimensiones, y que sirvan también de puente con el oriente tardoantiguo están aún por descubrir en la Hispania visigótica. El Locus expresaría un proceso de readaptación de conceptos y fórmulas paleocristianas a la nueva realidad medieval, que tiene paralelos, en ejemplos coetáneos del noroeste de la Galia carolingia y, especialmente, en la Inglaterra anglosajona, donde, además, encontramos conjuntos eclesiásticos formalmente idénticos, como Jarrow o Wells: iglesia monástica e iglesia martirial dispuestas alineadas en torno a un antiguo Mausoleo que, al mismo tiempo sirve de nexo de unión arquitectónica entre ambas. Una solución, los conjuntos de edificios religiosos sobre un eje longitudinal, que también tiene precedentes en el mundo oriental tardo antiguo: la catedral y la iglesia de San Teodoro en Gerasa (Suárez Otero, J. e.p.).
E.
DE
SANTUARIO A CIUDAD
La permanencia de ese núcleo esencial que define el «locus Sancti Iacobi» como un santuario monástico martirial no va a impedir, sin embargo, que alrededor del mismo vayan produciéndose hechos y fenómenos históricos que acabarán con la total transformación de ese enclave de carácter estrictamente religioso. Cuando en el siglo XII las fuentes documentales pasen a referirse a esa realidad no ya como locus sanctus sino como civitas, están expresando la conceptualización de una nueva realidad que no ha surgido súbitamente, sino que es la consecuencia de un largo proceso de cambios que llevaron a convertir el ya viejo enclave monástico-martirial en un ámbito urbano. Unos cambios que van a tener reflejo en los restos arqueológicos, algo comprensible si atendemos a lo que dichos restos expresan: más de tres siglos de historia, desde el descubrimiento del Mausoleo hasta la construcción de la catedral románica. Sin embargo, esos cambios fueron mal in-
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Fig. 20. Torre en la entrada occidental del Locus Sanctus Iacobi. Detalle con las modificaciones del obispo Cresconio (s. XI) (Foto M. Chamoso).
terpretados u obviados hasta ahora, debido fundamentalmente a la necesidad de sustentar presencias anteriores al mundo medieval para demostrar la romanizad del mausoleo, pero también al escaso desarrollo de la arqueología medieval gallega. Destacan la evolución producida en la necrópolis, pero también las transformaciones que se detectan en el contexto de la arquitectura civil, sea en los restos del posible palacio episcopal, sea en el sistema defensivo. Los primeros hechos que introducen en el santuario elementos que llevarán a su transformación, aparecerán temprano y vinculados al interés del obispo de Iria en el desarrollo, pero también en el control, de un enclave que contó desde sus inicios con el apoyo decidido de la monarquía y una creciente influencia religiosa en su entorno. El traslado de la curia de Iria al Locus, la magnificación de la iglesia martirial y su transformación de facto en iglesia episcopal, y el impulso a la repoblación del lugar, son esos hechos, y el obispado de Sisnando de Liébana el momento en el que parecen comenzar, cuando habían pasado
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menos de cien años desde el descubrimiento del Edículo Apostólico. Unos hechos, en definitiva, que se convierten en procesos a lo largo del siglo X, a pesar de momentos de crisis, tanto por razones internas como externas, que dificultaron la evolución de los mismos, pero que, por otra parte, redundaron muchas veces en el incremento del poder de quien tenía más interés en su consolidación, el obispo —recordemos las incursiones vikingas o el ataque de Almanzor y la presencia al frente de la mitra de personajes como San Rosendo y, especialmente, San Pedro de Mezonzo—. Prueba de que los cambios seguían adelante será la aparición de una serie de núcleos todavía de carácter rural —vicus— que se adaptan a las irregularidades del terreno y se van a unir al de San Fiz de Solovio en las inmediaciones del santuario: San Miguel dos Agros, San Benito do Campo, el Vilar (origen de la posterior calle del mismo nombre) etc. (López Alsina, F. 1988). Además, en este siglo asistimos a la incorporación de un elemento que será fundamental en la transformación del «locus», como será el despegue de una peregrinación que ahora alcanzará dimensiones europeas. La presencia de peregrinos francos, en la que se incluyen personajes de la relevancia del obispo Gotescalco de Le Puy, al tiempo que las primeras menciones a alemanes y, posiblemente, también de otras partes de Europa occidental, aparecen reflejadas en la arqueología a través de monedas, sobre todo del suroeste del reino el franco, que estos peregrinos dejaban como limosna en la tumba apostólica: deniers pougeoises, deniers toulosans, deniers poitevins etc. Monedas que señalan el desarrollo de una nueva fuente de riqueza para el santuario, a añadir a las abundantes donaciones que en especial los monarcas venían haciendo. Riqueza, en fin, que estaba vinculada el surgimiento de una nueva economía en la que la moneda desempeñaba un papel clave, en tanto que expresión de la prestación de los servicios requeridos por la afluencia de los peregrinos y el desarrollo de los intercambios comerciales (Suárez Otero, J., 2003b, 2009). El resultado será que en el siglo XI el primitivo santuario, aún conservando en buena medida su primitiva estructura y sentido, mostraba una imagen que ya era sustancialmente distinta a la original. Una población asentada en sus alrededores y en constante crecimiento, y también con unas mejores condiciones de vida, como evidencian los restos arqueológicos —aumento de la calidad en la vida cotidiana, crecimiento del cementerio— dará origen a la determinación del obispo Cresconio de construir un nuevo sistema defensivo que ya no tendrá como fin la
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protección de un santuario, sino de un burgo, a pesar de que este último aún no estaba definido con un sentido estrictamente urbano (López Alsina, F. 1988; Suárez Otero, J. 2003b). Los cambios no afectaron solo al entorno del núcleo primitivo, sino que este mismo va a sufrir modificaciones importantes. Desde finales del siglo IX con la intervención de Alfonso III y la construcción de la muralla a mediados de la siguiente centuria parece no haber ocurrido nada significativo. Pero la arqueología habla del crecimiento constante de la necrópolis, de la creación y cambios del palacio episcopal e incluso de remodelaciones en el sistema defensivo. Circunstancias que a mediados del siglo XI llevarán, por ejemplo, a una redefinición importante en el área occidental del Locus, con la ampliación del espacio delante de la basílica de Santiago y la construcción en su frente de una entrada monumental flanqueada por torres, a la que, quizá y dado la inutilización progresiva del viejo sistema defensivo, pudiese considerarse como una entrada simbólica de un gran santuario frente a lo que está surgiendo en su entorno (Suárez Otero, J. 2004a). El paso definitivo se dará a fines de esa centuria con la construcción de la nueva iglesia de Santiago, la catedral románica, que se asentará sobre el antiguo santuario monástico-martirial, sustituyéndolo y confirmando su definitiva transformación en núcleo articulador de lo que ya es una ciudad episcopal, la Civitas Iacobi (Dagenais, Jh.; Suárez, J.; Williams, Jh. y Zaharovits, I., e.p.).
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O NORTE DE PORTUGAL ENTRE OS SÉCULOS VIII E X: BALANÇO E PÈRSPECTIVAS DE INVESTIGAÇÃO POR
LUÍS FONTES Unidade de Arqueologia da Universidade do Minho*
RESUMO Com esta comunicação pretendemos ensaiar uma síntese prospectiva sobre o conhecimento histórico do período compreendido entre os séculos VIII e X no Norte de Portugal. Centraremos a nossa atenção na região bracarense, a melhor documentada, tanto do ponto de vista das fontes escritas como das fontes arqueológicas. Numa primeira parte, procuraremos identificar as problemáticas históricas dominantes e sumariar as principais interpretações produzidas. Teremos por referência uma selecção de estudos nas áreas da arqueologia e da história. Sublinharemos a riqueza informativa dos dois documentos bracarenses mais importantes para o estudo deste período: o Liber Fidei Sanctae Bracarensis Ecclesiae e o censual Inter Lima et Ave (Censual do Bispo D. Pedro). Numa segunda parte, apresentaremos alguns contributos recentes da arqueologia para o aumento do conhecimento deste período e para a renovação das problemáticas históricas associadas. Daremos destaque aos resultados proporcionados pelos trabalhos arqueológicos que desenvolvemos nos últimos 20 anos na região de Braga, designadamente no mosteiro de São Martinho de Tibães, na igreja velha de São Torcato, no mausoléu/capela de São Frutuoso de Montélios, na igreja de São Martinho de Dume, na igreja velha de São Mamede de Vila Verde, no castro-castelo de Cantelães e na própria cidade de Braga. Centraremos a atenção em questões de arquitectura e de tecnologias construtivas e de conformação da paisagem, problematizando as cronologias associadas. Na terceira parte enunciaremos a nossa perspectiva de desenvolvimento futuro das investigações sobre a alta idade média do Norte de Portugal, propondo linhas de investigação arqueológica nas áreas da arquitectura religiosa, castelologia, estrutura de povoamento, paisagem, urbanismo e produções cerâmicas. ABSTRACT This paper intends to test a prospective synthesis of historical knowledge for the period comprised between the 8th and 10th centuries in northern Portugal. We will focus in the region of Braga, the best one recorded both in terms of written sources and archaeological sources. In the first part, we’ll identify the dominant historical issues and summarise the main interpretations produced. We will *
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use as reference a selection of studies in the fields of archaeology and history. We will underline the documentary value of the two most important Braga’s documents to study this period: the Liber Fidei Sanctae Bracarensis Ecclesiae and the census Inter Lima et Ave (Census of Bishop D. Pedro). In the second part, we will present some recent contributions of archaeology which have help to increase the knowledge of this period and to renew the related historical issues. We will highlight the results provided by the archaeological works developed in the last 20 years in the region of Braga, particularly in the monastery of St. Martin of Tibães, the old church of St. Torcato, the mausoleum/chapel of St. Fructuoso de Montélios, the church of St. Martin of Dume, the old church of St. Mamede de Vila Verde, Castro-Cantelães castle and the city of Braga. We will focus our attention on architecture and building technologies, types of ceramic and conformation of the landscape, questioning thus the associated chronologies. In the third part, we will explain our perspective on future development of research on Early Medieval age of northern Portugal, proposing lines of archaeological research in the areas of religious architecture, fortification, settlement structure, landscape, urbanism and ceramic production. PALAVRAS-CHAVE: Historiografia; Arqueologia; Povoamento; Arquitectura; Cidade de Braga. KEY WORDS: historiography; archaeology; settlement; architecture; city of Braga.
1. O NORTE DE PORTUGAL ENTRE CRISTÃOS E MUÇULMANOS: CONCEPÇÕES E PERSPECTIVAS HISTÓRICAS O estudo da Alta Idade Média do Norte do actual território português, que sempre se percepcionou como um espaço de fronteira entre os cristãos asturianos e os muçulmanos do sul peninsular, assentou, praticamente durante toda a primeira metade do século XX, num modelo historiográfico forjado sob os conceitos de «ermamento estratégico» e «reconquista», veiculados tanto pela historiografia espanhola como portuguesa (Costa 1997, 57-58).
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Fig. 1. Cartografia das paróquias no século
Contudo, já nas primeiras décadas do século passado, tal modelo começou a ser questionado, contrapondo-se a continuidade de povoamento entre os séculos VII e XI: primeiro com o estudo de Alberto Sampaio (1979 [1903]) sobre As Vilas do Norte de Portugal, ainda hoje um estudo incontornável para quem quiser investigar a evolução da paisagem agrária do entre Douro e Minho entre a Antiguidade Tardia e a Idade Média, e depois por José Augusto Ferreira (1928), com o seu exaustivo trabalho sobre a história dos bispos e arcebispos bracarenses. Mas é a partir dos estudos seminais de Pierre David (1947) e de Avelino de Jesus da Costa (1959 [1997]), centrados sobre o noroeste peninsular e a antiga diocese de Braga, respectivamente, que tais modelos foram sendo sistemática e fundadamente rejeitados e vieram a ser definitivamente ultrapassados pelos estudos mais abrangentes de José Mattoso (1988 e 1992). Importa assinalar que o Liber Fidei Sanctae Bracarensis Ecclesiae e o censual Inter Lima et Ave (vulgarmente designado por «Censual do Bispo D. Pedro»), se fixaram então como principais fontes documentais para o estudo da história altomedieval da região correspondente ao Norte de Portugal, graças
XI .
Segundo Costa 1959 [1997].
à edição crítica assinada pelos dois primeiros medievalistas (David 1947; Costa 1959 [1997] e [2000], 1965, 1978 e 1990). Independentemente da existência de outros conjuntos documentais, como os compilados nos Portugaliae Monumenta Historica, os documentos do cartulário bracarense, únicos no género na Europa ocidental antes do século XIII, oferecem um potencial de estudo de reconhecido valor, não só para a história religiosa da diocese de Braga, mas também para a história da economia, da administração territorial, do povoamento e das paisagens que se desenvolveram nos dois últimos séculos do primeiro milénio (Costa 1959 [1997], XII-XIV). Assim, é hoje generalizadamente aceite que o território entre o rio Minho e Douro terá mantido parte significativa das suas populações, até ao terceiro quartel do século IX num quadro social e político de ausência de poderes estatais actuantes, e a partir do último terço do século IX já enquadrados de modo sistemático nas estruturas de poder galaico-asturiano, leonês e portucalense, identificando-se muitos dos protagonistas das suas elites laicas e religiosas (Mattoso 1988 e 1992; Real 2007). Neste novo quadro de conhecimento histórico, as perspectivas de estudo deslocaram-se para a interpre-
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Figs. 2-4. Cartografia dos mosteiros entre os séculos IX e XII. (Marques 1988); e povoamento no séc. (Amaral 2007).
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e no séc.
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Fig. 5. Cartografia de arquitectura pré-românica entre os rios Minho e Douro. Segundo Almeida C.A.F. 1978a.
Fig. 6. Cartografia de locais fortificados entre os rios Minho e Douro (séc. IX-1220). Segundo Almeida C.A.F. 1978b.
tação de continuidades ou rupturas entre a Antiguidade Tardia e o mundo medieval. Embora a generalidade dos autores reconheça que os séculos VIII a X constituíram um período de trânsito, de transformação, uns valorizam esse período como um prelúdio da história de formação de Portugal (Serrão e Marques 1995 e 1996), ao passo que outros preferem considerá-lo como uma fase da evolução histórica do reino asturiano e leonês, procurando-se compreender os diversos ritmos e tendências de evolução da sociedade alto medieval (Amaral 1999 e 2007; Marques 2006). Por outro lado, embora alguns historiadores reconhecessem na arqueologia uma área de estudo cujo desenvolvimento poderia contribuir para um melhor conhecimento da Alta Idade Média, a verdade é que os estudos arqueológicos só se vieram a concretizar a partir da década de 80 do século XX, acompanhando, aliás, a tardia afirmação da Arqueologia Medieval no quadro do ensino e da investigação arqueológica portuguesa (Fontes 2002). Os primeiros contributos significativos, ainda que limitados por um certo empirismo metodológico, devem-se a Carlos Alberto Ferreira de Almeida, com
os seus estudos pioneiros sobre a viação, castelologia e arquitecturas medievais do Entre Douro-e-Minho (1968, 1978a, 1978b e 2001). Nesta última matéria defendeu, apesar da sublinhada escassez de dados, que «(…) As construções religiosas da época da Reconquista (…) mostram-nos uma arquitectura de multiplicados e pequenos espaços, de uma legibilidade interna muito limitada, isto é, com uma ordenação bastante estanque. E a silhueta exterior destes edifícios assim o reflecte. Esta é marcada por diferentes volumes, notoriamente, escalonados até ao centro ou até à torre-cruzeira, quando esta existe (…). Os bons edifícios da Reconquista, na área portuguesa, estão entre a arte cordovesa, emiral e califal, e a arquitectura asturiana, e ao lado das tão moçárabes realizações leonesas. Elas mostram características próprias, expressando esse tempo e essa cultura (…)» (Almeida C.A.F. 2001, 34). Mário Jorge Barroca aprofundou as linhas de investigação abertas por Ferreira de Almeida, creditando-se-lhe os primeiros inventários arqueológicos analíticos das necrópoles, de elementos arquitectónicos avulso e da epigrafia altomedievais do entre
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Fig. 7. Cartografia de necrópoles altomedievais. Segundo Barroca 1987 (in Mattoso 1992).
Fig. 8. Cartografia de elementos de arquitectura datáveis entre finais do séc. IX e meados do século XI. Segundo Barroca 1990.
Douro-e-Minho (Barroca 1987, 1990 e 2000, respectivamente), os quais lhe permitiram reafirmar os séculos IX-XI como um período socialmente dinâmico, caracterizando-se a «arte portuguesa pré-nacional» (sic) por revelar «(…) uma estética original, na maioria dos casos afastada dos cânones asturianos ou moçárabes puros, mas não deixando de ser influenciada por estes e pelos que se ia fazendo na área galega. São sobretudo notórias as referências asturianas e compostelanas, filtradas e assimiladas num gosto próprio (…)» (Barroca 1990, 141). Nas décadas finais da última centúria, iniciaramse também estudos de produções cerâmicas provenientes de contextos arqueológicos com estratigrafia bem estabelecida, proporcionada pelas escavações no casco urbano da cidade de Braga e no sítio de Dume. Alexandra Gaspar, a arqueóloga que melhor estudou esta matéria, registou para este período a predominância das produções locais e uma significativa redução de fabricos importados, que não se imitam, a par de uma menor variedade de formas, com predomínio das formas fechadas, acentuando-se nas cronologias mais recentes as cozeduras em ambiente redutor (Gaspar 2003, 474).
Mas é com Manuel Luís Real que, de modo sistemático, o conhecimento deste período histórico se amplia e renova, graças aos seus persistentes estudos de história da arte e de arqueologia altomedievais, oferecendo-nos nos últimos anos as mais informadas, estimulantes e historicamente contextualizadas sínteses sobre a evolução da arquitectura no actual território português entre os séculos VI e XI (Real 2000, 2007a e 2007b). Sustentado por uma abordagem metodologicamente actualizada, em que releva a manipulação de dados primários recolhidos nas múltiplas escavações arqueológicas que, directa ou indirectamente, acompanhou, a par da recolha de paralelos no actual território português, no sul peninsular e na bacia mediterrânica, Manuel Real cruza dados de natureza diversa (arqueológicos, documentais, toponímicos, estilísticos), que lhe permitem propor uma interpretação coerente das características essenciais da arte e da cultura dos séculos IX-XI. Porque elucidativo, permita-se-nos transcrever aqui o resumo do seu contributo apresentado no terceiro simpósio internacional «Visigodos y Omeyas»: «As esculturas do período suevo-visigodo evidenciam uma natural continuidade em relação ao
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Fig. 9. Influências galaico-asturianas na escultura decorativa «portucalense». Segundo Real 2007a.
período romano. No entanto, demonstram também tendências para a dissolução dos modelos nos quais se inspiram. Com a Reconquista emergem novas formas artísticas, onde sobressaem as influências galaico-asturianas, mais do que leonesas. A arte erudita do «grupo portucalense» irá caracterizar-se por um progressivo retorno ao classicismo, matizado pela introdução de formas de origem moçárabe. Neste processo, vão ter um papel preponderante as cortes condais de Viseu e Coimbra. A importação, para o Entre Douro e Minho, de peças de escultura em calcário, ter-se-á seguido à nomeação de Hermenegildo Gonçalves e Mumadona para o governo do condado de Portucale. A íntima relação que estes mantinham com a corte de Ramiro II, de Leon, explicará ainda algumas afinidades entre o «grupo portucalense» e certas manifestações artísticas, dispersas pela Galiza, Astúrias e, eventualmente, o baixo Leon.» (Real 2007, 133).
Portanto, não só se deve abandonar a ideia feita que após 711 se deixou de construir edifícios, como se deve reconhecer a existência de renovação arquitectónica, com manifestação de influências diversas, que se entrecruzam, inclusivamente oriundas do mediterrâneo oriental. Essa renovação está expressa nas diversas tendências regionais que se detectam nos elementos arquitectónicos atribuídos a este período, distinguindo-se uma arquitectura «moçárabe» com origem em centros urbanos meridionais, como Mérida, Málaga, Lisboa ou Coimbra, uma arquitectura asturiana desenvolvida a partir da capital das Astúrias, Oviedo, e uma arquitectura condal galaico-portucalense, que emerge em torno dos principais núcleos de povoamento do Noroeste, isolando-se no entre Douro-e-Minho o foco de Braga, num eixo que se estende de Guimarães a Ponte de Lima(Real 2000, 71; Fontes e Pereira 2009, 29).
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Fig. 10. Influências moçarabes na escultura decorativa «portucalense». Segundo Real 2007a.
2.
A REGIÃO BRACARENSE ENTRE OS SÉCULOS VIII E X: CONTRIBUTOS RECENTES DA ARQUEOLOGIA
Exceptuando a Igreja Velha de São Torcato, os monumentos ou sítios arqueológicos que apresentamos abaixo foram já objecto de publicação, mais ou menos detalhada, que se referencia na bibliografia final. Limitar-nos-emos, por isso, a abordar apenas os aspectos que interessam ao tema deste trabalho. 2.1.
IGREJA
DE
SÃO MARTINHO
DE
DUME (BRAGA)
Relativamente a Dume, os dados obtidos nas escavações arqueológicas efectuadas permitem afirmar
que, depois da edificação da igreja sueva e da reconversão da villa em mosteiro, no século VI, este se manteve continuamente ocupado até finais do século IX. Por outro lado, a documentação esclarece que, em 866, o bispo dumiense Sabarico se transferiu para Mondonhedo, na Galiza, devendo datar dessa época a extinção do mosteiro. Em 911, Ordonho II da Galiza mandou delimitar novamente o termo de Dume e confirmou a anterior doação ao bispo de Mondonhedo, feita em 877 por Afonso III das Astúrias (Liber Fidei, Doc17, in Costa 1965). Terá sido no quadro desta manutenção do interesse por Dume por parte da corte asturiana, que se terá reedificado a primitiva basílica sueva de Dume, erguendo-se então uma nova igreja, eventualmente já com funções paroquiais.
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Fig. 11. Localização dos sítios/monumentos estudados.
Fig. 12. Restituição dos limites do termo de Dume, em 911.
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Fig. 13. Levantamento das ruínas da igreja de Dume. Segundo Fontes 2006.
É portanto no contexto histórico do século X que situamos cronologicamente a reedificação da igreja de Dume, a ela se reportando os vestígios melhor conservados e mais amplos colocados a descoberto pelas escavações arqueológicas (Fontes 1991-92, 2006 e 2009b; Fontes e Gaspar 1997). Feita a fundamentis, a reedificação do templo foi também uma ampliação. As novas paredes, solidamente alicerçadas na arena granítica, ergueram-se contra a face externa das paredes do edifício primitivo, determinando assim a manutenção da planta anterior com cabeceira trilobada e uma só nave, naturalmente agora de maiores dimensões —cerca de 35 metros de comprimento por 23 metros de largura na
zona do cruzeiro/transepto, e um alargamento ainda maior na largura da nave, que passou para 11,5 metros. Do ponto de vista construtivo, porém, a manutenção do traçado geral da planta foi o único elemento anterior que permaneceu. Com efeito, as soluções técnicas e a organização interior do espaço revelam-se absolutamente distintas. A nova construção foi feita com paredes mais estreitas, medindo 0,80 metros de espessura, em alvenaria granítica de blocos de pequena e média dimensão, dispostos em fiadas horizontais mais ou menos uniformes. Nos alicerces incorporaram-se alguns cilhares almofadados de grandes dimensões, colocados espaçadamente e ligeiramente salientes em
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Fig. 14. Pormenores de vestígios arqueológicos de São Martinho de Dume associados à ocupação dos séculos
relação ao prumo da parede. A abside meridional foi reforçada exteriormente com quatro muretes/contrafortes, dispostos radialmente a partir do seu topo. Interiormente, a organização do espaço conheceu também alterações significativas. Os restos do primitivo templo foram completamente cobertos por espesso pavimento argamassado, tipo opus signinum, anulando-se todas as teorias de arcaturas anteriores (apesar das reservas suscitadas por Caballero Zoreda e Manuel Real, os dados estratigráficos não deixam margem para dúvidas). Na abside oriental, que se conservou sobrelevada em relação ao resto do edifício, identificaram-se restos de assentamento de altares de diferentes tipologias: ao fundo, junto ao topo da abside, elevavam-se quatro colunas graníticas, suportando o que poderia ser uma espécie de baldaquino; ao centro da abside, encontrou-se parte de um re-
IX -XI.
baixamento/encaixe no pavimento, rebocado com estuque granuloso, desenhando uma forma rectangular com aproximadamente 1,20 × 0,80 metros de lado e 0,10 metros de profundidade, que estruturaria uma espécie de cipo ou caixa. Com o arco triunfal alargado, a passagem da abside à quadra central fez-se através de três degraus, de que se conserva boa parte do degrau superior, desenhados pelo próprio pavimento argamassado. O amplo espaço definido pelo cruzeiro e absides laterais, formando um verdadeiro transepto, apresenta uma pavimentação uniforme, praticamente sem diferença de nível. A passagem à nave conheceu também uma alteração profunda. Eliminada a tripla arcatura anterior, ficou uma abertura mais ampla que esbateu, sem anular completamente, a separação entre a nave e o
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Fig. 15. Túmulo dito de São Martinho de Dume.
cruzeiro/transepto. Este «alargar» do espaço acessível aos fiéis foi reforçado, na nave, com o aumento da largura desta e a extensão do pavimento a toda a sua superfície. Duas portas laterais, abertas nas paredes ocidentais das absides junto aos arranques da nave, estabeleciam a ligação ao exterior. Haveria ainda uma porta principal, aberta na fachada ocidental da nave. As duas entradas laterais, bem identificadas pelos cunhais e soleiras que se conservam, abriam um vão de 1,20 metros, que se transpunha através de um degrau. Na porta meridional o degrau era formado por três tijo-
los com restos de mosaico, reaproveitados (é possível que pertencessem a tampas sepulcrais paleocristãs). No exterior, contra a fachada ocidental da igreja, colocaram-se a descoberto vestígios da necrópole altomedieval, composta por diversas sepulturas, que apresentam como característica comum serem todas de inumação, em caixa pétrea bem estruturada, de formato rectangular e orientadas Este-Oeste. Umas são de tijolo, outras em alvenaria e outras ainda em lajes monolíticas, apresentando leitos de terra ou de tegulae e coberturas compósitas de lajes graníticasFazendo cabeceira comum de três sepulturas, reuti-
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lizou-se uma tampa de sepultura com mosaico, datável dos séculos V-VI. Para a época, nesta região, o modelo planimétrico de cruz latina constituirá uma excepção, no quadro dos modelos que então se difundem e em que dominam as igrejas de nave e abside rectangularesCompreende-se, aqui, por ser uma solução local claramente herdada do modelo anterior. O que poderia parecer uma inovação não passará, portanto, de uma permanência que, se considerarmos também a reutilização sistemática de materiais construtivos anteriores, se deverá relacionar mais com a escassez de meios do que com a vontade consciente de perpetuar um modelo arquitectónico «clássico». Nos princípios do século XII, culminando um processo de reivindicação por parte da mitra bracarense, Dume viria a ser restituída à diocese de Braga, já como paróquia, momento que se associa igualmente à implementação do culto do santo dumiense. É neste contexto que se compreende melhor a produção do túmulo dito de São Martinho, uma das mais notáveis peças da escultura pré-românica portuguesa. Embora alguns autores considerem que as duas peças que compõem o túmulo possam ter pertencido a monumentos diferentes, propondo para a tampa uma data de finais do século VI e para a arca tumular uma cronologia mais recente, embora ainda de época visigótica, outros sugerem cronologias em torno dos séculos IX e X. Com o estudo de Helmut Schlunk (1968), que demonstrou a filiação estilística dos temas esculpidos nas representações dos beatos do norte peninsular, passou a aceitar-se uma datação de meados do século XI a inícios do século XII, admitindo-se que as duas peças formariam originalmente um conjunto unitário, coerente em termos da simbologia das figurações esculpidas, pois associa a oração do Final dos Tempos, na arca tumular, à representação simbólica do Advento do Senhor, na tampa. Esta interpretação é reforçada pela circunstância de as peças serem de calcário de Ançã, reforçando a ideia da permanência da influência moçárabe dos ateliês da região de Coimbra.
2.2.
IGREJA VELHA
DE
SÃO TORCATO (GUIMARÃES)
A designada igreja Velha de São Torcato, situada num pequeno outeiro sobranceiro ao núcleo populacional homónimo, foi a igreja do antigo mosteiro de São Torcato. A sua origem recua-se aos meados do século X, ao tempo do rei Ramiro II. De facto, é a este monarca que se atribui explicitamente a instituição do património monástico, conforme documenta
o inventário dos bens do mosteiro de Guimarães, de 1059, onde se inclui um «(...) Monasterio Sancti Torquati per se etiam et cum suas villas (...) quomodo in testamento de rex domno Ranimiro (…)» (Costa 1959 [1997], 149-150). O edifício que hoje subsiste expressa bem, nos seus distintos espaços e nos seus variados estilos arquitectónicos, as vicissitudes históricas porque passou. Isso mesmo testemunham a nave oitocentista, a capela-mor românica ou a capela anexa dita «do santo», já mais de influência gótica, tal como as ruínas subsistentes da ala nascente do claustro tardomedieval. A estes espaços e expressões arquitectónicas principais haverá que acrescentar os vestígios da decoração arquitectónica pré-românica integrados nas paredes do edifício, como sejam os fragmentos de frisos e de ajimezes de calcário e que fariam parte do primitivo templo de São Torcato. Os dados fornecidos pelas escavações arqueológicas aí realizadas em 1987, na sequência das obras de restauro que possibilitaram também o achado de um importante conjunto de 8 caixas-relicário, confirmam a evolução arquitectónica acima sumariamente traçada. A intervenção arqueológica abrangeu o interior da igreja e parte do adro envolvente, tendo sido possível realizar diversas sondagens, na sequência das quais se colocou a descoberto parte dos alicerces do que seria a abside da primitiva igreja altomedieval e parte da necrópole associada à ocupação do mosteiro durante toda a Idade Média, vestígios que actualmente se conservam sob os pavimentos da capela-mor e da sacristia. Procedeu-se ainda ao levantamento integral dos alçados da parede norte da capela-mor. Para este trabalho consideraremos apenas os dados relativos à edificação altomedieval. Embora escassos, os vestígios da abside, correspondentes a um pequeno troço da parede oriental, cunhal meridional e arranque da parede sul, desenham uma planta rectangular. Os restos conservados revelam uma construção em alvenaria ciclópica, de blocos graníticos toscamente afeiçoados, assentes num lastro de cascalho que preenche uma vala pouco profunda rasgada directamente na arena de alteração granítica. O carácter grosseiro do aparelho, a par da utilização de terra e cascalho irregular no miolo e nas juntas, sugere que estaremos perante os restos do alicerce da edificação, admitindo-se que a elevação das paredes se faria com aparelho de melhor qualidade. Exteriormente, encostados ao alicerce, identificaram-se restos de sepulturas coevas, conservando-se de uma delas a cabeceira, formada por uma laje gra-
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Fig. 16. Levantamento dos vestígios arqueológicos da Igreja Velha de São Torcato.
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Fig. 17. Levantamento dos alçados da cabeceira da primitiva igreja de São Torcato.
nítica fincada verticalmente e parte do leito, composto por fragmentos de telha tipo imbrici. Dispondo-se em plano ligeiramente inclinado, mais elevado a ocidente, o leito incorpora, marcando o lugar da cabeça, um tijolo quadrangular.
Fig. 18. Pormenor de sepultura no exterior da cabeceira da primitiva igreja de São Torcato.
Fig. 19. Levantamento do alçado exterior da parede nascente da capela-mor da igreja Velha de São Torcato.
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Fig. 20. Levantamento do alçado interior da parede nascente da capela-mor da igreja Velha de São Torcato.
Fig. 21. Interpretação das fases construtivas do alçado interior da parede nascente da capela-mor da igreja Velha de São Torcato.
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Fig. 22. Pormenores da escultura decorativa da primitiva igreja de São Torcato.
Este conjunto de dados corresponde, no local, à mais antiga ocupação estruturada aí identificada, estratigraficamente comprovada, que se interpreta como correspondente à igreja do primitivo cenóbio de São Torcato, que as fontes documentam ter sido fundado na segunda metade do século X. Para além da cronologia relativa de base estratigráfica, a tipologia formal dos materiais exumados também é concordante com esta cronologia e com a sequência cronológica estabelecida para o conjunto de caixasrelicário (Barroca e Real 1992).
Correlacionados com estes vestígios estarão os elementos de decoração arquitectónica em calcário (frisos e ajimezes), incorporados na reconstrução românica da igreja. Com efeito, a evidência da sua reutilização na segunda fase construtiva de São Torcato, a par da aceitação da cronologia que se vem propondo para estas produções escultóricas, precisamente o século X (Real 2007a), sustenta a proposta de terem feito parte do edifício original, sugerindo que a igreja ostentaria uma decoração abundante, denunciando uma clara intenção de valorização estética.
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Trata-se de dois ajimezes, parcialmente mutilados e cerca de três dezenas de fragmentos de friso, profusamente decorados na face. Embora a gramática decorativa sejam comum nuns e noutros, com dominância dos semi-círculos, palmetas, rosetas, encordoados, círculos e cruzes, a técnica escultória revelase distinta. Nos frisos, o desenho é geometricamente rigoroso, traçado a compasso e o talhe biselado é perfeito, de uma regularidade absoluta. Nos ajimezes, o desenho é geometricamente irregular e o talhe é imperfeito, embora também feito a bisel. Estaremos, portanto, perante duas oficinas. Considerando que a pedra calcária é igual, originária da região de Coimbra, admitimos que os frisos tenham sido talhados nas experientes oficinas do centro do país e que os ajimezes tenham sido esculpidos por um artífice menos experiente, eventualmente a trabalhar na construção de São Torcato. O facto de existir um friso onde parece que foi tentada a feitura de um ajimez reforça esta interpretação (cfr. Real 2007a, 164).
2.3.
Fig. 23. Quadro das gramáticas decorativas dos frisos da primitiva igreja de São Torcato.
CAPELA DE SÃO FRUTUOSO (BRAGA)
DE
MONTÉLIOS
Não ultrapassando os 13 metros em cada eixo, construído em sólido aparelho de cantaria granítica, o monumento de São Frutuoso de Montélios apresenta uma planta em cruz de braços quadrados iguais, o do lado poente recto e com cobertura em abóbada de canhão e os restantes três abrigando absides em arco de ferradura e cobertura compósita. Ao centro elevase uma torre-lanterna, rematada por cúpula semi-esférica em tijolo. Exteriormente, o classicismo das formas é animado, nas absides, por frisos e filetes em calcário, com decoração esculpida representando cordas, contas de rosário e bandas de palmetas inscritas em semi-círculos; no corpo central elevado, para além dos frisos e filetes, sobressai o entablamento da cornija, decorado com uma arcatura cega de tipo lombardo, em que alternam dois arcos em ferradura com um arco em mitra. O arcosólio e o respectivo sarcófago patentes na fachada setentrional da abside nascente são reconstituições propostas pelo arquitecto Moura Coutinho, no quadro do restauro efectuado pela ex Direcção Geral dos Edifícios e Monumentos Nacionais, nas décadas de 30 e 40 do século passado. Interiormente apresenta soluções arquitectónicas elaboradas, desde os arcos centrais das absides com tímpanos tripartidos em arcos em ferradura, assentes em pares de colunas e de impostas, de granito, cal-
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laser scanning 3D terrestres» (FCT- PTDC AUR 66476-2006), julgamos que poderão vir a clarificarse algumas questões importantes para a compreensão da evolução arquitectónica do monumento e, consequentemente, para a fixação das suas cronologias.
Fig. 24. São Frutuoso. Modelo obtido por LaserScan 3D, com orto-imagem (projecto FCT- PTDC AUR 66476-2006).
Fig. 26. São Frutuoso. Pormenor da arquitectura interior.
Fig. 25. São Frutuoso. Modelo obtido por LaserScan 3D, com nuvens de pontos (projecto FCT- PTDC AUR 66476-2006).
Fig. 27. São Frutuoso. Processo de restituição fotogramétrica de alçados (projecto FCT- PTDC AUR 66476-2006).
cário e mármore, todos com decoração em folhas de acanto, tipo coríntio tardio, até à profusão de sapatas de colunas no interior das absides, reveladoras da estruturação de um tecto de grande complexidade formal, cujo arranque era marcado por um friso de calcário decorado com palmetas em semi-círculos. Considerado como o mais importante e complexo exemplar de arquitectura cristã pré-românica existente em território português, o monumento de São Frutuoso já foi objecto de inúmeros estudos, continuando os investigadores a dividir-se, na interpretação do modelo arquitectónico dominante, entre «visigotistas» e «moçarabistas». Com os estudos que temos vindo a realizar, designadamente no âmbito do projecto «Contributos para o Projecto de Conservação do Património: Metodologia documental baseada na fotogrametria digital e
Os primeiros dados proporcionados pelo estudo em curso parecem apontar para a existência de três fases principais. Uma primeira fase correspondente a escassos vestígios de uma edificação original (paramentos e abóbada de canhão na abside poente, pilares centrais da quadra central e metade inferior dos paramentos da torre-lanterna, com encosto de abóbada nas paredes formeiras interiores). Uma fase intermédia definida por um significativo grupo de vestígios correspondentes a uma reconstrução antiga (elevação geral do edifício, perceptível na fiada logo abaixo dos frisos de calcário na abside oeste e sensivelmente a partir do meio dos paramentos da torre-lanterna, incluindo a sua cobertura em cúpula semi-esférica sobre pendentes, decoração arquitectónica em calcário e arcarias complexas associáveis a coberturas igualmente complexas das absides N, E. e S, conservan-
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Fig. 28. São Frutuoso. Leitura estratigráfica de alçado (projecto FCT- PTDC AUR 66476-2006).
Fig. 29. São Frutuoso. Proposta de leitura das fases construtivas.
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do-se vestígios de arranque das suas abóbadas). A terceira fase corresponde aos elementos da reconstrução / restauro efectuado no segundo quartel do século XX (quase totalidade das paredes das absides N, E. e S. e coberturas telhadas). Embora os estudos ainda decorram, esperando-se que possam vir a incluir escavações arqueológicas, e salvaguardando a escassez e provisoriedade dos dados, propomos a seguinte primeira hipótese interpretativa: os vestígios da primeira fase são os mais antigos e corresponderão ao mausoléu mandado edificar por São Frutuoso cerca do ano 660, admitindose que reproduza um modelo inspirado no mausoléu ravenate de Gala Placidia – planimetria em cruz de braços iguais, com tectos das absides quadrangulares em abóbada de canhão e torre-lanterna com tecto em abóbada semi-esférica; os vestígios associados à segunda fase corresponderão a uma reconstrução altomedieval que se pode historicamente contextualizar no século X, que terá transformado o primitivo mausoléu num oratório de complexa e original expressão arquitectónica, cruzando influências clássicas, asturianas e moçárabes. O monumento restaurado corresponderá, portanto, na sua expressão arquitectónica actual, à reconstrução altomedieval.
2.4.
MOSTEIRO DE SÃO MARTINHO DE TIBÃES (BRAGA)
O primeiro documento que refere explicitamente a existência de um mosteiro em Tibães, data de 1077 (Costa 1965,158-159: doc.136), referindo com clareza «onde agora se fundou o mosteiro de Tibães (...ubi modo fundata est monasterio...). A sua fundação é atribuída ao patrocínio da família do nobre Paio Guterres da Silva, que era vicarius regis de Afonso VI de Leão, mentor de uma espécie de monaquismo oficial. A expressão fundação é clara, diferenciando-se bem de reconstrução ou reedificação. Os dados arqueológicos proporcionados pelas escavações corroboram a cronologia do último quartel do século XI, porque não se encontraram, em toda a ampla zona escavada, quaisquer vestígios de ocupação anterior (Fontes 2005). Para além de alguns capitéis de tipo coríntio, dados como provenientes de Tibães e actualmente no Museu Pio XII, em Braga, os trabalhos arqueológicos permitiram identificar alguns blocos de granito com cavidade para utilização de forfex, reaproveitados nos alicerces da edificação românica. São estes dados, escassos e fora do seu contexto original, que permitem considerar a possibilidade de em Tibães se ter projectado um primeiro templo de traça pré-ro-
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Fig. 30. Vista geral do mosteiro de São Martinho de Tibães.
mânica, com recurso a materiais reaproveitados, inclusivamente de tipologia romana, o que denuncia uma solução arquitectónica modesta, que remete para um processo construtivo pouco elaborado. Neste sentido, optamos por interpretar os referidos escassos vestígios de elementos arquitectónicos, como indicadores da existência de um projecto inicial de relativa modéstia, datável do último terço do século XI , que nunca se concretizou e que terá evoluído ou sido substituído, pelo menos no que se refere ao templo, para um projecto de padrões românicos. Para esta interpretação contribui, não apenas o carácter de reutilização dos materiais referidos, como ainda o facto de se ter identificado para Tibães um projecto construtivo de tipologia românica, que se terá iniciado na transição do século XI para o século XII, isto é, pouco mais de um quarto de século após a data que admitimos para a fundação do mosteiro, confir-
Fig. 31. Pormenor de alicerce da edificação românica do mosteiro de São Martinho de Tibães, com elementos reutilizados.
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Fig. 32. Restituição da planta da edificação românica do mosteiro de São Martinho de Tibães.
mando-se também, por esta via, o carácter provisório das primeiras edificações. A este projecto românico, que deverá ser contemporâneo da concessão do couto, feita em 1110, associam-se os restos de alicerces de paredes da igreja e das casas anexas, vestígios da necrópole medieval e inúmeros cilhares com siglas de canteiro e elementos arquitectónicos esculpidos com motivos caracte-
rísticos da decoração românica, como capitéis, frisos, aduelas e impostas, tudo correspondente à edificação monástica que serviu a comunidade entre finais do século XI e meados do século XVI. Em Tibães, o projecto arquitectónico românico apresenta características que o aproximam da generalidade dos pequenos mosteiros da região bracarense, apropriados ou fundados nos séculos XI e XII por pa-
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manência de características estilísticas de sabor préromânico, como nas aduelas decoradas com rosetas ou como as que se manifestam na feição «arcaizante», «proto-românica» ou de «ascendência pré-românica» de um capitel cúbico, formalmente semelhante a capitéis da Sé de Braga e de São Pedro de Rates (Real 1992, 461).
2.5.
Fig. 33. Modelo 3D com proposta de restituição da edificação românica do mosteiro de São Martinho de Tibães.
tronos poderosos, ao tempo dos governos dos condes portucalenses, nos quais o espaço claustral não parece ter sido totalmente enquadrado por alas porticadas. Do ponto de vista do modelo arquitectónico da igreja, interessa registar a sobreposição de influências distintas, manifestas na opção de uma só nave, elevada, característica que poderá reflectir a perduração de tradições locais, de eventual influência asturiana, e na junção da abside semicircular, de filiação clunicense e denunciadora de um estilo claramente românico. Quanto à planta geral do mosteiro, para além da sua organização em «U» aberto para Sul, sem alas porticadas, releva o enquadramento da fachada ocidental por duas espécies de cubelos nos ângulos, desenhando uma solução aparentada à da provável sede palatina dos condes portucalenses que Manuel Real restituiu no convento de Santa Marinha da Costa, em Guimarães, datando-a do século X (Real 2000, 31). Acresce que, se admitirmos, ainda com Manuel Real (1990, 449 e sgs.), que o estilo românico se difunde claramente já no decurso do último terço do século XI, embora incorporando soluções construtivas de épocas anteriores, pode até colocar-se a hipótese de ter existido apenas um projecto original de orientação «proto-românica», que se afirmou plenamente românico em curso de obra, constituindo o reaproveitamento de materiais arquitectónicos antigos a expressão da conservação dessas formas antigas de construir. Influências anteriores que se manifestam igualmente na decoração arquitectónica, que revela a per-
CIDADE
DE
BRAGA
A «restauração» da cidade de Braga em 873, homologada por Afonso III das Astúrias, enquadra-se no processo da reorganização do território da região bracarense, empreendida pelos reis asturianos e leoneses nos séculos IX e X. É possível que a esta «restauração» da cidade, no contexto da sua integração na órbita dos reinos asturiano e leonês, corresponda uma eventual reconstrução do seu perímetro defensivo, com redução significativa da área urbana, que passa para cerca de 16 Ha. De facto, a reinterpretação de alguns dados arqueológicos, ainda que escassos, sugere que a cidade altomedieval foi cercada a sul por uma nova muralha, que se ligaria a noroeste e a sudeste ao troço setentrional da antiga cerca romana, que continuou a integrar a defesa da cidade (Lemos, Leite e Fontes 2001). Limitada a sul pelo eixo OSO-ENE, correspondente aos antigos decumani principais da cidade romana, no troço entre o antigo foro (actual Largo Paulo Orósio) e a saída nordeste pela Jeira ou Via XVIII (actual Largo Francisco Sanches), este novo amuralhamento determinou a fixação de novas saídas da cidade para sul: pelo Campo de Santiago, no alinhamento da catedral e por São Marcos / Granjinhos, prolongando a antiga ligação a Guimarães / Mérida.
Fig. 34. Evolução do sistema defensivo da cidade de Braga.
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Fig. 35. Planta de troço de muralha altomedieval de Braga, na zona da Escola Velha da Sé (segundo GACMB).
A norte ter-se-ão mantido as antigas portas da muralha romana, servindo as saídas para Limia e para o interior pelos vales dos rios Cávado e Homem, a poente e nascente da catedral, respectivamente (Martins et al. 2010). Com nova cerca ou não, considera-se que é neste período altomedieval que se consolidam as profundas transformações do tecido urbano bracarense iniciadas no decurso dos séculos IV e V, com o progressivo abandono de algumas áreas da antiga cidade romana, desactivação dos principais edifícios públicos romanos e com a construção da primeira basílica paleocristã no local da actual Sé Catedral. De facto, a localização da basílica terá determinado a deslocação progressiva do centro cívico, económico e político para o quadrante nordeste da cidade (Fontes 2009a; Fontes et al. 2010b).
No subsolo da catedral, as escavações arqueológicas permitiram registar partes significativas de paredes de alvenaria e/ou de cantaria graníticas, associadas a uma sequência ocupacional relativamente longa, em que se destaca um grande edifício que, em data posterior ao século IV, conheceu diversas remodelações, a mais significativa das quais aponta para a definição de um amplo edifício rectangular, orientado Este-Oeste, pavimentado com uma sólida argamassa, tipo opus signinum, associado a paredes divisórias interiores, pilares e uma soleira de porta, rasgada na fachada Sul. A expressão planimétrica deste conjunto de vestígios parece configurar um edifício organizado em três naves, aceitando-se a sua integração num modelo basilical de tradição cristã (Fontes, Lemos e Cruz 1997-98). Admite-se que este edifício, cujo esboço de planta revela fortes semelhanças com a desaparecida igreja de Santa Maria de Oviedo (Arias Paramo 1993), corresponda à igreja de Santa Maria de Braga, onde em 873 se deverá ter reunido a cúria régia para «restaurar» a cidade, pois conheceu uma ocupação que se poderá prolongar até aos séculos X-XI, sendo então demolido para dar lugar ao projecto românico da nova catedral de Braga, obra promovida pelo bispo D. Pedro e que rompeu definitivamente com as planimetria e estruturação de espaços das construções anteriores.
2.6.
Fig. 36. Restituição planimétrica da primitiva Sé de Braga.
CASTELO
DE
CANTELÃES (VIEIRA
DO
MINHO)
Como evidenciaram os materiais arqueológicos recolhidos nas sondagens de 2005, como sejam cerâmicas comuns micáceas (‘castrejas’ ou indígenas),
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Fig. 37. Levantamento do Castelo de Cantelães. Fig. 38. Pormenor de alçado exterior da muralha do Castelo de Cantelães.
cerâmicas domésticas e de construção de tipologia romana, um fragmento de ara romana anepígrafa, cerâmica doméstica de época suevo-visigótica e ainda cerâmicas domésticas de fabricos medievais, o povoado conhecido por Castro ou Castelo de Cantelães conheceu uma ocupação recorrente desde os últimos séculos a.C. até aos séculos XII-XIII (Fontes e Roriz 2010). Trata-se, portanto, de um povoado fortificado proto-histórico ou ‘castro’ que, pela sua dimensão e implantação estratégica ao centro do vale inicial do rio Ave, terá sido um lugar central do povoamento pré-romano, adentro do território dos Callaeci Bracari. Permaneceu ocupado durante o domínio romano e suevo-visigótico e, conforme evidenciaram os trabalhos arqueológicos, terá participado da organização asturo-leonesa do território condal portucalense, nos séculos IX e X, período em que se edificou uma nova fortificação, um castelo de tipologia altomedieval, cuja desactivação parece ter acontecido no decurso do século XIII. A esta fortificação medieval corresponderia a sede do Territorio Velariae (ou Terra de Vieira), protegendo nas suas proximidades o mosteiro de São João de Vieira, celebrizado por aí ter falecido Santa Senhorinha, a 22 de Abril do ano 982. Mas no Numeramento mandado fazer por D. João III em 1527, regista-se que o Concelho e Terra de Vieira, governado por Ayres Coelho, «(...) nom tem vyla nem castello (...)», o que significa que já então estaria abandonado. Assim permaneceu até à actualidade, nunca tendo suscitado o interesse dos historiadores ou dos arqueólogos. A limpeza preliminar das massas arbustivas existentes na plataforma superior, feita de modo mais cuidado junto aos vestígios perceptíveis de parede de muralha e dos rasgos para o seu alicerce nas massas
Fig. 39. Pormenor de entalhes na rocha para alicerce da muralha do Castelo de Cantelães.
rochosas, colocou a descoberto o traçado integral da cerca medieval, tornando possível o seu levantamento rigoroso à escala 1:50. A fortificação desenha uma forma trapezoidal irregular, com um perímetro total de 203 metros, composto por troços mais ou menos rectilíneos adaptados à plataforma superior do monte e aos batólitos graníticos que a coroam, delimitando uma área de 2.250 m2. Com o eixo maior orientado no sentido NESO, o trapézio é mais largo a NE e mais estreito a SO, marcando-se os respectivos cantos com inflexões que desenham uma espécie de cubelos. Na solução planimétrica adoptada destaca-se a instalação de dois ‘cubelos’ no lado menor do trapézio, a SW, sobrepujando o início do corredor formado pelos dois maiores batólitos que coroam a plataforma, flanqueando o que consideramos ser a entrada principal da fortificação.
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Nos lados NE e SE conservam-se troços significativos da parede correspondente à muralha, com 2 metros de largura, em cantaria granítica montada em aparelho pseudo-isódomo, com miolo de calhaus, cascalhos, terra e saibro. Em distâncias variáveis, os alinhamentos horizontais das fiadas ajustam-se com blocos de menores dimensões ou com ‘cotovelos’ talhados nos cilhares maiores. Sobre os batólitos, o traçado da muralha é definido por um rasgo pouco profundo mas com largura aproximada de 0,40 metros ou por cavidades escalonadas, tipo degraus, um e outras correspondentes ao assentamento da fiada inferior externa da muralha ou ao encaixe dos cilhares nos lados dos batólitos. Dispersos pelo interior do recinto murado, identificam-se restos de paredes de alvenaria granítica de aparelho irregular, com uma espessura média de 0,65 m e alinhamentos ortogonais, que corresponderão a habitações e, na banda poente, a uma provável cisterna. Não se identificaram quaisquer vestígios que pudessem sugerir a existência de uma torre de menagem. Da fortificação medieval não se conhecem quaisquer referências nas principais compilações documentais, designadamente nas Inquirições de 1220 e de 1258. Esta aparentemente estranha omissão poderá, contudo, correlacionar-se com os episódios bélicos que opuseram senhores locais, no quadro do conflito mais vasto da guerra civil que perturbou o reino de Portugal no primeiro quartel do século XIII, estando bem documentados para esta região alguns episódios relacionados com o castelo de Lanhoso, que foi várias vezes assaltado, saqueado e queimado. No caso do castelo de Vieira, poderemos valorizar os dados arqueológicos, que parecem apontar para um abandono da fortificação medieval em correlação com acções bélicas, como sugerem os níveis de carvões na base exterior da muralha e o achado de pontas de flechas e de virotes.
2.7.
467
Fig. 40. Perspectiva geral da igreja Velha de São Mamede de Vila Verde.
IGREJA VELHA DE SÃO MAMEDE DE VILA VERDE (FELGUEIRAS)
A Igreja Velha de São Mamede de Vila Verde, Felgueiras, é uma pequena construção de linhas austeras, praticamente sem decoração arquitectónica. Apesar da cronologia tardia que se propôs, finais do século XIII, o estudo de arqueologia da arquitectura a que foi sujeita em 2004 revelou-a, em nossa opinião, como profundamente devedora de padrões construtivos pré-românicos (Fontes e Catalão 2008; Fontes, Machado e Catalão 2010), pelo que a incluímos neste trabalho.
Fig. 41. Fachada Oeste da igreja Velha de São Mamede de Vila Verde.
Trata-se de uma edificação unitária, em cantaria de blocos graníticos de forma geral paralelepipédica, esquadrados sem especial cuidado e montados em fiadas horizontais regulares, elevando, com ressaltos,
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Fig. 42. Leitura estratigráfica dos alçados da igreja Velha de São Mamede de Vila Verde.
paredes de dupla face ou paramento, com miolo preenchido por cascalho, calhaus e argamassa saibrosa. O aparelho, pseudo-isódomo, apresenta juntas horizontais quase secas e juntas verticais irregulares, também secas. Observam-se algumas alterações de alinhamentos de fiadas, geralmente acertados com recurso a fiadas e/ou blocos de menor altura e que poderão corresponder a fases de obra. Os blocos graníticos dispõe-se quase sempre lon-
gitudinalmente (de peito), alternando a distâncias irregulares, com um bloco colocado transversalmente (de testa), que geralmente atravessa toda a parede ficando, por vezes, saliente da face desta. A generalidade dos blocos foi rachada e toscamente afeiçoada a picão, percebendo-se um desbaste especialmente orientado para as faces horizontais de assentamento, deixando-se as faces exteriores ligeiramente convexas, sem qualquer outro tratamento.
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Contudo, muitos outros apresentam uma esquadria mais perfeita e um tratamento mais cuidado da face, reconhecendo-se nas superfícies mais regulares de algumas das faces, designadamente em todas as que compõe as guarnições dos vãos, um acabamento a cinzel. Em alguns observam-se os rasgos correspondentes à utilização de cunhas de madeira para o corte. Em nenhuma parte do edifício se identificaram quaisquer siglas ou marcas de canteiro. Nos vãos originais distinguem-se os das frestas, todos em arco de volta perfeita e abertura em capialço (alargam do exterior para o interior), e os vãos das portas, o da fachada ocidental em arco de volta perfeita, inscrito na espessura da parede, com tímpano fechado sobre lintel apoiado nas ombreiras e o da porta meridional, em arco ligeiramente apontado, também inscrito na espessura da parede, com tímpano fechado sobre lintel apoiado em mísulas salientes das ombreiras. O coroamento das paredes é rematado por uma cornija de secção ligeiramente côncava, apoiada em modilhões lisos, com simples decoração moldurada ou com raros motivos tipo pinha ou rolos. Esta cornija recebia uma cobertura original em duas águas, tanto na nave como na capela-mor, como denuncia a empena triangular, que na fachada ocidental é rematada por um pequeno campanário em arco de volta perfeita com cobertura triangular capeada No seu conjunto, o edifício desenvolve-se no sentido Oeste – Este, compondo uma igreja de nave rectangular e capela-mor quadrada, esta mais pequena e bastante mais baixa, com um balcão interior perimetral, tipo banco e ainda com a particularidade de se implantar a uma cota significativamente mais elevada que a da nave, determinando dois níveis de pavimento distintos, vencidos por três degraus no vão do arco triunfal. Salientes na fachada Sul da nave conservam-se a quase totalidade das mísulas e do rufo pétreo da cobertura do alpendre, que deste lado abrigaria os fiéis e a área sepulcral. Ladeando a porta axial, no exterior, conservam-se dois sarcófagos em granito, violados, com caixa antropomórfica e tampa monolítica configurando cobertura a «duas águas». Não conhecemos qualquer documento relativo à fundação da igreja velha de São Mamede de Vila Verde. A proposta de uma cronologia para a edificação original do templo foi, assim, baseada no contexto histórico local e nas características técnicoconstrutivas e estilísticas da edificação. A forma geral da planta e a sua volumetria, a par dos elementos arquitectónicos e decorativos particulares como são os modilhões, as frestas e as portas
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com arco semi-circular ou ainda os sarcófagos, bem como o contexto histórico associável, em que releva a instalação em Vila Verde, no decurso do século XIII , de Mendo de Sousa e família, permitem-nos classificar o edifício como um projecto românico tardio de expressão rural, em que parecem cruzar-se influências simultaneamente conservadoras e progressistas, cuja edificação terá decorrido nos finais do século XIII. Para o tema que aqui nos interessa, releva a solução construtiva de elevação trapezoidal dos volumes, a lembrar as torres dos castelos condais de Lanhoso e de Trancoso, de inspiração moçárabe (Barroca 1990-91), a ausência de decoração arquitectónica e a organização «fechada» dos espaços interiores, especialmente acentuada pela elevação da capela-mor, acessível por uma arco cruzeiro de reduzidas dimensões, a sugerir influências das soluções construtivas asturianas.
3.
AO MODO DE CONCLUSÃO OU PARA UM PROGRAMA DE INVESTIGAÇÃO ARQUEOLÓGICA DA ALTA IDADE MÉDIA DO NORTE DE PORTUGAL
As fontes documentais e arqueológicas, a par da toponímia e da hagiotoponímia, revelam, para o entre Douro-e-Minho e no período compreendido entre os séculos VIII e XI, a existência de um povoamento diversificado. Apesar da desarticulação político-administrativa que acompanhou o estabelecimento do domínio árabe no sul peninsular e suas frequentes incursões setentrionais, a par das vicissitudes do processo de expansão asturiano e leonês e da reconhecida retracção populacional dos séculos VII e VIII, a ampla região da diocese de Braga, então correspondente ao Norte do actual território português, sempre esteve povoada (Costa 1959 [1997]; Real 2000; Fontes 2009a; Fontes e Pereira 2009). Por outro lado, os processos da expansão asturiana e leonesa nos séculos IX e X (vulgarmente apelidada de «reconquista») e da definição do Condado Portucalense, no decurso dos séculos X-XI, conheceram ritmos e intensidades diferentes, determinados por contextos militares e socioeconómicos específicos. Assim, o noroeste do território só se reorganiza, de forma sistemática e sustentada, a partir da segunda metade do século IX, com Afonso III das Astúrias. Os vestígios arqueológicos deste período que chegaram até nós, apesar de escassos, apontam no mes-
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mo sentido do processo histórico acima delineado, reportando-se a esmagadora maioria a edificações religiosas. Neste sentido, pode afirmar-se que continuou a ser a Igreja a principal impulsionadora da actividade construtiva, repetindo o quadro identificado no período Suevo-visigótico (Fontes 2009a). A existência de programas arquitectónicos vinculados a projectos de poder, que se traduzem na produção de uma arquitectura estereotipada, parece corresponder, na Alta Idade Média do norte do actual território português, à expressão de poderes efémeros. Pretender interpretar os testemunhos conhecidos como expressão de um tempo/época, pode conduzir a equívocos interpretativos. A arquitectura «não-erudita» (nova, de reconstrução, de adaptação ou de simples manutenção), parece traduzir melhor o fluir do tempo e as vivências da sociedade, do que uma suposta arquitectura de modelos padronizados que, verdadeiramente, é raro encontrar. Não se trata de bom senso interpretativo nem de conciliação de perspectivas diferentes, em busca do meio-termo, mas antes da convicção, sustentada pela documentação histórica e pelos vestígios arqueológicos, de que os séculos IX e X são tempos de expressões diversas, de avanços e recuos, de isolamento e de abertura, de retracção e de expansão: nas arquitecturas como nas sociedades, nos territórios como nas paisagens. Apesar de traços fugazes, os documentos e os restos materiais conhecidos para esta época sugeremnos, ou melhor, parecem entender-se melhor num quadro conceptual de complexidade e de diversidade. Defendemos a existência de influências externas, de inércia endógena e de autonomia criativa, que cumulativamente se traduzem numa espécie de arquitectura de fusão, fortemente marcada pela tradição local e que, nos finais do século XI e durante todo o século XII, vai encontrar expressão plena na arquitectura românica portuguesa. Com Manuel Luís Real (2000, 71), se bem interpretamos as suas ideias, deve reconhecer-se nessa época a existência de renovação arquitectónica, com manifestação de influências diversas, que se entrecruzam nas tendências regionais que se detectam nos elementos arquitectónicos atribuídos a este período, distinguindo-se uma arquitectura «moçárabe» com origem em centros urbanos meridionais, uma arquitectura asturiana desenvolvida a partir de Oviedo, e uma arquitectura galaico-asturiana, condal, que emerge em torno dos principais núcleos de povoamento do Noroeste, isolando-se no entre Douro-e-Minho o foco de Braga, num eixo que se estende de Guimarães a Ponte de Lima.
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Ultrapassadas as concepções e perspectivas historiográficas que dominaram a investigação até às últimas décadas do século passado, verifica-se, actualmente, um interesse renovado pelo estudo do período compreendido entre a desarticulação do poder hispano-visigodo, nos inícios do século VIII e a emergência dos reinos cristãos do Norte peninsular, no decurso dos séculos IX-X. Importa, por isso, questionar os rumos possíveis da investigação futura, na perspectiva de que a Arqueologia poderá dar um contributo significativo para a renovação das perspectivas de estudo e para o aumento do conhecimento histórico do período altomedieval. Para o efeito, consideramos os seguintes apriorismos: a) Os seres humanos desenvolvem relações dinâmicas entre si e com a natureza, conservando-se, de modo mais ou menos visível, testemunhos materiais da sua actuação (materialidades em que se incluem também os vestígios arqueológicos). Significa isto que se reconhece a cultura material como mediador do conhecimento das sociedades humanas, sendo que a cultura material e as metodologias do seu registo e interpretação constituem o objecto de estudo específico da Arqueologia e a sua principal característica diferenciadora em relação às outras ciências sociais e humanas; b) A actuação dos seres humanos é consciente (intencional, racional, emotiva) e coerente, comportando, portanto, um qualquer nível de organização. Implica que qualquer materialidade resultante das actuações humanas se relaciona, de um modo ou outro, com um qualquer sistema de representação das sociedades e que estas, actuando sobre o espaço, construíram paisagens. c) A actuação dos seres humanos manifesta-se a diferentes escalas e com diversos níveis de articulação. Determina a adopção de uma leitura multi-escala, capaz de apreender a diversidade das expressões materiais e sociais das actuações humanas (da habitação ao simples fragmento de cerâmica, dos espaços económicos aos espaços simbólicos). d) Através da descrição interpretada dos vestígios materiais das actuações humanas, pode-se tentar a reconstrução dos modelos de organização social que orientaram essas actuações. Exige a definição dos conceitos que conduzem à identificação de padrões comuns e que dão sentido às propostas de interpretação. É necessário, em seguida, definir objectivos. Interessa-nos, especialmente, avançar na formulação das seguintes questões: qual o quadro socioeconómico de
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sobrevivência das populações? Que sistemas organizativos se desenvolveram? Que formas de habitar se produziram? Que estruturas de povoamento se desenharam? Que paisagens se construíram nos séculos VIII-X? Para obter respostas julgamos necessário, para começar e como condição fundamental de desenvolvimento das investigações, que os arqueólogos adoptem uma perspectiva multidisciplinar de análise e que, consequentemente, dominem os procedimentos metodológicos e as ferramentas analíticas adequadas, tanto nas mais tradicionais áreas de estruturas, estratigrafias, artefactos e ecofactos, como nas mais recentes e complexas áreas da arqueologia da paisagem e da arquitectura. Para a investigação das estruturas de povoamento e paisagens, para além de servir objectivos elementares de gestão do património arqueológico, consideramos prioritário realizar inventários arqueológicos e promover a edição crítica de fontes documentais, que poderão e deverão traduzir-se na elaboração de cartografia histórico-arqueológica de média escala (1:10000 e/ou 1:25000), cruzando dados documentais, toponímia e prospecções arqueológicas sistemáticas. Em arquitectura, civil, militar e religiosa, importa analisar os edifícios enquanto expressões de processos construtivos, para cuja compreensão é importante considerar, para além das plantas parciais e gerais das edificações, os aspectos técnicos da construção, tais como: tipo de materiais utilizados e sua proveniência, talhe da pedra, aparelho das paredes. Uma análise deste tipo poderá e deverá contrastar-se com os respectivos contextos históricos (sociais, económicos, ideológicos, etc.)... Nesta perspectiva, cada edifício é único. Só depois de estudos monográficos será possível identificar padrões comuns, reveladores de tendências com expressão regional. Os procedimentos metodológicos desenvolvidos em arqueologia da arquitectura devem adoptar-se generalizadamente, o que exige, entre outras coisas, levantamentos topográficos rigorosos e detalhados de todas as construções ou dos seus vestígios. É igualmente necessário, e urgente, proceder a estudos etnoarqueológicos dos ateliês tradicionais de cantaria ainda existentes no Norte de Portugal. Finalizamos citando Navia Osorio (2000, 63), «entender e interpretar um território historicamente configurado, equivale a decifrar a linguagem pela qual esse território se expressa e se torna racionalmente perceptível e, portanto, implica a descoberta do sistema de sinais específicos de cada organização territorial». É esta a tarefa da arqueologia: estudar os
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sistemas de sinais actuais e passados, com o fim último de chegar às imagens das paisagens desaparecidas.
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ASTURIAS ENTRE VISIGODOS Y MOZÁRABES. OBSERVACIONES FINALES POR
CHRIS WICKHAM* Este congreso, y el libro que ha dado como resultado, se sitúan en un período de cambio considerable1. No existen interpretaciones consensuadas sobre la arquitectura de las iglesias asturianas. O, al menos, si existen algunas dominantes (herederas de uno u otro modo de Helmut Schlunk), están sujetas a constante desacuerdo, a veces sobre la más débil de sus bases: tanto en lo concerniente a las influencias artísticas y a los programas ideológicos de los edificios conservados, como a sus dataciones o, por lo menos, a la datación de alguno de sus elementos. (En este volumen queda muy claro en el excelente estudio historiográfico de César García de Castro, así como en la variedad de interpretaciones alternativas y dataciones que Luis Caballero discute para tres iglesias). Todo ello se vuelve más complicado debido a que la serie de congresos de Visigodos y Omeyas se asocia al importante programa de Luis Caballero y sus colaboradores que analiza las iglesias de toda la España alto medieval (empleando una definición europea más amplia de alto medieval, esto es, de los siglos VI al X), preocupado por el análisis preciso de los registros de cada elemento arquitectónico y, como resultado de ello, frecuentemente con un reajuste severo de las dataciones. Sólo recientemente, este programa se ha extendido desde el norte de la Meseta a Asturias, aunque no podía dejar de hacerlo, ya que las dataciones de la escuela de Caballero para muchas de las iglesias «visigóticas» de la Meseta las colocan claramente en el mismo período de tiempo que el grupo principal de edificios asturianos, es decir, en el siglo IX (a lo largo del siglo IX e incluyendo el inicio del X). El desafío de la escuela de Caballero a la historia arquitectónica española es evidente, dado que ha puesto en cuestión la cronología básica de toda la arquitectura alto medieval y, con ello, todos los supuestos sobre el origen y las direcciones de las «influencias» (un punto sobre el que volveré). * [email protected] 1 Expreso mi agradecimiento a Luis Caballero por la crítica de este texto.
Este debate alcanza ya dos décadas, y aun no se ha resuelto: algunas de las nuevas dataciones de Caballero han convencido más de lo que lo han hecho otras. Personalmente, aunque he seguido el debate desde el exterior durante más de diez años, aún no he alcanzado una firme conclusión por mí mismo sobre todos sus elementos. En general, encuentro la meticulosidad del programa del CSIC altamente impresionante, y su fundamento esencial en la arqueología (por ejemplo, en Santa María de Melque) muy tranquilizador. Estos son motivos fundados para estar preparados a aceptar nuevas dataciones que a menudo tienen importantes implicaciones: si iglesias como San Pedro de la Nave o Quintanilla de las Viñas pertenecen al siglo IX, y no al VII, esto afecta radicalmente al tipo de estructura social que se puede postular para la Meseta Norte en el periodo posterior al año 711, dado que se suele ver como un período de patrones socio-políticos muy poco jerarquizados, mientras que la construcción de las iglesias citadas requeriría una notable concentración de recursos. Pero aun no me queda claro hasta qué punto el programa, en su conjunto, se debe mantener o caer: si, por ejemplo, uno puede aceptar la nueva datación para Quintanilla y rechazar la de San Pedro de La Nave, como García de Castro hace aquí. Ello ha de depender de la medida en que estemos tratando con regiones homogéneas (Zamora y Castilla oriental no están próximas la una a la otra): también, de la medida en que relacionemos entre sí los argumentos para cambios parejos en la datación. Por otra parte, en el presente volumen, el cambio de datación de Caballero para Santianes de Pravia, del año c.780 al c. 900, y su aceptación de la fecha estándar de hacia 840 para la iglesia originaria de San Miguel de Lillo, no dependen de las nuevas dataciones para la Meseta (los paralelos más cercanos que Caballero cita están en la zona de Braga-Guimarães, lo que tiene notables implicaciones para la unidad de los talleres de élite del reino de Asturias hacia el 840, pero no está relacionado con sus argumentos para la Meseta). La
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nueva datación de Pravia también está aquí apoyada por un análisis detallado de la evidencia epigráfica de la iglesia (en especial por la inscripción en gran parte perdida del rey Silo) efectuado por Helena Gimeno y Javier del Hoyo. Esto implica que la contribución del proyecto del CSIC a los análisis de las iglesias asturianas se puede aceptar por separado, lo que me convence completamente. Pero esto también significa que la búsqueda de paralelos e influencias, cuando se basan en dataciones de edificios aun sujetas a debate, debe proceder con precaución y sus resultados se deben considerar como provisionales. Pero lo que sigue también tiene que ver con la datación de las iglesias; de hecho, una de las conclusiones más importante que he sacado de la lectura de los artículos de este congreso es hasta qué punto todo en el estudio de Asturias es aún provisional. Lo considero un cumplido al compromiso y rigor de los autores; ellos participan en un momento de cambio de paradigmas del que son conscientes. La atmósfera de discusión (implícita) es positiva y nos lleva por nuevas direcciones: deja una impresión mucho mejor que la de las agrias batallas evidenciadas en los debates entre las interpretaciones tradicionales y las menos tradicionales del reino astur del importante congreso de Asturias publicado en 2002.2 Aquí, el núcleo del cambio de paradigma es la cultura material de Asturias (tanto de la provincia/comunidad autónoma moderna, como, en algunas contribuciones importantes, de todo el reino asturiano). A pesar de que algunos autores de este libro discuten los documentos escritos (Juan Antonio Quirós y Margarita Fernández Mier; Javier Fernández Conde), los presentan como contribuciones basadas en general sobre la arqueología y la arquitectura eclesiástica; en este libro no hay análisis sobre la narrativa de las crónicas asturianas. Por lo tanto, es la cultura material (de los siglos VIII y IX, el período del «Reino de Asturias») la que ha sido el foco de todas las conclusiones que se ofrecen aquí; y, repito, cualquiera de dichas conclusiones debe verse como altamente provisional, o como advertencia referida a la dirección que puedan tomar futuros trabajos. Ahora me quiero concentrar en tres temas: el primero podría llamarse el desafío de Álava; el segundo, la cuestión de las «influencias» estilísticas y técnicas; el tercero, la cuestión de los gastos. El primer punto se expone de forma sencilla: el trabajo que se ha realizado recientemente en la provincia de Álava muestra, con más claridad que ningún otro, lo mucho que se puede obtener de una campaña sistemática de excavaciones de asentamientos. 2
La época de la monarquía asturiana (Oviedo, 2002).
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Esto es evidente en el estudio que aquí presentan Agustín Azkarate e Iñaki García Camino sobre la arqueología vasca; en varias contribuciones recientes de Quirós y sus colaboradores; así como en el congreso de Vitoria de 2010.3 En su artículo de este volumen, Quirós y Fernández Mier hacen un llamamiento explícito para que ésta sea la dirección de la futura investigación en Asturias, y yo no puedo más que estar de acuerdo con ellos. En realidad, ¿es Álava el modelo del desarrollo de las aldeas alto medievales asentadas en el norte de España, según el cual el siglo VIII se posicionó firmemente como aquel en el que cristalizaron las aldeas como asentamientos concentrados, aunque las jerarquías (manifestadas entre otras cosas por la fundación de iglesias) no se desarrollaron en ellas hasta un siglo después? En general, el País Vasco estuvo, probablemente, entre las regiones menos jerarquizadas del norte de España en nuestro período, y esperaríamos que los signos de desigualdad social emergieran antes en otras zonas (sobre todo en la Asturias central con los monarcas en Oviedo). Pero, ¿fue esta dirección general de desplazamiento, con las aldeas como característica del siglo VIII más que del VII, lo normal en otros lugares? Quirós y Fernánder Mier argumentan que de hecho fue así en la provincia/región de Asturias y, para creerlo, presentan modelos basados en las fuentes documentales. Como historiador de documentos no puedo disentir de los principios metodológicos que aquí han empleado, aunque debo advertir que no existen documentos anteriores al año 800, por lo que uno de los elementos de la ecuación está inevitablemente ausente. Aquí es donde se hace esencial la excavación, para averiguar cómo era realmente el contexto de los asentamientos de las aldeas que rodeaban las muchas iglesias de las que tenemos noticia (ya sea de las que tenemos noticias por documentos, o de las que aún permanecen en pie). Cuando lo hayamos hecho, entonces podremos comprobar realmente, a partir de los documentos y de la arquitectura, la hipótesis de Quirós y Fernández Mier sobre los tipos de iglesias que confirman un patrocinio aristocrático y otro aldeano (hipótesis que como propuesta provisional es por completo convincente). Sin duda, este será un paso adelante sustancial en la comprensión de la estructura social asturiana. De hecho, para mí este es el ineludible siguiente paso, el que nos liberará del «ejercicio de circularidad que no parece 3 V.g. J. A. Quirós Castillo et al., «Arqueología de la alta edad media en el Cantábrico oriental», Actas congreso «Medio siglo de Arqueología en el Cantábrico oriental y su entorno» (Vitoria, 2008), pp. 1-52; Vasconia en la alta edad media, 450-1000 (Vitoria, 2011).
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progresar en espiral ascendente», de acuerdo con la sutil frase de García de Castro. Mi segundo punto, una reacción al amplio espectro de artículos presentados, atañe a las «influencias» en el arte y la arquitectura asturianos: ya sean indígena, romana, visigótica, bizantina, carolingia, sasánida, armenia o islámica. De hecho, es uno de los ámbitos principales de la «circularidad» de la investigación. Algunas de estas propuestas (desde luego, no todas planteadas en estos artículos) son simplemente inverosímiles: no puedo concebir ningún canal plausible e independiente de comunicación que haya traído motivos armenios hasta Asturias, por citar tan sólo un ejemplo. En general, cualquier hipótesis sobre influencias que no conlleve una propuesta de cómo se trasladó realmente dicha influencia, será poco convincente para los observadores externos (entre los que ciertamente me incluyo). Bajo este prisma, incluso la influencia «carolingia» en San Julián de los Prados es altamente improbable, dado que las iglesias carolingias más importantes no se estaban construyendo antes del mismo período (es decir, antes del reinado de Alfonso II; actualmente no encuentro razones para dudar de dicha datación), y que sus programas pictóricos al fresco son bastante distintos. Pero también se debe remarcar que la influencia de Toledo se puede suponer bastante débil, al menos en lo que respecta a los detalles arquitectónicos y decorativos (en contraposición a la imagen genérica de un centro regio cuajado de edificios), ya que no es probable que los patronos o los constructores del siglo IX viajaran a menudo a la antigua capital para recibir lecciones de diseño. Lo cual no quiere decir que los patrones de la élite asturiana no fueran sofisticados. Los edificios que tenemos nos lo muestran de otra manera. Pero existen ciertas cosas que no podemos esperar que hubieran conocido. Una es la diferencia entre los motivos y los estilos romanos y visigóticos (e incluso «indígenas»); todos ellos, simplemente, formarían parte de una paleta tradicional de experiencias y préstamos locales, incluyendo motivos cargados de poder y elitismo. (Nótese, en cualquier caso, que la reutilización de spolia fue particularmente baja en Asturias, incluyendo muchos edificios reales como Santa María del Naranco —García de Castro—. Esto habría sido imposible, por ejemplo, en la Italia del mismo período, y constituye un indicador no sólo de la ausencia relativa de materiales expoliados de buena calidad en la que fue siempre una región pobre, sino también de una actitud más independiente de la carga del pasado antiguo en el norte de España). Otra es la diferencia entre la influencia bizantina, sasánida e islámica. Por su-
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puesto, soy consciente de que se pudo dar el caso (como así fue) de una «influencia» bizantina en el estado visigótico y en sus manifestaciones culturales, en el siglo VII, lo cual es más comprensible puesto que estos fueron los dos principales poderes cristianos del Mediterráneo, y porque algunas partes del imperio bizantino (Ceuta, las islas Baleares, pero también la rica e importante isla de Sicilia) no se encontraban muy alejadas de España. Me queda menos claro cómo se articuló exactamente esta influencia en la práctica, ya que de hecho hubo un contacto sustancial entre ellos. Pero el reino de Asturias tuvo una relación muy distinta con Bizancio: hay que decir que no existe ningún contacto documentado entre ambos. En contraposición, sí existieron relaciones cercanas y orgánicas con el que fue tras el año 800 el poder más rico y arquitectónicamente más activo del Mediterráneo occidental, es decir, con el emirato de Córdoba. Sabemos que los productos andalusíes circulaban de forma generalizada por Asturias, al menos a partir de que los documentos de venta comienzan a ser numerosos (lo que se admite que no ocurre hasta pasado el año 900), dado que con frecuencia los objetos de factura árabe se muestran como elementos que fijan los precios. Córdoba y otras grandes ciudades meridionales, a pesar de ser el enemigo, poseían un inmenso prestigio como motor económico de la Península. (Esta actividad realmente no comenzó hasta transcurrido el año c.800; pero como nuestras evidencias materiales asturianas pertenecen casi en su totalidad al siglo IX, esta fecha no representa un problema, aunque de hecho podría implicar que no debamos esperar influencia islámica en nada construido antes, aunque tal cosa se encontrara). Ellas controlaron no necesariamente los programas ideológicos, pero desde luego sí el gusto. ¿Significa esto que los asturianos viajaban a Córdoba, antes que a Toledo, para recibir lecciones de diseño? También lo dudo mucho, pero, al menos, es altamente probable que sólo unos pocos habilidosos artesanos de la construcción hubieran vivido únicamente del patrocinio de los reyes y aristócratas de Oviedo, y que la mayoría de ellos pudieron haber ido allí donde el dinero les llevaba, lo que significaría introducirse en áreas bajo gobierno musulmán antes que en otras bajo gobierno cristiano. Allí es donde habrían recogido las últimas tendencias de diseño, que pudieron llevar de vuelta al norte. Me parece la vía más probable por la que la influencia estilística viajó (compárese la problemática claramente planteada por María de los Ángeles Utrero al final de su artículo y que continúa con sus conclusiones, que son válidas aun antes que sus propios ejemplos empíricos). Pero esto también
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implica que cualquier «influencia» en la arquitectura andalusí (muchas de las cuales eran orientales, de hecho tanto omeyas como abasíes, y algunas tradiciones artísticas orientales tuvieron raíces bizantinas y sasánidas), una vez que llegara a Asturias, sería percibida, y no de forma errónea, como derivada simplemente de al-Andalus. Cuando escribo esto soy consciente de estar señalando puntos muy obvios y, además, de forma muy poco sutil, que resultarán excesivamente familiares a muchos de mis lectores. Pero, aunque simples, son puntos que en ocasiones parecen olvidar algunos de los participantes en dichos debates, por lo que aún se deben considerar válidos. Se puede comentar que dichos puntos respaldan los argumentos generalmente asociados a Luis Caballero (también a María Cruz Villalón), con quién, a este respecto, me alegra estar de acuerdo sin vacilación alguna. Ilustran, de forma sencilla, que, en esta parte del Mediterráneo, el prestigio de Córdoba y demás ciudades meridionales llegó a tal punto que sus manifestaciones culturales comenzaron a formar parte de un nuevo lenguaje común o koiné en el diseño arquitectónico, tal como haría pronto la alfarería vidriada «islámica» en la producción cerámica (no sólo en España). También socavan la distinción entre «asturiano» y «mozárabe», lo que me parece un útil paso adelante en nuestro entendimiento de la transición del siglo IX al X, aunque dicho siglo escape de nuestro propósito. El último punto que deseo remarcar es igualmente simple, pero aun así debe ser confrontado de forma sistemática: el hecho de que un relativamente pequeño reino como Asturias, fundado en espacios que apenas tienen buenas tierras agrícolas, y con un sistema social que en general no se considera muy jerarquizado (lo que implica que sus recursos pudieron no haber sido monopolizados sustancialmente por una élite real y aristocrática), consiguiera producir sin embargo un conjunto de edificios sorprendentemente bien construidos y ricamente amueblados, en su principal centro político durante el siglo IX. Esto muestra la ambición de la realeza, lo cual es como se ha analizado normalmente, pero el coste de estos edificios tuvo que ser considerable. Concluyo que ello implica que los recursos de la monarquía (es decir, la tierra) tuvieron que ser igualmente considerables, desde el año 800 hasta el último año, mucho más de lo que creen algunos historiadores. ¿Dónde estaba esa tierra? Probablemente en todas partes, desde Galicia a Álava: los reyes del siglo IX pueden muy bien haberse visto embarcados en políticas territoriales, del tipo Marc Bloch, con los aristócratas de Galicia, y sabemos que Álava (aunque menos jerarquizada) fue
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tan importante como Galicia como base temprana de facciones aristocráticas. Pero presumiblemente también lo fue Asturias, con una concentración en su zona central, donde, después de todo, los reyes habían elegido tener su propia base. De forma semejante, la aristocracia fundadora de iglesias descrita por Quirós y Fernández Mier igualmente dependía de similares, aunque menores, acumulaciones de riqueza. Curiosamente, todavía no tenemos un estudio con una gama completa de evidencias para tales acumulaciones a lo largo de todo el reino, desde el Miño al Ebro. Esta evidencia se basaría esencialmente en los documentos y se necesitaría precisar con los materiales más ricos provenientes del siglo X, de modo que permitiría percibir qué clase de concentraciones de riqueza se dio durante el periodo astur tanto en Asturias como en la serie de regiones que continúan a lo largo de la costa cantábrica (y bajan por la costa atlántica hasta Braga: Luis Fontes). Entonces, esto se podría confrontar con las evidencias mejor conocidas de la Meseta Norte bajo los reyes de León. Y, después, dicho estudio también se confrontaría con las evidencias constructivas, que por ahora son ricas y extensas, y con las evidencias arqueológicas, que están tan sólo en su inicio pero pronto serán mucho mayores. Y, si lo tuviéramos, además podríamos decir algo sobre la economía política de Asturias, lo que serviría, entre otras cosas, como un apuntalamiento práctico para las cuestiones ideológicas y religiosas, normalmente más asociadas con las construcciones de iglesias, que es el tema central de este libro. Esencialmente la cuestión es ésta: ya podemos alejarnos de la oposición entre el triunfalismo católico de la mayor parte del siglo XX, que valoró el período asturiano como la matriz de toda la «Reconquista», y la teoría gentilicia de Abilio Barbero y Marcelo Vigil, quienes, en una respuesta justificable, hicieron hincapié en cuan no-romanos, «primitivos» si se desea, eran los asturianos y lo mucho que rompieron con su pasado visigótico. Ninguna deja mucho espacio para el estudio de la riqueza material que de hecho hubo en el reino, la primera porque no era relevante para el objeto de estudio, y la segunda porque la propia teoría dificulta reconocer que pudiera existir la concentración de riqueza. Una renovada atención a la innegable evidencia de las iglesias asturianas puede alentar incluso a aquellos para quienes la Historia de la Iglesia no es un tema crucial para profundizar en el entendimiento del Reino de Asturias como una estructura socio-económica. Doy mi apoyo a cualquiera que se dirija en esta dirección. Y este libro proporciona un conjunto de propuestas que ayudará a aquellos que deseen ir aun más allá.
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ANEJOS DE «ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA» ISSN 09561-3663 I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI XXII XXIII XXIV XXV XXVI XXVII XXVIII XXIX XXX XXXI XXXII XXXIII XXXIV XXXV
F. LÓPEZ CUEVILLAS: Las joyas castreñas. Madrid, 1951, 124 págs., 66 figs.—ISBN 84-00-01391-3 (agotado). A. BALIL: Las murallas romanas de Barcelona. Madrid, 1961, 140 págs., 75 figs.— ISBN 84-00-01489-8 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO y J. MENÉNDEZ PIDAL: El distylo sepulcral romano de Iulipa (Zalamea). Madrid, 1963, 88 págs., 42 figs.—ISBN 84-00-01392-1. A. GARCÍA Y BELLIDO: Excavaciones y exploraciones arqueológicas en Cantabria. Madrid, 1970, 72 págs., 88 figs.— ISBN 84-00-01950-4. A. GARCÍA Y BELLIDO: Los hallazgos cerámicos del área del templo romano de Córdoba. Madrid, 1970, 84 págs., 92 figs.—ISBN 84-00-01947-4. G. ALFÖLDY: Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris. Madrid, 1973, 114 págs., más 2 encartes.—ISBN 84-00-038762. Homenaje a D. Pío Beltrán Villagrasa. Madrid, 1974, 160 págs., 32 figs.—ISBN 84-7078-377-7 (agotado). J. ARCE: Estudios sobre el Emperador FL. CL. Juliano (Fuentes Literarias. Epigrafía. Numismática). Madrid, 1984, 258 págs.—ISBN 84-00-05667-1. 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Madrid, 2002.- ISBN84-00-08030-0. C. FERNÁNDEZ, M. ZARZALEJOS, C. BURKHALTER, P. HEVIA y G. ESTEBAN: Arqueominería del sector central de Sierra Morena. Introducción al estudio del Área Sisaponense. Madrid, 2002. 125 págs. + figs. en texto y fuera de texto.ISBN 84-00-08109-9. P. PAVÓN TORREJÓN: La cárcel y el encarcelamiento en la antigua Roma. Madrid, 2003. 299 págs. + 18 figs. En texto, apéndices e índices. -ISBN: 84-00-08186-2. L. CABALLERO, P. MATEOS y M. RETUERCE (eds.): Cerámicas Tardorromanas y Altomedievales en la Península Ibérica. Instituto de Historia e Instituto de Arqueología de Mérida. Madrid, 2003. 553 págs. + 277 figs.- ISBN 84-00-08202-8. P. MATEOS, L. CABALLERO (eds.): Repertorio de arquitectura cristiana: época tardoantigua y altomedieval. Mérida, 2003. 348 págs. + figs en texto. ISBN 84-00-08179-X. T. TORTOSA ROCAMORA (coord.): El yacimiento de la Alcudia: pasado y presente de un enclave ibérico. Instituto de Historia. Madrid, 2004., 264 págs. + figs. en texto.- ISBN 84-00-08265-6. V. MAYORAL HERRERA: Paisajes agrarios y cambio social en Andalucía Oriental entre los períodos ibérico y romano. Instituto de Arqueología de Mérida, 2004, 340 págs. + figs. en texto.- ISBN 84-00-08289-3. A. PEREA, I. MONTERO Y O. GARCÍA-VUELTA (eds.): Tecnología del oro antiguo: Europa y América. Ancient Gold Technology: America and Europe. Instituto de Historia. Madrid, 2004. 440 págs. + figs. en texto.- ISBN: 84-00-08293-1. F. CHAVES Y F. J. GARCÍA (eds.): Moneta Qua Scripta. La Moneda como Soporte de Escritura. Instituto de Historia. Sevilla, 2004. 431 págs. + figs., láms. y mapas en texto.- ISBN: 84-00-08296-6. M. BENDALA, C. FERNÁNDEZ OCHOA, R. DURÁN CABELLO Y Á. MORILLO (EDS.): La arqueología clásica peninsular ante el tercer milenio. En el centenario de A. García y Bellido (1903-1972). Instituto de Historia. Madrid, 2005. 217 págs. + figs. En texto. ISBN 84-00-08386-5. S. CELESTINO PÉREZ Y J. JIMÉNEZ ÁVILA (edits.): El Periodo Orientalizante. Actas del III Simposio Internacional de Mérida: Protohistoria del Mediterráneo Occidental. Mérida 2005, dos volúmenes, 1440 págs. + figs., láms., gráficos y mapas en texto. ISBN 84-00-08345-8.
ANEJOS DE «ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA» (Continuación) XXXVI
M.ª RUIZ DEL ÁRBOL MORO: La Arqueología de los espacios cultivados. Terrazas y explotación agraria romana en un área de montaña: la Sierra de Francia. Instituto de Historia. Madrid, 2005. 123 págs. + 30 figs. en texto. ISBN 84-00-08413-6. XXXVII V. GARCÍA-ENTERO: Los balnea domésticos -ámbito rural y urbano- en la Hispania romana. Instituto de Historia. Madrid, 2005. 931 págs. + 236 figs. en texto. ISBN 84-00-08431-4. XXXVIII T. TORTOSA ROCAMORA: Los estilos y grupos pictóricos de la cerámica ibérica figurada de la Contestania. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2006. 280 págs. ISBN 84-00-08435-1. XXXIX A. CHAVARRÍA, J. ARCE Y G. P. BROGIOLO (eds.): Villas Tardoantiguas en el Mediterráneo Occidental. Instituto de Historia. Madrid. 2006. 273 págs. + figs. en texto. ISBN 84-00-08466-7. XL M.ª ÁNGELES UTRERO AGUDO: Iglesias tardoantiguas y altomedievales en la Península Ibérica. Análisis arqueológico y sistemas de abovedamiento. Instituto de Historia. Madrid 2006. 646 págs. + figs. en texto + 290 láms. ISBN 97884-00-8510-0. XLI L. CABALLERO y P. MATEOS (eds.): Escultura decorativa tardo romana y alto medieval en la Península Ibérica. Actas de la Reunión Científica «Visigodos y Omeyas» III, 2004. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida 2007. 422 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08543-8. XLII P. MATEOS CRUZ: El «Foro Provincial» de Augusta Emerita: un conjunto monumental de culto imperial. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2006. 439 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08525-4. XLIII A. JIMÉNEZ DÍEZ: Imagines Hibridae. Instituto de Historia. Madrid 2008. 410 págs. +150 figs. en texto ISBN 97884-00-08617- 6. XLIV F. PRADOS MARTÍNEZ: Arquitectura púnica, Instituto de Historia. Madrid 2008. 332 págs. +328 figs. en texto ISBN 978-84-00-08619-0. XLV P. M ATEOS, S. C ELESTINO, A. PIZZO Y T. TORTOSA (eds.): Santuarios, oppida y ciudades: arquitectura sacra en el origen y desarrollo urbano del Mediterráneo occidental. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2009. 464 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08827-3 XLVI J. JIMÉNEZ ÁVILA (ed.): Sidereum Ana I. El río Guadiana en época post-orientalizante. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2008. 480 págs. + 230 figs. en texto. ISBN 978-84-00-08646-6 XLVII M.P. GARCÍA BELLIDO, A. MOSTALAC Y A. JIMÉNEZ (eds.): Del imperivm de Pompeyo a la auctoritas de Augusto. Homenaje A Michael Grant. Instituto de Historia. Madrid. 2008. 318 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-0008740-1 XLVIII Espacios, usos y formas de la epigrafía hispana en épocas antigua y tardoantigua. Homenaje al doctor Armin U. Stylow. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2009. 408 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08798-2 XLIX L. ARIAS PÁRAMO: Geometría y proporción en la Arquitectura Prerrománica Asturiana. Instituto de Historia. Madrid. 2008. 400 págs. + 234 figs. + 57 fotos + 26 cuadros. ISBN 978-84-00-08728-9 L S. CAMPOREALE, H. DESSALES y A. PIZZO (eds.): Arqueología de la construcción I. Los procesos constructivos en el mundo romano: Italia y provincias occidentales. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2008. 360 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08789-0 LI L. CABALLERO, P. MATEOS y M.A. UTRERO (eds.): El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura. Instituto de Arqueología de Mérida - Instituto de Historia. Madrid. 2009. 348 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08805-7 LII A. GORGUES: Économie et société dans le nord-est du domaine ibérique (IIIe – Ier s. av. J.-C.). Instituto de Historia. Madrid. 2010. 504 págs. + 143 figs. en texto. ISBN 978-84-00-08936-8 LIII R. AYERBE, T. BARRIENTOS y F. P ALMA (eds.): El foro de Avgvsta Emerita. Génesis y evolución de sus recintos monumentales VII. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2009. 868 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-0008934-4 LIV L. CABALLERO: Las iglesias asturianas de Pravia y Tuñón. Arqueología de la arquitectura. Instituto de Historia. Madrid. 2010. 232 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09128-6 LV T. TORTOSA ROCAMORA, S. CELESTINO PÉREZ (eds.) y R. CAZORLA MARTÍN (coord.): Debate en torno a la religiosidad protohistórica. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2010. 309 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-0009177-4 LVI A. PIZZO: Las técnicas constructivas de la arquitectura pública de Augusta Emerita. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2010. 614 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09181-1 LVII A. PIZZO, S. CAMPOREALE, H. DESSALES (eds.): Arqueología de la construcción II. Los procesos constructivos en el mundo romano: Italia y provincias orientales. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 2010. 646 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09279-5 LVIII M. P. GARCÍA -BELLIDO, L. CALLEGARIN , A. JIMÉNEZ DÍEZ (eds.): Barter, money and coinage in the Ancient Mediterranean (10th-1st centuries BC). Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto de Historia. Madrid. 2011. 396 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09326-6 LIX V. MAYORAL HERRERA, S. CELESTINO PÉREZ (eds.), Tecnologías de información geográfica y análisis arqueológico del territorio. Actas del V Simposio Internacional de Arqueología de Mérida. Instituto de Arqueología – Mérida. CSIC. Junta de Extremadura. Consorcio de Mérida. Mérida 2011. 836 págs. + figs. en texto (ed. electrónica). ISBN 978-84-00-09407-2 LX J.A. REMOLÀ VALLVERDÚ, J. ACERO P ÉREZ (eds.), La gestión de los residuos urbanos en Hispania. Xavier Dupré Raventós (1956-2006). In memoriam. Instituto de Arqueología – Mérida. CSIC. Junta de Extremadura. Consorcio de Mérida. Mérida 2011. 418 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09345-7 LXI L. CABALLERO, P. MATEOS y T. CORDERO (eds.): Visigodos y omeyas. El territorio. Instituto de Arqueología de Mérida. 2012. 340 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-09457-7 LXII J. JIMÉNEZ ÁVILA (ed.): Sidereum Ana II. El río Guadiana en el Bronce Final. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2012. 572 págs. + 365 figs. y tablas en el texto. ISBN 978-84-00-09434-8 LXIII L. CABALLERO, P. MATEOS CRUZ y C. GARCÍA DE CASTRO VALDÉS (eds.): Asturias entre visigodos y mozárabes. Instituto de Historia. Madrid. 2012. 488 págs. + figs. en el texto. ISBN 978-84-00-09471-3 LXIV S.CAMPOREALE, H. DESSALES y A. PIZZO (eds.): Arqueología de la construcción III. Los procesos constructivos en el mundo romano: la economía de las obras. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida (en prensa).
HISPANIA ANTIQVA EPIGRAPHICA (HispAntEpigr.) Fascículos 1-3 (1950-1952), 4-5 (1953-1954), 6-7 (1955-1956), 8-11 (1957-1960) y 12-16 (1961-1965).
ITALICA Cuadernos de Trabajos de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma (18 vols.). Monografías de la Escuela (22 vols.).
CORPVS VASORVM HISPANORVM J. CABRÉ AGUILÓ: Cerámica de Azaila. Madrid, 1944.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. XI + 101 págs. con 83 figs. + 63 láms., 32 × 26 cm. (agotado). I. BALLESTER, D. FLETCHER, E. PLA, F. JORDÁ y J. ALCACER. Prólogo de L. PERICOT: Cerámica del Cerro de San Miguel, Liria. Madrid, 1954.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. y Dipu-tación Provincial de Valencia.—XXXV + 148 págs., 704 figs., LXXV láms., 32 × 26 cm.—ISBN 84-00-01394-8 (agotado).
ANEJOS DE GLADIUS CSIC y Ediciones Polifemo M.ª Paz García-Bellido: Las legiones hispánicas en Germania. Moneda y ejército. Instituto de Historia. 2004. 354 págs. + 120 figs. ISBN 84-00-08230-3. M.ª Paz García-Bellido (coord.): Los campamentos romanos en Hispania (27 a.C.-192d.C.). El abastecimiento de moneda. Instituto Histórico Hoffmeyer. Instituto de Historia. Ediciones Polifemo. 2006. 2 vols. + CD Rom. ISBN (10) 84-00-08440-3; (13) 978-84-00-08440-0.
TABVLA IMPERII ROMANI (TIR) Unión Académica Internacional Editada por el C.S.I.C., Instituto Geográfico Nacional y Ministerio de Cultura Hoja K-29: Porto. CONIMBRIGA, BRACCARA, LVCVS, ASTVRICA, edits. A. BALIL ILLANA, G. PEREIRA MENAUT y F. J. SÁNCHEZPALENCIA. Madrid, 1991. ISBN 84-7819-034-1. Hoja K-30: Madrid. CAESARAVGVSTA, CLVNIA, edits. G. FATÁS CABEZA, L. CABALLERO ZOREDA, C. GARCÍA MERINO y A. CEPAS. Madrid, 1993. ISBN 84-7819-047-3. Hoja J-29: Lisboa. EMERITA, SCALLABIS, PAX IVLIA, GADES, edits. J. DE ALARCÃO, J. M. ÁLVAREZ, A. CEPAS, R. CORZO. Madrid, 1995. ISBN 84-7819-065-1. Hoja K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares. TARRACO, BALEARES, edits. A. CEPAS PALANCA, J. GUITART I DURÁN. G. FATÁS CABEZA. Madrid, 1997. ISBN 84-7819-080-5. Fall K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares (edición en catalán). ISBN 89-7819-081-3.
VARIA A. GARCÍA Y BELLIDO: Esculturas romanas de España y Portugal. Madrid, 1949, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2 volúmenes de 28 × 20 cm.: I, Texto, XXVII + 494 págs.—II, Láminas, 352 láms. (agotado).
C. PEMÁN: El pasaje tartéssico de Avieno. Madrid, 1941, 115 págs., 26 × 18 cm. (agotado).
A. SCHULTEN: Geografía y Etnografía de la Península Ibérica. Vol. I. Madrid, 1959. Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.), 412 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Las fuentes antiguas. Bibliografía moderna y mapas. Orografía de la meseta y tierras bajas. Las costas (agotado). Vol. II. Madrid, 1963, 546 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Hidrografía. Mares limítrofes. El estrecho de Gibraltar. El clima. Minerología. Metales. Plantas. Animales (agotado).
M. PONSICH: Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir (II) (Publications de la Casa de Velázquez, série «Archéologie»: fasc. III).—Publié avec le concours de l’Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.) et du Conseil Oléicole International.— París, 1979 (27,5 × 21,5 cm.), 247 págs. con 85 figs. + LXXXI láms.—ISBN 84-600-1300-6.
HOMENAJE A A. GARCÍA Y BELLIDO Vol. I Madrid, 1976. Revista de Vol. II Madrid, 1976. Revista de Vol. III Madrid, 1977. Revista de Vol. IV Madrid, 1979. Revista de
la la la la
Universidad Universidad Universidad Universidad
Complutense Complutense Complutense Complutense
de de de de
Madrid, Madrid, Madrid, Madrid,
XXV, 101. XXV, 104. XXVI, 109. XXVIII, 118.
VV.AA.: Producción y Comercio del Aceite en la Antigüedad. Primer Congreso Internacional.—Universidad Complutense.— Madrid, 1980 (24 × 17 cm.), 322 págs.—ISBN 84-7491-025-0. VV.AA.: La Religión Romana en Hispania. Simposio organizado por el Instituto de Arqueología «Rodrigo Caro» del C.S.I.C. (17-19 diciembre 1979).—Subdirección General de Arqueología del Ministerio de Cultura.—Madrid, 1981 (28,5 × 21 cm.), 446 págs.—ISBN 84-7483-238-1. VV.AA.: Homenaje a Sáenz de Buruaga.—Diputación Provincial de Badajoz: Institución Cultural «Pedro de Valencia».—Madrid, 1982 (28 × 19,5 cm.), 438 págs.—ISBN 84-500-7836-9. VV.AA.: Producción y Comercio del Aceite en la Antigüedad. Segundo Congreso Internacional.—Universidad Complutense.— Madrid, 1983 (24 × 17 cm.), 616 págs.—ISBN 84-7491-107-9. VV.AA.: Actas del Congreso Internacional de Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España (siglos XVIII -XX ), 13-16 de diciembre de 1988, C.S.I.C., Ministerio de Cultura, 1991.—ISBN 84-7483-758-8. VV.AA.: Ciudad y comunidad cívica en Hispania (siglos II y III d.C.). Cité et communauté civique en Hispania. Actes du Colloque organisé par la Casa de Velázquez et par le Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 25-27 janvier 1990. Collection de la Casa de Velázquez, 38. Serie Rencontres. Madrid, 1992, 220 pp.—ISBN 84-86839-46-7.
BIBLIOTHECA ARCHAEOLOGICA ISSN 0519-9603 I II III IV V VI VII
A. BLANCO FREIJEIRO: Arte griego. Madrid, 1982, 396 págs., 238 figs., 19 × 13 cm. (8.a edición, corregida y aumentada).— ISBN 84-00-04227-1. Cf. en Textos Universitarios. A. GARCÍA Y BELLIDO: Colonia Aelia Augusta Italica. Madrid, 1960, 168 págs., 64 figuras en el texto y 48 láms., y un plano, 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01393-X (agotado). A. BALIL: Pintura helenística y romana. Madrid, 1962, 334 págs:, 104 figs. y 2 lám. 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-005732 (agotado). A. BALIL: Colonia Julia Augusta Paterna Faventia Barcino. Madrid, 1964, 180 págs., 69 figs. y un plano, 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01454-5. 2.a ed. 84-00-01431-6 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO: Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo. Madrid, 1985, XXVIII + 384 págs., 194 figs. en el texto, XXII láms. y 2 cartas, 19 × 13 cm. (2.a ed. acrecida, agotada).—ISBN 84-00-05908-5. A. M. DE GUADÁN: Numismática ibérica e iberorromana. Madrid, 1969, XX + 288 págs., 24 figs. y varios mapas en el texto y 56 láms., 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01981-4 (agotado). M. VIGIL: El vidrio en el mundo antiguo. Madrid, 1969, XII + 182 págs., 160 figs., 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-019822. 2.a ed. 84-00-01432-4 (agotado).
TEXTOS UNIVERSITARIOS 1.
A. GARCÍA Y BELLIDO: Arte romano.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (28 × 20 cm.), XX + 836 págs. con 1.409 figs.— ISBN 84-00-070777-1. A. BLANCO FREIJEIRO: Arte griego.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (21 × 15 cm.), IX + 396 págs. con 238 figs.— ISBN 84-00-07055-0. M.P. GARCÍA-BELLIDO y C. BLÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. I: Introducción. Madrid, 2001, 234 pp. y figs. ISBN: 84-00-08016-5. M.P. GARCÍA-BELLIDO y C. BLÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. II: Catálogo de cecas y pueblos. Madrid, 2001, 404 pp. y figs. ISBN: 84-00-08017-3. A. GARCÍA Y BELLIDO: Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo, est. prelim. de Manuel Bendala Galán, Madrid, 2009 (3.a ed., renovada), 412 págs. y figs., 25 x 18 cm. ISBN: 978-84-00-08878-1.
2. 35. 36. 45.
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A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Mérida.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 12 figs. + 108 láms.—ISBN 84-00-04303-0 (agotado). A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Itálica (I).—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 11 figs. + 77 láms.—ISBN 84-00-04361-8. J. M. BLÁZQUEZ M ARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Córdoba, Jaén y Málaga.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1981 (28 × 21 cm.), 236 págs. con 32 figs. + 95 láms.—ISBN 84-00-04937-3. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Sevilla, Granada, Cádiz y Murcia.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 106 págs. con 25 figs. + 47 láms.—ISBN 84-00-05243-9. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de la Real Academia de la Historia, Ciudad Real, Toledo, Madrid y Cuenca.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 108 págs. con 42 figs. + 50 láms.—ISBN 84-00-05232-40. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ y T. ORTEGO: Mosaicos romanos de Soria.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.— Madrid, 1983 (28 × 21 cm.), 150 págs., con 22 figs. + 38 láms.—ISBN 84-00-05448-2. J. M. BLÁZQUEZ y M. A. MEZQUÍRIZ (con la colaboración de M. L. NEIRA y M. NIETO): Mosaicos romanos de Navarra.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. Madrid, 1985 (28 × 21 cm.), 198 págs. con 31 figs. + 62 láms.—ISBN 84-00-06114-4. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. NEIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos de Lérida y Albacete. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 60 págs., 19 figs. y 44 láms.—ISBN 84-00-06983-8. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. NEIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos del Museo Arqueológico Nacional. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 70 págs., 18 figs. y 48 láms.—ISBN 84-00-06991-9. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, T. MAÑANES y C. FERNÁNDEZ OCHOA: Mosaicos romanos de León y Asturias. Madrid, 1993. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 116 págs., 19 figs. y 35láms.— ISBN 84-00-05219-6. M. L. NEIRA y T. MAÑANES: Mosaicos romanos de Valladolid. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 128 págs., 10 figs. y 40 láms.—ISBN 84-00-07716-4. G. LÓPEZ MONTEAGUDO, R. NAVARRO SÁEZ y P. DE PALOL S ALELLAS: Mosaicos romanos de Burgos. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 170 págs., 26 figs. y 168 láms.—ISBN 84-00-07721-0.
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ANEJOS AESPA
ASTURIAS ENTRE VISIGODOS Y MOZÁRABES
LXIII 2012
Luis Caballero Zoreda Pedro Mateos Cruz César García de Castro Valdés (eds.)
ANEJOS DE
AESPA LXIII
ASTURIAS ENTRE VISIGODOS Y MOZÁRABES
ISBN 978 - 84 - 00 - 09471 - 3
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