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Spanish Pages 395 Year 1972
ARQUEOLOGIA PREHISTORICA DE SANTO DOMINGO
DR. MARCIO V. MAGGIOLO
ARQUEOLOGIA PREHISTORICA DE
SANTO DOMINGO
MARCIO VELOZ MAGGIOLO Director de Investigaciones del Museo del Hombre Dominicano Miembro del Instituto Dominicano de Investigaciones Antropológicas Profesor en la Universidad Autónoma de Santo Domingo
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En Memoria de Narciso Alberti Bosch y Emile de Boyrie Moya, pioneros
Al amigo José Antonio Caro Alvarez a quien debe la Arqueología Prehistórica Dominicana su actual etapa de florecimiento
McGraw-Hill Far _Eastem Publishers (S) Ltd -
Singapore
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©
1972 Fundación de Crédito Educativo de la República Dominicana
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Agradecimiento:
Al Instituto Cartográfico Universitario de la Universidad Autónoma de Santo Domingo por el uso de sus mapas que aquí se reproducen
Portada:
Olla Taína de la Colección Lluberes
Impreso y encuadernado en Singapur Por McGraw-Hill Far Eastern Publishers (S) Ltd.
INDICE GENERAL
PREFACIO
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CAPITULO I Historia de los estudios y fuentes. El siglo XX. Estado de la cuestión. Objetivos de este estudio.
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CAPITULO 11 Las Antillas. Historia geológica y geología. Clima. Santo Domingo: Historia geológica y geología. Orogénesis. La hidrograjia y las regiones naturales. Vegetación y fauna. La fauna y la flora en los cronistas. Clima. Climas locales. Ecología y poblamiento.
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CAPITULO 111 Las Culturas preceram1cas. Características del precerámico. Series y complejos relacionables. Reconstrucción etnológica del ciboney. Las Culturas cerámicas. Características de los yacimientos de Santo Domingo. Estilos cerámicos originarios. Series y complejos relacionables. Resumen tipológico de los complejos relacionables. El estilo Boca Chica. Los motivos básicos: combinaciones y frecuencias decorativas.
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CAPITULO IV Repertorio de yaczmzentos arqueológicos de Santo Domingo. Los yacimientos pictográficos y petroglíficos. Areas o zonas. Relación de los yacimientos más importantes.
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CAPITULO V Esquema Histórico-Cultural: Ergología.
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CAPITULO VI Esquema Histórico-Cultural: Sociedad y Creencias.
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CONCLUSIONES
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INDICES
INDICE DE LAMINAS
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MAPAS
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FIGURAS
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CUADROS
276
APENDICES
278
DOCUMENTOS
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BIBLIOGRAFIA
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Este trabajo es un estudio tentativo tanto de la prehistoria de la isla Española como de los estadios arqueológicos que hasta el momento han podido ser determinados en la misma. Por lo tanto intentaremos con él proporcionar una visión general del estado de la cuestión. Pretendemos, por lo menos, ordenar una serie de importantes datos muy dispersos, porque hasta el momento la arqueología del área antillana adolece de haber sido estudiada no en su conjunto, sino particularmente, de isla en isla, existiendo, como es natural, numerosas denominaciones para un mismo fenómeno o una misma expresión cultural. No contamos, hasta el momento, con una datación firme y abundante para todas las islas antillanas, y en lo relativo a La Española las fechas radiocarbónicas y las pruebas de este tipo han sido mínimas. Es preciso trabajar, entonces, atentos a los lugares antillanos fechados con cierta seguridad y atendiendo simultáneamente a la tipología general en zonas como el norte de Venezuela y las islas Vírgenes, fechadas recientemente, por lo que nos brindan la oportunidad de ordenar un posible cuadro .de los diversos poblamientos partiendo de la identificación de los estilos arqueológicos. Para yacimientos de origen precerámico o preagrícola, tenemos algunos datos radiocarbónicos confiables en Puerto Rico, Cuba, Curazao y la propia Venezuela. Esto contribuye de manera eficaz a una aclaración de viejas ideas y a poner al día cierto tipo de expresiones ya líticas o cerámicas antes confusas y quizás mal interpretadas. Sin embargo es posible hacer constar que la arqueología y la prehistoria en el área antillana son bastante desconocidas. No existen clasificaciones definitivas del mayor número de rasgos y expresiones. Los informes son mínimos pese a la enorme cantidad de material inédito, y la mayoría de los arqueólogos extranjeros que han laborado en las Antillas desconocen el numeroso conjunto de colecciones privadas cuyos objetos y ajuares son celosamente guardados. Por otra parte, muy poco sabemos del proceso ecológico que hizo factible la creación de un medio propicio para que el habitante de las Antillas alcanzase la total sedentarización o se mantuviese como sedentario una vez llegado al ámbito donde se desarrollaron las culturas que vamos a estudiar. Por ejemplo, no existe aún un estudio o trabajo fundamental sobre el origen de la fauna y la flora antillanas. Los estudios geológicos son mínimos, y en la mayoría de los casos están ligados a estudios realizados en zonas continentales, resultando así un complemento de investigaciones generales y no verdaderas incursiones científicas particulares en lo relativo al área. Nuestro esfuerzo ha de ser, muchas veces, teórico, imaginativo en ocasiones, hipotético por la falta de recursos y la ambigüedad de ciertas fuentes. Desgraciadamente no somos el único caso; ha sido a finales del siglo XIX y en el siglo XX cuando la arqueología se ha decidido, por razones explicables, a abandonar como definitivo el estudio de las zonas monumentales, para tocar el campo de los períodos llamados "formativos", básicos, en la mayoría de las ocasiones, en el desarrollo tanto de las llamadas "altas culturas", como para explicar la dispersión de formas cerámicas y de otra índole cultural de aspecto no nuclear. De ahí que los recientes estudios de Ford (1969), Meggers y Evans (1964-65), Coe y Flannery (1967), Rouse y Cruxent
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(1961-63), hayan comenzado a facilitar toda una serie de sugerencias sobre posible dispersión hacia las Antillas desde zonas que antes se consideraban no relacionables con este medio. La consecución de fechas absolutas para este material cerámico y no cerámico abre la posibilidad a estudios posteriores para tratar de establecer la evolución y dispersión de estilos que muchas veces fueron considerados locales. Hasta finales del siglo XIX las Antillas fueron estudiadas bajo el criterio de que eran un conjunto separado del resto arqueológico americano. Diríase que existía la visión de las Antillas determinada, más que por el proceso arqueológico y prehistórico, por el concepto histórico-social que de ellas se tuvo en los siglos XVII y XVIII, sobre la base del fenómeno colonialista. La visión histórica no siempre camina de acuerdo con la ciencia, y mucho menos cuando está condicionada por los interesados resortes del colonialismo. Por lo tanto las Antillas eran diferentes en cuanto Francia era la dueña de la parte .oeste de la isla Española o de buena parte de las Antillas Menores, o en cuanto Inglaterra era la dominadora de Jamaica, o en cuanto Holanda fue la poseedora de Curazao, Aruba y Bonaire, o bien en cuanto España seguía rigiendo los destinos de Puerto Rico, Cuba, o Santo Domingo. La danza de las posesiones europeas de ultramar dio a nuestra historia antillana muy diversos matices, y Guadalupe, por ejemplo, dentro del contexto histórico de los siglos XVII, XVIII y XIX, fue diferente de Jamaica, o de Puerto Rico, o del Santo Domingo norteamericano de 1916-24. Bajo esta visión influída por la historia de las posesiones y no por la historia verdadera del pueblo mismo, se comenzó a trabajar en el campo arqueológico antillano. Así como eran numerosos los compartimientos estancos propiciados por la historia colonial de las Antillas, se consideró, inconscientemente quizás, que también la prehistoria respondía a compartimientos estancos. Esta era la actitud mental de la época. Espíritus de gran finura intelectual, como el de J. Walter Fewkes, entrevieron inmediatamente, a prmcipios del siglo, la "curiosa" similitud entre el ajuar arqueológico del ámbito antillano. Ya Brinton se había lanzado a estudiar la lengua arawaca de las Guayanas (1871), y su labor pudo servir de base a Fewkes (1907) para establecer .la posibilidad de una unidad prehistórica antillano-continental con él norte de Sudamérica, unidad que analiza ricamente Sven Loven ( 1935), en una labor de resumen e interpretación excepcional. Nuestro estudio, con todas las fallas de terreno que pudiesen presentarse, se hará partiendo del fenómeno antillano como unidad, porque existen ya suficientes datos como para asegurar una continuidad cultural en todo el arco antillano, continuidad que entronca con las islas Bahamas, al norte de Cuba y Santo Domingo, cuya cultura, si bien pudo haber dependido en una lejana época de influencias floridianas, cuajó en el aspecto cultural agrícola y cerámico, con la presencia del poblamiento arawaco, que unificó su expresión con la del área antillana. Como nuestro estudio no pretende abarcar el área completa, sino, exclusivamente, la isla de Santo Domingo, quede claro el supuesto general del cual partimos, y nuestra posición de que es una lamentable pérdida de tiempo seguir tipologizando materiales con respecto a lugares cuando ya el estilo existe, y creando la enorme confusión que proporciona el hecho de que una misma expresión cultural alcance a tener cinco, seis y hasta más nombres, cuando se trata de algo que puede perfectamente situarse con una simple denominación única o unificadora. Quiero expresar las gracias al arqueólogo José Alcina Franch, a los compañeros profesores dominicanos Emilio Cordero Michel, E. de Jesús Marcano, Manuel de Jesús Mañón Arredondo, Femando Morbán Laucer, Francisco Henríquez Vásquez, y Aída Cartagena Portalatín, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, por las molestias que de un modo u otro se han tomado al proporcionarme materiales e informaciones para este trabajo. Asimismo deseo expresar mis mejores gracias a los
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señores Betty J. Meggers y Clifford Evans, de la Institución Smithsoniana, por su colaboración con materiales y consejos. Debo agradecer al profesor Manuel Ballesteros Gaibrois sus opiniones y consejos de carácter formal, y así mismo al amigo Juan José Ayuso, de la Universidad Católica Madre y Maestra, de Santiago, República Dominicana, su envío de datos y materiales de difícil consecución. Deseo hacer mención del empeño, cariño e interés que se ha tomado por mi labor el profesor Dato Pagán Perdomo, quien ya en España me ha animado en la consecución de ciertos resultados científicos muy positivos para el esclarecimento de constumbres y rituales entre las tribus o grupos antillanos, mención que no estaría completa si no me refiriera al desinterés y el entusiasmo con que me fueron mostradas por sus propietarios las siguientes colecciones arqueológicas: Manuel García Arévalo, Samuel Pión, Mario Lluberes, Sodas, Pedro Casals Victoria, José Antonio Caro, Museo Nacional y Museo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, instituciones estas últimos en cuyos directores - doctor Ramón Lugo Lovatón y doctora Aida Cartagena - encontré facilidades y magníficas muestras de buena voluntad. Agradezco a los dibujantes españoles Miguel Peinado y Vicente Viñas, del Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte de Madrid, su ayuda desinteresada. Por último deseo manifestar mi agradecimiento a los científicos españoles Dra. Josefa Menéndez Amor, de la cátedra de Micropaleontología de la Universidad Central de Madrid, Dr. Jesús Galván, del Laboratorio de Edafología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y Dr. Domingo Martín, del Centro Nacional de Química, por su colaboración en el estudio y análisis de varias muestras de material obtenido en los yacimientos dominicanos de Jubéy Boca Chica y Los Paredones, Distrito Nacional, cuyos resultados aparecen como documentación en el presente trabajo. Madrid, 1970
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Las Fuente~ de h1forn1ación en G
La información acerca del complejo proceso prehistórico antillano proviene de tres tipos de fuentes. La primera, narrativa, en la que se incluyen historias, crónicas y relatos de sucesos. La segunda, documental y constituída por material de carácter burocrático como son reales cédulas, documentos de transacción o papeles relacionados con encomiendas y ventas; y por último, la tercera, arqueológica, constituída por todo cuanto tenga características de expresión material. De las tres fuentes mencionadas la primera y la tercera han sido, hasta el momento, las más frecuentemente utilizadas para el estudio de la vida indígena antillana. La segunda fuente permanece casi intacta en los principales archivos de España. Las crónicas de viaje, historias, relaciones y relatos, contienen, por así decirlo, un importante material de comparación para el arqueólogo. En el caso de las Antillas la validez de estas fuentes y la riqueza de las mismas, en algunos casos, se confirman por ser las primeras tierras americanas de las cuales se habló y sobre las cuales se escribió en Europa. De modo que casi siempre la fuente histórica relacionada con las Antillas está colmada de importantes observaciones de primera mano, como resulta con el caso de Fray Román Pané, y el propio Cristóbal Colón, de cuyas páginas podemos fiarnos en ocasiones en que se torna oscura la interpretación cultural de algún proceso o rasgo arqueológico, como sucede con Bartolomé de las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo y Benzoni. Sin embargo es importante señalar que, como es natural, no todo el ajuar arqueológico encontrado hasta estos momentos aparece claramente identificado en crónicas y relatos. La Relación de Pané, por ejemplo, nos brinda una pormenorizada síntesis etnográfica del indio antillano de Santo Domingo, pero jamás un estudio de sus costumbres. Sin embargo, estas fuentes --en los casos antes señalados- están rubricadas por hombres que tuvieron relación directa con los aborígenes, y son -aunque oscuras en ocasiones- en gran parte confiables. Ninguna de ellas, desde luego, resuelve el problema de la explicación total de los procesos culturales. El caso de Pané, enviado por el propio Cristóbal Colón a aprender la lengua de los indios de Santo Domingo, revela el interés del Descubridor por las costumbres y rituales de aquella gente. El documento sirvió luego a Las Casas, Hernando Colón, y a otros cronistas, para, en la distancia, hacer comparaciones y suposiciones. Muy importante, aunque más peligrosa por su afán imaginativo, es la obra de Pedro Mártir de Anglería, que sin haber viajado a las islas pudo, desde su alta posición burocrática, recibir noticias de primera mano en boca de marineros e informantes entre los que se contó el propio Almirante. Mártir llega a hacer señalamientos y conclusiones que no son encontrables en otros cronistas. Su información sobre los· regadíos y acequias en el Suroeste de la isla Española, resulta un dato de gran interés en lo relativo a conocer hasta dónde había arribado el sistema agrícola taíno. Las primeras fuentes, las más cercanas y procedentes del mismo siglo XV, son las de Pané y el propio Colón, así como las referencias obtenidas por Pedro Mártir y hechas públicas después en sus Décadas. De esta época hay también documentos
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como las propias cartas del Almirante, y la Relación de Diego Méndez, que si bien no fue redactada en el época misma en que se llevaron a cabo los hechos, sí se refiere, lo mismo que la carta de Chanca, a sucesos directamente relacionados con el primer contacto español con América. Obviamente toda esta documentación, incluídas cédulas y contratos, e interrogatorios relacionados con las encomiendas, son fuentes precisas para un estudio etnológico de los habitantes de las Antillas y para cierto tipo de confirmación de realidades arqueológicas. Sin embargo el cotejo de fuentes y datos arqueológicos debe hacerse con sumo cuidado, aceptando sólo aquellos hechos que puedan ser comprobados con relativa facilidad. Otra vertiente tienen estas fuentes: la de sugerir ciertas soluciones para objetos arqueológicos "no significativos". Pero estas "sugerencias" han sido también, durante largo tiempo, motivo de grandes confusiones, ya que en la mayoría de las oportunidades han sido revisadas con un marcado interés de darles significado a rajatablas y sin verdadero criterio científico. En nuestra descripción de la cultura material del aborigen de Santo Domingo, nos referiremos constantemente a las crónicas en cuanto ellas puedan arrojar luz acerca del significado de los objetos descritos. Sin embargo quede bien claro que para el arqueólogo lo básico de todo estudio está comprendido por el material encontrado, y que las fuentes escritas, en este caso, nos servirán como auxillares y nunca como documentos definitivos.
HISTORIA DE LOS ESTUDIOS Y FUENTES , A partir de los estudios y relaciones antes descritos, y en todo el transcurso de los siglos XVII y XVIII, son muy pocos los interesados por el mundo indígena antillano. No obstante, los historiadores de las Antillas, al hacer referencia al primitivo poblador de las islas, hubieron de hablar del mismo partiendo de las fuentes iniciales, de las crónicas y relaciones. Estudiosos como J. B. Du Tertre (1654) se dieron a la tarea de estudiar las Antillas en función-colonial, habiendo logrado con ello el interés por una revisión de las fuentes y de la actitud española en Indias. Predominaba, como es natural, toda la ambientación de la famosa leyenda negra, y ello llevaba al historiador a la búsqueda de datos con los cuales fustigar la vieja presencia de España en Indias. En 1658 aparece la Histoire Naturelle et Mora/e des /les Antille de L'Amérique, firmada por H. Rochefort's, y publicada en Rotterdam. De 1666 es el estudio titulado History of the Caribby Islands, del inglés John Davies, publicado en Londres. En el año de 1730, aparece un importante libro, un libro que para su época es sistematizador y claro a la vez: Histoire de L'/sle Espagnole ou de Saint Domingue, de P. X. Charlevoix. La obra se publica en París, y enfoca con gran interés científico todo lo relativo a las costumbres, hábitos, organización y cultura del indio de Santo Domingo. Este libro, poco a poco, y gracias a su claridad y limpio estilo, se convierte en una de las más importantes fuentes para el conocimiento del indígena antillano. La obra de Charlevoix es seguida por otra pieza importante, la Histoire Civile, Mora/e et Naturelle de L'/sle de Saint Domingue, publicada en Francia en 1734, por Jean B. Pers y de cuyos originales hay copia en la colección Lugo, del Archivo General de la Nación de la República Dominicana. En 1766 publica, en Londres, Pat Brown, su Civil and Statistical History of Jamaica, obra de un gran interés por la cantidad de datos que posee y por la interpretación histórica que hace de la situación política de la isla. Entrando el siglo XIX no existía, pues, una verdadera obra que dedicase todo su esfuerzo a interpretar los numerosos restos arqueológicos antillanos, que, por otra parte, parecían no despertar el menor interés. Escritores del siglo XVIII, como el
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Las fechas refiérense a publicaciones consideradas iniciales acerca del área.
Mapa l.
Investigaciones Históricas y Arqueohistóricas sobre las antillas en los siglos XVII y XVIII.
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dominicano Antonio Sánchez Valverde, considerado uno de los antillanos que con mejor disposición científica estudió los recursos de su medio, al publicar su Idea del Valor de la Isla Española y Utilidad que de ella Puede Sacar Su Monarquía (1785), no entrevió siquiera un valor arqueológico o cultural en los vestigios del propio pasado de la tierra sobre la que informaba a la corona española. Ya a mediados del siglo XIX, y en la isla Española, un hombre llamado Robert Schomburgk, científico y diplomático inglés, verdadero estudioso de las culturas aborígenes, iniciaba una serie de trabajos que tenían paralelo en los del investigador cubano de la misma época Andrés Poey. Durante su estancia en Santo Domingo, Schomburgk, que había realizado trabajos en Guayana y Orinoco (1841), nos brinda el más antiguo informe arqueológico que se tenga sobre las Antillas, al describir, de manera precisa, el llamado "corral de los indios" ·de San Juan de la Maguana, República Dominicana (Boyrie, 1955 a). El informe Schomburgk, aparecido en inglés (1851) y traducido al castellano en el Boletín número 22 del Archivo General de la Nación, con fecha 22 de junio de 1942, dice : Un descubrimiento infinitamente más interesante que esos montículos de conchas, es el que hice durante mi viaje a Santo Domingo, en las proximidades de San Juan de la Maguana, de un circo (ring) granítico que parece haber escapado completamente a la atención de los historiadores y de los viajeros anteriores. Maguana formaba uno de los cinco reinos en los cuales estaba dividido Santo Domingo a la llegada de los españoles. Estaba gobernado por el cacique caribe 1 Caonabo, (cuyo nombre significaba lluvia)2, el más indómito, el más poderoso de los jefes y enemigo irreconciliable de los europeos. Su esposa favorita era la infortunada Anacaona, célebre por su belleza y su circunspección. El círculo granítico, ahora conocido en los alrededores con el nombre de Cercado de los Indios, se encuentra en una sabana rodeada de bosquecillos y limitada por el río Maguana. El circo está formado en general por rocas graníticas que prueban por su pulimento que fueron recogidas en la orilla del río, probablemente el Maguana, aunque la distancia sea considerable. Las piedras son, en su mayor parte, de un peso de 30 a 50 libras y han sido colocadas muy juntas unas de otras, dando así al circo la apariencia de un camino empedrado (adoquinado) de 21 pies de ancho, y, tanto como lo permiten asegurar los árboles y los zarzales que han crecido entre las piedras, puede decirse que tiene 2.270 pies de circunferencia. Un gran bloque granítico de 5 pies y 7 pulgadas de largo, que termina en una punta obtusa, se encuentra casi en medio del circo y está en parte enterrado en el suelo. Yo no pienso que ese bloque ocupe actualmente el lugar que tenía originariamente; ese bloque estuvo probablemente en el mismo centro. Ha sido pulimentado y dádole forma por la mano del hombre; y aunque su superficie ha sufrido las influencias atmosféricas, es evidente que ella debía representar una figura humana. Las cavidades de los ojos y de la boca están visibles todavía. Ese bloque tiene, desde todos los puntos de vista, la apariencia de la figura representada por el padre Charlevoix en su Historia de la Isla Española o de Santo Domingo, donde ella está designada como una figura encontrada en una sepultura india. Un camino de la misma anchura que el circo se extiende a partir de éste en la dirección oeste y dobla después en un ángulo recto hacia el norte, concluyendo en un arroyito. Este camino está, en casi toda su extensión, invadido por una espesa selva; es pues imposible determinar su longitud exacta. No se puede dudar de ningún modo que este círculo rodeaba el ídolo indio y que, en su interior, miles de indígenas adoraban la divinidad bajo la grosera apariencia de un bloque granítico. Pero queda aún otra cuestión por resolver, y es saber si los habitantes que los españoles encontraron en la isla fueron los constructores de ese circo. ¿Eran ellos los adoradores de aquella divinidad?
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El trabajo de Schomburgk, tiene, claramente, un interés arqueológico, como lo tiene también el de Poey (1853), titulado Cuban Antiquities. A Brieff Description of Sorne .Relics Found in the Island of Cuba. El sabio cubano, hijo de don Felipe Poey, fue más que nada un naturalista, no obstante tiene que ser recordado como un verdadero precursor de la arqueología antillana. Según el doctor Ernesto Tabío (1968), este gran investigador desarrolló su mayor actividad entre los años 1850 y 1853, cuando al enterarse por la prensa de los hallazgos realizados por el señor Eusebio Jiménez, en una finca a unos 8 kms. al sur de Morón, provincia de Camagüey, Poey le instó a que continuara las excavaciones en el sitio mencionado. Posteriormente Jiménez le entregó todo el material arqueológico obtenido, pudiendo así estudiarlo y describirlo.
Gracias a esta descripción tenemos los primeros datos sobre una "excavación" en las Antillas. Señala Tabío que allí se encontró un ajuar compuesto por hachas petaloides de piedra, fragmentos de ollas y burenes de barro, mezclado todo con restos de comida: huesos de jutías y jicoteas, así como espinas de diferentes pescados. El montículo tenía forma oval y las capas con restos culturales alcanzaban según Harrington, hasta tres varas y media de profundidad. (Harrington, 1921).
Por otra parte, el investigador español Miguel Rodríguez Ferrer, trabajaba en estudios arqueológicos en Cuba, donde llevó a cabo numerosas exploraciones. Su labor se inició en 1847, pero los resultados de su investigación no vieron la luz sino en 1876, unos treinta años después. Desde el punto de vista del trabajo de campo Rodríguez Ferrer es un pionero indiscutible. El investigador cubano Ernesto Tabío, resume así la labor de Rodríguez Ferrer: En 1848, el explorador español, ya en Bayamo, recibe como regalo un ídolo de piedra con representación antropomorfa y con peso de unos 20 kg., encontrado en la Hacienda Valenzuela, cerca de Bayamo, el que entregó a la Universidad de La Habana, donde hoy figura en el Museo Antropológico Montané, de ese alto centro de estudios. El más grande servicio que rindió Rodríguez Ferrer a la arqueología cubana no fue, sin embargo, la colección y deséripción de estos ejemplares, sino sus exploraciones cuidadosamente registradas (Tabío, 1968).
Gracias a Rodríguez Ferrer y a sus hallazgos pudo hacerse el primer estudio de un resto humano primitivo para el área antillana. El mismo se llevó a cabo en Madrid, en el Gabinete de Historia Natural. En el mismo 1847, explora Rodríguez Ferrer en Hacienda Bermeja, Cuba, a unos 30 kilómetros de Bayamo, el "primer depósito de restos de origen aborigen que se exploró en Cuba", en opinión del arqueólogo Mark R. Harrington (1921). En 1869 el reverendo Brett publica un estudio sobre las tribus indígenas de las Guayanas, en Londres. Aunque el estudio no abarca el área antillana pudo resultar importante para posteriores comparaciones entre habitantes guayaneses y antiguos habitantes de las Antillas. Más tarde, y como hemos señalado en el prefacio, Brinton analiza también la lengua arawaca, tomando como referencia las tribus de Guayana (1871), y Samuel Hazard publica en Londres su estudio titulado Santo Domingo, Past and Present, que no tiene una importancia Arqueológica (1873). No sucede lo mismo con la Historia Geográfica, Civil y Natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, de Abad y Lasierra (1788), cuya reedición se produce en 1866. En Santo Domingo, el historiador José Gabriel García publica (1876) su importante trabajo Memoria Para la Historia de Quisqueyá, que luego, en 1893, dará origen al Compendio de la Historia de Santo Domingo, en cuyas primeras páginas puede estudiarse una oportuna,
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ANTILLAS MENORES
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ANTILLAS MAYORES
Schomburgk Poey Del Monte y Tejada Iñige Abad Brett Brinton Hazard Rodríguez F errer J. Gabriel García Dumont Pinart A. Reinoso Bachillery Morales R. Ling A. Sthal J.W. Fewkes A. Llenas R. Cronau Colly Toste H.C. Holmes S. Brau Emile Nau F. Ober Tippeilhauer Duerden Haddon
1851 1853 1853 1866 1868 1871 1873 1876 1876 1876 1881 1881 1883 1887 1889 1891 1891 1892 1894 1894 1894 1894 1894 1893 1896 1897*
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Otis Mason van Koolwijk De la Borde Pinart Brinton
1877 1880 1886 1890 1889
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• Las fechas refiérense a publicaciones consideradas iniciales acerca del área.
Mapa 11. Antillas Menores y Mayores. Estudios y trabajos de campo. Siglos XIX.
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aunque a veces errada, visión del indio antillano y de su organizac1on político-social; antes ya, en 1853, el historiador dominicano radicado en Cuba, Antonio Del Monte y Tejada, publicaba su Historia de Santo Domingo. Enrique Dumont publica (1876) un importante trabajo que es émulo para Puerto Rico del artículo publicado por Poey para Cuba: Investigación Acerca de las Antigüedades de la Isla de Puerto Rico. La edición se hace en La Habana, Cuba. Durante este período existen ya algunas colecciones importantes, tales como la Colección Latimer, de Puerto Rico, adquirida por el National Museum, en Washington, y la Guesde, de las Antillas Menores. Con los artefactos de la primera y las colecciones dominicanas del Arzobispo Meriño, A. Llenas y R. Imbert, realiza Jesse Walter Fewkes su importante trabajo de 1903-04 acerca de los aborígenes de Puerto Rico e islas vecinas (1907), que no es otra cosa que un pormenorizado estudio de la que luego fue llamada "cultura taína" (Loven, 1935). La Colección Guesde, con material de las Antillas Menores fue estudiada por A. J. Van Koolwijk, (1880). En 1881, Louis Alphonse Pinart, hace los primeros estudios conocidos sobre la zona de la bahía de Samaná en Santo Domingo. El trabajo de Pinart, autorizado por el gobierno de la República Dominicana, se recoge en una exposición dirigida junto con algunos dibujos, al Ministro de Justicia, Fomento e Instrucción Pública de la República Dominicana. Fue publicado en la Gaceta Oficial No. 366, en Santo Domingo, el 18 de junio de 1881. Con el informe de Pinart tenemos el primer documento de carácter oficial en la arqueología de Santo Domingo y tal vez en el área antillana, ya que en los casos anteriores los investigadores trabajaron por cuenta propia. Por su valor histórico para el área reproduciremos en parte el documento: Señor Ministro: cediendo al deseo que se sirvió usted manifestarme de tener por escrito en pocas palabras el resultado de las observaciones que hice en mi visita a las Cuevas de las costas de Los Haitises en la Bahía de Samaná, tengo la honra de pasar a manos de Ud. las siguientes líneas, esperando que han de merecer su aprobación. Hace ya algún tiempo que en las exploraciones llevadas a cabo por D. Gregorio Rivas 4 , en las cuevas de las costas de los Hatís (Haitises) se habían hallado restos humanos; y a mi llegada a esta ciudad se dignó usted someter a mi examen algunas de las osamentas incompletas allí encontradas. Estas osamentas, cuya nomenclatura no recuerdo ahora, no carecían de intereses; sus particularidades indicaban perfectamente su origen indio. Desde entonces concebí la idea de los lugares donde habían sido encontradas. Poco después se sirvió usted remitirme un craneo completo y parte de un esqueleto, hallados también en las mismas exploraciones. Esto me determinó a emprender viaje para examinar por mí mismo, y en los lugares, los puntos donde se había hecho el hallazgo, y recoger al propio tiempo los datos necesarios. Salí de esta capital el 9 de mayo, y regres.é a ella el 20, después de oncedías de ausencia; debo dar algunas explicaciones geográficas, geológicas e históricas, respecto de aquella parte de la Isla de que vamos a ocuparnos.
El trabajo de Pinart, no es sólo arqueológico, sino antropológico. El informante hace primero una descripción geográfica y fisiográfica de la zona, y a la vez un análisis de los componentes del paisaje. Toda la región, de formación volcánica, ofrece un caos de islotes redondeados y cubiertos de vegetación . . . De esos islotes, algunos están unidos a la tierra firme por pantanosos manglares, otros se encuentran escalonados en multitud de cayos pequeños separados de la costa por estrechos canales.
Pinart hace algunas disquisiciones históricas y luego pasa a la descripción de las
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cuevas visitadas, describiendo concheros, petroglifos y enterramientos. Junto a una segunda (roca), a uno de los lados de la salita de la derecha de la roca, junto a una segunda entrada, en un apartado rincón, al pie de una gran roca de superficie plana formando abrigo, se encontró el esqueleto ya mencionado como a 60 centimetros de profundidad, cubierto por una ligera capa de guano 5 • Por lo que he podido deducir, la posición de los huesos probaría que el individuo había sido enterrado con los miembros doblados sobre el cuerpo y colocado sobre la espalda ... Esta manera de enterrar es común a la mayor parte de las tribus americanas. Al lado del esqueleto se hallaron un hacha pequeña de piedra, de 16,5 cms. de diámetro y otra de 4 cms. Me inclino a creer que estas dos bolitas han debido servir como piedras para honda 6 o tal vez en las ceremonias del juego batey.
Pinart pasa a calcular la estatura del individuo, y pormenoriza luego sus medidas y dimensiones del craneo. Es la primera información científica que tenemos en el área antillana sobre antropología fisica relacionada con nuestros aborígenes. Transcribimos, por su interés histórico y antropológico, los resultados y conclusiones a que arriba Pinart. La estatura del individuo según el examen de los grandes huesos debió ser un metro ochenta centímetros, las dimensiones del craneo son las siguientes:
16,4 cm.
Diámetro antero-posterior Diámetro transverso Diámetro bicigomático Diámetro bimastoideo Circunferencia total Altura total Altura de la faz Hueso frontal Hueso parietal Hueso occipital Anchura maxima del frontal
13 13,2 12,8 52,9
15,6 9 12,8 12,9
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El craneo es por consiguiente dolicocéfalo; el rostro chato7, largo, muy ancho entre las arcadas cigomáticas; la frente también muy ancha y espaciosa; el ángulo facial muy cerrado; el hueso nasal prominente, las órbitas regulares y de diámetro casi iguales; el maxilar inferior un tanto fuerte; los dientes muy usados (desgastados) presentan una forma gastada particular y concoidal, muy ligeras huellas de prognatismo, las inserciones musculares muy pronunciadas, las suturas son complicadas; sutura sagital, huella del hueso del inca; el occipital muy sobresaliente.
Luego de sus conclusiones, Pinart pasa al intento de un análisis tipológico entre objetos de las colecciones de Puerto Rico, los de Santo Domingo, y los de México. Y nos da la importante noticia de que los señores José Gabriel García, de cuya historia de Santo Domingo hemos hecho referencia, Luis Cambiaso y el General Francisco G. Billini, poseían ya para esta época colecciones de interés. El documento de Pinart concluye con una somera comparación entre las pictografías de Samaná y las dé Púerto Rico, y con los protocolos de rigor. Por esa misma fecha publica Alvaro Reinoso, en París (1881 ), un estudio interesantísimo por lo novedoso, titulado Agricultura de los Indígenas de Cuba y Haití. Y dos años después Antonio Bachiller y Morales (1883) hace pública la reimpresión de su obra Cuba Primitiva. De la Borde (1886) analiza la historia del origen, costumbres, religiones, conflictos bélicos, entre los caribes. En Londres publica Roth Ling (1887) un interesante trabajo sobre los aborígenes de la isla Española. El puertorri-
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queño Agustín Sthal publica para esta época un libro, que pese a sus errores, servira como obra de consulta para muchos investigadores. El defecto de la obra de Sthal consiste en la precipitación de sus juicios, sin embargo Los Indios Borinqueños (1889), sigue siendo hoy una pieza en la que se puede confiar para algunos trabajos de orden puramente descriptivo. En 1890, Pinart estudia, esta vez más ampliamente, los petroglifos antillanos. El trabajo ha sido hecho tomando como base los petroglifos puertorriqueños y dominicanos y los de las Antillas Menores. El año siguiente, el dominicano Alejandro Llenas, publica en París su estudio sobre un "craneo ciguayo" (1891), y en 1892, aparece el libro de Cronau sobre descubrimientos desde los tiempos primitivos hasta "los más modernos". En la parte antillana de la obra, hay referencias serias sobre el arte taíno y una reproducción considerada como única de uno de los pocos cemíes de algodón que pudieron conservarse desde los tiempos precoloniales. Se trata de una pieza supuestamente encontrada en la región del Maniel, República Dominicana. En 1894 se inician los trabajos históricos de Coll y Toste en Puerto Rico (18941907). Para esta época ya están funcionando revistas de importancia internacional que se ocupan del fenómeno arqueológico antillano e instituciones tan importantes como la Smithsoniana, cuyos estudios e informes preliminares sobre el área del Caribe, a finales del siglo XIX y principios del XX, fueron básicos para establecer las primeras cronologías relativas del área. En American Anthropologist, revista especializada que comenzó a publicarse en Washington en 1888 publicó H. Holmes un ambicioso estudio sobre las influencias de la cerámica del área del Caribe sobre otras zonas del Continente (1894). El año de 1894 fue de publicaciones importantes para el estudio del área. Salvador Brau publica en Valencia, Puerto Rico y su Historia, mientras que en Paris, B. Emile Nau da a la imprenta su importante estudio Histoire des Caciques d'Haiti. Por otra parte, F. Ober publica un corto trabajo sobre los aborígenes antillanos. Un año antes publicaba Tippenhauer un interesante libro sobre la isla de Haití (1893) y en 1896 Duerden daba a la luz pública un trabajo sobre los habitantes aborígenes de Jamaica y sobre algunas imágenes de madera de carácter indígena. Tambien Haddon (1897) se refería a los indios jamaiquinos en unas notas sobre craneología indígena, publicadas en la revista del Instituto de Jamaica.
EL SIGLO XX La raíz de los estudios arqueológicos en el siglo XX hay que buscarla en la última década del XIX en lo relativo al área antillana. La valoración de ciertas investigaciones arqueológicas como son las de J. W. Fewkes a lo largo de la última década del siglo pasado nos hace afirmar que el primer intento de arqueología sistemática en el área antillana se debío al tesón y al organizado conocimiento de este arqueólogo norteamericano. El primer estudio sobre objetos antillanos hecho por Fewkes se remonta al comienzo de la última década del siglo pasado. Fewkes publica entonces (1891) una investigación sobre los cemíes de Santo Domingo. Durante el período posterior debió haber adquirido una importante formación arqueológica y un excelente conocimiento de las fuentes históricas, porque cuando realiza su trabajo de síntesis llevado a cabo en 1903-04, al enfocar los aborígenes de Puerto Rico e islas vecinas (1907), analiza a la vez las fuentes narrativas y documentales, estableciendo por vez primera en los estudios arqueológicos antillanos una relación intencional entre las tipologías por él descritas y las descripciones de cronistas e historiadores. Antes de la publicación de este trabajo había publicado Fewkes un magnífico estudio sobre los amuletos precolombinos antillanos (1903 a), así como un intento
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de tipología de las pictografías puertorriqueñas (1903 b). En los años siguientes publica algunas investigaciones entre las que se destacan su estudio sobre los collares de piedra (stone collars) y piedras de tres puntas de Puerto Rico (1904 a) y un trabajo de investigación que fue su primera aproximación al área cubana y que serviría para completar su visión general de las Antillas Mayores desde el punto de vista arqueológico y cultural (1904 b). La obra de Fewkes es obra de sistematización. A nuestro juicio su trabajo sobre los aborígenes de Puerto Rico e islas vecinas recoge toda la experiencia de los años anteriores y establece las bases para un verdadero estudio científico, integral del área. Al referirse a Puerto Rico como punto de partida, Fewkes se refiere a toda el área, puesto que la cultura taína fue común a casi todo el sector. Salvo las descripciones geográficas y físicas, las divisiones políticas y la posible demografía de la isla de Puerto Rico, el resto del estudio es aplicable al área taína con algunas variantes ineludibles, pero mínimas, de modo que, siendo el estudio un trabajo particular, por haber sido utilizado material comparativo de las demás Antillas, el autor lo convierte en un esquema básico para todo el sector, piincipalmente en el aspecto ergológico. Fewkes trabajó con las mejores colecciones de la época. Su obra contiene 93 ilustraciones o láminas, en cada una de las cuales los objetos arqueológicos son numerosos. Esto se complementa con 43 magníficos dibujos o figuras, en muchos de los cuales también los objetos son abudantes y variados. - Al introducir su trabajo, el autor informa sobre el origen y la intención de su estudio. Fewkes fue encargado de realizar una monografía sobre Puerto Rico por el Director del Bureau of American Ethnology, quien le encargó visitar la isla en 1902. En 1903-04 continuó sus exploraciones. La pnmera v1s1ta fue de reconocimiento preliminar con el fin de hacer un estudio más extensivo. El trabajo de 1902 fue limitado a Puerto Rico, pero se· hizo necesario un examen comparativo de los materiales de las islas vecinas. [ "The work in 1902 was limited to Porto Rico, but the fact became evident, as it progressed, that the problem of the character of the Aboriginal Antilleans could not be satisfactorily so/ved from material collected on any one of many West Indians /stands" (1907).] Viajó el autor a Haití, Santo Domingo, Cuba, las Antillas Menores y Trinidad, habiendo recalado en algunos puntos de Sudamérica para recoger algún material con similitudes antillanas. Este viaje de Fewkes muestra su convicción, luego expresada en su importante obra, de un tránsito definitivo desde Sudamérica a las Antillas, convicción que si bien era aceptada por algunos arqueólogos de la época, no había sido sistematizada ni oficialmente solventada. Los ejemplares revisados por Fewkes en sus viajes sobrepasaron las 1200 piezas, comprendidas importantes colecciones con las del Arzobispo Meriño, en Santo Domingo, y los señores Zeno Gandía, Neumann Gandía, y Fernández, de Puerto Rico. El autor también revistó las colecciones de los señores Imbert y Llenas, de la República Dominicana, habiendo observado, además, pequeñas colecciones en Cuba, Trinidad, Barbados, San Vicente y Granada, así como las piezas de algunos museos norteamericanos. El autor se lamentaba de no haber podido consultar las muestras del Museo Arqueológico de Madrid y las de otras capitales europeas. Un estudio de todo este material y del recolectado por la Institución Smithsoniana, ayudaron a Fewkes en su búsqueda de una unidad prehistórica y cultural para las islas antillanas. Fewkes considera haber utilizado tres métodos: "el histórico, el etnológico y el arqueológico" (1907). Para el primero se valió de las fuentes narrativas principales, las del más cercano contacto con los aborígenes, así como de algunas Historias tales como las del Padre Abad y Lassierra (1866), quien utiliza para la descripción de las culturas "nativas" los trabajos de Oviedo y Las Casas. Para el método arqueológico,
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utilizado en el caso de Fewkes como un suplemento de la v1s1on histórica, no sólo practicó el trabajo de campo, sino que incorporó técnicas antropológicas de medición, así como la recopilación y reproducción gráfica de todo el material aborigen o de supuesta procedencia aborigen. Su último método, el etnológico, rastreó, por así decirlo, las supervivencias de formas mentales, corporales y folklóricas en los habitantes del Puerto Rico de la época. Estudió así palabras, músicas, leyendas, habitáculos y viejos modos de vida. No dejó de investigar las toponimias indígenas, los animales, los nombres de plazas, plantas y objetos. Más que como arqueólogo, Fewkes actuó como antropólogo, sin embargo, la descripción de los artefactos taínos, toda la tipología que pudo establecer para los mismos, responde a una ordenación puramente arqueológica. El método de Fewkes, es, a nuestro juicio, el utilizado luego por Loven (1935), con la ventaja de este último haber podido concentrar un mayor número de datos para su magnífico trabajo de síntesis, más con la desventaja de haber intelectualizado tanto su labor, que llega a sacrificar la tipología y el material gráfico necesario para la ilustración de sus afirmaciones, en beneficio de las interpretaciones meramente culturales. Los trabajos tipológicos de Fewkes fueron de suma importancia. Sus clasificaciones fueron las primeras clasificaciones hechas con criterio verdaderamente arqueológico en área antillana. Todavía son válidas sus tipologías de los llamados trigonolitos 9 antillanos o piedras de tres puntas; las de las hachas antillanas, las de algunos morteros y majadores, así como la de algunos amuletos taínos. Desgraciadamente estas tipologías no son completas, pero sí, hoy, son básicas para una revisión total y una búsqueda en el complemento y el significado del ajuar taíno. Luego de su importante trabajo sobre Puerto Rico e islas vecinas, Fewkes siguió realizando, con el mismo método, una labor de información e interpretación. Así publica un pequeño estudio sobre una estatuilla antillana (1909), con notas sobre la religión de los aborígenes. En 1912 realiza una síntesis sobre las áreas prehistóricas en las culturas antillanas. De 1913 es su trabajo sobre "codos de piedra" o "elbow stones", de Puerto Rico. Sobre las Antillas Menores, su medio y su cultura publica un importante estudio (1914 a), también sobre Trinidad y los yacimientos concheros del sector hace estudios e informaciones (1914 b). Más adelante, sintetizando parte de su amplia labor, publica un trabajo informativo acerca de los centros prehistóricos en las Antillas (1915). Sus investigaciones abarcan todavía los años veinte con estudios sobre esculturas de madera de Santo Domingo (1919-20), y otros trabajos dispersos en revistas especializadas. Simultáneamente con los primeros trabajos de Fewkes para el área antillana, publica E. Lacordaire (1903), un informe preliminar luego de un viaje arqueológico por las Antillas. De esta época es la obra de R. A. Van Middeldyk, History of Porto Rico, (1903). Comienzan a publicarse en Cuba y en el exterior los trabajos investigativos de Luis Montané, (1906-07). Montané fue el primer cubano que obtuvo grado en antropología. Estudió en Francia, habiendo obtenido el título de Doctor en Medicina. Sus trabajos como arqueólogo comenzaron en 1888. Trabajó activamente junto al ingeniero J. A. Cosculluela, y otras personas, en las exploraciones que en 1915 se realizaron en la Ciénaga de Zapata (Cosculluela, 1918). En 1907 publica Thomas Joyce un importante estudio comparativo sobre las antigüedades prehistóricas del Museo Británico. De 1890 a esta época son los trabajos de campo del cubano Carlos de la Torre y Huerta. En 1912 se inician las publicaciones de trabajos importantes para las Antillas Menores debidos a las investigaciones de T. de Booy, quien estudia sistemáticamente remanentes lucayos en las islas Caicos (1912), realiza investigaciones similares en Jamaica (1913 a), nuevamente en las islas Bahamas (1913 b), en la isla Margarita, Venezuela (1916), en Santo
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Domingo (1917 a}, Islas Vírgenes, Antillas Menores y Trinidad (1917 b, 1917 c, 1918, 1919 a). En Santo Domingo estudia luego enterramientos y concheros (1919 b). Estos trabajos de Booy complementan en parte los realizados para la isla de Saint Kitts por C. W. Branca (1907). Entre 1908 y 1932 está comprendida la labor arqueológica del dominicano Narciso Alberti Bosch, para muchos el más importante pionero de la arqueológía en Santo Domingo. La incansable labor de Alberti Bosch está recogida en un libro (1912) y en unos 15 artículos (1908-32) publicados dentro de este período. Alberti era médico y su afición por la arqueología le llevó a construir sus propios aparatos de medición. En el trabajo de campo fue un verdadero incansable. Recorrió a lomos de mula los campos y bateyes más recónditos de la República Dominicana. Informó sobre yacimientos y exploró cuevas con afán incesante. En 1912 publica Alberti su libro Apuntes para la Prehistoria de Quisqueya, primer volumen de una obra que debió ser más amplia. Luchando contra un medio ambiente hostil, sin ayuda económica de ninguna clase, el médico y farmacéutico vegano es el editor de su propia labor investigadora, y ha sido antes el orientador fotográfico, el diagramador, el organizador de todo cuanto hizo. Alberti, según la tradición, era hombre de muy amplios conocimientos. Un profundo estudioso de las civilizaciones antiguas, y buen conocedor del francés, se nutrió siempre en los clásicos de esta lengua. Fue conocedor igualmente de las raíces griegas y latinas, caldeas y fenicias, llegando a balbucir lenguas mediorientales gracias a consultas y aprendizaje con amigos de procedencia libanesa y hebrea. El libro de Alberti adolece· de una falla fundamental: su afán de supeditar las investigaciones por él realizadas a la presencia, anterior al poblamiento indígena de la isla según él, de grupos culturales del Viejo Mundo, en la isla de Santo Domingo. Si la obra de Alberti responde a un profundo afán descriptivo, está más de acuerdo con ese deseo de describir para comparar luego las expresiones nativas que él no consideraba verdaderamente aborígenes, con rasgos fenicios, o griegos o sumerios. No obstante la interpretación de los datos, totalmente errada, la obra de Alberti conserva la importancia del dato bien recogido y bien presentado. Este aspecto de su obra ha sido fundamental para posteriores estudios, ya que a más de cincuenta años de distancia, sus informaciones siguen siendo válidas en lo formal. El arqueólogo dominicano Manuel de Jesús Mañón Arredondo opina que el valor arqueológico del libro de Alberti estriba, entre otras cosas, en las descripciones que posee de las principales zonas indígenas del Cibao, así como los informes de las importantes grutas que posiblemente sirvieron de hábitat al indio de esta zona (1968 b ). Señala Mañón, como de interés especial, "su exploración a caballo al valle de Constanza (30 de octubre de 1909), para constatar lo que por tradición se decía acerca de una avenida de piedras de considerable longitud, hecha en línea recta y doble" que formaban un espeso muro semiderruído. El lugar, una plaza indígena, vendría a demostrar la existencia de poblados de relativa densidad demográfica en una zona de casi 2000 metros de altura, y con temperaturas medias que en invierno alcanzan los 10 ó 12 grados centígrados, temperaturas extremadamente bajas para aborígenes que se supone no tenían una indumentaria especial. El estudio etnológico de la zona, tiene importante sostenedor en Rivet (1913), que luego publicará importantes trabajos sobre la orfebrería precolombina (1923 a), la metalurgia americana (1923 b, 1923 c), lenguas americanas (1924), costumbres como el uso de los polvos irritantes entre los indios (1925), influencias caribes en Colombia (1943) y estudios de dialectos arawacos (1951). Si bien los trabajos de Rivet no son directamente trabajos realizados con miras puramente antillanas, sirven como base de estudios posteriores para el área. En 1915 publica J. Alden Mason algunas experien-
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cias arqueológicas sobre nuevas excavaciones en Puerto Rico, experiencias que parecen culminar con un estudio publicado sobre el yacimiento de Capá (1941), con notas sobre otros lugares arqueológicos visitados por él. Aitken también estudia algunos lugares puertorriqueños ( 1917-18), todos relacionados con entierros en cuevas de la isla. Importantes son los trabajos de Josselin de Jong para Bonaire, Curazao y Aruba (1918, 1924, 1947), los de Thomas Joyce para Bahamas y otras islas (1917-19), los de Haeberlin para Puerto Rico (1917), y los de Huckerby para las islas de Granada y San Vicente (1921). Con Adolfo de Hostos tiene Puerto Rico una figura importante en el campo de la interpretación etnológica y arqueológica. Sus trabajos se publicaron en las principales revistas especializadas de la época. De 1919 es su estudio sobre la cerámica prehistórica de Puerto Rico; luego trabajó sobre la interpretación de las piedras de tres puntas o trigonolitos (1923) y sobre etnología general de las Antillas Mayores (1941). Qudmund Hatt investigó sobre arqueología de las Islas Vírgenes (1924) y más tarde sobre arqueología de Santo Domingo (1932). En 1921 se publican las investigaciones sobre Cuba del arqueólogo Mark R. Harrington. El libro se publica en lengua inglesa en Nueva York, y es traducido en 1935. La obra es, a la vez que una interpretación de la realidad arqueológica cubana, un recuento investigativo de gran interés para las Antillas. El viaje de Harrington a Cuba se remonta a 1915, y según el arqueólogo y prehistoriador cubano E. Tabío (1968), el trabajo de Harrington constituyó el fundamento científico más sólido logrado hasta entonces por las investigaciones prehistóricas en Cuba, "revolucionando los conceptos que se tenían sobre la materia" en aquel país. Harrington regresó a Cuba en 1919 completando algunos de los trabajos pendientes en su campaña inicial. Las investigaciones de Harrington se desarrollaron en las provincias de Oriente y Pinar del Río. "En la primera de éstas -dice Tabío- exploró y excavó muchos sitios arqueológicos, la mayor parte ubicados en cuevas que se extienden desde Cajobabo hasta más allá de Punta Maisí. Entre otras señalaremos a Cueva Caletica y Cueva del Pueblo, en Jauco; Cuevas de Ovando y Pedernales, en Maisí", y otras tantas grutas cubanas. En sus estudios pudo distinguir culturas precerámicas que identificó como ciboneyes, y culturas de horizonte cerámico, principalmente en el área comprendida entre los ríos Ovando y Maya, La Patana, Laguna de Limones, encontrando montículos y residiarios de características taínas. Exploró ampliamente lugares, levantó planos, coleccionó ejemplares de todo tipo e identificó numerosos entierros donde aparecía la deformación craneana tabular oblicua, característica del indio taíno. El material coleccionado por Harrington, con pocas excepciones, fue enviado al Museo del Indio Americano, en la ciudad de New York, quedando sólo algunas piezas en el Museo Montané, de La Habana. El libro de Harrington ha sido y es considerado una obra básica para el estudio de la prehistoria cubana y antillana. El nombre de Juan A. Cosculluela está ligado al primer trabajo arqueológico con apoyo oficial realizado en Cuba, y al hallazgo de los importantes restos indígenas de origen ciboney encontrados en la Ciénaga de Zapata. Trabajando en deslinde de terrenos en el citado lugar, el ingeniero Cosculluela realizó el hallazgo de "un caney de muertos" denominado Guayabo Blanco, al cual estaban asociados objetos y _ajuar precerámico, artefactos de piedra y concha de tosca factura y restos de alimentación. El ingeniero Cosculluela dio cuenta de sus hallazgos en una obra publicada algunos años después (1918). Sus trabajos habían comenzado en 1913. Interesado en los estudios prehistóricos dio a la luz una prehistoria de Cuba ( 1922), estudió las características del ciboney (1925), volvió sobre temas prehistóricos cubanos años más tarde (1943), y en uno de sus últimos trabajos científicos se refirió a las culturas antillanas como un todo (1946).
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La figura de Cosculluela estuvo ligada en aquellos trabajos a la del erudito cubano Fernando Ortiz, cuya obra abarca numerosos aspectos de la cultura. Ortiz y su obra merecerían un capítulo aparte en la historia de la etnología y fa arqueología de las Antillas. Antes de los descubrimientos de la Ciénaga de Zapata, en los que tomó parte junto a Cosculluela, Carlos de la Torre y Luis Montané, había ya realizado investigaciones de carácter arqueológico y etnológico importantes. Nos referiremos únicamente a sus escritos de carácter arqueo-etnológico, ya que Ortiz abarcó importantes aspectos en el estudio de las culturas afrocubanas y en el de la música, la brujería y la santería de su país. Si bien, desde el punto de vista arqueológico, su trabajo de campo fue reducido, su labor de interpretación cultural fue muy amplia. Sus primeras exploraciones fueron llevadas a cabo en la cueva de Punta del Este, en la Isla de Pinos, donde descubrió importantes pictografias. En mayo de ese mismo año (1922), realizó un informe a la Academia de la Historia. El ajuar aborigen encontrado en el lugar respondía a las características ciboneyes del grupo denominado Guayabo Blanco, el más primitivo o temprano de los grupos ciboneyes cubanos. Su monografia titulada Historia de la Arqueología Indocubana, aparecida como un artículo en la revista Cuba Contemporánea (1922), alcanza la segunda edición en 1935. Comprende este trabajo una selección o recopilación de los estudios que sobre prehistoria cubana habían sido publicados hasta el momento. En un trabajo publicado por la Biblioteca de Estudios Cubanos (1943), Ortiz expone su tesis de cuatro culturas mdias para Cuba. Utilizando la simbología del signo sigmoideo en las diversas culturas aborígenes mundiales, Ortiz expone, en su libro El Huracán (1947), diversas teorías sobre una posible difusión mundial de esta expresión gráfica. En 1948 publica su estudio sobre la música y los areitos de los indios de Cuba, y antes, en 1940, su estudio sobre el tabaco y el azúcar en Cuba, con un prólogo de Malinowski (1963). El también cubano Arístides Mestre, publica en 1925 sus investigaciones sobre la antropología en Cuba y el estudio del indio. Charlotte Gower realiza (1927) investigaciones acerca de las afiliaciones de las culturas antillanas con el sur y el norte del Continente, y ya en 1924, 1935, y 1937, Gudmund Hatt, Douglas Taylor y de la Warde, se han referido respectivamente a temas importantes de las Antillas Menores c01;no son los estudios sobre arqueología de las Islas Vírgenes (1924), sobre los Caribes (1935, 1936, 1951, 1956) en el caso de Taylor, y sobre prehistoria de Martinica en el caso del último autor. El cubano Felipe Pichardo Moya, que será uno de los más importantes arqueólogos .e investigadores del área antillana, inicia su trabajo con la publicación de un artículo en la revista Bimestre Cubana (1934). Su labor comenzó en la provincia de Camagüey, Cuba, en 1932, habiendo encontrado por vez primera los artefactos pre-· cerámicos del grupo que hoy se denomina Cayo Redondo, caracterizado por la presencia de bolas y dagas de piedra bifurcadas en su parte superior. En 1942 realiza excavaciones en el llamado "Caney del Gato", hallando numerosos esqueletos humanos sin deformación craneana. Pichardo Moya fue el primer arqueólogo antillano que planteó (1934) con claridad la subdivisión del ciboney en dos grupos culturales (Tabío, 1968). La publicación del trabajo de Sven Loven (1935), obra de resumen y síntesis, organiza, por así decirlo, numerosas ideas en lo relativo al área antillana. Loven, que ya en 1928 había realizado estudios acerca de la zona orinocense, emparenta definitivamente las culturas del área antillana con las arawacas de Venezuela. La denominación de "cultura taína" para la expresión cultural de los arawacos de las islas es populariza.da por el autor, habiendo quedado el denominador "taíno" como distintivo de los indios de la región. Loven utiliza con todo rigor los trabajos de Fewkes, y los importantes descubrimientos de Herbert H. Krieger (1929, 1930, 1931
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a, 1931 b, 1937, 1938) anteriores a 1935, naturalmente. Propone terminologías tales como "arawacos de las islas", para todos aquellos grupos indígenas habitantes de las Antillas y Bahamas. Propone el término "taíno" para denominar los arawacos de las Antillas Mayores y Bahamas. El de "igneris" para la denominación de los arawacos pre-caribes de las Antillas Menores y Trinidad. Se llamaría propiamente "cultura taína" la "alta civilización taína" desarrollada en Puerto Rico y La Española. La más vieja cultura arawaca, la no ligada al alto grado de desarrollo de Puerto Rico y Santo Domingo se denominaría "sub-taína", siguiendo el esquema de Harrington (1921 ), y se llamaría "antigua cerámica igneri" a cierto tipo de cerámica, a veces tosca, cocida y pintada antes de ser cocida. En general la terminología propuesta por Loven sigue vigente, y lo más importante de la obra de Loven es la capacidad de comparación que el autor desarrolla en la misma, aunque en ocasiones esta misma capacidad le lleva a la disquisición cultural aparejada por ciertos desenfoques y difusiones que al parecer no tienen razón de ser. Los trabajos de investigación de Loven coinciden, desde el punto de vista temporal, con las primeras incursiones arqueológicas de un investigador muy importante: el cubano René Herrera Fritot. La personalidad de este investigador, su sabiduría y su enorme sentido práctico, le convertirían en un maestro del ordenamiento y la clasificación de materiales. Llegó a dictar clases sobre métodos de excavación y en la República Dominicana sus enseñanzas fueron aprovechadas por varios jóvenes, entre los cuales figura el arqueólogo de campo Luis Chanlatte Baik, cuya experiencia en toda el área antillana es bien conocida. Con Herrera Fritot, podría decirse que se inicia una escuela de arqueólogos antillanos; en el período 1947-48 fue asesor técnico del Instituto de Antropología de la Universidad de Santo Domingo, y trabajó tanto en Cuba como en la República Dominicana, donde colaboró en la reorganización del Museo Nacional. Los trabajos de campo de Herrera Fritot son, a nuestro juicio, fundamentales para el conocimiento a fondo de la arqueología antillana. Exploró numerosos lugares de Cuba, habiendo encontrado un entierro colectivo de trece niños en Cayo Salinas, Las Villas. Las bolas líticas halladas en este entierro parecían guardar relación con la edad de los individuos: "con cada esqueleto colocaron una bola lítica, cuyo tamaño guarda relación con la edad del individuo". Es esta la muestra más concreta del significado que podrían tener para los aborígenes antillanos las esferolitias, típicas de los entierros de este tipo (1943). Posiblemente el primitivo ciboney hubiese establecido un tamaño de bola para cada edad, en el citado entierro, cuyos restos muestran edades entre 1 y 10 años. La variedad del tamaño de las bolas -13 en total-, podría darnos la pista para establecer por medio de estas expresiones la edad del individuo a la hora de su muerte. En este entierro, correspondiente al nivel u horizonte Cayo Redondo (Tabío y Rey, 1966), aparecieron además pendientes laminares del mismo material y dos "dagas" líticas del tipo ciboney (Alcina, 1965). La labor de Herrera Fritot está representada por numerosos títulos (1937, 1938 a, 1938 b, 1938 c, 1939 a, 1939 b, 1940, 1943, 1946, 1947, 1950, 1952, 1957, 1960, 1964 a, 1964 b); trabajó muchas veces en colaboración con sus discípulos, así, en 1954, publicó, en combinación con M. Rivero de la Calle, un estudio funerario sobre restos encontrados en Matanzas (Herrera Fritot y Rivero de la Calle, 1954). En lo relativo a la República Dominicana son básicas sus clasificaciones de los llamados "vasos-efigies"; al igual que Fernando Ortiz propuso designaciones únicas para ciertos fenómenos, rasgos y complejos arqueológicos antillanos. Es importante, dentro de sus clasificaciones, la dedicada a las hachas líticas antillanas (1964 b), publicada cuatro años antes de su muerte, por la Academia de Ciencias de Cuba. De esta misma época son los primeros trabajos del cubano Oswaldo Morales
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Patiño, colaborador de la Revista Bimestre Cubana y quien m1c10 sus primeras mvestigaciones en Cienfuegos (1937). Patiño formaba parte del grupo Guamá, de importante labor para la arqueología antillana, e integrado por los más importantes investigadores cubanos. Su labor ha sido tomada muy en cuenta fuera de Cuba y está contenida en trabajos casi todos monográficos (1942, 1943, 1946 a, 1946 b, 1948, 1949, 1952). Trabajó en colaboración con R. Pérez de Acevedo (1946), y con el propio René Herrera Fritot, Fernando Royo Guardia, Antonio González Muñoz, Ignacio Avello y Antonio Leiva (1947), integrantes del grupo Guamá. De 1939-40 son los estudios y apuntes sobre arqueología antillana del dominicano Guido Despradel Batista. Y de 1939 es la publicación sobre prehistoria de Haití del arqueólogo norteamericano lrving Rouse, quien a partir de esta fecha comenzará un sistemático estudio, muy basado en el punto de vista prehistórico, de los yacimientos indígenas antillanos y venezolanos. En este sentido Rouse continúa la tradición establecida por Fewkes y Loven, pero utilizando, esta vez, métodos más modernos que le permiten ordenar fechas y poblamientos con un rigor mayor. La labor de Rouse se extiende desde Venezuela a toda la cuenca del Caribe. Sus trabajos de datación e identificación de estilos y períodos de poblamiento son verdaderamente importantes, si bien el citado arqueólogo, a nuestro juicio, no ha profundizado en los cambios y movimientos internos, aculturaciones y problemas antropológicos particulares de cada isla. En cuanto a la periodización de los poblamientos y estilos, existen algunos desacuerdos entre Rouse y los arqueólogos antillanos, desacuerdos que a pesar de haber sido planteados en la Reunión en Mesa Redonda de Arqueólogos del Caribe, celebrada en La Habana en 1950, siguen vigentes, como son los relativos a la definición de las culturas ciboneyes y a la definición de lo que ciertos arqueólogos cubanos llaman cultura guanahatabey, identificada por Rouse como una fase ciboney. . Los trabajos de Rouse son básicos y necesarios para una nueva nomenclatura del espacio cultural aborigen antillano. Numerosas son las publicaciones e investigaciones de Rouse, encontrándose entre las más importantes su estudio sobre el origen de la cerámica antillana (1940), sus investigaciones sobre la cultura de Fort Liberté, Haití (1941 a), su arqueología de Maniabon Hills, Cuba (1942), sus trabajos acerca de artefactos ciboneyes en lle a Vache, Haití (1947 a), así como su investigación sobre contactos prehistóricos entre la cultura del Caribe y Venezuela (1951 a). No menos interesantes son sus investigaciones sobre áreas y períodos culturales de las Antillas Mayores (1951 c), prehistoria de Puerto Rico (1952), así como su teoría circumcaribe (1953 a); fundamental es su importante estudio sobre llegada del hombre a Las Antillas (1960) y sus trabajos sobre arawacos, caribes y ciboneyes insertos en el Handbook of South American Indians (1963). En 1966 expone un interesante estudio sobre las posibles relaciones entre Mesoamérica y las Antillas (Handbook of Middle American Indians). Ha trabajado con J. M. Cruxent en importantes zonas arqueológicas de Venezuela habiendo publicado en colaboración con este arqueólogo estudios sobre cronología absoluta en el área del Caribe y una importante arqueología cronológica de Venezuela (1961 ). De 1939 es el estudio de Phillip Serlock sobre los aborígenes de Jamaica. Y en esta misma época · trabaja el arqueólogo cubano Fernando Royo Guardia, quien publica importantes estudios de carácter etnológico, antropológico y arqueológico (1939 a, 1939 b, 1940 a, 1940 b, 1940 c, 1943, 1946, 1947). También de 1939 es el estudio del dominicano Pedro Vergés Vidal titulado Quisqueya Primitiva. En 1940 S. H. Boogs estudia yacimientos indígenas en el norte de Haití. H. Reichlen, P. Barret y P. E. Víctor lo hacen en Martinica, este último un año después, 1941. F. Rainey trabaja en la región de Fort Liberté (Haití), Edmond Mangones estudia el arte pre-
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colombino de Haití (1941), y el etnólogo haitiano Prince-Mars publica para esta época un interesante estudio sobre arqueología, etnología, y linguística de los caribes (1941). El dominicano T. Pina Chevalier publica sus apuntes acerca de Los Indios de La Española (1942). Para esta época ya ha comenzado a publicar sus trabajos el investigador cubano García Castañeda, en una serie de artículos en diversas revistas cubanas (1941, 1942, 1943, 1947, 1949). También el cubano García Valdez publica en este período, aunque su labor se inicia en los años treinta con un estudio sobre la cultura taína en Pinar del Río (1930). García Valdez realiza trabajos de campo, y su labor fue tomada en cuenta en el exterior, habiendo sido encargado de redactar el estudio etnográfico del ciboney que apareciera en la primera edición del Handhook of South American Indians (1948-1963). En 1942 K. Fisher hace un informe general sobre la arqueología haitiana para el buró de etnólogía de aquel país. Osgood publica sus trabajos sobre la llamada "cultura ciboney de Cayo Redondo" (1942 a), y estudia los posibles contactos prehistóricos entre Sudamérica y las Antillas (1942 b). Trabaja intensamente en excavaciones en Venezuela (1943 a-b) y hace incursiones en las Guayanas (1946). También en 1942 publica Morales Coello, en colaboración con Herrera Fritot y Royo Guardia, un revelador estudio sobre las esferas líticas antillanas como objetos guías para la determinación de "una nueva cultura cubana". En 1943 aparece el primer volumen de la Historia de Santo Domingo del doctor Padilla de Onís, cuya primera parte comprende el volumen dedicado a la prehistoria de la isla. Remy Bastien concluye sus estudios sobre arqueología de la Bahía de Puerto Príncipe, Haití (1944), y R. Díaz Niese publica un estudio sobre la cerámica taína de Santo Domingo utilizando como modelos las piezas del Museo Nacional de la República Dominicana. De 1945 son los primeros trabajos de J. M. Cruxent en el área del Caribe y las Antillas, iniciados en Venezuela. El primer estudio de Cruxent relacionado con Venezuela-Antillas fue publicado bajo el título de Venezuela: A Strategic Center for Caribbean Archaeology, en Gainesville, Florida, aunque Cruxent ya había realizado numerosas incursiones y estudios en el área puramente sudamericana ( 1945 a, 1945 b, 1945 c, 1946, 1947, 1950). Sus labores de campo estarán relacionadas con el área antillana, y son fundamentales para la identificación de estudios cerámicos en el área del Caribe. Su arqueología de Barrancas (1954), y los trabajos llevados a cabo conjuntamente con Rouse --entre los que podemos citar el estudio sobre Venezuela y sus relaciones con las áreas vecinas (1959), y el interesante estudio sobre arqueología cronológica de Venezuela- brindan la oportunidad de estudios comparativos desde el punto de vista tipológico para los rasgos generales del área. Cruxent ha trabajado con los arqueólogos dominicanos Emile de Boyrie Moya y Luis Chanlatte Baik y Elpidio Ortega, (Cruxent, 1969). En 1945 trabajó en colaboración con Antonio Requena en estudios sobre la industria lítica primitiva. Entre los años 1945 y 1953, escribe el dominicano F. Pérez Sánchez unos 28 ensayos sobre temas arqueológicos, recopilados por la Biblioteca del Museo Nacional. Raggi Ageo publica un trabajo sobre la "habitación de los Ciboneyes" (1945), y de esta época son los primeros estudios del cubano Antonio Núñez Jiménez, actual Presidente de la Academia de Ciencias de Cuba. Núñez Jiménez, infatigable explorador, geógrafo e investigador del arte pictográfico, fundó en 1940, siendo apenas un adolescente, la Sociedad Espeleológica de Cuba, y es el hombre que mejor ha examinado las grutas y cavernas de la isla, habiendo recuperado numerosas expresiones pictográficas de los aborígenes antillanos. Las experiencias de su búsqueda pueden seguirse paso a paso en su libro titulado 20 Años Explorando a Cuba (1961). Sus exploraciones de valor arqueológico son numerosas, habiendo trd .1jado con Rivero de la Calle y otros colaboradores. Publica
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desde 1948 incansablemente (1948, 1950, 1955, 1958, 1961 a, 1961 b, 1964). Su libro titulado Cuevas y Pictografías (1964), es a nuestro juicio, básico y enriquecedor para un estudio definitivo de las pictografias antillanas. La labor del ingeniero Emile de Boyrie Moya, cuyos trabajos de campo se inician alrededor de 1945, y cuyas primeras publicaciones son de 1948, es una de las labores más positivas que haya tenido la arqueología del área, y aún lo es más para la arqueología prehistórica de Santo Domingo. Boyrie es el verdadero creador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Santo Domingo, y ha sido el arqueólogo que con mayor sistematización ha planteado el problema arqueológico dominicano. Sereno y preciso en sus elucubraciones, trabajó siempre con amplio sentido científico, si bien su prosa, muchas veces hizo gala de romántica delectación en la descripción de paisajes y ambientes. Boyrie fue un artista en toda la expresión de la palabra, y un enamorado de la arqueología en todas sus fases. Los que alcanzamos sus consejos y pudimos tratarle, observamos siempre en él a la persona de amplios saberes, al hombre empeñado, casi egoístamente, en sacar a flote tanto material y tanto yacimiento esparcido y perdiéndose en el transcurrir del tiempo y el espacio. La obra de Boyrie pudo ser más profunda. Sus proyectos de síntesis quedaron expuestos en los números 93-96 de la Revista Anales de la Universidad de Santo Domingo (1960), y siguen siendo válidos y necesarios para el cabal estudio de la arqueología prehistórica de Santo Domingo. La primera publicación de Boyrie se remonta a 1948: es un simple catálogo de arte indígena autóctono preparado en colaboración con René Herrera Fritot. La celebración del V Congreso Histórico Municipal Interamericano, anima su espíritu y trabaja arduamente informando sobre la aparición de supuestas piezas indígenas en las cuevas de Los Paredones, República Dominicana y sobre el hallazgo de silbatos indígenas del tipo ocarina, en La Caleta, República Dominicana (1952). Realiza un detenido estudio sobre el duho de Santo Domingo propiedad del Museo Británico (1953), y publica más tarde un trabajo de síntesis sobre la arqueología indígena y colonial en la República Dominica (1954). La obra más importante de Boyrie es su estudio sobre los yacimientos y zonas arqueológicas de Chacuey, República Dominicana, donde además, destaca nuevas fases cerámicas taínas relacionables con el estilo chicoide, como fueron las llamadas por él Burén Simple, Ciruelos Simple, Secadillo Simple, Chacuey Simple y Villa Simple, que vienen a completar sus estudios a partir de la definición del estilo llamado Corrales, descubierto en la costa este de la República Dominicana. Boyrie fue un asiduo trabajador de campo. Numerosas notas y trabajos tomados en el quinquenio 1954-58 e informados en una memoria del Instituto de Investigaciones Antropológicas, permanecen inéditos (1960). Trabajó Boyrie en la ubicación de numerosos yacimientos del este del país (1960), y d~sgraciadam~nte no tuvo el tiempo necesari~ para procesar los datos obtemdos, m para orgamzar sus planes de catalogar las prmc1pales colecciones arqueológicas del país. En la labor de interpretación cultural hay que destacar los trabajos del arqueólogo y etnólogo puertorriqueño Ricardo Alegría, quien se ha ocupado de las posibles relaciones de la población antillana con otras áreas americanas (1948), del juego de la pelota entre los aborigenes antillanos (1951 ), del origen y difusión del término "cacique" (1952), y de tradiciones arcaicas antillanas (1955). Desde el punto de vista de la interpretación estética de las piezas taínas, el crítico dominicano Darío Suro ha publicado dos interesantes monografías, en las cuales se estudian, con acierto, el mundo mágico y el arte taíno como tal (1949, 1952). Sobre culturas precolombinas de Haití publica Michel Auborg un importante trabajo (1952), analizando las caracteristicas del ciboney y el taíno.
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