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Pedro Arrupe, S.J.
AQUÍ ME TIENES, SEÑOR Apuntes de sus Ejercicios Espirituales (1965) Introducción, transcripción y notas de Ignacio Iglesias, S.J.
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Sumario
Prólogo (Isidro González Modroño, S.J.)
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Introducción (P. Ignacio Iglesias)
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Características de la presente edición
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Ex. Sp. 1965 Roma (P. Pedro Arrape)
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Notas
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Diseno de portada: Alvaro Sánchez Anexos (Documentación del 7 mayo al 8 diciembre 1965)
© 2002 Ediciones Mensajero, S.A.U.- Sancho de Azpeitia, 2 48014 Bilbao E-mail: [email protected] Web: http://www.mensajero.com TSBN: 84-271-2458-9 Depósito Legal: Bl-1285-02 Printed in Spain Impreso en RGM c / . Padre Larramendi, 4 - 48012 Bilbao
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Prólogo
En febrero del presente año 2002 se cerraba la celebración, acordada por muchas Provincias de la Compañía de Jesús, del «año Arrupc». Con esa celebración se pretendía impulsar la vitalidad y vigencia entre nosotros del legado del P. Arrupe, un legado que afecta de manera determinante a nuestra manera de entender hoy aspectos clave de la espiritualidad ignaciana y en particular a nuestro modo de entendernos como jesuítas. Estamos convencidos de que la herencia del P. Arrupe no es algo que pertenece solamente a la Historia como algo pasado. Percibimos cada día con más nitidez que su fuerza pervive entre nosotros, re-generando dinámicas de apertura a Dios, de compromiso con la Historia, de visión mística del mundo, de pertenencia eclesial, de estilo y «modo nuestro de proceder». Más aún, estamos convencidos de que los aportes recibidos de este «profeta» (en el sentido en el que el P. Iglesias le aplica este término en la introducción) no han terminado de desarrollar su potencialidad interna, y que actualmente, en un momento de liderazgo más sapiencial en la Compañía y en la lectura de la espiritualidad ignaciana, podemos empezar a entender y enmarcar en una visión más completa y significativa. A medida que avance el tiempo creemos que se comprenderá mejor su significado para la 9
Compañía y para la Iglesia toda; y sin duda se desarrollarán y adquirirán entidad muchas de sus intuiciones imposibles de encajar en el momento histórico que le tocó vivir, y que sólo con el tiempo y el avance necesario de la vida religiosa y de la espiritualidad ignaciana encontrarán posibilidades de significación más plena. Aún siendo verdad lo dicho sobre los aportes de Arrupe, más que su magisterio carismático y el valor de los documentos que entregó a la Compañía y a la Iglesia, su persona misma es la principal riqueza que nos dejó. Arrupe vivió con todo su ser un proceso de síntesis y reelaboración que transciende los contenidos de sus documentos. Su experiencia personal es el lugar hermenéutico necesario para entender muchas de sus intuiciones y su obra en general. En este sentido el texto que ahora se publica es una aportación muy valiosa para entenderle desde dentro, en su libertad espiritual, en su lealtad de seguidor y discípulo, en su apertura a cambiar desde la experiencia de Dios su manera de ver la realiciad y el mundo. Sólo desde su gran libertad de discípulo fiel pudo y tuvo que pasar de una visión de la Compañía forjada en la formación clásica que le tocó recibir a una visión renovada y reformulada con una profunda coherencia espiritual. Su proceso es un ejemplo claro de «fidelidad creativa» y requiere de todos nosotros un esfuerzo de desarrollo y consolidación. El texto que sigue no es exactamente un libro. No hay continuidad narrativa, ni hay una estructuración temática de pensamientos sueltos, etc. Sin embargo vemos ahí el proceso duro y difícil de un hombre recién nombrado general de los jesuitas que intenta descubrir la Voluntad de Dios como criterio único para encuadrar su misión. Y vemos también cómo sus impulsos espirituales se debaten entre categorías más clásicas, propias de su formación histórica, y la necesidad de una reformulación que mantenga la fidelidad real y la capacidad de ser significativas cultural y existencialmente. Con desigualdad, como ocurre en todo proceso espiritual, hay momentos en los que se atisba con fuerza los primeros pasos de un hombre con corazón de místico que acaba de ser nombrado general, y se pregunta por su misión, por lo que debe hacer desde el encargo que acaba de recibir. Hay otros mo10
montos en los que se perciben los estancamientos, las dificultades para avanzar. Los entusiasmos y los frenazos forman parte de un proceso profundamente significativo en el que Arrupe va dejando que, en Presencia de Dios, con una profunda honestidad y apertura espiritual, discerniendo constantemente, se vaya rehaciendo en su intimidad más profunda la conciencia de ser enviado y las categorías en que concretarlo en ese momento. En la introducción se dice, y con razón, que no hay que forzar un paralelo entre el presente escrito de Arrupe y el diario espiritual de Ignacio de Loyola. Pero es evidente que tienen algunos puntos en común. En los dos casos vemos el afán de ambos por no dejar escapar, insistiendo casi hasta el exceso, lo que Dios les esté queriendo decir. El afán de buscarle en todo y desde todos los ángulos, explorando posibilidades cada uno desde su estilo, pero coincidiendo en su disponibilidad para dejarse conducir por las mociones que en este contexto de profunda búsqueda espiritual van sintiendo. Es claro, por otra parte, que el escrito del P Arrupe se centra en los ecos que, resonando desde varios niveles, se provocan por la dinámica de los Ejercicios y por la novedad de la misión apenas recibida: esto marca una diferencia fundamental con el diario ignaciano. La lectura de este texto requiere en mi opinión un conocimiento previo de la persona y escritos de Arrupe ( también en esto hay cierta similitud con el diario de Ignacio de Loyola). Aunque no es una agenda de notas sueltas, el texto remite a un contexto que es determinante para dar cierto sentido a la lectura. Es lo que se ha pretendido facilitar con algunas de las notas que se han añadido y con la cuidada introducción elaborada por el P. Ignacio Iglesias. Por eso mismo, el lector no debe buscar una lectura espiritual fácil en este texto: remite a un misterio en acción, que necesita para su comprensión más honda de datos que sólo están fuera del libro. Arrupe - d e eso estamos seguros- no precisa que nos esforcemos en mantener vivo su recuerdo y su legado. El valor de su vida y de su obra no necesitan apologías. Pero nosotros si necesitamos profundizar en su experiencia personal y en la elaboración de la misma que acertó a transmitir a la Compa11
nía y a la Iglesia. Lo necesitamos para crecer en una dinámica de adaptación del Carisma ignaciano que desde que él lo puso en marcha continvía vivo entre nosotros y requiere una libertad y fidelidad creativa que encuentran en él un maestro irrepetible. ISIDRO GONZÁLEZ MODROÑO, S.J.
Provincial de España
Introducción
El nombre y la personalidad de Pedro Arrape son mundialmente conocidos y ampliamente reconocidos. Al menos por sus ideas, sus textos, sus obras, sus intuiciones y buena parte de sus aventuras apostólicas. Las propias y las que impulsó en la Iglesia y -dentro de ella- en la vida religiosa, en la Compañía, en los laicos. Pero va empezando a interesar cada vez más, y a darse a conocer, su mundo interior, la raíz que dio vida a sus ideas y a sus obras. Se le ha llamado miles de veces «profeta». Lo fue. Pero formado en la escuela de todos los profetas, que Juan Pablo II, treinta años después, describió así: «La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con El, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado»1. Se le ha admirado como líder apostólico, emprendedor audaz... Pero su liderazgo es el de un servidor, «hombre para los demás», convencido de que no es a sí mismo a quien tiene que Vida Consagrada, 84. 12
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atraer a nadie, sino a Jesucristo el Señor, haciéndose servidor de todos por amor a Jesús (2 Cor 4, 5). Los primeros intentos de bucear en ese mundo interior -como, por el momento, no puede ser de otra manera- parten de sus escritos y de sus intervenciones. No es ciertamente fácil, aunque es posible, explorar su camino interior desandándolo, corriente arriba, a partir de sus textos, inspiradores y operativos, y desde testimonios ajenos, hasta el manantial. Hoy, en cambio, se nos ofrece la oportunidad de asomarnos, de forma más directa, a un tramo de ese camino, siquiera sea por una ventanita. Su sucesor como general de la Compañía de Jesús, el P. Peter-Hans Kolvenbach, ha autorizado el acceso a unas pocas páginas autógrafas, personales, de Arrupe y la publicación de las mismas. Es lo que el lector tiene delante. Se trata de páginas íntimas, apuntes para sí mismo, en las que deja constancia apresurada del Dios que pasa y de lo que se va removiendo en él a su paso. Las escribió durante sus primeros Ejercicios Espirituales como general, poco más de dos meses después de elegido y sólo doce días después de que la Congregación General que le eligió tomara la decisión inspirada de abrirse a sí misma un paréntesis (inter-sesión) de catorce meses (15 julio 1965 - 8 septiembre 1966). En ese tiempo terminaría el Concilio Vaticano II (8 diciembre 1965). Demasiado viento del Espíritu. Para recogerlo todavía fresco, se hacía necesaria una segunda sesión. Páginas que reflejan, mejor que ningún otro documento ni testimonio conocido hasta ahora, el miedo de los viejos profetas, con el que Arrupe recibe su misión, pero, al mismo tiempo, la confianza total en Dios, con que la acoge, y la humilde familiaridad con El con que se dispone a vivirla. «En El sólo... la esperanza» -tomado de Ignacio de Loyola- habría de ser más tarde el título y el hilo conductor de una selección de textos suyos 2 . Pero Arrupe, como Ignacio de Loyola, entiende la confianza por entero, como un arriesgarse en Dios desde lo hondo de 2
ARRUPti, Pedro, S.J, En El sólo... la esperanza». Selección de textos sobre el Corazón de Cristo. Prólogo de Karl Rahner. Roma, Secretariado General del Apostolado de la Oración, 1982, p. 195. 14
su yo, un empezar a buscar en lo nuevo y lo desconocido que se le pone delante, y un aventurarse en ello «con todo su corazón y con toda su alma» (Dt 10, 12). Caminos nunca hollados por quien llevaba sobre sus piernas recorridos, en todas las direcciones, miles de kilómetros misioneros. Contexto histórico del documento Cuando Arrupe llegó a Roma a mediados de marzo del 1965, lo hizo, como sería su estilo después, ya de superior general, con lo imprescindible, casi con lo puesto, y con su billete abierto de regreso a Japón. A una religiosa de Perú, colaboradora suya en favor de la misión del Japón, le escribía poco antes (13 febrero 1965) agradeciéndole «lo que hace y quiere hacer por nosotros», contándole el envío de dos padres del Japón al Perú, uno de ellos para «encargarse de la obra de los japoneses en Lima» y despidiéndose de ella con estas palabras: «Le agradeceré muchísimo si me encomienda de una manera especial durante tni estancia en Roma en la Congregación General, donde tenemos que tratar asuntos de tantísima importancia para toda la Compañía de Jesús en el mundo y, por lo tanto, de gran repercusión en toda la Iglesia. Rece también por Japón, puesto que nos encontramos ahora en momentos muy interesante(s) de la reorganización de los trabajos, que sepamos enfocar los trabajos de la manera más eficaz posible». No volvería a reanudar su correspondencia con esta religiosa hasta casi ocho años después, el 26 de enero de 1973: «Me habla Vd. de cartas. Ahora vivo bajo un torrente de cartas y con menos tiempo que en el Japón, para poder atender a tantas personas a las que tanto debo y aprecio». Nada deja entrever en Arrupe sospecha alguna de que su viaje a Roma fuera «ad vitam» y de que no hubiera de regresar a su ansiado Japón más que en visita oficial. Ni siquiera el hecho de que fuera miembro de la comisión preparatoria de la Congregación, servicio pedido por el Vicario General, P. Schwain. A principios de marzo, es decir, dos meses antes de iniciarse la Congregación General, escribió desde Tokio a un jesuíta de Japón, entonces en Madrid: «No sé qué podré hacer en 15
Roma entre tantas personas ilustres (erai)» -se refería a los otros jesuítas llamados para preparar la Congregación General-, y continuaba: «al menos, podría dedicarme a hacer la limpieza de la casa (soji surtí)». Ninguno de los participantes en la Congregación General traía enarbolada la bandera de Arrupe como posible candidato a general. Sólo ya iniciada la elección empezó a sonar su nombre. No como único e indiscutible. De hecho, la elección no se cerraría en la primera ronda, sino en la tercera. Es probable que algunos empezaran a pensar en él cuando Maurice Giuliani, S.J., asistente entonces de Francia, en la exhortación espiritual previa a la elección, esbozó el perfil de lo que debería ser el general en aquel momento histórico: «Necesitamos un General que mantenga siempre a la Compañía unida con el mundo, al que ha de llevarse con eficacia la Palabra de salvación. No será suficiente que nuestro General se ocupe de los trabajos nacidos de las necesidades locales y los continúe y prolongue, sino que además su visión ha de estar fija en el bien universal y ha de ayudarnos como compañeros de Jesús a abrazar al mundo entero en su totalidad y a cooperar en la redención de nuestro tiempo». El historiador de la Compañía, William Bangert, que aduce este texto, habría de apostillarlo a continuación: «El hombre elegido por la Congregación el 22 de mayo de 1965 se adecuaba al ideal, expuesto por Giuliani, de apertura a las necesidades universales de la Iglesia. En efecto, no ha habido en toda la historia de la Compañía un General que haya llevado al cargo una cantidad de experiencia y de conocimiento del mundo tan grande, como lo ha hecho el P. Arrupe» 3 . Sorpresa, pues, y profunda la de Arrupe, cuya historia había sido ya una cadena de sorpresas, aterrizado ahora desde la altura de la realidad y la pasión de misionero, que le tomaba la vida, en este nuevo horizonte, no presentido, aunque nunca excluido, desde una disponibilidad, que le familiarizó siempre profundamente con Ignacio de Loyola, que es músi-
ca de fondo de sus Apuntes de Ejercicios y sobre la que un día habría de escribir a los jesuítas una de sus más importantes cartas4. Arrupe acaba de vivir esta disponibilidad sobre el fondo de dos guerras: la enésima expulsión de los jesuítas en España (1931) y la guerra civil española (1936-39), que le obligan a vivir buena parte de su formación jesuítica como desterrado; y el coletazo final de la 2a Guerra Mundial (Hiroshima), que arrastró detrás de sí la caída del mundo sacral del imperio del Sol Naciente. Historia sacudida, también internamente, la suya. Comenzando por el azaroso itinerario de su inquietud misionera, que Dios le enciende muy desde el principio -ya en los Ejercicios Espirituales de su primer año de juniorado (1930)-, y que se cruzará durante largos años con otros planes de sus superiores sobre él. Describe así aquellos Ejercicios:
«Me encerré con Cristo en un ambiente, que el profano ignora, equidistante del mundo y de la eternidad... Fue en ese mundo d soledad concentrada, de abandonos humanos y de contactos co Dios, donde dio su primer chispazo mi vocación misionera. No había duda a mis ojos de principiante en el espíritu. Él lo querí yo llegaría hasta el Japón para poner mi mano en la mancera c que San Francisco Javier había trazado los primeros surcos cr tianos de aquella lejana tierra. Mi corazonada no era un sueño juventud, ni un capricho de voluntad veleidosa. Todavía recuerd con claridad sin sombras el gesto natural y sobrenatural con qu el Padre que daba los Ejercicios aprobó mi decisión»5. Entre ofrecimientos e insistencias de Arrupe y vacilaciones y largas de sus superiores (P. General incluido), que pensaban para él otras misiones, pasan ocho largos años de su formación. De lo que él llama «el proceso de mi vocación», escribirá: «No fue una línea recta. Mucho menos un flechazo que en vuelo franco hizo diana. Oposiciones, dificultades, órdenes terminantes
BANGERT, William V., S.J., Historia de la Compañía de Jesús, Santander, Sal Terrae, 1981, p. 630 (613-614).
4 «Carta sobre la disponibilidad», 19 de octubre de 1977, en La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Santander, Sal Terrae, 1981, p. 239-246. 5 ARRUPE, Pedro, S.J., Este japón increíble (Memorias del P. Arrupe), Bilbao, El Siglo de las Misiones, 31965, p. 20.
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en sentido de parecer contrario, y todo ello, porque Dios me quería precisamente aquí, en el Japón». Hasta que un día, «de repente, se me acercó por la espalda, llamándome, pues no me podía alcanzar, el P. Ministro: -Peter! Mail for you!...You are a very important person... A letter from F. General for you... (¡Pedro! ¡Carta para usted! ¡Es usted una persona muy importante! ¡Carta del P. Generalpara usted!) Nosalía de miasombro... ¿Quésería?... Pitia la capilla: No digo que abrí la carta, porque aquello fue destrozar el sobre. Leí: Después de considerarlo delante de Dios y tratarlo con su P. Provincial, le he destinado para la Misión del Japón»6. Era el año 1938. Y empiezan a correr sus veintisiete años en el Japón: operario (1940-1942), maestro de novicios (19421954), viceprovincial y primer provincial (1954-1965). Misionero siempre. Es como le gustaba que le vieran. Dos días después de elegido general, con fe cargada de nostalgia, saludó, a través de la RAÍ, a los cristianos que había dejado en el Japón: «La distancia no cuenta cuando existe la fe en Dios y el amor fraterno. Permaneceréis siempre dentro de mi corazón. ¡Hasta la vista, pues, y no adiós! Sayonara»7. Y como misionero se presentó a la Congregación General y a la Compañía dos días después de su elección (24 de mayo) y al Papa en su primera visita privada del 31 del mismo mes. Era como se sentía. No es aventurado suponer, conociéndole, que, de haberse realizado la aceptación de su renuncia al generalato por la que hubiera sido, en su mandato, la Congregación General XXXIII, habría propuesto ser enviado a algún otro rincón, escondido, del mundo. Cristiano despierto -así se le ha descrito-, con las antenas desplegadas a todo viento del Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) y lleva (Rom 8, 14) y envía (Jn 20, 21-22). Fue ésta, en definitiva, su aproximación más honda a Ignacio de Loyola, el hombre de la pregunta permanente: ¿Adonde me queréis, Señor, llevar? (...) Me parecía que era guiado» (Diario, 113); «y, ahora, quid agendum?» (Autob. 50); «¿qué debo hacer por Cristo? (Ejercicios, 53). 6 7
Ib. p. 31. Entrevista en la Radio TV Italiana, 24 de mayo de 1965.
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Misionero en y desde Roma Antes de y por encima de profeta o líder espiritual, como se le etiqueta, Arrupe es misionero cien por cien, en el sentido más puro del término. Su obsesión -evangelizar el Japón- se ve truncada, después de veintisiete años, por la misión de animar, movilizar y enviar a un cuerpo misionero, la Compañía de Jesús, con unos primeros síntomas de desgaste y fijación, por un lado, y de ruptura y sustitución de esquemas por otro, vividos con inevitable tensión. En su primer saludo como general a la Compañía (cfr. anexo 2) sorprendió, y sigue sorprendiendo aún hoy, el amplio espacio central que dedica a esta problemática, la sinceridad con que la plantea y el típico optimismo con que se dispone a afrontarla y anima a la Congregación General a que la afronte. En su historia, además de las guerras antes mencionadas, reventaron terremotos culturales y sociales de enorme envergadura, cuyas sacudidas de asentamiento aún percibimos. Secularización, modernidad, postmodernidad, justicia social, liberación, mundialización, globalización... retumban como truenos en el horizonte cultural y eclesial, asociados a un inquieto revivir de la fe, que halló su expresión más radiante en el Concilio Vaticano II. Ninguno de estos fenómenos, como fenómeno humano, resbaló sobre Arrupe. Ni Arrupe pasó de ellos. Al contrario, se sumergió por entero en ellos, parte como realidad humana que está ahí y a la que hay que servir, porque se es enviado a ella, parte oteándola y presintiéndola, porque sigue viniendo, interpretándola, porque es llamada de Dios, y aventurándose en responderla. Es bien reconocida su sensibilidad para ventear «el cambio» y su libertad para reaccionar ante él. Portador, por gracia, de una nueva manera de contemplar al ser humano, el mundo, y la historia de ambos, su vida fue una constante exploración del Dios que los habita, una audacia incansable para arriesgarse con El en ese mundo y esa historia, un hacer del discernimiento y la experiencia el cotidiano paso a paso cristiano, un superar el miedo al fracaso humano personal, por haber experimentado su mis19
teriosa pedagogía... Precisamente porque, arraigado en el Señor, ha podido superar sin desaliento muchas sacudidas personales y ha resultado particularmente dotado para analizar el origen y la importancia de las pruebas que sacuden a otros. Más aún, ha aprendido a afrontarlas desde su vertiente más positiva 8 . Entre las páginas más ricas y personales de Arrupe hay que señalar las de sus numerosos análisis y diagnósticos sobre nuestra sociedad, nuestra Iglesia, la vida religiosa, la Compañía... como realidades vivas, sobre el claroscuro de la salvación que se va realizando en todas ellas y la salvación que siguen necesitando. Y es estimulante comprobar hoy, casi cuarenta años después, lo certero de muchos de sus análisis y de no pocos de sus pronósticos. El texto inédito A este hombre, habituado a sorpresas enormes, enteramente disponible a Dios por decisión voluntaria desde sus comienzos como jesuíta, no le quedó margen para negarse a la nueva aventura misionera que le confió la Congregación General 31 a de la Compañía de Jesús. Al día siguiente de su elección confesaría esta disponibilidad humildemente: «Al comenzar esta mi primera alocución, las primeras palabras que espontáneamente vienen a los labios, son las del profeta: "A, a, a, Domine Deusl He aquí que no sé hablar" (Jer 1, 6). Expresan bien el sentimiento de mi pequenez, que ahora experimento. Es, sin embargo, evidente que la voluntad de Dios lo ha dispuesto así: lo que es mi único consuelo, lo que levanta mi ánimo: "no temas, que yo estoy contigo". Dios que me ha elegido por vuestro medio, me con8
«Resulta ya un tópico hablar de "crisis" (de la vida religiosa). Si comienzo recordándola, es por una curiosidad etimológica. Los japoneses traducen la palabra "crisis" con dos caracteres chinos; uno de ellos significa "peligro", "ruina inminente", y el otro "oportunidad", "break through" apertura hacia adelante... Es precisamente ésta la óptica de cuanto pretendo comunicar con vosotros» («Nuevos desafíos y oportunidades de la experiencia de Dios en la Vida Religiosa hoy», conferencia en la IV Semana Nacional de Religiosos, Instituto de Vida Religiosa, Madrid, 12 de abril de 1977), en La Iglesia de hoy y del futuro, Bilbao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 1982, p. 667-687 (667).
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cederá la gracia con la que pueda llevar a efecto esta gran obra, que Él ha puesto en mis débiles manos» (anexo 2). Y afirma su compromiso personal: «En adelante me propondré sólo esto: cumplir lo más exactamente posible la voluntad de Dios que se manifieste o por el Sumo Pontífice o por esta Congregación General, que son
mis Superiores» (ib.). Sentimientos centrales, que, desde el comienzo, aflorarán por doquier en el texto que presentamos. Los dos primeros meses, de estreno de misión en pleno trabajo de la I a sesión de la Congregación (22 mayo -15 julio), no le dejaron apenas respiro para interiorizar lo encomendado. El 17 de julio visitó con sus asistentes generales al Papa en audiencia privada. El 22 de julio parte la comunidad de la Curia Generalicia a sus tradicionales vacaciones de verano en Villa-Cavalletti, cerca de Frasead. Arrupe la seguirá dos días después, el 24. Pero ya el 31 celebra la misa de San Ignacio, rodeado de los superiores de Roma en la iglesia del Gesú y ante el altar que contiene los restos del santo. Pasa a continuación a felicitar al hermano cocinero de la Curia, Ignacio Urcola, antes de volver a Villa-Cavalletti. De donde regresará al día siguiente, 1 de agosto, a Roma para comenzar a solas diez días de Ejercicios Espirituales, los primeros como general de la Compañía. Desde el lunes, 2 de agosto, al 12, miércoles, mano a mano con Dios, se deja iluminar por Él sobre sí mismo y sobre su nueva misión. Como Ignacio de Loyola con su inseparable librillo de apuntes, «que llevaba él muy guardado y con el que iba muy consolado» 9 , Arrupe lleva consigo un viejo cuaderno escolar (32 x 21) a rayas, ya empezado, del que va desgajando hojas amarillentas, en las que anota, puramente para ayuda de su memoria, el acontecer de Dios a lo largo de esos días (111 agosto 1965). Así nació el texto que por primera vez editamos. Son cincuenta y dos páginas, cuarenta y cuatro en hojas dobles, el resto en hojas simples, dos de ellas hijuelas intercaladas. Páginas de letra apretada, nerviosa, de la mano de alguien que quiere registrar muchas cosas, a quien le brotan más rápidas 9
Autobiografía, 18.
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y abundantes las ideas y la planificación de acciones posibles que las palabras. A ratos se esfuerza por ordenar y sistematizar su pensamiento. Son los momentos de reflexión y consideración sosegada. Pero cuando se dice a sí mismo - d e manera, por lo demás, sobria- en relación con el Señor, las idas y venidas, las repeticiones y una cierta lógica de su corazón, que sorprende al lector, reflejan, mejor que nada, su ebullición interior. Y entonces la pluma resbala en una grafía, con frecuencia, difícilmente descifrable, las palabras quedan a medio terminar, las ideas saltan de una a otra y se van amontonando sobre palabras que, a su vez, se van reduciendo a rasgos casi estenográficos. La resultante es un texto no ordenado y metódico en su conjunto. Se podría decir que son textos diversos, sobre temas diversos, escritos a ráfagas, a los que da unidad la circunstancia personal en la que brotan por impulsos interiores muy diversos y un título que los envuelve a todos: Ex. Sp. 1965. Roma (Exercitia Spiritualia, 1965. Roma). Reproducimos el texto con fidelidad incluso a la forma redaccional de Arrupe, a su trazado de líneas, paginación por folios, esquemas, transcripciones selectivas de textos, abundantes subrayados simples o dobles, incorrecciones gramaticales y sintácticas, frases inacabadas, términos sincopados, signos de puntuación atropellados..., lo que evidencia que no se trata de un escrito para nadie más que para él mismo, una ayuda para su propia memoria, una percha para las ideas que le bullen, mitad clarificación de lo que va viendo que debe hacer, mitad desahogo de lo que vive. Filtra por los Ejercicios Espirituales su nueva historia. «Elegido por Dios» son sus primeras palabras, su punto de partida como novedad efectiva de Dios en su vida. Lo interpreta como una especie de nueva creación, que, iluminada ciesde el Principio y Fundamento, despierta en él una nueva humildad, una nueva confianza y una nueva disponibilidad. Son significativos los núcleos de los Ejercicios con los que se adentra en esta nueva realidad de su vida. El Principio y Fundamento, fondo de casi un tercio de sus días de Ejercicios y de sus páginas, reaviva al misionero que fue poniéndolo
-por más débil en proporción a la misión, más ardua- más profundamente a disposición de Dios. Desde las Dos Banderas se sumerge una y otra vez en la «batalla» de nuestros días (así acababa de presentar S.S. Pablo VI a la Compañía la misión sobre el ateísmo) tratando de comprenderla y de medir sus fuerzas y las de la Compañía. El Rey Temporal aviva, desde lo hondo de él mismo, su conciencia de enviado, como en realidad se consideró siempre. En medio, a través de un largo examen personal, se mide con la figura del General de las Constituciones de la Compañía, con la del Interrogatorio que utilizaron los miembros de la Congregación General para elegirle y con lo referido al General en el discurso del Papa, al comienzo de la Congregación General (7 de mayo 1965), transcribiendo a mano estos largos textos como quien los gusta, los saborea, se mira en ellos. De repente improvisa esquemas operativos, que significan que su voluntad ya está en misión, imagina acciones, grandes y pequeñas, piensa en colaboradores cuya condición de seguidores del Maestro es lo primero que le preocupa avivar... A ratos, incluso le vuela la imaginación a acciones de más amplio radio, que trascienden la Compañía. Y no faltará, para que su perspectiva sea ignaciana del todo, el capítulo realista de los medios. Por de pronto, con relación a sus jesuítas, los dos más importantes que tiene en su mano: el de su propio testimonio de vida y el de prodigarse en la relación personal con ellos: «En este punto (el de la comunicación personal del General con la Compañía) -serán las últimas palabras- no perdonar medio, ni gasto; es vital para el gobierno de la Compañía a lo S. Ignacio». Y como medios instrumentales, para él y para todos, la oración y el estudio. Finalmente, como alma de todas sus palabras, de la primera a la última, Jesucristo y yo, la relación personal, el amor personal, que brota incontenible, constituyendo en la dimensión coloquial de estos apuntes el, hasta ahora, más íntimo y no pretendido autorretrato de Pedro Arrupe. Lo completarán sus «oraciones públicas», las que de forma espontánea intercalará en no pocas intervenciones y textos posteriores. Siempre el misionero. Ha cambiado la misión. Ahora es la de dinamizar y enviar a la Compañía, yendo él por delante, a
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un objetivo desbordante, a la vez muy concreto y muy difuso: el ateísmo. Es la voluntad de Dios. Todo, en estas Notas, gravita y se mueve alrededor de esta voluntad. Naturaleza y contenido del texto Es probable que a más de uno le brote el deseo de relacionar estas Notas con el Diario Espiritual de Ignacio de Loyola. No lo haga. No tiene mucho sentido la comparación, aun siendo experiencias espirituales las que se reflejan en ellos. Por de pronto, este texto no es un «Diario». No nos consta que Arrupe escribiera todos los días la experiencia y la reflexión de cada día. Solamente hace referencia de calendario al 5 de agosto (meditaciones de la tarde 4,1/2 y 6,1/2 en fol. 2124), al 6 de agosto (Primer viernes, meditación de la mañana y meditaciones de la tarde, 4,1/2 y 6,1/2 en fol. 25-28), al 7VIII (Medi. mañana 9,1/2 en fol. 29-31) y a la meditación de la noche del día 8, que comienza en el fol. 35. No pretendió Arrupe reflejar en él, como Ignacio, su mundo interior, sus mociones, a fin de discernir por ellas el querer de Dios. No puede hablarse con propiedad, en ese sentido estricto, de un texto «espiritual». Sí lo es en otra perspectiva, la de registrar momentos de un proceso por los que un hombre asume de lleno y se va traduciendo para sí mismo esta nueva, inesperada y definitiva voluntad con la que Dios irrumpe en su vida, y la de registrar luces, ideas, motivaciones, esbozos de proyectos, fuerzas y medios con los que poner en acción este querer de Dios. «Elegido por Dios» es el nuevo marco de conciencia, en el que se mueve durante estos diez días. Todo en una atmósfera oracional, reflexiva, relacional -coloquial en ocasiones-, de la que Arrupe deja constancia, diciéndose, sobriamente y con la sencillez y espontaneidad que nunca le abandonan, en convicciones íntimas, que quisiera participaran también sus hermanos jesuítas. Él mismo llama a estas páginas Ejercicios Espirituales: «Ex. Sp. 1965 Roma», título con que rotula de su mano, sobriamente, el doble folio que recoge todos los demás. Y fue24
ron Ejercicios Espirituales «ignacianos» los que encendieron estas páginas. No lo fueron en el sentido técnico y formal del método, pero sí en la hondura de la experiencia y en los apoyos y puntos de referencia de la misma. Para quien los había hecho decenas de veces (cada año, desde aquéllos en los que se decidió por el Señor, en 1927, hasta estos de 1965) y los había dado decenas de veces, la inmersión en esa relación fluye espontánea, centrada particularmente en núcleos fundamentales de los Ejercicios. Se puede decir que, en el espíritu de la repetición ignaciana, Arrupe va a concentrarse en «algunas partes más principales donde haya sentido la persona algún conocimiento, consolación o desolación» [Ej. 62; 118]. El resultado es un texto humano y sagrado a la vez. Sus contenidos y su estilo son la grabación de una relación personal que, en ocasiones, deja entrever lo que Ignacio llama «comunicación inmediate» [Ej. 15] del Creador con su criatura y de la creatura con su Creador sobre el campo de intereses comunes, que es, para los dos, la historia humana (mundo, Iglesia, Compañía) de nuestros días. Las ideas, más que a una programación lógica, responden a una ebullición interior, vital, de enorme carga operativa. Es la mística de un hombre que se experimenta metido de lleno en la tensión de conocer la voluntad de Dios y la coherencia de vivirla y de hacerla vivir. Ignacio de Loyola formuló esta tensión como el deseo de «que su santa voluntad siempre sintamos y en todo enteramente la cumplamos». 1) Fol. 1-17: Un primer núcleo de la experiencia escrita sucede a lo largo de los primeros tres días y medio, hasta el día 5 por la tarde. Arrupe ve iluminada desde el Principio y Fundamento de los Ejercicios su nueva historia, la de la elección recibida. La toma como una nueva creación de su persona, y, con ella, de la Compañía toda, que ya no podrá desgajar de lo más profundo de su existencia. Un nuevo «sujeto» (ArrupeCompañía) ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir. .. De él espera Dios una nueva relación (unión), una nueva dependencia, una nueva confianza, una nueva y más incondicional disponibilidad, una nueva indiferencia (libertad), una puesta en juego de nuevos medios (¿cuáles?), de to25
do y de todos por la gloria de Dios, objetivo primero y final, que consiste en que todos le conozcan y le amen más y más. Su teología y su lenguaje son clásicos. Pero la vida que se nutre de esa teología y se viste de ese ropaje es la de un hombre que ha tomado en serio el Evangelio (porque ha sido tomado por él), que lo ha vivido y trata de seguir viviéndolo, ahora con una mayor novedad y urgencia todavía. Esta radicalidad en vivirlo es lo que dará vina singular autoridad moral a cuanto se proponga decir y hacer por ayudar a otros. En el marco y sobre el fondo del Principio y Fundamento, se autoexamina Arrupe mirándose en el espejo de la figura del General que describen las Constituciones de la Compañía, de la que aboceta el interrogatorio -perfil del General-, puesto en manos de los que le eligieron y de los tres rasgos referidos al General por el Papa en su alocución del 7 de mayo 1965 (cfr. anexo 1). Letra a letra transcribe a mano, en latín, su selección de aquellos textos que en ese momento le hablan con más fuerza, o le interpelan y urgen más profundamente. Da la impresión de vivir así lo equivalente a la I a semana en su función de examen general. Lo había planteado desde las primeras líneas: «También los defectos deben ser considerados bajo esa luz (la de la elección hecha por Dios) y ver que debo corregirlos y evitar sus perniciosos efectos». Termina este capítulo iniciando sus «Consideraciones sobre cada una de las cualidades del Prepósito General» (fol. 17). Pero se queda en la primera, probablemente desbordado por la exuberancia de luz y de vida que le encienden los textos que medita. El hecho de que, a continuación, reserve tres páginas en blanco, puede significar su intención de continuar registrando estas «Consideraciones» en otro momento, que no llegó.
mayor profundidad y trascendencia que el peligro del s. XVI», «terrible», «gigantesca», habla de «su crueldad»... Las Dos Banderas se proyectan sobre esta reflexión y volverán a aparecer más adelante. «Batalla» que comienza por lucharse en el interior del propio sujeto y de los sujetos de la Compañía. Termina este mícleo imaginando u n «modus procedendi» de mentalización y preparación espiritvial de los jesuítas. 3) Fol. 25-33: Esta dificultad de la misión le devuelve a sí mismo. Todo el día 6 (hace constar que fue primer viernes de mes) y 7 de agosto y probablemente el 8 lo vive inmerso en el llamamiento del Rey Eternal: la persona de Jesvis es svi llamada y la respuesta continua que ha de ser su vida se expresa en agradecimiento, limpieza de corazón, amor reparador, presencia al Cristo presente en la Eucaristía, amistad..., «entrega absoluta». El llamamiento mismo, el «plan del Señor», que a través de su Vicario le ha sido dado, le lleva a retranscribir largamente (ochenta líneas del texto), letra a letra, como quien lo saborea y asimila sin perder migaja, lo esencial del mensaje de S.S. Pablo VI al iniciar la Congregación General 31 a . Para terminar programándose a sí mismo (fol. 33) lo que le corresponde a él para ir realizando ese llamamiento en el inmediato futuro de la preparación de la 2a sesión de la Congregación General.
2) Fol. 21-24: Desde el día 5 a las 4,1/2 de la tarde, la misión, que Dios ha encargado por medio del Papa a la Compañía, con su General a la cabeza, significándola como «batalla» contra el ateísmo (anexo 1, n. 14-15), ocupa toda la pantalla de su conciencia. Se refiere a ella como «guerra de fondo, de principios, de vida o de muerte», «momento decisivo de la historia», «de proporciones alarmantes», «que pervade todo», «vastísima y complejísima», «de importancia y complejidad extraordinaria», «de
4) Fol. 35-44: En un cviarto nvicleo, desde la meditación de medianoche del 8 de agosto, vuelven a ocupar la pantalla las Dos Banderas, el carácter de lucha, grandiosa y compleja, qvie encierra la misión recibida. Más honda que la que afrontó Ignacio de Loyola en el s. XVI. Porque «el valor que se presenta por salvar es la idea misma de Dios». El acento nuevo es ya el de dibujar una estrategia de acción directa frente al ateísmo e indirecta frente al «naturalismo», para la que afirma su convicción de que la espiritualidad ignaciana es esencial y tiene mucho que aportar. También la concepción organizativa de la Compañía. Ésta misma resultará «reformada» si se compromete con entvisiasmo en la acción (es interesante constatar cómo este término va desplazando, sin sustituirlo, al primero de «mi-
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sión»), ya que requerirá superar individualismos, obediencia ignaciana, diálogo, movilidad, testimonio de vida. Las misiones (realidad tan entrañada por Arrupe) adquieren en este contexto una luz especial. Forman, documentalmente, una hijuela grapada en este núcleo 4o, en los fol. 43-44, de menor dimensión. Si guen sueltos cuatro folios (45-48), borradores y esquemas de índole operativa: órganos conectados con esta misión, Bureau de recursos, Curia Generalicia y Plan de acción antiateísmo (A.A.A.). 5) Fol. 49-52: En este núcleo final, como quien ha reafirmado su sí al Señor y ha tomado mayor conciencia de su misión, incluso ha esbozado algunas líneas posibles de acción, Arrupe vive su «confirmación» (3a y 4a semana de Ejercicios) volviéndose en forma personalísima a Jesucristo, ratificando una relación única y exclusiva con Él, de la que brotará un «entusiasmo, dinamismo... optimista» («élan apostólico» lo titula), indispensable para poder ser «verdadero Instrumento». Esta condición de instrumento («canal», «motor») requiere en Arrupe, por un lado, una «identificación con Él», fruto de un amor personal hacia Jesucristo y, por otro, una dedicación total a los miembros de la Compañía, que expresará en el «contacto personal con Xto., por un lado, y con los sujetos de la Compañía, por otro». Termina estos «apuntes» visibilizando en un esquema de factura propia esta comunicación personal para la que está dispuesto a «no perdonar medio ni gasto». Valor de este texto Sin pretensiones de prejuzgar ni monopolizar una valoración, a título personal, creo que el interés de este texto es doble: 1) En primer lugar, en el contenido de la experiencia aquí registrada despuntan ya germinados o se presienten próximos a germinar los que habrán de ser los núcleos fuertes de su servicio como general. Por citar algunos: a) Ante todo la misión, no reducida a tarea concreta, aunque haya de desembocar en ella, sino concebida y vivi28
da como dinamismo permanente que brota de Dios, por el que el ser humano se deja libremente envolver y que, mediante un proceso de mediaciones de búsqueda y discernimiento, traduce la voluntad de Dios en decisión y acción concretas. Más adelante formulará para la Compañía de Jesús, por primera vez, que este «servir en misión», desde la raíz de la persona, es el carisma identificador del jesuíta10. b) Vivir este rasgo autentificador sólo es posible desde un «conocimiento interno» de Jesucristo «modelo»11, Misionero del Padre, el Enviado, y en su condición de tal, que lleva al jesuíta a «reproducir sus rasgos» (Rom 8, 29). Nada extraño que a la disponibilidad, rasgo identificador de Ignacio y de quien sigue a Jesiís a la manera de Ignacio, dedicara Arrupe una de sus más importantes cartas a sus hermanos jesuítas 12 . c) Es fácil ver la esencial conexión que tiene con este planteamiento misionero de vida el discernimiento espiritual, del que Arrupe será uno de los más encendidos promotores y maestros, y que ocupará largo espacio no sólo en sus documentos sino, sobre todo, en svi propio modo de gobierno 13 . d) Por supuesto, este eje misionero de vida, en el que Arrupe se mueve y quiere que se mueva la Compañía, ha de injertarse en el tronco misionero de la Iglesia de Jesucristo y en la responsabilidad misionera de su Vicario, dadores e intérpretes de la misión. Será visión y tema reiterativo en su función de general, porque se trata de una profunda convicción. No es estrategia, sino profética lucidez misionera, desde esta teología de la misión, lo que le lleva a «soñar» -ya en estas páginas- en la necesidad de una «acción mundial» 10 «La misión apostólica, clave del carisma ignaciano», conferencia en Loyola, 7 de septiembre de 1974. en La identidad del jesuíta..., p. 105-124. 11 «El modo nuestro de proceder», Roma, 18 de enero de 1979, ibid. 49-82. 12 Cfr. nota 4. 13 «Sobre el discernimiento espiritual comunitario», carta, 25 de diciembre de 1971, en La identidad del jesuíta..., 247-252.
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y una «planificación mundial» liderada por el propio Pontífice (fol. 7, 35). Iniciativa que ofreció como su primera aportación al Concilio (cfr. anexo 6), ya entonces adjetivada por algunos como ingenua y utópica, y que requirió una ulterior explicación. e) El campo de la misión misma, el ateísmo, presentado por el Papa como horizonte sangrante de la humanidad, se convertirá para Arrupe en su objetivo misionero global, en un reto mayor y más profundo que el de la Reforma en el siglo XVI (fol. 23, 35), que habrá de requerir de la Compañía, como entonces, lo mejor de ella misma. Por de pronto, que se entere de «¿quién dice (hoy) la gente que es el Hijo del hombre?» (Mt 16,13), poniendo para ello en marcha un proceso sociológico de conocimiento de la realidad mundial {snrvey), imprescindible para acertar con la estrategia evangelizadora apropiada: «para mejor adaptación del gobierno y del apostolado de la Compañía». Entrar en esta dinámica sensibilizará y movilizará a la Compañía, la vigorizará 14 . f) También asoma en estos Ejercicios, ya germinada como deseo, su convicción de que él, personalmente, y la Compañía, necesitan una «ilustración trinitaria», como la de Ignacio. Veinticinco años después regalará a la Compañía el magisterio de cuarenta páginas, su documento de mayor envergadura teológica e inspiración pastoral, que titulará «Inspiración trinitaria del carisma ignaciano»15. g) Alguien echará de menos en este panorama misionero una mención más explícita de lo que, años más tarde, será la «promoción de la justicia». En el marco inmediato de la misión, del que acaba de llegar, no era éste el dato de realidad más punzante, o no se le había revelado como tal. Cuando tanto él como la Compañía, en buena parte bajo su impulso, se adentren en el conocimiento
de la realidad del mundo, inmediatamente verificarán ambos la profunda conexión entre la negación de Dios y la negación del hombre y, desde su misma raíz personal de «enviado», necesitará alargar el campo de la misión y sus objetivos inmediatos y modificar y adaptar su estrategia evangelizadora. Más aún, su contribución será decisiva para que la Compañía, nueve años después, haga - y formule- el gran descubrimiento de la Congregación General 32 a , convocada por iniciativa suya: el de la necesidad real de promover la fe -una «fe que se hace vida en la práctica de la caridad» (Gal 5, 6)-, promoviendo la justicia. En este mismo texto que presentamos, afloran en germen la denuncia de los desequilibrios de nuestro mundo y una propuesta general de acción sobre estructuras sociales (fol. 10), una selección de ministerios (fol. 39), una acción cimentada sobre la «reforma» interior de la pobreza y de la vida espiritual del jesuíta, sobre «un desprendimiento absoluto para poder sacrificar lo individual a lo colectivo» (fol. 41), y sobre una «entrega absoluta de las personas» que «ponga a tono» a la Compañía (fol. 21). Encarnación, en fin, y vaciamiento personal por el mundo: pobreza y humildad, trabajo, generosidad, estudio, austeridad.. . se ven ya germinadas, y aun crecidas, en estas páginas, como estilo evangélico personal, que irá animando a vivir durante su generalato y que acabará nutriendo con su último gran magisterio espiritual, el de esa «justicia superior» que es la caridad 16 . 2) Una segunda perspectiva desde la cual comprender la importancia de este texto es la de valorarlo como material autobiográfico (de autobiografía espiritual, se entiende). Precisamente porque su autor no se dice -ni lo pretende-, sus formas muy simples, espontáneas, elementales a veces, no elaboradas, hacen, bajo este aspecto, más valioso el boceto re-
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Carta a la Compañía, 9 de diciembre de 1965, en ARSI, vol. XIV, p. 656-657. lD «Inspiración trinitaria del carisma ignaciano», Roma, 8 de febrero de 1980, en La identidad del jesuíta..., p. 391-435.
«Arraigados y cimentados en la caridad», Roma, 6 de febrero de 1981, en La Iglesia de hoy y del futuro, p. 727-765.
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súrtante. Cuando no escribe para nadie, sino que registra para sí mismo, en pleno estreno, una ocasión enteramente nueva, que está convencido que es iniciativa de Dios, todo lo nuevo que ve, lo que oye, lo que teme, lo que busca, lo que planifica, lo que prevé... lo registra desinhibido, con su natural transparencia. a) Por de pronto, se autorretrata -salta a primera vista en estos «apuntes»- como misionero de una pieza. Su horizonte personal es la misión. Sus antenas están permanentemente abiertas a Aquél que le envía, al mundo al que va enviado (ahora de verdad al «universo mundo»), a la Iglesia (y al Papa), dadores de misión, y a la Compañía, que, por un lado, ha sido mediación para su envío, con la que, por otro lado, va enviado y a la que él mismo ha de enviar. Podrían decirse en este sentido iluminadoras estas otras palabras del P. Giuliani en su exhortación espiritual previa a la elección, que las Actas de la Congregación resumen así: «De la contemplación del Reino de Cristo en los Ejercicios brotan varias conclusiones: Io) "Ver a Cristo nuestro Señor, Rey eterno, y delante de Él al universo mundo". Nada puede estimularnos tanto hoy como el echar una mirada, alrededor, a nuestro mundo. Es característico de nuestra Compañía conocer y sentir los cambios de la humanidad, impregnar con audacia las nuevas instituciones, discernir los deseos (aspiraciones) difusos. El General nos ayudará a abrazar el inundo universo y a cooperar a la redención de nuestra época»17. «Abrazo» de Arrupe, que es su pasión por evangelizar. Convencido, como estuvo, desde el primer momento de su destino misionero, y reforzado desde su experiencia de 27 años como tal, de que la renovación profunda de la humanidad es un problema de conversión -«problema de carácter universal» (fol. 43)-, sólo posible desde «el conocimiento de la verdad de Jesús» y el amor que dicho conocimiento genera, vive la evangelización Actas de la Congregación General 31''. 32
con verdadero apasionamiento contagioso, como una «confrontación» con el mundo (fol. 21), «en la que la vida es el gran argumento» (fol. 40). Diez días después de terminar el Concilio, que le ha retenido en Roma, el 19 de diciembre emprende su primer viaje, como general, al Próximo Oriente y a África, realidades que le son menos conocidas, b) Su ser de misionero se alimenta, cada día, de una honda relación personal con el Espíritu Santo que envía, relación de «máxima disponibilidad» (fol. 7), raíz de su dinamismo personal y del que quiere para la Compañía (ib.). Lo que trae entre manos no es suyo. A lo largo de estos apuntes van y vienen en todas las direcciones, con una cierta anarquía lógica, muy diversas modalidades de oración: escucha, desahogo, consideración, búsqueda, autobservación (examen), lectura de la historia, coloquio íntimo, compromiso de acción, programación de esa acción como respuesta... La terminología que prodiga con una espontánea desinhibición es particularmente significativa de la hondura de esas y otras formas de esa relación: unión, comunicación, familiaridad, identificación, contacto íntimo, amor reparador, presencia (presencia eucarística, lugar teológico y vital preferido de esa relación, fol. 27), oración lo menos estorbada posible («preferentemente de noche»), oración larga y oración breve, intimidad, «único... verdadero, perfecto, perpetuo amigo» (fol. 49), entrega absoluta, humildad, confianza, fidelidad, «su voluntad en todo» (fol. 25-26), pureza de vida (voto de perfección, fol. 25), desprendimiento, constancia... Todo vivido, no como un repliegue intimista, sino en función de otros, «para los demás», con el mundo no sólo delante, sino dentro, urgiéndole. ¿De dónde, si no, la luz y el calor de sus numerosos análisis cristianos de la realidad, cuyo deseo está presente ya en este texto y de los cuales surge retado y personalmente, como buen samaritano, más llamado y más «enviado»? «Oración y estudio» es su estilo -y quiere que sea el de la Compañía- de caminar esa realidad, defendido de 33
toda posible tentación de fundamentalismo por un lado (estudio) y de escepticismo y desilusión por otro (oración). c) Se autorretrata también en su conciencia profunda de que ya no es él, Pedro Arrupe, el que ha de vivir su profetismo personal al lado del de otros, sino con la Compañía de Jesús entrañada, la que el Señor le confía y a la que le encarga -es muy consciente de este aspecto de su misión- que ponga en tensión de profecía. Lo hará proyectando en ella su propia tensión personal, su mundo, el que le estalla, el de Dios. Y lo hará, sobre todo, desde un amor personal y personalizado a cada jesuíta, para lo cual se impone «un gran esfuerzo por multiplicar y personalizar las relaciones del General con la Compañía y con sus miembros» (fol. 51-52). d) Uno de sus medios de expresión típicos, en sus escritos de inspiración y de planificación pastoral, será el recurso a la dialéctica de los opuestos. Con toda seguridad lo ha aprendido de Ignacio de Loyola, por quien no disimula, todo lo contrario, una extraordinaria devoción. Así se dispone a vivir la tensión interior, connatural a su servicio de gobierno religioso, con la que logrará la «mediocridad» típicamente ignaciana : «El General es Jefe pero es cabeza y padre. Es gobernante y Administrador; de ahila amabilidad, cariño, llaneza de padre, la claridad, determinación, firmeza del administrador... Comprensión y amabilidad humanas, cariño y amor» (fol. 1). e) Imposible vivir la creatividad de esta tensión sin haberse dejado remodelar de fondo en el modelo ignaciano del jesuíta «abnegado» (fol. 21), que no piensa en sí ni vive para sí, por pensar en los demás y vivir de la mañana a la noche para ellos. Ya estos apuntes le retratan como u n hombre humilde, un servidor, un «pequeño» según el Evangelio, que todo lo debe, todo lo tiene («en El solo la esperanza») y todo lo da. Por eso no le asusta la «escala mundial» de la misión, ni la desproporción de los medios humanos de que dispone, y hasta se atreve a soñar y a planificar «en nombre del Señor» proyectos enormes: «Nuestro Señor me ha de ayudar, pero exige de 34
mi parte una fidelidad absoluta a sus direcciones y a sus gracias» (fol. 1). «Esa continua creación (que es mi existencia) es fuente de una humildad profundísima (todo de Dios), pero al mismo tiempo de una fortaleza extraordinaria» (fol. 2). f) De Ignacio ha aprendido también un sentido divino de la historia, de la que viene y en la que se siente, por su nueva misión, cada vez más inmerso. A su sensibilidad por hallar la voluntad de Dios en esa historia pertenece muy esencialmente la fidelidad personal a las mediaciones de Dios -la Iglesia, el Vicario de Cristo (es su denominación preferida, como para Ignacio)- y, consiguientemente, el colaborar con ellos a la interpretación de esa historia para dejarse orientar y enviar por ellos. Varios de los aspectos que en este texto anota como fruto de su experiencia espiritual, concretamente relativos al ateísmo y a las misiones, acabarán llegando al Aula conciliar, como signos de su obediencia responsable. Tan responsable que a la mediación definitiva del Papa confiará, quince años después, la decisión que el 9 de octubre de 1980 tiene ya tomada, como fruto de un hondo discernimiento personal largamente compartido con la Compañía. Escribe ese día a una religiosa en el Perú: «Cuanto a lo que me dice de mi renuncia, le quiero aclarar que tomé esa decisión después de pensarlo mucho y no por temor al trabajo o a los problemas, que todos se pueden solucionar con la ayuda de Dios, sino porque estoy convencido de que, al llegar a una cierta edad, es mucho mejor dejar los cargos de responsabilidad en manos más jóvenes y expertas. En todo caso aún está pendiente una Audiencia que tendré con el Santo Padre, en la que espero me manifieste cuál es su voluntad. Si quiere que siga al frente de la Compañía, seguiré con la mejor voluntad; si quiere otra cosa, me parecerá también muy bien». g) Hombre de Principio y Fundamento, lleva consolidado en sí el discernimiento básico que «ordena» la vida de una persona: el de la definición de lo sustantivo y lo adjetivo, del fin y los medios, del querer de Dios y los qué y los cómo de la colaboración humana. Inconmovible en lo primero, es largamente ágil y abierto en lo segun35
do. La fidelidad a lo primero no le deja ser voluble ni veleidoso en lo segundo y, a la vez, le permite arriesgarse con una confianza -que no es fruto de cálculo humano, sino de fe- en la novedad divino-humana de la historia. Su profundo y personalísimo sentido de pobreza como libertad total (indiferencia) frente a los medios nace de este radical discernimiento. En estos mismos Apuntes explicita su convicción de que una opción por la pobreza «reordena» y pone a tono evangélico al individuo y a la Compañía. Resumiendo... ...sin pretensiones de agotar lo que podría caber en una introducción. El texto es un autorretrato del misionero que Arrupe fue vertiéndose en el superior general que empieza a ser. Como en Japón soñó y realizó, incluso contra corriente, al situarse ahora en respuesta al Dios que le envía, sueña para realizar. Ahora comienza a ser responsable de una comunidad, la Compañía de Jesús, a la que desea soñadora y realizadora. Si algunas de sus utopías fueron irrealizables o lo parecieron, tuvieron el mérito de dar vida a otras que, porque soñadas, llegaron a realizarse. Y, en todo caso, pusieron a muchos en disposición de «perder la vida» en ellas y por ellas, lo cual ya fue, y sigue siendo, una gran realización. Pero el profundo valor autobiográfico de este texto radica no en lo que ve Arrupe que hay que hacer y se dispone a hacer, ni en cómo lo va a hacer -que son caminos abiertos-, sino en su «por qué» o, más propiamente, «por Quién», que es raíz definitiva y definitoria. Arrupe es un hombre «centrado» en el Centro del ser humano, Dios. Por eso será capaz de soñar, de acometer y de realizar cosas, muchas, que le superan por todas partes y que nos asombran. Con ocasión de celebrar sus cincuenta años de jesuíta (15 de enero de 1977), resumirá su propia historia: «Todo ello me hace desear que mi vida hubiese sido, o al menos lo sea desde ahora, 36
un continuo Magníficat. Es ésa la reacción profunda que experimento ante la inconfundible experiencia y la vivencia honda de mi propia pequenez unida a un no sé qué de seguridad inconmovible en los diversos cargos de responsabilidad que la obediencia ha ido poniendo sobre mis débiles hombros; la sensación experimental del semper ero tecum Que 6,16), la garantía de parte del Señor, pero que deja siempre la inquietud de que de mi parte «se realice ¡a condición», es decir, que yo me mantenga fiel. Es aquel claro-oscuro de la inseguridad humana, que no puede dudar de la seguridad de la ayuda de Dios16. Sus Apuntes nos lo hacen más cercano por más humano y más cristiano. Arrupe no es u n héroe. Llamárselo lo tomaría como humillación. Sí es un cristiano coherente, que vive con igual pasión lo grande y lo pequeño, porque lo mide todo desde el Dios que lo quiere y desde el ser humano que lo necesita, que han llegado a ser para él un mismo y único punto de mira. Su sello visible de autenticidad va en la sencillez de sus palabras y la elementalidad de su teología. Las grandes experiencias espirituales se dicen con palabras muy simples. Los que las viven, convencidos, como están, de que toda palabra humana es siempre muy pobre a la hora de expresar lo de Dios, no pretenden disimular con adornos verbales lo que sustantivamente entienden que es muy sencillo. IGNACIO IGLESIAS, S.J.
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En sus bodas de oro de Compañía, 15 de enero de 1977, en La identidad del jesuíta..., p. 535-540 (536).
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Características de la presente edición
El primer criterio seguido en ella es el de resaltar el texto autógrafo, como tal, lo más fielmente posible. Por eso hemos procurado destacarlo gráficamente al conservar su redacción original -hasta en sus incorrecciones-, la disposición de sus líneas y párrafos, los numerosos subrayados (simples y dobles) y los esquemas. También conservamos las transcripciones, manuscritas, de textos de la Biblia y de textos oficiales del Papa y de la Compañía, que Arrupe incluye en su escrito. Probablemente -a deducir también por su familiaridad con la Biblia en otros textos suyos- fue un recurso muy suyo para fijarlos, gustarlos, asimilarlos y aplicarlos a su realidad personal. En definitiva, para orarlos. En las notas al final del texto de Arrupe se presenta la traducción completa de esos textos, y la referencia en diversos tipos de letra, que permita observar la selección que Arrupe hace de los mismos. Por eso el disponer, fuera del texto, las notas explicativas del mismo, para que su lectura no cortocircuite la relación del lector con éste y -hasta donde es posible- con la vivencia del que se expresa en él, como es y como está. En el margen de39
recho del texto principal y entre paréntesis va la llamada a la nota final correspondiente. Se ha querido situar el texto en el marco histórico (de mundo, de Iglesia, de Compañía) en el que Arrupe vive este momento decisivo de su vida: su elección como superior general, su nombramiento como miembro de la Comisión de Religiosos en el Concilio Vaticano II, la misión más urgente que dramáticamente acaba de ser confiada por S.S. Pablo VI a la Compañía. A este enmarque quieren servir en parte la introducción, por un lado, y la serie de ocho anexos que transcribimos. Todos ellos tienen que ver o como anticipo de lo que Arrupe vive germinalmente en sus Ejercicios de 1965 (anexo 2) o como su desarrollo (anexos 3, 5, 6, 7 y 8), o como motivación y estímulo para vivirlo (anexo 1 y 4). Cubren el espacio de siete meses que va desde el día de su elección (22 de mayo) hasta el final del Concilio (8 de diciembre) de ese mismo año de 1965. El título que hemos puesto a la obra es una expresión familiar a Arrupe, que figura en su texto y que es central en su vivencia de estos días y en su planteamiento de vida de siempre.
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AQUÍ ME TIENES, SEÑOR Texto autógrafo del P. Pedro Arrupe
Ex. Sp. 1965 - ROMA
Ifol. 1]
Elegido por Dios para ser General de la Compañía ad vitam. (1) Todos los dones y gracias han sido dados no para nú, sino para la Compañía y la Iglesia. También los defectos deben ser considerados bajo esa luz y ver que debo corregirlos y evitar sus perniciosos efectos. 1) El puesto de General supone ser instrumento, representante, y canal de Dios y sus gracias para llevar a cabo sus planes por medio de la organización más fuerte de la Iglesia. Enorme gracia pero enorme responsabilidad 2) La seguridad de la existencia de la gracia es cierta. Nuestro Señor me ha de ayudar pero exige de mi parte una fidelidad absoluta a sus direcciones y a sus gracias. La unión con Cristo y su constante comunicación es de una necesidad absoluta. De ella depende el bien de la Compañía. Es necesario llegar a una identificación lo más perfecta posible. Naturalmente exige también mucha discreción de espíritus para no equivocarme y tomar por inspiración de Dios lo que es de mi espíritu propio. 3) Supuesta esta dirección y comunicación directa: la autoridad y dirección se apoya en él (ella) y da una superioridad y firmeza en las decisiones que no deben ser detenidas ni modificadas por consideraciones humanas cuando se opongan a la voluntad del Señor. Claro está que esto no se opone a la prudencia y discreción (humanas) en la delicadeza de ejecución. Tampoco se opone antes supone consulta ya que es un modo de manifestarse la voluntad de Dios. 4) El General es Jefe pero es cabeza y padre. (2) Es Gobernante y Administrador De ahí a) 1) la amabilidad, cariño, llaneza de Padre 2) la claridad, determinación, firmeza del Administrador 47
jf científica b) 1) estudio, información -Asistentes G. + Reg. Pers ^ humana 2) Disposición del trabajo: Oficina distribuidora de las funciones de cada uno 3) tiempo y paz para considerar las cosas sobre todo las universales (3) 4) Comprensión y amabilidad humanas, cariño y y amor ¡fol. 2]
que se verifica I) en la oración retirada larga 2) " " " breve. 3) en las constatas particulares (de personas 4) durante el trabajo: viendo en otros al representante de Dios 5) en el trabajo externo 6) en el descanso. + estudio "Si conversi eritis ad Deum ex toto corde et tota anima vestra, ut agatis coram eo sincere, tune revertetur ad vos, ñeque abscondet faciem suam a vobis et considérate quae facturus sit vobis, et celébrate eum ore pleno" (Tobías XIII - 7-9) (4)
Creado: con una dependencia absoluta. Mi existencia es una creación continua. Cada instante una nueva creación. Sentir esa dependencia divina. Esa operación creativa de cada momento. Señor! dame a sentir esto como diste a S. Ignacio! Esa continua creación es fuente de una humildad profundísima (todo de Dios) pero al mismo tiempo de una fortaleza extraordinaria (omnipotencia de Dios con nosotros). Qué influencia ha de tener esto en nuestro trabajo.? 1) Dependencia absoluta de Dios: a) deseo de conocer su voluntad 1) Dettachment de todo lo que se puede oponer a oir su voz 2) continua comunicación con El b) Modo de realización: práctico c) Fortaleza en su ejecución 2) Grandeza en las ideas: Es Dios quien dicta y ejecuta; no podemos poner límite a sus planes. Magnanimidad unida al realismo. Pero la magnanimidad ha de ser a lo divino Es Dios quien piensa y comunica. Da valores e intereses divinos los cuales El, (Dios) quiere conservar y acrecentar pese a todo lo que nos cuesta 3) Necesidad de una identificación con J.C. y un sez poseído de su gracia lo cual exige un continuo contacto con El
Isaías 41,8 8 Et tu Israel serve meus. Jacob quem elegí, semen Abraham amici mei 9 In quo apprehendi te ab extremis tenis, et a longinquis eius vocavi te et dixi tibí: Servus meus est tu, elegí te, et non abjeci te. 10 Ne timeas, quia ego tecum sum; ne declines quia ego Deus tuus: confortavi te et auxiliatus sum tibi, et suscepit dextera iusti mei. 11 Ecce confundentur et erubescent omnes, qui pugnant adversum te: erunt quasi non sint, et peribunt viví, qui contradicunt tibi 13 Quia ego Dominus Deus tuus apprehendens manum tuam, dicensque tibi: Ne timeas, ego adiuvi te 14 Noli timere, vermis Jacob, qui mortui estis ex Israel: ego auxiliatus sum tibi, dicit Dominus: et Redemptor tuus sanctus Israel 15 Ego posui te quasi plaustrum triturans novum, habens rostra serrantia: triturabis montes et comminues : et calles quasi piúverem pones 16 Ventilabis eos, et ventus tollet, et turbo disperget eos et tu exsultabis in Domino, in sancto Israel laetaberis (5)
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[fol. 3]
(fol. 4 en blanco) [fol. 5] Todas las otras cosas
Prínc. y F-iind. II"
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Todas las cosas sobre la haz de la tierra son criadas para ayudar al hombre en la consecución de este fin En este punto y como General todas las cosas adquieren una amplitud inmensa (Compañía en todo el mundo) ya que se trata de las cosas S.J. hombres y de las cosas, obras, empresas etc, que pueden y , deben ser dispuestas en este orden para ese fin. Ni solamente la Compañía in "stricto sensu" sino todo aquello que en una forma u otra está bajo 2 la influencia de la Compañía: Antiguos alumnos, Relaciones S.J. lato sensu externas y sobre todo otros Institutos Religiosos que cooperarían gustosos y seguirían las direcciones que diera la Compañía de Jesús en su General 3 otras (Religiosas del S.C. - Esclavas, Mercedarias, Hijas de Jesús, Cong. Auxiliadoras del Purgatorio, Religiose del S. Costato, etc) Religiosas Es decir, que una renovación espiritual y apostólica puede verificarse en las circunstancias actuales: sobre todo teniendo en cuenta y utilizando la coyuntura del Concilio. í Por ejemplo, una colaboración en el surwey sería fan- (7) tástico. Es decir, primero hay que crear esta atmósfera ejemplo en la Compañía y formar un grupo de incondicionales surwey < que después transmitan esas ideas a otros institutos. Yo mismo personalmente, valiéndome de mi puesto e influencia puedo hacer un apostolado enorme VÍÍ ese sentido. Ea devoción al S. Corazón debe estar muy en (8) Devoc. primer término, de modo que se dé una verdadera al S.C. renovación espiritual en ese sentido en el mundo. (Preparar el disco de un modo moderno y teológico (9) ^ hablar y escribir, hacer hablar y escribir a otros) 1
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Si consigo que esas gracias extraordinarias se vuelquen sobre el mundo ciertamente que hemos conseguido un milagro de la gracia, pues tendrán efectos extraordinarios. Para ello hay que estudiar y enfocar las cosas muy bien y de modo efectivo (moderno, atractivo, amplio, buscando colaboración en todo el mundo...) Tal vez la idea de buscar jesuítas que se ofrezcan de un modo especial a ofrecerse a esa vida de oración y sacrificio: formar un grupo? Escribir en alguna carta? Pedir el batallón suicida (10) [fol. 61 Ea gloria de Dios es el máximo valor; por eso a ello hay que subordinarlo todo y al mismo tiempo es el valor que hay que conquistar, pese a quien pese, a toda costa: he ahila necesidad del máximo esfuerzo: ahí la base del celo apostólico De ahí un dinamismo inmenso que dé una profundidad también máxima. El celo que quema, que abrasa, que no deja descausar, que quiere extenderse a todos. La renovación espiritual del mundo está aquí. El mundo (incluso el religioso) se ha olvidado que el máximo valor es la gloria de Dios. Y además no sabe en qué está la gloria de Dios. Esto es un punto central completamente ignaciano que da a la actividad apostólica, teológicamente considerada, su verdadera significación y actitud. Gloria de Dios: el conocimiento y amor de los hh. hacia Dios. Naturalmente incluye la salvación de las almas pero no está limitado a ello. Por eso, aunque las almas se salvasen (no fueran al infierno) en otras religiones, no por eso el celo apostólico debería disminuir. Un aumento de la gloria de Dios justificaría la labor misionera. Ni debe ponerse esa labor misionera en esa salvación sólo, sino también en ver dónde se obtiene mayor gloria de Dios (y por tanto de su Iglesia).
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Ifol. 71 III El sentido de la indiferencia es ese desprendimiento de todo que dá una libertad de espíritu completa, disponiendo así al alma a la máxima disponibilidad bajo la acción del Espíritu Santo: que es la fuerza dinámica más grande. El dinamismo de la Compañía radica aquí: El máximo de libertad, de disponibilidad a la acción inmensa del Espíritu Santo. El dinamismo y activismo mundanos se quedan enanos comparados con este otro del Espíritu Santo, que comprende esa actividad desde sus orígenes espirituales, poniendo a las potencias inferiores humanas en una tensión orgánica y llena de paz que no tiene igual en todo lo meramente humano. La gran fuerza motriz es el Espíritu de Cristo, que pone en actividad a todo el hombre desdelas raices de su espíritu. Ahora bien, esa acción del Espíritu es mML. de ahí que es también coordinada en sus manifestaciones: He ahí la unidad de la Iglesia. Nuestra acción es, pues, unificada y coordinada: El Espíritu Santo que obra a través de la Iglesia tiene que dar esa unidad; y de hecho la da aun a pesar de las rivalidades humanas. El Centro y dirección de esa unidad está en el Romano Pontífice y en (el) Concilio como tal. (no tanto en cada uno de los Obispos en particular, pues aquí hay también mucho de humano). Esa unidad ha de ser procurada. Para ello hay que buscar una dirección y sumisión a esa dirección del Romano Pontífice. Supuesta la dirección, al menos en general, tenemos que buscar también nosotros esa coordinación y unidad de plan: 52
1) en la misma Compañía 2) en la colaboración Eclesiástica a) con los obispos b) con otras Congregaciones Religiosas c) con los seglares El descubrimiento y constatación de ese plan es de una importancia capital: qué es lo que Dios quiere de su Iglesia y de nosotros dentro de ese plan de la Iglesia? Eos medios para conocerlo son: 1) Ea via del Papa y del Concilio 2) Nuestro estudio y oración Ifol. 8]
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Oración de todos en la Compañía y muy especialmente de los Superiores, que son los que tienen gracia de estado: Eo cual incluye como es natural el oír y estudiar las propuestas de los sujetos Estudio con investigación científica de la situación actual de la Iglesia que nos llevará a conclusiones prácticas Este problema se presentó sin duda en el Concilio también. Problema importantísimo, pero que tiene el peligro (12) de ser pasado por alto o de sufrir capitulaciones de orden humano. La visión de conjunto no es en muchos casos de los Obispos particulares (muy comprometidos en sus problemas locales o nacionales) sino en una visión amplia y universal desde el Vaticano Romano Pontífice. Habría que colaborar y procurar que esa unidad grandiosa de la Iglesia se verifique. Una colaboración de todos los elementos según una unidad de plan dictado por el Espíritu Santo. El naturalismo y ateísmo son los enemigos terribles que (13) se extienden por todo el mundo y lo infiltran todo; esa lucha exige la unión de todos los elementos bajo la unidad de un plan, que ha de ser uno, aunque en sus manifestaciones pueda aparecer muy complicado. 53
Plan que ha de comprender toda la Compañía y aquellos elementos que quieran colaborar. Naturalmente que esa colaboración debe ser procurada positivamente presentando esta idea a los demás. No es este el momento en que nos podemos dormir o proceder a paso de ciego, o divididos. Una actividad máxima bajo un plan y con conducción de todas las fuerzas es necesaria. ) Ifol. 9] Tantum quantum: Principio clarísimo que no deja lugar a duda. Usar de las criaturas todas y disponerlas de modo que sirvan para la mayor gloria de Dios. El fin es Dios mismo, el valor creado mayor es la gloria de Dios: esa gloria es en concreto el conocimiento y amor que los hombres tienen de Dios y hacia Dios. De ahí que todos los medios tienen que ser medios en cuanto redundan en más conocimiento y amor de Dios. En estos medios (o criaturas) se incluyen todos sin restricción de ninguna clase: medios sobrenaturales y naturales: personas y cosas: positivas y negativas: agradables y desagradables. Ea mayor gloria deDios está en la intensidad y extensión de ese conocimiento: mayor conocimiento y más amor: intensidad perfección individual y colectiva. Mayor y mas extendido conocimiento y amor: conversión al Dios verdadero. (N.B. en este punto se puede prescindir de la salvación de las almas posible fuera de la Iglesia católica. En nuestro trabajo podemos y en cierto sentido debemos prescindir del efecto último, ya que éste depende exclusivamente de la gracia de Dios: Yo trabajo y hago todo lo que puedo por aumentar ese conocimiento entre cristianos y entre paganos. Cuales son los resultados concretos? Un adelanto en la virtud? 54
una conversión? un alma que se salva del infierno? No sé: yo debo trabajar por aumentar la gloria de Dios por los medios más eficaces y por las almas que puedan dar más gloria a Dios, por estar más necesitadas o por su valor especial. De ahí vendrá la selección de los ministerios y trabajos (circa quam) y de los procedimientos (quo) Ese modo de enfocar nuestro trabajo es el verdadero objetivo y que deja tranquilo con toda paz. 1) Se salvan las almas fuera de la Iglesia? No sé cuales están dentro de la Iglesia, prescindo. 2) Cual es el modo como el Señor juzgará a las almas: cual es la medida de la responsabilidad individual ? No sé - prescindo. 3) En qué estriba la mayor gloria de Dios? en que las almas le conozcan y le amen más y que ese número crezca y se intensifique. 4) Qué es lo que Dios pide de mí como individuo? Que le procure la mayor gloria: es decir, que entregue Ifol todo mi ser y me de (a) todas las criaturas para darle la mayor gloria: es decir, para que yo, le conozca y le ame y para que procure que otros le conozcan y le amen más y más: Ese es el verdadero sentido apostólico: el verdadero contemplativo en la acción Esa mayor gloria de Dios en mí está en la caridad que se perfecciona: que aumenta con el conocimiento y que origina una mayor unión con Dios. Cuanto más unido con Dios por caridad: 1) Doy yo por mi parte más gloria a Dios. 2) Soy un instrumento más perfecto para procurar la mayor gloria de Dios. a) porque unido a El haré siempre su voluntad del modo más perfecto (=gloria de Dios) b) porque recabaré más gracias eficaces para los demás c) porque iluminado por Dios haré en cada momento lo que más conviene para las almas 55
d) porque sabré elegir los medios más aptos para disponer a esas almas 1) individualmente 2) como estructuras . familiar 3) " sociedad. apostolicum nmnus Societatis propium ad hodiernas rerum conditiones et adiuncta sedulo confirmaba XIV. qui... ad revisionem operum ministeriorumque nostrorum instituendam secun(dum) Constitutiones, ita ut apostolatus Societatis veré respondeat hodiernis Ecclesiae neccesitatibus In specie ut Ule munus a Summo Pontífice Societati demandatum, scil. ut atheismo validissíme obsistat, libenter et alacriter perfecturus erit. De las palabras de la Audiencia de antes de la Elección: Paulus VI (26) 7 Maii 1965 (AAS. LVII, n. 7, 8 julio 1965, pg 511 ss) "Arduum hoc est munus (elcctionis novi Generalis), praegravis momenti negotium, quo prosperitas, emolumentum, salus et progressio Instituti vestri contínetur.... "ostende quem elegeris" Act l - 27) "Nos autem (S. Pontifex) sollicitudinís vestrae admodum particeps dum precibus vestris Nostras adiungimus optamus cupimusque [fol. 16] vehementer ut deligendus optimi cuiusque exspectationi par sit et necessitatibus in quibus Religiosae Familiae versatur plene planeque suppetat. ".... Attentam dabit operam cnramque eligendiis Generalis Praepositus vester ut concentus vester nullum abruptum sonum elíciat, sed contra sit laus plena integrae fidei pietatísque decora, quem quidem rectum concentum plurimis vestrum contingere gratulando animadvertimus et animadvertendo gratulamur" 59
[fol. 17] Consideraciones sobre cada una de ¡as cualidades del Prepósito General (27) 1 [723] La primera es que sea muy unido con Dios Nuestro Señor y familiar en la oración y todas sus operaciones para que —> tanto mejor del (de El) como de fuente de todo bien impetre a todo el cuerpo de la Compañía mucha participación de sus dones y gracias y mucho valor y eficacia a todos los medios que se usaren para ayuda de las ánimas.
a través de la oración que es un don que está incluido en esta "gratia status". Confianza grande en el Señor'. El "munus Generalis" es de tal grandeza que exige esa comunicación del Señor. Por otro lado darme cuenta refleja de la inmensidad de las posibilidades, pero al mismo tiempo de la responsabilidad, si no se procura esa eficacia sobrenatural en la realización de esas empresas.
(folios 18,19 y 20 en blanco)
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1. Muy unido con Dios y familiar en la oración y todas sus operaciones Esto exige un don muy alto de oración y una asiduidad también en ella, pero al mismo tiempo una perfección adquirida en el sentido de "contemplativus in actione" pues ha de estar unido y ser familiar con Dios en todas sus operaciones. Esta es la cualidad fundamental: de ella se ha de derivar todo el bien para el General y para la Compañía. Por eso todo esfuerzo y diligencia por adquirir y adelantar en es(e) don de oración ignaciano será pocoAquellas experiencias de contacto del yo_ y de esa soledad interna con Dios van en esta dirección. Debo fomentar en lo posible aquel espíritu. En esa soledad interna es en la que el Señor se comunica y en ella y por medio de ella vienen esas "intuiciones" estilo S. Ignacio para poder ver las cosas con mucha simplicidad y claridad junto con un convenciendo (convencimiento) de que aquello es de Dios (28) La oración retirada prolongada (preferentemente de noche) y también la breve, pero intensa, en circunstancias difíciles en que se pide al Señor una solución de un problema, son los momentos más propicios. Vida pues de oración continua. Tener la persuasión de que así como es el Señor quien me ha elegido para este cargo El me dirigirá y me fortalecerá 60
[fol 21] Día 5 de agosto. Meditación de la tarde 4,1/2 Una elevación de espíritu viendo al mundo abajo y al Señor arriba. La lucha que se está realizando en el mundo es como se describe en las 2 banderas. Es una guerra de fondo, de principios, de vida o muerte y ahora es un momento decisivo de la historia. Yo, como General de la Compañía tengo un puesto muy decisivo en esta batalla y una responsabilidad también muy grande. Mi primer plan ha de ser el estar unidísimo al Señor que es quien ha de planear esta batalla y comunicarme su plan para la ejecución. Lo que debo hacer en primer lugar es poner a la Compañía a tono con estas ideas tan grandes. Tienen que vibrar todos los jesuítas con esta empresa, y al mismo tiempo que llevar a la vida práctica ese entusiasmo con "una entrega absoluta de sus personas". Es un momento en que el jesuíta ha de demostrar lo que es o irse! 61
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Batalla de proporciones alarmantes; es una verdadera batalla en el fondo o sea que aunque en los procedimientos respecto a los hombres tengamos que proceder con caridad y comprensión (diálogo, aproximación, colaboración in externis), es cierto que en cuanto a principios y al último motor que mueve todo este mundo ateo es el demonio (Lucifer) la bandera del mal caudillo. La lucha contra el mal Caudillo es con armas espirituales y la crueldad de la lucha no está más que en el interior del propio individuo = negación del propio yo: mortificación y desprendimiento. Pero al exterior hemos de aparecer amables, agradables- Es decir, la ludia considerada en cada uno es interna, espiritual; pues se combate un espíritu que pervade todo, (severo consigo, lucha contra la propia carne, soberbia, pobreza). Al exterior, como no se combate contra hombres, sino contra el espíritu que domina a esos hombres, ha de ser atractivo, comprensivo, ... para que ellos mismos reconozcan su esclavitud y ellos la rechacen!
(31)
Satán
(M)
Ac. Ext
Ac. Ext Apost.
Ifol. 22} Es decir, se trata de que la gracia obre en su interior; y eso se consigue con medios espirituales (en primer lugar) oración, sacrificio... y también con medios naturales materiales: amistad, instrucción, diálogo... Para así proporcionarles las gracias actuales que van verificando el proceso de conversión
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- • Satán
Xto.
En esta lucha ha de comenzarse por el interior de cada uno (como he dicho antes), es decir, la victoria ha de comenzarse en el propio corazón. El éxito de la empresa ha de garantizarse primero en su propio espíritu. Para ello se podría comenzar con grupos que se quieran dedicar de un modo especial a este apostolado: Casas de espiritualidad intensa de pobreza, abnegación: estudio, trabajo de equipo. Con un ideal así se podría comenzar la "reforma" de la pobreza y de la vida de espíritu. La multiplicidad de actividades hace que el número pueda ser grande, pero en equipos pequeños, con vida familiar austera pero con un ideal muy grande, en que se verifique el espíritu evangélico de S. Ignacio. Los verdaderos batallones suicidas. Estudio especial: espiritualidad especial. Trabajo y vida especial jesuíta hasta las últimas consecuencias. Ya desde el escolasticado. Con toda generosidad espiritual. Para el plan concreto se necesita estudio profundo para ver el modo más eficaz de desarrollar esta campaña. Una vez determinado, llevarlo hasta las últimas consecuencias. Ya la preparación espiritual puede comunicarse desde ahora: vida de oración intensa, de pobreza 63
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ifol 241
Ifol. 231 de caridad y colaboración, de entusiasmo por un ideal. Modus procedendi: 1) Convencimiento y concretización de la grandiosidad de esa obra (Grandiosidad porque 1) incluye prácticamente todo apostolado 2) por su dificultad 3) por su importancia 4) por ser mandado directamente por el Sumo Pontífice 2) Preparado} i espirih tal: espíritu ignaciano hasta ¡as últimas consecuencias: ley interior de la caridad pobreza y humildad. Obediencia magnanimidad etc... 3) Estudio completo de la situación y determinación práctica en grandes lineas. 4) Determinación de ¡a Compañía en ese plan y su realización práctica. 5) Realización práctica: estructuras, formación... vida de comunidad 6) Comunicación de antemano a la Compañía de este plan y comenzar la preparación espiritual Sin duda que esto levantará el espíritu y dará a la Compañía un nuevo vigor y unión, con optimismo y entusiasmo. La lucha contra el ateísmo (- naturalismo -y la ayuda a países paganos y subdesarrollados) en el siglo XX es (33) ¡o que fué (y aun más) la Reforma y descubrimiento de nuevos continentes en el s. XVI Esto bien presentado ha de poner a tono a toda la Compañía. Cómo comunicar y hacer que se sienta esto de un modo efectivo? ++ Papel del P. General en todo esto?
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Meditación de las 6,1/2 Si hemos de seguir el ejemplo de S. Ignacio debemos ver cómo el combatió o procedió contra ¡os errores de su tiempo. Procuró acentuar las virtudes, principios y prácticas opuestas a ¡as que impugnaban sus contrarios y dio a la Compañía una organización y estructura propia de ¡a lucha de aquel tiempo Nosotros debemos: inculcar y proceder según ¡os principios opuestos al enemigo - materialismo ateo 1) En nuestra vida religiosa individuai con una sobrenaturalidad absoiuta con ¡a práctica de las virtudes que más combate ese naturalismo ' a) obediencia b) pobreza c) castidad < d) mortificación e) personaiidad natural d) racionalidad (34) ,e) vida comunitaria 2) Esto exige que nosotros declaremos cuales son esas virtudes y sus principios teológicos de modo que determinemos cómo procede en eüas ¡a Compañía qué es obediencia... sus principios teológicos su práctica pobreza en la Compañía castidad mortificación..., etc vida comunitaria
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Es decir, que debemos presentar la figura concreta de Compañía hoy y exigirla aun a costa de perder sujetos que no se acomoden. Esa claridad de ideas y ¡a nobleza en exigir su ejecución son elementos necesarios para poder ir adelante con la eficacia necesaria en nuestra vida. Un papel importantísimo de la Congregación General es éste, el determinar estos puntos claves de nuestra espiritual(idad) y de nuestra actividad apostólica
ífol Meditación de la mañana 6 agosto (V Viernes) Mi posición ante el Señor ha de ser de humildad y agradecimiento profundísimos. El puesto para el que El me ha elegido exige una pureza de alma extraordinaria. Muchas razones, pero principalmente me convencen 2. 1) El agradecimiento me obliga a ser fidelísimo al Señor, de modo que ni la más mínima cosa que yo vea que El me pide, puedo negársela. De ahí que el pecado, falta o imperfección voluntaria debe quedar absolutamente excluido. ¿Cómo puedo yo mostrarme tacaño con un Señor que ha sido tan generoso conmigo? ¿Cómo puedo yo tratar de ofender o no agradar a Quien tanto ha depositado en mí? 2) Ea necesidad de un contacto íntimo, lo más posible, y continuo con el Señor me obligan a una pureza de alma grandísima. Nuestro Señor es quien ha de moverme e iluminarme con su gracia. El empañar la lucidez de un alma limpia tiene la fatal consecuencia de una disminución de contacto con El y además de un obscurecimiento en mi espíritu que me puede impedir vez las cosas que el Señor quiere y cómo El las quiere Ese continuo ver, mirar, oir... a Nuestro Señor no 69
puede verificarse más que en una conciencia lo más pura posible. Esa comunicación continua me es absolutamente necesaria para poder desempeñar mi cargo bien. El oir al Señor y comprender bien su voluntad exigen el corazón perfectamente limpio. Beati mundi corde guia ipsi Deum videbunt. El espejo del alma tiene que estar siempre diáfano sin empañarse lo más mínimo. (35) De ahí que si siempre ahora adquiere una actualidad especialísima el voto de perfección. Ahora tengo que observarlo con toda diligencia, pues en esa diligencia en observarlo estará también mi preparación para oir, ver y ser instrumento del Señor: que es cumplir en todo con su voluntad. El es quien dirige; yo no tengo más que oir. El inspira; yo procuro la ejecución. El corrige; yo debo enmendarme o enmendar (a) otros de un modo visible (executio).
es sin duda la "conditio sine qua non" para poder obtener la 1" (pureza perfecta) Ahora bien, esa pureza de alma, que puede aparecer como algo negativo, es de un valor positivo enorme ya que es el modo como la "energía" positiva de la gracia de Dios puede obrar y obtener efectos admirables. ¿A dónde me puede conducir esa fuerza omnipotente de Dios, si yo soy dócil perfectamente a su "fuerza impulsora"? ¡Cuántas gracias para el cuerpo de la Compañía si i/o soy dócil perfectamente al Señor! La comunicación perfecta del Señor con la Compañía exige también mi pureza perfecta de alma. Yo el caño a través del cual deben pasar el mayor número de gracias posibles para toda la Compañía y cada uno de sus sujetos y sus obras!
\fol. 26] Esto es a la vez un motivo más, para fomentar en mi la devoción al Corazón de Cristo, ya que es la fuente de gracias extraordinarias para la propia santificación! Ahora me son más que nunca necesarias, ya que esas gracias, además de ser para mí personalmente imprescindibles, han de redundar en bien de toda la Compañía y de las almas que están en contacto con ella Estos dos puntos son esenciales para mi vida espiritual individual en orden a desempeñar mi cargo de General en estas circunstancias: 1) Pureza de alma hasta lo más perfecto 2) Un amor al SC de Cristo con una vida de reparación. Ambos elementos están intimamente relacionados pero en nula forma de espiritualidad: amor a Cristo reparador 70
6 de Agosto (V Viernes) Tarde 4,1/2 Un sentimiento profundo y clarísimo de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Jesucristo está en el sagrario realmente. El, el Salvador del mundo, el Rey de la creación, la Cabeza de la Iglesia y de la Compañía. El está ahí y me habla, me dirige. Solamente El Santo Padre y la Santa Sede están en condiciones de interpretar su voluntad de modo que se. puedan imponer por autoridad. A ellos he de someterme de un modo completo, humilde, leal y como decía el Sto. Padre en su última audiencia (julio 17) como cadáver. Desde luego la Congregación General tiene también autoridad sobre mí, aunque ahí yo soy también un miembro cuya opinión de hecho ha de pesar mucho. 71
Este sentimiento de estar siempre al lado de Jesucristo y de poder oir su voluntad dan mucha seguridad y confianza y el sentido de autoridad verdadero. Cuando algo aparezca como voluntad clara del Señor, yo_ soy quien debo presentarla y exigirla aunque cueste sacrificios a mí y a otros; y los demás son los que se deben someter. No es esto despotismo, sino ejercicio de una autoridad real que proviene de Cristo. Naturalmente la voluntad y su ejecución de modo concreto se conoce o al menos se ratifica a través de los órganos que el Instituto (representante de Cristo para mí) me proporciona (Consultores, Asistentes, etc..) Pero Cristo está en este pequeño Sagrario a mi lado! Mientras yo_ no me separe de El, El estará siempre a mi lado. El me ha elegido, él me ayuda. Qué terrible si yo_ me apartara de El. Ese mismo día había caído y dejaba de ser lo que soy! Señor, ayudadme, "ut numquam a Te separari permitas!" Vida de Pe, de intimidad con la Eucaristía! Mi gran amigo, consejero, ayuda, alimento... Jesús!! "Si ipse pro me, quis contra me?". "Omnia possum in eo qui me confortat!"
Ea presencia real de Cristo, de mi amigo, alter ego, de gran jefe, pero al mismo tiempo mi íntimo confidente. Ea obra es de los dos: él me comunica sus planes sus deseos; a mime toca colaborar "externamente" en sus planes que El ha de realizar internamente con su gracia. Qué obra tan grandiosa la que El pone en mis ma(no)s; eso exige una unión de corazones completa, una identificación absoluta. ¡Siempre con El! 72
Y El nunca se apartará! Yo tengo que mostrarleconfianza y fidelidad. Nunca separarme de El. Pero la raíz está en ese "amor amicitiae", en ese sentirse el "alter ego" de Jesucristo. Con una humildad profundísima, pero con una alegría y felicidad inmensas también. ¡¡Yo siempre con El!! Siempre colgado de sus labios y de sus deseos. ¡Qué vida tan feliz! Gracias Dios mío! ¡¡Aquí me tienes, Señor!!
Meditación a las 6,1/2 pm S. Ignacio tuvo grandes ilustraciones trinitarias y durante sus i'iltimos años en Roma fue extraordinariamente ilustrado por medio de esos dones místicos. Ea Luz de S. Ignacio era sobrenatural concedida por el Señor (Stma. Trinidad) de un modo abundantísimo. Yo necesito ser iluminado y dirigido por el Señor: el modo y medida es una cosa reservada al mismo Señor, pero yo_ tengo que hacer de mi parte todo lo posible para conseguir del Señor esas luces que me son tan necesarias en estos momentos tan difíciles de la Iglesia y de la Compañía. Cuanto más pueda parecerme a S. Ignacio en este don de oración y comunicación con el Señor, tanto más podré parecerme en la dirección de la Compañía y en la solución de los problemas actuales de la Compañía (que se refieren prácticamente a todos los puntos esenciales). Ea solución está en la vuelta a los principios ignacianos con toda sinceridad y crudeza; la aplicación se verifica lógicamente y como espontáneamente surge de tales principios. Estudio y oración sobre estos principios ignacianos su esencia, su extensión, su interpretación de S. Ignacio. .., todo eso es vital. 73
[fol. 29] 7 - VIII - Medí, mañana. 9,1/2 Reí/ temporal (41) El plan de Jesucristo de la salvación de todo el mundo es grandioso. Pero ahora toma para mí una forma muy concreta de colaboración como General de la obra más influyente de la Iglesia. En primer lugar es necesario tratar de ver bajo la luz de la fe y con una consideración o experiencia interna individual (un conocimiento interno) qué es lo que eso significa. Esa experiencia interna me lia de llevar a una entrega absoluta; por su grandiosidad, por su transcendencia para el mundo todo, por su belleza, no hay empresa más noble. En 2° lugar, supuesta esa entrega absoluta, hay que buscar pedir en la oración que el Señor me comunique sus planes. La obra es vastísima y complejísima; que se puede enfocar de una manera muy diversa y con una generosidad y desarrollo vario: ¿Cual es el plan del Señor? 3: Hay un punto clave concreto en que el Señor por medio de su Vicario ha manifestado su voluntad. La lucha contra el ateísmo en todas sus formas.
specialis fiáelitas erga S.S.
[A] cumprimis catholici nomims esse robar solidissimnm et Apostolwae Seáis addictnm deditumque aginen, exercitata virtute instnictiitn. Quo in servando sacramento militiae si alii religiosi sodales fideles debent essc vos aiitenifidelissimi, si alii fortes, vos fortissímí, si alii lecti, vos lectissimi.
IR] Vitae vcstrae tenor, qnalis addecet bonos mil(lit)es Chnsti operarios strennos nec nnquam reprehéndanlos, firmitcr innitatnr oportet sanctitatis moribns, vobis propriae, evangelicen' aséeseos forma austera tenor vitae et virilis animi robore spectanáa; componatur virtutes oportet disciplina nequáquam nntabnnda nec proprii animi inclinationibns fracta, sed alacri, prompta et ómnibus in snis modis et rei effectibns aequa et stabili. [C]... Scmper ómnibus cavendum est, ut in sentiendo, in docendo, in scribendo, in agenda nolint cnvendttm conformar! Imic saeculo, et circumferri omm' desiderium novitatis vento doctrinar, ct pracposteris novitntibus concederé, praeter modum proprio indulgentes arbitrio.
¡fol 30]
fíde retenta nova et vetera proferantur
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De atheismo
[D](Ecclesia agnoscit smgulariter erga se vos esse filios (43) deditissimos, apprime vos diligit, vos in honore babet et, liceat Nobis audax adhibere verbum, vos reverehir) Ecclesia sancta Dei vestra eget sanctimonia sapientia, intelligentia rcrum, strenuitate, idque (44) a vobis poscit. ut priscae fidei retinentissimi de thesauro coráis vestri nova et velera proferatis in auctiim universae gloriae Dei et in humani generis comparandaiu salutem, in nomine Domini ¡esu Christi, qnem Deus exaltavit et áonavit illi nomen, quoá est super omne nomen! [El De formiáutoso periclito Inunanae consortioni instanti loquimiir, áe atheismo. ...Quorum omniuin áeterrima putanda (45) est, cum de antitheismo agitur, áe pugnad impietate, quae non soluní sententia mentís et actione vitae áenegat esse Deuin, sed etiam contra theismum arma suniit eo consilio, ut relígionis sensiim et quidqitid est sanctum piuinque radicitus evellat. Societati ¡esu, cuius apprime propium est Ecclesiae et religioni sanctissiinae praesidio esse, cum ncerbiora témpora vertunt.
Hoc demandamus munus: 74
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Munus: finís
Media adhibenda
ut coniuiictis viribus atheismo obsistant vnlidissime sub signo et adíutorio fulti, Sti. Michaelis, principis militine coelestis, ciiius ipsa appellatio victorinm vcl fulgurat, vel futuram portendit. Onnproph'r ignatiani sodales: "omni cxperrecta virtute, hoc bonitin certent certamen, millo praetermisso consilio, ut cuneta bene disponantur etfeliciter cedant. Ob id igitur investigent, omnígenos collant nuntios, typis, si oportct, cudant, ínter se disceptent parent huius reí peculiariter studiosos, sacras preces fundant, iustitia et sanctitate eniteant, pollentes et instructi elloquentia oris et vitae, coelesti coruscante gratia cui referri possit illud S. Pauli Apostoli "Sermo meus... aCorll,4)
[fol. 33] (46)
Preparación de la 2" sesión de la C. G. 1)
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¡fol. 31]
est voluntas S. Poiltificis
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Otiod libentius et alacrius perficietis, si mente vestra iwrsaventis illud muniis in quod absolvendum incumbitis et nova contentione incumbetis,Mm fuisse hlbitn jiestrn stntiiium ird mimua ah Fcclesia a Summn Pontífice nnhit mneredihmi esse.
Sanctus Jgnatius, pater legifer vester, tales vos voluit, tales Nos quoque volumus Kfideles omnino erga S. Pontificem)} (48) pro certo habentes eam, quam in vobis collocamusfiduciam amplíssime impletum in ac impida huiusmodi vota Societatis lesa, ubivis ipsa toto orbe terrarum militat, orat, agit, largifluam messem reflorentis vitae et praeclarorum meritorum, quibus digna Deus praemia attribuet, parilura esse.
Ver los Postulados dirigidos al P. General Además de dar las respuestas, estudiarlos para ver qué se deduce (si algo) de SIÍS ideas, etc. 2) Reunir la Comisión determinada 3) Pedir noticias del modo como van procediendo las distintas Comisiones 4) Crear una comisión de Re temporali: Durocher, Walter, etc 5) Preparar algo respecto al ateísmo y comenzar ya (a) preparar planes etc; tener reuniones acerca de ello. Sociología Greg. - Theologos Philosofos Acción Populaire etc 6) Establecer el Secretariado de Misiones 7) " " de Espiritualidad ignaciana 8) Estudiar las actas y relaciones para poder orientarlos bien 9) Escribir a la Compañía una carta oficial sobre la fidelidad al Sto. Padre y explicar un poco su encargo sobre el ateísmo y sus direcciones generales sobre la Compañía (audiencias 7 Mayo 17 de Julio) ( " la mía privada (50) 10) Comenzar la preparación del surivey sobre sociología religiosa para conocer el papel de la Compañía en el mundo. 11) Ponerme en comunicación con las reuniones de los Provinciales por Asistencias 12) Escribir varias cartas "oficiosas" (más de carácter personal o a algunos grupos) sobre algunos puntos de interés
(fol. 34 en blanco) (fol. 32 en blanco)
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¡fol. 35] Meditación de media noche 8 - VIII
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La lucha contra el ateísmo recomendada por el Sardo Padre de una manera tan apremiante es de una importancia grande y complejidad extraordinaria. Es Ja voluntad de Cristo y su Iglesia!! Es de tal profundidad y transcendencia, que es mayor que el peligro de la Reforma en el siglo XVI. Si se considera en el siglo XVI ¡a Reforma unida al enorme problema de la Evangelización de los pueblos descubiertos entonces (América - India - Japón), este problema se asemeja en sus proporciones. La Iglesia entonces realizó una obra gigantesca y dentro de la Iglesia fué la Compañía la que se distinguió por su eficacia en el trabajo: Canisio - S. F. Xavier - Anchieta Las reducciones del Paraguay - Nobili - Ricci... son símbolos. Hoy el problema es más vasto y profundo. Es la obra de iodo el mundo ya descubierto (y) pero el imlor que se presenta por salvar es el de la idea misma de Dios. Los procedimientos del ateísmo son: (1) además de los tradicionales propios de la naturaleza humana caída, (2) los de una lucha organizada por todo el mundo, (3) agresiva por a) el modo de proponer sus ideas b) los procedimientos de violencia de la libertad y persecución abierta (4) la solapada del naturalismo Acción teísta Ante tal lucha tan vasta, tan profunda t/ tan eficaz hay que oponer una defensa y un ataque, que sea también proporcionado a la empresa. 11) Una acción mundial centralizada (=con una organiDirecta zación central dirigente). (contra el 2) total, que abarque todos los elementos ateísmo) 3) planificada espiritual y cientificamente al máximum 4) espirituales materiales religiosos sacerdotes seglares aís de misión, y a alumbrar nuevas posibilidades y planteamientos de la acción misionera. En los Apuntes de sus Ejercicios (fol. 43-44) -en una hijuela suya incorporada a las reflexiones sobre el plan de acción de la Compañía- aparecen ya en germen los núcleos de esta intervención. Como quien habla desde una larga y fecunda experiencia, pone el acento fundamentalmente en la esencialidad de la dimensión y actividad misionera de la Iglesia, por lo tanto en la corresponsabilidad de todos y en la necesidad de adaptación a una nueva realidad mundial, al «mestizaje» cultural, social, racial e incluso religioso ya en acto. Lo que será, años después, la inculturación, que promoverá él mis150 151
mo apasionadamente, ya está en germen aquí como urgencia para la Iglesia entera. La breve, aunque densa, historia posterior de estos últimos treinta y siete años ha probado y sigue probando, con la gran fuerza de los hechos, muchas veces incontrolables, el acierto y la actualidad de muchas de estas intuiciones.
1. En primer lugar, de la urgencia del trabajo misional: porque hoy viven fuera de la Iglesia dos mil millones de hombres, que debemos conducir a la plenitud de la fe. ¿No se puede prever que el peso del mundo, o sea, el centro de gravedad de la humanidad se va a inclinar a estos pueblos afroasiáticos que representan mil quinientos millones de hombres? La presente evolución de los pueblos subdesarrollados, como suele llamárseles, y su velocísimo progreso ¿no parecen augurar nuevas naciones potentísimas en el mundo? Sirva de ejemplo Japón, que hace ochenta años habría sido considerado como de cultura técnica subdesarrollada, pero que hoy se encuentra entre las primeras naciones. En la ciudad de Tokio,
por ejemplo, hay noventa Universidades; el número de analfabetos constituye un ocho por mil. 2. De la complejidad y dificultad de nuestro trabajo misional: Porque en las misiones existen no sólo todos y cada uno de los problemas del apostolado moderno, a saber, teológicos, filosóficos, lingüísticos, sociales..., sino, además, se añaden otros gravísimos derivados del hecho de que con frecuencia encontramos en las tierras de misión una mezcla de antiguas y riquísimas culturas y religiones; de modo que se encuentran simultáneamente todas las dificultades que proceden de las culturas y religiones antiguas (como son el budismo, el sintoísmo, el hinduismo) y las que proceden de las culturas modernas (existencialismo, marxismo), lo que hace dificilísimo el trabajo para que estos pueblos con sus culturas se integren en la Ciudad de Dios sobre la tierra. Porque nuestros misioneros poseen, además de la doctrina y los medios que corresponden a la aspiración íntima de la humanidad el conocimiento y, sobre todo, el amor hacia los pueblos por los que trabajan; ofrecen su vida a todos los abandonados por su bien espiritual y material. También por este capítulo son los misioneros sumamente idóneos para realizar esta integración. Sin su influjo espiritual, el movimiento actual hacia una fusión de las culturas, no sólo permanecerá sin alma, sino que se convertirá en un monstruo materialista. 3. Además se exige hoy una mayor intensidad en la actividad misional, ya que ella concurre eficazmente a la verdadera paz del mundo; porque la ideología dialéctico-materialista, que, como una mística, según se dice, atrae fuertemente a los hombres, no se vence con la oposición y la guerra. Se podrá superar solamente con la verdadera y auténtica mística de la fe y la caridad fraterna. Esa mística nacerá en los convertidos al obtener la fe cristiana y en el restante pueblo de Dios de la consideración y amor a cada una de las personas a quienes nos esforzamos por dar las riquezas de la Iglesia, y de la visión de nuestra responsabilidad para con todo el género humano, que, según la disposición de la divina Providencia, debe convertirse en Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo en el que todas las cosas se unen e integran para mayor gloria de Dios. Este encargo divino corresponde a todos los cristianos
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Padres Venerables: El esquema «sobre la actividad misional de la Iglesia», si prescindimos de ciertos puntos de los que envío observaciones por escrito a la Comisión, expone muy bien los fundamentos teológicos del trabajo misional en la Iglesia. Sin embargo, querría añadir algunas consideraciones con las que el texto podría ser completado, sobre todo, en lo referente a la cooperación. Esta cooperación de todos en la obra misional requiere una idea renovada del trabajo misional: la idea vulgar que se da en muchos procede en su mayor parte de un conocimiento deformado de la realidad de las misiones; esta deformación es sentida grandemente por los misioneros que vuelven a su patria o que por cualquier causa vienen al Occidente. Supuesto el sólido fundamento teológico, mucho ayudará para este fin el conocimiento exacto de la condición concreta del m u n d o actual en su totalidad; divulgúese, sobre todo y de un modo eficaz, el conocimiento de los puntos siguientes:
(prelados, sacerdotes, fieles) y están obligados gravísimamente a ejecutarlo. Todas estas cosas constituyen el núcleo del ideal y de la vida cotidiana de los misioneros; pero ellos, al volver a Occidente, se desaniman frecuentemente, porque, aunque vean que muchos fieles han hecho y hacen grandes sacrificios para que se anuncie el nombre de Cristo a los que no lo conocen, advierten al mismo tiempo que no pocos, sobre todo entre los adultos, ricos y cultos, carecen de esta mentalidad misional. Algunos defectos dieron pie a esta situación. Enumero los principales: a) Infantilismo. Con demasiada frecuencia ocurre que los hombres cultos no están informados adecuadamente de las necesidades misionales, mientras nuestras informaciones -por causas complejas que ahora no tenemos tiempo de exponer-, se dirigen demasiado exclusivamente a grupos de niños y de gente sencilla. Por eso sucede frecuentemente que las concepciones misionales adolecen, en el pensamiento de muchos, de notas de infantilismo y, por consiguiente, no consiguen los auxilios intelectuales y materiales de los que hoy las Misiones no pueden prescindir. b) Sentimentalismo. También ocurre que las obras que conmueven más fácilmente la sensibilidad humana -como son las obras para los niños y para los enfermos- reciben una ayuda digna de toda alabanza, mientras que otras que no son ciertamente menos necesarias porque ejercen un influjo mayor en la actividad misional -como son las escuelas superiores, las grandes publicaciones científicas de historia, cultura, religiones de los pueblos extranjerosapenas, o no sin grandísimas dificultades, consiguen las ayudas necesarias. c) Sentimiento de superioridad. Se sigue también de esa falta de conocimiento adecuado del encargo misional de la Iglesia, ese detestable sentimiento de superioridad que, por desgracia, se advierte aún hoy en algunos hacia los pueblos no occidentales, que no puede armonizarse con un verdadero sentido cristiano, y que las más de las 154
veces se funda en pura ignorancia, ya que los pueblos afroasiáticos poseen óptimas cualidades. Baste recordar que varios premios Nobel los han obtenido los asiáticos, no sólo en Literatura (Tagore), sino también en Física (Raman), en Botánica (Bose), en Biología... En el campo de la investigación atómica existen al menos en Asia veinticuatro reactores nucleares (once en Japón, tres en la India, tres en Indonesia, cuatro en China, donde recientemente se han hecho explosiones nucleares). d) Miopía, es decir, ver más grande lo que está más cerca. Este criterio se formula a menudo así: cuando hayamos cubierto las necesidades de la propia ciudad o diócesis, entonces pensaremos en las misiones. ¿Quién no ve que esto significa el fin de la actividad misional? e) Superficialidad. Séame permitido indicar en este contexto otra razón por la cual el problema misional se entiende falsamente, con frecuencia, y sufre por eso graves daños. Hablo de aquellos hombres que, después de haber recorrido brevisímamente las tierras de misión, propalan, casi «ex cathedra», perentorias sentencias llenas de críticas, pero subjetivas y frecuentemente muy equivocadas, acerca de la situación de las misiones, de los errores cometidos por los misioneros, de los métodos que se deben seguir y, además, de cualquier tema misional. Tal modo superficial de escribir y hablar no solamente divulga falsas ideas y crea confusión en el pueblo cristiano, sino que también, no raras veces, desanima a los misioneros y suscita reacciones nocivas a la Iglesia en los mismos pueblos extranjeros. En esto se halla comprendida de modo especial la tendencia exagerada a medir el éxito de la actividad misional por las estadísticas de las conversiones y el desprecio de los problemas especiales, propios de cada misión. f) Falso criterio de elección de los misioneros. Por desgracia muchas veces se juzga que, para que uno pueda ser misionero, basta que tenga mediocres cualidades, es a saber, salud corporal, fortaleza y buena voluntad, mientras por el contrario, el misionero, a causa de las dificultades de todo género que tiene que resolver, de155
be poseer una personalidad adornada de muchas más cualidades que para trabajar en su patria. g) Mendicidad. «No se puede permitir que los misioneros y las misiones sean considerados como pedigüeños y mendigos» (Relatio, p. 9), ni que sean obligados los misioneros a gastar el tiempo en pedir las ayudas que se les deberían dar espontáneamente: tiempo, repito, que deberían emplearlo todo en evangelización. Por no decir nada de la impresión poco grata que reciben los obispos y otros, cuando ven a un misionero después de otro -y frecuentemente muchos a la vez-, que piden limosna para las necesidades de sus propias misiones. Para que se eviten en el futuro estos defectos y para que al Pueblo de Dios se le pueda dar una información adecuada, a modo de conclusión, propongo que en el esquema se recomienden algunos órganos informativos que, en colaboración con el benemérito Dicasterio de Propaganda Fide y en estrecha colaboración con las Conferencias episcopales de las diversas naciones, procuren: 1. Que se den noticias misionales sistemáticas, adecuadas, que respondan a la realidad, adaptadas a las exigencias de los hombres cultos y propuestas según los criterios ya enumerados. 2. Que con esto se forme un mayor aprecio de las varias culturas y personas, tan diversas de nuestras normas occidentales, y se suscite un deseo más ardiente de colaborar con ellas abandonando cualquier sentimiento de superioridad; y, por cierto, no como una concesión «externa», sino de corazón y de modo que se traten reconociéndose verdaderamente como hermanos. 3. Que se comprenda más profundamente que los misioneros deben ser de lo más selecto y dotados de una excelente formación, para que con más eficacia trabajen en las misiones y en ellas cada vez más se confíe la dirección a personas oriundas de las mismas misiones. Para ello hay que educar dirigentes, proporcionándoles la oportunidad de obtener una excelente formación re156
ligiosa y científica. Ahí tenemos el ejemplo de los ateos militantes que cuentan con treinta mil estudiantes en la Escuela Superior ateísta; de ellos varios miles son jóvenes de las naciones afroasiáticas. ¿No sería posible que también nosotros invitáramos a muchos jóvenes a hacer estudios superiores en nuestras Universidades católicas? Ellos serían los dirigentes del mañana. 4. Que con más claridad se entienda, por profundas razones teológicas, la obligación gravísima que recae sobre todo el Pueblo de Dios y sobre cada uno de sus miembros -de cualquier condición que sea-, a saber, que tomen como suyo el quehacer misional en sus diferentes aspectos, de modo que todos se muevan a colaborar y la palabra de Dios se difunda y Él sea glorificado (2 Tes 3,1). Ésta es la esperanza de tantos millares de misioneros representados en esta Aula por varios centenares de Padres conciliares. Ellos esperan con gran ansiedad que el Concilio Vaticano II reconozca el apostolado misional como el principal en la Iglesia y que, como tal, lo promueva. Terminaré con San Agustín: «Y esto ¿cuándo? (...) Si alguna vez ¿por qué no ahora? Y si ahora no, ¿por qué alguna vez?». (Texto publicado en La Iglesia de hoy y del futuro, BilbaoSantander, Mensajero-Sal Terrae, 1982,161-165).
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ANEXO 8 Cultura y misión (20 de octubre de 1965)
Durante los días 19, 20 y 21 de octubre 1965, la Oficina de Prensa del Concilio Vaticano II organizó una serie de conferencias sobre diversos aspectos del Concilio. Al F. Arrupe le fue encomendada, el día 20, la que ofrecemos a continuación. Era «la primera vez que el Superior de una Orden se presentaba ante la asamblea de periodistas acreditados en el Concilio» (L'Ossewatore. Romano, 21 de octubre de 1965). En su intervención acerca de las misiones (cfr. anexo anterior) había aludido a un problema de evangelización que su larga experiencia misionera en otras culturas le había hecho familiar, al que volvería reiteradamente durante su generalato y que ya ahora vincula histórica y esencialmente al carisma de la Compañía: la incultiirnción. Con este testimonio Arrupe manifiesta, como la refleja en sus Apuntes de Ejercicios, no sólo la universalidad de su contemplación misionera de la Iglesia y del mundo, sino la hondura de la misma. La misión se realiza mediante un encuentro de la Iglesia con todas las culturas, encuentro recíproco, de una enorme envergadura y complejidad. Esboza el horizonte de este encuentro y lo describe con realismo. 159
La cultura es para el hombre el ideal de perfección humana al que aspira en su integridad individual y social. Es el despliegue armonioso de todo el hombre y de todo hombre. La cultura no puede ser -no lo fue nunca- el desarrollo fragmentado de las facultades humanas. La cultura es, en el hombre, un problema de totalidad, de desarrollo pleno de todo el hombre en cada hombre. El ser humano es tan complejo que siempre se corre el riesgo de olvidar alguno de sus elementos: es ciencia y arte, amor y acción, técnica y vida política; es también adoración y plegaria, aspiración religiosa infinita y religión concretamente establecida. Ha habido innumerables intentos, durante mucho tiempo, y ha sido larga la peregrinación en los siglos pasados en búsqueda de esta plenitud de cultura.
Al final descorazonador de un tal proceso, la cultura aparece como la brillante exploración de la nada, que, por una serie de combinaciones improbables, ha empezado de repente a segregar el ser... y una sensación de absurdo invade la sabiduría misma. Reunificar al hombre
La humanidad, comprometida hoy en el conocimiento científico del mundo y de sí misma, se ha alejado al mismo tiempo de Dios. El proceso no ha sido ni repentino, ni al principio consciente. Poco a poco, como por un lento deslizamiento, sobre el que se escribe con frecuencia en nuestros días, una religión del hombre ha ido reemplazando el sentido ancestral de Dios. El hombre ha perdido la referencia a su Centro y ha empezado a dudar de que este Centro haya existido realmente o de que haya para el hombre otra cosa que el hombre mismo. De aquí que los universos nacidos de su cultura -filosóficos, científicos o simplemente prácticos- le han parecido como otros tantos absolutos a los que consagrarse. El arte por el arte, el saber como único valor, el amor como religión, el Estado como categoría suprema, el trabajo e inmediatamente el poder técnico como demiurgo soberano (sin contar, en el saber mismo, las diversas disciplinas que, desde la astrofísica a la etnología, constituyen en el cielo de la cultura constelaciones aisladas), todas las formas del saber y del poder surgen del hombre como llamas de fuego en las que explota su totalidad primigenia.
Si este diagnóstico es exacto, la primera tarea de la cultura es la de reunificar al hombre reintegrando su saber. Se puede hablar de la necesidad de un nuevo socratismo. Sin frenar al hombre en su esfuerzo de crecimiento y de vida, sin bloquear ninguno de los sectores en los que la ciencia progresa y se perfecciona, es necesario hacer que el hombre escuche de nuevo al oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Este nuevo conocimiento, necesario en sí mismo, es lo que con un término hoy en boga se puede llamar la antropología. Debe ser una enseñanza sobre el hombre en el mundo, de la que el hombre sea el beneficiario y el tema vivo, y que sea iniciación al contenido inagotable del saber. La contribución cristiana a esta tarea no es secundaria ni marginal, sino central y salvífica. De hecho, si el problema planteado actualmente por la cultura es el de una nueva integración de lo que es el hombre por medio de lo que sabe y de lo que hace, ¿cómo puede un cristiano pensar que puede resolverlo fuera de Cristo? Cristo es, en efecto, según todas las dimensiones íntimas e históricas, espirituales y cósmicas, divinas y humanas, quien integra divinamente al hombre y al mundo. Es el Único «en quien se fundamenta todo». Es el Único que puede hacer que todo en el hombre «tenga consistencia», sin que la unidad del hombre explote bajo la presión de los contenidos imiversales a los que debe abrirse por la cultura, es decir, sin dislocarse. Integrando al mundo en el poder de Dios y en la fidelidad total a toda la humanidad, Cristo muerto y resucitado es la recapitulación lograda, a la que todo ser humano es inconscientemente convocado mediante la cultura. El ideal de la cultura, en efecto, como ideal de integración humana, es una d e las formas posibles de preparación al
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Desintegración de la cultura
Evangelio: la humanidad en su cultura tiende finalmente más allá de lo que su propio poder le permite esperar. Sólo las energías increadas de la Resurrección, más allá de las posibilidades históricas del hombre, pueden realizar en Cristo los proyectos culturales de nuestra humanidad. Despertando en todo ser humano una sed insaciable de totalidad, la cultura es una de las formas ocultas de la sed experimentada por aquél que recapitula todas las cosas. No que Cristo quiera, pueda o deba nunca dispensar al hombre de todo su esfuerzo de integración humana; pero, síntesis humano-divina, anunciada proféticamente, históricamente revelada y esperada escatológicamente, Cristo Recapitulador permite al hombre apasionado por la cultura no romperse en su esfuerzo cotidiano hacia la totalidad. Así el cristiano puede ofrecer la posibilidad de reconstruir con elementos nuevos la vieja «Universitas» medieval, desarticulada desde el Renacimiento, que era una cultura en la fe y por la fe. Es necesario reiniciar de nuevo al hombre en el desarrollo armonioso de sí mismo, cuya norma y modelo fue, en otro tiempo, la «Universitas». Ahora bien, sólo la catolicidad dinámica de Cristo puede permitir devolver a la cultura, más allá de sus mitos y sus angustias, la ambición de integración que, humanamente hablando, le corresponde. De esta certeza y esta esperanza nace, en el momento actual, la misión y el esfuerzo de la Iglesia por aproximarse al hombre y al mundo de hoy. Ella quiere ofrecer ahora, en el lenguaje propio del hombre y del mundo contemporáneos, la plenitud de su mensaje, que, como ya antiguamente los griegos en el silencio de sus altares, una gran parte de la humanidad está también hoy dolorosa e impacientemente esperando.
1. Un hecho. La relación entre la Iglesia y la cultura humana es, por lo tanto y ante todo, un hecho. Cuando la Iglesia proclama el Evangelio, su palabra resuena en las conciencias formadas por una herencia cultural, en un medio histórico... Sin dejar de ser, como dice San Pablo, «una manifestación de espíritu y de poder», la proclamación del Evangelio no puede
prescindir de la cultura de aquéllos a quienes se dirige, porque el Evangelio debe ser comprendido, y lo será en la medida en que pueda impregnar todos los valores humanos que se integran para formar el cuadro cultural de cada época y de cada pueblo. Sin esta impregnación, el Evangelio no sería verdaderamente recibido. (Muchos fracasos, malentendidos, equívocos, se explican por esto: San Pablo en Atenas, la Iglesia ante la cultura musulmana, etc...; y hoy día el lenguaje de ciertos medios, sobre todo, científicos). 2. Una verdad. En este hecho la Iglesia no ve solamente una condición a la que debe resignarse, sino que reconoce una verdad humana y evangélica a la vez. El hombre que quiere salvar por Cristo no es un individuo aislado y aislable, sino miembro de una comunidad fraterna que vive según una cierta escala de valores y que aspira a un ideal de desarrollo y de equilibrio. Porque la Iglesia ama al hombre en la totalidad de su ser (y no solamente en una parte del mismo, llamada «espiritual»), ama también con el mismo amor a las diversas culturas por medio de las cuales el ser humano vive a la espera de Dios. Es necesario decirlo con fuerza: la Iglesia no puede salvar a los hombres, si no es salvándoles en y con el medio vivo que forma su cultura. A los Vicarios Apostólicos enviados a China en el año 1659, les ordena la Santa Sede en el momento de su partida: «No intentéis forzar a estos pueblos a cambiar las tradiciones y las costumbres, supuesto que no sean contrarias a la religión y buenas costumbres. ¿Puede haber cosa más absurda que introducir en China a Francia o a España o a Italia o a cualquier otra nación europea? No introduzcáis a estas naciones, introducid, ante todo, la fe, que no menosprecia ni hiere las costumbres y tradiciones de los pueblos, sino que quiere conservarlas en todo su vigor, supuesto que no sean condenables en sí mismas...». Este mismo espíritu ha sido el de la pedagogía de la Iglesia: «omnia ómnibus» (hacerse todo a todos) para ganarles para Cristo. Fue la consigna de Pablo de Tarso, de Nobili en la India, de Ricci, de Adam Schall, de Verbiest, en China. 3. El fermento de las culturas. Hoy es más importante que nunca repetirlo: La Iglesia siente la solidaridad necesaria entre el mensaje evangélico y el equilibrio cultural de los hom-
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Misión de la Iglesia
bres a quienes se dirige. Precisamente por esto, allí donde se encuentra en presencia de medios culturales deficientes o empobrecidos, se ha dedicado a través de los siglos y se dedica en la actualidad, como espontáneamente, a desarrollar los elementos humanos que, de hecho, permitirán poco a poco la manifestación de una cultura auténtica. La Iglesia ha sido siempre -lo atestigua la historia-, al mismo tiempo que mensajera del Evangelio, fermento de ¡as culturas. Se ha interesado por todo el hombre: educación, arte, cambios sociales, concepción del amor o de la amistad, reflexiones de pura especulación... Recordemos su papel propiamente cultural en el Occidente de la Edad Media, y su papel actual en algunos países de misión. La Iglesia realiza este servicio humildemente, sin un particular espíritu de sistema, porque es necesario para una verdadera asimilación del mensaje evangélico por el hombre, para su plena integración humana, es decir, finalmente, para su «salvación» en sentido pleno, bíblico y humano. 4. La acogida de las culturas. Al mismo tiempo que ayuda al desarrollo de las culturas, la Iglesia recibe de estas mismas culturas muy grandes enseñanzas: la Iglesia aprende del hombre y del mundo a ser ella misma. Es movida a reflexionar más profundamente sobre el contenido del mensaje evangélico, que debe predicar y hacer entender, contribuyendo en esto al desarrollo de la conciencia humana a través de la historia. Cada cultura le plantea una cuestión, lo que es para ella ocasión de descubrir sus propias riquezas. Los ejemplos abundan: la cultura greco-romana (reencuentro de corrientes de pensamiento del helenismo y de la teología trinitaria); el humanismo de los siglos XII y XIII de Occidente (el pensamiento teológico de Santo Tomás ante las corrientes de su época, especialmente el aristotelismo); la noción de «tolerancia» y de «libertad religiosa», e t c . . (la evolución de la una a la otra sólo posible por evolución de la conciencia humana). Por otra parte, cada cultura tiene su modo de comprender y acoger el mensaje cristiano, de subrayar ciertos aspectos. Así, la Iglesia en China, en Eilipinas, en Japón... va tomando contornos específicos bien determinados. Así, en Occidente la
presentación del mensaje cristiano ha resultado coloreada por cada generación: por ejemplo, en los siglos XIV y XV (siglos de guerras y de miserias) las representaciones del sufrimiento (Piedad, danzas macabras...) han llevado a ciertas profundizaciones de la Pasión, del sufrimiento redentor de Cristo y de su Madre. 5. El discernimiento. Por la fuerza misma del Evangelio que predica, la Iglesia ayuda a discernir en las diferentes culturas lo que las abre y lo que las cierra sobre sí mismas, lo que es egoísmo y lo que es don. Ejerce así la función de «juicio» en sentido bíblico (discernimiento del bien y del mal) por la sola presentación del mensaje evangélico, del misterio del amor de Cristo, que actúa en el corazón mismo del hombre para permitirle «criticar» los valores que vive y para jerarquizarlos sanamente. Así una nueva luz ayuda a encontrar la verdadera solución de tantos problemas humanos de diferentes culturas: poligamia, separación de castas, culto del cuerpo, etc... 6. Purificación. En su universalidad la Iglesia se encuentra con culturas muy diversas. Lo que le ofrece la ocasión de deshacerse de formas y expresiones que hubiera tenido la tentación de creer definitivas y necesarias. El mismo mensaje debe llegar a ser plenamente latino, plenamente oriental, plenamente chino o japonés, etc., sin que ninguna cultura tenga que imponerse a otra, incluso para proponer el Evangelio. Es evidente que ciertas culturas pueden ayudar durante un tiempo a presentar el Evangelio, pero finalmente cada cultura debe llegar a ser capaz de asimilar todo el mensaje cristiano y de expresarlo según su modo de pensar. El Evangelio ha presentado de sí mismo «expresiones» diversas en el curso de los tiempos, en Oriente y en Occidente. Por una ilusión óptica se le cree vinculado frecuentemente a la cultura de Occidente, que no fue para él más que un rostro cultural momentáneo (con sus valores, ciertamente, pero también con sus límites). Hoy el encuentro y, por así decirlo, el choque brutal de las culturas hace más evidente este hecho y lleva a la Iglesia a nuevas profundizaciones. Profundizaciones que, a veces, le resultan dolorosas: ¿cómo el apóstol del Evangelio puede hacerse «griego con los griegos», «chino con los chinos»..., sin mutilarse o sin una adaptación artificial? ¿Cómo la Iglesia,
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con su peso necesario de instituciones, puede acoger sin sacudidas las exigencias de culturas tan diversas? ¿Cómo puede presentar el Evangelio sin referencia a culturas pasadas, que le han permitido ya conocerse y expresarse? Cuestiones como éstas son a menudo dolorosas, pero son saludables para la Iglesia, la reconducen continuamente a lo esencial, que es el mensaje de Cristo vivo, que quiere impregnar, por medio de todas las formas que pueda tomar el desarrollo humano en la historia entera de la humanidad. 7. Dos cuestiones. Estas reflexiones nos llevan a plantearnos, entre otras, dos series de problemas: a) El primero lo plantea el inundo contemporáneo. ¿Cuál es la «cultura» propia de nuestra civilización industrial, urbana, técnica, en la que los intercambios entre comunidades humanas provocan confrontaciones gracias a las cuales muchos valores precisan su verdad, en la que el hombre parece cada vez más dueño de su destino (por el conocimiento de su origen biológico y de los medios de actuar sobre él, por el dominio sobre las fuerzas naturales, por el conocimiento de sus diversos condicionamientos psicológicos o colectivos)? La Iglesia no puede desinteresarse, bajo pretextos aparentemente «espirituales», del cambio de la cultura que sucede ante nuestros ojos, porque se trata para ella no solamente de la posibilidad de hacer entender el mensaje cristiano, sino de la autenticidad misma de su predicación. b) El segundo lo plantea el papel misionero hoy de la Iglesia. Por un lado, la Iglesia efectivamente encuentra simultáneamente culturas diversas. Debe mantener su unidad estando plenamente adaptada a las exigencias legítimas de cada cultura. Es decir, debe acceder más v más a la universalidad sin dejar de ser «particular», para que cada cultura reconozca en ella su rostro. Problemas de liturgia, del canto religioso, de las precalequesis y catcquesis, de la predicación, e t c . , que deben responder a diversos tipos culturales y llevar a todas partes el eterno e idéntico mensaje de salvación. 166
Por otro lado, cada cultura aporta a la Iglesia su propia 11 queza: ¿cómo puede ella «integrarlas» a todas al ritmo r,i| >u l( > que sería necesario? La Iglesia acoge todos los valores eiillu rales de nuestra generación, pero es necesariamente lenl.i en hacerlos plenamente suyos, porque, guardiana de la ¡nlrgí i dad del misterio de Cristo, debe velar para no perder nada t le lo que el mundo le aporta, ni dejar que se deteriore lo que sa be necesario a su vida. La Iglesia, hoy más que nunca, se eu cuentra en actitud de discernimiento, por lo que le es ne< e:..i rio estar atenta a reconocer lo que lleva la marca del lispinlii Santo. En esto está la esencia del trabajo del Concilio Vaticano II (Traducción de ¡. Iglesias S.J.).
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