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Spanish Pages 801 Year 2014
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Introducción: las dimensiones políticas de la ciencia y la tecnología Carlos López Beltrán y Ambrosio Velasco Gómez
No obstante que la relación entre ciencia y política ha sido un problema filosófico central desde la Antigüedad hasta nuestros días, no se ha consolidado una tradición de filosofía política de la ciencia. Pensamos que esto se debe en buena medida a que el esclarecimiento de la racionalidad propia de las ciencias, por lo general, ha considerado que los aspectos epistémicos, semánticos, lógicos y metodológicos conforman el núcleo de la justificación racional del conocimiento, excluyendo las condiciones y consecuencias sociales y políticas de las ciencias que se consideran externas a la racionalidad científica. Si bien la distinción entre el llamado contexto de justificación y el contexto de descubrimiento ha sido cuestionada a partir de Kuhn, de todos modos se sigue marcando la separación entre cuestiones internas a la racionalidad científica y cuestiones externas de carácter social y político. La persistencia de la separación y exclusión de la dimensión político social de la actividad científica, respecto a la reconstrucción de los procesos de justificación racional, se puede explicar en parte por la fuerte asociación entre racionalidad exclusivamente metodológica y Modernidad, atribuida originalmente a Descartes. Esta asociación atrinchera la concepción restringida de la racionalidad frente a propuestas que buscan mostrar la relevancia de aspectos políticos, éticos y sociales en la idea misma de racionalidad científica, pues rápidamente se les descalifica de irracionales o posmodernas. 2
El concepto de la racionalidad restringido a lo metodológico ha tenido consecuencias filosóficas lamentables, en términos de su incapacidad para discutir críticamente la marcada asociación entre ciencia y autoritarismo que ha caracterizado a la Modernidad. Corresponderá más bien a la filosofía social y política (Oakeshott, Escuela de Frankfurt, Gadamer) el cuestionamiento y denuncia de las consecuencias políticas del desarrollo de la ciencia y la tecnología; pero la filosofía de la ciencia ha guardado en general silencio al respecto por considerar que no es un problema intrínseco de la racionalidad de la ciencia, sino del uso que los políticos, los empresarios, los militares y, en general, que la sociedad hace de la ciencia. Inclusive algunos filósofos de la ciencia, como Feyerabend, que han denunciado las consecuencias autoritarias de la ciencia, terminan por rechazarla, al considerarla incompatible con la libertad. Así, el carácter exclusivamente lingüístico, lógico y metodológico de la racionalidad (racionalidad restringida) lleva a plantear un incómodo dilema, tanto en los defensores de la ciencia, como en sus críticos, de considerar como excluyentes el desarrollo de las ciencias y el fortalecimiento de la democracia. Ante el dilema, racionalidad científica o libertad democrática, algunos filósofos como Michael Oakeshott o Paul Feyerabend, se inclinan por la libertad democrática, mientras que otros autores se inclinan por restringir la vida democrática en aras del desarrollo científico, a través de una redefinición elitista del gobierno democrático que admite la prelación de los expertos en las decisiones políticas (Galbraith, Shumpeter, la llamada escuela revisionista de la democracia, inclusive en cierta medida Popper, con su propuesta de ingeniería social a pequeña escala). Desde principios del siglo xx la concepción cartesiana de la racionalidad científica fue confrontada por filósofos como Duhem y Neurath, desde nuestro punto de vista constituyen los cimientos de 3
una filosofía política de la ciencia. Tanto Duhem como Neurath consideran que ciertos valores y actitudes éticas de los científicos son indispensables para el desarrollo racional de la ciencia. Entre esos valores destacan la tolerancia, el reconocimiento de que otros científicos que discrepen del propio punto de vista, puedan tener razón, la disposición de diálogo, la disposición a cooperar en función de valores comunes, así como la existencia de condiciones políticas adecuadas dentro de la comunidad científica, tales como el pluralismo, la libertad de investigación y comunicación, la organización institucional para el debate, la formación de consensos, así como los espacios de comunicación y participación entre sociedad y comunidad científica. El mismo Neurath considerará a la concepción cartesiana como un pseudo racionalismo, precisamente por no incluir dentro de la racionalidad científica a los "motivos auxiliares" que refieren a implicaciones sociales y políticas del desarrollo científico. Estos dos fundadores de la filosofía contemporánea de la ciencia resultan de gran relevancia para buscar una salida al dilema planteado por Feyerabend y por otros muchos filósofos del siglo xx, entre racionalidad científica y democracia. Si se quiere superar este dilema es indispensable que la filosofía y en particular la filosofía de la ciencia, asuma la tarea de analizar críticamente las condiciones que harían compatible el desarrollo de la ciencia y la tecnología con el fortalecimiento de la democracia. Esta tarea se hace más urgente en el contexto del mundo actual en que la ciencia, la tecnología y las nuevas tecnociencias, constituyen el factor principal de la vida social, tanto para la conservación del orden social como para su transformación en la ambiguamente llamada "sociedad del conocimiento". Afortunadamente en años recientes, en el seno de la filosofía y en especial de la filosofía de la ciencia se ha desarrollado, tanto en 4
países de habla inglesa como en Iberoamérica, un nuevo esfuerzo por integrar cuestiones políticas y éticas a problemas epistemológicos de las ciencias. En el ámbito anglosajón hay que destacar en este sentido, los trabajos de Philip Kitcher, Stephen Turner, Steve Fuller y Carl Mitcham, entre otros. Sin embargo, parece que estos nuevos enfoques de la filosofía de la ciencia anglosajona tratan más bien de equilibrar valores y argumentos epistémicos con otros de carácter político para contemporizar el desarrollo científico, con la justicia social y la democracia, pero no integran intrínsecamente una dimensión política a la racionalidad científica. Los artículos que constituyen este volumen, en su mayoría de autores iberoamericanos, intentan desde diferentes perspectivas contribuir al desarrollo de nuevas visiones sobre la producción y desarrollo de las cienciasy las tecnologías en contextos con estrecha relación entre sus condiciones, presupuestos y consecuencias políticas. El volumen se originó en el I Congreso Internacional de Filosofía Política de la Ciencia, realizado en febrero de 2005 en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, pero todos los trabajos se reelaboraron y reordenaron en cuatro secciones. En la primera sección, denominada Perspectivas Generales, se presentan ocho trabajos que a continuación comentamos: Fernando Broncano escribe "El conocimiento experto en la República". Parte de la tesis es que los individuos se convierten en ciudadanos al adquirir el juicio de lo justo y de lo injusto. Este saber los iguala a todos por encima o por debajo de sus diferencias sociales o culturales y, sobre todo, de sus diferencias en el conocimiento experto de la ciencia y la técnica. El conocimiento experto es necesario para la supervivencia y la satisfacción de las necesidades, pero es insuficiente y deficitario para un ordenamiento justo de la sociedad, resuelto, solamente, en 5
instancias superiores como el ágora, las instituciones deliberativas y ejecutivas de la República. La particularidad que articula a una sociedad bien ordenada es el poder y la distribución que de éste se ejerce entre los ciudadanos y las funciones que desempeñan. Lo que a este ensayo preocupa es el modo en que una distribución justa del poder, la autoridad y los bienes públicos, corresponde o no a una adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico. Para medir la eficiencia y justicia de esta distribución, se analizan tres aproximaciones a la intersección de epistemología política y política epistemológica, modelos de referencia para una ciencia bien ordenada en una sociedad bien ordenada. En primer lugar se encuentra el modelo de J. D. Bernal, éste se basa en la planificación política de la investigación científica de acuerdo a un orden de prioridades que atiende a las necesidades y proyectos de la sociedad. El segundo modelo es el de Michael Polanyi, él se opone a toda influencia del Estado dentro de la ciencia y prefiere su libre desarrollo, en lo que ella a sí misma va exigiéndose. El tercer modelo corresponde a Paul K. Feyerabend y su visión democrática radical, en donde todo funciona de acuerdo con la voluntad de los ciudadanos. El concilio de las diferentes posturas puede llegar a un "contrato social" mediante el cual se logren las conciliaciones para la justa y eficiente distribución del poder dentro de la sociedad y el desarrollo de sus conocimientos. En "La filosofía política de la ciencia, una perspectiva histórica", Stephen Turner analiza el papel que la ciencia ha adoptado, a lo largo de la historia, dentro de la sociedad. Se identifican los temas centrales y la reconsideración de los mismos a través del tiempo, además de la relevancia que pudieran tener actualmente. El análisis se centra en el beneficio que la sociedad pueda o no 6
obtener de la ciencia y de qué tanto ésta debe depender de las necesidades humanas. Empieza tomando en cuenta las ideas de la Ilustración, con las opiniones de Condorcet, retomadas posteriormente por SaintSimon y continuadas por Comte, aportando una filosofía de la ciencia como un modelo de relaciones entre la ciencia y la sociedad, apoyando la opinión de que sólo los más enterados tienen derecho a ser escuchados. El ensayo continúa con la visión de Ernst Mach y Karl Pearson, ambos consideraron que la ciencia debía de ser la fuente de conducción social. El primero fue seguidor de la noción alemana de Weltanschauung, de una imagen científica del mundo. El segundo creía en "la guía de las masas por sus ilustrados simpatizantes", en donde la política liberal sería reemplazada por el liderazgo de los científicamente elevados. Estos científicos darían paso a las reacciones de Max Weber contra la cosmovisión de los alemanes y a los teóricos comunistas británicos de la ciencia, respectivamente. Se define la concepción "extensiva" de la ciencia, la cual plantea la expansión de los conocimientos científicos al ámbito social y político reemplazando la política y la administración de las cosas. Ante esta idea llegan las opiniones de Weber, quien vino a desilusionar a sus predecesores ofreciendo una visión "liberal" de la ciencia y la democracia, ubicando a la política en una esfera separada de la ciencia. Los teóricos comunistas británicos, entre ellos Bujarin, establecerían que la ciencia surge de las demandas de la sociedad y de sus clases, teoría conducida por la práctica tecnológica. Ciencia y comunismo serían aspectos que Bernal desarrollaría de forma paralela, creyendo que la ciencia tomaba su legítimo papel al llegar a ser la consciente fuerza guía de la civilización material, penetrando en todos los ámbitos de la cultura, mas no tratando de 7
organizar a la sociedad. Vendrán después una serie de teóricos que criticarán la planificación de la ciencia a partir de la sociedad, de sus necesidades, de su desarrollo paralelo. Pensadores que apoyaron la independencia de la ciencia, su libre desarrollo sometido únicamente a la presión de los mercados y a las inquietudes de sus científicos, la autonomía científica. Polanyi fue uno de los mejores defensores de esta teoría, de gobernar la ciencia indirectamente, facilitando la competencia entre científicos. Concluye el trabajo retomando la izquierda de los años sesenta, movimiento que dio menos valor a la racionalidad superior de la ideología revolucionaria del pasado y más valor a los movimientos de protesta popular contra la ciencia y la tecnología, contra los expertos y el sistema capitalista global, a favor del control popular de la ciencia. Ante esta teoría, el autor responde tomando en cuenta las diferentes consideraciones que a lo largo del tiempo se expresaron con respecto a la ciencia y la sociedad, proponiendo la viabilidad de una ciencia extendida a través de una educación científica y una ciencia social que pronostique sus efectos y facilite la impartición de conocimientos. Antonio Arellano en el trabajo "Para una nueva epistemología política: entre la naturaleza absolutizada y la política relativizada" trata la problemática generada por la relación entre acción política y conocimiento científico. Se analizan las propuestas de la epistemología posmoderna y el relativismo epistémico, tratando de encontrar una correspondencia entre el proceder político y la actividad científica. El trabajo se desarrolla considerando, primero, la noción modernista de la naturaleza y de la política, el papel de las posturas posmodernas,los debates epistemológicos derivados de la guerra de las ciencias, algunos problemas del conocimiento y sus crisis y, 8
al final, se establece una vía que ayude a solucionar la asimetría entre naturaleza absoluta y política relativa con base en un sustento antropológico. Éste, al reconocer los campos de estudio de las disciplinas científicas y sociales y el valor de la presencia del fenómeno humano, se plantea como una propuesta que logre relacionar de forma compleja, eliminando fracturas y relativizaciones exageradas, logrando verdaderos consensos que logren incorporar a las disciplinas en un proceso de objetivación negociada. En su contribución "La filosofía política de la ciencia y el principio de precaución" Alfredo Marcos sostiene que la filosofía de la ciencia ha vivido una considerable ampliación en las últimas décadas, hasta convertirse en una disciplina que aborda no sólo los aspectos lógicos, semánticos y epistémicos de la ciencia, sino también los prácticos. Podemos decir que se ha desarrollado una auténtica filosofía práctica de la ciencia, que considera la misma como acción humana y social. Dicha filosofía de la ciencia considera los aspectos éticos, políticos y sociales, poéticos y retóricos de la ciencia. El autor revisa, en primera instancia, las bases filosóficas que han permitido y que legitiman semejante ampliación, en particular las que podemos hallar en las obras de Karl Popper y de Thomas Kuhn. Centra su exposición en lo que se podría considerar como los contenidos propios para una filosofía política de la ciencia. Se refiere muy brevemente a la organización "política" de la comunidad científica, a las relaciones de la misma con el resto de los sistemas sociales, a la reflexión sobre las políticas científicas, a la divulgación y enseñanza de la ciencia como condición de posibilidad de la democracia, y al solapamiento entre valores científicos y democráticos. Vemos cómo estas cuestiones pueden ser valoradas desde el punto de vista de la racionalidad, y pueden 9
ser puestas en relación tanto con cuestiones tradicionales de pensamiento político, como con los aspectos más propiamente epistémicos de la ciencia. Por último, se enfoca en las nuevas relaciones entre una ciencia que no aspira ya a la certeza y una acción política que aspira todavía a la racionalidad y la justicia. La conexión entre el conocimiento científico y la acción política no puede ser ya de carácter rígido, sino que se requieren principios prudenciales que sirvan de engranaje entre ambas partes, principios como el de precaución y el de responsabilidad. Durante el resto del ensayo trata de presentar estos principios, reflexionar sobre las condiciones que legitiman su aplicación y esclarecer su función mediadora entre ciencia y política. Andoni Ibarra titula su contribución "El error baconiano, ¿qué hay de la naturaleza?" Él señala que el proyecto baconiano está caracterizado por la idea de dominación de la naturaleza en busca del progreso humano. Este proyecto debe ser reevaluado después de los descubrimientos encontrados en las prácticas complejas entre ciencia, tecnología, naturaleza y sociedad, pues son estos procesos interdependientes, los primeros posibilitadores de un panorama natural al que la sociedad se somete después de las decisiones prácticas científico-tecnológicas. Hoy se observa un tránsito de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento, en donde se encuentra necesaria una modificación en el sistema de valores y una reforma en las relaciones que se dan en el complejo ciencia-tecnologíanaturaleza-sociedad, con el fin de no agravar la crisis ecológica que se vive por la intensificación de la capacidad productiva, llevando al extremo el flujo de intercambio material con la naturaleza, originando un sobre esfuerzo ecológico. Es por esto que la naturaleza debe reposicionarse con respecto a 10
la idea de "dominación" para posibilitar el progreso humano. Es necesario producir conocimientos que den lugar a un juego compartido entre la actividad propia de la naturaleza y la utilidad humana, generar un conocimiento práctico que conviva con el científico-técnico y asegure cosas buenas y útiles al hombre, en una relación tecnológica cautelosa con la naturaleza. Adolfo Olea en su artículo "La vinculación del investigador con las diferentes formas del poder" argumenta que la ciencia y la tecnología tienen una participación dentro de la configuración de la sociedad, por ello deben seratendidas por la filosofía política, para poder entender la función que desempeñan y que tiene consecuencias en el ámbito social. Para poder analizar un aspecto de este accionar científico-técnico, se realiza un estudio de las instituciones que fomentan la investigación y aplicación de los conocimientos científicos y los objetivos a los que responden, considerando que, muchas veces, no se tiene el cuidado que se debiera procurar por el bienestar de la sociedad, sino que se responde a intereses particulares de corte capitalista que traicionan la idea de "verdad" implícita en el conocimiento científico. Actualmente, la ciencia y la tecnología sirven al cumplimiento de los designios de las diferentes formas de poder. Hacia adentro y hacia afuera del mundo científico, existe un orden jerárquico que obstaculiza el libre desarrollo de éste, sometiéndolo al cumplimiento de los deseos del más poderoso. Se crea un vínculo fuerte entre el campo científico con el poder y se debilita el que se mantiene con lo social. Mientras el conocimiento es aprovechado como una forma de poder, se pierde la atención que debiera darse a la búsqueda del bienestar de la humanidad. Por ello es necesario fomentar el pensamiento crítico, independiente del poder, para mantener y 11
formular valores éticos y democráticos de ciudadanos socialmente responsables, sensibles a lo que ocurre a su alrededor y emancipadores de la dominación de los intereses de las grandes potencias, las naciones hegemónicas que oprimen, en mancuerna con las oligarquías locales, a los pueblos del tercer mundo. En "Equidad epistémica, racionalidad y diversidad cultural" Ambrosio Velasco Gómez formula una crítica a la concepción moderna de la racionalidad que se origina en la primera mitad del siglo xvii con Descartes y Bacon. Esta concepción se basa en el recurso de un método y un lenguaje que pretenden ser universales y garantizar por sí mismos la objetividad y racionalidad del conocimiento. Esta propuesta de racionalidad metódica elimina como irrelevantes las controversias y disputas propias de la argumentación medieval y renacentista, que tomaban como modelo a la lógica tópica y la retórica de Aristóteles. Los problemas principales de esta concepción no se reducen a cuestiones lingüísticas, metodológicas y epistémicas, como podrían ser la pretensión de universalidad de cierto lenguaje y método, sino también surgen implicaciones y consecuencias en el plano político de carácter autoritario. Particularmente se analiza la propuesta hobbesiana de desarrollar una ciencia civil o política al modo geométrico de carácter demostrativo y concluyente como fundamento racional de una concepción del poder que fija sus propios límites y, en este sentido, resulta absolutista. Se sostiene que el racionalismo hobbesiano es el origen de una tradición dominante en la filosofía y ciencia política que fundamenta la legitimidad del ejercicio del poder en el conocimiento científico, tradición de gran influencia en nuestro tiempo, como lo han señalado filósofos políticos como Oakeshott, Wolin, Q. Skinner, así como filósofos de la ciencia como Kitcher, Toulmin, Feyerabend y Turner, entre otros. Así pues, la principal crítica a la concepción 12
moderna de racionalidad de cuño cartesiano reside en sus consecuencias e implicaciones políticas de carácter autoritario. En este sentido se trata de una reflexión desde la filosofía política de la ciencia. En contra de esta concepción y retomando ideas y propuestas de humanistas del Renacimiento (De la Veracruz), y de los fundadores de la filosofía de la ciencia contemporánea (Duhem, Neurath), que defienden una idea de racionalidad basada no sólo en métodos, sino también en el diálogo y la discusión plural, se propone un concepto alternativo de racionalidad basado en un principio de equidad epistémica. Esta concepción no sólo es compatible con el reconocimiento de la diversidad de saberes propios de las actuales sociedades multiculturales y de la participación amplia plural y democrática de la sociedad, sino que presuponen tal reconocimiento y tal participación. Cierra la primera sección del libro el trabajo de Salvador Jara "Ciencia y democracia". El autor sostiene que la ciencia y la democracia pueden y deben ser garantías para salvaguardar la diversidad y vencer la tentación de imponer un solo punto de vista, así sea mayoritario. El dogma que resulta de la seguridad de tener la verdad les convierte en obstáculos para la super vivencia y en artífices de una homogeneización que acaba con las diferencias y borra las identidades. Nos advierte que así como la ciencia, con base en su prestigio y autoridad no debe descalificar a priori ningún otro saber, la democracia tampoco debe acabar con las perspectivas y visiones de las minorías escudándose en su poder mayoritario. En ambos casos esa actitud representa una ofensa a la inteligencia de quienes piensan distinto y defienden un modelo de desarrollo y supervivencia diferente, en la igualdad democrática todos y cada uno deben tener un espacio en el concierto de la planeación del 13
futuro, porque a fin de cuentas lo que está en juego es la existencia de mayorías y minorías, y de nuestro entorno natural. Si se logra alcanzar ese primer objetivo de la supervivencia, la posibilidad de que el bienestar anhelado, tanto individual como colectivo, se haga realidad, dependerá de reconocer en la ciencia y la democracia espacios que promuevan un amplio y plural debate de puntos de vista y de modos de vida para una mejor existencia de todos los seres humanos. La segunda sección del libro agrupa cinco trabajos centrados en cuestiones axiológicas. El primero es el de Francisco Álvarez "Racionalidad axiológica y prácticas científicas". En este texto se propone incluir entre la lista de los antecedentes de la filosofía política a John Rawls y al economista Amartya Sen. El problema de la relación entre Sen y Rawls es importante para precisar muchas cuestiones contemporáneas en filosofía política y en la aplicación de los instrumentos de la ciencia económica a la reflexión de la ciencia. Buena parte de los análisis sobre el cambio técnico y el impacto de las tecnologías, su difusión y aplicación, suelen adoptar como estructura teórica subyacente, la teoría económica estándar, el modelo de elección racional. Álvarez considera que existen otras formas de acción no regidas exclusivamente por la optimización de la eficiencia en términos de la relación medios-fines, que resultan más eficaces y moralmente más defendibles. La racionalidad no debería verse influida por la teoría económica, sino que ambas deberían ampliar sus modelos. El agente que decide racionalmente es aquel que elige una alternativa después de un proceso de deliberación que atiende a tres cuestiones: qué es lo factible, qué es lo deseable y cuál es la mejor alternativa de acuerdo con los deseos y dadas las constricciones establecidas por lo factible. La racionalidad debe responder con ética, a través de los códigos 14
morales, procurando un funcionamiento económico y científico que fortalezca los recursos de la comunidad. Álvarez llama la atención a aquellos que pretenden aislar al conocimiento científico de sus condiciones de producción. La ciencia, al tener una intencionalidad, al ser una actividad humana dirigida a ciertos fines y que produce determinados resultados, consigue algunos objetivos y produce algunos efectos inesperados, debe ser sometida a valores éticos. La racionalidad individual y la racionalidad ecológica están estrechamente interrelacionadas, de un lado la búsqueda, selección y procesamiento de información y, de otro, la conformación social de valores que guían y orientan como reglas de decisión rápida, con nuestros valores éticos y nuestros compromisos morales. Nuestros criterios éticos tienen enorme importancia a la hora de nuestra conducta de búsqueda activa de información y buena parte de la peculiar actividad que constituye la ciencia como forma de búsqueda y sistematización de la información, no puede obviar ese componente. No se trata simplemente de unas nociones vagas procedentes de la filosofía política, sino de utilizar en el estudio de la ciencia los mejores instrumentos de análisis de esos otros campos, siendo complementarios, pluralizando y deliberando. Steve Fuller escribe "Rescatando la izquierda de Darwin en el siglo xxi". Enfáticamente asevera que un fantasma amenaza la teoría política occidental; la izquierda darwinista. Ésta, en contraste con la creencia marxista de que todos lo problemas de la condición humana podrían resolverse reacomodando las relaciones sociales, acepta a las personas tal y como son y luego intenta que hagan el bien a través del "refuerzo" de cosas que hacen naturalmente, y que coinciden con el beneficio de su prójimo. Este refuerzo es un incentivo provisto por el Estado, por una izquierda darwinista que sabe que la base son los patrones de comportamiento y que éstos 15
pueden ser mediados a través de la genética. En tanto una teoría científica acerca de la vida en la tierra, el darwinismo atiende cómo las especies logran sobrevivir el tiempo que lo hacen. Como teoría política, el darwinismo hace de la sobrevivencia de la especie un bien último, incluso cuando esto signifique el sacrificio o manipulación de miembros individuales de una especie dada. La política darwinista de Singer, campeón público de la izquierda darwinista, apela a la doctrina del "uniformismo", en donde la política está regida por los principios que gobernaron a la naturaleza en el pasado, cuando los seres humanos se integraban armónicamente a ella y no pretendían su dominio. Fuller propone una condición básica para cualquier proyecto político de izquierda; que al empoderamiento de la naturaleza no se le permita obstaculizar el empoderamiento de la humanidad, estableciendo claras prioridades políticas, en donde no sea más importante la protección de aquellas especies incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones, sino la sobrevivencia de la especie humana por medio del aprovechamiento de todas las posibilidades tecnológicas que permiten y mejoran su existencia. Cristina di Gregori y Cecilia Durán presentan conjuntamente el trabajo "Conocimiento y democracia: el valor epistémico y político de la opinión pública en la filosofía de J. Dewey". El interés de este texto está enfocado en la reflexión sobre la necesidad y la legitimidad, o no, de la participación pública en las políticas científicas. Tal apunta a aclarar algunos de los términos en los que pueda plantearse el problema, circunscribiéndose a ciertos puntos de partida que han planteado Habermas y John Dewey. Habermas recupera tres modelos típicos de la relación entre saber especializado y política; el decisionista, el tecnocrático y el pragmatista. Este último es el único que refiere de forma necesaria a la democracia, surgiendo de él una nueva consideración y 16
explicitación de la función de la opinión pública y su relación con el saber científico y la acción política, por el problema de comunicación que el modelo implica. Dewey ofrece su modelo democrático, en donde la participación popular integral es definitoria de la democracia. El problema es que no se han descubierto los medios por los que el público actual pueda identificarse a sí mismo para definir y expresar sus problemas, pasando de ser una gran sociedad (asociación) a una gran comunidad (democracia). Cada individuo debiera liberar sus potencialidades en armonía con los intereses y los bienes que son comunes al grupo al que pertenece. Cada grupo debiera definir sus valores y aspiraciones y, entre grupos, debiera existir una flexible interacción y comunicación. Sólo así es posible la gran comunidad que promueva su beneficio de forma deliberada a través de una conciencia social y una voluntad general. Continuan exponiendo los obstáculos al modelo democrático de Dewey y lo que para él resulta de suma importancia; considerar al conocimiento como el poder de concientización y desmitificación para formar un público democráticamente efectivo. Además, ofrece varias recomendaciones para la producción, difusión y utilización del conocimiento en general y del conocimiento científico en particular. Dewey nos deja un marco de fundamentación complejo y rico para quienes defienden la pertinencia epistémica y política de la opinión pública, la cual, entre otras condiciones, es constitutiva e inseparable de un genuino modelo democrático. "Neutralidad axiológica y filosofía política de la ciencia y la tecnología" es el título del trabajo de José Miguel Esteban. La neutralidad axiológica de la ciencia y la tecnología es una tesis que se ha sometido a diferentes críticas. Tales consideran que los instrumentos con que se evalúan los procesos que utilizan 17
científicos e ingenieros están cargados de valor; valores epistémicos, económicos, políticos, sociales. Éstos determinan los objetivos que la ciencia y la tecnología persiguen y los medios que utilizan para alcanzarlos. Es necesario esclarecer el tipo de valores al que responde la producción de conocimiento y sus aplicaciones para entender la injerencia que tienen en la sociedad. En el texto se plantea el pluralismo axiológico, su consideración incluye la reflexión acerca de los valores desde los que se definen los objetivos y los medios con los que se pretende alcanzarlos, tratándose de establecer un contrato social en el que tengan cabida valores que procuren el bienestar social y no el predominio de los determinantes valores empresariales y políticos que pudieran estarse ocultando detrás de esa "neutralidad". John Dewey establece que la inteligencia es el proceso de rehacer lo viejo uniéndolo a lo nuevo, la transformación de la experiencia pasada en conocimiento, y la proyección de ese conocimiento en nuevos fines y propósitos. Para lograrlo es necesario responder congruentemente a ese pluralismo axiológico, el cual estaría formado por las inquietudes e intereses de la sociedad, por ser ella misma la que delibera con respecto a su pasado y decide por el bien de su futuro, en una participación informada que es necesaria para el sano funcionamiento del sistema democrático. Cierra la sección el trabajo de Ricardo Gómez "Una nueva unidad no estándar de análisis". El autor sostiene que existe una nueva unidad de análisis para el conocimiento científico. Ésta se opone a la radical separación entre teoría y hechos, a la obsesión por el método (lógico-deductivo) y a la neutralidad valorativa de la concepción estándar de la ciencia. La nueva manera de entender el conocimiento científico se amplía sincrónica y diacrónicamente abarcando grandes unidades de 18
estudio; paradigmas, proliferación de teorías, programas de investigación. Ante el abandono de la demarcación entre contextos pierde relevancia el método y se hace flexible ante los distintos valores a los que responde, dándole importancia a los aspectos históricos, políticos o sociales. Ello no significa que los filósofos no estándar de la ciencia hayan abandonado la racionalidad, sino que ésta se ha ampliado, incluyendo la discusión racional de valores y objetivos, así como la presencia de argumentos no siempre lógicamente conclusivos. La economía neoliberal es una unidad de análisis cuya crítica puede ser comprendida a través de esta concepción más rica de racionalidad. Para lograrlo, Gómez establece las partes que constituyen el "marco teórico" de esta unidad de análisis, pues el entendimiento de éstas ayuda a asumir una postura crítica respecto al sistema económico, sus medios, sus fines y la visualización de sus consecuencias. En sí mismo, el neoliberalismo no admite objeciones, pues ya había sido sometido a una demostración metodológicamente científica que, por la vía estándar, dejó al mundo convencido de su viabilidad, asumiendo sus presupuestos acríticamente. El análisis no estándar desenmascara la racionalidad meramente instrumental por medio de la cual niegan la posibilidad de la complementariedad con la racionalidad práctica, dejando fuera toda connotación política en un mundo en el que lo económico tiene obvia injerencia en lo social. Javier Echeverría abre la tercera sección del libro: Ciencia Tecnología y Sociedad. En su texto "Política de la tecnociencia. Los macroprogramas Converging Technologies como ejemplo" señala que el origen de la política científica se remonta a la época de la Segunda Guerra Mundial y a la decisión del gobierno estadounidense de mantener las estructuras científicas generadas 19
durante la guerra, remodelándolas y diseñando nuevos objetivos, impulsando la ciencia y la investigación básica como una acción estratégica para el país, contribuyendo con su predominio. Ello implicó un profundo cambio en la estructura de la práctica científico- tecnológica, una revolución tecnocientífica que se ha ido expandiendo desde 1950 por las diversas disciplinas y países, y que se diferencia del estudio de la anterior concepción de ciencias modernas por tres aspectos fundamentales entre "y" y "la"; en las tecnociencias contemporáneas, 1) la ciencia debe insertarse en un sistema más amplio que incluye, además de científicos, a ingenieros, técnicos, empresarios, políticos y militares, toda una agencia científica que se encarga de ir gestionando lo que gira alrededor del proceso tecnocientífico (investigación-desarrolloinnovación), 2) el componente financiero y económico de los proyectos tiene una función determinante y 3) existe una simbiosis entre ciencia, ingeniería y tecnología como condición necesaria para la actividad tecnocientífica. Así es como logra modificarse la estructura interna de la práctica científica por una estructura organizativa de tipo empresarial, administrativa, política y jurídica de soporte, en donde no se divisa la diferencia entre lo estrictamente interno y lo externo, entre la teoría y la praxis, y por lo que es necesario contar con una filosofía de la práctica tecnocientífica para hacer una filosofía de la tecnociencia. El resultado de la investigación tecnocientífica es validada por los desarrollos tecnológicos y la innovación, por los mercados y las sociedades, quienes aceptan o rechazan las propuestas que les son poco a poco insertadas para beneficio económico de los grupos que dirigen la tecnociencia. La innovación se convierte en la parte más importante del proceso tecnocientífico y ésta es medida de acuerdo con la mejora que supone en la competitividad entre las 20
empresas o agencias científicas. La tecnociencia no sólo pretende conocer mejor el mundo, además tiende a transformarlo, sobre todo a modificar a las personas y a las sociedades. El ámbito de contrastación de las tecnociencias son las sociedades, por lo que resulta imprescindible hacer filosofía social y política de la ciencia. Hay que analizar y criticar las políticas científicas que promueven algunos de los proyectos tecnocientíficos pues, al ser propuestos por empresas, los conocimientos científicos pueden ser parte de un simple instrumento para el logro de sus objetivos, los que poco tienen que ver con el avance en el conocimiento y mucho con finalidades empresariales, políticas y militares. El trabajo de Juan Carlos García Bermejo Ochoa se titula "Paradojas y cuestiones abiertas en la política de fomento de la innovación tecnológica". En este texto se hace una útil reflexión alrededor de los mecanismos habituales de protección de los derechos de propiedad intelectual e industrial, ésta es guiada por los planteamientos de la tradición económica neoclásica, pues reflejan una actitud creciente de revisión crítica y son referencia para respaldar teórica y políticamente esos mecanismos. Esta revisión es importante por los continuos avances en los procesos de producción y distribución (cambios técnicos) de los bienes intelectuales y de su condición excluyente o no excluyente. Resulta una consideración valiosa, pues, al tratarse de conocimientos, cabe la pregunta de si deberían ser del dominio público o no. Desde el punto de vista económico, los mecanismos de protección de los bienes intelectuales e industriales vigilan las ganancias obtenidas a través de ellos, al mismo tiempo, resultan un obstáculo para que la sociedad no pueda libremente alcanzar esos bienes a su favor. Los conocimientos y sus mecanismos de protección, responden a intereses privados, a la búsqueda de 21
ganancias, y cualquier intento social por llegar a tales conocimientos resulta ilegal y representa pérdidas para las industrias y autores que los desarrollaron. El cambio tecnológico es uno de los factores determinantes del crecimiento económico y del incremento en el nivel de bienestar social. Las ideas son el elemento que va creando nuevas oportunidades para combinar y emplear de diferentes maneras los recursos disponibles para obtener bienes más valiosos o mediante procedimientos más eficaces. Las ideas pueden favorecer la difusión del crecimiento económico entre naciones, pero los mecanismos de protección monopolizan esas ideas. La distribución del conocimiento es desigual y no beneficia a todos los ciudadanos, pues está sometida a intereses económicos, para los cuales resulta más importante la eficiencia que la justicia o la equidad. Para que la provisión de los bienes se acerque al nivel socialmente deseable es preciso que intervenga el poder público, estableciendo medidas que ayuden a financiar distintos proyectos, fortaleciendo el sistema educativo, otorgando ventajas fiscales a quienes inviertan en investigación y desarrollo, revisando y reformando los derechos de propiedad intelectual e industrial y los mecanismos de aplicación para beneficio de la sociedad, y reforzando el carácter noexcluyente del conocimiento. En su contribución "Ciencia, tecnología e innovación para el desarrollo sustentable. Elementos para un marco de referencia", Hebe Vessuri sostiene que las actuales trayectorias convencionales de desarrollo son insostenibles. El impacto de las actividades humanas, los alcances de la ciencia y la tecnología, han tenido resultados positivos y negativos. Por un lado existen mejoras en la salud y educación, mayores oportunidades para compartir información y remedios ambientales efectivos en algunas partes del globo. Por otro lado, el riesgo de cambio climático por la continua 22
emisión de gases y por la enorme cantidad de calor y agua requerida en el proceso de extracción de petróleo, están provocando un irremediable deterioro ambiental. Ante ello es necesario mejorar la eficiencia energética, esfuerzo que hasta ahora no se ha dejado ver como parte del compromiso entre el sector privado y los intereses de la sociedad, sin poder asegurar el bienestar del todo. Las sociedades en riesgo no son sustentables, y las amenazas no resueltas imponen más riesgos a las generaciones presentes y futuras. El nuevo ambiente de vulnerabilidad mundial y la necesidad de nuevas vías para la gobernabilidad global requieren grandes avances en los distintos enfoques intelectuales, psicológicos y estratégicos. Se hacen necesarias nuevas concepciones (concientización) y nuevos enfoques que incluyan la participación entre los sectores público y privado, la regulación trasnacional y preocupación por la sustentabilidad a largo plazo. Para lograrlo deben multiplicarse los diálogos e iniciativas, aumentar los incentivos, vincular las diferentes escalas de interacción, medir y definir el progreso, focalizar esfuerzos, poner a la ciencia y a la tecnología al servicio de los objetivos del desarrollo sustentable; teniendo en cuenta sus consecuencias, procurando la salud, el bienestar, evitando riesgos, conservando al planeta en sus mejores condiciones. La preocupación por la sustentabilidad ha estado en la agenda global desde hace ya varios años, y la ciencia y la tecnología pueden contribuir efectivamente a lograr los objetivos planteados en todos los niveles de toma de decisiones dentro del gobierno, la industria y la sociedad en general. Una mayor comprensión científica y capacidad técnica son cruciales, así como la producción de conocimiento a partir de la investigación en ciencias naturales y sociales, fortaleciendo la colaboración de los distintos ámbitos 23
disciplinarios. Eulalia Pérez Sedeño en su trabajo "Ciencia, tecnología y (auténtica) democracia" explica cómo después de la Segunda Guerra Mundial surgieron diversos movimientos sociales que realizaron grandes críticas a las corrientes principales de la ciencia, dándole importancia a los factores sociales que determinan sus contenidos, logrando cambios en la producción de conocimiento, reformulando así, la filosofía de la ciencia. Uno de esos movimientos es el feminista, el cual ha hecho contribuciones importantes desde una perspectiva política y en busca de la auténtica democracia. El feminismo analizó la forma y contenidos de la enseñanza de la ciencia para diseñar estrategias que motivaran la participación de mujeres en ella, promoviendo una ciencia más inclusiva, realmente universal. Para lograrlo, las filósofas feministas aportaron el análisis de la localización social del sujeto cognoscente; la importancia que tiene el tiempo y el lugar desde el cual se determina el qué y el cómo se conoce, enfocándose más en las diferencias de género, en cómo hombres y mujeres difieren en la información a la que se acercan y su interpretación. Así, se establece que la empresa científica siempre se realiza desde un contexto cultural concreto, por lo que aquellos que se dediquen a ella incorporarán valores de su propia cultura, consciente o inconscientemente. Ello no tiene porqué ser negativo, al contrario, deberían las diferentes creencias de trasfondo constituir un recurso en vez de un obstáculo para el éxito científico, ampliándolo. Como el mundo es rico, debemos abogar por el pluralismo en la ciencia, enriqueciendo la teoría con los resultados de las muchas y variadas innovaciones metodológicas locales, descubrimientos de nuevas fuentes de evidencia y desarrollo de teorías alternativas. Habría que promover una práctica científica en la que quepan las 24
consideraciones ideológico-políticas por su importancia en el razonamiento y la interpretación de los contenidos de la ciencia, en donde todos los procesos estén abiertos al escrutinio y exista una verdadera transparencia que permita una auténtica democracia. Matthias Kaiser en "Ciencia y política: una pareja sin romance" asevera que hay razones para asumir que la ciencia y la política han estado tan estrechamente relacionadas que llegan a ser virtualmente inseparables, contrariamente a lo que se pretendió en los comienzos de la ciencia moderna (siglo XVII). Existen diferentes organizaciones que fueron creadas para suministrar las bases científicas, técnicas y analíticas para una inteligente e informada toma de decisiones políticas que demuestran esta unión ciencia-política. Un ejemplo de estas organizaciones son aquellas que analizan temas relacionados con el cambio climático (ipcc, grupo intergubernamental sobre el cambio climático) o con respecto a la supervisión o protección de ballenas (iwc International Wildlife Coalition). Estas instituciones están constituidas por científicos que llegan a desarrollar un perfil político que los ayuda a enfrentar las nuevas circunstancias, teniendo que desarrollar habilidades que no formaban parte de la formación o entrenamiento propio de un científico, siendo su trabajo restringido por límites de tiempo establecidos por la agenda política, en donde no sólo es necesario presentar el resultado del conocimiento obtenido, sino que también deben hacer ver cuáles son las incertidumbres y dónde existen aún campos de ignorancia, teniendo, a veces, que lidiar con información incierta o insuficiente por la presión política de los asuntos sociales que dependen de estas materias. Debe existir un gran compromiso entre científicos y políticos, pues si los trabajos de investigación de unos son realizados con base en las decisiones que deben tomar los otros es necesaria la amplia 25
comunicación y responsabilidad de ambos, pues su desempeño tiene consecuencias sociales y ambientales importantes y previsibles. Se debe seguir promoviendo el intercambio activo de ideas entre disciplinas y tradiciones, preparar con mejores herramientas a nuestros científicos y políticos para que puedan responder de la mejor manera y ante las más adversas circunstancias. Sergio Martínez en "La caracterización del riesgo tecnológico como problema filosófico", expone que la regulación del riesgo generado por el desarrollo tecnológico es uno de los temas centrales en los estudios sobre la ciencia y tecnología. Una tarea importante es el desarrollo de una categorización significativa en la práctica que nos permita detectar los riesgos y con base en esa clasificación sugerir maneras de tratarlos. Implícita o explícitamente esto requiere introducir el concepto de incertidumbre y reflexionar sobre la ontología implícita en nuestros juicios de probabilidad, y en particular sobre el tipo de juicios que pueden hacerse cuando somos ignorantes de las posibilidades que pueden jugar un papel en la caracterización del riesgo. En la literatura reciente se hace una distinción entre "enfoques precautorios" y "enfoques científicos" en el tratamiento del riesgo. Esta distinción es un avance importante en relación con enfoques anteriores, pero sigue asumiendo una cierta caracterización del concepto de riesgo y de incertidumbre, asociada con una manera de entender lo que es la ciencia y su relación con la tecnología. Martínez examina estos conceptos y algunos de los presupuestos que interesa hacer explícitos. Una crítica filosófica del concepto de ciencia, implícito en esas discusiones, va a llevarnos a implicaciones interesantes para la forma en la que puede regularse el riesgo en una sociedad democrática. Esto va a requerir incorporar una manera de entender cómo los procesos de decisión pueden llevarse a cabo colectiva y 26
cooperativamente, a través de instituciones. "Participación ciudadana, gestión y evaluación tecnocientífica" es el artículo de León Olivé que centra su atención en las condiciones epistémicas, sociales y políticas para que pueda desarrollarse una buena gobernanza de la ciencia, la tecnología y la tecnociencia, la cual es indispensable en las sociedades contemporáneas para una auténtica democracia. Por gobernanza Olivé entiende los procesos de gobierno y administración de asuntos públicos basados en la interacción de autoridades políticas convencionales y la sociedad civil; esta última representa una participación e influencia relevantes en las decisiones que toman las autoridades, que deben ser en todo momento responsables ante la ciudadanía de la manera más transparente. Con estas connotaciones la gobernanza se aproxima mucho a un gobierno auténticamente republicano que además de la participación continua en los asuntos públicos requiere de la virtud cívica que involucra, tanto aspectos epistémicos (prudencia, apertura al diálogo), como éticos (veracidad, honestidad) y políticos (prelación del bien común). Olivé señala que para que la ciudadanía pueda participar responsablemente es indispensable que se fortalezca la cultura científica, tecnológica, tecnocientífica y humanística. Que dentro de esa cultura se compartan creencias objetivas con los científicos o tecnólogos, y en general con todos los interlocutores que participen en el diálogo y deliberación plurales respecto a los asuntos socialmente relevantes de la ciencia, la tecnología y la tecnociencia. Además es indispensable que los expertos en ciencia y tecnología, así como las autoridades correspondientes, tengan una amplia sensibilidad para escuchar y atender los diversos puntos de vista de la ciudadanía y llegar a legítimos acuerdos en conjunto. Dentro de los temas y problemas más relevantes de las políticas 27
en materia de ciencia y tecnociencia, León Olivé destaca las evaluaciones de los riesgos que conllevan para proyectos específicos, como podría ser la manipulación genética de semillas. El tipo de creencias objetivas y argumentos que se requieren para una buena decisión al respecto, no puede limitarse al conocimiento experto de científicos y tecnólogos, ni tampoco podrían ser prioritarios sus intereses como científicos, sino que deben concurrir otros tipos de saberes, intereses y valores de distintos sectores y grupos sociales. Así la inclusión es otra condición necesaria para la buena gobernanza de la ciencia, la tecnología y la tecnocienia. Para construir estas condiciones de la buena gobernanza de la ciencia, el autor considera muy pertinente la formación de comunicadores y de gestores de la ciencia y la tecnología que promuevan el diálogo plural e incluyente y puedan mediar para superar conflictos y propiciar acuerdos. En su artículo "Valoración social del riesgo tecnocientífico: controversias sobre el desarrollo y la innovación" Jorge Linares observa que en los últimos años la relación política entre la sociedad y el desarrollo tecnocientífico se ha modificado debido a la creciente complejidad de los riesgos tecnológicos y a la dificultad de evaluarlos adecuadamente, ya que dichos riesgos exceden nuestras capacidades colectivas de previsión y constituyen una propiedad emergente de los sistemas tecnológicos actuales. Los riesgos en el mundo tecnológico son de una dimensión novedosa por la complejidad multicausal y la aceleración del encadenamiento de efectos que los producen. Esta situación obliga a abandonar la idea de que la previsión de riesgos es cuestión exclusiva de expertos y gobiernos. Por el contrario, se requiere un nuevo modelo de relación entre la sociedad y la tecnociencia que procure reducir los riesgos derivados de las interacciones, mediante la deliberación y el control público. Para ello se requiere 28
crear procedimientos de participación ciudadana que enfrenten las aporías del riesgo desde un marco de principios y reglas mínimos ampliamente consensuado. Entre éstos, Jorge Linares propone los siguientes: Principio de responsabilidad, principio de precaución, principio de potenciación de la autonomía y principio de justicia distributiva. Linares coincide con Olivé en que la participación ciudadana en las deliberaciones de política tecnocientífica requiere una amplia comunicación y educación científica y tecnológica de la ciudadanía. Concluye su artículo enfatizando la necesidad de democratizar la tecnociencia para que ésta, a su vez, democratice a la sociedad. La cuarta y última sección integra varios estudios de caso sobre la relación entre ciencia, tecnología y política. El primero de ellos es el de Mechthild Rutsch "Entre ciencia, política internacional y comunidades científicas". Este texto expone la relación entre saber y poder en el contexto de lo que se ha llamado ciencias del sur y del norte o relaciones entre países centrales y periféricos. Intenta dilucidar una de las formas en que se articulan la antropología y la arqueología mexicanas, con la organización que de estos saberes se estructuró en los países imperialistas a principios del siglo XX. Las comunidades científicas libran sus propias batallas; pactan alianzas de acuerdo a coyunturas históricas y ámbitos nacionales, se adecuan a facciones de intereses, aceptan valores que muchas veces están condicionados por la búsqueda de beneficios personales. Tales batallas se presentan en la construcción de una ciencia mexicanística. Se analiza la forma en la que los elementos contextuales han alterado o no la estructura del conocimiento de las disciplinas antropológicas en nuestro país y qué lugar guardan dentro del panorama internacional de las ciencias, en un escenario poblado por científicos de diferentes nacionalidades y culturas, con sus respectivas redes de amistad, alianzas o contradicciones. El 29
propósito del texto es mostrar cómo las redes del poder geopolítico se imbrican en las redes científicas. A continuación Ana Barahona presenta el texto "Introducción e institucionalización de la genética en México en la primera mitad del siglo XX". El trabajo apunta hacia la conformación del campo disciplinario de la genética en México, entendida como la creación de las instituciones alrededor y en las que las actividades científicas se llevaron a cabo. La ciencia es concebida como un fenómeno social en el cual la aceptación o rechazo de nuevas teorías, el uso o la introducción de técnicas nuevas, no depende exclusivamente de su objetividad, sino de la manera como se ha recibido por una comunidad científica en un momento histórico particular. Esta reconstrucción histórica permite entender, por un lado, la estructura de los conceptos y teorías de la genética, y por el otro, cómo se establecieron en una sociedad y finalmente se consolidaron en las instituciones. La primera etapa de desarrollo de la investigación acerca de la genética aplicada al mejoramiento general fue liderada por Edmundo Taboada durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. Sus objetivos estuvieron influenciados por el movimiento revolucionario de 1910, buscando el beneficio de pequeños agricultores y logrando la creación del Instituto de Investigaciones Agrícolas. La segunda etapa corresponde a una mirada más capitalista y se da durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho. Ésta buscaba incrementar la producción en el próspero sector privado de la agricultura, dando lugar a la creación de la Oficina de Estudios Especiales, con la colaboración de la Fundación Rockefeller y sus investigadores norteamericanos. Estas dos tendencias compartían los mismos objetivos; lograr un aumento en la producción de alimentos básicos en México. Sin embargo, las dos líneas enfocaban la investigación agrícola de 30
manera diferente, con objetivos, apoyos económicos e intereses políticos diferentes, que propiciaron una relación distante entre ellas y que son muestra de la incidencia que el contexto y la política tienen en los procesos de investigación y desarrollo científico con miras al beneficio social o a intereses particulares. Rafael Guevara Fefer es autor del artículo "El imperio francés, el emperador austriaco y la tradición científica mexicana". Considera que resulta pertinente estudiar las condiciones sociales e intelectuales en las que los científicos crean conocimientos y desempeñan su quehacer. El caso de las políticas científicas del Segundo Imperio y de Francia ayuda a esclarecer los términos de la relación entre ciencia y sociedad, pues los hombres que las pusieron en marcha, a su modo, construían la nación y el imperio, al tiempo que inventaban las nuevas disciplinas científicas y daban forma a la asimetría de las prácticas científicas que imperaba entre los países del norte y del sur. Este texto es una reflexión sobre las políticas científicas a través del uso parcial y personal de la diversa historiografía de la ciencia mexicana, una sugerencia sobre lo que hoy entendemos y aceptamos que es y que debe ser la política científica en los países como el nuestro. La revisión historiográfica permite valorar el estudio de las políticas científicas de México y Francia durante el Segundo Imperio como una ruta crítica para explicar el devenir de las ciencias en general y de las de México en particular. Al conocer y comparar la situación científica de dos países decimonónicos que participaron al mismo tiempo y de forma harto distinta en la gestación de las ciencias contemporáneas, estaremos en condiciones de construir un punto de vista privilegiado para observar cómo se imaginaron e inventaron las ciencias y cómo éstas lograron adquirir un lugar tan importante en el espacio social de nuestros tiempos. 31
Acercarse al ambiente científico del Segundo Imperio a través de los trabajos y los días de la Comission Scientifique de Mexique, de la Comisión Científica, Artística y Literaria, así como de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura, permite conocer la forma en que se fueron configurando las nuevas disciplinas científicas al abrigo de los imperios y las naciones. Edna Suárez Díaz presenta el trabajo "Determinismo tecnológico revisitado: algunas ideas en torno al impacto de la biotecnología en nuestras vidas –¿o viceversa?" Señala que la discusión en torno al determinismo tecnológico ha sido constante en los estudios sobre la tecnología. La idea cobra interés, e incluso vigencia, en el marco de los numerosos problemas que hoy enfrentan las sociedades ante los avances científicos y tecnológicos, pese a que difícilmente exista hoy en día algún pensador que defienda estrictamente el determinismo. Entre las razones para que el tema, sin embargo, continúe vigente, destacan dos. La primera tiene que ver con una experiencia generalizada en las sociedades industrializadas: la influencia y peso innegables que el desarrollo tecnológico tiene en las formas de vida. La segunda tiene un carácter epistémico. Se trata de una cuestión de interés fundamental y general en el ámbito de las ciencias sociales: la naturaleza de sus explicaciones. Una reflexión acerca de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad difícilmente puede, aún hoy en día, eludir el problema del determinismo tecnológico. Se plantean ejemplos relacionados con las Técnicas de Reproducción Asistida para considerar las consecuencias sociales que irremediablemente tienen los desarrollos tecnológicos. Los estudios sociales de la ciencia y la tecnología nos han mostrado, con diferentes argumentos y desde diferentes ángulos, que la visión dicotómica tradicional, que separa a éstas como esferas autónomas del resto de la vida social, es insostenible. Las 32
barreras de lo social y lo natural se encuentran en constante redefinición, y el caso de las tra no es más que uno de los ejemplos más extremos que nos muestran que aquello que asumíamos como natural –por citar el más extremo, la maternidad biológica– se ha convertido en el producto de una serie de prácticas materiales (esto es, técnicas) y sociales. Finalmente, Carlos López Beltrán y Francisco Vergara Silva presentan "La construcción política del genoma del mestizo mexicano", en donde hablan sobre cómo la Genómica Humana se ha convertido en un núcleo de problemáticas bioéticas y biopolíticas sumamente activo y controvertido. Entre los efectos de la poderosa nueva tecnología de secuenciación genética y genotipado está un impulso renovado a la racialización de las categorías empleadas en la antropología y la biomedicina. En México esto cobró impulso a partir del año 2004 cuando un grupo de influyentes médicos y políticos decidieron impulsar la creación del Instituto Nacional de Genómica Médica (INMEGEN). Liderados por Guillermo Soberón Acevedo, y como cabeza visible Gerardo Jiménez Sánchez, este grupo empleó estrategias retóricas y científicas diversas para consolidar su proyecto. Este trabajo intenta describir, contextualizar y analizar el episodio reciente en el que el grupo de biomédicos que conformaron el INMEGEN en los primeros años de su existencia (2005-2009), dirigieron sus mayores esfuerzos hacia un proyecto de investigación poblacional que sus impulsores llamaron el "genoma mestizo de los mexicanos". Con el fin explícito de enfrentar importantes problemas nacionales de salud putativamente asociados a enfermedades comunes que, se afirmó, son consecuencia de las particularidades genómicas de los mexicanos. Se hacen aquí algunas críticas sobre las estrategias retóricas, políticas y metodológicas que aquel pequeño grupo de científicos mexicanos fue utilizando en esos años para convencer a 33
varios sectores del público, de que un constructo teórico como el "genoma del mestizo mexicano" es un hecho biológico y un recurso económico, y que la fundación de una institución especial de investigación valía la pena, pues ésta le daría con el tiempo el poder patrimonial a los mexicanos sobre tal "recurso". En el contexto de las muchas críticas y contra críticas que en las últimas décadas se han venido dando en relación al uso de "raza" como una categoría válida dentro de la investigación biomédica, este ejemplo mexicano permite desarrollar una serie de cuestionamientos sobre la validez científica y ética de la creación y la inserción en el discurso científico de constructos teóricos racialistas imaginarios, como el "genoma mestizo", que sólo sirven al propósito de apuntalar los intereses de ciertos grupos particulares de médicos y genetistas. Agradecemos el valioso apoyo de Carolina Espinosa Caballero y de la Cooperativa Editorial Viandante en el trabajo de corrección y edición de los artículos que componen este volumen.
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Perspectivas generales
El conocimiento experto en la República Fernando Broncano
El olvido de Epimeteo y la tensión entre conocimiento experto y democracia La polis vio nacer en la época de esplendor ateniense la tensión entre el conocimiento experto y el orden político, entre un orden social orientado hacia la búsqueda de la eficiencia (quizá ocasionalmente la verdad) y un orden social orientado hacia la búsqueda de la justicia; una tensión que aún forma parte de los complejos fundamentos de la democracia que todos deseamos, en la que una sociedad bien ordenada logre acoger sin tensiones una ciencia y tecnología bien ordenadas. El Protágoras de Platón inserta en sus comienzos un mito narrado por Protágoras, el principal de los filósofos que han sido llamados sofistas, quien, en contra de Sócrates, sostiene que todos los ciudadanos poseen un conocimiento igual de la justicia. Se trata de la historia de Prometeo y Epimeteo, dos hermanos que fueron encargados por los dioses de repartir los dones entre los seres vivos. Epimeteo le pidió a Prometeo que le permitiese realizar la tarea y así, con sentido de la equidad, repartió de forma imparcial las virtudes o funciones entre los animales: el tamaño, las defensas, velocidad, etcétera, teniendo en cuenta que cada especie tuviese su particular ventaja frente a otras. Agotados sus recursos de dones, Epimeteo descubrió que
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había olvidado a los humanos que se encontraban desnudos y desprotegidos y que ya no tenía don alguno que repartir entre ellos. Cuando llegó Prometeo a inspeccionar el resultado y reparó en el desastre, intentó arreglarlo robando a los dioses el ingenio científico y técnico junto con el fuego, sin cuya energía no habrían podido ejercer sus artes. Prometeo fue castigado cruelmente por este robo, pero los humanos comenzaron a proliferar y extenderse armados cada cual con sus respectivas destrezas técnicas. Sus nuevos conocimientos, sin embargo, les fueron de poca utilidad pues no conocían las artes de lo social y estaban en una continua guerra entre ellos, incapaces de fundar ciudades y habitarlas. Por eso Júpiter resolvió definitivamente el problema enviando a Hermes, quien repartió entre todos los humanos, por igual, el conocimiento y el sentido de la justicia, y a partir de ese momento nacieron las polis y las leyes. La narración de Protágoras es una de las primeras formulaciones de la idea de contrato social que conformará toda la filosofía política moderna. Podríamos traducirlo a los términos del republicanismo contemporáneo sin que perdiese su fuerza metafórica: los individuos se convierten en ciudadanos al adquirir este saber que llamamos el juicio de lo justo y lo injusto, y este saber les iguala a todos por encima o por debajo de sus diferencias sociales o culturales y, en lo que a nosotros nos importa, de sus diferencias en el conocimiento experto de la ciencia y la técnica. La posición de Protágoras no sería pues distinta a la de muchos defensores radicales de la democracia que consideran, y consideraban ya en Atenas, la asamblea de ciudadanos como el órgano máximo que determina el orden de la ciudad, que ocasionalmente consulta a los expertos sobre algunas cuestiones particulares de su ámbito de conocimiento, pero que es y se siente soberano en la deliberación y en la posterior determinación de sus 36
decisiones. Así que parecería que el olvido de Epimeteo habría quedado reparado por la primera intervención heroica de Prometeo y la posterior de Júpiter. Según este mito, el conocimiento experto es necesario para la supervivencia y la satisfacción de necesidades, pero es insuficiente y deficitario para un ordenamiento justo de la sociedad, que solamente puede ser resuelto en una instancia superior como son el ágora y las instituciones deliberativas y ejecutivas de la República. Al leer las palabras de Protágoras uno parece estar leyendo Ciencia y técnica como "ideología" de Habermas, por citar solamente alguno de los muchos escritos políticos sobre la ciencia, pues se muestra en el mito un canon que baja hasta lo más profundo de nuestros sistemas de legitimación política: la universalidad e igualdad en el conocimiento de lo justo y la asimetría entre el juicio político y el juicio experto, entre la autoridad política y la autoridad epistémica. Platón era muy consciente del atractivo que tenía este discurso entre sus conciudadanos, que llevaban años debatiendo sobre qué significaba la democracia y cómo había que luchar contra la oligarquía, pero, como sabemos, una parte sustancial del pensamiento platónico, estuvo determinada por su experiencia del juicio y condena de Sócrates por un jurado constituido en la asamblea, en el que estaban involucradas, entre otras cosas, las distintas formas de ver los fundamentos de la democracia. Sócrates fue acusado de impío y de corruptor de la juventud, aunque en el trasfondo de la acusación estaban sus dudas sobre el fundamento de la democracia ateniense y sobre si el gobierno del pueblo era un gobierno de los mejores o simplemente de los más ingeniosos en la palabra. En la obra de Platón esta experiencia se transfigura en una reflexión sobre el concepto de lo justo y del bien, de la tejné y la episteme en el marco de la polis. Platón cree que las cosas no están resueltas 37
en el discurso de Protágoras, y que ni está tan claro que la distribución de poder de la asamblea sea por sí mismo una distribución de la justicia, ni que todo individuo conozca espontáneamente lo justo y lo injusto: en ambos casos debe haber constricciones que están determinadas por una cierta distribución del poder que obedece, para decirlo rápidamente, al rol funcional de los ciudadanos que se cumple a la vez en cada persona, en el rol y orden de sus facultades, y en los papeles sustanciales que articulan la ciudad como son la producción técnica, la defensa y la educación. No nos interesan aquí ni la filosofía política de Platón ni su concepto de justicia, sino la particular cuestión de las constricciones que debe tener una sociedad bien ordenada y, en particular, las constricciones de orden epistémico y técnico. Pues nos preocupa en qué modo una distribución justa del poder y la autoridad y de los bienes públicos, es fruto de una adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico; y, en la dirección inversa, en qué modo una adecuada división del trabajo epistémico es también una ordenación justa de la comunidad de seres cognitivos. Desde la época de Platón hasta el siglo pasado, esta cuestión se aplicaba en un dominio limitado, como la pregunta por la forma eficiente de distribución del poder personal y, si acaso, de la educación del príncipe, es decir, se traducía en una pregunta por las características que debían tener los individuos que regían los asuntos públicos. En las sociedades complejas del siglo XX, en las democracias sostenidas en el capitalismo avanzado y en la sociedad globalizada, esta vieja cuestión adquiere un tinte dramático de legitimación y eficiencia que ha terminado por generar un nuevo término ad hoc: gobernanza, un concepto y propiedad que se refiere al buen orden de gobierno en un sentido de armonía entre lo justo y lo eficiente. Como sabemos, las sociedades 38
contemporáneas han sufrido lo que han sido llamados "procesos de modernización", procesos que afectan a todos los ámbitos de la existencia y, como denunció sistemáticamente la escuela de Frankfurt, calan hasta lo más hondo de la conciencia desgarrada de los individuos. Aquí nos importan una clase de estos procesos que desde Weber a Habermas se han calificado como procesos de racionalización del orden social. Se trata de direcciones del cambio social que emergieron con una fuerza desconcertante en la Primera Guerra Mundial: la producción se organizó como producción de guerra siguiendo el orden "científico" del trabajo que habían implantado las cadenas de montaje automovilístico americanas; la guerra se hizo industrial y, para decirlo con palabras de la época, "más que dirigirse, se administró"; 1 después de la guerra, las diversas esferas sociales fueron entrando en un proceso de estructuración ordenada a la eficiencia que hizo aparecer a la burocracia como una nueva forma social, las técnicas de gestión y administración y, en general, el sometimiento de la vida social a las constricciones de una planificación dirigida al crecimiento, la producción y, como denunciaba Adorno, a la extensión universal de la mercancía. A su vez, de estos procesos, el punto que nos interesa es la propia racionalización de la ciencia y la tecnología, su conversión en lo que hoy llamamos un sistema de investigación, desarrollo e innovación, en un organismo social dirigido al crecimiento del conocimiento, de la innovación técnica y de las oportunidades tecnológicas. Es el hecho de que se haya conformado como un sistema, desbordando lo que podría ser una mera comunidad de sujetos, el que transforma la cuestión de Platón en una pregunta que se filtra por todas las membranas del orden científico y técnico y se convierte en una pregunta por las condiciones de su legitimación. El sistema moderno de investigación y desarrollo que forma parte 39
de nuestras sociedades se originó en la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y en la secuencia de aquélla que llamamos Guerra Fría. Allí se conformaron las bases de una forma de organizar la interacción entre la innovación y el crecimiento económico que hoy se caracteriza como la triple hélice, en un remedo metafórico de la doble hélice del genoma. Se refiere este término a la interacción dinámica entre un sistema académico superior orientado a la eficiencia investigadora, un sistema gubernamental que dedica una parte sustancial de su presupuesto a la financiación estratégica de la investigación y un sistema empresarial que se embarca en trayectorias tecnológicas arriesgadas. Manuel Castells 2 ha estudiado con detalle y extensión esta triple hélice en el caso de la revolución de la microinformática, aunque los historiadores de la técnica detectan ya fenómenos similares en el caso de la industria aeronáutica en los albores de la Segunda Guerra Mundial y en campos como las comunicaciones y la electrónica. El punto de inflexión se produjo en los años sesenta, cuando este sistema se convirtió en un núcleo esencial de las sociedades desarrolladas en lo que respecta no ya tanto al gobierno y a la administración diaria como a su propia configuración estratégica en la historia. En las carreras por el poder mundial que han caracterizado la política desde la Segunda Guerra, la estructura de la triple hélice de cada una de las formaciones sociales confiere o inhibe ventajas comparativas de orden económico,político o militar. La división actual del mundo en grandes áreas geoestratégicas de poder económico y político, no es ajena a las formas particulares que adoptan las trayectorias de cambio inducidas por formas distintas de esta triple estructura, como tampoco lo son las dinámicas de interdependencia que denominamos "globalización". La importancia del sistema de I+D no debería hacernos olvidar, sin embargo, la importancia de todos los demás componentes de la 40
dinámica social. Aunque vamos a centrarnos en la cuestión del orden social en este sistema, no debemos olvidar el marco político y económico del mundo contemporáneo ni la importancia que tienen otros elementos de orden ideológico y económico que no pueden dejar de ser tenidos en cuenta. La perpetua guerra en África y el trasfondo de la lucha por el control de los minerales estratégicos, las guerras por el control del petróleo, la emergencia de los fundamentalismos religiosos, los movimientos migratorios creados por los pozos negros de la diferencia económica, las crueles migraciones de grandes masas financieras, la llamada "deslocalización" de la industria, la estabilización de una sociedad llamada del "veinte por ciento", que constituye una masa de reserva de mano de obra que se convierte en la gran masa de la sociedad, el terrorismo ciego y las nuevas formas de autoritarismo, […] éstos y otros rasgos que sería tan largo como inútil detallar en este texto conforman un desapacible trasfondo contra el que el sistema de investigación se ilumina con luces oscuras y lejanas de los brillos de la idea de progreso ilimitado y uniforme. Este trasfondo nos habla de una creciente probabilidad de desaparición de la democracia, que en algunos momentos y por parte de algunos ilusos se pensó como estado estacionario después del "fin de la historia". La democracia, nos avisa Rawls, es un sistema tan frágil como históricamente contingente; del mismo modo que tuvo un origen histórico tan particular como reciente, puede tener un final previsible, dadas las tensiones acumuladas en el tiempo presente. En este contexto no es menos previsible el final del entrelazamiento que llamamos triple hélice, incluso del sistema científico y tecnológico que hemos conocido en los últimos doscientos años, y, por último, en lo que a nosotros importa, de la relación compleja entre el sistema de innovación y el sistema democrático de ordenar una sociedad justa. 41
Los procesos de legitimación social del sistema C-T, atendiendo a este planteamiento, no pueden ser ya ajenos a la epistemología política, una especialización de la epistemología que se refiere a los procesos de conocimiento en contextos sociales, ni tampoco a la política epistemológica, es decir, a las políticas orientadas a la promoción y gestión del conocimiento como un bien social. Compárese la diferencia entre ambas mediante una analogía entre lo que podría llamarse "sanidad social", como salud de las personas derivada de su existencia en comunidades particulares y políticas sanitarias, o sistemas públicos de promoción y preservación de la salud. Pues bien, las relaciones entre ciencia y democracia, en el contexto de la tensión que creemos entrever entre verdad y justicia, tienen que plantearse en el doble plano de cuál es el estado de conocimiento, (y también de capacidades tecnológicas, pero por el momento y por cuestiones de simplicidad nos referiremos solamente a la ciencia) por el hecho de que tenga una cierta estructura social el sistema de su producción y cuáles son las políticas públicas destinadas a la promoción del conocimiento. Los dos aspectos, epistemología política y política epistemológica resultan al final estar estrechamente relacionados, como lo están también en el caso de la salud, pero lo están de una forma contingente; en la medida en que las políticas públicas se orienten por una cierta epistemología política y en la medida que quienes practican el conocimiento en contextos sociales apoyen o se enfrenten a ciertas formas de epistemología política. Históricamente las relaciones entre epistemología política y política han sido cambiantes dentro de un esquema que podemos calificar como "moderno": el programa baconiano- cartesiano de convencer a la sociedad de la importancia del conocimiento como fuente de poder y de beneficio social. Este marco, sin embargo, admite 42
considerables variaciones en su conversión en formas particulares de política del conocimiento y de epistemología social. En el intervalo de los años treinta y setenta, se desarrollaron varias alternativas en medio de polémicas filosóficas y políticas que contribuyeron a configurar el sistema de la triple hélice contemporánea. Vamos a examinar tres aproximaciones a la intersección de epistemología política y política epistemológica que fueron históricamente muy relevantes en la configuración de las varias políticas contemporáneas respecto a la ciencia, y lo que me parece más relevante, siguen siendo aún modelos de referencia en lo que respecta al problema de cómo es posible una ciencia bien ordenada en una sociedad bien ordenada. La razón de escoger modelos que se retrasan tanto en el tiempo histórico es saltar a los momentos primigenios en los que las políticas fueron expresadas con toda claridad y los argumentos con la mayor contundencia. Los herederos de aquellas propuestas aún siguen activos y las propias políticas pueden ser reconocidas en los varios estilos de los diversos estados. La planificación social de la ciencia y la técnica A comienzos del siglo XX solamente el sistema alemán había generado una colaboración estable entre la ciencia y la industria. La industria química alemana había comenzado una política de investigación en colaboración con los institutos gubernamentales del Kaiser y con los departamentos universitarios. La investigación de tintes, la investigación química, en general y la industria militar fueron los núcleos de esta primera forma de colaboración estable entre la universidad y las empresas. Esta colaboración dio una ventaja inicial a los alemanes en la Primera Guerra Mundial, aunque Inglaterra y Estados Unidos reaccionaron con rapidez en 43
una movilización masiva de científicos y, sobre todo, con la planificación fordiana de las industrias de armamento, que se mostró como un factor esencial en la derrota de Alemania. En la posguerra este proceso se hizo más lento, en palabras de J. J. Salomon: después de las hostilidades las relaciones entre la ciencia y la política volvieron a ser en la mayoría de los países –al menos hasta la década de 1930– las que habían sido en la segunda mitad del siglo XIX: en resumen, relaciones de buena vecindad en las que el Estado sostenía la investigación como si se tratase de algo superfluo y la ciencia, por su parte, no se hallaba en condiciones de exigir lo necesario. 3 Pero la situación volvió a cambiar, en primer lugar por el ascenso del fascismo en Alemania y la rápida militarización de su economía, y en segundo lugar por la visibilidad que comenzó a tener fuera de la República Soviética el primer plan quinquenal de 1927, que incorporaba la doctrina oficial de que la investigación científica ha estado siempre, y siempre debe estarlo, dirigida a la satisfacción de las necesidades sociales, estigmatizando la búsqueda del conocimiento por el conocimiento. Roosevelt creó en Estados Unidos un consejo asesor para la ciencia y la tecnología que tenía como función asesorar al presidente en la política de la ciencia que debía acompañar a su nueva política económica de bienestar, y en el que participaron personajes que habrían de ser tan relevantes en la política de la ciencia posterior como J. K. Galbraith, Vannevar Bush y James B. Conant, el futuro mentor de Kuhn. En muchos otros países se produjeron movilizaciones de científicos con una nueva conciencia política y social, especialmente en Inglaterra, donde se creó una tradición sociológica, histórica y filosófica que va 44
a ser el centro de nuestro primer modelo de epistemología política. Mijail Bukharin, uno de los más importantes dirigentes e intelectuales soviéticos, visitó Inglaterra en 1931 con ocasión de un congreso internacional sobre historia de la ciencia, junto con una nutrida representación de científicos de la Unión Soviética. Allí explicó la nueva filosofía de la ciencia como forma de tecnología y la ligazón de la investigación científica con las necesidades del plan quinquenal. Entre los científicos, filósofos e historiadores que se entusiasmaron con las nuevas del sistema soviético, estaban Joseph Needham, biólogo cristiano y socialista que se habría de convertir en el gran historiador de la ciencia china y el autor al que vamos a referirnos inmediatamente, John Desmond Bernal, cristalógrafo con profundos intereses en historia, sociología y filosofía de la ciencia. Bernal inició una campaña mediante escritos, apelaciones a la British Association for the Advancement of Science e intervenciones en organizaciones como las Associations of Scientific Workers de Gran Bretaña y Estados Unidos. Una parte de los ensayos de la época fueron recogidos en La libertad de la necesidad, 4 más tarde en su monumental Historia social de la ciencia (1954) y, sobre todo, en The Social Function of Science (1939) 5 (en adelante: sfc). La obra de J. D. Bernal contiene un lastre ocasional, derivado de su compromiso político y de las circunstancias históricas en las que surgió, y una lección de lucidez sobre el sistema de ciencia y tecnología que no hace sino crecer con los años. 6 En la primera mitad de sfc, Bernal hace un estudio exhaustivo del sistema de investigación y desarrollo en la Inglaterra prebélica, en la segunda parte propone un modelo de política científica y de innovación que coincide en su parte sustancial con lo que fueron las políticas de innovación posteriores a la gran guerra, y que aún hoy sigue vigente en algunos puntos, por ejemplo, en las propuestas tan 45
sugerentes de establecer un sistema mundial de información científica y abaratar las publicaciones mediante medios electrónicos (no olvidemos la fecha de redacción, 1939). Representa el primero de los modelos que proponemos como solución contemporánea a la tensión entre la ciencia y la democracia, un modelo basado en una planificación política de la investigación científica de acuerdo a un orden de prioridades que atiende a las necesidades y proyectos de la sociedad. Este modelo se basa en algunas premisas sobre la naturaleza de la ciencia, sobre la filosofía de la ciencia y sobre las relaciones con la sociedad que son tan claras como discutibles: fueron entendidas muy bien y fueron discutidas con pasión y siguen siendo premisas en las que se basan las políticas de la ciencia que enlazan con el modelo de Bernal. El primer paso es el diagnóstico que hace Bernal de la ciencia y su relación con el aparato productivo: la ciencia ha dejado de ser una ocupación de nobles curiosos o de mentes ingeniosas apoyadas por patrones ricos y se ha convertido en una industria apoyada por grandes monopolios estatales y por el propio estado. Imperceptiblemente, esto ha alterado el carácter de la ciencia que ha pasado desde una base individual a una base colectiva y ha incrementado la importancia del aparato y de la administración.7 El postulado bernaliano del carácter institucional de la ciencia habría de tardar décadas en ser reconocido ampliamente. La percepción intuitiva de los investigadores, el imaginario popular y, lo que es más grave, la epistemología y filosofía de la ciencia, siguieron siendo individualistas por décadas. Sólo tras la generalización de las ideas kuhnianas se consideró el aspecto 46
comunitario de la ciencia, pero entre la fórmula comunitaria y la institucional a la que apunta Bernal, aún media una distancia que es esencial para comprender la lógica de esta opción. El carácter institucional de la ciencia, por lo masivo de su población de investigadores, por la compleja estructura administrativa y, sobre todo, por la esencial función que cumple en el conjunto social, convierte el problema de Platón en el problema de la legitimación y relaciones entre una sociedad ordenada y una macro institución social que coopera con el propio orden social. De esta forma abrimos ya lo que es el segundo postulado central en la aproximación bernaliana, el carácter esencialmente aplicado de la investigación científica. Mientras que el carácter institucional es descriptivo, esta segunda característica ya tiene fuerza constitutiva en lo que se refiere al conocimiento en la sociedad. Así, nos confronta Bernal con dos concepciones de la ciencia. La primera es caracterizada con esta cita de La República que sigue en el libro VII a la narración del Mito de la Caverna. "Lo que a mí me parece –dice Platón– es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea de Bien. Una vez percibida ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas […] y que es necesario tenerla a la vista para poder obrar con sabiduría, tanto en lo privado como en lo público." 8 Es curioso que Bernal defina la primera concepción con esta cita, no tanto por lo que pudiera haber pensado Platón, que ahora no nos importa, sino por cómo Bernal entiende la posición platónica. Pues Bernal cree que es la esencia de la primera concepción, que no es otra que la búsqueda del conocimiento por el conocimiento o, en su lectura de Platón, por el valor intrínseco del conocimiento, o, expresado en otros términos, del conocimiento como valor no condicional, como fin en sí. La legitimación de la ciencia por sí 47
misma era la posición contraria a la suya en el marco de una controversia que se estaba desarrollando a lo largo de toda la década en toda Europa y, con especial virulencia, en la British Association for the Advancement of Science. Bernal opone un argumento ideológico y un argumento histórico: el proyecto del conocimiento puro, aduce, tiene la sorprendente consecuencia de que alimenta una concepción religiosa del universo, puesto que convierte en milagro todo lo que desconoce, dado que la pasión por el conocimiento es el único motor del conocimiento, y es fácilmente compartida con otros sentimientos que se ocupan de las lagunas de lo conocido. La ciencia adquiere así una función social apologética de las religiones "modernistas", sostiene. El argumento es un poco chusco, pero no debemos olvidar, primero, que en Inglaterra la relación entre ciencia y teología fue siempre muy estrecha desde la época newtoniana, y que, por otra parte, era el argumento básico de sus oponentes, Michael Polanyi a la cabeza. El segundo argumento es de orden histórico, y fue una de las conclusiones que extrajo de la conferencia sobre historia de la ciencia de 1931. La ciencia, sostiene, no hubiera sido posible sin la tecnología. Desde Galileo a nuestros días, la presencia de las técnicas en la investigación es fundamental, pero, además, la ciencia siempre tuvo en último extremo, una relación muy estrecha con las necesidades sociales de cada época. Si hubiera predominado el proyecto de la investigación pura, se atreve a decir, nunca hubiera existido la ciencia en Occidente. El argumento histórico es una consecuencia de lo que es la segunda concepción de la ciencia, que es la sostenida por él: no hay distinción básica entre ciencia y tecnología, y la ciencia es un proyecto social que tiene como horizonte la satisfacción de las necesidades humanas en el doble sentido de disminuir los sufrimientos y crear bienestar. "Los caminos al poder y al 48
conocimiento discurren juntos y son casi el mismo." 9 Es el proyecto baconiano puro, no solamente como justificación estratégica de la ciencia, por sus consecuencias aplicadas, sino como motor de la investigación. La ciencia es y debe ser una fuerza de transformación social. De nuevo hay que lamentar aquí que las tesis de que todo conocimiento implica un trasfondo de intereses y necesidades hubiera de esperar hasta la popularización de las mismas ideas por la escuela de Frankfurt, y especialmente por Habermas para ser reconocidas entre los filósofos, cuando no al llamado Programa Fuerte de Edimburgo. Bien es cierto que en Bernal obra una posición marxista soviética ortodoxa, mientras que posterior y contemporáneamente se divulgará una extraña mezcla de Marx y Manheim. La concepción del conocimiento científico como parte del proceso técnico hereda el extraño lugar en que Marx sitúa al conocimiento científico, un lugar en el que participa a la vez de la infraestructura, como fuerza de producción y de la superestructura, como representación del mundo, deformada a veces por la pantalla de la ideología dominante. La tesis marxiana es una tesis anticipativamente pragmatista: solamente cuando el conocimiento marca una diferencia en la práctica puede considerarse verdadero. Lo más importante de Bernal, ya con un sentido más práctico que filosófico, es el principio de planificación, para el cual todo lo anterior no ha servido más que como planificación. Es por este principio por el que las tesis bernalianas pueden considerarse como una solución pura al problema de Platón. La sociedad de hecho establece una agenda sobre la ciencia. La diferencia entre lo normativo y lo descriptivo es aquí una diferencia que proviene de la retención que una sociedad mal ordenada establece sobre las fuerzas de desarrollo de la ciencia. Es la distancia que establece el socialista Bernal del Canciller Lord Baco: "Guerra, caos financiero, 49
destrucción voluntaria de bienes que necesitan millones, subalimentación generalizada, y el miedo a otras guerras todavía más terribles que cualquier otra anterior en la historia, son las imágenes que pueden ser dibujadas hoy día de los frutos de la ciencia". 10 La ciencia bajo el capitalismo, sostiene Bernal, no puede rendir sus frutos adecuados, no puede cumplir su función porque, en primer lugar, es apropiada para fines privados y particulares, en segundo lugar, porque bajo una sociedad capitalista estará siempre mal organizada. Una de las virtudes más intemporales del trabajo de Bernal es su cuidadosa descripción del sistema I+D inglés y, comparativamente, el del resto de los estados desarrollados. En la primera mitad del libro esta descripción exhaustiva, con sus ventajas y defectos, da paso a una segunda mitad en la que examina cómo podría ser la ciencia si se planificase bien, y es en ese marco en el que Bernal expone las líneas de lo que debería ser una política científica correcta. Parecería que el principio marxista le llevaría a plantear que el único modo de ordenar la ciencia es transformar la sociedad de capitalista en socialista. Y sí, solamente en una sociedad socialista, en la que la estructura social esté ordenada a la satisfacción de las necesidades generales, ocurrirá que estas necesidades representarán de manera especular los objetivos legítimos de la ciencia, a la vez que la dinámica científica se acoplará con suavidad a la dinámica social. La esencia de la primera solución al problema de Platón es que una sociedad justa, regida por gobernantes justos, tiene el derecho y la obligación de planificar la ciencia para financiar aquellas investigaciones que se dirijan a los objetivos y necesidades decididas como prioritarios por la sociedad. Las cosas en realidad no son tan sencillas ni en el marxismo, ni en la realización soviética del momento, ni tampoco en la cabeza de 50
Bernal. Pues la ciencia se concibe en esta existencia doble en la infraestructura y la superestructura. Ejerce un doble papel a la vez justificador y transformador de la sociedad. Pues la sociedad capitalista está condenada a transformar sus bases y fuerzas de producción más allá de lo que es capaz de soportar su estructura ideológica de legitimación y su aparato de poder. Traducida a otros términos, esta idea implica que la búsqueda de una sociedad más justa depende en cierto modo también del desarrollo de la ciencia. En una sociedad capitalista la ciencia debe ser promocionada hasta donde se pueda, pues es uno de los factores necesarios de la transición a una sociedad más justa, que, a su vez, es la que permitirá una expansión adecuada y legítima de la ciencia. De manera que la política científica es simultáneamente un instrumento de mejora de la ciencia y un medio estratégico de cambio social. Los herederos de esta idea fueron numerosísimos. En Inglaterra, por ejemplo, Christopher Freeman fue discípulo y representante de las ideas de Bernal, y en parte quienes se formaron y formaron el Science Policy Research Unity de la Universidad de Sussex, como Keith Pavitt (recientemente fallecido, como Freeman) o Ben Martin. En general forma parte del núcleo de las políticas socialdemócratas europeas y, en cierta forma, del proyecto de sociedad de bienestar. Si uno examina las introducciones a los programas de investigación de la ce, especialmente al VI Programa Marco, encontrará resonancias reconocibles de las ideas bernalianas. No vamos a desarrollar ahora un examen crítico de estas ideas. Pero sí es necesario subrayar la concepción pragmática de la ciencia y, sobre todo, que unas autoridades legítimas y justas puedan por sí mismas ordenar la política de la ciencia en un sentido de preservación de la armonía entre justicia y políticas de la búsqueda de lo verdadero, o de lo más eficiente. Implica algo así 51
como una creencia en la transparencia y maleabilidad del sistema de I+D, como si no pudiera ser que el sistema generase su propia dinámica "weberiana" insensible a las necesidades sociales y a las particulares características de la sociedad. Por otra parte, el modelo bernaliano, de una distribución adecuada de las necesidades y fines sociales, según un criterio basado en la justicia, será a la vez una distribución eficiente del trabajo científico, extiende de modo irresponsable el optimismo hasta el proceso de desarrollo de la ciencia y, en la dirección inversa, hasta el progreso social. Implicaría automáticamente que cualquier desarrollo del sistema, no importa que sea básico o aplicado, es automáticamente un motor del progreso social. Varias décadas de pesimismo tecnológico reiterado nos hacen levantar la ceja ante tal creencia. La solución comunitarista o la República de la Ciencia El gran oponente de las ideas de Bernal y de la Association of Scientific Workers fue el fisicoquímico Michael Polanyi. Representa el segundo modelo de solución al problema de Platón. Se trata de una mezcla de solución liberal universal con una autonomía irrebasable de la ciencia. El contexto político de Polanyi es el mismo que el de Bernal, salvo que Polanyi se encuentra en el otro extremo político. Polanyi, como será también Popper, representa la reacción liberal contra las ideas marxistas que se habían extendido por las sociedades occidentales con los frentes antifascistas que se organizaron en los albores de la guerra. Polanyi formó parte activa de la epistemología política de la Guerra Fría oponiendo a las ideas bernalianas argumentos que provienen de una concepción del conocimiento que habría de popularizarse unos años después. Steve Fuller ha estudiado con cuidado el periodo que discurre desde la publicación de La estructura de las revoluciones 52
científicas, que tiene como contexto los momentos más álgidos de la Guerra Fría, cuando la carrera armamentística se convirtió también en carrera tecnológica y económica, y Estados Unidos y Europa decidieron extender una concepción de las relaciones entre ciencia y sociedad que después hemos llegado a conocer muy bien, puesto que el "paradigma kuhniano" se extendió irresistiblemente en los nuevos departamentos que se fueron creando al compás de este modelo. La expresión más pura de este proyecto fue la revista Minerva, cuyo primer número salió el otoño de 1962, y en cuya editorial de presentación encontramos una perfecta determinación de su propósito. Así, comienza describiendo los cambios sufridos recientemente por la ciencia: la extensión de las disciplinas, la creciente especialización, la explosión numérica de estudiantes, científicos y universidades a lo largo del mundo, y sobre todo, lo que Minerva denominaba "gubernamentalización de la ciencia" y que caracteriza en estos términos: El patrón de esta reciente "gubernamentalización" de la ciencia, de lo académico y de la educación superior es extremadamente complicado y variable. Engloba muchas cosas: el establecimiento de relaciones contractuales entre gobiernos y universidades y empresas privadas para la conducción de la investigación y el aprendizaje académico y científico; los esfuerzos gubernamentales para adiestrar un cierto número de especialistas en ramas particulares de la ciencia y la academia en un periodo determinado de tiempo; las decisiones de promover ciertos campos de la investigación; los planes gubernamentales de crear nuevas universidades e instituciones tecnológicas; los planes gubernamentales y políticas de atraer a los más talentosos a las carreras en ciencia y académicas; el fomento gubernamental de la utilización económica de los 53
resultados de la investigación; la dirección real de los laboratorios gubernamentales; la incorporación de la consultoría técnica y científica en el proceso normal de gobierno; la búsqueda de modos de apoyar la ciencia y la enseñanza que respeten la autonomía de las instituciones intelectuales mientras obtienen ciertos servicios deseados.11 Me he permitido esta larga y prolija cita porque representa lo que uno consideraría que es el sueño bernaliano, el establecimiento de una política de la ciencia y la tecnología estable y planificada desde el gobierno. Pero al grupo que representa el consejo editorial de Minerva no le importan tanto los resultados que pueda tener esta política cuanto "la corrección o legalidad de esas demandas". Su posición política es más bien distinta a la bernaliana: Ciertas demandas que son políticas en el sentido de servir sólo al interés primario de un partido son ilegítimas. La exclusión de otras materias reconocidas universalmente de investigación y enseñanza o la intrusión de creencias políticas y gubernamentales en la sustancia del trabajo intelectual o la influencia de los gobiernos en el nombramiento del personal de enseñanza e investigación sobre bases políticas, raciales o ideológicas son también ilegítimas. También es ilegítimo que las demandas de científicos y académicos tengan que estar de acuerdo con las políticas de su gobierno o de lo contrario sean excluidas o degradadas. Es la intención de Minerva afirmar la concepción tradicional de la autonomía de la vida intelectual, y más específicamente de la libertad académica y negar la validez de las afirmaciones ni sirve a la enseñanza ni al bien común. Reconoce al mismo tiempo que esta concepción tradicional, por más que sea válida como principio, requiere una formulación 54
que haga justicia a las nuevas variopintas relaciones entre el gobierno de un lado y la ciencia, la academia y la educación superior del otro. 12 Está claro que este aggiornamiento que persigue Minerva es parte de una política abierta de oposición a todo lo que signifique alguna ideologización de la ciencia o de su trabajo. A este respecto es muy ilustrativa la lista, no muy larga, del Consejo Editorial. Junto a científicos como Robert Oppenheimer, 13 Abdus Salam o Sir John Eccles, aparece un grupo de historiadores y filósofos que no resisto relatar: Gerald Holton, Thomas S. Kuhn, Charles Snow, John M. Ziman, y, claro, el inspirador de la revista, Michael Polanyi. Es en ese número precisamente en el que aparece el artículo que resume la posición que representa paradigmáticamente el segundo modelo de ciencia ordenada en una sociedad ordenada, "The Republic of Science: Its Political and Economic Theory".14 El objetivo de la epistemología política de Polanyi es el mismo que el que expresa la editorial de Minerva, defender la autonomía de la ciencia contra las intrusiones ideológicas. Fue una posición política que Polanyi tuvo desde que en 1930 fue nombrado catedrático de Química Física de la Universidad de Manchester, cuando comenzaron a llegar noticias sobre cómo los especialistas en genética, o quienes se oponían a Lysenko, eran expulsados o enviados a los gulags. En realidad Polanyi se oponía a la penetración de las ideas de planificación social de la ciencia originadas en el marxismo. Lo más interesante es que deriva su posición política de una posición epistemológica que conocemos bien por ser una parte del núcleo duro del kuhnianismo: el carácter tácito y el compromiso personal como elementos esenciales de la profesión científica. El carácter tácito de la ciencia, que se opone a su carácter público 55
en un sentido de objetividad proposicional lingüística, deriva esencialmente de tres elementos. El primero es el carácter de destreza o conocimiento operacional práctico que tiene el conocimiento científico, un conocimiento que no es capturado en lo esencial por la expresión lingüística de una regla de operación o comportamiento. El segundo elemento es el carácter imitativo, de relación personal directa, en la enseñanza de la ciencia. El tercer elemento es la importancia determinante de un tipo particular de emociones intelectuales que constituyen el principal componente de un compromiso personal con la empresa científica. 15 La ciencia es, así, en términos de Polanyi, una particular mezcla de tradición y novedad ordenada en torno a relaciones de autoridad que tienen su base en el reconocimiento de las destrezas, así como en las pasiones internas, en la búsqueda de hechos de "interés" científico relevante, algo que no podría ser determinado sin la emoción que despiertan ciertas informaciones en el seno de una comunidad, o en la prosecución de ciertos patrones heurísticos, o, finalmente, en la evaluación de teorías atendiendo a sentimientos de elegancia y belleza solamente comprensibles en el marco de una comunidad particular. Las pasiones tendrían tres funciones en la dinámica de las teorías: una función selectiva de los hechos, una función heurística en la determinación de su significación y, por último, una función persuasiva en la elección de teorías. Los investigadores se reconocen entre sí mediante una forma de socialidad que Polanyi llama "convivencialidad", que involucra lazos cognitivos y no cognitivos, un sentimiento de encontrarse en casa cuando un investigador se encuentra en el marco de un evento científico, que es paralelo al sentimiento de extrañeza que tiene cuando se encuentra en ambientes políticos, ideológicos o funcionarios. Los principios que rigen el intercambio de ideas son, sostiene 56
Polanyi, en el marco de esta convivencialidad, los mismos principios que los del mercado: "la comunidad de científicos está organizada de un modo que recuerda ciertos rasgos de un cuerpo político y funciona de acuerdo a principios económicos similares a aquellos por los que se regula la producción de bienes materiales". 16
El mercado es un sistema de autoajuste interno, presuponiendo un previo compromiso con los valores, emociones, etc. de las comunidades. Este mismo sistema, sostiene Polanyi, debe regir para el reparto de fondos, que no puede realizarse con otros criterios que los del rendimiento en el sistema del mercado de las ideas: no importa para este propósito si el dinero llega de la autoridad pública o de fuentes privadas, ni si se desembolsa de unas pocas fuentes o de un gran número de benefactores. En tanto que la distribución siga la guía de la opinión científica, dando preferencia a los científicos y a los temas más prometedores, la distribución de ayudas producirá automáticamente una ventaja máxima para el desarrollo de la ciencia como un todo. 17 La ciencia constituye de esta forma una república dentro de la república. La pregunta es, claro, por qué la República de todos tiene que financiar la república de algunos. Polanyi, en este sentido propone lo que parece tener toda apariencia de un grupo de presión social: Solamente una opinión científica unida y fuerte, imponiendo el valor intrínseco del progreso científico a la sociedad en su conjunto, puede provocar el apoyo de la investigación científica por el público general. Solamente asegurándose el respeto popular por su propia 57
autoridad puede salvaguardar la opinión científica, la completa independencia de los científicos maduros y la publicidad sin entorpecimientos de sus resultados, que aseguran la coordinación espontánea de los esfuerzos científicos a lo largo del mundo. 18 El mecanismo es pues convencer a la opinión pública para que financie y respete los resultados de la ciencia, porque solamente de este modo puede garantizarse la mejor producción de resultados, útiles o no. "Cuanto más ampliamente se extienda la república de la ciencia por el globo, más numerosos lleguen a ser sus miembros y mayores los recursos materiales a su cargo, más claramente emerge la necesidad de una autoridad científica fuerte y efectiva para reinar sobre su propia república." 19 La república de la ciencia, sostiene Polanyi, es una república de exploradores que se convierte a sí misma en un modelo de lo que debe ser la república de los ciudadanos, una república que debe estar más allá de las dudas escépticas que traen consigo algunas ideologías, que implique un compromiso personal con los valores esenciales de la tradición y con la aceptación colectiva de las novedades. La sociedad, en esta nueva república de exploradores: solamente llegará a tener una vida cultural en la medida en que respete la excelencia cultural […] Aquí tenemos los supuestos de una cultura ideal: el ideal de una vida intelectual profundamente diferenciada, promovida colectivamente; o más precisamente, de una élite conduciendo activamente tal vida intelectual dentro de una sociedad que responde a las pasiones intelectuales de esa élite […] 20 Para lo que el sistema educativo tendría a su cargo el convencer a los ciudadanos de este respeto por los valores de la excelencia. 58
"En una sociedad ideal libre, la formación y diseminación de las convicciones morales deberían tener lugar bajo la guía de los líderes intelectuales, diseminándose sobre miles de dominios especiales y compitiendo en todo punto por el asentimiento del público." 21 Todo lo demás no será más que abrir las puertas al dominio estalinista de la cultura por las bajas pasiones del poder del grupo dominante. Las palabras de Polanyi se comentan por sí mismas, son una solución que recuerda mucho a la que el propio Platón propone como respuesta al caso Sócrates en La República, la sumisión de los ciudadanos a un orden que emane de la dirección de una comunidad animada por las más excelsas virtudes intelectuales. Parecería que es una posición que no merecería ser discutida, pero hay numerosas razones para sostener lo contrario. La primera es que coincide en buena medida con el imaginario interno de muchos, casi todos, por no decir la totalidad, de los miembros de las comunidades científicas. Cada vez que reaccionan ante lo que consideran intromisiones del poder en sus propios planes de investigación, lo hacen con respuestas muy similares a las de Polanyi, de las que sólo difieren en el grado de corrección política. La segunda razón es que la epistemología de Polanyi, lejos de haber sido abandonada, ha ido creciendo en importancia y conforma las bases de la epistemología con más fuerza académica, la que ha sido denominada "giro de las prácticas", que se basa en el comunitarismo asentado en el reconocimiento mutuo de destrezas y valores en el marco local de una comunidad o, como ha denominado recientemente una conocida socióloga, de una "cultura epistémica". 22 La tercera razón es de orden externo, pero no puedo dejar de citarla: las ideas de Polanyi formaron parte y forman parte cada vez más, no ya de una epistemología política, 59
sino también de una política epistemológica nuclear del conservadurismo político y, contemporáneamente, de lo que ha sido llamado neoconservadurismo. Esta posición, a diferencia del libertarismo de origen jeffersoniano, es una posición que aboga por una mezcla de una fuerte implicación estatal en la defensa de ciertos valores, y en su promoción mediante instituciones fuertes, junto con una defensa local de los principios de mercado como formas de ajuste o coordinación espontánea de propiedades emergentes. Lakatos calificó a la posición de Polanyi de estalinista y elitista. Elitista por su formulación epistemológica, estalinista por sus consecuencias políticas de dirección sin oposición. Él, también de origen húngaro como Polanyi, pero, a diferencia suya, con muchas más razones para combatir el autoritarismo estalinista, puesto que era un exiliado de la revolución del 56, conocía bien el trasfondo autoritario de algunas epistemologías, un trasfondo que se sustenta sobre la autenticidad de ciertos componentes tácitos e inaccesibles desde fuera. No es casualidad que Polanyi desarrollase cada vez más sus ideas como una forma de sustentar la religión en una sociedad científica, pues se deduce inmediatamente de sus postulados la autonomía igual de la república de la iglesia. El descubrimiento de la diferencia. O la contracultura como gobernanza El tercer modelo que resuelve el problema de años inmediatamente posteriores al periodo examinando, y tiene que ver con lo que denominó en un best-seller del momento "el
Platón surge en los que hemos venido Theodore Roszack nacimiento de una
contracultura". Los años sesenta, en la culminación del desarrollismo y de la Guerra Fría, fueron también el marco temporal 60
de un sentimiento de malestar que recorrió los campus universitarios y que se expresó en varios movimientos sociales bien conocidos. En los años sesenta se extendió lo que podemos llamar un malestar dentro de las nuevas sociedades del bienestar, que coincidió con la primavera de Praga y, en general, con un movimiento generalizado de cambio y disidencia frente a las ideologías más asentadas. La fragmentación de lo que se llamó los grandes relatos fue la regla más que la excepción. Surgieron los movimientos de liberación del tercer mundo, se extendieron las guerrillas o las guerras abiertas, modificando las asentadas estrategias de los partidos de izquierda, surgieron los movimientos ecologistas como reacción a los primeros accidentes en las centrales nucleares, el movimiento sufragista se convirtió en un movimiento feminista con reivindicaciones generales sobre la vida cotidiana, surgió, en general, una resistencia cultural a lo que se denominó la racionalidad científica. Surgieron las bases de lo que ha sido la cultura más extendida en los circuitos académicos en los últimos treinta años. Fue el descubrimiento de la diferencia como reivindicación nuclear de una nueva forma cultural en la que aún vivimos, o quizá, en la que hemos comenzado a existir de forma. En estos años se produjeron transformaciones en los estudios de la ciencia y la tecnología que todos conocemos: surgió el programa fuerte de sociología del conocimiento, el kuhnianismo, una forma particular de la tradición, que habían representado Polanyi y tal vez Wittgenstein, se convirtió en una ideología dominante sobre la ciencia, abarcando desde los viejos departamentos de filosofía de la ciencia a los nuevos centros, programas y departamentos de cts y denominaciones similares. Este proceso ha sido reconstruido con tanta ironía como acierto por Steve Fuller en su reciente Thomas S. Kuhn 23 y no tiene sentido recordarlo aquí. Lo que sí fue importante es el surgimiento de una cultura activista y contestataria respecto a 61
las dos políticas de la ciencia universalistas que hemos descrito con anterioridad. Por su contundencia, popularidad y consistencia, el mejor representante de este momento es, sin duda, Paul K. Feyerabend. Situado entre Wittgenstein y Popper, heredero de la tradición más genuina de filosofía de la ciencia por su formación inicial alemana, en 1975 publicó un panfleto provocativo que tenía como intención tal vez poco más que molestar a los ortodoxos popperianos. Se trataba, claro, de Contra el método, un libro que alcanzó tan rápida popularidad como airadas respuestas, tan airadas que sorprendieron al propio Feyerabend, hasta ese momento más bien ortodoxo aunque con una cierta vocación de enfant terrible que nunca abandonaría. Fueron reacciones que le confirmaron en unas ideas cada vez más asentadas en su crítica al stablishment académico en filosofía de la ciencia (menos respecto a otros no menos poderosos clanes académicos). Science in a Free Society y Farewell to Reason24 fueron manifiestos de esa actitud que proponemos como un modelo que cabe calificar como la voz de Protágoras, en el marco de las varias voces del diálogo platónico. Como en los otros dos modelos, la política epistemológica se apoya en una epistemología política más o menos bien definida. La base fundamental es el descubrimiento de la diversidad cultural de la ciencia, una idea que se ha popularizado recientemente en el llamado giro pragmático: "las ciencias –sostiene Feyerabend– no poseen una estructura común, no hay elementos que se den en toda investigación científica y que no aparezcan en otros dominios". 25 El argumento es wittgensteiniano y se ha empleado después con profusión para definir las diversas culturas epistémicas de la ciencia. El segundo postulado, también muy wittgensteiniano, y el centro de la tesis de Contra el método, es la inanidad de las reglas metodológicas que, en aquella época, eran la diversión favorita de 62
las controversias entre inductivistas carnapianos y deductivistas popperianos. "No sólo las normas son algo que no usan los científicos: es imposible obedecerlas, lo mismo que es imposible escalar el monte Everest usando pasos de ballet clásico". 26 Los principios no tienen más fuerza que la verbal, a menos que los "situemos", para usar el verbo exacto: "los principios generales pueden desempeñar un papel, pero son usados [y, todavía con mayor frecuencia abusados] de acuerdo con la situación concreta de la investigación".27 No sabía entonces Feyerabend hasta qué punto ese argumento reiterado una y otra vez se emplearía en una política neoempirista de estudios de caso, tan académica como la que había venido a sustituir, con la diferencia de nuevas e interminables listas de referencias bibliográficas en cada nuevo estudio de caso. Hasta aquí podría tratarse solamente de una nueva versión de las controversias entre historicistas y universalistas que habían recorrido la historia de la filosofía de la historia desde el siglo xix. Pero el mordiente de la posición llegaba desde los ecos del malestar cultural contra la ciencia y la tecnología que, Feyerabend, recogía con atención. "Mi segundo tema –añade Feyerabend– era la autoridad de la ciencia: no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y el racionalismo occidental a otras tradiciones."28 Feyerabend se unía a las críticas a la cultura de los expertos en los momentos en los que se extendía por todo el mundo la resistencia a lo que se llamó entonces tecnocracia, que derivaba de la observación del creciente poder de los asesores científicos y técnicos en todas las instancias determinantes de la existencia social. La posición de Feyerabend representa, como la de los críticos activistas, lo que se ha considerado como reivindicaciones de democratización radical. "Lo que cuenta –añade– en una democracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir su 63
subjetividad y no lo que pequeñas bandas de intelectuales autistas declaran que es real", 29 y más adelante: el mejor y más sencillo resumen de esta posición se encuentra en el gran discurso de Protágoras: los ciudadanos de Atenas no necesitan que se les instruya en su idioma, en la práctica de la justicia, en el tratamiento de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitectos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no mediada y perturbada por educadores, ellos han aprendido estas cosas de la nada. 30 Se sitúa Feyerabend en la reivindicación de tantas tradiciones como las distintas comunidades valoren como valiosas. No hay ningún metadiscurso normativo por encima de la voluntad de los ciudadanos. Rorty, Derrida y otros críticos de las teorías tradicionales de la democracia se alinearon poco después con las tesis de Feyerabend. Su importancia está en haber formulado con toda radicalidad el programa de política epistemológica que se deriva de su concepción de la ciencia, y que resumió en el eslogan de la revolución cultural maoísta: "florezcan cien flores de loto y cien escuelas de pensamiento". En lo que a nosotros nos importa, implica una cierta forma de concebir las decisiones estratégicas de la ciencia. El imaginario ilustrado que estaba en la base de las dos posiciones anteriores queda ahora convertido en un mito o gran relato de los abuelos: Porque las promesas de éxito y humanidad que acompañaban el ascenso del racionalismo científico se convirtieron pronto en gestos vacíos. Es cierto que las ciencias progresaron [en un sentido que fue definido por ellas y que cambió de un periodo a 64
otro], pero el racionalismo tiene poco que ver con este hecho […] las instituciones se hicieron más humanas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las ciencias. Una total democratización del conocimiento podría haber restaurado por lo menos parte del contexto más amplio, habría establecido un nexo real y no meramente verbal con la humanidad, y habría podido llevar a una auténtica ilustración, y no simplemente a la sustitución de una clase de inmadurez [fe firme e ignorante en la Iglesia] por otra [fe firme e ignorante en la Ciencia]. 31 Las consecuencias políticas de la democracia radical que predica Feyerabend parten del hecho de la no división entre expertos y legos en las cuestiones fundamentales de evaluación de un programa de investigación. […] la elección de un programa de investigación es una apuesta. Pero es una apuesta cuyo resultado no puede ser comprobado. La apuesta es pagada por los ciudadanos; puede afectar a sus vidas y a las de generaciones futuras […] Ahora bien, si tenemos cierta seguridad de que existe un grupo de personas que por su entrenamiento son capaces de elegir alternativas que implicarían grandes beneficios para todos, entonces nos inclinaríamos a pagarles y a dejarles actuar sin más control durante largos períodos de tiempo. No existe tal seguridad ni por motivos teóricos ni por otros personales. Hemos de concluir que, en una democracia, la elección de programas de investigación en todas las ciencias es una tarea en la que deben poder participar todos los ciudadanos. 32 La propuesta es tan radical como repetida desde entonces. Si uno lee, pongamos por caso uno que nos es cercano, los ensayos 65
colgados en la página de la oei dedicada a cts (http://www.campusoei.org/salactsi/), observará múltiples versiones de esta forma de plantear la solución al problema de Epimeteo: la participación a través de foros, mecanismos de evaluación, etcétera que impliquen la voz de los afectados en las decisiones de los programas de investigación: disolver la barrera entre expertos y legos, hacer de los expertos en la justicia, todos en el discurso de Protágoras, también expertos en la dirección de la investigación. Recientemente Latour y Fuller han propuesto una solución similar. La fuerza de esta línea está en haber elevado el volumen de las muchas voces que concurren en el patio de vecinos de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad. Su debilidad es la fuerte dependencia que tiene de una concepción pragmatista del conocimiento, de que el valor, sea cual sea la matriz de valores aplicables, sobreviene a consecuencias beneficiosas, o percibidas como tales, por el grupo de referencia. Pero, como ya he desarrollado en otros trabajos, 33 si fuera el caso, en primer lugar, de que hubiese alguna conexión no casual entre verdad y eficiencia, o entre verdad y utilidad, y si fuese el caso añadido de que hubiese una interdependencia interna entre los contenidos del conocimiento, nos podríamos encontrar con que una distribución de las reivindicaciones por grupos de referencia social no es un buen mapa de los problemas abiertos en la investigación científica, y tendríamos algo muy parecido a lo que podríamos denominar un juego del prisionero epistémico. El problema es el siguiente: si el conocimiento científico y técnico forma una trama de dependencias entre unas regiones y otras y si estas dependencias tienen que ver no solamente con alguna forma interna de coherencia sino con el sentido fuerte de que las teorías sean verdaderas para que sus predicciones puedan ser útiles y los diseños eficientes, no se pueden desarrollar localmente los conocimientos siguiendo los 66
deseos e intereses parciales de los grupos particulares. El dilema del prisionero nos enfrenta a una situación en la que la colaboración de todos a una causa común sería la salida que salvaría a todos del desastre, pero cada uno cree que la salida particular es la más racional para cada uno. Y eso es precisamente a lo que está abocada una propuesta basada en el desarrollo de la ciencia y la tecnología de acuerdo a los intereses locales. El laberinto del contrato social Las tres posiciones que hemos relatado son soluciones coherentes y representan concepciones muy extendidas en el mundo contemporáneo. Cuando se leen los textos en los que fueron propuestas, como los de los autores que hemos elegido, o cuando se escuchan los argumentos de sus defensores actuales, aparecen a primera vista como soluciones razonables. Sorprende que hayan causado tantas controversias, porque parecería que debieran encontrarse fórmulas que las hicieran complementarias. La historia nos muestra que estas controversias han sido largas y enconadas. La tensión entre la planificación social de la ciencia y la resistencia de muchos miembros, a veces muy importantes, de las comunidades científicas, que ofrecen argumentos muy similares a los que encontramos en Polanyi, ha sido una fuente de conflictos permanente desde la creación de las políticas públicas de la ciencia. La controversia entre las dos líneas universalistas y la tercera línea crítica, constituye uno de los elementos centrales de lo que han sido llamadas Guerras de la Ciencia. Una segunda y más detenida mirada a cada una de las tres soluciones, sin embargo, nos permite ver que las tres son defectuosas, que no atienden a las razones del vecino. La primera solución contiene un elemento de autoritarismo innegable: la 67
planificación social de la ciencia y la tecnología puede estar sometida demasiado a los avatares de las ilusiones políticas, a los sesgos cognitivos que se producen en nuestras sociedades de consumo o de riesgo, o lo que es más habitual, que se insista y financien líneas de investigación por efectos de moda o por mecanismos de representación simbólica. El famoso caso de la financiación de la fusión fría es ilustrativo a este respecto. Muchos gobiernos tuvieron la ilusión de que se estaba encontrando la piedra filosofal que habría de resolver el problema de la energía y abrieron la chequera para que los investigadores fijasen la cifra de financiación. No es un caso aislado: si se leen las líneas prioritarias de muchos planes de investigación estatales o regionales, particularmente los ya pasados, que pueden ser leídos con cierta perspectiva, encontraremos fácilmente la intromisión de los sesgos simbólicos, de moda, de las aversiones al riesgo o del deseo inmoderado en la expresión de las políticas públicas de investigación. Pero además se introduce una posibilidad de dominio absurdo de una burocracia superestructural sobre las comunidades científicas que emplea ella misma más recursos que las propias comunidades que trata de planificar o evaluar. La solución elitista que significa la segunda alternativa no es menos odiosa que la primera. Si en una primera observación las demandas de autonomía parecen razonables, en un segundo momento nos encontramos ante una situación mucho menos idílica que la presentada por Polanyi cuando habla de la república de la ciencia. Pues si es una república, que no lo es, al contrario, es una metáfora ella misma sumamente peligrosa, es una república con todas sus glorias y miserias. Aún sentimos frío al pensar en el proyecto Mannhattan: los físicos se embarcaron en fabricar una bomba porque así creían que favorecían los intereses de la república, pero sobre todo porque así pensaban que su ciencia 68
sería favorecida cuando los poderes vieran su utilidad. Cuando quisieron hacer protestas de pacifismo era tarde y su situación lamentable. Fausto había vendido su alma y los demonios le habían concedido sus deseos. Me parece ilustrativa la historia que narra C. P. Snow en una joyita no tan conocida como sus famosas conferencias sobre las dos culturas y que apenas es leída ya. Se trata de Science and Government,34 un libro en el que narra el comportamiento de dos asesores científicos del gobierno inglés: sir Henry Tizard, presidente del comité de investigación aeronáutica desde 1933 a 1943 y de otros comités de defensa aérea durante la Guerra Mundial, y F. A. Lindemann, lord Cherwell, asistente personal y amigo de Churchill para la investigación y las políticas de defensa. Ambos tomaron parte como científicos en la decisión de los bombardeos estratégicos de las ciudades de Alemania. El argumento de Lindemann, que prevaleció, era que debía de quebrarse la potencia alemana bombardeando no las fábricas, que estarían bien defendidas o podrían ocultarse, sino la población, y no los barrios de clases media y alta, que al tener muchos jardines harían inefectivas buena parte de las bombas, sino los apiñados barrios obreros, en los que las bombas serían sumamente efectivas y destruirían la "capacidad productiva" alemana. Tizard se opuso alegando que las estadísticas estaban sesgadas, y que el efecto prometido sería mucho menor. Sus argumentos no hicieron efecto en Churchill, que ya había decidido los bombardeos, pero tampoco lo hacen en nosotros, que observamos horrorizados esa capacidad para banalizar el mal bajo pretexto de cálculo científico. No son casos aislados: los expertos pueden ser tan ciegos y peligrosos como los tiranos incultos. Y las comunidades científicas han mostrado suficiente ceguera moral y política como para haberse ganado la desconfianza de muchas personas y grupos. La tercera opción solamente es radical en apariencia. Como la 69
solución sofística que es, conduce a una sustitución de los programas de investigación por la demagogia de nuevas burocracias sindicales de los grupos de referencia cuyos intereses dicen defender. Pero además no resuelven el problema principal de cómo sostener una investigación que es interdependiente y costosa, independientemente de que sea aplicable o no a los intereses particulares. Se me ocurre que ninguna de las tres posiciones es demasiado consciente de las dificultades que tiene el contrato social en las sociedades complejas, globalizadas, multiculturales e interdependientes contemporáneas. Cometen el pecado de tener una visión demasiado estereotipada del complejo sistema de investigación y desarrollo, pero su mayor pecado es la ingenuidad de su filosofía política. Como si la democracia y la ciencia ya estuviesen garantizadas y fuese sencillo integrarlas. Pero no es así. No hay solución perfecta al problema de Platón. La ciencia y la tecnología tienen mal acomodo en una sociedad justa. De lo que no habría que sorprenderse, habida cuenta de que se trata de una institución que a la vez introduce un elemento de inestabilidad en las sociedades, pues las somete a una difícil transformación en lo más profundo de su identidad, en la imaginación de lo posible, y, en el otro extremo, es una condición necesaria en la formación de capacidades sociales para la satisfacción de las necesidades, y, por consiguiente, si atendemos a una idea de justicia basada en la libertad de agencia, constituye una columna básica del propio orden justo social. En esta doble existencia de institución que crea inestabilidad por su naturaleza dinámica y que al tiempo es una condición de la estabilidad social, la ciencia y la tecnología no están solas: las instituciones culturales y educativas tienen la misma característica esquizoide y por ello también son territorio continuo de enfrentamiento político entre las diversas concepciones 70
sociales. El contrato social por la inserción de la ciencia y la tecnología en las sociedades democráticas No tenemos solución, pero sí tenemos instrumentos para encontrarla. El más efectivo es transformar nuestras democracias en repúblicas deliberativas, en las que se construya una esfera pública transparente, un ágora en el que Sócrates no sea condenado y en el que se escuchen y debatan sus argumentos. Un ágora suficientemente ilustrada para que Sócrates no desconfíe de la asamblea y se refugie en soluciones elitistas, de sectas y escuelas de seguidores. Un ágora en el que los expertos hablen con la voz y la cabeza alta, pero también lo hagan los ciudadanos legos, en el que todos hablen como ciudadanos. Es una posibilidad que abre las perspectivas de filósofos que tienen una mirada sensata acerca de las bases de legitimación de nuestras sociedades. Entre ellos destaca, me parece, John Rawls. Leamos este texto suyo a la luz del problema de cómo construir una política pública para el sistema de ciencia y tecnología. En la perspectiva kantiana que presentaré aquí las condiciones para justificar una concepción de la justicia, funcionan solamente cuando se ha establecido una base para el razonamiento político y la comprensión dentro de una cultura pública. El papel social de una concepción de la justicia es capacitar a todos los miembros de la sociedad para hacer mutuamente aceptables unos a otros sus instituciones compartidas y sus ordenamientos básicos acudiendo a lo que se ha reconocido públicamente como razones suficientes, tal como se identifican en esta concepción. Para lograr el éxito en esta tarea, una concepción 71
debe especificar las instituciones sociales admisibles y sus posibles ordenamientos en un sistema de forma que pueda ser justificado ante todos los ciudadanos sean cuales sean su posición o sus intereses más particulares. 35 Rawls nos propone la idea de que el concepto de justicia sea un apelativo que impregne las razones esgrimidas en la esfera pública. Sustituyamos ahora el término justicia por cualquiera de los conceptos normativos que hemos ido examinando como fundamentos del sistema tecnológico: capacidades, agencia, etc. Observaremos que el texto nos muestra una forma lúcida y viable de entender la técnica en la democracia. Esto implica directamente que el concepto no puede ser impuesto, no puede venir dado independientemente de nuestras prácticas, en este caso cognitivas y técnicas, pero tampoco independientemente de las prácticas que establecen las formas de distribución del conocimiento y de las posibilidades tecnológicas en la sociedad. Esta aceptación social, tal como la concibe Rawls, debe mucho a la idea de contrato social, pero no debe entenderse este término como expresando un acto primigenio que, en virtud de alguna propiedad oculta (la de ser un equilibrio paretiano o algo así), determine las trayectorias futuras de la sociedad que acepta la conformación de un sistema de ciencia y tecnología en su seno. Por el contrario, tendría que ver más, siguiendo la intuición del equilibrio reflexivo, con el establecimiento de un tipo de prácticas de monitorización de las instituciones, de sus grados de fidelidad a su compromiso primigenio que legitima su existencia (el sistema jurídico a la distribución de justicia, el educativo a la educación, el sanitario a la salud, el científico a la búsqueda del conocimiento, el tecnológico a la expansión de capacidades técnicas, etcétera). Este tipo de prácticas debería tener la función de hacer que el sistema cambie continuamente 72
para preservar lo esencial, aquello que reconcilia y funda las sociedades, y la misma regla debería aplicarse a cada una de las instituciones sometidas al escrutinio público. En esta forma de equilibrio reflexivo, el conocimiento de las dinámicas internas de la ciencia y la tecnología es un momento necesario que solamente tiene sentido en la medida en que forme parte de un sistema de prácticas reflexivas, de inserción del sistema en la esfera pública, en donde se delibera permanentemente sobre el grado de legitimación que tienen las prácticas cognitivas e innovadoras de primer orden, renovando continuamente la justificación social o, en su caso, elaborando nuevas direcciones de cambio y transformación allí donde unos y otros consideren que se debe restaurar el compromiso institucional, dada la concepción de conocimiento que la sociedad se ha dado a sí misma. Del mismo modo que una concepción de la justicia compartida genera tensiones en una sociedad liberal, asimismo lo hacen las concepciones del conocimiento y de la eficiencia tecnológica. Rawls fue insistiendo con los años en la necesidad de plantear abiertamente estas tensiones, sus palabras tan pesimistas respecto a la poca edad de la democracia y a las frágiles perspectivas de su preservación, pueden ser extendidas a la existencia de un sistema público de investigación, pues en el corazón del proyecto de inserción legitimadora del sistema en el ámbito de nuestras sociedades nos encontraremos con una secuencia de tensiones que en parte afectan al corazón de la democracia y en parte al corazón de la ciencia y la tecnología. Por ejemplo, el de cómo tomar decisiones que sean a la vez democráticas y basadas en consensos, eficientes y racionales en lo que respecta al problema en cuestión y, por último, que puedan ser tomadas en el momento necesario. Pensemos en problemas como los de la reducción de emisión de gases creadores de efecto 73
invernadero, sólo para citar algo que nos afecta de forma cercana, y observaremos rápidamente la complejidad de las tensiones que crea una decisión técnica, que comienza por la no aceptación del propio problema por parte de algunas partes poderosas y acaba modificando el sistema industrial de todas las sociedades. Esta trama de tensiones nos indica que nuestra idea de cómo insertar el conocimiento experto en nuestras sociedades probablemente se encuentre ante un equilibrio inestable del tipo que a veces se denomina de "mano temblorosa", en el que cualquier pequeña modificación puede resolverse en un cambio radical. En un nivel más profundo, me parece, estas tensiones superficiales se relacionan con una fractura más profunda que recorre nuestra cultura desde sus inicios y que habría sido puesta de manifiesto en el juicio de Sócrates por la asamblea ateniense. Es la tensión entre justicia y conocimiento experto, tensión que solamente puede entenderse por el hecho de que ambos extremos no son, no pueden ser, pensados independientemente. Como recordamos, el escándalo y la controversia nacen de la condena de Sócrates como corruptor de la juventud. Sócrates acepta las reglas de la democracia, promueve positivamente su aceptación, pero sostiene que el juicio de los acusadores está equivocado. Por su parte, los acusadores sostienen que en el fondo de su prédica hay un elitismo oculto y un apoyo a la tiranía. La controversia alcanza los pilares de la democracia ateniense y, como mucho más tarde hará el juicio de Galileo por parte de la Iglesia, alcanza a los propios pilares sobre los que construimos nuestros conceptos básicos sociales. Un modo de aproximarse a la discrepancia podría establecerse en estos términos: desde una parte se establece la preeminencia de los juicios expertos respecto a qué les conviene a los jóvenes; desde la otra parte, la preeminencia del juicio popular. De esta 74
forma, tendríamos una tensión entre un juicio colectivo en tanto que dueño soberano de las decisiones y un juicio que tiene a su favor cierta capacidad técnica para el conocimiento o la acción. Se trata, pues, en un sentido radical, del enfrentamiento entre una virtud pública esencial, y una tecnoepistémica no menos fundamental. La tensión es insoportable e irresoluble si pensamos que la justicia y los valores que representan los expertos (verdad, eficiencia, etcétera) están desconectados y son independientes: que cabrían sociedades justas sin conocimiento ni capacidades técnicas básicas o que cabrían sociedades superracionales en las que la justicia no fuese precisamente la virtud pública esencial (las distopías contemporáneas como Un mundo feliz narran esta posibilidad, como también las utopías de sociedades felices artesanales narran la contraria). Pero cabe sospechar que las esferas de la justicia y de las capacidades epistémicas y técnicas no están desconectadas y que estas posibilidades esquizoides no son más que imaginarios ideológicos basados en una intuición separada de lo humano y lo técnico. El argumento en favor de una dependencia de las esferas discurriría de esta forma: en primer lugar, partimos del supuesto de que la distribución de bienes y garantía de derechos afecta a las trayectorias vitales de los miembros de la sociedad. No solamente en un arbitrario momento inicial, tal como se postuló en las teorías clásicas del contrato social, sino en lo que es más importante, en la forma actual y real de distribución de bienes y garantía de derechos. En la línea sostenida por Amartya Sen, 36 en cierta forma derivada de la de Rawls, aunque con sutiles e interesantísimas discrepancias, más que un concepto de justicia orientado a la distribución de bienes y garantía de derechos necesitamos un sistema de protección de las capacidades personales y sociales. Es en el funcionamiento de estas capacidades en el que encontramos 75
un fundamento sustantivo para la libertad de las personas, que en el desarrollo de sus capacidades alcanzan grados de agencia en su mejor expresión humana (o de florecimiento humano, como expresaría cierta corriente neoaristotélica). Si aceptamos la argumentación de autores como Amartya Sen o Martha Nussbaum, llegaríamos a una conclusión, nada sorprendente por lo demás, de que las esferas de la justicia y las de la libertad no están desconectadas sino que, por el contrario, son interdependientes. Pero observemos que la conexión de la justicia con la libertad supone la conexión de la racionalidad práctica y la racionalidad teórica. Aquí el argumento es sencillo. Si fuera el caso de que una sociedad justa es la que procura el desarrollo de las capacidades y funcionamientos de las personas, cabe pensar con fundamento que una sociedad justa sería imposible sin un sistema fiable de control de posibilidades. En resumen: la responsabilidad moral supone la responsabilidad epistémica. Las tensiones que detectan las dos tesis de la conexión y desconexión nos llevan a una suerte de dilema: si la sociedad hace compatible la división social del trabajo y la unidad del juicio, ¿es posible trasladar este resultado a la organización social de la investigación? Expresado en otros términos, tal vez un tanto épicos; ¿son posibles la ciencia y la tecnología en la democracia? ¿Es posible la democracia en la ciencia y la tecnología? Las preguntas, como se habrá notado, son filosóficas, pues lo que demandamos son las condiciones de posibilidad. La pregunta por las condiciones de posibilidad de la ciencia y la tecnología en la democracia y de la intromisión de la mirada pública en la ciencia y la tecnología se puede replantear como una pregunta por la posibilidad de una esfera pública que tenga como una de sus dimensiones centrales la discusión sobre y desde la ciencia y la tecnología. ¿Cómo sería posible en una esfera pública 76
de estas características una discusión razonable sobre el conocimiento experto? En cualquier caso, el resultado de las controversias en la esfera pública debería ser, en caso de que alcanzaran sus objetivos, la formación de consensos estables sobre los que se formulen políticas públicas de organización y desarrollo del sistema de investigación. Hemos examinado tres políticas puras que a lo largo del siglo XX han ido conformando la mirada de ciudadanos y científicos. Ninguna de las tres es convincente en estado puro. Una nueva posibilidad es el desarrollo de una genuina esfera pública capacitada para una discusión de la ciencia y la tecnología. Aquí se producirían ambos consensos: legos y expertos compartirían valores epistémicos y extraepistémicos, al menos en la forma de un mínimo consenso entrecruzado que, como desea Rawls, fuera más allá de un mero modus vivendi, en el que tanto los grupos sociales como las comunidades científicas simplemente se aguanten unos a otros. En este caso nos encontraríamos con la necesidad de un uso explícito de conceptos deferenciales, conceptos cuya existencia está distribuida en red, conceptos que solamente se pueden poseer en la medida en que se concede al conocimiento de los otros una forma fuerte de autoridad y comprensión. Las varias contrapartes en la discusión deberían conceder legítimamente que la conversación debe hacer uso de tales conceptos, y que por consiguiente ha de llevarse a cabo bajo las constricciones de una comprensión limitada, sin que por ello quede afectado el núcleo principal de las intenciones comunicativas. Se trata de encontrar una forma de discusión que en su propio desarrollo entrecruce el conocimiento experto con la discusión abierta de los valores compartidos por todos, de un lado, en tanto que ciudadanos, de otro, en tanto que una comunidad epistémica que es capaz de asumir colectivamente sus proyectos y compromisos. 77
Las condiciones de posibilidad de una esfera pública en la que se someta a reflexión colectiva nuestros proyectos epistémicos y técnicos se traducen así en las condiciones de posibilidad de una esfera pública en la que se reflexione sobre una distribución justa de las capacidades cognitivas y técnicas. Así, al introducir la constricción de la justicia no estamos eliminando las heterogeneidades ni las desigualdades, del mismo modo que una teoría de la justicia no las elimina por sí misma, pero las somete a condiciones de legitimidad. La esfera pública es un ámbito intermedio entre las instituciones de poder y la sociedad civil. En las condiciones que proponemos en este trabajo, el examen de la ciencia y la tecnología supondría una esfera poblada de agentes heterogéneos en lo que respecta a su conocimiento y capacidades. De entre ellos es importante examinar el grado de legitimidad que tendrían quienes, precisamente por su grado de conocimiento, tienen una capacidad formadora de opinión pública y no son participantes "igualitarios" al menos en una primera instancia. Entendemos por capacidades "capacidades para funcionar", es decir, la relación robusta (aunque no exenta de fragilidad) entre una decisión motivada y la transformación en la realidad que hace que se alcance el objetivo o cumpla el deseo. Las capacidades de una persona, de una comunidad, de una sociedad, hablan del grado de control que tiene sobre su propia existencia. La estructura de capacidades no es marginal a la axiología y a la moral. Por una parte está el principio de que "deber implica poder" de donde se deriva que las capacidades conforman una trama sobre la que adquiere sentido humano (y no meramente verbal) la discusión sobre valores o alternativas morales. Pero en la medida en que establecen el grado de control sobre la propia existencia, establecen también la calidad de la libertad de esa persona o grupo, y en esa misma medida se relacionan estrechamente con el 78
grado de justicia que existe en ese particular contexto social. Ya nos hemos referido en lo que respecta a la conexión de la justicia y el conocimiento experto, al concepto de justicia como libertad, y ésta como capacitación. No es la única dimensión de la justicia, claro, pues sería una locura dejar de lado los derechos. Pero sí podemos aceptar, sin calar demasiado profundo en la discusión política, que no hay libertad ni justicia sin un ámbito de control sobre la realidad (el propio cuerpo, la propia existencia, etcétera). Los derechos presuponen ontológicamente las capacidades en algún grado importante. Las capacidades, además, constituyen una fuente de normatividad particular de las prácticas sociales. Pues tales prácticas tienen condiciones de satisfacción que solamente pueden encontrarse fuera de ellas, en el grado de éxito que esas prácticas tengan con respecto 37 a un objetivo de tales prácticas. Pues bien, el éxito de una práctica tiene el aspecto de conseguir lo que define a la práctica y, en segundo lugar, que esa consecución sea fruto de la propia práctica a causa de la capacidad del agente que la lleva a cabo. La discusión sobre las capacidades conforma así la trama básica previa o paralela a los valores en el dominio de la esfera pública. La modificación de las capacidades sociales y personales es una condición de validez del sistema de investigación científicotecnológico en un sentido constitutivo, es decir, en el sentido de que eso es lo que al final hace el sistema y por eso lo preservamos y consideramos valioso, porque proporciona una forma de conexión con nuestra idea de bien, de justicia y libertad en particular. Pero esta dimensión objetiva no es suficiente: nos interesa que estas cosas se hagan de una determinada forma. En particular deseamos que el ejercicio de estas capacidades sea un fruto reflexivo de un sujeto que adopta responsablemente las decisiones que considera 79
básicas. En el terreno científico y tecnológico, el final de la investigación consiste siempre en un tipo particular de acto: en el caso de la ciencia el acto es la aserción o afirmación de un enunciado, convirtiéndose entonces en una creencia o proposición, en un juicio en terminología tradicional. En la tecnología, el final del proceso es un diseño, que es el enunciado de un plan, una aserción práctica que determina un curso de acción posible. El salto que existe entre la mera información y la actividad, de un lado, y el conocimiento y la técnica, del otro, se establece por estos pasos que llamamos afirmación o proyecto. Obsérvese que no se trata solamente de una consideración puramente filosófica sino de una práctica sancionada socialmente en la ciencia y la tecnología: no hay un acto comunicativo en ciencia y tecnología sin la firma a pie de página o proyecto de los autores respectivos. Los sociólogos pueden creer que la firma es algo así como los signos que hacían los canteros en las catedrales medievales, una convención para recibir luego la recompensa en función del trabajo realizado. Pero sería una actitud menguada el pensar que esa es la única función. Por el contrario, el papel esencial de la firma es la asunción de la responsabilidad de la afirmación. Quien firma el trabajo se hace responsable de los contenidos: es el momento en el que una información pasa a ser una afirmación que tiene pretensiones de verdad (o de eficiencia en el caso de un diseño técnico). Por eso los artículos científicos y los proyectos tienen una sección final importantísima de deliberación o discusión en la que se hace un balance de las pretensiones de verdad del trabajo. Ningún científico afirmará de modo irrestricto una hipótesis. Si se observa el estilo científico, siempre se parte de una literatura existente que delimita el estatus de un problema y se avanza hacia una conclusión sobre lo conseguido. Otros, los pares y jueces, 80
examinan estas pretensiones y le dan paso como una afirmación plausible y dan un certificado de confianza al artículo. En la tecnología es más complicado, puesto que el diseño pasa a estadios nuevos de simulación y prototipo para comprobar las propiedades y, en último caso, a la fase pública de patente, que ejerce un control similar al de los pares. Este conjunto de acciones tiene componentes de racionalidad práctica que no han sido notados en la literatura de los estudios sobre la ciencia y la tecnología. La afirmación tiene un carácter preformativo que crea lazos de responsabilidad, puesto que el autor declara mediante la firma su compromiso con la afirmación y se pone a sí mismo y a sus propias capacidades como garante de la afirmación. La ciencia y, en parte, la tecnología, son sobre todo una inmensa red de relaciones de confianza basadas en la credibilidad de los autores, en estos actos de compromiso con el contenido de lo que se afirma. No es casual pues que el escepticismo acompañe de forma tan cercana a la confianza y credibilidad, puesto que lo que está en juego son las propias capacidades de los autores. Lo que importa con este proceso es el tipo de lazo social que crean las afirmaciones y proyectos en ciencia y tecnología: crean responsabilidades en los autores y derechos de réplica y petición en los lectores y oyentes. No se ha notado esta función social, política y jurídica de la ciencia y la tecnología por los sesgos de muchos de los estudios culturales hacia la crítica del sistema sin explicar su funcionamiento. Pero en las sociedades democráticas, el sistema de responsabilidades es, o debería ser, el sistema fundamental que articulase el buen gobierno republicano. La responsabilidad del juicio en la teoría y en el diseño es una responsabilidad que alcanza a aquello de lo que el autor se hace responsable, a aquello que afirma o proyecta. Con eso no quedan cubiertas todas las esferas de responsabilidad (y de racionalidad) 81
puesto que los seres humanos son frágiles en sus capacidades cognitivas y prácticas y no alcanzan a derivar todas las consecuencias posibles de una afirmación teórica y práctica y mucho menos de un proyecto práctico (por eso la ciencia no termina en el acto de la publicación: si el artículo es considerado relevante se somete al escrutinio de la discusión y elaboración de nuevas consecuencias más allá de las afirmadas por el autor. Por eso la tecnología implica además una secuencia de controles, prototipos, lentos pasos de ensayo y error hasta que el producto se considera kosher para el consumo). El resultado, como sabemos, es la formación de consensos acerca de los límites de validez de una afirmación o de los límites de aplicabilidad de un artefacto. Lo que comenzó siendo una afirmación de un autor o grupo de autores se convierte al final del proceso en una aceptación colectiva, en la que la comunidad se hace cargo, se compromete y se hace responsable de la afirmación, y, en el caso de la tecnología, acepta la responsabilidad de las consecuencias de su puesta en práctica. El principio general de la democracia es que no hay autoridad sin responsabilidad. La autoridad sin responsabilidad es siempre poder puro, dictadura sin legitimidad. Y por ello la formación de consensos implica también un sistema de delimitación clara de las responsabilidades. El final de este proceso, claro, si es el consenso, lleva a una asunción colectiva de las responsabilidades (sean éstas de beneficio o de riesgo). Por eso mismo los procesos de controversia desvelan tensiones profundas en las democracias, puesto que lo que ponen a veces sobre el tapete son las capacidades de una sociedad democrática para hacerse cargo de sus propias decisiones. En la mayoría de las decisiones científicas y tecnológicas contemporáneas aparecen muchos tipos de intereses: de orden económico, industrial, político y geopolítico, de los movimientos sociales que genera la propia decisión, etcétera. 82
La función básica de la controversia en la esfera pública es la de hacer explícito todo el sistema de necesidades e intereses implicados, así como establecer las condiciones de legitimidad que debe cumplir un cierre adecuado de la controversia a través de la generación de un consenso, una línea de investigación nueva, etcétera.38 En estos procesos, sin embargo, una parte de la responsabilidad de las afirmaciones está en la credibilidad de quienes poseen la autoridad epistémica que deriva de sus respectivas habilidades. El que sus afirmaciones y proyectos estén respaldados socialmente por estas habilidades y capacidades plantea demandas especiales de responsabilidad a las partes implicadas. Tradicionalmente se ha tratado la cuestión de la responsabilidad de los científicos e ingenieros como un caso de responsabilidad moral. Se han llenado bibliotecas con la apelación a los sentimientos morales, a la reflexión, a la asunción de valores, etcétera. Desde el punto de vista de la filosofía política de la ciencia, estas llamadas son prepolíticas, metafísicas en el sentido de Rawls, es decir, dependientes de una teoría comprehensiva del mundo, pero no parte de la sociedad ordenada que pretendemos construir. Si queremos replantear las exigencias en el marco del contrato social, solamente puede hacerse mediante una asignación de responsabilidades que derive de los papeles y funciones que legítimamente asumen los actores sociales. Así, las asignaciones derivan del acto preformativo que hemos señalado: la firma de los trabajos. Los expertos entran en el juego social poniendo como respaldo de sus afirmaciones su propia credibilidad. La sociedad debe hacerse cargo de que el sistema de acreditaciones, así como el sistema de controles previos y posteriores, sean lo suficientemente rigurosos como para que el respaldo basado en las capacidades de expertos sea todo lo garante que humanamente 83
pueda imaginarse, dadas las propias capacidades de esa sociedad. El sistema público se erige así también en garante de la legitimidad y calidad epistémica de los expertos. Pero como ocurre con el sistema jurídico y tantos otros subsistemas de la democracia, ninguna autoridad es única: siempre existen, y así debe ser, diversos tribunales de apelación y de control. Los juicios expertos solamente son una parte del sistema de decisiones acerca de las capacidades y posibilidades en las que se embarca la sociedad, precisamente porque las consecuencias y beneficios las sufren y disfrutan todos. No es una locura pensar que el sistema de tres poderes que configuró las democracias se haya convertido ya en un sistema diferente. Ya hablamos del cuarto poder refiriéndonos a los medios de comunicación. Lo mismo ocurre con el sistema público y privado de investigación: constituye una suerte de quinto poder que aún está a la espera de ser objeto de examen en la esfera pública. A cambio, la sociedad ordenada puede reconocer el sistema de expertos porque ella misma se ha ofrecido como garante de que es el mejor sistema que es capaz de articular. El sistema de legitimación de autoridades epistémicas, es pues, parte de un sistema general de asunción de responsabilidades que, al final, nos lleva a los estratos más profundos de la génesis de un contrato social como mecanismo legitimador.
________NOTAS________ 1
Walter Benjamin, "Teorías del fascismo alemán", en W. Benjamin, Para una crítica de la violencia. Iluminaciones iv, Madrid, Taurus, 1991. [Regreso] 2
Castells, La sociedad de la información, Madrid, Alianza,
84
1993. [Regreso] 3
Salomon, Saber y poder, Madrid, Siglo xxi, 1972: 43. [Regreso]
4
Bernal, 2 vols., Barcelona, Ayuso, 1975 [original de 1949, Londres, Routledge & Kegan Paul]. [Regreso] 5
Bernal, 2ª ed., Cambridge, Ma., mit Press, 1967. [Regreso]
6
Sorprende a nuestros ojos la candidez con la que Bernal, Needham y muchos otros universitarios ingleses creyeron el discurso oficial soviético, a pesar de las noticias que ya comenzaban a llegar sobre las purgas y la dictadura estalinista. No es fácil juzgar ahora la buena o mala fe en momentos de una activísima propaganda ideológica desde los dos lados. Como ocurrió en el caso del holocausto nazi, las verdaderas dimensiones de la tragedia en Rusia tardaron aún muchos años en conocerse y en el caso soviético, aún más en aceptarse. Martin Amis ha reflexionado recientemente sobre esta generación, a la que perteneció su padre, Klinsey Amis, primero comunista, después anticomunista, y, particularmente, sobre la ceguera ideológica en la dictadura del estalinismo en Koba el terrible. La risa y los veinte millones, Barcelona, Anagrama, 2003. Sin embargo la obra de Bernal sobrevive con una dignidad y frescura increíbles a los posibles sesgos de apreciación sobre el sistema de investigación soviético (y sobre el sistema soviético en general). El origen democrático de sus posiciones es incontestable y su socialismo muchísimo más interesante y moderno que el que él admiraba en Rusia. [Regreso] 7
Bernal, op. cit., 1967: XIII. [Regreso]
8
Platón apud Bernal, ibid.: 4. [Regreso]
9
Ibid., 7. [Regreso]
10
Idem. [Regreso]
11
Editorial del editor Edward Shils, Minerva, I, 1, 1962: 9. [Regreso]
12
Ibid.: 10. [Regreso]
13
Quien, dicho sea de paso, tenía razones sobradas para oponerse a la ideologización de la ciencia. Había sido, como todos sabemos, una de las víctimas del macartismo por su oposición a la construcción de la bomba de hidrógeno, y, aunque no llegó a ser acusado de traición, se le prohibió acceder a los institutos militares y tuvo que dejar su puesto de asesor científico. [Regreso] 14
Polanyi, en ibid.: 54-73. [Regreso]
15
Polanyi, en Personal Knowledge. Towards a Post-Critical Philosophy, Nueva York, Harper Torchbooks, 1964, caps: 4-
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7. [Regreso] 16
Polanyi, 1962, op. cit.: 54. [Regreso]
17
Polanyi, ibid.: 61. [Regreso]
18
Idem. [Regreso]
19
Ibid.: 68. [Regreso]
20
Polanyi, 1964, op. cit.: 219. [Regreso]
21
Polanyi, ibid.: 222. [Regreso]
22
Karin Knorr-Cetina, en Epistemic Cultures, Cambridge, Ma., mit Press, 2002. [Regreso] 23
Fuller, Thomas S. Kuhn: A Philosophical History of Our Times, Chicago, University of Chicago Press, 2000. [Regreso] 24
Feyerabend, Science in a Free Society, Londres, New Left Books, 1978 y Adiós a la Razón, Madrid, Tecnos, 1987. [Regreso] 25
Feyerabend, 1987, op. cit.: 20. [Regreso]
26
Ibid.: 21. [Regreso]
27
Ibid.: 22. [Regreso]
28
Ibid.: 59. [Regreso]
29
Ibid.: 63. [Regreso]
30
Ibid.: 83. [Regreso]
31
Ibid.: 100. [Regreso]
32
Ibid.: 119. [Regreso]
33
Broncano, "¿Es la ciencia un bien público?", en Claves de Razón Práctica, núm. 115, 2000: 22-28. [Regreso] 34
Snow, Science and Government, Cambridge, Harvard University Press, 1960. [Regreso] 35
Rawls, "Kantian Constructivism in Moral Theory", en Collected Papers, 1980: 305. [Regreso] 36
Sen, Desarrollo 2001. [Regreso]
y
libertad,
Barcelona,
Plaza
y
Janés,
37
Vega y Broncano, "Representation at Work", contribución presentada en el XXI International Congress on Logic, Metodology and Philosophy of Science, Oviedo, 2003. [Regreso] 38
Michel Callon, Pierre Lascoumes y Yannick Barthe, Dans un monde
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incertain. Essai sur la démocratie technique, París, Seuil 2001, reconstruyen ejemplos de cómo las movilizaciones sociales a veces concluyen en la apertura de nuevas líneas de investigación incluso dirigidas por los intereses de las partes implicadas. [Regreso]
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La filosofía política de la ciencia: una perspectiva histórica Stephen Turner La reflexión sobre asuntos de conocimiento y poder, ciencia y sociedad, y la naturaleza de la ciencia como actividad socialmente organizada e institucionalizada, puede encontrarse ya desde La República de Platón, alcanzando momentos álgidos en la visión baconiana de una clase de científicos a quienes se les ha otorgado el poder de dominio, en los intentos de la Royal Society en Londres, para construirse una identidad propia como un tipo de asociación política, en la emergencia de la ciencia como categoría social vinculada al Estado durante la Ilustración, particularmente con Turgot y Condorcet, quienes identificaban el avance de la ciencia con el avance de la sociedad, el avance científico como el motor del progreso. En este capítulo examinaré esta historia, identificaré los temas centrales que dominaron esa literatura, y cuestionaré la relevancia actual de tal historia. El resultado quizá sea sorprendente: pese a que la antigua "Izquierda" sostuvo posiciones antagónicas a las de la actual Izquierda participativa, las consideraciones que motivaron a la vieja izquierda son hoy más significativas que nunca. La Ilustración reconsiderada Hay un asunto particularmente central. La ciencia en sentido estricto no es suficiente para el progreso humano. Llevar a cabo la tarea de hacer que la ciencia beneficie a la sociedad necesariamente requería un grado significativo de conocimiento acerca del mundo social. No obstante, este conocimiento siempre
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ha probado ser problemático, difícil de considerarse como científico, y en conflicto con la política. Las dificultades fueron inmediatas: tras la restauración de la política francesa como parte del retorno a la normalidad después de la revolución, en 1803 el departamento de ciencia política y social de la Academia Francesa fue suprimido, marcando una línea entre la ciencia aceptable y la ciencia peligrosa, y despojando a la ciencia de los medios para aplicarse al bien de la sociedad. La especulación social y política recayó entonces en pensadores fuera del campo académico, destacadamente en Henri de Saint-Simon, quien recuperó las ideas de Condorcet sobre la relación de la ciencia y la tecnología con el progreso, reconsiderando muchas ideas de la Ilustración, particularmente el programa de secularización, a la luz de la revolución y sus fallas. La historia es bien conocida y no se requiere repetirla aquí. Augusto Comte, a la sazón joven secretario de Saint-Simon, revisó y extendió las elementales pero iluminadoras ideas de éste dentro del positivismo, un sistema y programa intelectual completo que suministró tanto una filosofía de la ciencia como un modelo de relaciones entre la ciencia y la sociedad, además de un repudio al liberalismo, al que Comte y la mayoría de los más avanzados pensadores continentales de la época se refirieron como a un fenómeno histórico transitorio, condenado por sus propios y aplastantes defectos. Para Comte y Saint-Simon esos defectos estaban en el corazón del problema de la relación entre ciencia y sociedad y entre ciencia y política. Comte, en los más explícitos términos, repudió la idea según la cual la opinión de todos debería ser tolerada y escuchada. 1 El razonamiento fundamental aquí es simple, y plantea el tema crucial. Un modelo de ciencia que enfatiza el consenso y la autoridad. Éste era el saintsimoniano: dentro de la ciencia el mérito 89
científico es transparente, y los científicos menores reconocerían y se inclinarían naturalmente ante la grandeza de otros, creando dentro de la ciencia una jerarquía natural, lo cual era un modelo deseable dada la jerarquía natural del nuevo orden científico e industrial que había vislumbrado. Autoridad y consenso dentro de la misma ciencia tienen implicaciones para lo que está fuera de la ciencia. Si la ciencia es correcta, y si la ciencia es una actividad suficientemente amplia para abarcar el conocimiento acerca de cosas tales como el mundo social, ¿por qué no deberían mandar los científicos, y hacerlo excluyendo a los ignaros? ¿No es el dominio, de facto sino de jure, de los científicos la condición para el progreso? Y si la comprensión y reconocimiento de la autoridad de la ciencia son la condición central del progreso ¿no debería la ciencia ser impuesta sobre el ignaro usando las mismas técnicas que fueron utilizadas para imponer tan efectivamente los dogmas del catolicismo en el pasado? Comte hace explícito este argumento: no hay libertad de conciencia en astronomía, en física y ni siquiera en fisiología, lo que es decir que todos encontrarían absurdo no tener confianza en los principios establecidos por los hombres de esas ciencias. Si esto no es así en política esto se debe sólo al hecho de que dado que los antiguos principios han ya de ser abandonados, y ningunos nuevos han sido aún diseñados para reemplazarlos, realmente no hay, mientras tanto, principios fijos en absoluto.2 El principal punto en la agenda del progreso para Comte fue superar la anarquía de opiniones producida por la situación en la que el ignorante y el experto estaban igualmente autorizados para dar sus opiniones. 90
Por supuesto, la libertad de conciencia y la discusión abierta son los cimientos del liberalismo, de manera que las implicaciones antiliberales de la ciencia como modelo de la política son evidentes. Pero al mismo tiempo había, aunque sólo parcialmente desarrollada, lo que podría llamarse una concepción liberal de la ciencia, es decir, una que dio poca importancia, e incluso oscureció y negó el asunto de la autoridad de la ciencia a favor de un modelo de libre discusión aplicado igualmente a la ciencia y a la política. James Mill es quizá la persona cuya ilimitada fe en la discusión ejemplifica mejor esta intuición, pero Sobre la libertad de John Stuart Mill es quizá su mayor expresión. Pero ni Mill menciona la ciencia en ese ensayo, ni el problema de la existencia de la "autoridad" científica dentro de un orden social no autoritario fue directamente abordado. Sin embargo, hubo una crítica "liberal" de los efectos corruptores de la dependencia de la ciencia respecto al patronazgo estatal, por ejemplo en Thomas Henry Bucle (1924); similares preocupaciones en torno a la influencia estatal en Condorcet, 3 y defensas de la libertad del discurso científico escritas dentro de las funciones de la Royal Society. Estos fueron elementos primitivos de una imagen alternativa de la ciencia. Pearson y Mach La influencia soterrada de las ideas fundamentales comtianas fue sustancial, pero la influencia de mayores consecuencias fue mediada a través de dos pensadores: Ernst Mach, quien desarrolló y popularizó una filosofía de la ciencia que era compatible con ciertos desarrollos subsecuentes, en particular con el positivismo lógico, y que sirvió como transporte de algunas de las ideas comtianas clave; y Karl Pearson, quien se había empapado de Comte con un bibliotecario en Cambridge. Como pensadores 91
políticos y sociales y también como filósofos de la ciencia, tenían mucho en común. Ambos sostenían que la edad de la coerción o la fuerza bruta habían pasado, y buscaban alguna clase de sustituto para la religión. Ambos eran socialistas de tendencia anarquista, aunque expresaron esto último de manera distinta. Mach era hostil hacia el Estado, por lo menos en su conformación actual. Ninguno lidió con los problemas de poder que implica la acción revolucionaria. Pearson pensaba que las instituciones necesitaban ser "dinamitadas", 4 pero, al mismo tiempo, imaginó que la revolución podría ser hecha desde arriba a través de la persuasión, que la aristocracia podría ser persuadida de renunciar a su riqueza. Ambos atribuían a la ciencia un papel integral en esta transformación, y pensaban que la transformación espiritual en el sentido de un modelo científico de la mente de la gente era una parte necesaria de esto. Ambos pensaban que el budismo, en tanto religión no deísta, ofrecía el modelo de una religiosidad apropiada y ambos tenían una concepción de la ciencia que minimizaba y sospechaba de lo teórico y del realismo. Cada uno se resistió a las innovaciones teóricas de su tiempo: Mach al átomo, Pearson al gen. Cada uno fue atraído por la idea de la eficiencia como concepto organizador en la ciencia con implicaciones en la política. Ambos tuvieron lo que podría ser llamado un punto de vista extensivo de la ciencia, considerando que la ciencia ha de ser la fuente de la conducción social, de ser aplicable mucho más allá de los límites de la ciencia actual, y de ser esencial para la cosmovisión del futuro (Weltanschauung). Difirieron en los detalles de su amplitud, y Pearson tuvo un punto de vista mucho más plenamente desarrollado de su significado político. La significación decisiva y el pensamiento de Pearson vienen a ser el centro de atención cuando se le entiende a él en el contexto de su tiempo y a su posición como figura transicional entre dos 92
cuerpos de pensamiento separados ampliamente en el tiempo, a saber, la de Comte y los teóricos comunistas británicos de la ciencia de la década de 1930, tales como L. T. Hogben, quien recordó que su generación había "sido amamantada por la gramática de la ciencia". 5 Pearson se libera de la abierta hostilidad comtiana contra la expresión pública de las opiniones, pero no del modelo de religión. En algún momento escribe que en ciencia no hay un Papa,6 y señala que la duda es parte íntegra de la ciencia y de su misterio. Para él esto significa que una jerarquía científica que persigue a la herejía científica sería fatal para el progreso. Pero decir que la ciencia no tiene un sumo pontífice no es, por supuesto, decir que no tenga un significado religioso o cuasi-religioso; de hecho sugiere lo contrario. Pearson estaba muy interesado en la pregunta comtiana acerca de qué debería tomar el lugar de la religión tradicional en la época de la ciencia. Estaba fascinado – como Saint-Simon lo había estado– con la idea de la sociedad medieval y la idea de la cultura unificada, ideas que, por supuesto, requerían una nueva religión. Como la religión de la humanidad de Comte y Mill, él predijo la deificación del hombre.7 Era básicamente un socialista fabiano. Estuvo contra los "derechos", contra el individualismo, a favor de la solidaridad y, en principio, del Estado. Fue adverso respecto a la práctica estatal contemporánea: su modo de expresar esa hostilidad al liberalismo fue denunciar a los oficiales y burócratas electos, por su incompetencia sistemática y trabajar para reformar la educación en ciencia. Su estatismo subyascente verdaderamente superó su expresión de hostilidad hacia el Estado, y, a pesar de su hostilidad hacia la fuerza bruta, hizo una excepción en el caso de los agresores del Estado, quienes –según dijo– deberían ser colgados juntos. Pearson resolvió estos impulsos aparentemente en conflicto bajo la etiqueta de "pensamiento libre". Esperaba el establecimiento de 93
los "poetas, filósofos, y científicos… como 'sumos sacerdotes''' 8 y el ascenso de la "razón, la duda y 'el entusiasmo por el estudio' por encima del 'espumarajo' y 'pasión' del 'mercado'". 9 ¿Cómo habría de conseguirse esto? A través de "la guía de las masas por sus ilustrados simpatizantes", por cerebros y cantidades, como un seguidor contemporáneo de Comte lo dijo. 10 La ciencia, para decirlo brevemente, permite que la política liberal, con sus espumarajos y pasiones, sea reemplazada por el liderazgo de los científicamente elevados. Esto presuponía una concepción particular de la naturaleza de la política, debida a Saint-Simon, según la cual los cuestionamientos reales de la política eran los administrativos, lo que para Pearson significaba que podían ser manejados al margen de emociones y prejuicios. Una de las funciones de la estadística era eliminar la subjetividad y producir consenso. El alcance de la aplicabilidad del método científico, como él lo construyó, no sólo era extensivo sino casi universal, y especialmente aplicable a los asuntos políticos. El objetivo de la educación política era crear ciudadanos capaces de pensar de esa forma. Y pensando así harían posible la política sin coerción basada en el consenso. Esto produce un modelo de relaciones entre el Estado y la ciencia de complejidad considerable, con algunas brechas intrigantes. La ciencia misma, como actividad, se justificaba por el hecho de que "su existencia tiende a promover el bienestar de la sociedad humana", lo que quería decir que produce estabilidad y eficiencia social, el análogo del comtiano orden y progreso. Incluso la ciencia pura podía ser justificada de esta manera, porque los antecedentes muestran que es difícil predecir si un esfuerzo en ciencia pura producirá o no, a largo plazo, los resultados prácticos que justificarían la inversión estatal en ella. Pero el papel primordial de 94
la ciencia es producir consenso no forzado, al menos al interior de la ciencia misma. El consenso producido por la ciencia, por supuesto, debe ser aceptado por los ciudadanos, y aquí es donde la educación y la divulgación entran en juego, Pearson pone en estos asuntos mucho interés. Argumentó que había una oportunidad de mejorar el entrenamiento artesanal incluyendo los principios científicos subyascentes a la artesanía como parte de la experiencia educacional. De manera más general estuvo interesado en la forma correcta de instigar el modo de pensar científico y desprejuiciado. Pensó que el mero análisis de trabajos científicos no conducía a tal resultado, el estudio científicamente detallado de una pequeña área científica sí lo haría. 11 Creía que uno podía esperar un alto grado de comunicación entre esta experiencia de estudio y la función del ciudadano. Sin embargo no era un igualitario respecto a la jerarquía del talento científico, el papel de los ciudadanos semieducados sería de respeto hacia los "sacerdotes" de la ciencia, cuyos juicios consensuales sobre varios campos en los que ellos (los semieducados) no tenían conocimiento directo, serían aceptados tarde o temprano por los ciudadanos. Más aún, había un problema de anomalía epistémica que requería de fuertes medidas: La facultad perceptiva anormal [es decir, del tipo que falla en llegar a la conclusión consensual que se supone ser más o menos producida automáticamente por personas con habilidades perceptuales normalmente desarrolladas], tanto la del lunático como la del místico, deben ser siempre un peligro para la sociedad humana, dado que socava la eficiencia de la razón como guía de la conducta.12 La falta de conformidad respecto al canon de la inferencia legítima, 95
dice Pearson, es "anti-social" tanto si implica creer "en una esfera en la que no podamos razonar", como en creer sobre la base de evidencia insuficiente; por ejemplo, que un taxi estará disponible a las 8, cuando otros dependen de que nosotros tomemos el tren media hora después. Éstos son tratados como asuntos "éticos", pero la base de la ética es al final la utilidad social. 13 Sin embargo, Pearson nunca saca a relucir la mano ejecutora, sino que es enfático sobre el uso de los medios "educativos" para vencer la superstición y otras desviaciones de la fe. La epistemología de Pearson también es relevante aquí. Para él, los hechos de la ciencia son sucesiones perceptuales, correlaciones, no los objetos de la teoría, como lo son los genes y los átomos. Así que la idea de llegar a un consenso no forzado sobre esto es plausible. Lo que resulta menos plausible es la idea de que los temas políticos puedan ser resueltos como asuntos de sucesión perceptual. Los ejemplos de Pearson acerca de cómo los temas políticos pueden ser transformados en preguntas sobre correlaciones, incluida la reforma a la ley de pobres, acerca de lo cual "el ciego instinto social y el prejuicio individual forman factores extremadamente fuertes de nuestro juicio". 14 No consideró esto como "evaluativo" ni el problema del pluralismo de valores. Pensó que estas cuestiones podrían resolverse considerando la eficiencia nacional. El principal hallazgo de la ciencia que más le importaba era la ley básica de la herencia, que "lo similar produce lo similar". Aplicó esto al problema de la gobernación y de la fortaleza nacional proponiendo un control eugenésico sobre la calidad de la población, enfatizando en la eliminación del no apto, lo racialmente inferior, y siempre apuntando a la necesidad de la reproducción de las mejores mentes. Para él esto era consistente con el socialismo, debido a que creía que el socialismo requería de personas superiores. 96
Política de izquierda y liberalismo Podemos llamar a la de Condorcet, Saint-Simon, Comte y Pearson una concepción "extensiva" de la ciencia: una que asume que algo en la ciencia, su método en el caso de Pearson, sus principios metodológicos en busca de leyes "positivas" en el caso de Comte, o su posesión de un principio sobrecondicionante en el caso de Saint-Simon, podría extenderse al ámbito de lo social y lo político, y de ese modo abolir la necesidad de la política o, como en la famosa interpretación (protomarxista) de Saint-Simon, reemplazar la política por "la administración de las cosas". La ciencia podría concebirse más "extensivamente" bajo una variedad de formas: como combinación de tecnología e ingeniería, como inclusión de las ciencias sociales y mentales, como inclusión de ciencias políticas, e incluso como recurso de la ética, un tema popular durante el periodo postdarwinista. Todo esto figura en la discusión científica de la época victoriana tardía. Pero una forma de extensión llegó a ser especialmente controvertida durante las siguientes décadas. La forma en que Pearson, y más tarde Thorstein Veblen, hablaron de ciencia e ingeniería, como un modelo de la mente que conduce desde una actividad o tema a otros, es comparada, aunque con importantes diferencias en su significado, con la noción alemana de Weltanschauung (cosmovisión, visión del mundo). Mach y sus sucesores, incluyendo a los positivistas lógicos y especialmente a Otto Neurath, fueron interpretados, e incluso se autointerpretaron, como suministradores de una imagen científica del mundo –ellos nunca utilizaron el término Weltanschauung– para distinguir mejor la autoridad de su propia ideología. La búsqueda de una cosmovisión científica jugó en el pensamiento alemán un papel análogo al papel que el 97
problema de la sustitución de la religión tradicional había jugado en el pensamiento británico y francés. El problema de si la ciencia podría o no suministrar una Weltanschauung, condujo a un nuevo tema acerca del estatus cultural de la ciencia, tema que tuvo grandes consecuencias para lo que seguiría en el mundo germanoparlante y posteriormente en el angloamericano. Max Weber dio dos conferencias, cerca del fin de sus días, después de la Primera Guerra Mundial. Una fue sobre "Política y vocación", 15 la otra sobre "Ciencia y vocación". 16Cada una de ellas sostenida en una relación compleja con su literatura anterior. En la segunda Weber argumentaba que la ciencia o, en este caso, Wissenschaft más extensivamente, no tenía qué hacer en el suministrar interpretaciones holísticas del mundo conformadas por la práctica. Más aún, dado que la ciencia se había desarrollado necesariamente en una manera tal en que los únicos logros reales eran aquellos de los especialistas, la idea de que la ciencia podría proveer interpretaciones omniabarcantes y políticamente relevantes del mundo como un todo, resultaba retrógrada y anticientífica. En ese momento ésta fue una tesis impactante y desilusionante –tanto para la clase de "mandarines" académicos alemanes que gustaban imaginarse en la posición de líderes políticos, como para los estudiantes. La conferencia generó una larga controversia que finalmente maduró en el tema de la crisis de las ciencias. En conjunto estas dos conferencias de Weber nos proveen de una concepción "liberal" de la ciencia y la democracia. Weber hizo toda una historia sobre las motivaciones para dedicarse a la ciencia, desde Platón, pasando por el hallazgo de Schwammerdam (sic) de la prueba de la providencia divina en la anatomía de un piojo, hasta su brutal comentario final: "Puedo abandonar ese ingenuo optimismo que ha sido celebrado como la vía hacia la felicidad, y según el cual la ciencia es la técnica para dominar la vida, que 98
descansa en la ciencia. ¿Quién cree en esto? Además de unos cuantos niñotes en sus sillas de la universidad". 17 La formulación de la conferencia, que fue dictada ante una asociación estudiantil alemana, era la pregunta de si los estudiantes tenían un "llamado" (vocación), o esperaban cosas equivocadas de una carrera científica, tales como respuestas a la pregunta por el sentido de la vida. Se enfocó a lo que él mismo describió como una manera extraña y pedante –reproducida en la conferencia sobre política– de mirar a las condiciones institucionales y el carácter de una carrera científica en términos históricos, con el fin de quebrar sus esperanzas en alguna clase de giro de la historia que suministraría algún tipo de salvación social a partir de la ciencia. El peso de su énfasis en la conferencia sobre ciencia estuvo sobre el hecho de la especialización como una condición para el logro genuino. Pero también describió las realidades de la vida académica: cómo las prácticas de la vida universitaria seleccionaban personas con características más bien bizarras, y no siempre sobre la base del mérito. La crítica weberiana de la política reforzó la idea de que ésta era una esfera separada de la ciencia, planteando la pregunta paralela sobre la estructura y naturaleza de una carrera en política y de las características personales apropiadas para ello. La política, enfatizó, desde los tiempos de los güelfos y los gibelinos, es política partidista, para llegar a ser líder uno tiene necesariamente que tratar con esta realidad, aceptar la disciplina de selección por las prácticas internas de las burocracias partidistas y de la política interna de los partidos. Para ser un verdadero líder, es decir, lo opuesto a un mero político de carrera, uno necesita también algo más: cualidades de juicio y perseverancia frente a la derrota. La clave del contraste entre ámbitos fue la distinción hecho-valor: la esfera de la ciencia era valorativa en el sentido de que el valor 99
del conocimiento en una disciplina dada era presupuesto por la disciplina. En política, había la posibilidad de escoger valores, pero la elección del aspirante a líder político estaba acotada por las realidades de la moderna política partidista y por las demandas de crear seguidores, tanto como las demandas intrínsecas de perseguir el poder, demandas tan costosas que muy poca gente tenía las cualidades personales exigidas para tal carrera. Esta explicación de la esfera de lo político y su énfasis en la necesidad de poder para el logro de cualquier fin significativo, así como su constante recordatorio de que el medio específico del estado es la violencia, y de que comprometerse en política es llevar a cabo tratos con poderes diabólicos, sirvió para poner lo político más allá de toda esperanza de transformación por los intelectuales. Weber se enfocó particularmente sobre las limitaciones de la mentalidad burocrática y la incompetencia de aquellos seleccionados a través de esas prácticas trepadoras que determinan sus carreras burocráticas ante las demandas de liderazgo en una democracia, de tal manera que socavan todo posible pensamiento de que la política pudiera ser reemplazada por la administración de las cosas. La explicación weberiana de la carrera de los científicos, en este y otros textos, se enfocó sobre la noción de funciones institucionales, y sobre la inadecuación del promover valores desde dentro de esas funciones. Vale la pena hacer notar que anteriormente había atacado a los economistas socialistas monárquicos de la generación previa por su equivocada opinión, según la cual habría una solución científica para los asuntos políticos; argumentó, en agria controversia antes de la guerra, que subrepticiamente aquéllos habían incluido sus propios valores en su labor de asesores, engañándose a sí mismos al pensar que se alcanzaban los resultados de la política partiendo de los simples hechos. De esta forma, el efecto de las explicaciones paralelas fue separar la 100
esfera de la ciencia de la de la política, no dejando al científico nada más qué decir al político, sino aconsejarlo respecto a los medios, y eliminar al científico de jugar un papel de líder cultural. Hubo otra implicación. Las decisiones en sí mismas tenían el carácter de elecciones de valor, y como ellas eran en última instancia elecciones de valor, no podían estar basadas en valores superiores. No podía haber una guía científica en la elección de valores, incluyendo los valores políticos entre cosmovisiones, culturas y naciones. El profesorado alemán, durante la Primera Guerra Mundial, irreflexivamente adoptó la guerra como una lucha por la superioridad de la cultura alemana. Weber dijo que las elecciones entre tradiciones nacionales era un asunto de fe, y no de la ciencia o de la academia. Hessen y la transformación del debate En 1931 tuvo lugar un evento que transformó la discusión sobre el carácter político de la ciencia. Durante un congreso de historia de la ciencia en Londres, una descripción marxista de la ciencia plenamente desarrollada fue presentada. Había sido propuesta en la Unión Soviética en forma completamente independiente del "marxismo occidental", y había sido patrocinada en el más alto nivel del aparato ideológico soviético por Nicolás Bujarin, quien participó en el libro en que esa descripción se presentó. La descripción se expresaba más en términos históricos que filosóficos, aunque ambos eran apenas separados: el propio texto teórico principal de Bujarin se titulaba Materialismo histórico, y comenzaba con estas frases: "Los académicos burgueses hablan de cualquier rama del conocimiento con misterioso asombro, como si fuera una cosa producida en los cielos y no en la tierra. Pero de hecho, cualquier ciencia surge de las demandas de la sociedad o de sus clases". 18 101
El conjunto de ensayos, que puso en uso estas ideas, tuvo un profundo efecto especialmente en Gran Bretaña. El punto principal del texto era mostrar, en casos de estudio detallados, que la ciencia era también producto de las demandas de la época por resultados tecnológicos, que las demandas eran específicas de particulares formaciones sociales y de situaciones históricas, y que esa "teoría" era en última instancia conducida por la práctica tecnológica. Esto implicaba que la idea de un reino autónomo de ciencia pura era una vergüenza y una construcción ideológica. Una de las ideas centrales de Marx era que cuando la contradicción entre el potencial de las fuerzas productivas y la limitante y restrictiva estructura de clases y el sistema de relaciones económicas estuvieran en su más alto nivel se daría un momento revolucionario. Una de las ideas centrales, tanto de los fascistas como de los soviéticos, era que la planificación racional de las esferas de la economía y la cultura era posible y necesaria. Estas ideas tuvieron una gran aceptación en la opinión pública, en los responsables de la conducción política de la década de 1930, enfrentados a la gran depresión y en los estados liberales. En el caso de la ciencia, una extensa literatura fue desarrollada sobre "la frustración de la ciencia", la idea de que los capitalistas, los burócratas incompetentes y los políticos liberales estaban en el camino del tipo de desarrollos científicos que podrían superar todas las aparentes fallas del capitalismo. Hubo también dos interesantes declaraciones públicas, una al final de los años 20 y otra a inicios de los 30, hechas por prominentes miembros de la iglesia anglicana; uno sugirió una moratoria de la ciencia por una década para permitir una reconsideración de sus consecuencias sociales, y otro llamó a los científicos a considerar su responsabilidad social. Al margen de esta situación se desarrolló un complejo y polifacético movimiento de izquierda, en parte comunista y en parte 102
no comunista, que buscaba resolver los problemas sociales a través de la ciencia. J. D. Bernal fue la principal figura en este movimiento y públicamente se adhirió al comunismo. Recuérdese que Condorcet, Comte y Pearson encararon el problema de tal manera que la condición para que su descripción de la ciencia contribuyera al progreso era que los ciudadanos llegaran a ser educados científicamente, si bien sólo en una manera limitada, que requería que los científicos fueran, en efecto, ideólogos cuya ideología tuviera autoridad sobre el resto de la sociedad. Esto era equivalente al gobierno de los científicos, cosa que incluso el más entusiasta izquierdista, como Bernal, tenía por impráctico (aunque él aún lo consideraba preferible en principio, apuntando el asunto de si el bernalismo era un pearsonismo vestido de comunismo). El comunismo no era dirigido por los científicos, aunque implicaba una ideología auto reputada como científica. Así que se dio la más cercana aproximación al ideal del gobierno de los científicos disponible en la época, y estos científicos estuvieron profundamente interesados en la manera en la que la URSS operó y utilizó la ciencia. Los líderes de la marximización de la ciencia acomodaron las realidades de la Unión Soviética argumentando primero que éste era el único país en el que la ciencia había obtenido su función apropiada, como Bernal lo expuso, y adoptando el punto de vista de que el sistema soviético era benéfico (todo lo que la frase aquella "la dictadura del proletariado" significaba, de acuerdo a Julian Huxley, que las cosas fueran administradas para el beneficio de todos. 19 También argumentaron que la neutralidad era imposible para los científicos, especialmente frente a la manipulación anticientífica del fascismo, que el dinero para la ciencia fluiría libremente en un régimen organizado racionalmente con una planificación económica de mercados, y que en el presente la historia se encontraba en una fase de transición 103
hacia el Estado en el que la ciencia, entendida extensivamente como "un control unificado, coordinado, y sobre todo consciente del conjunto de la vida social," albergando la esperanza de abolir la dependencia del hombre respecto al mundo material, mientras tomaba su legítimo papel al llegar a ser la consciente fuerza guía de la civilización material, penetrando en todos los otros ámbitos de la cultura. Ciencia y comunismo, para decirlo brevemente, estaban hechos uno para el otro: la plena realización de cada uno requería la plena realización del otro. No había conflicto entre ciencia y comunismo, dado que, como decía Bernal, la ciencia ya es comunismo, toda vez que realiza la tarea de la sociedad humana, y lo hace a la manera comunista, en la cual: "los hombres colaboran no porque sean forzados por la autoridad superior o porque sigan ciegamente a algún líder elegido, sino debido a que toman conciencia de que sólo en esta colaboración voluntaria puede cada hombre alcanzar sus metas. No son las órdenes, sino las sugerencias, lo que determina la acción." 20 En los hechos, como Bernal lo previó, los científicos serían organizados en sindicatos que cooperarían con otros sindicatos para producir los planes quinquenales que después llevarían a cabo. Crítica de la extensión Bernal y sus camaradas entendieron que lo que hacía la posición poco persuasiva para los científicos era la noción misma de planificación, así como la cuestión sobre lo que la planificación de la ciencia implicaría. Los temas sobre planificación fueron sin embargo empequeñecidos por la discusión de la ciencia nazi en los círculos científicos que dominaban los últimos años de la década 104
de los 30. La ciencia nazi no sólo estaba planificada, sino que era extensiva en el sentido problemático en el que lo señaló la noción leninista de que ninguna organización cultural en los regímenes soviéticos debería ser autónoma del partido. Bajo el régimen se esperaba que la ciencia se acomodara a la ideología nazi, los científicos judíos fueron expulsados, y se montó una estridente campaña contra la influencia judía en la ciencia. La traducción de un artículo aparecido en un periódico nazi fue publicada en Nature, 21 provocando una descomunal respuesta por parte de la ciencia angloamericana,moldeada en términos de "libertad" y del vínculo entre libertad científica y democracia. Esto suministró el primer acicate a la discusión sobre la "autonomía" de la ciencia. Bernal respondió a esta discusión definiendo las cosas en términos similares a un conflicto entre libertad y eficiencia que, según pensaba, podría resolverse dentro del marco de la planificación. Sin embargo, los temas de la libertad bajo planificación tendrían que formar parte de una discusión política de la "planificación" más amplia, no podían ser fácilmente tratados por Bernal, quien tendía a invocar una noción hegeliana de libertad positiva de los científicos bajo un régimen de planificación central. Otros defensores de ésta se encontraron con problemas similares. Los tópicos de la planificación, de la libertad de investigación y de la autonomía, produjeron una compleja respuesta. En lo sucesivo identificaré simplemente algunos de los principales participantes en esa respuesta y sus respectivas contribuciones a ella. Friederich Hayek, en dos libros cruciales, Camino de servidumbre 22 y La contrarrevolución de la ciencia: estudios sobre el abuso de la razón,23 hizo énfasis en los conflictos entre planificación y libertad, e incluso los partidarios de la planificación los reconocieron. Los temas, como argumentó Hayek, eran evidentes ya en las ideas saintsimonianas sobre el remplazo de la política por la 105
administración, y en la idea de una jerarquía no sujeta a coerción. Weber fue una fuente de diversos componentes de la respuesta que surgió: el argumento según el cual la ciencia no tiene un "significado" extrínseco, incluyendo la utilidad social. Esto es lo medular en la afirmación de que la ciencia simplemente se supera a sí misma; el argumento institucional, la declaración de que el papel de los científicos excluye el establecer y promover valores (incluyendo la Weltanschauung científica como una solución a los problemas de la vida y la política), y el argumento a favor de la especificidad e integridad del reino de lo político y su irreductibilidad a la administración. Uno de sus trabajos, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 24 también inspiró una influyente refutación a la afirmación histórica básica de Bujarin y Hessen respecto a que la ciencia era un producto de las necesidades sociales. Robert Merton aplicó el argumento de la Ética protestante a la revolución científica y a la Royal Society, estableció que los científicos participantes eran desproporcionadamente puritanos, resultado que indicaba que los factores "espirituales" o "ideales" tenían una función en el manejo de la ciencia, amén de las demandas de clase y de la sociedad. El conocido texto de Merton sobre ciencia y democracia 25 fue en algunos aspectos una extensión de la críptica explicación "institucional" de la ciencia hecha por Weber, y en otros, una aceptación del bernalismo. Merton describió cuatro normas de la ciencia que aportan un ethos. Tales fueron el universalismo, el escepticismo organizado, el "comunismo" o participación común de los resultados de la investigación científica, y la imparcialidad. El principio de "universalismo" fue expuesto con referencia a los nazis y a la ciencia alemana, que lo violaron. El escepticismo organizado hizo eco de la noción, debida a Alfred Whitehead, de "suspender el juicio hasta que todos los hechos se hayan reunido". A pesar de su 106
equilibrio, era un argumento conscientemente liberal, dado que, como Merton lo dice, en una sociedad liberal la integración deriva principalmente del conjunto de normas culturales. De tal manera que decir que la ciencia era gobernada por un ethos, era decir que era internamente de un talante liberal. Externamente había un estado de conflicto potencial, y frecuentemente actual, con la sociedad. Merton tenía claro que las normas de la ciencia no estaban arraigadas, que ni siquiera eran consistentes con las actitudes del público, que bien podía esperarse que éste las resintiera, y que era por esta misma razón que la ciencia resultaba ser vulnerable en las sociedades totalitarias, mismas que sacaban ventaja de un antirracionalismo popular combinado con un control centralizado de laciencia. Pero también fue sensible a la idea de que los científicos estaban inclinados a entrar en conflicto con otras instituciones en las democracias, especialmente cuando sus descubrimientos invalidaban los dogmas. Así que nos quedamos con la sospecha de que la democracia y la ciencia no son compatibles, salvo que hubiese un reconocimiento de la autonomía de la ciencia, y que este reconocimiento estuviese siempre amenazado por la ampliación normal de la ciencia hacia nuevos ámbitos, tales como las investigaciones de la ciencia social en áreas consideradas sagradas. Aun apelando al concepto de ethos, Merton no usó el término "comunidad de la ciencia" para describir la ciencia, excepto de manera irónica. 26 Éste fue un término que llegó a tener un uso generalizado principalmente a través de los trabajos de Michael Polanyi. 27 Polanyi produjo, cosa que no hizo Merton, un argumento en favor de la autonomía de la ciencia, delineando la demanda de que la ciencia no tenía necesidad de un gobierno político bajo la forma de planificación debido a que ya estaba suficientemente "gobernada" por sus propias tradiciones. La ciencia era una 107
comunidad muy distinta de esa clase de orden burocrático que podría ser objeto de planificación. La planificación destruiría la característica de la vida comunitaria que hacía posible el crecimiento de las ideas, y que era, para Polanyi, la libertad de los científicos para elegir las ideas a seguir. Polanyi hizo hincapié en las instituciones, debido a que los marcos institucionales en los que los científicos estaban empleados eran muy diversos, un asunto que Merton también trató en apoyo al interés que ponía en el ethos de la ciencia, y al que tomó como un elemento común a través de las estructuras institucionales. La versión de Polanyi de este argumento apunta al problema de la ciencia y la democracia de una manera novedosa. Si la ciencia está sujeta al "control democrático", podría no prosperar. Sin embargo, la ciencia no es una anomalía en la democracia. Tiene un carácter similar al de otras comunidades a las cuales se les otorga la autonomía sobre la base de su tradicional carácter fuertemente autogestionado, tales como la iglesia y la abogacía. La democracia en sí, para Polanyi, es fuertemente tradicional. De tal suerte que la relación entre ciencia y democracia debería ser una de reconocimiento y respeto mutuo, de una comunidad a otra, así como de interés por parte de la democracia en los frutos de la ciencia, los cuales pueden ser mejor obtenidos otorgando la autonomía a la comunidad científica. El punto de vista de la izquierda sobre la educación científica era que los trabajadores deberían ser formados para pensar científicamente. Entre los críticos de esta perspectiva está Bryant Conant, quien remarcó que la idea de que en cincuenta años de aplicación de una instrucción elemental en ciencia, produciría mejores ciudadanos, era un fracaso. Su objeción era contra la noción de que había un método universal de la ciencia y contra el "amplio uso de la palabra ciencia", lo que yo he estado llamando 108
extensión. Descartó detalladamente la noción de la virtud especial del científico –tema también presente en la mertoniana socialización de las normas de la ciencia–, de manera que el interés no está puesto en el carácter individual, sino en los mecanismos de control social dentro de la institución de la ciencia. Conant pone esto de manera sucinta: ¿Sería demasiado decir que en las ciencias naturales de hoy el medio ambiente social dado ha hecho muy fácil, incluso para una persona emocionalmente inestable, el ser exacta e imparcial en su laboratorio? La tradición que hereda, sus instrumentos, el alto grado de especialización, la multitud de testigos que le rodean, por así decirlo (si publica sus resultados), todo esto ejerce presiones que hacen que la imparcialidad sobre lo sustancial de su ciencia sea casi automática. 28 Estos mecanismos, sin embargo, existen sólo para la propia ciencia, no para sus extensiones a la política, donde los científicos no tienen especial pretensión de objetividad. Tanto Conant como Polanyi tenían un enfoque liberal de la ciencia en el siguiente sentido; pensaban que lo mejor era gobernar la ciencia indirectamente, facilitando la competencia entre científicos. Pero Conant, reconociendo las realidades de la "gran ciencia", pensaba que era necesario tener un conjunto de universidades de élite con recursos abundantes con el objetivo de hacer esa competencia significativa en el presente. Sería equívoco caracterizar esta confianza en los medios indirectos como un argumento en favor de dejar la comunidad científica en paz, y es de notar que el enfoque izquierdista de Bernal sobre la ciencia, aunque era conscientemente un intento de equilibrar libertad y eficiencia, involucraba un alcance incluso más amplio a favor de la 109
autogestión. La perspectiva de Conant permitía la intervención cuando la competencia fallara, y Conant estaba ansioso por producir las condiciones para la competencia. Aunque existen algunas diferencias de énfasis entre Conant, Merton y Polanyi en estos primeros ensayos, coinciden en grado significativo y, en muchos casos, se hicieron mutuos reconocimientos. Incluso donde hay diferencias, como en la renuencia de Merton para usar el término "comunidad científica", terminaron siendo superficiales –Merton de hecho usa más tarde el término "colegios invisibles" para servir a propósitos similares. Karl Popper, cuyo vínculo con Friedrich Hayek y la defensa del liberalismo lo marginarían de este grupo, sostuvo un breve coqueteo con Polanyi, aunque se hallaron mutuamente antipáticos. Aunque no lo hizo, Popper pudo haber desarrollado una analogía entre el discurso liberal y el discurso científico, si lo hubiera hecho, las relaciones podrían haber sido más evidentes. 29 Ambos son formas limitadas de discurso, regidos por un sentido compartido de límites. La manera popperiana de acotar la ciencia, el uso de la falsificación como criterio de demarcación, podía haberlo conducido a pensar que no era necesario localizar un ethos o una tradición en qué apoyarse. Pero la diferencia entre la teoría verificacionista del significado y la falsificación sirve para ubicar a Popper del lado de ellos en el asunto del cientifismo como Weltanschauung. La verificación se enfrenta, por así decir, con aquellas formas de ostentoso conocimiento que la ciencia podría esperar sustituir o desacreditar. Va dirigida a una comunidad más amplia. La falsificación mira hacia dentro del proceso de discusión científica que regula, y en tal regulación se convierte en una variante de la discusión liberal. El fantasma de Bernal 110
La idea convencional de ciencia que se desarrolla en la media centuria después de este debate acabado en los primeros días de la Guerra Fría, incluye componentes de la visión izquierdista de la ciencia, especialmente en relación al problema de la comprensión pública de la ciencia, pero fundamentalmente está constituida por elementos del punto de vista liberal. El libro de Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, 30 constituye un replanteamiento de los puntos de vista de Conant sobre la ciencia, con unos cuantos cambios terminológicos, por ejemplo "paradigma" por "esquema conceptual", y una reducción más implacable de la ciencia a su aspecto teorético. Kuhn sacó los elementos "políticos" con los que Conant había tratado, pero la forma en que entendió los paradigmas lo distanció aún más de la izquierdista asimilación de la ciencia a la tecnología. La idea de "frustración de la ciencia" desapareció con la gran inversión en ciencia durante la época de la Guerra Fría y las posteriores inversiones de capital privado en biotecnología. Aunque la emergencia de la "tecnociencia" moderna como fenómeno, y los temas políticos asociados a su control, hacen que las preguntas de Bernal durante los años 30 sean nuevamente relevantes, lo hacen de una manera peculiar. La izquierda, en los años 60, se hizo participativa, y dio menos valor a la racionalidad superior de la ideología revolucionaria del pasado y más valor a los movimientos de protesta popular. Esto significaba que la izquierda dio la bienvenida a la protesta popular contra la ciencia y la tecnología, contra los expertos y el sistema capitalista global. La tecnociencia fue vista ahora como parte de este sistema. Leyendo a Bernal hoy, se percibe el carácter crucial de ese cambio en el estatus de la ciencia en la izquierda. Un indicador del cambio es el hecho de que Bernal era, tan increíblemente como esto pudiera parecer, un defensor del calentamiento del hemisferio 111
norte por medios tecnológicos, elogiando los esfuerzos de la Unión Soviética para hacer habitables sus regiones norteñas a través de cambios climáticos que habrían afectado a todo el hemisferio, como una aplicación heroica de la ciencia para el bienestar humano. 31 Es quizá sólo una cruel ironía que estos esfuerzos fueran parte del Gulag y que los campos establecidos por los soviéticos, y las líneas de ferrocarril que construyeron para servirles, fueran engullidas por el frío, teniendo éxito únicamente como medios para matar a aquellos condenados a trabajar en ellos. Pero ¿somos más sabios que Bernal al apoyar algún tipo de control popular sobre la ciencia? o ¿es la noción de control popular de la ciencia, que Bernal y los liberales rechazaron, simplemente incoherente? ¿Qué diría Bernal hoy? Creo que, correctamente, él diría que es incoherente. El control popular de la ciencia, en el sentido estricto de ciencia, apoyado por la interpretación liberal de ciencia, es políticamente irrelevante, debido a que la ciencia es políticamente estática por diseño: se expresa en formas que son inaccesibles al público; no tiene aplicación inmediata; es susceptible de ser explotada en varios sentidos, pero uno no puede saber de antemano a quién "favorecerá"; consecuentemente el "control" racional, popular o científico de la ciencia, es imposible e indeseable. La ciencia en un sentido amplio es otra cosa. Pero no puede ser democrática en el sentido participativo. El papel de los expertos, de una u otra manera, usualmente encubierto, es el producto natural de la concepción extensiva de la ciencia, como los antiguos escritores de la izquierda lo comprendieron. Sus razonamientos siguen siendo poderosos. El pueblo puede "controlar" la ciencia, ya sea a través de los expertos o bien por ignorancia. Éste fue el asunto del énfasis en la educación científica popular. Pero confiar en los expertos es ya ceder el control. 112
Controlar de manera ignorante es sólo tener la ilusión de control. Solicitar la prohibición de los organismos modificados genéticamente sólo debido a miedos infundados o a la ansiedad, por ejemplo, es hacer pronunciamientos existenciales, mas no racionales o humanos, habría pensado Bernal. Una izquierda que deriva su programa de sentimientos nostálgicos no sería, de acuerdo a Bernal, una izquierda en absoluto. Y a una que aprovechó los miedos irracionales y el nacionalismo la habría desechado por fascista. Llama la atención que Philip Kitcher en su reciente libro sobre ciencia, Science, Truth, and Democracy, 32 desande el camino de los izquierdistas aquí comentados. La noción de ciencia planificada para el bien público, el problema de la autoridad para seleccionar dicho bien y de su dependencia del avance científico, e incluso la idea de la ciencia como un mapa útil para múltiples propósitos, que son los puntos clave del texto, se encuentran ya en la literatura de los años 30, así como lo está la idea de que el contrato entre ciencia y sociedad y el dicho de que los expertos deberían estar dispuestos a servir a la sociedad en lugar de estar encima de ella. La actualización realizada por Kitcher de estos argumentos se encuentra con la dificultad, que reconociera Comte y Pearson, de que las ciencias sociales no pueden producir, al menos todavía no, el tipo adecuado de conocimiento. El interés de Kitcher está en el problema de usar las ciencias sociales para predecir los resultados de las decisiones a implementar, o para desarrollar ciertas formas de ciencia y tecnología, admite que no son capaces de suministrar la guía científica requerida. Con la idea de una medida rawlsiana de evaluación en mente, se propone algo más modesto: que tomemos el conocimiento adecuado de los efectos como la medida ideal con la cual juzgar las decisiones. Trata el problema de la autoridad en términos que recuerdan la etiqueta saintsimoniana de los 113
trabajadores como "asociados", sugiriendo que las decisiones sean hechas a partir del modelo de la familia, con lo que quiere decir una asociación en la que cada uno proteja los intereses de otro y, si es necesario, de una manera paternalista. Reconoce la diferencia de conocimientos entre los participantes. Asume, como Saint-Simon lo hizo, que en una relación de asociación tipo familiar, las condiciones para la aceptación confiada en el conocimiento superior se sostendrá, y aquellos con conocimiento no abusarán de su poder por su propio interés o su autodesilusión y que serán, para ponerlo en palabras de Bernal, "comunistas". Sin embargo, no explica cómo los científicos adquirirían el carácter necesario para ejercer este autocontrol, y no puede explicar cómo algo de esto podría funcionar, como Saint-Simon no pudo explicar cómo la política sería reemplazada por la administración de las cosas. De hecho opta por tratar estos modelos impracticables como medidas morales ideales para evaluar lo que es efectivamente hecho, evitando así los asuntos difíciles que Bernal al menos intentó apuntar. Los problemas con los que comenzó Condorcet y con los que luchó Saint-Simon, aún son los problemas de una izquierda razonable. Lograr esas metas de mejoramiento humano requiere un mayor uso de la ciencia; y que la misma gente se haga más científica. Para lograr esta meta no es suficiente promover la democracia, puesto que la gente no educada científicamente elegiría mal. Para hacerlos elegir bien, la tradición aquí descrita ha confiado en la idea de que la ciencia puede ser extendida a través de una educación científica y una ciencia social que pronostique sus efectos y facilite la difusión de conocimiento mediante el predominio de la ciencia como la visión del mundo. Este programa no tuvo éxito, de manera que lo que una concepción izquierdista de la ciencia requiere hoy es una manera de remplazarlo, o remplazar 114
las metas que intentó alcanzar.
________NOTAS________ 1
Auguste Comte, Cours de philosophie positive, 2a ed., París, Bachelier, 1864, IV: 50ss. [Regreso] 2
Ibid.: 49 n. [Regreso]
3
Condorcet, "Fragment on the New Atlantis, or Combined Efforts of the Human Species for the Advancement of Science", en Keith M. Baker (ed.), Condorcet: Selected Writings, Indianapolis, The BobbsMerrill Co., 1976: 283-300. [Regreso] 4
"Creo que el único remedio es a través de la anarquía, i. e., dinamitar los actuales arreglos sociales y la sociedad en general", carta a William Martin Conway (1881), apud Theodore Porter, Karl Pearson: The Scientific Life in a Statistical Age, Princeton, Princeton University Press, 2004: 127. [Regreso] 5
Lancelot Hogben, Statistical Theory: The Relationship of Probability, Credibility and Error, 1957: 326, apud Porter, ibid.: 7. [Regreso] 6
Karl Pearson, National Life: From the Standpoint of Science, Londres, Adam and Charles Black, 1905: 62. [Regreso] 7
Pearson, The Ethic of Free Thought: A Selection of Essays and Lectures, Londres, T. Fisher Unwin, 1888: 31. [Regreso] 8
Ibid.: 20. [Regreso]
9
Ibid.: 130-31, 133. [Regreso]
10
Porter, op. cit.: 108. [Regreso]
11
Pearson, The Grammar of Science, 3a ed., Londres, J. M. Dent & Sons, 1937: 15-16. [Regreso] 12
Ibid.: 120. [Regreso]
13
Ibid.: 54-55. [Regreso]
14
Ibid.: 29. [Regreso]
15
En H.H. Gerth y C. Wright Mills (eds.), From Max Weber: Essays in sociology, Nueva York, Oxford University Press, 1946a: 77-
115
128. [Regreso] 16
En ibid., 1946b: 129-156. [Regreso]
17
Ibid: 143. [Regreso]
18
Bujarin [1921,] Historical Materialism: A System of Sociology, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1969. [Regreso] 19
Huxley, A Scientist Among the Soviets, Nueva York, Harper & Bothers Publishers, 1932: 3. [Regreso] 20
Bernal, The Social Function of Science, Cambridge, Cambridge University Press, 1939: 415-416. [Regreso] 21
J. Stark, "The Pragmatic and the Dogmatic Spirit in Physics", en Nature, vol. 141, abril 30, 1938: 770-72. [Regreso] 22
The Road to Serfdom, Londres, Routledge, 1944b. [Regreso]
23
The Counter-Revolution of Science: Studies on the Abuse of Reason, Glencoe, IL, Free Press, 1952. [Regreso] 24
The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, Nueva York, Scribner's, 1958. [Regreso] 25
Merton, "A Note on Science and Democracy", en Journal of Legal and Political Sociology, 1, 1942:115-26. [Regreso] 26
Merton, Sociology of Science: Theoretical and Empirical Investigations, Chicago, The University of Chicago Press, 1973: 375. [Regreso] 27
Struan Jacobs, "The Genesis of 'Scientific Community'", en Social Epistemology, 16(2), 2002: 157-168. [Regreso] 28
Conant, On Understanding Science: An Historical Approach, New Haven, CT, Yale University Press, 1947: 7. [Regreso] 29
Cfr. I. C. Jarvie, "Science in a Democratic Republic", en Philosophy of Science, 68(4), 2001: 545-564. [Regreso] 30
The Structure of Scientific Revolutions, Chicago, The University of Chicago Press, 1996. [Regreso] 31
Bernal, op. cit.: 379-380. [Regreso]
32
Oxford, Oxford University Press, 2001. [Regreso]
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Para una nueva epistemología política: entre la naturaleza absolutizada y la política relativizada Antonio Arellano Hernández Introducción El tema de la epistemología política moderna es particularmente importante para los estudiosos de la innovación y de la tecnociencia, en la medida que los términos ciencia y política se comprometen con una cierta concepción de la ciencia, de la que depende la idea de naturaleza y, por comparación, la de política. La epistemología política moderna se sustenta en una asimetría entre dos formas de producción y legitimación de conocimientos. Los conocimientos científicos son caracterizados como realistas y universales; en cambio, en la acción política todas las propuestas se consideran construidas y relativas a los grupos que las elaboran y sostienen. Solidariamente, el método de ambas es diferente, el método científico es único y no puede depender del grupo que lo aplica, en cambio en la política todas las elaboraciones son relativas. Consideramos que los debates en torno a la epistemología política no se reducen a una simple división entre la aplicación de principios universalistas y relativistas, pues están involucrados innumerables asuntos cruciales. En este trabajo queremos circunscribirnos a la problemática del conocimiento que relaciona la acción política y la actividad científica, ya que debido al advenimiento del movimiento posmodernista de las últimas décadas, los problemas del conocimiento del mundo y de la acción social se han representado como problemáticas de las ideas de realidad y de acción social. 117
Tomando como punto de análisis el planteamiento latouriano sobre la epistemología política contemporánea, según el cual los problemas del conocimiento, la política y la naturaleza tienen que ver con las problemáticas de la idea de la naturaleza objetiva y de la política; el objetivo de este trabajo consiste en discutir la elaboración de conocimientos sobre la naturaleza y la acción política, a la luz de la proliferación de la epistemología posmoderna y del relativismo epistémico, particularmente nos interesa indagar la propuesta de una epistemología política de sustento antropológico. Para desarrollar la argumentación se considerará la noción modernista de la naturaleza y de la política; el papel del posmodernismo en la disolución de las nociones modernas de naturaleza y sociedad; los debates epistemológicos derivados de la llamada guerra de ciencias y particularmente los debates entre físicos, epistemólogos y sociólogos de ciencias en torno al estatuto del conocimiento científico; los problemas de conocimiento y la crisis de conocimiento modernista que tales problemas generan y; finalmente, la posibilidad de avanzar en la puesta en escena de una epistemología política capaz de solucionar la asimetría entre naturaleza absoluta y política relativa, de sustento antropológico. La noción modernista de naturaleza y política En el mundo occidental contemporáneo, preguntar por la objetividad de la naturaleza parece un llamado a un viejo e inútil debate entre la filosofía idealista y la materialista, toda vez que en la epistemología convencional, la noción de naturaleza ha sido el producto de una antigua repartición entre las consideraciones objetivas y subjetivas sobre las que se puede hacer alusión del mundo. Las primeras corresponden a la realidad natural y las segundas son asignadas a grupos o personas específicos. 118
De acuerdo con Latour, desde Platón hemos asignado a la ciencia la comprensión de la naturaleza y a la política la regulación de la vida social. 1Habría que añadir que en la modernidad, particularmente en el Siglo de las Luces, ese proyecto culminó laicizando el conocimiento elevándolo a conocimiento representativo de la naturaleza y elevando a la política a democracia representativa. En la modernidad, el tema de la representación del conocimiento de la naturaleza y de la sociedad se ha popularizado bajo la siguiente configuración; por un lado, la ambición por alcanzar la verdad objetiva como representación de la naturaleza ha conducido a suponer que la objetividad científica es el último eslabón en la evolución del conocimiento de la realidad y que la ciencia consiste en revelar verdades universales. Esto ha brindando la idea de la existencia de una naturaleza única, objetiva y universal. En la acción social, incluida la política, las verdades sociológicas han sido empleadas como argumentos omnipotentes y como conocimientos que alcanzan niveles sobrehumanos o mejor dicho, sobresubjetivos. La ciencia moderna ha erigido a ciertos conocimientos científicos en el soporte de una dictadura dirigida a imponer el silencio al gran público mediante la aceptación de verdades caracterizadas como universales y representativas de la realidad. El uso ideológico de la ciencia y la tecnología fue denunciado en su momento por Habermas, 2 entre otros intelectuales. Por otro lado, concerniente al tema de la representación en la política, todo se torna discutible, rebatible, abierto al escrutinio de los actores. En política no hay punto de vista privilegiado, las ideas con pretensiones de validez universal sucumben ante el reclamo del irreducible relativismo ideológico y la representatividad política no necesariamente mantiene la cohesión que liga a los partidos con 119
los ciudadanos. Después de la caída de los regímenes absolutistas del siglo XX y de la debacle de la dominación de la racionalidad burocrática imaginada en las teorías weberiano-marcusianas, las nuevas corrientes aceptan el derecho reservado por los actores a la acción autónoma, al disenso y a los derechos alternos. En nuestros días, el relativismo se sostiene sólo en los absolutismos de algunos fundamentalismos recalcitrantes. Sintetizando ambas representaciones, mientras científicos y tecnólogos reclaman la despolitización de sus campos y disciplinas, los políticos se molestan al ser criticados de tecnócratas. Los primeros disputan por tener la razón sobre la naturaleza, los segundos participan en debates para imponer sus puntos de vista sobre asuntos y soluciones de competencia pública. La repartición de las representaciones de ambas entidades se vuelve asimétrica en el momento que tanto los científicos como los políticos manifiestan públicamente un acuerdo que organiza la epistemología política modernista del siguiente modo: se asume un mundo en el que la naturaleza es única y la política es relativa. El planteamiento epistemológico subyacente en esta asimetría consiste en imponer la separación entre naturaleza y cultura y, consecuentemente, de éstas con la política, asumiendo que las ciencias de la naturaleza están exentas de acción social comunicativa y política y que la actividad política no incluye los procesos de acuerdo a la realidad externa. Los modernistas consideran que la naturaleza es objetiva, externa al hombre, apenas aprehensible mediante actos de inteligencia humana; de este modo, la naturaleza resulta única y externa. Pero paradójicamente, la sociedad es producto del hombre, del uso de su inteligencia, de su acción. De este modo, la política es reflejo del relativismo social y la naturaleza un reflejo del absolutismo científico. 120
A nuestro juicio, la afirmación latouriana planteada en el libro Nunca hemos sido modernos 3 sobre la constitución epistemológica contemporánea, según la cual la modernidad es una situación inalcanzada e incompleta, podríamos reformularla, de modo que aceptásemos el hecho de estar viviendo una asimetría epistemológica y admitiésemos que la producción de conocimiento actual está formateada para producir inscripciones de conocimientos integrados conforme al reconocimiento de una naturaleza única y de una cultura y políticas relativas. Es bien factible que Jürgen Habermas en su condición de uno de los últimos defensores del modernismo, sea quien explique más lúcidamente la asimetría de la epistemología de la modernidad cuando, reclamando el ejercicio de la acción comunicativa como instrumento de la integración social en el mundo de la vida, acepta la ineluctabilidad de la acción instrumental, imagina la evolución de la ciencia y la tecnología eximida de la acción comunicativa y consecuentemente del carácter negociado y contingente del conocimiento y de los artefactos. Habermas acepta los principios convencionales de la ciencia moderna y el reconocimiento de una naturaleza externa única, coexistiendo de manera dual con el ejercicio de la acción comunicativa entre los actores, en el ámbito de la política de los países avanzados. 4 En síntesis puede decirse que la epistemología política modernista impone la separación entre la naturaleza y la política, adjudican a las ciencias de la naturaleza una suerte de exención de acción social comunicativa y política y exentan a la actividad política de la actividad científica; de esta adjudicación y exención ha resultado una imagen del mundo de la que la naturaleza es única y la política es relativa.
El papel del relativismo epistémico posmoderno en 121
la destrucción de la noción moderna de naturaleza y de cultura Dejando de lado el polo de la política relativizada, en este apartado abordaremos la manera en que el posmodernismo ha interpelado las nociones de naturaleza y cultura; después, trataremos las posibilidades críticas para intentar reformular la epistemología modernista y posmodernista empleando los argumentos de ambas de manera reconstructiva. El movimiento posmodernista ha atacado las raíces mismas de la epistemología científica moderna sustentada en el objetivismo, el realismo, la racionalidad y la univocidad interpretativa (verdad absoluta), principalmente. Los posmodernistas han diagnosticado la disolución de la epistemología moderna y augurado el surgimiento del eclecticismo, el relativismo,5 la polisemia y la virtualización. Por ello no es difícil comprender su beneplácito respecto al agotamiento explicativo de las teorías tradicionales y sus alegorías al supuesto agotamiento de la historia; por cierto, relativizado por los diagnósticos posteriores de los globalestudiosos y analistas de la sociedad Red. 6 La recepción del relativismo epistémico en las ciencias ha provocado intensos debates entre científicos y epistemólogos. Dado que el punto de apoyo epistemológico del posmodernismo ha sido el relativismo, ciertos científicos modernistas se han lanzado contra él; por ejemplo, para los físicos teóricos Sokal y Bricmont (s&b), "el peligro mayor del posmodernismo radica en el relativismo epistémico […], específicamente, de la idea –mucho más extendida […] de que la ciencia moderna no es más que un mito, una narración o un constructo social entre muchos otros". 7 Algunos sociólogos de ciencias como Barry Barnes asocian relativismo y constructivismo social, tal y como se aprecia en la cita 122
anterior de S&B; por nuestra parte, no negamos la relación cercana que existe entre ambos pero, analíticamente pueden abordarse separadamente; sobre todo si tomamos en consideración que el constructivismo se toma, por algunos autores como Karin KnorrCetina, como construccionismo. 8 El primero tiene múltiples interpretaciones epistemológicas, que van desde el idealismo (cuando se afirma que la realidad es una construcción social) al materialismo (cuando se afirma que en la elaboración de la realidad participa la sociedad); en cambio el segundo ha sido empleado para describir las prácticas científicas de laboratorio,9 esta es la idea de la frase la ciencia tal y como se hace de Callon y Latour.
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En este trabajo, nos concentraremos en el relativismo en su acepción epistemológica. El relativismo epistémico tiene múltiples orígenes y fuentes. Algunos se encuentran en posiciones tan distintas como la tesis de la subdeterminación de Duhem-Quine, en la tesis de la indecidibilidad en el teorema de Gödel, en las nociones de inconmensurabilidad de la teoría de los paradigmas científicos de Thomas Kuhn, 11 de manera más clara, en el anarquismo epistémico de Feyerabend, quien, extendiendo la crítica a la razón al campo de la epistemología, lo convirtió en uno de sus argumentos contra la dictadura de la razón. 12 Las referencias anteriores corresponden a lecturas propedéuticas referentes al relativismo, pero de ninguna manera nos permiten afirmar que estos autores sean posmodernos o los fundadores de tales posiciones, lo que queremos decir es que este relativismo epistémico se puede rastrear desde posiciones que aparentemente pueden ser antagónicas al relativismo epistémico posmoderno, de manera que el resultado de éstas y otras posiciones antiabsolutistas y antiuniversalistas han dado como resultado una noción de objetividad depotenciada en términos argumentativos y 123
localizada socialmente. Partiendo del relativismo epistémico, la hipótesis que se puede construir sobre el conocimiento de la naturaleza es la siguiente: la certeza cognitiva sobre las características de la naturaleza se opaca y se disuelve en innumerables e inconmensurables concepciones sin la organización teórica del enciclopedismo. Así las cosas, luego entonces, ¿cuál es la veracidad de la pretensión sobre la llamada realidad? Si las respuestas apuntan a la pérdida de veracidad, entonces habría que reconocer que la adopción del relativismo epistémico por numerosos científicos, conlleva directamente a la negación de una relación estrecha entre naturaleza y ciencia y, seguramente, a la negación de una equivalencia entre realidad y conocimiento. El abuso de esta argumentación puede significar que si las concepciones sobre la naturaleza no tienen un punto de vista privilegiado, son inconmensurables y se organizan en paradigmas que corresponden con los círculos de científicos que las comparten; la precipitación de la fuente de certeza de las características de la realidad resulta inminente. Adoptar el relativismo epistémico hace correr el riesgo de imaginar la disolución de la realidad, de aceptar la inaccesibilidad a la naturaleza, o bien, de reconocer que la objetividad como vínculo y adecuación 13 entre naturaleza y conocimiento puede sólo existir en el rango de objetividad sociorregional. Éste es el embate mayor del posmodernismo epistémico contra el modernismo científico. También, las verdades del pensamiento social se han visto trastocadas por el relativismo. Así, la idea de fundar una ciencia positiva de la sociedad representada en las ciencias sociales perdió potencia poco tiempo después de su evocación comteana; es posible que una de las grandes víctimas del relativismo haya sido la teoría del socialismo científico, la idea de la ciencia proletaria y de 124
la ineluctabilidad científica de la dictadura del proletariado. La relativización de las grandes verdades sociales ha sido un proceso consistente, al grado que algunos, como Fukuyama 14 han considerado pertinente pensar en haber alcanzado el fin de la historia; afortunadamente hasta esta idea ha sido relativizada. En las disciplinas sociales y humanísticas, la práctica antropológica es emblemática en razón de su tarea programática relativizadora y de los temas epistemológicos en los que se involucra. Como relativizadora, la tarea de la antropología ha consistido en poner en situación relativa a las culturas. Primero lo hizo con la propia cultura occidental y después lo ha hecho en los diferentes ámbitos donde ha penetrado; incluido, como veremos adelante, el ámbito de la producción de conocimientos científicos. Respecto a los temas epistemológicos, el conocimiento antropológico se refiere al estatuto cognitivo de las culturas estudiadas y, recíprocamente, del régimen cognitivo de ella misma. 15 Prácticamente no hay ámbitos de la antropología que no aborden el estatuto cognitivo de las culturas estudiadas, trátese de las etnociencias, de la estructura de los mitos y de las cosmologías de las sociedades, del estudio de todo tipo de representaciones sociales (como las religiosas que estudió Durkheim), etcétera; los reportes etnográficos han dado cuenta del conocimiento de las culturas. En el tema del posmodernismo, la presencia de esta disciplina también ha sido emblemática y un buen objeto de estudio de la epistemología posmoderna. En efecto, los antropólogos posmodernos como Clifford Geertz, James Clifford y otros de sus colegas, 16 rompen con el vínculo problemático de la objetividad como relación de adecuación entre el objeto de estudio y el sujeto cognoscente para evocar la imposibilidad de alcanzar la observación objetiva de otra cultura; frente a lo cual, sólo les ha 125
restado asumir que el autóctono no es sino la ocasión para ejercitar la literatura antropológica. Estos posmodernistas, han convertido a la antropología en una disciplina retórica, en la que las discusiones sobre la pertinencia cognitiva de las acuñaciones y conceptos se trasladan de la crítica epistemológica a la crítica literaria. Desde una perspectiva epistemológica, el conocimiento del informante y el del antropólogo se relativizan en un espacio social inconmensurable. Los antropólogos posmodernos han invertido la paradoja de la epistemología moderna de la siguiente manera: relativizando el conocimiento de las culturas mantienen, paradójicamente, un objetivismo respecto a la naturaleza, configurando un relativismo cultural y un absolutismo naturalístico. De este modo, la epistemología política resultante es nuevamente asimétrica. A diferencia de los posmodernistas, los antropólogos de ciencias y técnicas de diferentes corrientes,17 han vuelto más problemática la epistemología mostrando la complejidad de la epistemología cientificotécnica contemporánea y la dificultad de aplicar el modelo modernista de la conceptualización de la naturaleza absolutizada 18 y la política relativa, pero también el de la absolutización del posmodernismo.19 Retomaremos este tema más adelante. Ahora bien, tomado el relativismo epistémico como instrumento crítico, serviría para mostrar el talón de Aquiles de la epistemología política modernista; de manera que aplicando el relativismo a la ciencia, la asimetría entre la consideración de una naturaleza única y la de una política relativa, quedaría seriamente cuestionada. La imagen del conocimiento elaborado indicaría que las nociones científicas de la realidad se encontrarían en la misma circunstancia relativa y sin punto de vista privilegiado que la elaboración de propuestas en el ámbito de la política. Ambos polos serían relativizados. Pero aceptando el relativismo de la anterior manera, 126
surge un problema que, paradójicamente, no es de interés en el posmodernismo; el problema sería explicar epistemológica y empíricamente cómo el relativismo evita la dispersión total, el eclecticismo desenfrenado; situaciones que, obviamente, no están ocurriendo en la elaboración del conocimiento contemporáneo. Un problema de gran envergadura de los relativismos epistémicos reside en que, concentrándose en el elogio de la dispersión cognitiva y de la relativización de cualquier verdad, ignoran la explicación de la anudación de los acuerdos y negociaciones de las acuñaciones cognitivas, de la acción comunicativa que permite los consensos, de la puesta en equivalencia de entidades que permiten compartir el mundo. Entonces el problema real sería explicar de qué manera el proceso de relativización científico y político se acompaña de acciones de los actores en las que se acuñan, negociada y contingentemente, sus propuestas de validez científica y de pertinencia política. Ahora, tomando como instrumento crítico al absolutismo, tendríamos la posibilidad simétrica de reconsiderar la epistemología política posmoderna según la cual, sustentándose en el relativismo metodológico, los antropólogos posmodernos critican el modelo absolutista de la ciencia pero, contradictoriamente, apoyándose en el relativismo cultural sostienen un absolutismo natural; para ellos, las culturas son relativas a ellas mismas pero comparten el mismo fondo natural. Esto tiene como consecuencia que el fondo natural que supuestamente es compartido por todas las culturas corresponde con las ideas estabilizadas de naturaleza surgidas del mundo científico técnico occidental y no con las acuñaciones cognitivas de las otras culturas. Así, por ejemplo, la noción de sustentabilidad corresponde con cierta opinión occidental de la economía de los recursos naturales y no necesariamente con la opinión local de los 127
bienes disponibles para la reproducción de la cultura de acuerdo a sus propias perspectivas. En la escala del polo científico, los antropólogos posmodernistas son consecuentes, con la epistemología política; sin embargo, son modernistas de acuerdo a la asimetría naturaleza única/cultura relativa. De acuerdo con nuestras interpretaciones, a estos antropólogos les faltaría actualizar su relativismo cultural al conocimiento de la naturaleza, para considerar abiertas las opciones sobre la conceptualización de la naturaleza y su relatividad respecto a las culturas y la política, aunado a esto, faltaría considerar la noción de un acuerdo cognitivo, de cooperación interpretativa y de negociación conceptual en la interpretación de las culturas, 20 digamos la interinterpretación de las políticas de las culturas. En este apartado habíamos dejado el polo político para explorar la epistemología del polo de las ciencias naturales y estudios culturales; sin embargo, el relativismo en ciencia y el universalismo en antropología posmoderna nos remite a otro nivel de concentración: al de la epistemología en ciencias. La guerra de ciencias y los estudios sociales de ciencias confrontados a un relativismo científico En el apartado anterior hemos abordado los debates epistemológicos en torno a las ciencias naturales y los estudios culturales. En éste, dejaremos de lado la epistemología de los estudios culturales para centrarnos en los debates epistemológicos sobre las ciencias naturales. El debate sobre el conocimiento en ciencias y su epistemología ha girado en torno al relativismo epistémico. Las posiciones pro y contra el relativismo epistémico han sido cruciales en la configuración de la llamada guerra de ciencias entre científicos de 128
la naturaleza y estudiosos de las humanidades.21 Recordando que, el conocimiento en ciencias representa para los epistemólogos modernos el ámbito de las verdades absolutas; y para los posmodernistas el espacio de las grandes relativizaciones, la guerra de ciencias muestra dos aspectos epistemológicos asimétricos para nuestro análisis; muestra cómo ciertos científicos defienden la copresencia del absolutismo en ciencias ydel relativismo cultural, y ciertos estudios de la ciencia defienden el relativismo en ciencias y el absolutismo sociológico. Asimismo, ambos evitan el tráfico entre relativismos y absolutismos. El análisis lo dividimos en dos partes, en la primera analizamos el debate en torno al conocimiento de la naturaleza y en la segunda parte el conocimiento social de la naturaleza. Como sabemos, el "escándalo" desatado por el físico teórico Alan Sokal por la supuesta impostura científica de algunos prominentes intelectuales de las humanidades, derivó, luego de un tiempo, en lo que se llamaría la guerra de ciencias entre epistemólogos, científicos y humanistas, 22 y finalmente el debate se dirigió contra los estudiosos de ciencias. 23 En esta parte, nos interesa retomar el levantamiento de los físicos s&b contra las formas que adopta el posmodernismo y, más precisamente, contra lo que llaman la impostura científica y el relativismo epistémico. En realidad este debate no es reciente, pero seguirlo en la forma en que se ha presentado, nos da la ocasión de tomarlo como estudio de caso epistemológico. El tema de la impostura científica e intelectual, que habían denunciado S&B, se compromete con la epistemología en general, nosotros tocaremos sólo donde atañe directamente a la epistemología política, la que a este trabajo ocupa. S&B se oponen rotundamente al relativismo en ciencias y distinguen el relativismo filosófico del relativismo metodológico. Del 129
primero, aceptan la consideración de que la verdad de una propuesta depende de quien la interpreta, lo que para ellos es perfectamente sostenible aunque tenga poca consistencia en el mundo. Este relativismo se puede aceptar en sus versiones éticas o estéticas, de modo que no hay grupo social capaz de imponer sus valores ni sus gustos a otros colectivos.24 Sin embargo, es inaceptable el segundo en la medida que se sostiene la imparcialidad en la evaluación del desarrollo del conocimiento. 25 Como se puede apreciar, los autores muestran con gran transparencia esto que hemos denominado la epistemología política moderna: absolutismo científico y relativismo cultural (y político). Para S&B, a riesgo de caer en imposturas, la física debería ser un campo de estudio exclusivo de físicos donde sólo ellos podrían juzgar, certificar y legitimar su producción científica. La física sería un bien de uso exclusivo de físicos y su consumo debería estar certificado por ellos mismos. S&B denuncian la relativización del conocimiento científico realizado por los que llaman sociólogos constructivistas-relativistas. Desde luego que en esta guerra, los autores tienen sus razones fundamentadas; así la impugnación al relativismo epistémico se cumple puntualmente en ciertas vertientes de los estudios sociales de la ciencia; ejemplo de esta relativización y demérito de las ciencias se encuentra en la afirmación de los sociólogos constructivistas Barry Barnes, David Bloor y John Henry en su libro Scientific Knowledge: A Sociological Analysis, en el cual, estos autores escriben que "la astrología no responde menos a los criterios del método científico que la astronomía y que es concebible que un día aquella se preste a un triunfo del método científico".26 Sucede lo mismo en el caso del Programa Empírico del Relativismo impulsado por Harry Collins y Trevor Pinch. 130
Efectivamente, reuniendo relativismo y constructivismo social, Collins considera que la clausura de los debates y las controversias científicas no se basan en procedimientos lógico-experimentales, sino en factores sociales como el poder, la retórica y otros mecanismos sociales.27 Pero la tarea pedagógica de Sokal 28 es remarcable, si entendemos que su abstención a pronunciarse en los temas culturales es para evitar caer, en esta ocasión, en imposturas científicas, aclarando su posición de relativista cultural. Recordemos que el objetivo de sus publicaciones en revistas culturales consistía en experimentar socialmente la facilidad de hacer pasar imposturas científicas en las revistas culturalistas e ilustrar la proliferación de las imposturas intelectuales en el campo de los estudios culturales. 29 Pero, Sokal y Bricmont no consideran que para los profesionales del estudio de la ciencia, las controversias científicas son el ambiente en el que los propios científicos negocian sus procedimientos, sus evidencias y sus hechos y obvian el ambiente permanentemente controversial de sus disciplinas a lo largo de toda la historia. Así, para un grupo de sociólogos de ciencias, el problema de la elaboración de la evidencia científica es más complicado que como popularmente se ha idealizado, pues no se reconoce el papel que juegan las controversias en la construcción de los conocimientos, como dice Harry Collins: "el problema es que la imagen popular de la ciencia se asocia a una banda transportadora para el acuerdo; el desacuerdo implica incompetencia, predisposición o la interferencia política. Si se demuestra que el desacuerdo está fundado dentro de lo mejor de las mejores ciencias duras, la imagen del desacuerdo cesará de considerarse un síntoma de una patología". 30 La cita anterior es importante, si consideramos el exacerbado 131
relativismo de Collins. Luego de la formulación del Programa Fuerte de la Sociología de la Ciencia por Bloor, una parte relevante de estudios inspirados en él, han estudiado controversias y negociaciones. 31 Regresaremos al tema de las controversias y negociaciones científicas, pero, por el momento, acotemos la pertinencia del señalamiento de que la práctica científica puede mostrar no sólo cómo acontece el relativismo, sino también cómo ese relativismo da paso a un cierto objetivismo y con ello a una aminoración de la relativización. Nos hemos referido al debate posmodernista en el plano de la relativización de las ciencias físicas y naturales y la relativización de la cultura y de las ciencias humanas. Pero la guerra de ciencias mantiene su importancia como objeto de estudio en la medida que ha implicado la respuesta de los llamados estudiosos de la cultura y sobre todo, de manera más precisa, de los sociólogos de ciencias bloorianos. A continuación, abordaremos las posiciones de estos últimos para poder realizar un ejercicio comparativo de las asimetrías puestas en escena. A los sociólogos que defienden y apoyan el Programa Fuerte de la Sociología de la Ciencia (PF), se les ha reprochado el relativismo que portan los principios de imparcialidad y de simetría; situación que resulta privilegiada para los sociólogos de la ciencia. 32 Para Bloor, la necesidad de la imparcialidad de la sociología de la ciencia, surge del hecho de que todas las creencias han de explicarse como fenómenos sociales, independientemente de que éstas hayan sido evaluadas y consideradas, en una época determinada, verdaderas o falsas. Se trataría, de acuerdo con Bloor, de que los sociólogos sean imparciales respecto a la verdad y falsedad, la racionalidad y la irracionalidad, el éxito y el fracaso de la práctica tecnocientífica, señalando que ambos lados de estas 33 dicotomías requieren de explicaciones causales. 132
Complementando el principio de imparcialidad, la simetría en la sociología blooriana debe reconocer que los criterios con los que son evaluados los conocimientos, son construidos socialmente, por lo tanto, los mismos tipos de causas pueden explicar tanto las creencias evaluadas favorablemente como las rechazadas y las creencias falsas y verdaderas. 34 Los sociólogos del PF actúan como observadores de la actividad científica sin consentir privilegios ni marginaciones a los científicos en sus disputas. Esto significa que las nociones sobre la naturaleza se presentan como entidades variables. El problema epistemológico que queremos señalar es que relativizando el conocimiento científico, los sociólogos de la ciencia deberían considerar que el relativismo se puede aplicar a ellos mismos y que sus nociones sobre la sociedad serían igualmente variables y contestadas por otros sociólogos. Significa que, aplicando el principio de reflexividad, la sociología del conocimiento derivada del PF anula su convocatoria a una ciencia emulada al estilo de las ciencias naturales, objetiva y absolutista, pues las ciencias naturales que estudia son construidas socialmente y elaboradas a base de un relativismo epistemológico. Callon había criticado el principio blooriano de la simetría de las controversias sobre la naturaleza, extendiendo ese principio a las controversias sobre la sociedad de los sociólogos. El acercamiento de Callon retomaba el carácter controversial de las nociones sobre la naturaleza, pero tomando en consideración el carácter controversial de las nociones sobre la sociedad. Por esta doble razón, Callon propuso la construcción de un cuadro común y general para interpretar el carácter incierto de la naturaleza y de la sociedad, llamado principio de simetría generalizada. 35 En el principio de simetría generalizada, tanto la naturaleza como la sociedad son categorías a explicar partiendo de las 133
interpretaciones sobre los objetos materiales y de conocimiento. Este principio de simetría generalizada no deriva en la generalización del relativismo pues Callon, inspirado de Serres, ha considerado que las negociaciones entre los científicos tienen una función integradora. Aquí, los acuerdos provendrían del procedimiento negociador de la relatividad de las opiniones que originaron las controversias, como hemos mencionado en el pasado: "Si las controversias evidencian el abanico de soluciones posibles a problemas teóricos y prácticos de la ciencia y la tecnología, las negociaciones muestran los nudos de racionalidad comunicativa enraizados en la sociedad". 36 Nuestro punto de vista respecto al papel del relativismo epistémico posmoderno es que las posiciones de sokalistas y de sociólogos del Programa Fuerte como Bloor, Collins y otros, configuran una contradicción; por un lado, los sokalistas pretenden apropiarse el título de legítimos representantes del conocimiento de lo natural (primera parte del presente apartado), mientras los segundos pretenden monopolizar la descripción de la acción social de la ciencia (segunda parte del apartado). En el fondo de este debate, nos encontramos frente a una falsa disyuntiva; algunos quieren reservarse el derecho de hablar en nombre de la naturaleza externa, y otros quieren reservarse el derecho de hablar en nombre de la sociedad. Expresado epistemológicamente, el fisicalismo de Sokal y Bricmont y el socialismo de los autores del PF, configuran un relativismo generalizado al intentar mantener separados los conocimientos de la naturaleza y de la sociedad. Pero esta separación es en sí misma la fuente de relatividad del conocimiento contemporáneo, al resultar inconmensurables las representaciones naturales y sociales. Dicho de otro modo, la defensa del absolutismo naturalístico o sociológico de S&B y los sociólogos 134
bloorianos, respectivamente, conforman un relativismo generalizado, un relativismo en el polo científico del esquema de la epistemología política moderna. Siguiendo las posiciones de S&B y los sociólogos bloorianos, el esquema de la epistemología moderna no se puede cumplir pues la ciencia no es unitaria, por el contrario es relativa al conocimiento sobre la naturaleza o la sociedad, sólo la política es aceptadamente relativista. Pero los relativismos de los posmodernos tampoco resultan en un esquema coherentemente relativizado, pues terminan aceptando una sola y única naturaleza como fondo del desarrollo de las culturas. Algo no funciona en el esfuerzo por rendir coherentemente las epistemologías contemporáneas más relevantes, pues si tomamos partido por los posmodernistas aflora el absolutismo naturalístico y si lo hacemos por los modernistas aflora el relativismo en ciencias y el relativismo sociológico. Podemos hacer como si nada hubiese pasado y seguir sosteniendo la idea de un absolutismo científico y un relativismo político, después de todo, así hemos vivido por más de tres siglos, pero el problema es que la insatisfacción de la epistemología moderna proviene no sólo de los relativistas, sino del propio campo de los científicos absolutistas como Weinberg. 37 Si frente a este debate optamos por ser simétricos e imparciales, según la recomendación blooriana, tendríamos que esperar a que algún bando pudiese ganar la guerra de ciencias, situación improbable de resolverse por ellos mismos; en este caso, tendríamos que encerrar el debate a sus posiciones maniqueas y considerar lo que pasa en otros ámbitos de problematizaciones epistemológicas. A continuación, tomaremos esta opción. ¿Cambios en la relación hombre-naturaleza o crisis de conocimientos modernos? 135
En este apartado nos interesa abordar el problema de la epistemología desde una perspectiva inversa a la abordada hasta aquí. No se trata de considerar la manera en que las epistemologías han abordado el conocimiento del mundo, sino cómo los problemas del conocimiento contemporáneo requieren de una epistemología complementaria. A continuación analizaremos los problemas de discernimiento contemporáneos y la crisis de conocimiento modernista, partiendo de algunos ejemplos críticos de conocimiento y ciertas posiciones de autores relevantes en torno a la necesidad de abordar los problemas con una epistemología que tome en cuenta la implicación de entidades naturales y sociales en los fenómenos. No negamos que este abordaje implica la elección de una forma de construir conocimientos que, partiendo del diagnóstico de ciertos problemas, reflexionemos sobre los instrumentos teóricos, conceptuales y materiales. Dicho de otra manera, queremos darnos un margen de maniobra para reflexionar sobre la elaboración de conocimientos, partiendo de ciertos problemas de conocimiento que actualmente se enfrentan. Si tomamos como ejemplo, de los muchos que se presentan en el mundo contemporáneo, el tema del calentamiento del planeta, encontraremos el conocimiento relativizado en múltiples explicaciones e interpretaciones. Comenzando por las lecturas provenientes de la epistemología modernista, encontraremos una ruptura epistemológica entre ciencias naturales y sociales: el bando socialista considera que la causa es de orden social y, particularmente, de la proliferación de los fenómenos asociados a la generalización del mundo industrial. En este caso, se puede ser miembro de un movimiento social ambientalista radical a condición de obviar los argumentos de ciertos científicos referidos a las 136
razones y evidencias sobre los grandes ciclos de calentamiento que se han desarrollado a lo largo de millones de años y que sustentan las explicaciones naturales del calentamiento planetario. En el bando naturalista, se alude a los ciclos largos de calentamiento-enfriamiento del planeta como causa. En este caso, se puede ser un naturalista radical a condición de negar el hecho de que la sociedad industrial está generando una serie de productos que agudizan el efecto invernadero provocando, en parte, el calentamiento del planeta. Por su parte, los relativistas culturales considerarán las acciones de las diferentes culturas respecto al calentamiento del planeta, pues éste es un fenómeno de orden planetario, que involucra el sustento natural de todas ellas. La coincidencia en todas estas posiciones radica en que la explicación de los fenómenos de estas características rebasan las lecturas disciplinarias. Desde luego, habrá aquellos posmodernos, como Baudrillard, 38 que desconfiando de las certezas de los conocimientos naturales o sociales producidos en la investigación científica, utilizan los argumentos de unos para relativizar los de los otros y viceversa. ¿Qué dicen los sociólogos relevantes sobre los problemas contemporáneos? Por un lado, Jürgen Habermas, recién comienza a preocuparse, a propósito del auge de la biotecnología y las terapias génicas, por la desaparición de fronteras entre la naturaleza que somos y el aparato orgánico que nos brindamos, 39 o la afirmación según la cual, "la nueva estructura de imputación de responsabilidades resulta de la desaparición de fronteras entre personas y cosas"; 40 dicho de otra manera, Habermas, cree que en épocas anteriores existía una real frontera entre naturaleza objetiva y naturaleza artifactual que hoy ha comenzado a desdibujarse. El papel de la tecnología y del conocimiento reside en la instrumentalización desnaturalizada del conocimiento. 137
Por otro lado, Anthony Giddens, retomando a Beck, 41 se refiere a los efectos riesgosos de la globalización en nuestras vidas, de la siguiente manera: La mejor manera en la que puedo clarificar la distinción entre riesgo interno y externo es la siguiente: puede decirse que en toda la cultura tradicional, y en la sociedad industrial hasta el umbral del día de hoy, los seres humanos estaban preocupados por los riesgos que venían de la naturaleza externa (malas cosechas, inundaciones, plagas o hambrunas). En un momento dado, sin embargo –y muy recientemente en términos históricos– empezamos a preocuparnos menos sobre lo que la naturaleza puede hacernos y más sobre lo que hemos hecho por la naturaleza. Esto marca la transición del predominio del riesgo externo al del riesgo manufacturado.
Del ejemplo empleado y de las posiciones de estos autores, resaltamos las cuestiones siguientes: a propósito del calentamiento del planeta, ¿de qué epistemología disponemos para referirnos a causas sociales y naturales simultáneamente? En relación a la preocupación eugenésica habermasiana, ¿recién comienzan a desaparecer las fronteras entre naturaleza dada y naturaleza artifactual, 42 o bien, la epistemología modernista ya no nos puede proporcionar las certezas antiguas? A propósito del etnocentrismo del riesgo giddensiano, ¿antes las causas del riesgo eran naturales y ahora son humanas? ¿Recién comenzamos a crear la naturaleza o bien acabamos de darnos cuenta de que interactuamos con ella? y ¿Está en riesgo la naturaleza o la epistemología modernista? Las respuestas serían que no disponemos de una epistemología para referirnos a causas natural-sociales, que la epistemología modernista ya no nos puede proporcionar las certezas antiguas, que recién comenzamos a darnos cuenta epistemológicamente que las fronteras entre naturaleza y sociedad impiden percibir 138
determinados problemas cruciales del mundo contemporáneo y que la naturaleza y la sociedad están en riesgo, parcialmente, debido a los términos fracturados con los que las hemos abordado. Frente al problema del conocimiento del mundo contemporáneo, los posmodernos, apelando al relativismo y los modernos, apelando a la pérdida de capacidad explicativa de sus especializados, coinciden en convocar a la interdisciplinariedad. Es posible que los síntomas de esta fatiga hayan tomado forma en los años 70, en los llamados de científicos y epistemólogos a la organización no disciplinaria del conocimiento. Primero se llamó a la multidisciplina, luego a la interdisciplina y finalmente a la transdisciplina y los sistemas complejos, 43 pero los modelos no han dado respuesta a los grandes desafíos conceptuales del mundo contemporáneo. La interdisciplinariedad ha terminado por reforzar las fronteras de las grandes disciplinas científicas; las ciencias sociales y humanas han seguido por su lado y las naturales por el suyo. Los posmodernistas se han detenido ante un proyecto relativizado y generalizado, manteniéndose como absolutistas epistémicos en ciencia y como relativistas culturales. El fortalecimiento de la epistemología posmoderna y, particularmente, del relativismo epistémico, ocurre en este ambiente anti-unidisciplinario. Frente a este diagnóstico, coincidimos en parte con Latour 44 cuando indica que la crisis de la naturaleza es una crisis epistemológica. Pero no podemos compartir su idea en todas sus implicaciones pues consideramos que además de una crisis epistemológica existe una crisis real de la relación hombrenaturaleza, aunque también hay un problema realmente ecológico. Después de identificar los problemas sobre la comprensión relativizada de la naturaleza y de la política y sobre la comprensión parcializada del mundo contemporáneo, habría que buscar una posible solución a esta crisis cognitiva modernista que no sea la 139
aplicación del relativismo generalizado surgido del juego de universalismo-relativismo, alimentado por la guerra de ciencias y que, finalmente, mantiene una visión fracturada del mundo. ¿Es posible una epistemología política que solucione la asimetría entre naturaleza única y política relativa? Tratando de organizar la discusión hasta aquí presentada, recapitularemos indicando que la epistemología política contemporánea está preformada para inscribir el conocimiento reconociendo una naturaleza única y una política relativizada; que los epistemólogos posmodernos han generalizado la aplicación del relativismo epistémico pero, paradójicamente, en la cultura aceptan un relativismo cultural de sustento natural universalista; que el fisicalismo de S&B y el socialismo de los autores del PF configuran un relativismo generalizado al mantener separados los conocimientos sobre la naturaleza y la sociedad y que este relativismo resulta ser un absolutismo de carácter científico frente al relativismo de la política; que la epistemología política contemporánea tiene dificultades para la comprehensión de los fenómenos cultural-naturales actuales y, finalmente, que las epistemologías políticas revisadas no explican las íntimas relaciones entre relativismo y absolutismo, entre posiciones cognitivas relativas a los actores y conocimiento negociado y compartido. Partiendo de la recapitulación anterior, en este apartado abordamos las alternativas a la epistemología política contemporánea, reuniendo elementos que reconstructivamente coadyuven a una epistemología que permita aprehender los fenómenos socionaturales, para esto nos apoyaremos en la reflexión epistemológica de las ciencias y de los resultados de la 140
antropología de la naturaleza y de los laboratorios científicos. Si descontamos que el relativismo posmodernista no propone superar nada y por lo tanto tampoco superar la crisis de conocimiento y que los absolutismos de la sociología de la ciencia del PF y del fisicalismo del movimiento S&B mantendrían indefinidamente el relativismo generalizado, sólo restarían los intentos sectoriales para mejorar la comprehensión de sociólogos y naturalistas. En el sector de las ciencias sociales tenemos las propuestas de la doble hermenéutica de Giddens, 45 la dualidad de sistema y mundo de la vida de Habermas 46 y la tesis de los sistemas complejos de Morin,47 entre otros. Desde el sector de las ciencias físicas, tenemos principalmente la búsqueda de las teorías del campo unitario de Steven Weinberg y Abdus Salam,48 etcétera. Pero de seguir esta línea sectorial, tendría como logro la interdisciplinariedad acotada a los sectores y el reforzamiento de la epistemología modernista. Así las cosas, la comprehensión de los fenómenos social-natural seguirán siendo dualistas. En términos de la reflexión epistemológica, la separación de ciencias naturales y sociales, disciplinas heredadas de la modernidad, representa, a juicio de Serres, un gran obstáculo para la comprehensión del mundo contemporáneo. Siguiendo esta idea, Latour considera que la incomprensión de los fenómenos contemporáneos se debe a la agudización de un proceso paradójico entre la construcción práctica del mundo, caracterizada por la producción de entidades híbridas, y la representación del mismo, caracterizada por la especialización cognitiva que divide las causas naturales de las sociales, por la repartición entre ciencias naturales y social-culturales y por el establecimiento de fronteras infranqueables entre ellas. Serres considera que la crisis del conocimiento contemporáneo puede superarse eliminando las rupturas que sobre el mundo han 141
creado las perspectivas disciplinarias y propone conciliar mediante un procedimiento de traducción a las dos grandes entidades epistemológicas en las que han dividido la realidad. La noción de traducción, consiste en rendir equivalente las ciencias y las humanidades a partir del modelo desarrollado partiendo del mito del dios Hermes, y alude al proceso de mediación por el cual un personaje puede representar legítimamente a una entidad y ser aceptada –legítimamente, también– por otra. 49 Esta idea ha sido retomada por los autores de la teoría del actor-red, principalmente por Latour, Callon y Law, el primero para elaborar la noción de híbrido mediante la fusión de dos entidades de origen diferente50 y los siguientes, para explicar las teorías sociales elaboradas por los propios actores. 51 Los resultados de los antropólogos de la ciencia y de la naturaleza han mostrado que la separación epistemológica, naturaleza y sociedad, no necesariamente ha existido siempre, ni se encuentra en todos los ámbitos. La especialización disciplinaria no es el resultado de la evolución única de la razón, ni el síntoma de todas las sociedades ni de todos los tiempos. Algunos antropólogos clásicos han mostrado cómo en las sociedades premodernas, la representación no especializada del mundo coincidía con la construcción práctica de éste y que las representaciones e imágenes del mundo no permitían una clara distinción categorial entre mundo natural y social. Así, como dice Habermas: a los que pertenecemos a un mundo de la vida moderno, nos irrita el que en un mundo interpretado míticamente no podamos establecer con suficiente precisión determinadas distinciones que son fundamentales para nuestra comprensión del mundo. Desde Durkheim hasta Lévi-Strauss, los antropólogos han hecho 142
hincapié […] en la peculiar confusión entre naturaleza y cultura (entre los grupos premodernos). 52 En efecto, en otros periodos de la humanidad, la construcción práctica del mundo, caracterizada por la ausencia de grandes especializaciones productivas, ha coincidido con la inexistencia disciplinaria en las representaciones teóricas, de manera que se ha ignorado siquiera algún tipo de relación entre naturaleza, cultura y conocimiento. 53 Trabajos como los realizados por el antropólogo Philippe Descola entre los Achuar de la selva del Amazonas 54 muestran que las representaciones simbólicas de los Jíbaro aluden a realidades híbridas naturaleza-cultura y las representaciones de la naturaleza y de la sociedad no están escindidas como en la cultura influenciada por la ciencia. En esta misma línea se encuentra el complejo de representaciones duales naturaleza-cultura elaborada por las culturas mesoamericanas incomprensibles para los conquistadores españoles y las actuales mentes occidentalizadas. Grosso modo podemos decir que las sociedades tradicionales omiten representar la separación naturaleza-cultura. También, innumerables etnografías de laboratorios científicos han servido para mostrar cómo en las condiciones de la producción simbólica y material contemporánea la separación de las entidades naturalísticas y sociales noexiste de manera purificada, general ni definitiva. Los sociólogos de ciencias han evidenciado, por su parte, que la elaboración de hechos científicos no corresponde con las divisiones disciplinarias evocadas por la epistemología clásica. Buena parte de los trabajos antropológicos de ciencias 55 han relativizado las grandes definiciones modernistas sobre la ciencia y la tecnología, dando cuenta de la construcción de la objetividad en términos realistas al interior de los procesos de investigación, ya 143
sea en los diálogos informales sostenidos por los investigadores y prácticas cotidianas en los laboratorios,56 la inscripción de signos, 57 la construcción de objetos técnicos y conocimientos, 58 y los procesos de construcción de redes sociotécnicas heterogéneas,59 entre otros temas. El estudio de la construcción de la naturaleza aprehendida mediante hechos científicos ha sido puesto en evidencia por la antropología de la tecnociencia, mostrando cómo en las controversias científico-tecnológicas se negocian los contenidos de los conceptos y categorías científicas y las características técnicas de los artefactos tecnológicos.60 Reuniendo los trabajos de las antropologías de la investigación científica y de la naturaleza, encontramos que los antropólogos de las culturas premodernas están aportando elementos epistemológicos que no escinden la naturaleza de la sociedad y están reconstruyendo la genealogía de la separación de las entidades ontológicas naturaleza y sociedad en la explicación del mundo. Asimismo, los estudios antropológicos de la ciencia evidencian que en la práctica de investigación cotidiana, los científicos borran las fronteras entre las dos entidades. Por ambos frentes de la práctica antropológica, se pueden encontrar recursos para abogar por la interpenetración de las ciencias y las humanidades para sincronizar y compatibilizar la práctica híbrida de producción material con las representaciones simbólicas, hasta ahora escindidas. Desde nuestro punto de vista, los fenómenos cultural-sociales se corresponden con la presencia humana en el mundo y nos parece que el anuncio habermasiano de la desaparición de fronteras entre personas y cosas 61 y el giddensiano de la aparición del riesgo manufacturado representan la crisis de la epistemología modernista y no la aparición de nuevos fenómenos. 144
La asimetría de la epistemología contemporánea consiste en aplicar políticamente el absolutismo en la ciencia y el relativismo en la política, totalitarismo con la ciencia pero tolerancia con la política. De acuerdo a la epistemología política modernista, si la ciencia es la encargada de comprender la naturaleza y la política de regular la vida social, fenómenos como el del calentamiento del planeta, nos confrontan ante situaciones catastróficas a las que ni la ciencia ni la política han sabido responder. Esto muestra que el tiempo de la dictadura de la ciencia objetiva e inapelable se ha agotado, ahora es necesario abrir la caja de la investigación científica y tecnológica para entender cómo, en asociación con ella, construimos los nuevos colectivos.62 Latour ha intentado superar la paradoja del mundo contemporáneo proponiendo un relativismo híbrido, constituido por binomios naturaleza- cultura. 63 Esta propuesta es loable pues corresponde con los resultados de investigación de dos grupos: el de ciertos antropólogos clásicos que abordan el tema de comunidades y ambientes naturales y el de antropólogos y sociólogos de ciencias. En el plano antropológico clásico, aceptando que la relatividad de culturas es solidaria de la relatividad de naturalezas, y con la antropología y la sociología de ciencias, mediante la aceptación de que las controversias científicas corresponden al binomio señalado por la noción de paradigma aludiendo a estructuras cognitivas compartidas por disciplinas científicas. A juicio de Latour, con un esquema como el indicado antes, nos encontraríamos en una situación en la que no tendríamos que defender al sujeto de la reificación ni al sujeto de la construcción social, dicho en otros términos, en realidad las cosas (incluyendo la tecnología) no amenazan a los sujetos, ni la construcción social debilita al objeto (cosa, naturaleza, objetividad). 145
La propuesta latouriana tiene algunas ventajas teóricas y epistemológicas. Si la tecnología no amenaza a los sujetos, la sociedad no es propiamente de riesgo sino de investigación, pero en otro sentido, la sociedad no debilita a la naturaleza ni a los objetos. Dicho de otra manera, la crisis ecológica es un problema humano y natural. La incomprensión del fenómeno cultural-social es producto de la epistemología modernista. A juicio de Latour esto puede resolverse aplicando el método de la hibridación. Sin embargo, los métodos de análisis actuales de estos fenómenos como el de la hibridación, propuesto por Latour, y el de la traducción, planteado por Serres, siguen siendo dualistas. En efecto, reducen la perspectiva de la realidad a la presencia agregada de humanidad y de naturaleza tal y como se distribuyen el conocimiento las grandes disciplinas, ignorando que el plexo de la práctica humana en el mundo tiene diferentes dimensiones. En este sentido, juzgamos que serán necesarios nuevos esfuerzos para elaborar un método de estudio más acorde con una teoría que no sea cautiva de la guerra entre modernistas y posmodernistas subyacente en la noción de hibridación y la traducción.64 La solución hibridista planteada por Latour es limitada, en otros puntos. Los aspectos de hiperdisciplinariedad cognitiva y adisciplinariedad práctica que se pretenden resolver siguen teniendo ontológicamente una configuración modernista, descrita por el viejo debate cartesiano entre naturaleza y cultura (cuerpo y espíritu). Desde nuestro punto de vista, la hibridación o la traducción resolverían problemas de conocimiento socio-naturales de fenómenos caracterizados en estas mismas dos dimensiones. Considerando que los problemas tienen una dimensión social, pero también material, simbólica e intersubjetiva, la hibridación es provisionalmente pertinente pero limitada pues carece de otras 146
dimensiones presentes en la interacción hombre- naturaleza y hombre-hombre. A nuestro juicio, el tema debería resolverse generalizadamente, no sólo como la resolución de la separación de naturaleza y política, sino incluyendo las grandes dimensiones que configuran una matriz epistemológica antropológica. Se trataría de una propuesta en la que se debería conciliar e integrar un dispositivo heterogéneo, más al estilo de Michel Foucault 65 cuando ha abordado la conformación de disciplinas, prácticas médicas, instituciones, arquitecturas, pacientes, etcétera; dando cuenta de la conformación de elementos naturales, sociales, materiales e intersubjetivos de manera copresente e interactiva. Estos elementos podrían representar a otros no por una prioridad axiomática sino por su utilidad metodológica. Así las cosas, las entidades híbridas latourianas no sólo serían agregados de naturaleza-cultura, sino una matriz antropológica que cambia su constelación en cada movimiento, su organización y su heterogeneidad. De modo que el diagnóstico de la práctica humana y su relación con la naturaleza no consistiría, como dice Latour, en el proceso incesante de hibridación y purificación de entidades. El problema anterior impone la caracterización de las entidades originarias que participan en la mezcla híbrida en un estado prístino, cuando en realidad su originalidad es resultado de otras interacciones y otras mezclas; a nuestro juicio, las entidades en el mundo existen en permanente reorganización y reconstrucción de las relaciones precedentes. Las dimensiones que escojamos como campo de intervención y estudio serán resultado de una primera selección guiada por el interés de los actores; en este sentido optamos por las dimensiones que la antropología ha trabajado entanto procesos de hominización desde sus estudios clásicos. 66 Las dimensiones comprometidas en la hominización corresponden 147
con aquellos elementos que posibilitan la interacción humana mediada por instrumentos naturales (antropología de la naturaleza y ambiental), materiales (antropología cultural y arqueología), simbólicos (antropología cultural), sociales (antropología social) e intersubjetivos (antropología cultural). Estos elementos se encuentran permanentemente en reorganización y dan indicios de los diferentes arreglos del proceso de hominización. No malinterpretemos, no tratamos de fundar de una vez por todas una epistemología de sustento antropológico absolutista; por el contrario, se trata de una propuesta de formulación de una epistemología surgida del reconocimiento de los campos de estudio de una disciplina abocada al estudio del mundo con presencia del fenómeno humano. El trabajo epistemológico está por realizarse, este texto no es más que una propuesta de exploración que pudiese continuarse de forma enriquecedora con la participación y crítica de otros grupos de investigación y, desde luego, con la incorporación de los antropólogos en estas discusiones. La propuesta de una epistemología de sustento antropológico tiene como antecedentes toda la discusión hasta aquí planteada de manera generalizada. Luego de haber discutido la epistemología a partir de un esquema binario ciencias-política, los esquemas siguen siendo limitados; sin embargo, en este estudio hemos aprendido que las relaciones son más complejas y que una vía para continuar el camino de eliminación de las fracturas y relativizaciones desenfrenadas sería contemplar las dimensiones de hominización, entre las cuales ciencia y política deberían ponerse en un debate que, relativizando las propuestas, apuntase a la discusión de consensos alcanzados, de ese modo lograríamos no sólo relativizar las propuestas sino incorporarlas en un proceso de objetivación negociada.
148
________NOTAS________ 1
Bruno Latour, "For David Bloor... and Beyond: A Reply to David Bloor's ´Anti-Latour´", en Studies of History and Philosophy of Science, vol. 30, 1999:113-129. [Regreso] 2
Jürgen Habermas, La technique et la science comme Idéologie, París, Gallimard, 1973. [Regreso] 3
Latour, Nous n'avons jamais été modernes, París, La Découverte, 1991. [Regreso] 4
Habermas, "Nuestro breve siglo", en Nexos, agosto, 1998: 3944. [Regreso] 5
Paul Gross y Norman Levitt, Higher Superstition: The Acadenuc Left and Its Quarrels with Science, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1994. [Regreso] 6
Manuel Castells, La sociedad red, Madrid, Alianza Editorial, 1996. [Regreso] 7
Alan Sokal y Jean Bricmont, Impostures Intellectuelles, París, Éditions Odile Jacob, 1997: 8. [Regreso] 8
Knorr-Cetina, "Les épistemes de la société: l'enclavement du savoir dans les structures sociales", en Sociologie et sociétés, vol. xxx, 1, Printemps, 1998: 10-21. A juicio de algunos filósofos y científicos, el gran debate entre posmodernistas y modernistas ha ocurrido en torno al tema del constructivismo. El relativismo sería una parte de aquél y se asociaría a la noción de construcción social observada por los estudiosos de la ciencia, en este sentido es emblemática esta posición en Barry Barnes en el texto "Cómo hacer sociología del conocimiento", en Política y Sociedad, 14/15, 1993-1994: 9-20; igualmente se puede ver el debate entre Regis Debray y Jean Bricmont, en A l'ombre des lumieres, Débat entre un philosophe et un scientifique, París, Odile Jacob, 2003, a propósito de este tema. Para los fines de este trabajo se evita la asociación constructivismo-relativismo por la razón que se esgrime en el cuerpo del texto. Nosotros nos referimos al relativismo como relativismo epistémico, es decir, como posiciones relativistas tomadas por los actores en un dispositivo de elaboración de
149
conocimientos. [Regreso] 9
Latour y Steve Woolgar, La vie de laboratoire, la production des faits scientifiques, París, La Découverte, 1988. [Regreso] 10
"Introduction", en Michel Callon y Latour, en La science telle qu'elle
se fait, París, La Découverte, 1991. Esta frase puede ser entendida como la práctica de describir realistamente la investigación. Puede significar que se aplica una concepción relativista de la ciencia mediante un tratamiento realista de observación empírica (Emilio Lamo de Espinosa, "El relativismo en sociología del conocimiento", en Política y Sociedad, op. cit.: 21-31). El problema de esta argumentación es que la oposición universalismo-relativismo no es fecunda en sí misma, sin la consideración de los procedimientos que permiten a los actores científicos en juego no sólo las controversias y las relativizaciones, sino, inversamente, las acuñaciones colectivas negociadas. [Regreso] 11
La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 1971. [Regreso] 12
Paul Feyerabend, Contre la méthode, Esquisse d'une théorie anarchiste de la connaissance, París, Ed. du Seuil, 1979. [Regreso] 13
Retomamos el reconocimiento de Giddens respecto a que fue Schutz quien introdujo el principio de adecuación para rendir cuenta de la relación pertinente entre los conceptos teóricos de las ciencias sociales y las nociones que los actores mismos utilizan para actuar comunicativamente en el mundo de las significaciones (se puede consultar la importante contribución de este principio a la metodología de la doble hermenéutica en Las nuevas reglas del método sociológico de Anthony Giddens, Buenos Aires, Amorrortu, 1987). [Regreso] 14
Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre (The End of History and the Last Man), Nueva York, The Free Press, 1992. [Regreso] 15
Dan Sperber, Le savoir des anthropologies, París, Hermann, 1982. [Regreso] 16
El surgimiento de la antropología posmoderna, España, Gedisa, 1998. [Regreso] 17
Ver: la proliferación de trabajos que se enmarcan en lo que se conoce como movimiento Ciencia-Tecnología- Sociedad. [Regreso] 18
Michael Lynch, "La rétine extériorisée, Sélection et mathematisation
150
des documents visuels", en Culture Technique, 14, 1985b: 108123. [Regreso] 19
Latour, "¿por qué se ha quedado la crítica sin energía?, de los asuntos de hecho a las cuestiones de preocupación", en Convergencia, año 11, 35, mayo-agosto, 2004: 17-49. [Regreso] 20
Geertz y Clifford, op. cit. [Regreso]
21
Para familiarizarse con el escándalo y sus consecuencias epistemológicas se puede consultar: H. Antonio Arellano, "La guerra entre ciencias exactas y humanidades en el fin de siglo: el escándalo Sokal y una propuesta pacificadora", en Ciencia Ergo Sum, vol. 7, 1, marzo-junio, 2000: 56-66; igualmente se puede ver De probetas, computadoras y ratones, Pablo Kreimer, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999. [Regreso] 22
Vid. Arellano, op. cit. [Regreso]
23
Callon, "Whose Imposture? Physicists at War with the Third Person", en Social Studies of Science, vol. 29, 2, abril, 1999: 261286. [Regreso] 24
Sokal y Bricmont (S&B), op. cit. [Regreso]
25
Idem. [Regreso]
26
Londres, Athlone, 1996: 140-141. [Regreso]
27
Collins, Changing Order, Replication and Induction in Scientific
Knowledge, Londres, Sage, 1985. [Regreso] 28
Recordemos que el escándalo fue propiamente desencadenado por las publicaciones de Alan Sokal y la argumentación epistemológica posterior fue el resultado de la colaboración con Jean Bricmont. La posición de Sokal se acota a opiniones científicas, en cambio Bricmont discute de manera enfática la epistemología (Debray y Bricmont, op. cit.). [Regreso] 29
Sokal," Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity", en Social Text, 46-47, 1996: 217252; "A Physics Experiments With Cultural Studies", en Lingua Franca, mayo-junio, 1996b: 62-64; "Transgressing the Boundaries: An Afterword", en Dissent, (43)4, 1996c: 93-99. [Regreso] 30
"What's wrong with relativism?", en Physics World Magazine, vol. 11, Issue 4, abril, 1998: s/p. [Regreso]
151
31
Arellano, La producción social de objetos técnicos agrícolas:
antropología de la hibridación del maíz y de los agricultores de los valles altos de México, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1999. [Regreso] 32
Callon, "Élements pour une sociologie de la traduction, la domestication des coquilles Saint-Jacques et des marins-pêcheurs dans la baie de Saint-Brieuc", en L'année sociologique, 36, 1986: 169208. [Regreso] 33
David Bloor, Socio-logie de la logique ou les limites de l'épistémologie, París, Pandore, 1976. [Regreso] 34
Idem. [Regreso]
35
Callon, op. cit., 1986: 176-177. En 1997, ocurrió un debate entre David Bloor y Bruno Latour en la revista Studies of History and Philosophy of Science a propósito de la construcción del conocimiento científico. Por un lado, Bloor critica a Latour su falta de precisión respecto al constructivismo social y, por otro, Bruno Latour rechaza el relativismo epistémico sustentado por principio de simetría (formulado por Bloor) para analizar las variaciones del conocimiento del mundo exterior y el de simetría generalizada (formulado por el propio Latour) para estudiar las variaciones del conocimiento social del proceso científico (Bloor, "Anti-Latour", en Studies of History and Philosophy of Science, op. cit.: 81-112 y Latour, "For David Bloor…", ibid.: 113129). [Regreso] 36
Arellano, op. cit., 1999: 48. [Regreso]
37
Steve Weinberg, "Sokal's Hoax", en The New York Review of Books, Nueva York, 3 de octubre, 1996. [Regreso] 38
Ejemplo de este escepticismo radical respecto a la realidad lo expresa el autor cuando, refiriéndose al ataque a las torres gemelas en Nueva York, escribe "La táctica del modelo terrorista es causar un exceso de realidad y hacer hundirse el sistema bajo este exceso de realidad. Toda la burla de la situación en mismo tiempo que la violencia movilizada del poder, se dan la vuelta contra él, ya que los actos terroristas son a la vez el espejo exorbitante de su propia violencia y el modelo de una violencia simbólica que le está prohibida, de la única violencia que no pueda ejercer: la de su propia muerte", Jean Baudrillard, "L'esprit du terrorisme", en Le Monde, 2 de noviembre, 2001. [Regreso]
152
39
Habermas, L'avenir de la nature humaine, vers un eugénisme
libéral?, París, Gallimard, 2002: 39. [Regreso] 40
Ibid.: 27. [Regreso]
41
Ulrich Beck, La sociedad del riesgo. En camino hacia otra sociedad
moderna, Barcelona, Paidós, 1998. [Regreso] 42
Knorr-Cetina, op. cit., 1998. [Regreso]
43
Edgard Morin, El método: el conocimiento del conocimiento, Madrid, Cátedra, 1999. [Regreso] 44
Latour, op. cit., 1999. [Regreso]
45
Giddens, op. cit., 1987. [Regreso]
46
Habermas, op. cit., 1987. [Regreso]
47
Morin, op. cit. [Regreso]
48
R. Luis Valencia, Introducción a la física, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, 2003 y Steve Weinberg, Le Réve d'une theorie ultime, París, Odile Jacob, 1997. [Regreso] 49
Michel Serres, Hermes III, la traduction, París, Éd. de Minuit, 1974 y Eclaircissements, entretiens avec Bruno Latour, París, François Bourin, 1994. [Regreso] 50
Latour, op. cit., 1991. [Regreso]
51
John Law y John Hassard, Actor Network Theory and After, Oxford, Blackwell and Sociological Review, 1999 y Law, Alfter method: mess in social science research, Londres, Routledge, 2004. [Regreso] 52
Teoría de la acción comunicativa II, Madrid, Taurus, 1987: 7677. [Regreso] 53
Latour, op. cit., 1999. [Regreso]
54
Philippe Descola y Gísli Pálsson (eds.), Nature and Society, Anthropological Perpectives, Londres, Routledge, 1996 y Descola, La nature domestique: Simbolisme et praxis dans l'écologie des Achuar, París, Éds. de la maison de l'Homme, 1986. [Regreso] 55
Francis Chateauraynaud, "Forces et faibleses de la nouvelle anthropologie des sciences, Michel Callon et Bruno Latour: La science telle qu'elle se fait", en Critique, tomo XLVII, X, 1991: 529530. [Regreso]
153
56
Michael Lynch, Art and Artifact in Laboratory Science: A Study of
Shop Work and Shop Talk in a Research Laboratory, Londres, Routledge and Keagan Paul, 1985a. [Regreso] 57
Latour y Woolgar, op. cit., 1988. [Regreso]
58
Knorr-Cetina, The Manufacture of Knowledge: An Essay on the Constructivism and Contextual Nature of Science, Oxford, Pergammon, 1981. [Regreso] 59
Law, op. cit., 2004. [Regreso]
60
Callon, "Pour une sociologie des controverses technologiques", en Fundamenta Scientiae, vol. 2, 3-4, 1981: 381-399 y Dominique Raynaud, Sociologie des controverses scientifiques, París, PUF, 2003. [Regreso] 61
Habermas, op. cit., 2002: 27. [Regreso]
62
Latour, op. cit., 1999. [Regreso]
63
Latour, op. cit., 1991. [Regreso]
64
Arellano, op. cit., 2000. [Regreso]
65
Michel Foucault, et al., "L'enjeu de Foucault", en Bulletin peridique du champ freudien, 10, julio 1977: 62-93. [Regreso] 66
L. H. Morgan, J. G. Frazer, Marcel Mauss, entre otros. [Regreso]
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La filosofía política de la ciencia y el principio de precaución Alfredo Marcos Introducción Si uno consulta en Google la expresión "filosofía política de la ciencia", 1 aparecen unas pocas páginas relacionadas con la actividad que se realiza en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM y con una mesa redonda que bajo ese título tuvo lugar en la Universidad de Valladolid el pasado mes de noviembre. Poca cosa y muy reciente todo. Si uno consulta la expresión correspondiente en lengua francesa obtiene tan sólo resultados relacionados con la obra de Bruno Latour. 2 En inglés sí aparecen algunos sitios más, no muchos, la mayoría de ellos referidos a un libro de Joseph Rouse, 3 a otro más reciente de James Brown 4 y a una ponencia de Thomas Uebel. 5 Por supuesto, otras muchas obras y líneas de investigación que no aparecen bajo el rótulo de "filosofía política de la ciencia", pueden, sin embargo, ubicarse dentro de este campo temático. Una parte de los estudios CTS, una parte de los de bioética y biopolítica,6 así como muchos estudios sobre ciencia y género, sobre sociología e historia de la ciencia, sobre ética ambiental, sobre racionalidad, sobre modernidad y postmodernidad, sobre políticas científicas o sobre filosofía de la tecnología, contienen elementos propios de una filosofía política de la ciencia. Obras más clásicas del ámbito de la filosofía de la ciencia, como el texto de Paul Feyerabend titulado La ciencia en una sociedad libre, también entran de lleno en este territorio. Hay que considerar, además, que muchos filósofos de la ciencia estuvieron interesados también en cuestiones
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políticas y que difícilmente podríamos trazar una separación radical entre ambos intereses. Podemos recordar los casos de Otto Neurath y de Karl Popper, por citar tan sólo dos de los más notables. Por otro lado, autores que solemos ver como pensadores políticos o sociales, como por ejemplo Jürgen Habermas, tienen también un considerable interés para la filosofía de la ciencia. La conexión estrecha entre epistemología y pensamiento político aparece reiteradamente a lo largo de la historia de la filosofía. Un par de casos obvios son Platón y John Locke, pero, como todos podemos ver, el listado sería realmente largo. Así pues, en cierto sentido, la filosofía política de la ciencia es una disciplina muy reciente, casi más un proyecto que una realidad, pero, en otro sentido, las raíces intelectuales de la misma llegan muy lejos en el tiempo y pueden ser rastreadas en algunos de los más prestigiosos filósofos actuales y no tan actuales. Es un fenómeno al que estamos acostumbrados en filosofía, cada vez que aparece un nuevo territorio temático comenzamos a leer retrospectivamente a nuestros clásicos bajo otra luz, lo cual hace que aparezcan también innumerables precedentes de los temas que creíamos nuevos. Sin embargo, esto no les resta novedad, es más, pone de manifiesto precisamente la novedad de la perspectiva que ahora adoptamos. Quizá sea esto lo que suceda con la filosofía política de la ciencia. Pero, si nos hallamos ante una perspectiva nueva, tendremos que preguntarnos por las razones que han favorecido su surgimiento, lo cual nos ayudará a comprender también su especificidad. Esa será la tarea que abordaré más adelante. Veremos que no se trata de una nueva superespecialización de la filosofía, sino precisamente de lo contrario, de un intento de crear zonas de solapamiento entre disciplinas filosóficas que no pueden permanecer separadas por más tiempo. La razón es que los problemas tradicionales del 156
pensamiento político sobre la justicia, la libertad, la legitimidad y la democracia, se presentan hoy muy especialmente en relación con la tecnociencia. Hoy estas cuestiones dependen en gran medida de cómo se regule la tecnociencia, el acceso a los bienes que produce y la distribución de los riesgos que genera. Por su lado, la tecnociencia se entiende cada vez más como acción, lo cual ha forzado una ampliación de la filosofía de la ciencia hacia cuestiones prácticas, de modo que los problemas clásicos sobre la racionalidad y el realismo empiezan a ser tratados bajo la forma de razón práctica y verdad práctica. En este espíritu, trataré de explorar esa zona de solapamiento. Intentaré mostrar los problemas filosóficos que dicho territorio nos depara. Confío en que se aprecie que son problemas reales –por utilizar la expresión de Popper–, y no meros artificios académicos. Tan reales son, que de hecho han sido los propios problemas los que nos han salido al paso. Casi se podría decir que la comunidad de filósofos de la ciencia ha tratado de esquivar este tipo de problemas hasta que su inexorable presencia nos ha hecho ya imposible la huida. Por último, en el apartado 4 me centraré en una de las cuestiones que deben ser objeto de tratamiento dentro de la filosofía política de la ciencia. Me refiero a las nuevas relaciones entre una ciencia que no aspira ya a la certeza y una acción política que aspira todavía a la justicia; me refiero a las nuevas relaciones entre dos importantes ámbitos de la vida humana que no tienen por qué renunciar a sus pretensiones de racionalidad y legitimidad. La conexión entre el conocimiento científico y la acción política no puede ser ya de carácter rígido ni jerárquico, sino que se requieren conexiones, como el principio de precaución, que sirvan de engranaje entre ambas partes. Trataré, pues, de presentar el principio de precaución, reflexionar sobre las condiciones que 157
legitiman su aplicación y esclarecer su función mediadora entre ciencia y política. La confluencia entre filosofía política y filosofía de la ciencia La progresiva confluencia entre filosofía política y filosofía de la ciencia se ha visto favorecida por cambios objetivos ocurridos recientemente en el ámbito de la tecnociencia y en el ámbito político-social, y a raíz de ellos en la propia naturaleza, que ha sido, por así decirlo, "politizada". Pero también el rumbo que ha tomado la filosofía de la ciencia en la última mitad del siglo xx ha favorecido esta confluencia. En poco tiempo, desde la Segunda Guerra Mundial, han cambiado muchas cosas en ciencia y tecnología, en la reflexión filosófica sobre la ciencia y la tecnología en nuestra sociedad y en la propia naturaleza. La ciencia se ha convertido claramente en un hecho social, ha estrechado sus vínculos con la tecnología, también con el sistema político. Por otra parte, la filosofía de la ciencia ha descubierto los aspectos prácticos de la misma –la ciencia es acción humana y social, no sólo resultados–, ha descubierto también que el conocimiento científico y su aplicación tecnológica tienen que convivir con la inevitable incertidumbre y ha desarrollado el concepto de racionalidad científica en un sentido que lo aproxima mucho al de racionalidad política. Permítaseme analizar, de modo un poco más detenido, estos procesos. La ciencia es un hecho social Que la ciencia se ha convertido, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, en un complejo hecho social, no requiere mayores demostraciones y puede ser tenido por algo obvio. Eso no quiere 158
decir que haya desaparecido la investigación científica individual o en pequeños grupos y con escasos recursos, pero este modo tradicional de investigación se ha visto rebasado hoy por la llamada "Gran Ciencia" (Big Science). Me limitaré a ilustrar la idea con un par de datos históricos aislados, pero significativos. Isaac Newton ingresó como estudiante en el Trinity College de Cambridge en el mes de julio de 1661. Allí permaneció hasta el verano del año 1665. En este momento Inglaterra se vio azotada por una epidemia de peste, y los estudiantes de Cambridge se vieron obligados a dejar la ciudad y refugiarse en el campo, donde las probabilidades de contagio eran menores. En la soledad de su obligado retiro de Woolsthorpe, entre 1665 y 1666, Newton descubrió el método de fluxiones, elaboró la teoría de los colores y concibió la idea de la gravitación universal. Según señala su biógrafo, Richard Westfall, 7 la famosa historia de la manzana parece estar vinculada también a su estancia en esta localidad. Todos estos logros, anota el propio Newton, "corresponden al periodo 1665-1666, los años de la epidemia. Porque en aquel tiempo, me encontraba en la plenitud de mi ingenio, y las matemáticas y la filosofía me ocupaban más de lo que lo harían nunca después". Todo esto se produce en la soledad, en el aislamiento, lejos de los laboratorios, las bibliotecas y las estructuras académicas, de congresos y reuniones y en un momento en que incluso la asignación económica de su College estaba en el aire. Por entonces un científico, uno de los más importantes que ha dado la humanidad, aún podía trabajar así. Utilicemos como contraste el paisaje del Proyecto Manhattan, que sirvió para desarrollar y fabricar la primera bomba atómica. Para empezar conocemos el nombre del proyecto, una entidad social, más que el de los científicos que intervinieron en él, que fueron muchos, de diversas nacionalidades y de distintas especialidades, 159
instalados algunos en centros universitarios y otros en centros industriales, y conectados todos con el poder político y militar. El "éxito" del proyecto no se hubiera producido de no ser por el impulso político y financiero que recibió de Churchill, Roosevelt y Truman, por la colaboración de muchos de los mejores científicos del momento: físicos, químicos, informáticos..., por las aportaciones de la industria química de los Estados Unidos y por la coordinación de todo ello dentro de complejas estructuras militares. Con el Proyecto Manhattan nace lo que se conoce como la "Gran Ciencia", un hecho social de enormes dimensiones con ramificaciones de todo género. Para hacernos una idea de su envergadura, basta con recordar que en él se gastaron 2.191 millones de dólares, que su resultado final sirvió para generar una terrible masacre, que todos los equilibrios de la Guerra Fría (la política mundial de cuatro décadas) dependieron de la investigación y el desarrollo nuclear, y que, en fin, el estallido de la bomba atómica abrió en Occidente un debate ético sobre la función de la técnica en el que todavía nos encontramos.8 En nuestros días ocupan un lugar similar el "Proyecto Genoma Humano" (pgh) y el "Proyecto Brain", pero se han dado algunos cambios significativos. Por ejemplo, el pgh nace ya rodeado de un aparato de relaciones públicas importante, desde el propio pgh se ha intentado incentivar el debate social y las repercusiones éticas y políticas forman parte, de modo explícito, de las preocupaciones de algunos de los científicos involucrados en el proyecto. La naturaleza eminentemente social de la producción científica, así como el gran poder de influencia que la ciencia tiene sobre la propia sociedad, tanto mediante las aplicaciones tecnológicas, como mediante las imágenes del mundo que propone, hacen que la reflexión filosófica sobre la ciencia no pueda permanecer ajena por más tiempo a la perspectiva política. Y viceversa, la filosofía política 160
y social no ha podido por menos que ocuparse de la tecnociencia, ya que se trata de uno de los más poderosos factores de configuración social. Cuando los sociólogos comienzan a caracterizar nuestra sociedad actual como una sociedad de la información y del conocimiento, es más que evidente que la tecnología y la ciencia son ya objeto de reflexión para el pensamiento político y social. Pero, junto a la perspectiva sociológica, hace falta una mirada filosófica que atienda a los aspectos críticos y evaluativos. Como ha defendido Srdan Lelas, 9 la filosofía de la ciencia tiene que tratar ahora sobre la legitimidad de la ciencia en una doble dimensión, en su relación epistémica con la naturaleza y en su relación práctica con la sociedad. La simbiosis entre tecnociencia y política Como ha señalado Miguel Ángel Quintanilla, los cambios científicos y tecnológicos se producen hoy a un ritmo extraordinariamente rápido, tienen una gran amplitud y profundidad, dependen de la estrecha conexión existente entre ciencia y tecnología, y son uno de los factores más importantes del crecimiento económico y del cambio social. Pero los cambios en ciencia y tecnología no están determinados, dependen de la voluntad de las personas (en el mejor de los casos de la voluntad democrática, aunque esto, por supuesto, no está garantizado). En consecuencia, parece sensato y necesario el establecimiento de políticas científicas. De hecho, tras la Segunda Guerra Mundial, muchos organismos (UNESCO, OCDE, OEA...) y gobiernos comenzaron a adoptar políticas científicas. En principio se trataba de políticas para impulsar y promover el desarrollo científico y tecnológico, que se adoptaban en el convencimiento de que dicho desarrollo produciría, a su vez, un progreso económico e industrial. Indudablemente, 161
tanto el desarrollo tecnocientífico como el industrial y económico se hallan entrelazados en nuestros días, y producen intensos cambios sociales y naturales. Además, tanto la investigación científica como la innovación tecnológica están en estrecha dependencia de las decisiones políticas y de las prácticas sociales: la expansión de internet, por ejemplo, está recibiendo un apoyo político inusitado, y la introducción de ordenadores, que, sin un cambio cultural y de costumbres, no serviría para aumentar la productividad, contribuye a ella merced a los cambios sociales y laborales recientemente introducidos. No existe, en fin, algo así como un destino fatal necesario para la tecnociencia. Las políticas de promoción de la ciencia y de la técnica fueron pronto completadas con políticas de orientación del desarrollo tecnocientífico (por ejemplo, a través del establecimiento de áreas prioritarias en las convocatorias de proyectos de investigación), y posteriormente enriquecidas y mejoradas con las políticas de control y previsión de los efectos de dicho desarrollo, efectos de diversa índole de los que no quedaban excluidos aquéllos considerados perjudiciales. Por último, hay ya países en la actualidad que diseñan políticas científicas integrales de promoción, orientación, evaluación y control de riesgos e impactos de naturaleza social o ambiental. "En este momento el desarrollo del sistema científico y técnico depende tanto del científico que está investigando en el laboratorio como del ciudadano de a pie que está votando los presupuestos para que pueda seguir investigando en el laboratorio." 10 Quizá esta afirmación es por ahora demasiado optimista, pero lo que está claro es que apunta claramente en la dirección de una confluencia entre filosofía de la ciencia y filosofía política, especialmente si queremos que algún día la afirmación sea plenamente verdadera. 162
La naturaleza "politizada" De las transformaciones tecnocientíficas y sociopolíticas a las que nos hemos referido se han seguido también transformaciones en la propia naturaleza. La relación natural/social ha resultado modificada, así como la relación natural/ artificial. En el primer caso se ha dado una inversión, en el segundo una fusión. Inversión, porque ya no es la polis la que está en el seno de la naturaleza, sino la naturaleza la que ha sido incluida dentro de la polis. Fusión, porque lo natural y lo artificial no se presentan ya como dominios disjuntos de objetos, sino como concausas de los mismos efectos. El hombre siempre pensó en la naturaleza como en un ser de dos caras. Por un lado es la madre amorosa que provee de todo lo necesario para la vida. Por otra parte, la naturaleza con frecuencia exige del ser humano el esfuerzo del trabajo y del ingenio para arrancarle sus bienes más preciados y en los peores momentos se vuelve un monstruo que atormenta y devora a sus hijos. La relación del ser humano con la naturaleza, venerada y temida, era de todo menos política. El hombre extraía unos pocos frutos de la naturaleza y se protegía de la misma. Eso es todo. Jamás imaginó el hombre antiguo que su labor sobre la Tierra podría amenazar la continuidad de la vida en la misma, que sus artes de pesca o de caza podrían acabar con ninguna especie. La naturaleza era vista como algo grande y estable, inconmensurable con la escasa fuerza de los hombres. Y así han continuado las cosas prácticamente hasta nuestros días. Pero actualmente incluso los llamados santuarios de la biosfera son, como mínimo, espacios cuyo aspecto virgen se consiente y se protege. Están, pues, bajo la mano del hombre, bajo su tutela, casi todos los espacios de la Tierra. Cualquier vuelta a una naturaleza realmente salvaje, con la 163
estabilidad inatacable que le atribuían los antiguos, no pasa de ser una romántica ilusión. Además, los mismos vivientes individuales pueden ser hoy fruto de la intervención humana. Es verdad que en cierta medida siempre ha habido vivientes moldeados por la mano del hombre, pero hoy la posibilidad de intervenir sobre el genoma constituye una herramienta mucho más poderosa y precisa para esta tarea de moldeado, y, por lo mismo, más cargada de implicaciones prácticas. De modo que también en los vivientes puede haber algo de artificial. Hoy lo natural se funde con lo artificial, lo natural queda incluido en lo social. La ciudad ya es global y es la naturaleza la que está en su seno, el poder de nuestras técnicas es tan amplio que nadie puede ignorar la amenaza y la promesa que supone. Por decirlo con las palabras de Hans Jonas, la naturaleza también ha caído bajo nuestra responsabilidad. Dicho de otro modo, la naturaleza se ha convertido en una cuestión política. No es raro que la reflexión acerca de las ciencias de la naturaleza se haya vuelto en cierta medida una reflexión política. La ciencia es acción, no sólo resultados Thomas Kuhn ha insistido en los aspectos sociales de la ciencia, así como en el hecho de que ésta es acción, no sólo resultados, es actividad tanto y más que lenguaje. 11 La ciencia no está sólo en las publicaciones, en los textos o revistas, sino también en la actividad de los laboratorios, de las aulas, de los despachos (despachos de científicos, de políticos, de militares...), en la investigación de campo y en todos los lugares donde se dejen sentir los efectos de la aplicación tecnológica. En este sentido son muy reveladores los relatos de sociólogos de la ciencia postkuhnianos como Bruno Latour. 12 Pues bien, si la ciencia es acción, parece razonable que 164
la filosofía de la ciencia acabe convirtiéndose en buena medida en filosofía práctica de la ciencia. Y parte de la filosofía práctica es, obviamente, la filosofía política. La constancia de que la ciencia es acción será de ayuda para tomar conciencia de que no estamos intentando conectar dos ámbitos distintos de la realidad o dos entidades pertenecientes a distintos reinos ontológicos. Podemos entender que la relación entre ciencia y política es la relación entre conocimiento y acción. Sí, pero hemos aceptado previamente que la propia ciencia es acción, es más, que aun el conocimiento es acción. Así pues, estamos hablando en cualquier caso de la conexión entre acción científica y acción política. No será difícil entonces entender que la conexión tiene que estar sometida a criterios de razón práctica. Tampoco será difícil aceptar que la relación no es unidireccional, sino que es una relación de ida y vuelta entre distintas modalidades de la acción humana. Y, por supuesto, se pueden esperar ciclos de retroalimentación. Las decisiones tecnocientíficas no se basan en un cálculo infalible Desde los escritos de Karl Popper 13 sabemos que la ciencia y la tecnología conviven necesariamente con la incertidumbre. La certeza absoluta no está al alcance de la ciencia. La gama de las actitudes ante una idea científica o tecnológica es amplísima, como ha mostrado Larry Laudan. 14 Algunas ideas están sometidas a intensa controversia, otras son meras conjeturas, otras son extrapolaciones, otras son hipótesis bien establecidas y sometidas a pruebas empíricas, aunque nunca lleguen a gozar de absoluta certeza, etc. En tecnología hay pruebas y tentativas; mientras que de ciertos procedimientos o aparatos se sabe que son fiables o 165
eficaces y de algunos se conocen sus posibles efectos sociales y ambientales, de otros no tanto, y siempre existe un margen de incertidumbre y riesgo. Si la ciencia hubiera alcanzado el ideal de certeza, especialmente en cuanto a las predicciones, ella sería nuestra guía, nuestro ojo para el futuro. Las decisiones políticas deberían tomarse simplemente siguiendo las indicaciones de los expertos. Pero si reconocemos que las predicciones científicas son condicionales, inciertas y falibles, entonces la predicción tendrá que ser complementada con otros criterios que guíen la acción política en condiciones de incertidumbre. Así pues, las decisiones políticas no podrán venir legitimadas directamente por predicciones científicas. Por otra parte, la aportación que la ciencia puede hacer a la deliberación y toma de decisiones políticas es de enorme valía. Sería insensato también prescindir de la opinión de expertos científicos y técnicos, o igualar la ciencia con las pseudo-ciencias o las diversas supercherías. Hoy queremos que los problemas no sean dejados sin más a la decisión del experto, ni a la imposición irracional del poder o del arbitrio, ni al albur de la magia, la superstición o la ideología, sino afrontados mediante un diálogo razonable, en pie de igualdad, entre científicos, técnicos, juristas, políticos, empresarios, personas particulares, representantes de la sociedad civil... ¡e incluso filósofos! Estamos reconociendo, al menos implícitamente, la posibilidad de ser razonables allá donde no esperamos absoluta certeza. En resumen, si los ideales modernos de certeza científica se hubiesen cumplido íntegramente, entonces nuestra razón, bajo la forma de método científico, sería nuestra brújula, guiaría con seguridad la acción humana en todos los terrenos y especialmente en el de la política. Pero no fue así. La conciencia de incertidumbre que hoy nos acompaña exige unas relaciones más horizontales 166
entre la ciencia y la política, pide comunicación entre ambas en un plano de igualdad. Todo ello favorece una consideración filosófica conjunta de la investigación científica y de la acción política. El debate sobre la racionalidad científica Consideraré un último factor de aproximación entre pensamiento científico y político. Creo que en este aspecto resulta muy importante el debate sobre la racionalidad de la ciencia que se viene manteniendo desde mediados del siglo xx, especialmente con la aparición en 1962 del clásico de Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas. Este libro supone una ruptura con el modelo de racionalidad logicista y algorítmica que hasta entonces se asociaba con la ciencia. Si aceptamos esta visión de la racionalidad científica, entonces la práctica, incluida la práctica política, pasa a ser o mera ciencia aplicada o mera irracionalidad. La ruptura del modelo de racionalidad logicista iniciada por Thomas Kuhn constituyó una oportunidad para la reconsideración de las relaciones entre la ciencia y otras esferas de la vida humana. Pero, evidentemente, también se corría un riesgo, a saber, que una vez abolida una cierta idea de racionalidad, se considerase abolida la racionalidad como tal. Se corría el riesgo de una deriva irracionalista. Kuhn mismo, como es bien sabido, ha sido considerado por algunos como un irracionalista. También Popper ha recibido acusaciones en el mismo sentido. No es éste el lugar para entrar a fondo en la procelosa polémica de la racionalidad. Tan sólo quiero poner de manifiesto que, según mi percepción, en los últimos años los filósofos de la ciencia han ido elaborando, desde posiciones de partida bien dispares, un modelo de racionalidad que aproxima mucho la ciencia y la política, un modelo menos logicista, no-algorítmico, pero alejado también del polo 167
irracionalista, un modelo de racionalidad que recuerda mucho lo que tradicionalmente se ha tenido por sensatez política. Las tres grandes ramas de la filosofía de la ciencia del siglo xx, la neopositivista, la kuhniana y la popperiana, a pesar de sus innegables diferencias, se han ido orientando en los últimos años hacia la búsqueda de un tipo de racionalidad –permítaseme aquí la jerga política– moderada o centrista. Al mismo tiempo, según ha señalado Ambrosio Velasco, las tradiciones naturalistas, 15 dentro de las que podemos situar las tres ramas recién nombradas, y las tradiciones hermenéuticas, siempre más orientadas hacia las ciencias sociohistóricas, también han vivido un proceso de convergencia en la búsqueda de un modelo de racionalidad aceptable. Todo ello facilita la confluencia del pensamiento científico y el político. Explorando el territorio A continuación, me centraré en la exposición de lo que podríamos considerar contenidos propios para una filosofía política de la ciencia. Parece haber dos grandes zonas dentro del territorio. En una de ellas encontraríamos problemas sociopolíticos internos, propios de las comunidades científicas. En este punto quizá sea adecuado recuperar la vieja expresión de la "república de los sabios". Como cualquier república debería estructurarse social y políticamente de modo que resultasen favorecidos sus objetivos propios, las finalidades propias de la actividad científica, es decir, la producción de conocimiento riguroso y objetivo, así como la difusión y aplicación del mismo como contribución al bien común. Se nos planteará, sin duda, al hilo de estas consideraciones, la cuestión de los valores. Podríamos preguntarnos si los valores epistémicos y los de carácter prácticos están más o menos 168
conectados, o incluso si pueden los unos ser reducidos a los otros. En mi opinión están íntimamente conectados, dependen los unos de los otros, pero no es adecuada la simple reducción de –por ejemplo– la verdad o la objetividad a consenso justo. Aunque un consenso justo deba ser tomado como síntoma o indicio de verdad u objetividad, no puede ser aceptado como criterio, y mucho menos como definición de verdad o de objetividad. Si valores prácticos de orden social y político, como pueden ser la igualdad de oportunidades, la justicia en la distribución de recursos y reconocimientos, la libertad de expresión y de crítica, una cierta racionalidad comunicativa que permita un intercambio de pareceres equitativo, etcétera, si estos se protegen y potencian dentro de la comunidad científica, es probable que los valores epistémicos de coherencia, simplicidad, precisión, objetividad e incluso verdad, salgan favorecidos. En correspondencia, si no es sobre una base epistémica sólida, difícilmente se podrá juzgar con justicia en aspectos prácticos. Esto supone a un tiempo mantener una cierta separación conceptual entre los dos tipos de valores, aunque en la práctica se exijan mutuamente. La otra gran zona de investigación tiene que ver con las relaciones entre la comunidad científica y la sociedad en general. Por más que la imagen de la república de los sabios resulte atractiva, también tiene sus defectos y limitaciones. Para empezar, suena un tanto inmodesta, y contraria al espíritu científico, la calificación de sabios. Pero, sobre todo, es que la comunidad científica no es una auténtica república soberana, ni debe serlo, sino una parte de un complejo entramado de relaciones sociales, un subsistema dentro de la sociedad en general. La teorización de las relaciones entre la ciencia y otros subsistemas sociales parece un tema apropiado para la filosofía política de la ciencia. Hablamos de las relaciones de la tecnociencia con sistemas educativos, 169
sanitarios, económicos, con los medios de comunicación, con el propio sistema político, etc. En cada uno de estos puntos se presentan interesantes cuestiones que reclaman la atención del filósofo. 16 Aquí emerge de nuevo la cuestión de los valores, pero ahora bajo el prisma de la convivencia social entre los valores de las distintas esferas, del respeto que la ciencia debe tener a los valores de otros subsistemas y que debe reclamar para los propios. En este contexto se plantea el problema de la inserción de la tecnociencia en una sociedad democrática, el delicado problema de equilibrio entre autonomía y control. Sabemos que en las relaciones entre la ciencia y el poder político se han dado, y se dan, extremos que deberían ser evitados. Desde la manipulación partidista de la ciencia hasta el intento de poner directamente la ciencia al timón de las decisiones políticas. Existe ya una buena cantidad de literatura filosófica que denuncia la transformación indebida de la ciencia o de la técnica en ideologías. Esta ideologización ha dado lugar respectivamente al cientificismo y al tecnologismo. De ahí a la llamada colonización del mundo de la vida por parte de la tecnociencia, hay tan sólo un paso. En parte la filosofía política de la ciencia se ha desarrollado como una crítica al cientificismo, al tecnologismo y a la colonización que a partir de estas ideologías se produce. Pero, al hilo de estas críticas también han aparecido posiciones extremas de sentido contrario, que recelan de la tecnociencia y piden la simple equiparación a efectos políticos de todas las tradiciones respetables –por respetuosas– que coexisten en una sociedad libre. Esto tendría efectos inmediatos sobre el sistema educativo, sanitario, económico y otros muchos. El reto es muy sólido y provocativamente planteado en los textos de Paul Feyerabend. 17 Este autor emplea como unidades de análisis las tradiciones. La ciencia sería una de ellas. Es cierto que un racionalismo demasiado estrecho ha despreciado la tradición como 170
fuente de conocimiento y las tradiciones como unidades de análisis útiles en filosofía de la ciencia. Pero puede resultar también un exceso el tomar las tradiciones como entidades perfectamente delimitadas y encapsuladas. Desde mi punto de vista es difícil dar respuesta al reto de Feyerabend si uno acepta como principal unidad de análisis social la tradición, relegando a segundo plano a las personas individuales y a la familia humana en su conjunto. Si pensamos, por el contrario, en la ciencia no como una tradición cerrada en sí misma, sino como una actividad enraizada en el sentido común, y si reconocemos el derecho de cada persona a disponer de lo más valioso del patrimonio de la humanidad, con independencia de la tradición y de la etnia, entonces, la respuesta al reto de Feyerabend se hace posible. El debate, así planteado, linda ya con una de las más importantes polémicas de la filosofía política actual, la que sostienen comunitaristas e individualistas. Señalaré, por último, el interés que puede tener un estudio histórico conjunto del pensamiento político y científico. Es una cuestión debatida si la ciencia y la democracia se han apoyado mutuamente en distintos momentos históricos, si ambas son independientes, o si, incluso, la ciencia florece especialmente en sociedades no democráticas. Las interpretaciones históricas en este terreno son de lo más dispar. Citaré alguna tan sólo a título de ejemplo. Según Geoffrey Lloyd, la importancia que entre los atenienses tuvo la discusión política en el Ágora, favoreció y se vio favorecida por el desarrollo de la ciencia y la filosofía. También Karl Popper sostiene que se ha dado una suerte de paralelismo y reforzamiento mutuo entre el desarrollo de la ciencia y el de una sociedad abierta. Otros autores como los pertenecientes a la escuela de Francfort, han puesto el énfasis en los riesgos políticos a que conduce una extensión inmoderada de la racionalidad instrumental que ellos asocian con la tecnociencia. Vaclav Havel ha 171
denunciado el apoyo que algunos regímenes totalitarios pudieron obtener de la mentalidad cientificista. Todo un abanico de posiciones no necesariamente incompatibles, pues se refieren a distintos momentos históricos y a distintas formas de hacer ciencia, pero que muestran el gran interés filosófico que puede tener este tipo de mirada histórica. Además, la perspectiva histórica nos permitirá también apreciar la evolución de conceptos como los de causa, ley, naturaleza, ley natural o naturaleza humana, que han viajado reiteradamente entre los territorios del pensamiento político y el pensamiento científico. El principio de precaución Está bien hacer metafilosofía, discutir sobre los enfoques filosóficos que deberíamos adoptar o las materias que deberíamos tratar. En nuestro caso concreto, podemos disputar sobre si una filosofía política de la ciencia es adecuada, posible o incluso necesaria. Lo que no es saludable es quedarse indefinidamente en estos prolegómenos. Conviene ponerse cuanto antes manos a la obra y desarrollar aquello que programáticamente hemos visto como deseable. Por eso, no quiero cerrar mi intervención sin hacer filosofía política de la ciencia. Trataré en este último apartado una cuestión que con toda justicia cae dentro de este campo de estudio. Me refiero al principio de precaución utilizado como engranaje de conexión entre ciencia y política. No es tema menor, ya que este principio resulta indispensable para regular las relaciones entre tecnociencia y política en algunas de las más importantes cuestiones que la humanidad tiene planteadas. La deliberación prudencial constituía el engranaje tradicional entre el conocimiento y la acción. La deliberación prudencial, sin embargo, presenta algunos "problemas". Básicamente se trata de 172
que es falible, no garantiza nada, y a veces nuestras acciones, por más que sean el resultado de la prudencia, pueden producir efectos distintos de los buscados. El segundo "problema" es que la responsabilidad de la acción es indelegable. Tanto la falibilidad como la responsabilidad, y más aún si van juntas, pueden resultar cargas poco llevaderas. Quizá por eso la promesa de la modernidad tuvo tanto éxito: los logros de la nueva ciencia permitirían generar métodos de decisión infalibles en los que delegar la responsabilidad de la acción. Una ciencia con garantías, que aportase conocimiento cierto, no requeriría ya ningún intermediario prudencial que la conectase con la acción. Los miedos premodernos, miedo a lo ignorado, a las consecuencias indeseadas de nuestras acciones, a lo imprevisible, serían definitivamente abolidos por la nueva ciencia. Sapere aude: el ser humano entraría de la mano del método científico en una nueva era de atrevimiento, de audacia de la razón. Pierre Aubenque 18 afirma que la virtud de la prudencia no ha estado de moda en los tiempos modernos. Sin embargo, en la postmodernidad los principios prudenciales, como el de precaución, están siendo rescatados y recuperados. ¿Por qué? Vivimos –dicen los sociólogos– en la sociedad de la información, en la sociedad del conocimiento, en una sociedad tecnocientífica, y, sin embargo, la orientación de lo práctico se vuelve a confiar a los principios prudenciales, cuando no directamente a las fuerzas de lo irracional. Y el miedo, lejos de haber desaparecido gracias a la tecnociencia, se ha convertido en miedo causado por ésta, por sus productos técnicos, por las posibles aplicaciones desmandadas de los mismos, por sus efectos muchas veces impredecibles. Parece perfectamente compatible hablar de sociedad del conocimiento y, al mismo tiempo, describir la nuestra como una sociedad de la incertidumbre o como una sociedad del riesgo. ¿Cómo hemos dado 173
en esto? ¿No se suponía que la ciencia nos enseñaría cursos de acción seguros y nos salvaría de los miedos ancestrales? Hoy sabemos que la ciencia no aporta certezas, nuestra visión actual de la ciencia es falibilista. En gran medida en eso consiste el tránsito de lo moderno a lo postmoderno: pasamos de la promesa de certeza a la conciencia de que hemos de convivir con la incertidumbre. Luego, se requiere algún engranaje entre el conocimiento, siempre incierto, y la acción, siempre arriesgada. Volvemos a cargar sobre nuestras espaldas el peso no siempre cómodo de la responsabilidad y el riesgo de cometer errores aunque nos apoyemos en el mejor conocimiento disponible. Uno de los primeros dominios en los que se apreció este cambio de mentalidad fue en la cuestión ambiental. Accidentes como el de Chernobil y en general la conciencia –no siempre justificada, pero muy vigente– de crisis ambiental, han contribuido a ello. Además, las relaciones ecológicas son de lo más intrincadas e imprevisibles. Todo ello hace que la conciencia de riesgo e incertidumbre, la desconfianza en toda promesa de certeza y el desplazamiento del miedo hasta su versión postmoderna, hayan arraigado antes que en otros dominios, en el ambiental. También en el dominio ambiental, antes que en otros, se han propuesto principios de legitimación de la acción, distintos de la pura obediencia a los dictados de la ciencia. El principio de precaución entra en escena en Alemania, durante los años 70 del siglo pasado, a raíz de la alarma ambiental producida por el deterioro de los bosques europeos.19 Algunos científicos alemanes propusieron la teoría de que dicho deterioro estaba siendo causado por la lluvia ácida, que a su vez se debía a las emisiones industriales de ácidos de nitrógeno y de azufre. La alarma hasta finales de los años 80 fue extrema, lo que llevó a poner en marcha costosos programas de investigación de los que 174
resultaron datos en general desfavorables para la teoría en cuestión. La destrucción catastrófica de los bosques europeos no se produjo, tan sólo 0.5 por ciento de la superficie forestal europea resultó afectada, y la relación entre este deterioro y la lluvia ácida no encontró apoyo empírico. Más bien parece que dicho deterioro se debió al efecto directo de la contaminación local, que en gran medida ha sido controlada.20 Obviamente, a finales de los 70 y durante los 80, carecíamos de esta perspectiva y la situación se vivía en Alemania como un auténtico desastre nacional y como una amenaza inminente. Así pues, el gobierno alemán creyó que debía tomar medidas aunque la relación causa-efecto entre la lluvia ácida y la mortandad de árboles no estuviera perfectamente establecida por la ciencia. De hecho, se trataba sólo de una teoría que ni siquiera incitaba consenso entre los científicos. La legitimidad de las actuaciones no podía fundamentarse, pues, sobre ninguna certeza científica, sólo la divulgación descuidada en ciertos medios de comunicación podía pretenderlo. Pero sí podía apoyarse en el principio de precaución (Vorsorgeprinzip) que autoriza a actuar precisamente en condiciones de incertidumbre. Durante los años 80 y hasta el día de hoy el principio se va incorporando a la normativa ambiental internacional y al derecho comunitario europeo. Por ejemplo, el tratado de Maastricht (1992) lo incorpora explícitamente como uno de los principios guía de la política ambiental europea. Su crecimiento en el espacio, hasta convertirse en un principio aplicable globalmente mediante tratados internacionales, se ha correspondido con el crecimiento de su alcance en el tiempo, ya que se aplica no sólo a los peligros actuales, sino a los daños que podamos causar sobre futuras generaciones. Cuestiones como la del cambio climático, tan plagadas de incertidumbres y riesgos, no podrían ser abordadas sin este principio. Pero el ámbito de aplicación del principio también ha 175
ido creciendo: tras las cuestiones ambientales vinieron la seguridad alimentaria y la salud en general. Sin embargo no existe consenso sobre los supuestos que justifican su activación, ni tampoco sobre las medidas que podemos legítimamente tomar una vez activado el principio, desde la simple autorregulación hasta la prohibición, pasando por diferentes formas de moratoria o caución. Los más radicales querrían una sociedad marcada por una versión extrema del principio de precaución, en la que la carga de la prueba recayese sistemáticamente sobre los que emprenden iniciativas innovadoras (nuevas tecnologías, nuevas líneas de industriales
investigación científica, nuevos procedimientos o comerciales, de comunicación, transporte o
producción de energía, etcétera); serían éstos quienes deberían demostrar con certeza la seguridad de las mismas antes de ponerlas en práctica. Por supuesto, esta versión radical del principio de precaución es, a su vez, muy poco cauta, ya que las consecuencias de su aplicación podrían ser desde empobrecedoras hasta catastróficas. En el otro extremo están los críticos del principio de precaución que quieren verlo abolido, ya que lo entienden como la mera utilización política del miedo, como un expediente contrario a la libertad de investigación y empresa, contrario al bienestar y al progreso, como una extravagancia de algunos "urbanistas saciados de Occidente". Para éstos es obvio que la carga de la prueba debe recaer sobre el que pretende haber descubierto una causa de inseguridad o de peligro en cualquier innovación. Entre ambas posiciones existe, claro está, una amplia gama de matices entre los que quieren que el principio tenga vigencia, pero en una interpretación moderada y proporcional. Concretamente, una posición intermedia con cierta popularidad es la que contempla el principio de precaución como un recurso adecuado, pero provisional. Es decir, cuando existen indicios de 176
que alguna de nuestras actuaciones puede desencadenar un peligro o daño considerable, pero no tenemos certeza científica de dicha conexión, entonces es de aplicación el principio de precaución, del que se puede esperar, en términos generales, una moratoria que permita realizar más estudios y así descartar la amenaza o evaluarla cuantificando el riesgo para tomar medidas de prevención frente al mismo. El principio de precaución sería, pues, una guía provisional para actuar mientras se mantenga la incertidumbre. Disipada la misma, podremos realizar un cálculo de riesgos-beneficios y aplicar un principio más clásico como es el de prevención. La gestión de riesgos y la prevención serán ya en adelante nuestras guías de acción. Las decisiones, al final, vendrán dictadas por la previsión científica y la gestión técnica de los riesgos. También en los terrenos intermedios de la aplicación moderada del principio de precaución tendríamos una interpretación del mismo que se orienta más hacia lo político que hacia lo técnico. Según ésta, la precaución está dentro de una gama de principios, todos ellos prudenciales, que de un modo sensato y gradual podemos poner en funcionamiento. No se trata aquí de algo provisional, entre otras cosas porque la incertidumbre no se contempla como algo provisional. Esta conclusión se alcanza no sólo desde el relativismo de corte sociologista, sino también desde el pensamiento falibilista. Sólo que este último, aunque es escéptico respecto de la certeza, tiene la ventaja de que no renuncia a la verdad. La propia realidad física no es determinista, las predicciones científicas son siempre condicionales, las mediciones que hacemos para fijar condiciones iniciales o para contrastar hipótesis no son nunca perfectamente precisas. Desde el punto de vista de la tecnología, tendremos que 177
contar además con el factor económico. Los niveles de seguridad se obtienen a cierto coste, y los recursos empleados en un punto no se pueden emplear en otro. Siempre tendremos que contar con la incertidumbre y el riesgo en uno u otro grado, de modo que la decisión acerca de qué principio aplicar, en qué sentido y en qué grado, es de carácter político. Y todos los principios correctos de conexión entre conocimiento y acción resultan ser prudenciales por su naturaleza, sometidos reflexivamente al control de la prudencia. Es importante aclarar que la perspectiva prudencial no anula la perspectiva técnica, sino que la integra: la previsión y gestión de los riesgos son guías de acción muy valiosas, pero también están ellas mismas sometidas a la prudencia. Kourilsky y Viney llegan a afirmar que "la convergencia entre precaución, prevención y prudencia podría justificar que se reemplazara el principio de precaución por un principio de prudencia que englobaría a la precaución y la previsión". 21 Ahora bien, se pregunta Ramos Torre, "¿de qué prudencia se trata?" Y responde en estos términos: "no de la phrónesis aristotélica, sino de un concepto más casero y conservador: aquel que se atiene a la diligencia del buen padre de familia o al ethos del científico que es cauto a la hora de interpretar los datos y poner hijos técnicos en el mundo." 22 Desde mi punto de vista la propuesta de Kourilsky y Viney es perfectamente aceptable, siempre que se interprete la prudencia precisamente en el sentido de la phrónesis aristotélica. Y, efectivamente, el principio de precaución tiene mucho que ver con la prudencia aristotélica, podríamos decir que es una modalidad de la misma. Para empezar, tanto la previsión como la precaución llevan el prefijo "pre", que indica su voluntad de anticiparse a los acontecimientos, viéndolos o tomando cauciones respecto de los mismos. Son conceptos de la misma estirpe que 178
prudencia. De hecho, prudencia es contracción de la palabra latina providentia, es decir, previsión. Además, prudencia y precaución están en la misma categoría ontológica, ambas son actitudes. La prudencia aristotélica no es un enunciado, no se deja atrapar en una formulación lingüística, sino que ella misma es de carácter práctico, es una actitud. Por lo tanto no tiene mucho interés el intentar una definición de la prudencia, como no lo tiene el buscar una definición del principio de precaución que permita después una aplicación mecánica.23 Sería tanto como traicionar el propio principio, y lo sería precisamente porque el principio es prudencial. Kourilsky y Viney lo exponen en estos términos: "El principio de precaución define la actitud que debe observar toda persona que toma una decisión relativa a una actividad de la que se puede razonablemente suponer que comporta un peligro grave para la salud o la seguridad de generaciones actuales o futuras, o para el medio ambiente". 24 El hecho de que ahora tengamos que apelar de nuevo a principios prudenciales como el de precaución, sorprende sólo porque previamente hemos creído que nos podríamos deshacer de ellos gracias a la ciencia. La apelación a tales principios genera nuevas relaciones entre ciencia y política, relaciones mediadas de nuevo por la prudencia, no rígidas ni jerárquicas como las que se podían derivar de una ciencia de la certeza. Es más, en este nuevo escenario, la racionalidad científica aparece como lo que siempre debió ser, como una modalidad más de la racionalidad humana, como un ejercicio de sensatez, de sentido común crítico, como una actividad regida ella misma por la prudencia y cuyas relaciones con otros ámbitos de la vida humana deben estar también regidas por principios prudenciales.
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________NOTAS________ 1
En razón de la brevedad hablaremos de "filosofía política de la ciencia", pero, en realidad, el campo al que me refiero incluye la filosofía política y social de la ciencia y de la tecnología. Uno puede hacer la prueba buscando en Google combinaciones relevantes de los términos que aparecen en esta última expresión para comprobar que tampoco aparecen muchas referencias para ninguna de ellas (datos referidos a febrero de 2005). [Regreso] 2
Bruno Latour, Politiques de la nature. Comment faire entrer les sciences en démocratie, París, La Découverte, 1999. [Regreso] 3
Joseph Rouse, Knowledge and Power. Toward a Political Philosophy
of Science, Ithaca, Cornell University Press, 1987. [Regreso] 4
James Brown, Who rules in science? An opinionated guide to the wars. Cambridge, Ma., Harvard University Press, 2001. [Regreso] 5
Thomas Uebel, "Political Philosophy of Science in Logical Empiricism", congreso History of Philosophy of Science (hopos), Notre Dame University, junio, 2004. [Regreso] 6
Cfr. Gilbert Hottois, Essais de philosophie bioéthique et biopolitique, París, Vrin, 1999. [Regreso] 7
R. Westfall, Newton: una vida, Madrid, Cambridge University Press, 1996: 49-50. [Regreso] 8
Datos tomados de J. M. Sánchez Ron, El poder de la ciencia, Madrid, Alianza, 1992. [Regreso] 9
Cfr. S. Lelas, Science and Modernity, Dordrecht, Kluwer, 2000. [Regreso] 10
M. A. Quintanilla, "Ciencia e información en una sociedad democrática", en I Congreso Nacional de Periodismo Científico, Madrid, csic, 1991: 68. [Regreso] 11
Además de la obra clásica de Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, fce, 1975, para hacerse una idea del giro pragmático en filosofía de la ciencia, puede verse J. Echeverría, Filosofía de la ciencia, Madrid, Akal, 1995 y Alfredo Marcos, Hacia una filosofía de la ciencia amplia, Madrid, Tecnos, 2000. [Regreso] 12
Puede verse, por ejemplo, el relato que hace Bruno Latour de los
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hallazgos de Joliot sobre radiactividad, "Joliot: punto dse encuentro de la historia y de la física", en M. Serres, Historia de las ciencias, Madrid, Cátedra, 1991: 552-573. [Regreso] 13
Su texto clásico es La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos, 1973. [Regreso] 14
L. Laudan, El progreso y sus problemas, Madrid, Encuentro, 1986. [Regreso] 15
Empleo aquí el término en el sentido que le da Ambrosio Velasco en su libro Tradiciones naturalistas y hermenéuticas en la filosofía de las ciencias sociales, México, unam, 2000. [Regreso] 16
Sobre la ciencia como subsistema social en relación con otros, puede verse Evandro Agazzi, El bien, el mal y la ciencia, Madrid, Tecnos, 1996. [Regreso] 17
Cfr. P. Feyerabend, La ciencia en una sociedad libre, Madrid, Siglo XXI, 1978. [Regreso] 18
Pierre Aubenque, La prudencia en Aristóteles, Barcelona, Crítica, 1999. [Regreso] 19
Para la exposición de la historia y definición del principio de precaución sigo el texto de Ramón Ramos Torre, "El retorno de Casandra: modernización ecológica, precaución e incertidumbre", en J. M. García Blanco y P. Navarro, ¿Más allá de la Modernidad?, Madrid, cis, 2002: 403-455. [Regreso] 20
Los datos sobre la lluvia ácida los tomo de B. Lomborg, El ecologista escéptico, Madrid, Espasa, 2003: 259-263. [Regreso] 21
P. Kourilsky y G. Viney (dirs.), Le principe de précaution. Rapport au Premier Ministre, París, Odile Jacob-La Documentation Française, 2000: 21, apud en Ramos Torre, op. cit.: 424. [Regreso] 22
Ramos Torre, op. cit.: 424. [Regreso]
23
Tenemos diversas formulaciones del principio de precaución, todas apuntan hacia una cierta actitud, pero ninguna de ellas puede ser leída como una definición. Pueden verse hasta seis variantes textuales en Torres Ramos, op. cit.: 416, procedentes de los siguientes textos: II Conferencia sobre la protección del Mar del Norte (1987); III Conferencia Interministerial sobre el Mar del Norte (1990); Declaración de Río en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el medio
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ambiente y el desarrollo (1992); Protocolo sobre bioseguridad de Montreal (2000); Tratado de Amsterdam de la Unión Europea (1998); Francia: Ley 95-101 sobre protección del medio ambiente (1995). Todas ellas presentan como elemento común la legitimidad de actuar sobre las supuestas causas para evitar posibles efectos gravemente dañinos aun sin certeza científica sobre la relación causaefecto. [Regreso] 24
Kourilsky y Viney, op. cit.: 151, cursiva añadida. [Regreso]
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El error baconiano ¿qué hay de la naturaleza? Andoni Ibarra Introducción A los éxitos indudables atribuibles al desarrollo tecnológico actual se asocian también fenómenos poco deseables como catástrofes, riesgos y efectos colaterales no controlables, o una limitada aceptación de algunas tecnologías por parte del público. El resultado no es sólo la ambivalencia sino la emergencia de una imagen del complejo ciencia-tecnología inestable y en crisis. En la "imagen pública" de la ciencia y la tecnología se han incorporado así nuevas exigencias para el desarrollo científico-tecnológico que se orientan en un doble requerimiento de interés en el foco de atención de esta contribución: una mayor compatibilidad socioambiental de ese desarrollo y una nueva comprensión de la relación naturaleza/sociedad. De esta manera, crecientemente, en esa imagen pública de la ciencia y la tecnología se asocian ciertas crisis, singularmente la crisis ecológica, a las formas dominantes de la actividad tecnológica y, de manera alternativa, se aboga por enfoques teóricos y prácticos más "responsables" en el terreno de la acción tecnológica. En el núcleo de esta actitud crítica ante la praxis científicotecnológica actual se identifican dos componentes: I) por un lado, el proyecto histórico de la modernidad, que concibe a la naturaleza como un mero medio, un instrumento manipulable para la obtención de mayores niveles de conocimiento y bienestar; II) por otro lado, también constituye ese núcleo el postulado que atribuye a la racionalidad mecanicista-tecnológica resultante de ese proceso 183
histórico, los efectos no deseados de los logros científico-técnicos. De ambas componentes se concluye: III) la necesidad de erigir otro proyecto que procure una ciencia-tecnología compatible con los objetivos socioambientales admitidos. Esta postura la encontramos expresada de una u otra forma en los diferentes discursos sociopolíticos sobre la sostenibilidad. En general, en línea con ese objetivo se postulan en ellos prácticas, resultados y aplicaciones científico-técnicas compatibles con la sostenibilidad social y ambiental. Son, sin duda, aspectos deseables, pero que adolecen del "problema de la externalidad", esto es, fijan "desde fuera", por así decir, nuevas condiciones para la investigación y las prácticas científico-técnicas. La dificultad que se plantea a esta posición es que la pretensión de modificación de las prácticas o de las aplicaciones científicas y tecnológicas no equivale a una realización realmente efectiva de esa modificación en el marco establecido de la praxis científico-tecnológica. Considero, por ello, necesario analizar conceptual y estructuralmente "desde dentro" esa praxis, para identificar los rasgos característicos de la ciencia y la tecnología de nuestra época. Un paso en esa dirección nos lo ofrece ya el estudio de la ciencia y la tecnología en el marco de prácticas más complejas que involucran también lo social y lo natural. Los procesos identificables en el complejo interdependiente ciencia-tecnología-naturalezasociedad (CTNS) revelan propiedades no-mecanicistas, nolineales, dinámicamente complejas, que resultan difícilmente conceptualizables como procesos científico-tecnológicos mecanicistas. La filosofía de la ciencia no ha prestado mucha atención a la conceptualización de esas propiedades y los Social Studies utilizan instrumentos de análisis aún poco desarrollados para abordar los procesos evolutivos científico-técnicos, sociales y naturales en su completo marco de complejidad. Pero la necesidad 184
de nuevas perspectivas se hace patente si se plantea el horizonte problemático de una comprensión más profunda de la dinámica de la innovación científico-técnica, una mayor controlabilidad de las consecuencias no deseadas de esa innovación, así como la posibilidad del planteamiento de horizontes alternativos. El punto de partida adoptado aquí es el de la crítica de los estudios que abordan el análisis de la ciencia-tecnología en el vector cienciatecnología-sociedad, a partir de la inserción en él del elemento "naturaleza". El objetivo es concebir el complejo CTNS como una praxis coevolutiva en la que los elementos interaccionan de manera compleja. Este objetivo exige considerar los elementos ciencia, tecnología, naturaleza y sociedad como ingredientes constitutivos de esa praxis, esto es, requiere al menos considerar estos tres aspectos: I) una conceptualización de la naturaleza como elemento de la praxis humana; II) una conceptualización de la naturaleza con la que la sociedad pueda interaccionar; y III) una conceptualización de la ciencia y la tecnología como agencias activas y dinámicas que interaccionan en el complejo CTNS. Para ello se considerará, en primer lugar, el cambio operado en las formas de producción del conocimiento y las transformaciones que él introduce en las relaciones sociales de nuestro tiempo, dando lugar a la denominada sociedad del conocimiento. Nos preguntaremos a continuación si en el nuevo contexto social rige aún el proyecto baconiano de dominación de la naturaleza, corolario del dictum "conocimiento es poder". Consideraremos por turno dos respuestas, positiva y negativa, a la cuestión de la vigencia de ese proyecto. Aunque opuestas, ambas respuestas reclaman una nueva conceptualización de la ciencia y la técnica, y de su interacción con la naturaleza. En la sección cuarta se procura contribuir al esfuerzo de esa nueva conceptualización situando la 185
ciencia y la técnica contemporáneas en el dominio de la praxis, a partir de la distinción aristotélica de episteme, techne y phronesis, y de su reconfiguración actual. En la sección final se alegará a favor de la focalización de la praxis deliberativa de los problemas científicos y técnicos en torno a la cuestión del poder, en lugar de orientarlos en el contexto de una racionalidad comunicativa meramente procedimental. De la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento Hoy es común cuestionar el modelo de desarrollo tecnológico; de hecho, se alude frecuentemente a la crisis de ese modelo. Algunas líneas actuales en el estudio de la ciencia y la tecnología han contribuido notablemente a considerar el problema en su alcance y profundidad. En ellas no son únicamente la tecnología y la ciencia las que están en el centro del análisis, sino que también lo están la naturaleza y la propia sociedad. Esos estudios están procurando, además, abordar de manera más integral la actividad científicotécnica, pretendiendo una revisión de las concepciones dominantes de la innovación científico-técnica y de la relación CTNS. Esta comprensión más integral nos permite ya constatar dos hechos: I) la profunda integración entre la ciencia y la tecnología actuales; II) la revolución científico-técnica opera no sólo en un ámbito estrictamente epistémico, sino que coevoluciona con cambios profundos en el sistema industrial, la sociedad y la cultura. ¿Cuál es el sentido de esos cambios? Podemos caracterizarlo esquemáticamente del siguiente modo: El paradigma "científico-tecnológico-industrial" que ha impregnado todos los dominios de la vida ha caracterizado también una forma de racionalidad imperante en una época. Según esa racionalidad, el punto de partida de la noción de progreso descansa en la idea de 186
que el desarrollo del conocimiento empírico de los fenómenos y hechos naturales procura los medios para alcanzar el dominio práctico de la naturaleza. La ciencia moderna ha conseguido vincular de este modo verdad y utilidad. Además, ha dado lugar a la sociedad industrial característica de una fase de la modernidad. Pues bien, la crisis del paradigma (de la racionalidad) "científicotecnológica-industrial" y la reflexión sobre ella, no sólo compromete una investigación sistemática histórica de su evolución, sino que, sobre todo, fuerza el estudio de la racionalidad científico- técnica de la modernidad y la crisis de la sociedad industrial. Existe suficiente evidencia en esa dirección para concluir que el cambio del paradigma vinculado a la sociedad industrial, a otro vinculado a la sociedad del conocimiento, no sólo genera una modificación en el sistema de valores, sino transformaciones que se sitúan más bien en las formas de establecer las relaciones en el complejo CTNS. ¿Cuáles son esas transformaciones? Retomaré la cuestión de inmediato, pero debe quedar claro, para comenzar, que la relación crítica entre CYT y la naturaleza, se concibe como característica propia de un proceso histórico de la racionalidad, antes mencionada, no como una constante antropológica inmutable. Por lo mismo, la historia moderna de la humanidad no puede entenderse estrictamente como parte de una pretendida historia natural ni como una historia meramente cultural, sino más bien como la historia de la relación compleja entre la "primera" y la "segunda" naturaleza, por utilizar los términos de Lothar Schäfer para designar a la "naturaleza" convencional y a la resultante de la construcción científico-técnica.1 Es esa relación entre ambas naturalezas la que entra en una relación de crisis –Schäfer la denomina "crisis ecológica"– en la etapa final de la sociedad industrial. Según este autor, la intensificación de la capacidad productiva lleva al extremo el flujo de intercambio material con la 187
naturaleza, originando de este modo un enorme sobreesfuerzo ecológico que requiere de una nueva comprensión del actual complejo CTNS que haga posibles prácticas sociales de sostenibilidad con respecto a la primera naturaleza. A su juicio, esa posibilidad se establece crecientemente en la nueva situación caracterizada por la sociedad del conocimiento. Retomando entonces la cuestión planteada más arriba, resulta manifiesto por lo dicho que el sentido de la respuesta se vincula justamente a la posibilidad de esa nueva comprensión de las relaciones en el complejo actual CTNS. Trataré de avanzar algo en esa dirección planteando la pervivencia (o no) en la nueva realidad caracterizada por la sociedad del conocimiento del denominado "Proyecto de Bacon" fundamentador del paradigma científicotécnico-industrial. ¿Vigencia del proyecto de Bacon? Quizás por primera vez en la historia la tecnología adquiere un significado determinante en la interacción entre la naturaleza y la sociedad, no sólo respecto de la crisis actual entre lo que hemos denominado primera y segunda naturaleza, sino, sobre todo, en la fijación de estrategias de futuro para la superación de esa crisis. En 1993 Schäfer publicó El proyecto de Bacon. Sobre el conocimiento, utilización y conservación de la naturaleza y en él veía esas estrategias de futuro, en la profundización de lo que denominaba el "proyecto de Bacon revisado". Con esa revisión se pretendía no tanto reiterar los lineamientos de la "crítica popular, general, al 'proyecto de la modernidad'",2 sino más bien presentar una reforma fundamental del programa de la modernidad con la finalidad de evitar la crisis ecológica. A su juicio, del programa original rige la vigente "utopía" baconiana erigida sobre el principio fundamental 188
de la "vinculación de ciencia, tecnología y bienestar común" 3 –si bien, claro está, con modificaciones pertinentes en la aplicación práctica del principio. Según Schäfer, el itinerario de la crisis ecológica muestra que "el programa baconiano se encuentra en una fase crítica",4 y por ello deben introducirse correcciones fundamentales en el programa si queremos compatibilizar el "beneficio social a largo plazo" con una relación tecnológica cautelosa con la naturaleza –una idea completamente extraña a Bacon: No hay en Bacon posibilidad alguna de distinguir entre un uso razonable de la naturaleza [=forma sostenible a largo plazo de utilización de la naturaleza] y la explotación de la naturaleza [= destrucción de la naturaleza mediante el beneficio a corto plazo]; así pues, todo uso de la naturaleza desemboca para él en un incremento del bienestar humano. En Bacon no existe posibilidad alguna de distinción entre tecnologías buenas y malas; la técnica como tal incrementa y asegura el bienestar humano.5 Schäfer formula entonces la máxima para un complejo ctns estable, que valga no sólo para el proyecto Bacon, sino también para cualquier otro proyecto teórico de estrategia global para la conservación y evolución de la bioesfera: "El proyecto Bacon sólo puede mantenerse si es posible establecer en el programa baconiano distinciones, y cautelas, y cláusulas de reserva basadas en esas distinciones, que permitan evitar los efectos destructivos de la crisis ecológica que se presentan en la biosfera". 6 Si bien ese aspecto está sujeto a revisión fundamental, del proyecto de Bacon debe retenerse –de ahí el interés de su vigencia 189
actual, según Schäfer– la idea de que la ciencia y la investigación científico-técnica en general están "orientadas a problemas", es decir, están relacionadas con cuestiones sociopolíticamente relevantes, reales y externas, y no pseudolegitimadas desde el punto de vista estrecho, interno a cada disciplina. La interdisciplinariedad y un "nuevo tipo de cientificidad" son las consecuencias positivas a retener de la imagen baconiana de la ciencia. ¿En qué dirección debe revisarse el proyecto de Bacon? Schäfer considera dos elementos. En primer lugar, teniendo en cuenta el potencial de riesgo de las tecnologías actuales, las prácticas de la ciencia natural y de la tecnología no pueden regirse ya por el principio del "ensayo y error", sino que se requiere otra forma distinta de producción del conocimiento que procure el "desarrollo de un conocimiento anticipatorio" mediante la evaluación de consecuencias.7 Ello es hoy posible porque el desarrollo de procedimientos de simulación cuasiexperimental, entre otros, faculta, por ejemplo, representar procesos naturales muy complejos que en principio ni siquiera son concebibles en las condiciones reales de laboratorio. A juicio de Schäfer, "la modelización de los procesos ofrece, frente a la teoría y el experimento habituales, una posibilidad completamente nueva de investigación científica en dominios naturales complejos –bajo la perspectiva de la acción posible". 8 Junto a esta nueva forma de acceso simulado a la naturaleza, Schäfer considera un segundo elemento en su revisión del proyecto de Bacon: un concepto alternativo de naturaleza que caracteriza las variadas relaciones de intercambio fisiológico del organismo humano con la naturaleza. Este concepto fisiológico de naturaleza adquiere un significado medular en su revisión. Esa naturaleza
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emerge sólo en el conjunto de materia y energía realmente consignado (a través de la alimentación, la respiración, el intercambio radiactivo y de calor, etcétera) y en la reacción del organismo a él en tanto que bienestar o ausencia de bienestar. Desde la centralidad del organismo, la naturaleza se relaciona con él de manera positiva y negativa, emergiendo así un concepto de naturaleza completamente distinto al habitual. 9 No se busca reemplazar el "concepto cosmológico de naturaleza" – más tradicional– por el fisiológico, porque aquél sigue siendo agencia en la medida que tenemos acceso a la naturaleza a partir del conocimiento científico natural vinculado al concepto cosmológico. Él fija la base del concepto fisiológico: "Obtenemos entonces el concepto fisiológico de naturaleza no mediante una constitución propia, sino delimitando la base de lo cosmológico". 10 La naturaleza fisiológica constituye un "segmento" de la naturaleza cosmológica. Ella permite, según Schäfer, una "nueva valoración y evaluación cualitativa" en la resolución de los problemas ecológicos. De este modo se puede "tomar en consideración el aspecto ecológico bajo el completo reconocimiento del conocimiento científico natural". 11 Esto no significa, sin embargo, que todo proyecto científicotécnico histórico, aparentemente "razonable", sea igualmente válido, porque la naturaleza orgánica humana constriñe ciertas relaciones entre la naturaleza y la técnica como más adecuadas para la reproducción del horizonte posible de esas relaciones. Así, Independientemente de la cuestión de su deseabilidad para los fines de la humanidad o de su realizabilidad en un sentido técnico, siempre se nos presenta la cuestión de si un proyecto cultural determinado es compatible o no para nosotros como 191
organismos; al cuerpo le corresponde un derecho de veto frente a nuestros proyectos de relaciones de vida tecnificadas. Debemos hacer responsables a nuestras utopías ante nuestra salud corporal. Es nuestra corporeidad la que nos vincula a este mundo y la que impide que nuestro vuelo especulativo pueda continuar en "mundos posibles". 12 La autodeterminación del ser humano y su constitución natural están, por lo tanto, en una "relación de contrastación flexible" entre sí, a través de procesos fisiológicos vitales: "Los proyectos de vida anclados en la autonomía del sujeto, por un lado, y las consecuencias en nuestra salud del intercambio material con la naturaleza, por otro, son instancias independientes y no reducibles en la valoración cultural." 13 Schäfer cualifica su enfoque como "antropocentrista" para delimitarlo claramente de un enfoque fisiocentrista. El primero de los enfoques permite hacer compatible la técnica con la naturaleza siempre que evitemos, advierte Schäfer, "el error de considerar como datos de la naturaleza proyecciones de nuestro yo". 14 Pues las "proyecciones de nuestro yo" caracterizan buena parte de las prácticas científico-técnicas actualmente dominantes: se concibe la técnica como un instrumento para la consecución de las finalidades humanas, en la que los "datos de la naturaleza" pueden ser "elaborados" al amparo de esa finalidad instrumental de la técnica. En cierto sentido la puesta en valor de la técnica va acompañada de una devaluación de la naturaleza. Schäfer se plantea entonces el problema de cómo caracterizar una técnica no basada en proyecciones subjetivas realizadas sobre una concepción mecanicista del comportamiento de la naturaleza y de la técnica, sino en un marco de relaciones compatibles para la sociedad, la tecnología y la naturaleza. 192
Ese marco se identifica en los procesos de intercambio material procurados por la tecnología y ecológicamente compatibles entre los seres humanos y la naturaleza. La cuestión es, entonces, caracterizar adecuadamente la praxis social en la interacción científico-técnica con la naturaleza. 15 Schäfer propone considerar esa praxis (acción práctica) ecológicamente satisfactoria a partir de la corporeidad humana y del uso consecuente de la naturaleza concebida en su expresión fisiológica, esto es, del uso a través de las relaciones de intercambio material entre los seres humanos y la naturaleza, de tal forma que ésta resulta positivamente constituida mediante, justamente, la aplicación del desarrollo tecnológico. Esta "referencia a los humanos" permite establecer en ellos el patrón del éxito o fracaso de la técnica, porque "cuando el desarrollo técnico produce consecuencias negativas, éstas se vuelven en primer lugar contra los seres humanos". 16 Un ejemplo paradigmático de su propuesta, a juicio de Schäfer, lo ofrece: en el dominio de la producción energética, la transformación del motor térmico de explosión a la hidrotecnología renovable, en la que se "extraen" los flujos de energía que fluyen en la naturaleza de manera compatible con el "presupuesto global de la naturaleza fisiológica".17 Con esta nueva tecnología no sólo se reconquista el "pensamiento del futuro" sino que se reformula también una nueva "utopía" del progreso de orientación baconiana, pero adaptada a las nuevas relaciones del complejo ctns: "Esto ciertamente, no sólo presupone mucho conocimiento científico natural e imaginación técnica; se requiere en la sociedad, sobre todo, una aguda conciencia de las amenazas originadas en la prosecución de una praxis más segura, y del deber de reservar para nosotros y para las generaciones futuras un futuro digno de ser vivido." 18 En línea con la propuesta de Schäfer, de procurar una comprensión más ecológica de nuestras sociedades actuales, 193
continuaremos más adelante con la tarea de ensayar una nueva concepción del complejo CTNS centrado en la acción práctica social.19 Antes evaluaré la propuesta de Schäfer con otra surgida también a partir de la reflexión sobre la vigencia y pervivencia del programa baconiano. La discontinuidad del proyecto de Bacon El mismo año de la publicación del libro de Schäfer vio también la luz la obra de Gernot Böhme Al final de la era baconiana (1993). Pero, a diferencia de Schäfer, Böhme considera que los desaciertos y consecuencias negativas del Proyecto de Bacon no son reformables. Significativamente, sin embargo, sus propuestas alternativas tecnológicas son en lo esencial semejantes a las de Schäfer. Según Böhme, el postulado fundamental baconiano de que el desarrollo científico y técnico es coincidente con el desarrollo humano, es falso: El programa de Bacon se ha completado de una manera que él nunca hubiera podido imaginar. Pero, ¿se ha satisfecho su convicción de que el desarrollo científico-técnico sería al mismo tiempo desarrollo humano y social? A esa pregunta debemos responder hoy con un no. Esto es algo nuevo, supone un profundo desencanto, que exige una revisión fundamental de nuestra relación con la ciencia.20 Böhme ofrece tres razones fundamentales para su diagnóstico. Primero, la relación de la ciencia y la tecnología con potencias destructivas poderosas, en especial en el ámbito militar. Segundo, la imposibilidad de que pueda hacerse un uso "bueno" –sea como 194
fuere que lo entendiéramos– de la tecnología actual, concebida como un instrumento axiológicamente neutral, a partir de la mera intencionalidad humana: Bacon había supuesto que las consecuencias de la ciencia y la técnica son siempre buenas, si se procede con buenas intenciones. Pero aquí aparecen justamente profundas dudas de principio. Porque toda acción técnica, ya sea en la naturaleza, en el cuerpo humano o en la sociedad, conlleva efectos colaterales además de determinadas consecuencias [perseguidas]; de tal modo que, independientemente de las intenciones humanas, no pueden diferenciarse completamente las consecuencias de los efectos colaterales, y por tanto hay que pensar que, junto con cada acción útil de la ciencia y la técnica se originan también daños.21 Y, finalmente, tercero, el fracaso del socialismo científico ha patentizado que no tiene sentido ni es posible un desarrollo social planificado de manera centralista y fundamentado en la racionalidad científico-tecnológica dominante: La idea baconiana a este respecto era que se podría constituir una sociedad auténticamente humana mediante la planificación racional y su aplicación. Represión, subalternidad, menoscabo de la iniciativa individual y, finalmente, colapso económico han sido sus consecuencias. La importancia histórica del fracaso de ese experimento social no es previsible todavía. Lo que en todo caso está claro es que no se trata únicamente del fracaso contingente de un determinado sistema económico, sino del fracaso de una idea, la idea de una sociedad organizada científicamente. 22 195
A partir de aquí Böhme no se plantea la cuestión de si la tecnología y la ciencia contribuyen a hacer más humana la vida social. Su pregunta es otra: "qué debe significar humanidad en las circunstancias de una forma de vida completamente conformada por lo científico y lo técnico". 23 Para responder a la cuestión Böhme estipula dos condiciones de adecuación: que la ciencia y la tecnología sean "social y ambientalmente compatibles". Pero requiere además una nueva comprensión de la relación entre la sociedad y la cienciatecnología, una comprensión, a su juicio, no suficientemente considerada aún en los estudios sobre la ciencia y la tecnología. Porque, en referencia sobre todo a las estrategias de crítica y control de los avances y desarrollos científico-tecnológicos que se proponen en esos estudios, Böhme puntualiza: "También esas estrategias tratan de controlar la ciencia. Y lejos de mí cuestionar su necesidad. Pero debe criticarse que esas estrategias de preservación y meramente reparadoras están de alguna manera truncadas porque se echa en falta en ellas una nueva comprensión de nuestra relación con la ciencia". 24 Por ello, como Schäfer, pretende reflexionar sobre el conjunto de interacciones del complejo CTNS, sin considerar cada uno de sus elementos como nodos aislados del resto. Situando a la ciencia focalmente en la reflexión, el estudio de las interacciones en el complejo mencionado se expresa en cuatro ámbitos de reflexión, según Böhme: 1. El primer ámbito tiene que ver con la cuestión de "qué es ciencia y qué no". Se trata de desfetichizar la ciencia e integrarla como una forma posible más en un espectro amplio de formas de conocimiento. En este sentido, debe procederse a la "rehabilitación del conocimiento no-científico", porque con frecuencia resulta 196
adecuado en la resolución de problemas en determinados contextos de acción: "Habría que mostrar que la ciencia es un tipo determinado de conocimiento con una estructura especial y que ese tipo de conocimiento tiene sentido en determinadas circunstancias y bajo determinadas intenciones actitudinales". 25 2. El segundo ámbito de reflexión tematiza la relación entre la ciencia, la educación y la cultura: es preciso modificar radicalmente la actual confrontación entre la esfera científico-técnica y la esfera socio-cultural. "La ciencia no sólo debe presentarse ante nosotros con un significado cultural; lo relevante es que se nos presente como una empresa productora de cultura". 26 3. Tercer ámbito. Lo anterior sólo puede realizarse, según Böhme, si la ciencia se libera de su concepción teleológica utilitarista dominante, es decir, si concebimos "que la ciencia opera para obtener conocimiento y orientarnos en un mundo dado". 27Esta concepción debe abandonar la manipulación instrumental de la naturaleza, establecer una nueva relación con ella. Böhme considera que algunas líneas de investigación actuales abren horizontes de posibilidad en esa dirección: Debemos decir que la ciencia natural misma ha entrado ya en un dominio que procura un conocimiento de la naturaleza, pero no conocimientos que convierten en manipulable a la naturaleza. Pienso en la investigación sobre fractales y caos. Esas investigaciones que amplían nuestra imagen de la naturaleza y la cambian de manera fundamental, muestran al mismo tiempo que las posibilidades de manipulación de la naturaleza por el ser humano son limitadas.28 4. Este punto nos lleva a un último aspecto en la relación cienciasociedad, la relación con la naturaleza y, más concretamente, a la 197
consideración del "programa baconiano de dominación de la naturaleza". Si se justifica la realización de este programa para aliviar la vida humana de alguna manera –minoración del esfuerzo de trabajo, ahorro de tiempo, reducción de la incertidumbre–, introducimos lo que podríamos denominar una "dialéctica negativa del progreso". Böhme la caracteriza como sigue: El progreso científico-técnico ha llevado a los seres humanos a un exceso de trabajo motivado por la necesidad de manipulación. Esta dialéctica ha identificado lo que se oculta en el concepto de dominación de la naturaleza, a saber, el hecho de que la naturaleza dominada debe tomar parte en el juego. Vemos en este punto que Bacon fue más prudente que los sucesores que realizaron su programa. Él ya había indicado que la naturaleza sólo puede dominarse si se la obedece. Pero luego se olvidó que una buena parte de la dominación de la naturaleza depende de la propia actividad de la naturaleza.29 Esa actividad ofrece resistencia a la manipulación y a la aparente dominación y planificación de la naturaleza, generándose así, en esa dialéctica, una relación crítica entre la sociedad y la naturaleza. Esta situación requiere, a juicio de Böhme, reorientar las ideas y nuestras actitudes. "Hoy se trata de producir un conocimiento que tenga que ver no tanto con la dominación de la naturaleza cuanto con posibilitar un juego compartido entre la actividad propia de la naturaleza y la utilidad humana". 30 Como esa relación entre la naturaleza y la sociedad no se produce habitualmente de manera directa sino a través de las mediaciones tecnológicas, "la pregunta por el futuro de la ciencia se reformula esencialmente en la pregunta por el futuro de la técnica y la tecnología".31 Y como, para Böhme, del desarrollo 198
tecnológico actual no es esperable ningún desarrollo social, es necesario pensar en "otro tipo de técnica". El tipo de tecnología actual, en efecto, requiere de la provisión de fuertes medios para enfrentar los problemas asociados a la incertidumbre futura, la reparación de daños causados o la superación de la crisis, esto es, conlleva un coste social y ambiental excesivo para su reproducción, por lo que la producción tecnológica actual no faculta la reproducción general. De ahí que Böhme estipule el impulso de "más sistemas técnicos autoreproductivos". Pero no ofrece más elementos sobre cómo podría entenderse ese "otro tipo de técnica". La consideración de la naturaleza en el complejo CTNS nos ha llevado a preguntarnos si el proyecto de Bacon es reformable o no en el marco de las nuevas relaciones sociales generadas con la emergencia de la sociedad del conocimiento. Probablemente la cuestión decisiva, sin embargo, no sea ésa –Schäfer y Böhme se contraponen–, sino la de cómo caracterizar en el seno de ese complejo unas nuevas relaciones de la ciencia y la tecnología que procuren un espacio más estable para CTNS, un espacio sostenible en el que la ciencia y la tecnología puedan concebirse "de otra manera", como proponen Schäfer y Böhme. En lo que sigue, se propone resituar a ambas en un ámbito de la acción humana distinto al asignado por la tradición filosófica desde Aristóteles, a saber, en el ámbito de la phronesis. Ciencia y tecnología como conocimiento práctico Si simplemente tratamos de ofrecer una nueva perspectiva que "preserve" la naturaleza, nuestra posición se asimila a la del discurso público que devalúa el alcance de la línea propuesta por Schäfer, Böhme y otros. Lo que necesitamos es una comprensión diferente del conocimiento científico-técnico, de un conocimiento 199
que contribuya al bien común, respetando la naturaleza. En esta tarea puede resultar de interés la caracterización que Aristóteles realiza de "otra forma de conocer", identificada con la phronesis, distinta del conocimiento científico-técnico y que se produce a partir de la experiencia entera de la persona y de la formulación de la correcta conducta humana. En el Libro VI de la Ética a Nicómaco Aristóteles identifica cinco modos por los que "el alma alcanza la verdad", a saber, techne (técnica), episteme (conocimiento científico), phronesis (conocimiento práctico), sophia (saber filosófico) y nous (inteligencia). 32 Cuando se trata de cuestiones que conciernen a los humanos en cuanto seres en circunstancias concretas, la phronesis produce un modo de conocimiento superior, tanto a la techne, identificada ésta con el saber-cómo técnico y relativo a las habilidades que permiten transformar materias en productos, como a la episteme, relativa a cuestiones que pueden demostrarse según leyes o principios universales. La techne es el conocimiento relativo a la producción (poiesis) de lo variable; el ámbito de las prácticas humanas regidas por algún logos (praxis) produce phronesis. Caracterizamos los tres tipos de conocimiento en los propios términos de Aristóteles. La episteme (ciencia) es el conocimiento universal, invariable, independiente del contexto y tiene su base en la racionalidad analítica general. Qué cosa sea la ciencia [episteme...] queda claro por lo siguiente. Todos sostenemos que aquello que conocemos científicamente no puede ser de otra manera; en cambio el que exista, o no, lo que puede ser de otra manera escapa a nuestro conocimiento cuando está fuera de nuestra observación. Luego el objeto de conocimiento científico [...] es eterno. [...] Y, claro, la 200
inducción es hacia el principio o lo universal, mientras que la deducción lo es desde los universales. [...] Por consiguiente, la ciencia es un hábito ligado a la demostración. [...] En efecto, uno tiene conocimiento científico cuando tiene una cierta convicción y le resultan conocidos los principios. Pues si no tiene de ellos mayor convicción que de la conclusión, tendrá conocimiento científico sólo incidentalmente,: 33 La techne (técnica) es el conocimiento pragmático, variable, dependiente del contexto y orientado hacia la producción (poiesis). Se regula por una racionalidad instrumental práctica gobernada por una finalidad consciente: puesto que la construcción es una Técnica [techne] –lo cual es precisamente una disposición racional relativa a la fabricación [poiesis]–; y puesto que no hay ninguna Técnica que no sea una disposición racional relativa a la fabricación ni una disposición de esta clase que no sea una Técnica, "Técnica" sería lo mismo que "disposición acompañada de razón verdadera relativa a la fabricación". Toda Técnica se ocupa de la generación y trabajar técnicamente es considerar la manera de que se origine alguna de las cosas que pueden ser y no ser [...] Pues la Técnica no es de las cosas que son y se originan por necesidad, ni tampoco de aquéllas que lo hacen por naturaleza. Y es que éstas tienen el principio en sí mismas. [...] la Técnica pertenece [...] a aquello que puede ser de otra manera. 34 Así pues, lo que puede ser de otra manera que la conocida, no es objeto de la ciencia sino de la producción (poiesis) y de la acción práctica (praxis). Acción productiva y acción práctica son distintas para Aristóteles: la técnica no es acción práctica.35 201
La phronesis es el conocimiento práctico adquirido por el ser humano en la deliberación acerca de "las cosas buenas y útiles para él" en la praxis. Es pragmático, variable, dependiente del contexto y orientado hacia la acción. Se basa en la racionalidad deliberativa práctica. 36 Acerca de la Prudencia [phronesis] podríamos alcanzar una idea de esta manera: considerando a quiénes solemos llamar prudentes. Y parece, claro está, que es propio de un hombre prudente el ser capaz de deliberar sobre lo bueno para sí y lo que le conviene –no parcialmente, como, por ejemplo, qué cosas lo son con vistas a la salud o al vigor, sino qué cosas lo son en general con vistas a vivir bien.37 Así pues, en primer lugar, el conocimiento de la phronesis se distingue del conocimiento científico y técnico –incluso de aquél que tiene que ver con cuestiones como "la salud o el vigor", como la medicina– en que se orienta no en la moral de las ciencias o las técnicas, sino en la deliberación a partir de la cual puede decidirse en el caso particular por su relación a la "vida buena en general", y ello conforme a la virtud en el marco del orden constituyente de una comunidad de ciudadanos libres fundamentadora de la igualdad (polis). Técnicas y ciencias –como la política y la economía– ofrecen los elementos para la deliberación ético-política, que permite vincular al individuo con la polis mediante la mediación de la casa (oikos). Por eso, consideramos dotados de conocimientos prácticos (prudentes) a los administradores (jefes de familia) y los políticos. 38 En segundo lugar, la phronesis configura otra forma de conocer vinculada, no a los principios que otorgan conocimiento cierto, sino a las situaciones de incertidumbre, porque "nadie delibera sobre las 202
cosas que no pueden ser de otra manera [...]. De modo que [...] la Prudencia no sería Ciencia ni tampoco Técnica: Ciencia, porque aquello que se puede realizar es susceptible de ser de otra manera". 39 El carácter práctico no reduce la phronesis a la mera aplicación de un conocimiento anterior; no es la aplicación práctica del conocimiento basado en principios obtenido por la episteme –y de la cual la techne configura los medios adecuados para los fines singularizados por la episteme–, es decir, la phronesis no es una particularización de un conocimiento de lo universal, sino que es generadora a través de la acción de un tipo de conocimiento realizado en condiciones de variabilidad. La phronesis es otro tipo de conocimiento que se produce en la práctica en circunstancias que requieren deliberación y juicio sobre medios, fines, objetos y verdad. Un tipo de conocimiento que nos faculta el conocimiento de los fines, sin tomarlos como dados. Porque esos fines no están fijados de antemano y tampoco pueden ser determinados por la techne, sino por la phronesis en interrelación con las disposiciones naturales y las virtudes éticas. En el ámbito de la praxis, cuando el ser humano se encuentra en circunstancias de incertidumbre acerca de las causas y las consecuencias de sus acciones, el conocimiento no puede construirse sobre la base de contrafácticos de naturaleza legaliforme, y cuando las situaciones se caracterizan por su naturaleza irreductiblemente individual irreplicable, se requiere otro tipo de conocimiento conducido por la deliberación o el juicio, el proporcionado por la phronesis. La deliberación tiene sentido justamente en circunstancias de incertidumbre como las que caracterizan la complejidad de los sistemas naturales en los que no es posible determinar que "las cosas no puedan ser de otra manera", porque se vuelve extremadamente difícil –si no imposible– determinar los parámetros de funcionamiento del 203
sistema y sus interacciones.40 En tercer lugar, el conocimiento práctico tampoco es técnica "porque realización [praxis] y fabricación [poiesis] son de género diferente: el fin de la fabricación es distinto de ella, mientras que no lo sería el de la realización, pues la propia "buena-realización" ["bien-estar", "vida buena"] es fin". 41 El fin de la praxis es la misma praxis ético-política. Para conseguir ese objetivo humano del bien práctico no son suficientes los saberes disciplinarios científico-técnicos, sino que se requiere de la deliberación, de una deliberación orientada hacia la situación particular: "una disposición verdadera, acompañada de razón, relativa a la práctica [praxis] en cosas que son buenas y malas para el hombre".42 A diferencia de la poiesis que pretende lograr algo distinto a la propia actividad, la praxis por tanto no tiene una finalidad fuera de sí misma, cuando como, por ejemplo, se promulga una determinada ley o un representante público pronuncia un discurso. En suma, a diferencia de la ciencia y la técnica, el conocimiento práctico procurado por la phronesis "atañe a las cosas humanas y a aquellas sobre las que es posible deliberar. Porque la actividad del prudente decimos que es, sobre todo, ésta: deliberar bien. Pero nadie delibera sobre las cosas que no pueden ser de otra manera; ni sobre cuanto carece de una finalidad –y ésta como un bien que se consigue mediante la acción [praxis]. 43 Ahora bien, ¿qué sucede si se segrega de la técnica el aspecto poiésico, como en algunas técnicas psíquicas? ¿seguimos estando ante acciones reguladas (realizadas de acuerdo a la razón)? ¿seguimos en la techne?; ¿qué sucede cuando no existe necesidad ni eternidad que la razón científica pueda demostrar como en el estudio de sistemas complejos? ¿podría ocurrir como en las biociencias que la ciencia sea productora de ideas que 204
podrían ser también de otra manera, es decir, que incluso podrían producir escenarios posibles que no somos capaces de predecir? ¿seguimos situados en la episteme? Las situaciones planteadas en las preguntas anteriores caracterizan ya a la ciencia y la tecnología actuales,44 de manera que el orden aristotélico de episteme, techne y phronesis parece carecer de actualidad. 45 ¿Cuál es, entonces, la cartografía actualizada del orden aristotélico de conocimientos, si episteme, techne y phronesis no se corresponden ya con la disposición originaria? Esta contribución es sólo un primer intento de introducir la cuestión a partir de la insuficiencia del conocimiento procurado por la comprensión tradicional (aristotélica) de la ciencia y la técnica. Schäfer, Böhme y otros autores han enfatizado la necesidad de "otra ciencia" y "otra técnica" situadas en el ámbito de la praxis humana y generadora de phronesis. El conocimiento phronésico es conocimiento práctico, conocimiento que va más allá tanto del conocimiento científico, analítico (episteme) como del conocimiento técnico o saber-cómo (techne), y que agrega juicios y decisiones realizados deliberativamente al modo del virtuoso (lo que se ha identificado habitualmente como el "prudente"). ¿Es la praxis cognitiva científico-técnica un ágora? Foucault ha identificado, como pocos lo han hecho en el último siglo, la cuestión central en nuestra comprensión de la ciencia.46 Esa cuestión es la del poder. Su introducción aquí nos conduce a analizar qué ocurre realmente con la ciencia (y la técnica), en oposición a las aproximaciones filosóficas tradicionales concentradas en lo que normativamente hubiéramos deseado que fuera. Plantearé brevemente, en concreto, la cuestión de la relación entre el conocimiento práctico (phronesis) y el poder. 205
Aristóteles concibió las relaciones generadas en las acciones prácticas en el marco del orden igualitario de una comunidad de ciudadanos libres (polis) que deliberan en el ágora. En esa línea, asimismo, uno puede orientarse en la racionalidad comunicativa habermasiana y entonces su postura resulta fuertemente normativa y procedimental, sin alcanzar a obtener la comprensión sustantiva de la Realpolitik y de la racionalidad real que caracteriza a estudios orientados en el poder como los foucaultianos.47 El ámbito de intervención de la "política real" no es la polis aristotélica sino un ámbito de racionalidad e intereses de grupos de extrema diversidad. La Realpolitik está configurada por esos intereses y racionalidad y atraviesa las decisiones mientras que la política formal tiene un impacto menor en ellas. De este modo, la democracia deliberativa en la que se basa la phronesis da paso a la regla pre-moderna del más fuerte. El desenmarañamiento de la red de relaciones conocimiento- poder en un proyecto científico-técnico muestra que, si bien el poder produce conocimiento y el conocimiento produce poder, su relación es asimétrica. El poder tiene una clara tendencia a dominar las relaciones resultantes del intercambio cognitivo en la interacción dinámica y solapada entre ambos polos. 48 Este hecho tiene consecuencias de calado desde el momento en que el conocimiento avalado por el poder puede dominar el proyecto científico-técnico en cuestión. El dictum de Bacon, "conocimiento es poder", expresa la esencia de la ilustración moderna: ilustración es poder; cuanta más ilustración más poder. El conocimiento es ciertamente poder, pero la inversa también se cumple y se cumple más en el ámbito empírico que en el normativo: el poder es conocimiento. Advertirlo equivale a poner a Bacon cabeza abajo porque muestra cómo el poder define aquello que acredita como conocimiento, vale decir, aquello que se considera como realidad física, económica, social o 206
como naturaleza. Esto es algo sobre lo que no se ha llamado demasiado la atención. El énfasis en la orientación normativa de la praxis deliberativa encubre el poder y su agencia en la construcción de las relaciones de conocimiento y de las redes sociales, al tiempo que oscurece su presencia en el desarrollo científico- técnico. De este modo, el estudio des-politizado del conocimiento sólo puede agravar los problemas que el desarrollo científico-técnico plantea actualmente. Por el contrario, la consideración del poder en la praxis científico- técnica puede favorecer una contribución real de la esfera pública en la toma de decisiones sobre la acción científico-técnica. Para ello, debemos replantear ésta sobre la base del poder, el conflicto y la participación. ¿Cuál es, en resumen, el lugar de la naturaleza en la actual crisis ecológica? Lejos de determinarlo, en lugar de constituir su espacio, se ha tratado de ofrecer aquí un diagnóstico para designar una de las líneas de ataque del problema. La incorporación de la agencia natural resitúa nuestra compresión de la ciencia y la tecnología en el ámbito de la praxis. Desde la nueva perspectiva, en casi todas las dimensiones de análisis de esa línea, la empresa concierne a la política. En esta contribución tan sólo se ha procurado disolver algunas dificultades preliminares para la introducción de la filosofía política de la ciencia, pero pronto habrá que volver a ella.
________NOTAS________ 1
Lothar Schäfer, Das Bacon-Projekt. Von der Erkenntnis, Nutzung und Schonung der Natur, Francfort, Suhrkamp, 1993. [Regreso] 2
Ibid.: 97. [Regreso]
207
3
Ibid.: 96. [Regreso]
4
Ibid.: 117. [Regreso]
5
Idem. [Regreso]
6
Ibid.: 118. [Regreso]
7
Ibid.: 57. [Regreso]
8
Ibid.: 59. [Regreso]
9
Ibid.: 229. [Regreso]
10
Ibid.: 231. [Regreso]
11
Ibid.: 233. [Regreso]
12
Ibid.: 243. [Regreso]
13
Idem. [Regreso]
14
Ibid.: 38. [Regreso]
15
Ibid.: 122. [Regreso]
16
Ibid.: 250. [Regreso]
17
Ibid.: 260. [Regreso]
18
Ibid.: 267. [Regreso]
19
Sólo mencionaré dos cuestiones que me parecen controvertibles en el planteamiento de Schäfer. La primera es que el significado y la delimitación del concepto dual de naturaleza resultan oscuros, y con ello también la forma de conocimiento que se asocia a las tecnologías alternativas futuras. Porque, ¿cómo se relacionan concretamente el concepto de naturaleza fisiológica y el de naturaleza cosmológica, si la corporeidad del ser humano en realidad sólo se concibe como acceso a la naturaleza fisiológica, pero nuestro conocimiento científicotecnológico deriva en gran medida del concepto cosmológico de naturaleza? La segunda cuestión tiene que ver con la orientación mecanicista que Schäfer atribuye a la ciencia actual con rango de generalidad. Aunque pueda aceptarse con Schäfer que no existe ninguna "alternativa externa" a la ciencia natural que conocemos, desconsidera las críticas actuales a una comprensión mecanicista de la ciencia y los desarrollos no mecanicistas que se manifiestan crecientemente en la propia ciencia, no sólo en la física o la química sino también en las biociencias y la medicina. [Regreso] 20
Gernot Böhme, Am Ende des Baconschen Zeitalters, Francfort, Suhrkamp, 1993: 13. [Regreso] 21
Ibid.: 22. [Regreso]
208
22
Ibid.: 23. [Regreso]
23
Ibid.: 26. [Regreso]
24
Ibid.: 27.> [Regreso]
25
Ibid.: 28. [Regreso]
26
Ibid.: 29. [Regreso]
27
Idem. [Regreso]
28
Idem. [Regreso]
29
Ibid.: 30. [Regreso]
30
Ibid.: 31. [Regreso]
31
Ibid.: 488. [Regreso]
32
Aristóteles, Etica a Nicómaco, trad. J. L. Calvo Martínez, Madrid, Alianza, 2001: 1139b: 203. Estos términos se han vertido de manera diversa según los traductores. En particular nous aparece frecuentemente como "contemplación", "intuición" o "entendimiento" y phronesis, más a menudo como "prudencia". [Regreso] 33
Ibid.: 1139b: 184. [Regreso]
34
Ibid.: 1140a: 186. [Regreso]
35
Ibid.: 1140a: 185. [Regreso]
36
Sophia y nous se distinguen de techne y phronesis en que las cuestiones de las primeras "no pueden ser de otra manera", en tanto que episteme se distingue de sophia y nous en que orienta el conocimiento en las leyes físicas de la physis. [Regreso] 37
Ibid.: 1140a: 186. [Regreso]
38
Ibid.: 1140b: 187. [Regreso]
39
Idem. [Regreso]
40
Brian Wynne, "Incertidumbre y aprendizaje ambiental: reconcebir la ciencia y la política en un paradigma preventivo", en González García, López Cerezo y Luján (eds.), Ciencia, tecnología y sociedad, Barcelona, Ariel, 1997: 161-183. [Regreso] 41
Aristóteles, op. cit.: 1140b: 187. [Regreso]
42
Idem. [Regreso]
43
Ibid.: 1140b: 190. [Regreso]
44
Sven Ove Hansson, "Decision Making under Great Uncertainty", en Philosophy of the Social Sciences, vol. 26, 3, 1996: 369386. [Regreso]
209
45
Tampoco lo era en la anterior etapa de la racionalidad industrial en la que, como se ha visto, la naturaleza –o lo natural–, al no ser ya la instancia de lo necesario y eterno, era considerada objeto posible de la técnica. Del mismo modo, la buena vida (el bien-estar) no se consideraba, por ejemplo en Bacon, el resultado de la praxis, sino algo realizable a través de la técnica. [Regreso] 46
Michel Foucault, La arqueología del saber, 7a edición, Madrid, Siglo xxi, 1979. [Regreso] 47
A este respecto resulta interesante la distinción en lengua inglesa: polity es política formal, la política procedimental es politics y la sustantiva es policy. [Regreso] 48
Javier Castro y Andoni Ibarra, "Ocho hipótesis sobre las 'relaciones sociales de conocimiento' desde un enfoque representacional", en Ergo. Revista de Filosofía, 16, 2005: 23-42. [Regreso]
210
La vinculación del investigador con las diferentes formas de poder Adolfo Olea Franco Comprender la ciencia y la tecnología desde la filosofía política significa entenderlas como partes integrantes de la economía, de las relaciones de poder, de la desigualdad social, de la cultura, de las relaciones internacionales, así como explicar su institucionalización y financiamiento a lo largo de la historia, su producción y aplicación material y simbólica. Lo "interno" de las ciencias es tan sociocultural como lo "externo", y esto tan "objetivosubjetivo" como aquello. Significa también confrontar la concepción idílica del trabajo de científicos y tecnólogos, santos laicos cuyo fin esencial sería descubrir la "verdad" e inventar cosas que mejoren la vida, con los rasgos, más bien prosaicos, hoy predominantes de esas actividades. Elaboro enseguida algunos de estos rasgos. Destaca en primer término la mercantilización 1 y la militarización de las investigaciones mejor financiadas a nivel mundial, generadoras de ganancia y poder bélico para sus patrocinadores; 2 también la intervención manipuladora, incluso destructora, en los seres vivos, en los humanos, en los ecosistemas, basada en un conocimiento detallado de sus procesos fisiológicos, pero comúnmente ajena a la responsabilidad ética. 3 Otro rasgo, cada vez más acentuado, de las ciencias y tecnologías es la crasa artificialización que imponen, por motivos de lucro, a todo lo natural; práctica manipuladora que, en vez de resolver los existentes, crea nuevos problemas, tales como las enfermedades iatrogénicas, a los que, en una espiral sin fin, se les atribuirá todo tipo de causas naturales, que demandarán entonces otra "solución tecnológica", antes que reconocer el efecto causal de la intervención humana.
211
Igualmente notable es la concentración de la investigación científica y de la innovación tecnológica en unas cuantas naciones dominantes que realizan cerca del 90 por ciento de la investigación mundial y, por si eso fuera poco, difunden el prejuicio etnocéntrico de que sus prioridades cognitivas, asociadas a la producción y reproducción de su posición hegemónica, constituyen los "verdaderos" problemas de investigación.4 Este prejuicio, poderoso también en las naciones dominadas, conduce a menospreciar otras concepciones de la naturaleza, de la sociedad y la cultura, así como a excluir o marginar, en la producción de las ciencias institucionalizadas, a las grandes mayorías, a las mujeres, a los pueblos indígenas y a quienes son diferentes al modelo de "normalidad" sexual y política. El eurocentrismo, incapaz de comprender la otredad, adopta, en el terreno de las ciencias y las tecnologías, una actitud engañosa ante los conocimientos de los pueblos indígenas: por un lado, niega que sean conocimientos, si acaso serían creencias, pero, por otro lado, se apropia de esos conocimientos para patentarlos (botánicos, agrícolas, zoológicos, taxonómicos, médicos, ecológicos). La formación académica, generación tras generación, de estudiantes, maestros e investigadores de las ciencias sociales y naturales, de las humanidades y las artes, condiciona y es condicionada por el tipo de relaciones de subordinación, de interés compartido, de autonomía parcial, que el campo científico mantiene con el campo del poder y con el campo económico, mismas que suelen contrastar con las relaciones más bien distantes, y en todo caso casuales, desestructuradas, hasta reprimidas, que el campo científico mantiene con el campo social, con esa porción mayoritaria de la sociedad civil que no posee ni el poder político ni el poder económico. Las investigaciones científicas y tecnológicas se realizan hoy, 212
principalmente, en tres conjuntos de instituciones: a) las universidades, tecnológicos y otras instituciones de educación superior públicas y privadas; b) las secretarías de estado, cuyas tareas, cuando se hacen bien, demandan sólidos conocimientos sobre numerosos asuntos, y c) los laboratorios industriales de las grandes corporaciones creados desde los albores del siglo XX. En las naciones dominantes, estos tres grupos de instituciones están estrechamente articulados entre sí, a través, entre otras cosas, de programas de investigación realizados conjuntamente, mientras que en el resto de los países la interrelación es muy débil y las investigaciones en coordinación excepcionales.5 En México, las universidades públicas hacen la mayor parte de la investigación, inconspicua en las privadas, mientras que la investigación industrial y gubernamental es muy escasa. Las naciones fundadas tras sacudirse el yugo colonial, han enfrentado numerosos obstáculos para desarrollarse, el más importante de los cuales, mas no el único, es el poderío militar, financiero, industrial, científico y tecnológico de los países industrializados, surgido en parte del prolongado, todavía en curso, robo colonial y neocolonial. La mayoría de las naciones de América Latina, África y Asia posee una industrialización propia parcial y superficial, disimulada por la notoria presencia de las empresas trasnacionales estadounidenses, europeas y japonesas, que controlan los sectores económicos de capital y tecnología intensivos, generadores de mayor ganancia. La investigación industrial demanda cuantiosa inversión financiera, complejas instalaciones y equipamiento, personal científico experimentado y altamente calificado, así como actividades productivas y de servicios que incorporen las innovaciones y generen ganancias económicas, parte de las cuales, a su vez, serán reinvertidas en investigación científica y creación de tecnología. 213
En nuestro territorio hacen un poco de investigación industrial sólo las empresas públicas, entre ellas Petróleos Mexicanos y la Compañía Federal de Electricidad, hoy acosadas y amenazadas por el propio Estado nacional con la privatización; por su parte, las empresas privadas mexicanas no hacen casi ninguna investigación industrial. Innumerables actividades agrícolas, industriales, comerciales, médicas, mediáticas, educativas, bancarias, por mencionar unas cuantas, descansan en la importación de tecnologías diversas, desde los tomógrafos hasta los sistemas informáticos y de comunicación. A través de personas físicas, las corporaciones trasnacionales tienen registradas, sobre todo en sus territorios de origen, cientos de miles de patentes tecnológicas que les aseguran regalías cuantiosas y les facilitan bloquear o excluir a sus competidores. Esto no ha cambiado un ápice, como podría inducir a creer el traslado de plantas ensambladoras y otras instalaciones de corporativos trasnacionales a países dominados, donde la mano de obra es barata, el movimiento laboral débil, la regulación ambiental laxa o inexistente y, por si estas ventajas para las trasnacionales fueran pocas, sus subsidiarias no pagan impuestos ni aranceles por la importación de insumos desde sus matrices nacionales. Por el contrario, son cada vez más frecuentes los casos de usufructo privado de las capacidades mundiales de investigación pública. Las megacorporaciones trabajan estrechamente, en sus países de origen, con universidades, fundaciones y gobiernos, además de integrar en sus programas a científicos muy reconocidos, lo que facilita que académicos de los países subalternos financiados con el presupuesto público consideren un honor participar en los "proyectos internacionales de investigación de frontera". Se trata casi siempre de dirigentes de grupos de investigación que al convertirse, individual y colectivamente, en un 214
nodo más de las redes científicas internacionales incrementan su cotización académica. Dos botones de muestra: 1) en febrero de 1993, a escasos dos años de la desintegración de la URSS, las trasnacionales estadounidenses ATT, Lockheed y MacDonnell Douglas Aerospace, usufructuaban en Rusia, con una minúscula inversión adicional, el trabajo de grupos universitarios y gubernamentales de investigación considerados líderes mundiales en su campo; además, en 1992 trabajaban en territorio estadounidense 3 000 experimentados científicos rusos que abandonaron su convulsionada nación en los meses anteriores; 6 2) en 2001 hubo en México intensas polémicas, tras la denuncia hecha por Alejandro Nadal en 1999 y posteriormente también por otros investigadores y organizaciones sociales independientes, de que la unam y otras instituciones académicas mexicanas habían firmado contratos con empresas y universidades estadounidenses para investigar conjuntamente la biodiversidad mexicana y su potencial biotecnológico, con la promesa de beneficios hipotéticos para los pueblos indios y de una asociación con los investigadores y las instituciones mexicanas. Por el lado mexicano, participaron institutos de la unam, El Colegio de la Frontera Sur y algunas ong, mientras que la contraparte estadounidense incluyó a WWF, Conservation International, The Nature Conservancy, la Universidad de Georgia, la Universidad de Arizona, y empresas como Diversa, Molecular Nature, Wyeth y Novartis. La percepción pública predominante en estos debates fue que la bioprospección, como la llaman las trasnacionales, es en realidad biopiratería, saqueo de recursos biogenéticos. 7 Por otro lado, en los últimos veinticinco años los estados de los países dominados han entregado el control de la economía patria a las trasnacionales, proceso llamado, para confundir, desregulación de la economía; asimismo, han privatizado la propiedad pública, 215
han pagado sumas exorbitantes de intereses de la deuda externa, han liberado el comercio y permitido la inversión, prácticamente sin límite, de capital extranjero especulativo, que se mueve día a día en la red informática en forma de miles de millones de dólares de dinero virtual.8 Para las mercancías, las maquiladoras y el capital, libre circulación; para decenas de millones de niños, mujeres y hombres que arriesgan su vida al emigrar de América Latina a Estados Unidos y de África a Europa en busca de trabajo, muros que reducen el de Berlín a guarnición de banqueta, patrullas fronterizas que disparan balas de goma que sí matan, polleros que abandonan a sus clientes a morir en el desierto o de asfixia en contenedores sin ventilación y, por si eso no bastara, la amenaza del otro lado de la frontera, en el "mundo libre y democrático", de racistas armados como los del Proyecto Minuteman, mismos que afortunadamente son repudiados por estadounidenses nobles que defienden los derechos humanos y sociales de los trabajadores migratorios y sus familias. Los frentes de lucha se han tornado más complejos, ya que en las naciones dominantes está presente el "tercer mundo", no sólo en los migrantes, sino también en contingentes significativos de ciudadanos de esos países que también luchan contra los efectos destructivos de las políticas neoliberales de aplicación global. De manera análoga, en los países dominados está presente el "primer mundo", representado por los capitalistas, políticos e intelectuales locales que son parte de la maquinaria de las corporaciones trasnacionales y de las estrategias geopolíticas de los estados hegemónicos. Cada vez más débiles frente a los estados hegemónicos, los nuestros no tienen entre sus prioridades la defensa de la soberanía nacional ni la protección de los derechos sociales de la población. Al tiempo que sonríen para la foto y dicen que vivimos en un país de maravillas, aplican políticas neoliberales que conducen al 216
abismo a la agricultura, la industria, el mercado, la banca, la salud y la cultura, lo que a su vez debilita o elimina dependencias de investigación de las secretarías de Estado, creadas tiempo ha en aras del desarrollo nacional, pero ahora consideradas prescindibles porque, según el credo neoliberal, no son funcionales al "mercado mundial" y lo invertido en ellas es un derroche y, peor aún, un obstáculo a los negocios del capital. Para éste sólo son "racionales" las actividades que le proporcionan ganancias y desleales e ineficientes las realizadas por organismos públicos para beneficiar a las mayorías sociales. En contraste, Estados Unidos, la Unión Europea (un superestado), Japón y China, han fortalecido sus estructuras estatales. Estados Unidos se arroga, incluso, el derecho de imponer al resto de la humanidad "leyes" extraterritoriales, invade y ocupa militarmente naciones soberanas, se apropia de las fuentes de las materias primas estratégicas (petróleo, gas, agua, biodiversidad) y amenaza con su monstruoso arsenal de armas de destrucción masiva (ciencia reificada) a los países que no se pliegan a sus designios, con lo que pone en práctica no una "guerra contra el terrorismo", sino operaciones de "terrorismo de estado" planificadas por miles de académicos integrados en los think tanks neoliberales, entre ellos científicos naturales y sociales, ingenieros, matemáticos, comunicólogos. Por medios no bélicos, pero económica y políticamente violentos, como la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, los gobiernos del G-7 y, recientemente, hasta la Organización de las Naciones Unidas, específicamente su Consejo de Seguridad, Estados Unidos y otras naciones dominantes imponen al resto de la población mundial, con la colaboración de los gobiernos y estados locales, que junto con las oligarquías nacionales se integran en 217
posición subordinada a la minoría planetaria privilegiada, un "orden mundial" profundamente injusto y destructor de los derechos humanos y sociales de las grandes mayorías de hombres, mujeres y niños del hemisferio sur, pero también de sectores crecientes de trabajadores del hemisferio norte que sufren la mutilación de sus derechos, el desempleo y la marginación. En las naciones del hemisferio norte se han desarrollado desde hace quinientos años, lenta pero ininterrumpidamente, los vínculos entre las ciencias y la producción económica, el comercio, la navegación, la guerra, la expansión colonialista y neocolonialista, la organización del Estado y la ejecución de sus tareas nacionales e internacionales, así como la relación mutua entre ciencias, revoluciones industriales y revoluciones tecnológicas. Las ciencias naturales y sociales son actualmente elementos constitutivos de las estructuras y de las superestructuras de las sociedades modernas. La producción de conocimientos científicos y tecnológicos afecta y es afectada poderosamente por el desarrollo económico, político, social y cultural; influye y es influida por lo que producimos y cómo lo producimos, por la forma en que nos organizamos y concebimos al ser humano y a la naturaleza. Las ciencias son simultáneamente causa y efecto de la sociedad y de la cultura: otras sociedades y otras culturas producirán otras ciencias y otros conocimientos, los que, a su vez, impartirán a las sociedades y a las culturas rasgos distintos. Por otro lado, lo que suele llamarse genéricamente "conocimiento científico", lejos de ser sinónimo de "verdadero", es un conjunto vasto y heterogéneo de planteamientos, representaciones y proyecciones desde y hacia la praxis humana, nacido del estudio de aristas concretas de la realidad objetiva que forman parte de las prácticas industriales, sociales, sexuales, sanitarias, culturales y bélicas, entre otras. La vinculación a priori y a posteriori entre el 218
contexto multifactorial y el proceso de producción y aplicación de conocimiento, condiciona tanto el contenido del conocimiento adquirido, como el uso instrumental al que pueda ser destinado. Así, la producción, bajo los paradigmas ortodoxos de las ciencias naturales y sociales en las naciones hegemónicas y dominadas, está tan cercana de la "verdad", a secas, como lo están las bellas artes, en su versión consagrada u occidental, de la "belleza" per se, o la ética al servicio de los poderosos lo está del "bien y la justicia". Lo que quiero decir es que ni la producción ni la definición de la verdad, la belleza, el bien y la justicia son monopolio de ningún conjunto de naciones, instituciones o especialistas. Tienen, por el contrario, orígenes y sentidos múltiples. Algunas "verdades científicas", por ejemplo, es posible obtener energía eléctrica a partir de la energía nuclear, son de alcance limitado, no tienen, a menos que se quiera distorsionarlas o convertirlas en medios para otros fines, implicaciones ideológicas, políticas o éticas. En este caso concreto, la experiencia de los últimos sesenta años refutó a los panegiristas de la industria nucleoeléctrica, ciegos ante las amenazas que planteaba a la seguridad humana y de la biosfera. Fueron millones y millones de no especialistas, de ciudadanos comunes, que a veces contaron con el apoyo de investigadores, los que lanzaron la voz de alarma sobre los peligros reales y potenciales de esta industria. Otras supuestas "verdades científicas", como la afirmación "la inteligencia humana es hereditaria porque está codificada en los genes", tienen un sentido expansivo, ajeno a investigaciones desprejuiciadas, que contribuye, junto con otros factores, a otorgar credibilidad a las viejas y nuevas creencias racistas y sexistas, que al ser defendidas por los "sabios" adquieren un barniz de respetabilidad.9 En los debates 10 sobre la energía nucleoeléctrica y el racismo genético, y en otros similares, los científicos naturales discutieron 219
entre sí y con los científicos sociales, los que a su vez tampoco defendieron una sola posición. A pesar de las controversias entre especialistas, la mayoría de ellos adoptó un determinado punto de vista que pasó a ser, al menos temporalmente, la "ortodoxia", la "verdad", por razones institucionales, ideológicas y políticas, vinculadas más con su ubicación nacional y socioeconómica que con las investigaciones que habían hecho. Estas razones distintas a las de la lógica, la epistemología y la evidencia experimental, no son irracionales, sino formas de la razón instrumental, estratagemas del intelecto que permiten ocultar con argumentos "inteligentes" la desnudez de los intereses personales y corporativos de ganancia monetaria y de ejercicio del poder. Respecto a éstos y otros problemas, los no especialistas han tenido, también, mucho que decir, si bien su voz ha sido igualmente heterogénea. Con la pura ciencia o con la ciencia pura sería imposible elaborar argumentaciones tan vastas y significativas como las que hoy aceptamos como teorías generales de la naturaleza, la sociedad, la historia y el ser humano. Tanto los científicos como los legos conocen estas grandes teorías en la forma de extensas estructuras argumentativas en cuya elaboración son elementos constitutivos, y no meramente recursos expresivos, las imágenes, las metáforas, las analogías y otros medios e insumos culturales con los que se construyen los significados simbólicos emanados de las ciencias, significados que se plasman también de manera práctica en la esfera de las relaciones sociales y de la producción material.11 Las fronteras entre los tres conjuntos de instituciones sede de las investigaciones científicas, mencionados arriba, son móviles. Cada uno de ellos experimenta cambios internos y posee un peso relativo en las relaciones con los otros sectores, el más poderoso de los cuales, casi siempre el capital financiero, bien posicionado no sólo 220
en las corporaciones sino también en los estados y las universidades, logra imponer sus proyectos a los demás, al aprovechar en su favor la profusa y confusa mezcla entre las esferas pública y privada. Las actividades públicas fomentan en menor o mayor medida las privadas, desde simplemente asignar a una firma la construcción de una obra pública de uso social generalizado, que sería lo esperable en una verdadera democracia, hasta canalizar a empresas privadas cuantiosas sumas de recursos públicos para que las inviertan de manera lucrativa para ellas, incluso en detrimento del interés social mayoritario, cosa que se ha vuelto la norma en las plutocracias realmente existentes, ¿qué si no significa, entre otros asuntos semejantes, la mengua constante y hasta la pérdida de los fondos de retiro de los trabajadores, entregados por los estados a corporaciones que cobran comisiones a los dueños de ese dinero por "administrarlo"? De manera complementaria, los intereses privados son tomados en cuenta, implícita o explícitamente, en la elaboración y ejecución por el Estado capitalista de las políticas educativas, culturales, comerciales, económicas, fiscales, arancelarias y laborales, entre otras. Asimismo, la inversión de los recursos públicos en el sistema productivo y en el conjunto de la sociedad aporta cuantiosos beneficios al sector privado, que sólo considera indebida la intervención pública en la economía cuando el principal beneficiario no es el capital, sino la población mayoritaria. Cuando la intervención del Estado capitalista es para rescatar financieramente a las empresas en quiebra, estimular su crecimiento con exenciones fiscales y arancelarias, favorecerlas con topes salariales impuestos a los trabajadores y con el control de los sindicatos, los pensadores neoliberales no amenazan al estado con "la mano invisible" del mercado, detrás de la cual siempre hay un "puño invisible" que lo hace funcionar. 12 221
Entender la diferencia y la vinculación entre lo público y lo privado es imprescindible para valorar la índole del conocimiento científico y de la tecnología, caracterizados, habitualmente, como parte del patrimonio de la humanidad, según la creencia de que se producen y aplican en la sociedad en aras del bienestar del ser humano, sin distingos de nacionalidad, clase social, sexo, etnia, religión o posición política. Sin embargo, el conocimiento científico y la tecnología tienen una naturaleza ambivalente, son lo mismo recursos públicos que privados. Pueden ser producidos, apropiados y usufructuados de manera privada, es decir, en este caso su principal función es aportar ganancias, aunque se conviertan en parte de la cultura general y sus aplicaciones ideológicas o materiales sean públicas. Pueden ser producidos, en contraste, con financiamiento público y en instituciones públicas, pero aún así ser apropiados y usufructuados por empresas capitalistas que tornan, lo que supuestamente era patrimonio de todos, en fuente de ganancias privadas, en alianza con los investigadores que registran las patentes y se convierten en accionistas de las corporaciones. La realidad siempre es más compleja, más enredada, que las categorías que elaboramos para nombrarla, describirla y comprenderla. Ocurre así que, en el puñado de naciones que domina el mundo, sus universidades y tecnológicos privados más prestigiosos, por ejemplo la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts, reciben cuantioso dinero público, vía el financiamiento de sus investigaciones, la exención fiscal, el otorgamiento de becas a sus estudiantes, la ubicación de sus egresados en posiciones de mando en la esfera pública y el apoyo a sus programas internacionales de formación de investigadores, funcionarios gubernamentales, políticos y militares extranjeros, muchos de los cuales aprenden a pie juntillas la forma "correcta" de 222
interpretar y vivir el mundo; incluso, Estados Unidos retiene año con año decenas de miles de científicos, médicos e ingenieros, formados en otros países, sobre todo en los del hemisferio sur, la célebre y un poco olvidada "fuga de cerebros". En cada país dominante, son instituciones como éstas las que reciben también abundante inversión del capital financiero, mediante la firma de contratos con grupos de investigación líderes en su disciplina, que prohíben o restringen severamente hacer públicos los hallazgos mientras no se hayan hecho registros de patente sobre los mismos o no hayan sido resguardados por otros instrumentos que protegen la propiedad intelectual.13 El secreto, el ocultamiento, no es nuevo en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero hoy alcanza una magnitud desmesurada. Enseguida caracterizo sucintamente a los tres conjuntos de instituciones que hacen investigación científica y tecnológica, comienzo con las universidades, que podrían ser consideradas la base contemporánea del campo del conocimiento, aunque las universidades renacentistas y de la etapa inicial de la modernidad europea, todavía empapadas de escolasticismo, fueron antagónicas a los antecedentes y primeras teorías de las ciencias naturales y sociales que florecieron fuera de las universidades. Tras el poderoso avance del capitalismo posterior a la Revolución industrial, posibilitada por la acumulación financiera de tres siglos de colonialismo y esclavismo, las universidades europeas, estadounidenses y japonesas adquirieron lentamente, emulando el novedoso modelo alemán de principios del siglo xix, el perfil de instituciones de enseñanza superior y de posgrado, cuyos profesores se dedican también a hacer investigación original, junto con sus estudiantes de posgrado, en los diversos campos del conocimiento, así como a trabajar de asesores y funcionarios de los estados y las empresas, incluso como fundadores de corporaciones 223
industriales que lucran con los más recientes hallazgos científicos. 14 Las universidades de los países constituidos una vez liberados del yugo colonial extranjero, siguieron otros patrones de desarrollo, si bien han tenido como meta, en general, ser similares a las de las naciones industrializadas, pero el dominio económico y político que éstas tienen sobre las no industrializadas ha dificultado que nuestras universidades trabajen para la agricultura y la industria nacionales, actividades productivas en que las corporaciones extranjeras han sentado sus reales. Las instituciones de educación superior (IES) forman prácticamente a todo el personal dedicado a la investigación científica y tecnológica, desde los creadores de las teorías generales de la naturaleza, del ser humano y de la sociedad hasta los técnicos de apoyo a las labores de investigación. Si, como desde hace dos décadas, las IES públicas prosiguen el abandono, impuesto desde organismos internacionales y nacionales empeñados en destruir la autonomía universitaria, de su función social originaria, es decir, servir al interés social mayoritario para ponerse al servicio del "mercado mundial" o de la "sociedad del conocimiento y la innovación", bella frase que oculta la fealdad del "nuevo orden mundial", el campo universitario y del conocimiento tendrá un carácter cada vez más instrumental, más privatizado, por ende antagónico al pensamiento crítico, fuente de las ciencias naturales y sociales, de las humanidades y de las artes modernas y, previsiblemente, fuente también de las futuras concepciones teóricas. Expulsar de las universidades públicas al pensamiento crítico, que es independiente del poder y osa describir su desnudez, equivale a convertir esas instituciones en empresas lucrativas, cuya razón de ser es la ganancia y no la formación en valores éticos y democráticos de ciudadanos socialmente responsables, sensibles a lo que ocurre no solamente consigo 224
mismos y en su entorno inmediato, sino en el ancho mundo, hoy oprimido por el despliegue de las armas de destrucción masiva estadounidenses.15 La estructura de la economía mundial contemporánea, en su fase de globalización neoliberal, retruécano posmoderno que no logra endulzar la amarga realidad del imperialismo, beneficia a los capitalistas financieros dueños de los gigantescos oligopolios trasnacionales, en detrimento de sectores crecientes de la población trabajadora de las naciones dominantes en que surgieron esas empresas y sobre todo en perjuicio de las clases trabajadoras de los países de América Latina, África y Asia, cuyos estados nacionales tienden a reducirse, con la colaboración solícita de las clases dominantes locales, al papel de ejecutores de las políticas económicas, comerciales y educativas, entre otras, elaboradas por la Organización Mundial de Comercio y organismos internacionales similares. En particular, el Estado mexicano hace menos por garantizar los derechos sociales de los sectores mayoritarios de la población que por favorecer los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos y sus corporaciones trasnacionales. Eso significa el TLC, que en once años concentró aún más el comercio de exportación e importación en estados unidos y ahondó la decadencia del campo y la industria del país; eso significa la política de relaciones internacionales con Cuba y América Latina; eso significa la creciente privatización de las fuentes de materias primas, del patrimonio cultural y de las empresas propiedad de la nación; eso significa que las industrias eléctrica y petrolera nacionales, legalmente públicas pero parcialmente privatizadas por la vía administrativa, no puedan reinvertir la porción de sus ingresos necesaria para su mantenimiento y crecimiento, lo que ha orillado a Pemex, amén de manejos dudosos, a acumular una descomunal deuda externa, al tiempo que se pretende hacer creíble el 225
argumento de que la inversión de capital extranjero en estas industrias sería la salvación, porque sería "garante de nuestra soberanía", al contribuir a disminuir nuestras importaciones de petroquímicos, tesis absurda del gobierno de Vicente Fox; eso significa, también, la privatización de la seguridad social y la emigración a estados unidos de millones de mexicanos en los últimos años, entre tantos otros hechos que marcan el retroceso de México hacia la condición neocolonial. Estas políticas públicas benefician solamente a la oligarquía nacional y extranjera. Por otro lado, tienen un efecto lesivo en el sistema educativo, en particular en el nivel superior, porque deforman la función social de las universidades, que se pretende trabajen no sólo para producir profesionales y conocimientos constructores de la soberanía, sino para ser funcionales al mercado mundial. Si no logramos revertir el proceso de exterminio de la nación, la economía en verdad mexicana desaparecería o quedaría reducida a una existencia marginal, como revela el carácter informal de casi 50 por ciento de nuestra economía. Simultáneamente, se reforzaría el control de un puñado de trasnacionales sobre la agricultura, la industria, la banca y los servicios, y también sobre los poderes formales del Estado. Estas empresas crean muy pocos empleos, y los que crean son de bajo salario y precarios, de manera que los profesionales mexicanos tendrían cada vez menos oportunidades de realizar tareas complejas que demandan los más altos niveles de habilitación académica y científica, a menos que se pusieran al servicio de las trasnacionales. Los cuadros dirigentes del Estado, supuestos representantes del interés general de la sociedad, controlan las relaciones entre las instituciones quelo conforman y las pertenecientes a la sociedad civil y al capital privado. La cuantía del apoyo oficial a estos tres 226
tipos de instituciones depende de la inestable y desigual composición de las fuerzas sociales y políticas que dirigen el Estado, cuya orientación principal es determinada, salvo en periodos revolucionarios, por las clases dominantes, en ocasiones con la connivencia de los "representantes" de las clases oprimidas, instalados cómodamente en la habitual "retórica de oposición", 16 en vez de esforzarse por frenar la aplicación de políticas que lesionan los derechos sociales. Según la teoría simple de la democracia como expresión de la voluntad general, el interés mayoritario de la sociedad debería predominar en los tres poderes formales del Estado, ya que al menos dos de ellos, el Ejecutivo y el Legislativo, son electos por la ciudadanía, y son responsables, a su vez, como poderes delegados, de elegir al Judicial. Debería predominar también en las múltiples instituciones dependientes de esos tres poderes; en las empresas propiedad de la nación; 17 en las universidades autónomas; en los sindicatos y otras organizaciones laborales corporativizadas, que poseen edificios, centros sociales, deportivos y hoteles; en el aparato electoral y de partidos políticos financiado con recursos públicos; en la red de hospitales, tiendas y demás instituciones integrantes de la seguridad social, entre tantos organismos públicos creados antaño para satisfacer las demandas de movimientos sociales exitosos, época en que la URSS representaba la alternativa socialista al capitalismo, por lo cual el Estado de bienestar era indispensable para evitar la radicalización de los sectores minoritarios de trabajadores organizados. En la práctica, el interés mayoritario no predomina en el Estado, porque la sociedad está fragmentada en clases separadas entre sí por profundas desigualdades en la posesión de la riqueza material, del poder político y del conocimiento, acaparados por las clases dominantes, minoría social que logra imponer, a través de diversos 227
mecanismos, un modelo de ser humano, de sociedad, de país y, cuando se trata de la burguesía financiera y política transnacional, un modelo de sistema mundo, que produce y reproduce su posición dominante, sin importarle la explotación, la pobreza, el sufrimiento y la muerte que impone al resto de la sociedad y la humanidad. La división jerárquica de la sociedad se reproduce al interior de todas las instituciones públicas y privadas, con opresores y oprimidos que disputan dentro de ellas y que a través de esas luchas materiales y simbólicas, a veces intensas, en ocasiones imperceptibles, dan una dirección u otra a esas instituciones y al conjunto de la sociedad. En cada país del tercer mundo existe una minoría social opresora que se beneficia con las injustas relaciones nacionales e internacionales prevalecientes; minoría local subordinada, a su vez, a la minoría que dirige tanto el puñado de naciones hegemónicas a nivel mundial como las corporaciones trasnacionales y los organismos financieros, militares, comerciales y políticos internacionales. Los dominantes locales en el tercer mundo son, así, "dominantes dominados": en la esfera nacional se afanan por imponer al resto de la sociedad proyectos no concebidos por ellos, proyectos de los que suelen ser socios o empleados menores. En cambio, en la esfera internacional, ante los "dominantes dominadores", suelen ser dóciles, pero esconden su condición de subordinados tras la retórica del mercado mundial y la "inevitabilidad" de los hechos: lo que ocurre no sería contingente, sino necesario, el supuesto "fin de la historia" sería también el reino de lo ineluctable. La jaula de hierro del mercado mundial, desde luego, es mucho más que retórica, pero no es indestructible, es tan susceptible de corrosión como las tesis del pensamiento único. Entre la minoría dominante y la mayoría dominada se hallan clases y estratos sociales, grupos y organizaciones políticas más heterogéneos que los pertenecientes a los polos de arriba y abajo. 228
De estos sectores intermedios procede buena parte de los funcionarios, políticos y líderes sindicales enteramente funcionales al statu quo en México. En términos generales, salvo contadas excepciones, los altos dirigentes de casi todas las instituciones públicas pertenecen a la misma clase social, la burguesa o capitalista, están en proceso de integrarse a ella o están empeñados en lograrlo a como dé lugar. Están, por decir lo menos, firmemente integrados a estructuras sociales en condiciones muy favorables para ellos y ellas, por lo que difícilmente se arriesgarían a poner en crisis las relaciones sociales dominantes, a menos que éstas experimenten un proceso de disolución ante el embate de otras fuerzas. Para no ser maniqueo, debo reconocer que también grupos y personas de las clases dominadas contribuyen al mantenimiento de las estructuras económicas, sociales y políticas existentes, en aras de sus propios intereses sectarios e individuales, ya sea aceptando pasivamente la dominación, ya sea colaborando, de manera consciente o inconsciente, con las clases dominantes, ya sea a través de beneficiarse indebidamente con los recursos de los sindicatos, los ejidos, las tierras comunales, las organizaciones sociales, los partidos políticos de "oposición", etcétera. De estos sectores sociales medios proviene, precisamente, la mayoría de los científicos y tecnólogos, si bien quienes ocupan las posiciones más elevadas en las instituciones dedicadas a la enseñanza superior y la investigación tienen frecuentemente un origen social más elevado, ya sea en familias largamente establecidas en el campo del conocimiento, ya sea en familias de la burguesía. Lo mismo vale, en términos generales, para los altos cuadros dirigentes del estado y de las empresas capitalistas.18 Volveré más adelante a este punto al abordar la cuestión de quiénes son los sujetos sociales que hacen investigación y qué 229
tanto y de qué manera deciden sobre sus problemáticas de investigación y de aplicación tecnológica de los resultados. Los científicos son sujetos sociales similares al resto, en cuanto al modo en que establecen relaciones y realizan su trabajo, es decir, viven un proceso de formación que los habilita para buscar una posición laboral en la enseñanza y la investigación (o las tareas propias de quienes investigan en secretarías de estado o en empresas capitalistas); procuran obtener financiamiento y reconocimiento a sus investigaciones, para lo cual tienen que sujetarse a las reglas explícitas e implícitas ya existentes en el campo, tocantes a los métodos de investigación, las formas de publicación, la estructura lógica y discursiva de una argumentación científica, el manejo de los resultados experimentales o evidencias prácticas, los problemas de investigación considerados relevantes; trabajar en el marco de las relaciones establecidas entre una disciplina de investigación y las fuentes potenciales de financiamiento público y privado, acatar las reglas de valoración o medición del mérito de los logros de investigación. En fin, el investigador novel procura integrarse a una disciplina determinada que encuentra estructurada casi de manera completa, lo que no impide, desde luego, que sea susceptible de transformación. En ese sentido, como trabajador asalariado, por lo menos en la mayoría de los casos, porque hay también científicos-empresarios o empresarios-científicos, el o la investigadora arriba a un campo donde todo parece estar repartido, con escasos espacios para moverse libremente, donde el movimiento libre puede estar incluso prohibido. La llamada "comunidad científica" está completamente jerarquizada, hay desde los directores de investigación que tienen bajo su mando a docenas de investigadores, hasta los técnicos, empleados manuales y los estudiantes graduados y no graduados asociados a grupos de investigación. Esta estructura jerárquica 230
hace necesario el concepto de campo científico de Bourdieu: hay dominantes y dominados, hay jefes y subordinados, hay grandes y pequeños productores, que se disputan entre sí los recursos económicos, las plazas y las posibilidades de consagración reservadas a los creadores de teorías científicas ampliamente reconocidas. ¿Las posiciones arriba, en medio y abajo en la estructura jerárquica son asignadas por el mérito de las personas y/o por el origen de clase social, de etnia y de género? ¿Ayudaría ese origen de clase, etnia y género, según su distribución en los escalones de la jerarquía, a pensar el problema de hacia dónde se orienta la investigación científica, para servir a qué fines y a qué clase, etnia y género? ¿Ocurre acaso que los "grandes" científicos, los jefes de laboratorios mundialmente célebres, los altos funcionarios públicos y privados que asignan financiamiento a las investigaciones, tengan un origen campesino, obrero, femenino o indígena? Desde luego que una mujer, un obrero o un indio pueden llegar a ser investigadores reconocidos o integrantes de la clase política o de la clase empresarial, pero no se trata solamente de esa posibilidad individual, sino de la toma de decisiones sociales por parte del poder político, económico y militar y de la orientación que tengan esas decisiones, que benefician ciertos intereses y perjudican otros. Gregor Mendel nació en una familia pobre del campesinado austrohúngaro e hizo sus investigaciones en un monasterio agustino del que fue abad; Charles Darwin en una familia de la gran burguesía inglesa, hizo todo su trabajo, tras su viaje de circunnavegación alrededor del mundo, en su casa, y no ocupó ninguna plaza universitaria; Albert Einstein, vástago de una familia judía de la pequeña burguesía alemana, concibió sus conclusiones teóricas más importantes mientras trabajaba como empleado de 231
una oficina de patentes, años antes de que pudiera siquiera aspirar a ser un profesor universitario. Es evidente que el origen nacional, de clase, étnico y de género, juzgado de esta manera simplista, parece ayudar muy poco a valorar las contribuciones científicas de Mendel, Darwin y Einstein. Sin embargo, la forma específica de sus investigaciones, las conclusiones que elaboraron y la manera en que las expresaron discursivamente, están íntimamente vinculadas con sus contextos nacionales y socioculturales, mismos que, evidentemente, no aportan toda la explicación de la creatividad de estos científicos, pero sí ayudan a insertarlos en el reino de este mundo y a poner un límite a la mistificación idealista. El campo científico tiene una autonomía relativa respecto a los campos social, económico y político, está vinculado con ellos, pero no es reductible a ninguno de ellos, como tampoco es enteramente separable de ninguno de ellos. Este principio se aplica de manera diferencial a las diversas ciencias: la matemática, la física y la astronomía disfrutan de una mayor autonomía relativa que la química y la biología, mientras que en esta escala las ciencias sociales y las humanidades tienen una autonomía relativa menor, pero poseen alguna.19 Sin embargo, a diferencia de la concepción de Bourdieu que inspira las líneas anteriores, considero que la autonomía relativa de las ciencias modernas más consolidadas, como la física, es fundamentalmente de tipo intelectual, es decir, ni el poder político, ni el económico, ni el militar, ni la iglesia le dictan sus conclusiones conceptuales y teóricas, ni determinan sus metodologías de investigación. Mas creo que incluso la física es sujeto de un enorme control político, económico y militar por la vía del financiamiento de sus investigaciones: durante los últimos setenta y cinco años la física, integrada por docenas de disciplinas y áreas de investigación, avanzó enormemente en Estados Unidos, pero su 232
principal motor no fue, sospecho, la búsqueda de conocimientos y tecnologías para el "bienestar de la humanidad", sino la búsqueda de la ganancia capitalista y del máximo poderío militar. Dicho lo cual, no pretendo que la obra científica de, digamos, J. Robert Oppenheimer, Richard P. Feynman o Murray Gell-Mann, pueda explicarse como simple consecuencia del imperialismo estadounidense, pero considero que entender la formación de estos físicos y sus actitudes ideológicas y políticas demanda saber cómo funcionaba la sociedad y la élite del poder estadounidenses en la primera mitad del siglo xx, así como saber que los físicos tenían una vinculación estrecha con el Estado y las corporaciones con objeto de acrecentar el poderío bélico de su país, aún si, como en el caso de Gell-Mann y otros físicos de partículas que también recibieron el premio Nobel, se trataba de la guerra genocida contra el pueblo vietnamita. 20 Como existe una vinculación multiforme, compleja, cambiante, entre los campos social, político, económico y científico, la estructura y funcionamiento de este último no puede entenderse como si fuese el producto de procesos puramente endógenos. El financiamiento de la investigación no se decide dentro del propio campo del conocimiento, aunque podría creerse que es así porque las problemáticas de investigación que son financiadas son diseñadas principalmente, aunque no de manera exclusiva, por los científicos. La orientación y las aplicaciones de la investigación tampoco son controladas exclusivamente por los científicos. A mi juicio, en todo esto hay un fuerte componente que proviene de los otros campos y también de la trayectoria y de la situación de la disciplina de investigación a nivel internacional. El contenido de las teorías y conceptos, las conclusiones que se alcanzan en la investigación, son conformados principalmente por los investigadores, que, de todos modos, tienen que explicar sus 233
logros con el lenguaje común y los recursos expresivos que lo integran, desde las palabras, las oraciones, las analogías, las metáforas, los modelos, las imágenes, en fin, la transferencia de conceptos de otras disciplinas. Debe tomarse en cuenta que hay, aunque no siempre, una retraducción o una transfiguración de los recursos expresivos comunes, así como el recurso de modelos matemáticos y otras formas de representación formal. La concepción de Bourdieu sobre las ciencias es, hasta cierto punto, una idealización del campo científico, ya que ignoró, como si no existiera, el vasto conjunto de investigaciones sobre el uso ideológico, político, cultural, racista, sexista que se ha hecho de teorías científicas o pseudocientíficas; cuando habla de ciencia, a mi juicio, Bourdieu habla del deber ser de la ciencia: como conocimiento no contaminado por las limitaciones, intereses y ruindades humanas, que a final de cuentas serían filtradas por la vigilancia epistemológica, pero no analiza la ciencia realmente existente, excepto en los aspectos cubiertos por su modelo de libre concurrencia, de acuerdo con el cual una de las condiciones sociales que hacen posible la objetividad científica sería el carácter auto correctivo de las investigaciones, consistente en que los principales productores intelectuales, enzarzados en una competencia inclemente, no son sólo los más capaces de entender y aprovechar lo que publican suscontrincantes, sino también, llegado el caso, de refutar sus planteamientos. La competencia entre los científicos más dotados sería, así, una de las raíces sociales de la objetividad, que sin duda tendría también raíces epistemológicas y metodológicas. Ni una sola palabra, o casi, en su vasta obra sobre la militarización de la ciencia, sobre la mercantilización de la ciencia (empezó a hablar de esto hasta sus últimas publicaciones); 21 sobre el uso racista y genocida que de las ciencias, o de lo que pasa por ciencias, hacen las naciones 234
hegemónicas que oprimen, en mancuerna con las oligarquías locales, a los pueblos del tercer mundo. En cuanto a la vastedad y diversidad de la humanidad, siguió adherido, como Michel Foucault y Jürgen Habermas, a la visión eurocentrista de la realidad y de la historia, ¿cómo iba a escapar de la influencia de esos elementos tan profundos de su formación intelectual? No albergo, empero, duda alguna de que su obra se cuenta entre las de mayor valor en la sociología del siglo xx. Con base en la teoría de Bourdieu, intento enseguida una caracterización de las ciencias y las tecnologías en las redes formadas por los campos político, económico, científico y social. El campo político lo constituyen, a través de sus prácticas, los grupos e individuos que integran las instituciones del Estado, así como quienes luchan por el poder público, desde los partidos políticos hasta los medios masivos de comunicación. Éstos son también parte del campo periodístico y del campo económico o empresarial. El Estado, entendido como la inmensa y variada red de instituciones públicas que lo constituyen, es un espacio de confrontación entre los intereses, demandas y proyectos de las diferentes clases sociales, etnias y sexos. Intereses, demandas y proyectos que pueden o no ser incorporados a las actividades políticas por los partidos que, se supone, representan a los diferentes sectores sociales. Dado que los partidos políticos representan, en el mejor de los casos las preferencias electorales de la ciudadanía, pero excluyen la satisfacción de las necesidades fundamentales de las amplias mayorías de la población (trabajo, vivienda, educación, salud, tierra, salario) o sólo las mencionan en sus plataformas políticas con fines de proselitismo electoral, sectores de obreros, campesinos, empleados, estudiantes, mujeres, maestros, pueblos indios, entre otros, han creado movimientos sociales rara vez 235
articulados entre sí, orgánicamente independientes del Estado (a veces vinculados informalmente a uno u otro partido político). Esos movimientos sociales cubren un ancho espectro organizativo, político y estratégico, desde los que tienen un carácter revolucionario, como la rebelión de los pueblos indios zapatistas, antagónico al clientelismo, el vanguardismo, el asistencialismo y la cooptación política implícita en luchar por el poder, porque busca una transformación de las estructuras y los sujetos sociales y no conquistar cargos de elección, hasta los movimientos que terminan al ver satisfechas sus propias demandas coyunturales de apoyo a la producción y comercialización agrícola, de vivienda, educación y servicios, cuyos líderes optan de tiempo en tiempo por reconvertirse, al ocupar alguna curul, en miembros de la clase política. También son parte del campo social las clases y los estratos, los movimientos de las mujeres, de los homosexuales, lesbianas y travestis, de los estudiantes, las ong, las asociaciones civiles y profesionales (cuando poseen un perfil empresarial, es decir, cuando hay ganancia, son parte del campo económico, si bien este criterio es engañoso, ya que las non-profit Fundación Rockefeller y Fundación Ford, y otras equivalentes, son parte de megacorporaciones capitalistas). Lo "social" es en extremo heterogéneo, un poder potencial desorganizado que difícilmente se vuelve poder real, por su extrema fragmentación y desorganización, así como porque el campo social está atravesado por la lucha de clases: hay por ejemplo, desde las ong que son verdaderas organizaciones civiles, independientes de los poderes establecidos, pasando por las ong que dependen del gobierno de Estados Unidos o de trasnacionales, hasta las pequeñas ong que son membretes de una o unas cuantas personas en búsqueda de financiamiento para realizar unas u otras tareas. 236
Los investigadores raramente interactúan con el campo social, porque en la formación del habitus científico –en las instituciones universitarias y de investigación, al solicitar financiamiento para proyectos específicos, al escribir artículos y libros e intentar publicarlos, al solicitar el ingreso a sociedades y academias científicas, al venerar los mitos de origen de las ciencias, en los que figuran "padres", pero no "madres", al ser reconvenido por transgredir las normas del decoro científico– se incorpora firmemente la disposición a mantenerse alejado de ese sector, so pena de ser calificado de "poco serio" o de diletante. Pero es una actitud distinta a la de los alquimistas medievales, cuyo esoterismo proscribía revelar secretos a los no iniciados, ya que en el caso de las ciencias se teme, a mi juicio, a que los investigadores y profesores se inmiscuyan en las organizaciones sociales y se pongan contra el poder económico y el poder político. La inhibición o prohibición de la alianza con los sectores sociales subordinados es tan constitutiva del habitus científico como el estímulo o compulsión a vincularse con los poderes político y económico, cuya organización, centralización y posesión de recursos los hace fuentes de financiamiento y, todavía más, de proyección social amplia y de aplicación cultural, política, ideológica, industrial, comercial o bélica, de los productos de los investigadores. A mi entender, quienes laboran en el campo científico se orientan hacia el campo social sobre todo en periodos de crisis revolucionarias, de guerra y de depresiones financieras (que al dificultar proseguir las investigaciones, tornan al investigador uno más entre sus congéneres). En una sociedad verdaderamente democrática, en la que el interés social mayoritario participe en la toma de decisiones fundamentales y en la aplicación de programas de gobierno, así como en determinar la orientación de la producción material y simbólica, el habitus científico tendrá quizá 237
rasgos más afines al principio de responsabilidad colectiva. El campo científico es, lo sé, mucho más heterogéneo que lo antedicho: la enseñanza y la investigación en universidades públicas y privadas están lejos de ser idénticas; lo mismo se aplica, con menos intensidad, a las investigaciones en las secretarías de estado y quizá también, aunque lo dudo, a las corporaciones empresariales (sólo las mayores hacen investigación, hay una concentración cada vez mayor del capital, de la tecnología, de la producción-comercialización y de las finanzas en ultramegacorporaciones, la mayor parte de cuyas operaciones de compraventa se realizan con sus propias subsidiarias y ramales). Pero por más heterogeneidad que exista, en el terreno de la educación superior y la investigación, hay también instituciones, laboratorios, grupos e investigadores mejor financiados, con mejor infraestructura, instalaciones y equipo que producen más (patentes, artículos, libros, posgrados, cuadros para el Estado y la empresa privada) y, de manera regular, suelen ser los que, a su vez, están más estrechamente vinculados con el poder político y el poder económico, poderes que en ocasiones, por la fuerza de las circunstancias, tienen que reconocer también a algunos de los pensadores o creadores disidentes, sobre todo cuando pretenden cooptarlos o una vez muertos. El campo científico incluye todo el sistema educativo, en particular las instituciones de educación superior, públicas y privadas; los institutos, centros y laboratorios de investigación en todas las disciplinas del conocimiento, sean de índole pública (universidades autónomas), gubernamental (los institutos de investigación, casi extintos en México, de las secretarías de Estado) o privada (los laboratorios industriales); las revistas, sociedades y academias científicas nacionales e internacionales. Cada una de las porciones del campo científico se vincula de maneras específicas con los 238
campos político, económico y social. El campo económico: el Estado participa aquí, como a su vez la clase capitalista participa en el Estado, mas las instituciones que dominan el campo son las empresas capitalistas de todo tipo, desde las explícitamente dedicadas a la explotación de la naturaleza y de los trabajadores para obtener plusvalía, hasta las provistas del astuto disfraz de instituciones filantrópicas que persiguen el "bienestar de la humanidad". La ciencia y la tecnología serían incomprensibles sin tomar en cuenta que el conocimiento es un poder, que las ciencias son hoy fuerzas productivas de primera línea, que las ciencias son instrumentos fundamentales de la política y de las políticas de Estado, que los propios hombres y mujeres de ciencia pueden convertirse en integrantes de las clases política y capitalista, con lo que en ocasiones suman a su capacidad de productores de conocimiento la de poseedores de poder político y de poder económico.22 Pero las ciencias también pueden producir "desconocimiento",
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en el sentido de obliteración de la comprensión porque excluyen el estudio de procesos fundamentales: por ejemplo, la economía neoliberal sólo puede explicar el desempleo como consecuencia de la falta de capacitación del trabajador y la pobreza como consecuencia de la escasez de los bienes materiales, pero cierra los ojos ante el hecho de que el capitalista utiliza la tecnología para dominar al trabajador y para reducir el uso de la fuerza de trabajo, con lo que elimina numerosos puestos laborales, y que el proceso que produce pobreza para el polo de abajo de la sociedad es el mismo que produce riqueza desmesurada para el polo de arriba de la sociedad, cuya ambición por poseer cantidades ilimitadas de bienes terrenales y capital sólo es frenada de cuando en cuando por los movimientos y las revoluciones sociales, o bien por las depresiones económicas en que los tiburones capitalistas se 239
comen a los peces capitalistas y arruinan la vida de cientos de millones de personas. De la misma manera, la historiografía, la sociología y la ciencia política hegemónicas oscurecen la comprensión del estatuto de las naciones del tercer mundo, a las que suponen en proceso perpetuo de desarrollo para alcanzar a los países dominantes, como si éstos, cada vez más inalcanzables, permanecieran inmóviles mientras aquellas "ascienden" en la "escala del progreso", cuando ocurre, precisamente, lo contrario, algo misteriosamente "invisible" para las concepciones ortodoxas, a saber, que las naciones dominantes lo son porque acumulan incesantemente riqueza y poder a costa de los recursos y de las mayorías humanas de las naciones del tercer mundo. En este sentido, esa forma de "ignorancia ilustrada" que producen las ciencias hegemónicas es también un tipo de poder, gracias a que es valorada como conocimiento. Algo parecidopuede decirse de lo que diversos teóricos de las ciencias naturales y sociales plantearon en los últimos siglos sobre la condición de la mujer 24 y de los pueblos indígenas no europeos: 25 produjeron concepciones sexistas y racistas que, no obstante, durante un tiempo fueron consideradas científicas de manera casi unánime, a excepción de autores que desde la misma área de conocimiento defendieron concepciones alternativas, y todavía tienen sus defensores recalcitrantes, en versiones "actualizadas" como las teorías de Samuel Huntington sobre el supuesto choque de civilizaciones o bien sobre la amenaza que los mexicanos significarían para la cultura anglosajona estadounidense. La historia nos enseña que no podemos estar dogmáticamente seguros de las verdades que hoy nos entregan las ciencias, algunas lo son, otras no. Más aún, en la medida en que las ciencias caen bajo el control de la plutocracia internacional y se vuelven por ende menos autónomas en cuanto a decidir sus problemáticas de 240
investigación y difundir masivamente sus conclusiones por medios electrónicos e impresos (medios que también son empresas), el ejercicio de la duda y del pensamiento crítico se vuelven más indispensables. La posibilidad de la verdad objetiva sigue vigente, pero a condición de que se comprenda y, más aún, destruya, el vínculo de dependencia que hoy tienen las ciencias respecto a los poderes político y económico, y, por otro lado, se fomente la interacción de las ciencias con los poderes de la sociedad civil, no por atomizados inexistentes, interacción que tampoco está exenta de aristas problemáticas.
________NOTAS________ 1
Ver Corynne McSherry, Who Owns Academic Work? Battling for Control of Intellectual Property? Cambridge, Harvard University Press, 2001. [Regreso] 2
Ver David Dickson, The New Politics of Science, Nueva York, Pantheon Books, 1984; Robert N. Proctor, Value- Free Science? Purity and Power in Modern Knowledge, Cambridge, Harvard University Press, 1991 y Javier Echeverría, La revolución tecnocientífica, Madrid, FCE, 2003. [Regreso] 3
Desde luego, hay también evidencia que apuntala la concepción apologética tradicional, pero aquí enfatizo lo que contradice la imagen recibida de las ciencias, ver Jeremy Rifkin, The Biotech Century: Harnessing the Gene and Remaking the World, Nueva York, Jeremy P. Tarcher-Putnam, 1998; Bill Lambrecht, La guerra de los alimentos transgénicos. ¿Quién decidirá lo que comamos a partir de ahora y qué consecuencias tendrá para mí y para mis hijos?, Barcelona, rba Libros, 2003 y Julio Muñoz Rubio (coord.), Alimentos transgénicos. Ciencia, ambiente y mercado: un debate abierto, México, unam-Siglo XXI, 2004. [Regreso] 4
Sobre el eurocentrismo, mal que se padece también fuera de Europa y Estados Unidos, ver Edward W. Said, Orientalismo, Barcelona, Editorial Debate, 2002; Samir Amin, Eurocentrism, Nueva York, Monthly Review Press, 1989 y James Morris Blaut, The Colonizer's
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Model of the World: Geographical Diffusionism and Eurocentric History, Nueva York, The Guilford Press, 1993. [Regreso] 5
Muy útil para entender la investigación científica y tecnológica en estos tres conjuntos de instituciones en los Estados Unidos: A. H. Teich y J. H. Pace (eds.), Science and Technology in the usa, Frome y Londres, Longman, 1986. [Regreso] 6
Ver Tim Beardsley, "Selling to survive: trends in Russian science", en Scientific American, 268, 2, febrero de 1993: 92-100. [Regreso] 7
Ver Silvia Ribeiro, "El Senado abre coto de caza para los biopiratas", en La Jornada, 23 de mayo, 2005: 22; para un análisis detallado, elaborado por varios autores y acompañado de una relación de la controversia pública, ver Biopiratería y bioprospección, Cuadernos Agrarios, nueva época, 21, México, 2001, ver también el ya clásico Vandana Shiva, Biopiracy: The Plunder of Nature and Knowledge, Boston, South End Press, 1997 y Cori Hayden, "From market to market: bioprospecting's idioms of inclusion", en American Ethnologist, 30, 3, agosto de 2003: 379-381. Casos como el del convenio de la uam con la transnacional Parker Hannifin Corporation, criticado fundadamente por Hugo Aboites, Viento del norte. tlc y privatización de la educación superior en México, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco-Plaza y Valdés, 1997: 135-152, son hoy más comunes que hace ocho años, pero la mayoría son aún desconocidos. [Regreso] 8
Cfr. Michel Chossudovsky, Globalización de la pobreza y nuevo orden mundial, México, Siglo XXI,, 2002. [Regreso] 9
Ver Carlos López Beltrán, El sesgo hereditario. Ámbitos históricos del concepto de herencia biológica, México, unam, 2004. [Regreso] 10
Sobre la función de las controversias en el desarrollo de las ciencias ver H. Tristram Engelhardt, Jr. y Arthur L. Caplan (eds.), Scientific Controversies: Case Studies in the Resolution and Closure of Disputes in Science and Technology, Cambridge, Cambridge University Press, 1987. [Regreso] 11
Ver Ricardo J. Gómez, Neoliberalismo globalizado. Refutación y debacle, Buenos Aires, Ediciones Macchi, 2003, excelente investigación sobre las concesiones económicas neoliberales. Ver también Ludmila Jordanova (ed.), Languages of Nature: Critical Essays on Science and Literature, Nueva Brunswick, Nueva Jersey, Rutgers University Press, 1986; Arthur A. Miller, Imagery in Scientific Thought, Cambridge, The mit Press, 1987 y Francisco Fernández Buey, La ilusión del método. Ideas para un racionalismo bien
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templado, Barcelona, Crítica, 2004. [Regreso] 12
La imagen de la mano y el puño invisibles, proviene de este argumento de Thomas Friedman, impulsor de la política internacional de Estados Unidos en el New York Times: "La mano invisible del mercado jamás funcionará sin un puño invisible. MacDonald's sería un fracaso sin McDonell Douglas, el diseñador del F-15. Y el puño invisible que mantiene el mundo seguro para las tecnologías del Silicon Valley se llama el Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada y el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos", apud John Pilger, The New Rulers of the World, Londres, Verso, 2002: 114. [Regreso] 13
Cfr. McSherry, op. cit. [Regreso]
14
Ver Everett Mendelsohn, "The Emergence of Science as a Profession in Nineteenth-Century Europe", en The Management of Scientists, Boston, The Beacon Press, 1964: 3-48 y Joseph BenDavid, The Scientist's Role in Society: A Comparative Study, Chicago, The University of Chicago Press, 1984. [Regreso] 15
Ver Michel Chossudovsky, Guerra y globalización antes y después del xi-ix-mmi, México, Siglo xxi, 2002. Podría citar numerosos casos de represión del pensamiento crítico en las universidades, unos conocidos y otros anónimos, pero prefiero sugerir la lectura del testimonio del economista John Saxe-Fernández, quien abandonó el Instituto de Investigaciones Económicas de la unam, porque allí se impuso, afirma, autocráticamente la interpretación "neoclásica" de las relaciones económicas, ver su "América Latina: globalización e imperialismo en México", en Problemas del Desarrollo, 30, 117, abriljunio, 1999: 59-92. [Regreso] 16
A este respecto, ver el magistral artículo de Paulina Fernández Christlieb, "Desde el pasado del prd, por las reformas electorales", en Arturo Anguiano (coord.), Después del 2 de julio, ¿dónde quedó la transición? Una visión desde la izquierda, México, uam-Xochimilco, 2001: 177-203. [Regreso] 17
Equivale a decir propiedad pública, pero ninguna de estas denominaciones coincide plenamente con propiedad estatal, ya que el poder político suele ser ejercido de manera patrimonialista y quienes lo encabezan tratan como si fuera suyo lo que es propiedad pública o nacional. Cuando se trata no de propiedad, sino de deuda pública o nacional, quienes mandan no se la apropian, sino hacen recaer su pago en el sacrificio de la mayoría. [Regreso] 18
Ver Pierre Bourdieu, con la colaboración de Monique de Saint Martin, The State Nobility. Elite Schools in the Field of Power,
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California, Stanford University Press, 1996. [Regreso] 19
Aquí retomo algunos de los planteamientos de Pierre Bourdieu, Los usos sociales de la ciencia, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000, y El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad, Barcelona, Anagrama, 2003, pero no intento, ni podría, decir las cosas como él lo hizo. [Regreso] 20
Ver C. Wright Mills, The Power Elite, Londres, Oxford University Press, 1956; D. J. Kevles, The Physicists: The History of a Scientific Community in Modern America, Cambridge, Harvard University Press, 1987 y Jean-Marc Lévy Leblond y Alain Jubert (comps.), (Auto)crítica de la ciencia, México, Nueva Imagen, 1980. [Regreso] 21
Las páginas iniciales de El oficio de científico…, op. cit. [Regreso]
22
Cfr. Stanley Aronowitz, Science as Power: Discourse and Ideology in Modern Society, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1988. [Regreso] 23
Ver Pablo González Casanova, Las nuevas ciencias y las humanidades. De la academia a la política, Barcelona, Anthroposunam-Editorial Complutense de Madrid, 2004. [Regreso] 24
Londa Schiebinger, The Mind Has no Sex? Women in the Origins of Modern Science, Cambridge, Harvard University Press, 1989. [Regreso] 25
Ver Eric R. Wolf, Europa y la gente sin historia, México, fce, 2000; Guillermo Bonfil Batalla, México profundo. Una civilización negada, México, Grijalbo, 1994 y también de GBB, Pensar nuestra cultura. Ensayos, México, Alianza, 1997, así como Kande Mutsaku Kamilamba, Desarrollo y liberación: utopías posibles para África y América Latina, México, itesm-Miguel Ángel Porrúa, 2003. [Regreso]
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Equidad epistémica, racionalidad y diversidad cultural Ambrosio Velasco Gómez Racionalidad científica y autoritarismo modernos Para la filosofía moderna, tanto en la vertiente racionalista iniciada por Descartes, como en la empirista fundada por Bacon, con sólo el recurso exclusivo de un método y un lenguaje privilegiado de alcance universal, puede construirse el conocimiento racional y objetivo, cuya realización paradigmática es la ciencia, especialmente las matemáticas y la física. Así pues, el conocimiento racional se identifica con un lenguaje unívoco, indubitable, de alcance universal y un método igualmente infalible para el descubrimiento y la justificación del conocimiento científico. Este modelo de conocimiento surgido desde principios del siglo XVII se consolidó como hegemónico durante los siglos XVIII y XIX. El moderno racionalismo científico tomará como modelo a las matemáticas pero pronto se extenderá a la física y a las ciencias humanas y terminará por relegar a segundo término a las humanidades basadas en la controversia, el diálogo y la retórica. Como bien señala Husserl, la nueva ciencia al modo geométrico se convertirá en el modelo de la racionalidad universal, subsumiendo todos los acontecimientos particulares en un conjunto de leyes universales: La Modernidad se diferencia por el modo en que la filosofía o la ciencia representan en la Antigüedad la autonomía de la razón como fuente de toda autoridad y de toda validez o vigencia y ello sobre la base de la diferencia entre ciencia antigua y ciencia moderna […] La Modernidad incipiente ve en la matemática el
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prototipo de ciencia auténtica y verdadera […] Ella aspira audazmente a una matemática universal […] Una ciencia universal de la naturaleza, leyes universales de la naturaleza, que aspire a un sistema deductivo […] la multitud infinita de hechos pierden su individualidad; todos los hechos realmente posibles se encierran en un número limitado de leyes fundamentales.1 Es así que para el pensamiento moderno, la diversidad de opiniones en conflicto y la imposibilidad de demostrar la verdad última de una de ellas en particular, fue considerado como una amenaza a la paz y al orden. De ahí, la necesidad de establecer un sistema teórico riguroso, cierto y demostrable con base en un lenguaje universal y un método algorítmico. Esta fue la propuesta cartesiana para superar las consecuencias políticas que se derivaban de la diversidad de concepciones religiosas, éticas, filosóficas o políticas, y que muchas veces ocasionaron sangrientos conflictos como las "Guerras de religión" que durante treinta años asolaron a Europa a principios del siglo XVII.. Al respecto Stephen Toulmin señala: "La pregunta por la certeza de los filósofos del siglo XVII no fue una mera propuesta para construir abstractos esquemas intemporales, contemplados como objetos de desinteresado estudio intelectual. Se trató más bien de una respuesta situada en el tiempo a un reto histórico específico: el caos político, social y teórico de la Guerra de los treinta años."2 René Descartes se propuso como tarea establecer un nuevo modelo de conocimiento absolutamente racional, demostrable y cierto, libre de toda pasión, dogma o disputa que diera lugar a conflictos. Ciertamente los temas, problemas y discusiones propias del humanismo renacentista, sobre asuntos sociales que se desarrollaban a través de la argumentación retórica, no 246
proporcionaban ese modelo de conocimiento racional, pues de entrada se reconocía la imposibilidad de alcanzar la verdad última, y llegar a demostraciones contundentes. Por ello Descartes vuelve la vista al mundo de la física y de las matemáticas, como el ámbito apropiado para desarrollar ese nuevo modelo de conocimiento universal. La propuesta filosófica de Descartes reduce la ontología de la realidad física a los requerimientos epistemológicos. Para ello formaliza todos los objetos que llama en general "res extensa", cuyos atributos universales, anchura, profundidad y largo, son cuantificables y matematizables, tal y como lo requería Galileo en su famosa metáfora del universo como un libro abierto, escrito en lenguaje matemático. Audazmente, Descartes innova un nuevo concepto de sustancia, en función de su extensión, que le permite prescindir de todas las demás cualidades de la variedad de esencias que se reconocen en la física aristotélica. Una vez constituida la realidad extensa, Descartes propone un procedimiento metodológico afín, compuesto por reglas rigurosas de análisis y síntesis que le permite prescindir de los sujetos de carne y hueso, de los sujetos históricos realmente existentes con sus pasiones, intereses, ideologías, etc. De hecho el método sustituye al sujeto, o al menos construye un sujeto universal. Esta nueva concepción de los sujetos y objetos del conocimiento cierto, implican una importante reducción del ámbito de la realidad que puede ser conocida con certeza, pues sólo lo cuantificable y lo matematizable, puede ser descrito de manera clara y distinta, incorporado a una teoría universal, plenamente demostrable a través de rigurosos pasos metodológicos de análisis y síntesis. Así, la mayoría de los asuntos prácticos más importantes para la vida humana, que eran el centro de la reflexión y las discusiones del humanismo renacentista (la ética, la política, las artes, etcétera), 247
quedan fuera del alcance del nuevo modelo científico y en todo caso pasan a ser asuntos regulados por la autoridad civil o religiosa. La restrucción de lo racional a la teoría matemática y física, por una parte, y el sometimiento de los asuntos prácticos de la ética, la política y la religión a la autoridad, sustrayéndolos del debate público, representa al mismo tiempo un constreñimiento de lo que puede ser racional y una limitación a la libre discusión de las ideas y valores en la vida moral, política y religiosa. Por ello Stephen Toulmin considera que "si bien es una exageración inferir que la revolución filosófica y científica fue una contrarrevolución […] permanece el hecho de que esta revolución no fue motivada por intenciones exclusivamente progresistas". 3 La nueva idea de racionalidad metódica y demostrativa que impulsó Descartes, tuvo una enorme aceptación inclusive en el ámbito político, cuyo conocimiento riguroso lo veía Descartes como un sueño lejano –hacia 1630. Ciertamente Descartes limitaba su propuesta racionalista de un conocimiento universalmente demostrable al ámbito de la teoría y excluía a la religión, la ética o la política, donde habría que someterse a la autoridad establecida. Pero fue precisamente Hobbes quien extrapoló el modelo racionalista cartesiano al ámbito político mediante la postulación de un hipotético pacto social entre todos los individuos para conformar mecánicamente un orden social bajo la custodia de un poder soberano que por medio de la fuerza garantizara a todos el goce de la libertad en la vida privada (libertad negativa) a cambio de su renuncia a la libertad y poder que originalmente tenían los individuos en el estado de naturaleza. Al renunciar de este modo a su situación concreta y natural, los individuos que constituyen el pacto son todos iguales: todos carecen de poder y libertad. Esta es una situación de homologación total, de igualdad y de absoluta 248
descontextualización social e histórica de todos los ciudadanos. Al igual que la res extensa cartesiana, los hombres sólo cuentan en cuanto magnitudes de fuerza y poder y en cuanto elementos atómicos para constituir el poder soberano como sumatoria de todos los poderes (libertades) individuales. La audacia hobbesiana ciertamente tiene como antecedente, en la propia Inglaterra, a la filosofía de Francis Bacon, quien no sólo elaboró una concepción metódica y rigurosa de la ciencia, en muchos puntos convergente con Descartes, sino también propuso, como utopía social La nueva Atlántida, un Estado regido por sabios científicos "La casa del rey Salomón". En los siglos subsecuentes esta utopía se tornará en una ideología dominante para legitimar el autoritarismo político. Con estos antecedentes, Hobbes pensó que la argumentación retórica prudencial de la tradición humanística se convertía en una seria amenaza para una justificación racional de la teoría política y, por ende, para la estabilidad del orden político. Por ello la fundamentación racional sobre premisas indubitables del poder político, requería de una nueva ciencia civil de carácter demostrativo y no prudencial. Con ello el diálogo deliberativo, la apelación al sensus communis de los ciudadanos, perdió toda relevancia.4 Hobbes desarrolló su revolución teórica basado en una radicalización del racionalismo metodológico de su tiempo, en contra del modelo de argumentación retórica del humanismo renacentista. El rechazo a esta concepción retórica presupone la actitud racionalista de que sólo un método algorítmico puede darnos certeza racional y sólo un conocimiento demostrado a través de tal método puede servir de base para el ejercicio racional de la autoridad política. Así pues, la racionalidad de la actividad política está basada en la racionalidad metódica que es distintiva de la ciencia. Y esta concepción de la racionalidad científica al 249
considerar solamente conceptos y métodos para justificar el conocimiento, excluye totalmente la discusión y deliberación pública de las teorías y de los métodos, de los valores epistémicos y de otra índole. El carácter intrínsecamente no deliberativo y público de la racionalidad científica moderna, tiene también consecuencias políticas que han sido cuestionadas radicalmente en el siglo XX por diversos autores como Wolin, Feyerabend, Gadamer, Oakshott, y Habermas, entre otros. Sheldon Wolin, por ejemplo, considera que la obsesión de Hobbes por fundar una ciencia política demostrativa constituye el fundamento de una tradición política ilustrada pero antirrepublicana e inclusive despótica,5 pues elimina del espacio público la confrontación y deliberación entre ciudadanos libres y autónomos de diversas concepciones del bien público y de la justicia. Se pone en evidencia la relación entre racionalidad y justicia en cuanto que una concepción metódica y universal de la racionalidad, cuya máxima expresión es la ciencia moderna al modo geométrico, sea en el ámbito natural o social, fundamenta una teoría igualmente universal del poder político en esencia autoritario y hasta absolutista, como hemos visto en Thomas Hobbes. Esta implicación autoritaria del racionalismo moderno, se preserva hasta nuestros días aún en los regímenes democráticos que buscan eliminar la diversidad cultural de los pueblos para imponer una identidad nacional homogénea a través de la educación basada en el conocimiento científico y en una concepción universalista de los derechos humanos. La incompatibilidad actual entre racionalismo científico y democracia En el contexto mexicano y latinoamericano, el positivismo, como 250
concepción cientificista del mundo, fue el principal instrumento ideológico para justificar el autoritarismo de los gobiernos liberales. En el caso de México este liberalismo adoptó el nombre de "liberalismo científico", y fue el fundamento de las políticas educativas. La estrecha vinculación entre positivismo y autoritarismo la percibió claramente José María Vigil durante los debates que sostuvo con liberales positivistas de la Escuela Nacional Preparatoria y, sobre todo, con Justo Sierra, uno de los más lúcidos representantes del liberalismo científico. José María Vigil se opone a la educación positivista precisamente porque deja fuera la formación humanista y crítica en aras de la mera enseñanza de las ciencias desde una filosofía equivocada, que termina por convertir al conocimiento científico en un dogma, análogo al religioso, que quiere erradicar. Además muestra la incongruencia del programa positivista de educación, manifiesto sobre todo en la Escuela Nacional Preparatoria, al tratar de homogeneizar la formación de los estudiantes a través de una doctrina profundamente dividida en su interior por visiones comtianas o spenciaranas, del positivismo. Este es el argumento principal que Vigil expone en su ensayo "La Anarquía positivista". Pero la preocupación de fondo de Vigil estriba en que la exclusión de la filosofía y en general de las humanidades en la enseñanza preparatoria, impide la formación de valores y en última instancia la formación de ciudadanos libres, sin los cuales no puede haber vida republicana. Los señores positivistas me harán el favor de dispensarme si digo que una de las razones por las cuales combato y he combatido el positivismo, es porque se opone a mis convicciones políticas. Yo señores, desde mi juventud, pertenezco al partido liberal, porque abrigo la fe profunda de que 251
en el arraigo y la observancia de las doctrinas de ese partido, estriba el engrandecimiento y la prosperidad de México. En una discusión que tuve por la prensa con el señor Sierra, me llamó este señor liberal metafísico, y es verdad, soy liberal metafísico, mejor dicho soy liberal, y con esto ya se sobreentiende que soy metafísico, porque el liberalismo parte de nociones metafísicas, como la de libertad, pues no es posible concebir a un pueblo libre si se comienza por negar la libertad del individuo; como las de igualdad y fraternidad, que no derivan de la experiencia; como los derechos imprescriptibles, que se fundan en conceptos puramente racionales. 6 Pero la crítica al positivismo que plantea Vigil, no sólo apunta a su incapacidad epistémica para fundamentar los valores del liberalismo y de la vida republicana, sino también a la asociación que históricamente ha tenido con el autoritarismo, tanto en Europa como en México. Vigil argumenta que tanto Comte como los liberales conservadores que escriben en el periódico La Libertad, se basan en el positivismo para destruir a las instituciones republicanas y justificar el absolutismo político: El positivismo ataca todos los principios liberales, como se prueba con las doctrinas de su mismo fundador. Sabido es que Augusto Comte fue partidario del absolutismo político y que dedicó una obra suya al Zar de Rusia, en que se lamentaba de que aquel soberano hubiese concedido tanta libertad de imprenta a sus súbditos. Pero a qué recurrir a ejemplos extraños. Aquí mismo en México hemos tenido un periódico (La Libertad), órgano del positivismo, que tuvo por principal objeto atacar constantemente las instituciones liberales, haciéndolas el blanco de las más sangrientas diatribas. En ese periódico se dijo 252
que nuestra Constitución es un conjunto de música celestial; que los derechos del hombre son una ridiculez, que la Constitución en el pueblo mexicano produce el mismo efecto que una casaca en la espalda de un mono, etcétera […] ¿es posible que un gobierno que se dice republicano; que funda toda su razón de ser en los principios democráticos, en las instituciones que nos rigen, patrocine una enseñanza que ataca esas instituciones, convirtiéndolas en objeto de burla y menosprecio? 7 La asociación entre ciencia y autoritarismo no se limita al positivismo del siglo XIX, sino que persiste en el XX, más allá de las concepciones positivistas. Michael Oakeshott, en su brillante artículo "Racionalismo en política", ha argumentado que la identificación del conocimiento racional con la ciencia y la tecnología tiene entre sus consecuencias el deterioro de la participación ciudadana en la vida democrática, y la concentración de las decisiones en los expertos y tecnócratas, únicos capacitados científicamente para la toma de decisiones políticas. Paul Feyerabend, por su parte, reconoce que en la sociedad contemporánea, la verdad científica y la libertad política se encuentran en contradicción, pues se considera que sólo los expertos están capacitados para participar en las decisiones, porque sólo ellos, en rigor, saben. Ante tal contradicción, Feyerabend aprecia más la libertad política y la autonomía personal, que la verdad científica. 8 En tiempos más recientes, filósofos de la ciencia como Kitcher y Turner, han hecho señalamientos semejantes. Turner por ejemplo, en su libro Democracy 3.0 sostiene: El argumento que se presenta en ese libro es que el discurso técnico especializado –no sólo de la ciencia sino también de otro 253
tipo de conocimiento experto– presenta problemas políticos fundamentales a la democracia liberal. Por "democracia liberal" entiendo algo muy general y básico: gobierno a través de decisiones basadas en la discusión ampliamente inteligible y susceptible de influencia política de la población en general; por ejemplo, a través del funcionamiento más o menos efectivo de formas de representación. De cara a los expertos a algo tiene que renunciarse: ya sea a la idea de gobierno a través de la discusión ampliamente inteligible o a la idea de que hay un conocimiento genuino que es conocido por unos pocos, pero no ampliamente inteligible. 9 Es importante señalar que la visión hobbesiana de la justificación del poder ha influido profundamente en la tradición liberal, especialmente en lo relativo a la concepción de la representación política. Como señalábamos anteriormente, los federalistas defendían una teoría de la representación política basada en la superioridad epistémica de la representación, lo cual vuelve innecesario todo control ciudadano sobre las decisiones de sus representantes. Esta visión la siguen manteniendo en nuestros días teóricos y políticos liberales como Sartori. La visión liberal de la representación política da lugar a un modelo de la democracia basada en la competencia de elites ilustradas que le ofrecen programas de gobierno elaborados por los expertos al electorado, quienes se limitan a emitir su voto para expresar sus preferencias. Este modelo mínimo de la democracia liberal, si bien es compatible con la idea de que el poder se legitima en el saber científico y tecnológico, nada tiene que ver con la democracia participativa, con la democracia republicana que exige de la ciudadanía un papel mucho más influyente en las deliberaciones y decisiones de los órganos gubernamentales.10 254
Así pues, tendríamos en realidad un modelo de democracia, por cierto dominante, compatible con el decisionismo científico. En este modelo la participación ciudadana en los asuntos públicos es mínima, y la vida política se reduce a la competencia entre partidos y electores políticos, que en el mejor de los casos están asesorados por expertos para una administración eficiente. Como puede verse este modelo de democracia "liberal" es una forma de dictadura, en particular la dictadura a través de los expertos, a la cual alude Turner en su libro ya mencionado. Racionalidad científica y equidad epistémica Si bien tienen razón Feyerabend y Turner en plantear el conflicto existente en las democracias liberales contemporáneas, entre la legitimidad del poder político basada en la apelación al conocimiento científico y la libertad política e inclusive moral de los ciudadanos, habrá que preguntarse si el dilema tiene una solución alternativa que no implique renuncias a la racionalidad de la ciencia o a la vida republicana. Ante este dilema que ha persistido durante toda la Modernidad, es necesario formular alternativas a la concepción de la racionalidad y al papel de las ciencias en las sociedades actuales, de tal manera que el desarrollo de la ciencia no implique el reforzamiento del autoritarismo, sino más bien la promoción de la justicia, la libertad, la equidad en la vida democrática. Pero la democracia en su sentido republicano enfrenta otro problema en nuestros días: el reto del reconocimiento de la creciente diversidad cultural a nivel mundial, de tal manera que ya no puede concebirse una democracia auténtica que no dé cabida a la pluralidad de concepciones del mundo, de intereses sociales de diversa índole y de diferentes concepciones sustantivas del bienestar social. De ahí que también tengamos que plantearnos 255
un concepto de racionalidad, no sólo compatible con la diversidad cultural, sino fundado en ella. Para ello tendría que reconocerse un principio de equidad epistémica que sostendría que todas las tradiciones culturales socialmente relevantes en una comunidad determinada, son igualmente dignas de respeto, y ninguna de ellas tiene por sí misma derechos especiales en el ámbito político. Lo anterior significa que si en un estado nacional coexisten comunidades que tienen creencias y prácticas epistémicamente distintas –como puede ser la herbolaria propia de los curanderos de ciertos pueblos indígenas y la medicina institucionalizada basada en el conocimiento científico– ninguna de estas comunidades tiene derecho a imponer sobre la otra sus creencias y tradiciones, bajo el supuesto de la superioridad epistémica o de algún otro tipo. En este sentido, la equidad epistémica no significa equivalencia entre distintos tipos de conocimiento, sino simplemente reconocimiento y no exclusión de saberes y tradiciones socialmente relevantes, en el diálogo plural y público. La equidad epistémica no significa aislamiento y cerrazón de las diferentes comunidades y tradiciones, sino en todos los ámbitos de la vida social, donde necesariamente interactúan diferentes comunidades y confluyen saberes y prácticas científicas y tecnológicas con saberes y prácticas de otra índole, los primeros no tienen prioridad sobre el resto, sino que debe asegurarse un espacio público de comunicación y diálogo, donde sus respectivos representantes puedan llegar a acuerdos y consensos, como ocurre en la discusión y deliberación entre los representantes de diferentes clases y grupos sociales en toda organización política republicana. 11 Desde luego, no se trata de que el conocimiento científico en sí mismo se negocie ante el público no científico, sino que los conocimientos científicos y tecnológicos que sirven de base 256
para la toma de decisiones políticas y para la solución de problemas sociales que afectan a una diversidad de ciudadanos y grupos de personas, puedan ser puestos en diálogo y debate con otros tipos de conocimiento y prácticas que los grupos involucrados consideren relevantes en función de sus formas de vida, costumbres y tradiciones. De esta manera sería posible que las decisiones y acuerdos adoptados efectivamente, reflejen el consenso racional de los puntos de vista de tradiciones científicas y no científicas. La posibilidad del diálogo y eventual cooperación de conocimientos pro- venientes de diferentes tradiciones, queda en evidencia si observamos las prácticas de la investigación científica en el campo farmacéutico, que buscan aprovechar, de manera injusta, los conocimientos tradicionales de la herbo- laria. Estas prácticas científicas reconocen la relevancia de los conocimientos tradicionales de las comunidades indígenas en todo el mundo, para el desa- rrollo de la industria farmacéutica, que representan enormes ahorros en in- vestigación y desarrollo. Por ejemplo, mientras que la colección científica de especies arroja una tasa de un compuesto farmacéutico por cada diez mil es- pecies recolectadas, se logra una tasa de 50 por ciento de efectividad a partir de la expropiación de saberes con curanderos indígenas, señala Betancourt. 12 independientemente de los cuestionamientos éticos de "los motivos auxilia- res" que conducen a estas prácticas tecnocientíficas, lo cierto es que universidades y laboratorios farmacéuticos, apoyados por instituciones financieras internacionales, desarrollan proyectos que incorporan de una manera muy relevante y provechosa para las empresas los conocimientos tradicionales. 13 Este hecho muestra la factibilidad de integrar conocimientos científicos y no científicos en proyectos tecnológicos y tecnocientíficos. La filosofía de la ciencia se ha 257
tardado en reconocer la valía epistémica de estas prácticas interculturales como parte del desarrollo del conocimiento y cuestionar su carácter injusto. En suma, el principio de equidad que hemos propuesto como parte sustancial de un concepto ampliado de racionalidad del conocimiento, tiene tanto una dimensión epistémica, al reconocer la valía epistémica de diferentes tipos de conocimiento y tradiciones que deben concurrir dialógicamente para la solución de problemas específicos, como una dimensión propiamente política que procura una justa participación de los diferentes grupos sociales con sus diferentes tradiciones, saberes e intereses en las decisiones políticas que los afectan. Este principio de equidad necesariamente conduce a poner en un mismo plano la ciencia y la tecnociencia con otros tipos de saberes tradicionales, socialmente relevantes, para fomentar la cooperación entre ellos y la justa distribución de sus beneficios. Esta propuesta retoma el espíritu de la filosofía renacentista que consideraba que la disputa o controversia era indispensable para promover un conocimiento verdaderamente racional. De manera destacada, hacia 1554, Alonso de la Veracruz, fundador de la Real Universidad de México, propuso una lógica dialéctica o de la controversia de opiniones encontradas, sobre asuntos debatibles. Podemos encontrar en la lógica dialéctica de Alonso de la Veracruz, una teoría e inclusive una metodología de la argumentación racional muy diferente a la concepción moderna que se impondrá en la Modernidad a partir del siglo XVII. Se trata de una racionalidad persuasiva, no demostrativa, que no excluye la pluralidad de tesis y argumentos, sino quelos requiere como punto de partida, que ciertamente utiliza procedimientos metodológicos, pero que no se limita a ellos, que apela al entendimiento y honestidad de los dialogantes para escucharse y llegar a acuerdos 258
o consensos racionales válidos temporalmente en circunstancias y contextos específicos, y siempre revisables, pues las conclusiones de la discusión racional son falibles. El diálogo intercultural requiere de este tipo de argumentación. Por otra parte, nuestra propuesta del principio de equidad epistémica se inspira también en la reformulación radical que sobre el concepto de racionalidad en la ciencia propusieron a principios del siglo XX, filósofos de la ciencia de la talla de Duhem y Neurath. Duhem considera que la lógica y la metodología son insuficientes para la justificación racional de hipótesis y teoría. Además se requieren razones complementarias de otro tipo, "que no proceden de la lógica, pero que no obstante dirigen nuestras preferencias y elecciones 'estas razones que la razón no conoce' y que hablan del amplio espíritu de fineza y no del espíritu geométrico, constituyen lo que es propiamente llamado buen sentido (bon sens)". 14 El buen sentido se puede desarrollar a través de la confrontación dialógica de las hipótesis y teorías que presentan diferentes científicos. Para ello se requiere que los mismos científicos superen "la pasión que hace a un científico ser demasiado indulgente con sus propias teorías y demasiado severo con los sistemas teóricos de sus colegas". 15 Por lo anterior, podemos afirmar que, en última instancia, la racionalidad del juicio científico depende de una cierta actitud, ética y cívica de los científicos. La reivindicación de la racionalidad práctica en la ciencia también fue desarrollada por Otto Neurath, hacia 1913. Neurath cuestionó fuertemente la idea cartesiana de que, a diferencia de lo que sucede en los asuntos prácticos como en la moral y la política, en el ámbito de las ciencias es posible asegurar la verdad de las teorías a través de un método riguroso. Y cuestiona aún más radicalmente las pretensiones contemporáneas de extender al ámbito práctico las supuestas virtudes del método científico 259
infalible. Esta excesiva confianza metodológica que raya en la metodolatría, es considerada por Neurath como síntoma inequívoco del pseudorracionalismo. 16 El verdadero racionalismo es consciente de sus límites, especialmente de las deficiencias de la lógica y la metodología, y reconoce que éstas deben ser complementadas con otro tipo de razones prácticas que él denomina "motivos auxiliares". La exclusión de los aspectos prácticos y subjetivos no sólo origina una concepción estrecha y deformada de la racionalidad científica, sino también propicia una peligrosa concepción autoritaria de la relación entre ciencia y poder político. En suma, tanto Duhem como Neurath consideran que ciertos valores y actitudes éticas de los científicos, como la tolerancia y reconocimiento de la discrepancia, la disposición al diálogo y a cooperar, así como la existencia de condiciones políticas adecuadas, tales como el pluralismo, la libertad de investigación y comunicación, son indispensables para el desarrollo racional de las ciencias que propicien una sociedad justa. La característica común de las concepciones humanistas del siglo XVI y las de la filosofía de la ciencia del siglo XX, es que ambas son falibilistas, niegan la existencia de un lenguaje universal indiscutible, rechazan también la existencia de un método que por sí mismo garantice la verdad y racionalidad del conocimiento, y también consideran fútil pretender eliminar el peso de las tradiciones. Por el contrario reconocen que todo lenguaje es corregible y su aceptación depende en última instancia de las convenciones sociales vigentes en un momento determinado. Por lo tanto es imposible y absurdo eliminar los conocimientos previos resultado de las tradiciones, que además trasmiten de generación en generación el saber históricamente acumulado.
260
Si no fuera por las tradiciones, nos dice Popper, cada generación nueva estaría en la situación de Adán y Eva. Además, si bien aceptan la relevancia de los métodos, éstos nunca son suficientes por sí mismos para justificar el conocimiento. Se requiere además la disputa, las controversias entre diferentes hipótesis, teorías e interpretaciones, así como la deliberación prudencial y formación de acuerdos o consensos provisionales que tendrían que revisarse y corregirse en futuro. Todo conocimiento, incluyendo el científico, es falible y toda racionalidad requiere de la discusión plural y del juicio prudencial. Esta visión de la racionalidad propia del Renacimiento y de la filosofía de la ciencia de principios del siglo XX, es marcadamente opuesta al universalismo metódico propuesto por Descartes y Bacon, y plenamente compatible con nuestra propuesta de una racionalidad fundada en la equidad epistémica. Es por ello que tomamos a estos autores como antecedentes y fundamentos de nuestra propuesta. En realidad ésta se puede considerar como una continuación de la ampliación que hace Neurath de la idea de bon sens de Duhem, basada en las controversias al interior de la comunidad de científicos, a la totalidad de la comunidad social. Pero Neurath sólo considera la participación de la sociedad en relación con los motivos auxiliares y no con cuestiones propiamente cognoscitivas. Mi propuesta del principio de equidad epistémica consideraría que también las cuestiones cognoscitivas, y no sólo los motivos auxiliares, deben ser debatibles en el seno de las sociedades plurales para propiciar una racionalidad afín a la diversidad cultural.
________NOTAS________ 261
1
Edmund Husserl, Renovación del hombre y la cultura, Barcelona, Anthropos-uam, 2002: 101-102. [Regreso] 2
Toulmin, Cosmópolis. The hiden agenda of modernity, The University of Chicago Press, 1990: 70. [Regreso] 3
Idem. [Regreso]
4
"Hobbes busca reemplazar la perspectiva dialógica y antidemostrativa del razonamiento moral, que se deriva del supuesto humanista de que para cualquier asunto siempre pueden desarrollarse argumentos para sustentar respuestas o posiciones opuestas [...] por una teoría política basada en premisas auténticamente científicas" Q. Skinner, Reason and Rethoric in Thomas Hobbes Political Thought, Cambridge, Cambridge University Press: 298. [Regreso] 5
"Hobbes fue uno de los primeros, después de Bacon, en interpretar las consecuencias política y sociales radicales de la nueva ciencia, y uno de los primeros pensadores modernos en llevar a cabo la mediación política entre ciencia y sociedad. Hobbes promovió simultáneamente la reconstitución del pensamiento teórico y la reconstitución de la sociedad sobre bases de modos científicos de pensar. Lo que conecta a ambos es un hilo de despotismo", Sheldon Wolin, "Hobbes and the Culture of Despotism", en M. Dietz (ed.), Thomas Hobbes and Political Theory, Kansas, University Press of Kansas, 1990: 18. [Regreso] 6
José María Vigil, "Discurso en la junta de profesores de la Escuela Nacional Preparatoria del primero de septiembre", en José María Vigil, textos filosóficos, edición y estudio introductorio de José Hernández Prado, México, uam-Azcapotzalco, 2005: 197-198. [Regreso] 7
Ibid.: 198. [Regreso]
8
"La vida humana es guiada por muchas ideas, la verdad es una de ellas. La libertad y la independencia mental son otras. Si la verdad, como la conciben algunos ideólogos, entra en conflicto con la libertad, entonces tenemos una opción". Paul Feyerabend, "Cómo defender a la sociedad contra la ciencia", en Ian Hacking (ed.), Revoluciones científicas, México, fce, 1985: 297. [Regreso] 9
S. Turner, Democracy 3.0, Sage publications, 2003. p. 5. [Regreso]
10
Sobre el modelo republicano y liberal de democracia, véase mi artículo, "Democracia liberal y democracia republicana", en Araucaria, Revista Iberoamericana de filosofía, política y cultura, España, Universidad de Sevilla, núm. 1, 1999: 72-82. [Regreso] 11
Esta idea ha sido desarrollada recientemente por Kitcher en su libro
262
Science, Truth and Democracy, bajo el concepto de "ciencia bien ordenada" (well ordered science). Kitcher considera esencial que, para que se establezca la ciencia bien ordenada en una sociedad democrática, existan instituciones que gobiernen el desarrollo científico y tecnológico en función de acuerdos deliberativos entre representantes de los diferentes puntos de vista relevantes en la sociedad en cuestión, de una manera semejante a como ocurre en la democracia popular. Cfr. Philip Kitcher, Science,Truth and Democracy, Nueva York, Oxford University Press: 122-130. Véase también S. Fuller, The Governance of Science and the Future of Open Society, Reino Unido, Open University Press, 2000: 13-20. [Regreso] 12
Alberto Betancourt, "El Corredor Biológico Mesoamericano: Tecnologías apropiadas, saberes indígenas y conservación de la biodiversidad", en A. Betancourt y E. Cruz (coords.), Del saber indígena al saber tradicional, México, unam-Mimeo, 2006: 12. [Regreso] 13
Respecto a los cuestionamientos sobre la inequidad de la apropiación de conocimientos tradicionales véase: Informe de Evaluación del Primer Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo 1995-2004, "Pacto del Pedregal", México, unam, 2007: 3032. [Regreso] 14
Pierre Duhem, Theaim and Structure of Physical Theory, Atheneum, Nueva York, 1962.: 212. [Regreso] 15
Ibid.: 218. [Regreso]
16
Cfr. Otto Neurath, "The lost wanderers of Descartes and the auxiliary motives", en Otto Neurath, Philosophical Papper 1913-1946, Dordrecht, D. Reidel Publishing Company, 1983: 1-12. [Regreso]
263
Ciencia y democracia Salvador Jara Guerrero Hay dos conceptos que surgieron casi a la par en la historia moderna de la humanidad: ciencia y democracia. Ambas representan los más altos ideales del liberalismo como son la libertad individual y la igualdad ante la ley, apoyadas en la confianza en el racionalismo y la capacidad argumentativa para alcanzar consensos. Ambas se han erigido en ideas que han guiado el devenir de las civilizaciones contemporáneas. Sin embargo, las que deberían constituir solamente una especie de faro o guía para alcanzar fines más altos, se han convertido, poco a poco, en fines en sí mismas, al grado que es casi una obviedad argüir su importancia en las sociedades actuales. Nos parecen fines en sí mismos. Ser científicos y democráticos es un valor que no requiere mayor justificación. Sin embargo, una observación más cuidadosa hace surgir algunas interrogantes que merecen ser analizadas. Aunque la ciencia y la democracia aparentan ser variables independientes, no lo son, entre ellas existen un número de vínculos también dignos de análisis. La ciencia y la democracia son instrumentos indispensables en la vida humana actual, representan dos de las características distintivas de nuestra época. Por ello, el objetivo de este trabajo es reflexionar acerca del papel de la ciencia en una sociedad democrática y el papel de la sociedad en la democracia, en una sociedad científica o del conocimiento, mirando en cierto modo lo obvio, pero intentando una observación diferente que ponga de manifiesto lo que por evidente se ha dejado de mirar en el sentido de Foucault. Argumentaré que tanto la ciencia como la democracia 264
son necesarias para la supervivencia del mundo y del hombre, pero no son suficientes, se trata de medios o metodologías y no de fines en sí mismos como con frecuencia se asume. Para iniciar la reflexión, un poco de historia me permitirá situar ambos conceptos, ciencia y democracia, en el contexto más adecuado. El fundamento que da vida a la ciencia y a la democracia es el mismo, se puede afirmar que son contemporáneas, son ideas o metodologías de la misma generación. Ambas emergen como producto de la modernidad o, mejor dicho, surgen con la modernidad, nacen con ella. Ambas tienen fundamento en la confianza en el individuo, en la necesidad de construir consensos y en el ideal de la racionalidad humana como la luz que distingue al hombre de las demás especies y lo coloca en una situación de poder muy especial sobre la naturaleza. Se dice que la palabra democracia fue inventada por los griegos para definir la asamblea de ciudadanos, que no incluía a las mujeres ni a los esclavos ni a los extranjeros, pero la noción actual de democracia representativa y la noción misma de ciudadano, surgen con la constitución de los estados modernos en el siglo XVIII, fuertemente influida por las ideas de la reforma protestante y por la revolución científica del siglo XVII. Los inicios de la democracia moderna y el fin de las monarquías, se pueden rastrear en la rebelión popular que tuvo lugar en Inglaterra en 1642, llevada a su punto culminante con la ejecución del rey Carlos I, aunque las ideas liberales que caracterizan a nuestras sociedades democráticas surgen con fuerza hasta después de la Revolución Francesa. El liberalismo inglés y el pensamiento revolucionario francés centraron muchos de sus argumentos en conceptos de tipo individualista, así los hombres tienen derechos individuales que hacen valer a través del Estado, así éste debe garantizarlos a la 265
vez que procurar la paz y la convivencia. Para el pensamiento liberal, el hombre es dueño y señor de su destino, es pues, soberano y la soberanía ya no reside en el Rey o en Dios, reside en el hombre mismo, quien la deposita en el Estado para conseguir el bien común. Desde el protestantismo se promovió la revaloración del individuo como un ser capaz de comprender por sí mismo el mensaje de Dios en la Biblia, sin necesidad de intérpretes o representantes divinos. A su vez los ideólogos de la Revolución Científica promovieron el reconocimiento de ese mismo individuo como un ser racional con la capacidad de comprender y manipular la naturaleza para su beneficio. Ambos reconocimientos dieron lugar a una nueva concepción del hombre que favoreció el desarrollo de la ciencia y de la democracia en sentido moderno. Ya Locke apuntaba en la segunda mitad del siglo XVII su convicción del estado de libertad y de igualdad natural entre los hombres y la posibilidad de establecer de manera voluntaria una sociedad política. En 1690 Antoine Furetière definía la democracia como una forma de gobierno en la que toda la autoridad reside en el pueblo. En el siglo XVII se han ubicado diversos eventos que formaron parte de la gestación de la modernidad. Comenzando con la Reforma Protestante, la Contrarreforma, la expansión europea y la Revolución Científica, hasta llegar al desarrollo de la economía capitalista y la constitución del ciudadano. A estos procesos se ha asociado también un cambio radical en la manera de mirar el mundo, de trazar nuevas interrogantes y de abordar problemas. Aparecieron en escena cuestiones nunca antes planteadas como el discernimiento entre certeza y error, la polémica entre el libre albedrío y el destino, las metodologías analíticas, la filosofía experimental y un nuevo punto de partida para el conocimiento: la 266
razón como garantía de verdad frente a las ilusiones de otros caminos. 1 En ese mismo siglo coexistieron Robert Boyle, Renato Descartes, Cotton Mather, Velásquez, Christian Huygens, Lope de Vega, Edward Halley, Rembrandt, William Harvey, Sor Juana Inés de la Cruz, Blas Pascal, Carlos Sigüenza y Góngora, Isaac Newton y otros personajes. Entre las invenciones y novedades destacan desde el microscopio y la bomba de vacío, hasta el descubrimiento de especies extrañas de minerales, animales y vegetales de África y de las Indias Occidentales y Orientales. La génesis de lo que hoy denominamos ciencia, las ideologías de libertad y de individualidad creadora, el capitalismo, el humanismo y el nacimiento de los estados nacionales, forman también parte del complejo movimiento de la modernidad. Y no es que la modernidad haya surgido de esos procesos, o que la modernidad sea su fruto, sino que son justamente esos movimientos los que la constituyen. La modernidad no es más que el nombre que hemos dado a ese conjunto de fenómenos. Surgió así una nueva clase letrada con una actitud muy distinta frente al conocimiento. Se produjo un desliz de la autoridad de los libros y de las personas privilegiadas, hacia la autoridad de la experiencia personal, de la experimentación y del juicio colectivo; los libros dejaron de ser fuentes absolutas del conocimiento, y se convirtieron en reportes falsables. Hubo una especie de apertura ontológica, se reconoció la existencia de objetos, procesos y formas de organización social nunca antes pensados. Una de las ideas fundamentales para la noción de modernidad fue el reconocimiento de la existencia de otras tierras, de otros animales y plantas y de otros fenómenos. Se añadieron otros mundos visibles con el telescopio y el microscopio y todo ello reforzó, paulatina pero tenazmente, la idea de que el 267
mundo contiene muchas más cosas de las que podían ser imaginadas. 2 Así, la ciencia surge de la convicción de que el mundo es cognoscible y que el hombre, cada individuo, es capaz de conocer el mundo sin necesidad de intervención divina, a través de la razón. Si el mundo muestra un orden excepcional que puede ser captado por la razón humana, Dios debió haber creado así al mundo y al hombre para que éste le conociera. La democracia también es producto de esa confianza en el individuo común y corriente, implica la afirmación de la responsabilidad y capacidad de cada persona, no sólo para determinar sus propias trayectorias y dirigir sus asuntos, sino para determinar el futuro de los demás. Los ideales de democracia, libertad, justicia o equidad son considerados tan importantes hoy día, que con frecuencia se les utiliza como si fueran objetivos en sí mismos. Sin embargo, ser democrático, justo o libre contribuye a que todos, o la mayoría vivamos con bienestar y mediana felicidad, pero no lo garantiza. La democracia, la libertad, la equidad, la justicia, el conocimiento, son medios para fortalecer el camino hacia un horizonte del sentido de la existencia que está siempre envuelta por el deseo de un buen vivir de cada cual, con equidad y pluralidad en comunidad. Sin embargo, ninguno de esos ideales puede por sí mismo sustituir algo mucho más profundo: el sentido de nuestra existencia individual y colectiva. Las motivaciones, razones, valores e ideales que dan sentido a la vida individual y los comunes que dan sustento y cohesión a una comunidad, son los que pueden aportar un horizonte que a la vez otorgue también de un sentido correcto o pertinente a la ciencia y la democracia. Ni la democracia, ni la justicia o la libertad, ni el conocimiento científico, garantizan por sí mismos el bien común o una vida digna 268
para todos, ni existe fórmula alguna para establecer el peso relativo de cada uno de ellos, y menos aún podemos generalizar receta alguna con una combinación ideal o siquiera aceptable de libertad, democracia, equidad, ciencia y tecnología. La cultura particular de cada comunidad requiere de combinaciones complejas y distintas porque cada una concibe de manera diferente su sentido existencial. Por ello, esto que se dice con una simplicidad extraordinaria y que denominamos bien común o buen vivir, es en realidad un problema de dimensiones complejas. Para continuar con el presente análisis plantearé enseguida algunas premisas y después algunas interrogantes. Participamos de una existencia natural y social en común, de un ecosistema, esa es la premisa inicial. En una comunidad así se pone en juego la vida individual a la vez que la colectiva y la del planeta. Nuestra existencia es irremediablemente comunitaria. No vivimos en el mundo, o sólo con el mundo, somos parte del mundo. Esta afirmación implica que tanto afectan las acciones humanas al mundo como viceversa. De forma similar, los individuos no son partículas o pedacitos de una comunidad, son la comunidad misma, y las comunidades no son piezas de la sociedad sino que la conforman, no la ocupan, la constituyen. Y todos, el conjunto, seres vivos y naturaleza en general, los individuos y la sociedad, no habitamos el mundo como partes colocadas en éste, somos parte del mundo. Dado que todo objetivo de esta comunidad natural-social presupone su existencia, toda reflexión o propuesta acerca del sentido que tiene la vida humana y que pretenda ser pertinente deberá contribuir a garantizar nuestra supervivencia. Si, como ha sido dicho, somos parte del mundo, esa supervivencia no puede asegurarse de manera independiente de los demás y del medio ambiente. Por tanto lo que está siempre en juego no es la 269
supervivencia humana sino la supervivencia del mundo social y natural que a fin de cuentas constituye uno solo, un tejido complejo, un organismo. Sin embargo, no se trata de sobrevivir a cualquier precio, la existencia debe tener condiciones mínimas que sólo es posible atisbar si se indaga su sentido más profundo. La afirmación de nuestra vida como parte de un todo implica el reconocimiento de que la responsabilidad de nuestra supervivencia es la responsabilidad de la vida de la comunidad, de la sociedad y del mundo. Es también la aceptación de que los asuntos individuales que tienen implicaciones más allá de uno mismo, son asuntos comunitarios y, por tanto, son necesariamente públicos; es decir, todos aquellos asuntos en los que no sólo está en juego el futuro del individuo sino de la colectividad. Lo anterior expande la obligación y responsabilidad propia e individual de cada quien hacia los demás. Si cada individuo en sociedad es reconocido como capaz de tomar decisiones que afecten a otros individuos es, entonces, una responsabilidad de cada uno y de todos contribuir en la formación integral de cada miembro de la sociedad, puesto que, en potencia, cualquier ciudadano puede representar a todos. El ciudadano, en una sociedad democrática, es responsable más allá de sí mismo, es corresponsable con los demás, y se espera que sea solidario para garantizar no sólo su futuro individual sino el de la colectividad. La democracia ha otorgado la misma voz a todos los ciudadanos y ciudadanas y constituye un mecanismo para llegar a acuerdos, para decidir los proyectos futuros de una nación, otorgando la razón a las mayorías. Pasemos ahora a hablar un poco de la ciencia. Sin duda que los conocimientos acumulados por la humanidad han contribuido a la comprensión del mundo. Así, hemos decidido no dejar el destino ni 270
a los dioses ni al azar. La ciencia nos ha mostrado la complejidad del mundo y nos ha proveído de un bienestar no imaginado. Su nacimiento, hace casi quinientos años, fue producto de la búsqueda de un acuerdo entre posiciones divergentes. En un clima de intolerancia y de diferencias políticas y religiosas, grandes pensadores se plantearon la cuestión de cómo distinguir entre un conocimiento cierto o probable y uno falso, entre un conocimiento legítimo y la charlatanería. En medio de guerras que dividían a países y a familias, muchos se preguntaban si sería posible encontrar un método, en todas esas disciplinas, mediante el cual se pudiera prescindir de las armas y llegar a un acuerdo civil. El resultado fue una manera de pensar crítica y a la vez prudente, una manera de pensar que privilegiaba a la evidencia y a la argumentación razonada y razonable. Con el tiempo a este procedimiento se le denominó método científico.3 La ciencia es una metodología, una manera de actuar, de ser y de pensar. La ciencia es una cuidadosa, disciplinada y lógica búsqueda del conocimiento, siempre sujeto a refutaciones, correcciones y mejoras, y siempre con una actitud crítica, tolerante y abierta, alejada de fanatismos. Algunos de los éxitos recientes de la ciencia ilustran su impacto en la cotidianeidad. Gracias a los conocimientos científicos la expectativa de vida en los países en desarrollo se ha incrementado veinte años en el último medio siglo. La producción alimentaria mundial ha crecido notablemente, a pesar de que la superficie cultivada ha disminuido. Es también gracias a la ciencia que hoy sabemos que ninguna raza es mejor que otra y que si bien los hombres y las mujeres no somos iguales, ningún género es superior. Entre los descubrimientos científicos más importantes está el de la selección natural de Darwin, de la que se debe enfatizar la 271
importancia de la diversidad para la supervivencia. Hay que decir también que este reconocimiento del valor de lo diverso tiene una de sus raíces en la filosofía. Así ciencia y filosofía confluyen en la apreciación de la diversidad como condición fundamental para la sobrevivencia de la especie y del mundo natural. A su vez la diversidad implica pluralidad, la existencia de diferencias y de opciones. 4 Así que vivimos en comunidad y, por tanto, toda reflexión pertinente deberá abonar a la supervivencia de esa comunidad; a mantener su diversidad. En este ecosistema democrático la responsabilidad de un ciudadano va más allá de sí mismo y la ciencia, al ser un factor importante para la supervivencia de esa comunidad, es necesariamente un asunto que a todos atañe, es un asunto público que afecta la vida presente y futura de todos. La diversidad misma es la condición que hace necesarios los acuerdos. Si todos pensáramos igual, si ya conociéramos todo, si contáramos con verdades absolutas, ni la ciencia ni la democracia tendrían sentido. Sin conflictos, sin diferencias, sin desacuerdos entre las opiniones, no se requeriría de procedimientos para alcanzar acuerdos y ni la ciencia, ni la democracia serían necesarias. Fue justamente el reconocimiento de la existencia de diferendos, lo que motivó el surgimiento de éstas, lo que propició la búsqueda de mecanismos que evitaran la violencia y que sirvieran adecuadamente para establecer acuerdos civiles. Estamos ante una paradoja. Las necesarias diferencias entre los individuos, entre las comunidades y las sociedades, traen consigo la irremediable posibilidad del conflicto. La superación absoluta de la diferencia implicaría la homogeneidad, la imposición de un solo punto de vista y la muerte de la diversidad. La igualdad, o el acuerdo de las mayorías, como fin borra las diferencias. El reconocimiento del derecho de las minorías, su inclusión y 272
supervivencia, enriquecen la diversidad e inexorablemente ponen de manifiesto los desacuerdos y hacen visibles los conflictos. Las complicaciones de un acuerdo en la diversidad son evidentes. Incluso de manera individual, cuando surgen conflictos en los que el individuo debe tomar una decisión, es posible entrever las dificultades de una solución adecuada. La manera de superar los desacuerdos, sin acabar con las diferencias, es con conocimiento, prudencia, participación y tolerancia. Y es que los problemas reales, individuales o colectivos, nunca tienen una sola causa, ni solución única. Nunca se trata de problemas simples, no pueden ser resueltos apelando a una sola arista, tienen siempre un gran número de factores que difícilmente son separables y que si se atacan de manera individual no se consigue una solución adecuada. A los problemas complejos se deben necesariamente soluciones igualmente complejas, es decir multifactoriales. Ni la ciencia ni la democracia son en sí mismas soluciones a los problemas, son sólo medios que permiten lograr acuerdos temporales para alcanzar objetivos más altos, relacionados con un buen vivir, una buena vida, una vida comunitaria equitativa. Aún los objetivos anteriores no son absolutos o no tienen una sola significación puesto que ello depende de las motivaciones y aspiraciones de cada comunidad, en última instancia, del sentido que cada sociedad otorgue a sus vidas individuales y colectivas. La complejidad es una realidad, es un hecho, en todo caso nuestras teorías la reducen a escenarios más sencillos para que sean comprensibles, pero éstos no evitan que el mundo sea esencialmente complejo. En este proceso de corresponsabilidad, el reconocimiento de los derechos de otros, aunado al derecho propio de participar responsablemente en la construcción de los destinos ajenos, 273
requiere apelar a la solidaridad. Reconocer las diferencias como existentes y necesarias, ser conscientes del destino en común, admitir que los otros y lo otro son tan parte del mundo como nosotros, que los otros y lo otro son tan parte de nosotros como nosotros de ellos, no es posible sin solidaridad. Salvaguardar la pluralidad de pensamiento en todos los órdenes es la garantía de la diversidad. La pluralidad y la diversidad requieren, sin embargo, admitir la igualdad jerárquica de las distintas posiciones, y el gran obstáculo y enemigo a vencer es el dogmatismo producto de una seguridad extrema, que es en realidad un reflejo de la ignorancia. Tanto en ciencia como en política, quien se atreve a presumir que tiene la verdad consigo, quien defiende dogmáticamente y sin posibilidad de réplica, de discusión y de análisis, su aparente verdad, no muestra sino la enorme ignorancia de quien no admite la complejidad real y tampoco es capaz de ofrecer argumentos razonables y razonados dignos de sus semejantes. Así, imponerse a otros con el argumento de la ignorancia de los demás, o de la propia superioridad educativa, social o política, es una negación de la democracia. Por ello pretender constituir una sociedad democrática sin fomentar la equidad es una quimera. Aunque ciertamente en una sociedad en la que la educación es escasa, ni los representantes ni los representados cuentan con los elementos críticos ni con la cultura del debate civil para enfrentar los desacuerdos. Y cuando se acaban los argumentos no queda sino la imposición autoritaria, la violencia para imponer puntos de vista. Pero la respuesta no está en la imposición de las ideas de los privilegiados ni de las masas mayoritarias, sino en la paulatina construcción de la equidad y el diálogo permanente. Aun en la ciencia, que se ha erigido como la guardiana de la razón, se debe admitir el debate con otras visiones. Más aún, la 274
ciencia debe ser ejemplar en la lucha contra cualquier dogmatismo, debe propugnar por la discusión tolerante y crítica, también fuera de la comunidad científica. La exigencia de la evidencia y la prueba, el análisis y la argumentación, debe practicarse para convencer a la sociedad acerca de las bondades de la actividad científica. Dado que el desarrollo científico requiere del uso de recursos públicos y que sus aplicaciones tienen impacto en toda la población y en el mundo natural, se trata, como ha sido dicho, de un asunto público cuya planeación y apoyo dentro del desarrollo integral de la sociedad no puede dejarse sólo en manos de los expertos científicos. La ciencia y la tecnología, como los programas políticos y económicos de los gobernantes, atañen a toda la población. Apelar a la solidaridad no sólo se refiere a los gobernantes o a los políticos, implica la obligación de cada cual, incluidos los científicos, de pensar en los demás, más allá de sí mismos y de la propia comunidad. Apelar a la solidaridad es pensar también en la formación y en la educación de los otros, no sólo porque tenemos la obligación de concebirlos como iguales (mientras esto no borre las diferencias o nos descaracterice, como dijera De Sousa),5 sino porque, dado que su voto cuenta igual que el nuestro y que son siempre nuestros potenciales representantes, tienen que tener consigo lo mejor de la cultura y la educación, en el mismo sentido que cada uno de nosotros se siente con ese derecho. Garantizar la pluralidad y la diversidad implica tener siempre presente la duda hermenéutica de que quizá no tengamos la razón. Estar siempre abiertos a la opinión del otro, nunca tener más verdad que la certeza moral, es decir, una noción de verdad de carácter falibilista, como la defendida por Robert Boyle durante la Revolución Científica, en la que cada hecho contribuye a la certidumbre moral como una concurrencia de probabilidades del 275
tipo requerido en los juicios en la que el testimonio de un solo testigo no es suficiente para probar que el acusado es culpable de asesinato, el testimonio de dos testigos, aunque de igual crédito [...] debe ser ordinariamente suficiente para probar la culpabilidad de un hombre; porque se supone razonable pensar que, si bien cada testimonio es solamente probable, la concurrencia de sus probabilidades (que deben ser racionalmente atribuidas a la veracidad de lo que juntas tienden a probar) puede muy bien dar certeza moral, certeza que garantiza a un juez a proceder con la sentencia de muerte contra la parte acusada.6 La ciencia y la democracia pueden y deben ser garantías para salvaguardar la diversidad y vencer la tentación de imponer un solo punto de vista, así sea mayoritario. El dogma que resulta de la seguridad de tener la verdad, les convierte en obstáculos para la supervivencia y en artífices de una homogeneización que acaba con las diferencias y borra las identidades. Así como la ciencia, con base en su prestigio y autoridad, no debe descalificar a priori a ningún otro saber, la democracia tampoco debe acabar con las perspectivas y visiones de las minorías escudándose en su poder mayoritario. En ambos casos esa actitud representa una ofensa a la inteligencia de quienes piensan distinto y defienden un modelo de desarrollo y supervivencia diferente, en la igualdad democrática todos y cada uno deben tener un espacio en el concierto de la planeación del futuro porque, a fin de cuentas, lo que está en juego es la existencia de mayorías y minorías, y de nuestro entorno natural. Si se logra alcanzar ese primer objetivo de la supervivencia, la posibilidad de que el bienestar anhelado, tanto individual como colectivo, se haga realidad, dependerá de 276
reconocer en la ciencia y la democracia, poderosas herramientas o metodologías o medios aliados que nos permitirán un debate y una experimentación permanentes, de puntos de vista y de modos de vida para una mejor existencia
________NOTAS________ 1
Por supuesto que las meditaciones cartesianas son la fuente más importante para entender la fuerza de la razón en la modernidad, pero para una visión de la problemática modernidad-posmodernidad se recomienda el libro coordinado por Nicolás Casullo, El debate modernidad posmodernidad, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1993 [Regreso] 2
Salvador Jara Guerrero, La ciencia prudencial de Robert Boyle, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2009: 29. [Regreso] 3
Salvador Jara Guerrero, El ocaso de la certeza, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo: 23-24. [Regreso] 4
Salvador Jara Guerrero, "La vida en la Tierra. Una responsabilidad humana", en Ciencia y Desarrollo, vol. 236, núm. 245, México, Conacyt, agosto, 2010: 62-67. [Regreso] 5
Boaventura de Sousa Santos, El milenio huérfano, Bogotá, Trotta, 2005: 223. [Regreso] 6
Steven Shapin y Simon Schaffer, Leviatan and the Air-Pump, Princeton, Princeton University Press, 1989: 56. [Regreso]
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Axiología Racionalidad axiológica y prácticas científicas * J. Francisco Álvarez
En un espacio de debate como el que nos reúne no está de más recordar las elogiosas referencias que hacía Feyerabend a la obra de John Stuart Mill. Cierto es que se refería a On Liberty pero, como ha tratado de mostrar Staley, 1 la propuesta de Mill en On Liberty no supone ningún tipo de ruptura conceptual con el tipo de análisis sobre la actividad científica que aparece en el Mill de A System of Logic. Comparto esa intuición de Staley y, al modo en que el Círculo de Viena en su manifiesto sobre La concepción científica del mundo ofrecía un listado de sus ancestros, propongo que incluyamos como un claro antecedente de la filosofía política de la ciencia al propio Stuart Mill; quien también aparecía en aquella otra lista; evidentemente un candidato menos discutible, sería John Dewey. Utilizando este recurso de las listas, propongo discutir si deberíamos incorporar en ella a John Rawls y, también, si así como ellos incluían a algunos científicos vivos (Albert Einstein, por ejemplo), nosotros podríamos incluir hoy al economista Amartya Sen entre los elementos destacados de ese grupo de filósofos políticos de la ciencia. Desde luego la propuesta no es nada neutral y se pretende dirigir al núcleo mismo de la reflexión que estamos tratando de realizar. ¿Qué entendemos por filosofía política de la ciencia? ¿Cuáles son nuestros puntos de partida para esa reflexión? ¿Qué le añade a una sociología de la ciencia? ¿Qué a una economía de la ciencia, tal como viene desarrollándose en los últimos veinte años? En todo 278
caso, ¿nos ayuda a expandir, revisar o cambiar el rumbo de la filosofía de la ciencia tal como se venía practicando en los últimos setenta y cinco años? La filosofía de la ciencia sin duda es una disciplina relativamente joven aunque se puedan rastrear muchas filiaciones diversas. Más allá de simples traslaciones a ella de los espacios de reflexión típicos de la filosofía política, de los problemas de distribución, de justicia, de asignación justa de los recursos, de las formas organizativas de los sistemas sociales, su normatividad y su legitimidad, ¿cabe realizar una actividad y unas reflexiones transdisciplinares que sirvan para mejorar, refinar o precisar el tipo de preocupaciones a las que pretendía responder la filosofía de la ciencia? Mi opinión es que sí y podría apoyar esta afirmación, por ejemplo, señalando la pertinencia que tiene para la filosofía de la ciencia una discusión como la sostenida en la década de los ochenta entre John Rawls y Amartya Sen. Así, en mi opinión, estaríamos haciendo filosofía política de la ciencia. Al analizar los supuestos sobre la racionalidad y la acción humana, sobre los que se han pretendido apoyar diversas teorías de la ciencia, nos encontramos con grandes ciclos y convulsiones. Buena parte de las propuestas han pretendido separar y aislar, tratando de encontrar así lo auténticamente peculiar de lo humano, de la práctica científica e incluso de cada una de las ciencias en particular. Por el contrario, y a eso apunta la filosofía política de la ciencia, parece posible encontrar espacios comunes a las diversas prácticas cognitivas y sociales; de manera que es al espacio general de la actividad humana, imprecisamente definido, en ese espacio de lo común, de lo compartido, incluso de lo narrativo, hacia donde nos parece importante apuntar para percibir cómo se genera o emerge lo peculiar, y lo más interesante, de la actividad 279
científica. Buena parte de la discusión entre J. Rawls y A. Sen, a propósito de la naturaleza de lo político y del tipo de información necesaria para una teoría adecuada de la justicia,2 resulta pertinente para revisar las versiones consecuencialistas de la racionalidad y proponer una axiología de la ciencia que, al tener en cuenta el carácter de las prácticas científicas, precisa críticamente las nociones heredadas de la racionalidad científica. "Nunca sabemos lo que es suficiente hasta que no conocemos lo excesivo". 3 También resultaría interesante analizar hasta qué punto la propuesta de capabilities y functionings, avanzada por Sen, puede articularse con la noción de racionalidad axiológica propuesta por Boudon, en The Origin of Values. Sociology and Philosophy of Beliefs. 4 Creo que es posible hacerlo adoptando una línea cercana a la racionalidad acotada, que tiene su inspiración en la obra de H. Simon.5 Sin embargo, no voy a abordar en detalle esta cuestión. Simplemente decir que los supuestos epistemológicos de Durkheim, Tocqueville, Smith y la misma idea del "espectador imparcial", tienen más que ver con los diversos valores que comparten de lo que normalmente se admite. Contribuyen a la consolidación de un importante activo de la actividad científica (sus "códigos de conducta", para bien o para mal). Un fantasma recorre la filosofía de la ciencia contemporánea, el fantasma de los valores. Contra él se levantan todo tipo de ataques y críticas. Muchos son los que hablan del asunto y desde muy diversos lugares, pero pocos son los que analizan con detalle el concepto. Defendemos que la ciencia está impregnada de valores, que ellos aparecen por doquier y que sin ellos no hay siquiera ciencia. Bastante es lo que ya conocemos sobre esta cuestión. Para muchos, la ciencia es lo que nos caracteriza como racionales, pero acaso ¿no será que como agentes racionales 280
hacemos ciencia? Ahora bien, qué es eso de ser racionales. Sin duda tiene que ver algo con nuestra forma de adaptación al medio, con nuestra eficacia reproductiva, individual y social, con nuestra capacidad para mantenernos a flote en el fluir de la acción social. El pensamiento dual, dicotómico, el pensar en blanco o negro, sin matices, sin grises, sin otros colores, sin el conjunto del espectro, provoca reacciones fundamentalistas de muy diversos tipos en la ciencia, en la práctica social, en la política, en la moral. Defendemos una visión pluralista, cromática, complementarista, procesual de la racionalidad. Incluso parece conveniente avanzar algún concepto más abarcante, menos rígido, que dé cuenta de ese tipo particular de actividad cognitiva (y emocional) que conduce a la construcción de la ciencia y a organizarla como parte de nuestra actividad social. En estos casos parece más adecuado hablar de acción inteligente, de estrategias inteligentes, de prácticas inteligentes, en vez de caracterizarlas genéricamente como racionales. La reflexividad y recursividad de nuestras prácticas es uno de los rasgos importantes que será indispensable incorporar, si queremos entender a la ciencia como parte de una tecnología cognitiva (de una tecnología que produce conocimiento). Buena parte de los análisis sobre el cambio técnico y el impacto de las tecnologías, su difusión y aplicación, suelen adoptar como estructura teórica subyacente la teoría económica estándar y, en particular, el modelo de elección racional. Los filósofos de la ciencia, como buenos M. Jourdain, han estado haciendo economía de la ciencia sin saberlo. La mayor parte de las veces, cuando hablan de la toma de decisiones en las aplicaciones de la tecnología o en la construcción de la ciencia, suelen utilizar un modelo de racionalidad similar al que ha sido habitual en teoría económica, configuran y proponen así, un determinado modelo de individuo que es precisamente el que nos planteamos reconsiderar. 281
En ese espacio de reflexión sobre los modelos humanos, considero que se encuentra uno de los importantes complementos que la reflexión, desde la filosofía política, puede aportar a la filosofía de la ciencia. Algunas de las críticas a aquel modelo son suficientemente conocidas, y buena parte de las críticas formales se resumen en ciertos problemas conectados con la dificultad de establecer la existencia y la unicidad del camino de acción que nos propone la teoría de la elección. Son dificultades relacionadas con la posible inexistencia del curso óptimo de acción que se pudiera elegir, o con la pareja dificultad de que, en caso de existir el óptimo, pudiera ocurrir que no fuese único. Otro grupo de problemas, también muy discutidos y suficientemente conocidos, tienen que ver con aspectos empíricos y experimentales que han mostrado la inadecuación del modelo. 6 En este aspecto es corriente referirse a los trabajos de Kahneman y Tversky. 7 De toda esa discusión sobre la racionalidad, nos parece importante retener algunas ideas avanzadas por H. Simon con su propuesta sobre racionalidad procedimental o racionalidad por satisfacción. La cuestión básica es que se rechaza la propuesta optimizadora, que conduce a una suerte de racionalidad olímpica (en el sentido de que si es característica de alguien lo sería de los dioses del Olimpo). La racionalidad acotada (la bounded rationality de Simon) no ha tenido en general mucho éxito entre los economistas teóricos, entre otras cosas porque parecía difícil articular en torno a ella modelos que permitieran elaborar propuestas y desarrollar la teoría económica.8 De todas maneras, y aunque la propuesta de Simon nos parece claramente más "productiva" para los estudios sobre la ciencia, consideramos que ambas perspectivas, tanto la acotada de Simon como la olímpica (criticada por Simon y también llamada por 282
él racionalidad substantiva), exhiben una evidente carencia informativa. En los estudios sobre la racionalidad influidos por la teoría económica, es cada vez más frecuente encontrar pronunciamientos que, para oídos de filósofos racionalistas, pueden resultar francamente sorprendentes. No es que ahora se diga, o se vuelva a decir, que el modelo ideal de racionalidad resulta impreciso, o que se trata de una idealización. Por el contrario, lo que se viene a plantear es que son otros modelos (también ideales) los que pueden dar mejor razón de la práctica económica. Otras formas de acción no regidas exclusivamente por la optimización de la eficiencia, en términos de la relación medios-fines, resultan más eficaces y moralmente más defendibles. Algo parecido ocurre con los estudios sobre el papel de la retórica en el campo de los estudios de la ciencia, no es que se diga en clave postmoderna que la ciencia sea un simple juego retórico, es que con algunos de los que hemos considerado juegos retóricos, conseguimos mejores teorías científicas. Por ejemplo, el papel de las controversias aparece claramente como una pieza clave en la construcción de la ciencia occidental. 9 Diversos estudios empíricos recientes han encontrado evidencia de que los supuestos conductuales que adoptaba el modelo estándar tienen influencia más allá de la modelización del sistema financiero. Los supuestos de la teoría tienen influencia sobre la práctica financiera: "es" de hecho implica "debe". Por ejemplo, Norman Bowie ha mostrado ciertas conexiones entre la actitud de los estudiantes de ciencias económicas, quienes habiendo sido educados en un paradigma de estrecha racionalidad, creen que tienen que ser poco éticos para mantener sus trabajos, creen que todo el mundo pondrá por delante su interés propio. "Los datos muestran que la cuestión no es anecdótica, los estudiantes 283
licenciados en economía tienen mayor tendencia a comportarse de manera egoísta." 10 Algo parecido han planteado S. Bowles y H. Gintis en "Walrasian Economics in Retrospect",11 al recordar que en el juego del ultimátum, los resultados empíricos señalan con fuerza a un cierto tipo de conducta de reciprocidad fuerte, strong reciprocity, una tendencia a recompensar a quienes se han comportado cooperativamente y a castigar a quienes han violado las normas de una conducta aceptable, aunque la recompensa y el castigo no puedan justificarse en términos de preferencias orientadas hacia un resultado centrado en los propios intereses. Mi intención es simplemente plantear una serie de nociones que me parecen de enorme importancia para una reflexión sobre la ciencia, y su lugar en las sociedades contemporáneas. Me sitúo lejos de los planteamientos que hablan de neutralidad axiológica de la ciencia y muy lejos de quienes defienden que con la ciencia somos capaces de alcanzar un conocimiento objetivo con independencia del sujeto de conocimiento. Es frecuente que estos últimos digan que el problema ético, caso de encontrarse en algún lugar, se localiza exclusivamente en las aplicaciones que hacemos de la ciencia, y que, si tiene importancia, en todo caso sería un problema a estudiar en relación con las tecnologías. Incluso hay quienes han sostenido que la posible mala aplicación de la ciencia (su maldad social) procede precisamente de su bondad epistémica. Por el contrario, considero que en la misma construcción de la ciencia se plantean los problemas éticos y políticos, que éstos son insoslayables. Por lo que se refiere al gran debatido tema de la racionalidad no ha sido infrecuente escuchar decir que el mejor ejemplo de racionalidad que tenemos es el de la ciencia y que, por ello mismo, se trata de extraer esa noción, caso de que pueda tener interés, de la práctica de la ciencia. No me parece una mala 284
propuesta, pero suponer que esto se logra desde una visión neutral, sobre una ciencia neutral, parece doblemente ingenuo. La cuestión tampoco se reduce a que, al adoptar una determinada posición moral y un cierto enfoque político, ello mismo nos conduzca a la realización de un tipo u otro de ciencia; si pensásemos y actuásemos así, seríamos presa de una ingenuidad (o de una perversidad) similar a la que exhiben quienes consideran a la ciencia como una herramienta todopoderosa y sin valores en su misma génesis. El tema más bien consiste en que la ciencia se produce a partir de todo un conjunto de valores que no tienen justificación última y que esa pluralidad de valores, con sus diversas ponderaciones, produce un tipo de resultados que no es unívoco; tampoco se obtiene de manera determinista mediante algún supuesto universal y bien definido método científico, tampoco porque se organice de acuerdo con un determinado enfoque de governance. Sin embargo, ese procedimiento tentativo, plural, de inciertos cimientos, produce un conjunto de resultados más "eficaces" y una comprensión de la práctica científica "más adecuada", que aquel otro método ideal. "No existe ni la materia ni el maestro ni el discípulo ni el método de enseñanza; por tanto no existe ninguna disciplina."12 Se trata de entender que en la práctica se procede a una constante selección de información a partir de principios no justificados plenamente, incluidos los procesos de deliberación, y que con ellos construimos la ciencia. Esos principios que actúan en la construcción de la ciencia son selectores activos de información y dejan pasar unas cosas e impiden que pasen otras. El resultado es un conjunto de relaciones efectivas para la práctica, que están orientadas por los fines que nos hemos planteado, e incluso en ocasiones nos permiten ver que podemos hacer otras cosas. Esas nuevas relaciones que constituyen a la ciencia, amplían nuestra 285
capacidad de acción y, por ello mismo, plantean y duplican los problemas éticos. La responsabilidad del científico se encuentra no solamente en que puede conseguir poner en práctica determinados procesos previstos, sino también en el hecho mismo de que abre posibilidades de acción nuevas y puede generar situaciones no previstas. Se amplía así el campo de la responsabilidad.13 En las ciencias sociales, todo esto resulta muy evidente. Podemos, por ejemplo, ver lo que ocurre en el campo de la economía financiera. Normalmente las teorías no solamente dicen lo que es, sino que nos proponen lo que debe ser. Incluso de esta manera se establecen líneas de acción y de conducta entre los cultivadores de ese campo del conocimiento. Pero para una perspectiva más general sobre la ciencia, sería conveniente proceder a una reflexión sobre la información que vaya un poco más allá de las nociones generales de teoría de la información utilizadas con cierta frecuencia por filósofos de la ciencia. Esto es lo que algunos investigadores (Peter Pirolli y Stuart Card del Centro de investigación de Xerox en Palo Alto) vienen planteando mediante el desarrollo de una teoría de la búsqueda activa de la información (foraging information theory). Los sistemas de información interactiva se han desarrollado normalmente a partir de los mecanismos de la ciencia cognitiva y de la ciencia de la información. El problema de diseño a resolver no consistía tanto en cómo recoger más información sino cómo optimizar el tiempo del usuario, y se trataba de incrementar la información pertinente ganada por unidad de tiempo empleado. Ahora bien, para el análisis de las tareas, para explotar el diseño, para evaluar los sistemas de información, hace falta desarrollar una teoría más general. Normalmente los estudios cognitivos de los sistemas de 286
información se han centrado en lo que se ha llamado la banda cognitiva (de unos milisegundos a diez segundos) o, cuando mucho, se han preocupado de unos minutos a horas (lo que podría llamarse la banda racional), pero la cuestión está en que modelos como el de la ciencia requieren una banda temporal diferente (no digamos ya la perspectiva histórica, pero sí al menos la interacción social de meses en laboratorios, sistemas, etcétera). Si tenemos en cuenta las escalas temporales de actividad (en el sentido señalado por Newell: la escala cognitiva, la racional y la social), no parece que sea adecuado analizar un tipo de actividad especial como la ciencia con modelos cognitivos de simples milisegundos. Se vienen formulando modelos y desarrollando diseños que no se centran exclusivamente en la capacidad cognitiva individual, sino en los procesos de racionalidad acotada de cognición distribuida y los elementos sociales. De esta forma percibimos que los filtros de información no se restringen a nuestras capacidades cognitivas "elementales", sino que están en el plano de la propia selección social. De esta forma nos parece que se incorporan los valores, incluidos los políticos, y los componentes éticos. Nuestros modelos de ciencia se han restringido con frecuencia a casos análogos a nuestras capacidades cognitivas de procesamiento de información, pero no a la búsqueda y selección de la información. Este aspecto, en mi opinión, es parte de lo que aparecía en la crítica de los historiadores de la ciencia dirigida a los filósofos de la ciencia. También en lo que han planteado algunos economistas y lo que se plantea en buena parte de las diversas opciones de filosofía política de la ciencia. En el caso de la racionalidad sería conveniente tener en cuenta lo que podríamos llamar la tijera de Simon, que señala una consideración adecuada de dos tipos de cotas o limitaciones que 287
se plantean al modelo sustantivo tradicional. La racionalidad acotada individual, como resultado de nuestras limitaciones cognitivas, y la racionalidad ecológica atenta a los problemas que surgen del propio medio de interacción. Estamos ante dos cuestiones estrechamente interrelacionadas, de un lado la búsqueda, selección y procesamiento de información, y, de otra parte, la conformación social de valores que guían y orientan como reglas de decisión rápida; posiblemente esto ocurre también con nuestros valores éticos y nuestros compromisos morales, tal como señalan Muramatsu y Hanoch.14 Una cautela similar a la que mantenemos ante los modelos estáticos sobre la racionalidad, cabría mantenerla respecto a los estudios sobre la evolución de las normas. Hemos aprendido mucho de ellos, pero por sí solos no valen para dar cuenta de otros procesos que se dan en el plano temporal intermedio y a largo plazo. Éstos, por su propio componente temporal, no tiene mucho sentido utilizarlos para hablar de ajuste al medio y selección evolutiva. Además de los óptimos locales, se procede con reglas que no necesariamente conducen a esos niveles de estabilidad. Así podríamos entender la disposición a la cooperación de la que hablan Bowles y Gintis en el artículo citado. De acuerdo con A. Sen, consideramos que es importante tener en cuenta que los principios éticos actúan como filtros de información: nos facilitan ver unas cosas y nos impiden o hacen olvidar otras. Como ha planteado Sen en muchas ocasiones (ya en Elección colectiva y bienestar social), la adopción de un principio de racionalidad sustantiva es en definitiva la adopción de un valor: que un valor sea compartido por todos no significa que no sea un valor. Por ejemplo la maximización de la utilidad puede llevar a un subóptimo en lo personal y en lo colectivo, por lo tanto es un elemento que tiene consecuencias socialmente negativas y puede 288
considerarse como un elemento éticamente relevante. Lo que no está claro es que pretendamos fundamentar unos determinados valores frente a otros por vía de una especie de realidad última de los valores. Parece más interesante avanzar una perspectiva relacional de los valores, una perspectiva funcional, considerada explícitamente como una perspectiva metaética. Precisamente ésta es una parte nuclear del proyecto en el que venimos trabajando conjuntamente con J. Echeverría. ¿Por qué está estrechamente unida la ciencia y la ética? Desde mi punto de vista, es una consecuencia de entender a la ciencia como el establecimiento de relaciones, enfoque que bien se puede considerar como una extensión de la posición de Neurath –quien entendía a la ciencia como la elaboración de un mosaico en el que, quienes contribuyen a él, incluso pueden llegar a cambiar la estructura del mosaico.15 Entre los trabajos técnicos en economía hay algunas líneas de pensamiento que muestran claramente las demandas que la economía hace a otros campos del conocimiento. Por ejemplo, buena parte de lo que se relaciona con el estudio de la incertidumbre, con los problemas de la economía institucional y con la teoría de la elección pública, están demandando la contribución de otros campos, en particular se precisa de la reflexión ética. Al analizar las prácticas científicas aparecen un conjunto de problemas que genéricamente podemos clasificar de asuntos metaevaluativos, correspondientes al espacio de lo que podría llamar axionomía de la ciencia. Así como Amartya Sen ha insistido sobre el carácter de "filtro informativo" que adoptan los principios éticos, y ha señalado cómo se puede aplicar esa perspectiva para analizar las consideraciones de justicia y, al mismo tiempo, ha puesto el acento especialmente sobre la noción de "capacidades potenciales", lo que viene a ser tanto como asignarle un importante 289
papel a las libertades concretas y a la propia responsabilidad del sujeto como agente, considero que buena parte del conjunto de valores que aparecen en las prácticas científicas actúan como filtros selectores de información, delimitando el espacio de la investigación, las formas organizativas de la ciencia e incluso el tipo de métodos utilizados. Una parte no desdeñable de ese espacio de valores es sin duda lo que calificamos como valores políticos (distribución justa, participación, libertad de acción, libertad de investigación, impacto social, etcétera) propiamente dichos. La tendencia a calcular los valores en términos de una única medida, ya sea la cantidad de trabajo abstracto o la búsqueda de un único referente en términos de utilidad, se ha planteado casi siempre con los mismos esquemas formales e ideológicos: la posibilidad de un único rasero. La cuestión importante para la ética y, finalmente, para la economía, es más bien la del pluralismo y la desigualdad, ahora considerado como un resultado tenaz y no como un resultado temporal a falta de disponer, por el momento, de otro criterio general mejor que permitiese realizar la comparación. La propuesta de Sen consiste en proceder a la evaluación de la justicia sobre la base de las capacidades, es decir, centrarse sobre aquellos aspectos personales que se refieren a las libertades concretas que efectivamente disfrutan los individuos, para poder elegir entre maneras de vivir que pueden considerar como atractivas o valiosas. "Esa libertad concreta, real, está representada por la "capacidad potencial" o "aptitud" de las personas para lograr varias combinaciones alternativas de funcionamientos, es decir, de sus formas de ser y de actuar. Por ello se trata precisamente de distinguir entre medios para la libertad y libertad y, también, entre libertad y los logros concretos." La cuestión, insiste Sen, es que debemos distinguir entre libertad (de la cual la "capacidad potencial" es una representación) y el 290
logro o éxito concreto. La "capacidad" refleja la libertad de una persona para elegir entre vidas alternativas, es decir, entre determinadas combinaciones de "funcionamientos". Utilizando términos de Sen: Somos diversos, pero lo somos de maneras diferentes. Un cierto tipo de variación se relaciona con las diferencias que hay entre nuestros fines y objetivos. Las implicaciones éticas y políticas de esta diversidad las entendemos ahora mejor que antes como resultado de los potentes trabajos de Rawls sobre la justicia como equidad. Pero hay otra diversidad importante, las variaciones en nuestra aptitud para convertir recursos en libertades concretas. Variaciones que hacen referencia al sexo, a la edad, a la dotación genética, y a muchos otros rasgos que nos dan potencia desigual para construir nuestra libertad en nuestras vidas, aunque tengamos la misma dotación de bienes primarios. Situados aquí nos reencontramos con el papel que desempeñan los valores al establecerse relacionalmente en la recopilación y selección de información relevante, pero, sobre todo, con cómo se aplican para determinar el conjunto de información que se elimina. Hay diversos principios que se corresponden con un mismo conjunto de datos, o que pueden cubrir por igual a ese conjunto, pero lo importante es que los principios actúan como filtros y sólo dejan pasar cierto tipo de información; no es que los principios incluyan los mismos datos, sino que actúan seleccionando lo que consideramos pertinente. Incluso, a veces, se solapan principios diferentes pero en otras ocasiones pueden ser independientes. En la amplia literatura sobre la teoría formal de la elección social, que se desarrolla en el seno de la tradición de la economía del 291
bienestar y que busca conseguir una justificación racional para la elección entre diversas políticas económicas posibles que se apoyen en las preferencias de los miembros individuales de una sociedad, se supone que la elección social, lo mismo que la individual, se expresa por una ordenación de preferencias sobre alternativas (sociales), de manera que la alternativa elegida a partir de cualquier conjunto posible de alternativas es la más preferida. Por si quedase algún filósofo que considera irrelevante este tipo de cuestiones para la contemporánea filosofía de la ciencia, para sacarle de ese su estadio, valdría recordar el análisis de Sen sobre la necesidad de atender a lo que una persona es capaz de hacer con las características o propiedades de las diversas mercancías en lugar de centrarse exclusivamente en un supuesto indicador unidimensional del bienestar. Sin pretender forzar las barreras disciplinares y, aunque nos parezca importante mantener las diferencias y las precisiones conceptuales, es importante señalar que el trabajo más fructífero en estos campos (tanto de la ética como de la economía) nos parece que se está produciendo por parte de quienes se esfuerzan en una mirada de complementariedad y no de incompatibilidades. Como he indicado en otros lugares 16 vale la pena recordar lo que plantea Amartya Sen en su introducción a Avner Ben-Ner y Louis Putterman: Economics, Values and Organization, Cambridge University Press, 1999: al reconocer la posibilidad de la explicación prudencial de conductas aparentemente morales, no deberíamos caer en la trampa de presuponer que el supuesto del autointerés, es, en algún sentido, más elemental que asumir otros valores. Las preocupaciones morales o sociales pueden ser tan básicas y elementales como aquel interés propio. Que nos pregunten por 292
el camino de la estación de ferrocarril e informemos (si lo sabemos) correctamente se puede explicar porque se nos ha pedido una ayuda que podemos ofrecer fácilmente y a poco coste y además porque ayudar a una persona es una razón suficiente en sí misma. Este reconocimiento básico no tiene porqué corregirse porque dispongamos de una demostración de que tal conducta pueda ser evolutivamente estable y a largo plazo resulte prudentemente beneficiosa para nosotros. Hay diversos caminos para explicar la génesis y el funcionamiento de las normas. Los aspectos prudenciales y los morales, su componente evolutivo o reflexivo e incluso su papel directo o indirecto son caminos legítimos de estudio. La cuestión está en enriquecer las posibilidades de explicación y examinar qué combinación funciona mejor. No hay ninguna razón particular para tener un sesgo a priori para favorecer una u otra orientación. En las palabras finales, con las que cerraba su discurso de aceptación del doctorado honoris causa otorgado en 1995 por la Universidad de Valencia (España), plantea Amartya Sen un elemento clave para comprender sus análisis económicos: Los códigos morales son parte integral del funcionamiento económico, y pertenecen de manera destacada a los recursos sociales de una comunidad. La economía moderna ha tendido a abandonar totalmente estos aspectos de los sistemas económicos. Hay buenas razones para intentar cambiar ese abandono y reintroducir en la corriente principal de la ciencia económica este componente crucial de la actividad de una economía. Efectivamente, queda mucho por hacer. Parafraseándole creo que dispondríamos de una importante 293
precisión para la filosofía de la ciencia: los códigos científicos son parte integral del funcionamiento de la ciencia, y constituyen un elemento importante de los recursos colectivos de la comunidad científica. La filosofía de la ciencia ha tendido a abandonar totalmente estos aspectos de la construcción de la ciencia. Hay buenas razones para intentar cambiar ese abandono y reintroducir en la corriente principal de la filosofía de la ciencia este componente crucial de la actividad científica. Efectivamente, "queda mucho por hacer". En definitiva se trata de una llamada de atención a quienes tratan de aislar al conocimiento científico de sus condiciones de producción. Como ha señalado A. Sen, lo que podemos observar depende de nuestra posición relativa con respecto a los objetos de observación, lo que terminamos por creer está influido por lo que observamos, y cómo terminamos por actuar está relacionado con nuestras creencias. En sus propios términos: "Las observaciones, las creencias y las acciones dependientes de la posición son centrales para nuestro conocimiento y para nuestra razón práctica. La naturaleza de la objetividad en epistemología, en teoría de la decisión y en ética tiene que tener en cuenta adecuadamente la dependencia paramétrica que respecto a la posición del observador tiene la observación y la inferencia." Al insistir en la perspectiva posicional se cuestiona la tradición que considera la objetividad como una forma de invariancia con respecto a los observadores individuales y a sus posiciones, y que pretende que determinado conocimiento es más objetivo cuanto menos descansa sobre la conformación específica del individuo y de su lugar en el mundo. Pero, ¿es la ciencia exclusivamente un constructo social, o es algo más? Nos encontramos ante dos tipos de fundamentalismos. El fundamentalismo cientificista y el fundamentalismo sociológico. El 294
fundamentalismo sociologista adopta algo parecido a la tesis de la inutilidad, que en teoría política ha criticado detalladamente A. Hirschman mostrando claramente que es una actitud profundamente conservadora con independencia de sus valedores. Mejor fuente para la reflexión es el escepticismo clásico. La discusión es la madre de la ciencia. Disponemos de algunas teorías sobre la complejidad y de los sistemas complejos, se desarrollan las ciencias de lo artificial, y en el amplio campo de la modelización se nos sugiere una forma, muy diferente de la tradicional, de abordar el problema de los valores en la ciencia. Esa forma tradicional provocaba tanto el fundamentalismo de la verdad como el relativismo sociologista que se corresponden con la adopción de diferentes modelos humanos que se supone están a la base del quehacer científico: el modelo de los roles y el modelo de los intereses (homo sociologicus versus homo economicus). Defiendo un enfoque integrador, si se quiere "coligante" (aunque no llegue a adoptar como programa la consilience), que se sustenta en los procesos dinámicos de la argumentación, la negociación y la práctica deliberativa. Nos muestra que la dinámica de la ciencia procede por discusiones en las que se encuentran fases de coligación, que expresan puntos de equilibrio en el proceso y que solamente pueden entenderse desde la ciencia como actividad y actividad transformadora del mundo. Los valores son relaciones que se satisfacen en cierto grado; en cada momento hay un conjunto de valores que sin alcanzarse en su grado óptimo nos ayudan a entender el proceso científico. A veces incluso la "cientificidad" aparece en sí misma como un valor. Mediante una perspectiva complementarista de la racionalidad, en línea con algunas contribuciones de Amartya Sen a propósito del papel de las normas y los resultados evolutivos, estaremos en mejores condiciones para estudiar el entramado del complejo 295
sistema tecnocientífico. La idea central de la metáfora textil (el tejido de la racionalidad) es comprender la racionalidad como el resultado de un proceso conformado tanto por la trama de la racionalidad instrumental como por la urdimbre de la racionalidad expresiva. 17 En algunos casos los componentes expresivos pueden formularse como restricciones de la racionalidad instrumental, en otros casos la racionalidad expresiva debe entenderse como una ampliación del contenido informativo. La cuestión no consiste en utilizar una noción instrumental para unas cosas y una perspectiva expresiva para otras, más bien se trata de pensar en la complementariedad sistemática. Ambas formas de racionalidad se dan en el mismo individuo, no aparecen como modelos alternativos de individuo. Al esclarecer los elementos de integración y complementariedad tratamos de formular un agente más adecuado en sus aspectos descriptivos y más preciso predictivamente. En este aspecto me parecen sumamente relevantes las nociones de filtro informativo, membrana semipermeable (contextualmente selectora de información) y tejido (trama y urdimbre) de la racionalidad. Para cualquier organismo la información pertinente es aquella que el organismo es capaz de discriminar, procesar, elaborar y actuar a partir de ella. El análisis de los valores aparece como un ingrediente imprescindible para entender rasgos básicos de las teorías científicas, para comprender la tecnociencia contemporánea, para los problemas de gestión del conocimiento, para los estudios de prospectiva. Cómo está organizada esa cosa que llamamos ciencia, cuáles son sus resultados y por qué pensamos que beneficia o perjudica a unas sociedades en las que al parecer resulta inevitable su institucionalización. Más allá de entrar en la discusión sobre qué 296
sea ciencia y qué no lo sea, ¿será posible precisar qué es buena ciencia? Posiblemente estemos ante una noción que no refleje un tipo de género natural existente sin la presencia humana, sino que se caracteriza precisamente por ser una actividad humana dirigida a determinados fines y que produce determinados resultados, consigue algunos objetivos y produce algunos efectos inesperados. Ese mismo momento que se nos presenta como una actividad humana organizada, aparece connotado por determinado conjunto de valores que son lo específico de nuestra intencionalidad humana. Al hablar de buena ciencia, será inmediato pensar en buena para quién, para qué, en qué ámbito. Por tanto no se tratará tanto de definir y precisar la buena ciencia, sino establecer qué criterios utilizamos para precisar esa bondad. Si es buena porque la elegimos o si la elegimos porque es buena. Esa bondad o maldad intrínseca a la ciencia, hay quienes la sitúan en su bondad o maldad metodológica. Ahora bien, ¿tenemos una noción bien definida de lo que consideramos bueno? Desde luego se trata de un proceso valorativo, estimativo, ponderador. Inmediatamente nos asalta la idea de si dispondremos o no de un único criterio evaluador. Y aparece ante nosotros una red de valores, toda una criba conceptual valorativa que rompe desde el inicio la pretensión de unificación científico-tecnológica. Pluralidad es el término sobre el que hacemos mayor insistencia, a la vez que aceptamos que a lo que más podemos aspirar es a alcanzar cierto grado de satisfacción. Una mirada escéptica ante todo tipo de fundamentalismos. Normalmente los modelos económicos no explican los procedimientos mediante los cuales se adoptan las decisiones que adoptan las unidades económicas. Por el contrario, A. Rubinstein ha tratado de construir modelos en los cuales se incorporen explícitamente los aspectos procedimentales de la toma de 297
decisión y pueden resultar muy significativas para el análisis del complejo tecnocientífico porque "intenta incluir modelos en los cuales quienes toman decisiones lo hacen deliberadamente aplicando procedimientos que guían su razonamiento sobre "qué" hacer y probablemente también sobre "cómo" decidir. En contraste con los modelos evolutivos que tratan a los agentes como autómatas, que simplemente responden a cambios en el entorno, sin deliberar sobre sus decisiones." 18 Así aparece un importante componente de la tradición política, la democracia deliberativa. Parece ser una intuición básica el que tener más información es una ventaja para el decisor, pero hay circunstancias excepcionales. Hay procesos en los que puede ocurrir incluso que no tener acceso a alguna información sea algo muy bueno para un jugador. Pues bien, la equivalencia de las decisiones ex-ante y ex-post y la ventaja de tener más información, no son propiedades que se mantengan si las estructuras de información no son particiones. En la versión estándar, el agente que decide racionalmente es aquel que elige una alternativa después de un proceso de deliberación que atiende a tres cuestiones: qué es lo factible, qué es lo deseable y cuál es la mejor alternativa de acuerdo con los deseos y dadas las constricciones establecidas por lo factible. La clave en el modelo tradicional está en que el proceso de determinar lo plausible y la definición de las preferencias son momentos completamente independientes. Esto nos remite a otras observaciones, aparentemente simples, pero con mucho calado conceptual, que ha hecho Amartya Sen, al insistir en que la elección hay que hacerla depender del conjunto a partir del cual realizamos la elección. No estudiar solamente la elección de x, sino analizar el par (x, s), formado por lo que elegimos y el conjunto de elección. Tiene importancia la elección a 298
partir de un determinado conjunto, con lo cual el tema de las alternativas irrelevantes pierde potencia y sentido. Elegimos dentro del conjunto de capacidades potenciales y nuestra capacidad de transformación se refiere a procesos vinculados a nuestros rasgos individuales y a nuestras conformaciones institucionales. Desde esta perspectiva es posible incorporar una noción muy importante a la hora de considerar a los individuos humanos como informívoros, agentes que buscan información activamente. Nuestros criterios éticos tienen enorme importancia a la hora de nuestra conducta de búsqueda activa de información y buena parte de la peculiar actividad que constituye la ciencia como forma de búsqueda y sistematización de la información, no puede obviar ese componente. Una rancia tradición filosófica parece decirnos que no se puede pasar del ser al deber ser. De cómo son las cosas a cómo deberíamos comportarnos. Sin embargo, defenderemos que la opción valorativa, en muchos casos, resulta previa y nos sirve de filtro de la información para elaborar incluso la noción de objetividad relativa a la posición. Si no la tenemos en cuenta desde el principio no podremos incorporar posteriormente dicha información, porque ya ha quedado fuera. La noción de objetividad relativa a la posición (A. Sen) puede servirnos, por ejemplo, para comprender mejor la actividad científica, sobre todo en el periodo de la tecnociencia contemporánea. Resulta de interés para mostrar que los valores actúan en los diversos contextos de la actividad científica y que por ello es una tarea interesante la construcción de una axiología de la ciencia capaz de mostrarnos determinadas matrices evaluativas. Esa matriz evaluativa es la red en la que se urde, en la que se teje el conjunto de las prácticas sociales transformadoras que conforman la ciencia. 299
Algunas de estas cuestiones resultan claves para una actual comprensión de la filosofía de la ciencia. No se trata simplemente de unas nociones vagas procedentes de la filosofía política, sino de utilizar en el estudio de la ciencia los mejores instrumentos de análisis de esos otros campos. No se trata del vaporoso sociologismo, que nos pretende convencer de que todo está relacionado con todo, sino de avanzar algunas propuestas. Conjuntamente con Javier Echeverría vengo trabajando en un proyecto de extensión del enfoque de capabilities para el análisis de la tecnociencia contemporánea. Aquí simplemente quería señalar que es importante revisar la fundamentación del enfoque de capabilities y functionings en la obra de Sen y que la mejor manera de verlo es en conexión con su revisión de la propuesta de Rawls sobre bienes primarios. La mayor parte de los análisis, incluso cuando han sido interesantes en filosofía política de la ciencia, no han ido más allá de cierto seguimiento del enfoque de Rawls y por ello creemos que en los estudios cts sería muy importante trabajar con esta otra orientación. Como ha hecho Martha Nussbaum, aunque en su caso haya sido respecto al tema de la pobreza y a la desigualdad de género, podría ser conveniente establecer algunos valores centrales, o capacidades básicas mínimas para establecer las condiciones de un adecuado sistema social de ciencia y tecnología, a la par que ampliamos una versión distributiva de la justicia que se apoye exclusivamente en los medios. Caso notable es el de las mujeres en el sistema de ciencia y tecnología, cómo y por qué, incluso en aquellos lugares en los que parecen tener acceso a los recursos mínimos para la práctica de la ciencia, siguen permaneciendo en muchos casos fuera del sistema de decisión, de los puestos más destacados, excluidas del núcleo principal de investigadores, etcétera. 300
Creo que resulta fundamental revisar los supuestos de este tipo de asuntos. El problema de la relación entre Sen y Rawls me parece sumamente importante para precisar muchas cuestiones contemporáneas de importancia en filosofía política y en la aplicación de los instrumentos de la ciencia económica a la reflexión sobre la ciencia. Una de las cuestiones centrales, a las que no puedo dedicar tiempo hoy, es precisar y revisar por qué la ciencia y el conocimiento no es un bien público en el sentido estricto planteado por los economistas, por muy diversas razones. Precisamente porque no lo es, resulta tan importante la discusión sobre el neocontractualismo o alguna versión actualizada del republicanismo clásico. Precisamente la discusión sobre los bienes básicos de Rawls resulta interesante analizarla, desde el punto de vista de las capacidades potenciales de Sen, para señalar algunas medidas en la gestión pública de la ciencia, en el papel de las instituciones públicas con respecto a la ciencia. Una propuesta neoilustrada que recupera la importancia de la educación pública, la igualdad de acceso, la importancia de fenómenos como el software libre o la atención a los planes nacionales de investigación y desarrollo, en definitiva la importancia de una política de la ciencia. Aunque me interesa también señalar que no es solamente un problema de organización de la ciencia, sino que tiene importancia epistémica porque gran parte de los valores epistémicos pueden obtenerse como subproducto, no intencional, de determinadas formas de organización política. * Unas primeras observaciones sobre estos temas las presenté en un seminario de la uimp, Valencia, 2001, ahora publicado como J. F. Álvarez A., "Capacidades potenciales y valores en la tecnología. 301
Elementos para una axionomía de la tecnología", en J. A. López Cerezo y J. M. Sánchez Ron (comps.), Ciencia, tecnología, sociedad y cultura en el cambio de siglo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001: 231-242. Algunos desarrollos los avancé en la sesión "Ética y política de la ciencia y la tecnología" del Congreso Iberoamericano de Filosofía, Alcalá, septiembre, 2002. Agradezco a los doctores Carlos López Beltrán y Ambrosio Velasco su amable invitación a participar en este Coloquio Internacional sobre Filosofía Política de la Ciencia y la Tecnología. México, D.F., febrero de 2005. La investigación se ha beneficiado de mi participación en diversos proyectos financiados por el M'inisterio de Educación y Ciencia de España, en particular: La cultura de la tecnociencia (bff 200204454-C10-01) y Raíces cognitivas en la evaluación de las nuevas tecnologías de la información, dirigidos respectivamente por Javier Echeverría y Eduardo de Bustos. Al mismo tiempo debo agradecer a Sergio Martínez del iif de la unam mi incorporación al proyecto Hacia una filosofía de las prácticas científicas financiado por Conacyt (41196, abril, 2003-2006) lo que ha permitido confrontar mis opiniones con una audiencia internacional más amplia. El trabajo conjunto y el apoyo intelectual de Javier Echeverría ha sido permanente durante todos estos años, para algunas de las ideas esbozadas aquí me resulta difícil precisar quién las avanzó primero en nuestras discusiones; en todo caso no es Javier responsable de mi posible persistencia en el error.
________NOTAS________ 1
K. W. Staley, "Logic, liberty, and anarchy: Mill and Feyerabend on scientific method", en The Social Science Journal, 36, 4, 1999: 603-
302
614. [Regreso] 2
J. Rawls, Justice as Fairness. A Restatement, Cambridge, Harvard University Press, 2001 y A. Sen, Inequality reexamined, Oxford University Press, 1992. [Regreso] 3
William Blake, Proverbs of Hell, citado por Elster en discusión con Gary Becker. [Regreso] 4
R. Boudon, The Origin of Values. Sociology and Philosophy of Beliefs, New Brunswick, Transaction Books, 2001. [Regreso] 5
H. A. Simon, Models of bounded rationality, Cambridge, mit Press, 1982 y "On Simulating Simon: His Monomania, and its Sources in Bounded Rationality", en Studies in History and Philosophy of Science, 32, 2001: 501-505. [Regreso] 6
Elster, op. cit. [Regreso]
7
En particular Kahneman, P. Slovic y A. Tversky (comps.), Judgement under Uncertainty: Heuristics and Biases, Cambridge, Cambridge University Press, 1982. [Regreso] 8
A. Rubinstein, Modelling Bounded Rationality, Cambridge, mit Press, 1998. [Regreso] 9
M. Dascal y O. Gruengard, Knowledge and politics: case studies in the relationship between epistemology and political philosophy, Boulder, Westview Press, 1989; Dascal, "Reputation and refutation: Negotiating merit" en E. Weigand y Dascal (comps.), Negotiation and Power in Dialogic Interaction, Amsterdam, J. Benjamins Pub. Co., 2001: 3-17; G. E. R. Lloyd, Adversaries and authorities: investigations into ancient Greek and Chinese science, Cambridge University Press, 1996 y Magic, reason and experience: studies in the origins and development of Greek science, Bristol, Classical, 1999. [Regreso] 10
J. Dobson, "Method to Their Madness: Dispelling the Myth of Economic Rationality as a Behavioral Ideal", en Electronic Journal of Business Ethics and Organization Studies, 7, 2002, se puede leer: "Como ideal de conducta, la racionalidad económica no se justifica ni desde una perspectiva estrictamente económica, ni desde una perspectiva moral. No hay nada inherentemente 'erróneo' con participantes económicamente irracionales en el entorno de los negocios. De hecho tales participantes amplían la eficiencia y la eticidad de los negocios". [Regreso] 11
En Quarterly Journal of Economics, vol. 115, 4, mit Press, 2000: 1411-1439. [Regreso] 12
Sexto Empírico, Contra los profesores, I: 9-10. [Regreso]
303
13
J.. Francisco Álvarez, "Responsabilidad, confianza y modelos humanos", en Isegoría, 29, 2003: 51-68. [Regreso] 14
"Emotions as a mechanism for boundedly rational agents: The fast and frugal way", en Journal of Economic Psychology, 26, 2005: 201221. [Regreso] 15
Neurath, "Unified Sciences As Encyclopedic Integration", en O. Neurath, R. Carnap y C. W. Morris (comps.), International Encyclopedia Of Unified Science, Chicago, The University Of Chicago Press, 1938. [Regreso] 16
J. F. Álvarez, "Capacidades potenciales y valores en la tecnología. Elementos para una axionomía de la tecnología", en J. A. López Cerezo y J. M. Sánchez Ron (comps.), Ciencia, tecnología, sociedad y cultura en el cambio de siglo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001a: 231242 y "Una aproximación al espacio de capacidades potenciales" en A. Ávila y W. J. González (comps.), Ciencia económica y economía de la ciencia: Reflexiones filosófico-metodológicas, Madrid, fce, 2001b: 175-195. [Regreso] 17
Álvarez, "El tejido de la racionalidad acotada y expresiva", en Michael B. Wrigley (ed.), Dialogue, Language, Rationality. A Fetschrift for Marcelo Dascal, número especial de Manuscrito, xxv, 2, Center for Logic, Epistemology and History of Science, Brasil, State University of Campinas, octubre, 2002: 11-29. [Regreso] 18
Rubinstein, op. cit.: 2. [Regreso]
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Rescatando la izquierda de Darwin en el siglo XXI Steve Fuller Un fantasma amenaza a la teoría política de occidente. Su nombre es la Izquierda Darwinista y dice continuar con el trabajo de Marx. Si el siglo xx fue un campo de prueba para las grandes mentes del siglo xix –Marx, Darwin y Freud–, Darwin es el único que ha pasado ileso al siglo xxi. Gran parte del éxito actual de Darwin se debe a la carencia de atractivo de sus oponentes, especialmente los fundamentalistas cristianos. El mérito del darwinismo ha sido su permanencia, tanto políticamente obstinado, como empíricamente abierto –por lo menos cuando se le compara con la competencia. No sorprende que la izquierda se esté uniendo a la familia darwinista. Sin embargo, los habitantes del nuevo siglo merecen algo más que un mero "sobreviviente", sin importar qué tan reflexivamente satisfactorio esto resulte para la teoría en cuestión. En nuestro tiempo, el campeón público de la izquierda darwinista es Peter Singer, filósofo australiano de los derechos de los animales que recientemente ocupó un puesto en la Universidad de Princeton en la materia de Ética. En su manifiesto, Una izquierda darwinista: política, evolución y cooperación, 1 Singer argumenta que Marx se equivocó al creer que todos los problemas de la condición humana podrían resolverse reacomodando las relaciones sociales. Esto dio a los marxistas un sentido demasiado optimista del grado hasta el cual la gente podía ser cambiada por la educación y la coerción. En contraste, la izquierda darwinista acepta ampliamente a las personas tal como son, después intenta que hagan bien a través del refuerzo (o "selección para") de cosas que hacen naturalmente y que coinciden con el beneficio de su 305
prójimo. Esta no es la primera vez que la izquierda darwinista ha sido propuesta. Hace más de 30 años, el conductista radical B. F. Skinner propuso algo semejante en su controversial best-seller Más allá de la libertad y la dignidad. 2 Sin embargo, al escribir durante el pico de la Guerra Fría, Skinner subrayó el acceso relativamente sencillo del Estado a las tecnologías secretas relevantes de modificación del comportamiento. No había descubierto el término retóricamente útil de "incentivo" para describir aquello de lo cual estaba hablando. En consecuencia, Skinner fue ignorado al ser considerado un aspirante a totalitario. En contraste, Singer sabe de los incentivos y los estados socialmente deseables que resultarían de su empleo. Su llamado cabe cómodamente dentro de un ambiente político liberalizado, donde un Estado debilitado se contenta con la simple provisión de incentivos para convertir vicios privados en virtudes públicas. Con seguridad, los incentivos son vehículos apropiados para la promoción del bienestar social. Pero volverlos aquello sobre lo que se articulan las políticas sociales es presuponer una base de comportamiento "natural" en relación con la cual, el legislador se adapta de maneras más o menos hábiles. La izquierda darwinista tiene un sentido claro de dónde se encuentra la base, a saber, en los patrones de comportamiento que contribuyen, ya sea positiva o negativamente, a la capacidad reproductiva. En este sentido, el comportamiento se considera una forma mediada de expresión genética. Aquí vale la pena recordar, a manera de contraste, la virtud no reconocida del intento malogrado de Skinner, de alinear el darwinismo con las políticas sociales: encerró en una caja negra las capacidades genéticas de la humanidad, enfocándose únicamente en el lado "selectivo" de la evolución darwinista. Esto volvió 306
optimista a Skinner –sin duda según estándares actuales– con respecto a los prospectos de una alteración sustancial del comportamiento humano a través del reacomodo de nuestros "calendarios de refuerzo". Mientras que Skinner desacreditó el concepto de libertad considerándolo un regreso a una época más animista, permaneció abierto con respecto a la capacidad humana de mejorar su suerte a través del diseño racional de ambientes llamados "inteligentes". Tal vez una razón profunda por la cual la visión de Skinner no pudo consolidarse, fue que habría puesto demasiada responsabilidad sobre la sociedad para determinar los destinos de sus miembros, puesto que, estrictamente hablando, toda la gente con quien un individuo se encuentra, contribuye al "ambiente" que refuerza selectivamente su comportamiento. En tanto una teoría científica acerca de la vida en la Tierra, el darwinismo atiende a cómo las especies logran sobrevivir el tiempo que lo hacen. Sin embargo, como teoría política, el darwinismo hace de la supervivencia de la especie un bien último, incluso cuando esto signifique el sacrificio o manipulación de miembros individuales de una especie dada, incluyendo la nuestra. Así, Singer de manera notoria, si bien consistente, pide que seres nohumanos saludables sean protegidos de la intervención experimental, mientras que tratamientos médicos costosos sean negados a humanos no-saludables, especialmente si se encuentran en los puntos extremos del ciclo de vida. Siendo caritativos, la política darwinista de Singer no es sino una aplicación de segundo orden del imperativo del liberalismo clásico que dice que la sociedad buena es aquella en la que todos gozan de la mayor libertad que sea conjuntamente realizable. Pero mientras los liberales normalmente suponen que "todos" significa todo ser humano (o tal vez todo ciudadano), para Singer esto significa toda especie. Así, tal como el liberal clásico requiere del autocontrol 307
individual para capacitar a todos para disfrutar del mismo grado de libertad, Singer requiere un control basado en la especie – incluyendo el aborto, la eutanasia y el control natal– para que suficientes miembros de cada especie puedan vivir vidas satisfactorias. En teoría, la política darwinista de Singer implícitamente apela a la doctrina del "uniformismo", a saber, que la política social debe ser regida por los principios que se sabe han gobernado a la naturaleza en el pasado. Específicamente, los seres humanos no deben de intentar contradecir estos principios para extender su ventaja ecológica sobre otras especies. Uno de los objetivos principales de esta prescripción es el uso de animales en experimentos y tratamientos con el solo propósito de extender la vida humana. En la práctica, la política darwinista nos llevaría de regreso a un periodo temprano en la historia de la medicina, donde el rol del médico es facilitar, y no obstruir el curso de la naturaleza, incluyendo el suspender tratamientos para que el paso de la vida a la muerte ocurra por el camino que ofrezca menos resistencia. Con seguridad, la sensibilidad ética que alimenta estas políticas es ampliamente multicultural, con antecedentes en el epicureísmo y el budismo, ambos de los cuales dan el mayor valor a la minimización del sufrimiento individual. Sin embargo, no creo que esta sensibilidad pueda servir como un trampolín para la resurrección de políticas distintivamente izquierdistas. El problema principal es que la maximización del sufrimiento mínimo –la versión de Singer de una ética global utilitaria– marca expectativas demasiado bajas para el progreso moral, que son cumplidas fácilmente por una sociedad que no está dispuesta a ajustar los patrones de conducta normales de sus miembros para acomodar la existencia de nuevos miembros que no se encuentren bien adaptados a los ambientes de esa sociedad. Así, los 308
argumentos a favor del aborto pueden ocultar la falta de disposición de la sociedad a asumir la responsabilidad de criar a un niño no deseado por sus padres. Glosas similares explican el atractivo no expresado de la eutanasia y, en el nivel más general, del control natal en los países del tercer mundo. Si el resto de la humanidad realmente tuviera un interés en preservar las vidas de estas personas (y proto-personas), les daría cabida, aún si esto implicara una importante redistribución de riqueza y poder. La facilidad con la cual el "sufrimiento mínimo" se vuelve hoy día, operable en términos de "no vivir", implica que darle cupo a miembros incómodos es más una molestia personal y social que una incitación a la imaginación política. Esta sensación de inconveniencia puede incluso ser mutua por parte de los miembros incómodos, tal como es ilustrado en la tendencia (sostenida en las cortes francesas) de niños discapacitados a demandar a sus padres por abrogar su derecho a "no haber nacido". En este contexto, es útil recordar que la versión original de la doctrina de "la supervivencia del más apto" fue propuesta en 1798 por Thomas Malthus, en respuesta a la afirmación del Marqués de Condorcet; en que el crecimiento de la población humana –lejos de ser una maldición– era una bendición disfrazada, similar a: "la necesidad es la madre del ingenio". El hecho de que Malthus fuera un antiguo calvinista y Condorcet un antiguo católico explica muchas cosas. De hecho, brinda una profunda estructura teológica a los últimos dos siglos en la política de desarrollo. Empezando por la santidad –ahora diríamos "privilegio de especie"– de la vida humana, Condorcet argumentó que la creciente población da un incentivo para realizar la versión secular de la tarea bíblica de ser guardianes de la Tierra, a saber, organizando el planeta como un todo racional. Así, Condorcet exaltó el rol del Estado como una entidad corporativa que no sólo protegía la libertad individual, sino 309
actuaba en pos del colectivo en formas que el individuo, de otra manera, no actuaría o no podría actuar. El Estado, inicialmente, practicaría la coerción, pero los individuos terminarían por apropiarse del proyecto de la humanidad, conforme se dieran cuenta de sus consecuencias benéficas. De esta manera el Estado se desvanecería gradualmente a través del tiempo. La influencia de Condorcet sobre Hegel y Marx es innegable. Define la trayectoria a través de la cual la carrera de la izquierda puede ser trazada y desde la cual su futuro debería de ser proyectado. Desde este punto, los hechos naturales del homo sapiens –nuestra composición genética y patrones conductuales– proveen sólo la materia prima de la cual, los "seres humanos" en sentido normativo, pueden ser política o científicamente construidos. Esta perspectiva se distingue de la trayectoria de la derecha que va de Malthus a sus partidarios Herbert Spencer y Charles Darwin por su conjetura de que para volverse humano se requiere la acción colectiva concertada –un reconocimiento formal de que el conjunto es más que la suma de sus partes. En contraste, una marca de la derecha es argumentar, a partir de las propiedades que la gente tiene como individuos, que los ideales humanistas de la izquierda son en principio irrealizables o de hecho realizados espontáneamente. De ahí que las imágenes alternativas del horizonte de políticas derechistas sean gobernadas ya sea por la mano dura de la selección natural o por la invisible mano benevolente del capitalismo. Excluido de ambas alternativas, está un rol constructivo para los productos de la política y la ciencia – esto es, la ley y la tecnología– en el aumento de las expectativas de los logros humanos a través de la alteración sistemática de las condiciones bajo las cuales los seres humanos viven y de la preservación de esas alteraciones por el bien de generaciones futuras. 310
Este último punto ha sido periódicamente reconocido y defendido durante los esfuerzos por hacer compatibles a la biología darwinista con el antropocentrismo relacionado con la doctrina ilustrada del progreso, del cual depende la izquierda. Hasta el día de hoy, la más docta y elocuente defensa de la idea de que la humanidad es definida por la resistencia sistemática a las tendencias de la selección natural, fue ofrecida por el "bulldog de Darwin", Thomas Henry Huxley, en su Conferencia de Romanes sobre evolución y ética en 1893. 3 En ella, Huxley anotó explícitamente y diagnosticó la oposición específicamente europea a la evolución por selección natural, a la luz del recibimiento amigable de Spencer y Darwin en el Lejano Oriente. Dicho sencillamente, las grandes religiones monoteístas –el judaísmo, cristianismo e islam– descansan sobre la relación especial entre la humanidad y lo divino. Tal vez sin sorprender, como buen cirujano, Huxley consideraba a la ciencia médica moderna como la secularización de esta sensibilidad monoteísta. De otra manera, se preguntaba, ¿por qué deberían los médicos preocuparse por extender o mejorar las vidas de los débiles y discapacitados por medio de tratamientos que podrían llevar, en casos particulares, al mayor sufrimiento de los involucrados? El lector cuidadoso familiarizado con la obra de Singer y otros partidarios de los derechos de los animales y una ética ecológica global, notará una dimensión irónica en mi argumento. Después de todo, ¿acaso no Singer y su prole hacen peticiones análogas para que los seres humanos den cabida a miembros incómodos del reino animal que no pueden valerse por sí mismos de la manera esperada, como adultos humanos en pleno uso de sus facultades? La respuesta es, por supuesto, sí. Tal ironía debería de llamar nuestra atención sobre dos asuntos. Los términos bajo los cuales se expresa la simpatía humana hacia 311
los animales y el entorno natural –es decir, la protección legal a la manera de "derechos" y la perspectiva liberalizada de la autoexpresión– han sido modelados sobre los movimientos históricos para empoderar a los seres humanos discapacitados y en desventaja. Por ejemplo, la posesión de propiedad fue tradicionalmente requerida para obtener sufragio porque claramente demostraba una competencia social. La historia moderna de la democracia ha consistido en identificar medios alternativos para demostrar la misma cosa, dada la naturaleza elitista de la propiedad privada. Algo similar puede decirse acerca de la democratización de los criterios para determinar lo que cuenta como comportamiento "racional" o "inteligente". Hoy día no se necesita expresar estas cualidades en términos puramente matemáticos o incluso verbales: ciertas habilidades prácticas pueden cumplir esta función también. Singer simplemente liberalizaría estos criterios un poco más para corresponder con aquello que sabemos –y continuamos aprendiendo– acerca de la vida mental de los animales. Uno tiembla al imaginar cómo es que Singer consideraría el nacimiento de humanos ciegos y sordos antes de la invención del Braille, dispositivos auditivos u otras técnicas que capacitarían a estas personas para contribuir de manera creativa a la sociedad moderna. Sin embargo, es poco probable que la izquierda darwinista pudiera montar un reto tan intuitivamente fuerte al antropocentrismo actualmente, de no haber ocurrido esos precedentes políticos y científicos de inspiración humanista. A pesar de que su campaña en favor de los derechos animales esté modelada a partir de campañas en favor de los derechos humanos, Singer y otros activistas ambientales presuponen un intercambio a largo plazo entre los dominios de la naturaleza humana y no-humana. Pero entonces, ¿qué sentido hace que una 312
de la gran población de especies, sea útil para o parasitaria de la condición humana? Probablemente habría menos vacas, ovejas, cerdos y pollos hoy en día si los humanos no los hubieran criado sistemáticamente para alimentarse. Tal vez los pocos afortunados habrían vivido mejores vidas, pero de la misma manera, sin intervención humana especies enteras se habrían extinguido. No cabe duda que estas son cuestiones especulativas, acerca de las cuales la gente razonable puede estar en desacuerdo. Sin embargo, la plausibilidad intuitiva de la posición de Singer descansa en una clara visión de que la crianza de animales ha sido sistemáticamente perjudicial para los animales involucrados dado que los aleja de su ambiente natural. Tal vez entonces, uno debería igualmente argumentar que el capitalismo no debió haber existido puesto que forzó a la gran mayoría de la gente a alterar radicalmente sus vidas y ambientes sufriendo el proceso. Por supuesto, algunos ambientalistas argumentan a favor de este punto. Sin embargo, esto habría sido extraño para Karl Marx, quien consideró el capitalismo como una etapa necesaria en el camino hacia el socialismo. Estas consideraciones me llevan a proponer una condición básica para cualquier proyecto político de izquierda: que al empoderamiento de la naturaleza no se le permita obstaculizar el empoderamiento de la humanidad. Esto no tiene la intención de negarles importancia a los animales o al ambiente natural. Normativamente, su intención es establecer claras prioridades políticas. Empíricamente, esta prohibición lleva a evaluar nuestro lugar actual en la historia política. Temo que la izquierda darwinista asume que toda la humanidad ya disfruta –o por lo menos aspira a disfrutar– del estilo de vida de aquellos que habitan el espacio medio-alto del mundo desarrollado. En resumen, el espectro moral de la izquierda darwinista está empeñado en evitar un futuro 313
distrópico que presupone que el homo sapiens es materialmente más desarrollado de lo que en realidad es. Así, en vez de continuar reduciendo la diferencia entre las condiciones materiales de ricos y pobres, la izquierda darwinista llevaría el foco de nuestras políticas hacia el mejoramiento de la situación de los habitantes no-humanos del planeta –incluso si esto retrasa, si no evita, la realización del proyecto originalmente humanista de la izquierda. Mis temores a este respecto se justifican tanto práctica como teóricamente. En un nivel práctico, tenemos los anales del "ambientalismo corporativo", donde las grandes empresas se dan cuenta de que el tratamiento de desperdicios, la prevención de la contaminación, la conservación de los animales –y la explotación de la mano de obra– pueden combinarse para formar políticas ideológicamente convenientes de "total manejo ambiental de calidad". Pero en un plano más teórico, la izquierda darwinista continúa la tendencia temible de movimientos con simpatías tan ecológicas como Ecología Profunda y el Nazismo a contrabalancear un igualitarismo entre especies con una actitud marcadamente no-igualitaria hacia miembros individuales de especies. La maximización del sufrimiento mínimo resbala demasiado fácilmente hacia una aristocracia natural de las criaturas más aptas. El resultado es una falta de sensibilidad hacia –si no es que una exacerbación de– divisiones sociales persistentes, especialmente aquellas que existen alrededor del mecanismo clave darwinista de la reproducción genética. Así, mientras Singer no tiene problema alguno en nublar el significado político de humano contra no-humano, vuelve a abrir la puerta a la discriminación de género en el homo sapiens. Dice: "Mientras el pensamiento darwinista no tiene impacto sobre la prioridad que damos a la igualdad en tanto ideal moral o político, nos da pie a creer que puesto que los hombres y las mujeres desempeñan papeles 314
diferentes en la reproducción, también pueden diferir en sus inclinaciones y temperamentos, maneras que mejor promuevan los prospectos reproductivos de cada sexo." 4 Un aspecto interesante de la trayectoria de lo que normalmente es llamado "progreso humano" es que no corresponde meramente al aumento en la producción, sino de manera más importante, al aumento en la producción de bienes y servicios. Sociológicamente hablando, esto implica que el progreso no ha sido simplemente cuestión de capacitar a más gente para disfrutar de los beneficios antes privativos de los ricos. Por el contrario, el progreso ha implicado redistribuciones periódicas de las fuentes del poder y el valor, conforme nuevos elementos han sentado los estándares de una calidad alta en la existencia humana. Actualmente, la posesión de dinero y el alfabetismo lo capacita a uno para disfrutar de una forma de vida que hace 200 años sólo podía obtenerse a partir de la propiedad. Hablando de manera general, los estándares de la humanidad se han movido para capacitar a más miembros del homo sapiens a cumplirlos. Sin embargo, la naturaleza fugaz de estos estándares cada vez más democráticos llama a preguntar por el lugar exacto en que radica nuestra "humanidad". Creo que es esta cuestión el reto darwinista que la izquierda debe afrontar para poder continuar su proyecto. Además, es un reto que podría desembocar en la implosión del delicado balance ético de Singer. En conclusión, permítanme explicar lo que tengo en mente. Ciertas bases perennes de la humanidad, tales como el derecho inalienable a la integridad física, han recibido un golpe doble fulminante por parte de la biotecnología. El primer golpe es propinado por la izquierda darwinista, a saber, la convergencia genética del 95% entre los seres humanos y la mayor parte de los animales. Esto modifica el peso de aquellos que siguen un proyecto para la humanidad que fuera distinto al bienestar animal más 315
general. Sin embargo, el segundo golpe es un tanto ajeno a la visión específica de Singer del neodarwinismo. Es la visión cibernética que ve a los órganos y organismos basados en carbono como potencialmente reemplazables o combinables con unos basados en silicón. Aquí intento cubrir el espectro desde extensiones prostéticas de la vida humana a completos autómatas computarizados. El entusiasta cibernético, así pregunta: "¿por qué privilegiar a criaturas puramente basadas en carbono, tal como lo hace Singer, en vez de un híbrido cibernético cuya operación interna y externa reproduce la mayoría de las mismas funciones que han tradicionalmente calificado a ciertas entidades para ser dignas de preocupación moral o derechos políticos?" Además, en tanto estos seres cibernéticos sobresalgan en cualidades –digamos, en algunas relacionadas con logros científicos o artísticos– que son consideradas como específicas de la humanidad, ¿por qué no pueden simplemente identificarse como miembros de la comunidad humana? Aquí vale la pena recordar que la imaginación sociológica fue primeramente inspirada por la categoría legal de la corporación –universitas, en derecho romano–, una entidad artificial que fue creada para perseguir fines de un carácter distintivamente humano, que trascienden los intereses personales de la combinación particular de humanos que vienen a constituirlo en un momento dado. Ferdinand Toennies, el fundador de la Asociación Sociológica Alemana hace 100 años, fue mejor conocido como traductor del Leviatán de Hobbes, un virtual tributo a la forma corporativa (a pesar de no haber cortado todo lazo biológico). Mucho antes de que las firmas de negocios se volvieran la entidad corporativa dominante, las iglesias, escuelas, gremios, universidades, y ciudades-estados, eran considerados de esta manera. El modo de reproducción de esta entidad artificial era 316
distintivamente nobiológico, y frecuentemente antihereditario – dependiendo, por el contrario, de elecciones y examinaciones formales. La corporación puede, de hecho, ser la entidad social que haga el corte más agudo con los orígenes biológicos de la humanidad, al tiempo afrontando el reto cibernético de que "incorporemos" de diferentes maneras. En defensa de Condorcet, tal vez el Estado se haya marchitado por suficiente tiempo y ahora necesite ser reinventado con estas nuevas cuestiones en mente.
________NOTAS________ 1
Peter Singer, A Darwinian Left: politics, evolution and cooperation, Londres, Weidenfeld y Nicolson, 1999. [Regreso] 2
B. F. Skinner, Beyond freedom and dignity, Nueva York, Alfred Knopf, 1971. [Regreso] 3
T. H. Huxley, Evolution and ethics, lecturas de Romanes, 1893, disponible en: http://aleph0.-clarku.edu/huxley/ CE9/E-E.html . [Regreso] 4
Singer, op. cit.: 17-18. [Regreso]
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Conocimiento y democracia: el valor epistémico y político de la opinión pública en la filosofía de J. Dewey María Cristina Di Gregori / Cecilia Durán ¿Para qué trabajáis? Yo sostengo que el único propósito de la ciencia es aliviar la dureza de la existencia humana. Si los científicos, intimidados por el egoísmo de quienes se encuentran en el poder, se contentan con amasar conocimiento por conocimiento, entonces la ciencia puede llegar a encontrarse mutilada, y vuestras nuevas máquinas no serán más que instrumentos de opresión. Con el tiempo se puede descubrir todo lo que tiene que descubrirse, y vuestro progreso no será sino un alejarse de la humanidad. El abismo que os separe de ellos puede que sea tan grande un día que vuestro grito de júbilo ante algún nuevo descubrimiento sólo será contestado con un grito universal de espanto […] Tal como se planean las cosas ahora, lo mejor que uno puede esperar es asistir a una carrera de enanos ingeniosos que pueden alquilarse para hacer cualquier cosa. bertolt brecht, Galileo Galilei 01 Introducción Hace ya varias décadas que los científicos sociales y naturales, los filósofos y hasta la prensa mundial se ocupan de ciertos asuntos de gran impacto social, económico y político, relacionados con la investigación científica, sus aplicaciones y consecuencias. También de los efectos de las transformaciones socioeconómicas en el
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propio quehacer científico. El interés por estas cuestiones es ya de vieja data, pero es también innegable que su relevancia y, en consecuencia, la atención que se les dispensa, crece de un modo notable. Tan notable como la diversidad de interpretaciones a las que son sometidas. En una nota editorial de la Revista de Divulgación Científica y Tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy 02 de Argentina, los autores nos recuerdan que algunas de estas cuestiones están vinculadas con la proliferación de alimentos modificados genéticamente por procedimientos de laboratorio, la posible clonación de seres humanos en un contexto de reproducción asistida, la cuestión del agujero en la capa de ozono en la atmósfera terrestre –en tanto consecuencia no prevista de la emisión de ciertos compuestos químicos producidos artificialmente–, el destino final de los residuos radiactivos de centrales nucleares, el famoso efecto invernadero, la reiterada aparición de casos de encefalopatía espongiforme bovina (o enfermedad de la vaca loca) en varios países europeos después de haberse constatado la existencia en humanos de una variante de la enfermedad de Creutzfeldt- Jakob que se habría originado en dicha patología vacuna, etc. En la misma nota editorial se hipotetiza que todas estas situaciones tienen en mayor o menor grado varios elementos en común. Sostienen que, I) se trata de cuestiones complejas, relacionadas con áreas novedosas y, aún para muchos especialistas, poco conocidas de la ciencia; II) existe por ello no poco margen de incertidumbre acerca de sus bases científicas; III) son percibidas por el público como peligrosas; IV) los expertos discrepan sobre su gravedad, los riesgos que encierran y la viabilidad de las soluciones que se proponen; V) son políticamente controvertidas y, en algunos 319
casos, merecen reparos éticos, y VI) en la mayoría hay importantes intereses en juego, sobre todo económicos. 03 En opinión de los científicos que elaboran esta nota, la pregunta más importante que se plantean es cuál es la mejor forma de decidir qué hacer, e incluso cómo decidir si se requiere hacer algo. En un tono que intenta ser estrictamente descriptivo, agregan: Si se pasa brevemente revista a los ejemplos citados, se concluirá que entre nosotros (y muchas veces también entre otros con sistemas políticos más asentados) las decisiones que se tomaron y omitieron fueron producto más de presiones políticas o del cabildeo de grupos de interés que de una reflexión serena y madura sobre los riesgos y beneficios. Pero, ¿es posible tal reflexión en circunstancias en que el público y los políticos están en la oscuridad sobre las bases científicas y tecnológicas de las cuestiones? ¿No habría que dejar que los especialistas resuelvan a su leal saber y entender? ¿O debería insistirse en que sea el público, por el conducto de las instituciones políticas, quien tenga la última palabra, aún sabiendo que el fondo técnico de la cuestión se le continuará escapando, por más que los científicos se empeñen en explicárselo? [...] Queremos indicar a la sociedad que la ciencia no es algo que atañe solamente a los científicos ni que sólo está al alcance de ellos. Queremos mostrar las bases científicas sobre las que se deben apoyar determinadas decisiones políticas o éticas; pero así como manifestamos que, sin conocer aquellas bases, mal se tomarán estas decisiones, también proclamamos que tomarlas no es tarea que la comunidad deba ni pueda delegar en los científicos.
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Cabe destacar que los editorialistas sostienen que poner las decisiones en manos de los expertos es propio de sociedades tradicionalmente paternalistas, o de aquellas que aun siendo modernas, funcionan principalmente apoyadas en la autoridad de quienes ocupan ciertos cargos. Suele pasar que los expertos no están de acuerdo, llevando sus consultas a una inevitable regresión al infinito. A esta incertidumbre que muchas veces alcanza al conocimiento científico, se suma el hecho de que cuando recomiendan políticas públicas, los expertos, y esto lo intuye el público, actúan en calidad de simples ciudadanos, o sea en gran parte guiados por sus valores e intereses políticos o sus intereses económicos, En este sentido están al mismo nivel que todos los demás. A esta actitud la caracterizan como tecnocrática más que como democrática. Además de las decisiones que caen en el ámbito del modelo tecnocrático, señalan que hay otros "criterios" para las elecciones: es frecuente que la gente se adhiera dogmáticamente a alguna de las propuestas en cuestión, basándose en factores externos como el miedo, la ilusión del progreso o la pertenencia a corrientes ideológicas, facciones políticas, iglesias o grupos de interés. Esto instaura hábitos de irracionalidad, dogmatismo, intolerancia y hasta frivolidad. Es el predominio de las opiniones (mayoría de votos) por sobre los argumentos. La tecnocracia reemplazada por el populismo o la demagogia. Nos parece que la nota editorial que acabamos de comentar plantea la cuestión general de un modo muy claro y sencillo. Todos sabemos sin embargo que remite a complejas disquisiciones, descripciones, argumentos, temáticas, posibles acciones diversas, etcétera. 321
Pero en el contexto que ella delimita nos interesa hacer alguna reflexión en particular sobre la necesidad y la legitimidad o no de la participación pública en las políticas científicas. Este es hoy un tema predominante en los actuales estudios CTS. Lo que intentaremos aportar aquí es una reflexión que apunta nada más que a aclarar algunos de los términos en los que pueda plantearse el problema mismo. Para ello nos circunscribiremos a ciertos puntos de partida, que aún con diferencias, han planteado Habermas y John Dewey. Habermas: democracia y opinión pública Comenzaremos este apartado recordando algunas de las ideas que Habermas desarrolla en su artículo Política cientifizada y opinión pública.04 Habermas recupera para el análisis lo que considera que han sido los tres modelos típicos de la relación entre saber especializado y política, asociados a su vez a tres modelos del Estado. El primero al que se refiere es al llamado "modelo decisionista". Éste, imperante en la sociedad occidental antes de la primera Guerra Mundial, habría funcionado en base a la competencia profesional de funcionarios de formación jurídica. Dichos funcionarios, habrían sido poseedores de un saber técnico que no se distinguiría sustancialmente del saber técnico, por ejemplo, de los militares. Los juristas hubieron de organizar una administración estable, y esta tarea habría consistido, para Habermas, más en la práctica de un arte que en aplicar la ciencia. En esta estructuración, el reparto de competencias entre los especialistas y los líderes, limita las funciones políticas de la esfera de la opinión pública ciudadana a la legitimación de los mencionados grupos de líderes. Dicho de otro modo, los ciudadanos en los actos eleccionarios o 322
plebiscitarios decidirían qué personas han de gobernar, pero quedan excluidos de la decisión relativa a las líneas maestras en base a las cuales se tomarán las decisiones mismas. Se legitiman las personas, las decisiones mismas quedan sustraídas de la discusión pública. Luego de la segunda Guerra Mundial, y siempre según nuestro autor, los burócratas, militares y políticos habrían comenzado a proceder en el ejercicio de su poder de acuerdo con lo que denomina "recomendaciones estrictamente científicas". Esto no debería interpretarse en el sentido de que los científicos hayan ocupado el poder en el Estado. Lo que intenta señalar Habermas es que ahora el ejercicio de la dominación en lugar de estar conducido por el modelo de racionalidad administrativodecisionista, se regula por la estructura correspondiente a las nuevas tecnologías y estrategias. La clara escisión entre el saber especializado y la práctica política continúa aunque invocando razones distintas. La novedad de este modelo tecnocrático, tal como la entendemos, consistiría en que el político aparece como un mero órgano ejecutor de una suerte de "inteligencia científica" que parece operar según el conocimiento científico de cómo son las cosas, ocultando la motivación política de las decisiones. El modelo tecnocrático insiste en hacer pasar como coacción lógica de las cosas lo que en realidad sigue siendo político y sólo político. Habermas acepta que el uso de un arsenal de medios tecnológicos es positivo en muchos sentidos, incluyendo el hecho de que deja claramente identificadas las cuestiones que continúan siendo objeto de decisión política. En cuanto al valor de la opinión pública, sostiene Habermas que la administración tecnocrática de la sociedad industrial convierte en superflua a la formación democrática de la voluntad colectiva. En efecto, si los políticos están mecánicamente sometidos a la lógica 323
de las cosas, da igual que cualquier dirigente llegue al poder. La voluntad popular política es reemplazada por la legalidad inmanente de las cosas, que el hombre mismo produce como ciencia y técnica. Frente a los modelos decisionistas y tecnocráticos, Habermas rescata lo que denomina "el modelo pragmatista". Sostiene que en él, la separación estricta entre las funciones del especialista y las del político, se ve sustituida por una interrelación crítica. En esta propuesta, el especialista se convierte en soberano frente a unos políticos que en realidad "estarían sometidos" a la coacción de la lógica de las cosas y sólo tomarían decisiones ficticias, como supone el modelo tecnocrático; ni los políticos pueden mantenerse fuera de los ámbitos de la práctica, en un espacio en el que las cuestiones prácticas mismas tienen que seguir siendo decididas por medio de puros actos de voluntad, como supone el modelo decisionista. Para el pragmatismo, más bien parece posible y necesaria una comunicación recíproca entre los especialistas y los políticos, de forma que, por un lado, los científicos asesoren a los políticos y, por el otro, éstos hagan encargos a científicos para atender a las necesidades de la práctica. Quizás uno de los aspectos más interesantes y complejos que señala Habermas en relación con el modelo pragmatista, es que es el único que refiere de forma necesaria a la democracia. Y esta referencia a la democracia funciona como la matriz de la que surge la posibilidad de una nueva consideración y explicitación de la función de la opinión pública y su relación con el saber científico y la acción política. Habermas, no obstante, lamenta que la relación que en particular planteara John Dewey entre las ciencias y la opinión pública, no haya sido convertida en tema prioritario de la tradición del pensamiento pragmatista. Atribuye cierta ingenuidad al 324
planteamiento deweyano en la medida en que sostiene que le resultaba demasiado obvio que "esta recíproca iniciación e ilustración entre la producción de técnicas y estrategias por un lado y las orientaciones valorativas interesadas de los grupos por el otro, podía realizarse en el horizonte aproblemático del sano sentido común de una opinión pública sin complicaciones". Habermas advierte que uno de los mayores obstáculos no resueltos es el de la posibilidad de una traducción adecuada de las informaciones técnicas entre las disciplinas particulares y aún mucho más, entre las ciencias y el gran público. Traducción más compleja si se considera que implica una explicitación de fines y valores comprometidos en las prácticas científicas y políticas. El problema de la comunicación, se convierte, desde su perspectiva, en uno de los obstáculos claves para el modelo propuesto. La gran comunidad y la opinión pública En lo que sigue, y en parte estimuladas por las consideraciones temáticas que adelanta el filósofo alemán, exploraremos algunas de las ideas de Dewey que efectivamente, no sólo sostienen la necesaria interrelación entre ciencia, política y opinión pública, sino que: a) la propone como condición necesaria para el desarrollo de un genuino modelo democrático y b) explicita parcialmente el tipo de conocimiento que se requiere para un modelo como el que propone. Dewey nos ha legado una extensa obra y en buena parte de ella trata con mayor o menor énfasis los temas que nos ocupan en este trabajo. Sin embargo, dada la especificidad y relevancia de la obra titulada The public and its problems, nos concentraremos en lo allí desarrollado.05 Para comenzar, señalaremos que Dewey sostiene que cuando 325
hablamos de democracia debemos distinguir al menos dos niveles de análisis básicos: lo que denomina la democracia política y lo que constituye una idea de vida social. Admite que si bien ambas están íntimamente vinculadas, a efectos de la discusión, hay que distinguirlas. Su objetivo es oponerse claramente al supuesto según el cual la idea misma de democracia ha generado las prácticas gubernamentales que imperan –o al menos imperaban en su tiempo. Sostiene que en muchos casos las formulaciones doctrinales que acompañaron a los dispositivos y estructuras democráticas fueron inadecuadas y hasta erróneas. Dice Dewey: "Las doctrinas atendían una necesidad pragmática local y particular. Pero a menudo su propia adaptación a las circunstancias inmediatas las volvía pragmáticamente inadecuadas para satisfacer necesidades más duraderas y amplias." En la visión que Dewey tiene de la historia y la evolución de las sociedades occidentales, sería posible sostener que a pesar de todas las dificultades, la idea y la vocación por las formas democráticas de convivencia, siguen vivas. Según Dewey, hechos como el que el gobierno debe existir para servir a la comunidad, y que este objetivo no puede alcanzarse a menos que la propia comunidad participe en la elección de sus gobernantes y en la formulación de sus políticas, se mantienen inalterados a pesar de las coyunturas. La idea sería que para Dewey no todo gobierno democrático refleja cabalmente lo que sea esencial a una democracia. Y que esto último debe distinguirse de aspectos estrictamente coyunturales. De modo que la idea de participación popular integral es definitoria de la democracia, al menos entendida como un ideal al que una sociedad puede tender y no como una forma de gobierno concretizada históricamente. La idea anterior, aunque no constituye la totalidad de la idea de 326
democracia, expresa un elemento sobresaliente de su fase política. El problema que Dewey identifica como central a su tiempo, es el de descubrir los medios por los que el público actual, al que define como disperso, móvil y múltiple, pueda identificarse a sí mismo para definir y expresar sus problemas. El problema es, en sus términos, cómo convertir una gran sociedad (mera asociación) en una gran comunidad (democracia). Para ello, en primer lugar, caracteriza a una y a otra y luego procede a identificar las condiciones de posibilidad y los cambios necesarios para que ello ocurra. Así, señala que, desde el punto de vista del individuo se hace necesaria una participación responsable en la formación y dirección de actividades de los grupos a los que se pertenece, tanto como de participar en los valores de los grupos de los que se forma parte. Desde el punto de vista de los grupos, a su juicio, se requiere una liberación de las potencialidades de los miembros en armonía con los intereses y los bienes que son comunes. Esto, dado que todos pertenecen a muchos grupos, sólo puede cumplirse si los diferentes grupos interactúan de forma flexible y plena en relación con otros. Es cierto que, por ejemplo, las bandas de ladrones interactúan, pero no responden al modelo democrático. En efecto, dichas bandas no podrían interactuar "con los otros grupos de la sociedad", porque éstos los aislarían en razón de no compartir sus valores. Pensamos que lo que quiere transmitir Dewey es que todo grupo que no comparta los ideales del modelo democrático, comprendiendo la prosecución de bienes y fines comunes, quedaría aislado. En este sentido el ejemplo no resulta para nada banal, dado que la cuestión de la corrupción de ciertos grupos de poder es una cuestión candente en las "pretendidas" democracias latinoamericanas en particular (y las del resto del mundo en 327
general). Además, resulta claro que esos grupos no sólo no quedan aislados sino que operan con la connivencia o con el consentimiento pasivo del resto de la población. Es más, en muchos casos son tomados como modelos de éxito personal. Esto quizá dé la medida de cuán lejos estamos del modelo democrático defendido por Dewey. Afirma además que los hombres se asocian de forma tan directa e inconsciente como lo hacen los átomos, las masas estelares y las células, y se dividen y repelen tan directa e irreflexivamente como esas cosas. Lo hacen así en virtud de su propia estructura, también por factores externos (igual que los átomos, etcétera). La actividad asociada para Dewey no necesita explicación: así son las cosas. Pero ninguna cantidad de acción colectiva constituirá por sí misma a una comunidad. "Para los seres humanos, el nosotros es tan inevitable como el yo. Pero el nosotros y lo nuestro, sólo existen cuando se perciben las consecuencias de la acción combinada y se convierten en objeto de deseo y de esfuerzo, del mismo modo que 'yo y mío' aparecen en escena sólo cuando se afirma o se establece conscientemente una participación distintiva en la acción mutua." Las asociaciones humanas pueden ser, en algún momento, orgánicas en su origen y funcionar de un modo eficaz, pero se desarrollan en un sentido humano solamente cuando sus consecuencias favorables, una vez percibidas, se valoran y se promueven deliberadamente. Una asociación humana no constituye una sociedad, incluso si obtienen beneficio a partir de la asociación, a menos que las consecuencias favorables de dicha asociación sean promovidas en forma deliberada. La promoción deliberada de las consecuencias favorables no son algo que se dé en forma natural en una mera asociación, sino que es algo que se agrega. 328
Requieren también, de la comunicación como prerrequisito, pues sólo así se puede planificar por adelantado y dirigir los cursos de acción de modo que se promuevan los valores seleccionados. A su vez la comunicación requiere de símbolos y precisamente el significado de los símbolos no es otra cosa que la traducción de los intereses y deseos comunes. La pertenencia a una comunidad, en consecuencia, debe ser aprendida. Tal aprendizaje involucra a la tradición y los intereses mismos de la comunidad. Así se genera una conciencia social y una voluntad general, deseo y decisión que son comunicables y compatibles por todos los implicados. Aunque la comunidad nunca se desarrolle de manera completa. Dewey identifica también aquellas posiciones que a su juicio obstaculizan el desarrollo de una gran comunidad. Menciona, por ejemplo, que el mayor problema que representan las relaciones de interdependencia generadas en una sociedad, consiste en que ellas mismas son las que permiten que los más fuertes dominen a los más débiles, que los usen como instrumentos para la satisfacción de sus propios deseos e intereses. La única solución que ve Dewey en este caso, consiste en reforzar la formación de deseos mediante la educación que tenga como contenido los intereses de la comunidad. En definitiva, para que una gran sociedad se convierta en una gran comunidad democrática, la comunidad debe organizarse como un público democráticamente efectivo. Los presupuestos básicos del modelo democrático son dos, y según Dewey, son insuficientes para el logro de una genuina comunidad. Dichos presupuestos son: 1. El individuo tiene la inteligencia suficiente como para identificar sus intereses y actuar en función de ellos. 2. El sufragio garantiza que los elegidos se responsabilicen por actuar según el mejor interés del público. 329
Los obstáculos que, a su juicio, han estado en la base e impedido que dicho modelo se realizara plenamente, tenían que ver con los supuestos de la filosofía económica y política dominante, supuestos vinculados a una concepción errónea del conocimiento mismo. En efecto, la gran comunidad democrática, para Dewey habría permanecido demorada y hasta engañada por una filosofía que sostenía que las ideas y el conocimiento eran funciones de una mente o una conciencia que se originaba en los individuos por medio de un contacto aislado con los objetos. Dice Dewey: En realidad el conocimiento es una función de la asociación y la comunicación, depende de la tradición, de las herramientas y los métodos transmitidos, desarrollados y sancionados socialmente. Las facultades de la observación eficaz, la ref lexión y el deseo son hábitos adquiridos bajo la inf luencia de la cultura y la sociedad, no unas capacidades que ya vengan dadas […] Esta idea se tomó en un momento como base de la filosofía económica y política. Pero ésta en realidad derivaba de la observación de un grupo pequeño de astutos hombres de negocios que regulaban empresas con el cálculo y la contabilidad y de ciudadanos pertenecientes a comunidades locales, pequeñas y estables. 06 En ellas no se tuvo en cuenta que, tal como lo sostuvo William James, el principal motor de las acciones es el hábito. Los hábitos, sostenía, son una segunda naturaleza, son el gran timón de la sociedad, el hombre actúa con base en hábitos y emociones apenas racionalizadas. Esto explica para Dewey el hecho de que en vez de la revolución radical que se esperaba que resultara de la aplicación de la 330
maquinaria democrática, lo que realmente ocurriera fuera una transferencia del poder de una clase social a otra. El hábito no prohíbe el uso del pensamiento, pero determina los canales que seguirá el mismo. Las revoluciones radicales son pues prácticamente imposibles. Los cambios ocurren, pero dependerán en gran medida de la inculcación y modificación de valores, de modos de sentir y pensar, de la generación de nuevos hábitos que representen qué modo de vida se quiere alcanzar. Por tal, para Dewey, el mayor obstáculo para el advenimiento de una genuina democracia, lo constituyen ciertas ideologías que "coyunturalmente" pueden coexistir con gobiernos democráticos. Por ejemplo: la concepción utilitaria del hombre dentro del sistema capitalista inhibe la prosecución de fines que redunden en beneficio de la totalidad de la comunidad. Y esto porque precisamente su carácter sectario se ve disimulado bajo la idea de que las leyes del mercado son "leyes naturales". A su vez esta ideología condice con una teoría del conocimiento según la cual la mente "copia" a la realidad independiente. Lo importante para Dewey, respecto del conocimiento, será el poder de concientización y desmitificación que puede ejercer. Para que pueda cumplir con esta función y de este modo se convierta en esencial para la formación de la opinión pública y la toma de decisiones, Dewey enumera una serie de recomendaciones respecto de la producción, difusión y utilización del conocimiento en general y del conocimiento científico en particular. Entre ellas, señala las siguientes: 1. Libertad de investigación social y de la divulgación de sus conclusiones. No puede haber genuino público sin una plena publicidad respecto a todas las consecuencias que le atañen. 331
2. Dado que las ideas corrientes son en buena medida usadas por grupos de interés en su propio beneficio, sometiendo a la sociedad, no solamente se debe procurar la libertad de expresión. Debe también fomentarse la investigación crítica de las ideas tradicionalmente aceptadas para evitar que por inercia, los grupos de poder actúen a través de la aceptación acrítica de dichas ideas. 3. Deberá fomentarse la interconexión entre las diversas ramas de las ciencias sociales y también con las ciencias físicas. Sostiene que: "La antropología, la historia, la sociología, la ética, la economía, la ciencia política, cada una sigue sus propios caminos sin una interacción constante y sistematizada que resulte provechosa. En el campo del conocimiento físico, sin embargo, semejante división sólo existe en apariencia." El conocimiento físico a su vez, deberá hacer el esfuerzo de traducir a términos que sean comprendidos y en la misma medida, sus consecuencias para la vida humana. 4. Deberá promoverse la declinación del divorcio entre ciencia pura y ciencia aplicada. Este otro dualismo es heredero de viejas concepciones en las que la sobre estimación de lo que es "puro" y el desprecio de lo que es "aplicado" produce la consecuencia nada menor de sustentar una ciencia demasiado alejada de la vida y el bienestar humanos y demasiado técnica. Dewey no niega instancias puras y aplicadas en la producción de conocimiento científico, pero como otros pragmatistas, sostiene que, "la ciencia se convierte en conocimiento en su sentido honorable y categórico sólo en la aplicación". 07 5. En el presente, sostiene, la ciencia física se realiza de modo externo a los intereses humanos. Es decir, es concebida 332
teniendo en cuenta el interés que sus consecuencias puedan tener para una clase acomodada y que tiene poder adquisitivo. La ciencia deberá orientarse hacia la vida, entonces será genuinamente absorbida y distribuida. Este será el medio adecuado para una plena comunicación, la cual es a su vez condición de la existencia de un público genuino y efectivo. 6. El conocimiento no es sólo comprensión sino también comunicación. Por ello la difusión de los resultados de la investigación social es lo mismo que la formación de la opinión pública. Para Dewey esto representa una de las primeras ideas forjadas con el desarrollo de la democracia política, pero también una de las últimas en ser realizadas. 7. La opinión pública, aún estando en lo correcto, es intermitente cuando no es producto de la aplicación constante de ciertos métodos de investigación y de información. Suele surgir en momentos de crisis, y superada ésta, la falta de continuidad la vuelve errónea desde el punto de vista del curso de los acontecimientos. 8. La investigación deberá ser lo más contemporánea posible. Esto no significa que el conocimiento histórico, en cualquiera de sus formas, no sea necesario, él es quien preserva el carácter continuo del conocimiento. No obstante, deberá conectarse con el escenario actual de los acontecimientos. 9. Subraya la necesidad central de la divulgación. El catastrofismo y el sensacionalismo, sostiene Dewey, son la noticia por excelencia, tanto esas instancias como la fuerza de la propaganda y el propagandismo, son genuinos agentes de formación o deformación de la opinión pública. Frente a esto, se suele afirmar que la comunicación de las investigaciones no interesaría a la masa del público lector. Lo trágico para Dewey es que: "A menos que se lean, esos resultados no pueden 333
afectar seriamente al pensamiento y la acción del público, permanecen en los solitarios estantes de las bibliotecas, y sólo algunos intelectuales los estudian y comprenden". Ante eso nos dice que la divulgación tiene una importancia fundamental y que es una cuestión de arte. Consideraciones finales Como dijimos al principio, el tema que comentamos es en la actualidad, objeto de interés y estudio. Los desarrollos CTS lo incluyen normalmente, aunque con diferencias en la manera de abordarlo. En nuestra opinión, uno de los aspectos del pensamiento de Dewey que lo hace interesante o que justifica su tratamiento, es que ofrece un marco de fundamentación complejo y rico, para quienes defienden la pertinencia epistémica y política de la opinión pública. En efecto, más allá de los consensos que suscite, Dewey está planteando una tesis de carácter radical: la opinión pública, entre otras condiciones, es constitutiva e inseparable de un genuino modelo democrático. Sobre esta base podrán luego discutirse los problemas inherentes al cómo de la implementación y activación concreta del mismo. Si, como menciona López Cerezo, 08 podemos considerar que los motivos para la participación pública pueden fundarse en a) argumentos instrumentales (la participación es la mejor garantía para evitar la resistencia social y la desconfianza hacia las instituciones), b) argumentos normativos (la tecnocracia es incompatible con los valores democráticos) y c) argumentos sustantivos (los juicios de los no expertos son tan razonables como los de los expertos), entonces Dewey nos lleva a una esfera argumental que intenta ubicarse en la base legitimadora de dichas aspiraciones. En este 334
sentido además, creemos que cobra mayor relevancia la interpretación que el propio Habermas hace de Dewey, más allá de las diferencias entre sus respectivos pensamientos.09 En segundo lugar y para finalizar, queremos señalar que coincidimos con quienes interpretan que lo genuinamente interesante en Dewey es el modo en que la idea de democracia y la idea de ciencia se modelan la una a la otra. Efectivamente, la idea de democracia en Dewey no se erigía sobre una ciencia en abstracto sino en la idea de una ciencia socializada. La famosa concepción "experimentalista" que Dewey tiene acerca de la experiencia humana en general, como sabemos, sostiene que pensar y conocer, en cualquiera de sus manifestaciones (las ciencias naturales, sociales, el sentido común, el religioso, etcétera), no tiene nada que ver con describir un mundo en el cual las esencias y los valores de carácter fijo y eternos se nos revelan de modo especular. Nuestras concepciones del mundo, nuestros fines y valores son resultado de nuestras propias elecciones. Dichos valores, al ser ajustados a nuestros deseos, necesidades, emociones, etcétera, tendrán el carácter de situados, y por lo tanto cambiantes. La existencia de una comunidad en acción, deliberativa y consensual, será pues, para Dewey, la única garantía de racionalidad en el ámbito de las actividades sociales, políticas y por supuesto, científicas.10 Dewey nos deja pues, como legado, una concepción de "gran comunidad", o sea, de comunidad democrática, tal que lleva en sí misma la idea de la promoción deliberada de los fines que sean buenos para la misma. Esta idea de promoción deliberada exige de una participación política esclarecida mediante el conocimiento de los medios y fines apropiados para el desarrollo social e individual. Dado que el conocimiento es la adaptación de los hábitos transmitidos modificándolos en aquello que sea necesario para 335
resolver los problemas que la comunidad confronta, él mismo se convierte en una herramienta de acción política al colaborar en la formación de la opinión pública, depositaria de la toma de decisiones. Aquí conocimiento y acción política, los dos términos analizados por Habermas, quedan interrelacionados y configurados por la idea misma de "sociedad democrática". Es interesante recordar, finalmente, que como señala Ramón del Castillo, Cuando Dewey defiende una ciencia libre, está defendiendo entre otras cosas una ciencia liberada de intereses privados, una ciencia con medios y resultados controlados y difundidos públicamente. Sin embargo en aquella época la mayor parte de los proyectos de investigación y de la contratación de personal con formación científica [...] procedía de empresas como General Electric, Dupont, American Thelepone and Telegraph, Kodak, mucho más interesadas en el incremento de los beneficios que en algún tipo de política social. Y aunque admite que la apelación de Dewey al espíritu científico no excluía cuestiones de poder político declara que: "Dewey no aclaró exactamente cómo los científicos podían romper los grilletes que los mantenían atados a los laboratorios de las grandes corporaciones, menos aun cómo evitar el imperativo del beneficio económico o finalmente [...] cómo se debía financiar la ciencia."11 Resulta claro, pues, que la tarea por hacer es aún múltiple y variada.12
________NOTAS________ 336
1
Tomado de: E. Datri y G. Córdova, Introducción a la problemática epistemológica, Homo Sapiens, 2004: 71. [Regreso] 2
Revista de Divulgación Científica y Tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy, "Ciudadanos, políticos y científicos", vol. 11, 62, Argentina, abril-mayo, 2001. [Regreso] 3
Ibid.: 1. [Regreso]
4
J. Habermas, Ciencia y técnica como ideología, Madrid, Tecnos, 1984. El artículo citado está basado en el trabajo del mismo título publicado en el homenaje a Hans Barth: R. Reich (ed.), Humanität und politische Verantwortung, Erlenbach-Zürich, 1964. [Regreso] 5
John Dewey, La opinión pública y sus problemas, Madrid, Morata, 2004. [Regreso] 6
Dewey, ibid.: cap. 5. [Regreso]
7
Ibid.: 151. [Regreso]
8
José A. López Cerezo, "Ciencia, técnica y sociedad" en Andoni Ibarra y León Olivé (eds.), Cuestiones éticas en ciencia y tecnología en el siglo xx, Madrid, oei-Biblioteca Nueva, 2003. [Regreso] 9
Algunas de cuyas diferencias y proximidades Hilary y Ruth Anna Putnam describen en los siguientes términos: "Al fin de cuentas, entonces, la diferencia entre las dos imágenes es ésta: aunque Habermas realmente no niega la necesidad de la experimentación en el establecimiento de las normas, raramente la menciona. En su imagen, las comunidades llegan a las normas por mera discusión, mientras que llegan a los 'hechos' por experimentación. Más aún […] la metodología que se supone que guía la discusión productora de normas se deriva a priori, vía una 'pragmática trascendental'. Dewey […] daría la bienvenida a la noción de Habermas de un 'interés emancipatorio', aunque desearía abandonar todos los dualismos y rechazar el apriorismo presente en el esquema de Habermas", cfr. H. Putnam, La herencia del pragmatismo, Paidós, 1997: 7. [Regreso] 10
A diferencia de la filosofía tradicional, que como sostiene Ramón Castillo, "[...] supone que el juego ya está decidido, supone que los valores últimos, los que deciden el juego, escapan a la racionalidad, era una forma de bloquear la política deliberativa", en "Estudio preliminar", John Dewey, op. cit., 2004. [Regreso] 11
Ramón del Castillo, Estudio preliminar: "Érase una vez en América. John Dewey y la crisis de la democracia", en J. Dewey, La opinión pública y sus problemas, op. cit. [Regreso] 12
Durán-Di Gregori, "Pragmatismo y Biotecnología. El caso
337
Kornberg", en prensa para, A. Ibarra y León Olivé, La ciencia y cómo verla, las autoras aplican la relación medios-fines, tal como es desarrollada por Dewey, para analizar críticamente la relación entre los fines de la ciencia y su compleja vinculación con la financiación privada de dicha actividad. [Regreso]
338
Neutralidad axiológica y filosofía política de la ciencia y la tecnología José Miguel Esteban I En la descripción del Coloquio sobre Teorías Políticas de la Ciencia celebrado recientemente en San Francisco,1 Thomas Uebel y sus colegas de la hopos, planteaban un interesante reto para una filosofía política de la ciencia: caracterizar las prácticas sociales que han de informar una política de la ciencia sin desatender la pretensión de objetividad que siguen manteniendo muchos de quienes practican las ciencias o las tecnociencias. Uebel ubica históricamente el problema dentro del Empirismo Lógico del segundo tercio del siglo XX, y en particular en la tensión entre el "neutralismo" de Rudolf Carnap y la filosofía política de la ciencia de Otto Neurath (compartida, como he apuntado en otros sitios, por John Dewey). Pero la pretensión de objetividad que Uebel señala en su reto, ha recibido pertinentes críticas en la filosofía y la sociología post-positivista de la ciencia, sobre todo dentro de los denominados estudios CTS. Me centraré principalmente en las críticas contra la tesis de la neutralidad axiológica de la ciencia y la tecnología. En su reciente libro La Revolución Tecnocientífica, Javier Echeverría ubica la emergencia de los estudios cts en el propio surgimiento de la tecnociencia y promueve la eliminación del mito de la neutralidad axiológica en la reflexión sobre ésta: Los instrumentos que utilizan los científicos y los ingenieros para evaluar sus propios instrumentos de investigación, la fiabilidad de sus resultados, la incidencia de sus resultados, etcétera,
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están cargados de valor, como mínimo de valores epistémicos. En el caso de la tecnociencia, también suelen estar cargados de valores económicos, empresariales, militares, políticos y jurídicos.02 La axiología empírica que defiende Echeverría, y el pluralismo axiológico que se desprende de su estudio, son elementos contundentes contra cualquier versión mítica o hipostasiada de la neutralidad axiológica. Pero hay otro tipo de crítica a la tesis de la neutralidad axiológica que se exime de estos considerandos empíricos y que parece resistir impertérrita, pese a sostenerse, según creo, en supuestos filosóficos muy discutibles. Según ciertas formulaciones de esta crítica, la tesis de la neutralidad axiológica es el núcleo de una concepción de la racionalidad restringida a los medios, resumida en el eslogan: "el fin justifica los medios". La tesis de la neutralidad axiológica sería uno de los pilares de la concepción instrumentalista de la racionalidad científica, según la cual la ciencia es susceptible de aplicaciones axiológicamente incompatibles que obedecen a fines preestablecidos, metas u objetivos últimos que escapan a un acuerdo o consenso obtenido mediante un diálogo o argumentación racional. En un reciente trabajo03 he intentado mostrar que autores tan dispares como Marcuse, MacIntyre, Poincaré, Horkheimer o Giere, comparten de un modo u otro este supuesto que, lamentablemente, ha convertido al instrumentalismo en una racionalidad científica denostada. Defendía que, frente a ese instrumentalismo ingenuo o puro y duro, el instrumentalismo pragmatista de John Dewey se ajustaba mejor a nuestras prácticas de resolución de problemas, entendiendo medios y fines como elementos igualmente revisables dentro de esas prácticas. Seguidamente proponía una versión deflacionista de la neutralidad axiológica, concebida como una fase 340
más de distanciamiento dentro de un proceso de transformación de situaciones problemáticas, por conjuntar términos del vocabulario de John Dewey y Norbert Elias, intentando defender cierta integración, inspirada en Rescher, entre razón instrumental y razón axiológica. En este trabajo tomaré una ruta no explorada entonces. Remitiré la crítica de Marcuse al instrumentalismo de John Dewey, al uso weberiano de la neutralidad axiológica tal y como fue interpretado por Habermas en La lógica de las ciencias sociales, para más tarde concluir cómo las propuestas deweyanas, además de eludir limpiamente las críticas de Marcuse, pueden conducirnos a orientaciones políticas y públicas que no se agoten en nuestras democracias representativas: en orientaciones que, en el fondo, son más afines a la acción comunicativa de Habermas, que a la acción estratégica o manipuladora que los teóricos de Frankfurt siempre adscribieron al pragmatismo. Recordemos que, para Herbert
Marcuse
en
El
hombre
unidimensional, la neutralidad axiológica de la racionalidad instrumental era un alegato disfrazado en favor de la razón coercitiva o de la lógica de la dominación, y el pragmatismo de John Dewey, la filosofía que ejemplificaba esa concepción instrumentalista de la racionalidad –a la que Marcuse, muy probablemente siguiendo a Heidegger, llama tecnológica. Dicha concepción, lejos de ser puramente científica y axiológicamente neutral, obedecería, según Marcuse, a un a priori que es tecnológico y político, aunque "como tal" sea indiferente a tales o cuales fines políticos. La discusión, tal y como la plantea Marcuse, gira en torno a la jaula de hierro weberiana. O al menos eso parece sugerir Habermas:
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Max Weber explica en particular el sentido metodológico de la neutralidad valorativa por referencia a la utilización del saber empírico-analítico en técnicas sociales. El conocimiento de regularidades empíricas de la acción social se presta a recomendaciones técnicas para una elección racional con arreglo a fines de los medios, suponiendo dados esos fines. [...] Pues es claro que lo que da motivo a la discusión es la intención que en punto a política de la ciencia Max Weber vinculaba a ese postulado. Lo utilizó para restringir las ciencias sociales a un interés cognoscitivo que se contenta con la generación de saber técnicamente utilizable [...] la exigencia positivista de que en ello ha de agotarse la tarea de la sociología ha provocado dudas y protestas. 04 Cabe sospechar que, entre estas dudas y protestas, se hallarían las de Marcuse. Para él, la filosofía de la ciencia de Dewey era una filosofía política que simplemente justificaba la racionalidad del statu quo y la perpetuación de su dominio coercitivo. Estas acusaciones son manifiestamente infundadas. Pero ni el peso de la obra escrita de Dewey puesta ante los críticos, ni lo que he llamado pragmatismo consecuente de Dewey, un tipo de compromiso político abiertamente demócrata, han restado un gramo a esos prejuicios.05 Mi estrategia en los siguientes párrafos – y ya finalizando el escrito– será algo distinta: me aproximaré a algunos textos de Habermas y formularé algunas preguntas que quizá resulten pertinentes para una filosofía política de la ciencia de corte pragmatista y genuinamente democrático. En "Trabajo e interacción" (1967), un texto relativamente temprano donde introduce hegelianamente su distinción entre razón estratégica y razón comunicativa, Jürgen Habermas ya vinculaba perspicazmente la noción hegeliana de reconocimiento 342
con el social-self de G. H. Mead, aproximando sagazmente este yo social a su concepto de acción comunicativa: "Bajo los supuestos naturalistas del pragmatismo, repite G. H. Mead en su obra póstuma Mind, Self and Society (1934), la idea de Hegel de que la identidad del yo sólo puede constituirse a través de la ejercitación de roles sociales, es decir, en la complementariedad de expectativas de comportamiento sobre la base del reconocimiento recíproco." 06 Esa complementariedad de expectativas recíprocas de comportamiento conforma la estructura disposicional del entramado de creencias de las personas. Lo social no sólo es el marco externo de ese entramado. Pertenece a él desde un principio. Ese mismo hegelianismo pragmatista siguió siendo objeto de las apropiaciones de Habermas: "Desde el comienzo he visto en el pragmatismo americano la tercera respuesta productiva –junto a las de Marx y Kieerkegaard– a Hegel, por así decirlo, la corriente democrático radical de los jóvenes hegelianos. Desde entonces, me apoyo en esta variante americana de la filosofía cuando se trata de compensar las debilidades de la teoría marxista de la democracia."07 Más allá de esta declaración, ¿qué pudo ver Habermas en la democracia radical de los jóvenes pragmatistas de Estados Unidos? Teniendo en cuenta su teoría más elaborada, la teoría de la acción comunicativa, podemos ensayar la siguiente respuesta: lo que realmente interesaba a Habermas era la relación que los pragmatistas establecían entre inteligencia operativa, progreso social y creación deliberativa de nuevos fines. Según Dewey, hablando en términos generales, la inteligencia es precisamente el proceso de rehacer lo viejo uniéndolo a lo nuevo. Es la transformación de la experiencia pasada en conocimiento y la 343
proyección de ese conocimiento en nuevos fines y propósitos. Ningún problema, sea personal o colectivo, simple o complejo, podrá solventarse sin seleccionar parte del material cognitivo acumulado en anteriores experiencias y poniendo en juego hábitos previamente formados. Pero el conocimiento y los hábitos tienen que modificarse de manera que se ajusten a las nuevas condiciones. [...] La labor que la inteligencia cumple en cualquier problema al que se enfrente una persona o una comunidad es efectuar una conexión operativa entre hábitos, costumbres, instituciones y creencias anteriores con las nuevas condiciones.08 La cita anterior procede de Liberalismo y acción social (1934), un libro escrito en plena crisis de las democracias liberales de entreguerras y que, como Democracia y educación (1916), contiene interesantes tesis para una filosofía política de la ciencia. La investigación científica, desde este punto de vista, no convergencia peirceana en la opinión como inteligencia social y transformadora de situaciones, e inevitablemente, de los fines de los agentes: La ciencia marca la emancipación de la mente respecto de la devoción por los propósitos habituales y hace posible la prosecución sistemática de nuevos fines. [...] Se piensa a veces el progreso como la aproximación paulatina a fines ya buscados. Pero ésta es una forma menor de progreso, porque requiere sólo un perfeccionamiento de los medios de acción o un avance técnico. Los modos más importantes de progreso consisten en enriquecer los propósitos anteriores y en formar otros nuevos. Los deseos no son una cantidad fija, ni el propósito significa una cantidad creciente de satisfacción. Con el aumento de la cultura y un nuevo dominio de la naturaleza, se crean nuevos deseos y 344
demandas de nuevas cualidades de satisfacción, pues la inteligencia percibe nuevas posibilidades de actividad. Esta proyección de nuevas posibilidades lleva a la búsqueda de nuevos medios de ejecución y tiene lugar el progreso; en tanto que el descubrimiento de objetos no utilizados todavía lleva a sugerir nuevos fines.09 Expresadas en términos tan experimentales, no es difícil concluir, a partir de estas tesis, que Dewey apuesta por una filosofía de la ciencia que es política en el sentido contrario al denunciado por Marcuse: la investigación científica y tecnológica no es en absoluto aquiescente con el statu quo, sino que su especificidad reside precisamente en su capacidad de idear creativa y secuencialmente nuevos fines y, por lo tanto, de transformar los valores que guían los proyectos de vida que, en términos kantianos, nos atrevemos a darnos. Resta ver en qué medida estas tesis filosóficas podrían proporcionarnos al menos ciertas orientaciones regulativas que informen políticas públicas auténticamente) democrático.
de
carácter
genuinamente
(o
II Curiosamente, como ya observaba Dewey en Libertad y cultura (1939), la demanda de un control público directo de las investigaciones y los resultados científicos, se ve habitualmente reforzada por una interpretación errónea de la neutralidad axiológica, asumida muchas veces por los propios científicos cuando se hacen pasar por filósofos y por filósofos cuando asumen el respetable rol de científicos (Quine y Poincaré son dos casos respectivamente paradigmáticos, aunque no son los únicos). Comúnmente se dice y se cree que la ciencia es por completo 345
neutral e indiferente en lo que respecta a los fines y valores que mueven a obrar a los hombres; que a lo sumo, sólo les proporciona medios más eficientes para la realización de fines que tienen que ser y son debidos a necesidades y deseos completamente ajenos a la ciencia. La cuestión es si el conocimiento científico tiene poder para modificar los fines que los hombres estiman y luchan por alcanzar. 10 La cuestión es, según Dewey, si podemos descubrir los medios con los que nuestros mejores conocimientos, al menos, intervengan en la regulación de nuestros deseos, en la formación y transformación de nuestros fines y, en la medida de lo posible, en el curso de los acontecimientos. Meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Dewey insta a los propios científicos a responder: "¿Es posible admitir el papel de la propaganda y negar el de la ciencia, para dar forma a los fines?" 11 Cuando el químico inglés Sody recuerda: "Hasta ahora, las perlas de la ciencia se han arrojado a los cerdos, que nos han dado en cambio millonarios y barrios bajos, armamentos y la desolación de la guerra", Dewey contesta que esas consecuencias sociales se deben a la persistencia de deseos y propósitos pertenecientes a tradiciones económicas y políticas formadas antes de la aparición de la ciencia, o dicho planamente, precientíficas. No es una respuesta optimista: Dewey no estaba prometiendo que la ciencia pronto transformaría nuestros deseos, encaminándolos al bien común. Se pregunta por qué no lo ha hecho todavía, y en qué medida ese fracaso ponía en entredicho su modelo progresista de las relaciones entre ciencia y sentido común. Ese modelo era –sospecho que más normativa que descriptivamente– continuísta: "los objetos y procedimientos científicos surgen de los problemas y métodos directos del sentido 346
común, de los usos y los goces prácticos, y repercuten en estos últimos en una forma que refina, expande y libera los contenidos y los agentes a disposición del sentido común".12 Pero acto seguido se ve obligado a matizar: "La ciencia parte del sentido común, pero el camino de vuelta al sentido común es tortuoso y está bloqueado por las condiciones sociales existentes".13 A finales de la década de los años treinta, Dewey constataba la escasa aportación de las ciencias institucionalizadas en el tratamiento de problemas de verdadera importancia para el hombre común, a saber, en las creencias y conductas económicas, políticas, jurídicas y morales, y en los métodos para formar y confirmar estas creencias y conductas. Mientras el impacto de la ciencia en los modos de producción y en las pautas de consumo era ya innegable, en las concepciones y los modos de acción humanos, en muchos ámbitos decisivos del llamado mundo de la vida, seguían vigentes costumbres e instituciones formadas en épocas remotas. Empleando un giro que Putnam popularizaría décadas después, podríamos decir que, según Dewey, la dicotomía hecho/valor estaba completamente institucionalizada tras la Segunda Guerra Mundial. Mi último ejemplo [con respecto a las lecciones que la filosofía ha de extraer de la guerra] tiene que ver con la división de la naturaleza humana en cierto número de compartimentos estancos. Uno de esos compartimentos supuestamente contendría la razón y todos los factores y capacidades para obtener conocimiento científico e ideas válidas. El otro consistiría en apetitos, impulsos, deseos, necesidades, en todo lo que se ha dado en llamar vida emocional en su sentido más amplio. La aceptación de las filosofías del pasado que erigieron esta división ha dado como resultado la formación de lo que 347
desde el punto de vista técnico es probablemente el principal problema de la filosofía en el presente: la relación entre los hechos y los valores. 14 En su autobiografía, Carnap, y aún constatando sus diferencias con Dewey, con respecto a la dicotomía hecho/valor, admite haber abrazado siempre el siguiente supuesto meliorista: "que la acción deliberada presuponía conocimiento del mundo, que el método científico es el mejor modo de adquirir conocimiento, y que por lo tanto la ciencia debe considerarse como uno de los instrumentos más valiosos para mejorar la vida".15 Javier Echeverría ha datado la emergencia de la Política Científica, con el informe de Vannevar Bush: Science, The Endless Frontier (1945).16 En mi opinión, tal y como describe Echeverría estos orígenes, ese concepto de política científica pública, partía del supuesto meliorista antes citado.17 Por otra parte, el modelo arborescente –y no lineal, como el modelo de Bush– que propone Echeverría, sugiere un camino de vuelta de la ciencia al sentido común que considero afín al buscado por Dewey, sobre todo teniendo en cuenta cómo sintetiza los últimos eslabones de la cadena en el concepto general de trasformación del mundo. Dewey llegó a sólo atisbar la revolución tecnocientífica, pero solía sugerir que la ciencia rebasaba los recintos académicos. Teniendo en cuenta, como señala Echeverría, que los agentes tecnocientíficos no se agotan entre científicos e ingenieros, creo que una filosofía política de la ciencia y la tecnología inspirada en el instrumentalismo pragmático de Dewey, asumiría de buena gana esta descripción del pluralismo axiológico: "dado que hay diferencias estructurales", afirma Echeverría, "las valoraciones que se hagan serán coherentes con el lugar del sistema desde el que se llevan a cabo. Por lo tanto, las disensiones y los conflictos valorativos están garantizados en la tecnociencia".18 Pero que la 348
filosofía política de la ciencia y la tecnología hayan de asumir el pluralismo axiológico, no significa necesariamente que haya de contentarse con describir los conflictos y disensiones. Alternativamente, Javier Echeverría propone ir configurando un sistema mínimo de valores compartidos para resolver civilizadamente los diversos conflictos generados por las tecnociencias. Dada la creciente importancia de la tecnociencia en las sociedades contemporáneas, se trata de establecer un contrato social para la tecnociencia basado en elpluralismo axiológico, y no en el predominio de determinados valores empresariales y políticos que permitieron reformular el informe de Vannevar Bush tras su crisis en los años 70. 19 El informe de Vannevar Bush, nos dice Echeverría, sentaba las bases de la nueva economía política de la ciencia, económicamente basada en el capitalismo, "políticamente en la democracia y en la creencia en que el poder político debe liderar la conquista de la nueva frontera del conocimiento". El contrato social para la tecnociencia que Echeverría propone parece pues reclamar una revisión profunda del concepto de democracia política y de sus relaciones con las prácticas científicas o tecnocientíficas. Y creo que en este punto la reinterpretación deweyana de la democracia puede resultar útil. ¿Puede existir una sociedad democrática sin un consenso básico de creencias?, se pregunta Dewey. La propia estabilidad de las democracias multiculturalistas depende de ese "acuerdo solapante" al que apela Fernando Broncano.20 Parece un hecho que la mera democracia política, la mecánica institucional de elección de representantes, de acuerdo con la regla de la mayoría, ha resultado insuficiente para ir configurando ese sistema mínimo de valores 349
compartidos o acuerdo solapante que permitiría dirimir pacíficamente los conflictos ocasionados por la tecnociencia. Con todo, para una democracia que se sabe contingente, lo importante no es la mayoría qua mayoría, sino la experiencia y los medios por los que cierta mayoría llega a generarse. Las mayorías de opinión formadas por procedimientos acríticos son inevitablemente acríticas. La regla de la mayoría, justo como regla de la mayoría, es tan estúpida como sus críticos dicen que es. Pero nunca es simplemente la regla de la mayoría. [...] Los medios por los que una mayoría llega a ser una mayoría es aquí lo importante: debates previos, modificaciones de los propios puntos de vista para hacer frente a las opiniones minoritarias. La necesidad esencial, en otras palabras, es la mejora de los métodos y condiciones del debate, de la discusión y de la persuasión.21 No es casual que en Facticidad y Validez (1992) Jürgen Habermas haya llamado la atención sobre este mismo texto de Dewey como prueba de la importancia que Dewey concedía a la fuerza legitimadora del discurso, para lo que Habermas denomina una política deliberativa de formación de la opinión pública. Es importante entender que Dewey no equipara la política deliberativa con una investigación especializada, ni la opinión pública con una comunidad de expertos. En realidad, como afirma Ramón del Castillo22 lo que Dewey proponía es que la formación de la opinión pública podía estar animada por un espíritu análogo al científico: "No es necesario que la mayoría tenga los conocimientos y la destreza de los expertos para realizar las investigaciones necesarias; lo que se requiere es que tenga capacidad para juzgar la importancia de los conocimientos que otros proporcionen sobre 350
los intereses comunes."23 Quizá algo ingenuamente, como tantos otros, Dewey aspiraba a extender a su sociedad las actitudes y los procedimientos propios de la ciencia. Esos procedimientos son democráticos en la medida en que establecen una situación deliberativa que favorece la formación de nuevas mayorías fundadas de opinión sobre intereses comunes. De ahí que Dewey llegase a afirmar que el futuro de la democracia estuviese ligado con la difusión de la actitud científica que he denominado instrumentalismo pragmático. Como la racionalidad científica, la democracia es instrumentalista, porque obedece al principio de concordancia entre medios y fines: "El principio fundamental de la democracia consiste en que los fines de los individuos sólo pueden lograrse empleando medios concordantes con esos fines". 24 Pero además, esos fines no están dados de una vez por todas. Son formas de vida que hay que sostener. Como advertía Dewey, reducir la libertad a libertad política, entendida exclusivamente como de elección de representantes, puede ser el principio del fin de esa misma libertad política. No basta con conceder inteligencia política al ciudadano cada cuatro o seis años. Si ha de sobrevivir, y Dewey tampoco tenía claro que fuese a ser así, la democracia ha de cobrar una vida participativa y deliberativa: "¿Pues qué es la democracia, en su papel de consulta, discurso, persuasión y formación de opinión pública, salvo la fe en la capacidad del hombre común para responder con sentido común al libre juego de hechos e ideas, garantizado por las garantías efectivas de la investigación, la asamblea y la comunicación libres?" 25 Para Dewey, la racionalidad como la racionalidad científica, ha de incorporar cierto tipo de interés por los métodos imparciales de justificación, "que excluye el deseo de llegar a cualquier conclusión no justificada por la prueba, por mucho que pueda satisfacer 351
personalmente llegar". 26 Y lo mismo cabe decir de la racionalidad democrática, dependiente de principios específicos, accesibles y reconocidos de forma general que logren determinar el terreno y los límites de la actividad de todo individuo. Su esencia son la comunicación (publicity), patrones y reglas de procedimiento, soluciones reconocidas en común. Lo que llamamos res publica, el interés común (common concern) permanece vago y latente hasta que se define mediante órganos imparciales y desinteresados. Entonces es cuando logra expresarse a través de modos de acción habituales y garantizados.27 Una opinión pública fundada era, según Dewey, la que se basaba en esos métodos que, de una manera un tanto genérica, podríamos llamar científicos, imparciales y desinteresados. Para Dewey, ese mismo interés desinteresado e imparcial mostraba que en algunas personas y en cierto grado, la ciencia ha creado ya nuevos deseos y nuevos fines. La existencia de la actitud y espíritu científico es prueba de que la ciencia era capaz de desarrollar un tipo distintivo de disposición que va más allá de proporcionar medios más eficaces para realizar deseos que existen independientemente de cualquier efecto de la ciencia. 28 Hoy tenemos razones para desconfiar del optimismo de Dewey con respecto a ese ethos. Pero quizá, como sugiere Ramón del Castillo, nuestra acusación de optimismo tiene más que ver con nuestro esencialismo que con el experimentalismo que Dewey defendió en todas las áreas: [...] una sociedad democrática podría concebirse como una comunidad que intenta descubrir mejores modos de vida, más satisfactorios, más provechosos. Y de igual modo que no hay 352
"método científico" (los procedimientos típicos de la ciencia varían históricamente tanto como aquello a lo que se aplicaban) otro tanto se podría decir de la democracia: no hay método fijo para determinar qué forma de vida es más satisfactoria, sólo hay experiencia, historia [...] si la democracia podía inspirarse en la ciencia no era porque encarnara un ideal abstracto de conocimiento, sino porque su progreso dependía de un esfuerzo común para adquirir más y mejor experiencia, un intento de diseñar medios colectivos para adquirir ideas, corregirlas y mejorarlas, cosas que, por imperfectas que fueran, caracterizaban a la empresa científica mucho más que la búsqueda de la "Verdad", la captación de "La Realidad" o la correspondencia con "los hechos". 29
________NOTAS________ 1
Thomas Uebel, et al., "Political theories of science", en el Fifth Congress of the International Society for the History of Philosophy of Science (hopos), San Francisco, 2004. [Regreso] 2
Véase J. Echeverría, La revolución tecnocientífica, México, fce, 2003: 233. [Regreso] 3
J. Miguel Esteban, "Razón instrumental, racionalidad pragmatista", en A. Pérez-Ransanz y A. Velasco, Racionalidad teórica y racionalidad práctica en la ciencia, en prensa. [Regreso] 4
J. Habermas, La lógica de las ciencias sociales, Madrid, Tecnos, 1990: 75. [Regreso] 5
Con todo, agradezco a Rafael del Águila el reconocimiento de este esfuerzo: "el liberalismo pragmático estadounidense no es un neoliberalismo maquiavélico y reaccionario. Un comentario inteligente sobre este particular en la introducción de J. Miguel Esteban a J. Dewey: Liberalismo y acción social y otros ensayos, Valencia, Ediciones Alfons el Magnánim, 1996", Rafael del Águila, introducción a R. Rorty, Pragmatismo y política, Barcelona, Paidós, 1998:
353
11. [Regreso] 6
Jürgen Habermas, "Trabajo e interacción", en Ciencia y técnica como ideología, Madrid, Tecnos, 1974: 22. En la órbita de la teoría crítica, Hans Joas ha realizado una interesante reconstrucción del pensamiento de G. H. Mead en términos de la moderna teoría social. Véanse Hans Joas, G. H. Mead, Cambridge, mit Press, 1997 y Pragmatism and Social Theory, Chicago, The University of Chicago Press, 1993. [Regreso] 7
Jürgen Habermas, Ensayos Políticos, Barcelona, Ediciones 62, 1990: 185. [Regreso] 8
LW, XI: 37. Los textos de John Dewey citados en este ensayo corresponden a la edición crítica de su obra completa publicada por la Southern Illinois University Press, bajo la dirección editorial de Jo Ann Boydston: The Early Works, 1882-1898, 5 volúmenes; The Middle Works, 1899-1924, 15 volúmenes: The Later Works, 1925-1953, 15 volúmenes. Citamos con la abreviatura (EW, MW, LW) seguida por el volumen y la paginación en la edición crítica. [Regreso] 9
MW, IX: 232. [Regreso]
10
LW, XIII: 160. [Regreso]
11
Ibid.: 163. [Regreso]
12
LW, XII: 81. [Regreso]
13
Idem. [Regreso]
14
LW, XIV: 323. 1 [Regreso]
15
R. Carnap, Autobiografía intelectual, Barcelona, Paidós, 1992: 114. [Regreso] 16
J. Echeverría, op. cit.: 194. [Regreso]
17
Tiles y Oberdiek citan a Farey (1827) como primera exposición de la necesidad de una política científica consciente que optimice los resultados de la ciencia y la tecnología para una democracia industrial: el progreso se mide así por el creciente acceso de las clases medias a los bienes de consumo. Véase John Farey, A Treatise on Steam Engine: Historica, Practical and Descriptive, apud M. Tiles y H. Oberdiek, Living in a Technological Culture, Londres, Routledge, 1995: 110-111. [Regreso] 18
J. Echeverría, op. cit.: 213. [Regreso]
19
Ibid.: 236. [Regreso]
20
Véase Fernando Broncano, Saber en condiciones, Madrid, A.
354
Machado Libros, 2003: 517 y ss. [Regreso] 21
LW, II: 365. [Regreso]
22
Véase Ramón del Castillo, "Introducción" a John Dewey: La opinión pública y sus problemas, Madrid, Morata, 2003: 24. [Regreso] 23
LW, II: 365. [Regreso]
24
LW, XI: 298. [Regreso]
25
LW, XIV: 227. [Regreso]
26
LW, XIII: 145. [Regreso]
27
MW, V: 408, citado por Ramón del Catillo, op. cit.: 22. [Regreso]
28
LW, XIII: 167. [Regreso]
29
Ibid.: 27-28. [Regreso]
355
Una nueva unidad no estándar de análisis Ricardo J. Gómez Hace ya unos años señalábamos que entre las notas definitorias de la llamada "concepción no estándar" de la ciencia, se destacaba la propuesta de una nueva unidad de análisis para caracterizar al conocimiento científico. 01 Así como la concepción heredada (neopositivismo y popperianismo) hacían del concepto de teoría aquello a analizar y discutir para caracterizar adecuadamente al conocimiento científico, autores como Kuhn, Lakatos y Feyerabend, o sea los más conspicuos representantes de la nueva manera de entender al conocimiento científico, ampliaban, sincrónica y diacrónicamente a dicha unidad. Así, en lugar de hablar centralmente de teoría, lo hacían de unidades más amplias como por ejemplo, paradigmas, proliferación de teorías y programas de investigación. Más importante aún, es recordar que cada una de ellas, a diferencia de las teorías constituidas exclusivamente por ítems de un mismo tipo como lo son las sentencias declarativas, estaban conformadas por ítems muy diversos. Así, los paradigmas (Kuhn) aparecían como cuádruplas formadas por supuestos metafísicos, ley y teoría, valores y ejemplares, mientras que los programas de investigación (Lakatos) constaban de un núcleo tenaz (cuyos componentes eran supuestos ontológicos y metodológicos) y una heurística. Por supuesto, ésta no era la única nota distintiva entre las dos concepciones –estándar y no estándar– de la ciencia. Es importante para el presente trabajo enfatizar unas pocas de las restantes notas diferenciales que mencionábamos. Mientras que la filosofía standard separaba radical- mente teoría y hechos, en algunas de las posturas no estándar, la unidad de análisis era
356
constitutiva de los hechos a estudiar. Ello es evidente en el caso de los paradigmas kuhnianos y la proliferación feyerabendiana de teorías. Los hechos, en el caso de Kuhn, están seleccionados y confor- mados por el paradigma, de ahí que al cambiar de paradigma cambia el mundo a estudiar, sin posibilidad alguna de acceso al mundo indepen- dientemente de todo paradigma 02 Además, desaparece la obsesión por el método como demarcador del conocimiento científico. Mientras que positivistas y popperianos, consideraban central la caracterización del método para disponer de una comprensión acabada de la ciencia, ello deja de ser así tanto para Kuhn como para Feyerabend. La razón principal radica en otra nota distintiva. Tal método era el recurso insustituible para establecer justificadamente la aceptación o rechazo de hipótesis o teorías, lo que presuponía la dicotomía tajante entre contextos de descubrimiento y justificación, dicotomía de la cual abjuran tanto Kuhn como Feyerabend. El abandono de la demarcación entre contextos fue coherente con la pérdida de relevancia del método en la elucidación del conocimiento científico. Agréguese a ello que tal método era totalmente analizable en términos puramente formales, más exactamente en términos de un puro algoritmo lógico, que en el caso de Popper, era lógicodeductivo. Ello era acompañado por la total prescindencia de aspectos contextuales, ya sean históricos, políticos o sociales. En cambio, en la versión no estándar, tanto de Kuhn como de Feyerabend, el sujeto de la investigación, y con él, el contexto de su producción y desarrollo, ocupan un lugar prominente e inevitable. Dicho de otra manera, el paso de la concepción standard a no standard de la ciencia es el paso de una epistemología sin sujeto cognoscente a una con dicho sujeto, sea este individual o comunitario, como en el caso de Kuhn. Un corolario de lo anterior es la importante diferencia acerca de 357
los valores en la ciencia. Mientras que la concepción estándar, especialmente en el caso de Popper, afirma rotundamente la neutralidad valorativa del conocimiento científico, ya Kuhn abjura de ello con el agregado de que no es necesariamente la misma jerarquía de valores la que regula las elecciones en distintos paradigmas. Este reconocimiento de la presencia de valores en todo contexto de investigación científica se ha ido acentuando hasta el presente. Como clásicamente la neutralidad valorativa era condición necesaria para la objetividad científica, una y otra vez se acusó a importantes filósofos no estándar de la ciencia, de abandonar toda posibilidad de objetividad. Pero este es un lamentable error, tal como diversos autores lo han reiterado, porque así como se puede arribar a acuerdos intersubjetivos sólidos acerca de los hechos, también puede hacérselo acerca de valores. Y, tales acuerdos intersubjetivos arribados mediante la discusión crítica es, a nuestro entender, el único acceso humano posible a la objetividad entendida como la antípoda de lo meramente subjetivo, tendencioso, interesado, ideológicamente sesgado, etcétera. Nos queda, por último, la crucial diferencia acerca de racionalidad. Mientras que la postura estándar asimilaba proceder racionalmente a hacerlo de acuerdo al método científico y, por ende, decidir taxativamente siguiendo mecánicamente un algoritmo lógicomatemático, desde Kuhn en adelante, en general, se rechaza tal posición, por no corresponder con la práctica real histórica de la ciencia y, especialmente, por fracasar en justamente lo que pretende, dar una medida que sea fiel a lo que acaece realmente en la toma de decisiones o, aún más, en establecer una medida de comparación entre hipótesis y entre teorías que permitiera adoptar la mejor (ya sea la más probablemente verdadera, como en el caso del neopositivismo, o la más verosímil, para el caso de Popper y 358
sus seguidores). Ello no significa que los filósofos no estándar de la ciencia hayan recomendado el abandono de toda consideración sobre la racionalidad de la ciencia, o adoptado una posición irracionalista. Por el contrario, lo que ha sucedido, en general, es la necesidad de adoptar una versión más amplia de la racionalidad científica, en primer lugar no algorítmica y, especialmente, más abarcadora, incluyendo la discusión racional de valores y objetivos, así como la presencia de argumentos no siempre lógicamente conclusivos. Esta ha sido, en verdad, una tendencia creciente, no sólo en relación de las ciencias, sino en la discusión del carácter y rol de la razón humana. Tal como volveremos a repetir más adelante, hemos tenido que reconocer que, felizmente, la razón humana no se agota en la razón lógico-instrumental. También vamos a recalcar que esto no implica el abandono de la racionalidad, sino la necesidad de no hipersimplificarla mediante su rústica reducción a un mero rol calculativo, de manera tan extrema, que si no lo puede cumplir, el único resultado posible es la caída en el irracionalismo. La denuncia de este falso dilema y la necesidad de proceder hacia una concepción más rica de racionalidad es vital para comprender el alcance de la crítica a la unidad de análisis que opera en la economía neoliberal. El marco normativo Nosotros llamamos "marco teórico" a la nueva unidad de análisis para una adecuada elucidación de la economía neoliberal, en tanto ciencia. El marco teórico está constituido por lo que llamaremos "marco normativo" y lo que los economistas, especialmente neoclásicos y neoliberales, llaman "modelo", "modelo teórico" y, algunas veces, "teoría". 359
El marco normativo, a su vez, está compuesto por los presupuestos ontológicos, epistemológicos y éticos que se asumen acríticamente, en tanto, por una parte, no son obtenidos o inferidos a partir del mundo factual estudiado, ni, por otra parte, se los somete a testeo empírico alguno. Ellos están más allá de toda posible refutación por parte de la realidad económica. Los presupuestos ontológicos: a). La sociedad es un conjunto de individuos cuyas propiedades y relaciones son exclusivamente individuales e independientes de la totalidad social a la que pertenecen. A diferencia del llamado holismo ontológico, aquí no se asume ninguna relación respecto de la totalidad involucrada, ni se considera que la relación con dicha totalidad sea constitutiva de lo que son los individuos. Cabe aclarar, que el holismo ontológico no asume ni postula a totalidad alguna por encima o más allá de los individuos que la componen. El individualismo ontológico está presupuesto en el célebre individualismo metodológico que toda la concepción liberal de la economía asume. b). Cada agente individual actúa en función de sus preferencias objetivas, las que son anteriores e independientes del ámbito donde ellos actúan. Esto ha de permitir afirmar que se pueden establecer jerarquías objetivas de preferencia, las que permiten una explicación de las elecciones de los agentes. c). El ser humano actual ha devenido básicamente egoísta a través de un largo proceso de selección, que ha hecho que sean aquellos que actúan en aras de satisfacer sus propios intereses, por encima de todo otro interés, los que sobreviven. d). El mercado es el orden de correlación perfecta de las actividades de los agentes individuales. En el mismo, dichos 360
agentes tienen una preferencia y objetivo dominante, maximizar la ganancia, la cual es perseguida insaciablemente debido al egoísmo fundamental que los anima. e). Como los recursos disponibles son finitos y la búsqueda de ganancia no tiene límites a priori, habrá necesariamente competencia entre los distintos agentes individuales y entre distintos grupos de interés. Por supuesto (a)-(e) no aparecen explícitamente en ninguna teoría económica de corte neoclásico o neoliberal. Pero, están allí operando con un enorme peso constitutivo. Además, cuando discuten acerca de lo que están haciendo, tanto Hayek, como Friedman, y, especialmente para los presupuestos epistemológicos, Popper, ellos los citan textualmente y los consideran como ingredientes insustituibles de su posición; pero, como dijimos, no los hacen parte constitutiva de la teoría o modelo económico propiamente dicho. Esto requiere una discusión más detallada posteriormente. Además, ninguno de dichos presupuestos es una verdad de Perogrullo o más allá de toda crítica. Son los propios mentores del neoliberalismo los que los hacen aparecer como verdades tan indiscutibles que los hacen operar como si fueran normas constitutivas únicas, sin alternativas. Lo mismo sucederá con los otros dos tipos de presupuestos. Los presupuestos epistemológicos: Entre los más importantes, mencionaremos: a). No somos seres omniscientes. Ésta parece sin duda una verdad indiscutible que expresa nuestra finitud en el plano cognoscitivo. Pero, es el uso falaz de ella por parte de Hayek y Popper lo que debe ser denunciado. Por ejemplo, como no 361
podemos conocerlo todo, es imposible la planificación económica al estilo socialista, así como la justicia social. En efecto, deberíamos conocer las necesidades y preferencias de cada uno de los agentes individuales para lograrlo, pero ello es imposible. Este argumento confunde, lamentablemente, lo que es necesario conocer (las variables e información relevantes) con la totalidad de la información. Agréguese que mientras consideraban a la planificación total como utópica por irrealizable, no afirmaban lo mismo sobre el mercado en equilibrio, algo por supuesto también inalcanzable. b). Decidir, actuar, conocer, teorizar racionalmente es hacerlo tratando de maximizar el logro de los objetivos. En el caso de la ciencia, en general, y de la economía, en particular, ellas son racionales en tanto la consecución de los objetivos está maximizado por el uso del método científico o método crítico, o, más explícitamente por el método de conjeturas y refutaciones. Pero como éste es totalmente expresable mediante las reglas de la lógica formal deductiva, entonces racionalidad ha quedado reducida a logicalidad formal deductiva. Esto deja fuera toda discusión de valores y objetivos, los cuales se aceptan, al decir de Popper "pre-racionalmente". Es, como varias veces se ha criticado, una racionalidad meramente instrumental, que deja fuera justamente lo más importante, la discusión de metas, fines u objetivos. Además, toda pretensión de cambio global, incluso a nivel político-social, es acusada de irracional porque viola una nota central del método crítico, que es siempre gradual y aborda fragmentos problemáticos y jamás a la sociedad como un todo. No extraña pues, que para Popper, toda revolución total es irracional y para Hayek, sería el intento de traer el infierno a la tierra con la excusa de traernos el cielo. 362
Corolario obvio reconocido explícitamente por ambos, Hayek y Popper: el capitalismo es insuperable, es decir, constituye el fin de la historia. Debe quedar claro: ninguna de estas tremendas conclusiones constituye tesis científicamente probada, sino que son consecuencias de ciertos presupuestos de la misma ciencia que, supuestamente, habría de demostrarlas. No son resultado de la investigación científica, o sea, no hay razón científicamente probada de que todo cambio radical está condenado a ser irracional, sino trivial consecuencia de una decisión precientífica de adoptar un cierto concepto de racionalidad y ligarlo férreamente al método científico concebido también de manera más que discutible porque lo estrecha a un algoritmo lógico y lo expande hegemónicamente. Uno puede sostener, aunque siendo susceptible de crítica, la presencia ahistórica de un único conjunto de pautas metodológicas en el contexto de justificación, pero se hace mucho más difícil negar que los objetivos o fines de tal investigación tienen un fuerte carácter histórico porque son siempre lo que una determinada comunidad social cree deseable y, en muchos casos posible, alcanzar. Al negar discutir la racionalidad de los fines, se elimina toda un área temática con innegables connotaciones contextuales históricas. Todas estas desventuras y limitaciones de tal concepto de racionalidad empalidecen respecto del lamentable hecho de que la adopción de los fines está más allá de la misma: es decir, que habrá que indicar en dónde se asienta tal adopción. La respuesta de los maestros mayores del neoliberalismo es clara y elocuente: los fines se adoptan por tradición. O sea que violar la tradición sería, en última instancia, también irracional. Es difícil pensar una legitimación más extrema del statu quo. 363
No estamos criticando la racionalidad instrumental, sino la racionalidad meramente instrumental, aquella que deja fuera la discusión de fines, especialmente por creer en la reducción de la racionalidad humana a mera razón calculativa. Por ende, no estamos abogando por forma alguna de irracionalismo o de racionalidad disminuida; por el contrario, defendemos una racionalidad más abarcadora, sin reduccionismos algorítmicos. Se requiere una noción integral de racionalidad que haga posible, por una parte, la discusión de los fines, y que evite que los medios se justifiquen por su mera instrumentalidad para alcanzar determinados fines. Todo ello está más allá de toda posibilidad de ser alcanzada en la postura hayekiana-popperiana de racionalidad instrumental. En otro trabajo, afirmábamos que Karl-Otto Apel sostuvo que la racionalidad está en crisis porque se ha reducido a una racionalidad puramente instrumental, lo que impide, en el caso de la ciencia, su complementariedad con la racionalidad práctica, al no poderse discutir racionalmente los fines u objetivos de la acción. 03 Luego, la racionalidad científica, tal como la entienden Hayek y Popper, torna obsoleta a la racionalidad práctica como una capacidad para proveer criterios para la selección de objetivos en el orbe de la praxis, por ejemplo, política. Por añadidura, tal racionalidad instrumental deja fuera de la ciencia toda connotación política, aunque, como señalaremos al final de este trabajo, todas estas presuposiciones que estamos discutiendo, son consistentes con ciertos valores políticos adoptados acríticamente desde un principio. Por lo tanto, la fundamentación racional de la praxis científica parece imposible desde el modelo de una racionalidad valorativamente neutra, reducida a un conjunto de reglas lógicoformales, incapaz de operar en el dominio de los juicios acerca de 364
valores y fines. Tal como Habermas afirmó, toda relación con la práctica, en el caso de Hayek y Popper, se reduce a discutir cómo incrementar la probabilidad de llevar a cabo una acción instrumental exitosa. 04 El único valor, vinculado de algún modo con el orbe de lo práctico, es la economía de medios instrumentales a utilizar bajo la forma de recomendaciones puramente técnicas. Todo aquello que no pueda ser abordado por medio de recomendaciones exclusivamente técnico-instrumentales es dejado de lado. De ahí que Habermas sostenga que tal reducción "es obtenida al precio de un surgimiento e incremento correspondiente de una masa de irracionalidad en el dominio de la práctica misma". 05
No se nos puede escapar que este concepto de racionalidad que reduce la misma a instrumental metodológica, está vinculado y es funcional a una concepción de la sociedad como la descrita en el presupuesto ontológico (a), en la cual, en el nombre de la neutralidad valorativa, la ciencia y la tecnología dictan, incluso, el sistema de valores, que no es otro que el propio de dicha sociedad, la que a su vez, está aquí para quedarse, so pena de irracionalidad. c). Los seres humanos en el mercado actúan racionalmente, es decir tratando de maximizar el logro del objetivo supremo, la ganancia. Es más, el mercado cuando juega libremente es el locus supremo de racionalidad, porque es un orden de correlación que garantiza, de jugar bien de acuerdo a sus reglas, la consecución del objetivo. Dichas reglas exigen la no interferencia. Por lo tanto, interferir en el mercado es, otra vez, actuar irracionalmente. Luego, todo programa estatizante, o que permita, cuando sea necesario, intervenir en el mismo, es irracional. Vaya manera de sacarse a los adversarios, especialmente dentro del capitalismo, de encima, y es que la preocupación central tanto de 365
Hayek como de Friedman era la economía de corte keynesiano. Subyace a todo ello una fuerte actitud hipócrita porque, como se ha repetido una y otra vez, el neoliberalismo, en su práctica real, por ejemplo, en los programas económicos para Chile propuestos por Pinochet bajo la tutoría de Hayek, el Estado interviene fuertemente en la economía, claro que con una gran diferencia del keynesianismo: lo hace para favorecer los intereses del gran capital, las corporaciones trasnacionales y la oligarquía chilena. d). Toda elección, decisión o acción racional es en términos de cómo elegimos y no de qué elegimos, y esto lo hacemos con el orden objetivo de nuestras preferencias. Además no debemos inquirir acerca del por qué tenemos dichas preferencias ni por qué las ordenamos de una determinada manera. Tampoco podemos hacer comparaciones interpersonales entre dichas preferencias. Esto se debe a que para establecer dichas comparaciones deberíamos poder establecer comparaciones de utilidad en un mismo individuo y entre distintos individuos, cosa que es imposible porque no hay medida satisfactoria al respecto. Ni el criterio de Pareto funciona al respecto (un resultado A es Pareto superior a un resultado B, si al menos un individuo prefiere A a B, y ninguno prefiere B a A) porque las preferencias de la gente no se alinean rectilíneamente. Por otra parte, inquirir por las razones de las preferencias involucraría las valoraciones subjetivas de la gente, introduciendo una carga valorativa dentro de la economía que ninguno de los maestros del neoliberalismo estaba dispuesto a aceptar. Es decir, que no se explora la racionalidad de los orígenes (de las preferencias). Así como hay una pre-racionalidad de los fines, la hay también para los orígenes. No sólo los fines últimos, sino las razones últimas, quedan fuera de la racionalidad neoliberal enfatizando otra desafortunada limitación de la misma. 366
Toda ciencia, y por ende la economía, es valorativamente neutra. Es obvio que no se está afirmando que no intervienen valores en la investigación científica. Más precisamente, en los procesos que llevan al descubrimiento de hipótesis, empezando por la adopción de los objetivos que se persiguen, así como en la decisión de proseguir o no con una línea de investigación hasta arribar a la complejísima red de intereses que intervienen en las aplicaciones de hipótesis y teorías, los científicos apelan a valores de muy diverso tipo. La neutralidad valorativa de la que se habla en el último supuesto epistemológico citado, es relativa a las razones que llevan a la justificación para aceptar o rechazar hipótesis o teorías. Esta neutralidad es uno de los más potentes mitos de la concepción standard de la ciencia, especialmente en la versión popperiana de la misma, que Hayek y Friedman aceptan. Como veremos, nuestra propuesta logra, de manera simple, desenmascarar la obvia falsedad de tal mito. e). El enfoque procedural apropiado a la investigación científica económica es el del individualismo metodológico. El individualismo metodológico procede de modo tal que las explicaciones de las totalidades se llevan a cabo explicando las conductas de los agentes individuales y las relaciones entre éstos. Las conductas individuales se adoptan como primarias y no dependen de la pertenencia de dichos agentes a totalidad alguna. Todas las totalidades son concebidas como una mera adición (síntesis) de los individuos que las componen. Por el contrario, el holismo metodológico considera que hay otro tipo de totalidades constituidas por individuos cuya posibilidad, como tales, no es previa a su pertenencia a dicha totalidad. El individuo es lo que es justamente por pertenecer a dicha totalidad. Por ejemplo, toda formación social para los holistas metodológicos, como Marx y Adorno, son totalidades de este tipo. 367
Por lo tanto, subyace a la diferencia entre holismo e individualismo metodológico, una diferencia acerca de la naturaleza de las totalidades que se aceptan: para los individualistas metodológicos, hay un único tipo de to talidad (las sintéticas); tanto un conjunto de peras, pelotas de futbol o personas es de tal tipo, mientras que para los holistas metodológicos, además de dichas totalidades, hay un segundo tipo que no resulta de la mera agregación de los individuos, porque justamente estos tienen las propiedades que tienen por pertenecer a dicha totalidad. En el caso de los grupos sociales, para entender la conducta de los agentes individuales, debe tenerse clara la relación de los mismos con el grupo al que pertenecen. Por supuesto, tal relación no es unidireccional sino que hay que tener en cuenta la mutua interrelación entre individuo y totalidad: el individuo contribuye al todo como lo hace justamente porque el individuo es lo que es por su relación al todo. Por lo tanto, Popper, Hayek y Friedman, al defender el individualismo metodológico y atacar al holismo, no sólo cometen el error garrafal antes comentado de suponer que el holismo postula totalidades como entidades además de los individuos que las componen sino que cometen la hiper- simplificación de reducir todas las totalidades a totalidades sintéticas. Al considerar que los grupos sociales son totalidades del mismo tipo que un conjunto de peras, se comete un error trivial e inaceptable que subyace a toda la discusión que, por ejemplo, Popper tuvo con Adorno.06 Para este, la totalidad –el sistema– y la entidad individual son recíprocos y sólo pueden ser aprehendidos en su reciprocidad, algo que Popper jamás comprendió cabalmente con la gravísima consecuencia de su incapacidad para dar una versión adecuada de la dialéctica a la que directamente ridiculizó toda vez que se refirió a ella. 368
Popper ubica a la dialéctica en un plano meramente discursivo y la equipara con el método crítico del ensayo y error.07 Pero la dialéctica marxista no opera en un plano meramente discursivo y nada tiene que ver con el ensayoy error. Ella opera básicamente a nivel real, no en el mero plano discursivo donde opera el ensayo y error. A veces, cuando Popper reconoce que también opera a nivel de los hechos, la dialéctica tiene un rol, según Popper, meramente descriptivo de las apariencias. Sin embargo, la función de la dialéctica en Marx es mostrar cómo tales apariencias son el resultado de un proceso dialéctico que comienza en el plano de la naturaleza esencial misma de los hechos. Al hacerlo, ella no es meramente descriptiva sino fundamentalmente explicativa. Además, todo es en aras de un descubrimiento, de una denuncia, de un mostrar, al exhibir las contradicciones profundas como lo que a nivel apariencial tiene determinadas características, a nivel profundo muestra que dichas características encubren aspectos que requieren ser denunciados. Así, por ejemplo, el concepto de mercancía involucra contradicciones que, en última instancia desembocarán en que lo apariencial –salario– encubre explotación. 08
Pero el error más lamentable y trivial de Popper es asimilar las contradicciones dialécticas a las contradicciones formales de la lógica formal. Aceptar una contradicción de tal lógica es aceptar cualquier enunciado; por eso, nos dice Popper, que aceptar lo que la dialéctica propone es aceptar cualquier enunciado y ello significaría el fin de la ciencia. Lo que pasa es que las contradicciones dialécticas son distintas a las de la lógica formal estándar. De una contradicción dialéctica no se sigue cualquier enunciado; por el contrario sólo se siguen alguno(s) y bien determinado(s). Suponer lo que Popper afirma (o sea, que se sigue cualquier enunciado) es un desatino total. 369
Es decir que subyacen a la aparente innocua diferencia entre métodos, profundas diferencias acerca de cómo se concibe el dominio a estudiar (preñado o no de contradicciones) y del objetivo del conocimiento científico (denunciar el carácter negativo de lo encubierto, más allá de los objetivos siempre citados de describir y explicar). Y todo ello está involucrado en los presupuestos que se asumen previo a, como condición de, un modo de entender el conocimiento científico económico. Los presupuestos éticos Estos son los que jamás aceptarían Hayek, Popper, Friedman y los economistas neoliberales como formando parte constitutiva del marco teórico de la economía. Pero dichos supuestos son los más obvios, los que saltan más a la vista en una lectura ligera de sus trabajos. Ellos son muchos, por lo que nos vamos a centrar en los más decisivos en tanto tienen consecuencias más que relevantes para una posterior denuncia de lo inaceptable de tal ética presupuesta. a). La libertad es el valor al que se subordinan todos los otros valores. Parece, para un ciudadano de los países occidentales, una verdad innegociable. Pero no es tan así, especialmente porque viene acompañado de una concepción de la libertad estrecha e insuficiente, por lo que no puede evitar ciertas consecuencias más que criticables. La libertad de la que se habla en tal supuesto, es libertad meramente negativa, o sea, libertad entendida como no interferencia. Es libertad de pero no libertad para. Lo que sucede es que el neoliberalismo iguala libertad con no interferencia para comerciar en el mercado, o sea con la carencia de impedimentos formales-legales para competir y obtener ganancia sin límite, sin 370
ninguna intervención del gobierno de turno. Esta es realmente aquella libertad que aparece legalizada como libertad formal ante la ley. Todo lo que se oponga a esa libertad irrestricta es considerado como atentando contra el individuo, o sea, es considerado como antihumano y, por ende, antinatural, aberrante. Una manifestación enorme de ello es el dictum popperiano "ninguna libertad para los enemigos de la libertad" en donde los enemigos de los que se habla no son especialmente los dictadores o los torturadores o los ministros que limitan las libertades positivas individuales, sino los enemigos de la libertad de mercado. Cuando nos planteamos qué sucede con la libertad para, lo primero a reconocer es que la libertad de no va acompañada necesariamente por la libertad para el pleno desarrollo de las potencialidades del ser humano, algo que maestros del liberalismo político como Hume y J. S. Mill enfatizaron. Quiere decir que el neoliberalismo estrechó y distorsionó la concepción de libertad del liberalismo clásico. La subordinación de todo otro valor a tal tipo estrecho de libertad se manifiesta explícitamente en otros supuestos que abordan el tema crucial de la relación entre libertad e igualdad. b). La libertad es vehículo para maximizar la eficiencia en los logros o resultados y esto no tiene nada que ver con el resultado igualitario de la acción. Léase, por lo tanto, que toda cuestión de igualdad y justicia social queda fuera del ámbito de la teoría económica, y nada tiene que ver con la evaluación de la conducta del mercado y sus resultados. Esto es tan así que Hayek ha enfatizado reiteradamente que "la justicia social es un sin-sentido". Hay una manera obvia de percibir por qué ha afirmado tamaño dislate. El concepto de justicia social no tiene cabida en un marco lingüístico-normativo en el cual la libertad negativa es el valor al que se subordina todo otro valor. Así, 371
por ejemplo, Hayek argumenta que para evitar las desigualdades y redistribuir hay que interferir, pero ello es ir contra la libertad (además de ser irracional por lo comentado más arriba). Es decir que, si el mercado genera una creciente desigualdad y atenta contra la justicia social, ello no implica que deba evaluarse negativamente al mercado. c). El mercado está más allá del bien y del mal, y no es responsable de aquellos que se perjudican por los resultados del mismo. En verdad, para el neoliberalismo, nadie es responsable. Todo queda inmolado frente al altar de la libertad del mercado. No sólo los pobres, los excluidos, sino también, la democracia pues, si, como ha sucedido reiteradamente en los últimos cuarenta años en nuestro continente, para salvaguardar, supuestamente, la libertad de mercado, debe voltearse un gobierno democráticamente elegido e imponer por años una dictadura, ello queda justificado por tal lógica de la libertad de mercado, tal como, repetimos, lo aceptaron Hayek, Friedman y Popper (y todos los defensores del libre mercado, economistas o no, en Latinoamérica). A lo sumo, se rasgaban las vestiduras frente al periodismo, pero sacaban todas las ventajas posibles de la situación. Y no movieron un dedo para salvaguardar la vida de aquellos descarriados "enemigos de la libertad de mercado". No hay ejemplo más devastador de la aparentemente trivial afirmación de que la libertad es el valor supremo al que se subordinan todos los otros valores. Todos los neoliberales, hipócritamente, legitimaron la barbarie mediante la inacción, amparándose en la supuesta defensa de la libertad, y decimos "supuesta" porque la libertad de la que hablaban era esa versión raquítica de la auténtica libertad humana (que incluye la libertad para sobrevivir) cuando esta última jamás les interesó, 372
especialmente porque ella también quedaba fuera del marco normativo que asumían. Si la justicia social queda fuera de tal marco, la libertad plena también porque no existe ésta sin garantía de justicia plena. Marco teórico y mundo Ya dijimos que el marco teórico está constituido por el marco normativo ya descrito y el modelo o teoría económica. Ambos están relacionados de manera muy especial, así como lo están, a su vez, el marco normativo con el mundo de la economía y la acción política. En primer lugar, el marco normativo constituye tal mundo económico- político. Ello significa que aquellos hechos de tal mundo a considerar, han de ser determinados por el marco normativo. Por ejemplo, en el mundo tal como lo constituye el marco de la economía neoliberal, no hay hechos conformados por la explotación de patrones a trabajadores, no se habla de justicia social, el pleno empleo no constituye un ideal a alcanzar. Es decir que el marco define las variables que han de considerarse como relevantes. Esto no significa que el marco normativo conforma al mundo de la economía y la acción política que pre-determina sus leyes, no dando así lugar al descubrimiento por investigación empírica de leyes económicas. Justamente, las leyes económicas organizadas en sistemas deductivos (eventualmente en sistemas axiomáticos de ecuaciones) son las componentes del llamado modelo teórico. Leyes como la de Walras (relacionando oferta, precio y demanda) o generalizaciones como "no hay subida de aranceles agrícolas sin inflación", pertenecen a dicho modelo. El marco normativo hace que se hable de precios, oferta y demanda, pero no establece que 373
necesariamente estén relacionados de una manera cuantitativa determinada. De otro modo, no hace de las leyes enunciados analíticos que no sean refutables por el mundo. Sólo establece de qué se habla y de qué no, de qué ha de ser parte de los hechos considerados como económicos bajo estudio, pero no define ni hace necesarias ciertas leyes. Esto se ve claramente por la relación que propusimos entre marco normativo y modelo teórico, la que muestra claramente que no es una relación lógico deductiva. De otra manera, no estamos proponiendo la insensatez de que las leyes económicas (que son acerca de hechos económico-políticos, y por ende deben ser aceptables o no, dependiendo de los mismos) se deducen de los presupuestos ontológicos, epistemológicos y éticos. A tal relación la hemos caracterizado, en cambio, como una forma peculiar de determinación. Hay una suerte de subyacencia entre ambas. Los supuestos de egoísmo, insaciabilidad y racionalidad suscitan que oferta, demanda y precios estén relacionados. Por ejemplo, como los consumidores quieren maximizar la utilidad de su dinero, cuando los precios bajan compran más y cuando suben, menos (inversamente, para los vendedores). Esto ha de suceder por la vigencia del principio de racionalidad (que hace que traten todos de maximizar la utilidad) y ello no tiene freno (por el egoísmo insaciable). Pero, para un determinado mercado, el precio en el que la cantidad (de una determinada mercancía) que los consumidores quieren comprar es igual a la cantidad que las empresas quieren vender (punto de equilibrio) está determinado empíricamente (aunque en verdad, las condiciones empíricas reales nunca permiten que se dé una situación en que tal igualdad se produzca). Es una situación teóricamente alcanzable aunque empíricamente irrealizable. Esto se repite con muchas leyes o principios teóricos de otras ciencias, como la física. 374
Habría que aclarar que tal irrealizabilidad empírica perfecta del equilibrio es provocada por la misma racionalidad liberal. El ansia incontenible de aumentar la ganancia, hace que alguien, tarde o temprano, intente ganar más para lo que deberá producir con mayor utilidad que otros, para lo que deberá romper las condiciones de competencia perfecta, sin las cuales es inalcanzable el equilibrio de mercado. Todas las relaciones hasta aquí mencionadas entre marco normativo y mundo a la vez que entre marco normativo y modelo económico no son lógico-deductivas. Las únicas relaciones que tienen tal característica son las relaciones entre principios y consecuencias dentro del modelo. En particular, tales relaciones deductivas dentro del modelo hacen posible el testeo empírico, porque del modelo teórico se infieren enunciados que se comparan con el mundo. Es aquí donde entra en juego el método popperiano para la economía y toda ciencia social. Este consiste de tres componentes: I) lógica situacional que consiste básicamente en la construcción del modelo o sistema de relaciones, idealmente bajo la forma de sistemas de ecuaciones, más el supuesto de que los agentes actúan racionalmente, II) tecnología social fragmentaria en la cual, dado un problema específico en un cierto ámbito institucional, se proponen aquellas técnicas o pautas de acción que han de permitir resolver el problema, y III) ingeniería social o aplicación de dichas técnicas por expertos para determinar si ha quedado o no resuelto el problema. En el caso específico de la economía, las técnicas específicas para resolver un problema económico son, en verdad, aquellas políticas económicas que, supuestamente, resuelven el problema. Este es el momento del testeo empírico del modelo o teoría económica. Ello se hace mediante los resultados económicos, los que se obtienen por la aplicación de las técnicas 375
recomendadas. Se pueden dar tres alternativas: que dichas técnicas resuelvan el problema y lo hagan de modo que las hipótesis utilizadas para recomendar dichas técnicas sean consistentes con los presupuestos del marco normativo. Éste es, para los neoliberales, un buen resultado. O que no resuelvan el problema (mal resultado), o que lo resuelvan de tal modo que en dicha solución se haya supuesto y/o recomendado algo que, en última instancia, es inconsistente con los presupuestos del marco normativo; esto es también considerado un mal resultado económico. Más claramente: los presupuestos están más allá de cualquier contraejemplo, y se los utiliza como tribunal de lo que se ha de considerar como un buen resultado económico. Luego, es una mentira aquello de que los principios de una teoría se testean a partir de sus consecuencias empíricas, porque si esas consecuencias requieren deslindar alguno de los presupuestos del marco normativo, lo que se ignora son dichos hechos o resultados y se siguen manteniendo los presupuestos (para ello se introducen hipótesis ad hoc que permiten mantener los presupuestos, e incluso, los principios del modelo que se consideren imprescindibles). Esto tiene su máxima expresión en la actitud de Popper ante cualquier posible ejemplo falsador del principio de racionalidad. Popper recomienda que en tal caso, se mantenga el principio de racionalidad al que reconoce como "potencialmente falsable, aunque nunca lo podemos considerar como falsado". Es decir, el criterio de refutabilidad se viola cuando conviene, y nunca conviene más que cuando se trata de mantener presupuestos del marco normativo. Sin embargo, esta actitud de preservar los presupuestos del marco normativo a cualquier precio transforma gradual e ineluctablemente a dichos presupuestos en postulados metafísicos 376
y al programa de investigación neoliberal en un programa que degenera en un programa no empírico. Recorte y enmascaramiento Lo que hacen los maestros del neoliberalismo y sus seguidores, es recortar dejando fuera el marco normativo, afirmando que la unidad de análisis es sólo el modelo económico, el cual se pone a prueba y por ende, se acepta o rechaza exclusivamente de acuerdo a sus consecuencias (resultados) empíricas. Al hacer ello, se enmascara: 1. La enorme carga valorativa de la economía. Al eliminar el marco normativo los presupuestos pierden todo rol en relación a la economía en tanto ciencia y se oculta que la adopción de dichos presupuestos (cosa que no se puede negar por parte de Hayek, Friedman y Popper) asumió una serie de elecciones (fueron, entre otras cosas, esos presupuestos y no otros los elegidos). Además, entre los mismos, los presupuestos éticos exhiben los valores, acerca de la conducta humana, que se jerarquizan y los que se dejan de lado o subestiman. La supuesta neutralidad valorativa de la economía tan predicada, especialmente por Friedman, se desvanece y con ella se esfuma la posibilidad de una economía puramente descriptiva donde no intervenga tipo alguno de valores.09 2. Al hacerlo desaparecer, se oculta cuál es el elemento incambiable, más allá de todo testeo empírico, y todo luce como un conjunto de hipótesis que se abandonan si es necesario, en aras de respetar el tribunal de la experiencia empírica. Esto es falso, porque los presupuestos no son abandonables de tal manera. Repetimos que operan como esenciales, más allá de todo cambio,como la norma, que si se abandona colapsa todo el programa o, más precisamente, lo que define como neoliberal a 377
dicho programa. De ahí que puede haber varias versiones de neoliberalismo, cada una definida por un modelo o teoría económica distinta, pero lo que la hace neoliberal es la vigencia del mismo marco normativo. 3. El tipo de objetividad que puede adscribirse a la economía. Ya en (2) dicha objetividad no puede identificarse con neutralidad valorativa. Ahora, tampoco se la puede asimilar a la capacidad de la economía de reflejar, representar o acercarse a una representación veraz de un mundo de la acción política y económica que supuestamente no depende del marco que utilizamos para representarlo. La intervención del marco normativo como constitutivo significa que aquello de lo que consideramos relevante o no de considerar, queda definido por dicho marco. La economía neoliberal se refiere a un mundo de la acción económica y política delimitado por el marco normativo de la misma. Esto no hace de la economía no objetiva, sino que requiere de una caracterización específica de objetividad. Parte de ella es explicitar, no ocultar lo que realmente está acaeciendo. Ocultar, recortar el marco normativo es una maniobra supremamente antiobjetiva. Y, nada impide que se discutan, acepten o rechacen propuestas acerca de los hechos definidos por el marco a través de una rigurosísima crítica intersubjetiva. 4. El modo en que el marco normativo influencia lo que ha de ser considerado como un "buen" resultado económico, pues aquello considerado como "bueno" debe ser consistente con los presupuestos del marco. Por añadidura, se enmascara cómo el marco influencia la elección entre alternativas económicas, lo cual jamás se lleva a cabo mediante una evidencia empírica pura, neutra, independiente de todo presupuesto valorativo. 5. La manera en que debe contestarse a la pregunta ¿qué es la economía?, depende de si hay cambio de marco normativo, la 378
economía no se ha de ocupar del mismo tipo de hechos. Si el marco normativo reconoce como problemático el pleno empleo, estaremos frente a una economía de corte ya no neoliberal sino con connotaciones keynesianas, y si la explotación, la justicia social y una racionalidad dialéctica aparecen como parte del marco normativo, pasaremos a una economía de tipo marxista. Las diferentes versiones acerca de qué es la economía dependen básicamente del marco normativo adoptado. 10 En consecuencia, nuestra nueva unidad de análisis permite visualizar a la economía neoliberal, en su pretensión de ser científica, de una manera nueva y más rica poniendo de relieve la multidimensionalidad de sus ingredientes (presupuestos, valores, leyes, pautas de testeo, etcétera) permitiendo así desocultar lo que la versión standard de Friedman, Hayek y Popper niegan. Por último, dicha unidad de análisis revela el irremplazable lugar que ocupa la dimensión política en la economía. Si hay marco normativo del tipo por nosotros caracterizado, hay fuerte incidencia de valores políticos, en el sentido amplio y genuino del término. Los valores de la polis, la coincidencia o no del economista con los mismos, los objetivos a perseguir con la economía a proponer y su relación con objetivos de acción política más amplios, son casos obvios de tal incidencia. Y el mantenimiento a ultranza de un determinado marco normativo, independientemente de los resultados empíricos, tiene que ver con el interés de mantener un cierto programa político. Reconocer todo ello no es desembocar en forma alguna de anti-objetivismo partidista, sino en reconocer y explicitar lo que está ocurriendo en la práctica teórica y aplicativa de la economía. Es, repetimos, una manera inicial e irrenunciable de ser objetivo. No debemos olvidar que el método de las ciencias sociales propuesto por Popper, en su tercer momento de la ingeniería 379
social, implica la tecnocratización de la política. Todo problema social en última instancia es resuelto por la aplicación de determinadas técnicas y las discusiones de problemas prácticos son reemplazadas por decisiones de personal técnico adiestrado, o sea, por decisiones de los ingenieros sociales. El resultado es la despolitización de la política. Es que no hay necesidad, supuestamente, de una discusión que vaya más allá de lo fragmentario-técnico, porque todo lo demás está dado por la tradición. Popper llegó a considerar las principales tradiciones de la sociedad anglosajona como capaces de jugar el rol de leyes naturales en el desarrollo de la sociedad sin ser ellas susceptibles de cambio (otra vez, el fin de la historia). Sin embargo, no se nos puede escapar que hay en todo ello una decisión fuertemente política: la de adoptar un determinado marco económico-político como el mejor al que hay que defender y preservar. Y la filosofía de la economía neoliberal formulada es instrumental a dicha elección en tanto pretende legitimarla. Ello tuvo una contrapartida metodológica sorprendente en la afirmación de Popper cuando aceptó explícitamente que "el punto principal [del método de las ciencias sociales] es un intento de generalizar el método de la teoría económica (teoría de la utilidad marginal) de modo de hacerlo aplicable a las otras ciencias sociales". 11 Luego, lo que Popper hace es hipostasiar una teoría económica como paradigma metodológico y, por lo tanto, según Popper, de racionalidad científica, y extrapolarlo a todas las ciencias. En consecuencia, la supuesta racionalidad neutra, objetiva, rigurosamente científica obtenida a partir de cánones desinteresados y científicos, siempre alabada por Hayek y Popper, es nada más que el resultado de una preferencia por una determinada teoría económica ligada a un programa político que 380
años más tarde será exportado, con modificaciones, como "objetivamente científico", cuando en verdad lo que se exporta es un hijo natural y fiel de un determinado programa políticoeconómico. Llegamos así al final: a un círculo donde se cierra toda nuestra discusión. El programa neoliberal es supuestamente científicoracional porque opera de acuerdo a las pautas del método objetivo correcto y de las pautas de la auténtica racionalidad de la ciencia, pero, en verdad, lo que acaece es que estas pautas están propuestas, según su propio autor, por extrapolación del modelo de la misma economía que se pretende defender epistemológicamente usando dicho método y dicha racionalidad.
________NOTAS________ 1
Véase R. Gómez, "Filósofos modernos de las ciencias," en Crítica, VIII, 23, 1976. [Regreso] 2
Esto no evita que haya lugar para una auténtica investigación empírica, en donde se conozca más y mejor acerca de dichos hechos, se hagan nuevas predicciones, se avance en la precisión y rigor de las mismas, etc. El constitutivismo, contra lo que algunos suponen, no "mata a las ciencias", en primer lugar a las ciencias naturales, como la astronomía, la física y la química, en el caso de Kuhn, ni a las ciencias sociales, como la economía, tal como señalaremos más adelante. [Regreso] 3
Véase, Gómez, Neoliberalismo y seudociencia, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1995 y Apel, "Types of Rationality Today: The Continuum of Reason Between Science and Ethics", en T. Geraets (ed.), Rationality today, Ottawa, University of Ottawa Press, 1979: 307-339. [Regreso] 4
Habermas, On the Logic of the Social Sciences, Cambridge, MIT Press, 1988. [Regreso] 5
Ibid.: 37. [Regreso]
6
Popper, The Myth of the Framework. In Defence of Science and
381
Rationality, Londres y Nueva York, Routledge, 1994 y Gómez, op. cit., 1995. [Regreso] 7
Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Buenos Aires, Paidós, 1967. [Regreso] 8
Los errores de interpretación popperianos se suceden como no podía ser de otra manera dada su total incomprensión de las totalidades sociales. Así por ejemplo, "[la dialéctica] es comparable con la teoría según la cual la mayoría de los organismos vivos aumentan de tamaño durante una etapa de su desarrollo, luego aquél permanece constante y finalmente disminuye hasta morir" (ibid.: 371). Pero, en el desarrollo biológico no hay ningún desarrollo originado por algún complejo original de opuestos en tensión, ni un desarrollo en el que se vayan desplegando las contradicciones que van surgiendo a través del desarrollo por triadas (tesis, antítesis, síntesis). [Regreso] 9
Friedman, "The methodology of positive economics," en M. Brodbeck (ed.), Readings in the Philosophy of the Social Science, Nueva YorkLondres, Macmillan-Collier, 1968: 508-528. [Regreso] 10
Así, para muchos "la economía es la ciencia de la elección bajo condiciones de escasez" (neoclasicismo); para Keynes es el estudio de cómo lograr pleno empleo y estabilidad macroeconómica y, de acuerdo a Marx, la economía es el estudio de quién produce el surplus social, quién lo considera como propio, y cómo debe ser distribuido en la sociedad. Muy vinculado a ello es la objeción que se nos hace en diversos ámbitos, pero especialmente por parte de economistas simpatizantes con el sistema, excluyendo de los últimos veinticinco años, que esto que nosotros describimos como el marco neoliberal nada tiene que ver con la "economía dominante". Nos vienen a la mente dos respuestas: (1) En nuestro seminario anual de doctorado sobre metodología de la economía en la Universidad de Buenos Aires, ya hace un par de años preguntamos a qué llamarían los doctorados "economía neoliberal". La respuesta más detallada describió veintiocho versiones distintas de la misma (con autores y obras). Nuestra nueva pregunta fue si esas diferentes variantes asumían los presupuestos del marco normativo arriba caracterizados, y la respuesta fue rotundamente afirmativa. Es decir que, independientemente del modelo matemático adoptado, en tanto el mismo se halle imbricado en un marco teórico cuyo marco normativo es el descrito, estaremos en presencia de una versión de la economía neoliberal. Entre esas veintiocho versiones se mencionaban a Friedman, Lucas, miembros de la escuela de Chicago… (2) ¿Dominante, dónde? En Latinoamérica, la imposición del marco neoliberal comenzó con Pinochet en 1973. En un principio, el asesor
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mentor de toda la implementación fue Hayek, y luego quien viajó asiduamente a Chile para cumplir con tal función fue Friedman. Es el momento de guardar silencio. [Regreso] 11
Popper, Conocimiento objetivo, Madrid, Tecnos, 1974: 117118. [Regreso]
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Ciencia, tecnología y sociedad Política de la tecnociencia. Los macroprogramas Converging Technologies como ejemplo* Javier Echeverría Emergencia de la política científica A petición del Presidente Roosevelt, Vannevar Bush escribió en 1945 un célebre informe, Science: the Endless Frontier, que suele ser considerado como el origen de las políticas científicas contemporáneas. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos de América había desarrollado importantes proyectos de investigación, casi todos de carácter militar y secreto. El proyecto Manhattan (bomba atómica), el proyecto eniac (primer ordenador), los diversos Radiation Laboratories (radares) y otras muchas investigaciones científicas acometidas a partir de 1940, habían mostrado la enorme utilidad de la ciencia en tiempos de guerra. Puesto que ésta tocaba a su fin, el presidente Roosevelt le pidió a Bush que le asesorara en relación con las siguientes cuestiones estratégicas: 1. What can be done, consistent with military security, and with the prior approval of the military authorities, to make known to the world as soon as possible the contributions which have been made during our war effort to scientific knowledge? 2. With particular reference to the war of science against disease, what can be done now to organize a program for 384
continuing in the future the work which has been done in medicine and related sciences? 3. What can the Government do now and in the future to aid research activities by public and private organizations? 4. Can an effective program be proposed for discovering and developing scientific talent in American youth so that the continuing future of scientific research in this country may be assured on a level comparable to what has been done during the war?01 Dicho en términos actuales, Roosevelt le preguntaba a Bush cómo transferir el conocimiento científico generado por los laboratorios militares y los proyectos secretos durante la guerra, cómo continuar las investigaciones en medicina, hasta entonces centradas en la sanidad militar, cómo promover la investigación científica en las empresas e instituciones norteamericanas y, por último, cómo generar recursos humanos que pudieran mantener el liderazgo científico y tecnológico que Estados Unidos acababa de conseguir gracias a la Segunda Guerra Mundial. La respuesta del informe Bush ha tenido una gran trascendencia, sin perjuicio de que, muerto Roosevelt, Truman tardara unos pocos años en hacerla efectiva, aceptando sus principales propuestas: creación de la National Science Foundation y de otras agencias federales, contratos entre algunas universitarias y dichas Agencias, incluidas las militares, convocatorias competitivas de proyectos de investigación, captación de científicos extranjeros (primero europeos, luego de todo el mundo), creación de comisiones y de gabinetes de política científica en la Casa Blanca y en la Cámara de Representantes, política presupuestaria centrada en grandes programas de investigación (Big Science), potenciación de los lobbies empresariales y militares interesados en la investigación 385
científica, etc. En suma, lo que Bush propuso fue crear un sistema nacional de ciencia y tecnología que mantuviera, en tiempos de paz, los estrechos vínculos que se habían generado entre científicos, ingenieros, políticos, militares e industriales durante el conflicto bélico. Se trataba de mantener en la postguerra la estructura que se había generado durante la contienda, dados los excelentes resultados que la colaboración entre esos cinco tipos de organizaciones había ofrecido. Fue una decisión estratégica, que ha contribuido en gran medida al predominio político, militar, económico y científico de Estados Unidos a lo largo del siglo XX. En lugar de desmantelar las estructuras generadas en la guerra, como había ocurrido muchas veces en la historia de las contiendas bélicas europeas, Estados Unidos optó por mantenerlas en tiempos de paz, remodelándolas y diseñando nuevos objetivos. Sobre todo, decidieron que impulsar la ciencia era una acción estratégica para el país, incluida la investigación básica. Estamos ante el origen de una política científica digna de ese nombre. Como Bush señalaba en su informe: We have no national policy for science. The Government has only begun to utilize science in the nation's welfare. There is no body within the Government charged with formulating or executing a national science policy. There are no standing committees of the Congress devoted to this important subject. Science has been in the wings. It should be brought to the center of the stage –for in it lies much of our hope for the future. 02 La ciencia debía pasar de los bastidores al centro del escenario porque de ella dependía el futuro del país. Además, el informe Bush propuso mantener la alianza entre científicos, ingenieros, políticos, militares y empresarios, que había sido coyuntural 386
durante la guerra y que se convirtió en la auténtica clave de bóveda de la estrategia propuesta para tiempos de paz. No entraremos en los detalles de cómo fue organizándose el sistema norteamericano de ciencia y tecnología, ni tampoco nos ocuparemos de la emergencia ulterior del sistema soviético, que rivalizó durante la Guerra Fría con el sistema de I+D norteamericano03. Lo que nos interesa es subrayar que ello implicó un profundo cambio en la estructura de la práctica científico-tecnológica, primero en Estados Unidos, luego en la URSS y posteriormente en otros países (Inglaterra, Francia, Alemania, Canadá, Japón, etcétera). Para recalcar la importancia que tuvo esa transformación, hemos propuesto denominarla revolución tecnocientífica, que ha ido expandiéndose a partir de 1950 por las diversas disciplinas y países. 04 No se trata de una revolución científica en el sentido kuhniano del término, sino de algo muy diferente. Dicha revolución no se basó en un cambio de paradigmas o de teorías, sino en una transformación radical de la estructura de la práctica científica. Veámoslo muy brevemente. La distinción entre ciencia, macrociencia y tecnociencia Desde una perspectiva filosófica, cabe afirmar que el informe Bush constituye la primera teorización de la revolución tecnocientífica del siglo xx. El principio fundamental de la concepción bushiana de la ciencia es el siguiente: el conocimiento científico es el principal motor del progreso económico, industrial, militar, sanitario y social, así como de la primacía política de un país frente a otros. Bush lo afirmó con toda claridad en el resumen inicial de su informe: Progress in the war against disease depends upon a flow of new scientific knowledge. New products, new industries, and more 387
jobs require continuous additions to knowledge of the laws of nature, and the application of that knowledge topractical purposes. Similarly, our defense against aggression demands new knowledge so that we can develop new and improved weapons. This essential, new knowledge can be obtained only through basic scientific research. Science can be effective in the national welfare only as a member of a team, whether the conditions be peace or war. But without scientific progress no amount of achievement in other directions can insure our health, prosperity, and security as a nation in the modern world. 05 Importa subrayar que la ciencia sólo puede contribuir de manera efectiva al progreso y al bienestar nacional si los científicos forman parte de un equipo, tanto en tiempos de guerra como en épocas de paz. Ésta es una de las claves de la revolución tecnocientífica. La ciencia debe insertarse en un sistema más amplio, del que también forman parte los ingenieros, técnicos, empresarios, políticos y militares. Frente a la tradicional autonomía de las comunidades científicas, a la hora de elegir sus temas de investigación, la política científica se caracteriza por señalar objetivos y líneas prioritarias a los científicos, sea porque tienen interés militar, sanitario, empresarial, político o social. Se rompía así el Royalist Compromise 06 que estableció la Royal Society con la Corona inglesa en la época de Newton y que fue propagándose por otros países, convirtiéndose en un rasgo característico de la práctica científica en la era moderna: los científicos no intervenían en los debates políticos, religiosos o sociales; a cambio, tenían plena autonomía para trabajar en sus laboratorios y orientar sus investigaciones en función de sus propios criterios. Como mostraron Merton, Kuhn y muchos otros, la ciencia no es una actividad exclusivamente individual, sino ante todo colectiva. El 388
sujeto de la ciencia es la comunidad científica, que define en cada época histórica cuáles son las teorías aceptables, los métodos aconsejables, los problemas a resolver, los instrumentos a utilizar y los criterios para valorar los resultados que se obtengan de la investigación, así como los procedimientos para dichas evaluaciones (peer system review, por ejemplo). Todo ello se dilucida en el interior de las comunidades científicas, a poder ser sin interferencia alguna del exterior. La propia distinción entre interior y exterior de la ciencia, tan habitual a finales del siglo XX, tiene su origen en la autonomía profesional de las comunidades científicas, que fue consolidándose a lo largo del siglo XIX. La ciencia moderna fue concebida como neutral (value-free) porque los científicos tenían sus ámbitos específicos de actividad, los observatorios, laboratorios y universidades, y allí tenían su propio fuero, pactado con las correspondientes autoridades políticas o religiosas. En tanto científicos, no interferían en los debates políticos, religiosos y sociales de la Europa moderna. A cambio, los demás sectores sociales tampoco intervenían en cuestiones científicas, aceptando la plena libertad de investigación, de cátedra y de conciencia de los científicos. Ejemplo ilustrativo: ni siquiera las fuerzas de orden público podían entrar en los campus universitarios sin permiso de las autoridades académicas, tradición que todavía se mantiene, generando indignación cuando se transgrede. Una vez generado el conocimiento científico en condiciones de total libertad de investigación, los científicos podían aplicar algunos resultados, generando avances y beneficios para la industria, la sociedad, los ejércitos, etc. De ahí la distinción tradicional entre ciencia pura y ciencia aplicada, o si se prefiere, entre investigación básica e investigación aplicada. Otro tanto debía ocurrir en el caso de la enseñanza de la ciencia: los propios científicos eran los encargados de definir las titulaciones, los planes de estudio y los 389
contenidos a enseñar. Dicho en términos actuales: las comunidades científicas generaban autónomamente el conocimiento en sus propios ámbitos de actividad, que eran inviolables, y luego transferían a la sociedad algunos de esos resultados, sea por la vía educativa o mediante la generación de ciencias aplicadas. Es sabido que este modelo de la ciencia autónoma nunca ha sido real, puesto que los intereses económicos, religiosos, políticos y militares siempre han tenido un cierto grado de influencia en la actividad científica, explícita o implícitamente. Los historiadores y sociólogos de la ciencia han demostrado repetidas veces que el Royalist Compromise fue un ideal normativo de la práctica científica, más que una situación real. Sin embargo, ha marcado profundamente la cultura científica de la era moderna, tanto por las creencias, valores y convicciones que generó en las comunidades científicas, como por los procedimientos de acción y resolución de conflictos y problemas que fueron estableciendo los propios científicos. Cuando algunos filósofos de la ciencia del siglo XX (Kuhn, Lakatos, Laudan...) han insistido en que la ciencia es una actividad que resuelve problemas, siempre pensaban en problemas científicos, es decir, en problemas planteados dentro de las propias comunidades científicas. Otro tanto cabe decir de los instrumentos científicos que tenían que ser validados por las comunidades científicas, incluidos los instrumentos educativos. Los debates entre internalismo y externalismo han sido continuos en los estudios sobre la ciencia, fueran éstos históricos, sociológicos o filosóficos. Con la llegada de las tecnociencias la distinción entre interior y exterior de la ciencia se viene abajo, o al menos queda muy difuminada. En efecto, las políticas científicas del siglo XX han trastocado por completo el panorama que acabamos de describir y que, aunque 390
sea en términos muy generales, se corresponde bastante bien con el ethos ideal que guió la práctica científica. Aunque Vannevar Bush intentó mantener uno de los dogmas principales de la ciencia autónoma, la estricta libertad e independencia de los científicos en el laboratorio, propuso una transformación radical del modo en que se establecen los objetivos de la investigación, dando entrada a otros agentes en la propia empresa científica. Cuando Bush dice que los científicos han de seguir trabajando en equipo, como durante la guerra, está afirmando que los problemas a resolver y los objetivos a lograr ya no los definen únicamente los científicos, sino también otros agentes sociales. Ésta es una primera diferencia entre las ciencias modernas y las tecnociencias contemporáneas. También caracteriza la emergencia de las políticas científicas. Una segunda diferencia tiene que ver con la financiación de la actividad científica, o si se quiere, con la economía de la ciencia. La emergencia de esta disciplina es paralela a la de las políticas científicas, lo cual resulta significativo. Obviamente, financiar la actividad científica siempre ha tenido un coste económico que gravitaba sobre los presupuestos públicos, sobre el mecenazgo privado o sobre las aportaciones que el sector industrial ha hecho a la investigación aplicada, en la medida en que la incorporación del conocimiento científico a la producción industrial aportaba beneficios a dicho sector. Sin embargo, estos problemas financieros y pecuniarios no solían ser objeto de reflexión, y mucho menos de reflexión filosófica. La concepción romántica de la ciencia sólo se ha interesado en uno de los bienes científicos, el conocimiento. Se ha solido pensar que los científicos son gente altruista, que no hace sus investigaciones pensando en los beneficios económicos, sino buscando una retribución diferente: la fama, el prestigio, el reconocimiento (Merton, Latour, etcétera). En gran medida ello es cierto, aunque también hay excepciones 391
notables a esa regla, empezando por el propio Newton. Sin embargo, una cosa es que los científicos a título individual no persigan beneficios económicos por sus investigaciones y otra, muy distinta, que sus actividades, instrumentos y laboratorios no generen costes que hay que financiar, a veces muy considerables. Parafraseando a Bush, diremos que la segunda diferencia entre la ciencia moderna y las tecnociencias contemporáneas consiste en que la financiación de la ciencia había estado entre bastidores, mientras que a partir de 1945 ha pasado al centro del escenario. De hecho, los grandes programas de investigación de la Big Science se caracterizan por su gran envergadura financiera, tanto en la creación y mantenimiento de costosas infraestructuras como por los costes derivados del material fungible y de los equipos de investigación, cuyo tamaño ha ido creciendo a lo largo del siglo XX. 07
En resumen, y para no demorarnos en esta segunda diferencia: las tecnociencias se distinguen de las ciencias porque la componente financiera y económica de los proyectos tecnocientíficos tiene una función determinante en la actividad científica. Hay avances en el conocimiento si hay financiación. Si no, no los hay. La actividad tecnocientífica carece de autonomía, porque depende estrechamente de los inversores y financiadores, sean éstos públicos o privados. 08 Una tercera diferencia tiene que ver con la profunda interrelación e interdependencia entre científicos e ingenieros en la práctica investigadora. Es sabido que la ciencia moderna siempre ha tenido una componente técnica e instrumental muy importante, hasta el punto de que suele diferenciarse entre la cultura teórica y la cultura experimental. 09 Sin embargo, lo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial en algunos laboratorios científico- militares estadounidenses (Los Alamos, Moore School, MIT, etcétera) y en 392
los centros de investigación anexos, fue algo muy diferente. Allí se produjo una auténtica simbiosis entre la ciencia y la ingeniería, puesto que se trabajaba intensivamente y a contra-reloj, ya que había que generar resultados en plazos temporales breves, que habían sido prefijados por los políticos y los militares. El éxito del proyecto ENIAC, por ejemplo, en el que se puso a prueba el diseño teórico que había realizado von Neumann de una gran computadora con capacidad de resolver problemas no lineales, no hubiera sido posible sin las considerables habilidades y destrezas aportadas por un equipo de ingenieros que fue capaz de crear y manejar eficientemente un artefacto tecnológico extremadamente complejo, integrado por 17648 tubos de vacío, 70mil resistencias eléctricas, 10 mil capacidades, 1500 relés y seis mil conmutadores manuales. Puesto que el test del artefacto estaba basado en la ejecución exacta de un gran número de computaciones que permitieran calcular con suficiente precisión las trayectorias de proyectiles de largo alcance o la expansión de ondas explosivas, su éxito no sólo se debió a las aportaciones teóricas de von Neumann, siendo éstas muy importantes, sino en igual o mayor medida a las notables aportaciones de los ingenieros y de los técnicos que participaron en el macroproyecto secreto de la Moore School de Pennsylvania. Otro tanto cabe decir del proyecto Manhattan, de los primeros satélites y sondas espaciales, de algunos grandes proyectos tecnomédicos o, por poner un ejemplo más reciente, del proyecto Genoma. La simbiosis cotidiana entre científicos, ingenieros y técnicos es condición necesaria de la actividad tecnocientífica. Dicho de otra manera: no puede haber un Darwin, un Mendel o un Einstein en el caso de la tecnociencia. Los grandes avances del conocimiento tecnocientífico sólo son posibles si se produce una hibridación ciencia-tecnología, en la que los problemas científicos son también problemas técnicos, y 393
recíprocamente. Ésta es una de las razones por las que proponemos la denominación de tecnociencia para nombrar la gran transformación de la estructura de la práctica científica que se inició en la época de la Segunda Guerra Mundial.10 Cabría enumerar otros rasgos distintivos entre las ciencias y las tecnociencias, 11 los tres anteriores son suficientemente importantes como para justificar la distinción. Pretendemos mostrar que esas tres diferencias siguen estando presentes en los macroprogramas Converging Technologies, los cuales ilustran bien la actual política tecnocientífica, que difiere, a su vez, de las políticas científicas del siglo XX. Algunos de los postulados del informe Bush siguen siendo válidos, otros han sido modificados. En particular, intentaremos mostrar que los beneficios económicos esperados devienen un criterio de valoración fundamental a la hora de promover esos macroprogramas de investigación tecnocientífica. La agencia tecnocientífica Desde una perspectiva filosófica pueden distinguirse numerosas diferencias entre ciencia y tecnociencia, en particular en relación a los valores que guían la actividad científica y la tecnocientífica. Aquí nos limitaremos a comentar una: la aparición de un nuevo "sujeto de la ciencia", las empresas tecnocientíficas, que priman sobre las comunidades científicas que impulsaron la ciencia moderna. Veámoslo brevemente. La noción de agencia científica (scientific agency) ha sido propuesta por Pickering.12 Seguiremos su propuesta, aunque reinterpretándola. Consideramos que nociones como agencia tecnocientífica y agenda tecnocientífica son básicas para la filosofía de la práctica tecnocientífica, y también para la política de la 394
tecnociencia. Cabe decir que son comparables a la noción de teoría científica para la filosofía de la ciencia dominante en el siglo XX, que estuvo centrada en el conocimiento, y no en la práctica científica. Por agencia tecnocientífica entendemos una pluralidad organizada de agentes (individuales, institucionales y empresariales) que promueven y llevan a cabo proyectos tecnocientíficos. Por tanto, incluyen científicos, ingenieros y técnicos, pero también otros agentes. Un laboratorio o un equipo de investigación son agencias científicas. Las tecnocientíficas tienen mayor tamaño y complejidad: por ejemplo una empresa de I+D, una agencia nacional de investigación como la National Science Foundation o una gran institución plurinacional como el CERN europeo. Aunque siempre hay científicos individuales trabajando en dichas agencias y la propiedad intelectual de las publicaciones resultantes la tienen las personas (hoy en día los equipos con varios firmantes), atribuiremos la actividad tecnocientífica y sus resultados a dichas agencias públicas o privadas, no a los individuos. Los científicos hacen ciencia y siguen las pautas de la práctica científica moderna: observan, experimentan, contrastan hipótesis, comunican los resultados a sus colegas, publican en revistas especializadas, obtienen reconocimiento y prestigio, etc. Sin embargo, en muchos campos de investigación, ello sólo es posible si al equipo investigador y a la comunidad científica se le superpone otro tipo de sujeto, la agencia tecnocientífica. Dichas agencias buscan financiación para las infraestructuras de investigación que se requieran, patentan los resultados que tengan interés económico, establecen alianzas con políticos, militares o empresarios, se encargan de la gestión de la ciencia (mantenimiento, renovación de las infraestructuras, recursos humanos...), crean gabinetes jurídicos 395
para defender sus intereses, hacen marketing con los resultados previsibles de la investigación, reinvierten los beneficios que pueden generarse, etc. Pues bien, todas estas acciones y otras muchas que podrían mencionarse no son acciones científicas, pero sí tecnocientíficas. Los científicos sólo son una de las componentes de una agencia tecnocientífica, y en muchos casos ni siquiera la más importante. El conocimiento científico es una condición necesaria de la actividad tecnocientífica, pero de ninguna manera es suficiente para que haya tecnociencia. Todas las demás componentes (inversión, financiación, infraestructuras, personal técnico, equipos de gestión, gabinetes jurídicos, alianzas con lobbies con acceso a la toma de decisiones en política científica, departamentos de mercadotecnia y de recursos humanos, etcétera) son igualmente condiciones necesarias para la tecnociencia. En una palabra: las agencias y empresas tecnocientíficas son entidades mucho más complejas que las comunidades científicas teorizadas por Merton y Kuhn. En su seno, los científicos no son autónomos: son trabajadores del conocimiento. 13 Popper defendió una epistemología sin sujeto. De esa manera pretendía garantizar la objetividad del conocimiento científico. La praxis tecnocientífica, por el contrario, siempre requiere agencias que la lleven a cabo. Consecuencia filosófica: es imprescindible contar con una filosofía de la práctica tecnocientífica para hacer filosofía de la tecnociencia, o en general, para hacer estudios de ciencia y tecnología. La objetividad de la tecnociencia radica en la práctica y en la intervención en el mundo,14 no en la correspondencia entre nuestras teorías y el mundo. Aquí nos limitaremos a subrayar el carácter mestizo de las actuales agencias tecnocientíficas. Mantenemos la tesis 15 de que la transición de la ciencia a la tecnociencia ha cambiado el sujeto de la ciencia, transformándolo 396
en un sujeto plural. Una empresa tecnocientífica mínimamente desarrollada y estructurada, además de científicos, ingenieros y técnicos, ha de incluir otro tipo de sujetos: gestores, asesores, expertos en marketing y en organización del trabajo, juristas, aliados en ámbitos político-militares, inversores, entidades financieras de respaldo, etc. Una agencia tecnocientífica tiene una estructura compleja y plural. Nunca está formada por un solo individuo ni tampoco se reduce a un grupo de científicos, ingenieros y técnicos. En el interior de las empresas tecnocientíficas, y como componentes indispensables de las mismas, se incluye una gran diversidad de expertos. Todos ellos desempeñan tareas imprescindibles, aunque luego sean los científicos de prestigio quienes aparezcan como portavoces de dichas empresas a la hora de publicar algunos resultados, en caso de que se opte por hacerlos públicos. Al surgir los sistemas nacionales de ciencia y tecnología no sólo ha emergido una nueva modalidad de conocimiento, la tecnociencia. Además, ha cambiado la estructura interna de la práctica científica. El interior de la tecnociencia difiere radicalmente del interior de la ciencia, en caso de que queramos mantener todavía la distinción interno/externo. 16 La filosofía de la ciencia debatió largamente sobre el carácter objetivo del conocimiento científico o, por decirlo en términos de Popper, sobre la epistemología sin sujeto. Tras un proceso de aprendizaje, cualquier ser humano podía aceptar y hacer suyo el conocimiento científico. Las mentes de los científicos individuales, los "hombres de ciencia", eran los grandes yacimientos del conocimiento, aparte de las revistas, las bibliotecas y los materiales impresos que se comunicaban al resto de la comunidad científica. En el caso de la tecnociencia, en cambio, se requieren equipos complejos y heterogéneos de personas, así como diferentes tipos de medios e instrumentos. Lo que importa es apropiarse de los 397
modos de llevar a cabo acciones tecnocientíficas. Puesto que ocurre que hay muy diversos tipos de acciones, y no sólo en busca de conocimiento, el sujeto de la tecnociencia es plural. O mejor, ni siquiera cabe hablar de sujeto, sino de agente, actor o hacedor. 17 Éste siempre es plural, porque se requiere el concurso de diversos tipos de expertos y de numerosos artefactos para que una acción tecnocientífica produzca resultados aceptables. Del sujeto individual de la ciencia moderna (el genio) se pasa al equipo investigador con una estructura organizativa empresarial, administrativa, política y jurídica de soporte. Para que los resultados de la investigación científica sean plenamente aceptables, no basta con las aportaciones epistémicas. Además, se requiere que el conocimiento científico genere desarrollo tecnológico e innovación, de modo que dicho conocimiento se transfiera a las empresas e instituciones. Por tanto, la propia noción de aceptabilidad se modifica. Ya no basta con que una hipótesis científica haya sido contrastada empíricamente. Lo importante es que los desarrollos tecnológicos concomitantes también hayan sido contrastados técnicamente y, sobre todo, que las posibles innovaciones derivadas, hayan sido validadas por dos referentes muy específicos: los mercados y las sociedades. Ambos son los que, en último término, aceptan o rechazan las propuestas tecnocientíficas. Este profundo cambio puede ser resumido como una evolución de los sistemas de i+d a los sistemas de I+D+I. Los sistemas nacionales de investigación y desarrollo (I+D) que promovió el informe Bush se han convertido, en las décadas finales del siglo XX, en sistemas de investigación, desarrollo e innovación (I+D+I). La tercera sigla ha surgido recientemente, pero hoy en día resulta la principal, sobre todo para las empresas del conocimiento, como es el caso de las empresas tecnocientíficas. El objetivo último de la 398
actividad tecnocientífica no se limita al avance en el conocimiento, ni siquiera a los desarrollos tecnológicos que pudieran derivarse de la investigación o que vayan generándose conforme ésta se realiza. El objetivo último es la innovación, lo cual implica la transformación del conocimiento en innovaciones que mejoren la competitividad de las empresas tecnocientíficas. En una palabra: la ciencia y la tecnología están subordinadas a la innovación, por mucho que los científicos mantengan su autonomía en los laboratorios y comunidades científicas. Pues bien, las innovaciones alternativas se contrastan en los mercados y en las sociedades, no en la relación entre el científico y el mundo ni en la interrelación entre científicos. Los trabajadores del conocimiento científico y tecnológico mantienen sus propios criterios de valoración sobre los resultados de la investigación. Sigue habiendo evaluación por pares, revistas científicas de alto impacto, científicos de prestigio, premios Nobel, etcétera. Pero, además de esas evaluaciones, para que una propuesta tecnocientífica sea aceptada, se aplican otros muchos criterios, incluida la inversión realizada, los costes de la investigación, los posibles retornos, la posibilidad de que el avance científico genere innovaciones, la comparación con otros países o empresas competidoras, etc. Los indicadores de la actividad tecnocientífica no se reducen a los impactos en la comunidad científica correspondiente. Las condiciones de contorno de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología han cambiado mucho en los últimos veinticinco años y, consecuentemente, las agencias científicas han evolucionado y adoptado una nueva estructura. Los macroprogramas Converging Technologies (CT) Las tecnociencias no sólo pretenden conocer mejor el mundo 399
(observarlo, analizarlo, explicar y predecir fenómenos y sucesos), como era el objetivo de la ciencia moderna. Además, tienden a transformarlo. Por otra parte, las innovaciones que generan tienen como destinatario último los mercados y las sociedades. En último término, están diseñados para modificar a las sociedades, o cuando menos sus hábitos y comportamientos, pretendiendo que incorporen a su vida cotidiana las diversas innovaciones que generan. Aquí radica una nueva diferencia entre las ciencias y las tecnociencias. Estas últimas sobrepasan el programa baconiano que propugnaba únicamente el control y dominio de la naturaleza. El objetivo de las tecnociencias es la transformación de las personas y las sociedades. Los ejemplos abundan en las últimas décadas. Gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ha surgido una nueva modalidad de sociedad, la sociedad de la información, que se contrapone a la sociedad industrial. Otro tanto ocurre con las biotecnologías. Aunque transforman la materia viva, tanto la ingeniería genética como los alimentos transgénicos no están diseñados para conocer el mapa genético humano, aunque este objetivo intermedio también lo logren, sino ante todo para producir nuevos medicamentos y alimentos que tengan éxito en el mercado y sean aceptados por las sociedades. El conocimiento de la naturaleza es un medio para transformarla desde Bacon. Las tecnociencias dan un paso más, debido a que su objetivo último es la innovación. La investigación científica y los desarrollos tecnológicos no son el fin y último. Se trata de innovar, es decir, de incidir en el mercado, y a través de él en la sociedad civil, concebida como un conjunto de clientes potenciales. El sistema TIC es un buen ejemplo de tecnociencia, como también las biotecnologías, las nanotecnologías, las tecnociencias médicas e incluso las tecnociencias formales y sociales, que 400
también las hay. Pues bien, por analogía con la sociedad de la información y el sistema tecnológico TIC, cabe afirmar que la emergencia de sociedades del conocimiento sólo será posible si se generan sistemas tecnocientíficos que sirvan de soporte a la sociedad del conocimiento. Los programas Converging Technologies ofrecen esa posibilidad, aunque a muy largo plazo.18 De hecho, el macroprograma de la Unión Europea ha sido denominado Converging Technologies por the European Knowledge Society (CTEKS), razón por la cual representa un caso de estudio particularmente relevante para analizar las políticas tecnocientíficas orientadas a modificar la vida de las sociedades, y no sólo la naturaleza físico-biológica. Tanto el programa europeo como el norteamericano, aunque con matices muy diferentes, propugnan la convergencia entre cuatro grandes sistemas tecnológicos: las nanotecnologías, las biotecnologías, las tecnologías de la información y las ciencias cognitivas. En el caso europeo, también se promueve la convergencia de algunas ciencias sociales, como la sociología, la antropología e incluso la filosofía. Otros muchos países (Canadá, Rusia, China, Japón, etcétera) están desarrollando iniciativas similares. En conjunto, los CT definen una main stream en la investigación tecnocientífica actual. Se han logrado algunos resultados importantes en ciencia de materiales, medicina, farmacología, etcétera, pero las expectativas cara al futuro, son mucho mayores. Numerosas empresas y centros de investigación se están volcando en esa dirección. Por tanto, estamos ante un nuevo ejemplo de revolución tecnocientífica que conviene estudiar con detalle. En este artículo sólo ofreceremos algunas primeras consideraciones al respecto. Dado que la Nanotechnology National Initiative (NNI) de Estados Unidos fue aprobada en 2000, el programa ct norteamericano en 2001 y el programa ct europeo en 401
2004, las investigaciones están en pleno desarrollo, razón por la cual resulta difícil tener una panorámica de conjunto. En cualquier caso, cabe afirmar que las nanotecnologías son el motor de esta nueva revolución tecnocientífica, porque permiten operar y transformar la estructura molecular de la materia inerte y la estructura genética y orgánica de la materia viva. Las nanotecnologías suscitan algunos problemas de gran interés filosófico, por ejemplo la nanometría, puesto que las observaciones a escala nanométrica se llevan a cabo con magnitudes tan pequeñas que se aproximan a los límites marcados por la mecánica cuántica y el principio de incertidumbre de Heisenberg. Aparte de algunos grandes éxitos en nuevas aplicaciones, también se han detectado riesgos importantes, sobre todo con las nanopartículas libres. En conjunto, tanto los Converging Technologies como las nanotecnologías constituyen un ámbito muy importante para los estudios sobre la ciencia y la tecnología, y en particular para los estudios cts (Ciencia, Tecnología y Sociedad). Por nuestra parte, nos centraremos en la eventual incidencia de los CT en el desarrollo de sociedades del conocimiento. Dicha convergencia científica y tecnológica, de llevarse a cabo, podría cambiar considerablemente la noción de conocimiento, incluidas las capacidades cognitivas de humanos y animales, de manera semejante a como el sistema TIC ha transformado radicalmente la noción de información y las relaciones sociales. El programa norteamericano incluye un subproyecto denominado "Conquista de la Mente", razón por la cual las ciencias cognitivas (cogno) forman parte del núcleo básico del programa, aunque sus desarrollos tecnológicos sean menores, actualmente, que los de las tecnologías nano, bio e info. Se pretende investigar cómo poder introducir en el cerebro humano una serie de prótesis tecnológicas nano-bio-info-cogno que potenciaran the Human Performance, 402
como es el objetivo del programa norteamericano. Intuitivamente hablando, se trata de generar nano-artefactos que, siendo transmisores o receptores de información (nanorrobots), puedan adaptarse a los tejidos cerebrales e implementar diversas funciones cognitivas cuando determinados órganos (la vista, el oído, etcétera) o zonas cerebrales estén dañados. Por otra parte, estos cyborgs han de poder interconectarse telemáticamente. De ser así, se podría disponer de un sistema tecnológico nano-bio-info-cogno que posibilitara la transferencia directa de conocimiento de unas personas a otras. Obviamente, se trata de un proyecto muy futurista. 19 Lo importante es que ha sido formulado y puesto en marcha. Por nuestra parte, nos interesa subrayar que la construcción de la sociedad del conocimiento requiere sistemas tecnológicos de este tipo, que garanticen el intercambio directo del conocimiento a las personas. Cuestión muy distinta es que dicho sistema tecnológico sea posible, o que llegue a ser operativo. Para dilucidar estas cuestiones quedan años de investigaciones por hacer y de desarrollos tecnológicos por crear. Suceda lo que suceda, los CT abren una vía hacia una sociedad del conocimiento en el sentido fuerte del término. De ahí el interés que tiene su estudio y seguimiento. Por otra parte, las nanotecnologías representan un ejemplo canónico de la capacidad de transformación e innovación que poseen las tecnociencias, y no sólo en lo que se refiere al cerebro, los órganos corporales y los genes, sino también a la materia inerte. Los diversos "nanoscopios" hoy en día existentes, permiten modificar la composición molecular de diversas sustancias y generar nuevos materiales. Por ejemplo, ya es posible crear aceros más duros y menos pesados que los procedentes de las fundiciones y altos hornos de la época industrial, basados en la ciencia química y en materiales del siglo XIX. Estas nuevas 403
tecnociencias transforman la estructura elemental de la materia y generan nuevas sustancias físico-químicas, con todas las consecuencias que ello implica en medicina, farmacología, alimentación, biología, ciencias de la computación y en otras muchas disciplinas y sectores sociales. Dicho en una palabra: abren las vías para crear materias artificiales. Las consecuencias que de ello se derivarían en los diversos sectores sociales y productivos son impredecibles. De ahí la enorme excitación que los macroprogramas CT han generado en el mundo científico, tecnológico y empresarial. No vamos a comentar aquí los detalles de los programas CT, nos limitaremos a subrayar que, tal y como dichos programas se están desarrollando, son llevados adelante por empresas y agencias tecnocientíficas que fomentan esas líneas de investigación con el claro objetivo de obtener ulteriormente beneficios económicos o de lograr nuevas tecnologías militares. A diferencia de la información (piénsese en los canales de televisión abiertos y gratuitos), no se pretende difundir el conocimiento que se obtenga en los programas CT, sino comercializar los nuevos productos tecnológicos que se vayan generando con el fin de que dichas empresas obtengan retornos de sus inversiones y beneficios económicos adicionales. Como cualquier otra innovación industrial, los desarrollos nanotecnológicos se patentan, planteándose considerables problemas en relación con la propiedad de esa "materia artificial". El modelo que se sigue imita al de la ingeniería genética. Así como la industria de productos transgénicos suele patentar los alimentos genéticamente modificados, e incluso las secuenciaciones de los propios genes, el desarrollo inicial de la industria nanotecnológica está llevando rápidamente a patentar los materiales nanotecnológicamente modificados. Por supuesto, se genera mucho conocimiento científico, así como importantes avances 404
tecnológicos. Sin embargo, lo decisivo es que la gran mayoría de las empresas tecnocientíficas que están impulsando los programas CT tienen como objetivo principal la innovación, entendiendo por tal la generación de nuevos productos que tengan amplia aceptación en el mercado y generen los correspondientes beneficios para las empresas promotoras. Hasta el momento, la investigación en el ámbito de las nanotecnologías la llevan a cabo empresas del conocimiento marcadamente elitistas, que consideran a los ciudadanos como simples consumidores, clientes o, en el mejor de los casos, como usuarios de los productos que dichas empresas van ofertando en el mercado. Estamos ante empresas del conocimiento, no ante una sociedad del conocimiento emergente. Pudieran vislumbrarse, en un futuro bastante lejano, desarrollos más sociales de las tecnologías convergentes. Por el momento, priman por completo los intereses económicos y empresariales, sin perjuicio de que también se avance en el conocimiento científico-tecnológico. A diferencia de las TIC, que generaron redes telemáticas mundiales de acceso libre y gratuito para intercomunicarse y difundir información (recuérdese el primer desarrollo de internet, e incluso su bajo coste actual), los programas ct están diseñados desde el principio para obtener retornos empresariales y potenciar el crecimiento económico de dichos sectores. Se presta atención al impacto social y a los posibles riesgos de las nanotecnologías,20 pero ello sólo en tanto constituyen posibles obstáculos para la implantación social de las tecnologías convergentes. En pocas palabras: en los actuales sistemas de investigación, desarrollo e innovación (I+D+I), prima claramente la tercera componente (I) sobre las dos primeras (I+D). La investigación científica y el desarrollo tecnológico son simples medios para lograr un fin, la innovación, presuponiendo siempre que sólo son 405
innovaciones las que se manifiestan como tales en un mercado. Este sesgo a favor de la tercera componente de los actuales sistemas nacionales e internacionales de ciencia y tecnología es uno de los rasgos más característicos de la segunda fase de la revolución tecnocientífica, iniciada a partir de 1980. Podemos concluir que los programas CT, y muy particularmente las nanotecnologías, se corresponden perfectamente con las características que distinguen a las tecnociencias de las ciencias y las tecnologías. En cuanto a la posibilidad de que los CT generen tecnologías que promuevan la emergencia de sociedades democráticas del conocimiento, existe, pero parece muy remota. Para ir en esa dirección se requeriría un cambio estructural en los sistemas de I+D+i, que podría quedar simbolizado en la adición de la "S" de sociedad a esas tres siglas, sea al final (sistemas de I+D+I+S), sea al principio (SiDI), lo que nos parece una opción estratégica mejor. Mientras los valores sociales y democráticos no se incrusten en el núcleo axiológico de la tecnociencia, contribuyendo a definir los objetivos de los macroprogramas y desempeñando un papel importante en los procesos de toma de decisiones, sólo cabe esperar empresas y mercados del conocimiento, no sociedades del conocimiento (SC). La existencia de estas últimas tiene otras exigencias que apenas están contempladas en las actuales conceptualizaciones de la SC. Los programas ct apuntan la posibilidad de que se llegue a generar un sistema tecnológico que posibilite la transmisión y el intercambio directo de conocimiento entre las personas, físicas o jurídicas. Sin embargo, esas expectativas se plantean a muy largo plazo, y parece muy dudoso que las investigaciones actuales las contemplen como objetivos generales a lograr. Podemos concluir que los objetivos de la tecnociencia son muy distintos a los de la ciencia moderna. Las empresas tecnocientíficas 406
utilizan la investigación básica y el conocimiento científico para ser competitivas e incidir en el mercado. Los macroprogramas CT, que muchos consideran como la vanguardia actual de la ciencia, constituyen programas tecnocientíficos, que deben ser estrictamente diferenciados, por ejemplo, de los programas de investigación científica analizados por Lakatos o de las tradiciones de investigación de Laudan. La filosofía de la ciencia se confronta con un reto importante, porque el objeto de su reflexión y análisis ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Hay que analizar y, en su caso, criticar las políticas científicas que promueven algunos de los proyectos tecnocientíficos. Pasaron los tiempos en que el conocimiento científico era un bien per se, en cuya búsqueda había que avanzar porque constituía la base del ethos científico. Inserto en la empresa tecnocientífica, el conocimiento científico puede ser criticado por ser un simple instrumento para el logro de objetivos que poco tienen que ver con el avance en el conocimiento y mucho con finalidades empresariales, políticas y militares. Para los científicos, las grandes inversiones que se están llevando a cabo para promover los programas CT, les proporcionan oportunidades importantes para investigar y generar nuevo conocimiento. Sin embargo, deben tener muy en cuenta que la investigación no es más que la primera fase de un proyecto tecnocientífico. Los resultados que de verdad se buscan son las innovaciones que tienen éxito en el mercado y que son aceptadas por las sociedades. Conclusión: en último término, el ámbito de contrastación de las tecnociencias son las sociedades. Si ello es así, es imprescindible hacer filosofía social y política de la ciencia. Ello requiere construir nuevas herramientas de análisis crítico y afrontar problemas muy diferentes a los que constituyeron el corpus de la filosofía de la ciencia del siglo XX. Más que las teorías, hay que analizar las 407
prácticas, las agendas y las agencias científicas. Más que la contraposición conocimiento/mundo, hay que centrarse en las relaciones entre tecnociencias y sociedades. El cambio es radical. Analizar y criticar las políticas de la tecnociencia actualmente dominantes es una de las tareas de quienes se dediquen a la filosofía de la tecnociencia, sobre todo si lo hacen desde un enfoque CTS, como es nuestro caso.
________NOTAS________ *
Este artículo ha sido elaborado en el marco del proyecto de investigación "innoc: innovación oculta. Cambio de paradigma en los estudios de innovación", FF 12011-25475, financiado por el Ministro de Desarrollo Económico y Competitividad del Gobierna de España. 1 Vannevar Bush, Science: the Endless Frontier, Washington, United States Government Printing, 1945: 1. [Regreso] 2
Ibid.: 13. [Regreso]
3
Han sido publicados numerosos estudios sobre la evolución de la política científica en Estados Unidos, por ejemplo, Dickson, The New Politics of Science, Chicago, University of Chicago Press, 1988 y Smith, 1990. Sería de gran interés contar con obras similares sobre la Unión Soviética y otros países, analizando la emergencia de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología, cuya paulatina consolidación produjo una transformación de la práctica científica en la segunda mitad del siglo XX. [Regreso] 4
Empezó en física, matemáticas y química, pero rápidamente se trasladó a la medicina y a otras ciencias. Una justificación más extensa de dicha propuesta puede verse en Echeverría, La revolución tecnocientífica, Madrid, FCE, 2003. [Regreso] 5
Bush, op. cit.: 4. [Regreso]
6
R. N. Proctor, Value-free Science?, Cambridge, Cambridge University Press, 1991. [Regreso] 7
El canon es el proyecto Manhattan que, aun ahora, sigue siendo el
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programa de investigación más caro de la historia, si se mide en dólares constantes. Otros macroprogramas típicos de la Big Science ratifican la importancia de este poderoso impulso económico a la hora de promover los avances científicos: el proyecto eniac, la conquista del espacio, la lucha contra el cáncer, los aceleradores de partículas, el telescopio espacial Hubble, etcétera. [Regreso] 8
Aunque aquí tampoco vamos a profundizar en esta cuestión, cabe distinguir dos etapas de la tecnociencia, en función del mayor o menor peso de la financiación pública o privada. De 1940 a 1980 los fondos públicos fueron el motor de la investigación, mediante grandes programas y líneas prioritarias propuestas por los expertos en política científica, y aprobadas por la Cámara de Representantes, el Senado, los Departamentos de Estado o la Casa Blanca. A partir de 1980, comenzó a primar la inversión pública, hasta el punto de que algunas empresas tecnocientíficas empezaron a cotizar en Bolsa (índice Nashdaq) o a ser financiadas por empresas de capital-riesgo, hechos ambos sin precedentes en la historia de la ciencia. Obviamente, este tipo de financiación no es altruista: exige beneficios y retornos económicos. [Regreso] 9
P. Galison, How Experiments End, Chicago, University of Chicago Press, 1987. [Regreso] 10
Otros autores utilizan la misma expresión, pero con sentidos diferentes. Latour, por ejemplo, introdujo esa denominación en 1983 como simple abreviatura del calificativo "científico-tecnológico". La mayoría de quienes usan el término "tecnociencia" tienden a pensar que hoy en día todo es tecnociencia. Por nuestra parte, distinguimos claramente entre ciencias, tecnologías y tecnociencias. Utilizando una metáfora biológica, estas últimas pueden ser consideradas como una mutación de la ciencia o como una nueva "especie disciplinaria". Su emergencia no implica la desaparición de las ciencias modernas ni de las tecnologías industriales. A principios del siglo XXI sigue habiendo técnicas populares y artesanales, ciencias en el sentido moderno de la palabra y tecnologías industriales. Además, hay tecnociencias que tienden a predominar, además de estar estrechamente vinculadas al desarrollo de las sociedades de la información y el conocimiento. Ver Echeverría, op. cit.: cap. 2. [Regreso] 11
Idem. [Regreso]
12
Pickering (ed.), Science as Practice and Culture, Chicago, University of Chicago, 1992 y The Mangle of Practice, Chicago, University of Chicago, 1995. [Regreso] 13
P. Drucker, The Discipline of Innovation, Claremont, Drucker
409
Foundation News, 1994. [Regreso] 14
Ian Hacking, 1997. [Regreso] 15
Representar
e
intervenir,
México,
Paidós,
Echeverría, op. cit. [Regreso]
16
El exterior de la tecnociencia, de haberlo, serían las sociedades civiles. [Regreso] 17
La teoría de Latour del actor-red aporta un matiz adicional de gran interés: buena parte de las acciones tecnocientíficas las llevan a cabo máquinas, artefactos, robots, etcétera. [Regreso] 18
Nos referiremos únicamente a los programas europeo y estadounidense, publicados en los libros A. Nordmann (coord.), Converging Technologies: Shaping the Future of the European Societies, Bruselas, 2004 y M. C. Roco y W. S. Bainbridge (eds.), Converging Technologies for Improving Human Performance, Virginia, nsf, 2001, respectivamente. [Regreso] 19
Dichas prótesis de transferencia de conocimiento ya han sido visualizadas imaginariamente en el cine, por ejemplo en Matrix I. [Regreso] 20
Sobre todo en el caso del programa europeo. Ver el informe de la Unión Europea, Nanotechnologies, a Preliminary risk analysis, 2004. [Regreso]
410
Paradojas y cuestiones abiertas en la política de fomento de la innovación tecnológica Juan Carlos García Bermejo Ochoa Introducción Al escribir estas páginas, mis ocupaciones docentes habituales me habían vuelto a poner en contacto con algunos artículos económicos que, pertene- ciendo a la corriente principal o, si se prefiere, a la tradición neoclásica, refle- jan una actitud creciente de revisión crítica de los mecanismos habituales de protección de los derechos de propiedad intelectual e industrial. Pensé que comentar algunas piezas de esta literatura y la actitud que se trasluce en ellas puede ser un elemento de reflexión útil. subrayo lo de la literatura de tradición neoclásica para tratar de dejar claro que la actitud de la que voy a tratar de hacerme eco no es un ingre- diente más de alguna corriente globalmente crítica por razones teóricas o ideológicas. todo lo contrario, esa misma tradición principal ha constituido uno de los planteamientos de referencia a la hora de respaldar teórica y polí- ticamente esos mecanismos. En contraste con ello, en estos últimos años se tiene ocasión de oír o leer manifestaciones como la que cierra un artículo de Paul Romer (2002) en una de las revistas científicas de mayor solera en economía. "si hay algo especí- fico que emerja de las batallas judiciales y de los esfuerzos de los grupos de presión sobre el futuro de la industria discográfica, uno esperaría que fuese un debate público más amplio y más sosegado y riguroso sobre mecanismos alternativos para producir y distribuir bienes de uso no excluyente [como el conocimiento." 411
Como espero ilustrar más adelante, esa manifestación de Romer no es úni- ca. Pero sí es especialmente reveladora. Además de ser un investigador muy destacado en teoría del crecimiento económico, su tratamiento del cambio técnico se considera referencia obligada dentro de la corriente teórica principal. Por otro lado, en la literatura a la que he aludido y en el propio planteamiento tradicional, del que Romer es un representante muy destacado, hay un continuo recordatorio de algo que en el debate mediático suele estar ausente. Desde el punto de vista económico, la única justificación de los derechos de apropiación intelectual e industrial son los beneficios que pueden disfrutar los ciudadanos que componen la sociedad, y a los que tendrían acceso sin ese mecanismo. Pero ni esos derechos a la apropiación tienen vigencia por sí mismos, ni esos beneficios deben medirse por otras magnitudes que reflejan otros intereses, como por ejemplo, las pérdidas de las industrias afectadas por problemas de copia ilegal o reproducción no autorizada. Permítanme, pues, recordarles cómo se ha llegado a este estado de cosas, aunque sea a costa de tener que prestar alguna atención a algunos asuntos muy conocidos, como la significación económica del cambio tecnológico, y el planteamiento tradicional de la necesidad de la intervención pública para la provisión de conocimiento científico y técnico. Después espero tener ocasión de recordarles las llamadas paradojas y otros costes sociales de los mecanismos vigentes de protección de los derechos de propiedad intelectual e industrial, para pasar, finalmente, a comentarles una muestra de las posiciones críticas y propuestas alternativas a las que me he referido. La significación económica del progreso científico y técnico Productividad, crecimiento y bienestar 412
Desde la perspectiva teórica vigente, el cambio tecnológico es uno de los factores determinantes del crecimiento económico y del incremento en el nivel de bienestar social. Las innovaciones tecnológicas de producto se materializan en bienes y servicios que contribuyen a facilitar y hacer más satisfactorias las condiciones de vida de las personas. Las innovaciones de proceso incrementan la productividad, permitiendo con ello producir una mayor variedad de bienes y servicios, permitiendo producir bienes ya existentes en mayor cantidad, abaratando los costes de producción y los precios de venta de unos y otros, y aumentando los rendimientos y la retribución de los factores de producción, especialmente del trabajo. Además, en un contexto de "mundialización" o "globalización" de los mercados y de la actividad económica, el aumento de la productividad es una de las vías principales para mantener e incrementar la competitividad de las empresas nacionales, para garantizar así su supervivencia y para mantener diferenciales en los salarios al no tener que recurrir ineludiblemente a estrategias competitivas basadas en los costes salariales. Desde una perspectiva más a largo plazo, todo ello se traduce en mayores tasas de crecimiento de una economía, que a su vez, si no hay distorsiones significativas en el plano distributivo, se traducirán en cotas cada vez mayores de bienestar social. Arriba hice referencia a Paul Romer. Pocos autores han planteado de una manera tan concisa y contundente la importancia decisiva del cambio técnico para el crecimiento económico como lo ha hecho él. Las ideas son el elemento que va creando nuevas oportunidades para combinar y emplear de diferentes maneras los recursos disponibles para obtener bienes más valiosos o mediante procedimientos más eficientes. Así, en su intervención ante la 413
Conferencia Anual sobre Desarrollo Económico organizada por el Banco Mundial de 1992, afirma de una manera muy expresiva: Los argumentos abstractos presentados en el primera parte del artículo proceden de la observación de que las ideas son unos bienes enfatizados en la mayoría de los modelos económicos. En un mundo con límites físicos, son los descubrimientos de grandes ideas (por ejemplo, cómo hacer superconductores de alta temperatura), junto con el descubrimiento de millones de pequeñas ideas (formas mejores de tejer un jersey), lo que hace posible el crecimiento económico continuado. 01 Por ello y de una manera clara y concisa, afirma que las ideas no son sólo el motor, el elemento determinante del crecimiento. Son el factor que lo hace posible. Asimismo, al ser un bien que basta hacerlo público para que pueda ser conocido y aplicado, las ideas pueden favorecer la difusión del crecimiento económico entre naciones de una manera más decisiva que otros factores escasos, como el capital físico o el capital humano, facilitando así la convergencia entre los niveles de desarrollo de los países. Debe matizarse, de todos modos, que a pesar de que el progreso tecnológico ejerza una influencia tan determinante en el crecimiento económico, esa influencia tiene lugar de manera combinada con la de otros factores, como, por ejemplo, la tasa de ocupación y la evolución de la población activa, la tasa de acumulación de capital físico, la inversión en capital humano, la productividad media de los trabajadores, etcétera.02 Cualificaciones sobre las ganancias en el bienestar social generadas por el cambio tecnológico 414
No obstante todo lo anterior, conviene dejar apuntado también que la cadena de efectos, desde la productividad y el crecimiento económico hasta el bienestar social, no es un proceso mecánico. Puede quedar desvirtuado, por ejemplo, por razones distributivas. Un mero incremento de las opciones disponibles en conjunto no asegura que la distribución de las oportunidades acerque éstas a todos los ciudadanos de una manera aceptable por razones distributivas. Como más adelante tendremos ocasión de reiterar, al hablar del bienestar social tal como se entiende en economía, conviene tener presente tres cosas. Primero, que el bienestar social presenta dos dimensiones diferenciadas: la dimensión de la eficiencia y la dimensión de la justicia o de la equidad. En segundo lugar, que los análisis del bienestar suelen interpretar éste habitualmente sólo en términos de la eficiencia. En tercer lugar, que la eficiencia es completamente ciega respecto de cuestiones distributivas. Una economía puede estar funcionando de manera plenamente eficiente, y puede estar dando lugar a la marginación económica y social de una parte sustancial de su población, que puede estar sumida en la más absoluta pobreza. Por otro lado, aunque el cambio científico y tecnológico permita alcanzar cotas elevadas de bienestar social, también es patente que, por su propia naturaleza, origina pérdidas importantes en ese mismo bienestar. El cambio tecnológico acelerado que hemos tenido ocasión de presenciar y seguimos presenciando, pone estas pérdidas especialmente de relieve. Por ejemplo, no hace mucho las cintas magnéticas de audio eran la forma más moderna para reproducir y escuchar música, frente a los discos. Sin embargo, ante la presencia y utilización masiva de los sistemas para descargar música de la red, almacenarla y reproducirla, cabe 415
preguntarse hasta cuándo van a estar en el mercado. Algo análogo cabe presentarse en relación con las cintas de video ante la difusión del sistema dvd. Estos elementos ilustran el fenómeno que produce de manera inmediata el avance tecnológico: la obsolescencia de productos y sistemas consumidos y empleados hasta entonces, cuyo valor va disminuyendo hasta que desaparecen del mercado. A su vez, esa obsolescencia de productos y sistemas, con la consiguiente pérdida de valor y la final desaparición de unos y otros, repercute sobre el propio sistema industrial, con la desaparición de líneas de actividad, la aparición de otras nuevas, y la posible desaparición de empresas y negocios incapaces de adaptarse a la nueva situación. Estas consecuencias sobre el sistema productivo repercuten sobre la mano de obra. De hecho, los efectos inmediatos de la innovación tecnológica sobre el empleo son la pérdida de puestos de trabajo y la pérdida de la cualificación adecuada de los trabajadores. Naturalmente, esos efectos inmediatos pueden venir compensados por otros factores productivos para surtir las nuevas líneas de producción, o las nuevas demandas originadas por el propio incremento en la productividad. Pero de todos modos, una de las cuestiones políticamente más significativas que plantea el progreso científico y tecnológico es su efecto neto final sobre el empleo. Un clásico del pensamiento económico, Joseph Schumpeter, acuñaba en su obra Capitalismo, socialismo y democracia (1942) una expresión que se ha hecho famosa y que puede resumir estos últimos comentarios. Al subrayar el carácter innovador del empresario y del capitalismo, hablaba de la innovación como un proceso de destrucción creadora, en el que la destrucción es una condición necesaria del progreso. 416
Pero, aunque sea con estos costes sociales, lo cierto es que el incremento de la productividad y del crecimiento, inducidos sobre todo por el cambio científico y técnico, son las vías comúnmente aceptadas para hacer posible que crezcan de manera sostenida las oportunidades económicas y el bienestar social. En consecuencia, es claramente deseable que el conocimiento científico y tecnológico crezca a tasas suficientes para poder alimentar todo el proceso de crecimiento y de incremento del bienestar. El problema de los incentivos y la necesidad de la intervención pública Como es sabido, el problema surge porque la propia naturaleza del conocimiento lo convierte en un bien económico similar a los bienes públicos, y como en el caso de éstos, puede que los agentes privados no tengan incentivos suficientes para que se provea en la medida en la que sería deseable en función de los beneficios sociales que podría producir. Hasta Romer, el planteamiento de referencia sobre las características del conocimiento como bien económico, es el que otro teórico muy destacado, Kenneth J. Arrow, propuso en 1962. Este planteamiento se centra en dos problemas, el de la apropiabilidad de los beneficios derivados del conocimiento y el del riesgo que comporta su obtención. El primero de esos dos problemas, que es seguramente el más conocido, es la dificultad que tiene quien crea una invención o produce una pieza de nuevo conocimiento para apropiarse de la contrapartida de todos los beneficios que esa invención o esa pieza de conocimiento puede producir. Aplicando conceptos o criterios surgidos en la literatura sobre financiación pública, algún tiempo después del trabajo de Arrow y con los que a Romer le gusta 417
plantear la cuestión desde 1990, la clave del problema radica en que las ideas o el conocimiento son bienes de uso no excluyente (non-rival). "Un bien de uso completamente excluyente tiene la propiedad de que su uso por parte de una empresa o de una persona excluye que sea utilizado o consumido por un tercero; por el contrario, un bien de uso no excluyente tiene la propiedad de que su uso por parte de una empresa o una persona no impide en absoluto su uso por parte de ningún tercero." 03 Un coche, por ejemplo, es un bien de uso excluyente, como lo es una manzana. Una melodía, un teorema, un faro marítimo, la defensa nacional, son ejemplo de bienes de uso no excluyentes. El que ustedes disfruten de la novena sinfonía no impide ni merma la posibilidad de que yo también lo haga, y en la misma medida o mayor. La consecuencia es que si el coste de imitar o copiar una invención o una pieza de nuevo conocimiento puesta en el mercado es inferior a su precio de venta, que es la situación habitual (como la facilidad con la que se pueden copiar los programas de ordenador o las grabaciones musicales, digitales o analógicas, pone especialmente de manifiesto), aunque el conocimiento se difunda, su creador no podrá apropiarse a través del mecanismo del mercado de los rendimientos que serían la contrapartida de los beneficios sociales generados por esa difusión. Es más, ni siquiera hace falta conocer el contenido de la invención o de la pieza de conocimiento. Basta saber de su existencia para que se haga más fácil y más rápido su redescubrimiento por terceros. Recuérdese que uno de los argumentos principales que se esgrimían para que Estados Unidos no lanzara la bomba atómica en Japón se basaba en la previsión de que los soviéticos descubrirían su existencia y la fabricarían poco después. Por ello, Arrow apostilla que "[…] ningún tipo de protección legal puede 418
convertir algo tan intangible como la información en un bien completamente apropiable". 04 Las consecuencias últimas son las conocidas: igual que sucede con los bienes públicos, el mercado tenderá a proveer esta clase de bienes en cantidad inferior a la deseable desde el punto de vista social. Por ello y al igual que ocurre con los bienes públicos, para que la provisión de estos bienes sea o se acerque al nivel socialmente deseable, es preciso que intervenga el poder público. Al problema de la apropiabilidad, Arrow le sumó el riesgo que es inherente a los procedimientos de investigación y descubrimiento de resultados inciertos. Una inversión en bienes de capital, por ejemplo, está sujeta a la incertidumbre de los rendimientos que vayan a obtenerse. Una inversión en I+D añade a esa incertidumbre la asociada con el propio resultado de la investigación. Por eso, las dificultades para financiar este tipo de inversiones son mayores de lo habitual y requieren líneas específicas, como la de capital-riesgo. Pero lo que a nosotros más nos interesa por el momento, es que este grado superior de riesgo, que supone un coste adicional, contribuye también a que la provisión del conocimiento en el mercado sea inferior a la que sería socialmente deseable y a que la intervención pública sea el mecanismo que deba tratar de corregir la situación. Visión panorámica de las medidas de fomento de la I+D Con esa finalidad de tratar de corregir este estado de cosas, las administraciones públicas adoptan, aislada o combinadamente, medidas muy diversas, más o menos adecuadas según el contexto en el que se apliquen. Esas medidas se suelen calificar de acuerdo con diferentes criterios que no siempre establecen una frontera completamente 419
nítida. Así, por ejemplo, se suelen distinguir las medidas directas, como las ayudas financieras a proyectos determinados, de las indirectas, como el refuerzo del sistema educativo en general o las ventajas fiscales a las inversiones en I+D. Las medidas directas suelen clasificarse en tres grupos: subvenciones, contratos y derechos de propiedad. Las subvenciones pueden tener un carácter diverso, pues abarcan cosas tan distintas como la ayuda a un proyecto empresarial determinado o el mantenimiento de todo un sistema universitario o de todos los centros públicos de investigación. Los contratos suelen englobar los compromisos adquiridos por la administración pública con centros o equipos de investigación para llevar a cabo proyectos o estudios específicos y de interés concreto (usualmente práctico) para la autoridad política. Por su lado, el reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual e industrial, como las patentes o los derechos de autor, conceden al titular la plena disposición y el derecho exclusivo de explotación sobre la invención o la obra objeto del derecho durante un periodo de tiempo determinado (en torno a los veinte años, en el caso de las patentes; entre los cincuenta y los setenta años después del fallecimiento del autor, en el caso de los derechos de autor). En este sentido, es importante no olvidar que, aunque limitado geográfica y temporalmente, en ambos casos se trata de la concesión de un monopolio.05 Las diversas clases de medidas pueden estar más o menos indicadas según que traten de aplicar en el ámbito académico o en el ámbito industrial o del mercado. Por ejemplo, y aunque la protección de derechos de propiedad esté cobrando una presencia creciente, en el mundo académico priman las subvenciones y los derechos de autor que refuerzan el sistema tradicional de recompensas de la ciencia. En el ámbito industrial, por el contrario, 420
las patentes y demás figuras jurídicas análogas (como los modelos de utilidad, las marcas y otros signos distintivos, o como también sucede con el secreto industrial, etcétera), son las que han tenido tradicionalmente un peso mayor. Por un lado, porque las innovaciones cubiertas por esas figuras legales son, por su cercanía a la producción o al consumo, objetos de demanda por parte de las empresas y de los particulares, demanda que refleja los beneficios sociales más inmediatos que procuran esas innovaciones. Por el otro, esas figuras han tenido tradicionalmente un peso mayor porque al proteger los derechos de propiedad industrial facilitan la apropiación de esos beneficios sociales más inmediatos. De todos modos, el peso económico de los productos digitalizados, como los programas de software por ejemplo, ha colocado en primera línea de importancia los derechos de autor en el ámbito tecnológico e industrial, derechos que hasta no hace mucho se consideraban más propios de contextos particulares, como el científico básico o académico, el ámbito artístico y cultural, y en general, el mundo de las publicaciones y de los medios de comunicación. Por otro lado, no deben olvidarse las llamadas "medidas indirectas", algunas de las cuales, como las referentes al sistema educativo o a la política de la competencia, pueden ser decisivas. Las ventajas y beneficios fiscales, por el contrario, pueden no tener un peso excesivo si los agentes desconfían de ellas. En otro orden de cosas, una política científica y tecnológica activa, puede verse favorecida si existe una mentalidad social favorable a la investigación científica y tecnológica. Las paradojas de las patentes La patente como un compromiso entre beneficios y costes sociales
421
En la literatura económica, el derecho de patentes ha sido la figura que más atención ha concitado. 06 En parte por ser el mecanismo principal y de mayor solera histórica en la defensa de los derechos de propiedad industrial. 07 También, porque el reconocimiento de la importancia económica de los derechos de autor data de fecha más reciente, al irse imponiendo la llamada sociedad de la información. De todas maneras, los comentarios sobre las patentes, que son en los que vamos a centrarnos preferentemente en lo que sigue, pueden trasladarse analógicamente casi en su totalidad a los derechos de autor. Y viceversa, algunos episodios referentes a estos últimos son también ilustrativos, algunas veces muy ilustrativos, como también tendremos ocasión de subrayar, en relación con aquéllas.08 Beneficios sociales, contribuciones y costes privados El contenido y la forma de las patentes han ido cambiando especialmente en el último siglo y de manera acelerada en los últimos decenios. 09 Sin embargo, la idea básica sobre la que descansa la figura, sigue siendo la misma. En este sentido, la patente puede verse en términos generales como un compromiso, que debería, en principio, maximizar la diferencia entre los beneficios sociales que se esperan obtener de ella, de un lado, y los costes sociales que se derivan de la concesión de beneficios privados, del otro. Dicho más brevemente, un compromiso entre beneficios y costes sociales. Desde el punto de vista económico, la finalidad primordial de las patentes, y su principal justificación, es la de inducir incentivos para que se realicen inversiones y emprendan actividades de I+D, cuyos resultados se pueden materializar en innovaciones comercializables, y cuyos beneficios ciudadanos a través del mercado. 422
puedan
llegar
a
los
Para lograr estas finalidades existen otras figuras de protección, como el secreto industrial o la ventaja en el tiempo (la ventaja de "moverse primero"), que son instrumentos de protección o de rivalidad preferidos frecuentemente por las empresas.10 A diferencia de éstas, la patente exige y fomenta que la invención pase a ser cuanto antes de dominio público. Por un lado, porque hacer público su contenido detallado es requisito indispensable para su concesión. Pero además, porque como sucede en el sistema de recompensas de la ciencia, prima la prioridad. Se lleva la patente el que llega primero (a inventar o a registrar, según los países). Lo que, cuando son varias las personas o las compañías que rivalizan por conseguir una invención, induce una especie de carrera por llegar antes que los competidores. Además, no sólo convierte a las innovaciones puestas en el mercado como resultado último de la invención en bienes similares a los bienes privados. También facilita las transacciones que tienen como objeto la propia invención, y convierte la transferencia de tecnología en un intercambio comercial. Al hacerlo, facilita y estimula la transferencia y difusión de la tecnología 1) entre las empresas entre sí, 2) entre los inventores y las empresas, 3) y entre las empresas y los laboratorios universitarios o públicos. En resumen, se pretende estimular la inversión en I+D, la producción y la transferencia de tecnología, y la puesta en el mercado de innovaciones de proceso y de producto. Con todo ello se pretende, a su vez, conseguir que los Además, el derecho de patentes actúa de forma que se agilice el dominio público del nuevo conocimiento, reforzándose así su difusión y violentando el secreto que las empresas considerarían, en principio, más ventajoso para ellas, para evitar la rivalidad que les pueden plantear otras empresas abordando desarrollos facilitados por la patente. 423
Costes sociales, beneficios privados A cambio de ese esfuerzo, la concesión de una patente implica la concesión de un monopolio de explotación, que puede verse en dos vertientes. El derecho exclusivo a vender las innovaciones comercializadas derivadas de la invención, y el derecho exclusivo a vender las licencias a terceros, siendo ésta una segunda vía para la obtención de rendimientos económicos. Asimismo, la eficacia de la figura jurídica y su capacidad para inducir los incentivos adecuados, dependerán de la eficacia que se tenga en el entorno a la hora de respetar y hacer prevalecer los derechos. Lo que supone unos costes significativos originados por la creación de los instrumentos legales correspondientes y por la creación y el mantenimiento de una infraestructura administrativa específicamente dedicada a la gestión de las patentes. Además, los recursos de la administración de la justicia tendrán que aplicarse también a velar por el respeto de los derechos correspondientes. Es un hecho notorio las dificultades que pueden encontrar los titulares de las patentes para hacer valer sus derechos, y los recursos que los pleitos de ese tipo pueden llegar a consumir. La (primera) paradoja de las patentes De este modo, la patente establece un compromiso entre aspectos o elementos contrapuestos. Por eso, para destacar esa contraposición, se habla habitualmente en la literatura de la "paradoja de las patentes", que no es más que la contraposición entre los beneficios sociales que se buscan y las pérdidas y costes sociales que implica la forma empleada para conseguirlos. O como se dice frecuentemente, la contraposición entre la eficiencia dinámica que trata de estimularse, y las pérdidas en eficiencia 424
estática en las que se incurre. Por un lado, sería socialmente deseable que al menos todos los ciudadanos que lo necesitaran o lo desearan y estuvieran dispuestos a pagar los costes correspondientes, tuviesen acceso a los beneficios de la invención. Pero para lograr que ésta se produzca, se coartan los derechos de esos ciudadanos, se concede un monopolio de explotación al titular de la patente y se limita de esta manera el acceso de la población a esos beneficios. Dicho con brevedad, la patente pretende ser un estímulo a la innovación, y para ello descansa paradójicamente en la limitación del acceso a los beneficios de la innovación. 11 El problema se agudiza, además, porque la estructura de costes típica de las inversiones y actividades de I+D favorece una fijación de precios menos eficiente de lo que sería si se fijara el precio en función de lo que cuesta producir la unidad que se vende, que es lo que sucede en el equilibrio competitivo, que es a su vez la expresión teórica del mecanismo de mercado más eficiente. Basta pensar en un programa de ordenador, como Windows, por ejemplo, o en una vacuna. Para conseguirlos, se requerirá una inversión inicial fuerte. Sin embargo, una vez conseguida la primera versión o la primera unidad, el coste de las unidades o copias posteriores será relativamente menor, normalmente muchísimo menor. En el caso de los programas digitalizados en particular, ese coste será mínimo, porque tenderá a coincidir con el coste del CD que sirva de soporte a la nueva copia. Si la fijación de precios fuera la competitiva, el precio de venta sería ese coste unitario mínimo. Sin embargo, al estar protegido por un monopolio, el precio se fija con un margen suficiente como para enjugar la inversión inicial, y para obtener además, en función de la demanda existente, los beneficios que sea posible conseguir. Y el montante de ese margen puede ser elevadísimo. Paul Romer,12 por ejemplo, calcula que si el 425
precio al que se vende un disco en Estados Unidos viene a ser de unos 15 dólares, el coste de producir esa unidad sería de15 centavos de dólar, lo que implica vender el disco a un precio diez mil veces mayor que su coste unitario (marginal). El resultado final puede ser una pérdida en bienestar social enorme, que en el caso de los discos de música Romer estima que puede estar aproximadamente en torno a la cifra de los ingresos totales de la industria discográfica mundial, unos 37 mil millones de dólares. Otros costes sociales de permanente actualidad son los relativos al acceso de las poblaciones de los países pobres a los medicamentos, asunto éste que al decir de Vicente Ortún13 ha sido el más debatido en la Organización Mundial del Comercio desde su fundación. Aunque el sistema de patentes no sea completamente responsable de la situación, éstos son unos tiempos "en los que sólo un 1 por 100 de los enfermos de sida del África subsahariana están recibiendo terapia antirretroviral […] Sólo el VIH/Sida afecta entre 34 y 46 millones de personas en todo el mundo; de 4.2 a 5.8 millones de personas contrajeron la enfermedad en 2003, año en que se registraron por esta causa entre 2.5 y 3.5 millones de muertes".14 Las patentes y la amplitud del acceso políticamente deseable Quizá convenga aclarar un extremo sobre el que la literatura puede inducir a error. En efecto, a veces se lee que la eficiencia estática de una patente se vería satisfecha con el acceso libre de todos los ciudadanos a los beneficios de la patente. O si se piensa en la extensión que sería deseable que tuvieran los medicamentos, por ejemplo, esa idea llega a parecer obvia. Pero no es del todo exacta. La patente convierte a las innovaciones en bienes que las empresas tendrán interés en producir y vender porque, al hacerlo, 426
pueden obtener beneficios, como sucede con los bienes privados normales. Pero al igual que sucede con éstos, la eficiencia no se logra con el libre acceso, sino con el acceso de los compradores que estén dispuestos a pagar un precio. El problema es, por lo tanto, cuál es el nivel de precio con el que se consigue la mayor eficiencia. La respuesta teórica nos dice que al precio competitivo. Pero lo importante es subrayar que esa idea de eficiencia presupone que a los beneficios de los bienes y de las invenciones deben acceder los que estén dispuestos a pagar ese precio y tengan dinero para hacerlo, no que el acceso sea libre. Como ya quedó apuntado más arriba, la noción económica de eficiencia es compatible con situaciones distributivas que muchos consideraríamos indeseables. Además, y como también ha quedado apuntado, el precio que favorece la estructura de los costes de las innovaciones tecnológicas y la situación de monopolista del titular de la patente, será superior al competitivo, con lo que el conjunto de ciudadanos que estarán dispuestos y podrán hacer frente a esa compra será menor. Ortún se hace eco de un análisis llevado a cabo por Borrell y Watal sobre el impacto de las patentes en el acceso a los medicamentos retrovirales en 35 países de rentas medias y bajas. Entre 1995 y 1999, el resultado neto de los dos impactos contradictorios citados [dificultad en el acceso y estímulo a los lanzamientos rápidos de innovaciones] derivado de la inexistencia de patentes, se hubiera traducido en un aumento del acceso a los antirretrovirales del 30 por ciento. El resultado pierde algo de espectacularidad cuando en lugar de en términos relativos se expresa en términos absolutos: del 0.88 por ciento de quienes lo necesitan al 1.15 por ciento; la mayoría de los 427
pacientes hubiera continuado sin acceso a los retrovirales, salvo que se subsidiaran, aunque durante 1995-1999 se hubiera producido un cambio hacia un régimen de ausencia de patente.15 ¿Qué sucede entonces con el acceso a bienes como los medicamentos que por su eficacia contra enfermedades importantes sería claramente deseable que fuese un acceso libre basado sólo en la necesidad? Como es obvio, la patente es ciega ante esa necesidad. Por lo que si se pretende el acceso al medicamento, sea nacional o internacionalmente, habrá que adoptar otros instrumentos alternativos o complementar la patente con otras medidas políticas, como los subsidios, la discriminación o la regulación del precio, los convenios entre naciones, etcétera. 16 Aspectos adicionales de la paradoja El reforzamiento de los derechos de propiedad intelectual e industrial Por otra parte, la mayor duración de la patente, su mayor cobertura de invenciones cercanas (lo que se suele conocer como amplitud o anchura), y la mayor cobertura de aplicaciones o desarrollos (su altura o profundidad), incrementan la incompatibilidad gradual de fines y medios expresada en la paradoja, al ampliar la extensión del monopolio concedido. Como también lo hace el carácter acumulativo del conocimiento tecnológico, es decir, la posibilidad de desarrollar nuevas invenciones precisamente por disponer del conocimiento proporcionado por la patente, al hacer entrar en conflicto los incentivos del titular de la primera patente con los de las posteriores.17 El reforzamiento de los derechos de propiedad industrial fue el 428
objetivo de las reformas llevadas a cabo en Estados Unidos a principios de los ochenta, y algo después en algunos otros países como Japón. Por su lado, los avances de la tecnología hacen muy difícil impedir la copia de grabaciones digitalizadas, sea de música o de películas, sea de programas de ordenador. Romer se hace eco de los intentos de reforma legal con la que se intentó reforzar la protección de los derechos de autor frente a este proceso en Estados Unidos, llegándose a proponer la prohibición de vender cualquier equipo informático o cualquier pieza de software que no incorporara los requisitos anticopia homologados e impuestos por la autoridad administrativa. Observa que esos cambios propuestos, lejos de limitarse a la esfera de la industria discográfica "[…] dificultarían y retrasarían el desarrollo de todos los dispositivos digitales y el software que soportan". Por lo que subraya enfáticamente: La música puede ser una parte pequeña y negociable de la economía mundial, pero la tecnología de la información no lo es. Imagínese lo mucho que se hubiera retrasado el ritmo de cambio tecnológico si no hubiera podido venderse ningún equipo ni ninguna pieza de software sin la firma del secretario de comercio […] A un nivel más general, conceder a una industria un poder de veto sobre nuevas tecnologías que pudieran amenazar su modelo corriente de negocio, podría sentar un precedente político muy peligroso. Análogamente, Boldrin y Levine 18 se extienden también sobre los desmesurados costes sociales que las tecnologías anticopia generan y pueden generar. Debe mencionarse igualmente la cobertura geográfica como una dimensión adicional de las patentes, especialmente significativa en 429
el caso de los medicamentos. La reforma estadounidense mencionada fue acompañada y seguida de una amplia acción diplomática tendente a la universalización de los regímenes de protección de los derechos de propiedad intelectual e industrial. Quizá recuerden ustedes todavía el conflicto que se entabló con el gobierno argentino a este respecto, y que tuvo un eco especial en la prensa. En el marco de la Organización Mundial del Comercio, se ratificó en 1995 el acuerdo en el que se extendía la protección de esos derechos a la mayoría de los países del mundo. 19 Ineficiencias generadas por las carreras por la patente También puede generar ineficiencias la propia rivalidad que puede desatarse por conseguir una patente. Por ejemplo, para intentar acelerar su carrera hacia la invención, los participantes en la carrera pueden invertir, entre todos ellos, más de lo que resultaría socialmente deseable por conseguir una sola invención. En estas carreras sucede además que ninguno de los participantes internaliza como propios los costes de los demás. Así, al ganar una sola empresa, estimará sus rendimientos en función sólo de sus costes, sin tenerse en cuenta, por lo tanto, lo que realmente ha costado conseguir la innovación. Orientación de la I+D para conseguir patentes En cuanto a la orientación de la I+D favorecida por las patentes, el factor fundamental es, por el propio diseño de la figura, la obtención de beneficios económicos por parte de la empresa innovadora. De esta manera, el mecanismo de las patentes tiende a orientar la investigación hacia invenciones para las que haya una demanda de nivel económico suficiente. Por ejemplo, además de los problemas originados por el SIDA, 430
tuberculosis y malaria provocan otros cuatro-cinco millones más de muertes anuales en unos momentos en los que los países en vías de desarrollo empiezan a sufrir las enfermedades de los países más avanzados, como diabetes y cardiovasculares. Mientras todo eso sucede, menos del 10 por ciento de los gastos de investigación se dedica a enfermedades que representan más del 90 por ciento de la carga mundial de enfermedad. 20 La segunda paradoja de las patentes Ineficacia relativa de la patente, por resolver sólo de forma imperfecta el problema de la apropiabilidad También se ha señalado reiteradamente en la literatura que las patentes pueden no ser tan eficaces para estimular las innovaciones porque pueden resolver el problema de la apropiabilidad sólo de una manera limitada. Según los casos, el titular de una patente puede encontrar mayores o menores dificultades para apropiarse del excedente del consumidor y del valor social de la invención, por las posibilidades que existan de que la patente sea copiada o imitada por terceros mediante patentes muy cercanas, y por los efectos y el estímulo a ser imitada que desencadena el mero conocimiento de su existencia. Por ello, la patente puede no resultar suficientemente eficaz a la hora de permitir que el titular se apropie de los beneficios sociales que se consiguen gracias a ella (o mejor, de su contrapartida), pudiendo ser esos últimos beneficios sociales notablemente superiores a los privados. Lo que se traduce en una inversión en I+D inferior a la socialmente deseable, y da lugar a que: "en los estudios empíricos [mediante encuestas] y con la excepción del sector farmacéutico, las empresas suelen situar a las patentes en lugares relativamente 431
bajos como instrumentos para apropiarse de los rendimientos de la inversión, siendo también habitual que sitúen por encima al secreto industrial o a la ventaja temporal."21 Kremer 22 estudia este problema de la ineficacia en relación con el problema de la apropiabilidad con especial atención y detalle. La tendencia al despilfarro de recursos y esfuerzos replicando patentes previamente existentes Otra cara de ese mismo fenómeno es la concentración de patentes por zonas donde sea relativamente más fácil y barato conseguirlas. Se ha señalado reiteradamente la tendencia a replicar patentes previamente existentes, con el consiguiente despilfarro de recursos que eso significa. Boldrin y Levine 23 subrayan el problema. Uno de los autores que mayor atención le han prestado, Michael Kremer, 24 se expresa en estos términos: Las patentes distorsionan también la dirección de la investigación al crear incentivos excesivos para desarrollar sustitutos de los bienes patentados y al suscitar demasiado pocos para crear bienes complementarios. Al desarrollar invenciones sustitutivas, las empresas pueden hacerse con rentas originadas por los titulares de las patentes existentes previamente. La limitada evidencia disponible sugiere que este problema puede ser serio. Mansfield, Schwartz y Wagner se encontraron con que un 60 por ciento de una muestra de innovaciones patentadas fueron imitadas dentro de los primeros cuatro años, y que el coste medio de la imitación ascendía a dos terceras partes del coste de la invención original. Por otra parte, los creadores potenciales de invenciones complementarias apenas tendrán incentivos para desarrollarlas antes de llegar a 432
acuerdos de licencia con los titulares de las patentes originales. La segunda paradoja de las patentes Pero la misma falta de eficacia para resolver el problema de la apropiabilidad estaría en el origen de otro fenómeno cuya magnitud se viene observando en estudios empíricos recientes, y tan contrario a los propósitos originales del derecho a las patentes que también ha recibido la calificación de "paradoja". La posibilidad teórica y la evidencia empírica de que haya patentes que se registren sólo para ser empleadas como amenazas estratégicas y no se materialicen en innovaciones comercializadas, ya eran familiares en la literatura desde hace tiempo. Tales patentes se conocen como "durmientes". Pueden servir, por ejemplo, para impedir que nuevas empresas entren en la industria, pues de hacerlo tendrían que hacer frente a las ventajas competitivas de las que la empresa incumbente podría disfrutar materializando la patente. La consecuencia es clara. Aunque la invención se conozca, sus beneficios sociales son prácticamente nulos porque quien tiene la capacidad de materializar la invención en procesos o productos a los que puedan acceder empresas o particulares, decidió no hacerlo. Lejos de ser una curiosidad teórica, o una eventualidad empírica infrecuente, la respuesta a las reformas de los derechos de propiedad industrial llevadas a cabo en los años ochenta en Estados Unidos y en otros países, han vuelto a poner en primer plano la posibilidad de que gran parte de las patentes registradas respondan más a una función estratégica que a una finalidad de comercialización. Varios estudios han analizado las relaciones entre las reformas referidas, la evolución del número de patentes que esas reformas habrían inducido y la evolución de la inversión y 433
de las actividades de I+D a las que esas patentes deberían haber dado lugar. Lo que esos estudios sugieren es que efectivamente las reformas habrían estimulado la propensión a patentar. 25 Sin embargo, en sectores distintos al farmacéutico, ese incremento en el número de patentes no habría dado lugar a un incremento correspondiente en los gastos y actividades de I+D, ni habría dado lugar tampoco a los desarrollos correspondientes para convertir las invenciones en innovaciones comercializadas. De donde los autores sugieren que las patentes podrían haber respondido a la finalidad de reforzar la posición negociadora o estratégica de las empresas, en analogía con el ejemplo clásico de la patente durmiente.26 Sugieren, igualmente, que las empresas podrían confiar más en la eficacia estratégica de otros instrumentos como el secreto industrial, la ventaja temporal, y las propias capacidades de manufactura y diseño. Lee Davis sintetiza lo paradójico de la situación en los términos siguientes: La cobertura y los efectos económicos de los derechos de propiedad intelectual e industrial –patentes, derechos de autor, marcas y similares– han cambiado considerablemente en las últimas décadas. La protección de las patentes se ha ampliado a nuevas áreas como la biotecnología, el software, y los métodos de negocio en Internet. Cada vez son más los resultados de la investigación universitaria y gubernamental que se patentan. Los derechos de autor, utilizados al principio para proteger el trabajo original de artistas individuales, son ahora determinantes para la innovación en las industrias discográfica, televisiva y cinematográfica, así como en la de software […] Pero aunque esos derechos de propiedad intelectual e industrial se hayan expandido y sean hoy más importantes, no han llegado, 434
necesariamente, a ser más eficaces al motivar la I+D; de hecho, defenderemos precisamente lo contrario [… Sin embargo, el compromiso involucrado en el derecho de patentes] se basa precisamente en el presupuesto de que las patentes son cruciales para motivar la I+D. Posiciones críticas y propuestas de revisión La presencia y la conciencia de estos problemas han originado que en los últimos años hayan ido apareciendo en la literatura económica, diversas propuestas de reforma y de revisión de los derechos de propiedad intelectual e industrial y de los mecanismos con los que se aplican. Para ilustrarlas, vamos a comentar algunas de ellas.27 La forma óptima de las patentes y de los derechos de autor Aunque también habría que hacer referencia a los análisis tendentes a determinar la forma óptima de las patentes y de los derechos de autor, en función de los objetivos de unas y de otros, y de sus diferentes dimensiones y aspectos. Investigaciones teóricas de este tipo tienen en principio un sentido claro en la medida en la que los mecanismos de protección y sus detalles concretos tienen un origen histórico y suelen determinarse en función de antecedentes y problemas prácticos concretos. Por ejemplo, ¿cuál puede ser la justificación de que la duración de las patentes sea de veinte años en la mayoría de los países? Sin embargo y a pesar de la atención que se ha prestado al asunto, no hay resultados generales. Las distintas conclusiones alcanzadas en los diversos ejercicios dependen de las distintas suposiciones de las que arrancan en cada caso.28 435
Stan J. Leibowitz Uno de los trabajos pioneros y más conocidos de esta fase de revisión de los derechos de propiedad intelectual e industrial vigentes es el de Stan Leibowitz, 29 que tiene como objetivo participar en el debate sobre las consecuencias de la generalización y bajo coste de fotocopiar material impreso, proceso que se disparó a partir de principios del decenio de los sesenta. Concretamente, el objetivo del trabajo es contradecir la postura más popular según la cual la generalización de las fotocopias tendría como consecuencia disminuir la demanda y los beneficios de los titulares de los derechos de autor, y como consecuencia de todo ello, disminuir los incentivos a la creación. Para ello emplea dos tipos de argumentos, uno teórico, empírico el segundo. El eje del argumento teórico es la posibilidad de que, con la generalización de la práctica de fotocopiar originales, la demanda de éstos como objeto de reproducción aumente, y la posibilidad de que dichos titulares se apropien indirectamente de los mayores beneficios originados por esa demanda incrementada. Frente a la visión según la cual los titulares de los derechos sólo pueden apropiarse de los beneficios correspondientes al vendérselos directamente a los usuarios, Liebowitz muestra la posibilidad de que esos titulares se apropien de esos beneficios indirectamente, a través del pago de entidades que ocupan un lugar intermedio en la cadena. Empleando un ejemplo puesto por el autor, una empresa de coches de alquiler compra un coche estimando el rendimiento que espere obtener por su alquiler y, además, el ingreso que espera obtener al venderlo al cabo de unos pocos años. De esta manera, aunque el comprador del coche no pague al fabricante, éste se apropia indirectamente de esta segunda venta. Mediante 436
este ejemplo, Liebowitz ilustra que en el terreno de la copia de material impreso puede suceder algo parecido, si los beneficios que reciben los que hacen y usan las copias no autorizadas llegan a los titulares de los derechos porque los propietarios de las copias autorizadas estén dispuestos a tener en cuenta y a pagar por este uso no autorizado de sus copias, al comprarlas. Un problema, por lo tanto, para que el mecanismo funcione es que las bibliotecas, en este caso, estén dispuestas a pagar más por las copias no autorizadas que sus usuarios vayan a hacer. A este respecto, Liebowitz 30 sostiene que lo deberían estar, porque al permitirles hacer copias, los usuarios de la biblioteca valorarán más sus fondos, y porque al final los recursos financieros de la biblioteca estarán en una u otra forma ligados a los gustos y valoraciones de sus usuarios. Un segundo problema es que, a diferencia del ejemplo de los coches de alquiler, la realización de las copias no autorizadas varía de unas copias autorizadas a otras, siendo mucho menor la incidencia en el caso de las suscripciones hechas por personas físicas. La propuesta de Liebowitz a este respecto es la discriminación de precios entre las suscripciones institucionales y las personales, discriminación que considera factible porque la segregación de mercados que requiere es relativamente fácil de mantener. 31 Como el análisis teórico se mueve en el terreno de las posibilidades, el resto del artículo se dedica al estudio empírico del problema. Con datos sobre la evolución de las suscripciones a revistas y de las publicaciones académicas, el estudio viene a confirmar que la evolución se habría configurado de acuerdo con el análisis teórico anterior y que esa evolución no habría sido perjudicial para autores y, sobre todo, para las editoriales, sino todo lo contrario.32 437
En conclusión, si se pone en práctica la discriminación de precios entre los suscriptores institucionales y particulares, como por otra parte venía ya sucediendo de manera muy habitual cuando aparece el artículo, el autor se manifiesta partidario de que fotocopiar el material impreso que reciben las bibliotecas se considere un uso correcto (fair use) de los derechos de autor. Concursos Otra fórmula que ha sido reivindicada en la literatura como complementaria a las figuras más familiares es la de los concursos públicos, que, por otra parte, tiene tras de sí también una larga historia y se sigue utilizando con alguna frecuencia por parte de los poderes públicos, las grandes corporaciones, y en círculos académicos por parte de fundaciones e instituciones similares. 33 Como sucede con otros de los sistemas que venimos comentando, esta fórmula tiene una larga historia. Para ilustrarla suele aludirse al concurso anunciado por el gobierno británico en 1714 para conseguir que se diseñara un sistema de relojería capaz de medir con precisión la latitud de los barcos, mediante la comparación de la hora local con la del meridiano de Greenwich. El premio máximo se fijó en una cantidad enorme, 20000 libras, pues era muy grande el interés por evitar las pérdidas en hombre y barcos que se venían produciendo por carecer de la información precisa sobre la localización del barco. Consecuentemente, el concurso desencadenó una avalancha de iniciativas, y fue ganado por John Harrison, que recibió el máximo premio, aunque no sin dificultades. 34 Destacan varias ventajas frente a las patentes; la ausencia de apropiación de los resultados, que pueden así pasar sin más a ser de dominio público y pueden explotarse sin restricciones; la 438
posibilidad de fijar de antemano el problema social que se intenta resolver o los beneficios sociales que pretenden conseguirse; y el estímulo que introducen a la calidad, puesto que en principio gana el mejor resultado obtenido en el periodo de tiempo que se fija también previamente. De otro lado, y frente a las patentes que están sujetas a la disciplina del mercado, este mecanismo exige una mayor información y una mayor discrecionalidad por parte de los organizadores. Y sobre todo, dado el desconocimiento que las autoridades o la entidad convocante pueden tener de los costes que la obtención de los resultados previstos puede acarrear e, incluso, de su propia viabilidad, la fórmula del concurso tiene que hacer frente al problema de fijar un premio suficientemente motivador y un plazo de ejecución viable. 35 Michael Kremer Sin duda, la propuesta que ha acaparado una mayor atención y un número mayor de referencias es la realizada por Michael Kremer en 1998, consistente en la compra de patentes por el poder público, que podría así ponerlas a disposición pública. Y como en otros casos, se trata de una propuesta con antecedentes históricos conocidos, como la compra en 1839 por parte del gobierno francés de la patente de la técnica fotográfica desarrollada por Louis Jacques Mande Daguerre, cuya fotografía suele conocerse como daguerrotipo. 36 El punto de partida de la propuesta son los problemas asociados con los dos mecanismos principales de estímulo a la innovación: patentes y subsidios. En relación con las patentes, subraya los problemas de acceso creados por la concesión del monopolio de explotación y el precio resultante, la deficiente eficacia de las patentes a la hora de motivar 439
la investigación, que se traduce en una inversión en I+D inferior a la deseable, y el despilfarro de recursos que se origina por la tendencia a duplicar las invenciones existentes.37 En cuanto a los subsidios y ayudas públicas directas, Kremer 38 alude a los consabidos problemas originados por las asimetrías informativas entre investigadores y empresas, de un lado, y la autoridad pública, por el otro, acompañando su exposición de estimaciones empíricas sobre el escaso rendimiento de la investigación financiada públicamente en comparación con la financiada de manera privada. También es sabido que parte de estos problemas desaparecerían si el montante de la subvención se fijara y pagara con posterioridad a la obtención de los resultados, y no hubiera dudas respecto del montante acordado y la materialización del pago. Pero Kremer subraya a este respecto los incentivos que tendría la autoridad al fijar recompensas confiscatorias. Incluso aunque se hubiera fijado con anterioridad el montante de la subvención, los poderes públicos tendrían incentivos para tratar de aminorar las cantidades máximas anunciadas, bajo diversos subterfugios (todo ello ejemplifica el problema de la consistencia temporal). Existe, además, la eventualidad de que los grupos de presión ejerzan su influencia para orientar las ayudas en función de sus intereses. El problema clave del sistema de compra de la patente es la fijación del precio. A este respecto, Kremer 39 propone, en lo que es la parte más original de su diseño, la celebración de una subasta pública, de puja secreta y de segundo precio, que tendría como finalidad proporcionar a la administración pública la información relevante sobre el precio privado o de mercado de la patente. El precio de mercado, sin embargo, no es el precio de compra de la patente. En condiciones ideales, el precio a pagar por una patente debería ser igual al valor social de la invención, si lo que se 440
pretende es estimular la investigación cuando su beneficio social es superior a su coste. Por eso, el precio de compra de la patente se consigue multiplicando la estimación de su precio de mercado realizada sobre la base de la subasta, por un coeficiente que refiere la razón o el cociente del valor social de la invención, partido por su valor de mercado, razón que Kremer supone en su trabajo que es igual a dos. Como él mismo reconoce, este sistema no fija el precio de compra exactamente al nivel del valor social de la invención, pero se aproxima a él más que si se manejara sólo su valor de mercado. Como es obvio, este mecanismo puede funcionar si hay empresas que tengan interés en participar en las subastas, y tengan incentivos para hacerlo correctamente, es decir, expresando en sus pujas el valor de mercado realmente esperado por ellas. Por ello, aunque el mecanismo tiene como finalidad que la mayoría de las patentes sometidas a él terminasen siendo de dominio público, la administración pública tendría que reservar aleatoriamente algunas de las patentes subastadas para adjudicarlas al mejor postor. Por otra parte, una vez realizada la subasta, el titular de la patente puede decidir no venderla y explotarla por su cuenta. Pero si decide venderla, debe hacer frente a los costes administrativos de la subasta. En las secciones siguientes, Kremer pasa a analizar el comportamiento del mecanismo propuesto por él bajo condiciones especiales, como son la existencia de ventajas informativas o de coste por parte del inventor, la existencia de invenciones sustitutivas o complementarias y la amenaza de acuerdos tácitos (colusión) entre los participantes en la subasta, y propone en cada caso medidas adicionales para hacer frente a las dificultades. Por razones obvias de espacio, nos limitaremos a remitir al lector interesado a esas secciones, y a resumir con Kremer las ventajas 441
que ofrecería su propuesta en un entorno exento de las complicaciones citadas, un entorno perfectamente competitivo y exento de amenazas de colusión. En primer lugar, el sistema propuesto para establecer el precio de compra eleva los incentivos privados acercándolos al valor social de la invención. En segundo término, los costes sociales derivados de las limitaciones de acceso desaparecerían al terminar siendo las patentes de dominio público. Finalmente, al quedar eliminados los beneficios monopolísticos, desaparecerían los incentivos para apropiarse de rentas de ese carácter mediante la creación de patentes sustitutivas de las ya existentes. En sus comentarios finales, Kremer 40 subraya que su mecanismo estaría especialmente indicado para ser aplicado en el sector farmacéutico.41 De todas maneras, el autor se muestra muy cauto, subrayando que el apoyo teórico a su propuesta no es suficiente para avanzar su rendimiento. Por eso, propone que se comience con algunas experiencias de alcance limitado, para que los políticos puedan decidir a la vista de esa práctica si el sistema de compras de patentes debe ser implantado, rediseñado o abandonado. 42 Michele Boldrin y David Levine En fechas más recientes, y apoyados también en el mecanismo de apropiabilidad indirecta que hemos tenido ocasión de comentar a propósito del análisis de Liebowitz, Michele Boldrin y David Levine (2002) vienen propugnando una revisión conceptualmente más radical de las ideas tradicionales. 43 Defienden dos ideas interrelacionadas. Por un lado, sostienen que debe eliminarse la protección específica que añaden los derechos de propiedad intelectual e industrial, y eliminar así el monopolio 442
correspondiente. Por ello, se ven en la necesidad de reaccionar también contra la postura compartida mayoritariamente, que defiende la necesidad de una fijación de precios monopolística para los bienes de uso no excluyente derivada de la estructura de costes típica de estos bienes. De esta manera mantienen que los bienes de uso no excluyente pueden ser comprados y vendidos en mercados competitivos, que lo pueden ser de modo más eficiente que en régimen de monopolio, y que, al tener en cuenta las posibilidades de copia y reproducción que proporciona cada unidad vendida, incluyendo la primera, esos intercambios pueden permitir a los creadores de las innovaciones apropiarse (indirectamente) de los rendimientos suficientes para seguir motivados en mantener la actividad innovadora. Eliminación de la parte específica de los derechos de propiedad intelectual e industrial De acuerdo con estos autores, la propiedad intelectual e industrial tiene dos componentes o dimensiones. Una es el derecho a vender ideas, a la que se llama a veces el derecho de primera venta. La otra es el derecho a controlar el uso de esas ideas, a la que se refieren como la protección "aguas abajo". Boldrin y Levine consideran que la primera dimensión es esencial para lograr niveles aceptables de eficiencia económica, como también sucede en el caso de cualquier otro bien o servicio aunque no sea de uso no excluyente. Contra la que reaccionan es contra la segunda dimensión, que es la dimensión peculiar de este tipo de protección de derechos, a la que consideran económicamente peligrosa por dar lugar a un monopolio socialmente ineficiente. Como ellos mismos dicen de una manera muy expresiva: 443
Cuando usted compra una patata, usted puede comérsela, tirarla, plantarla, o hacer con ella una efímera escultura. La legislación vigente permite a los productores de cds y de libros arrebatarle a usted esta libertad. Cuando usted compra una patata, usted puede utilizar la "idea" de patata encarnada en ella para producir patatas de mejor calidad o para inventar las patatas fritas. La ley vigente permite a los productores de programas de ordenador o de medicamentos arrebatarle a usted esta libertad. Es contra esta distorsionadora ampliación de los derechos de propiedad intelectual contra lo que argumentamos [… Naturalmente,] todos los productores impondrían restricciones de uso y explotación "aguas abajo" si pudieran: los productores prefieren no tener que competir con sus clientes. Pero la ausencia de competencia conduce al monopolio. 44 La posibilidad y la conveniencia de vender y comprar las ideas en mercados competitivos Sin embargo, esa distinción conceptual no resuelve el problema de la fijación no-competitiva del precio, derivada de la estructura de costes, ni resuelve el problema de que el mecanismo competitivo sea capaz de permitir a los creadores de las innovaciones apropiarse de unos beneficios suficientes como para estar motivados en la creación de esos bienes. Sobre el primer problema, proponen una reinterpretación de los costes considerados generalmente como fijos, en las inversiones de I+D, asociándolos con la producción de la primera unidad. Ilustran cómo tendría lugar el proceso de apropiación a través del mecanismo competitivo mediante un ejemplo en el que las unidades del bien se compran y venden sin ninguna restricción 444
sobre su uso y explotación posteriores, y en el que los agentes pueden llevar a cabo en cada periodo una de dos opciones alternativas, o consumir una unidad del bien que se negocia, si es que disponen de ella, o hacer una copia para su venta. Asimismo, el precio de las unidades vendidas se fijará en atención a sus posibilidades de copia o reproducción. Muestran que, en este modelo tan simple, para un número finito de copias, el precio de la primera unidad es positivo y finito. Pero la conclusión principal se obtiene suponiendo a la aparición o existencia de una tecnología que facilitara y abaratara la reproducción de "bienes-ideas". Naturalmente, el precio de las unidades sucesivas iría disminuyendo conforme aumenta el número de copias elevado, que es el que consideran como el caso de mayor interés, esa disminución iría acompañada de un incremento en el precio de la primera unidad y de un ingreso para el innovador que se iría incrementando con el número de copias. También matizan que estos resultados no garantizan que ese precio sea suficiente en todos los casos para incentivar las actividades y la inversión en I+D. Depende de los casos y, en particular, del coste de oportunidad del creador o de la empresa. De cualquier forma, mantienen que el mecanismo que proponen es más eficiente que la concesión de un monopolio, que es la vía tradicionalmente aceptada como inevitable. Paul Romer Paul Romer (2002) también reacciona contra los costes sociales excesivos a los que lleva una política de protección poco cauta y que ignore las pérdidas y ganancias en el bienestar social. Para ilustrar su argumentación, que pretende ser de alcance general, se centra en la industria discográfica (y en los productos 445
digitalizados), por los avances que se han registrado en las tecnologías de reproducción y copia, y por las consecuencias que esos avances comportan. Por un lado, la facilidad y el bajísimo coste de copiar una grabación o descargarla de la red, puede producir unos beneficios sociales enormes, medidos en las ganancias en bienestar de los consumidores beneficiados. Por el otro, esos mismos avances traen consigo también una dificultad creciente y unos costes cada vez mayores para proteger los productos digitalizados de su reproducción y copia. En particular, el autor destaca la desproporción de las posibles consecuencias lesivas de algunas medidas de protección que se han propuesto, como la incorporación en los equipos de sistemas anticopia homologados, subrayando a este respecto el retraso que podrían acarrear en el ritmo y el progreso tecnológico de la producción del software. De otra parte, las medidas restrictivas eliminarían las ventajas y ganancias en bienestar que los avances tecnológicos hacen posible y a las que nos referíamos hace un rato. En consecuencia, recomienda prudencia en la protección, y sobre todo, que las decisiones se adopten sobre la base de las ganancias y pérdidas en el bienestar social, en lugar de hacerlo en función de indicadores como la pérdida de beneficios de la industria afectada, por ejemplo. Aunque su reacción sea menos radical conceptualmente que la de Boldrin y Levine, por ejemplo, no lo es políticamente. Además, debemos recordar algo que ya subrayábamos en la introducción: se trata de un autor de una significación muy destacada entre los que han inspirado las tesis que configuran la doctrina mayoritariamente compartida sobre la necesidad de inyectar incentivos protegiendo los derechos de propiedad intelectual e industrial. Es seguramente la referencia obligada sobre la conversión de los bienes de uso no excluyente en bienes de mercado (de uso excluible vía precios), y 446
sobre las propiedades de esos bienes que se derivan de esas características, propiedades entre las que se encuentra la inevitable fijación no competitiva de su precio. En concreto, en su artículo de 2002 insiste en que el análisis de la protección de derechos debe hacerse desde la óptica del bienestar, y no desde las perspectivas de otros intereses o presuntas fundamentaciones. Así, en relación con la música compartida a través de la red, denuncia las pérdidas sociales que genera una fijación tan elevada del precio de los discos, pérdidas que, recuérdese, él estima en un montante más o menos igual a la suma total de los ingresos de la industria discográfica mundial. Y recomienda a jueces y legisladores una actitud prudente ante el crecimiento del fenómeno, en lugar de optar sistemáticamente por garantizar o incrementar la protección. [Esa actitud] probablemente contribuiría a reducir la variedad de música que distribuyen actualmente las empresas del sector, pero la magnitud de este efecto es desconocida y podría ser pequeña. Podrían emerger nuevos modelos de empresas dedicadas a la distribución de piezas musicales. Incluso en el improbable caso de que los ingresos procedentes de la venta de discos fueran nulos, nuevos músicos lanzarán nuevos discos gratuitos para promocionarse, y situarán la recepción de ingresos en otras oportunidades como las que les brindan los anuncios publicitarios o los conciertos en directo. Como contrapartida, los sistemas de música compartida proporcionarán a los consumidores beneficios que pueden llegar a ser enormes.45 En cualquier caso, lo que le parece que no tiene justificación económica son medidas de protección como las propuestas para 447
evitar la distribución no autorizada de música que tuvimos ocasión de comentar más arriba, y que podrían retrasar de manera significativa el progreso tecnológico. De manera que si en el futuro se detectara un problema de provisión insuficiente, la respuesta no sería una protección desproporcionada, sino encontrar medios más eficientes de proveer incentivos. Entre esos posibles medios, Romer 46 comenta, como ejemplo, la viabilidad de remunerar los esfuerzos creativos con cargo al presupuesto general de la administración pública. La remuneración sería proporcional al número de copias elegidas por los consumidores, y el sistema podría coexistir con la venta de discos. Recuérdese que, según sus propias estimaciones, el precio aplicado a los discos equivaldría a un impuesto del diez mil por ciento. Además, "la financiación directa sería más transparente y estaría menos sujeta a abusos políticos que restricciones ocultas que retrasan el ritmo del cambio técnico en la industria de las tecnologías de la información" y por otro lado, en caso de necesidad podrían encontrarse otras vías de provisión de incentivos. Pero la música no es más que un ejemplo, además no demasiado importante, en relación con el cual se han puesto especialmente de manifiesto los riesgos y costes de la protección de los derechos de la propiedad intelectual e industrial, y que puede por ello ilustrar de modo especialmente vívido el problema que la protección desproporcionada de derechos puede plantear a propósito de otros bienes de uso no excluyente (non-rival) de mayor peso e importancia. Así, en relación con éstos, en línea con la posibilidad de financiar la producción musical con fondos públicos, y como una posibilidad alternativa a los derechos de propiedad entre otras, Romer apela a los subsidios directos e indirectos que son el medio habitual para asegurar la provisión de bienes tan importantes como 448
los resultados de la investigación científica y el capital humano. Aunque reconoce que la producción de otros bienes de uso no excluyente, como los farmacéuticos, sería más difícil de asegurar por estos medios. 47 Pero de su trabajo se desprende, sobre todo, la recomendación de evaluar en cada caso beneficios y costes sociales en lugar de aceptar inercialmente los mecanismos de protección existentes, y de confiar en la búsqueda de nuevos mecanismos para generar incentivos si la situación lo requiere. Comentarios finales Por ello y a modo de conclusión, permítanme parafrasear la afirmación de Paul Romer a la que me refería al comenzar esta presentación, en estos términos: si hay algo concreto que emerja de todo lo anterior, es la idea de que ha llegado ya el momento de un debate público más amplio y más sosegado y riguroso sobre mecanismos alternativos para producir y distribuir bienes de uso no excluyente como el conocimiento. Además, esta reflexión y este debate se estarían haciendo especialmente acuciantes en relación con la propia actividad científica. Porque nunca hasta ahora habían penetrado en el ámbito de la ciencia los mecanismos de estímulo basados 1) en la protección de los derechos de propiedad intelectual e industrial y 2) en el rendimiento económico como incentivo directo. Nunca como hasta ahora se ha hablado tanto de la privatización de la ciencia. Lo que me anima a reiterar una obviedad, que a veces se pierde de vista. Como en otros ámbitos de la actividad económica, privatizar no es necesariamente liberalizar. En particular, si la privatización de la ciencia tuviera lugar mediante la extensión de los derechos que hemos venido comentando, privatizar significaría ir reemplazando 449
el dominio público por la concesión de monopolios. ________NOTAS________ 1
Paul M. Romer, "Two Strategies for Economic Development: Using Ideas and Producing Ideas", en Proceedings of the World Bank Annual Conference on Development Economics, 1992: 64. [Regreso] 2
Ángel de la Fuente, et al., Innovación tecnológica y crecimiento económico, Madrid, Fundación cotec para la Innovación Tecnológica, colección Estudios, 11, 1998: 2. [Regreso] 3
Romer, op. cit. [Regreso]
4
Apud Ángel de la Fuente, "Historie d'A: crecimiento y progreso técnico", en Investigaciones económicas, segunda época, vol. xvi, 3, 1992: 350. [Regreso] 5
Nótese de paso que esta clasificación es paralela a las medidas encaminadas en general a proveer bienes públicos. El ejército o la administración de justicia, por ejemplo, son servicios públicos subvencionados. El gobierno puede, además, contratar la construcción de una carretera, o el ayuntamiento contratar los servicios de limpieza. Por último, aunque la ola de privatizaciones de las últimas décadas haya cambiado las cosas, los servicios de correos, telegrafía y telefónicos han estado tradicionalmente en manos de monopolios, concedidos y regulados por el gobierno. [Regreso] 6
Además de dejar de lado cuestiones de enorme interés, el hecho de entrarnos en las patentes y en los derechos de autor, puede inducir al malentendido al que induce la atención preferente que en la literatura económica se suele prestar a la generación de conocimiento y de innovación, en detrimento de su difusión. Tratando de compensar este riesgo, quede por lo menos subrayada la importancia económica de las actividades de difusión, y quede igualmente anotado que, a la luz de los datos, estas actividades parecen ser mayoritarias. [Regreso] 7
Macho-Staedler, "Incentivos y contratos en I+D", en Ekonomiaz, 45, 3, 1999: 90; Ortún Rubio, "Patentes, regulación de precios e innovación en la industria farmacéutica", en Cuadernos económicos de ice, 67, 2004: 195; Davis, "Intellectual Property Rights, Strategy and Policy", en Economics of Innovation and New Technology, 13, 5, 2004: 404. Los problemas que pueden acarrear las subvenciones y los contratos, sean o no de licencia de patentes, han sido también objeto de un análisis meticuloso (cfr. Macho-Staedler, op. cit.). [Regreso] 8
Sobre los derechos de autor y sobre sus diferencias con los
450
derechos de propiedad industrial, puede verse el estudio panorámico de Richard Watt, "The Past and the Future of the Economics of Copyright", en Review of Economic Research on Copyright Issues, 1, 1, 2004: 151-171. [Regreso] 9
Davis, op. cit.: 404-406. [Regreso]
10
Ortún, op. cit.: 194-195. [Regreso]
11
O si se prefiere, podemos recordar la forma en la manera tan plástica en la que William Nordhaus, uno de los autores pioneros sobre estos temas, formuló la paradoja: "La protección débil de los derechos de propiedad conduce a una provisión insuficiente, mientras que la protección reforzada crea distorsiones monopolistas" (Apud Romer, "When Should We Use Intellectual Property Rights?", en American Economic Review, 92, 2, 2002: 213). [Regreso] 12
Ibid.: 215. [Regreso]
13
Ortún, op. cit.: 193. [Regreso]
14
Ibid.: 196. [Regreso]
15
Idem. [Regreso]
16
Ortún incluye un amplio repertorio de posibilidades. [Regreso]
17
Cfr. Macho-Staedler, op. cit.: 94. [Regreso]
18
Michele Boldrin y David Levine, "The Case Against Intellectual Property", en American Economic Review, 92, 2, 2002: 210. [Regreso] 19
Davis, op. cit.: 404. En el caso de los medicamentos y como señala Vicente Ortún (op. cit.: 193): "[…] durante la ronda Uruguay la industria farmacéutica presionó fuertemente para conseguir cobertura universal para las patentes. En la ronda de Doha se examinaron de nuevo los derechos de propiedad intelectual para flexibilizarlos en caso de graves problemas de salud pública, y se aplazó al año 2016 la fecha límite para la adopción por parte de los países más pobres de un sistema de patente", debiendo la mayoría de los países respetar las patentes sobre medicamentos ya en el 2005. [Regreso] 20
Ortún, op. cit.: 196. [Regreso]
21
Davis, op. cit.: 399-400. [Regreso]
22
Michael Kremer, "Patents Buyouts: A Mechanism for Encouraging Innovation", en Quarterly Journal of Economics, 113, 4, 1998: 11401142. [Regreso] 23
Op. cit.: 202. [Regreso]
24
Op. cit.: 1142. [Regreso]
451
25
Aunque no unánimemente. [Regreso]
26
Véase, por ejemplo, Bronwyn H. Hall y Rosemary Ham Ziedonis, "The Patent Paradox Revisited: An Empirical Story of Patenting in the U.S. Semiconductor Industry 1979-1995", en rand Journal of Economics, 32, 1, 2001: 101-128; Mariko Sakakibara y Lee Bransteter, "Do Stronger Patents Induce More Innovation? Evidence from the 1988 Japanese Patent Law Reform", en rand Journal of Economics, 32, 1, 2001: 77-100 y Davis, op. cit.: 399-400. [Regreso] 27
Como apunta Kremer (op. cit.: 1138), este tipo de debates no son peculiares de esta época. Por otro lado, Ortún (op. cit.) es un panorama de medidas y reformas en relación con la provisión de medicamentos. [Regreso] 28
Cfr. Macho-Staedler, op. cit.: 93; Richard Gilbert y Carl Shapiro, "Optimal Patent Lengh and Breadth", en rand Journal of Economics, 21, 1, 1990: 106-112; Paul Klemperer, "How Broad Should the Scope of Patent Protection Be?", en rand…, 21, 1, 1990: 112-130; Hugo A Hoppenhayn y Matthew F. Mitchell, "Innovation Variety and Patent Breadth", en rand…, 32, 1, 2001: 152-166; sobre los derechos de autor, puede verse William Baumol, "The Socially Desirable Size of Copyright Fees", en Review of economic research on copyright issues, 1, 1, 2004: 83-92. [Regreso] 29
"Copying and Indirect Appropiability: Photocopying of Journals", en Journal of Political Economy, 93, 5, 1985: 945-957. [Regreso] 30
Ibid.: 949. [Regreso]
31
Ortún (2004) incluye la discriminación de precios entre las medidas a las que pasa revista. Sin embargo, el problema de la segregación de mercados es más problemático en el caso de los medicamentos. [Regreso] 32
Liebowitz, op. cit.: 950-956. [Regreso]
33
Davis, op. cit.: 410-412. [Regreso]
34
Ibid.: 410; Ortún, op. cit.: 192, curiosamente, Ortún alude a este ejemplo histórico para ilustrar la idea básica que subyace a las patentes. [Regreso] 35
Cfr. Davis, 1143. [Regreso]
op.
cit.:
411;
Kremer,
36
op.
cit.:
1138-1139,
Cfr. Kremer, ibid: 1144-1146, donde se hace historia de los antecedentes de la propuesta. [Regreso] 37
Ibid.: 1140-1142. [Regreso]
452
38
Ibid.: 1143-1144. [Regreso]
39
Ibid.: 1146-1148. [Regreso]
40
Ibid.: 1163-1165. [Regreso]
41
Por un lado, porque el entorno sería propicio para que el mecanismo funcionara satisfactoriamente: " […] los mercados serían relativamente competitivos en ausencia de patente; la protección proporcionada por la patente es eficaz; las diferencias entre los beneficios sociales y los privados son grandes; las invenciones sustitutivas están generalizadas; y se genera una información de volumen considerable durante los procesos administrativos de aprobación, de manera que los participantes potenciales en las subastas podrían hacer pujas informadas". Por otro lado, por la importancia social de las consecuencias redistributivas del mecanismo, consecuencias que no tienen el mismo peso en otros sectores como los de entretenimiento y ocio, por ejemplo. [Regreso] 42
Kremer, op. cit: 1163. [Regreso]
43
Benjamin Klein, et al., "The Economics of Copyrigth 'Fair Use' in a Networked World", en American Economic Review, 92, 2, 2002: 206, critican los enfoques adoptados por Liebowitz, Boldrin y Levine, por apoyarse ambos en la idea de apropiabilidad indirecta. [Regreso] 44
Boldrin y Levine, op. cit.: 209. [Regreso]
45
Romer, op. cit., 2002: 214-215. [Regreso]
46
Ibid.: 216. [Regreso]
47
Idem. Ortún subraya las diferencias entre los productos musicales y los farmacológicos, aunque en ambos casos se trate de productos de uso no excluyente (non-rival): "Medicamentos, música y software presentan, sin embargo, importantes diferencias entre sí […] Los incentivos para producir música no desaparecerán aunque las grandes estrellas ganen la cuarta parte de lo que ganan (siempre podrían actuar en directo donde, a diferencia de en red, sí hay rivalidad en el consumo). El tema de los medicamentos resulta algo más complejo ya que la inversión para desarrollarlos es notoriamente mayor y la pérdida del incentivo a innovar podría tener graves repercusiones sobre la salud de las poblaciones. El conocimiento, farmacológico o musical, no presenta rivalidad en el consumo: excluir a través de precios implica una pérdida de bienestar pero posiblemente muchas personas no valorarán de la misma manera la pérdida de alguna canción 'del verano' –en el improbable caso de que se produjera– que la no aparición de un fármaco eficaz en el bastante probable caso de que ocurriera" (Ortún, op. cit.: 194). [Regreso]
453
Ciencia, tecnología e innovación para el desarrollo sustentable. Elementos para un marco de referencia* Hebe Vessuri Introducción Es crecientemente claro que las actuales trayectorias de desarrollo mundial son insostenibles, tanto por su inadecuación en el cumplimiento de las necesidades de desarrollo social y económico de más de siete mil millones de habitantes del planeta, como por los peligros que plantean a los recursos ambientales y sistemas de apoyo para la vida. En algunos casos, los impactos de las actividades humanas han alcanzado proporciones planetarias y están empujando al sistema terráqueo a estados sin precedentes o a "territorios no cartografiados". No obstante, al mismo tiempo, ocurren valiosos desarrollos positivos en la sociedad humana. No hace falta mucho esfuerzo para reconocer las mejoras en salud y educación, las ganancias en expectativas y estándares de vida, las mayores oportunidades para compartir información, y la remediación ambiental que se hace efectiva en muchos lugares en todo el globo. La ciencia y la tecnología (CYT) han sido fuerzas importantes detrás de las tendencias positivas y negativas de desarrollo. Aunque por sí mismas no tienen el poder de lograr el objetivo de mayor sustentabilidad (por ejemplo no pueden resolver problemas tales como la ausencia de voluntad política, la presencia de intereses comerciales mezquinos y la indiferencia ciudadana), no obstante son esenciales para proporcionar opciones e informar decisiones que ayuden a la sociedad a avanzar por sendas más
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sostenibles. Sin embargo, la imbricación cada vez mayor de la ciencia con procesos sociales y económicos, y la complejidad de los fenómenos por ella explorados, destacan con creciente fuerza la necesidad de que los diferentes actores sociales, incluidos los científicos, defiendan sus espacios con argumentos probados en terrenos cada vez más controvertidos por relaciones de fuerzas poderosas y asimétricas en un contexto de falta de un ámbito retórico disponible para expresar puntos de vista de investigación que sean autónomos de intereses de clientes potenciales y que no aparezcan como una autodefensa de intereses de grupo de investigadores. Existe un riesgo serio de que en el proceso creciente de secularización de la ciencia se acabe arrojando al bebé junto con el agua de la bañera.01 El peso e influencia de la cyt en la sociedad contemporánea ha llevado a que también crezcan los ataques dirigidos a descalificar, entre otras, a las ciencias ambientales que se ocupan de temas de sustentabilidad alegando que son "mala ciencia" o aduciendo, como con relación a la ciencia climática, que están sumergidas en incertidumbres mayores. De esta manera, por ejemplo, se deja filtrar la sugerencia de que pudiera existir un desacuerdo sustantivo en el seno de la comunidad científica acerca de la realidad del cambio climático antrópico. Sin embargo, tal como era de esperar, los científicos se atrincheraron en defensa de la autoridad del conocimiento científico, 02 sosteniendo que la evidencia para la modificación del clima en la literatura técnica producida en los últimos 20 años es contundente. No obstante, la conmoción producida por este asunto es preocupante porque justamente la cuestión del cambio climático es seria y urgente. Los resultados desalentadores de Copenhague, Cancún y demás cumbres recientes dieron al traste con la posibilidad de acuerdos necesarios y urgentes para mitigar cambios 455
inevitables, y adaptar a ellos el planeta y sus habitantes. Los más afectados son los países pobres, generalmente ubicados en regiones tropicales. La investigación climática y los informes del ipcc sobre el estado del conocimiento proporcionan bases científicas para elaborar políticas para el clima, si bien decididamente tienen amplias y profundas implicaciones para las elecciones y políticas sociales. Debemos asegurar el razonamiento crítico, la investigación exhaustiva y el pensar más allá del corto plazo, y seguir construyendo una base de conocimiento útil para el futuro, reconociendo abiertamente las fortalezas y limitaciones del proceso científico. De hecho, pudiera sostenerse, siguiendo a Zillman,
03
que es
necesario distinguir lo que desde la década de 1950 ha llegado a conocerse como la "cuestión del clima" respecto de la ciencia del sistema climático, la ciencia del cambio climático y la ciencia de invernadero, cada una con sus ámbitos separados aunque con superposiciones; y también hay un área enorme de trabajo sobre las dimensiones sociales, económicas y tecnológicas de la vida con la variabilidad natural del clima, que no es ni ciencia del clima en el sentido tradicional ni ciencia de invernadero, pero probablemente sea el desafío de investigación más importante relacionado con el clima que hoy enfrenta el mundo. Para entender por qué hay dificultades para avanzar a pesar de la existencia de consensos científicos, es importante examinar estrechamente las maneras en las cuales las instituciones sociales, los procesos y los valores dan forma a las prioridades de investigación y desarrollo, y trabajar sobre las condiciones bajo las cuales se pudieran cosechar más equitativamente sus beneficios potenciales.
456
Tecnofuturos, motores económicos y la necesidad de nuevos marcos de referencia Pese a la importancia de la sustentabilidad y la centralidad de la CYT en las estrategias para alcanzarla, hay un gran desequilibrio en los recursos y atención dedicados. Hasta ahora los esfuerzos para amarrar la CYT a la sustentabilidad han tenido que apoyarse en gran medida en sistemas de I+D construidos para otros fines. El soporte financiero a la ciencia se ha relacionado tradicionalmente a las expectativas de que la investigación científica contribuiría a lograr los objetivos que la sociedad consideraba importantes en un momento dado. El papel sigue siendo el mismo aunque las necesidades y visiones de sociedades complejas y heterogéneas han cambiado dramáticamente. El conocimiento en el mundo moderno codifica significados y reduce la incertidumbre en la representación colectiva del sistema social, volviéndose crecientemente selectivo en cuanto a la información a retener como relevante. En el tiempo esto produce expectativas informadas de posibles futuros, que luego realimentan los procesos históricos. Es precisamente esta capacidad reflexiva y anticipatoria lo que explica la estabilidad de la trayectoria evolutiva de la economía basada en el conocimiento. 04 Se pudiera definir al tecnopresente como aquél que erige ciertos aspectos y problemas como los problemas principales a ser resueltos por medio de respuestas tecnológicas específicas. Conduce a un tecnofuturo que justifica su solución como revolucionaria, legitimando así los gastos de recursos (públicos y privados) en actividades específicas y consiguiendo la adhesión, en el trayecto, de múltiples agendas. Usualmente, las fuerzas detrás de las visiones tecnológicas del futuro van construyendo las condiciones de realización haciendo que éstas se verifiquen en los 457
hechos. La promoción de ciertas agendas como racionales y coherentes induce de hecho un futuro tecnológico específico, tanto en escenarios y políticas como en prácticas particulares, mientras que se dejan de lado otros futuros posibles. Las representaciones, visiones y expectativas son una parte integral de ese desarrollo. Existen como un aspecto de la tecnología. 05 Vemos así que las visiones del futuro a menudo enfatizan sólo las oportunidades de nuevas aplicaciones de la cyt sin prestar debida consideración a las consecuencias potenciales no intencionales. Una ilustración del difícil ajuste y cambios radicales necesarios la proporciona lo que se conoció como el "estancamiento del debate energético". Los vínculos ineludibles entre la producción energética y el uso del ambiente resultan en un cuadro general enormemente complicado. El riesgo de cambio climático global a partir de las emisiones liberadas por la combustión de combustible fósil ejerce una profunda influencia en las opciones y elecciones energéticas mundiales en el presente y décadas venideras. Casi todos los estudios de años recientes han concluido que los esfuerzos actuales, tanto en el sector público como privado, no son conmensurables en alcance, escala o dirección con los desafíos, oportunidades y lo que está en juego. La brecha entre los esfuerzos en innovación de tecnología energética y el nivel y calidad del esfuerzo requerido para enfrentar los desafíos existentes y previsibles de energía es, en efecto, muy grande. Esto se aplica a los esfuerzos financiados con recursos públicos y privados combinados, y es cierto para el mundo, y no sólo para los Estados Unidos o Europa. Veamos un par de ejemplos de los muchos que surgen con demasiada frecuencia, de posibles fracasos masivos de diversos sistemas de los que depende la sociedad moderna, de hecho todas 458
las civilizaciones06 y de las dificultades de hacer los cambios de conciencia que se necesitan. El sistema de energía eléctrica europeo está ligado a, y es interdependiente de, otros sistemas vitales, por ejemplo, sistemas de instrumentación y control y cibertecnologías, tanto desde la perspectiva tecnológica como social. La existencia de fuerzas tecnológicas y sociales (políticas) conduce a grillas sincronizadas cada vez más grandes y a más elevados factores de carga con problemas crecientes para mantener un elevado nivel de confiabilidad. El enfoque de la planificación de confiabilidad (seguridad) tradicional y los criterios asociados de diseño y seguridad de las plantas verticalmente integradas e históricamente auto-suficientes que servían a una carga nacional, no responden bien en el actual contexto de desarrollo político liberal. Debido a arreglos comerciales transfronteras drásticamente mayores y descoordinados, el desacople de la cadena de generación-transmisión-distribución, los comerciantes de electricidad y los operadores de transmisión, así como el hecho de que los sistemas de transmisión funcionen más cerca de los límites (poca inversión en la nueva capacidad de transmisión, preocupaciones ambientales), no ha habido la necesaria renovación de los criterios de seguridad ni de las estructuras institucionales. Las infraestructuras enfrentan la posibilidad de ataques inesperados (estocásticos), deliberados y bien coordinados de alto impacto. Bajo las filosofías de precios vigentes las medidas para aumentar la estabilidad pueden volverse demasiado costosas. El público cree que tiene garantizada la continuada provisión de electricidad barata y no es conciente de los riesgos crecientes de su provisión. Asegurar la infraestructura existente requiere el involucramiento cooperativo de los sectores gubernamental, público, académico y privado para elevar la conciencia y compartir las responsabilidades y las cargas. Debe prestarse más atención a 459
disrupciones de uso final (impacto económico y social, clasificación del grado de criticidad, estrategias de diseño/conceptos de sobrevivenciabilidad, etcétera). 07 Otro ejemplo, de naturaleza aparentemente diferente aunque comparte una misma filosofía es el de Canadá con relación al protocolo de Kioto. Aunque el acuerdo de Kioto parecía abogar por una reducción acordada modesta de las emisiones de gases invernadero, algunos países industrializados signatarios se encontraron en una posición difícil. Tal fue el caso de Canadá, uno de los tempranos y ardientes denunciantes del calentamiento global, que albergó una de las primeras conferencias internacionales sobre cambio climático en 1988. Pero desde comienzos de la década de 1990, en lugar de disminuir, las emisiones de Canadá se abultaron hasta que 2011 ese país abandonó el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático para no pagar las multas relacionadas con el incumplimiento de la reducción de emisiones. 08 Este anuncio lo hizo pocas horas después de la conclusión de la cumbre sobre el cambio climático de Durban. ¿Qué había pasado? En general, las industrias manufactureras hicieron reducciones significativas, pero las emisiones de los sectores boyantes de energía y transportes continuaron subiendo. Sin embargo, los principales contaminadores de Canadá –las compañías de electricidad, las compañías petroleras, las plantas de aluminio y de cemento, responsables por más de la mitad de todas las emisiones- parecen haber evitado hacer cortes serios en sus emisiones. Tampoco tienen límites superiores sobre las mismas. Con los Estados Unidos que tratan de liberarse del petróleo de Medio Oriente, Canadá es ahora su mayor proveedor de petróleo y gas. La provincia de Alberta es segunda después de Arabia Saudita en reservas petroleras probadas. Sus relaciones comerciales con China se han más que triplicado desde 460
2003. China es el segundo socio comercial de Alberta. Una porción creciente de esta bonanza petrolera se debe a las arenas bituminosas que requieren enormes cantidades de calor y agua para extraer el petróleo. Es un proceso costoso e intensivo en energía que sólo es lucrativo cuando los precios del petróleo son altos. En los últimos años se han invertido muchos billones de dólares con la expectativa de que los precios lleguen a ser más altos aún en el largo plazo. El crecimiento de las emisiones de las arenas bituminosas ha sido enorme, estimándose su cuadruplicación entre el 2000 y el 2010. Obviamente el régimen energético está estrechamente implicado con las emisiones de efecto invernadero. En diciembre de 2004 la Comisión Nacional sobre Política Energética de los Estados Unidos, publicó un informe en el cual estimaba que bajo supuestos de continuar las cosas como hasta entonces, los Estados Unidos iban a consumir 43 por ciento más petróleo y emitir 42 por ciento más emisiones de gases de invernadero hacia el 2025. En un nivel global, se preveía que el consumo de petróleo y las emisiones crecerían el 57 y el 55 por ciento, respectivamente, en el mismo marco temporal.09 En semejantes condiciones, la Tierra se estaría dirigiendo rápidamente –quizás inexorablemente- a triplicar las concentraciones de gases de invernadero en la atmósfera. Sus recomendaciones apuntaban a lograr un cambio gradual pero no obstante decisivo en la política energética de los Estados Unidos, con modestos impactos de corto plazo por diseño, pero iniciando un proceso de cambio de largo plazo. Para reducir los riesgos del cambio climático, la Comisión recomendaba mejorar la eficiencia energética que, dado que los Estados Unidos son la nación que consume más energía que cualquier otra en el mundo, podría tener un efecto notable sobre la demanda energética global. También se refería a los combustibles y tecnologías establecidos (como el gas 461
natural y la energía nuclear), al igual que a opciones aún no comercializadas, tales como la gasificación del carbón y combustibles de transporte alternativos en base a técnicas avanzadas de biomasa para asegurar provisiones de energía abundantes, seguras, limpias y costeables. También hacía recomendaciones relacionadas con el desarrollo de tecnologías energéticas para el futuro, que fueran superiores a las existentes en ese momento y que pudieran volverse disponibles en el marco temporal y en la escala necesarias. Algo se esto se ha venido cumpliendo En 2005, el 60 por ciento del petróleo de Estados Unidos era importado. En la actualidad, es un 40 por ciento, y sigue disminuyendo, lo cual implica una maniobra radical hacia el objetivo gubernamental de recortar las importaciones de petróleo a la mitad para el año 2020. Las importaciones de gas natural también están disminuyendo ya que Estados Unidos se ha convertido en el productor mundial líder de gas natural. Este desarrollo puede atribuirse en gran parte a las innovaciones que permiten la extracción de lo que antes eran combustibles irrecuperables de formaciones rocosas de esquisto. Algunas predicciones de la industria prevén que estas tendencias transformarán al continente americano en la fuente de dos tercios de aumento de suministro de energía mundial en los próximos 20 años. Los marcos de referencia para los análisis del desarrollo sustentable y los de riesgo están relacionados y son recíprocamente relevantes. No obstante, es necesario que la literatura sobre la sustentabilidad incorpore la perspectiva de riesgo para lograr sus fines, ya que las sociedades en riesgo son insustentables y las amenazas no resueltas imponen más riesgos a las generaciones presentes y futuras. Es imposible entender los riesgos actuales si no consideramos el nuevo ambiente de 462
vulnerabilidad mundial, y la necesidad de nuevas vías para la gobernabilidad global. El análisis adecuado del riesgo requiere de avances significativos en nuestros enfoques intelectuales, psicológicos y estratégicos. Se necesita un nuevo enfoque de diseño/paradigma holístico, con un enfoque de gobernabilidad (nuevo/adaptado) que incluya partenariados públicos/privados, regulación en el nivel trasnacional y sustentabilidad de largo plazo.10 Deben estimularse nuevas maneras (no prejuiciadas) de pensar. Los temas de la interdependencia pueden volverse más importantes aún; una nueva mega-infraestructura está emergiendo mientras que nuestra conciencia/composición mental y capacidades intelectuales/ de modelación no siguen el ritmo. Deben multiplicarse los diálogos e iniciativas (políticas, de investigación, etcétera). Las cuestiones de los "bienes públicos" en juego, dictan que las políticas públicas muestran el camino, tanto respecto a la expansión y reestructuración de actividades públicamente financiadas de investigación energética básica y aplicada, desarrollo, demostración y despliegue temprano, como a través de incentivos incrementados para comprometer más efectivamente al sector privado a que se ponga a la altura de los desafíos. Integración de conocimientos para la acción efectiva Para que el conocimiento sirva a los fines de la sustentabilidad debe producirse de modo tal que se vincule a comunidades de acción. Es muy probable que deba ser reformulado e incluso transformado a través de múltiples diálogos e interacciones entre individuos, grupos e instituciones generadoras y, en última instancia, aplicadoras de nuevo conocimiento CYT. La implementación de nuevo conocimiento y capacidades técnicas por 463
parte de diferentes actores sociales, incluyendo a gobiernos, gerentes de recursos naturales, la industria y la sociedad en general, no es un agregado en la fase final del programa de conocimiento, sino parte integral del mismo desde la definición muy temprana del problema. Algunos elementos representan tanto acciones como áreas importantes de investigación. Por ejemplo, se necesita investigación en ciencias sociales para avanzar en los esfuerzos para llevar el conocimiento a la acción, específicamente para entender mejor cómo diversos grupos sociales trasmiten y usan la información CYT e identificar las barreras políticas y culturales que pueden evitar que la información sea transmitida o usada. Por otro lado, es necesario insistir en la importancia crítica de vincular las diferentes escalas de interacción. Estudios y acciones focalizados localmente, a menudo tienen un valor limitado si no toman en cuenta las fuerzas de nivel más alto que afectan la dinámica local inmediata. Los especialistas del desarrollo a menudo mencionan esta comprensión limitada de las interacciones multiescala, como uno de los principales obstáculos al progreso. Los avances en el modelaje de sistemas complejos y nuevas metodologías de evaluación integrada, proporcionan nuevas oportunidades para superar la compartimentalización disciplinaria tradicional y ayudan en la toma de decisiones bajo condiciones de incertidumbre persistente. Nuevos modelos organizacionales de evaluaciones interdisciplinarias en el ámbito internacional (como es el caso del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, la Evaluación de Ecosistemas del Milenio11 y la Evaluación de Impacto Climático en el Ártico,12 han abierto nuevas ventanas para la integración de conocimientos a través de una amplia gama de disciplinas, campos interdisciplinarios y experiencias de desarrollo, involucrando un extenso conjunto de intereses. 464
Las acciones en las que está envuelto el Consejo del Ártico muestran un posible camino a seguir. Éste es un foro intergubernamental de alto nivel, comprendido por ocho estados miembros 13 que representan a las comunidades indígenas del Ártico. Proporciona un mecanismo para atender las preocupaciones y desafíos comunes que enfrentan los gobiernos y pueblos del Ártico. El Consejo auspició, junto con el Comité Científico Internacional del Ártico, la Evaluación del Impacto Climático del Ártico (acia según su acrónimo en inglés –Artic Climate Impact Assessment), para evaluar y sintetizar el conocimiento sobre la variabilidad y cambio climático, y el incremento de radiación ultravioleta en el Ártico; el apoyo a los procesos de elaboración de políticas y el trabajo del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC); y además pedir que la evaluación se ocupe de los impactos y consecuencias ambientales, sociales, culturales, económicos y de salud humana. Un equipo de más de 300 investigadores árticos de primer nivel, representantes indígenas y otros expertos de quince naciones, completaron su estudio de Evaluación –la ACIA. Se sintetizó la información científica disponible, el conocimiento tradicional y la percepción indígena para examinar cómo el clima y la radiación ultravioleta cambiaron en el Ártico, cómo se proyecta que cambie en el futuro y cuáles serán las consecuencias de estos cambios para el Ártico y el mundo. La ACIA es una de las evaluaciones climáticas y de radiación ultravioleta regional más abarcantes y detalladas en el mundo hasta la fecha y documenta impactos que ya pueden sentirse a través de la región ártica. El cambio climático, junto con otros factores como la radiación ultravioleta, presenta una gama de desafíos a la salud humana, la cultura y el bienestar de los residentes árticos, incluyendo los pueblos y comunidades indígenas, al igual que riesgos a las especies y ecosistemas 465
árticos. Los autores del documento ACIA identificaron los siguientes resultados clave: 1. El clima ártico está calentándose rápidamente y se proyectan cambios mayores; 2. El calentamiento ártico y sus consecuencias tienen implicaciones mundiales; 3. Se proyecta que cambien las zonas de vegetación del Ártico, ocasionando amplios impactos; 4. La gama y distribución de la diversidad de especies animales cambiarán; 5. Muchas comunidades e instalaciones costeras enfrentan creciente exposición a las tormentas; 6. La reducción de la capa de hielo marino probablemente aumente el transporte marino y el acceso a los recursos; 7. Los deshielos terrestres trastornarán el transporte, los edificios y otras infraestructuras; 8. Las comunidades indígenas enfrentan impactos económicos y culturales importantes; 9. Niveles de radiación ultravioleta elevados afectarán a la gente, las plantas y los animales; 10. Múltiples influencias interactúan para causar impactos en la gente y los eecosistemas. Para responder al cambio climático, los estados miembros decidieron tomar dos conjuntos de acciones: mitigación y adaptación. Las estrategias de mitigación se dirigirían a las emisiones netas de gas invernadero para limitarlas en el largo plazo a niveles consistentes con el objetivo final de la UNFCCC. Se integrarían medidas de mitigación y adaptación, estableciendo asociaciones y, donde las sinergias sean posibles, se atenderían 466
otras cuestiones sociales, económicas y ambientales. También se promovería el desarrollo y adopción de fuentes de energía, usos, tecnologías y eficiencias apropiados. El Partenariado Internacional para la Economía del Hidrógeno (IPHE en inglés) y el Foro de Liderazgo para el Secuestro del Carbón (CSLF), junto con las iniciativas para promover la producción de energía renovable y un uso energético más eficiente, son ejemplos de iniciativas relevantes. Debieran adoptarse políticas y programas que conserven y aumenten los sumideros y reservorios de carbono de acuerdo con los principios del desarrollo sustentable. En lo que respecta a la adaptación, los escenarios usados por la ACIA y en otras partes, proyectan que una parte del cambio climático es inevitable, indicando que se necesita la adaptación continuada. Se recomienda que la adaptación al cambio climático y sus impactos en el Ártico tomen en cuenta los sistemas especialmente sensibles y vulnerables naturales y humanos de la región. Se pide prestar especial atención a fortalecer las capacidades adaptativas de los residentes del Ártico. Acciones de mitigación y adaptación requieren comunicación extensa y educación acerca del cambio climático y sus impactos. Se necesita más investigación, observación, monitoreo y modelaje para refinar y extender los resultados del Informe de Evaluación del Cambio Climático en el Ártico. Elementos referenciales para amarrar la ciencia, tecnología y la innovación al desarrollo sustentable Preocupados por lo que percibían como la necesidad de efectuar cambios en las agendas de la ciencia y la tecnología, ICSU, TWAS e ISTS establecieron en 2003 un Grupo Asesor ad hoc para pensar en las formas en las que una suerte de iniciativa internacional 467
pudiera jugar un rol de liderazgo, integrando a un amplio conjunto de perspectivas y experticias de las variadas comunidades de CYT, ayudando a generar nuevo conocimiento y también a implementar soluciones robustas frente a los desafíos de desarrollo más apremiantes de la sociedad.14 La preocupación por la sustentabilidad ha estado en la agenda global desde por lo menos la década de 1980 con la publicación de la Estrategia de Conservación Mundial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza 15 y Nuestro Futuro Común de la Comisión Brundtland. 16 Entre otras iniciativas más recientes, en abril de 2000 el secretario general de la ONU, Kofi Annan, presentó un informe de estrategia a la Asamblea General de las Naciones Unidas titulado Nosotros los Pueblos: el Rol de las Naciones Unidas en el Siglo XXI, que proponía ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. 17 Estos objetivos fueron ampliamente elogiados por haber dirigido con éxito la atención global creciente sobre la lucha contra la pobreza. La Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sustentable en Johannesburgo en agosto-septiembre de 2002, dio más ímpetu al compromiso de la comunidad mundial de CYT. En esa oportunidad ICSU, junto con la Federación Mundial de Organizaciones de Ingeniería (WFEO), fueron invitados a representar a la comunidad CYT en el wssd. En esa ocasión, junto con el Inter Academy Panel de la Academia de Ciencias para el Tercer Mundo (TWAS), ICSU produjo la serie "Arcoiris" de CYT para el desarrollo sustentable.18 Las mismas agencias junto con la Iniciativa de la Ciencia y la Tecnología para la Sustentabilidad (ISTS), organizaron un taller en la Ciudad de México en mayo del 2002 para revisar los resultados de más de una docena de estudios y talleres regionales enfocados en la cuestión: "¿cómo puede la ciencia y la tecnología contribuir a lograr más efectivamente los objetivos de la sociedad para un 468
desarrollo sostenible?" El informe ICSU-TWAS-ISTS: 19 La ciencia, la tecnología y la innovación para el desarrollo sustentable están ancladas en los objetivos de reducir la pobreza y mejorar la condición humana conservando los sistemas de apoyo de la vida en la Tierra. Integra a las comunidades de ambiente, salud y desarrollo, asumiendo la interacción dinámica entre la naturaleza y la sociedad y y busca darn poder a la gente a través de su participación activa. Se pone el énfasis en la traducción del conocimiento en acción y el foco en las soluciones con orientación a lo regional y lo local. Es simultáneamente ciencia básica y aplicada, y pretende seguir construyendo sobre las iniciativas ya existentes (que para ese momento eran el Programa de la Ciencia del Sistema de la Tierra – ESSP– , La Evaluación de Ecosistemas del Milenio –MA–, etcétera. Se dedica especial atención a las variables "lentas" asociadas a umbrales y al estudio de la vulnerabilidad y resiliencia. En un marco interactivo, la creación de nueva información científica y de capacidades técnicas son vistas como un proceso social experimental en el cual los productores finales y los consumidores de conocimiento CYT, interactúan en la identificación de prioridades de I+D y en la traducción de conocimiento en el mundo de las acciones reales. Los desarrollos científicos y tecnológicos de frontera continuarán descansando sobre las bases de la investigación disciplinaria básica, pero como se observa en un estudio de la AAAS20 hay un cambio de paradigma que emerge de los reclamos por "formas más creativas de colaboración entre científicos y sociedad, y porque una gama más amplia de disciplinas y competencias tomen parte de este proceso". De hecho, hay señales estimulantes que muestran que en muchos frentes la empresa científica ya está evolucionando hacia este nuevo paradigma de funcionamiento. Como resultado de 469
estos desarrollos, los esfuerzos de CYT relacionados con la sustentabilidad probablemente se perciban como crecientemente relevantes a necesidades políticas y sociales y como capaces de producir resultados prácticos en la sociedad. La dirección estratégica de la ciencia, la tecnología y la innovación, pueden llegar a adquirir tal complejidad que la resolución de problemas ya no dependa del progreso en la investigación científica dentro de moldes tradicionales, sino que implicará la producción de nuevas formas de conocimiento y acción. Una serie de ámbitos o dimensiones transformadores comienza con la identificación de los problemas de sustentabilidad más urgentes, los factores que impulsan esos problemas y las necesidades y prioridades de nuevo conocimiento y capacidades técnicas. Ya al identificar los problemas significativos, surge una agenda de investigación diferente en la cual interactúa una vasta cantidad de actores y agentes. En vista de la complejidad y escalas involucradas, tales esfuerzos necesitan ser considerados en un contexto experimental, adoptando un enfoque de gestión flexible y adaptativo. Las soluciones que son simplemente "entregadas" a los usuarios finales, difícilmente serán efectivas. Es necesario ver la creación de nuevo conocimiento no como un fin en sí mismo, sino como parte de un proceso social experimental en el cual los productores y usuarios interactúan para dar forma al propósito más amplio de los esfuerzos de I+D. Debe enfatizarse también la naturaleza iterativa de estas interacciones. Las acciones que se realicen irán cambiando en el tiempo la naturaleza de los problemas a ser enfrentados. Por ello, para que el marco pueda ser efectivo, la identificación y priorización de actividad se entiende como un proceso evolutivo. El progreso observado en las tecnologías e infraestructuras de información, ofrece nuevas oportunidades para 470
compartir conocimientos y dar voz a grupos que han estado tradicionalmente en la periferia geográfica, institucional o disciplinaria de la empresa CYT. Estos nuevos modos de funcionamiento en el seno de la comunidad de investigación, cuando se combinan con los esfuerzos creativos en curso en las disciplinas básicas, ponen en evidencia un tremendo potencial para amarrar más plenamente a la CYT en el intento de atender las gigantescas necesidades de un futuro más sustentable. Hay evidencia de que muchos países intentan incorporar principios de desarrollo sostenible en las políticas nacionales y la planificación (Islandia, 2002, por ejemplo). Sin embargo, esos esfuerzos generalmente carecen de métodos rigurosos para definir y medir el progreso hacia la sustentabilidad. También hay necesidad de crear una base social mayor para esos esfuerzos dentro de la misma comunidad CYT. Para atraer a los más brillantes científicos e ingenieros jóvenes a los nuevos tipos de investigación interdisciplinaria, focalizados en la sustentabilidad, estos proyectos deben ser vistos como intelectualmente estimulantes y como un ámbito de esfuerzo profesionalmente gratificante. Al mismo tiempo, es esencial combinar estos enfoques innovadores con el compromiso por la excelencia característico de las ciencias que tradicionalmente se han basado en la estructura disciplinaria. Esfuerzos de CYT focalizados, ayudarían a desarrollar metodologías y enfoques que hagan más operativo el concepto de sustentabilidad (es decir, más demostrablemente medible, etc.) para todos los niveles de toma de decisiones dentro del gobierno, la industria y la sociedad en general. El grupo ad hoc sobre Ciencia, Tecnología e Innovación para el Desarrollo Sustentable de ICSU-TWAS-ISTS (2005) sugiere una cantidad de prioridades iniciales para cuestiones donde una mayor comprensión científica y capacidad técnica son cruciales. Esto 471
incluye cuatro temas amplios que se entrecruzan: Resiliencia y Vulnerabilidad de los Sistemas Socioecológicos, Instituciones de Gobernabilidad para el Desarrollo Sustentable, Producción y Consumo Sustentables, y el papel del Comportamiento, la Cultura y los Valores. A diferencia de la concepción lineal convencional de la formulación de un programa de política científica, ya en esa identificación de los problemas significativos se da pie a una agenda de investigación concebida de manera diferente en interacción con un vasto conjunto de actores y agentes como puede observarse en la siguiente figura que resume el enfoque conceptual y metodológico.
________NOTAS________ *
Debe advertirse que este trabajo fue escrito en 2004. Para esta edición se han hecho los cambios mínimos que tratan de asegurar su vigencia. 1 Vessuri, "La ciencia del clima en el huracán político y mediático", Editorial, en Interciencia, 35(4), abril 2010: 237. [Regreso] 2
Como lo refleja una nota en Science en el 2004, cuando los ataques comenzaban a arreciar; el consenso científico está claramente expresado en informes como los del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la Sociedad Meteorológica Norteamericana, la Carta Abierta de los Científicos Holandeses sobre el ipcc en 2009, la Declaración del Consejo Mundial de la Ciencia (ICSU) sobre la Contrversia en torno a la 4ta Evaluación del IPCC la Unión Geofísica Norteamericana y la Asociación Norteamericana para el Avance de la Ciencia (AAAS). [Regreso] 3
J. W. Zillman, "Living with Climate Change: The International Situation –Current Focus and Future Directions", en Living with Climate Change. A National Conference on Climate Change Impacts and Adaptation, Actas, Canberra, Academia Australiana de la Ciencia, diciembre 18-19, 2002. [Regreso]
472
4
Leydesdorff, The Knowledge-based Economy, Universal Publishers, 2006. [Regreso] 5
Vessuri, et al., "El futuro nos alcanza: mutaciones previsibles de la ciencia y la tecnología", en A. L. Gazzola y A. Didriksson (eds.), Tendencias de la educación superior en América Latina y el Caribe, Caracas, UNESCOIESALC, 2008. [Regreso] 6
Ravetz, "When communication fails. A study of failures of global systems", A. Guimaraes Pereira, et al. (eds.), Interfaces between Science and Society, Sheffield, Greenleaf Publishing, 2006. [Regreso] 7
W. Kröger, "Critical Infrastructures at Risk –Securing the European Electric Power System. Project Status Update", presentación para el International Risk Governance Council (IRGC), Washington D.C., febrero, 2005. [Regreso] 8
S. Leahy, Environment-Canada: Kyoto So Close...Yet So Far Away, Ottawa, Inter Press Service, 7 de febrero, 2005. [Regreso] 9
National Commission on Energy Policy of the United States (NCEP), Ending the Energy Stalemate. A Bipartisan Strategy to Meet America's Energy Challenges, Washington, D.C., diciembre, 2004. [Regreso] 10
M. Acuña-Rivera, "Sustainable Development and Risk Analysis. Complementary Frameworks", en IHDP Update, abril, 2004. [Regreso] 11
Millenium Ecosystem Assessment, Ecosystems and Human WellBeing. A Framework for Assessment, Washington, Covelo y Londres, Island Press, 2003. [Regreso] 12
Reunión Ministerial del Consejo del Ártico, 2004. [Regreso]
13
Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y Estados Unidos y seis participantes permanentes; el Consejo Atabasco del Ártico, la Asociación Internacional Aleutiana, el Consejo Internacional Gwinch'in, la Conferencia Circumpolar Inuit, la Asociación Rusa de Pueblos Indígenas del Norte y el Consejo Saami. [Regreso] 14
ICSU-TWAS-OSTS, 2005. [Regreso]
15
IUCN, International Union for Conservation of Nature, World Conservation Strategy, Washington, D.C. 1980. [Regreso] 16
Comisión Brundtland, Our Common Future, Comisión Mundial de Ambiente y Desarrollo, Naciones Unidas, Nueva York, 1987. [Regreso] 17
Esos objetivos eran: erradicar la pobreza y hambre extremos, lograr la escolaridad primaria universal, promover la igualdad de género y
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dar poder a las mujeres, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el sida, la malaria y otras enfermedades, asegurar la sustentabilidad ambiental, desarrollar un partenariado global para el desarrollo. [Regreso] 18
ICSU, International Council for Science, "Science and Technology at the World Summit on Sustainable Development", del 26 de agosto al 4 de septiembre de 2002 en Johannesburg, Sudáfrica, ICSU Series on Science for Sustainable Development, París, 2002: i-xi. [Regreso] 19
ICSU-TWAS-ISTS : International Council for Science – Academy of Sciences for the Developing World- Initiative of Science and Technology for Sustainability, Harnessing science, technology and innovation for sustainable development, ICSU, París, 2005. [Regreso] 20
S. Jasanoff, et al., Handbook of Science and Technology Studies, Sage, 1997. [Regreso]
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Ciencia, tecnología y (auténtica) democracia Eulalia Pérez Sedeño Después de la Segunda Guerra Mundial, y al hilo del estruendo producido por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, surgieron diversos movimientos sociales como el medioambientalismo, el pacifismo y el feminismo, que efectuaron grandes críticas a las corrientes principales de la ciencia. La preocupación por los efectos sociales de las tecnologías, las cuestiones epistemológicas surgidas a raíz de esa nueva forma de hacer ciencia denominada Big Science o megaciencia, los nuevos desarrollos y tendencias de la historia de la ciencia (en especial el paso de la historiografía internalista a la externalista), los enfoques antinormativos de la sociología de la ciencia, un renacimiento filosófico del naturalismo y el pragmatismo, etcétera, se combinaron para hacer que cuestiones que la filosofía de la ciencia había dejado de lado durante décadas, adquirieran importancia para la indagación filosófica. Aunque el carácter social del conocimiento ha sido objeto de atención por parte de muchos intelectuales, fue la publicación de La estructura de las revoluciones científicas (T. S. Kuhn, 1962), lo que hizo que adquiriera gran relevancia el papel de los factores no evidenciales en la ciencia, sobre todo la idea de que sus contenidos están determinados por factores sociales tales como intereses de diversos tipos e ideologías políticas. Las respuestas a las ideas de La estructura han sido muy variadas, tanto desde la filosofía como desde la sociología de la ciencia y otros ámbitos, pero en muchas ocasiones han intentado conciliar la legitimidad epistemológica del conocimiento científico con su carácter social, considerando las implicaciones que tiene para los análisis normativos de las 475
prácticas científicas el hecho de que la ciencia sea una institución y, en especial, lo sean ciertos rasgos de la organización de la investigación científica.01 Los cambios en la forma de producción del conocimiento02 que se han dado en las cinco décadas pasadas, han llevado necesariamente a una reformulación de la filosofía de la ciencia (o de la tecnociencia), siendo las pensadoras con compromisos feministas algunas de las que, en mi opinión, han hecho contribuciones importantes desde una perspectiva política y auténticamente democrática, dado que se esfuerzan por incorporar a esa mitad de la humanidad que ha quedado tradicional y sistemáticamente fuera. La primera acepción del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española caracteriza el feminismo como la "doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres" y en su segunda acepción como el "movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres". Por su parte María Moliner lo define como la "doctrina que considera justa la igualdad de derechos entre mujeres y hombres" o el "movimiento encaminado a conseguir esa igualdad". Desde la ciencia política, se ha puesto de manifiesto la necesidad de una teoría del conocimiento que permita rechazar teorías políticas que sancionen la dominación de las mujeres y avanzar teorías sobre la igualdad. Lo mismo ha sucedido desde algunos sectores de la filosofía de la ciencia. En un principio, el feminismo 03 se limitó a avanzar propuestas pedagógicas, sociales y políticas que condujeran a la plena igualdad de las mujeres. El objetivo principal era conseguir que hubiera cada vez más mujeres estudiando o investigando en ciencia, para lo cual se analizó cómo se enseña la ciencia y la tecnología desde la escuela, el contenido de los diferentes 476
curricula, y se diseñaron diversas estrategias para alentar el estudio y trabajo de las niñas y mujeres en las ciencias. 04 Los resultados mostraron la necesidad de proveer de modelos o referentes femeninos para las mujeres que quieren estudiar o dedicarse a la ciencia y se comenzó a rescatar del olvido a figuras que habían pasado inadvertidas o deliberadamente ocultas en la historia de la ciencia, bien por los sesgos inherentes, bien por concepciones estrechas de la historia de la ciencia que reconstruyen la disciplina sobre los nombres de grandes personajes y teorías o prácticas exitosas y que dejan de lado actividades que no carecen de importancia en el desarrollo de la ciencia. 05También se pusieron de manifiesto las discriminaciones, jerárquicas e institucionales, y las macro y micro desigualdades que han existido y existen en la carrera académica e investigadora que ha desembocado en políticas de acciones compensatorias como las que se están llevando a cabo en la Unión Europea y otros países. Ahora bien, estas cuestiones sociales y educativas, ¿afectan a nuestro conocimiento en general y a nuestra ciencia en particular? O, dicho de otro modo, la ausencia de mujeres ¿ha supuesto algún impacto en los contenidos teóricos y los desarrollos científicotecnológicos? ¿Podemos hablar de una ciencia "universal"? ¿Sería diferente nuestra ciencia, si hubiera habido más mujeres en ella? En especial, desde algunos sectores de la filosofía de la ciencia y de la epistemología informadas de feminismo, se han planteado las siguientes cuestiones centrales: en qué se fundamentan las críticas que se hacen a la ciencia; cómo se definen los roles de los valores adecuados que política y socialmente intervienen en la investigación y la evaluación de los ideales de objetividad y racionalidad, y, por último, cómo reformar las estructuras de autoridad epistémica. 477
Para responder apropiadamente a estas cuestiones, las filósofas feministas utilizan como concepto clave el de sujeto cognoscente situado y por tanto, el de conocimiento situado, esto es, el conocimiento que refleja las perspectivas particulares del sujeto, pues los sujetos cognoscentes llevan a cabo su actividad de conocer en un tiempo y en un lugar, es decir situados en una cierta relación o relaciones con lo que se conoce y con otros sujetos cognoscentes, que no es siempre la misma, por lo que se puede entender el mismo objeto de diferentes maneras. Muchos de estos modos en que las relaciones físicas y psicológicas con el mundo afectan a qué y cómo conocemos los estudia la psicología cognitiva, la epistemología naturalizada y la filosofía de la ciencia. Pero aquí se da un paso más al considerar que la localización social del agente cognoscente afecta a qué y cómo se conoce06 ¿en qué consiste la localización social de una persona? Por un lado en sus identidades sociales adscritas (género, raza, orientación sexual, etnia, relación de parentesco, etcétera), en función de las cuales ocupan diferentes roles y relaciones sociales que les asignan distinto poder, deberes y fines e intereses. Están sujetos a distintas normas que les prescriben distintos intereses, acciones, emociones y habilidades que se consideran apropiados para sus roles. También adquieren diferentes identidades subjetivas (se identifican con ciertos grupos sociales) que pueden tomar distintas formas. 07 Pues bien, el género es un modo de situación social que tiene diversas dimensiones08 y puede influir en lo que la gente conoce o cree que conoce; y también los géneros de otras personas o las ideas sobre el género, esto es el simbolismo, pueden influir en lo que la gente conoce o cree que conoce. Esas formas de conocimiento o esos modos de conocimiento marcados por el género plantean cuestiones muy interesantes para la filosofía de la 478
ciencia. En virtud de su género,09 hombres y mujeres tienen acceso a diferente conocimiento fenomenológico (de sí mismos, de saber cómo y de conocimiento personal de los otros) y tienden a representar el mundo en diferentes términos, en virtud de sus intereses, actitudes, emociones y valores de género.10 Esas diferencias (que voy a dar por sentadas aquí) crean diferentes redes de creencias de trasfondo 11 que se utilizan para procesar la información a la que hombres y mujeres tienen igual acceso, en principio. Como los roles y actitudes de género son diferentes para hombres y mujeres, producen diferentes esquemas representacionales, los hombres consideran pertinente una información y las mujeres otra.12 Por ejemplo, en los entornos domésticos, las mujeres suelen notar la suciedad mientras que los hombres no. Eso no significa que las mujeres tengan un aparato sensorial especialmente sensible al polvo, sino que, como el rol que se les ha asignado incluye que ellas se ocupen del hogar y de su limpieza, son más sensibles a, o perciben mejor la suciedad. Los cirujanos, por ejemplo, no tienen dificultad en velar por la limpieza o la esterilización de las salas de operaciones. Si una información tiene distinta importancia para un hombre y una mujer, su diferente conocimiento de trasfondo puede llevarles a interpretar de manera distinta la información a la que acceden de igual manera. Así pues, las creencias de trasfondo (androcéntricas o sexistas que no se examinan ni se sacan a la luz) del sujeto cognoscente situado, por ejemplo del científico, ¿hacen que se generen teorías sexistas sobre las mujeres, a pesar de utilizar métodos científicos ostensiblemente objetivos? 13 Como ya mencioné, la noción de sujeto cognoscente situado sirve de concepto clave para las críticas que desde el feminismo (anque no sólo desde éste) se hacen a la ciencia, y hay que señalar que en ellas encontramos dos etapas: en primer lugar se exponen los 479
sesgos sexistas y androcéntricos de la investigación científica, en especial en las teorías sobre las mujeres, la sexualidad y las diferencias de género. Su fuerza e importancia parece basarse en la consideración de que los sesgos, sean del tipo que sean, son epistémicamente malos y conducen a teorías falsas. Dicho de otro modo, estas críticas dan por sentada una concepción de la ciencia según la cual es imparcial, esto es, nuestras creencias científicas están determinadas o avaladas por los hechos o por criterios imparciales o no arbitrarios de decisión acerca de ellas, y no por nuestros deseos de cómo deben ser las cosas, en cualquier caso, jamás por valores pertenecientes al contexto sociocultural; también esa concepción considera que la ciencia es autónoma, es decir, que progresa mejor cuando no está influida por intereses, valores o movimientos políticos o sociales; y es neutra, esto es, que nuestras teorías no implican ni presuponen juicio alguno acerca de valores no cognitivos y que las teorías científicas tampoco sirven más a unos valores contextuales concretos que a otros.14 Las biólogas, psicólogas y otras científicas feministas fueron las primeras en criticar los sesgos sexistas y androcéntricos en sus propias disciplinas y prácticas, en especial en las teorías sobre las mujeres y las diferencias de género que legitiman las prácticas sexistas y que podemos reunir en los tipos que menciono a continuación. Se han efectuado estudios sobre cómo la exclusión o marginalización de las mujeres científicas perjudica el progreso científico.15 También se ha indagado en cómo las aplicaciones de la ciencia y la tecnología juegan en contra de las mujeres y de otros grupos vulnerables, pues consideran (si es que lo hacen) que los intereses de éstos son menos importantes. Los ejemplos incluyen la eugenesia,16 las políticas de desarrollo económico que refuerzan la jerarquía de género ofreciendo enseñanza y recursos a los hombres en los países desarrollados17 o la biomedicina, que hasta 480
hace poco consideró que al estudiar la fisiología, la farmacocinética, la manifestación y evolución de las enfermedades y su tratamiento en el varón, ya había estudiado toda la especie.18 Esos malos efectos prácticos de las aplicaciones de la ciencia se pueden rastrear en parte o considerar que se deben a efectos epistémicos en la ciencia subyacente: en el caso de la eugenesia a conceptos ficticios de raza, a no reconocer que el trabajo de las mujeres contribuye a la “economía” en el caso de políticas de desarrollo sexistas, o a despreciar las diferencias debido a que la norma o patrón es el varón.19 Se ha analizado cómo la ciencia ha ignorado a las mujeres y el concepto de género y cómo si se presta atención a estas cuestiones, hay que realizar una reflexión seria sobre las teorías aceptadas.20 También se han efectuado estudios de cómo se tiende a trabajar con estilos cognitivos “masculinos” (por ejemplo modelos de control jerárquico, centralizados y monocausales como opuestos a modelos “femeninos”, contextuales, interactivos, difusos) han impedido el conocimiento o la comprensión científica. 21 Y, finalmente, también se ha estudiado cómo la investigación de las diferencias sexuales en las “naturalezas” de hombres y mujeres que refuerzan los estereotipos sexuales y las prácticas sexistas, no encajan con las normas de la buena ciencia, por ejemplo al hacer inferencias basándose en muestras muy pequeñas o en correlaciones no contrastadas con un grupo de control diseñado inadecuadamente o ignorando los datos falseadores o que no confirman las hipótesis propuestas.22 El sesgo de género también puede aparecer en el marco conceptual de la teoría en cuestión, por ejemplo cuando en la teoría se representa la identificación de género subjetiva como una variable dicotómica clara, eliminando otras posibilidades, tales como la androginia. 23 En todos esos casos se considera que el sesgo de género es 481
nocivo, pues produce teorías falsas o retrasa el reconocimiento de la verdad. También las filósofas e historiadoras de la ciencia han efectuado críticas importantes a distintas teorías o disciplinas científicas,24 exponiendo los errores a que conducen los sesgos sexistas y androcéntricos.25 En muchas de estas ocasiones se demuestra que la evidencia que se reúne a favor de las teorías bajo escrutinio, no obliga a aceptar esas teorías, pues van mucho más allá de los datos que las apoyan, llenando el vacío existente con supuestos sexistas y androcéntricos.26 En muchas ocasiones, las críticas no pretenden que las teorías sexistas y androcéntricas sean falsas, sino que no están probadas ni establecidas porque en esta etapa de desarrollo y con la evidencia disponible, existen rivales legítimos e igualmente viables. Pero, no perdamos de vista las cuestiones que considerábamos centrales, entre otras cómo definir los roles adecuados de los valores políticos y sociales. Porque, más allá de estas críticas negativas, nos interesa descubrir y defender la fiabilidad de teorías no sexistas y feministas, para lo cual debemos determinar cuál es el papel que debe desempeñar el feminismo en la investigación y la evaluación de la objetividad y la racionalidad científica. Como sabemos de sobra, la concepción de la ciencia como imparcial, autónoma y valorativamente neutra ha sido muy criticada por la filosofía de la ciencia, mostrando cómo los valores sociales y políticos pueden influir en la ciencia: en los temas y fines de la investigación, en la elaboración de hipótesis o descubrimientos, en qué preguntar o no, en la evaluación de contenidos y en la conformación de los valores epistémicos.27 Las filósofas feministas de la ciencia mantienen, por ejemplo,que los científicos proponen o apoyan teorías sexistas y androcéntricas porque están influidos por los valores sexistas de la sociedad a la que pertenecen. La empresa científica siempre se realiza en un contexto cultural 482
concreto, por lo que, las personas de ciencia, siempre e inevitablemente incorporarán valores de su propia cultura en la práctica científica, sea consciente o inconscientemente. Eso es inevitable pero no necesariamente pernicioso, pues algunos valores nos dicen cómo manejar el sesgo potencial que pueden introducir otros valores, de modo que podamos conseguir un conocimiento mejor y más fiable. Así que podemos preguntarnos ¿se pueden organizar las prácticas sociales de la ciencia de forma que las diferentes creencias de trasfondo de los investigadores constituyan un recurso en vez de un obstáculo para el éxito científico? 28 De hecho, y como veremos más adelante, cuanta mayor diversidad de valores intervengan, mejor conocimiento podremos obtener allá donde se produzca su intersección. Por otro lado, los valores contextuales no tienen por qué ser subjetivos, entendiendo por ello no razonados ni justificados: si esos valores se adoptan basándose en principios generales, discutidos y justificados comunitariamente, pueden ser igual de objetivos que los epistémicos, es decir, intersubjetivos. Como he repetido muchas veces, gran parte de las críticas feministas en la ciencia se ocupan de mostrar cómo los factores políticos y sociales influyen en la investigación científica: los científicos proponen o apoyan teorías sexistas y androcéntricas porque están influidos por los valores sexistas de la sociedad a la que pertenecen. Pero hay que poner en cuestión y deshacerse de un supuesto muy extendido, a saber, que los sesgos, valores políticos y factores sociales sólo pueden influir en la investigación desplazando el influjo de la evidencia, la lógica y cualesquiera otros factores estrictamente cognitivos que conducen a teorías empíricamente adecuadas. Las epistemólogas feministas subrayan la construcción social del conocimiento y abogan, no porque los investigadores se aíslen de los influjos sociales, sino porque se reestructuren las prácticas científicas de modo que estén abiertas a 483
influjos sociales diferentes. Dicho de otro modo, no todos los sesgos son epistémicamente malos.29 Déjenme poner un ejemplo. En los años sesenta, la hipótesis dominante en teoría de la evolución era la del “hombre cazador”, que explicaba cómo habían evolucionado los monos cuadrúpedos en bípedos articulados que hacían instrumentos y tenían cerebros mucho más grandes. Esta hipótesis coexistía con la del mandril dominante, siendo aquél un descendiente de éste. La teoría evolutiva se centraba en los hombres: la evolución era debida a los hombres que cazaban, mientras las mujeres esperaban criando a que les llevaran el alimento; los hombres, pues, eran el motor de la evolución de forma activa y agresiva. A todo ello había que unir las observaciones etnográficas y las comparaciones con otros grupos de simios y ciertas evidencias disponibles como la presencia de instrumentos de caza, tales como proyectiles, cuchillos y hachas, lo que parecía favorecer la hipótesis del cazador. En los años setenta, Sally Linton Slocum, Nancy Tanner y Adrienne Zihlman, 30 descontentas con el papel que la teoría evolutiva asignaba a la mujeres, interpretaron de manera diferente la evidencia disponible; por ejemplo, los utensilios de caza aparecen hace relativamente poco tiempo, pues entre los fósiles hallados en la Garganta de Orduvai o en Koobi Fora, datados hace dos millones de años, no había utensilios de caza. Se fijaron en evidencia etnográfica diferente: un antropólogo, Richard Lee, había observado que en la tribu de los kung, las mujeres aportaban dos o tres veces más comida que los hombres; recogían frutos y cazaban piezas pequeñas, se ayudaban de palos de madera para excavar y usaban cestos de piel para recoger los frutos, utensilios que desaparecerían con el paso del tiempo y de los que no quedaría evidencia alguna. Todo eso, junto a la cercanía genética de los humanos con los chimpancés y nuevos datos del registro fósil, llevó 484
a Slocum a rechazar la idea de que los utensilios de caza fueran los primeros instrumentos humanos y a acuñar la noción de “invenciones culturales”, tales como cestos para llevar los frutos, cabestrillos para portar a los niños y poder forrajear con ellos a cuestas, etcétera.31 Esta hipótesis también sugería que la idea de la monoandria femenina, frente a la poliandria masculina y la rígida división sexual del trabajo, no tenían por qué ser ciertas: la hipótesis de la mujer recolectora sugería la elección activa por parte de las mujeres de sus parejas, la flexibilidad de los roles sexuales y la variabilidad de la actividad según edad y etapa reproductiva de machos y hembras, no estrictamente según el sexo. Así, Sally Linton Slocum, Nancy Taner y Adrienne Zihlman desarrollaron la hipótesis de la “mujer recolectora”: la fuente primaria de subsistencia en los seres humanos había sido el forrajeo de las mujeres, no la caza de los hombres, que habría sido ocasional. De este modo, el papel de la mujer en la evolución se convirtió en activo, ya que había contribuido a la subsistencia, a las innovaciones tecnológicas asociadas a la recolección, acarreo y reparto de comida,32 haciendo su aportación a la vida social, pues eran el centro reproductivo y transmisor de la tradición de una generación a la siguiente, como sucede en el caso de algunas hembras de primates. Las creencias políticas de las investigadoras –feministas– les hizo replantearse la teoría en la que habían sido entrenadas y educadas, y plantearse alternativas. Y aunque pertenecían a otra comunidad, la evolucionista de la que comparten supuestos, valores, etcétera, sus creencias feministas les permiten evaluar la evidencia de otra manera. Su pertenencia a ambas comunidades – la científica y la política– y los valores adquiridos en ellas, les permiten crear una alternativa mejor, porque permite discriminar y 485
atender a la complejidad de la evolución, al incorporar a los dos sexos en el proceso evolutivo. Así, para terminar, se han comenzado a desarrollar modelos de sesgo de género alternativos en los que los valores feministas son legítimos. Dicho de otro modo, como el mundo es rico, posee una multitud de estructuras que se entrecruzan, muy difícil de captar por un vocabulario teórico único, debemos abogar por el pluralismo en la ciencia y por consiguiente, porque las hipótesis, teorías, etcétera, informadas por valores feministas sean una de las opciones legítimas disponibles para los investigadores. Las diferentes comunidades tienen intereses en diferentes aspectos de la realidad, así que, si se les deja seguir libremente sus intereses, se revelarán diferentes patrones y estructuras del mundo.33 Las feministas pluralistas mantienen que la práctica científica está sumamente desunificada, que las filosofías de las ciencias especiales revelan grandes variaciones en los métodos, en los supuestos y creencias de trasfondo, las fuentes de evidencia, los valores cognitivos y las estrategias interpretativas. Hacer biología, primatología, antropología, arqueología, psicología, economía, historia o cualquier otra ciencia especial con el propósito de contestar cuestiones feministas, ha dado como resultado muchas y variadas innovaciones metodológicas locales, descubrimientos de nuevas fuentes de evidencia y desarrollos de teorías alternativas.34 Y han hecho posible que los investigadores se planteen otras cuestiones, no estrictamente feministas. Así pues, no hay que suponer que ciertos métodos, evidencia, etcétera, estén únicamente disponibles para servir a los intereses cognitivos feministas, sino que los amplían y democratizan. No obstante, hay algunas líneas comunes cuando se “hace ciencia como una feminista” que tienden a favorecer ciertos tipos de representación en lugar de otros.35 Las feministas se interesan 486
por las prácticas epistémicas que revelan cómo funciona el género en el mundo y proporcionan las oportunidades para que las mujeres se resistan a y transformen ese funcionamiento. Una forma en que el sesgo de género funciona reforzando el sexismo es mediante la perpetuación del pensamiento dicotómico, categórico y jerárgico que representa lo masculino y femenino como opuestos, lo femenino como inferior y la no conformidad con las normas de género como desviado. Esto hace que las feministas se interesen y propongan el valor de la heterogeneidad ontológica, es decir, el uso de categorías que permitan la observación de la variación dentro de un grupo y la resistencia a representar la diferencia de la media del grupo como una forma de desviación. También se refuerza el sexismo mediante los modelos causales de un solo factor que atribuyen, de manera parecida, poderes intrínsecos a los hombres olvidando su contexto más amplio. El valor de “la complejidad de relaciones” favorece el desarrollo de modelos causales que facilitan la representación de rasgos del contexto social que apoyan el poder masculino, incluyendo la complicidad y participación femenina. Otros valores feministas implican la accesibilidad del conocimiento: hay que favorecer el conocimiento que “extiende el horizonte de poder” al ser producido de una manera que pueda ser usado por las personas que están en posiciones subordinadas, que por lo general carecen de experiencia o pericia técnica y acceso a equipos caros. Por razones similares, interesa más el conocimiento que se puede aplicar para satisfacer las necesidades humanas que aquellos programas de investigación con poca probabilidad de avanzar en estos intereses. Ninguno de estos valores desplaza o compite con la búsqueda de adecuación empírica, porque hacer ciencia como una feminista, al igual que hacer ciencia con cualquier otro interés en la mente (por ejemplo, con intereses militares o 487
médicos) conlleva un compromiso con el valor cognitivo de producir teorías empíricamente adecuadas. Estos valores son feministas en el sentido de que promueven los intereses feministas, pero su utilidad no se limita al feminismo. Gracias a ellos podemos reconocer que podemos afectar el curso del conocimiento, favorecer o perjudicar determinados programas de investigación, según nuestros compromisos y valores político-ideológicos, ya que no podemos eliminarlos. Es más, hay que abogar por una práctica científica en la que, dado que las consideraciones ideológicopolíticas son constricciones relevantes en el razonamiento y la interpretación que conforman el contenido de la ciencia, debemos abrirla a su influjo, en el sentido anteriormente comentado. Para asegurarnos de que eso se consigue, nada mejor que el que todos los procesos estén abiertos al escrutinio. La transparencia es una cuestión política que sólo se puede asegurar si está abierta a todas las partes interesadas. 36 K. M. Baker, Condorcet: From Natural Philosophy to Social Mathematics, Chicago, University of Chicago Press, 1975. Quiénes son las partes interesadas y los consejos de quién o quiénes debemos seguir, es una cuestión claramente política: “equilibrar el conocimiento de quienes conocen mejor con la voluntad de la mayoría”,36 encontrar el equilibrio entre pericia (expertise) y democracia, como bien sabía Condorcet, no es una tarea fácil. Pero si queremos tener una auténtica democracia, no podemos prescindir de las mujeres en ningún caso. ________NOTAS________ 1
Helen Longino, Science as Social Knowledge: Values and Objectivity in Scientific Inquiry, Princeton UniversityPress, 1990 y The Fate of Knowledge, Princeton University Press, 2002. [Regreso] 2
Michael Gibbons, et al., The New Production of Knowledge, Londres, Sage, 1994 y John Ziman, Real Science, Cambridge University Press, 2002, traducción al español: ¿Qué es la ciencia?, Madrid, cup-Iberia,
488
2002.[Regreso] 3
Aunque el feminismo es múltiple y variado, y a pesar de que en este trabajo adoptó una postura similar al [Regreso]
denominado “empirismo contextual”, hablaré de feminismo en general, dado que todos los feminismos pretenden la plena igualdad de las mujeres en todos los niveles y áreas. 4
M. Sadker y D. Sadker, Failing at Fairness: How American Schools Cheat Girls, Nueva York, Scribner, 1994
y Marina Subirats y Cristina Brullet, Rosa y azul. La transmisión de los géneros en la escuela mixta, Madrid, Instituto de la Mujer, 1988. [Regreso] 5
Eulalia Pérez Sedeño, “Mujer, ciencia e Ilustración”, en C. Amorós (ed.), Feminismo e Ilustración, Madrid,
cam-ucm, 1992 y “Las mujeres en la historia de la ciencia”, en Quark, núm. 27, enero-abril, 2003 y Londa Schiebinger, The Mind Has No Sex: Women in the Origins of Modern Science, Cambridge, Harvard University Press, 1989. [Regreso] 6
En este sentido, la epistemología feminista sería una rama de la epistemología social. [Regreso] 7
Puede saber que pertenece a un grupo social y aceptar positivamente la pertenencia al grupo social o considerarla opresiva y actuar o no en consecuencia. [Regreso] 8
Por ejemplo, están los roles de género, en virtud de los cuales en la mayoría de las sociedades a las mujeres se
les asigna el cuidado de los niños, mientras que se espera que los hombres trabajen en las minas, el ejército, etcétera; las normas de género que dictan el comportamiento esperado según los roles de género; las virtudes y las características de género que son rasgos psicológicos que se consideran masculinos o femeninos según hagan que quienes los posean se adecuen a las normas de género asignadas a hombres y mujeres (las características 489
masculinas son virtudes en los varones y vicios en las mujeres y a la inversa). También tenemos el comportamiento de género: frente a la consideración de que la masculinidad y la feminidad son rasgos fijos expresados en cada contexto social, hoy en día se considera que los seres humanos pueden tener conductas masculinas o femeninas en diferentes contextos (Judith Butler, Gender Trouble, Nueva York/Londres, Routledege, 1990); la identidad de género consiste en cómo otros identifican a una persona, es decir el género que le adscriben y que puede no ser igual a la identidad subjetiva de género que incluye todos los modos en que una persona se puede entender bien como mujer, bien como hombre. Finalmente tenemos el simbolismo de género que sitúa los objetos inanimados y los animales en un campo de representación genérico, bien por asociación convencional, por proyección imaginativa o por pensamiento metafórico: la cocina es un espacio femenino, mientras el garaje lo es masculino, se dice que los ciervos machos tienen harenes, etcétera. [Regreso] 9
No adoptamos una postura esencialista, ni naturalizamos el género. [Regreso] 10
Quizás también, en virtud de diferentes estilos cognitivos, aunque la existencia de diferentes estilos cognitivos
es una cuestión controvertida incluso entre las teóricas feministas. [Regreso] 11
Para la noción de creencia de trasfondo (background belief) véase Longino, op. cit., 1990. [Regreso] 12
Esto también se puede dar entre personas de distintos contextos educativos, culturales, etcétera. [Regreso] 13
Sandra Harding, The Science Question in Feminism, Ithaca, Cornell University Press, 1986, trad. al español,
490
Feminismo y ciencia, Barcelona, Morata, 1995 y Ruth Hubbard, The Politics of Women’s Biology, New Brunswick, Rutgers University Press, 1990. [Regreso] 14
Hugh Lacey, Is Science Value Free? Values and Scientific Understanding, Londres, Routledge, 1999. [Regreso] 15
Por ejemplo el hecho de que a Bárbara McClintock no se le proporcionara o no se le diera reconocimiento
profesional, recursos y acceso a los estudiantes graduados, retrasó la incorporación de sus descubrimientos pioneros sobre la transposición genética a la corriente principal de la biología (Evelyn Fox Keller, A Feeling For the Organism, Nueva York, W. H., Freeman, 1983, trad. al español, Seducida 1983). [Regreso] 16
por
lo
vivo,
Madrid,
Fontalba,
Hubbard, op. cit., 1990. [Regreso]
17
Marilyn Waring, If Women Counted: A New Feminist Economics, San Francisco, Harper Collins Publishers, 1990. [Regreso] 18
Bernadine Healy, “The Yentl syndrome”, en New England Journal of Medicine, 325, 1991: 221-225 y Carme
Valls Llobet, “Aspectos biológicos y clínicos de diferencias”, en Quark, 27, enero-abril, 2003. [Regreso]
las
19
Como ha sucedido tradicionalmente en Occidente, debería resultar sorprendente que a finales del siglo xx,
incluso en el xxi, sigan vigentes las viejas ideas aristotélicas de la madre materia y que la mujer es un hombre mal engendrado. [Regreso] 20
Eso es lo que han hecho de una manera radical Kelley Hays-Gilpin y David S. Whitley (eds.), Reader in Gender
Archeology, Londres, Routledge, 1998, en el campo de la arqueología. [Regreso] 21
Por ejemplo, en los estudios sobre agregación en el molde blando celular (Keller, “The Force of the Pacemaker
491
Concept in Theories of Aggregation in Cellular Slime Mold”, en Keller, Reflections on Gender and Science, New Haven, Yale University Press, 1985, trad. al español: Reflexiones sobre género y ciencia, Valencia, Alfons el Magnànim, 1991) y en biología molecular (Bonnie Spanier, Im/partial Science: Gender Ideology in Molecular Biology, Boomington, Indiana, Indiana University Press, 1995). [Regreso] 22
Anne Fausto-Sterling, Myths of Gender: Biological Theories About Men and Women, Nueva York, Basic
Books,1985 y Carol Tavris, The Mismeasure of Women, Nueva York, Simon and Schuster, 1992. [Regreso] 23
Sandra Bem, The Lenses of Gender, New Haven, Yale University Press, 1993. [Regreso] 24
Véase, por ejemplo, Helen Longino y Ruth Doell, “Body, bias and behaviour” en Sings, 9(2), 1938:206-227;
Sandra Harding, Whose Science? Whose Knowledge?, Ithaca, NY, Cornell University Press, 1991; ¿Is Science Multicultural?: Postcolonialisms, feminisms and epistemologies, Boomington, Ind., Indiana University Press, 1998; Donna J. Haraway, Primate Visions: Gender, Race, and Nature in the World of Modern Science, Nueva York, Routledge, 1989; Schiebinger, op. cit.; Alison Wylie, “The Constitution of Archaeological Evidence: Gender Politics and Science”, en P. Galison y D. Stump (eds.), The disunity of Science, Stanford, Stanford University Press, 1996: 311-343. [Regreso] 25
Otras historiadoras o filósofas, y también algunos filósofos e historiadores, han mostrado cómo los intereses
por controlar la tecnología que subyace a la práctica moderna de la ciencia limitan su alcance y lo que se considera que es conocimiento importante, significativo o autorizado, 492
Lacey, op. cit.; Caroline Merchant, The Death of Nature. Women, Ecology and the Scientific Revolution, San Frnacisco, CA, Harper Collins, 1980; Mary Tiles, “A Science of Mars and Venus”, en Philosophy, 62, 1987: 293306. [Regreso] 26
Por ejemplo, Haraway, op. cit., utiliza los instrumentos de la teoría literaria para mostrar cómo las hipótesis
de la primatología y de la teoría evolucionista dependen de concepciones narrativas, al considerar el paso del mono al homínido un drama heroico, y de tropos, por ejemplo metáforas, tales como que los primates constituyen el espejo de la naturaleza humana. [Regreso] 27
E. Pérez Sedeño, “Otro género de razón”, en Ana Rosa Pérez Ransanz et al., Racionalidad teórica y racionalidad [Regreso]
práctica en la ciencia, 2011. 28
Longino, op. cit., 1990 y Solomon, 1994. [Regreso]
29
Louise M. Antony, “Quine as Feminist: The Radical import of Naturalized Epistemology”, en Antony y Charlotte
Witt, A Mind of One’s Own, Boulder, Westview Press, 1993. [Regreso] 30
Linton, “Woman the Gatherer: Male Bias in Anthropology”, en SueEllen Jacob (ed.), Women in Cross-Cultural
Perspective, Champaign, University of Illinois Press, 1971; Tanner y Zhilman, “Women in Evolution: Innovation and Selection in Human Origins”, en Signs, 1 (3ª parte), 1976: 585-608, “Gathering and the Hominid Adaptation”, en L. Tiger y H. Fowler (eds.), Female Hierarquies, Chicago, Boresford Books, 1978: 163194. [Regreso] 31
Esta hipótesis tuvo enormes consecuencias no sólo en la teoría de la evolución sino en otras disciplinas como la arqueología. [Regreso] 32
Lo cual, dicho sea de paso, debió contribuir a desarrollar
493
determinadas habilidades cognitivas como han
sugerido algunas psicólogas evolucionistas. [Regreso] 33
Harding, op. cit. [Regreso]
34
Véase por ejemplo, Bell, Caplan y Karim, Gendered fields: Women, Men, and Ethnography, Londres-Nueva
York, Routledge, 1993; Haraway, op. cit., 1989; Hays-Gilpin y Whitley, op. cit., 1998; Nielsen, Feminist Research Methods, Boulder, Colorado, Westview 1990. [Regreso] 35
Longino, op. cit., 1990. [Regreso]
36
K. M. Baker, Condorcet: From Natural Philosophy to Social Mathematics, Chicago, University of Chicago Press, 1975. [Regreso]
494
Ciencia y política: una pareja sin romance
Matthias Kaiser Introducción La ciencia trata del conocimiento. La política trata del poder. A pesar del bien conocido dicho de que conocimiento es poder (Bacon), hemos estado ampliamente acostumbrados a una muy clara y tajante separación entre quienes generan conocimiento y quienes administran el poder político. De hecho, la separación institucional entre estas dos áreas de la vida pública es celebrada como una gran invención de los tiempos modernos. La autonomía relativa de estos dos campos entre sí, fue un factor importante en algunos logros destacados: la búsqueda del conocimiento pudo ser perseguida sin ser obstaculizada por la ideología, la ciencia pudo llegar a ser una actividad auténticamente internacional, reuniendo las mejores mentes para trabajar colectivamente sobre problemas comunes, y convirtiendo los descubrimientos científicos en tecnología útil. Análogamente, la política pudo hacerse más democrática en la medida en que llegó a separarse de la experiencia profesional especializada o de la posición social. Todo esto se remonta al comienzo mismo de la ciencia moderna en el siglo xvii. Los estatutos propuestos por la Royal Society, bosquejados por Robert Hooke en 1663, son claros en este punto: “La ocupación y propósito de la Royal Society [es] mejorar el conocimiento de las cosas naturales y de las artes útiles, de las manufacturas, las prácticas mecánicas, las máquinas e invenciones a través de experimentos, –sin meterse con la divinidad, la metafísica, la moral, la política, la gramática, la retórica o la lógica.” No queremos extendernos sobre la cuestión de qué tan exacta 495
descripción de la ciencia resultó ser ese enunciado. ¿Alguna vez fue verdadero? Baste decir que se requirió talento político con el fin de hacer que instituciones científicas como la Royal Society fueran exitosas y aceptadas en la sociedad contemporánea. Tampoco queremos investigar cómo le fue más adelante en la historia, a la supuesta división entre ciencia y política, por ejemplo, cuando la ciencia transitó de su etapa aficionada a la profesionalización y, posteriormente, a su fase industrializada. De hecho, uno podría argumentar a favor de que la ciencia y la política siempre han estado estrechamente relacionadas. Se pueden señalar, por ejemplo, las actividades científicas con propósitos militares. Pero mejor preguntemos si hay tendencias en la ciencia y la política actuales, que indiquen un mayor acercamiento entre las dos, y quizá incluso alguna fusión. No nos preguntamos si realmente ciencia y política estuvieron siempre claramente separadas, sino si hay razón para asumir que la ciencia y la política de nuestros días han llegado a estar tan estrechamente relacionadas que, al menos en algunas áreas, sean virtualmente inseparables. Dos casos Considérense los siguientes ejemplos: El ipcc y la Convención Mundial del Clima: desde 1988 el pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y la omm (Organización Meteorológica Mundial) establecieron el grupo intergubernamental sobre el cambio climático (ipcc por sus siglas en inglés). Se propone “[…] suministrar las bases científicas, técnicas y analíticas para una inteligente e informada toma de decisiones políticas” respecto al cambio climático. Este organismo ha alcanzado una importante y autorizada influencia en las negociaciones políticas a nivel internacional. Abarca una 496
combinación de dimensiones políticas y científico-administrativas. El trabajo dentro del grupo desde 1993 ha sido clasificado en categorías: material de apoyo, reportes aceptados y aprobados por los grupos de trabajo y reportes aceptados y aprobados por el Panel (resúmenes para la formulación de políticas). Se 1 Comentario, en New Scientist, 8 de septiembre de 1990. ha observado que recientemente la autonomía del eje científico ha variado mucho. Mientras que los grupos de trabajo y los subcomités disfrutan de una autonomía relativamente amplia en la conducción de su trabajo científico, otros grupos parecen haber sido severamente restringidos en su autonomía y fuertemente influenciados por consideraciones políticas. Los grupos de decisión del ipcc algunas veces fueron criticados por sus arraigadas inclinaciones políticas. Se ha señalado que los científicos que toman parte en este proceso han aprendido “[…] cómo hablar de ciencia a los políticos […y, al mismo tiempo a…] no jugar a ser políticos”.1 Esto parece indicar que los científicos estaban conscientes del problema de llamar la atención de los responsables de las decisiones y que, por tanto, estuvieron intentando formular sus reportes de evaluación y análisis de tal manera que en ellos apareciera claramente lo que consideraban de razonable implicación política. Algunas de las figuras principales en el ipcc han percibido la distinción entre ciencia y política de manera tan vaga que han sido criticados por sus colegas de poner en entredicho a la ciencia. Esto ocurrió particularmente en relación a la discusión acerca de la posible influencia de las actividades humanas sobre el cambio climático. La icrw, la iwc y la supervisión o protección de ballenas: después de la Segunda Guerra Mundial, la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas (icrw por sus siglas en inglés) entró en vigor e incluyó como firmantes a todas las principales 497
naciones balleneras. Condujo a la Coalición Internacional para la protección de la Vida Silvestre (Internacional Wildlife Coalition), que basó su asesoría sobre cuotas de caza en una comisión científica. Durante el tiempo de su existencia y hasta el presente la Coalición ha experimentado diversos cambios notables. Desde la década de los años 80, y tras la adopción de una moratoria a la caza comercial de ballenas, ha vivido años agitados. Particularmente en los años 90, las condiciones de los análisis científicos estuvieron en el centro del debate. Algunas naciones han expresado profundo interés acerca de lo que perciben como el prejuicio conservacionista de la Coalición. Se ha observado que desde el final de los años 70 ha sido cada vez más difícil lograr acuerdos con el comité científico sobre sus recomendaciones. No puede haber duda de que un alto grado de politización y polarización sobre el tema de la caza de ballenas, y las dimensiones valorativas subyacentes, han contribuido sustancialmente a estas dificultades. A partir de que las ballenas han adquirido un estatus simbólico dentro de las destrezas del movimiento ambientalista y el interés público para detener el deterioro ambiental, se ha hecho crecientemente difícil separar la ciencia de la política. Las incertidumbres implícitas en las evaluaciones permiten suficiente libertad de acción para distintos puntos de vista sobre lo que constituye la mejor evidencia científica. Se ha señalado que los científicos de las naciones con activo interés ballenero (por ejemplo, Noruega) tienden a oponerse a los esfuerzos y cálculos conservacionistas, en tanto que los científicos de naciones sin tales intereses apoyan un enfoque fuertemente precautorio. Aparentemente esto ha mejorado algo en los últimos años, cuando los avalúos noruegos fueron aceptados por la comisión a pesar de la oposición de la mayoría de las naciones a la caza de ballenas. Desde entonces la discusión se ha enfocado más sobre la ética de 498
esta práctica que en los avalúos científicos de ciertas especies. Podemos, no obstante, asumir que este tema está lejos de resolverse y que los desacuerdos relativos a las bases científicas de sus recomendaciones podrían fácilmente resurgir. Algunas características de la ciencia en la actuación política Los ejemplos anteriores son ampliamente visibles en el debate internacional y constituyen un claro vínculo entre ciencia y política. Antes de preguntarnos qué tan típicos podrían ser a una escala más pequeña de fusión ciencia-política, en un nivel nacional o regional, examinemos brevemente algunas características de los ejemplos citados. Designación política e influencia Primeramente debería anotarse que el escenario institucional del ipcc y de la iwc se estableció tras un consenso político sobre la necesidad de una regulación y/o del estricto cumplimiento de un avance. Las premisas para las actividades científicas y las estimaciones, fueron suministradas por el sistema político (internacional). Esto tiene consecuencias sobre la designación de los expertos. Mientras que el ipcc y la iwc han estado abiertos a participaciones (y/o a observadores) de fuentes independientes como las ong y organizaciones científicas, la participación en los grupos centrales aún depende de las designaciones hechas por las naciones (firmantes) y sus autoridades políticas. Esto trae consigo influencias dentro de las naciones, con respecto a los organismos decisorios. Obviamente esto puede algunas veces ser tan dependiente de las actividades políticas, militancias o relaciones personales, etcétera, como de los logros científicos. Hay ejemplos 499
de designación de científicos como miembros de estos organismos, en que el conocimiento personal de figuras políticas (haber ido juntos a la escuela con el primer ministro, por ejemplo) fue obviamente un factor inicial importante en el proceso de designación. No obstante, aunque la notoriedad en la arena política bien puede ser una condición necesaria para tal inclusión, puede no ser suficiente para designar o influenciar a esos grupos. Trabajar en las comisiones científicas o subcomités, obviamente, requiere buen juicio científico y experiencia, particularmente cuando lleva efectivamente a afectar la evaluación científica. Dado que gran parte del trabajo básico es hecho por otros grupos de trabajo o de proyecto, uno puede sostener que ese buen juicio científico comprensivo es más importante que el conocimiento especializado. Esto parece dejar un margen considerable para apreciaciones acerca de quién resulta adecuado para representar una nación en esas comisiones científicas. Así, si la presencia en el área política juega un papel en el proceso de designación, esto no significa necesariamente que disminuya la autonomía de la ciencia. Pero, cuando se trata de juzgar las evaluaciones científicas de gran incertidumbre donde un proceso de ponderación basado en algún compromiso de valores implícitos parece ser importante, este perfil político del científico puede ser decisivo. Dado que los comités científicos del ipcc y de la iwc expiden o preparan recomendaciones políticas, parece muy difícil separar esas dos esferas. Los científicos en la arena pública Una segunda característica de los ejemplos anteriores es que los científicos mismos ingresan a la arena pública. Normalmente existe una extensa atención de los medios ligada a sus congresos. Las 500
organizaciones ambientales examinan críticamente todos los protocolos de las sesiones científicas. Suministran a los medios de comunicación lo que es considerado como experiencia alternativa. Así, los científicos enfrentan el reto de tener que defender sus trabajos en un foro público. Esto es muy diferente a los trabajos normalmente acostumbrados en ciencia, los cuales difícilmente van más allá del proceso de evaluación por sus pares en la disciplina. La atención mediática requiere de habilidades de comunicación que normalmente no forman parte de la formación o entrenamiento propio de un científico. También el interés de los medios es lo que frecuentemente crea expertos autorizados ante el público, y así, indirectamente, en la percepción de quienes toman las decisiones políticas. Parece entonces correcto decir que la participación política necesita habilidades adicionales o suplementarias a las habilidades propiamente científicas. La presentación pública de la información científica y la retórica involucrada, parece decisiva para el impacto del trabajo científico mismo. A primera vista esto parece ir contra lo que alguna gente describe como la “ideología purista de la ciencia”. Una expresión de tal ideología se encuentra, por ejemplo, en las celebradas normas cudos del sociólogo de la ciencia Robert K. Merton. Dos de estas normas en particular, universalidad y desinterés, parecen contradecir esta combinación de presentación o envoltura de la ciencia con su aceptabilidad. Si cierta parte de la información científica ha de ser presentada de una cierta manera retórica, y si la retórica directa o indirectamente es expresión de compromisos valorativos (por ejemplo, denostar la credibilidad de los partidos opositores), entonces la ciencia adopta reglas que obstaculizan la universalidad (aumentando el estatus del partido que la emite) y el desinterés (promoviendo ciertas consecuencias políticas). Es por supuesto muy difícil evaluar qué tanta influencia tiene esta 501
necesidad de la presentación pública de los informes científicos reales. Se ha declarado, particularmente por los participantes en este mismo proceso, que sólo influye sobre los informes superficialmente, dejando intacta la parte fundamental de la evaluación científica. Los escépticos suelen afirmar que la retórica tiende a hacer confuso el contenido real de los informes científicos. Cualquiera que pueda ser la verdad, parece claro que los científicos que incursionan en estos campos enfrentan la necesidad de adoptar nuevas habilidades comunicativas. Esto también se sostiene para la comunicación dentro de las mismas organizaciones, en particular de aquellas que son decisivas para las recomendaciones políticas y más dominadas por representantes políticos. El plazo político Una tercera característica que vale la pena atender es que el trabajo de los científicos es restringido por límites de tiempo establecidos por la agenda política. Sus recomendaciones y evaluaciones han de estar listas cuando las organizaciones decisorias se reúnan. Generalmente los científicos se inclinan a continuar sus proyectos hasta el punto en que obtienen la información suficiente para garantizar la publicación de resultados. Si el tema es complejo y la naturaleza no suministra fácilmente cualquier respuesta aceptable, entonces esto puede conducir a investigaciones de largo plazo. En ciencia básica, particularmente, se acostumbra ser cuidadoso sobre resultados favorables expeditos. La emergencia de la Gran Ciencia (el término introducido inicialmente por Derek de Solla Price) ha alcanzado a cambiar algo de esto. Los grandes proyectos científicos que dependen de amplios esfuerzos financieros como el Proyecto 502
Genoma Humano, han acostumbrado a los científicos a trabajar dentro de límites de tiempo bien definidos. También la necesidad de obtener financiamiento externo para proyectos de investigación, y finalizar esos proyectos con resultados publicables, ha contribuido a un cambio de actitud. Sin embargo, en estos asuntos las entregas parecen aún depender de juicios de factibilidad científica. Entrar en la arena política, como en los dos casos citados, parece, no obstante, conllevar a que la factibilidad científica se encuentre constreñida por la agenda política. Necesariamente, esto puede significar que la calidad de la información científica sea todavía deficiente en varios aspectos. El problema con esto no es, por supuesto, hacer esperar a los organismos políticos hasta que toda la información científica necesaria sea obtenida. En muchas áreas esto sería desastroso. Hay asociada aquí una necesidad clara de acción temprana y puntual. Esperar hasta que una comprensión científica suficiente sea suministrada y que un consenso dentro de la comunidad científica sea alcanzado, puede significar dejar pasar las oportunidades de realizar acciones que impidan el daño ambiental. Esta es la base del celebrado Principio de Precaución. Las discusiones sobre el cambio climático, por ejemplo, dependen crucialmente de la visión que de este principio tengan los partidos involucrados. A mi manera de verlo, el plazo temporal políticamente establecido, responde más a la necesidad de reportar entregas que en cada punto reflejen la incertidumbre resultante. Los científicos deben ser capaces no sólo de presentar el conocimiento que han obtenido, sino que deben también hacer ver a los hacedores de la política cuáles son las incertidumbres y dónde existen aún campos de ignorancia. Esta clase de información debe presentarse de una forma tal que su relevancia potencial para el proceso de toma de 503
decisiones sea claro y fuera de toda duda. El manejo de incertidumbres Esto me conduce al punto final de esta sección. Los científicos están entrenados para evaluar cuándo la evidencia es suficiente para garantizar la posesión de un conocimiento. En estadística uno está acostumbrado a establecer un nivel de significación de 0.05 o 0.01. Esto expresa la probabilidad del llamado error estadístico tipo i; negando la hipótesis nula y aceptando como verdadera la hipótesis de trabajo, cuando, de hecho, la hipótesis nula es verdadera. Esto también se conoce como el falso-positivo. Un error estadístico tipo ii es aceptar la hipótesis nula y rechazar la hipótesis de trabajo cuando, en realidad, ésta es verdadera (falso-negativo). Actualmente, los científicos tradicionalmente ponen gran interés en evitar los errores tipo i (es decir, son epistémicamente conservadores), mientras que las prácticas en donde procuran evitar errores del tipo ii, están mucho menos arraigadas. El problema básico detrás de esto es que evaluar la significación de información incierta en general, no produce consenso en la ciencia. En los temas ambientales, y en particular en áreas como las discutidas en los ejemplos arriba considerados, es notablemente difícil, si no es que totalmente imposible, producir afirmaciones cognoscitivas que reúnan los procedimientos científicos estándar. Uno tiene que evaluar la importancia de la información parcial relativa al asunto en cuestión. De hecho, los asuntos llegan a ser incluso más complicados de lo que señala el dilema de enfatizar la evasión de errores del tipo i o ii. Uno requiere evaluar, por ejemplo, la calidad de los datos mismos y la relevancia de modelos alternativos de evaluación y seguimiento. Muy frecuentemente enfrentamos el dilema de que la precisión creciente 504
en los datos cuantitativos conduce a descuidar otro tipo de información, incrementándose así nuestra ignorancia general sobre el tema. Esto se debe a las idealizaciones que forman parte de los experimentos de laboratorio y de los patrones de investigación. El efecto final es que los métodos científicos formalizados fallan en generar consensos científicos en áreas de incertidumbre extensa. Con el fin de alcanzar tal consenso en cuerpos consultivos como los arriba citados, se necesita formular criterios que descansen en los valores o en la utilidad política. Es inquietante que el entrenamiento de los científicos ponga tanto énfasis en métodos estándar para realizar pruebas rigurosas en la naturaleza, logrando evitar los falsos-positivos. Tomando en cuenta el prestigio que representa perseguir sólo intereses epistémicos, esto parece justificado. No obstante, nuestro entrenamiento científico no nos prepara o suministra método alguno para lidiar con información incierta e insuficiente en contextos donde una intervención tardía puede producir gran daño. Al entrenamiento científico también le cabe alguna culpa por sobrevalorar el conocimiento disponible a expensas de una apreciación clara de la importancia de amplios campos desconocidos que siempre acompañan a la ciencia cuando ésta se aplica a partes complejas de nuestro mundo. Considero preocupante que los científicos tengan una enorme confianza, por ejemplo, en las predicciones de los actuales modelos para evaluar bancos de pesca, cuando esos mismos científicos, apenas hace un par de años, pusieron la misma confianza en modelos anteriores que fallaron dramáticamente en sus predicciones. El mero hecho de la rápida sucesión de modelos alternativos para uno y el mismo propósito, por sí solo, debería ser suficiente para procurar una mayor precaución. Esto no quiere decir que no deberíamos hacer uso de la mejor información científica y de los modelos actualmente disponibles. De hecho, en muchas 505
áreas desearíamos que la política estuviera mejor informada acerca de los hallazgos de la ciencia. El asunto es, más bien, que los científicos involucrados en esos temas deberían aprender mejor a comunicar, manejar y ponderar la ignorancia e incertidumbre en sus análisis. ¿Mezclarse con la política sólo a nivel global? Podemos preguntarnos si los ejemplos que escogimos pueden considerarse significativos o típicos cuando los confrontamos con actividades científicas en un nivel menor. Obviamente, sólo una pequeña fracción de científicos está directamente involucrada en esas arenas que presentamos como ejemplos. Podríamos mirar a nuestro alrededor en nuestra universidad local y quizá encontrar que las cosas no han cambiado tanto. La enseñanza, la experimentación, la escritura y las ocasionales reyertas entre colegas parecen todas tan familiares. ¿Y no escucharemos algunas veces a los científicos quejarse de que los políticos no los escuchan, de que la ciencia nunca es noticia, y de que la política es tan irremediable por no estar científicamente informada? Esto es al menos lo que yo escucho regular e indefectiblemente. Pero, ¿debemos confiar en este aparente aislamiento espléndido (ya nadie habla más de la torre de marfil, al parecer)? ¿Deberíamos creer en este autorretrato del científico a la vuelta de la esquina, tan lejano y separado de los asuntos de la política? ¿Es quizá sólo en otros lugares, en instituciones internacionales más prestigiosas, con la crema y nata de la élite científica, que la política ha invadido (parcialmente) la ciencia? Mi experiencia me dice que encontramos la política ya en nuestra universidad local o en nuestro instituto de investigación vecino. Y no necesitamos siquiera mirar aquellas áreas como la 506
biotecnología, la medicina o las ciencias computacionales que son discutidas, de vez en cuando, en los medios de comunicación. Sólo logros científicos como el de la clonación de la oveja Dolly o el internet, ponen a los científicos en el medio de una política valorativamente cargada. Basta acudir a nuestro departamento de ciencia social, al de economía, de geología, de biología, de ciencias agrícolas, etcétera, y preguntar sobre sus proyectos, en particular sobre aquellos que están financiados con medios externos, por la industria o el gobierno. Encontraremos que un número considerable de ellos tienen objetivos que sirven a fines políticos. En nuestro país, por poner sólo un ejemplo, los científicos sociales y economistas fueron requeridos por el Parlamento para calcular los costos por recibir inmigrantes extranjeros solicitantes de asilo político. Cualquier científico que pretenda que esto constituye un simple cálculo científico es deshonesto o ingenuo. Indudablemente cualquier elección metodológica en tal proyecto reflejará valores. Las ambigüedades entran en muchos puntos. ¿Es posible negar la cercana interacción con la esfera política en tal proyecto? Otro caso Cualquier evaluación de impacto ambiental puede, según creo, servir igualmente de ejemplo. Considérese el siguiente caso (simplificado): un aeropuerto nuevo está planeado y los políticos han decidido construirlo en un lugar que se encuentra sobre el mayor manto freático de Noruega. Las autoridades exigen que sea ambientalmente seguro. Con el fin de solicitar permiso para la emisión de fluidos de deshielo en el terreno, se ordena un estudio de impacto ambiental para determinar las cargas seguras. Los científicos tienen un plazo estricto de sólo unas pocas semanas (la primavera) dado que las actividades de construcción siguen un 507
calendario ajustado. Toda la recopilación y análisis de datos tiene que ser realizada dentro de este tiempo. Los científicos tuvieron que desarrollar un diseño de investigación nuevo, toda vez que carecían de experiencia en el problema. No había otro estudio comparable disponible. Mirando más de cerca en la investigación uno encuentra fuentes innumerables de incertidumbre e ignorancia. Modelos idealizados y arreglos experimentales fueron utilizados y los efectos acumulativos de varias sustancias no pudieron ser estudiados. De hecho, no pudieron siquiera trabajar con las sustancias químicas reales que habrían de ser usadas más tarde (debido al secreto industrial), sino que tuvieron que hacerlo con algunos de sus ingredientes principales. El informe que fue producido, aunque reflejaba algunas importantes consideraciones, estaba lejos de tomar en cuenta todas las incertidumbres involucradas. El contratista, la compañía constructora del aeropuerto, estaba basándose en una versión sumaria y reducida de este reporte para llevar algunos de los fluidos de deshielo directamente al suelo. Toda incertidumbre desapareció y un “límite de seguridad” se estableció como resultado de la estimación. En ningún momento objetó alguno de los científicos ni el plazo temporal para el estudio, ni el manejo de las incertidumbres, ni el contenido de la aplicación final, ante las autoridades ambientales. Ninguna objeción fue hecha cuando el aeropuerto fue descrito como ambientalmente seguro. Las críticas en los medios de comunicación fueron respondidas diciendo que la experiencia científica ha mostrado que no hay razón para preocuparse. Por supuesto, tras menos de seis meses de operaciones ordinarias, las primeras mediciones indicaron que la carga ambiental sobre el suelo había sido excedida significativamente y que residuos importantes de las sustancias habían alcanzado el manto freático. Esos mismos científicos concurrieron a los medios 508
de comunicación afirmando que, de todas maneras, la calidad del agua nunca ha sido satisfactoria, y que era básicamente equivocado, por parte de los políticos, el intentar proteger los mantos freáticos a cualquier precio. Respondieron que estuvieron siempre conscientes de que los fluidos podrían contaminarlos y del peligro que esto representaba. La ciencia estaba en lo correcto, dijeron, pero la política estaba equivocada. No quiero afirmar categóricamente que este ejemplo en particular, es típico de los estudios de impacto ambiental en general. Aunque la calidad de las bases predictivas es de la mayor importancia, creo que algunas de las dinámicas implicadas son más bien típicas. Los científicos se incorporan a un proyecto como si sólo persiguieran metas epistémicas, ignorando así ampliamente el contexto político. Cuando se confrontan con el público, es decir, en los medios de comunicación, tienden a sobreestimar la importancia de sus hallazgos positivos, y a subestimar las incertidumbres involucradas. No ponen mucho interés en mostrar lo que no saben y que uno querría saber con el fin de tomar decisiones responsables. Es también muy perturbador notar que, aparentemente con frecuencia y fácilmente, unen fuerzas con sus empleadores. Cuando las cosas salen mal uno puede siempre cuestionar los juicios de valor de quienes toman las decisiones, en vez de cuestionar el papel de la ciencia en este proceso. Podría ser considerado algo excesivamente pesimista, pero el punto principal aquí es demostrar que el escenario del trabajo científico refleja las características que hemos visto en los dos ejemplos introductorios. La diferencia es que este último caso se encuentra más (literalmente) con los pies en la tierra. Muestra cómo la ciencia se llega a infectar con la disputa política, y cuán poco preparada está la ciencia para desempeñar este papel. Y esta es la ciencia que se lleva a cabo a nuestro alrededor. 509
Ciencia posnormal. Un término para una nueva arena Lo que hemos dicho hasta aquí es que aparentemente hay ciertas áreas donde la ciencia y la política interactúan muy de cerca, quizá tan de cerca que la noción de una fusión entre ambas áreas podría ser desarrollada. También parece que esto es nuevo, un fenómeno de posguerra. Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz han analizado por largo tiempo este problemático campo.2 Denominan “ciencia posnormal” a la ciencia involucrada en este campo cargado hacia la política (en contraste con el famoso término “ciencia normal” de Thomas Kuhn). Más específicamente, afirman que hay dos dimensiones fundamentales que separan las diferentes actividades científicas. Son las incertidumbres del sistema, por una parte, y los riesgos de (alto) valor, por la otra. Mientras que ambas permanecen dentro de ciertos límites inferiores, podemos hablar de ciencia aplicada. El consenso puede, normalmente, ser alcanzado en este campo. El siguiente nivel es la consultoría profesional. Aquí la experiencia científica es normalmente empleada para sentar las bases de fuertes intereses opuestos. La experiencia se halla cerca de la contraexperiencia; ambas claramente conectadas a los intereses de sus empleadores. Una vez que los riesgos de la decisión y las incertidumbres del sistema se hacen muy altos, podemos hablar de ciencia posnormal. Describen gráficamente esta situación en la siguiente forma:
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Como ejemplo citan la construcción de presas. Por largo tiempo la construcción de presas fue considerada meramente un problema de ciencia aplicada. La tarea era controlar el agua, y esto debería ser un problema de diseño tecnológico, según se asumía. Las incertidumbres podrían ser delegadas a los márgenes de seguridad acostumbrados por los ingenieros. Los valores en riesgo eran manejados por los responsables de la toma de decisiones. Sin embargo, con las discusiones crecientes sobre el uso y conservación de los recursos acuíferos y la ruptura de los procesos naturales, la discusión se hizo mucho más polarizada entre quienes defendían y quienes se oponían a la construcción de presas. Los científicos jugaron el papel de consultores Alto Bajo Alto Riesgo de decisión Ciencia postnormal Consultoría profesional Ciencia aplicada Incertidumbre del sistema profesionales. En nuestros días la discusión se ha hecho incluso más compleja. Frecuentemente uno cuestiona la racionalidad de construir presas en general. Los costos sociales de retirar a la gente, los costos ambientales de la perturbación natural, los riesgos de fallas en la presa, etcétera, son 511
suplementados con cuestiones básicas acerca de los beneficios asociados a las presas, cuestiones sobre el conocimiento de un consumo incrementado contra políticas de ahorro, etcétera. Los valores en riesgo reflejan la pluralidad de los valores políticos y sociales. Qué tipo de diseño de investigación escoger, cuáles disciplinas incorporar, qué escenarios desarrollar. Éstas ya no son simples elecciones metodológicas. Reflejan elecciones valorativas a un nivel muy fundamental. La elección de actores y expertos llega a ser crucial. En este sentido, de acuerdo con Funtowicz y Ravetz, los valores y los hechos no pueden ser claramente separados en la ciencia posnormal. Evaluación de expertos ampliada Los procesos normales de evaluación de expertos fallan debido al control de calidad en la ciencia posnormal. El consenso científico parece difícil de lograr o no se logra de manera significativa. Por eso Funtowicz y Ravetz sugieren lo que denominan “evaluación de expertos ampliada”, es decir, un proceso de evaluación que es incluyente respecto de grupos sociales con intereses heterogéneos. Una nueva clase de diálogo es necesario para poder progresar en la consideración de tales cuestiones que dan origen a la ciencia posnormal. Esta sugerencia está muy en la línea de discusiones actuales sobre las herramientas de política participativa. Por ejemplo, en la evaluación de la tecnología, particularmente dentro de los países europeos, tratan de incluir a todos los implicados y a ong relevantes, y de abrir el proceso a la participación de los ciudadanos. Prueba de ello es la conferencia consensual de los ciudadanos, desarrollada originariamente en Dinamarca. Aquí, la comisión que elabora la recomendación está conformada, exclusivamente, por personas no expertas, mientras que los 512
expertos presentan sus opiniones y responden a las preguntas del panel antes de que la recomendación sea finalmente hecha. El Instituto Loka, en el área de Boston, realizó, en 1997, la primera conferencia del consenso ciudadano de Estados Unidos. Actualmente una actividad similar está a punto de realizarse en Canadá (Universidad de Calgary), siguiendo el ejemplo de países como Noruega, Holanda, Francia, Alemania, Reino Unido, y también Corea del Sur, Japón y Australia. Su gran atractivo radica, precisamente, en la nueva asociación entre expertos y no expertos. Generando mucho más consenso que en la evaluación de expertos ordinaria, logrando la aceptabilidad (de una tecnología), con mejores bases para la acción política. No quiero extenderme demasiado sobre estos asuntos. El punto importante es que, aparentemente, la ciencia ha ingresado en campos en los que se mezcla con la política y los valores en nuevas e intrigantes formas. Las dudas e incertidumbres no pueden ser manejadas rutinariamente. Podemos desear llamar o no a esto ciencia posnormal. No importa si queremos separarla de la ciencia más pedestre, a la que hemos estado acostumbrados por tanto tiempo. Lo que importa son las implicaciones de tratar con grandes incertidumbres y riesgos de importancia. El problema permanente que enfrentan sistemas administrativos como el ipcc y el iwc es la defensa de la credibilidad de los expertos ante el público crítico. Los hechos, aparentemente, están tan entretejidos con los valores que la crítica puede presentarse en cualquier momento. Y, como lo he estado tratando de indicar, la actitud de un público escéptico puede cambiar llegando a ser bastante racional y bien fundamentada. ¿Y qué hacemos al respecto? Recomendaciones finales
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Si seguimos el razonamiento de Funtowitz y Ravetz, y el de muchos otros, tendremos que cambiar los regímenes de la ciencia posnormal, es decir, abrir todo el proceso a la pronta y participativa evaluación de expertos ampliada. La ciencia tiene que comprometerse en un diálogo estructurado con una sociedad más amplia, y reflejarse de manera explícita sobre sus propias inclinaciones valorativas más o menos implícitas. Esto requiere de la preparación de nuevos roles en la formación científica. Aquí tenemos que revitalizar los viejos ideales de la universidad. Las universidades originalmente fueron concebidas para el intercambio activo de ideas entre disciplinas y tradiciones. Al igual que las academias, debían ser estructuras abiertas con una organización horizontal entre colegas. Nunca fueron pensadas como un conglomerado más o menos accidental de departamentos aislados y subcampos, con fuertes muros y fronteras entre ellos, ni para ser administradas como grandes consorcios. Se suponía que las distintas disciplinas debían interactuar, incluyendo a las humanísticas y las ciencias sociales. La obtención de un doctorado en un campo no era solamente la expresión de ser especialmente competente dentro de esa área en particular, sino también la expresión de haber sido educado dentro de un ambiente de amplio intercambio académico. Durante mucho tiempo, en algunos países europeos, esto se vio reflejado en las demandas de estudios, de apoyo o preparatorios, en filosofía, antes de que fuera otorgado un grado doctoral. Creo que hemos menospreciado durante mucho tiempo este viejo ideal de la universidad, y probablemente nos hemos alejado demasiado de él. Esto constituye una pobre preparación para los nuevos diálogos en los que los científicos van a tener que involucrarse. La ciencia no debe realizar una transición total hacia la política, no debería caer en el romanticismo de comprometer sus valores institucionales tradicionales. Sin embargo 514
la ciencia no puede ni debe retirarse de los debates politizados donde las valoraciones son altas y las incertidumbres grandes. La ciencia y la política están obligadas a ser pareja por mucho tiempo, si es que nuestros problemas regionales y globales de desarrollo sustentable han de tener alguna oportunidad razonable de ser resueltos. No es necesario enfocarse en la amenaza de la corrupción política. No hace falta temer a la desaparición total de todas las virtudes y todas las diferencias. Más bien podemos dirigir nuestra atención a los beneficios positivos de mejorar nuestras decisiones políticas a través de las contribuciones de la ciencia, y ésas no son sólo partes aisladas del conocimiento. Esos beneficios incluyen también la inserción del enfoque científico, del diálogo abierto y racional, a través de fronteras y diferentes valores adoptados. La ciencia y la política: pareja serán, pero no debemos esperar mucho romance entre ellas.
________NOTAS________ 1
Comentario, en New Scientist, 8 de septiembre de 1990. [Regreso]
2
Véase, por ejemplo, su “Science for the Post-Normal Age” en Futures, 25/7, septiembre de 1993. [Regreso]
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La caracterización del riesgo tecnológico como problema filosófico
Sergio F. Martínez La regulación del riesgo generado por el desarrollo tecnológico es uno de los temas centrales en los estudios sobre la ciencia y la tecnología. Una tarea importante es el desarrollo de una categorización significativa en la práctica que nos permita detectar los riesgos y en base a su clasificación sugerir maneras de tratarlos. La palabra riesgo se utiliza de maneras muy diferentes. Por un lado se refiere a una decisión que se toma bajo el supuesto de que las probabilidades involucradas son conocidas y, por otro, en el sentido de un suceso (no deseable) contingente, es decir, que puede o no ocurrir, y cuya ocurrencia es modelable por medio de probabilidades que se puede asumir son conocidas. El riesgo puede entenderse como un recurso disponible para la toma de decisiones y es la manera como se usa generalmente en modelos de decisión en distintas situaciones. Cobra sentido con el análisis de riesgos tecnológicos basados en un modelo formal de “utilidad objetiva esperada”. En este trabajo voy a usar la palabra riesgo con cierta ambigüedad alrededor de esas tres acepciones que, para mis propósitos, no son excluyentes. En la medida en que lo contingente no es modelable por medio de un modelo de probabilidades conocidas, se habla de incertidumbre. Cuando consideramos que la incertidumbre proviene de rasgos objetivos de la estructura, o proceso causal en cuestión, más que ser un rasgo de nuestro conocimiento de las propiedades de la estructura o sistema, entonces se habla de indeterminación. Incorporar el concepto de indeterminación en la discusión es 516
importante porque nos lleva a considerar posibilidades que el concepto más tradicional de incertidumbre, como falta de información, no permite considerar. La administración de la indeterminación es pues un problema importante y difícil. Por ejemplo, si se acepta que alguno de los procesos involucrados en el vertido de desechos industriales es indeterminado, entonces ya no es claro que ese vertido pueda analizarse por medio de modelos basados en una utilidad objetiva esperada. Nótese que en la medida en que aspectos contingentes de una situación juegan un papel en la caracterización de un sistema de causa-efecto, el concepto de indeterminación va a jugar un papel cada vez más importante en la caracterización de la incertidumbre asociada al (comportamiento del) sistema. El objetivo central es hacer ver algunas de las implicaciones importantes de los planteamientos contemporáneos de la filosofía de la ciencia, a la discusión sobre riesgo e incertidumbre. Muchas veces se habla como si el hecho de que, por definición, la incertidumbre no es cuantificable en probabilidades definidas, la dejara fuera del ámbito de discusión moral o política. Es usual asociar el concepto de riesgo con el de responsabilidad, pero el de incertidumbre no. Esto parece provenir del supuesto de que, siendo no cuantificable, la incertidumbre no puede sujetarse a cánones de inferencia racional. Como veremos, los intentos por caracterizar una noción de explicación causal que no proviene de leyes universales, requiere confrontar el problema de conceptualizar lo contingente, muchas veces de manera cualitativa, como parte de una explicación. Es pues claro que esta discusión de la filosofía de la ciencia es pertinente en el diálogo entre indeterminación y evaluación de riesgo. Otra discusión necesaria es la que tiene lugar en la filosofía de la biología (sobre todo, pero no exclusivamente) acerca de la importancia de hablar de explicaciones causales en 517
donde no es posible hacer una distinción clara entre lo que está “dentro” y lo que está “fuera” del sistema. Esto plantea un tipo de indeterminación sistémica similar al tipo de indeterminación que tienen que confrontar muchas veces evaluadores del riesgo. No voy a tratar de hacer una conexión directa de estos planteamientos con el tema que nos interesa, mucho menos voy a empezar por defenderlos. Esto requeriría mucha elaboración. Lo que voy a hacer es mostrar cómo las maneras en las que algunos de estos enfoques filosóficos incorporan la tecnología como parte integral de la realidad sobre la que habla la ciencia, tienen consecuencias importantes para la discusión sobre las formas en las que se puede conceptualizar la indeterminación o incertidumbre objetiva, que preocupa en relación con la evaluación del desarrollo tecnológico. Durante buena parte del siglo xx la mayoría de los filósofos hubieran estado de acuerdo en que había algo que podía llamarse, de manera relativamente no controversial, “filosofía de la ciencia”, y otra área que era la “filosofía de la tecnología”. La filosofía de la ciencia estudiaba la estructura y dinámica de las teorías científicas, la naturaleza de sus explicaciones y métodos, mientras que la filosofía de la tecnología estudiaba los problemas filosóficos, por ejemplo conflictos de valor, que generaban las aplicaciones de la ciencia como parte del desarrollo de la sociedad. Esta manera de ver las cosas es problemática por varias razones que hoy en día son bastante conocidas. En primer lugar la tecnología no es simplemente ciencia aplicada, y en segundo lugar la idea de que la ciencia es esencialmente una estructura de teorías es rechazada por una buena parte de los filósofos de la ciencia contemporáneos. Recientemente se publicó una muy buena antología en filosofía de la tecnología compilada por Scharff y Dusek.1 En la introducción general los compiladores consideran que una antología como esa es importante porque las antologías existentes no incluían fuentes 518
clásicas (como Aristóteles, Bacon y Marx) y, además, porque las selecciones usuales son pobres en textos filosóficos que tienden a dejar la impresión de que la filosofía de la tecnología es, sobre todo, una discusión sobre conjuntos de valores en competencia, que se utilizan como medios instrumentales. Otro problema que Scharff y Dusek encuentran con las antologías tradicionales, es la falta de reconocimiento de la importancia que tiene la relación entre la tecnología y la ciencia y, más a fondo, la importancia de supuestos acerca de lo que es la ciencia en una reflexión respecto a la relación entre ciencia y tecnología. Ellos consideran que la antología que han compilado tiene la virtud de poder apoyar cursos en los cuales cuestiones históricas, epistemológicas y metafísicas pueden discutirse a la par de cuestiones éticas y políticas. La idea es clara y convincente. Pero un examen de los textos por ellos escogidos deja ver claramente que la filosofía que traen a colación es bastante parcial y limitada. Sin lugar a dudas los trabajos son clásicos, contiene obras de Carnap, Hempel, Toulmin, Latour, y otros. Sin embargo, no incluye el tipo de textos de filosofía contemporánea de la ciencia que, por lo menos implícitamente, promueven una filosofía de la tecnología muy diferente. Pienso en autores como Nancy Cartwright o Ian Hacking. Autores que sugieren una cierta manera de entender la relación entre ciencia y tecnología que tiene profundas implicaciones para la manera de plantear varios problemas filosóficos que genera el desarrollo de nuevas tecnologías. Otra omisión importante es que en toda la antología no haya un solo artículo o mención siquiera de las discusiones respecto a la administración de la incertidumbre y el riesgo, que plantean, de manera particularmente aguda, muchas tecnologías contemporáneas. Ellos pueden argüir que esto es así porque el tipo de discusiones que generan los conceptos de riesgo e incertidumbre, así como problemas sobre la evaluación y 519
atribución de riesgo, son, estrictamente hablando, meramente empíricos. De hecho, la discusión sobre el riesgo y la incertidumbre tiende a examinarse como un problema empírico, y se examina en revistas como Journal of Risk o Risk Analisys, pero no en revistas de filosofía de la tecnología. Mi primer punto es que esta división del trabajo delata supuestos problemáticos respecto a la naturaleza de la ciencia y la tecnología, y en particular respecto a la localización del tipo de normas que pueden ser de interés filosófico. Una vez que estos supuestos se cuestionan, el problema de la conceptualización del riesgo y la incertidumbre aparece en el centro de interés de una filosofía de la tecnología. La discusión sobre el riesgo se distingue por involucrar toda una serie de cuestiones normativas que tienen tanto una dimensión moral, como económica, cultural y epistémica. Desde esta perspectiva, las distinciones tradicionales entre lo que es la ciencia y lo que es la tecnología, simplemente no se aplican. Muchos estudios contemporáneos sobre la tecnología, rechazan tajantemente esta visión estrecha de la ciencia y la tecnología que se asocia con lo que hemos llamado “la filosofía de la tecnología tradicional”. Estos estudios muchas veces parten de una crítica a la concepción simplista positivista de ciencia y conocimiento que subyacen a esos enfoques tradicionales. No es sorprendente que por lo general terminan concluyendo que la filosofía puede aportar poco o nada al estudio de la tecnología y tratan de mostrar cómo el conocimiento científico, en última instancia, puede siempre entenderse en términos de categorías empíricas. Entre los sociólogos de la ciencia, la búsqueda de consenso es una de esas categorías que se piensa muestran la dispensabilidad de la filosofía de la ciencia y la tecnología. Bruno Latour, por ejemplo, uno de los críticos más articulados de la visión tradicional de la ciencia y la tecnología, sigue asumiendo 520
que la filosofía de la ciencia se basa en una “filosofía del conocimiento” que presupone una dualidad entre un estructura de conocimiento articulada en términos de proposiciones o enunciados, por un lado, y un mundo al que se refieren esos enunciados, por el otro.2 Latour considera que el abandono de esta concepción de conocimiento nos lleva a reconocer que más que filosofía de la ciencia, es necesario hacer una filosofía política del conocimiento, y que eso requiere rechazar el dualismo anterior entre lenguaje y mundo. El rechazo de esta dicotomía permitiría, según Latour, evitar que la filosofía de la ciencia haga la mitad del trabajo de la filosofía política por debajo. El tipo de filosofía política que él considera debe promoverse, lo que él llama “ecología política”, parte del supuesto de que no hay un mundo y varios lenguajes, ni una naturaleza y varias culturas, sino más bien asociaciones de humanos y no humanos que insisten en formar parte de un colectivo. Independientemente de la viabilidad como tesis filosófica de esta idea, y del éxito que tenga un proyecto como éste para modelar la actividad científico-tecnológica, lo que me interesa es recalcar el supuesto implícito en Latour respecto a la importancia que tiene la filosofía de la ciencia en el entender del conocimiento, como una estructura de enunciados respecto a los cuales caracterizamos y atribuimos valores epistémicos. Este tipo de supuesto respecto a lo que es la filosofía de la ciencia es muy común en los estudios empíricos sobre la ciencia. Steve Fuller, por ejemplo, critica a Kuhn por haber contribuido a “aliviar las ansiedades de académicos alienados y hacedores de políticas científicas conservadores en tanto que promueve la idea de que la mejor manera de avanzar el conocimiento es que cada quien se concentre en resolver los acertijos propios de su profesión”.3 Él piensa que es necesario recobrar ese “espacio perdido” que corresponde a la discusión pública de los fines generales de la 521
ciencia. Lo que Fuller llama “epistemología social” estaría precisamente dedicada a recobrar ese espacio perdido. Ésta sería la manera de darle a las ciencias sociales un lugar importante en la tarea de construir el ámbito normativo de la investigación científica. Es indudable que hay algo muy importante en lo que dice Fuller. La visión de Kuhn, o por lo menos lo que Fuller toma como visión de Kuhn, es profundamente conservadora y promueve la idea de que a la ciencia se le aplica el dicho de “zapatero a tu zapato”.4 Si Fuller tiene razón sobre, si el progreso social no puede entenderse como una mera agregación del progreso de las diferentes tradiciones de “resolución de acertijos” asociada con las diferentes profesiones científicas, existe algo muy importante que debe recobrarse. En esto podemos estar de acuerdo, pero esto no quiere decir que recobrar este espacio público de discusión sobre la ciencia requiera orientar una discusión de sus fines generales. Esto presupone una cierta manera de entender lo que es conocimiento que es la que Fuller desarrolla en varios de sus libros. La idea de Fuller de conocimiento, a pesar de ser una noción que toma muy en cuenta su aspecto económico y su estructura social, deja de lado la importancia que tiene la incertidumbre en el entender del desarrollo económico, institucional, científicotecnológico. Es indicativo que en su libro sobre la administración de la ciencia,5 Fuller no mencione para nada el tema de la incertidumbre. No pretendo convertir estas observaciones en una crítica a Fuller, aunque creo que pueden desarrollarse en esa dirección. Sólo lo menciono para que quede claro que la manera en que Fuller integra el estudio de las normas epistémicas en las ciencias sociales, deja de lado muchas cosas que son importantes desde el punto de vista de la epistemología, la filosofía de la ciencia y las ciencias sociales. Cuestiones que son particularmente importantes para poder hacer una crítica filosófica a propuestas 522
usuales acerca de cómo administrar la incertidumbre y modelar los riesgos. En la medida que se presta atención a la actividad científica como el punto de partida de una filosofía de la ciencia, la idea de una ciencia unificada por obra y magia de una estructura epistemológica que podemos caracterizar a priori, en términos de estructura, lógica, matemática o lingüística, se vuelve más problemática y menos convincente. Si partimos de un estudio de la actividad científica y técnica la epistemología tiene que seguir los contornos de las prácticas, y esto lleva de manera directa a un replanteamiento de la relación entre ciencia y tecnología. Hay diferentes maneras de llevar a cabo ese replanteamiento. Dependiendo de nuestros objetivos va a requerirse un tipo de análisis diferente. Incluso desde un punto de vista epistemológico, es posible decir que hay o que no hay una distinción significativa entre ciencia y tecnología. Esto va a depender del grado y de los objetivos de nuestro análisis. Desde el punto de vista del tipo de instituciones que se constituyen, podemos hacer una distinción (válida en ciertos períodos históricos y lugares) que puede ser útil para ciertos objetivos, pero desde el punto de vista de las normas epistémicas que genera la actividad científico-tecnológica creo que es contraproducente tratar de distinguir lo “científico” de lo “tecnológico”. En la filosofía de la ciencia contemporánea hay varias propuestas que promueven una relación muy diferente a la tradicional entre conocimiento científico y tecnología. La filosofía de la ciencia de Ian Hacking es un buen ejemplo. Hacking parte de promover la idea de que hay diferentes tipos de conocimiento en la ciencia: In nature there is just complexity, which we are remarkably able to analyze. We do so by distinguishing, in the mind, different laws. We also do so, by presenting, in the laboratory, pure, isolated phenomena. 6 Es 523
pues claro que un fenómeno es una representación de estructuras contingentes con capacidad de sustentar explicaciones. Un fenómeno para Hacking no es una regularidad de la experiencia que descubrimos o inferimos de teorías. Un fenómeno es un suceso capaz de generar patrones causales que se consideran interesantes en el sentido de que tienen poder explicativo y/o predictivo. Un fenómeno no es algo que se descubre en la naturaleza, sino que se produce en un laboratorio. Hacking sugiere que la producción de fenómenos en laboratorios es un tipo de conocimiento diferente del tipo de conocimiento que obtenemos a través de la explicación por leyes. Es el tipo de conocimiento que se produce en las tradiciones experimentales. Un fenómeno nos permite explicar un proceso sin necesidad de sustentar la explicación (exclusivamente) en regularidades de la experiencia.7 Para Hacking la creación de fenómenos es una de las tareas distintivas de las tradiciones experimentales. Los fenómenos marcan los límites de las teorías, en el sentido de que los modelos de las teorías no pueden explicar más allá de los fenómenos. Los fenómenos son públicos, regulares, dignos de atención, y muchas veces se caracterizan como leyes, pero a veces no. Un efecto en la física es un ejemplo paradigmático de fenómeno. Los efectos, como muchas veces sucede con los fenómenos en general, no existen fuera de cierto tipo de aparatos. El concepto de fenómeno puede generalizarse. Una red de distribución eléctrica o un sistema de producción de energía atómica pueden verse como fenómenos. En este sentido un fenómeno ya no es algo que tiene lugar en un aparato sino en un sistema tecnológico.8 Un sistema tecnológico involucra, además de partes materiales-tecnológicas, normas, estándares, valores, fines, aparatos, técnicas y muchos otros recursos que son parte de todo un sistema dentro del cual se genera y mantiene la estabilidad que 524
permite la creación de fenómenos, y su (posible) uso en aplicaciones tecnológicas y en la sustentación de procesos de producción de muchos otros tipos. El conocimiento que proviene de la producción de fenómenos está orientado por valores y abierto en el sentido de que los aspectos contingentes del mundo, que incluyen nuestros valores y expectativas, entran a formar parte de lo que consideramos conocimiento. Nótese que con respecto al conocimiento científico que proviene de fenómenos, la tecnología no es un resultado o una consecuencia de la ciencia. La tecnología entra a formar parte de la ciencia desde el principio, es parte constitutiva de los sistemas tecnológicos en los cuales tiene lugar el tipo de procesos que llamamos fenómenos. En tanto que el conocimiento de fenómenos no es un conocimiento que podemos representar como derivable de leyes (universales), su representación involucra esencialmente aspectos contingentes del mundo, que no pueden sino caracterizarse como indeterminaciones. Los fenómenos pueden o no ser predecibles, pero ciertamente tienen capacidad explicativa, son parte importante de los recursos que podemos utilizar para entender las circunstancias en las que tiene lugar la vida humana. Otro ejemplo de cómo la tecnología juega un papel constitutivo en los fenómenos de los que habla la ciencia, tiene que ver con la interpretación de la mecánica cuántica. El problema de la medición es muchas veces considerado como el problema filosófico más importante de la física. Muy a grandes rasgos, el problema es el siguiente; de acuerdo a la teoría cuántica, la evolución de los estados físicos en el tiempo la describe la ecuación de Schrödinger. Ésta es una evolución determinista. El problema surge porque en cierto tipo de interacciones, interacciones que podemos interpretar como mediciones, la situación física parece obligarnos a asignar un estado diferente al que la ecuación de Schrödinger le asignaría. 525
Esto es un problema muy serio para alguien que sostiene una cierta idea tradicional acerca de la manera en la que los modelos matemáticos nos ayudan a describir, y el sentido en el que podemos decir que una teoría nos da una descripción empíricamente adecuada o verdadera del mundo. El problema es fácil de ver si aceptamos los siguientes supuestos: 1. La mecánica cuántica nos genera modelos empíricamente adecuados que son en principio la descripción más detallada que podemos tener de los estados físicos a nivel elemental. 2. La ecuación de Schrödinger describe la evolución de esos estados físicos en el tiempo. 3. Después de una medición, esto es, de una determinación (típicamente en un laboratorio) podemos decir en qué estado está el sistema que nos interesa determinar. El problema surge porque los estados que se transforman de acuerdo a la ecuación de Schrödinger son (por lo general) lo que se conocen como superposiciones, esto es, estados que son la suma de dos vectores, por ejemplo, a + b. Pero la medición nos dice que el estado final del sistema es b (por ejemplo). Nótese que el problema viene del supuesto de que la mecánica cuántica nos da la descripción más detallada de lo que tiene lugar cuando un sistema pasa, en una interacción con otro sistema, de un estado a otro. Como Einstein fue el primero en argumentar con suma elegancia, parece que tenemos que concluir que, o bien la mecánica cuántica no es completa (esto es que no es una descripción suficientemente detallada de la estructura causal), o bien hay algo profundamente equivocado en la manera en la que estamos entendiendo la aplicabilidad de la matemática en la física. En un sentido, Einstein reconocía claramente que aceptar que la mecánica cuántica era completa y que la medición “reducía” (o determinaba) el estado que 526
asigna la ecuación de Schrödinger, implicaría que “Dios juega a los dados”. Hay muchas maneras de resolver el problema de la medición y muchas maneras de decir que no hay tal problema. Una forma de resolver el problema es diciendo que los sistemas físicos pueden ser matemáticamente representados de diferentes maneras, y que en algunos casos nos conviene representarlos como sistemas cuánticos y en otros como sistemas clásicos.9 De aceptarse una idea como ésta; la indeterminación es parte del mundo que describe la física, se plantearía el problema de cómo hacer que esa indeterminación se transforma en explicaciones y prácticas, o en otras palabras, el problema es cómo esa indeterminación va a representarse y a formar parte de ámbitos normativos (predictivos y explicativos en particular). Lo que quiero hacer ver (siguiendo en buena medida ideas de Nancy Cartwright)10 es que la administración de ese tipo de incertidumbre (que proviene de indeterminaciones fundamentales) en explicaciones y prácticas, requiere entender cómo la tecnología nos va permitiendo hacer un mapa de la incertidumbre que nos sirve de guía para la toma de decisiones. La manera usual de resolver el problema de la medición es agregarle a la teoría cuántica una regla que nos dice cómo se transforma matemáticamente en la medición un estado en otro, más allá de lo que dice la ecuación de Schrödinger. Si, como se sugiere arriba, la aplicación universal de esta regla se niega, entonces tenemos que decir que algunos tipos de sistemas, en algunos tipos de situaciones, tienen estados representables como estados cuánticos y otros tienen estados representables por estados clásicos. Por supuesto, algo más tiene que decirse respecto a cuándo podemos confiar en un tipo de representación y cuándo en otro. Y es aquí en donde la tecnología entra. La 527
tecnología va generando a lo largo de la historia de la física un mapa de aquellas situaciones, aplicaciones o sistemas tecnológicos, en los cuales un tipo u otro de representación es adecuado. Es la tecnología la que muchas veces decide cuándo una representación es adecuada y cuándo otra. La indeterminación se torna manejable a través de la tecnología que la (re)presenta. Ahora bien, si este tipo de solución se toma en serio, nótese que la tecnología entra en la base de nuestras representaciones del mundo, y entra como parte de una caracterización de aspectos contingentes del mundo. El conocimiento que tenemos de las propiedades de los procesos y sistemas que constituyen nuestro mundo proviene tanto de los modelos matemáticos que generan las diferentes teorías de la física, como de las maneras en las que la tecnología va haciendo un mapa de cómo esos modelos pueden usarse para describir el mundo de manera confiable, en circunstancias que tenemos que aprender a identificar empíricamente. Creo que esta forma de ver las cosas es muy adecuada para describir en general la manera como la tecnología entra en la “construcción” del mundo, sin tener que comprometerse con el tipo de presupuestos metafísicos promovidos por Bruno Latour, o con el tipo de antinaturalismo promovido por Fuller. Qué es el mundo para nosotros depende de cómo vamos integrando los modelos teóricos en el contexto de sistemas tecnológicos que nos permiten predicciones y explicaciones confiables. No hay un mapa del territorio previo al que nos van generando los sistemas tecnológicos. Esta manera de ver la relación entre ciencia básica y tecnología no sólo dejaría de lado de manera radical, la idea de que la tecnología es ciencia aplicada, sino que además promovería la idea de que las predicciones científicas van a tener más pronto que tarde limitaciones, y que las interacciones de los diferentes procesos generados por el desarrollo tecnológico tienen que 528
evaluarse sin la pretensión de poder disponer, ni siquiera en principio, de visión a largo plazo. Vuelvo ahora a la discusión sobre riesgo e incertidumbre. Una de las discusiones más importantes respecto al riesgo, tiene que ver con la diferencia entre aquellos que promueven una regulación basada en la ciencia (science based regulation) y aquellos que promueven un “principio de precaución”. El principio de precaución dice que no debemos esperar que haya prueba científica rigurosa para llevar a cabo acciones para detener o regular el desarrollo tecnológico que lleve consigo el riesgo de un serio daño al medio ambiente. Esto lleva por supuesto a discusiones muy difíciles sobre cuáles son los estándares de prueba que pueden y deben ser utilizados en condiciones de incertidumbre. En tanto que no es posible separar a la ciencia de la tecnología de la manera como asumen los que pretenden basar la regulación en la ciencia, la pretensión de sustentar regulaciones de la tecnología en la ciencia se vuelve problemática. De ser posible tener claridad sobre las maneras en las que la indeterminación puede representarse en explicaciones o predicciones científico-tecnológicas, podríamos avanzar respecto a la tarea de cómo clasificar diferentes tipos de incertidumbre como evidencia para tomar decisiones. En esta dirección quisiera hacer una sugerencia. Previamente quiero hacer ver cómo presupuestos acerca de lo que es la ciencia y la tecnología tienen implicaciones para la forma de entender la incertidumbre. Esto requiere dar por lo menos algunos ejemplos de esos presupuestos y de cómo esos presupuestos entran en formulaciones del concepto de incertidumbre. Una clasificación muy influyente de las diferentes estrategias posibles para el planteamiento de problemas y la toma de decisiones ha sido elaborada por Ravetz y Functowicz.11 Ellos consideran que las decisiones pueden situarse respecto a dos ejes, 529
“apuestas de decisión” y “niveles de incertidumbre”. Las apuestas de decisión refieren a los costes, beneficios y compromisos que están asociados con cada uno de los involucrados en la toma de una decisión. La incertidumbre puede ser técnica, metodológica y epistemológica. Esto resulta en zonas correspondientes a los tipos de estrategia que pueden resultar de una combinación de estos factores. Ellos llaman a estas zonas “ciencia aplicada”, “asesoramiento profesional” y “ciencia posnormal”. Estas zonas se refieren pues a los diferentes tipos de ciencia que pueden ser utilizados en la toma de decisiones, y dependiendo de qué tipo de ciencia se use, tenemos un tipo diferente de estrategia para la solución de problemas. Para dar una idea de cómo se utiliza esta clasificación consideremos el caso en el que la incertidumbre es baja y las apuestas de decisión altas. En este caso el problema difícilmente puede resolverse por medio de las estrategias de resolución de problemas de la “ciencia aplicada”. Ningún argumento de la “ciencia normal” puede ser concluyente, y la discusión va a trasladarse a cuestionamientos respecto a la metodología y principios guías de la investigación, lo que nos lleva a decisiones en las que la ciencia entra en los argumentos como “ciencia posnormal”. Nótese que la idea de fondo es utilizar una clasificación respecto a tres diferentes tipos de ciencia para identificar las diferentes estrategias posibles que pueden llevarnos a la toma de decisiones. Esto se combina con una cierta escala de incertidumbre que cuantificable y incertidumbre alta incertidumbre, lo “indeterminación”.
va de una incertidumbre baja que es manejable “científicamente”, hasta una en la que ya no es posible cuantificar la que Functowicz y Ravetz asocian con
No me interesa ahondar en esta propuesta, pero quiero hacer notar que con lo poco que hemos dicho quedan claras dos maneras 530
en las que supuestos acerca de lo que es la ciencia, entran en la propuesta de estos autores para administrar la incertidumbre. En primer lugar se asume que hay una distinción entre “ciencia normal” y “ciencia posnormal”. En segundo lugar se asume que la incertidumbre puede caracterizarse por medio de una escala lineal que va del tipo de incertidumbre asociada con el concepto de riesgo cuantificable en teorías del riesgo a la ignorancia. Estos dos supuestos me parecen problemáticos. Respecto al primer punto, hay que decir que sólo en casos muy especiales es de esperarse una caracterización de los problemas como parte de un “paradigma” que distingue a la ciencia normal.12 Respecto al segundo punto hay que decir que si se reconoce que la ciencia incluye el tipo de tradiciones experimentales en las cuales se producen los fenómenos de los que habla Hacking, entonces la distinción entre ciencia normal y posnormal deja de tener sentido. Lo que he sugerido arriba respecto a la manera en que la tecnología entra en la construcción de las representaciones apropiadas para el planteamiento científico de los problemas, apunta a que la indeterminación que juega un papel en la toma de decisiones no tiene porqué provenir de la ignorancia respecto a la manera como el mundo está determinado. La indeterminación y la incertidumbre están ya adentro de nuestras representaciones científicas y de nuestras técnicas, entran en el proceso de la constitución del ámbito normativo de una práctica, y más en general, entran en los sistemas tecnológicos dentro de los cuales se (re)presentan. Siendo esto así, no es plausible pensar en representar la incertidumbre en una escala lineal. Desde una perspectiva diferente Brian Wynne llega a una crítica similar al tipo de propuesta de Ravetz y Functowicz. Su punto es que no es posible hacer una distinción tajante entre un sistema causa-efecto y un ambiente externo social. Los compromisos 531
sociales que entran en las fases iniciales afectan los resultados de manera tal, que debemos evitar modelar las decisiones asumiendo que hay por un lado un “contexto científico”, como lo que identifica Ravetz y Functowicz como ciencia normal, y un contexto más amplio (tecnológico, podríamos recalcar) en el que valores sociales juegan un papel. Wynne tiene ejemplos muy claros de cómo la distinción entre sistemas de causa-efecto y un medio ambiente extracientífico son problemáticos cuando se trata de analizar procesos como el vertido de residuos industriales en los drenajes públicos. Apreciar toda la trascendencia de nuestras responsabilidades humanas, teniendo en cuenta que son ellas las que están a la base de las distintas opciones políticas, requiere por nuestra parte un examen mucho más atento de la naturaleza de las indeterminaciones en aquellos sistemas de cuyo cambio estamos comprometidos a través de nuestras actividades y compromisos humanos. Esto, a su vez, requiere que desenterremos y exploremos las indeterminaciones ocultas más sutiles (algunas veces como formas de autoconfirmación) en nuestro conocimiento natural de tales sistemas.13 Con Wynne es muy claro que el problema tiene que ver con la pretensión de aislar un sistema causa-efecto de un ambiente. ¿Cómo podemos hablar de sistemas causa-efecto “borrosos” (y no sólo en sus fronteras) o “abiertos”, sistemas que no podemos claramente separar de un ambiente? El punto que me interesa recalcar es que este tipo de problemas no surge sólo en estudios sobre el ambiente. Hemos visto que el problema está en el fondo de una discusión respecto a la estructura causal del mundo, y en particular surge en la interpretación de la mecánica cuántica. En la filosofía de la biología, una de las discusiones más importantes hoy en día, tiene que ver con la manera de entender un sistema causal 532
como “abierto”. Varios biólogos y filósofos consideran que la única manera en la que podemos integrar diferentes tipos de explicaciones, provenientes de diferentes prácticas científicas, es abandonando la idea de que un sistema causa-efecto puede analizarse como aislable de su entorno. Si el análisis científico abandona la pretensión de aislar sistemas causa-efecto como punto de partida de las explicaciones para entender indeterminación e incertidumbre, entonces surge de manera natural la necesidad de pensar en la ciencia y la tecnología de forma diferente a la tradicional, reconociendo que el origen e historia de la incertidumbre que se va integrando en los sistemas tecnológicos a través de normas y representaciones, es a la vez una manera en la que la responsabilidad humana se filtra hasta el subsuelo de lo que consideramos como objetivo. Esto nos lleva naturalmente a reflexionar sobre la pretensión de que muchas decisiones que generalmente se formulan como políticas públicas respecto al manejo del desarrollo tecnológico, deban de utilizar como criterios centrales las posibilidades de control y predicción (como se asume por aquellos que defienden que la regulación debe estar basada en la ciencia). Si pensamos que la incertidumbre se aleja conforme la luz de la ciencia avanza, entonces la administración de la incertidumbre es una cosa, si creemos que la incertidumbre no es representable de manera simplista, independiente de una historia y una geografía de valores que se plasma en sistemas tecnológicos, entonces la administración de la incertidumbre va a requerir de mucho mayor discusión para llegar a sentar las bases del tipo de ciencia y tecnología que queremos como parte de un consenso respecto al tipo de sociedad que queremos.
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________NOTAS________ 1
Robert C. Scharff y Val Dusek, Philosophy of Technology. The Technological Condition, Blackwell, 2003. [Regreso] 2
Bruno Latour, Politics of Nature, trad. al inglés de Catherine Porter, Cambridge, Harvard University Press, 2004: 83. [Regreso] 3
Steve Fuller, Thomas Kuhn, Chicago, The University of Chicago Press, 2000: 7. [Regreso] 4
No está de más recordar la tesis de Kuhn de que la historia de la ciencia no es un tema que deba de ser enseñado a los estudiantes de ciencia. Algo que según Kuhn sólo puede perturbar el proceso de inmersión en un paradigma que es indispensable para poder hacer ciencia. Si pensamos que la enseñanza de la historia de la ciencia es una muy buena manera de mostrar cambios en valores científicos que de otra manera se tornan invisibles para los estudiantes y posteriormente los profesionales, así como de mostrar la importancia de ambientes normativos en proyectos científicos, queda claro que la tesis de Kuhn asume que es posible articular los valores científicos con independencia de un contexto histórico y cultural (aunque sea famosa su idea de cómo van transformándose esos valores distintivos de la ciencia a través de su historia). [Regreso] 5
Steve Fuller, Knowledge Management Foundations, Boston, Butterworth Heinemann, 2002. [Regreso] 6
Ian Hacking, Representing and Intervening, Cambridge, Cambridge University Press, 1983: 226. [Regreso] 7
Ibid.: 221: “A phenomenon is commonly an event or process or a certain type that occurs regularly under definite circumstances. The word can also denote a unique event that we single out as particularly important. When we know the regularity exhibited in a phenomenon we express it in a law-like generalization. The very fact of such regularity is sometimes called the phenomenon”, énfasis de S. M. [Regreso] 8
Esta idea la desarrollo en 3.3 de Geografía de las prácticas científicas, unam, 2003 y en Filosofía de la ciencia y la tecnología, en coautoría con Edna Suárez. [Regreso] 9
Nancy Cartwright, How the Laws of Physics Lie, Oxford, Clarendon
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Press, 1983. [Regreso] 10
En particular voy a seguir la propuesta que hace Cartwright en “Quantum Technology: Where to Look for the Quantum Measurement Problem”, en Philosophy and Technology, Cambridge, Roger Fellows, Cambridge University Press, 1995. [Regreso] 11
Silvio Funtowicz, Jerome R. Ravetz, Kluwer, Uncertainty and Quality in Science for Policy, 1990. [Regreso] 12
Sin pretender entrar en una discusión sobre este punto, sólo quiero apuntar que las tradiciones del libro de texto, que constituyen la evidencia más fuerte por la tesis de Kuhn, de que hay una ciencia normal en su sentido, tienen interpretaciones alternativas. Por ejemplo, se pueden interpretar como describiendo los tipos de modelos para los que podemos formular claramente una explicación causal (Cartwright, The Dappled World, 1999, por ejemplo). Otra manera de explicar la evidencia utilizada por Kuhn para argüir por la existencia de una ciencia normal, se presenta en el libro compilado por Mary Morgan y Margaret Morrison, Models as Mediators, Cambridge, Cambridge University Press, 1999. [Regreso] 13
Brian Wynne, “Incertidumbre y aprendizaje ambiental: reconcebir la ciencia y la política en un paradigma preventivo”, en Ciencia, tecnología y sociedad, compilado por Marta I. González García, José A. López Cerezo y José Luis Luján, Ariel, 1997. [Regreso]
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Participación ciudadana, gestión y evaluación tecnocientífica*
León Olivé Cada día es más clara ante la sociedad, la necesidad de que el gobierno y el control de la actividad tecnocientífica deben hacerse no sólo de manera responsable y transparente, sino incluir la participación ciudadana. También ha venido creciendo la opinión de que el desarrollo tecnocientífico debe contribuir a la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de diferentes sectores sociales. Para lograr todo lo anterior tendría que procurarse una educación tecnocientífica orientada a la formación de una ciudadanía que pueda comprender, actuar y participar en la esfera de las decisiones sobre políticas de ciencia, tecnología e innovación, así como en la evaluación de sistemas tecnocientíficos y de innovación. Aclaremos de entrada cómo entendemos al concepto de “tecnociencia”. La tecnociencia se debe al surgimiento, hace apenas pocas décadas, de sistemas de producción y aprovechamiento del conocimiento que tienen formas de organización, de colaboración entre diferentes especialistas y otros agentes productores de conocimiento, estructuras de recompensas y mecanismos de financiamiento, así como mecanismos de evaluación, controles de calidad, normas y valores, muy diferentes a los de la ciencia y la tecnología como las hemos conocido desde la revolución científica del siglo xvii y la industrial del xviii. En efecto, a lo largo de la segunda mitad del siglo xx, la ciencia y la tecnología han sido paulatinamente desplazadas en importancia –social, cultural y económica– por la llamada “tecnociencia”, es 536
decir, por sistemas que constan de un complejo de saberes, de prácticas y de instituciones, en los que colaboran conjuntamente equipos de científicos, de tecnólogos, de gestores y administradores, que por lo general requieren grandes financiamientos, y donde se involucran intereses económicos y en muchos casos también políticos y militares. Ejemplos paradigmáticos de tecnociencia se encuentran en la investigación nuclear, en la investigación espacial, en la biotecnología y en la investigación genómica, en la informática y en el desarrollo de las redes telemáticas. Suele mencionarse al proyecto Manhattan –la construcción de la bomba atómica– como uno de los primeros proyectos tecnocientíficos.1 Los tres primeros rasgos que mencionamos arriba para la vigilancia, el control y para encauzar de manera socialmente aceptable el desarrollo científico- tecnológico: la transparencia, la responsabilidad y la participación ciudadana, han sido incluidos con frecuencia como elementos del concepto de “gobernanza”. Así, por ejemplo, la Unión Europea ha establecido cinco principios para la “buena gobernanza”: apertura y transparencia, participación, responsabilidad y rendición de cuentas, eficacia y coherencia.2 El concepto de “gobernanza”, a su vez, se ha entendido de la siguiente manera: “Con el término gobernanza se designan los nuevos métodos de gobierno y administración de la cosa pública basados en la interacción de las autoridades políticas tradicionales y de la ‘sociedad civil’: protagonistas privados, organizaciones públicas y grupos de ciudadanos”.3 Avanzar hacia una “buena gobernanza” en relación con la ciencia y la tecnología, por tanto, exige el fortalecimiento de la “cultura científica y tecnológica” de los ciudadanos, pues esto, entre otras cosas, significa una mejor comprensión del potencial benéfico para la sociedad de la ciencia y la tecnología, de las razones por las 537
cuales puede confiarse en sus resultados y aplicaciones –lo que supone una comprensión de la racionalidad científica y tecnológica–, pero también de los riesgos que generan y de las formas de vigilarlos y controlarlos. Implica también el aprendizaje ciudadano de que es factible y deseable participar en la discusión y evaluación de políticas científicas y tecnológicas, así como en la evaluación del desempeño de sistemas tecnocientíficos y de innovación. Pero desde luego esto exige la capacitación de los ciudadanos, así como la preparación de los científicos y tecnólogos para participar en equipos transdisciplinarios que incluyan a científicos sociales y a humanistas, tanto como a ciudadanos no especialistas, para la discusión del diseño y realización de políticas públicas en ciencia y tecnología, y para la discusión y evaluación del diseño, realización y operación de mecanismos de vigilancia y control de riesgos generados por la ciencia y la tecnología. También se requiere, por supuesto, preparar para lo mismo a los científicos sociales y a los humanistas. Para todo esto es necesario redefinir conceptos como “alfabetización científica”, “ciencia para todos”, o “comunicación”, “difusión” y “divulgación” de la ciencia y la tecnología. Pero si en Europa lo anterior es todavía en gran medida una meta a lograr a mediano y largo plazo, ¿qué podemos decir con respecto a este desideratum en América Latina, donde antes que una alfabetización científica se requiere una alfabetización a secas, y donde, tanto como en Europa y como en Estados Unidos, se requiere una intensa campaña de alfabetización humanística de las comunidades científicas y tecnológicas? Partiré de una primera tesis política: La buena gobernanza, particularmente enfocada hacia la ciencia y la tecnología, requiere de una serie de acciones que pueden ser 538
promovidas, particularmente en América Latina, desde instituciones académicas (universidades, academias científicas, etcétera), y no es necesario esperar a la transformación del sistema político. Ahora bien, para el diagnóstico de la situación y para llevar adelante medidas al alcance de universidades y academias, es necesario un análisis de la ciencia y de la tecnología, así como de la percepción pública de ellas. En lo que sigue de este trabajo me concentraré en la manera en la que los científicos y tecnólogos perciben a la ciencia y la tecnociencia, y en particular su papel dentro de las prácticas científicas y tecnocientíficas en los contextos de investigación, de comunicación, de educación y de evaluación para utilizar los términos de Javier Echeverría.4 Esto hace necesario el análisis de algunos aspectos de las creencias y actitudes de científicos y tecnólogos con respecto a la propia ciencia y la tecnociencia. Este tema es importante porque, al menos en países como México, estas actitudes pretenden ser determinantes, y a veces lo son, de la opinión pública en cuestiones de ciencia y tecnología, y ciertamente tienen un efecto considerable. De entre los numerosos aspectos que se deben analizar, me referiré a dos cuestiones: Las prácticas políticas de los científicos, donde manejan determinadas representaciones de la ciencia y la tecnociencia. Las controversias sobre la ciencia. Estos dos aspectos son importantes porque tanto las representaciones que se manejan en las prácticas políticas, cómo las controversias entre especialistas, afectan la imagen pública de la ciencia, y de esa manera inciden en la posible participación ciudadana. En las prácticas políticas de los científicos, en las controversias, así como en la construcción de indicadores y en el diseño de 539
políticas, intervienen tres tipos de creencias que vale la pena distinguir para poder reaccionar ante ellas y ante sus consecuencias: a) las creencias y opiniones objetivas, b) las creencias que he llamado subjetivas pero que son constitutivas de prácticas científicas y c) las que he llamado puramente ideológicas.5 Tipos de factores que intervienen en la constitución del sistema científico y en sus representaciones. La ciencia está constituida por una diversidad de elementos, entre otros, por conocimientos generados, acumulados, transformados y transmitidos por medio de prácticas y de instituciones. Por “práctica” entenderemos un conjunto de acciones colectivas coordinadas y orientadas por ciertos “nexos” tales como a) representaciones que condicionan la comprensión de qué hacer, qué decir y cómo actuar; b) conjuntos de valores, reglas, principios, normas e instrucciones; c) estructuras de acción que involucran fines, proyectos, tareas, propósitos, creencias, emociones y estados de ánimo. Por medio de las prácticas se transforman objetos naturales, inertes y vivos, así como objetos sociales (relaciones, costumbres, estructuras, instituciones, creencias, ideologías, etcétera).6 Dentro de la ciencia y de la tecnociencia hay prácticas que son constitutivas de ellas, es decir, sin esas prácticas ni la ciencia ni la tecnociencia serían lo que son, ni tendrían los resultados que por lo general obtienen, los cuales pueden ser conocimientos, o la transformación de objetos naturales o sociales. Tales prácticas constitutivas de la ciencia y de la tecnociencia, están condicionadas y orientadas por creencias objetivas acerca de la propia ciencia o la tecnociencia, pero también hay prácticas que son constitutivas de la ciencia y de la tecnociencia, las cuales están condicionadas y orientadas por creencias subjetivas (subjetivas en un sentido que 540
aclararé adelante). Las creencias objetivas acerca de la ciencia y la tecnociencia versan sobre componentes objetivos de ellas. Las creencias objetivas acerca de la ciencia y de la tecnociencia las pueden tener los propios científicos o los gestores de la ciencia y la tecnología no científicos o el público en general. Por ejemplo, una creencia objetiva sobre la ciencia y la tecnociencia es que hoy en día necesariamente se hace colectivamente por medio de instituciones o empresas, y requiere de una importante financiación que puede ser pública o privada. En países como México y en general los de Iberoamérica tal financiación es fundamentalmente pública. Una adecuada representación y comprensión pública de la ciencia y de la tecnociencia, en aras de la gobernanza, requiere que en las presentaciones, discusiones y controversias sobre la ciencia, haya un buen número de creencias objetivas acerca de ella. Por el momento esto puede parecer trivial, pero al desarrollar el tema de las creencias subjetivas, algunas de las cuales son puramente ideológicas, espero que destaque su importancia. Al insistir en creencias objetivas, quiero apuntar que no se trata sólo de que las creencias sobre la ciencia sean verdaderas o falsas, sino que la gente tenga más creencias científicas verdaderas y más creencias verdaderas sobre la ciencia, como lo presuponen las teorías del déficit en la divulgación de la ciencia. He dicho que hay creencias objetivas acerca de la ciencia, las cuales versan sobre componentes objetivos de la ciencia, pero en muchas ocasiones las prácticas científicas están condicionadas y orientadas, y ponen de manifiesto creencias subjetivas acerca de la ciencia, las cuales también tienen un impacto público, y muchas veces también son constitutivas de ciertos aspectos de la ciencia. Las creencias subjetivas, a su vez, se dividen entre las que son constitutivas de ciertos aspectos de la ciencia y las que son 541
puramente ideológicas. Para mencionar un ejemplo ilustrativo, una creencia subjetiva constitutiva de la ciencia sería la que mantienen muchos científicos de que su actividad principal es la búsqueda de la verdad. Es constitutiva de la ciencia en la medida en que es constitutiva de una práctica política de la ciencia. Se trata de una práctica política porque públicamente muchos científicos se presentan ante la sociedad como los buscadores imparciales de la verdad y de esa manera influyen en la imagen pública de la ciencia y en las actitudes públicas hacia la ciencia. Una ilustración de esto se tiene en el discurso del presidente de la Academia Mexicana de Ciencias en 2002: Esta ocasión especial me permite refrendar mi compromiso con la ciencia: con su promoción y difusión, que tanta falta hacen para el despertar de vocaciones científicas; con su desarrollo, tan necesario en la construcción de una sociedad más fuerte y más justa. Me permite refrendar el compromiso con la diseminación de los valores fundamentales de la ciencia: la búsqueda permanente de la verdad, la crítica informada, el proceder sistemático, riguroso e inteligente (cursivas añadidas).7
Analicemos ahora con un poco más de detalle cada uno de estos tipos de creencias de los científicos sobre sus propias actividades. a) Creencias objetivas sobre componentes objetivos de la ciencia o la tecnociencia: son creencias sobre ciertos componentes o aspectos de la ciencia que pueden ser correctas o incorrectas. Por consiguiente, con respecto a esos aspectos también es posible hablar de percepción adecuada o inadecuada de ellos, pues son factores que deberían ser apreciables desde cualquier punto de vista pertinente. Por ejemplo, que la ciencia hoy en día necesariamen te se hace colectivamente por medio de instituciones;
o
bien
que
la
ciencia
542
necesariamente
está
impregnada de valores no únicamente epistémicos (ésta es una tesis que no es universalmente aceptada, y menos en las comunidades científicas, pero en mi opinión es una tesis verdadera que apunta a un aspecto objetivo de la ciencia); o bien la interdependencia que existe hoy en día entre el sistema científico y el resto de la sociedad, y en particular que la ciencia puede ayudar al desarrollo de una sociedad más justa (pero no que sea la única manera de lograr esa sociedad más justa, ni que baste la ciencia para eso). Las concepciones sobre la comunicación de la ciencia, o sobre la construcción de indicadores de ciencia y tecnología basadas en la “teoría del déficit” –que sostiene que la ciencia genera un conocimiento verdadero acerca del mundo y que los ciudadanos no científicos tienen un déficit que debe cubrirse mediante la adecuada divulgación de los conocimientos científicos– se han centrado sólo en estos aspectos, perdiendo de vista los aspectos subjetivos, tanto los que son constitutivos de la ciencia como los que no lo son y sólo juegan un papel ideológico. b) Creencias subjetivas de los científicos y tecnólogos. Hay dos tipos de estas creencias: b1) Las creencias que son constitutivas de la ciencia, es decir, forman parte de las convicciones generalizadas y compartidas por grupos significativos de científicos y orientan de manera efectiva muchas de sus prácticas colectivas. Son subjetivas porque no hay un hecho social ni en las prácticas ni en las instituciones científicas (un fact of the matter) que permitiera dirimir una disputa con respecto a esas creencias, pero sin embargo se trata de creencias que orientan efectivamente las acciones de muchos científicos, como solicitar presupuestos, evaluar el trabajo de colegas y proyectos de investigación, promover públicamente ciertas ideas sobre la ciencia, etc. Por ejemplo: la creencia de que la ciencia es 543
éticamente neutral, o de que el principio de precaución es innecesario a la hora de discutir una legislación sobre bioseguridad, o de que se incluya en la legislación misma. Por ejemplo, el destacado científico mexicano Francisco Bolívar Zapata,8 en una ocasión afirmó: “Pensamos que el llamado “enfoque precautorio”, que implica no utilizar una tecnología dada mientras no se demuestre la ausencia de riesgo, es inadecuado porque, además de que inmoviliza el uso de cualquier tecnología, implica riesgo y no vamos a poder demostrar nunca la ausencia de riesgo cuando se utiliza la biotecnología moderna, lo cual cancelaría su aplicación.”9 Las creencias subjetivas que son constitutivas de la ciencia no son subjetivas en el sentido de preferencias arbitrarias de un individuo o un grupo, sino en el sentido de creencias que comparte un grupo social con respecto a ciertos rasgos de la ciencia que existen sólo en la medida en que son perceptibles por los miembros de una determinada comunidad. b2) El segundo tipo de creencias son las claramente ideológicas. Por ejemplo, sobre las relaciones entre ciencia y política10 o sobre la existencia de las leyes de la física, y por tanto sobre su percepción, como si fueran piedras.11 En efecto, en torno al ácido debate que desató la llamada “broma de Sokal”,12 estos científicos llegaron a afirmar lo siguiente: Alan Sokal: La reciente adopción en una forma u otra de cierto relativismo epistémico por parte de muchos humanistas y científicos sociales en el medio académico, que se llaman “progresistas” o “izquierdistas”, traiciona esta valiosa herencia y socava la de por sí ya frágil perspectiva de una crítica social progresista. Teorizar sobre “la construcción social de la realidad” no ayudará en nada para encontrar un tratamiento efectivo contra el sida o para diseñar estrategias para evitar el
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calentamiento global. Tampoco podemos combatir las ideas falsas en la historia, la sociología, la economía y la política si rechazamos las nociones de verdad y falsedad (cursivas añadidas).13
El premio nobel de física Steven Wienberg ofrece otro ejemplo interesante en sus intervenciones en esta controversia: “He llegado a pensar que las leyes de la física son reales porque mi experiencia con ellas no me parece en nada fundamentalmente diferente a mi experiencia con las piedras”.14 Se trata de creencias que forman parte de la ideología acerca de la ciencia de algún sector social, o de algún o algunos individuos con prestigio y poder dentro de esa comunidad. Sobre todo cuando se trata de individuos con prestigio y poder dentro de la comunidad científica, su visión subjetiva es susceptible de influir en la percepción pública de la ciencia. Estos aspectos no son constitutivos de la ciencia, en el sentido de llegar a conformar a la larga “hechos” perceptibles para una cierta comunidad, pero forman parte de las prácticas científicas (en el terreno no epistemológico) e influyen en la percepción y representación que ciertos sectores tienen acerca de la ciencia, y por consiguiente forman parte de la realidad social. Si bien son modificables, no tiene sentido plantearlos como erróneos, sino como ideologías que tienen efecto en otros sectores sociales, y que en todo caso deben ser criticadas. Percepción pública de las consecuencias de la ciencia Una parte de la percepción de la ciencia incluye la percepción acerca de las consecuencias de la ciencia. Aquí entran en juego otra vez factores objetivos, subjetivos constitutivos de la ciencia, y subjetivos no constitutivos (ideológicos). Los indicadores de percepción de la ciencia y de la tecnología, tanto para científicos y tecnólogos como para el público, idealmente 545
deberían poder discriminar entre las actitudes basadas en creencias objetivas y actitudes basadas en creencias subjetivas que son constitutivas de la ciencia, para poder llevar adelante políticas que permitan combatir a las ideológicas, acotar las constitutivas de ciertas prácticas científicas cuando hay razones poderosas para criticarlas, y promover que se valoren positivamente las objetivas, así como limitar que éstas se valoren negativamente. La distinción anterior, y la identificación de las creencias en juego, en las controversias públicas, en las prácticas políticas de los científicos y en la construcción de indicadores, por ejemplo, permitiría llevar adelante los principios de gobernanza al ayudar a promover una imagen pública de la ciencia más adecuada. Por ejemplo, al hacer ver a la gente que realmente hay diferencias entre percibir piedras y percibir leyes de la física. Que el hecho de que destacados miembros de las comunidades científicas rechacen la aplicación del principio de precaución no es un hecho científico en el sentido en que lo es que el sida sea causado por un virus, y que en cambio es un hecho que las aplicaciones tecnocientíficas generan riesgos, y es correcto establecer mecanismos de vigilancia y control con la participación de expertos y no expertos. En suma, la distinción entre creencias objetivas y subjetivas, y entre las dos clases de subjetivas (constitutivas de la ciencia e ideológicas), más allá de un mero ejercicio de análisis filosófico sobre la ciencia y sus prácticas e instituciones, es relevante para fines políticos porque los distintos tipos de creencias afectan la administración de la ciencia al impactar por ejemplo: 1) a las controversias sobre la ciencia y por consiguiente la imagen pública de la ciencia, y para poder modificar esa imagen conviene tener claro cuándo se trata de creencias y opiniones objetivas, y cuándo no son sólo subjetivas sino ideológicas; 2) a la construcción de 546
indicadores sobre ciencia y tecnología y por consiguiente de políticas que pretendan responder a esos indicadores. ¿Qué hacer ante esta diversidad de puntos de vista, que incluyen diferentes posiciones de los expertos? Las instituciones de investigación y de enseñanza superior deberían reaccionar responsablemente promoviendo programas de formación de personal especializado capaz de incidir en las políticas públicas sobre ciencia y tecnología, así como en el fortalecimiento de la cultura científica y tecnológica. Esto debería incluir: 1. La formación de nuevos profesionales aptos para la comunicación de la ciencia y la tecnología y para su gestión (por ejemplo mediante programas de posgrado). 2. La promoción de una cultura científica y tecnológica que incluya la comprensión del potencial de la ciencia y la tecnología para la resolución de problemas sociales: locales, sectoriales, regionales, nacionales, globales, pero que también contemple el riesgo que generan la ciencia y la tecnología y que capacite a los ciudadanos para contender con tales riesgos participando en su discusión y, sobre todo, en los mecanismos sociales para vigilarlos y controlarlos. 3. La formación de personal a nivel de licenciatura y de posgrado, capacitado para el manejo y uso educativo y cultural de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, con una base sólida en resultados de las ciencias cognitivas, la epistemología, la ética, la lingüística, la sociología y la antropología cultural para asegurar que tengan la sensibilidad 547
apropiada para actuar en los sensibles contextos nacionales de diversidad cultural, lingüística, regional y de género que requieren los países latinoamericanos. Participación ciudadana La participación ciudadana en cuestiones de ciencia y tecnología no depende únicamente de la información que recibe el ciudadano, ni depende tanto de que se viva en una cultura científica, como de que el ciudadano tenga una adecuada cultura democrática, junto con concepciones de la ciencia y de la tecnociencia según las cuales sea compatible con la estructura y los fines de ellas, una participación democrática en la decisión de políticas científicas y en su evaluación, así como en los mecanismos de vigilancia y control de las consecuencias sociales y ambientales de la ciencia y la tecnología. Pues recordemos que una cultura está formada por prácticas, por formas no sólo de concebir el mundo sino de actuar y de hacer. Por eso la participación ciudadana también depende de la existencia de instituciones y de mecanismos con una capacidad de intervención y control efectivos, en donde realmente se dé cabida a los ciudadanos. La participación ciudadana en relación con la ciencia y la tecnología requiere no tanto de la comprensión de los conocimientos, como de la comprensión de lo que son los sistemas científicos, tecnológicos y tecnocientíficos, de su papel en la sociedad, y de por qué tiene sentido plantearse un control democrático de la ciencia, de la tecnología y de la tecnociencia. Conclusión Entre los cambios más importantes que experimentó la ciencia en
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el siglo xx se encuentra la transformación de las prácticas de los científicos, que dejaron de ser casi exclusivamente productoras de conocimiento, para fundirse con las prácticas cotidianas de todos los ciudadanos. Esto ocurrió sobre todo por medio del advenimiento de los sistemas y de las prácticas tecnocientíficas, las cuales afectan a muchas regiones y a muchos grupos sociales a lo largo y ancho del planeta, como lo podemos apreciar con el cambio climático, la liberación de organismos genéticamente modificados al ambiente, los flujos de información por medio de redes satelitales, etcétera, y que se deriva del aspecto técnico de la tecnociencia, es decir, de su capacidad de intervención y transformación del entorno, la cual se ha extendido y ha sido invasiva de todas las sociedades y culturas del planeta. Por esta razón, cada vez más los científicos están involucrados en discusiones públicas, con contenido político, y cada vez más sectores no científicos, en sentido estricto, tienen que ver con los sistemas de ciencia y tecnología. Las prácticas cotidianas se ven cada vez más afectadas por las prácticas científicas, mejor dicho por las tecnocientíficas, y éstas cada vez están menos aisladas con respecto a la vida social. Ante este panorama, es indispensable diseñar, construir y aplicar políticas científicas, indicadores de ciencia y tecnología y de percepción pública de la ciencia y la tecnología, así como programas de fortalecimiento de la cultura científica y tecnológica, que permitan una amplia participación pública en el diseño mismo de las políticas de ciencia, tecnología e innovación, así como en la evaluación de los sistemas científicos, tecnológicos y tecnocientíficos, y en la vigilancia y control de los riesgos que generan.
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________NOTAS________ *
Agradezco a la Dirección General de Personal Académico de la unam el apoyo brindado para la investigación
que sustenta este trabajo por medio del proyecto papiit id 400112. 1
Cfr. Javier Echeverría, La Revolución tecnocientífica, Madrid, fce, 2003. [Regreso] 2
Los cinco principios de la “buena gobernanza” se han entendido de la siguiente manera: “Apertura. Las instituciones deberían trabajar de una forma más abierta. Junto con los Estados miembros, deberían desarrollar una comunicación más activa sobre la labor de la ue y sobre las decisiones que ésta adopta. Deberían asimismo utilizar un lenguaje que resultara accesible para el público en general. Este aspecto reviste una especial importancia si se quiere fomentar la confianza en unas instituciones de por sí complejas. Participación. La calidad, la pertinencia y la eficacia de las políticas de la Unión implican una amplia participación de los ciudadanos en todas y cada una de las distintas fases del proceso, desde la concepción hasta la aplicación de las políticas. Una participación reforzada debería generar una mayor confianza en los resultados finales y en las instituciones de las que emanan las políticas. La participación depende esencialmente de la adopción de un enfoque integrador de este tipo por parte de las administraciones centrales en la concepción y aplicación de las políticas de la ue. Responsabilidad. Es preciso clarificar el papel de cada uno en los procesos legislativo y ejecutivo. Cada una de las instituciones de la ue debe explicar su acción en Europa y asumir la responsabilidad que le incumba. Pero también se precisa una mayor claridad y una mayor responsabilización de los Estados miembros y de todos los agentes que participan en el desarrollo y aplicación de las políticas de la ue en los distintos niveles. Eficacia. Las medidas deben ser eficaces y oportunas, y producir los resultados buscados sobre la base de unos objetivos claros, de una evaluación de su futuro impacto y, en su caso, de la experiencia acumulada. La eficacia requiere también que la aplicación de las políticas de la ue sea proporcionada y que las decisiones se tomen al nivel más apropiado. Coherencia. Las políticas desarrolladas y las acciones emprendidas deben ser coherentes y fácilmente comprensibles. La necesidad de coherencia de la Unión es cada vez mayor: sus tareas son cada vez más complejas y la ampliación aumentará la diversidad; desafíos tales como el del cambio climático o la evolución demográfica rebasan las
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fronteras de las políticas sectoriales que han cimentado la construcción de la Unión; las autoridades regionales y locales están cada vez más implicadas en las políticas comunitarias.
La coherencia requiere un liderazgo político y un firme compromiso por parte de las instituciones con vistas a garantizar un enfoque coherente dentro de un sistema complejo”, “European Governance”, en Communication from the Commission on the Future of the European Union, Bruselas, 5 de diciembre, 2001, http://eurlex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do? uri=COM:2001:0727:FIN:EN:PDF: 10. [Regreso] 3
“Ciencia, sociedad y ciudadanos en Europa”, Bruselas, 24 de noviembre, 2000, http://ec.europa.eu/research/area/pdf/sciencesociety-es.pdf. [Regreso] 4
Javier Echeverría, Filosofía de la ciencia, Madrid, Akal, 1995.
[Regreso] 5
Cfr. León Olivé, La ciencia y la tecnología en la sociedad del conocimiento, México, fce, 2007: cap. vii. [Regreso] 6
Cfr. Theodore Schatzki, Social Practices, A Wittgensteinian Approach to Human Activity and the Social, Cambridge, Cambridge University Press, 1996: 89-passim y Theodore Schatzki, Karin Knorr Cetina y Eike Savigry (eds.), The Practice Turn in Contemporary Theory, Londres, Nueva York, Routledge, 2001. [Regreso] 7
Palabras del doctor José Antonio de la Peña, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias 2002-2003 en la ceremonia de inicio del XLIII Año Académico de la amc, “Casa Tlalpan”, Ciudad de México, 16 de abril del 2002. [Regreso] 8
Ex-presidente de la Academia Mexicana de Ciencia, ex-director fundador del Instituto de Biotecnología de la unam, miembro de El Colegio Nacional, Premio Nacional de Ciencias y Premio Príncipe de Asturias. [Regreso] 9
“Biotecnología moderna para el desarrollo de México”, ponencia presentada ante comisiones de la Cámara de Diputados y de Senadores en una reunión de consulta sobre la legislación en bioseguridad, el 30 de julio de 2002. Cabe señalar que la formulación que presenta del “principio precautorio” es debatible. Ver por ejemplo León Olivé, El bien, el mal y la razón. Facetas de la ciencia y la
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tecnología, México, unam, 2012: cap. 5. [Regreso] 10
Alan Sokal. [Regreso]
11
Steven Weinberg. [Regreso]
12
Véase León Olivé, op. cit., 2007. [Regreso]
13
The Sokal Hoax. The Sham That Shook the Academy, the editors of Lingua Franca, University of Nebraska Press, 2000: 52. [Regreso] 14
Ibid.: 155. [Regreso]
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Valoración social del riesgo tecnocientífico: controversias sobre el desarrollo y la innovación*
Jorge Linares Salgado Inventar el navío de vela o de vapor es inventar el naufragio. Inventar el tren, implica inventar el descarrilamiento. Inventar el automóvil doméstico conlleva producir el choque en cadena sobre la autopista; hacer despegar algo más pesado que el aire, el avión o el dirigible, es inventar la catástrofe aérea. En cuanto al Challenger, su explosión en pleno vuelo el mismo año que el drama de Chernobyl, es el accidente originario de un nuevo artefacto, el equivalente del primer naufragio del primer navío.1
En los últimos años la relación política entre la sociedad y el desarrollo tecnocientífico se ha modificado debido a la creciente complejidad de los riesgos tecnológicos y a la dificultad de evaluarlos adecuadamente, ya que dichos riesgos exceden nuestras capacidades colectivas de previsión y constituyen una propiedad emergente de los sistemas tecnológicos actuales. Los riesgos que genera la tecnociencia contemporánea no resultan sólo de “errores humanos” o de defectos en los diseños tecnológicos, sino de la creciente complejidad de efectos encadenados entre las acciones sociales y los fenómenos naturales. Como lo señaló Charles Perrow,2 la normalización del accidente es una característica de los sistemas tecnológicos de alta complejidad. 553
Una brevísima metafísica del riesgo Aristóteles estudia la categoría del ser per accidens en el libro vi de la Metafísica. Para el estagirita, lo accidental (to symbebekós: lo que adviene o sucede) es próximo a lo que no es; por eso del accidente no hay ciencia (determinista) puesto que lo accidental es lo que “no siempre ni la mayoría de las veces sucede”. 3 Sin embargo, el accidente es la forma en que se revelan las potencias de una sustancia, como si fuera la punta del iceberg que divisamos desde el trasatlántico que está a punto de estrellarse contra él. Aristóteles pensaba que de los accidentes tampoco puede haber una téchne o potencia determinada que los produzca. No hay ciencia ni técnica de lo accidental porque su causa es ella misma incierta. Sin embargo, lo accidental es una de las formas en que el ser se manifiesta, por eso siempre hay que tomarlo en cuenta como una posibilidad. Pero esta concepción débil de lo accidental corresponde a un mundo sin complejidad artificial, en el que las acciones tecnológicas no producían efectos remotos, tanto en el espacio como el tiempo, ni alteraciones radicales en los ecosistemas; las acciones técnicas en la antigüedad (y hasta la Revolución Industrial) no generaban extensos sistemas de efectos encadenados. Ciertamente, como Aristóteles lo plantea, de lo accidental no tenemos previsión; nos mantenemos ciegos e inconscientes ante su inminencia. Pero no basta con que conozcamos las causas potenciales de un accidente (que sólo podemos determinar plenamente a posteriori), sino que creamos en su posibilidad. Ante la incertidumbre, deberíamos confiar en algunas de nuestras intuiciones que se orientan por experiencias previas y 554
observaciones. Sólo a partir de esta premisa podemos prever las condiciones que hacen posible el riesgo de que lo accidental suceda y se convierta en un desastre. El accidente artificial propio del mundo tecnológico es la forma compleja y –a veces– paradójica en que lo no previsible o esperable (quizá simplemente no era visible) sucede y se revela con una fuerza catastrófica (se revela que era una potencia del ser, una forma que actualiza el no-ser potencial). Los riesgos de accidentes tecnocientíficos constituyen la cara oculta del progreso tecnológico y son –cada vez más– el resultado insospechado de una serie de decisiones políticas, económicas, industriales que se toman en una situación de incertidumbre; por ello, el riesgo tecnocientífico es una cuestión eminentemente política. Debemos construir por ello una nueva ontología del accidente artificial, del accidente tecnocientífico, en contrapunto a ese libro vi de la Metafísica, aprendiendo, sin embargo, del sentido aristotélico de lo accidental: es lo que casi nunca ni regularmente sucede, pero sucede. Y tal ontología debería tener en cuenta las previsiones, posibilidades y datos básicos que apuntan a la posibilidad de que lo catastrófico advenga. Una metafísica del riesgo tecnológico se toma en serio los pronósticos negativos, como sostenía Hans Jonas. Está compelida a creer que lo catastrófico es posible, para así poder actuar preventivamente, para poner en práctica una razón prudencial que se sitúa imaginariamente después del diluvio para mirar retrospectivamente un acontecimiento que resulta, a la vez, inevitable e improbable. Es decir, la metafísica del riesgo pone en acción una razón prospectiva capaz de prever diversos escenarios para desactivar la posibilidad de lo catastrófico, en la medida en que sea posible anticipar algunas de las consecuencias más graves. Como podrá verse, estas prospectivas implican el análisis 555
de sistemas complejos y la recolección de una gran cantidad de datos, además de estudios históricos, sociológicos, filosóficos y políticos. En la sociedad actual, los riesgos4 ya no son peligros naturales ni fatalidades que los dioses decretan, sino producto de la aceleración y complejidad de la vida social (accidentes de tránsito, tabaquismo, alcoholismo, estrés, epidemias diversas, etcétera), del desarrollo tecnocientífico (industria nuclear, petrolera, biotecnológica, química, agroquímica, farmacológica, nanotecnológica, etcétera) y sus interacciones con los ecosistemas (cambio climático, epidemias, desastres naturales, etcétera). Los riesgos de baja intensidad implican decisiones personales, más o menos informadas, pero los riesgos de gran escala son invisibles y escapan de la decisión y control de la mayoría de las personas (no hay posibilidad de un “consentimiento informado”). Estos riesgos colectivos se han vuelto además globales y actualmente son más bien el resultado de una cadena de decisiones que toman unas pocas personas: los políticos, los gobernantes y los ejecutivos del poder económico, a veces apoyados por expertos científicos, y en muchas ocasiones sin contar con la opinión ni el apoyo voluntario de los demás ciudadanos. Los riesgos en el mundo tecnológico son de una dimensión novedosa por la complejidad multicausal y la aceleración del encadenamiento de efectos que los producen. Como lo ha señalado Paul Virilio, el accidente local al que estábamos acostumbrados (como el del Titanic) tenía un situ cuyos efectos no se extendían remotamente, ni tampoco se difundía rápidamente la información sobre lo sucedido. En cambio, los accidentes tecnológicos globales de nuestros días (los primeros fueron nucleares, químicos o financieros; los siguientes podrían ser informáticos, biotecnológicos o genéticos y nanotecnológicos) no 556
tienen sitio preciso, a veces ni un centro causal, y sus efectos materiales, sociales y políticos se extienden con suma rapidez y por todo el orbe, a veces transmitidos en directo por los medios, modificando nuestra percepción y valoración social del riesgo, en ocasiones agudizando sus efectos negativos. De acuerdo con lo que plantea Virilio, cada accidente tecnológico implica en realidad tres dimensiones: a. Accidente de la materia: la naturaleza nos revela su fuerza y constatamos la irrevocabilidad de las causas y los efectos. El proceso por el que se produce el accidente va de la materia a la energía, y de ésta a la información, en principio confusa. Los accidentes de la materia pueden ser microscópicos o macroscópicos, orgánicos o inorgánicos (un accidente nuclear, una epidemia como el sars), incluso en aquella parte de la materia casi intangible que es la información.5 b. Accidente del conocimiento. Nuestras previsiones científicas se estrellan contra la realidad. Nuestra capacidad misma de conocer se accidenta con los accidentes de gran magnitud. El accidente material siempre produce un accidente cognitivo; en ocasiones el desastre azota con mayor fuerza a nuestros esquemas de pensamiento, teorías científicas y valores. c. Accidente de la conciencia. Se genera una discrepancia entre lo que hemos sido capaces de producir y lo poco que somos capaces de conocer y de comprender, como sostenía Günther Anders; y se produce entonces un quiebre moral y político. Se exacerba la culpa pero la responsabilidad se dispersa; la ciencia ha procedido sin conciencia de riesgo. ¿Se puede ser responsable sin ser culpable?: en las catástrofes aparece la inocencia culpable de muchos, la disolución de la responsabilidad y la expansión de la culpa colectiva. Pero ¿quién se hace responsable por el mal causado? Los sistemas gubernamentales colapsan, los mecanismos de 557
protección civil se ven atrapados por la inoperancia de las burocracias. En los grandes accidentes, el ocultamiento de la información y la minimización de los daños son incluso actos criminales de los gobiernos, dirigidos por mezquinos intereses de los burócratas; lo mejor y lo peor de las personas sale a flote. Podemos elaborar una sencilla tipología de los accidentes catastróficos que se normalizan en nuestra época: Catástrofes naturales: azar geológico y vulnerabilidad social. Las catástrofes naturales y tecnológicas se convierten en catástrofes sociales y políticas (Nueva Orleans, el tsunami en Asia, el desastre nuclear en Fukushima). Porque no existe ya naturaleza en estado natural; el cambio climático y el desequilibrio ecológico muestran una intensa interacción entre la naturaleza y el mundo tecnológico. Catástrofes tecnológico-industriales. Chernobyl, Seveso, Fukushima. Desde luego, todas las catástrofes tecnológicas tienen implicaciones ambientales y sociales de amplio espectro. Se han producido ya accidentes biotecnológicos, informáticos y financieros de magnitud relativamente controlable. Tememos por la inminencia de una catástrofe mayor. Catástrofes morales. Durante el siglo xx se transgredieron los límites morales en las guerras y conflictos armados. Millones de personas no combatientes e indefensas fueron asesinadas por diversos regímenes totalitaristas, o han perecido en bombardeos masivos o como efecto del “daño colateral” de los conflictos armados. El genocidio y otros crímenes de lesa humanidad, como Auschwitz o Hiroshima, revelan el enorme efecto destructivo de la combinación entre tecnociencia y política bélica. Este tipo de catástrofe, repetida varias veces, parece haber naturalizado el mal mayor, creando nuevas modalidades de destrucción masiva. El terrorismo, practicado por diversas facciones, al menos desde principios del siglo xx, se ha convertido en un “accidente 558
normalizado”. Algunos atentados alcanzaron la dimensión de un desastre mayor, como la destrucción de las torres gemelas en Nueva York, muchos otros no llegan a captar la atención de todos los medios o pasan rápidamente al olvido, pero el número de víctimas aumenta año con año. En nuestro país, la “guerra” del y contra el narcotráfico ha causado más de 50 mil muertos en un sexenio, según las estimaciones. Por otro lado, también como lo señala Virilio, al accidente local sucede el accidente global, que no sólo implica a las sustancias (materia y energía), sino al conocimiento que tenemos del mundo. El accidente global no sólo es un accidente del espacio y del tiempo, sino un accidente del conocimiento y de nuestra percepción del mundo. La dimensión mundial de muchos de los riesgos tecnológicos/ambientales actuales complica su estudio y los medios de prevención. El fenómeno del cambio climático es un ejemplo perfecto de esta nueva dimensión y de las dificultades epistémicas, prácticas, políticas y tecnológicas de los nuevos riesgos que nuestra civilización enfrenta. La aceleración del progreso y el incremento del poder tecnológico han producido también la aceleración de los accidentes y de sus efectos expansivos. El accidente devela la cara destructiva de la temporalidad. El tiempo es el accidente de los accidentes. A medida que pasan las horas y los días caemos en la cuenta de la magnitud de los desastres. El tiempo no borra el daño ni el recuerdo de lo que sufrieron las víctimas, el olvido es la trampa de los victimarios y de las malas conciencias. La memoria colectiva de la catástrofe, aunque siempre dolorosa y desafiante, es la única garantía para que una sociedad aprenda de sus errores y sus derrotas. La aceleración del progreso tecnocientífico sustancializa lo accidental. El accidente artificial ya no es una forma secundaria del 559
ser cercana al noser, como pensaba Aristóteles, pues se ha creado un nuevo entorno global en el que se visualiza y, a la vez, se enmascara aquello que adviene o sucede fortuitamente por la interacción de causas tecnológicas. El accidente en acto, el desastre que irrumpe y que destruye la cotidianidad crea una nueva dimensión mundana espaciotemporal, en la que se pierden los referentes más comunes: el tiempo se disgrega o se fragmenta, a veces el día se hace noche (como en Hiroshima: llueve un agua negra y pestilente y el cielo se oscurece por las cenizas y las humaredas, etcétera). Además, el accidente se extiende temporalmente: no es pasajero, no es momentáneo, persiste y se adhiere en la conciencia de los individuos provocando el miedo a su repetición y la búsqueda –a veces obsesiva– de las causas que lo produjeron, recientes o remotas. Como lo señala Virilio, el accidente de nuestros tiempos, sea natural o artificial, revela la extrema velocidad visible de nuestros sistemas tecnocientíficos (los coches, trenes, aviones, los misiles, la transmisión electrónica de datos), la enorme concentración temporal de la vida social, y enmascara el riesgo invisible que, de pronto, irrumpe súbitamente en lo que adviene: “La velocidad visible de la sustancia –aquella de los medios de transporte, de cálculo o de información– no es más que la parte emergente del iceberg de la velocidad invisible, la del accidente, y ésta también tanto en el dominio de la circulación vial como en el de la circulación de valores.”6 Paul Virilio destaca otro fenómeno propio del accidente tecnológico: su militarización. Es una dimensión del fenómeno que requiere más análisis a profundidad. Las catástrofes naturales o morales se confunden; la guerra y el accidente se entremezclan en una realidad indiscernible. La catástrofe simula y anticipa la guerra. El escenario de la catástrofe es como un campo de batalla o prefigura nuevos escenarios de violencia y de desastres. Un 560
enemigo invisible, sin declaración de guerra, con una insospechada voluntad de mal, se ha manifestado en el accidente, como en las epidemias o pandemias. Se reacciona militarmente, se contiene el daño y se militariza el accidente, pues un enemigo difuso, malévolo, ha causado daño. El accidente puede ser más letal que la guerra misma. Por su parte, el atentado es la fusión entre el terrorismo y la guerra, la confusión entre el accidente y el ataque bélico para desestabilizar y aterrorizar al enemigo. Controversias tecnocientíficas y percepción social del riesgo La tecnociencia contemporánea se desarrolla en medio de controversias y conflictos de valores entre los diversos agentes sociales que participan en su conformación. Dichas controversias se han generado a partir de discrepancias en las valoraciones sociales y políticas de los riesgos tecnocientíficos.7 El incremento del número e intensidad de las controversias tecnocientíficas ha demostrado que el viejo modelo tecnocrático que introducía innovaciones sin que la mayoría de la sociedad participara en su evaluación parece ya no tener legitimidad. En ese antiguo modelo de desarrollo, sólo la evidencia de daños ya causados a la salud o al medio ambiente era un motivo justificado para retirar o modificar una innovación tecnológica. Por el contrario, se perfila en nuestros días un nuevo modelo de relación entre la sociedad y la tecnociencia que busca reducir los riesgos derivados de las interacciones complejas entre la intervención tecnocientífica y la naturaleza, mediante la deliberación y el control público. Pero esta aspiración hacia un control social del riesgo tecnocientífico no está exenta de dificultades y de auténticas aporías. Se requiere para eso un marco ético de principios con el fin de establecer criterios generales para enfrentar, en lo posible, los 561
desafíos que están implicados en cualquier procedimiento de resolución de controversias, las cuales se vinculan, en mi opinión, directamente con el problema de la percepción y evaluación social del riesgo. De una adecuada manera de enfrentarlas dependerá la viabilidad de alcanzar acuerdos y consensos mínimos (que no eliminan algunos disensos insuperables) entre los diversos agentes sociales de la tecnociencia. Asimismo, creo que es necesario aceptar que no todas las controversias tecnocientíficas pueden resolverse o disolverse porque las distintas valoraciones sociales del riesgo pueden ser irreductibles entre sí. Por eso, las controversias pueden permanecer abiertas, siempre y cuando se alcance un consenso básico que permita monitorear y regular los factores de la controversia, y reactivar el debate en cuanto surjan nuevas evidencias o datos científicos sobre el problema en discusión. Una racionalidad democrática y plural, aquélla que permite la equidad entre una diversidad de valores e intereses sociales, es compatible con un modelo de controversia abierta y, en algunos casos, permanente, que favorezca y estimule el debate argumentado desde diversas perspectivas sociales y culturales. Sin embargo, en algunos casos la larga duración de una controversia tecnocientífica favorece a quienes desean que no se aclaren o no se investiguen a fondo los riesgos implicados en una tecnología novedosa, como ha sucedido con los cultivos transgénicos. La resolución de una controversia debe darse, en todo caso, mediante un procedimiento democrático de deliberación y decisión. Ahora bien, la relación entre tecnociencia y dicha racionalidad democrática está demarcada por amplios debates sobre los nuevos y complejos riesgos. En algunos casos se ha logrado cierto consenso sobre lo que habría que evitar por el momento, mediante restricciones y moratorias (por ejemplo, la clonación reproductiva); 562
en cambio, en lo que se refiere a la aplicación de la tecnología de adn recombinante en la producción de alimentos, la investigación con embriones y la clonación terapéutica, se han suscitado controversias y conflictos de valores que se basan en el margen de incertidumbre –al parecer irreductible– con respecto a la posibilidad o no de efectos ambientales y sociales negativos. No menos controversial es el debate sobre la energía nuclear como sustituto del petróleo, y las acciones necesarias para enfrentar el cambio climático. No obstante, se han logrado acuerdos pragmáticos ante la imposibilidad de llegar a una comprensión unánime de los problemas en torno al riesgo tecnocientífico. Pero la provisionalidad y convencionalidad de los acuerdos pragmáticos pueden favorecer el predominio de una racionalidad estratégica que acabe imponiendo los intereses de los grupos económicos y de poder más influyentes en el mundo. De hecho, esto ha sucedido ya, desde mi punto de vista, en el debate sobre bioseguridad en lo que respecta a los transgénicos. Así pues, las controversias sociales sobre el desarrollo tecnológico implican nuevos problemas de gestión política nacional e internacional. Además, la participación de la sociedad en el “desocultamiento” y evaluación de los riesgos del mundo tecnológico, no puede darse como un proceso de repentina “iluminación” colectiva. Es necesario tener en cuenta la “subjetividad del riesgo objetivo”,8 pues a medida en que la sociedad posea mayor información de los efectos de la tecnociencia (no siempre adecuada o bien comprendida), se generará una discrepancia entre los riesgos objetivos (calculables hasta cierto punto) y la construcción intersubjetiva de los mismos, esto es, la “objetividad del riesgo subjetivo”.9 Lo que refuerza esta percepción del riesgo son los errores y 563
negligencias que se han cometido en catástrofes anteriores, pero también contribuye la inevitabilidad del accidente tecnológico en una sociedad que ha acelerado e incrementado su capacidad de intervención en la naturaleza entera. La sombra del accidente tecnológico complica la dinámica política para gestionar adecuadamente los riesgos. Como observa Paul Virilio “la percepción del accidente es siempre un accidente de la percepción”, lo que da origen a alteraciones de los paradigmas sociales con los que se intenta resolver las controversias tecnocientíficas. La naturaleza de los riesgos depende, pues, de nuestros conocimientos y de nuestros valores, de juicios epistémicos y éticos.10 Pero no se puede discutir sobre un riesgo si no podemos valorar qué es lo que está en peligro. Como sostiene Hans Jonas: “sólo sabemos qué está en juego cuando sabemos que está en juego”.11 Valorar un riesgo implica, por tanto, co-construirlo con quienes creen en su posibilidad. Corresponde a la sociedad entera, desde la pluralidad de intereses y visiones del mundo, emprender un proceso heurístico para desocultar los riesgos. Nuestra percepción del riesgo ha cambiado y se ha vuelto más aguda por la sencilla razón de que los riesgos objetivos han aumentado en su complejidad. Ahora bien, la percepción colectiva de un riesgo razonablemente aceptable dependerá no sólo del avance de la investigación científica para aportar explicaciones y datos relevantes, sino también de la gestión política de los riesgos, del nivel de difusión y comprensión de la información, de los procedimientos de legitimación de las innovaciones tecnológicas, así como de la capacidad de reflexión ética de las comunidades involucradas. Es éste el gran desafío que enfrentan las naciones en desarrollo, como las latinoamericanas, para evitar caer en una verdadera “ilusión 564
trascendental” de que el progreso tecnocientífico sólo puede ser guiado por una élite tecnocrática, aceptando todo aquello que la industria proponga. Esta ilusión es inevitable si dichas naciones no son capaces de democratizar la producción y difusión del conocimiento tecnocientífico, y si no adecuan sus instituciones políticas para la interacción deliberativa y la participación ciudadana en los procesos de innovación y desarrollo. La deliberación social sobre el desarrollo tecnocientífico no implica en ningún sentido el detener o prohibir la investigación ni el conocimiento. Por el contrario, las controversias tecnocientíficas deberían impulsar la búsqueda de alternativas de desarrollo tecnológico y económico que sean más sustentables y justas, tanto social como ambientalmente. Tal parece que las controversias tecnocientíficas que han llegado a un impasse o a una polarización aporética generaron una incompatibilidad y una dependencia mutua entre desarrollo tecnocientífico y democracia. La tecnociencia ya no actúa como factor esencial de democratización, pues cada vez más se tiende a privatizar el conocimiento (vía las patentes y el predominio del capital privado en la ciencia) y a subordinar la actividad tecnocientífica a los intereses de poder económico, político y militar, lo cual contribuye a acrecentar las desigualdades sociales en el mundo entero. Sin embargo, la cultura tecnocientífica constituye todavía un eficaz promotor de la emancipación individual, de la secularización social y del politeísmo moral (en términos de Weber), condiciones que conforman, a su vez, el ambiente propicio para el desarrollo tecnocientífico y la transformación de la vida social. La influencia de una cultura tecnocientífica en el medio social puede convertirse en un antídoto efectivo contra los fundamentalismos religiosos, políticos y morales, manteniendo abierto el debate sobre nuevas posibilidades técnicas 565
para la existencia humana. La tecnociencia sigue dando sustento a valores democráticos como la tolerancia y la diversidad de formas de vida, la autonomía individual y la cooperación colectiva. Pero esta influencia positiva sobre las sociedades sólo puede ser efectiva a condición de que la tecnociencia misma se democratice; es decir, si las sociedades mismas son capaces de intervenir y orientar, mediante deliberaciones argumentadas, en el curso del desarrollo tecnocientífico, atendiendo y equilibrando de manera equitativa los diversos intereses y valoraciones sociales, y llegando a acordar criterios éticopolíticos de justicia y seguridad ambiental. Por otro lado, la tecnociencia se ha vuelto un discurso de poder que impone una racionalidad “verdadera” a otras culturas tradicionales que no comparten las mismas premisas epistémicas, y en ese sentido, funge como un instrumento de dominación cultural y hegemónica en un sistema tecnoeconómico globalizado. El problema de la diversidad cultural y del pluralismo epistémico también es fundamental en la resolución de las controversias tecnocientíficas. Así como son válidos y socialmente útiles varias formas de conocimiento y de actividad social para resolver problemas, también sería posible generar modelos diversos de desarrollo tecnocientífico. Dilemas sobre escenarios futuros de riesgos mayores. Ahora bien, en los debates tecnocientíficos, la anticipación de riesgos para intentar prevenirlos puede caer en la paradoja de la profecía catastrofista. Si hacemos caso a esas profecías y establecemos medidas precautorias, el daño probablemente no sucederá y la profecía caerá en el descrédito haciéndonos inmunes a nuevas advertencias. Si no hacemos caso, el cumplimiento de la profecía sólo comprueba que la posibilidad existía y que no fuimos capaces de darle crédito. Como decía Jonas: “en el fracaso de la profecía reside el éxito de la precaución”. Las profecías catastrofistas sobre 566
riesgos tecnológicos mayores movilizan a sectores sociales muy activos, pero polarizan inevitablemente el debate con elementos no puramente racionales, haciendo que muchos ciudadanos se aparten del debate, pierdan interés o se resignen a contemplar el espectáculo de la polarización de argumentos. Pero, como también sostenía Jonas, la argumentación adecuada sobre los riesgos apela a la “heurística del temor”; es decir, una sociedad sólo puede actuar con efectividad contra los riesgos tecnológicos si es capaz de sentir temor de que ocurran esos escenarios catastróficos. No obstante, en la medida en que una sociedad se movilice para reducir los riesgos mayores, la profecía catastrofista se desactiva y produce un efecto de “anestesia” social, la cual puede ya no percibir nuevos riesgos u otro tipo de riesgos menos evidentes, quizá ocultos. De este modo, las profecías catastrofistas hacen más vulnerable a cualquier comunidad que intente de manera auténtica evitar y reducir los riesgos mayores del desarrollo tecnocientífico. Incremento del riesgo en la medida en que actuamos para evitarlo. Además de lo dicho en el párrafo anterior, cada política precautoria, cada nueva norma o regla de seguridad incrementa la complejidad de los sistemas tecnocientíficos y agrega otros e insospechados factores causales de nuevos riesgos. Cada intervención que decidamos se involucra con nuevos riesgos; pero no actuar a tiempo parece comportar el mayor de ellos. Ganancias inmediatas y privadas, riesgos públicos y futuros. El mercado mundial de la tecnociencia prioriza la búsqueda egocéntrica del beneficio inmediato, que excluye por definición la distribución equitativa de la riqueza material y de los riesgos. Esta concentración extrema del capital y del poder de decisión en unas cuantas manos es por sí misma un nuevo y extendido riesgo. Ese mercado mundial constituye el catalizador de los riesgos 567
globalizados; sin embargo, es en la competencia genuina entre las corporaciones que desarrollan tecnología, el medio por el que los ciudadanos, en tanto consumidores y usuarios, pueden ejercer su poder de acción organizada y de decisión autónoma; y es el mercado en donde puede transparentarse una serie de reglas éticas mínimas, de acuerdo con valores socialmente legitimados de seguridad y precaución, que no adoptarían las empresas por ser buenas samaritanas, sino por sus mismos intereses de lucro para sobrevivir en el mercado. Principios éticos para la resolución democrática de las controversias Requerimos crear procedimientos de participación ciudadana que enfrenten las aporías del riesgo desde un marco de principios y reglas mínimos que cualquiera de las posiciones pueda reconocer como garante de sus propios intereses y del equilibrio entre los diferentes agentes sociales. Considero que un marco ético general compuesto por cuatro principios prima facie demarcarían el contexto en el que pueden alcanzarse acuerdos sobre las controver12 Estos principios están basados en los que se han formulado como base de la bioética. En tanto principios, sólo representan el marco general para orientar las discusiones en el intento de resolver las controversias tecnocientíficas. sias tecnocientíficas, a condición de que se establezca un criterio de mínima satisfacción de sus contenidos.12 a. Principio de responsabilidad. Si queremos experimentar con nuevas entidades (bio)artificiales (como los ogm, clones o embriones para investigación) tendremos que asumir responsabilidades mayores, regulaciones y controles más estrictos que los que usualmente existen con otros artefactos que no poseen 568
tan alto grado de organicidad o complejidad. Los nuevos bioartefactos como los transgénicos, embriones para investigación o posibles clones humanos, no pueden ser análogos a entidades “naturales”, pues su constitución biológica ha sido intervenida o han sido producidos con la intención de conferirles un fin técnico; por ello, se requiere un proceso complejo de discusión y de análisis de su estatus ontológico para ser asimilados por la simbolización social, en términos morales, jurídicos y políticos. La tecnociencia ha logrado que un organismo pueda ser instrumentalizado desde su concepción: podemos utilizar embriones y desecharlos como si fueran jeringas de plástico, podríamos producir clones con la intención expresa de que sirvieran exclusivamente como una reserva personalizada de órganos; podríamos producir también quimeras biotecnológicas con diferentes fines (desde los más productivos hasta los más lúdicos y estéticos). Se ha logrado, asimismo, transferir genes entre especies de reinos distintos para crear híbridos. En esta capacidad de instrumentalizar lo orgánico, que no tiene precedentes históricos, hay riesgos que debemos analizar, por lo que estas innovaciones tecnocientíficas implican nuevas responsabilidades sociales. Sobre la base del reconocimiento de la complejidad y organicidad artefactual de estas entidades pueden acordarse regulaciones y controles, mas no prohibiciones absolutas. Éste podría ser el punto de partida del consenso. El carácter complejo de estos nuevos artefactos orgánicos implica que por responsabilidad socialmente compartida, deben ponerse límites a algunos intereses sociales (en principio legítimos) en dichas biotecnologías, si existen riesgos de consideración. La primera regla derivada de la corresponsabilidad, nos indicaría que los proyectos tecnocientíficos deben ser sometidos al escrutinio público y al debate entre diferentes agentes sociales para que se 569
garantice la seguridad y un nivel de riesgo aceptable, en función de intereses legitimados y consensuados (la salud, la bioseguridad, la protección ambiental, etcétera). b. Principio de precaución. Dado el margen de incertidumbre (como en los casos que comentamos), conviene modificar, suspender o retirar un producto tecnocientífico cuando éste implica la posibilidad de un peligro o efecto perjudicial para el medio ambiente o para la vida humana, que se descubra en estudios y pruebas continuas, seguimiento o trazabilidad en la producción y comercialización de cualquier producto tecnológico, aunque no existan pruebas científicas contundentes, y si el posible daño es incalculable u ostensiblemente mayor al beneficio proyectado. El principio de precaución se basa en riesgos inciertos pero no insignificantes. Se aplica cuando ni siquiera puede prevenirse un daño conocido, e implica una inversión de la carga de la prueba para la introducción de una innovación tecnocientífica: la precaución se impone en tanto no se haya demostrado la inocuidad de una innovación. Los daños y riesgos deben mantenerse en un nivel racionalmente aceptable, siempre y cuando no impliquen una distribución injusta entre la sociedad. Si no existen evidencias de riesgos mayores (ni biológicogenéticos ni sociales y políticos), entonces lo que procede sería establecer regulaciones prudenciales, revisables y reversibles en el transcurso de la investigación y del debate ético-político, que limiten y regulen los intereses individuales y grupales para evitar la posibilidad de algún escenario de riesgo que conllevara efectos contra los cuales no podríamos actuar. c. Principio de potenciación de la autonomía. Las acciones tecnológicas deben proteger, favorecer y potenciar la autonomía individual y grupal para que cada sujeto decida de modo responsable qué tipo de riesgos es aceptable para sí mismo y para 570
su comunidad. La autonomía implica también el derecho de rechazar cualquier innovación tecnocientífica por las razones que sean, siempre que nos afecte la decisión de terceros. En este sentido, es esencial el derecho de los ciudadanos a deliberar sobre las innovaciones tecnocientíficas y a elegir los riesgos que están dispuestos a aceptar con conocimiento de causa, desde sus propios parámetros culturales. Al mismo tiempo, se debe asegurar la autonomía e independencia para investigar, debatir y publicar todo lo referente a las controversias tecnocientíficas. Aquí la intervención de los medios de comunicación y de las instituciones de educación es crucial para potenciar el juicio informado y meditado de todas las personas involucradas. Por último, la libertad de empresa y de desarrollo tecnológico se ve limitada por los principios de precaución y de responsabilidad, así como por los derechos de los consumidores a ser informados y a tener diferentes opciones tecnológicas para elegir la más adecuada. d) Principio de justicia distributiva. Los intereses individuales con respecto al desarrollo y aprovechamiento de los recursos tecnológicos tienen que ser regulados por la distribución equitativa de oportunidades y de bienes de interés público. Además, el principio de justicia debe proteger las condiciones para que los ciudadanos puedan ejercer su derecho de autonomía, individual y colectivamente. En el mundo tecnológico, son los más pobres, los menos informados, los más marginados, quienes resultan los últimos beneficiarios de los bienes tecnológicos y los receptores privilegiados de los males. Por ello, el principio de justicia prescribe la solidaridad y la cooperación mundial para enfrentar los riesgos derivados del desarrollo tecnológico mediante legislaciones ambientales, sanitarias, industriales, farmacológicas, etcétera, de 571
carácter global. Los transgénicos, por ejemplo, podrían ser un medio de redistribución de bienes (de salud y desarrollo), pero sólo a condición de que el riesgo sea minimizado y de que la comunidad internacional asuma la responsabilidad de la supervisión y seguimiento de sus efectos. Pero también, a condición de que la autonomía de las comunidades y de los individuos se respete: por ejemplo, su derecho a utilizar o elegir medios tradicionales de cultivo, a rechazar el cultivo transgénico para no tener obligaciones con las trasnacionales que monopolizan el mercado de semillas. Conclusión Un marco ético para poder enfrentar los riesgos globalizados del mundo tecnológico debe superar las valoraciones convencionales centradas en valores intrínsecamente pragmáticos, epistémicos, económicos o mercantiles en la tecnociencia contemporánea, para poder incorporar también valores éticos relativos a la seguridad, la prevención de daños y disminución de riesgos, la distribución equitativa de los costos, riesgos, responsabilidades, la protección de la biodiversidad, la igualdad de condiciones en la producción y el comercio, la protección de la autonomía de las personas, la equidad de género, la validación y evaluación democrática de las innovaciones tecnológicas y el respeto a las diferencias culturales en las valoraciones de las innovaciones tecnocientíficas. Son los ciudadanos los que deben deliberar y decidir cómo equilibrar estos conjuntos de valores, que en concreto significa establecer cotas de riesgos aceptables por consenso en un proceso de controversia abierta y permanente. Así pues, es necesario introducir en la racionalidad tecnológica valores ético-políticos para reorientar y someter a un examen 572
público aquellas tecnociencias que posean riesgos de gran magnitud sobre la naturaleza y la vida humana.13 Es preciso que a través de estas controversias se transparenten los fines y los intereses que impulsan el desarrollo tecnocientífico, que se difunda ampliamente la información y que se estimule el debate público para que la sociedad pueda deliberar y evaluar las consecuencias, beneficios y riesgos de las innovaciones tecnológicas. Para tales fines, es factible poner en práctica en el ámbito político diversos mecanismos de participación democrática y de contrapoder social, más allá del marco de las instituciones convencionales (los parlamentos, los sistemas judiciales y las agencias gubernamentales). En suma, requerimos democratizar la tecnociencia para que ésta, a su vez, democratice a la sociedad, porque democratizar la tecnociencia constituye, de hecho, renovar la democracia realmente existente, es decir, reinventarla mediante un nuevo contrato social basado en consensos ciudadanos.
________NOTAS________ *
Este artículo retoma y resume lo que expuse en los capítulos finales de mi libro Ética y mundo tecnológico, unam-fce, México, 2008. 1 Paul Virilio, Ce qui arrive, París, Foundation Cartier pour l’art contemporain, 2002: 24. [Regreso] 2
Charles Perrow, Normal Accidents. Living with Technologies, New Jersey, Princeton, 1984. [Regreso] 3
High-Risk
Aristóteles, Metafísica, 1026b.
[Regreso] 4
Podemos definir el riesgo como la inminencia incierta de un daño debido a una acción causal, intencional o no. [Regreso] 5
Aunque los accidentes informáticos son causados por intervenciones y violaciones a los sistemas de seguridad, se mantiene latente la posibilidad de colapsos informáticos en las redes o en los servidores
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que los soportan materialmente. [Regreso] 6
Virilio, op. cit.: 27. [Regreso]
7
Véase Echeverría, La revolución tecnocientífica, Madrid, fce, 2003. [Regreso] 8
Cfr. López Cerezo y Luján López, Ciencia y política del riesgo, Madrid, Alianza, 2000, cap. 5. [Regreso] 9
La objetividad del riesgo se plasma en estadística y cálculo de probabilidades, mientras que la intersubjetividad del riesgo se basa en la experiencia de vivir el desastre, la percepción del daño ya vivido en carne propia. [Regreso] 10
López Cerezo, op. cit.: 86. [Regreso]
11
Hans Jonas, El principio de responsabilidad, Barcelona, Herder, 1995. [Regreso] 12
Estos principios están basados en los que se han formulado como base de la bioética. En tanto principios, sólo representan el marco general para orientar las discusiones en el intento de resolver las controversias tecnocientíficas. [Regreso] 13
En particular, las controversias serán decisivas en la tecnomedicina, la ingeniería genética y la biotecnología, así como en diversas modalidades de tecnociencias de gran “impacto social” (ciencias cognitivas y neuro ciencias, farmacología, realidad virtual, tecnologías de la información, tecnologías educativas, nanotecnología, etcétera). [Regreso]
574
Estudios de caso
575
Entre ciencia, política internacional y comunidades científicas
Episodios en mexicanística de principios del siglo xx* Mechthild Rutsch Estas nociones de la experiencia occidental como lo moderno en un sentido universal, y de la secuencia histórica europea como el patrón normal con el cual es necesario comparar otras experiencias, permanecen como presupuestos implícitos, aun en autores que expresamente se proponen la comprensión de la especificidad histórico-cultural de este continente.1 Introducción Este ensayo expone la relación entre saber y poder en el contexto de lo que se ha llamado ciencias del sur y el norte o relaciones entre países centrales y periféricos.2 En especial, intenta dilucidar una de las formas en que se articulan la antropología y la arqueología mexicanas con la organización de estos saberes en los países imperialistas a principios del siglo xx. Los episodios aquí relatados se analizan con base en la concepción de que, en la práctica, las comunidades científicas no se comportan como repúblicas democráticas. Por el contrario, en muchas ocasiones, libran sus propias batallas o también pactan alianzas de acuerdo con las distintas coyunturas históricas y la reconformación de sus ámbitos nacionales respectivos.3 En este sentido, encuentro que los científicos se adecuan, como toda sociedad humana dividida, a facciones de intereses, cuya 576
negociación implica elementos a veces racistas (aspecto en el que no me detendré aquí) y otras francamente colonialistas, de una parte y de otra, la aceptación de esos valores enarbolados en nombre de un conocimiento que muchas veces está condicionado por la búsqueda de beneficios personales. Es decir, estamos hablando aquí de una ciencia en construcción: la mexicanística. El caso tratado ilustra que los procesos de conocimiento no pueden explicarse sólo por cuestiones lógicas internas y “objetivas” de una razón universal aséptica o relativamente aislada de sus contextos de producción. Más bien, y desde sus orígenes modernos, debemos suponer que la política científica forma parte de una estrategia geopolítica general, ajustada a los intereses nacionales involucrados. Esto mismo conduce a la pregunta sobre la invisibilidad de los procesos similares –y la escritura de su historia– en la antropología del México posrevolucionario, y del siglo xx en general. De igual modo, es posible preguntar en qué medida dichos procesos han alterado la misma estructura del conocimiento (teórico y práctico) de las disciplinas antropológicas en nuestro país.4 Por otra parte, en el nivel local (y en el periodo de estudio) los consensos científicos figuran en un proceso de formación respecto del objeto de la antropología y la arqueología (como también lo están a nivel internacional), sus interrelaciones y su lugar entre las ciencias. Si puede hablarse de un “paradigma mesoamericano”, éste no surge sino hasta los años treinta del siglo xx. El escenario que a continuación reviso está poblado por científicos de diferentes nacionalidades y culturas: la alemana, la estadounidense y la mexicana y sus redes de amistad, alianzas o contradicciones. En esta constelación y a nivel internacional, existe una lucha por obtener influencias sobre la arqueología y la antropología mexicanas como parte de las geopolíticas nacionales 577
respectivas, por lo que ésta no puede analizarse tan sólo como tradición local, sea a nivel teórico o político (aquí esbozaré sobre todo parte del contexto político-académico). Además, el número relativamente pequeño de los personajes activos, hace más visible el peso de los actores respectivos, cuyas motivaciones no se pueden entender sin su contexto nacional respectivo. Por último, mostraré cómo tal interrelación –que conlleva ciertos intereses– deja sus huellas también en la crítica científica entre pares. Con todo, el lector de lo que sigue debe tener presente que aquí no se trata de anécdotas personalistas; más allá de discutir trayectorias de tal o cual científico, el propósito es mostrar cómo las redes del poder geopolítico se imbrican en las redes científicas. Un escenario de los años veinte Al morir el científico alemán Eduard Seler, en noviembre de 1922, el Museo Nacional de México cerró sus puertas durante tres días en señal de luto.5 Que sepamos, ningún otro mexicanista nacional o extranjero ha merecido tal distinción póstuma de parte de colegas y el Estado mexicano. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, el viejo continente vivía tiempos de posguerra. Alemania pagaba con una gran intranquilidad política y económica las consecuencias del Tratado de Versalles. Así, en los años de 1922 y 1923, la paridad del marco con el dólar pasó de 188 a 1 725 marcos por dólar y los gobiernos multipartidistas del reich se sucedían sin estabilidad. Al tiempo que los últimos prisioneros de guerra volvieron desde Francia en enero de 1923, la rápida devaluación de la moneda alemana hacía imposible incluso el cálculo exacto de su presupuesto nacional.6 En Berlín, a principios de 1923, Caecilie Seler-Sachs, viuda del prestigiado y homenajeado científico; amante y estudiosa del 578
México antiguo en su propio derecho,7 se encontraba sin medios. Al tanto de esta situación, Franz Boas –colega y amigo personal de los Seler– escribió desde Nueva York pidiendo ayuda a otro amigo suyo, el mexicano Ezequiel A. Chávez8 Para entonces Chávez, quien en 1917 había vuelto al país desde su exilio estadounidense (y a quien Franz Boas había prestado ayuda para conseguir empleo en Estados Unidos), volvió a ocupar altos cargos en el sistema educativo nacional, entre ellos el de director de la Escuela Nacional de Altos Estudios (a la postre Facultad de Filosofía y Letras). En febrero de 1923 Boas le escribe que se ha enterado de la muerte de Seler “vía México”: The occasion of my letter is the death of Professor Seler. We received news of his death by way of Mexico and I was very much shocked by the news, as you know, we were very close personal friends. I feel greatly worried on account of the financial conditions in which Mrs. Seler finds herself. I have been keeping in touch with them right along, and the last depreciation of the mark has had a most disastrous effect upon the life of people situated like Mrs. Seler. I do not know just what she has, but judging by parallel cases, her income cannot be more than 10,000 marks a month, which, under present conditions in Germany is just about enough for one person to live three days. […] Dr. Schuller has written to me a couple of times and suggested the possibility that in view of Dr. Seler´s work on Mexican archaeology, the Mexican Congress might be willing to grant a pension to Mrs. Seler. This would be a boon under present conditions. I am trying to raise the necessary money here for the publication of Dr. Seler´s literary material. Particularly the fourth part of his Abhandlung which has been printed in part must be concluded […]9
Al parecer, la respuesta de Chávez a esta petición no se ha conservado, pero podemos presumir que fue negativa por las
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malas condiciones del erario público mexicano posrevolucionario. Dichas penurias recortarían también los gastos de educación, puesto que todavía, un año más tarde, Manuel Gamio10 escribió a Boas que las “economías” que debió efectuar el gobierno, afectaban a la joven Secretaría de Educación Pública y que, en estos momentos, era imposible conseguir fondos del Estado mexicano para otro propósito de Franz Boas: reabrir la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas creada hacía entonces más de una década y que había suspendido sus labores de facto en 1916.11 En la misma carta, Gamio añade comentarios sobre la sonada polémica en la comunidad científica alemana entre Walter Lehmann y Karl Theodor Preuss (1869-1938), ambos trabajadores del Museo de Berlín. Sin embargo, Gamio –para entonces el hombre fuerte de la antropología mexicana y sucesor de Batres en la arqueología– concluye su carta con la frase siguiente: “Cuando la Escuela (Internacional) renazca, estaré de acuerdo con ud. que Lehmann vuelva como director de la misma”.12 Filiaciones y facciones en las comunidades científicas Cabe hacer notar que a fines del siglo xix y principios del xx, la antropología (y con ella la arqueología) era ciencia nueva, poco institucionalizada y menos aún profesionalizada. Durante el último cuarto del siglo xix, la mayoría de los antropólogos y científicos de países como Alemania y Estados Unidos adquirían sus conocimientos sobre México ya sea en calidad de corresponsales de periódicos (por ejemplo los antropogeógrafos Friedrich Ratzel y Carl Sapper)13 o financiados por mecenas como el duque de Loubat, con cuyas donaciones se establecieron las primeras cátedras en americanística en la Universidad Columbia de Nueva York y la Universidad Friedrich Wilhelm de Berlín. Hubo quienes 580
llegaron al país como participantes en incursiones militares, como fue el caso del francés Désireé Charnay (1828–1915), quien llegó a México comisionado por el ministerio francés de bellas artes, y el del alemán Teobert Maler (1842-1917), quien fue capitán del ejército imperial mexicano.14 Hasta bien entrado el siglo xx, y en especial en la americanística alemana, pocos fueron los estudiosos que podían combinar cierta seguridad de empleo en un museo o universidad con su interés en hacer investigación de campo. Éste fue el caso de Eduard Seler, quien desde 1899 ocupó la cátedra “Loubat” de americanística en la universidad de Berlín y combinaba la docencia con sus labores en el museo de esta ciudad donde era jefe del departamento americano. Durante épocas de sus respectivas vidas, hubo quienes vivían de la venta de colecciones etnográficas, arqueológicas u osteológicas (como Franz Boas, el mismo Seler y otros muchos). En parte, esta situación explica que, a pesar de su juventud, la antropología, y en especial la arqueología, se prestaban también para fines extraacadémicos; desde el espionaje,15 hasta el hurto o el saqueo, bajo intervención y responsabilidad directa o indirecta de extranjeros y nacionales mexicanos, no obstante que la legislación mexicana fue de las primeras en imponer sanciones y penas a la exportación de piezas arqueológicas.16 En el saqueo y robo participaban también altos funcionarios de los gobiernos involucrados. Por ejemplo, el señor Bünz –ministro alemán ante el gobierno de Díaz– hizo un regalo al Museo de Berlín. Éste consistió en una colección de Colima sobre la que K. Th. Preuss informa a Seler –quien se encontraba en su último viaje en México– lo que sigue: Ya me dijo Bünz que usted le proporcionó las 7 cajas para la salida de la colección Colima. Gracias a Dios ahora llegó al 581
museo. Realmente es una colección maravillosa y pocas veces me he deleitado así con alguna otra del museo ¡Qué figuras tan bizarras y expresiones tan diversas! La colección fue entregada por Bünz como un regalo personal, pero esto no debe trascender al público, puesto que él exportó la colección sin el consentimiento del gobierno mexicano. 17 Gran parte del éxito y el prestigio de los académicos (sobre todo de aquéllos sin medios) dependía de este tipo de relaciones con la burocracia política (y a veces también la religiosa). Las influencias y recursos que podían ganarse a nivel nacional e internacional para obtener permisos de viajes de estudio y financiamientos diversos, las hacían muchas veces deseables, cuando no indispensables.18 Si bien es cierto que en Alemania y a la vuelta del siglo, predominaba ya una meritocracia académica en las universidades, no es menos cierto que parte del éxito e influencia de Eduard Seler, por ejemplo, dependía de sus siempre buenas relaciones con el rico e influyente duque de Loubat y altos niveles del gobierno alemán, por un lado, y de sus alianzas con parte de la comunidad científica de México, por otro, para conseguir acceso, salvoconductos y la benevolencia sobre todo de la Dirección de Conservación e Inspección de Monumentos Arqueológicos, creada en 1885. El titular de la inspección fue Leopoldo Batres (18521926) desde ese año hasta 1911. A principios del siglo xx dependían de la buena voluntad de Batres no sólo los permisos de exportación de piezas y colecciones, sino también la realización de un proyecto que Franz Boas y su amigo Seler habían planeado: la Escuela Internacional de Etnología y Arqueología Americanas (inaugurada en México en enero de 1911). Por otra parte, la comunidad antropológica de aquellos tiempos estaba dividida en México entre lo que era la Inspección y los 582
profesores del Museo, que competían por recursos económicos y otros asuntos. Así, la enemistad y el desprecio mutuo se expresaban en el hecho de que Batres era el gran ausente de las publicaciones del Museo. Los suyos eran muchas veces artículos publicados directamente o separatas editadas por secretarías del gobierno, financiadas por él mismo, en alguna imprenta particular o impresos a nivel internacional por revistas como La Nature.19 Batres no publicó nunca en lo que entonces se estimaba “La” publicación de la ciencia sobre la antigüedad mexicana, esto es, los Anales del Museo Nacional, que contó con la autoría de prácticamente todos los demás antropólogos de la época y sus alumnos, además de traducciones e informes de científicos de otros países, sin mencionar su amplia distribución internacional. En sus cartas a Boas, y poco antes del ocaso del régimen porfirista, Seler juzgó a Leopoldo Batres como arqueólogo que había cometido errores, pero había tenido también aciertos. Sirvan de ejemplo sus excavaciones en la calle de Escalerillas –hoy calle de Guatemala en el centro histórico de la ciudad de México– y sobre las que Seler escribió un artículo en el que lo menciona con tono favorable, como también lo había hecho en otras publicaciones.20 De hecho, Leopoldo Batres fue “El” arqueólogo del Porfiriato e incluso podría decirse que fue uno de sus intelectuales orgánicos, cercano a Porfirio Díaz y Justo Sierra. Él contribuyó a crear una ideología nacionalista, así como la legislación para la protección del patrimonio cultural de México en el que la arqueología tuvo un papel sumamente importante, sea en relación con los recursos económicos otorgados o en la creación del prestigio de la nación mexicana ante el mundo. Por tal motivo, su anuencia u oposición solían ser decisivas para cualquier empresa científica, de exploración o aun de excavación, mucho más para el establecimiento de una escuela cuyos propósitos eran los estudios 583
arqueológicos y etnológicos y cuya administración, financiamiento y funcionamiento en docencia y alumnado sería inter-nacional. Todo ello se intentó realizar en un contexto en el que “se forjaba” la conciencia nacional(ista) de México. A su vez, el proyecto de esta escuela fue disputado en Estados Unidos por diversos centros de poder académicos y políticos de la naciente arqueología en ese país, concretamente entre los del este (Nueva York) y el oeste (California). De esta manera, casi al tiempo que el gobierno mexicano estuvo por otorgar su anuencia a la creación de la Escuela Internacional de Boas y Seler, en 1908, el Archaeological Institute of America con sede en California (creado por la misma ley que dio nacimiento a la Geological Survey en 1879) había pedido al gobierno mexicano ciertos privilegios para una excavación en Palenque y posible exportación de piezas, asunto que a Leopoldo Batres le parecía: enteramente impertinente, [...] En principio, esta Dirección ha creído siempre, y así lo ha manifestado, que el Gobierno de la República debe cerrar sus puertas a todos los que pretenden hacer excavaciones en los monumentos arqueológicos de la Nación, abriéndolos solamente en el caso de que se desee estudiarlos y llevar copias al moldado, al dibujo o a la fotografía, así como tomar planos de los monumentos que se estudian.21 Más tarde, también Batres opuso objeciones al trabajo de Seler, en particular a sus actividades en Palenque en 1911, los cuales llevó a cabo como director de la Escuela Internacional. Sin embargo, antes de este año los conflictos entre los mexicanos y los alemanes que trabajaban en el país, en especial Seler, fueron menores y no tuvieron consecuencias adversas. Al parecer, Batres se inclinaba por aliarse con los alemanes. 584
Sin embargo, entre Batres y sus colegas del Museo Nacional de México, las diferencias subsistían, como también las hubo muy acusadas entre la Inspección y los científicos estadounidenses no aliados con los alemanes. Por ejemplo, tuvo hondas y públicas diferencias con estadounidenses como Zelia Nuttall y Marshall Saville, ambos colegas de Boas. Seler mantuvo grandes diferencias teóricas con la primera, y Boas, por su parte, la despreciaba y creía que serviría para hablar “en un tono ameno de la arqueología”.22 Saville, único arqueólogo de la Universidad de Columbia de esos tiempos (y con quien Gamio estudió y obtuvo su título de maestro en arqueología) fue juzgado como incompetente y ágrafo por Boas, pero le fue impuesto como colega por el duque de Loubat en la cátedra de arqueología americana, la que, al igual que en Berlín, llevaba su nombre.23 No obstante, desde 1903 y en ocasión de una excavación en Oaxaca, Loubat estaba enemistado con Batres. Por ello la posibilidad de encargar la dirección de la futura escuela internacional a Saville (cuyo nombre fue mencionado por Seler en su correspondencia con Boas) habría sido entendido por Batres como una afrenta, dada la amistad de Loubat y Saville y por ello fue descartado por Boas.24 Seler y Lehmann En 1904 el capital donado por Loubat para crear la cátedra de americanística en Berlín, la cual ocupaba Seler desde 1899, había llegado a una sustanciosa cantidad de dividendos.25 El ministerio de educación prusiano siguió las recomendaciones de Seler y mandó a su asistente K. Th. Preuss con 15 000 marcos para la famosa Expedición Huichol, empresa inicialmente planeada en conjunto por Seler del Museo de Berlín y Franz Boas del Museum 585
of Natural History de Nueva York, entre otros propósitos con el fin de obtener colecciones. Sin embargo, la empresa conjunta se frustró puesto que Boas renunció al Museum por diferencias con su director, antes de asegurar financiamiento. Por ello, la Expedición Huichol –como se la llamó desde los planes de Boas y Seler y sobre “la que hemos conversado tan a menudo”, como escribe Boas– fue financiada sólo por Berlín.26 Cabe agregar aquí que Preuss no fue alumno de Seler, pero sí uno de sus colaboradores. Pese a ello, Seler no estaba muy convencido de sus aspiraciones teóricas, al contrario de lo que opinaba de Lehmann.27 En 1906 Seler publica incluso un texto dedicado a la refutación de las teorías de Preuss y sus interpretaciones de instituciones del México antiguo. En este texto, Seler le reprocha una traducción deficiente y superficialidad en sus interpretaciones. Según Seler, Preuss se inclina por explicar los fenómenos culturales por lo “mágico” en vez de asumir tesis con fundamentos más empíricos. En especial, Seler contrapone su interpretación del juego de pelota a la de Preuss. Las posteriores competencias entre Lehmann y Preuss, ambos asistentes de Seler, seguramente se debieron a las palmarias preferencias de Seler por Lehmann. En 1907 las ganancias del capital donado por Loubat, permitieron otro viaje de estudios y esta vez le tocó en suerte a Walter Lehmann. Al decir de Seler, Lehmann se preparó durante cuatro años para esta expedición; entre estos preparativos estuvieron sus estudios en la biblioteca nacional de París, en la que revisó los códices de la colección Aubin-Goupit, en especial la Historia de los Reynos de Colhuacan y México, parte de las que editó en París en 1906, con traducción y notas.28 En 1907 y bajo el patrocinio de Loubat, su programa de investigación fue publicado en alemán e inglés.29 En esta obra Lehmann resume las contribuciones más importantes al estudio de 586
la americanística de la época, en particular los estudios del México antiguo; discute bibliografías mexicanas y alemanas y fuentes coloniales mexicanas y contemporáneas, códices y obras sobre la conquista española, los avances de la antropología física (homo americanus), las contribuciones a la lingüística y la etnología del área. Llega a la conclusión de que era prematuro pensar en una historia de México: “ya que hasta ahora ni los relatos de los códices ni los de los autores españoles se han analizado críticamente, ni el material arqueológico puede ofrecernos hechos comprobados, además de que tanto la cronología como la sincronología ofrecen todavía muchos problemas”.30 En este marco concluye que hace falta resolver “la cuestión tolteca” de manera crítica, no conjetural, ya que de ello depende una evaluación más realista de las migraciones étnicas y la evaluación de las culturas y sus interrelaciones, no sólo mexicanas sino de toda América Central. Como puede advertirse, Lehmann fue digno alumno de Seler, ya que al igual que su maestro se propuso estudiar de manera integral los problemas de la mexicanística y, para avanzar en una historia mexicana científica, juzgaba fundamental y prioritario –del mismo modo que Seler y Boas– el establecimiento de una firme cronología arqueológica. Walter Lehmann había estudiado medicina y también se había especializado con Seler en americanística y lingüística. Desde sus años de estudiante, Seler estuvo convencido de la capacidad y las bondades del joven Lehmann y lo convirtió en su pupilo y asistente predilecto: Él había crecido en una casa llena de amor a las artes, amor que se manifestó también en la práctica de coleccionar y de publicaciones; por ello y a la larga, no le pudo satisfacer del todo el estudio de medicina para el que se había decidido. Pero 587
sospecho que esta decisión fue motivada por otro amor más apasionado: el deseo por lo lejano, la añoranza por los países del trópico, florecientes en naturaleza y cultura. Pues para un viaje hacia el trópico la formación médica resulta especialmente valiosa. Con el apoyo de su maestro, Lehmann conoció México y América Central (1907-1909) y regresó por última vez en 1925. Durante el año de su primer viaje a México (1909), Boas y Seler estuvieron preocupados por la empresa conjunta de la Escuela Internacional; entre otras cosas, su celo por llevar a un buen término esta escuela se debía al deseo de establecer una cronología arqueológica y así determinar la sucesión de las culturas. Mas, en su correspondencia con Seler, Lehmann le notifica los intentos de Zelia Nuttall de usar sus influencias y medios para dirigir y privatizar la futura escuela. A su vez, Seler, alarmado, se queja ante Boas de esta situación y entre líneas deja entrever que de tener éxito la Nuttall, él no apoyaría el proyecto:31 Pero desde México Dr. Lehmann me informa de algunas cosas bien extrañas. Según esto, Batres intenta boicotear el plan. Y por otra parte, parece que mi amiga, la sra. Nuttall, está tomando todas las medidas necesarias para apropiarse totalmente del asunto y explotarlo en beneficio propio –c’est ma guerre, ma petite guerre, así dijo la sra. Eugénie en 1870. Ella ofreció un ala de su casa de Coyoacán y pretende fundar la Escuela arqueológica sobre “una base lingüística”, y de esta forma excluir a Batres. Yo sólo espero que los presidentes de los grandes institutos americanos coincidan en la opinión que hay que elevar esta empresa, ideada como un asunto internacional, más allá de las ambiciones mediocres de uno y los celos de [… 588
ilegible…] y que por lo mismo y desde el principio de su constitución deben crearse ciertas garantías.32 En este delicado asunto, una de las preocupaciones de Boas para mantener el equilibrio político-académico era el problema de quién debía ser el primer director de la escuela. De manera insistente Seler recomendaba a Walter Lehmann para ese puesto.33 Al final, Seler mismo aceptó la dirección de la escuela durante su primer año. Pero siguió en su empeño de que Lehmann le sucediese en la dirección en 1911. Sin embargo, sus planes fracasaron. Lehmann no pudo encargarse de la escuela, ya que la Universidad de Munich le había ofrecido un puesto “y yo aquí no tengo perspectivas de liberarme de Preuss y de Schmidt” y, por lo tanto, escribe Seler a Boas, “sólo puedo ofrecerle [a Lehmann] un sueldo de hambre”. Añade que ante tal situación posiblemente habría que pensar en otro sucesor suyo.34 Lehmann comenzó a dictar cátedra de americanística en Munich en 1910, donde entre sus alumnos tuvo a Walter Benjamin y Rainer María Rilke.35 De su viaje a América Central dictó conferencia ante la Sociedad Berlinesa el 12 de febrero de 1910, la cual iniciaba del siguiente modo: Los problemas enfocados durante mi investigación en América Central se nutren de diferentes disciplinas que se completan mutuamente y cuya consideración conjunta arroja nuevos e importantes hechos. En primer lugar se trató de esclarecer las relaciones arqueológicas y delimitar las diferentes provincias culturales, mediante la determinación de la distribución de tipos y estilos singulares.36 Debido a su nuevo empleo en Munich y la Primera Guerra 589
Mundial, sobre todo, fue hasta 1920 que Lehmann publicó los resultados de su viaje de estudios en dos volúmenes en cuya introducción el mismo Seler alaba sus resultados: Durante los dos primeros años Lehmann se ocupó sobre todo en la arqueología de Costa Rica. Hizo excavaciones en diferentes sitios del área central y en la provincia de Guanacaste y nos trajo de regreso muchas riquezas de barro, piedra y también de oro. Pero mención especial merecen los viajes que hizo durante 1909 en la república de Nicaragua en la que con afán de investigación lingüística cruzó dos veces la región de la “horrenda” selva tropical del Atlántico. Y logró comprobar que toda esta área, acerca de cuyas relaciones lingüísticas reinó hasta hoy la mayor confusión e ignorancia, pertenece a dos grandes familias, una de las que bautizó Sumo-Misquito y la otra Rama. En efecto, Lehmann, aparte de su trabajo de campo en el que combinó estudios y excavaciones arqueológicos con enfoques lingüísticos y etnográficos, se apoyó en los manuscritos inéditos del nativo de Danzig, Carl Hermann Berendt (1817-1878), que pudo consultar en los archivos de Filadelfia.37 “Con frecuencia caminé en las huellas de Berendt. Nadie antes de Berendt ha entendido las relaciones étnicas de América Central. Varios dialectos importantes que sólo Berendt rescató llenan las lagunas que mi obra habría tenido sin su aporte.”38 Además de que Seler escribe un prólogo a esta obra, el autor se la dedica especialmente “con agradecida reverencia y amistad”. Dos años después de la publicación de ésta, también es Walter Lehmann quien edita la obra colectiva conocida como el “SelerFestschrift” (1922), en la que incluye un manuscrito de uno de los 590
alumnos alemanes de Seler en México, Werner von Hörschelmann, fallecido en Prusia víctima de la Primera Guerra Mundial.39 Para entonces Seler, septuagenario, había hecho todo lo posible para que Lehmann fuera nombrado sucesor suyo en la cátedra Loubat. A principios de 1920 Seler obtiene su jubilación de la facultad y en julio de 1920 dirige una petición de ocho hojas a la “Alta Facultad Filosófica de la Universidad Estatal Friedrich-Wilhelm” en la que recomienda a Walter Lehmann como su sucesor ideal en la cátedra de americanística (materia definida por Seler como: “lingüística, etnología y ciencia de la antigüedad americanas, en especial del periodo precolombino”). En esta carta escribe: Lehmann es un hombre que posee un juicio muy crítico y una sabiduría enciclopédica; ha continuado la obra comenzada por mí, con todo entendimiento y la ha enriquecido con muchos trabajos fundamentales (acerca del calendario mexicano, mosaicos mexicanos, etcétera) [...] Un mérito especial de Lehmann fue la fundación de un instituto de investigación de etnología. Con el afán de completar el material que nos ofrecen los museos, en este instituto y vinculado de forma estrecha con una gran biblioteca especializada, fundada por él y sus compañeros, se propone reunir las excerptas de la literatura.40 Y, después de reseñar los trabajos y las virtudes de Lehmann in extenso, Seler agrega que el duque de Loubat manifestó ya por escrito su acuerdo con la proposición. A pesar de esta recomendación que también fue aprobada por el ministerio, la facultad se pronunció en contra del nombramiento de Lehmann en la cátedra, pero sí lo aceptó como director del instituto etnológico del museo. 591
Al parecer, esta decisión poco usual se debió a las intrigas de K. Th. Preuss, quien incluso amenazó al ministerio con su renuncia si acaso Lehmann “un hombre joven y relativamente insignificante” fuera nombrado sucesor de Seler, nombramiento que implicaba que Lehmann actuaría como su nuevo jefe. Esto, aduce, pondría en peligro “la obra de toda mi vida”.41 A partir de entonces, obviamente considerándose él mismo el verdadero sucesor de Seler, Preuss libró una batalla sin cuartel contra Lehmann, quien permaneció en el museo como director del instituto ya mencionado y, como escribe Díaz de Arce, ocasionalmente pudo darle órdenes a Preuss. Por otra parte, y debido a la inflación de 1923, el disminuido capital de la fundación Loubat no permitió restablecer la cátedra durante el periodo de entreguerras.42 El “águila roja” y una excavación secreta En su viaje a México en 1909 Lehmann también tuvo tratos con Batres. Ante la proximidad de la celebración del centenario de la Independencia, Leopoldo Batres había tenido a su disposición bastantes recursos y el cometido de excavar y restaurar el sitio de Teotihuacan, sobre todo la llamada pirámide del Sol. El sitio se mostraría al mundo científico con la segunda sesión del xvii Congreso de Americanistas en México en septiembre de 1910. A su vez, Seler desde 1907, año en el que fue contratado por el gobierno mexicano para hacer una clasificación y catalogación de las piezas arqueológicas del Museo Nacional, estaba muy consciente de lo que significaba su relación con Batres y las autoridades mexicanas, ya que en su solicitud para efectuar dicho trabajo, escribe a uno de sus superiores en el Ministerio alemán: “Por otra parte este trabajo sin duda es de interés general, ya que es sumamente deseable que mantengamos muy buenas relaciones 592
con las autoridades de aquí, y tanto más cuanto ahora necesito el permiso de exportación de mis colecciones de antigüedades que son bastante voluminosas.”43 Seler obtuvo el permiso de exportación, pero Batres tenía en mente una retribución que podía compensar los favores que había hecho a los alemanes: la obtención de la Orden del Águila Roja del Reich alemán. Y a finales de 1908 Seler redacta un escrito en el que propone a Justo Sierra, Ezequiel A. Chávez y Batres para esta distinción: en esta solicitud, y para fundamentar los méritos de Batres, Seler escribe: No solamente y en todo tiempo me otorgó el permiso requerido para todo tipo de trabajos, como moldes, etcétera en las ruinas, y me ayudó en la compra de antigüedades, sino también logró del gobierno, esto es, de su superior el secretario Justo Sierra y el subsecretario Ezequiel A. Chávez, permiso de exportar estas antigüedades, un permiso que sólo se concede en los casos más extraordinarios, casi nunca [...] ya que la ley prohíbe estrictamente la exportación de antigüedades en tanto éstas son bienes de valor para el país. Hace tiempo y en negociaciones que duraron años, el gobierno francés logró la exportación de una parte de las piezas excavadas por Désireé Charnay. Y el Museo de Nueva York logró sólo el permiso para la exportación de la mitad de las piezas excavadas por Saville. Pero eso fue negociado de antemano por un contrato especial.44 El 15 de marzo de 1909 el ministerio de asuntos exteriores del Reich notifica que, en respuesta a la petición de Seler, la embajada alemana en México considera que sería suficiente otorgar la distinción sólo a Batres, sin incluir a Justo Sierra y Chávez. Al llegar esta notificación a manos de Seler, éste aclara su posición: 593
Solicité la distinción también para los dos ministros, ya que sin el consentimiento de sus jefes, Batres no habría podido hacer lo que para mí han sido sus servicios especiales. Pero si la embajada alemana juzga que se puede ignorar a los dos ministros, entonces yo me someteré [...] Pero quiero insistir enfáticamente en que se le confiera a Batres la Orden del Águila Roja de tercera clase. Pues es peor ofrecer una distinción que pueda juzgarse inferior que no ofrecer ninguna. Batres ocupa una posición considerada en el país como muy alta y supe que las dificultades entre la Inspección de Antigüedades y el gobierno francés (por la exportación de las antigüedades coleccionadas por Désireé Charnay) se originaron en que se le ofreció una distinción inferior que éste rechazó.45 Con esta fundamentación, el emperador alemán firma por fin –en junio de 1909– la instrucción enviada a la embajada alemana en México para otorgar a Batres la orden de tercera clase del Águila Roja.46 Es significativo notar que la Orden del Águila Roja fue conferida poco antes a Bernardo Reyes, cuando éste fue ministro de guerra de 1900 a 1903. Con Reyes los alemanes habían conseguido un pequeño adelanto en la competencia con Francia por la venta de armamentos a México, ya que Reyes les había conseguido un contrato de venta de rifles Mauser.47 En noviembre de 1909 Batres agradece a Seler sus buenos oficios: Mi muy estimado señor y amigo El embajador de Alemania, acreditado ante nuestra república, me confirió generosamente la Orden del Águila Roja de tercera clase [...por su recomendación] le doy mis cumplidas gracias y le aseguro que le corresponderé a usted, su gobierno imperial y a 594
los intereses científicos alemanes. Ayer me presentó el joven Dr. Walter Lehmann su escrito con la mejor recomendación de usted, a la que voy a seguir puntualmente. Actualmente el señor Lehmann hace estudios en Teotihuacan. Le hospedé en mi casa y puse a su disposición todos los medios a fin de que sus investigaciones tengan buenos resultados. Se encuentra en el proceso de fundar un pequeño museo en este sitio con objetos propiedad del señor Marcelino Olivera que contiene piezas muy raras de la cultura tolteca y del altiplano de México. Además adquirió tres antigüedades de San Juan (Teotihuacan) que no son caras y tampoco son falsificaciones. Haré la lucha ante el ministerio a fin de que este joven pueda llevarse fuera del país las antigüedades reunidas por él y otra caja que usted dejó aquí.48 Lo que no menciona Batres es que concedió permiso al joven dr. Lehmann para una excavación en Teotihuacan, en secreto y mediante promesas de que se le entregaría a cambio una momia egipcia. Este hecho fue insólito y Walter Lehmann hace alusión a él en diferentes publicaciones –sin dar fecha o dato exacto ni filtrar el nombre de Batres: En el año 1909 tuve la oportunidad de visitar durante algún tiempo a estas ruinas, las medí y también pude hacer algunas excavaciones. Seguramente fui el primero que tuvo éxito en comprobar la sucesión de diferentes capas culturales, en las afueras de la zona arqueológica delimitada por el gobierno mexicano, y muy cerca de la inmensa pirámide del sol (que tiene una altura de alrededor de 60 m y mide ca. 40000 metros cuadrados en su base). Más tarde, esta sucesión fue 595
comprobada en lo esencial por mi maestro, el consejero imperial Seler, así como por el Profesor Boas, Manuel Gamio y otros, tanto aquí como en otros sitios.49 En virtud de la discreción que exigía el asunto, la insistencia de Lehmann sobre esta excavación carecía de credibilidad científica, sobre todo en el contexto de la discusión sobre estratigrafía y sucesión cultural en la cuenca de México y la polémica acerca de quién fue el primero en haberla establecido.50 A este respecto, Preuss no desaprovecha la oportunidad para criticar a Lehmann. En la reseña de la obra de Lehmann sobre historia del arte del Perú (1924), curiosamente le reprocha lo que 18 años antes Seler le criticaba al mismo Preuss. Es decir, superficialidad, falta de crítica y presentación de resultados (conjeturales) como si éstos fueran hechos establecidos, pero además remarca la distancia que existe en este sentido entre los trabajos de Seler y los de Lehmann. En la misma reseña escribe acerca de la dirección del instituto etnológico a cargo de Lehmann y la excavación de 1909 lo que sigue: Cuánto ha cambiado el concepto de ciencia hoy día, si tales esquemas [los contenidos en el trabajo de Lehmann] se consideran ahora como resultados de un instituto de investigación al que se le confirió hace un tiempo la tarea de asegurar resultados para todo mundo seguros y que deben servir de base para toda investigación futura [...] Como en todas sus publicaciones últimas, tampoco aquí olvida mencionar que en 1909 excavó cerca de la pirámide del Sol en Teotihuacan y que fue él el primero en comprobar la sucesión de culturas, con lo que usurpa para sí los méritos conocidos de Gamio (1910/11).51 596
Una crítica científica En cuanto a las relaciones científicas con sus colegas mexicanos, el sesgo de interés también puede advertirse en algunas reseñas de Lehmann, quien también siguió en este sentido las huellas de Seler. Durante la primera década del siglo, Lehmann escribe varias reseñas para la Zeitschrift für Ethnologie que datan de los años 1907 y 1909.52 Dos de éstas tratan de los tomos ii, iii y iv de la segunda época de los Anales del Museo Nacional, publicados entre los años de 1906 y 1909, y la otra se ocupa de una memoria de Batres sobre Teotihuacan,53 presentada al xv Congreso de Americanistas y un manuscrito del mismo autor sobre este sitio. En los dos primeros párrafos de sus comentarios sobre la memoria de Batres, Lehmann resalta la importancia del sitio y el trabajo que significó la restauración de la Pirámide del Sol, bajo dirección de Batres. En los siguientes párrafos Lehmann critica varias interpretaciones del arqueólogo mexicano –a su juicio erróneas– y señala ausencias como la del detalle en las fotografías anexas a la memoria, pero concluye que el mismo Batres en ambos escritos presenta sus resultados como preliminares y sugiere que la comunidad científica internacional esperará con ansia resultados más definitivos u “objetivos”. Aun así –escribe Lehmann– “Batres se ha ganado la gratitud de todos los que se ocupan de la prehistoria mexicana y de América”. No obstante, otra cosa sucede con su reseña de los Anales en cuestión. Ahí Lehmann escribe párrafos sobre cada artículo, primero de los tomos ii y iii. Mientras declara a José Fernando Ramírez, una de cuyas cartas se reproduce en el tomo ii, como “el más importante investigador mexicano de la antigüedad”, somete a crítica dos trabajos de León: una nota bibliográfica de 87 obras 597
lingüísticas del siglo xix le parece totalmente incompleta y señala que faltan autores sobremanera importantes. En su reseña de otro trabajo del mismo autor titulado “Nuevos hieroglíficos mexicanos” apunta que le sobra el adjetivo “nuevo”, ya que su mentor Seler los había notado desde 1888 y Leopoldo Batres en su “Exploración de Monte Alban” los había fotografiado. 54 Pero la crítica más acerba se inflige al trabajo de Alfredo Chavero. En relación con su trabajo sobre el calendario de Palenque, Lehmann escribe: Con mucha erudición aquí se diserta sobre gran cantidad de cosas sin importancia y otras que son pura fantasía, lo que en nada ayuda a los problemas del conocimiento maya. Y para sólo mencionar uno de muchos errores la identificación de Xomoco con Xomico, por lo demás desconocido en el náhuatl, por una parte y por otra con la vía láctea (p. 86, nota 1) es tan falsa como arbitraria. Lo mismo sucede con la etimología de Camaxtli de Coa-maxtli (p. 94). Semejantes derivaciones sólo atrasan la ciencia en vez de ayudarla [...] Es sólo el respeto ante una persona ya fallecida que me impide refutar las infundadas afirmaciones de Chavero. Aquí la crítica de Lehmann a Chavero es sin duda más dura que la que dedicó a Batres, en particular si se considera que casi al mismo tiempo Marshall Saville, en el obituario que publicó de Alfredo Chavero, lo consideró como el “decano de los arqueólogos mexicanos”. Dejando de lado los intereses por los que Seler y Lehmann fueron cautelosos con sus críticas a Batres, se puede encontrar también otra razón de esta crítica: Seler defendía teorías diametralmente opuestas a las de Chavero, y Lehmann las heredó de su maestro. Así, Zelia Nuttall había descrito a Seler y Chavero 598
como: “extremistas igualmente distinguidos, manteniendo puntos de vista radicalmente opuestos”, es decir “El sr. Alfredo Chavero de México, quien asume una transmisión (cultural) y el prof. Seler de Berlín, quien sostiene la invención autóctona”. Tal cuestión, la de la difusión (o sucesión) cultural y sus vías (y con ella la pregunta por el origen del homo americanus) reaparecerá en años posteriores de la antropología mexicana. En cuanto a Gamio, Lehmann critica levemente su primera publicación, un trabajo sobre la cultura tepaneca; escribe que el autor remedió sus errores teóricos con la valía de su arqueología práctica y que está profundizando sus estudios con el profesor Franz Boas de Nueva York. Como cité arriba, una década más tarde, Gamio no tendría objeción para que Lehmann vuelva a México en calidad de director de la Escuela Internacional. A manera de conclusión Los episodios relatados muestran que ciencia y poder entran en una íntima y compleja relación. Es más, puede decirse que en las coyunturas históricas aquí esbozadas, la política científica se ajusta y en gran parte se subordina a los intereses geopolíticos de las naciones modernas. Corresponde a este proceso también una mercantilización de los nuevos saberes, sea en forma de apropiación o adquisición de colecciones y manuscritos científicos, sea en forma de financiamientos para producir o ampliar los nuevos conocimientos. La vida cotidiana de “la ciencia haciéndose” muestra que gran parte de sus condiciones de posibilidad pasa por las relaciones entre comunidades científicas nacionales e internacionales. De entrada éstas resultan asimétricas, si se atiende a que las comunidades científicas de la periferia son consideradas por las del 599
centro como proveedores de “datos” (en este caso, ante todo de objetos arqueológicos) cuya interpretación es dominada por el centro. El acceso y apropiación de estos “datos” se vuelve objeto de negociaciones, también por medios extracientíficos, tanto en y entre las facciones académicas nacionales como entre éstas y facciones de pares allende las fronteras. Al tiempo, es cierto que las relaciones asimétricas, arriba mencionadas, se perpetúan bajo colaboración de científicos o facciones científicas en la periferia, que luchan por reconocimiento y prestigio entre sus pares nacionales e internacionales. Muchas veces este proceso subordina la ideología patriótica o nacionalista, plasmada en marcos jurídicos establecidos. En cambio, son invocados para cerrar el paso a facciones enemistadas. En este sentido lo “imaginario” de una comunidad científica nacional es traspasado por intereses y poder político que en la práctica le otorgan o le restan eficacia. De todo ello resulta que se vuelve difícil discernir una ética científica supuestamente universal y desinteresada de las estructuras de poder que sin excepción y a todos los niveles moldean sus condiciones de producción. Así, la razón teórica teje una compleja madeja de relaciones sociales que desmienten toda pretensión purista. Más bien, las condiciones de posibilidad para generar nuevos conocimientos, pasan por relaciones asimétricas en principio, pero también por negociaciones entre las comunidades científicas involucradas y aquellas personalidades – exitosas durante un tiempo– en controlar el acceso a diversos recursos intelectuales, económicos y políticos a la vez.
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________NOTAS________ *
La consulta de parte del material citado fue posible gracias a una beca de investigación del Deutsche Akademische
Austauschdienst (daad) y el apoyo del proyecto Conacyt 3796h Historia de la Ciencia desde México. Conceptos, disciplinas y comunidades. La autora agradece a los colegas del Instituto Iberoamericano, Museo Etnológico y Staatsbibliothek, Berlín, su amable ayuda. Las traducciones y paleografías del alemán son mías. Parte de este texto está basado en un libro en prensa (Rutsch, Entre el campo y el gabinete. Nacionales y extranjeros en la profesionalización de la antropología mexicana (1877– 1920), inah/iia, 2005). 1
Edgardo Lander, “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos”, en Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Argentina, clacso, 2000: 26. [Regreso] 2
Cfr., por ejemplo, Andrés Medina Hernández, “Veinte años de antropología mexicana. La configuración de una antropología del Sur”, en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 20, issue 2, University of California Press, 2004: 231-274 y Carlos López Beltrán, “Ciencia en los márgenes: una reconsideración de la asimetría Centro-Periferia”, en Rutsch y Serrano (comp.), Ciencia en los márgenes. Ensayos de historia de la ciencia en México, México, iia/unam, 1997: 1933. [Regreso] 3
Desde luego, las comunidades científicas también alcanzan consensos. Un ejemplo en la antropología mexicana puede ser el de las características básicas de sociedades mesoamericanas prehispánicas y ciertas estructuras de larga duración en sociedades contemporáneas. Estos consensos, sin embargo, datan de periodos más recientes que el aquí estudiado. [Regreso] 4
Por ejemplo, la colega Leticia González (inah-Torreón) ha llamado la atención acerca de cómo hoy día la arqueología del norte de México está bajo el asedio teórico y político de la arqueología de Estados Unidos, que adopta diferentes formas, desde el saqueo hasta la imitación de políticas como las del National Park Service (com.
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pers.). [Regreso] 5
Luis Castillo Ledón, “Muerte del Dr. Eduardo Seler, Profesor honorario del Museo Nacional de México”, en Boletín del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, t.1, 4a época, núm. 5 y 6, nov.-dic. 1922: 73-74. [Regreso] 6
Durante estos años de posguerra, Alemania no sólo fue escenario de un desastre económico de dimensiones catastróficas para la mayoría de su población, sino también fue testigo del auge de teorías racistas antisemitas, de movimientos nacionalsocialistas fortalecidos y de conflictos con movimientos comunistas, además de profundos sentimientos antifranceses, ya que la ocupación por parte de Francia, además de las exacciones económicas, condujo a la expulsión de muchos funcionarios de los territorios alemanes ocupados, la prohibición de la publicación de más de cien periódicos alemanes, etc. Así, el 13 de febrero 1923, el presidente del reich, Friedrich Ebert, proclama la resistencia pasiva contra la política francesa de ocupación. Cuatro días más tarde, Thomas Mann escribe: “El odio (contra los franceses) es horrendo. No se puede decir lo que de ello vendrá en un futuro. Y lo peor es que un fiasco francés, si bien sería deseable, significaría el triunfo del nacionalismo”, Cfr. Overesch y Saal, Deutsche Geschichte von Tag zu Tag (1918-1949), Berlín, Digitale Bibliothek, 2000: 1714. [Regreso] 7
Mujer notable para su tiempo. Dispuso de los medios heredados de su padre para no sólo apoyar y financiar parte de los seis viajes a América, en especial a México, que emprendió con su marido, sino que también fue fotógrafa destacada, botánica y escritora. Cfr. SelerSachs, “Kurzer Bericht über eine arcäologische Reise durch Mexiko und Mittelamerika”, en Globus, lxxii, núm. 6, Sonderabdruck Braunschweig, 1897; Frauenleben imReiche der Azteken. Ein Blatt aus der Kulturgeschichte Alt-Mexikos, Berlín, Dietrich Reimer (Ernst Vohsen), 1919 y Auf Forschungsreisen in Mexiko, Berlín, Im Verlag Ullstein, 1925. [Regreso] 8
Ezequiel A. Chávez y Franz Boas se conocieron personalmente desde la celebración del centenario de la Independencia mexicana en 1910, siendo Chávez subsecretario de Instrucción Pública. Juntos cuidaron de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, entonces establecida. Desde 1908 hasta 1942 intercambiaron correspondencia. Cfr., por ejemplo, Rutsch, “‘escribirle cuando siento mi corazón cerca de estallar’ La concepción de ciencia, ética y educación en la correspondencia de Franz Boas y Ezequiel A. Chávez”, en Serrano y Rutsch (comp.), Ciencia en los márgenes. Ensayos de historia de la ciencia en México, México, iia/ unam, 1997:
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127-166. [Regreso] 9
BP, Boas a Chávez, 02/02/23 (también sbb/pk, ha, Boas a von Luschan, 12/01/23) como se sabe, el cuarto tomo de los Abhandlungen... de Seler fue edición póstuma, organizada por Caecilie Seler-Sachs. Franz Boas, emigrante alemán y nacionalizado estadounidense desde el siglo xix, estuvo en favor de Alemania y en contra de la represión de la libre expresión en las universidades estadounidenses durante la Primera Guerra Mundial (tal represión le costó su puesto a James McKeen Cattell, entonces jefe del departamento de psicología de la Universidad de Columbia). Después del fin de la guerra, Boas organizó ayuda para científicos y bibliotecas europeas, entre ellas las alemanas. Cfr. BP, Boas a Chávez, 15/02/1921. [Regreso] 10
Manuel Gamio había sido alumno de Boas en Columbia y había obtenido el primer doctorado en arqueología que esta universidad otorgó en 1921. [Regreso] 11
Gamio escribe: “tenía yo también la idea de hacer resurgir la Escuela Internacional y sobre todo creí tener elementos suficientes para hacerlo, contando por supuesto con el apoyo de ud. Y sin embargo, como quizás se haya enterado por la prensa el sr. presidente de la República con muy sano juicio ha iniciado una serie de economías de tal naturaleza importantes que los presupuestos que se habían presentado en lo relativo a los departamentos de estado y la secretaría han sido reducidos en un 50 por ciento lo mismo que los otros departamentos de Estado por lo que es absolutamente imposible en estos meses iniciar, es decir, obtener dinero para la resurrección de la Escuela, ya que como antes dije, gran número de empleados han sido despedidos y reducidos muchos gastos.” BP, Gamio a Boas, 23/12/1924. [Regreso] 12
BP, Gamio a Boas, 23/12/1924. [Regreso]
13
Friedrich Ratzel, conocido como “padre fundador” de la antropogeografía, viajó por México durante los años setenta del siglo xix y Carl Sapper al parecer fue contratado hacia fines del siglo xix por el gobierno mexicano para un levantamiento geológico de Tabasco y Chiapas. Estuvo en correspondencia con Seler, mandándole desde Copán ejemplares de aves (sbb/pk, ha, Felix von Luschan, Sapper a Seler, 31/01/1897). Sapper también tiene publicaciones sobre América Central, cf., por ejemplo, “Die Bevölkerung Mittelamerikas”, en Vortrag gehalten in der Wissenschaftlichen Gesellschaft zu Strassburg, Siebenter Jahresbericht erstattet von Harry Bresslau, Estrasburgo, Karl J. Trübner, 1914; “La población autóctona de América Central”, en Anales de la Sociedad Argentina de Estudios
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Geográficos gea, t. iii, núm. 1, Buenos Aires, 1928: 1-15. [Regreso] 14
Teobert Maler también tuvo contacto con Seler proporcionándole información sobre Yucatán y sitios mayas, y estuvo en correspondencia con él enviándole fotografías de diversas piezas y sitios arqueológicos. En 1901 Maler manda a Seler un paquete de 44 placas y copias de fotografías de la región del Usumatzinta, que le ofrece para compra por 114 marcos. En esta ocasión agrega: “lamentablemente el gobierno mexicano, prestando oídos a las maliciosas agitaciones de los yucatecos españoles, ha declarado la guerra contra los mayas libres. Esto durante muchos años hará imposible los viajes de exploración en el sur de la península, donde se renovó un antiguo odio” y termina su carta: “por lo demás, mis expediciones son sumamente laboriosas, muy caras y tampoco carecen de peligros. Tal vez sea por estas razones que nadie compite conmigo [...]”, Maler a Seler, 12/06/1901, sbb/pk, ha Slg. Darmst./Zi.1890 (14). Un recuento muy informado de vida y obra de Teobert Maler se encuentra en Claudine Leysinger, “Teobert Maler (1842-1917): su mirada sobre México y sobre el estado Chiapas (México)”, ms., 35 ps., en prensa. [Regreso] 15
En relación con el espionaje arqueológico de la época, el caso más sonado (pero desde luego no el único) fue el de un grupo de científicos estadounidenses en 1917, ligados al Instituto Smithsoniano (dos de ellos exalumnos de Boas). Boas mismo denunció el espionaje públicamente y como secuela de ello perdió importantes puestos y fue sujeto a una censura pública. Todavía en 1921 escribe a Chávez: “My own scientific work here is very much hampered owing to the fact that my connection with the Smithsonian Institution has been discontinued and they refuse to publish any more of my work. Without their actually making this statement that is the case. The reason for this affair is the trouble with which you are familiar, -namely, the fact that a number of men from the United States went to Mexico with fraudulent introductions who claimed to do archaeological work, but actually were spies in the Government Service. Since I had introduced two of these men myself, I felt it a duty to make a public statement after the war was over. This has led to a long continued fight against me…” (BP, Boas a Chávez, 15/02/1921). Al respecto, véase Valerie Ann Pinsky, “Archaeology, Politics, and Boundary-Formation: The Boas-Censure (1919) and the Development of American Archaeology during the InterWar Years”, en Reyman (ed.), Rediscovering the past: Essays on the History of American Archaeology, World Wide Archaeology Series, Avebury, 1992: 161-189. [Regreso] 16
Cfr. Sonia Lombardo y Ruth Solís, Antecedentes de las leyes sobre
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Monumentos Históricos (1536-1910), México, inah, Colección Fuentes, 1988. [Regreso] 17
K. Th. Preuss a Seler, 20/01/1911, ahemb, Acta (Seler), P I, B26, E 139/11. [Regreso] 18
Asimismo, por ejemplo, y como se ve en su correspondencia, las relaciones que mantuvo Boas con altos niveles políticos en Estados Unidos fueron usadas, durante la Segunda Guerra Mundial, para obtener libertad y salvoconducto de científicos de la izquierda, asunto que aquí no puedo detallar. [Regreso] 19
Por ejemplo, Batres, 1880, 1886, 1888, 1910, 1911. [Regreso]
20
Eduard Seler, “Die Ausgrabungen am Orte des Haupttempels in México”, en Mitteilungen der Anthropologischen Gesellschaft in Wien, v. xxxi, Wien, 1901: 132-163. [Regreso] 21
ata, c. 33, 2543/1908-1910, f.9. [Regreso]
22
“De lo que sé en relación con las condiciones en la Ciudad de México, pienso que ella nos puede obstaculizar bastante si no obtenemos su buena voluntad [...] Supongo que en un aspecto nos puede ser de utilidad, eso es, en hablar sobre arque [Regreso] 23
Cfr. Donald E. McVicker, “Matter of Saville: Franz Boas and the anthropological definition of archaeology”, en Reyman (ed.), Rediscovering the past: Essays on the History of American Archaeology, op. cit.: 145-159. [Regreso] 24
“Y con razón escribe usted que Saville hoy día es inviable en México.” bp, Seler a Boas, 16/11/1908. [Regreso] 25
Norbert Díaz de Arce, “Die Loubat-Professur–Stiftung in Berlin”, manuscrito proporcionado por el autor, 2003: 9. [Regreso] 26
bp, Boas a Seler, 29/05/1905. Para una descripción y resultados de la expedición de Preuss, cfr. Jesús Jáuregui y Johannes Neurath (comps.), Fiesta, literatura y magia en el Nayarit. Ensayos sobre coras, huicholes y mexicaneros de Konrad Theodor Preuss, México, Instituto Nacional Indigenista-Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1998. [Regreso] 27
Este desprecio de Seler por Preuss se nota en la siguiente carta: “Nuestra expedición al noroeste mexicano siempre se hará. Sin embargo, como Richthofen me molestó con algunas indiscreciones, me tuve que decidir por Preuss, del que por supuesto no espero mucho para el enriquecimiento de la lingüística a pesar de ofrecer su mejor esfuerzo; en cambio espero que nos traiga colecciones decentes, y además será muy saludable para él empeñarse alguna
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vez en asuntos concretos”. bp, Seler a Boas, 09/09/1905. [Regreso] 28
sbb/pk, ha, Felix von Luschan/ Seler, Eduard /03/4091. [Regreso]
29
Walter Lehmann, Ergenisse und Aufgaben der mexikanistischen Forschung, Archiv für Anthropologie, Neue Folge, Band vi, Heft 2 u. 3, Druck von Friedrich Vieweg und Sohn, Braunschweig, 1907 y Methods and results In Mexican Research, traduc. por Seymour de Ricci, París, 1909. [Regreso] 30
Lehmann, ibid., 1907:166-167.
[Regreso] 31
El lector interesado encontrará los detalles en Rutsch, Entre el campo y el gabinete. Nacionales y extranjeros en la profesionalización de la antropología mexicana (1877–1920), México, inah/iia (en prensa). [Regreso] 32 33
bp, Seler a Boas, 01/12/1909. [Regreso]
bp, Seler a Boas, 16/11/1908. [Regreso] 34
13/02/1906
y
bp,
Seler
a
Boas,
bp, Seler a Boas, 12/06/1909. [Regreso]
35
Su currículo de docente de esos años abarcó cursos como introducciones a la lengua, arqueología, y cultura mexicanas, historia del arte de la América antigua, textos del México antiguo (historia de Colhuacan), Astronomía y calendario del México antiguo, Hymnos a los dioses del México antiguo y otros más. sbb/pk, ha, Felix von Luschan/ Seler, Eduard/03/4091. [Regreso] 36
Lehmann, “Ergebnisse einer Forschungsreise in Mittelamerika. 1907-1909”, en ZfE, Jhg. 42, Heft 5, 1910: 687-749. Se nota claramente aquí cómo Lehmann sigue a la Kulturkreislehre del difusionismo alemán de la época, cfr. Luis Vázquez León y Mechthild Rutsch, “México en la imagen de la ciencia y las teorías de la historia cultural alemana”, en Ludus Vitalis. Revista de filosofía de las ciencias de la vida, vol. 5, núm. 1, México, Centro de Estudios Vicente Lombardo Toledano, 1997: 115-178. [Regreso] 37
De paso, Lehmann lamenta que estos manuscritos, siendo el autor un alemán nacido en Danzig, acabasen en las manos del estadounidense Brinton quien los compró y los usó extensamente, legándolas a la Philadelphia Philosophical Association. [Regreso] 38
Lehmann, Zentral-Amerika. Die Sprachen Zentarl-Amerikas in ihren Beziehungen zueinander sowie zu Sud-Amerika und Mexiko, Berlín, Verlag Dietrich Reimer, 1920, i: 3. [Regreso]
606
39
En carta a Seler, Preuss deja entender que von Hörschelmann fue un hombre de bastantes medios económicos y que la falta de ellos fue la razón de que Walter Krickeberg tuvo que declinar su participación como alumno de la Escuela Internacional. Cfr, ahemb, Acta Seler, Pars I, B26, Preuss a Seler (21/11/10), 1747/10. [Regreso] 40
sbb/pk, ha, Felix von Luschan/ Seler, Eduard/03/4091. [Regreso]
41
Díaz de Arce, op. cit., 2003: 6. [Regreso]
42
Idem. [Regreso]
43
ahemb, Acta Seler, Pars I, B26, E. 827/07. [Regreso]
44
ahemb, Acta Seler, Pars I, B26, Seler an die Generalverwaltung des Kgl. Museums, 24. oktober 1908, f.2. [Regreso] 45
ahemb, Acta Seler, Pars I, B26, 5 de abril 1909. [Regreso]
46
ahemb, Acta Seler, Pars I, B26, 24 de junio 1909. [Regreso]
47
Friedrich Katz, [1982], La guerra secreta en México. Europa, Estados Unidos y la revolución mexicana, t. i, México, Era, 1986, i: 82. [Regreso] 48
ahemb, Acta Seler, Pars I, B26, E. 2491/09. [Regreso]
49
iai/pk, Úber die in neuerer Zeit gemachten Ausgrabungen im Hochlande von Mexiko, mecanuscrito del Legado Walter Lehmann del 13 de julio de 1924, p. 9; cfr. también el informe de Lehmann sobre el XVIII Congreso de Americanistas en Londres, en Internationale Monatsschrift für Wissenschaft, Kunst und Technik, Berlín, septiembre, 1919, p. 1561, en el que también menciona su excavación en Teotihuacan. El canje que Batres había propuesto, esto es, que se le fuera concedida una momia egipcia del Museo de Berlín a cambio del permiso de excavación (documentos del ahemb y com. pers. de Norberto Díaz de Arce), nunca se llevó a cabo. Puede pensarse que Batres, quien habría estudiado antropología física con Paul Broca en París (Rosa Brambila, com. pers.), y quien fungió en ocasiones como perito de antropología física en juicios penales al lado de Nicolás León, se habría propuesto hacer estudios osteológicos comparativos. [Regreso] 50
Cfr. Rutsch, op. cit. (en prensa). [Regreso]
51
K. Th. Preuss, Religionen der Naturvölker Amerikas, 1910-23, Archiv für Religionswissenschaft, xxii, Berlín: 315 y 320. [Regreso] 52
ZfE, 41. Jhg., 1909: 220-224. [Regreso]
53
ZfE, 39. Jhg., Heft 3, 1907: 438-440. [Regreso]
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54
Cabe aclarar que Nicolás León fue miembro de los científicos del Museo, opuesto a las teorías de Boas y, a la postre, crítico de Gamio. Cfr. Rutsch, Ramón Mena y Manuel Gamio, “Una mirada oblícua sobre la antropología mexicana en los años veinte del siglo pasado”, en Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. xxii, núm. 88, Zamora, México, El Colegio de Michoacán, 2001: 81-118. [Regreso]
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Introducción e institucionalización de la genética en México en la primera mitad del siglo xx*
Ana Barahona Introducción La historia y la filosofía de la ciencia han sido fundamentales para la comprensión del papel de la ciencia en la cultura y en las sociedades modernas. Los estudios acerca de la historia de las ciencias en América Latina empezaron en las últimas cuatro décadas del siglo xx, desarrollados bajo el modelo de las ciencias europeas y su influencia. Muchos de estos proyectos tomaron el modelo difusionista propuesto por George Basalla en 1967,1 ya que ofrecía un análisis histórico comparativo y transcultural, al tiempo que permitía establecer una nueva agenda en los estudios históricos de la ciencia, que incluía consideraciones epistemológicas y sociológicas, las cuales dieron lugar a nuevas interpretaciones acerca de la naturaleza de la ciencia. Sin embargo, a pesar de ser una de las primeras contribuciones al campo de los estudios sociales de la ciencia, la aplicación de este modelo significó prestar demasiada atención al desarrollo de la ciencia en las metrópolis, sin considerar las complejidades locales, es decir, sin tomar en cuenta el carácter local en los denominados países periféricos como México.2 Por otra parte, Lewis Pyenson propuso un modelo diferente para la difusión de la ciencia desde las metrópolis a los países periféricos.3 Pyenson puso mayor énfasis en la utilización de la ciencia en el desarrollo de los imperios coloniales, que en la 609
construcción de las tradiciones científicas nacionales o en cómo se recibió e integró la ciencia moderna en contextos locales. Él analizó la llegada de científicos europeos a países periféricos, sus prácticas y sus métodos, e identificó tres estrategias de expansión científica: la funcional, la científica y la económica.4 A pesar de que este modelo no toma en cuenta el contexto local, permitió que muchos historiadores de la ciencia exploraran nuevas relaciones entre la ciencia y el imperialismo, y que expandieran y enriquecieran la práctica de la historia de la ciencia.5 Estudios actuales en la sociología de la ciencia, la filosofía de la ciencia y la literatura científica, han validado la visión comparativa y local en el quehacer histórico. Estos estudios han identificado elementos centrales en el proceso de difusión y han desarrollado formas más precisas para tratar su complejidad.6 Es necesario llevar a cabo estudios históricos que den cuenta de las interacciones generadas después del contacto entre las novedades científicas importadas y sus resultados en contextos locales. Por ejemplo, cómo la introducción de las disciplinas científicas en diferentes países de América Latina ha impactado de manera diferente el estatus de los científicos y su interacción con las estructuras políticas locales.7 Esta nueva visión exige estudiar a las organizaciones locales y a las instituciones científicas enfocándose en las élites científicas y técnicas que, en diferentes momentos y en diferentes países, han identificado los problemas y han aportado soluciones, al tiempo que han ofrecido a la comunidad científica una serie de creencias, objetivos e ideales. De acuerdo a Timothy Lenoir, las instituciones científicas pueden caracterizarse no sólo por su organización teórica y sus componentes, sino también como los lugares en donde los valores, habilidades y prácticas científicas tienen lugar. El contenido de las disciplinas no puede tratarse separadamente de sus formas 610
institucionalizadas. El contenido y la producción del conocimiento científico están entramados con las realidades social y política que determinarán el establecimiento de los acuerdos y las prácticas, que a su vez garantizarán la estabilización del dominio de la disciplina. Para Lenoir, las disciplinas juegan un papel fundamental en la organización y estabilización de un dominio que conlleva la negociación de las convenciones sociales, los criterios de qué es científico y qué no lo es, las prácticas experimentales, los estándares de verdad y de evaluación. Así, las disciplinas involucran valores teóricos e instrumentales compartidos, y son los lugares donde los recursos monetarios son distribuidos.8 El tema del presente trabajo apunta hacia la conformación del campo disciplinario de la genética en México, entendida como la creación de las instituciones alrededor y en las que las actividades científicas se llevaron a cabo. En este trabajo la ciencia es concebida como un fenómeno social en el cual la aceptación o rechazo de nuevas teorías, el uso o la introducción de técnicas nuevas, no depende exclusivamente de su objetividad, sino de la manera como se ha recibido por una comunidad científica en un momento histórico particular. Este tipo de reconstrucción histórica permite entender, por un lado, la estructura de los conceptos y teorías de la genética, y por el otro, cómo se establecieron en una sociedad y finalmente se consolidaron en las instituciones. Trataré de analizar las condiciones científicas y las relaciones sociales que permitieron el establecimiento de la genética en México como una nueva disciplina, a principios del siglo xx, y que se consolidó e institucionalizó posteriormente, hacia la segunda mitad del mismo siglo. Examinaré los efectos que tuvieron pequeñas comunidades durante la introducción de la genética en México, la aplicación, difusión y aceptación de la genética en el gremio de los agrónomos. En la primera sección trataré 611
brevemente de la primera mención a las leyes de Mendel por Alfonso L. Herrera que, sin embargo, no repercutieron en la creación de instituciones dedicadas a los problemas de la herencia. A pesar del desarrollo de ideas y posturas ante tal tema, hechos por la comunidad médica mexicana en el siglo xix, los principios genéticos no modificaron la forma de hacer ciencia sino hasta entrados los años 40 a través de programas agrícolas que pretendían llevar a cabo mejoramiento vegetal y que respondían, en gran medida, a necesidades económicas derivadas de las posturas políticas de los gobiernos mexicanos. Este tema será tratado en la segunda sección. La genética aplicada al mejoramiento vegetal se inició durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) bajo la dirección del ingeniero agrónomo Edmundo Taboada Ramírez. Sin embargo la genética aplicada al mejoramiento vegetal se desarrolló en dos vertientes, la introducida por Taboada en la Oficina de Campos Experimentales, después Instituto de Investigaciones Agrícolas, y la introducida por la Fundación Rockefeller. Estas dos vertientes se enfocaron a resolver problemas de diferentes estratos de la población agrícola mexicana. En cuanto a la utilización de la genética, ésta se limitó en ambos programas a la obtención de líneas puras de variedades nativas, y a la formación de nuevas variedades mediante hibridación o el mejoramiento de variedades ya existentes. La primera mención de Mendel en un contexto evolutivo Los años comprendidos entre 1810 y 1869, destacan dentro de la historia de México como un periodo en el que el país se encontraba inmerso en una serie de terribles conflictos internos y de continuas intervenciones extranjeras propiciadas por los intereses capitalistas 612
de las grandes potencias europeas y de Estados Unidos. Durante esos años, México enfrentó un intento de reinvasión (España, 1829), varias mutilaciones violentas en el norte provocadas por Estados Unidos y dos guerras con Francia (1838 y 1864). Los problemas internos eran económicos, administrativos, políticos, sociales y culturales. En el terreno de la ciencia, la repercusión inmediata se tradujo en un cierto empobrecimiento con respecto a los avances que se habían logrado durante la época de las Reformas Borbónicas (últimas décadas del xviii). Las luchas armadas originadas por el movimiento de Independencia (1810- 1821) provocaron la salida de la mayoría de los científicos españoles y alemanes llegados de España a raíz de las Reformas Borbónicas, científicos que habían realizado una gran labor dentro de la ciencia novohispana. Durante la segunda mitad del siglo xix en México, la comunidad médica había desarrollado la noción de “herencia” en el sentido de entender cierto tipo de enfermedades que aparecían recurrentemente en las líneas familiares, o aquellas que se presentaban en ciertos rangos de edad, y que, hasta ese entonces, eran incurables. Las ideas de la herencia en el siglo xix en México sufrieron una transformación importante, al transitar del vitalismo al reduccionismo, cambio que se acentuó hacia 1870, con la introducción del pensamiento positivista en los círculos intelectuales mexicanos. Se impulsó la experimentación para comprobación de hipótesis, y se relacionaron las explicaciones con entidades materiales. Al iniciarse el siglo xx, la comunidad médica mexicana conservó estas ideas, y no fue sino hasta 1904 que apareció la primera cita explícita a “la ley de la dominancia de Mendel”, en los escritos de Alfonso L. Herrera, pero más en un contexto evolutivo que en un contexto genético. Sea porque los médicos no se convencieron de 613
la veracidad e implicaciones de la teoría de Mendel, sea porque sus intereses más urgentes se encontraban lejos de los problemas teóricos involucrados en la transmisión de las enfermedades hereditarias, aunado a las constricciones que la propia economía del país, durante la época revolucionaria, aplicó a los presupuestos para investigación, el hecho es que los programas sobre investigación en genética no fueron iniciados ni dentro de la medicina, ni dentro de la incipiente biología.9 Sin duda alguna, Alfonso L. Herrera es el biólogo más importante de finales del siglo xix y principios del xx.10 Gran conocedor de Lamarck, Darwin y Haeckel, Trevinarius y Humboldt, de Cuvier y de Lyell, así como de Hugo de Vries y Mendel. Sus dos obras más importantes Biología y plasmogenia11 y Recueil des Lois de Biologie Generale,12 son reconocidas como las aportaciones científicas más importantes a la biología.13 En estas dos obras Herrera habla de la variación en el contexto de su concepción evolutiva y se refiere a ella como producida por el uso y desuso y la influencia directa del medio. Para Herrera, existe una tendencia innata a la variación, pero confunde variación con selección. Su concepción de la herencia acepta que los cromosomas transportan los caracteres hereditarios, pero se opone a la división hecha por Weismann entre la línea somática y la germinal. Esta idea es consecuencia lógica de su identificación con el lamarckismo, pues como él cree que los caracteres adquiridos pueden incorporarse al material hereditario, no puede coincidir con la noción de Weismann sobre la separación de lo somático y lo germinal, ya que en tal caso necesariamente tendría que pasar información de células somáticas a células sexuales. Herrera también señala que algunos autores creen que no son conocidos los mecanismos de mutación y por lo tanto, de alguna manera, los de evolución. En estas circunstancias la teoría 614
evolutiva estaría incompleta. Para Herrera las variaciones morfológicas y funcionales se deben a la mutación. La acción mutagénica se realiza por medio de la influencia determinante de los factores físicoquímicos celulares. Se puede ver que el pensamiento de Herrera está más ligado a la polémica de la herencia suave versus la herencia dura de finales del siglo xix en otros países.14 En Biología y plasmogenia menciona el mutacionismo de Hugo de Vries como uno de los redescubridores de las leyes de Mendel. Hace una crítica a de Vries, pues piensa que el “mutacionismo” es un factor de evolución, no una teoría capaz de reemplazar a las otras formuladas para explicar el proceso filogenético de las especies. En cuanto a Mendel, admite sus planteamientos sobre la existencia de caracteres dominantes y recesivos, y en Biología y plasmogenia, menciona algunos ejemplos de estas leyes que hacen suponer que tenía gran claridad sobre el mendelismo. En este sentido el trabajo de Alfonso L. Herrera constituye un bastión importante para la biología mexicana.15 Sin embargo, en el campo de la genética, el trabajo de Herrera no tuvo impacto al no desarrollar líneas de investigación en genética y/o crear instituciones dedicadas a este campo. La introducción de la genética en la agricultura La genética mendeliana fue introducida en Estado Unidos y otros países a través de la agricultura a finales del siglo xix y principios del xx.16 En Estados Unidos los mejoradores de animales y plantas, que perseguían resultados prácticos, incorporaron el mendelismo con mayor rapidez que otros grupos de académicos. Los estudios de mejoramiento del maíz influyeron y se beneficiaron de la 615
conjunción entre mendelismo y caracteres cuantitativos.17 Desde principios de siglo se desarrolló en Estados Unidos una escuela fuerte de genética clásica ligada a la agricultura, la llamada genética del maíz, cuyo pionero y cabeza fue R. Emerson de la Universidad de Cornell. Los investigadores de la genética del maíz se dedicaron durante las tres primeras décadas de este siglo a determinar el mecanismo de la herencia mendeliana que estaba siendo desarrollada por T. H. Morgan y sus colaboradores, primero en Columbia y luego en el Tecnológico de California. Uno de los principales objetivos era el de hacer un mapeo de los cromosomas del maíz. Este grupo de investigación estuvo íntimamente ligado a los programas de desarrollo agrícola. La genética aplicada al mejoramiento vegetal o fitotecnia, comenzó a ser utilizada casi inmediatamente después del “redescubrimiento” de las leyes de Mendel por E. M. East y C. H. Shull en la Estación Experimental Agrícola de Connecticut y en Cold Spring Harbor, respectivamente, en el año de 1905. Estos primeros estudios de endocría y cruzamiento fueron hechos en el maíz. A partir de entonces este tipo de investigación se esparció a otras universidades de agricultura de Estados Unidos como la de Minnesota, California, Washington y Ohio, Ilinois, entre otras. En un principio, los resultados alcanzados por la fitotecnia norteamericana no lograron atraer el interés de los agricultores norteamericanos, pero hacia la década de 1930, conforme iba quedando demostrada la gran diferencia existente entre las variedades normalmente utilizadas y las producidas por la experimentación (por ejemplo, con respecto a la resistencia a las enfermedades), esta disciplina se volvió muy popular entre el gran público que se fue mostrando cada vez más dispuesto a cooperar con las investigaciones e incluso a financiarlas. Uno de los éxitos más importantes de las investigaciones llevadas 616
a cabo en Estados Unidos, fue la producción de maíz doble híbrido por George H. Shull, Edward M. East y Donal F. Jones, hacia finales de 1910, cuando buscaban los patrones de la herencia de los caracteres cuantitativos.18 Este desarrollo estuvo marcado por el interés económico que su introducción en la agricultura suponía para las grandes empresas, con lo cual se desarrollaron programas que incluyeron, entre sus propósitos, la introducción del maíz híbrido en otros países como México y Colombia, en donde el maíz de polinización abierta compitió básicamente contra la idea de que los híbridos eran los responsables del incremento de las cosechas en Estados Unidos. Este fue un ejemplo de técnicas agrícolas y conocimientos genéticos exportados desde su centro de origen, los Estados Unidos, a países periféricos como México, si bien tomó una dirección propia en México para adaptarse a las necesidades locales. La investigación agrícola científica coordinada por instituciones gubernamentales tiene su origen en el Porfiriato. El gobierno de Porfirio Díaz mantuvo un gran interés en fomentar la agricultura de exportación, ya que ésta generaba divisas y ayudaba a equilibrar la balanza de pagos.19 El apoyo para la generación de productos agrícolas de exportación incluyó no solamente las facilidades jurídicas y legales para los productores tanto nacionales como extranjeros,20 sino la introducción de maquinaria e implementos agrícolas modernos, así como la aplicación de las ciencias médicas y biológicas en el cuidado de los cultivos y de los animales (principalmente ganado). Por otra parte, la acción del gobierno de Díaz en favor de la agricultura se encaminó también a impulsar la investigación agrícola experimental y la educación agrícola superior. Fue sobre todo gracias a uno de los últimos ministros de Agricultura de su 617
gobierno, que se crearon las primeras estaciones experimentales y que se modernizó la Escuela Nacional de Agricultura (ena, hoy unach) dando a sus carreras una orientación más técnica.21 Así, para 1907 el nuevo programa de la Escuela Nacional de Agricultura incluía la formación de Ingeniero Agrónomo, Médico Veterinario y de técnicos en Mecánica Agrícola y en Agronomía.22 La Revolución Mexicana (1910-1917) fue un movimiento de renovación de las condiciones de los campesinos. Las luchas armadas y los conflictos posteriores deterioraron considerablemente la economía, y de manera aún más sensible, al campo mexicano. La reforma agraria en el campo mexicano se expresó en los programas políticos de los gobiernos posrevolucionarios para la recuperación del agro e incluyó la educación agrícola como un detonador importante, fomentándose así, la formación de agrónomos y técnicos con la creación de la Escuela Nacional de Agricultura (ena) que en 1907 pasaría a formar parte de la Secretaría de Agricultura y Fomento, durante el gobierno del presidente Porfirio Díaz (1877-1911). La fundación de la ena fue muy importante ya que permitió el desarrollo y consolidación de la enseñanza de la agricultura en México, y se convirtió en la cuna de cuadros técnicos capaces de vincularse con las comunidades agrícolas, aportando los beneficios del conocimiento científico, aprovechando los conocimientos locales de los campesinos y orientando las políticas agrícolas. La preocupación por el mejoramiento de la tecnología agrícola formó parte intermitente de la política oficial en México desde que empezó el siglo, sin embargo, la investigación destinada a aumentar la producción de alimentos para el consumo nacional no empezó sino en los años treinta, en especial en el periodo de la administración de Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), y con 618
mayor fuerza en los años cuarenta, con la activa participación del ingeniero agrónomo Edmundo Taboada Ramírez (1906-1983). Taboada, egresado de la ena de Chapingo, fue “el primer técnico mexicano en agronomía que tuvo la oportunidad de hacer estudios de posgrado durante 1932 y 1933 en la Universidad de Cornell, N. Y., sobre genética vegetal, y en la de Minnesota con el doctor. E. C. Stackman en parasitología vegetal”, 23 específicamente en el chahuixtle del trigo. A su regreso a México fue nombrado jefe de la Estación Agrícola Experimental del Yaqui, Sonora, puesto que abandonó poco después por razones de salud. Desde 1936 se incorporó a la ena donde fue uno de los primeros catedráticos de genética vegetal y aplicada y el primer autor en escribir un libro de texto sobre genética general, Apuntes de genética, en donde el autor explica de manera muy clara y precisa la teoría cromosómica de la herencia, y las leyes de Mendel. Al comenzar el periodo presidencial del general Lázaro Cárdenas del Río (1934), Taboada fue designado jefe de la estación experimental del Yaqui en Sonora dentro de la Dirección General de Agricultura de la Secretaría de Agricultura y Fomento. Ahí, Taboada inició los primeros trabajos en genética vegetal, consistentes en seleccionar de entre diversas variedades de ajonjolí, la que mejor se adaptara a las condiciones del Valle del Yaqui. La Oficina de Campos Experimentales y el Instituto de Investigaciones Agrícolas La filosofía de desarrollo económico de Cárdenas era agrarista, estaba en línea con el pensamiento de Zapata; Cárdenas creía que la mayor productividad del campo mexicano estaba íntimamente vinculada a cambios de estructura que transformarían las grandes propiedades agrícolas capitalistas en cooperativas de campesinos 619
y jornaleros. De esta manera, los primeros agrónomos mexicanos formados en la aplicación de las nuevas tecnologías agrícolas, compartían la misma filosofía de Cárdenas y se preocupaban más por hallar soluciones a los problemas de índole práctica que enfrentaban el común de los campesinos, que por importar tecnología extranjera. El grupo cardenista, encabezado por Taboada se formó y llevó a cabo sus investigaciones dentro de los campos experimentales de la Secretaría de Agricultura y Fomento fundados en 1933. El conjunto de campos experimentales se convirtió más tarde en el Departamento de Campos Experimentales (dce), y hacia finales de los cuarenta, en el Instituto de Investigaciones Agrícolas (iia).24 La primera oficina de experimentación agrícola del país se creó en 1940 bajo el nombre de Oficina de Campos Experimentales y su primer director fue Taboada. En un primer momento esta oficina coordinaba diez campos experimentales diseminados en todo el país. En sus primeros seis años de vida, en estas estaciones se seleccionaron diferentes variedades de maíz adaptadas a las condiciones ecológicas y económicas de los productores de diferentes estados. En cuanto al cultivo del trigo, se iniciaron las colecciones de variedades en los campos de los agricultores, se realizaron ensayos de rendimiento de las mejores características agronómicas, y se hicieron los primeros cruzamientos entre las variedades mexicanas con alto rendimiento, susceptibles al chahuixtle del tallo y las variedades americanas con escasa adaptación, pero resistentes a esa enfermedad. También se trabajó con arroz, ajonjolí, caña de azúcar, hule, frijol, papa, algodón, olivo, higuerilla, cáñamo y guayule. En 1947 la Oficina de Campos Experimentales se transformó en el Instituto de Investigaciones Agrícolas con Taboada como su director hasta el año de 1960. En este instituto se realizaron 620
diversos programas de investigación en diferentes cultivos, pero puede considerarse que las líneas de investigación de los programas de la Oficina de Campos Experimentales continuaran, ya que tenían el mismo cuerpo técnico que se incrementó sustancialmente con el tiempo y con el número de campos experimentales. Taboada se dedicó a producir lo que llamó variedades estabilizadas de maíz, tomando como base las variedades de maíces de polinización abierta, creadas durante los años anteriores. El método básico para producirlas consistía, primero, en la obtención de líneas con los menores defectos agronómicos y con buena aptitud combinatoria. Luego, por medio de cruzas ab y su evaluación posterior, se seleccionaban aquellas con mayor rendimiento. Después se realizaban todas las combinaciones posibles entre las líneas superiores produciendo así una población con equilibrio genético. Con esta metodología se obtuvieron, en la década de los cincuenta, numerosas variedades estabilizadas que fueron distribuidas entre los agricultores de diferentes regiones del país. Para Taboada la investigación científica era necesaria para impulsar el campo mexicano y el establecimiento de un método experimental en agronomía, basado en las leyes de la herencia, era necesario en tanto podía impulsar el carácter científico de esta disciplina. En cuanto a la utilización de la genética, se trató principalmente de 1) la obtención de líneas puras de las variedades nativas, 2) la formación de nuevas variedades mediante hibridación, y 3) el mejoramiento mediante hibridación de las variedades creadas, de otras variedades nativas ya existentes, o de variedades importadas. De esta forma Taboada pudo desarrollar el maíz “estabilizado” que fue ampliamente utilizado por los campesinos ya que, a pesar de no tener el más alto rendimiento, 621
podía ser utilizado en sucesivas generaciones sin costo adicional. Finalmente, en 1960 el iia se fusionó con la Oficina de Estudios Especiales, creada en 1944 como parte de un programa de cooperación entre el gobierno de México y la Fundación Rockefeller. La Oficina de Estudios Especiales y la Fundación Rockefeller Al comenzar la década de 1940, con el cambio de gobierno de Cárdenas por el de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), resurgió en el poder la tendencia capitalista en la agricultura; la tendencia a incrementar la producción en el próspero sector privado de la agricultura mexicana, de manera que pudiera proveer de un excedente que permitiera alimentar a las ciudades en rápida expansión y aprovisionara a las nuevas industrias. Así, se formó otro grupo de investigadores mexicanos en agricultura, integrados en el llamado Programa Agrícola Mexicano (específicamente dentro de la Oficina de Estudios Especiales) de cooperación entre el gobierno mexicano y la Fundación Rockefeller (fr) de Estados Unidos. Es decir, integrados a la introducción del “paquete tecnológico” característico de la “revolución verde” que empezó en México y fue transferida más tarde a otros países del Tercer Mundo. Desde 1936, en la fr ya se hablaba de entablar conversaciones con el gobierno mexicano con el fin de cooperar en materia de política agrícola. Sin embargo, la expropiación petrolera de ese año, complicó la relación bilateral, y retrasó, por ende, la posibilidad de establecer un programa conjunto. Al tomar la presidencia, el general Manuel Ávila Camacho entró en negociaciones en 1941 con la fr, y se estableció un programa de cooperación agrícola con la función de trabajar en el aumento de la productividad agrícola en 622
México. El comité enviado por la fr estuvo constituido por E. C. Stakman, jefe de la División de Fitopatología de la Universidad de Minnesota, Paul Mangelsdorf, director del Museo Botánico de la Universidad de Harvard, y Richard Bradfield, jefe del Departamento de Agronomía de la Universidad de Cornell. La implementación del Programa Agrícola Mexicano se puso en marcha en 1943 con Jacob G. Harrar como su primer director. Este programa tenía como finalidad principal, la investigación básica de métodos y materiales de utilidad para incrementar los cultivos básicos y dar mayor énfasis a la formación y adiestramiento de profesionales. Después de iniciado el programa oficialmente, el doctor Stakman regresó a México con el director del programa, J. G. Harrar, para consultar con los científicos mexicanos y establecer las bases y las acciones específicas a seguir. Ambos doctores procedieron de acuerdo con el informe preeliminar del comité consultivo que recomendaba la concentración inicial en las siguientes ramas de la ciencia agrícola: 1) suelos, 2) genética, 3) control de las enfermedades y plagas y, 4) ganadería. Los especialistas americanos y los investigadores mexicanos acordaron, tras hacer un estudio exhaustivo, un programa de doble fin: la actividad central sería la investigación fundamental de métodos y materiales de utilidad para incrementar los cultivos básicos alimenticios; pero como este programa con el tiempo debería ser totalmente mexicano, se acordó también que se diera mayor énfasis, en segundo lugar, a un programa de adiestramiento para investigadores mexicanos seleccionados.25 Surgió así, la Oficina de Estudios Especiales (oee) que se dedicó principalmente al mejoramiento del maíz y el trigo,26 y a la introducción de un paquete tecnológico de insumos y prácticas, semillas mejoradas, fertilizantes químicos, insecticidas y herbicidas, y riego, elementos necesarios para explotar el rendimiento de 623
nuevas variedades mejoradas genéticamente. Esta “revolución verde” no tuvo éxito en México para el maíz,27 ya que produjo la polarización de los diferentes sectores de la comunidad agraria, debido, básicamente, a que estaba orientada a los grandes productores que podían comprar la maquinaria y los insumos, y no para que todos los agricultores tuvieran acceso a ellos. Posteriormente esta revolución fue exportada a India, Filipinas y Pakistán, y de ahí a Afganistán, Ceilán, Indonesia, Irán, Kenia, Marruecos, Tailandia, Túnez y Turquía. Estas dos tendencias compartían los mismos objetivos, a saber, lograr un aumento en la producción de alimentos básicos en México, y también, las mismas metodologías de hibridación mendeliana, sin embargo, estas dos líneas enfocaban la investigación agrícola de manera diferente, además de que existió entre ambas una importante diferencia en cuanto al apoyo económico y administrativo brindado por el gobierno federal durante los años 40 y 50. Las discrepancias de tipo político propiciaron, a su vez, una relación más bien distante entre ambas instituciones durante esas décadas. La primera tendencia, la agrarista, es la que conduce al Instituto de Investigaciones Agrícolas y su figura principal es Edmundo Taboada Ramírez. La segunda, corresponde a la mirada capitalista, y nos lleva a la Oficina de Estudios Especiales, dirigida a lo largo de toda su existencia por investigadores norteamericanos. Ambas líneas se fundieron finalmente en 1960 para formar el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (inia). Conclusiones La introducción de la genética en México tiene un paralelo con el desarrollo que ocurre en Estados Unidos y Europa sólo en algunas 624
de sus vertientes. Antes de 1900, etapa en la que no se habla de genética, sino de un concepto más amplio, el de herencia, en México es manejado y conceptualizado dentro de la medicina. Posterior a 1900 cuando surge la genética como ciencia, en México se desarrolla su lado más práctico o tecnológico, la fitotecnia, o mejoramiento vegetal. El interés por el mejoramiento vegetal es desarrollado por los agrónomos y con el apoyo de los gobiernos mexicanos, en tanto éste les permitiera obtener mayores rendimientos y aumentar así, el valor económico de sus cosechas. La genética clásica del maíz con fines de investigación no se practicó en México en ninguna de las instituciones que hemos mencionado, la Oficina de Campos Experimentales y el Programa Agrícola Mexicano. Sin embargo, los investigadores mexicanos que se formaron en fitotecnia, poseían el cuerpo completo de los conocimientos genéticos básicos necesarios para comprender cuáles eran los mecanismos hereditarios que actuaban durante las experimentaciones (como lo prueban los Apuntes de genética de 1938 escritos por E. Taboada). También contaban con un considerable entendimiento de la genética de poblaciones que, a su vez, se desarrollaba de manera independiente de la genética del maíz. Los programas que se desarrollan tanto en el iia como en el pam fueron específicos y comprendieron casi exclusivamente el mejoramiento de variedades de plantas con valor económico y comercial. Independientemente de las tendencias políticas y del nivel económico y social de los productores agrícolas hacia quienes estaban orientados los resultados positivos del mejoramiento genético realizados por la línea de Edmundo Taboada y del Programa Agrícola Mexicano, metodológicamente, ambas líneas seguían un patrón común en la investigación. Es decir, ésta 625
siempre comenzaba por reunir una colección de material genético formado por las semillas de la planta sujeto de experimentación (maíz, trigo, frijol, etcétera) procedentes de diversas regiones de la República y de algunas extranjeras, de su siembra en campos experimentales, y de la observación de las características de interés fitotécnico que poseía cada una de ellas, seguido de una selección de aquellas variedades que presentaran las características más adecuadas al objetivo perseguido (mayor rendimiento, mayor resistencia a las enfermedades, precocidad, etcétera). Una vez obtenidas estas variedades se podía continuar con la experimentación, haciendo cruzas entre variedades con el fin de producir híbridos con características aún mejores que las parentales. Sin embargo la concepción y el uso de las técnicas de mejoramiento llevaron a la instrumentación de diferentes prácticas agrícolas que iban de acuerdo con posiciones políticas.
________NOTAS________ *
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Por ejemplo, para la adquisición de predios “baldíos” (que en muchos de los casos pertenecían a comunidades indígenas) y el uso de aguas federales. [Regreso] 21
Por iniciativa del ministro Olegario Molina, el Congreso de la Unión expidió el decreto el 14 de noviembre de 1907 para que la Escuela Nacional de Agricultura pasara nuevamente a depender de la Secretaría de Fomento. En la exposición de motivos pide que ésta deje de ser dependencia de la Secretaría de Instrucción Pública y argumenta la importancia que la agricultura ha ido adquiriendo para la Nación, el “progreso” que ha alcanzado y lo poco que éste corresponde al nivel en que se encuentra la educación agrícola superior. Así, al depender la Escuela de Agricultura directamente de la Sría. de Fomento, se podrá vigilar más de cerca lo que en ella se enseña y de esta manera, la formación de los técnicos que el país necesita. Tomado de Escobar, La instrucción agrícola en México, México, Secretaría de Agricultura y Fomento, 1909: 49-56. [Regreso] 22
Reyes, Historia de la agricultura: información y síntesis, México, agt Editor, 1981: 127. [Regreso] 23
Véase, inia, Edmundo L. Taboada Ramírez: una semblanza, 19061983, México, sarh-inia, 1985: 7. [Regreso] 24
Véase Barahona y Gaona, op. cit., 2001, y Gaona y Barahona, “La Introducción de la Genética en México: la Genética Aplicada al
628
Mejoramiento Vegetal”, en Asclepio, 53 (2), 2001: 23-40. [Regreso] 25
Harrar, The Mexican Agricultural Program: A Review of the First Six Years of Activity Under the Joint Auspices of the Mexican Government and the Rockefeller Foundation, Nueva York, Rockefeller FoundationLeo Hart Co, 1950: 14. [Regreso] 26
En esa época, 72% de la superficie de cultivo nacional se dedicaba a estos dos granos. [Regreso] 27
El programa de mejoramiento de trigo, a cargo de Norman Borlaug, sí tuvo éxito en México. Borlaug fue galardonado por su trabajo en trigo con el Premio Nobel de la Paz en 1970. [Regreso]
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El imperio francés, el emperador austriaco y la tradición científica mexicana
Rafael Guevara Fefer Podríamos aventurar la afirmación de que la historia de la ciencia es la ciencia misma. GOETHE La ciencia puede definirse como un sistema de ideas que explica la naturaleza, también constituye una actividad bien arraigada e institucionalizada que ejercen ciertos hombres influenciados por factores religiosos, nacionales, ideológicos y muchos otros de orden psicológico y social.1 De tal suerte, resulta pertinente estudiar las condiciones sociales e intelectuales en las que los científicos crean conocimientos y desempeñan su quehacer, las cuales a su vez ayudan a orientar el rumbo que toman los diversos procesos sociales. El caso de las políticas científicas del Segundo Imperio y de Francia, ayuda a esclarecer los términos de la relación entre ciencia y sociedad, pues los hombres que las pusieron en marcha, a su modo, construían la nación y el imperio, al tiempo que inventaban las nuevas disciplinas científicas y daban forma a la asimetría de las prácticas científicas que impera entre los países del norte y del sur.2 Este texto no es una historia sobre el llamado Segundo Imperio, es una reflexión sobre las políticas científicas a través del uso parcial y personal de la diversa historiografía de la ciencia mexicana. Es tan solo una sugerencia: la de que es posible hacer una arqueología, o varias, si se quiere, sobre lo que hoy 630
entendemos y aceptamos que es y debe ser la política científica en los países como el nuestro. De la justificación disciplinaria del tema a su legitimidad La memoria científica de nuestro país comenzó a recuperarse hacia finales del siglo xix y durante las primeras décadas del siglo xx, justamente cuando nacían sociedades científicas, nuevas cátedras, modernas disciplinas, instituciones de investigación, y los hombres de ciencia transitaban rumbo a la profesionalización. Dicha labor fue iniciada por los propios científicos en un intento por exhibir las bondades de su trabajo, digno de estar a la altura de la ciencia universal y perteneciente a una tradición tanto internacional como local. El entusiasmo que el saber científico despertó en aquella época, llevó a letrados a depositar en éste sus esperanzas de conducir a su patria al camino del “inexorable movimiento hacia la perfección”, destino de todos los pueblos civilizados. Así fue como se generó un discurso encaminado a encontrar en el pasado científico, las claves para mostrar que se podía acceder al progreso, y con éste una incipiente historiografía científica que desde entonces ha tenido una trayectoria zigzagueante en su proceso de conformación como disciplina académica bien establecida.3 Un siglo más tarde, ciertos científicos sociales creen haber demostrado que en algunos países latinoamericanos, como el nuestro, la producción de ciencia y tecnología permite el desarrollo. Antes progreso, hoy desarrollo,4 dos modos distintos de pensar el devenir y la realidad de los países periféricos o subdesarrollados en los que la ciencia constituye la clave para construir un mundo mejor. Así, resulta que una historiografía de la ciencia se precisa para adquirir sabiduría profunda de la práctica científica, al tiempo 631
que este saber se convierte en una herramienta para la planificación de la ciencia. De tal suerte, el estudio del pasado científico puede estar al servicio de las políticas científicas construidas por sociólogos, economistas, antropólogos, administradores y politólogos para ser puestas en marcha por los gobiernos y los políticos como uno más de los múltiples artilugios con que éstos cuentan para intentar mejorar las condiciones de vida de sus pueblos. Tal vez debido a que su historia de independencia es más larga que el resto de los países que fueron colonia, la experiencia científica de América Latina ha sido significativa para quienes imaginan e implementan las políticas científicas en el ancho tercer mundo. “Asimismo, el apoyo de la Organización de los Estados Americanos (oea) durante la década de los sesenta para el fomento de la investigación de las políticas científicas y tecnológicas tuvo un efecto positivo en el desarrollo de dichas capacidades”.5 Sin embargo, todos los logros latinoamericanos en políticas científicas y tecnológicas deben observarse sin olvidar que la ciencia está establecida y definida por instituciones de los países industrializados, por lo tanto, no se puede esperar que verdaderamente se dirija a atender los problemas de los países en vías de desarrollo, atrasados o periféricos. Por otro lado, podemos afirmar que la recuperación de nuestra memoria científica bajo los cánones propios de la actual historia de la ciencia puede conducirnos a contar historias en las que las ciencias constituyen aventuras intelectuales de occidente, en las que países como el nuestro solamente forman parte de las escenografías que el gran teatro científico requiere. Según Hacking, “durante mucho tiempo los filósofos hicieron de la ciencia una momia. Cuando finalmente desenvolvieron el cadáver y vieron los restos de un proceso histórico de devenir y descubrimiento, 632
crearon para sí la crisis de la racionalidad. Eso sucedió alrededor de los años de 1960”.6 Durante las siguientes décadas, los paseos de esta venerable momia por tierras tan lejanas como las de América Latina, han sido de cierto interés para los expertos en conocer y normar el conocimiento científico. Además de los usos antes mencionados, hacer historia de la ciencia en y de nuestro país,7 particularmente sobre las relaciones científicas entre México y Francia durante el Segundo Imperio, resulta tarea legítima porque constituye parte de la historia de México, al mismo tiempo que de la historia de ciencias como la geología, la paleontología, la geografía, la botánica, la zoología, la meteorología, la astronomía, la mineralogía, la etnología, la arqueología y la filología. El país que habitamos es producto tanto de las batallas ideológicas y militares del siglo xix como de la consistente lucha sostenida por los hombres de conocimiento contra la ignorancia y en favor de la consolidación de las instituciones que la ciencia requiere. Artilugio historiográfico sobre el tema y planteamiento del problema a. En busca de la tradición local La ciencia mexicana del siglo xix fue resultado de la adaptación de las formas de conocimiento y educación europeas, las cuales se sumaron a la tradición científica local. Aunque se importaron modelos dentro del mundo hispanoamericano, no fueron los americanos meros receptores de formas de conocimiento, fueron investigadores activos que colaboraron y participaron de las novedades del conocimiento moderno, de las diversas disciplinas y ciencias, como lo hicieron sus antecesores de la Nueva España.8 A 633
lo largo del siglo xix se establecieron paradigmas científicos que permitieron la promoción, el desarrollo, la profesionalización y la institucionalización de diversas disciplinas científicas.9 En la famosa e influyente Historia de la ciencia de Elías Trabulse10 se lee lo siguiente: El desfasamiento en la investigación científica respecto de otras regiones del planeta, que había sido en gran medida eliminado en los últimos treinta años de vida colonial, empezó a percibirse nuevamente desde la segunda década del siglo xix y ya no sería superado hasta nuestros días. El ritmo del conocimiento científico estaba sufriendo una aceleración vertiginosa en Europa en momentos en que México debía ante todo, organizarse como nación en lo interno y en lo externo. A este agravante vino a sumarse el que desde sus primeros años la joven república se viera envuelta en una serie ininterrumpida de convulsiones políticas, guerras civiles, pronunciamientos militares e invasiones extranjeras, todos ellos lejanos y ajenos a la paz que requiere la obra del sabio. Además, no pocos de los intelectuales mexicanos mejor dotados para las ciencias hubieron de prestar sus luces a la organización política, económica y administrativa del país.11 Estas palabras resumen una visión de la incapacidad del quehacer científico del siglo xix mexicano que resultan poco afortunadas a la luz de investigaciones realizadas años después de su publicación, en las cuales se muestra justamente que debido a que el Estado necesitaba las luces de los “intelectuales mejor dotados para las ciencias”, se conformó una comunidad científica12 muy activa y socialmente reconocida. Iniciada la trama de nuestra independencia nacional, se dibujó en la Constitución de 634
Apatzingán, y más tarde en la de 1824, una idea de nación sustentada en la soberanía nacional, el fomento de la ciencia y la educación: “[...] los gobernantes mexicanos a partir de entonces buscaron gobernar con la razón y la ciencia y no de acuerdo a designios divinos, al igual que lo hacían para entonces los estados europeos más avanzados. El liberalismo político que enarbolan los constituyentes se alimentó en gran medida del pensamiento ilustrado del siglo xviii, pues para ellos fue la razón que condujo a la libertad.”13 Estas palabras de Saldaña sintetizan un proyecto político que fue puesto en práctica sólo de manera parcial, pues el paso de una colonia a un estado nacional no se dio por decreto, constituyó el resultado de una lucha entre las ideologías y las instituciones que se resistían a desaparecer y las gestadas en esa época de cambios. Desde los primeros días de la república, los gobernantes e ideólogos asumieron la responsabilidad de establecer una educación competente que permitiera el desarrollo de la ciencia y la industria dentro del país, además de contribuir a erradicar la ignorancia que impedía la construcción de los ciudadanos requeridos por el nuevo régimen.14 En esta política se enmarca la primera clausura de la Universidad en 1833, la secularización de la educación, el nacimiento de los institutos científicos literarios de los estados y el surgimiento de las escuelas nacionales de estudios superiores.15 Las investigaciones realizadas desde la perspectiva de las instituciones, el Estado, las comunidades y las disciplinas científicas del México independiente, proporcionan una imagen inédita de las primeras décadas del siglo xix. Superada la pereza historiográfica que ha obnubilado la imagen de la ciencia en el México de la primera mitad del siglo xix, encontramos, entre otros, 635
los siguientes trabajos: “Ciencia y Estado en México: 1824-1829”, de Leonel Rodríguez;16 “El Instituto Nacional de Geografía y Estadística y su sucesora la Comisión de Estadística Militar”, de María Lozano;17 “Minería y política en México: el caso de la química (1821-1867)”, de Patricia Aceves y David W. Chambers;18 Entre el infierno de una realidad y el cielo de un imaginario. Estadística y comunidad científica en el México de la primera mitad del siglo xix, de Leticia Mayer Celis;19 “Geografía e integración: nación y territorio. Reflexiones sobre el periodo 1821-1857”, de Fernando González Dávila;20 La geografía arma científica para la defensa del territorio, de Luz Tamayo;21 e “Imágenes de la población mexicana: descripciones, frecuencias y cálculos estadísticos”, de Laura Cházaro.22 Los primeros años de independencia han constituido un rico filón para la historia política, “pero la historia de la ciencia mexicana, como una expresión del desarrollo intelectual, económico y político de México en esos años, no ha sido abordada por los especialistas”.23 Esto se debe, en principio, a la premisa que apuntaba Trabulse de que el caos político estorbó la actividad científica y, más aún, generó condiciones adversas que impidieron a la ciencia mexicana estar a la orden del día. Leonel Rodríguez ha investigado el proyecto científico de la primera república: los gobernantes necesitaban formar técnicos y científicos al servicio del buen gobierno. Para ello se buscó fortalecer el Jardín Botánico, el Colegio de Minería y la Academia de San Carlos, instituciones de origen novohispano, así como el Colegio Militar y el Museo Nacional de Antigüedades e Historia Natural. El Estado también subvencionó una serie de comisiones que pusieron en marcha proyectos para delimitar las fronteras mexicanas, establecer mapas y planos del territorio, así como realizar el registro de la flora y fauna de la nación; como ejemplo de 636
ello podemos citar la exploración del Istmo de Tehuantepec y las diversas campañas sanitarias.24 La incipiente comunidad científica y política mexicana de los años posteriores a la independencia fundó el Instituto de Ciencias, Literatura y Artes en 1823, el cual recibió un rotundo apoyo del presidente Guadalupe Victoria y en 1825 obtuvo el título de Nacional junto con una asignación de tres mil pesos anuales.25 Este Instituto tenía la pretensión de convertirse en el órgano para instrumentar la política científica y cultural a nivel nacional, apoyado por los institutos que debían fundarse en cada estado de la federación. Su efímera vida no impide estudiarlo a fondo, pues aparece como la expresión más acabada del propósito de fomentar la ciencia por parte del nuevo estado. Además, constituye el antecedente de la Dirección General de Estudios creada en 1826 y la simiente de los Institutos Científicos Literarios de los estados, los cuales estuvieron encargados de la educación superior en provincia, como el de Oaxaca, Jalisco,26 Zacatecas y el Estado de México. Desde perspectivas complementarias, los trabajos de María Lozano, Leticia Mayer, Fernando González, Luz Tamayo y Laura Cházaro abordan el estudio de la geografía, la estadística y la comunidad científica encargada de dichas ciencias en el México Independiente. El estudio sistemático del territorio y la población constituye una tarea primordial para un estado en gestación. Resulta imposible gobernar un país del que se sabe poco. Por ello, el gobierno fue el primer impulsor de los trabajos de descripción geográfica (social y física) y de la recopilación de información estadística. Hacia 1833 nació el Instituto Nacional de Geografía y Estadística, corporación científica independiente cuyo objetivo consistiría en proporcionar al gobierno los conocimientos de su competencia. Dicho instituto desapareció en medio de los conflictos 637
externos e internos del país, aunque sus trabajos continuaron en el seno de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y de las instituciones educativas y administrativas del gobierno. Para un nuevo país con una gran diversidad histórica y cultural, conocer, contar y medir la población que lo integraba, constituía un modo científico de imaginar y construir una comunidad nacional. Por su parte, a través del estudio de la política minera y en particular del caso del Colegio de Minería,27 el texto de Aceves y Chambers muestra que las sucesivas crisis políticas por las que atravesó el país entre 1821 y 1867 –las invasiones norteamericana y francesa y las guerras intestinas– no fueron óbice de las prácticas científica y tecnológica dentro de nuestro territorio (aunque en ocasiones marcaron su rumbo). En aquellos tiempos en que, de acuerdo con Trabulse, escaseaba la paz necesaria para hacer ciencia, Aceves y Chambers concluyen: por lo que concierne a las actividades localizadas dentro de la esfera de influencia del Colegio de Minería, sabemos que se realizaron de manera sostenida (salvo pequeñas interrupciones) y que representan una continuidad sorprendente, dado el clima ocasionado por los trastornos políticos. Continuidad que se manifestó tanto en la actualización de los planes de estudio frente al avance científico y en su adaptación a los proyectos del Estado.28 Los textos reseñados constituyen algo más que una insinuación para seguir superando la pereza historiográfica respecto a la primera mitad del siglo xix y realizar estudios de las instituciones y disciplinas científicas que permitan disponer de la información necesaria para una reflexión más profusa sobre la ciencia mexicana. Por lo pronto, éstos permiten mostrar una tradición 638
científica mexicana al servicio del bien público antes de la aventura científica francesa, encabezada por Napoleón III en México. b. La búsqueda del problema La ciencia durante el Imperio de Maximiliano es otro tema poco investigado por la historiografía. Ya en 1895, tan tarde o tan temprano, según se quiera mirar, Nicolás León afirmaba en su Biblioteca Botánica: “La invasión francesa a México durante los años de 1865 y 1866, trajo consigo un regular movimiento científico en todos lo ramos de la ciencia, teniendo en ello buena parte la botánica”.29 Si León aceptó el movimiento científico llegado con la invasión fue porque pensaba que la ciencia era universal y tenía fe en el progreso que ésta podía traer consigo. Además, ello le permitió conectar la botánica mexicana con las ciencias naturales europeas haciendo coincidir en una misma tipografía a los admirados botánicos franceses junto a sus paisanos, mostrando acaso que los científicos mexicanos son de todo el mundo e ignorando que las expediciones cognitivas imperiales están muy lejos del altruismo. Durante algunas décadas las únicas referencias a la práctica científica durante el Segundo Imperio fueron los textos “La Commission Scientifique du Mexique”30 y “La obra de la Commission Scientifique du Mexique”,31 de Manuel MaldonadoKoerdell. En la Historiografía sobre el Imperio de Maximiliano, de Martín Quirarte, se lee: “Quien lea sin prejuicios el trabajo de Maldonado Koerdell comprenderá que ha efectuado una tarea muy útil, porque entre otras cosas hace un estudio crítico de una obra tan extensa y tan difícil de conseguir en nuestro tiempo como es Archives de la Commission Scientifique du Mexique.” 32 Koerdell recomendaba cautela al tratar de comprender las 639
acciones científicas de los franceses, pues éstos dejaron “una obra de la mejor calidad y precursora del estudio de muchos aspectos de nuestra naturaleza y nuestra cultura”.33 Esta solicitud resulta explicable en un geólogo que consideraba las labores cognitivas como neutras y parte del patrimonio de la humanidad. Sin embargo, su tarea como historiador fue más allá de una mera descripción de los logros para la ciencia universal, pues como afirma Quirarte, “el lector llega a la conclusión de que el emperador de los franceses, distaba mucho de querer emprender en México una obra que pudiera confundirse con un acto de simple piratería”.34 Treinta años después de que en la mesa de la discusión histórica se dio un lugar a la ciencia durante el Segundo Imperio, apareció “La ciencia marcha bajo la égida de la guerra. Las relaciones científicas franco mexicanas durante el Imperio de Maximiliano (1864-1867)”, de Alberto Soberanis,35 estupenda investigación que da continuidad al estudio de Maldonado-Koerdell. Soberanis se aleja de la mera descripción para construir una explicación bien documentada sobre el surgimiento y funcionamiento de la Commission Scientifique du Mexique, presidida por el Ministerio de Instrucción Pública, el cual dirigía los trabajos de investigación a través del Comité de Ciencias Naturales y Médicas, el de Ciencias Físicas y Químicas, el de Historia Lingüística y Arqueología, así como el de Economía Política, Estadística y Obras Públicas. Estos grupos de trabajo reflejan en parte el cuándo y el cómo aparecieron las disciplinas científicas contemporáneas y su primitiva división en naturales, físicas, sociales, humanistas y económico administrativas; también revelan la forma en que los nuevos conocimientos se encontraban al servicio de los proyectos imperiales: conocer los recursos humanos y naturales de un territorio para explotarlos racionalmente en beneficio de la humanidad. Mientras Francia ensanchaba su mercado en busca de 640
pingües ganancias, México perfeccionaría las ciencias y las artes, condición necesaria para acceder a la ruta de la civilización. En esta loable labor de la Commission inclusive podían participar los propios mexicanos; así se lo hizo saber el ministro francés de Instrucción Pública, Victor Duruy, al presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en una misiva en la que gustoso comentaba: “Nuestros sabios van a marchar una vez más sobre las huellas de nuestros soldados, pero con mayor fortuna que sus predecesores del Instituto de Egipto. Pues Ahora encontrarán a su llegada, numerosos trabajos ya desarrollados y sociedades de sabios que están organizadas desde hace tiempo”.36 Aunque es probable que el protocolo obligara a Duruy a referirse a los expertos mexicanos como sabios y a tratarlos de iguales, lo cierto es que los franceses necesitaban toda la ayuda posible para su Commission, incluso la que pudiera brindar la comunidad científica que habitaba el territorio que deseaban conocer. Soberanis ha señalado cómo aún antes de que funcionara la Commission, el mariscal Bazaine promovió y consolidó en el país invadido la Comisión Científica, Artística y Literaria de México,37 un grupo de investigación franco- mexicano conformado el 8 de febrero de 1864. En la parte francesa de este equipo había veterinarios, médicos, ingenieros, farmacéuticos y militares. Por la parte local participaron ingenieros civiles, ensayadores, ingenieros en minas, agrónomos, topógrafos, filólogos, médicos, farmacéuticos, bibliógrafos, abogados, comerciantes, literatos, matemáticos, pintores, empresarios y geógrafos. A la cabeza de estos profesionales se encontraban el mariscal Bazaine, el coronel Doutrelaine y el importante señor Salazar Ilarregui. La Comisión de México tenía dos objetivos: a) realizar una enciclopedia en la que se concentrara toda la información sobre la naturaleza y la cultura mexicanas con el fin de promover y mejorar la explotación de los 641
recursos del país; y b) ayudar a la gran empresa científica de la Commission francesa. Así, las labores de estos profesionales servirían a la nación mexicana y a la ciencia. Podemos agregar que también eran de gran utilidad para el imperio francés.38 La Comisión Científica, Literaria y Artística de México estaba integrada por 10 secciones: 1) Biología y botánica, 2) Geología y mineralogía, 3) Física y química, 4) Matemáticas y mecánica, 5) Astronomía, física del globo, geografía, hidrología y meteorología, 6) Medicina, cirugía, higiene, estadística médica y materia médica, 7) Estadística general, agricultura, comercio e industria, 8) Historia y literatura, 9) Arqueología, etnología y lingüística, 10) Bellas artes, pintura, escultura, música y grabado. En la nómina de estas secciones podemos encontrar a algunos de los intelectuales, artistas y científicos mexicanos más activos de su época, tan cerca de las novedades disciplinarias como del Estado y sus políticas. Maximiliano de Habsburgo y de México tenía su propia política científica y cultural, no sólo por ser aficionado a la ciencia sino también porque la nación mexicana lo precisaba. El 10 de abril de 1865 el Imperio Mexicano emitió una ley por medio de la cual se fundó la Academia Imperial de Ciencias y Literatura. Con este acto Maximiliano daba una respuesta a la colonizadora comisión francesa al crear una corporación que prescindía de los franceses, cuyos objetivos se encontraban directamente relacionados con los problemas nacionales y que pretendía constituir un baluarte del gobierno mexicano. De acuerdo con Maximiliano: “El intento y objeto de la Academia son impulsar el progreso y adelanto de las Ciencias y Literatura, dando un centro al movimiento científico y literario del Imperio, y creando un punto de reunión para las personas que se hayan distinguido por sus trabajos científicos y literarios”.39 La corporación se dividía en tres clases: la primera se encontraba 642
dedicada a las matemáticas, la física y las ciencias naturales; la segunda se encargaba de la filosofía, la historia y ciencias anexas; y la tercera de la filología, la lingüística y las bellas artes. Con la intención de que la Academia se organizara inmediatamente según sus estatutos, el emperador nombró a José Fernando Ramírez, Leopoldo Río de la Loza, Miguel Jiménez, Joaquín Mier y Terán y Antonio del Castillo, socios de número de la misma, quienes eran líderes de la comunidad científica mexicana. La Academia dependería del Ministerio de Instrucción Pública, tendría un presupuesto propio y todos los empleados del gobierno estarían obligados a coadyuvar en sus objetivos. El número de socios era de 30 y la mitad debía vivir en la capital.40 La conclusión que apunta Soberanis de que “al terminar la gran guerra nacional contra el invasor europeo, con la experiencia de todos estos años de reorganización de la comunidad científica, la república retomó las propuestas hechas durante el imperio de Maximiliano por parte de los científicos y por el mismo emperador”.41 Maximiliano por parte de los científicos y por el mismo emperador”.41 Es tan cierta como que monarquía y república tenían necesidad de la investigación científica. En su texto “Los naturalistas mexicanos entre el II Imperio y la República restaurada”,42 Luz Fernanda Azuela expone cómo alrededor de cien naturalistas estuvieron activos durante el Segundo Imperio, algunos de los cuales eran abiertos colaboracionistas de éste mientras que otros tantos simplemente realizaban su trabajo. En este artículo Azuela logra restablecer la continuidad entre las políticas científicas de Maximiliano y Juárez. También explica que aunque con el triunfo de la República en 1867 el nuevo gobierno trató de borrar los efímeros logros imperiales, condenó al ostracismo a sus colaboradores –aunque ante la carencia de especialistas los volvió a incluir en la nómina– y 643
revistió de republicanismo algunas de sus instituciones científicas para que pudieran seguir funcionando, el nuevo régimen imprimió un viraje en el desarrollo de la ciencia mexicana. Sin embargo, la autora deja pendiente el papel de la comunidad científica antes del Segundo Imperio y la forma en que ésta logró insertar sus intereses y preocupaciones dentro de las políticas de Juárez y de Díaz. Esta revisión historiográfica sobre nuestro tema permite valorar el estudio de las políticas científicas de México y Francia43 durante el Segundo Imperio como una ruta crítica para explicar el devenir de las ciencias en general y de las de México en particular. Al conocer y comparar la situación científica de dos países decimonónicos que participaron al mismo tiempo y de forma harto distinta en la gestación de las ciencias contemporáneas, estaremos en condiciones de construir un punto de vista privilegiado para observar cómo se imaginaron e inventaron las ciencias y cómo éstas lograron adquirir un lugar tan importante en el espacio social de nuestros tiempos. Acercarse el ambiente científico del Segundo Imperio a través de los trabajos y los días de la Commission Scientifique du Mexique, de la Comisión Científica, Artística y Literaria así como de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura, permite conocer la forma en que se fueron configurando las nuevas disciplinas científicas al abrigo de los imperios y las naciones. Por otro lado, el tema permite reflexionar y discutir sobre la genealogía de la asimetría que existe entre las prácticas científicas de países como Francia y México. Si el imperio francés pudo realizar una expedición científica llena de contribuciones para la cultura occidental y si Maximiliano logró desarrollar una política científica útil en su intento por modernizar el Estado que gobernaba, fue debido a la comunidad científica mexicana, la cual gozaba de buena salud, era parte de una 644
tradición y estaba en condiciones de realizar tareas de reconocimiento y sistematización sobre la naturaleza y la cultura de su país. Existen muchas voces entre científicos e historiadores que aceptan que el contexto actual en el que se desarrollan las actividades científicas se divide en central y periférico, desarrollado y subdesarrollado, moderno y atrasado. Hay quienes tratan de superar esta dicotomía argumentando que se ha dado y se da la excelencia en los países de la periferia. Bien, pero las circunstancias en que se practican las ciencias se construyen todos los días, el centro y la periferia no son un destino ni constituyen dos realidades distintas, por el contrario, forman parte del proceso histórico que permitió que las ciencias sean como las conocemos hoy.
________NOTAS________ 1
Véase la “Primera parte. Surgimiento y carácter de la ciencia”, en John Desmond Bernal, La ciencia en la historia, trad. Eli de Gortari, México, unam, 1959: 25-61. [Regreso] 2
Mario Albornoz en “La ciencia política ignora la política de la ciencia”, argumenta que para desarrollar una política científica para la región latinoamericana, la tarea más sencilla es la de constatar los hechos políticos, una lectura rápida o minuciosa de la historiografía de la ciencia de la propia región, muestra lo difícil que resulta construir explicaciones que den cuenta de los hechos políticos y científicos de nuestro subcontinente. Tal historiografía también revela el valioso avituallamiento intelectual que representa la historia para quienes imaginan las políticas científicas en nuestros países. Por otro lado, celebro el que Albornoz nos señale que la agenda de la política científica para América Latina incluya la “construcción de una nueva utopía”, este señalamiento es pertinente para quienes se dedican a pensar la ciencia en la región (véase, Mario Albornoz, Pablo Kerimer y Eduardo Glavich (eds.), Ciencia y sociedad en América Latina, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1996: 37-44). [Regreso]
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3
Sobre esta circunstancia, compartida por algunos países de América Latina, véanse: Celina Lértora Mendoza, “La historia de la ciencia en Argentina”, en Quipu, vol. 3, núm. 1, 1986: 135-147; Marcos Cueto, “Historia de la ciencia y la tecnología en el Perú: una aproximación bibliográfica”, en Quipu, vol. 4, núm. 1, 1987: 119-147. Diana Obregón explica el caso colombiano de la siguiente manera: “La historia de la ciencia, a diferencia de lo que podría pensarse, no es un tema nuevo en Colombia. En los periodos de interés por el conocimiento científico se despierta de inmediato el entusiasmo por su historia, y cada esfuerzo por hacer arraigar el saber científico en el país, ha ido acompañado de indagaciones acerca del pasado. Tal parece que – dada la escasa atención que la sociedad colombiana presta a la ciencia– los propios científicos, tanto como los funcionarios encargados de administrar los recursos para la ciencia y de impulsar su desarrollo, necesitarán recurrir a la tradición existente para legitimar su acción. Tal estrategia, como se verá en este trabajo, ha sido utilizada desde el siglo xix hasta épocas recientes. (Diana Obregón Torres, Sociedades científicas en Colombia. La invención de una tradición. 1859-1936, Santa Fe de Bogotá, Banco de la República, 1992, passim). [Regreso] 4
Sobre la manera en que el desarrollo suplió al progreso en la historia de Latinoamérica véase: Ignacio Sosa, “Historiografía del desarrollo: entre el estatuto científico y el estatuto ideológico”, en Historiografía latinoamericana contemporánea, México, Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, unam, pp. 248-268. [Regreso] 5
Atul Wad, “Las políticas científicas y tecnológicas”, en Jean Jacques Salomón, Una búsqueda incierta. Ciencia, tecnología y desarrollo, México, fce, 1996: 402. [Regreso] 6
Ian Hacking, Representar e intervenir, México, Paidós/unam, 1996: 19. [Regreso] 7
Un par de reflexiones divergentes, muy útiles en cualquier intento de adquirir avituallamiento teórico para pensar la historia de la ciencia en o de México son: Juan José Saldaña, “Acerca de la historia de la ciencia nacional”, en Juan José Saldaña (ed.), Los orígenes de la ciencia nacional, México, Sociedad Latinoamericana de Historia de la Ciencia y la Tecnología, 1992: 9-54 y Carlos López Beltrán, “Ciencia en los márgenes: una reconsideración de la asimetría centro y periferia”, en Mechthild Rutsch (ed.), Ciencia en los márgenes. Ensayos de historia de la ciencia en México, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam, 1997: 19-32. [Regreso] 8
Un ejemplo de la resistencia y adecuación a los modelos científicos
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europeos en la época colonial puede rastrearse en Roberto Moreno de los Arcos, Linneo en México. Las controversias sobre el sistema binario sexual 1788-1798, México, Instituto de Investigaciones Históricas, unam, 1989: 279. Otro caso lo estelarizó la universidad colonial, pues ésta luchó contra la introducción de la cátedra de cirugía y contra las políticas modernizantes de los borbones, al respecto véase: Enrique González González, “La reedición de las constituciones universitarias de México (1775) y la polémica antiilustrada”, en Lourdes Alvarado, Tradición y reforma en la Universidad de México, México, Centro de Estudios Sobre la Universidad, unam, 1994: 57-108. Sin embargo, años más tarde la corporación universitaria no pudo evitar el establecimiento de la cátedra de botánica y el jardín botánico, como lo explica Roberto Moreno de los Arcos en La primera cátedra de la botánica en México, México, unam/ Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología y Sociedad Botánica de México, 1988: 145. Acerca de la ciencia novohispana en el siglo xviii véase: Mauricio Beuchot, Filosofía y ciencia en el México dieciochesco, México, Facultad de Filosofía y Letras, unam, 1996: 169. [Regreso] 9
Un panorama sobre la historiografía de la ciencia del siglo xix en México y una bibliografía acerca del tema puede consultarse en: Luz Fernanda Azuela Bernal y Rafael Guevara Fefer, “La ciencia en México en el siglo xix: una aproximación historiográfica”, en Aclepio, Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, vol. l, fascículo 2, 1998: 77-105. [Regreso] 10
Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México: estudios y textos siglos xvi-xix, 5 vols., México, fce/Conacyt, 1985. [Regreso] 11
Ibid., vol. 1: 170. [Regreso]
12
Sobre la complejidad del concepto “comunidad científica” véase: Rosalba Casas Guerrero, “La idea de comunidad científica: su significado teórico y su contenido ideológico”, en Revista Mexicana de Sociología, vol. xlii, núm. 3, julio-septiembre, 1980. Recientemente Gabino Sánchez Rosales, en su ponencia “Saber y poder: élites y comunidades científicas en la historiografía sobre la ciencia en México durante el siglo xix”, presentada en el XXI Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, demostró que las historias de la ciencia del siglo xix mexicano no han dado una definición conceptual precisa de la categoría “comunidad científica”, aunque la utilizan permanentemente. Por nuestra parte, entendemos por comunidad científica al grupo de individuos que comparten valores científicos y que se aglutinan en torno a la búsqueda del conocimiento. Dichos individuos se dividían en subgrupos de acuerdo con su interés disciplinario y formación
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profesional. Aunque debemos decir que también se agrupaban en función de sus filias y fobias políticas y personales. [Regreso] 13
Juan José Saldaña, “La ciencia y el leviatán mexicano”, en Virginia González Claverán (ed.), Actas de la sociedad mexicana de historia de la ciencia y de la tecnología, México, Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología, 1989: 37-52. [Regreso] 14
Acerca de la dificultad de implementar los nuevos valores véase: Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y la apología del vicio triunfante en la República mexicana. Tratado de moral pública, México, El Colegio de México, 1993: 32-40. Librar a los individuos de la ignorancia constituyó uno de los mecanismos para convertirlos en ciudadanos, lograr que olvidasen su estatus de súbditos y se convirtieran en hombres capaces de integrarse al nuevo modelo de Estado. [Regreso] 15
Rosalina Ríos Zúñiga, “De Cádiz a México. La cuestión de los Institutos Literarios (1823-1833)”, en Secuencia, nueva época, núm. 30, septiembre-diciembre, 1994: 5-29, proporciona una explicación del surgimiento de los institutos científicos a causa de la secularización de la enseñanza superior que se vivió con el nuevo régimen, pero que había iniciado tiempo antes, a partir de la Constitución de Cádiz. La autora explica más detalladamente este proceso en “La secularización de la enseñanza del Colegio de San Luis Gonzaga en Zacatecas al Instituto Literario (1784-1838)”, en Historia Mexicana, vol. xliv, núm. 2, 1994: 299-333. Por otro lado, el gobierno federalista de Valentín Gómez Farías asestó un duro golpe a la Universidad en el año de 1833. Acerca del proyecto que llevó a construir la actual universidad véase: Leticia Mayer y Laura Cházaro, “La idea de Universidad en el último cuarto del siglo xix. Los silencios culturales”, en Quipu, vol. 9, núm. 3, septiembre-diciembre, 1992: 327-348. En este artículo las autoras muestran que durante el último cuarto del siglo xix existió un amplio debate acerca de la educación superior que no hizo caso de la propuesta de Justo Sierra, hecha en 1881, de abrir una nueva Universidad. Sin embargo, hacia 1910 la situación política favoreció a Justo Sierra y pudo fundarse la nueva Universidad, fundación que vino acompañada de la destrucción del edifico que albergó a la vieja universidad para demostrar las diferencias radicales entre ambas instituciones. [Regreso] 16
Leonel Rodríguez, en Juan José Saldaña (ed.), Los orígenes de la ciencia nacional, México, unam-smhcyt, 1992: 141-186 (cuadernos de Quipu 4). [Regreso]
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17
En ibid.: 187-234. [Regreso]
18
En Patricia Aceves (ed.), La química en Europa y América (siglos xvii y xix), México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1994: 223254. [Regreso] 19
México, El Colegio de México, 1999: 188. [Regreso]
20
En Revista del Seminario de Historia Mexicana, vol. 1, núm. 3, primavera, 1998: 77-107. [Regreso] 21
México, Instituto de Geografía/Plaza y Valdés, 2001. [Regreso]
22
En Relaciones, núm. 88, otoño, 2001: 15-48. [Regreso]
23
Leonel Rodríguez, op. cit.: 141. [Regreso]
24
Sobre cómo operaba la política científica en esta época, véase: Leonel Rodríguez Benítez, La ciencia y la técnica en la industrialización del México Independiente: estudio histórico del programa editorial promovido por el Banco de Avío 1830-1832, México, Instituto Politécnico Nacional, 2000 (tesis de maestría en ciencias, especialidad en metodología de la ciencia). [Regreso] 25
Al respecto véase: Leonel Rodríguez, “El Instituto de Ciencias, Literatura y Artes de la Ciudad de México en 1826”, en Memorias del Primer Congreso Mexicano de Historia de la Ciencia y de la Tecnología, t. i, México, smhcyt, pp. 332-341. Este trabajo constituye el primer tratamiento del autor sobre el Instituto y la política científica de la primera república. [Regreso] 26
Acerca del Instituto de Jalisco en estos años véase: Federico de la Torre, “El Instituto de Ciencias de Jalisco, 1827-1834: más que una propuesta educativa”, en Revista de la Universidad de Guadalajara, enero-febrero 1995: 28-33. [Regreso] 27
Un personaje de gran importancia ligado al desarrollo del Real Seminario de Minería y su sucesor, el Colegio de Minería, fue Andrés Manuel del Río, de quien podemos consultar sus Elementos de orictognocia 1795-1805, México, unam, 1992. Esta reedición a cargo de Raúl Rubinovich Kogan contiene un estudio histórico de la vida y obra de Andrés del Río por el mismo Rubinovich, un investigador de las ciencias de la tierra en México, y se inscribe dentro de los estudios de biografías científicas de nuestro pasado, los cuales resultan escasos y poco atendidos por la historiografía. [Regreso] 28
Patricia Aceves y David Chambers, op. cit.: 253-254. [Regreso]
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Nicolás León, Biblioteca botánico-mexicana. Catálogo bibliográfico, biográfico y crítico de autores y escritos referentes a vegetales de
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México y sus aplicaciones desde la conquista hasta el presente, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1895. [Regreso] 30
Manuel Maldonado-Koerdell, “La Commission Scientífique du Mexique”, en Memorias del Primer Coloquio Mexicano de Historia de la Ciencia, México, unam, 1963: 246-247. [Regreso] 31
Manuel Maldonado-Koerdell, “La obra de la Commission Scientifique du Mexique”, en La intervención francesa y el Imperio de Maximiliano, México, Asociación Mexicana de Historiadores de América Latina/Instituto Francés de América Latina, 1965: 161-182 (consultado en sobre tiro). [Regreso] 32
Martín Quirarte, Historiografía sobre el Imperio de Maximiliano, México, unam, 1993. [Regreso] 33
Manuel Maldonado-Koerdell, “La Comission Scientífique...”, op. cit.: 247. [Regreso] 34
Martín Quirarte, op. cit.: 202. [Regreso]
35
Alberto Soberanis, “La ciencia marcha bajo la égida de la guerra. Las relaciones científicas franco-mexicanas durante el Imperio de Maximiliano (1864-1867)”, en Revista de la Universidad de Guadalajara, enero-febrero de 1995: 49-60. [Regreso] 36
Ibid.: 53. [Regreso]
37
Véase: Alberto Soberanis, “La Commission Scientifique, Artistique et Litteraire fondée à Mexico en 1864 par le Maréchal Bazaine”, en Bulletin de L’Academie du Second Empire, no. 10, mayo-junio-julio, 1993: 13-15. [Regreso] 38
Sobre los orígenes históricos y míticos que convertían a la empresa de Napoleón III en una gesta heroica como la del otro Napoleón en Egipto, véase Alberto Soberanis, “La Expansión geográfica de la ciencia. Orígenes de la Commission Scientifique du Mexique”, en Revista del Seminario de Historia Mexicana, Universidad de Guadalajara, vol. 1, núm. 3, primavera, 1998: 9-76. [Regreso] 39
Estatutos de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura de México, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1866: 3. [Regreso] 40
Ibid.: 19. [Regreso]
41
Alberto Soberanis, “La ciencia marcha bajo la égida...”, op. cit.: 58. [Regreso] 42
Véase Luz Fernanda Azuela Bernal, “Los naturalistas mexicanos entre el II Imperio y la República Restaurada”, en Patricia Aveces y
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Adolfo Olea (coords.), Alfonso Herrera: homenaje a cien años de su muerte, México, uam, 2002: 47-68. [Regreso] 43
Hablar de la situación de la ciencia francesa durante el periodo a estudiar requiere de algunas aclaraciones: la inercia historiográfica positivista nos alcanza de tal modo que estudiar la ciencia en una nación central resulta un tema raro; lo que podemos encontrar es una buena dosis de historias generales de la ciencia, historias de disciplinas científicas e historias de la ciencia decimonónica o investigaciones de carácter filosófico, sociológico y antropológico en las que Francia ocupa muchísimas páginas. Lo anterior, lejos de constituir un obstáculo, ayuda a decidir el modo en que enfrentaremos el tema. Cabe mencionar que hasta la primera mitad del siglo xix, más que hablar de ciencia francesa, podemos decir que la ciencia es francesa, o cuando menos, que el francés es la lengua en que se mundializa el conocimiento. [Regreso]
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Determinismo tecnológico revisitado: algunas ideas en torno al impacto de la biotecnología en nuestras vidas –¿o viceversa?
Edna Suárez Díaz Introducción La discusión en torno al determinismo tecnológico ha sido constante en los estudios sobre la tecnología. La idea cobra interés, e incluso vigencia, en el marco de los numerosos problemas que hoy enfrentan las sociedades ante los avances científicos y tecnológicos, pese a que difícilmente exista hoy en día algún pensador que defienda estrictamente el determinismo. Entre las razones para que el tema, sin embargo, continúe vigente, me interesa destacar dos. La primera tiene que ver con una experiencia generalizada en las sociedades industrializadas: la influencia y peso innegables que el desarrollo tecnológico tiene en las formas de vida. Como Leo Marx y Merrit R. Smith han afirmado, “La mayoría de la gente en las sociedades modernas se ha habituado al poder aparente que tiene el avance de la tecnología [y sus productos] para cambiar sus formas de vida. La memoria colectiva de la cultura occidental se encuentra bien cargada con alusiones a este tema”. Para atestiguar dicho fenómeno en las condiciones de vida actuales, se cuenta, por ejemplo, el efecto que las computadoras, las tecnologías de la información y las telecomunicaciones han tenido sobre prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana en las últimas dos décadas. La plausibilidad de tales explicaciones 652
parece descansar, al menos en parte, en la “materialidad” de la causa del cambio: las máquinas, artefactos o técnicas que imprimen una nueva dirección a los comportamientos sociales. Es claro, pues, que hay aquí una cuestión a explicar. La segunda razón para abordar el tema del determinismo tecnológico tiene un carácter epistémico. Se trata de una cuestión de interés fundamental y general en el ámbito de las ciencias sociales: la naturaleza de sus explicaciones. ¿En qué sentido podemos afirmar que el desarrollo tecnológico (o para el caso, cualquier otra variable) es “causa” (o no lo es) del cambio social? ¿Qué criterios debe satisfacer una explicación en el ámbito social para ser considerada como tal? ¿Qué categorías de las ciencias sociales pueden considerarse como explicativas y por qué razón? Por supuesto, estas preguntas no tienen una respuesta fácil y no pretendo resolverlas en este trabajo. Sin embargo, una reflexión acerca de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad difícilmente puede, aún hoy en día, eludir el problema del determinismo tecnológico. Resumiendo una historia muy larga, a mediados del siglo xix comienza a formularse la idea de que el mundo humano también está sujeto a leyes naturales, pero no a las leyes de la física, sino a leyes más generales del cambio social. Herbert Spencer, por ejemplo, desarrolla una teoría evolucionista que se aplica a todos los fenómenos físicos y culturales. Con ella trata de mostrar que el desarrollo de cualquier esfera de la vida social se adecua a un modelo evolucionista de desarrollo que obedece a una ley general, la ley del incremento de la complejidad. Este tipo de propuestas se abandonan casi por completo en el siglo xx y las ciencias sociales se desarrollan en gran medida como una reacción a los excesos legalistas del siglo pasado, defendiendo un tipo de investigación del mundo moral que no está sujeto a leyes generales. La nueva 653
dicotomía se manifiesta en la manera como se entiende a la ciencia y la tecnología. Según esta concepción, la ciencia tiene por un lado una dinámica propia o intrínseca que tiene que ver con el descubrimiento de las leyes objetivas de la naturaleza. Siendo esto así, la ciencia propiamente dicha no se presta a un estudio por parte de las ciencias sociales. Éstas pueden estudiar la estructura de las instituciones científicas y, en general, las maneras en las que localmente se organiza la ciencia, pero la forma en que las teorías llegan a ser aceptadas como correctas, o la forma en que se han desarrollado las diversas prácticas y normas que constituyen a la ciencia, son temas que están más allá del ámbito de las ciencias sociales. Criterios lógicos o metahistóricos dan cuenta de estos aspectos. De manera análoga, en la medida que la tecnología se entiende como ciencia aplicada, la diseminación de la tecnología puede ser un tema de las ciencias sociales, pero la tecnología en sí no se ve como un tema de estudio que plantee problemas propios a las ciencias sociales, a excepción de su ambigua y compleja localización dentro de la tradición del materialismo histórico y el llamado pensamiento crítico. Así, para la mayoría de los autores del siglo xix, en la medida que se considera que la ciencia y la tecnología pueden entenderse en términos de su desarrollo intrínseco, ambas carecen propiamente de una historia. Eso sí, poseen una dinámica propia, “natural”, y se convierten ellas mismas en factores causales que explican otro tipo de fenómenos sociales. Hoy en día esta visión de la ciencia y la tecnología como factores causales de la transformación social se encuentra bastante desacreditada entre historiadores, sociólogos y filósofos. Una razón es la larga discusión, que no abordaré en este trabajo, en torno a la teoría marxista de la historia. El desarrollo de los actuales estudios de la ciencia y la tecnología, que muchas veces operó en 654
contracorriente a esa discusión, también ha llevado a la conclusión de que las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad son más complejas que lo que sostiene la versión más simplista del determinismo. Sin embargo, la concepción determinista sigue siendo importante no sólo entre la mayoría de los divulgadores del avance científico tecnológico, sino entre los economistas y, más importante aún por sus consecuencias prácticas, en las agencias internacionales de desarrollo, los gobiernos nacionales, sus asesores e incluso muchos de sus críticos más feroces. Cuando el experto en ciencia política Francis Fukuyama escribió su libro El fin de la historia (1992), el argumento central consistía en defender la tesis de Hegel según la cual la historia había concluido en 1806 ya que desde ese año no había habido, en esencia, un avance político real que superara los principios de la Revolución Francesa. El colapso del comunismo en 1989 era interpretado por Fukuyama como una expresión tardía del mismo fenómeno: señalaba la convergencia hacia la democracia liberal de todo el planeta. Sin embargo, en el prólogo a uno de sus libros más recientes, Our Posthuman Future (2002), Fukuyama reconoce que hay un solo tipo de crítica a su argumento de 1992 que no ha podido refutar: la ciencia y la tecnología no se detienen y constituyen un motor de la historia. La historia, pues, no ha finalizado: As I had described the mechanism of a progressive universal history in my subsequent book The End of History and the Last Man, the unfolding of modern natural science and technology that it spawns emerges as one of its chief drivers. Much of latetwentieth-century technology, like the so-called Information Revolution, was quite conducive to the spread of liberal democracy. But we are nowhere near the end of science, and 655
indeed seems to be in the midst of a monumental period of advance in the life sciences. Quizás en el otro extremo ideológico, el economista y crítico Jeremy Rifkin sostiene en uno de sus libros más leídos, The End of Work (1995), que conforme las tecnologías informáticas y las comunicaciones se desarrollan, el desempleo se incrementará a nivel mundial eliminando decenas de millones de trabajos en el sector manufacturero, la agricultura y el sector de servicios. Esto tendrá un efecto devastador en los trabajadores de “cuello azul” (los obreros), los empleados de comercios y en particular los afro americanos en Estados Unidos. Todo ello llevará al desarrollo de un “tercer sector”, es decir, los servicios y organizaciones comunitarias que crearán empleos con ayuda del gobierno para reconstruir los servicios sociales y los abatidos barrios urbanos, gracias a una recomposición del sistema de impuestos. Argumentos similares ha desarrollado Rifkin en muchos libros, incluyendo The Biotech Century (1998) donde analiza el impacto de las nuevas tecnologías genéticas de la biología molecular en distintas esferas de nuestras vidas, incluida nuestra concepción del mundo natural y el resurgimiento de movimientos políticos como el racismo. Mientras Fukuyama ha sido asesor de los últimos tres gobiernos republicanos en Estados Unidos, Jeremy Rifkin es reconocido como uno de los activistas sociales de mayor influencia en los Estados Unidos y Europa (es asesor de la Comisión Europea, el brazo de Gobierno de la ue). Sus diferencias e intereses políticos no impiden que converjan en una visión que, al menos prima facie, llamaremos determinista. Podríamos citar una gran cantidad de libros de divulgación y futurología con visiones bastante más simplistas que las que sostienen estos autores (un ejemplo es Our 656
Molecular Future de Douglas Mulhall). Pero lo crucial es reconocer que aquí hay algo importante que requiere ser explicado. Algunas escuelas del pensamiento social han minimizado en sus explicaciones a la ciencia y la tecnología, enfatizando el papel de la construcción de significados en las comunidades. Otras, en cambio, han reconocido que se tiene que dar entrada a la ciencia y a la tecnología y lo hacen de distinta manera, ya sea diluyendo la distinción entre lo social y lo natural o tecnológico, o reconociendo la complejidad de tales sistemas y el papel que juegan los valores e intereses. Antes de presentar esas respuestas hace falta, sin embargo, caracterizar de manera más precisa el determinismo tecnológico. Determinismo tecnológico En un primer acercamiento la expresión se refiere a dos ideas relacionadas que vale la pena distinguir. Por una parte, se refiere a la naturaleza del cambio tecnológico, esto es, a la discusión en torno a si existen leyes de desarrollo propias de la tecnología, o al menos un orden o cauce por el cual una tecnología solamente puede surgir cuando otras previas lo han hecho. Por otra parte, la expresión también se refiere al impacto que la tecnología tiene como agente causal del cambio en otras esferas de la sociedad. En este sentido se ha hablado de la tecnología como condición o causa del cambio, pero también como fuerza motora de la historia.1 Esta segunda versión de la idea ha provocado las críticas más severas de los actuales estudios sociales de la ciencia y la tecnología. Una perspectiva o incluso un modelo que nos permita avanzar en nuestro análisis del impacto que la ciencia y la tecnología tienen en otros aspectos de la vida social –y viceversa–, requiere una 657
concepción más sofisticada de la naturaleza de las explicaciones sociales y una mayor atención a los avances de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. ¿En qué sentido podemos dar respuesta a la experiencia cotidiana de que el cambio tecnológico afecta a nuestras formas de vida? ¿Cómo podemos contestar a todos aquellos libros, primariamente de divulgación, pero que por ello tienen un gran peso en la formación de opiniones, que sostienen tesis aventuradas acerca de las consecuencias sociales que irremediablemente tendrá este o aquel desarrollo tecnológico? ¿Qué tipo de respuesta podemos dar a lo anterior que sea una explicación satisfactoria para las ciencias sociales? Me parece que importantes pistas para resolver este asunto se encuentran en nociones como la de moméntum tecnológico de Thomas Hugues o de trayectoria tecnológica, tal y como ha sido elaborada por diferentes autores, incluido Sergio Martínez. Pero antes de aventurar una reflexión general me gustaría que nos remitiéramos a un caso de enorme impacto y hoy en día controversial en las sociedades industrializadas. Se trata de las técnicas de reproducción asistida. Las técnicas de reproducción asistida El desarrollo de las técnicas de reproducción asistida (tra) en las últimas décadas –cuyo inicio lo marca la primera “bebé de probeta” Louise Brown, nacida en 1978– ha sido un detonante de importantes debates éticos y legales que tienen que ver con su impacto en la estructura “tradicional” de la familia, y en el tema más general de los conceptos de paternidad y maternidad. Aquí quisiera hacer un breve comentario. Como lo sabe cualquier antropólogo o historiador social, o para el caso cualquier persona medianamente culta, existe una gran variabilidad en las formas de familia en 658
diferentes culturas, además de que éstas se han modificado a lo largo de la historia. Es curioso, por ello, que desde distintas posturas se apele a la forma “tradicional de la familia” (la familia nuclear compuesta por padre, madre e hijos), una forma que se estableció en occidente solamente a partir de la segunda mitad del siglo xix.2 El hecho es que cualquier revisión de la literatura en torno a estos avances y muchos de los temores que suscitan en la sociedad las tra se refieren al impacto que tendrá el que parejas homosexuales puedan, hoy en día, concebir un hijo que cuente con información genética de uno de ellos y la posibilidad, cada vez más cercana (gracias a la investigación de células troncales germinales), de que puedan concebir un hijo que posea la información genética de ambos (un tema que ha salido a la luz en los últimos meses debido a la posibilidad teórica de producir gametos a partir de células troncales). Éste y otros temas están implicados en las supuestas consecuencias que tendrán las tra en nuestra noción de familia. Ningún tema contemporáneo de la relación entre ciencia, tecnología y cultura pareciera afectar de manera más profunda cuestiones centrales en la organización social de nuestra especie, de modo que éste pareciera ser un claro ejemplo de la vigencia del determinismo tecnológico. El debate, además, se ha complicado con la popularización de métodos de diagnóstico genético (como la amniocentesis y el ultrasonido), así como la posibilidad de la clonación humana y su uso como método reproductivo. En medio de ambos temas (las tra y la clonación) se encuentra otro que en los últimos años ha tenido igual impacto: la investigación en torno a las células madre o troncales (stem cells), debido a que la “popularización” de las tra, en particular de la fertilización in vitro, ha generado una gran cantidad de embriones congelados que nadie reclama y que pueden ser o ya han sido utilizados en la 659
investigación de células troncales. En esta plática no voy a entrar al tema de la clonación y las células troncales, y trataré de enfocarme en el de las TRA. De acuerdo con un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud (2002) alrededor de 80 millones de personas en todo el mundo son estériles, con la mayor incidencia concentrada en los países pobres. En estos países la esterilidad es el resultado en gran parte de infecciones del tracto genital posteriores a abortos mal realizados, enfermedades transmitidas sexualmente y tuberculosis pélvica. En Estados Unidos las mujeres negras pobres tienen una tasa de esterilidad que es 50 por ciento mayor que la de las mujeres blancas de clase media, por lo que existen elementos que sugieren que existe una cierta relación entre esterilidad y pobreza. Hoy en día, como resultado del desarrollo de las tra, suman casi un millón los nacimientos debidos a estos métodos, que en algunos países europeos han contribuido con alrededor de cinco por ciento de la natalidad. Las técnicas de reproducción asistida son el conjunto de procedimientos médicos encaminados a la fecundación humana mediante la unión de gametos masculinos y femeninos. Involucran, por lo tanto, la manipulación de células germinales, cigotos y embriones, y constituyen una alternativa de fecundación cuando no es posible lograr dicha unión naturalmente. Estas técnicas implican procedimientos de distintos grados de complejidad, comenzando por la inseminación artificial (practicada desde la década de los años cuarenta en humanos y de uso más antiguo en la ganadería), la cual consiste en la introducción de espermatozoides en el tracto reproductor femenino. Pese a ser la técnica más sencilla de este grupo, la inseminación artificial requiere la descomposición y manipulación de diversos elementos de la reproducción. Históricamente se requirió el conocimiento detallado del ciclo 660
menstrual, el estudio de importantes parámetros de la muestra seminal (como viscosidad, proporción de espermatozoides viables y cuenta espermática) y el desarrollo de técnicas de congelamiento de esperma (criogenia) y creación de bancos de semen para que la técnica pudiera aplicarse con relativo éxito en seres humanos. Otras técnicas, en cambio, son consideradas de alta complejidad. Éstas incluyen la fertilización in vitro con transferencia embrionaria posterior (fiv-et), la transferencia intratubaria de gametos (gift) y la inyección intracitoplásmica del espermatozoide al óvulo (icsi). La fertilización in vitro (fiv-et) es la técnica más conocida de este grupo y es la que permitió la concepción de Louise Brown en 1978. Generalmente consiste en cualquier procedimiento de fertilización – es decir, de la unión de espermatozoide y óvulo– que se lleve a cabo fuera del cuerpo humano, en un laboratorio o clínica. El procedimiento requiere la hiperestimulación ovárica mediante hormonas, seguida de la aspiración de folículos estimulados. Esto se consigue por una de dos opciones: la laparoscopía o la técnica que se conoce como recuperación transvaginal de óvulos dirigida con ultrasonido (tudor). Ambos procedimientos requieren anestesia local o general dado lo doloroso de la intervención. Después de su obtención, cada óvulo es colocado por separado en una caja de Petri con una muestra de semen que ha sido preparada en una incubadora para su fertilización. La transferencia embrionaria hacia la cavidad uterina se realiza después de 72 horas, cuando el óvulo exitosamente fertilizado se ha dividido en cuatro o 16 células. La tasa de embarazo obtenida es de 35 por ciento por procedimiento individual, que puede llegar a 70 por ciento después de cuatro repeticiones o ciclos. Sin embargo, estos datos son muy variables e incluso cuestionables ya que el éxito varía de una clínica a otra y depende también del número de óvulos obtenidos. Hasta hace poco, distintos centros de reproducción asistida en Estados Unidos 661
contaban con diferentes criterios de éxito, pero a partir de 1995 la Sociedad para la Tecnología de Reproducción Asistida (sart por sus siglas en inglés), afiliada a la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva (asrm, American Society of Reproductive Medicine), publicó estadísticas de 281 clínicas de reproducción asistida que proveyeron información acerca de los ciclos3 iniciados en ese año. Estos datos fueron avalados por los Centros para Control y Prevención de Enfermedades (cdc) y por Resolve (la Asociación Nacional para la Infertilidad), que es la organización más amplia de consumidores de estas tecnologías en los Estados Unidos.4 Las clínicas de reproducción asistida ofrecen además toda una miscelánea de otras técnicas que incluyen diagnósticos genéticos de preimplantación (pgd), ovulación asistida con láser, aspiración de esperma testicular (tesa), microaspiración epididimal de esperma (mesa) y selección de género con el método patentado MicroSort.5 A lo anterior se debe sumar el uso de ovocitos o esperma que proceden de un donador. Esto ocurre tanto en casos de infertilidad de uno o los dos miembros de una pareja como en parejas homosexuales. La obtención de óvulos a partir de donadoras ocurre por un procedimiento similar al de la fiv, pero en este caso la mujer deberá someterse a hiperestimulación ovárica y microcirugía para la extracción. En el caso en que se necesite de una madre subrogada (es decir, una mujer que renta su matriz para albergar el desarrollo del embrión, también llamada madre gestacional) se requiere tratamiento hormonal especial para prepararla para la implantación. Ahora bien, existen una serie de problemáticas que nos hacen ver la íntima conexión entre el desarrollo de estas tecnologías y sus implicaciones económicas, de género, sociales, etc. Comencemos con una somera revisión. La aplicación de la mayoría de las tra requiere hiperestimulación 662
hormonal de la mujer con el fin de producir la maduración de varios óvulos por ciclo, lo cual resulta generalmente en la producción de más de un embrión. Esta producción supernumeraria de embriones –y sus posibles destinos, en particular el peligro de su mercantilización– ha generado un buen número de conflictos y objeciones, la mayor parte de las cuales hoy en día se ligan al debate en torno a la investigación en células troncales que mencioné al inicio de la plática. Otro problema relacionado con la hiperestimulación ovárica se refiere a los efectos secundarios que las hormonas tienen en la salud de las mujeres. Este aspecto, así como el hecho de que muchos de los procedimientos involucrados son sumamente dolorosos y requieren de fuertes anestésicos para su realización, han sido poco explorados y tienen una clara dimensión de género que ha sido abordada agresivamente por grupos de mujeres en Estados Unidos, Europa y Canadá. Por ejemplo, la estimulación hormonal para las madres subrogadas genera serios daños a la salud, que no son contemplados en los gastos médicos o de hospitalización en los contratos. Una mujer que ha sido madre subrogada en cuatro ocasiones reporta “tener destrozadas las piernas” debido a la gran cantidad de inyecciones de hormonas que ha recibido. Arditti (1997) reporta que al menos cinco mujeres han fallecido mientras se les practicaba fertilización in vitro y el Comité de Acción Nacional de Canadá, la más grande organización de grupos feministas en ese país, se ha dado a la tarea de investigar las causas médicas. Arditti también hace notar que pese a la publicidad que busca retratar de manera igual a la donación de esperma con la donación de óvulos, los peligros asociados a la segunda, claramente no pueden equipararse a la masturbación que se requiere para obtener una muestra de semen. Mencionemos de manera extremadamente breve el aspecto 663
económico (ya que una revisión exhaustiva de este aspecto requeriría otro artículo). La obtención de gametos masculinos ocurre en un gran número de bancos de semen, que pagan aproximadamente 200 pesos por muestra a los donantes, que son seleccionados a través de un proceso médico, psicológico y de antecedentes criminales.6 En el caso de los óvulos se paga aproximadamente dos mil dólares a la donante, de la que se deben extraer varias células.7 Por otra parte, debido a los complejos problemas tanto legales como económicos y éticos que ha generado la subrogación de madres, este servicio se encuentra terminantemente prohibido en países como Canadá y Alemania, mientras que otros países como Holanda, han establecido una legislación bastante permisiva al respecto, prohibiéndose sin embargo la subrogación de mujeres inmigrantes. En Estados Unidos existe una gran variedad de legislaciones dependiendo del estado; éstas van desde el reconocimiento de la subrogación hasta su criminalización, pasando por su reconocimiento pero no “reforzamiento por el Estado” de dichos contratos. Debido a esa complejidad, el servicio es hoy en día básicamente ofrecido y contratado a través de empresas especializadas, como Surrogate Alternative, que cobra alrededor de 52 mil dólares por el servicio que incluye el pago a la madre (alrededor de 20 mil dólares), los servicios de asesoría legal y el procedimiento de adopción del niño, los gastos médicos y exámenes, así como la realización del perfil psicológico de la madre subrogada. No incluye ni la donación de óvulos ni la fertilización in vitro, cuyo costo oscila entre los 5900 y los 10000 dólares por ciclo.8 Respecto a las ganancias que genera esta industria es difícil calcularlas. Cabe mencionar que éstas incluyen no sólo el costo de los servicios y productos antes mencionados, sino los medicamentos e instrumentales desarrollados para llevarlos a 664
cabo, y cuestiones relacionadas con la estructura de la profesión médica, como la multitud de cursos de actualización dirigidos a los especialistas. En 1996 se estimaba que las ganancias anuales en los próximos años, por servicios de fertilización in vitro, rondarían los seis millones de dólares. La infertilidad, sostenía James Twerdahl, director de comercialización de Fertility and Genetics Research Company, representa un enorme mercado.9 Eso es cierto especialmente si tomamos en cuenta que al menos en Estados Unidos viven de tres a cuatro millones de parejas con dificultades para concebir hijos. Más aún, la posibilidad técnica de llevar a cabo la fecundación en un ambiente experimental ha generado numerosas variantes y posibilidades. Por ejemplo, si los óvulos de una mujer no son viables, puede recurrirse a la donación de óvulos y la posterior implantación del embrión en la madre receptora. Por contraste, también puede darse el caso de que la matriz de una mujer sea incapaz de llevar a cabo el desarrollo embrionario, en cuyo caso podrá contratarse (subrogarse) la matriz de una mujer receptora (madre gestacional) para hospedar el desarrollo del embrión de la madre genética. En un caso extremo, se puede contratar la matriz de una madre subrogada e insertar ahí un óvulo fecundado donado por una tercera mujer. Asimismo, puede llevarse a cabo la fertilización artificial o in vitro con esperma del padre o de algún donante que no sea la pareja de la madre. Todas estas combinaciones han generado la creación de una nueva terminología que intenta reconocer estas posibilidades de la maternidad y la paternidad. Al menos potencialmente, hoy en día un niño puede tener hasta cinco “padres”: el padre y la madre legales, la madre genética que es la donadora del óvulo, la madre subrogada que facilitó o rentó el útero en que se desarrolló el embrión y el padre que donó esperma. Las feministas son el grupo 665
que con mayor decisión han analizado críticamente este fenómeno. Como señala una reconocida feminista: “The technologies separate not only procreation from sexuality, but more significantly they separate motherhood into different components that used to be part of a whole process. We are now in the point where biological motherhood is in question and in need of explicit definition, just as fatherhood used to be.”10 La separación de los diferentes componentes de la procreación y de la maternidad ha generado nuevas posibilidades que han sido utilizadas no sólo por parejas heterosexuales sino cada vez en mayor número por parejas homosexuales de ambos sexos y personas solteras. Combinadas con las técnicas de amniocentesis y ultrasonido que hoy en día son procedimientos regulares, así como a los criterios de selección de donantes de esperma y óvulos, se ha abierto la puerta a multitud de prácticas eugenésicas ejercidas por los contratantes y los médicos, los cuales van desde la creciente tasa de aborto de fetos femeninos en países como la India y China, hasta la decisión de terminar un embarazo cuando se sospecha la transmisión de algún carácter indeseado. En medio de estos extremos se encuentran multitud de decisiones eugenésicas, como las que involucran la elección de la donante de óvulos o del donante de esperma. Las páginas de internet que ofrecen este servicio incluyen, por ejemplo, las listas con fotografía de las donantes de óvulos con información relativa a su edad, peso, altura, color de ojos y cabello, y grupo étnico, pero también características como religión, número de años que asistió a la universidad y resultados de exámenes estandarizados de rendimiento escolar. Como diferentes feministas han hecho notar, esta oferta refleja la creciente demanda de hijos que se parezcan racial e intelectualmente a sus padres (esto es, que sean lo más cercanos genéticamente a ellos), y una clara disminución de la 666
opción de la adopción. Las estadísticas también reflejan que, cada día más, las parejas estadounidenses deciden no adoptar niños de un grupo étnico diferente al suyo, niños de más de tres años de edad y niños con alguna malformación corregible. La creciente inclusión de estos procedimientos en pólizas de seguros médicos debido a la presión de grupos de consumidores de clase media y media alta, pareciera ser el preludio de su “popularización” y extensión a grupos considerados no tradicionales, como las lesbianas y los padres solteros. Para algunos propulsores, las tra tienen además claras ventajas frente a la concepción natural. Dice Carl Wood, pionero australiano en la investigación de la fiv: “La concepción natural se compara desfavorablemente frente a la concepción artificial que incluye niños no deseados, padres incapaces de criar, padres en situación de pobreza, y mujeres con enfermedades o hábitos que probablemente afectarán de manera adversa al niño”.11 Así pues, dichas prácticas se insertan en un contexto legal, moral y mercantil que ha levantado una multitud de voces críticas ante lo que se percibe como un claro impacto en la estructura familiar de la sociedad. En conclusión, todo pareciera apuntar a un proceso inexorable de modificación radical o destrucción de la familia nuclear heterosexual a causa de estos procedimientos y, más aún, a una transformación de los lazos biológicos del parentesco, así como de nuestra capacidad para intervenir y manipular a las siguientes generaciones de seres humanos. Pero veamos más de cerca si éste es el caso. ¿Quién mató a la familia? La legislación de la mayoría de los países se ha hecho eco de la concepción “geneticista” de la paternidad, lo que ha tenido 667
consecuencias importantes. En multitud de casos en los que una madre subrogada ha cambiado de parecer y decide quedarse con el recién nacido, los jueces han resuelto que el origen genético de ese ser humano y las obligaciones del contrato comercial se encuentran por encima de la experiencia del embarazo. Este hecho no ha pasado desapercibido y diferentes voces críticas han puesto el énfasis en la experiencia del desarrollo de una persona dentro de otra, como la experiencia (y no el objeto o la cosa genética) que debiera definir la maternidad biológica. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Podría pensarse que en los casos en que la donante de un óvulo reclama su derecho a la criatura nacida de la matriz de una madre contratante, los jueces confirmarían la supremacía de los genes. Pero esto no ha ocurrido así: en muchos de esos casos los jueces (al menos en Estados Unidos) han dictaminado a favor de la madre contratante, quien “adquirió” el óvulo. Aunque la literatura científica y legal ha retratado esto como el resultado de la aplicación, por los jueces, del criterio de “quién tuvo la intención” (en este caso de tener un hijo), es claro que en estos casos esto no es más que el criterio comercial y/o contractual. Recordemos brevemente el primer caso de contratación de una madre subrogada que alcanzó gran difusión en los medios de comunicación norteamericanos, el de la famosa “Baby M”, en 1988. Baby M (en realidad, Melissa Stern) fue concebida mediante inseminación artificial con semen de su padre (William Stern) y una madre subrogada (Mary Beth Whitehead) en una clínica de Nueva York en febrero de ese año. Esto ocurrió mediante un contrato por el cual los Stern pagaban 10 mil dólares y otros gastos no incluidos en el seguro médico a Mary Whitehead, a cambio de que cuando naciera el bebé, ésta cediera todos sus derechos de maternidad a ellos (ya que cualquier niño nacido de ella sería legalmente su hijo, 668
ella debía cederlo legalmente para su adopción). Asimismo, el contrato incluía la autorización de Richard Whitehead, esposo de la madre subrogada, a participar en el arreglo. Sin embargo, al nacer la niña, Mary Whitehead rechazó el pago y decidió mantener sus derechos sobre la recién nacida. Fue entonces cuando el caso se volvió público. Después de pasar cuatro meses escondida con su madre, Baby M fue llevada con los Whitehead mediante una orden del juez que también le prohibía a Mary Whitehead amamantarla. Esta decisión se hacía sobre la base de que Whitehead había firmado un contrato y William Stern era su padre. El caso fue llevado posteriormente a la Suprema Corte de Nueva Jersey, que decidió –de forma claramente híbrida– respetar la custodia del padre, al mismo tiempo que le restauraba por completo los derechos de maternidad a Mary Whitehead, otorgándole el derecho de visitas ilimitadas. Uno de los recuentos más citados de este caso (del que existe una enorme literatura y referencias en internet) es el libro de Phyllis Chesler, Sacred Bond: The Legacy of Baby M (1988), escrito por esta feminista en cercanía con Mary Whitehead. La autora se pregunta qué es lo que explica que, cuando el caso irrumpió en los medios, la enorme mayoría de los estadounidenses se encontraba a favor de los Stern con notorios sentimientos negativos hacia Whitehead (por no haber respetado el contrato). La respuesta de Chesler es un interesante estudio tanto de la subrogación como de la adopción y de las contradictorias y complejas actitudes hacia la paternidad y la familia de los norteamericanos. Su conclusión es que solamente en una sociedad patriarcal, en la que el trabajo y la relación sentimental de una mujer hacia sus hijos tiene menor valor que el esperma de un padre y un contrato comercial, puede explicarse ese tipo de actitud. Chesler destaca el escándalo del sacrilegio, de un contrato comercial, frente a lo que ella llama el 669
vínculo sagrado de la maternidad (no necesariamente un vínculo de carácter religioso). Asimismo, evalúa los asimétricos criterios con que son tratados, en la corte, los derechos de padres y madres. Por ejemplo, en más de la mitad de los casos en los que un padre pelea por la custodia de los hijos, los jueces los favorecen sobre la base de un mayor ingreso y mejores condiciones económicas en general. Aunque la autora muy bien puede exagerar y dejar de lado muchos otros factores del cambio en la estructura de la familia, ella señala (correctamente a mi juicio) que el asunto de las madres subrogadas tiene mucho que ver con cuestiones de género y de injusticia económica. Por otro lado, el crecimiento en la demanda de este “servicio” se encuentra relacionado con las cambiantes actitudes hacia la adopción de niños. En los Estados Unidos, al menos, es claro el aumento en la demanda de bebés saludables de raza blanca, en detrimento de niños de más de tres años negros, hispanos o con alguna enfermedad corregible. Por último, es notable el perfil de la madre subrogada común, documentado por Chesler: fértiles, madres de uno o varios hijos, ama de casa de tiempo completo, adicta a la tv, funcionalmente iletrada, disléxica o lectora lenta, religiosa, autodestructiva (en algunos casos víctima de incesto o abusos) y, por supuesto, suficientemente pobre para aceptar el trato. La autora observa que la mayoría de ellas tiene una alta capacidad de disociación de sus sentimientos cuando éstos duelen demasiado. Las mujeres entrevistadas por Chesler eran también ingenuas y confiadas, temerosas de cuestionar la autoridad, en este caso la agencia de subrogación, los abogados o los médicos. Habría que preguntarse, como lo hace Chesler, por qué todas las empresas y clínicas que ofrecen servicios de subrogación de madres, ofrecen también grupos de apoyo a estas mujeres (como se puede comprobar tras visitar las páginas de internet). Estas empresas igualmente ofrecen mujeres que han sido 670
estudiadas para detectar enfermedades y con un perfil psicológico “adecuado” que no obstaculice la posterior entrega del bebé a los padres contratantes. Por supuesto existen reconstrucciones alternativas del caso. Sin ir más lejos, Elizabeth Stern (esposa del padre de Baby M) recientemente publicó un libro acerca de su experiencia y sus ansias de ser madre, varios puntos resaltan en su historia personal. Elizabeth Stern es una pediatra altamente calificada que decidió no concebir un hijo debido a que contaba con evidencia de ser portadora de arterioesclerosis, pese a no tener ningún síntoma de la enfermedad. Chesler se pregunta si las mujeres profesionistas y muchas feministas apoyan la subrogación en una búsqueda por alcanzar una “neutralidad de género”. Numerosos autores y organizaciones (sobre todo feministas) han denunciado la clara relación entre cuestiones de género y de asimetría en posición social, así como el trasfondo económico de estas prácticas. Existe una desmedida desigualdad entre las grandes cantidades de dinero que se invierten en el desarrollo y contratación de las técnicas de reproducción asistida y en la publicidad en torno a lo adverso de la infertilidad y los beneficios de las tra (medicamentos, instrumental, procedimientos) y aquellas que se invierten en el estudio de las causas (que pueden ser genéticas, fisiológicas, anatómicas, psicológicas) y la cura de la infertilidad, pese a las continuas y destacadas recomendaciones de la onu y en particular de la Organización Mundial de la Salud. Ahora bien, pese a que son las mujeres pobres las que padecen mayormente la infertilidad, las tra solamente son accesibles para las parejas de clase media alta (que pueden adquirir pólizas de seguro médico extraordinarias) o alta. Si bien, como mencioné, existen tres o cuatro millones de parejas infértiles en Estados Unidos, sólo un porcentaje pequeño puede acceder a estos 671
costosos procedimientos. Lo importante, pues, no es solamente que existan estas tecnologías, sino que exista un conjunto de servicios que pueden ser vendidos por una parte de la población y que pueden ser adquiridos por unos cuantos. Cualquier persona con capacidad económica suficiente, no importando otras características, puede contratar hoy en día cualquiera de estos servicios ya que existen innumerables huecos en la legislación y una multitud de países y lugares en donde estas prácticas, o no están debidamente legisladas, o son francamente permitidas. El panorama más preocupante que señalan los grupos “progresistas”, es la reducción de la paternidad a un contrato de propiedad y de un bebé al carácter de mercancía.12 ¿Lo anterior quiere decir que debemos desechar la idea de determinismo tecnológico y sustituirla por un determinismo económico o de las fuerzas del mercado? De ninguna manera. El desarrollo de las tra y aún las tendencias que pueden vislumbrarse como resultado de las fuertes presiones económicas de grupos de interés (médicos, aseguradoras, clínicas, industria farmacéutica) no sólo pueden y han sido modificadas y moldeadas gracias a la acción de la sociedad, sino que ésta posee la capacidad de incorporar dichos desarrollos como parte de tendencias que operan en otras esferas de la vida social, como la familia. Por otra parte, la idea de trayectoria tecnológica o, más aún de determinismo tecnológico, vuelve a aparecer al reconstruir la historia de estas técnicas. Por ejemplo, el desarrollo de las primeras técnicas de reproducción asistida, como la inseminación artificial, parece estar más ligado con los desarrollos tecnocientíficos de la época (el conocimiento del ciclo menstrual, el estudio de los espermatozoides y de la criogenia) que con las (pocas) expectativas económicas de esa técnica. Ahora bien, como mencioné anteriormente, la estructura de la 672
familia ha cambiado radicalmente a lo largo de la historia de la humanidad. Incluso hoy en día, si bien tiende a reducirse alarmantemente la diversidad cultural de nuestro planeta, persisten formas familiares y estructuras sociales que no son las que encontramos en las urbes industrializadas de occidente. Más aún: como diferentes censos y estudios empíricos han mostrado, la estructura social y familiar en las ciudades se ha modificado notablemente en las últimas décadas como resultado tanto del cambio en los sistemas de producción que repercuten en la mayor participación de la mujer en labores ajenas a la familia, como de una mayor apertura frente a la sexualidad, resultado de la revolución sexual (y política) de los años sesenta y setenta. Ninguno de estos cambios, tanto culturales como sociales, tienen que ver con el desarrollo de las tra. Por ejemplo, hoy en día se calcula que al menos uno de cada seis hogares en los Estados Unidos se encuentra bajo la manutención de una sola persona, sea la madre o el padre. Asimismo, 34 por ciento de las parejas homosexuales en el sur de los Estados Unidos se encuentran a cargo de la criaza de niños. Esa cifra es mayor que en otras regiones de ese país, pero no por mucho, pues se calcula que 30 por ciento de los hogares de lesbianas en Estados Unidos crían niños. Los datos de censos también refieren que existe mayor probabilidad de que los hogares de lesbianas afroamericanas tengan niños que los hogares de lesbianas blancas. Éste es, de hecho, uno de los principales argumentos que grupos de homosexuales han sostenido en distintas regiones de Estados Unidos en favor del matrimonio homosexual, como una garantía legal de acceso a servicios de salud y otros que provee el Estado. Es cierto que pueden documentarse numerosos casos de parejas homosexuales que han accedido a las tra como una manera de concebir hijos. La mayoría de los hijos en hogares homosexuales, 673
sin embargo, siguen siendo el producto de matrimonios o relaciones previas. Es nulo además el impacto que las tra han tenido en la modificación de las familias pobres, que claramente representan a la mayoría de los hogares del mundo. El desarrollo de las tra pues, pareciera ser el resultado de las presiones de grupos de interés con capacidad económica y de la influencia de una creciente ideología que sobreestima el valor de las relaciones genéticas, esto es, la concepción genética del parentesco, así como de una industria que se ha encaminado a explotar deseos tan íntimos como el de la reproducción. Todos estos aspectos han sido documentados por historiadores de la biología y del movimiento de eugenesia. Pero entonces, ¿quiere esto decir que es más bien la sociedad la que moldea a la tecnología y que debemos desechar como una franca ilusión la percepción de que el cambio tecnológico efectúa cambios en nuestras vidas? Conclusión: determinismo tecnológico revisitado Mi respuesta es claramente no. La dimensión material de la tecnología no puede eliminarse como un factor histórico. Tampoco puede ser desechada la impresión de que el desarrollo de la tecnología parece seguir ciertos cauces e incluso inercias o tendencias. Pero los estudios sociales de la ciencia y la tecnología nos han mostrado, con diferentes argumentos y desde diferentes ángulos, que la visión dicotómica tradicional, que separa a éstas como esferas autónomas del resto de la vida social, es insostenible. Las barreras de lo social y lo natural se encuentran en constante redefinición, y el caso de las tra no es más que uno de los ejemplos más extremos que nos muestran que aquello que asumíamos como natural –por citar el más extremo, la maternidad biológica– se ha 674
convertido en el producto de una serie de prácticas materiales (esto es, técnicas) y sociales. El determinismo tecnológico o, mejor aún, sus versiones contemporáneas, como la idea de Thomas Hughes (1988) de que los sistemas tecnológicos pueden en alguna etapa alcanzar un moméntum que parece o de hecho los hace determinantes sobre otras esferas de la vida social, constituye uno de los recursos explicativos más ricos que tenemos para comprender la realidad de las sociedades industriales. En particular, me parece interesante la idea de Hughes por varias razones. La primera es que, sin dejar de tomar en cuenta aquellos componentes de un sistema que tradicionalmente ubicamos como tecnológicos, nos sugiere patrones (no deterministas) por los cuales se incorporan elementos económicos, sociales, legales, culturales, que explican –algo que podría hacerse eco de la idea de las redes de actantes de Latour– la fortaleza de dichos sistemas. Pero la segunda razón me parece más importante por sus implicaciones políticas: se refiere al hecho de que los sistemas tecnológicos complejos, por ejemplo las tra, que incluyen no sólo a los procedimientos quirúrgicos, materiales (medicamentos, hormonas) e instrumental, sino a la parafernalia legal, de financiamiento, comercial etcétera, tienen una historia. Es decir, sus propiedades cambian en diferentes etapas de su desarrollo y por eso existen momentos en los que el activismo político y la oposición de cualquier signo a sus alcances pueden ser más fructíferos o más dañinos, según se vea. La idea de Hughes, pues, si bien recoge la impresión generalizada de que la tecnología tiene una trayectoria y un impacto material en nuestras vidas, también reconoce la importancia de la agencia humana, que en este caso ilustran las luchas de clase y género, igualmente importantes hoy en día para explicar la transformación de la familia y, más aún, para dar cuenta de un contexto en donde se ha hecho 675
posible invertir un gran número de recursos que permite el desarrollo científico y tecnológico de la reproducción asistida. Lo anterior no quiere decir que nos debamos casar con el modelo de los sistemas tecnológicos de Hughes. Lo he citado por tratarse de uno de los teóricos más conocidos, en el cual podemos identificar a la vieja noción de determinismo tecnológico jugando un importante, aunque modificado, papel. La compleja realidad requiere el rescate de pensadores, y no es casual que en este contexto haya jugado un papel importante la discusión –a la que no me referí– acerca del determinismo tecnológico en Marx y vuelva a ponerse en la mesa el peso que las transformaciones materiales, y el modo en que nos organizamos para llevarlas a cabo, tiene en la modificación de las relaciones sociales y en general en las formas de vida.
________NOTAS________ 1
Smith y Leo Marx (eds.), Does technology drive history?, Massachusetts, mit Press,1996. [Regreso] 2
Para una revisión somera del tema, ver Graff, What is marriage for?, Boston, Beacon Press, 2004. [Regreso] 3
Se denomina ciclo a cada intento de llevar a cabo la fecundación. Como su nombre lo indica, no se trata de un suceso, sino de un proceso de varios meses de duración que requiere tanto periodos de medicación y análisis como el procedimiento en sí de la microcirugía involucrada en la fiv. [Regreso] 4
http://havingbabies.com [Regreso]
5
El método MicroSort sigue siendo analizado por la fda, y consiste en la selección de los espermas portadores de un cromosoma X (niña) de los portadores de un cromosoma Y (niño) mediante la diferencia en la cantidad de dna que portan (el cromosoma Y es notoriamente más pequeño que el X). Se tiñe el dna y un aparato llamado citómetro de
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flujo, separa uno por uno los espermas con poca tinción de aquellos con mucha. Lo cual permite pasar de 50% de probabilidades para una niña a 89.5% y a 73.6% si lo que se desea es un niño. El método tiene una clara ventaja frente al aborto. [Regreso] 6
Por ejemplo, en Rotunda Sperm Bank, http://www.iwannagetpregnant.com/donor-profile.shtml. [Regreso] 7
Por ejemplo, la base de datos de donadoras de óvulos en http://www.surrogatealternatives.com/727.html. [Regreso] 8
http://www.surrogatealternative.com. [Regreso]
9
Citado en Arditti, “Commercializing Motherhood”, en Setter, Orleck y Taylor (eds.), The Politics of Motherhood, Hannover, University Press of New England, 1996: 324. [Regreso] 10
Arditti, ibid.: 322. [Regreso]
11
Ibid.: 324. [Regreso]
12
Al respecto Chesler (1988) hace notar que, mientras se efectúan rigurosos estudios para analizar el perfil médico y psicológico de la madre contratada, son raras las clínicas que efectúan un análisis similar a los padres contratantes. Así, cita el caso de un hombre soltero que contrató a una madre subrogada con la finalidad de ser padre, el cual asesinó a golpes al bebé a los cinco meses de edad. [Regreso]
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La construcción política del genoma del mestizo mexicano
Carlos López Beltrán / Francisco Vergara Silva Presentación En este capítulo queremos describir, contextualizar y analizar el episodio reciente en el que el grupo de biomédicos que conformaron el Instituto Nacional de Medicina Genómica (inmegen) en los primeros años de su existencia (2005-2009), dirigió sus mayores esfuerzos hacia un proyecto de investigación poblacional que fue llamado por sus impulsores el “genoma mestizo de los mexicanos”. Como varias otras iniciativas genómicas nacionales, aquélla aspiraba a enfrentar importantes problemas nacionales de salud putativamente asociados a enfermedades comunes que, se afirmó, son consecuencia de las particularidades genómicas de los mexicanos. En este trabajo enfocaremos nuestra atención y algunas críticas a las estrategias retóricas, políticas y metodológicas que aquel pequeño grupo de científicos mexicanos, dirigido por Gerardo Jiménez Sánchez, fue utilizando en esos años para convencer a varios sectores del público, de que un constructo teórico como el “genoma del mestizo mexicano” es un hecho biológico y un recurso económico, y que la fundación de una institución especial de investigación, como inmegen, valía la pena, pues ésta le daría con el tiempo el poder patrimonial a los mexicanos sobre tal “recurso”. En el contexto de las muchas críticas y contra críticas que en las últimas décadas se han venido
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dando en relación al uso de “raza” como una categoría válida dentro de la investigación biomédica, queremos aquí usar este ejemplo mexicano para desarrollar una serie de cuestionamientos sobre la validez científica y ética de la creación y la inserción en el discurso científico de constructos teóricos racialistas imaginarios, como el “genoma mestizo”, que sólo sirven al propósito de apuntalar los intereses de ciertos grupos particulares de médicos y genetistas. En el caso mexicano que nos ocupa, el interés central en este periodo fue establecer y robustecer en el seno del estado mexicano una institución de investigación de medicina genómica fuertemente apoyada con recursos públicos. Nos interesa en particular analizar cómo el grupo responsable de inmegen intentó cambiar, propagandísticamente y apelando a la noción identitaria mexicana del mestizo, un escenario público nacional respecto a la genómica médica a partir de que el interés era bastante débil y no era clara la prudencia en destinar porciones altas del presupuesto nacional de salud pública a la secuenciación y genotipado del adn “nacional”, en un escenario favorable a ello y, en apariencia, ideal, para poner en marcha una empresa costosa –pero no necesariamente con valor científico–, completamente afín a las dinámicas marcadas por centros importantes que impulsan a nivel mundial las iniciativas de medicina genómica y de farmacogenómica; algunos de ellos bajo control privado y transnacional. Casi desde su fundación en 2004, los promotores de inmegen apelaron a sentimientos nacionalistas y chovinistas en relación a controlar una propiedad nacional (“nuestro genoma mexicano”). Por otro lado, siguiendo una retórica de promesas importada, ofrecieron enormes ahorros futuros en el gasto gubernamental en salud por el inminente arribo de una capacidad de prevención individualizada de la enfermedad, y el diseño de tratamientos farmacogenómicos ante 679
padecimientos comunes y complejos, como diabetes, obesidad, cáncer, hipertensión y otros fenotipos clínicos. Estas afirmaciones jugaron un papel significativo en el éxito institucional y político alcanzado por los impulsores de inmegen. Entre otras cosas queremos destacar cómo en la creación de nociones racialistas singulares e impactantes para el público, como “genoma mestizo”, “genoma amerindio”, y otras similares, se hizo un uso alegre de términos acuñados en el contexto de esferas disciplinares ajenas a la biomedicina, y cómo fueron desplegadas en torno a ella a conveniencia y sin cuidar de respetar los sentidos y debates que han originado esas nociones en sus contextos originales. Y sobre todo es importante señalar que esto ocurrió casi sin críticas, ni en el espacio público donde principalmente se desplegó la campaña, ni en los círculos científicos. En términos generales imperó la docilidad en los públicos ante quienes se les fueron presentando los sucesivos avances, básicamente propagandísticos, hasta mayo de 2009.1 Una mirada somera enseña que fue la retórica la que reforzó la imagen de una supuesta modernización, la que puso a un país normalmente atrasado, en términos científicos, al nivel de las fronteras de la investigación, la que se desplegó para preparar una poderosa trama que aparentemente logró adormecer la mirada crítica de las comunidades científica y médica, y eludir la cautela presupuestaria de economistas y políticos, logrando el flujo del apoyo financiero sin diálogos o discusiones públicas previas significativas, para evaluar los beneficios reales –relacionados con la ciencia o la salud– y los riegos y salidas falsas potenciales de un proyecto como éste. Una consecuencia de estas circunstancias ha sido que la intención científica de descubrir el “genoma mestizo”,2 se promocionó como una de las empresas más obviamente 680
importantes y naturales, cuando de hecho lo fácil es argumentar que se trata de una noción fantasmal, con una fuerte carga ideológica. Un elemento importante en la estrategia para asegurar el financiamiento del proyecto global del inmegen a partir de diferentes fuentes, fue una campaña de medios de comunicación cuidadosamente manejada, en la cual la presencia permanente en la prensa fue dando cobertura a cada uno de los grandes o pequeños pasos, insistiendo siempre en los mismos temas: la singularidad de los genes del mestizo, su valor como rarezas génicas con posibles aplicaciones, la necesidad local de controlar el patrimonio genómico nacional (mexicano), y los ahorros en salud que las aplicaciones farmacogenómicas de este proyecto traerían al país en el futuro. Un beneficio adicional, que a veces se mencionó, es que este conocimiento podría ser utilizado también para otras poblaciones americanas mestizas al norte y al sur de México; algo que podría llegar a traer algún beneficio económico en divisas extranjeras. Adelantamos que una de nuestras principales conclusiones es que la estrategia mediática orquestada por inmegen consiguió amortiguar o desviar exitosamente el debate público, alejándolo de cualquier asunto que pudiera poner en peligro el tranquilo proceder y la recepción de sus iniciativas en medicina genómica. Nos parece además que tales estrategias no fueron impuestas de forma autoritaria. Los voceros de inmegen fueron capaces de eludir serenamente las posibles críticas relacionadas con el carácter racializado de sus iniciativas, dando respuestas antirracistas, si eso era lo pertinente, y en general dándole a cada público lo que suponía, quería o necesitaba. Así, las afirmaciones habituales de los médicos que mencionaban una identidad histórica compartida, una “ancestría común mestiza”, encontraron inmediatamente eco en los periodistas y en los políticos, y presumiblemente en el 681
público. Todos ellos comparten (parece) la apolillada ideología racial y social de que México es esencialmente una nación de mestizos.3 Entre los asuntos espinosos que casi nadie pidió esclarecer a quienes enarbolaron con bombo y platillo este proyecto está el que justificara racionalmente la pertinencia de presumir (real o retóricamente) la existencia de un genoma característico del mexicano; un genoma peculiar, local, racialmente mezclado, que comparten la mayoría de los habitantes de un Estado nacional con una historia demográfica tan compleja como la de México. Asimismo, fue muy poco cuestionada la decisión de considerar que las fronteras políticas (y la posesión de pasaporte) son un criterio razonable de demarcación para ubicar una población biológica – una a la que podría adscribirse de manera razonable una estructura poblacional genética particular y singular. El caso de las estrategias seguidas por los biomédicos durante la primera etapa de inmegen, podrían tomarse como un ejemplo señero de una serie de desarrollos similares que se han venido dando en todo el mundo, de lo que podríamos llamar una oportunista, y muy riesgosa, reracialización de la investigación genética de las poblaciones humanas. Éstas han surgido en distintos lugares y contextos gracias a la disponibilidad de las tecnologías de secuenciación genómica, y al crecimiento de los intereses biomédicos y biopolíticos que examinan y controlan poblaciones “regionales” particulares. El espectro de las diferencias raciales biológicamente afincadas recuperó por ello mucho terreno. Las muchas cautelas de prudencia y de ética mínima que se habían intentado poner ante la investigación, después de los escándalos bioéticos de gestión científica de la eugenesia y la ciencia nazi, fueron alegremente echadas por la borda.4 En otros artículos hemos analizado muy detalladamente el 682
proyecto poblacional del inmegen, usando como eje la única y delgada publicación científica que, hasta mediados de 2009, consiguió realizar el equipo de Jiménez Sánchez. Como es sabido, el 11 de mayo de 2009, en una ceremonia oficial ampliamente publicitada, Gerardo Jiménez Sánchez, todavía director de inmegen, de un modo curioso y hasta carnavalesco, personal y públicamente entregó al presidente Felipe Calderón un pequeño paper recién aparecido, envuelto en un aparatoso paquete cuyo contenido merecería un trabajo semiótico especial. El trabajo entregado fue realizado por el personal del inmegen, de apenas seis páginas, apareció en la revista de la Academia Nacional de Ciencias Estadounidense (pnas), y aunque modestamente se llama “Análisis de la diversidad genómica en poblaciones mestizas mexicanas para desarrollar la medicina genómica en México”, fue publicitado con letras capitales como El Genoma del Mestizo Mexicano: el logro tan anunciado que, bien visto, no es ni puede ser tal cosa. No repetiremos aquí lo que hemos ya desmenuzado con detalle en otros lados sobre el origen, los alcances y el verdadero significado de este trabajo, y sobre su inserción en la compleja ecología de la genómica poblacional humana en México y en el mundo. Nos interesa ahora dar un paso atrás y revisitar el contexto de la racialización de la investigación genómica humana, durante los primeros años de ese ambicioso y hasta ahora empantanado esfuerzo llamado inmegen.5 Raza y ciencia en el siglo xx Ahora parece claro que el advenimiento de la genómica a finales del siglo pasado, renovó y vigorizó los debates sobre las bases biológicas de las divisiones raciales de las poblaciones humanas. Hace algunas décadas, la tendencia de los científicos era minimizar 683
la noción de que la ciencia –es decir, la biología y la antropología física– podía utilizarse como fuente de apoyo para la creencia en agrupaciones raciales objetivas, definidas por series de diferencias naturales hereditarias. Particularmente después del esfuerzo concertado de la unesco6 y de varias asociaciones profesionales, como la American Anthropological Association, durante los años 50 y 60 (y hasta los 90), la opinión de los científicos razonables y cautos, y de muchos de los medios de divulgación científica, era que el uso de “raza” como recurso clasificatorio de los humanos, no sólo era políticamente dudoso, sino científicamente erróneo y casi inútil. Era mejor que la ciencia –parecía haberse acordado– evitara tener contacto con la noción decimonónica y cerril de “raza”. Independientemente de su abominable historia, dentro y fuera de la ciencia, el concepto de “raza” no captura ninguna división objetiva entre los humanos, tal y como parecía evidenciar la nueva genética de poblaciones.7 En su lugar, se han propuesto varias maneras deabordar la cuestión de definir biológica y antropológicamente las “variedades” humanas significativas; por ejemplo, dando a las poblaciones definidas estadísticamente, algún tipo de “realidad genética” que no se confunda con las viejas divisiones raciales, o cambiando el énfasis de la clasificación del grupo, a las características culturales y étnicas. La perspectiva estadística o clinal de la variación genética8 entre los grupos humanos, provino de la genética de poblaciones, misma que, en diferentes versiones, ha sido favorecida por muchos biólogos y antropólogos. Estos especialistas concebían a las poblaciones humanas como poseedoras de composiciones genéticas con variaciones geográficas graduales entre sí, y en relación a alelos distintos que proliferan o escasean según se desplace el analista en distintas direcciones biogeográficas, por lo que es imposible determinar un agrupamiento de elementos genéticos, agrumado y correlacionado 684
de modo único. La genética de poblaciones también proporcionó el resultado tan frecuentemente citado, de que la mayor parte de las variantes genéticas comunes y raras, se encuentra en dosis distintas en todas las poblaciones, y que la variación que caracteriza de modo singular a las poblaciones distintas y distantes, es muy escasa. Dicho de otro modo, la distancia promedio en variación genética medida dentro de una misma población humana, es mucho mayor que la encontrada entre distintas poblaciones.9 Éste es un resultado empírico que de hecho ha sido replicado con información molecular y por numerosos autores que han trabajado con diversos sistemas de análisis.10 Se suponía que los fenómenos biológicos que tienen que ver con cambios en las frecuencias génicas a nivel poblacional en niveles ocasionados por selección o deriva, y que ocurren en todas las especies que se reproducen sexualmente, tenían que funcionar también en los humanos. Estos procesos vistos en funcionamiento en especies animales y vegetales tenían, por lo tanto, que producir el mismo tipo de diferenciación en las frecuencias génicas que caracteriza a la variación supraespecífica geográfica que origina la especiación. Toda la evidencia indica que los procesos responsables del alejamiento genético (o subespeciación) entre los grupos humanos, nunca fueron demasiado drásticos, y que éstos han sido completamente frenados y revertidos en los tiempos modernos por las migraciones intercontinentales generalizadas y los viajes. Aún todo indica que una fuente importante de cierta información histórica sobre cómo los humanos (las poblaciones de Homo sapiens y su reparto por el planeta) llegaron a ser lo que son, puede ser proporcionada por el análisis de la distribución de las frecuencias génicas en los distintos grupos geográficos humanos. Esta es la justificación detrás del conocido Human Genome Diversity Project (hgdp) capitaneado por el genetista italiano Luca 685
Cavalli-Sforza. Dicho Proyecto sobre la Diversidad de la Genómica Humana, fue un esfuerzo internacional de finales del siglo xx para mundializar la genómica histórica de poblaciones humanas, que estuvo sujeto a fuertes controversias por razones relacionadas con asuntos que nos preocupan aquí.11 Muchos científicos han argumentado en repetidas ocasiones que la exploración y la revelación real de cómo se originaron y diversificaron históricamente los elementos genéticos en la especie humana, al ser portados hacia distintas regiones por distintos grupos humanos, utilizando una perspectiva para la agrupación no racialista, terminaría por desplazar del todo de la ciencia, la sesgada e infame noción de raza, haciendo innecesario su uso en el sentido biológico. Eso, se dice, dejaría a la noción común culturalmente afianzada12 de raza biológica, como un sobrante cultural de los siglos xix y xx, que puede o no reciclarse, redefinirse, en términos culturales o étnicos, lo cual, se argumenta, es otra discusión ajena a la ciencia. Algunos antropólogos han promovido el uso de la noción de etnia, o grupo étnico, en cualquier situación en la que se haya empleado la de “raza”. Así, el uso de divisiones raciales es visto como una fase provisional, y los recursos clasificatorios que éstas proporcionan son considerados un tipo de “espejismo colectivo superficial”, que la ciencia, en su implacable camino hacia un realismo genealógico, eventualmente hará a un lado.13 Tal y como Lisa Gannett y Jenny Reardon han descrito recientemente, este supuesto acuerdo dentro de la comunidad científica, de abandonar la noción de razas humanas –o de moverse decididamente en esta dirección–, que se manifestó en las declaraciones de la unesco de 1961, 1964 y 1978, no existió en realidad jamás.14 Sólo los científicos sociales y los antropólogos más culturalmente orientados, tendieron a adoptar tal posición 686
constructivista radical, mientras que biólogos de poblaciones, como T. Dobzhansky, L. C. Dunn, J. B. S. Haldane, y, más tarde, L. Cavalli-Sforza, conservaron la creencia de que existe una estructura genética poblacional subyacente que nos arroja recortes continentales parecidos a los que nos dan las razas, y que debe, por varias razones, ser descubierta por los científicos. La idea es que los cortes naturales de Homo sapiens se deban a, y están en correspondencia con, el aislamiento geográfico que ocasionó una parcial divergencia evolutiva. Aunque esta estructura genética no corresponde al detalle a las divisiones raciales tradicionales de la antropología, puede relacionarse de forma indirecta con éstas; aquí, el criterio continental original utilizado por los teóricos de las razas de los siglos xviii y xix, es un punto de referencia de gran importancia, pues aún permanece en los contextos de la investigación genómica humana. De nuevo, aunque no es posible establecer fronteras definidas y descripciones esencialistas (es decir, sin “clases naturales”, en el sentido filosófico),15 de las divisiones humanas subespecíficas en términos de frecuencias génicas, según los autores antes mencionados, deberían haber patrones de diferenciación histórica innegables (particularmente de algunas frecuencias génicas resultado de fuerzas adaptativas) de los grupos humanos, que merecen ser investigados. Estos patrones serían resultado, en gran medida, del aislamiento y la selección adaptativa, cuyos efectos todavía se podrían encontrar dentro de las poblaciones contemporáneas, y que son de profundo interés científico. Conservar un término cargado ideológicamente como “raza”, es una cuestión que puede someterse a debate, piensan estos científicos, no así la realidad de algunos tipos de subdivisiones poblacionales. Algunos filósofos de la biología también han argumentado en la misma dirección, afirmando que la especie humana no debería ser considerada distinta, en términos 687
teóricos, de cualquier otra especie animal, y dado que son las mismas condiciones biológicas las que produjeron las subespecies y la especiación (presiones de selección y aislamiento genético), han sido aplicadas a los humanos durante largos periodos, antes de la edad moderna, por lo que, las mismas categorías que utilizamos normalmente para entender y clasificar otros animales, deberían ser aplicables.16 Lo que no se aclara, por supuesto, es si la noción de “raza” que se emplea en estos esfuerzos científicos, tiene realmente el mismo marco y los mismos apuntalamientos conceptuales que las categorías subespecíficas utilizadas en otros contextos de la biología. Muchas disciplinas científicas, desde la medicina hasta las ciencias sociales, de hecho se han preocupado menos por la claridad conceptual y los inconvenientes éticos en su uso de la categorización racial. Desde hace años en medicina, psicología y otras biociencias humanas, existe la tradición arraigada de utilizar categorías raciales por “sentido común” y disponibilidad, supuestamente autoadscritas en algunos arreglos sociales sin un cuestionamiento profundo. Si la sociedad misma está estratificada y subdividida en una mezcla de parámetros étnicos y raciales, entonces utilizar las categorías simples basadas en marcadores como el color de la piel o la apariencia fisionómica, e incluso la auto identificación, será suficiente. Hasta hace poco, preguntas sobre el grado comparativo de inteligencia natural entre afro americanos y euro americanos podían ser defendidas, no sin oposición, por algunos reconocidos investigadores, como científicamente válidas, incluso si esto significaba suponer una homogeneidad en la constitución genética dentro de ambos grupos.17 Genómica médica y raza
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La medicina clínica tiene que categorizar a los pacientes de manera que revelen, de un modo meramente estadístico, sus factores de riesgo asociados a la pertenencia a un grupo humano y/o al seguimiento de un estilo de vida. Desde por lo menos principios del siglo xix, se ha asignado etiologías hereditarias a un número cambiante de padecimientos, por lo que los pedigríes y otros datos genealógicos han sido empleados como herramientas clínicas para trazar posibles predisposiciones innatas, hereditarias. Para algunas enfermedades muy especiales se podría establecer una correlación robusta entre el tener ciertos antecedentes étnicos peculiares y las condiciones genéticas que las ocasionan.18 También, en repetidas ocasiones, se ha intentado asociar enfermedades con categorías genealógicas más amplias, como “raza”. Particularmente durante el siglo xix y a principios del xx, las campañas ideológicas racistas que relacionaban a ciertos grupos raciales con la degeneración física y las enfermedades, estaban ampliamente difundidas. La eugenesia y el racismo fueron, por muchas décadas, dos lados de la misma moneda.19 Mientras en Europa el uso del término “raza” para atribuir una tendencia hereditaria a la enfermedad, fue comprensiblemente abandonado después de la Segunda Guerra Mundial; la estructura social altamente racializada de Estados Unidos ha favorecido la preservación de categorizaciones raciales, por lo menos con propósitos médicos. Toda la administración de los servicios médicos en los estados de Estados Unidos, ha incorporado la adscripción de los individuos a una raza o etnia, como un identificador necesario del espacio del individuo en el sistema. Las estadísticas sociales vinculadas con la educación, la economía, la recolección de impuestos, la salud y el bienestar, etcétera, están todas profundamente categorizadas a lo largo de líneas raciales. Los programas y planes para el gasto y la redistribución, son sensibles a estas estadísticas. Y la 689
autoidentificación es una herramienta útil y poderosa para que tal maquinaria funcione. No es asombroso que todas las reglamentaciones normativas, las recomendaciones para extraer información útil para el gobierno y otros propósitos socialmente relevantes, insistan en elegir a las personas priorizando este tipo de criterio. Ser blanco o “euro americano”, negro o “afro americano”, amarillo o “asiático-americano”, café o “latino”, o de alguna otra denominación racial/étnica, es para los estadounidenses un marcador esencial para encontrar un lugar en esa sociedad. Como Ian Hacking ha escrito: “la crianza ha programado a estadounidenses desde muy jóvenes para que pongan atención a la raza”.20 En septiembre de 2003, continuando con polémicas desatadas antes en congresos médicos en eua y en algunas de las revistas médicas más influyentes, un artículo en Scientific American preguntaba de manera provocadora: Does Race Exist? 21 (¿Existe la raza?) y después se argumentaba: “Si las razas son definidas como grupos genéticos discretos, no. Sin embargo los investigadores pueden utilizar cierta información genética para agrupar a individuos en grupos con relevancia médica”. Al mismo tiempo en que se adherían al consenso de que la “raza” no es una clase natural, ni una herramienta taxonómica útil, los autores defendían la necesidad dentro de la investigación médica de juntar a las personas en grupos con una constitución genética similar, en relación a predisposiciones particulares dadas, relacionadas con la salud. Según los autores, aunque los grupos difieren en frecuencias genéticas, si se toman en cuenta genes diferentes se producen divisiones distintas e incompatibles. Además, no hay conexiones directas entre estas agrupaciones genéticas y las categorías tradicionales o sociales de raza, pero se puede hacer una división y se debe hacer de acuerdo a éstas, para propósitos médicos 690
prácticos. Éstas son –utilizando la frase de Hacking–22 “estadísticamente útiles”. Al enfrentarse a estas apreciaciones siempre se debe tener en mente que, además de ser debatibles, estas apelaciones a la utilidad son de una aplicación extremadamente local (es decir, para Estados Unidos de América). Tan sólo unos meses antes de que surgiera esta discusión en Scientific American, la u.s. Food and Drug Administration, emitió lineamientos para promover que, en los ensayos clínicos futuros, la raza y la etnicidad fueran siempre consideradas como variables significativas. Varios investigadores protestaron a esto, argumentando que el riesgo de promover abusos racistas similares a muchos históricamente conocidos –a partir de oficializar incluso más divisiones étnicas– era demasiado alto, y la ganancia médica muy pequeña, para que mereciera la pena. Además, cualquier utilidad médica podría ser eventualmente obtenida mediante otra estrategia de recolección de datos. La recolección de datos genéticos –se argumentó– puede llevarse a cabo centrándose, básicamente, a nivel del individuo o grupos familiares, cuando así se requiera; si alguna clasificación útil surgiera de esto, deberá ser a posteriori y no ser incorporado desde el principio mediante categorías culturales resbalosas y peligrosas.23 En publicaciones periódicas especializadas como The New England Journal of Medicine, las implicaciones médicas de aplicar etiquetas raciales a las pruebas clínicas han sido frecuentemente materia de discusión. Ha sido especialmente cuestionado el que la farmacogenómica pueda ayudar al desarrollo de una medicación con criterios raciales. Aunque nadie discute que las divisiones de población adecuadas y relevantes, obtenidas mediante investigación estadística rigurosa, pueden ayudar a los médicos a ubicar a sus pacientes con respecto a la susceptibilidad de reaccionar favorablemente (o desfavorablemente) a ciertos 691
tratamientos –por ejemplo (aunque no exclusivamente), a la administración de ciertos fármacos a determinadas dosis–, no es claro por qué el uso de denominaciones raciales vagas y amplias como “asiático”, “africano”, “nativo americano”, etcétera deberían ser la división principal dada de antemano (ni siquiera en lugares socialmente racializados como Estados Unidos). Un ejemplo es el muy publicitado caso donde algunos estudios concluyeron que cierta combinación de medicamentos para el corazón, era más eficaz cuando se les daban a hombres con ascendencia africana, y que otros medicamentos funcionaban mejor en las personas blancas. Estas conclusiones fueron después consideradas prematuras y no garantizadas.24 Otros médicos han insistido en que se ha probado en varias ocasiones que los grupos raciales o étnicos difieren genéticamente entre ellos en formas que son relevantes para la medicina. Por ejemplo, la diabetes tipo 2 muestra una variación estadística correlacionada con la raza, que incluso permanece cuando otros factores, como las desigualdades educacionales y de ingreso, se toman en cuenta.25 Utilizar la auto identificación racial como un instrumento de separación en los ensayos clínicos, parece ser una estrategia conveniente y que ahorraría tiempo. Incluso si no está claro qué factores se someten a revisión detrás de las correlaciones generadas, los investigadores médicos han argumentado que es “poco sabio abandonar la práctica de registrar la raza cuando apenas hemos comenzado a entender la arquitectura del genoma humano y sus implicaciones en nuevas estrategias para la identificación de variantes genéticas que protegen en contra, o confieren susceptibilidad a padecimientos comunes y que modifican el efecto de los fármacos”.26 Otros investigadores han afirmado que han logrado “una perspectiva epidemiológica en materia de la categorización humana 692
con la investigación biomédica y genética que apoya fuertemente el uso ininterrumpido de la identificación propia de raza y etnicidad”.27 Aún cuando muchos investigadores reconocen abiertamente que hay “costos sociales potenciales asociados con vincular la raza o los antecedentes étnicos con la genética [también] creen que a estos costos potenciales los sobrepasan los beneficios en términos de diagnóstico e investigación”.28 Pero la comunidad médica está lejos de alcanzar un acuerdo en esta materia. Algunos argumentan que la genómica no ha dado realmente una razón convincente para creer que “la raza puede funcionar como sustituto de la constitución genética en la medicina y la salud pública […] la raza como categoría social no es un predictor útil de resultados en la salud […] sin el contexto que proporcionan variables como el nivel de educación, la ocupación, el tipo de dieta y el lugar de residencia”.29 Se piensa que la raza es un recurso descriptivo potencialmente valioso, pero problemático, y que debe manejarse con especial cuidado. En un esfuerzo por ubicar problemas de salud y desigualdades, el uso social extendido de la auto identificación mediante descripciones raciales, orígenes continentales y antecedentes étnicos, es, por supuesto, una herramienta sociológicamente poderosa, especialmente en los Estados Unidos, donde la gente siempre ha tenido conciencia de su etnicidad y de su estatus racial. También se afirma que es el caso que la apariencia externa o fenotipo, no puede revelar la historia familiar y las raíces ancestrales con tanta precisión como la auto identificación que se obtiene mediante las memorias de familia. Pero aquí estamos lidiando con una noción socialmente construida, que sólo en ciertos casos podría orientar los pasos iniciales de una investigación médica dada. Además, no está claro si estas nociones deberían formar parte de los resultados de la 693
investigación.30 El debate sobre “raza y genómica” ha crecido en paralelo con la transformación radical de la investigación biomédica – particularmente de la farmacogenómica– impulsada por la posibilidad de poderosas tecnologías de genotipación. Un resultado de esto es el surgimiento de una actitud relativamente cautelosa conforme la crítica social y política del uso de “raza como indicador”, de la presencia de factores causales genómicos, se ha desarrollado ética, política y metodológicamente.31 Gran parte de la discusión se ha movido en la dirección de dar recomendaciones o procedimientos normativos acerca de cómo utilizar responsablemente o “informar con transparencia” sobre la raza o la adscripción étnica en la investigación médica, para evitar el daño social. Algunos parecen creer que con insistir en tener claridad conceptual, definiciones operacionales adecuadas, una separación clara y tajante entre una noción “de tipo científico” de un grupo racial, y la raza como una noción sociohistóricamente compleja recubierta de capas densas, las cosas pueden discriminarse honestamente y evitar los efectos negativos de su uso.32 Sin embargo, también han surgido posiciones más críticas y agonísticas de las comunidades médicas, particularmente de algunos sectores que enfatizan los potenciales efectos de discriminación y estigmatización de la racialización de genómica mediante una aceptación acrítica de las etiquetas de “raza”. Entre estos autores “parece haber un consenso de que la ‘raza’, impuesta o por autoidentificación, es un sustituto débil de varios factores genéticos y no genéticos en correlación con el estado de salud”.33 Las ventajas relativas entonces, no valen el grave riesgo de confundir a la gente con cuestiones raciales, y alimentar la hoguera de los ideólogos fascistas. Estados Unidos ha sido el principal escenario donde ha tenido 694
sentido mantener, e incluso fortalecer, debates como éste. Es, hasta cierto punto, extraño que otros investigadores médicos de otras regiones, en donde la racialización de la vida sociopolítica es más débil o inexistente, asuman, con tanta facilidad este debate como significativo universalmente. Los impulsores del Human Genome Diversity Project estaban supuestamente perplejos de que un grupo como los afro americanos, que poseen una compleja mezcla genética, sintiera tan fuertemente que había sido excluido de los posibles beneficios médicos de la investigación sobre la diversidad genómica humana, al no haber sido considerado relevante, un objetivo inmediato (urgente) de investigación, como sí lo fueron pueblos indígenas aislados y genéticamente homogéneos. Tal exclusión fue considerada discriminatoria, por buenas y malas razones, y se arrancó un proyecto dedicado a la genómica afro americana. La inclusión en el proyecto – exactamente la intención opuesta– fue aparentemente vista como una intrusión, una amenaza potencial, por los grupos objetivos originales.34 Como fue mencionado anteriormente, nuestro caso de interés en este artículo es el inicio y desarrollo de un proyecto de medicina genómica dirigido a la creación de “una plataforma para la medicina genómica en México”, en el que se utiliza descaradamente una retórica de “eliminación de la exclusión” en términos raciales, en todo el país. Sin negar el potencial valor científico que podría tener la medicina genómica, como una de las estrellas más jóvenes de la tecnociencia contemporánea, nos parece que la compleja historia demográfica de México y su estructura sociopolítica contemporánea, no justifican realmente este enfoque, particularmente a la luz de cómo se inició, sin investigación antropológica ni histórica seria, y cómo se ha llevado a cabo hasta el momento. Además, plantearse una iniciativa como la del 695
inmegen temprano, podría volverse una estrategia riesgosa en México, pues no se tienen las condiciones para considerar la auto identificación “racial” o cualquier otra auto adscripción étnica como un equivalente (proxy) adecuado para la investigación clínica. Consideramos que la forma en que el “nominalismo racial” ha sido introducido en la investigación –sin ni siquiera una ligera conciencia sobre el sustento teórico, científico y social de dicha noción– es especialmente preocupante. Más puntualmente, pensamos que la popularización de este nominalismo sobre las poblaciones humanas en México, crea el peligro innecesario de alimentar visiones racistas de la diversidad cultural y étnica –y también biológica, por supuesto– existente en el país. Para nosotros, el caso de los primeros años del inmegen es una instancia de la construcción políticamente motivada de una “entidad poblacional genómica” –el llamado “genoma mestizo mexicano”– cuyas credenciales científicas parecen deficientes en casi todos los aspectos posibles. Sugerimos que, junto con otros estudios de caso de iniciativas de genómica médica local, este ejemplo podría contribuir con información valiosa al actual debate académico internacional sobre raza, genómica y biomedicina.35 El inmegen y su plataforma “racial” para la genómica nacional El 19 de julio de 2004, se fundó por decreto presidencial el Instituto Nacional de Medicina Genómica (inmegen),36 con el propósito declarado de estudiar la variabilidad genómica en toda la población de México –“el genoma mexicano” como fue desde sus inicios repetidamente llamado por algunos de los científicos ante diferentes medios. Uno de los principales proyectos de inmegen fue presentado como dirigido específicamente a construir una descripción genómica –llamada técnicamente “mapa de 696
haplotipos”– de los “mestizos mexicanos”, un grupo humano que es, supuestamente, portador de un conjunto único de características genéticas, por sus orígenes mestizos peculiares históricamente demostrables.37 El líder del proyecto y director del inmegen, Gerardo Jiménez Sánchez, no puso ninguna objeción cuando el objetivo de obtener “el mapa genético representativo de toda la población mexicana mestiza” fuera llamado “un proyecto de genómica basado en la raza”.38 Francis Collins (director del Instituto de Investigación Nacional sobre el Genoma Humano, eua) fue también claro al hablar de los objetivos de inmegen; señaló particularmente que el director del instituto sabía del “reto de utilizar a la raza como variable de investigación”.39 La fundación del inmegen y la introducción de lo que se llegó a publicitar con gran garbo como el “Proyecto del Genoma Mexicano”,40 en calidad de tarea principal, fue la culminación de una serie de estrategias planeadas cuidadosamente por Jiménez Sánchez y un reducido grupo de socios científicos y políticos poderosos, que comenzaron en 1999.41 La publicación de los primeros resultados importantes del notable Proyecto Internacional HapMap,42 proveyó a este grupo de científicos mexicanos de una base indispensable para justificar la afirmación de tener un objeto de investigación peculiar (llamado “Genoma Mestizo Mexicano”) y facilitó la elaboración de una serie de instrumentos retóricos y políticos adecuados. Como el Consorcio Internacional HapMap había concentrado su investigación de polimorfismos de nucleótidos simples (snps),43 en muestras provenientes de cuatro grupos continentales44 (yoruba en Nigeria, chino han, japonés y mormones de Utah), los funcionarios de inmegen declararon que ese muestreo generó la necesidad de mapear variaciones genéticas peculiares que posiblemente se encontraban en poblaciones no incluidas en el estudio del Consorcio Internacional; por ejemplo, las poblaciones racialmente 697
mezcladas de México. Lo interesante es que participantes del Proyecto Internacional HapMap, desde el inicio se distanciaron cuidadosamente afirmando específicamente que su proyecto no tenía el objetivo de muestrear representativamente de forma racial o geográfica, y que ellos no estaban haciendo investigación al nivel poblacional.45 Para entender el contexto en que se desarrollaron los cuestionables fundamentos conceptuales del “Proyecto del Genoma Mestizo Mexicano”, y ver cómo es que los objetivos descritos por sus impulsores son ambiguos, insensatos y, visto en retrospectiva, destinados al fracaso –de maneras en que describiremos después–, vamos a revisar brevemente los eventos específicos que llevaron a la fundación de inmegen. Creemos que esta secuencia de eventos revela en sí misma aspectos constitutivos de las condiciones concretas que rodean la investigación científica y los temas médicos, definidos por los valores culturales e ideológicos actuales de las élites mexicanas. Afirmamos que estas condiciones han tenido una gran influencia al hacer posible –y quizá incluso inevitable– la postura simplificada y peligrosamente ingenua del inmegen en relación a las cuestiones metodológicas, éticas y filosóficas implicadas en la medicina genómica contemporánea. Es particularmente grave la ignorancia de temas ético-filosóficos centrales, que creemos deben ser considerados por cualquier investigación (“racializada” y no) actual, sobre la estructura genómica de los grupos humanos. Como se dijo antes, los aspectos problemáticos de los discursos clasificatorios y causales empleados, han estado sistemáticamente ausentes de las presentaciones académicas y públicas del inmegen. Como veremos más adelante, esto es una consecuencia de la completa falta de diversificación en la conformación de los grupos que toman las decisiones; donde se consultó a quienes se dedican a la ética 698
para asuntos predecibles como el consentimiento informado individual (pero no grupal) y para nada más. Para nuestro conocimiento, no se incorporó formalmente a demógrafos, historiadores, antropólogos, biólogos de población y ni siquiera médicos ni genetistas, al trabajo que condujo a la concepción de los objetivos del instituto, y, en especial, los de su primera investigación de alcance poblacional.46 La manera particular en la que se originó inmegen revela entonces a qué grado las estrategias discursivas tras su fundación, y el exitoso lanzamiento público de un proyecto para “describir objetivamente” la mezcla singular del mapa genómico de los mexicanos, con el propósito de gestionar la salud de la gran mayoría de la población actual, ignoraron abiertamente la información esencial sobre las peculiaridades históricas, demográficas, etnográficas y antropológicas de las poblaciones que por algunos siglos han habitado los territorios mesoamericanos que actualmente comprenden la nación “México”.47 La campaña que condujo a la fundación de inmegen empezó en 1999, fue presentada bajo el auspicio de la Secretaría de Salud, la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) y la Fundación Mexicana de Salud y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Se firmó un documento oficial el 22 de noviembre de 2001,48 en el que se declaraba que una institución de esta índole sería creada por el gobierno federal, en virtud de su compromiso de desarrollar la medicina genómica como una especialidad de interés prioritario en las áreas de la salud y de la medicina académica.49 Bajo el cobijo de las instituciones antes mencionadas, se hizo posible un fuerte apoyo financiero para iniciar las actividades muy poco tiempo después de la fecha de fundación oficial. Además, el inmegen recibiría recursos adicionales por parte de algunas compañías privadas –sobre todo farmaceúticas–, a las que la junta 699
directiva ofreció abiertamente “oportunidades de negocio”. 50 En los discursos públicos, los impulsores de inmegen, como Guillermo Soberón, Julio Frenk, José Ramón de la Fuente, y su activista designado, Gerardo Jiménez Sánchez, hicieron mucho énfasis, por un lado, en el papel salvador de la nación del proyecto y, por el otro, en sus potenciales de negocio, pidiendo a las compañías que confíen en las capacidades económicas de sus inversiones presentes y futuras en el inmegen, argumentando, principalmente, a partir de estudios de factibilidad –la mayoría enfocados en la posibilidad de una comercialización futura a gran escala de fármacos “diseñados para las necesidades singulares” del pueblo mexicano– que se llevaron a cabo en las etapas de preparación del proyecto.51 Utilizando la retórica internacional emanada de otros proyectos genómicos, inmegen describió su intención de crear una “plataforma nacional de medicina genómica” que podría llegar a ser en un futuro no especificado, “más individualizada, más predictiva y más preventiva”. El inmegen también declaró cuáles serían sus líneas de investigación institucional: genómica poblacional, diabetes y obesidad; cáncer; enfermedades cardiovasculares; enfermedades infecciosas y farmacogenómica. El inmegen se dividió inicialmente en tres unidades de investigación, después de 2006 se reorganizó en cuatro secciones según sus tecnologías de investigación básica; cada una de ellas “casada” con una firma internacional particular: Genómica estructural52 (Applied Biosystems); Genómica funcional (Affimetrix); Bioinformática (ibm) y Proteómica (Ettan). Sin embargo, excepto por algunas publicaciones de investigaciones arbitradas menores y presentaciones de sus investigadores en reuniones especializadas, fueron muy pocos los resultados notorios de investigación de inmegen durante sus primeros años de existencia.53 En ese 700
periodo, la mayor parte del despliegue mediático se centró en el “Proyecto del Genoma Mestizo”, el sobrenombre mediático que corresponde al proyecto de investigación al inicio llamado oficialmente “Variabilidad Genómica y Mapa Haplotípico de la Población Mexicana”, y luego rebautizado como “Proyecto de la Diversidad Genómica de los Mexicanos”.54 Como ha sido el caso en otros proyectos genómicos con circunscripción nacional, las primeras actividades llevadas a cabo por el inmegen implicaron la colecta de muestras de materiales biológicos (sangre). Estos esfuerzos desplegados por varias regiones de la geografía nacional fueron llamados “jornadas de recolección” y gozaron de amplia difusión mediática a nivel local y nacional. Dicha campaña se centró en los campus de las universidades de las capitales de ocho estados, donde se encontró una abundante fuente de potenciales donadores de sangre: los estudiantes universitarios considerados como “mestizos típicos”, que al tener estudios altos y ser mayores de 18 años, también podían donar con consentimientos informados legales. Sin hacer ninguna revelación oportuna de la razón metodológica (o de otra) que hay tras el criterio de selección de los seis primeros “lugares de recolección”, el inmegen eventualmente suspendió el periodo de recolección y empezó a trabajar con sus muestras de sangre de aproximadamente 1200 individuos de ambos sexos,55 provenientes de seis estados del país: Guanajuato, Guerrero, Sonora, Veracruz, Yucatán, y Zacatecas. Con estas muestras, se llevó a cabo una secuenciación automática a gran escala en laboratorios con tecnología de punta, con el propósito de realizar un tipo específico de genotipación –es decir la identificación de patrones de snps, para compararlos con los patrones hallados en el Proyecto HapMap.56 Se señaló entonces que este “complemento mexicano del Proyecto HapMap” sería útil para evaluar el grado de 701
divergencia entre los “mestizos” de distintas regiones.57 Supuestamente, sobre la base de la generación de mapas genómicos particulares mexicanos de los snps correspondientes, se realizarían estudios de asociación, tratando de relacionar ciertos haplotipos con propensiones a las enfermedades, o con reacciones peculiares a los fármacos. Antes de que analicemos con mayor detalle los desarrollos altamente problemáticos en el proyecto, en el que la ideología racial es más evidente, debemos señalar que en el “proyecto del genoma mestizo mexicano” no se aclararon, sino casi hasta el final, y a medias (entendemos que presionados por los árbitros de las revistas que rechazaron varias veces los manuscritos científicos enviados), una serie de suposiciones que son de importancia fundamental en el diseño de cualquier iniciativa de genómica poblacional a gran escala. El primer tipo de suposiciones, a las que tendremos que regresar después, está relacionado con uno de los factores más básicos: el muestreo. Ya que los materiales biológicos han sido recolectados en algunos lugares del país, y no en otros, es razonable preguntar cuál es la idea de “población” de la que se partió en inmegen –¿una usando criterios de genética de poblaciones? ¿una a partir de la epidemiología, o de la demografía histórica o cuál? De la misma manera, uno se pregunta: ¿qué “representatividad” estadística y/o poblacional, tienen las poblaciones muestreadas en relación al resto de su población o poblaciones objetivo? ¿Cuál es el fundamento real, histórico demográfico para afirmar tan extrema “singularidad” y particularidad de “una única estructura genómica mexicana”? Creemos que durante los primeros y balbuceantes años de inmegen, no se argumentó mínimamente bien la razón de la “singularidad” esperada de su muestreo, casi no se reconoció que el territorio de la genética poblacional humana y la genética médica en especial, 702
habían sido cultivados en México por ya muchos años y con resultados que les habría servido mucho considerar. Casi todos los pronunciamientos públicos iniciales de inmegen revelan no poco exceso de entusiasmo e improvisación, y cierto desdén por las formas y procederes científicos básicos. Además de una actitud bastante irrespetuosa hacia otras disciplinas científicas relevantes. La característica importante de las primeras publicaciones sobre el proyecto poblacional de inmegen, que aparecieron tanto en las revistas especializadas como en la prensa popular durante su primer periodo de actividad, nos lleva a una segunda serie de suposiciones problemáticas alojadas en la iniciativa del inmegen. Esta segunda serie de suposiciones tiene que ver con el dar por hecho, como un “conocimiento aceptado”, la constitución genética actual “mestiza” de la población mexicana, lo que en principio proporcionaría un escenario de partida en donde se podría realizar un diseño de exploración genómica. Jiménez-Sánchez ofrece uno de los mejores ejemplos de este conocimiento común, acrítico y predigerido, en un artículo de Science de 2003, donde afirma que “los mexicanos modernos son resultado de una mezcla de más de 65 grupos de indígenas nativos con españoles”. Uno puede identificar claramente que esta visión tiene sus orígenes en una imagen fundacional simplificada del “nacimiento de la esencia de México” en el “encuentro del Nuevo Mundo con Europa”, que ocurrió durante la ocupación española de los territorios mesoamericanos que siguió a la derrota del imperio azteca en 1521. Consideramos que el uso de esta narrativa profundamente arraigada es un requisito necesario para manejar la estrategia retórica principal de los objetivos declarados de la empresa de inmegen: según la concepción sostenida por Jiménez Sánchez, el hecho de que los mexicanos modernos poseen “una constitución genética única y un conjunto característico de susceptibilidades a 703
las enfermedades”58 es una consecuencia de las condiciones para el mestizaje provocadas por la Conquista. Una de las principales simplificaciones ocultas detrás de este punto de vista está evidentemente vinculada con la falta de reconocimiento de la innegable importancia demográfica de la presencia africana, producto del comercio de esclavos que tuvo lugar sobre todo entre los siglos xvi y xviii. Esta presencia cambió radicalmente la demografía y nutrió el calidoscopio cultural de México, y está documentada en cualquier fuente histórica que trate de la historia demográfica mexicana y del establecimiento de una clasificación de “tipos humanos” que fue, a su vez, la base de la llamada “sociedad de castas” desarrollada por las autoridades políticas y eclesiásticas españolas durante el periodo colonial. 59 Sólo en declaraciones y publicaciones posteriores del inmegen se reconoce el elemento africano. Enormemente especulativa es también la idea de que la mayor heterogeneidad genómica de México debe provenir de la existencia en nuestro territorio de un número considerable de grupos étnicos indígenas. Los investigadores del inmegen partieron de la idea, sin explicarla, de que la presencia ancestral de grupos discretos originales dio como consecuencia indudable, la existencia de variantes genéticas raras entre ellos. Es la visión del coleccionista de rarezas exóticas que sale de safari en su búsqueda. Igualmente esquemática es la idea de que la contribución genómica española, primero, y después la africana, pueden entenderse como provenientes de poblaciones relativamente simples, a las que se les puede atribuir una mayor homogeneidad genómica. Ésta es una creencia que los historiadores, los antropólogos físicos o los genetistas poblacionales bien informados cuestionarían de inmediato. La insistencia en suponer la heterogeneidad mesoamericana y al mismo tiempo una peculiaridad “nacional” genómica es, a nuestro 704
juicio, un claro ejemplo de la falacia de A. N. Whitehead de “concreción mal situada”, en este caso la reificación lo es de la variación cultural hacia la biológica. 60 Nos parece sintomático el detalle de que se haya fijado una correspondencia construida artificialmente entre los “grupos nativos originales” discretos geográficamente distribuidos (el número cardinal de la suma de estos grupos es 65, y más o menos coincide con un criterio etnolingüistico ) y que se infiera que justo ese número de poblaciones diversas fueron las que entraron en contacto con los migrantes españoles que llegaron en oleadas subsecuentes durante el periodo colonial. Aunque las fuentes de este numeral nunca se han proporcionado en los documentos de inmegen, es el caso que el número aproximado de dialectos/lenguas locales reconocidas, hablados por grupos étnicos discretos autodefinidos presentes actualmente en México (ciertamente con la ayuda de los marcos de trabajo etnográficos), va de 60 a 65.61 Concluimos que el número de grupos étnicos mexicanos invocados en el modelo ingenuo de Jiménez Sánchez de mestizaje en México, está claramente relacionado con el número de grupos lingüísticos como entidad política –no biológica, ni médica– dentro del ámbito del país.62 Nada autoriza a inferir de un número de variantes lingüísticas a un número de poblaciones biológicas. Esto lo saben los antropólogos hace décadas. Y lo saben los genetistas de poblaciones que trabajan con antropólogos e historiadores. Pero no los que ignoran lo que otros ya saben. La razón es simple, la cercanía geográfica es mejor indicador de similitud génica que la posesión de un idioma. Los patrones de intercambios genéticos y culturales suelen ser complejos y no estar amarrados como ingenuamente se asume a veces. Si estos patrones, aunque puedan localizarse, hasta cierto punto, en el espacio –los miembros de cualquier población dada tenderían a interactuar con mayor 705
frecuencia con sus vecinos cercanos que con los lejanos–,63 tuvieron en gran parte un carácter azaroso, como lo sugieren las fuentes históricas y etno antropológicas; entonces la reificación de una variación lingüística discreta existente en una división biológica “objetivamente cuantificable” que existió hace 500 años, debe ser considerada muy torpe. En este contexto es interesante considerar el punto enfatizado por el antropólogo físico Juan Comas: por lo menos para el caso mesoamericano, es falaz asumir que la similitud biológica intra poblacional pueda leerse directamente a partir de la comunión lingüística.64 Como se señaló anteriormente, otras iniciativas de genómica médica cuyos objetivos de investigación son también encontrar variantes genómicas –es decir snps– con la intención de establecer elementos causales candidatos de fenotipos clínicos, han supuesto clasificaciones relacionadas con el origen geográfico –por ejemplo, haciendo divisiones asociadas a los nombres que corresponden a las distribuciones continentales (“africanos”, “caucásicos”, “asiáticos”, etcétera). Sin embargo, es interesante que los marcos analíticos que acompañan estas iniciativas no hayan visto la necesidad de establecer discontinuidades agudas entre poblaciones, de la forma en que pareció implícita en el proyecto del inmegen temprano.65 Mostrando más cuidado, algunos de los proyectos de medicina genómica de otros países, han esperado a que esas etiquetas a priori puedan probarse con datos genómicos; en los casos más prudentes, los nombres asignados a las poblaciones han sido interpretados como etiquetas provisionales, sin que se conviertan en categorías duras. Evidentemente, en el caso del “Proyecto del HapMap mestizo” del inmegen la prueba de los supuestos clasificatorios no sería sólo una función de los procedimientos estadísticos empleados a las variaciones identificadas en los snps, sino también una del sistema de 706
muestreo. Entonces ¿por qué el inmegen decidió muestrear “mestizos” exactamente de los seis lugares ya mencionados? ¿Quienes toman las decisiones conciben a cada uno de éstos como representativos de diferentes poblaciones (con qué límites o fronteras) o variantes de la misma población? ¿El diseño del muestreo se concibió teniendo información etno histórica en mente, o como ejemplo de lo que técnicamente se conoce como un muestreo por cuadrícula o rejilla para tener una “neutralidad a priori” en relación a la estructura y a los vínculos histórico/genealógicos? Si analizamos el caso de las decisiones sobre el muestreo para el HapMap, podemos leer que cualquier selección de muestras de adn representa un compromiso: una sola población ofrece simplicidad, pero no puede ser representativa, mientras que el muestreo por cuadrícula o rejilla es representativo de la población mundial actual, pero ni es práctico ni captura la diversidad genética histórica. El proyecto (Hap Map) eligió incluir muestras de adn en base a patrones bien conocidos de frecuencias alélicas en distintas poblaciones, reflejando la diversidad genética histórica.66 La elección de cómo muestrear una población para descubrir la estructura de la diversidad genómica del modo científicamente más útil posible, ha sido desde hace años algo muy controvertido. Un ejemplo de esta controversia es la discusión sobre el muestreo entre Cavalli-Sforza y Wilson, en el tiempo de preparación del llamado Proyecto de Diversidad del Genoma Humano (hgdp). Jenny Reardon describió esta discusión de la manera siguiente:
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Cavalli-Sforza defendía un enfoque poblacional […] recolectar en poblaciones genéticas utilizando diversos criterios […] Uno de los criterios citados era la lengua: “los grupos con distintas lenguas pueden ser considerados como poblaciones genéticas”.67 Wilson cuestionó la validez de este enfoque poblacional. Algunas variantes genéticas, argumentó, ocurren sólo dentro de pequeños radios geográficos de cincuenta o cien millas. Por lo tanto, si el hgdp únicamente muestrea poblaciones definidas por un criterio cultural […] se perdería mucha variación genética. Para resolver este problema Wilson propuso muestrear individuos con un muestreo por cuadrícula o rejilla, y “entonces ‘descubriendo verdades naturales utilizando métodos no contaminados por categorías sociales y culturales […]’”68 Uno pensaría que cualquier estrategia de muestreo en un grupo humano complejo como el ensamblaje que puede capturarse con el nombre “[los] mexicanos” –evidentemente, una adscripción política y una nacionalidad a la vez– debería tomar en cuenta diferentes realidades históricas y demográficas que han sido bastante bien investigadas por especialistas de varias disciplinas. Las formulaciones relacionadas con una diversidad indígena inicial, antes de la llegada de los europeos, para los propósitos de la investigación genómica –o para cualquier otro– podrían abandonar las suposiciones puramente retóricas y hacerse más adecuadas tomando en consideración aspectos relacionados con los patrones de las distintas regiones de Mesoamérica que fueron habitadas, y la dirección de las migraciones; asuntos relacionados con la identidad o con los tipos de interacciones entre los grupos, también podrían considerarse para saber qué grupos étnicos se desarrollaron en relativo aislamiento. Incluso entonces, faltaría mucha información que debe considerarse en relación al destino de 708
los grupos indígenas durante la invasión española y después de ésta, incluyendo los grandes movimientos de grupos enteros de una región a otra, y el colapso apocalíptico de la población durante el siglo xvi y principios del xvii (sólo en el centro de México la población indígena de cerca de dos millones, descendió a por debajo de los 300 mil).69 A la luz de la información histórica, etnográfica y antropológica, las poblaciones africanas y europeas que llegaron a México después de principios del siglo xvi tampoco pueden ser consideradas homogéneas. Las poblaciones españolas tienen un patrón de mestizaje muy complejo también, tanto en el tiempo premoderno como en la primera modernidad; por ejemplo, los judíos y los musulmanes eran todavía una porción significativa de la población española ya entrado el siglo xvi. Las cantidades de esclavos africanos, su patrón de distribución en diferentes regiones, las principales regiones de África de las que fueron desarraigados, etcétera también se conocen mejor actualmente.70 Un hecho que seguramente tuvo un impacto en el siglo xvi tardío, es que había más hombres con ancestros africanos en todas las regiones de la Nueva España que hombres españoles, tanto criollos como peninsulares.71 Es también un hecho bien conocido (explicado por la prehistoria migratoria) que la diversidad genómica dentro de África –es decir, entre dos individuos cualquiera, de diferentes partes del continente– tiende a ser mayor que la divergencia entre cualquier individuo africano y otro que no lo sea. Entonces, aunque parezca obvio que para alcanzar interpretaciones significativas de la información genómica se debe poner un mínimo de atención a los censos mexicanos poblacionales históricos que describen el desarrollo cuantitativo y la conformación de la “sociedad de castas” (como se señaló anteriormente, un sistema que se apoye en clasificaciones que ayuden a describir las distintas maneras en las que los grupos originales de Europa y África se mezclaron con la 709
población indígena original); el inmegen simplemente no lo hizo. Finalmente también parece claro que varias investigaciones histórico-demográficas podrían haber ayudado a delinear el tipo de diversidad del que se partió y el conocimiento histórico correcto podría ayudar a anticipar una estrategia correcta de muestreo que pudiera producir muestras más finamente representativas. La mezcla de 65 (indios), más un (español), más un (africano), no sólo es una simplificación brutal, una distorsión de la auténtica demografía mesoamericana, sino que produce la ilusión de que el proceso de “mestizaje” fue una suerte de combinación mecánica que a su vez produjo agregados genéticos con lado homogéneo (el europeo) y otro heterogéneo (el indígena) para cada región. Por las razones hasta aquí expuestas, es muy desafortunado que sea esto lo que el inmegen haya afirmado durante muchos meses y lo indicaron sus resultados preliminares, que debieron ser corregidos para su publicación en 2009. Mosaicos genómicos y “genoma amerindio” Al renunciar, de alguna manera, al énfasis natural en cualquiera de los supuestos hallazgos asociados directamente con las correlaciones causales entre la presencia de ciertas variantes genómicas en las muestras biológicas de los mestizos “mexicanos” que han obtenido, el inmegen se dedicó durante un periodo largo (2005-2009) a orientar la gran parte de su aparato publicitario y retórico hacia un aspecto no médico de su proyecto poblacional, sino más bien histórico, uno que podría ser caracterizado, para utilizar un punto de referencia adecuado, como un capítulo extemporáneo del ya mencionado hgdp.72 Específicamente, los resultados iniciales de los registros de snps en las poblaciones ya muestreadas por el inmegen, fueron tomados para representar 710
suficiente evidencia para continuar con las particiones discretas de la diversidad de “mestizos” y hacer inferencias de su nivel de mezcla. Sin embargo, es desconcertante que esta vez dichas particiones no correspondan con la “ontología racial” encarnada en las suposiciones simplistas iniciales que hemos descrito, en donde se afirmaba la existencia de un conjunto de más o menos 65 “grupos discretos biológicamente objetivos”, que se mezclaron con europeos (y un poco menos con africanos). El cambio también puede señalarse por la aparición repentina de una nueva construcción teórica que justifica la creencia (y retórica previa) en la singularidad del “genoma mestizo mexicano”; esta entidad que inmegen presentó en público y paseó por los medios de comunicación y los congresos durante muchos meses, el llamado “genoma amerindio”. La gran capacidad de producción conceptual de estos científicos, al menos con el propósito de popularización, parecía en esos días inagotable, si bien muy poco rigurosa; parecía que para apoyar sus afirmaciones sobre una “estructura genómica mestiza mexicana peculiar”, sacaron un concepto teórico de la historia precolombina muy conocido, pero técnica y semánticamente cargado y le atribuyeron ocurrentemente un “genoma”. El dichoso genoma amerindio no fue sino un espejismo producto de inferencias bio informáticas a medias pergeñadas y muchos deseos de obtener espacio en los medios. Si se leen las descripciones que se dieron de él, se cae en la cuenta de que su existencia fue inferida por sustracción, quitando de sus muestras todos los elementos génicos y variantes haplotípicas que sí habían aparecido en el proyecto HapMap, se le atribuyó a las que no, una historia precolombina. Claramente ningún árbitro de revista serio podía aceptar tal improvisado constructo. El proyecto del “genoma mestizo mexicano” fue presentado por el inmegen como un esfuerzo que apuntaba a la identificación y 711
caracterización funcional de los snp relevantes para una gama de padecimientos comunes de interés local.73 Como se mencionó antes, es importante señalar que esta empresa recibió durante muchos meses un espacio y una atención (pagados con fondos públicos) desproporcionados en los medios de comunicación, en comparación con los otros proyectos específicos de investigación con una “orientación médica” más estricta, dentro de la iniciativa global del Instituto. Este hecho es de especial interés para nuestro análisis. Es en este frente de la popularización ante los medios, junto con las presentaciones para los productores de opinión y políticos, que la racialización ideológica de la investigación del inmegen temprano, se hizo más evidente. Un ejemplo de la interpretación de los datos que nos gustaría señalar en primer lugar, tiene que ver con una nota en el periódico (con fecha 9 de marzo de 2007) que corresponde a la información preliminar, información emitida por el inmegen después de que concluyeran los primeros dos años de mapeo del “genoma humano mexicano”. Aunque el encabezado de la nota es suficientemente revelador; “Genes mexicanos, una mezcla de 35 razas”, con el subtítulo: “Somos diferentes de los asiáticos, los africanos y los europeos”,74 otras partes de la nota merecen también mucha atención. Además de registrar el supuesto establecimiento inequívoco de “35” como número de “razas”,75 la nota periodística presenta la declaración adicional, atribuida directamente a Jiménez Sánchez, de que “el 65 por ciento de los componentes genéticos de los mexicanos es único y ha sido etiquetado como ‘amerindio’”. Inmediatamente después en la nota, se dice que como “conclusión” de estos resultados, se puede inferir que la cura de un paciente mexicano debería depender “en la mayoría de los casos, [del uso] de medicinas elaboradas específicamente, no importadas, producidas para cuidar genomas extranjeros”.76 712
El segundo ejemplo es una entrevista con Jiménez Sánchez para una revista general dedicada a asuntos nacionales sociales y políticos,77 en donde las estimaciones cuantitativas mencionadas anteriormente se repiten, pero se presentan junto con algunos señalamientos adicionales en relación a la proporción específica del genoma que es “mayormente europeo” o “africano” en las poblaciones de Sonora y Guerrero (58 por ciento y 22 por ciento, respectivamente). En retrospectiva, junto con sus materiales gráficos, que se relacionan con lo que la mayoría de los autores considerarían ahora reliquias de tiempos añejos, de una antropología física indudablemente racista,78 una de las características preocupantes de esta entrevista, es el hecho de que anuncie específicamente el lanzamiento oficial del “primer intento” del genoma mexicano, como parte de la celebración del tercer aniversario del inmegen. Según lo que sabemos, la celebración se llevó a cabo pero no fue acompañada por ninguna publicación especializada que describiera aquellos hallazgos. La ausencia de esta información complica obviamente cualquier posible evaluación por parte de terceros sobre la confianza con la que estos resultados podrían recibirse; como las bases de datos de snp no eran en ese momento del dominio público (lo fueron a partir de mayo de 2009), era entonces imposible que cualquier sector del público interesado en estos estudios hiciera un análisis de los resultados. En la sección de conclusiones de la publicación en Nature, en octubre de 2005, del Consorcio Internacional del HapMap (International HapMap Consortium, ihmc), se afirmó que “Dada la baja tendencia probabilística causal para cada snp en el genoma […] se necesitarán rigurosos estándares de significancia estadística para evitar un flujo de falsos positivos”; como se afirmaba anteriormente, en el caso de los resultados de la investigación de inmegen, en sus primeros años fue imposible tener evaluaciones independientes, al 713
menos públicas. En la misma publicación, el ihmc afirma, además, que dadas las posibles confusiones si se reportan ampliamente asociaciones de validez incierta (y la tendencia persistente hacia el determinismo genético en el discurso público), exhortamos a adoptar una actitud conservadora y contenida respecto a la difusión pública e interpretación de tales estudios, especialmente al tratarse de la exploración de fenotipos sin importancia médica.79 Evidentemente, el inmegen no consideró con seriedad ninguna de estas recomendaciones cuando estuvieron en juego asuntos clasificatorios y genealógicos de la población mexicana. Contrario a lo que afirman ciertos autores, lejos de alejarnos de nociones esencialistas de “raza” –y del prejuicio racial que conllevaría–, este análisis de la iniciativa en medicina genómica del inmegen temprano, sugiere que las afirmaciones superficiales, de haber dado con la auténtica mezcla genética, pudieron contribuir a apoyar aquellas nociones. Como ha escrito Thomas C. Holt, la “idea de que la pureza racial y la mezcla racial” son contrarias es errónea. Éstas no “se sitúan en los extremos diametralmente opuestos de un continuo”; más bien “tienden a ser interactivas y mutuamente constitutivas”. Por otro lado, las mezclas no tienen sentido sin la reificación previa de los ingredientes raciales puros; una versión genética del mestizaje genera una imagen de “alícuotas raciales” de componentes genéticos. La construcción de la noción accesoria “genoma amerindio” para dar sentido a la variación encontrada en las muestras mexicanas, ejemplifica tal práctica: en el caso específico de los “amerindios”, este concepto básico antropológico no es traído a la discusión con una conciencia 714
clara de su historia y apuntalamientos que, por criticables que sean, procuraron su establecimiento en primer lugar. Además esto ilustra una observación hecha anteriormente: el inmegen simplemente no ha considerado la necesidad de incorporar otras disciplinas científicas en la planificación y ejecución de su investigación. Aunque al principio inmegen intentó no usar muestras de sangre tomadas directamente de poblaciones indígenas mexicanas para eludir problemas bioéticos y biopolíticos como los que lastraron el proyecto de Cavalli-Sforza; hacia el año 2007 o 2008 debió cambiar de estrategia, y decidió, para afinar sus resultados, incorporar como muestra ancestral una de indígenas zapotecas. Esto modificó, como ha mostrado Vivette García Deister, la historia poblacional que finalmente se contó en Silva Zolezzi, 2009.80 Cuando los porcentajes de material genético de un individuo o grupo determinado se describen como si tuvieran distintos atributos raciales –“africano” o “nativo-americano”, “asiático”, etcétera– tal individuo o grupo están siendo descritos como “mosaicos”. Pero, ¿lo son realmente? ¿Es razonable tal constructo? Evidentemente, el “mosaico genómico” pertenece a la misma familia de conceptos que “hibridación”, otra noción con definiciones sencillas en ciertos discursos de la investigación biológica, pero que puede volverse muy problemática en este contexto. La siguiente declaración de Mónica Sans lo ejemplifica bien: “la existencia de la variación interpoblacional justifica la realización de estudios sobre mestizaje. Como los reservorios genéticos de las poblaciones se derivan de distintas fuentes, pueden ser tratados genéticamente como híbridos”.81 Ser tratado como “híbrido” –como si no se tuviera un origen puro– es una de las principales fuentes históricas de estigma racial, la ideología de la “pureza de sangre” ha sido una imagen peyorativa social, psicológica y políticamente poderosa, en España y 715
Latinoamérica.82 La creencia de que la raza y el racismo fueron de alguna manera desacreditados una vez desaparecida la “sociedad de castas” después de la Independencia de México para ser reemplazados por un culto nacionalista –pero no racista– “al mestizaje” y al “mestizo” como la identidad racial de todos los mexicanos, ha sido mostrada en repetidas ocasiones como una representación sesgada de la política racial en México. Mónica Moreno Figueroa ha formulado recientemente esta concepción de la siguiente manera: la idea de lo “nacional” en México ha hecho invisibles los elementos raciales y racistas del culto al “mestizaje”; este último se ha convertido, de acuerdo con ella, “en una ideología política, una configuración de la identidad nacional y en una lógica racista que continúa organizando la vida cotidiana en México”.83 Esto es lo que hace tan problemática la insistencia acrítica de los investigadores del inmegen en el “carácter obviamente mestizo” del genoma mexicano, y en la posibilidad de que a partir de la ciencia genómica podamos obtener su “constitución real”. Somos la historia de nuestros genes o ¿puede la ancestría sustituir a la raza? Uno podría conceder el “beneficio de la duda” al proyecto poblacional a todas luces racialista, de la primera época del inmegen, confiando en que el racismo sería tarde o temprano moderado y ahuyentado a través de su pulcritud analítica y corrección estadística durante la construcción del mapa de haplotipos de los snp en los mexicanos. Ese esfuerzo podría contribuir de alguna forma a la eventual formulación de descripciones objetivas, útiles y libres de ideología. Dados los argumentos presentados durante todo el proceso de elaboración del “mapa” y aún en su publicación final de 2009, no pareció que 716
esa fuese la intención. Para los cuatro primeros años de la vida del inmegen que estamos tratando de reconstruir, estamos desafortunadamente forzados a basarnos principalmente en el tipo de comunicados mediáticos mencionados, y en algunos resultados científicos muy escasos y fragmentarios publicados en la página web de inmegen, la mayoría provenientes de presentaciones públicas. En el contexto del conjunto de nociones insuficientemente analizadas, ocultas tras el uso de los porcentajes de “genoma amerindio”, ¿es lógicamente posible afirmar que “el genoma mexicano” es diferente del genoma “africano, asiático o europeo” y afirmar simultáneamente que ciertas poblaciones definidas geográficamente que pertenecen claramente a la “división mexicana” poseen diversos grados de ancestría africana, europea o amerindia? Si la definición de una discontinuidad tajante que merece ser llamada un “grupo étnico discreto, biológicamente significativo”, depende de la posesión de “cualquier combinación específica de ancestrías genómicas”, ¿tal vez el sistema de división podría ser incluso mejor? ¿Bajo qué criterios –estadísticos o de otro tipo– se proyectaron estas líneas divisorias? De hecho el contraste que existe entre las “definiciones tipológicas” de raza y la de “ancestría evolutiva” está en el centro de estos problemas conceptuales, al grado de representar la tensión entre dos tendencias que han definido el debate contemporáneo sobre la evolución humana. Esta tensión está planteada claramente en muchos análisis.84 Un cambio importante que puede rastrearse en diferentes desarrollos en el campo de discusión de la genómica y las razas, ha sido seguido también por los científicos del inmegen: el abandono de la raza y de las clasificaciones raciales por la noción histórico genealógica de “ancestría geográfica”, y la descripción de marcadores genómicos que supuestamente pueden “retrodecir” 717
robustamente los orígenes geográficos antiguos de distintos elementos genómicos presentes en un individuo, haciendo posible la inferencia de que un “porcentaje” dado de sus ancestros masculinos o femeninos provinieron de este u otro continente. La incorporación del concepto de “ancestría geográfica” a la interpretación de los resultados como una manera en la que el inmegen intenta evadir la cuestión de “raza”, puede observarse en un capítulo en coautoría, donde Jiménez-Sánchez afirma que “debido a la ambigüedad inherente en ‘raza’, evitaremos utilizar el término. Usamos ancestría geográfica para referirnos a los conjuntos poblacionales basándonos en diferencias genéticas que algunos expertos atribuyen a presiones evolutivas”.85 En efecto, una manera en que la investigación genómica ha afirmado haber probado sus capacidades para la reconstrucción histórica, es mediante el uso de conjuntos de marcadores específicos –snp u otros polimorfismos directamente asociados con la ancestría–86 para atribuir la existencia, en ciertos individuos dados de cierta ancestría geográfica. Cuando se ordenan conjuntos generales característicos de marcadores de ancestría geográfica cercanamente asociados con desequilibrio de ligamiento, las estrategias genómicas han sido parcialmente exitosas. Pero uno debe tener claro lo que estas estrategias establecen realmente ex hipótesis: que un conjunto dado de variaciones genéticas que ocurrieron hace mucho tiempo, en una población continental particular aislada, que además logró estar más o menos ampliamente distribuida, es parte de una constitución genética dada. Por esto, la “posesión” de ese marcador puede ser interpretada como que el individuo en cuestión puede considerarse probablemente como uno de sus (miles de) ancestros provenientes de esa antigua población. Sin embargo, esta inferencia es potencialmente errónea, pues ese mismo marcador (la variante) 718
podría haber sido recibido por el individuo por parte de ancestros provenientes de varias otras regiones geográficas en las que esta variante es menos frecuente y, por lo tanto, no califica estadísticamente como un buen “marcador informativo de ancestría” (aim, Ancestry Informative Marker) en las bases de datos referenciales generadas para esos grupos geográficos ancestrales. Este punto en extremo importante ha sido desarrollado de una manera convincente por Bolnick et al., en un foro sobre políticas de la revista Science.87 Los autores de este texto integraron un agudo conjunto de planteamientos críticos bien dirigidos contra la tendencia creciente contemporánea de utilizar datos genómicos para determinar la ancestría geográfica y racial, sobre todo mediante compañías privadas dedicadas a la “genómica personal” o a la “genética recreativa”. Las nuevas compañías dedicadas a esta rama comercial –que parece ser particularmente popular en Estados Unidos– ofrecen sus servicios de investigación mediante la genotipación de muestras colectadas con la ayuda de kits fáciles de obtener, que los clientes normalmente compran por Internet.88 Un proyecto bastante difundido que explota la misma tendencia de interés del público, es el proyecto Genographics de National Geographic que, al parecer, comparte los mismos supuestos erráticos de inferencia. Encontramos que las críticas de Bolnick et al., apuntan en una dirección bastante cercana a la nuestra: una reificación no deseada de la noción de poblaciones antiguas originales (aisladas), que, se supone, poseen una estructura genómica típica conocible, asegura este movimiento inferencial fundamental en el que se basa toda la industria de la “genética personal”. La ancestría atomizada no tiene que estar unívocamente mapeada con ninguna noción de raza reconocible.89 Debería ser apenas controvertido que los problemas conceptuales que surgen en relación con algunos de los usos actuales de la 719
“ancestría” –particularmente aquellos señalados por las críticas de Bolnick et al. (2007, 2008), no puedan ser considerados exclusivos del negocio de la “genómica recreativa”. Ya desde una peculiar presentación del trabajo temprano de inmegen a cargo de Jesús Estrada Gil, bajo el título “Evaluación de la contribución ancestral a las poblaciones mestizas mexicanas y sus efectos en la preservación del desequilibrio de ligamiento”,90 encontramos una ilustración bastante explícita de estos problemas. En el resumen publicado, se afirma que se había hecho una estimación de las “contribuciones ancestrales europeas, africanas y asiáticas (las cursivas son nuestras) a las poblaciones mestizas, utilizando 105 snp en un pequeño número de sus muestras provenientes de los estados en los que se habían recolectado previamente –Sonora, Yucatán, Guerrero, Zacatecas, Veracruz y Guanajuato.91 Si tomamos la información de The International HapMap Project, como marco de referencia, los snp registrados por el inmegen para las poblaciones mexicanas antes mencionadas, fueron utilizados después para inferir los “porcentajes de ancestría” utilizando el programa de software structure92 bajo los supuestos descritos por los científicos del inmegen como el “modelo de mestizaje, que utiliza información a priori”.93 Los porcentajes fueron reportados en forma de promedios de la manera siguiente: europeo, 58.96; asiático, 31.05; africano, 10.03. Los resultados fueron entonces también presentados de acuerdo a la zona geográfica; mediante esta manipulación de los datos se estableció entonces que en los mexicanos del norte, en Sonora, los genes europeos –uno se siente tentado a metaforizar incluso más y decir “la sangre europea”– ascendieron a 70.63 por ciento, mientras que el componente de “una gota africana” descendió 7.8 por ciento. En comparación, se afirma finalmente que los “mestizos” de Veracruz tienen la mayor contribución africana, con 11.13 por ciento del total 720
de los snp registrados, que coinciden con los atribuidos al muestreo de ese continente. Pensamos que este informe debería borrar cualquier duda que quedara acerca de que la rama de investigación de inmegen relacionada con la “genealogía humana en América”, pudo fortalecer activamente la retórica del “mosaico genómico mexicano”. Además, también consideramos que la manera en que fueron presentados estos resultados preliminares contribuyó inevitablemente a las intenciones de restituir elementos raciales clásicos como formas de descripción sesgadas para la medicina genómica, a una escala global; la continua referencia a los “amerindios” como una categoría que debería ser tomada naturalmente –es decir, biológicamente–, asociada a la diversidad étnica de México, es una parte fundamental de esta postura.94 Detectamos además una falta de reconocimiento del hecho de que, al final, la selección de los snps fue relativamente arbitraria – trabajaron con los 105 snp encontrados con un chip de 100K, de entre los snp 3 055 reportados en la literatura científica. No parece que quieran reconocer que otra serie de snp podría –y probablemente lo haría– dar “distintos porcentajes de ancestría” para las poblaciones mexicanas; lo que ocurrió cuando ellos mismos reanudaron sus datos en 2009, y que sucederá probablemente más y más en el futuro, ya que el esfuerzo de acumulación de genotipados internacional ha crecido enormemente y está acumulando en las bases de datos registros cada vez más refinados/exhaustivos para esos propósitos de medicina genómica. ¿Qué tanto cambio en los porcentajes de ancestría de los mexicanos vamos a potencialmente presenciar en el futuro próximo? A su vez, ¿cómo afectarán estos cambios las rígidas categorizaciones que el inmegen ha producido como resultado de su investigación? ¿Se evaporarán las “35 razas de mexicanos” aclamadas en el informe de El Universal de marzo de 2007? 721
Para ser justos, nuestras críticas no suponen que los autores de aquel informe hayan sido totalmente ignorantes de las complejidades de su universo de muestras; de hecho, señalan que la existencia de diferencias en la preservación de desequilibrio de ligamiento en estos estados [se refieren a seis lugares de recolección], proporciona evidencia de que la estructura genómica de las poblaciones mestizas mexicanas podría favorecer que se produjeran resultados falsos positivos en estudios de asociación que involucran datos genéticos. Esta observación podría recordar lo que los genetistas Tishkoff y Kidd (2004: S25), en un artículo en el cual se utilizaba también el programa structure, tuvieron que decir sobre la “determinación de la ancestría individual” bajo condiciones satisfechas por las poblaciones mexicanas estudiadas por el inmegen: que “la precisión para asignar la ancestría disminuye para las poblaciones de regiones geográficas intermedias como Asia Central, el Medio Oriente, Etiopía o el sur de Asia y para individuos con ancestría mezclada (las cursivas son nuestras)”. Sin embargo, incluso después de reconocer que la población “mestiza” de México es “heterogénea”, Estrada Gil et al., señala a la “corrección mediante la estratificación de los ancestros” como la solución al problema de falsos positivos en los estudios de asociación. Aunque con cierta ironía podríamos imaginar que esto habría sido el “sueño del diseñador del sistema de castas de la Nueva España” –análisis de información genómica cronológicamente sucesiva como “la forma objetiva” de definir los productos progresivos (y en algunos ejemplos “regresivos”) de la miscegenación. Aquí queremos retomar el señalamiento hecho por Bolnick et al. (2007): podría resultar que varios de estos estudios 722
atribuyan falsamente la procedencia de los snp a las “razas” donde estas variantes son más frecuentes, cuando de hecho los snp provienen de otras regiones en las que las variantes también existen pero en proporciones menores; también podría ser el caso de que la manera en que las “poblaciones ancestrales” se han definido sea simplemente muy sesgada (es decir, que las etiquetas raciales continentales sean definidas, sin excepción, sólo sobre la base de un subconjunto de poblaciones que de hecho corresponden a las áreas geográficas en cuestión, Bolnick et al., 2007, discute el caso de los aims africanos). En cualquier caso, es difícil explicar por qué los científicos de inmegen no hicieron desde el inicio espacio en sus informes para la advertencia adicional más evidente de todas: que los lugares donde se recolectaron las muestras muy probablemente no agotan los snp que actualmente existen en México. Incluso sin todos los argumentos que hemos presentado para rechazar las estrategias presentes y pasadas utilizadas para reificar la “raza” en el reino de lo válido en la ontología de la sistemática y evolución humana, uno preguntaría finalmente, ya dentro de la “Zeitgeist de la genómica”: si ni el muestreo de la base de datos referencia ni el muestreo de las poblaciones objetivo del estudio están completos, ¿cómo podría ser posible considerar de forma seria cualquier conclusión respecto a las “divisiones determinadas biológicamente” y las “relaciones de la ancestría genómica entre los mexicanos”? En su artículo de 2009 los científicos de inmegen siguieron usando, contra la voluntad explícita de sus autores, a las variantes “europeas” y “africanas” del HapMap como marcadores de ancestría, y de distancias genéticas. Como dijimos, a este par de poblaciones pseudo-ancestrales para el mestizo mexicano, debió agregar una tercera que fue para lo que movilizó su muestra de indígenas zapotecas, no sin otra vez meterse en un berenjenal de supuestos poco claros y muy 723
criticables. La tenacidad de la racialización (conclusiones) cualquiera que haya seguido, así sea someramente, los debates del siglo xx, sabe que “hay una discrepancia bastante severa entre los pensadores de hoy sobre si la raza es una construcción social (e histórica) o si obedece a una realidad biológica objetiva”.95 Durante el siglo xx, muchos científicos naturales también se terminaron involucrando en el debate, adoptando ambos bandos. Es importante señalar que aún hay muchos científicos que, bien informados sobre los apuntalamientos conceptuales de los procesos de clasificación y evolutivos, y de los avances metodológicos que caracterizan actualmente a la era genómica, todavía sostienen una postura altamente crítica con respecto al uso de las categorizaciones raciales humanas en la biología en general, y en la biomedicina en particular.96 Sin embargo, todavía hoy un número grande de científicos continúa sosteniendo que son la noción tipológica de “raza” del siglo xix o la noción habitual y común, étnica de raza, utilizadas en la auto identificación étnica y en las políticas identitarias, las que pueden ser vistas desde un punto de vista constructivista, pero no la noción de raza poblacional y biológica. Por consiguiente, estos autores afirman, además, que hay otros significados válidos posibles de “raza” –que se conciben como los productos de la divergencia entre poblaciones que pueden ser rastreadas hasta ancestros comunes exclusivos, y que están normalmente tan aislados geográficamente de otras poblaciones del mismo tipo, lo cual las condiciona al aislamiento reproductivo– que son, por lo tanto, diferencias objetivas y que, según ellos, las separa claramente de las nociones socialmente construidas. Curiosamente, los esfuerzos de algunos filósofos de la 724
ciencia que han analizado recientemente la noción de “raza”, han tomado precisamente esta dirección.97 Independientemente del terrible legado histórico de los siglos xix y xx, de doctrinas racistas e intervenciones políticas con sustento científico, con las políticas identitarias de las últimas décadas, “raza” y “etnicidad” –como nociones intercambiables a veces– se han convertido en marcadores de una serie de fronteras muy disputadas en las luchas políticas contemporáneas. Es en este contexto en el que el resurgimiento de la cuestión de las bases genómicas de las diferencias raciales y de las categorías en las ciencias naturales, y particularmente en las biomédicas, ha ocurrido. Ya no es momento para que los científicos de cualquier tipo se declaren inocentes o apartados de estas cuestiones controversiales y problemáticas. Se han ido los días donde los científicos podían aducir neutralidad, o ausencia de valoraciones en su actividad, para apelar por un tipo de “inmunidad ideológica”. Parece claro, no obstante, que para una mayoría de la comunidad médica, las dimensiones sociales y políticas del uso de “raza”, como una categoría que puede ayudar a describir a los grupos relevantes para ciertos propósitos médicos, no son una preocupación mayor. George Ellison y Simon Outram, expusieron esta actitud desenfadada mediante una serie de entrevistas con editores de publicaciones científicas donde el tema surge de vez en cuando. Lo que ellos llaman con un poco de menosprecio: “el negocio de la crítica racial” ha “fracasado en desacreditar las categorías raciales como marcadores de una diferencia genética innata”. Estos autores opinan que la manera en que los científicos han podido evitar o minimizar la mayoría de las críticas que se hacen en contra de la utilización acrítica de las categorías raciales como “marcadores de variación genética”, ha sido mediante las siguientes actitudes: “la aceptación de éstas como construcciones 725
sociales pero adoptando categorías ‘étnicas’ cuasi raciales, para mejorar su aparente aceptación, su notabilidad y valor analítico; y el distanciamiento del uso científico de estas categorías de sus significados y valores sociales”.98 Ellison y Outram también creen que un punto de vista común entre los científicos y editores que entrevistaron sobre las herramientas científicas (como los conceptos de clasificación) es lo que llaman “un enfoque no teorizado”, que utiliza criterios simples como el de utilidad (que coinciden, como veremos, con las prescripciones pragmáticas de Ian Hacking) para validarlas como reales. En cualquier caso, agregan, los científicos tienden a “funcionar dentro de una subcultura científica que inmuniza su trabajo frente a la crítica social”. La falta de cuidado en el uso de “raza” y de categorías racializadas en la medicina (también en la antropología) ha provocado, por supuesto, severas críticas sociales y políticas bien fundamentadas, pero también algunas críticas científicas y metodológicas. Nos parece a nosotros que la reificación y la sustancialización de categorías heredadas y habituales, que distorsionan nuestra percepción de los grupos humanos y le dan una base carente de ética a las ideologías racistas o supremacistas, es el pecado principal en el irresponsable uso científico de estas nociones. Al reforzar abiertamente la falsa creencia de que los seres humanos pueden dividirse clara y limpiamente mediante ancestrías raciales geográficas que tienen una serie de correlaciones biológicas (o marcadores), y al reciclar un lenguaje racial definido, arguyendo utilidad o facilidad, los científicos y especialmente los médicos, le han hecho un pobre favor a la sociedad. El recurso fácil, de ignorar tales críticas y de no considerarlas aplicables al uso pragmático científico de los términos raciales, no debe aceptarse.99 No obstante, Ellison y Outram 726
concluyen que la posición de la crítica de lo racial está todavía en una situación muy débil frente a las comunidades científicas médicas.100 Y que sólo podría tener éxito eventualmente, de acuerdo con sus investigaciones, “cuando las críticas y preocupaciones se dirijan a la naturaleza no teorizada y el poder de la subcultura de la investigación biomédica, en lugar de a la falibilidad de la “raza” per se.101 Este tipo de inmunidad a la crítica social parece una cualidad bastante peligrosa (y antidemocrática) para alardear de ella, pero estos autores plantean aquí algo muy fuerte. Los científicos deberían de alguna manera ser confrontados con la complejidad social de sus intervenciones en la creación y reforzamiento de conceptos clasificatorios de los grupos humanos. Claro que no es únicamente la falibilidad de la “raza como marcador” lo que está en juego cuando se desafía el uso de la categorización racial en la ciencia, sino la inconveniencia de promover la circulación de información mal formulada en relación a peculiaridades genéticas (y entonces hereditarias, innatas y deterministas) exclusivas de tal o cual “raza”, con un apuntalamiento científico. La mala ciencia es también ciencia ciega socialmente. Como Ian Hacking ha escrito, estas discusiones no son superficiales ni académicas, ya que tratan sobre “cuestiones problemáticas e importantes relacionadas con el estatus futuro de la raza como categoría para construir y entender las disparidades de salud en la sociedad americana (sic)”. Es en este contexto que Hacking recomienda utilizar sus tres calificaciones para evaluar la significación estadística de una correlación dada de agrupaciones raciales y cuestiones de salud. En algunos casos, la utilidad puede justificar la adopción de una manera de actuar. Ian Hacking escribe sobre la dudosa correlación, en el caso de las aflicciones cardíacas, de los afro americanos, que incluso si “uno es 727
completamente escéptico respecto […] a las bases genéticas para la eficacia diferencial del fármaco, éste parece ser estadísticamente útil para el tratamiento de esta clase de pacientes (racialmente seleccionados)”. 102 Por lo que, si en el futuro, él parece creer, se pudiera comprobar que la correlación es causalmente falsa (aislada), por lo menos durante el periodo de adopción escéptica de la estrategia, algunas personas habrán visto mejoradas sus oportunidades de sobrevivencia. Hacking argumenta que hay otros casos en que la correlación racial es útil; como en el caso de los donadores para trasplante de médula ósea, donde “la raza es un indicador muy útil y rápido de dónde buscar coincidencias”.103 La confusión podría moverse sigilosa en este grupo de ejemplos provenientes de Estados Unidos. La ancestría y sus huellas genéticas, y no particularmente la “raza”, es lo que está siendo rastreado a través de las correlaciones estadísticas mencionadas. Nuestra opinión es que incluso si los afro americanos pueden ser vistos como un grupo importante de donadores por la probabilidad de poseer una ancestría compartida (aunque las estrategias refinadas de donación vía la familia cercana, los vínculos étnicos cercanos y los geográficos aún más cercanos, serían incluso mejores para ubicar variaciones moleculares compartidas con propiedades antigénicas), esto no justifica la alusión general a la medicina “racializada”, dado que los afro americanos no son una “raza” genéticamente homogénea. Sucede entonces que en una población tan “mezclada” en términos de sus antecesores, como es la norteamericana, el color de la piel y la propia identificación racial no se correlacionarán con los elementos genómicos. Junto con los médicos deseosos de tener la posibilidad de utilizar “raza como una representación”, Hacking afirma que ya sabemos que “las razas no sólo son categorías significativas estadísticamente para ciertas enfermedades, sino también 728
estadísticamente útiles”. Pero ¿realmente lo “sabemos”? E incluso si lo supiéramos, y dado que son clases nominales (y no clases esenciales o “reales”), ¿no hay otras maneras de construir divisiones útiles para la investigación médica y la práctica clínica que pudieran agrupar a los individuos de acuerdo con disposiciones biológicas que no se derivaran de las nociones raciales? Hacking hace claramente la advertencia de que cualquier distinción biológica basada en la raza, incluso si es estadística o nominal, será explotada por racistas (él escribe “nazis”). Pensamos que esto nos lleva a una cuestión ética central: ¿tienen los científicos el derecho a expresar acríticamente en un espacio público, y sin ningún compromiso con la sociedad en forma de consulta o debate social, descripciones genómicas con carga racial (o en general biológicas) que son percibidas (injusta o justamente) como científicamente justificadas, es decir, objetivas, verdaderas, bien certificadas? ¿Es realmente necesaria una noción elaborada de forma torpe y apresurada como la del “genoma mestizo” para impulsar la medicina genómica en México? ¿Tienen algún uso, además de la retórica y propaganda, las irresponsables y superficiales asignaciones de porcentajes de ancestría racial geográfica a las distintas regiones del país? Para el caso particular que hemos tratado aquí: ¿no hubo nadie en el inmegen que se detuviera un minuto a pensar en la posible recepción en la arena pública de todas estas nociones raciales científicamente huecas? Y no digamos, ¿se les ocurrió que podría haber muchos científicos sociales e historiadores muy bien informados, que les podrían haber ayudado a diseñar una política conceptual y lingüística más cuidadosamente (éticamente)? Muchos médicos argumentan que la útil herramienta de “raza como equivalente o representación” puede conservarse si la investigación médica que “supone tales distinciones raciales” 729
adopta siempre “una hipótesis plausible, claramente definida y comprobable” junto con la adopción, por parte de las publicaciones biomédicas especializadas, del “requisito de proveer con una definición científicamente válida de la población bajo estudio”.104 No perdemos de vista que una paradoja principal dentro de toda esta construcción de clase racial y el “genoma fraccionario” del mestizo mexicano, proviene de la afirmación contraria pero constante de que la medicina genómica se propone un tratamiento médico y farmacéutico individualizado en el que la serie de componentes genómicos peculiares de la persona, puede tomarse en cuenta para confeccionar tratamientos individualizados. La construcción metodológica (y pragmática) de grupos de semejanza es sólo una estrategia para moverse rápido en esta primera etapa, y abaratar tanto los protocolos de investigación como el acceso clínico a la valiosa información de riesgo. Abundan las afirmaciones que insisten en que, por ejemplo en el área de la farmacogenética, “el análisis individual del genotipo para cada snp en pacientes individuales” es de vital importancia, y que las categorías raciales y étnicas son de uso bastante limitado.105 En un informe público sobre el uso de categorías raciales en la investigación biomédica, Seymour Garte fue incluso más lejos por sensibilidades éticas: “De ser posible, sería deseable encontrar formas alternativas de etiquetar a las poblaciones […] sin utilizar las categorías convenientes pero imprecisas y potencialmente dañinas de raza, como han sido utilizadas históricamente”. Este autor concluye que el objetivo definitivo a largo plazo en el campo de la diversidad de la genética de poblaciones debe ser abrir la discusión de si deberían concebirse o no nuevos métodos científicamente sólidos, socialmente aceptables y culturalmente lógicos para dividir a la población humana, sólo cuando tales divisiones 730
tienen sentido en los terrenos de la medicina o la salud pública.106 Según esta línea de pensamiento, hay un sentido en el que el uso irresponsable y generalizado de “raza” como representación, inhibe a científicos de hacer su trabajo de separar e identificar las causas reales ambientales y genéticas de una enfermedad.107 La conciencia dentro de ciertos sectores de la comunidad científica de que conceptualizar la variación humana para cualquier fin no es una actividad aislada y sin valores asociados, no parece estar lo suficientemente difundida. Particularmente en países como México, donde la discriminación y los sentimientos raciales están enterrados bajo una dura corteza ideológica de conciencia “mestiza” pseudo igualitaria. Insistir en utilizar “raza” o nociones cargadas racialmente en los protocolos de investigación y en las representaciones popularizadas, roza con la irresponsabilidad. Aunque sea cierto que la no existencia de “razas” o subespecies en los humanos modernos no excluye la variación genética sustancial localizada en regiones o poblaciones, como han recomendado Keita et al., “los estudios grupales deberían obtener las historias ancestrales específicas de los individuos. Las historias ancestrales difieren de la información auto reportada de adscripción a un grupo, pues algunos grupos tienen múltiples orígenes ancestrales”.108 Se necesita un enfoque mucho más sutil y refinado para la construcción subespecífica y de grupo; se requiere la participación continua y activa de muchos tipos de expertos y miembros representativos del grupo (especialmente de los grupos que son el “objetivo”) para plantear correctamente las preguntas, y construir conceptos y descriptores que eviten los peligros de la racialización. Citando nuevamente a Keita et al.: “Muchos términos que requieren definirse para su uso describen mejor los grupos demográficos 731
poblacionales que el término de ‘raza’, ya que invitan a examinar el criterio de clasificación”.109 Las nociones raciales no examinadas, prefabricadas y a la mano, como mestizo, o pseudo técnicas como “amerindio”, utilizadas en las actividades de investigación del inmegen, nos parecen totalmente carentes de sentido. Nos parece que el inmegen ha usado la categoría mestizo por una razón retórica, principalmente como parte de una inteligente campaña de cabildeo y como un instrumento de venta para sus actividades publicitarias. Lo que se requiere, insistimos, es una ética de etiquetamiento y clasificación de humanos en las ciencias, particularmente en las ciencias médicas y antropológicas. Actualmente, las cuestiones éticas están siempre incorporadas en la investigación genómica humana. Décadas de debates nos han dejado comités de ética y rigurosos protocolos de investigación que deben ser supervisados. Sin embargo, entre los aspectos éticos en los que se ha hecho poco énfasis, están el problema del etiquetamiento humano y la estigmatización. Se ha hecho mucho trabajo ético con los procedimientos y las normas que contemplan el consentimiento informado, los derechos de confidencialidad, la propiedad, las patentes, etc. No obstante, la responsabilidad en el uso de clasificaciones que fomenten las diferencias, ideológicamente sospechosas, patrioteras, chovinistas, nacionalistas, estereotipadoras y eventualmente estigmatizantes, no ha sido considerada seriamente dentro de estos comités éticos. El derecho de los sujetos a no ser agrupados en ciertos escaños por criterios externos a su deseo colectivo, biológicos o de otro tipo; el derecho a rechazar el etiquetado, proveniente de la ciencia o de donde sea, no es un derecho que se haya discutido o legislado aún. Se han emitido algunas declaraciones superficiales apaciguadoras para señalar que el peligro no radica en las distinciones raciales o 732
étnicas, sino en la gente malvada que las utiliza con malos propósitos110 o que se puede mantener una actitud “como si”, durante el periodo en que estas categorías son útiles hasta que eventualmente se harán obsoletas y dejarán de ser utilizadas. Se puede argumentar en relación a la falta de cuidado y a los usos egoístas, que se puede presionar a los científicos para que desarrollen conciencia sobre la responsabilidad que poseen al etiquetar a los seres humanos con cualquier propósito y al asociar estas etiquetas con características y tendencias biológicas. No es suficiente, como afirman Ellison y Outram, decir que los científicos no ponen atención al cabildeo ideológico. Las categorías raciales y étnicas disponibles, heredadas y comunes, podrían seguramente ser reemplazadas en la investigación con etiquetas neutrales no racialistas. Aunque sean más incómodas y menos convenientes, pensamos que ésta es la dirección que la genómica médica debería tomar, tanto por razones metodológicas como éticas. Hemos reiterado que la situación en México es completamente distinta de la de Estados Unidos, en relación a la conciencia racial social, la discriminación racial, y a la propia identificación de cada uno como perteneciente a una raza definida. La auto identificación racial no es un problema para la mayoría de los mexicanos, debido en gran medida, como hemos dicho, al “mito mestizo” profundamente arraigado en todos. Sin embargo la estratificación social en términos del color oscuro de la piel –la pigmentocracia111 como algunos historiadores la han llamado– es una fuente muy antigua y profundamente arraigada de exclusión social y discriminación. Entre más claro el color de la piel, mejor. Por lo tanto, es irresponsable insistir en nombrar los componentes del genoma mestizo por su ancestría geográfica, lo que a su vez es asociado con el color de la piel y la raza. Es igualmente irresponsable la proyección de la idea de que también cada 733
mexicano es un mosaico heterogéneo, un híbrido de tipos, en el que tres razas originalmente “puras”, se mezclaron una vez y así se quedaron. Basta con ver las ilustraciones que los periodistas de las revistas de circulación nacional escogieron a menudo para ilustrar los sucesivos anuncios de inmegen. Basta con leer el lenguaje racista estilo siglo xix con que hacen las descripciones de esos “tipos” mexicanos. Basta con eso y una somera revisión de los materiales didácticos que inmegen preparó en su primera época para promover sus visiones entre el público, para imaginarse lo que el lenguaje de esta institución provocó entre los lectores mexicanos. Parece que se planteaba en sus oficinas una trayectoria hacia una situación en la que etiquetas viejas y enterradas referidas a lo “híbrido” del cuerpo mexicano, como lobo, coyote, tornatrás, zambaigo, podían volverse útiles de nuevo; llamar a los distintos tipos de mestizo según sus diferentes proporciones de sangre africana, india y europea. Hacia allá parecían apuntar los científicos de inmegen en su primera época, que terminó hacia finales del 2009. Lo que ha ocurrido después es ya parte de otra historia.
________NOTAS________ 1
Como León Olivé señaló, la filósofa mexicana líder en bioética, Juliana González, dejó pasar una buena oportunidad de criticar desde su planeación el proyecto de inmegen de su Proyecto del Genoma Mestizo y solicitar más claridad y mayor responsabilidad bioética a Jiménez-Sánchez y a su grupo, cuando presentó su investigación médica genómica como inobjetable en 2005, reseña del manuscrito de
734
González, J. 2005, 2006. [Regreso] 2
León Olivé, op. cit., Ver también Guerrero Motherlet, “¿Existe un genoma mestizo? Perspectiva del doctor León Olivé”, en Andamios, Revista de Investigación Social, 2, 4, 2006: 263-267. [Regreso] 3
Analizado críticamente en Basave Benítez, México mestizo, México, Fondo de Cultura Económica, 1992. [Regreso] 4
Un ejemplo bien conocido de este tipo de desarrollos es el caso del proyecto del genoma islandés; ver Gísli Pálsson y Paul Rabinow, “Iceland: The Case of a National Human Genome Project”, en Anthropology Today, vol. 15, núm. 5, octubre, 1999: 14-18 y “The Icelandic Genome Debate”, en Trends in Biotechnology, vol. 19, issue [Regreso] 5
, 1ero de mayo, 2001: 166-171; y Pálsson, Anthropology and the New Genetics, Cambridge University Press, 2007. La última referencia también contiene información sobre iniciativas médicas genómicas independientes llevadas a cabo en otros países. 5 Silvia Zolezzi, et al., “Analysis of Genomic Diversity in Mexican Mestizo Populations to Develop Genomic Medicine in Mexico”, en Academia Nacional de Ciencias Estadounidense, vol. 106, núm. 21, mayo 26, 2009: 86118616 y López Beltrán y Vergara Silva, “el inmegen y el Genoma del mestizo”, en López Beltrán (coord.), Genes & mestizos: genómica y raza en la biomédica mexicana, México, Ficticia-unam, 2011: 99142. [Regreso] 6
Los años de publicación de los documentos sobre “raza” de la unesco son 1950, 1951, 1964 1967, 1978. Ver también “American Anthropological Association Statement on ‘Race’”, 17 de mayo, 1998, http://www.aaanet. org/stmts/racepp.htm. [Regreso] 7
D. J. Kevles, In the Name of Eugenics, Genetics and the Uses of Human Heredity, Berkeley, University of California Press, 1985; Robert N. Proctor, Racial Hygiene: Medicine Under the Nazis, Cambridge, Harvard University Press, 1988 y Henry Friedlander, The Origins of Nazism Genocide: From Euthanasia to the Final Solution, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1995. [Regreso] 8
Esto se ejemplifica con la aplicación de Frank Livingstone de un concepto desarrollado por Ernst Mayr. [Regreso] 9
La versión clásica de este hallazgo de genética de poblaciones se atribuye a R. Lewontin. [Regreso] 10
Ver, por ejemplo, Barbujani et al., “An apportionment of human dna diversity”, en Proc. Natl. Acad. Sci, EUA, 94, 1997: 4516–4519; Jorde,
735
et al., “The Distribution of Human Genetic Diversity: a Comparison of Mitochondrial, Autosomal, and Y-chromosome Data”, en American Journal of Human Genetics, 66, 2000: 979–988; Romualdi, et al., “Patterns of Human Diversity, within and among Continents, Inferred from Biallelic dna Polymorphisms”, en Genome Research, 12, 2002: 602–612; Rosenberg, et al., “Genetic Structure of Human Populations”, en Science, 298, 2002: 2381–2385. Ver también Kittles y Weiss, “Race Ancestry, and Genes: Implications for Defining Disease Risk”, en Annual Review of Genomics and Human Genetics, 4, 2003: 3367. [Regreso] 11
Reardon, Race to the Finish: Identity and Governance in an Age of Genomics, Princeton and Oxford, Princeton University Press, 2004; M’charek, The Human Genome Diversity Project. An Ethnography of Scientific Practice, Cambridge, Cambridge University Press, 2005; Cavalli-Sforza, “The Human Genome Diversity Project: Past, Present and Future Opinion”, en Nat Rev Genet, 6(4), abril, 2005a: 333-340 y “Studying Diversity”, en embo report, 6, 8, 713, 2005b. [Regreso] 12
Preferimos referirnos a la “raza” como funciona en la sociedad, como una noción “habitual” y “disponible” (o ready made como fue propuesto por Efstephaniou) en lugar de otras descripciones como “sentido común” o “popular”, pues éstas llevan distinto peso valorativo. [Regreso] 13
Montagu, Man’s Most Dangerous Myth: the Fallacy of Race, Nueva York, Columbia University Press, 1942; Washburn, The Study of Race American Anthropologist, New Series, vol. 65, núm. 3, parte 1, junio, 1963: 521-531; Brace, “On the Race Concept”, en Current Anthropology, vol. 5, núm. 4, octubre, 1964: 313-320; Mead, et al., Science and the Concept of Race, Columbia University Press, 1968; Cavalli-Sforza, The Genetics of Human Populations, Nueva York, Dover Publications, 1971 y Genes, Peoples, and Languages, Allen Lane, Pinguin Press, 2000; Diamond, “Race without color”, en Discover, noviembre, 1994. [Regreso] 14
Reardon, Race to the Finish: Identity and Governance in an Age of Genomics, Princeton and Oxford, Princeton University Press, 2004. Es interesante que Cavalli-Sforza entró en la discusión sobre las continuidades epistemológicas que debían (o no) esperarse o aplicarse cuando se trata de especies humanas y no humanas; ver Bateman, et al., “Speaking of Forked Tongues: The Feasibility of Reconciling Human Phylogeny and the History of Language” [y comentarios,] en Current Anthropology, vol. 31, no. 1, febrero, 1990a: 1-24 y “On Human Phylogeny and Linguistic History” [respuesta a comentarios,] en Current Anthropology, vol. 31, núm. 2, abril, 1990b:
736
177-183; y Nichols, et al., “More on Human Phylogeny and Linguistic History”, en Current Anthropology, vol. 31, núm. 3, junio, 1990: 313316. [Regreso] 15
Ver Hacking, The Social Construction of What?, Harvard University Press, 1999. [Regreso] 16
Andreasen, “A New Perspective on the Race Debate”, en The British Journal for the Philosophy of Science, 49, 2, 1998: 199-225; Kitcher, “Race, Ethnicity, Biology and Culture”, en Leonard Harris, Racism, Prometheus, 1999. [Regreso] 17
Herrstein y Murray, “The Bell Curve: Intelligence and Class Structure”, en American Life, Nueva York, 1994. [Regreso] 18
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Kevles, In the Name of Eugenics, Genetics and the Uses of Human Heredity, Berkeley, University of California Press, 1985. [Regreso] 20
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Burchard, et al., “The Importance of Race and Ethnic Background in Biomedical Research and Clinical Practice”, en The New England Journal of Medicine, 348, 12, 2003: 1170-1175. [Regreso] 26
Phimister, “Medicine and the Racial Divide”, en New England Journal of Medicine, 348, 2003: 1081-1082. [Regreso] 27
Risch, et al., “Categorization of Humans in Biomedical Research: Genes, Race, and Disease”, en Genome Biology, 3(7), 2002. [Regreso] 28
Además escriben: “Aunque se ignoren las diferencias raciales en medicina e investigación biomédica, no las harán desaparecer. Más que ignorar estas diferencias, los científicos deberían continuar utilizándolas como punto de partida de investigaciones posteriores”.
737
Burchard, et al., op. cit.: 1175. [Regreso] 29
Cooper, et al., op. cit. [Regreso]
30
“La raza continúa siendo un pronosticador importante de qué grupos tendrán acceso a los bienes y recursos sociales y cuáles enfrentarán obstáculos […] el hecho de la desigualdad convierte la raza en una preocupación política importante”, Smedley A. y Smedley B.D., “Race as Biology is Fiction, Racism as a Social Problem is Real”, en American Psychologist, enero, 2005. [Regreso] 31
Ver Reardon, op. cit. y Egorova, “dna Evidence? Genetics and the Debate about the Origin of the Caste System”, presentación en la reunión ishpssb, Exeter, julio, 2007. [Regreso] 32
Ver, por ejemplo, Winker, “Measuring Race and Ethnicity: Why and How?”, en Journal of the American Medical Association, 292, 2004: 1612-1614; Braun, “Race, Ethnicity, and Health: Can Genetics Explain Disparities?”, en Perspectives in Biology and Medicine, 45, 2002: 159174; Seguin, et al., “Human Genomic Variation Studies and Pharmacogenomics Are Critical for Global Health”, en Ghilherme Suarez-Kurtz, Pharmacogenomics in Admixed Populations, Landes Bioscience, 2007. [Regreso] 33
Royal y Dunston, “Changing the Paradigm From ‘Race’ to Human Genome Variation”, en Nature Genetics Supplement, vol. 36, núm. 11, noviembre, 2004: S5-S7. [Regreso] 34
Ver capítulos 3, 4 y 6 de Reardon, op. cit.
[Regreso] 35
Ver Pálsson, op. cit., 2007. [Regreso]
36
Jiménez-Sánchez, “Un paso más hacia el establecimiento del inmegen”, informe de actividades 2003-2004, inemgen, 2004: 5. [Regreso] 37
Jiménez-Sánchez, “Developing a Platform for Genomic Medicine in México”, en Science, 300, 2003: 295. [Regreso] 38
Guerrero Motherlet y Herrera, “Mexico Launches Bold Genome Project”, en Nature Biotechnology, 23, 1030, 2005. [Regreso] 39
Guerrero Motherlet, op. cit, 2006 y Olivé, op. cit. [Regreso]
40
Ver, por ejemplo, Hidalgo, et al., enero de 2006; textos periodísticos como: “México traza su mapa genético”, en BBC Mundo, 27 de julio de 2005 o “Resultados genómicos del mexicano”, La Jornada, 9 de mayo, 2006. [Regreso] 41
Jiménez-Sánchez, op. cit., 2003. [Regreso]
738
42
International HapMap Consortium, A haplotype map of the Human Genome, Nature, 437, 27 de octubre, 2005. [Regreso] 43
La clase de variantes genómicas que se considera son las más adecuadas para establecer los marcadores representativos con fines clínicos/médicos. [Regreso] 44
Los autores sostuvieron firmemente que su muestreo no representó razas, ni siquiera poblaciones continentales, sino sólo grupos genealógicos históricos contingentes, una actitud que los investigadores de inmegen no siguieron. [Regreso] 45
“ninguna de las muestras se recolectó para que fuera representativa de una población mayor” y ellos querían “evitar confundir este [Regreso] 46
Este asunto fue previamente mencionado por Olivé y por Guerrero Motherlet (2006). [Regreso] 47
Aguirre Beltrán, Obra Antropológica II. La población negra de México. Estudio Etnohistórico, México, D.F., Universidad VeracruzanaInstituto Nacional Indigenista-Gobierno del Estado de Veracruz-Fondo de Cultura Económica, 1989 y “El sistema de castas en España y su traslado a Nueva España”, en Aguirre Beltrán y Roberto Moreno de los Arcos (coords.), Medicina novohispana siglo xvi, t. II, México, D.F., Academia Nacional de Medicina, unam, 1990. Vinson III y Vaughn, Afroméxico, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2004. Mörner, El Mestizaje en La Historia de Iberoamérica, México, 1961. [Regreso] 48
Jiménez-Sánchez, “Hacia el Instituto Nacional de Medicina Genómica”, informe de actividades, Consorcio Promotor del Instituto de Medicina Genómica, 2002a. [Regreso] 49
Citado en Jiménez-Sánchez, op. cit., 2003. [Regreso]
50
Jiménez-Sánchez, “Áreas de oportunidad para la industria farmacéutica en el Instituto de Medicina Genómica de México”, en Gaceta Médica de México, 138, 2002b: 291-294. [Regreso] 51
inmegen puso entonces en escena una campaña claramente destinada a atraer empresas privadas con la finalidad de comercializar sus futuros “hallazgos” en farmacogenómica y otras aplicaciones. Por ejemplo, creó una unidad llamada “incubadora de empresas”, para buscar socios comerciales y ha utilizado muchos medios publicitarios para atraer hombres de negocios, orientados particularmente hacia la farmaceútica. Ver Jiménez- Sánchez, ibid.; Focus Limited [periodista anónimo,] “Mexico: The Ninth Largest Pharmaceutical Market in the
739
World”, en Pharmaceutical Executive, 2005, y Pantoja, entrevista con Gerardo Jiménez-Sánchez en Líderes Mexicanos, 101, abril 3, 2006. [Regreso] 52
Estamos utilizando la útil distinción propuesta por Vincent Ramillon entre genómica estructural y funcional, Ramillon, “Les deux génomiques. Mobilser, Organiser, Produire: du sequencage a la mesure de l’expression des genes”, tesis doctoral, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 2007. [Regreso] 53
En una entrevista hecha a Jiménez-Sánchez en el Affymetrix user Forum (http://www.affymetrix.com/userForum/news/collaborations/Inmegen.uf), se le pregunta repetidas veces por los importantes resultados científicos producidos hasta el momento por el inmegen y él evita dar cualquier respuesta, citando números de publicaciones y conferencias futuras en una reunión de American Genetics. Insiste en que uno de los principales logros de inmegen es el cabildeo en el Congreso mexicano y sus futuros socios empresariales. [Regreso] 54
Variabilidad Genómica y Mapa de Haplotipos de la Población Mexicana. [Regreso] 55
Estudiantes de la Universidad de ambos sexos que firmaron documentos de consentimiento informado, con una historia de familia mestiza de al menos dos generaciones (los cuatro abuelos) que hayan nacido en una región específica. Ver Estrada-Gil, et al., “Evaluación de la contribución ancestral en poblaciones mestizas mexicanas y sus efectos en la preservación del desequilibrio de ligamiento”, presentación en el II Congreso Nacional de Medicina Genómica, Ciudad de México, 2006, Fuentes-Berain, “Los Genes de México”, entrevista con Gerardo Jiménez-Sánchez, en Día Siete, semanario, 2006: 57-71. [Regreso] 56
El Mapa de Variabilidad Genómica y Haplotípica de la Población Mexicana parecía presuponer entonces, que las muestras mexicanas proporcionarán SNPs genómicos peculiares que no se encuentran en el trabajo original del International HapMap. [Regreso] 57
El tema de la estrategia de muestreo y de la representatividad que podría (o no) tener, nunca es abordado por los autores del inmegen, por lo menos en el material publicado o popularizado. [Regreso] 58
Jiménez-Sánchez, op. cit., 2003.
[Regreso] 59
Dos colecciones recientes son Velásquez y Correa, Poblaciones y culturas de origen africano en México, México, Instituto Nacional de
740
Antropología e Historia, 2005; Ares Queija y Stella, Negros, Mulatos, Zambaigos. Derroteros africanos en los mundos ibéricos, España, csic, 2000. [Regreso] 60
Ver Duster (“Race and Reification in Science”, en Science, 307(5712), febrero 18, 2005: 1050-1051) para una referencia a la noción de Whitehead en el contexto específico de la discusión sobre “raza” en medicina genómica. [Regreso] 61
El gobierno mexicano reconoce oficialmente 65 lenguas indígenas, a partir de 2001 todas son reconocidas legalmente, junto con el español, como lengua nacional. El Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (inegi) hace las estadísticas al respecto y 65 es el número que reportan desde hace alrededor de dos décadas. [Regreso] 62
Duverger, El Primer Mestizaje. La clave para entender el pasado mesoamericano, México, Taurus-unam, 2007. [Regreso] 63
Cavalli-Sforza, op. cit., 2000. [Regreso]
64
Comas, Manual de Antropología Física, México, unam, 1957; ver también Zegura, et al., “More on Genes, Language, and Human Phylogeny”, en Current Anthropology, 31, 4, 1990, 420-426. [Regreso] 65
Ver, por ejemplo, Gonçalves, et al., “The Phylogeography of African Brazilians”, en Human Heredity, 65, 2008: 23-32, y Alves-Silva, et al., “The Ancestry of Brazilian mtdna Lineages”, en Am J Hum Genet, 67(2), agosto, 2000: 444–461. [Regreso] 66
El International Hap-Map Consortium, op. cit.: 1316. [Regreso]
67
Hay que hacer notar que éste es exactamente el criterio que aparentemente adoptó inmegen para señalar una heterogeneidad inicial en los grupos amerindios, que ya habíamos criticado. [Regreso] 68
Reardon, op. cit., 2004: 76- 77. Ver también Cavalli-Sforza, “Human Evolution and it´s Relevance for Genetic Epidemiology”, en Annual Review of Genomics and Human Genetics, 8, 2007: 1-15. [Regreso] 69
Ver Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial 1610-1670, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, Aguirre Beltrán, op. cit., 1989. [Regreso] 70
Velásquez y Correa, op. cit.; Vinson III y Vaugh, op. cit. Ver también Lisker, et al., “Gene Frequencies and Admixture Estimates in a Mexico City Population”, en Am J Phys Anthropol, 71(2), octubre, 1986: 203207. [Regreso] 71
La distinción se refiere al lugar de nacimiento. Los criollos eran
741
mexicanos nacidos de padres españoles. Los peninsulares (o “gachupines”) eran los nacidos en España. Para datos demográficos de la Nueva España ver Aguirre Beltrán, op. cit., 1989. [Regreso] 72
Reardon, op. cit.; Cavalli-Sforza, op. cit., 2005a, 2005b.
[Regreso] 73
inmegen página web. Ver también Ortiz, “Variaciones Genómicas y Riesgo Cardiovascular”, presentación en II Congreso Nacional de Medicina Genómica, Ciudad de México, 2006. [Regreso] 74
Alcántara, “Genes mexicanos, mezcla de 35 razas”, en El Universal, viernes 9 de marzo, 2007a. [Regreso] 75
En un párrafo diferente, el término se utiliza como sinónimo de “grupos étnicos”, pero no detectamos allí ninguna intención de cambio semántico (Alcántara, ibid.). [Regreso] 76
Alcántara, ibid. y “Listo, el mapa genómico de los mexicanos”, en El Universal, viernes 9 de marzo, 2007b. [Regreso] 77
Fuentes-Berain, op. cit. [Regreso]
78
Encontramos significativo que las notas del ensayo fotográfico francamente racialista que aparece en la entrevista de Fuentes-Berain, utiliza ideas de Egon Freiherr von Eickstedt (1892 - 1965) –un antropólogo físico alemán que clasifica a la humanidad en razas en su libro Rassenkunde und Rassengeschichte der Menschheit (Etnología e Historia de las Razas del Género Humano)– para describir los tipos raciales mexicanos. [Regreso] 79
The International HapMap Consortium: 1315.
[Regreso] 80
García-Deister, “Laboratory Life of the Mexican Mestizo”, en Wade, López Beltrán, Restrepo y Ventura (eds.), Genomics, Race Mixture and Nation in Latin America, Duke University Press, en prensa. [Regreso] 81
Holt, “Understanding the Problematic of Race Through the Problem of Race Mixture”, trabajo presentado en la conferencia interdisciplinaria “Race and Human Variation: Setting an Agenda for Future Research and Education”, American Anthropological Association, en Alexandria, Virginia, septiembre, 2004; Sans, “Admixture Studies in Latin America: From the 20th to the 21st Century”, en Human Biology, 72, 1, febrero, 2000: 155-177 y Chakraborty, “Gene Admixture in Human Populations: Models and Predictions”, en Yearbook of Physical Anthropology, 29, 1986: 143. [Regreso]
742
82
Sicroff, Los Estatutos de Pureza de Sangre: controversias en los siglos xv y xvi, Taurus, 1985; Douglas, “Purity and Danger”, en An Analysis of Concepts of Pollution and Taboo, 1966; Zúñiga, “La voix du sang. Du métis à l’idèe de métissage en Amérique espagnole”, en Anales hss, núm. 2, 1999; Müller-Wille, “Hybrids, Pure Cultures and Pure Lines: from Nineteenth Century Biology to Twentieth Century Genetics”, en Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, 38, 2007: 796-806. [Regreso] 83
Moreno Figueroa, Resumen de conferencia presentada en El Colegio de México, 18 de diciembre, 2007. [Regreso] 84
Ver por ejemplo Schwartz, “Race and the Odd History of Human Paleontology”, en The Anatomical Record, parte B New Anatomist, 289 B, 2006: 225-240; Kitcher, “Race, Ethnicity, Biology and Culture”, en Leonard Harris, Racism, Prometheus, 1999 y Andreasen, op. cit. [Regreso] 85
Es por cierto cuestionable poner por delante en este contexto la noción de presiones evolutivas, cuando una noción más “neutral” como unidad genealógica funcionaría. La adaptación y las razas humanas son asuntos muy complejos. [Regreso] 86
Los llamados Ancestry Informative Markers, o aims (Marcadores Informativos de Ancestría). [Regreso] 87
Science, vol. 318, 19, 19 de octubre de 2007. [Regreso]
88
Ver Kaiser y Pennisi, “Breakthrough of the Year: Human Genetic Variation and It’s All About Me”, en Science, 318, diciembre, 2007: 1842-1843, para una breve reseña de los precios que algunos de los dedicados a la “genómica recreativa” cobran a sus clientes por sus servicios. [Regreso] 89
Gannett y Griesemer, “Classical Genetics and the Geography of Genes”, en Hans-Jörg Rheinberger y Jean- Paul Gaudilliere (eds.), Mapping Cultures of Twentieth Century Genetics, Routledge, 2004. [Regreso] 90
Estrada-Gil, et al., op. cit. [Regreso]
91
El número totalde muestras utilizadas en el estudio fue 104; el número de muestras varió n=8, en el caso del estado de Guanajuato, a n=21, en el caso de Guerrero. [Regreso] 92
El programa structure ha sido el software elegido en los artículos relevantes publicados recientemente sobre los temas tratados aquí. La cita original es: Pritchard JK y Donnelly P., “Inference of Population Structure Using Multilocus Genotype Data”, en Genetics, 155, 2000:
743
945-959. [Regreso] 93
La frase de los autores es “modelo de mestizaje, utilizando información a priori (sic)”. Merece la pena considerar si el modelo específico implementado en structure para el tratamiento del informe del International HapMap Project responde realmente a las particularidades del caso mexicano. También es interesante saber si los autores del informe han considerado en detalle lo que significa “información a priori” en este contexto. [Regreso] 94
Al inicio del resumen, se presenta una versión del escenario idealizado del “mestizaje” que incorpora el concepto de “amerindio”: “La población mexicana tiene un origen genético único, más de 80% de la población es considerada “mestiza”, resultado de la mezcla de grupos étnicos amerindios con los españoles”. [Regreso] 95
Holt, op. cit. [Regreso]
96
Ver por ejemplo Kittles y Weiss, op. cit. Weiss y Fullerton, “Racing Around, Getting Nowhere”, en Evolutionary Anthropology, 14, 2005: 165-169. [Regreso] 97
Andreasen op. cit.; “Biological Reality or Social Construct?”, en Philosophy of Science, 67, suplemento “Proceedings of the 1998 Biennal Meetings of the Philosophy of Science Association. Part II: Symposia Papers”, 2000: S653-S666 y “The Cladistic Race Concept: A Defense”, en Biology and Philosophy, 19, 2004: 425-442; Kitcher, op. cit. [Regreso] 98
Ellison y Outram, “The Business of Racial Criticism in Biomedical Research”, presentación en la reunion ishpssb, Exeter, julio, 2007. [Regreso] 99
Ver Gannett, “Classical Genetics and the Geography of Genes”, en Hans-Jörg Rheinberger y Jean-Paul Gaudilliere (eds.), Mapping Cultures of Twentieth Century Genetics, Routledge, 2004. [Regreso] 100
Este no parece ser el caso, como ha mostrado Jenny Reardon, para los genetistas de poblaciones/evolutivos que han pasado muchas dificultades tratando de hacer avanzar el tan publicitado Proyecto de la Diversidad del Genoma Humano ante los representantes de movimientos sociales que defienden los derechos de los grupos indígenas; ver Reardon, op. cit., capítulos 4 y 5. Para otra visión ver: Cavalli-Sforza, op. cit., 2005a, 2005b. [Regreso] 101
Ellison y Outram, op. cit. [Regreso]
102
Hacking, op. cit., 2005: 6. [Regreso]
103
Ibid.: 7. [Regreso]
744
104
R. S. Schwartz, “Racial Profiling in Medical Research”, en New England Journal of Medicine, 344, 2001: 1392- 1393. Lo que como hemos visto nunca se ha presentado en los informes del inmegen. [Regreso] 105
McLeod, “Pharmacogenetics: More Than Skin Deep”, en Nature Genetics, 29, 2001: 247-248. [Regreso] 106
Garte, “2002 U.S. Department of Health and Human Services; Public Health Reports: The Racial Genetics Paradox in Biomedical Research and Public Health”, en Public Health Report, 117, 2002: 421425. [Regreso] 107
Ver el editorial “Genetics for the Human Race”, en Nature Genetics, 36(11s), 2004: S1-60. [Regreso] 108
Keita, et al., “Conceptualizing Human Variation”, en Nature Genetics Supplement, vol. 36, núm. 11, noviembre, 2004: S17S20. [Regreso] 109
“Las etiquetas poblacionales que pueden aplicarse son ‘etnoancestral’, ‘bioétnico’, ‘etnohistórico’, ‘ancestral- étnico’, ‘designación social’, ‘biocultural’, ‘biopoblación’, ‘etnosocial’, ‘ancestral’, ‘antecesor-histórico’, ‘grupo de origen’ y ‘etnogeográfico’”. Ver Keita, ibid. [Regreso] 110
Oppenheimer, “Paradigm Lost: Race, Ethnicity and the Search for a New Population Taxonomy”, en American Journal of Public Health, 91, 2001: 1049-1055. [Regreso] 111
Lipschutz, El problema racial en la conquista de América, México, Siglo XXI, 1975. [Regreso]
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Archivos y abreviaturas
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AVISO LEGAL Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia Carlos López Beltrán y Ambrosio Velasco Gómez (coords.) Este texto fue publicado en la colección Banquete por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México, en 2014, bajo el cuidado editorial de Patricia Zama y la coordinación de Elsa Botello López. Esta edición de un ejemplar (600 kb) fue preparada con la colaboración de la Dirección General de Cómputo y de Tecnologías de Información y Comunicación de la UNAM. La formación fue realizada por Nely Alvarez y Carolina Silva Bretón. Primera edición electrónica en formato epub: 4 de abril de 2014 © D.R. UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Ciudad Universitaria, 04510, México, D. F. Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial ISBN: 978-607-02-5257-0 Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización escrita de su legítimo titular de derechos. Hecho en México
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Índice Introducción: las dimensiones políticas de la ciencia y la tecnología Carlos López Beltrán y Ambrosio Velasco Gómez Perspectivas generales El conocimiento experto en la República Fernando Broncano
2 35 35
La filosofía política de la ciencia: una perspectiva 88 histórica Stephen Turner Para una nueva epistemología política: entre la naturaleza absolutizada y la política relativizada Antonio Arellano 117 Hernández Introducción El papel del relativismo epistémico posmoderno en la destrucción de la noción moderna de naturaleza y de cultura
La filosofía política de la ciencia y el principio de precaución Alfredo Marcos El error baconiano ¿qué hay de la naturaleza? La vinculación del investigador con las diferentes formas de poder Adolfo Olea Franco Equidad epistémica, racionalidad y diversidad cultural Ambrosio Velasco Gómez Ciencia y democracia Axiología Rescatando la izquierda de Darwin en el siglo XXI Conocimiento y democracia: el valor epistémico y político de la opinión pública en la filosofía de J. Dewey María Cristina Di Gregori / Cecilia Durán Neutralidad axiológica y filosofía política de la ciencia y la tecnología José Miguel Esteban Una nueva unidad no estándar de análisis Ricardo J. 799
117 122
155 183 211 245 264 278 305 318 339 356
Gómez
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Ciencia, tecnología y sociedad
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Política de la tecnociencia. Los macroprogramas Converging Technologies como ejemplo* Javier Echeverría
Paradojas y cuestiones abiertas en la política de fomento de la innovación tecnológica Juan Carlos García Bermejo ochoa Ciencia, tecnología e innovación para el desarrollo sustentable. Elementos para un marco de referencia* Hebe Vessuri Ciencia, tecnología y (auténtica) democracia Eulalia Pérez Sedeño Ciencia y política: una pareja sin romance Matthias Kaiser La caracterización del riesgo tecnológico como problema filosófico Sergio F. Martínez Participación ciudadana, gestión y evaluación tecnocientífica* León Olivé Valoración social del riesgo tecnocientífico: controversias sobre el desarrollo y la innovación* Jorge Linares Salgado Estudios de caso Entre ciencia, política internacional y comunidades científicas Episodios en mexicanística de principios del siglo xx* Mechthild Rutsch Introducción e institucionalización de la genética en México en la primera mitad del siglo xx* Ana Barahona El imperio francés, el emperador austriaco y la tradición científica mexicana Rafael Guevara Fefer Determinismo tecnológico revisitado: algunas ideas en 800
384
411
454 475 495 516 536 553 575 576 609 630
¿o viceversa? Edna Suárez Díaz La construcción política del genoma del mestizo 678 mexicano Carlos López Beltrán / Francisco Vergara Silva Referencias bibliográficas Archivos y abreviaturas
746 797
Aviso Legal
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801