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Spanish Pages 190 [197] Year 2021
RICHARD D. WOLFF
DEMOCRACIA EN EL TRABAJO: UNA CURA PARA EL CAPITALISMO
Democracia en el trabajo: Una cura para el Capitalismo Richard D. Wolff Publicado en 2012 Traducido y digitalizado entre agosto y noviembre de 2021 Primera edición
Ilustración de la portada: James Ferguson
Chemok, ¿editor?
CONTENIDO INTRODUCCIÓN .................................................................................................................................. 1 La historia de dos crisis ................................................................................................................ 3 Las deficiencias políticas empeoran las deficiencias económicas .................................... 7 La estafa de la regulación ........................................................................................................... 10 Una cura para el Capitalismo .................................................................................................... 12 Construyendo un apoyo para la cura....................................................................................... 16 PARTE I: EL CAPITALISMO ESTÁ EN SERIOS PROBLEMAS ................................................. 19 1.
2.
3.
Capitalismo y crisis ............................................................................................................. 21 1.1.
La inestabilidad y la desigualdad en el Capitalismo ........................................... 29
1.2.
Capitalismo de Bienestar, 1945-1970 ........................................................................ 34
1.3.
Capitalismo, 1970-2007: la crisis construyéndose desde abajo ......................... 41
1.4.
Capitalismo, 1970-2007: la crisis construyéndose desde arriba ........................ 51
1.5.
Un paréntesis acerca de a qué o a quiénes culpar ................................................ 53
Las crisis y la respuesta del Gobierno ............................................................................. 58 2.1.
Los rescates y los déficits presupuestarios del Gobierno ................................... 61
2.2.
Los rescates y la deuda nacional .............................................................................. 65
2.3.
Los rescates, las agencias monetarias y las políticas monetarias ................... 74
Crisis, formas de Capitalismo y más ............................................................................... 86 3.1.
Capitalismo .................................................................................................................... 86
3.2.
Capitalismo de Estado ................................................................................................. 88
PARTE II: ¿QUÉ HACER? ................................................................................................................. 92 4.
5.
Los mayores problemas de los capitalismos privados ................................................ 93 4.1.
La distribución del excedente ................................................................................... 94
4.2.
El Capitalismo privado y la democracia ................................................................. 96
Los mayores problemas de los capitalismos estatales ............................................. 105 5.1.
Diferencias clave entre Capitalismo y Socialismo ............................................. 106
5.2.
Socialismos del siglo XX .......................................................................................... 107
5.3.
El Socialismo y el análisis del excedente ............................................................. 109
5.4.
Socialismo y democracia.......................................................................................... 117
5.5.
Una parábola final ...................................................................................................... 120
PARTE III: LAS EMPRESAS AUTODIRIGIDAS POR SUS TRABAJADORES COMO UNA CURA ................................................................................................................................................. 122 6.
Lo que significa «autodirección» .................................................................................... 124 6.1.
Las empresas que son propiedad de los trabajadores........................................ 126
6.2.
Las empresas que son administradas por los trabajadores ............................. 127
6.3.
Las cooperativas ......................................................................................................... 128
7.
Cómo funcionan las EATs internamente ..................................................................... 130 7.1.
Los dos tipos de trabajadores en cualquier EAT ................................................. 135
7.2.
Manejo del cambio técnico ...................................................................................... 137
7.3.
Manejo de los problemas ambientales .................................................................. 140
7.4.
Manejo de la distribución de ingresos y del trabajo........................................... 142
8.
Propiedad, mercados, planificación, y el mito de la eficiencia ............................... 146 8.1.
Transformaciones a nivel micro y macro ............................................................ 146
8.2.
Propiedad de las EATs .............................................................................................. 147
8.3.
EATs y mercados........................................................................................................ 149
9.
Democracia económica y política .................................................................................. 152 9.1.
Democracia en el lugar de trabajo .......................................................................... 153
9.2.
Frenando la democracia ........................................................................................... 155
9.3.
Democracia y crisis .................................................................................................... 158
10.
Las EATs en las sociedades modernas ..................................................................... 162
10.1.
El éxito competitivo de las EATs ............................................................................ 162
10.2.
Cuando las EATs y las empresas capitalistas coexisten .............................. 165
10.3.
Las EATs y el Estado: flujos económicos .......................................................... 168
10.4.
Las EATs y el Estado: flujos políticos ................................................................ 172
11.
El programa y el personal necesarios para incrementar el número de EATs . 176
11.1.
Un programa de contratación pública .................................................................. 176
11.2.
Alianzas con los movimientos cooperativos ....................................................... 179
11.3.
Alianzas con los movimientos sindicales............................................................ 180
11.4.
Los «intelectuales orgánicos» del movimiento pro-EAT .................................. 182
11.5.
Un nuevo partido político independiente ............................................................. 186
CONCLUSIONES .............................................................................................................................. 188
INTRODUCCIÓN Una miríada de problemas económicos y crisis, acompañados de respuestas políticas poco eficaces, han llevado a las sociedades modernas a una profunda confusión. El Capitalismo —el sistema dominante de nuestro tiempo— una vez más se ha convertido en el sujeto de la crítica y la oposición. Este sistema capitalista global, que ya no satisface las necesidades de la mayoría de la gente, ha provocado en todo lugar el levantamiento de movimientos sociales que buscan de forma activa sistemas alternativos. Por otro lado, las formas que adoptó el anticapitalismo durante el siglo pasado —varias formas de Socialismo y Comunismo estatista— parecen no ofrecer ya un modelo o una inspiración para aquellos que buscan una alternativa al Capitalismo. La gente está buscando nuevas soluciones, una nueva cura a las injusticias del Capitalismo, al desperdicio y las terribles crisis que ocasiona. Este libro ofrece tal cura. Para presentar a las empresas autodirigidas por sus trabajadores1 (a las que llamaré EATs en este libro) ofrezco una nueva versión de una idea antigua: que la producción funciona de mejor manera cuando es llevada a cabo por una comunidad que de forma colectiva y democrática diseña y ejecuta el trabajo compartido. Para analizar al Capitalismo e identificar sus desventajas, además de exponer cómo las EATs podrían superarlas, utilizaré las teorías de la producción, de la apropiación y de la distribución del excedente de Karl Marx, su «análisis de clase»2. Este es, además, un libro con un propósito En inglés workers’ self-directed enterprises o WSDEs (N. del T.). «Excedente» es el exceso de valor generado por el trabajo del empleado —y apropiado por el empleador— por encima de lo que se le paga en forma de salario. Para pagar 10 dólares por hora a un empleado, el empleador debe recibir más de 10 dólares por hora de producción para poder venderlo. El excedente es el ingreso neto del capitalista, resultado de los inputs directos 1
2
1
político: busco que se añada el establecimiento y expansión de EATs a los programas progresistas de cambio social contemporáneos. No ofrezco un repaso de los incontables ejemplos presentes y pasados de empresas colectivas o cooperativas, o sus contrapartes contemporáneas. Una rica literatura acerca de dichos proyectos está disponible en varios documentos de referencia3. En contraste, este libro acerca de las empresas autodirigidas por sus trabajadores analiza a las EATs en relación con el Capitalismo y las presenta como una forma superior de organización de la producción. Los Estados Unidos han sufrido recientemente cinco años de la peor crisis económica desde la Gran Depresión de la década de 1930. Para mucha gente el fin de esta crisis no está cerca. Decenas de millones permanecen desempleados, muchos por largos periodos de tiempo. Un número sin precedente de personas desahuciadas y sin techo viven no demasiado lejos de un número sin precedente de casas que se encuentran vacías. Los salarios y los beneficios tienden a la baja mientras que al mismo tiempo las utilidades se disparan. A medida que estas condiciones fuerzan a millones a necesitar y desear más de los Gobiernos locales y federales, los gobernadores siguen anunciando todavía más recortes en servicios públicos. Esta crisis está recordando a millones de personas acerca de la inherente inestabilidad del Capitalismo, su fracaso histórico al
y los costos de trabajo necesarios para producir un output; las utilidades de la empresa representan solo una porción del excedente. Si desea un mayor desarrollo puede leer: Resnick and Richard Wolff, Knowledge and Class: A Marxian Critique of Political Economy (New York and London: Routledge, 1987), capítulo 3. Y de los mismos autores: Contending Economic Theories: Neoclassical Keynesian, and Marxian (Cambridge: MIT University Press, 2012). 3 Véase Immanuel Ness and Dario Azzellini, eds., Ours to Master and to Own: Workers’ Control from the Commune to the Present (Chicago: Haymarket Books, 2011), y también www.democracyatwork.info.
2
intentar prevenir sus crisis recurrentes, y de la forma mediocre, injusta y cruel en la que por lo general se las «supera».
La historia de dos crisis La crisis económica que estamos viviendo viene luego de un período de treinta años en el cual los intereses de los negocios desecharon el New Deal que había salvado al Capitalismo durante la Gran Depresión de los años treinta. Hay algo más que una sutil ironía en esa historia. Tres años antes de que el crash de 1929 hiciera tambalear y pusiera fin a los felices años veinte y la permanencia de los republicanos en el poder, un demócrata centrista, Franklin D. Roosevelt, se convirtió en presidente. Tanto él como su partido se preocuparon —al igual que los republicanos— por los déficits y desbalances del presupuesto de Washington. Roosevelt inició su presidencia actuando de forma similar a los demócratas actuales. Pero la crisis provocó y fortaleció fuerzas que lo llevarían a actuar de otra manera. Esas fuerzas al mismo tiempo lo presionarían y le permitirían cambiar su política y, por lo tanto, convertirse en el presidente más progresista y popular en la historia de los Estados Unidos. La Gran Depresión provocó la formación y el rotundo éxito del Congreso de Organizaciones Industriales (COI). El COI organizó a millones de trabajadores industriales en sindicatos por primera vez, generando la oleada más grande de sindicalización en la historia de los Estados Unidos. Tanto miembros como líderes se pusieron de acuerdo en que los sindicatos eran la mejor arma de la gente trabajadora en contra de los estragos de un Capitalismo que presentaba una severa depresión. Ellos empoderaron tanto a trabajadores (con acción directa, huelgas y negociación colectiva) como a políticos (a través de la movilización de los miembros de los sindicatos y su dinero para campañas tanto electorales como no electorales). Las 3
demandas de COI por trabajos y por una ayuda directa del Gobierno al estadounidense promedio cambiaron las condiciones políticas de la década de 1930. El COI deslegitimó el programa conservador o centrista demócrata de ese tiempo (lo que hoy en día se podría llamar «austeridad»). La Gran Depresión además posibilitó el rápido surgimiento de una variedad de grupos, movimientos y partidos socialistas y comunistas. Dentro y fuera del COI, ellos movilizaban a un gran número de trabajadores, estudiantes, granjeros, etc. Estas organizaciones de izquierda mezclaron (1) campañas públicas para trabajos y mejores condiciones de vida para las masas estadounidenses, (2) un trabajo electoral sistemático, a menudo coordinado con el COI y otros sindicados, y (3) demandas más o menos revolucionarias encaminadas a una transición del Capitalismo al Socialismo. Juntos, el COI, los socialistas y los comunistas hicieron que fuese imposible continuar con las políticas que «lidiaban» con la Gran Depresión salvando a los bancos y a las grandes corporaciones, manteniendo la intervención económica al mínimo y dejando a los desempleados y desahuciados prácticamente abandonados. Al mismo tiempo, el COI, los socialistas y los comunistas llevaron a millones de personas a las calles con el puño en alto. Criticaban a las empresas y al Capitalismo de forma cada vez más intensa. Esas acciones presionaron y permitieron a Roosevelt presentar un plan a las grandes empresas y a los ciudadanos ricos (la élite empresarial que incluía a su propia familia). Por un lado, ellos podrían acomodarse a las demandas de Roosevelt de incrementar los impuestos a las empresas y a los ricos para ser utilizados en los programas de asistencia social demandados por el COI, los socialistas y los comunistas. Roosevelt pensaba que de esa manera él podría satisfacer gran parte de las necesidades de las masas para preservar el sistema de producción y propiedad capitalista intacto, pese a que estaría 4
más regulado que antes. Por otra parte, si las grandes empresas y los ricos se negaban, Roosevelt les advirtió que pronto se tendrían que enfrentar a una población impulsada por fuerzas anticapitalistas cada vez más fuertes buscando cambios más radicales al sistema. El plan de Roosevelt dividió a las grandes empresas y a los ricos. Suficientes de ellos aceptaron mayores impuestos a sus negocios y a la riqueza para permitir a Roosevelt ofrecer un plan paralelo a la izquierda. Él los incentivó a convertirse en reformistas, no en revolucionarios: mantener las demandas de ir más allá del Capitalismo solamente a nivel retórico, pero nunca llevarlo a la práctica política. Roosevelt construyó una hermandad política entre aquella parte del empresariado que lo había seguido y los sindicatos y la izquierda, a pesar de algunos disidentes en ambos lados de la ecuación. Dicha hermandad nunca confrontó verdaderamente a las mesas de directivos que controlaban a las corporaciones estadounidenses. Grandes inversionistas continuaban seleccionando las mesas de directores, las cuales siguieron tomando las decisiones básicas de qué, cómo y cuándo producir y hacia dónde destinar los excedentes que habían expropiado a sus trabajadores. La hermandad de Roosevelt construyó un tipo de socialdemocracia o Estado de bienestar en los Estados Unidos, un verdadero New Deal. Roosevelt prometió que dicho programa sacaría al Capitalismo estadounidense de la depresión, mejoraría rápidamente la vida de la mayoría de norteamericanos y prevendría futuras depresiones. La única alternativa al New Deal, advirtió Roosevelt, era la profundización de las divisiones, tensiones y conflictos económicos y sociales. La hermandad fue construida por ambos extremos. Un extremo estaba conformado por los empresarios y ciudadanos ricos, dirigidos por Roosevelt, el cual creía que era necesario y 5
urgente reencaminar las fuerzas izquierdistas desatadas y fortalecidas por la Depresión. En el otro extremo estaban aquellos líderes del COI, los movimientos socialistas y comunistas, los cuales vieron en las reformas aquello que podía ser logrado, y la revolución como algo prematuro en el mejor de los casos, y en el peor como algo extremadamente peligroso y riesgoso. A la derecha de Roosevelt estaba un número considerable de grandes empresarios y estadounidenses ricos que rechazaban la hermandad y se opusieron radicalmente a su programa socialdemócrata. A su izquierda, algunos radicales y revolucionarios que también rechazaban la hermandad, porque la veían como una venta reformista del movimiento para trascender al Capitalismo. La hermandad de Roosevelt prevaleció políticamente. En lo más profundo de la Gran Depresión, lanzó costosos programas que ayudaron a varios millones de personas (algo curioso, teniendo en cuenta lo que no ha sucedido en la crisis económica desde 2007). Se estableció un costoso sistema de seguridad social que proveería de pensiones públicas a las masas de trabajadores estadounidenses. Un costoso seguro de desempleo se estableció para asistir directamente a los desempleados. Se crearon costosos programas de contratación pública, los cuales produjeron más de doce millones de empleos en el período de depresión posterior a 1934. En un contexto en el cual empleadores, empleados y gobernantes se quejaban por igual de la caída de las utilidades y los fondos, Washington invirtió y gasto vastas sumas de dinero directamente para reducir el sufrimiento de la clase trabajadora y para estimular una economía en profunda depresión. No fue una escasez de dinero la que había impedido al Gobierno ayudar a la gente anteriormente. El problema era, por otro lado, político, y la hermandad de Roosevelt brindó una solución. Salvó al Capitalismo estadounidense del riesgo de una demanda insuficiente del sector privado y un mayor conflicto 6
social entre los devotos del Capitalismo y una enfurecida clase trabajadora que estaba organizada y movilizada como nunca lo había estado. Cuando la oposición de los empresarios y los ricos limitó lo que la hermandad de Roosevelt podía lograr luego de 1937, la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial disolvió y debilitó nuevamente dicha oposición. En la crisis actual del Capitalismo una solución parecida a la de Roosevelt no ha surgido por varias razones. En primer lugar, el declive y consecuente debilitamiento del movimiento sindical y el extremo declive de los movimientos socialistas y comunistas desde hace más de cincuenta años les ha impedido presentarse como agentes efectivos de dicha solución. Durante su primer período presidencial, el presidente Obama no propuso ni implementó ningún programa de contratación pública, y apoyó la contracción, no la expansión, de los beneficios de la seguridad social. En segundo lugar, la mayoría de los empresarios y ricos ven poca necesidad —de momento— en encontrar cualquier solución que podría incrementar sus impuestos. En tercer lugar, no existe un socialismo realmente existente (tal como la Unión Soviética durante la década de 1930) que se presente como una alternativa actual que pueda atraer un apoyo significativo de la clase trabajadora, y por lo tanto presione a los conservadores a realizar concesiones políticas al estilo Roosevelt.
Las deficiencias políticas empeoran las deficiencias económicas La ausencia de una fuerza de izquierda desde las bases ha dejado a los Estados Unidos con una severa crisis sin la intervención estatal adecuada para sostener una recuperación económica. En su lugar, una fe conservadora en la Economía neoliberal y neoclásica, que se opone en principio a la intervención del Gobierno, resulta en un reducido número de medidas de estímulo fiscal, además de una dependencia a la 7
deuda pública. Mientras tanto, la política monetaria de la Reserva Federal bombea inmensas sumas de dinero en apoyo de bancos y mercados financieros internacionales. Este programa busca salvar y fortalecer a las grandes empresas (tanto financieras como no financieras), al mercado de valores, y al 5% de individuos ricos que dependen de dichos negocios y mercados. Estos beneficiarios de la política pública son además financistas clave de los partidos políticos, candidatos y burócratas estadounidenses. Estos últimos diseñan y ejecutan un programa bastante clásico de «economía de goteo»4. Una ayuda gubernamental grande y directa a los negocios y a los ricos se supone que también debería «gotear» y proveer una recuperación para las masas de personas. Sin embargo, el programa económico de goteo no ha funcionado —por un número de razones que son bastante fáciles de identificar. La riqueza obtenida a través del Gobierno por la élite no «gotea» en el mundo real. En su lugar mesas de directivos continúan en la búsqueda de sus intereses personales y no comparten los fondos de recuperación que se derraman sobre sus cabezas. Por lo tanto, seguimos experimentando un elevado desempleo, un inmenso número de hogares desahuciados, salarios reales y beneficios a la baja, y poco acceso a crédito personal. Esto nos deja como resultado un consumo e inversiones estancadas. Esto impide la recuperación de las empresas y los mercados de capitales. La crisis capitalista global se profundiza. ¿Qué se debe hacer? Los dirigentes políticos y económicos simplemente repiten su mantra mainstream5: es necesario mantener el programa de goteo post-2007 con altas expectativas de que los esfuerzos del Gobierno van a poner fin a la crisis, y debemos esperar hasta que la crisis reduzca lo suficiente los En inglés trickle-down economics, también denominado «efecto derrame» (N. del T.). 5 En español corriente dominante. Se trata de un pensamiento que está extendido y normalizado (N. del T.). 4
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salarios y los costos de hacer negocios para que las oportunidades de ganancia incentiven a los capitalistas a volver a invertir. Los que gobiernan prefieren esperar en lugar de pagar los costos de la intervención estatal necesaria para superar la crisis. El Capitalismo, dicen, producirá eventualmente un repunte económico. Un programa alternativo, aunque predecible e inadecuado, proviene de la aún pequeña pero creciente camarilla de keynesianos. Esta crisis los ha revitalizado de la misma forma que la crisis de los años treinta revitalizaron a su inspiración, las ideas de John Maynard Keynes. Quieren un estímulo fiscal gubernamental mucho mayor, apalancado por mayores déficits presupuestarios. Insisten en que el aumento de la deuda nacional se puede compensar fácilmente más adelante, una vez que se reanude el sólido crecimiento económico. Están bastante seguros de que un mayor estímulo resolverá lo que ellos ven como el problema: regresar a un Capitalismo «normal» desde un Capitalismo asolado por la crisis. La lucha en Washington continúa entre una corriente dominante algo debilitada por la crisis, y sus muy moderados críticos keynesianos. Ambas partes hablan y actúan como si sus posiciones marcaran los límites del debate, y agotaran por completo el universo de posibilidades de la política económica. Fue necesaria la explosión de Occupy Wall Street para abrir ese espacio a las otras opciones, no dominantes y no keynesianas. Estas opciones siempre estuvieron disponibles, pero han sido reprimidas durante mucho tiempo por los intereses empresariales y sus aliados políticos, mediáticos y académicos. Este libro se centra en una de esas opciones alternativas. A medida que esta crisis duradera trae sufrimiento económico a la mayoría de las familias estadounidenses, el sistema político muestra cada vez menos capacidad para resolver el problema de raíz. De hecho, un número creciente de estadounidenses considera que los debates políticos en 9
Washington son irrelevantes o incluso perjudiciales para sus intereses. Las políticas de goteo de la corriente mainstream de George W. Bush y Barack Obama parecen haber complacido a las corporaciones y los ricos al tiempo que pasaron por alto la recuperación para la gran mayoría. Debido a que el endeudamiento masivo del Gobierno ayudó a pagar esas políticas, el déficit y la deuda nacional se dispararon. Ahora ambos partidos políticos discuten sobre los detalles de la austeridad necesaria para reducir esos déficits y esa deuda. Proponen recortes más grandes o más pequeños en los servicios públicos y el empleo público. En resumen, los estadounidenses han sufrido durante años una crisis económica que no causaron. Han visto un programa de recuperación que no les ayudó. Los arquitectos de ese programa de recuperación les han dado una lección sobre la necesidad de que «todos» paguen sus costos. Y luego la masa de estadounidenses aprendió que ese «todos» se refería a los trabajadores —no a las personas cuyas acciones causaron la crisis—, y que deben sufrir recortes de austeridad justo cuando necesitan de forma urgente más y mejores servicios gubernamentales. No es de extrañar que las políticas keynesianas alternativas, que generan déficits y deudas aún mayores y que, por lo tanto, corren el riesgo de atraer peores medidas de austeridad, no sean atractivas para tanta gente.
La estafa de la regulación En términos generales, el Gobierno interviene económicamente regulando las interacciones económicas entre empresas e individuos. Lo hace gravando sus actividades (obtener ingresos, poseer riqueza, gastar dinero, etc.) y estableciendo reglas que rijan dichas actividades. Sin embargo, el
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contenido real y los efectos de las regulaciones gubernamentales dependen de los intereses que rigen su diseño e implementación. Los impuestos de la era del New Deal a los negocios y a la riqueza, y las regulaciones probaron ser vulnerables e insostenibles. Los enemigos del New Deal tenían los incentivos (maximización de beneficios) y los recursos (el rendimiento de sus inversiones) necesarios para deshacer muchas de las reformas logradas después de la Segunda Guerra Mundial, con un efecto cada vez mayor desde la década de 1970. Evadieron sistemáticamente y debilitaron los impuestos y regulaciones del New Deal y, finalmente, cuando fue políticamente posible, los eliminaron por completo. Las ganancias empresariales financiaron a los partidos, los políticos, las campañas de relaciones públicas y los think tanks profesionales, que juntos dieron forma a los efectos sociales reales y al declive histórico de la regulación económica del Gobierno. Los ejemplos incluyen la destrucción de la Ley Glass-Steagall, el ataque al Seguro Social, el cambio de la carga fiscal, etc. Los sindicatos, la izquierda y el ala progresista del Partido Demócrata, no pudieron (o no quisieron) asegurar el compromiso del Gobierno federal con las políticas del New Deal incluso cuando estaban en el poder. Por lo tanto, la propuesta de un «nuevo» New Deal hoy en día a muchos les parece fundamentalmente inadecuada, dado que las instituciones dominantes del sistema —las corporaciones capitalistas— cuidan sus intereses y siguen obteniendo los recursos necesarios para deshacer dichas reformas. Para consternación de los keynesianos, sus críticas a las políticas económicas dominantes y las propuestas de nuevos New Deals despiertan poco entusiasmo o apoyo. La regulación, la desregulación y la reregulación golpean a cada vez más estadounidenses como un malentendido delirante sobre dónde radica el problema en realidad.
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Una cura para el Capitalismo Un número cada vez mayor de personas está buscando una solución muy diferente al pantano económico y político que envuelve a los Estados Unidos y al mundo. Para ellos, esa solución debe tener varios componentes clave. Uno es el final definitivo de las crisis periódicas generadas por el Capitalismo (que sus líderes han prometido desde siempre, pero que no se ha logrado desde hace más de un siglo). Otro componente es un sistema económico reorganizado para asegurar una mayor equidad de ingresos y riqueza. Otro componente más es una distribución del poder genuinamente democrática entre los individuos tanto dentro de sus lugares de trabajo como en sus comunidades. Para lograr esta solución se requiere, en primer lugar, una crítica integral de cómo funciona el Capitalismo, cómo es que produce sus inaceptables resultados. En segundo lugar, necesitamos una visión de un sistema económico alternativo libre de los defectos estructurales del Capitalismo. Ese sistema constituiría una cura para el Capitalismo. Superaría los problemas que, de otro modo, serían irresolubles. Este libro utiliza y se basa en la crítica de Marx al Capitalismo porque, a pesar de sus límites, sigue siendo la crítica más útil y desarrollada a disposición. La cura que propugno aquí también recibe inspiración de varias tradiciones: movimientos por la justicia social, la protesta de la clase trabajadora contra el Capitalismo, y movimientos por la acción económica cooperativa (comprar, poseer y producir). Esta cura implica, en primer lugar, reemplazar la organización actual de la producción capitalista dentro de oficinas, fábricas, tiendas y otros lugares de trabajo en las sociedades modernas. En resumen, la explotación —la producción de un excedente apropiado y distribuido por otros que no sean sus productores— debe ser abolida. Por mucho que se 12
hayan abolido las anteriores estructuras de clases (señores que explotan a siervos en el feudalismo y amos que explotan a esclavos en la esclavitud), la estructura de clases capitalista (empleadores que explotan a empleados asalariados) también debería abolirse. En las corporaciones —la forma dominante de las empresas capitalistas modernas— las pequeñas juntas directivas seleccionadas por un número pequeño de accionistas importantes ya no se apropiarían y distribuirían el excedente producido por los empleados. En cambio, los propios trabajadores productores de excedentes tomarían las decisiones básicas sobre la producción y la distribución. Se convertirían colectiva y democráticamente en su propia junta directiva. Los directorios seleccionados por los accionistas ya no dirigirían qué, cómo y dónde produce la empresa. En cambio, todos los trabajadores de las empresas —los que producen directamente y los que proporcionan los servicios de apoyo que permiten la producción— se convertirían colectivamente en los directores que deciden qué, dónde y cómo producir, y cómo distribuir los excedentes apropiados. Las empresas capitalistas se transformarían así en empresas autodirigidas por sus trabajadores (EATs) En segundo lugar, tales lugares de trabajo reorganizados se asociarían con organizaciones igualmente democráticas de comunidades residenciales interdependientes con las EATs. Debido a que las decisiones tomadas en las EATs afectarían a los residentes de estas comunidades y viceversa, una democracia genuina requeriría que cada uno participe en las decisiones tomadas por el otro. La codeterminación por parte de las democracias comunitarias y del lugar de trabajo se convertiría en la nueva realidad del autogobierno social. Entre las principales decisiones sociales que se determinarían de esta manera se encuentran las siguientes: (1) qué combinación de propiedad privada y socializada de los medios de producción sería la mejor, (2) qué combinación de 13
mercados y planificación se preferiría como medio de distribución de recursos y productos, y (3) qué combinación de toma de decisiones democrática representativa y directa debe existir tanto en los lugares de trabajo como en las comunidades residenciales. Las democracias en ambos sitios sociales tomarían y ajustarían continuamente estas decisiones de manera colaborativa. Tal reorganización de los lugares de trabajo, junto con la institucionalización de la codeterminación democrática, acabaría efectivamente con el Capitalismo. Marcaría otro hito en la historia humana, siguiendo a las transiciones anteriores de la esclavitud y el feudalismo como organizaciones de producción. La desaparición de las relaciones de poder entre amos y esclavos, señores y siervos sería ahora replicada para la desaparición de las relaciones de poder entre los capitalistas y los trabajadores. Tales categorías de oposición ya no se aplicarían a las relaciones de producción. En cambio, los trabajadores se convertirían en sus propios jefes colectivos. Las dos categorías, empleador y empleado, estarían integradas dentro de las mismas personas. Al mismo tiempo, reorganizar los lugares de trabajo de esta manera sería diferente a los esfuerzos históricos del siglo XX por ir más allá del Capitalismo. A diferencia de las formas estatales tradicionales de Socialismo y Comunismo, ya no sería suficiente solo nacionalizar la propiedad productiva y reemplazar los mercados con la planificación centralizada. El elemento adicional y crucial —y por tanto transformador— sería la reorganización de todos los lugares de trabajo para eliminar la explotación. La institución de EATs posicionaría estructuralmente a los trabajadores como apropiadores y distribuidores de cualquier excedente que generen. Así, el Estado se volvería dependiente de las distribuciones de porciones de los excedentes de los propios trabajadores autodirigidos para obtener sus ingresos, llevar a cabo sus operaciones y para su existencia misma. El desequilibrio de poder 14
entre los Estados y sus poblaciones que acechó el último siglo de Socialismo y Comunismo se superaría estructuralmente. De esta manera, podríamos sentar las bases materiales para la eventual desaparición del Estado que muchos marxistas prevén. Reorganizar la producción para que los trabajadores se vuelvan colectivamente autodirigidos en sus lugares de trabajo lleva a la sociedad más allá del Capitalismo y de los socialismos y comunismos realmente existentes del siglo pasado. En ese sentido, las EATs representan una alternativa tanto al Capitalismo como al Socialismo/Comunismo de Estado tradicional, una alternativa a los sistemas que otorgan el poder de dirección dentro de las empresas a capitalistas privados elegidos por accionistas o a capitalistas estatales seleccionados por el Gobierno o el Partido. En las EATs, las decisiones sobre la producción y la distribución de los productos ya no sirven principalmente a pequeños subgrupos (receptores de ganancias, dividendos y ganancias de capital), sino a la mayoría de los trabajadores y sus comunidades. Los criterios sociales — determinados de forma democrática por los trabajadores autónomos y miembros de la comunidad— reemplazarían la búsqueda de la ganancia y la acumulación, la inversión, y todas las demás decisiones económicas. Todos los trabajadores tendrían ahora dos tipos de puestos. Primero, se les asignaría democrática y colectivamente una tarea de producción específica (generalmente por un período de tiempo específico) dentro de la división del trabajo en el lugar de trabajo. En segundo lugar, se les otorgaría, democrática y colectivamente, una participación plenamente equitativa a lo largo de su período de empleo en el diseño, funcionamiento y cambio de esa división del trabajo y en la distribución de sus productos. Nadie podría trabajar sin participar en ambos roles. Se superarían las antiguas divisiones entre obreros mentales y manuales, entre controlador y controlado en el lugar de trabajo, entre jefes y esclavos
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asalariados, logrando así un inmenso paso hacia la equidad económica y, por ende, social.
Construyendo un apoyo para la cura Para obtener aprobación social para la creación y mantenimiento de las EATs dentro de las economías modernas, se podría llevar a cabo una amplia variedad de campañas. Un programa gubernamental de financiación y apoyo a nuevas EATs podría centrarse en los desempleados. El modelo de Roosevelt para la creación de empleos públicos, por ejemplo, podría ser modificado para proveer trabajo específicamente a los desempleados para que se integren a empresas autodirigidas. Las EATs podrían entonces convertirse en una forma importante de empresa a la par de las empresas capitalistas tradicionales. Otra campaña paralela podría hacer hincapié en los beneficios sociales de dar a los ciudadanos una auténtica libertad de elección entre el trabajo dentro de una empresa capitalista jerárquica tradicional o dentro de una empresa autodirigida por sus trabajadores. Esta opción no existe en la actualidad. Esta campaña abogaría por la extensión de los programas gubernamentales que apoyen a las pequeñas empresas y a las empresas propiedad de las minorías a incluir un programa para las empresas autodirigidas por sus trabajadores. En tales programas, el Gobierno brindaría subsidios, incentivos y soporte técnico a determinadas empresas, porque los mercados dominados por las empresas capitalistas de otra forma las destruirían, y porque su existencia provee importantes beneficios sociales. Se podría construir otra campaña en torno a ampliar la democracia a partir de su aplicación actual, la cual es bastante limitada, basada en la residencia. La idea básica sería llevar democracia a las comunidades que componen los lugares de 16
trabajo. La legislación, por ejemplo, podría depender de ahora en delante de la aprobación tanto de las democracias en el lugar de trabajo como de las democracias residenciales en un sistema de codeterminación mediante procedimientos democráticos basados tanto en la empresa como en la residencia. Hay tres razones de peso para sostener una campaña de este tipo: primero, que ninguna democracia está completa si no incluye a la economía y sus instituciones básicas; en segundo lugar, la debilidad y la mera formalidad electoral de las democracias políticas realmente existentes derivan de su falta de democracia económica; finalmente, la organización capitalista de la producción dentro de las corporaciones modernas contradice directamente y excluye a la democracia económica. Los problemas del Capitalismo se han intensificado y magnificado por sus crisis recurrentes, especialmente desde que inició la gran recesión de 2007. Los problemas del Capitalismo también se han vuelto más visibles para millones de personas. A medida que la crítica aumenta, también lo hace el pensamiento y acción de la oposición. El Capitalismo no está «entregando los bienes» a la mayoría de la gente, y ellos lo saben. Pero necesitamos saber por qué el Capitalismo está en problemas tan profundos para identificar qué camino seguir, para encontrar una cura. Voy a realizar ese análisis crítico y tomar el primer paso en la primera parte de este libro. La demanda de un sistema alternativo se ha incrementado rápidamente entre las víctimas y los críticos del sistema capitalista actual. La gente busca cada vez más cambios en los sistemas económicos y políticos que puedan llevarnos más allá del Capitalismo y, al mismo tiempo, a evitar los problemas asociados con los esfuerzos pasados para reformarlo o reemplazarlo. La segunda parte de este libro se centra en aclarar qué se debe hacer y por qué. La mayor parte de este libro, la tercera parte, está dedicada a presentar, explicar y respaldar lo que creo
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que es la mejor alternativa que tenemos para lograr lo que se debe hacer.
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PARTE I: EL CAPITALISMO ESTÁ EN SERIOS PROBLEMAS El Capitalismo ha tenido un éxito mundial, sobre todo en los Estados Unidos. Sus apologetas exigen, y el Capitalismo como tal merece un reconocimiento importante por catapultar a la que alguna vez fue una colonia británica hacia su estatus de superpotencia económica, política y cultural en tan solo doscientos años. Los costos de este viaje fueron inmensos y ampliamente distribuidos; los beneficios igualmente fueron inmensos, pero menos distribuidos. Esta fue una primera señal de los problemas que llegarían en el futuro. Además, un aumento a largo plazo de los salarios reales generó condiciones y expectativas que eventualmente sobrepasaron la capacidad del Capitalismo para sostenerlas. Aquí hay otra señal preocupante. La excolonia recurrió a la inmigración y al imperialismo como medios clave para promover su crecimiento. Sin embargo, también contribuyeron a la dependencia económica de una globalización capitalista en evolución. Esta fue otra señal de alarma. Por detrás de todos estos problemas estaban amplificándose los defectos estructurales básicos del sistema capitalista. Sus contradicciones, tensiones y conflictos internos —antagonismos incesantes y desiguales entre el trabajo y el capital, entretejidos con las luchas competitivas entre capitalistas— generaban periódicamente recesiones, crisis, pánicos y ciclos de auge y caída. A menudo, estos fueron una muestra dura pero evidente de las dimensiones más oscuras del sistema. Lentamente, la gente acumuló no solo el conocimiento de los profundos costos sociales del Capitalismo y sus víctimas, sino también anticipaciones cada vez más fuertes de sistemas económicos y sociales que serían mejores que el Capitalismo. Hoy en día, a raíz de una de las crisis más profundas y largas del 19
Capitalismo, esa percepción crítica ha revivido y se ha agudizado. Los críticos contemporáneos pueden basar su comprensión en la historia acumulada del Capitalismo y sus dilemas actuales. Quizás lo más importante es que la crítica al Capitalismo que podemos articular hoy en día, como se presenta en la primera parte de este libro, nos permite vislumbrar de forma más clara que nunca una solución verdaderamente nueva. Esta solución no solamente supera muchas de las fallas y errores del Capitalismo, sino que también aprende qué malentendidos y pasos en falso evitar partiendo de los esfuerzos anteriores para trascender a este sistema. Juntas, la crítica y la solución ofrecen mayores esperanzas de un gran avance, más allá de un sistema que se encuentra en serios problemas, un sistema que se ha extendido en todo lugar desde hace medio siglo.
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1. Capitalismo y crisis Como todos los temas de conversación importantes, el Capitalismo ha sido definido y entendido de múltiples maneras por diferentes grupos y personas a lo largo de su historia. Ese hecho requiere que todos los que usan este término sean claros y explícitos sobre la definición particular que están utilizando. Nadie debería proceder como si una definición fuera la única o fuera una definición en la que todos estuvieran de acuerdo. Por ejemplo, la utilización del término «Capitalismo» en la actualidad —en los medios de comunicación, entre los políticos y en los círculos académicos— se centran en dos dimensiones clave. La primera es la propiedad privada: el Capitalismo es un sistema en el que los medios de producción (tierra, herramientas, equipos, materias primas) y los productos (bienes y servicios) son propiedad privada de empresas e individuos. No pertenecen a la sociedad en su conjunto de forma colectiva, ni al aparato estatal (que representa, al menos en teoría, a la sociedad en su conjunto). La segunda dimensión es el mercado: el Capitalismo es un sistema en el que los recursos productivos y los productos producidos se distribuyen mediante intercambios negociados libremente entre sus propietarios privados. La distribución no se logra por medio de decisiones planificadas por el Estado o cualquier otra entidad colectiva. Así, la gran pugna entre «Capitalismo» y «Socialismo» durante el siglo XX se definió por lo general como una lucha entre la propiedad privada y el mercado, por un lado, y la propiedad socializada y la planificación gubernamental, por el otro. No empleo dicha definición en este libro. Una discusión completa acerca de las diferentes definiciones de Capitalismo y de los desacuerdos entre sus seguidores nos tomaría demasiado tiempo. En su lugar, subrayaré algunos problemas con la definición convencional a modo de introducción de la definición 21
que yo manejo. La propiedad privada es de hecho una característica predominante en el Capitalismo. Sin embargo, las economías capitalistas también suelen contener cantidades significativas de propiedad productiva y productos que pertenecen a los aparatos estatales en nombre de la sociedad en su conjunto. En los Estados Unidos, por ejemplo, los puertos, el espacio aéreo, las instalaciones de transporte, el equipo militar, grandes extensiones de tierra y muchas instituciones educativas son propiedad del Estado. Asimismo, los mercados son mecanismos comunes de distribución, sin embargo, muchas economías capitalistas también incluyen la distribución de bienes y servicios en formas distintas al mercado. En los Estados Unidos, por ejemplo, los alimentos se distribuyen a través de cupones de alimentos emitidos a ciertas partes de la población, y muchas comunidades distribuyen servicios de parques, bomberos, policía y escuelas a los ciudadanos en base al estudio de sus necesidades, no en los intercambios de mercado. Además, la propiedad privada y los mercados no distinguen al Capitalismo de otros tipos de sistemas económicos en la historia de la humanidad. Por ejemplo, los esclavos en el sistema económico no capitalista del Sur de los Estados Unidos antes de la Guerra Civil eran propiedad privada. De manera similar, en muchas partes de la Europa Medieval Tardía la tierra, los caballos, los arados y los molinos eran a menudo medios de producción de propiedad privada, pero nos referimos al sistema económico de aquella época como Feudalismo, no Capitalismo. Los mercados también fueron característicos del Esclavismo y del Feudalismo, así como lo son del Capitalismo. Por ejemplo, los señores feudales a menudo vendían el producto del trabajo de sus siervos en los mercados; el Feudalismo funcionó también con un sistema de distribución de mercado. De la misma manera, el algodón producido por los esclavos en el sur de los Estados
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Unidos se vendía regularmente en los mercados mundiales mediante intercambios monetarios. En resumen, la propiedad privada y los mercados no nos proporcionan una demarcación clara entre el Capitalismo y, por ejemplo, el Esclavismo y el Feudalismo como sistemas económicos. Tampoco llegamos más lejos si tratamos de abordar este problema invocando a la «libertad» individual. Una opinión común es que los esclavos carecían de libertad porque eran propiedad de los amos, y los siervos carecían de libertad porque estaban atados a sus señoríos feudales, pero los trabajadores en el Capitalismo no sufren ninguna de esas formas de coerción. Entre los problemas con esta definición está el hecho de que, bajo el Capitalismo, los trabajadores asalariados no son libres (excepto formalmente, legalmente), porque para vivir, aunque sea en condiciones mínimas, deben trabajar para otros. Deben vender su fuerza de trabajo a quienes poseen los medios de producción para poder sobrevivir. Debido a estas y otras muchas dificultades, defino al Capitalismo de una forma un tanto diferente. Mi enfoque no se centra en la propiedad, los mecanismos de distribución o la libertad. En cambio, destaco la organización interna de la producción y la distribución: cómo los sitios sociales donde se producen y distribuyen los bienes y servicios organizan esos procesos. Un sistema capitalista es, entonces, aquel en el que una masa de personas —trabajadores productivos— interactúa con la naturaleza para producir tanto los medios de producción (herramientas, equipos y materias primas), como los productos finales para el consumo humano. Esos trabajadores llevan a cabo una producción total mayor que la parte de esa producción que se les devuelve (salarios). Esa parte, los salarios, facilitan la supervivencia de los trabajadores productivos: les proporcionan su consumo y aseguran la continuidad de su trabajo productivo. La diferencia entre el output total que generan y sus salarios se denomina «excedente», y es acumulado por otro grupo diferente 23
de personas, los empleadores de los trabajadores productivos: los capitalistas. Los capitalistas reciben el excedente de los trabajadores productivos en virtud de un contrato de trabajo asalariado convenido entre el capitalista y el trabajador. Este contrato de trabajo asalariado especifica un intercambio de mercancías particulares. El capitalista se compromete a comprar —pagar al trabajador de forma regular— el tiempo de trabajo del obrero. El trabajador acepta vender su tiempo de trabajo al capitalista. Además, el trabajador suele estar de acuerdo en utilizar las herramientas, el equipo, las materias primas y el espacio que le proporciona el capitalista. Finalmente, el trabajador está de acuerdo en que la producción total que surge de su trabajo es inmediata y totalmente propiedad privada del capitalista. Los trabajadores productivos —aquellos que producen el excedente— utilizan los salarios que les pagan los capitalistas para comprar los bienes y servicios que consumen, y para pagar impuestos personales. Los capitalistas utilizan el excedente que obtienen de sus empleados productivos para reproducir las condiciones que les permiten seguir obteniendo excedentes de sus empleados productivos. Por ejemplo, usan parte de su excedente para contratar supervisores para asegurarse de que los trabajadores productivos trabajen eficazmente. Utilizan otra parte para pagar impuestos a un aparato estatal que, entre otras actividades, hará cumplir los contratos que tienen con sus trabajadores. Usan otra parte del excedente para sostener instituciones (iglesias, escuelas, think tanks, empresas publicitarias) que persuaden a los trabajadores y sus familias de que este sistema capitalista es bueno, inalterable, etc., para que sea aceptado y perpetuado. Los trabajadores que firman contratos con los empleadores se dividen en dos categorías. Los «trabajadores productivos» son aquellos que se dedican directamente a la producción de los bienes y servicios que venden a sus empleadores; su trabajo 24
produce el excedente que los empleadores reciben y distribuyen para reproducir su posición como capitalistas. El término «trabajadores improductivos» se refiere a todos aquellos que se dedican a proporcionar el contexto o las «condiciones de existencia» necesarias para que los trabajadores productivos generen excedentes. Los trabajadores improductivos reciben sus salarios y sus medios de trabajo de los capitalistas. Estos últimos distribuyen parte del excedente que obtienen de los trabajadores productivos para pagar y mantener a los trabajadores improductivos. En resumen, el sistema económico capitalista divide a las personas en tres grupos económicos básicos: trabajadores productivos, capitalistas y trabajadores improductivos. Así como el contexto social del sistema económico —la política y la cultura— moldea e influye en la economía, también ocurre lo opuesto. Centrarse en el sistema económico de una sociedad, como lo hace este libro, no significa que la economía sea más importante que la política, la cultura o la interacción entre ellas que dan forma a cada sociedad. Mi inspiración para estudiar al sistema económico capitalista es la negligencia generalizada de esta dimensión de los problemas sociales contemporáneos. Uno de los objetivos de este libro es rectificar ese descuido. Durante los últimos cincuenta años el sistema capitalista ha estado libre de crítica y debate tanto en los Estados Unidos como prácticamente en todo el mundo. Debates intensos se han realizado en torno a otras instituciones o sistemas básicos tales como el matrimonio, la educación, la seguridad social y la infraestructura urbana. La crítica de sus situaciones y problemas actuales han nutrido propuestas para cambios que van desde los relativamente menores hasta los fundamentales. Sin embargo, nuestro sistema económico —el Capitalismo— se ha librado de una discusión crítica, como si existiese algún tabú que impidiera el criticismo. Los líderes empresariales y políticos, los medios mainstream de comunicación masiva, y gran parte de la 25
comunidad académica han sustituido el debate y la crítica seria por apoyo y celebración. Esta fue su respuesta a la Guerra Fría — y una parte intrínseca del resurgir conservador luego de la Gran Depresión, el New Deal y el período de guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética que condujo dichas fuerzas hacia la reacción. Ellos trataban al Capitalismo de forma insistente como algo que no podía ser criticado, debatido o cambiado —y esperaban que los demás hicieran lo mismo. Durante el período de posguerra, los críticos del Capitalismo fueron marginados. Se crearon leyes que vinculaban dicha crítica a la traición. Colegios y universidades discriminaban dichas críticas. Los políticos competían para ver quién adulaba de mejor manera al Capitalismo y condenaba todas las alternativas. La batalla cultural produjo purgas de periodistas, cineastas, escritores y otros sospechosos de tener simpatía con aquellos que criticaban al sistema capitalista. La historia del movimiento sindicalista estadounidense luego de la década de 1940 muestra las espantosas consecuencias de castigar la crítica al Capitalismo. En primer lugar, los aparatos estatales presionaron de manera efectiva para arrancar a aquellos líderes sindicales y activistas que se atreviesen a incluir una crítica al Capitalismo en su trabajo. Eran vilipendiados por defender políticas «subversivas» e «ideológicas» en lugar de hacer su trabajo: «apoyar a los miembros». Además, a medida que la mayoría de los sindicatos se iban alineando a la narrativa, también tuvieron un declive debido a los repetidos ataques que alegaban un supuesto apoyo a «intereses especiales que sirven solamente a sus miembros», a expensas del bienestar social. Durante el último medio siglo resurgieron de forma esporádica críticas a empresas capitalistas particulares o a sus prácticas particulares. Era posible atacar las actividades monopolísticas de las empresas capitalistas, la discriminación racial y de género y el daño medioambiental —incluso la forma en que corrompían a las instituciones políticas. Sin embargo, los 26
críticos aprendieron a enfocarse solamente en malos comportamientos específicos —no en el sistema económico que los inducía, incentivaba y reproducía. Muchos movimientos de oposición se hundieron o colapsaron porque excluían a aquellos que se atrevían a realizar alguna crítica al sistema capitalista. En contraste, el movimiento Occupy Wall Street en 2011 rompió el tabú tradicional, afirmando claramente la legitimidad de criticar al propio Capitalismo. Como cualquier sistema social que haya estado exento durante mucho tiempo de la crítica y el debate, el sistema capitalista se deterioró detrás de su muro protector: su enaltecimiento. Las grandes empresas subordinaron a los pequeños capitalistas cuando no las superaban. Las leyes que protegían al trabajador y a los sindicatos fueron debilitadas, repelidas o simplemente se dejaron de ejercer. La libertad fue redefinida principalmente como la libertad de las empresas para decidir qué, dónde y cómo producir sin interferencia de otras partes de la sociedad. Los resultados aleccionadores de una prohibición tan duradera a la crítica y al debate serios sobre el sistema capitalista son muchos. Entre ellos está el regreso de niveles de desigualdad de ingresos y riqueza que eran típicos hace más de un siglo; una consecuente desigualdad en la distribución del poder político y el acceso a la cultura; el debilitamiento de los servicios y ayudas sociales provistos por el Gobierno; y crisis ecológicas multidimensionales. A la luz de esto, dos objetivos centrales de este libro son (1) mostrar cómo la severa crisis que experimentamos desde 2007 es solamente otro resultado del Capitalismo y (2) ayudar a reabrir un espacio a la crítica del Capitalismo como un paso clave hacia un cambio social fundamental. El sistema económico capitalista persiste en tanto los contratos de trabajo entre capitalistas y obreros (tanto productivos como improductivos) provean cantidades suficientes de excedente a los capitalistas, y empleo e ingresos a 27
los trabajadores. Los desarrollos dentro del sistema económico capitalista y/o en su entorno social y natural pueden interrumpir —de forma repentina o gradual— la reproducción del sistema. Entonces, los trabajadores desempleados, los medios de producción no utilizados y la consiguiente pérdida de producción pueden coexistir —a menudo durante años—, deslegitimando las pretensiones del Capitalismo de lograr eficiencia, equidad y progreso Las masas populares de las economías capitalistas ven dichas disrupciones como «tiempos difíciles» para los que hay que prepararse, y es necesario soportarlos. Los defensores del Capitalismo temen que las disrupciones sean amenazas para el sistema. Los enemigos del Capitalismo los tratan como oportunidades para organizar a las personas, especialmente a los trabajadores, para cambiar o reemplazar el sistema. No es de extrañar entonces que el Capitalismo haya desarrollado mecanismos para evitar, evadir y responder a tales disrupciones. Entre estos mecanismos han estado las intervenciones del Gobierno que combinan el rescate a capitalistas mediante subsidios directos (inversiones directas, préstamos garantías de préstamos, intercambios por debajo del mercado, etc.), reducir el sufrimiento de las masas al proveer apoyo estatal a los desempleados, y establecer regulaciones para reducir las prácticas económicas atroces que agravan la crisis. De forma simultánea, se despliega la ideología del sistema a través de afirmaciones tales como que las crisis barren con las empresas capitalistas deficientes y por lo tanto fortalecen el sistema económico. Finalmente, están las audaces afirmaciones de los políticos que dicen que las reformas y regulaciones expuestas anteriormente no solo sacarán a la sociedad de la crisis, sino que también evitarán que dichas crisis se repitan.
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1.1.
La inestabilidad y la desigualdad en el Capitalismo
El Capitalismo es un sistema económico inestable. Los tiempos de crecimiento oscilan, a veces de forma drástica, con tiempos de caída. Esto siempre ha sido así desde que el Capitalismo reemplazó al Feudalismo en Europa y se expandió a todo el mundo. Sus oscilaciones toman varios nombres: desde escasez, recesiones, caídas, deflaciones, contracciones, hasta repuntes, auges, inflaciones, expansiones y prosperidad. Los economistas profesionales se han visto en la obligación de admitir que el Capitalismo presenta «ciclos económicos» endémicos, pero siguen con la esperanza de que se pueda hacer algo para prevenirlos o al menos para evitar que destruyan al sistema. Muchos economistas se han sustentado en el trabajo de John Maynard Keynes para asegurar que un manejo adecuado de la política fiscal y monetaria por parte de los Gobiernos podría cumplir dicha esperanza. Los políticos han llevado esa aseveración un paso adelante. En los Estados Unidos cada presidente que ha presidido un ciclo de crisis ha prometido que sus intervenciones económicas (su combinación de políticas fiscales y monetarias) podría no sólo poner un fin a esa crisis, sino que evitaría la existencia de una nueva en el futuro. Sin embargo, ningún político o paquete de medidas políticas en la historia del Capitalismo ha logrado cumplir esa promesa. El Capitalismo, además, se desarrolla de forma inconsistente en el espacio —y siempre lo ha hecho. Por lo tanto, el crecimiento en la riqueza de algunas partes del mundo va de la mano con el crecimiento de la pobreza en otras. Cada camino particular de desarrollo económico tiene sus ganadores y sus perdedores. Generalmente durante el mismo período de tiempo los empleadores ganan debido a que —y generalmente como consecuencia de que— los trabajadores pierden. Esta desigualdad particular es una causa crucial de la crisis global capitalista que explotó en 2007, tal y como voy a demostrar. Los comerciantes y 29
productores que se desarrollan en las áreas urbanas por lo general producen una devastación simultánea en las áreas agrícolas rurales. La victoria competitiva de una compañía en un pueblo podría devastar a sus compañías rivales en sus respectivos pueblos. El éxito capitalista de Inglaterra fue la raíz de la crisis y el declive de India. el crecimiento explosivo de las empresas capitalistas en China tiene su contraparte en la devastación de zonas manufactureras en los Estados Unidos, tal y como la temprana revolución industrial de Europa destruyó los sistemas productivos de Asia. El quiebre capitalista siempre ha provocado quejas por parte de aquellos que sufren sus consecuencias. Dichas quejas pueden y por lo general evolucionan en críticas al Capitalismo como un sistema, y a partir de allí a exigir el surgimiento de sistemas no capitalistas. Los campeones del status quo por lo general responden con argumentos tales como que las causas del declive o el subdesarrollo no son culpa del Capitalismo, sino que culpan a las condiciones naturales (como las inundaciones son los derrumbes), a condiciones políticas (tales como la guerra o la intervención del Gobierno), a patrones culturales (una cultura del emprendimiento o del ahorro inadecuada), etc. El argumento defensivo más común y recurrente se centra en la intervención estatal de la economía como la principal causa externa de la crisis capitalista. Debido a esto, por casi un siglo, se ha intentado culpar de la inestabilidad y la desigualdad en el Capitalismo a la intervención del Gobierno en las economías de libre mercado. Economistas, políticos, periodistas y expertos apuntan a la carga tributaria, a los gastos del Gobierno, y a la regulación de los mercados como los culpables. El mayor contraargumento —asociado desde 1930 con Keynes—, en cambio, identifica la raíz de los ciclos económicos del Capitalismo en la cultura (es decir, cómo los individuos lidian con la incertidumbre acerca del futuro y sus «propensiones» a consumir y ahorrar), y en las formas en las que la cultura y la economía interactúan. Por 30
lo tanto, Keynes y aquellos que fueron influenciados por él ven a la intervención económica del gobierno como algo útil y necesario para sobrellevar y poner fin a la inestabilidad generada por la interacción entre la cultura y la economía en el Capitalismo. Sin embargo, debido a que la inestabilidad y la desigualdad en el Capitalismo se reproducen continuamente a través de cada variación externa, sea natural, política o cultural, aquellos que defienden al sistema se han sentido empujados a encontrar mejores argumentos que no descansen sobre causas externas. Estos pensadores han intentado justificar al Capitalismo insistiendo que sus dimensiones negativas, tales como sus ciclos económicos y la inherente desigualdad son simplemente el precio necesario que se debe pagar para lograr el progreso social y económico. Ellos aseguran que las ganancias de los vencedores capitalistas son mayores que las pérdidas sufridas inevitablemente por los perdedores económicos del sistema, y por lo tanto esa inestabilidad y desigualdad son, a fin de cuentas —en términos de sus efectos sociales netos— positivas. El Capitalismo sería por lo tanto un sistema eficiente, no importa cuán inestable y desigual sea. Pero esta noción de eficiencia, tan entrañable para aquellos que hacen apología del Capitalismo, es en realidad bastante elusiva. Para conocer si un sistema económico es eficiente es necesario identificar y medir todos sus efectos —los positivos, experimentados por los vencedores, y los negativos que afectan a los perdedores. Sin embargo, esta es una tarea imposible. El problema es tan simple como que los costos y beneficios del Capitalismo en cualquier momento son infinitos en número y se extienden indefinidamente en el futuro, algo que no podemos saber por adelantado. Además del problema (imposible de solucionar) de identificar y medir todos los efectos directos e indirectos del Capitalismo, nos enfrentamos a otro problema adicional, también insuperable: cualesquiera efectos que sean 31
identificados y medidos mediante un cálculo de eficiencia nunca son resultado únicamente del Capitalismo como un sistema económico. Esa sería una aseveración groseramente economicista, o económico-determinista. Aquellos efectos tienen además otras causas (políticas, culturales y naturales) demasiado numerosas como para identificarlas o medirlas. En resumen, la noción de medir la eficiencia de los eventos o procesos económicos, o de un sistema económico es un mero espejismo. No es posible identificar o medir todos los efectos de cualquier factor social, y tampoco es posible el separar y medir todas las influencias que, combinadas, producen cada efecto. El concepto de eficiencia habría desaparecido del discurso (…)6 hace mucho si no fuese porque demostró ser tan ideológicamente útil. El discurso de la eficiencia se parece a la noción capitalista de eficiencia, la cual, a su vez, se parece a las doctrinas y debates medievales alrededor de cuántos ángeles pueden bailar en la cabeza de una aguja: algún día, también, le parecerán a la gente que mira hacia atrás como una discusión extraña y absurda. Una forma particular y bastante extendida del análisis de la «eficiencia», conocido como el «análisis costo-beneficio» intenta comparar el total de beneficios con el total de costos de cualquier evento o proyecto económico para entonces declarar al sistema eficiente si es que los beneficios totales exceden a los costos totales. Se ha vuelto bastante común en la historia del Capitalismo el extender dichos cálculos para problematizar cualquier cosa imaginable: un incremento en la tasa de interés o el índice de impuestos; factibilidad para construir una carretera, proyectos de vivienda, o supermercado en lugar de un parque; la regulación o la desregulación de los mercados; etcétera. Complejos cálculos de costos y beneficios cuidadosamente articulados en hojas de cálculo y gráficos han sido las herramientas principales en el teatro de la eficiencia que ha Falta una aclaración que dice «excepto de la Ciencia», la cual es omitida para no romper la estructura de la oración (N. del T.). 6
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provisto de un camuflaje ideológico a los incontables problemas que atañen al desarrollo desigual del capitalismo. Aquellos que triunfan con regularidad sobre estas dificultades no solo determinan qué evento, plan, proyecto o sistema económico prevalecerá y su forma de desarrollo actual, sino que envuelven aquella forma en el manto ideológico del «progreso». Sin embargo, las crisis recurrentes del Capitalismo — y especialmente aquellas que dejan una profunda cicatriz y duran varios años— pueden deslegitimar la narrativa de la eficiencia capitalista, y de hecho lo hacen con regularidad. El argumento de la eficiencia del Capitalismo se estrella contra el suelo frente al elevado y recurrente desempleo que afecta a millones de desempleados y a sus familias, amigos y vecinos. Cuando vemos el crecimiento absurdo de los desalojos que genera tanto gente sin techo como casas vacías no podemos sino cuestionarnos seriamente la defensa estándar de la eficiencia del Capitalismo. Pero los argumentos tradicionales en defensa del Capitalismo a partir de la eficiencia se han impregnado de tal manera en el discurso público que incluso cuando las crisis capitalistas los deslegitiman, argumentos alrededor de la eficiencia han resurgido en la retórica de los anticapitalistas. Durante la Guerra Fría tanto socialistas como comunistas frecuentemente invertían el argumento estándar al insistir en que eran el Socialismo o el Comunismo los eficientes (o más eficientes que el Capitalismo), y por lo tanto ellos representaban el progreso. Ellos, además, ignoraban con regularidad la imposibilidad de identificar y medir todos los costos y beneficios, y de separar y evaluar la inmensa cantidad de influencias que los producían. Esos socialistas y comunistas además descubrieron que cuando las fuerzas sociales empujaban en contra suyo con la suficiente fuerza, sus argumentos de eficiencia dejaban de tener sentido. La gente se volvió escéptica e incluso llegó a oponerse a aquellas afirmaciones de eficiencia de aquellos sistemas, tal y como sucedió con el Capitalismo durante sus crisis. El fin de los 33
gobiernos comunistas en la Europa Oriental a finales del siglo XX trajo consigo una enorme pérdida de confianza en aquellas afirmaciones que rezaban que el socialismo era inmensamente más eficiente comparado al capitalismo.
1.2. Capitalismo de Bienestar7, 1945-1970 A raíz de la Gran Depresión de la década de 1930 y la Segunda Guerra Mundial, tanto los Estados Unidos como Europa dieron un giro dramático desde una economía relativamente laissez-faire hacia un Capitalismo con ciertas formas de intervencionismo estatal. Las autoridades estatales de la mayoría de los países limitaron los poderes y la riqueza de las corporaciones e incrementaron los salarios y las ayudas gubernamentales para las masas. El Capitalismo con intervencionismo estatal «con un rostro humano» reemplazó al Capitalismo laissez-faire, mucho más duro, que se había instituido desde finales del siglo XIX. Desde 1945 hasta la década de 1970 el intervencionismo estatal capitalista era la norma, con la Economía Keynesiana como el marco de referencia teórico dominante. Desde principios de los 70s hasta la crisis de la economía estadounidense en 2007, el Capitalismo laissez-faire era la norma, apoyado en un marco ideológico neoliberal ampliamente difundido y aceptado. La última mitad del siglo XX fue el ejemplo perfecto de este giro constante de un Capitalismo que fluctuaba en fases con un Estado más o menos intervencionista. En la crisis actual del Capitalismo el debate que identificamos concierne a la forma y ritmo que podría tomar la siguiente oscilación. Esta vez, sin embargo, la posibilidad de un viaje de un Capitalismo con constantes oscilaciones hacia otro sistema económico —
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Literalmente «Capitalismo con Estado de Bienestar» (N. del T.).
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diferente a las formas clásicas que adoptó el Capitalismo— es más fuerte de lo que ha sido desde principios de la década de 1930. La riqueza y pobreza extremas producidas en los cincuenta años anteriores a 1929 generaron una respuesta crítica. De la misma manera lo hizo la transformación de los agricultores rurales en proletarios urbanos industriales. Un sindicalismo organizado y militante se fue gestando, al igual que inmensos partidos políticos socialistas y comunistas, también militantes. Mientras que su desarrollo fue irregular, las organizaciones comunistas y socialistas fueron inmensas, fuertes y lo suficientemente unidas como para convertirse en una fuerza política importante a medida que la crisis capitalista de 1929 profundizó la crisis social en varios países. Por lo tanto, en los Estados Unidos, por ejemplo, los movimientos sociales llevaron a socialistas y comunistas a transformar al nuevo presidente demócrata convencional y centrista, Franklin D, Roosevelt, en un promotor activo de un masivo intervencionismo estatal capitalista. En las entrañas de la Gran Depresión él se encontró a sí mismo atrapado entre los líderes empresariales conservadores y la alianza de facto del Congreso de Organizaciones Industriales (COI) con varios partidos socialistas y comunistas. Dicha alianza demandaba un paquete de medidas masivo e inmediato que aliviara el sufrimiento que el estadounidense promedio estaba sufriendo debido a la Gran Depresión. Militantes dentro de dicha alianza criticaron al Capitalismo, identificándolo como la causa de dicho sufrimiento, y abogaban abiertamente por su reemplazo. La estrategia de Roosevelt tomó forma en este contexto. Él maniobró decidido hacia su «New Deal», dejando las bases de lo que sería el Estado de Bienestar capitalista que tendría lugar en los Estados Unidos desde 1945 hasta la década de 1970. A las masas y a la alianza sindical de izquierda les ofreció el siguiente trato: si renuncian a su anticapitalismo y sus políticas revolucionarias, yo proveeré protecciones legales para los 35
sindicatos, y legitimidad política para los partidos de izquierda (siempre y cuando se mantengan dentro de ciertos límites), además de un masivo gasto para el bienestar social. El punto principal con respecto a lo último fue la creación del sistema de Seguridad Social, el programa de seguro de desempleo y la contratación directa de más de doce millones de nuevos empleados públicos entre 1934 y 1941. Para los capitalistas, él les ofreció la siguiente propuesta: si ustedes renuncian a una parte significativa de sus ingresos personales y empresariales en la forma de un incremento a los impuestos federales para ayudar al pago del nuevo sistema de Seguridad Social del gobierno federal, y si aceptan las nuevas protecciones para los sindicatos, yo proveeré paz social y una izquierda política comprometida al reformismo y a la colaboración con el gobierno en lugar de la revolución. Roosevelt advirtió a los capitalistas que si llegasen a romper el acuerdo que él les estaba ofreciendo, aquello significaría tener menos ventajas al negociar con la alianza COIcomunista-socialista que se estaba esparciendo con rapidez por el país. La estrategia de Roosevelt funcionó. La lucha que tuvo lugar dentro de la alianza de los revolucionarios y los reformistas resultó en la derrota de los anticapitalistas. La coalición con Roosevelt y el Partido Demócrata alrededor de la agenda reformista se convirtió en la política dominante en prácticamente cada sección de la alianza COI-socialistacomunista (pese a que algunos mantuvieron, aunque con muchísima dificultad, actitudes y objetivos revolucionarios). Los capitalistas estaban divididos. La porción que apoyaba a Roosevelt y a su estrategia fue suficiente como para darle a Roosevelt el apoyo político necesario como para llevar a cabo sus principales objetivos para establecer el Estado de Bienestar capitalista. La otra porción permaneció en oposición a sus planes e inmediatamente comenzaron una masiva campaña de agitación en contra del New Deal. Cuando los capitalistas que se 36
oponían al Estado de Bienestar capitalista perdieron, comenzaron su ardua labor para desmantelar y entonces destruir el New Deal en las décadas posteriores a 1945. El premio que recibió Roosevelt por crear esta inmensa coalición fue convertirse en el presidente más popular en la historia de los Estados Unidos. Ganó cuatro elecciones consecutivas, llevando a los Republicanos a pasar una ley que limitaba a todos los futuros presidentes a solamente gobernar dos períodos consecutivos. Él sobrepasó los límites de su programa de empleo público cuando la Segunda Guerra Mundial le permitió proveer trabajos a los otros millones de desempleados bien como personal militar o como empresas privadas produciendo para el ejército. La guerra, tal y como el New Deal, proveyó algunos beneficios inmediatos a los empleadores y a los empleados por igual. Los traumas acumulados por la Gran Depresión y la Guerra desde 1929 hasta 1945 dieron dejaron una huella profunda en la historia estadounidense. El Estado de Bienestar capitalista movilizó compromisos políticos, ideológicos y psicológicos tan vastos y profundos que parecía que aquel consenso no podía ser cuestionado, peor aún destruido. Sin embargo, sus opositores estaban determinados a hacer precisamente aquello. Por un lado, ellos estaban profundamente preocupados por el crecimiento del pensamiento socialista, marxista y comunista, además de las organizaciones a través de la sociedad estadounidense. La alianza que se realizó con la Unión Soviética durante la guerra no hizo sino profundizar sus preocupaciones y enardecer su paranoia. La estrategia capitalista para destruir la coalición del New Deal se convirtió en el tema prevaleciente durante el período de posguerra, y sirvió como un preludio de la destrucción del Estado de Bienestar que lograría después. El primer gran paso para romper la coalición fue centrar los ataques sobre los sindicatos y los partidos políticos de izquierda. El Acta Taft-Harttley y las 37
cazas de brujas anticomunistas (de las cuales el McCarthysmo fue parte) fueron los componentes principales de aquel primer gran paso a finales de la década de 1940 e inicios de 1950. Una antigua coalición política fue re-formada por parte de los capitalistas, el liderazgo del Partido Republicano y varias organizaciones religiosas, racistas, regionales, mediáticas y patrióticas. Esta nueva coalición de derecha dirigió el camino para terminar la alianza de guerra con la Unión Soviética como una pieza clave para romper la coalición del New Deal y por lo tanto minar los logros del New Deal. La Nueva Derecha no siempre salió victoriosa. Sufrió varias divisiones y resquebrajamientos frente al movimiento de los derechos civiles de los afroamericanos y el movimiento feminista. Además, sufrió un inmenso contraataque cultural y político durante la década de 1960. El cambio de las condiciones familiares, de las actitudes y la sexualidad también produjo múltiples roturas. Sin embargo, la Nueva Derecha encontró un pegamento sustancial para mantenerse unida gracias al regreso de la peculiar tendencia estadounidense de demonizar al Gobierno como la causa definitiva de todos los males sociales. Al insistir en que la cura de esos males requería solamente la eliminación de las intromisiones del Gobierno en las libertades individuales, varias facciones de la Nueva Derecha podrían aceptar unirse para atacar en conjunto al Gobierno. Para los capitalistas esto funcionó de maravilla. Ellos identificaron que podrían centrarse animosamente en el Estado de Bienestar para deslegitimar al New Deal para las futuras generaciones. Esta estrategia incluyó la demonización de los sindicalistas, socialistas, comunistas y una amplia gama de reformistas liberales como aquellos que proponían, sin distinción, el incremento del poder estatal, de la intervención del Gobierno, de la burocracia, la ingeniería social y la opresión. Cada componente de la coalición de la Nueva Derecha encontró la forma de definir sus objetivos en términos de oponerse a una 38
política estatal o a otra a la cual echaban la culpa del problema particular al que se enfrentaban. Sin embargo, después de 1945 los capitalistas fueron mucho más eficaces que los otros miembros de la coalición del New Deal en lograr sus objetivos. Cada vez fueron más capaces de evadir, debilitar o repeler las leyes y regulaciones del New Deal. Los ataques de la derecha tuvieron lugar entre 1945 y la década de los 70s. La coalición derechista creció ganando más adherentes especialmente entre aquellos grupos empresariales y de ingresos altos luego de la victoria que lograron al generar, a través del Acta Taft-Hartley, restricciones a los sindicatos laborales y un cambio entre la carga de los impuestos federales desde las corporaciones hacia los individuos y hacia los grupos de medianos ingresos. Mientras tanto, las derrotas del Partido Demócrata y el abandono de sus miembros —especialmente en el sur— dejó a varios demócratas sin los ánimos de defender los programas del New Deal. Las tensiones entre el ala centrista y progresista del partido se incrementaron hasta generar conflictos y rupturas. El New Deal que se levantó en la década de 1960 estaba profundamente criticado tanto por demócratas como por republicanos. El surgimiento de la izquierda a finales de la década de 1960 fue otro punto crucial para la destrucción del legado del New Deal. Por un lado, éste representaba la protesta —especialmente por parte de estadounidenses jóvenes— en contra de la larga decadencia ideológica y práctica de aquel legado. Por otro lado, la reacción de la derecha al resurgimiento de los conflictos en 1960 culminó en la elección de Ronald Reagan en 1980, un indicador crucial del reducido apoyo del que gozaba el Partido Demócrata por parte de la clase trabajadora, debido a que se había mostrado incapaz de inspirar esperanza porque no era capaz ni de proteger, peor lograr un avance en las victorias del New Deal. La elección de Reagan también representó la confianza renovada de la derecha, y su determinación de gobernar la siguiente fase de la historia estadounidense. 39
La agenda de la coalición de derecha dominó ampliamente la política estadounidense desde finales de la década de 1970 hasta el inicio de la crisis de 2007. El Partido Republicano guio el camino y el centrismo dominante del Partido Demócrata le siguió, aunque a regañadientes y con lentitud. Por lo tanto, el ala más progresista del partido (con sus aliados sindicales, afroamericanos, estudiantiles y movimientos sociales) se convirtió cada vez más en algo aislado y poco efectivo. Los demócratas comprometidos con los derechos civiles y las libertades fueron moldeados por las políticas anti-soviéticas y anticomunistas, por lo cual abrazaron las políticas económicas neoliberales. Gran parte del New Deal fue sistemáticamente destrozado. El anterior giro del Capitalismo, que comenzó con la Gran Depresión e impulsó la hegemonía de la economía Keynesiana, el estatismo de bienestar y la socialdemocracia cedió ante la elección de Reagan para dar otro giro rápido en la dirección opuesta. Reagan y la primer ministra británica Margaret Thatcher dirigieron este giro del Capitalismo hacia una nueva versión de un laissez-faire angloamericana, que llegó a adquirir el nombre de «neoliberalismo». Los líderes políticos de los Estados Unidos y del Reino Unido revirtieron con efectividad el movimiento post-1929 que abogaba por un mayor intervencionismo estatal, un Capitalismo socialdemócrata defendido por la mayor parte de las economías europeas continentales. De la misma forma en que el Partido Demócrata siguió con el tiempo al Partido Republicano, la socialdemocracia europea se movió lentamente en dirección del modelo de capitalismo angloamericano. En ambos casos, aquel cambio se dio incluso cuando la retórica decía lo contrario. En gran parte del mundo también se estaban dando giros similares. Este desarrollo político coincidió con incrementos en el crecimiento económico, las ganancias como un porcentaje del ingreso nacional, la rentabilidad de los empleadores e 40
incrementos en las ganancias y los ingresos de forma desproporcionada para los grupos de mayores ingresos. De la misma forma en que el desarrollo mismo del Capitalismo laissezfaire llevó a la crisis de 1929, los procesos del Capitalismo de Bienestar lo llevaron a su crisis en la década de 1970.
1.3.
Capitalismo, 1970-2007: la crisis construyéndose desde abajo
La década de 1970 puso fin a más de un siglo de crecimiento sostenido de los salarios reales en los Estados Unidos. Esto había sido un increíble logro de los trabajadores, algo que no ha sido igualado en cualquier otro país capitalista. El Capitalismo estadounidense ha sido tan rentable, y sus trabajadores han incrementado su productividad de forma tan estable que los capitalistas pudieron mantener el crecimiento capitalista al mismo tiempo que incrementaban los salarios reales en respuesta al mayor problema económico de los Estados Unidos. Tal problema fue la escasez de mano de obra. Desde el inicio de la era colonial a medida que los europeos arrasaban a la población nativa las posibilidades de generar ganancia eran vastas: había terrenos fértiles, buenos puertos, mercados europeos y un clima agradable; todo esto estaba en peligro debido al problema de no encontrar suficiente trabajo. Parte de aquel problema fue solucionado por los estados del sur a través del comercio de esclavos. Pero gran parte de la solución fueron las repetidas olas de inmigrantes europeos. Los salarios reales en los Estados Unidos eran más altos que el salario que recibían o podían esperar recibir los europeos en su continente, y los crecientes salarios reales fueron la pieza clave para alentar a los inmigrantes europeos a partir hacia Estados Unidos. El incremento de aquellos salarios no solamente fue necesario para atraer inmigrantes, sino que era necesario que 41
ellos se mantuviesen como asalariados. Los empleadores en las costas del este entendieron que necesitaban incrementar los salarios para evitar que los trabajadores se movilizasen hacia el centro del país donde podrían tener vidas no muy diferentes a aquellas que tenían antes en Europa. Por más de una década, antes de los 70s, la escasez de mano de obra fue un problema recurrente, lo cual llevaba a incrementos en el salario real. La rentabilidad del Capitalismo estadounidense le permitió pagar altos salarios reales. Los empleadores se beneficiaron, así mismo, debido al hecho de que la productividad del trabajo crecía mucho más rápido que los salarios reales. Esto significaba que las ganancias se incrementaban, y el resultado fue un siglo de dramático crecimiento económico en los Estados Unidos hasta la década de 1970. Pero en los 70s un conjunto de cambios económicos puso fin a la histórica escasez de mano de obra a medida que el Capitalismo estadounidense dio un guro a una fase más laissezfaire. Los salarios reales de los trabajadores estadounidenses dejaron de crecer. Los salarios, en términos reales, no han vuelto a tener un incremento sustancial desde principios de 1970. Las consecuencias de esta transformación de la economía estadounidense han sido profundas y contribuyeron en gran manera a la crisis que comenzó en 2007. Los salarios reales dejaron de crecer debido a cambios en ambos lados del mercado de trabajo. La demanda por trabajadores se redujo de dos formas, mientras que la oferta de trabajadores se incrementó de dos maneras. La demanda de trabajo en los Estados Unidos se redujo debido a la introducción de computadoras en las industrias manufactureras y de servicios en las décadas de los 70s y los 80s, lo cual representó un giro drástico hacia la automatización de la economía estadounidense. La demanda de trabajo también se redujo debido al movimiento de muchos trabajos manufactureros fuera de los Estados Unidos hacia lugares en los cuales los trabajadores pudiesen ser 42
contratados por mucho menos. La exportación de los trabajos productivos de los Estados Unidos tuvo lugar en los 70s y los 80s, y fue seguida por la exportación de los trabajos del sector de servicios —también llamado outsourcing—, una tendencia que se ha mantenido hasta el día de hoy. Estos dos desarrollos económicos fueron respuestas del Capitalismo estadounidense parcialmente debido a un largo período de crecimiento de los salarios reales, y en parte al crecimiento económico de posguerra de los verdaderos competidores del Capitalismo estadounidense en los 70s, especialmente en Europa y Japón. El incremento de los salarios reales que alguna vez fueron rentables se convirtió en un inconveniente en tanto restaba competitividad, empujando a los capitalistas estadounidenses a buscar ganancias además de ventajas competitivas al sustituir trabajadores domésticos de alto salario con trabajadores extranjeros con menores remuneraciones. Justo cuando esta reducción de la demanda de trabajo golpeó a la economía estadounidense, dos nuevos grupos de personas se movieron en masa hacia el mercado laboral estadounidense en busca de trabajo. Primero, las millones de mujeres adultas que estaban cambiando su autodefinición y sus vidas. Por lo general esto sucedió debido a la participación de las mujeres en los movimientos de liberación, los cuales tomaron fuerza e influencia en los 70s. Ya no satisfechas con sus roles tradicionales de esposas, amas de casa y proveedoras de cuidado para los niños, además de otras laboras no remuneradas del hogar, muchas mujeres buscaron trabajos a tiempo completo. La oferta de trabajo se incrementó a medida que millones de mujeres ingresaron a la fuerza laboral. Este desarrollo coincidió con una nueva ola de inmigración hacia los Estados Unidos, esta vez en mayor medida de Latinoamérica, especialmente México y América Central. Una vez más, el desarrollo irregular del Capitalismo empujó a masas de trabajadores a emigrar desde estas áreas —y para muchos de ellos los Estados Unidos era el 43
destino más atractivo. El reportero Juan González denominó a esta ola migratoria «la cosecha del imperio». El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el cual fue firmado por el presidente Clinton en 1994 facilitó a las multinacionales estadounidenses el exportar e invertir en México. Esto destruyó los vecindarios de millones de mexicanos, especialmente de los granjeros y pequeños comerciantes, que tuvieron que enfrentarse a una dureza económica inenarrable a no ser que emigraran. México no solamente logró exportar millones de personas que ya no podían encontrar un trabajo decente en su país de origen, sino que se benefició de los masivos ingresos por remesas que los inmigrantes mexicanos enviaban desde los Estados Unidos hacia sus familias y amigos. Los beneficios de la TLCAN fueron experimentados por un pequeño grupo elitista de contratadores mexicanos, mientras que sus costos fueron distribuidos hacia las masas. Estas consecuencias de la TLCAN amenazaban a México en tanto debía enfrentarse a un enorme desastre económico, por lo cual postergó el desastre durante un tiempo gracias a la inmigración masiva y las remesas, como mencionamos anteriormente. Poco después de la última crisis capitalista de 2007, la industria inmobiliaria arrastró a toda la economía estadounidense hacia una crisis profunda y prolongada que ha costado a millones de mexicanos y otros inmigrantes sus trabajos en los Estados Unidos. Ellos comenzaron a regresar a México, y el envío de remesas a ese país se redujo. La crisis del 2007 en los Estados Unidos llevó a México una crisis económica que la emigración había estado posponiendo, el país no estuvo preparado. México descendió rápidamente hacia la desintegración social, marcada por un incremento drástico del desempleo, la explosión del narcotráfico, la corrupción de la policía y el gobierno, y la decadencia social en manos de la violencia. Por lo tanto, la combinación de la computarización, la exportación de trabajos, la entrada al mercado laboral de las 44
mujeres y una nueva ola de inmigración terminó el período de crecimiento de los salarios reales en los Estados Unidos. Los capitalistas de Wall Street se dieron cuenta rápidamente que los empleadores podrían detener o ralentizar los incrementos salariales, dado que la oferta de trabajo ahora excedía a la demanda. En definitiva, los salarios reales hoy en día son una pequeña porción de lo que fueron hace más de treinta años. El fin de la larga historia de crecimiento de los salarios reales en los Estados Unidos nunca ha sido el centro de atención o del debate, pese a que merece más atención. Ha sido traumático para la clase trabajadora. Durante décadas los trabajadores estadounidenses y sus familias creyeron que el trabajo duro podría mantener un estándar de vida alto para la familia y que cada generación en esta tierra bendecida por Dios podría vivir mejor que la anterior. El mal llamado Sueño Americano estaba al alcance de todas las personas. Se hablaba demasiado acerca de la «excepción estadounidense», centrándose en todo menos en la histórica escasez de trabajo que permitió mantener en alza el estándar de vida. Los políticos y los expertos insistían en que el Capitalismo único de Estados Unidos había permitido un crecimiento permanente del estándar de vida para la mayor parte de los trabajadores debido a un buen clima, una excelente cultura del emprendedurismo, libertades civiles e incluso por intervención divina. Los padres que formaban parte de la clase trabajadora se prometieron a sí mismos y a sus hijos una mejor dieta, vestido, domicilio, carros, lujos, educación, recreación y vacaciones, además de otras recompensas. Hasta la década de 1970 los salarios a la alza habían permitido a los trabajadores la capacidad de cumplir dichas promesas. Pero luego de que los salarios reales dejasen de crecer, no importaba cuán duro trabajasen, los trabajadores no estaban en capacidad de cumplir esas promesas. Dado que no se debatían públicamente los cambios en el mercado de trabajo y sus impactos sociales, los trabajadores 45
estadounidenses se culparon a sí mismos por el fin de aquella era de prosperidad. Ellos se sentían responsables individualmente por lo que en realidad era un problema social, cambios a nivel de toda la economía. Asimismo, ellos buscaron respuestas individuales (esperaban que fuesen «soluciones») para lo que creían que eran problemas individuales. Si los salarios reales por hora no seguían creciendo, entonces ellos trabajarían más horas a la semana, tomarían un segundo o un tercer trabajo e incentivarían a otros miembros del hogar a tener un trabajo remunerado. Millones de familias ejecutaron estas estrategias para lidiar con los cambios en la economía. Las mujeres, que en medio del movimiento por la liberación de las mujeres tenían sus propias razones para buscar empleo remunerado se encontraron bajo nuevas presiones para buscar trabajo. Dado que los ingresos estancados de los trabajadores varones no eran suficientes como para lograr el Sueño Americano, los matrimonios necesitaron adherir los ingresos de las mujeres para proveer ingreso a los hogares. Y a lo largo de los próximos treinta años las mujeres, especialmente de los grupos de ingresos medio y alto, se movieron rápidamente y masivamente hacia el mercado de trabajo. La mayoría de las mujeres de ingresos bajos ya estaban, desde hace mucho trabajando en empleos remunerados. Estos cambios que se dieron luego de los 70s en las condiciones de vida de las mujeres estadounidenses cambiaron sus familias y hogares en formas que también alteraron al Capitalismo estadounidense. El movimiento masivo de mujeres en edad adulta, casi todas casadas y con hijos, hacia trabajos remunerados y de tiempo completo transformó rápidamente a los hogares y a las familias. Las esposas y las madres habían cargado durante largo tiempo con la desproporcionada responsabilidad de mantener la integridad emocional de la familia nuclear tradicional y la integridad física del hogar. Incluso después de que aquellas mujeres obtuviesen trabajo remunerado, todavía seguían cargando con el trabajo físico y 46
emocional de dichas responsabilidades, mucho más que sus compañeros varones. Las mujeres hacían un «doble trabajo» entre el lugar de trabajo y el hogar, y no podían dedicar la misma energía y atención a ambos. Enormes tensiones se acumularon sobre las familias y los hogares como resultado de estos cambios. Los índices de divorcio se dispararon a medida que las tensiones y el agotamiento azotaron a las familias. Las mujeres llevaron el estrés del trabajo a sus casas; dos ingresos debían juntarse; los hijos recibían cada vez menos tiempo y atención por parte de sus padres. Lo que alguna vez fue el trabajo del hogar de las mujeres, tales como ir de compras, cocinar, limpiar y remendar las prendas, decorar, etc., fueron reemplazadas eventualmente por mercancías sustitutas (alimentos precalentados, servicios de limpieza y bienes desechables). Dados los pésimos sistemas de tránsito en los Estados Unidos, cuando las esposas y las madres tomaron trabajos remunerados, las familias se vieron en la necesidad de comprar y mantener un segundo vehículo. En los programas de televisión estadounidense, las comedias dejaron de celebrar a la feliz familia nuclear y patriarcal de la década de los 50s y los 60s para reírse en comparación del creciente número de familias disfuncionales que trajeron las últimas décadas. Una porción sin precedentes de la población escogió no casarse. Junto a todos estos cambios experimentados por los hogares, el consumo de drogas psicotrópicas, sean legales o ilegales, se disparó. Nos convertimos, en lo que se podría denominar como una «nación Prozac». Millones de familias comenzaron a sentirse angustiadas debido a que los servicios de asistencia que les brindaban las instituciones tradicionales parecían estarse disolviendo. Las iglesias, las sinagogas, las mezquitas y el Partido Republicano, a veces separados y a veces en conjunto encontraron que abogar por un «retorno a los valores familiares» podría atraer efectivamente a nuevos adherentes.
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La economía estadounidense se ajustó a todos estos cambios en la familia y en el hogar, los cuales eran a su vez consecuencia de cambios económicos anteriores (principalmente el fin del crecimiento de los salarios reales). Las industrias alimenticias y farmacéuticas crecieron fuertemente; de la misma manera lo hizo la industria de ropa de mujeres, la cual se dio cuenta de que las mujeres que habían conseguido trabajos necesitaban nuevos atuendos. La industria de la pornografía fue la de más rápido crecimiento. A medida que el sector manufacturero se iba achicando en relación al sector de servicios, los trabajos realizados por los varones decrecieron en relación al crecimiento de los trabajos de las mujeres. Los salarios reales de los hombres se estancaron y fueron eventualmente insuficientes como para cumplir el Sueño Americano de sus familias y fue necesaria la entrada de más mujeres al empleo asalariado. El estrés y la presión de todos estos cambios hizo que muchos hombres, que habían sido criados con un ideal de masculinidad basado en proveer a sus familias, se sintiesen minimizados, castrados y devaluados. Para muchos la pornografía proveyó, en la forma de una fantasía voyerista, el control y la dominación masculinos que había desaparecido de sus vidas reales. Sin importar que ahora se trabajaban más horas, y que trabajaban más miembros del hogar, las condiciones financieras de millones de hogares no mejoraron demasiado. La entrada de las mujeres al mercado laboral añadió una serie de nuevos costos que absorbían la mayor parte de su ingreso adicional. La guardería pagada era muchísimo más costosa que tener a un familiar cuidando de los niños en casa. Los alimentos precalentados costaban mucho más que la comida casera. Un segundo automóvil incrementó drásticamente los gastos del hogar, al igual que lo hicieron la compra y limpieza de la ropa de trabajo de las mujeres que trabajaban en el sector de los servicios. El mantenimiento del hogar se cubrió cada vez más con gasto de 48
dinero afuera, en lugar del producto de los mismos miembros de la familia. La educación universitaria de las hijas se convirtió finalmente en una consideración para la familia tan importante como lo era la educación de los hijos, y eso significaba, también, mayores gastos del hogar. Las familias estadounidenses descubrieron que trabajar más horas y cubrir los costos extra asociados dejaba muy poco ingreso neto para superar el impacto del estancamiento de los salarios reales. El Sueño Americano se alejaba cada vez más del alcance de las familias trabajadoras. Frente a la amenaza de una reducción del consumo, los anunciantes impulsaron una asociación de valor personal y éxito con el grado de consumo de las mercancías. Sin un aumento de los salarios reales, y ante la imposibilidad de ganar lo suficiente trabajando horas extra, los hogares estadounidenses acudieron en masa a la última alternativa para lograr el Sueño Americano: el endeudamiento. Las hipotecas se dispararon, en parte gracias al incremento de los precios de la vivienda y a su vez contribuyendo a ese aumento. A medida que se realizaban más préstamos para poder adquirir viviendas, se incrementaba la demanda de las mismas y por lo tanto sus precios. A medida que los precios subieron, los propietarios de viviendas podrían refinanciar y pedir prestado más con el aumento de la garantía que representaba el aumento del valor de sus viviendas. Este maravilloso «círculo virtuoso» produjo una expansión de la vivienda que impulsó un repunte económico. Cuando la Reserva Federal bajó las tasas de interés de forma rápida y brusca, preocupada por una recesión después del 11 de septiembre de 2001, la expansión inmobiliaria se convirtió en una burbuja inmobiliaria. Cuando eso se rompió en 2007 el círculo virtuoso se convirtió en un círculo vicioso de caída de los precios de la vivienda, reforzando la morosidad del crédito hipotecario y el aumento de las tasas de ejecuciones hipotecarias que redujeron aún más los precios de la vivienda. La depresión de la industria inmobiliaria a partir de 2008 ha sido una de las 49
causas principales de la profundidad y duración de la crisis económica, convirtiéndola en la peor crisis desde la Gran Depresión de la década de 1930. Otros tipos de deuda personal se dispararon de igual manera. Las tarjetas de crédito se habían convertido desde los 70s en una necesidad para acumular deuda por parte de prácticamente todo el mundo, y no solamente en una forma de no acumular deuda por parte de la élite y los empresarios. A medida que las familias necesitaban con regularidad dos automóviles para permitir a varios miembros de la familia el participar en el trabajo, la compra de vehículos a crédito se convirtió en un componente importante de la deuda del hogar. Finalmente, la educación universitaria para varios hijos —la cual se tenía en cuenta como una necesidad para acceder a trabajos futuros y tener mejores ingresos— acumuló enormes niveles de deuda en los estudiantes. Un crecimiento sin precedentes del crédito de consumo se convirtió en una característica básica de la economía estadounidense durante el nuevo milenio. Estadísticas de impacto nos indican que cuando la Gran Depresión golpeó a Estados Unidos en 1929, la familia promedio tenía deudas iguales a casi el 30% de su ingreso anual. Para 2007, de acuerdo a la Reserva Federal, dicha cifra estaba por sobre el 100%. Durante los 80s, los 90s y hasta el 2007 las familias estadounidenses trabajaron y se endeudaron cada vez más y más, mientras que los salarios reales permanecían estancados. Los trabajadores experimentaron un agotamiento físico debido al incremento del trabajo, el estrés emocional y psicológico por los cambios en el trabajo y los roles de género, y una creciente ansiedad debido a la acumulación de una deuda que no se podía pagar. Esta mezcla de respuestas de la clase trabajadora frente al estancamiento de los salarios reales pospuso el reconocimiento nacional de este cambio histórico, con todos sus significados, implicaciones y costos. Sin embargo, cuando los hogares no lograron cubrir los costos de este aplazamiento —cuando 50
comenzaron a caer en el impago de sus deudas— el sistema colapsó. Como explicaré más adelante, este colapso económico no fue causado, al menos en su totalidad, por una clase trabajadora que no estaba en capacidad de ganar, adeudar o gastar más (pese a las repetidas pretensiones de que ese fue el caso).
1.4. Capitalismo, 1970-2007: la crisis construyéndose desde arriba Mientras que la deuda de los hogares y la burbuja inmobiliaria se habían convertido en algo insostenible, el colapso fue resultado, principalmente, de la inmensa especulación financiera de los empleadores, ejecutivos y profesionales construida sobre las bases del crédito de consumo. Este mecanismo era bastante directo. Primero, los bancos agrupaban los créditos de consumo (hipotecas, deuda de la tarjeta de crédito, compra de vehículos a crédito y créditos estudiantiles) en una nueva forma de inversión financiera: los asset-backed securities (ABS). Mientras que las acciones y los bonos eran inversiones y, por lo tanto, derechos sobre compañías que producían bienes o servicios, los ABS eran diferentes. Los ABS brindaban a aquellos que los adquirían un derecho con respecto al capital o al interés de los pagos de los créditos de consumo. Aquellos que invirtieron en los ABS recibían a cambio una porción del flujo regular de los pagos de las deudas de los consumidores. Gran parte de los principales inversores en ABS y en los derivados financieros que estaban asociados a ellos fueron las empresas exitosas. Para identificar de dónde es que los inversionistas de ABS consiguieron el dinero necesario para la inversión, y a su vez cómo esto desembocó en la explosión de los ABS y la crisis de 2007, debemos explorar brevemente otra consecuencia del estancamiento de los salarios reales desde los 70s. Mientras que 51
los salarios reales permanecieron estancados, la productividad de los trabajadores se incrementó. Los trabajadores de los Estados Unidos estaban mejor educados, trabajaban con más y mejor maquinaria (gracias en parte a la computarización), y trabajaban más duro y rápido durante esos años. Produjeron con regularidad más output de bienes y servicios por hora, año tras año. Mientras tanto, sus empleadores no les pagaban mayores salarios a cambio de su incremento en la productividad o en el output. Como resultado, la brecha creció entre lo que los empleadores pagaban a sus trabajadores por hora y lo que los trabajadores producían para sus empleadores por hora. El crecimiento de aquella brecha se tradujo en el incremento de las ganancias de los empleadores. Dado que los salarios reales permanecieron constantes a medida que la productividad continuó creciendo las ganancias se dispararon. Este escenario propició un boom histórico del mercado de acciones durante el período de paz. Los altos ejecutivos de las corporaciones estadounidenses, los pequeños negocios y profesionales que les servían y los tenedores de acciones de aquellas empresas se enriquecieron en gran medida. Se desarrolló una cultura en la cual los ricos no competían solamente para ver quién tenía la vida más ostentosa, sino también en términos de encontrar las inversiones más rentables para su acumular riqueza financiera. Los fondos de inversión proliferaron y los negocios se dedicaron a ayudar a aquellos nuevos ricos a encontrar inversiones rentables para enriquecerse aún más. Una nueva inversión rentable que promocionaron fueron los ABS y los derivados asociados a estos. Entonces, al seguir los flujos de dinero podemos identificar las interconexiones que llevaron al Capitalismo hacia la crisis. Primero, el estancamiento de los salarios reales y el crecimiento de la productividad alteró drásticamente la distribución de riqueza, e incrementó la riqueza de los ricos. Segundo, la clase trabajadora respondió realizando préstamos de grandes sumas de dinero para seguir consumiendo con el mismo ritmo. Tercero, 52
los empleadores y los ricos obtenían de los trabajadores, a través de las ABS, una porción de los ingresos extra que estaban obteniendo debido al estancamiento de los salarios reales. Por treinta años, estas interconexiones generaron suficientes ganancias —en la forma de consumo a través de la deuda para las masas, y el incremento de la riqueza de los empleadores y los ricos— como para reproducir al sistema. Pero este patrón no era sustentable. Se construyó una pirámide especulativa alrededor de los ABS y sobre los instrumentos financieros relacionados, tales como la peculiar política de seguros de ABS denominada Credit Default Swaps (CDS). Los fondos de inversión y los bancos tomaban cada vez mayores riesgos a medida que competían por más ingresos para atraer inversiones de parte de aquellos que seguían acumulando riquezas. A la par del incremento de las inversiones de alto riesgo, los niveles de deuda de los trabajadores combinados con el estancamiento de los salarios reales resultaron en su incapacidad de pagar sus deudas. Cuando esta capacidad se acabó, un inmenso número de trabajadores cayeron en mora de sus obligaciones. Así mismo lo hicieron los grandes bancos y muchos de aquellos que habían comprado y obtenido ABS, CDS y otros instrumentos especulativos vinculados directa o indirectamente al valor de la deuda de los trabajadores. Los mercados de capital, que estaban cada vez más interconectados alrededor del mundo gracias a las últimas décadas de globalización, esparcieron el impacto del colapso estadounidense al resto del mundo. Los mercados financieros habían estado comercializando ABS, CDS e instrumentos tóxicos relacionados en todo el mundo —y en el proceso facilitaron la globalización de la crisis cuando esta sucedió.
1.5.
Un paréntesis acerca de a qué o a quiénes culpar
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El Capitalismo empuja a los trabajadores y a los capitalistas a jugar los roles que el sistema les asigna. No importa cuán amañado sea el sistema, los individuos buscan obtener sus premios y evitar sus penitencias; buscan tomar los riesgos necesarios y pagar los costos necesarios para disfrutar de sus beneficios. El Capitalismo también asigna un rol al Estado, el cual es apoyar, o restringir, o regular ciertas actividades, y prevenir ciertos excesos. Los burócratas desempeñan estas funciones tal y como los empleados y los empleadores desempeñan las que les corresponden. ¿Algunos burócratas se desenvolvieron mal o se corrompieron antes de la crisis del 2007? Sin lugar a dudas, pero aquello ha sucedido tanto en los tiempos de abundancia como en los de escasez, al menos en el Capitalismo. Debido a la duración de la influencia antiestatista de la derecha y de la izquierda, muchos se han visto tentados a atacar a algunas o a todas las instituciones del Estado, o a sus burócratas (o a instituciones público-privadas y sus administradores). Los derechistas ven en las actividades estatales la raíz de todos los males, incluyendo los ciclos y las crisis. Milton Friedman, premio Nobel de Economía, por ejemplo, culpó de la Gran Recesión a la intervención política del gobierno sobre los «mercados libres». Los republicanos señalan con regularidad que los congresistas demócratas o la Casa Blanca gastan y piden prestado de forma excesiva, ocasionando déficits y debilitamiento económico. En contraste, los izquierdistas tienden a señalar a una parte u otra del Estado, especialmente a las instituciones público-privadas. Por ejemplo, un objetivo característico de la izquierda (y de la derecha también) ha sido el sistema de la Reserva Federal, al cual muchos acusan de desviar al sistema monetario a favor de los banqueros, contribuyendo a las crisis económicas y a las medidas de austeridad injustas del gobierno. Los demócratas a su vez culpan a los congresistas republicanos o a la Casa Blanca por fallar en la implementación de las reformas keynesianas, fracasando en la 54
ejecución de gasto público contracíclico, y por lo tanto empeorando y prologando las crisis económicas y sus inmensos costos sociales. El nobel de Economía Paul Krugman analizó las respuestas de los gobiernos estadounidense y europeo frente a la crisis capitalista del 2007 en tales términos. Estos argumentos de la derecha y la izquierda son peculiares. Se nos exige que creamos que diferentes partes del aparato estatal y diferentes subgrupos de la burocracia trabajaron en conjunto para debilitar al sistema capitalista. ¿No fueron ellos creados y continuamente moldeados dentro del sistema capitalista de forma que celebraran y justificaran la reproducción de dicho sistema? De alguna manera, según estos argumentos, el comportamiento de las instituciones del Estado y de los burócratas perturbó la perfecta y estable8 reproducción del Capitalismo. Si no hubiesen interferido, nuestro comportamiento hubiese logrado precisamente esa reproducción. Desde esta perspectiva, las empresas privadas y los individuos responden adecuadamente y satisfactoriamente a las señales, riesgos y recompensas del Capitalismo, mientras que el Estado no lo hace. Sin embargo, las intervenciones del Estado en las economías capitalistas fueron cruciales en sus inicios y temprano desarrollo, y lo han seguido siendo desde entonces; además de seguir creciendo durante un largo período de tiempo de forma absoluta y relativa. Al mismo tiempo, este enfoque que presenta al Estado como aquella parte canallesca y disruptiva del sistema ha sido atractivo para aquellos que, por varias razones, critican al sistema capitalista como un todo, o incluso debaten su reemplazo. Los «criminales» son otros actores canallescos sobre los que se echa la culpa de los ciclos del Capitalismo. Los mass media y las respectivas autoridades denuncian con regularidad a aquellos que juegan ilegalmente en el sistema: la secretaria mal pagada 8
Literalmente «no-cíclica» (N. del T.).
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que desfalca, el traficante de información privilegiada que obtiene ganancias ilegalmente, las mafias que dirigen industrias o ciudades enteras. Sin embargo, las actividades criminales son más un efecto que una causa de los ciclos del Capitalismo. Pese a eso históricamente se ha echado la culpa a los actos ilegales de los financieros, de los ejecutivos, los burócratas corruptos, líderes sindicales y al «crimen organizado» de causar los ciclos y las crisis del Capitalismo. Sea consciente o no, dicho enfoque en el mal comportamiento del Estado o los criminales sirve para evitar echar la culpa al sistema, a sus reglas y regulaciones, a su estructura de premios y penitencias. Señalar con esmero a «los malos» perpetúa el antiguo arte de crear chivos expiatorios, redirigiendo la culpa a objetivos convenientes cuando, de hecho, el problema es el sistema. Todo el mundo, tanto individuos como empresas, siempre que han sido acusados de contribuir a las crisis recurrentes del Capitalismo han defendido sus acciones alegando que solamente estaban participando en el sistema económico, respondiendo a sus señales e intentando triunfar. Por siglos, en cada país capitalista, los actores económicos individuales han sido juzgados, culpabilizados y encarcelados por violar alguna ley, y las empresas se han cerrado o han recibido sanciones por las mismas razones. Pero los individuos y los negocios que les siguen tarde o temprano repiten su comportamiento. Por ejemplo, mucho antes de que Charles Dickens publicara su novela La pequeña Dorrit en 1857, hasta la asombrosa estafa multimillonaria de Bernard Madoff, los esquemas Ponzi se han repetido a lo largo de la historia del Capitalismo. El Capitalismo produjo estos esquemas, que solo se hicieron más grandes a medida que el sistema se expandía. Los sistemas esclavistas y feudales que precedieron al Capitalismo fomentaron formas de delincuencia arraigadas en su combinación de riesgos económicos y recompensas. Sin embargo, aquellos sistemas 56
nunca experimentaron ciclos recurrentes de auge y caída, un fenómeno que es característico a todas las formas de Capitalismo. Estos ciclos son un producto del Capitalismo —no de este o aquel grupo de personas (el Estado, los criminales, entre otros) que se desenvuelven dentro de aquel sistema y reaccionan en respuesta a sus altibajos. Las sociedades capitalistas pueden seguir monitoreando, identificando, regulando y persiguiendo a los descarriados económicos, pero hacerlo jamás prevendrá los ciclos y las crisis. Nunca lo ha hecho. Superar las raíces sistémicas y la naturaleza de la crisis capitalista requiere de un cambio de sistema económico.
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2. Las crisis y la respuesta del Gobierno No he puesto fecha al título de este capítulo. Esto debido a que la respuesta del gobierno estadounidense a la crisis del 2007 continuará por muchos años. Las consecuencias sociales, económicas y los costos de esta crisis dejaran una marca profunda en el futuro de esta sociedad. Las familias empobrecidas y los desempleados presionados hasta el punto de su quiebre emocional, las comunidades privadas de una economía viable, las educaciones interrumpidas, las habilidades perdidas: estos y muchos otros resultados de la crisis capitalista impondrán difíciles demandas a los gobiernos durante años. Por un lado agravarán los problemas sociales que representan costos para los gobiernos. Por otro lado, los individuos y las empresas afectadas pagarán menos impuestos para financiar los gobiernos locales, estatales y federales. Todos vamos a pagar los duros costos de esta crisis tanto en nuestras vidas personales como de forma indirecta debido al desmantelamiento de los servicios y la protección del Gobierno. Sin embargo, es importante estudiar los primeros años de la respuesta del Gobierno estadounidense a medida que se aceleró y fortaleció la crisis económica a inicios de 2008, para luego resultar en un colapso completo entre septiembre de 2008 y abril de 2009. El colapso ocurrió de forma más dramática en el sistema crediticio, donde tuvo la forma de un congelamiento de los créditos —los préstamos pararon. Ya era evidente en 2008 que el número de hipotecas que los deudores no podrían pagar se estaba incrementando y crecía con más rapidez de lo esperado. Por eso, los dueños de los Mortgage-Backed Securities9 (MBS) y otro grupo de garantías respaldadas en bienes (ABS) se enfrentaban no solamente a la reducción del valor de estos instrumentos, sino también a una gran incertidumbre acerca de qué precio podrían 9
Literalmente «garantías respaldadas por hipotecas» (N. del T.).
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tener si un tenedor intentara venderlos a otra persona. La incertidumbre puede desestabilizar a los mercados mucho más rápido que una reducción rápida de los precios. Dos grandes bancos de inversión que estuvieron activos por mucho tiempo en el mercado de los MBS y dueños de grandes cantidades de MBS colapsaron en 2008. Bear Stearns se vio obligada a entregar sus activos con un enorme descuento a JPMorgan Chase, y Lehman Brothers se vio obligado a declararse en quiebra. Sus acreedores, temiendo las implicaciones de la caída de los valores de los activos ABS de dichos bancos de inversión, exigieron el reembolso de sus préstamos, y en otros casos dijeron que no renovarían los préstamos vencidos. Los bancos de inversión no pudieron administrar o sobrevivir a la suspensión de préstamos que enfrentaron debido a la disminución de los valores y las perspectivas de sus tenencias de ABS. Estos dramáticos eventos, entre otros que recibieron menos publicidad, fueron suficientes para congelar los mercados crediticios en otoño de 2008. Pocos bancos podían o querían prestar a otros porque todos los bancos sabían que otros bancos tenían cantidades desconocidas de valores respaldados por activos cuyos valores estaban cayendo, eran inciertos o ambos. Prestar a cualquier banco —incluso de la noche a la mañana— significaba correr el riesgo de que le dijeran al día, a la semana o al mes siguiente que el banco no podía pagar porque sus valores de ABS se estaban desmoronando y su acceso al crédito había desaparecido. Asimismo, otras empresas financieras se vieron envueltas en la congelación del crédito. Algunas tenedoras de ABS o dependientes de los bancos que los tenían ocultaron sus tenencias de ABS —como hicieron muchos bancos— mediante la compra de Credit Default Swaps (CDS), como una forma de asegurarse ante los incumplimientos que proliferaron entre 2008 y 2009. Otros habían encontrado nuevas oportunidades de ganancias al especular con los CDS, ya que los valores de los CDS se incrementaron (la mayoría de las veces) y se redujo (en 59
ocasiones) a medida que corrían rumores sobre ABS asegurados por esos CDS. Sin embargo, otra conmoción llevó a los mercados crediticios al límite, ya que fueron golpeados desde tres direcciones. En primer lugar, a medida que se extendía la crisis sucedió que los propietarios de ABS que habían comprado CDS como seguro para cubrir los riesgos de incumplimiento estaban recurriendo a los emisores de esos CDS para cobrar esa cobertura. Luego quedó claro que uno de los mayores emisores de CDS del mundo era la compañía de seguros más grande del mundo, American International Group (AIG), y que, aunque AIG se había beneficiado enormemente de las primas que ganaba vendiendo CDS no había acumulado las reservas necesarias para pagar las reclamaciones que llegaron en 2008 a los titulares de los CDS de AIG. Cuando la noticia se difundió, se redujeron más los valores tanto de los CDS como de los ABS. El crédito dejó de fluir a través de un capitalismo global que, en los últimos treinta años, había llegado a lubricar con crédito cada vez más transacciones de la vida cotidiana. Cada vez más actividades personales y comerciales requerían y conllevaban préstamos. Todos los países capitalistas se habían convertido en naciones dependientes del crédito, en «naciones a pazo». Los gobiernos, las empresas y en especial el público se habían endeudado a tasas crecientes; en el capítulo anterior exploré las razones por las cuales creció la deuda personal. Pero los fenómenos interconectados de la globalización competitiva y las fusiones y combinaciones llevaron también al sector empresarial hacia niveles masivos de deuda. Finalmente, los gobiernos alrededor del mundo habían funcionado con cada vez más déficits y por lo tanto acumularon deuda nacional para poder subsanar las contradicciones de las economías capitalistas. La congelación del crédito planteó una amenaza fundamental para un Capitalismo global que dependía de la disponibilidad del crédito global. Esto quedó claro primero y de 60
forma más inmediata en los Estados Unidos, el centro de los mercados globales de ABS y CDS. Había que encontrar alguna forma rápida de descongelar los mercados crediticios. De lo contrario, su congelación sería transmitida rápidamente por un sistema de mercado globalizado e interrumpiría la producción y distribución de bienes y servicios por todo el mundo. El temor de un inminente colapso capitalista general irradió desde su epicentro en Nueva York.
2.1. Los rescates y los déficits presupuestarios del Gobierno El primer paso que tomó el Gobierno estadounidense para rescatar a sus empresas más grandes y descongelar los mercados crediticios fue el Troubled Asset Relief Program (TARP), creado en octubre de 2008 por el Congreso y el Presidente Bush. Dicho programa proveyó de 700 miles de millones de dólares del Tesoro para ser utilizados de dos formas. La primera para comprar «activos problemáticos» —ABS y particularmente MBS— a los bancos y a otras instituciones financieras. Estos activos, a menudo con un valor que caía en picada o era incierto, fueron removidos de los balances de las empresas financieras privadas y añadidas a los balances del gobierno federal. La otra forma en que se empleó el dinero TARP fue para comprar acciones especiales (generalmente sin derecho a voto) a bancos y otras corporaciones como General Motors, AIG y Citigroup. El propósito de estas compras era aumentar las reservas de capital de aquellas corporaciones para que tuviesen una mejor solvencia crediticia y, por lo tanto, estuvieran en mejores condiciones de obtener préstamos. Una parte muy pequeña de los fondos se destinó al programa Making Home Affordable, que fue introducido durante la administración de Obama en 2009 para ayudar a los propietarios que enfrentaban coactivas hipotecarias. Sin embargo, este programa nunca tuvo un buen financiamiento ni fue exitoso. 61
El TARP fue un ejemplo clásico de trickle down economics:10: bombear recursos a la punta de la pirámide con la esperanza de que el goteo resultante termine regando al resto y por lo tanto solucione la crisis económica. Pero el goteo nunca se materializó. Nunca se escucharon las solicitudes a los bancos para que utilizasen la asistencia gubernamental para renovar los créditos de las pequeñas y medianas empresas. Los portavoces de los bancos explicaron que los préstamos imprudentes los habían metido en la crisis y que no estaban dispuestos a repetir ese error. En resumen, la congelación del crédito se alivió en la parte superior del sistema crediticio, pero no lo suficiente como para detener o revertir la recesión. La economía de los Estados Unidos fue de mal en peor en los últimos meses de 2008 y los primeros meses de 2009. Tanto republicanos como demócratas se habían puesto de acuerdo en intentar lidiar con la profundización de la crisis económica gastando generosamente en programas de estímulo, pero sin cobrar impuestos a nadie para pagarlos. En lugar de eso, el Departamento del Tesoro tomó grandes préstamos, como de costumbre, principalmente de bancos, compañías de seguros, gente rica y gobiernos extranjeros, por lo que la deuda externa se disparó. Bush, Obama, republicanos y demócratas, todos elaboraron y aprobaron un programa de gasto público financiado con déficit. Sin embargo, los resultados de las elecciones de mitad de período de noviembre de 2010 fortalecieron a los republicanos, ya que el movimiento derechista Tea Party capitalizó el creciente descontento popular por los problemas económicos y presionó a su audiencia para que votara por los republicanos. El Partido Republicano lideró una oposición intensa y generalizada a Obama y a sus políticas. Las fuerzas conservadoras identificaron a la deuda nacional en rápido crecimiento y a los grandes déficits en cuenta corriente como la raíz del problema, redescubriendo los argumentos clásicos que los presentan como cargas peligrosas 10
En español, «economía del goteo» (N. del T.).
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que amenazan con exigir futuros aumentos de impuestos. Tales argumentos trataron los déficits como fallas de la administración de Obama en lugar de productos de la crisis capitalista. Los desembolsos adicionales del gobierno que requerían un gasto deficitario se volvieron cada vez más difíciles de aprobar en el Congreso. Por supuesto, los programas de estímulo podrían haberse financiado con impuestos. Habría tenido mucho sentido, económicamente hablando, el imponer impuestos a las corporaciones y a las personas más ricas, especialmente dado que el impacto de sus gastos probablemente habría sido mínimo, y entonces gastar los nuevos ingresos tributarios en los grandes déficits presupuestarios de Washington. Los trabajadores y los pobres habrían gastado la mayor parte del dinero de este estímulo y, por lo tanto, habrían multiplicado significativamente sus efectos positivos. En cambio, las corporaciones acumularon enormes cantidades de efectivo, ya que el gasto en inversión o crecimiento no tenía sentido en una economía deprimida y en declive. Del mismo modo, los ricos, que se habían vuelto relativamente más ricos durante los últimos treinta años, gastaban una pequeña porción de sus ingresos en medio de una economía en recesión. En resumen, cobrar impuestos a aquellos que no gastaban y utilizar los ingresos para direccionarlos a programas de estímulo económico habría sido un programa anticrisis clásico —y un programa de estímulo basado en impuestos que solamente había resultado en un déficit presupuestario mínimo o nulo y, por lo tanto, en un menor aumento de la deuda nacional (de llegar a haber alguna). Pero ni los republicanos ni la mayoría de los demócratas se atrevieron a moverse en aquella dirección por temor a enfrentarse a las corporaciones y a los ricos. Luego de treinta años de crecimiento constante de las ganancias empresariales (particularmente para algunas corporaciones), durante los cuales el 1% superior de los que obtienen ingresos se 63
había vuelto mucho más rico en relación al otro 99%, los principales partidos y políticos se habían vuelto cada vez más dependientes del apoyo financiero de estos dos. Los salarios estancados de los trabajadores, sumados a las horas extra de trabajo de los miembros del hogar y la ansiedad frente a una deuda personal cada vez más grande se habían combinado para mermar masivamente la participación —e incluso el interés— en la política. Mientras tanto, el crecimiento de los ingresos y la desigualdad habían motivado a las corporaciones y a los ricos a utilizar sus recursos para dar forma a la política de manera que el Gobierno resguardase sus nuevas ganancias financieras de las demandas del envidioso y resentido 99%. Sorprendentemente, ninguna de las partes consideró seriamente ninguna propuesta para financiar la mayor parte del gasto de estímulo público imponiendo impuestos a las corporaciones o a los ricos. Nunca se debatió seriamente, y mucho menos se aprobó ningún programa para el gasto en bienestar social o la creación de empleo público, como los que fueron impulsados durante el New Deal de Rooosevelt. El modelo económico que condujo a crecientes desigualdades de ingresos y riqueza y causó la crisis había capturado de tal manera al sistema político bipartidista que fue incapaz de movilizar un estímulo fiscal suficiente para revertir o incluso detener el declive económico que se desarrollaba. El desastre político agravó el desastre económico. A medida que esto se hizo evidente, un número cada vez mayor de personas comenzó a cuestionar al sistema en su conjunto: la combinación política y económica de la sociedad. Cuando la crisis persistió en los años posteriores a 2008, las críticas convencionalmente partidistas de tal o cual aspecto del sistema dieron paso a críticas a todo el sistema. La derecha, como de costumbre, culpó a los pobres de obtener préstamos que no podían pagar y a las políticas económicas del gobierno por bloquear o distorsionar lo que de otro modo habría sido un Capitalismo de mercado de empresas 64
privadas rentable y de crecimiento fluido. La izquierda, como de costumbre, culpó de la crisis económica a los codiciosos intereses financieros y otros intereses corporativos —y a su insuficiente regulación gubernamental. Pero una porción considerable del electorado comenzó a rechazar los esfuerzos por culpar a las partes a favor de cuestionar el todo. El sistema era el problema. Cada vez más gente llegó a sentir que la crisis económica era endémica del sistema capitalista, parte de su modo normal de funcionamiento.
2.2. Los rescates y la deuda nacional En las economías capitalistas, los gobiernos a menudo se encuentran atrapados entre las demandas de las coaliciones empresariales y los ciudadanos más ricos y las demandas de las masas. En los Estados Unidos desde la década de los 70s, tales coaliciones empresariales habían obtenido con éxito servicios y apoyos gubernamentales y, al mismo tiempo, reducían sus cargas tributarias y regulaciones federales. La carga impositiva se trasladó cada vez más hacia las clases trabajadoras (a las cuales se llama «clases medias» en los Estados Unidos). Por ejemplo, en la década de 1940 los impuestos a las empresas recaudaron mucho más que los impuestos sobre las personas, sin embargo, en la primera década de este siglo esa relación se había invertido radicalmente: los impuestos federales sobre las empresas generaban una cuarta parte de los ingresos federales recaudados. Y mientras que en las décadas de los 50s y los 60s las personas más ricas de EEUU enfrentaban una tasa impositiva sobre la renta del 91%, esto se redujo al 35% en la primera década del siglo XXI. La fuente de ingresos públicos de más rápido crecimiento durante estos años no fue el impuesto sobre la renta individual, que era cada vez menos progresivo, sino los impuestos regresivos del Seguro Social y el Medicare. En términos simples, las corporaciones y los ricos utilizaron, en 65
parte, aquel incremento de las ganancias que comenzó a finales de la década de 1970 para ejercer la suficiente presión política como para trasladar la carga fiscal hacia las «clases medias», como explicaré a continuación. El marco y el fundamento de este notable cambio de la carga fiscal fue el neoliberalismo. En un lenguaje más común, las maniobras de reducción de impuestos se promovieron como políticas de «generación de empleo». Con menos impuestos que pagar, las corporaciones se expandirían y los individuos ricos invertirían, lo cual generaría más empleo. Sin embargo, este argumento teórico es débil. Muchos otros factores se combinan para determinar cuánto de los ingresos corporativos o individuales se destinará al crecimiento y a la inversión. El argumento empírico es todavía más débil: por cada ejemplo que se presente en el cual una reducción de los impuestos impulsó la generación de trabajos, ejemplos opuestos ilustran lo contrario. Sin embargo, bajo la excusa de generar empleos, las reducciones impositivas sobre las empresas y los ricos ocurrieron con regularidad y de forma drástica durante los últimos treinta años. Esto no fue tanto porque las corporaciones y los ricos así lo quisiesen —lo cual no sería nada nuevo…—, sino porque la movilización popular de las masas no tenía suficiente potencia como para prevenirlo. Para explicar cómo y por qué las fuerzas políticas llevaron a ese resultado, comenzaré señalando cómo las corporaciones y los ricos utilizaron sus crecientes fortunas y la reducción de sus impuestos para dar forma a la política. A medida que se modificaba el sistema tributario en su beneficio, trabajaron arduamente para definir políticamente «la cuestión tributaria» como algo que no tiene absolutamente nada que ver con el traslado de cargas de un grupo social a otro. Los políticos y los think tanks con motivaciones políticas inundaron el discurso público con afirmaciones de que todos los impuestos eran cargas excesivas que sostenían a burócratas derrochadores. Los 66
empleados del gobierno hicieron muchas cosas inútiles o peores. Sobre todo, argumentaron que la asistencia del gobierno sostenía a personas que, por lo tanto, evitaban trabajar o perdían la ética del trabajo que alguna vez tuvieron. La dependencia costosa y derrochadora del apoyo estatal —y por lo tanto de los impuestos— reemplazó al trabajo productivo de las empresas privadas. Peor aún, los que sí trabajaban, las clases trabajadoras, tenían que pagar cada vez más impuestos para mantener a los que contaban con el apoyo estatal, que no trabajaban. Asimismo, los impuestos a las corporaciones y a los ricos apoyaron a quienes no trabajaban mientras frenaban y desanimaban el crecimiento de las empresas y la inversión privada, que generaban empleos. Las empresas y los ricos —a través de las declaraciones políticas y las acciones de los republicanos y demócratas (estos últimos con menos entusiasmo debido a su relación histórica con las clases trabajadoras)— se volvieron ruidosos apologetas de la reducción de los impuestos y el «gasto paternalista» derrochador y contraproducente del gobierno. Esto sería la mejor posición política para la mayoría. Los políticos se convirtieron en defensores de la reducción del gasto público, de los presupuestos equilibrados, el conservadurismo fiscal, etc. Las «revueltas fiscales populares», financiadas por las empresas, organizaron a un grupo de gente que demandaba un «alivio fiscal», tal y como sucedió con el California Bill propuesto por el gobernador Gray Davis y aprobada en 1999, medida copiada por muchos estados. Las corporaciones y los ricos que financiaban a sus respectivos aliados políticos se asegurarían de que dichas reducciones fiscales fuesen principalmente para ellos. La implementación de estas políticas tuvo muchos resultados perjudiciales. La reducción de los ingresos fiscales del gobierno planteó la pregunta de qué hacer con respecto a los gastos del gobierno federal. Con menos ingresos fiscales, Washington justificó más fácilmente la reducción de la inversión en Seguridad Social. Sin embargo, aquellos grupos que abogaban 67
por menos gasto del Gobierno siempre se enfrentaron a un problema que por lo general los enfurecía y dañaba su relacionamiento con sus contactos políticos: los intereses de muchas corporaciones y gente rica en los Estados Unidos dependía de las ayudas y del gasto del gobierno federal. Estos beneficiarios protegieron ferozmente el gasto público que ellos utilizaban para agrandar sus fortunas personales. Entre tales beneficiarios se incluía al complejo militar-industrial, a las compañías de energía, a las compañías de transporte, a la industria de la salud (un complejo compuesto por doctores, hospitales, industrias farmacéuticas y compañías de seguros, entre otros), el agro, y muchos otros intereses comerciales. Tales grupos se oponen también a la reducción de varias formas de gasto social, con el temor de que los empleados pudiesen asegurar con éxito sueldos y salarios más altos que compensasen aquellos recortes. La clase trabajadora también se resistió a los recortes del gasto público de los que dependía: beneficios del Seguro Social, Medicare y Mediaid, pagos y beneficios de los empleados públicos, ayuda pública para los presupuestos de servicios públicos estatales y locales, fondos de préstamos estudiantiles, etc. Muchos miembros de la clase trabajadora quieren impuestos más bajos, pero sin recortes en áreas importantes del gasto público. Debido a que la clase trabajadora ha carecido durante muchos años de una organización que pudiese movilizar fondos suficientes para competir con las ganancias y la riqueza personal que las corporaciones y los ricos utilizan para comprar influencia política, ejerce su influencia de una forma desorganizada y generalmente menos efectiva: a través del voto. Los trabajadores apoyan a los candidatos que aparentan comprometerse a reducir la carga fiscal sin reducir los beneficios del gasto público. Ambas partes plantean demandas contradictorias sobre el gobierno federal y los políticos elegidos para cargos federales, quienes han respondido reduciendo los impuestos especialmente 68
a las corporaciones y a los ricos —y en menor medida a la clase trabajadora. Los partidos y los políticos, por tanto, responden a las contribuciones financieras de las corporaciones y los ricos y a los votos de las clases trabajadoras. Asimismo, con el mismo fin, tienden a evitar recortes de gastos que podrían poner en riesgo a sus partidarios financieros o a sus electores. Por supuesto, a veces los partidos y los políticos no pueden resolver la contradicción sin ofender a un grupo o al otro al aumentar un impuesto o al reducir un gasto del Gobierno. Sin embargo, eso es ampliamente reconocido como una situación peligrosa. Tales movimientos a menudo han puesto fin a la carrera política de algunas personas, lo que sirve como una lección práctica para los líderes de los partidos y los funcionarios electos de que la mejor estrategia política es encontrar alguna forma de manejar bajos impuestos y aumentar el gasto gubernamental. La única forma de «resolver» estas contradicciones del Capitalismo es el gasto gubernamental deficitario. El gobierno federal debe pedir prestado si desea mantener (o incrementar) los gastos federales a la vez que reduce (o no incrementa) los impuestos. El endeudamiento nacional era, antes de 1980, una práctica bastante excepcional, algo necesario principalmente durante las guerras y las inmensas reparaciones que les seguían. Durante la Gran Depresión, la administración de Roosevelt logró manejar el déficit presupuestario de otra forma, como una herramienta clave para sobrellevar y reducir el sufrimiento social de los grandes desastres económicos. El trabajo de Keynes definió al gasto deficitario como una política fiscal contracíclica efectiva —pero consideró que dichos déficits debían ser excepcionales y que debían ser corregidos una vez que la crisis económica había finalizado. Después de 1980 se volvió rutinario el expandir los déficits federales y, por lo tanto, también la deuda nacional de los Estados Unidos y de muchos otros países. Por lo tanto, cuando la gran recesión capitalista golpeó en 2007, y continuó durante varios 69
años, el repentino e inmenso gasto anticíclico del gobierno federal impuso grandes déficits e importantes aumentos en la deuda externa de los Estados Unidos, la cual ya era bastante elevada. La gravedad y la urgencia de las crisis económicas de 2008 y 2009, y el resurgimiento de la Economía keynesiana se combinaron para alentar y justificar todo el endeudamiento del Gobierno. Sin embargo, los niveles de deuda que habían estado aumentando desde la década de 1970, junto con la explosión de deuda adicional posterior a 2007 plantearon un nuevo problema para el Capitalismo a nivel internacional. Los principales prestamistas de los gobiernos fueron los bancos, compañías de seguros, grandes corporaciones e individuos adinerados, así como otros gobiernos nacionales que tenían grandes reservas de efectivo. Para 2010, a estos prestamistas les preocupaba que los niveles de deuda de los gobiernos prestatarios se estaban volviendo «peligrosos», además de que se dieron cuenta de que los contribuyentes no estaban dispuestos a pagar los impuestos adicionales, o dejar ir los servicios y empleos públicos para que el gobierno utilizase ese dinero al servicio de la deuda. Este conjunto de contradicciones condujo a una crisis capitalista de proporciones históricas que ha persistido durante varios años después de sus inicios en 2008. Los cambios en los salarios, la productividad y las ganancias, así como los movimientos de distribución de la renta y la riqueza, y la evolución del mercado crediticio se fusionaron en una mezcla tóxica que perturbó a la economía. El gasto deficitario masivo con el que respondió el Gobierno de Estados Unidos generó ahora otra contradicción. Esta decisión política de concentrarse en descongelar los mercados crediticios como clave para superar la crisis significó que el Gobierno rescató a muchas de las mayores empresas financieras privadas. Una vez que estas empresas pudieron volver a prestar, gracias a la ayuda del gobierno federal, demostraron ser muy reacias a prestar de nuevo, para no correr 70
el riesgo de otra crisis financiera. Preferían prestar sólo a los prestatarios más grandes y seguros. Esto obstaculizó el crédito para todo tipo de empresas pequeñas, medianas y en peligro, y para muchos consumidores endeudados, lo que socavó cualquier posible recuperación económica. También obstaculizó el crédito de muchos gobiernos endeudados con estos prestamistas. El caso más duro fue Grecia, pero muchos otros países, incluidos Portugal, España, Italia, Hungría e Irlanda experimentaron problemas crediticios similares. Los prestamistas disfrutaron de un jugoso mercado, ya que los gobiernos, desesperados por pedir prestado para suavizar o compensar la crisis, se pusieron en busca de créditos. Grecia, un país relativamente pobre y pequeño, ya tenía un gobierno bastante endeudado cuando la crisis le impuso un mayor endeudamiento, haciendo que realizarle un préstamo fuese demasiado riesgoso. Al mismo tiempo, Grecia tenía lo que podría ser el movimiento obrero más organizado y militante en Europa, junto con varios partidos de izquierda. Como demostraron las elecciones de 2012, los griegos estaban dispuestos a bloquear cualquier intento del Gobierno por posicionarse al servicio de la deuda a expensas de incrementar los impuestos, reducir los servicios públicos, o ambos. Debido a que los prestamistas prefirieron prestar a los gobiernos de EEUU o Alemania, relativamente mucho más seguros, que al gobierno de Grecia, los costos de endeudamiento en Grecia aumentaron drásticamente. Lo que el gobierno griego podría haber hecho para estimular la demanda y contrarrestar el impacto de la crisis global en su país fue impedido por la necesidad de dedicar los escasos recursos públicos a pagar a los prestamistas. Peor aún, el aumento de impuestos y la reducción de empleos y servicios gubernamentales para obtener el dinero necesario para pagar a los acreedores solo causó que las condiciones económicas griegas se deterioraran aún más. Esto a su vez redujo los ingresos del gobierno, lo que lo obligó a 71
endeudarse más en una calamitosa espiral hacia la catástrofe económica. Dado que una gran parte de las deudas del gobierno griego estaban en manos de bancos no griegos, el aumento de los costos de la deuda drenó la riqueza de Grecia por completo. Durante años, el mundo vio cómo un pequeño y pobre rincón de la economía europea predijo un futuro posible para muchos otros gobiernos muy endeudados que se tambaleaban por los giros y vueltas de la crisis capitalista. Todos estos acontecimientos dan una nueva importancia y vigencia al término austeridad. La austeridad significa una combinación de impuestos más altos y otros pagos que fluyen de la población al Gobierno, y menos trabajos y servicios proporcionados por ese Gobierno a sus electores. Se racionaliza como la «medicina» necesaria para curar la «enfermedad» de la costosa deuda nacional. La práctica casi universal de los gobiernos en los países capitalistas durante los treinta años anteriores se ha reconceptualizado ahora como un error de política que causó una enfermedad económica. La austeridad se ha convertido en la receta para que los países recuperen la salud económica. La crisis capitalista de 2007 tuvo varios antecedentes, a los cuales se les niega el papel de causa clave en los problemas económicos de las naciones. Ningún debate en los medios de comunicación convencionales se centró en alternativas sistémicas al Capitalismo que pudieran resolver o eliminar el problema de las crisis que se repiten regularmente, sino que presenta las respuestas de los gobiernos como si no fuese posible considerar respuestas alternativas. En cambio, el gran problema del día fue la enfermedad de los déficits y las deudas gubernamentales. Y la medicina apropiada, aunque dolorosa, era la austeridad. Los republicanos y los demócratas discutieron principalmente sobre los detalles de la austeridad: su tamaño y oportunidad, la combinación precisa de aumentos de impuestos y recortes de gastos, etc. La mayoría de los republicanos 72
prefirieron recortes de impuestos para las empresas y los ricos (más que para el ciudadano promedio), además de la reducción del empleo público y los servicios de seguridad social más que la mayoría de los demócratas. Sin embargo, ambos estaban de acuerdo en la mayoría de cosas. Mientras tanto, los prestamistas de todo el mundo examinaron minuciosamente y clasificaron el riesgo de los gobiernos prestatarios. Cuando los prestamistas impusieron o amenazaron con imponer un aumento de los costos de los préstamos, esos gobiernos se apresuraron a demostrar que no representaban un riesgo significativo para los prestamistas. Lo hicieron demostrando su capacidad política para imponer programas de austeridad a su pueblo y reservar el dinero necesario para pagar sus deudas presentes y futuras. Esto significó demostrar que efectivamente podían aumentar los impuestos y recortar el empleo y los servicios públicos para recaudar fondos. Los políticos afirmaron que una dosis efectiva de austeridad ahora podría restaurar la confianza de los prestamistas, permitiéndoles así evitar una dosis mucho mayor de austeridad más adelante. Entonces, el Gobierno socialista griego de George Papandréu que había llegado en 2009 oponiéndose a la injusticia de la austeridad, invirtió su posición. Justificó la austeridad de sus electores griegos sobre la base de que no imponerla significaría necesariamente peores recortes en el futuro. Los críticos de los programas de austeridad en Grecia y en otros lugares respondieron que la austeridad ahora causaría un mayor declive económico, deprimiría los ingresos fiscales y empeoraría los déficits, allanando así el camino para programas de austeridad más duros en el futuro. De hecho, la historia de los Estados Unidos desmiente todo este discurso de la austeridad. Los programas de austeridad están lejos de ser la única o la mejor política para hacer frente a las crisis capitalistas. Durante la Gran Depresión en la década de 1930, cuando el desempleo era mucho más alto que durante la 73
crisis actual y los ingresos fiscales federales habían caído relativamente más, la solución política fue aumentar drásticamente el gasto estatal: lo opuesto a los programas de austeridad típicos de la actualidad. La administración de Roosevelt estableció el Seguro Social, el seguro de desempleo y un programa federal de empleos que contrató a muchos millones de desempleados. Al mismo tiempo, este aumento del gasto social no se pagó con una ráfaga correspondiente de endeudamiento federal en la escala de lo que sucedió luego del 2007. En cambio, Roosevelt impuso fuertes impuestos a las empresas y a las personas ricas. Esto ayudó a financiar el estímulo fiscal para los de abajo —una especie de «Economía de goteo hacia arriba»— sin depender exclusivamente del incremento desorbitante de la deuda pública. Las fortalezas y debilidades tanto de la respuesta de Roosevelt a la crisis de los 30s, como de la respuesta de los gobiernos a la crisis capitalista de 2007 han hecho que muchos prefieran las políticas económicas de goteo hacia arriba en lugar de hacia abajo. Sin embargo, eso nunca sucedió. Republicanos y demócratas reprimieron en conjunto los pocos movimientos en aquella dirección de varios grupos sociales y un puñado de disidentes en el Congreso. No solo nunca se debatió seriamente la alternativa del goteo hacia arriba, sino que cualquier alternativa sistémica al Capitalismo, una que pudiera evitar o gestionar mejor las recesiones, también se mantuvo fuera de la agenda nacional, a pesar de la profundidad y duración de la crisis capitalista y sus inmensos costos sociales.
2.3. Los rescates, las agencias monetarias y las políticas monetarias La política monetaria clásica implica bajar las tasas de interés y aumentar la oferta monetaria para contrarrestar una 74
recesión económica. Esta tarea tradicionalmente recae en el Banco Central de una nación. En los Estados Unidos durante el siglo pasado, eso ha significado el sistema de la Reserva Federal. De hecho, desde 2007 la Reserva Federal ha reducido las tasas de interés y las ha mantenido a un nivel sin precedentes. Asimismo, ha aumentado drásticamente la oferta monetaria (comúnmente descrita en la prensa financiera como «expansión cuantitativa»). Debido a las condiciones políticas que mencioné anteriormente, cuando estalló la crisis de 2007 los políticos seguían dudando sobre la expansión del déficit y la deuda. Los límites que observaron hicieron que la política fiscal no pudiera poner un fin a la crisis. Como los principales economistas keynesianos seguían lamentando, los déficits expansivos fueron demasiado pequeños y demasiado tardíos. Por tanto, una parte desproporcionada de la carga para superar la crisis recayó en la política monetaria y el presidente de la Fed, Ben Bernanke, se lamentaba de esa carga con regularidad. En marzo de 2008, la Fed proporcionó fondos a JPMorgan Chase para comprar el banco de inversión Bear Stearns a un precio subsidiado. En septiembre de 2008, la Fed otorgó un préstamo de 85 mil millones a AIG a cambio de una participación del 80% de la empresa. Esto fue crucial para tranquilizar a los propietarios de CDS (pólizas de seguro sobre tenencias de ABS) y a todos los demás participantes en los mercados crediticios, para asegurarles que se pagarían las deudas subyacentes a los ABS. Cada vez más, la Reserva Federal se movió en múltiples frentes para descongelar los mercados crediticios. Eso compró valores «no líquidos», «en dificultades» y «tóxicos» de todo tipo y vencimiento de bancos y otras empresas financieras a veces por cuenta propia y otras mediante la compra de sociedades con empresas privadas. La Fed también otorgó préstamos masivos a los mismos tipos de empresas bajo la Term Asset-Backed Securities Loan Facility. La Fed invirtió grandes sumas en la compra de títulos de deuda y respaldados por hipotecas de Fannie 75
Mae, Freddie Mac y Ginnie Mae, los principales apoyos gubernamentales para la industria de la vivienda de EEUU, que finalmente fueron asumidos por el Gobierno de EEUU. Estos y muchos otros programas, tanto las operaciones tradicionales de la Fed como las nuevas innovaciones para descongelar el crédito rápidamente, trasladaron billones de dólares de activos incobrables de los balances de las empresas financieras privadas a los de la Fed y el Tesoro de los Estados Unidos. Las agencias monetarias también aseguraban deudas privadas, así como depósitos de diversa índole. Por ejemplo, la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC) administró el Temporary Liquidity Guarantee Program (TLGP), que brindaba garantías para cuentas de transacciones que no devengan intereses en bancos cubiertos por la FDIC y también para la deuda de aquellos bancos. La cantidad de dinero involucrada alcanzó los cientos de miles de millones. En resumen, los Estados Unidos movilizaron muchas de sus agencias financieras y monetarias para socializar masivamente su sistema monetario. Las empresas financieras privadas habían dejado de funcionar normalmente en términos de depósito, empréstito y préstamo. Sus relaciones entre ellos y con el público —el sistema crediticio— se habían congelado. En consecuencia, a fines de 2008, la mayoría de las principales empresas financieras privadas estaban técnicamente tan extintas o en bancarrota como lo había estado Lehman Brothers cuando colapsó. Aquel congelamiento amenazaba con extenderse rápidamente a través de la interdependencia entre todos los mercados de la economía global. El Gobierno de los Estados Unidos movilizó sus agencias y recursos para comprar, prestar, asegurar, garantizar e invertir billones de dólares durante tanto tiempo como fuese necesario para asegurar dos objetivos internacionales. El primero, evitar que la congelación se extendiera a los aspectos no financieros de la economía. El segundo, disolver el congelamiento para que los flujos crediticios 76
pudieran reanudarse lo suficiente como para permitir que la economía se abriera camino a través de la crisis, tocara fondo y, finalmente, regresara al crecimiento económico. La administración de Obama proporcionó los vastos fondos y garantías necesarios para lograr estos objetivos. Al mismo tiempo, repitió sin cesar la noción de que estaba «ayudando» en lugar de «reemplazando» al sector bancario privado del Capitalismo estadounidense. Junto con los propios bancos, el gobierno difundió el mensaje ideológico de que la socialización o nacionalización de la banca no había sucedido, que los bancos no podían funcionar sin el apoyo masivo del Gobierno, pero que seguían siendo «empresas privadas». Los apoyos del Gobierno siempre se denominaron «temporales», aunque nadie podía saber cuánto tiempo podría continuar cada uno de ellos o si era necesario reanudarlos y cuándo. Incluso cuando el Gobierno de los Estados Unidos compró acciones de los principales bancos estadounidenses y otras corporaciones, en su mayoría eran acciones «sin derecho a voto». Nuevamente, el punto era mantener y subrayar la naturaleza supuestamente «privada», pero en gran parte ficticia, de estas empresas que dependían totalmente del apoyo del gobierno para sobrevivir. Entre los aspectos más destacables de la rápida e intensa socialización de la banca y el crédito en Estados Unidos a partir de 2008 se encuentran sus líderes y tabúes. Los líderes eran la mayoría de los directores ejecutivos de las empresas financieras más grandes del país. Después de años de discursos celebrando la empresa privada como el motor del crecimiento y la prosperidad, y denunciando al Gobierno como la fuente de la ineficiencia económica y el despilfarro, esos directores ejecutivos encabezaron la carrera hacia Washington en busca de millones en ayuda y rescate. Se llevaron lo que era ofrecido y más. La socialización de las empresas y los mercados financieros estadounidenses no fue obra de críticos sociales, radicales o marxistas. Los directores ejecutivos de finanzas lo hicieron, pero 77
para servir sus intereses. Quizás ahora se comprenderá mejor que los capitalistas rara vez se oponen a la intervención gubernamental per se, aunque les gusta decirlo para evitar ciertos tipos de intervención gubernamental no deseada. Lo que quieren, y lo que adoptan en masa, son otros tipos de intervención gubernamental. Quieren que el Gobierno facilite sus actividades rentables, limpie los desórdenes económicos periódicos que hacen, los mantenga firmemente a cargo de las finanzas y el crédito, y haga que el público en general, en lugar de la industria financiera, pague los inmensos costos de todo eso. El tabú más grande que se pudo observar en el pensamiento estadounidense fue que esta socialización no estaba ocurriendo, que las empresas financieras privadas seguían siendo privadas y seguían funcionando, incluso cuando no se cumplía nada de esto. Este tabú se extendió para incluir discusiones públicas sobre lo que debería hacerse en respuesta a las dimensiones financieras de la crisis —en el Congreso, los medios de comunicación y la academia—, con muy pocas excepciones. Prácticamente nadie razonó públicamente que un sistema bancario y crediticio privado que se desempeñaba tan mal y con consecuencias económicas y sociales tan desastrosas había perdido el derecho de seguir existiendo. Después de todo, los bancos y muchas otras empresas financieras se consideraban «intermediarios». Toman depósitos, préstamos e inversiones de terceros y luego reparten esos fondos entre varios prestatarios para diversos usos. Se supone que deben realizar esta función económica vital, de la que depende una economía basada en el crédito como la nuestra, con una atención experta, con prudencia, cautela y supervisión constante. Después de todo, están distribuyendo el dinero de otras personas y financiando las actividades que dan forma a la trayectoria de la economía hacia el futuro y, por lo tanto, toda nuestra vida. Estas empresas financieras privadas ocupan un lugar muy importante
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en nuestra sociedad; tienen deberes sociales que realizar. Pueden y deben ser juzgadas en consecuencia. Quizás lo más importante es que, para salvaguardar los fondos de sus depositantes, prestamistas e inversionistas, las empresas financieras privadas tienen la responsabilidad de elegir a aquellos a quienes prestan con cuidado, ejerciendo lo que las leyes aplicables denominan «diligencia debida». Se supone que los bancos y otras empresas financieras privadas deben evaluar la solvencia crediticia de los prestatarios en el momento en que se otorga un préstamo, pero también a lo largo de su duración. Estas empresas financieras privadas, y la sociedad en general a la que se supone que sirven, deben tener la seguridad de que el prestatario puede reembolsar el préstamo y el costo de sus intereses. Si las empresas financieras privadas compran seguros (CDS) sobre préstamos pendientes, deben asegurarse de que las aseguradoras financieras privadas puedan pagar reclamaciones legítimas en caso de incumplimiento de los prestatarios. De hecho, desde 2007 la crisis ha demostrado repetidamente que la mayoría de las empresas financieras privadas más grandes (y muchas pequeñas también) cumplieron con aquellas obligaciones de manera desastrosa. Su incapacidad para atender la necesidad de la sociedad de una intermediación financiera segura y eficaz generó enormes pérdidas y costos sociales. Sin embargo, existía un tabú eficaz en contra de hacer una inferencia obvia a partir de esos fracasos. Casi nadie en la política, los medios de comunicación o la academia se atrevió a decir que tales fallas del sistema financiero privado plantearon la pregunta de cómo un sistema financiero público podría funcionar mejor. Hubo propuestas para [1] permitir que los mercados castiguen a los bancos en quiebra, [2] para permitir al gobierno una mayor supervisión regulatoria (como se formalizó posteriormente en la Ley Dodd-Frank), y [3] para buscar una mayor transparencia. Pero dichas propuestas no podían y no pudieron desafiar la 79
continuación de las empresas financieras como instituciones privadas. Era imposible sugerir la nacionalización de los bancos y otras empresas financieras para garantizar el desempeño adecuado que las empresas privadas habían fracasado tan espectacularmente en lograr, incluso cuando la nación subsidió su existencia durante años con billones de dólares. Resalté anteriormente que el alto desempleo y sus efectos económicos devastadores provocaron discusiones sobre innumerables programas de estímulo, pero siempre respetando el tabú básico de oponerse a un programa de empleo público. La gran preponderancia de debates políticos, mediáticos e intelectuales giraba en torno a los pros y los contras de los programas para estimular o alentar o proporcionar incentivos para que los empleadores privados contrataran a más personas. El hecho de que entre 2009 y 2012 tales programas no lograsen disminuir el desempleo considerablemente no dio lugar a propuestas para crear equivalentes contemporáneos del programa de empleo público de Roosevelt. Las economías capitalistas, incluida la de Estados Unidos, tienen una larga historia de limitar, regular o socializar empresas e industrias cuyas estrategias de maximización de beneficios corren el riesgo de socavar las de las empresas capitalistas en su conjunto. Por lo tanto, para tomar sólo algunos ejemplos, las industrias del transporte y las comunicaciones se han gestionado de esta forma en muchas sociedades. En los Estados Unidos cada uno de los cincuenta estados tiene una comisión de seguros para monitorear y regular las ganancias de las empresas en esa industria, después de una larga experiencia de sus consecuencias negativas para otras industrias capitalistas y la sociedad en su conjunto, la cual generó protestas y alianzas lo suficientemente fuertes como para imponer comisiones a la industria aseguradora. Lo mismo se aplica a las empresas de las industrias de servicios públicos (como la electricidad, el gas y el agua). Los monopolios se han disuelto repetidamente por razones similares. 80
En Europa varios países han nacionalizado en diversas ocasiones sus bancos. Eso sucedió históricamente como consecuencia de una profunda insatisfacción social con la forma en que las estrategias con fines de lucro de los bancos privados contribuyeron a las crisis económicas, con costos sociales intolerables. En los Estados Unidos, la Gran Depresión provocó audiencias en el Congreso que revelaron inmensos conflictos de intereses y fraudes cometidos por los bancos y sus subsidiarias de inversión. La ley resultante, llamada Ley de Ayuda Bancaria de Emergencia (también denominada Ley Glass Steagall), establecida en 1933, otorgó a la Reserva Federal el poder de regular las tasas de interés de las cuentas de ahorro y también prohibió a las compañías tenedoras de bancos poseer otros tipos de empresas financieras para evitar que los bancos utilicen los depósitos de sus depositantes en inversiones riesgosas. Tales controles a lo que las empresas capitalistas privadas podían cobrar y hacer fueron los pasos iniciales hacia una completa nacionalización de la banca —pese a que luego se detuvieron. La Ley Dodd-Frank de Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor de 2010 fue la legislación de reforma bancaria paralela, aunque más débil, para hacer frente a la crisis luego del 2007. De manera similar, se esparció el rumor y el reconocimiento generalizado de las múltiples formas en que las prácticas bancarias habían contribuido a esa importante crisis capitalista. De hecho, había similitudes obvias en la forma en que las empresas financieras capitalistas habían contribuido a ambas crisis. Como señalaron muchos analistas, la última crisis capitalista estalló apenas ocho años después de que la ley GlassSteagal fuera finalmente derogada en 1999. Los principales bancos estadounidenses habían abierto el camino hacia esa derogación a través de años de cabildeo y campañas de relaciones públicas. Inmediatamente después de lograr su derogación, esos mismos bancos procedieron a mezclar los fondos de los depositantes y las inversiones riesgosas de ABS y 81
CDS tal y como Glass-Steagall pretendía evitar. No es sorpresa que aquella mezcla especulativa una vez más haya ayudado a producir una recesión gigantesca. Glass-Steagall siempre fue una carga no deseada para los principales bancos estadounidenses. Después de su aprobación los bancos respondieron con varias estrategias para evadir sus provisiones y luego debilitarla, para eventualmente derogarla. Tuvieron éxito en 1999 bajo la presidencia de Clinton, un demócrata. Incluso cuando 2007 marcó el comienzo de otra gran crisis y una abrumadora evidencia de la complicidad de los bancos en producirla, los principales bancos lograron evitar que se volvieran a promulgar las disposiciones de Glass-Steagall en nuevas leyes. Los grandes bancos y las grandes corporaciones generalmente habían cambiado las condiciones políticas a su favor. Habían aprendido a dedicar más recursos de mejor forma para influir en los resultados legislativos. En el apogeo de la crisis luego de 2007 los principales bancos exigieron y recibieron ayuda gubernamental masiva gracias a una amenaza. Eran, insistieron «demasiado grandes como para fracasar». La idea parecía ser que dejarlos colapsar o dejar de pagar tendría consecuencias tan devastadoras para la economía en general que el Gobierno tendría que ayudarlos en beneficio del «interés nacional». Las secuelas del colapso del banco de inversión Lehman Brothers se utilizaron como el ejemplo perfecto de por qué un «error colosal» no podía repetirse. Utilizaron tales argumentos en debates públicos y en el Congreso, y eventualmente obtuvieron billones de dólares en apoyo gubernamental. Sin embargo, los argumentos de los bancos tenían dos implicaciones lógicas que debían ser bloqueadas de la discusión pública, y mucho menos de la acción. De ese modo se revelaron aún más tabúes. La primera implicación fue que esas grandes empresas deberían dividirse en empresas más pequeñas para que el fracaso de cualquiera de ellas no chantajeara efectivamente al 82
gobierno para recibir un apoyo costoso. Tan efectivamente fueron ignoradas y reprimidas las pocas declaraciones públicas en esa dirección que no se dijo mucho —y de hecho no se hizo nada— con respecto al hecho de que muchos de los principales bancos estadounidenses eran significativamente más grandes en 2012 que en 2007. Si existió un «riesgo moral»11 de que al rescatar a los grandes bancos durante y después de 2008 aquello reduciría su determinación de evitar el riesgo excesivo después, entonces, permitir que los bancos se hagan más grandes aceleró tal riesgo moral. La segunda implicación que hubo que reprimir fue la siguiente: si los grandes bancos y otras empresas financieras eran demasiado grandes para quebrar, quizás, la solución era nacionalizarlos. Hacer que sus activos y pasivos fueran completamente transparentes y estén disponibles al público minimizaría la posibilidad de comportamientos que pongan en riesgo a la sociedad. Los funcionarios de las agencias bancarias gubernamentales estarían sujetos a escrutinio político y a elecciones, lo que los haría más responsables. La dependencia de las empresas y la ciudadanía de la electricidad, el agua, el servicio postal, el espectro de transmisión y otros servicios similares ha llevado a los gobiernos de muchos países a regular o nacionalizar las empresas privadas que producen dichos servicios. Cuando la regulación resulta inadecuada o insuficiente, la nacionalización suele ser el siguiente paso lógico. Sin embargo, la ideología neoliberal impuso efectivamente un tabú en contra del reconocimiento de lo que implicaban los argumentos de ser «demasiado grande para fallar». Al final, el último siglo de Capitalismo enseña una verdad profunda por medio de lecciones repetidas y específicas sobre las intervenciones del gobierno que regulan, limitan o restringen los objetivos de los capitalistas. Tales intervenciones económicas Un contexto en el cual los costos posibles de una acción riesgosa no son asumidos por la persona que incurre en la misma (N. del T.). 11
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son resistidas por las principales empresas capitalistas. Si se convierten en ley, las corporaciones usan sus recursos en aumento para evadir, debilitar y eliminar esas restricciones, como vimos con la exitosa campaña para derogar la ley GlassSteagall. Hay muchos otros ejemplos en los Estados Unidos y en otros países. En los países europeos donde los bancos, los servicios públicos y las empresas de transporte fueron nacionalizadas, los capitalistas respondieron de la misma manera, y a menudo lograron privatizarlos. En pocas palabras, siempre que un sector económico importante consista en grandes empresas capitalistas que acumulan ingresos netos crecientes, pueden dedicar energía y recursos a eliminar las intervenciones gubernamentales que no desean, y lo harán. Por lo tanto, las intervenciones económicas del gobierno que restringen a las grandes empresas capitalistas que buscan la maximización de sus ganancias, cuotas de mercado y tasas de crecimiento son siempre inseguras. Esto se aplica tanto a la regulación gubernamental como a las nacionalizaciones parciales o selectivas de empresas capitalistas privadas. Una buena metáfora de la lección histórica aquí es la siguiente: en una guerra que termina con el vencedor imponiendo cargas pesadas y duraderas al perdedor, el vencedor también debe desarmar al perdedor. De lo contrario, el perdedor se verá tentado a utilizar las armas que ha retenido para aliviar aquellas cargas. En las guerras políticas que impusieron regulaciones y nacionalizaciones parciales y selectivas a las principales empresas capitalistas, esas empresas corporativas conservaron las estructuras capitalistas. Sus pequeños colectivos de grandes accionistas y juntas directivas les proporcionaron incentivos y recursos para revocar las regulaciones y nacionalizaciones. En la mayoría de las economías capitalistas modernas, la Gran Depresión de la década de 1930 produjo regulaciones gubernamentales y nacionalizaciones debido a la presión de las 84
organizaciones de la clase trabajadora (los sindicatos y los partidos políticos de izquierda). En cada caso, después de 1945, las empresas capitalistas más grandes de aquellos países utilizaron sus recursos para evadir, debilitar y eliminar las restricciones. El momento y el alcance de sus éxitos ha variado con las condiciones históricas específicas y el equilibrio de fuerzas de clase en cada país. Como mostraré en detalle en la segunda parte de este libro, la lección histórica sobre la reversibilidad de la nacionalización y la regulación de las empresas capitalistas se aplica también a las sociedades socialistas estatistas como la URSS, ciertos países de Europa del Este y más allá. En definitiva, se aplica a nacionalizaciones generales y generalizadas, así como parciales y selectivas. Donde los funcionarios estatales han reemplazado a las juntas directivas elegidas por los principales accionistas y, por lo tanto, donde los trabajadores continúan produciendo excedentes y ganancias para otros, dichos funcionarios estatales también enfrentarán incentivos y desplegarán recursos para desregular y desnacionalizar sus empresas cuando las condiciones lo permitan.
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3. Crisis, formas de Capitalismo y más Los elementos básicos del Capitalismo han cambiado poco a lo largo de su historia, mientras que otros aspectos han cambiado mucho. Un aspecto que se ha mantenido casi constante es la estructura de clases en la producción. Con aquello me refiero a la organización interna de las empresas. Bajo el Capitalismo una masa de trabajadores produce con su trabajo más de lo que reciben como sueldos y salarios. En el lenguaje de la Economía, el valor agregado por los trabajadores en la producción excede al valor pagado a esos mismos trabajadores por el trabajo que realizan. La diferencia entre el valor agregado por los trabajadores y el valor pagado a los trabajadores es a lo que Karl Marx llamó «excedente».
3.1.
Capitalismo
En las empresas capitalistas, los productores de excedentes son personas diferentes a los que se apropian de ese excedente. La diferencia entre empleador y empleado es una característica constante, ya sea un pequeño capitalista individual con unos pocos trabajadores-empleados o una enorme megacorporación moderna con una junta directiva que se apropia del excedente producido por decenas o cientos de miles de empleados. Los capitalistas —aquellos que se apropian del excedente en cada empresa— distribuyen el excedente como pagos principalmente a otras personas cuyas actividades ayudan a reproducir esa empresa capitalista (intereses a los acreedores, salarios y presupuestos a los administradores de la empresa, impuestos al Estado, dividendos a los accionistas, etcétera). Un aspecto de las economías capitalistas que ha cambiado periódicamente es la relación entre el Estado, los ciudadanos y las empresas capitalistas. En lo que se puede llamar «Capitalismo 86
privado» los empleadores son ciudadanos privados que no ocupan puestos dentro del aparato estatal y operan con intervenciones relativamente mínimas por parte del Estado. En lo que podemos llamar «Capitalismo de Estado», los empleadores son funcionarios dentro del aparato estatal. Entre el Capitalismo privado y el estatal tenemos una variedad de situaciones intermedias en las que los funcionarios estatales operan todo tipo de regulaciones e intervenciones que moldean e influyen en los capitalistas privados, pero no se convierten en empleadores capitalistas. Podríamos llamar a eso capitalismo privado regulado por el estado para distinguirlo de las distintas formas de Capitalismo, tanto privado como estatal. El término Capitalismo se aplica a los tres casos porque la organización interna de las empresas productivas es la misma en cada una de ellas: la producción está organizada de tal manera que los trabajadores contratados producen excedentes que son apropiados y distribuidos por personas distintas a ellos mismos: empleadores que son capitalistas privados o estatales. Las relaciones económicas, políticas y culturales de las sociedades modernas, sus dinámicas, tensiones y conflictos están todas moldeadas en parte por esa forma capitalista particular de organizar la producción de mercancías12. Cuando existen otras formas no capitalistas de organización de la producción estas dan forma a la sociedad en general de múltiples maneras. Por ejemplo, las empresas colectivas o comunistas (donde los productores y los apropiadores del excedente son las mismas personas) dan forma a la sociedad y a la historia de manera diferente. Lo mismo se aplica a una organización esclavista de la producción (donde los amos se apropian de toda la producción de los esclavos) o una organización autónoma (donde un trabajador individual se apropia de su propio excedente) y así sucesivamente. En sociedades típicas, donde coexisten múltiples y diferentes organizaciones de producción, la sociedad y su historia reflejan las influencias que fluyen de todas ellas, y también las tensiones y conflictos entre ellas. Para una discusión completa de estas diferentes organizaciones (o «estructuras de clase») de la producción, con especial énfasis en el Capitalismo y el Comunismo, ver Stephen Resnick & Richard Wolff, Class 12
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La historia de aquellas sociedades en las que el Capitalismo es la organización predominante de la producción se ha visto marcada en todas partes por crisis periódicas y recurrentes. Estos han acosado tanto al Capitalismo privado más y menos regulado como al Capitalismo de Estado. Estas crisis han provocado oscilaciones dentro de los capitalismos nacionales entre sus formas privadas y estatales. Entonces, por ejemplo, cuando los capitalismos privados se encuentran con sus recesiones recurrentes, a menudo se han orientado hacia una mayor regulación estatal para compensar, moderar o revertir esas recesiones. Las recesiones cortas y moderadas generalmente generan aumentos relativamente limitados en las regulaciones estatales, mientras que las peores recesiones tienden a provocar una regulación estatal mayor y más profunda. La Gran Depresión de la década de 1930 ilustró ambos grados de regulación a medida que se desarrollaba la crisis. En ocasiones la reacción y la crítica al Capitalismo privado en las recesiones económicas más severas y duraderas produjeron una transición más allá del Capitalismo privado regulado a una forma de Capitalismo de Estado. Eso sucedió en Rusia después de 1917, y en otros países después de la Gran Depresión.
3.2. Capitalismo de Estado En el Capitalismo de Estado los empleadores son funcionarios estatales que han reemplazado a los antiguos capitalistas privados. En la nueva Unión Soviética, por ejemplo, inmediatamente después de la revolución de 1917 el gobierno cerró la bolsa de valores, desposeyó en gran parte a los accionistas privados de sus empresas industriales y las Theory and History: Capitalism, Communism and the USSR (Nueva York y Londres: Routledge, 2002). Allí explicamos cómo y por qué el término Socialismo llegó a redefinirse como Capitalismo de Estado.
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nacionalizó. Hubo algunos experimentos temporales y limitados con organizaciones de producción no capitalistas en la URSS posrevolucionaria. En esos experimentos los trabajadores eran, colectivamente, tanto los productores como los apropiadores de los excedentes. Sin embargo, a pesar de los compromisos socialistas de los líderes y activistas que lideraron la revolución, esos experimentos fueron abandonados como resultado de múltiples presiones (discutidas en detalle en mi libro escrito con Stephen Resnick, Class Theory and History). El Socialismo soviético —y cada vez más el Socialismo en general— se redefinió en términos de lo que realmente existía dentro de las empresas industriales soviéticas. Allí, los trabajadores contratados producían excedentes que eran apropiados y distribuidos por otros: el consejo de ministros, funcionarios estatales que funcionaban como empleadores. Así, la industria soviética fue en realidad un ejemplo de Capitalismo de Estado en su estructura de clases. Sin embargo, al describirse a sí mismo reiteradamente como socialista impulsó la redefinición del Socialismo. Para complicar aún más las cosas, en la década de 1930 también hubo algunas voces más radicales que pedían transiciones al «Socialismo» y la superación del Capitalismo de Estado. Querían reorganizar el sistema de producción para que los propios trabajadores se apropiaran y distribuyeran los excedentes que producían. El Socialismo tenía cada vez más significados para diferentes personas. Sin embargo, lo que prevaleció en las «sociedades socialistas realmente existentes» que se desarrollaron después de 1917 fueron las estructuras de producción de clase en el marco de un Capitalismo de Estado. El Capitalismo de Estado provocó crisis al igual que el Capitalismo Privado. La forma y el manejo de las crisis eran similares dentro de los dos tipos de Capitalismo, al igual que diferían entre el Capitalismo Privado más y menos regulado. Lo que fue similar a lo largo de las crisis en todos los tipos de Capitalismo fue el aumento de las demandas para superar una crisis a través de la 89
transición a otro tipo de Capitalismo. En la Gran Depresión de la década de 1930, por ejemplo, surgieron demandas tanto de una transición del Capitalismo privado al privado regulado, como de una transición del Capitalismo privado al estatal (conocido como «Socialismo»). A veces aquellos que impulsaban estos programas anticrisis alternativos trabajaron juntos como aliados en contra de los reaccionarios defensores del Capitalismo privado. En otras ocasiones se separaron debido a sus diferentes perspectivas sobre la mejor manera de superar la crisis. Del mismo modo, cuando una gran crisis se apoderó de la Unión Soviética en la década de 1980 sus movimientos críticos eventualmente se dividieron principalmente entre aquellos que querían moverse hacia un Capitalismo privado regulado y aquellos que querían moverse hacia un Capitalismo privado relativamente no regulado. En ocasiones también trabajaron juntos y a veces se dividieron en su oposición a los movimientos conservadores que buscaban mantener el Capitalismo de Estado. La crisis capitalista de 2007 ha generado demandas de transición hacia un Capitalismo privado más regulado y también de transición hacia el Capitalismo de Estado. Curiosamente tales demandas provienen tanto de capitalistas como de trabajadores. Por lo tanto, muchos críticos recientes del Capitalismo privado relativamente menos regulado (neoliberal) que ha prevalecido en los Estados Unidos desde la década de 1970 han exigido un papel regulador mucho mayor para el Gobierno. También lo han hecho algunos segmentos de la clase patronal, que temen las posibles consecuencias políticas y sociales de mantener el Capitalismo neoliberal. Asimismo, el resurgimiento del interés por el Socialismo como una alternativa al Capitalismo ha producido defensores del Capitalismo de Estado —entendido como «Socialismo»—, que lo presentan como la solución necesaria a un Capitalismo privado asolado por la crisis. Segmentos de la clase patronal han llegado a conclusiones similares al comparar los efectos paralizantes de la crisis posterior a 2007 sobre el 90
Capitalismo privado (tanto más como menos regulado) y el mejor desempeño que ha tenido, por ejemplo, el Capitalismo de Estado en China. En medio de las secuelas de la última gran crisis capitalista, una vez más nos enfrentamos a una simple verdad. En todas las crisis anteriores varios políticos prometieron que sus medidas no solo permitirían salir de la crisis, sino que también evitarían que futuras crisis paralizaran las economías capitalistas. Ninguna de esas políticas, cuando se aplicaron, lograron ese segundo objetivo. Las crisis nunca se han evitado, como atestigua el registro histórico. Un historial tan asombroso e implacable de fracasos para prevenir las crisis proporciona una razón más para ir más allá de la oscilación ineficaz entre las diversas formas de Capitalismo. Superar las crisis que son endémicas al Capitalismo requiere cambiar más que su forma. Requiere cambiar la organización interna de la producción capitalista como tal. Precisamente en este sentido una solución a las oscilaciones del Capitalismo entre las formas privadas y estatales que rechace ambas podría redefinir el Socialismo (e infundirle una urgencia contemporánea) volviendo a una definición anterior y más anticapitalista del término. La tesis central de este libro es que ir más allá de la organización interna de las empresas capitalistas hacia una organización de producción alternativa y democrática es el camino a seguir en este momento. La transición a empresas autodirigidas por sus trabajadores no solo ofrece mejores perspectivas para prevenir crisis futuras, sino que también implica soluciones para una serie de problemas relacionados que han definido a las sociedades capitalistas desde hace mucho tiempo. En el resto de este libro explico cómo podría darse esa transición.
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PARTE II: ¿QUÉ HACER? En la primera parte de este libro analicé la crisis del Capitalismo posterior a 2007 en el contexto de las crisis recurrentes que siempre han plagado al Capitalismo. Argumenté que superar la crisis requiere algo más que nuevas oscilaciones entre sus formas privadas y estatales. Requiere un cambio básico en la organización interna de las empresas productivas. En el capítulo 4 defiendo la necesidad de ir más allá del Capitalismo privado. En el capítulo 5 presentaré argumentos paralelos sobre por qué también necesitamos ir más allá del Capitalismo de Estado.
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4. Los mayores problemas de los capitalismos privados El funcionamiento de las economías capitalistas depende fundamentalmente de las decisiones tomadas por un número relativamente pequeño de capitalistas. En las corporaciones más grandes que prevalecen en los Estados Unidos, y en muchas otras economías capitalistas, las juntas directivas seleccionadas por los principales accionistas de la empresa son quienes toman las decisiones. Estas juntas, que por lo general están compuestas de entre nueve a veinte personas, son colectivos muy pequeños de capitalistas. Toman las decisiones básicas de qué producir (qué bienes y servicios), cómo producir (qué tecnologías e insumos utilizar) y dónde producir (qué ubicaciones geográficas ocupar para producir y distribuir sus productos). Estas decisiones son parte de lo que significa dirigir la empresa. Los capitalistas también recogen en sus manos los excedentes producidos por las empresas capitalistas que dirigen. Esos excedentes son las diferencias en cada empresa entre el valor agregado por los trabajadores y el valor de los sueldos y salarios que se les pagan. Los capitalistas acumulan los excedentes porque las leyes, tradiciones e ideologías que gobiernan al Capitalismo decretan que la producción total producida por los trabajadores es inmediata y automáticamente propiedad de sus empleadores. Al final de cada jornada laboral, los trabajadores depositan sus herramientas y equipos y abandonan el lugar de producción. También dejan atrás todo lo que producían, porque la producción de aquel output era simultáneamente su apropiación por parte de los empleadores. Cuando los empleadores venden la producción, obtienen ingresos. Por lo general utilizan una parte de esos ingresos para pagar a los trabajadores asalariados que produjeron el output. Gastan otra parte de esos ingresos para reponer las herramientas, el equipo y las materias primas utilizadas en la producción. La 93
parte restante de los ingresos es el excedente, aproximadamente la diferencia entre los ingresos de la empresa y los costos básicos de producir lo que la empresa vende.
4.1. La distribución del excedente Los capitalistas deben distribuir el excedente entre una variedad de personas y empresas que realizan funciones consideradas necesarias para mantener a esos capitalistas en el negocio. Por ejemplo, parte del excedente debe distribuirse a los gerentes que trabajan en el departamento de ventas de la empresa, cuya tarea es vender lo que sea que produzca la empresa. Los gerentes de ventas necesitan salarios y presupuestos (de personal, equipo, etc.) para asegurarse de que se vendan los productos de la empresa. Pero los gerentes y su personal no se encuentran entre los trabajadores que producen lo que vende la empresa. El trabajo de los gerentes y su personal no produce resultados en ese sentido, pero es crucial para el éxito y la viabilidad de la empresa capitalista. Solo si se venden los productos de la empresa sus capitalistas obtendrán los ingresos necesarios para mantener la empresa capitalista en funcionamiento (por ejemplo, para pagar a los trabajadores sus salarios en efectivo y comprar las herramientas y el equipo necesarios para reemplazar los que se desgastan). Los capitalistas suelen pagar sus departamentos de ventas distribuyendo una parte de los excedentes que se apropian de los trabajadores productores. El mismo tipo de análisis se aplica a los abogados, guardias de seguridad, acreedores, entre otros que realizan actividades que no producen output y que los capitalistas requieren. Los capitalistas también distribuyen porciones del excedente al Gobierno en la forma de impuestos y tarifas para asegurar servicios públicos cruciales de los que depende la 94
supervivencia de la empresa como educación pública, policía, mantenimiento de carreteras, etc. Las corporaciones capitalistas normalmente distribuyen otra parte del excedente a los accionistas como dividendos para asegurar sus inversiones y confianza en la empresa. Finalmente, los capitalistas distribuyen una parte del excedente para pagar la expansión de la empresa como estrategia competitiva para mantenerse en el negocio. En el lenguaje de los negocios, las porciones del excedente que los capitalistas pagan en dividendos y utilizan para la expansión de la empresa se llaman «ganancias». Dirigir una empresa capitalista incluye los procesos de apropiación y distribución del excedente generado en ella. Esos procesos son tan básicos para dirigir una empresa capitalista como lo son tomar y hacer cumplir las decisiones sobre qué, cómo y dónde producir. En las economías capitalistas las personas que dirigen las empresas —que se apropian y distribuyen los excedentes y deciden qué, dónde y cómo producir— son capitalistas. Además, se distinguen de los trabajadores, los contratados por los capitalistas, por el hecho de que los trabajadores están excluidos de la dirección de la empresa. Así, el objeto y enfoque de este libro —las empresas autodirigidas por sus trabajadores— representa una evolución económica más allá y diferente del Capitalismo. La forma en que los capitalistas dirigen las empresas juega un papel importante en la configuración de las sociedades capitalistas. Por ejemplo, a quién y con qué fines distribuyen los capitalistas el excedente influye en la cultura y la política, así como en la economía de las sociedades capitalistas. Si los capitalistas están preocupados por cuestiones de delincuencia y seguridad, pueden distribuir y distribuirán gran parte del excedente para prevenir el delito, enjuiciar a los que consideren criminales y obtener seguridad. Eso creará una demanda y generará una oferta de trabajadores que deseen aprender y realizar esas tareas. La distribución de los excedentes por parte 95
de los capitalistas para esos fines influirá en las percepciones y concepciones de toda la sociedad sobre los peligros criminales. Para tomar otro ejemplo, si los capitalistas creen que los altos ejecutivos, como los CEOs, desempeñan un papel crucial en la generación de ganancias y crecimiento empresarial, pueden asignarles una gran parte del excedente en forma de salarios, bonificaciones, opciones sobre acciones, etc. Esto probablemente resultará en una mayor desigualdad de ingresos, especialmente si se combina con decisiones para trasladar la producción de lugares con salarios más altos a lugares con salarios más bajos, para reemplazar a los trabajadores con máquinas, etc. Los niveles salariales estancados o decrecientes, combinados con un incremento cada vez mayor de las asignaciones salariales a los altos directivos pueden generar una polarización política y cultural basada en la creciente desigualdad de ingresos y riqueza. Los capitalistas que están preocupados por asegurar suficientes ventas de los productos de su empresa pueden destinar grandes porciones de su excedente a esfuerzos de ventas, publicidad, etc. Dando forma, ampliando, redirigiendo o cambiando de otro modo los mecanismos de publicidad, los medios de comunicación y las instituciones culturales.
4.2. El Capitalismo privado y la democracia Los problemas del Capitalismo se derivan en parte de quién dirige las empresas productivas y cómo las dirige. En el Capitalismo los directores son los capitalistas; los trabajadores están excluidos de la dirección. Impulsados por la competencia y otros aspectos del sistema, los capitalistas deciden qué, cómo y dónde se da la producción y la distribución de los excedentes que se apropian en sus empresas de formas muy particulares. Los capitalistas definen objetivos como maximizar las ganancias y lograr altas tasas de crecimiento o mayores cuotas de mercado, y 96
luego dirigen sus empresas en consecuencia. Los capitalistas persiguen rutinariamente esos objetivos, a menudo a expensas de sus trabajadores. Por ejemplo, despiden trabajadores y los reemplazan con máquinas, o imponen una tecnología que expone a los trabajadores a riesgos para la salud y el medio ambiente, pero aumenta las ganancias; o trasladan la producción fuera del país para explotar mano de obra más barata. Sin embargo, si las empresas estuvieran organizadas de manera diferente —si los trabajadores dirigieran colectivamente empresas (y por lo tanto excluyeran a los capitalistas)— los problemas de las empresas se resolverían de diferentes maneras, con diferentes consecuencias sociales. Desarrollaré este punto clave en detalle en la tercera parte de este libro. En sociedades donde prevalece la organización capitalista privada de la producción, los trabajadores —la gran mayoría del pueblo— deben vivir con los resultados de las decisiones de los capitalistas en la dirección de las empresas. Sin embargo, no se les permite participar en esas decisiones. A veces, los trabajadores, solos o aliados con otros, pueden influir en las asignaciones capitalistas del excedente de una empresa. Si, por ejemplo, los trabajadores amenazan con huelgas mientras los consumidores amenazan con boicotear los productos de una empresa, su alianza podría lograr cambios en las asignaciones de excedentes para satisfacer sus demandas respectivas. Estos podrían incluir, por ejemplo, guarderías en el lugar de trabajo para los hijos de los trabajadores, seguro médico para los trabajadores y sus familias, e incluso pagar suplementos más allá del salario básico. Los capitalistas reconocen, en tales casos, que la reproducción de sus empresas requiere asignar algún excedente a tales usos. Generalmente, la apropiación y distribución de los excedentes de la empresa es derecho y responsabilidad exclusivos de los capitalistas, no de los trabajadores. Así, los problemas del Capitalismo moderno —por ejemplo, degradación 97
ambiental, distribución extremadamente desigual de ingresos y riqueza, y ciclos económicos recurrentes y socialmente costosos— son en gran medida consecuencia de cómo los capitalistas dirigen sus empresas. Los problemas derivados —por ejemplo el debilitamiento de la democracia cuando las corporaciones y los ricos protegen su desproporcionada riqueza y poder corrompiendo la política— también son el resultado de cómo los capitalistas dirigen sus empresas. Los mercados modernos enfrentan a las empresas capitalistas con la amenaza competitiva de que otra empresa podrá ofrecer un producto alternativo de mayor calidad, menor precio, o ambos. La incertidumbre que presentan los volátiles gustos y preferencias, los cambios en las tasas de interés de los préstamos, las fluctuaciones en los precios de los insumos necesarios, etc. se presentan como amenazas a la supervivencia de las empresas. Los cambios políticos en la sociedad en general significan que los impuestos que deben pagar, las regulaciones que deben soportar y los subsidios que pueden perder también pueden amenazar su supervivencia. La típica respuesta de la empresa capitalista es buscar más ganancias, aumentar el tamaño de la empresa o ganar una mayor participación en el mercado. Diferentes empresas enfatizan uno u otro de estos objetivos, según cuál sea más importante o esté disponible para su supervivencia. El logro de estos objetivos fortalece la capacidad de la empresa para prevenir, disminuir o absorber la interminable variedad de amenazas a las que se enfrenta. Asimismo, lograr estos objetivos mejora la capacidad de la empresa para aprovechar cualquier oportunidad que se presente. Así, por ejemplo, mayores beneficios permiten a una empresa realizar las inversiones necesarias para acceder a un nuevo mercado; un crecimiento más rápido atrae capital y buenos informes de prensa; y una mayor participación en el mercado puede asegurar precios más bajos para mayores cantidades de insumos. 98
En resumen, lo que hacen los capitalistas responde al sistema que une las empresas dirigidas por los capitalistas, a los mercados en los que compran y venden, a la sociedad y al Gobierno en general a los que proporcionan la mayor parte de los bienes y servicios. Los capitalistas responden a las señales que reciben de los mercados, los medios, el gobierno, etc. Los objetivos que persiguen (ganancias, crecimiento y participación de mercado) son sus respuestas racionales a esas señales. Esa búsqueda es la forma en que el sistema capitalista define sus tareas o trabajos. Cuán bien los capitalistas logran estos objetivos juega un papel importante en la determinación de su remuneración, su prestigio social y su autoestima. De hecho, algunos capitalistas llegan a internalizar las reglas y los imperativos del sistema. Se definen y moldean su personalidad de acuerdo con los comportamientos que les son impuestos como capitalistas. Así que puede parecer y decirse — incluso por los propios capitalistas— que son codiciosos o que tienen otros defectos de carácter. Es debido a esto que los capitalistas intentan exprimir más trabajo a los empleados mientras intentan pagarles menos, reemplazan a los trabajadores con máquinas, trasladan la producción a áreas de bajos salarios, arriesgan la salud de sus trabajadores con insumos baratos pero tóxicos, etc. —estos son comportamientos incitados por el sistema en el que trabajan y por el que son recompensados y elogiados. Muchos capitalistas hacen estas cosas sin ser codiciosos o malvados. Cuando los capitalistas muestran codicia u otros defectos de carácter esos defectos son menos causas que resultados de un sistema que requiere ciertas acciones de los capitalistas que quieren sobrevivir y prosperar. Los muchos problemas y fallas del sistema capitalista que hemos estado discutiendo pertenecen a los capitalismos privados, ya sea que estén más o menos regulados. Estos problemas y fracasos se derivan en gran parte de la organización interna de las empresas capitalistas. Sus directores a menudo 99
responden a las amenazas y oportunidades que enfrenta la empresa de formas que dañan los intereses de sus trabajadores, las familias de los trabajadores y las comunidades en general. Así funciona el sistema y genera sus particulares y muchas veces graves problemas económicos. ¿Qué sucede si cambiamos nuestro enfoque de la economía a la política? La política en los Estados Unidos se ha vuelto completamente dependiente y corrompida por las contribuciones financieras a candidatos, partidos políticos, cabilderos, grupos de expertos y comités especiales, recientemente habilitados por la decisión de la Citizens United Supreme Court. La disparidad de intereses entre capitalistas y trabajadores y la disparidad de los recursos concentrados que pueden y dedican los primeros a apoyar sus posiciones, políticos y partidos favorecidos socavan una política democrática. De hecho, debemos cuestionar la posibilidad misma de una democracia genuina en una sociedad en la que el Capitalismo es el sistema económico dominante. Una democracia en funcionamiento requeriría que todas las personas reciban el tiempo, la información, el asesoramiento y otros apoyos necesarios para participar de manera efectiva en la toma de decisiones en el lugar de trabajo y en los niveles local, regional y nacional de sus comunidades residenciales. Las realidades económicas del Capitalismo excluyen de aquello a la mayoría de los trabajadores, en marcado contraste con los directores corporativos, los altos directivos, su personal profesional y todos aquellos con ingresos y propiedades significativas (sobre todo, su propiedad en acciones de empresas capitalistas). Estas personas también han concentrado su riqueza en forma de excedentes de sus empresas y/o sus bienes personales que pueden donar a sus representantes preferidos entre las principales instituciones, partidos y candidatos de la sociedad. El liderazgo político creado a través de tales redes, a su vez, promueve los intereses de estos grupos en un sistema capitalista que los recompensa 100
generosamente. Sólo una organización de trabajadores altamente movilizada y coordinada podría esperar asegurar los recursos financieros que podrían comenzar a disputar seriamente el poder político del dinero de los capitalistas combinando contribuciones muy pequeñas de un gran número de donantes. Esta posibilidad ha preocupado lo suficiente a los intereses capitalistas que han dedicado enormes recursos a hacer frente a las organizaciones de trabajadores. Esa oposición ayudó a producir el declive de los últimos cincuenta años en la membresía de los sindicatos estadounidenses, así como el porcentaje de los trabajadores y de los partidos políticos que buscan representar los intereses de los trabajadores frente a los de los capitalistas. Es importante señalar que las combinaciones y coaliciones de directores corporativos, altos gerentes, grandes accionistas y sus diversos equipos profesionales a menudo han utilizado sus recursos financieros en luchas entre ellos. Estos grupos tienen y persiguen algunos intereses en conflicto. Sin embargo, sus luchas no los ciegan ante los intereses comunes de asegurar las condiciones políticas del sistema económico capitalista. Por lo tanto, trabajaron juntos para asegurar la masiva intervención del Gobierno estadounidense para superar la crisis capitalista que golpeó en 2007, a pesar de que los rescates fueron más para algunas empresas e industrias que para otras. De manera similar, casi todos respaldaron la negativa de las administraciones de Bush y Obama a emprender un programa de contratación pública para reducir el desempleo, a pesar de que las empresas y las industrias se verían afectadas de manera diferente por dicho programa. En las décadas transcurridas desde la década de 1970 el estancamiento de los salarios reales, el aumento de las horas de trabajo remunerado realizadas por persona y por hogar, y los crecientes niveles de deuda familiar se combinaron para dejar a las familias trabajadoras con menos tiempo y energía para dedicarlo a la política —o, de hecho, a las actividades sociales y 101
organizaciones en general13. La participación de la clase trabajadora en la política, ya limitada antes de la década de 1970, se redujo de manera muy significativa durante el período neoliberal. Al mismo tiempo, las crecientes ganancias de los negocios estadounidenses y la riqueza personal de los estadounidenses más ricos se volcaron cada vez más en la política estadounidense. En primer lugar, tenían recursos en rápido crecimiento que les permitían influir en la política como nunca antes lo habían podido hacer. En segundo lugar, tenían mayores incentivos para hacerlo. Las desigualdades de riqueza e ingresos individuales en los Estados Unidos iban en aumento. La rentabilidad de los negocios, y especialmente de las corporaciones más grandes, también estaba creciendo. Esto supuso un desafío. Las crecientes desigualdades económicas siempre son motivo de preocupación para quienes están en la cima debido a los riesgos de envidia, resentimiento y oposición. Siempre existe la posibilidad de que los económicamente desfavorecidos busquen utilizar medios políticos para recuperar sus pérdidas en la economía. El 99% podría recurrir a la política para negar las ganancias económicas del 1%. Por lo tanto, se volvió más importante que nunca para el 1% el utilizar su dinero para moldear y controlar la política —y sigue siendo así. Las últimas tres décadas de la política estadounidense no vieron un cambio de opinión política desde la izquierda hacia la derecha. Más bien, lo que sucedió fue una relativa retirada de la política de aquellos grupos sociales que favorecían las políticas de bienestar social y redistribución de ingresos (el «legado» del New Deal) y un aumento relativo en la participación de las empresas y los ricos, que usaban su dinero para cambiar el tono y el contenido de la política estadounidense.
Véase la inmensa documentación acerca de esto en Putnam, R. D. (2000). Bowling Alone: the Collapse and Revival of American Community. New York: Simon and Schuster. 13
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El resultado de este cambio político ha agravado los costos sociales y los impactos negativos de la crisis económica de 2007. Nuestro sistema económico disfuncional ha sufrido la carga adicional de un sistema político disfuncional. Los partidos políticos y los políticos tropiezan entre sí al complacer a las corporaciones y a los ricos. Es por eso que el programa TARP de 2008 proporcionó dinero para rescatar a los bancos y otras corporaciones, al mismo tiempo que afirmaba ayudar a los millones que enfrentan ejecuciones hipotecarias. Si bien se lograron los rescates, la asistencia para la ejecución hipotecaria fue trivial y muy por debajo de lo poco que se había prometido. Si se trataba de una economía del goteo, los trabajadores vieron apenas unas pocas gotas. Bush y luego Obama han insistido en limitar los programas gubernamentales para reducir el desempleo a aquellos que «brinden incentivos y aliento al sector privado» para contratar a más personas. Los establecimientos políticos de ambos partidos se niegan a discutir los programas públicos para contratar a los millones de trabajadores que están desempleados. En cambio, la crisis desde 2007 ha llevado a todos los niveles de gobierno a recortar muchos programas y nóminas, imponiendo presupuestos de «austeridad» justo cuando las personas necesitan exactamente lo contrario. Un tabú político excluye la discusión pública sobre cómo los costos de más gasto público y nóminas gubernamentales más grandes podrían satisfacerse imponiendo impuestos a las corporaciones y a los ricos. Esa sería una política económica gubernamental anticrisis de «goteo inverso» que no conllevaría déficits ni aumentaría la deuda nacional. Lo que impide que se adopte ahora otra política económica de goteo inverso al estilo del New Deal es un sistema político comprometido por su dependencia del dinero extraído predominantemente de ciertos grupos sociales. No es sorprendente que esos grupos insistan en la economía de goteo convencional. El gobierno los ayuda por sobre todo y de manera 103
abrumadora. El resto de la economía y la sociedad esperan a ver qué es lo que realmente gotea, si es que llega a gotear algo. Mientras tanto, las pérdidas totales para la economía estadounidense durante los años posteriores a 2007 superan con creces lo que se podría haber gastado para mantener la economía en marcha. Desde 2007, muchos millones de nuevos desempleados y alrededor del 20% de nuestra capacidad productiva han estado inactivos. Esa gente quiere trabajar; nuestra economía quiere y necesita la riqueza que podrían crear para resolver muchos de los problemas de nuestra nación y del mundo. Sin embargo, nuestro sistema económico capitalista privado no puede reunir a los desempleados con las herramientas, el equipo y las materias primas ociosas para producir esa riqueza. Y un sistema político disfuncional no hace nada al respecto. El desarrollo del Capitalismo estadounidense, especialmente desde la década de 1970, ha producido una desigualdad económica extrema, la segunda gran crisis en los últimos setenta y cinco años y un sistema político en el que el dinero triunfa sobre la democracia. Cambiar esto requiere una cura para el Capitalismo que se dirija tanto a sus problemas económicos como políticos de manera directa y efectiva. En la tercera parte de este libro esbozo las principales características de tal cura.
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5. Los mayores problemas de los capitalismos estatales Desde sus inicios, el Capitalismo ha tenido tanto apologetas como críticos. Las críticas al Capitalismo, aunque diversas, se han fusionado en gran medida en una importante tradición global de teorías y prácticas anticapitalistas que durante los últimos 150 años han tomado los nombres de «Socialismo» o «Comunismo». Si bien han existido importantes diferencias entre las teorías y prácticas socialistas y comunistas, son secundarias a los puntos y propósitos de este capítulo. Por lo tanto, me referiré en general al Socialismo y consideraré que incluye sus variedades y al Comunismo, a menos que se indique lo contrario. La teoría socialista ha incluido históricamente tanto críticas al Capitalismo como construcciones de hipotéticos sistemas económicos y sociales alternativos. A medida que las ideas socialistas se difundieron y llegaron a ser sostenidas por grandes grupos de personas, tomaron la forma de declaraciones, plataformas y programas defendidos por movimientos sociales, organizaciones como sindicatos y partidos políticos. Las personas y organizaciones comprometidas con el Socialismo a veces pudieron construir pequeñas comunidades socialistas dentro de sociedades no socialistas más grandes. Estas eran religiosas o seculares, rurales o urbanas, orientadas al mercado o no, efímeras o más duraderas, y diversas en otras formas. En la segunda mitad del siglo XIX en Europa los movimientos socialistas se hicieron lo suficientemente fuertes como para tomar el poder en las principales ciudades e incluso en naciones enteras a través de huelgas generales, insurrecciones, revoluciones o elecciones parlamentarias. La Comuna de París de 1870-1871 marca un hito importante del desarrollo socialista; la Revolución Rusa de 1917 marca otra. Ha habido muchos otros hitos durante el último siglo.
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A medida que el socialismo se extendió después de la década de 1860, especialmente a través de los poderosamente influyentes escritos de Karl Marx y Friedrich Engels, entró en los debates y movimientos sociales de muchos países diferentes en niveles bastante diferentes de desarrollo económico y con mezclas bastante diferentes de sistemas económicos capitalistas y no capitalistas. Estos países también tenían tradiciones políticas y culturas muy diferentes. A su vez diferentes entendimientos del Socialismo e interpretaciones de las obras de Marx y Engels contribuyeron a una tradición rica y diversa. Sin embargo, por muchas razones, dos diferencias clave fueron aceptadas casi universalmente como definitorias y diferenciadoras entre el Capitalismo y el Socialismo. Aquellas diferencias clave dieron forma a las luchas intelectuales entre los devotos de los dos sistemas, las luchas políticas entre movimientos sociales y partidos comprometidos con ambos sistemas, y los cambios provocados por las revoluciones exitosas.
5.1.
Diferencias clave entre Capitalismo y Socialismo
La primera diferencia clave entre Capitalismo y Socialismo tiene que ver con quién posee los medios de producción: tierra, máquinas, fábricas, oficinas, etc. El Capitalismo es el sistema en el que predomina la propiedad privada. Los medios de producción son de propiedad privada y se contribuyen a la producción solo si a cambio los propietarios privados obtienen una parte del output de la producción (el excedente o la ganancia). En contraste, el Socialismo se define como un sistema en el que la propiedad productiva se socializa —convirtiéndose en propiedad del pueblo en su conjunto— y luego es administrada por el Estado para el pueblo en su conjunto (no para el beneficio de los propietarios privados).
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Una segunda diferencia clave entre los dos sistemas radica en cómo distribuyen los recursos productivos (medios de producción) y los productos entre las empresas y los ciudadanos. El Capitalismo es un sistema de mercado. En los sistemas económicos capitalistas los recursos y la producción se distribuyen mediante intercambios de mercado en los que los propietarios privados negocian entre sí para alcanzar proporciones de precios mutuamente aceptables por lo que intercambian. Por el contrario, el Socialismo es un sistema que distribuye recursos y productos mediante la planificación nacional. En lugar de permitir que los intercambios de mercado determinen quién paga cuánto para obtener qué, los funcionarios estatales planifican la producción dentro de las empresas estatales, así como la distribución de los recursos y los productos entre las empresas y los consumidores. La propiedad privada y los mercados son las instituciones económicas clave que definen al Capitalismo, mientras que la propiedad estatal y la planificación definen a la alternativa socialista. Mientras que quienes favorecieron al Capitalismo estuvieron en desacuerdo sobre casi todo durante gran parte del siglo pasado con quienes favorecieron al Socialismo, ambas partes estuvieron de acuerdo en gran medida en esta definición de la diferencia clave entre los dos sistemas económicos. Sus principales debates y conflictos enfrentaron la propiedad privada contra la socializada y los mercados contra la planificación. Hasta el día de hoy, estas siguen siendo las principales diferencias de definición entre los dos sistemas para muchas personas.
5.2. Socialismos del siglo XX Durante los últimos 150 años los problemas que aquejan al capitalismo —especialmente las crisis periódicas— han 107
provocado movimientos socialistas, campañas electorales y, a veces, revoluciones. Debido a que el Socialismo se ha convertido en la principal alternativa al Capitalismo en la mente de la mayoría de la gente, los problemas del Capitalismo casi siempre han provocado interés en el Socialismo como una posible solución. Cuando los movimientos socialistas han llegado al poder en las economías capitalistas tienden a dar pasos hacia una propiedad más socializada y menos privada de los medios de producción y hacia una mayor planificación estatal y un papel reducido de los mercados. La rapidez y la distancia con que los regímenes socialistas se alejan del Capitalismo y se acercan al Socialismo siempre han dependido de las condiciones económicas, políticas y culturales específicas en las que los socialistas llegan al poder. Así, por ejemplo, cuando el Partido Comunista de Italia ganó las elecciones para gobernar varias grandes ciudades del norte de Italia durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, aceptó límites sobre qué tan rápido y qué tan lejos esas ciudades podrían avanzar hacia el Socialismo dentro de un país predominantemente capitalista. Del mismo modo, cuando el Partido Socialista de François Mitterand ganó el poder en Francia en la década de 1980, solo socializó algunas industrias capitalistas privadas, no todas, y extendió la planificación a solo algunas partes de la economía. Por el contrario, en Cuba, el gobierno de Fidel Castro fue considerablemente más lejos hacia la propiedad socializada y la planificación que cualquiera de estos ejemplos. Sus diferentes historias y condiciones sociales dieron forma a lo que sus líderes querían y creían posible, así como a los obstáculos que enfrentaron. A partir de 1917 primero Rusia y luego otros muchos países, grandes y pequeños, emprendieron una transición hacia el Socialismo (como se entendían popularmente aquel término). Después de 1945, la Guerra Fría posicionó a dos tipos de países como enemigos, con Estados Unidos como el principal país 108
capitalista y la Unión Soviética como el principal país socialista. Pese a que evitaron una confrontación violenta estuvieron cerca en algunas ocasiones, y también se involucraron en grandes conflictos a través de colaboradores en lugares como Vietnam, El Salvador y Chile. Luego, a fines de la década de 1980, los principales países socialistas, en particular la URSS, la República Popular China y sus aliados, se enfrentaron a terribles crisis. En muchos de ellos, el descontento popular con el Socialismo impulsó a algunos movimientos a volver al Capitalismo. Una vez en el poder, esos movimientos procedieron a privatizar los medios de producción, ampliar el papel de los mercados y disminuir el alcance de la planificación económica del Gobierno. Una vez más, esta visión compartida de lo que diferenciaba al Capitalismo del Socialismo dio forma a las transiciones entre ellos. La historia de Rusia en el siglo XX incluyó una transición del Capitalismo al Socialismo al principio, y al revés al final. Oscilaciones más o menos similares del Capitalismo al Socialismo y de regreso al Capitalismo ocurrieron en la mayoría de los otros países que se volvieron socialistas en el siglo XX. El regreso de los sistemas económicos socialistas al Capitalismo conmocionó a varios teóricos socialistas y los llevó a reexaminar sus teorías. La mayoría de los socialistas habían creído que el Socialismo era una etapa superior del desarrollo humano y no sería reversible porque la gente lo defendería frente a su alternativa: el Capitalismo. Evidentemente esa creencia estaba equivocada.
5.3. El Socialismo y el análisis del excedente En las décadas posteriores a 1970 cada vez más teóricos socialistas comenzaron a cuestionar algunos de los supuestos y argumentos básicos de la tradición socialista. Muchos volvieron 109
a los más grandes teóricos socialistas —sobre todo al marco analítico de Marx— y allí encontraron nuevas explicaciones para los colapsos y cambios de los sistemas socialistas durante y después de la década de 1980. Una nueva forma de pensar acerca del Capitalismo y el Socialismo surgió durante este período de reconsideración crítica de la tradición socialista. No solo proporcionó una explicación para los problemas del Socialismo, sino que también abrió una forma completamente nueva de entender ciertos problemas que compartían ambos sistemas —y señaló un camino a seguir para superar o curar esos problemas. Este libro está escrito desde el punto de vista de esta nueva forma de pensar, denominada «análisis del excedente». Desde el punto de vista del análisis del excedente lo que define a un sistema económico —por ejemplo, al Capitalismo— no es principalmente cómo se poseen los recursos productivos ni cómo se distribuyen los recursos y productos. Más bien, la dimensión definitoria clave es la organización de la producción. Más precisamente, la definición gira en torno a cómo se organizan la producción y distribución del excedente. Marx es la fuente del análisis básico del Capitalismo en términos de producción y distribución del excedente14. Desde entonces, algunos de los principales escritores marxistas han desarrollado aquel análisis del excedente. Sin embargo, el análisis del excedente de Marx como base para diferenciar al Capitalismo y al Socialismo nunca se centró en la propiedad (privado contra público) y la distribución de recursos y productos (mercados contra planificación), tal como lo habían hecho las definiciones y diferenciaciones universalmente aceptadas de ambos sistemas. Aquí propongo enriquecer y así transformar aquella definición/diferenciación agregando la organización del Wolff, R. & Resnick, S. (2012). Contending economic theories: Neoclassical, Keynesian, and Marxian. Londres: MIT Press. Véase, además, Wolff, R. & Resnick, S. (1989). Knowledge and Class: A Marxian Critique of Political Economy. Londres: The University of Chicago Press. 14
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excedente al análisis. Además, debido a que el análisis del excedente ha sido marginado o ignorado durante tanto tiempo en las discusiones sobre el Capitalismo y el Socialismo, aquí lo tomaré como base y me concentraré en él. En el Capitalismo, como he señalado, los trabajadores productivos agregan más valor a las mercancías producidas y vendidas por la empresa que el valor de sus salarios pagados por el capitalista que los contrató. Los capitalistas se apropian de ese valor o excedente adicional. Distribuyen porciones de ese excedente a una variedad de personas (y a ellos mismos) para apoyar las actividades que creen que son necesarias para mantener la empresa capitalista en el mercado. Esta forma particular de organizar la producción y distribución del excedente es el Capitalismo. Entonces, ¿qué es el Socialismo? Si el Socialismo ha de ser un sistema económico distinto, entonces debe diferenciarse claramente del Capitalismo en términos de cómo se produce y distribuye el excedente. La crítica de Marx al Capitalismo ofrece una pista sobre la característica definitoria del Socialismo en sus sugerentes referencias a los «trabajadores asociados» y otras imágenes de trabajadores que han reemplazado a los capitalistas como los directores de las empresas productivas. El sistema económico alternativo que comienza a surgir en los escritos de Marx se diferencia del Capitalismo en la forma en que organiza la producción y la distribución del excedente. Específicamente, en una economía socialista los trabajadores —que producen el excedente— se apropian y distribuyen ellos mismos el excedente. Nótese que son precisamente los trabajadores —y no un pequeño grupo de personas, como en el Capitalismo— quienes juegan el papel clave de apropiarse y distribuir los excedentes que generan en la producción. Los productores y apropiadores del excedente son entonces idénticos: el mismo grupo, colectivo o comunidad de personas. En tal análisis centrado en el excedente, el Socialismo y el Comunismo se diferencian del Capitalismo en 111
términos de no ser explotadores, ya que los productores de excedentes también se los apropian y los distribuyen. Marx vio la presencia de tales comunismos en el pasado (los conceptualizó como «comunismo primitivo»), y también imaginó una versión moderna de ellos en un futuro postcapitalista15. Pero aquí nos enfrentamos a un dilema. La mayoría de los movimientos anticapitalistas que se autodenominaron «socialistas» en el último siglo no priorizaron, incluyeron explícitamente o —si llegaron al poder— instituyeron un sistema económico en el que la producción y distribución del excedente fuera realizada por quienes lo producían. Eso también es cierto para aquellos que se llamaron a sí mismos «comunistas». En cambio, estos términos y las diferencias entre ellos se definieron en términos clásicos de propiedad privada versus estatal de los medios de producción, y de mecanismos de mercado versus planificación de la distribución de recursos y productos. El Comunismo llegó a significar —especialmente una vez que se estableció la Unión Soviética en 1917— un sistema económico en el que la propiedad estatal reemplazó ampliamente a la propiedad privada, especialmente en la industria, y en el que la planificación dominó o incluso desplazó a los mercados como medio de distribución de recursos y productos. Por otro lado, el Socialismo llegó a significar un sistema económico en el que la propiedad estatal iba más allá de lo que era típico del Capitalismo privado (pero no tan lejos como en el Comunismo), y la planificación era económicamente más significativa que en el Capitalismo privado (pero no desplazaba a los mercados como lo hacía el Comunismo). Así, por ejemplo, la mayoría de los países del norte de Europa han sido considerados durante décadas más o menos «socialistas», aunque definitivamente no comunistas, Hobsbawm, E. (1971). Pre-capitalist Economic Formations. Nueva York: International Publishers. Véase, además, Wolff, R. & Resnick, S. (2002). Class Theory and History: Capitalism and Communism in the USSR. Londres: Routledge. 15
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mientras que la Unión Soviética, China y Cuba, por ejemplo, han sido considerados Comunistas. Las cosas se volvieron más turbias porque algunos países se refirieron a sí mismos como sistemas «socialistas» que pretendían hacer una eventual transición al Comunismo. El liderazgo de un «Partido Comunista» en tales países se refería al objetivo final, no a las realidades actuales de sus sistemas económicos, en el sentido de posicionar a los trabajadores como apropiadores y distribuidores de los excedentes que producían en las empresas autodirigidas por ellos mismos. El punto fundamental a destacar aquí es que, con algunas excepciones limitadas y temporales, cuando los socialistas y comunistas llegaron al poder e instituyeron nuevos sistemas económicos, no priorizaron ni incluyeron empresas autodirigidas por sus trabajadores como una característica básica de sus economías. Ni el Socialismo ni el Comunismo defendieron ni pusieron en marcha el sistema económico no capitalista que he descrito en este libro como empresas autodirigidas por sus trabajadores. Por mucho que quisieran o pensaran no llevaron a la sociedad más allá del Capitalismo, hacia un sistema alternativo. Lo que habían logrado —en parte en el caso de los socialistas y más ampliamente en el caso de los comunistas— fueron cambios en la forma del Capitalismo. Los socialistas y comunistas pasaron del Capitalismo privado al estatal. Los socialistas se movieron de forma relativamente moderada, mientras que los comunistas se movieron de manera más brusca. Ambos defendieron e instituyeron un papel mucho más importante para el Gobierno en la economía. Los socialistas querían que el Estado regulara, controlara y socializara parcialmente las empresas capitalistas privadas. Los comunistas querían que el Estado regulara y supervisara más extensa e intensamente, pero también que socializara más a fondo los medios de producción.
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Sin embargo, siempre hubo socialistas y marxistas disidentes que evaluaron críticamente los capitalismos de Estado desde una perspectiva socialista. Otros socialistas y marxistas desarrollaron este espacio de múltiples formas. Algunos criticaron los socialismos al estilo de la URSS sobre la base de sus instituciones democráticas inadecuadas o inexistentes; contrastaron las construcciones de arriba hacia abajo con las de abajo hacia arriba de los sistemas socialistas. Muchos cuestionaron la durabilidad o incluso la posibilidad de un Socialismo genuino si no va acompañado de una democracia genuina. Mi argumento comparte la crítica de las organizaciones socialistas de arriba hacia abajo. Sin embargo, se diferencia de otros en ubicar el problema más específicamente en la producción y distribución de los excedentes. Al posicionar a los trabajadores dentro de cada empresa productiva como apropiadores y distribuidores de los excedentes de esa empresa el sistema económico se democratiza en sí mismo. Entonces puede apoyar y facilitar una política democrática. Cuando los trabajadores reciben y distribuyen directamente los excedentes que producen, la democracia finalmente se fundamenta económicamente. Desarrollaré este argumento en la tercera parte de este libro. En resumen, lo que los socialistas y los comunistas han buscado fueron diferentes grados de Capitalismo de Estado16. El líder soviético Lenin tuvo el coraje y la claridad de usar el término «Capitalismo de Estado» para describir lo que él y los otros bolcheviques habían logrado a principios de la década de 1920 en la Unión Soviética. Lo vio como una etapa intermedia necesaria en el camino hacia un Socialismo o un Comunismo genuino, Un desarrollo completo de este argumento, así como de sus implicaciones sistemáticas en el surgimiento y caída de la Unión Soviética puede encontrarse en Wolff, R. & Resnick, S. (2002). Class Theory and History: Capitalism and Communism in the USSR. Londres: Routledge. Véase además Satyananda, G. (2005). Chinese Capitalism and the Modernist Vision. Nueva York: Routledge. 16
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impuesto por las condiciones económicas de Rusia y por el hecho de que el Socialismo no podía existir en un solo país rodeado de potencias capitalistas hostiles. Los líderes socialistas y comunistas posteriores, desde Joseph Stalin en adelante, declararon que el Capitalismo de Estado que habían logrado y estaban administrando ya era mucho más que eso: era una forma de Socialismo o incluso Comunismo. Las dificultades y obstáculos para ir más allá del Capitalismo de Estado se volvieron aún más desafiantes por las insistentes declaraciones de que la medida se había logrado. Los escépticos que dudaban de ese logro o hablaban abiertamente de las diferencias entre el Capitalismo de Estado y el Socialismo fueron rápidamente desterrados, o algo peor. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, ninguno de los países socialistas realmente existentes hasta ahora han sido capaces de desarrollarse mucho más allá del Capitalismo de Estado, sin importar cuán insistente y persistentemente hayan llamado a sus sociedades socialistas o comunistas. Por lo tanto, las luchas que enfrentaron al Capitalismo y al Socialismo fueron en realidad conflictos entre capitalismos privados y estatales relativamente más y menos regulados. Lo que sucedió en la mayoría de las economías socialistas o comunistas «realmente existentes» se derivó lógicamente de las creencias de las personas que ganaron el poder allí. Los líderes más moderados, generalmente llamados «socialistas», lograron transiciones de capitalismos privados no regulados o ligeramente regulados a capitalismos privados fuertemente regulados. Muchas «socialdemocracias» modernas se ajustan a esta descripción. Los líderes menos moderados, generalmente llamados «comunistas», lograron transiciones de capitalismos privados no regulados o ligeramente regulados al Capitalismo de Estado pleno, en el que el Estado se apoderó de grandes porciones —o al menos de los «altos mandos»— de las empresas industriales del país. En ambos casos, la organización interna de la gran 115
mayoría de las empresas industriales siguió siendo capitalista. Los trabajadores productivos continuaron en todos los casos produciendo excedentes: agregaron más valor con su trabajo de lo que recibieron a cambio de ese trabajo. Sus excedentes fueron en todos los casos apropiados y distribuidos por otros. En resumen, el Capitalismo, el Socialismo y el Comunismo, tal como se entendieron y existieron realmente durante el último siglo compartían una organización común del excedente en sus industrias. Esa organización era capitalista. No era —o al menos todavía no— una organización en la que los productores y los apropiadores/distribuidores del excedente fueran las mismas personas. El gran debate entre Capitalismo y Socialismo, el debate que tantos habían declarado finalmente resuelto a favor del Capitalismo en la década de 1990 (Francis Fukuyama, Robert L. Heilbroner y otros) resulta haber sido un debate entre Capitalismo privado y estatal. Dentro de los Estados socialistas realmente existentes ha habido movimientos hacia el Capitalismo privado durante el último medio siglo. Muchas reformas sociales logradas por los movimientos socialistas después de 1917 resultaron ser temporales y estar sujetas a erosión o reversión. Especialmente después de la década de 1980 la propiedad socializada en los medios de producción volvió a la propiedad privada. Los aparatos de planificación dieron paso a los mecanismos de distribución del mercado. Una relativa igualdad económica y social se transformó en una mayor desigualdad. Para los millones que lucharon por el Socialismo y el Comunismo durante los últimos 150 años, que creían que eran encarnaciones de un orden social más igualitario y democrático, las últimas décadas de movimiento hacia el Capitalismo privado han sido profundamente angustiantes y desmoralizadoras.
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5.4. Socialismo y democracia La lección que extraigo, sin embargo, es bastante diferente. El problema que impidió que los Socialismos y Comunismos realmente existentes se convirtieran en sociedades democráticas más igualitarias fue precisamente su organización de la producción de Capitalismo de Estado. Los socialistas que lideraban esas sociedades no habían priorizado ni comprendido siquiera la reorganización de la producción necesaria para hacer una transición del Capitalismo a un sistema económico diferente. Algunos, como Lenin, lo hicieron; pero sus experiencias de poder totalmente nuevas, las peligrosas oposiciones internas y externas que enfrentaron y sus urgentes necesidades de reactivar la producción para la supervivencia misma de las nuevas administraciones socialistas se encontraban entre las condiciones apremiantes que hicieron que la reorganización de la producción fuese importante pero menos urgente que otras prioridades. Esto significaba que las sociedades socialistas existentes eran, como las sociedades capitalistas privadas, antidemocráticas y marcadas por desigualdades sociales. También en las sociedades socialistas la exclusión de la masa de trabajadores de la dirección de sus lugares de trabajo produjo alienación y alimentó el resentimiento. Había una aversión generalizada a asumir la responsabilidad de la evolución social en las comunidades en general, del desarrollo económico en general o incluso de las circunstancias inmediatas del lugar de trabajo y la residencia. La exclusión de la toma de decisiones económicas en el trabajo pareció llevar a muchos trabajadores a negarse o excluirse de la toma de decisiones comunitarias en otros contextos. En el Capitalismo privado la organización capitalista de la producción hace de la democracia política una mera formalidad sin sustancia. Esa misma organización de la producción limitó a las sociedades socialistas, independientemente de sus logros 117
iniciales igualitarios y democráticos para la masa de ciudadanos. Al final, cuando las grandes crisis golpearon a estas sociedades en la década de 1980 y sus aparatos estatales no pudieron contenerlas o gestionarlas, la masa de personas no pudo imaginar otra opción que una transición de regreso al Capitalismo privado. La forma predominante de definir y diferenciar el Socialismo realmente existente —en términos de propiedad privada versus propiedad socializada y mercados versus planificación— fue compartida por sus amigos y enemigos. Cuando una grave crisis golpeó al Capitalismo de Estado la única alternativa concebible para casi todos fue otra oscilación hacia el Capitalismo privado y el rechazo del «Socialismo». Unos pocos socialistas y comunistas de izquierda intentaron desafiar el marco de oscilaciones entre los capitalismos privados y estatales entendidos como socialismos. En cambio, a menudo abogaban por transiciones del Socialismo realmente existente al Socialismo genuinamente democrático en el que la propiedad social y la planificación coexistían con estructuras y prácticas políticas democráticas como la liberalización de las libertades civiles, la habilitación de múltiples partidos políticos, etc. Una vez más, sin embargo, la atención se centró en agregar democracia política a un sistema ya socialista en virtud de la propiedad social y la planificación. Estos socialistas prestaron mucha menos atención a (y por lo tanto ofrecieron pocos detalles sobre) cómo basar una democracia política socialista en una democracia económica bastante diferente de lo que prevalecía en las economías socialistas realmente existentes. Mi opinión es diferente: existe una conexión esencial entre la reorganización radical de la producción y la democracia real. Lograr esto último requiere una transición de un sistema capitalista a un sistema autodirigido de los trabajadores que describo en los capítulos restantes de este libro. Solo cuando se 118
establece la democracia real en el trabajo, solo cuando instituimos la democracia económica, podemos esperar o construir una política democrática. La tercera parte de este libro explora precisamente la necesaria reorganización de la producción: la democracia en el trabajo. Mi propuesta de democracia en el trabajo es también una cura para los fracasos de los socialismos realmente existentes. Todas las variedades del Socialismo estatista en el siglo XX descubrieron que sus reformas progresistas — la atención médica universal; educación publica; alimentos, vivienda, guardería y transporte subsidiados; empleo garantizado; y así sucesivamente— no eran permanentes, no formaban parte de la transición históricamente necesaria del Capitalismo al Comunismo. La base económica y política del apoyo popular masivo a esas reformas no era lo suficientemente fuerte como para hacerlas irreversibles. Una de las razones de esa fuerza insuficiente fueron las divisiones sociales provocadas y sostenidas por los lugares de trabajo capitalistas antidemocráticos, por las tensiones y conflictos entre los productores y los apropiadores del excedente en la producción quienes pertenecían a diferentes grupos sociales. Cuando las crisis golpearon a los regímenes socialistas estatales, esas tensiones y conflictos produjeron intervenciones gubernamentales desequilibradas e ineficaces que intensificaron las divisiones sociales y alentaron la idea de que el Capitalismo privado ofrecía la mejor solución a los problemas del Socialismo (Capitalismo de Estado). El siglo XX ha emitido un veredicto profundo sobre el viejo debate entre reforma y revolución. Muchos en este debate habían visto durante mucho tiempo estas estrategias como alternativas para el progreso social (aunque muchos, como Rosa Luxemburgo, y antes de ella Marx y Engels, las vieron como cosas entrelazadas). En la década de 1930, por ejemplo, los reformadores creían que la mejor respuesta posible a la Gran Depresión era el 119
conjunto de reformas del New Deal implementadas por el presidente Roosevelt. En contraste, los revolucionarios defendieron una variedad de transformaciones económicas estructurales que irían más allá del Capitalismo privado más regulado de Roosevelt. Asimismo, en Rusia, la revolución de 1917 estableció muchas reformas, pero los revolucionarios que querían transformar la sociedad de forma más profunda fueron derrotados al final. En resumen, los reformadores prevalecieron sobre los revolucionarios en casi todas partes. Sin embargo, medio siglo después las reformas logradas después de tanta lucha social han resultado ser inseguras, vulnerables y reversibles. Asegurar el tipo de reformas logradas en el siglo XX por los defensores del Capitalismo regulado, el Socialismo y el Comunismo requiere hacer más, ir más allá de lo que los reformadores de cualquier parte han entendido. Para asegurar estas reformas se requieren cambios revolucionarios. Los reformadores y revolucionarios no necesitan ni deben ser adversarios. De hecho, uno de los objetivos de los argumentos de este libro a favor de la democracia en el trabajo, una reorganización de la producción que va mucho más allá de la «reforma», es diseñar un programa de cambio revolucionario que pueda lograr reformas que no puedan ser revertidas con facilidad.
5.5. Una parábola final Para concluir quiero ofrecer una parábola que resume el argumento que desarrollé en este capítulo. Los socialistas de hoy en día son algo así como los activistas en contra de la esclavitud de mediados del siglo XIX. Los agitadores contra la esclavitud se dividieron en dos subgrupos. El primero, horrorizado por la esclavitud, decidió hacer campaña por mejoras en la dieta, la ropa, la vivienda de los esclavos, el trato a sus familias, etc. Un segundo grupo de activistas contra la esclavitud estuvo de 120
acuerdo con las demandas y objetivos del primer grupo, pero también estaba amargamente enojado con ellos por las limitaciones de su política. Insistieron en que el problema básico de la esclavitud era la esclavitud en sí misma, no simplemente las condiciones de vida de los esclavos. Incluso si se lograran reformas en las condiciones de los esclavos, mientras permanecieran esclavos esas reformas serían inseguras y reversibles. Este grupo más radical —los abolicionistas— insistió en que la esclavitud debería disolverse en favor de la libertad personal universal y la emancipación. Los socialistas y comunistas anticapitalistas modernos se han dividido de manera similar en dos subgrupos. Los reformadores se han movilizado por mejores salarios y condiciones laborales, leyes protectoras, regulaciones económicas, etc. Exigen un mejor trato para los asalariados. Los revolucionarios están de acuerdo con esas demandas, pero también denuncian sus límites. Por ejemplo, como he mostrado anteriormente, incluso si se logran tales reformas (como lo fueron las luchas de masas del COI, socialistas y comunistas en la década de 1930) estas seguirán siendo inseguras y reversibles mientras no se haga nada al respecto de la subordinación de los trabajadores a los capitalistas. La organización capitalista de la producción debe disolverse. Los trabajadores deben convertirse en sus propios directores, recibiendo y distribuyendo los excedentes que producen. Deben convertirse en los tomadores de decisiones colectivas en las empresas productivas, no más en los receptores de sueldos y salarios. Los esclavos finalmente tuvieron que convertirse en sus propios amos para llevar a la sociedad más allá de la inhumanidad, la desigualdad y la indignidad de la esclavitud. Los asalariados también deben convertirse en sus propios directores, para llevar a la sociedad más allá de la inhumanidad, la desigualdad y la indignidad del Capitalismo en todas sus innumerables formas. 121
PARTE III: LAS EMPRESAS AUTODIRIGIDAS POR SUS TRABAJADORES COMO UNA CURA El mundo se encuentra en una encrucijada. Está luchando con el segundo mayor colapso del Capitalismo privado en setenta y cinco años —este mucho más global que el anterior. Las críticas al Capitalismo privado y la oposición al mismo están creciendo en todas partes. La oposición a su rival tradicional —el Capitalismo de Estado que muchos consideraban Socialismo— acabó con los socialismos soviéticos y de Europa del Este y ahora desafía a los Capitalismos de Estado restantes que se autodenominan socialistas. El descontento con los dos principales sistemas económicos del mundo —el Capitalismo privado y el estatal— está provocando la búsqueda de una alternativa real a ambos. Los argumentos obsoletos y los programas ineficaces destinados a salvar al Capitalismo privado más o menos regulado dejan indiferentes a los críticos. ¿Por qué centrarse en las regulaciones y otras intervenciones económicas gubernamentales cuando toda la historia posterior a la década de 1930 muestra cuán huecas y reversibles son? Del mismo modo, ¿por qué apoyar una transición al Capitalismo de Estado (se llame o no «Socialismo») cuando tales esfuerzos pasados resolvieron solo algunos de los problemas básicos del Capitalismo privado, suprimieron la democracia política tanto o más que el Capitalismo privado y demostraron ser vulnerables a crisis severas? Al mismo tiempo, el colapso de los socialismos realmente existentes en la Unión Soviética y Europa del Este y los giros parciales hacia el Capitalismo privado en otros lugares (especialmente en China) han dejado un legado profundo. Se ha cuestionado el atractivo, la durabilidad y la viabilidad del Socialismo tradicional. Un gran número de personas en las 122
sociedades anteriormente socialistas que volvieron al Capitalismo privado parecen decididas a no volver atrás, incluso cuando experimentan las duras crisis, los fracasos y las injusticias del Capitalismo privado. Mientras los críticos del Capitalismo privado no puedan especificar una alternativa que no sea un Capitalismo privado más regulado o un Capitalismo de Estado (Socialismo tradicional) no inspirarán ni generarán un movimiento social capaz de romper las repetidas oscilaciones entre ellos. Mientras los críticos del Socialismo realmente existente no ofrezcan mejores alternativas que la reversión al Capitalismo privado o al Capitalismo de Estado «con más democracia», tampoco organizarán tal movimiento. Las clases trabajadoras responderán a ambas críticas como ya lo han hecho implícitamente: «No, gracias, nosotros estuvimos allí y ya lo vivimos. Es un callejón sin salida». Los críticos serios del Capitalismo debemos presentar y defender el objetivo de un nuevo sistema económico diferente, capaz de trascender al Capitalismo privado y estatal, si queremos inspirar y construir el movimiento social que ahora se necesita. Ir más allá de las oscilaciones ahora agotadas entre el Capitalismo privado y el estatal requiere una comprensión clara de sus límites, arraigados en su organización compartida de la producción. Requiere una organización genuinamente diferente de empresas productivas: empresas autodirigidas por sus trabajadores. Los siguientes capítulos explican su funcionamiento y exploran sus virtudes.
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6. Lo que significa «autodirección» Para definir una empresa autodirigida por sus trabajadores (EAT) comenzaré por contrastarla con una empresa capitalista privada moderna. En aquella empresa, los accionistas votan, un voto por acción, para determinar quién integrará la junta directiva (por lo general entre nueve y veinte personas). Aquellas personas casi nunca son trabajadores de la empresa. A veces algunos miembros de la junta también son altos directivos de la empresa. Luego, esta junta se apropia y distribuye colectivamente el excedente (aproximadamente el ingreso neto de los costos directos de producción) generado por la empresa. Esta junta también decide qué productos básicos producir, cómo producirlos, qué tecnología utilizar y dónde ubicar sus instalaciones de producción y distribución. Finalmente, la junta elige y contrata tanto a la gerencia como a los trabajadores de la empresa. A menudo —casi siempre en las grandes corporaciones— son unos pocos accionistas los que poseen una parte significativa de las acciones. Es decir, tienen voz y voto. Son ellos los que seleccionan a los miembros de la junta directiva de la corporación. Si los principales accionistas están descontentos con las decisiones de la junta pueden cambiar su composición. Por el contrario, en una EAT ninguna persona ajena a la empresa —ningún individuo que no participe en el trabajo productivo de la empresa— puede ser miembro de la junta directiva. Incluso si hubiese accionistas en una EAT ellos no tendrían el poder de elegir a los directores. En cambio, todos los trabajadores que producen el excedente generado dentro de la empresa están en capacidad de apropiarse o de distribuir aquel excedente. Son ellos mismos los que componen la junta directiva. Esto es a lo que me refiero cuando hablo de autodirección. Como explicaré con más detalle a continuación, los trabajadores 124
determinarían colectivamente lo que produce la empresa, la tecnología que se debería utilizar, la ubicación de la producción y asuntos relacionados. Lo hacen en conjunto, en un proceso de toma de decisiones democrático —en el que participarían las comunidades circundantes a nivel local, regional y nacional. En una empresa capitalista estatal, la junta directiva es típicamente un grupo específico de burócratas. Se apropian colectivamente de los excedentes producidos en las empresas industriales que dirigen. El Consejo de Ministros de la Unión Soviética, por ejemplo, funcionaba como una especie de junta directiva capitalista centralizada, una estructura bastante parecida a la junta directiva de un conglomerado empresarial capitalista privado. Allí el Estado funcionaba, en efecto, como el único accionista que representaba la propiedad de los activos industriales productivos socializados. Por supuesto, en lugar de tal Capitalismo de Estado centralizado, podría haber un Capitalismo de Estado descentralizado. En ese caso, la apropiación y distribución de excedentes se delega en niveles inferiores de funcionarios estatales que dirigen unidades de producción industrial menos agregadas. Tanto el Capitalismo estatal como el privado han experimentado periódicamente con una apropiación y distribución más y menos centralizada de los excedentes. La diferencia básica entre los sistemas económicos capitalistas estatales y privados, y el sistema alternativo construido sobre las EATs es que solo en el último los trabajadores que producen los excedentes son capaces de ejercer la apropiación y la distribución colectiva de dichos excedentes. Sin embargo, antes de detallar cómo funcionarían las EATs internamente, o cómo interactuarían entre sí y con los consumidores y las comunidades circundantes, debemos diferenciar las EATs de las empresas que son propiedad de los trabajadores, las empresas administradas por los trabajadores y las cooperativas en general. 125
6.1. Las empresas que son propiedad de los trabajadores Cuando los trabajadores son propietarios parcial o totalmente de las empresas en las que trabajan, ocupan una posición similar a la de otros accionistas dentro del Capitalismo privado. En la mayoría de los casos, los accionistas tienen dos funciones clave: eligen a los directores de la empresa y reciben porciones del excedente como dividendos. Los propietarios de acciones en las empresas capitalistas suelen ser pasivos en relación con los directores. Bajo la ley estadounidense, por ejemplo, es prerrogativa de la junta directiva determinar qué porción del excedente apropiado se distribuye como dividendos a los propietarios. Son libres de no distribuir nada, como suele ser el caso. En efecto, los propietarios de acciones solo tienen el poder de cambiar de director en las elecciones anuales. Los roles capitalistas clave —dirigir la producción y apropiarse y distribuir el excedente— son desempeñados por los directores de las empresas capitalistas, no por sus propietarios. Se han establecido planes de propiedad de acciones para empleados (ESOP) en varias empresas dentro del Capitalismo estadounidense. También existen programas similares en muchos otros países. A veces se han instituido desde abajo. Por ejemplo, los trabajadores a veces han impedido el cierre de una empresa comprándola ellos mismos y manteniendo la producción. A veces han sido instituidas por capitalistas privados que buscan trabajadores para comprar una empresa que ningún otro capitalista quiere o para pagar un precio que ningún otro capitalista quiere. A veces, las autoridades estatales intervienen para establecer empresas que sean propiedad de los trabajadores. En cualquiera de estos casos, si bien la propiedad (total o parcial) cambia de los particulares fuera de la empresa a los trabajadores dentro, aquello es muy diferente a un cambio en la dirección de la empresa. 126
Si los trabajadores se convierten en propietarios de una empresa capitalista tienen derecho a elegir como miembros de la junta directiva a personas distintas a ellos mismos. Por lo general, lo hacen y dejan la dirección de la empresa a esos directores, como suelen hacer los accionistas no-trabajadores. Podría ser posible, al menos legalmente, que los trabajadorespropietarios transformen la empresa para que se conviertan no solo en propietarios, sino también, colectivamente, en directores. Sin embargo, eso ha sucedido muy pocas veces. Las empresas que son propiedad de los trabajadores son, por tanto, conceptualmente y también empíricamente diferentes de las EATs.
6.2. Las empresas que son administradas por los trabajadores La diferencia es aún más marcada entre las empresas gestionadas por los trabajadores y las EATs. La gestión es una función diferente a la dirección en las empresas capitalistas estatales y privadas. Por lo general, las juntas directivas buscan, seleccionan, contratan y remuneran a los gerentes. Se establece una cadena de mando gerencial y sus niveles superiores (como el director ejecutivo) informan periódicamente a la junta directiva sobre la ejecución por parte de los gerentes de las instrucciones básicas de la junta. La función de los gerentes es monitorear, supervisar y controlar tanto la producción de bienes dentro de las empresas capitalistas como todas las tareas auxiliares que no son productivas, las cuales son necesarias para lograr ganancias y crecimiento (compra de insumos, ventas de productos, asesoría legal, publicidad, hacer lobby, etc.). En las empresas gestionadas por los trabajadores los trabajadores que realizan funciones de gestión no desplazan a los capitalistas ni mueven a la economía más allá del Capitalismo. Los trabajadores que se autogestionan (por ejemplo, para asegurar un mayor control sobre las formas y el ritmo de su proceso laboral) todavía 127
funcionan para ejecutar las decisiones empresariales básicas que los directores toman en otros lugares. Los capitalistas a veces han otorgado o instado funciones de gestión a los trabajadores. Eso puede hacer que la administración sea más barata al ahorrar el costo de los gerentes profesionales; también puede hacer que la gestión sea más eficaz, porque los trabajadores prefieren la autogestión a la gestión por otros. En resumen, en las empresas administradas por los trabajadores, los capitalistas les dan a los trabajadores más control sobre su trabajo con la esperanza de recibir a su vez más ganancias o crecimiento. Es posible que los trabajadores que adquieran experiencia en administración quieran usar eso para promocionar puestos en la junta directiva de una empresa, o incluso asumir el control. Entonces podría surgir una EAT. Sin embargo, eso ha sucedido muy pocas veces. Conceptual y empíricamente, la autogestión de los trabajadores, como la propiedad de los trabajadores, es diferente de las EATs. Dado que el Socialismo y la autogestión de los trabajadores han estado históricamente asociadas entre sí, y a menudo se han tratado como si fueran la misma cosa, es especialmente importante aclarar sus diferencias. La autogestión de los trabajadores y la autodirección de los trabajadores son formas muy diferentes de reorganizar las empresas productivas. Cualesquiera que sean sus virtudes, la autogestión de los trabajadores ha servido principalmente al Capitalismo privado o estatal. Históricamente los experimentos de autogestión de los trabajadores (por ejemplo Volvo en Suecia) han terminado cuando ya no sirven a los intereses de sus directores capitalistas. En contraste, las EATs representan una transición social más allá del Capitalismo.
6.3. Las cooperativas
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El término «cooperativa» tiene una historia muy larga en muchos países, y se ha utilizado para describir una amplia gama de instituciones y empresas. La propiedad grupal, la compra grupal, la venta grupal y el trabajo grupal han recibido el calificativo de «cooperativo». Sin embargo, ninguno de estos, cualesquiera que sean sus virtudes, tiene una conexión necesaria con las EATs. Por ejemplo, grupos de agricultores a veces han comprado y han sido propietarios de tierras de forma colectiva, mientras que cada uno de ellos ha contratado trabajadores y ha cultivado una parte de la tierra de propiedad cooperativa como una empresa capitalista. En este caso, «cooperativa» se refiere solamente a cómo se posee la tierra, pero no a la organización de la producción o la estructura de clases de la empresa agrícola. De manera similar, los grupos de pequeñas empresas capitalistas que producen productos de software pueden comprar de manera cooperativa ciertos insumos que todos necesitan, quizás compartiendo su uso. Eso significaría que las empresas capitalistas formaran una cooperativa de compras entre ellas. Durante siglos, grupos de pequeñas y medianas empresas capitalistas dentro de la misma industria se han unido en cooperativas de ventas o marketing para asegurar precios más altos de los que obtendrían individualmente. Pero ninguno de estos son EATs. Incluso el trabajo cooperativo es algo diferente a una EAT. En casi todas las empresas capitalistas los trabajadores contratados realizan el trabajo de manera cooperativa. Por tanto, lo que distingue a las EATs no es el trabajo cooperativo. Más bien, dos hechos definen las EATs: (1) que la apropiación y distribución del excedente se hace de manera cooperativa, y (2) que los trabajadores que producen cooperativamente el excedente y los que se apropian y distribuyen dicho excedente de forma cooperativa son las mismas personas.
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7. Cómo funcionan las EATs internamente Periódicamente, en cualquier EAT, el colectivo de trabajadores que produce un excedente se reúne para recibir colectivamente ese excedente y distribuirlo. El excedente nunca es apropiado y distribuido por otros. Las EATs son, para usar el término preciso de Marx, organizaciones no-explotadoras (estructuras de clase) de producción porque no involucran a un grupo de personas que se apropian del excedente producido por otros. Así es como las EATs se diferencian de las estructuras de clase explotadoras de los sistemas de producción capitalista, feudal y esclavista. Los adalides del Capitalismo se enorgullecen de diferenciarlo del Esclavismo y del Feudalismo. El Capitalismo, dicen, se basa en contratos libres entre individuos libres. Rechaza la falta de libertad de los esclavos —individuos que son propiedad de otros— y de los siervos — individuos atados por la costumbre o la tradición para producir excedentes para un señor feudal en particular. Pero el Capitalismo comparte con la Esclavitud y el Feudalismo una característica básica común. El Capitalismo, como el Esclavismo y el Feudalismo, también es explotador. En contraste las EATs representan, finalmente, la abolición de la explotación: esclava, feudal y capitalista. En las EATs las actividades de cada trabajador productivo no solo incluyen las tareas específicas que realiza dentro de la división del trabajo (producir el excedente) de una empresa, sino que también es necesario que cada trabajador participe por igual en la toma de decisiones democráticas por parte de la junta directiva de la empresa. Cada trabajador productivo es un miembro de esa junta. El colectivo de estos trabajadores constituye la junta. Los trabajadores productivos como tales llevan a cabo colectivamente la distribución social de los excedentes que han 130
producido y de los cuales se han apropiado. Usan este excedente en parte para pagar impuestos a los distintos niveles de gobierno que les brindan ciertas condiciones de existencia. Usan otra parte del excedente para contratar y proporcionar presupuestos operativos según sea necesario a gerentes, empleados, guardias de seguridad, abogados y otros trabajadores que no participan directamente en la producción de excedentes pero que son cruciales para la reproducción de la empresa17. La junta distribuye las porciones del excedente para expandir la producción (invertir y crecer), para pagar dividendos a los propietarios de la empresa, para presionar a los funcionarios estatales, etc. Al tomar sus decisiones con respecto a la distribución del excedente, la junta debe lidiar, adaptarse y llegar a acuerdos con los demás. Así, por ejemplo, la parte del excedente que la junta debe distribuir al Estado en la forma de impuestos está influenciada por los funcionarios estatales, por actitudes culturales hacia el Gobierno, etc. Muchos grupos sociales diferentes ejercen influencia o poder sobre la distribución de todas las porciones del excedente junto con la ejercida por la junta. Sin embargo, la junta solo realiza la distribución. ser
Un objetivo clave de la distribución del excedente debería asegurar la reproducción de la EAT. Las EATs,
Marx llamó a estos trabajadores «trabajadores improductivos», principalmente para distinguirlos de aquellos cuyo trabajo produce directamente el excedente («trabajadores productivos»). Como se argumentó en otra parte (ver Resnick y Wolff, Knowledge and Class, capítulo 3), Marx enfatizó explícitamente que los trabajadores improductivos son tan cruciales para reproducir las estructuras de clase capitalistas como lo son los trabajadores productivos. Sin embargo, los críticos de los argumentos de Marx e incluso algunos de sus seguidores han interpretado «improductivo» como si Marx tuviera la intención de denigrar o hacer secundario ese trabajo y a esos trabajadores. Por lo tanto, evitaré usar ese término dentro del análisis sustantivo de los dos tipos de trabajadores dentro de las EATs a favor de una nueva terminología, como se presenta a continuación en la Sección 7.1 de este capítulo. 17
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individualmente y como grupo, reconocen la necesidad de todo tipo de apoyo social si quieren sobrevivir y tener éxito. Deben distribuir porciones de sus excedentes para asegurar tales apoyos. Por ejemplo, para que los colectivos de trabajadores productores de excedente dirijan eficazmente sus empresas los trabajadores necesitarán la educación y la formación adecuadas para ellos y para los niños que les sucedan. Pueden decidir confiar dicha educación y formación a escuelas públicas que se sustentan en parte o en su totalidad con impuestos sobre sus excedentes. Les preocupará que tales escuelas tengan planes de estudio que enfaticen las técnicas y actitudes necesarias para la toma de decisiones colectiva y democrática como un aspecto central de la actividad económica y el bienestar social. Por lo tanto, la educación pública probablemente sería muy diferente en un sistema económico basado en las EATs. Para tomar otro ejemplo: la junta de una EAT probablemente vería la necesidad de asegurar ciertas funciones de administración. Podría, como sus contrapartes capitalistas, contratar gerentes profesionales. Por otro lado, podría preferir, por muchas razones, construir un sistema de rotación en el que todos los trabajadores que producen excedentes roten periódicamente a través de puestos de dirección. La junta podría ver esto como una forma apropiada de evitar cosificar a las personas en posiciones fijas de administrador y administrado — posiciones que posiblemente podrían allanar el camino para un retorno al Capitalismo. Los trabajadores que, por lo tanto, fueran retirados temporalmente de la producción de excedentes necesitarían, no obstante, ser remunerados por sus actividades de gestión y su tiempo mediante la distribución del excedente que se apropia de los trabajadores no administrativos. El hecho de que los trabajadores-directores también roten en los puestos administrativos podría diferenciar aún más a una economía basada en las EATs del Capitalismo.
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Para concluir, pensemos en lo siguiente: un sistema económico basado en EATs podría correr el peligro de retroceder hacia el Capitalismo. Debido a eso buscaría evitar el tipo de crisis que se dan en el Capitalismo por la sobreproducción, el subconsumo, el desempleo tecnológico, etc. Por lo tanto, debería intentar superar los problemas sociales creados bajo el Capitalismo cuando una empresa descubre una nueva forma de producir un output con menos input de mano de obra, se enfrenta a una falta de demanda de sus productos o descubre que ha sobrestimado la demanda de su producción. Una forma de lograr esto sería crear un fondo (mediante distribuciones de excedentes realizados por las juntas de EATs) y una agencia gubernamental para administrarlo. Cualquier EAT que se enfrentara a la necesidad de despedir trabajadores solicitaría asistencia. La agencia encuestaría y entrevistaría a los trabajadores para identificar a los más interesados en trabajos nuevos y diferentes. Podría proporcionar la capacitación, la reubicación y otros servicios necesarios para efectuar cambios en el empleo de empresas e industrias que necesitan menos trabajadores a aquellas que buscan expansión. De esta manera, se eliminaría el desempleo sin afectar a los incentivos para el progreso tecnológico que ahorre mano de obra, y sin ignorar los cambios en la demanda de los ciudadanos por ciertos bienes y servicios. Un sistema basado en las EATs aseguraría su posición social y el apoyo de tales soluciones a los problemas del cambio técnico y los cambios de la demanda que tan a menudo han provocado o empeorado los ciclos económicos y las crisis en el Capitalismo. Los inventores e innovadores en un sistema económico basado en EATs, al igual que sus contrapartes en los sistemas capitalistas, enfrentarían problemas e incentivos para llevar a cabo la producción de nuevos bienes o servicios. Los fondos tendrían que asegurarse (mediante agencias públicas provistas de asignaciones de excedentes de EATs existentes y/o de fuentes privadas que podrían incluir individuos y otras EATs) cuando los 133
inventores e innovadores no tuvieran fondos propios suficientes. Habría que reunir a los trabajadores que dejarían los empleos existentes para ayudar a iniciar y dotar de personal a la nueva EAT. De manera similar tendrían que establecerse incentivos como consideraciones fiscales, ingresos personales temporalmente más altos para los trabajadores/directores en nuevos EATs exitosos, reconocimiento social y recompensas, etc. Curiosamente, el sistema basado en EATs no necesitaría un sistema de patentes (ni sufriría la restricción en el uso de nuevas invenciones), ya que podría proporcionar incentivos alternativos para la innovación al igual que establece fuentes alternativas de financiación. Poner fin a la mayoría de las organizaciones de producción explotadoras y establecer en su lugar un sistema basado en las EATs es un cambio social básico y fundamental. Tal cambio no puede ocurrir solo o aislado de una serie de otros cambios sociales. Aquellos cambios sociales son requisitos previos para que se establezcan las EATs o son cambios que las EATs fomentarán y apoyarán para reproducirse, asegurarse y expandirse. Por tanto, es un error pensar en el surgimiento de las EATs como si todo lo demás en las sociedades donde prevalece el Capitalismo seguiría siendo igual. Tanto las características a largo plazo de los sistemas económicos capitalistas como las condiciones de crisis que produjeron en 2007 han abierto nuevas posibilidades para un movimiento hacia las EATs como la base de un sistema económico alternativo. Si las EATs emergen y llegan a una posición prominente dentro de las economías capitalistas modernas necesitarán cambiar muchas condiciones sociales para poder sobrevivir, expandirse y asegurar el apoyo de las masas. Rediseñar los planes de estudio en las escuelas, rotar a los trabajadores en puestos gerenciales, reorganizar las fuentes y los incentivos para la innovación productiva y crear un programa efectivo para evitar el desempleo son ejemplos claros de cambios 134
producidos por las EATs. De hecho, durante los últimos cincuenta años en España la Corporación Mondragon (que integra a ochenta y cinco mil socios en las empresas cooperativas que la constituyen) ha dado pasos concretos hacia estos objetivos.
7.1.
Los dos tipos de trabajadores en cualquier EAT
Ahora estamos listos para abordar un tema particularmente espinoso en el análisis de un sistema económico basado en EATs. Se trata de la división de los empleados de cada EAT en dos grupos con diferentes relaciones con la producción y distribución del excedente. El primer grupo comprende a los trabajadores que producen excedentes y que también componen la junta directiva en las EATs. Son los trabajadores que producen directamente los resultados de las EATs: los programas de software, camisetas, autobuses, máquinas, etc. Cada EAT también emplea a otro tipo diferente de trabajadores que proporcionan las condiciones y los servicios auxiliares que permiten que funcionen los productores de excedentes. Llamaré a estos trabajadores «facilitadores». Entre los facilitadores se encuentran secretarias, empleados de limpieza, recepcionistas, guardias de seguridad, personal de limpieza, etc., quienes realizan el papeleo y mantienen los espacios físicos que brindan las condiciones necesarias para que el primer grupo de trabajadores produzca un excedente. Otros tipos de facilitadores incluyen gerentes, abogados, arquitectos y consejeros que brindan otras condiciones. Los facilitadores son tan cruciales para la reproducción de las EATs como lo son los productores de excedentes. Sin embargo, a diferencia de los trabajadores que producen excedentes los facilitadores no producen directamente el excedente; más bien, proporcionan varias condiciones para que los productores de excedentes funcionen con eficacia. El grupo de 135
trabajadores facilitadores obtiene su sustento y los medios para realizar sus funciones mediante la recepción del excedente de los trabajadores-directores. En otras palabras, los productores de excedentes necesitan a los facilitadores para poder producir excedentes, mientras que los facilitadores necesitan distribuciones del excedente de los productores/apropiadores de excedente para poder realizar sus funciones de apoyo. Entonces, para sobrevivir, las EATs deben establecer relaciones mutuamente aceptables entre los dos tipos de trabajadores. Los facilitadores y los productores de excedentes deben responder juntos y democráticamente las siguientes preguntas: (1) cuánto excedente se producirá, se apropiará y, por lo tanto, estará disponible para la distribución y (2) qué porciones de ese excedente se distribuirán para asegurar qué condiciones de la producción de excedente proporcionada por qué subgrupo diferenciado de facilitadores. Habrá contradicciones que resolver, acuerdos y desacuerdos entre productores de excedente y facilitadores. El fin de la explotación —un punto y un propósito definitorio de las EATs— requiere que los productores del excedente sean idénticos a los apropiadores y distribuidores. Sin embargo —esta es una consideración clave— aquello no significa excluir a los facilitadores de la participación democrática con los productores de excedentes para decidir el tamaño y la distribución específica del excedente. El poder de decidir el tamaño y la distribución del excedente es compartido democráticamente por todos los trabajadores de una EAT. Los procesos físicos de apropiación y distribución del excedente están reservados para el subconjunto de trabajadores productores de excedentes. En resumen, los dos tipos diferentes de trabajadores son interdependientes. Ambos son necesarios para que la EAT sobreviva. Cada uno determina los componentes clave de la actividad laboral y los ingresos del otro. Su necesidad de resolver y ajustar constantemente su relación de manera democrática 136
moldeará profundamente la vida interna de las EATs y la distinguirá de la vida interna de las empresas capitalistas.
7.2. Manejo del cambio técnico Las EATs manejarían los típicos desafíos económicos de una manera bastante diferente a las empresas capitalistas. Supongamos que surge una nueva tecnología asequible que permite que una empresa produzca más output con considerablemente menos mano de obra y pocos cambios en otros insumos. En las empresas capitalistas privadas estos avances tecnológicos generalmente son implementados por juntas directivas innovadoras, a no ser que sean frenados o modificados por los sindicatos. Los excedentes acumulados por la empresa capitalista privada innovadora aumentan y algunos trabajadores son despedidos. En este ejemplo los beneficiarios del cambio técnico —la junta directiva de la empresa capitalista privada— también son aquellos que tomaron las decisiones. Aquellos que soportan los costos del cambio técnico —los trabajadores despedidos, sus familias y las comunidades (incluidos otros capitalistas privados)— están excluidos de las decisiones sobre el cambio tecnológico. Los costos o beneficios sociales netos del cambio técnico son indeterminados18. Sin embargo, las injusticias del
Uno podría tener la tentación de preguntarse si los beneficios sociales de instalar la nueva tecnología son mayores o menores que los costos derivados del desempleo de los trabajadores y sus impactos sociales. Cualquiera que busque identificar y medir todos los beneficios y costos del cambio técnico se enfrenta a dificultades insuperables (nadie lo ha logrado hasta ahora). En cualquier caso, en el Capitalismo privado, por lo general, las agencias autorizadas rara vez intentan realizar tales mediciones. En cambio, es una declaración de fe capitalista que se repite sin cesar que el «progreso» técnico del sistema produce más beneficios que costos. 18
137
proceso de toma de decisiones y sus probables resultados son bastante evidentes. A partir de la experiencia de las economías capitalistas de Estado, al menos de aquellas cuyos partidarios las creían «socialistas», sabemos que los cambios técnicos plantearon un problema diferente. Las empresas capitalistas estatales no estaban impulsadas por la competencia del mercado para instalar nuevas tecnologías o, caso contrario, desaparecer (en comparación con las empresas capitalistas privadas). Al mismo tiempo, sus dimensiones socialistas y su contexto político los comprometieron a mantener el empleo como una especie de derecho humano básico. Por lo tanto, las empresas capitalistas estatales por lo general desarrollaron sus tecnologías con más lentitud que sus contrapartes capitalistas privadas. La lentitud de sus avances técnicos ayudó a socavar el Capitalismo de Estado porque, a escala internacional, competían con economías basadas en el Capitalismo privado. Las EATs lidiarían con estos cambios técnicos de manera diferente. En contraste con las empresas capitalistas privadas, la decisión de instalar nueva tecnología involucraría un grupo mucho más grande y diverso de tomadores de decisiones. Asignar una parte del excedente de la empresa a la compra e instalación de la nueva tecnología sería una decisión que los productores de excedentes y los facilitadores tendrían que tomar juntos de forma democrática. En lugar de que una docena de miembros de una junta tomen esa decisión, participarán cientos o miles de trabajadores. A diferencia de las empresas capitalistas, las decisiones de las EATs tomarían en consideración un conjunto mucho mayor de preocupaciones sobre los impactos de un cambio técnico no solo en el excedente sino en su distribución y en los trabajadores, sus familias y las comunidades circundantes en las que los trabajadores viven y con las que interactúan las EATs.
138
Los costos o beneficios netos de las decisiones tecnológicas alcanzadas por una EAT —como los de las empresas capitalistas— siguen siendo desconocidos (e incognoscibles), pero las dimensiones democráticas y de justicia social de estas deliberaciones mejorarían enormemente. En contraste con las decisiones tecnológicas a menudo conservadoras de las empresas capitalistas de Estado, las EATs manejarían la interacción entre el cambio técnico y la seguridad laboral de manera diferente. Se necesitaría establecer una agencia especializada que se pondría en acción inmediatamente al enterarse de que una empresa está considerando un cambio técnico que ahorre mano de obra. Siempre sabría, a partir de un monitoreo constante, qué empresas existentes necesitan más trabajadores, cuáles han registrado que desean comenzar una nueva producción, todos los requisitos de habilidades y experiencia relevantes, y dónde se encuentran los trabajadores y empresas afectados. Lo que tendría lugar sería, más bien, un servicio de emparejamiento. La tarea de esta agencia sería emparejar a los empleados dispuestos a cambiar de trabajo con la disponibilidad laboral y organizar la capacitación y los incentivos adecuados para facilitar la reasignación de personal. Ninguna pérdida de ingresos acompañaría al período de transición para los trabajadores que dejaron un trabajo por otro. El funcionamiento de esta agencia costaría una pequeña parte de todos los excedentes distribuidos por las EATs para mantener a su personal y sus actividades. Los informes y servicios de esta agencia formarían una base para la decisión de todos los trabajadores sobre si realizar el cambio técnico en cuestión. Finalmente, considere los incentivos para innovar técnicamente. La invención y la innovación en las empresas capitalistas privadas y estatales es frenada o bloqueada por los trabajadores que temen participar mínimamente en las ganancias y sufrir en gran manera los costos de instalar el cambio técnico. En una economía basada en las EATs las 139
ganancias y los costos se compartirían entre la totalidad de los empleados en formas que se establecerían democráticamente. Por ejemplo, se organizarían debates periódicos y se votaría sobre cómo compartir las ganancias en productividad (qué combinación de mayor ocio para los trabajadores o mayores cantidades de producción). Dado que los trabajadores de las EATs deciden el tamaño y la distribución de los excedentes eso incluye decidir si usar una parte de sus excedentes para comprar e instalar cambios técnicos, y cuándo hacerlo. En el Capitalismo, donde los trabajadores están excluidos de las decisiones sobre tecnología, eligen entre el trabajo y el ocio en función del salario que les otorga su competencia en el mercado laboral. Por el contrario, los trabajadores de las EATs hacen su elección de trabajo/ocio junto con y como parte de sus decisiones sobre el cambio tecnológico. La cantidad, el ritmo y la calidad del avance técnico diferirían de los existentes en los sistemas económicos capitalistas. La promesa histórica de los capitalistas —que sus innovaciones técnicas se traducirían en menos tiempo de trabajo y más tiempo libre para la masa de personas— nunca se ha cumplido. En los Estados Unidos, por ejemplo, más miembros de la familia están trabajando más horas de trabajo remunerado que nunca antes en la historia y, del mismo modo, más que los trabajadores en prácticamente todos los demás países. Las considerables ganancias en productividad de las que se jactan los apologetas del Capitalismo se han reflejado como excedentes y ganancias crecientes para aquellos que deciden sobre la tecnología: los capitalistas, no los trabajadores.
7.3. Manejo de los problemas ambientales Las historias modernas de los sistemas económicos capitalistas estatales y privados ofrecen muchos ejemplos de las 140
fallas de sus empresas en tomar en cuenta los impactos ambientales y los costos de sus decisiones. Ambas formas de empresas capitalistas utilizan rutinariamente tecnologías con impactos negativos y costosos en la salud física y mental de sus trabajadores, así como efectos dañinos en las comunidades circundantes. También eligen producir outputs y utilizar inputs con los mismos inconvenientes. Las formas en que las empresas definen y mantienen la calidad del aire, el agua, la temperatura, la humedad, el ruido, etc. en el lugar de trabajo generalmente se llevan a cabo sin tener en cuenta de manera adecuada el impacto en el corto y largo plazo sobre el bienestar de la gente de la empresa o de sus comunidades. Una raíz de este problema es el pequeño número de personas que dirigen las empresas capitalistas estatales y privadas, que a menudo están ubicadas lejos del lugar en que se realiza la producción, y los objetivos e incentivos que las impulsan. La supervivencia competitiva, la rentabilidad, el crecimiento y la participación en el mercado impulsan a las empresas capitalistas privadas; la realización de aquellos objetivos es su prioridad. El cumplimiento de los planes de producción del gobierno, el aumento de los excedentes, la tenencia de reservas para compensar la escasez de planificación y los errores, etc. impulsan a las empresas capitalistas estatales. Desde el punto de vista de ambos sistemas, la preocupación por el medio ambiente es casi siempre un lujo que los capitalistas privados y estatales creen que no pueden permitirse. Las EATs abordarían los problemas ambientales de manera diferente. En primer lugar, los trabajadores viven, juegan y forman familias en sus lugares de trabajo y sus alrededores. Para ellos los costos de la degradación ambiental son una consideración mucho más importante e inmediata que para un pequeño grupo de directores capitalistas externos que tienen la riqueza suficiente para evitar vivir o trabajar en lugares vulnerables a la degradación ambiental y sus efectos. Los 141
objetivos finales de los capitalistas privados y estatales estarían subordinados a las consideraciones ambientales en las decisiones de las EATs. No podemos conocer los costos o beneficios netos de, por ejemplo, una menor inversión en nuevo capital y fuerza de trabajo para el crecimiento, junto con una mayor inversión en la mejora del entorno laboral. Sin embargo, podemos saber que es mucho más probable que las preocupaciones ambientales se planteen y se tengan en cuenta al tomar decisiones en una EAT.
7.4. Manejo de la distribución de ingresos y del trabajo Una de las condiciones para la supervivencia a largo plazo de las EATs es una mayor participación democrática en las partes no-económicas de la sociedad. Asimismo, la democracia real (en oposición a la mera formalidad) en las comunidades y la sociedad en general es tenue, sino imposible, sin democracia económica dentro de las empresas. La toma de decisiones genuinamente compartida y democrática por parte de los trabajadores en las EATs requiere límites en los diferentes recursos que cada trabajador individual aporta a tales decisiones. Pagar a algunos trabajadores mucho más que a otros o compensar a algunos trabajadores tan mal que necesitan tres trabajos y no tengan tiempo ni energía para participar en la política o las deliberaciones en el lugar de trabajo socavaría y eventualmente disolvería a las EATs. Por lo tanto, un sistema basado en EATs que busque reproducirlas a lo largo del tiempo probablemente exigiría niveles de ingresos mínimos y máximos para todos los trabajadores, según criterios elegidos democráticamente. Dentro de esos límites las EATs podrían determinar y ajustar sus programas de sueldos y salarios. Las EATs probablemente no apoyarían ni permitirían las disparidades de ingresos 142
individuales que se encuentran tanto en el Capitalismo privado como en el estatal. Las cooperativas de trabajadores españoles reunidas en la Corporación Mondragon también han dado pasos importantes en esta dirección. Este sería el caso en parte porque la supervivencia de las EATs como tales requeriría disparidades de ingresos mucho menores. También sería el caso porque la democracia en la política fuera de las EATs requeriría disparidades de ingresos mucho menores que las que caracterizan al Capitalismo (especialmente al Capitalismo privado, pero también a menudo al Capitalismo de Estado). La reducción de las disparidades de ingresos en un sistema económico basado en las EATs puede devolver un tema antiguo —la rotación del trabajo— al centro de la discusión pública. Las diferencias de ingresos se pueden reducir reduciendo las diferencias de sueldos y salarios asignados a trabajos específicos en la división del trabajo de una empresa. Alternativamente, se puede lograr el mismo resultado rotando a los trabajadores regularmente a través de una variedad de trabajos a los que se han asignado diferentes sueldos o salarios. En un sistema centrado en las EATs, los trabajadores de cada EAT podrían rotar a través de trabajos no directivos y al mismo tiempo servir siempre como miembros iguales de la junta directiva colectiva. Para la reproducción de un sistema económico basado en EATs tal sistema de rotación de puestos tendría muchos beneficios. Primero, repetir un trabajo en particular dentro de la división del trabajo de una empresa durante toda la vida o incluso durante años no desarrolla una amplia gama de experiencias y competencias. Sin embargo, esa amplia gama es precisamente lo que prepararía mejor a cada trabajador para evaluar las opciones y tomar las decisiones necesarias en la dirección de una empresa. En segundo lugar, realizar diferentes trabajos de forma secuencial permite que se desarrolle un «aprendizaje práctico» en particular. Los trabajadores no necesariamente saben qué tipo de trabajo hacen mejor o con qué están más satisfechos 143
personalmente. Ciertamente podría no ser su primer trabajo, sin embargo, el entusiasmo y la habilidad de los trabajadores en determinados trabajos pueden cambiar a lo largo de sus vidas. Finalmente, los trabajos específicos también cambian con las condiciones técnicas y sociales. La rotación de trabajadores en diferentes puestos de trabajo puede abordar estos problemas de manera mucho más efectiva de lo que lo han hecho el Capitalismo privado y estatal. Rotar a los trabajadores de manera más amplia para conocer sus preferencias y áreas de mayor productividad entre los trabajos, y luego quizás rotarlos más estrechamente entre esos trabajos no solo lograría una distribución de ingresos más igualitaria, sino también una distribución más efectiva de los trabajos. Además, se puede dejar espacio para que cada empresa decida los períodos de tiempo asignados a cada trabajo en función de criterios como la dificultad del trabajo, el tiempo que se tarda en desarrollar o mejorar las habilidades laborales adecuadas, etc. Dentro de la economía en su conjunto para inducir a los trabajadores a trabajar en ciertas industrias (por ejemplo, debido a consideraciones técnicas o ambientales) las EATs dentro de dichas industrias podrían pagar sueldos y salarios más altos de lo habitual durante un período inicial. Dichos aumentos salariales temporales podrían provenir de un fondo para ese propósito derivado de una parte de los excedentes de todos los EATs. Por lo tanto, un sistema económico basado en EATs podría abordar los antiguos problemas de la división del trabajo y la especialización de funciones. El ejemplo de la fábrica de alfileres de Adam Smith se ha interpretado a menudo como una racionalización de la especialización cada vez más estrecha de los trabajos, la formación y las mentalidades necesarias para maximizar los excedentes y las ganancias. Para la mayoría de esas interpretaciones la especialización de una función se ha igualado a la especialización del funcionario. Sin embargo, ese no 144
es el caso. Cualesquiera que sean los beneficios de la especialización de la función dentro de una división del trabajo, los beneficios de la especialización del trabajador son dudosos. Más allá de cierto grado y cierto período de tiempo, mantener a una persona en un trabajo puede reducir la productividad y la rentabilidad. Si una personalidad completa y un cuerpo y una mente comprometidos de manera diversa están conectados con la felicidad personal, la democracia genuina y la productividad laboral, entonces un sistema económico basado en EATs con rotación de trabajos será mucho más satisfactorio —y posiblemente más productivo— que el trabajo como ha sido concebido en el Capitalismo privado y estatal.
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8. Propiedad, mercados, planificación, y el mito de la eficiencia Debido a la asociación histórica entre el Socialismo y varias nociones de lugares de trabajo colectivizados, me centraré primero en este capítulo en la relación entre el Socialismo y las EATs. En base a la discusión del capítulo 5 recuerde que tradicionalmente el Socialismo se ha diferenciado del Capitalismo en términos de propiedad socializada (o nacionalizada) de los medios de producción en lugar de propiedad privada, y en términos de planificación del gobierno central en lugar de mercados como medios de distribución de recursos productivos y productos. En el capítulo 5 sostuve que tales diferenciaciones marginaban o ignoraban la transformación de la organización interna de las empresas y, en particular, de la producción, apropiación y distribución del excedente.
8.1.
Transformaciones a nivel micro y macro
Entre los propios socialistas —e incluso entre los marxistas presumiblemente familiarizados con el enfoque de Marx en la producción, apropiación y distribución del excedente en los tres volúmenes de El Capital— el enfoque en la propiedad y la planificación estatales siempre ha sido notable. Siempre hubo algunos que vieron la necesidad de una transformación microeconómica dentro de las empresas, imaginando varias formas de control más directo por parte de los trabajadores, no mediado o distorsionado por el Gobierno o el Partido. Sin embargo, rara vez se concretaron tales perspectivas en términos de distribución del excedente; en su lugar se habló en términos de democracia directa. Además, las exigencias prácticas de la URSS después de 1917 y de las economías «socialistas realmente 146
existentes» a partir de entonces las llevaron a enfatizar la expansión de la producción (especialmente de los medios de producción) a través de la propiedad y la planificación estatales. Esto también ayudó a llevar los problemas de transformación radical dentro de las empresas a un estatus muy secundario, especialmente entre aquellos que equiparaban el Socialismo con lo que aquellas economías estaban luchando por establecer. A menudo desterraron la idea de que los trabajadores se convirtiesen también en los primeros apropiadores directos y, por lo tanto, en los distribuidores de los excedentes empresariales a los turbios reinos futuros de las utopías socialistas. En mi opinión, los cambios a nivel macro provocados por el socialismo tradicional (propiedad nacionalizada de los medios de producción, planificación, reducción de la desigualdad de ingresos, etc.) no sobrevivieron en parte porque no fueron acompañados y reforzados por cambios a nivel micro en la reorganización interna de las empresas. Un Socialismo viable y duradero requiere transformaciones del Capitalismo tanto a nivel micro como macro. Esa es una lección importante que nos deja el primer siglo de esfuerzos por establecer y construir el Socialismo. Mi enfoque en el nivel micro no responde de manera simplista al énfasis excesivo del Socialismo tradicional en el nivel macro mediante un énfasis excesivo en el nivel micro. El punto es más bien integrar los dos niveles en la teoría y en la práctica para producir una nueva concepción y práctica del Socialismo que pueda criticar y desafiar mejor al Capitalismo en el siglo XXI.
8.2. Propiedad de las EATs Para profundizar en este análisis tomemos a consideración la propiedad de los medios de producción. Pueden coexistir varios acuerdos de propiedad con las EATs. El Estado podría 147
poseer los medios y ponerlos a disposición de las EATs. Si es así, el arreglo podría involucrar solo la propiedad estatal centralizada o quizás alguna combinación de gobiernos estatales, regionales y locales que posean varios tipos y cantidades de medios de producción. Alternativamente, en lugar del Estado, los trabajadores dentro de las EATs podrían ser dueños de los medios de producción que utilizan en el proceso productivo. Podrían hacerlo de forma colectiva o individual. Finalmente, la propiedad de los medios de producción podría ser convencionalmente privada y principalmente individual; por ejemplo, la propiedad podría adoptar la forma de acciones negociadas en un mercado, etc. El punto sobresaliente es que la organización interna de la producción, apropiación y distribución excedentarias en las EATs es diferente y puede coexistir con varias formas de propiedad de los medios de producción. Cualquiera que sea el sistema de propiedad con el que las EATs coexistan e interactúen afectará su evolución (su viabilidad, durabilidad, etc.). En el caso de un Socialismo tradicional que comienza a integrar las EATs en su economía podríamos esperar que la propiedad nacionalizada o socializada fuera el socio a nivel macro de las EATs a nivel micro. Por otro lado, debido a que los socialistas tradicionales han aprendido lecciones críticas sobre la propiedad nacionalizada (quizás en relación con su relación contradictoria con la democracia política), podrían surgir asociaciones alternativas. La propiedad de los medios de producción podría estar parcialmente centralizada y parcialmente descentralizada a nivel regional y local. Tal propiedad podría compartirse entre las entidades estatales en varios niveles y los trabajadores en cada EAT. También podría haber espacio para algunas propiedades, acciones y mercados de valores de individuos privados. Por otro lado, los trabajadores podrían rechazar estas formas de propiedad debido a sus estrechas asociaciones con las economías capitalistas privadas. 148
Presumiblemente las EATs acumularían experiencias y, por lo tanto, llegarían a elegir entre los posibles acuerdos alternativos de propiedad de los medios de producción. En el pasado, la organización capitalista identificó formas de adoptar, adaptarse e inventar diversas combinaciones de propiedad individual, colectiva, corporativa y estatal de los medios de producción. Los defensores de la transición de las empresas capitalistas (privadas o estatales) a las EATs probablemente estarán en desacuerdo y debatirán las fortalezas y debilidades de los acuerdos alternativos de propiedad los medios de producción que podrían coexistir con las EATs. Aquel debate comenzó mucho antes de que el sistema capitalista alcanzase la hegemonía, continúa durante su desarrollo y continuará después. Ha provocado una amplia literatura que debe enriquecer este debate y puede ser cuestionada y repensada para las condiciones y propósitos de un nuevo sistema económico en el que las EATs prevalezcan sobre otras organizaciones de trabajo.
8.3. EATs y mercados Un razonamiento similar se aplica al otro pilar del Socialismo tradicional, la noción de que la planificación estatal debe desplazar a los mercados como mecanismo de distribución de recursos y productos. En ese tipo de Socialismo, ampliado para incluir a las EATs como la organización predominante de las empresas, la planificación gubernamental distribuiría los recursos productivos y dirigiría los flujos de productos entre las EATs. Los planes gubernamentales también regirían la distribución de bienes y servicios a los consumidores. Los intercambios de mercado serían marginados o eliminados en tales combinaciones de Socialismo tradicional y EATs. Sin embargo, esta no es la única forma de vincular a las EATs entre sí y con los consumidores. Los mercados ofrecen otra 149
forma. No deseo ensayar los miles de años de literatura que evalúan los costos y beneficios sociales de los mercados, o los intensos debates del siglo pasado que enfrentaron a los defensores de los mercados capitalistas con los defensores de la planificación socialista. El punto aquí es enfatizar la diferencia entre la microorganización de la empresa y los vínculos de distribución entre las empresas, y entre ellas y los consumidores finales. Las EATs pueden coexistir con la planificación o los mercados, o combinaciones de ambos. Desde Yugoslavia hasta Mondragon y más allá hay ejemplos históricos de los que podemos aprender. Las interacciones de las EATs con los organismos de planificación diferirán de sus interacciones con los mercados. La evolución de las EATs dependerá en parte de si coexisten con la planificación, los mercados o combinaciones de ellos. El punto más importante aquí es que la organización interna de las empresas es diferente del nexo de relaciones entre ellas, y entre ellas y los consumidores. Un argumento básico de la economía neoclásica que prevalece en el mundo actual afirma, e incluso pretende «probar», que los mercados son «más eficientes» de lo que jamás podría ser cualquier intervención gubernamental, especialmente la planificación. No es de extrañar que en las sociedades con Capitalismo de Estado este argumento provocara el contraargumento inverso, alegando una mayor eficiencia de la planificación socialista (a veces expresada como una mayor «racionalidad»). Como sostuve anteriormente, el argumento de la eficiencia depende de identificar y medir todos los costos y beneficios de cualquiera de los mecanismos distributivos. Sin embargo, eso no es, y nunca ha sido posible. Los costos y los beneficios de cualquiera de ellos corren hacia un futuro incognoscible. El proyecto de identificar todas las consecuencias potenciales y medirlas en alguna unidad común es simplemente imposible. 150
De ello se deduce, entonces, que las afirmaciones y los cálculos de eficiencia, y las «pruebas» de ellos, no pueden servir lógicamente para evaluar a los mercados frente a la planificación o la propiedad productiva privada frente a la socializada —o, de hecho, nada en absoluto. La forma en que las EATs llegarán a coexistir con la propiedad productiva privada versus la socializada y a coexistir con los mercados versus la planificación no estará determinada por afirmaciones fantasiosas sobre sus eficiencias comparativas. Se determinará mediante la construcción de sistemas económicos postcapitalistas particulares y específicos a medida que surjan en las transiciones de los sistemas capitalistas tanto privados como estatales hacia algo nuevo.
151
9. Democracia económica y política Hasta este punto he presentado a las EATs en términos de democratización del lugar de trabajo, cambio de operaciones dentro de la empresa y principalmente mediante la reorganización de la producción, apropiación y distribución de los excedentes. En este capítulo me referiré al rol que tomarían las comunidades circundantes en todos sus niveles, desde el local hasta el nacional e incluso el internacional. La reproducción de las EATs es fomentada, facilitada y reforzada por la participación democrática igualmente activa de sus miembros como residentes en el gobierno de sus comunidades locales y regionales. Por definición, una EAT requiere que todos los trabajadores participen plenamente en la dirección de sus empresas; esto será mucho más fácil de lograr y reproducir dentro de las empresas si esos mismos trabajadores están acostumbrados a funcionar de manera similar en la dirección de las comunidades donde residen. Asimismo, la democracia política en la comunidad en general, para que sea más que meramente formal, requiere la democracia económica incorporada en las EATs. Este argumento es tanto teórico como histórico. Nada inspirará y activará más eficazmente a los trabajadores para que se conviertan en participantes informados, competentes y plenos en la gobernanza democrática de las comunidades en las que residen que funcionar de esa manera dentro de sus lugares de trabajo. Sin embargo, el Capitalismo moderno excluye a los trabajadores de la participación democrática dentro de sus empresas. Por lo tanto, la democracia residencial contemporánea (con elecciones basadas en el lugar donde viven los votantes, no en el trabajo) rara vez logra atraer a la masa de personas a la toma recurrente de decisiones políticas democráticas activas. Incluso cuando los trabajadores no están directa o formalmente excluidos de la 152
participación real en el gobierno de sus comunidades, su exclusión de dirigir las actividades donde trabajan tiende a generar en ellos expectativas de exclusión paralela en el lugar donde viven. En tales condiciones, muchos (a menudo la mayoría) de los trabajadores pierden interés en el proceso político y la gobernanza en general. Es por eso que rara vez participan más allá de respaldar a candidatos que parecen representar «al menos algún cambio», o «un mal menor», o «defensores apasionados» de algún tema específico (por ejemplo, control de armas, aborto, matrimonio homosexual, inmigración, etc.). Los hábitos de comportamiento participativo, las suposiciones sobre lo que es apropiado y «normal», las expectativas y los gustos por el poder participativo se desarrollan en los lugares de trabajo y se trasladan a las comunidades residenciales y viceversa. La democracia participativa en cada sitio social depende y fomenta la democracia participativa en el otro. Las EATs necesitan democracia participativa en las localidades, regiones y naciones circundantes para su propia supervivencia y, por lo tanto, la alentarán.
9.1.
Democracia en el lugar de trabajo
Las EATs también estimulan la democracia política de otra manera: desarrollando un argumento ideológico a partir de su propia necesidad de sobrevivir. Las EATs, especialmente en sus primeras etapas de formación y crecimiento, pueden enfrentarse a la resistencia de personas y empresas acostumbradas a la organización capitalista de la producción. Las EATs pueden ser atacadas por ser utópicas, ineficientes, etc. En contra de una gran cantidad de argumentos desdeñosos, los defensores de las EATs ya han desplegado, y lo harán cada vez más, un argumento sobre la democracia. Ese argumento comienza presentando a la democracia como un valor social básico, uno que al menos es 153
respaldado en las sociedades modernas por casi todos. Sin embargo, en contraste, la democracia que se vive realmente en los sistemas electorales basados en la residencia le da a la gente un control extremadamente limitado en el accionar de sus gobiernos. Más allá de las comunidades residenciales, en otra área de la vida social igualmente importante —los lugares de trabajo— no se permite la democracia de ningún tipo. La mayoría de los ciudadanos adultos sanos en la mayoría de los países pasan la mayor parte de su vida activa trabajando y preparándose para los lugares de trabajo. Si la democracia es un valor social fundamental y genuino debe extenderse sobre todo al lugar de trabajo. Sin embargo, los trabajadores de la mayoría de las empresas capitalistas modernas están obligados por ley y/o costumbre a aceptar condiciones laborales sobre las que no ejercen ningún control democrático. Si se niegan, pueden ser despedidos, y la principal opción disponible para ellos es trabajar para otro empleador en condiciones igualmente antidemocráticas. Para la mayoría de los trabajadores de los sistemas capitalistas no hay democracia en los lugares de trabajo donde deben pasar la mayor parte de su vida. Por lo tanto, es vital conectar la transición de las empresas capitalistas a EATs con la extensión de la democracia de la política a la economía. De lo que se trata el establecimiento y difusión de las EATs es de completar la limitada democratización de la sociedad moderna. Mantener la organización capitalista jerárquica de las empresas es, de hecho, la obstrucción de la democratización. Esta línea de argumentación también afirma que la extensión de la democracia a la economía también logra un fortalecimiento crucial de la democracia política. Los trabajadores que deben aprender las habilidades necesarias para participar plenamente en la dirección de sus EATs estarán mucho más inclinados a exigir una participación equitativa en sus comunidades. Asimismo, los trabajadores de las EATs 154
estarán mucho mejor preparados para dicha participación. En resumen, la transición a las EATs fortalecerá la democracia política. Más allá de extender la democracia política a la económica y, por lo tanto, fortalecerlos a ambos mediante el refuerzo mutuo, los detalles de tal extensión merecen consideración. Las decisiones de las comunidades a nivel local y regional afectan a las empresas de innumerables formas. Por ejemplo, los planes de estudio en las escuelas afectan la productividad laboral; los programas públicos de protección ambiental afectan a las empresas al influir en los problemas de enfermedad y ausencia de los empleados; la construcción y el mantenimiento de carreteras afectan los problemas de tráfico de las empresas; las leyes y las decisiones judiciales influyen en las disputas entre empresas y su adjudicación; y la investigación dirigida y financiada con fondos públicos crea nuevos productos y nuevas tecnologías que afectan lo que las empresas producen y cómo lo hacen. En las sociedades capitalistas las empresas han comprendido desde hace mucho tiempo y han respondido a la influencia que ejercen las autoridades políticas sobre sus asuntos. Es por eso que las corporaciones han dedicado porciones crecientes de sus excedentes a realizar lobby y financiar partidos, candidatos y varios tipos de comités de acción política.
9.2. Frenando la democracia Los excedentes capitalistas distribuidos al Gobierno en forma de impuestos han apuntado en gran medida a la reproducción del Capitalismo en general. Los excedentes capitalistas adicionales distribuidos en forma de gastos de lobby y contribuciones políticas han tenido como objetivo apoyar industrias y empresas capitalistas específicas. Los excedentes capitalistas distribuidos en ambas formas han tenido como 155
objetivo mitigar los riesgos políticos sistémicos en los capitalismos estatales y privados. En los sistemas capitalistas privados, las juntas directivas y los principales accionistas de las empresas capitalistas y aquellos a quienes enriquecen han entendido desde hace mucho tiempo que incluso una política democrática limitada basada en el sufragio universal plantea un riesgo sistémico. Los empleados de las empresas capitalistas — que componen junto con sus familias la gran mayoría de la población— podrían encontrar en su fuerza de voto numérico los medios para mejorar su posición económica. En resumen, podrían utilizar la política democrática para reducir y compensar lo que han perdido debido a una economía antidemocrática. Podrían exigir la intervención del Gobierno en la economía en su beneficio y a expensas de las juntas directivas de las empresas capitalistas, los principales accionistas y el 10% superior de los receptores de ingresos y propietarios de riqueza. Los trabajadores, unidos por el efecto político podrían votar por impuestos y regulaciones para promover estos fines. Podrían presionar por el ascenso político de los trabajadores para controlar el Estado y luego, a través del Estado, para controlar e incluso hacerse cargo de la propiedad de las empresas capitalistas. Después de todo, ese fue un impulso importante del Socialismo tradicional durante el último siglo. Aquello clarificó el peligro sistémico potencial que presentaba la política a los capitalistas privados y a los ricos. En los sistemas con Capitalismo de Estado que componían la mayoría de los socialismos realmente existentes, existían riesgos políticos sistémicos similares. Los trabajadores de las empresas capitalistas estatales eran, nuevamente, la mayoría. Si hubiesen estado unidos y concentrados, podrían haber usado su fuerza política numérica para alterar las decisiones económicas sobre qué y cómo producir, y cómo distribuir los excedentes y con qué fines sociales. Podrían haber desafiado el poder y el privilegio de los gerentes y funcionarios políticos que se beneficiaron al controlar su excedente. 156
Tanto el Capitalismo privado como el estatal han tenido que «gestionar» el riesgo sistémico que plantea el potencial de los trabajadores a utilizar la política para limitar, compensar o poner fin a su desventaja frente a las organizaciones laborales antidemocráticas. Los capitalistas privados y estatales gastan porciones de sus excedentes para controlar y mitigar este riesgo. Al igual que destinar partes del excedente para proporcionar seguridad frente a los delincuentes y superar a las empresas competidoras, destinar porciones del excedente para controlar el panorama político es otro costo de las empresas capitalistas. Donde prevalece la empresa capitalista privada se pueden reunir coaliciones dominantes de partidos (o facciones dentro de los partidos) financiadas por capitalistas privados. Los capitalistas tienen que dedicar parte de su excedente a sostener organizaciones políticas, económicas y culturales aliadas para lograr tales coaliciones partidarias. Esto incluye especialmente a las organizaciones culturales que originan y/o difunden teorías, religiones y otras formas de entender el mundo que sirven a sus intereses. Controlar la política requiere moldear cómo la masa de personas entiende el funcionamiento del mundo, lo que el teórico marxista Antonio Gramsci analizó como la construcción de una «hegemonía». Donde prevalecía el Capitalismo de Estado, a menudo había un solo partido principal. Luego, el bloque hegemónico tuvo que ser definido y organizado por capitalistas de estado de entre grupos o facciones dentro de ese partido. Los procesos básicos eran los mismos, pero tenían que ajustarse a las especificidades del Capitalismo estatal en lugar del privado. El punto crucial es que la organización capitalista de las empresas, tanto privadas como estatales, genera contradicciones, tensiones y crisis similares. Los trabajadores, excluidos de la dirección de las empresas capitalistas en las que trabajan, pueden razonablemente recurrir a políticas basadas en la residencia para contrarrestar esa exclusión y sus efectos. El sufragio universal y la democracia política representativa a veces han abierto tales 157
posibilidades dentro de los sistemas capitalistas privados. La tradición y la ideología socialistas a veces hicieron lo mismo dentro de los sistemas capitalistas estatales. Sin embargo, los capitalistas de ambos sistemas también han notado esas posibilidades, las han visto como amenazas y han encontrado formas efectivas de limitarlas y controlarlas. Han construido bloques hegemónicos dentro y fuera del Gobierno para asegurar la reproducción del orden social que preferían. Han impedido que los trabajadores democraticen sus empresas, convirtiéndolas en EATs. Eso, a su vez, ha impedido que los trabajadores y sus intereses dirijan las decisiones sobre qué, cómo y dónde produce la empresa, o cómo distribuir el excedente que produce. Los éxitos de los capitalistas también refuerzan las contradicciones básicas en el corazón de la organización capitalista de la producción. Los trabajadores de ambos tipos de Capitalismo sienten que están excluidos, tanto política como económicamente, de tomar las decisiones clave en lo que son aclamadas sin cesar como «sociedades democráticas» por un lado y «democracias populares» por el otro. Esto conduce a la resignación, a un cinismo cada vez más profundo y a la hostilidad a muchos trabajadores. Tales sentimientos se expresan en un desinterés masivo por la política y la economía —más allá de asegurar el cheque de pago semanal. Las interminables exhortaciones sobre la necesidad de involucrarse, preocuparse y participar en los asuntos cívicos —hechas por los exhortadores oficiales debidamente nombrados en las escuelas, iglesias y liderazgos políticos— se convierten en materia prima para los cómics. Los reaccionarios transforman esas exhortaciones vacías en unos «buenos viejos tiempos» imaginarios que regresarían si tan solo se lograran sus proyectos políticos.
9.3. Democracia y crisis
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La ironía histórica es que la exclusión de la masa de trabajadores de las direcciones económicas y políticas también termina costando enormemente al Capitalismo privado y estatal. Ambas variantes del Capitalismo se abrieron camino hacia grandes crisis en parte debido a esa exclusión; ambos tenían serios problemas derivados de esas crisis por la misma razón. Por ejemplo, durante la Gran Depresión, la combinación de un liderazgo político básicamente conservador republicano y demócrata permitió que el colapso de 1929 descendiera, en 1933, a un desempleo del 25%, un empobrecimiento masivo y un colapso económico inminente. Sin embargo, la masa de trabajadores fue entonces, excepcionalmente, capaz de romper con su resignación, cinismo y desesperación. Bajo el liderazgo del Congreso de Organizaciones Industriales (COI) y de los partidos socialista y comunista canalizaron sus energías en un impulso contrahegemónico unificado, enfocado y movilizado. Roosevelt tuvo que cambiar de rumbo drásticamente. Fue presionado desde abajo para aprobar gastos masivos en beneficio de la base de la pirámide económica. Esta versión invertida de la política económica de «goteo», pagada en gran parte con impuestos a las corporaciones y los ricos, funcionó mucho mejor para superar la crisis que la anterior política de goteo. La hegemonía capitalista privada se había debilitado lo suficiente como para permitir que un serio impulso contrahegemónico llegara lo suficientemente lejos como para forzar un cambio básico en la política económica, e incluso para desafiar al Capitalismo como tal. Para tomar otro ejemplo, considere el segundo gran colapso capitalista en los últimos setenta y cinco años, el que comenzó en 2007. Durante tres décadas antes de que comenzara la crisis, la hegemonía capitalista privada fue lo suficientemente fuerte como para hacer retroceder gran parte del Estado de bienestar socialdemócrata, régimen instalado por Roosevelt. Esa hegemonía alteró radicalmente la distribución de la riqueza y los ingresos, devolviendo al país a los extremos de desigualdad 159
anteriores a 1929. La predecible atrofia de la demanda de los consumidores cuando los salarios reales dejaron de aumentar en la década de 1970 se pospuso por una explosión de la deuda que alcanzó sus límites en 2007 (los salarios reales solo pueden cubrir las crecientes deudas de los hogares durante un tiempo). La hegemonía capitalista contribuyó a la crisis del Capitalismo. Asimismo, los efectos políticos de esa hegemonía debilitaron constantemente al movimiento obrero, así como a los partidos comunista y socialista que se combinaron para producir el empuje contrahegemónico que dio la vuelta a Roosevelt. Así que en los últimos años, a pesar de una crisis capitalista profunda y duradera, seguimos atados a una política económica de goteo tradicional. Finalmente, para tomar un ejemplo del Capitalismo de Estado, consideremos las crisis económicas que estallaron en la década de 1980 en muchos socialismos realmente existentes. Esas crisis movilizaron a una masa de trabajadores que habían acumulado agravios no resueltos contra los capitalistas estatales. En parte debido a su exclusión sistemática de los roles directivos en la economía o en la política, su resentimiento podría movilizarse en apoyo de un retorno al Capitalismo privado. En cierto sentido, fue similar a aquel error cometido por tantos en el COI y en los partidos socialistas y comunistas en la década de 1930 que vieron en el cambio hacia el Capitalismo de Estado la solución a los problemas del Capitalismo privado. El resultado de las crisis en el Capitalismo de Estado podría haber sido muy diferente si los trabajadores hubieran entendido su sistema como una forma específica de Capitalismo. Tal entendimiento podría haber reunido un apoyo masivo para una respuesta muy diferente a las crisis del Capitalismo de Estado de la década de 1980. Esa respuesta habría argumentado que lo que falló en los socialismos realmente existentes no fue ni la propiedad estatal de los medios de producción ni la planificación estatal. Lo que falló fue la organización básica de la producción. 160
En realidad, el Socialismo realmente existente no logró transformar la organización capitalista interna de sus empresas en EATs. Por lo tanto, cuando estalló la crisis, los trabajadores enojados y descontentos se mostraron resentidos y no cooperaron con las medidas de arriba hacia abajo que se les impusieron para hacer frente a la crisis. Esos trabajadores no pudieron superar décadas de exclusión, y no se organizaron para apoyar una estrategia alternativa para superar la crisis. No vieron la manera de defender una política para la crisis del Capitalismo de Estado que enfatizara la transición a las EATs. Las fuerzas de la clase trabajadora en los países capitalistas privados no habían podido responder a sus graves crisis defendiendo la transición a las EATs en la década de 1930. Las fuerzas de la clase trabajadora en los países de Capitalismo de Estado demostraron ser igualmente incapaces de impulsar tal transición en la década de 1980. Es hora de que esas fuerzas presenten esta demanda a nivel micro y agreguen la transición hacia las EATs a sus agendas para el cambio social.
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10. Las EATs en las sociedades modernas Ya sea que las EATs se creen como nuevas empresas o como un producto de transiciones de empresas organizadas de manera diferente, o, más probablemente, ambas cosas, entrarán en relaciones complejas con las sociedades más grandes en las que se desarrollan. Como empresas, necesariamente interactuarán con otras empresas, tanto otras EATs como empresas organizadas de manera diferente (capitalista o no). Tendrán que tratar con el gobierno en todos los niveles. Asimismo, interactuarán con los consumidores y, más ampliamente, con la política y la cultura. En este capítulo, me centraré en la elaboración de estas relaciones y ofreceré un programa específico para ampliar drásticamente el alcance y la presencia social de las EATs. Las EATs interactuarán con otras empresas de múltiples formas. Primero, es posible que los inputs físicos de las EATs deban obtenerse de otras EATs o de otras empresas no-EATs. Del mismo modo, los outputs de las EATs pueden convertirse en inputs físicos para otras empresas, tanto EATs como otras. En resumen, toda sociedad en la que surjan las EATs necesitará organizar sus flujos interempresariales entre las EATs y las empresas organizadas de manera diferente. Los intercambios de mercado negociados por las empresas serían una forma de organizar dichos flujos, la planificación gubernamental sería otra, y todo tipo de combinaciones de mercado y planificación proporcionarían un amplio menú de mecanismos de distribución.
10.1. El éxito competitivo de las EATs Antes de explorar estas relaciones, a lo mejor podría ser útil considerar las afirmaciones de que la competencia entre 162
empresas capitalistas y no capitalistas (incluidas las EATs) necesariamente debe conducir y siempre ha conducido al mismo resultado: el dominio de las primeras y la desaparición de las segundas. Tales nociones que determinan alguna naturaleza unidireccional inherente al desarrollo económico son bastante comunes. Así, por ejemplo, se dice que los monopolios destruyen la competencia y dificultan la entrada al mercado para hacer desaparecer a las pequeñas empresas. Sin embargo, ni la teoría ni la evidencia histórica permiten sostener estas nociones. Las empresas monopolistas de todo el mundo gastan miles de millones al año para asegurar sus monopolios precisamente porque la mayoría comprende su fragilidad. Los monopolios pueden desaparecer y a menudo desaparecen y son reemplazados por la competencia en sus respectivas industrias. De hecho, el monopolio y el oligopolio dan paso a la competencia tanto como a la inversa: por ejemplo, consideremos la historia moderna de las industrias del automóvil, la telefonía, las computadoras, los electrodomésticos y otras industrias estadounidenses. Lo mismo se aplica a los cambios entre organizaciones de grandes y pequeñas empresas. Así como las pequeñas tiendas minoristas desaparecieron a raíz del surgimiento de las cadenas de tiendas y megatiendas como Walmart, donde las personas de ingresos medios y bajos comenzaron a comprar, sucedió lo contrario para los grupos de ingresos altos (que rechazaban comprar en ellas) y para los más pobres (que no podían permitirse comprar en ellas). Los dos últimos grupos compraron cada vez más en pequeños establecimientos minoristas: boutiques para el grupo de ingresos altos y «tiendas de conveniencia» para los más pobres. En muchos países las empresas medianas y pequeñas lograron obtener subsidios, exenciones de impuestos y otros apoyos gubernamentales iguales o superiores a los obtenidos por las grandes empresas. Por lo tanto, revirtieron o detuvieron las
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transiciones de unidades comerciales más pequeñas a unidades más grandes. Si las EATs se organizaran bajo apoyo mutuo y consiguiesen suficiente fuerza política, también podrían prevalecer en la competencia con las empresas capitalistas. El mismo resultado podría producirse si los trabajadores de las EATs resultan ser más productivos que los empleados de las empresas capitalistas. Si las EATs reducen drásticamente la remuneración de los gerentes, eliminan los dividendos y utilizan esos fondos en su lugar para la innovación tecnológica, podrían superar a las empresas capitalistas que no quieren o no pueden hacer lo mismo. Diferenciar con éxito sus productos comercializándolos como el resultado de una organización laboral democrática y no capitalista podría ayudar a las EATs a obtener una ventaja competitiva sobre las empresas capitalistas que se basan en la publicidad convencional. A lo largo de la historia del Capitalismo cuando algunas comunidades establecieron empresas no capitalistas estas a veces demostraron ser bastante capaces de competir con éxito con las empresas capitalistas. El mejor ejemplo en la actualidad es la Corporación Mondragon en España, con más de ochenta y cinco mil trabajadores-socios y cincuenta años de trayectoria de crecimiento (www.mondragon-corporation.com). Por supuesto, a veces la competencia entre capitalistas y no capitalistas produce la derrota de estos últimos. El punto es que ningún resultado intrínseco o necesario de esa competencia es discernible o lógico. La configuración compleja de condiciones económicas, políticas, culturales y naturales se combinarán para determinar tanto el surgimiento de las EATs en las sociedades capitalistas modernas como los resultados de la competencia entre ellas y las empresas capitalistas. Entre esas condiciones se encuentran las formas en que los ciudadanos de esas sociedades entienden a las EATs y su relación con el Capitalismo.
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Representar a las EATs como competidores intrínsecamente fracasados de las empresas capitalistas sirve para excluir a las EATs de la consideración pública como una alternativa al Capitalismo. Bloquea las comparaciones de las fortalezas y debilidades de las EATs con las de las empresas capitalistas. Este esfuerzo por prohibir el debate sobre organizaciones empresariales alternativas en la economía tiene paralelos históricos en la política. Por ejemplo, los monárquicos a veces insistían en que el gobierno democrático representativo era inviable e imposible: necesariamente se disolvería en la anarquía, requiriendo la vuelta a la monarquía. Por tanto, no tenía sentido debatir las fortalezas y debilidades de la monarquía frente a la democracia. De manera similar, aquellos que hoy temen el debate sobre las EATs frente a las empresas capitalistas buscan prevenirlo inventando una supuesta inviabilidad inherente.
10.2. Cuando las EATs y las empresas capitalistas coexisten La aparición de las EATs en las sociedades contemporáneas tendría todo tipo de implicaciones para empresas organizadas de manera diferente. Los trabajadores de empresas capitalistas donde están excluidos de la dirección, donde son explotados, reaccionarán de diversas formas ante la presencia y el crecimiento de las EATs en sus comunidades. Las innovaciones tecnológicas aceptables para las empresas capitalistas pueden no serlo para las EATs. Las EATs se ocuparán de la calidad de las condiciones de trabajo de manera diferente a las empresas capitalistas. En resumen, la entrada de las EATs en la combinación de empresas de una sociedad cambiará todos sus procesos económicos y conflictos y, por lo tanto, su evolución. Los detalles de tales cambios variarán según la cantidad de EATs, sus ubicaciones (en qué industrias y regiones) y cómo interactúan con el resto de la sociedad. 165
Las EATs y las empresas capitalistas, por ejemplo, manejarán sus desafíos y problemas de manera diferente. Considere a una EAT preocupada por el problema de la caída de los ingresos (debido a la falta de demanda, atraso tecnológico o escasez de insumos). Esa EAT bien podría decidir reducir los sueldos y salarios individuales y, por lo tanto, aumentar el excedente disponible para resolver el problema (mediante publicidad, instalando equipos avanzados, asegurando nuevas fuentes de insumos, etc.). Los trabajadores que colectivamente redujeron sus salarios individuales serían los mismos trabajadores que recibieron y utilizaron el excedente aumentado para resolver el problema. En contraste, es más probable que los trabajadores de una empresa capitalista se resistan a tal solución ya que otras personas —los capitalistas que los explotan— recibirían y decidirían qué hacer con cualquier excedente extra obtenido al reducir los salarios individuales. La desconfianza acumulada por los conflictos y las luchas entre capitalistas y trabajadores contribuiría a tal resultado. Por lo tanto, las EATs y las empresas capitalistas probablemente encontrarán e implementarán diferentes respuestas a problemas empresariales similares. Por lo tanto, las sociedades con diferentes combinaciones de EATs y no-EATs evolucionarían de manera diferente. En este punto se puede abordar brevemente un tema en particular que a menudo surge sobre las EATs. ¿Podrían las EATs alcanzar alguna vez el gran tamaño que han alcanzado muchas corporaciones capitalistas modernas multiproducto y multinacionales (tanto privadas como estatales)? Y si es así, ¿deberían hacerlo? En principio, no hay ninguna razón por la que las EATs no puedan alcanzar un tamaño considerable. El problema que enfrentarían posteriormente replicaría el problema de la democracia política con grandes poblaciones. Un voto local para un alcalde es diferente de un voto nacional para un presidente, sin embargo, queda clara la posibilidad de que la 166
democracia política representativa se adapte al tamaño. Un compromiso con la democracia económica encontrará, de igual manera, formas innovadoras de lograr la toma de decisiones democrática en organismos más grandes. Se tiene más facilidad para concebir a las EATs como empresas relativamente pequeñas (menos de mil trabajadores) donde los trabajadores que funcionan colectivamente como su propia junta directiva pueden conocerse personalmente, reunirse en subgrupos y plenarias y llegar a un consenso razonado sobre las decisiones de la dirección. Sin embargo, si una EAT tiene éxito en su producción, encuentra una gran demanda de sus productos y puede integrar a nuevos trabajadores sin problemas en igualdad de condiciones en su aparato de dirección colectiva, puede crecer. Luego enfrentará el mismo problema básico que enfrentan las comunidades que crecen o se fusionan en otras más grandes y, sin embargo, desean mantener su democracia representativa. La gran EAT puede descubrir que sus formas de lidiar con su gran tamaño introducen todo tipo de problemas, límites y compromisos en la dirección colectiva de sus trabajadores. Entonces puede enfrentar (y resolver de diversas maneras) tensiones internas sobre las ventajas y desventajas relativas del gran tamaño. Sin embargo, las EATs pueden posicionarse en contra de aumentar de tamaño. Pueden optar por limitar sus tamaños para lograr una autodirección de los trabajadores conveniente. De hecho, podríamos esperar una tensión constante dentro y entre las EATs en una economía debido a las diferencias entre los trabajadores sobre la cuestión del tamaño óptimo de la empresa. Algunas EATs pueden tener incentivos para fusionarse, mientras que otras se disolverían en empresas más pequeñas. Algo parecido sucede entre las naciones. Suiza se ha resistido al movimiento hacia la unificación europea. Checoslovaquia se dividió en dos naciones, mientras que Alemania unificó sus dos partes. Varias naciones europeas están más o menos 167
entusiasmadas por fusionarse en una sola Europa. También existen movimientos similares en los otros continentes. Las tensiones y los cambios entre las EATs más grandes y las más pequeñas condicionarán a las empresas capitalistas grandes y pequeñas y a las unidades grandes y pequeñas en un sistema global de Estados-nación. Las diferencias de tamaño de las EATs serán el resultado de varios factores. Sin embargo, un factor clave serán las evaluaciones de los trabajadores de las diferencias entre empresas más grandes y más pequeñas. En las EATs los trabajadores decidirán cómo evaluar los costos y beneficios del tamaño. Por el contrario, en las empresas capitalistas, los trabajadores tienen poca o ninguna influencia sobre esta decisión. En general, esa disparidad de influencia ha alimentado la tendencia hacia el Capitalismo megaempresarial, típicamente a expensas de los trabajadores. El surgimiento de EATs cambiaría eso.
10.3. Las EATs y el Estado: flujos económicos Al igual que sus contrapartes capitalistas, las EATs encontrarían en el Estado un proveedor de servicios necesarios para el desempeño empresarial exitoso, un poder impositivo y un regulador. Ambos tipos de empresas estarían preocupadas por aumentar la cantidad y mejorar la calidad de los servicios estatales útiles para sus actividades. Ambos estarían preocupados por mantener o reducir los impuestos que se les cobran. Ambos tipos de empresas estarían interesadas en agregar, dar forma o eliminar regulaciones estatales de acuerdo con sus impactos en el logro de sus respectivos objetivos. A veces, las empresas capitalistas y las EATs pueden encontrar un terreno común, por ejemplo, en el apoyo a la construcción y el mantenimiento de instalaciones de transporte 168
y otra infraestructura por parte del Estado, la investigación financiada por el Estado, la educación pública, etc. Sin embargo, las EATs y las empresas capitalistas a menudo harán demandas contradictorias al Estado. Las luchas por las políticas estatales pueden convertirse en focos de tensión social entre las formas alternativas de organizar la producción. Las EATs se preocuparán, al igual que las empresas capitalistas, de lo que se enseña en las escuelas públicas. En este caso, los dos tipos de empresas perseguirán objetivos diferentes. Las EATs necesitarán que las escuelas enseñen los beneficios y las modalidades del comportamiento colectivo para preparar a los futuros trabajadores para sus puestos en las EATs. Querrán que las escuelas desarrollen las aptitudes y enseñen las habilidades para que un trabajador sea también un director de empresa. Por lo tanto, los planes de estudio deben enfatizar cómo reconocer y diagnosticar los problemas de la empresa en su conjunto, basarse en disciplinas y teorías analíticas alternativas para diseñar soluciones, diseñar planes a corto y largo plazo para el cambio y el crecimiento de la empresa, dividir las tareas en subtareas y coordinar a los responsables de las subtareas, etc. En resumen, las EATs necesitan que las escuelas públicas enseñen a todos los estudiantes cómo diseñar y dirigir actividades de grupos grandes y cómo dar y recibir órdenes dentro de una comunidad de iguales. Estos nunca han sido los objetivos de la mayoría de las escuelas públicas en economías donde prevalecen las empresas capitalistas. En cambio, las escuelas públicas y privadas para los ricos brindan educación diseñada especialmente para directores, gerentes superiores y su personal profesional y aliados. El grueso de las escuelas públicas proporciona los elementos básicos que necesita la masa de trabajadores —lectura, escritura y aritmética—, así como el acondicionamiento social para seguir las órdenes de sus directores y gerentes en las empresas capitalistas. 169
En el sentido más amplio, las EATs y las empresas capitalistas se encontrarán en una competencia que se extiende más allá de la economía (capturando participación de mercado, mayores ganancias, tasas de crecimiento más rápidas) para atraer instituciones políticas y culturales como el Estado. Las demandas contrapuestas sobre la educación pública, por ejemplo, llevarán a ambas partes a buscar apoyo público y aliados políticos. Cada lado presionará al Estado para que responda a su agenda de políticas estatales, gastos estatales, impuestos y regulaciones. La coexistencia de las EATs y las empresas organizadas de otro modo presionará a cada una para que supere a la otra. Cada uno buscará la ayuda del Estado para este fin. Cada uno se verá amenazado por los éxitos del otro. La celebración ideológica de la competencia típica en sociedades con empresas principalmente capitalistas bien puede quedar silenciada cuando esa competencia se amplía para incluir a las EATs Las EATs se diferenciarán de las empresas capitalistas en las decisiones que tomen con respecto a la ubicación de la producción. Será menos probable que las EATs resuelvan los problemas de sus empresas reubicando la producción en lugares distantes. Los directores de las EATs son los mismos trabajadores que perderían sus trabajos por reubicación o sufrirían sus costos materiales y psíquicos. Los cierres de plantas, la subcontratación, la exportación de empleos, etc., ocurrirían en casos extremos, y solo si iban acompañados del apoyo estatal para todos los ajustes involucrados. Las corporaciones capitalistas pueden disfrutar de una ventaja competitiva sobre las EATs debido a su flexibilidad mucho mayor para reubicar la producción y así aprovechar salarios más baratos, controles ambientales laxos y otras oportunidades de ganancias. Esto probablemente provocaría intensas luchas entre las empresas capitalistas, las EATs y sus partidarios sobre cómo evaluar los mayores costos y beneficios sociales de reubicar la producción en lugar de encontrar otras vías para resolver los problemas empresariales. 170
Para tomar un ejemplo histórico: durante muchos años los capitalistas compitieron contratando mano de obra infantil mal remunerada y utilizando tecnologías que contaminaban el aire y el agua. Finalmente, una oposición masiva hizo que estas estrategias fueran más difíciles de seguir o, en algunos casos, ilegales. Los capitalistas tuvieron entonces que encontrar otras formas de resolver sus problemas competitivos. Se quejaron amargamente de que se habían bloqueado importantes medios de crecimiento competitivo. Pero eventualmente cumplieron o se reubicaron para evitar el cumplimiento. Muchos de los capitalistas que se quedaron y cumplieron encontraron otras estrategias competitivas, algunas de las cuales resultaron más ventajosas que el trabajo infantil o las tecnologías tóxicas. La llegada de las EATs cambiaría la clásica dicotomía de deslocalización empresarial entre trabajadores, sindicatos y partidos de izquierda, por un lado, y capitalistas que exigen la máxima libertad de la interferencia Estatal en sus decisiones de relocalización por el otro. Con las EATs habrá demostraciones de viabilidad y, en algunos casos, la superioridad de resolver los problemas empresariales de formas distintas a la reubicación. La supervivencia de las EATs a lo largo del tiempo, especialmente en industrias y regiones que las empresas capitalistas han abandonado, socavaría los argumentos de los capitalistas a favor de su libertad para reubicarse. Finalmente, podemos anticipar la posible objeción de que el compromiso de las EATs de retener y construir instalaciones y sistemas de producción locales «privarían» a las naciones menos desarrolladas de los trabajos industriales que de otro modo podrían haber ido allí. Los capitalistas que llegan luego de haber asegurado todo tipo de costosos beneficios de los gobiernos locales en aprietos financieros quedan, entonces, al descubierto. Nunca pierden el interés por las nuevas posibilidades de reubicación. El registro histórico está lleno de ejemplos de los beneficios positivos de la llegada de empresas capitalistas que se 171
compensan con las consecuencias negativas de su posterior reubicación unos años más tarde. En lugar de exportar el modelo laissez-faire de empresa capitalista (junto con las empresas capitalistas mismas), todas las naciones estarían mejor atendidas si exportáramos el modelo EAT. Los países menos desarrollados, incluso más que los desarrollados, necesitan empleos seguros y estables en empresas que no maniobren para obtener exenciones de las regulaciones sobre salarios, condiciones de trabajo y medio ambiente. Si existe un compromiso genuino para ayudar al desarrollo económico en los lugares que más lo necesitan, el modelo EAT sería mucho más preferible a facilitar la competencia capitalista y su «competencia salvaje» entre todas las economías.
10.4. Las EATs y el Estado: flujos políticos En la sección 7.1 distinguí un tipo de trabajador dentro de una empresa, cuyo trabajo produce un excedente, de otro tipo cuyo trabajo permite la producción de excedentes. Ilustré la distinción comparando a los trabajadores del software que producen nuevos juegos con los limpiadores que limpian el espacio de trabajo cada noche. Productores y facilitadores: los dos tipos de trabajadores, sostuve, tienen algunas características comunes y algunas distinciones. Todos son empleados de una empresa, pero se relacionan de manera diferente con la reproducción de la empresa. El primer grupo produce los productos que contienen el excedente (el exceso del valor agregado por esos trabajadores sobre el valor que se les paga como sueldos y salarios). El segundo grupo, los facilitadores, proporciona condiciones cruciales para que trabajen los productores de excedentes. Llevan registros, brindan seguridad, mantienen condiciones limpias, brindan asesoría legal y realizan
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otras innumerables tareas tan importantes para la reproducción de la empresa como la producción de sus productos. Sobre la base de los puntos en común y las diferencias entre estos dos tipos de empleados de la empresa desarrollé una especificación de sus respectivos roles dentro de una EAT. Hasta cierto punto, esta es una descripción de la relación política entre los dos tipos de trabajadores dentro de las EATs. En contraste, los capitalismos privados y estatales han tendido a borrar esta distinción. Todos los trabajadores son tratados como «colaboradores» o «proletarios» o «empleados» indiferenciados. Cuando, a veces, se reconoce una diferencia, se relega a un estado secundario analíticamente, por ejemplo, distinciones como «cuello blanco» versus «cuello azul», o trabajadores «mentales» versus «manuales». En mi análisis, sin embargo, la diferencia entre los dos tipos de trabajadores es crucial, especialmente para analizar sus relaciones políticas dentro de las EATs y las relaciones políticas entre las EATs y sus comunidades circundantes. Para que una empresa sea una EAT, se deben cumplir dos condiciones definitorias. Primero, no puede haber explotación — ninguna apropiación y distribución de un excedente por nadie más que sus productores directos. Los productores de excedentes colectivos son igualmente los apropiadores y distribuidores colectivos. En segundo lugar, debe haber una dirección democrática de la empresa por parte de ambos tipos de trabajadores. Por lo tanto, tanto los trabajadores que producen excedentes como los que habilitan los excedentes deben tomar juntos —colaborando democráticamente— ciertas decisiones clave de dirección. Deben decidir qué tanto excedente debe producirse y cuánto trabajo excedente realizarán los trabajadores que producen excedentes. También deben decidir qué productos se producirán, cómo se hará tecnológicamente y dónde se hará geográficamente. Finalmente, también deben decidir cómo los
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productores/apropiadores distribuirán el excedente apropiado: en qué proporciones, a quién y con qué fines. Para satisfacer estas condiciones, una EAT necesita una junta directiva que incluya los dos tipos de trabajadores: los productores de excedentes y los facilitadores. Tal junta asignaría la tarea de apropiarse y distribuir el excedente exclusivamente al subgrupo de trabajadores que producen excedentes. Eso asegura la ausencia de explotación dentro de la EAT. Toda la junta, tanto los productores de excedentes como los facilitadores, tomaría de manera colaborativa y democrática todas las demás decisiones de dirección. Eso asegura la autodirección democrática de los trabajadores19. Ahora necesito extender y expandir esta discusión sobre la colaboración democrática entre los dos tipos de trabajadores dentro de las EATs para dirigir la empresa. Mi objetivo es especificar una relación igualmente democrática entre ambos tipos de trabajadores dentro de una EAT y en sus comunidades circundantes (locales, regionales y nacionales). Una base para esta especificación es que tales comunidades deben lidiar con los resultados de las decisiones y actividades de las EATs. La otra base es que las EATs se ven afectadas por las condiciones y actividades de las comunidades circundantes y las decisiones de dirección tomadas por sus órganos democráticos representativos de gobierno. Los valores democráticos que animan el concepto y el movimiento social en pro de las EATs requieren que las Esta división dentro de las EATs es similar a la división típica dentro de las juntas directivas capitalistas. En este último, las personas que son simultáneamente altos directivos (como directores ejecutivos) y miembros de la junta directiva de una corporación están excluidas de una función clave de la junta: no pueden formar parte del comité de compensación que negocia el salario de los altos directivos. El objetivo es reducir los conflictos de intereses problemáticos internos de la corporación. Las EATs excluyen a los habilitadores de excedentes de la actividad de la junta de apropiarse y distribuir el excedente. El objetivo es evitar un conflicto de intereses — cualquier relación de explotación— entre ellos. 19
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comunidades y las EATs se vuelvan democráticamente interdependientes. El principio rector debería ser que los residentes y los trabajadores participen en las decisiones de los demás en la medida en que cada uno se vea afectado por las decisiones del otro. Si los residentes están organizados en una democracia representativa, sus representantes deben participar en la dirección de las EATs con las que son interdependientes. Asimismo, todos los trabajadores dentro de una EAT deben participar ellos mismos, o mediante representantes, en las decisiones que tomen los órganos de gobierno basados en la residencia. Las modalidades particulares de esta codeterminación democrática entre empresas y comunidades residenciales, por supuesto, serán elaboradas, desafiadas y ajustadas en las formas en que las personas involucradas decidan. Habrá tensiones, debates y luchas sobre esas modalidades, al igual que ha habido sobre cualquier otro sistema político. Sin embargo, estos reflejarán las condiciones específicas de las EATs y las comunidades residenciales gobernadas democráticamente. En sociedades donde las EATs son la organización de producción predominante, los capitalistas ya no ocuparán una posición política crucial. El uso que hacen los capitalistas de los excedentes que se apropian ya no dominará la política. Ya no tendremos capitalistas haciendo un uso político de los recursos típicamente a su disposición —los excedentes que se apropian. En cambio, la comunidad de trabajadores que dirigen las EATs será el socio político predominante de los órganos de gobierno basados en la residencia. Dos comunidades diferentes pero superpuestas —una basada en el trabajo en la EAT y otra basada en la residencia— podrían entonces unir la democracia económica y la democracia política. Podrían finalmente lograr una democracia genuina, una que bajo el Capitalismo nunca pudo ir más allá de un formalismo electoral muy limitado. 175
11. El programa y el personal incrementar el número de EATs
necesarios
para
Hay muchas formas de aumentar la presencia y los efectos de las EATs en las sociedades modernas. En este capítulo, presento algunas de ellas, principalmente para demostrar su disponibilidad, practicidad y rentabilidad. La mayoría de estas son formas de avanzar en los Estados Unidos respondiendo a las oportunidades políticas de hoy. Por supuesto, esas oportunidades varían de un lugar a otro dentro de los Estados Unidos y más allá. Están en constante cambio. Por tanto, la siguiente discusión se mantendrá a un nivel bastante general.
11.1. Un programa de contratación pública La crisis capitalista que se apoderó del mundo a fines de 2007 ha dejado un legado de desempleo. En Estados Unidos el desempleo prácticamente se ha duplicado y hasta ahora se ha resistido a todos los esfuerzos para devolverlo a los niveles anteriores a la crisis. Además, esos niveles ya eran asombrosamente preocupantes. Millones de trabajadores desempleados coexisten con más de un 20% de capacidad productiva no utilizada (según lo informado por la Reserva Federal). Por lo tanto, se perdió una enorme producción potencial en un sistema capitalista que la necesitaba para abordar problemas sociales urgentes. Millones de hogares han sido embargados, la educación interrumpida y tanto las relaciones como la salud han sido dañadas por el alto y continuo desempleo y el subempleo. Cuando la economía estadounidense sufrió su último gran colapso capitalista, el presidente Roosevelt emprendió un programa de contratación pública para reducir el desempleo 176
masivo. Desde 2007, el programa alternativo preferido por las administraciones de Bush y Obama —incentivos gubernamentales para que los capitalistas privados contraten trabajadores— claramente no ha logrado resolver el problema. Un programa de contratación pública podría marcar una gran diferencia para superar o al menos reducir la disfuncionalidad de un sistema capitalista que no puede proporcionar empleos a las personas que quieren y necesitan trabajar. Además, un programa de contratación pública también podría brindar nuevas libertades de elección y oportunidades a los trabajadores al incorporar EATs. A diferencia del enfoque de Roosevelt en la década de 1930, un programa de empleo actual debería incluir disposiciones para proporcionar cierto capital inicial a los trabajadores que estén dispuestos a comprometerse con el establecimiento de EATs. Aprendiendo del ejemplo de la exitosa Ley Marcora de 1985 en Italia, que permitió a los trabajadores hacerse cargo de empresas que estaban en crisis, el gobierno de los Estados Unidos podría ofrecer a los trabajadores desempleados aquí una opción similar. En lugar de un pago regular por desempleo durante un determinado período periodo, podrían optar por obtener el total de dichos pagos por adelantado como capital inicial para una EAT. La condición sería que conformaran un grupo de desempleados dispuestos a tomar la misma decisión y juntaran los fondos para la EAT. Muchas ventajas podrían derivarse de un programa de este tipo. Utilizaría fondos del gobierno no solo para sostener a los desempleados, sino más bien para ayudarlos en su transición inmediata y auto-motivada de regreso al empleo productivo. Por lo tanto, es más bien un programa que redirige los fondos existentes hacia mejores resultados. Podríamos esperar un mayor compromiso con el éxito de la EAT por parte de los trabajadores involucrados, dado que su fracaso no generaría beneficios de desempleo para tales trabajadores y que sus 177
beneficios potenciales irían mucho más allá de los salarios. Además, un programa experimental de este tipo podría proporcionar a las personas ejemplos concretos e inmediatamente observables de EATs. Podrían examinar y considerar una organización de producción diferente: un entorno de trabajo personal muy diferente de la empresa capitalista jerárquica tradicional. Por primera vez en la historia de Estados Unidos los trabajadores comenzarían a adquirir cierta libertad para elegir entre experiencias laborales alternativas. Para que esa libertad de elección se convierta en una realidad para la mayoría de las personas las EATs tendrían que proliferar rápidamente desde el primer momento en este programa de empleo público. Sin duda, las nuevas EATs habilitadas por alguna adaptación de una ley al estilo de Marcora requerirían todo tipo de apoyo gubernamental. Estos pueden incluir, por ejemplo, asistencia técnica, acceso a crédito subsidiado o garantizado, exenciones de impuestos temporales, compra preferencial de bienes y servicios a las EATs por parte de las agencias gubernamentales, etc. La justificación para proporcionar tales apoyos potenciales para las EATs es muy similar a la justificación de los apoyos reales que se brindan ahora a las pequeñas empresas, las empresas propiedad de minorías y las empresas en países menos desarrollados que reciben asistencia: es de nuestro interés colectivo hacerlo. En este caso, el interés radica en avanzar hacia una auténtica libertad de elección entre organizaciones de producción alternativas: trabajar dentro de EATs organizadas democráticamente o empresas capitalistas. La elección entre diferentes experiencias en el lugar de trabajo no es la única libertad nueva que podemos anticipar. Con la difusión de las EATs, los consumidores también adquirirían nuevas libertades de elección. Por ejemplo, si los mercados fueran el medio de distribución entre empresas y consumidores, la coexistencia de empresas capitalistas y EATs permitiría a los consumidores elegir entre sus respectivos productos. Así como 178
los consumidores estadounidenses pueden (en ocasiones) seleccionar productos que sean «orgánicos», de «comercio justo» o fabricados en países en vías de desarrollo, cuando las EATs se vuelvan comunes ellos podrían seleccionar productos fabricados en empresas organizadas de forma alternativa. Si los gobiernos exigieran que las etiquetas de los productos reflejen la organización de su producción, las compras a las EATs por parte de los consumidores serían votos a favor de las EATs en contra de las empresas capitalistas. Finalmente, considere los beneficios mutuos de una posible alianza entre los partidarios de las EATs y los partidarios del «Green» New Deal. Podrían presionar conjuntamente por un programa de empleo público que aborde sus dos objetivos. Ambos también podrían unirse a aquellos interesados en otros productos específicos que un programa de empleo público podría tener como objetivos (por ejemplo, cuidado de niños y ancianos, enriquecimiento cultural del tipo logrado por la Works Progress Administration en la década de 1930, etc.). La fuerza política de tal alianza podría acercarse a la de la alianza entre el COI y los partidos socialistas y comunistas en la década de 1930, que logró el programa de contratación pública más masivo en la historia de los Estados Unidos, cubriendo más de doce millones de puestos de trabajo entre 1934 y 1941.
11.2. Alianzas con los movimientos cooperativos Existe una larga historia en los Estados Unidos y en muchos otros países de empresas cooperativas —incluidas las cooperativas de trabajadores o productores. En muchos casos, se han creado y sostenido durante varios años asociaciones que atienden diversas necesidades de estas cooperativas. Un movimiento a favor de las EATs debería buscar alianzas con el movimiento cooperativo existente. Las campañas inmediatas de 179
leyes que faciliten el crecimiento y la viabilidad de las cooperativas existentes podrían ser la base para obtener, a cambio, el apoyo de las cooperativas existentes para la formación de nuevas EATs. Por ejemplo, podría haber una campaña conjunta para una versión estadounidense de la Ley Marcora y un cambio en el código tributario para aliviar la carga tributaria de las cooperativas existentes. Es necesario alentar a las escuelas de negocios y otras escuelas a impartir cursos sobre cooperativas como una forma de negocios que los estudiantes pueden aprender y a la que pueden aspirar. Finalmente, los partidarios de las EATs deberían considerar un esfuerzo electoral común. Incluiría, por un lado, las organizaciones cooperativas existentes, sus clientes y sus simpatizantes. Por otro lado, estarían aquellos que se sintieron atraídos por las EATs como parte central de la solución a las crisis del Capitalismo y sus consecuencias a largo plazo. Combinando fuerzas, bien podrían enmarcar un programa y una campaña para elegir candidatos favorables a la construcción de un sector cooperativo grande y en crecimiento de la economía.
11.3. Alianzas con los movimientos sindicales Los sindicatos que luchan con los empleadores capitalistas necesitan armas adicionales para revertir su largo declive en número e influencia social. Una nueva relación con las cooperativas de productores existentes y el movimiento social pro-EAT podría ayudar a cambiar aquel rumbo. Las huelgas, boicots y otras acciones contra los empleadores capitalistas podrían fortalecerse si existieran instituciones y mecanismos que brinden a los trabajadores involucrados en tales acciones una nueva opción estratégica creíble. Supongamos que los trabajadores pudieran dejar de trabajar para un empleador capitalista insatisfactorio y trabajar fácilmente en un entorno 180
cooperativo. Supongamos que mucho antes de que las quejas con capitalistas particulares se convirtieran en tales acciones, los sindicatos comenzaran a trabajar con las instituciones cooperativas existentes y el movimiento social pro-EAT para prepararlos para competir mejor con las empresas capitalistas. Supongamos que se establecieran cooperativas de productores pequeñas y modestas. Las empresas capitalistas tendrían que preocuparse por tales competidores no capitalistas no solo en términos del precio y la calidad de sus productos competidores y su crecimiento potencial. Tendrían una nueva preocupación: competir con una empresa que ofrece una organización interna alternativa, una experiencia laboral diferente, una visión diferente y un camino hacia un nuevo sistema económico. En estas condiciones, cuando los capitalistas provoquen, amenacen o impongan huelgas, cierres patronales, cierres de plantas o reubicaciones, se enfrentarán a una nueva respuesta. En lugar de que los trabajadores y los sindicatos ansiosos decidan entre ceder o luchar frente al posible engaño del capitalista, su alianza con las cooperativas y un movimiento a favor de las EATs les da a esos trabajadores y a su sindicato una nueva arma en su lucha. Están listos para hacerse cargo y operar la planta o empresa. Han reunido la experiencia, construido la conciencia y el entusiasmo de sus miembros por tal esfuerzo, cultivado conexiones con otras cooperativas a nivel local, nacional e internacional, y tal vez incluso acumulado reservas de capital o crédito para contraamenazar a los capitalistas de una manera nueva y potencialmente revolucionaria. Las cooperativas, los sindicatos que luchan diariamente contra los empleadores capitalistas y los críticos del Capitalismo que se multiplican rápidamente, revelados e inspirados por el movimiento Occupy Wall Street, podrían dar forma a una nueva versión de las pasadas alianzas de sindicalistas y progresistas. Esta vez, la alianza podría fusionarse en torno a instituciones de trabajadores alternativas concretas —las EATs— desarrollándose 181
junto con las luchas de los sindicatos con los empleadores capitalistas. El anuncio de octubre de 2009 de un acuerdo entre el Sindicato Unido de Trabajadores del Acero y la federación de cooperativas de productores de Mondragón en España refleja un interés inicial importante en algunas de estas posibilidades. Deberían explorarse muchas más alianzas en ese sentido.
11.4. Los «intelectuales orgánicos» del movimiento pro-EAT El movimiento Occupy Wall Street movilizó a un número considerable de trabajadores jóvenes. Se han sentido conmocionados, deprimidos y enojados por los resultados que el Capitalismo contemporáneo les ha estado brindando durante décadas. Se habían anticipado y se habían educado para calificar para trabajos, ingresos y estilos de vida que ya no están disponibles y que no regresarán en el corto plazo. La venganza de la derecha fue movilizar a sus electores para rechazar, y si era posible borrar, lo que demonizaba como el «liberalismo»20 de la década de 1960 y los restos del New Deal. La derecha prometió que la prosperidad seguiría el predominio político de la economía neoliberal (incluida la desregulación del mercado, la privatización y una mayor aniquilación de los sindicatos y la izquierda). Prometía un regreso a unos «buenos viejos tiempos» idealizados basados en la reversión a un conservadurismo social construido sobre el fundamentalismo religioso. La última fase del Capitalismo de globalizaciónmonopolización-financiarización desde la década de 1970 necesitaba controlar al Estado a su servicio y, por lo tanto, requería una base política de masas. El Partido Republicano reunió a los habituales grupos blancos, conservadores, rurales, Tener en cuenta que «liberal» en inglés tiene otra connotación que «liberal» en español. El liberal en el contexto estadounidense se refiere, sobre todo, a personas de izquierda progresista indefinida (N. del T.). 20
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suburbanos, de pequeñas empresas y diversos nacionalistas para asegurar esa base. Pero la mayoría de sus partes constituyentes se estaban reduciendo en tamaño y compromiso con el partido. Solo los fundamentalistas religiosos socialmente conservadores estaban creciendo y parecían dispuestos a proporcionar militantes en apoyo de los republicanos. Al mismo tiempo, el estancamiento de los salarios reales después de la década de 1970, el aumento de las horas de trabajo de cada vez más miembros de la familia, el aumento de las deudas personales y la reducción de los sindicatos contribuyeron a alejar a la base masiva de la clase trabajadora del Partido Demócrata del activismo y el compromiso políticos. El partido se volvió más dependiente del apoyo financiero de las grandes empresas y demostró ser incapaz o no querer evitar cambios políticos hacia la derecha en las políticas gubernamentales. Desde un punto álgido de intensa actividad en la década de 1960, los movimientos de izquierda y centro-izquierda en general, los que abogan por al menos algunos cambios básicos en la distribución de la riqueza y el poder de Estados Unidos, entraron en un profundo declive, y sus líderes y militantes a menudo cayeron en la inactividad o se deprimieron21. El colapso de los socialismos realmente existentes en todo el mundo a fines de la década de 1980 reforzó el declive. No parecía haber alternativa a un Capitalismo privado resurgente que pregonase su inevitabilidad incluso con más fuerza y confianza en sí mismo. Por más desanimadas que se sintieran la izquierda y la centro-izquierda en los Estados Unidos y en otros lugares, estas nunca desaparecieron. Los izquierdistas vieron después de la década de 1970 cómo se cumplían prácticamente todas las predicciones críticas de las tendencias destructivas del Lo que no se detuvo fueron los movimientos a menudo intensos, pero con una definición y enfoque más estrechos, como los que se oponen al racismo, el sexismo y la homofobia, y a favor de los derechos de los inmigrantes y el ambientalismo. 21
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Capitalismo. Estos incluían la concentración de capital en unidades cada vez más grandes, la financiarización desenfrenada y el imperialismo (rebautizado como «globalización» para enmascarar la constante deslocalización de los trabajos de manufactura y luego de los sectores de servicios fuera de los Estados Unidos), así como guerras, burbujas especulativas y masivas crisis capitalistas. La ira y la frustración se acumularon en la izquierda. Con la expansión nacional e incluso internacional asombrosamente rápida del movimiento Occupy Wall Street a fines de 2011 se comenzó a cristalizar un movimiento de protesta explícito. El movimiento Occupy rompió décadas de resignación de la izquierda sobre la posibilidad y el potencial apoyo masivo para desafiar el resurgimiento del Capitalismo privado. La crítica de Occupy se centró en la inaceptable concentración de riqueza y poder en el Capitalismo. Dio la bienvenida y articuló explícitamente los desafíos directos al Capitalismo. Reabrió la comunicación con el movimiento sindical en declive en aras de la colaboración activa y el refuerzo mutuo. Reabrió las conexiones y reactivó el interés en lo que se necesitaba aprender de los movimientos anticapitalistas más antiguos. Occupy reabrió un debate explícito sobre los costos sociales del Capitalismo. En los Estados Unidos y más allá, se reveló que el rey capitalista estaba desudo. La pregunta sistémica «¿Qué hacer?» estuvo de nuevo en la agenda. Occupy abrió el espacio y la urgencia de esa cuestión en millones de mentes. Y si las experiencias de la primera ola socialista del siglo XX no son modelos aplicables hoy en día, ¿qué hay de ellas que vale la pena preservar, rechazar o rediseñar? ¿Qué nuevas contribuciones para concebir una alternativa postcapitalista pueden ayudar a enfocarse y construir sobre lo que comenzó Occupy Wall Street? Parte de la respuesta a estas preguntas cruciales es el concepto y el movimiento de las EATs, que pueden dirigirse a los que están activos o inspirados en las luchas de Occupy 184
precisamente porque las EATs surgen del Socialismo tradicional pero también van mucho más allá. Las EATs representan una crítica básica al Capitalismo —tanto privado como estatal— y también una alternativa concreta a ellos. Sin embargo, es necesario desarrollar y difundir los análisis que muestran y elaboran estos puntos. Una nueva alternativa social basada en EATs necesita sus «intelectuales orgánicos» —para tomar prestada una idea poderosa de Antonio Gramsci— si se quiere realizar. Por intelectuales orgánicos me refiero, en parte, a aquellos que ven a las EATs como posibles piezas centrales de un nuevo movimiento social para las sociedades modernas. También me refiero a individuos lo suficientemente inclinados y capacitados para encontrar medios efectivos para comunicar su entusiasmo y así construir tal movimiento. La izquierda siempre ha existido en tensión entre dos dimensiones básicas. Por un lado, la izquierda necesita y desea ser concreta y práctica, tener los pies en la tierra, con respuestas directas a las necesidades inmediatas de las personas y soluciones a los problemas de hoy. Por otro lado, necesita tener y proyectar sus dimensiones utópicas. Entre ellos se incluyen sus visiones de lo que podría resolver no solo los problemas de hoy, sino más bien las condiciones estructurales subyacentes que los siguen regenerando. Las dimensiones utópicas también incluyen una visión clara de un conjunto alternativo de condiciones estructurales que la gente cree que podrían funcionar y, por lo tanto, vale la pena luchar por ellas como alternativa a un status quo en deterioro. El Capitalismo ha generado sus propios intelectuales orgánicos. En los Estados Unidos y en otros lugares los departamentos académicos de Economía han trabajado para capacitarlos tanto a nivel de pregrado como de posgrado. Los cursos de pregrado se centran principalmente en la extraordinaria excelencia del Capitalismo en la asignación de recursos escasos entre demandas en competencia y la 185
generación de distribuciones de ingresos que recompensan justamente a todos los que contribuyen a la producción. Los programas de posgrado en Economía elevan tales afirmaciones utópicas a modelos formalizados que pretenden mostrar cómo y por qué el Capitalismo produce un equilibrio general óptimamente eficiente que maximiza el bienestar de todos los participantes del mercado22. Los intelectuales orgánicos del movimiento pro-EAT pueden presentar tanto posibilidades prácticas (como se desarrolló en la sección 10.1) como visiones utópicas de un Socialismo que es mucho más democrático que los ejemplos estándar del siglo XX. Al hacerlo, es posible que puedan persuadir al movimiento Occupy y a los millones de involucrados de que las EATs pertenecen a la agenda para el cambio social. El programa para incrementar las EATs necesita apoyar y construir —en universidades, sindicatos, movimientos sociales y más allá— las reuniones, discusiones, cursos y centros que puedan generar y capacitar intelectuales orgánicos.
11.5. Un nuevo partido político independiente A medida que las EATs crezcan y proliferen, adquirirán y desarrollarán intelectuales orgánicos que producirán y elaborarán sus críticas al Capitalismo y sus programas de alternativas sociales. Dadas las dificultades del Capitalismo Precisamente porque los departamentos de Economía académica enfatizan las afirmaciones utópicas sobre la tendencia del Capitalismo a optimizar la eficiencia y la justicia económica los cursos en sus dimensiones prácticas han sido relegados a una ubicación académica diferente: las escuelas de negocios. Para una discusión de los paradigmas actualmente en disputa de la teoría y el análisis económicos defendidos por economistas hegemónicos y contrahegemónicos ver Wolff, R. & Resnick, S. (2012). Contending economic theories: Neoclassical, Keynesian, and Marxian. Londres: MIT Press. 22
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contemporáneo el apoyo probablemente ampliará y profundizará una lucha por un cambio social básico que involucre a las EATs como un componente principal. De este modo, surgirán las condiciones para que un partido político defienda ese cambio y compita por el poder gubernamental para lograrlo. Ningún partido importante muestra actualmente la menor inclinación a ir en esa dirección. Los pequeños partidos de izquierda pueden hacerlo, individualmente o en grupo. O quizás sea necesario desarrollar un nuevo partido independiente. En cualquier caso, las arenas electorales modernas, a pesar de sus obstáculos estructurales al cambio social básico, son simplemente otro lugar donde la crítica social y la defensa de las EATs deben articularse. Los partidos políticos pueden lograr avances legislativos para la expansión social de las EATs. Las elecciones y las legislaturas representativas no son los únicos, ni necesariamente los lugares centrales para las luchas por el cambio social, pero dejarlas a los enemigos del movimiento proEAT es tácticamente innecesario y estratégicamente imprudente.
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CONCLUSIONES La palabra «cura» en el subtítulo de este libro merece un comentario calificativo. No significa algún estado de finalización, un fin a los problemas, contradicciones y más cambios. Al contrario, significa pasar de un conjunto de problemas que se han vuelto cada vez más insoportables a un conjunto nuevo y diferente que preferimos. Las EATs, y un sistema económico basado en ellas, sin duda tendrán contradicciones y tensiones. La gente involucrada en ellos luchará por ellos, al igual que la gente ha luchado en y sobre las contradicciones del Capitalismo. Sin embargo, las luchas por las EATs serán diferentes de aquellas por las organizaciones de producción capitalistas (u otras explotadoras) porque ya no involucrarán las tensiones y conflictos entre las personas que producen y las que se apropian de los excedentes. De manera similar, debido a que un sistema de EATs probablemente tendrá mucha menos desigualdad de ingresos entre los participantes en el trabajo de las empresas, esa desigualdad también figurará de manera mucho menos prominente en sus luchas. Para considerar un paralelo histórico, la cura de la emancipación de la esclavitud no significó que los exesclavos dejaran atrás los problemas económicos o de otro tipo. Ya no luchaban por los problemas asociados con ser propiedad de otras personas; en cambio, se involucraron con nuevos problemas. En Estados Unidos, eso significó entrar en un sistema capitalista y enfrentar nuevas formas de violencia racista, explotación y exclusión económica. Las luchas en y sobre el Capitalismo reemplazaron las viejas luchas en y sobre el Esclavismo. Sin embargo, un claro consenso global considera la transición de los sistemas esclavistas a los capitalistas como un gran monumento al progreso, uno que debe extenderse y hacerse irreversible. 188
Reconocer los límites y las contradicciones de las transiciones de un sistema económico o social a otro puede acompañar de manera útil el compromiso apasionado con dichas transiciones. Aquellos que antes vieron las necesidades y razones para ir más allá del Capitalismo privado hacia varios tipos de Capitalismo de Estado incluyeron a muchos que declararon prematuramente que el Socialismo de sus sueños y las formas de Capitalismo de Estado que realmente surgieron eran lo mismo. Pero siempre hubo también quienes vieron las contradicciones y los límites del Capitalismo de Estado y cuestionaron que se lo igualara con el Socialismo. Las historias del Capitalismo privado y estatal durante el último siglo y los dilemas acumulados de ambos ahora nos ofrecen fuertes razones y evidencias para creer que debemos y podemos hacer algo mejor. Examinar los límites de ambos tipos de Capitalismo nos devuelve a su compromiso compartido con una organización interna de la producción basada en la explotación, la desigualdad y la jerarquía. La persistencia de esa organización jugó un papel importante en evitar que el Capitalismo de Estado evolucionara hacia la alternativa genuina al Capitalismo [privado] que muchos esperaban, y allanó el camino para la reversión al Capitalismo neoliberal menos regulado que ahora provoca intensos conflictos sociales en todo el mundo. La transición de las empresas, de sus organizaciones internas capitalistas, a la alternativa genuina de las EATs surge como un nuevo programa frente a los capitalismos del último siglo. La elaboración y aclaración de las EATs en teoría son una parte del camino a seguir ahora. Otra parte es el establecimiento práctico concreto y la expansión de las EATs. Juntas, la teoría y la práctica de las EATs componen un programa poderoso y atractivo que se inscribe en las agendas serias para el cambio social en la actualidad.
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ACERCA DEL AUTOR
Richard D. Wolff es profesor emérito de Economía de la University of Massachusetts, lugar donde enseñó Economía desde 1973 hasta 2008. Anteriormente había enseñado Economía en la Yale University y en la City College of the City University of New York. Wolff fue, además, un profesor regular en el Brecht Forum en la Ciudad de Nueva York. El profesor Wolff también estuvo entre los fundadores de la Association of Economic and Social Analysis (AESA) en 1988 y participó en la revista trimestral Rethinking Marxism. Actualmente es profesor invitado en el Graduate Program in International Affairs de la New School University de la Ciudad de Nueva York. El profesor Wolff es, además, el presentador de Economic Update with Richard D. Wolff, la cual es producida por su organización, Democracy at Work. Lea más en: www.rdwolff.com
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