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Spanish Pages 181 Year 2010
ELINSA
Astrolabio
De la Neurociencia Narrativa científica y reflexión filosófica José Manuel Giménez Amaya Qrgio Sánchez-Migallón
Serie: Ciencias
JOSÉ MANUEL GIMÉNEZ AMAYA SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN
DE LA NEUROCIENCIA A LA NEUROÉTICA NARRATIVA CIENTÍFICA Y REFLEXIÓN FILOSÓFICA
EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A. PAMPLONA
Primera edición: Febrero 2010 © 2010. José Manuel Giménez Amaya y Sergio Sánchez-Migallón Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA) Plaza de los Sauces, 1 y 2. 31010 Barañáin (Navarra) - España Teléfono: +34 948 25 68 50 - Fax: +34 948 25 68 54 e-mail: [email protected] ISBN: 978-84-313-2670-8 Depósito legal: NA 290-2010
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con autorización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).
© de la portada: Salvador Dalí, Fundación Gala-Salvador Dalí, Navarra, 2010
Ilustración cubierta: Salvador Dali - Galatea de las esferas, 1952
GRAPHYCEMS,
Imprime: S.L. Pol. San Miguel. Villatuerta (Navarra)
Printed in Spain - Impreso en España
Al Dr. Emilio Nadal, in memoriarn, por su impulso y servicio a la investigación interdisciplinar.
Índice
INTRODUCCIÓN
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I. DESARROLLO DE LA NEUROCIENCIA Y DEFINICIÓN DEL CONCEPTO DE NEUROÉTICA 1. Origen y desarrollo histórico de la Neurociencia. Narrativa de la investigación del sistema nervioso A. El cerebro en la antigüedad y en el período medieval B. La Anatomía moderna y Thomas Willis C. Algunos rasgos característicos del desarrollo de la Neurociencia moderna 1) Los estudios anatomo-clínicos 2) La neuromorfología y la neurofisiología 3) La psicofarmacología D. La Neurociencia en la actualidad 1) Visión interdisciplinar 2) Neuroimagen 3) Las enfermedades mentales 4) La «Década del cerebro»: 1990-2000 E. Mirando al futuro 2. Irrupción de la Neuroética en la Neurociencia A. Bioética y Neuroética en el seno interdisciplinar de la Neurociencia
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lo
De la Neurociencia a la Neuroética
B. C. D. E.
Neurociencia: conocer mejor el interior del hombre Narrativa histórica de la Neuroética Definición de Neuroética La Neuroética como fruto de la relación entre la Neurociencia y la Filosofía 1) La Neuroética como conjunto de criterios éticos 2) La Neuroética como vértice de preguntas éticas y metodológicas
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II. DIFERENTES APROXIMACIONES Y PLANTEAMIENTOS DE LA NEUROÉTICA 1. La consolidación de la Neuroética en la reunión de San Francisco (2002) A. El nacimiento de una disciplina y la Dana Foundation B. Programa temático de algunas cuestiones de la Neuroética 2. Algunos trabajos sobre Neuroética A. Algunos de los primeros trabajos 1) Adina L. Roskies 2) Judy Illes 3) Martha Farah 4) Jonathan Moreno 5) Addendum: Michael Gazzaniga (The Ethical Brain) B. Algunas propuestas más actuales 1) Thomas Fuchs 2) Walter Glannon 3) Jonathan Moreno (Neuroética y defensa nacional) 4) Addendum: Stephen Morse (Neurociencia y Derecho) 5) Editoriales de Nature y de Science 6) Neil Levy
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Índice
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III. LA NEUROCIENCIA EN LA CRISIS POSMODERNA DE LA CIENCIA EXPERIMENTAL Y EL DESAFÍO DE LA NEUROÉTICA 1. El método de la Ciencia experimental o el problema de la verdad A. La gestación y el planteamiento moderno de la Ciencia experimental B. La provisionalidad de la Ciencia experimental y la reacción posmoderna 2. La Ciencia experimental como actividad humana o el problema de la tradición y de la historia A. El «progreso» y el «dominio» como objetivos de la actividad científica moderna B. El olvido y la negación de los propios presupuestos y de la historia misma 3. El debate sobre la dignidad humana o el problema del sujeto A. La dignidad humana como problema y la insuficiencia del planteamiento moderno B. El antihumanismo posmoderno y la abolición de la persona 4. La encrucijada de la Neuroética: crisis y oportunidad de la Ciencia experimental
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EPÍLOGO
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BIBLIOGRAFÍA
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Introducción
Este trabajo pretende adentrarse en una dimensión de la Ética en relación con las cuestiones biológicas y médicas que ha nacido recientemente y que se está desarrollando de forma exponencial: la Neuroética. El impresionante avance de los hallazgos científicos sobre el sistema nervioso está haciendo reflexionar a muchos sobre su importancia y trascendencia ética. Una Neurociencia que da un paso de gigante al principio de los arios sesenta del siglo pasado cuando reconoce la importancia de aunar esfuerzos de una manera interdisciplinar entre las distintas ciencias biológicas que estudian el cerebro (Anatomía, Histología, Fisiología y Bioquímica) junto a la Psicología y la Medicina (Neurología, Neurocirugía, Psiquiatría y Radiología). Dicho enfoque interdisciplinar representó, sin lugar a dudas, un salto histórico en el estudio y análisis de una estructura biológica tan complicada como nuestro tejido nervioso. Y el resultado fue muy productivo y exitoso. En pocos arios hemos visto crecer significativamente los resultados de descubrimientos científicos sobre diferentes mecanismos neurobiológicos de nuestro actuar. Sin embargo, a nuestro juicio, el mayor éxito de la Neurociencia desde el punto de vista interdisciplinar es el que se está mostrando en los últimos tiempos. Las preguntas que se plantea esta ciencia biomédica son cada vez más profundas y requieren un mayor diálogo entre diferentes materias de investigación. Alguien podría decir que to-
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De la Neurociencia a la Neuroética
do ello ha surgido gracias a que las técnicas de investigación del sistema nervioso se han desarrollado mucho. En esto hay, sin duda, un punto de verdad; pero en el corazón del desarrollo de la Neurociencia siempre ha aparecido también de una manera constante su clara referencia interdisciplinar. Da la impresión de que hay algo en esta materia de estudio que la lleva —quizá por su propia narrativa histórica— a buscar la colaboración entre diferentes disciplinas. Por ello, la ciencia neural parece estar capacitada de manera connatural para integrar con habilidad conocimientos muy variados, como los que provienen de otras disciplinas biológicas y médicas, junto a otros de campos aparentemente alejados de ella como es el caso de las Matemáticas, la Ingeniería, las Humanidades, la Ética, o incluso recientemente la Teología. Hemos estructurado este estudio en tres grandes bloques. En el primero pretendemos describir una narrativa histórica del desarrollo de la Neurociencia y el acotamiento de la noción de Neuroética con su irrupción en el contexto de la ética de la vida, tan característica de la segunda mitad del siglo XX. A continuación, se presentan algunas de las descripciones más relevantes de los temas que incluye el estudio de la Neuroética, siempre sin alejarnos del entorno histórico en que han nacido estas diferentes visiones éticas. En esta segunda sección no hemos pretendido ser exhaustivos; se han seleccionado una serie de enfoques que, siguiendo un orden más o menos cronológico, nos han parecido más ilustrativos para dar una visión global de cuál es el rango de temas que cubre la Neuroética. Sin embargo, comprendemos que el lector pueda extrañar la ausencia de algún texto alternativo, o que a su juicio, se podría haber presentado un mejor enfoque. En defensa del esquema presentado, podemos decir que nuestro interés en la selección establecida ha sido, más bien, de amplitud de interpretación de los aspectos más controvertidos que se plantea esta disciplina, y de la valoración del enfoque encaminado a su solución. Quizá alguien eche en falta algún texto muy reciente; y tendrá razón, pues esta materia se halla
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hoy en continuo crecimiento, como lo muestran las revistas American Journal ofBioethics y Neuroethics. La parte tercera y final emprende una reflexión de carácter filosófico sobre la Neuroética. Es verdad que ese análisis se enmarca próximamente en el contexto de la Neurociencia, pero para enfocarlo adecuadamente nos remontamos a la Ciencia experimental tal como se ha ido gestando en la modernidad. Junto a ello, intentamos esclarecer el sentido de la actividad científica a la luz del ambiente cultural que se ha dado en llamar «posmodernidad». Para desentrañar ese abigarrado contexto cultural hemos seguido la sugerencia del profesor Leonardo Rodríguez Duplá; y, así, nos hemos servido de su diagnóstico, sencillo y profundo, basado en tres conceptos cruciales: la verdad, la historia y el sujeto humano. De esta manera, se detectan fuertes paradojas y contradicciones en la actualidad, como ha advertido con gran agudeza Alasdair MacIntyre. Y es en este magma donde pensamos que la eclosión de la ciencia neural y de la Neuroética aporta unas claves que conviene sacar a la luz, porque ponen de relieve que el esfuerzo por encerrar al hombre en su «absoluta» biología le lleva a una esquizofrenia de reflexión e interpretación de la realidad de la que —precisamente por su carácter latente— le resulta cada vez más dificil salir. Todo ello muestra que los graves problemas científicos, e incluso culturales, de nuestro tiempo exigen un planteamiento en una visión de diálogo interdisciplinar. La propia dinámica narrativa con que hemos abordado la historia de la Neurociencia y de la Neuroética nos ha aportado muchas claves para atisbar su desarrollo futuro y para comprender mejor el trabajo actual. El propio hecho del interés de los neurocientíficos por los temas éticos es ya, por sí mismo, una serial clara en esta dirección. Pero nos parece algo más importante que este interés ético el que actualmente se estén suscitando con mucha fuerza en el entorno neurocientífico algunas preguntas de mayor alcance. Muchas de las cuales son radicales para entender la Ciencia actual y el sentido de lo humano en general:
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¿quiénes somos?, ¿existe algo así como la llamada libertad?, ¿qué es lo que propiamente nos hace humanos?, ¿hay alguna forma de conocimiento además de la científico experimental?, y si es así, ¿cómo se encuadra en este contexto multidisciplinar la experiencia y el conocimiento religiosos? Es interesante observar que la propia posmodernidad intenta que estas preguntas no salgan con claridad a la palestra de la discusión, porque desvelan los puntos débiles e incongruentes de sus enfoques insuficientes y poco sólidos. Por eso nuestro trabajo nos ha llevado a ver todo el planteamiento neuroético como una ventana privilegiada para descubrir y diagnosticar las paradojas de la Ciencia moderna y al mismo tiempo, quizá desde ahí, para atisbar posibles soluciones. Este libro encierra, además, un valor biográfico que merece la pena mencionar. No es sólo un trabajo que pretende subrayar la importancia de la interdisciplinariedad, sino que también ha sido elaborado de manera interdisciplinar. Sus autores —un neurocientífico y un filósofo— nos hemos esforzado en adentramos, respectivamente, en la disciplina que inicialmente nos era ajena, y hemos puesto gran empeño en trenzar un discurso unitario. Es decir, hemos tratado de encarnar personalmente cada uno la idea de la interdisciplinariedad, con el convencimiento de que esto es lo verdaderamente fecundo. Recordamos gratamente muchos momentos de esta labor en equipo, como las semanas durante las cuales tuvimos la oportunidad de trabajar juntos en la British Library de Londres, en el mes de agosto de 2009, o como las periódicas reuniones del grupo de investigación «Ciencia, Razón y Fe» (CRYF), de la Universidad de Navarra, y fundado por el profesor Mariano Artigas, del que formamos parte y al que agradecemos su estímulo y apoyo.
I. Desarrollo de la Neurociencia y definición del concepto de Neuroética
1. ORIGEN Y DESARROLLO HISTÓRICO DE LA NEUROCIENCIA. NARRATIVA DE LA INVESTIGACIÓN DEL SISTEMA NERVIOSO. Para abordar con fundamento la definición del concepto de Neuroética, nos parece interesante presentar una breve exposición histórica de la Neurociencia. Antes que nada, es oportuno señalar, de modo introductorio, dos aclaraciones a propósito de este contexto histórico. En primer lugar, como veremos de una forma especial al describir históricamente las épocas más recientes, se utilizan de manera indistinta el singular y el plural para hablar de la ciencia que estudia el sistema nervioso. De este modo, las palabras «Neurociencia» o «Neurociencias» aparecen como sinónimas o intercambiables para señalar tanto la ciencia biológica que analiza la morfología y fisiología de las estructuras que forman el sistema nervioso, como todas las conexiones y comunicaciones del tejido neural, y también, de forma creciente cada día, de su enfermar o de su fisiopatología. Nosotros ya hemos empleado el término en singular, y así continuaremos durante todo este trabajo. Y lo hacemos para subrayar de una forma más clara y nítida la idea de que la Neurociencia arranca su andadura vital con el intento de aunar diferentes disciplinas biológicas en el estudio de estas estructuras orgánicas —el sistema nervioso central y periférico— tan destacadas para el
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adecuado funcionamiento de todo nuestro cuerpo. Sin embargo, no consideramos erróneo, ni mucho menos, hablar de «Neurociencias». La razón es que, en realidad, son varias las ciencias que se unen en el estudio biológico del cerebro, así como de otras partes del sistema nervioso central y periférico'. Sobre el aspecto interdisciplinar del nacimiento y desarrollo de la Neurociencia como materia per se, hablaremos con más detalle en un apartado posterior. Por ahora, valgan estas palabras como una explicación semántica e introductoria de esta narrativa histórica de la ciencia neural. La segunda aclaración que se ha de mencionar tiene que ver con la idea de cómo se encuadra la historia de la Neurociencia en el desarrollo de la historia de la Medicina. Es obvio que este tratamiento histórico no puede pretender ser exhaustivo ni abarcar ampliamente los fundamentos metodológicos e históricos de todo el saber médico. Nuestra breve digresión histórica aspira, únicamente, a resaltar tres hechos notorios que nos parece importante tener en consideración al hablar del desarrollo de la Neurociencia. Primero, que el cerebro —y con ello simplificamos o reducimos, el estudio de la Neurociencia a la investigación de la parte más sobresaliente del sistema nervioso central, su porción encefálica— cobró una importancia especial en el análisis biológico del hombre por su estrecha relación con los sentidos, especialmente con la vista y la audición. Segundo, que su verdadero impulso como una ciencia biológica emergente, y con cierta independencia, se realiza cuando se pueden establecer patrones comparativos ciertos entre lesiones cerebrales concretas y alteraciones funcionales en la conducta perceptiva o cognitiva del individuo. Y tercero, que la lesión de estas estructuras neurales implica también, y de manera correlativa a lo señalado en el punto anterior, la alteración de funciones muy im-
1. Cfr. ROSELL, A., DE LAS HEFtAS, S., GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Neurociencia: ejemplo del abordaje multidisciplinar como estrategia eficaz en la investigación científica», Revista de Neurología, 27 (1998), pp. 1071-1073.
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portantes —e incluso vitales— para nuestra concepción del hombre. A partir de estas premisas, comenzamos a continuación un análisis narrativo de los aspectos que nos parecen más relevantes con vistas a la investigación sobre el concepto de Neuroética, y sobre su encuadre en el portentoso desarrollo de la Neurociencia durante los últimos años.
A. El cerebro en la antigüedady en elperíodo medieval El primer escrito conocido sobre el cerebro parece tener una antigüedad de unos 3000 años. Se encuentra en un papiro comprado por Edwing Smith a finales del siglo XIX'. Si bien es verdad que no hay seguridad de que sea el original, ha sido datado en el siglo XVI a. C.; aunque, como decíamos, probablemente sería una copia de otro más antiguo proveniente de la conocida tradición médica del arquitecto y médico egipcio Imhotep (aprox. 2690-2610 a. C.)3. En dicho papiro se describe con cierto detalle el diagnóstico, tratamiento y pronóstico de dos pacientes con heridas en la cabeza y el cuello. Se menciona también la práctica de trepanaciones, ya que —según las creencias médicas de la época— algunos trastornos de la cabeza eran consecuencia de la acumulación de gases o humores en esa zona corporal y, gracias a los trépanos realizados, podrían salir al exterior liberando al paciente de su efecto nocivo. Sin embargo, el escrito señala que la mayoría de los pacientes morían. 2. Cfr. VAKT-DEL, E., SCHWARTZ, J. H., JESSELL, T M., Principles ofNeural Science, McGraw-Hill, New York 2000. Los comentarios a los que se refiere esta nota están en las primeras páginas de esta obra, que no tienen numeración propia. Allí se incluyen dos referencias importantes: la de BREASTED, J. H., The Edwin Smith Surgical Papyrus, The University of Chicago Press, Chicago 1930; y la de HIPOCRATES, Vol. 2: LOEB CLASSICAL LIBRARY (traducido por JoNEs, W H. S.), William Heinemann y Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts 1923. 3. Cfr. POTTER, R., The Greatest Benefit to Mankind. A Medical History of Humanio from Antiqui9 to the Present, Fontana Press, London 1997, pp. 47-50.
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Un segundo referente histórico sobre la importancia del cerebro nos llega más tarde desde la antigua Grecia, concretamente del siglo V a. C. Aunque ya es clásico decir que es Alcmaeon de Crotona (aprox. 540-500 a. C.) uno de los primeros pensadores en destacar la importancia del cerebro para las funciones superiores del hombre, hay en este periodo otros pensadores como Demócrito (460-370 a. C.) que aportan ideas muy importantes, como son adscribir el pensamiento al cerebro o afirmar la existencia de una cierta comunicación nerviosa. Estas ideas perviven en el gran fundador de la Medicina, Hipócrates (aprox. 460-370 a. C.), o en el fundador de la Academia, Platón (427-347 a. C.)4. Aristóteles (384-322 a. C.), por el contrario, da una mayor importancia biológica al corazón, y enmarca el cerebro como parte de un sistema de enfriamiento. Quizá esta visión del eminente pensador griego fuera fruto de las muchísimas disecciones realizadas sobre una vastísima variedad de especies animales y de su constante observación de la comunicación penetrante del sistema vascular en todas las partes de nuestro organismo, lo que quizá le hizo pensar que el corazón —situado como centro e impulsor de este sistema vascular— era el órgano integrador de toda nuestra biología. Ya en el siglo II de nuestra era, el médico Galeno (aprox. 129206) realiza descubrimientos muy importantes para el estudio del sistema nervioso. Entre ellos, los siguientes se revelan como los más importantes: (a) el control de la musculatura por la médula espinal, (b) la presencia de nervios pares en las estructuras craneales, (c) el control de la voz por parte del cerebro, y (d) que, en general, el cerebro era el encargado de controlar los cuatro humores que catalizaban el funcionamiento de nuestro cuerpo y de nuestra personalidad somática y psíquica; estos cuatro humores eran: sangre, flemas, bilis amarilla y bilis negra.
4. Cfr. GIBB, B. J., The Rough Guide te the Brain, Rough Guides, London 2007, p. 16.
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Durante mucho tiempo, las descripciones y supuestos morfofuncionales y anatomoclínicos de Galeno fueron admitidos de forma pacífica, concretamente, durante más de doce siglos. Impresiona constatar la existencia de un período de tiempo tan amplio en el que nadie se cuestionase unos principios biológicos que ahora consideramos tan deficientes. Algunos han responsabilizado de este estancamiento al respeto al cuerpo inculcado por las autoridades religiosas, así como a un cierto miedo a profundizar sobre el hecho misterioso de la muerte. Más adelante, con mayor perspectiva histórica y filosófica, valoraremos esta opinión. Pero la realidad de la historia impone un hecho que llama la atención. Se trata de que, en el periodo medieval, el desarrollo de la Medicina o del conocimiento de los mecanismos biológicos es desproporcionadamente menor que el de otras esferas del saber en las que la Ciencia medieval alcanza cotas imponentes. Mientras que, en cambio, desde el inicio de la Edad Moderna, la Ciencia experimental —que se corresponde en la Medicina con el conocimiento más exacto de la anatomía y la fisiología del cuerpo humano— se ha ido desarrollando poderosamente hasta hoy. Sin embargo, curiosamente, el desarrollo del pensamiento no basado en la Ciencia experimental es ahora el que no acompaña proporcionalmente a esta extensión del saber científico. Esta desproporción temporal de los saberes sapiencial-experimental es una de las características más esenciales de la modernidad, y como pronto veremos, la Neurociencia ha sacado a la luz de forma fehaciente esta paradoja, así como la crítica de la Ciencia experimental moderna a la época medieval. Por último, no queremos dejar de mencionar, en este apretado resumen histórico, la figura de un médico y filósofo persa, Avicena. La obra de este importante pensador medieval es relevante por varios motivos. En primer lugar, supuso la presentación del pensamiento aristotélico en el mundo medieval de Occidente. Sus obras fueron traducidas al latín en el siglo XII, y tuvieron gran influencia en pensadores medievales de la talla de Tomás de Aquino, Buenaventura o Duns Escoto. Para este filósofo oriental, la tesis de que
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el cerebro es el órgano implicado en la actividad cognitiva y afectiva del hombre, y el que explica enteramente la conducta animal, era algo pacíficamente admitidos. B. La Anatomía moderna y Thomas Milis El desarrollo de la Medicina moderna está vinculado, en buena medida, al cambio de paradigma que en la historia del pensamiento se produce durante el período tardomedieval. Según ese cambio, se comienza a dar prioridad al desarrollo de las investigaciones sobre la naturaleza, y asimismo aparece en escena, con una fuerza muy notoria, la Ciencia experimental. Leonardo da Vinci (1452-1519) es el hombre del Renacimiento por excelencia. Con respecto al estudio de las ciencias biológicas, fue un auténtico precursor en el análisis de la Anatomía, también del cerebro. Estos trabajos anatómicos son tan impresionantes como sus trabajos pictóricos. La formación de Leonardo en la anatomía del cuerpo humano comenzó durante su aprendizaje con Andrea del Verrocchio, pues este maestro insistía en que todos sus alumnos aprendieran esta disciplina médica. Como artista, Leonardo rápidamente se hizo maestro de Anatomía topográfica, dibujando muchos estudios de músculos, tendones y otros rasgos anatómicos visibles; igualmente, dibujó el corazón y el sistema vascular, los órganos sexuales y otros órganos internos. Hizo uno de los primeros dibujos científicos de un feto en el útero. Da Vinci fue también la primera persona en utilizar material sólido —en este caso cera— para visualizar la forma tridimensional completa de los ventrículos cerebrales y, en consecuencia, en observar las relaciones de las estructuras encefálicas que rodean a éstos'. 5. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., MURILLO, J. 1., «Mente y cerebro en la neurociencia contemporánea. Una aproximación a su estudio interdisciplinar», Scripta Theologica, 39 (2007), pp. 607-635. 6. Cfr. GIBB, B. J., The Rough Guide..., p. 17.
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Pero a mediados del siglo XVI tiene lugar un hecho de decisiva importancia desde el punto de vista médico y de la historia de la Ciencia biológica, a saber, la publicación en 1543 del libro de Andreas Vesalius (1516-1564) De Humani Corporis Fabrica. Este texto, maravillosamente ilustrado por Jan Steven van Calcar, rompe de manera conceptual con la Anatomía conocida desde la época de Galeno. Las descripciones morfológicas tan certeras de este médico de los Países Bajos, profesor de Anatomía de la Universidad de Padua, permiten establecer principios y aproximaciones funcionales muy penetrantes. Y así, lo que durante muchos siglos había quedado casi oculto detrás de una biología conceptualmente estática, florece funcionalmente con gran rapidez en el curso de pocas decenas de arios. Este principio de que el conocimiento de la anatomía o la morfología de una estructura conduce a comprender mejor su fisiología se verá verificado también en el sistema nervioso central, y de forma ciertamente muy reconocida, a finales del siglo XIX y en el siglo XX. Pero sobre este punto volveremos más adelante en nuestra exposición. La obra de Vesalius es, en general, un ejemplo paradigmático del principio de que la forma y la función de las estructuras biológicas permanecen, de alguna manera, muy íntimamente unidas'. Sin embargo, en la anatomía vesaliana quedó sin detallar con precisión el estudio del sistema nervioso central, que aparentemente se relacionaba con la distribución somática de los nervios pertenecientes al sistema nervioso periférico. Esta laguna será superada de forma muy convincente y elegante por el médico británico Thomas Willis (1621-1675), ya bien entrado el siglo XVII. A lo que también se sumó la apasionante entrada de la descripción de principios fisiológicos de importancia fundamental para entender el funcionamiento biológico del hombre, como fue el caso del descubrimiento de la circulación sanguínea por William Harvey 7. Cfr. REINOSO SUÁREZ, F., «Anatomía humana», Gran Enciclopedia Rialp, Rialp, Madrid 1971, Tomo 2, pp. 165-180.
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(1578-1657). Es en este ambiente donde arranca de forma fascinante el desarrollo moderno de la Neurociencia. Pero detengámonos un momento en nuestro personaje central de esta época tan importante, Thomas Willis. Este médico británico es un brillante científico que ha sido rehabilitado muy recientemente como el fundador de la Neurociencia moderna'. Y con justicia, ya que sus trabajos de investigación completan de forma muy sobresaliente la organización morfológica del sistema nervioso central, aspecto éste bastante abandonado en los estudios anatómicos anteriores, como señalábamos más arriba. Nos encontramos así, ahora, en perfectas condiciones para establecer de forma completa la organización anatómica del cuerpo humano, que se puede lograr ya con la inspección de visu del mismo. El ario 1664 marca para muchos el origen de la Neurociencia moderna. En ese ario, Willis publica su conocido tratado sobre la Anatomía cerebral, Cerebri Anatomé: es el primer gran intento de conocer a fondo la morfología del sistema nervioso y, muy especialmente, de su porción encefálica. Nuestro autor estaba muy influenciado por los escritos del filósofo René Descartes (15961650), y se interesaba, en particular, por las implicaciones de la filosofía cartesiana en la comprensión de los trastornos mentales. Según la doctrina cartesiana, el espíritu, como realidad simple, no podía ser la sede de la enfermedad mental, sino que ésta debía encontrarse en algún lugar del cuerpo al que se encuentra unida. Con estas premisas, y muy deslumbrado también por los recientes descubrimientos de William Harvey sobre la circulación sanguínea, Willis se adentra, con audaces investigaciones anatómicas y fisiológicas, en una prodigiosa búsqueda causal en el cerebro del
8. Cfr. MOLNAR, Z., «Thomas Willis (1621-1675), the founder of clinical neuroscience», Nature Reviews Neuroscience, 5 (2004), pp. 329-335. 9. El libro fue escrito en latín e ilustrado por Christopher Wren —arquitecto de la catedral de Saint Paul en Londres— y Richard Lower. Cfr. MOLNAR, Z., «Thomas Willis (1621-1675) . », pp. 329-335.
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hombre y en el de distintos tipos de animales. Lo cual le ha hecho merecedor del título de fundador de la Neuroanatomía, de la Neurofisiología y de la Neurología experimental. En nuestro tiempo, Willis es también recordado especialmente por una de sus aportaciones, a saber, porque representa el primer científico que intentó asignar determinadas funciones mentales a áreas concretas del cerebro. Miembro de la Oxford Philosophical Society, su permanente contacto y discusión con otros profesores de disciplinas humanísticas le permitió conocer de primera mano el pensamiento filosófico de su tiempo, poniéndole en las mejores condiciones a la hora de dar una mayor coherencia a sus propias investigaciones neurobiológicas'°. Desde esta perspectiva, a Willis también puede considerarse como un pionero de la interdisciplinariedad de la Neurociencia.
C. Algunos rasgos característicos del desarrollo de la Neurociencia moderna 1) Los estudios anatomo-clínicos El siglo XIX es, sin lugar a dudas, un período de extraordinaria importancia para el estudio del cerebro y para la historia de la Neurocienciali. Y esto es así, en nuestra opinión, por la importancia que comienza a darse a los estudios anatomo-clínicos de las funciones cerebrales. En realidad, estos estudios marcan un esfuerzo por superar la controversia surgida entre las doctrinas del anatomista y fisiológo alemán Franz Joseph Gall (1758-1828) y las del médico francés Marie Jean Pierre Flourens (1794-1867). Gall estaba convencido de que las funciones mentales residen en áreas es10. Cfr. POTTER, R., The Greatest Benefit..., pp. 241-244. 11. Cfr. --, T(m\TDEL, E., SCHWARTZ, J. H., JESSELL, T M., Essentials of Neural Science and Behavior, Appleton & La.nge, Norwalk, Connecticut 1995, pp. 5-19.
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pecíficas del cerebro, y esto determina el comportamiento de la persona; además, asumió que la superficie del cráneo refleja adecuadamente el desarrollo de estas zonas cerebrales que localizan funciones específicas. Por el contrario, para Flourens, de clara tendencia «antilocalizacionista» y tras haber realizado numerosos experimentos ablativos en cerebros de animales de muy variadas especies, llegó a la conclusión de que el daño conductual producido por la lesión no dependía de la zona concreta que se extirpase, sino de la cantidad de masa encefálica lesionada. Esta discusión entre «localizacionistas» y «antilocalizacionistas» persistirá a lo largo de todo el siglo XIX y ya bien entrado el XX. Sin embargo, existen algunos hechos experimentales que muestran que lesiones de zonas específicas del cerebro producen alteraciones concretas de nuestra conducta. Y estos hechos enmarcan la dinámica de la narrativa histórica de la Neurociencia de manera muy convincente. Tales hechos son: la lesión de Phineas Gage en un accidente laboral (el 13 de septiembre de 1848), los descubrimientos del médico francés Paul Pierre Broca (en el ario 1861) y los hallazgos del médico Karl Wernicke en Alemania (en el ario 1874). Como acabamos de decir, hay una fecha del siglo XIX que tiene una importancia decisiva en la historia de la investigación cerebral. El 13 de septiembre de 1848, Phineas Gage (1823-1860), un capataz que trabajaba en la construcción de los ferrocarriles en el norte de Nueva Inglaterra, en Estados Unidos, sufrió un accidente al atravesarle una barra de hierro parte de la cara y las porciones más anteriores de la cavidad craneal. Gage no murió en el acto. Perdió una gran cantidad de corteza cerebral prefronta112, pero sobrevivió al accidente e, incluso, pudo recuperar la salud física. Sin embargo, después del traumatismo, aunque no sufría ningún tras12. La corteza cerebral prefrontal pertenece a las llamadas cortezas asociativas multimodales, que son aquellas porciones de la corteza cerebral que integran información sensorial de varias modalidades (visual, auditiva y somestésica o táctil); son las más desarrolladas en la especia humana.
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torno sensorial ni motor alguno, y tampoco se le detectaron alteraciones en el lenguaje o en la memoria, su personalidad experimentó un cambio notable. John Harlow (1819-1907), el médico que le atendió en el Massachusetts General Hospital de Boston, escribió un artículo que ya es parte de la historia de la Neurociencia y de la Medicina. Allí recoge sus observaciones sobre este paciente, en las que describe de forma penetrante y concisa, hace más de 130 arios, los principales síntomas asociados a la destrucción de la corteza prefrontal humanal': «Su salud física es buena, y me inclino a decir que se ha recuperado (. . .). El balance o el saldo, por decirlo así, entre sus facultades intelectuales y sus predisposiciones animales parece haberse destruido. Es impulsivo, irreverente, (...), manifiesta una escasa deferencia hacia sus compañeros, es intolerante con sus limitaciones o con los consejos que se le ofrecen cuando no coinciden con sus deseos; es a veces muy obstinado, mas, con todo, caprichoso y vacilante, idea muchos planes de actuación para el futuro, que abandona nada más organizarlos (...). A este respecto, su mente ha cambiado por completo, tanto que sus amigos y conocidos dicen: "Ya no es Gage"»14. El segundo hecho al que hacíamos referencia más arriba tiene que ver con el médico, neurólogo, anatomista y antropólogo francés Paul Pierre Broca (1824-1880). Su descubrimiento más sobresaliente fue el de mostrar la zona de la corteza cerebral que acoge el denominado centro del habla. Esta porción cortical, conocida actualmente como el área cortical de Broca, se encuentra en la circunvolución frontal inferior del lóbulo frontal, y en la mayoría de los individuos está situada en el hemisferio cerebral del lado izquierdo. Broca llegó a este hallazgo, trascendental para la historia 13. Cfr. HARLOW, J. M., «Recovery from the passage of an iron bar through the head», Publications of the Massachusetts Medical Socio'', 2 (1868), pp. 327-347; y HAINES, D. E. Principios de Neurociencia, Elsevier, Madrid 2003, pp. 518-520. 14. Cfr. HAINES, D. E., Principios de Neurociencia..., p. 519.
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de la Neurociencia, estudiando con minuciosidad los cerebros de pacientes que habían muerto con una incapacidad para el habla por lesiones cerebrales (afasias). En 1861, en el Hospital Bicétre, en Francia, estudió a su primer paciente —llamado «Tan»— que tenía una lesión en la zona cerebral a la que hemos hecho referencia más arriba. Poco después, en el ario 1864, realizó unos estudios ulteriores sobre cerebros post mortem procedentes de casi una decena de pacientes afásicos. Observó que todos ellos tenían una lesión en el lóbulo frontal izquierdo de la corteza cerebral, donde se ubica la denominada área de Broca. El tercer hecho anteriormente anunciado consiste en los hallazgos del médico alemán Karl Wernicke (1848-1905). Este doctor había estudiado en Viena en una de las mejores escuelas de Neurología de aquella época. Tenía sólo 26 arios de edad cuando publicó una monografía de una importancia clínica capital, y que también lo fue para la historia de nuestra disciplina: The Symptom Complex ofAphasia: A Psychological Study on an Anatomical Basis. Esta publicación es importante por tres motivos, que marcan de manera muy nítida y clara cómo se han desarrollado los trabajos sobre el sistema nervioso en el siglo XX. Primero, porque sus estudios se realizaron de forma interdisciplinar, pues utilizó métodos psicológicos, neurológicos y, por supuesto, morfológicos, para identificar las afasias. Segundo, porque observó que los trastornos del lenguaje son más complejos de lo que podría parecer en un primer momento. Así, sus descripciones se ceñían a un tipo especial de afasia, diferente al descrito anteriormente por Broca en Francia, en el cual su paciente podía hablar, pero no entendía lo que se le decía. Tercero, porque con estos datos experimentales, el neurólogo alemán se aventuró a intentar exponer de forma coherente una teoría o modelo de cómo se articula nuestra producción y comprensión del lenguaje. Este modelo ha sido sustancialmente válido durante más de cien años.
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2) La neuromoOlogía y la neurofisiología El descubrimiento de la teoría celular, junto al posterior desarrollo del estudio de los órganos y tejidos, es otro momento de extraordinaria importancia en la historia de la Medicina. Sin embargo, respecto al tejido nervioso, se suscitó desde el principio una fuerte controversia acerca del establecimiento de las unidades celulares independientes. Es en este contexto donde se desarrolla la famosa polémica entre el médico y citólogo italiano Camillo Golgi (1843-1926) y el español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)15. El investigador italiano había descubierto una técnica histológica que le permitía estudiar con detalle ciertos aspectos tisulares que le llevaron a formular la teoría según la cual el sistema nervioso era un tejido continuo, sin que se pudiesen separar en él unidades independientes. Utilizando la misma técnica descrita por Golgi, el histólogo Ramón y Cajal pudo estudiar de forma sistemática todo el sistema nervioso de una gran cantidad de animales y también del hombre. Pero, a diferencia de Golgi, identificó de forma clara las entidades celulares independientes del sistema nervioso (neuronas y células de la glía), estableciendo morfológicamente la conocida teoría neuronal, e intuyó en buena medida su funcionamiento con su teoría de la polarización de la célula nerviosa. Los estudios de Ramón y Cajal son importantes en la historia de la Neurociencia al menos por dos razones. Primera, porque consiguió presentar de modo convincente a la comunidad científica un mapa morfológico muy completo de la constitución histológica del sistema nervioso. Y, además, lo hizo en un contexto filogenético, al exponerlo en diferentes especies animales. Segunda, porque demostró que con un profundo conocimiento de la morfología del sistema nervioso se pueden hacer inferencias funcionales que se 15. Cfr. KANDEL, E., SCHWARTZ, J. H., JESSELL, T M., Essentiab ofNeural. p. 24; y NAUTA, W. J. H., FEIRTAG, M. Fundamental Neuroanatomy, Freeman, New York 1986, pp. 308-315.
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han demostrado verdaderas muchos arios después, cuando las técnicas de investigación neurobiológica han permitido realizar exploraciones directas sobre estos extremos funcionales'. Por eso, en muchos ambientes neurocientíficos, sobre todo anglosajones, Ramón y Cajal es considerado el iniciador de la etapa más moderna de la Neurociencia17. Con esta base tan sólida desde el punto de vista histológico, muchos investigadores se adentraron en el estudio neurofisiológico de la respuesta neuronal y sináptica". Entre ellos, quizá se pueden citar sobre todo los trabajos del premio Nobel en Fisiología o Medicina Sir Charles Sherring-ton (1857-1952). Éste y otros, también de las primeras décadas del siglo pasado, analizaron con detalle la comunicación entre las células nerviosas y favorecieron enormemente el desarrollo de la fisiología del sistema nervioso, así como un mayor entendimiento de los fenómenos celulares que rigen el traspaso efectivo de la información nerviosa. Estos estudios se han ido desarrollando de forma exponencial a lo largo de todo el siglo XX, y aún en la actualidad, en aspectos más subcelulares y moleculares19. 3) La psicofarmacología Hoy es difícil imaginar lo que han sido las enfermedades mentales antes del advenimiento de la psicofarmacología. Y esto es espe16. Cfr. REINOSO SUÁREZ, E, «Actualidad de la obra científica de Cajal», Anales de la Real Academia Nacional de Medicina (Madrid), 123 (2006), pp. 277-280. 17. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., MURILLO, J. I., «Mente y cerebro...», p. 610. 18. Con la palabra «sinapsis» nos referimos al punto de comunicación entre las células del sistema nervioso. Para muchos, su introducción en la Neurociencia se atribuye al premio Nobel en Fisiología o Medicina británico Sir Charles Sherrington, al unir las dos palabras griegas «sin« (que significa «juntos») y «hapteina» (que significa «con firmeza»). La investigación sináptica ha sido uno de los motores más importantes para el desarrollo celular y subcelular de la Neurociencia en la segunda mitad del siglo XX, especialmente cuando fue demostrada por microscopía electrónica. 19. Cfr. 1(AmDEL, ---. E., SCHWARTZ, J. H., JESSELL, 1 M., Principies ofNeural..., pp. 19-35; y PURVES, D., AUGUSTINE, G. J., FITZPATRICK, D., HALL, W C., LA-
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cialmente clamoroso en el caso de los trastornos psicóticos. Durante muchos arios estos pacientes se veían confinados en asilos donde poco se podía hacer por ellos. Aunque en muchos casos se los relacionaba de forma genérica con el padecimiento de algún proceso cerebral —en parte por la poderosa herencia germana de asociar las alteraciones del sistema nervioso a la Neurología y a la Neuropsiquiatría—, en la práctica su tratamiento por acciones terapéuticas sobre el sistema nervioso central era algo impensable. A ello además se sumó el fracaso de los tratamientos por lobotomía que introdujo el neurocirujano portugués António Egas Moniz (1874-1955). Este médico había iniciado en su país natal esta técnica quirúrgica en la tercera década del siglo XX. Pero los resultados de su aplicación no fueron beneficiosos, ya que también producían en los pacientes operados unos efectos secundarios muy devastadores. Por todo esto, el nacimiento de la psicofarmacología representa un hito en la historia de la Psiquiatría y de la Neurociencia. Parece obvio que lo es para la Psiquiatría, pero afirmamos de intento que lo fue también para la Neurociencia. Y esto porque su instauración representa la puesta en marcha de procesos terapéuticos que se logran merced a la acción farmacológica de determinadas sustancias sobre estructuras cerebrales. De ahí que a partir de este momento, la Psiquiatría y el estudio de las enfermedades mentales se introducen en la investigación cerebral, llegando a liderar con el tiempo muchos importantes trabajos sinápticos y moleculares del comportamiento neuronal. Por ello merece la pena destacar, aunque sea brevemente, la historia de estos estudios psicofarmacológicos pioneros, que sobre todo se centran en una enfermedad psiquiátrica muy grave: la esquizofrenia. Hasta 1950 no existía una terapia efectiva para tratar la esquizofrenia. El primer fármaco que resultó útil para este propósito fue la clorpromacina, cuyo hallazgo es otra pieza fascinante de la histoM.ANTIA, A.-S., MCNAMAR, J. O., WILLLWS, S. M., Neurociencia, Panamericana, Madrid 2004, pp. 33-201.
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ria de la Neurociencia2°. El neurocirujano francés Henri Laborit (1914-1995) pensó que la ansiedad que sufrían sus pacientes antes de la cirugía se debía a la liberación masiva de la sustancia histamina, que también tenía el efecto adverso de interferir con la anestesia y provocar, en ocasiones, una muerte súbita. Para bloquear la liberación de esta amina biógena probó varios antihistamínicos, intentando encontrar uno que calmase a los enfermos. Descubrió, tras varios intentos, que la clorpromacina era el mejor. Y a raíz de ello empezó a pensar que la acción sedante de este compuesto también podría ser útil en algunos trastornos psiquiátricos. En 1952 esta idea de Laborit fue investigada por Jean Delay (1907-1987) y Pierre Deniker (1917-1998), quienes encontraron que la clorpromacina en dosis altas puede ser muy eficaz para calmar a personas con sintomatología esquizofrénica o maniaca-depresiva que se muestran agitados y agresivos. En 1964, tras arios de estudio, quedó claro que la clorpromacina y otros compuestos de la familia de las fenotiazinas tenían efectos específicos sobre la sintomatología psicótica en la esquizofrenia. Estos fármacos mitigaban o abolían los delirios, las alucinaciones y algunos tipos de pensamientos complejos y desorganizados. Además, si se mantenía esta medicación durante la remisión de la sintomatología psicótica, la recaída de los enfermos se reducía muy significativamente. La terapia antipsicótica había entrado en la historia de la Psiquiatría, revolucionando de forma radical esta especialidad médica. D. La Neurociencia en la actualidad 1) Visión interdisciplinar Desde su origen, la Neurociencia se ha caracterizado por un marcado enfoque sintético e integrador de todas aquellas ciencias
20. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., MURILLO, J. I., «Mente y cerebro...», p. 611.
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dedicadas al estudio del sistema nervioso normal y patológico. Esta interdisciplinariedad, con la que se intentó aunar el trabajo de científicos básicos y clínicos, se puso especialmente de manifiesto en la década de los arios 60 y principios de los 70 del siglo pasado, con iniciativas como la fundación de la International Brain Research Organization (IBRO), la implantación del programa docente de esta disciplina (Neuroscience Research Program) en el Massachusetts Institute of Technology en Cambridge (Massachusetts, Estados Unidos) o la creación de la Socie0Jfor Neuroscience, también en Estados Unidos". La inspiración común de todos estos proyectos era la convicción de que la cooperación de los diversos puntos de vista científicos podía hacer progresar el conocimiento biológico y médico de una estructura tan compleja como el sistema nervioso. El impresionante crecimiento experimentado por la investigación neurobiológica en estos últimos cuarenta arios ha demostrado que, como estrategia global para resolver un problema científico de grandes dimensiones, este planteamiento es muy útil y, probablemente, el mejor posible'. Otro importante factor del desarrollo interdisciplinar de la Neurociencia se desarrolló en la Universidad Columbia de la ciudad norteamericana de New York. En el departamento de Psiquiatría, y bajo el liderazgo del premio Nobel en Fisiología o Medicina en el ario 2000, Eric Kandel, se inició una docencia interdisciplinar que culminó con la publicación de una serie de libros de texto sobre el estudio de la ciencia neural basados también en una perspectiva integradora de la docencia neurobiológica". Estos libros 21. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. m -URILLO, m J. I., «Mente y cerebro...», pp. 608-609; ILLES, J., BIRD, S. J., «Neuroethics: a modern context for ethics in neuroscience», Trends ofNeurosciences, 29 (2006), pp. 511-517; y ROSELL, A., DE LAS HERAS, S., GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Neurociencia: ejemplo...», pp. 1071-1073. 22. Cfr. ROSELL, A., DE LAS HERAS, S., GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Neurociencia: ejemplo...», pp. 1071-1073. 23. Cfr. KANDEL, E. R., SCHWARTZ, J. H., Principles ofNeural Science, Elsevier, New York 1981, y la edición aumentada de 1985; _MAPTIN, J. H., Neuroanatomy.
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fueron —y siguen siendo— escritos de referencia para el estudio de la Neurociencia. Dicho enfoque docente interdisciplinar se debía, en buena medida, a la trayectoria personal y profesional de Kandel. Con un gran interés humanista, realizó sus estudios de pregrado en Historia en la Universidad de Harvard, para después iniciarse en los estudios de Medicina en la facultad de Medicina de la New York University. Después de su graduación y tras realizar varios estudios posdoctorales en Neurofisiología y Psiquiatría, tanto en Estados Unidos como en Francia, ganó una plaza estable de profesor en el departamento de Fisiología y Psiquiatría de la New York University. A partir de 1974 trabaja en la Universidad Columbia, en New York, como profesor y como director del Centro de Neurobiología. Desde este puesto pudo rodearse de valiosas figuras de la Neurobiología de aquella época e iniciar la división de Neurobiology and Behavior de dicha universidad. Éste y otros departamentos de Neurobiología, que también comenzaban en los Estados Unidos, hicieron que la Neurociencia experimentase un impulso muy notable en los arios 70 y 80 del siglo pasado. Un botón de muestra de este desarrollo neurobiológico fue la concesión del premio Nobel en Fisiología o Medicina, en 1981, a tres importantes neurobiólogos: Robert Sperry, de la Universidad de California (en Los Ángeles, UCLA) y David Hube! y Torsten Wiesel, del departamento de Neurobiología de la Universidad de Harvard. Finalmente, puede destacarse un último hecho, entre otros muchos, que indica el marcado carácter interdisciplinar que la Neurociencia ha ido tomando en los últimos arios del siglo pasado. En la década de los 80, la Universidad de California (en San Diego) efectuó el primer nombramiento de una profesora en el departamento de Filosofía que también era Adjunct Professor del Salk InsText and Atlas, Elsevier, New York 1989; TCANTDEL, „, E., SCHWARTZ, J. H., JESSELL, T. M., Principies ofNeural Science, Elsevier, New York, edición de 1991 y de 2000 en la editorial McGraw-Hill Medical; y KANDEL, E., SCHWARTZ, J. H., JESSELL, T. M., Essentials ofNeural..., op. cit.
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titute de investigación biológica, Patricia (Smith) Churchland. En nuestra opinión, este hecho tuvo —y sigue teniendo hoy— una importancia capital. Y esto por tres motivos. En primer lugar, porque así se acogen en el seno del diálogo interdisciplinar las disciplinas tradicionalmente denominadas sapienciales, como es el caso de la Filosofía. Segundo, porque ello supone reconocer que estas últimas podían tener un papel propio y útil con respecto a las ciencias experimentales para tratar de resolver los grandes retos que encontraba la Neurociencia en el estudio de las llamadas relaciones mentecerebro. Tercero, porque este hecho indica por sí solo que la interdisciplinaridad de la Neurociencia está abordando cuestiones cruciales referidas al modo según el cual entendemos realmente al ser humano. Es difícil imaginar alguna otra disciplina biológica experimental que, dentro de su campo de acción y de trabajo, pudiera intentar tal diálogo para resolver sus propios problemas. 2) Neuroimagen El desarrollo realmente espectacular de la imagen médica es otro de los acontecimientos de mayor entidad que han tenido lugar en la historia de la Medicina. Y esto no ha sido menos para el caso de la Neurociencia. Un descubrimiento que muchas veces pasa desapercibido, y que supuso un avance crucial en la historia de la imagen médica, fue la angiografía cerebral, desarrollada en los arios 30 por el ya mencionado premio Nobel en Fisiología o Medicina portugués António Egas Moniz. Pero tanto esta técnica como las ventriculografías cerebrales eran métodos muy indirectos para ver con claridad el parénquima cerebral. Por otra parte, la técnica de la electroencefalografía se venía empleando con maestría desde hacía muchos arios, pero aunque proporcionaba una importante información funcional, aportaba una localización demasiado imprecisa. Quizá el primer hallazgo que representa el preludio de una nueva época del estudio del cerebro —y del cuerpo humano en general— fue el descubrimiento de la tomografía axial computarizada,
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desarrollada a partir de los importantísimos estudios de Allan Cormack en Estados Unidos y de Godfrey Hounsfield en el Reino Unido, premios Nobel en Fisiología o Medicina en el ario 1979. Por eso, cuando en el año 2003, Paul Lauterbur (1929-2007)", de la Universidad de Illinois en Estados Unidos, y Peter Mansfield, de la Universidad de Nottingham en Inglaterra, recibieron el premio Nobel en Fisiología o Medicina por sus descubrimientos sobre la resonancia magnética (resonancia de los átomos de hidrógeno cuando son bombardeados con ondas electromagnéticas desde un imán) y su aplicación en la obtención de imágenes médicas, era ya casi un lugar común referirse al impresionante avance que habían experimentado los métodos de diagnóstico médico en los últimos arios gracias a estas nuevas tecnologías de imagen médica. En el caso de las imágenes obtenidas del cerebro, la introducción de la llamada Resonancia Magnética Funcional (fMRI, functionalMagnetic Resonance Imaging, en inglés), que permite detectar los cambios en la distribución del flujo sanguíneo cuando el individuo desarrolla determinadas tareas sensoriales o motoras, y según distintos paradigmas cognitivos, emocionales o de motivación, también ha catapultado espectacularmente el estudio cerebral normal y patológico. Esta técnica, junto a la tomografía con emisión de positrones (el famoso PET, Positron Emission Tomography) o la magnetoencefalografía, ha sido la causante de que la investigación en neuroimagen sea actualmente una de las pioneras en el estudio del sistema nervioso. En los últimos arios, los estudios de neuroimagen basados especialmente en fMRI han llegado a ser la herramienta más importante para el desarrollo de una subdisciplina neurocientífica de gran repercusión experimental y mediática, la Neurociencia cognitiva". 24. Cfr. el obituario de P. Lauterbur publicado por The Economist el 4 de abril de 2007. 25. Cfr. DOLAN, R. J., «Neuroimaging of cognition: past, present, and finure», Neuron, 60 (2008), pp. 496-502.
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Según el doctor Dolan del University College de Londres, este campo de la neuroimagen está concentrando su investigación en dos tipos de cuestiones: ¿dónde? y ¿cómo? La primera ha sido objeto de una inmensa producción de trabajos científicos en los últimos arios. Es difícil entender la popularidad que tienen los estudios cerebrales sin ver esas imágenes tan gráficas cuyos colores indican activaciones y desactivaciones de diferentes zonas del sistema nervioso central, especialmente de su porción encefálica. Sin embargo, este investigador advierte que es la segunda pregunta la que plantea el mayor reto de este tipo de estudios para los próximos arios, ya que intenta desentrañar los mecanismos básicos de la actividad neural que se muestran cuando inducimos una función cerebral mediante diferentes tareas o paradigmas experimentales. En estos estudios, los neurocientíficos están relacionándose con otros científicos que trabajan en ciencia matemática o computacional para analizar los resultados obtenidos. En todo esto se detecta también otro factor de interdisciplinaridad en la Neurociencia. 3) Las enfermedades mentales Cuando en 1994 John Forbes Nash recibió el premio Nobel en Economía por sus estudios innovadores en el análisis del equilibrio en la teoría de juegos no cooperativos, muchos pensaron que también se hacía justicia a la lucha de un individuo contra una enfermedad mental demoledora, la esquizofrenia". Este hecho se recogió de manera muy plástica en la película Una mente maravillosa, que fue galardonada con cuatro premios de la Academia Americana en el ario 2001. La realidad es que la vida de este prestigioso profesor de Princeton fue más dura de lo que uno puede inferir de la reconstrucción cinematográfica, pero en ella queda 26. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Neurociencia y psiquiatría», La Gaceta de los Negocios, 28 de diciembre de 2006, p. 44.
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clara la tenaz lucha de este hombre contra un trastorno psiquiátrico gravísimo. Esta breve referencia nos coloca directamente en presencia de un dramático azote que sufre el mundo contemporáneo: las enfermedades mentales. Según los datos de los National Institute of Health del Gobierno de los Estados Unidos, hay aproximadamente más de veinte millones de norteamericanos con trastornos depresivos y dos millones que padecen esquizofrenia. Y la atención de estos pacientes supone un gasto de más de 75.000 millones de dólares por ario. De entre las dolencias psiquiátricas, la esquizofrenia siempre ha representado un reto especial para la investigación neurobiológica por la desarticulación del pensamiento que comporta, con alteraciones muy limitadoras de la percepción personal y de la interacción social. No deja de ser significativo que una portada (del 5 de octubre del ario 2006) de la revista neurocientífica Neuron —quizá una de las más prominentes en investigación neurobiológica básica— sea un autorretrato del pintor Bryan Charnley realizado en 1991, que había sido diagnosticado de esquizofrenia paranoide. En el cuadro representa una diana con su propio cerebro, en el que han errado todas las flechas disparadas contra él. Trataba de reflejar, de una forma dramática, la ausencia de conocimientos acerca de la fisiopatología de esta enfermedad menta127. Es lógico, por tanto, que la Neurociencia se ocupe cada vez más del estudio de estas enfermedades. En los últimos congresos de la Society for Neuroscience americana, los trabajos relacionados con los trastornos psiquiátricos se han ido multiplicando exponencialmente. Y en esto ha influido también, muy activamente, una transformación profunda de la Psiquiatría en los últimos arios. Es27. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Anatomía química del tálamo en la esquizofrenia», Anales de la Real Academia Nacional de Medicina, 125 (2008), pp. 179-191; y del mismo autor, «La señalización celular en la esquizofrenia», Monografía XXIV de la Real Academia Nacional de Farmacia, 2009, pp. 391-415.
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ta disciplina médica ha reenfocado su trabajo en el análisis de las dolencias específicas con una aplicación neurobiológica cada vez más profunda y operativa. La psicofarmacología y el desarrollo de una psicoterapia mucho más ligada a la neurobiología cerebral y a la neuroimagen han configurado una visión de la Psiquiatría como disciplina crucial en el estudio del cerebro humano: cómo es, cómo funciona, cómo enferma y cómo sana. Para ilustrar la amplia repercusión de los trabajos psiquiátricos en el ambiente neurocientífico, sirva de botón de muestra un estudio publicado también en Neuron, en el ario 2005, por un equipo multidisciplinar dirigido por Helen Mayberg (de la Universidad Emory en Estados Unidos) sobre la estimulación profunda en la corteza cerebral de enfermos que padecían una depresión intratable'. Según las conclusiones del artículo, esta terapia tuvo éxito en más de la mitad de los casos. De todos modos, me parece aún más interesante señalar otro aspecto de este estudio. Y es que su desarrollo estuvo precedido por serios y numerosos trabajos de Neurociencia básica sobre la neurobiología cortical, utilizando paradigmas cognitivos que permitieron identificar con precisión el área de la corteza cerebral seleccionada para la estimulación profunda. Cuando en el ario 2000 Eric Kandel, psiquiatra y neurocientífico básico, recibió el premio Nobel en Fisiología o Medicina, la Psiquiatría entraba en una nueva era. Sin duda, ella está llamada a convertirse en una de las disciplinas biomédicas y neurobiológicas más prominentes y de mayor futuro.
28. Cfr. MAYBERG, H. S., LOZANO, A. M., VOON, y., MCNEELY, H. E., SEMINOWICZ, D., HAMANI, C., SCHWALB, J. M., KENNEDY, S. H., «Deep brain stimulation for treatment-resistant depression», Neuron, 45 (2005), pp. 651-660; ver también HAMANI, C., -.MAYBERG, H., SNYDER, B., GIACOBBE, P, KENNEDY, S., LOZANO, A. M., «Deep brain stimulation of the subcallosal cingulate gyrus for depression: anatomical location of active contacts in clinical responders and a suggested guidefine for targeting», Journal ofNeurosurgery, 2009 (doi:10.3171/2008.10JNS08763).
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4) La «Década del cerebro»: 1990-2000 El 17 de julio de 1990, el entonces Presidente de los Estados Unidos hizo una comunicación para declarar los arios que van de 1990 al ario 2000 como la «Década del cerebro». En su comunicado escrito, el Presidente norteamericano destacaba de manera clara la importancia que tenía el estudio del cerebro para la lucha contra enfermedades nerviosas, que representan un auténtico flagelo para la humanidad. Pero también observaba que estas investigaciones podrían jugar un papel crucial como camino para conocer mejor al ser humano y mejorar sus condiciones de vida. Por su importancia, reproducimos aquí íntegra la declaración en la versión lingüística original: July 17, 1990 «By the President of the United States of America «A Proclamation «The human brain, a 3-pound mass of interwoven nerve cells that controls our activity, is one of the most magnificent —and mysterious— wonders of creation. The seat of human intelligence, interpreter of senses, and controller of movement, this incredible organ continues to intrigue scientists and layman alike. «Over the years, our understanding of the brain —how it works, what goes wrong when it is injured or diseased— has increased dramatically. However, we still have much more to learn. The need for continued study of the brain is compelling: millions of Americans are affected each year by disorders of the brain ranging from neurogenetic diseases to degenerative disorders such as Alzheimer's, as well as stroke, schizophrenia, autism, and impairments of speech, language, and hearing. «Today, these individuals and their families are justifiably hopeful, for a new era of discovery is dawning in brain research. Powerfui microscopes, major strides in the study of genetics, and advances in brain imaging devices are giving physicians and scientists ever greater insight into the brain. Neuroscientists are mapping the
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brain's biochemical circuitry, which may help produce more effective drugs for alleviating the suffering of those who have Alzheimer's or Parkinson's disease. By studying how the brain's cells and chemicals develop, interact, and communicate with the rest of the body, investigators are also developing improved treatments for people incapacitated by spinal cord injuries, depressive disorders, and epileptic seizures. Breakthroughs in molecular genetics show great promise of yielding methods to treat and prevent Huntington's disease, the muscular dystrophies, and other life-threatening disorders. «Research may also prove valuable in our war on drugs, as studies provide greater insight into how people become addicted to drugs and how drugs affect the brain. These studies may also help produce effective treatments for chemical dependency and help us to understand and prevent the harm done to the preborn children of pregnant women who abuse drugs and alcohol. Because there is a connection between the body's nervous and immune systems, studies of the brain may also help enhance our understanding of Acquired Immune Deficiency Syndrome. «Many studies regarding the human brain have been planned and conducted by scientists at the National Institutes of Health, the National Institute of Mental Health, and other Federal research agencies. Augmenting Federal efforts are programs supported by private foundation and industry. The cooperation between these agencies and the multidisciplinary efforts of thousands of scientists and health care professionals provide powerful evidence of our nation's determination to conquer brain disease. «To enhance public awareness of the benefits to be derived from brain research, the Congress, by House Joint Resolution 174, has designated the decade beginning January 1, 1990, as the «Decade of the Brain» and has authorized and requested the President to issue a proclamation in observance of this occasion. «Now, Therefore, I, George Bush, President of the United States of America, do hereby proclaim the decade beginning January 1, 1990, as the Decade of the Brain. I call upon all public officials and the people of the United States to observe that decade with appropriate programs, ceremonies, and activities.
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«In Witness Whereof, I have hereunto set my hand this seventeenth day of July, in the year of our Lord nineteen hundred and ninety, and of the Independence of the United States of Arnerica the two hundred and fifteenth». GEORGE BUSH [Filed with the Office of the Federal Register, 12:11 p.m., July 18, 1990129. Esta iniciativa se dirigía a la Library of Congress y al National Institute ofMental Health, perteneciente a los National Institutes of Health del Gobierno norteamericano, para aunar esfuerzos políticos, sociales y económicos en el desarrollo de la investigación en Neurociencia. Todo ello ha llevado a esta disciplina a un desarrollo en direcciones hasta ahora desconocidas para nosotros. Para resumir estos logros, los agruparemos en dos categorías esenciales que nos parece importante resaltar. En primer lugar, esta declaración coincidió con el crecimiento de las técnicas de neuroimagen que hemos señalado anteriormente. De esta manera, la investigación que mostraba el cerebro humano «trabajando» in vivo experimentó un crecimiento muy poderoso. En segundo lugar, la fuerza mediática de la declaración del Presidente de los Estados Unidos dotó a la Neurociencia de un prestigio y reconocimiento mediáticos como quizá nunca hasta ese momento había tenido ninguna disciplina científica en la historia de la Ciencia experimental. Por otra parte, el hecho de que las investigaciones neurocientíficas se pudiesen hacer de forma inocua sobre el ser humano sano o enfermo prestigiaba aún más nuestra disciplina, en un momento en que el crecimiento de la preocupación ecológica y las protestas por la experimentación animal se iban haciendo muy visibles en la sociedad. En general, podríamos decir que parecía cercano el momento de desentrañar, de una vez por todas, los misterios del
29. Cfr. http://www.loc.gov/loc/brain/proclaim.html
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enfermar nervioso, en parte también porque una gran cantidad de dinero federal se dirigía eficazmente hacia esos costosos estudios. La ciencia biológica experimental se veía también arrastrada hacia ese futuro feliz, tan esperado por todos. El prestigio de la Ciencia se estaba viendo ensalzado hacia cotas inimaginables. Con respecto a nuestro tema, conviene apuntar, sin embargo, dos precisiones. Primera, que en la llamada «Década del cerebro» se incidía también, de una manera explícita, en la importancia de ver este desarrollo de las investigaciones del sistema nervioso en un contexto de diálogo con otras disciplinas éticas y de implicación social. Se demostraba, otra vez más, que la vocación interdisciplinar de la Neurociencia no era abandonada en estos momentos de tremendo éxito experimental, político y mediático-social. La segunda precisión se refiere a que ya en el inicio de esos arios 90 estábamos comprobando que, en realidad, la Neurociencia como tal se encontraba ciertamente perpleja al intentar explicar los fundamentos más profundos del enfermar nervioso, de alteraciones complejas como las enfermedades neurodegenerativas o de las alteraciones mentales que antes hemos señalado. Además, se iba abandonando poco a poco una visión más sistémica del sistema nervioso (la llamada neurobiología de sistemas), que en gran medida ayudaba a ver el funcionamiento del sistema nervioso con un cierto holismo, con una cierta visión general de conjunto. De esta manera, nos encontrábamos, por una parte, con un mayor conocimiento de los mecanismos genéticos, moleculares, subcelulares y celulares que rigen las células del sistema nervioso, impulsado por el poderoso desarrollo de la Genética y de la Biología molecular y celular, que también se observaba en otros campos biomédicos (como por ejemplo, la Oncología, la Cardiología y otros). Por otra parte, el desarrollo de la neuroimagen cerebral mostraba activaciones y desactivaciones cerebrales que no eran fáciles de situar en un contexto general de funcionamiento del cerebro en conjunto. Era curioso, y hasta paradójico, observar que a preguntas, como por ejemplo: «¿cómo funciona el cerebro?», la
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respuesta era casi de perplejidad; y lo llamativo es que esto ocurría en un momento en que la ciencia neural estaba en el punto culmen de su desarrollo experimental. El conocimiento de las conexiones nerviosas por los denominados técnicamente estudios «hodológicos», del griego hodos, «camino o vía», es decir, aquellos que analizan como se conectan las distintas partes del sistema nervioso, había sido de una importancia capital para completar una neuroanatomía que sólo veíamos estáticamente. La conectividad neural ayudó poderosamente a dar sentido a los distintos subsistemas que rigen la morfofuncionalidad del sistema nervioso. Pero estos estudios planteaban al menos tres problemas serios. Primero, que había que realizarlos en animales de experimentación, y los resultados tenían que ser extrapolados después al hombre. Segundo, que los estudios de conectividad mostraron que las conexiones eran mucho más complejas de lo que se podría inferir en una primera aproximación. Tercero, que eran trabajos importantes desde el punto de vista morfológico, pero no aportaban directamente ningún descubrimiento funcional; esto último había que inferirlo a posteriori estudiando las conexiones puestas ya de manifiesto. En consecuencia, estos trabajos se han ido abandonando poco a poco, hasta el punto que ahora sólo unos cuantos laboratorios en todo el mundo los abordan con seriedad y profundidad suficiente. Pero el corolario es también claro: hoy en día se conocen más detalles sobre el tejido neural, pero al mismo tiempo se está perdiendo una visión más sistémica de cómo funciona el cerebro en su conjunto. Lo interesante de todo este proceso es que a los neurocientíficos se les pide ahora responder a preguntas sobre el funcionamiento y el enfermar del sistema nervioso que precisan un profundo conocimiento de la neurobiología de sistemas, lo cual —como hemos dicho antes— se ha perdido en los últimos arios. Ni que decir tiene que las preguntas por una explicación neurobiológica sobre temas tan vitales como la autoconciencia, las convicciones acerca de valores y de la Ética, o la libertad, encallan en una perplejidad difí-
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cilmente sostenible en una sociedad que espera de la Ciencia respuestas claras sobre todo". Esta perplejidad se sume en un desconcierto todavía mayor cuando desgraciadamente se emiten declaraciones o se formulan postulados que afirman, por ejemplo, que «todo está en el cerebro». Afirmaciones de tal generalidad y rotundidad carecen de una fundamentación neurocientífica profunda, y terminan sembrando más confusión que claridadm. E. Mirando alfuturo En la actualidad —simplificando de algún modo para intentar captar el meollo de la investigación neurocientífica—, la Neurociencia se plantea dos tipos de estudios. Por una parte, se trabaja intensamente en los problemas ligados a la Genética y a la Biología molecular, así como en su incidencia celular y subcelular en la estructuración de cascadas de sistemas de comunicación biológica, decisivos para el funcionamiento del organismo. Estos estudios son comunes a la Neurociencia, que estudia el sistema nervioso, y a otras disciplinas que se ocupan de otros muchos tejidos del cuerpo humano. Tales investigaciones han supuesto —y podrían posibilitar aún más— un gran avance en la conformación de terapias eficaces para enfermedades destructoras del sistema nervioso (como es el caso de las alteraciones neurodegenerativas), o de terapias que 30. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., MURILLO, J. I., «Neurociencia y libertad: una aproximación interdisciplinar», Scripta Theologica, 41 (2009), pp. 13-46; y MURILLO, J. I., GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Tiempo, conciencia y libertad: consideraciones en torno a los experimentos de B. Libet y colaboradores», Acta Phdosophica, 17 (2008), pp. 291-306. 31. Cfr. A-TBRIGHT, T D., JESSELL, T M., KANDEL, E. R., POSNER, M. I., «Neural science: a century of progress and the mysteries that remain», Neuron, Supplementum (2000), pp. S1-S55; y SEARLE, J. R., «Towards a science of consciousness». Conferencia impartida en 2006 en el Centerfor Consciousness de la Universidad de Arizona (Tucson, Arizona, Estados Unidos). Recogida en el programa » The Philosopher's Zone» de la ABC National Radio de Australia el 20 de enero de 2007.
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ayuden a la regeneración o reparación del tejido nervioso alterado, así como para la lucha contra los tumores de origen glial o neural. Por otra parte, un segundo tipo de estudios se centra en el creciente interés de la Neurociencia por dar respuesta a los grandes interrogantes sobre el conocimiento del hombre y de su enfermar mental que esta misma disciplina ha puesto encima de la mesa. ¿Cómo trata de hacer esto la Neurociencia? Lo intenta —simplificando mucho— gracias a dos investigaciones que ya hemos descrito por extenso anteriormente en este capítulo. Primera, con la modificación biológica de las personas que padecen devastadoras enfermedades neurológicas o mentales a base de fármacos capaces de alterar la composición y el funcionamiento celular o sináptico en determinadas partes del sistema nervioso. Segunda, merced a la búsqueda de patrones de activación y desactivación del sistema nervioso en nuestras acciones cognitivas y afectivas tan específicamente humanas32. Es obvio que desde el punto de vista mediático el segundo aspecto considerado tiene una importancia decisiva. El extraordinario progreso de las mencionadas técnicas de neuroimagen, que están aportando una enorme cantidad de datos sobre las funciones cerebrales, ha provocado en no pocos el convencimiento de que estamos muy cerca de desentrañar el misterio global de la organización del pensamiento humano y, en general, de todas las llamadas «funciones superiores» del hombre. Pero este asalto de la Cien32. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Neurociencia en todo», La Gaceta de los Negocios, 16 de noviembre de 2007, p. 51. En este artículo se dice: «(...) en este ambiente de gran divulgación neurocientífica, la investigación del cerebro apunta al logro mayor de la ciencia: dar respuesta lógica y racional a los grandes valores de la especie humana. Es extraordinariamente importante investigar en el cáncer, la hipertensión o la terapia génica; pero conocer a fondo cómo funciona el cerebro tiene ese 'plus' de intentar desenmascarar lo más humano del hombre y, de esta manera, poder dominarlo, para hacer una humanidad mejor y no sólo más saludable. En otras palabras: realizar el sueño de lograr un `transhumanismo cerebral'». Véanse también http:// www.fhi.ox.ac.uld y http://es.wilcipedia.org/wiki/Transhumanismo
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cia a lo que parecía el inaccesible reducto del espíritu comienza a tener ya claros efectos prácticos. Aunque pueda parecer a simple vista ciencia-ficción, analizando los abundantes estudios neuropsicológicos que se están realizando actualmente, comienza a parecer posible el proyecto de manipular la conducta humana mediante la activación y desactivación artificial de determinados centros cerebrales o de sistemas de conexiones implicados en el funcionamiento unitario del sistema nervioso". De este modo, las manipulaciones encaminadas a obtener modificaciones en la conducta personal o colectiva podrían invadir el mundo de la educación, del derecho o de la política, por citar sólo algunos ámbitos capitales de la actividad humana. Los evidentes riesgos que entrañan estas posibilidades suscitan la necesidad de tener en cuenta a la Ética a la hora de enmarcar todas estas investigaciones, especialmente las posibles intervenciones en el cerebro del hombre, como enseguida veremos con detalle. También en este punto resulta obvio que la Neurociencia se encuentra abocada a dialogar con otras disciplinas. La misma presencia de abogados, periodistas, filósofos y políticos, junto con los neurocientíficos, en una reunión científica de San Francisco en el año 2002 y que marcó el nacimiento de la Neuroética como disciplina asociada a la Bioética y a la Neurociencia, lo puso de manifiesto de manera especialmente notoria". Pero el paso de la Neurociencia a la vanguardia de las ciencias, y no sólo de las catalogadas como específicamente biomédicas, no se debe tan sólo a los espectaculares avances neurocientíficos, sino también a las muchas preguntas clave sobre la biología del sistema nervioso que quedan todavía por contestar, y que convierten a esta materia, por tanto, en un campo especialmente atractivo para la
33. Cfr. MAYBERG, H. S., LOZANO, A. M., VOON, y., MCNEELY, H. E., SEMINOWICZ, D., HAMANI, C., SCHWALB, J. M., KENNEDY, S. H., «Deep brain stimulation... », pp. 651-660. 34. Cfr. MARCUS, S. J. (ed.), Neuroethics. Mapping the field The Dana Press, New York 2002, pp. 1-9.
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investigación. En efecto, nos enfrentamos al dificil reto de comprender cómo funciona un organismo de manera unitaria, y cómo desarrolla sus actividades más complejas y elaboradas. Por eso se comprende que algunas de esas preguntas se cuenten entre las grandes incógnitas de la investigación biológica de nuestros días. Ahora bien, cuando nos referimos a lo específicamente humano, más allá de lo que se puede calificar como una simple dificultad científica, es preciso reconocer que nos encontramos ante un terreno rodeado de misterio. Y buena parte de ese misterio se concentra en torno a lo que se ha venido llamando las relaciones mente-cerebro. Este problema, que ha sido rescatado con inusitada fuerza por la filosofía analítica de la segunda mitad del siglo XX, se encuentra ahora entre los principales retos de la Ciencia experimental del sistema nervioso. Una vez más, la Neurociencia vuelve a su originario perfil interdisciplinar. Pensamos que, en la actualidad, ésta es la ciencia biológica más capaz de entablar este diálogo con expectativas prometedoras. Entre las colaboraciones interdisciplinares que se presentan como más esperanzadoras en un horizonte que tiende a aumentar y completar nuestro conocimiento general sobre lo humano, es indudable que despuntan las relaciones entre la Neurociencia y la Filosofía. Esta última, en efecto, se ocupa de los interrogantes más esencialmente humanos desde una perspectiva general. Todo esto conduce a pensar que se podría lograr con éxito el establecimiento de un auténtico diálogo interdisciplinar entre neurocientíficos y filósofos. Máxime cuando es bien manifiesto para muchos que la especialización e incomunicación de las disciplinas científicas desemboca con frecuencia en debates sobre cuestiones fundamentales que terminan en callejones sin salida. Pero este diálogo es tan necesario como difícil. Al intentar plantearlo conviene tener en cuenta lo que afirmaba el filósofo moral de origen escocés y afincado en los Estados Unidos, Alasdair MacIntyre, sobre los debates morales de nuestro tiempo. Según él, dichos debates se encuentran en una situación de lamentable desor-
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den, porque quienes los entablan parten de premisas radicalmente diferentes e inconmensurables, de manera que resulta casi imposible el diálogo". El buen trabajo interdisciplinar, por el contrario, aporta coherencia, orden y rigor a las cuestiones que se tratan, y, lógicamente, potencia nuestra capacidad de detectar y resolver estos problemas". Y como este escrito aspira precisamente a ser interdisciplinar, emprenderemos a continuación un balance de naturaleza filosófica. 2. IRRUPCIÓN DE LA NEUROÉTICA EN LA NEUROCIENCIA A. Bioética y Neuroética en el seno interdisciplinar de la Neurociencia Ya señalamos anteriormente el importante papel que tuvo la interdisciplinariedad en el nacimiento de la Neurociencia. En un principio, esta interdisciplinariedad surgió de forma natural entre las diversas disciplinas biológicas, a las que también se unieron muy íntimamente la Psicología y la Psiquiatría. Sin embargo, en este clima de entendimiento entre ciencias para abordar la resolución de problemas comunes, era lógico que con el tiempo apareciese la preocupación por los problemas éticos. Y, como vimos antes, problemas tanto derivados del ejercicio directo de la práctica de la investigación sobre el sistema nervioso, como los originados
35. Cfr., MACINTYRE, A., Afier Virtue, Prologue: 4fi-er Virtue' after a quarter of a century, University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana 2007, pp. ix-xvi; y God, Philosophy, Universities: A Selective History of the Catholic Philosophical Tradition, Rowman & Littlefield Publishers Inc., Lanham, Maryland 2009, pp. 173-180. Asimismo, sobre MacIntyre, RODRÍGUEZ DUPLA, L., Ética, BAC, Madrid 2001, pp. 208-211; y el trabajo de OAKES, E. T., «The achievement of Alasdair MacIntyre», First Things, 65 (1996), pp. 22-26. 36. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., MURILLO, J. I., «Neurociencia y libertad...», p. 46.
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por las preguntas más generales y desafiantes, por así decir, que la Neurociencia se iba encontrando. Preguntas estas últimas que enseguida se subsumieron bajo el rótulo «relaciones mente-cerebro», pero que por su propia naturaleza y dinámica desbordarían cada vez más dicho límite terminológico y conceptual". Vayamos más despacio. La preocupación por los problemas éticos dentro de la Neurociencia obedece, en nuestra opinión, a dos fenómenos que se solapan y coinciden en el tiempo. Por una parte, hay que tener en cuenta que la Neurociencia es una disciplina que nace con una clara vocación y un arraigado desarrollo interdisciplinar precisamente en el seno de un magma científico donde la tecnología biológica se empieza a desarrollar de manera vertiginosa. La Bioética pretende dar respuesta ética a este avance tecnológico de las ciencias de la vida y de su aplicación en la Medicina y en las disciplinas asociadas a ella. Lógicamente, la Neurociencia no escapa a esta tarea ética, pero quizá con la ventaja de poder atisbar —o mejor, de poder ir atisbando poco a poco— esta interacción entre Ética y Neurociencia como un campo privilegiado para el estudio interdisciplinar y de fecunda repercusión social. Por otra parte, el propio avance tecnológico en la Neurociencia hace que los problemas por investigar se vayan desplazando en esta ciencia hacia problemas más relacionados con el interior del hombre, con su enfermar, con sus funciones cognitivas y emocionales. Esto, junto a los grandes enigmas que plantea la mente humana y a la irrupción social de las enfermedades mentales con terapias que resultan eficaces mediante la modificación de la biología cerebral, centra el desarrollo de la Neuroética también en un contexto interdisciplinar mucho más amplio que las llamadas relaciones mente-cerebro. Estamos muy acostumbrados a hablar de Bioética, pero podríamos olvidar por ello que es una disciplina ética relativamente re37. Cfr. ROSKIES, A., «What's `neu' in Neuroethis?», en BICKLE, J. (ed.), The Oxford Handbook on Philosophy and Neuroscience, Oxford University Press, New York 2009, pp. 454-470.
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ciente. Nace a principios de los años 70 de la mano de un oncólogo norteamericano, Van Rensselaer Potter. Este médico publicó un libro, ya clásico, y titulado en castellano Bioética: un puente alfuturo, que se considera como el punto de partida de esta rama ética". En este texto se menciona la necesidad de la Ética para abordar el futuro de la Biomedicina. La Bioética se configura como el campo de la Ética que pretende fundamentar los principios del actuar moral del hombre en relación con la Biomedicina. Sin embargo, hay que considerar aquí dos hechos. En primer lugar, la Bioética hace su aparición en un entorno cada vez más tecnológico de la Medicina que, a su vez, está creciendo en un determinado clima antropológico relacionado directamente con la Ética. Dicho clima está fuertemente influido por la cuestión sexual; en concreto, por la pretensión de separar el aspecto placentero de la función procreativa en el acto sexual, a lo que se suma el importante desarrollo de los anticonceptivos gracias a la poderosa tecnología farmacéutica. El comienzo de la vida se convierte de inmediato, casi por derecho propio, en uno de los campos naturales de la Bioética. Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XX emerge un segundo frente en relación con el amplio desarrollo de la Medicina. La tecnología empieza a concentrarse también, y en gran medida, en prolongar la existencia humana. Lo que se procura es mejorar las condiciones naturales de nuestro vivir y evitar que el azote de las enfermedades trunque de manera dramática ese sueño de mejora que se ve cada vez más cercano a la realidad. Con esto, el final de la vida humana se ve también, por consiguiente, como otro de los objetivos centrales de la Bioética".
38. Cfr. POTTER, R., Bioethics: Bridge to the Future, Prentice Hall, New Jersey 1971; y TROSKO, J. E., PITOT, H. C., «In Memoriam. Professor Emeritus Van Rensselaer Potter II (1911-2001)», Cancer Research, 63 (2003), p. 1724. 39. Cfr. CRANFORD, R. E., «The neurologist as ethics consultant and as a member of the institutional ethics committee. The neuroethicist», Neurologic Clinics, 7 (1989), pp. 697-713.
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Finalmente, añadamos dos últimas consideraciones sobre otros temas bioéticos. La primera se refiere a la medicalización de la sociedad y las relaciones médico-enfermo4°. Éstas vienen a encuadrar un campo fecundo para un diálogo ético, donde la sociedad aporta sus coordinadas tecnológicas y jurídicas tan afines al mundo de final del siglo )0(. La segunda es la concerniente a los animales, que siguen siendo necesarios para llevar a cabo los experimentos terapéuticos y de conocimiento de las estructuras diana para fomentar nuestra salud. Esto último se suma, muchas veces de manera conflictiva, con una preocupación creciente por el entorno natural. De esta manera, puede decirse de modo sintético y en general que la Bioética queda configurada, en sus contenidos más relevantes, sobre cuatro pilares temáticos principales: el principio de la vida humana, el final de ésta, las relaciones médico-paciente y la experimentación animal. La Neurociencia más moderna e interdisciplinar tiene, en buena medida, una narrativa histórica sincrónica con respecto a la Bioética. Los cuatro campos éticos que acabamos de mencionar en el párrafo anterior pueden relacionarse con la Neurociencia de forma muy sencilla. Por un lado, la configuración morfofuncional del sistema nervioso y de su enfermar estarían en la base de los problemas del inicio y el final de la vida humana. Para algunos bioéticos el inicio de la vida humana tiene relación con lo que ellos piensan que es la configuración unitaria y cerrada de los sistemas biológicos en el embrión humano alrededor de la octava semana del desarrollo embrionario41. Las enfermedades neurodegenerativas y la pérdida de conciencia de los enfermos terminales están también en 40. Cfr. FUCHS, T., «Ethical issues in neuroscience«, Current Opinion in Psychiatry, 19 (2006), pp. 600-607. 41. Cfr. GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «¿Por qué la octava semana?», Análisis Digital 10 de diciembre de 2004, http://www.analisisdigital.com/; «Dignitas personae: un documento en el núcleo de los debates morales de nuestro tiempo», Communio, 13 (2009), en prensa; y «Neurobiología del llamado 'vínculo de apego' en el desarrollo embrionario», Cuadernos de Bioética, 20 (2009), pp. 333-338.
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el centro del enconado debate ético sobre la eutanasia. Por otro lado, en la medicalización de la Medicina y en la experimentación animal la Neurociencia también está presente de una forma relevante en los últimos arios. Es lógico, por tanto, que los problemas éticos ligados al sistema nervioso (a su enfermar, a su manipulación, a su relación con otras disciplinas) se vayan configurando paso a paso como dilemas éticos muy relevantes. Se podría decir que el estudio de la dimensión ética de la Neurociencia desemboca naturalmente en la formación de una subdisciplina bioética específica tal como la Neuroética42. Pero alguien podría preguntarse: ¿por qué la Neuroética surge entonces con un perfil tan propio, con un aspecto distintivo respecto a la Bioética en general? Tratar de responder a esta pregunta nos abre, en realidad, una ventana a dos hechos que consideramos centrales en nuestro estudio. Primero, que la Neurociencia es quizá la disciplina biológica que más potencial mediático está teniendo en los últimos arios, como ya hemos visto más arriba. La importancia que se está dando a las funciones del sistema nervioso en una sociedad del conocimiento cada vez más hormada por los medios de comunicación, así como la creencia de claro corte cientificista según la cual podemos mejorar o manipular nuestro cerebro para ser mejores o para aminorar las deficiencias de una humanidad en peligro —muchas veces frente a ella misma—, hacen que la Neuroética pueda verse también como forma de contención o control y como un claro corolario de desarrollo interdisciplinar. No obstante, esta importancia otorgada es más teórica que práctica, puesto que aunque nuestro conocimiento del cerebro en los últimos arios ha crecido enormemente, no hemos conseguido unas respuestas claras y sistemáticas para comprender cómo funciona el cerebro de forma conjunta como un todo, y para la superación terapéutica de la plaga de las enfermedades neurodegenerativas o mentales.
42. Cfr. ROSKIES, A., «What's `neu' in Neuroethis?», pp. 454-470.
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El segundo hecho es que la perplejidad de la Neurociencia, en su afán por dar respuestas sólidas a las preguntas cruciales que se hace en un contexto interdisciplinar, ha sido vista como una limitación tanto de contenido como metodológica. ¿Cómo podemos enfocar realidades humanas éticas (tales como la decisión libre, el sentimiento de culpa, el sentido de responsabilidad, la conciencia del deber u obligación moral, las convicciones acerca de lo correcto y de lo bueno o la búsqueda de la felicidad humana) basándolas en una estructura biológica —o al menos buscando sólo su relación con ella— de la que ni siquiera podemos presentar una teoría coherente de su funcionamiento unitario? Ante cuestiones de tanta importancia, y que reclaman una actitud muy proactiva dadas las expectativas alcanzadas en la vida mediática y científica de nuestra sociedad, sólo queda una actitud interdisciplinar de colaboración y de ayuda. No sabemos si la Ciencia experimental" nos dará todas las claves para conocer esta realidad biológica que es nuestro cerebro —ciertamente una parte esencial de lo que nosotros mismos somos—, pero al menos tenemos la seguridad de que estamos frente a un problema importante. Un problema cuyo estudio armónico e interdisciplinar nos promete, con toda probabilidad, más oportunidades de ofrecer respuestas sólidas que si seguimos investigando de forma independiente, y por ello claramente insuficiente, desde los puntos de vista tanto conceptual como metodológico. De esta manera, se comprende que algunos neurocientíficos hayan visto la alianza de la Neurociencia con la Ética (o con la Filosofía en general) como otra forma de abordar las grandes preguntas que cada vez con más frecuencia afloran como relevantes en sus investigaciones: ¿qué es el hombre?, ¿podemos controlar nuestro cerebro?, ¿existe la libertad?, ¿es posible utilizar la Neurocien43. Como es fácil de advertir, al hablar de Ciencia venimos refiriéndonos a la Ciencia experimental moderna, aunque desde luego tenemos en cuenta que el carácter científico está presente —incluso más originaria y profundamente— en saberes últimos como la Filosofía o la Teología.
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cia para luchar contra el crimen, el terrorismo u otras lacras sociales que nos invaden? Por tanto, la Neurociencia puede y debe abordar una interdisciplinaridad en dos vertientes. Por un lado, una puramente científico-experimental según la cual los estudios genéticos, moleculares o celulares sobre las diferentes células que forman el tejido nervioso pueden equipararse conceptualmente a los que se realizan en otros sistemas orgánicos, aplicando la peculiaridad correspondiente al propio entorno neural. Por otro lado, una interdisciplinariedad que conecta con conocimientos no científico-experimentales, debido a que la Neurociencia que aborda principalmente la comprensión sistémica del funcionamiento cerebral se adentra cada vez más en las preguntas esenciales del conocimiento del hombre. Esto último es importante también porque las técnicas de neuroimagen nos permiten explorar la activación neural de seres humanos, que pueden así ser manipulados experimentalmente. Y esta segunda dirección de la Neurociencia nos lleva de la mano al intento de esta disciplina biológica por penetrar en las dimensiones más íntimas y personales del ser humano.
B. Neurociencia: conocer mejor el interior del hombre Que la Neurociencia, especialmente en los últimos tiempos, se ha visto abocada a preguntarse y a buscar con tenacidad qué y quiénes realmente somos, es algo que parece claro después de haber explorado brevemente su narrativa histórica en el anterior capítulo. Allí vimos que su propia dinámica ha llevado a esta ciencia a plantearse interrogantes globales acerca de la actividad mental y emocional humana, en definitiva, acerca del hombre y su vida más personal, sana o enferma. Y también se advirtió la perplejidad que invade a los neurocientíficos ante tales cuestiones. Si miramos ahora al pensamiento filosófico, es verdad que encontramos concepciones sobre el hombre y su actividad interior,
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por así decir, muy consolidadas desde hace mucho tiempo. Pero en los últimos tiempos la situación presenta cierta novedad. Precisamente el impresionante desarrollo de la Neurociencia ha proporcionado al hombre actual una visión científica del ser humano extraordinariamente detallada y, al mismo tiempo, poco compatible en apariencia con las propuestas filosóficas —o al menos, expresada en términos muy diferentes a éstas—. Naturalmente, esta circunstancia no ha hecho sino acrecentar aquella perplejidad. El filósofo Max Scheler (1874-1928), excepcional cultivador de la filosofía fenomenológica nacida a comienzos del siglo XX, expresó esta situación con toda claridad: «Si se pregunta a un europeo culto qué entiende por la palabra 'hombre', casi siempre empiezan a rivalizar en su mente tres círculos de ideas totalmente inconciliables entre sí. En primer lugar, el círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la Creación, el Paraíso y la caída. En segundo lugar, el círculo de ideas de la Antigüedad clásica, en la que la autoconciencia del hombre se elevó por vez primera a un concepto de su puesto singular en la tesis de que el hombre es hombre porque posee 'razón', lógos, Phronesis, ratio, mens, donde logos significa tanto lenguaje como capacidad de captar el 'qué' de todas las cosas; estrechamente vinculada a esta intuición está la doctrina de que también a la totalidad del Universo le subyace una razón sobrehumana, de la que el hombre, y sólo él de entre todos los seres, participa. El tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas, que también se ha hecho tradicional desde hace ya mucho tiempo, de la moderna ciencia natural y de la psicología genética, según las cuales el hombre es un muy tardío producto de la evolución del planeta Tierra, un ser que sólo se diferenciaría de sus precursores en el reino animal por el grado de complejidad con que se combinan en él las energías y facultades, que en sí mismas ya están presentes en la naturaleza infrahumana. Estos tres círculos de ideas carecen de toda unidad entre sí. De este modo, tenemos una antropología científico-natural, otra filosófica y otra teológica indiferentes entre sí, pero no tenemos una idea unitaria del
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hombre. La creciente pluralidad de ciencias especializadas que se ocupan del hombre, por más valiosas que sean, ocultan la esencia del hombre mucho más de lo que la esclarecen. Si, además, se tiene en cuenta que los tres círculos de ideas tradicionales han sufrido hoy serios daños, y especialmente la solución darwinista al problema del origen del hombre, cabe decir que en ningún momento de la historia el hombre se ha tornado tan problemático para sí mismo como en la actualidad»44. Nos hemos permitido esta extensa cita porque refleja muy
bien, a nuestro juicio, la situación actual, a pesar de que esas líneas fueron escritas en 1927. Su autor abría con ellas una conferencia que, ligeramente ampliada, publicaría el ario siguiente, dejando así su última y conocida obra: Elpuesto del hombre en el cosmos. Este escrito es hoy reconocido como el trabajo fundador y pionero de la antropología filosófica como disciplina filosófica propia. Lo decisivo aquí son dos puntos. Primero, que lo que realmente está en discusión es la pregunta directa por el hombre. Segundo, que esa discusión está provocada por respuestas heterogéneas y, en principio, irreconciliables. Es cierto que ambas cosas acompañan al pensamiento humano desde los inicios de la historia. El ser humano siempre se ha preguntado por sí mismo, y lo ha hecho desde distintos y puntos de vista controvertidos entre sí. No hay más que recordar las discusiones antiguas entre la mitología y la Filosofía, o las medievales entre la fe y la razón, o el dificultoso abrirse paso de la Ciencia experimental en el inicio de la época moderna. Scheler lo planteó en toda su radicalidad porque, en su tiempo, el evolucionismo estaba cuestionando el ser humano a partir de su origen. Pero ese problema quedaba aún, por así decir, fuera del hombre mismo. El núcleo personal y más específicamente humano podía aún distinguirse de su origen animal e, incluso, mate-
44. SCHELER, M., El puesto del hombre en el cosmos, Alba, Barcelona 2000, pp. 33-34.
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rial. Hoy, sin embargo, la situación se ha agudizado y radicalizado todavía más, planteándose —como ya hemos visto— problemas más conceptuales que los simplemente empíricos. La Neurociencia ha intentado penetrar, o así lo entiende ella misma, en el interior más íntimo del ser humano. Las preguntas a las que ha llegado, así como la respuesta que pretende, ya no son sobre el origen del hombre, sino sobre su actuar y su ser. Para muchos investigadores neurocientíficos, el conocimiento que esta ciencia propone choca de un modo mucho más directo con los conocimientos filosóficos y religiosos". Es verdad, como también quedó patente que ningún neurocientífico cree seriamente tener las respuestas definitivas y completas acerca de cómo funciona el cerebro humano en su conjunto. Pero también es verdad que algunos, a la vista del progresivo y vertiginoso desarrollo de la Neurociencia, piensan que alcanzar esa respuesta científica es sólo una cuestión de tiempo. Y, por otro lado, no faltan quienes lanzan afirmaciones gratuitas en esa dirección, aserciones que no están científicamente avaladas y que, por tanto, no pasan de ser simples opiniones, aunque disfrazadas mejor o peor de cierto ropaje científico. Así pues, el conflicto se presagia aún más dramático, y la crisis de identidad del ser humano está llegando, de este modo, a su culmen. No vemos otra cosa muchas veces en la sociedad actual. Ya se dijo que se trata de una sociedad que se ha ido acostumbrado a esperar de la Ciencia respuestas claras sobre todo, también sobre aquellas cuestiones para las que acudía a la Filosofía o a la Teología". Ahora, el conocimiento objetivo es patrimonio de la prestigiosa y exacta Ciencia experimental —en este caso la Neurociencia—, comprobable además por cualquie-
45. Cfr. DENNETT, D. C., Breaking the Spelk Religion as a Natural Phenomenon, Penguin, London 2006.; y también DAWKINS, R., The God Delusion, Bantam Books, New York 2006. 46. Cfr. MACINTYRE, A., God, Philosophy, Universities..., pp. 173-180; y OAKES, E. T, «The achievement of Alasdair MacIntyre», pp. 22-26.
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ra, mientras que el resto de disciplinas sapienciales poco o nada puedan aportar a ese conocimiento «objetivo». Esas disciplinas están ahí, ciertamente, y nadie discute su papel. Pero esta función no es la de proporcionar propiamente conocimiento, sino a lo sumo consolar nuestra penosa ignorancia. En la tercera parte de este trabajo analizaremos el proceso de este cambio de perspectiva respecto a las disciplinas filosóficas y a las científico-experimentales. Lo que ahora interesa señalar es que, a la vista del imparable progreso neurocientífico, no es extraño que aparezcan cuestiones filosóficas, y específicamente éticas, al cuestionarnos de una manera directa el cómo y porqué del actuar humano; es decir, lo más cercano al porqué del hombre. Estas cuestiones, las éticas, han aparecido siempre que se llega a la intimidad de la persona, siempre que se han cuestionado las preguntas más hondas de su existencia y de su vida. Y esas cuestiones se han decantado en dos vertientes, que corresponden a dos tipos de preocupaciones. Dos vertientes que son, en realidad, dos planos de reflexión ética que ya se han indicado previamente: primero, el plano predominantemente práctico de los criterios éticos de la aplicación de la Neurociencia en su tratamiento con los pacientes o sujetos experimentales; y segundo, el plano más teórico, que reflexiona sobre esas preguntas acerca del ser y actuar humanos. Iremos viendo que la llamada Neuroética engloba ambas categorías de problemas, como analizaremos con más detalle en la segunda parte de este escrito. Pero en nuestro estudio (sobre todo en la tercera parte) queremos explorar más el segundo conjunto, los interrogantes más fundamentales y profundos. Y esto por dos razones. Primero, porque ya van existiendo detallados estudios que recogen los criterios éticos prácticos que parecen pertinentes en el ejercicio de la Neurociencia. Y segundo, porque aquellas preguntas fundamentales constituyen, evidentemente, la razón de dichos criterios. Pero, además, adelantamos que con esa reflexión teórica no queremos dar respuestas propiamente antropológicas. Sobre ello ya existe también una gran cantidad de libros. Siguiendo la men-
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cionada sugerencia de MacIntyre, queremos dirigir nuestra atención, más bien, a los supuestos metodológicos y discursivos responsables de la extraordinaria dificultad para establecer un diálogo interdisciplinar en la actualidad". Estamos convencidos de que desenmascarar esos presupuestos es, en la situación presente, la tarea más necesaria y urgente. Sólo podrá entablarse el diálogo interdisciplinar que la sociedad y el hombre de hoy necesitan si se crean las condiciones para su posibilidad, lo cual pasa por examinar los fundamentos de las respectivas ciencias. Pero de todo esto nos ocuparemos en la última parte. Ahora resultará muy ilustrativo presentar una historia del nacimiento de la Neuroética. C. Narrativa histórica de la Neuroética Para la introducción de este apartado nos serviremos de un amplio fragmento de una memorable conferencia impartida por Eric Kandel, premio Nobel de Fisiología o Medicina en el ario 2000, por sus estudios sobre el aprendizaje y la memoria, en el congreso de la Soez*ety for Neuroscience celebrado en Washington D.C. del 12 al 16 noviembre de 2005. Por su trascendental importancia lo transcribimos aquí traducido al castellano de su publicación en la revista neurocientífica Trends in Neurosciences, dentro de un conocido artículo de Illes y Bird": He aquí el texto referido del profesor Kandel: «Cualquier persona que reflexione sobre el tema de los valores éticos en la Ciencia se ve tentada a dar por supuesta su evidencia como un elemento implícito en las actividades que llevamos a cabo. Entendemos que todo científico bien preparado y que sea recto en 47. Cfr. MACINTYRE, A., God, Philosophy, Universities. .., pp. 173-180. 48. Cfr. ILLEs, J., BIRD, S. J., «Neuroethics: a modern context for ethics in neuroscience», Trends ofNeurosciences, 29 (2006), pp. 511-517.
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su trabajo se encuentra provisto de unos valores éticos que le permiten considerar con detenimiento las implicaciones sociales derivadas de su labor, y las consecuencias que recaen sobre los demás, sin recurrir a la ayuda de nadie. Pero en el mismo contexto señalado y no hace demasiado tiempo, mientras escribía sobre mi trayectoria personal y profesional, me ha venido a la mente que las cosas no siempre han funcionado de la misma manera. Hasta los científicos que tienen la impresión de albergar unos propósitos inmejorables, un parecer a veces incluso compartido por los demás, pueden embarcarse en un proceder que, de forma absolutamente imperceptible —para ellos—, acabe por oponerse frontalmente a la Ética. Después de nacer en Viena, me llevaron a los Estados Unidos con nueve años de edad, uno después de que Hitler entrara en Austria. Tras acudir a la facultad de Medicina y especializarme en Psiquiatría, me hice genético molecular, encaminando mis intereses hacia el área del aprendizaje y la memoria. Las circunstancias personales específicas que me hicieron recordar la importancia decisiva de las deliberaciones éticas emanaron de mis lecturas sobre las fuentes científicas del Holocausto. Un caso tan aterrador me tocaba muy de cerca, no sólo por mis orígenes, sino también por mis experiencias profesionales posteriores. Comencemos por ubicar este ejemplo dentro del marco más amplio de la Psiquiatría y la Genética del siglo >oc. Daniel Kevles ha insistido en que, a principios de la centuria, casi todos los genetistas eran partidarios de la eugenesia, incluida una buena parte de los más serios y mejor intencionados". En 1883, Francis Galton, primo de Darwin, fue el primero en proponer la noción de que debían reforzarse aquellos grupos biológicos que fueran de alguna manera valiosos para la herencia. Siguiendo sus pasos, estos profesionales se sumaron a la opinión generalizada de que una de las funciones propias de su campo consistía en mejorar la raza humana, poniendo freno a la capacidad reproductora de los individuos inferiores y fomentando 49. Cfr. KEvLEs, D. J., In the Name ofEugenics: Genetics and the Uses ofHuman Heredi , Alfred Knopf, New York 1985.
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su desarrollo entre las personas sanas, rebosantes de vida y superiores desde un punto de vista genético. Aunque el nacimiento de la eugenesia tuvo lugar en Europa, esta postura fue preconizada por genetistas de todo el mundo y alcanzó una representación especialmente señera en los Estados Unidos. En poco tiempo, sus planteamientos perdieron la condición de idea para convertirse en una pauta de acción. Los primeros en practicar esta transformación fueron los psiquiatras, los médicos a cuyo cuidado la gente confiaba los enfermos. En Alemania, tenían a su cargo la atención de pacientes con retraso mental, sífilis congénita, demencias infantiles, así como otras formas de enfermedad mental. Durante los arios veinte, emprendieron el examen de las cargas sociales impuestas por el internamiento de niños y adultos con un retraso mental sobre la sociedad. En un primer momento, nadie rebasaba el nivel del diálogo. La Constitución de Weimar vigente en la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial impedía el empleo de una técnica como la vasectomía, y no dejaba que los psiquiatras efectuaran esterilizaciones de manera regular. Paradójicamente, en Estados Unidos y en Gran Bretaña, países donde este debate también permanecía abierto y donde el movimiento eugenésico gozaba de tanta pujanza como en Alemania, la vasectomía no estaba prohibida. Pero mientras que los sistemas políticos más maduros y transparentes, como el americano y el inglés, admitían una libertad de crítica que vedaba el ejercicio de la esterilización como estrategia de ámbito nacional, la frágil democracia de Weimar, carente de tales salvaguardas políticas, revocaba su legislación contraria a la vasectomía ante los argumentos médicos que auguraban el perjuicio económico y social del Estado alemán si no se adoptaba un programa de eugenesia radical. A la vista de tales circunstancias, los psiquiatras que en un principio se limitaban a contemplar esa idea pasaron a actuar en consecuencia y esterilizaron a las personas afectadas por los retrasos mentales más graves. Acto seguido, empezaron a aplicar esta misma conducta a los esquizofrénicos y, ante las características hereditarias de dicha enfermedad, extendían idénticas recomendaciones a sus parientes de primer grado. Con el tiempo, la discusión se trasladó a la esterilización de los retrasados mentales y dio paso a la eutanasia. En Alemania, varias personas aco-
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gieron la difusión de la esterilización forzosa como una misión primordial que les llevaba a abrazar el nacionalsocialismo, pues Hitler recogía el tema y lo desarrollaba en Mein Kampf; donde describía el mito sagrado de la esterilización como un medio moderno de garantizar la pureza de la raza a través de la Medicina. Por consiguiente, en la época de la llegada de Hitler al poder, 1933, parte de la comunidad psiquiátrica alemana y de la comunidad médica en general, más los biólogos favorables a la eugenesia, manejaban sin ningún problema la idea de que la esterilización sistemática y la eutanasia eran dos prácticas sociales admisibles pensadas para purificar la raza: primero, los retrasados mentales; a continuación, los enfermos mentales; y después, los demás lastres que aquejan a la sociedad, judíos y gitanos. Dicha etapa de la Psiquiatría alemana ha quedado perfectamente corroborada por Robert Lifton y Benno Muller-Hill de manera independiente. Hace poco, el Holocaust Museum de Washington D.C. ha dramatizado esta campaña histórica en su exposición titulada: The Scientific Origins of the Holocaust. Tal como señala Muller-Hill, en la Alemania de 1933 a 1945 los médicos sustituyeron la filosofía por la ideología, y Lifton detalla la metamorfosis que trocó a los sanadores en asesinos. Por tanto, una de las rutas que condujeron al Holocausto se vio allanada por personas presuntamente juiciosas y bienintencionadas en su origen, regidas por un comportamiento que consideraban razonable, pero incapaces de exponer su visión a la crítica libre ejercida por una sociedad democrática estable, en cuyo seno pudiera acometerse un análisis filosófico de mayor calibre sobre su significación ética. Más adelante, al entrevistar a varios de los miembros que tomaron parte en el programa de eugenesia, Lifton y Muller-Hill quedaron impresionados por el hecho de que la mayoría de ellos representaba lo que Hannah Arendt ha denominado la banalidad del mal. No eran seres perversos ni unos asesinos conscientes, sino gente de clase media que permanecía ciega ante determinados dilemas éticos. Así pues, la Ética es importante para la Ciencia, porque resulta fundamental que los problemas afrontados al ocuparnos de la mente no se sometan únicamente a la consideración de unos cuantos grupos cerrados compuestos por personas dedicadas a delinearlos de
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un modo primigenio, sino que lleguen a un conjunto de personas más numeroso, que estarán en unas condiciones mucho mejores para evaluar el alcance ético de tales cuestiones sobre la sociedad. A estas alturas, siento la tentación de parafrasear las palabras del gran teólogo de Columbia Reinhold Niebuhr sobre la democracia y aplicarlas al terreno de la Ética: la capacidad de las personas para el bien hace de la Ética de la Biología algo aconsejable; su capacidad para el mal la hace necesaria»5°. Esta exposición de Kandel tiene gran importancia en nuestra presentación narrativa por dos motivos. Primero, porque es un testimonio de primera mano de una de las figuras más importantes del liderazgo interdisciplinar en la Neurociencia; y segundo, porque este mismo autor, gracias a su formación humanística, ha procurado tender puentes importantes para introducir los estudios éticos en la Neurociencia51. Tras esta visión general, iniciemos de forma más sistemática nuestro recorrido histórico. En el capítulo sobre la historia de la Neurociencia hicimos referencia a la fundación de la International Brain Research Organi50. Palabras pronunciadas por Eric Kandel y recogidas en ILLEs, J., BIRD, S. J., «Neuroethics: a modern. ..», p. 513 (traducción al castellano realizada por el Dr. Silvano de las Heras). 51. Sin duda, estas palabras de Kandel tienen un gran valor testimonial si nos asomamos a su biografía. Kandel nació en Viena, en 1929, en una familia de origen judío. Su padre decidió emigrar a Estados Unidos con toda la familia tras el «AnschluA (la ocupación de Austria por el Tercer Reich) y las primeras medidas antisemitas adoptadas por el nuevo régimen. En cuanto a su formación humanística, ya mencionamos que en sus primeros tiempos en Estados Unidos se sintió atraído por la Historia, y obtuvo su primer título en la Universidad de Harvard (Cambridge, Massachusetts) con una disertación sobre «La actitud ante el nacionalsocialismo en tres escritores alemanes: Carl Auckmayer, Hans Carossa y Ernst Jünger». Bajo la influencia de sus padres —ambos psicoanalistas—, Kandel se interesó por la biología de la motivación y por los procesos conscientes e inconscientes de la memoria. Y por ello, no fue casual que en el año 2000 obtuviera el premio Nobel en Fisiología o Medicina debido a sus estudios moleculares sobre los procesos de aprendizaje y memoria en la Aplysia Califórnica. Cfr. KANDEL, E. R., In Search of Memory: The Emergence ofa New Science ofMinc W.W Norton & Co., New York 2007.
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zation (IBRO) en el ario 1961, que además fue auspiciada por la UNESCO". Sus orígenes se remontan a una reunión de investigadores en electroencefalografía cerebral celebrada en Londres en 1947, que llevó a la creación de la Federation ofEEG and Clinical Neurophysiology. En otra reunión de esta federación y otros grupos de investigación en Moscú, en 1958, se tomó por unanimidad la decisión de crear una organización internacional que agrupase a todos los investigadores del cerebro. Unos arios después, en 1969, tiene lugar el nacimiento de la Society for Neuroscience. Sin embargo, estas sociedades se concentraban en la promoción de la investigación científica sobre el cerebro y prestaban muy poca atención a las implicaciones éticas o sociales de tales investigaciones. Y por esta razón, la Society for Neuroscience americana puso en marcha, en 1972, un Comité de Responsabilidad Social (Committee on Social Responsability), que más tarde llegaría a ser el Comité de Cuestiones Sociales (Social Issues Committee). Tal organismo tiene la misión de informar a todos los miembros de la Society ofNeuroscience y al público general sobre las implicaciones sociales de los estudios del sistema nervioso. Este interesante comité fue especialmente importante para establecer las diferentes regulaciones éticas en el uso de los animales de experimentación, en particular de los primates no humanos. En 1983, dicho comité inició unas mesas redondas anuales sobre temas sociales, la primera de las cuales se dedicó a las diferencias sexuales en el cerebro. En arios posteriores, estas mesas redondas se dedicaron a temas tales como la mejora cognitiva, cuándo comienza la «vida» cerebral, la muerte cerebral, la neurotoxicidad de los aditivos alimentarios y el uso de células fetales para el tratamiento de enfermedades neurológicas". Otro momento de especial importancia para la historia de la Neuroética lo representa la aparición de un artículo, en noviembre 52. Cfr. ILLEs, J., BIRD, S. J., «Neuroethics: a modern...», pp. 511-517. 53. Cfr. Ibid., p. 512.
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de 1989, en la revista científica norteamericana Neurologic Clinics. Allí, su autor, R. E. Cranford, acuña el término «neuroético» («neuroethicist») al hablar del neurólogo como asesor ético y como miembro de los comités éticos institucionales". En este artículo se sostiene que, con el aumento de problemas éticos en la práctica neurológica, la presencia de neurólogos expertos en tratar estos problemas facilitará adecuadamente su solución satisfactoria. Se trata de la primera vez que el término «neuro» se asocia explícitamente al de «ética». Dos publicaciones más que deben ser tenidas en cuenta para determinar las raíces de la Neuroética se deben a Patricia Churchland en 1991 , y a A. Pontius en 1993". En la primera, la profesora Churchland, de la Universidad de California (en San Diego), plantea desde el punto de vista filosófico las cuestiones éticas relacionadas con la concepción que tenemos de nosotros mismos. En la segunda, Pontius reflexiona sobre los aspectos neurofisiológicos y neuropsicológicos del desarrollo de los niños y de su educación. Sin embargo, el verdadero arranque de los estudios propios de Neuroética se produce en una importante reunión en San Francisco (California) los días 13 y 14 de mayo de 2002. En dicha reunión, más de 150 personas (neurocientíficos, estudiosos de la bioética, psiquiatras, psicólogos, filósofos, abogados y profesores de Derecho) discutieron sobre el tema central del simposio: Neuroethics: mapping thefield. Esta conferencia fue organizada por la Dana Foundation, el Stanford Centerfor Biomedical Ethics de la Universidad de Stanford y la Universidad de California (en San Francisco). 54. Cfr. CRANFORD, R. E., «The neurologist as...», pp. 697-713. 55. Cfr. CHURCHLAND, P. S., «Our brains, ourselves: reflections on neuroethical questions», en ROY, D. J., WYNNE, B. E., OLD, R. W (eds.), Bioscience and Society, Wiley & Sons, New York 1991, pp. 77-96. 56. Cfr. PONTIUS, A. A., «Neuroethics os neurophysiologically and neuropsychologically uninformed influences in child-rearing, education, emerging huntergatherers, and artificial intelligence models of the brain», Psychological Reports, 72 (1993), pp. 451-458.
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Los resúmenes de las ponencias y de las posteriores discusiones se publicaron en un libro: Neuroethics. Mapping thefield, que en pocos arios ha llegado a ser un lugar de referencia acerca de cómo enfocar esta nueva rama de la Ética biológica". Más adelante haremos un resumen más sistemático de los temas tratados en esos días, y que ha permitido delimitar con claridad un campo de contenidos y de perspectivas para un futuro desarrollo. Con todo, hay que decir que esta reunión estaba precedida de otras también relevantes para la consolidación de la Neuroética. Entre ellas destacan dos celebradas en ese mismo año de 2002: una organizada por la American Association for the Advancement ofScience con la revista neurocientífica Neuron sobre «Understanding the Neural Basis of Complex Behaviors: The Implicationsfor Science and Society»; y otra convocada por la Royal Institution en Londres sobre «Neuroscience Future»". También es digno de mención aquí que alrededor de esta fecha crucial se producen acontecimientos mediáticos en el campo de la divulgación científica que acrecientan el interés por los temas éticos referidos al estudio del cerebro. Así, la ya mencionada revista científica Neuron publicó un artículo de Adina Roskies sobre Neuroética, que hizo fortuna en la comunidad neurocientífica por su claridad y agudeza"; en la conocida revista británica The Economist aparecieron una serie de artículos monográficos sobre el cerebro donde se destacaban las consecuencias éticas de estos estudios neurobiológicos"; y el rotativo americano The New York Times publicó también, sobre el mimo tema, un editorial de William Safire, fallecido recientemente61. 57. Cfr. MARCUS, S. J. (ed.), Neuroethics. Mapping... 58. Cfr. ROSKIES, A., «Neuroethics for the new millenium», Neuron, 35 (2002), p. 21. 59. Cfr. ROSKIES, A., «Neuroethics for the...», pp. 21-23. 60. Cfr. «Open your mind», The Economist, 2 de mayo de 2002. 61. Cfr. SAFIRE, W, el editorial «The But-What-if Factor», The New York Times, 16 de mayo de 2002; y sobre su fallecimiento, el obituario publicado por The Economist el 1 de octubre de 2009.
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En el ario 2003 se produjo otro acontecimiento decisivo para la historia de nuestra disciplina: la Socia),for Neuroscience organizó por primera vez una importante conferencia sobre Neuroética. En 2005 la misma sociedad empezó a convocar también conferencias sobre el diálogo entre la Neurociencia y la sociedad que han llegado a ser muy conocidas en los medios de comunicación. La importancia de estos hechos reside en que esta prestigiosa sociedad científica estadounidense comenzó a asumir que los temas relacionados con la Neuroética habían pasado de ser un objeto de especial interés a constituir una parte integrante de su misión62. Por último, no podemos dejar de citar la creación de la Neuroethics Society. La decisión de fundar esta sociedad dedicada específicamente a la disciplina que estudiamos surgió en una pequeña reunión celebrada en Asilomar (California, Estados Unidos) en mayo de 2006". Hasta ese momento, las personas interesadas en cuestiones neuroéticas se relacionaban en reuniones ocasionales, pero no introducidos de lleno en una organización estructurada o en simposios o congresos centrados expresamente en estos asuntos. Los participantes en la reunión de Asilomar decidieron que una organización de esta naturaleza era pertinente y necesaria, y pensaron que ello llevaría indudablemente a un fortalecimiento de este campo ético y a la interacción interdisciplinar con neurocientíficos. La propia Neuroethics Society se define como un grupo de estudiosos, científicos, clínicos que, junto a otros profesionales, comparten un interés por las repercusiones sociales, legales, éticas y políticas de los avances de la Neurociencia. Se señala específicamente que, como el final del siglo XX ha sido testigo de un progreso sin
62. Cfr. ILLES, J., BIRD, S. J., «Neuroethics: a modern...», p. 512. 63. Asilomar fue también el lugar de una importantísima reunión organizada por el científico Paul Berg en 1975 sobre las técnicas de recombinación del ADN. Allí se discutieron todas esas ideas científicas en un ambiente asimismo interdisciplinar con abogados y médicos.
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precedentes en las ciencias básicas relacionadas con la mente y el cerebro y en el tratamiento de las enfermedades psiquiátrics y neurológicas, en el inicio del siglo XXI la Neurociencia está jugando un papel muy decisivo más allá de los temas de estudio básicos y clínicos en esta disciplina. La Neurociencia, afirman, nos está proporcionando muchos datos que nos pueden ayudar a conseguir mejor nuestros objetivos, a entendernos mejor a nosotros mismos como seres sociales, morales y espirituales. El objetivo principal de esta sociedad es el de promover el desarrollo y la aplicación responsable de la Neurociencia a través de una investigación interdisciplinar e internacional, de la educación y del compromiso social para el beneficio de todas las naciones, razas y culturas. Sin embargo, para muchos, uno de los retos más importantes que tiene esta nueva asociación científica, dedicada específicamente a aunar a las personas interesadas en la Neuroética, es establecer una relación fluida y positiva con la Societyfor Neuroscience. Aunque el primer congreso de la Neuroethics Society se celebró en Washington D.C. en el año 2008, justo antes del gigantesco congreso de la Society ofNeuroscience celebrado en la misma ciudad americana, el segundo congreso (2010) se va a celebrar en la capital americana en fechas que ya no coinciden con el congreso de la Society ofNeuroscience. Este hecho, que puede parecer anecdótico, es para algunos de extrema importancia, ya que sólo la relación efectiva con la investigación neurobiológica real puede seguir «fecundando» la vocación interdisciplinar de la Neurociencia, que se ha demostrado hasta ahora tan exitosa. Por otra parte, resulta muy significativo el hecho de que desde marzo de 2008 la editorial Springer publique ya una revista específica, titulada Neuroethics, y bajo la dirección del profesor Neil Levy —del que hablaremos más adelante aquí—, sobre la nueva disciplina. Finalmente, desde la perspectiva académica cabe destacar la reciente fundación de dos centros de investigación enfocados directamente a la Neuroética. En primer lugar, la Universidad de British Columbia en Vancouver (Canadá) erigió en 2007 el National Corefor Neuroethics con la misión de analizar y estudiar las impli-
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caciones éticas, legales, políticas y sociales de la investigación neurocientífica. Judy Illes, conocida investigadora en neuroimagen y una de las figuras líderes en la fundación de la Neuroética, es quien dirige actualmente esta iniciativa universitaria. El otro centro es el The Wellcome Centre for Neuroethics, constituido por la University of Oxford (Reino Unido) en enero de 2009 y donde colabora activamente N. Levy. En su presentación, este grupo investigador declara que su objetivo es el estudio de «los efectos que la Neurociencia y las neurotecnologías tendrán en diversos aspectos de la vida humana»", y concreta cinco áreas de investigación: la mejora cognitiva; las fronteras de la conciencia y los daños neurales severos; la libertad, la responsabilidad y la adicción; la Neurociencia de la moralidad; y la Neuroética aplicada.
D. Definición de Neuroética En muy poco tiempo, tras el ario 2002, el término «Neuroética» se puso en boca de muchos investigadores neurocientíficos y de otros procedentes de campos humanísticos, jurídicos, sociales y periodísticos". Existe un acuerdo generalizado en que hay que deberle tal vocablo a William Safire, conocido periodista ya mencionado antes, que fue una de las figuras claves en la reunión de San Francisco de 2002, donde este campo de trabajo comenzó su andadura. Curiosamente, sin embargo, hay muchas definiciones de la Neuroética que no siempre coinciden entre sí. No todo el mundo está de acuerdo en una definición universalmente válida, en 64. http://www.neuroethics.ox.ac.uk/ 65. Para ver el enfoque que se adopta sobre este tema en la literatura científica en castellano se pueden consultar: ECHARTE, L. E., «Cómo pensar el cerebro. Hacia una definición de Neuroética», Revista de Medicina de la Universidad de Navarra, 48 (2004), pp. 38-41; y CAPÓ, M., NADAL, M., RAMOS, C., FERNÁNDEZ, A., CELA GÓMEZ, C. J., «Neuroética. Derecho y Neurociencia», Ludus Vitalis, XIV (2006), pp. 163-176.
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parte, porque las inclusiones éticas del entorno neurocientífico no tienen para todos la misma significación o perspectiva. Pero esto será tratado y comentado extensamente más adelante. Así pues, puede decirse que hay muchas definiciones de Neuroética y que, vistas en su conjunto, representan diferentes escalones de cómo se ha desarrollado esta disciplina. Aquí vamos a recoger sólo las que nos han parecido más relevantes en los últimos arios. Es interesante observar que los contenidos señalados por los diversos investigadores en este campo reflejan que sus respectivas definiciones de Neuroética tienen mucho que ver con el contexto de estudio que pretenden abordar o clarificar, así como con aquello que entienden por Ética en general. Iremos planteando estas cuestiones de manera general a lo largo de las páginas siguientes, y después más detalladamente en los diversos autores y trabajos concretos. Quizá la definición más conocida es la aportada por Safire en aquella reunión de San Francisco: «El examen de lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo, acerca del tratamiento, perfeccionamiento, intervenciones o manipulaciones del cerebro humano»". Esta definición se completa con la que dan Judy Illes y Thomas Riffin, que entonces trabajaban en el Stanford Center for Biomedical Ethics, según la cual la Neuroética es una nueva disciplina bioética que ha surgido de manera formal en el ario 2002 para agrupar todos aquellos temas teóricos y prácticos que tienen consecuencias morales y sociales en las ciencias neurológicas, tanto en el laboratorio como en la atención sanitaria o en la vida social". Añadiremos dos breves comentarios a esta última definición. El primero no es sino recordar que su nacimiento se fija alrededor de dicha reunión de San Francisco, y que ésta se vio acompañada 66. «The examination of what is right and wrong, good and bad about the treatment of, perfection of, or unwelcome invasion of and worrisome manipulation of the human brain». SAFIRE, W., «Visions for a New Field of «Neuroethics», en MARCUS, S. J. (ed.), Neuroethics. Mapping..., p. 3. 67. Cfr. ILLEs, J., RAFFIN, T. A., «Neuroethics: an emerging new discipline in the study of brain and cognition», Brain and Cog-nition, 50 (2002), pp. 341-344.
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de circunstancias muy concretas que hemos referido antes. En segundo lugar, que aunque la Neuroética se concibe aquí como ciencia interdisciplinar, la explícita mención a las ciencias neurológicas da a entender que la idea de Neuroética se refiere todavía, sobre todo, a los efectos de la enfermedad del sistema nervioso. Esta vinculación va a ir cambiando muy rápidamente a lo largo de estos últimos años hasta llegar a una visión de la Neuroética más compleja y articulada que abarque temas más filosóficos: la conciencia de sí mismo, el enfermar psiquiátrico, la libertad, la mejora cerebral en el futuro o la manipulación mediante intervenciones externas sobre nuestro cerebro. Por ello, nos parece acertado abrir más el campo de la Neuroética desde el momento de su definición. Y una forma amplia de definirla es la que propone Kemi Bevington". Esta divulgadora científica define la Neuroética como el estudio de las cuestiones éticas, legales y sociales que surgen cuando los hallazgos científicos acerca del cerebro son llevados a la práctica médica, a interpretaciones legales o a políticas sociales y sanitarias. A medida que la Neurociencia avanza en nuevos e inexplorados territorios de investigación, sigue comentando Bevington, aumentarán también el calado y la complejidad de las cuestiones sobre la responsabilidad moral y la identidad humana; y no es nada aventurado suponer que incluso podrían surgir otros problemas referidos a la relación entre la Biología y las creencias religiosas. Para esta autora, la investigación en Neuroética era ya —aunque aún estaba en los comienzos de esta disciplina, en 2004— una actividad de enorme importancia para la sociedad del futuro. Hemos querido consignar aquí todos estos comentarios porque contribuye efectivamente a ver la Neuroética, en la actualidad, 68. Cfr., en la página de internet del The Center for Bioethics & Human (http://www.cbhd.org/resources/movies/bevington_2004-10-01_print.htm), el artículo «Mindless Entertainment in the Neuroethics Era: A Review of Eternal Sunshine of the Spotless Mind».
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como una ventana abierta en el seno de la Neurociencia hacia una amplia relación con otras disciplinas y, en particular, hacia el diálogo entre la Ciencia en general y la Filosofía. Esto nos ayuda a ampliar nuestro horizonte, ya que nos abre planteamientos que —como veremos más adelante— permitirán descubrir aspectos de naturaleza interdisciplinar que posibiliten superar la categorización de la Ciencia como un saber exclusivamente experimental. Más adelante, en la tercera parte de este trabajo y desde un enfoque más filosófico, veremos que esta visión de la Ciencia ha llegado a configurar el habitual análisis de nuestro entorno, así como la percepción típicamente moderna de la realidad del mundo y de nosotros mismos. Para finalizar este apartado, interesa saber también si esta disciplina ha sido recibida pacíficamente en el mundo globalizado de la red Internet. Hay que constatar que hasta hoy no existía todavía ninguna entrada en castellano con la palabra «Neuroética»". Cuando acudimos a la versión inglesa, la voz «Neuroethics» nos lleva a un artículo de Wilcipedia relativamente amplio, que no tiene ninguna advertencia sobre los contenidos vertidos en el texto". Allí se menciona como definición de esta materia la ya citada de William Safire. Pero ahora interesa señalar los problemas con los que trata nuestra materia. Según la fuente citada —basada en la literatura científica más relevante, como comprobaremos más adelante—, la Neuroética trata de dos tipos de problemas, que básicamente son los que vimos con anterioridad, si bien aquí más concretos y prácticos. El primero hace referencia a aquellos que se suscitan, sobre todo, con el avance de las técnicas de imagen cerebral, de la psicofarmacología o 69. Ahora puede consultarse la voz «Neuroética» en SÁNCHEZ-MIGALLÓN, S., y GIMÉNEZ AMAYA, J. M., «Neuroética», en FERNÁNDEZ LABASTIDA, F., y MERCADO, J. A. (eds.), Philosophica: Enciclopedia filosófica on: http://vvww.philosophica.info/voces/neuroetica/Neuroetica.html 70. Es decir, los editores han aceptado los contenidos de la voz en Wikipedia como válidos y no controvertidos.
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de los implantes cerebrales. La segunda categoría de problemas tiene que ver con los problemas éticos que se suscitan con el aumento de nuestro conocimiento de las bases (neuro)biológicas de la conducta, la personalidad, la autoconciencia o los estados de trascendencia espiritual («states ofspiritual transcendence»). Tal como hemos venido haciendo, nos parece muy importante advertir, ya desde el principio, esta doble categoría de cuestiones que trata la Neuroética, porque de una u otra manera las vamos a ver reflejadas en los principales estudios de esta materia. Creemos que esta comprensión dual, y por tanto más amplia, de la Neuroética es acertada y de gran ayuda para una reflexión interdisciplinar fecunda.
E. La Neuroética como ftuto de la relación entre la Neurociencia y la Filosofla La entrada de la Ética en el campo de la Neurociencia habla por sí sola de la relación entre esta disciplina biológica y la Filosofía. Como apartado final de esta sección recogemos y comentamos algunas de esas conexiones que han tenido lugar especialmente en las dos últimas décadas del siglo XX y en estos primeros arios del XXI. Mencionaremos sólo algunas de entre muchas, aquellas que nos han parecido más relevantes en el contexto de este estudio sobre la Neuroética. Finalmente, intentaremos mostrar el enraizamiento filosófico de la Neuroética como clave de la necesaria interdisciplinariedad entre Neurociencia y Filosofía. Quizá la muestra más clara de que esta alianza se iba a producir en el futuro de una manera muy prolífica se vio en dos hechos reveladores que se produjeron en el mismo lugar de Estados Unidos. Aunque en fechas algo diferentes, estos eventos suceden ambos en el sur del estado de California, en la Universidad de California (en San Diego) y en el Salk Institute de La Jolla, asociado en parte a la citada Universidad.
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El primer hecho tiene como protagonista a Patricia Churchland, filósofa nacida en Canadá en 1943, proveniente de la tradición analítica y casada con el también conocido filósofo de la mente Paul Churchland. En 1984 fue contratada como profesora (Full Professor) por el departamento de Filosofía de la Universidad de California (en San Diego). Yen el ario 1989 fue a su vez nombrada profesora asociada (Adjunct Professor) en el Salk Institute en el laboratorio de Neurociencia Computacional que dirige el profesor Terrence Sejnowski. Esta situación fue muy relevante para la relación interdisciplinar que estamos estudiando: una misma persona ocupaba una posición docente en el dDepartamento de Filosofía y al mismo tiempo trabajaba en investigación colaborando en un laboratorio de Neurociencia de uno de los centros más especializados y prestigiosos del mundo. Churchland escribió un libro junto con Terrence Sejnowski, titulado The Computational Brain, que marca también un hito en la incipiente relación entre Filosofía y Neurociencia71. El segundo hecho tiene que ver con el premio Nobel en Fisiología o Medicina Francis Crick. Este investigador de origen británico es conocido fundamentalmente por el descubrimiento junto con James Watson de la estructura del ADN, expuesto en un famoso artículo publicado en la revista Nature el 25 de abril de 1953. Recibieron el premio Nobel en el ario 1962. En 1977 entra a formar parte del Salk Institute de La Jolla y de la Universidad de California, también en San Diego. En esta ciudad californiana iniciará una serie de estudios, de naturaleza sobre todo teórica, sobre Neurociencia. Crick abandonó sus estudios e investigaciones en biología molecular, en un momento en el que este campo estaba creciendo de forma vertiginosa y él gozaba de gran prestigio y proyección, porque la Neurociencia le atraía particularmente por tres
71. Cfr. CHURCHLAND, P. S., SEJNOWSKI, T. J., The Computational Brain, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts 1994.
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motivos. Primero, porque la Neurociencia estaba subdividiéndose y empezaba a perderse el contacto entre la distintas subdisciplinas; segundo, porque mucha gente observaba el cerebro como una caja negra de la que poco se puede conocer; y tercero, por el estudio de la conciencia (referido sobre todo a la autoconciencia, «consciousness» en inglés). Para ello colaboró con neurocientíficos y filósofos, entre ellos Patricia Churchland, y en mayor medida con Christopher Koch del California Institute of Technology. En el ario 1994 publica un libro con el revelador título La búsqueda científica del alma: una revolucionaria hipótesis para el siglo XXT72. Tres cosas llaman la atención en este periplo intelectual de Crick. La primera es el profundo cambio que da en su vida científica al aproximarse a lo que él considera el centro de la investigación biológica. La segunda, que ve la necesidad de un diálogo entre las distintas subdisciplinas neurobiológicas para obtener resultados positivos en su investigación. Y la tercera, que para intentar llevar a cabo su propósito se integra en uno de los centros más prestigiosos del mundo en investigación neurobiológica. Pensamos que su intento no tuvo éxito porque la base neurobiológica requerida no fue lo suficientemente sólida, y porque desde el principio excluyó una interdisciplinariedad más amplia que pusiese en entredicho su perspectiva exclusivamente biologicista. Esta visión cerrada a toda inmaterialidad, y a todo diálogo interdisciplinar que lo acoja, fue criticada aguda y competentemente por el profesor Mariano Artigas en una recensión, en el mismo 1994, al citado libro de Crick73. 72. CIUCK, E, The Astonishing Hypothesis: The Scientific Search for the Soul, Touchstone, New York 1994. 73. En la página de Wikipedia en castellano se hace referencia a unas palabras del Profesor M. —APTIGAs en su recensión de este libro publicada en Aceprensa el 23 de noviembre de 1994. Según el Profesor Artigas, Crick «mezcla interesantes perspectivas científicas con un materialismo barato y ami-religioso, impropio de un Premio Nobel». Cfr. http://wvvw.aceprensa.com/articulos/1994/nov/23/el-dr-cricky-su-cerebro/
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Otro aspecto de las relaciones entre la Filosofía y la Neurociencia ha sido el interés despertado por una de esas ciencias en investigadores de la otra disciplina, un interés que genera muchas veces un rico diálogo interdisciplinar. Veamos, en primer lugar, algunos ejemplos de filósofos que se han interesado por la Neurociencia. Quizá los ejemplos más sobresalientes sean tres filósofos de la mente de tradición analítica: Daniel Dennett, de la Universidad Tuffs de Massachusetts; David Chalmers, de la Universidad Nacional de Australia en Canberra; y John Searle, de la Universidad de California en Berkeley74. Estos autores se han ocupado, sobre todo, del problema de la autoconciencia. En la otra dirección, encontramos asimismo neurocientíficos que se han adentrado en el campo de la Filosofía en sus investigaciones neurobiológicas. Aquí, podemos citar dos figuras muy relevantes: António Damasio, profesor de Neurociencia en la Universidad del Sur de California y director del Brain and Creativiol Institute de dicha universidad; y Susan Greenfield, profesora de Farmacología sináptica en el Lincoln College de Oxford, y directora de la Royal Institution de Gran Bretaña. Damasio es muy conocido porque sus reflexiones representan un punto de inflexión en los estudios interdisciplinares por parte de la Neurociencia gracias a su libro sobre Descartes, de 199475. Greenfield muestra un interés interdisciplinar que está adquiriendo mucha relevancia en los últimos arios también en torno a la autoconciencia, intentado explicar coherentemente la
74. Cfr., por ejemplo, DENNETT, D. C., Sweat Dreams: Philosophical Obstacles to a Scíence of Consciousness, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts 2005; CH_ALMERS, D. J., The Conscious Mind: In Search ofa Fundamental Theory, Oxford University Press, Oxford 1996. Y de SEARLE, J. R., «Consciousness», Annual Review ofNeuroscience, 23 (2000), pp. 557-578; Freedom &Neurobiology. Reflections on Free Will, Language and Political Power, Columbia University Press, New York 2007; y la mencionada conferencia «Towards a science of consciousness». 75. Descartes' Error: Emotion, Reason, and the Human Brain, Putnam Publishing, San Jose CA 1994; ver también Lookingfor Spinoza: Joy, Sorrow, and the Feeling Brain, BPC Books, Sanger CA 2003.
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organización neurobiológica de la misma. Su último libro de reflexiones interdisciplinares ha sido publicado en 200876. Por último, queremos referir dos acontecimientos ocasionales, pero que nos han parecido significativos e indicadores del desarrollo de esta relación Neurociencia-Filosofía. En primer lugar, llamó en general la atención la enorme audiencia y repercusión que tuvo la conferencia pronunciada por la profesora Patricia Churchland, bajo el título How Do Brains Navigate Their Social/MoralWorlds?, en el congreso anual de la Societyfor Neuroscience de 2008 celebrado en Washington D.C. Era un signo evidente del creciente interés que están suscitando estos temas interdisciplinares entre Ciencia y Humanidades en el ámbito de la Neurociencia contemporánea. Y en segundo lugar, ha sorprendido también ampliamente la reciente publicación, por la prestigiosa editorial Oxford University Press, de un voluminoso libro sobre las relaciones entre Neurociencia y Filosofía titulado The Oxford Handbook ofPhilosophy and Neuroscience77. Este libro se compone de escritos de distintos autores sobre la relación entre esas dos disciplinas, una relación que ya venía apareciendo en importantes publicaciones de los últimos años78. A la vista de este recorrido histórico sobre la génesis de la Neuroética, podemos concluir con dos reflexiones. La primera, que las consideraciones éticas en la Neurociencia no se ven hoy como algo externo e impuesto, como en cambio se observa más a menudo en la ejecución científica de otras disciplinas. Es claro que todos debemos aplicar nuestro saber y nuestra investigación dentro de un contexto de respeto ético. Pero en el caso de la Neurociencia se trata de 76. Se trata de ID: The Questfor Identity in the 21st Century, Sceptre, London 2008. 77. BICKLE, J. (ed.), The Oxford Handbook en Philosophy and Neurosczence, Oxford University Press, New York 2009. 78. A modo de ejemplo puede verse: CHURCHLAND, P. S., Neurophilosophy: Toward a Unified Science of the Mind-Brain, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts 1989; y BENNETT, M. R., HACKER, P. M. S., Philosophical Foundations ofNeuroscience, Wiley-Blackwell, Malden, Massachusetts 2003.
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algo más. En el caso de esta disciplina neurobiológica, la Ética se ve como parte de su investigación propiamente dicha y, de alguna manera, plenamente ligada a su futuro desarrollo. Segunda, que la Ética se percibe también como un instrumento de comprensión de la propia investigación que la Neurociencia lleva a cabo. Quizá este punto esté todavía fuera de la mirada de muchos o de algunos de los investigadores neurocientíficos. En general, las preguntas más básicas de los porqués neurobiológicos elementales —que en gran medida son comunes a cualquier investigación en Biología— no precisan de una aportación ética en el planteamiento de las hipótesis de trabajo, sólo necesitan que la materialidad tecnológica de los experimentos por realizar se conformen adecuadamente a la propia ética de la investigación biológica. Sin embargo, a medida que las preguntas de la Neurociencia se alejan de los requerimientos más elementales del saber biológico en cuanto tal y se adentran en cuestiones que abarcan más y más la propia identidad humana, su vida y relaciones, y la relación que todo ello tiene con la Biología cerebral, la Neuroética empieza a constituir un elemento esencial en todo planteamiento. En realidad, lo que se pone claramente de manifiesto es que la dimensión ética configura una manera de entendernos, un enfoque a la hora de cuestionar cuáles son los rasgos que conforman nuestra existencia y nuestro actuar. Desde esta perspectiva, la Neuroética es un camino también para llegar a una interdisciplinariedad más profunda entre la Ciencia experimental —en nuestro caso la referente al sistema nervioso— y la Filosofía; y, además, una vía para avanzar en la autocomprensión de la Ciencia misma. No nos parece extraño, por eso, que la Neuroética esté cobrando tanta importancia en la vida científica, política y social. Analizaremos después, con más profundidad y perspectiva interdisciplinar, los horizontes aquí anunciados, pero ahora sigamos detallando la consolidación de la Neuroética. Acabamos de ver que, al parecer, la Neurociencia ha sacado a la luz, desde la Ciencia experimental, cuestiones filosóficas. Es decir, ha hecho aflorar preguntas de conjunto más allá de cada cien-
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cia particular y que se refieren a problemas humanos esenciales y últimos. Trataremos ahora de iluminar este curioso fenómeno según el cual da la impresión de que el objeto de la Neurociencia, y ella misma, va evolucionando hacia planteamientos netamente filosóficos. E iluminaremos esto atendiendo no tanto a aspectos puramente epistemológicos —como hace la Filosofía de la Ciencia—, sino sobre todo a la disciplina filosófica más cercana e íntima al hombre, la Ética. Esto nos ayudará a reflexionar sobre cómo puede entenderse la Neuroética y qué criterios o características posee en el contexto del diálogo entre Ciencia y Filosofía. 1) La Neuroética como conjunto de criterios éticos No pretendemos aquí presentar las distintas propuestas acerca de qué medidas éticas determinadas han de tomarse en la aplicación de la Neurociencia, esto es, los concretos planteamientos neuroéticos ideados. Aparecerán con mayor detalle más adelante. Tan sólo queremos poner de manifiesto ahora la conciencia general de la necesidad de establecer nuevos criterios éticos específicos, algo que parece justificar la nueva disciplina de la Neuroética". A la vista del desarrollo histórico de la Neurociencia antes descrito, es comprensible que la comunidad científica, y la sociedad en general, se preocupen cada vez más por sus posibles consecuencias". Piénsese, por ejemplo, en actuaciones médicas como la nueva psicofarmacología, las técnicas de estimulación cerebral profunda, los implantes mecánicos u orgánicos, los avances en la neuroimagen o el diagnóstico precoz de enfermedades mentales. Es cierto que la Ciencia busca el buen fin de conocer. Pero la Ciencia moderna —la ciencia nacida de la modernidad, que luego examinaremos con más detalle— busca conocer para actuar, busca poder manipular y dominar. Naturalmente, esta aplicación del co79. Cfr. ROSKIES, A., «What's `rieu' in Neuroethis?», pp. 454-470. 80. Cfr. ECHARTE, L. E., «Cómo pensar el...», pp. 38-41.
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nocimiento ha supuesto para la humanidad unas posibilidades de mejora incalculables. En concreto, la Medicina va logrando diagnosticar, aplicar terapias adecuadas y exitosas, así como prevenir cada vez más enfermedades. Pero para ello es necesario la manipulación y la intervención. Sin embargo, desgraciadamente no faltan ejemplos en nuestra historia —y no precisamente lejana, como vimos antes decir al pProfesor Kandel— de manipulaciones dirigidas hacia fines distintos, hacia fines que nadie duda en calificar como inmorales: los ensayos científicos que utilizaban personas como material de experimentación en los campos de concentración, la eugenesia aplicada a los más débiles o a una determinada etnia, los sofisticados instrumentos de tortura, etc. Pero el caso es que, a la vista de cómo se está desarrollando la Neurociencia, estos peligros se agigantan. Las posibilidades de manipulación de los individuos penetran hasta donde antes nunca se había podido. Y las consecuencias de esas intervenciones no sólo son muchas veces irreversibles, sino también bastante desconocidas. Por otro lado, no sólo hablamos de darlos infligidos, sino tambiénde intromisiones en el ser humano que parecen no dejar espacio a la hasta ahora inexpugnable identidad e intimidad del hombre. No es nuestra intención dibujar aquí un cuadro oscuro y pesimista, pero la historia de los abusos de la Ciencia ya nos ha enseriado bastante. La preocupación está sobre la mesa desde hace tiempo. Y la reacción lógica ha sido —como en otras ocasiones— la de señalar ciertos criterios éticos que, a modo de diques de contención, ahormen la investigación y la aplicación de la Neurociencia dentro de un uso que se considere legítimo o no lesivo8'. Ahora bien, los neurocientíficos más relevantes se percatan de que las preguntas que surgen en la Neurociencia y en su aplicación
81. Cfr. ECHARTE, L. E., «Psicofarmacología terapéutica y cosmética. Riesgos y límites», Cuadernos de Bioética, 20 (2009), pp. 211-230; y también SLACHEVSKY, A., «La Neuroética: ¿Un neologismo infundado o una nueva disciplina?», Revista Chilena de Neuro-Psiquiatría, 45 (2007), pp. 12-15.
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exceden el planteamiento de unos criterios éticos reguladores. Es decir, no sólo se trata de una actividad que ha de ser controlada, sino también de una actividad que por sí misma cuestiona la esencia del ser humano e incluso a sí misma como actividad cognoscitiva. Además, no pocos perciben con preocupación las repercusiones también sociales de dicha investigación82. En definitiva, «la investigación neurológica puede transformar de forma radical nuestra imagen del hombre y, consecuentemente, el fundamento de nuestra cultura, la base de nuestras decisiones éticas y políticas»83. Y como vamos a tener ocasión de ver más detalladamente, esto es lo que caracteriza y justifica la especificidad de la Neuroética: la ética de una ciencia, la Neurociencia, cuyas posibilidades de actuación en dimensiones y campos diversos se extienden hasta límites hasta ahora impensables y que aún no conocemos. 2) La Neuroética como vértice de preguntas éticas y metodológicas En realidad, todo sistema de criterios éticos plantea, por su propia naturaleza, preguntas más allá del uso de la actividad que regula. Precisamente la pregunta de ¿por qué tenemos miedo de que la Ciencia se vuelva contra el hombre?, o señalar de qué hay que defender al ser humano, exige plantearse qué exactamente pretendemos proteger en el ser humano, y por qué. Toda regulación ética se basa, consciente o inconscientemente, en unos presupuestos sobre su fundamento. Ciertamente, buena parte de la cultura científica actual dirá: pero, ¿no nos está diciendo justamente la Ciencia (y hoy sobre to82. Cfr. MORENO, J. D., «The neuroscience revolution», Hastings Center Report, 32 (2002), p. 8. 83. METZINGER, T., en KONNEKER, C., «La visión materialista de la Neuroética. Entrevista a Wolf Singer y a Thomas Metzinger», Mente y Cerebro, 4 (2003), pp. 56-59.
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do la Neurociencia) no sólo cómo puede llegar ella a intervenir, sino también —por fin— lo que realmente es el hombre?; ¿no deberíamos, más bien, aceptar en bloque la respuesta científica sobre el ser humano y eliminar miedos propios de otras épocas y fuentes?; ¿no es más sensato y pacífico abandonarnos en manos de los científicos expertos y orillar otro tipo de discusiones que a menudo se presentan insolubles? De acuerdo con este planteamiento, la Neuroética consistiría en el estudio de las bases neurobiológicas de la conducta que llamamos ética. Sin embargo, pueden alegarse dos objeciones en contra de esta propuesta de apartar la vista de cualquier pregunta sobre el fundamento de la regulación ética. Primera, que esa sugerencia es ya una respuesta de carácter fundamental, un presupuesto en el plano del fundamento de la persona humana y de lo que de ella hay que proteger o no; y justo eso es lo que trata de discutir. Es viejo el sofisma que trata de eliminar la discusión de un problema introduciendo sin debate y de antemano una solución al mismo. La segunda objeción suele presentarse como más débil, pero a nosotros nos parece muy importante y profunda, como veremos mejor. Se trata de preguntarnos seria y honradamente si podemos de verdad entregarnos sin reservas a la Ciencia. Nos parece evidente que el testimonio de la conciencia más íntima no puede evitar concebir, para la manipulación científica, unos límites de los que estamos convencidos. Asimismo y por eso, no podemos evitar pensar en datos y concepciones que no son científicos, y que justamente limitan la aplicación científica. Unos datos y conocimientos que tal vez tampoco son estrictamente filosóficos —quiere decirse, pensados filosóficamente—, sino de lo que podría llamarse conocimiento espontáneo, natural. Pero son contenidos de los que estamos realmente convencidos gracias a que se nos presentan intuitivamente de modo inmediato, evidente".
84. Cfr. SÁ_NCHEZ-MIGALLÓN, S., Ética filosófica. Un curso introductorio, EUNSA, Pamplona 2008, pp. 23-33 y 44-46.
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De este modo se abre, por un lado, un conjunto de cuestiones sustantivas acerca de los presupuestos fundamentales del ser humano. Y por otro, el problema metodológico del acceso y fiabilidad de esos contenidos. En cuanto a las cuestiones sustantivas, hay quien sugiere que ese conjunto de preguntas, por así decir, no pertenece estrictamente a la Neuroética, sino que habría que buscar para él y su estudio un nuevo término: «neurofilosofía»" o «neuroantropología»". Pero hoy parece ya asentado el término «Neuroética» también para estos interrogantes ciertamente filosóficos y antropológicos. Sea de ello lo que fuere, es un hecho —como se mostrará en la parte tercera de este trabajo— que en los diferentes planteamientos de la Neuroética lo que realmente está en discusión son esas preguntas fundamentales: si el ser humano es sólo un organismo biológico o algo más, si su libertad es algo aparente o real, si puede hablarse finalmente de responsabilidad, si sus emociones o sentimientos son simplemente epifenómenos de la relación de distintos sistemas neurobiológicos o no, etc. En este plano, la Neuroética puede verse, entonces, más que como una ciencia nueva (ciencias auténticas son la Neurociencia y la Filosofía o la Ética, en sentido clásico), como un conjunto de preguntas sobre lo más radical e íntimo del hombre. Preguntas en las que ya no se trata de su origen (como en el caso de la discusión en torno al evolucionismo), ni de su diferencia con una máquina (como en la discusión de la Filosofía de lo mental y de la inteligencia artificial). Ahora nos encontramos con los grandes temas que definen su vida más íntima y personal, su vida moral: la libertad, la responsabilidad, los sentimientos,... En cierto sentido, puede decirse que la Ciencia experimental ha llegado, desde sus primeros orígenes físi85. Cfr. CHURCHLAND, P S. Brain-Wise: Studies in Neurophilosophy. The MIT Press, Cambridge, Massachusetts 2002; y también BICKLE, J. (ed.), The Oxford Handbook on Philosophy and Neuroscience, Parte VI y VII. 86. Cfr. ECHARTE, L. E., «Cómo pensar el...», pp. 38-41.
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cos y fisiológicos, al núcleo más personal humano: su centro ético o moral. Por este motivo, sí nos parece adecuado el término Neuroética para designar este nuevo campo de problemas o esta nueva perspectiva desde la que estudiar esas cuestiones del ser humano. Con otras palabras, entendemos por eso que la Neurociencia aparece, por así decir, como el umbral donde la Ciencia ya no puede no preguntarse estas cuestiones últimamente personales. Y aquí es donde aparece la otra vertiente de problemas: la cuestión metodológica, no menos importante que la de los contenidos. Desde este punto de vista del método, no es difícil advertir que históricamente a menudo esas dos ciencias (la experimental y la filosófica o ética) se han enfrentado entre sí, como mencionábamos antes a propósito de la cita de Scheler. Un enfrentamiento que consistía prácticamente en una pugna por hacerse con el objeto más misterioso y profundo del universo, y al mismo tiempo el que más nos interesa: el ser humano. La Neuroética ha venido a convertirse precisa y definitivamente en el campo —si se nos permite la expresión— de esta batalla. Sin embargo, la misma Neuroética parece estar aportando un elemento nuevo en este debate; nuevo, al menos, en la tradición de las ciencias modernas cada vez más especializadas. Dicho elemento o factor es la necesidad, percibida por los neurocientíficos, de incorporar en sus investigaciones y discursos argumentos procedentes de diversas ciencias (Biología, Neurología, Psiquiatría, Psicología,. . .). Esta novedad hace posible superar la relación entre las ciencias en clave de enfrentamiento, y empezar a ver esa relación como una oportunidad de encuentro interdisciplinar fecundo para todas las partes. Esa necesidad de auténtica relación y diálogo entre diversas ciencias abre un campo de reflexión de crucial importancia. En otras palabras, la Neuroética ofrece un campo fértil donde brota la cuestión de la naturaleza de la interdisciplinariedad misma. De este modo, el problema metodológico de la Neuroética se convierte en una discusión sobre cómo mirar aquel conjunto de preguntas sobre el ser y obrar humanos; cómo plantear esas cuestiones sin forzar
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aquello por lo que nos preguntamos; cómo interpretar las hipotéticas repuestas sin desfigurar los datos de partida; y, en fin, cómo conectar la Ciencia experimental con los saberes sapienciales. Al final, como se adivina, dichas preguntas metodológicas terminan siendo también preguntas sustantivas, de contenido. Vienen a ser preguntas acerca de la naturaleza de la Ciencia, de nuestro saber y de nuestra experiencia. Por ejemplo, en ese contexto nos preguntamos qué ciencias pueden y deben entrar en diálogo: ¿sólo las ciencias experimentales entre sí o también otras formas de saber (como la Filosofía) que en otro tiempo y sentido fueron consideradas como ciencias? Cuestión que inmediatamente nos pone delante la que inquiere: ¿a qué llamamos Ciencia?, o, ¿qué significa saber?, o también, ¿qué tipo de experiencia podemos considerar como fuente de saber? Antes se hablaba de convicciones irrenunciables que oponemos a posibles abusos de la Ciencia: son convicciones de algo que intuimos, más que demostramos. Éste sería el lugar para preguntarse: ¿hasta qué punto es fiable, e incluso más segura, la intuición que la demostración?, ¿son dos modos de conocimiento realmente excluyentes, o cabe a su vez una relación que favorezca la cooperación del conocimiento? Todo esto podría ser una discusión simplemente académica o de matiz si no estuviera en juego aquello de lo que la Neurociencia y la Neuroética tratan: el ser humano del modo más íntimo y radical. El cuadro presentado puede parecer, quizá, exageradamente pesimista o dramático. Pero deja de serlo cuando consideramos, a modo de ejemplo, propuestas en ámbitos como la dignidad y el derecho a la vida. O cuando observamos que, en Psiquiatría, la tendencia camina en la dirección de considerar a la persona como puro ser biológico más que como ser también capaz, cognitiva y emotivamente, de tener y dirigirse por un sentido de la vida . Así, la psicofarmacología gana terreno a pasos de gigante en detrimen87. Cfr. FUCHS, T., «Ethical issues in neuroscience«, Current Opinion in Psychiatry, 19 (2006), pp. 600-607.
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to de la psicoterapia, en la que ya no se cree". Y esto aun cuando la Psiquiatría se ha entendido muchas veces a sí misma (sobre todo en su brillante periodo del primer tercio del siglo XX en Alemania, con figuras como Karl Jaspers o Kurt Schneider), como combinando ambas cosas, la psicofarmacología y la psicoterapia. No es difícil ver que lo que la Neuroética se está planteando en realidad es nada menos que la Ciencia experimental misma, y con ella su idea de experiencia y su idea de racionalidad. Sin duda, se impone un debate muy necesario hoy. Muy necesario porque, como se verá luego, la modernidad planteó inconscientemente esas preguntas, y su embriaguez de progreso impidió la reflexión profunda sobre ellas. El pensamiento posmoderno actual, en cambio, ha visto muy bien las quiebras y la crisis que la Ciencia ya barrunta, pero ha desistido de proponer una solución, abandonando al hombre a un vacío sin precedentes en cuanto a las preguntas fundamentales para su existencia. Lógicamente, la sola Ciencia, ante tamaña tarea, está entrando necesariamente en crisis. Se ve a sí misma en la situación de dar esas respuestas, a la vez que de comprenderse a sí misma. Y, según creemos, la Neuroética en este sentido amplio constituye una ventana privilegiada, una oportunidad, para abordar una discusión tan crucial. En la tercera parte de este estudio profundizaremos en este diagnóstico. Pero previamente, para tener un cuadro bien definido de la situación científica actual y de las reflexiones que diversos científicos van emprendiendo, detengámonos antes en las diferentes aproximaciones y planteamientos de la Neuroética; así estaremos en mejores condiciones de iluminar la oportunidad que se abre con esta disciplina para el diálogo entre Ciencia y Filosofía.
88. Cfr. MOJTABM, R., OLFSON, M., «National trends in psychotherapy by office-based psychiatrists», Archives of General Psychiatry, 65 (2008), pp. 962-970.
Diferentes aproximaciones y planteamientos de la Neuroética
1. LA CONSOLIDACIÓN DE LA NEUROÉTICA EN LA REUNIÓN DE SAN FRANCISCO (2002)
A. El nacimiento de una disciplina y la Dana Foundation Como ya se dijo, la reunión celebrada en mayo de 2002 en la ciudad de San Francisco (California) supuso el verdadero arranque oficial y programático, por así decir, de la Neuroética. Este congreso, patrocinado por la Dana Foundation y organizado por las Universidades de Stanford y California (en San Francisco), congregó a especialistas de muy diversos campos para estudiar y analizar las implicaciones éticas y sociales de la investigación sobre el cerebro. Como resumen de este encuentro se transcribieron las distintas ponencias en el ya mencionado libro Neuroethics. Mapping the field, editado por Steven J. Marcus y publicado por la Dana Press. Sin duda alguna, este texto constituye una referencia obligada para todo estudioso de la Neuroética. Y lo es, más que por la abundancia de material crítico y elementos bibliográficos de interés, por las ideas expuestas en las conferencias y en las discusiones de las respectivas mesas redondas, reproducidas íntegramente, y por la calidad de los participantes. En la nota del editor se explica el fin de esta conferencia o reunión de una manera que prácticamente se ha acuñado ya como definición paradigmática de la Neuroética y de su origen interdisci-
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plinar: «En los días 13 y 14 de mayo, más de 150 neurocientíficos, especialistas en bioética, doctores en Psiquiatría y Psicología, filósofos, profesores de Derecho y personas implicadas en temas de interés público, se reunieron juntos en San Francisco, California, para participar en una conferencia única sobre Neuroethics: Mapping the field. Los organizadores de la conferencia definieron «Neuroética» como «el estudio de las cuestiones éticas, legales y sociales que surgen cuando los hallazgos científicos sobre el cerebro son llevados a la práctica médica, a las interpretaciones legales y a las políticas sanitarias o sociales. Estos hallazgos están ocurriendo en campos que van desde la Genética o la imagen cerebral hasta el diagnóstico y la predicción de enfermedades. La Neuroética debería examinar cómo los médicos, jueces y abogados, ejecutivos de compañías aseguradoras y políticos, así como la sociedad en general, tratan con todos estos resultados»'. También nos parece muy revelador de lo que fue esta reunión la introducción al mismo libro escrita por el presidente de la conferencia, William Safire, ligado a la Dana Foundation y columnista del periódico The New York Times. El propio título de la contribución es ya definitorio: Visionsfor a New Field of «Neuroethics»2 La idea central que allí se resalta es clara. La Neuroética es, para él, una parte diferenciada de la Bioética, que define como la consideración de las buenas y malas consecuencias en la práctica médica y en la investigación biológicas. Pero lo decisivo es que, advierte el
1. Cfr. MARCUS, S. J. (ed.), Neuroethics. Mapping..., p. III. Hemos traducido de una manera un tanto libre con el objetivo de expresar más adecuadamente en castellano lo que consideramos el deseo programático del editor de este libro. El lector hará bien en consultar el texto original en inglés para captar con más detalle algún matiz de difícil traducción. 2. En Neuroethics. Mapping..., MARCUS, S. J. (ed.), pp. 3-9. 3. No podemos discutir aquí el sesgo consecuencialista o utilitarista de esta definición, remitimos para ello a RODRÍGUEZ DUPLA, L., Ética, cap. IX «Utilitarismo y deontologismo», pp. 115-130.
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mismo Safire, el análisis ético de la ciencia neural alcanza elementos esenciales de nosotros mismos como no lo hace ninguna investigación sobre los otros órganos del cuerpo humano. Trata, por ejemplo, sobre la conciencia de uno mismo (o autoconciencia), y esto es —dice— crucial para nuestro ser. Y al preguntarse sobre lo que nos distingue a unos de otros más allá de nuestra apariencia, responde que nuestras respectivas personalidades y conductas. Safire piensa que estas últimas son las características humanas que la Neurociencia podrá cambiar en el futuro de diferentes maneras, por lo que salta a la vista la importancia de la Ética en este campo. En el contexto de esta exposición de la reunión de San Francisco, nos parece apropiado hacer una breve digresión para hablar del patrocinador del evento: la Dana Foundation. Y ello nos parece pertinente porque esta institución ha estado interesada en la Neuroética de una forma muy creciente en los últimos arios. No sólo aportó ayuda económica para desarrollar este evento nuclear para esta disciplina, sino que también ha seguido con creciente interés ayudando a su extensión y difusión en la comunidad científica y en la sociedad en general. Esta fundación tiene su sede en New York y se dedica a financiar actividades y publicaciones, especialmente en el campo de la Inmunología y la Neurociencia, así como de sus interacciones. Fue fundada por Charles Dana en 1950, y en la actualidad la Neuroética es uno de los campos de mayor interés para la fundación. La difusión de las investigaciones sobre este campo ético tiene su cauce a través de su revista Cerebrum y de libros que publica cada ario. Uno de estos últimos trata de la estimulación cerebral profunda y sus implicaciones, tema que ha suscitado un intenso debate neuroético'. Actualmente, la fundación está presidida por William Safire, considerado por muchos como el fundador de la Neuroética. 4. TALAN, J., Deep Brain Stimulation. A New Treatment shows Promise in the Most Dijficult Cases, The Dana Press, New York, 2009.
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B. Programa temático de algunas cuestiones de la Neuroética Los cuatro grandes bloques en los que se dividieron los temas tratados sobre Neuroética en la reunión de San Francisco fueron: (a) la ciencia neural y el yo; (b) la ciencia neural y las políticas sociales; (c) la Ética y la práctica de la ciencia neural; y (d) la ciencia neural y el discurso público'. En un artículo más reciente, Illes y Bird, siguiendo una clasificación de temas neuroéticos muy similar, han articulado estos cuatro grandes apartados de una manera muy concisa y elegante'. Según estos autores, los cuatro grandes objetivos de la Neuroética se reducen a: (1) Neurociencia del yo, del actuar y de la responsabilidad; (2) Neurociencia y políticas sociales; (3) Neurociencia en la práctica clínica; y (4) Neurociencia en el discurso público y en la formación. A continuación vamos a enumerar algunos de los temas que se trataron en cada uno de estos apartados señalados. Para ilustrar los dos últimos bloques temáticos, haremos algunas referencias bibliográficas a trabajos que aparecieron en fechas posteriores, pero que se adecuan con precisión a los temas especificados en la reunión de San Francisco. En el primero de los apartados, que trata de las relaciones de la ciencia neural con el yo, se incluyen temas como la relación de la Neurociencia con la libertad y la responsabilidad, las bases biológicas de la personalidad y de la conducta social, la neurobiología de la elección y de la toma de decisiones y, finalmente, el amplio capítulo de la autoconciencia. En el segundo conjunto, el relacionado con la Neurociencia y las políticas sociales, nos encontramos temas como la responsabilidad personal y criminal, el estudio de las memorias verdaderas y falsas, la educación y los procesos de aprendizaje, las patologías sociales, la privacidad y la predicción de futuras patologías cerebrales. El tercer campo temático trata la Ética de la 5. Cfr. MARCUS, S. J. (ed.), Neuroethics. Mapping..., pp. 6. Cfr. ILLES, J., BIRD, S. J., «Neuroethics: a modern...», pp. 511-517.
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práctica clínica de la ciencia neural, y ahí se incluían temas como la farmacoterapia y la cirugía sobre el sistema nervioso, el uso de las células estaminales en el sistema nervioso, la terapia génica, las prótesis neurales y los parámetros en los que se debe establecer la investigación y el tratamiento de las patologías nerviosas. Una cuestión verdaderamente paradigmática desde el punto de vista ético ha sido, además de la utilización de las células estaminales embrionarias en el cerebro adulto de pacientes con patologías neurodegenerativas, la estimulación cerebral profunda en las enfermedades mentales. Respecto a ello, ya se señaló que el artículo publicado en la revista Neuron el 3 de marzo del ario 2005 por Mayberg y colaboradores representa un hito de especial relevancia histórica'. El cuarto ámbito de problemas se refería a las relaciones de la ciencia neural con el discurso público y la formación, y ahí se podrían tratar temas como el desarrollo de un discurso público amplio y bien informado sobre estos temas, la formación de los jóvenes investigadores, tanto clínicos como básicos, y el estímulo para una comprensión adecuada de los problemas tratados, así como su oportuna divulgación e información a los medios de comunicación social'. 2.
ALGUNOS TRABAJOS SOBRE NEUROÉTICA
A. Algunos de los primeros trabajos En este apartado intentamos ofrecer tan sólo una visión conjunta de algunos trabajos pioneros que se publicaron en revistas 7. Cfr. MAYBERG, H. S., LOZANO, A. M., VOON, y., MCNEELY, H. E., SEMINOWICZ, D., HAMANI, C., SCHWALB, J. M., KENNEDY, S. H., «Deep brain stimulation ...», pp. 651-660. 8. Véase, por ejemplo, cómo el trabajo publicado en la revista Science (CAmiLLE, N., CORICELLI, G., SALLET, J., PFIADAT-DIEHL, P, DUHAMEL, J. R., SIRIGU, A., «The involvement of the orbitofrontal cortex in the experience of re-
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científicas sobre Neuroética. No pretendemos una recopilación exhaustiva y completa, sino mostrar cómo se aborda esta nueva disciplina en los primeros tiempos de su nacimiento y los temas que se van articulando dentro de ella. Hemos escogido cinco ejemplos de este recorrido histórico. Los tres primeros fueron publicados en el ario 2002, casi contemporáneamente al desarrollo de la reunión de San Francisco; después nos detendremos en el importante trabajo de Jonathan Moreno en Nature Reviews Neuroscience del ario 2003; y finalmente, en un addendum, hablaremos del libro The Ethical Brain publicado por Michael Gazzaniga en 2005 y editado por la Dana Press. Este último trabajo no supone, en nuestra opinión, un gran hito en la Neuroética, pero es interesante porque su autor, tras ser elegido miembro del Consejo sobre Bioética del Presidente de los Estados Unidos (President's Council on Bioethics), ha estado presente en los debates éticos norteamericanos de los últimos arios. 1) Adina L. Roskies Esta investigadora es la autora del trabajo titulado «Neuroethics for the new millenium» que apareció en la prestigiosa revista neurocientífica Neuron el 3 de julio de 20029. Roskies realizó estudios de Neurociencia en la Universidad de California (en San Diego), donde obtuvo un doctorado en 1995, y posteriormente continuó formándose en Filosofía en el Massachusetts Institute of Technology en la ciudad de Cambridge (Massachusetts), donde consigue un segundo doctorado en el ario 2004. En la actualidad es profesora gret», Science, 304 [2004], pp. 1167-1170) fue recogido en el periódico especializado Diario Médico el viernes 24 de mayo de 2004. Y también el número monográfico de la revista The Economist el 23 de diciembre de 2006 (« Who do you think you are?»), o el número especial de la revista Time del 29 de enero de 2007 sobre mente y cuerpo. 9. Cfr. ROSKIES, A., «Neuroethics for the...», pp. 21-23.
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(Asssitant Professor) del departamento de Filosofía Darmouth College en la ciudad de Hanover, en el estado de New Hamspshire. Su investigación se centra en el estudio de la libertad'° y de las implicaciones legales de la Neurociencia. Se trata sin duda de una científica que ha sabido enfocar su carrera universitaria de manera interdisciplinar. Su importante contribución fue publicada justo unas semanas después de la reunión de San Francisco celebrada en el mes de mayo del mismo ario. Fue enseguida muy leída y citada, hasta el punto de que muy pronto llegó a ser considerada como uno de los puntos de referencia para la definición de la Neuroética. Su éxito se debe sobre todo a su sencillez y claridad, así como al acierto de haber sistematizado el campo de esta nueva disciplina en dos grandes apartados: la Ética de la Neurociencia y la Neurociencia de la Ética. El artículo comienza situando al lector en el contexto histórico de las relevantes investigaciones en Neurociencia y de sus importantes repercusiones prácticas éticas. Sus referencias son un buen resumen de los trabajos precursores de la conferencia de San Francisco, que ya hemos recogido antes. A continuación señala las dos subdivisiones del trabajo que antes hemos mencionado, haciendo fortuna en la exposición de esa distinción para comprender bien los problemas con que la Ética se encuentra ante esa poderosa ciencia en desarrollo que es la Neurociencia. Pero su interés se extiende además al análisis de las posibles relaciones entre los dos grandes campos. Veamos brevemente cuáles son los temas que se incluyen en cada uno de esos dos ámbitos. La Ética de la Neurociencia. Dentro de este apartado, Roskies distingue a su vez dos clases de cuestiones a las que se enfrenta la Ética en su encuentro con las disciplinas neurocientíficas: las rela10. Cfr. ROSKIES, A., «Neuroscientific challenges to free will and responsibility», Trends of Cognitive Sciences,10 (2006), pp. 419-423.
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cionadas con la práctica ética en el desempeño de las investigaciones neurobiológicas en general, y las que conciernen a la evaluación del impacto ético y social de los resultados obtenidos con las técnicas de experimentación neurobiológica. Nuestra autora denomina «ética de la práctica (científica)» a lo primero; y a lo segundo, «implicaciones éticas de la Neurociencia». En el primer apartado nos encontramos con aquellas cuestiones que regulan la realización de los experimentos neurocientíficos de acuerdo con los códigos de conducta éticos, tanto en aquellas disciplinas básicas de la Neurociencia, como en su aplicación a la clínica (por ejemplo, en el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas o mentales). El segundo conjunto de problemas tiene para el propósito de nuestro trabajo un mayor interés conceptual. Roskies aborda aquí los aspectos más novedosos que la investigación en Neurociencia está aportando a la sociedad en que vivimos. Y para profundizar en ellos es necesario un auténtico análisis interdisciplinar entre la Neurociencia, la Sociología y la Ética. Una buena forma de resumir este apartado consistiría en afirmar que se trata de plantearse cómo utilizar todos los conocimientos que estamos logrando a través de la Neurociencia para configurar mejor la sociedad. Hemos resaltado la palabra «mejor» porque el artículo supone que la sociedad debe aprovechar estos conocimientos para mejorar, y plantearse así el comienzo de la vida humana, la muerte o qué significa ser humano, y si es posible transformar la humanidad en algo mejor. Lógicamente, las conclusiones que se obtengan en este apartado configurarán el modo en el que se deban aplicar los criterios éticos en el ejercicio de la Neurociencia y en sus correspondientes aplicaciones clínicas. La Neurociencia de la Ética. El supuesto de Roskies con respecto a esta segunda dimensión de la Neuroética es que la Ética se ha basado tradicionalmente en conceptos como el libre albedrío, el autocontrol, la identidad personal y la intención. La novedad ahora es que todas estas nociones de la teoría ética se pueden explorar
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de alguna manera dentro de la Neurociencia. Es verdad que esta visión de la Neuroética, según Roskies, está mucho menos desarrollada que la reflejada en el apartado anterior, pero los avances de la ciencia neural podrán aportar resultados en este campo de manera vertiginosa en los próximos arios. La investigadora americana sugiere que en el núcleo de la investigación de la Neurociencia surgen las preguntas sobre lo más radical de nuestro ser y de nuestro actuar: ¿cómo influye el cerebro en nuestra manera de encarar los problemas morales de la sociedad?, ¿podemos cambiar los principios morales que sostenemos mediante modificaciones de la biología cerebral?, y muchas más preguntas sobre la esencia de nuestra autoconciencia y de nuestro actuar libre. En realidad, el primer ámbito de cuestiones (la Ética de la Neurociencia) se subsume en el segundo (la Neurociencia de la Ética), pues, según Roskies, el entendimiento de la propia Ética desde la perspectiva neurobiológica cambiará el modo en que la aplicamos a la investigación básica y clínica de la Neurociencia. Termina el artículo citando al director ejecutivo de la Dana Foundation, Francis Harper, que en el libro Neuroethics. Mapping the field dice referiéndose al nombre que se podría dar a los estudios de ética en la Neurociencia: «Puede usted llamarla como quiera (a esta disciplina), pero el tren de la Neuroética ya ha salido de la estación»". 2) Judy Illes Judy hiles trabajaba en el Stanford Centerfor Biomedical Ethics y en el departamento de Radiología de la Universidad de Stanford cuando se organizó la reunión de San Francisco de 2002. La docto-
11. Citado en ROSKIES, A., «Neuroethics for the...», p. 23. Por otra parte, en su reciente trabajo que hemos venido citando ya, «What's `rieu' in Neuroethis?», esta autora sintetiza lo principal de su idea de la Neuroética.
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ra Illes intervino activamente en la organización de dicha reunión y ha sido sin lugar a dudas una de las pioneras de la Neuroética en su corta existencia. Su actividad ha sido decisiva para difundir la importancia de esta disciplina, y la ha llevado a cabo a través de sus propias investigaciones y publicaciones sobre la Ética de la neuroimagen' y aprovechando su gran capacidad divulgadora. Ejemplos de esto son la publicación de un conocido libro sobre el tema'', la publicación de un interesante artículo en la revista Trends in Neurosciences sobre el contexto histórico de nuestra disciplina y su desarrollo temático", la conferencia impartida en el XX Congreso de la Socie for Neuroscience de 2007 y su participación activa en el desarrollo de la Neuroethics Society. Recientemente se ha trasladado a la Universidad de British Columbia en Vancouver (Canadá) para dirigir el National Corefor Neuroethics como profesora de Neuroética y donde también ha sido nombrada profesora de Neurología, permaneciendo como profesora asociada al Stanford Centerfor Biomedical Ethics (centro que en la actualidad incluye una sección específica sobre nuestro campo denominada Program in Neuroethics). El artículo que queremos resaltar en este epígrafe fue publicado en la revista neurocientífica Brain and Cognition en el año 2002 junto con Thomas Raffin15. En este artículo, Illes y Raffin se adentran en la nueva disciplina de la Neuroética desde el contexto de la
12. Por ejemplo, ILLES, J., DESMOND, J. E., HuANG, L. F., RAFFIN, T A., ATLAS, S. W, «Ethical and practical considerations in managing incidental findings in functional magnetic resonance imaging», Brain and Cognition, 50 (2002), pp. 358365; ILLES, J., «Empirical neuroethics. Can brain imaging visualize human thought? Why is neuroethics interested in such a possibility?», EMBO Reports, Special Issue (2007), pp. S57-S60; y TAIRYAN, K., ILLES, J., «Imaging genetics and the power of combined technologies: a perspective from neuroethics», Neuroscience, 2009 (doi:10.1016/j.neuroscience.2009.01.052). 13. Cfr. ILLES, J., Neuroethics: Defining the Issues in Theory, Practice and Polity, Oxford University Press, New York 2005. 14. Cfr. ILLES, J., BIRD, S. J., «Neuroethics: a modern...», pp. 511-517. 15. Cfr. ILLES, J., —RAPEN, T. A., «Neuroethics: an emerging...», pp. 341-344.
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neuroimagen, cuyo desarrollo ha crecido exponencialmente en las últimas dos décadas de la investigación neurocientífica. Las avanzadas técnicas de neuroimagen nos posibilitan obtener imágenes de realidades que van desde el cerebro del feto en el seno materno, hasta los patrones de activación cerebral asociados con procesos cognitivos o conductuales tanto en la infancia como en individuos adultos. El artículo es la presentación de un número especial de la citada revista sobre la perspectiva ética de la neuroimagen. Dos son los motivos por los que queremos traer a colación este trabajo. El primero, para señalar que la profesora Judy Illes se destaca desde el primer momento como una impulsora de la Neuroética desde el campo de la imagen cerebral. Y el segundo, para insistir de nuevo en algo que ya se mencionó con detalle en nuestra narrativa histórica de la Neurociencia, y es el hecho de que la neuroimagen ha ocupado —y seguirá ocupando— un lugar central en la investigación cerebral y, lógicamente, también en los procesos integrativos de la Neurociencia con otras disciplinas; en nuestro caso concreto, con la Ética. 3) Martha Farah La profesora Martha Farah es la directora del Centerfor Cognitive Neuroscience de la Universidad de Pennsylvania y uno de los investigadores en Neuropsicología que más ha contribuido al nacimiento y consolidación de la Neuroética en el entorno neurocientífico. Su artículo publicado en Nature Neuroscience, en noviembre de 2002, es otro de los trabajos de más entidad que se publicaron alrededor de la conferencia de San Francisco y que más huella han dejado en el posterior desarrollo de la Neuroética'. Este estudio debe verse en conjunción con otro que publicó en 2005 16. Cfr. FARAH, M. J., «Emerging ethical issues in neuroscience», Nature Neuroscience, 5 (2002), pp. 1123-1129.
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en la revista Tren& in Cognitive Seience17 y que delinea con bastante claridad su idea de esta nueva disciplina bioética. Comentaremos estos dos artículos. En el primero, Farah anuncia que, ante el aumento del interés por las implicaciones éticas de los desarrollos neurocientíficos, lo que se propone es revisar las principales cuestiones éticas que esos progresos suscitan. Se concentra en tres: la mejora de la función normal del cerebro, la intervención sobre el sistema nervioso central ordenada por un tribunal judicial y la llamada «lectura cerebral». Con respecto a la mejora de la función normal del cerebro, esta investigadora de Pennsylvania advierte que no sólo se refiere a una posibilidad teórica. La mejora del estado de ánimo, así como de las funciones cognitivas o vegetativas en los individuos sanos, es algo que empieza a ser un hecho manifiesto y una práctica sistemática en nuestra sociedad, y la incertidumbre actual consiste en que no sabemos qué nuevos y más eficaces métodos de mejora cerebral tendremos en el futuro ni el grado de utilización de estos en los distintos estratos de la sociedad. Desde el punto ético, Farah observa que los grandes problemas a los que nos enfrentamos en esta esfera presentan una doble vertiente: en relación al propio individuo que experimenta esos métodos y en relación a la sociedad en general a medida que la aplicación de dichos métodos se va extendiendo cada vez más. En cuanto a la salud del propio individuo, es preciso analizar sus efectos a largo plazo, que podrían traer limitaciones no queridas ni toleradas. Además, el efectivo logro de la mejora de nuestras condiciones nerviosas podría traer como consecuencia la falta de un recto y ordenado afán por ser mejor en sana competencia con los demás. Y esto lleva a la segunda consideración, de naturaleza social. Las posibilidades de conseguir estos medios de mejo17. Cfr. FARAH, M. J., «Neuroethics: The practical and the philosophical», Trends in Cognitive Sciences, 9 (2005), pp. 34-40.
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ra podrían dividir socialmente a los individuos, entre aquellos que pueden adquirirlos y los que no tienen esa posibilidad. En esta dirección podríamos llegar a ver una sociedad que distinguiera individuos de primera clase (con ventajas cerebrales manifiestas) y otros de segunda categoría (rebajados y reducidos a «esclavos» para los trabajos más degradantes). Otro grave problema que podría surgir en el futuro sería el aumento de las condiciones de normalidad en la humanidad, con las desventajas e injusticias sociales que ya hemos señalado para con los menos afortunados. Cuando consideramos ahora la intervención sobre el sistema nervioso central ordenada por un tribunal judicial, puede parecer que hablamos de algo así como «neurociencia-ficción». Pero la realidad es que se trata de algo que ya se plantea de forma teórica en muchos foros con el intento de aminorar o eliminar la capacidad criminal de convictos, especialmente los culpables de delitos sexuales. El problema al que nos enfrentamos desde el punto de vista ético es que estas intervenciones pueden alterar también nuestra propia personalidad y convertirnos en «títeres biológicos», incapaces ciertamente de cometer delitos, pero a un precio demasiado alto. Con esto, el debate está inmediatamente servido, puesto que la tecnología farmacéutica de estimulación o destrucción funcional de zonas cerebrales se está desarrollando muy rápidamente en los últimos arios, impulsada sobre todo por los resultados obtenidos en el tratamiento de enfermedades del sistema nervioso central; es decir, en trastornos neurodegenerativos (como la enfermedad de Parkinson) y sobre enfermedades mentales (como la depresión o los trastornos obsesivo-compulsivos). Llegamos, finalmente, a la llamada «lectura cerebral», que traduce la expresión inglesa «brain reading>, y que se concentra especialmente en la aplicación de la tecnología neurobiológica a la detección de mentiras. Esto es algo que de nuevo parece más propio de la ficción que de la realidad. Pero es un asunto que en las relaciones entre la Ciencia y la sociedad está siendo objeto de crecien-
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te atención para establecer patrones de seguridad en una comunidad como la nuestra que debe protegerse de las desestabilizaciones de la guerra, del terrorismo o del crimen. Uno de los ejemplos más claros de estos ensayos es el desarrollado por la empresa Brain Fingerprinting Laboratories, que ha elaborado un sistema de registro cerebral para detectar el denominado «conocimiento culpable» (guilty knowledge) mediante la familiaridad del imputado con otras ciertas personas, objetos o escenas. Los problemas éticos derivados de este procedimiento atañen a la privacidad y a la utilización de esa información por parte de las autoridades políticas, judiciales, policiales o militares, de modo que conduzcan a los individuos a situaciones inhumanas. El segundo trabajo que mencionábamos al comienzo de este apartado sobre Martha Farah es una publicación de 2005 que resume, también de una manera muy clara, los enfoques actuales de la Neuroética. Este artículo se complementa también con otro aún más reciente de la misma autora aparecido en 2007 como editorial en el Journal of Cognitive Neuroscience'8. En estas nuevas publicaciones, la autora advierte que hasta ahora se ha prestado muy poca atención a la importancia de las implicaciones éticas de la Neurociencia, en contraste con la otorgada a la Bioética en disciplinas como la Genética molecular. Este interés por los aspectos éticos de las disciplinas neurobiológicas se ha multiplicado, según Farah, por el poderoso desarrollo de la Neurociencia cognitiva. Y considerando las cuestiones éticas por debatir en este contexto, esta investigadora distingue dos clases: las que denomina prácticas y las filosóficas. Entre las primeras tenemos especialmente las derivadas de la «neurotecnología» y sus aplicaciones en la salud y en la enfer18. Cfr. FARAH, M. J., «Social, legal, and ethical implications of cognitiye Neuroscience: 'Neuroethics' for short», journal of Cognitive Neuroscience, 19 (2007), pp. 363-364.
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medad. A las segundas pertenecen las preguntas sobre la forma en que pensamos sobre nosotros mismos como personas, como seres morales y espirituales. Y a ambas hay que añadir, por supuesto, las implicaciones sociales de todo ello. Estas reflexiones de la profesora de la Universidad de Pennsylvania nos parecen interesantes por dos motivos. Primero, porque de nuevo se hace hincapié en la necesidad de la interdisciplinariedad entre la Neurociencia y la Filosofía. Y segundo, porque se percibe con nitidez, como antes vimos en Roskies, que los problemas que abarca la Neuroética se distinguen, por un lado, en problemas éticos de la práctica general de la Neurociencia y que teóricamengéte son comunes a muchas disciplinas biológicas, y, por otro, un nero de cuestiones que abordan las dimensiones más nucleares de la ciencia neural al afectar muy directamente a nuestro yo, a nuestra libertad y a nuestro actuar. 4) Jonathan Moreno Pasamos ahora a comentar lo que en nuestra opinión represenaparecieta otro de los principales trabajos sobre Neuroética que ron alrededor de la reunión de San Francisco. En este caso se trata del trabajo de Jonathan Moreno publicado en la revista Nature Reviews Neuroscience en 2003". En la actualidad, el profesor Moreno enseña Ética médica e Historia y Sociología de la Ciencia en la Universidad de Pennsylvania, donde además forma parte del Centerfor Bioethics y del Centerfor American Progress de la misma Universidad. Además, recientemente ha tenido ocasión de influir también en la vida política de los Estados Unidos al ser nombrado asesor del presidente Barack Obama sobre temas de Neuroética, así como por sus intervenciones en los medios de comunicación. 19. Cfr. MORENO, J. D., «Neuroethics: an agenda for ety», Nature Reviews Neuroscience, 4 (2003), pp. 149-153.
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Moreno establece una analogía histórica entre las últimas décadas del siglo XX, donde se produce una explosión de la Genética moderna y de la reflexión sobre sus consecuencias éticas, y las primeras décadas del siglo XXI, que supondrán —según él— la era del cerebro, donde lógicamente el diálogo ético se traspasará a esta disciplina con inusitada fuerza. Así se explica el ya actual progresivo crecimiento de la Neuroética. Lo interesante de esta analogía es que así como la reflexión ética en la Genética era algo en cierto modo nuevo para la comunidad científica y la sociedad en general, la discusión filosófica sobre la función mental y la conducta es algo que viene de muy lejos, y este hecho configura y complica por sí mismo la naturaleza de la Neuroética. Esta última observación nos parece muy importante. En buena medida, en efecto, la consideración ética de la investigación del sistema nervioso va a estar condicionada por el modo según el cual entendamos las relaciones mente-cerebro. Más adelante veremos esta relación con más detalle conceptual e histórico. Pero hasta ahora está claro que si adoptamos un modelo reduccionista para explicar toda nuestra acción mental y conductual como un reflejo directo de la acción del tejido nervioso, la libertad y la responsabilidad tendríamos que enfocarlas de una manera diferente que si consideramos la biología cerebral abierta a planteamientos más amplios, en los que quepa la inmaterialidad o la moralidad en la acción humana. La reflexión ética estará condicionada, en definitiva, por la manera según la cual entendamos al ser humano. Jonathan Moreno inicia su artículo hablando extensamente sobre el problema de la libertad, o el libre albedrío, y sobre el reduccionismo en la relación mente-cuerpo. Aquí nuestro autor sigue de cerca las reflexiones de la filósofa de la mente Patricia Churchland expuestas en su conocido texto sobre las relaciones entre Neurociencia y Filosofía'''. En este apartado se plantea tres grandes cues20. Cfr. CHURCHLAND, P. S., Neurophilosophy: Toward a...
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tiones que sintetizan muy bien, en nuestra opinión, el gran problema a que nos enfrentamos: primera, ¿es lo mental reducible a lo fisico, a lo biológico?; segunda, y suponiendo que respondamos afirmativamente la pregunta anterior, ¿implicaría esto que no hay libertad?; y la tercera, en cierto modo corolario a la anterior, se plantea que si aceptamos que lo mental se puede controlar mediante la manipulación de lo físico (biológico), ¿implicaría esto asimismo que no hay libertad? Moreno reconoce que estas preguntas plantean problemas muy difíciles si se responde afirmativamente a la primera, sobre todo en lo concerniente a la explicación racional de la libertad. Y si no se explica adecuadamente la libertad, la comprensión del hombre y de su actuar se torna irremediablemente opaca. La concepción del hombre y de todo lo humano se entendería entonces de un modo muy diferente a como se vive en general y de ordinario en nuestros días. Por consiguiente, esa forma reduccionista de pensar se topa con una situación paradójica que exige una respuesta definida. De ahí que se trate de una discusión que ha pervivido por muchos siglos. Sin embargo, Moreno adopta decididamente —con P. Churchland— esa postura reduccionista de tratar de explicar sólo neurobiológicamente la libertad, procurando no adentrarse en paradojas vitales. Pero a medida que avanza el trabajo a que nos venimos refiriendo y va penetrando en las repercusiones éticas de la Neurociencia, las dificultades se van haciendo cada vez más manifiestas en la búsqueda de un consenso entre estas dos posturas antagónicas (la reduccionista y la del sentir común). De manera que Moreno adopta entonces una actitud claramente constructivista, es decir, intentando encontrar la verdad mínima común a las dos visiones. Y es que, como ya anunciaba al principio, adentrarse en la Neuroética es en realidad preguntarse inevitablemente por el hombre, por su actuar, por aquello que hace que seamos distintos unos de otros, por lo bueno y lo malo.
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En realidad, con lo anterior se alcanza a ver el núcleo del trabajo, pero interesa destacar ahora los temas neuroéticos abordados en el escrito de Moreno. Se trata de: las relaciones legales de la investigación cerebral, la identidad personal, el consentimiento, la manipulación (lo que se considera natural y lo que no) y las implicaciones de la Neurociencia para el desarrollo de la guerra. Y finalmente, añade un apartado conclusivo en el que se pregunta si la Neuroética es, en definitiva, algo nuevo. En cuanto a esta última cuestión, nuestro autor comenta que los antecedentes históricos —cita extensamente los análisis de William James en su conocido libro The Principles ofPsychology21—, y en general la forma de tratar los temas, pueden dar la impresión de que la Neuroética es en realidad un vino viejo presentado ahora en un nuevo recipiente. Pero él piensa, con razón, que esto no es en absoluto algo malo, sino un hecho precisamente muy positivo y aun necesario. Los problemas éticos no se presentan nunca completamente nuevos, porque son y han sido siempre una preocupación humana esencial, y porque, incluso ante situaciones nuevas, siempre hay precedentes que hay que tener en cuenta y analogías que han de entrar en nuestra consideración racional. Con el crecimiento de las tecnologías que estudian el sistema nervioso, especialmente las modernas técnicas de imagen cerebral y con niveles de resolución cada vez más efectivos, nos estamos adentrando en caminos enteramente inexplorados en los que la actitud ética debe apoyarse firmemente en convicciones que la historia del pensamiento ha considerado seguras y evidentes. Sólo así se podrá ofrecer a la sociedad un referente de evaluación adecuada a los nuevos dilemas morales de la tecnología neurobiológica.
21. Cfr. JAmEs, W, The Principles ofPsychology, Henry Holt, New York 1890.
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5) Addendum: Michael Gazzaniga (The Ethical Brain) Para finalizar este capítulo añadimos unas últimas y breves consideraciones sobre un libro publicado en el ario 2005 por la ya mencionada Dana Foundation (a través de su editorial Dana Press) y cuyo autor es el neurocientífico cognitivo Michael Gazzanigall. Desde una perspectiva general, Gazzaniga es conocido en el ámbito no especializado fundamentalmente por tres razones. Primero, por haberse formado en el laboratorio del premio Nobel en Fisiología o Medicina de 1981, Roger Sperry, en la Universidad de California (en Los Angeles, UCLA); segundo, por ser el editor de un conocido texto sobre Neurociencia cognitiva"; y tercero, por pertenecer —como único miembro neurocientífico— al President's Council ofBioethics en Estados Unidos. Por eso nos parece relevante comentar su libro, aunque sea de forma muy somera. Se trata de un libro de carácter más bien divulgativo, en el que presenta su visión ética de los problemas que plantea la Neurociencia. El autor no es un experto ni en Bioética ni en Filosofía, y esto se echa de ver en la forma de enfocar las distintas cuestiones planteadas. En general, se define como un texto reduccionista en la cuestión esencial de la relación mente-cerebro, y en buena medida pretende ofrecer una visión de la Neurociencia como una disciplina de creciente importancia en la Ciencia en general, así como en la repercusión de esta última en la sociedad. La propia organización del texto y su enfoque hace que los temas sean tratados en una dirección puramente biologicista. Y esto tiene como consecuencia que su propuesta carezca, a la postre, del rasgo esencial para, en nuestra opinión, aproximarse a la Neuroética de una mane22. Cfr. GAZZANIGA, M. S., The Ethical Brain, The Dana Press, New York 2005. 23. Cfr. GAZZANIGA, M. S., IVRY, R. B., MANGUN, G. R., Cognitive Neuroscience. The Biology of the Mind,W. W. Norton & Company, New York 2002.
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ra consistente: la interdisciplinariedad. En los casos en que un enfoque biologicista estaba presente, pero en el que también existía un contexto de estudio filosófico de la tradición analítica, el diálogo interdisciplinar era aún posible por la propia múltiple consideración de los problemas. Sin embargo, en el caso de propuestas como la de Gazzaniga esta variedad de enfoques y ese diálogo está por completo ausente; y la exposición se lleva a cabo básicamente en un solo plano y una única dirección.
B. Algunas propuestas más actuales En este apartado queremos analizar algunas de las propuestas más actuales de la Neuroética, lo cual confirmará que se trata de un área científica realmente consolidada. Hemos elegido algunas concepciones que representen las distintas corrientes que se van configurando en nuestra disciplina, y hemos intentado objetivar un principio que va emergiendo cada vez con más nitidez cuando se encara el futuro de la Neuroética: la necesidad de la interdisciplinariedad. En la Neuroética se ve bien que, en efecto, cuanto más relacionada está con la entera Filosofía, sus propuestas se hacen más sólidas, eficaces y duraderas. Las propuestas que hemos recogido aquí son la de Thomas Fuchs, conocido filósofo y psiquiatra alemán de creciente influencia, sobre todo en Europa, por sus investigaciones interdisciplinares entre la Filosofía y la Psiquiatría; la de Walter Glannon, por su aproximación analítica, conocido en el entorno de los Estados Unidos y Canadá; la de Jonathan Moreno, por la importancia social, también en Norteamérica, de su libro sobre la aplicabilidad de la Neurociencia en la guerra convencional o terrorista; sendos prominentes comentarios en las revistas Nature y Science sobre la importancia de la Neuroética; y finalmente, la de Levy, como exponente de una visión reduccionista en el ámbito anglosajón europeo.
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1) Thomas Fuchs La aproximación del profesor Thomas Fuchs a la Neuroética nos parece una de las principales emprendidas en esta disciplina por dos motivos. En primer lugar, porque plantea las cuestiones de fondo la Neuroética de una manera radical, intentando alcanzar el ético de los problemas que se plantean en la investigación y su aplicación de la Neurobiología. En segundo término, porque enfoca las discusiones desde una perspectiva interdisciplinar, relacionándolas especialmente con la Filosofía, lo cual favorece que el discurso resulte mucho más rico y eficaz, y que sus conclusiones alcancen a un público científico más amplio. Pero quizá lo más relevante y peculiar de su trabajo sobre la Neurociencia reciente es que procede de una persona que, siendo neurocientífico especializado en el campo de la Psiquiatría y la Psicopatología, es a la vez un filósofo por su formación e incluso por su propia investigación. Versado filosóficamente en la escuela de Robert Spaemann en Munich y especializado médicamente en Psiquiatría y Psicopatología, Fuchs ejerce su profesión de psiquiatra campo: en uno de los centros más prestigiosos de Europa en este la Universidad de Heidelberg en Alemania. Desde allí lidera proyectos de investigación auténticamente interdisciplinares y de gran envergadura, entre ellos destacamos el denominado Disorders and Coherence of the Embodied Self (DISCOS), fi nanciado por la Unión Europea, sobre el estudio de los fundamentos de la persona humana en su integridad psicosomática. En Fuchs encontramos, por ello, una figura peculiar y eminentemente rica desde el punto de vista interdisciplinar. Este hecho ilumina una de las conclusiones más importantes de nuestra investigación sobre la Neuroética: la escasez de figuras auténtica y personalmente interdisciplinares ellas mismas. La Neurociencia necesita de investigadores con esta característica para dar el salto cualitativo que necesita para analizar sus propios resultados, para
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su propia comprensión y autocrítica, así como para enfocar adecuadamente las investigaciones futuras y la interacción de esta disciplina con la sociedad en general. En general, el trabajo que aquí resaltamos", de 2006, trata de cómo las cuestiones éticamente críticas del desarrollo de la Neurociencia han impulsado el nacimiento de la Neuroética. Ejemplos de estos problemas son: la predicción de la enfermedad; el aumento psicofarmacológico de la atención, la memoria o el estado de ánimo; la neurotecnología aplicada en la psicocirugía; la estimulación cerebral profunda y los implantes cerebrales. Todas estas alteraciones son capaces de afectar al ser humano en el sentido de su privacidad, su autonomía y, en definitiva, su identidad personal. Además, la interpretaciones frecuentemente reduccionistas de los resultados obtenidos por la Neurociencia podrían representar un reto para nociones tan trascendentales para nuestra existencia como la libertad, la responsabilidad personal o la individualidad de nuestro yo; conceptos todos estos que se revelan esenciales para nuestra cultura y las relaciones interpersonales y sociales. Sin olvidar, además, que esos resultados neurobiológicos podrían cambiar gradualmente conceptos médico-psiquiátricos de esencial importancia, como el de enfermedad y salud mental en general. Por lo tanto, es de vital importancia enfocar el estudio de la Neuroética de una manera profunda y global, es decir, en un contexto interdisciplinar, para abordar estas cuestiones adecuadamente. De manera que la Filosofía, el saber humano más amplio y último, debería jugar un papel decisivo en estos análisis a la hora de evaluar críticamente los resultados de la Neurociencia que se enfrentan a la más nuclear e íntima de las preguntas: ¿qué es el hombre? La contribución de Fuchs se articula en dos grandes apartados. El primero trata de los problemas éticos de los diagnósticos e in24. Cfr. FUCHS, T, «Ethical issues...», pp. 600-607.
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tervenciones basados en la Neurociencia25; y el segundo, de los problemas éticos concernientes a la concepción que tenemos de nosotros mismos como seres humanos'. Alguien podría pensar que, en realidad, estamos tratando los mismos enfoques que ya anunció Adina Roskies en 2002 en su trabajo de Neuron. Pero nosotros creemos que no es así. El trabajo de Fuchs aborda las cuestiones con mayor agudeza y apunta temas que alcanzan mucho más radicalmente los problemas éticos que nos conciernen personalmente. Es de particular interés el tratamiento crítico que hace de las técnicas de neuroimagen, presentándolas como posible fuente de un «neurobiologismo» cada vez más omnipresente y omniabarcante. Pero analicemos ahora con mayor detalle cada uno de estos dos apartados. • Problemas éticos de los diagnósticos e intervenciones basados en la Neurociencia. En este apartado se abordan los problemas neuroéticos que resultan de la aplicación de la neuroimagen, de la mejora cerebral por métodos farmacológicos y de las nuevas intervenciones técnicas sobre el cerebro. Lo que aquí nos parece más interesante es la crítica del profesor Fuchs a las técnicas de neuroimagen y a los resultados experimentales obtenidos por ellas. Pero antes deberíamos reparar en que el gran desarrollo de la neuroimagen ha creado en muchos neurocientíficos, y de alguna manera también en el público en general, la idea de que somos lo que es nuestro cerebro, que se activa y desactiva según las tareas cognitivas, emocionales o motivacionales de manera bastante selectiva27. Fuchs discute esta idea con agudeza y determinación. A la hora de exponer las razones de su crítica, conviene recordar que, a grandes rasgos, estas nuevas técnicas de exploración ce25. Cfr. FUCHS, T., «Ethical issues in...», p. 600. 26. Cfr. Ibid., p. 603. 27. Cfr. GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., MURILLO, J. I., «Neurociencia y libertad...», pp. 33-34.
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rebral pueden clasificarse en dos grandes grupos: las técnicas estructurales y las de neuroimagen funcional. Éstas últimas son las que están relacionadas con los cambios asociados a las funciones cerebrales. Se trata de la tomografía por emisión de positrones (positron emission tomography, PET según las siglas inglesas), la resonancia magnética funcional (fiinctional magnetic resonance imaging, filiNsegún las siglas inglesas) y la magnetoencefalografía28. Para comprender la crítica de Fuchs es importante señalar que todas estas técnicas plantean también graves problemas para su adecuada interpretación. Y además, esas dificultades metodológicas casi siempre quedan enmascaradas para el público no experto. Por eso Fuchs observa que la asociación de la experiencia subjetiva a las imágenes que estas técnicas proporcionan exige tener en cuenta algunos presupuestos29. En primer lugar, hay que aceptar que los estudios de neuroimagen sólo ilustran un aspecto parcial de los procesos biológicos que están sucediendo. Vemos de modo estadístico, por ejemplo, qué zonas cerebrales reciben más flujo sanguíneo cuando se da cierto fenómeno, pero no sabemos si ese aumento es la causa directa del fenómeno explorado o por el contrario su efecto. En segundo lugar, la interpretación adecuada de los resultados depende mucho del diseño experimental que se adopte y de cuál sea el esquema seguido en la exploración. Muchas veces esto no se explica con detalle, de modo que las conclusiones que sacan los no expertos son demasiado simplistas". Y, por último, no hay que olvidar que, en general, las actividades de la vida diaria son complejas y no son fáciles de explorar sin someterlas a simplificaciones que pueden desnaturalizarlas; de hecho, los paradigmas exploratorios 28. Cfr. MUNTANÉ, A., MORO, M. L., MOROS, E. R., El cerebro. Lo neurológico y lo trascendenta4 EUNSA, Pamplona 2008, pp. 54-60. 29. Cfr. FUCHS, T, «Ethical issues in...», p. 601. 30. Cfr. ILLES, J., RACINE, E., «Imaging or imagining? A neuroethics challenge informed bygenetics», American Journal ofBioethics, 5 (2005), pp. 5-18.
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habituales en este tipo de experimentos carecen del componente «global» que se da, por ejemplo, en las interacciones sociales31. Por todo esto, Fuchs advierte con razón que las técnicas de neuroimagen son excelentes para explorar el sistema nervioso humano, pero que sería muy aventurado depender exclusivamente de sus resultados para sacar conclusiones unitarias acerca del actuar del hombre". • Problemas éticos concernientes a la concepción que tenemos de nosotros mismos como seres humanos. Aquí se abordan las dificultades surgidas cuando se reducen los estados mentales a estados cerebrales. En opinión de Fuchs, las ideas reduccionistas sobre el problema mente-cuerpo y sobre el yo de la persona plantean cuestiones éticas muy serias: (a) ¿pueden hacerse coincidir la atribución de una responsabilidad personal del sujeto con una serie de procesos neurobiológicos correlacionados?; (b) ¿deberíamos tratar las enfermedades mentales sencillamente como enfermedades cerebrales?; y (c) ¿podemos seguir manteniendo para la persona las nociones de unidad y de autonomía cuando los resultados de la Neurociencia pretenden definirnos sólo biológicamente?, es decir, ¿es el yo una mera ilusión de complejos procesos cerebrales? Como puede verse, las cuestiones que se suscitan son nucleares para la Neuroética. De este modo, Fuchs va al fondo filosófico del problema y concluye que es necesaria una actitud interdisciplinar fundamental que lleve a encarar los problemas éticos en el contexto de una consideración humana integral". En definitiva, insiste, las técnicas para monitorizar y manipular las funciones cerebrales se están desarrollando muy rápidamente y es necesaria la prudencia y la contención en su aplicación. En este momento no sabemos todafM31. Cfr. LIEBERMAN, M. D., WILLIAMS, K. D., «Does rejection hurt? An 290-292. pp. (2003), 302 Science, exclusion», social RI study of Oxford 32. Cfr. también O'SHEA, M., The Brain. A Very Short Introduction, University Press, New York 2005, pp. 122-124. 33. Cfr. FUCHS, T, «Ethical issues in...», p. 605.
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vía con claridad y precisión cómo los distintos sistemas biológicos cerebrales interaccionan entre sí, ni cómo las alteraciones en estos sistemas pueden predecir una determinada conducta o actitud psicopatológica. Ni tampoco conocemos cómo la intervención sobre esos sistemas cerebrales puede afectar a las creencias, deseos, intenciones y emociones que constituyen la mente humana". Además, se puede predecir que la ya clásica tensión entre las visiones tradicionales, intuitivas o religiosas de las personas y la visión biologicista de buena parte de la Neurociencia actual, que interpreta a la persona sólo como su cerebro, puede generar conflictos que tengan consecuencias importantes desde el punto de vista social y cultural. Fuchs concluye con unas consideraciones que reflejan muy bien su actitud interdisciplinar". Todo lo anteriormente mencionado, dice el psiquiatra alemán, apunta a que los neurocientíficos deberán explicar en el futuro, cada vez más, el significado de su trabajo no sólo desde el punto de vista científico, sino también en términos morales o éticos. Además, los psiquiatras podrían jugar también un papel central para identificar cuestiones éticas suscitadas por la investigación neurocientífica. De alguna manera, los psiquiatras siempre han sido un puente entre visiones biologicistas y su aplicación al ámbito personal". Esto podría ser muy importante para la toma de decisiones en el tratamiento de las enfermedades mentales y, en general, para una adecuada comunicación con los pacientes, con la comunidad científica y con la sociedad en general. Por eso Fuchs insiste en que es muy importante no perder de vista que debemos desarrollar y estimular una visión integral, no reduccionista, de las relaciones entre la mente y el cerebro, sabiendo que los médicos no tratan cerebros, sino personas'''. 34. Cfr. GLANNON, W, «Neuroethics», Bioethics, 20 (2006), pp. 37-52. 35. Cfr. FUCHS, T, «Ethical issues in...», p. 605. 36. Cfr. GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., «La señalización celular. ..», pp. 391-415. 37. Cfr. FUCHS, T., «The challenge of neuroscience: psychiatry and phenomenology today», Psychopathology, 35 (2002), pp. 319-326; y «Neurobiology and psy-
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2) Walter Glannon
Walter Glannon es profesor de la Universidad de Calgary (Canadá), y ocupa la Canada Research Chair in Biomedical Ethics and Ethical Theory en el departamento de Filosofía de esa Universidad. Aquí vamos a comentar varios escritos suyos, un artículo y dos libros. El rasgo llamativo de ellos es el dominio del autor sobre la metodología neurocientífica, siendo así que su formación universitaria se ha ceñido casi absolutamente al campo de las humanidades (doctorado en Filosofía en la Universidad de Yale y doctorado en Literatura española en la Universidad de Johns Hopkins). Por tanto, este trabajo es otra muestra más de la importancia que hay que otorgar a la interdisciplinariedad personal, por así decir, para abordar las complejas cuestiones que el desarrollo de la Neurociencia moderna está planteando desde la perspectiva ética. • «Neuroethics» (2006). El primer trabajo es un estudio amplio y documentado sobre la Neuroética". Su publicación en una conocida revista en el campo de la Bioética (Bioethics) hace de esta referencia una obligada parada en nuestro recorrido por los trabajos sobre la Neuroética más significativos en estos últimos arios. Glannon centra su estudio, sobre todo, en las perspectivas clínicas de la Neurociencia. Así, señala que el avance de la Neurociencia en los campos de la neuroimagen, la psicocirugía, la estimulación cerebral profunda o la psicofarmacología, ha transmitido a la sociedad la firme esperanza de una mayor eficacia en la predicción, diagnóstico y tratamiento de las alteraciones neurológicas y psiquiátricas. Además, añade este autor, algunas formas de utilización de la psicofarmacología podrán incluso lograr un aumento de las facultades cognitivas y emocionales en personas normales. Sin em-
chotherapy: an emerging dialogue», Current Opinion in Psychiatry,17 (2004), pp. 479-485. 38. Cfr. GLANNON, W, «Neuroethics...», pp. 37-52.
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bargo, cada vez se cobra más conciencia de que estamos ante el órgano del cuerpo humano más complejo y menos conocido desde el punto de vista morfofisiológico y fisiopatológico por la Ciencia experimental. Este trabajo de Glannon explora sistemáticamente todas estas técnicas, sosteniendo que mapear los correlatos neurales de la mente a través de los escáneres cerebrales, o transformando estos correlatos por medio de la cirugía, la estimulación o la farmacología, puede afectar a las personas de forma positiva o negativa. Por ello es tan importante sopesar de manera muy cuidadosa y profunda todos los beneficios y los daños potenciales causados por el empleo de la neurotecnología. De ahí también la necesidad de introducir, para el progreso de la Neurociencia clínica, un estudio en profundidad de las cuestiones éticas en la aplicación de las investigaciones neurobiológicas a la clínica de las enfermedades del sistema nervioso. De esta manera, este autor concluye que en el futuro, a medida que se vayan refinando las técnicas ya mencionadas de la imagen cerebral, la psicocirugía, la neuroestimulación y la administración de fármacos con capacidad de modificar rasgos psíquicos de los individuos, se podrá ver la posibilidad de mapear y modificar las bases neurales de la mente y la conducta humanas. Lo más positivo de esto es que los médicos (neurólogos y psiquiatras) serán capaces de predecir, prevenir, diagnosticar y tratar estas enfermedades neurológicas y psiquiátricas de una manera mucho más eficaz. Sin embargo, puesto que el cerebro es, con mucho, el órgano más complicado y menos entendido del cuerpo humano, todavía no somos capaces de explicar cómo interaccionan entre sí los diferentes sistemas neurales y qué anormalidades morfofuncionales pueden predecir alteraciones psicopatológicas. Tampoco se ha logrado tener una idea clara de cómo la modificación o alteración de dichos sistemas cerebrales puede afectar a las creencias, deseos, intenciones o emociones que constituyen rasgos tan distintivos de lo
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que llamamos la mente humana. Pero es seguro que todas estas intervenciones provocarán variaciones en sentido positivo o negativo, y por eso es importante introducir criterios éticos en todos los avances de la Neurociencia clínica. Glannon concluye insistiendo en que, viendo el espectacular crecimiento de la Neurociencia (dentro de la Biomedicina y de la Biotecnología), deberíamos ser bien conscientes de la importancia de plantearse los debates éticos con toda profundidad, sin conformarnos con algunas reglas superficiales y provisionalmente limitadoras: hay demasiado en juego, en un futuro a corto y a medio plazo. • Defining Right and Wrong in Brain Science. Essential Readings in Neuroethics (2007) . En el ario 2007, Walter Glannon publica como editor, con la Dana Press, un libro que recoge los escritos que, según su criterio, han sido los principales trabajos publicados sobre la Neuroética. Es un libro de obligada consulta para la exposición de las propuestas más modernas de la disciplina bioética que estamos tratando. Ya hemos comentado aquí una buena parte de los que aparecen en el libro de Glannon. Algo interesante en el contexto narrativo de esta exposición puede ser, quizá, enumerar los apartados en los que el autor ha dividido toda esta serie de trabajos de reflexión ética. El libro comienza con una introducción que escribe el propio Glannon. Y a continuación organiza el libro en seis partes, cada una acogiendo unos cuantos artículos representativos al respecto. Estas partes son las siguientes: (I) cuestiones fundamentales; (II) obligación profesional y divulgación pública; (III) neuroimagen; (IV) libre albedrío, razonamiento moral y responsabilidad; (V) psicofarmacología; y (VI) lesiones cerebrales y muerte cerebral. Finaliza este texto con un epílogo del investigador inglés Steven Rose sobre la impor39. Cfr. GLANNON, W, Defining Right and Wrong in Brain Science. Essential Readings in Neuroethics, The Dana Press, New York 2007.
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rancia de la Ética en un mundo «neurocéntrico». Este final está tomado del libro de este último autor The Future of the Brain: The Promise and Perils of Tomorrow's Neuroscience, publicado por Oxford University Press en 2005". • Bioethics and the Brain (2008). Este último libro de Glannon41 es una nueva edición del que ya publicó en el ario 2006 con la misma editorial, Oxford University Press. En él continúa con su propósito de explicar y divulgar la importancia de la evaluación ética de las intervenciones cerebrales. Un punto destacable es que Glannon es de los pocos autores que introducen abiertamente la muerte cerebral entre los temas de la Neuroética. En general, este autor tiene una visión de la mente como un conjunto de rasgos que emergen de las funciones del cerebro y del cuerpo. Sin embargo, no parece un «emergentista» puro en el sentido en que se habla en los estudios de mente y cerebro42, pues admite y presenta una cierta aproximación a concepciones más abiertas que un puro emergentismo cerebral". El punto de mayor interés que observa Glannon es que nuestro funcionamiento cerebral y mental está asimismo muy anclado en las relaciones del sistema nervioso con otros sistemas orgánicos, como el endocrino o el inmunológico. Esta tesis resulta, en nuestra opinión, muy reveladora en cuanto al intento de buscar respuestas unitarias de todo nuestro cuerpo ante estímulos de variado tipo". Paralelamente, considera que también el concepto de yo está basado en las funcio40. Cfr. ROSE, S., The Future of the Brain: The Prornise and Perils of Tomorrow's Neuroscience, Oxford University Press, Oxford 2005, pp. 297-305. 41. Cfr. GLANNON, W, Bioethics and the Brain, Oxford University Press, New York 2008. 42. Cfr. GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., Muruno, J. I., «Mente y cerebro...», p. 627. 43. Consultar el análisis de este libro en la recensión que hace B. BENHAM, Assistant Professor de Filosofía de la Universidad de Utah, en: http://metapsychology.mentalhelp.net/poc/view_doc.php?type=book&ic1=-3695&cn=394 44. Cfr. GLANNON, W, Bioethics and the..., p. 13.
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nes psicológicas que tienen su base en otras tantas funciones neurobiológicas y orgánicas en relación con el sistema nervioso. Por último, hay dos características generales de este y de otros textos de Glannon que queremos resaltar. Primera, que lleva a cabo un esfuerzo para comprender la estructuración biológica del sistema nervioso; la explica bien, con claridad y razonable exactitud, lo cual es llamativo viniendo de un profesor de Filosofía cuya formación no ha sido primariamente neurobiológica. Segunda, que sitúa la Neuroética en un contexto filosófico de más calado que una pura visión analítica y utilitarista. 3) Jonathan Moreno (Neuroética y defensa nacional) Una de las aplicaciones neurocientíficas que está cobrando mayor importancia directa y práctica es la que se refiere a su utilización en la guerra convencional y en la lucha contra el terrorismo. Quizá la persona que más ha analizado esta dirección social de la investigación neurobiológica es el profesor Jonathan Moreno. Ya hemos comentado brevemente su inserción docente e investigadora en la Universidad de Pennsylvania. Ha sido consejero de Bioética del Howard Hughes Medical Institute, miembro de la National Bioethics Advisory Commission, y consejero de la White House Office of Science and Technology Policy. La publicación en 2006 del libro Mind Wzrs. Brain Research and National Defense", es fruto de sus reflexiones bioéticas, así como de su especialización en estos temas. Ha dictado, además, varias conferencias sobre este aspecto de la Neuroética, lo cual le ha convertido en una autoridad en la aplicación actual de la Neurociencia a la vida militar.
45. Cfr. MORENO, J. D., Mind Wars. Brain Research and National Defense, The Darla Press, New York, 2006.
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Concretamente, en su libro Moreno intenta dar una visión de la relación que existe entre la ciencia más sofisticada y moderna, las agencias americanas destinadas a la defensa de la nación y el espacio geopolítico donde se desarrolla la batalla por la defensa más allá de las bombas y los propios hombres que luchan. Este libro es el primer trabajo publicado por un investigador en Bioética sobre la conexión de la seguridad nacional y la investigación en las ciencias neurales. Nuestro autor analiza campos muy diversos que van desde la neurofarmacología hasta la imagen cerebral o los aparatos que representan una interfase entre cerebro y máquina que proporcionan imágenes y sonidos entre el cerebro humano y las máquinas, prediciendo que la utilización de los conocimientos que poseemos sobre la Neurociencia pueden actuar con gran potencia contra el ejército o el soldado enemigos. Así, señala como ejemplos el de primates no humanos moviendo brazos robóticos sin conexión física, la neurotecnología que hace posible leer el pensamiento a distancia, el desarrollo de fármacos que permitan extender la vigilia de los soldados enzarzados en contiendas con el enemigo, el control cerebral de las emociones de estos soldados ante la desgarradora violencia de los combates, y la fabricación de «neuroarmas» con tecnología biológica que permita, mediante la inoculación viral restrictiva, la inhibición de combatientes del bando contrario. El profesor Moreno concluye que, como este nuevo arsenal armamentístico podría caer en manos de líderes sin escrúpulos, es importante que se encuentren nuevos caminos para que su desarrollo se haga dentro de los cauces de una aplicación ética. Este libro insta a que se cree una alianza positiva y beneficiosa para la sociedad entre la ciencia neural y los gobiernos preocupados con la defensa de sus ciudadanos, de manera que en los casos de guerra y de terrorismo se puedan armonizar la seguridad y la libertad civil. Como es previsible, las cuestiones que pueden derivarse de la relación entre la Neurociencia y la defensa nacional, o entre las
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medidas de seguridad y la salvaguarda de los derechos cívicos, tienen sin duda una dimensión legal o jurídica, pues afectan a derechos de los ciudadanos. Por eso tiene sentido abrir una reflexión colateral acerca de las conexiones entre la Neurociencia y el Derecho. A esto se ha dedicado otro profesor norteamericano, que tratamos a continuación. 4) Addendum: Stephen Morse (Neurociencia y Derecho) En efecto, un aspecto interdisciplinar de la Neurociencia que también se está desarrollando mucho en estos últimos arios es su relación con la práctica legal. Una de las personas que quizá ha trabajado más en esta dirección es Stephen Morse, profesor de Derecho, Psicología y Psiquiatría en la Law School de la Universidad de Pennsylvania. Morse es un psicólogo clínico, formado en la Universidad de Harvard, con unos amplios conocimientos del sistema legal americano y su relación con la Ética, gracias a lo cual es ya una persona de referencia en la Neuroética en lo referente a la aplicación de las leyes. Es particularmente experto en aquellas que regulan las sanciones penales con relación a la salud mental. En el ario 2004, el profesor Morse publicó en la revista Cerebrum, de la Dana Foundation, un artículo titulado: «New neuroscience, old problems: legal implications of the brain science», que en nuestra opinión representa un punto de referencia para las relaciones de la Neuroética con el Derecho". Aunque la aplicación de la Neurociencia a la práctica del Derecho no es todavía un hecho generalizado, hay un creciente interés
46. Cfr. MORSE, S. J., «New Neuroscience, old problems: legal implications of the brain science», Cerebrum, 6 (2004), pp. 81-90. Puede verse también: CAPO, M., NADAL, M., RAMOS, C., FERNÁNDEZ, A., CELA GÓMEZ, C. J., «Neuroética. Derecho...«, pp. 163-176.
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en esta relación interdisciplinar por la decisiva importancia social que puede llegar a tener. Según Morse, sin embargo, a menos que los descubrimientos sobre el cerebro cambien radicalmente la concepción que tenemos del ser humano, es muy difícil que cambien las raíces y aplicación de la doctrina legal que rige nuestra sociedad. De acuerdo con Morse, hay dos puntos que nos parece importante resaltar aquí con respecto a las relaciones entre Neurociencia y Derecho. Primero, que a fecha de hoy no hay nada en los descubrimientos neurocientíficos que lleve a cambiar el sistema legal de las sociedades occidentales. Esto es relevante porque una definitiva consideración reduccionista de las relaciones mente y cerebro —que no es el caso— implicaría notorias variaciones en el modo de entender la responsabilidad y el sistema penal que se aplica de forma mayoritaria en el Derecho continental y en parte del anglosajón. Y segundo, que aunque la aplicación de la Neurociencia en la detección de crímenes o faltas graves por parte de la ciudadanía parecía probablemente más exitosa, y aunque en este campo ha habido ciertos avances, no se puede decir que estos sistemas diagnósticos sean ya algo pacíficamente aceptado y utilizado en la aplicación de la justicia'''. No obstante, parece que las relaciones entre Neurociencia y Derecho serán cada vez más concretas y cercanas, y de gran trascendencia —especialmente en la medida en que se estudien y discutan con mayor profundidad las relaciones mente y cerebro—, en los arios venideros. 5) Editoriales de Nature y de Science A continuación vamos a glosar sendos comentarios editoriales aparecidos en dos de las más prestigiosas revistas científicas: Natu-
47. Ver el artículo especial de la revista The Economist del 19 de diciembre de 2006, especialmente la página 16, y también la página de internet de Brain Fingerprinting Laboratories (http://www.brainwavescience.com/).
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re (del Reino Unido) en 2006, y Science (de Estados Unidos) en 2007. En ambos escritos se insiste claramente en la importancia de la Neuroética como disciplina de gran proyección en la sociedad actual, que tanta relevancia está otorgando a los estudios del cerebro, y donde la tecnología para la investigación y la terapia de enfermedades neurológicas y mentales se está desarrollando muy rápidamente. Por otra parte, también se advierte —entre otros campos— la repercusión social de estos estudios para la seguridad de los países. Precisamente en esto último es en lo que incide de manera directa el primero de los editoriales". Éste tiene como ocasión el inicio de dos nuevas empresas (llamadas No Lie MRI y Cephos) que desarrollan investigaciones en imagen cerebral para aplicarla como detector de mentiras u otras medidas relativas a la seguridad de la sociedad. El editorial sostiene que «en el futuro, las personas dedicadas a la Ética se deben preocupar más de si un día estas técnicas de imagen pudieran ser utilizadas para discernir o poner de manifiesto los secretos más íntimos de la gente. La sociedad tiene en sus manos, por primera vez, una herramienta con la que detectar la mentira, y esto podría traer consecuencias muy profundas sobre la privacidad individual y los derechos humanos». Y se felicita de que en mayo de 2006 un grupo de neurocientíficos, especialistas en Ética, y abogados hayan fundado la Neuroethics Society en el emblemático lugar de Asilomar, en el estado de California, en Estados Unidos. La Neuroética, por decirlo así, entraba aquí por la puerta grande del control de las investigaciones de la Neurociencia básica y clínica, a la vista de su crecimiento exponencial en los últimos arios. Este editorial ha tenido un notorio impacto en la comunidad científica internacional.
48. Cfr., EDITORIAL, «Neuroethics needed. Researchers should speak out on claims made on behalf of their science», Nature, 441 (2006), p. 907.
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El otro comentario editorial está firmado por el conocido estudioso de Bioética del Stanford Centerfor Biomedical Ethics, Henry Greely". Este investigador es un conocido profesor de Derecho de la universidad californiana y un notorio impulsor del estudio de la Neuroética en el citado centro de la Universidad de Stanford. En su escrito de Science, Greely hace un recorrido apresurado pero incisivo por las principales cuestiones que trata la Neuroética, partiendo del hecho de que la Neurociencia es una disciplina biológica que se ha expandido de manera extraordinaria: como botón de muestra, obsérvese que en el congreso de la Societyfor Neuroscience del ario 2007 se reunieron más de 30.000 neurocientíficos. También aquí se expresa la satisfacción por el nacimiento de la Neuroethics Society, y concluye afirmando que es necesario que la financiación de la Neurociencia vaya pareja a la preocupación para apoyar y respaldar estudios de Neuroética que permitan controlar esas investigaciones y su repercusión en la sociedad: «Porque financiar la ciencia sin ayudar el trabajo para desarrollar adecuadamente sus consecuencias sociales asegurará que la revolución neurocientífica pueda traer, junto a grandes avances científicos y médicos, mucho dolor y caos». 6) Neil Levy El autor que vamos a considerar en último lugar, Neil Levy, es un filósofo investigador senior en el Centre for Applied Philosophy and Public Ethics de la Universidad de Melbourne, y colabora también como investigador en el Program on Ethics of the New Biosciences y en The Wellcorne Centrefor Neuroethics, ambos de la Universidad de Oxford. Además, como se mencionó, Levy es el editor principal de la revista Neuroethics.
49. Cfr. GREELY, H., «On neuroethics», Science, 318 (2007), p. 533.
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Levy plantea la posibilidad de la Neuroética desde una visión del cerebro que no deja prácticamente espacio para operaciones inmateriales de la mente. Ya este punto de partida puede hacer pensar que este autor es un filósofo materialista con una visión reduccionista de las relaciones mente y cerebro. Pero esto no es en absoluto tan claro. No resulta fácil encasillar al grupo de filósofos anglosajones que provienen de la tradición de la Filosofía analítica. Existe en ellos una especie de combinación entre un peculiar emergentismo, un constructivismo y una cierta reducción monista. Para intentar dar una idea de su pensamiento, apuntaremos algunas de las principales afirmaciones en un libro sobre Neuroética publicado en 2007 en la editorial Cambridge University Press5°. En concreto, subrayamos primero aquí dos aserciones recalcadas explícitamente por el autor: primera, que una aproximación filosófica a la Ética debe ceñirse rigurosamente a lo que se conoce a través de la Neurociencia experimental; y segunda, que los seres humanos somos a la postre, al igual que todos los organismos complejos, nada más que una comunidad de mecanismos. A la vista de estas dos sentencias, podemos ahora replanteamos la cuestión del reduccionismo. Y vemos entonces que, a la vista del estado actual de la Ciencia y por la propia naturaleza y metodología de lo planteado, la Ética (utilitarista) planteada por Levy tiene que aceptar la posibilidad de algo que escapa a la materialidad, frente a aquellos que ni siquiera se cuestionan que ese carácter la inmaterial de las operaciones humanas sea posible. Como en la práctica, a nuestro juicio, es imposible negar por completo la inmaterialidad de algunas actividades del hombre —por más que éstas no se manifiesten sin el sustrato material cerebral—, y como hoy por hoy la Ciencia no logra explicarlas biológicamente por completo, el resultado al que se llega con el planteamiento de Levy (y de otros 50. Cfr. LEVY, N., Neuroethics. Challenges for the 21st Century, Cambridge University Press, New York 2007.
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materialistas) no puede ser otro que un cúmulo de contradicciones; unas contradicciones que no se aceptan porque no se ven, o que se rechazan incluso percibiéndolas. Por lo demás, tanto en el mencionado libro como en varias contribuciones en la revista Neuroethics51 (en 2008 y 2009), Levy insiste en la idea —ya repetida en nuestro trabajo al hablar de otros autores— de que la Neuroética comprende dos categorías de problemas. La primera comprende, en general, los relativos a la tecnología de la Neurociencia, y se inscriben en el campo de la Bioética. La segunda abarca los que surgen cuando los conocimientos que nos proporcionan las investigaciones neurobiológicas nos hacen ver nuestras funciones vitales más íntimas, y nuestro ser mismo, de una manera diferente a como veníamos comprendiéndolas hasta ahora. En realidad, en estos textos se viene a defender la llamada tesis paritaria, es decir: los problemas que se plantean con el desarrollo de la Neurociencia no son en absoluto nuevos, ni por su enunciado ni por las soluciones éticas que se han intentado ofrecer. Estamos en el fondo ante problemas que ya estaban planteados, de alguna manera, en el pasado. Por eso, reconoce Levy, es importante volver a la Filosofía, de manera que de nuevo plantea la importancia de la interdisciplinariedad en la Neuroética. Lógicamente, el punto crucial de toda esta visión de la Neuroética —como de cualquiera— radica en la manera como se entienda la mente. Y para hacerse cargo del estrecho modo biologicista según el cual Levy concibe la mente, quizá lo mejor sea citar directamente un párrafo de su libro: «La mente puede que no sea una cosa; que no pueda ser entendida como algo físico localizado en el espacio. Pero es enteramente dependiente, no sólo para su existencia, sino también para los detalles de su funcionamiento, de simples cosas: neuronas y conexiones entre ellas. Quizá sea posible re51. Cfr. «Introducing neuroethics», Neuroethics, 1 (2008), pp. 1-8; «Editorial», Neuroethics, 1 (2008), pp. 73-74; y «Editorial», Neuroethics, 2 (2009), pp. 1-2.
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conciliar estos hechos con la visión de que la mente es una sustancia espiritual, pero parecería una acción desesperada siquiera el intentarlo)». Por último, otro de los conceptos clave de Levy, en su libro sobre la Neuroética, es el que denomina «mente extendida» (extended mind)". Con esta noción tiende a ver la mente como dilatada sobre nuestro cuerpo y mediada por las realidades que nos rodean. Según él, también esto debe tenerse en cuenta en nuestra investigación ética. Lo explica así en el último párrafo de su libro: «Este libro tiene como objetivo ilustrar el significado moral de la mente extendida explorando la ética de las ciencias de la mente. Si estoy en lo cierto, asiendo su verdad nos permitirá llegar a un mejor y más matizado conocimiento de cómo nuestras mentes están ya tecnológicamente mediadas e incrustadas, y, por tanto, evitará que demos respuestas poco ponderadas a dichas tecnologías, las cuales no deben ser ni alabadas de forma poco crítica ni rechazadas de forma histérica, sino más bien evaluadas una por una. Naturalmente, sin embargo, estoy comprometido a pensar que esto ha sido una contribución a una conversación, no la última palabra. Si mis argumentos pueden ayudar a focalizar el debate; si ellos proporcionan un acicate al compromiso de muchos otros, con diferentes grados de pericia en el tema tratado y diferentes puntos de vista; si, en pocas palabras, llegaran a ser absorbidos dentro del proyecto actual y socialmente distribuido de crecimiento del conocimiento y del lento proceso progresivo hacia un equilibrio reflexivo; si es así, estaré contento y satisfecho»".
52. Cfr. LEVY, N., Neuroethics. Challenges..., p. 17. 53. Cfr. Ibid., p. 29. 54. Cfr. Ibid., pp. 315-316. (La traducción es nuestra).
La Neurociencia en la crisis posmoderna de la ciencia experimental y el desafío de la Neuroética
El precedente recorrido por los diversos ensayos de sistematizar, de alguna manera, las reflexiones neuroéticas ha mostrado con suficiente claridad que se trata de un campo minado de dificultades. Problemas que proceden, sobre todo, del complejo diálogo entre las ciencias, o entre lo que llamamos Ciencia (experimental)' y otras formas de saber o de experiencia: desde convicciones evidentes del sentido común espontáneo hasta creencias religiosas consistentes. Por esto pensamos que, para entender bien el problema de este desacuerdo y su difícil solución, conviene ir a su raíz y preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí no sólo en la Neurociencia, sino en la Ciencia experimental en general. Se trata ahora, pues, de reflexionar filosóficamente sobre esta última desde su consolidación en la modernidad hasta el periodo actual de la posmodernidad. Para lo cual nos servirán de guía —siguiendo al profesor Rodríguez Duplá— tres aspectos claves de esos movimientos culturales: la verdad, la historia y el sujeto2.
1. Cfr. nuestra nota 43. 2. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLÁ, L., «¿Qué rasgos definen la cultura emergente?», en Qué tipo de persona querernos educar para el nuevo milenio, Bruño, Madrid 2000, pp. 9-19; y también «El alejamiento práctico de Dios como nuevo fenómeno de masas», XX Siglos, 43 (2000), pp. 32-40.
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1. EL MÉTODO DE LA CIENCIA EXPERIMENTAL O EL PROBLEMA DE LA VERDAD
A. La gestación y elplanteamiento moderno de la Ciencia experimental No es éste, sin duda, el lugar para exponer una completa historia de la Ciencia. Pero es necesario hacerse una idea, aunque sea sumaria, del origen y desarrollo de la Ciencia tal como la entendemos hoy para comprender bien la situación en que actualmente se encuentra la actividad científica, en la cual la Neurociencia va ocupando un lugar cada vez más importante. Una situación que está viniendo a ser, de algún modo, cada vez más paradójica e, incluso, contradictoria, y que reclama por ello una reflexión detenida. Para este análisis nos serviremos fundamentalmente, como texto clásico, de las dilucidaciones de Edmund Husserl (1959-1938) en su última obra La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendentaP, bien conocida como un profundo y riguroso diagnóstico de la actividad científica moderna; y de entre los autores recientes, tomaremos como referencia las obras del profesor Mariano Artigas (1938-2006), físico y filósofo de la Universidad de Navarra, y algunas agudas reflexiones del profesor Alasdair MacIntyre, en la actualidad Permanent Research Fellow en el Center of Ethics and Culture de la University ofNotre Dame en Indiana, Estados Unidos. El inicio de la Ciencia moderna como actividad específica e independiente puede situarse en el Renacimiento, a partir del cual puede decirse también que se origina de forma clara lo que hoy llamamos modernidad. La actitud de fondo que domina en dicha época es el rechazo de la tradición y la vuelta al hombre antiguo 3. Cfr. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, § 1-12, Prometeo Libros, Buenos Aires 2008, especialmente § 1-12, pp. 47110; ver también de HUSSERL, Renovación del hombre y de la cultura, Anthropos, Barcelona 2002, pp. 98-103.
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como modelo de humanidad libre y autónoma. Toda forma de autoridad se comienza a ver como un impedimento para el desarrollo adulto de la persona, así como una forma de saber y de enseriar que coarta el conocimiento personal de las cosas mismas. Es bien sabido que en este modo tan general de ver la realidad influyen decisivamente factores sociológicos y políticos muy diversos. Circunstancias que, ciertamente, eran muchas veces en parte comprensibles en aquel momento. Pero se produjo entonces una confluencia de agentes que desencadenó un proceso sociocultural ambiguo y difícilmente dominable, y, como veremos, esa dinámica estaba destinada a crecer aún mucho más'. Las ciencias experimentales eran, en aquel entonces, conductoras de la mentalidad de la época, pero lo eran de la mano y junto con la Filosofía. Ésta se consideraba todavía como un saber omniabarcante, que podía integrar en un mismo espíritu y una misma sabiduría a las ciencias experimentales'. Habrá que esperar al positivismo del siglo XIX para que las ciencias se separen e independicen de la Filosofía. Sólo el positivismo configura una idea de ciencia que reniega de todo ideal con validez absoluta, supra-temporal e incondicionada, de todo lo que sobrepasa los meros hechos, cercenando el ideal sapiencial de la Filosofía. «El positivismo, por así decir, decapita la Filosofía»6. Pero el positivismo fue posible porque la Filosofía ya había claudicado antes de su ideal de sabiduría universal. No fue la Ciencia ni su progreso la causa de la mentalidad positivista, sino el fracaso de la Filosofía, y como consecuencia, la llamada filosofía positivista. Husserl lo expresa muy gráficamente cuando dice que la verdadera lucha espiritual europea es una lucha entre filosofías, no una lucha
4. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLÁ, L., «El final de la utopía», en ÍDEM, Ética de la vida buena, Desclée de Brouwer, Bilbao 2006, pp. 123-141. 5. MACINTYRE, A., God, Philosophy, Universities.. ., pp. 173-180. 6. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas. . ., § 3, p. 53.
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entre la Filosofía y la Ciencia'. Y Max Scheler señala que las tradiciones sanas y pujantes (formas de una sabiduría superior) no pueden ser suplantadas por la Ciencia (una sabiduría inferior por su objeto), pero sí cuando esas tradiciones se debilitan: «Las tradiciones que pueden ser disueltas y destruidas —por la ciencia histórica, por ejemplo— no son las vivas, sino sólo las moribundas. (. ..) La 'ciencia' no tiene fuerza para matar. Al revés, debe estar ya muerto aquello de lo que se apodera»8. En este mismo sentido se sitúa la crítica que Mariano Artigas opone a la conocida tesis de Max Weber sobre la Ciencia'. Este pensador alemán sostuvo, en una famosa conferencia leída en 1917, que la Ciencia es de por sí neutra, y su desarrollo ha producido lo que llama «desencantamiento» del mundo, apartando de nuestra mente toda pregunta por el sentido y valor de la Artigas, en cambio, muestra convincentemente que la Ciencia no es de suyo neutra, sino que es la filosofía positivista (y también la idealista) la que la ha definido como tal, y por tanto, la culpable de ese «desencantamiento», por otro lado innegable. De manera que, ante el fracaso de la Filosofía, la Ciencia tomó el liderazgo del saber sometiendo a su método incluso a la misma Filosofía. Scheler lo expresa de modo muy agudo, merece la pena reproducir un entero párrafo suyo: «Ciertamente, se sabe que el autodespliegue interno de la llamada 'Filosofía moderna' hasta el presente (si bien a grandes y muy distintos empujones) ha conducido finalmente a un estado que representa más o menos lo totalmente opuesto a lo que se expresaba en la doble pretensión de la 7. Cfr. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas..., § 6, p. 58. 8. SCHELER, M., «Para la rehabilitación de la virtud. El respeto», Revista de Occidente, 250 (2002), p. 36. 9. Cfr. ARTIGAS, M., La mente del universo, EUNSA, Pamplona 1999 (The Mind of the Universe, Templeton Foundation Press, Philadelphia and London 2000), pp. 404-409. 10. Cfr. WEBER, M., La ciencia como profesión, Biblioteca Nueva, Madrid 2009, pp. 51-108.
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anterior idea de la Filosofía: la idea de ser, a la vez, libre servidora de la fe (como su suprema dignidad) y reina de las ciencias (como su segunda dignidad suprema). De 'libre sirvienta' de la fe, la Filosofía pasó a ser, a grandes pasos, usurpadora de la fe, pero al mismo tiempo ancilla scientiarum. Esto último en sentido distinto, por cuanto se le impuso la tarea de «unir» los resultados de las ciencias particulares en una así llamada concepción del mundo coherente (positivismo), o de fijar, como una especie de policía de las ciencias, sus presupuestos y métodos con más exactitud que ellas mismas (Filosofía crítica o la Filosofía llamada 'científica') Buscar las causas de ese fracaso filosófico sería una tarea compleja que no puede abordarse aquí, aunque desde luego puede remitirse al auge del nominalismo durante el siglo XIV como una causa muy principal. Sin embargo, sí que es pertinente preguntarnos qué permitió a la Ciencia acabar por asumir, alentada por la mentalidad positivista, tal liderazgo. Y una importante clave para esa respuesta se halla en el método matemático de la Ciencia experimental. Veámoslo a continuación con cierto detalle. La geometría euclidiana, ideada y empleada por los antiguos y medievales, sólo concebía tareas finitas, limitadas. Era un método y una ciencia bien consciente de sus límites, de su ámbito de aplicación a los cuerpos finitos de la naturaleza a nuestro alcance, también delimitada. En cambio, con Galileo (1564-1642) y Newton (1643-1727) el método matemático cobra alcance infinito, universal. Ya no se aplica sólo a cuerpos, sino al espacio ilimitado. El método matemático se universaliza y se formaliza. La Matemática misma se convierte en matemática formal y la Ciencia de la naturaleza se convierte en una «ciencia natural matemática»12. Es tal el 11. SCHELER, M., «La esencia de la filosofía y la condición moral del conocimiento filosófico», en IDEm, Gramática de los sentimientos, Crítica, Barcelona 2003, pp. 166-167. 12. Esto es algo que también está muy presente y desarrollado en las actuales investigaciones y publicaciones científicas de Neurociencia.
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éxito de este nuevo método, que la Filosofía misma se transforma, rebajándose y comprendiéndose a sí misma como ciencia de la totalidad del mundo sólo empírica y fácticamente existente. Y este debilitamiento de la Filosofía permite que crezcan incontroladamente las semillas de dos procesos que se potencian mutuamente: la universalización y la formalización. La universalización y la formalización son dos características del método matemático que posibilitan y buscan la medición exacta de los procesos naturales. Se trata, evidentemente, de un método legítimo y eficaz para reproducir procesos y crear otros nuevos. Fue sin duda Galileo el principal promotor de este modo de investigar. Pero el problema es que al valerse de dicho método, puede olvidarse lo que se hace en esa aplicación. En concreto, puede olvidarse que la actividad científica pasa de una praxis real con objetos reales a una praxis ideal con formas puras, mensurables y exactas. La medición exige exactitud, y ésta formalidad. Pero si se olvida que esa medición sólo capta algunos aspectos de la realidad, si se olvida el cambio de praxis que la actividad científica supone y origina —más adelante volveremos sobre esto—, entonces se tiende a universalizar ese modo de conocer y tratar la realidad, con la esperanza de alcanzar una nueva sabiduría omniabarcante. El proceso de universalización y de formalización se desarrollan ya unidos y según su propio dinamismo. Las fórmulas se aritmetizan, vaciándose de sentido para ser sólo símbolos universales y formales. Galileo elabora una teoría de la mera subjetividad de las cualidades sensibles específicas. A lo que pronto seguiría Thomas Hobbes declarando subjetivo todo lo pre- o extra-científico. Tal era, en fin, la conciencia de inaugurar un nuevo método de ciencia y de conocimiento en general, que Francis Bacon no duda en titular su obra principal Novum Organon, en contraposición al tradicional Organon, el conjunto de las obras lógicas de Aristóteles. En cuanto al ser humano, ya Galileo hace abstracción de todo lo espiritual. Sólo concibe, para su ciencia, un mundo corpóreo ce-
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rrado, donde la única causalidad es la natural (material) que actúa de modo eficiente y unívoco, esto es, donde la eficiencia reside y parte siempre de la materialidad. En ese esquema conceptual, todo está determinado de antemano y unívocamente. Como es bien visible, con ello se prepara ya el dualismo que Descartes (15961650) proclamaría después entre res extensa y res cogitans. El mundo natural pasa a concebirse como pura extensión, y el mundo anímico ha de armonizarse —porque está separado— con el natural. Pero ¿cómo? Las soluciones que acaban imponiéndose son dos: o bien se naturaliza directamente lo psíquico, como hace Hobbes (1588-1679), continúa John Locke (1632-1704) y llega así a nuestros días; o bien se integra difusa y artificialmente en un sistema filosófico superior con un esquema racional-matemático, como hace Baruc Spinoza (claramente en su Ethica more geometrico demonstrata de 1665)1 . Como ejemplo de lo primero, es del todo significativo el título de la conocida obra de Julien de La Mettriee, El hombre máquina, de 1747. A estas alturas, en efecto, la modernidad piensa que la Filosofía tal como se concebía en la antigüedad ya no es capaz de alcanzar la idea de racionalidad y universalidad deseada. Este ideal sólo es posible con la Matemática y las Ciencias naturales. Incluso para el eminente filósofo Inmanuel Kant (1724-1804), el modelo de conocimiento cierto y riguroso es el que Newton desarrolla con su mecanicismo. No resulta difícil hacerse cargo de las consecuencias de este cambio de perspectiva en todo el conocimiento, tanto científico como filosófico". Cuando la naturaleza se entiende de modo me13. Recientemente, ante las paradojas que presenta la Ciencia experimental, se puede detectar en algunos neurocientíficos un intento de cierta unión de las dos concepciones, cfr. DAMASIO, A., Lookingfor Spinoza. 14. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLA, L., «¿Qué rasgos definen la cultura emergente?», 9-19. pp.
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canicista, desaparece del horizonte la idea de causa final y de finalidad en general. El hombre se ve, o bien como un mecanismo más, o bien como ajeno a la naturaleza y no integrado en ella, ¡o bien como ambas cosas a la vez! (paradoja a la que atenderemos más adelante). Por otra parte, si la naturaleza es un mero mecanismo, ya no se la ve como portadora de finalidad o valor intrínseco alguno, como digna de respeto o portadora de sentido". La Ciencia viene a convertirse en instrumento de dominio por principio ilimitado. Y en cuanto al modo de conocimiento, la forma de experiencia privilegiada ahora es la experimentación científica de laboratorio, es decir, los aspectos relevantes de la realidad, los cuantificables. Se trata de observar, de matematizar y cuantificar, de replicar o reproducir, y esto ha de poder ser realizado por cualquiera, basta que tenga el instrumental (o la tecnología) adecuado. Sólo es objetivamente verdadero lo universalmente válido en el sentido de reconocible y demostrable por todos y cualquiera. En cambio, toda otra forma de acceso a la realidad es despreciada hasta el punto de desterrarlo como ilusorio. Como dice Scheler de modo tajante y hasta descarnado: «Entonces ha de considerarse como 'figuración subjetiva' todo lo que no sea 'comunicable', o lo sea sólo en una medida limitada, o a base de cierto género de vida; todo lo que no sea 'demostrable', en suma, todo lo que no pueda entrarle por los sentidos y por el intelecto al último imbécil»''. Verdaderamente, en el siglo XIX se consuma el cambio del significado de la Ciencia para la existencia humana que se venía ges-
15. Cfr. SPAEMANN, R., Lo naturaly lo raciona/ Rialp, Madrid 1989, pp. 125155; y GARCÍA CUADRADO, J. A., Antropología filoso'fica. Una introducción a la Filosofia del Hombre, EUNSA, Pamplona 2008, pp. 189-197. 16. SCHELER, M., El resentimiento en la morah Caparrós, Madrid 1998, p. 127. Por otra parte, a eso supuestamente objetivo, por comunicable, suele dársele además prioridad ontológica y causal, cfr. Esencia yformas de la simpatía, Sígueme, Salamanca 2005, p. 251.
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tando'7. La vida y el mundo humanos se dejan dominar y a veces cegar por las ciencias positivas, por su próspero éxito. Un hito decisivo en este proceso es la propuesta de Charles Darwin (18091882). Su conocida obra El origen de las especies (1859) desbanca al ser humano de su privilegiada posición y lo inserta, junto con el resto de los animales, en la cadena evolutiva; de alguna manera paralelamente a como el astrónomo polaco Nicolai Copérnico (1473-1543) había despojado a la Tierra de su posición central en el cosmos. Pero, sobre todo, Darwin idea el proceso evolutivo según el modelo mecanicista de la selección natural de las especies que abarca toda la vida terrena, un modelo que en el siglo XX se potenciaría con los descubrimientos de la Genética y la Biología, pero que no deja de ser un modo de explicación únicamente descriptiva del mecanismo de un proceso. De este modo, las preguntas decisivas del por qué, del sentido y de la verdad universales se alejan del horizonte de las conciencias, bien por desesperanza, o bien por considerarlas superfluas. Se impone un saber, el científico, que sólo habla de hechos «objetivos»; que sólo habla de lo fáctico y nada del sentido. El hombre tipo que ese ambiente configura es una persona que se atiene a los hechos experimentables y presentes: «Meras ciencias de hechos hacen meros hombres de hechos»18; y, para él, «conocimiento significa conocimiento científico»l' en este sentido experimental. Sin embargo, esta situación se verá pronto seriamente perturbada por dos factores: los desarrollos de la Ciencia misma y la llamada Filosofía de la Ciencia. A ello nos referimos a continuación.
17. Encuádrese también esta aseveración en el contexto narrativo histórico de la Neurociencia en ese siglo, según describimos antes. 18. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas.. ., § 2, p. 50. 19. SPAEMANN, R., Lo naturaly lo racional, p. 65.
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B. La provisionalidad de la Ciencia experimental y la reacción posmoderna El siglo XX es un apasionante período de transformaciones de todo tipo. Y la Ciencia no es tampoco en esto una excepción. De los dos factores anunciados, el de la Ciencia misma se hace patente al recordar la revolución que supuso la irrupción de la teoría de la relatividad y de la Física cuántica; o el convencimiento ya generalizado de que la realidad natural —biológica, pero también físicoquímica— posee sistemas cuyas estructuras y dinamismos intrínsecos poco o nada tienen que ver con el mecanicismo moderno2°. Tales descubrimientos y formulaciones, que explicaban mejor un mayor espectro de hechos, deshacían el sencillo y pacíficamente aceptado mecanicismo de los últimos siglos, así como la idea de que la Ciencia experimental era una ciencia inductiva que obtenía sus leyes mediante la acumulación de observaciones. Aquí nos interesa más el otro factor, el del nacimiento y la consolidación de la llamada Filosofía de la Ciencia, lo cual ocurría también en las primeras décadas del siglo pasado21. Pero el hecho es que ese impulso se debió a los pensadores del denominado Círculo de Viena, que se declaraban a sí mismos «neo-positivistas». Estos filósofos parecían asumir ya seria y plenamente que la misión de la Filosofía es —como vimos antes— la de servir a la Ciencia experimental. El conocimiento científico era ya para ellos el modelo de todo conocimiento, por su exactitud y por su universalidad. De manera que se propusieron sistemáticamente dotarle de un fundamento filosófico, para lo cual se creyeron en la obligación de adoptar una posición empirista anti-metafísica. Y al criterio de conocimiento 20. Cfr. ARTIGAS, M., Filosofla de la naturaleza, EUNSA, Pamplona 2003, pp. 75-124; en una versión más sencilla y breve, puede consultarse del mismo ARTIGAS, Ciencia yfe. Nuevas perspectivas, EUNSA, Pamplona 1992, especialmente pp. 37-57. 21. Cfr. ARTIGAS, M., Filosofla de la ciencia experimental,EUNSA, Pamplona 1992, pp. 309-361.
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científico y general que idearon le llamaron «criterio empirista de significación». Según éste, sólo lo empíricamente verificable posee un sentido; sólo ello puede, por tanto, ser verdadero o falso. Cualquier otro contenido o enunciado no tiene ni siquiera sentido. Cualquier forma de experiencia que no fuera la experiencia sensorial no puede pretender atribuirse valor cognoscitivo alguno22. Sin embargo, este planteamiento no satisfizo ni a científicos ni a filósofos de la Ciencia. Sencillamente, no reflejaba lo que la Ciencia es y cómo procede. El filósofo de la Ciencia decisivo en este debate fue Karl Popper (1902-1994). Él hizo ver con claridad que los conceptos y construcciones científicos contienen elementos que no son empíricos (las hipótesis y modelos formulados), junto a otros que naturalmente sí lo son (los experimentos que comprueban tales formulaciones). Así, en su famosa obra de 1934, La lógica de la investigación científica, puso de manifiesto que los enunciados científicos no pueden ser propiamente verificados, sino tan sólo falsados. Por el sencillo motivo, estrictamente lógico, de que a partir de una conclusión verdadera no puede deducirse la verdad de sus premisas; en cambio, la falsedad de la conclusión sí prueba la falsedad de una o varias premisas. De esta manera, nunca se puede decir, en rigor, que una teoría es verdadera, sino sólo que es probable o falsa. El modelo de método que Popper ve en la Ciencia, que no hay que olvidar que es una realidad efectiva y eficazmente ejercida, es el método «hipotético-deductivo». Las ideas de Popper sobre el método científico fueron aceptadas con bastante amplitud en el ámbito de la Filosofía de la Ciencia durante los arios 50 y 60 del siglo pasado; unas ideas que se basaban fundamentalmente en las relaciones lógicas entre los enunciados. 22. En esto la Neurociencia moderna está plagada de casos. Cfr., por ejemplo, con respecto a la relación mente-cerebro, en GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., MURILLO, J. I., «Mente y cerebro...»; y por lo que atañe a la libertad, en GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., MUIULLO, J. I., «Neurociencia y libertad...».
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Pero esa pacífica aceptación se vio alterada por la propuesta de otro filósofo de la Ciencia, Thomas S. Kuhn (1922-1996). En su obra La estructura de las revoluciones científicas, de 1962, Kuhn sostiene que en la Ciencia no sólo intervienen factores lógicos, sino también factores históricos y sociológicos. Este autor defiende allí que los paradigmas científicos —las hipótesis y los modelos más generales— se aceptan o se cambian, provocando una auténtica revolución científica, no sólo por motivos lógicos, sino por razones pragmáticas. Lo que busca la Ciencia es lo que buscan los hombres de cada tiempo, a saber, resolver problemas concretos. De manera que, cuando un nuevo modelo interpretativo de la naturaleza resuelve más problemas que el anterior (o los resuelve mejor), entonces sustituimos el antiguo por el nuevo. Los historiadores de la Ciencia recuerdan el memorable debate que tuvo lugar en 1965, en Londres, entre Popper y Kuhn, junto a otros pensadores. Allí se hizo patente que las perspectivas lógica y sociológica son demasiado parciales. A partir de entonces, diversos autores han tratado de sintetizar ambas posiciones, pero el debate continúa aún hoy. Y el acuerdo no acaba de llegar porque lo que falta es una idea de «verdad científica» que sea clara y compartida. Por su parte, el famoso filósofo de la Ciencia Paul Feyerabend (19241994) ha ido más allá cuando sostenía que el método científico era incapaz de explicar su propia racionalidad. La polémica se centra —al fin y al cabo— en el «realismo» científico, pero tal discusión supone una comprensión general de la «racionalidad» tanto científica como filosófica. En el fondo, es esta comprensión compartida y coherente la que falta en nuestros días, como señalan voces tan distintas como MacIntyre" o el mismo Benedicto XVI. Éste último, por ejemplo, con las siguientes palabras, que abarcan además un contexto
23. Cfr. OAKES, E. T, «The achievement of Alasdair MacIntyre», pp. 22-26; y MACINTYRE, A., God, Philosophy, Universities..., pp. 173-180.
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más general: «Este intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto sólo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. (.. .) La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud»24. Lo que en definitiva está en juego es la idea de verdad misma. Y el reto consiste en rastrear la idea de racionalidad y de verdad que late débilmente en la Ciencia y, en realidad, en toda la vida propiamente humana". Pero, como ante cualquier reto, existe aquí la alternativa expeditiva de no aceptar el desafio intelectual, de darlo por fracasado de antemano, aunque ello genere contradicciones francamente incómodas e, incluso, peligrosas. Esta opción es la que han asumido los pensadores que dan vida a la corriente que se ha dado en llamar «posmodernidad»26. Frente al universalismo de la razón moderna, estos autores se inclinan por eliminar el problema de raíz, despojando a la razón de esa vana pretensión y propugnando el perspectivismo o el relativismo. Según ellos, lo único a lo que podemos aspirar es a un pensamiento débil, pero no a una autén24. BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura (Universidad de Ratisbona), 12 de septiembre de 2006 (http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvitspeeches/2006/september/documents/hf benxvi_spe_20060912_university-regensburg_sp.html). 25. Cfr. POLO, L., Quién es el hombre, Rialp, Madrid 2003, pp. 19-41. 26. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLA, L., «¿Qué rasgos definen la cultura emergente?», pp. 15-17.
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tica verdad. Además, si incluso la Ciencia misma se declara provisional, ¿cómo dar crédito a otras formas de experiencia y de conocimiento que se muestran menos compartidas y eficaces? Lo paradójico es que en la actualidad conviven —eso sí, incoherentemente— los ideales de la modernidad (al menos por lo que se refiere a la Ciencia) y la desesperanzada mentalidad posmoderna; y para ver esto la Neurociencia se está convirtiendo en una atalaya privilegiada. El cientificismo de origen modernista parece ganar en empuje con cada logro científico, tanto en numerosos científicos (ciertamente no en todos), como en la opinión pública, configuradora en buena medida de la cultural'. Al mismo tiempo, el relativismo escéptico se extiende tan profusa como eficazmente, minando los cimientos de una razón propiamente dicha, es decir, de una capacidad de conocer e interpretar que sobrepase los parámetros de la comprobación empírica. Pero insistamos en que la cuestión no se plantearía bien si se enfrentara la Ciencia a la Filosofía. Antes vimos que Husserl hablaba de la verdadera lucha espiritual europea como la lucha entre filosofías, no una lucha entre la Filosofía y la Ciencia. Y lo decía en el sentido de una lucha entre quienes creen en la verdad y quienes no creen en ella. Ahora bien, en esa tesitura, ¿de qué lado está la Ciencia? Parece obvio que el científico está del lado de la confianza en la verdad. Husserl decía también que el científico es quien mejor puede reflexionar sobre el origen y sentido de la actividad científica, que se sustenta —aunque algunos científicos no quieran reconocerlo— en una idea de verdad más global y absoluta'. Por lo mismo, tampoco se plantearía bien el problema oponiendo una verdad o un sentido universales y absolutos frente a la verdad científica meramente parcial o provisional, poco menos 27. Cfr. SÁNCHEZ-MIGALLÓN, S., «La superación del cientificismo: un reto para el cristiano», Unum sint,10 (2008), pp. 59-69. 28. Cfr. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas. . ., § 9, j).
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que despreciable por útil que resulte. En este punto, el profesor Artigas, físico y filósofo, ofrece una doctrina muy iluminadora, a saber, la idea de que la «verdad científica» es una verdad auténtica, pero contextual, parcial". Esta tesis se basa en la evidencia de que los enunciados científicos son construidos por los científicos de acuerdo con los conceptos y modelos, así como con los medios de comprobación de que se dispone en cada momento. Esos enunciados son verdaderos si se confirman en la experimentación: coinciden entonces con la realidad, y verdadero para todo sujeto cognoscente es todo juicio que se adecue a la realidad. Pero no deja de ser un juicio construido según cierto modelo, y una realidad observada según un determinado instrumental. La verdad de tal juicio sólo tiene sentido —pero lo tiene— en el marco de ese contexto teórico y experimental. Es cierto que la Ciencia matematiza la realidad, que prescinde de aspectos suyos muy esenciales, pero también es cierto que ofrece un conocimiento verdadero y auténtico de la misma más allá de la experiencia ordinaria. No se puede negar ni dudar que la Ciencia proporciona un conocimiento real, de alcance ontológico y no sólo «fenoménico». La infravaloración del conocimiento científico conduce, tarde o temprano, a la infravaloración del conocimiento en general. La cuestión de fondo es, entonces, si además de esas verdades científicas, hay algún sentido de verdad absoluto y universal. La crisis de las ciencias no son, en realidad, una crisis de ellas mismas, sino de la Filosofía. O mejor dicho: «La crisis de la Filosofía significa la crisis de todas las ciencias modernas como miembros de la universalidad filosófica»". Pues bien, como decía Husserl, bien sa29. Cfr. —.—ADTIGAs, M., Filosofla de la ciencia experimental, pp. 260-307. Esta concepción es observada también con claridad en algunos neurocientíficos actuales críticos con un cientificismo cerrado. 30. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas..., § 5, p. 56. Cfr. también, MACINTYRE, A., God, Philosophy, Universities. . ., pp. 173-180.
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be el científico —o puede saberlo— que sí. Basta con que reflexione sobre lo que hace cuando hace ciencia, y entonces se encontrará con el filósofo auténtico. Y veremos más adelante que de nuevo Artigas desarrolla este punto de modo muy original y convincente.
2. LA CIENCIA EXPERIMENTAL COMO ACTIVIDAD HUMANA O EL PROBLEMA DE LA TRADICIÓN Y DE LA HISTORIA A. El «progreso» y el «dominio» como objetivos de la actividad científica moderna Así pues, a la vista de lo anterior, parece que una prometedora vía de solución, o itinerario de búsqueda, se encuentra en la reflexión filosófica sobre la actividad científica misma. Sin embargo, antes de recorrer ese camino, resultará útil describir brevemente cómo se entendía la actividad científica, por lo general, en sus inicios y en el posterior crecimiento en la modernidad. Ya antes se dijo que la naturaleza, al concebirse como un mero mecanismo, deja de verse como portadora de valor intrínseco alguno, como digna de respeto. Pero se equivocaría quien interpretara esto en el sentido de que fue la Ciencia quien arrebató el respeto que merecían sus objetos (quien «desencantó» el mundo, como vimos antes), ni que fue el respeto quien retrasó el progreso científico. En esta discusión suele alegarse —según se mencionó arriba— que el respeto al cadáver humano fue el culpable del lento avance de la Anatomía. Sin embargo, como argumenta Scheler de modo muy sutil'', fue precisamente una actitud más respetuosa, profunda y espiritual, la que posibilitó el respeto al espíritu, considerando y dejando el cuerpo como residuo analizable científica-
31. Cfr. SCHELER, M., «Para la rehabilitación de la virtud. El respeto», p. 37.
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mente. En cambio, la falta de respeto al espíritu (lo auténticamente digno de mayor respeto) llevó, en la Antigüedad, a embalsamar y a proteger los cuerpos de la corrupción natural. Por el contrario, es un hecho constatable que los grandes científicos han albergado un profundo respeto y asombro ante la realidad misteriosa que tenían delante. No fue la Ciencia la culpable de la falta de respeto para con la naturaleza; lo fue la Filosofía y, en este caso además, factores sociales e incluso políticos. Lo que en definitiva se produce a comienzos de la Edad Moderna es una confluencia de agentes que generan actitudes muy radicales. Por su incidencia en la actividad científica, aquí consideraremos, de entre esos factores, el anhelo de emancipación y de autosuficiencia, y de entre esas actitudes, el afán de dominio. El anhelo de emancipación que se desata en la modernidad tiene su origen o detonante, sin duda, en el problema de ciertas injusticias sociales o políticas. Pero lo que tal vez comenzó por ser simplemente un ajuste de indebidas desigualdades y una reivindicación de libertades públicas, terminó por convertirse en un rechazo de todo lazo con la tradición. Ésta se empezó a ver ya no como suelo y seno donde crece cada individuo con sus peculiares características, sino como marco limitativo y coactivo que define arbitraria e injustamente diferencias cualitativas entre los individuos. Todo vínculo se percibe entonces como obstáculo a la libertad del sujeto. Una libertad que ya no es libertad «para» adecuarse armoniosamente a un ideal (el virtuoso, el héroe, el caballero o el santo), sino libertad «de» todo aquello que se oponga a cualquier desean. Las instituciones 32. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLA, L., «Sobre el sentido cristiano de la libertad», VII Jornadas de Teología, Instituto Teológico Compostelano, en Collectanea Scientifica Compostellana 24, Santiago de Compostela 2007, pp. 327-341; GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., MURILLO, J. I., «Neurociencia y libertad...»; y OAKES, E. T., «The achievement of Alasdair MacIntyre».
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tradicionales familiares, educativas, corporativas y cualquier autoridad pasan a ser instancias de las que hay que desvincularse —se piensa— para poder ser libres en este sentido moderno . Paralela y consecuentemente, las desigualdades injustas se eliminan por el sencillo expediente de eliminar de raíz toda desigualdad. Pues bien, resultó que esta mentalidad, en principio ajena a la Ciencia experimental, se avino muy bien con ella; más en concreto, se potencia sinérgicamente con su método. El método experimental requiere la observación propia, para él no tiene sentido el testimonio de autoridad alguna. El paradigma de la certeza es la posible observación por cualquiera en primera persona. La razón científica no admite otro tribunal que ella misma. Muy atrás quedan, entonces, ideas como la aristotélica, según la cual sólo quienes poseen ciertas cualidades morales, por ejemplo, son capaces de captar los aspectos éticos de la realidad. Estos aspectos suprasensibles quedaban ya fuera del interés científico, quedando para éste sólo lo sensiblemente observable por todos, como ya se mencionó anteriormente. Muestra paradigmática de esta confluencia es la figura de Hobbes: el mismo que declaró ilusorias las cualidades suprasensibles, sustituye el clásico derecho natural por el derecho positivo, entiende la libertad sólo como libertad «de» o exterior, y propugna un Estado que limite esas libertades, dominándolas absolutamente. Lo cual conecta con la actitud dominadora antes mencionada. La autosuficiencia y la autonomía pretenden lograr el dominio del entorno social y natural, situando a su sujeto por encima de ello. En la Ciencia, esto significa que la naturaleza es sólo objeto de 33. Tal vez nadie como MacIntyre ha advertido de las nefastas consecuencias sociales e individuales del debilitamiento de las instituciones tradicionales comunitarias. Cfr. MACINTYRE, A., Afier Virtue; y también RODRÍGUEZ DUPLA, L., «Los fundamentos del ser social», en PÉREZ DE LABORDA, A. (ed.), Dios para pensar, Publicaciones de la Facultad de Teología San Dámaso, Madrid 2002, pp. 49-69.
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posible manipulación y que «conocer es poder». La finalidad de la Ciencia se va viendo cada vez más no como sabiduría, sino como posibilidad de control técnico, de manipulación, de eliminar obstáculos e impedimentos a la arbitraria libertad humana. Concepción que cuaja en la idea de progreso y de racionalidad técnica. En la medida en que vamos conquistando cada vez más dominio técnico sobre la naturaleza, progresamos, vamos a mejor. Se trata de un proceso, calificado como progreso, por principio indefinido y que avanza inexorablemente. Éste y no otro es el sentido moderno de la Historia, como se ve paradigmáticamente en pensadores como Augusto Comte o Karl Max. Pues bien, estas ideas ejercen en una buena parte de los científicos, además, dos efectos profundos. Primero, la emancipación o autonomía, al mismo tiempo que refuerza la separación de las ciencias —señalada antes— respecto de una sabiduría superior y de ellas entre sí, tiende a dejar caer en el olvido el origen de la actividad científica. Y del olvido se ha pasado con frecuencia a la negación. Segundo, el dominio posibilita la manipulación de todo lo natural. Lo cual, alimentado con la idea de la reducción de lo natural a lo experimentable, incluye la manipulación de las personas humanas mismas. De estos dos efectos nos ocupamos a continuación.
B. El olvido y la negación de los propios presupuestos y de la Historia misma Como vimos de la mano de Husserl, en la Ciencia galileana se pasa de una praxis real con objetos reales a una praxis ideal con formas exactas. Pero ese paso no es en absoluto perjudicial, al contrario, nos permite conocer la realidad en nuevos modos y dimensiones. Lo pernicioso es, como de hecho lo ha sido a menudo, olvidar el origen y el sentido de ese cambio, de ese proceso técnico. Vimos como ese olvido lleva a universalizar el método científico, pero más
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grave aún es que sepulta, por así decir, toda la praxis y mundo precientíficos. Evidentemente, ese mundo sigue ahí; en palabras de Husserl: «Las cosas 'vistas' son siempre ya más que lo que nosotros 'efectiva y propiamente' vemos de ellas. Ver, percibir es esencialmente un tener en sí mismo y al mismo tiempo un pre-tener, prementar»". Se trata del mundo que Husserl llama «mundo de la vida», es decir, el mundo de las cosas tal y como las experimentamos precientíficamente, y que incluye además un horizonte mundano de posibles experiencias de cosas". Es el mundo que efectivamente vivimos, y lo vivimos con un conjunto de certezas constantes como horizonte de sentido y de actividades posibles. Certezas que fundamentan la actividad y el producto de la Ciencia. La Ciencia, sin duda, presupone el mundo de la vida como mundo circundante e intuitivo. Y esto por la sencilla razón de que ella es una praxis vital más: una praxis de sujetos y comunidades precientíficas. El conocer científicamente es una actividad humana concreta que ha de cumplir los requisitos generales de la praxis o actividad humana en general. El problema es —a juicio de Husserl— que la Filosofía no ha logrado elaborar una teoría de la praxis humana en general que sea satisfactoria a la vista de las nuevas ciencias experimentales. En vista de lo cual, éstas han erigido su praxis en la praxis canónica. Pero la Ciencia no puede en modo alguno hacer esto, porque su método simboliza la realidad en unas fórmulas y leyes que luego no confirma en el mundo real. La Ciencia crea y sólo se mueve entre símbolos, y sólo el mundo de la vida, el mundo precientífico, puede ser su última confirmación. Cuando la Ciencia se erige en un conocimiento que está sobre el conocimiento intuitivo precientífico, cuando el positivismo científico aparta de su vista la Historia" —también 34. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas. . § 9, h), p. 94. 35. Cfr. Ibid., §§ 33-37. 36. Cfr. Ibid., § 3.
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de la historia de sí mismo— olvida que sus símbolos son sólo símbolos, y entonces nunca llegan a confirmarse; o como dice Scheler, la Ciencia nunca llega a pagar las letras de cambio que gira una y otra vez sobre el objeto que es tratado como una incógnita anónima'''. El profesor Artigas ha desarrollado un pensamiento análogo. La Ciencia experimental consta de tres niveles: el de la actividad cognoscitiva humana, el de los métodos científicos que le sirven de ayuda y las construcciones teóricas gracias a las cuales resuelve los problemas planteados". El primer nivel es el inicial y básico, sin embargo, es el que corre el peligro de ser olvidado o desatendido, siendo esto imprescindible para comprender el sentido de la Ciencia y de su ejercicio. Artigas advierte, entonces, que la Ciencia experimental, como actividad cognoscitiva, se encuadra en el conjunto del conocimiento humano, es una forma o participación de él. Por tanto, comparte los presupuestos generales del conocimiento, a saber, el realismo ontológico y el realismo gnoseológico". En efecto, quien emprende la tarea científica, presupone una doble convicción. Primera, que existe una naturaleza consistente y ordenada. Segunda, que él puede conocer esa naturaleza de dos modos o en dos planos: el sensible, observándola y comprobándola; y el racional, de manera que la pueda comprender mediante leyes y sistemas. Se trata de unos presupuestos que no sólo constituyen la condición de posibilidad de la Ciencia, sino que también se ven conformados y felizmente ampliados por el desarrollo de ésta. Así, la Ciencia nos permite llegar a saber que en la realidad hay un orden más profundo de lo que el conocimiento espontáneo vislumbra, de manera que podemos conocer más de lo que inicialmente pensamos sobre la base de la experiencia ordinaria. 37. Cfr. SCHELER, M., «Fenomenología y gnoseología», en IDEm, La esencia de la filosofia, Editorial Nova, Buenos Aires 1962, p. 71. 38. Cfr. ARTIGAS, M., Filoso& de la ciencia experimentah pp. 6-13. 39. Cfr. ARTIGAS, M., La mente del universo, pp. 58-91.
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En cuanto a los niveles de los métodos y de las construcciones científicas, semejantes artificios (instrumentales y mentales) tienen un sentido determinado, a saber, el objetivo teórico-práctico de medir y comprobar para dominar o manipular el objeto de estudio". Como ya se ha visto, dicha actividad sólo atiende a ciertos aspectos de la realidad, los medibles: más concretamente, lo que se ajusta al método intersubjetivo, empíricamente contrastable, predecible y progresivo. Otras posibles dimensiones de la realidad son sencillamente ignoradas. Pero si los presupuestos anteriores son olvidados, se olvida también la arbitraria adopción del método parcial científico. Y la consecuencia es tanto ontológica como gnoseológica (tal como eran dichos presupuestos). Ontológica, al negar la existencia de esos otros posibles aspectos, lo cual carece de lógica, puesto que de no encontrar algo conforme a cierto método, no se puede deducir la no existencia de lo no hallado. Y consecuencia gnoseológica, al pretender exigir a todo conocimiento el rigor y exactitud absolutos de las ciencias experimentales, lo que tampoco es lógicamente consistente ni para la propia Ciencia, puesto que —como vimos con Popper— no es lógicamente posible comprobar la verdad de una hipótesis simplemente a partir de conclusiones verdaderas. Además, Gide' demostró también en los arios treinta del siglo pasado, con su conocido teorema de la incompletitud, que no existe un sistema formal que sea a la vez completo y consistente; es decir, que no existe ningún sistema formal donde absolutamente todas sus proposiciones sean demostrables por sus propios principios: siempre hay supuestos sólo demostrables desde fuera del sistema. A este respecto, Artigas argumenta que tanto el conocimiento ordinario como la Ciencia experimental entrañan conocimientos supuestos, no totalmente demostrables, pero ciertos y auténticos. Se trata de unos conocimientos o unas verdades para las
40. Cfr. ARTIGAS, M., Filosofia de la ciencia experimenta pp. 112-208.
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que, en efecto, no cabe hablar de exactitud ni de certeza científicas en sentido absoluto, pero sí de probabilidad según otros criterios. Hay sin duda un paralelismo entre las creencias habituales que acceden al mundo de la vida en Husserl y los conocimientos probables extra-científicos que revelan los presupuestos ontológicognoseológicos de la Ciencia en Artigas. Y ambas cosas tienen que ver, en definitiva, con el tipo de experiencias y de certezas que estamos dispuestos a admitir e incluso a privilegiar. Más adelante volveremos sobre este punto, ya que en la Neuroética todo ello cobra una mayor relevancia. Pero, por desgracia, han sido pocos los filósofos que han visto esto y que han reflexionado sobre la Ciencia sin adoptar una actitud servil ante ella. Y pocos también los científicos que han reflexionado sobre su ejercicio y producción con una apertura sapiencial necesaria. La Ciencia ha seguido despreocupadamente su camino. Pero no ha podido evitar que la reacción posmoderna le afecte. Ya hablamos antes, en este sentido, del problema de la verdad. Pero el caso es que el humus cultural posmoderno también ha influido en el olvido y la negación de los orígenes de la actividad científica. Aquel ideal moderno del progreso indefinido, de la historia universal predecible y del optimismo hacia el futuro en la seguridad de que avanzamos por el camino acertado, se ha derrumbado ante los ojos del hombre del siglo XX. Las dos guerras mundiales, el uso bélico de los descubrimientos científicos o el evidente retroceso que significan las atrocidades perpetradas en nombre de las ideas o de la historia son pruebas suficientes de tal fracaso41. Si la modernidad había renunciado a la tradición en favor de un ideal universal de progreso irreversible, la posmodernidad se ha vuelto cínica tanto ante la tradición del pasado, como ante las promesas de fu41. Referimos aquí al lector a la conferencia del profesor Eric Kandel recogida más arriba.
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turo. Sencillamente, se reniega ahora de una historia objetiva, única y universal. Se extrapola el valor de la Historiografía, de la visión subjetiva del cronista. Se sustituye la historia como tal —o «meta-historia», como gustan decir los posmodernos— por limitados relatos de fragmentos parciales de la realidad. Y la consecuencia de todo esto resulta sorprendente, paradójica. Por un lado, buena parte de la Ciencia, ignorando su parcialidad originaria, se alza como único conocimiento universalmente válido, aun siendo vagamente consciente de su relativa provisionalidad. Por otro lado, el generalizado rechazo de la tradición y de la Historia elimina el suelo de todo posible conocimiento, nos abandona al escepticismo más vacío. Desligado de todo vínculo, de toda ayuda y apoyo, el individuo ya no sabe qué creer. Opta entonces por dejarse llevar, por vivir de modo «inauténtico», como diría Heidegger. Pero los problemas no acaban aquí. Pues, como dice Husser142, el escepticismo positivista respecto de la verdad y de la historia conlleva el escepticismo respecto de uno mismo. Con lo que tocamos ya el otro extremo de la situación descrita antes y que vemos ahora como una coherente consecuencia más de la posmodernidad: la manipulación y despersonalización del sujeto. 3. EL DEBATE SOBRE LA DIGNIDAD HUMANA O EL PROBLEMA DEL SUJETO A. La dignidad humana como problema y la insuficiencia delplanteamiento moderno Vimos antes que concebir la Ciencia como instrumento de dominio abre todo un abanico de posibilidades de manipular todo lo 42. Cfr. HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas. .., § 5.
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natural, incluido lo que de ello posee el ser humano. Y ahora acabamos de ver cómo la negación de la Historia deja al sujeto humano aislado y vacío, indefenso. Antes oímos decir a Scheler que el hombre se había vuelto un problema para sí mismo desde el punto de vista teórico. Pero ahora, además, le vemos amenazado en la práctica; basta pensar en la conculcación del respeto a las personas a manos de los totalitarismos del siglo XX, acompañados a veces de horrendas experimentaciones con ellas. Es interesante recordar, por cierto, que grandes físicos como Max Plank o Albert Einstein preveían ya desde muy pronto estas amenazas; el primero denunciaba la crisis que separaba la Ciencia y los valores", y el segundo es conocido por su denuncia (sobre todo en los años 1947-48) del uso de la Ciencia, así como por su advertencia de que la razón científica no es suficiente. Pero el hecho es que, de nuevo, esta situación se revela paradójica, habida cuenta de que la modernidad nos había prometido salvaguardar, de una vez por todas, ciertos derechos que asisten y protegen a todo hombre. ¿Cómo, pues, hemos llegado a esta situación actual? El ser humano siempre se había considerado superior al resto de la naturaleza, animada e inanimada. Su capacidad de contemplarla y de reflexionar sobre ella, su racionalidad, le distinguía de cualquier otro animal. Pero a la vez, el hombre premoderno se entendía a sí mismo como formando parte, en cierto sentido, de la naturaleza. El ser humano era la cúspide, claramente distinguida (más en la cosmovisión griega que en la india, por ejemplo), del conjunto de la naturaleza. Así pues, participaba junto con esta última de un orden o logos superior. Un orden que precisamente le otorgaba el preeminente puesto de que gozaba. Esta prioridad era pacíficamente aceptada. El hombre se sentía parte y al mismo tiempo administrador de la naturaleza. Con su razón podía con43. Cfr. PLANK, M., Where is Science going?, con prólogo de A. EINSTEIN, W W, Norton, New York 1932.
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templar el orden natural (también de sí mismo) para vivir en armonía con él y podía entenderlo para hacer rendir sus potencialidades. Ese orden se basaba, especialmente con el influjo de la visión creacionista judeo-cristiana, en el Creador. El ser humano es creado nada menos que a imagen y semejanza de Dios44. El movimiento moderno, sin embargo, derriba las columnas que sustentaban la concepción descrita. Su autosuficiencia no quiere saber nada de Dios, ni de un orden natural al que plegarse. Como vimos antes, la libertad ya no se concibe como «para» adecuarse a algo dado, sino como liberación «de» toda limitación natural para llevar a cabo cualquier proyecto que arbitrariamente quiera cada cual. La ciencia, si bien mantiene el supuesto de un orden general creado, va difundiendo la mentalidad de que ella puede idear y reproducir, como si Dios no existiese (etsi Deus non daretur), un cierto orden que es el único imprescindible para nuestras necesidades. La situación no puede ser, entonces, más extraña, y al mismo tiempo, coherente en cierto sentido. Extraña porque se pretende ensalzar al hombre sobre la naturaleza hasta tal punto que se le desvincula de su origen (su Creador) y de lazos de todo tipo (su naturaleza ordenada a un ideal de persona humana, relación con los demás, etc.), extirpando con ello justo lo que le daba su preeminencia y el fin para el que se le había dado ésta. Pero también coherente con la nueva idea de naturaleza mecánica, sin origen ni fin, que se iba propagando45. Sin embargo, no tardaron en aparecer dificultades: primero, de orden social y bastante más adelante, provenientes de la Ciencia. Y entonces, a falta ya de las ideas y concepciones premodernas, se comenzó a divulgar las nociones de «dignidad humana» y de «derechos humanos» para mantener e, incluso, defender aquella preemi44. Cfr. GARCÍA CUADRADO, J. A., Antropología filosolica. . ., pp. 119-141. 45. SPAEMANN, R., Lo naturaly lo racioní4 pp. 21-51.
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nencia humana. Los llamados derechos de «primera generación» se recogen en las proclamas de la Declaración de Virginia (1776) y de la Revolución francesa (1789). Se trataba entonces de reconocer libertades «negativas», por así decir, que pretendían proteger al individuo frente al Estado. Tras la Segunda Guerra Mundial, la Organización para las Naciones Unidas emanó una nueva declaración de derechos (1948), de «segunda generación», incluyendo libertades «positivas» encaminadas a que toda persona tuviera acceso a ciertos bienes básicos. Y hoy muchos abogan por ampliar los derechos humanos reconocidos con una «tercera generación» de exigencias de corte ecologista, pacifista o tolerante. Pero indudablemente, el problema estaba servido: ¿cómo fundamentar esos derechos, su prerrogativa, sin acudir a unos supuestos ya rechazados?, ¿cómo argumentar el respeto que merece la persona humana cuando se le ha privado de su origen y fin, de aquello que lo llenaba y daba sentido?". Efectivamente, urge fundamentar esos derechos humanos, pues no cesan de conculcarse, y necesitamos algo más que palabras y fuerza para exigir su cumplimiento: necesitamos razones. Y no puede ocultarse que no las tenemos. Puede recordarse aquí la anécdota narrada por Jacques Maritain, en 1947, acerca de la comisión encargada de redactar el texto de la Declaración Universal de Derechos del Hombre de las Naciones Unidas. Los participantes en esa comisión, entre los que se encontraba el propio Maritain, afirmaban estar de acuerdo con el contenido del texto, «pero con la condición de que no se nos pregunte el porqué»47, pues profesaban concepciones 46. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLA, L., «Sobre el fundamento de los derechos humanos», en IDEm, Ética de la vida buena, Desclée de Brouwer, Bilbao 2006, pp. 88-91. Es interesante plantearse todo esto a la luz del debate neuroético que Jonathan Moreno ha suscitado en los últimos años a propósito de su libro Mind Wars. Brean Research and National Defense. 47. MAIUTAIN, J., Introducción a Los derechos del hombre (textos reunidos por la UNESCO), CARA, E. H., CROCE, B., GANDHI, M., HUXLEY, A., De MADAR1A-
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del hombre y de la realidad muy diferentes. ¿Qué razones podrían invocar luego para su acatamiento?". El dramatismo con que el siglo XX ha sido testigo de transgresiones masivas de esos derechos ha espoleado a indagar posibles fundamentaciones. Así, se formularon argumentos de diversa procedencia: desde el positivismo jurídico, desde el utilitarismo, desde el mero consenso, desde la Ética del discurso, desde la Historia o la Psicología, etc. No corresponde examinar aquí estos intentos, pero baste decir sumariamente que todos ellos se basan en puros hechos naturales, que son sólo fácticos, neutrales y sensibles; y tales hechos nunca pueden fundar derechos. Mientras no se reconozca en el modo de ser humano una característica axiológica, valiosa y no neutral ni sensible, será imposible presentarlo como objeto de respeto y de derechos". Ese carácter valioso o intrínsecamente bueno, esa dignidad, era algo reconocido clásicamente al afirmar la superioridad de la racionalidad y de la libertad. Pero puede imaginarse lo que sucede cuando la filosofía empirista y la ciencia positivista no reconocen cualidad objetiva alguna que no sea sensible, medible formalmente. No queda espacio, entonces, para la dignidad; no pasa de ser un bello pero ilusorio término. La dignidad, como dato de valor, escapa a la Ciencia entendida en sentido moderno'''. Y lo son también la GA, S., MARITAIN, J., TEILHARD DE CHARDIN, P. y otros, Laja, Barcelona 1975, p. 20. 48. Como se planteó, por ejemplo, cuando en diciembre de 1984, un representante oficial de Irán declaraba ante la 39.. Asamblea General de la Naciones Unidas lo siguiente: «La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que ilustra una concepción laica de la tradición judeo-cristiana, no puede ser aplicada por los musulmanes ni se corresponde en absoluto con el sistema de valores reconocido por la república islámica; esta última no puede dudar en violar sus disposiciones, puesto que ha de elegir entre violar la ley divina o las convenciones laicas» (citado en RODRÍGUEZ DUPLA, L., «¿Qué rasgos definen la cultura emergente?», p. 18). 49. Cfr. PALACIOS, J. M., «El problema de la fundamentación metafísica de los Derechos Humanos», Revista de Filosofla, Madrid, 2a serie, VI (1983), pp. 257-273. 50. Cfr., por ejemplo, SPAEMANN, R., Personas: acerca de la distinción entre «algo» y «alguien», EUNSA, Pamplona 2000.
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racionalidad y la libertad que son las marcas distintivas de la dignidad humana. De hecho, la Ciencia ya habla de la dignidad como calidad de vida medible sensiblemente, como nivel de salud o de comodidad. Con lo que no es extraño que cada vez más se oiga hablar de vida digna o de muerte digna como posibilidades equivalentes". Por lo que concierne a la Ciencia, el problema cobra alcance ontológico, pues no se trata sólo de un filtro metodológico, por así decir, sino también del tipo de experiencia que ese método admite y privilegia. Como Rodríguez Duplá advierte bien52, el recordado consenso de los miembros de la comisión de la ONU acerca de los derechos humanos habla clamorosamente —a pesar de las radicales diferencias de sus planteamientos basilares— en favor de la dignidad humana. Y lo hace como dato precisamente evidente, como algo que se ve por sí mismo antes de preguntarnos por su fundamento. La dignidad humana y ciertos derechos que la hacen respetar no son, pues, conclusiones de sistemas de pensamiento, sino datos iniciales o puntos de partida para toda posterior teorización. Es preciso hacer mucha violencia para ocultar esos datos. Pero, por desgracia, con frecuencia se hace, y no pocas veces en nombre o sirviéndose de la Ciencia: sea por la satisfacción de dominar técnicamente la naturaleza, también humana; sea por el afán de someter a los demás mediante técnicas eficaces; sea por meros intereses lucrativos. Y la modernidad, al inculcarnos que la única experiencia válida es la empíricamente cuantificable, se ha convertido involuntariamente en cómplice de esos atropellos.
51. Cfr. GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., «Vivir y morir dignamente», La Gaceta de los Negocios, 4 de mayo de 2007, p. 3. 52. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLA, L., «Sobre el fundamento de los derechos humanos», p. 92.
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B. El antihumanismo posmoderno y la abolición de la persona Hemos visto que la dignidad es un dato de valor que escapa a la Ciencia, y que la libertad, por ser algo espontáneo e irrepetible, también escapa al método científico". No obstante, la Ciencia y la modernidad en general hablan de dignidad. Lo cual, ciertamente, resulta inevitable por ser un dato tan inmediato y resistente a su negación. Pero creen poder mantener la idea de dignidad al mismo tiempo que socavan sus cimientos, o mejor, que la vacían de su contenido. Nos hablan de un continuo progreso, de más y más derechos (casi sin importar cuáles), de una vida (o muerte) más digna, de un futuro mejor y más libre, pero no son capaces de dar sentido a la palabra «dignidad». Por eso, aunque ese discurso moderno pervive, el movimiento posmoderno proclama consecuentemente lo contrario. Coherentemente en un sentido doble: en el de llevar hasta el final y de forma lógica los propios principios modernos tan disolventes; y en el sentido de que su reivindicación tiene —como casi todo movimiento reactivo— no poco de verdad, en este caso, la denuncia de los excesos de la racionalidad técnica. Pero también como todo movimiento reactivo, tiende a ser visceral e irracional. La mentalidad posmoderna es escéptica y cínica ante la dignidad humana, le parece algo tan invocado como despreciado, una brillante palabra retórica. A lo sumo, puede hablarse de calidad de vida únicamente material y de no intromisión en la esfera privada. Recogiendo los argumentos de apartados anteriores, la posmodernidad acierta a ver con claridad que sin verdad conocida ni historia aceptada, no hay persona alguna. El escepticismo en lo uno lleva al escepticismo en lo otro, como oímos antes decir a Husserl. Y esto porque sin verdad ni historia no hay libertad ni responsabilidad; no hay criterio (verdad) según el cual elegir y proyectar la vi53. Cfr. GIMÉNEZ A
A
TM mURILLO, X/I J. I., «Neurociencia y libertad...». J.
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da; no hay origen de actos ni configuración de hábitos (pasado) ni expectativa de fines (futuro). Sin nada de esto, ¿qué queda entonces, no ya de la dignidad, sino de la persona humana misma? Sencillamente, nada. Porque el ser humano es un ser esencial y existencialmente biográfico, un ser que va construyendo narrativamente su historia, su personalidad. Es un ser que sólo se comprende a sí mismo y a los demás en sus respectivas historias y expectativas". Además, cuando según la Ciencia casi todo son hipótesis —y el mundo no científico carece de objetividad—, no tiene sentido, ni siquiera es ya posible, mantener convicciones ni asumir compromisos definitivos. No queda nada que sea tal. Y de nuevo, ¿en qué queda y se sustenta una persona sin convicciones ni compromisos? Únicamente en un punto vacío de espontaneidad amorfa, donde reina un naturalismo craso y el cinismo ante todo sentido y valor suprasensibles. La fundamentación racional de principios se sustituye por la autoexpresividad; el interés vital se reduce al presente, se vive de y en el carpe diem; el compromiso con la verdad y los valores se vuelve una actitud puramente estética; la pregunta por el sentido y fundamento se responde con la ironía o la retórica de quien sólo alberga cinismo. Pero todo esto no refleja un subjetivismo que refuerza al individuo, como con frecuencia se piensa, sino que es más radical. Se trata de la auténtica abolición del sujeto. En definitiva, donde ya no hay objeto, tampoco hay sujeto: sólo hay procesos. Y así, aunque aún nos parezca que nos experimentamos como sujetos, la Ciencia nos dirá que «en realidad» somos procesos, y la cultura posmoderna nos mirará con la compasión con la que se mira a quien vive en un mundo imaginario". 54. Esta reflexión filosófica no es ajena a la Neurociencia actual, o al menos a algunos neurocientíficos. El propio planteamiento neuroético es ya una aceptación implícita de que el hombre es algo más que biología cerebral. Sobre ello volveremos más adelante. 55. Pocos pensadores han expresado tan bien esta idea como C. S. LEWIS en La abolición del hombre, Encuentro, Madrid 1994.
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Por si fuera poco, la experiencia de las guerras (fueran las guerras de religión o las más recientes mundiales), al tiempo que llevó a muchos a buscar la dignidad humana, condujo a otros a la conclusión más pesimista. Éstos no pudieron dejar de ver en esas atrocidades una confirmación de la sentencia clásica que Hobbes popularizó: «El hombre es un lobo para el hombre»". Para ellos, el ser humano es definitivamente malo, por más que adornemos nuestra sociedad y tranquilicemos nuestra conciencia con obras de beneficencia. Pero no es malo sólo con respecto a sus semejantes, sino también con respecto a la naturaleza animada e inanimada. Cunde la idea de que la especie humana es la peor del planeta, la especie más explotadora y depredadora. A raíz de lo cual van cobrando auge planteamientos de tipo exageradamente ecologista e, incluso, panteísta. La anterior conciencia de superioridad del hombre es tachada ahora de chovinismo antropológico. En una palabra, la posmodernidad reacciona contra la exaltación del hombre moderno con un declarado antihumanismo. Como puede adivinarse, las paradojas que esta situación suscita adquieren una fuerza y radicalidad estremecedoras. Vienen a la cabeza muchas de índole social y cultural. Pero aquí nos limitaremos a señalar dos en las que confluyen la Ciencia y el sujeto humano, aunque no podrán ser desarrolladas por extenso en este lugar. La primera se refiere a la libertad, y la segunda a las emociones. Se trata, sin duda, de dos dimensiones que definen de modo muy personal al sujeto humano, a su identidad irrepetible. Ya antes se ha mencionado la paradoja de la libertad humana en relación a la naturaleza. El hombre actual se ve a veces como un mecanismo más, como alguien no libre y esclavo de su naturaleza (en el extremo de esta visión, ni siquiera como un alguien, sino co56. La expresión la difunde T. HOBBES a través de su Leviatán, pero procede del autor latino TITO MARCIO PLAUTO (254 a. C.-184 a. C.) en su obra Asinaria.
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mo un algo). Pero otras veces, ese mismo hombre se concibe como superior y libre en relación a la naturaleza. Por ejemplo, es bastante general la idea de que estamos determinados por la naturaleza y el entorno, y simultáneamente aplicamos de continuo la suposición de que los agentes humanos son responsables de sus acciones y de cierto control de sus impulsos. Por eso mantenemos nuestros códigos de Derecho penal. O también, se considera la naturaleza como digna de un respeto que la eleva a lo intocable, y a la vez nos juzgamos autorizados para cualquier intervención sobre la naturaleza humana propia, o incluso ajena, en ciertas condiciones (por ejemplo, embrionarias). Antes dijimos que el hombre actual ya no sabe qué creer, y que opta entonces por dejarse llevar. Ahora la perspectiva es más dura de vivir: el ser humano ya no sabe qué es, más aún, ya no sabe si es. Y la opción es la entrega total al dejarse llevar y a la opinión de los científicos. La otra paradoja es la concerniente a las emociones. En realidad, no es ni siquiera ya una paradoja, sino la perplejidad de qué hacer con un reducto de subjetividad que vivimos como lo más íntimo. Las emociones nos parece que es lo más íntimo y personal, que son intransferibles, pero la Ciencia nos dice cada vez con más convicción que esas emociones son ilusiones, «epifenómenos» de procesos neuronales". Pero hay aún algo más grave, si cabe. Y es que, como no podemos dejar de sentir emociones, la cultura posmoderna nos empuja sin darse mucha cuenta a una actitud general emotiva de signo negativo. Actitud que, una vez advertida, se trata de aliviar mediante 57. Cfr. GIMÉNEZ-AMAYA, J. M., «¿Por qué la octava semana?», y «Dignitas personae: un documento en el núcleo de los debates morales de nuestro tiempo». 58. Cfr. MCGOVERN, K., «Emotion», en BAARS, B. J. y GAGE, N. M. (eds.), Cognition, Brain and Consciousness: Introduction to Cognitive Neuroscience, Elsevier, New York 2007, pp. 369-390.
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infinitas distracciones consumibles. Max Scheler, con su extraordinaria agudeza para los fenómenos emotivos, ha detectado bien este hecho, fruto inconsciente de la modernidad. El hombre clásico o premoderno vivía insertado en el cosmos creado, y providentemente conservado por el mismo Dios que le ha creado y que le conserva providentemente también a él. Ese hombre ve la naturaleza como su regazo. Se siente agradecido a ella y teme sólo relativamente los infortunios naturales. En cambio, la modernidad —esa «civilización»— nos desgaja «de la comunidad, de la tradición y de la naturaleza»". Es verdad que así la dominamos y predecimos hasta cierto punto, pero en la medida en que no podemos hacerlo nos angustiamos. Precisamente el afán de control genera pavor ante lo incontrolable; enseguida se busca el factor responsable de una desgracia para procurar evitarla. Pero ya hoy nos damos cuenta de que ese empeño es muchas veces vano. Hemos experimentado nuestros límites de sabiduría y de control, incluso hemos cometido abusos nosotros mismos. Así, hemos pasado de sentirnos cada vez más señores de la naturaleza, más confiados optimistamente en nuestro progreso científico, a temer sus inciertos efectos negativos mucho más que nuestros antepasados. Cualquier enfermedad o catástrofe nos causa pavor, inseguridad, porque no hay una lógica superior, providente, ni tampoco vínculos con una tradición o comunidad que nos sostenga. Y también, además, porque las comodidades que nos ha proporcionado la Ciencia han reducido considerablemente nuestro umbral de soportar sufrimiento. Según Scheler, en la modernidad ya se había sembrado una preventiva desconfianza y enemistad para con el mundo. Se le negaron a éste todas las cualidades, formas y valores, concibiéndolo como una masa material, caótica y corrompida, a partir de la cual el hombre tenía que hacer algo con sentido mediante su acción ra59. SCHELER, M., «El sentido del sufrimiento», en IDEM, Amor y conocimiento, Sur, Buenos Aires 1960, pp. 64-65.
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cional y su trabajo6°. Al constatar el fracaso de esa acción ilimitada sobre el mundo, el hombre contemporáneo ve el mundo con miedo y angustia, se ve en la angustiosa tarea de conducir su existencia en medio de ese caos amenazador, como lo proclama la filosofía existencialista de Heidegger. Pero lo que nos preocupa aquí, en concreto, es que precisamente la angustia o el miedo es la emoción más represora de lo genuinamente humano. El miedo, dice Scheler, es «como esa honda parálisis del sentimiento vital (. ..), obra primariamente sobre los afectos comprimiendo su expresión o su acción, pero secundariamente los reprime y expulsa de la esfera de la percepción interna, de manera que el individuo o el grupo ya no tiene conciencia clara de poseer tales afectos»61. Y en un ejemplar de Ser y Tiempo que Heidegger le envió, anota: «Lo que nos abre el mundo es el 'amor', no el miedo. El miedo presupone la esfera del mundo cerrada... » 62 . Como se sabe, Heidegger no puede dejar de pensar que el sentimiento fundamental de la persona humana es el miedo o la angustia ante su fin, ante la muerte. Pero eso es algo que contradice claramente la experiencia y nos aleja de la vida. El impulso vital reprime en el hombre normal el pensamiento de la muerte: sólo en el hombre moderno es la angustia ante la muerte un a priori emocional —en expresión de Scheler—, que en la modernidad trata de anestesiarse con una idea de progreso sin finalidad". En definitiva, instalar en el centro del ser humano el sentimiento de miedo y angustia inhibe y anula al propio hombre. Se trata de un movimiento cultural que promueve un profundo antihumanismo y una abolición de la persona en su mismo interior. 60. Cfr. SCHELER, M., Ética, Caparrós, Madrid 2001, p. 126. 61. SCHELER, M., El resentimiento en la morai p. 46. 62. Palabras citadas en SÁNCHEZ-MIGALLÓN, S., «La ética del seguimiento en Max Scheler: significado y presupuestos», Communio, 4 (2007), p. 113. 63. Cfr. SCHELER, M., Muerte y Supervivencia, Encuentro, Madrid 2001, pp. 36-39. Robert Spaemann ha expresado recientemente la necesidad de volver a una actitud de benevolencia para con la naturaleza y los seres vivos, cfr. SPAEMANN, R., Felicidady benevolencia, Rialp, Madrid 1991, pp. 146-164.
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4. LA ENCRUCIJADA DE LA NEUROÉTICA: CRISIS Y OPORTUNIDAD DE LA CIENCIA EXPERIMENTAL Al final, tras el recorrido histórico y la reflexión filosófica sobre la Ciencia (que podemos aplicar directamente a la comprensión narrativa de la Neurociencia), proponemos considerar la naciente Neuroética como un posible punto de inflexión en la actividad científica precisamente en los niveles tan altos de desarrollo que ha alcanzado. Como hemos visto, la crisis actual de la Ciencia experimental, tal como se ha venido entendiendo predominantemente desde la modernidad, es muy honda. Se trata de una crisis profunda no sólo por las preguntas que plantea, sino también porque la Ciencia se cuestiona a sí misma como conocimiento y como actividad humana, tanto individual como en su relación con la sociedad. Ciertamente, esta dificil situación en la que hoy se encuentra la investigación científica se venía gestando y advirtiendo desde hacía tiempo, pero se ha manifestado de un modo más patente —en nuestra opinión— en el reciente y llamativo desarrollo de la Neurociencia, por las implicaciones teóricas y prácticas que conlleva. Precisamente este hecho ha provocado, e incluso exigido, el nacimiento de la Neuroética. Desde el punto de vista de los contenidos, las investigaciones neurocientíficas suscitan problemas éticos globales; y desde el punto de vista metodológico, los investigadores neurocientíficos se están viendo en la necesidad de coordinar un diálogo interdisciplinar entre diversas ciencias biológicas y médicas. Sin embargo, la naturaleza global de esos problemas y de ese método dialógico posibilita, más aún, reclama la relación con otras disciplinas globales como son la Ética y la Filosofía en general. La Neurociencia tiene hoy la clara conciencia de que, por mucho que esté avanzando en conocimientos parciales del funcionamiento nervioso y cerebral, es incapaz de explicar la actividad global, como un todo, del cerebro humano; de que sus resultados pueden interpre-
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tarse precipitadamente de un modo opuesto a la comprensión corriente del ser humano; y de que, por esto último, las consecuencias individuales y sociales de su desarrollo pueden escapar fácilmente a su control y se vuelvan contra el hombre. En opinión del físico y filósofo Mariano Artigas, en realidad esto no sólo pasa en la Neurociencia, sino también en toda la Ciencia natural en general. Toda ella se encuentra en una paradójica situación: ha visto un espectacular crecimiento en las últimas décadas, se halla en una crisis de sentido que le urge a un diálogo interdisciplinar, y también posee una madurez que le permitiría emprender con éxito esa apertura. Artigas piensa que la Ciencia está sin duda en un buen momento para reflexionar sobre sus objetos y sobre sí misma, llegando a describir el panorama de modo decididamente optimista: «En el nivel ontológico, por primera vez en la historia, disponemos de una cosmovisión que es, al mismo tiempo, rigurosa y completa, ya que incluye todos los niveles de la naturaleza. En el nivel epistemológico es posible combinar ahora los aspectos lógicos, históricos y sociológicos de la Ciencia, evitando los excesos característicos de las épocas anteriores. En el nivel antropológico, podemos apreciar ahora fácilmente los beneficios proporcionados por el progreso científico, evitando al mismo tiempo los peligros implicados por las ideologías cientificistas»". Además, el notorio progreso de la Ciencia no hace sino confirmar sus presupuestos ontológicos y gnoseológicos antes estudiados, lo que le permite reconocer como ciertas y sólidas las disciplinas que los estudian y, por tanto, dialogar competentemente con ellas". En definitiva, la Ciencia tiene ahora la posibilidad de abrirse a un nuevo modo de conocer, de relacionarse con otras formas de saber y experimentar, de enriquecer su método y campo; en definitiva, de apostar sin prejuicios ni restricciones por la interdiscipli64. ARTIGAS, M., La mente del universo, p. 420. 65. Cfr. Ibid., pp. 91-96.
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nariedad, al modo de la sabiduría de antaño. No aprovechar esta ocasión y seguir por el estrecho camino de la modernidad, sería una decisión verdaderamente suicida. Esta opción se anuncia claramente aniquiladora de la Ciencia misma y de quien la ejerce o posee, pues termina minando los pilares de la verdad, de la Historia y del sujeto, como —según ya hemos visto con detalle en el capítulo anterior— concluye la posmodernidad. Pues bien, todo esto es lo que la Neuroética pone sobre el tapete de una manera muy notoria en el momento presente. Pensamos sinceramente que los esfuerzos en este nuevo ámbito constituyen una excelente oportunidad para ampliar la noción de la Ciencia experimental, de modo que se abra al diálogo con la Ética y la Filosofía, e incluso con la Teología". Se trata de una nueva disciplina privilegiada para ello porque toma como base la investigación puntera de la Neurociencia y porque se plantea y afecta muy directamente a la verdad, a la Historia y al sujeto: a) Afecta a la verdad porque la Neuroética ve necesarios, por su propio origen, una interdisciplinariedad y un fiarse de las vivencias ordinarias inmediatas; en el sentido de cómo se viven las experiencias, qué sentido les damos y suponemos en otros, etc. En un intento de poner a dialogar la experiencia científica mediata y la ordinaria inmediata, Artigas propone agudamente considerar que los criterios del método científico (poder explicativo, poder predictivo, precisión, variedad de pruebas independientes y apoyo mutuo) no son tan ajenos a otros modos de conocimiento y experiencia'''.
66. Cfr. MACINTYRE, A., God, Philosophy, Universities..., pp. 173-180; RODRÍGUEZ DUPLA, L., «El lugar de la teología en la Universidad», Boletín del Departamento de Pastoral Universitaria y Pastoral de la Cultura. Conferencia Episcopal Española 1 (2000), pp. 13-21; y BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con el mundo académico (Salón de Vladislav del Castillo de Praga), 27 de septiembre de 2009 (http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2009/september/documents/hf ben-xvi_spe_20090927_mondo-accademico_sp.html). 67. ARTIGAS, M., La mente del universo, pp. 420-432.
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b) Atañe a la Historia y a la tradición, porque la Neuroética reconoce la importancia de la biografía de la persona para los diagnósticos y resultados científicos. Piénsese, por ejemplo, en la historia personal de la formación cerebral, en la necesaria socialización y formas de experiencia vividas, en la configuración de los hábitos y del carácter, en las expectativas de futuro y de sentido redimible o no de la vida, etc.; y no digamos todo ello, en mucha mayor medida, si se trata de enfermedades psiquiátricas. c) Y concierne al sujeto mismo, porque acepta como uno de sus puntos de partida el reconocimiento de la individualidad irrepetible, de la subjetividad o intimidad personales, del entero mundo de la libertad interior y de las emociones. Admite todo aquello de lo que tenemos una experiencia absolutamente intransferible y que consideramos tan valioso y personal, que lo llamamos dignidad humana. Pues la discusión sobre la dignidad es una discusión, a fin de cuentas, sobre la existencia de un sujeto libre y moral, responsable y con convicciones de conciencia, por más que necesite del sustrato material (de su biología cerebral) para manifestarse a nuestra experiencia sensible. Si estamos en lo cierto, la Neuroética podría ser algo que simultáneamente representa el inicio de un final en el proceso conceptual reduccionista (y ello aunque la Neurociencia siga avanzando técnicamente y descubriendo nuevos resultados) y, sobre todo, la posibilidad de iniciar otra concepción científica más abierta y prometedora desde todos los puntos de vista. De esta manera podríamos estar ante un punto de inflexión, porque hoy conviven contradictoriamente, como vimos, el ideal moderno cientificista y la reacción posmoderna nihilista". Éste ha sido el destino de la ambigua utopía moderna. La urgente tarea de reconducir esta inesta68. Cfr., en este contexto, MACINTYRE, A., Tres versiones rivales de la ética, Rialp, Madrid 1992, pp. 244-266; y D'ANDREA, T. A., Tradition, Rationality and Virtue. The Thought ofAlasdair MacIntyre, Ashgate, Hampshire 2006, pp. 345-355.
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ble situación pasa por recuperar, purificadas y enriquecidas, las nociones de verdad, Historia y sujeto (o persona)69. Es de esperar que el desarrollo de la Neuroética pueda ayudar en ese empeño; todo depende de que seamos capaces de abrirnos sin prejuicios a la realidad, lo cual no implica ni abandonarse a un escepticismo ni renunciar a las propias convicciones, sino caer en la cuenta de que analizar los problemas de modo global o sapiencial exige plantearse todas las dificultades, sin excluir algunas de ellas por motivos extracientíficos7°.
6.9. Cfr. RODRÍGUEZ DUPLÁ, L., «¿Qué rasgos definen la cultura emergente?», p. 1, 70. «Existen diversos tipos de dificultades por dos razones: o porque los filósofos antiguos recibieron de otro modo la opinión que admitía la verdad de las cosas, o porque totalmente silenciaron tratar de estas cosas», TOMÁS DE AQUINO, In XII Libris Metaphysicorum, libro III, lect. 1, n. 1. Texto consultado en Corpus Thomisticum: http://www.corpusthomisticum.org/. (La traducción es nuestra).
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Al final de estas páginas, y como colofón, queremos sintetizar lo esencial del trayecto recorrido y lo que en definitiva nos ha parecido atisbar. Progresivamente hemos ido cobrando conciencia de que estamos sólo al inicio de un largo camino de análisis y de reflexión, pero también de la urgencia y oportunidad (en el más genuino sentido del kayrós o «momento justo» griego) de plantearse en toda su profundidad los problemas aquí tratados. Como hemos intentado exponer, el desarrollo histórico de la Neurociencia muestra tres hechos fundamentales. Primero, que se trata de un proceso que se ha ido acelerando exponencialmente en las últimas décadas gracias al desarrollo tecnológico de esta ciencia experimental. Segundo, que este progreso ha sido posible únicamente porque la Neurociencia ha sabido combinar diferentes disciplinas, es decir, que se trata de una ciencia nacida ya con un carácter y vocación interdisciplinar. Y tercero, que se trata de un campo científico que inevitablemente está generando repercusiones éticas, morales y antropológicas de un alcance hasta ahora desconocido. Por otra parte, aunque las perspectivas de desarrollo potencial de las investigaciones neurocientíficas son ciertamente prometedoras desde el punto de vista de las técnicas de neuroimagen, es generalmente admitido que hay algunas incógnitas que no parecen susceptibles de solución con la tecnología experimental, sobre to-
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do, la explicación del funcionamiento global del cerebro. A ello se une que la Neurociencia se ha encontrado de repente planteándose cuestiones filosóficas (antropológicas, psicológicas y éticas) a las que no puede responder con los meros instrumentos técnicos y desde la concepción de sí misma como Ciencia exclusivamente experimental. Estos últimos hechos han provocado que un cierto número de científicos muy significativos se hayan planteado abrir un nuevo campo de investigación muy ligado al desarrollo neurocientífico: la Neuroética. Esta nueva disciplina se viene concibiendo según dos categorías o planos. El primero se refiere a los criterios éticos de experimentación y de aplicación clínica de la Neurociencia. En este sentido, la Neuroética se configura como una rama especializada de la Bioética. El segundo plano se mueve en un nivel más profundo, considerando los problemas filosóficos que la Neurociencia cuestiona. De entre esos problemas destacan el análisis de la libertad, de la responsabilidad jurídica y moral, de la intimidad constitutiva de la identidad de la persona, de la autenticidad de las emociones como personales y propias, etc. El presente trabajo no ha pretendido adentrarse en esos problemas filosóficos concretos, sino abordar una tarea previa: describir la naturaleza de la Neuroética. Y esto se ha llevado a cabo desde dos puntos de vista: primero, describiendo el desarrollo histórico y sistemático de esta nueva disciplina; y segundo, analizando filosóficamente el nuevo ámbito científico en un contexto amplio de crítica a la Ciencia experimental desarrollada en la modernidad y sumida en la crisis posmoderna. En primer lugar, la descripción científica ha permitido recoger con detalle los eventos y trabajos sobre Neuroética más relevantes, desde la decisiva reunión celebrada en San Francisco en el ario 2002, hasta los artículos y monografías más recientes al respecto. En todos estos estudios se muestra la doble preocupación que define la Neuroética: el establecimiento de criterios éticos y la nece-
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sidad de abrir la reflexión a problemas filosóficos que resultan decisivos para el individuo e, incluso, para toda la sociedad, y, dentro de ésta, en diferentes vertientes, como son la jurídica, la política, la informativa, la sanitaria, la militar, etc. Por otra parte, respecto a esas consideraciones filosóficas, se observan posturas diversas en los distintos investigadores: desde la actitud de quienes pretenden reducir toda la argumentación a un nivel científico experimental (como por ejemplo, P. Churchland, o algunos planteamientos de N. Levy), y la de aquellos que admiten un discurso y un ámbito de repuestas más amplio que el puro materialista o biologicista (como es el caso de Thomas Fuchs). El resultado lógico al que llegamos es la necesidad de que la Neuroética acoja diversas ciencias, también las humanistas, en un fructífero diálogo interdisciplinar. En segundo lugar, el análisis filosófico de la Neuroética lo hemos extendido intencionadamente a la Ciencia experimental en general, tal como se ha entendido desde la modernidad, y a su crítica posmoderna. Este remontarse a las raíces de la concepción de esta última ha permitido detectar elementos muy estrechos e inadecuados en esa idea moderna de Ciencia. Una angostura para con la realidad y para con la naturaleza del conocimiento que, aunque ciertamente ha reportado incalculables beneficios a nuestras vidas, ha producido también hoy, en la llamada posmodernidad, una situación plagada de paradojas que han puesto en crisis a la Ciencia misma en cuanto a actividad y modelo de conocimiento de la realidad. Para adentrarse en ese examen y determinar esas paradojas hemos escogido tres nociones clave: la idea de la verdad, la de Historia y tradición, y la del sujeto humano. El resultado de todo ello es la necesidad, para la Ciencia misma y para la sociedad en general, de reflexionar profundamente sobre la interdisciplinariedad. A la luz de lo anterior, es importante reparar en que la interdisciplinariedad, tomada en serio, no es simplemente una novedad académica más o menos de moda hoy en día ante el volumen y especialización de las ciencias particulares, ni mucho menos una pe-
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dante excusa para multiplicar los temas de investigación y de publicación o para engrosar equipos de investigadores. La interdisciplinariedad es una exigencia intrínseca de la actividad científica; se trata de algo que radica en la esencia del conocimiento, de la búsqueda de la verdad y del contacto con ésta. Si esto no se tiene en cuenta, la inevitable consecuencia es un reduccionismo que privilegia una determinada forma de entender la Ciencia y la experiencia —que habitualmente será la forma científica empírica—, y que desecha las otras formas de experiencia (la artística, la moral, la religiosa, la emocional, etc.) como ilusorias. Pero como estas últimas, al ser evidentes, no desaparecen tan fácilmente, y se resisten a ser encajadas en los moldes del método matemático y mecánico de la Ciencia moderna, lo que termina sucediendo es que aparecen profundas contradicciones, muchas de las cuales se perciben hoy con gran claridad. Contradicciones o paradojas que surgen entre vivencias muy heterogéneas que reclaman una verdad unitaria que englobe y comprenda las diferentes esferas vitales y las diversas ciencias particulares. En este contexto, podemos resumir la propuesta principal de este estudio en advertir la oportunidad que se abre con el interés y ejercicio de la Neuroética para iniciar un diálogo interdisciplinar profundo. En la Neuroética se ven claramente los límites conceptuales (aunque no los técnicos) de la Neurociencia, y al mismo tiempo se plantean desde esta ciencia biológica las cuestiones más profundas sobre el ser y obrar humanos. En definitiva, la Neuroética ofrece una excelente coyuntura para que científicos y filósofos dialoguen, y constituye a la vez una exigente llamada a la responsabilidad —dirigida especialmente a la comunidad académico-científica— a la vista de las repercusiones crecientes que la Ciencia experimental (y en particular la Neurociencia) está teniendo en los individuos y en la entera sociedad, atomizando y disgregando nuestro saber y nuestro actuar.
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