Cronica De Un Grupo

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Colección

PSICOTECA MAYOR Psicología, psiquiatría y psicoanálisis GILI-O'DONNBLL El juego MANNONI, M. La primera entrevista con el psicoanalista MINUCHIN, S. Familias y terapia familiar WINNICOTT, D. W. Realidad y juego SMALL, L. Psicoterapias breves KAËS, R. El aparato psíquico grupal KAËS-ANZIEU Crónica de un grupo LAPASSADE, G. La Bio-energía - Ensayo sobre la obra de Wilhelm Reich LEMOINE G. y P. Teoría del psicodrama En preparación VERDIGLIONE, DELEUZE Y OTROS Psicoanálisis y semiótica CHERTOK-DE SAUSSURE Nacimiento del psicoanalista BERGERET, J. La personalidad normal y patológica WINNICOTT, D. W. The Piggle. Psicoanálisis de una niña pequeña SERIE FREUDIANA dirigida por Oscar Masotta TAU'SK, V. Trabajos psicoanalíticos MASOTTA, O. Lecciones de introducción al psicoanálisis. Vol. I FREUD-WEISS Problemas de la práctica psicoanalítica (Correspondencia) FREUD-ABRAHAM Correspondencia

René Kaës Didier Anzieu

CRONICA DE UN GRUPO

Título del original francés: Chronique d'un groupe © Bordas, París, 1976 Traducción: Hugo Acevedo

Cubierta: Rolando-Memelsdorff

1ra. Edición en Barcelona, octubre de 1979.

© by GEDISA S. A. Muntañer 460, Entio. 1a. Teléfono: 211 05 16 Barcelona/España ISBN: 84-7432-076-3 ISBN: 84-400-213-X (Colección) Depósito Legal: B. 32227-1979 La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada, escrita a máquina o con sistema multigraf, mimeógrafo, impreso, etc. no autorizada por los editores, viola los derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Impreso en Gráficas Diamante Zamora 81 – Barcelona Impreso en España Printed in Spain

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Presentación del documento e introducción a la lectura por René Kaës Primera sesión comentarios de René Kaës, 36; comentarios de Didier Anzieu, 49.

Segunda sesión comentarios de R.K., 62; comentarios de D.A., 69.

Tercera sesión comentarios de R.K., 79; comentarios de D.A., 84. Cuarta sesión comentarios de R.K., 92; comentarios de D.A., 95.

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Quinta sesión comentarios de R.K., 108; comentarios de D.A., 114.

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Sexta sesión comentarios de R.K., 125; comentarios de D.A., 128.

Séptima sesión comentarios de R.K., 142; comentarios de D.A., 145. Octava sesión comentarios de R.K., 157; comentarios de D.A., 160.

Novena sesión comentarios de R.K., 173; comentarios de D.A., 177. Décima sesión comentarios de R.K., 191; comentarios de D.A., 195. Undécima sesión comentarios de R.K., 205; comentarios de D.A., 208.

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Duodécima sesión comentarios de R.K., 221; comentarios de D.A., 225. Décimotercera sesión (suplementaria) comentarios de R.K., 223; comentarios de D.A., 236.

ANEXOS

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Cuadro de notas individuales de e v a l u a c i ó n

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BIBLIOGRAFIA

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PRESENTACIÓN DEL DOCUMENTO E INTRODUCCION A LA LECTURA por René Kaës

El protocolo que constituye el objeto de la presente publicación se ha elaborado sobre la base de las notas manuscritas que tomé como observador en el curso de una temporada de grupo de diagnóstico ocurrida en 1965. Su monitor era Didier Anzieu. Él y yo hemos completado este protocolo con nuestros propios co mentarios; en el texto que se va a leer los hemos señalado, res pectivamente, con nuestras iniciales: RK y DA. Las diferentes cir cunstancias que presidieron la organización de la temporada y el desarrollo del grupo merecen que las precisemos y distingamos de las atinentes a la elaboraci ón del protocolo propiamente dicho. 1.1. El proyecto de la temporada se formuló por primera vez en el curso de la reunión anual de la Asociación Regional de Psi cólogos, que habría de ser su promotora. El orden del día de la reunión hacía hincapié en las necesidades de formación en el caso de los psicólogos, así como en el papel que podía desempeñar la Asociación para responder a ello. Se formuló la idea de propon er una temporada de grupo de diagnóstico y se me encomendó la organización de ésta dentro del marco de las actividades de la Asociación. Me puse, pues, en contacto con el futuro monitor del grupo, a quien transmití, además, una solicitud proveniente de lo s responsables de la Asociación acerca de una conferencia pública en la Universidad sobre un tema de su elección. Satisfechos con aprovechar cumplidamente y para el mayor número posible la llegada

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del monitor, los responsables de la Asociación difundieron entre todos sus afiliados una información relativa a ambas actividades, a la segunda de las cuales se la puso bajo la égida conjunta de la Sociedad Regional de Filosofía y de la Asociación de Psicólogos. Se inscribieron veintitrés personas, en su mayoría miembros de la Asociación; once de ellas iban a preferir aplazar su inscripción para una temporada posterior, organizada de allí a cinco meses con el mismo monitor 1. Se previo una duración de cuatro días: desde el jueves a las 16 hasta el domingo a las 12 y 30. El grupo se componía de cinco mujeres y siete varones; diez eran psicólogos, y dos psiquiatras. La edad oscilaba entre los 25 y los 50 años. Se solicitó una contribución de 200 francos por persona. Los observadores eran un colega, docente de otra universidad, y el coautor del presente documento. 1.2. Cuando los participantes inician la temporada, cada uno de ellos ya ha efectuado un trabajo psíquico de tipo particular a propósito del grupo de diagnóstico y del monitor. También éste y los observadores han pasado por ese período de trabajo previo, al que llamo preelaboración (Kaës, R., 1973 b) y que se le puede comprender como el tiempo de la movilización de las disposiciones transferenciales anterior a toda puesta en situación efectiva de grupo de diagnóstico. Es un trabajo que puede ser descrito en términos de regresión y de elaboración de defensas contra la futura situación. Lo que particulariza a la preelaboración en el caso que aquí nos interesa es la circunstancia de que ésta posee desde un primer momento una dimensión grupal e institucional. En efecto, la demanda de formación y la oferta que la revela y responde a ella se toman dentro de la textura de relaciones institucionales y grupales y de una razón social: la de la Asociación de Psicólogos; allí convergen o se precisan ciertas identidades profesionales (prácticos, docentes, investigadores, clínicos y consejeros de orientación); allí se enfrentan diferentes opciones relativas al contenido y los métodos de formación del psicólogo y, por sobre todo, diferentes concepciones de la psicología. Así, los sostenedores de la «dinámica de grupo», como entonces se decía, constituían una corriente minoritaria y, a la vez, dividida entre tendencias de orientación teórica y metodológica divergentes y hasta juzgadas opuestas (lewinianos, morenianos, rogerianos, freudianos; clínicos,

Iba a ser el grupo llamado de la Camargue (cf. Didier Anzieu, Le groupe et l'inconscient, 1975, págs. 154 y 189-190). 1

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experimentalistas...). También por eso, sin duda, no bien se solicitaba la intervención de un monitor —clínico, psicoanalista y docente— en un terreno en el que la psicología clínica se hallaba aún poco desarrollada dentro de la dirección de los grupos de formación, era poco menos que necesario que aquélla se prolongara merced a una actividad pública, didáctica, notoria (en vista de su notoriedad) y gratuita (a diferencia del costo de la temporada). Dentro de ese contexto, los participantes que se inscriben en la temporada toman posición en el campo de fuerzas por que atraviesa la Asociación a propósito del grupo de formación por ella promovido, campo en el que figuran los observadores y el monitor; y éste ya ocupa un sitio bien deslindado en el espíritu de cada uno de los participantes, así como en el de los promotores y los observadores: «No hemos traído a un cualquiera...», pude oír a menudo, y también yo lo pensé. Espera tal tenía su reverso, y éste apareció en el curso de la temporada y hasta mucho después. La preelaboración no fue, claro está, un trabajo previo exclusivo de los participantes. Lo que yo aguardaba del grupo y el monitor, de mi compañero de equipo y de mí mismo, dentro de la posición de observadores que iba a correspondemos, revela haber desempeñado un papel, en lo que a mí concierne, en el desarrollo de la temporada y sobre sus consecuencias. Yo deseaba desarrollar en la región una corriente de interés por la psicología social clínica y proseguir mi propia formación en el trabajo psicoanalítico dentro de los grupos de formación. Además —y éste no es uno de los motivos menores de mi actividad—, no hacía mucho que yo había realizado una primera experiencia como participante y conservaba de ella un recuerdo más bien desagradable. Quería probarme a mí mismo y tranquilizarme escogiendo el monitor que parecíame el mejor según mi ideal de entonces. Hoy me parece con mayor claridad que el hecho de esperar ver triunfar a aquel monitor ideal era también ponerlo a prueba a él mismo. Mi colega coobservador y yo nos manteníamos en »sa posición admirativa —¡pero cuán insidiosa!— del alumno que hace del maestro un héroe; seríamos testigos privilegiados y hasta colaboradores de la realización de hechos insignes. Era, pues, menester que en cierto modo le dificultásemos la tarea. No dejé de hacerlo-, y así fue como, por ejemplo, apenas di información ninguna, en el curso de nuestro trabajo en común, sobre las circunstancias que habían determinado la preparación de la temporada. No comuniqué al monitor mis personales reacciones respecto de sus interpretaciones cuando éstas me parecían desacertadas, o demasiado largas, o insuficientes. Sólo le

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señalé mi acuerdo y mi aprobación, y reservé para mi compañero de equipo algunas críticas del monitor, sin reconocer mi sentimiento de rivalidad para con éste. Aquellas circunstancias, que definen la intertransferencia y que sólo hube de descubrir posterior y progresivamente, hoy me parece que tornan necesario lo que no practicábamos a la sazón, esto es, el análisis de la prehistoria del grupo y el análisis de las relaciones intertransferenciales dentro del equipo intérprete. Las disposiciones previas a la temporada (la falta de su análisis institucional) y el estado de adelanto de la técnica y la teoría del grupo de diagnóstico en 1965 ejercieron cierta influencia sobre lo que sucedió en el curso de la temporada. Las torpezas de carácter técnico que hoy revelaré, las insuficiencias o los errores en el establecimiento de la situación operatoria y las modalidades o los contenidos de la interpretación que íbamos a poder apreciar de otra manera diez años después han contribuido, no obstante, a estimular la investigación sobre el método y la teoría del grupo de formación; por ejemplo, a propósito de lo imaginario en los grupos y de la ilusión grupal (Didier Anzieu, 1966, 1971, 1972), de la transferencia y el liderazgo como expresión de la resistencia (A. Béjarano, 1972), del proceso ideológico, de la regresión, del aparato psíquico grupal y del análisis intertransferencial (R. Kaës, 1971, 1973 b, 1976 a, 1976 bj. Las inevitables «flaquezas» que entonces experimentamos nos han estimulado: representan en parte la calidad de la experiencia que los participantes pudieron vivir, y el interés científico que este documento presenta es tributario de esas dificultades. 1.3. Redactar el protocolo de los intercambios entre los participantes de un grupo de diagnóstico requiere un doble dispositivo: de registro y de transcripción. Uno y otro plantean proble mas de carácter técnico relacionados con la tarea por efectuar y con su finalidad. El registro debe permitir conservar la huella sonora, escrita o en imagen de los acontecimientos sobrevenidos en el curso de la temporada y, de ser posible, de aquellos que, relacionados con ellos, sobrevienen fuera del tiempo y el espacio inmediato de las sesiones. Miras tales parecen requerir el registro integral no sólo de los intercambios verbales, gestuales y gráficos, sino también de las posiciones, posturas y actitudes de los participantes: se necesita, por tanto, la preparación de todo un dispositivo complejo,

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costoso y necesariamente perturbador. ¿Por qué este desvelo de exhaustividad, y con qué utilidad? En la práctica de los grupos de diagnóstico, y al margen de toda tendencia a priori de investigación, el registro encuentra generalmente su justificación práctica en el almacenamiento con vistas a la elaboración a corto término de las informaciones pertinentes desde el punto de vista de la ayuda que éstas aportan al trabajo del análisis y la interpretación. Es habitual que el observador se encargue especialmente de esta función, que no coincide necesariamente con el hecho de escribir, sobre todo de escribir el mayor número posible de anotaciones. Su función, dirigida al coanálisis del grupo con miras al trabajo de interpretación, consiste en proporcionarle al monitor los elementos necesarios para el análisis de su contratransferencia. Es, pues, una tarea que supone en su principio reconocer como necesario y posible un trabajo de análisis de las relaciones intertransferenciales dentro del equipo monitor-observador (u observadores). Defínese entonces el registro por las obligaciones del trabajo de análisis intertransferencial y de interpretación. Poco importa en tal caso que el registro no sea exhaustivo: notas precisas y pertinentes bastan, y aún más la capacidad del observador de experimentar, elaborar y comunicar sus propias asociaciones. Esta muy funcional definición del papel del observador merece que la interroguemos. En efecto, el análisis intertransferencial y, particularmente, la elaboración de la contratransferencia del monitor no pueden justificar con retroactividad la presencia del observador, que llega como tal por razones muy distintas de las de hacer funcionar lo mejor que se pueda la máquina analítica. La pregunta respecto de qué le asigna ese lugar sólo puede ser ocultada por una respuesta funcional, tal como el efecto de su particular presencia no puede ser tratado únicamente por el análisis de su deseo de observador. El hecho de que éste «ocupe» un lugar debe ser analizado y tratado psicoanalíticamente, y en especial por el análisis intertransferencial. Afectado a la ejecución de una tarea de registro que se estima necesaria para el análisis del monitor y del grupo, el observador se encuentra, por ello, asignado a un sitio oficial e identificable dentro del grupo (o, más bien, en su periferia). La incertidumbre, la angustia, los fantasmas y las proyecciones que su particular presencia suscita como tercero marginal están defensivamente reducidos por esa afectación funcional. A decir verdad, no hay una respuesta única para rendir cuenta de la presencia y la función del observador: hay varias respuestas, y acaso hasta convendría considerar su presencia-ausencia como una

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función fluctuante, disponible para la elaboración del sentido y las relaciones dentro del conjunto grupal, del que forma parte como elemento del dispositivo y como actor en la situación. Con referencia a esa doble pertenencia asignada a la función fluctuante es ésta, por ello mismo, susceptible de que se la tome en consideración dentro del campo del análisis, si no en el de la interpretación. Que se asigne función tal como si fuera la de un lugar de prácticas para la formación de un futuro monitor, o como la de una ayuda, de un duplicado o de un control para el monitor, o bien, incluso, como la de una «memoria» del grupo —función generalmente propuesta—, de cualquier modo cada una de esas funciones debe ser analizada como lo que desde un principio dice ser: una justificación racional y técnica que no agota y que, muy por el contrario, pone opaco el problema de la presencia de otro para el grupo, para el monitor y para el observador mismo. Que esa justificación sea, por lo demás, legitima y se base en las necesidades instrumentales del trabajo psicoanalítico en los grupos, poco importa en comparación con lo que el sentido y la función del observador siempre tienen que revelar e identificar gracias al análisis intertransferencial, tanto para ese grupo como para ese monitor y ese observador. Redactar un manuscrito que lleve la huella del inconsciente del grupo conduce al observador a interrogarse sobre su posición fantasmática dentro del grupo, como lo ha mostrado H. Scaglia (1975), posición que tiene por característica permanente constituir al observador en depositario, en un depositario que siente esa posición aun cuando todo concurre a no reconocerle sensibilidad alguna o, en el otro extremo, a exhortarlo a comunicar la que en él se deposita. Mi opinión es que, probablemente en razón de esa tensión entre ser depositario mudo y comunicar lo que siente sin dejar de mantener su posición de depositario, el observador busca y encuentra, en acuerdo con el monitor, una afectación racional de sitio justificada por la índole de la tarea. Sin embargo, en esa posición crucial debida a su presencia como depositario experimentador —y experimentado— participa en la eficacia de la presencia analítica. Podemos, pues, preguntarnos qué ocurre cuando el observador, al entregar el depósito con lo que él mismo ha experimentado, se convierte en el cronista del grupo, cuando establece la leyenda de éste para unos lectores y al menos rinde cuenta y da parte de él. Tampoco aquí es general la respuesta, aunque sea posible hacerla oscilar entre dos polos: el de la leyenda, precisamente, que hace

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perdurar el recuerdo de un acontecimiento importante y lo ofrece al auditorio o a los lectores en un modelo de descifre para otros acontecimientos —y supondremos que es una leyenda en condiciones de llenar una función encubridora—, y el de esquela, que habitualmente les señala a allegados o amistades la desaparición de un ser querido. Sea lo que fuere de la leyenda o de la esquela, de todos modos en una tentativa de dar el último adiós a un objeto perdido adquieren sentido, cual si se tratase de una reliquia, el registro y su publicación. ¿Sucede de distinta manera cuando el acento recae de rondón sobre el interés de un registro con fines de una investigación sistemática? Es comprensible que se deseen la precisión y la exhaustividad, y que éstas requieran todo un pesado y costoso dispositivo; entonces importa que nos interroguemos sobre la relación óptima entre el costo de la información y los objetivos de la investigación. La experiencia que de este tipo de registro he adquirido me ha enseñado que las más de las veces la acumulación de protocolos extensivos sirve de excusa, so capa de una performance tecnológica considerada neutra, a la formulación precisa de la posición y del papel adoptados por el dispositivo de observación, ya que, en fin de cuentas, sigue en pie el problema de aclarar el sentido de un registro como ése para quien lo efectúa y para quien lo hace posible, como que la precisión del protocolo es la condición del análisis de fenómenos distintamente inadvertidos (por ejemplo, las investigaciones emprendidas por A. Tabouret-Keller sobre la frecuencia de indicadores lingüísticos en dos grupos de diagnóstico, cuyos protocolos de registro se han publicado). Si el magnetófono está en condiciones de garantizar la objetividad fáctica de los enunciados, la cámara que recorta el espacio es un testigo subjetivo del acontecimiento por ella registrado. La objetividad no puede proceder de una posición no comprometida en el proceso, sino de la construcción de un fenómeno en el que el testigo es activo e incluye su presencia en el análisis de ese fenómeno. Desde luego, la presencia impone límites a la exhaustividad de la observación: los aspectos puramente mecánicos del registro de los mensajes (verbales, mímicos, gráficos, etc.), de las actitudes y las posturas (sonrisas, manipulación de objetos, suspiros, desplazamientos físicos), la identificación de los emisores y los receptores, la direccionalidad, la tonalidad y la duración de los mensajes no los toma en cuenta ningún registro sistemático. El registro es registro de algo, dotado por alguien de dispositivos más o menos complejos. Por último, el problema de la transcripción

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del registro es ineludible: transcrito, el discurso verbal sufre una transformación que obedece a las reglas de la escritura y de la lectura. Dentro de unos instantes he de insistir acerca de algunos aspectos de este problema. Didier Anzieu llevó un grupo de diagnóstico, que incluyó doce sesiones y nueve participantes, en un estudio de grabación e hizo proceder luego a la transcripción dactilográfica de las dieciocho cintas magnetofónicas. Los participantes habían dado su consentimiento previo al respecto, con el objeto —era su objeto— de una investigación científica. Podían ver permanentemente detrás del cristal al técnico ocupado en sus magnetófonos. Tenían la posibilidad de interrumpir en cualquier momento la grabación; les bastaba una simple petición. Pero sólo una vez se solicitó una interrupción y fue para oír una frase de una sesión anterior. Se había convenido que, en caso de proyecto de publicación, la transcripción se sometería a su aprobación. Si la grabación no planteó problema material ni moral alguno, no sucedió lo mismo con la transcripción, que fue larga, costosa y penosa para la persona encargada de ella, y a veces incierta en cuanto a la identificación de los hablantes y al desembrollo de los discursos simultáneos de varios participantes. El documento final, de cerca de ochocientas páginas, resultó demasiado oneroso para ser reproducido y hasta ahora no se lo ha podido remitir a los interesados. Además, su lectura es decepcionante, por dos razones. En primer término, la transcripción, como es lenta, sin retoque alguno, reproduce las casualidades, las interjecciones, los borborigmos, los chismes, las distensiones y los tartajeos no sólo del lenguaje hablado, sino también de la discusión colectiva. Y, en segundo término, los signos y las señales infralingüisticos —mímicas, posturas, gestos, miradas— que subrayan, modifican y a veces crean el sentido del discurso han desaparecido. Reducidos a su materia verbal, los efectos de algunas declaraciones sobre el clima y la evolución del grupo se vuelven, a la mera audición de las cintas, incomprensibles. Qué decir entonces cuando, pasando de la audición de las cintas a la lectura del texto transcrito, se pierden además las cualidades vocales —elocución, ritmo, acento, inflexión, intensidad, entonación, modulación, volumen, etc., que a menudo son también más significativas en una discusión que el contenido de los discursos. El presente documento es, pues, el resultado de una serie de transformaciones de intercambios verbales, mímicos, gestuales

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y gráficos en un texto; he redactado éste a partir de las abundantes notas que tomé, una de las justificaciones de las cuales consistía fin permitir la redacción de un breve informe dirigido a los participantes al concluir la temporada. Sobre la función de ese informe en nuestra práctica de entonces he expuesto mis hipótesis en un artículo acerca de la regresión y el trabajo del duelo en los grupos de formación (Kaës, R., 1973 b). En ocasión de la temporada de que tratamos, yo no tenía la perspectiva de un registro y una transcripción sistemáticos con miras a una publicación. Pero sí tenía, no obstante, el proyecto de interesarme en las referencias mitológicas en los grupos de diagnóstico 2. Varios años después de la temporada, cuando el monitor y yo comenzábamos a mencionar el grupo en nuestros trabajos de investigación, advertimos que ir podía formalizar y publicar un documento clínico, tarea que emprendí confrontando mis notas con las del monitor y, en el caso de algunas sesiones, con las de mi coobservador. Quedó claro que mis notas no estaban demasiado distorsionadas y que las líneas generales de la evolución de las sesiones habían sido consignadas de una manera concordante en los tres documentos. Como mi texto era el más preciso, sirvió de base para el establecimiento del protocolo. Desde luego, el registro contiene lagunas. Yo anoté lo que pude oír y ver: palabras, más raramente posturas, miradas, tonalidades de la voz. Sintiendo a veces cansancio o tedio, volviéndome sordo y ciego a ciertos intercambios, me ocurrió suspender mis anotaciones durante algunos minutos, resumir secuencias, no destacar la posición física o el desplazamiento de los participantes alrededor de la mesa. Durante los silencios, o cuando sentía su necesidad, noté mis emociones, mi aburrimiento, mis temores, mis simpatías o mi irritación, y también mi incomprensión. Comparado con otros protocolos provenientes de registros no mecanizados (Pagés, M., 1968; Tarrab, G., 1972), este documento no me parece demasiado esquemático ni demasiada prolijo. Suele ocurrir que no se obtengan mejores informaciones de un documento establecido a partir de un registro sistemático, como he podido comprobarlo al trabajar en la elaboración de uno.

No he evocado este proyecto ante el monitor, cuyos intereses se aproximaban a los míos; ello informa a parte a cerca de la puesta de la rivalidad entre nosotros y de mi defensiva admiración por él 2

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1.4. El presente documento es un texto escrito destinado a la lectura. Hay motivos para distinguir a este propósito dos problemas: el primero concierne a la legibilidad del texto que resulta de la transformación de los intercambios verbales, posturales, gestuales y gráficos; el segundo, a la fidelidad del texto a las leyes (no explícitas) del género «protocolo de observación psicológica». La legibilidad no incumbe sólo a la disposición espacial y tipográfica de los signos de la escritura que equivalen a las emisiones verbales o a los gestos, es decir, una relación entre dos códigos: he empleado la puntuación como en el lenguaje escrito, he aportar do a la construcción de frases las modificaciones estrictamente necesarias para la inteligibilidad, he suprimido las excesivas vacilaciones o los paroxismos verbales, he restablecido la concordancia de algunos tiempos. Creo haberme atenido a ínfimas e indispensables transformaciones. Respecto de los resúmenes efectuados en oportunidad de tomar las notas, así como de algunos redactados posteriormente, he tratado de proponer un equivalente literario del contenido y el estilo de los intercambios, de su tonalidad a mi oído. Cuando mis anotaciones sufrían de insuficiencias, no procuré reconstituir el texto. Por lo tanto, es posible que el lector experimente, como yo, el sentimiento de incoherencia de ciertas frases. He reservado para los comentarios más o menos abundantes y sistemáticos que siguen al informe de cada sesión lo que competía, en mi opinión, a una interpretación explícita de mi parte. Con respecto a la fidelidad de la redacción de un protocolo a las leyes del género, es éste un asunto que me conformaré con señalar, pues estimo que habría que emprender un estudio sobre el estilo literario y la organización discursiva de las observaciones, las notas clínicas, los informes de las entrevistas o las curas y otros estudios de «casos», etc. Un corpus de tal Índole rebasa ampliamente el marco de las producciones psicológicas y se extiende a los textos elaborados por los sociólogos, etólogos, etnólogos, etc. Los problemas que se plantean conciernen a las reglas de composición de la observación escrita y de los comentarios o la interpretación. Como se trata de un relato, los procesos secundarios de elaboración se deben analizar como tales y relacionar con las fuentes directas de la observación. 1.5. Antes de proponer algunas reflexiones sobre los efectos psicológicos que puede acarrear la publicación de un protocolo, me agradaría señalar con qué problemas deontológicos se encuentra

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todo aquel que emprende este tipo de trabajo. De una manera general, son problemas que se deben resolver para toda publicación de documentos recogidos en condiciones en que quien suministra el material (entrevistas, biografías, secuencias de análisis, protocolos detests) se adentra con suma frecuencia en aspectos de su vida privada. Hacerlos públicos requiere reglas estrictas que no descubran la identidad de quienes se hallan comprometidos. Una de las reglas de la deontología profesional de los psicólogos y los psicoanalistas —la del secreto profesional— se basa en la garantía dada al sujeto en el sentido de que le será posible expresarse sin exponerse a que un tercero lo identifique por lo que se ha establecido en el singular coloquio. En las temporadas de formación por medio del grupo, esa necesaria garantía se enuncia explícitamente como una de las reglas fundadoras de la situación (regla de discreción mutua). ¿Publicar no es transgredirla? Hay por qué establecer la legitimidad de la publicación y sus requisitos deontológicos. Por lo que atañe al primer punto, se puede considerar que la investigación sólo puede progresar si a la comunidad científica se le comunican ciertas experiencias princeps. En el campo del psicoanálisis, la publicación de los protocolos de curas, comenzando por los Cinco psicoanálisis [en español, cf. Historiales clínicos] de Freud, ha constituido la base clínica fundamental para la posterior investigación técnica y teórica. Claro está, la índole y el contenido de estos protocolos han movilizado tenaces resistencias para con algunos aspectos de la vida privada, considerados como tabúes. Efectivamente, la publicación transgrede sólo bajo dos condiciones la regla del secreto profesional: cuando está orientada por una finalidad que no es la de la investigación y cuando no mira por todas las garantías de conservar el anonimato de las personas implicadas (salvo explícito parecer en contrario). El requisito deontológico fundamental consiste en mantener en la publicación la garantía de que a uno no lo reconozca un tercero, extraño a la experiencia relatada. El mejor procedimiento es, cuando se lo puede practicar, asegurarse ante los propios interesados que esta garantía funciona. Sigue en pie el deber de que toda indicación (de lugar, nombre, fecha o circunstancia) que permita identificar a los participantes debe ser eliminada o modificada en un sentido que garantice el respeto del anonimato. Pero hay un segundo requisito, y me parece que éste se vincula a la naturaleza de las experiencias de grupo. A diferencia de la cura psicoanalítica clásica, de la que se excluye la presencia fí-

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sica de un tercero, la situación grupal es, por definición, plural: otros son testigos de lo que ha pasado. Debido a ello, la publicación no garantiza la no identificación sino dentro de los límites del grupo mismo. Esta inevitable disposición puede provocar entre los participantes de un grupo que se relacionan con posterioridad el sentimiento de hallarse nuevamente expuestos a la mirada de cada uno de sus compañeros, al menos de la de aquellos que tengan la oportunidad de leer la publicación. Sabido es que ésta es una de las mayores angustias en los grupos. La solución para tan irreductible disposición estriba en publicar sólo los documentos relativos a grupos en los que se ha logrado dominar ese tipo de angustia, y sobre todo en no publicar sino cuando un período de tiempo bastante largo se interpone entre la experiencia y la publicación (de siete a diez años). Es raro entonces que no hayan cambiado todos y no se sientan inducidos a relativizar la imagen recuperada de una época superada. 1.6. ¿Cuáles pueden ser los efectos previsibles de una publicación? Sólo puedo responder a esta pregunta considerando probabilidades y mencionando algunos efectos verificados. Tengo, pues, que tomar en cuenta la historia particular de este grupo. Conque, publicando, comentando e interpretando, ¿no va el observador a romper con la posición de depositario que le asignaron los participantes y, verosímilmente, el monitor? ¿No habrá de coincidir con una u otra de las posiciones fantasmáticas que fueron suyas en el curso de la temporada? Si es probable que la publicación lance el trabajo efectuado en el curso de la temporada, también realiza, en cierto modo, el compartido fantasma de hacer perdurar la experiencia del grupo, de hacer revivir el grupo-objeto más allá de su existencia efímera, de recuperar el «Paraíso perdido» fantaseado desde la primera sesión como horizonte de su historia. Parece que la publicación responde, una vez más, a esta advertencia del contrato formulada por los participantes en la tercera sesión: «Para saber qué ocurre se recibirá un informe sobre el grupo con posterioridad a la experiencia... algo trabajado...» — «...sí, uno ha pagado...». Por el hecho de publicar, ¿no se presenta el observador como el heraldo —o el héroe— de un acontecimiento tal, que la leyenda y él mito lo cambian y, quizá, lo fijan? He ahí una segunda serie de efectos producidos por una publicación, y también yo, como otros colegas, he podido compro-

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barlo. Preguntarse si la publicación no contribuye, como leyenda, a formular un mito relativo a un origen perdido y gracias a él recuperado es admitir la función de referencia identificatoria que puede ser desempeñada por un protocolo señalado. Publicar la crónica de un grupo efímero es dejar que adquiera un valor duradero y ejemplar para los miembros del grupo, para los intérpretes y para los lectores que constituyen el vasto grupo anónimo, pero también la red de afiliación sobre la que descansa el crédito del autor ante un público. De este modo señalo la función emblemática desempeñada por la común referencia a un conjunto de publicaciones emanadas de un autor o de un grupo de autores cuando los lectores encuentran a estos últimos en una situación de grupo de formación. Sería importante destacar otra función, la encubridora, cuyo carácter ha sido puesto de relieve por Thaon a propósito de la garantía proporcionada por la ciencia en los relatos imaginarios: la rienda, anota Thaon, permite a la vez la negación del fantasma y su aparición. Otro tanto ocurre con la garantía aportada por el protocolo ejemplar (ya señalado: la leyenda) a toda experiencia ulterior; ésta es un destino por cumplir, y al fantasma que emerge se. le puede recusar como forma del deseo inconsciente de los participantes: sólo aparece como la realización del mito, es decir, de lo que el modelo ejemplar prescribe. El protocolo aporta una garantía a la categoría de lo verdadero-semejante. Contribuye a fijar y acreditar el repertorio de los fantasmas genéricos de un particular modo de ser grupal: el grupo de formación. Situación tal, captada aquí en el caso especial que nos ocupa, no deja de tener consecuencias sobre las condiciones del trabajo psicoanalítico en los grupos, a medida que la literatura y la mitología se enriquecen y desarrollan. Son enunciados que funcionan como hitos identificatorios o como emblemas para los compañeros de análisis; luego, se elaboran como normas de conducta. El trabajo psicoanalítico recae, de ahí, sobre la índole y la función de tales referenciales, a través de los cuales se abre camino la demanda y por los que se adecúa la predisposición a transferir sobre los objetos ideales (o supuestamente tales) del analista. ¿Qué paciente con información psicoanalítica (¿quién no la tiene hoy?) no ha soñado con ser otro Hombre de los Lobos, otra Dora? Tanto en la cura como en los grupos, la referencia a los escritos del analista (o a los de su grupo de pertenencia, esto es, a la leyenda) organiza el deseo de figurar en ellos, de coincidir así con

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una imagen heroica de sí, y organiza, también, la defensa contra el peligro de ser el objeto que el analista posee y muestra. Una tercera especie de efectos de la publicación incumbe al cambio de las respectivas posiciones de los participantes y del analista: de intérprete que es en la transferencia, el analista pasa a ser interpretado, mientras que los participantes interpretados se vuelven intérpretes de sus interpretaciones. Esta permuta puede asentarse tanto en el círculo de la repetición del fantasma como en el espacio abierto de la resonancia y el relanzamiento del trabajo psíquico inaugurado en la situación analítica inicial. Una reanudación como ésta difiere, sin embargo, de las condiciones iniciales del trabajo psicoanalítico, que ahora procede, sobre todo, del autoanálisis de los efectos producidos por el texto (y no ya por el habla en la transferencia) sobre cada lector. Lo que para mí ha sido determinante en la elaboración de este documento no es de una naturaleza diferente de la del trabajo efectuado por el análisis inter- transferencial, con la salvedad de que la permuta que se ha producido ha consistido en dar satisfacción a mi deseo de ser cointérprete del grupo, juntamente con el monitor y los participantes. No sin razón, pues, el presente documento, establecido como texto gracias a mis cuidados, ha podido ser refrendado por el monitor. Su deseo de reelaborar sus interpretaciones a partir de la observación que he formulado y de los comentarios que he propuesto cobra sentido en el trabajo que desde hace diez años proseguimos juntos. Estas reflexiones muestran con toda evidencia que la publicación de un protocolo es un acontecimiento que se inscribe en una compleja red de historias: la de los participantes, la del grupo, la de los observadores, la del monitor y, por fin, la de un movimiento de ideas y prácticas relativas al grupo de formación tratado por el método psicoanalítico. Un protocolo, una observación que se publique, no es, pues, una pura y simple reproducción; es una creación y una composición, e inevitablemente éstas transforman la experiencia inicial vivida en una experiencia por vivir y por poner a prueba.

1.7. Ahora se comprenderá por qué no resulta tan sencillo responder a la pregunta que en un primer momento parecía imponerse: ¿por qué publicar un documento tal, tanto más cuanto que inicialmente no se consideraba proyecto alguno de este género? ¿Y por qué publicar, además, comentarios?

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Yendo a lo vivo de lo que para mi es la discusión, diré esto: Importa diferenciar los géneros, las situaciones, los procesos y las construcciones que especifican una práctica, que caracterizan una experiencia, que definen un objeto de conocimiento. El trabajo psicoanalítico en la cura no es el que se efectúa en los grupos; el grupo (de formación, de terapia, de análisis) no es una cura extractada ni una exploración societaria o institucional reducida. Las formaciones psíquicas que actúan en la grupalidad (el conjunto de los fenómenos que sobrevienen por el hecho de estar en grupo y tener que construir o mantener una forma o un objeto-grupo) no son idénticas a las implicadas en la vida societaria o en la vida de pareja. Parece que el presente documento, durante todo el período en que ha existido y circulado en estado de prepublicación, ha desempeñado un papel nada desdeñable para contribuir a los esclarecimientos teóricos y prácticos. El valor de un documento de carácter clínico puede ser estimado, así, en razón de los asuntos que permite plantear o tratar. Es definir un objetivo general atinente a la investigación fundamental y aplicada. Hay otro interés racional, que no deja de guardar alguna relación con el precedente, que puede justificarse con miras de aprendizaje: es dable admitir que la comprensión de los procesos de grupo se halla facilitada por el recurso del documento registrado; los mecanismos de elaboración del vínculo grupal, las funciones de las formaciones psíquicas y grupales que en él se organizan y los efectos de la contratransferencia del intérprete y de sus interpretaciones se pueden descubrir con toda facilidad y relacionar con perspectivas teóricas y técnicas. A menudo gracias a un empleo como ése se producen los registros o protocolos de estudio de casos o de temas; en tales condiciones, como lo indican C. Piquet y S. Roumette (1974) a propósito de un documento audiovisual producido en ocasión de una experiencia de grupo de formación, las técnicas de registro se utilizan «con el fin de reforzar los conceptos y las categorías de una teoría». Los documentos proporcionan, en apoyo del discurso demostrativo, el soporte de ejemplos que inevitablemente se construyen de acuerdo con criterios selectivos respecto de la demostración. En esas condiciones, las más de las veces «la singularidad y la historicidad de un caso se ven relegadas en pro de una construcción sistemática» (pág. 3). Una tercera perspectiva en el uso del registro es la de orden formativo o terapéutico. Al parecer, los miembros de un grupo tienen la posibilidad de tomar conciencia, al disponer de un testigo

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y un feed-back, de sus actitudes o de sus comportamientos subjetivos en relación con el proceso grupal. Objetivos tales son alcanzados tan pronto por una selección deliberada de las informaciones y tan pronto por la búsqueda de documentos considerados objetivos y exhaustivos. En realidad, el problema mayor no debe quedar oculto, como ya lo hemos mencionado, por una discusión centrada en la técnica, a menos que establezca el estrecho vínculo entre ésta, las miras de un registro y las condiciones del testimonio. Así maneje una cámara o un bolígrafo, el observador expresa su modo de relación con el grupo durante la toma de fotos y notas y la redacción. Como el monta je de un documento audiovisual, también la redacción de un protocolo es un análisis y, en muchos aspectos, una interpretación: la de un observador que, debido a su abstinencia activa y a las funciones que se le han asignado dentro del marco del dispositivo de grupo y debido, también, a los movimientos de proyección e introyección que lo afectan, participa en lo experimentado, lo sentido y lo vivido de una experiencia relacional privilegiada. En cierta medida, para elaborar esa privilegiada experiencia se redacta y publica el documento. Si cabe hablar de una necesidad interna de publicar, por ese lado hay que interrogarse. Por el lado de la experiencia realizada de que no todo lo real puede ser exhaustiva e inmediatamente poseído y comprendido se lo comparte, y de que entregar una comprensión invita a recibir un eco de ésta. Decir que la implicación del observador y el intérprete es coextensiva a todo intento de comprensión de los fenómenos humanos conduce a encarrilar ésta por la vía del comentario y la interpretación: el documento «en bruto» no tiene sentido. Los comentarios, tan pronto breves, tan pronto sustanciosos, recaerán sobre determinados procesos del grupo, en especial sobre aquellos que conciernen al nacimiento de las posiciones ideológicas y míticas 3. Didier Anzieu ha reaccionado a esos comentarios con el aporte de sus observaciones personales. El lector encontrará en los anexos de este libro dos documentos; uno concierne al texto dirigido a los participantes para presentarles una información sobre el grupo de diagnóstico, y el otro es el cuadro de las notas de evaluación de los participantes después de cada sesión. Una última observación, no la menor. Los comentarios que pro-

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ponemos no son en ningún caso análisis de personas. Nada nos autorizaría a ello: ni la situación de grupo de formación, ni el afán de saber acerca de las personas, un afán que resultaría erróneo, salvaje, anticientífico e irrespetuoso. Las personas incumbidas en este grupo son tributarias de los procesos específicos que funcionan en esta situación, y el valor formativo de tales grupos consiste, precisamente, en hacer discernible el juego de esos procesos. Luego, nuestros comentarios se centran en el análisis de las formaciones psíquicas y de los procesos revelados, actuantes y activos en la construcción del grupo. Atañen al análisis de lo que he denominado aparato psíquico grupal (allí donde el grupo se construye y funciona como formación imaginaria) en su tensión dialéctica con el aparato grupal (allí donde el grupo se construye y funciona como formación social real). En el aparato psíquico grupal, las personas cumplen, en algunas de sus formaciones psíquicas y por asignación ajena o por autoasignación, papeles instándoles, imagoicos y fantasmáticos, representaciones de afectos o de mecanismos psíquicos, y el conjunto concurre a poner en escena un organizador grupal. Pero las personas —los participantes, el monitor, los observadores— no se reducen a ser tan sólo esos papeles, esas representaciones, esos sitios. Esto debe estar presente en el ánimo de quien lea este texto, sea cual fuere la comprensión que de esta experiencia quiera elaborar.

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PRIMERA SESIÓN Jueves, de 16 y 15 a 17 y 45 [1,1*] Todos los participantes inscritos son puntuales, salvo Michel y Marcel. Didier, el monitor, es el primero en sentarse; a su izquierda se sienta Léonore y a su derecha Nicolas, y en seguida los otros. Marc y René, los observadores, se sientan juntos a una mesa próxima a la de los participantes. La sala es la de un laboratorio de psicología social: anaqueles de biblioteca, material de arreglo y, en el muro, un encerado.

*

La división en secuencias (1, 1: 1,2: etcétera) está destinada a permitir la remisión al protocolo en el comentario de las sesiones.

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[1,3] El monitor formula las reglas de funcionamiento del grupo de diagnóstico: hablar de lo que se siente aquí y ahora, restituir a la sesión lo que se ha dicho acerca del grupo durante los intervalos, abstenerse de toda relación personal durante la temporada entre el monitor y los participantes, definición de los sitios y los horarios, definición de su función y de la de ios dos observadores. Añade que al final de cada sesión uno de los observadores distribuirá una hoja en la que cada cual podrá asentar su grado de satisfacción; se calculará un término medio, y éste podrá ser comunicado a los participantes. Silencio de 3 minutos, interrumpido por Rémi, quien, con Roger [1,4] y Antoine, propone elegir observadores-secretarios dentro del grupo mismo. Apenas formulada la proposición, inmediatamente ellos mismos la critican y abandonan: Rémi: En el fondo, ¿para qué duplicar a los observadores oficiales? Antoine: ¿Necesitamos realmente una memoria? Como el monitor, queremos tener nuestros observadores, como en A...3 Doblemos la hoja. Roger: Más vale conformarse con lo establecido. Antoine vuelve a su proposición: «Así, por nuestra parte, podríamos formarnos [1,5] para observar», y recuerda que la necesidad de formación para las relaciones de grupo y las técnicas de animación se había dejado sentir vivamente en oportunidad de una reciente reunión de la Asociación de Psicólogos. Antoine recuerda que, en ocasión de la reunión de A..., lo que hubo de motivar una formación común fue la heterogeneidad de las formaciones y actividades de los prácticos. Desde entonces ha reflexionado en ello: «En rigor, este grupo ha comenzado en cada uno de nosotros cuando recibimos la papeleta de convocatoria y la nota sobre el grupo de diagnóstico». Sugiere que se reflexione en las razones que motivan la necesidad de formación de cada cual y que «se analicen nuestras razones de mejorar nuestra formación». Céline da a observar que Antoine propone ahora un tema de discusión, tras haber indicado y luego abandonado un modo de organización del grupo: «En suma, [1,6] planteáis la pregunta de por qué estamos aquí... Es un medio de conocernos mejor». Antoine

A... es la ciudad en la que algunos meses antes se llevó a cabo una temporada de estudios de la Asociación de Psicólogos, a la que pertenecen como afiliados la mayoría de los participantes del grupo. En A... se adoptó la decisión de organizar esta temporada de grupo de diagnóstico. Los psicólogos habían trabajado en comisión, con un ponente, y luego de acuerdo con la técnica del Phillips 66, cuyo empleo había yo propuesto. Antoine y Roger dan brevemente esta información. 3

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pregunta dirigiéndose al foro «si se está de acuerdo en que se diga por qué se está allí». Léonore: Estoy de acuerdo. Pero me habría gustado conocer de antemano a la gente con la que vamos a vivir durante tres días. No conozco a nadie aquí, excepción hecha de Marguerite. Roger: ¿Está de acuerdo el grupo? Antoine: Así, todos estamos en el mismo nivel. Rémi: Conocer a los demás, sí, ¿pero en qué sentido? ¿La personalidad, nuestras preocupaciones profesionales, nuestra función social o nuestras motivaciones? Acaso sería perturbador enunciar la función social si queremos conocernos como personas. Léonore: ¿Hay un nexo entre ambas cosas? Roger: Eso permitiría homogeneizar. Uno es uno, sí... Que comience Antoine. Llega Michel. [1,7] Antoine ha conocido a Roger en París; se tutean. Antoine trabaja como psicólogo en una gran empresa. Está aislado; el ambiente de su trabajo es degradante. Le agradaría encontrarse con otros psicólogos. «Es bueno encontrarse entre psicólogos. ¡Aquí voy a poder hablar con personas de mi nivel!» Hay risas. «¡Hum! ¡Tal vez! ¡Más o menos! Si se puede... ¡Hay algunos que saben más que otros!» Breve silencio. Llega Marcel y se sienta sin hacer ruido; se disculpa por su atraso. Continúa la presentación. Céline (muy intimidada, apenas audible) dice ser psicóloga en un Centro de Formación donde se siente sola; todo el año tiene que vérselas con grupos. Desea saber cómo funciona un grupo. También Agnès es psicóloga; se ocupa en orientación, no tiene contacto con los demás y manifiesta «mucha curiosidad por el funcionamiento de los grupos; cómo funcionan». Josette es psicóloga en un Centro de Observación en el que ¡«todo el mundo hace dinámica de grupo»; le gustaría ver por sí misma «de qué modo funciona esto y después valerme de ello; soy curiosa, un poco como todo el mundo aquí, ¿no?». Declara estar ansiosa por saber si el conocimiento que sea posible extraer de esta experiencia permitirá igualar las relaciones entre todos con respecto al saber sobre los grupos que algunos tienen. Marcel es psiquiatra; anima grupos de enfermos, grupos de tendencia psicoterápica. Le agradaría tener una experiencia personal de la situación de grupo. Marguerite es psicóloga en un consultorio de niños; tiene que ver con médicos y educadores en trabajo de equipo y querría «darse cuenta de lo que pasa, nivelar o atenuar las diferencias entre los diferentes especialistas, mejorar las condiciones del tra-

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bajo en grupo y establecer nuevas relaciones con otros». Philippe tiene importantes responsabilidades en la formación de trabajadores sociales; con esta experiencia de grupo desea poder vivir otra cosa, ubicarse mejor con respecto a sus colegas en los equipos de trabajo y también con respecto a los estudiantes que se deben instruir en el conocimiento de las situaciones de grupo de las que él mismo sabe poco, pese a que debería conocerlas, pues ésa es, dice, «una dimensión de su tarea, aunque manifiesten una gran ambivalencia para con la dinámica de grupo. También con respecto a mí son ambivalentes... Para mí, esta temporada es el único lugar donde puedo efectuar esta experiencia». Roger: Y para mí estar aquí es, antes que nada, un día de trabajo que uno se salta... (Risa general.) Roger es psicólogo en un centro de formación de adultos; es el único psicólogo de ese centro, se siente aislado y querría romper su soledad psicológica y profesional. Nicolas: Yo estoy un poco como Marcel. Trabajo en un consultorio de psicóticos, y también estoy otro poco como Philippe: me ocupo en la formación de trabajadores sociales en medio obrero... [1,8] Didier: ¡Pues bien, y yo... (risa de todos4), a mí me gusta hacer grupos de diagnóstico. Lo que me interesa mucho es la relación del grupo, no con quien lo dirige, sino con todo aquello que atañe a su evolución y la modifica. Me intereso por el grupo desde un punto de vista teórico, es decir, por los momentos, los procesos, los fenómenos del grupo, y también por motivos personales: la dimensión del grupo es algo que me complace sobremanera... Siento necesidad de hacer grupo. Léonore: Yo soy psiquiatra particular; trabajo privadamente. Estoy muy aislada en mi trabajo. Mi aislamiento es peor, total, más completo que el de los demás. Trabajo privadamente: en mi ciudad resulta imposible formar un grupo de trabajo con colegas u otras personas. Adoro hacer experiencias. Hago experiencias, hago montones de cosas. Me gustaría mejorar el contacto con los enfermos... En mi ciudad tengo que ser una mujer-orquesta: psiquiatra, psicóloga, hacer electroencefalogramas, psicoterapias, etc., etcétera (comentarios admirativos a propósito de todas esas actividades). Rémi es consejero de orientación. En la época en que cursaba su licenciatura de psicología había tomado conocimiento, gracias a lecturas, de la dinámica de grupo, «conocimiento libresco y teóLas risas se deben al hecho de que los participantes no esperaban que el monitor tomase la palabra en el curso de esa vuelta de presentaciones. 4

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rico», cuando para hacer grupo hay que adquirir un saber práctico. Pero tiene cada vez más que ver con grupos: consejos de clase, consejos de orientación. Es necesario recibir un complemento de formación en este terreno, «hacer algo que sea diferente... e interesante». Michel es psicotécnico. Lo ha traído a esta temporada, «no realmente una preocupación profesional, sino la curiosidad y el interés teórico por las relaciones interpersonales: en mi trabajo tengo, sobre todo, la experiencia de la entrevista, de la relación de dos, y he sentido la necesidad de efectuar una experiencia en grupo... y además está la curiosidad». Silencio de un minuto. [1.9] Antoine propone reunir en una síntesis las diferentes razones dadas por la presencia de cada cual: por una parte, objetivos prácticos y profesionales de formación, como lo había presentido la Asociación de Psicólogos («renacer psicólogo, reformarse»); por otra, la curiosidad, el deseo de romper el aislamiento y el ritmo de la diaria rutina. Lo ha sorprendido cierta homogeneidad de todos en la formación y las situaciones (aislamiento), y también cierta complementariedad: «Médicos, psiquiatras, psicólogos, educadores: todo esto va junto». Se aprueba la observación de Antoine. «Además —dice—, es también la ocasión de reencontrarse en condición de sujeto examinado.» Agnès aprueba: «Sí, ahí está la curiosidad... Tal vez le saquemos aplicaciones». Philippe vuelve a expresar su necesidad de ver claro en su propio nivel y de aprender a objetivar e interpretar las observaciones de grupo, única garantía para ser objetivo. Piensa que en el grupo debe de ser posible «conocer desde adentro el funcionamiento de los grupos». Silencio de 45 segundos. [1.10] Rémi pregunta a Léonore si las exposiciones han satisfecho su deseo de conocer a los demás. Michel, Roger y Antoine se formulan la misma pregunta: ¿qué pensaba ella al respecto? Léonore: De este modo comienzo mis interrogatorios de psiquiatría... Decir que he progresado, no. Me gusta situar a la gente... Céline: Estas exposiciones se imponían para conocerse. Michel: En cada uno de nosotros había una curiosidad latente; había que expresarla, hacerla salir... Léonore: He observado que justamente después de nuestras presentaciones hubo un gran silencio... Michel: ...grávido de reflexión...

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Léonore: Sí, algunos sonreían al hablar, otros tenían una voz fuerte y otros débil... Para mí, eso cuenta. Michel: ¡Es observación sistemática! Léonore: ¿Es malo ser curioso? X (un hombre): No, pero uno nunca satisface su curiosidad... Antoine: He observado que, frente a los colegas, uno es curioso y ciego. Una ceguera psicológica... ¡La solidaridad profesional debe actuar! Yo jamás interpreto su comportamiento, sus tics... (risas prolongadas). [1,11] Léonore: ¡Hay que descongelar la atmósfera! (Breve silencio.) Roger: ¿Acaso el grupo se propone como objetivo elucidar las motivaciones de cada cual? (Dirigiéndose a Léonore y Michel: Las apariencias no son quizá la realidad. Varios: ¡Oh, vamos! ¿Usted quiere trabajar (barullo)... o jugar? Roger: También podemos hacer otro trabajo: reír, hablar de las vacaciones... Antoine: O bien nos hablamos de nuestras motivaciones con respecto al grupo, o bien volvemos a hablar de nuestras motivaciones con respecto a la profesión. ¿Se acepta mi propuesta? Michel: ¿Cuál? Antoine: Saber si necesitamos aquí una formación, qué es lo que se busca... Ya lo he propuesto. El Phillips 66 no es suficiente para los grupos. En nuestras profesiones no podemos permitirnos estar mal formados... (aprobación); hay que formarse permanentemente. Todos ejercemos profesiones bastante parecidas; digamos que en las relaciones humanas se necesita conocer desde adentro la realidad, no sólo con técnicas que permanecen en la superficie, que actúan desde afuera, superficialmente. Breve silencio seguido de un intercambio bastante intelectualizado; advierto que se trata de la apariencia y la realidad, del adentro y el afuera, de lo que es externo y lo que es interno en el psiquismo, de lo que la gente lleva en su mollera. [1,12] Michel: En el fondo, aquí, en este grupo, se busca en nuestro pasado aquello que puede sernos común; somos arqueólogos. .. Léonore: ¡Hablar de la necesidad de formación, de nuestras motivaciones profundas...! Es difícil (breve silencio). Roger: En todo caso, con la elección de un tema tal vez logremos suprimir el silencio... ¿Está el grupo de acuerdo en hablar sobre la necesidad de formación? Agnès: ¿Hay que estructurar el grupo desde la partida?

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Marguerite: En el fondo, no se sabe muy bien para qué estamos aquí... Silencio de un minuto, más o menos. Philippe: Es bastante normal que estemos silenciosos. Como psicólogos, adoptamos una actitud de benévola neutralidad... para observar al cliente y ejercer un control sobre uno mismo. En este grupo hay una proeza en la partida, la de cómo unos psicólogos van entre ellos a poder cambiar de actitud (risas). No somos ingenuos, pero siento la curiosidad de saberlo (risas); es el tipo más difícil de grupo. Antoine: Yo ya he seguido grupos de discusión de psicólogos, en controles, cuando era estudiante. Se decía: no nos dejemos de hablar, seamos corteses... Siempre había un líder. Me humillaba no serlo. Aquí no me freno... Marguerite: ¡Vuelve usted a caer en lo mismo! (Breve silencio.) Pienso que participando en el grupo se aprenderá más. Tengo la impresión de que entre nosotros algunos participan y otros no... Están los que escriben. [1,13] Michel: Tal vez hay observadores... Antoine: Tal vez compadres... pagados para eso; por ejemplo, los que escriben. Nicolas (que desde el comienzo de la sesión toma notas en un cuaderno): Si uno habla, lo agreden; si se calla y escribe, lo agreden. Por ejemplo, Léonore ha agredido a Antoine, y ahora me agreden directamente (protesta de Léonore y Antoine). Didier: ...apuntándome de rebote... Nicolas: Sí, una agresividad latente entre nosotros y para con el monitor (protestas). Silencio. Michel (mirando a Nicolasy Didier, sentados uno al lado del otro y ambos tomando notas): Y de paso han hecho añicos el tema... (silencio). Rémi: ...sin eliminar a nadie ni nada (risas). Si discutíamos de la profesión de psicólogo, qué es ser psicólogo... Hay una interacción entre la condición de ser psicólogo y la profesión, el hecho de ser un psicólogo. Estamos un poco aparte dentro de la profesión. Reunimos las condiciones de psicólogo y el hecho de ser psicologistas... ¿Cómo discutir de esto? Mientras Rémi habla, ruido de sillas y ceniceros removidos, algunos apartes, y se llevan unas flores que había en el centro de la mesa. Nicolas (repentino): ¿Realmente necesitáis un tema?

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Miran a Nicolas, quien parece irritado con su propia pregunta. Breve silencio. [1,14] Marcel: ¿Y si propusiéramos un juego, un simpático juego...? Nicolas(cortante): ¿Por qué un juego? ¿Cuál? Josette (a Roger y Léonore): Para descongelar la atmósfera. Nicolas: Entonces, juguemos francamente. Roger: Entonces, jugamos todos. Rémi: Juguemos al grupo de diagnóstico (risas). Josette (a Roger): ¿Tiene usted alguna idea secreta? Nicolas (antes de que Roger responda): Esto es lo que me asombra: en el fondo, tres personas han sido desaprobadas. La manera de proceder de este grupo es desaprobar. Uno piensa que en el fondo está aquí perdiendo el tiempo, y que se juega para ser serio, para hacer seriedad... Roger: Creo que queremos jugar para evitar los asuntos profesionales. Philippe: ¿Porque los asuntos profesionales son tabúes? Michel: No tenemos ganas de trabajar. Antoine: Sin embargo, ésta es la ocasión de discutir de sus problemas con sus iguales... Rémi: Sí, ¡pero aquí la conversación es, después de todo, una cosa muy distinta del trabajo! Silencio de un minuto; no hay un ruido. [1,15] Antoine se dirige entonces a Léonore, para recordarle que ella había dicho que estaba muy aislada en su ciudad, no obstante ser médico («Los médicos tienen muchos contactos y relaciones»), y que se quejaba de no poder platicar con colegas. Léonore aprueba. Antoine, Marguerite y Rémi la interrogan: «¿Ocurre igual entre los psiquiatras?». Léonore: En L... no hay más que rivalidades, clanes, capillas: personas que finalmente están fuera de circuito, y también yo estoy afuera. Rémi: ¿Acaso ha venido aquí para aprender a manejar los clanes? (risas, un breve silencio, sillas movidas). Léonore responde que no, que ha venido para aumentar su capacidad, de trabajo con muchos grupos: estudiantes, padres de alumnos. También se ocupa en planificación familiar (risas bastante prolongadas, de todos, con una pizca de molestia). Hace poco participó en un grupo de formación compuesto por asistentes sociales y un psicosociólogo: «Era un grupo muy frío; me miraban con ojos raros... Acá no sentimos frío. Los asistentes sociales no tie-

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nen un estatuto preciso, y les molesta mucho no tenerlo; tienen muchos problemas para entrar en los grupos». El grupo subsistió más allá de las reuniones previstas: «No queríamos morir; nos volvemos a ver de cuando en cuando. Nos encanta volver a vernos... No decimos mayor cosa; estamos contentos. Juntos nos sentíamos muy bien». [1,16] Un silencio bastante prolongado sigue a la intervención de Léonore. Se habla a media voz. Tengo dificultades para anotar, para oír lo que dicen los varones: Antoine expresa que la inquietud en grupo se debe a la jerarquía; Marcel, Roger, Michel y Rémi hablan entre ellos, murmurando. Roger: He abandonado mi título de psicólogo. Me presento como consejero profesional; a la gente le resulta más fácil que uno no se presente como psicólogo. Rémi: Para mí es lo mismo. Habría que cambiar «examen psicológico» por «consulta psicológica». La gente tiene mucho miedo del psicólogo y el psiquiatra; piensa: Me toman por loco. Sigue una discusión sobre el temor al psicólogo (se interroga a Agnès y Roland). Rémi: ¿Seríamos los mismos si no hubiera observadores? Alguien: Los habíamos olvidado... afuera... no como nosotros... un poco como el monitor. A Didier no lo olvido. Nicolas: No son los observadores los más peligrosos, sino los psicólogos mudos en torno de esta mesa, los que no participan en el grupo. Céline: Si usted continúa, Didier se va a sentir aludido. Didier: Ya me siento. Céline: He observado que los alumnos que se sentían molestos frente al psicólogo eran los que ya habían tenido algún contacto con él. Nicolas (a Céline): ¿Acaso usted...? ¿Has dicho el fondo de tu pensamiento? Céline no responde. Philippe piensa que, por el contrario, la gente acude gustosa a una reunión cuando sabe que hay un psicólogo; esta declaración desencadena cierto escepticismo. Los psicólogos creen saber, ser diferentes... Se les tiene miedo. [1,17] A una señal del monitor, entrego a cada uno de los participantes una hoja en la que se los invita a señalar, con una cifra del 1 al 5, su grado de satisfacción. En la pausa, los observadores examinan los resultados y establecen el promedio de las cifras de satisfacción del conjunto y, a medida que las sesiones se suceden, la curva de cada cual y del grupo.

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[1,18] Durante la pausa, el monitor y los observadores procuran señalar las principales fases de la sesión y redactan un breve informe de ésta, que les será entregado a los participantes al finalizar la temporada. Advertimos conjuntamente que las respectivas presentaciones individuales han satisfecho muy poco a los demás, que la búsqueda de las «motivaciones profundas» de la concurrencia de cada cual a la temporada pone de relieve los temas del aislamiento y el deseo de formarse en la relación con el prójimo, que la relativa homogeneidad de estatuto y funciones acentúa el sentimiento de estar aparte, que la situación de grupo es para ellos incómoda y desconcertante (observadores-observados), que no es posible trabajar ni jugar y que todos están aquí tan aislados como en su profesión. Didier presta atención a la unidad de apariencia encontrada en el emblema «grupo de psicólogos» conducido por un superpsicólogo; pero esa unidad permite eludir el carácter extraño de la situación y el problema del lugar del monitor (de quien se sabe que es psicoanalista) y de los observadores. Didier advierte que varios participantes, que han sido alumnos suyos, no han podido decir directamente su molestia de ser nuevamente «examinados» por él. No observo que también se podría tratar de mí. COMENTARIOS SOBRE LA PRIMERA SESIÓN (RK) Con el enunciado de las reglas de funcionamiento del grupo de diagnóstico, el monitor [1,3] da existencia al grupo como posibilidad de realización. Este objeto posible, verosímil, ya está constituido por cada uno y todos como objeto fantasmático y como objeto situado dentro de un proyecto colectivamente elaborado: el de un grupo de formación, cuyo pedido se formuló en el curso de la reunión anual de la Asociación de Psicólogos. Antoine [1,5] se refiere directamente a esa preelaboración grupal. Como objeto, el grupo preexiste a toda puesta en situación. Y el monitor, con sus indicaciones operatorias, proporciona asimismo un soporte a la evaluación del objeto (las notas acerca de la satisfacción solicitadas al final de cada sesión). Si con su palabra instituyente enuncia las condiciones de los intercambios (verbales y, en este caso, escritos) entre los participantes, los observadores y él mismo, entre el grupo y su medio circundante externo, la manera en que se comprende su palabra es función del lugar que el monitor ocupa desde luego en el fantasma de algunos. También es función del

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lugar al que cada cual se va a ver asignado y de la valencia que va a adquirir el objeto-grupo para los participantes y, ante todo, para tres de ellos [1,4]. Antoine, Roger y Rémi han de manifestar que la organización de los intercambios, el lugar de los diferentes objetos, es el poder, no del monitor, sino de ellos mismos, del grupo y, finalmente, de la Asociación de Psicólogos, que la ha promovido. En esa primera tentativa de asignación, que es, además, una tentativa de trasgresión, y desde los primeros minutos, se van a estructurar las relaciones con el grupo, con el monitor, con los observadores y entre los participantes. Las interpretaciones psicosociológicas de esa tentativa de asignación de lugar y de trasgresión, ora en términos de reducción de la dependencia y de búsqueda de autonomía, ora en términos de reequilibración de fuerzas o de conflicto de poder, no rinden cuenta de la dinámica ni de la economía psíquica inconscientes que la organizan. Una hipótesis más eficaz debería permitir informar acerca del conjunto de las significaciones vinculadas a ese intento de alteración de la regla. Tenemos, pues, que tomar en consideración el conjunto de los fenómenos que lo suceden, así como los que lo preceden, y deslindar diferentes niveles del análisis: el de la transferencia y la escisión, el de las identificaciones, el de la fantasmática inconsciente y el de sus elaboraciones dentro del discurso ideológico. a) A la puesta en situación del grupo de diagnóstico se la siente como una puesta en tela de juicio y hasta como una acusación de las expectativas de los participantes: obtener lo que se le ha pedido, deseado y hecho verosímil al objeto que fantasean poder obtener [1,6 a 1,9]: una formación; una anulación de la ruptura y el aislamiento por medio de una experiencia vivida en común y renovadora; un grupo; un saber sobre el prójimo y sobre sí (aunque este último punto es poco patente). La puesta en situación es una puesta en tela de juicio de esas expectativas, un cuestionamiento de los objetos a que apuntan y del ideal narcisista de perfección de los participantes, y es, a la vez, promesa de una realización y amenaza de una pérdida. En efecto, acudir a un grupo de diagnóstico es correr el riesgo de un cambio en la economía psíquica interna, en las relaciones de objetos y de instancias y en las identificaciones que constituyen el Sí y que aseguran su sentimiento, su permanencia y su continuidad. La puesta en situación del grupo de diagnóstico suscita, pues, el temor de que

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los objetos internos, los ideales y el sentimiento de Sí y de su continuidad van a ser amenazados. El temor y la angustia de ser desposeído, deformado y hasta destruido y desestructurado coexisten con el esfuerzo por mantener la tensión hacia el objeto afantasmado y la continuidad del Sí, amenazados por la pluralidad de los participantes frente a frente, tal cual es temible la imagen de una discontinuidad y de una heterogeneidad: en ella, uno ya no se reconoce. El Sí está amenazado por esa representación pre-grupal, anárquica y fragmentada que lo figura. Sí es un grupo, como yo es otro. Además, el grupo ahora actualizado amenaza con atentar contra la imagen idealizada del otro grupo, el de ayer, el de la reunión de la Asociación de Psicólogos, cuya reliquia ha sido conservada por la mayoría, y que soporta la demanda de ser satisfecho por el otro grupo. b) Inicialmente, por tanto, a la angustia la desencadena el conflicto de las pulsiones libidinales y destructoras opuestas al nuevo objeto ambivalente; éste amenaza con atentar contra el ideal narcisista de cada cual, del que el grupo idealizado es depositario y figura; pero también es la finalidad de las pulsiones libidinales y del deseo de los participantes. La angustia de los participantes, que se expresa a través de Antoine, Rémi y Roger [1,4], se presenta como la angustia de verse destruidos por el grupo, por el monitor que lo instituye, por el equipo constituido por el monitor y los observadores y por su saber distinto acerca de lo que en cada cual es distinto, diferente y extraño. Mediante el enunciado de la regla, el monitor instituye a los participantes en un campo de relaciones objetales y en una red fantasmática en la que su solicitud se encuentra reemplazada hasta en el dispositivo operatorio por el que solicitudes tales están en condiciones de ser tratadas; pero el enunciado de la regla funciona también como pilar y soporte de la resistencia para la solicitud inconsciente. Modificar el dispositivo de la observación es rechazar al monitor que instituye la regla, luchar contra la situación grupal ansiógena, reconstituir un objeto capaz de ser bueno, por la repetición de una experiencia anterior idealmente buena. Pero es también correr el riesgo de privarse del monitor y su saber, de lo que el grupo solicitado contiene como potencialidades «buenas» y cuyo lugar en la fantasmática de cada cual está marcado, como objeto de expectativa, por una valencia positiva. Es posible considerar este primer episodio como una tentativa inicial por hacer fracasar la angustia de la des-

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tructividad, el temor a la omnipotencia del monitor, el desamparo moral provocado por la pérdida de los objetos internos y, sobre todo, de los objetos-soportes de los ideales narcisistas. El sistema defensivo empleado para luchar contra esa angustia paranoideesquizoide se caracteriza por la proyección y la introyección, la Renégación, la escisión y la idealización de un objeto bueno. También podemos pensar que la tentativa inicial es una solución elaborada para mantener el fantasma de la reunión del Yo de los participantes y de su Ideal del yo, reunión que moviliza el deseo de una formación. Apropiarse del dispositivo que conduce a esa reunión significa hacer fracasar una posible no-reunión, cuyo agente sería la presencia del monitor. Se trataría, luego, de una tentativa de control maníaco del objeto, o, con mayor exactitud, de la relación entre el Yo arcaico de los participantes y su Ideal, en la medida en que esta relación se halla amenazada desde adentro y desde afuera. El miedo a ser destruido por el grupo y el monitor resulta, pues, de la proyección de las pulsiones destructoras de los participantes sobre estos objetos, a la vez amenazadores, extraños, extranjeros y que requieren, de ahí, un control [1,10]: el interrogatorio de psiquiatría [1,16]; [1,18]: el examen; y «buenos», o susceptibles de serlo. La proyección no se puede efectuar, por tanto, sin correr el riesgo de destruirlos [de donde el abandono de la proposición de 1,4]; se efectuará de acuerdo con dos modalidades principales: la proyección de las malas tendencias sobre el «exterior» (sobre los otros grupos profesionales, los observadores, la ciudad de Léonore) y además sobre Nicolas, quien recibe, por desplazamiento, la transferencia lateral negativa; se insistirá en la exterioridad amenazante de tales objetos y se marcará su radicó diferencia. La lucha contra la amenaza exterior se duplica con la instauración de un objeto interno bueno (Léonore, el grupo como unidad imaginaria) y la introducción en el grupo de la parte mala de cada cual, pero controlable en Nicolas. Al objeto malo se lo identifica: asegura una continuidad gobernable con los peligrosos objetos externos malos (el monitor y los observadores), que amenazan el grupo. Sin embargo, un ataque directo contra el monitor suscitaría una angustia tal, que la única salida sería el abandono del proyecto defensivo. La angustia sólo se puede reabsorber, por eso, merced a otras vías: el regreso al orden inicial explícitamente reconocido como norma [1,4], el señalamiento y la afirmación de cada cual como solidario de un cuerpo único homogéneo [1,6; 1,7;

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1,8; 1,9] y funsional [1,11; 1,13], el señalamiento de Nicolas como objeto atacable malo, sustituto del monitor y los observadores [1,13], y la constitución de Léonore como objeto parcial bueno, capaz de defender al grupo y de hacerlo vivir [1,8; 1,15], no sin que se manifieste (Rémi) para con ella un temor persecutorio [1,15]. c) A lo largo de toda esta sesión se desarrollan los temas y los mecanismos de defensa característicos de la posición paranoideesquizoide, que prevalece, según H. Scaglia (1974), durante el período inicial de un grupo. El modo lógico de enunciación de las relaciones es el de las oposiciones binarias que resultan de la escisión: aislamiento/homogeneidad, diferencia/igualdad, adentro/ afuera, apariencia/realidad, interno/externo, superficie/profundidad, malformación/reformación, presente/pasado, etc. Nicolas es el primero en descubrir y expresar proyectivamente la relación de objeto agresiva frente al monitor, los observadores y aquellos que, como él, no parecen participar en los intercambios orales. El monitor hace presente que también él ha sido atacado, y con ello [1,13] consolida la posición de Nicolas, identificado con el monitor-blanco; la posición de doble a la que el propio Nicolas se asigna ha de ser posteriormente explotada por los participantes. Nicolas protege al monitor, al que idealiza; interpreta de una manera persecutoria, para intentar asegurar su propia defensa y la de su objeto idealizado, al monitor, y Nicolas se encuentra, así, ocupando la posición del perseguidor, quien, en cambio, polariza el ataque persecutorio del grupo, en lugar y en el lugar del monitor. Da sobrados motivos a los temores de los participantes, quienes tienen entonces a su merced, y sin mayor riesgo, a su monitor «malo». Esta ecuación inicial va a ser determinante para la continuidad de la temporada; tendrá valor de impronta, como el apego a Léonore. Los participantes no pueden soportar la revelación que de su agresividad latente les hace Nicolas [1,13; 1,14], ni, por consiguiente, la de su angustia persecutoria («una segunda idea en la cabeza»), como tampoco la posición distintiva que toma Nicolas, quien de ese modo rompe la igualdad ideal, necesaria para luchar contra la desintegración, la destructividad y el parcelamiento [1,6; 1,7; 1,9; 1,13]. Esa posición va a contribuir a hacer posible una distribución y una atribución de papeles instanciales (es decir, que corresponden a las instancias del aparato psíquico individual),

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de figuración de objetos, de imagos y de procesos; en una palabra, de los elementos necesarios para la puesta en escena grupal de la fantasmática inducida por Léonore5. Ésta va a ser establecida por los participantes tras haberse propuesto a sí misma como uno de los elementos fundamentales en el escenario del ataque por el objeto malo y de defensa por el objeto bueno idealizado. Léonore y Nicolas son los directores artísticos y los protagonistas; dentro de la escisión cuyos términos encarnan, representan los polos de un conflicto que atraviesa a cada participante a propósito del grupo-objeto, del monitor, de los observadores y de los demás participantes. Juntamente con Nicolas, Léonore propone y polariza la distribución de los papeles fantasmáticos instanciales y objetales que estructuran el naciente aparato grupal y las relaciones entre los participantes. Se distingue, ante todo, por lo que ella dice de sí misma: lo es todo, «mujer-orquesta» [1,8] y aislada (por tanto, disponible); se ocupa en asuntos de sexualidad y nacimiento [1,15]; posee la experiencia de otro grupo, plenamente satisfactorio y sin fin. Es médico y atiende cuidadosamente las relaciones con los enfermos. Se encarga del cuerpo; va a ser la matriz del «cuerpo» del grupo, su cuerpo mismo. Desde luego, se la ha señalado como la persona a la que los participantes deben satisfacer para sentirse satisfechos [1,8]: primer esbozo de una imago materna omnipotente; [1,15]: otra referencia a su poder atinente al cuerpo, la sexualidad, la pareja y el nacimiento. Sus evasivas respuestas sólo logran, por lo demás, alimentar la curiosidad de que ella es objeto. Suscita y mantiene con mayor profundidad una relación de apego (sonrisa, voz, alimento), que irá desarrollándose a todo lo largo de la temporada. Cuanto se dice a propósito del nacimiento y la reformación, del conocimiento ajeno y la curiosidad, del adentro y el afuera, de lo profundo y lo superficial, de lo externo y lo «interno» —es médico— [1,11, 1,10], le incumbe y apunta a ella como representante del objeto materno bueno y como modelo del grupo: saber «lo que la gente tiene en su mollera» [1,11], «buscar en lo pasado lo que es común, como arqueólogos.» [1,12], es tener lo que ella tiene de bueno, lo bueno que contiene el grupo; es obtener lo que ella promete y que ya da... a entender y desear: los secretos del nacimiento y la procreación, la satisfacción plena y sin fin, la omnipotencia y la inmortalidad.

He propuesto la teoría de este proceso de construcción del grupo en mi libio El aparato psíquico grupal. En lo que atañe a la orientación de los comentarios aquí propuestos, quiera el lector dirigirse a mi introducción a la presente Crónica, sobre todo en su parte final. 5

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La seducción que Léonore ejerce y suscita entre los participantes deseosos de ser seducidos por ella contribuye a tejer las relaciones imaginarias y narcisistas que el grupo establece contra las heridas y los estragos fantasmáticos causados por los objetos malos y la crueldad de su Yo Ideal. d) En el curso de la primera sesión, los participantes ponen en escena una serie de relaciones especularías a través de las cuales tratan de constituir la imagen de un grupo corporizado, unificado y homogéneo. La presentación que hacen de sí mismos es, en efecto, «homogénea» [1,7; 1,8], y Roger la estima y justifica [1,6] desde un primer momento, y Antoine [1,9] así la subraya. El tema de la igualización de las relaciones y los niveles, de la nivelación de las diferencias, aparece en reiteradas oportunidades entre varios participantes [1,6; 1,7; 1,9; 1,12] como negación de las diferencias y la heterogeneidad. Es, por otra parte, un tema vinculado a la relación imaginaria entre los participantes y el monitor y los observadores. Desde los primeros intercambios que siguen a la enunciación de las reglas por el monitor, el grupo intenta proponerse como doble del staff6: «Como el monitor, queremos tener nuestros observadores» [1,4]; los observadores del grupo vendrían, pues, a duplicar los del staff. Hay en ello no sólo una tentativa de control, sino también un esbozo de relación especularía: el monitor es para los participantes una imagen narcisista; todopoderoso, así lo miran sus observadores. El monitor es un «superpsicólogo» (sobreestimación, idealización). El grupo pretende ser el reflejo simétrico del monitor y el staff [1,4]; éstos constituyen para los participantes un término de referencia identificatoria y defensiva a un grupo solidario supuestamente unido, cerrado en sí mismo, sin duda de miedo a estallar. Tales relaciones en espejo permiten que cada cual asuma su propia imagen corporal, una de cuyas partes se exterioriza y aliena en un cuerpo más vasto, más poderoso. Las imágenes del cuerpo grupal, total, se hallan referidas a la experiencia idealizada que los participantes tuvieron hace poco en A... y a Léonore, que para ellos proporciona y representa una imagen grupal perfecta, la misma cuyo recuerdo y cuya nostalgia conserva Léonore: el grupo de L... Son imágenes que observan el sentido de esa Con este anglicismo, de uso comente entre los practicantes franceses de la dinámica de grupo, designamos el equipo formado por el monitor y los observadores. Los participantes no empleaban esta palabra. 6

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re-presentación: la nostalgia o el reconocimiento de un lugar anterior, especulario ([1,6]: Léonore/Marguerite; [1,7]; Antoine/ Roger; [1,7]: Nicolas es «un poco como Marcel, un poco como Philippe»). Cada cual es para el otro el doble reparador que viene a confirmar la existencia y la continuidad de su propia imagen, ¡La constitución de la imagen del otro como idéntico a sí sirve de defensa contra otra imagen: la del doble destructor, proyectado sobre el staff y luego, por desplazamiento y reintroyección, sobre Nicolas. Por lo demás, en el conocimiento del otro y el grupo, del extraño y no de sí, llega cada cual en busca de su seguridad; Philippe [1,7] y el monitor [ 1,8] son los únicos en hablar de «motivos» que les incumben personalmente en su presencia en el grupo. El temor al otro como doble destructor se expresa, además, en el deseo formulado por Léonore [1,6]: le habría gustado conocer por anticipado a los miembros del grupo, así como en la reiterada afirmación de la diferencia de algunos: el monitor y los observadores [1,16], que son extraños, que desacomodan, que comprometen la unidad original por recuperar. En esa relación especularía narcisista, cada cual puede observar a su turno y ser observado: cada cual puede ocupar el lugar del otro, ser a la vez la imagen en el espejo y el otro exterior, extranjero, diferente y peligroso. Así, cada cual puede estar alternativamente en los dos polos y hasta constituir los dos polos antagónicos al fin reunidos en una relación dual: serio todo. Las imágenes fundamentales que representan este tipo de relación son el monitor y el staff, por una parte, y el grupo y Léonore, por la otra [1,8]: «mujer-orquesta», Léonore suscita la admiración y la gratitud, como los primeros suscitan el temor y la envidia. Tal y como Léonore necesita de todos para que el grupo forme cuerpo único (la duodécima sesión lo confirmará plenamente), al monitor no se le puede representar sino disponiendo de todo y confundiéndose con él: todo su saber y sus dos observadores. Por esa doble imagen especularía se modelan la imagen del grupo y las relaciones de los participantes con el monitor, con Léonore, con el grupo y entre ellos. La serie de los objetos escindidos da testimonio a la vez de las angustias de fragmentación del grupo y los participantes y de la defensa empleada contra las imágenes angustiantes: el fantasma de un cuerpo unificado, indiferenciado y fusionado. Todo ocurre cual si Léonore prometiera la futura fusión cuando evoca para lo» participantes el grupo por ella vivido y que hubo de calentarse tras

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haber quedado fijo y helado [1,15]. La esperanza de una supervivencia, como negación de la limitación temporal inexorable, nace de esa angustia mortífera ante el anonadamiento del cuerpo apenas constituido y del que nadie ha gozado aún. El único placer está más acá del habla: «No nos decimos mayor cosa; estamos contentos...». e) Las posiciones que toman los diferentes miembros del grupo se definen por el lugar que se les asigna en la puesta en escena grupal del fantasma inducido por Léonore y Nicolas. Los participantes, el grupo-objeto, el monitor y los observadores y el nogrupo (el exterior) se movilizan en la representación fantasmática a un tiempo como actores, espectadores y autores. Y en estas tres modalidades de papeles figuran «instancias», objetos, imagos, relaciones, procesos y polaridades (deseo-defensa). Mi hipótesis sostiene que los papeles fantasmáticos grupales se definen desde la primera sesión por su fidelidad a un fantasma de escena primitiva paranoica, inducido por Nicolas y Léonore. Dentro de esa perspectiva, el señalamiento de las posiciones de cada cual es un intento de establecer la distribución de los papeles: ¿quién está adentro (en el vientre materno figurado por el grupo) y quién está afuera? ¿Quién mira (y) quién es mirado? ¿Quién ataca (y) quién es atacado? Todos pueden, a la manera de Léonore-mujer-orquesta (lo es todo, contiene todo y figura a la madre arcaica, con la que se identifican el grupo y la mayoría de los participantes), ocupar esa posición permutativa [1,5]. Ya hemos indicado que las figuraciones de la exterioridad maléfica (el monitor y los observadores, que ven y oyen y que son vistos y oídos) son en tres oportunidades [1,4; 1,12; 1,13] reintroducidas en el grupo mismo, particularmente en la persona de Nicolas. La deseada instauración de buenas relaciones humanas (la ruptura del aislamiento merece que se la compare con el tema «descongelar la atmósfera», «grupo helado» [1,11; 1,14; 1,15]) hace temer a la vez la aproximación, la unión posible y anonadante y la pérdida de la posición de exterioridad, esa posición que asegura la defensa más eficaz del paranoico. De ahí el -«lugar» fantasmático de Nicolas, quien, destacando la presencia de los objetos malos en el grupo, evoca, con ello, la posición de exterioridad del perseguidor y se instala por sí solo dentro del grupo como importuno. La evocación del planning familiar por Léonore desencadena una risa molesta: [1,15] este tema condensa de manera conflictiva el deseo angustiante de un coito ininterrumpido y fusional, la tranquilidad de que la reproducción no

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será anárquica y destructora y la imagen de la omnipotencia de un control materno sobre el acto sexual. Las principales preguntas que sobrevienen en los intercambios se pueden comprender como las que se plantea el paranoico en su evocación de la escena primitiva: las de su existencia. Hemos formulado la hipótesis de que la tentativa de nombrar secretarios dentro del grupo se podía comprender dentro del registro de las relaciones especularías; trataríase para los participantes de mirarse con sus propios ojos. Y se trata, también, de echar una mirada de control (cf. asimismo Philippe [1,12]) sobre ellos mismos, sobre lo que sucede en el grupo [1,4]; pero sobre todo se trata de controlar al monitor-pene sádico. Esta tentativa fracasa provisionalmente ante el temor de retorsión que parece entrañar el ataque contra el pene. Por eso es necesario que se constituya un objeto bueno (Léonore) a fin de hacer posible y tolerable una relación menos amenazadora, menos frustrante, para la existencia misma de cada cual. Otra angustia suscitada por la puesta en escena de esta fantasmática es el temor de ser anonadado dentro del grupo. Los participantes vacilan entre el deseo y el temor de ser captados/de ser exteriores, de serlo todo/de ser nada. Además, la identificación de los varones con la imago paterna es aún imposible; ésta es una figura tanto más peligrosa cuanto que sólo parcialmente se la proyecta al exterior, donde se la ve tanto fantasmada como atacada por las pulsiones destructoras de los participantes en el interior del cuerpo grupal materno. Así [1,13], Michel y Rémi: «...han hecho añicos el tema; ...sin eliminar a nadie ni nada». Sin embargo, un llamado hacia la imago materna fuerte se desplaza hacia Léonore y la requiere: se le pide que hable, que se manifieste tranquilizada con su presencia. El grupo y los participantes contenidos en él se identifican con la madre arcaica, figura salvadora que promete el nacimiento y el renacimiento, como el grupo es la sede de la re-formación, pero que encubre tantos peligros por lo mismo que la ley paterna no viene a asegurar contra el riesgo de la destrucción y la deformación. Desde la primera sesión se organizan los procesos y los temas del discurso ideológico: su característica consiste en llevar a cabo un vuelco defensivo contra el fantasma que lo mantiene bajo su fidelidad y contra la elaboración social (simbólica) del fantasma de escena primitiva paranoica; es también la justificación secundarizada de las posiciones interpersonales y grupales tomadas en función de la representación fantasmática; es el depositario grupal del narcisismo de cada

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cual, al asegurar la permanencia de los ideales necesarios para la constitución del vínculo grupal. f) Son revelables otras características de la posición ideológica inaugurada: el discurso ideológico niega el orden del tiempo (hoy es ayer) y el de la diferencia7; todos «estamos en un mismo nivel» [1,6]. Entonces hay que comprender la tentativa de acting- in de comienzos de la sesión como regreso de lo que cada cual ha reprimido en el curso del trabajo de la preelaboración: que el grupo de A... está perdido, y que los psicólogos son diferentes unos de otros por su formación y su experiencia, por la edad y el sexo. Si bien se evoca la anterioridad (la de los participantes en A... y la de Léonore en L...), también se la niega muy luego, y la diferencia y la complementaridad se reabsorben en la idea de igualdad y unidad: «...somos uno» [1,6]. La ideología de la unidad y de la nivelación igualitaria acude aquí en defensa contra las amenazas inherentes al fantasma, apenas esbozado, de escena primitiva paranoica. Al promediar la sesión [1,9], la empresa que consiste en reunir los diversos estatutos (psiquiatras, psicólogos, educadores...) pertenecientes a una misma categoría profesional debe ser comprendida como una tentativa de unificación del cuerpo propio y del cuerpo grupal fantasmados como fragmentados. Se trata, una vez más, de una mira ideológica que intenta juntar todas las partes de un mismo cuerpo («somos uno»). Por eso el señalamiento de la posición de exterioridad (del monitor, de los observadores) es a la vez necesario e intolerable para el grupo- cuerpo en formación. Necesario, en efecto, porque esa parte irrecuperable e inasimilable queda reintegrada sin que se la absorba; sólo se la controla, y ello se efectúa en la figura de Nicolas, quien se encuentra, de ahí, en condiciones de representar a la vez la pieza faltante y el objeto por excluir. La posición tomada por Nicolas, que le asignan los miembros del grupo, refuerza la idea de que el grupo es uno y de que cada una de las partes del cuerpo es equivalente a la otra, pues son vitales con los mismos derechos. La función de la ideología consiste en secretar anticuerpos (los observadores internos, Nicolas) a fin de salvaguardar el cuerpo (el grupo) y repeler el cuerpo extraño (el monitor y los observadores externos). Por lo demás, la tentativa de reabsorber las diferencias de estatuto dentro de una unidad profesional evoca el corporativismo. 7

Cf. mi libro sobre la ideología como espíritu de cuerpo.

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La ideología unitaria y corporativista se desarrolla a partir del fantasma del grupo como cuerpo fragmentado y amenazado de división, como escena de una escena primitiva. La función ideológica llenada por Léonore, la posición de líder, que quedará, consiguientemente, consolidada, consiste en tornar imposible la formulación de la pregunta inconsciente: ¿qué hay del padre? Lo que a través de ella se pide es la evocación de la palabra del padre. La ideología se produce en el grupo como cubierta narcisista y como superficie de protección contra el ataque del padre rechazado e invocado; ocupa su sitio y su lugar. Esa es, por cierto, su función: ser una pantalla. Pantalla con respecto al fantasma de escena primitiva y de exploración del interior, de lo «interno», del vientre: la escena se fija y congela a fin de que el trasfondo y el contenido de esa superficie no sean explorados. Con su poder de fascinación, Léonore sella la defensa al mismo tiempo que mantiene el deseo y la curiosidad [1,10; 1,11]. Léonore reúne en sí las principales funciones necesarias para la constitución del grupo como cuerpo: el esfuerzo de los participantes por constituir una imagen unificada de ellos mismos en un cuerpo sólo es posible sí se asumen las triples funciones del saber, la defensa y la reproducción, como lo indica Dumézil a propósito de los dioses romanos. Esas son las funciones idénticas del liderazgo y la ideología. Lo principal, la cabeza (el saber), se produce para permitir la constitución y la supervivencia del cuerpo grupal (o institucional). El saber del monitor (de «algunos») fantasmado como objeto anónimo («se»), imposible de introyectar porque constituye un peligro para el cuerpo del grupo, queda reemplazado (sin que desaparezca, lejos de ello) por el que se aguarda de Léonore, cuya palabra tiene por función llenar la falta de existencia del cuerpo vacío del grupo. Aquí distinguimos la función metonímica de la ideología (que es también la del liderazgo): la cabeza (la parte) asegura que el grupo (el todo) existe, y ella lo representa. Pero el grupo no existe sin cabeza, sin vientre, seno y miembros; asegura su existencia y sus funciones, y los representa. Lo mismo ocurre con las otras dos funciones, de defensa y reproducción, de las que Léonore es la representación metafórica y metonímica. Léonore asegura la existencia y la persistencia del grupo y de cada cual merced a la asunción de esas tres funciones, colusionadas en ella y que dotan al grupo de un sistema defensivo contra el estallido, el ataque, la destrucción, la muerte, la castración, de un sistema de producción y reproducción (el grupo-Léonore-matriz, con el problema del padre) y de un sistema de representación. Una posición como

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ésa, fundamental y vital, no diferenciada, hace surgir rápidamente, desde esta primera sesión. [1,15, Rémi], el temor paranoico de verse manipulado y captado por ella, y este temor signa la posición maternal fálica que se le ha asignado. En el curso de la primera sesión, el grupo se organiza como cuerpo imaginario, precisamente a partir de lo que le falta al psiquismo grupal: un cimiento en la corporeidad, una continuidad y una permanencia somático-psíquica. La ideología se elabora cual si oficiara de plaza y veladura de la dimensión faltante, a la que permite ahorrar, que es la dimensión del cuerpo, de su mortalidad, de su castración primera inherente a la ruptura con el cuerpo materno. La existencia grupal es la de la discontinuidad y las cesuras en el cuerpo a cuerpo; suscita un sustituto, que está destinado a proporcionar su prótesis: un cuerpo grupal imaginario —el de la madre— dotado de un espíritu común y que hace trascender la contingencia de las individualidades separadas, consagradas a la muerte. La escena primitiva es, sin duda, la fantasmática nodal que organiza las relaciones grupales y le asigna al objeto-grupo su sitio de figuración del cuerpo de la madre; de acuerdo con la estructura «grupal» preestablecida de este fantasma se distribuyen los papeles fantasmáticos e instanciales, las figuraciones de objetos e imágenes, las representaciones de los polos del deseo y la defensa, las localizaciones de los ideales y el narcisismo, y ello tanto en el liderazgo como, especialmente, en la ideología. De ese modo toman posición los sujetos que articulan su deseo y sus propios fantasmas individuales en esa estructura, con la que están en relación de correspondencia; los límites y las superficies dentro de las cuales se mueven los objetos internos, así como las instancias que los manejan, se delinean como proyección de las configuraciones psíquicas individuales, sin coincidir, no obstante, con la topología y las singulares relaciones de objeto de cada sujeto, salvo en los muy precisos casos en que la realización de la isomorfia define la estructura del grupo psicótico (cf. R. Kaës, 1976 b). La estructura «grupal» del fantasma originario determina la ubicación de cada cual dentro del grupo de acuerdo con su configuración psíquica singular, pero utilizable para la formación de un grupo con arreglo a las necesidades del fantasma que lo organiza.

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COMENTARIOS DE DA a) En mi condición de monitor, mi preelaboración de esta temporada es importante, así por su fecha como por su lugar de encaramiento. En 1965 acababa yo de abandonar la Universidad de Estrasburgo, donde había enseñado durante diez años, por la de Nanterre, recién abierta. Mi inversión en ese cambio fue profunda. Desde 1956 he animado varios seminarios de formación y grupos de diagnóstico en París, en el Este de Francia y en varias escuelas militares con asiento en provincia. Es la primera vez que trabajo con una población civil en otra región. Es, igualmente, la primera vez que me encuentro en un plano de colaboración con René Kaës, que ha sido en Estrasburgo un estudiante de licenciatura y luego de doctorado al que he estimado. Otros alumnos míos se han formado con mayor rapidez en la dinámica de grupos; algunos han llegado a ser mis ayudantes. Me siento feliz de presentarme en una universidad más meridional y de comprometer a fondo a René Kaës: en esta ocasión nos tuteamos por primera vez. También, en seguida, por el objetivo a que se apunta. Hace años que me preocupo por el estatuto, la formación y la vitalidad de los psicólogos. Y es una asociación regional de psicólogos quien ha solicitado mi concurrencia. Por mis expectativas teóricas, en fin. Las concepciones psicosociológicas del grupo hace ya mucho tiempo que no me satisfacen. El modelo lacaniano de lo imaginario, lo simbólico y lo real, que hube de emplear luego, comienza a agotarse. Hace unos meses me permitió poner la noción de imaginario en el centro mismo de los fenómenos de grupo. Me siento en disposición para otra cosa; acaso me la proporcionen el sol del Sur, este grupo de nuevo cuño (psicólogos profesionales organizados) y este nuevo observador (acompañado de un segundo al que no conozco). Llego, pues, casi sin memoria y con muchos deseos. b) Por lo que concierne a la dinámica inconsciente de esta primera sesión, aquí mismo estoy satisfecho de sus signos exteriores: los intercambios han soltado amarras rápidamente y todo el mundo ha intervenido; tras la exposición, superficial, de los motivos de su concurrencia, los participantes han emprendido la exposición, más profunda y difícil, de sus angustias, y la exploración, prudente, de la novedad de la situación. En los observadores, el objeto-grupo, yo —monitor— y algunos participantes, se han puesto de manifiesto algunos efectos de transferencia. El protocolo

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ya publicado acaso no informa cumplidamente acerca de la vivacidad de esta sesión, decididamente bien acabada e implicadora para todos, con su cortejo de sorpresas, resistencias, desbloqueos y vuelcos de situación, y con sus eflorescencias de asociaciones de ideas colectivas. Tal es al menos el recuerdo que aún hoy vuelve a mí. Mirando hacia atrás, ¿cómo la comprendo? En su comentario, René Kaës pone el acento sobre la necesidad interna que tiene este naciente grupo de constituirse una imagen del cuerpo unificada. Por supuesto. Me pregunto si, a la luz de lo que sabe sobre su continuación, no anticipa Kaës, con ello, un movimiento que sólo con el tiempo habrá de alcanzar su pleno desarrollo. Por mi parte, para mí esta primera sesión ilustra —es lo que después hube de llamar (Didier Anzieu, 1975, págs. 267-269) primer organizador psíquico inconsciente del grupo— las tentativas de algunos pasantes de evidenciar un fantasma individual capaz de ejercer una resonancia inconsciente en varios otros. Antoine es el primero en intentarlo, y tiene eco en Roger, que en la realidad exterior es su compañero, y en Rémi y Michel; otros siguen [1,4 a 1,10]: invitación dirigida a todos para que se observen a sí mismos, recuerdo de la decisión de la Asociación Regional de Psicólogos de introducir en su seno la formación por los métodos de grupo, ronda general que permite presentar a las personas presentes —todos «psiquistas»— y ensayo de síntesis de los fines y de inventario de las similitudes. Pero se trata de un fantasma individual consciente. Antoine funciona como animador de reunión-discusión [es lo que ha aprendido en la universidad], con una concepción psicosociológica del grupo (búsqueda de los intereses comunes y puesta en común, para satisfacer éstos, de las potencialidades psicológicas de cada cual) y dando curso a uno de los conflictos internos de su profesión en Francia: el psicólogo es en sí mismo, por el hecho de tender al conocimiento y el desarrollo del individuo, individualista, solitario; pero sin una acción colectiva, viva y eficaz nunca logrará que el público y el poder reconozcan su estatuto. Resistencias a la acción de Antoine se manifiestan y cristalizan en torno de Léonore, quien, requerida su opinión por el cuarteto masculino formado por Antoine, Michel, Rémi y Roger, responde con ironía («¿Es malo ser curioso?»; «¡Hay que descongelar la atmósfera!»), arrastra a Marguerite tras sus huellas y evoca el espectro —que va a convertirse en su espectro— de la observación interpretante del psiquiatra; de ahí una vacilación en la reunión [1,11 y 1,12], durante la cual se efectúa un cambio de nivel: se oscila, si no entre el fantasma individual consciente

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y el fantasma individual inconsciente, por lo menos entre la discusión sobre un tema y el afecto, y éste, es decir, la agresividad, tiene por objeto, a la vez, la situación grupal y el equipo observador (al monitor se lo vive como un tercer observador). Marguerite opera ese cambio [fin de 1,12] al denunciar con vivacidad dos resistencias: el liderazgo de Antoine y el hecho de que algunos, en lugar de hablar, escriben [Marc y René, los dos observadores; también yo, monitor, y, sentado junto a mí, Nicolas, uno de mis antiguos alumnos, cosa que él no ha dicho]. En términos de supuestos básicos caros a Bion, Nicolas trata de promover el grupo por medio del supuesto básico de dependencia (el mismo que funciona entre René Kaës y yo), y fracasa, pues el supuesto básico que acaba de afirmarse como dominador es entonces el de ataquehuida. Siendo el primero en denunciar la agresividad hasta allí implícita en los intercambios, Nicolas cree dar —lo que en principio es función de monitor— una interpretación, cuando en realidad se defiende con una comprobación. En rigor, acaba de proponerse a los ojos de todos como «compadre» del monitor (se ha sentado al lado de él y da la impresión de conocerlo). Formulo gustosamente la hipótesis de que Nicolas propone, a partir de ese momento, un fantasma individual inconsciente de índole masoquista, al que varios participantes responden con una actitud hiriente o rechazadora Me parece que ese es el primer fenómeno inconsciente de grupo esta temporada, y si yo, en lugar de reaccionar alusivamente a las referencias a mí dirigidas y ponerme así, de manera circunstancial, del lado de Nicolas, hubiera estado en condiciones de dar una verdadera interpretación, habría tenido que dejar en evidencia el despliegue dentro del espacio grupal de una relación entre un Yo sumiso y un Superyó sádico [1,13 y 1,14]. Al no haberse producido la interpretación, y renunciando Antoine, tras un combate de retaguardia, a su proposición, Léonore, nuevamente solicitada por él, se presenta como monitoralíder; en la realidad, se mantiene en el exterior de su grupo profesional, hecho de rivalidades intestinas (palabras indirectas sobre la situación aquí y ahora), y tiene una gran experiencia de los grupos de formación. Entonces introduce la referencia de un grupo de asistentas sociales, del que ha sido coanimadora, lento para descongelarse y en el que finalmente «juntos estábamos bien»; después, de cuando en cuando se suelen ver. Esta referencia va a ser decisiva para la evolución de la temporada. El presente grupo se halla en adelante dotado del mito de sus orígenes: la Asociación

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Regional de Psicólogos le ha proporcionado su origen real, y el grupo cuyo legendario relato acaba de formular Léonore le asegura un origen fantasmático, cual es el de una genealogía de algún modo partenogenésica de los grupos [1,15]. Por último, Léonore se ofrece para favorecer la resonancia fantasmática: es una «mujer-orquesta». Sin embargo, el fantasma individual inconsciente que subtiende sus intervenciones permanece oculto. Los participantes acusan el golpe con un silencio, con un discreto y vano llamado al monitor para que llene y no llene su función, con una más clara formulación de la angustia persecutoria de ser observados por psicólogos [1,26]. c) Todo grupo se mueve entre inconscientes individuales y un inconsciente social. Esta sesión aporta alguna información, si no sobre este último, al menos sobre lo que se podría' llamar preconsciente colectivo. Dos temas —el planning familiar y el grupo autoadministrado—, ya familiares para el lector actual dentro de la cultura francesa y, quizá, occidental, hacen aquí su aparición. En 1965 son ideas nuevas, minoritarias, temidas y combatidas, lejos aún de imponerse a la conciencia pública; mis colegas y yo las vemos afirmarse cada vez más en el curso de las temporadas que animamos. El grupo de diagnóstico es ciertamente un sondeo en la evolución de las representaciones sociales y las costumbres (cf. D. Anzieu, 1975, pág. 321). d) Algunas observaciones de carácter técnico para terminar. En 1965 todavía estaba yo por liberarme del psicosociologismo y por buscar una técnica de tipo psicoanalítico para la conducción de los grupos de formación. Así, me he presentado en el curso de la ronda de esta mesa sugerida por Antoine, he tomado notas al paso de las sesiones, he intervenido, sobre todo, entre bastidores, me he abstenido de interpretar, pues no era cosa que se hiciera para una sola sesión; he detenido la sesión no sólo por ser la hora, sino también para subrayar, con la escansión, la palabra «miedo», que acababa de ser pronunciada; he distribuido hojas de evaluación para tomar la temperatura del grupo y verificar si la gente estaba satisfecha con sus sesiones y... con mi trabajo. Desde luego, los bastidores y la escansión son y siguen siendo buenas herramientas, pero sólo para preparar una verdadera interpretación. Un monitor no tiene que tomar notas. Ese es el papel del observador. O bien, lo

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hace posteriormente. En la sesión, fluctuante la atención, la receptividad continua de los movimientos inconscientes del grupo lo requieren. Tiene que presentarse, pero sólo como quien cumple la función de intérprete, y tiene que observar esta función, de ser necesario, desde el primer minuto. En cuanto a las notas de evaluación, son muletas: las satisfacciones y las insatisfacciones se expresan verbalmente en la sesión, y no de manera cifrada. Es fin del monitor decir la verdad, y no necesariamente satisfacer.

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SEGUNDA SESION

Disposición de los participantes en la segunda sesión. [2,2] Al ubicarse en torno de la mesa, algunos (no identificables) se preguntan: «¿Hay que cambiar de lugar?», y proponen: « ¡Si mirásemos a los observadores! Quién sabe si no los paralizaríamos». Barullo, ruido de sillas y en seguida silencio. Alguien: Estábamos diciendo cosas interesantes. cuando nos detuvimos... ¿Por qué nos detuvimos? Antoine: Debido a la regla imperativa de los horarios. Rémi (a Léonore): Si retomásemos su situación en L... (ciudad

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de Léonore), por qué estaba aislada... por qué no formó un grupo en L... Léonore: Traté de formar un grupo de psiquiatras para hablar de los medicamentos empleados por cada cual... Nada fácil... Michel, Rémi y luego Antoine interrogan a Léonore acerca de su experiencia profesional y su experiencia de los grupos. Léonore: Tenemos que vérnoslas con personalidades rotundas, duras, rígidas... No se puede decir nada... Rémi: Debería usted limitarse a los psicólogos de buena voluntad... (risas); con ellos es posible el contacto (risas)... Antoine: O hacer reuniones con psicólogos masoquistas (risas)... También yo estoy solo en mi rincón, sin ningún contacto, excepción hecha de las conferencias magistrales, las que organiza la Asociación de Psicólogos. Un conferenciante habla; se cuchichea, no hay intercambios, pero sí relaciones piramidales. En L... existen psiquiatras. Tiene usted suerte... Michel: ¿Acaso Marcel está en T... en la misma situación? Los tres hombres interrogan a Léonore y algunas veces a Marcel y a los [2,4] dos psiquiatras sobre sus relaciones con sus colegas. Interviene Nicolas para decirle a Léonore que, como su soledad la frustra, evidentemente necesita del grupo para encontrar una compensación; él lo comprende muy bien, pues está en la misma situación. Pero el silencio de Léonore lo enoja, así como las preguntas inoportunas que se le dirigen a ésta para que hable. Recuerda los momentos de agresividad de los participantes, de unos para con otros, en oportunidad de la primera sesión: «A decir verdad, todos tenemos los mismos problemas». Rémi (a Nicolas): En todo caso, desde que no vienes a nuestras reuniones de psicólogos, tenemos mucho mejores relaciones. Hay progreso... (risas). Antoine y Michel reprochan a Nicolas el hecho de apartarse y querer jugar —jugar mal— al psicólogo. [2,5] Rémi (continuando): Pues sí, llegamos a problemas personales. ¿Acaso el psicólogo debe tener más madurez que los demás hombres? Los hay que son arribistas y sólo viven de ambición. Es cosa que debemos superar. ¿Qué somos? ¿Unos «diplomas» o «personalidades»? Otros psicólogos piensan que han llegado; creen no tener nada más que aprender ni aportar cosa alguna a los demás, al grupo. Para llegar a ser psicólogo, la personalidad es más importante que los títulos universitarios. Antoine se asombra de que «el problema de la identidad sólo se les plantee a los psicólogos, como si n o se les planteara tam-

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bién a los médicos y a los psicoanalistas, tal cual podría testimoniarlo, sin duda, el monitor, que ha escrito un libro sobre el humor negro en los grupos de psicoanalistas...». La directa referencia del monitor se ve rápidamente sofocada por [2,6] intercambios acerca de la oportunidad de seleccionar a los candidatos a psicólogos, de hacer una entresaca, de asegurarse que aquellos que entran en la profesión son buenos psicólogos. Michel piensa que se van del tema: el verdadero problema es el de la formación práctica de los psicólogos. Philippe, sin dejar de reconocer la necesidad de una selección profesional para «eliminar a los desequilibrados» entre los psicólogos y los educadores, habla con vivacidad de las «boticas de psicología», en las que ciertos psicólogos, tan advenedizos como charlatanes, explotan, como hábiles hombres de negocios, la psicología de los inadaptados. Denuncia las «bottes que venden relaciones humanas como si tal cosa». Es cierto que los psicólogos venden bien su comercio, están bien pagados y echan sus embustes, y que los psicoanalistas son excelentes comerciantes. Y no obstante, dice, «actitud arribista tal es conciliable con una buena pericia. Por lo demás, resulta difícil hablar de todo esto en las profesiones en que nos ocupamos del hombre, pues, no bien se toca su tecnicidad, es como si se alcanzara su personalidad». Josette declara que es lo mismo que le ocurre a una cocinera «cuando se le dice que su budín está mal hecho: la mujer se implica en su budín». Silencio. Rémi dice sentirse sorprendido por la importante proporción de perturbaciones psicopatológicas entre los estudiantes de psicología. Pregunta directamente al monitor si su apreciación es correcta. El monitor indica que él no tiene que intervenir en el debate, pero que se pregunta por qué se dirigen a él. Para Marcel, que estuvo ausente en ocasión del enunciado de las reglas, Antoine y Rémi vuelven a precisar el papel del monitor. Comentarios: «Es un papel difícil de definir, incierto». [2,7] Didier: Se dirigen a mí como profesor, no como monitor... Si se me ha planteado el problema, es porque hay aquí algunos que tienen tendencia a representarse que soy profesor de psicología, sección psicopatología, y que vosotros sois los alumnos, o que estoy aquí para denunciar la psicopatología de los estudiantes psicólogos reunidos alrededor de esta mesa... Varios: ¡Caramba, bah, no, oh...! Silencio. Antoine reconoce que hay algo de cierto en lo que dice el monitor (ha sido el primero en interpelarlo): «Es como si los pequeños aprendices-psicólogos-inciertos estuviesen obligados a

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solicitarle al gran jefe, si son buenos psicólogos, una patente de buen psicólogo...». Nicolas: ¡Es una perogrullada! Antoine: ¿Y si se hubiera juzgado mal? El monitor retoma su intervención anterior e interpreta el papel de técnico o docente, que se le ha conferido, como una defensa contra el temor de ser observado e interpretado. [2,8] Los intercambios entre Antoine, Nicolas, Rémi, Marcel y Agnès recaen sobre los riesgos del oficio y los peligros de una mala formación y de enfermar a los otros, de no tener seguridad en el diagnóstico; de este modo se evocan las diferentes especies de «psi-algo» y las diferencias de formación, estatuto, responsabilidad y calificación. Nicolas: Quien hace psico busca hacerse... psico. ¿Es ser inadaptado? X: Garre el riesgo de no encontrarse. Michel: Tal vez sería menester hacer una selección oficial de los estudiantes de psicología en la universidad. [2,9] Se tranquilizan (Michel, Nicolas): El grupo de diagnóstico es un buen medio de formación. Hay que difundirlo, por sobre la selección... En todas las profesiones existen dificultades... y advenedizos. Roger: No dan ganas de encontrarse con psicólogos... Psicólogos que trabajan entre ellos: no es para morirse de risa. Yo esperaba encontrar aquí un grupo de personas convencidas de la psicología. En mi oficio siempre veo gente que está en contra de la psicología. Empiezo a creer que me he equivocado de grupo. Largo silencio (¿de meditación?). Antoine intenta hacer el balance: se trata de la competencia y la seguridad de diagnóstico del psicólogo. «Es importante discutir entre colegas. Nunca hay control. Me digo: o bien soy un caíd, o bien no sirvo para nada». Nuevo silencio, proseguido, tras la intervención del monitor, por Céline, Josette, Marcel, Léonore, Philippe. En seguida, Roger: «Cuando somos muchos, [2,10] realmente no se puede trabajar. No es posible apretar las manos de todos. Relaciones amistosas sólo se las puede tener con un número reducido». Michel: A veces me pregunto si no sería mejor frecuentar menos a los psicólogos y ver a gente de otro medio... Rémi: Se espera mucho del psicólogo: que sea un hombre dispuesto, sin prejuicios, comprensivo. Podríamos atenernos a un diálogo entre psicólogos. Pero a menudo ocurre lo contrario. Resulta decepcionante ver que en otras profesiones sucede lo mismo.

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Agnès: Tal vez se sepa llevar mejor las cosas, no dejarse conocer, mantener protegidos los jardines secretos... Se desconcierta el juego del otro cuando quiere entrar en ellos. Nicolas: ¡De manera que usted cree que entre psicólogos seguimos siendo psicólogos! ¡No hablo, claro está, de esta mesa! (risas, luego reprobación y barullo). Silencio de más o menos dos minutos. Michel: Hay otro problema: el de la situación social del psicólogo, de sus relaciones con los demás psicólogos. El psicólogo siente desconfianza de sus colegas, que amenazan con atacarnos respecto de nuestras técnicas. El psicólogo se siente a menudo perfecto y muy crítico para con sus colegas, a los que juzga como sí no fueran buenos para nada... Rémi: Yo espero más del psicólogo: que esté por sobre todo esto. Un buen ejemplo es un muchacho como Roger; para él, el respeto humano incondicional es anterior a todo. Antoine: Los psicólogos conservan, cierto es, un estado de ánimo y un estilo de trabajo muy individualistas. No son como los ingenieros; han recibido un espíritu de cuerpo junto con su formación. Michel: Me pregunto qué imagen del psicólogo tienen los no psicólogos... Philippe: Puedo decirle que, en mi opinión, las tensiones con los psicólogos son menores que con los médicos o los educadores. [2,11] Roger (tras un silencio): Hace unos momentos nos hemos preguntado si el psicólogo puede llegar a ser un comerciante de la psicología. En todo caso, es muy diferente de ser asalariado o de ejercer como profesional liberal. Uno no se sitúa de la misma manera con respecto al dinero. Léonore: Una de las ventajas que tienen los psiquiatras de convenir con el cliente es que no topan con el problema de hacer variar los precios. Philippe: ¿Es que un psicólogo puede convertirse en comerciante, ser muy bien pagado... y hacer bien su trabajo? Nicolas: Si da lo que los otros esperan... Todos son pagados, se da a observar, más o menos bien, es cierto; pero los hay que están sobrepagados, sin que ello se justifique, pues por una parte ocurre que no hay dinero suficiente... Así, las curas psicoanalíticas, el precio exorbitante de las sesiones. Léonore: Los psicoanalistas sonsacan así sumas de dinero fabulosas, [2,12], mientras que los pobres tipos se desangran por todas las venas.

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Léonore señala que la discusión la irrita; siente que va a subírsele la sangre a la cabeza. Señala que en otro tiempo se la psicoanalizó «sin problema de dinero». Michel pregunta de qué modo calificar el valor de los actos profesionales al margen del dinero, y luego se dirige a Léonore para preguntarle cómo juzga a los psicólogos, qué piensa de ellos. Léonore: Nada... En fin, que no pienso nada (risas). Los conozco mal. Suelo colaborar con ellos. Lo que me repele de ellos, no de usted, por supuesto, es... es el vocabulario. Psicologizan demasiado, interpretan demasiado, y hasta en los menores detalles. Por ejemplo, si he fumado tres cigarrillos, ya van a preguntarse qué quiere decir esto, y lo dirán en un lenguaje completamente extraño para los demás. Siempre están buscando las motivaciones profundas, y esto corta el contacto En la vida corriente no se habla así. Y además observan; es fastidioso. Aquí he sentido miedo de eso, de ser incapaz de seguir lo que sucede, de ser inferior. En la vida corriente intento hacer un esfuerzo para no ser psiquíatra, para no juzgar. Me niego a formular un juicio profesional en la vida diaria, porque esto lo encierra a uno y lo separa de los demás. [2,13] Tras un breve silencio, como cada vez que ha hablado Léonore (sobre todo al comienzo de la sesión y de manera, además, evasiva), el debate insiste en el monitor, quien, «por su parte, nada dice, pero sin que por ello piense menos..., y apenas si trabaja, cuando se le ha pagado —¡y nada mal, a fe mía! — para hacer su faena». ¿Será incompetente, o malintencionado, o destructor? «¿No irá a devorarnos...? Lo bueno que tenemos en nosotros corremos el riesgo de perderlo en el grupo.» Agnès se asocia a estos temores, formulados por Antoine, Roger y Rémi, diciendo que «el monitor va a entrar en los jardines secretos, bien protegidos...». Roger y Rémi declaran estar decepcionados por el monitor (pero no más que, de una manera general, de los otros psicólogos, que «nada bueno dan» y de los que no se puede, sin embargo, prescindir). Una especie de lasitud (también yo la siento) cae sobre los participantes, que permanecen silenciosos durante algunos minutos (pongo orden en mis notas y trato de completar lo que no he podido tomar in extenso). [2,14] Una voz de mujer: Me siento todavía más aislada ahora, y triste: Agnès: Como agotada, y ya no sé dónde estoy, ni qué soy, ni siquiera si soy... Un hombre: Estamos diseminados y damos vueltas en vano.

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Otros comentarios: El silencio era una especie de defensa pasiva, una resistencia... estreñida. Estamos en una esfera, en un círculo, en un interior de algo que no se abre o, peor aún, que no «desemboca en nada». Nos sofocamos; somos manipulados peligrosamente, y estamos expuestos a la destructividad, a la agresividad de los otros. Así deben de sufrir los clientes o los pacientes que [2,15] reciben los médicos o los psicólogos. Rémi habla de la libertad propuesta por las técnicas rogerianas. «Lo que pasa aquí me hace pensar en Sartre: nos molesta la mirada del prójimo.» Antoine da a observar que la no directividad acogedora es quizá, por el contrario, una extrema directividad, una presión manipuladora tanto más peligrosa por habérsenos despojado de toda defensa; por su parte, él sería más anti-Rogers, «y no obstante ocurre que a veces hay que manipular por el bien del individuo». [2.16] El debate, en el que pocos participantes toman parte, insiste en el miedo a juzgar y objetivar, a ser juzgado y transformado en objeto (Rémi), en la obsesión del aislamiento, en la necesidad de bastarse a sí mismo (Léonore) y en la inadecuación del lenguaje y la dificultad de ser espontáneo. ¿Llega uno alguna vez «a mostrarse con su verdadera luz», a «hacer caer la máscara», cualquiera que sea la situación psicológica, que es siempre, y necesariamente, artificial? Antoine, Rémi y Philippe se apuntalan mutuamente su argumentación y se ponen de acuerdo en denunciar la «cazurrería» del psicólogo. [2,17] Nicolas (entrega la última réplica): Si esta lucha, este combate interno que sentimos sin saber bien qué es, debe ocurrir, deseo que por lo menos se la reglamente, como el yudo, a diferencia de la lucha libre, en la que se permiten todos los golpes... No tengo nada contra el yudo; puede ser un buen medio para entrar en contacto con un chico difícil. [2,18] Hecha la pausa, el monitor observa, en su discusión con los observadores, que los obstáculos a la comunicación humana han sido puntualizados por los participantes, pero sin habérselos reconocido como de manifestación dentro del grupo. Los participantes viven el grupo como cuerpo fragmentado; cada cual se halla encerrado en sí, y de ahí la elección de un tema de discusión sobre las relaciones (el comercio) con el prójimo. Los participantes tratan de manera proyectiva sus propios problemas de grupo a propósito de su denominador común: ¿qué es ser psicólogo? Uno de los temores subyacentes de este grupo de psicólogos es el de pasar por neuróticos o desequilibrados con respecto

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al monitor-psicoanalista, cosa que no se tolera, mientras que se admite de buena gana que el monitor es un superpsicólogo, pues puede formar, en lugar de cuidar de inadaptados entregados a los malos oficios de un «tiburón». COMENTARIOS SOBRE LA SEGUNDA SESIÓN (RK) a) Tras haber señalado una vez más al enemigo común (los observadores y el monitor), contentándose sólo con indicar su existencia sin hablar más de ello [2,2], cuatro hombres se dirigen inmediatamente a Léonore [2,3], para que ésta hable de ella, de su experiencia como mujer psiquiatra, y para que «forme» al grupo (con el que se ha identificado) y lo alimente con su palabra. Su posición de líder se precisa. Sin duda, había allí materia para una primera interpretación de la resistencia de transferencia; son los hombres, los varones, quienes apelan a ella, y no al monitor, que recibe la transferencia negativa. Las evasivas respuestas que ella propone tienen un doble efecto: el de reforzar el apego a ella y la expectativa llenada con palabras satisfactorias, con cuidados y también con una cura. La insistente solicitud con que se la asalta expresa la esperanza de que exista otro sitio [2,2; 2,3]; esta solicitud permite señalar al objeto bueno y al objeto malo, lo pleno y lo vacío. Así, al no responder, Léonore participa en la escisión de la imago materna y en el fortalecimiento de los temores paranoides frente a la eventual potencia destructora del monitor. Por otra parte, su respuesta evasiva frustra en los participantes la satisfacción inmediata que éstos esperan de ella. Descubre la componente agresiva de la curiosidad relativa al interior del cuerpo materno. Nicolas no se equivoca cuando interviene para interpretar la agresividad de los participantes, de unos para con otros [2,4], Como en el curso de la primera sesión, se propone como doble del monitor; mientras que Nicolas busca una identificación paterna, los participantes ven en él una imagen mala, la imagen de un «mal psicoanalista». Nicolas recibe, por consiguiente, una parte de la transferencia negativa. Sin embargo, a través de la decepción que causa un monitor «que nada bueno da» [2,13], se esboza un tímido llamado a una potencia paterna capaz de sostener el ataque del perseguidor. Los temores que se ponen de manifiesto [2,5; 2,13] conciernen, por primera vez, al psicoanálisis y a los

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psicoanalistas; tímidamente, las emprenden con la categoría inferior, esto es, con los psicólogos charlatanes, advenedizos y perseguidores. Evocaciones tales expresan para una parte del grupo el temor hipocondríaco y depresivo de estar enfermo, neurótico, y ser «pequeño-aprendiz-psicólogo-incierto» ante el superpsicólogo que es el psicoanalista-profesor-monitor. A través de la comprobación de las diferencias de estatuto y calificación entre los psicólogos en general y, aquí, entre los participantes en particular, así como en el intento de distinguir al monitor, se tematizan el miedo de ser (mal) juzgado por él y el temor de que no sea benévolo ni esté disponible y seguro de su diagnóstico [2,9]. Se ataca al monitor en su poder materno fálico. Se pone en tela de juicio este poder al rebatir el fundamento de su retribución, «puesto que no dice nada». El temor de la destructividad proyectada sobre el monitor aparece, así, en diferentes registros: oral («va a devorarnos»), anal («lo bueno que tenemos en nosotros corremos el riesgo de perderlo») y genital (2,13: «va a penetrar en nuestros jardines secretos»), a todo lo cual se responde [2,14] con «la resistencia estreñida». La angustia, aumentada por la decepción de no encontrar una defensa, incumbe con mayor profundidad al sentimiento de estar aislado, diseminado, desmembrado: «...y ya no sé dónde estoy, ni qué soy, ni siquiera si soy» [2,14]. Los participantes buscan en vano un principio de unidad en ese grupo de psicólogos observados por psicólogos y reunidos para hacer psicología de grupo en grupo. En vano, y sin júbilo, los participantes descubren que giran inútilmente en un círculo, en una esfera, en el interior de un algo que no se abre ni «desemboca» en nada. En ese interior se es cosa, objeto petrificado [2,15]. Figurado, tal cual Léonore, como vientre materno [2,14], el grupo queda librado a la peligrosa manipulación de un mal psicoanalista. Se sofoca y se expone a la destructividad de los otros: la última intervención de Nicolas, que lanza un llamamiento al monitorpadre, teme el dominio de Léonore y apunta a controlar el grupo [2,17], indicando el deseo de que ese combate «interno» sea, por lo menos, reglamentado. El grupo es fantasmado como vientre materno que mantiene prisioneros a hijos que se pelean sin piedad y que se desgarran entre sí en una amenazadora lucha libre; se convierte en el seto mortífero cuyo franqueo salvador sólo puede ser posibilitado si se preserva una parte buena, o bien si la intervención de un tercero asegura a la vez la protección y la separación diferenciadora. Este recurso de la ley paterna no es posible aún. Sólo se puede tratar,

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pues, de ejercer un control sobre la destructividad del grupo-matriz y del monitor. b) La agresión contra el monitor [2,6; 2,13] se suma a la provocada por la frustración que representa el silencio de Léonore y por la deflexión sobre una parte del objeto materno de las pulsiones destructoras. El monitor viene a suplantar, como figura de tirano, al objeto materno malo escindido. Al igual que éste, presenta un carácter de doble faz: docente, es poseedor de un saber que no entrega, que retiene para sí, o que, de darlo, podría ser destructor; terapeuta, se halla revestido de la omnipotencia de quien cura y que, pudíendo salvar, puede también dar muerte o dejar morir. Así como Léonore es una mujer-orquesta, el monitor es un hombre-orquesta superpoderoso, que todo lo sabe y todo lo puede, que retiene para su narcisismo lo bueno que se podría dar a los participantes, que impone reglas y que juzga según su arbitraria ley. Figura al Yo Ideal paranoide que los participantes no pueden introyectar, sino tan sólo enquistar, en su tentativa de identificación. Las únicas posiciones identificatorias que les son posibles son las pasivas posiciones del bebé, el estudiante o el enfermo [2,7]. De modo, pues, que el ataque contra la madre, que podría dar más y que suscita la envidia, se desarrolla a través de la relación con el monitor; éste ocupa, para la mayoría de los participantes, el lugar de la mala madre. Recurrir a Léonore indica la urgencia de una vinculación de apego a la madre buena, capaz de asegurar la protección contra los ataques retorsivos del mal pecho-peneexcremento, contra las angustias psicóticas provocadas por estos ataques fantasmados. Recurrir a Léonore, figura del grupo bueno, remite a las angustias de la destrucción y de la pérdida del objeto bueno y a la de la fragmentación de un cuerpo respecto del cual se espera que ella lo reunifique, restaure y cuide. Por lo demás, Léonore procura diferenciarse de la imagen del monitor: dice que no observa, que intenta no juzgar [2,12]. A la inversa de Nicolas, se propone como objeto bueno para las identificaciones de los participantes. Y de ese modo participa del monitor, cuya parte buena escindida figura. Es deseada como protectora del grupo; es la figuración misma del grupo protector contra la persecución, que entonces podrá volverse sin peligro hacia Nicolas. Pero dentro del movimiento de escisión que caracteriza a la sesión (escisión del grupo, del monitor y de Léonore) también

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participa en la destructividad proyectada sobre el monitor y vuelta introyectivamente hacia Nicolas: como no habla, no alimenta. Es que guarda un secreto, un objeto envidiable, pero también susceptible de hacerse atacante por el hecho de atacárselo. Las diferentes componentes orales, anales y fálicas de la angustia de ser destruido encuentran su lugar en el fantasma del grupomatriz8. La regresión hacia la posición paranoide da la dimensión de la angustia que acompaña al proceso de formación: ser deformado, hasta el punto de que el problema radical que se plantea no es tanto el de la identidad cuanto el de la existencia y del ser: «¿Soy?». Esta angustia de no-ser subtiende la interrogación de los participantes [2,4], como la de todo sujeto en formación. Decíamos que la angustia se elabora en el registro oral, pues el alimento puede llenar, faltar o destruir. También aquí es el monitor la faz mala escindida del grupo-pecho, de Léonore-pecho, mala nodriza seca, devoradora, que guarda para sí sus cosas buenas. A la fantasmática en que prevalece la relación predatora en el pecho nutricio (la palabra de Léonore en vez de la del monitor) se suman las componentes anales de la relación con el grupo y el monitor; habrán de fijarse, sobre todo, en el monitor y en Nicolas. Entonces alternan la agresión reyectora, el temor a la retorsión sádica y el control y la conservación de los objetos buenos en el vientre grupal, y alternan también las actitudes tan pronto reivindicadoras y sádicas y tan pronto pasivas y masoquistas. Estas alternancias actúan de modo particular a propósito del monitor (no se recibe de él en la medida del dinero que se le da, o, mejor dicho, que él toma [2,11]) y del grupo y los propios participantes, sentidos como plenos de una potencia anal que corren el riesgo de perder, o de la que es posible gozar, y que pueden guardar o soltar con fines de ataque. Los participantes emplean una nueva medida de defensa: pueden dominar al monitor al negarle el dinero. El temor de ser manipulados por él encuentra un arma defensiva en ese chantaje y en la «resistencia estreñida», que recuerda a la que despliega el niño frente a las exigencias maternas. Al habla no sólo se la catectiza como un objeto de las pulsiones orales, sino que además es excremento y fecalidad (cf. Gori, R., 1973). Por último, los temores de los participantes se elaboran en el registro genital; una mujer [2,10; 2,13] es quien expresa 8

Cf. mi contribución (cuatro estudios acerca de la fantasmática de la formación) en: R. Kncs, D. Anzicu y col., I'aniasme el Vormation, Dunod, 1973.

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el fantasma de ser penetrada por el monitor-pene perseguidor en sus «jardines secretos». Es dable suponer que el temor a la penetración mortífera recorre todas las organizaciones pulsionales. El bosquejo de un Yo Ideal primitivo se prepara en el trabajo de esta segunda sesión. La idealización del monitor, indudablemente intensa en el curso de la fase de preelaboración, revela aquí su reverso: de inaccesible y envidiado que era, se vuelve aplastante, tiránico y perseguidor. Los participantes elaboran, en consecuencia, un dispositivo capaz de contrarrestar los efectos destructores de ese Ideal, pero también de satisfacer algunas de sus exigencias. En la construcción del dispositivo desempeñan un papel determinante algunos de aquéllos: se les fuerza a ocupar ciertas posiciones, a figurar instancias, objetos, imágenes, tipos de relaciones necesarias para la organización grupal, en relación, no obstante, con su personal configuración psíquica. Uno de los procesos y uno de los objetos mayores en la edificación de esa organización grupal sustitutiva y que llena una función de Ideal es, precisamente, la ideología. c) Construida como defensa contra las angustias psicóticas suscitadas por la situación de grupo y el señalamiento de un enemigo peligroso, la ideología tiene por función identificar a éste, fijarlo y combatirlo mediante la construcción de un cuerpo grupal capaz de incorporar, unificar, repeler, atacar y defender al objeto- grupo depositario del narcisismo y de las partes buenas de cada cual. Hemos propuesto el análisis según el cual al grupo se le fantasma inicialmente como una matriz, llena o vacía, como un pecho bueno, todopoderoso o destructor, como una boca ávida o silenciosa, como un vientre que guarda en sí tesoros o peligros. En ese universo caótico, los participantes sólo pueden sentirse como un «conjunto» desmembrado, dislocado, puesto en peligro de ataque sin habérselo traído al mundo. Para defenderse y proteger sus objetos internos, así como al grupo que los contiene, van a efectuar saludables escisiones de éstos y de su Yo, sin dejar de mantener las miras de una unidad imaginaria destinada a asegurarles su existencia singular y en seguida su identidad común; en fin, su omnipotencia recuperada en el Ideal. Así, tras haber adoptado una vez más el modo de reaseguro especulario, que hubo de hacer sus pruebas en oportunidad de la primera sesión [2,2; la situación de Antoine y Marcel es idéntica

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a la de Léonore en L...], los participantes establecen una serie de oposiciones escisionantes (y pertinentes) que constituyen la base de las nociones fundamentales de interior y exterior [2,2] y de la diferenciación de los objetos según categorías binarias (bueno/malo, sano/enfermo, fuerte/débil, grande/pequeño, apariencia/realidad). Estos señalamientos organizan el campo afectivo, perceptivo y cognitivo con arreglo a los valores dominantes de la economía psíquica. Permiten señalar, elaborar y localizar objetos «buenos» y objetos «malos», actuar sobre ellos y, retroactivamente, formular a su propósito un discurso justificador. Así es como la escisión [2,5; 2,6; 2,7] entre psicólogos buenos y psicoanalistas malos (charlatanes, advenedizos), entre pequeños y grandes psiquistas, permite suministrar un objeto a las pulsiones destructoras y una causa de la agresión. A este mecanismo se añade, por extensión, la constitución de clases de equivalencia; por ejemplo, monitor = observador (exterior) = Nicolas (interior). La equivalencia se establece por analogía, metáfora o metonimia. Por último, el señalamiento de un común denominador, como por ejemplo el de psiquista para todos los participantes [2,4], permite establecer ínfimas variaciones y diferencias. Es entonces posible definir limites, fronteras y condiciones para ser integrado o rechazado del espacio del grupo. El monitor, por ejemplo, sólo podrá ser introducido y asimilado si se conforma a las características propias del ideal del buen psicólogo por sobre toda sospecha [2,10], si no es, ni charlatán, ni arribista, ni explotador, ni persecutor, ni destructor, sino, por el contrario, «disponible, sin prejuicios, comprensivo, benévolo» [2,10]. Otro tanto ocurre respecto de otros objetos comunes (el grupo, Léonore...). Conforme a ese objeto, o así deseada, Léonore figurará su ideal bueno, asimilable y protector. Nicolas soportará la variación inversa, suministrando el objeto malo, proyectado fuera de sí, pero mantenido dentro de los límites del grupo para la puesta en escena fantasmática. El proceso ideológico se precisa, pues, en su finalidad defensiva contra las angustias psicóticas, en su valor de ideal común, en su función de diferenciación primera (escisionante) y clausurante (elaboración de los límites, en cuyo interior se funda una unidad). En el curso de esta sesión prosigue el trabajo de sustitución de un objeto por otro: es también una característica del proceso ideológico. Léonore oficia de parte buena de los objetos escindidos (el grupo, el monitor, los participantes); Nicolas, de la de los malos (el monitor, los observadores, los participantes, el grupo).

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Conque, de encontrar «respuestas» a la búsqueda de los objetos perdidos, ya no es necesario reconocer de dónde proceden éstos. Antes de que una idea suplante y justifique el objeto al que encarna, el ideal al que figura, la defensa a la que asegura; antes de que una abstracción generalizadora (simpatía, amor, unidad, igualdad) funcione como fetiche, ocultando y reprimiendo lo que la ha producido, se toma como fetiche a Léonore en su función de sustituto. La idea abstracta de su contingencia y de su origen proporciona un estatuto de perennidad a lo que se experimentó primeramente en una relación fantasmada con el cuerpo o con una parte del cuerpo. Pienso que, en la medida en que Léonore constituye un esbozo de defensa, por ejemplo contra los temores de un eventual regreso de las pulsiones sádicas proyectadas sobre el monitor vía Nicolas o los observadores —una defensa falible, por consiguiente—, es necesario asegurarse, mediante el manejo de un objeto abstracto (de una entidad intemporal e inalterable), contra toda angustia e incertidumbre. Al igual que en el curso de la sesión anterior, el proceso ideológico se constituye y consolida a partir: 1o, de la acentuación maníquea de lo Bueno y lo Malo, que es el resultado de la escisión; 2 o, del señalamiento de las similitudes, que permite unificar, identificarse y luchar contra la fragmentación; 3 o, de la reducción de las oposiciones internas amenazadoras para el mantenimiento del ideal, y 4°, de la cohesión imaginaria del cuerpo grupal unificado. Sobre éste, ningún daño castrador es tolerable. Los mecanismos de la Renegación y el rechazo hacen su economía y aseguran su eficacia. Sin embargo, lo que se rechaza dentro (el monitor, los observadores) se debe mantener en la periferia, a una distancia óptima para que permanezcan movilizadas las energías defensivas y organizadoras dentro del grupo (cf. 2,13: «No podemos prescindir del monitor»). También es posible mantener en el interior un objeto «malo», con la condición de que no amenace la integridad del grupo, sino que, por el contrario, contenga los rasgos que hacen presentarlo a éste como lo que se puede sacrificar sin riesgos y para mayor gloria del ideal grupal. Tal será el destino de Nicolas. En el curso de la siguiente sesión se desarrollará y consolidará este proceso. La defensa ideológica todavía es frágil. En efecto, cuando por fin resurgen de la segunda sesión las angustias paranoides atinentes al regreso de lo que se ha proyectado sobre el mundo exterior [2,2], sobre el monitor y los observadores [2,2 al

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principio; 2,12 al final], y frente a las amenazas de devoración [2,13], penetración [2,13], manipulación [2,14; 2,15], sofocación y desgarramiento recíproco [2,12; 2,17] dentro del perímetro grupal, el hecho de recurrir a Léonore (como a la muralla ideológica) o a la retorsión constituirá una defensa a su vez sumamente ansiógena. COMENTARIOS DE DA Nada tengo que rectificar y sí poco que añadir al análisis de René Kaës. La primera serie de secuencias [2,1; 2,2; 2,3] y un ensayo de definición, a través de los señalamientos reales, del espacio imaginario del grupo: el lugar de cada participante alrededor de la mesa grande y el de los dos observadores detrás de la me- sita, los horarios que determinan la ocupación de la sala por este grupo, los otros grupos «exteriores», a los que la sesión anterior ha interiorizado (los grupos animados por Léonore en L..., la Asociación Regional de Psicólogos) y, por extensión, los grupos animados por Marcel en T... Tengo como regla en las temporadas de este tipo —regla que no formulo, pero que pongo de manifiesto en los actos— cambiar de lugar en cada sesión, o poco menos: sólo en las reuniones de trabajo o de discusión sobre un tema son fijos los lugares; conviene mantenerlos móviles en los grupos que apuntan a producir una regresión y un cambio personales. Aquí, a decir verdad, pocos participantes cambian de sitio; algunos empujan su asiento hacia la izquierda (así, Nicolas viene a ocupar mi antiguo lugar), y hay otros cambios que se reducen a dos permutas (entre Phillippe y Michel, y entre yo mismo y Marcel: estoy sentado frente a mi antiguo lugar, y Marcel, que se ha mudado, ha venido a sentarse al lado de mi viejo sitio). La resistencia al cambio es, pues, muy clara. El espacio interno, desconocido, se ha reducido a espacios conocidos, exteriores o anteriores. La siguiente serie de secuencias [2,4 a 2,12] retoma una de las líneas de fuerza de la primera sesión. Queremos observar, no queremos que se nos observe. Y la desarrolla en el sentido de la escisión entre el objeto y la transferencia: ¿somos buenos o malos psicólogos? ¿Es el monitor un psicólogo superbueno, o un psicoanalista supermalo? Mi interpretación —la primera que doy—, [2,7] paréceme ahora que ha sido exacta, oportuna, pero parcial e insuficientemente psicoanalítica. Hay un temor latente entre va-

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rios participantes a un juicio negativo y a un rechazo del monitor (que pocos conocen) en la medida en que esta temporada amenaza con sacar a luz su patología mental; la psicología, como la medicina, es para quienes la practican una defensa: si yo soy médico o psicólogo, entonces los otros, no yo, son los enfermos o los locos. Pero esa es sólo una gran exageración, o, mejor dicho, una pieza de todo un conjunto que ha permanecido en la sombra (sólo en 1967 vino a mí, así como a algunos compañeros de equipo —no obstante la anterior lectura de Bion—, la idea de aplicar los puntos de vista kleinianos sobre las posiciones psicóticas). Y este conjunto —la escisión a punto de efectuarse entre el pecho ideal y el pecho persecutor— es el conjunto al que se ha convenido interpretar, e interpretar sin tardanza. La presente temporada, requerida por la Asociación Regional de Psicólogos y aguardada por ella como una etapa importante; este método, nuevo y valorizado, del grupo de diagnóstico, y este monitorprofesor-psicoanalista son objeto de un proceso de idealización 9. Hasta se va a endilgar a este monitor «un libro sobre el humor negro en los grupos de psicoanalistas» [2,5], tema acerca del cual jamás 'he escrito cosa alguna. Pero quien dice idealización en un sitio dice persecución en otro. La angustia persecutiva (o paranoide), que en esta fase es la realidad psíquica inconsciente común a todo el grupo, echa un vistazo general de los objetos en los que podría fijarse: los observadores mudos, los psiquiatras de personalidad «dura, rígida», los psicólogos advenedizos, las boticas que comercian con las relaciones humanas, el psicólogo «muy crítico para con sus colegas», los psicoanalistas que «sonsacan... sumas fabulosas de dinero», los que, en nombre del psicoanálisis, «interpretan demasiado y hasta en los menores detalles», y por fin [2,15] «la mirada del prójimo». A menudo he encontrado desde entonces en los grupos de formación que reúnen casi exclusivamente a psiquistas una mayoría de angustia persecutiva: la supuesta intención del psicólogo está presente en todas partes (en los participantes, en los observadores, en el monitor: ya no hay, pues, refugio), intención a la que se supone, por identificación proyectiva, que penetra en el aparato psíquico del otro para echar fuera lo malo (superyó arcaico) y «eliminar» (en el doble sentido del verbo) al portador de lo malo («eliminar a los desequilibrados» [2,6]; la «selección oficial de los estudiantes de psicología en la Universidad» [2,8], y, ya en la primera Es un proceso que se encuentra entre quienes emprenden una formación psicoanalítica; lo he descrito detalladamente en: R. Kaës, D. Anzieu y col., Fantasme et Formation. 9

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sesión, «han hecho añicos el tema... sin eliminar a nadie ni nada» [1,13]). Para escapar de la opresión persecutiva, el grupo se vuelve sucesivamente hacia Léonore [2,12] y hacia el monitor [2,13], pero el discurso de aquélla y el silencio de éste le confirman que el psicólogo no sólo atribuye al otro lo malo, sino que además le saca lo bueno. A falta de una interpretación no obstante preparada por Antoine: «O bien soy un caíd, o bien no sirvo para nada» [2,9] que ponga en relación la intensidad y la conciencia cada vez más clara del fantasma persecutivo común con su reverso de idealización intensa e inconsciente, la dinámica grupal se inmoviliza: lasitud, silencio, agotamiento de los participantes y de René Kaës, angustia esquizoide (« me siento aún más aislada», «estamos diseminados»), encierro en una esfera, en un interior que no «desemboca en nada» [2,13; 2,14], representación del grupo como una maquinación (se lo manipula peligrosamente [2,14]; cf. nuestro capítulo sobre el fantasma del grupo máquina, en Le groupe et l'inconscient, 1975, pág. 221), «lucha libre, en la que se permiten todos los golpes» [2,17], combate cara a cara y en círculo cerrado con la pulsión de destrucción, la única en ser puntualizada por los participantes con la garantía implícita del monitor, mientras que las pulsiones de vida, fijadas en la idealización, permanecen reprimidas o Renégadas al mismo tiempo que esta última. En un grupo, la posición paranoide sólo puede ser superada si el monitor (o, en su defecto, el grupo, y entonces será la ilusión grupal) reconoce y sostiene, con sus palabras y su manera de ser, el movimiento libidinal. Con su manera de ser tanto como con sus palabras, pues la actitud winnicottiana de presencia-sostén (holding) y de manejo del otro para permitirle a su vez manejar sus pensamientos y sus objetos internos (handling) es, en esta coyuntura, fundamental.

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TERCERA SESION

Disposición de los participantes en la tercera sesión. [3,2] Antes de instalarse alrededor de la mesa, las mujeres hablan por un lado y los hombres por otro. Se sientan lentamente. Hay un silencio que habrá de durar cerca de diez minutos. Levantan la vista al cielorraso, miran fijamente la mesa y un poco a los vecinos. Antoine pregunta a Léonore si ha pasado una buena noche. Ella dice haber dormido mal, que ha sentido un penoso aislamiento. También otros han dormido mal (Josette, Roger, Marguerite, Michel); han tenido pesadillas.

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[3,3] Nuevo silencio. Antoine ha tenido un devaneo. Formula el deseo de que en lo futuro una temporada como la presente se desarrolle en internado, para todos, de manera tal que «se rompa el aislamiento en el que todos nos hallamos», que sea «más satisfactorio», que «nos conozcamos mejor viviendo permanentemente juntos todo el tiempo», que «se fortalezcan las relaciones entre los participantes» (Michel, Roger, Céline) y sus relaciones con el subgrupo formado por el monitor y sus observadores, «que también viven demasiado apartados» (Rémi, Philippe). Ayer a la noche, por ejemplo, no se sabía muy bien cómo decirse hasta luego, ni entre ellos ni al brain-trust. Se le solicita (Antoine, Rémi, Marguerite) a Léonore que hable más de lo que quiera, que no permanezca silenciosa como en el curso de la sesión precedente, que comunique sus sentimientos sobre lo que ocurre, sobre la manera en que lo experimenta. Léonore no responde inmediatamente; estima que nada particular tiene que decir, salvo que está muy incómoda. Silencio. Roger propone [3,4] que «se le pida al animador que evalúe lo que pasa, que dé su parecer...». Josette piensa que sería más interesante hacer esa evaluación sin su concurso. Marguerite considera que la evaluación se podría hacer con su ayuda. Roger, Antoine y Philippe vuelven a la carga: tócale al animador hablar; ya se verá si puede hacerlo, si es capaz. ¿Y si se negara? Rémi: Entonces es porque se considera diferente de nosotros y quiere conservar para él lo que tiene... Roger: ¡Lo que él sabe y que nosotros no tenemos! No es muy buen padre... (risas). Josette y Marguerite callan. Entonces interviene el monitor para decir que el trabajo de evaluación es una tarea común: «Si decidimos hacer la evaluación, la haré con el grupo, no en lugar del grupo». [3,5] Un silencio de cinco minutos sigue a la anterior intervención. Marguerite dice que ha bajado su nota de satisfacción de la primera a la segunda sesión. También Céline dice que no se ha sentido muy satisfecha con el comienzo teórico y abstracto de la sesión anterior. Marguerite: Se hablaba con grandes palabras: cómo ser Psicólogo; el Psicólogo con una gran P debe ser un Santo con una gran S, y además debo decir que soy indiferente al dinero. Todos estos debates parecen muy plenos, y están vacíos. Ya sería tiempo de considerar concretamente nuestras experiencias personales También Roger, Michel y Philippe declaran su insatisfacción,

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dicen no ver claro, como en el sueño narrado brevemente al comenzar la sesión (por quién, ya no se sabe... y tampoco lo he anotado) en el que, en una habitación cerrada y sombría, puertas y ventanas batían al viento. Philippe ha sentido al regresar a su casa la necesidad de leer algunos pasajes del libro de X..., que cita «al señor Monitor», sobre el grupo de diagnóstico, para tratar de comprender «dónde estamos aquí, si esto es normal». La lectura lo ha tranquilizado: «Estamos en el régimen habitual de los comienzos de grupo». Roger estaba insatisfecho ayer a la noche: había olvidado dos nombres de pila: el de Josette y el de Rémi... «y además eludimos el contexto económico y social en que trabaja el psicólogo». El monitor, por su parte, despertó en mitad de la noche. Tuvo un sueño [3,6] de efracción. Ayer, a última hora, estaba preocupado, bastante desvelado por lo que pasa en el grupo. Supone que su sueño expresa el peligro de efracción que el grupo representa para todos. Acaso hay en ello un temor que varios del grupo han podido sentir. Marguerite, Agnès y Miohel opinan, dicen que «sin duda, tal vez... sí, es eso». Luego vuelve el silencio, interrumpido ahora por Nicolas, que propone una interpretación: «Si uno teme algo, es la agresividad que reina en el grupo». De nuevo el silencio, más pesado aún. (Durante el silencio que sigue aprecio la manera en que ha sido coherente el monitor con su precedente intervención; admiro que sepa comunicar sus preocupaciones y su sueño de manera tal, que lo que dice de él sea interpretativo para el 'grupo. Me acuerdo del temor de Agnès, la víspera, de ser penetrada. Pienso que su intervención habrá reducido la angustia.) [3,7] Philippe: ¿Es que lo poco que Didier nos da no nos induce a ir hacia estadios de evolución o de regresión, no sé, previstos de antemano? ¿Es que no tiene que conducirnos según sus teorías, a discutir de lo que él desee, de la autoridad, por ejemplo? Risas. Breve silencio. Nicolas (que continúa tomando notas): Por mi parte, me formulo preguntas sobre la autenticidad del sueño de Didier: es un sueño demasiado ¡hermoso para ser cierto... Un seudosueño. Risas. Ruidos. Breve silencio. Murmullos. Se trata del rechazo o de la impotencia del monitor para dar por el dinero que se le ha entregado. [3,8] Léonore: Me pregunto por qué hace unos instantes me planteabais problemas personales...

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Alguien: Porque las discusiones de ayer se mantuvieron abstractas y académicas. Philippe: Tal vez porque querríamos saber qué diferencia a un psiquiatra de un no psiquiatra, de un psicólogo. Marcel dice que, en ocasión de la sesión de la víspera (la segunda), desde su punto de vista era un asunto importante constituirse en subgrupos. Tuvo la sensación de pertenecer a un sub- grupo excluido de los no psicólogos: «¿También Léonore quizá?». Algunos momentos de la sesión de la víspera [2,5; 2,10] se evocan entonces con estos dos problemas mayores: «Quiero hablar de manera impersonal, ¿pero cómo dejar de implicarme?», y Rémi se pregunta si, finalmente, no es el inconsiderado respeto de la personalidad ajena lo que bloquea al grupo. Alguien hace observar que, en todo caso, Nicolas no se implica. Nicolas responde que tenía mucha razón de hablar de la agresividad hace un momento, que no se le oye, que si escribe es porque se implica sobremanera en el grupo, y que, si habla, se mezcla en la discusión y propone interpretaciones, es «por devoción: personalmente, nada tenía yo que decir, pero quería que el grupo progresara, que no fracasara. Se me agrede incesantemente. Se me ha dicho que juego al psicólogo, pero me lo dicen para no oírme...». Roger: Para saber lo que ocurre recibiremos un informe sobre el grupo, después de la experiencia... Una cosa trabajada (irónico). Risas, miradas dirigidas a los observadores. Varios: Sí, hemos pagado... Nicolas: Habéis sospechado que el monitor no dice lo bastante, que se guarda para él lo- que piensa. Hasta se le ha acusado de ser inauténtico. Roger: ¡Pero si tú mismo lo dijiste! Nicolas: No, no es lo que quería decir. Yo decía que eso era lo que se pensaba; no lo que pensaba yo, sino el grupo, porque hay miedo a las interpretaciones y agresividad para con él... Marcel: No comprendo muy bien lo que sucede. Algunos: Tampoco yo. Breve silencio. Léonore dice que ayer fue sacada de quicio por Rémi, por su presentación, por su tendencia «a llevar al grupo hacia esferas superiores. Sin embargo, planteas problemas que me interesan mucho: el humanismo, la condición humana en nuestros oficios. No comprendo bien por qué Marcel no se interesa por estos asuntos».

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Rémi no responde; tampoco Marcel. [3,9] Se entabla entonces una larga discusión, bastante abstracta, entre Roger, Michel y Antoine, especialmente, y Rémi incidentalmente, sobre la responsabilidad del «psicólogo-orientador profesional». Roger insiste en las compulsiones que determinan la calidad del trabajo del psicólogo; el psicólogo está determinado por las estructuras sociales en las que ejerce. Ahora bien, los sujetos aguardan mucho de él, y el orientador se compromete personalmente cuando da un consejo. De igual modo el orientador escolar: «Esto puede determinar toda una vida». Entre Roger y Michel se entabla una discusión sobre los límites de la elección personal del cliente, del pasante de FPA (Formación Profesional Acelerada), de los alumnos: el nivel socioeconómico de las familias determina ante todo el abanico en la elección de los estudios. Intervienen Philippe y Antoine; la discusión continúa entre varones. Entonces se plantea el problema de saber si los propios orientadores están bien orientados, bien informados; si pueden realizar su trabajo con toda libertad, sin apremios de tiempo ni rendimiento, sin presiones sociales. Además, hasta dónde conviene ir en la explicación del consejo que se da a los «sujetos», en la revelación de su personalidad: los sujetos tienen el derecho de saber; es una legítima reivindicación darles a conocer todo. «Si no, en caso de fracaso del sujeto, al orientador hay que tener por responsable.» Philippe está muy de acuerdo con esto, pero se pregunta qué le pasa al orientador si el sujeto se subleva contra los consejos que se le hayan dado con cabal conocimiento de causa. La pregunta queda sin respuesta. Marcel dice darse cuenta de que los psiquiatras tienen con mayor facilidad buena conciencia frente a tales asuntos: siempre pueden «actuar sobre el otro, sobre el enfermo, obligarlo a tomar droga... A veces se tiene el deber de manipular, lo que no deja de plantear graves problemas». Nicolas (irritado e irritante): Me pregunto por qué esta discusión sobre asuntos que todo el mundo ha resuelto... Si la discusión se eterniza sobre este tema, ¿es para llegar a las diez y media de la mañana? ¡Eludimos el problema! Marcel (retomando su tema): El psicólogo, en particular el orientador de que estamos hablando, está en una situación más dramática que la del psiquiatra. ¿Acaso no fuerza al sujeto a elecciones que en rigor son función de las normas de la sociedad en la que se encuentra? En tales casos, el psicólogo interviene como representante de una sociedad. Roger: Es muy posible, y preciso es que el psicólogo se dé

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cuenta de ello, que ponga también él sus cartas sobre la mesa con las personas a las que orienta. Nada de disfrazar. No hay que prestarse a ese juego. Hay que reconocer que, en los consejos de orientación que damos, sufrimos compulsiones: las del empleo. Las del número de vacantes disponibles en las escuelas de aprendizaje, o en los centros de Formación Profesional de Adultos. Por supuesto, hay que hacerle conocer estas compulsiones al sujeto... para que sepa a qué atenerse. Pero se corre el riesgo de ejercer presión sobre los otros, sin que nosotros ni ellos lo sepamos. [3,10] El grupo de hombres aprueba y comenta al respecto: el psicólogo no debe conducir a nadie a la desesperación o al autodesprecio. Debe abrir posibilidades. Nicolas (retomando la palabra para dirigirse al monitor a fin de que éste): ...insista en la interpretación de su sueño. Es más importante que lo que se dice en este momento. Acabamos de tener una verdadera discusión política: saber si tenemos que insertarnos en una sociedad determinada, o si debemos ser revolucionarios, cambiar las estructuras sociales. Yo querría que volviésemos a hablar del sueño de Didier. La discusión se ha desviado... No nos implicamos. Tole tole general, algarabía, risas, invectivas dirigidas a Nicolas. Varios: Al contrario, es la primera vez que tenemos un tema que nos interesa. Hemos hablado de manera personal. Nos felicitamos de haber hablado así: Léonore: Cuanto a mí, no me he sentido directamente incumbida, pero me ha interesado. Sin embargo, soy del parecer de Nicolas, de que deberíamos implicarnos más personalmente, decir «yo». Aquí hay quienes están fuera de circuito, como Agnès (asentimiento de ésta). Ahora, ¿qué va a suceder entre nosotros? Las experiencias personales... Interesante. [3,11] Nicolas: Pues bien, para hablar de mí... Alguien: ¿Por devoción...? Risas: ¡Una medalla para Nicolas! Nicolas: Polarizo la agresividad y soy cont... consciente de ello... Risas: ¿Contento o consciente? Nicolas: ...para hablar de mi experiencia personal. Nicolas pone de relieve el caso de conciencia y responsabilidad que ha vivido en una situación en la que «un padre abandonó a sus hijos desorientados». En contra de la opinión del psicólogo, prefirió mantener distante al padre temible, que empleaba sádica-

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mente su poder, y confiar en su libertad. «Se remontó la quiebra y se evitó que aquel padre fuese a su vez un mártir.» Michel da a observar que a menudo «la gente presiona a los psicólogos para que éstos resuelvan sus problemas en lugar de ella». Nicolas aprueba. Léonore destaca que Nicolas se complace en proponerse como víctima: el grupo ha encontrado en Nicolas una «pequeña caricatura» del monitor: escribe, agrede, dice cosas que no vienen al caso. Acaso al monitor se ofrece Nicolas en sacrificio, sugiere Léonore. Anoto al margen de lo que dice ésta: «¡Bufón(es) del Rey! » Nicolas: Es completamente idiota. Todo el mundo es idiota. Esto no se mantiene en pie. Estoy esperando que volquéis. Habréis de verlo: este grupo será un fracaso... [3,12] En la pauta advertimos que los participantes buscan una norma y una normalidad, una orientación y un consejo contra sus incertidumbres y sus angustias. La responsabilidad del posible fracaso se transfiere al monitor, del que Nicolas es (y así se presenta) frágil doble. La insatisfacción se expresa más espontáneamente. La discusión acerca del humanismo oculta, en rigor, la alienación en la que todos se encuentran dentro del grupo. Evocamos la idea de que determinismos exteriores pesan sobre la situación, pero no podemos elucidar de qué se trata. No hablamos de la función de Léonore ni de las intervenciones del monitor, salvo para decirle que nos parecen pertinentes y formalmente concisas y claras. COMENTARIOS SOBRE LA TERCERA SESIÓN (RK) a) La reiteración de la solicitud dirigida a Léonore indica el profundo desamparo experimentado por los participantes. Unicamente su palabra, requerida como un sonoro baño materno, podría conjurar su angustia. La insistencia en obtener y retener algo bueno de ella la sitúa como figura de madre colmadora. Sin duda, Léonore ha fortalecido la desmesurada expectativa que se desarrolla respecto de ella al señalar, hacia el final de la sesión precedente, que ha tenido una experiencia psicoanalítica. Se emparienta con el monitor y así se distingue de él; se ubica en la posición de quien podría hablar de una manera benéfica y no destructora, a diferencia del monitor. Conjuntamente, la reiterada solicitud de

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los participantes le asigna la asunción de su defensa contra lo que éstos proyectan sobre el monitor y sobre el grupo. El deseo de una experiencia más satisfactoria [3,3], de una reunión plenaria y permanente, responde a la evocación que de ella había hecho Léonore ya en la primera sesión. La satisfacción será posible en otro tiempo y otro grupo. No obstante, este sueño no es sólo el de una realización del deseo de coincidencia unificante; también es un sueño de omnipotencia y de realización del deseo de ejercer un control sobre el grupo, el monitor y los observadores. En efecto, grande había sido la angustia, en el curso de la sesión anterior, de ser internados. El internado designa varios lugares: el universo escolar y psiquiátrico (internación: cf., en el curso de la precedente sesión, la identificación de los participantes con los alumnos y los enfermos mentales), el lugar médico (el de Léonore), el vientre materno: el grupo mismo condensa a todos. El apartamiento de los observadores [3,3] simboliza la situación del grupo y recuerda el anhelo precedentemente formulado por Nicolas, de que se ejerza un control sobre la lucha libre. «Que en lo futuro una experiencia como ésta se desarrolle en internado» expresa el doble deseo de reunirse y ejercer un control maníaco sobre los objetos internalizados en el grupo-matriz, y especialmente sobre los objetos potencialmente destructores. La intimación dirigida al monitor por tres hombres [3,4] es una puesta a prueba de su poder, al mismo tiempo que un ataque contra lo amenazador que éste puede representar. Aporta precisiones sobre lo que figura en el grupo. Al igual que a Léonore, se le pide dar [3,3]; de él se quiere recibir, y no de otro [3,8], Si acepta, se somete al ultimátum y satisface el deseo de control agresivo y defensivo de los participantes. Si rehusa, fortalece su posición todopoderosa y persecutora, y consolida la figura del tirano que conserva para sí lo que tiene y que los participantes no tienen: lo que éstos envidian y temen a un mismo tiempo. Al proponer una interpretación de contenido que se inspira en su propia vivencia contratransferencial [el sueño de efracción, 3,6]; al proponer que todos conduzcan el análisis, el monitor no formula interpretación de resistencia. El pedido de los participantes respecto de él conlleva un aspecto masoquista dentro del carácter pasivo de la solicitud de ser interpretados [3,4; 3,8], un aspecto inherente a la circunstancia de recurrir a su omnipotencia que se inscribe en el estado de frustración consecutivo al silencio de Léonore. A ésta se le supone poseer un saber que la emparienta a él. La puesta a prueba del monitor aparece entonces como un

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medio de proseguir el señalamiento de lo que puede colmar y de lo que puede frustrar, de lo que está pleno y de lo que está vacío, de lo que es bueno y de lo que es malo. b) No habiendo la interpretación deslindado esto, los temas de persecución se van a desarrollar a lo largo de toda la sesión. Los mecanismos de defensa contra las angustias paranoides se encuentran, así, reforzados, como reconfortado el monitor en una imagen de tirano temible, capaz de abandonar a sus hijos desorientados [3,9; 3,11] y de causarles la muerte. Como Superyó arcaico paranoide, el monitor participa en la imago materna cruel y terrorífica. Desde luego, por primera vez [3,4] se le designará como «padre», padre malo; esta denominación hace desencadenar la risa. En rigor, se trata no tanto de establecer una grosera diferenciación entre las imagos parentales cuanto de expresar el vínculo, la colusión entre la imago de ese seudopadre con la imago materna fálica. El chantaje del abandono adquiere los visos de una medida defensiva contra las angustias persecutivas y las angustias depresivas que comienzan a manifestarse en algunos participantes. Lo que se teme del monitor es de la misma índole que lo que se teme de la madre fálica, simbolizada por Léonore y el grupo: que sean manipuladores [3,7; 3,9], destructores o falsificados [3,7; 3,9], vacíos y mortíferos, es decir, silenciosos. Lo que se les envidia es lo que supuestamente contienen: el buen alimento, el pene, las heces, los hijos, el saber, y con respecto a este contenido transformado por la envidia en objetos temibles, en la medida en que la identificación introyectiva revela ser imposible, se trata de apoderarse de él para controlarlo, para captar su omnipotencia y, eventualmente, destruirlo, para privar retorsivamente de él a quienes lo disfrutan. Por eso, pues, la víspera, Philippe fue a buscar en algunos escritos una tranquilidad y una norma [3,5], pero sobre todo la integralidad del saber, respecto del cual se sospecha que el monitor guarda para sí: lo que se exige no es una parte, sino el todo [3,8]. Sí el monitor es el soporte inmediato de la creencia y de las proyecciones de los participantes, ello se debe, por una parte, al hecho de ser la figuración de la potencia atribuida a la madre arcaica idealizada y también, por otra, porque al atacarlo en lugar de Léonore y del objeto-grupo se preserva a éstos de los ataques y se los conserva como buenos. En el fantasma, por el momento, las figuras maternas-paternas son intercambiables en algunos de sus atributos fálicos orales y anales; hasta van a coincidir, como

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que la escisión permite mantener lo que es primordial, o sea, la separación de los objetos buenos y los objetos malos. A esta intercambiabilidad de los objetos parentales corresponde la indiferenciación de los participantes, quienes expresan acerca del tema de la nivelación la idea capital que habrá de organizar las relaciones dentro del grupo. c) Los movimientos transferenciales laterales están aún determinados por la escisión entre la ambivalencia y los objetos. Nicolas ocupa una posición particular: el comportamiento masoquista que adopta desde el comienzo de la temporada lo designa ante el sadismo de los otros como objeto por destruir y como víctima ofrecida en sacrificio de expiación al monitor y a los participantes mismos. Así, al mismo tiempo que se castiga una parte de todos, ningún otro participante será sacrificado. Otros elementos se combinan en la preparación del sacrificio para sobredeterminar su sentido: ante todo al monitor y también, indirectamente, a Léonore se los alcanza en Nicolas, sobre quien se deriva el golpe mortífero. Con ese sacrificio se espera un apaciguamiento de la furia de los ídolos crueles 10. Esa preparación para el sacrificio es una primera tentativa para instaurar en la reparación una relación simbólica de alianza entre los participantes, por una parte, y las figuras ideales, por la otra. Las pulsiones agresivas y destructivas de los participantes quedan satisfechas, y la culpabilidad que resulta de ello se ve atenuada. Puede sellarse la alianza grupal. A fin de que el sacrificio cumpla sus funciones, preciso es que la víctima se empariente con los ideales arcaicos y con los participantes. Léonore designará esta equivalencia: los participantes habrán encontrado en Nicolas una «pequeña caricatura» del monitor, un doble grotesco [3,11]. Cabe señalar que la agresión de uno sigue o precede siempre a la de otro [3,6 a 3,11]. Los participantes también encuentran en Nicolas las partes de ellos mismos que les resultan insoportables y de las que pueden así, económicamente, desembarazarse. Si la víctima es apropiada a aquel a quien se la ofrece, no obstante difiere de él. Presentase a Nicolas como una caricatura, como A. Béjarano sugiere que este sacrificio connota la reviviscencia de la filogénesis, no tan lejana, en la que el sacrificio ofrecido a los dioses desempeñaba el papel de protección contra las mociones destructivas proyectadas sobre ellos. 10

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una miniaturización del objeto malo proyectado en el monitor. El emparentamiento sirve, de ahí, a la escisión defensiva, sobre la cual descansa el proceso ideológico: la parte buena, encarnada de manera especial por Léonore e introyectada en todos, se ve preservada. Por lo demás, Léonore está lejos de desempeñar un papel secundario y pasivo en esta escena. Al indicar que Nicolas es la víctima adecuada, puede, con ello, satisfacer su propia agresividad y su propia resistencia frente al monitor, al que lesiona por interpósita persona. También satisface la agresividad de los participantes. Refuerza, pues, su posición de líder matriarcal dentro del grupo, apoyándose en la posición complementaria de Nicolas. Ambos encarnan, en efecto, dos posiciones contrarias (y complementarias) en la economía pulsional del grupo: Nicolas profetiza el fracaso y la muerte [3,11], y Léonore asegura que la experiencia será un éxito y promete la vida futura [1,15]. d) La puesta en evidencia de esa escindida complementaridad viene a reemplazar a otra oposición elaborada por el sistema ideológico dualista y maniqueo y que se había establecido a propósito del «saberlo todo/no saber nada». En la medida en que la escisión no es suficiente para contener la angustia suscitada por las pulsiones destructivas proyectadas sobre los otros, se explora otro camino, el cual pone en evidencia la tentativa de control maníaco del objeto perseguidor. La defensa se establece a través de una exigencia común que va a enlazar imperativamente a los miembros del grupo entre ellos: el sacrificio de una parte de sí (tiempo, dinero, implicación personal). A todos se les impone la obligación de no poseer nada propio. Esto tiene por consecuencia el hecho, por una parte, de que cada cual sea transparente a la mirada del otro —el cuerpo ya no tiene espacio singular ni opacidad—, y, por otra, de que cada cual sea propiedad controlada del otro. Así, el monitor pasa a ser, fantasmáticamente, propiedad controlada de todos. El sistema ideológico se presenta aquí como si fuese doblemente defensivo: permite asumir, gracias a la compulsión recíproca, la defensa contra el perseguidor exterior (externalizado) y contra la parte reintroyectada con fines de control. A través de las tres primeras sesiones, y de esta última en particular, es posible deslindar tres momentos principales del proceso ideológico. 1) Al sadismo oral y anal se lo escinde y luego se lo proyecta, en parte sobre el monitor y en parte sobre el exterior, a fin

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de salvaguardar los objetos buenos internos localizados en el grupo o en algunos de sus elementos; 2) Se trata, en seguida, de asegurar la salvaguardia de esos objetos, de los «buenos» y de los «malos». Los objetos buenos garantizan la unificación del cuerpo grupal imaginario, y del cuerpo singular; aseguran la defensa contra la destructividad y las angustias de la fragmentación. Los objetos malos mantienen la movilización de la energía necesaria para la construcción grupal, para su corporización, para la construcción del ideal común, para la localización polarizante (estructurante) del interior y el exterior, para la lucha contra la incertidumbre y la duda; 3) En la medida en que la escisión no es suficiente para yugular la angustia paranoide-esquizoide y para mantener la introyección del objeto bueno, se instaura un dispositivo de control colectivo, de tal manera que la angustia de efracción sea echada a andar, frustrada y devuelta en placer. COMENTARIO DE DA Dentro del recuerdo que conservo a este propósito, la sesión me iba proporcionado una sensación al principio de satisfacción, y luego de impotencia. De satisfacción: de la hondura de la regresión manifestada por la abundancia de los sueños nocturnos y en seguida por el silencio colectivo al comienzo de la sesión; de la fomentación fantasmática producida por la situación grupal no directiva instaurada el día anterior con la actitud neutro-frustradora del monitor y que permite esperar aportes más personales de los participantes; de la libertad en la expresión de las insatisfacciones; del bastante general deseo de entregarse a un trabajo de comprensión de lo que ocurre. Y además, digo, de impotencia: se me pide realizar ese trabajo para los demás y en lugar de ellos; mi sueño-interpretación no ejerce efecto alguno de resonancia fantasmática sobre los participantes; el valor de la implicación personal se ve cuestionado; se rehuye el aspecto inconsciente de la experiencia para «orientarse» hacia consideraciones acerca del contexto económico-social de la actividad de los psiquistas. Ya en la primera sesión, cuando se rechazó el supuesto básico de dependencia adelantado por Nicolas, tuve el presentimiento, ahora confirmado, de que el grupo quiere tener su ser de él mismo, y no, sobre todo, del equipo monitor-observadores. Con el tiempo, paréceme que la tercera sesión se desarrolló

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sobre y contra la imago paterna, promoviendo con ello en el grupo una realidad psíquica transindividual nueva, esto es, la imago, de la que creí luego que debía hacer el segundo organizador psíquico inconsciente de los grupos. Se me intima a ser omnisciente y providencial; se aguarda pasivamente el informe —que habrá de ser «trabajado»— de los observadores y cuyo envío con posterioridad a la temporada se ha prometido (práctica antipsicoanalítica a la que después renunciamos); repróchasele al monitor vivir apartado con los observadores (es decir, con los otros padres) en los intervalos de las sesiones, dejar caer (hijos como son) a los participantes, guardárselo todo para él, no interesarse por los demás (miembros de su familia) por ellos mismos, hallarse dispuesto a destruir a quienes no le proporcionan placer. La descripción freudiana de la imago paterna se encuentra íntegra ahí, con su doble rostro: el del padre fuerte, justo y bueno, y el del padre egoísta, celoso y cruel. Todo cuanto dije o habría podido decir en la tercera sesión sólo se lo podía entender como si proviniera de esa posición imagoica en la que se me había puesto y cuyo análisis, aun cuando bosquejado hacia el final por Léonore sobre Nicolas—«caricatura» de mí—, se iba a establecer posteriormente. Convenía permitirle ante todo al grupo unirse en torno de una imagen paterna negativa, y luego dejarle la posibilidad, al interiorizar al padre muerto, de darse una ley. Una observación sobre el deseo de Antoine (y de algunos otros) de una temporada en internado. Antes que un fantasma de grupo- pecho cerrado en sí mismo, como lo cree René Kaës, veo en ello una toma de conciencia de una condición instrumental: un seminario residencial es más formativo que una temporada en la que cada cual vuelve a su casa, o a su trabajo, al concluir la jornada. Ya no me acuerdo si hube de proponer al principio la elección entre ambas fórmulas, pero la mayoría sabe que yo practicaba una y otra, y también que la fórmula en internado era más «costosa», en tiempo, en dinero, en inversión psíquica. Para una primera experiencia en esta región, los interesados se habían dirigido, si me atrevo a decirlo, a ... la economía, prudencia completamente natural. Volviendo a los supuestos básicos según Bion, el de apareamiento se lanza a funcionar entre Léonore y Nicolas hacia el fin de la sesión. Apareamiento en sentido estricto de Bion, pues evoca la esperanza mesiánica de una futura salvación, o de un futuro fracaso, para el grupo.

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CUARTA SESION

Disposición de los participantes en la cuarta sesión. [4,2] La discusión se reinicia sobre uno de los temas ya abordados en el curso de la sesión anterior: lo que se espera del psicólogo. Philippe: Se espera demasiado del psicólogo. Las más de las veces se espera que sea Dios, de quien se espera todo. Hay que entregarse con las manos atadas. Cuando se está frente a él no es posible elucidar las propias posibilidades de elección, apreciar las pro-

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habilidades de uno mismo y darse cuenta de la dependencia total respecto de él. Esto conduce al fracaso. Michel (a Philippe): Podríamos preguntarnos qué es lo que da al psicólogo la prevalecencia que usted le atribuye. A menudo se intima al psicólogo para que encuentre una solución, como decía yo hace unos momentos. Philippe: Lo que les reprocho a los psicólogos es no implicarse en lo que hacen. Están bien provistos: ¿deben hallar una solución? Sí, pero me imponen jugar el juego y quedo en dependencia con respecto a su decisión o su diagónstico. [4,3] Hay una dificultad que es común al psicólogo y al psiquiatra, y es la de recurrir a los cuidados o los servicios de un colega; en tal caso, ambos saben de qué se trata en cuanto a la «máscara profesional» y a la dependencia respecto de la omnipotencia. Por eso resulta tan difícil cuidarse entre médicos y consultarse entre psicólogos. Michel, Roger y Philippe prosiguen entre ellos los intercambios acerca de lo que se espera del psicólogo: el psicólogo mismo sueña quizá también, algunas veces, con que es verdaderamente Dios. Expectativas tales son vanas, [4,4] decepcionantes y alienantes, porque el poder atribuido al psicólogo por los demás o por él mismo reside en el hecho de «mantener a distancia la verdadera demanda del sujeto». De allí que adopte esa actitud; una vez adoptada, el psicólogo «sádico» no puede comprender cosa alguna ni responder a la demanda y satisfacerla. Sólo puede mantener o dar la ilusión de ello, ilusionándose él mismo. Philippe: Y terminan por cogerse a sí mismos en su estatuto... o en su papel, ya no lo sé. Tengo la experiencia de una relación con un psicoanalista que ignoraba quién era yo. No bien lo supo, cambió por completo de máscara. ¿Por qué se necesita una máscara? Todos los psicólogos tienen una. Sin embargo, es menos traumatizante tener que vérselas con un psicólogo que con un psiquíatra. Léonore: No obstante, después de todo lo que usted ha dicho, yo tendría aún más miedo de los psicólogos (risas). Lo que me da miedo de los psicólogos es que adoptan decisiones con demasiada rapidez. No toman en cuenta el plazo del tiempo en la vida real. Hay veces en que el tiempo hace bien las cosas... También siento miedo de la dependencia del sujeto respecto del psiquiatra. [4,5] Roger piensa que para el psicólogo el problema consiste en ser lo más lúcido posible respecto de sí mismo y de las condiciones en que trabaja. Tiene el deber de informarse y formarse no sólo acerca de los asuntos estrictamente profesionales (técni-

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cas, tests, teoría), sino también acerca de los asuntos económicos y políticos. Antoine aprueba. Roger: En mi barrio es la panadera quien hace, en rigor, orientación profesional. Michel, Marguerite y Léonore confían más en la intuición, que hay que afinar, y en la empatía, «que hace sentir desde adentro lo que siente el otro» (Léonore). La inquietud de los psicólogos es, sigue diciendo Roger, la de sus relaciones con los demás. Algunos prefieren, por esta razón, trabajar individualmente; otros, en equipo, y tener una actividad colectiva, organizada, sindical, por ejemplo (Roger, Josette). Además, se trata de las ventajas y los inconvenientes de trabajar en público o en privado. Léonore dice que en los consultorios de empresas, donde los clientes no pagan, los médicos son menos amables con la gente que cuando reciben en gabinete privado. De nuevo se trata intensamente de la orientación, de la psicotécnica, de la formación profesional de los adultos, de la dependencia de los psicólogos respecto de los empleadores, de la necesidad de sindicalizarse («Les reprocho a los psicólogos no sindicalizarse», dice Roger), del papel de la intervención para cuidar (los clínicos), del de la información (los orientadores) y del de la transformación social (tarea política y sindical). Se trae a colación la poca eficacia del psiquiatra ante las implicaciones sociales del alcoholismo. También se destaca que, en países en los que el standing económico y social es alto, subsisten los problemas psicológicos. Léonore da a observar que el parto sin dolor no es todavía accesible a todas las categorías sociales. [4,6] Léonore: Entre algunas personas que han «llegado» debe de haber quienes no se plantean ya problemas. Lo que me agrada de Roger es que siempre quiere actuar mejor; es su insatisfacción... Me siento muy próxima a Roger. Silencio. Ruido de sillas. Léonore mira con insistencia a Roger y Rémi. Léonore: Rémi nos ha dicho en la pausa que no era útil presentarse ayer, o que se ha cometido un error presentándose (silencio). Rémi explica que las presentaciones se han efectuado de acuerdo con los estatutos y que «lo importante es lo que uno es, el papel que se desempeña». Léonore asiente. [4,7] Nicolas: Me aburre* lo que se dice aquí. Desde ayer somos psicotécnicos en la EDF O en el ministerio de Trabajo. Ha* Nicolas emplea el verbo «afeitar» (raser), que en el habla popular significa aburrir. Esta aclaración tiene que ver con la continuación del texto. (N. del T.).

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bría que intentar salir de allí. Esta manera de hablar como entomólogos de los problemas de la psicología no me incumbe. La observación, que apunta particularmente a Roger y Antoine, le reporta a Nicolas, que usa barba, irónicas observaciones sobre el hecho de que parece haber alcanzado la sabiduría de los barbudos (Roger), y que, si se «afeita», va a perder su barba. Se pone de relieve que también Rémi lleva barba. ¿Qué puede impulsar a dejarse la barba?, pregunta Antoine. «La barba es cosa viril», se dice. También lleva a pensar en Jesucristo, el Salvador, y en los misioneros, que portan la buena palabra. Las bromas sobre la barba siguen viento en popa: «¿La pones encima o debajo de las sábanas? ¿La dejas dentro o fuera...?». Corre la pregunta de que si quienes usan barba no terminan por corresponder exactamente al papel o a la imagen que se espera de ellos. Llevar barba es aspirar a ser barbudo. ¿Pero qué es llevar barba? ¿Es también llevar los pantalones? (Se interroga a Nicolas: «¿Cuándo te dejaste crecer la barba?». Nicolas: «¡Queréis cortármela!».) Roger propone un nuevo test psicológico: «El test de los tres grandes barbudos: Cristo, Lenin y... María Casares» (risas prolongadas, barullo, cuchicheos, apartes, silencio). Varios participantes (Philippe y Antoine, Céline y Marguerite) declaran que encuentran en otro «ecos, afinidades de ideas». [4,8] Léonore: Comienzo a sentir simpatía por algunos aquí; por ti, Roger. Me siento muy próxima a tu manera de ver... En seguida, Léonore se dirige a Agnès y le reprocha haber permanecido silenciosa desde el comienzo de la sesión, cuando bien podría haber dado su parecer. Análogo reproche les formula a Céline y Marguerite. [4,9] Agnès responde que no tenía mayor cosa que decir. Céline, que tiene una actitud de conflicto frente al dinero y frente al sindicalismo. Interviene Michel en lo relativo a la gratuidad, el interés por el cliente y el dinero, y dice que la gratuidad mantiene la dependencia (sentimiento de deber siempre algo), tanto del psicólogo como del cliente, que no atribuyen, luego, mucho valor a lo que hacen. Así, «los exámenes gratuitos son menos ricos que los pagados». Se pregunta si hacer pagar es más eficaz, si hace más autónomo o dependiente, si siempre constituye una compulsión social y económica. [4,10] El monitor hace observar, entonces, que en el grupo se discute mucho acerca de asuntos que apasionan más o menos a los participantes y les interesa de diversas maneras. «No obstante, no ha habido comparación —destaca— entre los asuntos discutidos

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y lo que ocurre en el grupo. De este modo, si relacionamos el problema del dinero con la situación de este grupo, podríamos preguntarnos quién paga aquí y a quién se le paga; podríamos elucidar la vinculación entre el pago y la dependencia, plantear el problema de saber quién debe tenerla por su dinero: ¿los miembros del grupo?, ¿el monitor? Hay, pues, varios problemas latentes: privado-público, jugar el juego, jugar bien, poner una máscara... Son los problemas del grupo, y se los encara oblicuamente, metafóricamente, en un nivel secundario...» Philippe (rápidamente): Es asombroso hablar de manera oblicua, teniendo en cuenta lo que son los psicólogos... Antoine prosigue en el mismo estilo ingenioso y burlón para decir que aquellos a los que les pareció que esta temporada era cara no han venido y que él ha intervenido ante los organizadores de la temporada a fin de obtener una tarifa menos cara que las habitualmente en curso, con respecto a la industria, por ejemplo. Su declaración hace desencadenar la risa. Algunos confirman que las tarifas de la temporada les fueron presentadas como una ganga. En medio del barullo alcanzo a oír: «...recibido una ayuda administrativa», «...una rebaja...». El monitor precisa que no ha habido tarifa preferencial. Philippe pregunta en un tono irritado si realmente el problema del dinero es el único problema del grupo; piensa que el dinero no es el único principio de discriminación, que hay otros. Señala que, en lo que a él concierne, «lo que se teme [4,11] en este grupo es el miedo al cuanto-a-uno, se teme ser traumatizado, jugar el juego, se le tiene miedo a la efracción...», pero también se pregunta por qué los que han venido a esta temporada están aquí y no otros. Quiere admitir, como lo sugiere Nicolas, que el dinero es el signo del valor que se asigna a una cosa, pero que no basta para explicarlo todo. Sus preguntas no tienen respuesta. Tras un silencio, Josette deplora que en el grupo se soslayen los problemas que plantean los otros... Nicolas señala que, [4,12] por su parte, ha escuchado y ha querido jugar el juego. Entre la mayoría de los hombres se reanuda la discusión sobre el papel de Nicolas: hace «psicologismo»; su «preocupación por interpretar resulta chocante»; es «maquiavélico», es «el compadre del monitor». Pero también es «una especie de Cristo», cuya figura condensa rasgos que se reconocerán en Nicolas, víctima propiciatoria, salvador, reparador de los pecados, misionero de la buena nueva. Estos atributos son también, a menudo, los de los psicólogos y los educadores: tan pronto Dios padre, tanto pronto Dios hijo.

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[4,13] Antoine estima que, si se vacila en tomar conciencia de lo que pasa en el grupo, «es porque se tiene miedo de jugar al mal psicólogo... Se tiene miedo de ser psicólogo». La discusión se eterniza cansinamente. Varios participantes le piden a Léonore que diga lo que piensa de lo que se ha dicho, lo que siente, si siente también una sensación de malestar y angustia. Ella sólo responde, con una sonrisa, que no sabe... [4,14] Después de la sesión redactamos el resumen de ésta y le damos un título («La palabra es dinero»); también lo damos a la anterior («Del comercio entre psicólogos»). En adelante trataremos de encontrar un título para cada sesión (lo cual en ciertos casos constituirá, desde mi punto de vista, una modalidad defensiva contra el análisis, al fijar en un título-sorpresa un aspecto de la sesión). Advertimos que los participantes han tratado simbólicamente acerca de su relación de dependencia del monitor, que temen encontrarse en la poco gloriosa situación de médicos enfermos, de psicólogos neuróticos, reducidos a pedir ayuda a un colega. También se plantea una pregunta a propósito de la barba, símbolo de poder sobre los demás: ¿quién tiene el derecho de llevarla? ¿Quién tiene el derecho de ejercerla? Notamos nuestro propio malestar, nuestro tedio durante la sesión; no alcanzamos a comprender lo que se trama: ¿qué significación ha adquirido la discusión, muy general y teórica, sobre los problemas de la profesión, el estatuto moral, social, político y económico del psicólogo COMENTARIOS SOBRE LA CUARTA SESIÓN (RK) a) La angustia de ser embaucado, cogido y abandonado sin haber podido sacar cosa alguna de Léonore y del monitor y el temor de ilusionarse o decepcionarse son correlativos de la omnipotencia que se les ha supuesto. La puesta a distancia de los afectos y de las representaciones inconscientes que se vinculan a esos deseos y a esas angustias se efectúa en las palabras defensivas, intelectualizantes y que rehúyen el aquí-ahora, a propósito de los psicólogos [4,2; 4,5], Esta elaboración retoma la temática de la diferencia y de las oposiciones primitivas ya encontradas en el curso de las sesiones precedentes; la omnipotencia del psicólogo es, en realidad, la de su ilusión, es decir, su debilidad. En rigor, esa omnipotencia es la del tirano que hace prisionero («atado de manos» [4,2]) a quienquiera que se dirija a él. Los participantes hablan metafóricamente de lo que

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experimentan en la transferencia: el deseo de omnipotencia proyectado sobre el monitor, Dios padre todopoderoso, Superpsícólogo [4,2], Es el hombre-dios envidiado y al que hay que abatir. Es inasimilable y se lo reproyecta incesantemente sobre diferentes facetas de su figura, como por ejemplo su sadismo [4,4]. La exploración de las diferencias entre los psicólogos, en sus estatutos y sus maneras de ser, antecede al surgimiento de un problema menos abstracto, ya que atañe a las relaciones entre los sexos. El trabajo de señalamiento y escisión prosigue entre los sostenedores de la intuición y la empatía y los que se preocupan por el rigor, la lucidez y la eficacia entre lo caliente y lo frío, lo subjetivo y lo objetivo, la racionalidad y el sentimiento, el individualismo y el grupalismo, el apoliticismo y el compromiso político, etcétera [4,5]. La siguiente secuencia (el aspecto de la barba [4,7]) introduce la aparición de los apareamientos [4,8]. En el discurso de los participantes, el debate sobre el aspecto de la barba —¿quién la tiene y quién no?— constituye un desplazamiento del objeto del deseo, del pecho hacia el pene, y pone de manifiesto la profunda vinculación entre estos dos objetos dentro de la fantasmática grupal (cf. el test de los tres barbudos [4,7]). Siempre se trata de la omnipotencia materna. En efecto, cuando se declaran afinidades («de ideas» [4,8]) entre varias parejas de participantes, únicamente se manifiesta una pareja heterosexuada: Roger, partidario de la fría lucidez y el sindicalismo, y Léonore, adepta de la cálida empatía y el trabajo de grupo. La elección de Roger es hecho de Léonore: la ley es la del matriarcado, y el pene no es nada si no es el falo de la madre. Para los demás no es posible una elección heterosexuada. Únicamente es posible una actitud homosexual pasiva («con las manos atadas»): esta imagen [4,2] figura también la rebelión imposible en esta versión matriarcal del mito freudiano de la Horda. Los apareamientos son, sin duda, manifestaciones de resistencia, especialmente el del líder. Como lo ha señalado Bion, expresan, por cierto, una espera mesiánica, el anhelo de los participantes de que se los libre de sus tribulaciones y sus angustias de perdición. Efectivamente, se ha evocado la figura de Cristo y su función salvadora merced al sacrificio [4,7; 4,12]. Además, la reunión, en la pareja Léonore-Roger, de ciertos rasgos complementarios o contrarios (frío-caliente, racionalidad-subjetividad), pero también comunes (sindicalismo-interés por el trabajo de equipo), representa una unión viable, sintética, capaz de satisfacer las diversas tendencias de los participantes. Al declararse adepta de la

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empatía, Léonore se muestra capaz de suscitar, compartir y penetrar el fantasma del otro, de ser su soporte y su objeto [4,5], Sin embargo, estas hipótesis no rinden cuenta del malestar y la angustia que subsisten hasta el fin de la sesión, ni del nuevo llamamiento dirigido a Léonore [4,13]. b) Otra hipótesis puede completar al anterior análisis. Léonore elige en su compañero un hijo. El apareamiento es incestuoso para los participantes. Se elige el hijo por lo que puede representar de lo que posee el padre: poder, seguridad, lucidez, experiencia de los grupos. Con ello se castra al padre de su pene, que vuelve a la madre por las miras que pone en su hijo. Así, pues, tras haber afectado al monitor en Nicolas, Léonore recupera en Roger su potencia o, mejor dicho, su «insignia». La angustia de los participantes parece, luego, provenir de la conjunción de la fantasmática incestuosa (cf. «al otro se lo mantiene a distancia» [4,4]) y la de la madre-con-pene. Toda esta secuencia [4,7] se ordena en torno del problema de saber quién posee el poder y quién ordena la ley, así como de la respuesta que mantiene al matriarcado y al rechazo del padre. La imago materna que se construye es una imago de totalidad y hasta totalitaria. Todo proviene de ella: genitriz, nutricia, formadora, cuidadora, conteniéndolo todo en su vientre. El reverso de esa totalidad que colma es una imagen mortífera, destructora: es un interior, un vaso cerrado en el que se ha internado y en el que se corre el riesgo de un desgarramiento y de muerte. Léonore es, desde este punto de vista, el equivalente metafórico-metonímico del objeto-grupo. Dos imágenes de hijo se delinean; la primera es la de la víctima ofrecida a la muerte en lugar del padre. Se trata de inmolar una parte del Padre para apropiarse de su eficacia y apaciguar, gracias a ese sacrificio consiguientemente expiatorio, su cólera, separando así el mal que se le ha hecho fantasmáticamente. La segunda es la que representa al objeto del deseo de la madre; esta imagen sirve a la omnipotencia y la integridad de ésta. Lo que se ha inmolado regresa a la madre en la seducción y la realización de una completitud. Se elige el hijo en aquello que puede ser opuesto al padre; es el pene de la madre todopoderosa que impone su ley. Lo que se trasluce, en fin de cuentas, en esa imago arcaica, pregenital, del padre idealizado y dominador, proveedor de peli-

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grosas ilusiones, es la omnipotencia de la imago matriarcal que impone su ley a todos y todas y que seduce y reduce a los hijos a su deseo. Los hijos —y las hijas— están destinados a la impotencia y a la extrema dependencia respecto de ella. Unos y otras no pueden mantener el lazo tejido en la dependencia y la identificación narcisista sino al precio de la represión de la sexualidad y de la sumisión a los ideales. Además, el surgimiento de la sexualidad revelaría las angustias persecutivas vinculadas al fantasma de escena primitiva. En el curso de esta sesión, el monitor interviene esencialmente sobre el contenido (lo «imaginario», el fantasma, el mito) y no interpreta lo que siempre lo produce: la transferencia. La función económica, de resistencia, de tales contenidos no se toma en consideración. El apareamiento, sobre todo el del líder, no se analiza como resistencia. COMENTARIO DE DA En su momento, esta sesión fue oscura para mí, y en buena parte sigue siéndolo aún. Mi impotencia se confirma: con mi intervención (que no es una interpretación) intento llevar la discusión del contenido manifiesto (los problemas profesionales y humanos del psicólogo) al contenido latente (los deseos, las angustias y lo imaginario, que circulan entre las personas presentes aquí y ahora); esto provoca un breve intercambio de puntos de vista sobre el dinero y luego un re-análisis de la intelectualización del masoquismo y el mesianismo de Nicolas; por último, nada más: tras el ataque, la huida. Se habla para no decir nada. No se dice lo que se tendría que expresar; no se piensa en nada. Mi crítica espontánea de la prolongación de la discusión acerca del psicólogo se me aparece, con el tiempo, incorrecta en su tenor y torpe en sus efectos. La discusión era natural entre psiquistas: además, respondía al proyecto de la Asociación Regional, iniciadora de la temporada. Para hacer engranar un trabajo de análisis habría sido menester retrotraer la discusión a su origen y explicitar las repercusiones sobre la situación actual de la prehistoria del grupo: una Asociación iniciadora; un observador —René Kaës— mediador entre la Asociación y yo, y un monitor encargado de la realización. ¿Cuáles eran las relaciones fantasmáticas entre estos tres términos? En un sentido, la sesión es la prolongación de la anterior: 1) La imago paterna, tras haber sido rechazada como organiza-

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dora del grupo, es rechazada como característica del psicólogo: éste no es «Dios» [4,2]; su omnipotencia es una «máscara profesional» [4,3], y la barba que lleva Nicolas es irónicamente denunciada como un emblema del poder [4,7]; 2) Se declara un nuevo apareamiento, el de Léonore-Roger, ya pertinentemente analizado por René Kaës y con una afirmación, esta vez más clara, de la esperanza mesiánica: Nicolas será un Cristo Salvador, pero ante todo es un Cristo al que hay que sacrificar. Agreguemos que los rasgos de su rostro, y no sólo su barba, hacen suponer que es judío y que sus colegas presentes en el grupo lo conocen, sin duda, como tal, pero que son rasgos que quedarán sin ser dichos durante toda la temporada. Esta omisión no me parece que se reduzca a una discreción muy comprensible en una temporada en la que los individuos son considerados como personas y no como miembros de grupos étnicos o religiosos, y ello en una época en la que el antisemitismo y el sionismo han desempeñado, o desempeñan aún, un papel en la historia. Es un fenómeno bastante general en los seminarios de formación y los grupos de diagnóstico que vengo animando desde 1956 (sólo en Francia y demás países francófonos): los participantes se comunican gustosamente entre ellos su estatuto profesional, su estado civil y algunos detalles de su vida privada, pero son sumamente reticentes para poner de manifiesto su pertenencia étnica y su confesión. Si lo hacen, o si un signo revela una apariencia activa en alguno de ellos —un gesto, una cruz, una medalla, la ropa, la tonalidad de la piel, etc.—, suelen surgir violentos conflictos en el seno mismo de la temporada (no es el caso si se trata de una pertenencia reconocida como antigua, distante, caduca). El antagonismo que aquí se muestra entre el grupo y Nicolas volvemos a encontrarlo algunos años después entre el grupo y Daniel, en el grupo de diagnóstico al que llamamos del Este de Francia y que hubo de servirnos, junto con el presente grupo, de documento clínico para apuntalar el concepto de ilusión grupal (D. Anzieu, 1971, retomado en Le groupe et l'inconscient, 1975, observación n.° 2, págs. 170- 176). La tradición judeo-cristiana (Nicolas es, verosímilmente, judío, y Daniel se presenta como católico militante) sirve de vehículo a cierta concepción de las relaciones en el seno de los grupos, cuyo estudio sistemático prepara René Kaës y algunos de cuyos rasgos se pueden puntualizar: mito de una inocencia paradisíaca originaria y perdida, ambición de igualar al Todopoderoso con empresas finalmente socavadas por las malas comunicaciones y la incomprensión entre los humanos, búsqueda de una alianza electiva con

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Dios y promesa de un mesías, inspiración por el espíritu de un mensaje con vocación universal. Los dos primeros rasgos (Paraíso perdido y Babel) son comunes a las creencias judías y cristianas. El tercero (la Alianza) es específicamente judío. El cuarto (Pentecostés) es únicamente cristiano. A ello se oponen en la Europa occidental otras dos tradiciones: la celta y la germánica, a menudo confundidas y que son objeto de un reciente resurgimiento de su estudio; signan a la primera la igualdad del hombre y la mujer, la distinción de tres clases —nobleza guerrera, druidas y pueblo—, y el arte puesto al servicio del hombre, no de los dioses; a la segunda, el poder absoluto del padre sobre la familia, el poder político de la asamblea de los hombres libres dentro de ia tribu, el rechazo de toda federación o centralización estatal, y una mitología muy rica en cuyos pormenores no podemos entrar por ahora. Estas tradiciones se mantienen vivas en el inconsciente social, y ante las situaciones nuevas y difíciles, en que la inteligencia ya no basta para decidir acerca de la conducta por seguir, son ellas quienes proporcionan inconscientemente a los pueblos y los grupos sus modelos de reacciones y comportamientos. El deseo —implícito en varios participantes de la presente temporada— de un grupo autoadministrado (dentro de la tradición celta-germánica) entra en conflicto con el deseo de Nicolas (dentro de la tradición judía) de un grupo que trabe alianza con el monitor todopoderoso. Cada cual lleva a un grupo sus modelos individuales o sociales inconscientes del grupo, y un grupo particular es un sitio de confrontación entre representaciones del grupo investidas de diversa manera por sus miembros.

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QUINTA SESION

Disposición de los participantes en la quinta sesión [5,2] La sesión comienza con la restitución que efectúan Antoine, Michel y especialmente Céline de lo ocurrido en el curso del almuerzo tomado en común y fuera de la presencia del monitor y los observadores. Por primera vez, y con placer, los participantes han sentido que forman parte de un grupo «más espontáneo», «más cálido», «más familiar» y «coherente» en varios

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aspectos. La cohesión se lleva a cabo a propósito de los agravios dirigidos al monitor, «un buen hombre, por lo demás», pero rebatible y rebatido tocante a su intervención: «A la mesa hemos pasado al ataque; lo hemos anulado, hemos rebajado al monitor... Las interpretaciones raras y oscuras que propone no valen nada». Hasta se ha hablado de prescindir de él, de «eliminarlo», o de «pedirle que se vaya, dejándole que se lleve el dinero», que tanto irritan sus intervenciones y su comportamiento glacial y cerrado. Léonore le reprocha vivamente su intervención en oportunidad de la sesión precedente [4,10]: «¿Por qué habló en ese momento...? Nos provocaba, era tendencioso». El monitor interviene para señalar lo que en esas palabras se expresa en punto a dependencia agresiva para con él. Y Nicolas, rápidamente, previendo cualquier nuevo ataque por parte de los demás: [5,3] «¡Hace dos días que está usted pataleando! (Tole tole: «¡Te tomas por el monitor!») Estoy muy irritado de ver que no quiere usted avanzar. Didier trata de esclarecernos; si habla, es para hacernos avanzar. ¿Acaso sabe usted a dónde va? ¡No! Pues bien, el monitor nos ha dicho que avanzábamos al tratar oblicuamente los problemas del grupo. Nadie se ha preguntado qué significa eso: oblicuo... Didier piensa que no vamos lo bastante rápido, y yo soy de su opinión». Léonore (con viveza): No he comprendido del todo su intervención de esta mañana, para hablar de ese momento. Me pregunto qué tenía de provechoso su interpretación y en qué nos hace avanzar. A decir verdad, hable o no, eso apenas tiene importancia. Hasta allí, el monitor fue inexistente para mí. Philippe: Sin embargo, podríamos preguntarnos qué quiere hacernos decir el monitor. Si habla, es porque tiene un proyecto sobre lo que ocurre y sobre lo que quiere que descubramos. Rémi: El monitor nos repite que el problema del dinero es importante, que el dinero es el símbolo de la dependencia que sufrimos respecto de él. ¡Pero también podría ser lo inverso! Alguien: La privación de un día de licencia es más desagradable que el dinero. Otro (u otra): Son los gastos de hotel, sobre todo, los incómodos... Risas. Barullo. —Es cierto, también él tiene un problema con el dinero. ¡Después de todo, lo recibe! —Depende de nosotros y tal vez es susceptible de nuestras críticas.

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Rémi: En el fondo, es un verdadero potlatch: intercambiamos nuestras dependencias por regalos... [5,4] Esta idea parece proporcionarles a los participantes una viva satisfacción con cierto tinte de molestia («Sí... es eso... ¡Oh, no!, al fin y al cabo es la misma cosa»), Roger: Por lo que a mí concierne, la partida de Didier me dejaría indiferente. Me sentiría mejor si él no hubiese intervenido esta mañana. Agnès: ¡Sí, pero ahora, cuando estamos todos juntos, es una hermosa reacción de grupo! Al menos hay que reconocer que el ambiente ha cambiado. Marcel: Tampoco yo he quedado muy satisfecho de !a intervención del monitor. Había un desajuste entre su interpretación y lo que habíamos vivido en el grupo. No adhiero a su interpretación de que hemos tratado de manera metafórica algunos problemas del grupo. Roger. Su intervención es cosa que quería decir: «Ocupáos un poco en mí». ¡Está tan solo...! Varios: Sí, no era muy pertinente. Roger: Dice cosas deliberadas para hacernos entrar en su teoría, para forzarnos. Philippe: Una actitud interpretativa que no nos parece muy evidente..., a menos que quiera obligarnos a precisar su actitud para con él. Alguien: ...no lo sabe todo. ¡No hay que exagerar...! Otro: Pero se le dicen cosas desagradables. Antoine: Ya no sé dónde estamos..., quién es dependiente de quién. Uno y luego varios: ¿Y si se lo preguntáramos? No hay que ser tímido... ¡Vaya!, ¿lo hacemos? No habrá de respondernos... Probemos. Sigue una discusión general, bastante tensa y confusa, en la que se pregunta sobre el hecho de saber si se va a requerir la opinión del monitor sobre este asunto. Las posiciones están divididas, y luego todos, excepto Marcel, que desea vivamente que se prescinda de la opinión del monitor, se ponen de acuerdo. Roger formula la pregunta al monitor: «Es posible que hayamos hecho una falsa interpretación de lo que has dicho. Entonces, te pregunto, en nombre de todos, si podemos pedirte tu opinión y si quieres retomar tu mal comprendida intervención... (Dirigiéndose a los otros:) ¿Está bien así?».

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El monitor acepta responder; lo hace con un tono apacible, que contrasta con el aumento de la tensión en el grupo. [5,5] Didier-, Se ha tratado, esencialmente, de dos cosas: del dinero y de mi papel, que ha sido puesto en tela de juicio. Con respecto al dinero, yo tenía la sensación de que una parte del grupo se había desprendido de la discusión, que se buscaba otra cosa. Al intervenir, llevaba yo el sentido de esa búsqueda: la ambigua relación con respecto al dinero podía afectar aquí nuestras relaciones. Esto es lo que quise señalar, para que esas relaciones se pudieran elucidar. De la misma manera, cuando Philippe hablaba de los psicólogos y del psicoanalista que cambiaban de papel, de los psicólogos ante los cuales él se encuentra atado de manos y de los cuales se lo espera todo, como de Dios, era un asunto de grupo y no sólo de Philippe. En otros términos, ¿no hay aquí quienes temen estar atados de manos, como frente a Dios, como ante las Tablas de la Ley, por las reglas? ¿No se espera, pues, un oráculo? Indirectamente, había una evocación de la situación de dependencia: «Se hace lo que se puede», y: «¿Qué se puede hacer?», bajo la mirada del gran jefe... El rechazo de la dependencia expresa, además, el vínculo de dependencia. Se puede decir que la dependencia preexistía a la situación actual; existía antes de que el grupo se reuniera. A decir verdad, ya había en la mayoría de los participantes un conocimiento del monitor que hacía que, en cierto modo, el grupo ya existiera... ¿Oblicuamente? He aquí un ejemplo: cuando se ha tratado de los problemas planteados por el hecho de ir a hallar un colega psicólogo o médico, he formulado la hipótesis de que se trataba de esto: ¿no estaremos aquí todos enfermos? ¿No seré yo el médico-psicólogo encargado de cuidar de vosotros? O bien quizá se teme que os ataque y os cause daño, en lugar de prodigaros cuidados. Mi intervención significaba que tal vez era posible discutir de ello con claridad antes que oblicuamente, por medio de la metáfora... Por supuesto que esto no es un reproche por la manera en que se puede hablar en este grupo. Resulta normal que se hable con metáforas; donde ya no se habla más que con metáforas se niega a hablar con claridad, porque la metáfora no es suficiente para decir lo que hay que decir, y porque es indudablemente importante 'hablar claro. Lo que se disfraza y oculta... no es fácil hablar claro de sus deseos y sus temores, como por ejemplo de la ambivalencia con respecto a mí. Os habéis planteado, por ejemplo, este problema: ¿qué hacer con el monitor? Pienso que en este punto se titubea entre dos actitudes: o bien se hace de él un gran jefe,

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un superprofe, un Dios, y entonces se intenta balbucir delante de él, que posee la verdad, o bien se le niega como profe, como gran jefe, y hasta se llega a darle pasta para que se marche... Pero sabido es que no resulta cómodo considerar esto. Tampoco es cómodo ser monitor... [5,7]...Querría, para terminar, aportar algunas precisiones acerca de mi papel. También a este respecto hay un machaqueo en hacer de mí un ser todopoderoso. Soy un participante como los demás, en el sentido de que vivo aquí, como todos, la pasión y el fastidio. Lo que ocurre y lo que se dice me incumbe. Trato de comprender y de hacer algo. Estoy en situación... en situación psicológica. Sólo puedo comprender con la ayuda de los demás, y no es privilegio del monitor captar la psicología de los grupos. Los monitores también echan el ojo y son más o menos aptos para intercambiar lo que comprenden. Sin embargo, no soy del todo semejante a la mayoría de los participantes. He llevado, y esto es una realidad, muchos grupos de diagnóstico; he vivido diversas experiencias de grupo; tengo ideas sobre ciertos asuntos, y teorías sobre los grupos, y estas ideas y teorías, así como también mi experiencia, me guían en lo que observo. Es posible asimismo que aporten distorsión... Es posible. Un miembro del grupo: eso es lo que soy; no tengo ningún poder, pero estoy a disposición del grupo, si mi experiencia puede serviros... Y lo que digo no es palabra de Evangelio. Yo vendría a ser más bien un experto: con un experto, el problema consiste en saber cómo utilizarlo sin dejar de conservar su libertad de funcionamiento y decisión. El problema del grupo es, a este propósito, cómo utilizarme... [5,8] Durante esta larguísima intervención me parece que los participantes se aflojan. Lo que dice el monitor es escuchado en el mayor silencio, que se prolonga durante diez minutos. Luego: Léonore: Ahora que Didier ha hablado lo encuentro más simpático; es más humano. Se diría que se ha humanizado. Lo que ha dicho me ha satisfecho mucho. Lo acepto más fácilmente que si fuese el gran jefe o el oráculo: es falible, como todo el mundo. Estoy contenta. Ahora se ha integrado al grupo. Antoine y Roger no parecen tan satisfechos. Se preguntan, ambos a una, por qué el monitor, a despecho de todo lo que acaba de decir, no participa, por qué no interviene en el grupo. Agnès sugiere que «tal vez se enchincha». Entonces Antoine observa: «Siempre se habla de él en tercera persona. Él hace esto, él piensa tal vez estotro... Nunca nos dirigimos directamente a él (aprobaciones). Mejor haríamos en dirigirnos a él hablándole como a un

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ser humano..., ¡caramba! (Silencio.) Realmente, lo hemos condenado a seguir siendo un Otro, con una gran O... Nosotros mismos lo hemos constituido en Otro (aprobaciones). Roger: ¡Es clásico! ¡Lo que queremos es un padre todopoderoso... o no! Alguien: Claro que es eso... Y temible. Tenemos miedo de él. Marcel: ¡Aquí no queremos padre! Philippe: ¿Qué tendríamos que hacer con él? Antoine: Me pregunto por qué no ha tomado más la palabra... Didier, pido disculpas: ¿por qué no has tomado la palabra más a menudo? Didier: No la he tomado menos que otros. La he tomado cuando tenía algo que decir, sobre la marcha. Pero cada vez que he dicho algo que yo juzgaba esencial, ha caído en vacío. ¡No ha parecido excesivamente favorable a la conservación! Antoine, Roger y otros: ¡Pero si no has hecho más que reír...! Y por lo demás era una risa calculada... (Algarabía, risas, aprobaciones). Didier: ¡Si ya no puedo reír! Roger: ¡No! ¡La regla es que se participe verbalmente! ¡Tú mismo lo has dicho! [5,9] Silencio de casi dos minutos, interrumpido por Nicolas, quien señala que se le busca pleito al monitor, que se tiene miedo de él, que no es un padre todopoderoso, por mucho que se diga, un padre al que se haya establecido en Otro, y que sigue en pie el hecho de que los participantes no están dispuestos a aceptar lo que él ha dicho. Antoine declara que todavía ahora no está dispuesto a aceptar lo que dice el monitor. Roger y Rémi, y luego Antoine, Philippe y Marguerite, atacan entonces vivamente a Nicolas: «Desde el principio te comportas como el monitor; quieres ser su doble. Constantemente interpretas. No juegas el juego... Intervienes como un pedagogo. También tú tienes un proyecto sobre lo que debe ser el grupo. Sin embargo, afuera eres diferente de lo que eres aquí. Aquí te repliegas sobre ti mismo, sobre tus notas y tu cuaderno. Te vuelves hacia ti mismo y tus notas... Propongo votar para saber si vamos a confiscarte tu cuaderno». Algarabía. Se perfila un movimiento de protesta, y en seguida de acuerdo, y de pronto Marguerite, que se encuentra al lado de Nicolas, coge el cuaderno, lo cierra y lo arroja al medio de la mesa. Algarabía, risas, ruidos: «...castración, no, a pesar de todo, eso no... sí, sí... lo aprenderá...». Alguien sugiere que, puesto

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que se ha creído comprender que Nicolas ha conocido en otro tiempo al monitor, y puesto que Nicolas es aquí el doble del monitor, «¡que Nicolas y Didier se expliquen!» [5,10], que hagan públicas sus anteriores relaciones. Unanimidad a este respecto, incluyendo al monitor: «Es una buena sugerencia —dice—; sin duda ha habido relaciones anteriores que no se pueden decir ni confesar...». Nicolas: «Pues bien, está bien, pongo manos a la obra...». Y cuenta entonces esta historia, que tiempo atrás hubo de oírla de boca misma del monitor, de quien fue alumno en un grupo de trabajo: Nicolas: Un pastor que se pasea por el bosque tropieza con un ahorcado, al que reanima y regala una Biblia, línea de una conducta nueva para aquel pobre infeliz. En el curso de otro paseo, el mismo pastor encuentra a su antiguo «ahorcado» pescando en una laguna: «Explicadme —pide al pastor— el estado de gracia en que me encuentro gracias a vos». Y el pastor respondió que todo está contenido en este precepto: «Después de haber pecado, arrepiéntete». [5,11] La historia de Nicolas es escuchada con un placer y un interés manifiestos: «¿Y entonces?», pregunta Roger. Antoine (respondiendo en lugar de Nicolas, desconcertado): ¿Sólo eso has hecho con Didier? Risas prolongadas. Philippe y Marguerite (al mismo tiempo): ¿Tal vez tiene desfalleciente la memoria...? Risas, en medio de las cuales Michel (que no ha dejado de mirarme durante toda la sesión, aún más que esta mañana, y que me parece que busca una complicidad con Didier y conmigo, pues ambos lo conocemos, en efecto) lanza, como si no hubiera oído el prólogo de la historia de Nicolas: «¿Eras estudiante de él?». Nicolas: Participaba en su seminario... También lo conocía por el hecho de haber considerado emprender con él un análisis. Para mí era muy prestigioso como analista... ¡y no cobraba muy caro! (Risas; «¿Ah sí?».) Mi ambición era llegar a ser como él, ser de alguna manera su hijo... Siempre he deseado seguir sus huellas. Después me fui de la ciudad donde lo conocí y me hice psicoanalizar por X. X. fue también el analista de Léonore, pero este hecho, ya señalado por Léonore, no se verá destacado. Agnès: En suma, ¿tratas de identificarte con él? Philippe: Sí, actúas como si fueras compadre suyo...

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Léonore: ¡Parece (por Nicolas) muy contento de que hablemos de él!. Nicolas, manifiestamente muy irritado por tales asaltos y agresivos cuestionamientos, y que hasta entonces se había afanado por mantener en su elocución un habla calma y precisa, con una pizca de nostalgia, grita: «¡No, no soy un compadre! También yo soy monitor fuera de aquí. No quiero ser el líder; no lo quiero aquí... Habitualmente soy líder, pero no aquí». Luego exclama: «Me irritan vuestras actitudes. Querría trataros de coños, pero no puedo». Nicolas parece muy afectado, dolorido, abatido. Rémi (continuando): En tu casa (es decir, donde Nicolas trabaja) has desempeñado un papel de líder, pero lo has asumido defectuosamente..., pontificando. ¡Aquí tienes que ir hasta el fondo! (Un momento de silencio; estupefacción [5,12]; en seguida, zumbón:) ¡Quieres liderazgo por la vía oblicua! Risas breves e incómodas, tímidas protestas, también incómodas aunque pretenden ser tranquilizadoras: «En los grupos de diagnóstico es normal que haya conflictos para ocupar el lugar del padre, para ser el jefe. También es normal la agresividad; eso la hace salir...» (Céline, Agnès y Michel.) Tras un lapso de silencio (que me parece muy largo), dice Roger: «Creo que en el fondo de mí mismo aborrezco a Didier, aborrezco su posición de monitor. Es confuso esto que siento...» (silencio). «También yo he sido alumno suyo. Seguía los cursos de X., y Didier era su ayudante. Lo que él hacía estaba bien, pero yo lo veía muy dependiente de X. En el fondo me pregunto, tal vez, si no voy a ser dependiente de un muchacho dependiente... («Entonces se pone complicado esto», dice alguien.) En T... uno no podía tener contactos con los profes. Estábamos ahogados en la masa.» Intercambios sobre el anonimato en la relación pedagógica. Rémi: Yo también he sido alumno de Didier cuando estudiaba psicología social, técnicas psicosociológicas. Me pregunto si no habré sufrido su influencia... aunque tampoco yo he tenido contacto con él; era un poco anónimo. Antoine: Conozco a Didier por lo que ha escrito; no he seguido sus cursos. No estoy a la misma distancia que si hubiese seguido sus cursos magistrales. Otros (Marguerite, Philippe, Agnès) dicen que conocen al monitor por su reputación, por su notoriedad, por sus «importantes publicaciones». [5,13] Léonore: Yo no puedo decir nada del monitor; no lo conocía antes de llegar aquí. No había oído hablar de él. Me

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pregunto por qué lo había yo deshuesado... Quiero decir... no sé; estaba como ausente para mí. (A Didier:) Cuando hablabas yo no te atendía. Era como si te ignorase. Alguien: ¿Didier psicoanalista es el que te molesta, al que atacas?. Léonore: No lo había catalogado como tal. Rémi: ¿Quieres decir que te negabas a escucharlo? Léonore: Sí... tal vez. ¿Por qué? Antoine: ¿No sería Didier para ti un posible competidor para la dirección del grupo? ¿No has hecho una experiencia de este tipo, donde eras monitora, con las asistentes sociales y otros grupos? Michel (quien, como Marcel, Josette y Céline, nada ha dicho desde el ataque contra Nicolas y el comienzo de la evocación de las anteriores relaciones con el monitor y que continúa mirándome con insistencia): En suma, ¿te comportarías como Nicolas...? Léonore, poco convencida, admite la hipótesis de que «su experiencia de los grupos ha podido influir en su actitud aquí», pero responde a Michel sólo con un movimiento de sorpresa en silencio. Agnès declara que todo lo que se ha dicho en este momento le parece muy poco interesante: ha apreciado sobremanera que Léonore «hable espontáneamente, forme ambiente y sea tan receptiva». Marcel y Josette la aprueban. Marguerite ha sentido que Léonore juega al ama de casa junto a Didier, quien le parece desempeñar el papel paternal. Entonces Roger pregunta al monitor si ha sentido «a Léonore como una competidora». [5,14] Didier: No, no he sentido a nadie como competidor. Por el contrario, he sentido algo entre Léonore y el grupo... Me parece que algunos la han puesto por delante para que arrastre al grupo. De buena gana formularía yo la hipótesis de que, frente a la carencia de un poder varonil en el grupo, se ha suscitado a Léonore como madre de éste, como buena madre del grupo... en cambio de la flaqueza del monitor como padre. La sesión se cierra con el reconocimiento de que se acaba de efectuar un descubrimiento: «Además de los estatutos y los roles sociales o económicos —dice Rémi—, hay roles imaginarios». Éstos han sido dentro del grupo, dice, más importantes para todos que el papel de psicólogo, el de psiquiatra, el de docente. La mayoría de los participantes se declaran satisfechos con esta sesión; por primera vez les parece que la sesión termina demasiado pronto: «Deberíamos prolongarla, y tanto peor para el horario». El monitor se levanta y lo siguen algunos otros; luego, todo el grupo. [5,15] En la pausa discutimos para resumir los grandes mo-

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mentos de la sesión: satisfacción de los participantes por haberse encontrado juntos a la hora de comer sin el monitor, por haberse sentido grupo, deseo de eliminar al monitor, pero también de hacerlo dependiente por el dinero y las críticas; pedido de elucidación, comprendida como abandono, del regreso imaginario del grupo al monitor; imagen del padre perfecto, o encerrado en sí mismo y cruel. Pensamos que esta relación se elucida, que el grupo puede ser por sí solo y centrarse él mismo como grupo. Expresamos nuestra satisfacción por esta sesión, lo que queda también atestiguado por las notas de evaluación, muy altas. Hablamos poco y nada de Nicolas, excepto para encontrar muy divertida su «historia» del pastor, sin analizar las posiciones de los dos actores con respecto al monitor y al grupo. No llego a decir a Didier que su intervención me ha parecido un tanto demasiado larga, no obstante haberlo anotado en el curso de la sesión al margen de mi hoja de observación: pretende ser tranquilizador y acaso también él es dependiente. Mi propia dependencia me lo impide. Uno de nosotros da con este título para la sesión: «Tener o no tener», a causa del cuaderno robado a Nicolas, cuya aventura nos fastidia, nos irrita y nos lo hace, pese a todo, simpático. Pero no analizamos lo que experimentamos respecto de él, ni nuestras propias relaciones. Me siento muy cansado. COMENTARIO SOBRE LA QUINTA SESIÓN (RK) a) La sesión adquiere importancia debido a la reunión de los participantes en el equipo de interpretación durante la comida y en razón de la energía agresiva movilizada en el curso de la sesión anterior. Los participantes han hallado placer en sentirse en un grupo cohesivo. La comida ha consolidado la satisfacción oral del grupo reunido. Los participantes han podido expresar en un acuerdo unánime, al encontrarse juntos ante otra mesa (la de comer), su insatisfacción respecto del monitor, y agredirlo y echarlo fuera. Pueden considerar su eliminación (es el deseo que expresan sin dejar de entregarle su retribución [5,2], que es la compensación anal que le conceden). El ataque (incorporación oral, rechazo anal) permite la constitución de una red fantasmática común en la que queda cogido el monitor («Yo soy un participante como los demás» [5,7]; «Es un verdadero potlach: intercambiamos nuestras dependencias por regalos» [5,3]). Con su intervención [5,3], Nicolas se propone como blanco destinado a salvaguardar una

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imagen paterna buena, de la que necesita después que el monitor «rebajado», y cuyas intervenciones «no valen nada», ha sido depreciado. De paso advertimos que esa depreciación llena una función defensiva frente a la culpabilidad ligada a su agresión. Léonore cierra este acceso al monitor, pues excluye uno de los términos del compromiso con el que los participantes tendrían que transigir. Philippe y Rémi señalan que el monitor es parte integrante de la elaboración de ese compromiso, y trastruecan el vínculo de dependencia con respecto a él. Dos partidos se disputan, así, el grupo en el espíritu de los participantes: el monitór y Léonore. El grupo es aquí el niño que aún se revuelve entre el deseo de los dos padres. La alteración consiste en el hecho de que los participantes adhieren a la proposición de Léonore y oyen que su fantasma elimina al monitor. Soñado en el fantasma del grupo, el monitor no puede intervenir como tercero con la interpretación. Entonces se consolida la posición ideológica en el curso de una nueva etapa, que consiste en incluir, neutralizándola, toda tercera referencia en el discurso del grupo. En efecto, el monitor es a la vez el tercio excluso, mantenido a distancia («Sólo se habla de él en tercera persona»), y el objeto por incluir para controlarlo. Ese modo de defensa revela ser, en rigor, muy angustiante, ya que a la inclusión se la experimenta en la persecución, y porque suscita la proyección sobre el objeto internalizado, pero no asimilado («Dice cosas deliberadas para hacernos entrar en su teoría» [5,4]). El monitor reacciona a esa situación con una triple Renégación: la de su posición tercia, la del liderazgo y la del saber. Es de señalar que en lo real el monitor va a pronunciar esa misma tarde una conferencia sobre lo imaginario en los grupos: el grupo se vuelve aquí síntoma para el docente-terapeuta, cuyo poder, a su vez, se niega. Este conjunto de negaciones sucesivas y correspondientes define la posición protectora y de resistencia de los líderes, la de Nicolas, sobre todo, quien, como doble del monitor, retoma por su cuenta la Renégación del monitor: «No quiero ser líder; no lo quiero aquí... Habitualmente soy líder, pero no aquí...» [5,11], b) Regresemos a la exclusión del monitor. No se trata sólo de un fantasma de exclusión. Este fantasma se «realiza» primeramente en el almuerzo y luego en la acción contra Nicolas. La satisfacción real del deseo entraña el sentimiento de culpabilidad, el temor a la retorsión y una medida defensiva típica de la omnipotencia

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infantil que se apuntala con la relación con la madre: se fantasea que es el monitor quien depende del grupo. Es un trastrueque defensivo contra el temor de ser penetrado por el pene anal del monitor: se lo castiga agrediéndolo en su potencia, esto es, en el dinero que él solicita y que se le concede. El fantasma según el cual el monitor depende del grupo apunta, además, a su reintegración dentro del grupo, pero como prisionero cuya cazcarria se espera. La satisfacción de los participantes es conservarlo en el grupo y disponer de él según su infantil deseo de omnipotencia. El acuerdo común para pedirle al monitor que tenga a bien retomar y precisar su intervención, «mal comprendida» [5,4], es una manera de trastrocar la relación de dependencia. Para los participantes se trata más bien de verificar su propio poder oyendo hablar al monitor antes que escucharlo interpretándolo. Por eso, sin duda, de lo que él diga sólo se retendrá aquello que lleva el sentido de las resistencias mayores: mientras que la intervención del monitor recae sobre los conflictos defensivos que se expresan a través del lenguaje metafórico y metonímico de los participantes, sobre la ambivalencia de éstos para con él, sobre su pedido de cuidados y su miedo de que se los ataque, y sobre su machaqueo en hacer de él un ser todopoderoso, aun cuando sea un participante que, como cualquiera de los demás, vive y experimenta emociones [5,7], de esa intervención no se oye más que el «no soy semejante a vosotros». El problema de saber en qué difiere el monitor y en qué estriba la omnipotencia destructora que se le endilga queda, de allí, soslayado. No se emprende el análisis de las resistencias. El llamado a Léonore y la agresión a Nicolas muestran que todavía se trata de neutralizar al monitor por temor de ser destruidos-cambiados, en la medida en que la destructividad de cada cual ha sido proyectada sobre él, pero no reconocida aún. Desde luego, la intervención del monitor les permite a algunos percibir el interés de inmovilizar al monitor en una posición de radical diferencia [5,8]. Pero Léonore, al declarar que ahora siente al monitor como más «humanizado» y que la intervención de éste la ha satisfecho, neutraliza ese comienzo de reconocimiento y, con ello, la interpretación del monitor. Nada, por consiguiente, se deslinda todavía dentro de lo que moviliza al sistema defensivo del grupo. c) La intervención del monitor ha sido comprendida de la misma manera en que se la aguardaba: como proveniente de un

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padre siempre tan temible. «Aquí no queremos padre», dicen Marcel y Philippe [5,8], y de ahí, pues, el llamado a Léonore, y de ahí, también, la transferencia de la carga agresiva y mortífera sobre Nicolas [5,9], a quien se le intima para que se explique acerca de sus relaciones con el monitor [5,10], Nicolas pone «manos a la obra» [5,10] y narra la historia del pastor y el ahorcado. Esta historia (que proviene del monitor) sugiere una imagen aparentemente salvadora: la del «buen» pastor. La imagen del pastor- monitor sustituye a la del padre idealizado de la sesión precedente (Dios Padre Todopoderoso). Parece, pues, que hay en ello una tentativa de constituir una imagen más ambivalente, lo que queda confirmado por la historia: si el pastor regala una Biblia (por lo demás, los escritos del monitor tienen una referencia al respecto), propone una salvación que hasta entonces sólo Léonore podía proponer. Pero a esa salvación se asocia la dimensión de la falta (el pecado) y de la culpabilidad (arrepiénteterecuélgate), que anuncia el castigo posible. Sin embargo, no se retiene lo que el juego de palabras revela en materia de temores con respecto al sadismo del pastor. Nicolas soporta, una vez más, sus gastos. Invoca y refuerza la proyección, la transferencia negativa y la escisión, por lo mismo que Léonore se ve respaldada por la naciente ambivalencia para con ella y porque ni la posición ni el papel simbólicos del monitor se hallan en condiciones de ser señalados e integrados por los participantes; la razón de esto consiste, sin duda, en que esa posición y ese papel no se asumen en la interpretación que da el monitor: no se elabora la transferencia negativa, y distinguimos su causa en el hecho de que la contratransferencia y la intertransferencia del conjunto monitor-observador no son, por su parte, analizadas. Nicolas es otra faz de la imagen paterna, explorada en el curso de esta sesión: guarda para sí sus observaciones en su cuaderno; es aquel sobre quien recae el rechazo y la castración. Léonore puede, pues, continuar funcionando como imagen de la madre omnipotente. Mientras que varios varones exploran sus relaciones anteriores y actuales con el monitor [5,12] y dan a saber su nostalgia de una relación anónima, Léonore se desprende de un vínculo y hasta de una atención cualquiera para con él, llegando hasta a ignorarlo [5,13] y ser sorda a sus palabras; esto, en el momento mismo en que le significa su integración, según sus propios criterios, al grupo. Esta actitud de Léonore y su «ol

En francés, repen(d)s-toi. (N. del T.)

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vido» del monitor 'han de ser destacadas e interpretadas por algunos participantes, sobre todo por Antoine [5,13]; se expresa la idea de que Léonore podría tener miras sobre la dirección del grupo, como lo indican sus anteriores experiencias (cf. la primera sesión). Entonces interviene el monitor [5,14] para señalar que, «en ausencia de un poder varonil» en el grupo, Léonore ha sido suscitada por los participantes como madre del grupo, y como madre «buena». Esta intervención sobre la ausencia del poder varonil parece que es posible comprenderla (retroactivamente) con respecto a la contratransferencia del monitor. Es una especie de denegación —que renueva el «soy como vosotros»— de tener el poder o de ser visto como si lo tuviera; es una manera de abstraerse de la situación, como si el monitor estuviese completamente al margen. ¿Cómo informar acerca de esa actitud para comprender sus efectos en la elaboración del proceso ideológico, especialmente? ¿Se trata de una reliquia de la conducta psicosociológica de los grupos, según la cual el «grupo» posee el «poder» y el monitor no es nada, apenas un catalizador? Al parecer, más bien se trata de una dimensión específica de la contratransferencia de todo monitor en el grupo: «hacer grupo» es un buen medio de defensa y reaseguro contra el miedo suscitado por los grupos en general, como lo ha señalado A. Béjarano. En este caso se trata del temor que suscita en el monitor la transferencia negativa; es un temor al que únicamente supera el trabajo del análisis intertransferencial en el equipo intérprete. El monitor teme la transferencia negativa tal cual el grupo-madre fálico teme el rechazo, hasta negar que uno es varón para no provocar la envidia de la madre, sin dejar de ponerse en la posición de ser su instrumento: no tomar el poder, no manifestarlo, dejar que se juegue con él y atacarlo, negarlo; en este rechazo se expresa también el temor de ser destruido. Y esta presencia-ausencia («No soy; por tanto, no podéis destruirme») es percibida como abandono por los participantes, que evocan el anonimato. De ello se sigue un fortalecimiento de las angustias abandónicas-persecutivas, las que culminan en la actitud psicosociológica del «dejar hacer». La interpretación dada por el monitor de la posición de Léonore, madre buena suscitada por el grupo, no vincula los llamamientos que se le dirigen con el temor de los participantes frente al padre presente y temido, y no ausente. La resistencia a la que se convoca a la madre buena se organiza en contra del monitor y en contra del temor de ser destruido (por proyección) y del temor de sufrir la retorsión. Consiguientemente, el llamado a Léonore define uno de los niveles de la re-

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gresión: el refugio en la relación dual por temor al tercero destructor. d) El alivio consecutivo a la intervención del monitor [5,8; 5,14] corresponde, sin duda, a movimientos contradictorios: por un lado, parte de las angustias imaginarias se ha podido verbalizar y descargar en la catarsis; por otro, a la ausencia de «poder varonil» se la siente como una declaración de no intervención y, sobre todo, de no violencia. Por tanto, la posición de Léonore queda reforzada, ya que su rivalidad, que algunos participantes experimentan, no es señala en la interpretación: un poder femenil es, en consecuencia, posible11. A esos motivos de alivio vienen a sumarse los que proceden de los triunfos precedentemente obtenidos en el curso del almuerzo (fusión contra el monitor, incentivo de defensa maníaca, acuerdo para el sacrificio) y en el del sacrificio de Nicolas; a éste se lo sacrifica en efigie y se lo toma en burla, en lugar del monitor, según la pertinente oposición Rey-Bufón. Recordemos que a Nicolas se lo toma aparte [5,9], inmediatamente después de la extensa interpretación dada por el monitor, la que satisface a Léonore. Y su satisfacción proviene, en gran parte, de la posición de objeto cabal que ocupa ésta, en lugar del padre, el hijo y la madre. El hecho de que se le arranque el cuaderno (su tesoro, en el que Nicolas consigna y conserva sus observaciones) no deja de tener significación en la transferencia sobre el monitor: es un eco, un eco obrado por Marguerite, de la enucleación del monitor por Léonore [5,13]; a Nicolas se lo advierte como si retuviera, poseyera y soltara sus observaciones, como si hablara mucho de dinero. Es un «enmierdador» y debe, tal cual el segundo del navio de que habla Elliott Jaques, embalar la mierda. El cuaderno es para Nicolas el signo de su identificación con el monitor sádico; para los participantes representa lo que debe ser atacado/atacante. La

El trabajo de A. Béjarano (1972) sobre Résistance et transferí dans les groupes permite precisar la diferencia en la interpretación y los efectos de deslinde entre un análisis centrado en los contenidos fantasmáticos e imaginarios y un análisis centrado en los roles y las posiciones transferenciales. Los papeles propios de las instancias (por ejemplo, el de líder) quedan instaurados por partes proyectadas de cada sujeto singular. Los roles componen la unidad imaginaria que es el aparato psíquico grupal. El análisis y la interpretación del líder como agente comisionado por cada cual para luchar contra sus angustias y temores, para constituir una protección defensiva común, permiten reintroyectar las partes proyectadas. Esta perspectiva, presentida por Béjarano ya en 1964, aún en 1965 no la habíamos adoptado, no más, al menos, que el trabajo específico del equipo intérprete: el análisis intertransferencial. 11

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castración anal de Nicolas es, de manera equivalente y simbólica, la del monitor, y lo que confirma la doble ecuación fundamental de esta sesión —el poder del monitor— es la impotencia de Nicolas; es dinero, es mierda. La continuación de esta secuencia se centra, precisamente, en la investigación de las relaciones de «dependencia» entre Nicolas ahorcado y el monitor-pastor. Justamente, la historia del ahorcado que cuenta Nicolas tampoco deja de tener un efecto euforizante. El juego de palabras apacigua las pulsiones de muerte y proporciona la prima de placer enlazada a su verbalización; la ambigüedad que caracteriza para los participantes a la espera de una salvación por la «gracia» está representada en una fórmula tragicómica. Advirtamos que la historia, que no se comenta, propone una referencia religiosa más a la cultura del grupo. COMENTARIOS DE DA Es una sesión particularmente rica en cuanto al grupo y al monitor. Los participantes constituyen, en el curso de una comida casi totémica, una fraternidad correlativa de una crítica, de una eliminación, de un despedazamiento del monitor ausente. Luego, ya en sesión, y habiéndose reintroducido al monitor como analista y no ya como padre, infligen a Nicolas el castigo legendariamente administrado por el Viejo de la horda primitiva a sus rivales y los hijos impugnadores y usurpadores: la castración... del cuaderno en el que Nicolas toma notas, como el monitor, como los observadores. Siempre estamos, pues, en el segundo organizador psíquico inconsciente del grupo: la prevalecencia, aquí y ahora, de la imago paterna instaura una fantasmática colectiva del asesinato del padre (del que ya hemos dado en otra parte un ejemplo: D. Anzieu, Le groupe et l'inconscient, 1975, págs. 232-242), seguida de un regreso forzoso de la imago de la madre al pene. Ese vuelco imagoico, latente en el grupo, se ve activado por -Léonore, quien revela esta vez lo que había ocultado en la primera sesión: un fantasma individual inconsciente de reivindicación fálica, y por Marguerite, doble y adjunta, como ya hemos visto, de Léonore en este aspecto. Un esclarecimiento muy importante ocupa lugar en condición de monitor. La transferencia negativa grupal pasa de los actos y los afectos al discurso colectivo. De pronto, gracias a una decisión también colectiva, puede oírseme hablar como si interpretase, y no

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ya tan sólo de la posición en que me dejaba la transferencia. De pronto, yo mismo puedo hablar de otra manera: no ya inmóvil, distante, intelectual, defensivo, sino en un tono natural, con un estilo más libre, con una enunciación más cercana a los destinatarios, más humana, y también con una excesiva longitud del enunciado. Para los participantes, en las intervenciones del monitor la enunciación es más importante que el enunciado; su postura y sus mímicas son más significativas que sus palabras. Ya hemos aprendido a tenerlo más en cuenta en la redacción de los protocolos (el presente protocolo se centra, con unas pocas excepciones, en el texto), en la comprensión de las reacciones del grupo (el humor de la madre, su contrato corporal, su mirada, su sonrisa lo son todo para el niño pequeño, y sus palabras cuentan ante todo como baño), en la preparación de las actitudes interiores del monitor por el análisis intertransferencial entre las sesiones. Volviendo a la quinta sesión, mi intervención sobre la ambivalencia con respecto a mí, sobre los intercambios verbales alusivos en el seno del grupo, sobre mi función de engranador del trabajo psicoanalítico, y luego un breve diálogo con Antoine acerca de la parsimonia de mis palabras y de mis excesos de risa, liberan en los participantes masculinos la posibilidad de poner al fin de relieve las relaciones anteriores que han mantenido con mi enseñanza, oral o escrita. Un importante elemento de la prehistoria del grupo queda elucidado; se reconocen ciertas filiaciones simbólicas conmigo en la realidad, lo cual permite deslindar la situación grupal presente de la amenaza de una filiación imaginaria, cosa que en el curso de la pausa no se extiende, por desgracia, a las relaciones internas del equipo (dependencia de René Kaës con respecto a mí, escotomización en sus notas de las diferencias eventuales de los puntos de vista entre el otro observador y él mismo, y ausencia de críticas de su parte sobre mi conducción de las operaciones). En lo que concierne a la broma del pastor y del ahorcado-pecador-arrepentido, yo habría debido restablecer en la sesión (creo haber hablado de ello a los observadores durante la pausa) la historia original, a fin de hacer presente en la versión dada por Nicolas el vuelco del masoquismo en el suicida en sadismo en el pastor y orientar al grupo hacia el análisis, que no se habría de realizar, de la proyección de la instancia superyoica: tras haber salvado al ahorcado y haberle entregado su Biblia, el pastor vuelve a dar con él a orillas del mismo lago, pero esta vez entregado a la pesca; se alegra del buen efecto de la lectura sagrada, a lo cual el

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infeliz obstinado responde haber leído, en efecto: «Después de haber pecado, arrepiéntete». Mi última interpretación, sobre la connivencia del grupo y Léonore para atribuir un poder maternal a ésta, me parece mucho menos contratransferencial que lo que René Kaës acaba de estimarla en su comentario. El matiz estriba acaso entre «representar» y «asumir». Si yo hubiera dado a entender que, como monitor, asumía un «poder varonil», habría sido más contratransferencial que decir — cosa que dije, o al menos quise decir— que la función del monitor no consiste en ejercer un poder (sobreentendido: pero decir la verdad. Por el contrario, los participantes proyectaban sobre mí sus representaciones del poder imagoico paterno: lo que el monitor representa para ellos es un fenómeno grupal inconsciente, que, lejos de ser negado, tiene que ser reconocido para poder, en seguida, comprendérselo. Tal vez he sido incompleto o ambiguo en mi formulación. Pero en todo caso me parece que en esa interpretación he bosquejado el análisis del liderazgo de Léonore como resistencia, he remitido a la relación entre el grupo y Léonore lo que varios preferían ver como una relación de «competencia» entre ella y yo, y he preparado (sin ser luego suficientemente perseverante en este punto) un análisis de la interacción fantasmática entre la reivindicación fálica de Léonore y el deseo, compartido por muchos, de un lazo con el pecho bueno. En cambio, la rivalidad entre Léonore y Nicolas, en la medida en que éste fue (o quizá hasta lo es aún) el psicoanalista mismo en la realidad (y él mismo monitor-psicoanalista aquí), se me ha escapado: tan discreta había sido su indicación: habría apuntalado útilmente mi interpretación. También al respecto los intercambios dentro del grupo han funcionado por el modo de la alusión para iniciados.

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SEXTA SESIÓN Viernes, de 16 y 30 a 18. [6,1] (Siento cierto fastidio, al comenzar la sesión, en tomar notas. Se me ha anquilosado la mano; hasta la novena sesión omitiré destacar la disposición espacial de los participantes. Me resulta difícil fijar mi atención y señalar a quien habla de lo que fuere. Noto, sin embargo, que durante los diez o quince minutos iniciales se trata, una vez más, de yudo, esgrima, lucha libre y del interés comparado de estos deportes para defenderse en la vida. Luego se habla de la elección del conjunto, de los anuncios de casamiento del Petit Chasseur Frangais y de las agencias matrimoniales y las familias numerosas. La discusión se efectúa, por lo demás, en dúos o tríos. También se trata de los sacrificios que todos han debido consentir para venir a esta temporada: el de un período de descanso, además del dinero, y el de relaciones de amigos, y el de un buen fin de semana en familia... [6,2] Antoine: Hace justo un instante se hablaba de la familia... del grupo familiar. Una de las motivaciones de mi venida aquí es, justamente, intentar ver más claro en lo que ocurre en mi grupo familiar. Me gustaría verme tal cual puede sentirme mi hijo. Algunas veces soy de una agresividad incontrolada para con mi hijo, que es muy agresivo. No sé por qué sucede esto. Me agradaría comprender. Philippe dice que ha sentido como una privación el hecho de tener que renunciar a su week-end-, había proyectado pasarlo con su familia, que es numerosa (hablando de sus hijos, «forman subgrupos dentro del gran grupo familiar, más o menos como aquí»). En un grupo tan numeroso prevalecen las relaciones de autoridad,

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no las relaciones interindividuales. Ha debido organizar a su familia, diferenciar los roles, distribuir las tareas (algunas son obligatorias, voluntarias otras) entre sus hijos para ayudar a su esposa y para que sus hijos lleguen a tener más autonomía. Por ejemplo, el problema del dinero para los gastos menudos ha sido resuelto de la siguiente manera: los niños prestan o cumplen servicios domésticos por los cuales se les retribuye; de este modo se ganan su dinero y son menos dependientes de sus padres. Esta organización debería tener por consecuencia «disminuir la dimensión de la autoridad de los padres». Pero es un asunto todavía poco claro para Philippe, quien se pregunta si los padres no se inclinan a renunciar a su responsabilidad y su autoridad. No lo veo muy claro. Está preocupado, además, por «lo que hace posible, difícil o imposible el diálogo en la familia». Philippe declara estar interesado por lo que podría suceder en este grupo, a fin de sentirse mejor esclarecido sobre el funcionamiento de su grupo familiar, «del grupo natural». Es lo que ha venido a buscar aquí: «un modelo de acción». [6,3] Tras un lapso en silencio, Roger pregunta a Léonore si puede vivir fácilmente una vida familiar a pesar de sus horarios, recargados y a menudo imprevisibles. Léonore habla con toda sobriedad de las relaciones familiares difíciles que conoce. Entre Philippe y Léonore hay un intercambio dialogado acerca de las dificultades que viven los niños, las que conocen el padre y la madre y la dificultad de conciliar los roles familiares y profesionales. Léonore: Soy sensible al problema de los niños, privados por el trabajo y la ausencia de la madre. ¿Puede un padre ser el ersatz de la madre? Marcel: Puedo asegurar que Léonore no le esconde nada al grupo. Es una buena madre aquí porque siente sobremanera la frustración que los otros pueden sentir. Céline: ¿Se busca un padre en el grupo...? Michel: Es lo que Philippe decía hace un momento: hay un parentesco entre el grupo y la familia. Antoine: ¿Vamos hacia el orfanato? ¿Hacia la constitución de una nueva pareja? Céline y Michel observan además que se trata, una vez más, del padre y la madre, y que el clima del grupo es agradable, simpático, cómodo. Marcel aprueba y se da cuenta de que por fin comienza a haber comunicación sin negar los problemas, que los silencios son menos angustiantes. [6,4] Sigue entonces un largo silencio (entre siete y ocho

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minutos), al que Michel, irónicamente, interrumpe e interpreta como contradiciendo el sentimiento que de él tenía Marcel. Toma la palabra Nicolas para proponer comprender «lo que pasa. Para hacerlo, necesito rememorar, ya que no tengo mi cuaderno (risas). Ha habido primeramente agresividad; eso es lo que ha dominado, sobre todo para conmigo. Luego, cuando se la agotó, nos volvimos contra el monitor. Ahora ya no hay agresividad ni tensión. Más bien hay calma. Se ha gratificado mucho a Léonore: es una buena madre, y todo el mundo está contento». Céline: Sí, es cierto; ella es quien nos ayuda, y esto nos libera... Nicolas: Por lo demás, a Léonore le gusta mucho el papel: nos gratifica en el plano oral. Ella cogió los billetes de las comidas («Es cierto», se dice) y nos los distribuyó. También nos gratifica distribuyendo sonrisas... Alguien (mujer): Y en este momento nos distribuye bombones. Un hombre: Es la madre que nos alimenta. Marcel: No acepto lo que dice Nicolas; es una caricatura. No pega. Le faltan matices. Durante unos cuantos minutos, los intercambios entre los participantes incumben a Léonore, en quien la mayoría reconoce un principio de armonía, una presencia cálida, una agradable portavoz de la subjetividad y de la afectividad. Algunos (Roger, Antoine, Céline) no están del todo de acuerdo con el juicio. Por lo que a ellos toca, prefieren una expresión objetiva, mesurada e impersonal. Antoine: En mi opinión, Léonore ha atraído al grupo más de lo que lo ha conducido... ¡He ahí un resultado del psicoanálisis! Entonces los bombones que estaban en circulación le son de vueltos a Léonore. En estos intercambios se expresan apenas, o no toman parte, Marcel, Agnés y Léonore. [6,5] Interviene el monitor para señalar que, a riesgo de romper la hermosa armonía del grupo, le parece importante decir que los participantes intentan a la vez conservar y mantener esa armonía «devolviendo, por los cumplidos que se le han dirigido a Léonore, los bombones que ella ha distribuido a todos», y señalar «diferencias entre ellos a propósito del lugar y el papel de Léonore. Es un problema que divide, pues sin duda hay en este grupo dos corrientes: la de los "subjetivistas", representada por Léonore, quien se expresa con subjetividad y solicita que nos expre-

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semos con arreglo a este modo; ha manifestado su insatisfacción cuando el grupo ha elegido temas de discusión abstractos, filosóficos, morales, sociológicos, y la corriente de los que también se implicaban en la discusión, pero de una manera impersonal y abstracta. Existe un conflicto entre estas dos corrientes, que al parecer se alternan en la toma del poder... (silencio). Yo añadiría esto: una de las dificultades de la comunicación dentro de los grupos es la de que cada cual desea que los otros se comuniquen en el mismo estilo que a él le resulta familiar». Un silencio de algunos minutos sucede a la anterior intervención (por mi parte, estoy sorprendido del fin de ella, que considero muy «docente». Tengo asimismo la impresión de que el monitor suaviza, aun cuando dice rendir cuenta de las divisiones. Tengo la oscura impresión de que su interpretación no ha dado en el blanco, pero me contentaré con anotar mis impresiones en mi hoja, sin comunicárselas, bien que hablaré de ellas a mi coobservador). [6,6] Michel expresa su acuerdo con lo que acaba de decir el monitor. Piensa que éste ha visto con justeza cuando dice que Léonore es una buena madre, pero que tal vez sobreestima la dimensión de un conflicto de tendencias: «Más bien es una serie de equilibrios, con los períodos de alternancia». Rémi declara que hay subjetivistas y subjetivistas: aunque amante de la abstracción, él es, como Léonore, muy subjetivo». Otros, la mayoría, reducen el alcance de lo que el monitor ha interpretado: no, no hay conflictos; la hermosa armonía contra la que parece atentar el monitor «es cosa sólida». Silencio. Roger y Antoine observan que las dos corrientes señaladas por el monitor pueden coexistir en la misma persona, que ahora el grupo progresa menos y que se sienten bastante desamparados. Marcel estima que «podemos narrar una experiencia personal de una manera que no sea subjetivista». Michel adhiere a estos puntos de vista para decir que «ahora, cuando hacemos algo, estamos tentados de analizar lo que acabamos de hacer, en vez de seguir adelante...». Marcel: Y como no vamos a ninguna parte... Un breve silencio sigue a esta intervención. Luego Léonore, que hasta entonces sólo se ha expresado con suma moderación, retoma, para reducirlo, el problema de las diferencias entre el contenido y las modalidades afectivas de la comunicación: estas diferencias le parecen, tal y como les parecen a Antoine, Marcel, Marguerite y Michel, relativamente superficiales. Lo que cuenta es que todo el mundo esté en el asunto. En seguida solicita que

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hablen [6,7] las mujeres que guardan silencio (Agnès, Céline y Marguerite): «¿Por qué Agnès y Céline no hablan? Me parecen fuera de circuito. Céline observa y no dice nada. Marguerite no dice gran cosa. ¿Por qué se mantienen fuera del grupo?». Agnès: Me cuesta mucho estar en grupo mucho tiempo. Desde esta mañana me siento físicamente exasperada; no sé por qué tenía ganas de estar en otra parte. A menudo me ocurre en los grupos no poder integrarme; siento necesidad de aislarme. ¿Tal vez porque en este momento estoy un poco engripada? Ya no me siento cómoda esta tarde. He venido al grupo de diagnóstico para comprender mejor esto... Marguerite (a Léonore): Me gustaría saber por qué le ha planteado usted este problema a Agnès. Léonore: Me agrada que todos se expresen, que todos den su parecer. Quiero que todos estén aquí, presentes y partícipes en una reunión. Es un rasgo de mi carácter. Céline: Pero es difícil. Esta mañana me sentía muy a gusto. También en la primera reunión estaba a gusto, relajada... Luego me han fastidiado los silencios. He sentido miedo. Pienso que he sido molesta para el grupo, porque no soy activa. Habitual- mente intervengo de modo más impulsivo, pero aquí he sentido miedo. Desconfío... Un temor... Espero que otro exprese mi opinión. Léonore: ¿Miedo de qué? Céline: No sé de qué y no sé por qué. Lo que sé es mi dificultad de expresarme delante del grupo (silencio). Tal vez miedo de ser juzgada, de ser agredida si hablo como de costumbre. Marguerite: ¿Tal vez también el miedo de no lograrlo, de no ser aceptada si se habla (sí, sí), de no ser estimada...? Céline: Sí, algo como eso, el miedo de ser juzgada y rechazada. Imposibilidad de expresarme con confianza («¿En ti, en los demás?»)... En mí. Agnès: Estoy de acuerdo con Céline. En mí, miedo de ser dejada por cuenta de... Antoine: ¿Qué hacer, entonces? No se puede hablar libremente. Inseguridad... Desconfiar de lo que se dice... como en un salón, ¡si uno hace gestos inconvenientes! Aquí nadie os dice nada... Es peor. Céline: Tengo la impresión de que los demás se basan en una experiencia segura. Yo, yo me borro. [6,8] Rémi: Para mí, una de las dificultades es la regla del tuteo. No es fácil...

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Aprobación de varios, entre ellos Marguerite, Agnès y Josette. Philippe: Sí, ¿acaso tutearse facilita realmente las cosas? Es una regla impuesta. ¿Por qué nos la han impuesto? Es artificial. ¿Qué hay bajo esta regla? Se generaliza la discusión sobre el tuteo: nos tuteamos sólo cuando llegamos a crear un verdadero grupo fraternal, sin el obstáculo de las relaciones y los roles sociales. Antoine: Uno tutea más fácilmente cuando ataca. Es mi caso... Roger (al monitor): ¿Te has sentido agredido cuando te han tuteado? Didier: Estoy sorprendido de que el grupo haya tomado la regla al pie de la letra. Yo he indicado, y no era siquiera una regla, que «era preferible el tuteo». Y se le ha convertido en regla, sin discutir. Roger: ¡Sí, pero había que ser muy astuto para captar la diferencia ! Philippe: También hay algo molesto, y es restituir lo que se dice en las interrupciones de la sesión. Es una notable compulsión. O nos vigilamos en lo que decimos entre las sesiones, o bien no restituimos... Alguien: Se han aceptado las reglas sin discutir... Hemos jugado el juego amablemente. Otro: Estábamos muy embarazados con nuestra libertad... Antoine (quien, en oportunidad de la primera sesión, fue uno de los que propusieron elegir observadores entre los participantes): ¡No hemos tenido iniciativas, pero esto puede cambiar! (risas). Philippe: Ya que se habla de la restitución, en la pausa se ha hablado [6,9] de los observadores. Nos hemos preguntado qué hacen. Marguerite: Tenemos piedad de ellos. Léonore: Debe de ser penoso estar sin hablar. Se les agrede y no tienen el derecho de respuesta. Alguien: Deben hablar entre ellos. Otro: Escriben mucho, sobre todo René. En cambio, Marc fuma tranquilamente su pipa. Roger: Están en formación. Me pregunto si esto les interesa. Antoine: Se forman a nuestra costa (risas, breve silencio). Didier: Tengo el sentimiento de que uno de los asuntos abordados concierne a las compulsiones y la libertad de comunicación en el grupo. Me gustaría recordar que el grupo está en entera libertad respecto de cualquier especie de norma de comunicación dentro del límite de las reglas propuestas.

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Rémi: Es muy difícil, sin embargo, hablar como uno quiere... De los observadores, por ejemplo. Tienen un aire de sufrir en forma... Didier: Sí, parece más difícil hablar de los observadores (silencio)..., hablar de las expectativas y las representaciones con respecto a ellos (silencio). No estoy seguro de que aquí se haya hablado de ellos de una manera exhaustiva. Sin duda quedan aún cosas por decir... (silencio). Léonore: Yo conozco a uno de ellos. ¡Ya no me dice ni buenos días! Michel: Yo conocía al otro. Y es lo mismo. No me saluda. Nicolas (a Léonore): Tengo la sensación de que tratas de seducir a los monitores (Léonore se encoge de hombros; luego Nicolas mira a los observadores). Están obligados a componerse una máscara. Alguien: Propongo hacer una colecta para los observadores. Michel: El monitor ha dicho que no habíamos hablado de ellos de manera exhaustiva. Me pregunto qué hacen. Didier: Dos cosas: toman notas sobre el desarrollo de las sesiones; a partir de estas notas redactaremos el informe y los comentarios que habréis de recibir con posterioridad a la temporada. También tienen como tarea servirme de feed-back y ayudarme a comprender lo que ocurre. Puedo decir, porque me lo han dicho, que sienten una gran emoción y hasta que sufren. También tienen por función recoger las notas de evaluación. No tienen ninguna otra consigna especial. Nicolas: De alguna manera funcionan como magnetófonos... [6,10] Léonore: Y tú, Nicolas, ¿qué anotas? ¿Por qué no haces que todo el mundo lo aproveche? ¿Se podría saber en dónde estamos? Rémi: ¡Continúas comportándote como si fueras algo más que un miembro del grupo! Sigue una serie de diatribas contra Nicolas relativas a su actitud de falso monitor, observador y veedor. Todo lo guarda para sí, agrede incesantemente, se arroga un lugar excepcional, divide y compromete la armonía, destruye la igualdad. Léonore, Antoine y Rémi se cuentan entre quienes le dirigen más golpes. Nicolas intenta primeramente justificarse, explicar por qué continúa tomando notas, a pesar de la reiterada amenaza de impedírselo. Nicolas: Si tomo notas, es para mí. Anoto lo que me concierne y lo que puede tener que ver conmigo en lo que se dice en este grupo. Anoto lo que dicen los demás y que me incumbe, aunque

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no se trate de mí, y no tengo por qué darle parte al grupo (y lee entonces algunos extractos de su cuaderno: ha anotado recuerdos de su infancia de los que no tiene que hablar en voz alta). Ya veis que es personal. Y además esto también me interesa. Anoto las expresiones de la gente... Barahúnda. «¡Eso es masturbación! » «¡Te lo guardas todo para ti!» «¡No te preocupas por el grupo!.» «¡Te escapas del lío!» «Haces rancho aparte.» «¿Acaso te preocupa el grupo?» «Tratas de privarnos de lo que sabes.» «Eso se nos escapa.» «Eres un observador agresivo.» (No logro identificar quién habla, de tantas invectivas como estallan.) Breve silencio. Rémi: ¡Viendo lo que pasa, no me habría gustado ser observador-secretario como se propuso ayer...! Risas breves. Silencio. Roger: Me pregunto cuál es el fondo del problema. En medio de todos estos gritos no distingo de qué se trata. Marcel: Me parece que tal vez sea esto: hay la idea de expresar algo... y nos inhibimos para decirlo. Entonces por lo menos lo intentamos. Es una permanente elección que hay que hacer. Nicolas: Sí, hay que elegir. Tal vez yo tenga una idea preconcebida, pero me implico. Allí donde espero al grupo, a la vuelta de... (barahúnda, gritos)... al amor de la selva (gritos), que cada cual se implique profundamente. Tenemos miedo... Yo me he implicado más que todos vosotros, y tú, Léonore, tú has fingido hacerlo, y también todos los demás. Yo me he implicado francamente. Cuando he sido agresivo, era auténtico. He jugado el juego a fondo, pero solo... Apoyándose en lo que según él ha dicho el monitor a propósito de los «subjetivos» y los «impersonales», Nicolas bosqueja una galería de retratos en la que la mayoría «recibe lo suyo», como se le ha dicho irónicamente. Luego prosigue. Nicolas: El reproche que se me ha hecho, de no implicarme porque tomo notas, es completamente erróneo. En realidad, soy el chivo emisario («¡Sí, sí, la barba del chivo!», se bromea)... el chivo emisario de este grupo. [6,11] Nicolas vuelve a insistir en su actitud cooperativa y devota en bien del grupo. Al estallido de agresividad para con él sucede un tono cansado y depresivo: «Claro que no, no eres el chivo emisario... No se comprende nada. Resulta idiota decirse esto. ¿Qué devoción es ésa?». Léonore formula un juicio sobre la actitud de Nicolas: «Nicolas sería más bien un buen perro de San Bernardo... En el fondo te defiendes, pero tu defensa se queda

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en la superficie, en la periferia, como en la historia que nos has contado». [6,12] La sesión concluye en un prolongado silencio. Rostros deshechos, cansados, tensos. Hay suspiros y algunas sonrisas tristes. El sentimiento de que algo muy penoso acaba de producirse se pone de manifiesto por el aislamiento en que se acantona cada cual. Se rechaza el cigarrillo ofrecido por el vecino. Nicolas sigue tomando notas. Me siento bastante irritado. Escribo que tengo la curiosidad de saber qué va a ocurrir mañana por la mañana, después de la conferencia que esta noche pronunciará el monitor en la Universidad. [6,13] No nos quedamos a discutir acerca de la sesión; como los participantes, estamos bastante tensos y deprimidos. Aunque el resultado de las evaluaciones de satisfacción sea bastante alto (término medio: 3,7), nos parece que la insatisfacción es profunda. Nos cuesta resumir la sesión; el título que encontramos —«Malas notas y falsas notas»— no nos parece adecuado. Nicolas ha funcionado como chivo emisario en lugar de los observadores; conformes. Pero lo que subyace en la relación con los observadores sigue siendo poco claro. Con el monitor ponemos de relieve la dialéctica control-espontaneísmo. Centramos nuestros intercambios en el hecho de que los participantes han denunciado, a propósito de los observadores oficiales, el disgusto y el temor de hallar en cada uno de los demás participantes un observador de sí mismo. Didier estima que la discusión de las relaciones padre-madre-hijo ha sido prematura. Nos separamos para cenar y dirigirnos a la Universidad, para oír la conferencia; a ésta asistirán casi todos los miembros del grupo, notificados por una circular emanada de la Asociación de Psicólogos. COMENTARIOS SOBRE LA SEXTA SESIÓN (RK) a) Mientras Léonore intenta situar la presencia y el papel del padre con respecto a la madre [6,3], procurando así diferenciarlos, se la reafecta inmediatamente a su condición de madre buena. Este reaseguro tiene por efecto la disminución provisional del nivel de angustia en los participantes, sin dejar de fortalecer sus defensas. Todos pueden sentirse a la vez menos inquietos (están bien defendidos; nada hay que temer) y más dispuestos a regresar al aquí-ahora. Además, se ha realizado el sacrificio, y nadie más

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será ajusticiado. Pero el regreso a la situación presente es de breve duración. La evocación de los sacrificios realizados para llegar a la temporada es un reconocimiento retroactivo del duelo liminar, al mismo tiempo que un mea culpa por el sacrificio de Nicolas. Esa culpabilidad y ese reconocimiento preparan invariablemente la fase depresiva [6,2], Los renunciamientos sucesivamente evocados constituyen la fantasmática común en ese momento del grupo; las angustias de fragmentación, desgarramiento y arranque que prevalecían en el curso de las sesiones precedentes son relevadas por el fantasma de la pérdida del objeto bueno, pérdida común con respecto a la cual se consolida el vínculo grupal en torno de la imago materna satisfactoria, cuya permanencia se suscita constantemente. Por diferencia y escisión, se representa a la familia como un sitio de ruptura y de dificultades, como una institución jerárquica, y dentro de la familia se pone en tela de juicio a la pareja como generadora de malas tensiones. A través de estos asertos, los participantes señalan el modelo de grupo contra el cual deben levantar sus defensas: contra la escisión, la jerarquía y la pareja. La posición ideológica se consolida con estas defensas. Ya hay divisiones en el grupo; por ejemplo, entre los que preconizan la fría objetividad y los partidarios de la afectividad. Los participantes están en busca de un principio unificador; lo encuentran en Léonore. Ésta responde al deseo de los participantes de formar grupo, pues propone la re-unión de todos, garantía contra los peligros de la división. El grupo se reúne, luego, para sustituir el objeto perdido de cada cual por un objeto de amor y, a la vez, para cerrar la herida narcisista infligida por ese vacío y protegerse contra los ataques persecutorios del monitor y los observadores, quienes, a diferencia de Léonore —nodriza sonriente [6,4]—, se forman «a costa de los participantes» y roban al grupo su saber [6,9]. Por eso Léonore se ve nuevamente puesta en el lugar de la figura maternal fálica [6,3; 6,4], Se la interroga sobre sus dificultades. En el fantasma de los participantes, ella es la que conoce y resuelve todos los conflictos. También funciona como un síntoma, satisfaciendo tanto el deseo de los participantes —de algunos de ellos—, cuando habla de sí, como la defensa contra la angustia de pérdida y separación. Léonore toma muy apenas la palabra. Para funcionar como compromiso unificador no le queda más que lograr la unanimidad acerca de su persona. Su única intervención importante será aquella en que interrogará a las mu-

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jeres (Agnès y Céline [6,7]), les pedirá reintegrarse al círculo y se hará plebiscitar por ellas. Para los hombres que han querido y prometido el papel maternal, los que «no quieren padre», es el triunfo, la posesión de la madre y la exclusión del monitor, es decir, del riesgo de triangulación y castración edípicas. Léonore, con todo su deseo de asegurar su poder dentro del grupo y hacerlo vivir como repetición de su grupo precedente, procura renovar su triunfo y asegurar el mantenimiento de la ilusión. Pero en el grupo precedente sólo había mujeres y no se planteaba, por consiguiente, la rivalidad entre las mujeres a propósito de los hombres. En este grupo, en cambio, Léonore presiente la rivalidad, tanto más cuanto que está sostenida por hombres que rechazan el conflicto con la imago paterna. De ahí su reserva y su desvelo, ahora que se encuentra fortalecida en su posición, de soldar las resistencias, que no pueden expresarse libremente en razón de la transferencia lateral consolidada en ella. El regreso de la persecución, una vez más desplazada sobre los observadores y Nicolas, se manifiesta en el lamento persecutorio de ser abandonado: abandonado por el monitor (se ataca a sus sustitutos), por Léonore (que apunta al poder e interesa a los hombres) y por el grupo-madre, cuya armonía [6,6] «sólida» es una contraimagen de la vivencia. Los observadores, el monitor y Nicolas, el grupo mismo, funcionan como el doble invertido de Léonore; este doble compromete la ideología y la unidad del grupo. Es un doble al que no se puede excluir. b) Sigue un nuevo fortalecimiento de la posición ideal de Léonore, encargada de restablecer la armonía, de luchar contra el objeto malo, siempre proyectado y de ningún modo internalizado [6,11]. A través de esta sesión, la formación por el grupo aparece vivida como tentativa de reparación de la pareja separada y de la familia dividida12. Esta representación moviliza las angustias de los participantes, debido a la posición asignada a Léonore, al monitor y al grupo. Al finalizar la sesión, cuando los participantes se interrogan sobre el lugar de cada cual dentro de la nueva configuración seudofamiliar que es el grupo, lo hacen para denunciar el sitio excepHe analizado la construcción del grupo como objeto de representación activo en el proceso grupal y me ha sido posible mostrar que sobre todo en los adolescentes el grupo está representado (y se organiza) como una reparación de la familia dividida. Cf. mi libro L'Appareil psychique groupal: construction du groupe, 1976. 12

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cional que pretende arrogarse Nicolas y que amenaza a la unidad del grupo, por la división y la jerarquía que introduce en él. En rigor, pone a Léonore en situación de perder el falo que se le ha asignado. Castrando a Nicolas, los participantes atentan contra «la mitad del órgano de la soberanía», para retomar el análisis de Dumezil acerca del lugar del primer flamen en la sociedad romana, y consolidan, con ello, la imagen que de la madre fálica tienen. A fin de salvaguardar tanto la igualdad como la unidad dentro del grupo, que es la condición del mantenimiento de la imagen materna, hay que construir un sistema de terror en contra de todo aquél que manifieste la posesión de un poder cualquiera o tan sólo intente distinguirse de los demás. El ataque contra los observadores o la tentativa de integrarlos se inscriben en esa estrategia de incorporar todas las partes que puedan separarse del cuerpo grupal. COMENTARIOS DE DA a) Esta sesión es, si no la más cargada, por lo menos la más variada emocionalmente. La cascada de emociones comunes es, sin duda, la razón de las notas de satisfacción relativamente altas dadas por los participantes, al mismo tiempo que de la decepción del monitor y los observadores. Estos últimos podían comprender poco menos que cada una de las emociones, consideradas de manera aislada, pero se sintieron desbordados por la intensidad de éstas, por su brusco surgimiento, por sus repercusiones; en una palabra, por el carácter ineluctable de un encadenamiento que no gobernaban. El fantasma del grupo máquina (cf. D. Anzieu, Le groupe et l'intconscient, 1975, págs. 221-231) parece haber funcionado tanto en el equipo intérprete como entre los pasantes. Después de la comida de mediodía y de la sesión posterior, el grupo ha sido patentemente madurado por una dinámica inconsciente, de la que mis intervenciones en la presente sesión (que no son realmente interpretaciones) no hacen más que tomar nota parcialmente, sin poder doblegarla (¿pero por qué pensar en doblegarla?), lo cual lleva a los dos observadores a la comprobación, formulada a medias y deprimente para ellos, de mi impotencia. Ellos mismos quedan explícitamente representados por los participantes como puras máquinas (proyección sobre los observadores del sentimiento de hallarse sometido, en la situación de grupo no directivo, a lo que he denominado en el capítulo recién citado

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maquinaria y, a la vez, maquinación); peor aún, como máquinas dolientes. Reveamos la sucesión de los afectos: 1. 2. 3. 4. 5.

lasitud, tedio [6,1]; privación, sacrificio, sentimiento de ser huérfanos [6,2; 6,3]; «el clima del grupo es agradable, simpático, cómodo» [fin de 6,3]; silencio verosímilmente angustiado [comienzo de 6,4]; comprobación de que a la agresividad ha sucedido la gratificación (gracias a Léonore, que distribuye los billetes para las comidas y los bombones), una gratificación que entraña la «hermosa armonía del grupo» y conduce al monitor a suavizar [6,4; 6,5; 6,6]; 6. nuevo silencio, verosímilmente angustiado, pero más breve [fin de 6,6]; 7. propagación de un sentimiento de confianza, gracias a la iniciativa de Léonore, quien les permite a las demás mujeres expresar su miedo de estar aisladas o agredidas, o de ser impulsivas [6,7]; 8. confesión de algunas molestias: el tuteo, la regla de restitución [6,8]; 9. sentimiento de piedad para con los observadores [6,9]; 10. desencadenamiento colectivo de invectivas contra Nicolas [6,10]; 11. cansancio, depresión [6,11]; 12. silencio tenso y triste [6,12; 6,13]. Para resumir, ¿de qué se trata en esta sesión?. En su comentario, René Kaës ha puesto el acento, no sin justas razones, sobre la negativa de vivir plenamente la angustia depresiva vinculada a la pérdida del objeto bueno y sobre la idealización y la ideologización consecutivas a esa negativa. Para mí, esta sesión ha sobre todo repetido, intensificándolo y consolidándolo, el movimiento de la sesión precedente, que acababa de alternar la idealización del grupo y la persecución de Nicolas: a cada desgarramiento que sobreviene, rápidamente se recomienza la restauración narcisista, individual y grupal. Contra Nicolas, que la niega, se desencadena con una forma colectiva lo que Kohut ha llamado rabia narcisista; a su vez, in fine, Nicolas es objeto de un esbozo de tentativa de

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restauración narcisista. El ciclo de la ilusión grupal vuelve a cerrarse en sí mismo. b) De esta temporada en general y de su quinta y su sexta sesiones en particular he extraído, mediante un efecto de retroactividad diferido durante varios años, una primera intuición de lo que he denominado ilusión grupal (D. Anzieu, 1971). Una cosa es segura: me negué a compartir esta ilusión durante el grupo del «Paraíso perdido», negándome a la vez, con ello, a comprenderla por lo que es, por lo que sólo pude formularme claramente después de haber consentido, en un grupo muy posterior, llamado «del Este», dejarme coger un momento, sin dejar de saber que a la sazón algunos monitores apreciaban compartirla. Ahí tenemos un hermoso ejemplo de resistencia, a la vez contratransferencial y epistemológica. Un monitor de grupo de formación o de psicoterapia no tiene que aprobar ni que desaprobar los procesos psíquicos que ocurren en un grupo: necesita dejarse ganar por ellos lo suficiente para experimentarlos, y mantener una neutralidad suficiente para interpretarlos. La contratransferencia del monitor responde, claro está, a una demanda latente —y algunas veces explícita— en el grupo: queremos ser un buen grupo, en el que estemos todos juntos. Quien no está con nosotros está contra nosotros. Que todos se declaren por o en contra. Así, algunos monitores son activamente por y otros interiormente en contra, y no he dispuesto de toda mi libertad de pensamiento en razón de la presión cada vez más precisa que emanaba del grupo sobre mí: si el monitor no está con nosotros, funcionaremos sin él, que fue lo que efectivamente hizo el grupo tras el fin de la temporada. A esa amenaza de exclusión, que se manifestaba con claridad aún mayor en el terrorismo intelectual ejercido sobre Nicolas, hube de reaccionar con la resolución de mantenerme tanto en el grupo como en mi posición de intérprete. Por eso termino esta sexta sesión más confiado que los dos observadores. Pero no he podido dar con las interpretaciones convenientes. Mi primera intervención [6,5] comienza de manera contratransferencial: «A riesgo de romper la hermosa armonía del grupo...». Y me esfuerzo en subrayar una diferencia, seguramente real, entre una corriente subjetivista y otra impersonal, cuando la línea de fuerza del grupo en ese momento es la búsqueda de parecidos. Interpretar, suponiendo que hubiera habido que hacerlo, habría sido reconocer, por el contrario, que el deseo de estar juntos, to-

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dos iguales, respondía a una necesidad interna del grupo en esa fase de su historia. Winnicott ha comprobado la necesidad que tiene el niño de pasar por el área transicional, así como la ilusión de similitud entre la realidad exterior y la realidad interior Lo mismo ocurre con los grupos: la ilusión grupal les resulta una vía casi indispensable para salir de lo que Scaglia ha denominado (1974) fase persecutiva inicial. Es un error querer economizar esta ilusión. Y es otro error hacer de ella el fin último. c) La imago de la madre buena termina en esta sesión por imponerse como central, y ello gracias a una complementariedad que se instaura, tan pronto entre un subgrupo y Léonore, tan pronto entre Léonore y un subgrupo. Al comienzo, los participantes dicen estar perplejos entre su vida familiar y su vida profesional; ésta incluye, por ejemplo, la asistencia a la presente temporada. Entonces Roger se vuelve hacia Léonore para saber cómo concilia ella —y, por tanto, cómo se las puede conciliar— las dos. Marcel, Michel y Antoine prolongan el asunto: aquí, en el grupo, ella proporciona la protección parental, ella facilita las comunicaciones y gracias a ella no somos huérfanos [6,3]. Nicolas destaca que' ella gratifica mucho más en el plano oral, porque ama ese papel: su crítica se ve rápidamente soslayada, pues la mayoría reconoce en Léonore «un principio de armonía, una presencia cálida, una portavoz agradable de la subjetividad y la afectividad» [6,4]. El monitor señala que a la corriente subjetivista por ella representada se opone dentro del grupo otra corriente, más abstracta [6,5]. Tras un período de vacilación, Léonore hace un buen quite y toma la iniciativa de interrogar sucesivamente a los tres participantes que han permanecido aparte hasta entonces: Agnès, Céline y Marguerite, a quienes hace sentir cómodas y de quienes obtiene la confidencia de sus miedos, para integrarlas por fin al grupo, cuya «armonía» se encuentra, así, reforzada [6,6]. Por último, en oportunidad del ataque colectivo contra Nicolas, Léonore es quien da la señal del comienzo («Y tú, Nicolas, ¿qué anotas? ¿Por qué no haces que todo el mundo lo aproveche?» [principio de 6,10]) y quien enuncia el perdón final («Nicolas sería más bien un buen perro de San Bernardo» [6,11]). La fantasmática subyacente se puede formular de este modo: a partir de la madre buena, un grupo bueno está actualizándose. Madre buena hasta en su justa cólera contra su hijo malo, al que, por lo demás, finalmente perdona. Se trata, pues, de una genea-

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logía partenogenésica, en la que los hijos son concebidos sin padre, y de una representación inconsciente del grupo cual si se excluyese a la pareja. El organizador psíquico inconsciente de este grupo se ha consiguientemente desplazado, durante esta sesión y la anterior, de la imago materna hacia un fantasma originario, o más bien hacia un fantasma contraoriginario (a menos que sea un contrafantasma originario, como lo he escrito en mi artículo sobre la ilusión grupal): no tenemos que nacer; en todos los tiempos preexistimos en estado potencial dentro del seno de esa madre buena: así estamos y así estaremos indefinidamente juntos, sin cambiar. La imago de la madre buena ocupa el primer plano de la escena; más de un participante muestra con sus dichos, por lo demás, que es consciente de ello. Lo más esencial que se opera es una diferenciación tónica. El Superyó ha sido proyectado sobre el monitor (erróneamente acusado de haber impuesto una regla de tuteo), sobre los observadores (concebidos como escribanos que registran todo cuanto se puede retener como cargo contra los participantes13) y sobre Nicolas (que guarda para él sus juicios sobre los demás). Al resto del grupo le queda el campo libre para constituirse un Yo Ideal común a partir de la esperanza de omnipotencia narcisista, que ha sido tanto depositada en Léonore como propuesta por ella. Lo que en todo ello paréceme que ha sido fundamental es, por lo tanto, la problemática narcisista.

Esa es al menos la interpretación que se habría pensado que yo diese, en vez de limitarme a animar a los participantes para que restituyeran lo que pensaban de los observadores, así como a precisar el papel real de estos últimos [6,9]. 13

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SÉPTIMA SESIÓN Sábado, de 9 y 15 a 10 y 45

(No se destaca la disposición espacial de los participantes.) [7,1] La sesión se abre con algunos intercambios, breves y bastante sucintos, sobre los sentimientos de simpatía que experimentan ciertos participantes por otros. El tono es menos agresivo, y el clima es más feliz y relajado. [7,2] Se les solicita a Céline y Josette que expresen lo que sienten. Céline se ha despertado temprano esta mañana, furiosa con el grupo, sobre todo con Roger, sin saber por qué. Josette: Hasta ahora yo no he existido en este grupo, mientras que en otros grupos existo un poco... Aquí he tenido la sensación de que el lugar estaba ocupado... tal vez por Léonore, por la madre buena. Siento más bien simpatía por Léonore; cuando dijo que es una madre buena, me ha dado una cosa... También de mí se ha dicho a menudo que soy una madre buena en los grupos. Michel conduce la encuesta ante algunos para interrogarlos sobre lo que sienten, si se sienten bien en el grupo. «Sí, va mejor», le dicen. Marguerite, por su parte, está dichosa de haber podido situar a casi todo el mundo, con excepción de Philippe, al que realmente no ha sentido que exista: éste habló ayer de sus problemas, pero como en un salón, en buena compañía, sin decir «yo», hablando sólo de sus roles («¡Que salga por fin de ellos!»), y no tanto de su vivencia. Philippe responde que está muy preocupado por sus roles profesionales y familiares, a los que intenta analizar fríamente. Luego [7,3] Céline se pregunta por qué se entabla la discusión como si la víspera nada hubiese ocurrido:

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«Tenemos que interesarnos por Didier. Nos ha provocado desde lo alto de su sitial. ¿Por qué evitar hablar de la conferencia de nuestro Didier?». Roger: ...Didier, que retomaba su patronímico... ¡sin su patrón! (Risas.) Alguien (en particular, Marguerite, Michel, Antoine, Roger): ¡Qué éxito! Poderoso, como si fuésemos nosotros los engalanados... Arrogancia de formar parte de este grupo. Bien... interesante... claro... magistral. Nicolas: También yo le he admirado sobremanera. Notabilísimo. He tomado su conferencia como una especie de intervención en nuestro grupo. Debo asimismo confesar el placer de tutear al conferenciante. He sido sensible al hecho de que en la conferencia estuviésemos todos juntos. ¿Observasteis que estábamos en una misma línea...? Pensé en el grupo aquí, alrededor de la mesa. En varias oportunidades sentí la necesidad de reconstituirlo en el pensamiento. Antoine-. No, el grupo no estaba en una línea, sino en dos filas en el auditorio. Estábamos aún más soldados. Cierto es que tuve ganas de dirigirme a Didier para formularle algunas preguntas: era para tutearlo y llamarlo por su nombre de pila. Varios dicen haber sentido cansancio ayer a la noche: «Estábamos obligados a pensar en el grupo». Agnès ha peleado toda la noche, en sueños, con Roger, quien no dejaba de lanzarle preguntas: «¿Por qué ella no se interesa por el grupo?». Céline: ¡Yo también tuve ganas de tirarle de la barba a Roger! (risas): ¿Por qué? No lo sé. ¡Vaya idea! Era en sueños... Nicolas-. Ayer a la noche éramos realmente un grupo (aprobación de Josette, Marguerite, Mirihel, Céline, Agnès y Roger). Esta mañana me sentí contento de reencontrar al grupo (aprobaciones). No sin cierta melancolía... Esto va a terminarse pronto. [7,4] Léonore dice que en el curso de la velada de ayer ha vigilado a Agnès, que le parecía más relajada; luego, tras haber expresado también la impresión de una mayor cohesión del grupo, insiste en el calificativo de madre buena que éste le ha atribuido. Dice toda la importancia que tiene para ella el calor humano en las relaciones, en la vida profesional y en la vida de todos los días, sobre el valor de la espontaneidad, del juego y de la jovialidad, de cierto confiado abandono. Se observa que su actitud, que gusta, es diametralmente opuesta a la de Agnès y a la de Nicolas (éste protesta). En cuanto a la espontaneidad, Léonore, Marguerite, Michel y Josette querrían poder vivirla aquí, en el grupo.

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Pero se sienten incómodos y hay miedo de decir tonterías, de no saber lo bastante («¡Después de lo que tan brillantemente ha demostrado el monitor!»). Están molestos por las reglas y las compulsiones recordadas el día anterior: restitución, horarios [7,5]. Se hallan paralizados en una especie de temor «de no se sabe qué». El monitor, entonces, recuerda que en la sesión precedente se ha hablado mucho de la espontaneidad, que actualmente se plantea el problema de la dosificación de la parte de control y la espontaneidad, dentro del grupo y en cada cual, y que parece temerse tanto la espontaneidad como el control. Rémi: Le temo a la amable anarquía de la espontaneidad. Conduce al psicodrama. ¿Cuál és el interés para el grupo de ser tan espontáneo? Marguerite: ¿Es un bien o un drama? Marcel: No se puede decir que siempre estemos jugando. No es una partida de placer. No se tiene la impresión de que aquí nos amenace el hiperespontaneísmo. Alguien: Sí, estamos lejos de poder hacer lo que deseemos... como en el psicodrama, donde podemos hacer juntos lo que nos plazca. Nicolas (vivamente): ¡Hacer psicodrama! ¡No es posible! Eso implica otras reglas de funcionamiento. Las consignas nos limitan a intercambios de palabras. Roger y Marguerite-. Si quisiéramos subir a las tablas, podríamos... Después de todo, somos libres, ¿no? Varios-. No tanto... sí... no, difícil... Breve silencio. Roger: Creo que si no somos espontáneos, es porque tenemos la angustia de nuestra libertad. He dicho a Didier cosas que no habría podido decirle en otra parte. (Silencio.) Uno siempre puede imaginar lo que podría representar si hiciéramos psicodrama (aprobación y luego intercambio sobre la elección de un tema; participan Roger, Marguerite, Léonore y Michel). Se propone construir un muro; así, todo el mundo participaría en la misma tarea. Antoine: Uno siempre puede imaginar... Pero aquí tenemos otras convenciones desde la partida. Es como en otras situaciones... También en el teatro hay convenciones. No es posible revisar las convenciones de partida sin poner en tela de juicio la existencia misma del grupo. Acaso hemos olvidado esas convenciones, lo cual muestra que las hemos interiorizado; pero ellas existen

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[7,6] Un silencio de meditación sigue a lo que se ha sentido «como un llamado al orden», pero también como «un límite opuesto a la espontaneidad» de cada cual. Se vuelve a hablar de Agnès, de sus dificultades para hallarse cómoda en grupo. Antoine dice que, por su parte, siente «la necesidad de poder poner distancia y aislarse dentro de un grupo, para que no se lo aprehenda por la afectividad, para que no se lo ciegue». Antoine: Me acuerdo... Un día pasé el test de la aldea. Había yo puesto mi casita a trasmano de la aldea, con un puente para ir allí y retirarme de cuando en cuando. También en mi trabajo tengo un doble papel: el de psicólogo y el de jefe, jefe de servicio. Debo distribuir recompensas, castigos, notas para el ascenso... Nada cómodo. Antoine cuenta la insoportable carga afectiva que debió soportar, sin comprenderla, un día en que hubo de castigar a un subordinado suyo, un alsaciano rígido, viejo, enfermo, paranoico. (Advierto que Alsacia es una provincia a la que varios participantes, así como el monitor y yo mismo, han conocido.) «Demasiados lazos afectivos con la gente hacen difícil mandarla», dice. Le habría gustado realizar estudios más prolongados, para llegar a ser el segundo de un gran jefe: «Soñaba con tener un padre, para que pudiera comprenderme y dirigirme en mis investigaciones. Yo no estaba preparado para ser jefe. Me he convertido en patrón, pero sin asidero...» (silencio). Luego habla de su aislamiento profesional, de su soledad; se lo escucha atentamente y hasta con emoción. [7,7] También Nicolas da parte de su deseo de hallarse en una posición más elevada, de su ambición. Tuvo conciencia de ello al rendir, también él, el test de la aldea: se había representado «en una casita lejos de la aldea, sobre una eminencia, cerca de otra casa rodeada de altos abetos, junto a la casa de un guarda de coto de caza». Antoine: Ya: emboscado. Alguien: Sí, como en el grupo. [7,8] Léonore declara estar conmovida y emocionada por lo que se acaba de decir; ha sido sensible a la modificación del tono de voz de Antoine y, sobre todo, del de la voz de Nicolas: «Tu actitud ha cambiado. Ayer estabas fuera del grupo, y hoy estás realmente dentro. Está bien, simpático». Ha de intervenir en varias oportunidades para saludar este cambio. [7,9] Luego la discusión insiste en las relaciones interpersonales y la participación de cada cual en lo que ocurre. Algunos

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callan: ¿participan callando? Se admite que «es posible, después de todo». Céline: Me pregunto cómo se puede participar en un grupo como el nuestro. O bien se participa, se es más espontáneo, menos controlado, aunque esto puede resultar una molestia para los demás, o bien se es controlado, se observa, y ésta es una actitud muy poco admitida... Si observo, no me implico. Me pregunto quién soy. ¿Cómo se puede ser uno? Seguidamente todos se preguntan cómo estar en el grupo y ser uno mismo, de qué manera conciliar el control y el relajamiento, la actividad y cierta pasividad para impregnarse de lo que sucede. Se evocan los bloques, h libre circulación, los momentos en que «esto pasaba» y en que «no pasaba». Céline: Me pregunto cómo puede participar Marcel... Marcel: Ahora estoy implicado en el grupo de una manera intensa, no como al comienzo, cuando se hablaba de las relaciones psiquiatras-psicólogos. Creo que era una forma de tener un estatuto en el grupo. En ese momento yo estaba, sin duda, implicado, pese a todo. Afectivamente, pero no verbalmente. Nicolas: ¿En qué medida estabas implicado? Marcel: Me preocupa lo que sienten los demás, y también lo que los demás piensan de mí. Comienzo a interesarme por cada miembro. Antes de dormirme vuelvo a ver cada rostro. Me gusta encontrar rostros; es importante. La discusión vuelve al mismo tema: ¿qué hay que dar de uno al grupo? ¿Qué se puede decir que interese a todos? En este momento, los intercambios son muy generales y abstractos; parece que una vez más se experimentan dificultades para comprenderse (yo mismo tengo dificultad en advertir quién habla y de qué se trata). Luego: Roger: Aquí parece que la simpatía... los intercambios de simpatía están subyacentes en los intercambios verbales. Se adhiere a la persona más que a las ideas expresadas. Rémi: Creo que... No temo a la imagen de mí que me devuelven los demás. Michel: Sí, ¡caramba! Pero al fin y al cabo es una angustia estar delante de espejos reflectores... [7,10] Philippe: He dormido mal anoche... Quedé insatisfecho ayer a la tarde, después de mi intervención. Nadie en el grupo me atendió. Me ablandé, y el grupo no respondió. Me han echado bola negra, no me han aceptado, me han dejado caer, dije para mí... Me sentí frustrado. Me vine abajo. Esto no interesaba

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a nadie. Y además me sentí muy molesto por la agresión contra Nicolas. Se les fue demasiado la mano... y al mismo tiempo le arreglaban cuentas. Me molestó bastante. Y además me pregunto quién soy cuando hablo: ¿Philippe o X (su patronímico)? ¿O acaso otro yo? Estamos tan constituidos por relaciones... ¿Quién soy? (Silencio.) Por ejemplo, con mi mujer, a la que no llamo ya por su nombre de pila, sino por el nombre que le dan los niños: ¡mamá! (Silencio.) Tampoco yo, ya no soy Philippe para nadie. Ya no soy el Philippe que era de niño, o el muchacho que era cuando nos pusimos de novios. Ayer a la tarde he investigado con mi mujer lo que soy ahora... Hemos hecho el balance de nuestras relaciones, entre nosotros y con nuestros hijos (silencio). ¿A qué jugamos aquí? Al juego de la espontaneidad... ¿A qué conduce este juego...? (Silencio.) Rémi: Lo que dijiste ayer no cayó en vacío. Al contrario, me sentí conmovido por lo que dijiste (aprobaciones). Yo esperaba que esto continuaría, pero no me he atrevido a volver a poner el asunto sobre el tapete... a causa del problema del dinero (silencio). Sentía que era fastidioso seguir discutiendo este asunto: la remuneración de los niños por los servicios que prestan... Roger se adhiere a lo que dice Antoine. Philippe: Algunas veces, algunos de mis niños llegan a enfurecerme, como si fueran extraños. Me pregunto si siempre los he aceptado. Y me pregunto, también, si nuestros problemas personales tienen tanta importancia en la marcha del grupo... Léonore: Hasta ayer no le dabas salida al aspecto afectivo de ti mismo; ahora sí... Philippe, animado por ese doble testimonio de interés, vuelve a hablar de su esposa y sus hijos, de sus diferentes caracteres. Conviene en que hasta entonces se refugiaba detrás de sus diversos papeles, detrás de máscaras. Es, por lo demás, lo que le molesta en sus relaciones familiares: «Pero aquí, ¿a qué jugamos?», repite. [7,11] Roger, de regreso en su casa, ha hablado con su esposa acerca del grupo, de lo que ocurre en él. Su esposa le ha preguntado, «un poco celosa, si además de Léonore hay otras mujeres en el grupo». Roger ha respondido que, efectivamente, las hay, y que son bonitas (risa, satisfacción, aprobación). También Philippe ha hablado con su esposa de las mujeres del grupo, de Léonore, por supuesto, pero también de las otras. Entonces uno de sus hijos le ha dicho: «No vayas a discutir... Eso de nada sirve». Sin embargo, esta mañana sentía, por el contrario, muchas ganas de regresar al grupo. Entonces se habla de los celos del con-

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junto para con las actividades del otro, en particular de las actividades de reuniones, de temporada, de grupo. El monitor puntualiza el intercambio señalando que aquí mismo «se vive la vida de la pareja como antagonista con respecto a la vida de grupo». Antoine recoge la observación para decir que ese antagonismo lo vive, sin duda, Léonore en su vida personal, quien por lo demás ha hablado al respecto precedentemente. Léonore no responde. Silencio, interrumpido por Antoine, que prosigue: Antoine: En lo que a mí concierne, sin duda he previsto de antemano ese antagonismo, pues durante estos tres días de vacaciones he enviado a mi mujer a otra parte..., sin duda para anular mi culpabilidad de venir aquí (risas e intercambios de frases que no logro anotar). (Tras un silencio, Antoine continúa:) El problema de la pareja es muy importante para mí, y me preocupa. Mi relación con mis padres ha sido perturbada y falseada por su divorcio. Mi madre era más bien algo así como una camarada; estaba muy cerca de mí. En cuanto a mi padre, estaba ausente... Si queréis (algo sentencioso), no he tenido modelo paterno. Siempre he buscado un jefe de investigaciones. Creo que me habría entregado por completo a él, a esa especie de sustituto de mi padre, en suma... No lo he encontrado. [7,12] Varios, entre ellos Philippe y Michel, concuerdan en «esa miseria del divorcio que viven los hijos, los hijos cuyos padres se entienden mal»; dan incontables ejemplos de los efectos perturbadores de las relaciones puramente conflictivas. Antoine (prosiguiendo): Sí, se procura reconstituir una pareja de reemplazo. Me habría gustado tener un padre presente, permanente y fuerte. ¿Acaso también en X (nombre de la oficina donde trabaja; busco una madre o una familia? Sería más bien una especie de suegra o de antimadre... No sé. Marguerite: ¿De qué modo ves a Didier? ¿Como un padre? Antoine: Me he sentido entusiasmado por un libro suyo. Lo he dado a leer. Cuando supe que era él quien iba a venir a constituir este grupo, me dije: Vamos a tener un caíd. Al principio tuve tendencia a ponerlo aparte; esperaba que desnudaría completamente al grupo. Pero se ha presentado como miembro del grupo... Ocurre que el gran jefe, el sabio, ha rechazado los roles que yo esperaba... Me he dado cuenta de que nos habíamos embarcado en el mismo buque. Me ha parecido menos distante, más simpático. A decir verdad, Didier no es un padre interesante; es un padre efímero. El drama, para mí, sería tener un padre separado. Un padre del que deba separarme, ya lo he tenido. Todos los hom-

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bres corren, para mí, el riesgo de estar cada vez más por debajo del padre que me habría gustado tener. Soy un poco como esas solteronas que, con la edad, aumentan sus exigencias... La larga meditación de Antoine ha sido atendida en silencio, con emoción. Las intervenciones que siguen prolongan esa nostalgia, la nostalgia «de que ningún hombre puede reemplazar de veras a un padre tan fuerte, poderoso y permanente como el que desea Antoine». 'Por lo demás, ¿por qué intentar dar un lugar aparte a nadie en el grupo? Los intercambios se vuelven entonces más [7,13] graves, tan pronto confusos, tan pronto entrecortados por breves silencios. Roger reprocha a Marguerite no implicarse; Nicolas da a observar que tampoco Céline se implica, a no ser como Marcel: ambos parecen formar parte del grupo, «pero no se meten». Rémi y Marguerite le devuelven el reproche y se preguntan por qué es tan «pesado». Philippe estima, como Céline, haber dado con la clave del problema, y es que Nicolas da una imagen del psicólogo y del grupo que es inaceptable. Nicolas devuelve la pelota hacia Marguerite, en la que ha pensado anoche: ella es quien juega al psicólogo, ella quien posee «técnicas para hacer entrevistas»... Rémi se pregunta si la agresividad del grupo para con el monitor y los observadores no se ha desplazado sobre Nicolas. Algunos (Roger, Marguerite) se preguntan si los intercambios serían más fáciles si Nicolas se fuera... Marguerite estima que el grupo ha sido coherente cuando ha agredido a Nicolas. [7,14] Léonore interviene para hacer observar que se establece una discriminación. La mayoría retoma el tema para afirmar, en cambio, que cada cual dentro del grupo es «y sobre todo debe ser el igual del otro». No se quiere que alguien haga rancho aparte o se sitúe en una posición eminente. «Todo debe ser igualado»; Nicolas da parte de sus reflexiones acerca de su deseo de tener el liderazgo con una forma masoquista... «o exhibicionista», le refutan. Varios recuerdan entonces que Nicolas se ha presentado como si fuera «algo más que un miembro». Marguerite (a Nicolas): Te crees superior, y eso me exaspera. ¿No puedes ser como todo el mundo en el grupo? El monitor comunica lo que, a su parecer, es un problema planteado en la discusión: «Cada uno de vosotros hace observaciones y tiene tendencia a conservarlas. Cada cual quiere saber lo que el otro se guarda y sospecha de él que sabe más... Estar en grupo, aquí y ahora, es comunicar las observaciones del grupo al grupo». Su intervención va seguida sólo por la afirmación casi unáni-

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me, más seca y exigente, de que «todo el mundo en el grupo debe ser igual; cada cual es y debe ser el igual del otro». Rémi desea que «los baches y las protuberancias queden aquí nivelados»; Philippe, «que toda pretensión de distinguirse y que todos los jefes sean limpiados»; Roger y Antoine, que «todos sean reducidos al común denominador, sin excepción». Entre las mujeres, Josette y Céline consienten en ello: «Todo el mundo debe formar fila; nadie se debe distinguir de los demás». Marguerite, Agnès y Michel subrayan que solo bajo tales condiciones cada cual le resulta simpático al otro, a diferencia de los observadores, «hombres fríos» (dicen Léonore, Agnès y Roger), que introducen la distancia, el juicio y la desigualdad. Antoine, Roger y Rémi declaran entonces que Léonore (quien parece haberse ensombrecido) es seductora y no poco seductiva por su lado cálido. Varios (en especial [7,15] las mujeres: Marguerite, Agnès y Céline) destacan, en un tono bruscamente muy agresivo, que Léonore es «una verdadera seductiva, más que seductora», y que «convendría desconfiar de sus maniobras, que sólo lo son para ella, que ocupa mucho... demasiado lugar». La sesión se cierra con esta agresión. [7,16] Durante la pausa recordamos el efecto de la conferencia del monitor («la conferencia de la cumbre»), idealizado, inaccesible, sobre las imágenes paternas, que predominan en el curso de la sesión. Estimamos que las consecuencias de este acontecimiento han de ser graves para la evolución del grupo, pero no hacemos análisis ni pronóstico al respecto. Sin duda, nosotros, los observadores, caemos bajo el efecto del encanto y la maestría del conferenciante. Hemos advertido la emoción de los participantes durante la secuencia en que Antoine habló de su padre. Destacamos la tendencia de los participantes a reducir las «reglas» del grupo de diagnóstico a «convenciones», que simbolizan, según el monitor, el deseo de establecer un «consenso» de grupo. Hacemos resaltar la prevalecencia de los temas igualitaristas y el anhelo de no diferenciación. La revuelta final contra Léonore nos deja perplejos y nos parece una justa compensación. Nos preguntamos, igualmente, por qué las intervenciones del monitor no tienen más alcance (a propósito del antagonismo pareja-grupo, y a propósito del saber que cada cual, en la sospecha de que el otro lo guarda para sí, se guarda para él). Soy sensible a la serie de las relaciones de seducción mutua que se han anudado en el curso de esta sesión.

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COMENTARIOS SOBRE LA SÉPTIMA SESIÓN (RK) a) Los participantes han hallado crédito en la realidad (la conferencia pronunciada por el monitor) para confirmar la verosimilitud de su fantasma: el monitor es todopoderoso; es depositario de un saber idealizado, intransmisible, tanto más cuanto que se le envidia [7,3]. El hecho de que el saber sea inaccesible 'hace revivir los temores paranoides ante su omnipotencia, y la angustia de la pérdida del objeto: el monitor no es permanente [7,12], Además, el poder confirmado del monitor muestra que los participantes no han creído en su «soy como vosotros». Si se trata de proponer reglas distintas de las del grupo de diagnóstico, es decir, de constituir otro grupo, quiere decir que los participantes entienden sustraer a éste del poder del monitor. Y quiere también decir, por la evocación de ese lugar distinto donde está permitido transgredir y donde es distinta la ley, que exploran aquello en que podrían incurrir en la violación de la ley, como se lo ha sentido al monitor hacerlo al pronunciar una conferencia. La respuesta llega de Antoine [7,6], quien ha castigado a un subordinado suyo. A la construcción del muro [7,5] se la debe comprender, entonces, en varios niveles: el de la defensa por erigir contra la regla (la ley) que asegura el poder del monitor, y el de un aislamiento respecto del mundo exterior. El muro es también el fantasma que hace de pantalla («uno siempre puede imaginar...») y que permite trastocar el orden existente y Renégar de las reglas de funcionamiento del grupo («...las hemos olvidado»). Esta posible inminencia de la transgresión explica, sin duda, el malestar de Agnès y Antoine ante la irrupción del deseo y de la prohibición. Sin duda es también dable comprender que varios participantes comuniquen entonces su división interna, la escisión producida en su Yo. Philippe interroga con insistencia el efecto de la escisión y de la Renégación preguntando «a qué se juega aquí», con lo que puntualiza el sentimiento de lo falso. Céline y Marcel [7,9] expresan la división diciendo sentir en sí dos personas: una de ellas participa y la otra se mantiene a distancia; la primera se implica afectivamente y la segunda sólo de palabra. La sesión anterior había puesto de manifiesto el estado de división del objeto-grupo; esta séptima insiste en la división del Yo de los participantes. Así Léonore va a emprender el balance de los cambios bajo el signo de la unificación: ahora Nicolas está implicado, dice, y Philippe da paso a su aspecto afectivo... Léonore reconoce las divisiones

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pasadas y se propone como aquella gracias a la cual se podrá superar y reparar las otras, reunidas. Con el fantasma de la construcción del muro los participantes proponen cerrar el grupo. El muro es asimismo la ideología que excluye al monitor. El análisis de las relaciones interpersonales adquiere entonces el sentido de una defensa contra lo peligroso que el grupo encubre, de la misma manera que la expresión de los sentimientos de simpatía [7,1] y el establecimiento de los apareamientos en el curso de las sesiones precedentes constituían una respuesta defensiva contra el grupo y contra el monitor. Los participantes huyen hacia lo que les resulta familiar y tranquilizante: el análisis psicológico. El tema de la pareja opuesta al grupo [7,11] confirma esta hipótesis. El enfoque que de esta oposición hace el monitor desencadena un llamamiento dirigido a él como padre faltante. La metamorfosis es bastante evidente (Antoine [7,11]), hasta el punto de que el hijo al que le ha faltado el padre, pero cuya madre ha estado muy cerca de él, se aprovecha para negar que el monitor desempeñe un papel [7,12]. La referencia al aquíahora del grupo es clara: un grupo-madre-Léonore sofoca, por rechazo del padre, el llamado al tercero, su negación, por temor a la triangulación, pero también por la idealización imaginaria de un padre-héroe. b) No habiéndose deslindado lo anterior, las angustias persecutivas regresan al grupo. La diferencia con el tercero (el monitor) se ve relegada, y la ideología de la igualdad vuelve fogosamente, como en la primera sesión, en la que ya se había manifestado como defensa contra el poder idealizado del monitor. A este poder lo ha reactivado la conferencia. La idealización del monitor era, al comienzo de la sesión, una defensa contra el fantasma de castración. En el curso de la sesión, el poder fálico del monitor será negado una vez más («no es un padre interesante, poderoso, permanente»; por sobreentendido, «no es capaz de vivir el coito ininterrumpido que deseamos»). El falo vuelve a Léonore («sólo lo hay para Léonore», dice Agnès) y al grupo. Nuevamente, pues, los partidarios de Léonore tienden a excluir, y esta vez con mayor claridad aún, a los que son diferentes (monitor, observadores y Nicolas), a fin de que sólo queden los iguales. El ataque de algunas mujeres a Léonore, al final de la sesión [7,15], señala esa escisión y la tentativa de aquéllas de hacerse

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reconocer por el monitor, de no permanecer aisladas de los hombres, cuyo interés moviliza Léonore, y de reinstaurar una tercera presencia: la paterna. Su revuelta expresa el odio de las hijas frente a la madre fálica. Léonore será la única en dar la nota más baja de toda la temporada, y lo hará en esta sesión. c) El discurso ideológico, que se consolida en el curso de esta sesión, se elabora a partir del señalamiento de los contrarios (actividad-pasividad, bloque-libre circulación), para en seguida negarlos. Su prototipo es la pareja, que reúne a dos seres diferentes y que consiguientemente implica la angustia de castración y el reconocimiento de la diferencia de los sexos. La diferencia hace posible el deseo para el otro, y el peligro del apareamiento reaparece. El grupo es un cuerpo que excluye esa diferencia, la que haría oscilar del ser al tener. Al abdicar de ella, cada cual da su sexo al cuerpo grupal. La igualdad formal buscada por los participantes es una igualdad de forma. La ideología exige que el cuerpo sea formalmente unificado y perturba extremadamente la permutatividad de los órganos, de los lugares y de las funciones, como la bloquea en una soldadura inalterable: todos deben entrar en la fila. «Que los baches y las protuberancias queden aquí nivelados» [7,14] indica que el discurso ideológico niega la existencia del pene, tanto como la de la vagina. A fin de que quede asegurada la defensa contra la castración diferenciadora, el grupo —el Archigrupo14— exige de cada cual una parte de su cuerpo para el todo. La ideología llega en lugar de esa parte, y en este sentido funciona como fetiche. La primerísima oposición de los contrarios constituida por la dualidad pulsional amor-odio queda escindida, como se escinde la pareja Yo psíquico-Yo corporal. Los participantes reducen esta dualidad a uno solo de sus elementos (el amor), y al odio se lo proyecta sobre ciertas partes enquistadas del grupo, o al exterior. De la misma manera, la dualidad psicosomática se ve reducida a un puro espíritu cuyo cuerpo se aliena en la figura del grupo y de su emblema: Léonore.

Cf. R. Kaës, L' Appareil psychique groupal. Constructiom du groupe, 1976, págs. 169-185. 14

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COMENTARIOS DE DA a) René Kaës acaba de poner en evidencia, en su comentario, tres importantes dimensiones de la ilusión grupal explorada por la séptima sesión: el deseo de transgresión, la ideología de la igualdad absoluta y la constitución de un cuerpo imaginario del grupo (cuerpo asexuado, cuerpo fetiche). No insistiremos en ello. b) La conferencia que pronuncié la noche anterior en la Universidad, después de la sexta sesión (y cuyo tema no era nada inocente: Lo imaginario en los grupos), reavivó —momentáneamente— la imago de omnipotencia y omnisciencia que había sido localizada antes del comienzo de la temporada en el futuro monitor, localización que efectuaron casi todas las personas ¡neritas. La séptima sesión permite precisar de qué imago se trata, y es una pena que no haya yo tenido de ella en su momento una visión tan clara, pues ello les habría permitido a mis intervenciones ir más al fondo de las cosas. Junto a las imagos, clásicamente descritas por Freud, del padre bueno y el padre cruel, existe una imago acerca de la cual la literatura psicoanalítica es más discreta15 —quizá porque funciona en la mayoría de los psicoanalistas de sexo masculino en su filiación con Freud y en su relación con sus propios alumnos—: la del padre ideal. El padre ideal tampoco es la simple duplicación del pecho ideal, diferenciado por Melanie Klein del pecho bueno y el pecho malo. Para atenernos aquí a un análisis sucinto, tres atributos parécennos pertenecerle como cosa propia: el padre ideal es el falo, el padre ideal es el saber y el padre ideal es el donador de reglas. En todo caso, estos tres atributos aparecen una y otra vez en el discurso del grupo en el curso de la presente sesión. De este modo se desarrolla un conflicto entre una tendencia a mantener la imago de la madre buena como soporte de la ilusión grupal y una tendencia a sustituirla por un estado de dependencia grupal respecto del padre ideal resurgido. c) La sesión comienza con dos ataques indirectos contra la organización psíquica inconsciente del grupo en torno de lo que representa Léonore (Céline está furiosa con el grupo, y Josette se Guy Rosolato aborda esta imago en Essais sur le symbolique, Gallimard, París, 1969. 15

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siente despojada por Léonore de su habitual papel de madre buena [6,2]), y concluye con un brusco y celoso ataque de un trío femenino (Marguerite, Agnès y Céline) contra Léonore, que acaba de recibir el homenaje de un trío masculino (Antoine, Roger y Rémi han declarado, en sustancia, que Léonore es, además de madre cálida, una mujer seductora [7,14; 7,15]). El ataque deja desamparada a Léonore. No obstante, con respecto a la sesión precedente, que se había cerrado con una invectiva colectiva contra Nicolas, hay permutación de las personas, pero no cambio en la dinámica interna: lo que funciona, sin duda con mayor claridad, es la alternancia de seducción y provocación. De esta alternancia se sabe que alcanza su paroxismo en las madres de muchachos que son futuros perversos; en esto concuerdo con las observaciones de Kaës sobre el juego cada vez más explícito con la transgresión y sobre la constitución del grupo como fetiche. Entre estas dos impugnaciones, de comienzos y de fines de la sesión, ocupa su lugar la reafirmación, en dos oportunidades, de la ilusión grupal. Primero es la serie siguiente: el grupo se presenta «soldado» en la conferencia del monitor; el monitor mismo ha sido entonces reintegrado como buen monitor de un grupo bueno, y por último Nicolas, el extraviado, hace acto de pertenencia al grupo. Agnès, la solitaria, revela ser el objeto de los cuidados de Léonore, quien vela por su integración al grupo y vuelve a decir su objetivo de «calor humano en las relaciones» [7,2; 7,3; 7,4]. A esa versión fusional de la ilusión grupal sucede, hacia las tres cuartas partes de la sesión, una variante dogmática y compulsiva. Tras la «confesión» de Antoine y la conmovedora confidencia de su búsqueda, a) través del monitor, de un padre ideal, los intercambios entre los participantes se vuelven graves y agrios; se repite el ataque colectivo de la víspera contra Nicolas. Se imputan mutuamente el pecado de psicologismo (meter al otro en el baño sin mojarse uno mismo). Léonore introduce el tema, que tiene éxito, de la necesaria igualdad de los miembros. Marguerite vuelve a emprender el ataque contra Nicolas, quien acaba de reconocer su deseo de liderazgo («Te crees superior, y eso me exaspera»). Coro de los participantes: «Que los baches y las protuberancias queden aquí nivelados», que «a los jefes se los limpie», «que todos sean reducidos al común denominador, sin excepción», «todo el mundo debe entrar en la fila; nadie se debe distinguir de los demás». A la simpatía mutua se la declara obligatoria, y los observadores, «hombres fríos», son denunciados como fautores de distancia, de juicio y de desigualdad [7,13; 7,14],

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d) Por otra parte, se dejan sentir, de paso, algunos efectos positivos de la ilusión grupal, principalmente un comienzo de creatividad y un primer señalamiento del juego de las identificaciones y proyecciones. Algunos participantes se sienten maduros para pasar del grupo de diagnóstico al psicodrama, y se propone un juego imaginario: construir, todos juntos, un muro [7,5], lo cual lleva a Antoine y Nicolas a evocar el test de la aldea, que debieron rendir, y a comprender mejor su posición dentro del grupo a partir del lugar que habían dado a su propia casa en la aldea [7,7; 7,8], René Kaës ha comentada la dimensión defensiva del proyecto psicodramático y del muro. Yo quería insistir en el otro aspecto, en la progresión simbólica allí presente. La mayoría de los participantes me conoce como experto tanto en psicodrama como en grupo de diagnóstico y como autor de un libro sobre este método. Hacer psicodrama sería liberar aún más vuestra espontaneidad y utilizar mejor mi presencia. La sugerencia de mezclar psicodrama y grupo de diagnóstico es, por lo demás, tan prudente, que algunos monitores ya están prácticándola (varios miembros lo sabían), y mis habituales compañeros de equipo y yo mismo la hemos puesto, luego, en aplicación. En cuanto al muro por construir en común, habría podido conducir al mito, tan frecuente en los grupos, de la torre de Babel, y anticipa lo que habrá de ser dentro de algunos años el dibujo colectivo de la Galera que boga hacia Cite- res. Han sido participantes quienes, con su crítica de ambos proyectos como contrarios a las reglas, han hecho abortar la posibilidad evolutiva que éstos contenían. Hermoso ejemplo de lo que Melanie Klein ha denominado envidia destructora de la fecundidad del pecho y que Bion ataca contra los vínculos. Al no Interpretar la significación mortífera de esas críticas, con mi silencio las he garantizado á los ojos de los participantes, para quienes yo seguía siendo una figura Superyoica. Por lo demás, esa confianza del grupo proporcionada por la ilusión grupal les ha permitido a los participantes superar la angustia persecutiva frente a la mirada y la boca del prójimo, revelar cosas personales sin el temor de que se las utilice como armas contra quien las ha dicho, y comprender que lo que leemos en los demás es lo que de nosotros hemos proyectado en ellos para desembarazarnos y que al mismo tiempo ha despertado en ellos una identificación con nosotros. Céline confía la dualidad de su Yo: no puede a la vez implicarse y observar. Marcel ha comenzado a «interesarse por cada miembro», y antes de dormirse «ha vuelto a

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ver cada rostro». Rémi ya no teme «la imagen de mí que los otros me devuelven». Michel confiesa su «angustia de estar delante de espejos reflectores». Philippe y Roger evocan los ajustes que el grupo los ha llevado a tener ayer a la noche con sus esposas. Antoine, por último, comunica su sufrimiento de ser el hijo de un matrimonio divorciado. De ese modo, han sido cada vez menos roles y cada vez más personas quienes han podido estar presentes durante toda esta secuencia en el grupo. Pero el conflicto entre la dependencia respecto del padre ideal y la identificación narcisista con la omnipotencia materna ha recobrado rápidamente vigor y ha tenido la última palabra.

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OCTAVA SESIÓN Sábado, de 11 a 12 y 30. (No se destaca la disposición espacial de los participantes.) [8,1] En la reanudación, los arribos se efectúan en orden sucesivo, escalonados. Varios expresan irritación e inquietud por lo que va a pasar. Diversos soliloquios, o diálogos susurrados, que pocos participantes siguen y que a la mayoría le cuesta tolerar; ruidos de sillas, movimientos de pies; circulan unos cartones en los que cada cual ha escrito su nombre de pila. Michel coge el cartón de Didier y lo envía a Antoine, quien lo pasa a Nicolas. El de éste está delante de Rémi. A otros se los amontona en el centro de la mesa ovoidal. Roger sugiere que se restituya lo que se ha dicho en la pausa. [8,2] Léonore: Al final de la sesión yo estaba muy angustiada... Ahora me siento mejor. En la pausa, algunos han venido hasta mí y me han ayudado, y me he sentido feliz por la comprensión de que estaba rodeada. Simpática... Me han formulado preguntas sobre mi psicoanálisis. Ayer le había dicho a Nicolas que el psicoanalista, en el grupo, apesta... Tengo un pésimo recuerdo de mi psicoanálisis. Esto ha coincidido para mí con una serie de acontecimientos catastróficos en mi vida..., enormes dificultades en mis relaciones familiares, mi divorcio. Ayer y esta mañana, la intervención de Philippe me ha conmovido sobremanera, pero no adhiero a su organización, que me parece bastante militar. Y además no logro soportar que se me atribuya un papel de madre. Para mí, ser madre es muy pesado de llevar. (Silencio.) Y también se ha dicho por ahí que yo soy seductora... (Silencio, emoción.) Es cierto que algunas veces soy seductora; me lo dicen, y no me disgusta. Sí, es cierto.

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[8,3] Tras un silencio, Nicolas, que ha cerrado su cuaderno: «Aquí nos has seducido a todos, más como mujer que como madre...» Roger: Una mujer seductora, o alguien que se ha divorciado, es más cómodo para establecer relaciones. Léonore: No he querido seducir al grupo. Yo aquí he visto personas, no el grupo. Antoine: Yo sí he visto el grupo, por personas individuales. [8,4] Nicolas habla entonces de lo que ha sido para él la sesión de la víspera (quinta sesión), en el curso de la cual le quitaron su cuaderno. Ha sentido esa supresión «como una castración... Pero tengo que precisar que esto sucede en el plano de lo imaginario» (risas)... «No impide, claro, que me resulte muy penoso y que me haya tocado muy profundamente». Después de la sesión, Nicolas ha ido a ofrecer su cuaderno a Marguerite, quien lo ha rechazado: «Ahora ya no necesito este cuaderno. Lo que me han quitado no era más que carne muerta». Marguerite le ha dicho que se comportaba como un hermano mayor, como un sustituto del padre, y que por eso la habían emprendido tan violentamente contra él. Sólo tenía que comportarse como todo el mundo. Nicolas: Rechazo ese conformismo de las etiquetas: hermano, padre... Lo que quiero es tener mi propia identidad. (Silencio.) Pero me parece que todo esto está superado, liquidado. Lo que me han arrancado era verdaderamente carne muerta. Marguerite declara haberse sentido culpable de que el arrebatamiento del cuaderno de Nicolas haya producido en éste el efecto de una castración. Se siente molesta de que el grupo no haya comprendido a Nicolas. Léonore le indica a Nicolas que ella había advertido su cambio esta mañana; desea que los hombres hablen, «se desnuden un poco y muestren su afectividad. Me agradaría que Antoine continuase hablando como esta mañana, que dijera lo que siente». Antoine quiere dar prueba de buena voluntad, si pese a todo puede hablar «de algo que le interesa a Léonore». Léonore: Cada vez que has hablado has mostrado una afectividad oculta... ¡Me parece que has perdido la fe en tu trabajo! [8,5] Antoine: En el trabajo... Se trata, también, de la fe religiosa. Soy ambivalente..., carne viva irritada. Es un problema... Alternancia de reacciones violentas. Tengo fácil el insulto sobre estos problemas. Se ha sentido atraído por un psicoanálisis didáctico «para ver»,

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pero su curiosidad o su motivación eran, «sin duda, muy flojillas», ya que ha «eliminado este asunto». En cambio, le gusta hacer grupo: «Me siento bien en los grupos, pero necesito una puerta de escape... Me intereso por el grupo familiar, de cuya experiencia carezco, y por el grupo-matriz. También por el liderazgo y las redes de comunicación». Pero no comprende que todos permanezcan en un grupo «encerrados en una misma habitación; el mero placer de estar juntos no me interesa». Le fastidia; no comprende bien por qué. Y no tiene la ocasión de hablar de sus preocupaciones con su medio profesional y familiar. Por ejemplo, su esposa ha cursado estudios distintos de los suyos, y en su oficio, al igual que con su esposa, está obligado a explicar, a vulgarizar, a adoptar una actitud profesoral, lo cual también le molesta. En todo caso, «lo que ocurre aquí me interesa mucho; por ejemplo, el hecho de que aquí la regla sea la igualdad. Si alguno trata de rehuirla, se le trae de vuelta al término medio; si se va demasiado alto o muy bajo, se le nivela. Resulta curioso, ¿no?». Antoine, interrogado por Roger acerca de sus relaciones con el monitor, piensa que tiene tendencia a querer hacerse reconocer por él, para lo cual emplea términos técnicos que el monitor conoce muy bien, «para seducir al líder... Es un poco cucú. Cucú es el término no técnico para decir inmaduro». Evoca su reciente placer en presentar en un cine club El ángel exterminador, de Buñuel. Se sentía dichoso de ser el líder. «¿Por qué ha sido atraído por el grupo familiar?», preguntan Philippe y Léonore. En grupos como ésos, explica él, admira que cada uno de los hijos, «aunque salido de la misma matriz, sea diferente y pueda diferenciarse». Por lo que toca a su propia familia, en ella experimenta buen número de dificultades y temores: rechazar a sus hijos y ser rechazado por ellos, reproducir la actitud de sus propios padres («Temo que mis hijos sean desdichados por mi causa, como desdichado me hizo mi padre»), tener que ser un padre y esposo tranquilizador y fuerte, para proporcionar socorro a la madre, que carece de autoridad y que en determinados puntos se muestra claudicante. Roger: No has liquidado tu relación con el monitor; no te diriges a él. [8,6] Antoine: No tengo preguntas que formularle a Didier... (Silencio.) Didier es para mí un modelo seductor. Pero no querría dejarme coger por esa imagen, que sólo puede proporcionar ilusiones y decepción. Es un padre efímero. Esta última frase provoca varios comentarios acerca del mo-

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nitor, quien «está sólo de paso» (Philippe, Roger), «que no es permanente» (Léonore, Marcel, Michel, Josette). Luego se emprenden diversas tentativas para introducir, o reintroducir, a varios participantes (Josette, Marcel, Céline) «en el clima..., en el seno del grupo». Estos esfuerzos tienden a lograr que cada cual aporte, como otros lo han hecho ya o acaban de hacerlo (Léonore, Antoine), una contribución personal a la vida del grupo. Marguerite: Tengo la impresión de que estamos negando algo, negando que Didier represente una figura paterna, quizá... Durante la conferencia volvió a ser el profesor; desde su estrado hacía de padre-profesor: la conferencia era un artefacto... En realidad, ¿cuál es su lugar? Todos nos preocupamos unos de los otros, pero de él no. Me pregunto' qué es lo imaginario nuestro de nuestro grupo. El monitor dio ayer un esquema del grupo; apliquémoslo. Rémi: Y yo me pregunto si no hay aquí subgrupos, sólo eso, y diferentes imágenes de padre. ¿Un imaginario común? No... no lo creo (aprobaciones). Tal vez a causa de las tendencias a hacer subgrupos. [8,7] Michel: Yo, por el contrario, soy más bien sensible a la unidad del grupo. Cuando se hablaba, hace unos momentos, pienso que más bien se daba la impresión de unidad, ¿no? (aprobaciones), y que se intentaba meter a todo el mundo en el mismo costal (sí, sí...), reducir las desigualdades. Rémi: Sí, en el intervalo hemos constituido un subgrupo con Léonore. «Qué importa —se comenta-—; en sesión, el grupo está unido y es cohesivo.» Roger hace observar entonces que después de la sesión de la mañana «no se ha reintroducido al monitor en el grupo... Me parecía que ayer habíamos liquidado el conflicto». Marcel. ¡No queremos padre aquí! Roger: No se trata de reintroducir a Didier como padre, sino como miembro del grupo. También podemos preguntarnos si su conferencia era extraña al grupo, o si Didier hablaba del grupo, de éste, del nuestro. [8,8] Sigue un intercambio que evoca las presentaciones del primer día, en las que «cada cual se había escondido detrás de las etiquetas». Interviene el monitor para situar el sentido de esa evocación dentro de los problemas actuales, que subsisten y que incumben a la interrogación, siempre latente, sobre las diferencias entre unos y otros: «El hecho de que nuevamente se hable de las presentaciones es también un problema sobre la identidad.

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¿Quién soy? ¿Quiénes son los demás? ¿Quiénes somos? Habitualmente, las presentaciones, tal y como se hacen, tienen también por función decir y esconder. Ocultan una enorme falla con respecto a lo que somos... Nicolas pregunta si ahora el monitor «se ha reintroducido en el grupo». Antoine: No, por cierto que no. Estoy insatisfecho y siento cierto fastidio. Estamos por salir de los problemas antiguos, superados. ¿La conferencia? Ha pesado, sobre todo, a causa de la admiración que ha suscitado. Una admiración que pone distancia con Didier. Ahora resulta incómodo reubicarlo como miembro del grupo. El monitor interviene para decir que la referencia al pasado es para evitar discutir acerca de lo que significa ahora el problema de reintroducirlo en el grupo. Michel recoge su intervención: «Se trata, efectivamente, de un falso problema; por primera vez me siento insatisfecho y molesto. Estamos dando vueltas en redondo». Roger se hace eco de esa impresión y se pregunta por qué; desde «la mañana se ha intentado reintroducir a la gente, unos junto a otros, en el grupo». Michel observa que también se ha hablado de la conferencia del monitor, que ese era «un tema cómodo para hablar de él». [8,9] Antoine: Tengo la impresión de que es el grupo quien ha pronunciado la conferencia, no el monitor (aplausos, risas, barahúnda). Alguien: Te has absorbido al monitor... (Comprendo: eliminado, apropiado.) Michel (a Antoine): En ti hay una vocación no realizada de universitario. (Antoine protesta: «¡No es capaz!». Risas.) Por mi parte, no tengo la sensación de haber pronunciado la conferencia en lugar de Didier. Yo no habría podido pronunciarla. Philippe: Creo que una parte del grupo ha sentido celos de ver a Didier compartido con otros... Ya no era «nuestro» Didier. Alguien: Se le admira demasiado. Otro: Se ha prostituido con otros. Roger (a Didier): Yo me he sentido molesto por tu faceta teatral, que no la tienes aquí. Alguien me dijo —creo que fue Agnès o Josette—: «Estoy arrebatada». No hay que exagerar. No era tan formidable como para eso (risas). Céline: Hace un momento que me estoy preguntando qué es nuestro imaginario común. ¿Es Didier un hermano, un padre...? ¿No habría entonces que realizar el asesinato del padre...?

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Alguien (¿Philippe? ¿Marcel?): ...literario... jerga de psicólogo. Roger: Querría hablar con Didier, decirle algo, no sé... Rémi: Difícil dirigirle la palabra ahora... Ya lo ves (a Roger): no puedes hablarle. Antes de la conferencia estaba cerca y era cálido; durante la conferencia, prestigioso, dueño de sí... (aprobaciones). Roger, Marguerite, Antoine: Desde esta mañana está lejano y es inaccesible... (aprobaciones). [8,10] La discusión retoma siempre el mismo tema contradictorio, según el cual la conferencia del monitor la ha pronunciado, en realidad, el grupo, del que el monitor es el vocero y según el cual también la conferencia pone de manifiesto su dominio, su poder de claridad y de seducción ante un amplio auditorio, del que se sienten celos. Se expresa la sensación de que el monitor ha hecho abandono del grupo, que ha sido despojado de él, «miembro capital» del grupo y de quien Léonore dice que ella ha querido prestarlo a otros durante el tiempo de una conferencia. Esos celos y ese despojo explican, sin duda, dan a observar Marguerite y Philippe, que desde esta mañana se procure «recuperarlo en el seno del grupo». Se le devuelve al monitor su etiqueta con su nombre de pila. Entonces él dice: Didier: La conferencia me ha planteado un problema con respecto al grupo. Por razones prácticas, he bloqueado dos cosas en una misma vía. Mucho tiempo he vacilado... ¿Acaso debía prohibirles a los miembros del grupo asistir a la conferencia? El asunto no carecía, por lo demás, de fundamento, ya que, en oportunidad de una pausa, alguien (Michel) me preguntó: ¿Tenemos el derecho de asistir...? Philippe: ¡Más habría valido que no fuésemos!. Rémi: También yo me planteaba el problema de saber si no era mejor no ir. Pienso, por otra parte, que la prohibición habría pesado sobremanera. [8,11] Didier: Querría insistir en las razones de mi vacilación. Esta actividad extragrupal me ha planteado problemas con respecto al grupo. Al venir aquí como monitor y como miembro del grupo me preguntaba si el hecho de verme en otras funciones, enseñando, y de oírme hablar de asuntos que no dejaban de relacionarse con la psicología de los grupos, de este grupo , no crearía una situación difícil. Como monitor, debo ser desmitificado de las representaciones que se me han endilgado y que impiden que lo que digo se entienda por lo que es. Además era menester, ya

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que en fin de cuentas yo había aceptado pronunciar la conferencia, que diera con un estilo adecuado. Tanto la conferencia como esta temporada se organizaron durante las vacaciones universitarias. Los organizadores me habían solicitado una gran conferencia. Como eso coincidía con estas pequeñas vacaciones, yo había previsto poca gente y un estilo más bien de seminario. Hasta el último momento estaba en la incertidumbre respecto de lo que iba a pasar. Si había mucha gente, era preciso hallar otro estilo. Yo ya había realizado un informe, una comunicación, sobre este mismo tema, pero en un estilo austero. Me vine abajo, hinqué el pico: la materia misma no se presta a una conferencia erudita. Después, ayer, vi que había mucha gente y que había que hacer un número... También me decía que si algunos de vosotros iban y otros no, ya no estarían en un mismo nivel. Cuando vi que la mayoría (Alguien: «¡Fuimos todos!») estaba allí, me dije que podía deslizar algunas referencias a lo que ocurría aquí, en el grupo. Con los observadores nos hemos interrogado largamente, ayer y también en la pausa, sobre los efectos de la conferencia... Roger: ¿Acaso te molestó que estuviésemos en la sala? Didier: Yo no habría dicho lo mismo si el grupo no hubiese estado allí. Puesto que estaba, yo tenía que encontrar dos niveles de comunicación: hablarle al conjunto del auditorio de una manera directa y relativamente superficial, y hablarle a este grupo indirectamente y de una manera más profunda... Era una especie de sesión suplementaria para el grupo. Me he basado en la experiencia que tengo de los seminarios, en los que las sesiones de grupo de diagnóstico alternan con conferencias y reúnen a las mismas personas. [8,12] Nicolas: Me pregunto si la fecha ha sido oportuna. Más habría valido dar la conferencia después de la temporada. Roger: Tal vez, pero no era posible. Alguien (¿Philippe?): Por cierto que no habría tenido el mismo efecto sobre el grupo. Aquí venía en caliente... (también oigo: «¡Al contrario, ducha fría, aminoración!»). El grupo se pregunta si la conferencia ha sido o no ha sido benéfica, ¡si representa un logro para el grupo. Léonore encara a Michel, reprochándole haber ido a pedirle una autorización al monitor. Por lo que a ella incumbe, no ha experimentado la admiración que ha sentido la mayoría; el monitor le ha parecido «más bien un histrión... Acabo de decir que yo te había prestado a los otros. ¡En rigor, eres bien de nosotros!». [8,13] Se reparten bombones, cuyos papeles se arrojan al

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medio de la mesa, apuntándole a un cenicero. Nicolas observa «de pronto nos hemos vuelto silenciosos. Tratamos de llenar el bache masticando algo». Marcel: Esta mesa corta nuestra imagen del cuerpo por la mitad... Nicolas: Sí, pero nos sentimos mejor inclinados a trabajar. El marco de la habitación..., sin duda la disposición de la mesa induce a tomar notas, a comportarse como en un seminario, en una sesión de trabajo. Antoine sugiere que se haga pasar a Nicolas bajo la mesa. Se le pregunta al monitor si cree que el marco dentro del cual se desarrollan los grupos influye sobre lo que sucede en éstos. El monitor responde interrogando por el sentido de la pregunta con respecto a lo imaginario actual del grupo. Léonore dice que la pregunta se ha formulado para «tapar el bache». Se insiste (Michel, Céline, Marcel) en el malestar que sucedió al comienzo de la reunión de esta mañana. Michel: Esta mañana, al llegar, yo tenía muchas cosas que decir... Me vine abajo rápidamente. ¿Por qué? Céline: A la pregunta del lugar de Didier dentro del grupo no siempre tengo respuesta. Es irritante. Todos se plantean esta pregunta. Así no avanzamos... Marcel: Mi impresión de pertenecer al grupo es demasiado reciente para que yo pueda hablar de su imaginario; ayer tuve esta impresión, ahora más. Michel: Se han encarado algunos problemas. Hay quienes se han interesado en ellos, y en otros hay una especie de repliegue... como le ocurre a Marguerite después del descanso. [8,14] Marguerite: Por una parte... hemos disparado sobre Nicolas, y luego damos vueltas en torno de la conferencia de Didier, que nos ha provocado. Ha hecho una demostración de lo que ocurre en los grupos, una demostración de sus ideas... Nos sugestiona. Y es también una idea de Roger, ¿verdad? Roger. Sí, nos ha provocado, y veo que provoca problemas sin aportar respuestas. Me pregunto si no está tentado de decirnos lo que pasa aquí, pero no quiere. En todo caso no lo quiso ayer. [8,15] El monitor responde que, de saberlo, diría lo que pasa, que tiene ideas o hipótesis, como todo el mundo, pero que, como todo el mundo, cree que sólo podrá hablar de ellas cuando hayan madurado. Léonore se dedica entonces a preguntar a unos y otros si se sienten bien. En la mayoría de las respuestas se ma-

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nifiesta un malestar, así como irritación y contenida agresividad. Céline declara que el día anterior se sintió tan enfadada con Nicolas, que realmente habría querido matarlo. Michel se siente «frustrado, desamparado; ya no encuentro valores en el grupo». Léonore piensa que el lugar que se le ha atribuido dentro del grupo es exagerado: «No creo ser el nudo del grupo», dice en momentos de cerrarse la sesión. Y entre un ruido de sillas Agnès dice que «hoy matamos a Léonore y Philippe...». [8,16] Llegada la pausa, experimentamos un vivísimo sentimiento de culpabilidad con respecto al grupo. Ciertamente, la conferencia era inoportuna; no ha facilitado la tarea del monitor ni la evolución del grupo. Los problemas de éste —¿quién ejerce la autoridad?; ¿quién es quién? (enredo y alteración de nombres propios)— siguen siendo subyacentes e implícitos. El monitor se halla en una situación incómoda para abordarlos y darles una interpretación. Léonore produce irritación. Sin duda ha dicho que «el psicoanalista apesta en el grupo» para luchar contra el monitor. El título con que damos — «Anales de la conferencia»— no quiere expresar más que el comentario hecho a propósito, pero en nuestro análisis no se ha destacado la analidad. Advertimos que por primera vez la satisfacción cae por abajo del término medio. Estamos más bien atentos a las tentativas de restaurar la unidad del grupo, en el que se debe incluir al monitor, en el que se lo debe reintroducir, para que no sea un cuerpo extraño. Estamos de acuerdo respecto de la necesidad de interpretar la idealización del monitor, imagen paterna abstracta y terrífica. COMENTARIOS SOBRE LA OCTAVA SESIÓN (RK) a) Los primeros minutos de la sesión [8,1] dan testimonio del retiro de catexia del grupo por los participantes, algunos de los cuales sólo intentan, tímidamente, hablar; la dinámica grupal se centra en Léonore y Nicolas. A Léonore se la escucha; responde a los pedidos de confidencias haciéndolas ella misma, y reconoce ser seductora sin dejar de ser, además, seductiva, lo cual le permite presentarse como único objeto del deseo de los participantes y del monitor. Exige [8,4] un eco, al que responde Nicolas; ella lo recupera. Antoine [8,5] sostiene el proyecto de Léonore, adaptado al mismo tono que ella y, como ella, predica la desconfianza frente al padre-monitor, es decir, la fidelidad a la madre-durable, por oposición al padre-efímero. Estas seudoconfidencias sólo tien-

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den a responder como un eco al deseo de Léonore y a excluir al monitor; además, son contribuciones personales manifiestamente opuestas al fin principal de reducción de las diferencias. El tono del grupo es el de lo «falso»; así, el triunfo de la negación-persecución justificativa, el supuesto «cambio» sobrevenido en la figura del monitor [8,8; 8,9] y el vuelco de la dependencia respecto de él se expresan en el fantasma según el cual es el grupo quien ha pronunciado la conferencia. La confusión y el sentimiento de abandono señalan la profunda regresión de los participantes, que deforman la historia del grupo a despecho de las informaciones proporcionadas por el monitor. Si al final de la sesión se experimenta un ligero apaciguamiento, en cambio persiste el malestar, y los esfuerzos para comprender su fuente fracasan, pues no se los relaciona con la dinámica transferencial del grupo. b) En el curso de esta sesión todos están expuestos, efectivamente, a la pérdida de su identidad personal (cf. el embrollo de nombres propios [8,1]) y, con ello, a la de su identidad sexual. Al sacar a luz, mediante el modo de la confidencia que reclama otras confidencias, una «falla», una «debilidad» (ha tenido una pena, y, si cada cual le cuenta la suya, ella podrá remediarlas), Léonore se ofrece como objeto de identificación contra el monitor inaccesible, quien, por lo demás, le pertenece [8,12]. Objeto dañado, respecto del cual los participantes se sienten implicados: Léonore suscita un proceso de reparación del que obtiene beneficios: se la rodea, se la ayuda. El grupo intenta de ese modo efectuar varias reparaciones (para con Nicolas, entre otros) y consolidar su narcisismo autárquico, como defensa contra la pérdida del objeto y la castración. Dentro de ese contexto transferencial, Nicolas se convierte en el vocero de Léonore y del grupo, pues evoca el episodio de su «castración imaginaria» y su tentativa de reparación ante Marguerite, para él doble de Léonore [8,4]. La negativa de ésta señala el no reconocimiento de la diferencia de sexos: aceptarla sería reconocer la castración. El pene muerto, la «carne muerta» de que habla Nicolas [8,4] atestiguan a la vez la castración y su negación: si Nicolas no lo tiene, Léonore puede tenerlo. Bajo esa puesta en escena se halla en tela de juicio toda la relación con el monitor y con la Ley. El proceso de desviación y perversión de la Ley, inherente a la producción ideológica, aparece con toda claridad. Así, las reglas de funcionamiento del grupo —testimonio de un orden extrínseco (tercio) que asegura la constitución

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del grupo— son alteradas y al mismo tiempo ejercidas por los participantes, al menos por algunos de ellos: Léonore asegura el liderazgo al hacerse portavoz de la regla fundamental presentada por ella, con fines propios, como un desnudamiento (que cada cual, en particular los hombres, diga lo que siente cuando se desnuda). El liderazgo está asegurado por la identificación del enunciador de la regla con su enunciado. De resultas de ello, se cierra toda referencia posible al garante simbólico (es decir, al monitor, por lo mismo que éste ya no se identifica con la regla ni se colusiona en el fantasma). El líder funciona entonces como instancia superyoica. Y la regla de restitución, por ejemplo, se altera y pervierte; funciona, a los fines del Superyó, como Ley de la castración: que los hombres en particular se desnuden y muestren lo que sienten. Tal es la exigencia, en la que éstos consienten, de la madre, que, por ser el falo, reivindica la restitución del pene. c) La contraparte de esa exigencia es la erección del grupo como ideal narcisista de autogeneración y de totalidad indestructible: como pecho-falo. La tentativa de reunir el significante fálico ideal con el grupo-pecho se efectúa en el ensayo de recuperar al monitor para hacer de él el «cuerpo del grupo, el miembro capital». Pero parece que los participantes no siempre pueden satisfacerse con el mantenimiento de un falo materno. A esto no se lo vive sin peligro y angustia como para que el objeto-grupo no quede expuesto a la castración. La fantasmática que esta sesión organiza es probablemente una fantasmática de escena primitiva en la que se representa la muerte del padre en el coito con la madre fálica; muerte del padre efímero, es decir, «de paso», pero también símbolo del insecto que sólo vive un día y muere tras la fecundación; muerte de los hijos, que pueden sufrir la suerte del padre, ya que todo está confundido (cf. los nombres de pila amalgamados). A la mesa se la representa como un agujero inmenso al que se llena con esos bocados que sirven para entretenerse. Sin duda por eso los participantes, a fin de asegurar su defensa contra el peligro de muerte oculto en esa «vagina dentada», fantasman el grupo como un sitio de vida plena, un pecho y una madre con pene: el «miembro» del monitor ha sido reintroducido en el grupo, autor de la conferencia (y no el monitor). Esta atribución permitirá evitar la apropiación del saber sobre lo imaginario de los participantes en este grupo. El discurso ideológico se ha establecido para reparar el cuerpo

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propio de cada cual, negando todo vestigio de castración o de pérdida («Lo que han cortado era verdaderamente carne muerta», dice Nicolas [8,4]). La ideología permite constituir un cuerpo grupal, ninguna de cuyas partes debe tener una función propia, sino, por el contrario, ser equivalente a cualquier otra parte (nada de diferenciación: «Todos somos iguales»). COMENTARIOS DE DA a) La primera tercera parte de la sesión ve abortar tres tentativas de retomar y desarrollar lo nuevo que había aportado la sesión precedente. El juego de permutación de los cartones que llevan el nombre de los participantes [8,1] materializa esa circulación de las identificaciones y las proyecciones que comenzaba a hacerse consciente; pero, dejando aparte una breve repercusión [8,8], es un juego sin consecuencias. Por lo demás, Léonore admite ser mujer y seductora e invita a los hombres a desnudarse y mostrar su afectividad. Nicolas dice haber experimentado como una «castración» («en el plano de lo imaginario») la privación de su cuaderno de notas. Pero, más que de un real movimiento de acceso a la problemática edípica, parece que se trata de signos de la seudoedipificación, tan frecuente en los grupos [8,3; 8,4]. Antoine, en fin, parte de manera personal de la fe, del psicoanálisis, de la familia, de su representación no igualitaria del grupo [8,5], pero nadie le sigue. b) Lo dominante es la oposición de dos maneras diferentes de conducir el grupo: la de Léonore y la del monitor. Léonore, que en la pausa se ha recuperado gracias al consuelo proporcionado por un subgrupo, marca rápidamente esa oposición: «En el grupo, el psicoanalista apesta. Tengo un pésimo recuerdo de mi psicoanálisis» (testimoniando con ello que su 'hostilidad para con el monitor compete a una transferencia negativa no liquidada sobre su propio psicoanalista [8,2]); «Aquí he visto personas, no al grupo» [8,3]. Se sobreentiende: el monitor se preocupa por el grupo, no por las personas; el monitor se conduce como psicoanalista, neutro y frío, sin afectividad; yo hago lo contrario. Además, como el monitor se convierte en el centro de las discusiones a propósito de su reciente conferencia, Léonore se abstiene de participar, marca en seguida su dominio sobre él (no se ha sentido

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abandonada; «ha querido prestarlo a otros» [8,10] y por último pasa abiertamente al ataque: en contra de la corriente de la general admiración, el monitor le ha parecido «más bien un histrión» [8,12]. Nuevamente pone en circulación algunos bombones. Nuevamente toma la iniciativa de una ronda preguntando a los demás pasantes —pregunta significativa de los fines por ella perseguidos— «si se sienten bien» [8,15]. Por mi parte, me ha sorprendido, al releer el protocolo de la sesión, el tipo de intervención que practiqué. Dejemos aparte la excesiva explicación de mi vacilación en aceptar a la vez pronunciar una conferencia y conducir una temporada (pienso que las explicaciones atinentes al marco forma] pueden ser estructurantes, como lo es el necesario enunciado de las consignas, y así las empleé en la sexta sesión cuando debí explicar el papel de los observadores [6,9]). Todas mis otras intervenciones han sido, o bien de remisión de la pregunta a quienes la formularon (influencia del marco sobre el desenvolvimiento del grupo [8,13]), o bien de «no sé» o de «no está maduro para que yo hable de ello» (¿qué sucede aquí? [8,15]), o bien de reformulación del contenido manifiesto de la pregunta que se le plantea al grupo sin análisis de su contenido latente («¿Quiénes somos?» [8,8]; ¿qué significa el problema de reintroducir al monitor en el grupo? [8,8]). Así, a la conducción semidirectiva del grupo por Léonore, opuse una conducción no directiva meramente rogeriana; la interpretación de tipo psicoanalítico continuó ausente. De ahí la muy comprensible decepción de los participantes. Antoine: «Estamos a punto de salir de los problemas antiguos, superados»; Michel: «Se trata, efectivamente, de un falso problema; por primera vez me siento insatisfecho y molesto. Estamos dando vueltas en redondo» [8,8]; y tras mi primer subterfugio, en oportunidad de la ronda suscitada por Léonore, «un malestar se expresa en la mayoría de las respuestas, así como irritación y contenida agresividad» [8,15]. c) Las notas de evaluación traducen la insatisfacción general, con excepción de Léonore, cuya satisfacción es comprensible, y de Marguerite y Nicolas, que han arreglado su diferendo a propósito de la toma de notas. Al igual que estos últimos, también yo pongo una nota alta, pues me siento satisfecho —narcisísticamente— de que lo esencial de la sesión se haya al fin centrado en mí, el monitor. Después de las resistencias de las primeras sesiones, se ha desplegado,

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en efecto, la transferencia central. Pero una transferencia que no vaya seguida de interpretación no puede ir a la par de un trabajo psicoanalítico. He visto desarrollarse muchas veces esta secuencia en grupos de formación conducidos por colegas y también por mí mismo. Me parece ejemplar de un proceso que he tardado mucho tiempo en comprender y al que el conocimiento de las teorías de Kohut ha permitido esclarecer: una transferencia grandiosa de los participantes requiere una contratransferencia especularía de los monitores. Y, recíprocamente, una transferencia especularía de los participantes es a menudo una respuesta a una oscura contratransferencia grandiosa de los monitores. Tan cierto es que, de querer mantener la dinámica de los grupos entre un polo neurótico y un polo psicótico, se deja de tener en cuenta, tanto en la posición del monitor como en la situación de los participantes, la necesidad de luchar contra las heridas o las hemorragias narcisistas y de instaurar, para sí, para los demás y para el grupo, una provisión suficiente de las identificaciones narcisistas, cuya importancia en la formación en grupo ha sido señalada por André Missenard (1972) d) Dos últimas palabras acerca de la explicación que he dado de mi actitud, en ocasión de mi conferencia, frente a los miembros presentes del grupo: «Yo tenía que encontrar dos niveles de comunicación: hablarle al conjunto del auditorio de una manera directa y relativamente superficial, y hablarle a este grupo indirectamente y de una manera más profunda... Era una especie de sesión suplementaria para el grupo» [8,11]. Sin que yo lo advirtiese —sólo al redactar el presente comentario tomo conciencia de ello—, hubo de funcionar allí un modelo lacaniano. En efecto, yo había seguido tiempo atrás el seminario de Lacan, sin dejar de realizar con él mi primer psicoanálisis. Lacan no daba en la cura interpretación alguna; devolvía especulariamente las preguntas que yo le formulaba, subrayaba las que yo me planteaba a mí mismo y abreviaba la sesión. En su seminario era, por el contrarío, inagotable; explicaba lo que ocurría en los psicoanálisis, y más de un oyente llegaba a atisbar en sus palabras, aparentemente impersonales y sibilinas, algún mensaje cabal que le atañía de manera directa. Esta es, sin duda, una de las razones, entre varias otras, que hacen que la teoría y la técnica de Lacan no hayan demostrado ser aplicables al grupo.

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NOVENA SESIÓN Sábado, de 14 y 30 a 16. (No me he detenido en la disposición espacial de los participantes.) [9,1] La sesión precedente estuvo signada, se dice al restituir los comentarios intercambiados durante la pausa (la comida tomada en común en la ciudad universitaria), por un sentimiento muy vivo de fracaso y marasmo. Y a la restitución misma se la vive como una regurgitación de las cosas «malas y sucias, impropias». Los participantes que hablaron de «sus historias personales» le han hecho «un regalo al grupo, con el que éste no sabe exactamente qué hacer». También se trató del monitor, simpático para unos, antipático para otros. [9,2] Roger: Observemos que Didier no nos ha comunicado sus simpatías y antipatías en el grupo. En lo que a mí concierne, el jueves y el viernes me divertí lo más bien; esto funcionaba. Ahora ya no me río; mis relaciones con Didier no siempre son claras. Lo considero como un miembro ausente. No es como los demás. Durante la comida he hablado de mi mujer, pero él no. Al hablar de ella fue como si le hiciera un regalo al grupo. Realizaba un rito de iniciación para ser integrado al grupo. Antoine: No tienes más que formularle la pregunta a Didier acerca de su mujer... Roger: No se trata sólo de Didier. Hay otros que no han hablado. En lo que concierne a Didier, no me ha alegrado mucho que lo atacasen; yo no he querido atacarlo... No estoy seguro de haber deseado que cobrase tal importancia, que llegase a ser un

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gran jefe dentro del grupo. Mi relación con él es una relación de actividad. [9,3] Michel: ¡El don que él hace al grupo no es el mismo que el de los demás! (risas, preguntas diversas, muy rápidas, que no alcanzo a anotar: «¿Por qué? No como todo el mundo... Sí, como todo el mundo. Somos todos iguales... No, si se larga a hablar, va a decir sus preferencias y sus antipatías; nos dividiremos con respecto a lo que diga... ¿Y después? Ya lo veremos»). Léonore (tras un momento de silencio): Aquí hay algunos que por razones equis no quieren hablar de su familia. Los que hablan de ella son más bien simpáticos, pero comprendo muy bien que, después de todo, algunos no hablen. Rémi me ha dicho que le molesta decir lo que piensa de los otros, que le resulta desagradable. Varios entre nosotros se sienten incómodos de tener que decir su simpatía o su antipatía. Si queréis pedirle a Didier que hable de su familia, podéis hacerlo... Varios (Philippe, Marcel, Josette): No, no; podemos resolver solos nuestros problemas, sin su ayuda. Por lo demás, no es ayuda lo que le pedimos: ¡que también él se meta en la olla! (Risas, ruidos, exclamaciones.) Marcel declara que el grupo no necesita que se le hagan regalos al monitor; «eso no es necesario». Antoine: Sí, por supuesto, pero Didier no tiene la misma manera de participar. ¡Es una participación completamente interior! (Risas.) No ha hablado de sus inclinaciones o de su indiferencia por los miembros del grupo. Didier: Voy a hablar. Todavía no sé bien sobre qué... Alguien: ¡Ese es el don! (Risas.) ¿El don? ¡Eso quiere también decir ser dotado! [9,4] Didier: Se trata de las simpatías y las antipatías... Si tal es el tema actual del grupo, me parece que quiere decir a la vez: ¿le soy antipático o simpático al monitor? Y, recíprocamente, ¿me siente como a alguien simpático o no...? Estas preguntas incumben a la imagen que tenéis del monitor, idealizado... todopoderoso, arbitrario, cuando se desea un grupo unido y en el que cada cual sea igual al otro. De ahí, lo personal que doy se lo percibe como algo lejano... Por ejemplo, ayer a la mañana, a las nueve, algunos de nosotros comenzaron a contar sus sueños; también yo. Luego aquello se terminó. Lo que había empezado como una ronda no tuvo continuación. Hasta hubo quien se preguntó si mi sueño era auténtico... Resultado: lo que digo se lo sospecha inmediatamente, y, no bien se delinea una expresión

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personal, una intervención viene a interrumpir el asunto. En seguida se habló de la gente casada y de los muchachos, ayer a la siesta; no me llegó el turno... Luego os detuvisteis; no se continuó. Puedo decir que soy casado, que tengo dos hijos y que mi esposa me acompaña. Titubeo en hablar más al respecto; no sé qué quiere hacer el grupo. Pero me planteo el problema: ¿cómo se explica que un pequeño número haya comenzado a hablar de este tema, que no haya llegado a ser un tema para todo el grupo? La respuesta a esta pregunta no me resulta clara. Puedo formular varias hipótesis: ¿acaso era una pregunta prematura? Tal vez hay una división en el grupo en cuanto a la oportunidad de hablar de las relaciones con los hijos o de las relaciones en la pareja. Me digo que el grupo no puede dejar de plantearse este problema, pero que no puede tratarlo aquí. ¿Por qué? He intentado señalarlo, indirectamente quizá, cuando hablé del antagonismo entre situación de pareja y situación de grupo. Otra vez esta mañana la sesión terminó con la sublevación de las mujeres contra Léonore, presentada por los varones del grupo como una gran seductora... Pero nadie ha hablado de lo que sucedió entonces. Este problema es ciertamente importantísimo, y pienso que cuando se habla de simpatía y antipatía se trata de un asunto del mismo orden. Así, pedirme que hable de mi esposa y de mis simpatías-antipatías... En suma, el problema latente podría formularse de este modo: ¿hay aquí pares de perdonas que se encuentren en relaciones tales, que la unidad y la igualdad del grupo se vean amenazadas? [9,5] Breve silencio. Se declaran más bien satisfechos con la anterior intervención, «recapitulativa... clarificante... digestiva... asimilable». Michel: Sí, pero no has explicado un punto importante: el papel del rito y de la iniciación para participar en el grupo. ¿Es un aporte personal la condición para participar en el grupo... un sacrificio? Las preguntas que se asocian a la de Michel conciernen al grupo {«¿Qué es un grupo? ¿Qué hay que hacer para ser un grupo, un grupo normal? ¿Somos un grupo normal?») y tienen por efecto, al parecer, hacer que decaiga el interés provocado por la intervención del monitor, quien observa: [9,6] Didier: Parece que es difícil detenerse en los problemas de la pareja y el grupo, en lo que une y en lo que amenaza con dividir... ¿Qué quiere hacer el grupo ahora? Esto no me resulta claro; creo que tampoco al grupo. Tengo la impresión de que el grupo se siente arrebatado por dos posibilidades: una es la de

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psicologizar las relaciones entre los participantes, analizar las relaciones interpersonales, al parecer con mi acuerdo y mi participación. Es una tentativa que ya comenzó por la banda cuando se trató de Nicolas, de Roger, de mí... Si eso es lo que el grupo quiere, allá él; no lo desapruebo, si es una desaprobación lo que se teme. Otra posibilidad es ésta: como el grupo ha cambiado de clima, ahora puede sacar provecho de lo que es y hacer algo que no ha hecho aún. Por ejemplo, en un momento hubo algunos que desearon llevar a cabo una obra diferenciadora dentro del grupo. Es, pues, abordar una serie de problemas que se presienten de manera confusa y que van al encuentro del ideal del grupo, pues forzosamente habrá que dividir los papeles y perder la hermosa igualdad, introducir la heterogeneidad... [9,7] Roger: Propongo como divisa del grupo: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Efectivamente, este grupo sólo puede funcionar de manera satisfactoria sí cada cual es igual al vecino. Michel: A mí me parece que Didier ha aclarado muy bien las vías posibles. Ahora podemos elegir. Roger: ¿Está el grupo de acuerdo con la elección propuesta? Marcel: Me pregunto si la igualdad está realmente en tela de juicio. No termino de sentir las cosas. No sé... [9,8] Léonore (tras un silencio, soñadora): En cambio yo pienso que hace tinos instantes, en el café, estábamos bien. Se hablaba fácilmente. Éramos un grupo de camaradas. Aquí es distinto. No hay más que ver a Nicolas: está inerte. Y Philippe tiene un aire completamente ausente... Philippe: En la segunda parte de esta mañana perdí completamente todo contacto... Estaba encantado de no comer con el grupo. [9,9] Nicolas: Si tuviéramos pasta de modelar, papel de dibujo, pintura, podríamos intentar hacer algo juntos. Una tarea de grupo... He pensado como tú, Didier. Rémi: ¡En las convenciones no se lo prevé! Roger: Hay otros temas posibles: la publicidad, la economía, la reforma de la enseñanza. Agnès: ¿No hay más alternativas que las propuestas por Didier? Michel: Una alternativa es la tendencia a psicologizar. Hemos comenzado: ¿continuamos? Y, por lo demás, ¿qué quiere decir eso: psicologizar? Agnès: Esto nos trae de vuelta a nosotros mismos. El monitor responde que quería significar interesarse más bien

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en las relaciones interpersonales dentro del grupo que en el funcionamiento del grupo mismo. Léonore: Creo que se teme que las relaciones reales entre las personas se falseen posteriormente si se analizan aquí nuestras relaciones. Agnés: Es lo que hicimos en el café... pero se dijo que no podíamos hablar de todos (a Léonore). Léonore ha hecho mucho para que hablemos de nuestras relaciones; nos ha dado una mano... Antoine dice que cuando vio que Nicolas y Rémi, de quienes había oído hablar, llegaban a esta temporada, le habría gustado no encontrarlos. Estaba seguro de que reaccionarían como reaccionan siempre: Nicolas con su gusto por «indagar todo», y Rémi con «sus preguntas sobre el estatuto y los roles... Y no ha fallado». Rémi: Quiero que retomemos el problema de las relaciones interpersonales, pero con la condición de que todos nos tiremos al agua. En el grupo, las relaciones interpersonas son más importantes que las relaciones familiares de cada cual. A mí me preocupan, sobre todo, problemas de autoridad: en mis relaciones con mis superiores me siento muy incómodo en la administración donde trabajo... No muy bien comprendido. Rémi habla de sus dificultades profesionales y de su aislamiento; es sostenido por Antoine, quien lo comprende «plenamente». «Todos los seres humanos son iguales e igualmente dignos», afirman varios participantes, que invocan su experiencia profesional para confirmar esa concepción. Todos son iguales, si no fuesen víctimas de desigualdades, corrigen Antoine y Roger. Léonore estima, apoyada por Michel, que en este grupo nada se puede hacer si el vínculo que une a los participantes no es también un vínculo de simpatía: «Este grupo es y debe ser un grupo unido por el amor y la confianza en el otro». [9,10] Léonore evoca, una vez más, la nostalgia que aún conserva de ese momento de gracia en que el grupo, en la pausa, se sentía unido en una alianza en la que cada cual hablaba como igual del otro, espontánea y libremente. Rémi prosigue: «Yo rechazo la sociedad. Siento un rechazo anárquico por los marcos sociales —dice con vigor—, pero me agradan los grupos pequeños, me agradan las relaciones afectivas. Sin embargo, advierto que aquí no se pueden establecer, no más que en el trabajo...». Varios participantes proponen como regla que cada cual deba hablar de sí; nada debe escapársele a nadie de los pensamientos y las emociones de cada cual. «Todo debe ser dicho, puesto en común; no

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hay que guardar nada para uno mismo...» Este sacrificio es, se dice, el precio de la unidad y la igualdad en el grupo. Marguerite, Céline y Antoine dan además a observar que, si todos se largan a hablar personalmente, sin traba alguna, para hacer don al grupo de su historia íntima, ahí se van a manifestar las diferencias, en el sentido de que cada cual es fundamentalmente diferente en su identidad y su historia. De ese modo se atentaría contra la unidad igualitarista, a la que tanto se atiende. Roger, Rémi y Marguerite se preguntan qué pasaría si el monitor hablara. ¿Se le vería aún más diferente quizá? Desde luego, su modo de existencia en el grupo no es siempre soportable: su distancia y su reserva para con el grupo son «la causa de las distancias y reservas dentro del grupo entre los participantes que sólo sueñan con unirlo y los que lo lamentan: separa en lugar de unir», dice Roger. El monitor, primero, y luego la mayoría de los participantes comprueban que, sobre la base de lo que ha narrado, sobre todo, Léonore y que se ha aprobado y ampliado fuera de las sesiones, en la pausa, en oportunidad de «los recreos», los participantes se sienten como miembros de un grupo unido por el amor y la mutua simpatía, mientras que en sesión se sienten «fraccionados y divididos» por antagonismos: igualdad-jerarquía, pareja-grupo, unidad (similitud)diferencia (división), espontaneísmo-organización, amor (simpatía)racionalidad (eficacia). Léonore, que no parece estar de acuerdo con este análisis, encara entonces a Rémi: [9,11] Léonore: Hace unos momentos, en el café, tú, que gustas de las relaciones afectivas, tu actitud para con la camarera me dejó perpleja. Fuiste muy agresivo y desagradable con ella. Se sentía que no querías dejarte llevar por delante... Rémi: Estaba jugando, y me irritaba. Quería separarnos y ponernos en mesas distintas. Se negaba a vernos agrupados... Léonore: ¡Qué linda bronca le armaste! ¡Qué humillación por parte de un psicólogo que se dice comprensivo! Has dicho que los psicólogos deben ser comprensivos... Rémi (irritado): Sí, pero cuando me fastidian tanto, no voy a poner la otra mejilla... Se puede ser psicólogo sin dejarse llevar por delante, ¿no? Léonore (insiste): Fuiste más bien incomprensivo en tu actitud... Se comenta la actitud de Rémi como un «incidente del camino»; es la excepción que confirma la regla. Nadie como el psicólogo es sensible y atento al prójimo. Se cuenta que, al regresar del restaurante, se han sentido más unidos, «más agrupados».

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Marguerite (tras un breve silencio): Tengo la impresión de que Rémi no está muy a gusto, ¿no? Antoine: Sobre todo, carece de humor... (risas breves). A decir verdad (rectificándole), yo a menudo uso el humor para moverles el piso a mis adversarios. Tengo la impresión de que voy a tener que arreglar una cuenta con Rémi. [9,12] Rémi: Es más bien con Léonore con quien tengo que arreglar una cuenta. Ya lo veremos. Me da vueltas la idea de igualdad. Esto me recuerda, justamente, que, cada vez que voy a andar en barco con Nicolas (los otros: «¡Ah, vaya! Nos estaban ocultando eso...»), sigo las directivas y las ideas de Nicolas, pero siempre soy yo el que limpia el barco. Sin embargo, la co-propiedad... o el co-aseo del barco... implica la distribución igual de los placeres y los quehaceres. Las múltiples ocupaciones de Nicolas hacen que sea siempre yo quien se encargue del barco. Oh, él es muy amable, pero la amabilidad no compensa las tareas materiales que hay que hacer. Esta anécdota encanta a los participantes, quienes tienen el sentimiento de haber asistido a «un arreglo de problemas domésticos» entre Rémi y Nicolas; éste algo se justifica, pero comprueba, con Rémi, que el grupo acaba de darle «la rara ocasión de liquidar el problema entre ellos». A Marcel, que propone que el barco sea regalado al grupo, Nicolas responde que «¡el barco está a vuestra disposición!». El monitor interpreta la representación que los participantes, que aceptan la idea de que se les legue el barco, se hacen del grupo: «El grupo es un barco que los participantes poseen en copropiedad; el problema consiste en distribuir los placeres y los quehaceres». Nicolas dice que no comprende esa metáfora; el barco de que se habla requeriría más bien una unidad de marineros en la distribución de las tareas, pero por el momento el grupo, «se parece más bien a una galera en la que todos penan... Falta, por lo demás, un muchacho que golpee un gong para marcar el ritmo». La imagen tiene éxito: todos golpean, pero el grupo carece de coordinación y de principio unificador, tanto en el placer como en la insatisfacción. Ya no se sabe siquiera a quién encarar cuando el asunto anda mal. Se desarrolla la sensación de que, de todos modos, cada cual es solidario de los demás en esa galera: en efecto, todos penan en ella, remando con todas sus fuerzas, ciegamente, sin reconocer capitán, sin que los sostenga un mismo ritmo, pues nadie consiente en gobernar ni en organizar la tripulación. «El barco gira en redondo.» Michel hace observar que el barco es también un re-

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fugio, «un lugar frágil y no obstante acogedor cuando el mar está desencadenado». [9,13] Rémi: Las sonrisas y las buenas palabras no bastan para coordinar y realizar una acción efectiva. Sin embargo, aquí hay sonrisas y buenas palabras. Esto me hace pensar en lo que ocurre también en los consorcios de copropietarios de un inmueble. Las sonrisas y las buenas palabras son también una forma de manipulación. Yo me he sentido manipulado por todos estos buenos sentimientos. Esto no resuelve el problema de saber a dónde vamos... Agnès: En este grupo es lo mismo. La participación con la sonrisa no es aquí suficiente. Léonore (a Michel): Desde hace algún tiempo apenas hablas. No dices nada. Tengo la impresión de que no estás en el mismo barco... ¿Tienes miedo de salir, o qué? Michel: Creo que estoy un poco triste... No avanzamos. Sensible a la finalidad del grupo... Al contrario, estoy en el barco. Habrá que salir de él. Es afectivo... Hay un asunto que me molesta: mis relaciones con Roger. Roger (a Michel): ¿Es que todo este aspecto afectivo... nuestras relaciones personales no le impiden al grupo avanzar? Es también una dificultad en el trabajo. Michel: No... no. Philippe: Llego a prescindir de la simpatía y la antipatía en el trabajo. En el trabajo, esto no me molesta. Agnès: Por mí, creía estar de acuerdo con lo que dices, Philippe, pero es más importante que lo que yo pensaba. Pensaba que la estimación basta; es lo mismo en un grupo de amigos, y descubro que en este grupo las relaciones afectivas son esenciales. Debo reconocer que aquí experimento cierta debilidad por Léonore... En cambio, me siento más bien incómoda frente a Philippe. Pese a todo, me causa placer que aquí se bosquejen relaciones de amistad. Ahora me siento más a gusto... sin más... más a gusto por los otros y por el grupo. Philippe: Los problemas de simpatía y antipatía no me agarran en este grupo... Léonore: Philippe, ¿dónde está la buena compañía de que hablabas ayer (en la pausa)? Ayer vivías simpáticamente y me eras simpático. Ya no me siento como si fuese una buena compañía para ti. ¿Qué sucede? (Philippe no contesta.) Me resulta muy desagradable decirle algo desagradable a alguien. Michel: Tampoco yo siento ser ya una buena compañía. Léonore: Encuentro que es algo difícil de admitir. Que la an-

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tipatía no molesta... No comprendo... Hasta en las relaciones profesionales es cosa que cuenta. Todo lo esencial pasa por el plano de la simpatía o de la antipatía. Michel: Lo siento atado a Philippe, prisionero de su papel. Céline: Tal vez es una máscara. Ha dicho que ha venido para salir... para cambiar. Josette: El grupo tiene deberes para con Philippe. Ayudarlo... Comprender. Léonore: Lo que no comprendo es que pueda prescindir de la simpatía o de la antipatía. A mí es cosa que me supera. Me gustaría comprender. [9,14] Philippe (luego de un silencio; todos los participantes lo miran): ¡Bien, voy a tratar de hablar... Es una experiencia que tengo desde hace unos nueve años en mi trabajo. Tengo un ayudante. No siento por él una simpatía natural. La fortuna ¡ha sido diversa en nuestra colaboración, y siempre me he sentido decepcionado. El asunto no ha andado entre nosotros cada vez que ha aparecido el aspecto de la simpatía (aprobación de Roger, Antoine y Céline). Terminado. Tal vez si la simpatía se estableciera en otras relaciones de trabajo, en rigor sería algo bueno. Pero las simpatías naturales siempre me han decepcionado. Desconfío como de la peste de los sentimientos naturales (aprobación de Roger y Michel); hay que superarlos, para realizar una tarea común. He tenido otras desventuras. Ahora ya no tomo en cuenta, conscientemente, mis sentimientos en mi relación con los demás. He llegado a cierto desapego. Eso evita muchas tensiones... Michel: ¿Resignado? Philippe: No... Sólo un poco más consciente, pero no amargado. Léonore: ¡Has traído el desapego aquí, contigo! Una mujer: ¿Es que no estás decepcionado por la marcha del grupo? Léonore: ¿No te defiendes frente a la simpatía? ¿No has dicho tú mismo que la temes como a la peste...? Philippe: ¿Me he sentido decepcionado? ¿Me defiendo...? No sé nada. Tal vez sí. En cuanto a la simpatía, algo hay de cierto. Este año no he enviado tarjetas de deseos de felicidad para Año Nuevo. Convencional... no hay ganas... Falta saber si a un apestado se lo puede admitir en este barco... Y [9,15] por lo demás, ¿la peste es el desapego o la simpatía? Léonore: En todo caso, los problemas afectivos subyacen en todo lo que hacemos. Estoy segura de que, si trabajásemos varios

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meses .juntos, los elementos de simpatía aparecerían forzosamente. Existen. Es importantísimo. [9,16] El barco regresa entonces a los intercambios, en los que todos participan como soporte de asociación, sobre las exigencias de la unidad y la cohesión para sobrevivir ante el peligro de los sentimientos hostiles (división) y simpáticos (se corre el riesgo de no ser vigilante) y para luchar contra los elementos naturales: la tempestad, el mar desencadenado. El peligro se precisa a partir de la última pregunta de Philippe; el peligro es el que cada cual piensa que el otro le hace correr: el amor y el desapego. Léonore: Algunos tienen miedo de la simpatía y adoptan una actitud de desapego. Otros temen quizá el desapego ajeno, estar solo, y lo hacen todo para que reine la simpatía. En el fondo, ese desapego de que hablas, Philippe, es una manera de encubrir el problema de la simpatía. [9,17] Didier: El grupo se ha planteado el problema: ¿qué hacer juntos, y cómo? La discusión ha proporcionado una respuesta a la pregunta del cómo... Para unos, es por la simpatía; para otros, por el desapego. La peste es lo que quiere el otro. Philippe: Si algún día tuviera que hacerme psicoanalizar, me dirigiría a ti, Léonore. Antoine: Yo vacilaría... Estas palabras finales provocan algunas risas. Se levantan, imitando al monitor, quien declara, en respuesta a una solicitud de Marguerite y Michel, que el término medio de las notas de evaluación del grupo está a disposición de los participantes. Pero nadie las consulta. Los participantes permanecen en la sala. Nosotros (monitor y observadores) salimos. [9,18] En la pausa discutimos sobre la constitución de la exigencia igualitaria en el grupo y sobre los sacrificios (regalos, dones) que ésta requiere. Es una exigencia que encuentra un límite en la expresión de las simpatías y las antipatías que parece negar a la igualdad y la unidad al confirmar la existencia de relaciones de parejas, pares y tríadas basadas en la atracción y el rechazo. El monitor es el símbolo de esa contradicción; la distancia que lo separa del grupo sólo puede ser abolida si consiente en meterse en la olla. Reintroducido en la unidad, amenaza, con ello, con romperla al dividir el grupo según sus simpatías y sus antipatías. Es un conflicto ejemplar del que vive el grupo: quiere ser uno e igualitario, cuando contiene divisiones y oposiciones. Advertimos que el grupo sólo se siente uno e igualitario en el exterior, pero que necesita transformar a quienes le sirven (sirvien

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te, camarera) en objeto diferente. La unidad imaginaria se metaforiza en la imagen del barco, que además soporta el conflicto y la división. ¿Cuál es el motor del barco: la simpatía, el orden eficaz, el desapego afectivo, otra cosa? En todo caso, la peste está a bordo (escogemos este título para nuestro resumen de la sesión). Se nos presenta con toda claridad que las doctrinas sostenidas por cada cual en materia de relaciones con los demás son la justificación racional de sus propias actitudes espontáneas en este terreno. Nos sentimos bastante satisfechos de la circunstancia de que este descubrimiento lo sea, también, de los participantes. COMENTARIOS SOBRE LA NOVENA SESIÓN (RK) a) La sesión se abre con la evocación del fracaso y el marasmo consecutivos a la sesión precedente. Se evocan la pérdida y la ausencia (de la mujer del monitor) y el temor a la retorsión [9,2]: «No he querido atacarlo». El grupo se erige en instancia super- yoica que exige la restitución por todos de sus malos pensamientos y la sumisión de las partes al todo. La relación de dependencia maestroalumno se trastrueca al comienzo de esta sesión: el monitor responde a la demanda [9,3] satisfaciendo, además, las pulsiones epistemofílicas, que tienen por objeto las relaciones de pareja del monitor con su esposa. Debido a ello, su habla ya no puede ser interpretativa, es decir, reveladora de las distancias y las diferencias («Todos nos dividiremos con respecto a lo que él diga»); se vuelve parte del discurso del grupo, y el monitor pasa efectivamente a ser «miembro» del grupo, asignándose así el lugar del pene de la madre. Advirtamos que, al igual que los participantes, el monitor hace del grupo un sujeto [9,5; 9,6], La interpretación recapituladora [9,4] del monitor les permite a los participantes trabajar sobre las transferencias laterales y los ideales del grupo. Sin embargo, ni la interpretación de la resistencia de transferencia negativa, ni la posición transferencial (positiva) de Léonore están aún suficientemente elaboradas, en razón directa de la contratransferencia del monitor y de la insuficiencia del análisis intertransferencial. La satisfacción experimentada por los participantes proviene, en gran parte, del hecho de que el monitor ha hablado recapitulativamente y en el estilo que los participantes esperaban: el que mantiene el monitor como conferenciante. La prueba de ello es que en los intercambios que siguen

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[9,5 y luego 9,7] se concatenan las exigencias de igualdad y sacrificio, y la contradicción se proyecta sobre el monitor. La interpretación del grupo-unido-por-el-amor fuera de las sesiones y fraccionado por los antagonismos apenas se encuentra reunido con el monitor subraya muy juiciosamente la ilusión grupal como etapa hacia el conocimiento. Pero sigue siendo insuficientemente apta para permitirles a los participantes salir del marasmo; éstos son todavía incapaces de utilizar, para liberarse, las interpretaciones del monitor, como no sea adoptando su lenguaje y su propia simbólica. Las tentativas de deslinde y «mosaiquización» permanecen intrincadas con la resistencia y la transferencia negativa, que no son plenamente interpretadas y siguen intactas. Un compromiso defensivo produce la simbolización del embarque, que no va a dejar de desarrollarse. Como ha observado A. Béjarano (1972), la dinámica resistencia-transferencia va entonces a tender a no expresarse ya directamente (por la hostilidad y las acusaciones, como en [9,10]), sino metafóricamente y en un nivel más complejo —el del mito— que lo que se expresaba en la ideología igualitarista. La metáfora del barco se transforma en la de la galera, que aparece, en efecto, rápidamente [9,12], Los temores y los objetos persecutivos, la transferencia negativa y la defensa son más simbolizados, más elaborados. ¿Pero son resistenciales estas elaboraciones? ¿Es el hecho de ignorar al capitán sólo una denegación y un rechazo de la finalidad del grupo de formación? Es verdad que el reproche formulado al monitor, de abandonar al grupo (nadie consiente en gobernar), encubre al mismo tiempo la búsqueda y el mantenimiento de un líder, objeto bueno, y de un chivo emisario. La unidad idealizada se encuentra tanto en la insatisfacción (frente al monitor) como en el placer, es decir, en la defensa maníaca que refuerza el mantenimiento del buen líder. b) Léonore conserva, por tanto, su función. Emplea el lenguaje proporcionado por el monitor: se apoya en su contratransferencia y desarrolla la defensa maníaca, utilizando la proyección hecha por Rémi sobre la camarera del objeto malo. Queda a su vez, pues, reforzada como objeto bueno. La camarera desempeña una doble función: percibida como separadora del grupo (para evitar poner en servicio una mesa suplementaria, quería que los miembros del grupo se distribuyeran en dos mesas ocupadas a medias), se la vive como fragmentadora, según la precedente interpretación del monitor; sin él, el grupo

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está unido en el amor; con él, se siente fraccionado. La camarera representa al monitor: se la agrede, pues, como a sustituto de éste, en la medida en que Léonore parece apoderarse cada vez más del grupo; la desconfianza para con los buenos sentimientos que ella sugiere y los que define como norma se proyecta sobre la camarera, escindida como objeto malo y como mala madre-nutricia. Así, la destructividad de cada cual es permanentemente desconocida y proyectada: al comienzo, sobre los observadores, Nicolas y el monitor, y luego sobre la camarera. Finalmente se disfraza generalizándose bajo la metáfora de la peste: nadie es responsable de ella, todos han sido afectados, todos la sufren. Difícilmente entonces encuentra la depresión su vía de elaboración y su salida en ese espesamiento metafórico y mítico de la destructividad desconocida, negada por el anonimato y la generalización despersonalizada, por la abstracción. c) Se puede proponer otro bosquejo interpretativo de esta sesión; éste pone el acento sobre las tentativas de simbolización y deslinde de la posición ideológica. El deslinde se opera a partir de la depresión consecutiva a la angustia de haber destruido al monitor. La intervención de éste [9,4] muestra que no hay nada de ello, si no en el fantasma en que el grupo forma con el monitor una pareja antitética, en la que uno de los términos es lo contrario del otro, tal y como los participantes se hallan a su vez escindidos. La intervención del monitor vale quizá menos por su contenido que por su posición en la transferencia y por lo que expresa, en primera persona, de su contratransferencia: también él está dividido y habita en varios lugares (el de la conferencia, el de las sesiones, el de las pausas), experimentando así, como los participantes, la inquietante extrañeza de estar unido en un sitio y fraccionado en otro. Aquello de lo que da testimonio el monitor es un desmentido de la ilusión de la armonía, la unidad y la igualdad. Es la falla en lo imaginario del grupo, y a partir de ésta los participantes adecúan una posibilidad de acceso a lo simbólico. En otros términos, si no se comenzara en el monitor y mucho más acá de lo que él interpreta un trabajo de deslinde con respecto a su propia posición ideológica, se estructuraría un sistema paranoideesquízoide que inmovilizaría las defensas con las angustias psicóticas. Dentro de esa perspectiva, el monitor funciona menos como intérprete que como un contenedor para el grupo, un

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objeto incesantemente modelado por la fantasmática y sensible a experimentar sus tensiones. ¿Cuál es, en tales condiciones, la evolución del grupo? En rigor, los participantes viven varios grupos a la vez: el de la pausa es el grupo de la ilusión, y Leónore evoca con nostalgia ese momento de gracia; el del restaurante universitario se acerca al anterior: tanto en uno como en otro la relación oral de fusión que allí prevalece defiende contra la separación, la pérdida, la angustia de la castración y la impotencia que viven los participantes en el grupo de las sesiones. Los dos primeros grupos se hallan bajo la sumisión del Ideal narcisista: se vive en buena compañía. Gracias al paso al acto agresivo para con la camarera, los participantes economizan la ambivalencia. Estar en buena compañía significa para cada cual halagar el narcisismo del otro: la sobrestimación del otro devuelve especulariamente su propia sobrestima- ción amplificada. Junto a esos dos espacios imaginarios escindidos se construye un tercer espacio, simbólico: el del barco. La imagen funciona como compromiso, tomando en préstamo algunos rasgos del primer espacio y otros del segundo. La relación de sumisión, dependencia y sadismo es aquí una relación figurada, pero también lo es el proyecto de vivir juntos en la unidad y la igualdad de las partes, en un aislamiento, en un espacio autárquico, cerrado y protector [9,12]. La simbolización del grupo en el barco permite reintroducir lo que hasta entonces había sido negado y actuado por los participantes: la jerarquía y la desigualdad. Ahora es posible buscar un rumbo, poner en tela de 'juicio el que Léonore quería asignarle a la aventura del grupo. Los participantes se encuentran, así, enfrentados a la existencia de tendencias contrarias (placer/insatisfacción, amor/pérdida). La aparición del símbolo propicia la orientación de los participantes hacia una elaboración mito-poética, que significa una primera tentativa de deslinde con respecto a la posición ideológica y con respecto, asimismo, a la compulsión del fantasma. El comienzo de la sesión se había señalado por una nueva evocación del vivo sentimiento de fracaso y marasmo habido en la sesión anterior; se lo hizo a partir de la represión de una representación simétricamente opuesta y relativa a la diferencia, a partir de la proyección del odio sobre el monitor y sus representantes y a partir, en fin, de la sobrecatectización de las pulsiones de control sádico-anales. La ideología igualitarista exige el descubrimiento de la persona íntima de cada cual, para controlar su con-

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tenido eventualmente peligroso, pero también para ocultar mejor ni los participantes la angustia de castración. Las similitudes se emplean como escondites de las diferencias, y por eso la obligación ideológica torna necesario que cada cual se muestre para que la diferencia quede oculta. Advirtamos que una obligación como ésa confiere a la restitución un carácter eminentemente sádico o masoquista [9,1]. Con su intervención, el monitor muestra, sin exhibir, que no está destruido ni castrado, que no es todopoderoso ni infalible. Introduce juego en el sistema ideológico, sin duda primeramente en el suyo. COMENTARIOS DE DA a) (La idea de que cada cual comunique sus simpatías y sus antipatías en el grupo hace referencia a la técnica de la sociometría, que los diversos psicólogos que componen este grupo han aprendido a conocer en el curso de sus estudios, a menudo recientes. Esa es una nueva manifestación de la tendencia de los participantes a mostrarle al monitor (conocido, por ser profesor de Psicología en la Universidad) que ellos aplican bien las técnicas psicológicas que han aprendido. b) La solicitud formulada al monitor para que hable de su esposa apunta no sólo a poner a éste, una vez más, en un mismo nivel de igualdad con los participantes, pues la mayoría de ellos, que son casados, han hablado precedentemente, en efecto, de su cónyuge; la interpretación que ahora se presenta ante mí incumbe a la búsqueda de una pareja fundadora por el grupo. El lector se sorprenderá, con todo derecho, de que, tras cierto intervalo, haya yo respondido a esa solicitud en la realidad dando precisiones, por lo demás muy sobrias, acerca de mi estado civil, en lugar de proporcionar una interpretación, de la que me hallaba, no obstante, desprovisto. Desde luego, nuestras exigencias técnicas en 1975, fecha en que redacto el presente comentario, no son las mismas que en 1965, año en que se desarrolló la temporada que nos ocupa. Pero los usuarios de aquellas sesiones tampoco son los mismos. Ahora están informados y acuden a un grupo de formación de tipo psicoanalítico con pleno conocimiento de causa y para hacerse a las reglas del juego, a menos que se los envíe dentro del marco de la Formación Permanente, sin implicación ni

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investidura personales de su parte. En 1965, el grupo de diagnóstico, que mis compañeros de equipo y yo comenzábamos a llevar dentro de una perspectiva psicoanalítica aún vacilante, gozaba de poca difusión en las provincias. Era, creo, el primero en realizarse en la ciudad donde se llevó a cabo. Los participantes acudían tanto para ver, para probarse y para poner a prueba el método y al monitor como para comprometerse en un juego cuyas reglas apenas empezaban a descubrir. Permítaseme una comparación inmodesta. Salvando todas las distancias, yo he efectuado lo mismo que hacía Freud, en oportunidad de los heroicos comienzos del psicoanálisis, con aquellos pacientes a los que tenía que convencer de la validez de su método: explicaba, orientaba, animaba y se mostraba, llegado el caso, muy personal. Frente a la forma de resistencia de los pasantes del grupo, en 1965 era particularmente contraindicada una actitud seudopsicoanalítica de muda esfinge por parte del monitor, tal y como vi practicarla a la sazón y posteriormente con harta frecuencia, con efectos formadores nulos o negativos. Yo tenía que hacerme aceptar, ora como ser humano, ora como monitor, y cada vez que retomaba un semblante cerrado, una postura inexpresiva, una voz objetiva y un discurso conciso, mi supuesta indiferencia paralizaba los intercambios en el grupo, o los hacía rabiosos, y acentuaba el recurso de la ilusión grupal. Tuve, pues, que dosificar la neutralidad y la expresión de mi realidad personal y navegué entre el riesgo de volverme demasiado frustrante y el de ejercer una benevolencia seductora-provoca- tiva. Mi problema consistía en condicionar para los participantes un paso hacia una experiencia de tipo psicoanalítico, y no imponer desde un primer momento, súbitamente, las condiciones de esa experiencia, que a la partida no pedían hacer. Hoy, mi posición es la siguiente. La profunda regresión provocada por la situación grupal no directiva requiere del monitor: 1º. una actitud «winnicottiana» bastante constante de presencia-sostén; 2º. la eventual comunicación de algunas de sus vivencias personales, cuando le parece que con ellas puede lograr un eco en los participantes o esclarecerlos (el estado civil no es, claro está, una vivencia personal). Los resultados de mis actitudes, comparadas éstas con las de la sesión precedente (en la que devolví especulariamente, de manera impersonal, las preguntas), aparecen con toda claridad en la lectura del protocolo: decepción, tedio, marasmo, sentimiento de fracaso en el primer caso, y en el segundo, como René Kaës lo

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ha analizado más detalladamente, superación de las posiciones paranoídes y esquizoides y acceso a la capacidad de simbolización colectiva con la metáfora del barco y luego con la de la galera. Desde luego, esta metáfora es, como toda producción grupal ideológica o mito-poética, una formación de compromiso. Pero también es la primera tentativa de reunir el amor y el odio en lugar de escindirlos, y me permite, en el hilo mismo de la elaboración colectiva, destacar en la peste la herida narcisista «La peste es lo que el otro quiere» [9,17]).

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DÉCIMA SESION

[10,2] Durante la pausa, Antoine ha dibujado en el encerado un barco (una galera) del que salen doce remos iguales; en él puente, atrás, un tambor marca el ritmo en su instrumento; adelante, un mascarón de proa: un busto de mujer de pechos generosos y desnudos. En el mástil ondea la bandera amarilla de la cuarentena con un corazón rojo en pleno centro. Dos peces-observadores salen del agua; sobre su cabeza, una nube. He aquí la reproducción que alcancé a hacer:

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[10,3] Los comentarios hacen aparecer que el amor es la peste y que el timón lo gobierna el monitor (no representado). Según las interpretaciones que proponen los participantes, el barco podría ser el de los Cruzados que enarbolan el pabellón del Sagrado Corazón para ir a reconquistar la Tierra Santa; es también el barco en el que se embarcan los enamorados rumbo a la isla de Citeres. Para la mayoría, sobre todo para Léonore, Marguerite, Josette y Nicolas, el barco que boga hacia las islas evoca la posibilidad de relaciones felices, espontáneas, de ser un grupo en el que hay buen entendimiento, un «verdadero grupo». Philippe indica, aprobado por Roger, que en un barco se necesita una organización y disciplina; si no, es el desbarajuste. Se trata, también, de remar cadenciosamente. Michel estima que estas dos posiciones no parecen tan opuestas, ya que, para que el barco llegue a buen puerto para la recreación de los pasajeros, preciso es asegurar ante todo un mínimo de coordinación a fin de navegar correctamente; hay que distribuir las tareas. Pero en cuanto nos organizamos, refutan Léonore y Josette, matamos el aspecto cálido de las relaciones humanas... «¿Quién tiene ganas de remar?», se pregunta. Céline, que, llegada con atraso, había pedido que se le explicara qué representa el barco para el grupo y cuál es el lugar de cada cual en él, sin que nadie haya querido responderle, declara que, por su parte, se niega a remar: ha limpiado la sala durante la pausa, «y con eso me basta; nadie me ha ayudado». Pero lo que ella dice pasa, una vez más, inadvertido. [10,4] Léonore declara vehementemente que en la pausa ha

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sido objeto de una agresión tan violenta, sobre todo por parte de Rémi, que no puede dejar pasar en silencio el hecho. Léonore: Rémi me ha atacado. Pretendía que yo había truncado, al restituir lo que sucedió durante la comida, entre las comidas, mejor dicho entre las sesiones, a propósito de la camarera: parece que también ella era muy agresiva... y que yo intervine con el fin de hacerla hablar, que era una manera de escabullirme de lo que tenía que decir. Sigue un intercambio muy violento, rápido y bastante confuso sobre la actitud de Rémi («que se meta en la olla») para con la camarera: ¿quién era agresivo? ¿Ella, Rémi o el grupo? O bien Léonore misma?, se preguntan. ¿Por qué en la pausa se las ha emprendido con Léonore? ¿Qué es lo insoportable que ésta ha dicho para que se la agreda en ese momento? ¿De qué modo hacer un informe objetivo de lo que ocurre durante las pausas y aun durante las sesiones? Y esta otra pregunta: ¿Quién realmente ha comenzado por ser agresivo: la camarera, Rémi o el grupo, que no le facilitaba, sin duda, la tarea? Desde luego que la camarera hubo de impresionarse con la barba de Rémi, a no ser que Rémi, que lleva una gran barba (Léonore), se haya sentido superior... Por lo demás, ¿no se siente Rémi desalojado de su posición de fuerza y de superioridad frente a Léonore, quien ha truncado la restitución al dejar pasar en silencio la agresividad de la camarera? ¿Por qué Léonore «se ha tomado tan a pecho lo que le ha ocurrido a la camarera»? Didier. Propongo agregar dos camareras a bordo del barco. [10,5] Se reinician los intercambios sobre el hecho de que, al regreso del restaurante universitario (anoto: unido-hacia Citeres ), la discusión acerca de la camarera reunió sólo a los hombres; según éstos, la camarera debía servir al grupo, ya que ese es su oficio. Y además, anota Rémi, preciso es que haya alguien que mande al otro: el hecho de llevar barba no es más que el símbolo de lo que debe ocurrir entre el hombre, que manda, y la mujer. Céline protesta; piensa que hay hombres que no llevan barba y que mandan, y otros que llevan barba y que no mandan. También Léonore protesta. Luego, comentando el dibujo del barco en el sentido de que éste expresa el deseo de hacer la unidad superficialmente para resolver las contradicciones que los participantes viven en sus actitudes profundas y en sus actos, el monitor interviene para interpretar que «la pregunta acerca de la cual el grupo viene echando Pues en francés «universitario» (universitaire) y «unido-hacia-Citeres» (uni-versCythère) se pronuncian de manera poco menos que idéntica. (N. del T.) 

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bronca desde el comienzo de la sesión es la siguiente: ¿acaso la mujer es la sirvienta del hombre?». Sorpresa, protestas de la mayoría, sobre todo de Rémi. «¡Nada que ver!», aseguran Michel y Roger en seguida de una sugerencia de Nicolas, quien supone que Léonore se ha identificado con la camarera, es decir, con la sirvienta, en razón de su sexo, pero á despecho de su estatuto social. Léonore: Si me conocierais, sabríais que es ridículo; no está en absoluto en mi manera de ser. Para mí, las diferencias de clases no existen. El hombre y la mujer se hallan en igualdad; ninguno posee autoridad sobre el otro. Están en un mismo plano. Léonore habla de su marido, con quien siente vivir en igualdad; está completamente en contra de las barreras sociales, que existen —es un hecho—, pero a las que hay que superar para establecer «verdaderas relaciones con los individuos». Al decir esto, con voz emocionada y apasionada, confiesa que «el corazón le late terriblemente...». Tras un lapso en silencio, Léonore admite que ha podido identificarse con la camarera escarnecida, que tanto le incumbe y «tan profundamente la toca» este asunto de la igualdad entre el hombre y la mujer en su deseo de que los sexos sean iguales y en su temor de que la mujer no tenga «todas las atribuciones y todos los derechos» del hombre. [10,6] Después de la anterior intervención, la mayoría de los participantes se declaran, con posterioridad a Michel, decepcionados por la imagen que de él ha dado Rémi en el curso del episodio de marras. Hay un silencio de quince minutos, bastante triste y grave. Luego dice Antoine que está muy preocupado por el problema planteado por las diferencias de estatuto social en las relaciones, en su trabajo, cuando tiene que vérselas con obreros. «En ese grupo — observa—, todos tienen un estatuto social casi equivalente. Me pregunto por qué digo esto... (Silencio.) Volviendo a la camarera, creo que estábamos jugando un poco a los estudiantes... Tal vez habríamos debido...» Debido a su estatuto social, ella carecía de defensa. Hay un nuevo acuerdo en desaprobar el ataque. Varias preguntas, en las que participan la mayoría de los hombres y las mujeres, atañen a la posición de la mujer: ¿debe consentir en dejarse dominar por el hombre, poco más o menos como una clase está dominada por otra? Ambas son débiles, sin defensa, explotadas; las mujeres, sobre todo, sostienen tales asertos. Y los hombres, por su parte, ¿no se sienten amenazados por el riesgo de perder su virilidad si realizan tareas asignadas a las mujeres? Ellos protestan; suelen participar en las tareas domésticas, ocu-

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parse de los niños... Penosamente se intenta distinguir dos problemas mezclados en estas confusas discusiones: ¿discutimos de las relaciones entre los sexos, o de los estatutos jerárquicos que implica toda organización social (Rémi, Philippe)? «Aquí —observa Antoine—, si alguien fuese un poco débil, no se le habría maltratado como a la camarera...» ¿Pero quién es débil aquí? ¿Las mujeres? ¿Y quién es fuerte? ¿Los hombres, los que hablan, las «grandes cabezas»? Marcel declara que esta discusión aburre, sin duda, a algunos participantes, que no hablan (Agnès, Céline, él, Rémi), y desea «trazar con tiza el límite entre los que se aburren y los que se reúnen a un costado de la mesa». Su propuesta no despierta intervenciones. Sigue un breve silencio. [10,7] Roger: Querría que volviésemos al problema de Dí- dier. ¿La mujer es sirvienta del hombre? Antoine: En mi opinión, todo hombre es un misógino que no sabe que lo es. A menudo las mujeres se burlan de mí cuando digo esto. Se me corta el hilo... (Risas.) Pongámonos serios. ¡En fin, observo que aquí las mujeres no han desempeñado un papel auxiliar! Lejos de ello... Philippe: Cierto es que en nuestra sociedad la imagen de la mujer es inferior a la del hombre. Josette: No hay más que su imagen y su estatuto; en el trabajo, por ejemplo. Otra (Céline): ...no tan bien pagada... no en el mismo plano. Philippe... Philippe: Aquí los hombres y las mujeres tienen idénticos papeles. Y, sin embargo, no... He dejado que Céline limpiara sólita todo esto... Antoine: Sí, yo también. Pero apoderarse aquí de las tareas femeninas es exponerse a que le digan: te estás afeminando... Ayer quise darle una mano a Josette, ¡y ella me dijo que era asunto de ella poner orden! Entonces... Alguien (¿Roger?) (de acuerdo con Antoine): Por lo demás, en el barco se os ha considerado como iguales: las mujeres reman como los demás. Hemos aceptado a Léonore como uno de los polos atractivos del grupo. Nicolas: ¡En ningún momento se ha puesto a las mujeres en un plano distinto del de los hombres!. [10,8] El monitor comunica dos observaciones que ha podido hacer desde el comienzo de la sesión: «Se ha hablado mucho de barbas en el debate que acaba de establecerse. Se han comparado las barbas más o menos grandes de algunos participantes. ¿Quién

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hace la ley aquí: el hombre o la mujer? Léonore la ha emprendido contra la barba de Rémi, y Rémi, insistiendo sobre la restitución incompleta de Léonore, protesta, alegando que es él quien manda, quien tiene barba... En seguida he creído comprender que Céline, quien ha recuperado su etiqueta, trabaja con Philippe. Puede ser que Céline se comporte con Philippe como delante del que lleva barba. [10,9] Philippe: No, no trabajamos juntos. Es la segunda vez que nos vemos y hablamos. Céline: ¡Claro que no! Hemos participado juntos en varias reuniones. Nos hemos visto varias veces. En fin, bien podías no acordarte de ello. Yo me sentí muy impresionada por tu máscara de frialdad. También es cierto que no me atrevía a hablar. Me impresionas mucho... Tu experiencia... Cuando vi que estabas presente en el grupo, desde la partida, me dije: ¡Caramba, aquí está! Y después me dije: Tanto mejor... Philippe: Me satisfacía verte aquí. En fin, vamos a poder conocernos, me dije, y le dije a mi mujer que... encuentro que te pareces a mi hermana mayor. Nicolas y Michel intervienen (para interrumpir el diálogo entre Céline y Philippe, quizá) brevemente, sin pausa; uno y otro señalan que se sienten satisfechos «por la presencia de todos» (Nicolas), que «es simpático» (Michel), que «la agresividad se ha vuelto más amable» (Nicolas), que «nos desembarazamos de los certificados de buena conducta» (Michel), que Marcel no dice palabra («¡A la olla!»). Marcel dice que se siente aislado. Marguerite, viendo a Agnès, también se ha dicho: «¡Caramba, está aquí!». Michel declara que el grupo rehuye los problemas planteados. Céline intenta, a pesar de todo, hablar a Pihilippe y de Philippe. Céline: Philippe es el único del grupo en haber observado que yo experimentaba sentimientos hostiles para con algunos miembros. Me habló de ello ayer o esta mañana. Por lo demás, es cierto. Se lo dije a una compañera (fuera del grupo). Yo no hablo en este grupo, porque... es un grupo de grandes cráneos y se toman muy en serio... Se lo he dicho a Philippe, y él ha compartido mi sentimiento (aprobación de Philippe). Michel: ¿Quiénes son los grandes cráneos? Céline: No puedo decirlo... Todos estos psiquiatras... Didier... Me horripilaban un poco, más o menos. Por ejemplo, después de la conferencia me resultó difícil dirigirle la palabra a Marcel... imposible entrar en comunicación con él. Su estatuto de psiquia-

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tra... Después de la conferencia comprendí también que yo había excluido al monitor. Michel: ¡Entonces has admitido su situación de subalterno! Marguerite: Yo tuve la misma actitud que Céline para con Didier. Su sueño de efracción me inquietó. Lo vi como observador. Se generaliza la discusión sobre el tema del estatuto social, que facilita u obstaculiza la comunicación directa y espontánea, de la igualdad, y también sobre el tema de la pareja. Los participantes se refieren a su historia de los días anteriores a fin de concretar sus percepciones mutuas: la etiqueta social los ha incomodado sobremanera. [10,10] Céline: Hay también otro aspecto de la dificultad que siento para comunicarme con algunos de vosotros. Todos sois casados, ¿verdad? Sí... Y yo soy soltera. Me he dicho: No vale la pena... No hay nada que decirles. Ayer, cuando se habló de la familia y los hijos, me sentía un poco desconectado. Y sentía aún más disgusto cuando se habló de los anuncios del Petit Chasseur Français... Los anuncios matrimoniales. Me dije: ¡Qué duros son! Josette y Agnès dicen sentir una gran simpatía por lo que Céline ha podido expresar; son sensibles a la calidad de sus sentimientos. Agnès: Parece que el problema importante del grupo es el de estar casado y tener hijos... Entonces, me parece que no es para mí lo que se dice; es para una soltera. No me interesa. No se habla de los problemas de la mujer en general, sino de la mujer casada y madre de familia. Céline: Sí, y ha entorpecido la evolución del grupo. El monitor interpreta la norma implícita que se había establecido en el grupo para otorgar el derecho de hablar: trataríase de estar casado y tener de dos a cuatro hijos. Las solteras, como Céline y Agnès, y los que superan la norma, como Philippe, quedan excluidos. Cuando a él mismo se le ha interrogado sobre su estatuto familiar y matrimonial, se trataba igualmente de verificar la norma y de confirmarla. Léonore, Marguerite, Antoine, Roger y Marcel no aceptan esta interpretación de su conducta, que tendería a mantener y defender su posición dominante. Alegan libertad de palabra de todos en el grupo. El monitor indica que, en rigor, se le puede impedir a los otros expresarse sin dejar de proclamar la libertad universal de hacerlo. Atribuye la vivacidad, el calor y la confusión de los debates relativos a la camarera a un desajuste entre el tema

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racional (la igualdad de los sexos y las clases) y la significación concreta de la conducta (la discriminación, la segregación). Da a observar que el incidente narrado por Léonore, que la llevó a disgustarse con Rémi, pone de manifiesto la circunstancia de que las mujeres (Léonore, Céline) temen ser dominadas por los hombres, sin dejar de desear poseer su poder, y que los hombres (Rémi, Antoine, Roger) tienen que afirmar que lo son. Léonore [10,11] pide al monitor que retome su interpretación, que ella no ha comprendido o aceptado, a propósito del aspecto de la barba de Rémi. El monitor no responde. Rémi dice que su barba siempre ha impresionado mucho a las mujeres, y cuenta este recuerdo «escocedor»: cuando era estudiante, dice, «un esbirro me tiró de la barba tan violentamente, que tuve la piel como despegada... Sufrí durante ocho días». Alegría general; las interpretaciones se formulan a partir de ese recuerdo: las mujeres están resentidas con los hombres, que tienen mucha razón en desconfiar; tirar de la barba es castrar al hombre... Léonore precisa que jamás ha tenido tales intenciones; por lo demás, no logra soportar la agresividad. Prefiere «otras armas»: la calma, la suavidad, la amabilidad, para cambiar a la gente. La agresividad es un método erróneo. Me niego a someterme a la horma de Rémi para con la camarera. Tanto he aceptado su idea de humanización de las relaciones... y tanto no. Hay que considerar la gente como a seres humanos, como objetos». El lapsus pasa inadvertido. Nicolas intenta acudir en ayuda de Rémi, quien se siente aislado y deprimido. Explica que Rémi estaba más bien inclinado a sentir simpatía por Léonore, pero que el brusco cambio de actitud de ésta para con él, a comienzos de la siesta, se le presentó como una traición y lo frustró en gran medida. A través de los intercambios que sucedieron a la agresión de Rémi por Léonore, destaca, como ha dicho el monitor, que se trataba de un debate sobre el problema de saber quién, hombre o mujer, tiene la preeminencia, quién lleva [10,12] la barba, es decir, el falo. Su interpretación es retomada por Céline; ésta vuelve a lo que ha vivido al comienzo de la sesión: como llegó tarde, no comprendió qué significaba el barco. Nadie le respondió personalmente, ni los hombres, ni las mujeres; se la consideró como una subalterna, a la que nada se le explica. Por lo demás, así fue como se trató a la camarera, quien pedía explicaciones sobre lo que era la temporada en la que participaban los miembros del grupo. Como la camarera, acerca de la cual los hombres estimaban que no podía comprender, también a Céline se la hacía a un lado, aislada detrás de su pedacito

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de papel, de modo, pues, que ella no quiso participar en el trabajo del remo en el barco: «...cuando formulo preguntas, caen al agua. Por mucho que Léonore diga que preconiza la calma y la suavidad, no es eso lo que de ella he sentido». Michel se muestra «completamente comprensivo respecto de lo que acaba de decir Céline: también yo tengo el sentimiento —dice— de que tuviste dificultades para participar. Creo que es porque el grupo te excluyó un tanto en tu condición de soltera. He comprendido bien tu posición». [10,13] Léonore (rápidamente, a Céline): Tu posición me crispa, me crispa. Me agrada que se hable más claro... y que uno se integre personalmente. Yo, cuando alguien no está en el asunto, tengo tendeada a dejar caer... ¡He hablado de mi problema porque tú no querías hablar del tuyo! Marcel: Me parece, sin embargo, que Léonore ha establecido otra relación con Agnès, a pesar de que no se le presentaba como si estuviese en el asunto. Al contrario, ha insistido mucho en que Agnès hable y se integre... La ansiedad de Agnès ha sido sin duda mejor percibida y aceptada por Léonore. Me pregunto por qué. Tal vez porque la ansiedad de Céline ha desencadenado en ella más agresividad..., por ejemplo contra los grandes cerebros. Didier: Los grandes cerebros que tienen una enorme boca... Léonore: Agnès me parece ser una mujer que se comporta como mujer; es un medio de su seducción, mientras que Céline es una mujer de acuerdo con las normas clásicas. Michel: A mí también me irrita Léonore. ¡Has desempeñado un papel femenino, pero también has querido comportarte como un hombre! En cambio, he sido sensible a las normas... femeninas de Céline, a su prudencia, a su mesura, a su sentido del rodeo. Creo que te comprendo, Céline. Y además (sonriendo) es bonita, y ha ido al peluquero... (Silencio.) Cuando las mujeres no quieren algo, no hay nada que hacer. Céline: Me asombra ver que Michael haga tantos esfuerzos por comprenderme. No sé si eso me agrada. [10,14] Roger: ¡Yo a Michel lo encuentro femenino! En la conferencia me fastidiaste muoho; formulaste preguntas..., buen alumno. Yo no estaba de acuerdo contigo; tú estabas con los grandes cerebros. Realmente no me habías prestado la menor atención. Michel: Sí, sí... Lo sé. Tendencias femeninas... Cuesta soportar. .. Marcel: ...aspecto femenino en todo hombre.

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Rémi: Aspecto masculino en toda mujer. De acuerdo con Michel a propósito de Léonore; ella quiere o querría ser ambas cosas a la vez. Marguerite, Josette, Agnès: No, nada de acuerdo... (Barahúnda, ruidos de sillas y carraspeos.) Sí, no es simple... nada fácil para una mujer ser un hombre (?). Uno está dividido por estas tendencias contrarias... (Léonore [10,15] repite que no puede soportar «ese estereotipo de la mujer que no habla, que no se atreve, que siempre es sumisa e inferior». Alguien (¿Céline, Michel?) dice que Léonore y Agnès se cuentan entre los grandes cráneos. La sesión se cierra con breves, rápidos intercambios; luego, silencio. Marguerite solicita que el grupo pueda tener conocimiento de la curva general de las notas de evaluación de la satisfacción. Se les comunica, y los participantes permanecen en la habitación, mientras que el monitor y los observadores salen. [10,16] Procuramos analizar lo que se nos presenta como las grandes líneas de la dinámica del grupo. Tomamos conciencia de que no quedan más que dos sesiones y de que está a punto de bosquejarse un trabajo importante. Nos preguntamos si las tensiones entre quienes son partidarios de la implicación personal y espontánea, de la unidad y la igualdad, y quienes desean un modo de ser contrapersonal se van a resolver, y en qué compromisos. Advertimos que, por sobre esa tensión, hay acuerdo sobre una ideología oficial: nunca tratar al prójimo como si fuera un objeto. Pero, en los hechos, quienes proclaman esa ideología y ese ideal de psiquistas son cogidos en flagrante delito de transgresión. Es fácil tratar al prójimo como sujeto cuando es simpático y semejante a uno, pero no basta parar la oreja para oír bien: tal es el título con que damos para esta sesión. ¿Cómo van los participantes a aceptar —¿las aceptarán?— las diferencias entre ellos? Intentamos analizar lo que la situación de grupo de diagnóstico contiene en materia de solicitaciones a soñar con constituir un verdadero grupo, libre de toda compulsión social y de toda jerarquía. La aspiración dominante es la de constituir un grupo de Amor, como lo representa el dibujo. Esta tendencia se ve contrarrestada por quienes prefieren la organización antes que el amor. Un conflicto de ideales atraviesa al grupo. Terminamos nuestros intercambios con la evocación del poder atribuido al monitor en el grupo; imaginamos que, fortalecido con poder tal, muy bien podría ponerse de pie, en plena sesión, y decir: «Hermanas y hermanos míos, suspendamos aquí nuestros diferendos y partamos en cruzada.

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Amémonos los unos a los otros y difundamos la buena nueva de los descubrimientos que hemos hecho aquí, en el dolor y la prueba. Nuestro grupo ha resistido ambos: seguidme...». Esta fantasía me lleva a pensar en un futuro estudio sobre el nacimiento de los ideales en los grupos, particularmente en el de los Apóstoles. No obstante, sin dejar de admirar el talento del monitor para analizar e interpretar un grupo que me parece muy difícil, tengo el difuso sentimiento de que algo importante no ha sido dicho, ni por él ni por nosotros. Me reprocho no poder hablar libremente, tampoco yo, a Didier. Mejor haría en tomar menos notas en las sesiones y analizar más activamente lo que ocurre. Estoy deprimido, con la impresión de haber echado a perder algo importante. Envidio a mi colega, que «emborrona» menos y que le habla más a Didier. Me consuelo diciéndome que mi trabajo servirá para redactar el informe y que podré trabajar con él en mis investigaciones. COMENTARIOS SOBRE LA DÉCIMA SESIÓN (RK) a) La figuración gráfica propuesta por Antoine da a los participantes una imagen del grupo y satisface, así, el narcisismo grupal, pues constituye la forma de una identificación imaginaria. En este sentido, Antoine realiza un cumplimiento resistencial del liderazgo y conjuga su papel con el de Léonore. Sin embargo, la imagen da mucho más de lo que muestra; introduce una ruptura con lo que el discurso ideológico trataba de contener y fijar en una forma maniquea y cerrada: ya significa una falta de coincidencia entre lo que se ha representado (la igualdad de los remeros dentro de la unidad cerrada del barco) y lo diferente que surge en la representación. Dos personajes se añaden al grupo dibujado: un hombre (el tambor) y una mujer (el mascarón de proa). La pareja amorosa, primeramente negada, reaparece en el discurso del grupo, espectador del dibujo y luego suscita la interrogación de Céline [10,3] acerca del lugar de cada cual en el barco, es decir, dentro del cuerpo grupal y con respecto a la pareja heterosexuada. Enfrentados desde el comienzo de la temporada a un fantasma de escena primitiva sádica, los participantes han intentado, e intentan aún, asegurar su defensa con dos medios que volverán a ser empleados en el curso de esta sesión: el desplazamiento del ataque sobre la camarera y sobre Nicolas y la negación de la diferencia de sexos.

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El dibujo se dirige también al monitor, pero a la manera de un regalo tramposo: se trata igualmente de fascinarlo con el contenido imaginario de la representación y de captarlo, tanto más cuanto que la conferencia que ha pronunciado en la Universidad ha versado sobre el tema Timeo Danaos. Se le solicita que dé una interpretación de contenido y no del conflicto defensivo, de la resistencia y de las transferencias. Eso hace fracasar su poder, ya que lo vuelve idéntico a los participantes, mientras que la representación a través de la imagen está suscitada, precisamente, por la transferencia que se efectúa sobre él y que concierne a la prohibición y al deseo que ésta encarna debido a su presencia sexuada. En el discurso ideológico, así como en la metáfora gráfica y en las asociaciones verbales provocadas por ella, al monitor se le excluye y a la vez se le niega, no obstante que lo que él representa reaparece incesantemente y de manera tal, que se ve sometido al poder resistencial del liderazgo y de la imagen. Así es como al monitor se le «embarca» en el navío (en la metáfora), pero en un lugar vacío; sostiene el timón, pero no se lo dibuja. El dibujo permite jugar con las angustias y los fantasmas e introducir fuego en el vínculo imaginario: recuperar al monitor en la metáfora es incluirlo negándolo, pues hay que distanciar a los fantasmas que paralizan a cada cual y al grupo. El juego de los desplazamientos, de las condensaciones, de los trastrueques paradójicos (el amor es la peste, el odio también es la peste, pero el amor es el odio) orienta la representación hacia una forma sintomática, en procura de establecer una formación de compromiso y prestándose más fácilmente, con ello, a las asociaciones sobre los aspectos contradictorios del conflicto defensivo y del deseo de los participantes. Así surgen los tres lapsus destacados en esta sesión [10,11; 10,13; 10,14]. El cambio que se inicia en el registro de la expresión, de las relaciones en el grupo y de las vinculaciones con los objetos internos es seguramente una irrupción, dentro del naciente mito, de lo reprimido, que la ideología había mantenido hasta entonces en el inconsciente. Los fantasmas de escena primitiva y castración, que la ideología negaba e inscribía defensivamente en la realidad, quedan al descubierto (y fascinan) en el registro de la imagen. Lo que se había excluido de los intercambios —la diferencia y el comercio entre los sexos, el origen de los participantes y su destino, la representación misma del grupo como interior materno—, todo regresa bajo la forma lúdicomítica propuesta al grupo por Antoine y transporta una pluralidad de sentidos que una y otra vez da ánimos, inquieta, suscita el es

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panto de perderse en él, y requiere, para terminar, nuevas medidas defensivas. Mientras que la posición ideológica se había construido como triple cierre del fantasma, el habla y el grupo, replegándolos en un objeto muerto y mortífero, la figuración mito-poética que se esboza abre una nueva vía de conocimiento, de simbolización y construcción de los sujetos. Este comienzo de posición más abierta al cuestionamiento del sentido, menos reductora en definitiva, se articula con la tentativa de sobrepasar la angustia de castración y el fantasma del cuerpo fragmentado. Hay en ello un bosquejo de liberación con respecto a las identificaciones imaginarias, y va nuevamente acompañado de agresividad y de angustias atinentes a la integridad y la unidad del cuerpo: el temor expresado por las mujeres de no poseer el poder como los hombres, el miedo de éstos de perder su virilidad, el riesgo de estar contaminado por la peste (el amor, el odio) y la angustia suscitada por la proyección de destructividad difusa sobre los participantes, sobre el psicoanálisis (es la peste) y sobre el grupo están además representados en el fantasma del internado peligroso, del barco puesto en cuarentena. b) La ideología defendía a los participantes contra la muerte chiquita, y al grupo contra la muerte. Mantenía en la idealización especularía del falo materno a la supervivencia contra la fragmentación y el deseo de vivir «en plenitud». El comienzo de la elaboración mito-poética reactiva angustias y deseos: una vez exorcizadas (la Galera) las angustias paranoides-esquizoides, surge la dimensión del deseo de reparación y de conquista (la Tierra Santa) de relaciones libidinales sin trabas (Citeres), y la nostalgia del regreso al origen, que la sesión siguiente (el Paraíso perdido) habrá de precisar. En el curso de esta sesión, la metáfora mítica anuncia un posible cambio en el tratamiento de la angustia, en la elaboración narcisista y en la orientación hacia lo simbólico y hacia las posiciones reparadoras (de sí y del objeto-grupo). Pero esa metaforización continúa asegurando las funciones de la ideología igualitarista en su valor de defensa contra la diferencia de los sexos y el mantenimiento de las identificaciones imaginarias narcisistas. Todo aquello que se opone al narcisismo grupal es combatido; así ocurre cuando, luego y en el lugar de Céline, que se niega a remar, nuevamente se evoca a la camarera [10,3; 10,4]. Una y otra se oponen al desarrollo de la ideología a través de su versión mítica.

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Céline, escotomizada, tachada como objeto malo, sustituye a la camarera, que empaña el narcisismo de los líderes (Léonore, Antoine), cuya tarea consiste en alimentar el del grupo. La metáfora contiene, pues, una doble faz: con la introducción de juego en las ligaduras imaginarias, puede también ser sólo un juego, una manera de fingir (de hacer como si), de desconocer y hacer que se desconozca, de fascinar. c) Dentro de esa perspectiva, comprendo que la resistencia de transferencia negativa no haya podido ser hasta entonces —y aquí menos que precedentemente— interpretada por el monitor, centrado en lo imaginario y la ilusión grupal, cautivado, sin duda, por ambas cosas y encontrando en ello un eco cómplice entre los observadores. Las funciones de los líderes (Léonore, Antoine, Rémi, Roger, Nicolas) no se han deslindado en la dinámica y la economía, en la tópica y la fantasmática de un grupo siempre remachado a su prehistoria, a su novela de los orígenes: permanecen cabales y siempre en actividad — las referencias constituidas por el grupo anterior de Léonore y por la esperanza salvadora que ésta alimenta—, con lo que logran que la mayoría de los participantes se alineen, de grado o por fuerza, bajo su bandera. Merced a la admiración que sienten por el monitor, al que le ahorran la circunstancia de tener que elaborar su contratransferencia, los observadores contribuyen a mantener al intérprete en una posición de defensa con respecto a la transferencia negativa, una parte de la cual se desplaza sobre Nicolas, dentro del grupo, y otra, negada, sobre ellos mismos. Paralelamente, el monitor se ve conducido en esa posición ilusoria a adecuar a Léonore y los demás líderes y a establecer una «alianza cordial» cuya función consiste, especialmente, en encubrir la agresividad y la rivalidad mutuas16. Admirar (al monitor, a Léonore) no es interpretar, sino fortalecer la función resistencial, defenderse contra la rivalidad y el temor de que se colme la expectativa de un grupo «realizado» por Léonore y por el monitor, el mismo del que tanto los participantes como los observadores son los espectadores atentos, y es, por último, defenderse de una escena primitiva sádica o de una castración. Nicolas hace los gastos de ésta: importaba que la transferencia negativa permaneciese en él; por una parte, él mismo suscita el desplazamiento sobre su persona de la transferencia negaHe desarrollado el análisis de esta situación frecuente en el grupo de los intérpretes y el deslinde de esta situación por el análisis intertransferencial (R. Kaës, 1976 a). 16

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tiva y justifica sus efectos consecutivos; por la otra, al dar de la función interpretante una imagen caricaturesca, atenúa la herida narcisista infligida al equipo monitor-observadores, el cual puede, así, castigarlo, como los participantes. Al final de esta décima sesión parece que el análisis de la transferencia central sobre el monitor y las transferencias correlativas son aún posibles; en todo caso, son deseables. Después de varias sesiones, al monitor se le dirigen llamados directos o indirectos para que interprete. Esta apertura hacia él es una tentativa de deslinde con respecto a la dinámica de las transferencias y las resistencias mantenidas por Léonore y, sobre todo, por Nicolas. Hay en ello un movimiento de escape, y el hecho de que esos llamados a la competencia del monitor expresen también temor no debe inducir a engaño sobre su sentido: del monitor aguardan los participantes una palabra liberadora. Cuando, en efecto, en la sexta sesión unas mujeres se callan [6,7] o agreden a Léonore, en la sesión siguiente [7,15] se resisten al liderazgo de ésta. De igual modo, a comienzos de la octava sesión [8,1], cuando el grupo parece falto de toda catexia y Léonore intenta movilizarlo hablando de su angustia y de la seducción que ella ejerce, en la manera que tiene de hablar de sus preocupaciones se descubre un llamamiento dirigido al monitor. En la medida en que éste no lo oye, Léonore retoma su posición de líder exigente y, bajo su cayado, lleva a un hombre (Antoine) a expresarse personalmente. Por lo demás, Antoine pone en tela de juicio al monitor, padre efímero [8,6]. COMENTARIOS DE DA a) Es cierto que el dibujo del barco me proporcionó en el mismo momento una satisfacción. Se confirmaba el paso a la figuración simbólica. Tras la evocación del psicodrama, del test de la aldea y de la sociometría, que había virado rápidamente, el hecho de recurrir a una técnica del psicoanálisis de niños —el dibujo libre— se me presentó como significativo de una mayor apertura del grupo al inconsciente, o, con mayor exactitud, de un funcionamiento que se situaba en el nivel, no ya consciente, sino preconsciente. La abundancia y la polisemia de los detalles representados en el dibujo me sorprendieron al punto; aún hoy me sorprenden: los doce remos iguales, Léonore mascarón de proa, con su pecho seminutricio y semiseductor; el tambor, cuyo ritmo parece realizar la coordinación colectiva tan deseada; el monitor-timón presente-ausente, el

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emblema ambivalente o, mejor aún, paradójico17 del amor-peste, las nubes de la transferencia negativa amenazante, el destino ambiguo de la temporada (ideológico: la Cruzada; libidinal y genital: Citeres; obsesivo-anal y superyoico: la galera; autodestructor: la cuarentena). En cuanto a los dos observadores, su presencia como peces queda en un primer momento simplemente advertida por el grupo, cuyos comentarios no vuelven a recaer sobre ellos. Con todo, los peces se mantienen en la superficie (de las cosas), aunque su anatomía, es decir, su función, les predispone a ir a ver lo que pasa debajo. Por último, uno de ellos (René Kaës, sin duda) se comunica por radio (con el monitor): alusión al hecho de que el monitor y los observadores forman rancho aparte en las pausas y las comidas, así como al fantasma, que permanece callado, de estar, como hijos, excluidos de las conversaciones de las personas mayores y del comercio de los padres. A la luz de esta última comprobación y de las observaciones convergentes de René Kaës sobre los fantasmas verosímilmente subyacentes de escena primitiva sádica, de vida intrauterina y de castración, hoy se me hace presente que esta sesión indica la tentativa cada vez más firme del grupo de funcionar a partir de un nuevo organizador psíquico inconsciente: el de los fantasmas originarios. Con una reserva, no obstante: el dibujo del barco-grupo corresponde al nivel del sueño diurno, despierto devaneo, que es el de una elaboración muy secundaria de fantasmas inconscientes difícilmente descubribles. b) El episodio de la camarera humillada, el altercado entre Léonore y Rémi a este respecto, la rivalidad de los hombres y las mujeres por el poder y la impugnación de la barba como emblema de autoridad han quedado lo bastante sistemáticamente puntualizados en la segunda mitad de la sesión, pero se los habría podido interpretar más, tanto en el sentido de una defensa contra el establecimiento de relaciones genitalizadas entre los participantes (cf. las protestas de Céline y Agnès, desacreditadas en su condición de solteras) como en el de una relación de objeto dominante en el grupo del tipo madre dominadora-hijo víctima (la transferencia grupal que alterna entre la sumisión para conmigo y las tentativas de controlarme). Me refiero a la paradoja fundamental, según Fairbairn, de la posición esquizoide: al amor se lo vive como amenaza de destrucción; lo que es bueno es peligroso (cf. R. Fairbairn, «Les facteurs schizoïdes dans la personnalité», Nouv. Rev. Psychanalyt., 1974, n.° 10, 5-55, y D. Anzieu, «Le transfert paradoxal», ibíd., n.° 12 , 49-72). 17

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UNDÉCIMA SESIÓN Domingo, de 9 a 10 y 30.

(No he destacado la disposición espacial de los participantes.) [1.11] Antes de comenzar la sesión, alguien, entre los primeros en llegar, le ha puesto un slip y un sostén al mascarón de proa. Michel llega con atraso, «como el primer día», comenta Léonore; «Te esperamos con impaciencia». [1.12] Michel: Es difícil despegar. Céline: Siempre estamos en el grupo. Es cansador... Roger: Me costó mucho dormirme anoche. Una actividad mental aguda... He soñado (Michel dice «yo también») con ideas de muerte. Tal vez la angustia de la muerte del grupo... Léonore: A mediodía nos separaremos... Vamos a volver a encontrarnos individualmente. Roger: Nos quedaremos con nuestras preguntas. ¿Quién soy? Encontraremos esta pregunta en lugar de «¿Quiénes somos?»... ¿Hemos cambiado? Léonore: Nunca llegaremos a desembrollarlo todo esta mañana. Nos queda muy poco tiempo para hablar. Acaso cambiemos después. Michel: Yo no tenía ganas de venir esta mañana. Mejor habríamos hecho en terminar anoche. Silencio. Marcel: Tomé al pie de la letra la frase de un sueño que vuelve a mi memoria: parálisis... Parálisis del grupo... Un niño que se nos había confiado, que tenía parálisis y que se derrumbaría en el momento de llegar a la meta. También yo he soñado. Sueño de

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fracaso, de impotencia. Sería menester que yo llegara a establecer la vinculación entre el grupo éste y mis actividades fuera, en otra parte. Ayer lo he vivido en términos de conflicto. [11,3] Léonore: He pensado en ti (a Marcel) y en Agnès, más especialmente. Os habéis integrado al grupo, al juego, pero, sin dejar de haberos integrado, no habéis jugado el juego. La curiosidad de Agnès ha permanecido a flor de piel. Philippe no ha jugado el juego del grupo. Y en cuanto a Michel, ha jugado todos los juegos. Si uno no entra en el juego, nunca sabrá lo que es un grupo de diagnóstico. Lamento un poco haber participado tan activamente. Pero prefiero un fracaso antes que la expectativa... Es cierto. Tal vez he sido demasiado activa: he eliminado a Nicolas, pero él tiene tal caparazón, es tan estático... No ha cambiado. Marguerite: Yo he cambiado de actitud para con Nicolas, sin saber por qué. Nicolas: ¡Me estáis mirando! Michel: Sí, Nicolas .ha cambiado. Observo que Léonore caracteriza a cada uno; hace el balance. Silencio. Marcel: Ayer me pregunté qué hay que hacer para participar, para hacer que el barco avance... ¿Hay que aportar elementos personales, íntimos? Yo no he aportado elementos personales. No he sido solicitado. No he sido atacado. Me pregunto por qué. Sin embargo, siento el deseo de hablar de mis relaciones con otros, en particular con Léonore. Había algo que me gustaba en ella desde el principio. He experimentado simpatía por Léonore. Su rostro... Luego sentí un ligero malestar y sorpresa. Me pregunté: ¿por qué se pone adelante? ¿Por qué esa espontaneidad? Lo hace deliberadamente, o es una manera de hablar de sus problemas que no puede impedir que aparezca? ¿O quizá de esa manera pone en tela de juicio a los demás al enjuiciarse a sí misma? Léonore deja caer a los que no se ponen en tela de juicio, y me ha dejado caer cuando no me cuestioné. También me ha sorprendido la separación que hace entre psiquiatra público y psiquiatra privado... Léonore: Creo que los que tienen dificultades en hablar de sus problemas personales las tienen también para hablar del grupo... (A Marcel:) Tu actitud se opone de tal modo a la mía... Agnès: No he querido quedar afuera. Es mejor... Aquí hablar de uno de la impresión de que uno se ha implicado en el grupo. Toda la noche de ayer he lamentado haber hablado. No necesito decir algo para implicarme. He hablado para que el grupo sienta

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que quiero integrarme, pero no lo he hecho para mí ni porque lo necesitara. No comprendo muy bien... Ayer hablé... y se pretende que no he participado {vivamente). Después de todo, todos tenemos nuestra manera de implicarnos. ¿Realmente se acepta que seamos diferentes unos de otros? Breve silencio. Marguerite: Cada cual se implica a su manera. Léonore: Tengo la impresión de que este grupo es un match de boxeo... Es un primer round; no es suficiente. El gong sonará a las doce y media... [11,4] Didier: Querría restituir lo que hemos dicho con los observadores. Una de las fuentes de tensión de este grupo es la oposición entre quienes quieren una implicación personal, un grupo cálido, un grupo de amor —es el corazón en la bandera del barco—, y quienes piensan que eso no es necesario, que se necesita un grupo organizado. Para unos, este grupo debe cortar con los grupos habituales en los que participamos y que hasta dirigimos. En los otros grupos hay tareas, jerarquías, estructuras; las relaciones entre las personas, desde el punto de vista de la simpatía y la antipatía, se reducen al mínimo; ésos piensan que hemos venido aquí para hacer la experiencia de un grupo diferente, situado fuera del orden, de la jerarquía, del tiempo y del espacio, de la institución en fin... En fin, un verdadero grupo. La comunicación que recibisteis decía que este grupo era libre de toda organización; se lo ha comprendido como libre de hacer lo que no se puede hacer en otra parte..., constituir relaciones cálidas, simpáticas. No se ha pronunciado la palabra amor, pero aquí se ha querido hacer un grupo de amor. El corazón de la bandera es la bandera del grupo para ésos. Las inevitables tensiones y las agresiones eran, pues, muy enojosas. Si algunos eran partidarios de esa representación, otros, como Philippe, Marcel y Agnès, por ejemplo, no adherían. Cuando se ha hablado de las mujeres y los hijos, también se ha hablado del amor. ¿Y con qué nos sale Philippe en momentos de izar la bandera? Que hay disciplina... militar, organización. Eso ha provocado molestia. Con respecto al barco, desearía decir dos palabras. El barco era un barco de buenos camaradas que viven relaciones cálidas. Pero había algunos que no remaban, que no aceptaban que los remos fuesen iguales. Otros pensaban que hay que remar cadenciosamente... Ésos constituían una especie de injuria para los que tenían la representación de que el grupo debía ser un grupo de amor. El grupo ha enfrentado dos ideales; por lo menos, del grupo. Las oposiciones entre estos ideales no se han

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explicitado por completo. Acaso habría que renunciar, entonces, a la unidad y la igualdad. En rigor, las dificultades para reconocer y aceptar esas diferencias han contribuido a crear minorías y discriminaciones raciales, ideológicas y sexuales... A Michel, en cambio, no logro situarlo en ninguno de esos ideales. Ha procurado hacer de conciliador entre ambos, y me parece que le ha hecho creer a cada uno de los polos de ambas concepciones opuestas que estaba con ellos... Rémi: Es el único que no se ha echado a la olla... Escándalo, barahúnda. [11,5] Philippe: Estoy de acuerdo con esa interpretación. Yo esperaba una coordinación entre ambas tendencias, un arbitraje, para que realizásemos nuestra tarea... Cuando construí mi aldea, construí una ciudad funcional... No podría hacer otra cosa. Nicolas: Yo habría deseado ser el coordinador... el tambor del barco. Marguerite: Venías aquí para enjuiciar tu vida personal, y después hubo el asunto del orden, del hermoso orden... Hay que deshacerlo siempre, poner cosas nuevas. No podemos tener nada por adquirido; demasiado lo he experimentado en la vida... (Silencio.) Ayer a la tarde me he sentido cerca de Léonore; encontré en ella muchos puntos comunes: la edad, las dificultades conyugales y familiares... Al orden ha habido que abandonarlo y rehacer sin descanso una síntesis personal. Es difícil cambiar. Uno lo espera y lo teme. El orden de Philippe ya no es el nuestro. Léonore: Yo iré más lejos. En este grupo, una de las discriminaciones me parece que es entre las personas instaladas psicológica, moral y socialmente... y las demás. Me cuesta mucho soportar a la gente a la que nada puede alcanzar, que tienen una vía, que tienen una organización militar; a la gente que no avanza, que no tiene problemas... en apariencia. Tengo muchas dificultades para admitirla. Nicolas está instalado. Aparentemente no tienes... no tienes dificultades. Alguien (a Nicolas): Si no cambiaras, ella no te apreciaría... Nicolas (a Léonore): ¿Condesciendes en tener problemas? Marcel (a Léonore): ¡Es preciso que salga pronto contigo! Eres intrusiva. Estoy por el corazón, pero tiene que llegar naturalmente..., tranquilizador, tranquilo... Se ha hablado de ti como madre. Yo preferiría más bien a Marguerite en ese papel. En fin... Léonore: ...marchar... con tal que se marche. Marguerite: Soy más prudente que tú; prefiero ir lentamente, esperar a que haya madurado...

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Rémi: Me uno a la línea de Marcel. No hay que trastornar... [11,6] Michel: Me he sentido seducido por la interpretación de Didier..., pero perturbado por la presentación que ha hecho de mi papel. He presentado al grupo afuera como un grupo de relaciones cálidas en el que se busca una armonía y una unidad, como una especie de falansterio, donde cada cual podría satisfacerse sin que ello fuera incompatible con las tendencias de los demás. Estoy profundamente por la bandera... por el corazón. Pienso que hay que apuntar a resolver los conflictos. Me desvela la armonización; querría recuperar la coordinación y la conciliación para que el corazón funcionase, a la inversa de Nicolas, que provoca la agresividad. Pero no sé... Os planteo el problema. ¿Qué pensáis? Antoine-. En rigor, eres como Nicolas, aunque te sitúes en el otro polo. Roger: Nicolas está acorazado... ¡Eres flojo como un zorro! (Protestas.) Léonore es un corazón ardiente... Rémi (a Michel): Tú no has aportado mucho de ti mismo... Ni agresor, ni agredido. Michel: No creo que a mi no participación se la pueda llamar molicie. Es más bien una actitud de receptividad, de vibración a lo que pasa. En eso me siento próximo a Marcel... Deliberadamente, también, no he hablado de mis problemas personales. No es necesario. Siento una gran satisfacción personal en ser receptivo, en vibrar. Tal vez egoísta..., sin implicarme personalmente. Roger. Es tu modo de implicación... Eres receptivo, eres un radar. Recibes, tragas..., pero no das... hasta el fondo. Dices las cosas atenuándolas. No puedes ser apasionado si eres sólo receptivo; no puedes querer a alguien si no haces más que recibir. Marguerite, Roger y Rémi dan sus impresiones acerca de Michel, sobre su deseo de arreglar las cosas, su temor de decepcionar y disgustar, su deseo de complacer, su diplomacia para conciliarse con todo el mundo y desarmar los conflictos. Michel habla entonces de la resonancia que han tenido en él las discusiones sobre la paternidad. Él no ha tenido padre, ni ha logrado encontrar uno a pesar de sus esfuerzos. Experimenta dificultades en asumir esa posición. Se ha sentido muy cerca de Antoine. Reconoce ser muy vacilante no bien se trata de emprender una acción que comprometa. Sin embargo, en este grupo ha tomado la defensa de Léonore cuando Rémi la atacó («Rémi, que pide que me arroje a la olla...»). Para actuar, preciso es que la situación haya llegado a un grado importante de tensión. Piensa que hay que evitar las situa-

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ciones penosas y ser conciliador, tanto aquí como en la vida profesional del psicólogo. Josette aprueba. Roger: Sí, pero nunca te he visto decirle a un chico: Eres un cochino. Tú dices: Se podría pensar que eres un cochino, pero... Michel: En eso me acerco mucho a Rémi: el respeto a la persona humana; no el derecho de juzgar... Marcel: A Roger le encanta tener una causa que defender (risas). Michel: En todo caso, este grupo habrá permitido esclarecer mis relaciones con Roger... en el sentido de una amistad. Marguerite: Me pregunto por qué Michel no ha tomado el camino de la psicología clínica. Tiene disposiciones... Michel: Tengo que resolver problemas personales y profesionales; tengo dificultad para hablar, ya se lo verá. Me sentiría contento de conocer la opinión de Léonore sobre todo esto. Léonore: No puedo decir... No se me ocurre. [11,7] Didier: Me he interrogado sobre el estatuto de Michel en este grupo y sobre lo que ha podido pasar antes del grupo y la incidencia que ello puede tener aquí. Me ha parecido que Michel estaba, debido a su estatuto o a sus actividades, a la vez del lado de los organizadores de esta temporada y del lado de los participantes. Creo que ha participado más o menos en la organización del grupo. Conoce a uno de los observadores, y eso tal vez lo 'ha incomodado... Alguien: Después de la conferencia, Michel dijo a algunos de nosotros que iba a cenar con los organizadores... Griterío: «¡Traidor! ¡Gran cochino! (Risas.) Utiliza el corazón para restablecer el orden». Didier: No, Michel tiene una actitud de conciliador. Procura establecer un compromiso entre el corazón y el orden. Del mismo modo (a Michel) tú has evitado el conflicto entre el monitor y el grupo cuando me preguntaste si podíais ir a la conferencia. Michel: El hecho de conocer a uno de los observadores me ha incomodado. Bloqueo... mucho más molesto conocer á alguien ajeno al grupo... No mencioné a todos que íbamos a cenar juntos el viernes a la noche para no presentarme como una persona diferente. Léonore: A mí lo que me ha molestado es que Marc (uno de los dos observadores) me haya ignorado aquí... Pero después me será muy útil, pues me dará informaciones sobre mi comportamiento. ¿Tal vez me dé a leer su cuaderno personal, su agenda secreta?

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Michel: También a mí me interesaría eso. Marguerite: A propósito de cuaderno... He soñado con cuaderno. El trabajo estaba mal hecho. Había que rehacerlo. [11,8] Didier: Una de las expectativas que Michel y Léonore tenían aquí es que lo que concierne a su comportamiento les fuese comunicado por los observadores..., por alguien exterior «al grupo, después de la temporada. Hay algo curioso que destaco: sólo ayer a la tarde ha pedido el grupo tener conocimiento de las notas de satisfacción. Hay en ello un tabú del grupo, como si en el barco ideal a todo el mundo se le supusiera satisfecho. Cuanto podía informar al grupo de lo que éste vive aquí en grupo ha sido a menudo rechazado o no se le ha oído. ¿Acaso habría un peligro grave en conocerlo? Una vez llenos los papeles, cada cual lo pliega o le da vuelta; aquí hay miedo a las notas. Léonore: Junto con Rémi, me sentí asombrada por eso ayer a la tarde. Los que no hablaron son aquellos a los que nadie ha sermoneado... Hay que provocar para cambiar esto. [11,9] Rémi: También estaban los que hablaban tratando de hacer hablar a los otros. Esto es un pequeño teatro en el que cada cual hace su número e intenta complacer al grupo, no sin complacencia. Didier hizo su número en la conferencia; cada cual hace el suyo o pesca un incidente para hacerse admirar por los demás... Me asombra la manera en que el grupo es un buen amplificador, un espejo que agranda las pequeñas cosas que pasarían indudablemente inadvertidas. Marcel: ¿Y los que no han sido solicitados se han frustrado por no haber podido hacer su número...? Michel (a Antoine): Sí, el chiste es también un medio de hacerse admirar, ¿verdad? Antoine (rápidamente): Es también un medio de atenuar las tensiones, ¿no lo crees? Parece que se considerara que los que no han cedido a la tendencia exhibicionista tienen más valor moral... ¡Nuestro amor es un amor cátaro! (Risas.) Rémi: Pienso que la participación de Marcel es de una autenticidad mayor; el volumen de participación no es la medida de la aportación de cada cual. [11,10] Marcel: El hecho de no hablar de sí es, no obstante, un obstáculo contra la participación. No se recurre a los demás si uno niega su pasado, si intenta llegar sin nada. Tal vez se está muy disponible, pero en rigor uno está afuera. No es posible establecer relaciones interpersonales. Uno parece frío, y eso hace aminorar... Uno queda al margen. Más vale arrojarse al agua. A mí

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no me sucede espontáneamente... Puede ser que no espere mucho de los demás. Rémi: Al contrario, yo he sentido tu presencia. Varios están de acuerdo con lo que acaba de decir Marcel. Se habla de la importancia de los rostros, de las posturas físicas, de la actitud de la gente en grupo: «Algunos se vuelven verdaderamente hacia los otros; otros están inmóviles, emparedados»; se habla de la importancia del cuerpo, del cuerpo propio, del que la meta oculta una parte: el sexo está escondido bajo la mesa, y de la «presencia física» de unos y la «ausencia psicológica» de otros, aunque estén allí, con su cuerpo. [11,11] «¿Y Philippe?», se le solicita. No ha dicho nada en toda la sesión. Philippe: Me ha gustado la intervención de Marcel. Agnès es quien me incomoda... Tampoco tú te has expresado; no más que yo. Marguerite (a Agnès): Voy a agredirte; eso te ayudará. Voy a decirte la imagen bastante antipática que tengo de ti. Se me ha dicho que a la gente que trabaja contigo la mantienes en un estado de dependencia... ¿Te acuerdas cuando se habló de la simpatía y la antipatía en el trabajo? Dijiste que tanto te daba... No consideras a la gente como personas. Agnès: Sí, es lo que se dice. Yo siento sentimientos de antipatía o de simpatía muy fuertes, pero muy rara vez. Sitúo mis relaciones en otro plano: el de la estimación. Marcel: La estimación es una herejía en el barco. Agnès: La simpatía y la antipatía son sentimientos superficiales, reversibles, mientras que la estimación es cosa sólida, estable. Me gusta el orden. Marguerite: Como Philippe. Céline: Sí, tienes una presentación exterior rígida y fría. Delante de ti nos sentimos nivelados, todos en un mismo nivel... Didier: En lo que concierne a Céline, ¿qué le faltaba ayer, antes de dársele la palabra? ¿Simpatía o estimación? [11,12] Un breve silencio sigue a esta intervención. Roger y Michel aseguran a Céline su simpatía y su estimación. Marguerite se asombra de la jerarquía entre simpatía y estimación, de esta escala. Y a los observadores, ¿en qué escala se les pone? De tener que ponérseles en una escala, ésta sería una escala de salarios, para pagarles por su trabajo: «Reman de firme». Rémi desea que no haya ya observadores: «¿Para qué continuar así? Habría que llegar por fin a una nivelación».

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Alguien: Va a haber que entrar los remos. A las doce y media habremos terminado. Ya se verá... Léonore: Después tendremos una hora para readaptarnos y volver a casa... [11,13] Parécenos que a los participantes les cuesta enfrentarse con el vencimiento del fin del grupo; les cuesta inclinarse sobre su pasado y explicitar los objetivos que se habían asignado: constituir un grupo cálido e inorganizado. Les resulta difícil analizar el método que han elegido (tratar de las relaciones interpersonales antes que de los fenómenos de grupo), las normas que han adoptado (los participantes no deben ser diferentes unos de otros). Todas las diferencias presentidas han sido rápidamente objeto de una discriminación: «Uno es siempre el psicólogo, el judío o el negro de alguien», dirá el monitor. Marc es sensible al rechazo que los participantes oponen a todo lo que los espejos pueden reflejar; éstos nada quieren saber al respecto. Estoy atento al hecho de que el grupo no haya aceptado verse funcionar sino a través de la imagen unificadora y autónoma del barco, totalidad feliz que no se ha realizado, como el falansterio. COMENTARIOS SOBRE LA UNDÉCIMA SESIÓN (RK) Comenzada tardíamente en la sesión anterior, la elaboración de la posición depresiva y de la culpabilidad prosigue. Una parte de lo reprimido regresa: los temores persecutivos, el miedo al cambio y la angustia ligada al reconocimiento de las diferencias y las funciones suscitan las defensas contra su análisis. El conjunto de imágenes del grupo ofrece la doble posibilidad de resistencia e insistencia: así absorbe, ahogándolas, interpretaciones más precisas, que favorecen la supervivencia de las expectativas idealizadas, de la soñada armonía [11,5; 11,6]. Sin embargo, los intercambios son más directos, más vivos, al mismo tiempo que el lenguaje metafórico (el falansterio) vuelve a florecer y asegura una nueva defensa, interpretada por el monitor en el nivel de las transferencias laterales. a) La proximidad del término de la temporada pone a los participantes en situación de duelo del grupo, en condiciones de tener que afrontar la muerte; ésta adquiere la forma de la pérdida del otro: su propia muerte no puede ser vivida sino a través de la

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pérdida del otro, que funciona como parte de sí destinada a la separación. La pérdida reintroduce la angustia de castración y una elaboración de la posición depresiva a través de una mira (maníaca) de cambio, de apertura, de creatividad y de perpetuación de sí. La prueba del duelo se junta a la de la soledad. Aceptar la pérdida (del grupo) es también aceptar estar solo. Los participantes no parecen poder reconocer su propio desapego del grupo ni enfrentar la soledad. Dentro de la configuración fantasmática del grupo, es también defenderse contra la escena primitiva {cosa que se confirmará en la sesión siguiente). La capacidad de estar solo depende de la tolerancia frente a la diferencia de los sexos y, como lo ha destacado Winnicott, de la relativa seguridad frente al fantasma de escena primitiva; a ésta se la sigue negando, como a la diferencia, como a la soledad. ¿De qué manera, pues, aceptar que los remos son desiguales, que los remeros puedan tener funciones diferentes, que el grupo mismo ha de desaparecer? La promesa inicial de Léonore tranquiliza: el grupo no es un objeto consagrado a la muerte ineluctable. Pero al fin y al cabo habrá en lo real una separación, cuya hora se ha previsto. La perspectiva de esa separación relativa promueve, sin terminarlo, un trabajo de duelo, de reelaboración retrospectiva de las demandas de cada cual y de reconocimiento de la diferencia entre el grupo fantasmado y el grupo experimentado. El objeto-grupo no ha podido satisfacer la expectativa de cada cual, pero sí ha podido, como depositario de una parte del narcisismo, servirles de protección. En esto ha sido una ilusión, y una ilusión que hay que mantener. Pero la experiencia, por todos experimentada, no ha sido más que entrevista por la mayoría de los participantes; éstos reconocen que los obstáculos interpuestos a la realización de su deseo no son más que exteriores a ellos, pero sus esfuerzos por establecer el grupo enquistándolo en dos sólo logran mantener a distancia lo reprimido.

b) La perspectiva de la separación moviliza la imagen del grupo-cuerpo (un corazón en una envoltura pélica frágil o acorazada). Léonore —el corazón abierto y ardiente de amor, como el del Sagrado Corazón— defiende a los participantes contra las angustias depresivas, pues economiza el duelo del ideal (y del objeto-grupo) gracias a la promesa de una supervivencia. Es que los participantes rechazan el término de la temporada y permanecen en la ilu-

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soria creencia de un grupo final que coincide con su origen. El rechazo se expresa como fantasma suicida, muerte precipitada para no morir («Mejor habríamos hecho en terminar anoche» [11,2]; «Más vale arrojarse al agua» [11,10]), como fantasma de aborto y parálisis (el hijo muerto [11,2]), como fantasma de impotencia. El rechazo se manifiesta en la posición de líder atribuida aún a Léonore y retomada por ella, que hace el balance de cada cual, que asigna a lugares iguales (negación de la diferencia, excepción hecha de Nicolas, cuya castración asegura a los otros la supervivencia), que se propone como el objeto mismo gracias al cual puede advenir el saber, así como el goce, por cuanto los participantes adoptan su ley («Si uno no entra en el juego, nunca sabrá lo que es un grupo de diagnóstico», dice ella misma [11,3]). Rivalizando con el monitor, traza el límite de la pertenencia del grupo: quienquiera que participe del monitor, del otro saber, queda Renégado y acusado. Léonore, interiorizada como Superyó acusador, encara así a Philippe y exige la restitución de la persona al objeto por ella figurado, con lo cual pone a los participantes en situación de paradójica conminación. Podemos preguntarnos si el monitor no responde como un eco en la contratransferencia a tales exigencias superyoicas, pues restituye, y la regla de restitución funciona en apariencia, y el análisis retoma (y patina sobre) las oposiciones ya puestas de relieve, con las que juega Léonore. Pero todavía queda por efectuar la interpretación de la transferencia central, o apenas se inicia (a propósito de Michel, a propósito de la expectativa de éste y de Léonore frente a los observadores [11,8]). La escisión de la transferencia, de las ideologías, del grupo y de la pareja se superpone a la división interna del monitor y los observadores; éstos se dividen entre su deseo de formar parte del mito del grupo y su posición de intérpretes. Son todas posiciones negadas: un único barco, una única bandera y un único corazón, a despecho de la circunstancia, tantas veces representada, de la separación de la pareja en dos polos antagónicos (el amor-Léonore y el ordenPhilippe) y a despecho, también, de la escisión entre lo interior y lo exterior, entre lo caliente y lo frío. Por lo demás, en otra parte, con posterioridad a la temporada, se resolverán las tensiones internas de la armonía, cuyo modelo y cuyo agente es Léonore. Esta posición de Léonore bloquea todas las tentativas de formar una pareja heterosexuada y diferenciada: tras haber evocado las diferencias entre Michel y Léonore (el hombre vibrante y receptivo y la mujer demasiado activa [11,6]), se ha de explorar la relación entre Michel y Roger.

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Todo pasa como si en este grupo el amor sólo pudiera ser herético, «cátaro», tal cual dice Antoine [11,9]. Cátaro es, por lo demás, un calificativo muy bien elegido para designar al amor reservado a una minoría que rechaza la procreación, el apareamiento, el placer sexual, y que destruye el cuerpo para salvar el alma. Con respecto a esa fase perversa del narcisismo, la destrucción del cuerpo tan adorado es el último recurso para luchar contra la muerte. La escisión hace oscilar la fascinación por el cuerpo grupal hacia la destructividad de su imagen. Cada cual es el eco y el espejo del otro, como el grupo es la unidad imaginaria, la forma que realiza o que deshace a la identidad. Se habla de pérdida de identidad cuando se evoca la comedia, el simulacro, la imagen trucada, a la que se asocia la idea de frío, de exterioridad y muerte. También aquí la ideología igualitarista, cuyos soportes resurgentes son Philippe y los observadores («Delante de ti nos sentimos nivelados, todos en un mismo nivel» [11,11]; «Habría que llegar por fin a una nivelación» [11,12]), ofrece una defensa contra el cuerpo desfalleciente, pues propone por identidad común una imagen serial e intercambiable y asegura, como en la ciudad funcional mencionada en el curso de la sesión, un control estricto contra la envidia, la persecución y la omnipotencia de la imago materna. Ante tales temores y deseos, la unidad no es la de un cuerpo sexuado y articulado, sino la ficticia unidad de una primacía mecánica que asegura la subsistencia; es la unidad de una «fortaleza vacía» contra la fragmentación. COMENTARIOS DE DA La relectura del protocolo de esta sesión me presenta a éste particularmente claro de seguir, y coherente, signo de que el discurso de los participantes hubo de cerrarse en el inconsciente y fue, de manera esencial, un discurso del Yo. La sesión está dedicada al balance, efectuado por varios, de lo que la temporada había aportado, o no había aportado, a su Yo. A propósito del método utilizado para ello —método activamente preconizado por Léonore, quien, con mi tácita ratificación, ya había hecho grupo—, tengo que subrayar su contexto histórico-intelectual. Era todavía norma entre los grupistas de la época, desde los comienzos del grupo de diagnóstico en Francia, hacia 1956, que toda temporada debía comenzar por la explicitación de las metas y las motivaciones de cada cual, continuar con la explicitación de

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las percepciones que cada cual se hacía de los demás y concluir con una evaluación de lo que cada cual había aprendido. Así, pues, un monitor nunca funciona sin referencias teóricas y técnicas, implícitas o confesadas, a la manera de los participantes, que llegan a un grupo para esperar o imponer en él la realización de la representación imaginaria, consciente u oscura, que se hacen, ora del grupo, ora de las relaciones interindividuales. Así, pues, igualmente, la alteración de esa armadura teórica y técnica por un participante constituye uno de los aspectos de esa resistencia que es el liderazgo. Pero en aquella época ni mis compañeros observadores ni yo mismo lo sabíamos.

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DUODÉCIMA SESIÓN Domingo, de 11 a 12 y 30.

[12,1] Los participantes han permanecido en la sala durante la pausa. El dibujo ha sido modificado: al tambor se lo ha sacado del barco y arrojado al agua; después, un nuevo dibujo ha venido a reemplazar al primero:

[12,2] Al ocupar mi lugar junto a la mesa oigo decir a algunos participantes: «...ya no necesitamos etiquetas... hasta nos despojamos de nuestros nombres de pila... podemos pasar a la mesa...». Luego, un largo silencio. Didier: El dibujo ha sido modificado. Michel: Sí, es el fin del viaje... El Paraíso terrenal, la isla, el paraíso según la Caída. Es el Paraíso o la isla de Citeres.

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Marcel: No es L... (ciudad de Léonore)... El grupo se defiende de Léonore. Didier: ¿Hay seres humanos? Antoine: Allí, bajo el árbol, un hombre y una mujer, completamente desnudos, nuevecitos... como Adán y Eva. No tienen ombligo. También hay un observador con un sombrero, en el árbol, encima de ellos. Qué animal, no ponerse entre el hombre y la mujer... Alguien (en voz baja): Como una serpiente... La serpientemonitor. Michel: Yo he dibujado al observador... Al veedor. Yo lo he vestido. Los dos peces, que han sido conservados, también están vestidos y tocados con un sombrero. Didier: ¿Y el árbol? Roger: Es una palmera. Estamos en un clima suave y templado. Alguien: La han puesto entre el hombre y la mujer para separarlos. Giran alrededor... como Adán y Eva. Marcel: La mujer no tiene brazos. Es para que no se pueda defender de los avances amorosos del hombre. Ya no puede ser una mujer-orquesta. Alguien (¿Antoine?): Han escrito «¿Y después?» al lado y han borrado varias veces esta inscripción. ¿Qué quiere decir? ¿Quedamos en Citeres o en el Paraíso? Yo responderé a esta pregunta: y después... Léonore: ¡Vamos, vamos! ¡Movámonos! Michel: ¡A Citeres! ¡Allí nos quedamos! Es lo que querríamos, pero no es posible, porque resulta evidente que encontraremos los mismos problemas: hacemos organización, estructura; ponemos jerarquía, construimos casas... y hacemos otro grupo de diagnóstico... Risas, silencio. [12,3] Didier: En rigor, este grupo únicamente se ha interesado por las relaciones interpersonales dentro del grupo. Se ha hablado poco del grupo: el contenido de las discusiones ha prevalecido sobre su forma y el análisis de su marco. También se ha hablado poco de los otros grupos, en los que cada cual participa por su lado y en los que todos tienen responsabilidades. Antoine: Yo sí he hablado. Marcel: Pero es cierto que no ha sido un tema frecuente. Michel: Nos hemos preguntado por qué no nos hemos asigna-

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do tarea... (Alguien: «¿Qué tarea?»). Nuestra tarea es comprender cómo funciona un grupo de psicólogos. De un grupo de psicólogos no se puede esperar una gran participación. Ahora es tal vez un poco tarde para asignarnos una tarea, pero pienso que el grupo es, a pesar de todo, un éxito. Didier: Se ha puesto el acento sobre las relaciones interindividuales, un tabú rápidamente despejado; por el contrario, éste ha permanecido sobre todo lo que atañe al grupo y a la relación de cada cual con el grupo. No se ha puesto de relieve el problema de las notas, porque las notas significan la relación con el grupo... Largo silencio, de tres o cuatro minutos. [12,4] Marcel: ¡Es una velada fúnebre! Alguien (¿Antoine?): Esto me hace pensar en un cuadro de Brueghel... o de Rembrandt. El consejo municipal... No, El síndico de los pañeros... Todos están ahí tristes, en una luz grave, claroscuro... En ese cuadro se siente una grave unidad. Roger: Es como en el teatro. Los actores se preguntan en el essenario, cuando la sala está vacía: ¿Hemos representado bien la pieza? ¿Estuvo bien el director? ¿Qué hemos representado, y ante qué público? Philippe: Para mí es más bien un éxito haber llegado a situarme únicamente en el plano de las relaciones interpersonales, sin tener que apoyarme en otra cosa... Nada de sujeto, nada de estructura, nada de soluciones fáciles. Roger: Voluntariamente no he introducido problemas de grupos ajenos a éste. Habría sido un estorbo para la buena marcha del grupo. Philippe: Resulta significativo que nuestros buenos hombres de Citeres estén completamente desnudos. Preciso es que las máscaras caigan... Céline: Los buenos hombres del Paraíso terrenal, en fin, Adán y Eva, no son quizá los del barco. ¿Verdaderamente nos hemos desenmascarado aquí? Creo que sí, finalmente... Un poco. [12,5] Marcel: El grupo de diagnóstico es un instrumento notable para hacer progresar a cada cual en el plano personal. La concentración del encuentro es más eficaz. Ahora que nuestro grupo está constituido, lamento que nos separemos. Ha sido en parte un grupo de terapia. Me planteo un problema: ¿podría el grupo funcionar como un grupo de terapia si no hubiese ya monitor, si todos estuviésemos en igualdad...? Léonore: Sí, también yo me planteaba esa pregunta. Michel: ¿Volveremos a vernos?

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Léonore: También me lo he preguntado. Marguerite y Céline: Cuando volvamos a vernos, ¿será posible tener la misma relación? Roger: De todos modos, es una mierda... Ya nunca seremos los mismos. Las relaciones entre las personas han cambiado. Alguien: Todo será parecido, salvo lo esencial: el grupo... El grupo supera las relaciones interpersonales. Roger: Podemos preguntarnos qué ha sido el grupo, la pieza de teatro que hemos representado. Marcel: Esa metáfora del teatro no me parece adecuada. Antoine: Esto me hace pensar más bien en la ruptura entre amantes... Michel: Sí... (A Roger): Quieres la ruptura completa inmediatamente. Dices «seamos lúcidos y partamos», cerremos la barrera. Comprendo que tengas que hacer tu operación quirúrgica para dejar este grupo... tu balance, pero también tratas de fijar una imagen ideal del grupo. Roger: Es verdad que tengo angustia... El barco no existirá más. ¿Es la muerte del «¿quiénes somos?»? Siempre dejamos el «¿quién soy?» en suspenso (silencio)... Rémi: La muerte del grupo es nuestra propia muerte en segundo plano Nos vamos del Paraíso terrenal (silencio)... El Paraíso... ¿Los que creen en él y los que no creen? Léonore: Es un poco para encontrar un universo concentracionario... Tenemos la angustia de lo que va a pasar. También yo capto lo que va a pasar. Roger ha dicho hace un instante: nada más, terminado... Me deja caer. Marcel y Michel esperan algo distinto. Yo he decidido participar en reuniones de la Asociación de Psicología. Es una manera de sobrevivir. Rémi: Podríamos comer juntos cada quince días. Marguerite: El grupo muere, pero va a dar un fruto en cada uno de nosotros... Léonore: Cuando yo era creyente, el Cuerpo místico era para mí una idea-fuerza. Es necesario sentir que hay una prolongación más allá de la muerte. Marcel: El mundo al que vamos a regresar ahora es ya un mundo cambiado a causa de la experiencia del barco (breve silencio). Léonore: Lo que amo en los muebles antiguos es la pátina, son las personas que han existido antes que yo... La pátina me liga a ellas, me protege del miedo a la muerte. Antoine: Los muebles modernos son más funcionales.

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Varios: Sí, sí... por cierto. Marguerite: Puedo decir que este grupo me ha hecho reflexionar, me ha hecho hacer muchas tomas de conciencia... Consecuentemente, me dará referencias. Roger: A decir verdad, rechazas el grupo tal cual es ahora porque va a morir. Pero las relaciones interpersonales no morirán. Céline: Para mí, la noción de grupo es algo muy abstracto. [12,6] Léonore y Michel lanzan la idea de una jornada de rememoración, de recuperación o de control. ¿Pero será posible recuperarse «sin la presencia del monitor y los observadores»?, pregunta Marguerite. Antoine: El grupo de diagnóstico debe orientarnos hacia la comprensión de los grupos naturales. Repetir indefinidamente la situación de grupo artificial es infantil (protestas)... Es una neurosis de repetición. Michel: Sería interesante ver qué ha ocurrido en el ínterin. Tendríamos muchas cosas que decirnos si nos viéramos dentro de seis meses, por ejemplo; como una especie de control psicoanalítico... Roger: ¿Por qué habríamos de reconocer la existencia del grupo dentro de seis meses... cuando aún ahora no la hemos reconocido? Tal vez todos nos hayamos transfigurado. El «nosotros» muere victorioso... Michel: Realmente, tienes la preocupación del grupo; yo hablaba de otra cosa, de nosotros, de cada uno dentro de seis meses. Tú... ¡palabra que eres colectivista! Eso me causa pena. Roger: Más bien tengo una conciencia colectiva, que es diferente de ser colectivista (risas). Las preocupaciones de la gente me absorben; entonces, me cago un poco en ella: si están enfermos, es cosa de la terapia... Michel: Hablas como un grupo. Roger: En grupo se pueden decir las cosas con más claridad. Considero que el grupo es una victoria. Quizá no hemos hecho tarea alguna, pero hemos progresado, pues hemos llegado a ser un grupo. [12,7] Silencio. Léonore: ¿Y Nicolas? ¿Está en el grupo...? Marcel: Me formulaba la misma pregunta. Alguien: Sí... Ya no dice nada, desde que le cortaron la lengua (risas) Nicolas: Nada tengo que decir. Estoy de acuerdo en volver a

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vernos, en un control. Estoy con el grupo. Pienso en todo cuanto decís... Más bien estaría tentado de pensar que el grupo no existe. Creo que si queremos volver a encontrarnos es para probar que el grupo existe. Philippe: El hecho de que hayamos podido decirnos lo que nos hemos dicho, sin substrato, es una victoria. Soy del parecer de Roger. Temía que estuviésemos paralizados sin substrato... Marcel: Me pregunto por qué Nicolas siempre ha interpretado lo que dicen los otros distorsionándolo, captando mal... La verdad es que no hemos integrado bien a Nicolas. Alguien (a Nicolas): ¿Por qué no comprendes al otro? Marguerite: Tu cuaderno era deformante. Rémi: Siempre has hecho la tentativa de situarte como segundo monitor. Has sido una especie de pantalla... deformante. Era una dificultad en este grupo. Léonore: Admiro la actitud de Nicolas en este momento: siempre causa... ¡Me interesas!' ¡Qué distancia! Te engañas y te engañas sistemáticamente... Tras un breve silencio, consecutivo a un brusco ascenso de tensión y de agresividad contra Nicolas, interviene el monitor. [12,8] Didier: El grupo acusa a Nicolas de ponerse aparte. ¿No se le reprocharía más bien estar aparte? ¿No será Nicolas víctima de una discriminación racial por parte del grupo, que lo pone aparte? Antoine (vivamente): Hay que entenderse sobre la discriminación. La discriminación parte de una pertenencia de la que el individuo no es responsable. Aquí es diferente; es él quien se ha puesto aparte. Más de una vez hemos tenido la confirmación de ello. Nicolas es responsable... He estado atento a sus prejuicios, no a su comportamiento. Nicolas: Querría ser claro y decir que he venido aquí como miembro de este grupo con absoluta libertad, y reconocía esta libertad en los demás. Soy libre de hablar o de callarme o de tomar notas... Pero el grupo me niega la libertad de tomar notas en mí cuaderno. No ando... Yo tenía en el grupo una importante implicación. Debéis aceptarme tal cual soy. Es cosa de tomar o de dejar... Si Marguerite no hubiese vuelto a la carga con esa historia del cuaderno... Me ha castrado. Yo nada habría dicho. Me he repuesto... No tengo nada que decir. Léonore: ¡Todavía no te has repuesto de la castración y del don de tu cuaderno a Marguerite! ¡Todavía estás bajo el shock! Nicolas: No, aquí no hay shock. Yo no estaba implicado afec-

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tivamente. No me implico; cuando no he descubierto el motivo, no me meto... ¿Por qué tendría que cambiar? Creo que las relaciones de grupo, que me interesan, son muy diferentes de las relaciones interpersonales. En el grupo no me interesan afectivamente. No sé cuál era la meta de este grupo, pero sin meta no hay grupo viable. Así es. [12,9] La declaración de Nicolas ha sido escuchada en silencio; pasa más de un minuto, y luego: Léonore (a Nicolas): El grupo te modifica. Marcel (a Nicolas): En el fondo, creo que no quieres cambiar. Tú lo dices: «Aceptarme tal cual soy», y no puedes aceptar a los otros tal cual son. Aceptar escuchar al otro tal cual es, es aceptar cambiar uno mismo, creo... Nicolas: Sí, pero para eso se necesitan buenas condiciones. Esta sala..., esta organización artificial del grupo... El grupo existe por su marco. Philippe: El grupo ha existido fuera de esta sala, durante las interrupciones. Antoine: En el fondo, Nicolas, eres menos desapegado de lo que dices... Nicolas: No estoy implicado como lo deseaba. Léonore: Creo que Marcel ha planteado los problemas fundamentales: entrar en el juego del que está enfrente... ¿Se nos ha atendido? Y además (a Nicolas), ¿qué quiere decir artificial? Eso no impide ser auténtico, ¿no? Didier: En todo grupo auténtico, ya sea artificial o real o natural, como se quiera, hay una característica constante: siempre hay un ser aparte: el inconformista... Léonore (vivamente): ¿Y hay que aceptarlo como tal? (¡Risas.) Es un destino. (A Nicolas:) Discúlpame. Marcel: Didier ha sido aceptado como miembro del grupo, como miembro aparte; también se le ha dado un estatuto aparte. Pero él se implica; puede implicarse sin tener agresividad. En rigor, la ha habido... sí, pero no se puede decir que haya igualdad. No se ha metido en la olla de la misma manera que los demás. Sentimos miedo del estatuto aparte. Somos bastante igualitarios... [12,10] Antoine: Si nos reunimos, ¿será sin Didier? Didier: No se ha previsto para el grupo una jornada de rememoración. Alguien: Sí, ¿pero es posible? (Silencio.) Antoine: ¿Podemos tomarnos el derecho de reunimos? ¿Y la libertad?

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Silencio. Didier: Uno de los problemas constantes en el grupo, al que se le ha encarado veinticinco minutos antes del final, es el de un ser puesto aparte. Ha sido el caso de varios, sucesivamente, que han sido puestos o que se han sentido aparte. Marcel, psiquiatra entre los psicólogos; Philippe y su progenitura; Céline, soltera... la benjamina y la subordinada. Se exponía... Nicolas, en parte porque escribía en su cuaderno, se dice que está aparte de otra manera. Marcel acaba de decir que es importante aceptar escuchar al otro tal cual es, aunque sea diferente de uno. ¿Es que aquí sólo se ha escuchado con entusiasmo a los que decían lo mismo que uno mismo quería decir? Otras discriminaciones se han pronunciado... entre los no instalados y los otros. Léonore: Sí, es cierto respecto de Nicolas. Un día y medio se le ha atacado por su cuaderno, hasta terminar regalándoselo a Marguerite. Y a partir de ese momento ya no ha existido, ya no ha hablado. Antoine (tras un silencio): Lo que se acaba de decir me inquieta un poco acerca de los grupos. ¿Debe el grupo rechazar a los anticonformistas, a los diferentes, a los que se apartan de la norma, como Nicolas? En este sentido, el grupo es racista. A Nicolas se le reemplazará en otro grupo. Nicolas: A este respecto me he referido a Brassens (en la pausa, sin duda). [12,11] Philippe: Eso me lleva a preguntarme... ¿no es necesario sacrificar su alteridad para entrar en un grupo? ¿Hacer el sacrificio de sus diferencias con los demás? ¿Hacer un don? Un poco, esto es lo que ha pasado aquí, creo. Roger: En el fondo, porque a Nicolas se le quiere, lamentamos que no. sepa escuchar a los otros. Nicolas: Efectivamente, más he sentido el amor que el rechazo. Al rechazo no lo he sentido. Más bien he hecho una experiencia. Me he dicho: «La ley del grupo no es la que tú quieres hacer; tendrás que conformarte». He aceptado la norma del grupo que yo desaprobaba. Por lo demás, el grupo sólo ha existido plenamente un solo momento: cuando me ha condenado, en el momento en que, para existir, debí pasar bajo las horcas caudinas del grupo. He aceptado el juego. Cuando me quitaron el cuaderno, me sublevé. Léonore: Te escondes detrás del símbolo del cuaderno; das a creer que aceptas la ley, pero en rigor no la has aceptado, puesto que ha habido que infligirte la castración de tu cuadernito...

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Nicolas: Me he prestado voluntariamente a ese juego. No he sido auténtico. No he dado mi imagen habitual; es una vieja imagen de mí... En otros tiempos yo era así, rebelde. Ahora soy más tratable. He querido ser auténtico volviendo a ser lo que era y que permanece en mí como un cimiento. Breve silencio. Marcel: Finalmente, has actuado para ser el único que quedara aparte al final del grupo. [12,12] Varios participantes vuelven a evaluar de manera agresiva y desacreditadora la experiencia del grupo, una experiencia torcida por su carácter artificial, por la desigualdad introducida por la presencia del monitor, por el estorbo que causa la de los observadores. Nuevamente se recusa la existencia misma del grupo: «Esto no fue un grupo, un verdadero grupo». Tales protestas, resurgentes, traen de vuelta la creencia de que deben de existir otros grupos en los que todas las diferencias se pueden abolir, si no aceptar, en los que las relaciones interpersonales se satisfagan en grupo tanto como en pareja y en los que dar y recibir no sean ya motivo de conflicto. Se evoca el falansterio. El proyecto, primeramente recordado por Léonore, de una reunión posterior sin el monitor es retomado por varios participantes. [12,13] Marguerite (tras un silencio, a Nicolas): ¿Qué ha sucedido entre nosotros? Nicolas: Sí..., respecto del cuaderno..., ocurrió fuera del grupo. Michel: Pero es grave que no haya pasado aquí. Nicolas: Yo quería hacerle un regalo a Marguerite; acepto hacerle un don a una mujer, pero no al grupo. Alguien: Ya ves que te has puesto aparte... separado. Te separas. Céline (muy rápido): ¡Entonces en este grupo no se acepta la relación interpersonal! ¡Conque sí! Philippe (tajante): El grupo no la ha aceptado porque ese tipo de relación no corresponde a las necesidades del grupo. Has hecho tu gesto de tal manera, que el grupo no podía sentirlo como una participación, como un don. Céline (indignada): ¡No comprendo! ¿Por qué no se acepta esa reiación? Roger: Se la rechaza porque equivale a una agresión directa contra el grupo. Breve silencio. Céline: ¡Ahora se pone al grupo al nivel del individuo! Nicolas: ¿Quizá tengo miedo de frenar el grupo...?

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Léonore: ¿Has especificado bien que el don era para Marguerite? Marguerite: Sí, pero en fin de cuentas era para el grupo a través de mí. [12,14] Didier: Nunca hemos discutido en este grupo acerca del caso de un miembro, excepto cuando era ejemplar de un problema más general, atinente al grupo en su conjunto. ¿Cuál es el problema aquí? Me parece que hay tres: ante todo, el problema del don; se ha reprochado a varios no dar... Los que no se han integrado al grupo según la norma habían dado, no obstante, algo... que no se ha aceptado; todos han quedado cons... Se les ha rechazado su don, mientras se les dice: tú no das nada. Se comprende que no tengan ganas de repetir, ya que lo dado no ha sido recibido. Y en seguida el cuaderno ése... Es un símbolo. Representa algo más que las meras ganas de tomar notas. Plantea a todos la pregunta: «¿Quién tiene aquí una agenda secreta?». Nicolas exhibe ostensiblemente su cuaderno, y eso le plantea un problema al grupo: ¡que cada cual saque su agenda secreta! Y por último está el asunto del sacrificio... Desde hace una o dos sesiones, Nicolas no ha dejado de decir: «Me sacrifico...». Pero haga lo que haga, así hable o escriba, a los otros miembros les disgusta. Entonces se propone en sacrificio, y entonces estamos en un círculo... El que se sacrifica se propone para ser sacrificado. Hace unos instantes se ha dicho que, para agregarse a un grupo, hay que hacer el sacrificio de la alteridad de uno. Se ha hecho simbólicamente el sacrificio de su alteridad en Nicolas. Es el mecanismo del chivo emisario; se ha elegido un individuo para sacrificarlo en lugar de todos... Alguien: Por suerte, estaba aquí... Silencio largo, meditativo, pesado. Léonore: No siempre hay necesidad de sacrificar a un individuo..., ¿no? Marcel: ¿Es que hay que ser tan pesimista? No tengo mayor conciencia de que haya habido un chivo emisario... Estábamos molestos. (Léonore aprueba.) Nicolas: ¡Oh, no era tan desagradable! (Risas.) Léonore: ¡Gracias por haberte asesinado! (Risas.) Michel: ¡Chivo mío! (Risas.) Léonore: Jesús en la cruz... La gloria de ser un chivo emisario... Nicolas: En la vida diaria soy más bien sádico. En los grupos reales desempeño más bien el papel de verdugo. Entonces... Roger: Entonces no se te dan las gracias.

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Nuevo silencio. [12,15] Didier: Una de las normas del grupo es que hay que dar de sí. Si no se hablara de sí, sino del oficio, o de otros grupos, o de este grupo, se estaría afuera. Con respecto a esta norma, que regía a una masa conformista, había varias minorías: los activistas, que han hipervalorizado la norma y han peleado por ella, como minoría actuante... Había una minoría pasiva, inerte, que no ha impugnado la norma, sino que se ha manifestado en contra de ella a través del freno... Y una tercera minoría, sacrificada- sacrificante a la norma, como Nicolas. [12,16] A esta intervención sucede un silencio. Varios participantes miran su reloj: son las 12 y 40. Céline y Michel desean que se efectúe una evaluación común, que a los observadores se los admita a la mesa. «Ahora que Nicolas se ha integrado»: Léonore apoya la proposición. Me siento perturbado por el pedido y no logro reparar en quién habla ni en quién decide «alargar» la sesión hasta las 13 y 15, «para responder a tres asuntos no resueltos». [12,17] Marc y yo nos encontramos, pues, ante la mesa del grupo, tras haber distribuido las hojas de evaluación y haberlas recogido. La evaluación del grado de satisfacción de cada cual se hace en voz alta: uno de los participantes saca, en lugar de nosotros, los totales y el término medio. No tenemos tiempo de conversar con el monitor antes de la sesión suplementaria. COMENTARIOS SOBRE LA DUODÉCIMA SESIÓN (RK) El dibujo muestra lo que los participantes no han podido decir, ni el monitor interpretar, ni los intercambios simbolizar. El dibujo sigue funcionando como la imagen especularía del grupo, que, para que cada cual construya en ella su identidad, aguarda la palabra del monitor. En lugar de esta palabra sobre la escena primitiva, la separación, el origen y la diferencia de sexos, viene la puesta en acto de una transgresión que somete la palabra a la fascinación de la unión, de la perennidad, del primado del falo materno. El saber propuesto a los participantes ya no incumbe a sus deseos, en el sentido de que se hallan cogidos en las identificaciones imaginarias, sino a sus defensas, que son las mismas de los intérpretes.

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a) La pareja está separada en el dibujo por el saber de la serpiente-monitor. Así se asegura la defensa contra la constitución de la pareja. El acceso al saber aparece prohibido en la representación, y al conocimiento se lo culpabiliza, y ello tanto con respecto a los participantes como con respecto al monitor y los observadores. El saber —objeto fantasmático y objeto de los fantasmas sobre el origen, sobre la diferencia de los sexos, sobre las relaciones sexuales— aparece presentado en la denegación: Adán y Eva están separados y son nuevecitos; no tienen progenitores, ni ombligo, ni cordón umbilical que los ate a la madre ([12,2]: «No es la ciudad de Léonore»). Es un saber desplazado sobre el objeto-grupo (el problema sobre las relaciones sexuales se convierte en: ¿Cómo funciona un grupo?) y sobre los observadores exteriores («Ellos son los que han venido a buscar un saber», se dice), constituidos en terceros veedores de la escena primitiva. Ese saber sobre el amor y las relaciones sexuales se encuentra, debido a ello, cargado de una dimensión mortífera: el saber sobre el amor es también el saber sobre la agresión y la muerte. Saber tal, si no estuviese prohibido, invalidaría la ideología según la cual todos se aman con un amor igual. Está, pues, vivo el temor de que el saber haga surgir las diferencias y la angustia ante éstas, sobre todo la angustia depresiva. Para los participantes se trata de triunfar sobre la muerte, que, incesantemente negada, reaparece («El grupo no existe», se dice en reiteradas oportunidades [12,5; 12,6; 12,12]), suscitando la defensa maníaca mediante la huida hacia otra parte, hacia un exterior, que asegure que el grupo no ha de morir. Una vez más se enuncia la ideología grupal; es lo que se dice Nicolas «La ley del grupo no es la que tú quieres hacer» [12,11]. Aceptar esa ley es renunciar a la posesión de un saber diferente; pero quien no se conforma a él, precisamente como Nicolas, se expone a la castración. b) Los dibujantes realizan una función resistencial al dibujar (antes que hablar de ellos) las relaciones y los deseos entre sí, con respecto al monitor y a los observadores, figurando los asuntos que conciernen al origen, a la posesión de las mujeres, a la rivalidad entre mujeres y entre hombres. Aunque lo reprimido regrese en esa forma de simbolización, el material conserva su función defensiva. El largo silencio que se instala al comenzar la sesión [12,2] es, sin duda, la expresión de la angustia de muerte,

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por culpabilidad y depresión. Lo que se dice luego muestra que se trata también de la idea de la muerte del grupo, que ninguna otra promesa parece hasta entonces poder aliviar. Así, el fantasma de inmortalidad solicitado desde la primera sesión por Léonore («No queríamos morir») será retomado y servirá de comienzo a la perpetuación considerada y luego actuada: continuar el grupo, que asociará a todos los participantes, al monitor y a los observadores en la décima tercera sesión, suplementaria. Me parece, por tanto, que la liberación personal ha sido parcial, ya que cada cual permanece fijado al grupo moribundo, al narcisismo grupal defensivo, en vez de aceptar la separación y vivir en seguida para sí y con los otros habituales [12,2], Esa fijación torna inaudibles y poco operantes las palabras del monitor [12,3], quien deja traslucir su preocupación de tranquilizar y no reanuda el trabajo de los participantes sobre la transferencia central negativa y sobre la transferencia grupal positiva. La imagen del grupo, representado como un cuadro para la posteridad (El síndico de los pañeros), es asimismo una imagen de muerte; es también una «escena». Ciertamente hay duelo del objetogrupo, pero sin trabajo real, ya que la defensa regresa igualmente, por evitación. Y la evitación-huida se acentúa en la alusión a la muerte individual, desplazamiento defensivo de la muerte actual del objeto-grupo a la que se ven enfrentados los participantes. Se puede formular la hipótesis de que el narcisismo grupal ha servido de refugio y escudo contra los golpes angustiantes infligidos al narcisismo individual; de ahí la repercusión de la muerte de uno sobre la muerte de otro [12,5], Los proyectos de futuras reuniones actúan en el mismo sentido de la evitación, pues alimentan la ilusión de la supervivencia. El fantasma organizador propuesto por el lídermujer queda, así, realizado y ya no se lo puede, por tanto, deslindar mediante la interpretación. Las protestas de cambio de algunos disfrazan, detrás de su aspecto maníaco defensivo, la angustia que continúa suscitando el mundo exterior y la necesidad de abandonar el grupo para regresar a aquél. El mundo exterior, todavía y siempre peligroso y mortífero, es reintroducido en el grupo por las proyecciones que se hacen sobre Nicolas de los reproches que los participantes (Léonore, Marcel, Rémi, Marguerite, Antoine y Roger) no pueden dirigirse a sí mismos: ponerse aparte, ser un doble del monitor, una pantalla y un sustituto de éste. La interpretación del monitor [12,8] atañe a las transferencias laterales y permite la expresión del deseo de castrar a Nicolas. Sin embargo, esa expresión, formulada por Léonore —portavoz del grupo—, apunta al monitor a

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través de sus sustitutos; en la medida en que no se la retoma en el análisis de las relaciones con el monitor, nuevos temas ideológicos se desarrollan o se renuevan [12,10; 12,11]: la necesidad del don, el sacrificio de las diferencias. Evidentemente, el problema no estriba en eso, aun cuando a través del discurso ideológico que se elabora se tematicen los motivos del conflicto defensivo y del fantasma. El regreso a una actitud de descrédito [12,12] para con el grupo muestra de qué manera las anteriores protestas de «buen» cambio eran defensivas contra las angustias de persecución. La denegación («ni un grupo, ni un verdadero grupo» [13,12]) se asocia a otras defensas ideológicas o utópicas, como por ejemplo la evocación de otros grupos igualitarios. El fantasma del líder organiza nuevamente el proyecto repetitivo de continuar; Nicolas, por sí mismo y con el acuerdo notable de la mayoría de los participantes —excepto de Céline, que una vez más se subleva contra la tiranía del narcisismo grupal—, figura como sustituto del monitor al que hay que excluir de la continuación. La ilusión grupal se establece con la condición que lg vuelve posible y duradera: la transgresión de la regla por los mismos que dicen ser, gracias a ella, los portadores de la experiencia simbólica. La transgresión final, constituida por la aceptación de una décima tercera sesión, significa el mantenimiento del equipo intérprete en la ilusión grupal, así como el acuerdo implícito dado por ella a la institución del grupo bajo el juramento de fidelidad del fantasma al líder. c) Podemos, pues, interrogarnos sobre el sentido de la evocación de la satisfacción de los participantes [12,5; 12,6; 12,9]: se ha mantenido y alimentado la ilusión, y la transgresión se ha realizado de diversas maneras, tanto por el monitor como por los observadores, debido a la abstención pasiva del primero y al hecho de que los segundos se sumen al grupo de la mesa. Pero a lo largo de todo el tiempo de la temporada no han dejado los participantes de transgredir la regla, por resistencia; en la medida en que a esa transgresión, adosada a la función del liderazgo, no se la interpreta, se la siente como si recibiera el acuerdo del monitor. Este «padre cruel, todopoderoso», obstaculiza el acceso a lo simbólico porque no hace funcionar la ley. La satisfacción experimentada, no sin culpabilidad, es la del funcionamiento del proceso primario y de las tendencias defensivas; éstas motivan en varias ocasiones, y desde la sexta sesión, los llamados dirigidos al monitor-

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padre ausente. Paralelamente, el narcisismo grupal establecido por la ideología queda parcialmente satisfecho, tal y como el narcisismo individual al que el primero protege y garantiza. En rigor, la satisfacción parece provenir de no haber sido cambiado, reducido, castrado, como Nicolas. Además, y en relación con esto, Léonore ha conservado su función resistencial e imaginaria de madre todopoderosa, que protege al grupo y a cada cual contra el monitor y contra la muerte. Solicitada como representante de la resistencia de cada cual, para huir del aquí-ahora, Léonore es, desde la primera sesión, la imagen materna de la que se asegura que ha quedado satisfecha por la ronda de toda la mesa. El nudo se ha cerrado, del mismo modo como la tentativa de transgresión de la primera sesión (elegir observadores dentro del grupo) se realiza al final de la duodécima. Al concluir ésta, oficialmente prevista, todo ocurre en el trastrueque de las relaciones, en la ilusión: el monitor y los observadores son los «sujetos» pasivos y obedientes de esa alteración de los roles, en la que triunfan la ley de Léonore y el deseo de los participantes. La doble transgresión da el finiquito a todas las «actuaciones» que se han afirmado en el curso de la temporada; finalmente, da el poder a la madre omnipotente, temible y temida. La decisión de proponer tanto una introducción de los observadores en el grupo cuanto una sesión suplementaria se adopta con el pretexto racionalizante de responder a «tres asuntos no resueltos». Ahora aparece con mayor claridad que esa decisión es una respuesta a la demanda de Léonore y su grupo. La fascinación que a lo largo de toda la temporada ha mantenido la ilusión grupal y la posición ideológica no deja de ejercerse, tornando vana toda interpretación ulterior. COMENTARIOS DE DA a) He encontrado —la encuentro aún— a esta sesión más auténtica que la precedente: la angustia de la muerte del grupo, la angustia de la separación en cada cual y el miedo de volver a caer en la realidad después de haber como despertado de un sueño son intensamente vividos, pero muy tardíamente expresados y no se los puede, por tanto, preelaborar de manera suficiente. b) La temporada, que no llega a cerrarse, me ha apasionado, me ha sorprendido, despistado, solicitado, cuestionado. He guar-

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dado un recuerdo muy vivo de ella (en el que se reconoce el efecto Zeigarnik, que hace que se memoricen mejor los problemas en los que uno se ha interesado, pero respecto de los cuales uno se ha interrumpido antes de haberlos resuelto); he vuelto a hablar de ella con René Kaës (no así con Marc, a quien no he vuelto a ver); la he citado en varios artículos, pues me ha proporcionado la intuición primera de lo que hube de denominar, ese mismo año de 1965, analogía del grupo y el sueño, y luego, en 1971, ilusión grupal. René Kaës, por su parte, encontró en ella el presentimiento de lo que posteriormente enunció a propósito del mito y la ideología como formaciones de compromiso específicamente grupales y hasta de lo que, más cerca de nosotros, ha teorizado con los términos de aparato psíquico grupal. Tal es la razón por la que la elección de esta temporada se impuso a nosotros, no obstante las torpezas, las incertidumbres y los errores de mi parte desplegados al respecto, cuando Kaës y yo mismo consideramos necesario completar nuestros escritos teóricos sobre el grupo con la publicación de una observación clínica completa y sistemáticamente comentada. No he alterado en absoluto el texto de mis intervenciones, cualesquiera que hayan podido ser mi molestia o mi malestar al releer literalmente algunas de ellas. Me he sentido recompensado por el sabor de vida y verdad que emana del protocolo, redactado por René Kaës a partir de sus notas y las mías; sí, un grupo es esto. O por lo menos suele serlo. Y es legítimo que me exponga al publicar lo que he dicho, como se expusieron los participantes, como se expusieron los observadores que me acompañaron. c) Después de diez años nos resulta fácil reconocer en esta duodécima sesión lo que René Kaës ya ha mostrado en su comentario: la ilusión grupal, la defensa ideológica, la escisión de la transferencia negativa concentrada en el monitor o en Nicolas, su sustituto, y la de la transferencia positiva concentrada en el objetogrupo, así como al fantasma individual de Léonore convirtiéndose nuevamente en el organizador psíquico inconsciente del grupo, como ya lo había sido en oportunidad de las primeras sesiones. Yo podría recordar, a propósito de la dinámica de este grupo que no quiere morir, lo que en el capítulo titulado «La fantasmatique de la formation psychanalytique», del libro Fantasme et formation (1973), he denominado «ilusión formativa»: deseo de omnipotencia narcisista, rechazo del saber en la medida en que introduce diferencias, deseo de eternidad. Pero repito que la ilusión,

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grupal o formativa (y en este grupo fueron ambas), no es de deplorar, denigrar o combatir. Quiéraselo o no se lo quiera, es. No se puede hacer grupo, como se dice, o emprender una formación sin encontrarla. Hacerse esclavo de ella es una cosa: extraer de ella un nuevo nacimiento, otra. d) ¿Cuáles son los resultados de esta temporada, al menos los conocidos? La mayoría de los participantes continuaron el grupo entre ellos durante un lapso bastante prolongado, cuyo término ignoramos Kaës y yo. Ello responde al proyecto explícito de la Asociación Regional de Psicología, organizadora de esta temporada, o por lo menos de algunos de sus miembros que participaron en ésta: hacer más activa, más viva a la Asociación. Yo ya había observado un efecto análogo en Estrasburgo. Como allí era docente, no podía animar, a pesar del deseo de ellos, un grupo de diagnóstico para los psicólogos locales, algunos de los cuales eran colaboradores míos. Hice que se llevara por un año, como profesora asociada, a la lamentada Lily Herbert, quien tradujo entonces el libro de Bion acerca de los grupos y reunió en grupo a los mencionados psicólogos, a razón de una velada por semana y durante un año lectivo. La mayoría de los participantes continuaron reuniéndose con posteridad a su partida, y la Asociación de Psicólogos del Este halló en ellos un equipo dirigente dinámico. En cierto sentido, me alegro del paralelismo de los resultados: los métodos de formación psicológica por el grupo han podido beneficiar, en dos regiones de Francia, a los propios psicólogos para una mejor solidaridad y una defensa profesional más activa. El equipo intérprete de la presente temporada conoció, por lo demás, un destino simétrico del de los participantes. De tres de ellos, dos anudaron un nuevo tipo de relaciones humanas y científicas. En efecto, a partir de aquella temporada comenzamos René Kaës y yo a encontrarnos de una manera que iba a hacerse cada vez más regular a fin de colaborar en la realización de otras temporadas, en el análisis de nuestra intertransferencia, en una reflexión teórica y técnica rigurosa y, por fin, en publicaciones. Desde este punto de vista, la transferencia especularía que corre a través de esta temporada se continuó en sus prolongaciones y efectos retroactivos. Volvamos a la duodécima sesión. Suelda definitivamente el fantasma inconsciente de Léonore de ser la madre fálica-narcisista de un grupo con el proyecto consciente de los representantes de la

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Asociación Regional de Psicología de tener una vida de grupo más unida y activa. Así nos proporciona la ocasión, bastante rara, de asistir al paso de un grupo artificial u ocasional a un grupo natural o real. Y, por lo tanto, de verificar que las hipótesis extraídas de la observación de los pequeños grupos efímeros de formación son trasladables a los pequeños grupos sociales duraderos. e) ¿Por qué acepté la décima tercera sesión, supernumeraria? Para no hurtar el bulto: a lo hecho, pecho. Yo era en parte consciente de las insuficiencias en mi conducción del grupo y completamente consciente del estancamiento de éste desde la reiniciación de esa mañana, en la undécima sesión. El dibujo del barco en el encerado, el día anterior, había marcado en rigor el fin de su dinámica evolutiva, fin que el dibujo del Edén, esa mañana, había repetido y confirmado a pesar del forcing que intenté, in fine, con mis incontables intervenciones, acaso demasiado calculadas. Por lo tanto, si los participantes aún podían comprender algo de lo que faltaba decir, ya que lo solicitaban, y puesto que yo había dejado pasar la hora del fin de la temporada, consentí en una prolongación que limité expresamente a media hora y tres asuntos. Posteriormente, una vez que mis compañeros de equipo y yo mismo llegamos a estar más seguros de las reglas que hay que observar y de las interpretaciones que hay que dar, ya no volvimos a conocer dificultades para concluir una temporada a la hora prevista. En 1965 todavía éramos los herederos de una práctica: la de la jornada de rememoración, que se había realizado más o menos un mes después de un seminario o de una temporada, práctica bastante sistemática en oportunidad de los comienzos del grupo de diagnóstico en Francia y a la que había renunciado progresivamente en razón de su perfecta inutilidad. Algunos participantes estaban por cierto al corriente de aquella práctica, y mi aceptación de una décima tercera sesión fue un compromiso entre la adición de una sesión rememorativa y el respeto puro y simple del término fijado. ¿Por qué haber admitido a los observadores a la mesa del grupo? No siempre tengo doctrina formada a este respecto, y bien podría formular al revés la pregunta: ¿por qué no admitirlos? Varias veces he comprobado que, si la angustia persecutiva de los participantes respecto de los observadores —y respecto, también, de los demás miembros, en la medida en que también éstos los

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observan—, está suficientemente superada, la integración de los observadores al grupo en ocasión de la última sesión se efectúa con toda naturalidad. ¿Tal vez la no analizada intertransferencia entre ellos y yo me hizo desear violentamente ponerlos a su vez a la prueba —a la que yo me había largamente sometido— de tener que exponerse a hablarle al grupo?

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IDÉCIMA TERCERA SESIÓN (SUPLEMENTARIA) Domingo, de 12 y 45 a 13 y 15.

[13,1] El monitor indica que la sesión terminará a las 13 y 15, pase lo que pasare con la discusión. Se interroga a los dos observadores acerca de la manera en que han vivido personalmente estos tres días. Léonore, Michel, Antoine, Roger y Marguerite formulan las preguntas que expresan el temor de que los observadores hayan desempeñado el papel de jueces o de espías en detrimento de los participantes contándole al monitor lo que pensaban de éstos. Las preguntas recaen también sobre las emociones que han podido vivir, mudos, los observadores, sin posibilidad de verbalizar sus reacciones: ¿era difícil? ¿Soportable? ¿Interesante? ¿Fastidioso? Los observadores responden de un modo harto evasivo. Siento muy desagradable esta situación. [13,2] Un segundo problema, no resuelto, es el de saber cómo lo que el grupo ha hecho y ha sido se puede comparar con los otros grupos cuya experiencia posee el monitor. El monitor responde que este grupo de ahora ha madurado, como todo grupo, por su determinismo interno y que este determinismo consistía en tratar de conocer a los otros y ofrecerse a ser conocido en su verdad. El grupo ha tratado los inevitables conflictos nacidos en su seno en términos de relaciones interindividuales, y no, por ejemplo, en términos de filosofía política. [13,3] La tercera pregunta que formulan los participantes es ésta: al interesarse unos en otros, ¿no han aprendido nada sobre el grupo y los fenómenos de grupo? El monitor propone una interpretación de lo imaginario del grupo que el dibujo ha expresado en la metáfora del Paraíso terrenal perdido. Para los participantes

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del grupo, únicamente el monitor podía tener el conocimiento de lo que está bien y de lo que está mal; este conocimiento parece vedado a los vulgares miembros ordinarios. El hombre y la mujer están desnudos bajo el árbol del conocimiento, es decir, son ignorantes y carecen de los instrumentos del conocimiento. A la mujer se la ha dibujado sin brazos, no, como se ha dicho, para evitar tener que resistirse a las empresas galantes del varón, sino porque sin manos no puede coger la manzana del saber culpable y ofrecerla al hombre. Los participantes oyen decir al monitor que en la dinámica de los grupos no hay —no más que en otras partes— ningún saber culpable o reservado, que únicamente el grupo en su totalidad puede conocerse, gracias a la comunidad de las evaluaciones de cada cual sobre lo que siente y obtiene del grupo, y que el conocimiento del grupo por él mismo se efectúa de acuerdo con un criterio laico que en nada contradice a la fe propia de cada cual. El monitor no es una serpiente ni tiene la estatura de un dios. La sesión y la temporada terminan a las 13 y 15. [13,4] Permanecemos los tres en la sala, aliviados, cansados e inquisitivos. ¿Se ha comprendido la última intervención del monitor? Nos preguntamos si esta sesión suplementaria era realmente útil. ¿Realmente era necesario que nos integrásemos al círculo del grupo? Sí. El comentario sobre el mito bíblico era bienvenido, esclareeedor, útil, desculpabilizante... No, sin embargo, porque hemos sido cómplices de la transgresión, y debido a ello no se ha podido elaborar o interpretar varios asuntos fundamentales: la transferencia sobre el monitor, la relación con el grupo y con los observadores. El símbolo de Adán y Eva, interpretado como la renuncia de cada participante al grupo-Paraíso y su renacimiento al mundo exterior (cada cual se apresta a regresar al mundo y a su medio, sin dejar de ser hijo o hija del grupo), no ha sido explorado en cuanto a la figuración de los fantasmas originarios que soporta. El monitor tendrá su ilusión retroactivamente, y los participantes continuarán obrando durante algún tiempo el fantasma del líder. [13,5] En efecto, los participantes se reunieron en varias oportunidades, con la ausencia del monitor y los observadores y a lo largo de varios meses. No tuve información acerca de lo que ocurrió en esas reuniones. Algunas semanas después de la temporada el monitor recibió, envuelto, un cartón en el que se había dibujado un barco barrigón que llevaba un mástil en cuyo extremo ondeaba la bandera con un corazón estampado. El dibujo iba suscrito por

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«El grupo». Por la misma época recibí una tarjeta postal, firmada «El grupo», con el dibujo de una bandera blanca con un corazón rojo. En el dorso, la tarjeta representaba la siguiente escena: un campesino, horquilla en mano, sorprende detrás de un seto a un hombre y una mujer medio desnudos. Una leyenda dice: «¡Eh, ricurita, no tenía que alterarse por mí! No hago más que mirar...». COMENTARIOS SOBRE LA DÉCIMA TERCERA SESIÓN (RK) Habida cuenta de sus antecedentes, esta sesión sólo puede estar en la ilusión (y la tentativa de disiparla al participar en ello lo prueba) y en la regresión (lo atestigua el proyecto de ser «constructivo»). a) Los participantes realizan el trastrueque de los roles en la transgresión, a la que los observadores dan su acuerdo activo diciendo su vivencia, reintegrando el grupo, identificándose con los participantes: «Somos como vosotros; hemos sufrido». Resulta notable que sean los principales líderes quienes formulen las preguntas [13,1]. Así se disipa el temor y hay tranquilidad, y a lo imaginario buscado, provocado, ahora se lo niega. Hay en ello un regreso agresivo a las prácticas y a las normas psicosociológicas: ya no se trata de desembarazarse de la idelogía y el mito, sino de mantenerlos conservando al grupo. La incomodidad de los observadores tiene que ver con el hecho de que el fantasma contra el cual han podido defenderse durante toda la temporada se realiza sin que ellos lo sepan y con su participación. También el monitor da prueba de sumisión. Da una explicación en lugar de lo que ya no es posible: interpretar. Una explicación abstracta y general de la dinámica grupal a partir de conceptos psicosociológicos (relaciones interpersonales opuestas a la filosofía política) o de psicología filosófica (conocer a los demás, ser conocido en su verdad). Los «inevitables conflictos» no se relacionan con la transferencia y las resistencias, ni con los fantasmas relativos al monitor, al grupo y a la formación. La demanda de los participantes a propósito de «compararse con los otros grupos cuya experiencia posee el monitor» [13,2] no es interrogada por lo que expresa de pedido de amor y preferencia, pero también de actitud infantil ante la omnipotencia parental. La respuesta a este segundo «asunto no resuelto» obstruye todo análisis del re-

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greso de lo reprimido en esa demanda. Además, dirigiéndose al profesor y al conferenciante antes que al intérprete, los participantes reciben del primero la respuesta que les protege contra su persistente dependencia y que solicita el narcisismo de los docentes que vuelven a ser el monitor y los observadores. Los participantes aprenden de él, en efecto, a comprender retroactivamente, pero sin captar lo que de ello les ha concernido en la transferencia, la significación del mito [13,3]. Lo que le falta a esta lección se mantiene en el desconocimiento de lo vivido: los actores y los promotores del mito se hallan eximidos de estar en el origen de éste. Todo sucede como si nos atuviésemos a lo manifiesto del relato, no obstante una interesantísima tentativa de interpretar hasta el fin la omnipotencia, el temor persecutivo, la defensa ideológico-mítica, la resistencia contra la formación: no querer saber nada de su inconsciente, de los papeles que se desempeñan, de sus proyecciones, de su agresividad; negar todo ello con la ideología de la igualdad y la nivelación, resistirse a asumir las diferencias sexuales, protegerse con ello de los deseos incestuosos, culpabilizados frente al monitor. Las últimas intervenciones retoman el discurso psicosociológico y se unen a la ideología del grupo: «...únicamente el grupo en su totalidad...»: ciertamente es «el grupo» quien posee el poder y quien puede evaluar, no el equipo intérprete y especialmente el monitor. Decir que el conocimiento del grupo se efectúa de acuerdo con un criterio laico que no contradice en nada a la fe propia de cada cual es a la vez justo y abstracto; lo que aquí se ahorra es una temible transformación de los participantes, que han logrado ¡hacer creer que eran frágiles, que estaban expuestos a angustias persecutivás reales y que de ese modo mantienen al monitor en la omnipotencia: se trata, luego, de asegurarse gracias a la trivialización de la experiencia que se consuma y gracias, también, a la negación de la omnipotencia (ni Dios) y de la maldad (ni el Diablo) del monitor. Quedamos inquisitivos, cansados y aliviados después de esta sesión [13,4] en la semiceguera de quienes tienen la sensación aguda y difusa de haber sido vividos por otros antes que de haber podido estar presentes en lo que pasaba. Los participantes dan una respuesta a nuestras preguntas: —El grupo continúa, con lo que realiza el fantasma que los participantes han acreditado en Léonore. La ilusión grupal se mantiene. —La transgresión continúa: la tarjeta postal indica que el grupo dibujado es, por cierto, el de los participantes, grupo que se ofre-

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ce en espectáculo al equipo monitor-observadores. La escena de la pareja y el campesino es una interpretación provocadora y especularía. El campesino es el monitor amenazante, diabólico (la horquilla), propietario, veedor, irrisorio. Se le ha dado a ver cómo cada cual acudía a ver, y ahora se revé. El monitor y los observadores están constituidos como solicitantes perversos de ese espectáculo, «no haciendo otra cosa que mirar», dando la seguridad de que no molestarán [13,5]. Varios meses después de esta temporada, el monitor retomaba la interpretación de uno de los fantasmas organizadores de las relaciones dentro del grupo: sacaba a luz que los dibujos del barco y la isla expresaban el fantasma que desde un comienzo obstaculizaba la progresión del grupo. Recordaba que este grupo de formación, compuesto por psicólogos, psiquiatras y educadores, era un grupo al que se había llegado para aprender la psicología de los grupos y para perfeccionarse en la comprensión psicológica de los demás. Con todo, la comprensión de los demás se ha visto obstruida por la declaración de amor mutuo simbolizada por la bandera, y por lo demás el grupo se ha negado obstinadamente a analizarse a sí mismo. El concepto de ilusión grupal había sido forjado y confirmado por otras experiencias (cf. Didier Anzieu, 1971). A propósito de los dibujos señalaré esto: los dibujos expresaron, sobre todo, lo que no había podido ser comprendido por el monitor y los observadores, aquello a lo que éstos se resistían. A falta de haber captado e interpretado el discurso latente —el fantasma de «conocerse» y el deseo de arrebatarle la madre al padre, así como el temor de ser cogido por ella—, el deseo y la defensa se expresan en el contenido y en la forma misma de los dibujos, a su vez defensivos e infantiles con respecto a la verbalización: dan a ver antes que a saber. Que el grupo se niegue a analizarse no es asombroso: es el caso de todo grupo, y es lo que ¡habrá de mantenerse mientras el análisis intertransferencial no esclarezca la resistencia intertransferencial de los intérpretes a desempeñar su papel y se mantengan en la fascinación del proceso primario y de lo imaginario. Por eso lo que el monitor dice de Citeres para los participantes se aplica también, en el presente caso, a los intérpretes. «Citeres —escribe Anzieu (1966)— es el sueño de las relaciones humanas exclusivamente libidinales. Pero Citeres se ha transformado bruscamente en Paraíso, donde Adán y Eva, avergonzados de su desnudez, se mantienen bajo el árbol del conocimiento del bien y el mal: conocen que el amor deseado está prohibido, y

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se han separado. El fantasma que fundaba la resistencia dentro del grupo era ése: conocerse los unos a los otros, conocer los fenómenos del grupo, es gustar los frutos del árbol del conocimiento del bien y el mal, es conocer el secreto del nacimiento, el misterio de la procreación, y es, tratándose del niño, asistir a la escena primitiva, es decir, el acto por el que sus padres lo han concebido. El sentimiento de culpabilidad era allí tan robusto, que tornó inaceptable la curiosidad de saber. Los participantes vivieron como secreto inaccesible, como misterio prohibido, el conocimiento psicológico en cuya busca habían acudido.» COMENTARIO DE DA Nada tengo que añadir, ni a las observaciones de René Kaës, ni a los pasajes relativos al grupo citados por él de un artículo que escribí algunos meses después de aquella temporada, ni a mis comentarios de conjunto sobre ésta, que he mezclado con los de la duodécima sesión. El lector posee todas las piezas. Toca a él, ahora que su curiosidad lo ha llevado hasta el fin de nuestra crónica, ejercer su inteligencia clínica sobre el texto, comprender sus propias reacciones afectivas al grupo, al monitor y a los observadores, y dar prueba de espíritu crítico tanto para con nosotros como para consigo mismo.

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ANEXOS I

Nota sobre el grupo de diagnóstico dirigida a los participantes Fines Os proponemos realizar la experiencia de un grupo privilegiado en el que podréis sensibilizaros a los fenómenos de grupo y conduciros, por una parte, a hacer su diagnóstico (de ahí la expresión «grupo de diagnóstico») y, por la otra, a descubrir medios apropiados para resolver algunos de los problemas que se le plantean a todo grupo. Son, pues, objetivos de formación. Para llegar a ello, vosotros mismos vais a formar un grupo que será íntegramente libre de hacer lo que le plazca. Si este grupo tropieza con dificultades, buscará por sí solo los medios gracias a los cuales pueda lograr que sea un grupo eficaz en su funcionamiento y satisfactorio para sus miembros. Cada cual podrá extraer de allí enseñanzas eventualmente trasladables a los grupos reales en los que participa. En este sentido, el grupo de diagnóstico es un grupo de autoformación. Vuestro objetivo consistirá: 1.° En hacer funcionar el grupo de la manera más satisfactoria para todos; 2° En lograr que el grupo proceda a su propia evaluación.

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La situación Los participantes están deseosos de sensibilizarse a los fenómenos de grupo. Se sientan alrededor de una mesa. Tienen la absoluta libertad de proceder como les parezca para alcanzar el fin propuesto dentro de las reglas que se enuncian más adelante. Discuten libremente en grupo durante las sesiones. Experimentan por sí mismos cómo nace un grupo, cómo se desarrolla, se organiza, trabaja, fija sus procedimientos, distribuye funciones entre sus miembros, verifica sus resultados, controla el grado de satisfacción de cada cual, resuelve las tensiones o sus conflictos internos, analiza su evolución o evalúa en caliente lo que ocurre. -- Para cada sesión, el grupo elige dentro de él mismo un secretario de sesión, encargado del informe, y un observador del funcionamiento del grupo, que comunica sus observaciones antes de finalizar la sesión. El grupo de diagnóstico se inventó hacia 1947, en Bethel, Estados Unidos de América. La forma en que lo vais a vivir es una adaptación francesa ajustada por la ANDS H A.

El monitor El monitor forma parte del grupo, pero es el único miembro de éste que tiene un papel definido por anticipado. Conserva siempre presentes los fines de formación y autoformación del grupo y se preocupa por su realización. Debido justamente a esos fines, no puede ser directivo, es decir, no puede impartir directivas; tampoco podría proponer un programa o un orden del día. Facilita la experiencia que vive el grupo con sus intervenciones. -Participa en las evaluaciones del grupo relativas a los fenómenos de grupo, las dificultades encontradas, la evolución del grupo. Sólo interviene cuando lo juzga útil para la progresión del grupo; es posible que intervenga poco. No puede hablar de la temporada con los participantes fuera de las sesiones. El observador oficial permanece fuera de la vida del grupo, en la que no puede participar. Su papel consiste en ayudar al monitor en la comprensión del grupo.

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Las reglas Tuteo: Es preferible que los participantes se llamen entre sí por su nombre de pila y se tuteen. Restitución: Los participantes informan al grupo lo que se ha dicho entre participantes con respecto al grupo durante el intervalo de las sesiones. Lugar: El grupo no puede ocupar otra habitación que la suya propia. Horario: Las sesiones comienzan y terminan estrictamente a la hora señalada. Objeto: El grupo no puede realizar otras actividades que las que implican intercambios verbales. Recomendaciones Asiduidad: Para beneficiarse con la formación dada, los participantes tienen interés en asistir a todas las sesiones y permanecer hasta el fin, pase lo que pasare. Discreción: Los participantes se mantienen en la mayor discreción fuera de la temporada sobre los asuntos mencionados por cada cual en el curso de las sesiones. Terminación Cada sesión termina con un breve cuestionario escrito cuyos resultados se comunicarán al final y que permite establecer una especie de «hoja de temperatura» del grado de satisfacción de los participantes.

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II Cuadro de las notas individuales de evaluación

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