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Spanish; Castilian Pages 250 [257] Year 2016
Fernando de Montesinos AUTO DE LA FE, CELEBRADO EN LIMA A 23 DE ENERO DE 1639
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T IEMPO EMULADO H ISTORIA DE A MÉRICA Y E SPAÑA 54 La cita de Cervantes que convierte a la historia en «madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir», cita que Borges reproduce para ejemplificar la reescritura polémica de su «Pierre Menard, autor del Quijote», nos sirve para dar nombre a esta colección de estudios históricos de uno y otro lado del Atlántico, en la seguridad de que son complementarias, que se precisan, se estimulan y se explican mutuamente las historias paralelas de América y España. Consejo editorial de la colección: Walther L. Bernecker (Universität Erlangen-Nürnberg) Arndt Brendecke (Ludwig-Maximilians-Universität München) Jorge Cañizares Esguerra (The University of Texas at Austin) Jaime Contreras (Universidad de Alcalá de Henares) Pedro Guibovich Pérez (Pontificia Universidad Católica del Perú) Elena Hernández Sandoica (Universidad Complutense de Madrid) Clara E. Lida (El Colegio de México) Rosa María Martínez de Codes (Universidad Complutense de Madrid) Pedro Pérez Herrero (Universidad de Alcalá de Henares) Jean Piel (Université Paris VII) Barbara Potthast (Universität zu Köln) Hilda Sabato (Universidad de Buenos Aires)
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Fernando de Montesinos
AUTO DE LA FE,
LIMA A 23 DE ENERO DE 1639 CELEBRADO EN
Edición crítica de Marta Ortiz Canseco Coordinación de Esperanza López Parada
Iberoamericana - Vervuert - 2016
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Proyecto I+D+i de Ministerio de Economía y Competitividad: “Intertextualidad y Crónica de Indias: variedad discursiva de la escritura virreinal americana” (FFI2012-37235FILO) Proyecto de I+D de Excelencia del Ministerio de Economía y Competitividad: “En los bordes del archivo, I: escrituras periféricas en los virreinatos de Indias” (FFI2015-63878-C2-1-P).
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Í NDICE
NOTA PRELIMINAR .......................................................................................
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Algunos apuntes sobre el Auto de la fe, celebrado en Lima a 23 de enero de 1639, de Fernando de Montesinos MARTA ORTIZ CANSECO .............................................................................
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Auto de la fe, celebrado en Lima a 23 de enero de 1639 de Fernando de Montesinos.....................................................................
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APROXIMACIONES AL TEXTO. MONTESINOS Y EL AUTO DE LA FE Del auto de fe como espectáculo, del archivo como represión ESPERANZA LÓPEZ PARADA .........................................................................
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La cultura libresca de un converso PEDRO M. GUIBOVICH PÉREZ......................................................................
137
Cristianos nuevos y nuevos miedos en el Perú del siglo XVII IRENE SILVERBLATT ......................................................................................
169
El proceso de Gerónimo de Covarrubias Portatui. Una autodefensa pertinaz y poco común en el Santo Oficio novohispano (siglo XVIII) MARÍA ÁGUEDA MÉNDEZ ............................................................................
199
EDICIONES DEL AUTO DE LA FE DE FERNANDO MONTESINOS .....................
229
BIBLIOGRAFÍA ...............................................................................................
233
ÍNDICE ONOMÁSTICO ....................................................................................
247
PARTICIPARON EN ESTA EDICIÓN..................................................................
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PRELIMINAR
La presente edición de la relación del Auto de la fe celebrado en Lima a 23 de enero de 1639, que redactó el licenciado Fernando de Montesinos para dar cuenta de uno de los procesos más cruentos que llevara a cabo el Tribunal de la Inquisición en el virreinato del Perú, se realizó como parte del Proyecto I+D+i «Intertextualidad y Crónica de Indias: variedad discursiva de la escritura virreinal americana» (referenciado como FFI2012-37235FILO) y ahora se beneficia de la continuidad del mismo dentro del Programa de I+D de Excelencia del Ministerio de Economía y Competitividad, con título «En los bordes del archivo, I: escrituras periféricas en los virreinatos de Indias» y referencia FFI2015-63878-C2-1-P. Además de la edición, anotación, estudio e introducción al auto que ha realizado la profesora Marta Ortiz Canseco (Universidad Internacional de La Rioja), para completar la información en torno a las condiciones, contexto y autor del mismo, se decidió incorporar en el volumen una serie de artículos que firman especialistas en la cuestión. Así, se han intentado explicar aspectos del proceso inquisitorial y de la situación del criptojudaísmo en el Nuevo Mundo, como hace la contribución de Irene Silverblatt (Duke University). O bien, aclarar la personalidad y biografía de alguno de los implicados y condenados en el Auto: por ejemplo, en el caso del comerciante Manuel Bautista Pérez (o Baptista Peres, según las fuentes), cuya trayectoria y relevancia estudia Pedro M. Guibovich Pérez (Universidad de San Marcos). Del redactor del texto, Fernando de Montesinos, pero sobre todo de la dinámica alegórica y escritural que desencadenaban este tipo de actuaciones del Santo Tribunal en el virreinato del Perú, se encargó Esperanza López Parada (Universidad Complutense de Madrid). Con el análisis de la actuación de la Inquisición novohispana de María
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FERNANDO
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Águeda Méndez (El Colegio de México) y de un incidente especialmente conflictivo dentro de aquella, se ha querido entablar un punto de comparación respecto a situaciones y acontecimientos similares en otros virreinatos. En el curso de la preparación y coordinación de estas contribuciones —algunas escritas para la edición presente, otras revisiones de artículos previos sobre el tema—, pedimos participación al estudioso y especialista en el «Libro II» de las Memorias antiguas historiales y políticas del Perú, la obra más importante y misteriosa de Montesinos, el profesor Jan Szeminski. Circunstancias personales no le permitieron colaborar, sin embargo, como era nuestro deseo. Por último, queremos dedicar este trabajo a los penitenciados en Lima aquel 23 de enero de 1639 y en particular a las «diferentes naturalezas» de Simón Ossorio, a doña Mayor de Luna, dama de ingenio y de menos de cuarenta años, a Manuel Bautista Pérez, dueño de una prodigiosa biblioteca, y al cirujano Francisco Maldonado de Silva, que en la cárcel quiso trocar su nombre por el de Heli Nazareo.
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Al gunos apuntes sobre el A UTO DE LA FE , CELEBRADO EN L IMA A 23 DE ENERO DE 1639, de Fernando de Montesinos Marta Ortiz Canseco Universidad Internacional de La Rioja
Ant e c e de nt e s : j udeo co n v e rs o s e n e l v i rre i nato de l Pe rú Tal y como ha señalado el crítico Henry Kamen en numerosas ocasiones, la razón de ser de todos los tribunales represores creados en Europa desde la Edad Media fue la de «la colaboración entre la Iglesia y el Estado para controlar las ideas sociales subversivas». En este sentido, el problema principal no era el religioso, sino que se trataba sobre todo de «un problema sociopolítico en el cual la Iglesia jugaba un papel crucial»,1 como lo demuestra la creación del Tribunal de la Inquisición en Castilla a raíz de las revueltas civiles contra los judíos en varias ciudades de la península desde 1391. Podríamos entonces tomar como punto de partida para un estudio sobre la Inquisición el hecho de que la Iglesia colaborara en estrecha relación con el Estado para garantizarle un medio de control social, a cambio, obviamente, de ciertas parcelas de poder. De hecho, «la Inquisición solo tuvo arraigo en aquellos lugares en los que el papado tenía una cooperación estrecha con el poder secular».2 Esta colaboración entre Iglesia y Estado puede trasladarse muy fácilmente a las colonias españolas de América, donde la Inquisición
1. Kamen 1992: 15. 2. Ibíd.: 13.
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tuvo un papel crucial en el control social sobre la población. Los tribunales de Lima y México se crean a partir de las cédulas reales del 25 de enero de 1569 y del 7 de febrero de 1570, respectivamente. Años más tarde, debido a las dificultades que suponía abarcar el inmenso territorio americano mediante solo dos tribunales, se implantará el de Cartagena de Indias, en 1610. En sus primeros treinta años, la Inquisición americana se centró principalmente en reprimir y castigar delitos relacionados con proposiciones heréticas, bigamia o blasfemias. Sin embargo, el aumento de la inmigración portuguesa a las Indias, motivado por la unión de las Coronas de Castilla y Portugal en el año 1580, tuvo como consecuencia el crecimiento descontrolado de comunidades conversas o criptojudías en las colonias americanas. Como explica Escobar Quevedo, tras la expulsión de los judíos de España en 1492, el rey portugués Juan II aceptó acoger a un número importante de ellos a cambio de una compensación financiera. En 1536 se crea la Inquisición portuguesa, pero durante los cuarenta años previos «la existencia relativamente tranquila de la comunidad conversa consolida de manera determinante su condición social y económica, y permite el arraigo del criptojudaísmo. El dinamismo de la diáspora concentrada en Portugal va a marcar definitivamente las prácticas religiosas de los judaizantes».3 La gran mayoría de los portugueses que quisieron emigrar a las Indias desde 1580 lo hicieron porque su condición de conversos o criptojudíos los obligaba a sufrir persecuciones y a aguantar duras condiciones de vida en Portugal. De este modo, ya a comienzos del siglo xvii, los términos portugués y judío se consideraban sinónimos en todo el Imperio español.4 El hecho de que la gran mayoría de los judaizantes procesados por la Inquisición americana fueran de origen portugués nos puede dar a entender que «los conversos españoles fueron prontamente asimilados; no formaban un grupo coherente, no tenían un idioma común y, sobre todo [...], eran conversos auténticos que no tenían más aspiraciones que hacer olvidar su origen».5 Lo cierto es que, tras la anexión de Portugal, el aumento de la inmigración de judíos portugueses en
3. Escobar Quevedo: 36. 4. Ibíd.: 37 y Millar 1983: 32-33. 5. Domínguez: 132.
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Algunos apuntes sobre el AUTO
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América fue notorio, bien por medio de autorizaciones legales, bien mediante la inmigración clandestina. En un primer momento, las autoridades españolas permitieron la inmigración portuguesa porque vieron en ella «la posibilidad de obtener ventajas económicas de las actividades desempeñadas» por los inmigrantes. Entre ellas destaca la concesión a los portugueses de los asientos de esclavos africanos; hecho este que, como veremos, tuvo mucho que ver con el auto de fe que editamos aquí. De este modo, a partir de 1580, «los súbditos portugueses interesados en establecerse o en comerciar con las Indias se vieron enormemente favorecidos frente al resto de los extranjeros, por el consentimiento tácito o legal de que hicieron gala las autoridades españolas».6 Estos motivos económicos de la inmigración portuguesa a las Indias acarrearon una serie de consecuencias que influyeron inexorablemente en las relaciones comerciales, religiosas y sociales entre los súbditos de la Corona de Portugal y de Castilla. No olvidemos que los portugueses, incluso tras la anexión, seguían siendo legalmente extranjeros tanto en Castilla como en las colonias españolas. A pesar de ello, su condición de «hombres de negocios portugueses y los constantes viajes de los buques negreros les ofrecían continuas ocasiones de burlar las leyes relativas a la entrada de extranjeros».7 Desde 1590 hasta el breve papal de perdón de 1604, hubo un período inicial de represión, como lo confirman «las decenas de condenas dictadas por los tribunales americanos».8 Cabe decir, además, que en estos primeros años los cristianos nuevos judaizantes disfrutaron de cierta libertad en sus negocios por la ausencia de un tribunal en el área del Caribe, cuya creación, como hemos señalado, no se consolidó hasta 1610. El breve papal, dado el 23 de agosto de 1604 (a cambio de un «servicio» monetario por parte de los conversos), no fue publicado en Lisboa hasta 1605, y otorgaba un año de plazo a los conversos peninsulares para acogerse a él, y dos años a los conversos de las Indias, por la dificultad de las comunicaciones. Aquellos que en ese plazo solicitaran el perdón debían ser libertados y sus bienes debían serles devueltos. Como es de imaginar, esta decisión no fue bien recibida por
6. Millar 1983: 31-32. 7. Domínguez 1978: 133. 8. Escobar Quevedo: 85.
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los tribunales americanos «y en 1608 la Suprema tuvo que reiterarle[s] la orden de soltar de las galeras y las cárceles, quitar los sambenitos y devolver los bienes confiscados» a los conversos.9 El resultado lógico de la publicación de este breve será el incremento de la población criptojudía en América y el consecuente crecimiento de las aprensiones contra ellos por parte de los inmigrantes castellanos. Entre 1605 y 1625 disminuye entonces el castigo contra los judaizantes en todo el Imperio español, pero después, ya en la década de los veinte, se inicia un segundo ciclo de represión. Escobar Quevedo apunta que «el respiro que se vivió durante estos años permitió el renacimiento de los grupos marranos, temporalmente protegidos de la persecución, y fortalecidos además cuantitativa y cualitativamente por la importante emigración conversa que sin mayores contratiempos se vierte sobre el Nuevo Mundo».10 Si hasta la década de 1620 la coyuntura política había sido favorable para los cristianos nuevos, los motivos económicos llevaron a lanzar una nueva ofensiva contra ellos. «Según los informes enviados por el tribunal peruano al Consejo de la Suprema en 1610, el Santo Oficio americano se dirigía hacia una catástrofe financiera».11 De modo que a partir de 1622 se reactiva la persecución de los criptojudíos, y ya en el auto de fe celebrado en Lima en diciembre de 1625 se juzgó a catorce judaizantes. Además del aspecto económico, fue muy relevante el creciente clima de tensión que existía entre españoles y portugueses tras la secesión de Portugal. La emigración a América de extranjeros se consideraba un peligro en aumento, no solo por los emigrantes portugueses, sino también por los holandeses, que llevaban décadas amenazando las conquistas españolas. Recordemos que en los Países Bajos se permitía la libertad de creencias y se podía practicar el culto de cualquier religión libremente. Es lógico pensar que los judíos portugueses sintieran simpatía hacia los holandeses, por no mencionar las fructíferas relaciones económicas y comerciales que existían entre ellos. Según expone Lea, en 1640 los tribunales de Lima y Cartagena informaron a la Suprema de que en los últimos autos de fe habían descubierto que muchos judaizantes portugueses que vivían
9. Domínguez 1978: 137. 10. Escobar Quevedo: 117. 11. Ibíd.: 156.
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en las colonias americanas mantenían correspondencia «con las sinagogas de Holanda y el Oriente Medio, proporcionando a los holandeses y a los turcos informaciones y dinero».12 Se deduce de ello que «la prohibición hecha a los cristianos nuevos de pasar a las Indias, llevaba consigo aparejada la mira de evitar el arribo a la comunidad colonial de un poderoso núcleo de simpatizantes con [...] enemigos exteriores».13 De hecho, muchos de los judaizantes que emigraban como refugiados lo hacían precisamente a Holanda; de ahí que durante la primera mitad del siglo xvii se llevara a cabo un gran esfuerzo para evitar esta emigración: Muchos que habían vivido en la miseria en Portugal eran ricos en Holanda; pagaban contribuciones a aquellos estados rebeldes, y ayudaban a sostener sus flotas y ejércitos [...] En resumen, sus aptitudes comerciales habían estado empobreciendo a España y enriqueciendo a sus enemigos.14
Uno de los casos más ilustrativos a este respecto es el de Simón Ossorio, penitenciado en el auto de fe que nos ocupa. En palabras de Montesinos, Ossorio «tuvo testificación de haberse jactado que un hermano suyo y él tenían en la Compañía de los Holandeses contra Su Majestad ocho mil ducados en la escuadra dedicada a las partes del Brasil» (véase p. 61). Es evidente entonces la estrecha relación que tenían algunos comerciantes portugueses afincados en la América española con los holandeses que comerciaban en Brasil en contra de los intereses de la Corona española. Así, el flujo constante de extranjeros a América constituyó un grave problema para el virreinato peruano y, más concretamente, para el comercio limeño, casi desde la misma llegada de los españoles. «El comercio indiano sufría la competencia extranjera en un doble aspecto: mediante las manufacturas europeas que se vendían en las Indias de contrabando, y merced a los extranjeros establecidos en territorios de la Corona española y dedicados a las transacciones mercantiles».15 De hecho, desde 1625 los comerciantes franceses, ingleses y holandeses comenzaron a convertirse en colonos permanentes en las peque12. Lea 1983: 62. 13. García de Proodian: 26. 14. Lea 1983: 61. 15. Rodríguez Vicente 1960: 69.
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ñas islas caribeñas que habían sido «despreciadas» por los españoles (Barbados, Martinica, etc.), formando importantes núcleos comerciales casi en el mismo centro de los mares hispanos16. Estos extranjeros también establecieron su residencia en el continente, creando un clima de tensión y competencia al convertirse en peligrosos rivales de los comerciantes peruanos. Como indica Rodríguez Vicente, hacia 1636 «era tal el número de portugueses que había en Lima, que puede decirse que en sus manos estaba prácticamente el comercio al por menor de la ciudad».17 Tras la detención de los primeros implicados en la «gran complicidad» de 1635, es evidente que los inquisidores se dieron cuenta de las fortunas que manejaban los judaizantes y vieron en ello la oportunidad de aumentar las rentas del tribunal, que llevaba décadas sin ingresos significativos. Recordemos que la Inquisición, desde su fundación en la península, se financiaba solo con los fondos proporcionados por sus propias actividades. Una de las fuentes de ingresos más importantes era la confiscación de bienes, que pasaba por dos fases: el secuestro de bienes en el momento del arresto del reo, para pagar sus gastos, y la confiscación final, resultado del veredicto oficial.18 Por otra parte, tal y como hace notar Rodríguez Vicente, el proceso contra estos criptojudíos acarreó también problemas de competencias de jurisdicción entre el Tribunal del Consulado y el del Santo Oficio, puesto que se trataba de comerciantes. De hecho, la confiscación de estos caudales de portugueses judaizantes «fue una de las causas por las que las remesas de metales preciosos de particulares enviadas a España en aquella época disminuyeron de manera apreciable».19 En efecto, también Lewin llama la atención sobre las desastrosas consecuencias económicas que trajeron estas detenciones en la capital del virreinato peruano, donde los comerciantes presos manejaban la mayor parte de los negocios a gran escala.20 A pesar de todo, si hacemos caso de una de las cartas escritas por los inquisidores peruanos al Consejo de la Suprema el 26 de mayo de 1638, parece que los ingresos por las confiscaciones de bienes no ascendían a una suma tan jugosa como se puede imaginar: «Y aunque 16. Haring: 118. 17. Rodríguez Vicente: 72. 18. Kamen 2011: 147. 19. Rodríguez Vicente: 75. 20. Lewin 1950: 138.
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en las causas sentenciadas parece que suenan muchas confiscaciones de bienes, se sirva Vuestra Alteza estar advertido que los más han encubierto y escondido los que tenían; y los otros, están cargados de deudas y pleitos, de que ansí no se envía relación a V. Alt. Conque se conoce que lo más que traficaban los presos era en el crédito».21 Si bien es cierto que no siempre se daba una relación directa entre los procesos del Santo Oficio y el poder adquisitivo de los acusados, estas «complicidades grandes» sí acarreaban un aliciente monetario, en tanto que los acusados eran comerciantes muy poderosos. Sin embargo, no debemos olvidar que el capital confiscado servía también para la manutención de los presos, así como para cubrir los gastos del juicio. Teniendo en cuenta la extensa duración del proceso que presentamos y el fastuoso tablado que se montó para el auto, puede ser cierto que la suma final de lo confiscado no supusiera un ingreso tan interesante como podría parecer, tal y como afirman los inquisidores: «en el fin de la complicidad será mucho menos la sustancia que se ha de sacar de los secrestos de lo que se ha publicado».22 A pesar de que, como señala Montesinos, uno de los maestros de obra del escenario, Bartolomé Calderón, realizó dos tablados a su costa (véase p. 46). L a « c om p l i c i da d gran d e » El proceso que nos ocupa se inició en agosto de 1634, a raíz de una denuncia contra Antonio Cordero, quien fue ingresado en las cárceles secretas en abril del año siguiente. A partir de entonces fueron apresadas muchas personas, la mayoría de ascendencia portuguesa, y el proceso culminó en el auto de fe cuya relación editamos aquí, celebrado en enero de 1639, y al que salieron 63 judaizantes. Según Escobar Quevedo, «su proliferación, su poderío económico, y esa forma particular de negociar en una especie de círculo cerrado del que estaban excluidos los castellanos» fueron algunas de las razones de la ofensiva contra los judaizantes portugueses.23 A ello se suma también la voluntad del inquisidor Juan de Mañozca, cuya determinación fue imprescindible para llevar a cabo todas las condenas. 21. AHN Inq. Lib. 1031, f. 41; citado por García de Proodian: 340. 22. Ibíd. 23. Escobar Quevedo: 160.
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El auto de fe surge como respuesta a lo que los inquisidores dieron en llamar la «complicidad grande» por parte de estas comunidades de criptojudíos portugueses que habían emigrado a las Indias desde finales del siglo xvi. Tal y como afirma Jean-Pierre Dedieu, «los principales períodos de represión van puntuados de tales “complicidades”, unas veces provocadas por autodenuncias espontáneas, otras por descubrimientos casuales»24. En el caso del auto que editamos aquí, la complicidad grande del virreinato del Perú se descubrió por casualidad, como cuenta Montesinos al comienzo de su relación. El gran auto de fe celebrado a raíz de esta «complicidad grande» demuestra a la perfección que el sistema «era especialmente eficaz en la represión de los delitos que implicaban prácticas de grupo».25 Es así porque dentro de las comunidades la solidaridad era una gran fuerza siempre y cuando todos callaran, pero en el momento en que un miembro empezaba a hablar, toda la red comunitaria se desmoronaba sin remedio. Según Escobar Quevedo, «la geografía de la represión no es [...] un producto del azar: detrás del lado religioso, frecuentemente se puede percibir el comercial».26 En efecto, muchas veces las complicidades grandes son en realidad la cara religiosa de las redes comerciales que construyeron los grupos de criptojudíos emigrados a América. En este caso, Manuel Bautista Pérez constituye la figura prominente de esta red de comerciantes enjuiciados en el auto de fe de 1639. Nacido en Sevilla pero de ascendencia portuguesa, Manuel Bautista Pérez llega a Lima entre 1620 y 1622; en un breve lapso de tiempo «se transformó en uno de los grandes comerciantes peruanos, ganándose la confianza y amistad de personas muy influyentes en la sociedad virreinal».27 Del mismo modo, Pérez se constituyó como el jefe espiritual de esta comunidad de judaizantes, «a quien todos llamaban el Capitán Grande», como señala Montesinos (véanse pp. 40 y 82). La actividad principal de la mayoría de estos mercaderes portugueses era la trata de esclavos. Como hemos adelantado, casi la totalidad del comercio con esclavos estuvo en manos de los cristianos nuevos portugueses entre 1595 y 1640, período en el que fueron los dueños absolutos de la trata negrera. 24. Dedieu: 104. 25. Ibíd. 26. Escobar Quevedo: 155. 27. Millar 1983: 41.
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Las cláusulas estipulaban una total libertad de navegación, de hacerlo al margen de las flotas, y de escoger sus tripulaciones y factores en los puertos americanos [...] La amplia capacidad de maniobra de que disponían los asentistas, como la libre escogencia de las tripulaciones, facilitó enormemente la llegada de cristianos nuevos portugueses al Nuevo Mundo, quienes a bordo de los navíos negreros se encontraban exonerados de las formalidades que se imponían a cualquier inmigrante.28
Diego López de Fonseca, Antonio de Acuña, Fernando de Espinosa el Largo, Manuel de Espinosa, Enrique de Paz y Melo y Jorge de Silva, fueron otros de los comerciantes importantes enjuiciados en el auto. Exceptuando a algunas personas (Francisco Maldonado de Silva, Mayor de Luna e Isabel Antonia, ambas esposas de comerciantes, etc.), casi todos los judaizantes que salieron al auto eran comerciantes; unos de mayor envergadura y otros más humildes, contratados por los grandes negreros o en distintas asociaciones con ellos. Destacan los vínculos familiares que se daban entre ellos, con cierta tendencia endogámica; y encontramos todos los eslabones de la red comerciante, desde los que traían esclavos hasta los que los distribuían y vendían como mercaderes con cajón en la calle. Se dice de muchos de los penitenciados que hacían viajes a Cartagena, a Nueva España o, simplemente, «hacían viajes arriba»; estos son los comerciantes que acudían a los puntos donde desembarcaban los esclavos traídos de África y los distribuían por todas las colonias españolas. Es importante señalar que la actitud que existía contra los conversos por parte de los españoles afincados en América era la misma que en la península. De modo que «al saber de alguien su condición de cristiano nuevo, sin hacer otras averiguaciones ni detenerse a considerar que su conversión o la de sus mayores podía haber sido sincera, lo calificaban inmediatamente de judaizante».29 Este prejuicio pesó sobre muchos de los condenados en el auto de fe de Lima de 1639, de manera que además de motivos económicos y comerciales, este auto de fe constituye también la consecuencia de una serie de rencillas y suspicacias sociales que venían de muchos años atrás. García de Proodian ofrece el ejemplo de Diego López de Lisboa, salido al auto de 1639, pero acosado con constantes denuncias nada menos que desde el año 28. Escobar Quevedo: 216. 29. García de Proodian: 51.
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1606, por parte de personas que recelaban de él solo por su condición de cristiano nuevo. Uno de los temas más destacables en lo que se refiere al proceso de los encausados lo constituye el retraso que sufrió tanto la consecución del auto como la de los mismos veredictos. Según Escobar Quevedo, los presos, «más o menos libres de concertar sus declaraciones, decidieron hacer todo para demorar el procedimiento hasta que el papado firmara un nuevo perdón que creían bien avanzado y, para ello, denunciaron a diestra y siniestra cómplices e inocentes para después retractarse».30 En efecto, en una carta de los inquisidores peruanos al Consejo de la Suprema, fechada el 15 de mayo de 1638, leemos lo siguiente: Con que se dispone la celebración del auto para antes de Navidad con el favor divino, el cual estuviera ha mucho fenecido si las comunicaciones de cárceles tan perniciosas al buen progreso no lo hubiera estorbado y dado motivo a las revocaciones que los más de los presos hicieron, pareciéndoles que con la dilación y hacer la cosa imposible mejorarían su causa metiéndola a barata, y llegaría en tanto perdón general de Su Santidad y Magestad Real; ansí se ha colegido de las declaraciones de muchos reos y que de intento ponían unos a otros a las testificaciones verdaderas muchas falsas para confundir lo que era cierto con lo mentiroso; que no dejan traza que no intenten, ni malicia que no alcancen.31
También Montesinos lo consigna en su relación, cuando pone en boca de los judíos condenados las siguientes palabras: «ya se llega la hora en que nos ha de seguir algún gran daño que nos está aparejado, no hay sino revoquemos nuestras confesiones y con esto retardaremos el auto y, para mejor, traigamos muchos cristianos viejos a estas prisiones y habrá perdón general y podrá ser nos escapemos» (véase p. 42). Estos continuos cambios en las confesiones, así como la constante reticencia a confesar o los falsos testimonios contra cristianos viejos, provocaron lo que Escobar califica de «exasperación de los inquisidores» y en ello podemos encontrar una de las causas por las que el tribunal peruano fue mucho más riguroso en la aplicación de sentencias del auto de fe limeño que el tribunal mexicano en los autos celebrados en México, también a causa de una «complicidad grande», en 1646 y 1649. 30. Escobar Quevedo: 161-162. 31. AHN Inq. Lib. 1031, f. 32; citado por García de Proodian: 338.
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Proporcionalmente, el auto de Lima fue mucho más brutal en lo que a condenas de muerte se refiere, pero ello no quiere decir que la herejía judaizante estuviera más enraizada en Perú, sino que más bien muestra la voluntad inquisitorial de castigar el complot de los judaizantes peruanos, que con los falsos testimonios quisieron obstruir el paso de la justicia. Una observación afinada de las causas indica que ninguno de los once quemados en Lima lo fue por relapso (es decir que carecían de antecedentes), sino por su reticencia a confesar, por haberse retractado o por haber levantado falsos testimonios.32
Esto se ve claramente en las sentencias leídas en el auto de fe, donde a muchos de los condenados se les agravan las penas por las variaciones, revocaciones y falsos testimonios, etc. En todo caso, debemos señalar que la represión que sufrió la colonia limeña de judaizantes desde 1635 causó la desaparición de esta como comunidad significativa dentro del virreinato. Proc e di m i e nto i nq u i s i to ri al El auto de fe debe entenderse como un acto de celebración de la victoria de la fe y la religión sobre la herejía y la traición. Se trata de la culminación de un proceso judicial, donde se hacen públicas las sentencias de los sospechosos, tras el período de tiempo en el que habían sido acusados, juzgados, interrogados y, a veces, torturados. Esta ceremonia podía ser pública o privada, si bien es la celebración pública la que ha gozado de mayor fama. Como comenta Kamen, «lo que comenzó como un acto religioso de penitencia y justicia, acabó siendo una fiesta pública más o menos parecida a las corridas de toros o a los fuegos artificiales».33 Para la puesta en escena de los autos más multitudinarios, como el de Lima de 1639, se construía un gran tablado en el mayor espacio público disponible, que solía ser la plaza mayor de la ciudad. En la relación del auto de Montesinos veremos varias páginas dedicadas a la descripción 32. Escobar Quevedo: 202. 33. Kamen 2011: 198.
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pormenorizada de la construcción de este escenario, que sin duda era uno de los elementos más llamativos para atraer a la población y destacar la importancia del evento. Recordemos, además, que era el mismo Tribunal de la Inquisición el que cubría los gastos de la construcción de este tablado, si bien en la relación de Montesinos se afirma que Bartolomé Calderón, maestro de obra, corrió con los gastos de una parte del escenario. En el tablado cada una de las personalidades civiles y eclesiásticas del virreinato tenía asignado su lugar, siguiendo un estricto orden jerárquico que Montesinos también describe con detalle. Era importante para los inquisidores la asistencia y aprobación de la mayor autoridad colonial: el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón. Por ello se destaca explícitamente en la relación la primera diligencia realizada por el Tribunal de la Inquisición: informar y avisar al virrey de la decisión de publicación del auto. Del mismo modo, ocupa un lugar importante en la relación tanto la aprobación del virrey y la confirmación de su asistencia, como la descripción de su llegada, junto con su séquito, primero al Tribunal de la Inquisición y luego al tablado. El tribunal eclesiástico veía así legitimadas públicamente sus acciones por las autoridades civiles. El auto se componía de cuatro elementos principales: la procesión, la misa, el sermón y la reconciliación de los acusados. Kamen ha señalado que «la quema de las víctimas no formaba parte de la ceremonia principal y, en cambio, entraba a formar parte de una ceremonia secundaria que a menudo se llevaba a cabo fuera de la ciudad en la que la pompa de la procesión principal estaba ausente».34 Esto se confirma en la relación de Montesinos, donde la sección dedicada a la entrega y justicia de los relajados se deja para el final y se comenta que el brasero «estaba prevenido por orden de los alcaldes ordinarios fuera de la ciudad» (véase p. 88). De este modo, aunque la quema de los relajados constituía quizá la parte más impresionante del proceso, no se trataba de la parte principal ni del objetivo directo de toda la puesta en escena. En este auto vemos descritos parte por parte los cuatro elementos destacados principales de los autos de fe de la época. La procesión de publicación del auto y después, la procesión de la cruz verde; la misa y 34. Kamen 2011: 204.
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el sermón, realizado por el padre fray José de Cisneros, calificador de la Suprema; y la reconciliación de los acusados.35 Pero, ¿cómo comenzaba un proceso de estas características?, ¿cuál era el recorrido de un preso, cómo llegaba a la cárcel, cómo podía terminar siendo liberado, penitenciado, reconciliado o relajado? Lo primero que debemos tener en cuenta es el estricto secreto en que se desarrollaba todo el proceso. Tanto la detención de los acusados como su encarcelamiento y su juicio, los interrogatorios, las torturas, las sentencias finales. Todo estaba rodeado de un secretismo obligatorio, marca inherente al ambiente enrarecido y terrorífico típico de los procesos inquisitoriales. En efecto, el Tribunal de la Inquisición se servía del temor para actuar con eficacia. El miedo a ser denunciado constituía el motor mismo de las denuncias, que enfrentaban con frecuencia a los vecinos de una comunidad y desencadenaban procesos de acusaciones mutuas como este de la complicidad grande de 1635-1639. Además, los testigos que denunciaban a sospechosos de herejía eran tratados con benevolencia por el tribunal, puesto que sus nombres no se revelaban y por lo tanto el acusado nunca sabía quién le había denunciado. Es así como «el secreto llegó a ser la regla general y fue impuesto en todos los asuntos del tribunal».36 Por otro lado, era bien sabido que convenía autodelatarse antes de que otros te delataran, por lo que muchas veces los mismos acusados se entregaban voluntariamente al tribunal, con la esperanza de que, mediante el arrepentimiento, se les impusieran castigos menores. Sin embargo, al tribunal no le bastaba con que las personas se autodelataran, sino que exigía de ellas confesiones ulteriores, acusaciones de cómplices, etc. Es así como los inquisidores fueron tejiendo la red de herejes que constituiría la llamada «complicidad grande». Una vez que se detenía al acusado se procedía a la inmediata confiscación (también llamada secresto) de sus bienes, que servían tanto para su manutención como para pagar los gastos del proceso. En el caso del auto de fe de Lima de 1639 la primera detención fue la de 35. El sermón de Cisneros se publicó en Lima por Jerónimo de Contreras en 1639, bajo el título Discurso que en el insigne auto de la fe, celebrado en esta Real ciudad de Lima, a veinte y tres de enero de 1639 años, predicó el M. R. P. F. Joseph de Zisneros, Calificador de la Suprema... 36. Kamen 2011: 179.
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Antonio Cordero, aquel criado que afirmó no vender en sábado y que fue apresado «sin secresto de bienes y con grandísimo secreto», en palabras del propio Montesinos (véanse pp. 40 y 63). Esta prisión sin confiscación de bienes no era un procedimiento común, y por eso nadie imaginaba que lo hubiera apresado la Inquisición, puesto que no se había producido el secresto de bienes. Es probable que el tribunal actuara así porque, como hemos explicado arriba, ya había sospechas de la existencia de estas comunidades de portugueses judaizantes y por lo tanto ya se planeaba una invectiva contra ellos. Una vez que el sospechoso era detenido, se le llevaba a la cárcel inquisitorial, donde era interrogado y conminado a que delatara a sus cómplices, compañeros o amigos que practicaban también el judaísmo. La cárcel inquisitorial era muy distinta de las cárceles corrientes de su tiempo: las condiciones materiales eran relativamente buenas, pero se trataba de una cárcel «secreta», donde el reo se encontraba aislado, sin contacto con el mundo exterior, en un ambiente totalmente controlado por los inquisidores. Se les mantenía en una incertidumbre total sobre el estado de su causa.37
Así, en estas cárceles, comenzaba el extenso proceso de delaciones, capturas, confiscaciones, interrogatorios, torturas y juicios que caracterizan a todo proceso inquisitorial. Es importante señalar que normalmente a los presos no se les comunicaba las razones de su detención, por lo que podían pasar días, meses o años sin saber por qué los habían encarcelado.38 Esto contribuía a aumentar el clima de tensión, miedo y predisposición a confesar sus propias faltas, así como a delatar a otros. Existe toda una jerga inquisitorial relacionada con la predisposición positiva o negativa de los presos a confesar: podían ser «buenos confitentes», es decir, colaborar con el aparato inquisitorial confesando todo lo que sabían y sin contradecirse; pero también podían realizar «confesiones diminutas», es decir, no confesar todo lo que se sabía, contradecirse, decir verdades a medias; existía también la «diminución
37. Dedieu: 101. 38. Kamen: 2011.
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y tardanza de las confesiones», cuando el reo no confesaba en las primeras audiencias, lo hacía después de mucha insistencia y confesaba menos de lo esperado; los presos podían «revocar» una confesión, es decir, cambiar de opinión, negando la veracidad de lo confesado anteriormente; «estar negativo», es decir, negar las acusaciones que se le realizaban; «revocar y variar en sus confesiones», cambiar de opinión, mostrar incoherencia entre varias confesiones, etc. Todas estas actitudes jugaban a favor o en contra de los presos al momento de imponerles los castigos y penas, como veremos en la relación de este auto. Una vez que se le comunicaba al preso la acusación, se le entregaba una copia de las pruebas que existían contra él, para que pudiera defenderse; recordemos que nunca se desvelaba el nombre de los testigos. Para probar la falsedad de la acusación, el detenido podía llamar a testigos que le fueran favorables, demostrar enemistades personales para desarmar la acusación de un posible testigo, alegar locura o enfermedad, etc. Además, disponía de los servicios de un abogado, que en muchos casos trabajaba para los mismos inquisidores o dependía de ellos, aunque a veces sí realizaba una labor importante en defensa de los presos. Sin embargo, el papel del abogado estaba muy limitado, por lo que «los inquisidores eran a la vez juez y jurado, acusación y defensa, y la suerte del preso dependía enteramente del humor y el carácter de los inquisidores».39 El proceso se componía de una serie de audiencias e interrogatorios, y para dictar sentencia debían reunirse los inquisidores con teólogos y licenciados en leyes, de manera que no era común que el veredicto se llevara a cabo exclusivamente por los inquisidores. Asimismo, los interrogatorios a los presos se llevaban a cabo en presencia de un secretario y un notario, y el empleo de la tortura no constituía un fin en sí mismo, sino que se utilizaba como método para obtener confesiones. De hecho, las confesiones obtenidas a través de la tortura no eran válidas y el preso debía confirmarlas al cabo de veinticuatro horas. Si seguimos a Kamen,40 podemos establecer cuatro posibles salidas para los acusados.
39. Kamen 2011: 192. 40. Ibíd.
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—Podían ser liberados, es decir, absueltos, y su causa suspendida. En la medida en que el Tribunal de la Inquisición no gustaba de admitir errores, lo más común es que el caso se suspendiera, de manera que podía ser reabierto en cualquier momento. Sin embargo, tal y como explica Montesinos, existían excepciones a esta regla: Porque si bien regularmente hablando en las causas de fe nadie es declarado por inocente por sentencia difinitiva, sino tan solamente absuelto de la instancia, con todo eso, si por testigos falsos fue uno acusado y consta de su inocencia, por revocación de los mesmos ha de ser por sentencia declarado por inocente y libre de tal crimen y el juez que otra cosa hiciere peca mortalmente (véase p. 85).
Dada la gran cantidad de falsas acusaciones que hubo en el auto de fe limeño de 1639, los inquisidores se vieron obligados a excusar completamente a los apresados por error. —Podían ser penitenciados, en cuyo caso debían abjurar (o abjurar en forma / formalmente) de sus delitos, es decir, retractarse y jurar que evitarían pecar de nuevo en el futuro. Los penitenciados podían abjurar de levi, en el caso de delitos menores, o abjurar de vehementi, cuando los delitos eran graves. En este último caso cualquier reincidencia futura podía ser motivo de un severo castigo. Los penitentes podían ser castigados a vestir el sambenito por un período determinado o para toda la vida, también se les imponían multas, destierro o incluso galeras. Esta última pena era muy temida pero se consideraba muy útil para las autoridades puesto que «los tribunales se veían libres del deber de mantener a los penitentes en sus prisiones y el estado ahorraba en igual cantidad el gasto que suponía contratar remeros».41 —Podían ser reconciliados, de manera que retornaban al seno de la Iglesia pero con los castigos más severos, como el sambenito, la cárcel (podía ser prisión perpetua, pero este concepto hay que tomarlo de manera flexible, pues según Kamen esta prisión pocas veces superaba los tres años), las galeras, la confiscación de bienes, los azotes, etc.
41. Ibíd.: 196.
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—Podían ser relajados, es decir, quemados en la hoguera. Para aplicar esta pena, el tribunal eclesiástico entregaba el reo a las autoridades seculares, puesto que el Santo Oficio no podía ejecutar la sentencia de muerte. De este modo, el tribunal dictaba la sentencia pero no la llevaba a cabo sino a través del poder civil. Así lo indica también Montesinos: «ambas jurisdicciones ayudan a la Inquisición: la eclesiástica con el juez ordinario en las causas y la secular con sus ministros para la ejecución de las sentencias» (véase p. 56). Existían dos clases de acusados que podían ser sentenciados a la hoguera: los herejes impenitentes, es decir, aquellos que no mostraban arrepentimiento y se negaban a volver a la «verdadera fe»; y los relapsos, quienes habían sido juzgados y perdonados con anterioridad por un delito grave y habían reincidido. Además, si los relajados se arrepentían a lo largo de la puesta en escena del auto de fe, antes de que llegara el punto culminante, se les podía estrangular antes de quemar sus restos. Si no se arrepentían, se les quemaba vivos. Los castigos, como vemos en la relación de Montesinos, podían variar, combinarse entre sí, se podían imponer varios simultáneamente o cambiando el número de años o de azotes de cada uno, etc. Aquellos penitenciados que debían ser azotados salían al auto con una soga atada a la garganta, en señal de su castigo; otros llevaban, además del sambenito, la coroza en la cabeza, es decir, el cono alargado que aumentaba la afrenta y humillación de los condenados y que solía adornarse, al igual que el sambenito, con figuras alusivas a los delitos cometidos o a los castigos que se les iban a imponer, como las llamas en el caso de los condenados a la hoguera. Siempre que era posible se realizaban confiscaciones de bienes, que eran de las que se nutría el tribunal para sus actividades. Estas sentencias, además, se daban a conocer a los reos el día anterior al auto para darles la oportunidad de arrepentirse, como lo hacen dos de los condenados a la hoguera en el auto de fe limeño: Enrique de Paz y Manuel de Espinosa se arrepintieron la noche previa al auto y fueron reconciliados en lugar de relajados. En el caso de los presos que morían en las cárceles antes de la celebración del auto de fe, se sacaban al auto efigies o estatuas en su representación, de manera que la memoria del reo y la de su familia quedara igualmente castigada (y humillada).
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Para una explicación detallada sobre los pasos que se seguían previos a la celebración del auto conviene que leamos esta cita de Kamen: Un mes antes del auto de fe, desfilaba por las calles de la ciudad una procesión de familiares y notarios de la Inquisición proclamando la fecha de la ceremonia. En aquel mes intermedio se habían de hacer todos los preparativos. Se daban órdenes a los carpinteros y albañiles para que preparan el andamiaje para la tribuna adecuada a la ocasión, y se fabricaba el mobiliario y el decorado. La noche anterior al auto se organizaba una procesión especial, conocida como la procesión de la Cruz Verde, durante la cual familiares y otras personas llevaban la cruz del Santo Oficio hasta el lugar de la ceremonia. Durante toda la noche se hacían oraciones y preparativos, a primera hora de la mañana siguiente se celebrara misa, se daba el desayuno a todos los que habían de aparecer en el auto (incluyendo a los condenados) y comenzaba una procesión que los llevaba directamente a la plaza donde se iba a celebrar el auto de fe.42
Como veremos, así sucede, punto por punto, en el auto de fe que se celebró en Lima en 1639. Se publicó el día 1 de diciembre de 1638, casi dos meses antes de su puesta en escena, a lo largo de los cuales se construyó el tablado y se realizaron todas las diligencias necesarias. El auto duró todo un día, hasta las ocho de la noche, hora en que el virrey y su séquito vuelven al palacio, de donde habían salido a las cinco y media de la mañana. El día siguiente, lunes 24 de enero, se realizaron las últimas diligencias, como las abjuraciones de levi, los azotes, etc. H i s tor i a de l t e x to El éxito de que disfrutó la relación del Auto de la fe de Fernando de Montesinos, publicada en Lima en 1639, lo demuestra la reedición que se realizó en Madrid en la Imprenta del Reino en el año 1640; pocas veces un texto inquisitorial de estas características era reeditado tan rápidamente en la metrópoli. En su entrada correspondiente a Fernando Montesinos, el crítico Jan Szeminski señala, con respecto al Auto, que fue reeditado en Lima,
42. Kamen 2011: 200.
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México y Madrid en 1639-1640.43 El dato probablemente lo toma de La imprenta en Lima, donde José Toribio Medina cita como primera edición del Auto la de Lima (Pedro Cabrera, 1639) y añade que en México «se reimprimió, en efecto, ese mismo año y en el siguiente en Madrid».44 Resulta bastante sorprendente que Medina cite aquí la edición de México, pero en La imprenta en México no encontremos ninguna cita a esa supuesta edición del Auto, ni en 1639, ni en 1640, ni en 1641.45 Además, en su Biblioteca hispano-americana, Medina cita el Auto de Madrid de 1640 y anota: «Segunda edición. La primera es de Lima, 1639», sin ninguna mención a la supuesta edición mexicana.46 Por su parte, Palau cita la edición de Lima de 1639 y añade que «Gallardo vio una reimpresión de Madrid, Imprenta del Reyno, 1640», pero no menciona ninguna impresa en México.47 Lo cierto es que no hemos encontrado ningún ejemplar de esa supuesta reedición mexicana y nos parece lícito concluir que constituye lo que Jaime Moll califica como «edición fantasma».48 Con esta denominación Moll se refería a aquellos ejemplares incompletos de determinada obra que aparecen reseñados en un catálogo, pero cuya edición consignada nunca ha existido realmente. Estos errores suelen suceder por erratas o errores de un bibliógrafo (en este caso podría ser un error de Medina), que se transmite a obras posteriores, quizá porque en su momento el bibliógrafo dedujo de datos (normalmente manuscritos) que figuraban en el ejemplar consultado una fecha o un lugar que no responden a ninguna edición existente. El ejemplar en el que nos hemos basado para realizar esta edición es el que conserva la Biblioteca Nacional de España bajo la signatura R/9533 (Lima: Pedro Cabrera, 1639), ejemplar en cuarto que consta de un pliego de preliminares, sin signatura, más siete pliegos del cuerpo del texto, con signatura a-g4. Sin paginar, contiene un grabado xilográfico al final de los preliminares, antes del poema «De un amigo del autor». Este grabado representa el escudo de la Inquisición, descrito por Montesinos de la siguiente manera: «a un lado de la cruz una espada y 43. Szeminski 2008: 430. 44. Medina 1904: 316. 45. Medina 1907: 183 y ss. 46. Medina 1968, II: 424. 47. Palau, X: 131. 48. Moll 1979: 92.
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un ramo de oliva y al otro una palma. La espada significa el rigor de la justicia; la oliva, la suavidad de la misericordia [...] La palma significa el honor que se le da al que por testimonios falsos ha padecido» (véase p. 85). Algunas iniciales también son grabados xilográficos y la portada está enmarcada en un filete simple. Este ejemplar, al que denominaremos BNE, se ha cotejado con el conservado en la John Carter Brown Library (bajo la signatura BA639.M779a) y con el de la biblioteca de la Universidad de Sevilla (con signatura A112/046(06)), ambos digitalizados. De este cotejo han salido a la luz algunos datos interesantes. Lo primero es que tanto el ejemplar BNE como el de la Universidad de Sevilla (en adelante, US), son idénticos, por lo que siempre que nos refiramos al ejemplar BNE estaremos haciendo alusión también al ejemplar US. Sin embargo, estos dos ejemplares difieren del conservado en la John Carter Brown Library (en adelante, JCB), es decir, constituyen estados diferentes de la misma edición, puesto que se trata de ejemplares con variantes entre sí. Estos cambios, probablemente realizados en la misma imprenta a lo largo del proceso de impresión del libro, no son premeditados, sino que corresponden más bien a corrección de erratas, ampliación de datos, etc. De hecho, al final del Auto, en el párrafo dedicado a Francisco Sotelo, encontraremos una curiosa nota del editor que dice: «Si en algún original falta este párrafo 5 fue yerro de la imprenta y por él se volvió a hacer este pliego» (véase aquí p. 87). Esta nota muestra que existen estados diferentes de la misma edición, lo cual hemos podido comprobar de primera mano con el cotejo entre los ejemplares BNE y US, por un lado, y el ejemplar JCB por otro. Las variantes entre ejemplares son interesantes, pero no todas son significativas. En el texto que ofrecemos se señalarán los cambios más significativos del ejemplar JCB con respecto al ejemplar BNE: el cambio de conjunciones, algunos nombres propios añadidos, frases aclaratorias o ampliaciones en las descripciones. Nuestro texto base será siempre el de la BNE (idéntico a US) y a ese texto se añadirán entre corchetes las partes que aparecen en JCB y no están en BNE (ni en US). Cualquier otra variante que no corresponda a una ampliación del texto por parte de JCB, se señalará en nota al pie, como los cambios de una palabra por otra, el uso de diferentes giros sintácticos, etc. Además, ambos textos de la edición
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príncipe se han cotejado cuidadosamente con el ejemplar de la segunda edición (Madrid, 1640), digitalizado también por la biblioteca de la Universidad de Sevilla (con la signatura A110/071(08)). Este ejemplar de la segunda edición sigue claramente al ejemplar JCB, que podemos considerar posterior a los ejemplares BNE y US porque suele ampliar información y corregir erratas. Estos cambios indican que quien intervino en el texto mientras este estaba en imprenta probablemente estuvo presente en el auto: quizá el mismo Montesinos o alguno de los inquisidores corrigió detalles de nombres y descripciones que no se ajustaban fielmente a la realidad. En esta edición queremos ofrecer únicamente la versión de la primera edición, por lo que no señalaremos las variantes que ofrece la edición madrileña con respecto a la de Lima, aunque básicamente son las mismas que existen entre JCB y BNE. La nota del impresor a la que aludíamos sobre el yerro de la imprenta se repite tal cual tanto en los ejemplares BNE, US y JCB, como en la edición de Madrid, lo cual indica que el impresor madrileño no prestó mucha atención al montar el libro y lo hizo siguiendo casi al pie de la letra uno de los ejemplares de la edición limeña. N ota a l a e di c i ó n Nuestro deseo ha sido ofrecer un texto limpio del auto de fe, pero sin abusar de los cambios a la hora de modernizar la ortografía. Para ello, eliminamos la alternancia gráfica u/v y i/y/j, empleamos solo u, i para los fonemas vocálicos y v, y, j para los consonánticos. De la misma manera, reducimos las consonantes dobles iniciales sin valor fonológico (ff-, rr-, ss-) a simples (f-, r-, s-), también en interior de palabra (-f-, -nr-, -lr-, en lugar de -ff-, -nrr-, -lrr-); en el caso de la -r- simple para la vibrante múltiple en posición intervocálica, se modifica siempre a -rr-, según la norma actual. Con respecto al uso arbitrario de distintas grafías sibilantes (c, ç, z, s, ss) se modernizará siguiendo la ortografía actual, así como con v/b o con el uso de la hache. No se mantienen los cultismos gráficos como sancto o el uso de q en palabras que incluyan qua- o quo-; desarrollaremos todas las abreviaturas excepto en los vocativos Su Santidad, Su Señoría o Vuestra Excelencia, que se dejan tal y como aparecen en la edición príncipe.
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Es característico de la lengua de los siglos xvi y xvii la contracción de preposiciones, artículos, pronombres y partículas similares; respetamos en esta edición algunas de estas contracciones como deste, desta, dellos, etc., sin añadir apóstrofe, pero separamos las contracciones del, con el sentido de él, y sobrello, con el sentido sobre ello, para facilitar la inteligibilidad del texto. De la misma manera, sí contraeremos la forma a el por al, o de el por del, cuando corresponda. Se sustituye dende por desde y ansí por así, pero se respetan las formas mesmo/mesma, recebía, trujo (en lugar de trajo), escrebía, así como las variantes de secresto/secreto/secuestro de bienes que se dejan tal y como aparecen en el texto original. A pesar de que el uso de la x en palabras como excepto no es propio de la época, se modernizarán estos grupos consonánticos, así como las palabras efeto/efecto, diminución/disminución, seta/secta, dotor/doctor, christiano/cristiano, que se redactan siguiendo la norma actual para facilitar la comprensión y fluidez del texto. En lo que respecta a la acentuación, la puntuación, la división morfológica, los signos de interrogación y exclamación, el uso de comillas, así como el de mayúsculas y minúsculas, se aplicarán normas modernas, excepto en casos ambiguos de puntuación, en los que se respetará siempre la original. También aplicaremos la norma actual a la distinción entre el porque causal y el por que final, y a la conjunción y, que se sustituirá por e cuando la palabra que la sigue comience por i- o hi-. Se sustituyen los números en arábigo por la palabra correspondiente, de manera que 18 pasará a ser dieciocho, excepto en el caso de las fechas, que se pondrán siempre en números arábigos, incluso aunque en el original estén desarrollados, en cuyo caso se cambiará al número (en lugar de dieciocho de enero, será 18 de enero). De la misma manera, se moderniza la ortografía en usos numéricos como diez y nueve, que pasa a ser diecinueve. La ortografía de los topónimos se respeta tal y como aparece en el Auto. No así la de los nombres propios, que se modernizan siempre, de manera que IESVS será Jesús, Iuan será Juan, Rodrigo de Ábila pasará a ser Rodrigo de Ávila, al igual que Gerónimo se escribirá Jerónimo, etc. En el caso tan común del Reyno del Perú se homogeneizará siempre por reino del Perú; en general, no se respetará el uso de mayúsculas para los sustantivos que acompañan a topónimos o a cargos públicos como Virrey, Recetor General, y grupos como
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Religión Católica, Santa Fe Católica, etc. Sin embargo, sí se mantienen las mayúsculas en las instituciones: Tribunal del Santo Oficio, Tribunal de Cuentas, Cabildo, etc., siempre y cuando aparezcan con el nombre completo (Universidad Real en mayúsculas, pero universidad a secas en minúscula). Se corrigen todas las erratas obvias sin señalarse en el texto. En el caso del prólogo de Montesinos, respetamos su forma Hamérica para no perder el juego de palabras que realiza con Hec Maria. En general, se ha tratado de ofrecer una edición limpia de notas, puesto que no constituye un texto difícil y apenas contiene palabras confusas o con varias posibles acepciones. Para no distraer la lectura con demasiadas notas al pie, hemos explicado todo lo relativo al proceso inquisitorial, jerga y vocabulario en la sección titulada «Procedimiento inquisitorial» (véase p. 19), donde el lector o lectora encontrará todo lo que necesite saber sobre la puesta en escena del auto de fe.
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Fig. 1: Portada de Auto de la fe celebrado en Lima a 23 de enero de 1639... por Fernando de Montesinos. Lima: por Pedro Cabrera, 1639 (BNE R/9533).
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CELEBRADO EN L IM A A 23 D E ENERO D E 1639
AL TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO de la Inquisición de los reinos del Perú, Chile, Paraguay y Tucumán
Por el licenciado don Fernando de Montesinos, presbítero, natural de Osuna
Con licencia
de Su Excelencia del ordinario y del Santo Oficio. Impreso en Lima, por Pedro de Cabrera; año de 1639 Véndese en la tienda de Simón Chirinos, Mercader de Libros
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Ap robac i ó n de los señores doctor don Martín de Arriola, oidor de la Real Audiencia de los Reyes, y licenciado don García Francisco Carrillo y Aldrete, fiscal de lo civil, de la mesma Audiencia Hemos visto esta relación del auto de la fe que se celebró a los 23 de enero y, como testigos de vista del gran celo y cuidado con que los señores inquisidores han acudido a acción tan del servicio de ambas majestades, podemos asegurar a V. Ex. que lo que en ella se refiere es solo muestra del paño que a tener nosotros licencia de poder manifestarlo conocieran estas dilatadas provincias, que el mayor apoyo de su seguridad en la religión católica es tener en su centro este Santo Tribunal, y porque la relación está ajustada y el que la escribe ha merecido en otras ocasiones su licencia de V. Ex., nos parece que, siendo servido, se le puede conceder para que se imprima. En todo provea V. Ex. lo que más convenga. Lima, 14 de febrero de 1639. Don Martín de Arriola Don García Francisco Carrillo y Aldrete Li c e n ci a del señor virrey Atento a la aprobación de arriba, dio Su Excelencia licencia para que se pueda imprimir esta relación. En Lima, 15 de febrero de 1639. Ante Lucas de Capdevilla, secretario. Lucas de Capdevilla Ap robac i ó n del doctor don Juan Sáenz de Mañozca, abogado del fisco y presos del Santo Oficio He visto por orden de V. S. la relación que hizo el licenciado don Fernando de Montesinos, presbítero, del auto de fe que para tanta honra y gloria de Dios y exaltación de nuestra santa fe católica celebró V. S.,
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y en ella, demás del estilo tan bueno, disposición y claridad, reconozco aquel particular afecto a este Santo Tribunal, que reina de ordinario en las personas de las prendas del autor, y tiene V. S. bien experimentado en lo que de su parte le ha sido mandado. Y así me parece puede V. S. concederle la licencia que pide. Lima, 1 de febrero de 1639. Doctor don Juan Sáenz de Mañozca Li ce n ci a del ordinario Dio licencia el señor licenciado don Juan de Cabrera, tesorero desta santa iglesia, provisor y vicario general en sede vacante, para que se pueda imprimir la relación del auto que compuso el licenciado don Fernando de Montesinos, atento a la aprobación del señor doctor don Juan de Mañozca, abogado del fisco y presos del Santo Oficio. En Lima, 1 de febrero de 1639. Licenciado don Juan de Cabrera Li c en ci a del Santo Oficio Los señores inquisidores destos reinos del Perú, visto el parecer y aprobación del doctor don Juan Sáenz de Mañozca, abogado del fisco y presos desta Inquisición, dan licencia para que se imprima la relación del auto de la fe que se celebró a los 23 de enero deste presente año. Y así lo proveyeron y señalaron en presencia de mí el secretario deste Santo Oficio. Reyes, 1 de febrero de 1639. Martín Díaz de Contreras Al Tr i b una l de l San to O f i ci o d e l a I n q u i s i ci ó n , de los reinos y provincias del Perú Dos autos de la fe, los mayores, se han celebrado en la Hamérica. El uno hizo Dios, primer inquisidor,i contra la apostasía de Adán y Eva, en el teatro del paraíso (probable es la opinión que le pone en esta
i). Paramo de Orig. S. Inquisit. l. I. tit. 2. c. r. n. 8 [Notas del autor].
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tierra),ii en domingo, tres días después de criado el hombre;iii otro V. S. a 23 de enero, 103 años después de hallado el Perú. En el primero, castigó Dios dos cabezas que inficionaron el género humano. En el segundo V. S. relajó dos rabinos que enseñaban la apostasía y ley muerta a muchos. Aquel se motivó de una manzana, este de otra, si bien con diferencia, que allá la manzana causó perder la fe a Adániv y acá ocasionó acrisolarse en todo el reino, trocándose el lastimoso acento de manzana de Adán en alegre proverbio de manzana del Perú. Allí hubo sambenitos que el mismo Dios puso a los reos.v Acá los hubo y V. S. los puso (que en ese Santo Tribunal toda ocupación honra). Allí hubo singular apetito de saber, con intervención de la infernal serpiente. Acá no faltó por la curiosidad pacto con el demonio, y si en el primero se le dio comisión a la Virgen en profecía de quebrantarle la cabeza con el demostrativo Ipsa conteret, en el auto que V. S. celebró la ejecuta como abogada y especial patrona destos reinos. Eso significa el nombre de Hamérica (que tantas raíces ha echado por Vespuciovi siendo para María misterioso): Hec Maria. Desde que se descubrió el Perú y su Tierra Firme, la facilidad de su conquista y los prodigiosos medios de su conservación a María se deben. Hec Maria. María los obra.vii Finalmente, si en el auto primero los reos fueron desterrados del paraíso, en este lo son de todas las Indias. Dejó pues Dios aquel ejemplar y V. S. ha sacado de él vivas copias, el celo, la justificación, la integridad y justicia en este auto y así lo debe aclamar el orbe todo, por segundo tan parecido a aquel primero, aun en la intervención de Dios,viii como lo confesó el descubridor de la complicidad: Dios ii). Cristóbal Colón, según Gómara li. I. y Her. en la Historia gen. D. I. li. 3. c. 12. Asienten a esto Acosta y Solórzano, que lo cita en el lib. I. c. 7. n. 8 de Iur. India. Confírmalo la opinión de los que ponen el paraíso debajo del ecuador, apud Malu. de Paradi. c. 10; trata desto el autor en la Hist. del Paytiti, lib. I. cap. 14. iii). Tossat., in cap. 13, Génes. q. 611; apud. Malu. de Paradiso, cap. 75. iv). Tertulia, lib. 2. adversus Marci. cap. 2. Ambros. in Epistol. 33, l. 5. August. in inquiridi. c. 45. S. Fulgen de incar & grat. Christ. li. 2, ca. 22. v). Param. ubi sup. c. 4, n. 6. vi). Según todos los autores que escriben de las Indias. [Sobre estas fuentes citadas por Montesinos en esta nota y las anteriores, véase el artículo de Esperanza López Parada en este libro, pp. 95-135]. vii). El autor en la Historia citada, lib. 2, cap. 3, prueba este intento. viii). Remito este reparo a la 3ª parte de mi directorio donde trato la descripción de todos los asientos de minas del Perú y sucesos particulares destos tiempos, que está ya para dar a la estampa.
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permitió que yo dijese en público lo que tan encargado tuve en secreto. Y lo comprueba la pequeñez del instrumento, porque es traza de Dios. In firma mundi eligere. Para desbaratar jayanazos sectarios que se le atreven a su iglesia, por mano de ese Santo Tribunal. Y así se le da por lo común grandes epítetos:ix muro de la iglesia, columna de la verdad, guarda de la fe, tesoro de la religión cristiana, arma contra los herejes, lumbre contra los engaños del enemigo y toque en que se prueba la fineza de la doctrina, si es falsa o verdadera. Y por lo particular le debe este reino a V. S. no solo elogios, pero obras de amor, de respeto, de veneración, de rendimiento, de lealtad, pues le ha librado del mayor mal que es la infección de la herejía. Algo se apunta en esta relación y pues V. S. dio la obra della y el mandato de que la hiciese, la ofrezco a ese Santo Tribunal, seguro de que V. S. la admitirá como propia y a mí me honrará como a aficionado. Licenciado don Fernando de Montesinos D e un ami g o d e l au to r, engrandeciendo el asunto Fernando, con pluma tanta Te remontarás al Cielo, Cuando alas te da a su vuelo La Fe Católica y santa; Pues al pendón que hoy levanta, La Apostólica milicia, Triunfando de la malicia, Pérfida en sagrada pompa, Es tu Relación la trompa De su divina Justicia.
ix). Fray Luis de Granada, en el sermón que predicó cuando el suceso de la monja de Portugal, impreso año de 1589.
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RELACIÓN DEL AUTO DE LA FE, publicado a 1 de diciembre de 1638 A quien no asombra la variedad del tiempo, hoy favorable a un reino, mañana emulándole su felicidad inclinado a su desdicha y como arrepentido de su primer propuesta, faltara omiso a las voces de su perseverancia con desiguales efectos, si a tan voluble rueda no pusiera clavo fijo superior virtud. Felicísimo ha sido el reino del Perú, tanto por el inmenso tesoro que ofrece a su mayor monarca para defensa de la cristiandad, cuanto por la fe pura que sus cristianos regnícolas profesan acompañada de heroicas obras, en servicio de Dios y de su rey, sin permitir entre sí cizaña de ajena secta ni persona no católica, alzándose por esto con nombre de reino santo, verdadero hijo de la católica monarquía. Así lo dijo con el fundamento que todo el docto español Bivar, en el Apéndice a los Comentarios de Dextro1, folio 465: Finalmente a sus reinos (habla de nuestro católico rey) unió el nuevo orbe, hallado y sujeto por sus capitanes, fuera de la esperanza de todos los siglos, hízolo católico y parte del reino de los santos, en cuya compañía extendida por todo el mundo (caso admirable) ninguno que no sea católico es permitido a habitar en él, con que más verdaderamente se puede llamar pueblo de los santos. Pero dolor grande, ¡digno de todo sentimiento!, en tan limpio sembrado procuró el enemigo común arrojar la ponzoñosa semilla de la ley ya muerta de Moisés y sus ritos, valiéndose para esto de muchos judíos portugueses, que llamados de la grosedad del Perú le iban llenando por todas partes. Habíanse casi apoderado de su mayor crédito a la sombra de algunos crecidos caudales, viviendo en esto con el artificio que en la observancia de sus ritos, surtiéndose de religiones distintas como sus tiendas de mercaderías, atravesaban una flota, y como su opinión era de ricos y la apariencia de corderos, granjeaban el valimiento con todos. A este tiempo el Tribunal Santo de la Inquisición de Lima, Argos divino de la fe, rastreando por leves ceremonias atroces delitos, descubrió las maldades que encerraban estos blanqueados sepulcros y los ritos judaicos, bombas infernales que asestaban al descrédito de la ley evangélica, tomando Dios por motivo del descubrimiento desta gran 1. Para esta cita concreta de Montesinos, véase en este mismo libro: López Parada: p. 102.
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complicidad la pequeñez de una manzana, para confusión destos judíos y mayor aliento de los católicos, y fue desta manera. Por agosto de 1634 denunciaron en el Santo Oficio unos hombres que un criado de uno de dos cargadores de Sevilla, que por no haberse podido despachar en Portobelo pasaron a esta ciudad, no les había querido vender unos rengos en el almacén de sus amos, por decir que era sábado y no podía vender, y que preguntándole uno de los dichos hombres que qué tenía el sábado para no poder vender en él, había respondido el dicho criado que no había de vender aquel día, que era sábado, ni el otro día domingo, y que los dichos hombres se fueron riendo de que el portugués no quisiese vender en sábado. Y que luego el viernes siguiente habían vuelto al dicho almacén, en ocasión que él estaba almorzando un pedazo de pan con una manzana, y diciéndole el uno dellos sin acordarse que era viernes: «¿no fuera mejor, señor fulano, comer de un torrezno?»,2 y él había respondido: «¿había yo de comer lo que nunca comieron mis padres y abuelos?», y respondiéndole el dicho hombre: «¿pues no comieron sus padres y abuelos tocino?», habiéndolo oído uno de los amos que se halló presente había dicho: «quiere decir que no comieron aquello que él come ahora», y que él replicó: «no es tocino [sino manzana] lo que ahora come». Fue este preso sin secresto de bienes y con grandísimo secreto, y en mucho tiempo no se supo de él, por lo cual no se podían persuadir los demás se hubiese hecho tal prisión por la Inquisición, supuesto que no había secresto de bienes; tan pequeño como este fue el principio que dio motivo a tan heroica hazaña. Comenzáronse a hacer muchas prisiones desde el año de 1635. Continuáronse por los años siguientes y fueran más si los mayorales de la secta estimaran en más sus almas que las palabras que se habían dado unos a otros en sus juntas de no condenarse ni descubrirse, anteponiendo humanos respetos a la salvación, como lo dio a entender el suceso. Salieron al cadalso el día del auto tres cuñados, Manuel Bautista Pérez, a quien todos llamaban el Capitán Grande (era vicario de Moisés) y Sebastián Duarte y García Váez, este con insignias de reconciliado, los otros de quemados, por negativos. Ofreciose al ir el Duarte a la gradilla a oír sentencia pasar por muy cerca del Manuel Bautista y con notable afecto se dieron el uno al otro y el otro al otro el osculum 2. En JCB: «¿no era mejor...?».
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pacis judaico, sin que se pudiese estorbar, y se enternecieron como sectarios de una ley e igualmente sentenciados, dándose el parabién de su firmeza con claras demostraciones. Pasado esto fue necesario ir por el mesmo paraje el otro cuñado García Váez, y el negativo Manuel Bautista no solo no hizo con él las demostraciones de amistad que con el otro, pero lo miró con ojos tan sesgos y estudiadas acciones de desestima y menosprecio, que le leyeron los circunstantes en el rostro le decía: «mal judigüelo», y algunos han afirmado lo dijo. Lo cierto es que lo desestimó y no hizo caso de él por parecerle había confesado la verdad. PUBLICACIÓN DEL AUTO DE FE
Sustanciadas las causas de los que habían de salir al auto y habiendo el Tribunal del Santo Oficio determinado hacerlo domingo 23 de enero, día del defensor de María, San Ildefonso (y no sin misterio, pues estos no la confiesan por madre de Dios y así en las avemarías que rezaban por cumplimiento no decían «Jesús»), del año corriente, ordenó se publicase a 1 de diciembre de 1638. La primer diligencia que se hizo fue darle aviso al señor conde de Chinchón, virrey destos reinos, desta determinación. Llevole el [señor] doctor don Luis de Betancurt y Figueroa, fiscal de la Inquisición, y contenía que el día referido celebraba auto el Tribunal del Santo Oficio, para exaltación de nuestra santa fe católica y extirpación de las herejías, y que se le hacía saber a Su Excelencia esperando acudiría a todo lo conveniente a la autoridad y aplauso de él como príncipe tan celoso de la religión católica y culto divino. Retardose este auto, aunque la diligencia de la Inquisición fue con todo cuidado, por culpa y pretensión de los mesmos reos. Fue el caso que habiéndose puesto unas puertas nuevas en la capilla de la Inquisición que cae a la plaza della, edificio insigne tanto por la grandeza como por la curiosidad de varias y famosas pinturas de que está siempre adornada, y reja de ébano que divide el cuerpo del Altar mayor, obra de los señores que hoy viven y donde oyen misa todos los días y se les predica las cuaresmas, acudiendo a este ministerio los mejores predicadores del reino y donde de ordinario se hacen autos particulares que pudieran ser generales en otras partes. Para adorno pues de las puertas, se guarnecieron con clavazón de bronce y el ruido que se hizo
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al clavarlas les dio tanto en que entender a los judíos, que con notables estratagemas se trataron de comunicar, como lo hicieron diciendo: «ya se llega la hora en que se nos ha de seguir algún gran daño que nos está aparejado, no hay sino revoquemos nuestras confesiones y con esto retardaremos el auto y, para mejor, traigamos muchos cristianos viejos a estas prisiones y habrá perdón general y podrá ser nos escapemos». Así lo hicieron, que fue la causa de que durase tanto tiempo la liquidación de la verdad. El mesmo día pues, y a la mesma hora, llevó el mesmo recaudo a la Real Audiencia Martín Díaz de Contreras, secretario más antiguo de la Inquisición, a tiempo que los señores della bajaban del dosel y como católicos caballeros consejeros del grande Felipe, máximo en dar honras al Tribunal del Santo Oficio, recibieron el recaudo en pie a la puerta de la sala con toda cortesía, mandando cubrir al secretario y hablándole de merced. Al Cabildo eclesiástico en sede vacante llevó el aviso Pedro Osorio del Odio, receptor general del Santo Oficio. Al Cabildo seglar el secretario Pedro de Quirós Arguello. A los prelados de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, Nuestra Señora de las Mercedes, de la Observancia, [y] Recolecciones, Compañía de Jesús y a los de San Juan de Dios, Martín de Vargas Nuncio. A la universidad el doctor don Antonio de San Miguel y Solier, abogado del fisco y presos de la Inquisición, catedrático de prima de cánones y vecino encomendero deste reino y días después al Consulado. El excelentísimo señor virrey, como cristianísimo príncipe y en todo cabal gobernador, envió repuesta a la Inquisición, estimando el aviso que se le daba y mostrando particular placer de ver acabada obra tan deseada. El mesmo recaudo envió la Real Audiencia. Lo mesmo hicieron los Cabildos eclesiástico y secular, la universidad y los demás tribunales y consulado. Antes de publicarse el auto se encerraron todos los negros que servían en las cárceles en parte donde no pudieron oír, saber, ni entender de la publicación, porque no diesen noticia a los reos, pues aunque la Inquisición usaba para esto de negros bozales acabados de traer de la partida (no es posible menos en este reino) eran ladinos para los portugueses, que como los traen de Guinea sabían sus lenguas y así esto les ayudó mucho para sus comunicaciones con otras trazas como la del limón y el abecedario de los golpes, cosa notable: la primera letra era un golpe, la segunda dos, la tercera tres, etc. Daban pues los golpes,
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que correspondían a la primera letra de la dicción y, parando el que los daba, asentaba en un adobe el avisado aquella letra con un clavo, luego le daban otra letra con los golpes, luego otra, y al cabo hallaban escrito lo que se querían avisar con otras cifras y caracteres con que se entendían, claro indicio de su complicidad. Publicose el auto el día determinado, miércoles primero de diciembre; fue uno de los de más regocijo que esta noble ciudad ha tenido. Hízose con mucha ostentación, iban todos los familiares con mucho lustre a caballo con varas altas y al son de ministriles, trompetas y atabales pasearon las calles principales. Detrás de los ministros iban los oficiales de la Inquisición: Martín de Vargas Nuncio, Manuel de Montealegre, procurador del fisco, Antonio Domínguez de Valcázar, notario de secrestos, Bartolomé de la Rea, contador, Pedro Osorio del Odio, receptor general, Pedro de Quirós Arguello, secretario, y el capitán don Juan Tello, alguacil mayor. Diose el primer pregón en la plaza de la Inquisición y el segundo en la pública, frontero de la puerta principal de palacio. Era esta la forma: El Santo Oficio de la Inquisición hace saber a todos los fieles cristianos, estantes y habitantes en esta Ciudad de los Reyes y fuera della, cómo celebra auto de [la] fe, para exaltación de nuestra santa fe católica a los 23 de enero, día de San Ildefonso, del año que viene de 1639, en la plaza pública desta dicha ciudad, para que acudiendo a él los fieles católicos ganen las indulgencias que los sumos pontífices han concedido a los que se hallan a semejantes actos. Que se manda pregonar, para que llegue a noticia de todos.
Ocurrió gente sin número a ver esta disposición primera dando gracias a Dios y al Santo Tribunal, que daba principio a auto tan grandioso, que todos presumían serlo por las muchas prisiones que había hechas. Acabada la publicación, volvieron los ministros y oficiales con el mesmo orden a la Inquisición. Publicado el auto se llamó a Juan de Moncada, que ha más de cincuenta años que sirve en estas ocasiones a la Inquisición, y se le dio orden de que hiciese las insignias de los penitenciados, sambenitos, corozas, estatuas y para los relajados cruces verdes, recibiéndosele antes juramento de secreto. Y a sus oficiales dióseles aposento en lo interior de la casa del alcaide, donde las obraron sin ser vistos de nadie, y en este tiempo se le dio orden al alguacil mayor que con familiares que
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señalase rondasen de noche la cuadra en cerco del Santo Oficio, sin que a esto se faltase un punto hasta el día del auto, como se hizo. DESCRIPCIÓN DEL TABLADO
Jueves 2 de diciembre se dio principio al tablado, que como había de ser tan suntuoso y el cadalso tan grande fue necesario comenzar desde entonces. Tuvo el tablado principal de largo y frente cuarenta y siete varas, y trece de ancho, y desde el suelo al plan cinco varas y dos tercias. Fundose en treinta y nueve pies derechos, de media vara de grueso cada uno, y en ellos se pusieron trece madres de palmo y medio de grueso donde cargaban tablas y cuartones que hacían el asiento, todo cercado de barandas. Sobre el plan hacia la parte del Cabildo igual al de sus corredores, se pusieron cinco gradas, cogió el sitio dellas diecinueve varas de largo. En el plan de la última se puso el asiento para el virrey y Tribunal del Santo Oficio, que venía a estar dos varas y tres cuartas alto del plan del tablado, y a los lados de una parte y otra corría igualmente el lugar donde había de estar la Real Audiencia. De las cinco gradas dichas, la primera se dedicó para peana del tribunal; la segunda en orden para el [señor] fiscal de la Inquisición y capitán de la guardia de Su Excelencia, a los lados los de su familia y prelados de las religiones; la tercera para los calificadores, oficiales y ministros del Santo Oficio y religiosos graves; la cuarta para las familias de los señores inquisidores. Al lado siniestro del tribunal se levantó un tablado al igual de él, de once varas de largo y cuatro de ancho, cubierto de celosía con tanto primor que su prevención parece fue de anticipado tiempo para ocuparle Su Excelencia de la señora virreina y las mujeres de los señores de la Real Audiencia. Escogiose este sitio por llevar el aire hacia allí la voz de los lectores y la comodidad del pasadizo. A un lado [y otro] de los señores de la Audiencia se le señaló lugar al Tribunal de Cuentas. A la mano derecha del tribunal se pusieron cuatro gradas de nueve varas de largo, media más bajas que él. Las tres dellas ocupó el Cabildo eclesiástico y la otra ocupó la Universidad Real, con otras tres gradas que volvían atravesadas al cadalso mirando hacia palacio. Al lado izquierdo del tribunal media vara más bajo que él y el tablado de la señora virreina, se formaron cuatro gradas de nueve varas de largo para
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el Regimiento y Cabildo de la ciudad, para el Consulado y para los capitanes vivos della y del Callao. A las espaldas del Cabildo eclesiástico se levantó un tablado de doce varas de largo, media más bajo que el tribunal, parte de él para el marqués de Baydes, que estuvo dividido con celosías,3 y lo restante ocuparon las mujeres de los regidores. En medio del tablado, mirando al tribunal, se formó el altar de dos varas de largo poco más en proporción y al lado derecho, al principio del pasadizo o crujía, se puso el púlpito donde se había de predicar y leer las sentencias. Lo restante deste tablado se llenó de bancos rasos para las personas que hubiesen de tener asiento, que después los ocuparon religiosos de todas órdenes y caballeros de la ciudad, cuya disposición de lugares y fábrica del tablado tomó a su cargo el señor inquisidor don Antonio de Castro, y de tratar con Su Excelencia lo que conviniese y todos los señores daban licencias escritas sin las cuales ninguno era permitido en el tablado. Del palacio se hizo un pasadizo por la parte que miraba a la plaza, estaba cubierto con celosías y por la otra aforrado con tablas; tenía dieciocho varas de largo y dos de ancho, cortose un paño del balcón de la esquina de palacio y desde él al plan del pasadizo se bajaba por trece gradas divididas en tres partes. La primera de siete y las dos de a tres cada una, puestas a trechos para descender y subir con toda facilidad; parecía un hermosísimo balcón o galería que daba adorno a los tablados. Del principal al cadalso de los reos estaba una crujía de veinte varas de largo y tres de ancho, cercada de barandas como el tablado y cadalso. Este era de la mesma longitud que el tablado principal pero de ancho no tenía más que nueve varas. En él había seis gradas, cada una de dos tercias de alto: la primera tenía treinta y seis pies de largo; la segunda, treinta y dos; la tercera, veintiocho; la cuarta, veinticuatro; la quinta, veinte; la sexta, que fue asiento para los relajados, tenía ocho, y en el plan se pusieron muchos bancos rasos que después ocupó gente honrada de la ciudad. Encima de la última grada estaba la media naranja que formaban tres figuras de horrendos demonios. En el vacío que había del tablado al cadalso por un lado y otro de la crujía se levantaron dos tablados más bajos que el principal vara y media, tenían ambos cuarenta y siete varas de largo y veinte de ancho. 3. En JCB: «estaba dividido».
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Destas quedaron veinte varas, diez en cada uno, para las familias de los señores de la Real Audiencia y ministros del Santo Oficio y de los caballeros principales, y lo restante estuvo a cargo de Bartolomé Calderón, maestro desta obra, de que le hizo gracia la Inquisición para que se aprovechase por cuanto había hecho estos dos tablados a su costa. Y para decir la grandeza y suntuosidad dellos y gran número de gente que hubo, baste decir que se subió a ellos por veintiuna escaleras, catorce de adobes y la una tan grande que se gastaron dos mil adobes en ella, y cuando se desbarataba parecía ruina de una torre, y las siete de madera con sus cajas, y debajo para comer algunas familias, hubo trece aposentos con sus puertas cerradas con llaves. Para la sombra del tablado principal y los demás se pusieron veintidós árboles, cada uno de veinticuatro varas de alto, y en ellos se hicieron firmes las velas que ocuparon cien varas de largo y setenta de ancho, atesadas con muchas vetas de cáñamo con sus motones, poleas y cuadernales, con que quedó el velamen tan llano y firme, siendo tan largo como si fuera puesto en bastidor, llegó a estar veinte varas alto del suelo, causando apacible sombra. Tardó el tablado en hacerse cincuenta días, trabajándose en él continuamente sin dejarse de la mano ni aun los días solemnes de fiesta, siendo los obreros dos maestros y los negros de ordinario dieciséis. No se le encubrió a los señores de la Inquisición el grande concurso de gente que había venido a ver el auto de más de cuarenta leguas de la ciudad, y así con la providencia que todo previno la confusión y desorden que pudo haber sobre los asientos. Para esto vino al tablado el señor licenciado don Antonio de Castro, inquisidor, y los repartió en la forma dicha y para firmeza de lo hecho mandó el tribunal pregonar: Que ninguna persona de cualquiera calidad que fuese, excepto los caballeros, gobernadores y ministros familiares que asistiesen a la guarda y custodia del tablado donde se había de celebrar el auto de fe, fuese osado a entrar en él, ni en el de los penitentes, so pena de descomunión mayor y de cincuenta pesos corrientes para gastos extraordinarios del Santo Oficio. [Dictolo Luis Martínez de Plaza.] 4
4. A partir de este párrafo comienzan las variantes más notables entre el ejemplar BNE y el ejemplar JCB. Como señalamos con los corchetes, el nombre de Luis Martínez Plaza no aparece en BNE, pero sí en JCB. Además, en JCB y en la segunda edición (Madrid, 1640) los pesos a los que se hace referencia son treinta, y no cincuenta.
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Para ejecución de lo referido nombró el tribunal ocho caballeros muy principales desta ciudad que asistiesen con sus bastones negros en que estaban pintadas las armas de Santo Domingo, para ejecutar las órdenes del tribunal, que lo hicieron con la puntualidad que de su nobleza se esperaba: fueron don Alonso de Castro y del Castillo, hermano del señor inquisidor don Antonio de Castro, don Francisco Mesía del hábito de Calatrava, Domingo de Olea del de Santiago, don Francisco Luján Sigorey, corregidor y justicia mayor de Canta, don Fernando de Castilla Altamirano, corregidor y justicia mayor de Caxatambo, don Diego de Agüero, don Álvaro Híjar y Mendoza y don Antonio de Córdoba, que tuvieron asiento desde la mesa de los secretarios que estaba a mano derecha del altar por un lado y desde el púlpito hasta las gradas por otro, en cuatro bancas de doblez haciendo calle para la crujía. Aquí estuvieron los siete de la fama que salieron con palma de tantos testimonios con los caballeros padrinos. El viernes, que se contaron 21 de enero del año corriente, mandó el tribunal a sus oficiales y ministros que el sábado siguiente a las ocho estuviesen en la capilla del Santo Oficio a la misa ordinaria, como lo hicieron, y habiendo entrado todos en la sala de la Audiencia el señor licenciado don Juan de Mañozca, del consejo de Su Majestad en el general de la Santa Inquisición, les hizo un razonamiento con palabras graves, exhortándolos a que acudiesen con amor y puntualidad a sus oficios, y porque fue este el primer día que se vieron en esta ciudad de Lima los hábitos de los oficiales y ministros del Santo Oficio que ostentaron con grande lustre, echando costosas libreas, pondré el decreto que sobre ello proveyó el tribunal: Los señores inquisidores deste reino del Perú, vistos los títulos de N., dan licencia para que se ponga el hábito y cruz de Santo Domingo en este presente auto que se ha de celebrar a los 23 de enero próximo que viene de 1639, y su víspera y los demás días que manda Su Majestad y los señores de su Consejo Supremo de la Santa y General Inquisición. Y así lo proveyeron y mandaron y señalaron en presencia de mí el presente secretario deste Santo Oficio. En Los Reyes a 26 de diciembre de 1638. Rubricado de los señores inquisidores. Martín Díaz de Contreras.
Parecieron pues en las calles los oficiales del Santo Oficio, los calificadores, comisarios, personas honestas y familiares, todos con sus
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hábitos, causando hermosura la variedad y regocijo a la gente que ya estaba desde por la mañana sábado en copioso número por la plaza y calles. PROCESIÓN DE LA CRUZ VERDE
Todo este dicho día estuvo la cruz verde (que el día antes habían llevado seis religiosos dominicos) colocada en la capilla del Santo Oficio con muchos cirios encendidos que dio la orden de Santo Domingo afectuosa a la Inquisición. Era la cruz de más de tres varas de largo, hermoseada con sus botones. Para la procesión della concurrieron las comunidades de las religiones de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, Nuestra Señora de las Mercedes y sus Recolecciones, la Compañía de Jesús y los de San Juan de Dios, a las casas de la Inquisición a las tres de la tarde. A las cuatro se comenzó a formar, iba delante el estandarte de la fe, que lo llevaba don Francisco López de Zúñiga, marqués de Baydes y conde de la Pedrosa, gobernador y capitán general del reino de Chile, del orden de Santiago, una de las borlas llevaba Hernando de Santa Cruz [y Padilla], contador mayor del Tribunal de Cuentas, y otra Francisco Gutiérrez de Coca, tío de la marquesa, llevaban ambos sus hábitos de familiares.5 Acompañaban el estandarte algunos ministros y muchos caballeros de la ciudad. Seguíanse los religiosos de todas órdenes que iban en tanto número y concierto que cogían tres calles en largo cuando salió la cruz de la capilla. Luego iban los calificadores, todos los familiares y comisarios y oficiales del Santo Oficio, llevando en medio los dos secretarios al padre maestro fray Luis de la Raga, provincial de la orden de Santo Domingo, que llevaba la cruz.6 Íbanla alumbrando cuarenta y ocho religiosos de su familia con cirios encendidos [, detrás iba el señor Martín Díaz de Contreras, en medio del señor Pedro de Quirós y del alguacil mayor]. Iba delante de la cruz [verde] la capilla de la catedral de superiores y eminentes voces y diestros músicos y la de Santo Domingo, no inferior a ella, 5. En lugar de «llevaban ambos sus hábitos...», en JCB leemos «y ambos sus hábitos». 6. En JCB esta oración aparece así: «Luego iban los calificadores, todos los familiares y comisarios y oficiales del Santo Oficio acompañando al padre maestro fray Luis de la Raga provincial de la orden de Santo Domingo, que llevaba la cruz».
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cantaban el himno Vexilla Regis prodeunt, triunfos de la cruz contra herejes, en canto de órgano y algunos salmos, que él, la gravedad del acto, el silencio de tanta gente provocaba a amor y veneración al Santo Tribunal y a celo fervoroso del aumento y pureza de la fe. Así caminó la procesión con toda majestad hasta la plaza de la ciudad y sin torcer llegó a las puertas principales de palacio y desde allí tomó la vuelta a coger las del tablado, que miraban a la calle de los Mercaderes; en llegando a él recibió la cruz el padre presentado fray Gaspar de Saldaña, prior del convento de Santo Domingo, y la subió al tablado y colocó en el altar, que estaba ricamente adornado. A este tiempo la música entonó el Vers hoc Signum Crucis y el responso y el prior dijo la oración de la cruz y, dejando en su guarda los religiosos más graves de su convento, muchos cirios para su lustre y cuatro faroles de vidrieras contra el viento de la noche, se despidió de los oficiales y ministros, con que se acabó esta acción. Ocurrió a ella el mayor número de gente que jamás ha visto la Ciudad de los Reyes, ocupando las calles y plazas de palacio y de la Inquisición, y las ventanas, balcones y techos, y el grande número de personas que acompañó la procesión fue causa de haberse detenido desde las cuatro hasta la oración que llegó al tablado la cruz. Gobernaron7 la procesión el doctor don Juan Sáenz de Mañozca y el doctor don Antonio de San Miguel Solier, abogados del fisco y presos del Santo Oficio. NOTIFICACIÓN DE LAS SENTENCIAS
Este día, entre las nueve y [las] diez de la noche, se notificaron las sentencias a los que habían de ser relajados y quedaron con ellos frailes8 de todas religiones, que el Santo Oficio envió a llamar para este efecto, a quien se dio aquella noche una muy cumplida colación y a los ministros. Mandóseles a estos avisasen a los que habían de acompañar a los reos que estuviesen el día siguiente a las tres de la mañana en las casas de la Inquisición. Poco después de notificadas las sentencias a los relajados volvieron en sí Enrique de Paz y Manuel de Espinosa, y con el uno hizo audiencia
7. «Gobernando» en JCB. 8. En lugar de «frailes», en JCB leemos «religiosos».
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el señor inquisidor Andrés Juan Gaitán y con el otro el señor inquisidor don Antonio de Castro, hasta las tres de la mañana; y a aquella hora se llamó a consulta en que se hallaron con los señores inquisidores, el señor licenciado don Juan de Cabrera, tesorero de la santa iglesia, provisor en sede vacante y ordinario del Santo Oficio, y los señores doctor don Martín de Arriola, oidor, y licenciado don García Francisco Carrillo, fiscal de lo civil. Consultores, faltó el señor oidor Andrés Barahona de Encinillas, por estar enfermo de la enfermedad de que murió.9 En esta consulta se admitieron a reconciliación los dichos. Dióseles de almorzar a los penitenciados este día a las tres, para cuyo efecto se mandó llamar un pastelero tres días antes, y debajo de juramento de secreto se le mandó cuidase desto, de modo que antes de la hora dicha estuviese el almuerzo en casa del alcaide, que se hizo con toda puntualidad. A la hora señalada acudieron muchos republicanos honrados con deseo que les cupiese algún penitenciado que acompañar, para mostrar en lo que podían el afecto con que deseaban servir a tan Santo Oficio. Pero para que se entienda ser esto moción de Dios y para ejemplar de todos los fieles, sucedió que don Salvador Velázquez, indio principal, sargento mayor de la milicia de los naturales, entró en el Santo Oficio a la mesma hora que los republicanos, de gala, con espada y daga plateada, y pidió que le honrasen a él dándole una estatua de las que habían de salir en el auto, que a eso solo iba, y visto su afecto se le concedió lo que pedía y a otro compañero suyo. Como iban saliendo los presos de las cárceles se les iba poniendo a cada uno las insignias significadoras de sus delitos y entregándolo a dos personas de las referidas, a quien se les encargaba que no le dejasen hablar con nadie y que lo llevasen y volviesen a aquel lugar, excepto a los relajados en cuanto a la vuelta. Diósele orden a Juan Rodríguez Panduro de Durán, teniente de alcaide, que se quedase en el Santo Oficio en guarda de las cárceles. PROCESIÓN DE LOS PENITENCIADOS
Acabada esta diligencia con todos los reos, llegaron a las casas del Santo Oficio las cuatro cruces de la iglesia mayor y demás parroquias
9. En JCB: «de la enfermedad que murió».
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cubiertas de luto, con mangas negras. Acompañábanlas10 los curas y sacristanes y clérigos con sobrepellices. A esta hora, que sería como a las cinco, estaban formados dos escuadrones de la infantería española, uno en la plaza del Santo Oficio, otro en la principal desta ciudad y, quedando las banderas en los escuadrones, vinieron dos compañías destas que fueron en escolta de los penitenciados. Comenzó a salir la procesión de las casas del Santo Oficio, delante iban las cruces en la forma dicha, acompañadas de los curas sacristanes y clérigos, con sobrepellices11. Seguíanse los penitenciados de menores delitos, hechiceras, casados dos veces. Luego los judaizantes con sus sambenitos y los que habían de ser azotados con sogas gruesas a las gargantas, los últimos iban los relajados en persona, con corozas y sambenitos de llamas y demonios en diversas formas de sierpes y dragones, y en las manos cruces verdes, menos el licenciado Silva que no la quiso llevar por ir rebelde, todos los demás llevaban velas verdes. Iban los penitenciados uno a uno en medio de los acompañantes, y por una banda y otra dos hileras de soldados que guarnecían toda la procesión. Detrás de los reos iba Simón Cordero, portero de la Inquisición, a caballo, llevaba delante un cofre de plata, pieza curiosísima y de valor, iba cerrado con llave y dentro las sentencias de los culpados; remataban la procesión Martín Díaz de Contreras, secretario más antiguo, a caballo con gualdrapa de terciopelo, y el capitán don Juan Tello de Sotomayor, alguacil mayor de la Inquisición, que llevaba a la mano derecha al secretario.12 Caminó la procesión por la calle que tuerce hasta el monasterio de monjas de la Concepción y desde allí bajó derecha hasta la plaza, que prosiguió por junto a los portales de los Sombrereros, hasta llegar cerca de la calle de los Mercaderes, siguiendo el camino por muy cerca del portal de los Escribanos, de donde se fue apartando para llegar a la puerta de la escalera del cadalso, que estuvo cerrada hasta entonces, la cual abrieron cuatro familiares que la guardaban y subieron los penitenciados en la forma que habían venido y se sentaron en los lugares que le estaban señalados en el cadalso. 10. En JCB: «Acompañábanla». 11. En lugar de «con sobrepellices», en JCB leemos «en copioso número». 12. En JCB encontramos así esta última oración: «remataban la procesión Martín Díaz de Contreras, secretario más antiguo, a caballo con gualdrapa de terciopelo, y el capitán don Juan Tello de Sotomayor, alguacil mayor de la Inquisición y el secretario Pedro de Quirós, que llevaban en medio al secretario Martín Díaz de Contreras».
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Por las calles por donde pasó la procesión fue tanto el número de gente que ocurrió a ver los penitenciados que no es posible sumarla; baste decir que cinco días antes se pusieron escaños para este efecto y detrás dellos tablados por una banda y [por] otra de las calles, en donde estaba la gente dicha, fuera de la que había en los balcones y ventanas y techos, y en muchas partes había dos órdenes de tablados [y en la plaza tres]. ACOMPAÑAMIENTO DE ÉL13
El virrey, príncipe prevenido en todo y muy especial en las cosas del servicio de Dios y del rey, había dado orden a don Diego Gómez de Sandoval, caballero del orden de Santiago, su capitán de la guarda, para que tuviese a punto el acompañamiento con que había de ir a la Inquisición Su Excelencia y cuando avisó el tribunal, que sería a las cinco y media, estaba ya a punto. Salió de palacio con mucha orden el acompañamiento, iba primero el clarín de Su Excelencia, como es costumbre cuando sale en público. Luego iba la compañía de arcabuces de la guarda del reino, con su capitán don Pedro de Zárate, que aunque enfermo no se excusó de tan santa acción. Seguíanse muchos caballeros de la ciudad, luego iba el Consulado, en forma de tribunal; seguíase el Colegio Real de San Felipe y de San Martín, que también lo es, y a cargo de los padres de la Compañía de Jesús en dos órdenes, llevando el de San Martín al de San Felipe a la mano derecha, rematando este con su rector. Seguíase la Universidad Real, precediendo los dos bedeles con sus mazas atravesadas al hombro y detrás dellos iban los maestros y doctores de todas facultades, con sus borlas y capirotes; el último su rector. Seguíanse los dos Cabildos, eclesiástico y secular; al Cabildo eclesiástico en sede vacante antecedía el pertiguero, con gorra y ropa negra de terciopelo; luego iban los dos notarios públicos del juzgado eclesiástico y el secretario del Cabildo. Seguíanse los racioneros, canónigos y dignidades, y en último lugar el señor doctor don Bartolomé de Benavides, juez subdelegado de la santa cruzada, arcediano, porque el señor maestro don Domingo de 13. En JCB el título de este epígrafe dice simplemente «Acompañamiento», mientras que en BNE leemos «Acompañamiento del», que hemos creído conveniente cambiar por «Acompañamiento de él».
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Almeida, deán de la santa iglesia de Lima, no fue a este acompañamiento por estar falto de salud. Al Cabildo secular, que iba a la mano izquierda del eclesiástico, antecedían los maceros con gorras y ropas de damasco carmesí, con sus mazas atravesadas. Luego iban los oficiales del Cabildo, luego los regidores y alguacil mayor de la ciudad, los jueces oficiales reales administradores de la Real Hacienda. Iban detrás de todos el capitán don Pedro de Castro Yzazaga14, caballero del orden de Santiago, y a su mano izquierda el capitán don Íñigo de Zúñiga, alcaldes ordinarios. Seguíanse los dos reyes de armas. Luego iba[n los señores Francisco Marqués de Morales, capitán Fernando de Santa Cruz y Padilla, don Fernando Bravo de Laguna, Alonso Ibáñez de Poza d]el Tribunal [Mayor] de Cuentas, que es los cuatro contadores mayores.15 Tras deste tribunal iba el capitán de la guarda de Su Excelencia y a su mano izquierda Melchor Malo de Molina, alguacil mayor de la Real Audiencia. Seguíanse los señores fiscales don García Francisco Carrillo y Alderete, de lo civil, y don Pedro de Meneses, del crimen; iban luego cuatro señores alcaldes, doctores don Juan González de Peñafiel, don Cristóbal de la Cerda Sotomayor, don Juan Bueno de Rojas y licenciado don Fernando de Saavedra. Seguíanse cinco señores oidores desta Real Audiencia, doctores don Antonio de Calatayud, del orden de Santiago, don Martín de Arriola, licenciado Cristóbal Cacho de Santillán, doctor don Gabriel Gómez de Sanabria y el doctor Galdós de Valencia. Llevaban en su compañía a los señores licenciado Gaspar Robles de Salcedo, oidor de la Real Audiencia de La Plata, y doctor Francisco Ramos Galván, fiscal della. Seguíase luego el excelentísimo señor don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón, [del Consejo de Estado y Guerra] virrey y capitán general destos reinos, y a los lados en dos hileras los soldados de la guarda de a pie cogiendo en medio la Real Audiencia en la forma ordinaria, detrás de Su Excelencia iban
14. Este apellido aparece en BNE como «Yçazaga», mientras que en JCB leemos «Yçazigui». 15. Como vemos por los nombres inluidos entre corchetes, el ejemplar JCB amplía aquí bastante la información ofrecida por el ejemplar BNE; además, esta última parte de la oración, que dice «que es los cuatro contadores mayores», no aparece en JCB. Por otro lado, el ejemplar JCB comienza la frase que sigue con un «Luego el capitán de la guardia de Su Excelencia...», en lugar de «Tras de este tribunal iba el capitán...», tal y como lo encontramos en BNE.
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sus criados y con ellos en primer lugar don Luis Fernández de Córdoba, capitán de la compañía de los gentiles hombres lanzas, y detrás la dicha compañía que cerraba este acompañamiento. Como iban llegando los primeros a las casas de la Inquisición se iban quedando a una parte y otra, dejando calle por donde pasó la Real Audiencia acompañando al virrey, que entró en ellas, donde halló a los señores inquisidores apostólicos en forma de tribunal con capelos negros, insignias de su delegación y a mula, y habiéndole hecho las cortesías debidas y retornádolas Su Excelencia, volvió a salir el acompañamiento por la mesma calle y en la forma que había venido, que fue la que va derecha de la Inquisición hasta la del arzobispo. Llevaba el estandarte de la fe el [señor] doctor don Luis de Betancurt y Figueroa, fiscal del Santo Oficio. Llevábanle en medio el señor don Antonio de Calatayud, oidor más moderno, y el señor don Fernando de Saavedra, alcalde más antiguo, y ambos las borlas del estandarte. Luego iban los señores licenciado Cristóbal Cacho de Santillán y doctor don Martín de Arriola, oidores, y licenciado Robles de Salcedo y doctor Francisco Ramos Galván, oidor y fiscal de la Real Audiencia de La Plata. Seguíase el señor inquisidor don León de Alcayaga Lartaún y a su mano izquierda el señor doctor don Gabriel Gómez de Sanabria, presidente de sala. Luego el señor inquisidor don Antonio de Castro y del Castillo y a su mano izquierda el señor doctor Galdós de Valencia, oidor más antiguo. Detrás iba Su Excelencia en medio del señor inquisidor más antiguo, licenciado don Juan de Mañozca, del consejo de Su Majestad, en el de la Santa y General Inquisición, que iba a la mano derecha, y del señor licenciado Andrés Juan Gaitán, inquisidor, que iba a la siniestra. Detrás iba el alférez Francisco Prieto, de la familia del señor licenciado don Juan de Mañozca, a caballo, llevaba en las manos una fuente dorada, con sobrepelliz, estola y manual del Santo Oficio para la forma de las absoluciones, con sobrefuente de tela morada guarnecida de puntas de oro. Y para dar toda honra a los que salieron libres de los testimonios de los judíos, acordó el tribunal que fuesen en este acompañamiento con sus padrinos y Su Excelencia les mandó señalar lugar con la ciudad. Fue espectáculo de admiración ver a un mesmo tiempo triunfar la verdad y castigarse la mentira, efectos de la rectitud del Santo Oficio. Iba Santiago del Castillo en medio de don Antonio Meoño y
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don Miguel de la Lastra, caballeros del orden de Santiago. Pedro de Soria, de don Juan de Recalde y de don Martín de Zabala, caballeros del mesmo orden de Santiago. Alonso Sánchez Chaparro, de don José Jaraba, del hábito de Santiago, y don Pedro Calderón, del hábito de Calatrava. Andrés Muñiz de don Rodrigo de Vargas y don Andrés de las Infantas, del orden de Santiago. Francisco Sotelo, de don Alonso de la Cueva, del hábito de San Juan, y don Francisco de la Cueva, del hábito de Santiago. Ambrosio de Morales Alaón y Antonio de los Santos, familiares del Santo Oficio, no sacaron padrinos porque iban con sus hábitos de familiares. Con esta orden caminó el acompañamiento según se ha dicho, bajando desde la esquina de la cuadra del arzobispo por la plaza hasta las casas de Cabildo. Cuando entró en la plaza el estandarte de la fe, Su Excelencia, Tribunal del Santo Oficio y Real Audiencia, llegando cerca del escuadrón abatieron las banderas los alférez y los soldados hicieron una sonora salva. Al subir Su Excelencia y acompañamiento por las casas de Cabildo al tablado se quedaron las compañías de los gentiles hombres lanzas y arcabuces a los lados del tablado. La de los lanzas a la mano derecha, remudándose por escuadras la guarda, sin que faltase siempre la mitad de cada una. El escuadrón de infantería con sus compañías tomó las esquinas de la plaza teniéndola guarnecida hasta la tarde. Su Excelencia y los señores inquisidores se pusieron en sus lugares, estuvo en medio del señor licenciado don Juan de Mañozca, que estuvo a la mano derecha, y del señor licenciado Andrés Juan Gaitán, que estuvo a la siniestra. A la mano derecha del señor Mañozca estuvo el señor licenciado don Antonio de Castro y a la siniestra del señor Gaitán el señor licenciado don León de Alcayaga Lartaún. Y luego por un lado y otro se seguían los señores de la Real Audiencia; a un lado estuvo el Tribunal de Cuentas y los demás, y los Cabildos eclesiástico y secular, universidad, colegios y comunidades en sus lugares.16 En el lugar donde estuvo Su Excelencia y la Inquisición se levantó un dosel de riquísimo brocado negro y naranjado, las listas negras con bordaduras costosas y flocadura de oro en medio de él, y en lo más
16. Esta última oración aparece en JCB así: «Y luego por un lado y otro se seguían los señores de la Real Audiencia y los del Tribunal Mayor de Cuentas, los Cabildos eclesiástico y secular, universidad, colegios y comunidades en sus lugares».
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eminente estaba un crucifijo de bronce dorado, de tres cuartas de alto en una cruz muy rica de ébano con cantoneras de bronce doradas, tenía colocadas algunas láminas de singular primor. En el cielo del dosel estaba una imagen del Espíritu Santo con rayos que de sí despedía esparciéndose por el cielo, como significando el espíritu de Dios que gobierna las acciones de tan Santo Oficio y el abrasado deseo que en sus pechos mora en tres serafines cercados de rayos de plata, que pendían de las caídas del dosel. Tuvo Su Excelencia tres almohadas de estrado (que en este reino vulgarmente se llaman cojines), una para asiento y dos a los pies, de rica tela amarilla. Y el señor don Juan de Mañozca tuvo almohada negra de terciopelo, por consejero de Su Majestad en el de la General y Santa Inquisición. Lo restante donde estuvieron los señores de la Real Audiencia estuvo curiosamente adornado con ricos brocateles. Delante del tribunal estaba en la primera grada (habiendo de ser en la segunda) el doctor don Luis de Betancurt, fiscal del Santo Oficio, con el estandarte de la fe, y el capitán de la guarda de Su Excelencia. El balcón de la excelentísima señora virreina estuvo muy bien adornado. Estaba sentada con grande majestad Su Excelencia debajo de dosel de tela amarilla en silla y almohadas de lo mesmo, y el marqués, hijo de Sus Excelencias, estuvo a un lado de la señora virreina, en silla de tela sin almohada, por el respeto. Luego se seguían las señoras, mujeres de los consejeros de la Real Audiencia, sentadas en sillas de baqueta pespuntadas de sedas, con sus hijas y hermanas. Los lugares donde estuvieron los Cabildos eclesiástico y secular se adornaron de alfombras muy vistosas y fue esta la primera vez que se les dio adorno, no habiéndole tenido antes en ocasiones semejantes. Y esles debido, pues ambas jurisdicciones ayudan a la Inquisición: la eclesiástica con el juez ordinario en las causas y la secular con sus ministros para la ejecución de las sentencias. Al Tribunal de Cuentas, que no había tenido asiento, se le dio ahora por esta vez por estar pleito pendiente sobre ello.17 Otras comunidades pretendieron el dicho adorno y no se les concedió por algunos respetos.
17. En JCB leemos: «Al Tribunal de Cuentas, que no había tenido asiento, se le dio ahora, y estuvo en la forma y manera dicha». El cambio de esta oración entre ambos ejemplares es significativo en la medida en que en uno de ellos no aparece esa alusión a un supuesto pleito del Tribunal de Cuentas.
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Habiendo pues Su Excelencia, el tribunal y Real Audiencia llegado a sus asientos, hicieron adoración a la cruz que estaba puesta en el altar ricamente adornado. Tenía la imagen de Santo Domingo, como a quien tan gran parte le cabía de la gloria deste día, cuatro blandones de plata, muchos ramilletes de diversas flores y escarchado, gran número de pebeteros con dorados pebetes y otros olores diversos que recreaban los sentidos. Antes de él estaba un tapete con cuatro blandones en que ardían cuatro hachas, todo a cargo de la devoción de la religión dominicana por mano del padre fray Ambrosio de Valladolid, predicador general de aquella orden y honesta persona del Santo Oficio, a cuya causa se le encargó esto. Dijéronse muchas misas en este altar y cesó el celebrar en él luego que salió del Santo Oficio la procesión de los penitenciados. Luego subió al púlpito Martín Díaz de Contreras, secretario más antiguo, y habiendo hecho sus cortesías al virrey, tribunal y señores de la Real Audiencia, y a la señora virreina y demás señoras, y a los tribunales y cabildos y religiones, leyó en voz alta, clara y grave la protestación de la fe. Y el virrey hizo el juramento ordinario, como persona que representaba al rey nuestro señor, que Dios guarde, y luego todos los señores de la Real Audiencia, sala del crimen y fiscales. Para él llevó la cruz y misal al señor virrey el licenciado Juan Ramírez, cura más antiguo, y a los señores de la Real Audiencia el bachiller Lucas de Palomares, cura más moderno, ambos de la iglesia mayor con sobrepellices. El mesmo juramento hicieron los cabildos y el pueblo alzando la mano derecha, que con notable afecto y devoción en voces altas respondió con duplicado amén al fin del juramento. Inmediatamente subió al púlpito el padre fray José de Cisneros, calificador de la Suprema, con su venera al cuello, dignísimo comisario general de San Francisco en estos reinos del Perú. Predicó un sermón muy a propósito del intento y así se imprimió. El secretario Pedro de Quirós Arguello subió luego y leyó en voz inteligible la bula de Pio V traducida en romance, que habla en favor de la Inquisición y de sus ministros, y contra los herejes y sus fautores. Acabada se comenzaron a leer las causas, dando principio a la lectura el doctor don Juan Sáenz de Mañozca, como abogado de los presos del Santo Oficio. Siguiéronle los demás lectores y el primero el doctor Bartolomé de Salazar, relator más antiguo de la Real Audiencia, clérigos presbíteros, religiosos, abogados y otras personas graves y de autoridad.
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El orden de traer los presos a la gradilla para oír sentencia encima della, la daba el tribunal a Pedro de Valladolid, familiar del Santo Oficio, y la llevaba al capitán don Juan Tello, alguacil mayor, que estaba sentado en medio de la crujía, en un escabel cubierto con un tapete cairino, de quien la recebía Juan de Yturgoyen, alcaide de las cárceles secretas, el cual con bastón negro liso sacaba los penitenciados a oír sentencia. A la segunda causa que se leyó pidió el tribunal campanilla de plata que estaba en el bufete de los secretarios y este al lado derecho del altar, con sobremesa de damasco carmesí, cenefa de tela del mismo color con flocadura de oro, en que estaba el cofre de las sentencias, tinteros y salvaderas de plata para el uso de ambos secretarios, y la campanilla. Llevola Pedro de Valladolid y diola al señor don Juan de Mañozca, Su Señoría la ofreció al virrey con todo cumplimiento para que mandase en el acortar de la lectura de las causas y lo demás, y Su Excelencia como tan gran señor, retornando la cortesía, volvió la campanilla al tribunal. Prosiguiéronse las sentencias, que en suma son como se siguen. CAUSAS Y SENTENCIAS POR COMUNICACIONES DE CÁRCELES
1. Francisco Hurtado de Valcázar, natural de la villa de Escalona, en el reino de Toledo, vecino desta ciudad, viudo, familiar deste Santo Oficio y primero de la Inquisición de Toledo y ayudante del alcaide de las cárceles secretas, por haber dado lugar a que se comunicasen los presos dellas, llevando papeles de unos a otros y así mesmo trayéndolos de personas de afuera a los de adentro, dejándose cohechar. Salió al auto en forma de penitente en cuerpo, sin cinto ni bonete, con vela verde en las manos, condenado a destierro desta ciudad y cinco leguas alrededor por cuatro años, y que le fuese quitado el título de familiar, túvose atención a su mucha edad y así no se le dieron mayores penas. 2. Juan de Canelas Albarrán, mestizo, natural del Cuzco, de oficio platero, vecino y casado en esta ciudad, porque viviendo pared en medio de las cárceles dio lugar a que por diferentes aposentos de su casa tratasen y comunicasen algunas personas con los presos de las dichas
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cárceles, por agujeros que para ello hicieron, llevando y trayendo papeles por dádivas que le daban por esto, en que hizo grandísimos daños. Salió al auto en forma de penitente, sin cinto ni bonete, en cuerpo, con vela verde en las manos, soga a la garganta, fue condenado a cien azotes y [a] cuatro años de destierro desta ciudad y cinco leguas alrededor. 3. Ana María González, mestiza, natural de la Puebla de los Ángeles en Nueva España, casada y vecina desta ciudad, por haber violado las cárceles secretas del Santo Oficio por medios ilícitos por las casas del dicho Canelas, haciendo agujeros en las paredes de las dichas cárceles, inquiriendo y escudriñando los secretos dellas, comunicándose con los presos diversas veces, solicitando a otras personas a la mesma comunicación. Salió al auto en hábito de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete,18 soga a la garganta, vela verde en las manos, condenada a destierro desta ciudad por cuatro años, [y en] cien azotes por las calles públicas. Fueron estos buenos confitentes y por eso no se les agravaron las penas. CASADO DOS VECES
4. Juan López de Mestanzo, mestizo, carpintero de ribera, natural de la ciudad de Trujillo en este reino, vecino de Puerto Viejo, obispado de Quito, fue preso por casado dos veces. Salió al auto en hábito de penitente, en cuerpo, sin cinto y con coroza, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró de levi, fue condenado a cien azotes y cinco años de galeras en las del Callao. HECHICERAS FAMOSAS
1. Ana María de Contreras, mulata esclava, hija de español y de negra, habitante en esta ciudad, fue presa por hechicera, confesó su delito y añadió que un rayo la había partido, de que había sanado y quedado zahorí y que no entraba los viernes en las iglesias por no ver los difuntos, y que a las mujeres que se vestían faldellín colorado les
18. En JCB no encontramos estas últimas palabras, «sin cinto ni bonete».
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veía [todo] cuanto tenían, como si estuvieran en pelota, con otras cosas desta suerte. Salió al auto con insignias de hechicera, coroza blanca, soga a la garganta, vela verde en la mano, abjuró de levi y fue condenada en cien azotes. 2. Ana de Campos, mestiza, natural de Guamanga, vecina del Cuzco, de donde se trujo presa por hechicera. Fue buena confitente, dijo que se le aparecía el diablo en forma de hombre vestido de pardo, y en forma de borrico, y cabrón, y perro prieto. Salió al auto con coroza blanca, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuró de levi, fue condenada a cien azotes, destierro desta ciudad, de la del Cuzco y Guamanga, por tres años. 3. Doña Beatriz de la Bandera, vecina y natural del Cuzco, fue traída presa por hechicera, confesó su delito y entre otras cosas dijo se le aparecían los demonios en forma de mastines y monos, con unas colas muy largas y ramos de molle en las manos. Salió al auto con coroza blanca, vela verde en las manos, abjuró de levi, fue condenada en destierro desta ciudad y la del Cuzco por cuatro años. 4. Doña Estefanía Ramírez de Meneses, vecina de Lima y natural del Nuevo Reino de Granada, fue presa por gran hechicera embustera. Confesó su delito, salió al auto con coroza blanca, vela verde en las manos, abjuró de levi, fue condenada a que saliese a la vergüenza en una bestia de albarda y desterrada de las ciudades de Lima y de La Plata y villa de Potosí y diez leguas alrededor por tiempo de seis años. Esta ya había sido castigada por el ordinario en Chuquisaca por conocida hechicera y puesta a la puerta de la iglesia en una escalera con coroza. 5. Luisa de Oña, zamba, hija de negra y mulato, natural de Lima y habitante en ella, fue presa por hechicera, confesó su delito, tenía mucha entrada en las casas de Lima y para encubrirse mejor era la mayoral de la Congregación de los Mulatos y Mulatas, hizo grandes bellaquerías y daños en su oficio de hechicera. Salió al auto con coroza blanca, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuró de levi, fue condenada a doscientos azotes y desterrada de todo el distrito desta Inquisición por toda su vida. [6.] Mariana de Olabe, de veintiún años, natural y vecina del Cuzco, fue traída presa por hechicera, confesó su delito y no la intención, tuvo pacto con el demonio y se le aparecía cuando quería en diversas formas. Salió al auto con coroza blanca, vela verde en las manos, abjuró de vehementi por el dicho pacto, fue condenada a destierro de Lima
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y del Cuzco y veinte leguas alrededor por cuatro años, y que saliese a cumplirlo dentro de nueve días. Túvose atención a sus pocos años y así no se le dio más pena. Esta causa leyó el contador Juan de Cenzano, criado de Su Excelencia, a satisfacción de todos. LOS QUE ABJURARON DE VEHEMENTI POR [SOSPECHOSOS DE] LA GUARDA DE LA LEY DE MOISÉS
1. Domingo Montecid, de oficio cerero y confitero, y que en este reino ha sido mercachifle y chacarero de Manuel Bautista Pérez, natural de Santarém en Portugal, de edad de cuarenta y ocho años, residente en esta ciudad. Fue preso por judío observante de la ley de Moisés, con secresto de bienes, salió al auto en forma de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete, vela verde en las manos. Abjuró de vehementi y que salga desterrado de las Indias a los reinos de España por toda su vida. 2. Don Simón Ossorio, alias Simón Rodríguez, natural de la villa de San Combadan en Portugal, criado en los estados de Flandes, de edad de veintiocho años, residente en la ciudad de Quito, adonde subió con poderes de la duquesa de Lerma para administrar sus obrajes. Cuando su prisión, se le hallaron dos retratos suyos de él, el uno en hábito de mujer y el otro en hábito de hombre; por su proceso pareció tener tres padres y diferentes naturalezas, siendo el propio Francisco de Cáceres, reconciliado en la Inquisición de Coímbra. Hizo en Madrid información de limpieza y nobleza, y convencido de su falsedad dijo que con cuatro reales haría él en Madrid informaciones y quien quisiese, pintándose el más noble y más calificado, y para ostentar esto traía grandes mechones y andaba muy galán y oloroso. Fue preso con secresto de bienes, por judío observante de la ley de Moisés y que la enseñaba a otros, para que traía el calendario de sus fiestas en cifra, que se le halló entre sus papeles cuando su prisión. Y tuvo testificación de haberse jactado que un hermano suyo y él tenían en la Compañía de los Holandeses contra Su Majestad ocho mil ducados en la escuadra dedicada a las partes del Brasil. Fue condenado a auto, en que salió en forma de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuró de vehementi, fue condenado en cien azotes, seis años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y desterrado de las Indias por toda su vida.
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3. Francisco Vázquez, de oficio corredor zángano, natural de Mendi,19 en Portugal, casado y vecino desta ciudad, de edad de cuarenta años, fue preso con secresto de bienes por judío observante de la ley de Moisés, fingiose loco por mucho tiempo. Salió al auto en forma de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete, con vela verde en la mano, abjuró de vehementi y fue condenado en doscientos pesos corrientes para los gastos extraordinarios del Santo Oficio y destierro perpetuo de las Indias. 4. Luis de Valencia, natural de la ciudad de Lisboa, en Portugal, de oficio mercader, de edad de sesenta años, fue preso con secresto de bienes, por judío judaizante observante de la ley de Moisés, y traído de Panamá. Hacía viajes a Nueva España, pareció estar circuncidado aunque él dijo que no era sino de andar con mujeres. Salió al auto en forma de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete, con vela verde en las manos, abjuró de vehementi, fue condenado en trescientos pesos ensayados para gastos extraordinarios del Santo Oficio y desterrado perpetuamente de las Indias. Esta causa leyó el autor. 5. Pedro de Farias, natural de Guimaraes, en Portugal, de edad de cuarenta años, iba y venía a Tierra Firme y hacía los negocios de Diego Ovalle, fue preso con secresto de bienes, por judío judaizante. Salió al auto en forma de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete, vela verde en las manos, abjuró de vehementi, fue condenado en doscientos pesos de a ocho reales para gastos extraordinarios del Santo Oficio y desterrado por toda su vida de las Indias a los reinos de España. 6. Rodrigo de Ávila el mozo, natural de Lisboa, en Portugal, de edad de treinta y seis años, residente en esta ciudad y en la tienda de su tío Rodrigo de Ávila el viejo, en la calle de los Mercaderes, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, que no quitaba el sombrero a la cruz, ni hacía reverencia a las imágenes, ni a los santos, ni al Santísimo Sacramento cuando le encontraba en la calle. Salió al auto en forma de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete, con vela verde en las manos, abjuró de vehementi, fue condenado en cien pesos corrientes para gastos extraordinarios del Santo Oficio y desterrado perpetuamente de las Indias a España. 7. Manuel González, casado, natural de Moncharaz, en Portugal, cinco leguas de Villaviciosa, de edad de veintisiete años, soltero, residente en 19. «Mondi» en JCB.
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esta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. Salió al auto en forma de penitente, en cuerpo, sin cinto ni bonete, vela verde en las manos, abjuró de vehementi, fue condenado en destierro perpetuo de las Indias a los reinos de España. RECONCILIADOS CON SAMBENITO POR OBSERVANTES DE LA LEY DE MOISÉS
1. Antonio Cordero, natural de Arronches, obispado de PortaAlegre, en Portugal, de oficio mercader, de edad de veinticuatro años, casado en Sevilla con Isabel Brandon, residente en esta ciudad. Fue preso sin secresto de bienes y con grandísimo secreto, y en muchos días no se supo del porqué; no se podían persuadir se hubiese hecho tal prisión por la Inquisición, supuesto no había habido secresto de bienes, por testificación que hubo por agosto de 1634 de que no vendía los sábados, teniendo el almacén abierto, con lo demás que se refiere en el número. Fue buen confitente y pidió misericordia, admitido a reconciliación y sentenciado a auto, confiscación de bienes, sambenito, vela verde en las manos, abjuró formalmente, mandose que en el mesmo tablado acabada de leer la sentencia con sus méritos se le quite el sambenito y vaya desterrado de las Indias perpetuamente a España. 2. Antonio de Acuña, hijo de portugués, natural de Sevilla, de edad de veintitrés años, de oficio mercader, residente en esta ciudad, fue preso por judío judaizante con secresto de bienes. Vino al Perú con cargazón en compañía de Diego López de Fonseca, relajado en persona en este auto. Fue su criado el dicho Antonio Cordero, confesó ser judío judaizante y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación y sentenciado a auto, confiscación de bienes, abjuración formal, sambenito, vela verde en las manos y cárcel por dos años, que ha de cumplir en la de la penitencia de Sevilla,20 y desterrado perpetuamente de las Indias a España. 3. Antonio Fernández de Vega, vecino de Guancavelica, de oficio mercader, natural de la Torre de Moncorbo, en el reino de Portugal, de edad de cincuenta años. Que por algún tiempo se llamó Antonio de Santiago, él mesmo pidió audiencia y se denunció estando libre y
20. En JCB leemos «en Sevilla».
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confesó ser judío, mas porque de antes estaba testificado. Fue recluido en las cárceles secretas y admitido a reconciliación y sentenciado a auto, confiscación de bienes, abjuración formal, sambenito, vela verde en las manos y que en volviendo a la Inquisición se le quite el hábito y salga desterrado de las Indias perpetuamente a España. 4. Antonio Gómez de Acosta, natural de Bergança, en Portugal, de edad de cuarenta y ocho años, vecino desta ciudad, de oficio mercader, fue preso por judío judaizante cuando la prisión grande de 11 de agosto de 1635. Confesó ser judío judaizante observante de la ley de Moisés, sus ritos y ceremonias, y pidió misericordia; fue admitido a reconciliación y sentenciado a auto, sambenito, vela verde en las manos, abjuración formal, confiscación de bienes, cárcel y hábito perpetuo, como lo es su destierro de las Indias a España y la carcelería que la guarde en la cárcel perpetua de Sevilla. 5. Amaro Dionis, natural de Tomar, en el reino de Portugal, de edad de treinta y cuatro años, soltero, que vino de Cartagena con negocio ajeno y propio, fue preso por judío observante de la ley de Moisés, con secresto de bienes. Era muy dado a la música y danza, preciábase de caballero y así se entremetía con los que lo eran o se preciaban serlo, tomando siempre el mejor lugar en cualquier parte. Confesó ser judío observante de la ley de Moisés, sus ritos y ceremonias, y pidió misericordia; fue admitido a reconciliación y condenado a auto, sambenito, vela verde en las manos, abjuración formal, confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, desterrado de las Indias a España por toda su vida y que la carcelería la guarde en la cárcel perpetua de Sevilla. 6. Bartolomé de León, natural de la ciudad Badajoz, en Extremadura, de oficio mercader, de edad de veintiún años, descendiente de portugueses y deudo de Diego López de Fonseca y Jorge de Silva y Juan Rodríguez de Silva, residente en esta Ciudad de los Reyes del Perú. Fue preso con secresto de bienes por judío judaizante observante de la ley de Moisés. Era camarada este de Antonio de Acuña, Manuel de la Rosa, Antonio Cordero y Jerónimo Fernández, estos y los otros reconciliados en este auto. Confesó ser judío y que guardaba la ley de Moisés y pidió misericordia; después desto revocó y varió en sus confesiones, dijo y levantó muchas falsedades y para evadir las penas se fingió tonto y azonzado por tiempo. Fue condenado a auto, sambenito, soga a la garganta, vela verde en la mano, confiscación de bienes, que abjurase formalmente, con cárcel y hábito perpetuo, y por
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las dichas variaciones, revocaciones y falsedades se le diesen doscientos azotes y sirviese diez años en las galeras de España, al remo y sin sueldo, desterrado perpetuamente de las Indias a España y que guarde carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla después de cumplidas las galeras. 7. Baltasar Gómez de Acosta, de oficio mercader, natural de Valladolid, en los reinos de España, hijo de portugueses y sobrino de Antonio Gómez de Acosta, reconciliado en este auto, residente en esta ciudad, que hacía viajes a Cartagena. Fue preso por judío judaizante, con secresto de bienes; confesó serlo, aunque tarde, y pidió misericordia. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en la mano, abjuró formalmente, con confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, que cumpla en la de la Inquisición de Sevilla, desterrado perpetuamente de las Indias. 8. Doña Mayor de Luna, natural de la ciudad de Sevilla, hija de portugueses, casada con Antonio Morón, de edad al parecer de más de sesenta años, aunque ella negó ser de cuarenta. Vecina desta ciudad, fue presa por judía judaizante, juntamente con su marido, hija y hermana, doña Mencía de Luna, con secresto de bienes. Era muy estimada en Lima de personas principales, vestía y tocaba telas y lamas, confesaba y comulgaba a menudo, negó hasta lo último, después confesó ser judía judaizante y pidió misericordia. Usó de varias trazas para comunicarse en las cárceles secretas y en particular del secreto del limón: cogiéronse muchos papeles blancos y el tribunal, con particular inspiración, mandó ponerlos cerca de un brasero y con la lumbre se vieron estar escritos todos los papeles, con muchos vocablos exquisitos y cifras, y todo se ordenaba a persuadir a su hija a que no confesase la verdad. Fue admitida a reconciliación y salió al auto con sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuró formalmente, fue condenada a hábito y cárcel perpetua, que cumpla en la de Sevilla, desterrada para siempre de las Indias a España, y por las comunicaciones que tuvo en las cárceles y papeles que escribió le fuesen dados cien azotes por las calles públicas. 9. Doña Isabel Antonia, hija de Antonio Morón y [de] doña Mayor de Luna, mujer de Rodrigo Váez Pereira, relajado en persona en este auto, natural de Sevilla, de más de dieciocho años, vecina desta ciudad. Fue presa con sus padres (que el marido ya lo estaba) por judía judaizante y que guardaba la ley de Moisés, con secresto de bienes;
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estuvo siempre negativa, hasta lo último, usando de varias trazas y ardides para ocultar su delito, comunicándose con la dicha su madre y respondiéndole a los papeles que le escrebía en las cárceles con cifras y debajo de nombres supuestos, avisándole el estado de las causas de otros presos que les importaba el saberlo. Después que se descubrieron sus comunicaciones confesó y pidió misericordia, fue admitida a reconciliación, salió al auto con sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuró formalmente, fue condenada a confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, que cumpla en la de la Inquisición de Sevilla, desterrada para siempre de las Indias y por las comunicaciones que tuvo en las cárceles [en] cien azotes. 10. Enrique Núñez de Espinosa, natural de Lisboa, en Portugal, criado en Francia, de oficio corredor zángano, casado con doña Mencía de Luna, hermana de la dicha doña Mayor de Luna, de edad de cuarenta años. Vecino desta ciudad, fue preso en esta Inquisición el año de 1623 y se suspendió su causa. En esta última prisión, que fue de las de 11 de agosto de 1635, confesó ser judío judaizante y haberlo sido desde que tuvo uso de razón y pidió misericordia. Este fue el más perjudicial judío que ha habido en este reino, por haber dicho a los de su profesión lo que pasaba en el Santo Oficio y el modo de procesar, era el que más atrevidamente se comunicaba con ellos por el oficio que tenía en intervenir en las ventas de sus mercaderías y negros. Fue admitido a reconciliación y condenado a auto, sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, confiscación de bienes, abjuración formal, desterrado de las Indias por toda su vida, hábito y cárcel perpetua, diez años de galeras al remo y sin sueldo en las de España, y después de acabado el dicho tiempo, cumpla su carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla, y por las variaciones y diminuciones [en] doscientos azotes por las calles públicas desta ciudad. 11. Enrique Lorenzo, natural de Moncorbo, en Portugal, que iba y venía con encomiendas a Portobelo, hermano de Mateo de la Cruz, reconciliado en este auto, soltero de edad de treinta y dos años. Fue preso en Panamá por judío observante de la ley de Moisés y traído a las cárceles secretas, confesó serlo y pidió misericordia. En sus confesiones anduvo vario y revocante, fue admitido a reconciliación y sentenciado a auto, sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, confiscación de bienes, abjuración formal y cárcel y hábito perpetuo, destierro de las Indias para siempre y por las revocaciones y variaciones que tuvo
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cien azotes, seis años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y acabado el dicho tiempo, guardar de su carcelería en la cárcel perpetua de la Inquisición de Sevilla.21 12. Francisco Méndez, alias Francisco Meneses, natural de Lamego, en Portugal, residente en un asiento de minas en el obispado de Guamanga, de edad de treinta años. Él mesmo se denunció y confesó haber judaizado y pidió misericordia, y porque estaba testificado antes fue preso, admitiose a reconciliación, salió al auto con sambenito y vela verde en las manos, abjuró formalmente, fue condenado en confiscación de bienes, destierro perpetuo de las Indias a España y que se le quite el sambenito después del auto. 13. Francisco Núñez Duarte, de oficio mercader, natural de la ciudad de la Guardia, en Portugal, de todas partes cristiano nuevo, hermano de Gaspar Fernández Duarte, reconciliado en este auto, de edad de cuarenta y cuatro años, residente en esta ciudad, con tienda en la calle y alférez en una campaña de soldados de la ciudad. Fue preso con secresto de bienes por judío judaizante a los 11 de agosto de 35, confesó haberlo sido mas tardía y diminutamente, pidió misericordia, fue admitido a reconciliación y sentenciado a auto, sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuración formal, hábito y cárcel perpetua, desterrado para siempre de las Indias a España y por la diminución y tardanza de sus confesiones en cien azotes y seis años de galeras en las de España al remo y sin sueldo, y acabado el dicho tiempo tenga su carcelería en la cárcel perpetua de la Inquisición de Sevilla. 14. Francisco Ruiz Arias, de oficio mercader, natural de Alcaiz, aldea de Castelo Blanco, obispado de la Guardia, en el reino de Portugal, de edad de veintitrés años, que hacía viajes a las provincias de arriba. Estando mandado prender por judío, él mismo se presentó sin saberlo pidiendo audiencia y misericordia; fue recluso en las cárceles y confesó ser judío judaizante, observante de la ley de Moisés, sus ritos y ceremonias, fue admitido a reconciliación y sentenciado a auto, sambenito, confiscación de bienes, vela verde en las manos, abjuración formal y que en acabándosele de leer la sentencia se le quite el sambenito en el tablado y salga desterrado de las Indias perpetuamente a España.
21. En JCB: «guarde su carcelería...».
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15. Francisco Márquez Montesinos, de oficio mercader, que andaba por diversas partes y hacía viajes a Nueva España,22 natural de la Torre de Moncorbo, en el arzobispado de Braga, en Portugal, de edad de cuarenta años, fue preso en esta ciudad por judío judaizante con secresto de bienes, confesó ser judío y pidió misericordia. Fue admitido a reconciliación y condenado a auto, sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuración formal, confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, y por las variaciones y diminuciones de sus confesiones y testimonios que levantó en ellas en diez años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, doscientos azotes y destierro para siempre de las Indias, y cumplidos los años de galeras guarde su carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 16. Francisco Hernández, mercachifle, natural de la Guardia, en Portugal, de edad de treinta y cinco años, soltero, residente en esta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, confesó serlo y pidió misericordia. Fue admitido a reconciliación y sentenciado a sambenito, vela verde en las manos, abjuración formal, confiscación de bienes, hábito y cárcel por un año y desterrado para siempre de las Indias a España. 17. Fernando de Espinosa, mercader con tienda en la calle, natural de la Torre de Moncorbo, en Portugal, soltero, de edad de treinta y cuatro años, residente en esta ciudad. Fue preso por judío observante de la ley de Moisés, con secresto de bienes, fue buen confitente, aunque comenzó tarde y dijo ser judío y haber guardado la dicha ley. Pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró formalmente, fue condenado en hábito y cárcel por tres años y desterrado de las Indias por toda su vida a España, y que cumpla la carcelería en la cárcel de Sevilla. 18. Fernando de Espinosa Estévez, natural de la Guardia, en Portugal, soltero, de edad de treinta y ocho años, que hacía viajes, primo de los Espinosas, fue traído a las cárceles secretas de[sde] los Conchucos, provincia deste arzobispado, donde iba huyendo de la Inquisición por judío observante de la ley de Moisés, con secresto de bienes. Estuvo negativo al principio, después confesó ser judío observante de la dicha ley y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al
22. En lugar de «que andaba por diversas partes y hacía viajes a Nueva España», en JCB leemos: «que hacía viajes a diversas partes y a Nueva España».
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auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró formalmente, fue condenado a hábito y cárcel perpetua, que tenga y cumpla en la de la Inquisición de Sevilla, en confiscación de bienes y desterrado de las Indias a España por toda su vida. 19. Jerónimo Fernández, tío de Antonio de Acuña, reconciliado en este auto, natural de Sevilla, mercachifle, de edad de veintidós años, residente en esta ciudad, fue preso con secresto de bienes en 11 de agosto de 35. Confesó ser judío y haber guardado la ley de Moisés y después revocó, y últimamente pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga en la garganta, abjuró en forma y condenado a hábito y cárcel perpetua, en confiscación de bienes y por las variaciones, revocaciones y testimonios que levantó fue condenado en doscientos azotes, seis años23 de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y en destierro perpetuo de las Indias, y que acabado el tiempo de galeras, guarde la carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 20. Jerónimo de Acevedo, natural de Pontevedra, en Galicia, de oficio mercader, viudo, de edad de cuarenta años, residente en esta ciudad, que hacía viajes. Fue preso con secresto de bienes por judío judaizante observante de la ley de Moisés, al principio estuvo negativo, después confesó ser judío y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación. Salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró formalmente, fue condenado en confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, y por las revocaciones de sus confesiones y muchos testimonios que levantó, en cien azotes y galeras perpetuas en las de España, al remo y sin sueldo, y destierro perpetuo de las Indias. 21. Gaspar Rodríguez Pereira, natural de Villa Real, en el reino de Portugal, soltero, de edad de treinta y cuatro años, de oficio mercader, residente en esta ciudad, que hacía viajes, fue preso por judío judaizante con secresto de bienes, confesó serlo y pidió misericordia. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado a cárcel y hábito por tres años, en confiscación de bienes y destierro perpetuo de las Indias, y por las revocaciones que tuvo y testimonios que levantó, en doscientos azotes y cinco años de galeras en las de España, al remo 23. En JCB son «cinco» años, en lugar de «seis».
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y sin sueldo, y cumplido el dicho tiempo que guarde la carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 22. Gaspar Fernández Cutiño, mercader de cajón, natural de la villa de Villaflor, en Portugal, soltero, de veintiséis años, residente en esta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. Confesó serlo y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación y murió en las cárceles secretas del Santo Oficio, adonde fue reconciliado. Salió al auto en estatua con sambenito y fueron sus bienes confiscados. 23. García Enríquez,24 cuñado de Manuel Bautista Pérez, hermano de su mujer doña Guiomar Enríquez y doña Isabel Enríquez, natural de la ciudad de Sevilla, hijo de padres portugueses, de edad de cuarenta años, residente en esta ciudad, de oficio mercader, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. Negó al principio, después confesó serlo y pidió misericordia. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos y abjuró formalmente, y condenado en confiscación de bienes, cárcel y hábito perpetuo, destierro de las Indias a los reinos de España por toda su vida y que guarde la carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 24. Gaspar Núñez Duarte, natural de la ciudad de la Guardia, en Portugal, cristiano nuevo de todas partes, residente en esta ciudad, que hacía viajes, hermano de Francisco Núñez, reconciliado en este auto, soltero, de edad de treinta y cuatro años. Fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, estuvo negativo, después confesó serlo y pidió misericordia, varió y revocó sus confesiones y levantó testimonios, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, y condenado a cárcel y hábito perpetuo, confiscación de bienes, destierro de las Indias por toda su vida, y por las variaciones y revocaciones que tuvo y testimonios que levantó, en doscientos azotes y en galeras perpetuas en las de España, en que sirva de forzado al remo y sin sueldo. 25. Jorge de Silva, natural de la villa de Estremoz, en Portugal, de oficio mercader de negros, vecino desta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante observante de la ley de Moisés, cuando la prisión grande de 11 de agosto de 1635. Confesó ser judío judaizante, observante de la dicha ley, pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, soga a la garganta, vela 24. En JCB no es «García Pérez Enríquez», sino «García Váez Enríquez».
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verde en las manos, abjuró en forma, fuéronle confiscados sus bienes y condenado en cárcel y hábito perpetuo, destierro de todas las Indias por toda su vida, y por las variaciones que tuvo en sus confesiones y testimonios que levantó, en doscientos azotes y galeras perpetuas en las de España, al remo y sin sueldo. 26. Jorge Rodríguez Tabares, de oficio mercader, que quebró, natural de Sevilla, vecino y casado en esta ciudad con doña Jerónima Marmolejo, natural de Fregenal, de edad de treinta y cinco años, y que le tenían los suyos por hidalgo, fue preso cuando la prisión grande de 11 de agosto de 35, con secresto de bienes, por judío judaizante. Comenzó su causa negando, después confesó ser judío y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, cárcel y hábito por dos años, desterrado de las Indias a los reinos de España perpetuamente y que cumpla su penitencia en la cárcel de la Inquisición de Sevilla. 27. Jorge de Espinosa, natural de Almagro en España, de oficio mercader, de edad de veintiocho años, hermano de Manuel y Antonio de Espinosa, penitenciados en este auto. Fue preso y traído a las cárceles secretas desde Panamá, donde había bajado en la armada, con secresto de bienes por judío judaizante. Al principio estuvo negativo, después confesó ser judío y pidió misericordia, y después de haberla pedido judaizó en las cárceles, de que tornó a pedir misericordia. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, soga a la garganta, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, cárcel y hábito perpetuo, desterrado de las Indias a los reinos de España por toda su vida, y por los testimonios que levantó y haber judaizado en las cárceles, en diez años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y en doscientos azotes y, cumplido el tiempo de galeras, guarde carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 28. Juan de Lima, natural de la villa de Moncorbo en Portugal y criado en la de Osuna, hermano de Luis y Tomás de Lima, penitenciados en este auto, de edad de treinta años, soltero, de oficio mercader, que hacía viajes arriba. Fue preso con secresto de bienes por judío judaizante en Guancabelica y traído a las cárceles secretas, confesó serlo a las primeras audiencias y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación. Salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró
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en forma, fue condenado a hábito y cárcel por seis meses y desterrado a los reinos de España por toda su vida. 29. Juan Rodríguez Duarte, sobrino de Sebastián Duarte, relajado en persona en este auto, que vivió con él y su cuñado Manuel Bautista Pérez, natural de Montemayor, en Portugal, residente en esta ciudad, soltero, de edad de treinta y tres años, de oficio mercader. Fue preso con secresto de bienes por judío observante de la ley de Moisés, estuvo muchos días negativo, después confesó ser judío judaizante y pidió misericordia, admitiose a reconciliación. Salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado a hábito y cárcel perpetua, en cuatro años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y desterrado perpetuamente de las Indias, y que cumplido el tiempo de galeras guarde carcelería en la cárcel perpetua de la Inquisición de Sevilla. 30. Juan de Acosta, natural del Brasil e hijo de Luis de Valencia, portugués, penitenciado por este Santo Oficio en este auto, soltero, sin oficio, residente en esta ciudad, de edad de veintidós años, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, estuvo negativo, después pidió misericordia, fue admitido a reconciliación. Salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, y a destierro perpetuo de las Indias y que guarde carcelería en la de Sevilla. 31. Luis de Vega, natural de la ciudad de Lisboa, en Portugal, de oficio lapidario y cuñado de Manuel Bautista Pérez, casado con su hermana doña Isabel Bautista en Sevilla, residente en esta ciudad, de edad de cuarenta años, fue preso por judío judaizante con secresto de bienes. Estuvo al principio negativo, fue después buen confitente y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, cárcel y hábito por dos años y desterrado de las Indias por toda su vida, y que cumpla lo que le faltare de carcelería en la de la Inquisición de Sevilla. 32. Manuel de la Rosa, criado de Diego López de Fonseca, natural de Portalegre, en Portugal, de oficio sedero, de edad de veinticinco años, soltero, residente en esta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. Este fue sacristán de la Congregación de los Mancebos y se fingía devotísimo por engañar con la simulación e hipocresía. Comulgaba muy a menudo, estaba largas horas de rodillas
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en la iglesia, tomaba disciplina hasta derramar sangre, fue compañero de Antonio Cordero, estuvo al principio negativo, después confesó ser judío judaizante y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación. Salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes y en cárcel y hábito perpetuo, desterrado perpetuamente de las Indias y que guarde carcelería en la cárcel perpetua de la Inquisición de Sevilla. 33. Manuel Álvarez, hijo de portugués, natural de Río Seco, soltero, de edad de veintisiete años, primo de los Limas, penitenciados en este auto, residente en esta ciudad, con cajón, el cual alzó de tienda y fue huyendo por que no le prendiese la Inquisición y porque en la provincia de Guaylas vio un hombre con un pliego del Santo Oficio, procuró quitársele por dádivas y cuando no pudo dejó la ropa que llevaba a un soldado montañés y se fue huyendo, mudado el nombre y, habiendo dado el dicho soldado noticia en este Santo Oficio, se dio mandamiento contra él y fue preso con secresto de bienes por judío judaizante observante de la ley de Moisés. Confesó serlo, pidió misericordia, después varió y revocó, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, fue condenado a hábito y cárcel perpetua y desterrado de las Indias perpetuamente, y por sus variaciones y revocaciones en cien azotes y cuatro años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y que después de cumplido el tiempo de galeras guarde la carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 34. Melchor de los Reyes, natural de Lisboa y criado en Madrid, residente en esta ciudad, de oficio mercader de cajón en la plaza, de edad de treinta años, soltero. Fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, escondió mucha hacienda suya y ajena, tenía entrada en casas principales, estuvo negativo, después confesó ser judío judaizante, varió y revocó sus confesiones. Levantó muchos testimonios, pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua y destierro para siempre de las Indias,25 y por las variaciones y revocaciones y testimonios falsos que levantó, en doscientos azotes y diez años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y que 25. En JCB: «y destierro de las Indias para siempre».
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cumplido el tiempo de galeras guarde carcelería en la cárcel perpetua de la Inquisición de Sevilla. 35. Manuel Luis Matos, natural de Trejo, en Portugal, pariente de Pascual Díaz, reconciliado en este auto, soltero, de edad de cuarenta años, residente en esta ciudad, mercader de tienda. Fue preso con secresto de bienes por judío observante de la ley de Moisés, al principio estuvo negativo y después en audiencia que pidió confesó serlo y pidió misericordia; en otras audiencias revocó y varió en parte de sus confesiones. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, fue condenado en confiscación de bienes, cárcel y hábito por tres años, abjuró en forma y que salga desterrado perpetuamente de las Indias y que cumpla su carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. Y por las variaciones y revocaciones en doscientos azotes. 36. Manuel de Quirós o Manuel Méndez, natural de Villaflor, en Portugal, soltero, residente en un asiento de minas en el obispado de Guamanga, de veintiocho años, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. Confesó serlo y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, hábito por un año y destierro perpetuo de las Indias. 37. Mateo Enríquez, natural de Moncorbo, en Portugal, soltero, de edad de treinta y cuatro años, que hacía viajes arriba, y yendo huyendo con tres otros compañeros26 a pedimiento de los acreedores, con cuya plata se iba, fueron presos por orden deste Santo Oficio, sesenta leguas desta ciudad, en Guánuco, y traídos y puestos en la cárcel pública della; estando así, fue testificado y se mandó traer a las cárceles secretas desta Santa Inquisición, con secresto de bienes. Estuvo negativo, confesó después ser judío observante de la ley de Moisés, sus ritos y ceremonias, y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes y cárcel y hábito perpetuo, y en destierro por toda su vida de las Indias, y que guarde carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 38. Mateo de la Cruz, hermano de Enrique Lorenzo, penitenciado en este auto, natural de Moncorbo, en Portugal, soltero, de veintinueve 26. En JCB: «con otres tres compañeros».
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años, que hacía viajes arriba (concurrieron en él las mismas circunstancias que en el dicho Mateo Enríquez). Fue traído a las cárceles secretas con secresto de bienes por judío judaizante, fue tardío y terco en confesar, últimamente confesó ser judío judaizante y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, desterrado perpetuamente de todas las Indias, hábito y cárcel perpetua, confiscados sus bienes, y por haber confesado tan forzado de la verdad, fue condenado a doscientos azotes y seis años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y cumplidas guarde carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 39. Pascual Díaz, natural de Mirandela, en Portugal, de oficio mercader de cajón, residente en esta ciudad, soltero de edad cuarenta y cinco años, pariente de Manuel Luis Matos, reconciliado en este auto. Fue preso con secresto de bienes por judío observante de la ley de Moisés, confesó serlo y que había estado en la costa de Guinea, donde había hebreos que vivían en su ley. Pidió misericordia y fue admitido a reconciliación; salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, y desterrado por toda su vida de las Indias. Y por las variaciones y revocaciones en doscientos azotes y que guarde carcelería en la cárcel perpetua en la Inquisición de Sevilla. 40. Pascual Núñez, natural de la ciudad de Vergança, en Portugal, mercader de cajón, soltero, edad veintidós años, residente en esta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, luego confesó serlo y pidió misericordia. Estuvo convencido de haber levantado testimonios falsos y confesó haber escondido hacienda y nunca quiso confesar dónde la había puesto, mintiendo en cuanto decía. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, cárcel y hábito perpetuo, destierro para siempre de las Indias y por los testimonios que levantó y mentiras que dijo en el discurso de su causa, en doscientos azotes y en galeras perpetuas, irremisibles en las de España, al remo y sin sueldo. 41. Pablo Rodríguez, natural de Montemayor, en Portugal, medio hermano de Sebastián Duarte y agente de Manuel Bautista Pérez, soltero, residente en esta ciudad, de treinta y seis años, fue preso por judío judaizante con secresto de bienes. Negó al principio, confesó después serlo y pidió misericordia, fue admitido a reconciliación, salió
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al auto con sambenito, vela verde en las manos, abjuró en forma, fue condenado en confiscación de bienes, hábito y cárcel perpetua, y en destierro de las Indias a los reinos de España por toda su vida, y que guarde carcelería en la cárcel perpetua de Sevilla. 42. Tomás de Lima, natural de Moncorbo, en Portugal, hermano de Luis y de Juan de Lima, residente en esta ciudad, que hacía viajes, soltero, de edad de treinta años,27 fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, confesó serlo y en varias audiencias depuso falsamente contra muchas personas, y después de haber pedido misericordia judaizó en las cárceles. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, fue condenado en confiscación de bienes, auto y cárcel perpetua y destierro para siempre de las Indias. Y por los testimonios falsos que levantó y haber judaizado en las cárceles, en cuatrocientos azotes y galeras perpetuas en las de España, al remo y sin sueldo. RECONCILIADOS CON SAMBENITO QUE ESTUVIERON CON INSIGNIAS DE QUEMADOS LA NOCHE ANTES DEL AUTO
43. Enrique de Paz, residente en esta ciudad, de oficio mercader, con tienda en la calle de los Mercaderes, natural de la Guardia, en Portugal, de edad de treinta y cinco años, soltero muy cabido en el lugar y que se trataba con grande ostentación y frisaba con lo más granado de él. Fue preso con secresto de bienes por judío observante de la ley de Moisés (y antes de prenderle, viendo muchos amigos suyos andaba demudado y turbado, le exhortaron a que se denunciase y alguno se lo pidió de rodillas poniéndole por delante la misericordia que usaba el Santo Oficio con los buenos confitentes). En la primera audiencia dijo llamarse Enrique de Paz Melo, que era soltero, natural de Madrid, hijo de portugués, y que él y sus padres eran cristianos viejos, limpios de mala raza. Lo mesmo respondió a la acusación en que se le avisaba que llamándose su padre Simón de Almeida, le había llamado Simón de Melo. Después confesó que era así y que huyó de llamarse del apellido de Almeida porque su padre había tenido oficio bajo de guardar los puertos secos y tener presunción honrada
27. En JCB: «de edad treinta años».
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y buenos pensamientos, y que por haberse criado en Madrid con dos de los apellidos de Melo y Paz, se los había puesto, y que nació en la ciudad de la Guardia, en Portugal, y que por haberse criado en Madrid se había hecho natural de allí. Demás de la testificación del judaísmo, se le probó ocultación de bienes con real aprehensión dellos y él la confesó estando siempre negativo en lo demás. Fue sentenciado a relajar a la justicia y brazo seglar por negativo y, habiéndosele notificado, estuvo algunas horas terco y obstinado, pidió después misericordia y confesó ser judío observante de la ley de Moisés y que a los doce años se la enseñaron, y que en su observancia rezase los salmos sin «gloria Patri» y el padrenuestro sin «amén Jesús», y que guardase el sábado a lo menos con la intención y ayunase el ayuno de la reina Ester y otros ayunos, que no confesase con los sacerdotes, que bastaba hincarse de rodillas y pedir perdón a Dios. Dio muestras de arrepentimiento verdadero y después las ha continuado. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, fue condenado en destierro para siempre de las Indias, en cárcel y hábito perpetuo, en doscientos azotes, en diez años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y que acabado el tiempo de galeras guarde carcerlería en la cárcel perpetua de la Inquisición de Sevilla. 44. Manuel de Espinosa, natural de Almagro, en la Mancha, hermano de Antonio de Espinosa y de Jorge de Espinosa, residente en esta ciudad, de treinta y dos años, que hacía viajes a diferentes partes, soltero, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. En sus confesiones primeras confesó ser judío y pidió misericordia y dijo contra muchas personas levantando falsos testimonios; después revocó todo lo que había confesado, de ahí a poco pidió misericordia y declaró ser judío observante de la ley de Moisés y de sus ritos y ceremonias. Fue admitido a reconciliación, salió al auto con sambenito, vela verde en las manos, soga a la garganta, abjuró en forma, fue condenado a hábito y cárcel perpetua, y por sus revocaciones y testimonios que levantó, a cuatrocientos azotes y a diez años de galeras en las de España, al remo y sin sueldo, y en destierro perpetuo de las Indias, y después de cumplidas las galeras guarde carcelería perpetua en la cárcel de Sevilla.
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RELAJADOS EN PERSONA POR OBSERVANTES DE LA LEY DE MOISÉS, CONVENCIDOS CON GRAN NÚMERO DE TESTIGOS Y POR FALSOS TESTIMONIOS QUE LEVANTARON
1. Antonio de Vega, mercachifle, natural de la villa de la Frontera, en el reino de Portugal, de edad de cuarenta años, soltero, residente en esta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío observante de la ley de Moisés. Confesó con señales de mucho arrepentimiento haber judaizado y quién le había enseñado, y fue diciendo de otros y, estando ratificado en todo, revocó de sí y de todos. De allí a algunos días se volvió a afirmar en sus confesiones y pidió misericordia y últimamente las revocó y se retractó de cuanto había dicho en ellas, fue relajado a la justicia y brazo seglar por negativo, confiscación de bienes y murió impenitente. Leyó esta causa el bachiller Francisco de Valladolid, capellán real y persona honesta del Santo Oficio. 2. Antonio de Espinosa, hermano de Jorge y Manuel de Espinosa, reconciliados, hijo de portugués, natural de Almagro, en la Mancha, soltero de treinta y ocho años,28 fue preso en la villa de Potosí con secresto de bienes por judío judaizante y traído a las cárceles secretas. Estuvo negativo al principio, confesó después de sí y de otros y últimamente revocó sus confesiones y, por negativo, fue mandado relajar a la justicia y brazo seglar con confiscación de bienes. Dio muestras de arrepentimiento en el tablado, mas no fueron verdaderas, murió impenitente. 3. Diego López de Fonseca, de oficio mercader, camarada de Antonio de Acuña, reconciliado en este auto, natural de la ciudad de Badajoz, de edad de cuarenta y dos años, casado con doña Leonor de Andrada, natural de Sevilla y residente en esta ciudad, fue preso con secresto de bienes por observantísimo de la ley de Moisés. Estuvo siempre negativo y rebelde, fue condenado a relajar a la justicia y brazo seglar con confiscación de bienes; iba tan desmayado al auto que fue necesario llevarlo en brazos y al ponello en la grada a oír sentencia le hubieron de tener hasta la cabeza. Murió impenitente. 4. El bachiller Francisco Maldonado de Silva, cirujano examinado con facultad de evacuar, natural de San Miguel del Tucumán, en estos
28. En BNE y US leemos «soltero de ocho años»; errata evidente que se corrige en JCB.
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reinos del Perú, de más de cincuenta años, hijo de Diego Núñez de Silva, cirujano portugués reconciliado en esta Inquisición en 13 de marzo de 1605, murió en el Callao, año 1615 o 16, curando como médico. Vecino y casado en la ciudad de Santiago de Chile con doña Isabel Otáñez, natural de Sevilla, con hijos, estuvo trece años preso, confesó desde sus primeras audiencias ser judío observante de la ley de Moisés y que quería vivir y morir en ella, y que la había guardado desde dieciocho años. En las audiencias en que se le recibió juramento nunca quiso jurar por Dios y la cruz, ni poner la mano al pie del Cristo que está sobre la mesa del tribunal para hacer tales juramentos, por decir no quería contaminarse jurando por otro que por el Dios de Israel. Él mesmo se circuncidó con una navaja y acabó de cortar el prepucio con unas tijeras. Hicieron[se] grandes diligencias para convertirle, llamando cuantas veces quiso a los calificadores, tratando con ellos de palabra y por escrito las dudas que tenía29 y, después de haberle convencido manifiestamente, negaba la autoridad a los profetas y decía «mintieron» y libros enteros de la Sagrada Escritura, y se acogía últimamente a decir que él era judío y que había de morir como tal. Dejose crecer barba y cabello como los nazarenos y se mudó el nombre de Francisco Maldonado de Silva en el de Heli Nazareo y cuando firmaba usaba de él, diciendo «Heli Nazareo, indigno siervo del Dios de Israel, alias Silva». Ayunó en las cárceles largos y penosos ayunos y uno por espacio de ochenta días continuos comiendo unas mazamorras que hacía de maíz en poquísima cantidad, y estuvo a la muerte y muchos meses en la cama, de que se le hicieron llagas en las asentaderas. Con una soga que hizo de hojas de choclos que pedía para comer, se salió de la cárcel a reducir a su ley muerta a los demás presos y con este fin les compuso décimas. Escribió varios tratados que algunos se quemaron con él, dedicados los señores inquisidores apostólicos destos reinos, y decía eran contra el símbolo de la fe del padre fray Luis de Granada. Y con no darle recaudo para escribir, de papeles viejos en que le llevan envueltas algunas cosas que pedía, juntando unos pedazos con otros tan sutilmente que parecían de una pieza mesma, hizo las hojas de dichos tratados y con pluma y tinta que hizo, esta de carbón, aquella de un hueso de gallina cortado con un cuchillo que hizo de un clavo, escribió letra que parecía de molde. Permitió Dios que estuviese ya sordo al 29. En JCB: «y por escrito de dudas que tenía».
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principio de las prisiones desta complicidad y que no entendiese cosa della, porque a saber que había presos tantos judíos hubiera hecho diabluras por fortalecerlos según el celo que tuvo de su ley. Fue relajado a la justicia y brazo seglar con confiscación de bienes y quemado vivo. Y es digno de reparo que habiéndose acabado de hacer relación de las causas de los relajados se levantó un viento tan recio que afirman vecinos antiguos desta ciudad no haber visto otro tan fuerte en muchos años. Rompió con toda violencia la vela que hacía sombra al tablado por la mesma parte y lugar donde estaba este condenado, el cual mirando al cielo dijo: «esto lo ha dispuesto así el Dios de Israel para verme cara a cara desde el cielo». 5. Juan Rodríguez de Silva, de oficio mercader, soltero de treinta y seis años, natural de Estremoz, en Portugal. Este vino de Panamá cuando supo la prisión de su hermano Jorge de Silva y, por un papel que desde las cárceles le escribió el dicho su hermano exhortándole a que se denunciase, se denunció de su voluntad y dijo ser judío judaizante y que no había creído estar el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo en la hostia consagrada, y depuso de otras personas y, porque en la misma audiencia revocó lo que acababa de decir, diciendo que se había levantado testimonio, fue mandado recluir en las cárceles secretas con secresto de bienes. Después que revocó siempre estuvo negativo, estando convencido con mucho número de testigos y se fingió por tiempo loco, diciendo y haciendo cosas de risa en las audiencias que con él se tuvieron, echando de ver ser todo ficción y maldad, fue sentenciado a relajar a la justicia y brazo seglar con confiscación de bienes, y murió impenitente. 6. Juan de Acevedo, natural de Lisboa, en Portugal, cajero de Antonio Gómez de Acosta, residente en esta ciudad, soltero de edad de veintisiete años, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. A la segunda audiencia que con él se tuvo confesó serlo y pidió misericordia, especificando tanta suerte de ritos y ceremonias en guarda y observancia de la ley de Moisés que le enseñaron en Guinea, que ponía admiración ocupando las audiencias días enteros. Dijo contra muchos y levantó a muchísimas personas falsos testimonios, revocó e hizo y cometió muchas maldades, incitando a otros presos para que levantasen falsos testimonios a los de afuera y dentro, dándoles el pie del lugar, de la seña y contraseña con que habían de contestar las culpas falsas con él, que las pintaba con tales circunstancias que al más vigilante y
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experimentado juez le haría creer ser aquello verdad. No dejó parte alguna donde no haya personas comprendidas en los testimonios que levantó, ni España, ni Portugal, ni Guinea, ni Cartagena, ni otras partes de las Indias. Fue condenado a relajar a la justicia y brazo seglar por vario, revocante y por los muchísimos testimonios que levantó; fuéronle confiscados sus bienes, que no tuvo como otros muchos que salieron en este auto. Leyó esta causa el contador Juan de Cenzano, criado de Su Excelencia 7. Luis de Lima, natural de Moncorbo, en Portugal, hermano de Juan y Tomás de Lima, reconciliados en este auto, de oficio mercader que acababa de venir de Panamá, donde había bajado cuando la armada de 35. Soltero, de edad de más de cuarenta años, vino de su voluntad a denunciarse por principios de 36 y, por estar testificado y diminuto, se mandó prender con secresto de bienes. Anduvo en gran manera vario y revocante en sus confesiones, levantó muchos falsos testimonios aunándose para ello con el dicho Juan de Acevedo, persuadiendo a lo mismo a otros presos, haciendo agujeros por las paredes de las cárceles para hablarles, diciendo lo que habían de hacer y de poner y las señas con que habían de conocer a los que habían de levantar testimonios, al uno de judío iapero, al otro de cuatralbo, y deste modo otras muchas señas y contraseñas y apodos. Fue muy perjudicial en esta materia de testimonios, sin poderle ir a la mano con mudarse a diferentes cárceles ni con dárselo a entender, todo con color de decir descargaba su conciencia. Decía que esta tierra del Perú era para los portugueses de promisión, hallando en ella riquezas, honra y estimación de permisión, porque cuidan los hombres della, más de ganar plata que de vidas ajenas y que esto fuera así si no estuviera en el Perú la Inquisición, a quien ellos en gran manera aborrecen. Fue condenado a relajar a la justicia y brazo seglar con confiscación de bienes por vario, revocante y haber levantado muchísimos testimonios falsos. Dio muestras de arrepentimiento dentro y fuera de la Inquisición y en el tablado, habiéndosele acabado de leer su sentencia, estando en la grada con muchas lágrimas, pidió perdón a Santiago del Castillo, Pedro de Soria Arcila y a Francisco Sotelo delante de todo el pueblo, diciéndoles les había levantado falso testimonio por la enemistad que les tuvo, y en general pidió perdón a los demás que había levantado testimonios y que rogasen a Dios le perdonase; durole este dolor hasta la muerte.
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8. Manuel Bautista Pérez, de todas partes cristiano nuevo, natural de Ançan, obispado de Coimbra, de edad cuarenta y seis años, vecino desta ciudad, casado con doña Guiomar Enríquez, prima suya, cristiana nueva que trajo de Sevilla, y con hijos en esta ciudad. Hombre de mucho crédito y tenido por el oráculo de la nación hebrea, y a quien llamaban el Capitán Grande, y de quien siempre se entendió era el principal en la observancia de la ley de Moisés. Teníanse en su casa las juntas en que se trataba de la dicha ley, a que presidía. Tenía muchos libros espirituales, trataba con teólogos descendientes de portugueses de varias materias teológicas, daba su parecer, tenía en su persona, la de su mujer, hijos y casa gran ostentación; el coche en que andaba entonces se vendió por orden del Santo Oficio a 19 de febrero del año corriente, entre los bienes confiscados, en tres mil y ochocientos pesos corrientes, que hacen treinta mil y cuatrocientos reales de contado, tan rico y costoso era desde su principio. Fue estimado de eclesiásticos, religiosos y seglares, dedicábanle actos literarios aun dentro de la misma Universidad Real, con dedicatorias llenas de adulación y encomios, dándole los primeros asientos. En lo exterior parecía gran cristiano, cuidando de las fiestas del Santísimo Sacramento, oyendo misa y sermones, principalmente si se trataba en ellos alguna historia del testamento viejo. Confesaba y comulgaba a menudo, era congregante, criaba a sus hijos con ayos sacerdotes (pero tan afecto a su nación que quiso fuesen bautizados de mano de portugués), finalmente hacía tales obras de buen cristiano que deslumbraban aun a los muy atentos a ver si podía haber engaño en acciones semejantes, mas no pudo al Santo Oficio de la Inquisición, que le prendió por judío judaizante a los 11 de agosto año de 1635, en la prisión grande, con secresto de bienes. Siempre estuvo negativo y, viéndose convencido con más de treinta testigos contestes y que no tenía razones con que poder satisfacer a la evidencia de su culpa, en su misma cárcel con un cuchillo de estuche intentó matarse y se dio seis puñaladas en el vientre y por las ingles dos o tres penetrantes. Escribió papeles en cifra a su cuñado Sebastián Duarte a su cárcel, persuadiéndole revocase sus confesiones y estuviese negativo, con que el dicho Sebastián revocó y se puso en el estado en que murió. Siempre dio a entender en lo exterior que era católico, siendo evidentísimo que era judío, llevando por opinión que solo con lo interior cumplía con la observancia de su ley. Fue relajado a la justicia y brazo seglar por negativo con confiscación de bienes, dio
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muestras de su depravado ánimo y de disimulado judío en el ósculo de paz que dio a su cuñado Sebastián Duarte, relajado, en el cadalso y de las demostraciones de ira que con los ojos hacía contra aquellos que de su casa y familia habían confesado y estaban allí con sambenito. Oyó su sentencia con mucha severidad y majestad, murió impenitente pidiendo al verdugo hiciese su oficio. 9. Rodrigo Váez Pereira, natural de Monsanto, jurisdicción de la Guardia, en Portugal, de oficio mercader, de edad de treinta y nueve años, casado con doña Isabel Antonia de Morón, reconciliada en este auto, vecino desta ciudad, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante, cuando la prisión grande de 11 de agosto. Al principio estuvo negativo, después confesó ser observante de la ley de Moisés y pidió misericordia y fue diciendo de otros, levantando falsos testimonios. Dentro de pocos días revocó de sí y de las personas contra quien había depuesto, volvió a decir de sí muy diminuta y de otros largamente, levantando muchos falsos testimonios, confederándose con Juan de Acevedo y Luis de Lima y cometiendo los mismos delitos que ellos en materia de testimonios, dando muestras de sus malas entrañas en los odios que le movieron a fraguar semejantes maldades. Fue condenado por vario, revocante y, por los muchos testimonios que había levantado, a relajar a la justicia y brazo seglar con confiscación de bienes. En el tablado, después de habérsele leído su sentencia, dijo ser todo mentira y falsedad que le levantaban; después en el quemadero, estando para darle garrote, pidió le aflojasen el cordel, como se hizo, y volviéndose a los demás justiciados les dijo que qué hacían, pues no se volvían a Dios y confesaban su pecado, siendo cierto que todos los que habían de ser quemados habían judaizado como él, que había sido judío hasta aquel punto en que se apartaba de la ley de Moisés y creía en Jesucristo Nuestro Señor, y que de lo contrario le pesaba mucho, con tanto le dieron garrote al dicho; declaráronlo así personas graves que se hallaron presentes. 10. Sebastián Duarte, natural de Montemayor el nuevo, en Portugal, de oficio mercader, de edad de treinta y dos años, cuñado de Manuel Bautista Pérez, casado con doña Isabel Enríquez, cristiana nueva, hermana de doña Guiomar Enríquez, mujer del dicho Manuel Bautista, vivían en una misma casa y compañía en esta ciudad. Fue preso por judío judaizante con secresto de bienes cuando la prisión grande de 11 de agosto de 35, al principio estuvo negativo, confesó
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después de sí y de otras muchas personas por un papel que le escribió desde su cárcel Manuel Bautista Pérez exhortándole a ello. De ahí a algunos días revocó de sí y de todos los demás por papeles en cifra que le volvió a escribir el dicho Manuel Bautista Pérez mandándole revocase. Prosiguió en estar siempre negativo (haciendo largas protestas en las audiencias que con él se tuvieron de que era fiel católico cristiano, dando razón muy cumplida de todos los misterios de nuestra santa fe católica) y lo que le movió a estarlo fue confederación entre él y su cuñado en no confesar. Dijo que era cristiano viejo, siendo cierto que Duarte Rodríguez, su padre, fue preso en la Inquisición de Ébora, murió en la prisión y fue quemado en estatua en auto público de fe que se celebró por judío judaizante. Y así mesmo en la mesma ocasión fue presa por judía judaizante Ana López, su hermana de padre y madre, y dos hijos, llamados Vicente y Simón Rodríguez, y también prendieron a Gaspar Fernández, marido de la dicha Ana López, la cual con sus hijos salieron con sambenito y el dicho Gaspar Fernández había sido reconciliado en otro auto. Y ansí mesmo tuvo otra hermana de padre y madre llamada Guiomar López, casada con Francisco Váez, sedero, la cual entre otros hijos había tenido a Antonio Rodríguez Orta y a Marta López, los cuales todos fueron penitenciados con sambenito por la Inquisición de Lisboa. Y en Sevilla hizo el dicho Sebastián Duarte información de cristiano viejo, siendo él y todos sus parientes por consanguinidad y afinidad cristianos nuevos y, viendo que se sabía en este Santo Oficio su calidad, dijo que no sabía si eran cristianos nuevos o viejos. Fue sentenciado a relajar a la justicia y brazo seglar por negativo revocante y en confiscación de bienes. En el tablado se dieron él y su cuñado Manuel Bautista Pérez ósculo de paz al modo judaico, sin poderlos apartar los padrinos; en el quemadero, viendo ya muerto a su cuñado Manuel Bautista Pérez dio señales de arrepentimiento. 11. Tomé Cuaresma, cirujano examinado, natural de la villa de Cerpa, en Portugal, vecino de Lima, casado con doña María Morán, natural de Granada, de edad de sesenta años, fue preso con secresto de bienes por judío observante de la ley de Moisés. Era el que curaba a todos los de la nación hebrea y a los negros y negras bozales que traían a esta ciudad de Lima para vender. Llamábanle de ordinario el Licenciado, era gran judío y con la ocasión de curar se comunicaba con más libertad en la guarda de la dicha ley de Moisés y exhortaba a otros a que la guardasen, conociendo a los que la guardaban en responderle
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cuando entraba a visitar a los enfermos decía «loado sea el Señor». Su ordinario modo de hablar con ellos era «V. M. es teniente del Señor o guarda su ley» (modos de hablar con que no solo este sino los demás hebreos se conocían y conocen). Estuvo siempre negativo y así fue condenado a relajar a la justicia y brazo seglar y en confiscación de bienes. En el tablado pidió a voces misericordia y, habiendo bajado el señor inquisidor don Antonio de Castro y del Castillo de debajo del dosel a ver lo que quería, se arrepintió de haber dado muestras de pedirla, dicen que porque al bajar le miró Manuel Bautista Pérez como afeándole semejante acción y así murió impenitente. RELAJADO EN ESTATUA POR LA GUARDA DE LA LEY DE MOISÉS
12. Manuel de Paz, extravagante, natural de la Pedrina, en Portugal, soltero, que hacía viajes arriba, residente en esta ciudad, de edad de cuarenta años, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. Estando preso apretado de su mala conciencia se ahorcó de la reja de una ventanilla alta que caía sobre la puerta de su cárcel, con un modo extraordinario que se echó de ver que el demonio había obrado en él, porque se ahorcó de parte que sin ayuda parecía imposible. Fue relajado en estatua a la justicia y brazo seglar y sus huesos quemados y confiscados sus bienes. LOS QUE FUERON PRESOS POR TESTIMONIOS Y SALIERON CON PALMAS
Tiene el escudo de las armas de la Inquisición a un lado de la cruz una espada y un ramo de oliva y al otro una palma. La espada significa el rigor de la justicia; la oliva, la suavidad de la misericordia. Estos atributos ya lo hemos visto en lo referido: en los relajados que no quisieron valerse de la piedad, lo riguroso de la ley; en los reconciliados que se conocieron, lo tierno y suave de la misericordia. La palma significa el honor que se le da al que por testimonios falsos ha padecido, la inocencia de su alma y el triunfo de sus trabajos. Porque si bien regularmente hablando en las causas de fe nadie es declarado por inocente
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por sentencia difinitiva, sino tan solamente absuelto de la instancia, con todo eso, si por testigos falsos fue uno acusado y consta de su inocencia, por revocación de los mesmos ha de ser por sentencia declarado por inocente y libre de tal crimen y el juez que otra cosa hiciere peca mortalmente. Esta es opinión de graves autores y el Tribunal del Santo Oficio destos reinos lo determinó así en la ocasión presente, atendiendo a lo dicho y no a la petición de las partes. Fueron siete los que padecieron como José y representaron la parte alegre deste auto tan grandioso. 1. Santiago del Castillo, natural de San Vicente de la Barquera, en las montañas de Burgos, hijo del licenciado Juan del Castillo, letrado, y Catalina de Rabago, ambos naturales de San Vicente de la Barquera. Salió este día con vestido bordado sobre raso, botonadura de oro y cadenas de lo mismo, con rico cintillo de diamantes, palma en las manos, en caballo blanco con aderezo de terciopelo negro, guarnecido de oro, hebillas, remates y estribos dorados y sus negros de librea. Con los padrinos. 2. Alonso Sánchez Chaparro, natural de la villa de Valencia de Alcántara, en Extremadura, hijo de Alonso Díaz y Marisa González Chaparro, vecino de Lima. Salió este día con vestido negro muy costoso, con botonadura de oro, cadenas de lo mesmo y un cintillo de diamantes de mucho precio, palma en las manos, en caballo blanco bien guarnecido y sacó seis esclavos bien dispuestos, con librea costosa de raja de Florencia, color celeste, acuchillada, guarnecida de negro, cabos naranjados, medias de seda. Con sus padrinos. 3. Antonio de los Santos, alias Santos González Maduro, natural de los Capeludos, en el reino de Portugal, hijo de Antonio González Maduro y María Álvarez, de oficio mercader, familiar del Santo Oficio. Salió vestido de negro, costoso, con botonadura de oro, palma en la mano, en caballo blanco bien aderezado y sus negros de librea. No sacó padrinos, por llevar hábito de familiar, como se ha dicho. 4. Ambrosio de Morales Alaón, natural de la ciudad de Oporto, en Portugal, hijo de Alejo de Alaón y María Núñez Camela, residente en esta ciudad y familiar del Santo Oficio. Salió vestido de negro, con botonadura y cadenas de oro ricas, con cintillo, con palma en la mano, en caballo blanco bien aderezado y sus negros de librea. No sacó padrinos por llevar su hábito de familiar.
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5. Francisco Sotelo, natural de Castrelo, en Galicia, en el valle de Monterrey, hijo de Esteban de la Rúa Sotelo y de Isabel Fobela, sus padres, naturales del dicho reino de Galicia. Sacó vestido bordado de piñuela, con botonadura de oro, cabestrillo con rubíes y cintillo y rosa de lo mesmo. Salió en caballo blanco, con aderezo de terciopelo negro, guarnecido de oro, palma en las manos y tres negros de librea, acompañado con sus padrinos. [Si en algún original falta este párrafo 5 fue yerro de la imprenta y por él se volvió a hacer este pliego.]30 6. Pedro de Soria Arcila, natural de Cartagena de las Indias, hijo de Pedro de Soria, natural de Villalpando, en Castilla la Vieja, y Ana de los Reyes. Salió vestido de raso bordado, con rica botonadura de diamantes, cintillo y lazada de lo mesmo, y vistosas cadenas de oro, con palma en la mano, en caballo blanco ricamente aderezado y sus negros de librea y padrinos. 7. El séptimo, Andrés Muñiz, natural de la ciudad de Puentedelgada, en la isla de San Miguel, en las Terceras, hijo de Manuel González e Isabel Álvarez, vecino desta ciudad. Sacó vestido negro rico, bordado sobre esparragón, guarnecido de botones de diamantes engastados, cintillo y rosa de lo mesmo, con ricas cadenas de oro. Salió en caballo blanco enjaezado, con aderezo bordado de oro y los hierros y estribos sobre dorados, palma en las manos y tres negros de librea con cabos azules. Con sus padrinos. Acabadas de leer las sentencias de los relajados, subió al púlpito Juan Costilla de Benavides, ayudante de secretario del Santo Oficio, y leyó las causas de los referidos para que campease más la inocencia, por haber sido aquellos los principales que trazaron y levantaron los falsos testimonios, leyolas por el orden dicho y, por que se vea el tenor, se refiere, que es en la forma siguiente: Fallamos, atento los autos y méritos del dicho proceso, el dicho promotor fiscal no haber probado su acusación y querella según y como probarle convino, en consecuencia de lo cual que le debemos absolver y absolvemos al
30. Esta nota del impresor explicita lo que ya hemos ido comentando y anotando sobre los diferentes estados de la misma edición limeña de 1639. La nota se encuentra tanto en los tres ejemplares cotejados de la primera edición (BNE, JCB, US), como en el ejemplar de la segunda edición (Madrid, 1640), de manera que no hemos tenido acceso a ningún ejemplar donde falte ese «párrafo 5», según lo indica el impresor.
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dicho N. del delito y crimen de herejía y judaísmo de que fue acusado y declaramos por libre de él y de toda mala sospecha, restituyéndole a la buena opinión y fama en que antes de su prisión estaba, para lo cual mandamos que hoy día del auto salga en el acompañamiento entre dos caballeros que le señalaremos, llevando una palma en las manos que demuestre su inocencia y en el tablado tenga asiento con los mesmos, donde se lea esta nuestra sentencia y alzamos cualquier embargo y secresto que por nuestro mandado esté hecho en sus bienes y que le sean entregados enteramente por el inventario que dello se hizo al tiempo que se secrestaron, y por esta nuestra sentencia difinitiva. Así lo pronunciamos en estos escritos y por ellos.
ENTREGA Y JUSTICIA DE LOS RELAJADOS
Como a las tres de la tarde que se acabaron de leer las sentencias de los que habían de ser relajados, se levantó el huracán referido. Y a esta hora juntos los de este género en la crujía, con la estatua del extravagante, los entregó Martín Díaz de Contreras y don Juan Tello de Sotomayor, secretario y alguacil mayor del Santo Oficio, a los alcaldes ordinarios conforme al auto del entriego, que fueron los once dichos y una estatua y les hicieron causa y sentenciaron a muerte de fuego. Cometiose esta ejecución a don Álvaro de Torres y Bohorques, alguacil mayor de la ciudad, el cual entregó a cada dos alguaciles un judío y, acompañado de todos los demás ministros, los llevó al brasero, que estaba prevenido por orden de los alcaldes ordinarios fuera de la ciudad, por la calle de palacio, puente y calle de San Lázaro, hasta el lugar de la justicia. Iban los justiciados entre dos hileras de soldados para guardarlos del tropel de la gente, que fue sin número la que ocurrió a verlos, y muchos religiosos de todas órdenes para predicarles. Asistió el alguacil mayor a la justicia y Diego Jaramillo de Andrade, escribano público, y los ministros, y no se apartó hasta que el secretario dio fe como todos quedaban convertidos en ceniza. Poco antes de ponerse el sol, el alguacil mayor del Santo Oficio y alcaide de las cárceles y ministros fueron sacando los reconciliados y demás reos del cadalso y los llevaron delante del tribunal, donde puestos de rodillas abjuraron de vehementi unos y otros formalmente, según se ha referido, reservando para el día siguiente los que habían de abjurar de levi, por no embarazarse con ellos.
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Para la absolución se trujo la fuente del altar donde estaba sobrepelliz y estola y, habiéndosele puesto al señor licenciado don Juan de Mañozca, S. S. hizo las preguntas de la fe a los que habían de ser reconciliados y les absolvió por el Manual. Mientras se decía el Miserere mei, se les iba dando a los penitenciados con unas varillas de membrillo que estaban prevenidas para esto. Llegando en la absolución al lugar en que se cantó por los músicos el himno Veni creator spiritus, se descubrió la cruz de la catedral y las de las parroquias y quitado el velo negro repicaron en ella y en las demás iglesias. Acabada la absolución y oraciones a que Su Excelencia y los señores de la Real Audiencia estuvieron de rodillas y todas las personas que se hallaron presentes, se dio fin al auto una hora después de la oración, adelantándose este día a los mayores que ha habido en estos tiempos. Salió el señor virrey y señores de la Inquisición y de la Real Audiencia a la plaza donde subieron a caballo y a mula y, habiendo llevado Su Excelencia y acompañamiento a los señores inquisidores a las casas de la Inquisición en la forma que habían venido, y despedídose, y los señores oidores del tribunal, Su Señoría le dio al virrey singularísimos agradecimientos por la cristiandad, celo y cuidado con que había mandado disponer tantas cosas para majestad del auto de la fe y a los señores de la Real Audiencia. Volvió Su Excelencia a palacio, acompañado de los tribunales, cabildos y colegios y demás acompañamiento con que había salido por la mañana y llegaría como a las ocho de la noche. A este tiempo los padres de Santo Domingo y algunos familiares llevaron la cruz verde muy adornada de luces a su convento, acompañándola mucha gente. Colocáronla encima del tabernáculo de San Pedro mártir, donde se ve hoy para memoria de auto tan célebre. Volvieron los penitenciados al Santo Oficio para desde allí repartirlos, unos fueron después a la cárcel de corte como galeotes del rey, otros se depositaron en la cárcel de la penitencia mientras van a España, y otros salieron a cumplir sus destierros. DÍA DE LOS AZOTADOS
Lunes 24 por la mañana, fueron traídos todos los penitenciados a la sala de la audiencia del Santo Oficio y puestos en orden abjuraron de levi (no habían hecho esta abjuración la tarde antes) y los de vehementi
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volvieron a abjurar, y los que habían hecho la abjuración formal, y se les advirtió el riesgo que corrían por la relapsia en los delitos de herejía que habían cometido u otros de aquella especie. A las ocho de la mañana no cabían en las calles las mujeres y muchos que salieron a ver los azotados (torbellino que de ordinario sucede a las once del día), suspendiéndose hasta la tarde esta ejecución y, por evitar el desmán que causan los muchos hombres que suben a caballo tales días para ver mejor los justiciados y desorden de las carrozas, que por ser muchas ocupan las calles, y atrevimiento de los muchachos, fatales a las brujas y hechiceras y casados dos veces, y para que todos viesen tan ejemplar castigo cómodamente, proveyó el tribunal un decreto y por mandado de los señores de él se pregonó y dictó Juan Pérez de Uriarte, familiar del Santo Oficio, decía así: Mandan los señores inquisidores, so pena de excomunión mayor y cien pesos, que ninguna persona sea osada de andar en coche ni a caballo por las calles por donde pasan los ajusticiados en el auto de la fe, que se celebró ayer a los 23 deste, desde las tres de la tarde hasta las cinco, y que ninguno tire a los penitenciados con lodo, piedra u otra cualquiera cosa, al español pena de destierro a Chile, al mulato, mestizo, indio o negro, cien azotes. Mándase pregonar por que venga a noticia de todos.
Con esta diligencia, aunque fue sin número la gente que ocurrió a ver los azotados, no tuvo impedimento, salieron como a las tres de las casas de la Inquisición veintinueve azotados y una a la vergüenza, y las hechiceras y casado dos veces con sus corozas, en que iban pintadas las señales de sus delitos. Diose el primer pregón en la plaza de la Inquisición, que dictaba Marcos Yáñez, familiar del Santo Oficio, como había dictado el de la publicación del auto y otros, en esta forma: Esta es la justicia que manda hacer el Santo Oficio de la Inquisición a estos hombres y mujeres. A la primera a la vergüenza y a los doce que se les siguen a cien azotes, y a los quince siguientes a ellos a doscientos azotes, y a los dos últimos a cuatrocientos azotes y desterrados de las Indias para los reinos de España, donde sirvan en las galeras de Su Majestad de galeotes al remo y sin sueldo. Quien tal hace que tal pague.
Fueron los ajusticiados desde la Inquisición por las calles derechas a la del arzobispo, hasta la plaza mayor, y atravesándola toda por
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delante de palacio, llegaron hasta Santo Domingo, desde allí fueron por la calle de las Mantas y calle de Mercaderes, hasta el convento de Nuestra Señora de las Mercedes, siguiendo su calle a torcer por la de los Ampueros y calle de Roperos, hasta la esquina de la iglesia catedral, desde aquí continuaron hasta el monasterio de monjas de la Concepción y de allí llegaron al Santo Oficio. Aunque eran tantos los azotados, llevaban todo concierto y ninguna confusión, porque iban acompañados de muchos familiares y los repartieron de diez en diez. Con los primeros iba el verdugo principal, que estuvo un año y medio en el Santo Oficio encerrado continuamente mientras duraron sus diligencias, con los otros veinte iban otros dos, y por cada lado una hilera de soldados que les iban haciendo escolta en forma de procesión y detrás de todos, acompañado del resto de familiares, iba el capitán don Juan Tello de Sotomayor, alguacil mayor del Santo Oficio, que fue el ejecutor de tan gran castigo. Quiera Dios sea de escarmiento para semejante gente y para que no haya quien levante falsos testimonios. LAVS DEO
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Del auto de fe como espectáculo, del archivo como represión Esperanza López Parada Universidad Complutense de Madrid
U na s os p e c h os a s i m i l i t u d En el transcurso de un congreso en Bolonia sobre oralidad, al historiador Carlo Ginzburg le pareció percibir una remota semejanza entre el trabajo de la antropología y el macabro ejercicio de la Inquisición.1 En efecto, el cuaderno de notas de la primera y el acta judicial de la segunda se preocupaban por credos, dioses, ritos, supersticiones e intimidades de la fe que la una intentaba reunir y la otra castigaba. Pero, independientemente del uso de ese material, la similitud radicaría, sobre todo, en la recopilación común de testimonios tomados in situ y versionados por escrituras nunca enteramente fieles. La actividad que, desde esa igualdad un tanto desproporcionada, permitía compararlas consistía en escribir las palabras de un testigo que pocas veces llegaba a reconocerse en ellas. Es más, el paso al escrito orientaba, sin duda, la información recibida que nacía ya determinada por los patrones de su inmediata notación gráfica.
1. «The analogy which is the subject of this brief essay struck me for the first time several years ago in Bologna while I was attending a colloquium on oral history. [...] Suddenly it occurred to me that even historians of early modern Europe —a non contemporary society which has left enormous amounts of written evidence- sometimes use oral sources, or, more precisely, written records of oral speech. For instance, the judicial proceedings of lay and ecclesiastical courts might be comparable to the notebooks of anthropologists, recording fieldwork performed centuries ago. It should be interesting to test this analogy between inquisitors and anthropologists, as well as between defendants and natives» (156).
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Sabemos, por las investigaciones del mismo Ginzburg2 —y porque es un topos del asunto—, cómo el tribunal eclesiástico forzaba las respuestas a sus procedimientos. Irremediablemente la etnología inclina en su praxis las referencias testimoniadas de acuerdo a los modos y maneras de su propio patrimonio cultural, es decir, según su horizonte receptivo. El inquisidor o el antropólogo, compulsivos y tenaces, anotan en paralelo lo que jurarían que han escuchado, preguntando siempre, pero sin interrogarse a su vez por los condicionantes evidentes de su intervención en el proceso. En ambos casos nos encontramos ante dinámicas de indagación y escucha que las compromete en la secuencia de consignarlas. Los dos «caminos» informan acerca de la pérdida de verdad que tiene lugar en el instante mismo de su búsqueda. Se amparan, por tanto, en una tarea que parece decidir su sentido y tratan de inquirir sobre esa misma verdad que pierden al perseguirla. No son investigaciones ciertas, sino investigaciones sobre la certeza, como pensaba Michel Foucault, otro apasionado de este tipo de informes: informes que, prisioneros de las mistificaciones del poder, hablan de él sin darse cuenta, lo verbalizan de un modo ejemplar e inconsciente. I do l at r í a de fa m i l i a Sin embargo, la comparación parece tanto más funesta y especialmente inapropiada cuanto que resulta complicado extraer algún tipo de beneficio de la misma. En realidad, ¿que fecundidad hermenéutica promueve, más allá de constatar el relativismo de cualquier investigación y la denuncia de las manipulaciones con que el investigador, incluso de buena fe, puede lastrar sus materiales? O más bien, el método analógico ofrece indicios de una cierta debilidad del método, la ineludible falsedad que se insinúa en esta operación escrupulosa de conocimiento, en esta anotación literal de una confesión cuya extracción es ya parte
2. «The inquisitors’ urge for truth (their own truth, of course) has produced for us extremely rich evidence —deeply distorted, however, by the psychological and physical pressures which placed such a powerful role in witchcraft trials. Suggestive questioning was especially apparent in inquisitors’ witchcraft, according to demonologists. When this occurred, defendants echoed, more or less spontaneously, the inquisitorial stereotypes which were diffused throughout Europe by preachers, theologians, and jurists» (158).
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del método mismo; operación compartida por ambos, antropólogos e inquisidores, a través del trabajo de campo de la etnología más funcional o en el informe condenatorio al pie del potro. Superada la repugnancia hacia las encuestas etnográficas con que Émile Durkheim grava la sociología, se instaura la participación a cualquier precio del estudioso en la vida material de sus objetos de estudio. De la mano de Malinowski, la antropología adquiere una equívoca apariencia de ciencia experimental; apariencia que se difumina cuando Marcel Mauss empieza a dudar de la fiabilidad empírica de sus pruebas y de la neutralidad en su recopilación. Ese es el peligro intrínseco al que el antropólogo se expone: si deseando aprehender la materia escurridiza que es la alteridad, no llega a cercarla ni se aproxima siquiera y se limita a expresar su propia posición mediadora, su propio lugar respecto al otro desconocido. Un caso evidente lo representa, para Lévi-Strauss, el totemismo —especie de idolatría de familia o iconomanía identitaria absoluta—, observado siempre desde cierto regusto obsceno, grotesco y traspasado del miedo particular de las sociedades complejas ante un sagrado elemental o casi pueril: De esta manera, se ha constituido la teoría del totemismo para nosotros y no en sí; y nada garantiza que, bajo su forma actual, no proceda todavía de una ilusión semejante (XLIII).
La cuestión de base reside en este modo imparable de insinuarse lo relativo y subjetivo en la pulcra extensión de lo que consideraríamos el discurso fiel, el testimonio limpio y sin interpolaciones. Pero de esa intersección de dos subjetividades que se produce en el análisis antropológico se obtiene un orden de verdad posible: una verdad frágil, continuamente interferida de intereses espurios, la única sin embargo alcanzable por cualquier acción humana que se proponga la totalidad exhaustiva de su motivo de estudio. Recordemos, no obstante, que para Lévi-Strauss, la antropología nace del mismo impulso que desencadena el Renacimiento y las empresas de colonización. Y que este es también el momento en que, para la política católica hispana, se instaura plenamente madura la gran cruzada de la Inquisición peninsular.3 3. «Lo que llamamos Renacimiento fue, tanto para el colonialismo como para la antropología, un verdadero nacimiento. Entre uno y otra, enfrentados a partir de su
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U n s a b e r e s c ondi do Ante el cúmulo de legajos reunido por los siniestros tribunales del Santo Oficio, el lector moderno o el investigador a lo Ginzburg sufre una ambivalencia de emociones. La urgencia casi morbosa de precisión, el deseo de una elocuencia culpable que lleve al reo a explicarse ampliamente, enriquece el informe, no importa a qué precio, ni siquiera al de la distorsión de las evidencias. Y repite, en su mutua y compulsiva inclinación hacia el detalle, la proximidad de antropólogos, historiadores y jueces. Mientras lee las actas inquisitoriales, con frecuencia Ginzburg dice sentirse como mirando por encima del hombro del inquisidor, husmeando sus huellas, esperando lo que, de hecho, ocurría: que los alegatos de los reos se explayaran en abundancia en torno a las desviaciones de sus creencias, incluso contra sí y con peligro de sus vidas. Este interés de Ginzburg hacia lo que él llama «los archivos de la represión» le familiariza con tales ingentes y tortuosas fuentes de noticias, conjuntos interminables y tediosos de información acerca de grupos sociales desfavorecidos, desatendidas clases bajas, minorías inadvertidas, marginalidades extrañas, normalmente infrarrepresentadas en los otros documentos institucionales. Pero le alerta, además, sobre los mecanismos estilísticos de dichas anotaciones y sobre su incidencia en la suerte final de las mismas y con ello percibe la desigualdad implícita en estos discursos extractivos que, dándose en una imitativa forma dialogada, la reconducen siempre hacia la monológica ideología de su transcriptor.4 Sin embargo, Ginzburg no deja de reconocer que, aun siendo discursos del poder —y, por tanto, unívocos, impertérritos, unilaterales—, en medio de la superficie homogénea de lo consignado se abren en ocasiones fallas origen común, se ha proseguido un diálogo equívoco durante cuatro siglos. De no haber existido el colonialismo, el surgimiento de la antropología hubiera sido menos tardío; pero tal vez la antropología no se habría visto llevada a desempeñar el papel que es ahora el suyo: cuestionar al hombre mismo en cada uno de sus ejemplos particulares» (Lévi-Strauss: XLVIII). 4. «Obviously, the conflicting characters who speak in these texts were not on an equal footing. (The same can be said, in a different way, also about anthropologists and their informants). [...] They must be read as the product of a peculiar, utterly unbalanced interrelationship» (Ginzburg: 160).
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elocutivas, desacuerdos en la exposición, suspensiones transcritas, silencios irresueltos y conflictos de opinión, mucho más expresivos que la fluidez del enunciado o la decisión refrendada del acta. Para percibir y leer esos momentos de renuncia, hay que resignarse a la condición de resto disimulado de estos testimonios, hay que entresacar un saber escondido, una voz del otro, detrás y más allá de la pulida conformidad con que es versionada en la escritura oficial. No se dan, insiste Ginzburg, textos uniformes: hasta un inventario notarial es un código divergente, que debe descifrarse. De igual modo, Foucault hallaba una notable cantidad de disidencia escondida en los archivos del poder. Detrás de lo que era la información oficial para la vigilancia de la conducta marginal, aparecía el relato de la misma, lo que suponía su consigna por la vía negativa de su persecución. Pero la primera acompañaba a la segunda como una consecuencia ni esperada ni percibida, un efecto colateral tan sorprendente como conmovedor.5 R e l oj de s o l y m óv i l d e l o s o rb e s Así pues, la Inquisición, instituida para Castilla en 1478 y extendida a América en 1569, además de plataforma acuciosa y omnímoda, será el foco de una serie intensísima y controvertida de prácticas escriturales, foco de documentos y archivos, origen de discursos represores y consigna de testimonios, no importa el modo en que se obtuvieran. En los primeros ocho años de actividad peninsular —según Andrés Bernáldez, cronista y párroco de Los Palacios, en Sevilla— se había llevado a la hoguera a más de 700 personas y castigado a más de 5.000, todo ello acompañado de sus procesos trascritos y de sus declaraciones recopiladas.6 El acopio de documentación no fue, sin embargo, homogéneo. La mayoría de los casos recogidos en los procesos peruanos, por ejemplo, tuvo un punto de relación con la cabeza del tribunal en Madrid, que es en donde se han conservado mayoritariamente, y se resumieron de modo general, sin ofrecer datos pormenorizados. No se sabe mucho
5. Foucault 1990: 177-178. 6. Kamen 1965: 46.
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de causas pendientes o abiertas y las anotaciones sumariales se refieren solo a las cuestiones cerradas.7 Una misa solemne en la Catedral celebró la llegada de los inquisidores a Lima, el 29 de enero de 1570. La implantación del Santo Oficio, traído por Francisco de Toledo, se vivió como un regalo al virreinato y una iniciativa con la intención no tanto de quemar herejes como vigilar el recto adoctrinamiento en la fe por parte de predicadores y religiosos8: finalidad que ya antes el propio virrey había expuesto durante la Junta Magna de Madrid, previa a su partida para las Indias.9 A partir de ese momento, con la creación paralela del Santo Oficio en Nueva España, a los tribunales de la Inquisición se les compararía con una perfecta máquina que girara a la vez, conjuntada y exacta, dentro del circuito coordinado de la religiosidad barroca. Así lo hace José del Hoyo, «abogado de los presos, secretario del secreto y promotor fiscal del Santo Oficio» y contador a ese efecto en su Relación completa y exacta del Auto público de Fe, que se celebró en esta ciudad de Lima a 20 de diciembre de 1694 con todas las rimbombantes metáforas del caso y en el sobrecargado estilo que le caracteriza. Según él, la fábrica general del Universo se engalanaba con ese astro evangélico, con ese «natural centro» y «oráculo» de prudencia que constituyen los «Apostólicos Inquisidores, distribuidos por la Cathólica Monarquía de España».10 Velando la mecánica de una concertada 7. «As a result modern studies have been able to derive a fairly complete summary of the activity of the Inquisition in the central Andes as seen from the peninsula, but it lacks all the lesser details that are familiar from the fuller complement of documentation available from many of the peninsular tribunals or that of Mexico. The tribunal in Cartagena de Indias also seems to have suffered extreme losses» (Deeds 175). Este tribunal se instituye a partir de 1603 y probablemente a raíz de la llegada a esa zona de numerosos esclavos africanos. Hasta entonces era Lima la capital donde ejercía sus funciones el Santo Oficio para todo el cono sur. 8. Merluzzi: 273. 9. «The Junta proposed to use the Inquisition against those clergy who espoused Lascasian ideas (after the Dominican Bishop of Chiapas, Bartolomé de las Casas) with respect to the mistreatment of Indians at the hands of encomenderos, and the possible illegitimacy of Crown rule. It was in this political context that Toledo established the Inquisition in Peru. An important target of the Peruvian Inquisition from early on, were tose Catholic monks and clergy whose preaching was seen to undermine the legitimacy and powers not only (as is frequently argued) of the encomenderos but also of the Crown and the viceroy» (Osorio 2008: 105). 10. La Inquisición no era la única instancia del poder religioso en tierras americanas y a menudo tenía que competir por su control, más que cooperar, con otras instituciones
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espiritualidad entre los dos continentes, ellos son como el «Reloj de Sol» que ilumina ambos: Sol, por la pura llama de la Fe con que al mismo tiempo alumbra y arde; Sol, por el regular gobierno con que procede; Sol, por los rayos de justicia con que abrasa; Sol, por las luces de Piedad con que resplandece. Y los demás Tribunales de la Inquisición, cada cual en la parte y lugar adonde esta colocado, un perfectísimo moral Reloj de ese Sol de V.A. que tan puntual le copia los tornos, que tan al vivo le imita los círculos.11
De este modo, la cosmografía de la época proporciona un sobredimensionado campo de acción a la siniestra tarea inquisidora que tiene en su Alteza el núcleo y en el poder temporal, el modelo a imitar para sus propias prácticas en ese virreinato del Perú, esto es, en el espacio secular del mundo nuevo. Hoyo acude a la geografía, revolucionada por el descubrimiento de América, para igualar la Inquisición con otro cosmos que tuviera en el rey mismo el motor de sus «externas operaciones», «el Numen poderoso de sus dictámenes, el Supremo, primer Móvil de los míxticos orbes (con todos sus Planetas y Signos) de las Inquisiciones destos reinos y del de Lima, por tantos títulos el principal dellos». Ni que decir tiene que en esta alegoría tenebrosa el mal herético se representaría con «los feos vapores» que procuran oscurecer el cielo estrellado «de estos hemispherios», emanados groseramente del monstruo «Herejía» que tiene un inevitable sexo femenino y un aspecto exclusivamente europeo: ...que, puesto que otros de la naturaleza han corrido por el mundo ya vivos, ya pintados (y aún presentádose a los mayores Príncipes) para entretenimiento de la curiosidad y embeleso de la admiración, la copiada figura de esta monstruosa fiera (que aún hoy se teme ser Esfinge) pueda servir de objeto al horror y asombro, dándole a la meditación (aún mas que a la vista) a conocer la desproporción y fealdad de líneas que el demonio tira y forma en sus originales (Hoyo s.p.). —así, estaban la Iglesia secular y las órdenes regulares, la jerarquía eclesiástica, el arzobispado, vicarios, visitadores y extirpadores de idolatrías nativas—. Y además se veía obligada a rendir cuentas a la cabeza del Santo Oficio en Madrid. Se entiende entonces el papel propagandístico del auto de fe (véase Deeds: 167-168). 11. Hoyo s.p. Para esta y otras citas de la época, se han seguido los mismos criterios que se han aplicado en la edición del Auto.
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Si en Perú se aplicó con un escrupuloso cuidado y un protocolo reservado a cristianos nuevos, marranos recalcitrantes, herejes, mulatos y negros esclavos —sin detentar, en cambio, jurisdicción sobre el mundo indígena que vigilaban sus propios y especializados extirpadores—,12 la perfecta y precisa actividad del tribunal contaba además con el mecanismo preventivo de la detección precoz, puesto que la entrada de judíos en el Nuevo Mundo estaba más que vigilada, penándose al patrón de barco que los condujera allí, incluso sin saberlo. Evidentemente las posibilidades económicas que aquellos suponían, al hacerse cargo del sucio negocio de la trata negrera, permitía dejar a un lado todas las prevenciones.13 Pero en primera instancia y al menos teóricamente, se intentaría preservar la pureza paradisíaca de las tierras halladas, el «limpio sembrado» que se consideraba el continente y la simplicidad adánica de sus habitantes. La creencia en la pulcritud de esta tierra de Indias corría en diferentes versiones más o menos fabulosas. Incluso el fake más importante de la época, el falso cronicón de los Comentarios de Flavio Lucio Dextro parecía haber aludido a un Edén austral, alusión de la que Fernando de Montesinos en su Auto de la fe se hace eco y que desarrolla profusamente en otros títulos suyos. La idea de un Paraíso debajo del ecuador, que el propio Montesinos identifica con la leyenda nativa de El Dorado o Paytiti,14 contaba ya en ese instante con una bibliografía arreglada al efecto, desde Colón a López de Gómara, pasando por Herrera, Acosta o Solórzano, a través de la cual probar la inocencia del territorio. En estos pueblos sagrados —cita Montesinos el folio 465 del «Apéndice» a Dextro—, ya que «ninguno que no sea 12. No solo los indios se libraron del rigor inquisitorial (al contar con la institución a ellos destinada ex profeso de la «extirpación de idolatrías»), sino que en ocasiones colaboraron en sus ceremonias: «Pero para que se entienda ser esto moción de Dios y para ejemplar de todos los fieles, sucedió que don Salvador Velázquez, indio principal, sargento mayor de la milicia de los naturales, entró en el Santo Oficio a la mesma hora que los republicanos, de gala, con espada y daga plateada, y pidió que le honrasen a él dándole una estatua de las que habían de salir en el auto, que a eso solo iba, y visto su afecto se le concedió lo que pedía y a otro compañero suyo» (Montesinos, véase p. 50). 13. Para esta implicación de los judíos portugueses con el mercado de esclavos africano, véase la introducción a esta edición de Marta Ortiz Canseco (véase p. 11). 14. Al comenzar el Auto, Montesinos acumula en notas testimonios en este sentido, como la Historia general de los hechos de los castellanos (1601-1615) de Antonio de Herrera y Tordesillas (véase p. 37).
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católico es permitido a habitar en él», «más verdaderamente se puede llamar Pueblo de los Santos»15 y más exige cuidado. Por tanto, dentro de la represión de disidencias que, para preservar esta condición virginal del Perú, determinaría la puesta en marcha de hasta unos veinte autos de mayor o menor envergadura,16 el de enero del 39 fue sin duda uno de los más crueles. Dirigido a sofocar lo que se detectó como la Conspiración Grande y focalizado en la población de judíos portugueses, refugiados en el virreinato y dedicados a negocios de ultramar, pudo tener también una política función cohesionadora.17 Parecía urgente crear una causa común, fusionar la diversidad social de las Indias en la lucha contra el enemigo general de la religión y del Estado. De hecho, uno de las argumentaciones de Montesinos en torno a América consagra el continente a la Virgen, su abogada y especial patrona, como un espacio nítido e iluminado, para el que todos los sacrificios de sus habitantes son pocos con tal de mantenerlo en la observancia de la vinculación mariana. 15. De este modo, entre las numerosas y conflictivas citas a que el Auto remite, se encuentra esta referencia a los Comentarios de Flavio Lucio Dextro, supuesto erudito del siglo v. Es, desde luego, una de las más peculiares, al tratarse en realidad de una crónica ficticia y de un nombre inventado, bajo el que se escondía el jesuita Jerónimo Román de la Higuera, historiador falsario de los siglos xvi-xvii. Así lo relata Caro Baroja (1992: 163-187), añadiendo que el falso cronicón apareció en 1627 en Lyon, acompañado de un aparato de comentarios entre los que se encontraba el de Francisco de Bivar, que es en concreto lo que Montesinos reproduce. Agradecemos el dato y la ayuda para localizar la mixtificación múltiple a Mercedes Valladares. 16. Ofrezco la nómina que, en apéndice, recoge el libro de Alejandra Osorio, Inventing Lima: «Autos de Fe celebrated in Lima in the Sixteenth and Seventeeth Centuries: Autos Públicos Staged in the Plaza Mayor: November 15, 1573; April 13, 1578; October 29, 1578; November 30, 1587; April 5, 1592; December 17, 1595; December 10, 1600; March 13, 1605; June 1, 1608; December 21, 1625; January 23, 1639; January 23, 1664. Autos Particulares Celebrated Esther in the Santo Domingo Church or the Inquisition’s Chapel: June 17, 1612; August 17, 1635; February 27, 1631; November 17, 1641; February 16, 1666; October 8, 1667; March 16, 1693; December 20, 1694» (Osorio 2008: 162). 17. El proceso fue complejo, ya que comenzó con las primeras denuncias en 1635 y se extendió a lo largo de cuatro años y se procedió contra familias enteras, como describe Montesinos: «Comenzáronse a hacer muchas prisiones desde el año de 1635. Continuáronse por los años siguientes y fueran más si los mayorales de la secta estimaran en más sus almas que las palabras que se habían dado unos a otros en sus juntas de no condenarse ni descubrirse, anteponiendo humanos respetos a la salvación, como lo dio a entender el suceso. Salieron al cadalso el día del auto tres cuñados, Manuel Bautista Pérez, a quien todos llamaban el Capitán Grande (era vicario de Moisés) y Sebastián Duarte y García Váez, este con insignias de reconciliado, los otros de quemados, por negativos» (véase p. 40).
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Eso significa el nombre de Hamérica (que tantas raíces ha echado por Vespucio siendo para María misterioso): Hec Maria. Desde que se descubrió el Perú y su Tierra Firme, la facilidad de su conquista y los prodigiosos medios de su conservación a María se deben. Hec Maria. María los obra (véase p. 37).
La arbitrariedad de esta manipulación etimológica sobre la nomenclatura del continente, la desarrollará Montesinos por extenso en el Libro I de su Ophir de las Indias. Memorias historiales y políticas del Perú (1642). Ahí denuncia la equivocación que reside en asignarle el continente a Vespucio, cuyo nombre cambia en Albérico, para hacer aún más peregrina la atribución al italiano.18 Tras repasar las propuestas de Fernández de Oviedo, de aquellos que la denominan «Tierra Angélica» o de Luis Jerónimo de Oré que en su Símbolo indiano bautiza el territorio como Colonia por su verdadero descubridor, Montesinos lamenta el «hurto y engaño» con que se ha interpretado «este nombre Hamérica», sin que sus detractores hayan meditado sobre el misterio que se disfraza tras la etimología. Yo hallo en ella uno [engaño] muy parecido al de Jacob y Esaú. Cubrióse Jacob las manos con la piel de un cabritillo y, aunque en la voz no pudo formar la semejanza, con todo hurtó a Esaú la bendición que su padre le iba a dar. Veis aquí ahora el misterio. Las mismas letras, pero con distinta voz forman esta anagrámina, Hamérica, Hec María. Y tengo que, con particular inspiración del cielo o especial afecto y devoción a la Virgen Santísima, dispuso el nombrarlo así.19
Montesinos, al que Hiltunen insiste en colocar en las filas de la poderosa orden jesuita,20 está convencido de ello, gracias al «sentido riguroso de la deducción» que él mismo apoya en las altas dosis de enigma
18. «Más con todo, el nombre común con que ha quedado es Hamérica, introducido con artificio por Hamérico o Albérico Vespucio» (2015: 1368). 19. 2015: 1360. 20. La pertenencia de Fernando de Montesinos a la orden jesuita es otro de los misterios que rodean la biografía de este personaje, entre otras razones porque él no hace gala ni declara expresamente dicha pertenencia. Frente a Sabine Hyland (1997) que lo considera cercano pero no integrante de la misma, Hiltunen no ve en ello una objeción y piensa que educacional, ocupacionalmente y por sus tareas investigadoras, se encontraba muy próximo al espíritu de la sociedad de San Ignacio (1999: 170-171).
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con que es capaz de cifrarse toda revelación dentro de la lengua santa.21 El anagrama surge claramente, según él, por «inspiración del cielo» y subraya de este modo esa especial protección que la Virgen despliega sobre el Nuevo Mundo, hasta el punto de producirse un reparto del orbe entre ella y su hijo en función de dicha vinculación nominal: Cristo y su madre tienen partido el mundo y entre los dos como en dos polos, Ártico y Antártico, se sostiene Cristo en el Oriente y María en el Occidente [...]; como de comparación de lo que obraron hijo y madre y de lo que obran y obrarán en los futuros siglos, uno en el Oriente y María Santísima en aquellas tierras.22
Con la atribución de las Indias a su mayor defensora, Montesinos obtenía una alta rentabilidad semántica que le permite nuevos juegos alegóricos: si cada parte del mundo se llama con un nombre de mujer —Europa, África, Asia—, pero de mujer pagana, ¿qué oculto beneficio se contiene en la dedicación de Hamérica a la María que obra en ella desde la proximidad deíctica de la nomenclatura? El territorio se colocaba así dentro de una semiosis secreta, un poderoso simbolismo o una encriptada clave cuya traducción es ulterior, trascendente y epifánica. Siguiendo esa condición mistérica del espacio americano, su extensión se convertía en una región alerta, una región a descifrar permanentemente, sujeta por tanto y requerida de la policial exégesis con la que denunciar cualquier desviación de su significación teológica. L a s agr a da v i gi l a nc i a co mu n i tari a Por lo anterior, se transforma en deber religioso toda delación de acciones que perjudiquen la consagración del continente a su celestial
21. «Omito aquí hablar de las muchas dicciones que hay en la lengua santa, que, aunque difieren en la transposición de las letras, casi significan una misma cosa. Grandeza es de aquella lengua y misterios a nosotros ocultos» (2015: 1369). 22. Y continúa desplegando una panoplia de argumentos para asentar dicha distribución de la tierra: «Pruebas accesorias que satisfarán la curiosidad del más ilustrado vulgo son las que se siguen. Primero, que la capitana en que iba Colón cuando descubrió la primera tierra de indias se llamó Santa María [...]. Segunda, que habiéndose visto la tierra viernes por la mañana 12 de octubre de 1492, se tomó posesión de ella el sábado siguiente dedicado a la Virgen...» (2015: 1370-1371).
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protectora. A los judíos que pretendan diseminar «la ley ya muerta de Moisés y sus [...] ritos judaicos, bombas infernales» (p. 39), se les puede descubrir dentro de una dinámica siempre en vigilia y de una observación descifradora de cada uno de sus gestos, hasta de los más inocuos o irrelevantes. El americano consciente, elevado a hermeneuta y espía religioso, avisará al Santo Oficio del vecino que no acuda a la Iglesia, que respete el sábado o evite la carne de cerdo. El dueño de un almacén de comidas, por ejemplo, pasará a disposición inquisitorial, cuando alguien le vea comer, en lugar del nutritivo tocino, una simple manzana con pan, ya que, de este modo, si por una manzana se pierde el Paraíso, por otra se descubre el gran peligro en que estaba el virreinato del Perú (p. 37). Del mismo modo, Rodrigo de Ávila, el mozo, «natural de Lisboa, en Portugal, de edad de treinta y seis años, residente en esta ciudad y en la tienda de su tío Rodrigo de Ávila el viejo, en la calle de los Mercaderes» es condenado a salir de penitente, «sin cinto ni bonete, con vela verde en las manos», a pagar costas del juicio y a destierro perpetuo de las Indias, al probársele que «no quitaba el sombrero a la cruz, ni hacía reverencia a las imágenes, ni a los santos, ni al Santísimo Sacramento cuando lo encontraba en la calle» (p. 62). Si el primer caso, el de la manzana culpable, ampliamente documentado en las actas del proceso, nos habla de una simbolización armada al servicio de «intereses claramente sectoriales de los grupos de poder»23, el segundo se centra en la observación de la ceremonia conjunta como mecanismo de denuncia. Tanto el símbolo como el rito son formas antropológicas de una expresión comunitaria, pero pueden instrumentalizarse —los antropólogos lo han señalado repetidamente24—, en tanto vías de extorsión y depuración de la comunidad que se identifica en ellas. Pasan a instituirse, revirtiendo su fuerza mítica para establecerse sobre el individuo, en dinámicas impositivas del Estado.25 23. Javier Sanjinés, para el estudio de la literatura boliviana última, describe precisamente «el efecto que lo ideológico ejercita en el orden simbólico» y que «tiene que ver cómo las estructuras de significación se movilizan para legitimar los intereses sectoriales de los grupos dominantes» (33). 24. Ese es otro elemento común que acerca ambas instancias: la percepción que la antropología y la Inquisición realizan del poder gremial y corporativo que tienen las fiestas y los ritos comunes, incluso hasta el crimen de Estado. 25. Irene Silverblatt insiste en la ilusión de unidad a gran escala que proporcionaba la puesta en escena de lo autos de fe inquisitoriales, espectaculares y eficaces fiestas del
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El uso avieso de manifestaciones comunales para, precisamente, fomentar lo opuesto —la extracción del disidente— convence a Foucault de ese fuerte régimen de coacción que imponen bajo la figura contraria de la comunicación y el intercambio; o bien, de la duplicidad con que actúan en el seno de sociedades que se cohesionan mediante la eliminación. Serían mecanismos tan ambiguos, tan sofisticados sobre todo, que sacan beneficio incluso de sus fracasos y se interiorizan hasta la propia autoacusación. Curiosamente la forma más simple —incluso la más superficial y visible en opinión de Foucault— de estos sistemas de restricción institucionalizada la constituye toda la estructura reguladora que se reagrupa bajo el nombre de ritual. Los ritos, los protocolos, las representaciones secuencian y ordenan de modo masivo el juego de diálogo, la dinámica de las interrogaciones, los comportamientos y circunstancias que acompañan la emisión de los discursos. Pero menos perceptible resulta su habilidad para regir también, fagocitándolos, los intentos frustrados de escapar a su abusivo intervencionismo. 26 Uno de los casos más dramáticos se producen con el relajado Manuel de Paz que se ahorca en pleno juicio «de la reja de una ventanilla alta» (p. 85). El Santo Oficio confisca sus bienes igualmente y lo entrega al brazo seglar para ser ajusticiado en forma de estatua, ritualizando por tanto, todavía de un modo más alegórico, el semantismo del castigo que él había burlado al suicidarse. «Ser quemado en efigie» era una práctica habitual con acusados, muertos por su mano en prisión para eludir la hoguera: la práctica era simbólica y doblemente rentable, castigaba por
orden estatal: «These were transcendent rites of power, overwhelming rites —the kind that Durkheim would have argued imprint society force onto unknowing individuals; the kind that Corrigan and Sayer, transporting Durkheim’s insights, would argue imprinted the State onto unknowing individuals. And they were the kind that some of the Inquisition’s victims would argue performed blasphemy, by making mortal judges into beings similar to God» (81). 26. «El intercambio y la comunicación son figuras positivas que juegan en el interior de sistemas complejos de restricción; y, sin duda, no sabrían funcionar independientemente de éstos. La forma más superficial y más visible de estos sistemas de restricción la constituye lo que se puede reagrupar bajo el nombre de ritual; el ritual define la cualificación que deben poseer los individuos que hablan (y que, en el juego de un diálogo, de la interrogación, de la recitación, deben ocupar tal posición y formular tal tipo de enunciados); define los gestos, los comportamientos, las circunstancias, y todo el conjunto de signos que deben acompañar el discurso; fija finalmente la eficacia supuesta o impuesta de las palabras, su efecto sobre aquéllos a los cuales se dirigen, los límites de su valor coactivo» (Foucault 2005: 24).
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un lado al suicida, pero además lo condenaba de modo implícito. El reo habría declarado su pecado mediante el gesto autoinculpatorio de su suicidio,27 porque la Inquisición funciona con una altísima potencialidad, capaz de imponer ritos, de adjudicar contenidos y de producir símbolos siempre en la dirección más adecuada. Pero también capaz de producir certeza y ello en función de su bien orquestada burocracia. U na v e r da d q ue s e c e r t i f i ca a s í mi s m a El papeleo inquisitorial deja en mantillas el laberinto de requisitos en nuestras administraciones contemporáneas. La burocracia es el régimen de funcionamiento de la sociedad hispánica, no solo en su presente temporal, sino en su futuro ultramundano, como testimonia el sobrecogedor cuadro de José de Alcíbar San José y la Virgen (1792), en el que, desde una mundanidad peticionaria y leguleya, llega un rastro de peticiones firmadas al despacho aéreo de un Cristo gestor y notario.28 El cielo sigue iguales normas de escribanía y archivo, de apuntación y registro. Todo opera de acuerdo a una fatigosa diplomacia de fórmulas que tiene en el Santo Oficio el patrón de una prolijidad a la que nada escapa. José del Hoyo, con un barroquismo de trazo grueso, la compara al parto de los elefantes: un esfuerzo monumental y penoso que requiere altas dosis de minuciosa paciencia en el proceso de sacar de las sombras, nos dice, «el examen de una vida»:
27. «Manuel de Paz, extravagante, natural de la Pedrina, en Portugal, soltero, que hacía viajes arriba, residente en esta ciudad, de edad de cuarenta años, fue preso con secresto de bienes por judío judaizante. Estando preso apretado de su mala conciencia se ahorcó de la reja de una ventanilla alta que caía sobre la puerta de su cárcel, con un modo extraordinario que se echó de ver que el demonio había obrado en él, porque se ahorcó de parte que sin ayuda parecía imposible. Fue relajado en estatua a la justicia y brazo seglar y sus huesos quemados y confiscados sus bienes» (p. 85). 28. El cuadro, custodiado en el Museo de América de Madrid, lo reproduce John H. Elliott en sus Imperios del mundo atlántico con el magnífico epígrafe siguiente: «La burocracia celestial en funcionamiento: la Virgen y San José actúan como mediadores y transmiten peticiones a Cristo para su despacho. Aunque se suponía que los reinos de este mundo seguían el modelo divino, esta pintura insinúa que el mundo hispánico se formó una imagen del reino de los cielos según la estructura jerárquica de una monarquía española burocratizada, con sus memoriales, peticiones y cabildeos enrevesados, movida por la convicción de que un monarca agradecido recompensaría los servicios prestados llegada la hora» (2006: 13).
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Los partos del Santo Oficio, detenidos por mucho tiempo, como los del elefante en el claustro materno, son semejantes, sino en la proporción de la grandeza, en la grandeza de la justificación.
Inevitable pieza de la maquinaria de los tribunales, la gestión burocrática aseguraba la infalibilidad de los procesos, al generar la sensación de que la veracidad del resultado se daba de modo inherente, en tanto propiedad intrínseca a la institución y a sus reglas. Si se sigue un método que compete a dios mismo, se alcanza una conclusión obligatoriamente cierta e indubitable, que en realidad deriva naturalmente de aquel y que le es inmanente. El mecanismo, autónomo y cerrado, regía sus éxitos, se los apropiaba como condición básica y asegurada desde el juez trascendente en que apoyaba su autarquía. En eso se diferenciaba de otras instituciones del Estado menos confiadas en su propia fiabilidad para la obtención de los resultados inquiridos. Por eso, cuando el reo Manuel Henríquez se queja de haber sido acusado injustamente, el tribunal le contesta que no es su costumbre ni su hábito, ni siquiera su naturaleza, procesar sin pruebas sólidas: es decir, que la seguridad del acierto le era constitutiva e implícita, dimanada consustanciadamente de su mero ejercicio.29 Esta forma absolutista de verdad que no surge razonadamente de la práctica, antes bien subyace a ella, y esta confianza soberbia en una episteme que funciona autocertificándose, como tecné garantista de la autoridad que al gestionarla se confirma, convierte las escrituras inquisitoriales —el Auto de la fe, a la cabeza— en subrayadas grafías de una violencia circular y claustrofóbica.30 29. En eso se diferencia de otros procesos de verdad más relativos, menos autárquicos, menos confiados en la fiabilidad circular de un método que no tenía igual en la obtención comprobada del resultado inquirido. Respetándolo cuidadosamente, él mismo certificaba «that truth was somehow immanent in the process, that it was an institucional property —beyond the decisions of mere mortals. Appeals to the credentialing process —like to appeals to the experts— encouraged these feelings. So did the Inquisition’s remarkable written records» (Silverblatt: 83). 30. Todo ello hace de la Inquisición una forma todavía medieval de indagación jurídica, de acuerdo con el estudio de Foucault sobre el nacimiento de esta. Respondería perfectamente al modo en que funcionaban entre merovingios y carolingios las instancias penales: «La indagación en la Europa medieval es sobre todo un proceso de gobierno, una técnica de administración, una modalidad de gestión; en otras palabras, es una determinada manera de ejercer el poder. Nos engañaríamos si viésemos en la indagación el resultado natural de una razón que actúa sobre sí misma, se elabora, hace
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E l m ayor e s p e c tác u l o Por lo tanto, el Santo Oficio americano ostentaba un poder extremo, era un macro-organismo con habilidades omnímodas de intervención, una maquinaria ordenada, jerarquizada, que podía incluso rentabilizar sus errores a mayor gloria de sí misma. Los procesados injustamente por acusaciones falsas, aunque sufrieran todo el peso del trabajo inquisitorial —tortura, aislamiento y confiscaciones incluidas—, también desfilaban en las apoteósicas exaltaciones de la maquinaria, como ejemplo vivo no de su injusta mecánica, sino de su capacitación para la extracción de la verdad. Durante el auto de 1639, Fernando de Montesinos nos cuenta la aparición, delante del gentío congregado, celebrados, vitoreados y regalados con los símbolos del martirio sufrido en defensa de su inocencia, de siete que padecieron como José y que fueron absueltos, marchando en el cortejo con «vestido bordado sobre raso, botonadura de oro y cadenas de lo mismo, con rico cintillo de diamantes, palma en las manos, en caballo blanco con aderezo de terciopelo negro, guarnecido de oro, hebillas, remates y estribos dorados y sus negros de librea» (p. 86). ¿Qué otras mecánicas represoras son capaces de rentabilizar para su causa sus propios errores con tanta magnificencia y aparato?31 El instante de la ceremonia del auto de fe conforma su cénit climático, a cuyo entero servicio se subordina todo lo demás del orbe católico, virreyes incluidos, que no podían excusar su asistencia a la representación: una representación entonces primordial y forzosa que anula en la finalidad de su praxis todas las particularidades. Convocadas varias instancias —judicial, monárquica, cívica y religiosa—, y ámbitos distintos —el mundano y el sacro, el pagano y el ritual— en el magnífico espacio de la plaza mayor, esta se convertía a la vez en altar y en escenario, ostentaba la pompa de los días de fiesta y los crespones siniestros del luto: era el lugar sobresaliente del poder colonial con su parafernalia asombrosa y sensitiva.
sus propios progresos; o bien si viésemos en ella el efecto de un conocimiento, de un sujeto de conocimiento elaborándose» (Foucault 2005: 86-87). 31. La pregunta evidencia su propia falta de respuesta. La magnitud con que la represión se rodea en Indias constituye otro de los enigmas históricos que surgen en el momento de trazar la historia virreinal (Moreiras: 17).
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En ese instante, momento de exaltación total del Estado dentro del Estado,32 dejaban de distinguirse —señala Peralta— «plaza y templo, publico y particular» (VII), poder temporal y eclesiástico, profano y sagrado para comulgar pueblo y virreyes, en ese teatro absoluto del que había que levantar crónica para los siglos venideros. Es posible considerar, por tanto, al auto de fe —celebrado en las Indias con mayor despliegue y pompa aún que en la península según el testimonio directo de fray Diego de Ocaña33— como el macroespectáculo de la época, la obra de arte total, performance monumental a la que todo cedía espacio y tiempo, una especie de ocupación general y soberana, la instalación omnímoda en recursos y multimillonaria en presupuesto. G o b i e r no i nt e r i or al g o b i e rn o Sin embargo, resulta importante detenerse en esa obligatoriedad de asistencia al auto de fe, cuyo valor superaba el de las autoridades civiles y eclesiásticas: un momento o estado de excepción que anulaba las excepciones, que suspendía los estamentos y las jerarquías, colocados ahora en función sumisa y lateral al auto en sí, en posición claramente subordinada. El propio Peralta Barnuevo explica la exigencia para los cargos políticos de asistir a estas celebraciones al estar igual y gravemente comprometidos en el bien que de ellas se alcanza, por ser el «reino una nave, en quien los mismos pilotos que la conducen van embarcados para conducirse» (s.p.). Siendo la celebración de la fe una obra absoluta, el tribunal del Oficio, los virreyes y sacerdotes quedaban insertos en ella como parte objetual de la misma, no como sus sujetos, con lo que aquellos que estaban llamados a regirla y producirla resultaban más bien sus obligatorios beneficiarios y su motivación básica. La siniestra escena se 32. Henry Charles Lea, el más eminente historiador del asunto, lo describe de ese modo, como «a power [...] within the state superior to the state itself». Citado y comentado por Moreiras (17). 33. A su paso por Lima en 1605, Ocaña asiste a un acto de la Inquisición describiéndolo «con mucha más majestad que en España porque se hace en la plaza un teatro y cadalso muy grande y alto, donde cabe la mayor parte de la ciudad. Asiste a él el virrey y oidores [...] con mucha más gravedad que en España. Pues allá, donde no se halla la persona real, se hace no con tanta majestad como acá» (54).
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montaba sobre esta extraña reflexividad devoradora. Tenía algo de autotélico o autodirigido puesto que ella fungía en tanto su propio gestor y su único artífice: un teatro sin cabeza en el que de repente todos resultaban actores y porción inexcusable, todos menos la soberana, gigantesca, autónoma y mecánica representación misma. El protocolo de esta, fijado y codificado al máximo, regulado por las Instrucciones de 1561 que redactara el inquisidor mayor, Fernando de Valdés,34 estipulaba cada ornamento y adorno, cada paso de la ceremonia, el orden riguroso de los procesionantes, la manera y horas del ritual: Y porque en el Perú, cuando hay Auto de fe, siempre se ha acostumbrado que el virrey ha ido acompañado de la Audiencia, ciudad y caballeros, y entra en el patio de la Inquisición, donde están aguardando los inquisidores. Y allí toman al virrey en medio, cuando hay dos inquisidores; y si uno solo, va el virrey à la mano derecha y el inquisidor a la izquierda, y por el mismo orden se asientan en el Auto. Y acabado, vuelve el virrey con los inquisidores hasta la Inquisición y, dejándolos en el patio de ella, se va a su casa con el mismo acompañamiento (Peralta: s.p.).
Es verdad que no siempre era así, que el poder temporal se sometió con reticencias al lujoso acto al que, a veces, intentó imponer sus necesidades. El enfrentamiento a ese gobierno interior al gobierno que eran los tribunales inquisidores se dirimió, casi exclusivamente, en el espacio escenográfico de su puesta a punto. En ocasiones, si bien las autoridades eclesiásticas tomaban unas medidas para la representación del auto, las seculares las boicoteaban de modo empeñoso y sistemático, aunque solo formalmente. Cuando para el desempeño de su cuarto proceso general de 1587 la Inquisición prohibió caballos, carruajes y armas en la ciudad de Lima, el virrey Conde de Villar juzgó la medida una incursión imperdonable en sus competencias y decretó ser escoltado por una
34. En un primer momento, el auto de fe estaba destinado a ser un acto de castigo íntimo y privado, pero a partir del descubrimiento de protestantes en Sevilla y Valladolid en 1568 se consideraron los beneficios disuasorios y aleccionadores de una gran representación pública. Las normas dirigidas a engrandecer el momento, convirtiéndolo en un lujoso instante de exaltación del poder inquisitorial, se fijaron en 1561 y son las que le dieron su grandeza teatral y su ornamentación siniestra (Kamen 1985: 205).
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compañía montada de lanceros, mosqueteros y otras fuerzas, con la que llegó hasta el segundo patio del Santo Oficio a la grupa de su montura. Montó también hasta el cadalso, mientras los oficiales de la Inquisición iban a pie a su lado. La lucha de potestades no acabó aquí y, como relata Solórzano Pereira en su Política Indiana, todavía se produjo en la tribuna un cierto forcejeo por ver quién ocupaba el sitio preferente.35 El virrey acabó sentado bajo el baldaquino presidencial en silla de terciopelo y los inquisidores, en los bancos comunes sin distinción alguna.36 U n c i e r to e s t i l o a n t i g u o Por otra parte, el proceso represivo exigía su relación pormenorizada en cuanto vía para conservar memoria no solo de «la gravedad del mismo hecho» que lo provoca, sino «del recuerdo de la ceremonia». Dicho recuerdo por escrito tiene una función aleccionadora y disuasoria —se trata de mostrar cómo los pecados de la religión tienen condena en la tierra—; pero se rodea de un formulación perifrástica y de una oratoria forense para la que se le buscan prestigiosos casos anteriores —prestigiosos por la habilidad del censor, pero también respecto a la repercusión y escándalo del hereje— con los que justificar la solemnidad hueca de la prosa. La curia, por ejemplo, que aprueba la relación de José del Hoyo la coloca dentro de un género que se remonta a los clásicos, un «estilo antiguo» que se sustenta en los padres de la Iglesia y que cultiva el mismo pontífice de Roma.37 35. Solórzano Pereira 2, IV, XXIV: 29. 36. Este tipo de enfrentamientos no eran inusuales. Alejandra Osorio (202, n. 68) menciona también al virrey Velasco, que hizo esperar a inquisidores y reos a la puerta del edificio durante el auto de fe de 1600. Además, quiso que su espada fuera exhibida en un lugar más prominente que el estandarte religioso y obligó al inquisidor a ocupar un lugar a su izquierda, lo que generó la queja de este ante el rey. La carta de Ordóñez y Flores puede consultarse en el Libro 1036 de las actas inquisitoriales en el Archivo Histórico Nacional. 37. «El Concilio Niceno no solo convenció de hereje a Arrio, sino [que] puso, para perpetua memoria, en uno de sus cánones su sentencia. (N) S. León Papa no sólo hizo relación al Emperador León de las blasfemias y herejías de Euthyques y Nestorio, sino la refirió por extenso en la Epístola 97. [...] El Viennense formó la sentencia de Dulcino y el Mileitano y Africano, la de Pelagio. En el Constaciense, se escribieron de buena letra las de Juan Hus y Jerónimo de Praga. León X mandó que la Bula Exurge Domine
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Montesinos, por su parte, acude a nombres indiscutibles de la patrística, a los que hará referencia en la nota 4, nada más iniciar su registro. Acude a San Fulgencio y San Agustín desde luego, pero también al Adversus Marcionem, donde Tertuliano habla del gran pecado de Adán, o incluso al Ambrosiaster, conjunto de glosas a las cartas de San Pablo por parte de un cuestionado Ambrosio de Milán, cuya autoría Erasmo acababa de poner en entredicho. En el «Comentario 33», que responde a la «Epístola VIII a los Romanos», el comentarista le niega al creyente poder para rebatir los juicios de la divinidad y lo que en ellos se dictamina, dentro de una cita muy oportuna por su servicio al sustentar la infalibilidad de la propia institución inquisitorial y de sus decisiones. Esta especializada y conveniente bibliografía de la que Montesinos se pertrecha no es, sin embargo, ni muy original ni genuinamente suya. Parece haberla tomado sin demasiado criterio ni escrutinio, como si la hubiera vertida tal cual desde el que en ese momento se estaba configurando como el libro básico para el funcionamiento de la rama española de la Inquisición, el De Origine et Progressu Oficii Sanctae Inquisitionis, escrito por el toledano Luis de Páramo en 1598. En contraste con visiones menos sistemáticas —De catholicis institutionibus de Diego de Simancas, otro bestseller de este mismo tenebroso género—, el manual de Páramo reconstruía sólidamente la historia, composición y principio del tribunal y lo ofrecía como una parte sine qua non de la esencia española. Quizá de este tratado triunfalista y militante Montesinos extraiga, junto con la pautada estructura de su exposición, el entusiasmo sin fisuras que parece reinar en Perú y el unánime consentimiento con que se recibe la noticia de los apresamientos de portugueses judaizantes. En cualquier caso, el estilo encomiástico de la voz, más que adhesión propia a la cuestión, parece ser un elemento intrínseco a estas escrituras, que abomban el tono al proclamar el triunfo de la fe y exaltar el poder de la jerarquía eclesiástica que lo hace posible.
en que se refirió los errores de Luthero, sentencia y su Anatema, se publicase en todo el Orbe Christiano; y en fin, Nuestro Santísimo Padre Inocencio Undécimo no sólo refirió en Bula Censoria los horrores de Molinos, sino para ejemplo y desengaño del Mundo hizo publica su condenación» (Hoyo «Aprobación del M.R.P.FR. Gregorio de Quesada y Sotomayor», s.p.).
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D e l auto c o m o gé n e ro Y puesto que el auto se convierte en el instante por antonomasia de ese sol de vigilancia religiosa que son los inquisidores, entonces su relación constituye una labor crucial, de la que tener que dar cuenta en un libreto a posteriori, una especie de post-performance de la operación, en ocasiones bajo la forma de pliegos de cordel, en calidad de informe generalmente anónimo, con carácter de crónica siniestra, pequeña casuística de horrores que algunas veces acometieron notables escritores del virreinato, como ocurre con el propio Montesinos o con Peralta y Barnuevo en el xviii. En España los más importantes se siguieron publicando incluso hasta el xix, aunque entonces con vocación anticlerical, gracias al éxito lector que concitaban. Julio Caro Baroja menciona el auto de Logroño de 1610, reaparecido con notas de Moratín; el redactado por Andrés de Mendoza, ejemplo para él de «periodismo incipiente»; o el de Pedro de Herrera, bajo el rocambolesco nombre de Auto General de la Fe, laureadas las triunfadoras sienes de la Religión Cathólica. Subiugada la cerviz de la fiera Apostasía. Lenitiva piedad de la siempre verde oliva. Estrago vengativo de la siempre invicta espada. Celo apostólico del Sancto Tribunal...38 La fanfarria de tamaño título compendia la condición inflamada y el valor panfletario de aquellos documentos que suelen exaltar su propia relevancia hasta cotas insospechadas. Cuando Fernando de Montesinos justifica el suyo, el terrible proceso al que asiste y que se monta contra cristianos relajados y conversos reincidentes, lo describe como el más sorprendente que se viera nunca en las Indias, apoyándose para ello en el principal ornamento retórico, en el recurso por excelencia de la época: la alegoría barroca que permea como una seña de identidad todos los documentos de este tipo. De hecho, Montesinos acude a una semejanza casi tópica en la escritura del género, al repetir la similitud con aquel primer auto que Dios mismo ejerciera contra Adán y Eva, tres días después de haberlos creado. Si este tuvo lugar a las puertas del Paraíso, el de Montesinos ocurre en la Plaza de Lima un domingo de 1639, fiesta de San Ildefonso; y si uno comenzaba con la historia de los hombres, el otro se organiza de acuerdo al modelo del Apocalipsis: 38. Caro Baroja 2000: 341.
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Dos autos de la fe, los mayores, se han celebrado en la Hamérica. El uno hizo Dios, primer inquisidor, contra la apostasía de Adán y Eva, en el teatro del paraíso (probable es la opinión que le pone en esta tierra), en domingo, tres días después de criado el hombre; otro V. S. a 23 de enero, 103 años después de hallado el Perú. En el primero, castigó Dios dos cabezas que inficionaron el género humano. En el segundo V. S. relajó dos rabinos que enseñaban la apostasía y ley muerta a muchos. [...] Allí hubo singular apetito de saber, con intervención de la infernal serpiente. Acá no faltó por la curiosidad pacto con el demonio. 39
Es verdad que la imagen no pertenecía a Montesinos, había sido montada antes por su mentor: Luis de Páramo, de nuevo, en el «Titulus secundus» de su manual, dentro del capítulo «De modo quo Deus processit contra Adamum, et de modo procedendi S. Officii» (27 y ss.). Montesinos solo se encarga de trasladarla a espacio americano. Pero en ambos esta alegorización dinamiza el proceso, lo funda, lo permea, lo sustenta enteramente y hasta contribuye a justificarlo. De hecho, la analogía, por su utilidad constitutiva, se repite ad nauseam, redondeando el juego, llevando al límite las argumentaciones: será Dios el primer inquisidor, también el primer carcelero, el primer familiar, el primer administrador de justicia religiosa y hasta —como ironiza Voltaire— el primer sastre que compone de pieles de animales el sambenito adánico con que, desde entonces, cubren los hombres sus culpables desnudeces. En el proceso fulminado contra nuestros primeros padres halló el erudito Páramo varias analogías —declara Bermúdez de la Torre todavía en una relación de 1736— que muestran correspondió a la sabiduría de Dios el empleo de primer Inquisidor; ya procediendo contra reos incursos en crimen contrario a la fe; ya ciñéndose a la recta y judicial instrucción del proceso y ajustándose a la formalidad en el cuidado de la citación «¿Dónde estás Adán?»; ya después de hecha la presentación inquiriendo el delito;
39. «... y si en el primero se le dio comisión a la Virgen en profecía de quebrantarle la cabeza con el demostrativo Ipsa conteret, en el auto que V. S. celebró la ejecuta como abogada y especial patrona destos reinos. [...] Finalmente, si en el auto primero los reos fueron desterrados del paraíso, en este lo son de todas las Indias. Dejó pues Dios aquel ejemplar y V. S. ha sacado de él vivas copias, el celo, la justificación, la integridad y justicia en este auto y así lo debe aclamar el orbe todo, por segundo tan parecido a aquel primero, aun en la intervención de Dios» (pp. 36-37).
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ya en la firme constancia del secreto; ya en la reconciliación del reo convicto; ya en la afrentosa vestidura de túnicas de pieles de que vistió Dios, en representación del sambenito, a los primeros penitenciados; y ya en la condenación a confusa vergüenza.40
Lo más importante de este empleo retórico reside en destacar cómo, a pesar del poder omnímodo de la Inquisición, esta requiere de mecanismos estilísticos en los que apoyar su legitimidad, algo que comparte con otros organismos, en principio, autárquicos y devoradores. La deriva, que escora la alegoría utilizada para ello, confundiría los polos hasta simular que es ahora Dios el que, mediante la comparación, se confirma como juez, siguiendo paso por paso el protocolo inquisitorial, mimando sus sentencias y procederes. Incluso la expulsión del Paraíso se convierte en calco de la regulación del tribunal que, especialmente en los oficios de ultramar, solía condenar a los abjurados a una similar extradición eterna en las cárceles de Sevilla. Con ello, el recurso —en su forma más programática— se aplica a autorizar la institución y a darle un origen: se trata, desde luego, del tipo de construcción todopoderosa que Walter Benjamin, en tanto maquinaria apabullante y barroca, consideraba al servicio de intereses políticos y religiosos a los que aquella subordinaría cualquier comedimiento o decoro.41 De este modo, más que una figura o un adorno, la alegoría desenvuelve toda una narrativa que la aleja, a cada vuelta de tuerca, de la unidad armónica con que funcionan, por contraste, los símbolos. En oposición a estos, que se componen sobre acuerdos naturales, orgánicos, casi intemporales, lo alegórico suena extravagante y artificial, 40. Cit. por Ricardo Palma en sus Anales de la Inquisición de Lima, que insiste en la desmesura y conveniencia para el sistema constituido de la analogía: «El Inquisidor Luis de Páramo en su obra titulada De origine et progressu Inquisitione, interpretando a su modo el Pentateuco para apoyarse en una autoridad sagrada, establece entre otros desatinos que Dios constituido en inquisidor condenó a Luzbel y sus secuaces al fuego eterno, y que más tarde formó proceso a Adán para desterrarlo del Paraíso. Deduce de aquí, que los primeros autos de fe tuvieron lugar en el cielo, y tan extravagante doctrina, acogida a su vez por Roma, dio una omnímoda preponderancia a los que se hacían un título para ganar la beatitud inmortal del oficio de victimarios o verdugos, y que condenaban al martirio de las llamas a sus semejantes ad majorem Dei gloriam. [...] Voltaire dice, que con esta doctrina solo ha probado Páramo que Dios fue el primer sastre» (20-21). 41. Benjamin: 151-161.
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como creado ad hoc y articulado sobre la imposible justificación de una arbitrariedad.42 Si el símbolo es equilibrado, sintético e individual, la alegoría barroca trabaja de una manera dialéctica, contradictoria y excéntrica, dentro de una orientación homogeneizadora que fortalece el orden y erradica, condenándolo, lo extraño, particular y disidente. Su esfuerzo en apoyo de la institución resulta brutal y caprichoso, aumentado sin duda por el peso de la «aleatoriedad» obligatoria con que funciona. Así, cuando en 1519 Diego de las Casas y el tesorero Alonso Gutiérrez piden la posibilidad de apelación para los presos de las cárceles inquisitoriales, reclamando que no se confiscaran sus bienes, el cardenal de Tortosa, futuro papa Adriano, les replica con la similitud de la pasión sufrida por Cristo, pasión durante la cual los judíos acusadores no permitieron apelar a ningún testigo. Por lo tanto y de la misma manera, estaba en su derecho de proceder el Santo Oficio: [y] que con respecto a los bienes, la única ropa que dejó el Señor, que podía heredar su madre, se la jugaron a suertes, y que como los hijos de los judíos estaban sometidos a la maldición del Evangelio (Sanguis eius super nos et super filios nostros, Mat. 27, 25), no había tampoco nada que hacer.
Nadie ha calificado mejor esta paradoja que Julio Caro Baroja, a quien se debe el ejemplo anterior,43 cuando habla de la «violencia expresiva» y la retórica desmesurada de que hacían gala las homilías y sermones, piezas mayores con que se acompañaba el auto de fe y a los que acude Montesinos para cubrir de grandes epítetos la gestión inquisitorial:
42. Culler 1976: 263. 43. La sibilina argumentación del ejemplo la cita Caro Baroja (2000: 323), a partir de un testimonio tomado del Floreto, centón de relatos del xvi (99), junto con otros ejemplos todavía más retorcidos: «Un inquisidor de Badajoz, Selaya, en cierta carta que escribió al rey de Portugal Juan III, pidiendo la extradición de unos cristianos nuevos (carta que ya fue debidamente comentada por Herculano), decía en ella que el argumento de los judíos, alegando habían sido bautizados a la fuerza, era inútil, porque, en primer término, nadie podía considerarse violentado cuando recibía un beneficio tan grande como el del bautismo; y en segundo lugar, porque aquella violencia no había sido absoluta, sino condicional, puesto que a los colocados en el trance siempre les quedaba el libre albedrío de dejarse matar, como los Macabeos».
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muro de la iglesia, columna de la verdad, guarda de la fe, tesoro de la religión cristiana, arma contra los herejes, lumbre contra los engaños del enemigo y toque en que se prueba la fineza de la doctrina, si es falsa o verdadera.44
En concreto, el sermón que fray José de Cisneros pronunció durante el que nos ocupa manipula una profecía del rey David en la que se anuncia la venida de la «piedra fundamental de la fe» que sería Cristo; se trata de una piedra que si algo consolida, sin embargo, es la estabilidad del propio tribunal. Así, el sermón presenta a los jueces absortos junto a la piedra crística, de acuerdo al Salmo 140 —«Absorpti sunt iuncti petrae iudices eorum»—: salmo misterioso, donde los haya, que Cisneros interpreta acudiendo a toda la batería patrística a su alcance. De Beda el Venerable hasta San Agustín —como en la Biblia cabe todo, según la omnivalencia que San Jerónimo le atribuye—, el obispo concluye que el salmo está aludiendo a los jueces de la Inquisición, entre los que Cristo figuraría como el primero de ellos: un papel que alcanza en razón a sus altos méritos, y en especial a su función de eje fundante, cimiento raigal del tribunal católico, pero sobre todo «piedra que llora el agua del bautismo».45 Cristo llora, en efecto, ante los jueces una salvación líquida que el judío rechaza. Simultáneamente, gracias a la síntesis anacrónica que la alegoría permite, Cristo llora el rechazo mismo de sus lágrimas. He ahí la perfidia insidiosa de aquel pueblo, que niega al que sustenta la fe y provoca con su actitud un llanto en el que su repudio insiste y reincide. La escritura del auto de fe, las relaciones escritas del mismo reiteran esta artificiosa retórica, al servicio de una evidente «pedagogía del miedo» y una no menos acuciosa intención publicitaria. Junto al sermón pronunciado durante la celebración y donde dicha retórica tiene 44. Se trata, en este caso y como señala el propio Montesinos, del sermón que fray Luis de Granada predicó cuando el suceso de la monja de Portugal, impreso el año de 1589 (p. 38). 45. «¿Qué juezes son estos absortos junto a la piedra y qué piedra es esta? La piedra es Christo: Petra autem erat Christus. Los juezes, absortos en la piedra Christo, son los de este santo tribunal, los señores Inquisidores: Christo piedra fundamental de la Fe; los inmediatos juezes de la Fe, los deste Santo Tribunal. Porque en las causas de Fe, no hay más que Christo Pedro y este santo Tribunal: ellos son los inmediatos y los absortos en la piedra Christo» (Cisneros 7).
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su mejor exponente, el relato del auto ofrece las demás marcas de la compleja puesta en escena. Estamos, entonces, ante un tipo de prosa ceremonial y kinésica, una compleja y continuada acotación teatral, la guía visual de una representación climática, en la que cada detalle, cada actor, cada paso, cada intervención y cada diálogo se pautan sobre el patrón escénico del Juicio Final. L a h e r e j í a c o m o l e s i ó n e s t é t i ca y p e rv e rs i ó n de l gus to Por supuesto, la majestuosidad de la ceremonia se entiende en inmediata connivencia con la gravedad del pecado que estaba llamada a castigar. La herejía se consideraba entonces producto de una alevosía mayor, un atentado contra los principios del estado temporal. De hecho, hereje era una «palabra de las cinco» —como se las llamaba— que constituía en los siglos xvi y xvii un insulto grave —las otras cuatro eran traidor, somético, cornudo y gafo (o leproso). En todos los casos se trata de injurias mayores contra el honor, el rey, el cuerpo, la moral y la religión. Pero la herejía supondría un insulto todavía más grave porque «como lo deja ver el jurista Solórzano y Pereira, no sólo podrá ser dañosa a la Religión, sino aun pervertir o subvertir totalmente el estado político de los Reynos. Así el hereje actúa contra leyes divinas y humanas y pone en cuestión no los principios de la fe, sino del control social»46. Pero además —nos explica José del Hoyo— produce una lesión estética, una especie de perversión del gusto y de horror del concepto: corrompe las armónicas leyes del dibujo y el trazo, la simétrica proporción del bien. Así, la Inquisición tiene una tarea vigilante y artística, para la que se rodea con la parafernalia catequética del monumento alegórico, el espectáculo dorado del auto sacramental o del caso teatralizado. La puesta en pie de piras y cadalsos, la estilización aberrante del proceso lo inscribe en la misma desrealizada dinámica epocal del sueño, de la hipérbole y del decorado.
46. Araníbar 1995: XIX.
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Baste, como demostración, la categoría de emblema que adquirirá la descripción de las tareas del Oficio en la Ciudad de los Reyes, con el admirable cuadro presentado a los ojos, «bien que en abreviadas líneas, y de medio cuerpo», de «las Reales efigies de nuestros católicos Monarcas y el dibujo de algunas imágenes de sus heroicas virtudes» Y en frente dellos —continúa Del Hoyo—, casi en bosquejo también, se muestra cerrado el majestuoso Templo de la Fe que desde afuera se adora; y no se ve de cuyos altos chapiteles penden mil insignes trofeos, consagrados del valor hispánico, en la sucesión de tantos siglos. Y por remate y corona de su hermosa portada, sobresale el glorioso escudo que en su campo tiene por armas la siempre invencible y triunfante Cruz verde, a un lado la desnuda espada, y la benigna Oliva al otro lado.
L a fe s t i v i da d s i ni e st ra No sería nada apropiado enmarcar dentro de lo que ha sido denominado «arte festivo» o «arte efímero» los autos de fe que, a lo largo del xvii, organiza la Inquisición en la ciudad de Lima, colocada así a la cabeza de las capitales católicas en la América del sur. Sin embargo, las relaciones escritas de dichos autos abundan en la fastuosidad propia de las fiestas barrocas. Bajo el claroscuro atroz de lo que allí se conmemora, se construyen carros portando símbolos, arcos de triunfo de la fe victoriosa, tableaux vivants, pinturas alusivas, cadalsos alegóricos y encausados maquillados con las señales de su desafección religiosa. Se levantan gradas espaciosas, con separación de celosías para el público y hasta se busca el lugar para la mejor audición de las sentencias, allí donde «lleuara el ayre» «la voz de los lectores».47 Emblemática, arquitectura, teatro, poesía, pintura y música, rodeando el espectáculo del castigo, nos permiten hablar de una ficcionalización de la política, de una estetización de la represión que cree dignificarse con la representación pública y aleccionadora de sus extorsiones:
47. «Al lado siniestro del tribunal se levantó un tablado al igual de él, de once varas de largo y cuatro de ancho, cubierto de celosía con tanto primor que su prevención parece fue de anticipado tiempo para ocuparle Su Excelencia de la señora virreina y las mujeres de los señores de la Real Audiencia. Escogiose este sitio por llevar el aire hacia allí la voz de los lectores y la comodidad del pasadizo» (véase p. 44).
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el mundo como escena y como apariencia, paradigma del Barroco, al servicio del poder institucional y segregador. En realidad, con ello la Inquisición se perfila como un perfecto «aparato cosmético», con todas las implicaciones de que esa terminología se reviste. Entendemos por aparato la exacta definición que para la voz acuña Jean Louis Déotte, apoyándose por un lado en lo que Clastres entiende por salvaje y, por otro, en el concepto de dispositivo foucaultiano o conjunto de operaciones varias que conectan saber y poder, que establecen un principio de comunidad sobre la extorsión, que articulan la ley y la escriben brutalmente sobre el cuerpo social. El aparato es siempre proyectivo y diseña un sentido al que todo se pliega, generando para obtener el consenso en torno al mismo un gran espectáculo sobre el que el principio de la presencia se hace residir, una gran gesta escénica que se da a sí significado, finalidad y omnímoda razón.48 Así, tras un proceso purificador de interrogatorios y amenazas,49 el cuerpo del reo entra a conformar parte del aparato (que escribe en su carne una legitimidad nacida kafkianamente de la tortura de su propia grafía). Es decir, el cuerpo del reo se institucionaliza, se alegoriza también. La terrible mecánica del aparato lo digiere e incorpora, disfrazándolo para que entre en el cuadro, para que coopere a la escena de la salvación de las almas. La cosmética de la operación representacional exige vestirlo y transformarlo de acuerdo con el código instituido, con la clave prediseñada y con los signos de su inocencia probada o de su inculpación confesa: Comenzó a salir la procesión de las casas del Santo Oficio, delante iban las cruces en la forma dicha, acompañadas de los curas sacristanes y clérigos, con sobrepellices. Seguíanse los penitenciados de menores delitos, hechiceras, casados dos veces. Luego los judaizantes con sus sambenitos y los que habían de ser azotados con sogas gruesas a las gargantas, los últimos iban los relajados en persona, con corozas y sambenitos de llamas y demonios en diversas formas de sierpes y dragones, y en las manos cruces
48. Déotte 119-125. 49. Según la edición y el comentario de Francisco Peña al Manual de Inquisidores de Nicolau Eimeric, no todos los prisioneros sufrían las mismas penurias. A veces disponían de condiciones más suaves —«celdas más alegres y amenas»— según el rango social o el delito (Eimeric: 239).
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verdes, menos el licenciado Silva que no la quiso llevar por ir rebelde, todos los demás llevaban velas verdes50.
E s t i l í s t i ca de l s e c re to De este modo, durante varios días, se construirá en la plaza central de Lima el decorado de la muerte o del castigo de cada reo, en ocasiones a sus espaldas y en sigilo, para que la ignorancia de su suerte se añada a la pena como un tormento más. Fernando de Montesinos nos cuenta que en 1639 las autoridades acudieron a artesanos comprometidos bajo juramento a no revelar las arquitecturas, volutas y oropeles con que se revestiría la ceremonia. Publicado el auto se llamó a Juan de Moncada, que ha más de cincuenta años que sirve en estas ocasiones a la Inquisición, y se le dio orden de que hiciese las insignias de los penitenciados [...], recibiéndosele antes juramento de secreto. Y a sus oficiales dióseles aposento en lo interior de la casa del alcaide, donde las obraron sin ser vistos de nadie, y en este tiempo se le dio orden al alguacil mayor que con familiares que señalase rondasen de noche la cuadra en cerco del Santo Oficio, sin que a esto se faltase un punto hasta el día del auto, como se hizo (véase p. 43).
Con la máxima discreción se juzgaba la causa de los reos, evitándose la filtración de noticias fuera de las cárceles inquisitoriales, prohibiéndose por supuesto la comunicación con el exterior. El oscurantismo del sistema constituía una más de sus torturas. Silencio y palabra eran prerrogativas que la Inquisición reclamó para sí, regulando y legislando la estilística del secreto como su patrimonio: cuánto más oculto, más estimado por las gentes, señala Galván Rodríguez51, y, 50. «Iban los penitenciados uno a uno en medio de los acompañantes, y por una banda y otra dos hileras de soldados que guarnecían toda la procesión. Detrás de los reos iba Simón Cordero, portero de la Inquisición, a caballo, llevaba delante un cofre de plata, pieza curiosísima y de valor, iba cerrado con llave y dentro las sentencias de los culpados; remataban la procesión Martín Díaz de Contreras, secretario más antiguo, a caballo con gualdrapa de terciopelo, y el capitán don Juan Tello de Sotomayor, alguacil mayor de la Inquisición, que llevaba a la mano derecha al secretario» (véase p. 51). 51. Citado por Rodríguez de la Flor (271): «El secreto tiene así una doble circulación, y un doble sentido: en un extremo desemboca de modo conclusivo en el silencio, pero en el otro, lo hace en la figura más compleja y menos evidente de la ocultación,
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de ese modo, ejemplarmente marcado con la sacralidad de lo inefable mistérico. Por otra parte, es evidente que los tribunales conocían y manejaban todos los artilugios para la extracción de delaciones y las formas de una coacción elocutiva que a su vez debía permanecer tácita. Sobre el encarcelamiento de un preso, Montesinos se congratula que esto se hizo sin indicio alguno, y que en mucho tiempo no se supo nada de él, «por lo cual no se podían persuadir los demás se hubiese hecho tal prisión por la Inquisición» (p. 40). Por lo tanto, todos los recursos imaginables del discurso son suyos, «la denuncia, la querella, la encuesta, el informe, el interrogatorio». Evidentemente la lista no pertenece en exclusiva al régimen inquisitorial. Foucault la enuncia para caracterizar los procesos informativos de las instituciones poderosas y la constitución con ello de archivos ingentes, una «masa documental», «que crece sin cesar acerca de todos los males del mundo».52 Pero, aunque no le pertenezca en exclusiva, sí funge la Inquisición como su paradigma: la versión más exacerbada de la administración estatal de la voz, representación por antonomasia de un murmullo ininterrumpido de informaciones forzadas y de una manera de declarar por la cual el individuo que se confiesa se borra en el acto mismo. De hecho, los breves párrafos que Montesinos dedica a cada procesado se organizan en torno a ese momento de la confesión o de su recalcitrante rechazo. Eso es crucial para el Auto de la fe, si el reo se mantiene tozudamente negativo o por el contrario se abandona y admite, momento culminante en que suscribe de un modo u otro su propia condena. El cierre en redondo del resultado no lo cambia, es igual la negación que el reconocimiento.
algo como estrategia conduce al fin la acción informativa de las grandes instituciones altomodernas, entre ellas, y destacadamente, la Inquisición, que lo usará largamente en sus protocolos de actuación en la forma acrisolada del sigilo, al que podemos calificar como un verdadero silencio de la acción, ocultación del movimiento que se dispone al ataque. La propia Inquisición destaca la calidad ocultadora que posee este secreto, que eleva lo desconocido a casi sacral. En definitiva, en el secreto reside: Todo su poder y autoridad [...] pues cuanto más secretas son las materias que en él se tratan, son tenidas por sagradas y estimadas de las personas que de ellas no tienen noticia (Galván Rodríguez 2001: 10)». 52. Foucault 1990: 189.
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Pero el tribunal quiere que el condenado sea «buen confidente» —como Montesinos subraya de Ana de Campos, por ejemplo—, quiere que se manifieste: su actuación está montada para la conversión del mundo cotidiano en escritura, en chisme, en aclaración, puede que no verdadera, pero sí acumulativa. Es uno de esos circuitos burocratizados que bulle con el afán de denuncias y donde se engloban la disputa familiar, los desórdenes vecinales, las pasiones privadas, las discordias habituales, el acontecimiento minúsculo o el sufrimiento rutinario: una especie de panóptico retórico en el que nada puede esconderse.53 Panóptico en el que, a pesar de las imposiciones, también hablan, sin embargo, los prisioneros acudiendo a artimañas y trucos para entrar en contacto. Manuel Henríquez, acusado —como ya dijimos— de judaizante en 1635 recordó en Lima que, durante un encierro previo en la Inquisición de Coimbra, los acusados conversaban por los huecos de los muros, dando voces o mediante un código de golpes.54 Montesinos cree practicarse algo parecido en las celdas limeñas:
53. «...a través de este dispositivo de demandas, de lettres de cachet, de internamientos de policía, van a nacer una infinidad de discursos que atraviesan en todos los sentidos lo cotidiano y gestionan, de un modo absolutamente diferente al de la confesión, el mal minúsculo de las vidas sin importancia. En las redes del poder, siguiendo circuitos bastante complejos, quedan atrapadas las disputas de vecindad, las querellas entre padres e hijos, las discordias familiares, los abusos del vino y el sexo, los desórdenes públicos y tantas otras pasiones secretas» (Foucault 1990: 193). 54. «Todos se comunicaban y daban voces por las cárceles y que el reo había dicho a todos que allá en Coimbra daban golpes por el A.B.C. y así se comunicaban» (AHN, Inquisición, leg. 1647, exp. 11, f. 169r.). Los métodos para entablar contacto eran ingeniosísimos, en las cárceles a uno y otro lado del Atlántico: «Sin desmerecer las muchas veces en que los presos de los siglos xvi y xvii entablaron conversaciones en los patios o a través de las ventanas, ya fuera mediante voces, golpes o cualquier otro código de señales, tampoco se puede negar el valor que la escritura tuvo para algunos de ellos. [...]. La falta de papel no tenía que constituir una barrera infranqueable como tampoco el retraso de los mensajeros o la censura del correo [...], porque la pluma se podía sustituir por una aguja y los contados pliegos de papel por algún hueso de aguacate, la piel de una pera o un pedazo de cualquier tejido. De la misma manera que las rejas y los más insospechados agujeros servían para tratar con otros reclusos, aunque fuera soportando la inmundicia, o para sacar los mensajes al exterior, siendo cualquier ocasión buena para ello, incluso, como declaró Francisco de Acuña respecto a la cárcel de Toledo, cuando iban a vaciar a la necesidad, allí, entre trapos viejos y unas plumas, dejaban los avisos y cuando volvían los tomaban de allí» (Castillo Gómez: 94).
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Antes de publicarse el auto se encerraron todos los negros que servían en las cárceles en parte donde no pudieron oír, saber, ni entender de la publicación, porque no diesen noticia a los reos, pues aunque la Inquisición usaba para esto de negros bozales acabados de traer de la partida (no es posible menos en este reino) eran ladinos para los portugueses, que como los traen de Guinea sabían sus lenguas y así esto les ayudó mucho para sus comunicaciones con otras trazas como [...] el abecedario de los golpes, cosa notable: la primera letra era un golpe, la segunda dos, la tercera tres, etc. Daban pues los golpes, que correspondían a la primera letra de la dicción y, parando el que los daba, asentaba en un adobe el avisado aquella letra con un clavo, luego le daban otra letra con los golpes, luego otra, y al cabo hallaban escrito lo que se querían avisar con otras cifras y caracteres con que se entendían, claro indicio de su complicidad (véase pp. 42-43).
Entonces, si el secreto cimentaba la santidad de la empresa inquisitorial, el sigilo comunicativo de los reos delataba una culpabilidad tanto más evidente cuánto más ingeniosamente alcanzaba a expresarse. Subrayando su delito, los prisioneros se las arreglan a pesar de los obstáculos. Gritan, susurran, sobornan para enviarse misivas de ánimo, se alientan, se entreven, se avisan a través de los huecos, se escriben con ceniza o con el truco del jugo del limón que idea la dama, nacida en Sevilla, doña Mayor de Luna, hasta que los jueces acercan sus cartas a un brasero. De esta suerte, el tribunal produce documentos que custodia en esa institución del poder que es el archivo. Pero el reo genera asimismo una atmósfera de comunicados sutiles, una grafía huidiza y repentina por entre las fisuras de la vigilancia inquisitorial, haciendo de la prisión un extraño lugar semiótico en el que se intensifica el sesgo más transgresor de los lenguajes. Si su discurso basa su supervivencia en su condición desapercibida, en su disimulada emisión —es por tanto una lengua distinta, cuya eficacia comunicativa reside en no ser descubierta—, a veces consigue abandonar lo liminar de su raíz prohibida para iluminarse un instante en medio de la retórica hinchada de los informes carcelarios.
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Antol ogí a de v i das co n d e nadas Son las actas de los interrogatorios las que nos ofrecen de pronto, por el resquicio negativo de sus interdicciones, el hacer escriturario del otro perseguido. Es un instante apenas, en medio del uniforme enunciado del poder que, sin conciencia del dislate en el que incurre, recibe y acoge la expresión del sospechoso, aunque sea con la finalidad de extirparla. La pobre demente Ángela Carranza reflexiona y desarrolla confusas tesis inmaculistas y heréticos dogmas durante la soledad larguísima de su proceso. José del Hoyo le recrimina esta tarea y la recriminación opera en el interior de la condena como mención de lo que, de otro modo, jamás alcanzaría su consigna en los anaqueles de la oficialidad. Si la disidencia que motiva estos procesos se muestra heterogénea, diversa incluso de sí misma, fluctuante, fracturada y dialéctica, resulta muy interesante descubrir que toda esa diversidad es acogida en el auto de fe, aun homologándola a una sola versión de la conducta culpable. El repaso de los casos que juzga se perfila como un controvertido y doloroso retrato de la «gente menuda», de la clase popular y silente que entraría, de este modo trágico, en el archivo de la ciudad letrada. En los intersticios de la jerarquía establecida, en los márgenes de lo hegemónico, observamos otros testimonios no articulados donde, sin canal ni acuerdo, sin concordancia, se dibuja el rostro de la alteridad amenazante. Aparecen por un instante en medio de la escritura que los extermina y paradójicamente no existen sino en ella. Los autos de fe, escritura de la institución, albergan entonces esta dualidad con la que no pactan: desde su posición monolítica condenan pero recopilan a la vez, dando expresión a otros universos simbólicos con los que difícilmente negocian. En los breves avisos que las páginas del auto les dedica se sintetiza el vuelo de una vida contumaz y condenada. La concentración de las cosas dichas, bajo el interés de su erradicación, resultan una especie de lección abismal que trabaja de manera invertida, dando lugar a la expresión de la resistencia, incluso en medio del discurso monolítico llamado a reducirla. Se trata de una galería literal y violenta que llega hasta el etnólogo, el historiador o el inquisidor de turno con su miedo
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y energía intactos: tanto es así que Foucault no puede sino repetir este tipo de materiales, sin intervenirlos ni comentarlos.55 La compilación de que se hace cargo en la introducción a un texto jamás publicado («Vie des hommes infames» de 1977) no será otra cosa sino una antología de relatos de estas existencias contadas de la manera más sucinta, a veces unas pocas frases, pero dotadas de una intensidad que el propio Foucault calificará de mezcla de espanto y belleza. Vidas breves, vidas infamadas, trazadas con tal expresividad «centelleante de palabras»56 que podrían compararse con oscuros poemas, un ramillete de imágenes extrañas con una capacidad inusitada de conmoción. La realidad sobrecogedora de estos ejemplos «negativos» proviene del trazo a que estas biografías escuetas se ven reducidas en las actas inquisitoriales que enumeran sus excentricidades, sus desviaciones, sus rarezas, sin imaginar la potencia de verdad contenida en esos detalles. Así ocurre con la mulata esclava Ana María de Contreras, transformada en bruja hechicera después de ser partida por un rayo: una conversión celeste que la habilita para ver en las iglesias las almas difuntas y a las mujeres completamente desnudas, siempre que porten un «faldellín colorado». Entonces se le aparecen delante con «todo cuánto tenían», como «si estuvieran en pelota» (p. 60). Y pasa también con doña Beatriz de la Bandera, a la que visitan demonios con «ramos de molle en las manos» (p. 60). O con Luis de Valencia, de oficio mercader, que disimula su circuncisión apelando a que es el resultado técnico «de andar con muchas mujeres» (p. 62). Sin contar el caso fascinante de Simón Ossorio que, como apuntaba Marta Ortiz en el prólogo (p. 9), habría falsificado certificados de limpieza de sangre, hasta el punto de que «por su proceso pareció tener tres padres y diferentes naturalezas» (p. 61). A raíz de confiscarse sus bienes, se le encontraron en casa varios retratos suyos y, entre ellos, uno en concreto «en hábito de mujer». Los inquisidores anotarán que Ossorio se presentaba a sí mismo como «el más noble y el más cualificado y para ostentar esto traía grandes mechones y andaba muy galán y muy oloroso» (p. 61). 55. «El poder que ha acechado a estas vidas, que las ha perseguido, que ha prestado atención, aunque sólo fuera por un instante, a sus lamentos y a sus pequeños estrépitos y que les marcó con un zarpazo, ese poder fue quien provocó las propias palabras que de ellas no quedan» (Foucault 1990: 181. Véase también 1999). 56. Foucault 1990: 176.
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Porque esta antología de retazos, estos cuadros de singularidades abundan en los rasgos de carácter, en las reacciones imprevistas, en las debilidades personales, detallando, por ejemplo, el placer del baile por el que parece perderse Amaro Dionís que «preciábase de caballero [...] tomando siempre el mejor lugar en cualquier parte» (p. 64). O bien, el miedo atroz de Bartolomé de León, que intenta eludir el castigo fingiéndose «tonto y azonzado por tiempo» (p. 64) y la coquetería de doña Mayor de Luna que, aunque de edad de sesenta años y acusada de judía judaizante, su obstinación ante el tribunal radica en negar haber pasado los cuarenta (p. 65). Pequeños datos que apenas importan para la gravedad de la causa, pero que conforman el núcleo del relato de vida centrado en ellos. Son los «efectos de lo real» que llamaría Roland Barthes, sobre los que se apoya la eficacia emotiva de lo narrado: palabras cuya conmoción reside en el espesor del acontecimiento que se puede sospechar tras la brevedad de su consignación.57 Pasa igualmente, aunque con una capacidad superior de estremecimiento, cuando Fernando de Montesinos menciona al converso quemado en la hoguera Manuel Bautista Pérez; y explique que, camino al cadalso, se detuvo para darse el ósculo judío de la paz con los suyos, que marchó muy entero a la muerte y que incluso se permitió reconvenir al verdugo para que hiciera bien su trabajo. El testimonio se desliza, de este modo, de la condena a la honra, de la repulsa a la dignificación y el condenado ocupa un puesto ambiguo dentro del enunciado encomiástico de la fe. A su vez, del cirujano licenciado Francisco Maldonado de Silva Montesinos subraya la opaca negatividad en que se obceca, cómo permanece fiel a la fe que afirma profesar, su celo de vivir y morir en la ley de Moisés, la lealtad que demuestra a las prácticas normativas judías en medio de la opresión de un entorno adverso hasta cambiar su nombre por el de Heli Nazareo, dejarse crecer barba y cabello o autocircuncidarse artesanalmente con unas tijeras. Rico en minucias de este tipo, el párrafo dedicado al acusado menciona que escribe profusamente en la cárcel con lo que puede y, terco, 57. Así las descubre Arlette Farge para los informes de represión del xviii que ella investiga: de repente una vida resumida en el breve trazo que la condena y ese doloso «equilibrio» entre la voz reprimido y las declaraciones de presos. Véase sobre todo 2008 y 2013.
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pertinaz, compone con papeles rotos e hilachas de telas que va encontrando las páginas de las reflexiones judaicas, luego quemadas con él. Y con no darle recaudo para escribir, de papeles viejos en que le llevan envueltas algunas cosas que pedía, juntando unos pedazos con otros tan sutilmente que parecían de una pieza mesma, hizo las hojas de dichos tratados y con pluma y tinta que hizo, esta de carbón, aquella de un hueso de gallina cortado con un cuchillo que hizo de un clavo, escribió letra que parecía de molde (p. 79).
Pi e l de c or de ro Es en ese testimonio último donde se intuye la ambivalencia que convierte este auto de fe concreto en un documento conflictivo y dúplice: tanto más conflictivo si sopesamos la acusación de cristiano nuevo que gravita en torno a la no probada genealogía del propio Fernando Montesinos. Porras Barrenechea menciona su probable extracción hebrea: la justifica desde la vocacional y semítica tesis de un origen para los indios americanos en Ophir que el autor defendió con no poco celo. Manco Cápac sería, para él, genuino descendiente de Noé y los episodios de la conquista peruana aparecerían adelantados en la Biblia por los profetas.58 Entonces, según Porras, Montesinos escribiría el Auto bien para desviar la atención pública de su linaje converso, bien para 58. «Montesinos refirió el piadoso y edificante escarmiento en un escrito que imprimió en Lima, Pedro de Cabrera y se reimprimió en Madrid y en México y que bastaría para acreditar su ortodoxia. Pero se ha perdido de tal modo el hábito de creerle, que don Carlos A. Mackhenie, perito de viejas curiosidades, desliza la sospecha de que el señor párroco de Potosí y Lima, fue “marrano” o sea judaizante y describió el auto de 1639, nada menos que para informar a sus hermanos de todo el mundo, en especial a los rabíes, aljamas y sinagogas de Ámsterdam, de los nombres y antecedentes de las víctimas inmoladas por defender la ley de Moisés. Por lo menos hubo varios Montesinos judaizantes y entre ellos un Antonio de Montesinos, cuyo nombre auténtico fue Aaron Levi, quien fue tan amigo de correr tierras y buscar minas como el clérigo osunense y escapó milagrosamente en 1541 de la Inquisición de Cartagena de Indias. No sería entonces, tan a humo de pajas, ni tan ingenua la tesis de que Ophir había poblado América, y de que Manco Cápac resulte un inmediato vástago de Noé o de su nieto en tiempos en que “eran infinitas las gentes que salían de Armenia a poblar el mundo” (Cap. III)» (Porras Barrenechea: 489-490). Para la edición fantasma mexicana, véase el estudio de Ortiz Canseco en este volumen, p. 27.
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avisar «a sus hermanos en las aljamas y sinagogas europeas del nombre y antecedentes de las víctimas inmoladas».59 En apoyo de la propuesta está el curioso dato de que en sus Memorias antiguas y políticas del Perú, tras el Libro III, al repasar la historia del virreinato año por año, en la entrada dedicada a 1639 del manuscrito que conserva la Biblioteca Nacional de España, no ofrece mención alguna del proceso, ni siquiera un apunte y tampoco lo hace en el año de 1635, cuando en abril comienzan las prisiones. Es verdad que el manuscrito deja un espacio en blanco de casi un folio para la fecha 1638, como si lo reservara a una redacción posterior; pero resulta al menos inquietante ese silencio absoluto de un asunto que Montesinos había tratado por extenso tras el encargo inquisitorial (véanse Figs. 2 y 3). Sin embargo, son razones más bizarras las que inclinan a Porras Barrenechea a pensar en esta militancia judaica suya, incluso más allá de la simple empatía hacia los procesados, empatía por otra parte inexistente en otras relaciones de autos. Veintiséis capítulos de sus Memorias inéditas, están destinadas a probar que todos los episodios y alternativas de la colonización peruana —incluso la revolución de Gonzalo Pizarro y las frases de Valverde dijo a Atahualpa— estaban previstos en textos de Isaías, Daniel, Esdras, Amón, David y otros profetas judíos. Es ya bastante como señal de hebraísmo.60
De cualquier manera, no nos interesa tanto comprobar la certidumbre de esa suposición, como sopesar la rentabilidad interpretativa, el trasfondo doble que mina un texto quizá él también converso e indeciso; o, para ser más cautos, que ocupa un puesto ambiguo dentro de este subgénero de la expresión religiosa. Porque si la sospecha suena plausible a la luz de ciertos párrafos y de los detalles numerosísimos en los que el disfrazado judaizante se demora —como el nombre, profesión, procedencia y parentesco de los ajusticiados y sobre todo la cuantía de los bienes que se confiscan a los más pudientes—, a la vez estos aspectos pertenecen a la ortodoxia general del Auto, es decir a una lectura recta que encaja difícilmente con la hipótesis judaica de su imaginado reverso, salvo que lo aceptemos
59. Porras: 490. 60. Porras: 489-490.
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como declaración por vía negativa, una admisión indirecta a través de un disfraz que distraiga suspicacias. La sombra ambigua que ciertos episodios proyectan sobre la filiación de la obra y sus intenciones no se solventa nunca a lo largo del ir y venir de ésta desde lo legal a lo insinuado, desde la reprobación a la complicidad y de la repulsa a la crónica neutral. Veamos esta compleja estructura de movimientos dobles en la denuncia a aquel comedor de manzanas que hace saltar las alarmas antisemitas en agosto de 1634. La denuncia es endeble, dado que el vendedor de la tienda de comestibles se niega a trabajar en sábado y a comer tocino —igual que sus padres y abuelos—, pero esta abstención parece producirse en viernes, lo que más que incriminarle como judaizante, lo califica como buen cristiano, que no toma carne el día de la muerte de Cristo. La acusación resulta entonces anfibológica, casi bipolar, más laberíntica que fundada, cuando el denunciante admita que preguntó «sin acordarse de que era viernes», es decir, que el ayuno del tendero no le implica sino como observante canónico de los mandamientos de la Iglesia, lo que descalifica la inculpación y abre el testimonio a un terreno difuso, fronterizo. Que este terreno indeterminado sea el lugar más cómodo de este peculiar testimonio inquisitorial parece indicarlo el caso más sobrecogedor entre los que el Auto de Montesinos recopila: el proceso dramático y ejemplar del cirujano licenciado Francisco Maldonado de Silva, el judío contumaz y escritor ingenioso quemado con sus tratados teológicos de hojas recompuestas. Además de la lealtad descrita en el condenado respecto a sus convicciones, Montesinos menciona la entereza con que asume una sentencia que se ejecutará con final tan inesperado como grandioso: Y es digno de reparo que habiéndose acabado de hacer relación de las causas de los relajados se levantó un viento tan recio que afirman vecinos antiguos desta ciudad no haber visto otro tan fuerte en muchos años. Rompió con toda violencia la vela que hacía sombra al tablado por la mesma parte y lugar donde estaba este condenado, el cual mirando al cielo dijo: «esto lo ha dispuesto así el Dios de Israel para verme cara a cara desde el cielo» (p. 80).
El dato más peculiar se produce en este momento, un detalle que no condice con la linealidad institucionalista del auto de fe, al enturbiarse
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la tarde, levantarse un ventarrón que rompe el toldo, en misteriosa similitud con la pasión de Cristo en el Gólgota. Y esta posible alusión a la muerte del Mesías católico dentro de la descripción del martirio de un criptojudío reticente, la exaltación cristológica final con ruptura incluida del velo del templo, ¿abriría como clave de interpretación la encriptada dinámica del Auto de fe completo? Al menos en este caso, esa utilización de un campo simbólico contradictorio parece revelar la duplicidad inevitable del documento, contagiado —en ese último detalle incontrolable— de la alteridad que es su asunto. O bien ocurre lo contrario: mimetizada de escritura de la violencia, la prosa testificante de Montesinos deslizaría su secreta, su íntima vocación inversa, no sin marcas ni rasgos paradójicos, sin embargo. Dentro del género de la oficialidad y la institución, el escrito enmascarado simularía la voz represora para hacer oír al reprimido, pero la utilización no puede cumplirse sin costes, sin disolución importante de su sentido oculto y sin extraviarse en medio de los dos códigos contrarios de los que participa. Entre la ortodoxia real y el disfraz de ortodoxo hay una imparable deriva que termina fundiéndose en una simbiosis irresoluble. Es más: tiene que parecerse peligrosamente a la ortodoxia para resultar efectiva. ¿Es disimuladamente judío porque es frenéticamente inquisitorial este Auto de fe del misterioso Montesinos? El texto conserva su enigma, tanto más en aquellos momentos en que parece más sincero: no sabremos nunca, no podremos decidir —y esa es su única verdad— si es el escrito de un fanático perseguidor o el de un perseguido, inevitablemente mezclado y fundido en la piel del falso cordero que se viste.
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Fig. 2: Portada de las Memorias antiguas i nuebas del Pirú [Manuscrito]... por Fernando de Montesinos. BNE, Mss/3124, 1642, f. 37r.
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Fig. 3: «Año 1639» de las Memorias antiguas i nuebas del Pirú [Manuscrito]... por Fernando de Montesinos. BNE, Mss/3124, 1642, ff. 203v-204r.
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La cultura libresca de un converso * Pedro M. Guibovich Pérez Pontificia Universidad Católica del Perú
Huid, huid desdichados hijos de Judea de la parte del Aquilón, o de la tierra occidental, porque e de hazer que quatro vientos del cielo os conbatan y dividan. Consulten los expositores sagrados, y dirán que estos quatro vientos son los juezes. El caso tenemos en las manos, a veinte y tres de enero intimó el Profeta la visión, esse mismo día veo en Lima, tierra occidental, quatro inquisidores que castigan la perfidia judaica en los miserables hijos de Jerusalén.1
Con estas palabras, el franciscano José de Cisneros se dirigió en su sermón a los asistentes al auto de fe realizado en la Plaza Mayor de Lima, el domingo 23 de enero de 1639. Aquella vez, el Tribunal del Santo Oficio condenó a setenta y dos personas, entre las que se encontraban un grupo de comerciantes portugueses de origen judeo converso, quienes eran acusados de judaizantes, esto es, de profesar la proscrita religión hebrea de manera clandestina. Las palabras del predicador constituyen un testimonio elocuente del espíritu de intolerancia religiosa imperante por ese entonces, exacerbado como consecuencia del descubrimiento de la llamada «complicidad grande». Un testigo presencial del auto de fe, el licenciado Fernando de Montesinos, ha dejado una detallada descripción del mismo en el texto que ahora se publica.2 Refiere ahí la enorme impresión que suscitaron entre la población de Lima los preparativos y la celebración de la ceremonia, todo lo cual resulta comprensible, ya que al hecho mismo de que no se celebraba ningún auto público desde hacía ocho años, se * Una versión preliminar de este texto apareció publicada en Historia y Cultura 20, 1990, pp. 133-160, 425-427. 1. Cisneros 1639. 2. Montesinos 1639.
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sumaba el interés por conocer el destino de los numerosos encausados, en particular de los portugueses, que hasta poco antes habían conformado una floreciente comunidad mercantil. Por lo tanto, es fácil imaginar cuánto asombro hubo de apoderarse de aquellos pobladores al escuchar la lectura de la sentencia que condenaba a la hoguera, entre otros, al reputado Manuel Bautista Pérez, quien —según palabras del propio Montesinos— era tenido por hombre de mucho crédito en todas partes y además «estimado de eclesiásticos, religiosos y seglares». La figura de Manuel Bautista Pérez, el principal encausado, ha merecido en las últimas décadas diversos estudios.3 Para suerte nuestra, se ha conservado su abundante documentación personal, tanto de carácter privado como comercial, la cual fue embargada, junto con sus otros bienes, por los oficiales de la Inquisición en 1635. En el Archivo General de la Nación, en Lima, existen seis gruesos legajos que contienen cuentas y otros documentos relacionados con sus actividades mercantiles; y en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid, se halla la relación de su causa.4 No es mi intención en esta oportunidad tratar acerca del rol de Pérez en el comercio colonial, tema que ha sido estudiado por autores como Quiroz Norris, Millar Carvacho y, más recientemente, Studnicki-Gizbert. Mi intención es explorar una faceta menos conocida del personaje, pero no por ello menos fascinante: la de su cultura personal. Como otros comerciantes de la época, Pérez era un hombre familiarizado con la cultura escrita, fuera impresa y manuscrita. Pero lo que lo hace un personaje singular es su afición por los libros. El estudio de la colección de textos de Manuel Bautista Pérez permite reconstruir sus aficiones literarias y plantear algunas interrogantes acerca de su cultura religiosa.
3. Una aproximación a sus creencias religiosas en Ventura 2006 y Wachtel 2007. 4. La documentación sobre Pérez es abundante. Traigo a colación algunas referencias: Archivo General de la Nación (en adelante: AGN) Inquisición. Concurso de acreedores de M. B. Pérez, Legs. 34-39. También en la sección Contencioso existen papeles referidos a sus actividades económicas. Otro conjunto no menos importante de documentos se conserva en la Oficina de Investigaciones Bibliográficas de la Biblioteca Nacional del Perú, con la signatura B 104. Lamentablemente, no es posible revisar este fondo debido a que se encuentra deteriorado por el fuego desde el incendio que sufrió la Biblioteca Nacional en 1943. Por último, en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid, consultamos el expediente del proceso de fe (Inquisición. Leg. 1647-1). Los resúmenes del inventario de sus bienes y de su causa se encuentran en el legajo 4792-2 y en el libro 1031 de la misma sección, respectivamente.
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L a i nm i gr ac i ón p o r t u g u e s a La presencia portuguesa en América está documentada desde las etapas tempranas de la colonización española del Caribe; sin embargo, solo se intensificó a partir de 1580, cuando se produjo la unión de las Coronas de España y Portugal, ya mediante autorizaciones legales para pasar y comerciar en Indias, o con más frecuencia, por medio de la inmigración clandestina.5 De hecho, el asiento de esclavos concedido por el Estado español a los mercaderes portugueses posibilitó su entrada en la América hispana. Los miembros de la Casa de Contratación de Sevilla, en una carta al Consejo de Indias fechada en 1610, decían que «En Cartagena de Indias y en otros muchos lugares de ellas hay tanto número de portugueses, y tan ricos y poderosos, y con sus mañas tan dueños de las voluntades de los gobernadores y demás ministros, que se pueden temer grandes daños».6 Asimismo, refieren cómo, aprovechando el comercio de esclavos, iban a América y se quedaban allí burlando las leyes relativas a la entrada de extranjeros porque no hay justicia ni gobernador que tenga cuidado de ver si se detienen más del tiempo del que pueden, antes mandan la tierra absolutamente, y son regidores y vecinos de asiento en los lugares, y en particular en Cartagena son alcaldes ordinarios, alguaciles mayores y menores y depositarios. Desto resulta que no sólo vayan navíos de negros sino muchos otros derechamente del reino de Portugal y vuelvan a él llevando y trayendo avisos de todo lo que pasa en España y en las Indias7.
También desde Brasil ingresaron ilegalmente buen número de portugueses al virreinato peruano. Sin embargo, para llegar a Lima o a las zonas mineras andinas, que eran los polos de mayor atracción, debían realizar, si iban por el norte, un amplio recorrido siguiendo la costa de Venezuela; mientras que si lo hacían por el sur, debían viajar hasta el Río de la Plata, que se convirtió en la vía de acceso a Paraguay y la región de Charcas8. La creciente inmigración portuguesa tuvo por efecto crear entre las autoridades españolas una suerte de psicosis de 5. Studnicki-Gizbert 2007: 44. 6. Cit. en Domínguez 1978: 138. 7. Ibíd. 8. Millar Carvacho 1983: 33.
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temor y recelo. En esencia, existían dos razones fundamentales para desconfiar de ellos: una religiosa (sospechosos de heterodoxia) y una política (aliados de las potencias rivales). Así, el arribo de gran número de portugueses de origen converso fue lo que llevó a establecer un tribunal inquisitorial en Cartagena en 1610. La acción de este tribunal explica que en el siglo xvii los conversos portugueses escogieran la ruta del sur, que era la más larga, para llegar al virreinato peruano,9 y que en la zona del Río de la Plata existiera una importante comunidad de origen lusitano. En 1598, el inquisidor de Lima Pedro Ordóñez y Flores escribía al Consejo de la Suprema que tenía noticias de que los portugueses entraban en Indias «particularmente por el puerto de Buenos Aires [...] y se vienen por tierra al Perú, a Potosí, La Plata y otras partes del reyno, y lo mesmo sucede por los puertos de Veneçuela, laguna de Maracaibo, sancta Martha y Cartagena». Y añadía, con preocupación, «que los más guardan la ley de Moysén».10 Años más tarde persistían las denuncias, como lo muestra una carta del comisario de Buenos Aires, Francisco de Trejo, a los inquisidores de Lima, suscrita en 1619, en la que comentaba la inmigración clandestina por el Río de la Plata Tenemos por cierto, que ha de venir mucha gente huída, judíos de España y del Brasil [...] que, por cierto, pide remedio la facilidad con que entran y salen judíos en este puerto, sin que se pueda remediar, que como son todos portugueses, se encubren unos a otros. Yo estoy con muy gran cuidado y vigilancia, y deseo que Nuestro Señor descubra en un tiempo algún camino para que se descubra algún judaísmo, que entendemos está oculto en estas dos gobernaciones11.
Atraídos por la posibilidad de hacer fortuna y de vivir en paz, numerosos portugueses de origen judeo converso se establecieron en el virreinato del Perú desde fines del siglo xvi. Los inquisidores de Lima, en carta a la Suprema suscrita el 18 de mayo de 1636, se refieren a los inmigrantes portugueses en los siguientes términos:
9. Es el caso de la familia León Pinelo. 10. AHN. Inquisición, Lib. 1036, f. 285r. 11. Medina 1945: 158.
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porque esta nación perdida se iba arraigando en pocos años de manera que como mala hierva avía de ahogar a esta nueva christiandad, y en la anciana hacer grandissimo estrago, porque en estas partes el último fin de los que las habitan de passo, y aun de assiento, es el interés, no se trata de otra cosa, a el aspirar anelando grandes y chicos, y todo medio que facilita su consecución se abraça indistintamente, en tanto tienen a uno por hombre en cuanto sabe adquirir hacienda, y para conseguirla han hallado a propósito esta secta infernal y atheismo, es el laço con que iban enredando prometiendo buenos subcesos y grandes riqueças a sus sequaçes; y dizen es esta la tierra de promisión si no fuera por la Inquisición, así parece de sus confesiones12.
No les faltaba razón a los inquisidores cuando afirmaban que para los inmigrantes portugueses, las tierras americanas ofrecían enormes posibilidades de enriquecimiento y —añadimos nosotros— movilidad social. Ya hacia 1630 los encontramos en Buenos Aires, Potosí, Lima y Cartagena, dedicados con preferencia al comercio, y también al trabajo minero, agrícola y artesanal. Ma nue l Baut i s ta Pé re z Con respecto a Manuel Bautista Pérez, sabemos que llegó a Lima procedente de Cartagena de Indias hacia 1622.13 Había nacido en Ançan, poblado de la diócesis de Coimbra, a inicios de la década de 1590. Hijo y nieto de cristianos nuevos, había sido bautizado y confirmado, según propia confesión a los inquisidores de Lima. Sus abuelos maternos eran naturales de Lamego y un tío abuelo suyo era el rico comerciante Jorge Gomes Lamego, padre de Diego Rodrigues de Lisboa.14 Pérez tenía dos hermanos nacidos en Sevilla antes que sus padres se trasladaran a Ançan, donde nacieron sus tres hermanas —Isabel,
12. Cit. en Medina 1956, t. II: 64-65. 13. La presencia de Pérez en Lima está documentada a partir de 1623. El 24 de junio de 1624, Félix Fernández de Guzmán, vecino de la ciudad, le arrendó una casa «en el barrio de Santo Domingo, que es en la que al presente vive, que linda por una parte con la cárcel viexa de corte, y por la otra con casa de Diego de Ribera Bustamante». El arriendo se concertó por un año, contado a partir del 1 de mayo de 1625, y por el precio de 540 pesos (AGN. Inquisición. Concurso de acreedores de M. B. Pérez, Leg. 34). 14. Ventura 2006: 117.
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Cecilia y Branca—. Los hermanos Andrés y Juan se dedicaron al tráfico negrero en la ruta atlántica. Manuel, desde los cinco años de edad, fue criado en Lisboa con su tía materna, Branca Gomes. Después de la muerte de su madre, toda la familia regresó a Sevilla, hacia 1601, excepto su hermana Cecilia, quien se casó en Montemor-o-Vello, donde falleció. Branca, la hermana más joven, ingresó como monja al monasterio de la Encarnación en Sevilla; en cuanto a Isabel, se casó con el mercader Luis de Vega.15 Iniciado en el comercio trasatlántico en Sevilla, donde pasó su juventud y miembro de una familia de poderosos comerciante con vínculos con Oriente, Ámsterdam y África, Pérez, después de la muerte de su padre, regresó a Lisboa, cuando tenía aproximadamente 20 años de edad, desde donde se embarcó en una nave de Francisco Gomes Sardinha con destino a Santo Domingo de Cachéu. Realizó varios viajes entre Guinea y Cartagena de Indias, y desde aquí, a España, hasta que en 1619, en condición de maestre y capitán del barco Nosa Senhora do Vencimento, transportó 509 esclavos para Cartagena donde estableció contacto con los mercaderes portugueses Jorge Fernandes Gramaxo, Duarte de Leão y Antonio da Silveira. Habiendo perdido 90 esclavos en el viaje, decidió recuperar la inversión yendo a Lima a vender 227 de ellos, lo que le reportó importantes ganancias.16 En 1627, Pérez se casó en Cartagena de Indias con su prima en segundo grado, Guiomar Enríquez, nieta de los tíos que lo criaron cuando era niño en Lisboa y que lo llevaron a Sevilla. El matrimonio fue apadrinado por Antonio Nunes Gramaxo, un poderoso traficante portugués de esclavos.17 Una vez en la capital del virreinato peruano, instaló una tienda de ropa en sociedad con su futuro cuñado, Sebastián Duarte; sin embargo, su principal actividad fue siempre la trata de esclavos.18 Por la documentación conservada consta que Pérez mantenía relaciones comerciales con comerciantes de Lisboa, Sevilla, Luanda, Veracruz, Guatemala, Panamá, Cartagena de Indias, Potosí y Santiago de Chile. Y en el Perú, sus intereses abarcaban Cañete, Huamanga, Moquegua, Ica, Pisco, Arequipa y Arica. Actuaba como agente de 15. Ibíd., 118. 16. Ibíd. 17. Ibíd. 18. Millar Carvacho 1983: 41-42.
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comerciantes establecidos tanto en la península como en América. Entre los productos que negociaba, aparte de los esclavos, se contaban perlas, joyas, tinta de añil, ropa de Castilla y de China.19 En el momento de su arresto, Pérez había acumulado una considerable fortuna y empezaba a desviar sus intereses hacia otras empresas, tales como la explotación de minas de plata en Huarochirí y la agricultura en el valle de Lima.20 En la capital del virreinato, Pérez se convirtió en uno de los grandes comerciantes, y se ganó la confianza y amistad de personas muy influyentes de la sociedad colonial, entre las que se encontraban el banquero Juan de la Cueva y Diego López de Lisboa. Su casa se hallaba suntuosamente decorada, poseía una pinacoteca con poco más de un centenar de cuadros y —si hemos de dar crédito a las palabras de Montesinos— era el centro de reunión de los portugueses en Lima: Teníanse en su casa las juntas en que se tratava de la dicha ley, a que presidía. Tenía muchos libros espirituales, tratava con teólogos descendientes de portugueses de varias materias teológicas, dava su parecer; tenía en su persona, la de su mujer, hijos y casa gran ostentación. [...] Fue estimado de eclesiásticos, religiosos y seglares, dedicávanle actos literarios, aun de la misma Universidad Real, con dedicatorias llenas de adulación y encomio, dándole los primeros asientos.21
De que su casa estaba ricamente decorada y contenía una colección de libros no hay duda porque se puede documentar, pero no hay manera de probar que la misma fuera el centro de reunión de la comunidad de comerciantes portugueses, como tampoco que Pérez sostuviese controversias teológicas y que gozase de la estimación de los miembros de la república de las letras en la ciudad capital. Si lo hubiera sido, habría dejado algún rastro documental. De modo que el testimonio de Montesinos hay que tomarlo con cautela. 19. Ibíd. 20. Bowser 1977: 90 y ss. Los bienes confiscados por el Santo Oficio en 1635 comprendieron la casa que habitaba, valuada en 31.000 pesos y afectada por un censo de 14.500 pesos; la hacienda Bocanegra, comprada por 17.500 pesos, con cincuenta esclavos por valor de 50.000 pesos; una pulpería con 25 esclavos; 170 esclavos recién importados de Cartagena; 104 cerdos; 50 mulas; perlas por un valor de 16.288 pesos; además de mercaderías, libros, cuadros y muebles. Véase Quiroz 1986: 283. 21. Véase aquí, p. 82.
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Dada su condición de hombre rico, culto e influyente entre los comerciantes compatriotas suyos, no resulta extraño que Pérez se hubiese transformado en la cabeza visible de la comunidad portuguesa. A los inquisidores esta situación no pasó inadvertida; prueba de ello es que en la documentación se alude a él como «el oráculo de la nación hebrea» o «el capitán grande», denominaciones que, más allá de sus connotaciones peyorativas, confirman el rol dirigente que ejercía. La movilidad de los comerciantes portugueses —entre ellos Pérez— causó preocupación, principalmente entre aquellos que la consideraban como una amenaza a la estabilidad de las comunidades hispanas. Las rutas migratorias establecidas por los lusitanos los llevaron a los confines del Imperio español, a puertos y ciudades muy lejanos. Sus actividades se sustentaron en el comercio lícito e ilícito, no pocas veces en alianza con comerciantes de estados rivales de España. Ellos se constituyeron como un grupo de presión y competencia frente a sus similares castellanos por el tráfico de esclavos, tabaco y azúcar. Y, con el tiempo, como empezaron a hacerse de los monopolios, asientos y propiedades agrícolas en el imperio, también tuvieron presencia en la corte madrileña.22 A pesar de las tensiones y recelos, ambas comunidades, castellana y portuguesa, se necesitaban la una de la otra, sostiene Studnicki-Gizbert. El Imperio español se beneficiaba de la capacidad de la segunda para proveerse de esclavos, bienes y capital, de sus importantes recursos financieros, y de su conocimiento de la moderna economía atlántica. A su vez, los portugueses encontraron en el Imperio español los espacios e instituciones que podían servir a sus intereses económicos y sociales.23 A inicios del siglo xvii, la fluida relación entre castellanos y portugueses se tornó progresivamente rígida. La violencia escrita y física empezó a hacerse cada vez más presente. Pasquines antiportugueses circularon en Madrid, Sevilla, Lima y otras ciudades del Imperio español. Exaltados asaltaron y atacaron las casas y a algunos de los miembros más prominentes de la comunidad lusitana. Incluso hubo escritores y dramaturgos que tomaron la pluma para denostar a la que Francisco de Quevedo llamó «esa detestable, pérfida y condenada nación».24 En
22. Studnicki-Gizbert 2007: 152. 23. Ibíd.: 153. 24. Ibíd.
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un contexto en el que se hallaban fuertemente integrados en el Imperio español, las acusaciones contra ellos se multiplicaron: control de diversas actividades de la economía imperial, infiltración en la corte y la economía españolas, drenaje de la riqueza del imperio, dudosa filiación religiosa, conspiración con los enemigos de España, y potenciales desestabilizadores del orden social y económico.25 En la primera mitad del siglo xvii, la Inquisición, poderosa herramienta al servicio de las élites y la Corona, también centró su atención en las comunidades de portugueses. La persecución, que se había iniciado en Portugal, se extendió al Brasil entre 1619 y 1620. Luego vinieron las campañas emprendidas por la Inquisición española en Madrid (1623 a 1645), Lima (1635 a 1639), Cartagena (1634 a 1640) y México (1639 a 1646). La campaña en Lima, en la cual Pérez sería acaso la más prominente víctima, se inició en abril de 1635, con la detención del comerciante Antonio Cordero, quien meses atrás había sido denunciado por un vecino de la ciudad, llamado Juan de Salazar, de guardar ciertas prácticas religiosas judías. Cordero, al ser sometido a tomento, declaró que su amo, Antonio de Acuña, así como Diego López de Fonseca y el criado de este, Manuel de la Rosa, eran judíos practicantes. 26 A su vez, estos personajes, al ser interrogados, testificaron contra otros. Así, a cada denuncia se sucedieron nuevas prisiones. Pero tal estado de cosas no parece haber alterado el curso de vida de Pérez, quien seguro de sí, de sus relaciones y fortuna, seguía desarrollando normalmente sus actividades comerciales. Pocas semanas antes de ser arrestado, escribió una bella y conmovedora carta a su suegra, Justa Enríquez, por entonces residente en Sevilla, en la que revela su estado de ánimo y algunos aspectos de su vida familiar: El gusto con que escrivo a Vuestra Merced es obligación sea grande por las muchas que yo le tengo, y por lo que Vuestra Merced merece, y quisiera no fuera tan lejos sino a vista gozándome con Vuestra Merced y que viera a sus nietos alegrándose con ellos como prendas mías y de doña Guiomar que tan en la memoria tiene a Vuestra Merced, siempre sintiendo las ausenzias de su madre y el no tenerla serca de sí para poderle servir y regalar; no quiero dezir que algún día vendremos a estar juntos, porque parece 25. Ibíd.: 165. 26. La descripción del proceso en Medina, 1956, t. II: 46 y ss.
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cosa casi ynpusible salir yo desta tierra por las dependencias que tengo y leyes que Nuestro Señor nos a dado; esté Vuestra Merced cierta que aunque la distancia es grande tiene allá nuestros coraçones mui unidos con perpetuos deseos del gusto y aumento de todas sus cosas.27
Y más adelante informa acerca del estado de su esposa: Doña Guiomar queda con salud a Dios gracias y a salido de muchos achaques que a tenido después deste último parto que fue a 10 de septiembre, el qual estubo más de quatro meses tullida de las caderas, que entendimos quedasse así para siempre. Fue Dios servido de con el tienpo mejorase y se le fortificasen las caderas que no ay que espantar que lo sintiese pues para tres hijos arreo; este que Dios nos ha dado le pusimos por nombre Nicolás, porque nació en el día deste santo de Tolentino. Quiera Dios hacerlos sus siervos, que es la mayor riqueza que les puedo dexar, procuraré de mi parte darles buena doctrina y Dios obrará de la suia.28
Lejos se encontraba de sospechar el peligro que sobre él se cernía. Al mediodía del 11 de agosto de 1635, fue detenido y conducido, junto con otros dieciséis portugueses, a las cárceles del Santo Oficio.29 De esta manera, empezó para él un largo y penoso encarcelamiento, que se prolongó por más de tres años. En prisión, Pérez, a pesar de ser sometido a tormento, se mantuvo firme en su rechazo a la acusación de judaizante. Por su parte, los inquisidores pusieron especial cuidado en la prosecución de la causa, dilatándola convenientemente, convocando numerosos testigos de cargo y acumulando suficientes evidencias incriminatorias para condenarlo. Presa de la desesperación, Pérez intentó suicidarse infiriéndose cortes en diversas partes del cuerpo con un pequeño cuchillo. Llegado el momento de fallar la causa, los jueces, tomando en cuenta la naturaleza de los cargos acumulados y su negativa a confesar, decidieron sentenciarlo a muerte. El día del auto de fe, según relata Montesinos, «oyó su sentencia con mucha severidad y majestad; murió impenitente pidiendo al verdugo hiciese su oficio».30
27. AGN. Concurso de acreedores de M. B. Pérez, Leg. 36. 28. Ibíd. 29. Ibíd. 30. Véase p. 83.
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L a c ol e c c i ón de l i b ro s El 21 de julio de 1635, los inquisidores proveyeron un mandamiento a Juan de Arévalo Espinoza, alguacil mayor del tribunal, por el cual se le comisionaba la prisión de Manuel Bautista Pérez y el secuestro de sus bienes.31 Como ya se ha señalado, la detención se hizo efectiva recién el 11 de agosto. Días después, el 3 de septiembre, Arévalo y el receptor general Pedro Osorio de Lodio se presentaron en la casa del comerciante y dieron inicio al inventario de sus bienes, con el propósito de evitar pérdidas y sustracciones durante el tiempo del proceso judicial. La acción se prolongó hasta el día 7, lapso en el que se registraron escrupulosamente todos los bienes existentes en la casa, situada en el centro de la ciudad, y en la hacienda Bocanegra, antigua propiedad del monasterio de la Concepción, que había sido adquirida por Pérez por tres generaciones.32 En el primer día del inventario, se registró la colección de libros, que estaba compuesta de 135 títulos y 155 volúmenes. En conjunto, la colección nos ilustra de manera muy clara sobre sus aficiones literarias. Descubrimos libros de historia, religión, literatura de recreación, derecho, moral, política y filosofía, entre otras materias; algunos de ellos estaban en español y otros, en portugués. No hay evidencias de que hubiese frecuentado otras lenguas aparte de las indicadas. Ciertamente, nuestro personaje dedicó especial atención al cultivo de sus lecturas. Desde Lima, centro de operaciones de su compleja y extensa red de negocios, se preocupaba por adquirir las novedades bibliográficas aparecidas en Europa, especialmente las referidas a historia. Para ilustrar esto, cito un extracto de las instrucciones que entregó, en mayo de 1626, a su cuñado Sebastián Duarte, quien se hallaba
31. El clérigo Juan Antonio Suardo anotó en su Diario lo siguiente: «A 11, a la una del día los señores del Santo Tribunal de la Ynquisición mandaron prender y secuestrar los bienes, todo a un mismo tiempo, a las personas ynfra escritas, en que de más de los ministros de dicho Tribunal, intervinieron los caballeros más calificados desta corte y los presos son los siguientes: Manuel Bautista Pérez; Sebastián Duarte, su cuñado; dos hermanos Tavares, Francisco Nuñes Duarte. Roque Nuñes. Rodrigo Baez, Rodrigo de Avila, el mozo. Jorge de Silva. Antonio Gómez de Acosta. Manuel de Espinosa. Enrique Nuñes: Antonio de Sosa; Jorge Rodrigues de Acosta; Duarte Nuñes; Bartolomé León; Sebastián de Acuña». Véase Suardo 1936, t. II: 91. 32. AGN. Inquisición. Concurso de acreedores de M. B. Pérez, Leg. 38.
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próximo a emprender viaje a la Península Ibérica con la finalidad de hacer diversos pagos en su nombre: De Lisboa me enviará Vuestra Merced algunos libros curiosos de historia hasta en cantidad de cien pesos, que los estimaré mucho. Venga en ellos la historia de Felipe Sigundo primera y sigunda parte que hizo Luis Cabrera de Córdoba; las Décadas de Diego Couto de la Setima; la segunda parte de la Chronica de los Reyes de Portugal por Duarte Nuñes de Leao. Todos libros curiosos de historia assin en lingua portuguesa como castellana. Venha em hum ou dous caxotes mui bem adereçados y arpillados por via de Gine ou de Cabo Verde a Antonio Nuñes Gramaxo para que mos mande e os encaminhe. 33
Al igual que otros cultores de la lectura, Pérez también debió de adquirir algunos de sus libros en Lima, donde ya a fines del siglo xvi existía un floreciente comercio de novedades editoriales como lo he explicado en otra parte,34 o en el próspero mercado de libros de segunda mano. Esta parece haber sido la vía más socorrida por lectores de escasos recursos para hacerse de impresos, ya que estos eran rematados a precios muy bajos en las almonedas públicas. Un primer análisis del inventario de los textos de Pérez permite establecer que dos fueron las materias que gozaron de su preferencia: historia (47 títulos) y religión (33 títulos). El grupo de obras de historia es heterogéneo y sumamente interesante, y en él destacan, en particular, las que tratan de las empresas de descubrimiento y conquista realizadas por los lusitanos durante los siglos xv y xvi en Asia. En el mencionado grupo encontramos también textos de historia universal (Antonio de Herrera, Alonso Maldonado y Juan Sedeño), así como otros referidos a la Antigüedad grecolatina (Apiano Alexandrino, Guillaume du Choul, Tomás Tamayo de Vargas, Juan Pablo Rizo, Plutarco y Jenofonte), a África (Pedro de Salazar y Agustín Horozco), a Asia (Diego do Couto, Bartolomé Leonardo de Argensola, Jerónimo de Corte Real, João de Barros y Fernán Mendes Pinto), a Europa (Francesco Guicciardini, Julián del Castillo, Emanuel Sueyro, Antonio Carnero, Pedro de Aguilón, Juan de Vera y Lorenzo Van Der Hammen) y a la historia eclesiástica contemporánea (Luis de Bavia). 33. Cit. en Reparaz 1976: 104. 34. Guibovich 1984-85: 85 y ss.
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Como era de esperar, en el conjunto de obras de historia están presentes las concernientes a España y Portugal. Entre las relacionadas al primer país figuran la Historia de España, del jesuita Juan de Mariana y las Advertencias a esta de Pedro Mantuano; los textos de Francisco Caro de Torres y Francisco de Rades sobre las órdenes militares de Santiago, Alcántara y Calatrava; la Primera parte de la historia de Sevilla, de Pablo de Espinosa; la Descripción de la imperial ciudad de Toledo, de Francisco de Pisa; el Nobiliario, de Alonso López de Haro; las biografías de los reyes Jaime de Aragón y Felipe II escritas por Bernardino Gómez y Luis Cabrera, respectivamente, y la célebre Crónica de España en la edición de Florián de Ocampo. Con respecto a la historia de Portugal, nuestro personaje poseyó el Exame d’antiguidades, de Diego de Payva; un relato de la expedición del rey Sebastián al continente africano; el libro de Luis Coelho Reyes de Portugal y empresas militares de lusitanos; la Coronica do Condestabre dom Nuno Alvares Pereira; la primera y segunda partes de la Monarchia lusitana, de Bernardo Brito; la Chronica del Rey don Juan, de Francisco de Andrade; y «la ystoria del rey don Pedro de Portugal», que suponemos se trate de la escrita por Gomes de San Esteban. El elenco de obras de historia americana es en extremo reducido: la segunda y tercera partes de la Monarchia Indiana, de Juan de Torquemada;35 y la Historia de Guatemala, de Antonio de Remesal. Curiosamente, Pérez no poseyó ningún libro referente al Perú. Llama poderosamente la atención la ausencia de autores como Gómara, Cieza y, en especial, Garcilaso. En el ámbito de la historia propiamente local, ¿desconoció la existencia del Memorial de las historias del Nuevo Mundo del franciscano Buenaventura de Salinas, publicado en Lima en 1630? De otro lado, se registraron dos ejemplares del Aparato de Antonio de León Pinelo, impreso de apenas quince hojas en el cual el erudito y jurista lisboeta expone el plan general de la historia de Lima que por entonces venía elaborando en Madrid.36
35. El 8 de enero de 1637, Cristóbal Peres de Lao se presentó ante los inquisidores y solicitó que de los bienes secuestrados a Manuel Bautista Pérez se le entregasen «dos libros grandes yntitulados Segunda y tercera parte de la Monarchia Mexicana»; adujo que dichos libros formaban parte de una deuda que Pérez tenía contraída con él tiempo atrás. Los inquisidores, luego de verificar el reclamo, ordenaron la entrega de los libros (AGN. Inquisición. Concurso de acreedores de M. B. Pérez, Leg. 38). 36. Lohmann Villena 1953: 1-20.
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¿Cómo llegó el impreso a manos de Manuel Bautista Pérez? Cabe la posibilidad de que, dada la amistad que mantenía con el propio padre del autor, Diego López de Lisboa, fuera este último quien le alcanzara dichos ejemplares. No es fácil explicar la afición de Pérez por la historia. Pero tal vez —como lo propone Le Goff para el caso de los mercaderes medievales— nuestro personaje se interesó por ella porque lo ayudaba no solo a glorificar su territorio de origen y el papel que en él desempeñaba su clase, sino a situar y comprender los acontecimientos que enmarcaban su actividad.37 En lo concerniente a religión, el grupo no puede ser más variado: hagiografía, cristología, mariología, ascética, apologética, doctrina, comentarios de la Escritura y patrística. De todas estas materias, la hagiografía —esto es, la historia de santos y venerables— es la mejor representada, con dieciséis títulos. Hallamos obras de carácter colectivo (Alonso de Villegas y Bartolomé Cairasco), así como las dedicadas a individuos específicos; estas últimas están referidas a santos (Diego de Córdova y Salinas, Juan de Lucena, José Valdivieso, Francisco de Quevedo y los textos acerca de Santa Teresa de Ávila y San Raimundo), a Cristo (Cristóbal de Fonseca y Juan de Arce) y a los venerables (Manuel de Hinojosa y Gregorio de Alfaro). Además, están los tratados de cristología (Baltasar Porreño, Francisco de Tamayo, Tomé de Jesús, y Rodrigo Loaisa) y de ascética; entre estos últimos se hallan el famoso y muy difundido Contemptus Mundi, de Tomás de Kempis; la Primera parte del consuelo de justos, de Pedro Maldonado; el Desengaño de la vida humana, de Julián Martel; y la Inestabilidad de la vida, de Luis de San Juan Evangelista. Mención aparte merecen tres obras: la Concepción de María Purísima, de Hipólito de Olivares y Butrón; la Carta del obispo de Arequipa Pedro de Perea; y los Nombres y atributos de la Virgen, de Alonso de Bonilla, cuya presencia en la colección revela que Pérez no fue ajeno a la gran controversia mariana de su época. La patrística está representada únicamente por la Ciudad de Dios, de San Agustín; la apologética, por el libro de Juan Bautista Fernández (sin duda uno de los más importantes aparecidos a fines del siglo xvi) y el de Lorenzo de Zamora titulado Monarchia
37. Le Goff 1966: 114.
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mystica de la Iglesia; y la doctrina, por el Tratado de la comunión, de Fernando Quirino de Salazar. Desde la Edad Media, el conocimiento de la escritura, el cálculo, la geografía y las lenguas vivas fue considerado esencial en la formación del mercader. La escritura comercial, para ser efectiva y útil, debía caracterizarse por su claridad en la lectura y su rapidez en la composición, además de expresar «energía, equilibrio y gusto». Asimismo, dicha escritura tenía que responder a las necesidades de la contabilidad, de la teneduría de libros y de la redacción de actas comerciales. Escribirlo todo, en seguida y bien eran las reglas del mercader. La utilidad del cálculo para este último era aún más evidente. La multiplicación de manuales de aritmética elemental obedecía al afán de instruir en el empleo de las cifras árabes y el cero, la numeración por posición, las operaciones con fracciones y el cálculo proporcional. Por su parte, los libros de geografía instruían al mercader acerca de las rutas de transporte y navegación, pero también sobre las costumbres de los pueblos.38 En la colección de Pérez no podían faltar textos referidos a estas materias. Allí están el libro de caligrafía de Pedro Díaz Morante; el Libro de aritmética, de Miguel Jerónimo de Santa Cruz; la Cartilla y arte menor de contar, de Diego Suárez; y la Arismética, de Juan Pérez de Moya. También la geografía universal (Abraham Ortelio y Juan Botero). Finalmente, no menos importante era el dominio de las lenguas vulgares. Pérez poseyó el Diccionario de Calepio y la «ostragrafía castellana», las que debieron de constituir preciosos auxiliares para mejorar el manejo de su lengua adoptiva, en la cual estaban escritos muchos de los documentos a los cuales debía enfrentarse día a día. Por último, y también vinculado con su actividad profesional, en su colección se encuentra el tratado de derecho mercantil español titulado Labyrintho de comercio, de Juan de Hevia y Bolaños. En cuanto a la literatura de recreación, es clara su preferencia por la novela picaresca y de aventuras. Entre las primeras se incluyen El Buscón, de Francisco de Quevedo; La vida del lazarillo de Tormes; y los Avisos y guía de forasteros, de Antonio de Liñán y Verdugo. Además, hallamos Los trabajos de Persiles y Segismunda, de Miguel de Cervantes; y el Caballero de Febo, de Esteban de Corvera. Como no podía ser de otro modo en biblioteca tan selecta, aparecen obras de teatro 38. Le Goff 1966: 111-114.
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y poesía. Presentes están textos de Lope de Vega, Luis de Góngora, Tirso de Molina, Luis de Camoens, Ovidio y Virgilio. Completan la colección bibliográfica títulos de política y derecho (Justo Lipsio, Francisco Soares, Pedro Fernández de Navarrete, Juan Muñoz y Gregorio López Madera), de filosofía (Séneca y Eusebio Nieremberg), de moral (Catón, Alonso de Barros, Antonio de Guevara, Manuel Rodríguez y Juan Torres), de medicina (Juan Fragoso) y de ciencias naturales (Plinio). Ignoramos cuál pudo ser el destino de esta magnífica colección, fruto de una cuidadosa selección realizada a lo largo de varios años. Cabe la posibilidad de que fuera rematada tras la muerte de Pérez, con la finalidad de pagar a sus acreedores o de resarcir al Santo Oficio los gastos ocasionados por el proceso, y de esa manera los libros pasaron a otras manos. En todo caso, queda el asunto por aclarar.39 La c ult ur a de un co n v e rs o La mayoría de los portugueses procesados por el Santo Oficio en el auto de fe de 1639 eran de origen converso, y es muy probable que algunos de ellos judaizaran. Sin embargo, conviene establecer matices a fin de no caer en fáciles generalizaciones. A partir del examen de los expedientes inquisitoriales, es posible distinguir tres grupos: en primer lugar, quienes se comportaban como católicos practicantes y al mismo tiempo mantenían en un nivel superficial algunas tradiciones y ritos judaicos. En segundo lugar, los que aparentaban ser católicos cuando en realidad eran devotos judíos. Y en tercer lugar, no faltaron aquellos que abiertamente profesaban su fe y hacían proselitismo. Fueron por cierto los menos, y entre estos estuvo el médico Francisco Maldonado de Silva, quien fue quemado vivo en la hoguera en el auto de fe de 39. En prisión, Pérez tuvo que hacer frente a numerosas demandas de sus acreedores. Sin duda no pocos se aprovecharon de su situación para tratar de obtener algún beneficio material. Sin embargo, los inquisidores se mostraron muy cautelosos en la provisión de tales litigios, ya que en todo ello estaba de por medio su propio interés. En el curso de una investigación realizada en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid, en 1985, tuve ocasión de revisar diversos expedientes seguidos ante el Consejo de la Suprema por la viuda de Pérez, Guiomar Enríquez, después de 1639, con el propósito de recuperar parte del patrimonio. Para ello se sirvió de los amigos personales de su difunto marido o de allegados, quienes figuran en los expedientes actuando como demandantes.
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1639. Sin embargo, para los inquisidores dichos matices no contaban. Todos eran considerados culpables de apostasía, y como tales debían ser castigados a fin de evitar la difusión de la heterodoxia en el seno de la sociedad colonial. ¿Cómo caracterizar a Manuel Bautista Pérez? ¿A cuál de estos grupos pertenecía? Para los jueces, el caso era claro: se trataba de un judío practicante, cuya piedad católica era fingida («es el principal en la observancia de la ley de Moyses», llegan a decir de él). Pero si analizamos en conjunto las diversas evidencias que nos hablan de su cultura personal, tales como el inventario de su biblioteca, su epistolario y los testimonios de sus compañeros, se descubre que la realidad es otra, más compleja. Es interesante constatar que a pesar de ser un personaje culto sobre el cual recayó la acusación de judaizante, no se encontró en su biblioteca ni en su casa algún texto hebreo. Tradicionalmente, los libros religiosos judíos eran la Torah (los cinco primeros libros de la Biblia o Pentateuco), el Viejo Testamento completo, el Talmud (antigua compilación de la ley judía) y el libro de plegarias o siddur. Poco tiempo después de la expulsión de los judíos de España, muchos de los libros desaparecieron y el conocimiento del hebreo entre los conversos judaizantes se redujo considerablemente. En la España del siglo xvi, la lucha contra los herejes conversos y los cismáticos protestantes hizo que los libros religiosos no católicos, entre ellos los hebreos, fueran considerados peligrosos. La escasez de libros religiosos judíos en manos de conversos, por ende, no resulta extraña.40 En estas circunstancias, los conversos solían acudir a un variado elenco de textos de autores católicos como fuente de inspiración e información acerca del Viejo Testamento, en particular sobre los ritos, oraciones y prácticas devotas hebreas. Entre las obras más comunes se hallaban el David perseguido, de Cristóbal Lozano; el Espejo de consolación, de Juan de Dueñas; la Monarquía eclesiástica, de Juan de Pineda; y el Símbolo de la fe, de fray Luis de Granada. Asimismo, consultaban los libros de horas y las compilaciones hagiográficas, como el Flos sanctorum, de Alonso de Villegas.41 Llama la atención que habiéndosele atribuido a Pérez el rol de dirigente religioso de la comunidad
40. Gitlitz 1996: 425-426. 41. Ibíd.: 429-431; Guibovich 2010.
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portuguesa, tan solo poseyera la Segunda parte de la obra de Villegas. La edición completa, de enorme difusión, constaba de cinco volúmenes y apareció entre 1580 y 1603. Entre otras cosas, proveía de material biográfico sobre diversos personajes del Antiguo Testamento. Como cualquier hombre de negocios, Pérez mantenía constantemente una vasta correspondencia. Escribía las cartas por sí mismo o se las dictaba a su secretario. Gracias a su extensa red de corresponsales, nuestro personaje se benefició al tener una visión global del mercado atlántico. Se trataba de un corpus privado, destinado a ser custodiado con la debida cautela por la información comercial y personal que contenía. En él era natural que su autor expresase sus más íntimos sentimientos. En el epistolario de Pérez, no se hallan referencias que delaten su confesión talmúdica, ni tampoco opiniones adversas al Santo Oficio, como sí son manifiestas en el escrito de su compatriota y contemporáneo Pedro de León Portocarrero.42 Por el contrario, se muestra respetuoso y acaso partidario de la labor del Santo Tribunal en tierras americanas. Esto al menos parece colegirse de una carta dirigida a su socio Felipe Ruiz, residente en Panamá, suscrita en Lima el 2 de junio de 1626, en la que dice: Después de partido el avisso que se despachó a essa ciudad a cabo de algunos días, recibí de Vuestra Merced que vino en el que traxo el pliego de Truxillo, de su buena salud [...]. Veo las malas nuevas que tenemos de España, pérdida de armas que es de harto sentimiento y las demás cosas que Vuestra Merced me avisa de trabaxos de España; remedie Dios todo como ve que conviene para su santo servicio. Avisa Vuestra Merced de las personas que se an prendido en España que son más de 26, también aquí de ocho días a esta parte an preso a 7 o 8 que an venido de México, todos portugueses, y dos dellos hijos de Gonçalo Gomes que estuvo en Ginea, y no sabemos en lo [que] parará. Dios misericordioso buelva por su iglesia santa y castigue a los malos por su misericordia.43
Por medio de sus numerosas cartas, Pérez se revela como un hombre profundamente religioso. Son frecuentes sus alusiones a la «misericordia de Dios», a la «misericordia divina», a «Dios», y en una oportunidad llega a invocar a «nossso señor Jesucristo». Como hombre de 42. Lohmann Villena 1967: 26 -93. 43. AGN. Inquisición. Concurso de acreedores de M. B. Pérez, Leg. 34.
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su tiempo, interpreta la muerte y las enfermedades como manifestaciones de la acción divina. Así, la peste que azotó Cartagena en 1622 la ve como un castigo de Dios por «meus pecados». Y en otra carta de 1623 dirigida a Felipe Ruiz, comenta que la muerte de sus esclavos por viruelas se ha producido porque «Dios assí lo manda». Este razonamiento se repite varias veces en su correspondencia. De las prácticas devotas de Pérez, Montesinos nos ha dejado una interesante descripción, la cual no está exenta, por cierto, de subjetivismo: En lo exterior parecía gran cristiano, cuidando de las fiestas del Santísimo Sacramento, oyendo misa y sermones, principalmente si se trataba en ellos alguna historia del testamento viejo. Confesaba y comulgaba a menudo, era congregante, criaba a sus hijos con ayos sacerdotes (pero tan afecto a su nación que quiso fuesen bautizados de mano de portugués), finalmente hacía tales obras de buen cristiano que deslumbraban aun a los muy atentos a ver si podía haber engaño en acciones semejantes, mas no pudo al Santo Oficio de la Inquisición.44
La piedad de Pérez fue acreditada por trece testigos, entre ellos siete religiosos, en el proceso inquisitorial. Su asesor espiritual, el jesuita Francisco de Villalba, declaró que le veía confesar y le confesaba los días de Nuestra Señora y los días de jubileo de la congregación que es cada mes y asimismo le veía dar gracias después de la comunión muy despacio en que gastava la mayor parte de la mañana y le veía ansimismo oyr sermones en la iglesia de la Compañía.45
El mismo jesuita manifestó que confesaba a la esposa de Pérez, Guiomar; a su cuñada, Isabel, como también a otras personas de la casa «y todos tenían cuidado de frecuentar las cosas de servicio de Dios».46 Otro religioso, Pedro Refolio, recordó la solicitud con la que Pérez entregaba objetos de culto de su propiedad para ciertas celebraciones religiosas: «prestaba sus joyas y láminas y relicarios y en particular se acuerda que en la portería de la Compañía vio una vez un Santo Christo 44. Véase p. 82. 45. Cit. en Wachtel 2007: 82. 46. Ibíd.
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muy rico que era del dicho Manuel Bautista en una festividad».47 También sabemos que, un año antes de su detención, había obtenido del arcediano de la catedral de Lima licencia para hacer oficiar misa en la capilla de su hacienda. Pero frente a los testimonios que lo retratan como un devoto católico, están los cargos presentados por el tribunal para procesarlo. Fueron cerca de treinta testigos los que depusieron en su contra, aunque, como bien advierte Wachtel, los hechos referidos son vagos y conocidos solo de oídas.48 Más aun: conviene tener en cuenta que algunos de ellos fueron obtenidos bajo tortura, por lo que deben ser cuidadosamente analizados.49 Una vez más traemos a colación el testimonio de Montesinos, el cual parece darnos la clave para entender la heterodoxia de Pérez: «Siempre dio a entender en lo exterior que era católico, siendo evidentísimo que era judío, llevando por opinión que solo con lo interior cumplía con la observancia de su ley».50 Como la mayoría de los portugueses de origen converso, Pérez llevaba una doble vida religiosa. Empero, en su proceder la tradición católica parece haber prevalecido, sin haber por ello excluido a la tradición judía, que subsistió poco coherente y sin rigor, y a la cual debió aferrarse como una forma de mantener su identidad cultural en un medio ajeno. En un momento del proceso contra los portugueses, el comerciante Amaro Dionis manifestó que a fines de 1634 o inicios de 1635 había sostenido con Pérez una conversación en la que trataron que todo cuanto savían de la dicha ley era por mayor, porque las ceremonias de los judíos acá no se sabían, y que nunca abían visto acá persona que supiera más que ayunar martes y viernes y guardar los sábados, no comer tocino ni pescado sin escama y otras cosas que savían los cristianos como eran que Dios avía dado la ley a Moyses y las mercedes que avía hecho a
47. Ibíd.: 83. 48. Ibíd. 49. Cuando se analiza el proceso de Manuel Bautista Pérez, se advierten notables diferencias entre las primeras y últimas testificaciones. Así, al inicio de la causa las acusaciones inciden mucho en la observancia formal de ritos judíos, tal como los interpretaba la población de cristianos viejos, pero que en realidad no constituyen otra cosa que lugares comunes. Sin embargo, a medida que el proceso fue adquiriendo cuerpo, las acusaciones se vuelven más graves, al punto de convertir a Pérez en el líder religioso de la comunidad portuguesa. 50. Véase p. 82.
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los hijos de Ysrael y que todo era una cosa vulgar, y que sólo aquellos que vivían a donde se guardaba, lo savían perfectamente y que por el mucho riesgo que se corría en traer las cerimonias de la ley de Moyses a España no abía quien diese razón dello.51
Acaso atormentado por problemas de conciencia, derivados de su doble confesionalidad, Pérez trató de hallarles solución en la lectura y la reflexión. Tal vez solo así cobra sentido su afición por la literatura religiosa —de la cual ya hemos dado cuenta en detalle— y el hecho de que su casa se convirtiera en un centro de reunión donde acudían amigos y allegados con el fin de tratar muchos temas, entre ellos algunos probablemente sobre «materias teológicas». Bartolomé de León declaró a los inquisidores, el 1 de diciembre de 1635, que había oído decir que «Manuel Bautista Pérez enseñaba la ley de Moysés a algunas personas y que era el más ladino en ella y tenía libros donde la enseñaba». Tres días más tarde, manifestó que Pérez y otros portugueses «temían mucho [...] no declarasen los presos en la ynquisición lo que savían dellos y dixesen con claridad que guardaban la ley de Moysés, por averse comunicado con ellos en ella». Y que en particular Pérez temía «no dixesen los preços que él enseñaba a algunos la ley de Moysés por libros que tenía en su casa que hablaban della; y que llamaban al reo el Capitán Grande porque era el mayor judío a quien reconocían todos por más observante y como maestro de la ley de Moysés».52 El uso que Pérez hizo de su colección de libros nunca lo sabremos con certeza, pero el hecho de que un converso como él poseyera una biblioteca daba pie a especulaciones y sospechas. No queda duda de que era un lector, en particular de historia. A mediados de la década de 1630, confluyeron los intereses de la Inquisición, la Corona y la sociedad de cristianos viejos en el firme propósito de reprimir a la minoría de origen converso que residía en el virreinato peruano. En este proceso, como en otros, los móviles no solamente fueron de naturaleza religiosa. En el ambiente de persecución e intolerancia liderado por el Tribunal del Santo Oficio, el destino de un personaje como Manuel Bautista Pérez inevitablemente debía ser trágico.
51. AGN. Concurso de acreedores de M. B. Pérez, Leg. 32. 52. AHN. Inquisición, Lib. 1031, f. 174r-v.
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teatro del orbe de la tierra de Abraan [Abraham Ortelio, Theatro d’el orbe de la tierra. Amberes, 1602. Obra con varias ediciones posteriores]. otro terzera parte del arte descrivir nueba [Pedro Díaz Morante, Tercera parte del arte nueva de escrivir... la más diestra y curiosa de todas. Madrid, 1629]. primera parte del esamen de antigüedades [Diego de Payva de Andrade, Exame d’antiguidades. Parte primera repartida em doze tratados, onde se apurao historias, opiniones & curiosidades pertencentes ao reyno de Portugal & outras partes, ded’a criaçao do mundo ate o anno 3043. Lisboa, 1616]. el amante desleal [no identificado]. ystoria del duque Carlos [Pedro de Aguilón, Historia del duque Carlos de Borgoña, bisabuelo del Emperador Carlos Quinto. Pamplona, 1587]. los seis libros de las policas [sic] en un cuerpo [Justo Lipsio, Los seis libros de la política o doctrina civil. Traducción de Bernardino de Mendoza. Madrid, 1604]. triunfos divinos de Lope [Lope de Vega y Carpio, Triunfos divinos con otras rimas sacras. Madrid, 1625]. otro de los mismos de triunfos [véase nº anterior]. barias obras [difícil de identificar]. reformación sequiserías [sic] [Pedro Ciruelo, Reprobación de las supersticiones y hechicerías. 1ª. ed., Alcalá c. 1530. Tuvo varias ediciones posteriores]. reformación de las supersticiones y echizerías [véase nº anterior]. conzeción [sic] de María [Probablemente Hipólito de Olivares y Butrón, Concepción de María Purísima. Lima, 1631]. atributos de la virgen [Alonso de Bonilla, Nombres y atributos de la impecable siempre Virgen María Señora Nuestra en octavas. Baeza, 1624]. jornada del rey don Sebastián [Registramos Antonio de San Román, Jornada y muerte del rey don Sebastián de Portugal. Valladolid, 1603; y Sebastián de Mesa, Jornada de África por el rey don Sebastián y unión del reyno de Portugal a la Corona de Castilla. Barcelona, 1630]. advertenzias a la ystoria de Mariana [Pedro Mantuano, Advertencias a la Historia del padre Juan de Mariana. Milán, 1611; Madrid, 1613].
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el dorado contador [Miguel Jerónimo de Santa Cruz, Libro de aritmética speculativa y práctica intitulado El Dorado Contador. Sevilla, 1603]. teatro de los dioses [Baltasar de Victoria, Teatro de los dioses de la gentilidad. Salamanca, 1620]. grandezas de Lima [Sin duda se trata del Aparato a la historia, que en Madrid, corte de España, escrive el licenciado Antonio de León, relator del Supremo Consejo de las Indias, intitulada LA CIUDAD DE LOS REYES, LIMA, SU FUNDACIÓN I GRANDEZAS, virreyes, prelados i ministros, origen i govierno de sus tribunales]. grandezas de Lima otro [véase nº anterior]. Polifemo de don García de Salzedo [Luis de Góngora y Argote, El Polifemo comentado por don García Salcedo Coronel. Madrid, 1629]. oráculo de las doze sevilas [Baltasar Porreño, Oráculos de las doce sibilas profetisas de Christo Nuestro Señor, entre los gentiles. Cuenca, 1621]. consuelo de justos [Pedro Maldonado, Primera parte del consuelo de justos. Lisboa, 1609]. cartas del obispo de Ariquipa [sic] [Copia de la carta que el Obispo de Arequipa fray don Pedro de Perea, de la orden de San Agustín, escrivió al Rey Nuestro señor don Felipe, IV deste nombre, provando la certeza que tiene el aver sido la Virgen concebida sin pecado original, y no poderse definir en la Iglesia la opinión contraria]. epítome de Carlos Quinto [Juan Antonio de Vera y Zúñiga, Epítome de la vida y hechos del invicto emperador Carlos V. Madrid, 1622]. arzenes y policarpo [John Barclay, La prodigiosa historia de los dos amantes Argenis y Poliarco. Traducción de Gabriel de Corral. Madrid, 1626]. Prinio [sic] [Cayo Plinio Secundus, Historia natural. Trad. de Jerónimo de Huerta. Madrid, 1624-29, 2 vols.]. Calepino [Ambrogio da Calepio. Sin duda se trata de alguna de las numerosas ediciones de su célebre diccionario]. laçarillo de tormes [La vida del lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades. Amberes, 1597; Bérgamo, 1597; Madrid, 1599]. paralelos de príncipes [Francisco Soares, Paralelos de príncipes antiguos con portugueses. Évora, 1619]. nobelas de Liñán [Antonio de Liñán y Verdugo, Avisos y guía de forasteros que vienen a la Corte, historia de mucha diversión, gusto y apacible entretenimiento, donde verán lo que les sucedió a unos recién venidos. Madrid, 1623].
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corte en aldea [Francisco Lobo Fernandes, Corte na aldea e noites de invierno. Lisboa, 1619, 1630. Hay edición española de Juan Bautista de Morales. Córdoba, 1623]. vida y milagros del nuebo apóstol del Pirú fray Francisco Solano [Diego de Córdova y Salinas, Vida, virtudes y milagros del nuevo apóstol del Perú, el venerable P. Francisco Solano. Lima, 1630]. geras [sic] de los romanos [Citamos Historia de las guerras civiles de los romanos de Apiano Alexandrino. Traducción de Jaime Bartolomé. Barcelona, 1592]. Cornelio Tázito [No resulta fácil la identificación. Anotamos Tácito español ilustrado con aforismos. Traducción de Baltasar Alamos de Barrientos. Madrid, 1614; Los cinco priimeros libros de los Annales de Cornelio Tácito. Traducción de Antonio de Herrera. Madrid, 1615; Las obras de C. Cornelio Tácito. Traducción de Emanuel Sueyro. Amberes, 1619]. reducción de quentas [Diego Suárez, Cartilla y arte menor de contar, en que se enseña muy claramente las letras, y el orden de la cuenta guarisma y castellana, y fundamentos della, y las cinco reglas, y reduzir monedas, medidas y pesos... Salamanca, 1619]. calendario [sic] [Puede tratarse de Luis de la Vega, Kalendarium et ordo perpetuus. Córdoba, 1607; o de Pedro Ruiz, Kalendarium romanum perpetuum. Amberes, 1616]. segundo zerco de uy [sic] [Jerónimo de Corte Real, Sucesso do segundo cerco de Diu: estando don Joham Mazcarenhas por capitan da fortaleza. Año 1546. Lisboa, 1574. También registramos la traducción española de fray Pedro de Padilla titulada La verdadera historia y admirable sucesso del segundo cerco de Diu. Alcalá, 1597]. mejoras de Cristo [Francisco de Tamayo, Primera parte de las grandezas y mejoras de Christo, en que por discursos se tratan los misterios mayores de su concepción, vida y muerte: particularmente los que le convienen como hombre unido al Verbo, y hijo de Dios natural. Madrid, 1610]. geras [sic] de Flandes [Son diversas las obras que circulaban con este título. Traemos a colación Pedro Cornejo, Sumario de las guerras civiles y causa de la rebelión de Flandes. León, 1577; Guido Bentivoglio, Relaciones de las guerras de Flandes. Traducción de Francisco Mendoza y Céspedes. Nápoles, 1631; y Francisco Lanario, Las guerras de Flandes hasta el año 1609. Madrid, 1623]. cigarrales de Toledo [Tirso de Molina, Los cigarrales de Toledo. Primera parte. Madrid, 1630]. proverbios morales [Alonso de Barros, Proverbios morales. Madrid. 1598. Otras ediciones: Baeza, 1615; Lisboa, 1617; Madrid, 1608].
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comercio terrestre [Juan de Hevia Bolaños, Labyrinto de comercio terrestre y naval, donde breve y compendiosamente se trata de la mercancía y contratación de tierra y mar, útil y provechoso para mercaderes, negociadores, navegantes y sus consulados, ministros de los juizios, profesores de derecho y otras personas. Lima, 1617]. setima parte de la monarquía mística [Lorenzo de Zamora, Séptima parte de la Monarchia mística de la Iglesia hecha de geroglíficos sacados de humanas y divinas letras. Madrid, 1609]. vida de doña María Vázquez de la Vega [Manuel Francisco de Hinojosa y Montalvo, La admirable vida, virtudes raras, loables costumbres y santa muerte de... señora María Gasca de la Vega. Madrid, 1620]. partición del reyno [Puede tratarse de Diego de Ribera, Primera parte de escrituras y orden y partición de cuenta, y de residencia judicial, civil y criminal, con una instrucción a los escribanos del reyno. Madrid, 1605. Hay otras ediciones]. repertorio de Manuel de Figueroa [Manuel Figueredo, Repertorio de los tiempos a lo moderno. Lisboa, 1603]. arzenes y poliarco [véase nº 25]. vida del ylustrísimo señor don Francisco de Reynoso [Gregorio de Alfaro, Vida del ilustrísimo Sr. D. Francisco de Reynoso, obispo de Córdoba. Valladolid, 1617]. fabrica del mundo [Salvador Ardevines Isla, Fábrica universal y admirable de la composición del Mundo Mayor, adonde se trata desde Dios hasta nada, y del Menor que es el hombre. Madrid, 1621]. ynpresas de lusitanos [Luis Coelho de Barbuda, Reyes de Portugal y empresas militares de lusitanos. Lisboa, 1624]. Virjilio en romance [Puede tratarse de Las obras de P. Virgilio Marón traduzido en prossa castellana por Diego López. Lisboa, 1624]. rimas de Camoes [Luis de Camoens. Difícil determinar cuál de las diversas ediciones de sus Rimas se trata. Son numerosas las ediciones en portugués y español]. vida de Séneca [Juan Pablo Rizo, Historia de la vida de Lucio Anneo Séneca español. Madrid, 1625]. libros de Séneca [Lucio Anneo Seneca, Libros de clemencia. Traducción de Alonso de Rebenga. Madrid, 1626]. Seneca de benefiçios [Los libros de beneficiis de L. Aeneo Séneca. Traducción de P. Fernández de Navarrete. Madrid, 1629]. comedias de Lope [Lope de Vega y Carpio. Con esta sola referencia no es fácil la identificación]. gerras de Colonia [Conjeturo Carlos Coloma, Las guerras de los Estados Baxos. Amberes, 1625].
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emitación de Jesucristo [Tomas de Kempis, Libro del menosprecio del mundo y de seguir a Christo o Contemptus Mundi. Obra con numerosas ediciones]. vida del padre Javier [Juan de Lucena, Historia da vida do padre Francisco de Xavier. Lisboa, 1600. La edición española del jesuita Alonso de Sandoval lleva por título Historia de la vida del P. Francisco Xavier y de lo que en la India Oriental hizieron los religiosos de la Compañía de Jesús. Sevilla, 1619]. ostragrafía [sic] castellana [Citamos Francisco Pérez de Náxera, Ortografía castellana. Madrid, 1604; Mateo Alemán, Ortografía castellana. México, 1609; Nicolás Dávila, Compendio de ortografía castellana. Madrid, 1631; y Bartolomé Jiménez Patón, Epítome de la ortografía latina y castellana. Baeza, 1614]. Fabio Luzio [Tomás Tamayo de Vargas, Flavio Lucio Dextro, caballero español de Barcelona. Madrid, 1604]. la relijión de los romanos [Guillaume du Choul, Los discursos de la religión... de los antiguos romanos y griegos. Traducción de Baltasar Pérez del Castillo. Lyon, 1579]. travajos de Jesús [Tomé de Jesús, Travajos de Jesús. Traducción de Cristóbal Ferreyra. Zaragoza, 1631, y otras ediciones posteriores]. policía sagrada y profana [Alonso de Sandoval, Naturaleza, policía sagrada y profana, costumbres i ritos, disciplina i catecismo evangélico de todos los Etíopes. Sevilla, 1627]. trabajos de Persiles [Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Segismunda. Historia setentrional. 1ª. ed., Madrid, 1617]. parnaso artántico [sic] [Diego Mexía de Fernangil, Parnaso antártico de obras amatorias. Sevilla, 1608]. menosprezios de cortes [Antonio de Guevara, Menosprecio de la corte y alabança de la aldea. 1ª. ed., Valladolid, 1539. Otras ediciones: Pamplona, 1579; Alcalá, 1592]. Cayrasco [sic] [Bartolomé Cairasco de Figueroa, Templo militante de virtudes, festividades y vidas de santos o Flos Sanctorum. Primera y Segunda Parte. Valladolid, 1603]. veatificación de fray Francisco Xavier [Relación de la fiesta que hizo la Compañía de Jesús en Lima a la beatificación del beato padre Francisco Xavier. Lima, 1620]. ystorias de la China [Juan González de Mendoza, Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reyno de la China. 1ª. ed., Roma, 1585. Otras ediciones: Valencia, 1585; Barcelona, 1586; Lisboa, 1586; Madrid, 1586]. don Juan de Austria [Lorenzo van der Hammen y León, Don Juan de Austria. Historia. Madrid, 1627].
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ystoria de las hórdenes militares [Francisco Caro de Torres, Historia de las tres órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara, desde su fundación hasta el rey don Felipe Segundo. Madrid, 1629]. ystoria y grandezas de Sevilla [Pablo de Espinosa de los Monteros, Primera parte de la historia, antigüedades y grandezas de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla. Sevilla, 1627]. obras de Manuel Rodríguez [Manuel Rodríguez, Obras morales en romance. Salamanca, 1607]. flo santorun de Villegas segunda parte [Alonso de Villegas, Flos Sanctorum. Segunda Parte. Y la Historia general en que se escrive la vida de la Virgen sacratissima madre de Dios y señora nuestra, y las de los santos antiguos que fueron antes de la venida de nuestro salvador al mundo. Toledo, 1588 y otras ediciones posteriores]. nomiliarios [sic] jenerales de Haro primero y sigundo tomo [Alonso López de Haro, Nobiliario genealógico de los reyes y títulos de España. Madrid, 1622. 2t.]. el caballero de Febo [Esteban de Corvera, Dechado y remate de grandes hazañas donde se cuentan los inmortales hechos del cavallero del Febo, el Troyano. Barcelona, 1576]. ystoria de las molucas [Bartolomé Leonardo de Argensola, Conquista de las islas Molucas. 1ª. ed., Madrid, 1609]. ystoria pontifical quarta parte [Luis Bavia, Quarta parte de la Historia Pontifical y Católica... contiene... las cosas más notables sucedidas en el mundo desde el año 1591 hasta el de 1605. Madrid, 1613]. monarquía indiana segunda parte [Juan de Torquemada, Los veynte y un libros rituales y Monarchia yndiana con el origen y guerras de los yndios occidentales, de sus poblaciones, descubrimientos, conquistas, conversión y otras cosas maravillosas de la mesma tierra. Sevilla, 1615, 3t.]. corónica del condes [Corónica do Condestabre d’Portugal dom Nuno Pereyra. Lisboa, 1554, 1623]. conserbación de monarquías [Pedro Fernández Navarrete, Conservación de monarquías y discursos políticos. Madrid, 1626]. la ystoria de Francisco Buchardino [Francesco Guicciardini, Historia de Italia. Traducción de Antonio Flores de Benavides. Baeza, 1581]. ystoria de África [Pedro de Salazar, Historia de la guerra y presa de Africa, con la destruyción de la villa de Monaster, y ysla del Gozo, y pérdida de Tripol de Berbería, con otras muy nuevas cosas. Nápoles, 1552].
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ezelenzias de la monarquía de España [Gregorio López Madera, Excelencias de la monarquía y reyno de España. Madrid, 1625]. coronica de san Vernardo [Bernabé de Montalvo, Primera parte de la Coronica del orden del Cister, e Instituto de San Bernardo. Madrid, 1602]. primera parte de la monarquía lusitana [Bernardo de Brito, Monarchia lusytana... Parte Primeira que contem as historias de Portugal desde a criaçao do mundo te o nacimento do nosso señor Iesu Christo. Alcobaza, 1597]. ystoria del rey don Jayme [Bernardo Gómez Miedes, La historia del muy alto e invencible rey don Jayme de Aragón, primero deste nombre llamado el Conquistador. Valencia, 1584]. segunda parte de monarquía lusitana [Bernardo de Brito, A segunda parte da Monarquia lusitana. Lisboa, 1614]. licurio [sic] primero [Puede tratarse de Diego do Couto, Livro primeiro da sexta decada da Historia da India. Lisboa, 1614]. décadas de la yndia [Diego do Couto, Decada setima da Asia. Dos feitos que os portugueses fizerao... em quamto governarao a India dom Pedro Marcarenhas, Francisco Barreto, etc. Lisboa, 1616]. década quinta de Asia [Diego do Couto, Decada quinta da Asia. Dos feitos que os portugueses fizerao no descubrimiento dos mares & conquista das terras do Oriente: em quamto governarâo a India Nuno da Cunba, dom García de Noronha, dom Estevao da Gama & Martin Alfonso de Sousa, etc. Lisboa, 1612]. cuarta década [Diego do Couto, Decada quarta da Asia, dos feitos que os portugueses fizerao na conquista e descobrimento das tierras & mares do Oriente: em quanto governarao a India Lopo Vaz de San Payo & parte de Nuno da Cuna. Lisboa, 1602]. década terzera [véase nº 95]. primera década [João de Barros, Decada da Asia. Lisboa, 1628. Contiene las partes primera, segunda y tercera de la obra]. década segunda [véase nº anterior]. vida de Plutarco primera parte [Sin duda se trata de la primera y la segunda partes de las Vidas paralelas de Plutarco en la traducción de Alonso de Palencia. Obra con numerosas reimpresiones durante el siglo xvi]. segunda parte de Plutarco [véase nº anterior]. ystoria de Nuestra Seora de la Salzeda [Pedro González de Mendoza, Historia del Monte Celia de N. S. de la Salceda. Granada, 1616].
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suma de barones ylustres [Juan Sedeño, Suma de varones ilustres, en la qual se contienen muchos dichos, sentencias y grandes hazañas y cosas memorables de dozientos y veinte y quatro famosos, ansi emperadores como reyes y capitanes, que ha avido de todas las naciones. Medina del Campo, 1551; Toledo, 1590]. Marcaurelio [sic] [Antonio de Guevara, Libro aureo de Marco Aurelio. 1ª. ed., Sevilla, 1527. Son diversas las ediciones posteriores]. corónica del rey don Juan el terzero de Portugal [Francisco de Andrade, Chronica del rey de portugal don Juan, el tercero. Lisboa, 1613]. demostraciones católicas [Juan Bautista Fernández, Primera parte de las demostraciones católicas y principios en que se funda la verdad de nuestra christiana religión. Logroño, 1593]. de la vida de Cristo segunda parte de Fonseca [Cristóbal de Fonseca, Segunda parte de la vida de Christo, que trata de sus milagros. Lisboa, 1602]. la vida de Cristo primera parte [Cristóbal de Fonseca, Primera parte de la vida de Christo señor nuestro. Toledo, 1596]. primera parte de la ynperial de Toledo [Francisco de Pisa, Descripción de la imperial ciudad de Toledo y Historia de sus antigüedades y grandeza... Primera Parte, repartida en cinco libros con la historia de Santa Leocadia. Toledo, 1605, 1617]. anales de Flandes segunda parte [Emanuel Sueyro, Annales de Flandes. Amberes, 1624. 2t.]. Fragoso de ciruxía [Juan Fragoso, Cirugía universal. Madrid, 1581]. demostraciones católicas [véase nº103]. vitorias de Cristo nuestro redentor [Rodrigo de Loaysa, Victorias de Christo nuestro redemptor y triunfos de su esposa la santa yglesia. Primera parte. Sevilla, 1618]. obras de Jenofonte [Circulaba la edición de Diego Gracián (Salamanca, 1552). También citamos Opera Omnia (París, 1625)]. ystoria oriental en portugués [Fernan Mendes Pinto, Peregrinaçam de Fernan Mendes Pinto em que da conto de muytas e muyto estranhas cousas que vio e ouvio no reyno da China, no da Tartaria, no do Sornau. Lisboa, 1614. La versión española de Francisco de Herrera, aparecida en Madrid en 1620, lleva por título Historia oriental de las peregrinaciones de Fernan Mendes Pinto]. monarquía indiana terzera parte [véase nº80]. ystoria jeneral de Arze [Juan de Arce Solórzano, Historia evangélica de la vida, milagros y muerte de Cristo, nuestro Dios y maestro. Madrid, 1605].
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primera parte de ystoria jeneral del mundo [Antonio de Herrera, Primera parte de la Historia general del mundo, de XVI años del tiempo del señor rey don Felipe II, el Prudente, desde el año MDLIX hasta el de MDLXXIII. Madrid, 1601]. ciudad de Dios [San Agustín, Ciudad de Dios. Traducción de Antonio de Rois. Madrid, 1614]. corónica de los reyes de Portugal [Duarte Nunes de Leao, Primeira parte das Chronicas dos reis de Portugal. Lisboa, 1600]. ystoria del rey Felipe segundo [Anotamos Luis Cabrera de Córdova, Felipe Segundo rey de España, Madrid, 1619; Lorenzo van der Hammen y León, Don Felipe Segundo el Prudente, segundo deste nombre. Madrid, 1625]. ystoria del rey don Pedro de Portugal [Gomes de San Esteban, Libro del infante don Pedro de Portugal, el qual anduvo las quatro partes del mundo. Sevilla, 1547; Burgos, 1563]. las quatro partes enteras de la Corónica de España [Las quatro partes enteras de la Coronica de España. Edición de Florián de Ocampo. Valladolid, 1604]. ystoria de los reyes godos [Julián del Castillo, Historia de los reyes godos que vinieron de la Scitia de España contra el Imperio romano y a España, y la sucesión dellos hasta el cathólico y potentissimo don Philipe segundo. 1ª. edición, Burgos, 1582; 2ª. edición, con adiciones de fray Jerónimo de Castro y Castillo. Madrid, 1624]. filosofía moral de príncipes [Juan de Torres, Philosophia moral de príncipes para su buena crianza y govierno, y para personas de todos estados. 1ª. edición, Burgos, 1596. Otras ediciones: Barcelona, 1598; Burgos, 1602; Lisboa, 1602]. echos de los españoles [Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas i Tierra Firme del Mar Océano. Madrid, 1601]. corónica universal de toda ystoria [Alonso Maldonado, Chronica universal de todas las naciones y tiempos. Con diez y seis tratados de los puntos más importantes de la chronología. Madrid, 1624]. ystoria de España primera parte [Juan de Mariana, Historia general de España. Toledo, 1601; Madrid, 1616; 2t.]. ystoria de las tres hórdenes [Francisco de Rades, Historia de las tres órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara. Toledo, 1572]. ystoria jenal [sic] de España segunda parte [véase nº 125]. comentorios de ydnos [sic] de Vabilonia [Pedro de Abreu, Comentarios explicación del himno que compusieron los tres mancebos en el horno de Babilonia. Madrid, 1610].
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La cultura libresca de un converso
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flo santorun de Cayrasco [sic] primera y segunda parte en un cuerpo [véase n° 68]. ystoria de Guatimala [Antonio de Remesal, Historia de la provincia de S. Vicente de Chyapa y Guatemala de la orden de Nuestro Glorioso Padre Sancto Domingo. Madrid, 1619]. relaciones del mundo de Botero [Juan Botero, Relaciones universales del mundo. Primera y segunda partes. Traducción de Diego de Aguiar. Valladolid, 1599, 1603; Barcelona, 1603, 1605, 1610]. ystoria de Flandes por Antonio Carnero [Antonio Carnero, Historia de las guerras civiles que ha avido en los estados de Flandes, desde el año 1599 hasta el de 1609. Bruselas, 1625]. vida de Santa Teresa [Difícil de identificar entre las varias obras que circulaban con este título. Registro Francisco de Ribera, La vida de la Madre Teresa de Jesús, fundadora de los descalços y descalças carmelitas. Madrid, 1602; Pablo Verdugo de la Cueva, Vida, muerte, milagros y fundaciones de la B.M. Teresa de Jesús, fundadora de los descalços y descalças de la orden de Nuestra Señora del Carmen. Madrid, 1615; y Diego de Yepes, Vida, virtudes y milagros de la B. Virgen Teresa de Jesús, madre y fundadora de la nueva reformación de la orden de los descalços y descalças de N.S. del Carmen. Madrid, 1615]. San Reymundo [Andres Peres, Historia de la vida y milagros del glorioso sant Raymundo de Peñafort. Salamanca, 1601; Juan de Marieta, Historia de la vida de... S. Raymundo de Peñafort. Madrid, 1601; y Francisco Diago, Historia del B. cathalán barcelonés san Raymundo de Peñafort. Barcelona, 1603]. vida y milagros de san Jusepe [José Valdivieso, Vida, excelencias y muerte del glorioso patriarca y esposo de Nuestra Señora San Ioseph. Toledo, 1604, 1608; Lisboa, 1609; Barcelona, 1610]. curiosa filosofía [Juan Eusebio Nieremberg, Curiosa filosofía y tesoro de maravillas de la naturaleza. Madrid, 1630]. ystoria del buscón [Francisco de Quevedo, Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, exemplo de vagamundos y espejo de tacaños. 1ª. edición, Zaragoza, 1626]. desengaño de la vida umana [Julián Martel, Desengaño de la vida humana. Lisboa, 1620]. Salazar de la comunión [Fernando Quirino de Salazar, Tratado de la comunión. Madrid, 1622]. estabilidad de la vida [Luis de San Juan Evangelista, Inestabilidad de la vida. Madrid, 1625]. discursos de la mamora [Agustín de Horozco, Discurso historial de la presa que del puerto de la Mamora hizo el Armada Real de España en el año 1614. Madrid, 1615].
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republica cristiana [Puede ser cualquiera de las siguientes obras: Francisco Ortiz Lucio, República christiana y advertencias de algunas cosas que conviene se remedien especialmente en lo que toca al trigo y cebada. Madrid, 1600; o Juan de Santa María, República y policía cristiana. Barcelona, 1617]. vida del buscón otro [véase nº 137.]. pedaço de ystoria [Pedro van der Hammen Gómez y León, Pedazos de historia y razón de estado sobre la vida y servicios del ilustrísimo señor Nicolás de Nueva Villa, marqués de Villarreal, secretario de estado que fue del rey de Francia Henrico III. Madrid, 1624. También anoto Pedaços de historia o relaciones assy llamadas por sus autores los peregrinos. Retrato al vivo del natural de la fortuna. La primera relaçión contiene el discurso de las prisiones y aventuras de Antonio Pérez. León, 1593?]. los diez y seis libros de las epístolas de Zizeron [Marco Tulio Cicerón, Los deziséis libros de las epístolas selectas... con traducción i declaraciones en lengua castellana por Pedro Simón Abril. Zaragoza, 1583. Otras ediciones: Madrid, 1589; Barcelona, 1600, 1615]. Catón [Probablemente se trate de los Castigos y exemplos de Catón. Medina del Campo, 1543; Alcalá de Henares, 1586]. arismética [Con seguridad Juan Pérez de Moya, Arismética práctica y especulativa. Esta obra tuvo numerosas ediciones y figura frecuentemente en inventarios coloniales de libros]. epítome del enperador digo de la vida de santo Tomás de Villanueba [Francisco de Quevedo, Epítome a la historia de la vida exemplar y gloriosa muerte del bienaventurado F. Thomas de Villanueva... Arçobispo de Valencia. Madrid, 1620]. practica de procuradores [Juan Muñoz, Practica de procuradores para seguir pleytos civiles y criminales. Madrid, 1603, 1612, 1618, 1631]. san Josefe en otabos otro [véase nº 135]. Valerio de las ystorias [Diego Rodríguez de Almella, Valerio de las istorias escolásticas. Salamanca, 1587]. Varlan y Josafad [Historia de los dos soldados de Christo Barlaan y Josafat, escrita por san Juan Damasceno. Traducción de Juan de Arce Solórzano. Madrid, 1608]. libro de barias de ley [Imposible precisar con esta sola referencia. Anotamos Hugo de Celso, Repertorio de las leyes de todos los reinos de Castilla. Valladolid, 1547; Medina del Campo, 1553. Además, Rodrigo De Aguiar, Sumario de todas las leyes y ordenanzas de las Indias. Madrid, 1628].
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Cristianos nuevos y nuevos miedos en el Perú del siglo xvii * Irene Silverblatt Duke University
En 1639 Manuel Bautista Pérez fue ejecutado junto a otras diez personas, por orden del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Lima, por seguir en secreto la fe judía.1 En la cárcel durante más de tres años, Pérez se vio sometido a una gran presión para que confesase que «judaizaba», y, si hubiera admitido que era judío en secreto y se * El presente artículo —que, titulado en el inglés original «New Christians and New World Fears in Seventeenth Century Peru», ha sido traducido al castellano para la ocasión por Manuel Cuesta— se publicó originariamente en Comparative Studies in Society and History 42.3 (2000), pp. 524-46, y sirvió de base al capítulo «New World Christians and New World Fears» de Silverblatt (2004). Este trabajo se benefició de una serie de presentaciones que tuvo antes de publicarse. Un primer borrador se expuso en las jornadas de 1995 del Institute of Early American History and Culture de Ann Arbor (Michigan), a lo que siguió una presentación en el congreso «Jews and the Expansion of Europe: 1450-1800», celebrado en la John Carter Brown Library en 1997. Tengo contraída una deuda especial de gratitud con Fred Jaher por sus consejos y su perspicacia; a Ann Wightman le doy las gracias por sus sagaces comentarios, y también debo mucho a la lectura atenta y reflexiva de mi colega Claudia Koonz. Vaya una última palabra de agradecimiento a la Guggenheim Foundation, cuya beca de investigación de 1994 me permitió llevar a cabo la labor de estudio en la que este artículo reposa. 1. El trabajo clásico sobre la Inquisición en el virreinato del Perú es Medina (1956); para un resumen del auto de fe en el que se ejecutó a Manuel Bautista Pérez, véase el vol. 2, pp. 45-146. Entre los estudios más recientes sobre la Inquisición en el Perú se encuentran Castañeda Delgado y Hernández Aparicio (1989) y Ramos (1991 y 1989). Véase especialmente Hampe-Martínez (1996) para una bibliografía exhaustiva. Entre los estudios que se centran en la población de cristianos nuevos del Perú se encuentran Lewin (1950), Quiroz (1986) y Reparaz (1976). Lewin (1950) describe los procesos inquisitoriales contra cristianos nuevos prestando especial atención al antisemitismo; Reparaz (1976) ofrece información de varias fuentes sobre los portugueses en el Perú; y Quiroz relaciona la acusación de cristianos nuevos con la necesidad de los inquisidores de recabar fondos con que sufragar sus operaciones.
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hubiera arrepentido, probablemente le hubiesen perdonado la vida. Pero se negó, y, de resultas de su «obstinación» —según declaración de los inquisidores—, lo condenaron a morir. El colonialismo español llevó la Inquisición al virreinato del Perú en 1569,2 y, desde finales del siglo xvi hasta que, en 1820, el Perú se declaró independiente de España, los inquisidores españoles persiguieron a hombres y mujeres por practicar ritos judíos clandestinamente. En este trabajo no voy a hablar, sin embargo, de los «judíos» como tales, ni voy a tratar de discernir quiénes de entre los cristianos nuevos3 del Perú tenían identidades «judías» o eran adeptos a prácticas y creencias hebreas. Voy a investigar, en cambio, valiéndome de los archivos de la Inquisición de la primera mitad del siglo xvii y haciendo un uso recurrente del prolijo proceso contra Manuel Bautista Pérez, algunas de las formas en que el «judío» penetró en el imaginario colonial. Me centraré en las acusaciones que se lanzaba contra ellos, en las conspiraciones de las que supuestamente eran parte, en las fobias a las que daban lugar, y en los peligros sociales que encarnaban. La Inquisición era una más entre las muchas instituciones encargadas de la regulación moral en el Imperio español, pero fue responsable 2. En las dos últimas décadas, la labor investigadora sobre la Inquisición española se ha incrementado enormemente. Como ejemplos de estados de la cuestión citaremos a Kamen (1985 y, 1998), Contreras (1997) y Pérez Villanueva, Escandell Bonet et al. (1984). El primero en realizar estudios sobre la Inquisición en lengua inglesa fue Henry Charles Lea, de quien puede consultarse, entre otras muchas obras que escribió, Lea (1906-1907); renovó estos estudios la publicación de Roth (1937). Inauguró con sus obras el estudio de la Inquisición en América y Filipinas José Toribio Medina, el gran historiador chileno; téngase en cuenta Medina (1956). Uno de los estudios contemporáneos fundamentales sobre la Inquisición en la América española es Alberro (1988). Ha experimentado asimismo un florecimiento la investigación sobre las relaciones de la Inquisición con judíos y cristianos nuevos. Entre las monografías se encuentran Adler (1908), Roth (1932b), Beinart (1981), Caro Baroja (1972 y 1986), Coronas Tejada (1988), Selke (1972), Domínguez Ortiz (1993) y los controvertidos Netanyahu (1995 y 1997). Seymore B. Liebman ha publicado varios trabajos significativos sobre el virreinato de Nueva España, entre los cuales véase Liebman (1970). Por su parte, Gitlitz (1996) es una gran síntesis de la historia y las tradiciones de los criptojudíos de España y el Nuevo Mundo. Se basa, fundamentalmente, en los archivos de la Inquisición. 3. Conversos o cristianos nuevos —en oposición a los viejos— eran tanto los judíos o musulmanes que se habían convertido al catolicismo como sus descendientes. En este trabajo el término alude, sobre todo, a los descendientes de judíos. Tras el Edicto de Granada de 1492 y la consiguiente expulsión, los judíos tenían prohibida la residencia en todo el reino de España.
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de los despliegues de violencia cultural más feroces del mismo. En el gran teatro del poder y la pompa religiosa —el llamado «auto de fe»— y en el más pequeño, cotidiano, de la reputación y el miedo, el tribunal inquisitorial peruano ponía en claro, como otros tribunales homólogos en el resto del Imperio, qué constituía una culpa cultural; cosa que hacía exponiendo a quienes, de entre la población no india de la colonia,4 albergaban creencias o llevaban a cabo prácticas que se consideraban amenazas para la buena marcha ética, espiritual y civil de esta. Dichas amenazas incluían todo un abanico de actos heréticos: desde la blasfemia, la brujería, el fornicio y la solicitud de favores sexuales por parte de sacerdotes durante la confesión, hasta el crimen —castigado con la muerte— de observar en secreto religiones no católicas como el islam, el luteranismo o el judaísmo. De toda la historia inquisitorial limeña, el episodio más cruento puede que fuese el auto de fe de 1639: de los setenta y dos individuos entonces penados, once fueron objeto de acusaciones punidas con la muerte (en todos los casos, los cargos guardaban relación con prácticas judaizantes); y, entre los condenados, había hombres como Manuel Bautista Pérez, comerciante rico y poderoso que se negó a confesar las herejías.5 A los inquisidores del Perú, sus superiores de Madrid les pidieron justificación de lo numeroso de las detenciones y lo severo de las sentencias.6 Ellos apelaron a los peligros que los judíos clandestinos entrañaban no ya de cara a los cimientos éticos de 4. De la conducta moral y las costumbres de los pueblos indígenas se encargaban los obispos de la Iglesia; la población nativa de la colonia quedaba fuera de las competencias de la Inquisición. Véase al respecto Medina (1956, vol. 2: 27-28). 5. El primer relato que se publicó de este auto de fe de 1639 fue el Auto de la fe celebrado en Lima a 23 de enero de 1639 —obra del clérigo Fernando de Montesinos— del que el presente volumen ofrece una nueva edición crítica (para una información más detallada al respecto, véase la introducción pp. 9-31). Ya Medina (1956, vol 2: 106-162) volvió a editar este texto en su mayor parte; lo reimprimió asimismo, a modo de apéndice a su libro, Lewin (1950). En su descripción de aquel proceso, ambos autores se basan fundamentalmente en la obra de Montesinos. 6. Para esta preocupación que expresaron desde Madrid los supremos responsables del Consejo, véase Medina (1956, vol. 2: 163, n. 20). Kamen (1998: 198-203) sostenía que, comparada con otras Inquisiciones europeas, la española rara vez exigía la pena capital para castigar actos heréticos, aunque al mismo tiempo insistía (ibíd.: 203-204) en que los crímenes que implicaban la práctica secreta de religiones no católicas eran, de lejos, los que con más frecuencia se punían con la muerte. Los estudiosos de la caza de brujas europea también han señalado la relativa contención de la Inquisición española. Véase al respecto Henningsen (1980) y Levack (1987: 201-206).
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la colonia sino, directamente, para el mantenimiento de su estabilidad política. Las acusaciones contra los judaizantes del Nuevo Mundo eran semejantes a las que se lanzaba contra los judíos y los cristianos nuevos por toda Europa7 y en la Península Ibérica: el «problema judío» del Perú del siglo xvii tiene un pedigrí continental ya de siglos, y la idea de que los judíos suponían una amenaza para la sociedad —según el retorcido discurso de las teorías conspiratorias del Perú— enmarcaban un amplio clima de recelo que impregnaba buena parte del Viejo Mundo y del reino de España. Sin embargo, como luego explicaré, el escándalo y el miedo que suscitaban los cristianos nuevos del Perú tenían que ver también con las contradicciones del mundo colonial hispánico de la temprana Edad Moderna. Eran, en efecto, un componente clave de la turbulenta política cultural que, producto de la estrategia imperial de consolidación del Estado nacional, repercutió, a su vez, en la misma.8 En la temprana Edad Moderna, el legado antisemita tuvo en España como referente más característico las actividades del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, única institución que operaba en el 7. Del antisemitismo en España me ocuparé con más detalle en las páginas que siguen, pero, en general, las ideologías antisemitas españolas presentan sistemas de creencias coincidentes con los que encontramos en Europa. La literatura sobre el antisemitismo europeo en la Edad Media y la temprana Edad Moderna es inabarcable. Para una magnífica síntesis de la investigación sobre este fenómeno en la temprana Edad Moderna, véase Jaher (1996: 1-81), así como Oberman (1984), Cohen (1991 y 1982) y Katz (1993), cuyo traductor inglés añadió una bibliografía actualizada. 8. A lo largo de los últimos veinte años, influidos por Antonio Gramsci, los estudiosos de los procesos de construcción del Estado vienen indagando en las dinámicas de las relaciones entre clases, la formación del Estado y las prácticas culturales. Se trata, es cierto, de trabajos que, en su mayor parte, se centran en los caminos que llevan a la construcción del Estado nacional y a la evolución capitalista, pero, a mi juicio, los planteamientos de Gramsci también son aplicables al temprano Estado colonial, si tenemos en cuenta que marcó la pauta de la construcción de nuestro mundo moderno. La literatura sobre la política cultural como elemento nuclear de la construcción del Estado ha experimentado un crecimiento enorme, y aquí voy a limitarme a citar algunos de los trabajos que han influido en mi análisis: Corrigan y Sayer (1985), Thompson (1978), Williams (1978: 75-144), Hall (1997) y Comaroff (1992 y 1991-1998) que recurre a Gramsci, al igual que Corrigan y Sayer (1985), en su importante tratamiento de las vertientes culturales del Estado colonial inglés en Suráfrica. Para una refutación del postulado de que la modernidad empieza con la Ilustración, véase Dussel (1993 y 1998) y Quijano (1992), quienes sostienen que el mundo moderno tiene sus orígenes en la colonización del Nuevo Mundo.
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conjunto del imperio bajo la jurisdicción de la Corona.9 En funcionamiento verdaderamente desde 1483 con el cometido específico de proteger y defender a la cristiandad, la misión de la Inquisición consistía inicialmente en acabar con los «judíos ocultos». El miedo motriz era que los judaizantes estuviesen abriendo brecha en la comunidad —cada vez más amplia— de cristianos nuevos de España, socavando con ello los cimientos religiosos del Estado católico más militante.10 El impulso de crear una institución tan drástica como la Inquisición para regular la fe religiosa hundía sus raíces en el clima de creciente hostilidad hacia los judíos y cristianos nuevos que había en España. Hacia mediados del siglo xiv tuvo lugar un punto de inflexión en las actitudes tanto populares como oficiales, y un número creciente de juderías sufrieron violencias: en 1391, los pogromos habidos en muchos de los centros urbanos de la península —Sevilla, Córdoba, Valencia, Barcelona— tuvieron como resultado la destrucción de las principales juderías de España; se asesinó a cientos de judíos, y se obligó a aceptar el bautismo a otros tantos. El gran número de conversiones forzosas supuso el surgimiento de una importante población de cristianos nuevos en España, y desde el principio se los miraba con recelo y ambigüedad: como a una «quinta columna» dentro de la Iglesia. Aun si ya no eran judíos practicantes, los cristianos nuevos siguieron soportando el estigma del antisemitismo. Fenómeno que encontramos plenamente activo en el Perú del siglo xvii.11 A las acusaciones relativas a la «amenaza judía» se enfrentó a mediados del siglo xvii Isaac Cardoso,12 cristiano nuevo que pasó la mayor parte de su vida en la Península Ibérica. Nacido en Portugal —y médico muy reputado en la sociedad cortesana de Madrid—, Cardoso emigró a Italia, desde donde denunció el cristianismo, empezó a vivir 9. Para las implicaciones de que, de entre todas las instituciones gubernamentales de la Corona española, la Inquisición fuese la única con competencia en el ámbito entero de sus posesiones, véase Kamen (1998: 50). 10. La Inquisición funcionaba en Castilla ya en fecha tan temprana como 1478, y la formaban tribunales autónomos de diversas ciudades españolas; en 1483, sin embargo, una bula papal puso en marcha el proceso que unificó las Inquisiciones del Reino bajo una única jurisdicción. Véase al respecto Kamen (1985: 18-43) y Gitlitz (1996: xiv-xvi, 18-25). 11. Para un tratamiento más exhaustivo de este periodo, véanse Kamen (1998: 1-65), Gitlitz (1996: 3-34) y Caro Baroja (1986, vol. 1: 125-164). 12. Cardoso es objeto de una extraordinaria biografía (Yerushalmi 1981).
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como un judío, y compuso una elocuente defensa de la verdad hebraica en su apología Las Excelencias de los Hebreos. Construyendo su argumentación en torno a la refutación de diez «calumnias» del antisemitismo, la obra de Cardoso ponía al descubierto lugares comunes y estereotipos infundados, y va a servirnos de punto de partida para examinar estas ideologías del odio.13 Una calumnia con terribles consecuencias para los judíos y los cristianos nuevos era que los judíos profanaban las imágenes y eran sacrílegos:14 ni los ritos ni los objetos sagrados estaban a salvo (o eso se decía). Los judíos de ambos lados del Atlántico, parece ser que se regocijaban profanando estatuas de Jesús y la Virgen y crucifijos, como también mancillaban los sacramentos, especialmente la Sagrada Comunión, que era cuando la eucaristía —la encarnación de Cristo— se consagraba.15 Cardoso esbozaba diversos episodios en los que se ejecutaba por error a cristianos nuevos acusados de maltratar objetos sagrados, relatando, por ejemplo, un incidente sucedido en Lisboa, como cuando se robó la hostia del sagrario de la iglesia de La Engracia y se atribuyó el crimen a un cristiano nuevo llamado Solís sin prueba ninguna, en base únicamente a su ascendencia hebrea. Aunque dos años después de la ejecución de aquel Solís el robo se esclareció, Cardoso añade que tal era para entonces la animadversión y el clamor popular contra los judíos que todos se encontraban en una situación de tremendo peligro.16 Episodios semejantes también se dieron en los Andes del siglo xvii, y el más notable, ocurrido en Quito, tuvo consecuencias para cristianos nuevos que vivían a cientos de kilómetros de allí.17 No es casual que, 13. En cada capítulo del libro, Cardoso iba ocupándose de una «calumnia» sobre los judíos. He aquí la lista según Yerushalmi (1981: 360): (i) adoran a falsos dioses, (ii) expelen mal olor, (iii) tienen rabo —y los hombres menstrúan—, (iv) rezan tres veces al día contra los gentiles, (v) hacen por convertir a la fe hebrea a los mismos, (vi) son desleales a los príncipes, (vii) son perversos y crueles, (viii) mancillan las Sagradas Escrituras, (ix) profanan las imágenes y son sacrílegos, y (x) matan a niños cristianos para usar su sangre en sus ritos. 14. Yerushalmi 1981: 360, 447-454. 15. Véase Yerushalmi (1981: 338, 447-451), así como Caro Baroja (1986, vol. 1: 181192). Por su parte, Diego López de Fonseca se refiere a la crueldad de los inquisidores de Lisboa, que mandaron cortar las manos a una persona falsamente acusada de robar la eucaristía para, tras ello, quemarla viva (AHN, Inq., libro 1031, f. 91v.). 16. Yerushalmi 1981: 454. 17. En 1649 se celebró en Lima una procesión para vengar una supuesta profanación de la eucaristía perpetrada por judíos de Quito. Tal fue la importancia de aquel
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entre los numerosos cargos que se presentaron contra Manuel Bautista Pérez y otros conspiradores, estuviera el de hacer mofa del cristianismo, despreciar los milagros de los santos y creer que las santas imágenes eran muestras de la idolatría cristiana (compraban, cínicos, magníficos objetos sagrados para hacer visible su devoción y demostrar su fe en Cristo).18 La décima calumnia contra la nación hebrea que Cardoso refutaba era la de que los judíos estaban sedientos de sangre cristiana (la acusación, tristemente célebre, de «asesinato ritual» que recogen los llamados «libelos de sangre»);19 se trata de una acusación que, históricamente, suscitó violentas reacciones a menudo catastróficas para los judíos o, tras la expulsión, para los cristianos nuevos. Para refutar este bulo, Cardoso recurrió a la tragedia —a él contemporánea (1670)— de Raphaël Lévy. A Lévy lo acusaron de masacrar a un niño cristiano en Metz para conseguir la sangre necesaria en determinada ceremonia judía. Aunque se hallaron indicios de que la muerte del niño había sido obra de animales del bosque, Lévy fue declarado igualmente culpable y condenado a morir en la hoguera.20 El caso de libelo de sangre de más infausta memoria ocurrido en la Península Ibérica puede que fuese el supuesto asesinato ritual del llamado «niño inocente de La Guardia» (Toledo). Cuenta la leyenda que, en busca de sangre adecuada para preparar cierta pócima que habría de acabar con todos los cristianos, un grupo mixto de judíos y cristianos evento que un soldado, José de Mugaburu, dejó constancia de él en su diario (Miller 1975: 25). 18. Entre los numerosos ejemplos de declaraciones ante la Inquisición de Lima se encuentran las de Manuel Henríquez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 11, f. 95v), Manuel Bautista Pérez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 29v-30v), Felipa López (AHN, Inq., libro 1029, ff. 41r-41v), Joan de Vicente (AHN, Inq., legajo 1647, nº 3, f. 54), Francisco Núñez de Olivera (AHN, Inq., libro 1029, ff. 46v, f. 48v), Francisco Rodríguez (AHN, Inq., libro 1029, f. 36v), Manuel Rodríguez (AHN, Inq., libro 1029, f. 68), Antonio Leal (AHN, Inq., libro 1030, f. 127), y Juan de Acevedo (AHN, Inq., libro 1031, f. 86v). 19. Para ejemplos españoles de estos libelos de sangre con acusaciones de asesinato ritual —incluido el caso del llamado «niño inocente de La Guardia»—, véase Caro Baroja (1986, vol. 1: 181-192), Kamen (1998: 22, 68) y Gitlitz (1996: 5, 23-24, 161, 190); la sangre cristiana se decía que, entre otras propiedades, aliviaba de su menstruación a los hombres judíos (Yerushalmi 1981: 130). Para estudios sobre las acusaciones de asesinato ritual en Europa, véase Roth (1935) y Hsia (1988). Para una síntesis global con cierto sesgo antropológico, véase Dundes (1991). 20. Véase Yerushalmi (1981: 459). A Lévy también lo acusaron de magia, para cuyo ejercicio recurría —aseguraban— a palabras hebreas.
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nuevos conspiró para crucificar a un lactante y sacarle el corazón. (Se declaró culpables de asesinato a seis judíos y seis cristianos nuevos, y todos fueron ejecutados en 1491.) Un año después se promulgó el Edicto de Granada, que obligaba a los judíos a convertirse al cristianismo o marcharse de España. En opinión tanto del pueblo como de las autoridades, este caso de La Guardia demostraba que la presencia de los judíos hacía peligrar la integridad religiosa de los cristianos nuevos de España y justificaba, en consecuencia, desterrarlos del reino (fortalecía asimismo el prejuicio de tantos —y esta era otra de las calumnias que refutaba Cardoso— de que, en su lucha por socavar el cristianismo, los judíos también procuraban convertir a gentiles).21 Como después veremos, esta inquietud cobró una nueva dimensión cuando, en el Perú del siglo xvii, la etiqueta de «cristianos nuevos» —o novicios de la fe— se hizo extensiva a los indios colonizados y a los esclavos negros. Los rumores de que los judíos llevaban a cabo actividades sacrílegas —en lo que se veían ataques abiertos contra Cristo y la cristiandad— casaban como anillo al dedo con las acusaciones que ponían en duda su adhesión al Estado o, en términos de Isaac Cardoso, su lealtad a los príncipes. Los judíos siempre se alinearían con los musulmanes contra un enemigo cristiano común —tal el axioma, viejo de siglos, de la España medieval—, y, en su defensa de la nación hebrea, Cardoso echó mano de uno de los ejemplos más divulgados de traición judía. Se decía, en efecto, que, en 714, los judíos abrieron las puertas de la cristiana Toledo a los invasores musulmanes. Ante lo cual, Cardoso remitía a la obra del prestigioso historiador jesuita Juan de Mariana, quien sostenía con poderosas razones que los responsables de la rendición de Toledo no fueron los judíos sino los cristianos.22 Otro estereotipo habitual en España —y no solo— era que los judíos usaban su pericia en el ámbito mercantil en detrimento y ruina de los cristianos: la hostilidad hacia las comunidades de judíos solía articularse en el sentido de que estos, usureros y recaudadores 21. Véase Yerushalmi (1981: 360). 22. Véase Yerushalmi (1981: 444-445). Añadiendo ejemplos más recientes que el habido en el Toledo del siglo viii, Cardoso sostenía que los judíos habían mostrado su compromiso con los príncipes cuando, en Burgos, en el siglo xiv, se negaron a apoyar el levantamiento de Enrique de Trastámara contra Pedro el Cruel; o cuando, en la Guerra de los Treinta Años, defendieron Praga de Gustavo Adolfo.
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de impuestos que robaban dinero a los fieles a Cristo, estaban dejándolos secos23 (obviaban, claro, el hecho de que solo una pequeña parte de la población judía de España disponía de un patrimonio significativo);24 y, tras la expulsión, los descendientes de judíos hubieron de seguir soportando este estigma económico. En la península no era infrecuente que los acusados de judaizar tuviesen que hacer frente al cargo adicional de usura,25 y, aunque no he encontrado este esquema en el Perú, los inquisidores de Lima a menudo interpretaban declaraciones sobre el talento para los negocios de alguien como indicio de tendencias judaizantes.26 Existía además, como después veremos, la creencia —firmemente establecida— de que los cristianos nuevos usaban deliberadamente su monopolio del comercio en perjuicio de los viejos. La amenaza de una conspiración judía para acabar con el cristianismo y sus seguidores —mediante enérgicas campañas de conversión (especialmente de los vulnerables cristianos nuevos), la voraz expropiación de bienes de cristianos, y la traición contra la Iglesia y el Estado— impregnó la cultura española y atizó fuegos antisemitas.27 Los historiadores han planteado la posibilidad de que, en periodos de conflictividad social e inestabilidad política, reaflorasen ideas antisemitas hondamente arraigadas,28 y, efectivamente, los judíos se convirtieron en chivo expiatorio. Tal fue la atmósfera que dio lugar al Edicto de 23. Véase Caro Baroja (1986, vol. 1: 73-90). 24. Véase Kamen (1998: 11-14). 25. Véase Kamen (1998: 255). 26. Tales los casos de Jorge de Paz (AHN, libro 1030, f. 68v), Francisco de Vita Barahona (AHN, cartas, rollo 7, ff. 111-117), Manuel Henríquez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 11, f. 61-61v, f. 62r-62v, f. 64r-64v) y Manuel Bautista Pérez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 53). 27. La idea de que los judíos eran unos traidores contra la Iglesia y el Estado estaba igual de firmemente asentada en la literatura y en la cultura popular españolas. Lope de Vega, el insigne dramaturgo español del siglo xvii, dramatizó el asesinato ritual en El niño inocente de La Guardia, y retrató la traición judía en El Brasil restituido. 28. El interés académico en el antisemitismo y la historia de los judíos en España ha conocido un florecimiento de la mano de la labor investigadora sobre la Inquisición. Existe una importante —y creciente— bibliografía a la que no me es posible hacer justicia aquí. Aparte de los trabajos ya citados sobre la Inquisición, cabe destacar un libro que proyecta sobre el tema una mirada exhaustiva y pionera. Me refiero a Caro Bajora (1986: passim, pero especialmente vol. I: 23-288), quien escribe, más concretamente, sobre el papel de las tensiones económicas y políticas (vol. 1: 87-90, 125-126, 133-148, y vol. 3: 17-32, 49-58). Véase también Kamen (1998: 9-12).
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Granada y a la expulsión. La misma atmósfera en que se creó y alimentó el Santo Oficio.29 Hacia finales del siglo xvi, los rasgos que los castellanos atribuían a las categorías de judío y cristiano nuevo pasaron a aplicarse también a la de portugués. Se ha calculado que, tras la expulsión, al menos cincuenta mil judíos —la mitad de los que abandonaron España— se establecieron en el vecino Portugal, disparando la proporción de judíos de ese país hasta una quinta parte de su población,30 y, en 1497, aquellos emigrantes volvieron a encontrarse en el brete de convertirse o ser expulsados. La mayoría se convirtió en masa, dotando a Portugal de un bloque homogéneo de cristianos nuevos muchos de los cuales conservaban su fe hebrea y seguían practicando sus ritos en secreto.31 Cien años después, urgidos ahora por los ataques —cada vez más sañudos— contra los judíos por parte de la Inquisición portuguesa, dejaron sus hogares y emigraron de regreso a España oleadas de cristianos nuevos, migración «inversa» que tuvo gran repercusión en las relaciones entre los cristianos nuevos y los españoles peninsulares, así como entre los homólogos de unos y otros en el virreinato del Perú. En primer lugar, un porcentaje importante de estos emigrantes que llegaban a España —y, en ocasiones, a las colonias— se dedicaban al comercio a escala mundial, lo que dio lugar a una importante presencia portuguesa en el ámbito mercantil y económico.32 En segundo 29. Véase Kamen (1998: 20-21), Gitlitz (1996: 18-27) y Caro Baroja (1986, vol. 1: 125-164). 30. Véasae Gitlitz (1996: 75). Las estimaciones oscilan entre 50.000 y 120.000, siendo más verosímil el límite inferior. Para el número de judíos residentes en Portugal, véase Kamen (1998: 287). 31. Los estudiosos han subrayado la importancia de esta historia temprana de los judíos portugueses —convertidos al cristianismo en bloque— para las comunidades de cristianos nuevos. Véase Kamen (1998: 287-290), Yerushalmi (1981: 1-51), Caro Baroja (1986, vol. 1: 207-226), y Lockhart y Schwartz (1983: 225-226). 32. Los intereses comerciales y vínculos internacionales de cristianos nuevos y judíos han sido objeto de considerable atención; véase, de entre los numerosos estudios dedicados al tema, los pioneros de Israel (1990 y 1989). De los setenta y dos hombres y mujeres a quienes se condenó por judaizar en el auto de fe de 1639, cuarenta y cuatro se dedicaban al comercio o a los negocios. Algunos casos interesantes contra mercaderes que dirimió la Inquisición de Lima son los de Francisco Núñez de Olivera (AHN, Inq., libro 1029, f. 45v-49v), Antonio Fernández (AHN, Inq., libro 1029, f. 57-59), Baltasar de Lucena (AHN, Inq., libro 1029, f. 61-65), Duarte Núñez de Zea (AHN, Inq., libro 1029, ff. 65-67v), Bernabé López Serrano (AHN, Inq., libro 1030, f. 280-280v), Álvaro Méndez (AHN, Inq., libro 1030, ff. 367-369), Rafael Pérez de Freitas (AHN, Inq., libro
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lugar, el éxodo masivo reavivó la inquietud del Santo Oficio español sobre el peligro judío, y tuvo por efecto una ola renovada de actividad inquisitorial. Muchos de quienes emigraron al Perú tenían al menos un pariente que había sido condenado en la península, por lo que expresaban su creencia —y su esperanza— de que los tribunales de la Inquisición del Nuevo Mundo fuesen ineficaces.33 La huida a España alimentó, por último, un estereotipo ibérico en ciernes que encontramos tanto en la península como en el Nuevo Mundo: que, a semejanza de los cristianos nuevos, los portugueses eran todos judíos.34 Tachados, pues, ya no solamente de cristianos nuevos y judíos sino, además, de portugueses, quienes pasaban a Indias no podían evitar que los mirasen desde el prisma de las relaciones exteriores de España y, sobre todo, desde el de la relación —a menudo ambigua— de Castilla con Portugal y Holanda tanto en Europa como en Suramérica. Las tensiones con estos dos países se mezclaban en el contexto de la disputa, que se prolongó durante décadas, por el dominio del noreste brasileño (en ella estaban implicados, en efecto, tanto Portugal como Holanda). Brasil, colonia portuguesa desde el siglo xv, quedó bajo jurisdicción de la Corona española en 1580, tras subir al trono de Portugal Felipe II; pero esta unión de España y Portugal era un asunto complicado, y muchos portugueses, escandalizados ante lo que interpretaban como la 1030, ff. 418-419v), Luis de Valencia (AHN, Inq., legajo 1647, nº 12), Andrés Núñez Juárez (AHN, Inq., libro 1029, ff. 53v-55v), Duarte Méndez (AHN, Inq., libro 1028, f. 339-344), Manuel Anríquez (AHN, Inq., libro 1028, ff. 364-369), Diego López de Fonseca (AHN, Inq., libro 1031, ff. 89-95), Juan de Acevedo (AHN, Inq., libro 1031, ff. 77-87), Manuel Álvarez (AHN, Inq., libro 1031, f. 83), Rodrigo Báez Pereira (#AHN, Inq., libro 1031, f. 84), Juan Rodríguez de Silva (AHN, Inq., libro 1031, f. 99), Antonio de la Vega (AHN, Inq., libro 1031, f. 104), Bartolomé de Silva (AHN, Inq., libro 1031, f. 136v), Matías Delgado (AHN, Inq., libro 1031, ff. 138v-139), Gonzalo de Valcázar (AHN, Inq., libro 1031, f. 141), Sebastián Duarte (AHN, Inq., libro 1031, ff. 186-195v), Manuel Henríquez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 11) y Manuel Bautista Pérez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 13). Véase también la nota 58. 33. Ejemplifican esto, de entre quienes declararon ante la Inquisición de Lima, Pedro de Contreras (AHN, Inq., libro 1028, f. 404, f. 407v), Duarte Méndez (AHN, Inq., libro 1028, ff. 339v-340v), Diego López de Fonseca (AHN, Inq., libro 1031, f. 95), Manuel Bautista Pérez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 17, f. 29v, ff. 105v-106v, f. 248, f. 179v, f. 342v), Manuel de Espinosa (AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 145), Manuel Henríquez (AHN, Inq., legajo 1647, nº 11, f. 59, f. 66v, f. 90v, f. 92r-92v, f. 106, f. 119v), Antonio de Acuña (AHN, Inq., legajo 1647, nº 11, f. 90v), Manuel Anríquez (AHN, Inq., libro 1028, f. 365) y Mencía de Luna (AHN, Inq. Legajo 1647, nº 10, f. 18r-18v). 34. Véase Gitlitz (1996: 51-53) y Kamen (1998: 287-290).
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usurpación del trono por parte del monarca español, se sentían hondamente molestos viéndose subordinados a la soberanía de España. Las tensiones entre Castilla y Portugal se dispararon: muchos castellanos no es ya que cuestionasen la lealtad de los súbditos portugueses, sino que directamente miraban con recelo la creciente implicación de hombres de negocios de ese país en el comercio imperial; y muchos portugueses, además de percibir la vida bajo el dominio de España como una suerte de esclavitud, deploraban los intentos que la Corona de esta realizaba de sustituir por un modelo comercial monopolístico las tradiciones portuguesas, de corte más liberal.35 Contribuyó también a intensificar los roces el que la mayor parte de los cristianos nuevos detenidos —y ejecutados— por la Inquisición de Lima fuesen, como en España, ora naturales de Portugal, ora hijos de tales. (Su linaje los hacía doblemente sospechosos: la condición de portugueses suscitaba el temor de que guardasen lealtad a Lisboa; la de cristianos nuevos, el de que fuesen judíos ocultos.) Y la victoria holandesa sobre España —y Portugal— en el noreste brasileño no hizo sino agudizar estas suspicacias. Los holandeses eran enemigos importantes de España en las luchas europeas por el control de Suramérica, y, durante la primera mitad del siglo xvii, las fuerzas holandesas atacaron una serie de ciudades portuarias —por ejemplo Pernambuco— estableciendo enclaves en suelo suramericano y haciendo estragos, en general, en el comercio español.36 En Castilla era común decir que los cristianos nuevos portugueses eran aliados secretos de los holandeses, y, según los españoles, tanto la pérdida inicial de Bahía —en 1624, aunque se reconquistó en 1625— como la derrota de Pernambuco, seis años después, fueron responsabilidad de portugueses sediciosos.37 No es de extrañar que, entre los funcionarios españoles fuese generalizándose, aun realmente infundada,38 una actitud cada vez más escéptica hacia la lealtad de los 35. Véase Elliott (1990: 249-284, 337-349), Lockhart y Schwartz (1983: 221-227, 251) y Gitlitz (1996: 43-46). 36. Véase Altolaguirre (1930: 13, 194-297) y Suardo (1936: 259-261). 37. Lope de Vega conmemoró la victoria española sobre los holandeses en Bahía en su obra El Brasil restituido. 38. Es complicado determinar lealtades con precisión, pero todo apunta a que los cristianos nuevos de Brasil se encontraban divididos: mientras que algunos —sobre todo los criptojudíos— puede que se alineasen con Holanda, muchos —hasta cabe que la mayoría— lucharon para que Brasil siguiera bajo dominio ibérico. Véase el excelente trabajo de Novinsky (1976), quien, en un congreso celebrado en la John Carter Brown Library
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cristianos nuevos, pues lo mismo estos que los criptojudíos podían escapar de la intolerancia española estableciéndose en Holanda39 y, para irritación de España, la población judía del noreste de Brasil —compuesta de inmigrantes holandeses y antiguos colonos cristianos nuevos— se multiplicó y pasó a observar abiertamente la herejía hebrea una vez los holandeses ocuparon la zona (1630-1654).40 Los inquisidores peruanos eran muy conscientes de los peligros potenciales de una colonia holandesa —en la que el judaísmo podía practicarse libremente— tan cerca de sus fronteras. Temían que una pujante colonia judía en Brasil pudiese reavivar las prácticas criptojudías, propiciar los objetivos políticos de los holandeses, y quizás incluso animar a los cristianos nuevos que llegasen a los puertos de Brasil a emigrar al virreinato del Perú.41 En mayor o menor medida, la animadversión hacia los cristianos nuevos siempre estaba presente, de lo que valga como ejemplo una carta que, enviada en 1634 a la sede central del Santo Oficio —en Madrid—, presentaba una letanía de traiciones que sonaba familiar a españoles y peruanos por igual: los comerciantes —también indistinguibles de cristianos nuevos, portugueses y judíos— eran puros espías, decía aquella misiva; y los cristianos nuevos se valían de sus amplias redes comerciales —Holanda, Lisboa, Brasil y España— en la conjura que urdían para terminar con el Imperio español y el mundo cristiano.42 El autor de aquel escrito —un capitán de barco— reforzaba sus asertos con la «prueba» de que la conquista enemiga de Pernambuco la había orquestado un judío flamenco-portugués: Antonio Vaez Henriques, alias mosén Coen.43 Aducía también como prueba en 1997 («Jews and the Expansion of Europe: 1450-1800»), reiteró su convicción de que un porcentaje significativo de los cristianos nuevos se mantuvo leal a España. En vena análoga, un lugar común de la época —y de hoy— pretendía que los judíos portugueses eran parte dominante en la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales; pero, tras un atento escrutinio de los archivos de dicha Compañía, Israel (1990: 356, n. 2) llegó a la conclusión de que los judíos nunca la controlaron, aun si algunos invirtieron, efectivamente, en ella. 39. Véase Kamen (1998: 42-43, 64-65, 290, 293-294, 297-298). 40. Véase Gitlitz (1996: 61-62). 41. Véase AHN, Inq., cartas, rollo 9, f. 51 (carta de los inquisidores Juan de Mañozca, Andrés Gaitán y Antonio de Castro y del Castillo, con fecha de 18 de mayo de 1636, a «Muy P. Señor»), así como Lockhart y Schwartz (1983: 250). 42. Véase Adler (1909). 43. Véase Adler (1909: 48).
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que otro judío flamenco-portugués (un capitán de navío que, llamado Diego Peixotto, también tenía el sobrenombre de mosén Coen) hizo que la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales obligase a la tripulación —compuesta de negros— a aprender su idioma.44 Los miedos de este capitán los hallamos reflejados en los discursos del Perú de los años veinte y treinta del siglo xvii sobre los cristianos nuevos. Al igual que en España, la codicia mercantil y la felonía hacia el Estado y la Iglesia aquí también constituían piezas clave de la retórica antisemita; pero, a diferencia de España, aquí había una gran preocupación por la versatilidad lingüística de los judíos/cristianos nuevos.45 Se acusaba, pues, a estos de alimentar vínculos subversivos sea con los enemigos internos —indios y negros— sea con adversarios extranjeros de España como, por ejemplo, los holandeses. La inquietud de la colonia ante la amenaza judía elaboró, así, un set de acusaciones que, aun afines a las heredadas, apuntaban en nuevas direcciones: los cristianos nuevos habían usurpado a los castellanos el control del comercio, tenían aliados extranjeros y no eran leales al Imperio español; eran unos mercaderes y unos traidores que se alineaban con grupos de la colonia potencialmente subversivos —los antedichos indios y negros—, y, gracias, por último, a su gran pericia para conspirar en lenguas secretas, estaban en condiciones de urdir traiciones —una vez más— con esclavos e indios. Pero acerquémonos con algo más de detalle a este altisonante discurso antisemita de la colonia. En el Perú de los años veinte y treinta del siglo xvii, en torno a los cristianos nuevos coexistían una serie de ideologías, políticas y sentimientos, diversos, en pugna por imponerse. Los más ricos comerciantes, cristianos nuevos, llevaban trazas de convertirse en «aristócratas» de la colonia. Contaban con el apoyo de las más altas instancias eclesiásticas y gubernamentales, pero, al mismo tiempo, los inquisidores de Lima andaban intensificando su campaña contra los judaizantes, y
44. Véase Adler (1909: 49). 45. No cabe duda, en efecto, de que el «problema judío» del Perú de comienzos del siglo xvii hunde sus raíces en la historia y los prejuicios ibéricos; igual de incontestable es, sin embargo, el hecho de que, en virtud de la geopolítica de un imperio ultramarino, dicho problema adquirió nuevas dimensiones, pues aquí empezó a asociarse a los judíos —o a los cristianos nuevos, o a los portugueses— a un nuevo tipo de conspiración surgido, de hecho, solo en América: un pacto con los enemigos de España para socavar la soberanía ibérica sobre sus posesiones en el Nuevo Mundo.
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los cristianos nuevos constituían su principal objetivo. Empezaron a extenderse, de hecho, rumores sobre el creciente número de criptojudíos que vivían en el virreinato,46 y, en 1636, el Santo Oficio limeño recibió alarmantes advertencias de que se había establecido en Chile por su cuenta una gran cantidad de judíos los cuales —se subrayaba— gozaban de todos los derechos de ciudadanía y vivían entre sus correligionarios con total impunidad.47 Ahora los inquisidores andaban tras un remedio para lo que, según ellos, constituía una plaga extendidísima y que andaba ya cuajando en muchas partes del virreinato del Perú.48 Los miedos sobre las actividades de los cristianos nuevos en la economía peruana se dispararon y se reprochaba a los portugueses que tenían copados, si no todos, sí casi todos los sectores de la actividad mercantil. Un informe oficial, enviado desde la sucursal del Santo Oficio en Lima a la sede central de Madrid, esbozaba algunas de las inquietudes de los inquisidores: De seis a ocho años a esta parte, decían, es muy grande la cantidad de portugueses, que han entrado en este reino del Perú [...] Habíanse hecho señores del comercio; la calle que llaman de los mercaderes era casi suya; el callejón todo; y los cajones los más; hervían por las calles vendiendo con petacas a la manera que los lenceros en esa Corte; todos los más corrillos de la plaza eran suyos; y de tal suerte se habían señoreado del trato de la mercancía, que desde el brocado al sayal, y desde el diamante al comino, todo corría por sus manos.49
Otro informe afirmaba, directamente, que, contra aquellos portugueses, un castellano de pura cepa sencillamente no tenía nada que hacer.50 Y las actas de procesos inquisitoriales están repletas, en general, de acusaciones de que los cristianos nuevos y portugueses del virreinato andaban tramando apoderarse del mercado.51 46. Véase Kohut (1903: 166). Israel (1990: 277) estima que un cuarto de la población española de Buenos Aires —y casi el diez por ciento de la de Cartagena— eran portugueses. 47. Véase Kohut (1903: 166). 48. Véase AHN, Inq., cartas, rollo 9, f. 7 (carta de don León de Alcayaga Lartaún, con fecha de 15 de mayo de 1636, a «Muy Poderoso S.»). 49. Medina 1956, vol. 2: 45-46. 50. Kohut 1903: 166-167. 51. Sirvan de ejemplo Jorge de Paz (AHN, Inq., libro 1030, f. 67B), Antonio Leal (AHN, Inq., libro 1030, f. 124), Diego López (AHN, Inq., libro 1031, f. 89B) y Antonio de la Vega (AHN, Inq., libro 1031, f. 104).
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Juan de Mañozca, quien vino como inquisidor al Perú desde Cartagena, añadió leña al fuego del recelo latente. En Cartagena había desempeñado un papel decisivo, al auspiciar procesos contra esclavas por practicar «brujería», así como contra comerciantes portugueses por judaizar; y en el Perú volvió a actuar contra los mismos blancos. A Mañozca, arzobispo aristócrata, le horrorizaba el desvío que, a sus ojos, se estaba produciendo de la vida colonial. ¿Y los responsables? Las «brujas»: mujeres no nativas que, para mayor peligro, incorporaban costumbres nativas a su repertorio de hechizos. Junto a ellas, los criptojudíos, quienes, como luego veremos, transgredían toda una serie de categorías hispánicas tradicionales de orden social y cultural.52 Fue bajo la supervisión de Mañozca cuando se detuvo y ejecutó a algunos de los primeros comerciantes del Perú, parte de los cuales —tal es el caso de Manuel Bautista Pérez— se contaban entre los súbditos más ricos de la colonia. Estos hombres, objeto de gran consideración entre la élite limeña, habían pasado a engrosar las filas de los «empresariosaristócratas» (entrepreneur-aristocrats)53 de Lima, llevaban todos los avíos propios de su estatus —ropas de velludo y espadas de esgrima—, y, en consonancia con su posición de «grandes» de la colonia, mantenían todo un séquito de clientes y criados. Eran, además de comerciantesaristócratas, también intelectuales, por lo que reunían nutridas bibliotecas y patrocinaban encuentros en los que se discutían temas apremiantes desde el punto de vista económico, político, de historia nacional y astronómico; y, en su mayoría, tomaban parte en la sociedad limeña y eran miembros destacados de organizaciones católicas seglares. No es de extrañar, por tanto, que procurasen afirmar su situación mediante estrechos vínculos con los más altos funcionarios de Lima.54 Cuando, tras la debacle del comercio y el crédito acaecida al hilo de la detención de Pérez y otros importantes comerciantes, los supremos responsables del Consejo convocaron a Mañozca para que rindiese 52. Sobre el celo de Mañozca en la persecución de brujas, véase Medina (1956, vol. 2: 18, 37) y Silverblatt (2000). 53. La afortunada expresión es de Steve Stern: los cristianos nuevos, formalmente no podían convertirse en «aristócratas», puesto que se les negaba el acceso a la nobleza; pero eso no era óbice para que muchos tratasen de alcanzarla mediante el matrimonio o un nombramiento extraordinario o, simplemente, se comportasen como si ya perteneciesen a ella. 54. Véase Reparaz (1976: 36-38), así como AHN, Inq., libro 1047, nº 13, f. 309v, y AHN, Inq., libro 1047, nº 13, f. 309v.
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cuentas de su actuación, él argumentó que la amenaza que los cristianos nuevos representaban de cara a la ortodoxia religiosa se había hecho extensiva al ámbito político. Era, sí, la supervivencia misma de la colonia lo que estaba en juego: él había destapado un complot que borbotaba nada menos que en las mazmorras inquisitoriales, donde los judaizantes acopiaban pólvora a la espera de una segunda invasión holandesa del Callao, la principal ciudad portuaria del Perú.55 Como antes apuntamos, a los temores de que los cristianos nuevos anduviesen promoviendo una invasión holandesa de la costa pacífica se sumaba, agravándolos, el que al mismo tiempo estuvieran conspirando con esclavos e indios. A las autoridades virreinales, por lo general les preocupaba la lealtad de los africanos y los indígenas peruanos: los españoles se daban cuenta de que, como élite privilegiada de la colonia, eran impopulares, y de que constituían una pequeña minoría de la población. En el informe final del conjunto de su mandato, un virrey expresaba, en efecto, una gran desconfianza con respecto al escaso número de españoles que había en el Perú comparado con «negros, mulatos, mestizos, indios y diversos colores»56; y, en la crónica que, en 1628, compuso para el rey en su Consejo de Indias, otro virrey escribía sobre la necesidad de mantenerse alerta y dar seguimiento al comportamiento de indios y negros. A su juicio, la amenaza que los primeros representaban para el orden colonial era parangonable al peligro que entrañaban los segundos: Negros [...] hay en el contorno de esta ciudad más de veintidós mil, y si ven mal parado el partido de los españoles, hay poco que asegurarse de ellos, por lo que generalmente se ama la libertad, la cual les parecerá que pueden conseguir haciendo a la parte de los enemigos que no acostumbran a tener esclavos, y algo de esto hay que recelar en los indios, con que por todas partes crece en las dichas ocasiones el peligro.57
El miedo a que los cristianos nuevos estuviesen tramando un sabotaje religioso intensificó el recelo español. Ya en fecha tan temprana como 1602, un real decreto enviado al representante del rey en Buenos Aires ponía en guardia contra la influencia corruptora de 55. Véase AHN, Inq., libro 1031, f. 264r-264v. 56. Altolaguirre 1930: 179. 57. Ibíd.: 43.
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tantos extranjeros, y especialmente [...] muchos portugueses que han entrado por el Río de la Plata con los navíos de los negros, y cristianos nuevos y gente poco segura en las cosas de nuestra fe católica, judaizantes [...] Son estas cosas en las que conviene mirar mucho, para que no se siembre algún error y mala secta entre los indios, que están poco firmes e instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica, y dispuestos a cualquier novedad.58
Solórzano, quien escribió varias décadas después, se hacía eco de esta aprehensión. En su obra maestra, una recopilación de las leyes de Indias, volvemos a encontrar esta admonición ante la posibilidad de que los portugueses socavaran la fe de la «gente simple» del Perú, nueva en el credo católico59. Y la herejía era el comienzo de una resbalosa pendiente que desembocaba en la traición. La herejía y la traición tenían la misma propensión a mezclarse que los portugueses, los cristianos nuevos y los judíos, y semejante confusión de religión y nacionalidad —de herejía y traición— hundía sus raíces en la historia de la Expulsión, de las Inquisiciones española y portuguesa, y de la migración de cristianos nuevos de Portugal a España; pero la conflictiva relación entre ambos reinos confirió a este batiburrillo semántico un calado más hondo. Según antes señalamos, la mayoría de los portugueses se veían sometidos a un monarca español a su pesar, mientras que los castellanos, conscientes del profundo malestar de sus vecinos, tenían motivos para sentirse inquietos en relación a la lealtad de los portugueses. 60 Calificando a los portugueses de traidores potenciales y enmarañando su identidad con las de cristianos nuevos y judíos, los españoles magnificaban el aura de sospecha en torno a cualquier portugués, entrevero cultural al que contribuían como parte activa los inquisidores de la metrópoli. Los supuestos vínculos entre indios, negros y cristianos nuevos exacerbaban estas aprehensiones, y los prejuicios relativos a los cristianos nuevos hallaron paralelos en asunciones sobre los indios y los negros. Por su parte, los estereotipos imperiales no hacían sino acrecentar la preocupación ante posibles traiciones: el prejuicio español 58. Lewin 1950: 40. 59. Así lo expone Solórzano Pereira (1972: libro 1, tomo 2, 262). 60. La historia ha mostrado, en efecto, que la desconfianza española era fundada en razón, pues en 1640 Portugal luchó por su independencia, ganándola.
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—que descalificaba a indios y negros sea por «gente simple» fácilmente descarriable, sea por gente cruenta y bárbara rayana siempre en la sedición— presentaba a ambos grupos como especialmente expuestos por naturaleza a la perniciosa influencia de los judaizantes.61 Las teorías europeas sobre los orígenes de la humanidad barajaban la posibilidad de un ancestro común de judíos e indios, y, a ojos de quienes asumían que los indígenas del Nuevo Mundo descendían de las tribus perdidas de Israel, judíos e indios pasaron a ser aliados naturales. Desde sus primeros encuentros, los europeos postularon para aquellos pueblos nativos un linaje semita, tesis sobre la que se pronunciaron —en sentido afirmativo o negativo— eminentes clérigos, filósofos y juristas;62 fue, no obstante, Menasseh Ben Israel quien, en su Esperanza de Israel (1650),63 puso ante los ojos del mundo una de las propuestas de relación más curiosas entre los «israelitas» y los indios. El núcleo de este tratado es un informe que presentó a Menasseh, rabino supremo de Ámsterdam, un tal Antonio de Montesinos, comerciante portugués y cristiano nuevo que operaba en una zona remota del interior de los Andes: refería el encuentro que allí tuvo con una tribu extraña, atípica, la cual debía identificarse, sin duda posible, con una de las tribus perdidas de Israel. Menasseh Ben Israel, que presionaba a Oliver Cromwell para que autorizase a los judíos a volver a Inglaterra, dio a esta asociación el mayor crédito y énfasis:64 a mediados del siglo xvii, Inglaterra se hallaba embebida de milenarismo, y una de las señales que supuestamente habían de anunciar el adviento del Mesías era el descubrimiento de los judíos (las tribus perdidas) que vivían desperdigados por el mundo. La extraordinaria recepción de esta Esperanza de Israel deja patente, en cualquier caso, la sólida raigambre de que gozaba, en la mentalidad europea, la idea de un vínculo ancestral entre estos dos grupos humanos.65 61. Véase Cobo (1983: 21-22, 31-32), Lewin (1958: 40) y Altolaguirre (1930: 9). Nótense las similitudes con los tópicos sobre la vulnerabilidad de las mujeres ante influencias demoníacas, de lo que se ocupa Silverblatt (1987: 159-196). 62. Véanse Cobo (1983: 48) y Vázquez de Espinosa (1948: 10-28). 63. Véase la edición de Méchoulan y Nahon (1987). 64. Los judíos fueron expulsados de Inglaterra y Francia unos doscientos años antes que de España. Véase al respecto Kamen (1998: 10). 65. En realidad, Menasseh Ben Israel y Antonio de Montesinos no estaban tan seguros sobre el linaje de aquella «tribu» india de los Andes, y una lectura atenta de la Esperanza de Israel sugiere, en efecto, que ni uno ni otro creían que sus miembros
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De la opinión de que judíos e indios compartían ascendencia eran también —estos ya más de la casa— fray Buenaventura de Salinas y Antonio Vázquez de Espinosa, célebres sacerdotes cronistas que pasaron bastante tiempo en el Perú. Vázquez de Espinosa, que escribió en la primera mitad del siglo xvii, estaba convencido de que dicho linaje común permitía dar cuenta de sus semejanzas en carácter y físico, así como en prácticas y creencias religiosas: Y, así, parece certísimo proceder los indios de las tribus, y en particular del de Isacar, pues tienen lo referido: demás que el natural, costumbres, ritos, ceremonias, supersticiones y idolatrías son de los hebreos.66
Buenaventura de Salinas apelaba, además, a la afinidad de sus temperamentos como indicio de pertenencia a una misma estirpe. Calificaba a ambos nada menos que de cobardes, desagradecidos, haraganes, supersticiosos y embusteros consumados.67 Estas ideologías españolas también hermanaban a judíos e indios en virtud de cierto talento mágico común a ambos: tanto judíos como indios eran capaces —en opinión igual del pueblo que de las autoridades— de hacer surgir de la nada riquezas e, igual de misteriosamente, hacer que se esfumasen (especialmente si con ello se veían afectados «cristianos viejos»). Según la tradición española, los indios del Perú, indignados por el trato que los colonizadores ibéricos les infligían, conspiraban para evitar que los españoles se apoderasen de las increíbles riquezas que, ocultas en el subsuelo, eran parte del legado de los incas; en espera de cuyo regreso, los indios guardaban, en efecto, el secreto de la ubicación de aquellas fabulosas minas escondidas, y, según Solórzano Pereira, ningún género de súplica, amenaza o castigo haría que se lo revelaran a los españoles68. Este mismo jurista que escribía sobre la pericia de los indios para sustraer riquezas a los colonizadores atribuía, de hecho, una destreza comparable al pueblo hebreo, pues los judíos/portugueses —afirmaba— antes se tragarían sus riquezas que descendiesen de antiguos israelitas. Últimamente, la vida y obra de Menasseh Ben Israel han sido objeto de estudio. Para la recopilación más completa de trabajos sobre este personaje y su época, véase Kaplan, Méchoulan y Popkin (1989). 66. Vázquez de Espinosa 1948: 19. 67. Salinas y Córdoba 1957: 11. 68. Solórzano Pereira 1972, 2, 17: 291.
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entregárselas a los españoles. Y en 1863, en su labor de puesta por escrito de tradiciones orales peruanas, Ricardo Palma descubrió que este motivo de la tradición popular seguía vivo dos siglos después del cese de las principales campañas inquisitoriales contra los criptojudíos.69 Los españoles también establecían una asociación entre judíos e indios al hacer balance de su antigua misión evangelizadora. Sin solución de continuidad desde la Expulsión, pero con una intensidad que a comienzos del siglo xvii iba en aumento, los inquisidores bregaban por purificar la Península Ibérica de toda impureza judía; y, en modo análogo, en el siglo xvii había clérigos para los que era necesario reavivar las medidas conducentes a extirpar la idolatría indígena (creían que estaba arruinando el Perú). Los misioneros a quienes se enviaba a comunidades indígenas veían sus propios esfuerzos a través del prisma del tumultuoso pasado religioso de España, e interpretaban las estrategias de la Iglesia primitiva por convertir a gentiles «paganos» —y, especialmente, los intentos posteriores de convertir a musulmanes y judíos— como ensayos de la empresa americana. «Doctrineros» como Pablo José de Arriaga, al hacer balance de su misión en el Perú, mostraban su preocupación ante las dificultades de campañas evangelizadoras previas de la Península Ibérica: si la labor de erradicar el mal oculto del judaísmo era ya tremenda en un país tan devoto como España y aún seguía, de hecho, pendiente, ¿qué sorpresas no reservaría a los guardianes de la fe el Nuevo Mundo? En su obra Extirpación de la idolatría del Perú, manual para sacerdotes sobre la religión indígena y cómo eliminarla, el mencionado Arriaga escribía: Ni se maravillará que mal tan antiguo y tan arraigado y connaturalizado en los indios [el de la idolatría] no se haya del todo desarraigado, [...] quien [...] entendiere lo que ha pasado en nuestra España, donde [...] apenas se ha podido extirpar tan mala semilla [la del judaísmo] en tierra tan limpia, y donde está tan cultivada y pura y continua la sementera del Evangelio, y tan vigilante sobre ella el cuidado y solicitud del tribunal rectísimo del Santo Oficio.70
69. Palma 1910: 259. 70. Arriaga 1621: 1.
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Arriaga aseguraba a sus lectores que «el mal de nuestros indios» —su reticencia a condenar las religiones nativas en favor de la católica— no estaba «encancerado», como sí, en cambio, el de musulmanes y judíos71. Dicho «mal» indio, que en el Perú iba en aumento, acrecentaba, con todo, la preocupación concomitante sobre la presencia de cristianos nuevos.72 Los cristianos nuevos —se decía— en el próspero ámbito mercantil de la vida colonial se hacían partícipes unos a otros de sus herejías y expresaban su odio al cristianismo, amén de desviar de la verdadera religión a la «gente simple». Ya hemos apuntado, en efecto, que los españoles tenían miedo de la habilidad de los cristianos nuevos para encandilar a almas apenas si cristianizadas, y que consideraban que la actividad comercial —rasgo «propio» del cristiano nuevo— situaba a los herejes en posición de llevar a cabo su empeño: en declaración tras declaración, los testigos señalaban los emporios, caminos y otros focos de actividad mercantil de la colonia como lugares en los que la traición era la ley, mencionando, por ejemplo, los mercados de esclavos de Portobello (Panamá), los centros mercantiles de Angola, Guinea y Cartagena (Colombia), las rutas de caravanas que desde Lima penetraban en recónditos territorios «indios», la calle Mercader —sede del bullicioso mercado limeño— o los almacenes de la parroquia de San Lázaro —de nuevo en Lima—, que es donde se tenía a los esclavos; la actividad mercantil capacitaba, pues, a los mercaderes judaizantes, en tanto que agentes de los grandes comerciantes de la colonia, para expandir sus contactos hasta los confines del virreinato, donde el control de los españoles era más vulnerable:73 los centros de intercambio 71. Ibíd.: 2 72. Este razonamiento de que los miedos a levantamientos religiosos de judaizantes e indígenas se retroalimentaban se hace también, al hilo de la caza de brujas, en Silverblatt (2000). 73. He aquí algunos ejemplos de declaraciones tanto de acusados de judaizar, como de testigos de sus acusadores: a Antonio de Espinosa lo instruyeron en la fe judía en Guinea (véase AHN, Inq., libro 1031, f. 104); Luis de Valencia, instruido en dicha fe en San Lázaro (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 12, f. 23, f. 28v), luego él mismo la divulgó por Europa, África y las Américas (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 12, f. 98v); Manuel Bautista Pérez predicó el judaísmo en los campamentos de esclavos de San Lázaro acompañado por Jorge de Silva, Diego de Ovalle, Sebastián Duarte y Juan Rodríguez Duarte (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 93-95v); Sebastián Duarte entró en contacto con las prácticas judías en Guinea y tras ello conspiró, con su cuñado Manuel Bautista Pérez y compañeros como Rodrigo Báez Pereira, en puntos diversos
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comercial se habían convertido, sí, en lugares en los que los cristianos nuevos podían compartir por medios mágicos sus planes subversivos políticos y religiosos, y en los que podían entablar conversaciones ilícitas con indios y negros, cosa que les era dado hacer, además, secretamente, teniendo en cuenta que todos se expresaban en idiomas ininteligibles para un cristiano viejo. El que de mayor renombre gozaba por su don de lenguas de entre los cristianos nuevos de Lima era Tomé Cuaresma. En su elemento, decían, lo mismo rodeado de judaizantes que de negros —era el principal médico de ambos colectivos—, Cuaresma debía su reputación a unas habilidades curativas que le venían dadas, según fama, por su capacidad de hablar las lenguas de sus pacientes. Entre sus talentos se contaba, sin embargo, también otro, supuestamente compartido por muchos de los acusados en el auto de fe de 1639. Las fuentes hablan, en efecto, tanto de su capacidad general de hablar sobre la ley mosaica ante cristianos viejos sin que estos se dieran cuenta74, como, más concretamente, de cierta lengua secreta cuyas palabras revestían, para los judaizantes iniciados, significados secretos que escapaban, en cambio, a los cristianos viejos, quienes pensaban estar escuchando una conversación sobre cualquier tema cotidiano.75
de compra y venta de mercancías de las calles de Lima, en establecimientos de otros comerciantes, en viviendas de esclavos, y en el campamento esclavo de San Lázaro (véase AHN, Inq., libro 1031, ff.192-195v, así como AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 153-158); Tomé Cuaresma habló del judaísmo encontrándose en viviendas de esclavos atendiendo a los enfermos (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 13); a Manuel Henríquez —quien hizo partícipe de sus herejías, en Cuzco, a Rodrigo Fernández; en Cartagena, a Juan de Acevedo, y, en su propio establecimiento, a Juan y Tomás de Lima— lo acusaban de haber judaizado en numerosos puntos de Portugal, en Madrid, Valladolid, Murcia y Sevilla, en emporios de esclavos del Nuevo Mundo tales como Cartagena y Panamá, en ciudades de los Andes como Huancavelica y Cuzco, y, por último, en Lima (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 11, f. 51-51v, f. 66v, f. 67v, f. 74v, ff. 81v-82); don Simón Osorio se decía que había aprendido el calendario ritual en Francia (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 11, f. 62); Luis de Vega lo aprendió en Amberes (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 116v-119); por su parte, Manuel Bautista Pérez le dijo a Antonio Gómez de Acosta que era judío mientas se dirigían a los tenderetes del mercado de la plaza principal de Lima, y afirmó que había empezado a practicar el judaísmo en las Indias (véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 169-170v, así como Lewin 1950: 40). Sobre las complejas relaciones comerciales entre los españoles y los representantes indígenas de las comunidades nativas, véase Guamán Poma (1980: 1000). 74. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 53v. 75. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 266.
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Así pues, según las fuentes inquisitoriales, la capacidad de hablar lenguas especiales —las de los esclavos incluidas— dotaba a los cristianos nuevos de un peligroso poder en el Perú colonial. Dicho poder llegaba a las entrañas mismas de la Inquisición, ya que los esclavos, al ser quienes desempeñaban la mayor parte de las labores de custodia en sus cárceles, estaban en posición de prestar ayuda clandestina a los prisioneros. Conscientes del problema, los inquisidores encerraron a todos sus esclavos antes de disponerse a llevar a cabo el auto de fe de 1639, pero, a pesar de las cautelas, el genio lingüístico de los cristianos nuevos logró abrirse paso y los inquisidores fueron incapaces de evitar la comunicación ente esclavos y prisioneros, pues aunque la Inquisición usaba para esto de negros bozales acabados de traer de la partida (no es posible menos en este reino) eran ladinos para los portugueses, que como los traen de Guinea sabían sus lenguas y así esto les ayudó mucho para sus comunicaciones (Montesinos, véase p. 42).
Las teorías conspirativas de los españoles no solo conjeturaban unas filtraciones lingüísticas bastante fantasiosas: convertían, además, costumbres indígenas o africanas en rituales judíos heréticos. Y la prolija transcripción del proceso de Manuel Bautista Pérez presentaba, en efecto, una evolución por así decir sorprendente. A Pérez, responsable de una empresa mercantil internacional cuyos agentes recorrían el mundo —de Madrid y Sevilla hasta Guinea y Angola, llegando al interior de los Andes—,76 lo acusaron de practicar exóticos rituales judíos de origen africano y andino. Su principal cómplice era su «compadre» Diego de Ovalle, y, según una declaración, al pedir este en una ocasión a Manuel Bautista Pérez un poco de tabaco, este habría dicho que aquel era un tabaco muy bueno para, acto seguido, espolvorearlo por el suelo o soplar sobre él. En otra ocasión, el mismo Diego de Ovalle habría preguntado a Manuel Bautista Pérez si no podían beber agua con «colilla» —planta originaria de Guinea que se encuentra en Cartagena y da dulzor al beber agua con ella en la boca—, y Manuel Bautista Pérez habría ordenado a sus criados que trajeran un poco.77 Queriendo enfatizar las implicaciones judías de esnifar tabaco y beber colilla, 76. Véase Reparaz (1976: 82-84). 77. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 53r-53v. La definición parentética de la «colilla» también se encuentra en el acta de declaración original.
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el testigo añadía que, después de aquello, ambos hombres se pusieron a hablar en una lengua que solo ellos comprendían sobre la ley de Moisés. Más tarde, cuando los inquisidores presentaron acusaciones formales contra Pérez, sintetizaron estas declaraciones afirmando que el polvo de tabaco desempeñaba cierto papel en los sacrificios rituales judíos que se realizaban en casa del reo.78 La acusación continúa refiriéndose al recién mencionado lenguaje secreto que permitía a los judaizantes conspirar y hablar sobre la ley mosaica sin que los cristianos viejos comprendieran.79 Pérez negó todos estos cargos con contundencia: refutó enérgico la acusación de realizar ofrendas rituales al Dios del Antiguo Testamento y, por supuesto, la de servirse para ello de artefactos culturales de Suramérica y África. En cuanto a tomar cola, recordó a Mañozca —quien, según antes dijimos, antes de asumir el cargo de inquisidor general de Lima había presidido la Inquisición de Cartagena— que, teniendo en cuenta lo extendidísimo de aquella práctica en esa otra ciudad que él tan bien conocía, también a él debía de resultarle sin duda familiar;80 y, en lo que al tabaco respecta, explicó que, cada vez que alguien llegaba ofreciéndolo, él fingía, sí, que lo esnifaba, pero en realidad no lo hacía, ya que le parecía —dijo al tribunal— un hábito idiota, y no perdía una ocasión de ridiculizar a quienes lo ejercían.81 Luego repitió la idea de que, en las colonias, beber cola era una cosa totalmente normal y aceptada: que la gente lo hacía en su casa cotidianamente —brindando incluso a la salud de los circunstantes— sin que en ello hubiese significación oculta ninguna.82 Lejos de proceder del Viejo Mundo y, por lo tanto, poder tener que ver con ninguna ceremonia judía, el tabaco se cultivó en primer lugar en Suramérica: los relatos del papel del tabaco en ofrendas rituales —soplar sobre él o espolvorearlo— guardan claramente más relación con tradiciones andinas que no hebraicas;83 los indígenas andinos creían que el tabaco tenía propiedades sagradas y curativas, y sayri,
78. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 266. 79. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 266. 80. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 278v .Véase la nota 228. 81. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 278v-279. 82. AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 278v-279. 83. Para descripciones de usos rituales análogos de la coca, véase Murúa (1987: 436-437).
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que es como se dice en quechua «tabaco», era una palabra asociada a la realeza inca.84 De todas formas, la pretensión de que judíos e indios compartían prácticas rituales no era una novedad del entorno de Mañozca: antes vimos que Antonio Vázquez de Espinosa, clérigo sin vínculos con la Inquisición, creía también en un origen común de judíos e indios —por cuya virtud se explicaría lo afín de sus «ritos» y «ceremonias»—.85 Tampoco en beber cola había resonancias de rituales judíos. Planta y bebida de gran popularidad en África, la cola se llevó al Nuevo Mundo con el tráfico de esclavos. Cosa, de hecho, de todos conocida —según recién vimos que argumentaba Manuel Bautista Pérez— en Cartagena, uno de los principales emporios españoles de esclavos. Con que también Mañozca debía de saber muy bien esto. A Manuel Bautista Pérez, convertir el beber cola y esnifar tabaco en prácticas judías heréticas le parecía un disparate igual de grande que a nosotros. Es verosímil, sin embargo, que la atmósfera intelectual y emocional de la comunidad de colonos españoles —en la que las corrientes antisemitas convergían con el miedo a indios y negros— convirtiese tamaña distorsión ideológica en una retórica convincente, y que la atribución de rasgos andinos y africanos a los herejes judaizantes acabase cayendo en la esfera cultural de lo posible o verídico.86 Resulta chocante el que se asociasen con las prácticas del judaísmo bienes que emanaban de procesos esenciales para el proyecto colonial español (la conquista de los indios y la expansión del tráfico de esclavos africanos). El comercio global y la mano de obra barata eran pilares de la empresa colonial de España y los cristianos nuevos/portugueses/judíos eran figuras clave de aquella ecuación. Estos dominaban, en efecto —en términos, al menos, de estereotipos—, el comercio internacional, mientras que indios y negros representaban para la colonia su fuente de mano de obra barata. Ambos colectivos eran, pues, necesarios para el buen suceso de los esfuerzos españoles a escala global. Hacia ambos la actitud era de recelo. 84. Véase al respecto Cobo (1983: 179-181) y Guamán Poma (1980: 441-445). 85. Véase Vázquez de Espinosa (1948: 19). 86. Contrariamente a la imagen popular de la Inquisición española, los inquisidores no tenían vía libre para inventarse testimonios. Había toda una serie de complejos protocolos de cuya observancia dependía la validez de declaraciones y pruebas, y los veredictos necesitaban siempre el visto bueno de instancias superiores.
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Los comerciantes cristianos nuevos, los esclavos africanos y los vasallos indios colonizados quedaban todos fuera de las instituciones tradicionales que, hasta que el colonialismo empezó a cambiar las reglas, habían estructurado la vida en la Península Ibérica. En modos culturales y económicos diversos, cada uno de estos colectivos representaba las nuevas relaciones sociales del mundo moderno en ciernes. Y esta forma de discriminación cultural deja entrever tanto las tensiones que alimentaban la economía moderno-colonial en curso, como unas relaciones de dominación política (aparte, claro, del ordenamiento cultural en el que ambas reposaban). Para muchos españoles, el Perú era una tierra de oportunidades inalcanzables en Europa, pues, lejos de la vigilancia de la metrópoli, el Nuevo Mundo llevaba aparejada la promesa de que algunas de las restricciones que en la península obstaculizaban la permeabilidad social, allí serían menos estrictas o se pasarían por alto.87 En las colonias, donde la actividad mercantil era motivo de riqueza, los individuos más acaudalados pasaban a constituir una «aristocracia» colonial, de lo que valga de ejemplo el propio Manuel Bautista Pérez, quien hizo suyas cuantas costumbres y convenciones se consideraban propias de un noble próspero: pertenecía, sí, a la cofradía religiosa más prestigiosa de Lima, era generoso (auspiciaba fiestas y daba limosna), se vestía al modo refinado de los aristócratas, y era un patrono de gran reputación; en contrapartida de lo cual, y como cuadraba a tan noble conducta, la sociedad limeña lo trataba como a un patricio.88 Luis de Lima, comerciante natural de Portugal a quien ejecutaron con Manuel Bautista Pérez, expresaba, por su parte, las esperanzas y expectativas que los aspirantes a aristócratas proyectaban en el Perú colonial: «Esta tierra del Perú era para los portugueses de promisión, hallando en ella riquezas, honra y estimación» (véase p. 81). Las transformaciones de la posición social que el Perú posibilitaba trascendían, de hecho, el simple estatus susceptible de comprarse con dinero. Los hombres y mujeres cristianos nuevos contaban del Nuevo Mundo historias de renacimiento (de bautismo renovado, dirían algunos). Muchos se decían allí cristianos viejos —no sin buenas razones,
87. Véase Lewin (1958: 74). 88. Véase Reparaz (1976: 36-38), así como AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 2-37v y passim.
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después de que la Inquisición empezase a perseguir a los nuevos—,89 mientras que otros, especialmente quienes contaban con parientes condenados por tribunales inquisitoriales españoles o portugueses, cambiaban de nombre. En ciertos casos, para no desentonar con el nuevo estatus que habían alcanzado en la colonia, llegaban a afirmar pertenecer a las familias más aristocráticas. Juan de Acosta, cuyo padre ya había declarado descender de la nobleza española, afirmó a su vez —valga de ejemplo— que él era noble y que tanto sus padres como sus abuelos estaban limpios de la menor mácula de sangre mora o judía.90 Manuel Bautista Pérez se vio envuelto en una serie de contradicciones sociales, en virtud de las cuales el prestigio del linaje y la jerarquía tradicional se oponía al prestigio concebido en términos de un ordenamiento moderno-colonial basado en el éxito mercantil. Este hombre de negocios reputado, próspero y poderoso, seguramente pensara que tenía derecho a ser considerado un aristócrata, y, teniendo en cuenta que, en él, una reestructuración de la genealogía resultaba más factible, el Perú era, sí, un sitio adecuado en el que realizar semejante deseo: allí él ya no era un cristiano nuevo (o casi no). Manuel Bautista Pérez declaró, en efecto, que procuraba vivir de modo que su ascendencia portuguesa-cristiana nueva se desvaneciese. Era claramente devoto, guardaba distancias con respecto a los portugueses hacía poco llegados a Lima, y hablaba y escribía en castellano —nunca en portugués— aun tratándose de mensajes ilegales que enviara desde la cárcel a amigos y parientes.91 Dijo expresamente que jamás contaba a nadie que era cristiano nuevo —ni a personas de su casa, ni a ajenas—, sino que siempre procuraba dar a entender que lo era viejo.92 Pero, aunque creía en la legitimidad de una jerarquía social que esclavizaba a los negros e imponía a los indios trabajos forzados, al mismo tiempo defendía el derecho de los buenos súbditos cristianos a ver reconocida su contribución al Imperio y a la Iglesia independientemente de su alcurnia. Y eso entrañaba un desafío a la definición racial de judaísmo de España y, con ella, a toda una estructura jerárquica social regida por las leyes de pureza de sangre y por el carisma aristocrático. 89. Véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 27v. 90. Véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 12, f. 37r, 37v. 91. Véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, ff. 248-249v, 260, 315v. Pérez especifica que nunca se expresaba en portugués en f. 315v. 92. Véase AHN, Inq., legajo 1647, nº 13, f. 342v.
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A inquisidores como aquel Juan de Mañozca, que presidió el auto de fe de 1639, esta pericia de los cristianos nuevos para vadear la jerarquía tradicional —aristocrática— de la sociedad ibérica les resultaba odiosa. Para ellos, el carácter abierto de la colonia —la permeabilidad de sus fronteras sociales— representaba una grave amenaza para el orden civil y moral. Y la presencia de cristianos nuevos/portugueses en el Perú colonizado no hizo sino acrecentar miedos relativos a otros puntos vulnerables de la estructura gubernativa colonial, concebida en términos raciales y de género.93 Las nuevas relaciones sociales que hacían posibles las condiciones de la vida en la colonia —condiciones que agrupaban a cristianos nuevos, negros e indios de diversos modos— contribuían a exacerbar todos los supuestos peligros de herejía que entrañaba el Nuevo Mundo. Para algunos tradicionalistas, una trinidad de pertinaces cristianos nuevos/portugueses, indios reacios y negros petulantes conspiraba contra la divina misión de España de gobernar una virtuosa y militante colonia católica. Los inquisidores de Lima se veían a sí mismos —así, al menos, se presentaban— como los defensores de semejante consorcio colonial y sostenían, como Mañozca, que su labor religiosa no solo impedía el perjuicio de índole espiritual que los judíos clandestinos podrían infligir en el Perú sino, además, el de índole política. En los años 30 del siglo xvii, los inquisidores del Perú fomentaron, pues, una cultura de cariz racial, entreverando estereotipos de cristianos nuevos, indios y negros como parte de una etiología del miedo y la culpa; pero otras etiologías ofrecían visiones distintas de la situación de la colonia. En la crónica de protesta de mil páginas que dirigió a la Corona, el cronista indígena peruano Felipe Guamán Poma de Ayala esbozaba, en efecto, un panorama bien distinto de los cristianos nuevos y la justicia colonial. Católico devoto, pero tremendamente crítico con la llamada herencia cristiana española en el Perú, Guamán Poma sostenía que los indios —aun los paganos— se conducían más como cristianos que los españoles.94 Y, llevando a extremo el juego de ironías de los estamentos y la justicia social, pedía al rey, en diálogo retórico
93. Sobre el miedo de las autoridades al «desarreglo» de las estructuras raciales y de género, véase Silverblatt (2000). Sobre el miedo de las mismas a la capacidad de indios y mestizos para hacerse pasar por españoles, Spalding (1974). 94. Guamán Poma 1980: 339, 822, 863.
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con la Corona, que considerase el hecho de que hubo un tiempo en el que la nación española era judía.95 ¿Quiénes eran, así, en la colonia —a ojos de Guamán Poma— los cristianos nuevos (y auténticos)? Los únicos que podían alardear de ello eran entonces «indios y negros»96. Traducción Manuel Cuesta (mnl-cuesta.blogspot.com)
95. Ibíd.: 882. 96. Ibíd.: 533.
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El proceso de Gerónimo de Covarrubias Portatui. Una autodefensa pertinaz y poco común en el Santo Oficio novohispano (siglo xviii) 1
María Águeda Méndez El Colegio de México
Mucho se ha estudiado, dicho y escrito sobre las actividades del Santo Oficio en la Nueva España. El aparato eclesiástico estatal, cuyas funciones estaban circundadas por la propagación de la fe, incluían principalmente el exterminio de los errores en su interpretación y seguimiento, la extirpación de la heterodoxia de índole religiosa y, desde luego, propugnaban la observancia de la doctrina católica. Encarnación del poder español impuesto, al ser establecido se constituyó en un medio efectivo de control y mantenimiento del orden. Autoridad que conllevaba normas doctrinales de pensamiento y obra: desobedecerlas podía redituar en denuncias, procesos, sentencias, castigos severos e inapelables e incluso la muerte. Como es lógico, todo ello causaba temor en la población. Consecuencia de tales procedimientos fue la represión del quehacer intelectual y una siempre presente e irrefrenable incidencia en la vida cotidiana. Aún hoy en día, la Inquisición llama la atención de muchos, que las más de las veces piensan en brujas quemadas en una hoguera, durante un auto de fe público y ejemplarizante o en reos sometidos a crueles tormentos. Esta opinión tan manida sobre tales sucesos no es del todo 1. Una versión preliminar de este trabajo, bajo el título «El affaire Portatui o las arbitrariedades atribuidas al Santo Oficio novohispano (siglo xviii)», fue presentada en el xvii Congreso Internacional de la Asociación Internacional de Hispanistas, que se llevó a cabo en Buenos Aires, Argentina, del 15 al 20 de julio de 2013.
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cierta, pues como aclara José Luis Abellán: «la tortura —en la que tanto se ha insistido al hablar de la Inquisición— no constituye su rasgo más característico. De hecho, hoy sabemos que la tortura se practicó muy poco —apenas en un 10% de los procesos».2 Por otra parte, es preciso aclarar que, «en el proceso inquisitorial el tormento mantuvo siempre su condición de prueba subsidiaria a la que sólo se recurre [...] cuando resulta imposible llegar a la averiguación de la verdad por otros medios [...y] en los casos de condenas graves»;3 por tanto, solo se empleaba como último recurso. Aunque sí se vivía en un ambiente en el que «cada uno se constituía en guardián del vecino, aun del próximo pariente, tanto para observar y delatar, cuanto para andar precavido a cada momento: un gesto, una palabra, una alusión en unos segundos de confidencia imprudente o de relajación de la guarda cuidadosa, y podía desencadenarse la tragedia».4 En el momento que nos ocupa, «habían llegado ya los días de la revolución francesa, cuyos ecos fueron a repercutir en aquellos lejanos y apartados dominios y vemos de repente formarse en México algunos procesos interesantes que reconocieron por base aquel memorable suceso».5 * * * En este ámbito rígido de orden coercitivo, mantenido a base de vigilancia y censura, hizo su aparición Gerónimo de Portatui y Covarrubias, en 1775. Sus padres, Juan Portatui, comerciante, fallecido hacía muchos años, y Juana Covarrubias, eran ambos oriundos de Urdos, en la provincia francesa de Bearne,6 donde había sido criado en la fe católica, bautizado en una parroquia de la ciudad y confirmado por
2. Abellán 1984: 549. 3. Gacto Fernández 1999: 22. 4. Alcalá 1982: 56. Aunque el estudioso español se refiere a la sospecha de ser judaizante en España, en el xvi, otro tanto de lo mismo podría decirse del ámbito represivo impuesto por la Inquisición en tierras novohispanas. 5. Medina 1952: 311. 6. Antigua provincia francesa situada al pie de los Pirineos, en el país vasco francés, colindante con el sur de Navarra, Aragón y Armañac. En línea: . [Fecha de consulta: 10 de junio de 2013].
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el obispo de Olexon. Cuando tenía ocho años la familia se trasladó a Valencia; vivió Gerónimo allí muchos años, después estuvo trabajando en Cádiz —empapándose de conocimientos de contaduría—, hasta que partió hacia tierras americanas y, según aclara, nunca volvió a pisar territorio francés.7 Solo conoció a tres de sus once hermanos: José, el mayor, que fue fiscal togado de la Superintendencia General de Policía de Madrid;8 Juan Pedro, que ya estando Gerónimo en la Nueva España pasó a dedicarse al comercio en Cádiz (con ambos mantenía relación epistolar); y Juana, menor que ellos, nacida y casada en Valencia. De su parentela,9 dijo que todos los de su genealogía han sido de limpia casta y generación, de católicos, christianos viejos, honrrados y distinguidos en su país con muchos parientes ecclesiásticos y del estado noble con presentación de curatos y otras preminencias, y aun se acuerda haber oído que el apellido de Portatuy es corrompido en lugar de Porta Din, en memoria de algún echo católico de la familia.10
Por otra parte, el primogénito de sus hermanos le había participado en una carta que tengo en mi poder las partidas de bautismo de 10 de nuestros progenitores, que mandé sacar de los Archivos para acreditar en esta Corte mi ascendencia limpia y honrada. Con ellas hay otro documento que califica la distinción de todas las familias, cuyos apellidos tuvieron nuestros
7. Inquisición de México. «Año de 1794. Quaderno 3º de autos que se siguen contra don Gerónimo Portatui y Covarrubias. (Resulta contra don Daniel Osulivan. Ya murió. El denunciador gachupín). Legajo 9. Secretario Torrecillas». Archivo General de la Nación México [en adelante AGN], ramo Inquisición, vol. 1506, quaderno 2, f. 58r. (En esta y las demás citas de documentos se resuelven las abreviaturas, se respeta la grafía y se modernizan la acentuación y puntuación). 8. Carta de Juan Pedro Portatui Covarrubias, 18 de octubre de 1791. «Correspondencia de Gerónimo Portatui de Covarrubias, 1782 a 1790». AGN, Inquisición, vol. 1310, exp. 8, s/f. 9. Fuera de la familia nuclear declaró no conocer ni tener información de ningún otro miembro. 10. Año 1794. Acusación fiscal contra don Gerónimo Covarrubias y respuesta. Por el Santo Tribunal de la Ynquisición de México. Legajo 9. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 3, f. 1v.
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antepasados. Todo está en forma legalizado, autenticado por el obispo, traducido al castellano por el traductor general del Reino, aprobado por el Supremo Consejo de Castilla y, en fin, nada le falta para acreditar en cualquier parte de los dominios del rey de España la calificación de su familia a cualquiera que pruebe ser hermano mío. Bajo de este supuesto, podrás gloriarte de ser tan honrado como cualquier otro y de tener un hermano abogado del Ilustre Colegio de Madrid, que para entrar ha sufrido las mismas pruebas, y aun más rigurosas (pour être étranger) como los que quieren vestir uno de los hábitos de las cuatro órdenes militares. Cuando necesites tales documentos, yo te los enviaré.11
Declaró, asimismo, no saber «si alguno de ella haia sido procesado ni penitenciado por el Santo Oficio ni por los santos obispos por delitos de fe, ni el confesante asta la presente».12 Dejaba en claro, así, pertenecer a una familia, a su modo de ver, a todas luces intachable. Después de haber tenido varios empleos desde su llegada, Portatui llegó a ser contador en el Tribunal de Cuentas de México, un tiempo en la Renta de la Pólvora y otro en la de Tabaco. Al parecer su hermano José había sido amigo del ministro José Urrutia que, con el oidor Emeterio Cacho Calderón, «se perfilaban como hombres cercanos al ex virrey Revillagigedo».13 Por lo anterior, es lógico que hubiera influido en que su pariente consiguiera empleo en la Real Hacienda, pues por buenos informes de su aptitud, recomendado en Madrid al señor conde de Revilla Gigedo, lo colocó de oficial en el Tribunal de Cuentas, sin haber salido de México más que a las dichas cuentas, y en todo el discurso de su vida ha tratado con personas de todas clases, según los asuntos que se le han ofrecido, y con personas de honor y distinción, no con personas sospechosas que él sepa, y menos en materias contra religión.14
Por otra parte, su hermano mayor le había reiterado que si necesitara alguna recomendación para conseguir una buena ocupación, él se haría cargo: «Como tú permanezcas en ese reino, y acopies dinero, yo te aseguro sacarte un buen empleo en ese país; y los años de servicio 11. Carta de José de Portatui a su hermano Gerónimo. Madrid, 20 de noviembre de 1777. AGN, Indiferente Virreinal, vol. 2344, exp. 25, s/f. 12. Ibíd., f. 2r. 13. Torres Puga 2010: 514. 14. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno. 3, f. 3r.
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que tienes, presentados con un aspecto favorable, no dejarán de valer [...;] no te faltará un hermano que sostenga tus derechos, y te defienda en cualesquier ocasión».15 En otra carta, fechada el 24 de diciembre, le comunicó: «inclusas te remito algunas cartas de recomendación para los sujetos que expresan, que en ese Reino hacen no poco papel; todo con el fin de darte no sólo a conocer en las personas de distinción en ese país, sino también para que te favorezcan y protejan (si se te ofrece) y logres la estimación que te corresponde».16 * * * Gerónimo parecía llevar una vida tranquila, falta de problemas. Muchas veces por las noches se veía con conocidos y comensales en el Portal de Mercaderes y hacían lo que según parecía eran tertulias entre amigos en un ambiente de agradable cordialidad; en ellas se discutían las noticias que llegaban de Europa y de Francia en particular. En estas reuniones, que, según informa Gabriel Torres Puga, se daban también en teatros, mercados, plazas, atrios o corredores de instituciones eclesiásticas y de gobierno, se intercambiaban opiniones y escritos, pero como bien se pregunta el historiador mexicano, «¿hasta dónde llegaba el murmullo de las conversaciones privadas?».17 El siempre atento Santo Oficio se enteró y, como se verá después, no solo por ello tuvo que ver nuestro personaje con el infamado tribunal eclesiástico. Según coinciden algunos estudiosos como Jean René Aymes acerca del impacto de la Revolución francesa, se dio una «nueva sociabilidad» que bien pudo «haberse gestado en los cafés y las tertulias, donde se discutían las impactantes noticias que llegaban de Francia».18 Consciente de tal fenómeno, la Inquisición novohispana evidentemente se valió de sus delatores y espías —sus llamados «familiares»— para informarse de lo que pasaba en los sitios reservados donde se congregaban algunos a discutir y comentar las novedades de allende los mares.
15. Carta de José de Portatui a su hermano Gerónimo. Madrid, 20 de noviembre de 1777. AGN, Indiferente Virreinal, vol. 2344, exp. 25, s/f. 16. Ibíd. 17. Torres Puga 2010: 34. 18. Cf. Ibíd.: 25.
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Había dos de estas reuniones que llamaron la atención del tribunal hacia mediados de 1793: la que se daba en casa de Juan Aroche, frecuentada en su mayoría por franceses, Portatui entre ellos, y la que tenía lugar en la botica de Leandro de la Peña, en la calle de Plateros, a la que también asistía. «Es probable que fuera el oidor José Urrutia, amigo cercano de Covarrubias, quien disolvió ambas reuniones, tal vez con un ánimo más de protección que de reprimenda».19 * * * Sabido es el cuidado, orden y detenimiento con que el Santo Oficio recababa y resguardaba celosamente la información que le llegaba, ya para su uso inmediato, ya para su uso posterior: La coincidencia plena de intereses entre la Inquisición y el gobierno virreinal sólo se produjo con la llegada del Marqués de Branciforte durante la guerra contra la Convención francesa (1793-1795). En aquella época había en la Nueva España varios tribunales que podían actuar para castigar los delitos flagrantes de seglares y eclesiásticos. Pero ninguna institución oficial se podía equiparar a la Inquisición en el registro de información sobre expresiones, palabras e ideas, no sólo sobre religión sino también sobre política.20
Covarrubias Portatui tenía fama de afrancesado y cuando le venía bien se vanagloriaba de ser galo, aunque muchos de sus contertulios lo consideraban catalán;21 además, hablaba libremente de las noticias que le llegaban: «constituía una alternativa para sujetos interesados en conocer información privilegiada y contraria a la proporcionada por los vehículos legales».22 Por otra parte, se le acusó de ser antiespañol por decir cosas como: «que no podíamos saber lo que convenía; que los franceses havían sido en todos tiempos los sugetos más doctos que havía tenido la Europa y que, pues [si] lo havían hecho, sabían lo que convenía». Tal comentario hizo espetar al representante del Santo
19. Ibíd.: 480. 20. Torres Puga 2009: 285. 21. Torres Puga 2010: 480. 22. Ibíd.: 543.
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Oficio que Covarrubias se había manifestado «aprobante de máximas antirreligiosas francesas, la rebelión, el regicidio, la inhumanidad, y demás excesos».23 Asimismo, después de haver alabado la conducta de los de la Asamblea, dixo: «que el hombre cumple observando sus derechos, que repudiando al rey lo hace por el conocimiento que tiene de que este no tiene ningún derecho para señorearse entre sus semejantes. Y así, en estos hechos públicos, ha procurado (el hombre) [que] no se establezcan leyes sin su consentimiento». Discurso [...] incompatible [con] la existencia de la persona del monarca, y que en consecuencia prueba que ha sido lícita y justa su muerte y los franceses han cumplido observando en esto sus derechos [...]. Que es todo el sistema de los impíos, creído y alabado por este reo para el caso de la muerte del rey de Francia, y conspirazión contra todos los reyes.24
Por este tipo de comportamiento, y otros que se verán después, el 5 de septiembre de 1794 Gerónimo Covarrubias Portatui fue apresado por el Santo Oficio, en su lugar de trabajo, y recluido en sus cárceles secretas. Se siguió el curso normal, se presentó la acusación del fiscal y con la comparecencia inicial que se ha mencionado, empezaron a correr las audiencias de oficio. En octubre del mismo año, en la acusación del secretario don Juan Nicolás Abad, que hacía de fiscal, entre otros muchos cargos, se incluyó el de la circulación de un pasquín antimonárquico «sedicioso, que excitó el celo y la vigilancia del gobierno».25 Esta fue la gota que derramó el vaso inquisitorial: a Portatui le había parecido de poca importancia. Para colmo de males, es justa y mui fundada la sospecha de varios testigos de ser este reo el autor del pasquín sedicioso que apareció fixado en el portal de Mercaderes de esta ciudad contra la Religión y el Estado.26 [...] Ha sido reputado por [...] partidario de la Asamblea francesa. [...] Y [...] es prueva de que sigue la máxima de la libertad de los impíos según el sistema de los franceses insurgentes, la constancia que hay de haver dicho que “el hombre nació libre y que no deve estar sugeto a nadie”, proposición absoluta e intergibersable, 23. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 2, f. 11r. 24. Ibíd., f. 12r. 25. Ibíd., f. 76r. 26. Ibíd., f. 13r.
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idéntica con la que los franceses promueven para excitar la rebolución del mundo contra los legítimos soberanos.27
Por lo anterior, para el fiscal era muy claro que ninguna cosa prueba tanto que hablaba como sentía y que sus sentimientos eran nacidos de un fondo verdaderamente heretical, como no haberle contenido ni las amenazas del señor virrey, que [...] llamándolo le dixo que lo pondría en un castillo si no se contenía, ni el temor del Santo Oficio con que se le conminó por muchas personas encandecidas con sus proposiciones heréticas y sediciosas y, mucho más que todo, haber dicho que el pasquín [...] no tenía sustancia, como si no fuera un atentado enorme conmober al pueblo contra la religión y el Estado, que es la sustancia y fines del pasquín; porque como ese reo era de la opinión que se ha dicho, de exterminar el trono, arruinar el altar e introducir la livertad absoluta, no le hacía fuerza el contexto monstruoso del pasquín.28
De tal testimonio, el Santo Oficio dedujo que seguramente Gerónimo tenía información privilegiada, pues deviendo suponerse que el autor del pasquín tendría comunicazión con los franceses, ya fuese directamente por sí o por medio de otros, hay no leves indicios de que la tenía este reo, fundado de que a los principios en tiempo de Dumoniver, quando fue público que la Asamblea havía despachado comisarios por el mundo para conmober los pueblos, se notaba que este reo tenía anticipadas las noticias y las daba antes de publicarse, lo que no podía ser sino, o teniéndolas directamente o adquiriéndolas de algún oculto comisario que aquí huviesse o de algún cómplize con quien estuviese unido para excitar la sedición que meditaban, sobre cuio particular pido se obligue a este reo por todos los medios que admite el derecho a que declare personas, intentos y tiempos con todo lo demás necesario para alcanzar la verdad en un asunto tan grave. Y también deve decir de quién adquiría las gazetas de Olanda, por cuia lectura [...], que decía que sabía mucho en estas materias de los franceses.29
27. Ibíd., f. 74v. 28. Ibíd., f. 76r-76v. 29. Ibíd., f. 13r-13v.
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Es evidente que de la opinión del fiscal sobre la forma de proceder de Portatui se puede pensar que era de suma importancia para los fines inquisitoriales, pues en sus consideraciones, si bien importaban los asuntos políticos, también podían revelar influencias heréticas del acusado. Es preciso recordar que Si el Estado Moderno [...] no fue capaz de romper con la estratificación estamental de la sociedad —antes bien la mantuvo y se imbricó en ella— sí buscó campos políticos desde donde poder neutralizar las instituciones de carácter autónomo, el esquema regalista dado a la religión y a la Iglesia fue en provecho de esa neutralización, al menos en sus principios teóricos. De todos es sabido que, para el Príncipe, el primer elemento de ordenación social es la unidad; unidad en lo jurídico y —sobre todo— unidad en la fe. Es obvio que el disidente religioso rompe esa unidad —base de la paz política y de la justicia— porque la herejía, como indicó Tomás y Valiente, es delito y es pecado. En una sociedad sacralizada, la herejía, porque viola la ley divina, viola también la ley civil, que no es otra cosa que espejo y reflejo de aquella.30
De esta manera, en la sentencia que se le dio a nuestro personaje, se declaró que, ante el dicho del reo en cuanto que «el emperador hacía bien de no consentir que el Papa se mezclase en los puntos de gobierno de sus reinos, pues para esto tenía bayonetas para contenerlo, porque a título de eclesiástico se quería entrometer en los puntos del gobierno», era manifiesto «que este reo en esta y sus otras proposiciones sobre esta materia no ha hablado por motivos políticos sino por los hereticales que le dominan».31 Sin embargo, la participación de Gerónimo en el grupo de los llamados afrancesados no resultó ser todo lo relevante que parecía en un principio y, si bien tuvo que ver con su sentencia, como se revisará más adelante, no fue decisiva. Se ha observado antes que la Inquisición de la Nueva España, por ser parte de un Estado totalitario, tenía que ver con asuntos políticos; si estos, además, constituían una herejía, debía condenar a los reos por ellos. En el caso de Portatui, el tribunal lo consideraba un individuo amenazador por su labor, que se podría describir como 30. Tomás y Valiente 1976. Apud Contreras 1984: 125. 31. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno. 3, f. 67r-67v. Énfasis mío.
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quintacolumnista, y en un momento llegó a considerar peligrosa su permanencia en el país. Se corrió el rumor de que había un complot de levantamiento contra del Estado Español por parte de muchos franceses y seguidores que estaban a favor de las ideas y el régimen de Francia. Algunos fueron procesados por Joaquín Romero de Caamaño, alcalde de la ciudad, como los peluqueros Juan Malvert y Nicolás Bardel y el cocinero del virrey Revillagigedo, Juan Lausel; después fueron juzgados por la Real Sala del Crimen.32 Asimismo, con la aparición del pasquín fueron procesados por la Inquisición varios más, entre los cuales estaban los comerciantes Juan Pablo Catadiano y Esteban Enderica, Gerónimo Covarrubias Portatui, Juan Antonio Montenegro (vicerrector de academia en el Colegio de San Juan de Guadalajara), el médico Esteban Morel, el militar Juan Murgier y, de nuevo Juan Lausel.33 Como era de esperarse, en las llamadas publicaciones de testigos todos declararon lo que sabían y que quizá los exonerara; los no procesados por el Santo Oficio esperaban no provocar sus sospechas. Juan Antonio Montenegro dijo que «viviendo en compañía de Zagarola, Velasco y Gorriño, un tal Cobarruvias fue a visitar a éste, y entre las conversaciones se habló de la presente guerra de Francia, a que se mostró dicho Cobarruvias sumamente aderido, y tanto más quanto los tres criollos le manteníamos lo contrario, hasta que finalizó diciendo que él tenía noticias originales».34 Del mismo tenor fue la exposición del colegial de San Ildefonso, Manuel Gorriño, «que de Don Gerónimo Covarrubias tiene formado concepto que sí aprueba las ideas de la Asamblea sobre materias políticas y de govierno, pues [...] le ha dicho que ahora están mejor las cosas que lo que estaban antes».35 Nicolás Bardel añadió que tubo conversaciones con Portatui, y que en ellas oió a éste que decía en varias ocasiones que havían hecho bien los franceses en remediar muchos abusos que havía en los derechos y costricciones [sic]. Que hablando de la conducta de los reyes de Francia dixo Portatui que el rey bebía mucho y la reyna hechava el dinero fuera del reyno. Que siempre vendrían los
32. Véase Torres Puga 2010: 440. 33. Ibíd., cuadro 4, p. 464. Solo se incluyen aquí algunos que testificaron contra Gerónimo Covarrubias. 34. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 3, f. 69r. 35. Ibíd., ff. 70v-71r.
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franceses a conseguir lo que querían, que era la libertad de derechos y que así con el tiempo vendrían las demás naciones a seguir las propias máximas. Que ia no tubo más contestaciones porque tubo riña con él, motivo a que lo molestava continuamente como lo hacía con todos los franceses, preguntándoles por las noticias que corrían y meneándoles la contestación de Francia.36
Así continuaron los demás y otros muchos en este proceso contra Gerónimo y otros galos, en el que hubo de todo, hasta dos suicidios. El primero, del capitán Juan María Murgier a quien fue a visitar el médico de presos, Juan Francisco Rada, sin tener la precaución de retirarse la espada antes de bajar a las cárceles secretas. Se hizo de ella el soldado francés, atrancó la puerta por dentro y amenazó con matar al doctor Rada y quitarse la vida si: a) no se le daban dos pistolas, balas y pólvora, b) su proceso original para leerlo y quemarlo y c) un documento que lo declarara inocente, haber sido preso injustamente, se le restituyera el puesto, honor y admiración que solía tener y que nunca más tendría nada que ver con el Santo Oficio. Puso como plazo las doce del día. Los inquisidores deliberaron, avisaron al virrey, ya que el tribunal no podía sujetar al reo «con la fuerza». El gobernante envió a un sargento mayor para tales menesteres. Se hicieron los documentos necesarios y, a las cuatro y media de la tarde, salieron «un breve rato a tomar algún alimento, porque estábamos con sólo el desayuno de la mañana antes de las siete».37 Enviaron al sargento para que se identificara y comunicara al reo que la Inquisición no tenía que ver con él y —ya libre—, se le llevaría con el virrey. Por ello se le mandó abrir la puerta y entregar la espada. Al no responder, el mayor mandó liberar el acceso; al primer golpe Murgier se atravesó el pecho con el arma. Finalmente, como no pudieron absolverlo sacramentalmente, aunque un secretario lo condonara sub conditione,38 ya no estaba en condiciones de responder afirmativamente que abrazaría la religión verdadera. Como estaban seguros de que había muerto impenitente,
36. Ibíd., f. 79r. 37. Medina 1952: 314. Énfasis mío. 38. Puede el sacerdote hacer actos de Fe, Esperanza, Caridad y Contrición con el hereje, preguntarle que si estuviera en la verdadera religión la aceptaría y si se confesara pediría la absolución. Si la respuesta fuera afirmativa se le podría absolver sub conditione si dispositus es. Véase Saranyana y Alejos Grau 2005: 279.
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lo enterraron en «lugar profano»,39 no obstante la validez de la exculpación. El suceso tuvo lugar el 11 de noviembre de 1794. Y resulta lógico, pues según el modo de pensar de los inquisidores, después de todo, había sido encarcelado por hereje. Tres meses después, el 15 de febrero del año siguiente, el doctor Morel también puso fin a su vida. Atrancó la puerta, tomó las despabiladeras40 y se degolló con ellas. Lo encontró el alcalde de cárceles al llevarle el desayuno, cuando estaba a punto de expirar. Se dio aviso a las autoridades, fue a verle el inquisidor Bergosa ¡«reconviniéndole por su acción, sin que Morel le contestase sino mirándole con ojos airados»!41 Falleció el médico a las diez y veinte de la mañana y se le enterró aquella misma noche en la iglesia de Santo Domingo. Después de muchos interrogatorios, testimonios, audiencias y demás, el Santo Oficio llegó a la conclusión que la llamada conspiración no había sido tal ni había verdadero peligro. La Inquisición, por los archivos de información que tenía era la indicada para aclarar si de verdad existía tal confabulación contra el gobierno español y en qué lugar se estaba llevando a cabo, razón por la que el virrey Branciforte le encargó la investigación. Gabriel Torres Puga, al hacer una revisión exhaustiva de los materiales, concluye que «tres individuos sobresalían en las numerosas declaraciones de los acusados: Juan Aroche, Esteban Morel y Jerónimo Covarrubias Portatui. Probablemente ninguno planeaba hacer una revolución en la Nueva España. Pero no hay duda de que la Revolución francesa los había fascinado, y que fueron ellos los principales divulgadores de información sobre los asuntos políticos de Europa».42 * * * Pero no paró todo allí, pues al correr el proceso de Portatui se le descubrieron pecados indignos de un católico observante y practicante de su religión, amén de que algunos de sus actos eran transgresiones imposibles de condonar. Sucedió que en varias ocasiones y en parajes 39. Ibíd., p. 315. 40. Tijeras con que se espabilan velas y candiles. Diccionario... 2012: s. v. 41. Medina, 1952: 315. Admiraciones mías. 42. Torres Puga 2009: 286.
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públicos dijo nuestro personaje que «los religiosos son unos bribones ociosos y polilla de las repúblicas». Además, que las monjas son unas putas [...;] los frailes son unos cabrones [...;] los religiosos son unos pícaros vagamundos que se meten a frailes por asegurar la torta, que por lo común están amancebados y valía más que se casasen. Que las religiosas son unas vagamundas ociosas, [que entraban forzadas y obligadas de sus padres contra su voluntad]43, que están encerradas sin servir de nada al mundo, que mejor era que estuvieran en la calle y no encerradas, que así se multiplicaría el mundo, que es lo que servía para que hubiera criaturas que alabasen a Dios.44 [...] que sería bueno «que se casasen los frailes y las monjas, pues así darían producto al mundo».45
Tales excesos enardecieron a más de uno y hubo ocasión en que «[si] no pasó más adelante este furioso y horrible desbocado fue porque vio irritado a [un] sugeto, de modo que llegó a decirle que lo haría callar a trancazos».46 Más peligroso aún que el daño físico en una reyerta, con este tipo de manifestaciones Portatui incidía de lleno en los terrenos del Santo Oficio que, ni tardo ni perezoso, arguyó en su proceso, que estas eran proposiciones terminantes contra el instituto monacal y que manifiestan bien quán empapado está este reo en las máximas de los falsos políticos y espurios cristianos que, como ecos de Lutero, Calvino y demás enemigos de la Iglesia, reprueban las órdenes religiosas y el celibato sagrado.47 [...] Es de creer que procuraba propagar la herejía anterior48 a otros el mismo error por el medio bien conocido de todos los hereges, que es desacreditar los individuos para destruir el estado eclesiástico, aun con horrendos falsos testimonios. [...] No la razón sino la pasión y odio a la Iglesia y sus ministros ha gobernado sus acciones y su lengua como a los herejes y sus secuaces.49
43. Ibíd., f. 66v. 44. Ibíd., f. 66r. 45. Ibíd., f. 65v. 46. Ibíd., f. 66r. 47. Ibíd., f. 65v. 48. Ibíd., f. 66v. 49. Ibíd., f. 67v.
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Así, era tal su encono hacia las instituciones monásticas que dijo que «aunque no obedeciéramos al Papa no quedábamos excomulgados», añadiendo que «el concilio es sobre el Papa y que este no es infalible en sus decisiones, si no es aprobándolas y admitiéndolas la Iglesia universal». Arremetió de nuevo el tribunal al insistir que el reo era un hereje que pretendía abrir la puerta a un cisma, pues sus dichos conducían «a que los fieles perdiesen aquella pía fee, bien fundada con que, creiendo lo contrario, se mantienen en la verdad de la Iglesia Cathólica, que él quería destruir».50 * * * Parte de la autodefensa de Portatui se basó en argüir repetidamente su ignorancia sobre la razón por la que el Santo Oficio lo había mandado prender y encarcelar. Por lo demás, entre los denunciados ante el tribunal esta era una conducta regular. En su primera comparecencia, Dijo que [no sabía] nada absolutamente ni presume haber dado motivo alguno para ser preso por el Santo Oficio. A la monición de estilo dijo que sin embargo de la monición de que se ha echo cargo y queda impuesto, no se acuerda haber cometido cosa alguna contra la religión ni sabe de otra persona que haia incurrido en delitos pertenecientes al Santo Oficio y si los supiese los declararía con toda ingenuidad y verdad, como lo hará de qualquiera cosa que se le ofrezca a su memoria, y por lo mismo suplica que se le trate con misericordia y sea despachado con la brevedad posible, porque no puede decir otra cosa sin faltar a la verdad ni sin lebantar a sí ni a otros falso testimonio, lo qual no le permite su conciencia ni lo quiere el Santo Oficio, y que todo lo dicho es la verdad, so cargo del juramento fecho sin tener que añadir cosa alguna porque como se le había leído lo había producido.51
Así las cosas, y como se ha visto, el tribunal recabó información desde que el contador francés le pareció sospechoso. El 6 de noviembre de 1794 —aproximadamente diez meses antes de aprehender a Portatui—, fue llamada a testificar María Xaviera de San Felipe Neri,
50. Ibíd., f. 68r. 51. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 2, f. 3r-3v.
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«en el siglo» de apellido Cuesta, profesa de coro y velo negro, de treinta y un años de edad. Declaró que sabía de Gerónimo Covarrubias porque era conocido de su madre, pues vivían en casas contiguas en la calle de San Agustín. Dijo que la primera vez que reflexó la que declara en que dicho don Gerónimo podría tenerla alguna inclinación, fue estando en el balcón de su casa, en el que le hizo advertir la ama de llaves que él la estaba mirando desde la calle como embobado, y tanto, que se le calló el sombrero de la caveza al caño, a lo que no pudo menos de reírse [...] e immediatamente se quitó del balcón. Seis meses después, en el último día de Carnestolendas del año de ochenta y uno, entró de seculara a este convento [...] a tomar exercicios espirituales, porque haviendo estado desde la edad de siete años en él, con motivo de tener dos hermanas religiosas y tres tías, se hallaba con inclinación a recivir el santo hábito. A poco tiempo de estar en el convento, un día por la mañana, estando [...] con su madre en la puerta regular, llegó un mozo de bastante edad, del que ignora y ha ignorado siempre el nombre y apellido, y la entregó una carta y un cunete de pescado, diciéndola que de parte de d[o]n Gerónimo Cobarrubias lo reciviesse. Immediatamente llevó la carta cerrada a su confessor, el bachiller don José Castañeda, que se hallaba en la sacristía, se la entregó y éste la preguntó si dicho don Gerónimo era su conocido. Y respondiendo que lo era de su madre, la dixo “«pues recibe el pescado». Más, la que declara, ni leyó la carta ni supo su contenido.52
Tiempo después, en el año 81, llegó otra misiva que recibió una moza, la leyó y se la dio a la hermana María Eusebia que la refirió al padre Castañeda, confesor del convento, sobre lo que decía: «él la hablaba de tú; en su contexto manifestaba confianzas que indicaban amistad ilícita con ella y se firmaba Gerónimo Cuesta y a ella la ponía María Xaviera Cobarrubias» Al enterarse, el sacerdote fue con el médico Valdés a casa de Covarrubias, «a reprehenderle su atrevimiento de escrivirla y le amenazaron con que se darían providencias para que se pusiera en un presidio».53 Sor María Xaviera profesó el 4 de agosto de 1782; poco después llegó un recado verbal del insistente francés por si necesitaba algo y, al morir su madre, otro; ella los respondió de igual manera con negativas. Siguieron llegando cartas del porfiado galo que
52. Ibíd., ff. 2v-3r. 53. Ibíd., f. 3r.
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alguien estaba respondiendo, pues la monja Cuesta no sabía leer ni escribir y las misivas no cesaban. En ellas, «además de expresarse con palabras indecentes, obscenas y de libertino, provocó, incitó y auxilió a la misma persona que amaba, aun en calidad de ya religiosa profesa, a más y más obscenidades, por medio de sus cartas y aun a que apostatase de su religión, para vivir con ella en incontinencia».54 A propósito de este amor ilícito comenta Pilar Gonzalbo: «Los doctores de la Iglesia advertían que en materia de sexualidad no hay pecado venial, sino que todas las faltas tienen carácter grave; tampoco existe pensamiento o deseo tan oculto y fugaz que no deba de exponerse ante el tribunal de la penitencia».55 Dado lo anterior, en este caso el futuro del atrevido Portatui cada vez se ponía más adverso para obtener la libertad que tanto ansiaba. Se presumía que el discurso amoroso estaba a cargo del varón y que la inocencia de las mujeres debía de llegar a tal grado que ni siquiera comprenderían el atrevido lenguaje de sus pretendientes. El pertinaz galanteador de la novicia poblana doña Xaviera de Covarrubias, [como la llamó en una de sus cartas] le advertía para tranquilizar su conciencia: «Yo, Niña, en mi carta no te dixe nada de picante, sólo te dixe lo que te gustaba, según yo mismo he experimentado».56 El seductor disponía así de todas las ventajas, al contar con su capacidad de persuasión y con la ignorancia de sus posibles víctimas.57
Ante tal evidencia, el tribunal se dedicó entonces a hacer los interrogatorios pertinentes. Se llevaron a cabo varias pesquisas sin obtener resultados y se descartó a varias monjas, criadas y mandaderas del convento. Incluso se llamó a declarar a Juan Gutiérrez Corral, de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri y que había llevado amistad con Portatui. Estaba enterado de las cartas a sor Xaviera; de hecho, «le cargaba en su quenta [la de Portatui] quinientos y más pesos de su caxero don Francisco González [que] había ministrado a dicha madre Xaviera en el tiempo de su noviciado»,58 mismas que entregaba a un
54. Ibíd., f. 11r-11v. 55. Gonzalbo Aizpuru 1995: 142. 56. AGN, Inquisición, vol. 1310, exp. 8, f. 110r. 57. Gonzalbo Aizpuru 1995: 142. 58. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 3, f. 22v.
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mandadero anciano que probablemente habría fallecido, pues en el año 82 «estaba demasiado viejo y mui agoviado» y no sabía mucho más.59 La documentación no proporciona más información. Ante la imposibilidad de determinar quién en el convento se estaba beneficiando de este enredo, la misión del Santo Oficio fue, entonces, dejarlo por la paz y de lleno «hazerse cargo del extremo de maldad y aun demencia a que han conducido sus pasiones desenfrenadas al citado don Gerónimo».60 * * * Mientras esto sucedía, el apresado Portatui iba y venía de su cárcel número 10 a la sala de interrogatorios para presentarse en las tres audiencias obligadas y otras que se solicitaron. En la llamada publicación de testigos, con singular desparpajo negó una y otra vez haber cometido los actos que, según él, se le imputaban, pues era inocente. Durante los primeros meses que estuvo preso «se mantuvo con regularidad, pero después se manifestó tan inpaciente que todo era solicitar ocasión para desahogar la cólera que tenía, y no hallando arbitrio, por la paciencia que con él se usaba, tomó remedio de no consentir que le metiesen el cántaro de agua a su cárcel».61 Luego quebró varios. Se le reconvino varias veces; en una de ellas, el alcalde de la cárcel, por la corredera de la puerta, le advirtió lo que costaban sus exabruptos. Se enfureció Covarrubias y con el puño cerrado le dio un golpe fuerte en la frente y lo hirió con un clavo que tenía escondido. También agredió, aunque levemente, al teniente de alcalde y al velador, quien pudo sujetarlo y evitar que hiciera más daño. «Se dio quenta al Tribunal y mandó se le pusieran un par de grillos, que se verificó en la mañana»;62 se le dejaron del 8 al 30 de septiembre de 1797.63 Al registrar su celda, se encontraron más clavos, hebillas, tubos, dos instrumentos punzantes «a modo de armas» y una sábana anudada. Al presentársele dichos objetos y preguntarle la razón por la que los tenía ocultos, respondió 59. Ibíd., f. 25r. 60. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 2, f. 11r-11v. 61. AGN, Inquisición, vol. 1310, expediente 8, ff. 50v-51r. 62. Ibíd., f. 51r. 63. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 3, f. 43r.
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que sí eran suyos y que los había hecho «sin mal juicio», para rasgar en la pared de ladrillos y escribir con el polvo «como se manifiesta en los rótulos que tiene allí escritos»; la sábana tenía nueve nudos «en memoria de los nuebe meses que la Virgen Santísima llevó a Jesucristo en su purísimo vientre».64 Sería inútil especular lo que tendría en mente, aunque posiblemente nada bueno. Su respuesta fue una forma de evadir y disfrazar el tema, pues la Inquisición ante tal aseveración no tuvo mucho que decir. Probablemente con la intención de que lo creyeran loco y así lograr que lo exoneraran, inventó una serie de argucias como ayunar en exceso, para ofrecérselo a la Virgen. Bajó de peso a tal punto que el tribunal mandó llamar al doctor Rada, el médico de presos, para que lo revisara y le insistiera en que se alimentara. Al asomarse a su celda, solo se le oía rezar. Un día, como por arte de magia, empezó a comer de nuevo. Otro día se negó a hablar. En los interrogatorios respondía a señas. Al preguntarle después la razón de su silencio, dijo que había tenido una visión de la Virgen: ella le había recomendado que no emitiera sonido. Su abogado, el doctor José Antonio Tirado y Priego, presentó un escrito, en el que por los fundamentos que expresaba pidió y suplicó al tribunal le mirase con piedad en la imposición de penas. Argumentó el reo que el tribunal no tenía las pruebas suficientes para mantenerlo preso y que le parecía que por lo mismo le debía haber dado la libertad hacía veintidós meses, «restituiéndole el honor que tan injustamente le han quitado, faltando a las leyes de humanidad y al derecho de gentes, exigiendo con la maior crueldad faltar a Dios, a sí mismo y al próximo contra su santísima ley». Al preguntarle a su defensor cómo había estado lo que había dicho, este le respondió «que fuera de estar bueno estaba mui malo; espresó el confesante que siendo así suplicaba a este tribunal se tubiera todo por no escrito y como partos de una imaginación acalorada y perturbada, pues en todo protestaba el respeto que se debe al tribunal».65 Sin duda consciente de la severidad con las que tomaba el Santo Oficio lo que declaraba, con aseveraciones como esta el inquieto francés iba añadiendo información para que se dudara de su cordura.
64. Ibíd., f. 42v. 65. AGN, Inquisición, vol. 1506, quaderno 2, ff. 94v-95r.
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Se le ocurrió también andar prácticamente desnudo, solo llevaba unos calzones raídos y una camisa rota. Los alcaldes del Santo Oficio le hicieron varias visitas para convencerlo de que no podía andar casi sin ropa. Los alcaldes le mandaron hacer una camisa, dos pares de calzones blancos de Bretaña, un par de calzones, dos pares de medias, dos calcetas y unos zapatos; no se los puso. Le ofrecieron pagársela y, en una ocasión, hasta bajó el inquisidor a decirle que él mismo sufragaría los gastos. A nada hacía caso; pidió que le llevaran el baúl con sus pertenencias, lo revisó y decidió que nada necesitaba. Finalmente, para que asistiera a la Audiencia y le leyeran su sentencia, le conminó uno de los inquisidores a que se presentara «con toda la moderación, silencio, modestia y decente exterior, compostura correspondiente a la autoridad del tribunal y a la formalidad del acto, lo que cumpla, entendido de que de lo contrario usará el Santo Oficio de todos los medios rigurosos que estime oportunos y necesarios, para que tenga su devido efecto lo acordado, conforme a las prevenciones».66 Ante tal admonición, y por la cuenta que le traía, aceptó vestirse. Desde luego, Portatui podía insistir en aparentar que no estaba en sus cabales, pero no era lo mismo que lo creyeran orate que tonto. Le convenía que lo tomaran por demente, pero es claro que no estaba dispuesto a parecer lerdo. Aunque, viéndolo bien, se ha constatado en varias lecturas de procesos que el tribunal solía ser más tolerante e incluso indulgente con los dementes, además de menos agresivo con los individuos de pocas luces. Sea como fuere, esta serie de comportamientos hace pensar que todo lo tenía calculado para confundir al tribunal. La Inquisición dio cuenta «al Consejo de la Suprema General Inquisición, con testimonio por triplicado de la relación sustancial de los autos [...], y habiéndose en efecto así practicado uno y otro, visto todo en Consejo Pleno con asistencia del Yllustrísimo Señor Arzobispo de Burgos, Inquisidor General, se sirvió prevenirnos en auto que proveyó en la villa de Madrid, a cinco de julio del año pasado de 98 lo que debíamos practicar».67 A continuación se le leyó:
66. Ibíd., f. 56r. 67. Ibíd., f. 96r.
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mandamos que oy, día de la pronunciación de esta nuestra sentencia la oiga con méritos en la Sala de este Tribunal, a puerta cerrada, estando en forma de penitente, presentes los señores Ordinario y Consultores, los Ministros del Secreto y veinte y quatro personas de fuera de las circunstancias que parezca mejor al Tribunal, que abjure de levi y sea absuelto ad cautelam, severamente reprehendido, advertido y conminado por su delito, desterrado de la Villa y Corte de Madrid, Sitios Reales y de esta Ciudad de México, quarenta leguas en contorno por el tiempo de ocho años, de los quales guarde el primero en reclusión en el Convento de Padres Misioneros de Zacatecas, como uno de los más a propósito para su corrección y enmienda, y haga en él, por espacio de un mes egercicios espirituales y confesión general con el Director docto y celoso que le señalare el prelado, instruiéndole antes por mayor de los excesos y carácter de este reo para el acierto del confesor con esta noticia en su dirección y que pueda confirmarle y fortificarle en los Misterios de nuestra Sagrada Religión, que confiese particularmente y comulgue en las tres Pasquas del dicho primer año de reclusión y haga en sus viernes actos de fe, esperanza y caridad, y en los sábados reze una parte de Rosario a María Santísima, pidiéndola y a los santos su intercesión con Dios, leyendo también en algún libro devoto a discreción del Director, por quien se remitirá al Santo Oficio certificación de haber cumplido este reo con los exercicios espirituales y confesión general, para la debida constancia en autos. Y que acabado el año de reclusión avise este reo al Tribunal el lugar que eligiere asta cumplir su destierro y sea precisamente de su distrito, para que pueda encargarse al Comisario o persona de satisfacción que sele sus operaciones y conducta, dando cuenta de tiempo en tiempo a este Santo Oficio de lo que le observare. Y por esta nuestra sentencia definitivamente juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos.68
Tal fue la suerte de este curioso individuo, su paso durante cinco años por las cárceles secretas y su exilio de ocho años a cuarenta leguas de las capitales española y novohispana. Sin embargo, mientras cumplía su sentencia en Zacatecas, Portatui no dejó de probar sus fuerzas con las autoridades. Muy a su manera, incluso trató de convencer al virrey Miguel José de Azanza (1798-1800) que el Santo Oficio lo había maltratado sobremanera y pedía su ayuda encarecidamente. Ni tardo ni perezoso, le envió varias cartas para quejarse de los trabajos mentales y físicos por los que había pasado para sobrevivir cuando estaba 68. Ibíd., f. 96v-97r.
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recluido, pero, ¡eso sí!, siempre orando a la Virgen María Santísima. Con humildad fingida, declaró: «Nunca me quejé porque Jesuchristo estaba conmigo y sufrí con gozo y alegría por su amor, por lo que hizo superior a todas las astucias de la Ynquisición y su mala fe».69 Arguyó que lo habían torturado en cárceles secretas. Con gran paciencia y detenimiento hizo una lista de 53 tormentos, clasificada en exteriores, administrados en la comida y de traslado. Entre otros, se lamentaba de que le llenaban la celda de vapores malolientes, picantes o que le producían un calor agobiante, que le zumbaban los oídos (no sabía cómo lo hacía el tribunal), de pulgas y piojos rabiosos, ladillas y agua hedionda. Asimismo, le escondían piedras en la comida, por lo que había perdido siete muelas, amén de los consabidos estragos intestinales. Una vez más, el aparato inquisitorial se echó a andar. Se citó a declarar, entre otros, al médico de Luis Montaña, al cirujano Ramón Méndez y Díaz y al contador de la Administración de Correos, Rafael Landuzábal.70 Montaña aseguraba que los reos que él había visitado «han estado completamente asistidos con puntual arreglo a los alimentos, medicinales y demás providencias [...] y quando el accidente ha requerido cierta prolixidad [...] se ha convenido [...] que salga el enfermo y se ha trasladado a alguna enfermería». Prosigue aclarando que no había visitado a reclusos sanos. «No he oído ni entendido jamás se traten los reos con aspereza, ni que se aprisionen ni se les atormente ni habría quien en presencia mía prorrumpiese en una impostura tal». Añadía que los mismos reos «me han protestado el agradecimiento en que están a la clemencia con que Vuestra Señoría Ilustrísima los trata». En las cárceles, concluyó, «he notado bastante capacidad y luz y les he hallado equipadas de cama, bufete, libros y demás utensilios competentes».71 El cirujano Méndez concuerda con lo anterior y agrega: «el trato y asistencia en su estado de sanos sé es bueno, sin embargo de la suma impertinencia en la comida y ropa, pues con todo nada se les escasea. Sé que se les trata con la mayor venignidad, sin el menor rigor en la prisión ni tormento alguno».72 El contador Landuzábal amplía lo anterior, diciendo que Juan Lausel le había dicho «después de 69. AGN, Inquisición, vol. 1310, expediente 8, f. 20r. 70. Ibíd., ff. 23r-23v. 71. Ibíd., ff. 23v-24r. 72. Ibíd., f. 25r-25v.
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penitenciado, que se le había tratado con la mayor caridad y dulzura en el tiempo de su prisión, haciendo grandes elogios de gratitud y reconocimiento a esta conducta y piedad que havía experimentado».73 Finalmente incluye: «sé de público y notorio que se conduce con las mayores precauciones y sigilo en sus [de los reos] providencias, buscando siempre por quantos caminos le es posible la verdad, tanto para castigar al delinquente como para no perjudicar al ynocente».74 Los reclamos del francés, así, quedan reducidos a demandas sin fundamento. Volviendo a la carta que le envió nuestro personaje al virrey Azanza, hay que añadir lo que verdaderamente fue el colmo de la desfachatez: se quejaba de que lo tenían con «desnudez, en cueros, no obstante de tener ropa que pedí muchas ocasiones».75 Por supuesto, de haber andado semidesnudo, sus negativas constantes a vestirse y que lo había obligado el tribunal a hacerlo, no hubo mención alguna. Por si lo anterior no fuera suficiente, no se privó de inventar: Gruesos y pesados grillos de fierro en los pies, que me pusieron con motivo de haver roto involuntariamente un cántaro con el que acarreaba agua los días miércoles y sávados para veber en el calabozo, que después de haverme cerrado el theniente en él, el alcayde, hombre intrépido, abrió la puerta del calabozo por tres o quatro veces, provocándome con dichos feos y palabras denigrativas, no solo contra mí, sino contra mi nación, y no obstante de suplicarle a voces me dejara, por amor de Dios, en paz, que le pagaría el cántaro. Bolvió a repetir con estudio los mismos dichos, habriendo y cerrando la puerta, hasta tanto que hube de decir que le rompería la cabeza, por lo qual forzaron la puerta para sacarme fuera, donde me maniataron de pies y manos, hiriéndome con terribles golpes, malas palabras, todo con el fin de hacerme cometer algún exceso.76
Es decir, de victimario del alcalde pasó a ser un pobre mártir de las supuestas vejaciones que le había propinado el cruel y nada humanitario aparato inquisitorial. El motivo había sido, según él, «por haver libertado a otros patriotas de unas calumnias y del riesgo que les amenazaba. [...] Dispuesto que yo me consideré prisionero de guerra, los
73. Ibíd., f. 27r. 74. Ibíd., f. 27v. 75. Ibíd., f. 18r. 76. Ibíd., f. 18r-18v. Énfasis mío.
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clamores lastimosos de mis patriotas me mobieron a compasión y el honor de mi patria me animó para libertarlos a todo costo y riesgo».77 Finalmente, también se quejó de su traslado al Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas, pues primero lo metieron «en la cárcel pública, donde me pusieron en vn calabozo con vna gruesa barra de fierro en los pies, donde me mantube dos días, comiendo cada 24 horas tres tortillas muy malas de maíz, y un puñado de alubias sin sal».78 No se limitó en sus peticiones al virrey Azanza. Lo que perseguía era que ordenara que le dieran un pasaporte para poder volver a su tierra: Para poderme restituir a mi Patria y rendirla mis últimos obsequios en el próximo mes de febrero, espero que Vuestra Excelencia me hará el honor de dirigirme su Superior Pasaporte, como ciudadano de la República Francesa, para poder caminar hasta el Puerto de Veracruz, porque como tal no debo, ni puedo depender de otra autoridad en este Reyno, interrezida en él, mas que de la de Vuestra Excelencia, confiado también de que me hará el honor de mandar se me trate en todo como a oficial de sus Exércitos.79
Además, pretendía y esperaba que Vuestra Excelencia comunicará la correspondiente orden a este señor Yntendente, para que del Real Haver de esta Caxa de Zacatecas se me socorra con el sueldo de Capitán del Exército en estos dominios, adelantándome un año de paga, para subvenir a mis precisas e indispensables urgencias, por cuenta de la República, quien abonará al Rey Católico las cantidades que perciviere, mediante mis recivos, y le dará las gracias por esta atención y beneficio hecho a uno de sus ciudadanos, a cuyo efecto la dirigiré los correspondientes avisos.80
El ser capitán del ejército francés —cargo que nunca probó—, muy probablemente era otra de sus argucias para lograr sus fines. El virrey Azanza, al recibir esta misiva y enterarse del asunto que seguramente desconocía, se puso en contacto con Juan de Mier y Villar, decano del
77. Ibíd., f. 20v. 78. Ibíd., f. 20r. 79. AGN, Inquisición, vol. 1399, f. 149r-149v. 80. Ibíd., f. 149v. Énfasis mío.
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tribunal, que le respondió enseguida, poniéndolo al tanto de la situación del galo pretencioso. El virrey contestó al inquisidor asegurándole que no interferiría en el asunto: En vista del informe que a nombre de ese Tribunal del Santo Oficio me hizo Vuestra Señoría [...] sobre la representación que me dirigió desde el Colegio de Misioneros de Zacatecas don Gerónimo Portatui y Cobarruvias, debo decir a Vuestra Señoría para noticia del mismo Tribunal, que no pienso hacer ninguna variación en la sentencia que tiene impuesta a este sugeto y que, en este concepto, puede cuidar del exacto cumplimiento de ella, pues por mi parte me ceñiré a dar cuenta a Su Majestad de su solicitud, para que se digne resolver lo que fuere de su Real agrado.81
Al no recibir respuesta con la celeridad que Portatui esperaba del virrey, le envió otro par de cartas instándole a que le hiciera caso y que le comunicara su decisión. Muy probablemente, en su mente, el virrey estaba obligado a responderle cuando él así lo deseaba y pedía. Don Miguel José de Azanza se limitó a enviarle un comunicado escueto y al punto: «Carezco de autoridad para revocar o alterar las sentencias pronunciadas por el Tribunal de la Inquisición. Esta es la causa de no haber enviado a Vuestra Merced el pasaporte que me pidió para ir a Europa, pero dé cuenta de su solicitud a Su Majestad, a quien vuestra merced deberá dirigir sus recursos, pues yo no tengo arbitrio para acceder a sus deseos».82 Como estaba al final de su gestión, el virrey Azanza sencilla y rápidamente se desentendió de la complicada y enredada situación y se volvió a España sin más. Nuevamente insistió Portatui con el siguiente virrey, Félix Berenguer de Marquina (1800-1803) quien, ante tal herencia de su antecesor, también se puso en contacto con el decano inquisitorial Mier y Villar. En un principio le respondió, advirtiéndole «de lo peligrosa que puede ser la permanencia de don Gerónimo Portatui en estos dominios», y en fiel correspondencia a la bondad con que Vuestra Excelencia se digna pedirnos dictamen sobre ello, nos parece que siempre que Vuestra Excelencia tenga justificados motivos para alexar a don Gerónimo de este Reyno, 81. Ibíd., f. 151r. 82. Ibíd., f. 160r.
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puede y debe Vuestra Excelencia hacerlo, sin que en el presente caso le sirva de embarazo la sentencia del Santo Oficio y que su superior resolución sería muy conforme a la Ley Recopilada de Yndias que ordena a los señores virreyes que remitan en partida de rexistro a clérigos y frayles y qualesquiera otras personas sospechosas y graves, perjudiciales en este reyno.83
El virrey Marquina concuerda con el tribunal sobre la amenaza que significa que Portatui permanezca en el territorio y advierte que su «arbitrario título de Capitán de la República Francesa, que se atribuye, y el modo de concebir sus cartas, debe excitar la vigilancia de este Superior Gobierno».84 No obstante, pide consejo al decano Mier y Villar en cuanto a su proceder. Este le responde que «además de poder tranquilizar en parte a Vuestra Excelencia, lo cubre también de toda responsabilidad por lo respectivo al Santo Oficio, como [fol. 174v] Vuestra Excelencia desea».85 El gobernante a su vez le remite un comunicado sobre la orden que, ya con la venia del tribunal, ha dado: Con presencia del dictamen de ese Santo Tribunal que me comunicó Vuestra Señoría con fecha de 27 de agosto próximo anterior, y de los motivos que hacen peligrosa la subsistencia en el año del francés don Gerónimo Portatui, he expedido hoy las órdenes oportunas para que pueda trasladarse a Veracruz y esperar allí alguna proporción, si se presentase, para su embarco con destino precisamente al Puerto de Europa, o de las yslas que pertenezca a su nación, y prevengo reservadamente al Señor Gobernador de la expresada plaza, que además esté muy a la mira de la conducta de dicho yndividuo, lo que comunico a Vuestra Señoría para la debida inteligencia y gobierno de ese Santo Oficio. Septiembre 4 de 1800.86
Acto seguido le escribe al intendente de Guadalajara y le instruye que Disponga Vuestra Señoría, etcétera, y la inserto a Vuestra Señoría para su observancia en la parte que le toca, advirtiéndole que podrá permitir al referido Portatui se embarque, si acaso se proporcionare oportunidad de que lo execute, en buque que lo pueda conducir a Europa a Puerto de 83. Ibíd., f. 172r. 84. Ibíd., f. 172v. 85. Ibíd., f. 174v. 86. Ibíd., f. 175r.
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Francia, o a alguna de sus Yslas, pero de ninguna manera a España, ni otro parage que no pertenezca a su nación, estando Vuestra Señoría además muy a la mira, con la mayor cautela y reserva, de la conducta de este individuo y dándome oportuno aviso de la execución de esta orden y de todo lo que acaso convenga.87
Como es lógico suponer, Portatui le escribe deshaciéndose en elogios y agradecimientos. Pero —bien dice el dicho que lo cortés no quita lo valiente—, se atreve a insistir en que se le adelante el sueldo de un año. El funcionario Francisco de Anda aconseja al virrey que le responda que como ha sido empleado de la Real Hacienda, debería saber que no se pueden adelantar pagos sin orden expresa del rey. Como Covarrubias no obtiene respuesta, se dirige al mismo De Anda con la intención de que se le retribuya una cantidad que según él se le debe. Hace una larga relación de lo que calcula le deben dar, la cual suma 2.652 pesos, también con cargo a la Real Hacienda. De nuevo De Anda aclara que las leyes han cambiado y que, desde 1766 este tipo de transacciones se deben cargar al Fisco del Santo Tribunal. Añade, asimismo, «que la solicitud de Portatui [...] sola ella manifiesta con bastante claridad su perverso falaz carácter, su perfidia y temeridad», y le pide al virrey que le aclare todo esto al obstinado francés.88 Sea como fuere —no proporciona información el legajo— por fin Portatui parte de tierras novohispanas. Se le traslada a La Habana, después a Puerto Rico y, finalmente, llega, no obstante los deseos de la Inquisición y el mandato del virrey Marquina, ¡a España! * * * El 24 de agosto de 1802, el calificador Juan Antonio Bruno, capitular de Monjas de la corte mexicana hace llegar al tribunal dos cartas que le ha enviado la madre María Xaviera de San Felipe Neri, escritas por Gerónimo. La primera, que abrió la religiosa que ya ha aprendido a leer y escribir, con fecha del 7 de febrero desde La Habana y, la segunda, del 30 de marzo del mismo año. Ambas han sido puestas en correos ordinarios. Bruno acusa recibo y le recomienda que si llegan más se las remita sin abrir. 87. Comunicado del 4 de septiembre de 1800. Ibíd., f. 177r. 88. Ibíd., f. 195r.
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En la inicial, informa a la prenda de sus ojos y muy estimada señora suya que lo sacaron «del Castillo de San Juan de Ulúa de Veracruz, de sopetón, para embarcarme baxo partida de registro. Estando ya en vela fuera del puerto, en la fragata Anfitrite [...] he llegado con felicidad a este Puerto de La Habana, y dentro de ocho días saldremos de aquí para nuestro destino».89 Le dice también que ha tenido «la fatal noticia de la muerte de un hermano mío,90 pero en Cádiz, donde espero establecerme (tengo otro) siempre y quando no dispongas tú otra cosa en contrario, porque en tal circunstancia volveré a México, acomodado para amarte y servirte el resto de mi vida. [...] Puedes escribirme [dirigiendo] mis cartas por ahora a Cádiz, a mi hermano don Juan Pedro Covarrubias».91 Al final le recomienda no mostrar su correspondencia a nadie; le volverá a escribir desde Cádiz.92 La segunda carta ha sido escrita en Puerto Rico, isla a la que ha llegado el 4 de abril, después de haber pasado por una «furiosa tempestad»; seguirá su viaje en el navío de guerra San Pablo. Por lo pronto, está en la fortaleza El Morro y le han dado permiso para pasear por la ciudad, aunque tiene «el castillo por cárcel». Se ha encontrado con un amigo de su hermano Juan Pedro que le ha dado dinero, pues el que llevaba de La Habana se perdió en la tormenta. Le anuncia que ha llegado una fragata mercante francesa con la noticia de que se ha «firmado el tratado definitivo de la paz entre la República e Inglaterra». Asimismo, ha entrado a puerto una embarcación de Santo Domingo, «por lo que se sabe que aquella ysla quedaba ya por los franceses, y que el General de los Negros, Tosen, después de una grande pérdida se había retirado a una sierra».93 Se despide cariñosamente. * * * Con lo que no contaba Covarrubias es que al llegar a Cádiz se le encarcelaría en el Castillo de Santa Catalina de la Plaza, según un escrito suyo presentado al Santo Oficio gaditano el 3 de agosto de 1802, 89. AGN, Inquisición, vol. 1310, expediente 8, f. 36r. 90. ¿Sería José, el mayor de ellos? 91. Ibíd., f. 36r-36v. 92. Ibíd., f. 37r. 93. Ibíd., ff. 37v-38r.
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dirigido al arzobispo y gran inquisidor general español, Ramón Joseph de Arce, en el que vuelve a referir todas sus andanzas y vicisitudes y pide que se le ponga en libertad.94 El 6 de septiembre de 1802 el Consejo, formado por Francisco Rodríguez de Carassa, Ramón Vicente y Monroy y Joaquín de Múxica y Susarey, envía una carta pidiendo instrucciones sobre cómo proceder con Portatui. El día 16 del mismo mes se recibe respuesta y se manda que se traslade al reo a la Inquisición de Sevilla y que así «no se dilate más tiempo el cumplimiento de una Real Resolución que obra en el Consejo».95 Por otra parte, el cuerpo eclesiástico pide que se escriba a México para que se dé una explicación de «en virtud de qué orden ha sido remitido a España contra lo literalmente mandado en la sentencia, para que el tribunal informe sobre ello lo que hubiere habido».96 En una relación del tribunal de Sevilla del 10 de enero de 1803, se anota que se manda llamar a Portatui para que explique qué tormentos se supone que está sufriendo. Como de costumbre, había escrito al Inquisidor General, pidiéndole piedad y benignidad hacia su persona, pues no había dado motivo para que se le tratara mal. Una vez más insiste en que la comida es pésima. Se le pregunta que, si estaba tan a disgusto, por qué no se quejó al señor inquisidor cuando le visitó dos o tres veces. Arguye que su presencia había sido producto de política y buena crianza, por lo que nunca le dijo que le iba mal; le pareció, entonces, impropio quejarse. Se le han ofrecido también todos los auxilios espirituales. Firma la comunicación el bachiller Juan Joseph Berdugo, secretario. Además, mandan a la Suprema, desde México, las dos cartas que escribió Portatui a sor Xaviera durante su traslado a España. Pide Portatui los «efectos que me han de traer para mi manutención» y les entrega una lista. Llegan de la Inquisición novohispana más copias de cuadernos, para «formar una cabal y completa idea del porte, conducta y procedimientos de este en las cárceles secretas y fuera de ellas; sus muchas imposturas y negras calumnias con que se ha empeñado en denigrar al tribunal», que no se le habrían permitido en otro sitio. Así, se informará al rey para que «se tomen las providencias que sean de su real agrado».97 94. AHN, Inquisición, legajo 1732, núm. 80, s/f. 95. Ibíd., s/f. 96. La carta no tiene firma, solo una rúbrica. Ibíd., s/f. 97. Ibíd., s/f.
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El Consejo del Tribunal sevillano se refiere a las reclamaciones del francés:98 «son infundadas y producidas por sus malas ideas contra todo lo que es ecclesiástico y mucho más del Tribunal del Santo Oficio». Se le ha traído de la fonda lo que pide «y luego dice o que ayuna o que no le gusta». Además, «su misma declaración demuestra su volubilidad e inconstancia y que sus quejas contra todos los ministros del Santo Oficio durarán lo que su vida, por más contemplaciones que se le tengan».99 * * * Hasta aquí llega la información de los muchos volúmenes revisados. Desgraciadamente no se podrá saber qué suerte corrió, al final, el obstinado galo, pues como se sabe, el incendio de los archivos sevillanos hizo estragos en ellos: «parece que debemos resignarnos a considerar consumada la desaparición de los papeles de la Inquisición de Sevilla».100 De todas formas, la poca información que queda en algunos legajos que se conservan en el Archivo Histórico Nacional de Madrid ha arrojado datos interesantes que han permitido, por lo menos, especular sobre dónde y cómo terminó sus días el calamitoso franco-español en sus correrías y peripecias que se antojan casi novelescas. Es poco más o menos un pícaro que juega con su linaje y transgrede el orden impuesto al tratar de enamorar a una esposa de Cristo; antihéroe que se arriesga y aventura a convencer a una organización religioso-estatal con su desparpajo, relajación de costumbres e ingenio. En él ya está marcado un espíritu más laico, independiente y ciudadano, bien distinto del sumiso e hipócrita hacia las autoridades que se daba en el siglo xvii, además de ser una muestra fehaciente de liberalismo francés. Por su parte, la Inquisición también ha cambiado con los tiempos, pues en el xvi era mucho más estricta; ahora muestra visos de estarse convirtiendo en una institución más civil y adaptable...
98. Enviadas el 30 de diciembre de 1802. 99. 12 enero 1803. 100. Domínguez Ortiz 1991: 11.
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Fig. 4: Portada de Ophir de España. Memorias Historiales i políticas del Piru... por Fernando de Montesinos. Biblioteca Universitaria de Sevilla, 332-25.
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Ediciones del A UTO DE LA FE de Fernando Montesinos
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1642 ca. Memorias antiguas i nuebas del Pirú [Manuscrito]: dícense la introdución de la religión christiana en el Pirú, hechos memorables de los españoles, y sus guerras civiles; la ereción de la primera iglessia y de las demás con lo tocante a lo ecclesiástico...; los varones eminentes...; fundaciones de las ciudades, conventos y hospitales; entradas a los indios de guerra y todos los sucesos memorables. [Libro Tercero]. Manuscrito en la Biblioteca Nacional de España, Mss/3124. Reprod. en Microforma (Mss. Micro/11198) y online: . 1642 ca. Ophir de España. Memorias Historiales del Perú. Libros I. II. Manuscrito conservado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, 9/4288. 1644. Relación de méritos y servicios. No fechada. Cuatro páginas. Manuscrito conservado en la Biblioteca Universitaria de Sevilla, Papeles Varios nº 332/124. 1644 ca. Ophir de España. Memorias historiales i políticas del piru. vaticinios de su descubrimiento i conversion por los reies chatolicos i singulares epitetos que por ello se les da en la sagrada escriptura al rei N[uestro] S[eñor] Philipo IV el grande monarca de ambos mundos autor el liz[enciado] d. Fernando montesinos presbitero natural de osuna. [Libro I y II]. Manuscrito conservado en la Biblioteca Universitaria de Sevilla, 332-25. Reprod. online: . 1837-1841. «Mémoires historiques sur l’ancien Pérou» [vol. 17, 1840]. Voyages, relations et mémoires originaux pour servir à l’histoire de la découverte de l’Amérique. Trad. y publicado por Henri Ternaux-Compans. Paris: Arthur Bertrand. Traducción basada en el manuscrito de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, 9/4288. 1842. «Memorie e tradizioni storiche dell’antico Peru raccolte in un viaggio in quella contrada». Viaggi, relazioni e memorie relative alla scoperta, alle antichità ed alla storia delle bellissime e vaste regioni del Peru, di Quito e del Messico [Texto impreso] / scritte dal Montesinos, dal Velasco e dal Torozomoc. Prato: Tipografia Giachetti, 1842, pp. 2-132. 1869-1870. «Libro primero de las memorias historiales del Perú». Revista de Buenos Aires. Historia americana, literatura, derecho y variedades 20: 339-361, 519-540; 21: 18-51, 181-217 (Edición basada
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en el manuscrito de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, 9/4288) 1882. Memorias antiguas historiales y politicas del Perú, por el licenciado d. Fernando Montesinos, seguidas de las Informaciones acerca del señorío de los Incas, hechas por mandado de d. Francisco de Toledo, virey del Perú. Edición de Marcos Jiménez de la Espada. Colección de Libros Españoles Raros o Curiosos, nº 16. Madrid: Imprenta de M. Ginesta. Basado en el manuscrito de la Biblioteca Universitaria de Sevilla, 332-25. 1906. Anales del Perú. Publicado por Víctor M. Maurtua, 2 vols. Madrid: Imprenta de Gabriel L. Del Horno. Basado en el manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, 2124-189. 1920. Memorias antiguas historiales del Peru... Traducido y editado por Philip Ainsworth Means..., con introducción de Sir Clements R. Markham. London: Printed for the Hakluyt Society. Traducción basada en la edición de Jiménez de la Espada de 1882. 1930. Memorias antiguas historiales y políticas del Perú, por Fernando de Montesinos. Crónica del siglo XVII. Anotada y con concordancias respecto a otras crónicas de Indias por Horacio H. Urteaga, biografía de Domingo Angulo, con Apéndice de los reyes Incas por Guinaldo M. Vázquez. Colección de Libros y Documentos Referentes a la Historia del Perú, nº 6. Lima: Librería & Imprenta Gil. Basada en la edición de 1882. 1957. Memorias antiguas historiales y políticas del Perú. Estudio crítico de la obra y biografía del autor por Luis A. Pardo. Cusco: n.e. La misma edición se publica el mismo año en la Revista del Museo e Instituto Arqueológico del Cusco, nº 16-17. 2007. The Quito manuscript: an Inca history preserved by Fernando de Montesinos. Edición y trad. de Sabine Hyland. New Haven: Yale University. 2009. Un ejemplo de larga tradición histórica andina: Libro Segundo de las Memorias antiguas historiales y políticas del Pirú redactado por Fernando de Montesinos. Edición comentada y estudio por Jan Szeminski. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert. 2015. «Ophir de las Indias. Memorias antiguas historiales y políticas del Perú». Crónicas fantásticas de las Indias. Edición dirigida por Jesús Paniagua Pérez. Barcelona: Edhasa, pp. 1363-1562.
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Índice onomástico
Abad, Juan Nicolás 205 Abellán, José Luis 200 Abreu, Pedro de 166 Acevedo, Jerónimo de 69 Acevedo, Juan de 80, 81, 83, 175, 179, 191 Acosta, José de 37, 102 Acosta, Juan de 72, 196 Acuña, Antonio de 17, 63, 64, 69, 78, 145, 179 Adler, Cyrus 181, 182 Adriano VI (Adriano Florensz) 118 Agüero, Diego de 47 Aguiar y Acuña, Rodrigo de 168 Aguilón, Pedro de 148, 158 Agustín de Hipona 114, 119, 150, 166 Álamos de Barrientos, Baltasar 160 Alaón, Alejo de 86 Alaón, Ambrosio de Morales 55, 86 Alberro, Solange 170 Alcalá, Ángel 200 Alcayaga Lartaún, León de 54, 55, 183 Alcíbar, José de 108 Alejos Grau, Carmen José 209 Alemán, Mateo 162 Alfaro, Gregorio de 150, 161 Almeida, Domingo de 53 Almeida, Simón de (Simón de Melo) 76 Altolaguirre, Ángel de 180, 185, 187 Álvarez, Manuel 73, 179 Ambrosio de Milán 114 Anda, Francisco de 224 Andrada, Leonor de 78 Andrade, Francisco de 149, 165 Anríquez, Manuel 179 Apiano 148, 160 Araníbar, Carlos 120 Arce, Ramón Joseph de 226
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Arce Solórzano, Juan de 150, 165, 168 Ardevines Isla, Salvador 161 Arévalo Espinosa, Juan de 147 Argensola, Bartolomé Leonardo de 148, 163 Aroche, Juan 210 Arriaga, Pablo José de 189, 190 Arriola, Martín de 35, 50, 53, 54 Arroche, Juan 204 Ávila, Rodrigo de 30, 62, 106 Aymes, Jean René 203 Azanza, Miguel José de 218, 220, 221, 222 Báez/Váez Pereira, Rodrigo 65, 83, 179, 190 Bandera, doña Beatriz de la 60, 128 Barahona de Encinillas, Andrés 50 Barbuda, Luis Coelho de 149, 161 Barclay, John 159 Bardel, Nicolás 208 Barros, Alonso de 152, 160 Barros, João de 148, 164 Barthes, Roland 129 Bartolomé, Jaime 160 Bautista Pérez, Isabel 72 Bavia, Luis de 148, 163 Beda el Venerable 119 Beinart, Haim 170 Benavides, Bartolomé de 52 Benjamin, Walter 117 Bentivoglio, Guido 160 Berdugo, Juan Joseph 226 Berenguer de Marquina, Félix 222, 223, 224 Bergosa y Jordán, Antonio 210 Bermúdez de la Torre, Pedro José 116 Bernáldez, Andrés 99 Betancurt y Figueroa, Luis de 41, 54, 56
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Bivar, Francisco de 39, 103 Bonilla, Alonso de 158 Botero, Juan 151, 167 Bowser, Frederick Peter 143 Brandon, Isabel 63 Bravo de Laguna, Fernando 53 Brito, Bernardo de 149, 164 Bruno, Juan Antonio 224 Bueno de Rojas, Juan 53 Cabrera, Juan de 36, 50 Cabrera de Córdoba, Luis 148, 149, 166 Cáceres, Francisco de 61 Cacho Calderón, Emeterio 202 Cacho de Santillán, Cristóbal 53, 54 Cairasco de Figueroa, Bartolomé 150, 162 Calatayud, Antonio de 53, 54 Calderón, Bartolomé 15, 20, 46 Calderón, Pedro 55 Calepio, Ambrogio da 151, 159 Camões/Camoens, Luís/Luis de 152, 161 Campos, Ana de 60, 125 Canelas Albarrán, Juan de 58, 59 Cardoso, Isaac 173, 174, 175, 176 Carnero, Antonio 148, 167 Caro Baroja, Julio 103, 115, 118, 170, 173, 174, 175, 177, 178 Caro de Torres, Francisco 149, 163 Carranza, Ángela 127 Carrillo y Aldrete, García Francisco 35, 50, 53 Casas, Bartolomé de las 100 Casas, Diego de las 118 Castañeda Delgado, Paulino 169 Castilla Altamirano, Fernando de 47 Castillo, Julián del 148, 166 Castillo, Santiago del 81, 85, 86 Castillo Gómez, Antonio 125 Castro y Castillo, fray Jerónimo de 166 Castro y del Castillo, Alonso de 47 Castro y del Castillo, Antonio de 45, 46, 47, 50, 54, 55, 85, 181 Castro Yzazaga, Pedro de 53 Catadiano, Juan Pablo 208
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Catón 152, 168 Celso, Hugo de 168 Cerda Sotomayor, Cristóbal de la 53 Cervantes, Miguel de 151, 162 Cicerón, Marco Tulio 168 Cieza de León, Pedro 149 Ciruelo, Pedro (Sánchez Ciruelo) 158 Cisneros, fray José de 21, 57, 119, 137 Clastres, Pierre 122 Cobo, Bernabé 187, 194 Cohen, Jeremy 172 Coloma, Carlos 161 Colón, Cristóbal 37, 102, 105 Comaroff, Jean y John 172 Contreras, Ana María de 59, 128 Contreras, Pedro de 179 Contreras Contreras, Jaime 170, 207 Cordero, Antonio 15, 22, 63, 64, 73, 145 Cordero, Simón 51, 123 Córdoba, Antonio de 47 Córdoba y Salinas, Diego de 150, 160 Cornejo, Pedro 160 Coronas Tejada, Luis 170 Corral, Gabriel del 159 Corrigan, Philip 107, 172 Corte Real, Jerónimo de 148, 160 Corvera, Esteban de 151, 163 Costilla de Benavides, Juan 87 Couto, Diego do 148, 164 Cromwell, Oliver 187 Cruz, Mateo de la 66, 74 Cuaresma, Tomé 84, 191 Cueva, Alonso de la 55 Cueva, Francisco de la 55 Cueva, Juan de la 143 Culler, Jonathan 118 Dávila, Nicolás 162 Dedieu, Jean-Pierre 16, 22 Delgado, Matías 179 Déotte, Jean-Louis 122 Dextro, Flavio Lucio 39, 102, 103, 162 Diago, Francisco 167 Díaz, Alonso 86 Díaz, Pascual 74, 75 Díaz de Contreras, Martín 36, 42, 48, 50, 51, 57, 88, 123
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Índice onomástico
Díaz Morante, Pedro 151, 158 Dionis, Amaro 64, 129, 156 Domínguez de Valcázar, Antonio 43 Domínguez Ortiz, Antonio 10, 11, 12, 139, 170, 227 Duarte, Sebastián 40, 72, 75, 82, 83, 84, 103, 142, 147, 179, 190 Du Choul, Guillaume 148, 162 Dundes, Alan 175 Durkheim, Émile 97, 107 Dussel, Enrique 172 Eimeric/Eymerich, Nicolau 122 Elliott, John H. 108, 180 Enderica, Esteban 208 Enríquez, García 70 Enríquez, Guiomar 70, 82, 83, 142, 145, 146, 152 Enríquez, Isabel 70, 83 Enríquez, Justa 145 Enríquez, Mateo 74, 75 Erasmo de Rotterdam 114 Escandell Bonet, Bartolomé 170 Escobar Quevedo, Ricardo 10, 11, 12, 15, 16, 17, 18, 19 Espinosa, Antonio de 71, 77, 78, 190 Espinosa, Fernando de 17, 68 Espinosa, Jorge de 71, 77, 78 Espinosa, Manuel de 17, 25, 71, 77, 78, 147, 179 Espinosa de los Monteros, Pablo de 149, 163 Espinosa Estévez, Fernando de 68 Farge, Arlette 129 Farias, Pedro de 62 Fernández, Antonio 178 Fernández, Gaspar 67, 70, 84 Fernández, Jerónimo 64, 69 Fernández, Juan Bautista 150, 165 Fernández, Rodrigo 191 Fernández Cutiño, Gaspar 70 Fernández de Cabrera y Bobadilla, Luis Jerónimo (conde de Chinchón) 20, 41, 53 Fernández de Córdoba, Luis 54 Fernández de Moratín, Leandro 115
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Fernández de Navarrete, Pedro 152, 161, 163 Fernández de Vega, Antonio (Antonio de Santiago) 63 Fernández Duarte, Gaspar véase Núñez Duarte, Gaspar 67 Ferreyra, Cristóbal 162 Figueredo, Manuel 161 Fobela, Isabel 87 Fonseca, Cristóbal de 150, 165 Foucault, Michel 96, 99, 107, 109, 110, 124, 125, 128 Fragoso, Juan 152, 165 Fulgencio, obispo de Écija 114 Gacto Fernández, Enrique 200 Gaitán, Andrés Juan 50, 54, 55, 181 Galdós de Valencia 53, 54 Galván Rodríguez, Ignacio 123, 124 García de Proodian, Lucía 13, 15, 17, 18 Garcilaso de la Vega 149 Gasca de la Vega, María 161 Ginzburg, Carlo 95, 96, 98, 99 Gitlitz, David M. 153, 170, 173, 175, 178, 179, 180, 181 Gómez, Bernardino 149 Gómez de Acosta, Antonio 64, 65, 80, 147, 191 Gómez de Acosta, Baltasar 65 Gómez de Sanabria, Gabriel 53, 54 Gómez de Sandoval, Diego 52 Gómez Miedes, Bernardo 164 Góngora y Argote, Luis de 152, 159 Gonzalbo Aizpuru, Pilar 214 González, Ana María 59 González, Andrés Muñiz 55, 87 González, Manuel 62 González Chaparro, Marisa 86 González de Mendoza, Juan 162 González de Mendoza, Pedro 164 González de Peñafiel, Juan 53 Gorriño, Manuel 208 Gramaxo, Antonio Nuñes / Nunes 142, 148 Gramaxo, Jorge Fernandes 142 Gramsci, Antonio 172
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Granada, fray Luis de 38, 79, 119, 153 Grua Talamanca y Branciforte, Miguel la (marqués de Branciforte) 204, 210 Guamán Poma de Ayala, Felipe 191, 197 Guevara, Antonio de 152, 162, 165 Guibovich Pérez, Pedro 148, 153, 237 Guicciardini, Francesco 148, 163 Gutiérrez, Alonso 118 Gutiérrez de Coca, Francisco 48 Hall, Stuart 172 Hammen Gómez y León, Pedro van der 168 Hammen y León, Lorenzo van der 148, 162, 166 Hampe-Martínez, Teodoro 169 Haring, Clarence H. 14 Henningsen, Gustav 171 Henríquez, Manuel 109, 125, 175, 177, 179, 191 Hernández, Francisco 68 Hernández Aparicio, Pilar 169 Herrera, Pedro de 115 Herrera y Maldonado, Francisco de 165 Herrera y Tordesillas, Antonio de 37, 102, 148, 160, 166 Hevia Bolaños, Juan de 151, 161 Híjar y Mendoza, Álvaro 47 Hiltunen, Juha J. 104 Hinojosa y Montalvo, Manuel Francisco de 150, 161 Horozco, Agustín de 148, 167 Hoyo, José del 100, 101, 108, 113, 114, 120, 121, 127 Hsia, R. Po-chia 175 Huerta, Jerónimo de 159 Hurtado de Valcázar, Francisco 58 Hyland, Sabine 104 Ibáñez de Poza, Alonso 53 Infantas, Andrés de las 55 Israel, Jonathan Irvine 181, 183 Israel, Menasseh Ben 187, 188 Jaraba, José 55 Jaramillo de Andrade, Diego 88
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Jenofonte 148, 165 Jiménez Patón, Bartolomé 162 Juan de Santamaría, fray 168 Kamen, Henry 9, 14, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 26, 99, 112, 170, 171, 173, 175, 177, 178, 179, 181, 187 Kaplan, Yosef 188 Katz, Jacob 172 Kohut, George Alexander 183 Lamego, Jorge Gomes de 141 Lanario, Francisco 160 Landuzábal, Rafael 219 Lastra, Miguel de la 55 Lausel, Juan 208, 219 Lea, Henry Charles 12, 13, 111, 170 Leal, Antonio 175, 183 Leão/Leao, Duarte de 142 Leão, Duarte Nunes de 148, 166 Le Goff, Jacques 150, 151 León, Bartolomé de 64, 129, 147, 157 León Pinelo, Antonio de 149, 159 León Portocarrero, Pedro de 154 Levack, Brian Paul 171 Lévi-Strauss, Claude 97, 98 Lévy, Raphaël 175 Lewin, Boleslao 14, 169, 171, 186, 187, 191, 195, 229 Liebman, Seymore B. 170 Lima, Juan de 71, 76, 81, 191 Lima, Luis de 71, 76, 81, 83, 195 Lima, Tomás de 71, 76, 81, 191 Liñán y Verdugo, Antonio de 151, 159 Lipsio, Justo 152, 158 Loaysa, Rodrigo de 150, 165 Lobo Fernandes, Francisco 160 Lockhart, James 178, 180, 181 Lohmann Villena, Guillermo 149, 154 Lope de Vega y Carpio, Félix 152, 158, 161, 177, 180 López, Ana 84 López, Diego 161, 183 López, Felipa 175 López, Guiomar 84 López, Marta 84 López de Fonseca, Diego 17, 63, 64, 72, 78, 145, 174, 179
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Índice onomástico
López de Gómara, Francisco 37, 102, 149 López de Haro, Alonso 149, 163 López de Lisboa, Diego 17, 143, 150 López de Mestanzo, Juan 59 López de Zúñiga, Francisco (marqués de Baides y conde de Pedrosa) 45, 48 López Madera, Gregorio 152, 164 López Parada, Esperanza 37, 240 López Serrano, Bernabé 178 Lorenzo, Enrique 66, 74 Lucena, Baltasar de 178 Lucena, Juan de 150, 162 Luis de San Juan Evangelista, fray 150, 167 Luján Sigorey, Francisco 47 Luna, doña Mayor de 17, 65, 66, 126, 129 Luna, doña Mencía de 65, 66, 179 Mackhenie, Carlos A. 130 Maldonado, Alonso 148, 166 Maldonado, Pedro 150, 159 Maldonado de Silva, Francisco (Heli Nazareo) 17, 51, 78, 79, 129, 132, 152 Malinowski, Bronislaw 97 Malo de Molina, Melchor 53 Malvert, Juan 208 Mantuano, Pedro 149, 158 Mañozca, Juan de 15, 36, 47, 54, 55, 56, 58, 89, 181, 184, 193, 194, 197 Mariana, Juan de 149, 158, 166, 176 Marieta, Juan de 167 Marmolejo, Jerónima 71 Marqués de Morales, Francisco 53 Márquez Montesinos, Francisco 68 Martel, Julián 167 Martínez de Plaza, Luis 46 Matos, Manuel Luis 74, 75 Mauss, Marcel 97 Méchoulan, Henry 187, 188 Medina, José Toribio 27, 140, 141, 145, 169, 170, 171, 183, 184, 200, 209, 210, 229 Méndez, Álvaro 178
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Méndez, Duarte 179 Méndez, Francisco (alias Francisco Meneses) 67 Méndez y Díaz, Ramón 219 Mendoza, Andrés de 115 Mendoza, Bernardino de 158 Mendoza y Céspedes, Francisco 160 Meneses, Pedro de 53 Meoño, Antonio 54 Merluzzi, Manfredi 100 Mesa, Sebastián de 158 Mesía, Francisco 47 Mexía/Mejía de Fernangil, Diego 162 Mier y Villar, Juan de 221, 222, 223 Millar Carvacho, René 10, 11, 16, 138, 139, 142 Moncada, Juan de 43, 123 Montalvo, Bernabé de 164 Montaña, Luis 219 Montealegre, Manuel de 43 Montecid, Domingo 61 Montenegro, Juan Antonio 208 Montesinos, Antonio de (Aaron Levi) 130, 187 Montesinos, Fernando de 13, 15, 16, 18, 19, 20, 22, 24, 25, 26, 27, 29, 31, 35, 36, 37, 38, 39, 102, 102, 103, 104, 105, 110, 114, 115, 32, 116, 118, 119, 121, 123, 124, 125, 129, 130, 131, 132, 133, 134, 135, 137, 138, 143, 146, 155, 156, 171, 192, 195, 228, 229, 230, 231, 238, 245 Morales, Juan Bautista de 160 Morán, María 84 Moreiras, Alberto 110, 111 Morel, Esteban 208, 210 Morón, Antonio 65 Morón, doña Isabel Antonia de 17, 65, 83 Mugaburu, José de 175 Muñoz, Juan 152, 168 Murgier, Juan María 208, 209 Murúa, Martín de 193 Múxica y Susarey, Joaquín de 226 Nahon, Gérard 187 Netanyahu, Benzion 170
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Nieremberg, Juan Eusebio 152, 167 Novinsky, Anita 180 Núñez, Pascual 75 Núñez Camela, María 86 Núñez de Espinosa, Enrique 66 Núñez de Olivera, Francisco 175, 178 Núñez de Silva, Diego 79 Núñez de Zea, Duarte 178 Núñez Duarte, Francisco 67, 70 Núñez Duarte, Gaspar 70 Núñez Juárez, Andrés 179 Oberman, Heiko Augustinus 172 Ocaña, fray Diego de 111 Olabe, Mariana de 60 Olea, Domingo de 47 Olivares y Butrón, Hipólito de 150, 158 Oña, Luisa de 60 Ordóñez y Flores, Pedro Antonio 113, 140 Ortelio, Abraham 151, 158 Ortiz Canseco, Marta 102 Ortiz Lucio, Francisco 168 Osorio, Alejandra 100, 103, 113 Osorio, Simón (alias Simón Rodríguez) 61, 191 Osorio del Odio / de Lodio, Pedro 42, 43, 147 Ossorio, Simón 13, 128 Otáñez, Isabel 79 Ovalle, Diego de 62, 190, 192 Ovidio 152 Pablo de Tarso 114 Padilla, fray Pedro de 160 Paiva de Andrade, Diego de 149, 158 Palencia, Alonso de 164 Palma, Ricardo 117, 189 Palomares, Lucas de 57 Páramo, Luis de 114, 116, 117 Paz, Jorge de 177, 183 Paz, Manuel de 85, 107, 108 Paz y Melo, Enrique 17, 25, 75, 76 Peña, Leandro de la 204 Peralta Barnuebo, Pedro de 111, 112, 115 Perea, fray Pedro de 150, 159
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Pérez, Andrés 167 Pérez, Manuel Bautista (o Peres, Manuel Baptista) 16, 40, 41, 61, 70, 72, 75, 82, 83, 84, 85, 103, 129, 138, 141, 142, 143, 144, 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 155, 156, 157, 169, 170, 171, 175, 177, 179, 184, 190, 191, 192, 193, 194, 195, 196 Pérez de Freitas, Rafael 178 Pérez de Moya, Juan 151, 168 Pérez de Nájera, Francisco 162 Pérez de Uriarte, Juan 90 Pérez del Castillo, Baltasar 162 Pérez Villanueva, Joaquín 170 Pinto, Fernan/Fernão Mendes 148, 165 Pisa, Francisco de 149, 165 Plinio Segundo, Cayo (Plinio el Viejo) 152, 159 Plutarco 148, 164 Popkin, Richard 188 Porras Barrenechea, Raúl 130, 131, 229 Porreño, Baltasar 150, 159 Portatui y Covarrubias / Covarrubias Portatui, Gerónimo de 200, 201, 202, 203, 204, 205, 207, 208, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 217, 218, 222, 223, 224, 226 Prieto, Francisco 54 Quevedo, Francisco de 144, 150, 151, 167, 168 Quijano, Aníbal 172 Quirino de Salazar, Fernando 151, 167 Quirós, Manuel de (o Manuel Méndez) 74 Quirós Arguello, Pedro de 42, 43, 48, 51, 57 Quiroz Norris, Alfonso W. 138, 143, 169 Rada, Juan Francisco 209, 216 Rades, Francisco de 149, 166 Raga, fray Luis de la 48 Ramírez, Juan 57 Ramírez de Meneses, doña Estefanía 60 Ramos, Gabriela 169 Ramos Galván, Francisco 53, 54
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Índice onomástico
Rea, Bartolomé de la 43 Recalde, Juan de 55 Refolio, Pedro 155 Reinoso, Francisco de 161 Remesal, Antonio de 149, 167 Reparaz, Gonzalo de 148, 169, 184, 192, 195 Revillagigedo, conde de (Juan Vicente Güémez Pacheco de Padilla Horcasitas y Aguayo) 202, 208 Reyes, Ana de los 87 Reyes, Melchor de los 73 Ribera, Diego de 161 Ribera, Francisco de 167 Rizo, Juan Pablo 148, 161 Robles de Salcedo, Gaspar 53, 54 Roche, Juan 210 Rodrigues de Lisboa, Diego 141 Rodríguez, Duarte 84 Rodríguez, Francisco 175 Rodríguez, fray Manuel 152, 163 Rodríguez, Manuel 175 Rodríguez, Pablo 75 Rodríguez, Simón 61, 84 Rodríguez, Vicente 84 Rodríguez de Almella/Almela, Diego 168 Rodríguez de Carassa, Francisco 226 Rodríguez de la Flor, Fernando 123 Rodríguez de Silva, Juan 64, 80, 179 Rodríguez Duarte, Juan 72, 190 Rodríguez Orta, Antonio 84 Rodríguez Panduro de Durán, Juan 50 Rodríguez Pereira, Gaspar 69 Rodríguez Tabares, Jorge 71 Rodríguez Vicente, María Encarnación 13, 14 Román de la Higuera, Jerónimo 103 Romero de Caamaño, Joaquín 208 Rosa, Manuel de la 64, 72, 145 Roth, Cecil 170, 175 Ruiz, Felipe 154, 155 Ruiz, Pedro 160 Ruiz Arias, Francisco 67 Saavedra, Fernando de 53, 54 Sáenz de Mañozca, Juan 35, 36, 49, 57
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Salazar, Bartolomé de 57 Salazar, Juan de 145 Salazar, Pedro de 148, 163 Salcedo Coronel, José García de 159 Saldaña, Gaspar de 49 Salinas y Córdoba, fray Buenaventura de 149, 188 Sánchez Chaparro, Alonso 55, 86 Sandoval, Alonso de 162 San Esteban, Gomes de 149, 166 San Felipe Neri, María Xaviera de (Xaviera de Covarrubias) 212, 213, 214, 224 Sanjinés, Javier 106 San Miguel y Solier, Antonio de 42, 49 San Román de Rivadeneyra, Antonio de 158 Santa Cruz, Miguel Jerónimo de 151, 159 Santa Cruz y Padilla, Hernando de 48, 53 Santos, Antonio de los 55, 86 Saranyana, Josep Ignasi 209 Sardinha, Francisco Gomes 142 Sayer, Derek 107, 172 Schwartz, Stuart B. 178, 180, 181 Sedeño, Juan 148, 165 Selke, Angela 170 Séneca 152, 161 Silva, Bartolomé de 179 Silva, Jorge de 17, 64, 70, 80, 147, 190 Silveira, Antonio da 142 Silverblatt, Irene 106, 109, 169, 184, 187, 190, 197, 245 Simancas, Diego de 114 Soares, Francisco 152, 159 Solano, fray Francisco 160 Solórzano y Pereira, Juan de 37, 102, 113, 120, 186, 188 Soria, Pedro de 55, 87 Soria Arcila, Pedro de 81, 87 Sotelo, Esteban de la Rúa 87 Sotelo, Francisco 28, 55, 81, 87 Spalding, Karen 197 Studnicki-Gizbert, Daviken 138, 139, 144
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Suardo, Juan Antonio 147, 180 Suárez, Diego 151, 160 Sueyro, Emanuel 148, 160, 165 Szeminski, Jan 26, 27, 231, 245 Tácito 160 Tamayo, Francisco de 150, 160 Tamayo de Vargas, Tomás 148, 162 Tello de Sotomayor, Juan 43, 51, 58, 88, 91, 123 Tertuliano 114 Thompson, E. P. 172 Tirado y Priego, José Antonio 216 Tirso de Molina 152, 160 Toledo, Francisco de 100, 231 Tomás de Kempis 150, 162 Tomás y Valiente, Francisco 207 Tomé de Jesús, fray 150, 162 Torquemada, Juan de 149, 163 Torres, Juan de 152, 166 Torres Puga, Gabriel 202, 203, 204, 208, 210 Torres y Bohorques, Álvaro de 88 Torres y Portugal, Fernando (conde de Villar Don Pardo) 112 Trejo, Francisco de 140 Urrutia, José 202, 204 Váez, Francisco 84 Váez, García 40, 41, 70, 103 Valcázar, Gonzalo de 179 Valdés, Fernando de 112 Valdivieso, José de 150, 167 Valencia, Luis de 62, 72, 128, 179, 190 Valladolid, Francisco de 78 Valladolid, fray Ambrosio de 57 Valladolid, Pedro de 58
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Vargas, Martín de 42, 43 Vargas, Rodrigo de 55 Vázquez, Francisco 62 Vázquez de Espinosa, Antonio 187, 188, 194 Vega, Antonio de 78 Vega, Antonio de la 179, 183 Vega, Luis de 72, 142, 191 Vega, Luis de la 160 Velasco, Luis de (virrey del Perú) 113 Velázquez, Salvador 50, 102 Ventura, Maria da Graça Mateus 138, 141 Vera, Juan de 148 Vera y Zúñiga, Juan Antonio de 159 Verdugo de la Cueva, Pablo 167 Vicente, Joan de 175 Vicente y Monroy, Ramón 226 Villalba, Francisco de 155 Villegas, Alonso de 150, 153, 163 Virgilio 152, 161 Vita Barahona, Francisco de 177 Vitoria, Baltasar de 159 Wachtel, Nathan 138, 155, 156 Williams, Raymond 172 Yáñez, Marcos 90 Yepes, Diego de 167 Yerushalmi, Josef Hayim 173, 174, 175, 176, 178 Yturgoyen, Juan de 58 Zabala, Martín de 55 Zamora, Lorenzo de 150, 161 Zárate, Pedro de 52 Zúñiga, Íñigo de 53
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Participaron en esta edición
Pedro Manuel Guibovich Pérez se doctoró en Historia en la Universidad de Columbia (Nueva York) y actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido profesor visitante en la Universidad del País Vasco y en La Sapienza de Roma. Sus líneas de investigación preferentes se centran en la historia eclesiástica y las prácticas de enseñanza y evangelización, además de estudiar la historia del libro y la lectura en el Perú de los siglos xvi y xvii, especialmente la censura, el comercio, la producción de la imprenta, así como el universo social de los lectores. En este ámbito en concreto, entre sus muchas publicaciones destacan El edificio de letras. Jesuitas, educación y sociedad en el Perú colonial (2014), Lecturas prohibidas. La censura inquisitorial de libros en el Perú tardío colonial (2013), Como güelfos y gibelinos: los colegios de San Bernardo y San Antonio Abad en el Cuzco durante el siglo XVII (2006), Censura, libros e Inquisición en el Perú colonial, 1570-1754 (2003), La Inquisición y la censura de libros en el Perú Virreinal (1570-1813) y, en coautoría con Luis Eduardo Wuffarden, Sociedad y gobierno episcopal. Las visitas del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo (1674-1687). Esperanza López Parada es doctora en Literatura Hispanoamericana, profesora titular en el Departamento de Filología Española IV de la Universidad Complutense de Madrid desde 1994, y coordinadora del Programa de Doctorado en Literatura Hispanoamericana. Además de impartir docencia en universidades de Argentina, México y Estados Unidos, ha realizado estancias como investigadora visitante en varios centros internacionales y, sobre todo, en la John Carter Brown Library (Providence, RI), como receptora de la Willliam Reese Foundation Fellowship (2009 y 2010). Como resultado de los tres proyectos de investigación I+D que ha dirigido desde 2004, ha publicado artículos y libros, entre los que cabe destacar, para el ámbito de la colonia, la coordinación de la edición
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crítica de la Relación de ritos y fábulas de los incas de Cristóbal de Molina (2010) y del libro-catálogo La biblioteca del Inca Garcilaso de la Vega (1616-2016) que acompañaba la exposición, también organizada por ella, junto a Marta Ortiz y Paul Firbas, sobre este autor, que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de España, Madrid, y en la Fundación Rafael Botí de Córdoba (2016). En otras áreas de investigación, como la poesía hispanoamericana contemporánea, la vanguardia o la producción marginal latinoamericana, publicó Una mirada al sesgo. Literatura hispanoamericana desde los márgenes (1999), libro enfocado en el estudio de las escrituras agenéricas y transversales latinoamericanas. María Águeda Méndez, doctora en Literatura Hispánica por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios (CELL) de El Colegio de México, es profesora investigadora a tiempo completo del mismo. Ha desempañado diversos cargos, como la coordinación académica de dicho centro, la del grupo de trabajo «Catálogo de textos marginados novohispanos. Inquisición: siglos xvi-xix» o la subdirección de la revista Prolija Memoria. Estudios de Cultura Virreinal (Universidad Nacional Autónoma de México y Universidad del Claustro de Sor Juana). Dentro de sus líneas de investigación preferentes —la obra del jesuita Antonio Núñez de Miranda: literatura religiosa, poder y mentalidad novohispana, el rescate de textos literarios recogidos por la Inquisición novohispana y la edición de textos novohispanos—, ha publicado numerosos artículos, capítulos de libros e impartido conferencias nacionales e internacionales. Es autora de los títulos Secretos del Oficio: avatares de la Inquisición novohispana (2001); Amores prohibidos. La palabra condenada en el México de los virreyes (1997) en coautoría con Georges Baudot; editora, con Dolores Bravo Arriaga, de la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz de Sor Juana Inés de la Cruz (2010); editora de Fiesta y celebración: discurso y espacio novohispanos (2010); coordinadora del Catálogo de textos marginados novohispanos. Inquisición: siglo XVII e Inquisición: siglos XVIII y XIX (1997 y 1992). Marta Ortiz Canseco es doctora en Filología Hispánica (Universidad Autónoma de Madrid), fue profesora asociada en la Universidad de Alcalá de Henares y actualmente es profesora adjunta en la Uni-
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Autores
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versidad Internacional de La Rioja. Ha preparado, junto a Esperanza López Parada y Paul Firbas, la exposición y el libro homenaje al Inca Garcilaso de la Vega con ocasión de los 400 años de su muerte que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de España, Madrid, de enero a mayo de 2016 y en la Fundación Rafael Botí de Córdoba de junio a septiembre de 2016. Editó el primer poemario de César Vallejo, Los heraldos negros (2009), y la antología Poesía peruana 1921-1931: vanguardia + indigenismo + tradición (2013). Colaboró con el profesor Efraín Kristal en la redacción de la entrada «Peruvian Poetry» para The Princeton Encyclopedia of Poetry & Poetics (2012) y coordinó un monográfico sobre «Vanguardia e indigenismo en Perú» para la revista electrónica Letral. Además de su faceta académica, ha trabajado varios años como ayudante de biblioteca, catalogando la colección de manuscritos coloniales de América en la Biblioteca Nacional de España y la colección de manuscritos jesuitas en la Real Academia de la Historia. Irene Silverblatt, profesora titular de Antropología Cultural e Historia de la Universidad de Duke, investiga las dimensiones culturales del poder, la construcción del Estado y la colonización en América Latina, así como las políticas de la memoria en la Europa central. Particularmente interesada en la relación de género, los discursos raciales, las diferencias de clase y la memoria histórica para la construcción y la experiencia de poder, sus publicaciones incluyen desde la edición de la poesía de Selma Meerbaum-Eisinger (Harvest of Blossoms: Poems from a Life Cut Short, 2008), hasta sus monografías Modern Inquisitions: Peru and the Colonial Origins of the Civilized World (2004) y Moon, Sun, and Witches: Gender Ideologies and Class in Inca and Colonial Perú (1987), así como artículos sobre estos temas. Ha recibido becas de la Fundación Guggenheim, el Instituto Radcliffe de Estudios Avanzados (Universidad de Harvard), y el Consejo de Investigación de Ciencias Sociales, entre otros. También se ha desempeñado como presidenta de la Sociedad Americana de Etnohistoria.
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