Antropologia Urbana

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J osepa Cucó Giner

ANTROPOLOGÍA URBANA

Arie/ Antropología

l.ª edición: septiembre de 2004 5.ª impresión: diciembre de 2015

© 2004: Josepa Cucó Giner Derechos exclusivos de edición en españ.ol reservados para todo el mundo:

© 2004y 2015: Editorial Planeta, S. A.

Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona Editorial Ariel es un sello editorial de Planeta S. A. www.ariel.es ISBN: 84-344-2222-3 Depósito legal: B. 33.344 - 2008 Impreso en Españ.a por Arvato Services Iberia No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el

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I

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PRESENTACIÓN

La Antropología Urbana se ha convertido en los últimos años en un importante foro donde confluyen las reflexiones, análisis y de­ bates que en el seno de la comunidad antropológica suscitan los procesos que han dado lugar a la última reestructuración del capi­ talismo y a la profunda transformación de las ciudades y los siste­ mas urbanos, los cuales están hipotecando sobremanera los futuros desarrollos de la sociedad. Los antropólogos, especialistas y no es­ pecialistas en el campo urbano, compartimos un común interés y preocupación por los cambios que conllevan los nuevos fenómenos de globalización, que afectan por igual a las sociedades del Primer y del Tercer Mundo, a las grandes conurbaciones y a las áreas de población dispersa, a las megalópolis y a las ciudades pequeñas, a las sociedades campesinas y a las sociedades terciarizadas. En vir­ tud de tales procesos, temas que hasta hace poco parecían de inte­ r és exclusivo o preferente de ese campo de especialización discipli­ nar que es la Antropología Urbana, se hallan ahora en el punto de mira de otros antropólogos con intereses, sensibilidades y objetos de estudios distintos. Difícilmente podría ser de otra manera, porque todo parece in­ dicar que nos hallamos inmersos en un acelerado proceso de ur­ banización del planeta. En efecto, a lo largo de todo el siglo xx la población urbana no ha hecho sino aumentar a un ritmo crecien­ te: si a principios de siglo sólo vivía en ciudades un ínfimo por­ centaje de la población mundial (el 4 %), ahora lo hace más de la mitad de la población total. Es más, a nivel universal se prevé que t o do el crecimiento de la población esperado entre el 2000 y el 2030, calculado en unos 2.000 millones de personas, se concentra­ rá en las áreas urbanas del mundo. 1 En buena medida, el actual l. Según las previsiones de la ONU, a nivel mundial, en el periodo que va entre los años 2000 y 2030, las áreas urbanas pasarán de contener 2.900 millones de personas a contener 4.900 millones de los 8 . 100 m illones de la población mundial total esperada para el año 2030 . La m ayo ría de este incremento (1.900 millones de personas) se espera que se produzca en los r>aíses m enos desarrollados del mundo, a un promedio de 2.3 % anual. que significa que la

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boom

urbano es el resultado de la emigración de los rurales y los indígenas -esos colectivos por los que la antropología se interesa­ ba tradicionalmente- a las ciudades. Seguir a sus objetos habi­ tuales de estudio en su éxodo a la ciudad supuso a la antropología afrontar un doble reto: el que representaba, por un lado, repensar la diversidad sociocultural a la luz de un contexto nuevo; por otro, el que implicaba aplicar a la ciudad unos conceptos y unas técni­ cas que habían sido elaboradas para estudiar pequeñas comunida­ des, tribales o campesinas. Los testimonios de los antropólogos sobre los desarrollos y pro­ blemas urbanos, en los que se entremezclan los desafíos que la ciu­ dad plantea a los actores sociales pero también a la propia discipli­ na, vienen produciéndose desde hace bastante más de medio siglo. Se inician, por ejemplo, en los años 40 cuando Whyte ( 1 95 5 ) se de­ dicó a observar aquella particular « Sociedad de las esquinas» que con su interacción construían día a día los jóvenes emigrantes ita­ lianos en Chicago; o cuando los integrantes de la Escuela de Man­ chester empezaron a desarrollar lo que después se reveló como un coherente programa de análisis sobre el proceso de urbanización africano.2 Se continúan con trabajos como los de Osear Lewis, quien etnografió diferentes contextos urbanos y grupos sociales po­ pulares en México, Puerto Rico y Nueva York ( 1 969) , sometiendo a revisión algunos de los paradigmas centrales planteados por los teó­ ricos de la Escuela de Chicago ( 1 986a y b); o con estudios como los de aquellos antropólogos que reunidos bajo la experta batuta de Mangin ( 1 970), mostraban cómo era la vida de los campesinos en algunas ciudades del Perú y del norte de Zambia, en Río de Janei­ ro, Puerto Rico, México y Medam (Indonesia). A medida que pasa el tiempo la relación de la producción antropológica sobre el cam­ po urbano se hace más densa y también más amplia. De hecho, tra­ zar una genealogía del cúmulo de testimonios y procesos (de los in­ migrantes y pobladores urbanos), de desafíos y problemas (científi­ cos y disciplinares) de los que dan fe o a los que se enfrentan los antropólogos urbanos es ahora una tarea enciclopédica que ocupapoblación urbana de estos países se habrá doblado en treinta años. El proceso de urbanización continuará creciendo en los países más desarrollados. en Jos que Ja población urbana pasará del 76 % actual (año 2000) al 84 % en el 2030. En los países menos desarrollados la población urbana pasará del 46 % al 56 % durante el mismo periodo. 2. Me refiero a la larga serie de estudios que inicia en 1941 Wilson con su estudio sobre Broken Hill (1941, 1942) y que se continuará con Jos estudios de Epstein (1958, 19 82); Kapfe­ rer (1966); Little (1957, 1965, 1967, 1970, 1974) y Mitchell (1956, 1970, 1980 , 1987 ) , entre otros. En Hannerz (1983) y Pujadas (1996) puede verse una revisión bastante completa de la referi­ da Escuela de Manchester.

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r ía muchas más páginas de las que aquí disponemos. Seguir los ava­ ta res y andanzas de los habitantes urbanos a lo largo y ancho del mundo, explorar diacrónicamente las contribuciones de los antro­ pól ogos al conocimiento de las ciudades y a la elaboración de la teo­ ría urbana es, sin duda, una tarea apasionante. Entre otras razones, p orque la problemática urbana es un factor que ha coadyuvado sig­ nifi cativamente a reestructurar el proyecto antropológico y ha per­ mitido también mostrar la fecundidad de sus instrumentos concep­ t uales y metodológicos para abordar algunos aspectos claves de las urbes contemporáneas, en las que la fuerza de la diversidad no cesa de crecer o manifestarse. Esta es una empresa en la que con distinto éxito e influencia han acometido ya un buen número de antropólogos desde hace más de treinta años.3 Por eso, mi intención en este libro no es redundar en tal labor. Más bien lo que pretendo es conectar la trayectoria de la antropología urbana que ya han trazado otros colegas con los de­ sarrollos últimos de ésta, mostrando al mismo tiempo la continua interacción entre dicha especialidad y el desarrollo de la teoría y la práctica de la disciplina antropológica. En el fondo, estos son los objetivos centrales entorno a los cuales se construye el libro: pre­ sentar un estado de la cuestión de la antropología urbana que más que abundar en lo ya conocido (evolución de la especialidad e in­ ventario de sus contribuciones al conocimiento urbano a lo largo de su historia), fija su atención en los procesos de transformación que están actualmente en marcha (globalización y localización, creci­ miento urbano y migración, multiculturalismo y segregación) y también en los enfoques y tendencias analíticas que aspiran a dar cuenta de tales procesos. Esta visión panorámica de la situación ac­ tual se halla presidida por dos premisas básicas en las que quiero incidir de nuevo: la no separabilidad de las trayectorias de la an­ t ropología urbana y las trayectorias generales de la disciplina; la ne­ cesidad de dar cuenta de los énfasis, convergencias y/o mutuas in3. Esta tarea enciclopédica ha sido abordada a lo largo de las últimas décadas por di­ \'ersos autores como por ejemplo Basham ( J 978), Eames y Goode (1974 ) , Fox (1977 ) , Hannerz (1983), Kenny y Kertzer (1983), Pujadas (1996 ) , Sanjek ( 1 990, 1 99 6 ) , Signorelli ( 1 999), Sobre­ ro ( 1 993) , Southall ( 1 973) . Por lo general . mientras que los textos norteamericanos destacan la obra de Robert Redfield y la tradición sociológica de la Escuela de Chicago, trabajos europeos como los de Hannerz, Sobrero y Pujadas consideran a la Escuela de Manchester como la úni­ ca perspectiva clásica propiamente antropológica en los estudios urbanos. A estas obras habría que añadir las compilaciones publicadas en revistas en diferentes lenguas, ya sea de las espe­ c ializadas Urban Life y Urban Anthropology, o los números monográficos editados por ejemplo P or L'Homme , 1982; Ethnologie franfaise, 1983; L'homme et la société, 1 992; La ricerca folklori­

ca.

1 989 ; Revue internationale des sciences sociales, 1996; Revista d'Etnologia de Catalunya , 199 8; Zainak Cuadernos de A ntropología-Etnografía , 2000 ; Revista de A ntropología Social, 2001; Reche rches en Anthropologie au Portugal, 200 1 .

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fluencias que hoy en día se observan entre la antropología, su es­ pecialidad urbana y las ciencias sociales en general. Pero antes de presentar el plan de la obra me gustaría dejar al descubierto una pequeña parte de ese hilo conductor, o si se quiere ese aliento común, que conectan el pasado y el presente de la An­ tropología Urbana, y a ésta con el conjunto de la disciplina. Para hacerlo, me serviré de dos recientes estudios en los que Bauman ( 1 996) y Sanjek ( 1 998) analizan, respectivamente, los barrios de Southall en Londres y el de Elmhurst-Corona en Nueva York; en ellos nos presentan un vívido y poco convencional relato etnográfi­ co de un importante aspecto de la vida urbana contemporánea: el multiculturalismo y la pluralidad étnica. Sus protagonistas repre­ sentan el reverso de la moneda de esos otros actores sociales que otorgan a las «ciudades mundiales» su aire más cosmopolita: los tu­ ristas, los agentes financieros y empresariales transnacionales, y el grupo de profesionales integrado por intelectuales, artistas, diseña­ dores, etc. (Hannerz, 1 998). En tales barrios, poblados por gentes de muchas partes del mundo, los viejos y los nuevos residentes se enzarzan en relaciones que tienden a ser conflictivas y/o competiti­ vas, pero establecen al mismo tiempo marcos de interacción y coo­ peración; construyen identidades que afirman su diferencia étnica, pero en paralelo reflexionan sobre el sentido de su «herencia cultu­ ral» y crean mixturas irrepetibles con los viejos y nuevos elementos. Hablar de multiculturalidad es ciertamente otra forma de nombrar a la diversidad sociocultural y a la alteridad. Como se ha repetido hasta la saciedad que lo que mejor distingue a los antropólogos es su preocupación central por el otro y por los otros. Sin embargo, el otro ya no es aquel que es extraño y está territorialmente alejado, sino el multiculturalismo constitutivo de la ciudad en la que habi­ tamos (García Canclini, 1 997c). Tal y como está estructurado, el libro posibilita un acercamien­ to a la antropología urbana desde dos ángulos diferenciados. Desde el primero se observa la naturaleza y los últimos desarrollos de la an­ tropología urbana y está integrado por los tres primeros capítulos. En el capítulo 1 se analiza la cambiante naturaleza de la especiali­ dad urbana a la luz de una serie de tópicos que circulan desde hace tiempo y que erosionan o ponen en cuestión la legitimidad su exis­ tencia. La revisión de tales estereotipos me permite presentar por un lado el carácter de la antropología urbana y desvelar al mismo tiempo sus énfasis y titubeos, sus aportaciones teórico-metodológi­ cas, su especificidad pero también su imbricación con el conjunto de la disciplina antropológica. El capítulo 2 muestra como la glo­ balización y sus correlatos han dado lugar a un cuestionamiento de

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c ie r tos paradigmas sobre el ámbito urbano que parecían bien asen­ tado s desde los tiempos de la Escuela de Chicago, espoleando a la ,·e z la creatividad teórica y metodológica de los antropólogos y otros cie n tíficos sociales. Tras establecer los nexos entre globalización, di­ ,·ersidad cultural y transformación del espacio, se observa cómo ha a fectado el despliegue globalizador de la modernidad a las catego­ ría s socioculturales de tiempo y, sobre todo, de espacio; en lo que a este último respecta se hace una revisión de las transformaciones ocurridas, de las cuales dan cuenta conceptos como localidades fan­ ta sm agóricas y procesos de desanclaje, espacio de los flujos y los no Jugares, desterritorialización y territorialización. El capítulo 3 cierra este primer bloque temático. En él se ex­ plora esa idea que consiste en ver a la ciudad como síntesis y pa­ ra digma de los amplios procesos que atraviesan a toda formación social, de la que deriva la actual consideración de las ciudades como laboratorios de lo global. Lugar de práctica cotidiana, la urbe nos proporciona además valiosos conocimientos que permiten es­ tablecer los vínculos entre los macroprocesos y la textura y la fá­ brica de la experiencia humana. En antropología, al igual que en conjunto del pensamiento social, existe una gran diversidad de dis­ cursos interpretativos que pretenden precisar el sentido del proce­ so de urbanización que viene afectando al mundo desde el último tercio del siglo xx . Para captar la heterogeneidad de los conceptos e i deas que los antropólogos utilizan para analizar la ciudad con­ temporánea tomo como base la imaginativa serie de metáforas que emplea Seta Low ( 1 999a ) , la cual me permite construir una visión p anorámica de las múltiples facetas de la poliédrica ciudad de nuestro tiempo. La segunda mitad del libro plantea un ángulo de aproximación a la antropología urbana distinto del anterior: en él nos acercamos a esta especialidad tomando como punto de mira las estructuras de mediación y los movimientos sociales . En conjunto, lo que pretende resaltar tal perspectiva es que los habitantes de las ciudades no son recipientes pasivos de los grandes procesos que están transforman­ do las ciudades y el mundo. Se trata de recuperar por tanto su di­ m e nsión de actores y de sujetos políticos. Frente a unas visiones que destacan el triunfo del capital informacional y se deslumbran ant e el llamado espacio de los flujos, que convierten al Estado y a sus i n stituciones en una especie de daguerrotipo desvaído, y que di­ b uj an a la ciudad como un mosaico de individuos y colectivos ato­ � i zados en la multiplicidad y ambigüedad de sus posiciones e iden­ ti dade s sociales, se opta por perfilar otras siluetas urbanas. En ellas des taca la recomposición de las relaciones sociales y las redes de

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ayuda mutua, la aparición de nuevas formas de identidad y de ocu­ pación del espacio, de nuevas estrategias relacionales, económicas y simbólicas que permiten a los individuos enfrentarse a lo conoci­ do y domar lo desconocido. De ahí la importancia de las redes, los agrupamientos y las movilizaciones sociales, que propician el desa­ rrollo de una nueva cultura ciudadana capaz de cuestionar los po­ deres establecidos. Los capítulos 4 y 5 forman en realidad un solo bloque temático que gira entorno a una figura conceptual, las llamadas estructuras de mediación, que engloba a fenómenos como la sociedad civil, la sociabilidad, las asociaciones voluntarias y las redes y grupos in­ formales. El énfasis del capítulo 4 es más teórico y en él se aborda el problema de las mediaciones entre estructura y acción social, en­ tre cultura y praxis cultural a la luz de las mencionadas estructuras de mediación, de las que se perfila tanto su evolución como sus ca­ racterísticas principales. Por su parte, en el capítulo 5 se vislumbra la emergencia y ulterior consolidación de nuevos protagonismos so­ ciales a partir de la década de los 80. En unas ocasiones, se trata de fenómenos que han experimentado una considerable expansión y que, con la mutación social en marcha, adquieren un significado y alcance nuevos. En otras, aparecen elementos y procesos que son ahora visibilizados, valorados o redescubierto por el conjunto de las ciencias sociales. La eclosión de las asociaciones voluntarias, el des­ cubrimiento del Tercer Sector y de la sociabilidad de las mujeres, el redescubrimiento de las comunidades y las redes de proximidad pa­ recen avenirse bastante bien a las tendencias mencionadas. Los capítulos 6 y 7 abordan finalmente el tema de los movi­ mientos sociales, un fenómeno que no sólo es esencial para la com­ prensión de las sociedades contemporáneas sino también para el desarrollo de la teoría social. En el capítulo 6 se observa a los mo­ vimientos sociales a la luz de su contexto más actual: la crisis de la modernidad; tomando como punto de partida la década de los 60, se desgranan los avatares de sus sucesivas mutaciones y se analizan los rasgos más descollantes de los movimientos urbanos contempo­ ráneos. Finalmente, en el capítulo 7 se hace un apretado repaso de los principales enfoques teóricos que han abordado el estudio de los movimientos sociales y se observa la incidencia, bastante pobre y tardía, de la antropología en este campo. Es evidente que los temas que aquí presento no agotan el cam­ po de la antropología urbana, que cubre un abanico de contenidos tan amplio que en la práctica resulta imposible abarcar todas sus dimensiones. Por eso he optado por primar aquellos temas y as­ pectos que me parecen más sugerentes, que permiten además abor-

PRESENTACIÓN dar

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algunos de los debates presentes tanto en el ámbito de la an­

como del conjunto de las ciencias sociales, unos debates iden en aspectos de la realidad social que son objeto de in­ q terés y preocupación social en la actualidad. Acabaré esta breve presentación con unas palabras de recono­ cimiento y una dedicatoria. Mi reconocimiento es para con la ge­ nerosidad y ayuda que me han prestado algunas personas, colegas v a m igo s todos y todas. Los nombraré de corrido, sin mencionar la �alidad específica de sus dones, de sus apoyos y estímulos. Pero cuando lean sus nombres cada uno sabrá con claridad lo que le es debido. Al expresarlo así mi agradecimiento para con Joan Josep Pujadas -pionero en la docencia y en la investigación en campo ur­ bano-, Beatriz Santamarina y Albert Moncusí -jóvenes compañe­ ros de aventuras antropológicas-, Joan Prat, Teresa San Román y Joan Frigolé -lectores minuciosos y críticos- se proclama públi­ camente, pero una parte de él permanece al mismo tiempo en el ámbito de lo íntimo. La dedicatoria es por último para alguien que es para mí único pero que ya no tengo conmigo. A mi hermano Al­ fons Cucó, per tot, més que mai, le dedico este libro. tropología ue inc

Valencia, abril de 2003

1 LA

NATURALEZA DE LA ANTRO POLOGÍA URBANA

Pocas especialidades de la antropología se han tenido que en­ frentar a tantas y tan duraderas reticencias como la antropología urbana. Sobre ella corren desde hace tiempo una serie de tópicos que erosionan o cuestionan la legitimidad de su existencia. En el fondo, lo que tales estereotipos vienen a decir es que nuestra disci­ plina ha llegado tarde y mal al estudio del ámbito urbano, de ahí el carácter problemático de esta especialización. Cuando se emplea el calificativo de « tarde» se hace no pocas veces en un doble senti­ do: se señala por un lado que sus comienzos son demasiado tardíos (su fecha de nacimiento se situa a finales de la década de los 60, cuando otras ciencias sociales, en especial la sociología, llevaban ya décadas de andadura urbana); se deja caer por otro que su conso1 i d ac i ón como subdisciplina antropológica también ha tenido lugar a deshora, precisamente cuando los procesos propios de la globali­ zación están vaciando de significado la especificidad de lo urbano (¿o es que ahora todo es antropología urbana?). Y decimos que «lle­ ga mal » porque la antropología urbana parece poseer el extraño don d e convertir en vicios las virtudes antropológicas: así se señala la p roblemática adecuación de la observación participante y del tra­ bajo etnográfico al espacio urbano, o la práctica de una antropolo­ g ía en la ciudad, una ciudad descontextualizada donde flotan sin co­ nexió n islas de guetos. Revisar algunos de estos tópicos es cuanto menos una forma ori g i nal, o si se quiere una excusa, de abordar la antropología ur­ ba n a que me permitirá desvelar a un tiempo sus énfasis y titubeos, s�i espe cificidad pero también su imbricación con la evolución de la d is c ip lina antropológica de la cual es parte inseparable. Concreta­ n�ent e, los cuatro tópicos que sucesivamente abordaré tratan de lo siguiente: los antropólogos son los recién llegados al ámbito urba­ no; se ha hecho antropología en la ciudad con un enfoque de isla­ gheto ; la fuerte carencia de una teoría y una metodología antropo-

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lógica sobre lo urbano; y por último, la dificultad de acotar un cam·! i po específico a la antropología urbana. 1.

Los

nouveaux arrivés

a la ciudad

Con la antropología urbana ocurre como con un tipo de vino jo· ven francés, el beaujolais nouveau : de ambos se vocea periódica· mente su llegada. «le beaujolais nouveau est ª"ivé» , anuncian con júbilo año tras año numerosos establecimientos parisinos. Los an· tropólogos, se repite hasta la saciedad dentro de la propia antropo· logía urbana, son los recién llegados al estudio de lo urbano; para que se rompiera la característica agorafobia disciplinar (Hannerz, 1 98 3 ) tuvo que producirse lo que se ha convenido en llamar la ter· cera revolución en antropología, tras la que supusieron respectiva· mente el estudio de primitivos y campesinos. Pero mientras que en aquella particular clase de vino la juventud es una cualidad apre· ciada, la bisoñez antropológica en el campo urbano resulta más bien un síntoma de inmadurez e inconsistencia. En principio, no pretendo poner en cuestión la precisión o certeza de esta afirma· ción, sino de destacar simplemente que la referida frase se ha con­ vertido en una especie de muletilla que se repite sin apenas varia­ ción desde hace más de treinta años. ¿Cuánto tiempo tiene que pa­ sar para que la antropología urbana adquiera el pedigrí de otras especialidades antropológicas? Por lo general, se data el nacimiento de la antropología urbana en un momento indeterminado que grosso modo se sitúa allá por los años 60 y principios de los 70; es en este periodo cuando se acuña por primera vez el concepto ( 1 963) y se publican tanto el primer manual ( 1 968) como la primera revista de antropología urbana ( 1 972). Sin embargo, para que cristalizaran dichos hitos en el pro­ ceso de reconocimiento y normalización como especialidad de la antropología social tuvieron que producirse previamente una am­ plia serie de acontecimientos y obviamente, de investigaciones. Cambios ocurridos dentro y fuera de la antropología que propicia­ ron estudios, trabajos, actividades, escuelas de pensamiento, ten­ dencias, enfoques y foros de discusión, los cuales posibilitaron a su vez que se conformara primero y se institucionalizara después algo que se convino en llamar «antropología urbana» . En s u espléndida Antropología della citta, Alberto Sobrero se propone reconstruir la historia de la antropología de las sociedades complejas como la progresiva definición de una especialización au­ tónoma en el ámbito de la antropología general ( 1 993: 3 8 ) . Lo cu-

LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA

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r i os o del caso es que para referirse a tal especialidad utilizará in­ di stintamente tanto el referido concepto de «antropología de las so­ c ie da des complejas» como el de antropología urbana, en una apa­ rente ceremonia de confusión a la que el mismo título de la obra, a ntro pología de la ciudad, no hace sino echar más leña al fuego. Se p od rá o no estar de acuerdo con su forma de nombrar las cosas. p ara algunos ambos conceptos denotan campos distintos de la rea­ l idad social, por lo que son difícilmente intercambiables; otros por el c ontrario dirán sencillamente que se trata de maneras diferentes de nombrar lo mismo. A Sobrero esta ambigüedad terminológica no le preocupa, es más, parece encontrarse a gusto en ella. En el fon­ d o, dice, lo que denotan ambos conceptos es la manera (o maneras) con que la antropología aborda su relación con la modernidad, con ese mundo moderno cuya exploración tardó bastante en abordar. En uno y otro se hallan inscritas las distintas etapas de ese largo « camino intelectual a través del cual una disciplina nacida para in­ d a gar sobre los primitivos de Australia llega a considerarse capaz de decir alguna cosa de los habitantes de Nueva York» (Sobrero, 1993: 46).

Por otra parte, si tenemos en cuenta las diferentes tradiciones nacionales, resulta difícil establecer cuales son los momentos fun­ dadores de la antropología urbana: según unos, ya se puede hablar de antropología urbana a partir de los años 20; otros consideran que hay que esperarse al período de la Segunda Guerra Mundial; to­ davía unos terceros afirmarán que su nacimiento no tiene lugar has­ ta principios de los 70. Y no se trata sólo ·de que el interés por las sociedades complejas y el urbanismo surge en momentos, contextos por motivos diferentes, sino que dentro de cada tradición nacio­ nal, los nuevos intereses antropológicos se enfrentarán invariable­ me nte con resistencias diversas. Mientras que la tradicional fasci­ n ación por lo urbano característica de las ciencias sociales en USA ti en de, entre otros factores, a favorecer en ese país una más tem­ p rana consolidación de la antropología urbana, en otras sociedades oc ci de ntales su andadura corre por derroteros distintos. Así por ejemplo, en el caso de la antropología social británica se responsa­ b il iz a a la perspectiva evolucionista tradicional y a la no menos tra­ d i ci o n al costumbre de no teorizar más allá de la investigación con­ creta de retardar unas cuantas décadas el efecto del shock discipli­ n ar i mplícito en los estudios auspiciados por el Instituto Rhodes­ l i v i n gs tone de Lusaka. En el caso de Francia e Italia, el retraso en 1� i mp la ntación de este nuevo sector de estudios se achaca, respec­ t ivame n te, a la influencia del estructuralismo y al peso de la tradi­ ció n meridionalista y folklórica. Por su parte, el desarrollo de la an:v

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ANTROPOLOGÍA URBANA

tropología urbana en España es también bastante reciente. Excep:. ción hecha de ciertos estudios aislados como los de Kenny ( 1 961� sobre una parroquia de Madrid o de San Román sobre los gitanos de Madrid y Barcelona ( 1 97 5 , 1 976a , 1 976b , 1 9 86, 1 990) , podemos datar su eclosión a mediados de los años 80 ante la influencia corn. binada de una serie de demandas institucionales, del clima ideoló� gico generado por el impulso de la «movida» cultural, el auge de l� posmodernidad y la presión de una nueva generación de antropó� logos (Feixa, 1 993a : 24-2 5 ) . i



2.

Islas y guetos urbanos

j

La frase que a continuación expongo conforma algo así com un esterotipo negativo compendiado, que reune hasta tres «errores» ! atribuibles a la antropología urbana en un pasado no muy lejano. Dice así: « Durante bastantes años, la tendencia predominantemen­ te en la antropología urbana ha sido hacer una antropología en la ciudad que centraba su atención en ghetos urbanos que recibían un tratamiento descontextualizado e insular. La ciudad no era pues el objeto central de estudio sino un mero receptáculo que contenía al verdadero centro de interés, constituido generalmente por los po­ bres urbanos -campesinos emigrados, minorías étnicas, margina­ dos, etc.-, los cuales, a los ojos de los investigadores formaban ghe­ tos aislados y bien delimitados » (Fox, 1 977; Hannerz, 1 98 3 ; Sanjek, 1 990; Cátedra, 1 99 1 ; Pujadas, 1 99 1 ). El «modelo insular» del que habla Cruces ( 1 997), a través del cual se observa la realidad y se analizan los datos, permite trazar límites nítidos en torno al colec­ tivo o grupo objeto de estudio, que de este modo conforma un es­ pacio culturalmente homogéneo y holísticamente abarcable, aun­ que por lo común desgajado de su entorno inmediato. Pero esta manera de ver las cosas resulta excesivamente sim­ plista. En primer lugar, porque a pesar de los reiterados esfuerzos por distinguir lo que se ha convenido en llamar la antropología en la ciudad (la ciudad como escenario del objeto de estudio) de la an­ tropología de la ciudad (la ciudad como objeto de estudio), la difi­ cultad de separar una y otra es muy grande. Por un lado, porque para capturar la complejidad de la vida urbana, los antropólogos tu­ vieron que destacar desde el principio relaciones, formas y princi­ pios organizativos que iban más allá de los que implica el orden del parentesco. Al hacerlo, se alejaron de la etnografía clásica repre­ sentada por los iroqueses, los trobriandeses o los nuer, desarrollan­ do al mismo tiempo dos tipos de enfoques: uno empeñado en do-

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LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA

m en ta r los que Sanjek ( 1 996: 5 5 5 ) denomina «micro-terrenos de co tidiana» ; otro de carácter más holístico, interesado en cap­ � formas y cualidades del urbanismo. Una antropología en la de la ciudad evolucionando de forma paralela, pero también in te ra ctuan d o entre s1 pese a 1 as frecuentes ignorancias muas y a los notables desequilibrios existentes entre ellas. Por otro tu d la o, p orq ue como indica Nestor García Canclini, «aunque desde el sig:lo x1x la bibliografía antropológica se nutre de numerosos estu­ dios so bre ciudades, debemos reconocer que frecuentemente, cuan­ do los antropólogos hablan de ciudades, en realidad están hablan­ do de otra cosa. Aunque se ocupen de Lusaka o de Ibadán, de Sao Paulo o de Mérida (México), lo que intentan saber muchas investi­ gaciones es cómo se producen los contactos culturales en el con­ texto colonial o las migraciones durante la industrialización, cuales son las condiciones de trabajo o los hábitos de consumo, qué que­ da de las tradiciones tras el avance de la modernidad» ( 1 997c : 3 8 1 u f ,¡da a a l s t ��idad y

ci

382).

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En segundo lugar, porque al seguir a los destinatarios habitua­ la investigación antropológica en su éxodo hacia la ciudad, la disciplina aceptó el desafío que este ámbito representaba para unos c onceptos y técnicas que habían sido elaborados para estudiar co­ munidades pequeñas, ya fueran indígenas o rurales. Continuó pues investigando a los Otros, siempre pobres (o marginales) y ahora de­ sarraigados, que se instalaban en las ciudades; al hacerlo siguió en p a rte el mismo modelo de aproximación que había aplicado con éxi to en las aldeas o pueblos natales de los emigrantes. Nos referi­ mos obviamente a ese modelo insular que contiene las ideas de isla \/ de ciclo y que ha tenido tanto peso entre los antropólogos. Como señala Francisco Cruces, el éxito de tal modelo no se debe al azar, s i n o a que « es precisamente por la constitución de una isla espacial \/ un tie mpo cíclico -es decir, de una localidad, de un lugar- por l o qu e la gente puede llegar a identificarse y ser identificado como difere nte » ( 1 997: 47). Existió -y ciertamente aún persiste- una an­ t ropolo gía urbana obsesionada por los ghetos y erigiendo islas por tod as partes. Pero no está de más recordar que tales sesgos ya fue­ ro n sup erados hace por lo menos dos décadas. Como es bien sabi­ do, e n los años 80 tienen lugar toda una serie de cambios signifi­ c ativ o s en la antropología urbana, especialmente en lo que se refie­ re a la sustanciosa ampliación de los temas de estudio (Sanjek, 1990). En lo que respecta a los cambios a nivel teórico y metodoló­ g i c o cabe destacar dos cosas: que empezaron bastante antes y que se h an incrementado en la última década para afectar al conjunto de la antropología. En ese sentido, como destaca García Ganclini les de

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( 1 997c : 382), la problemática urbana se revela como un importante factor que ha colaborado poderosamente a la reestructuración del proyecto antropológico. Los cambios a nivel metodológico se pueden resumir con una sóla frase: consolidación de la etnografía acompañada por una con­ siderable apertura o flexibilidad metodológica. En efecto, por un lado, la antropología, mediante el trabajo de campo realizado en el ámbito urbano, ha podido mostrar la fecundidad de sus instru­ mentos conceptuales y metodológicos para abordar algunos aspec­ tos clave de las ciudades contemporáneas. Y esto es así porque las técnicas de captación de datos intensivas y de larga duración utili­ zadas por los antropólogos -entre ellas la observación participan­ te- son las únicas que permiten establecer relaciones fiables con la gente y, por tanto, resultan tan esenciales en un terreno urbano como en una aldea de Samoa. Su cometido fundamental es des­ mantelar ideas previas inadecuadas y generar al mismo tiempo ideas previas con sentido; por eso son la base para un buen plan­ teamiento del diseño teórico etnográfico y del diseño con nuevas técnicas. 1 Pero como enfatizan Carrier y Miller ( 1 999), los antropólogos son los primeros que deben creerse su (importante) historia de in­ mersión en la etnografía; por eso, estos autores, interesados por la esfera económica, realzan la necesidad de estudiar etnográficamen­ te las instituciones financieras actuales y de poner en contacto las finanzas globales -articuladas a un sistema de flujos cada vez más abstractos- con las relaciones sociales que tienen lugar en su inte­ rior, cuyo carácter continua siendo eminentemente personal y local. Investigaciones como la de Leyshon y Thrif ( 1 997) sobre la City de Londres nos ayudan a desmitificar dichas instituciones, poniendo en contacto sus abstractas y fluidas operaciones con la experiencia cotidiana de la humanidad. Por otra parte, pese a las indiscutibles ventajas que conlleva el uso de la observación participante en ámbito urbano, no hay razón alguna para abrazar un purismo metodológico como una cuestión de principios. Lo razonable parece más bien lo contrario: preconi­ zar la necesidad de una gran flexibilidad metodológica, que com­ porta el reunir datos a partir de métodos, técnicas y fuentes distin­ tos. El método etnográfico, el trabajo de campo intensivo, debe ser concebido como proteico, flexible y moldeable, capaz de adaptarse contínuamente a los nuevos contextos y a los distintos intereses y necesidades, ya sea modificando los procedimientos establecidos o 1 . Debo esta sugerencia metodológica a Teresa San Román.

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fa b ri cando nuevos instrumentos de análisis. Evidentemente, el uso ot ras técnicas -nuevas o no- es importante, porque la variedad té cnicas contrarresta los sesgos particulares introducidos por cada una de ellas. Cada técnica, ya sea extensiva o intensiva, posee vi rt udes diferentes: unas son adecuadas para generar hipótesis teó­ r i ca s e interpretativas, otras sirven para medir o calibrar la ampli­ tud de las generalizaciones. Lo urbano, por su tamaño y compleji­ dad, parece necesitar de un enfoque triangular -de « triangulación» habla exactamente Hannerz ( 1 983: 380)-, consistente en combinar tres métodos distintos pero complementarios: los métodos históri­ cos, los métodos cuantitativos y el método etnográfico. La fertilidad de esta flexibilidad metodológica se hace evidente, po r ejemplo, en la investigación de Teresa Caldeira (2000) sobre las experiencias de violencia, la reproducción de la desigualdad social la segregación espacial en la ciudad de Sao Paulo. Aunque la cita � s un poco larga, merece la pena escuchar sus propias palabras re­ tfr iéndose a los aspectos metodológicos de su obra. Dice así: «Mi in­ vestigación realizada en Sao Paulo desde 1 98 8 hasta la actualidad, se basa en una combinación de metodología y tipos de datos. La ob­ servación participante, considerada generalmente como el método por excelencia de un estudio etnográfico, no fue por lo general via­ ble en este estudio a causa diversas razones interconectadas. Pri­ me ra, la violencia y el crimen son difíciles, sino imposibles, de es­ tudiar mediante la observación participante. Segunda, la unidad de a n álisis para el estudio de la segregación espacial ha sido la región me tropolitana de Sao Paulo. Un área urbana con diez y seis millo­ nes de habitantes no puede ser estudiada siguiendo métodos dise­ ñados para el estudio de pueblos pequeños. Podía haber estudiado barrios . . . sin embargo, mi interés fundamental no era hacer una et­ nografía de las diferentes áreas de la ciudad, sino un análisis etno­ gráfico de las experiencias de violencia y segregación, y éstas no po­ dían estudiarse de la misma manera en los diferentes barrios. Mien­ tr a s que en los vecindarios de clase trabajadora existe todavía una vi da pú blica y están relativamente abiertos a la observación y a la P art ic ip ación, en los vecindarios residenciales de clase media y cla­ se a lt a la vida social se ha recluido en el interior y se ha privatiza­ do l a ob servación participante no es allí viable. Utilizar la obser­ �ac.··ión participante en las áreas pobres y otros métodos en las areas ric as podría significar "primitivizar" a las clases trabajadoras Y negligir la relación entre clase social y espacio público. Final­ �ente, tuve que utilizar otros tipos de información porque estaba interesada en un proceso de cambio social que la observación di­ rect a só lo puede captar de forma marginal» (2000: 1 1 - 1 2) . Para alde de

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canzar su objetivo Caldeira combinó una pluralidad de fuentes y métodos: analizó estadísticas de criminalidad y anuncios de prensa, estudió la historia y las prácticas de la policía civil y militar, re­ construyó el proceso de urbanización de Sao Paulo, y realizó entre­ vistas en profundidad en tres áreas metropolitanas distintas. En lo que se refiere a las preocupaciones teóricas de los antro­ pólogos urbanos es evidente que ahora, al igual que en épocas an­ teriores, coinciden con las del resto de los antropólogos sociales. A ese tenor, uno de los temas que suscita mayor interés y debate es el de la articulación entre los niveles micro y macro. ¿Qué caminos permiten a la antropología mantener su confianza en la etnografía y ocuparse al mismo tiempo de la relación entre lo que observan en el trabajo de campo y los procesos globales? Las propuestas al res­ pecto están siendo muy diversas; las más fructíferas, sin embargo, apuntan hacia un objetivo que Carrier y Miller explicitan con clari­ dad meridiana: «escapar de una antropología que, o se decanta por ser una ciencia de las estructuras globales o universales como en los años 70, o por ser una disciplina que esconde su cabeza en la are­ na de las "subjetividades nativas" como ocurre en los años 90» ( 1 999: 42). Esta ácida frase sobre la « antropología que emplea la táctica del avestruz» hace referencia a las dos (graves) consecuen­ cias que entre nosotros tuvo el debate postmoderno relativo a la cri­ sis de la representación y a las críticas a las prácticas de exclusión de la teorización occidental: la retirada al particularismo etnográfi­ co y el alejamiento (o incluso rechazo) de la teoría. Por decirlo sua­ vemente, ambas reacciones son, como mínimo, desafortunadas. Por un lado, como observa agudamente Henrietta Moore, «el proble­ ma . . . es que una retirada al particularismo etnográfico no puede ser nunca una respuesta apropiada a la acusación de que las metateo­ rías modernistas eran excluyentes, jerárquicas y homogeneizadoras. Valorar las diferencias culturales requiere teoría; valorar las cone­ xiones entre formas de diferencia cultural y relaciones jerárquicas de poder requiere teoría; unir las experiencias personales a los pro­ cesos de fragmentación y globalización requiere teoría» ( 1 999: 7). Por otro, resulta bastante obvio que el alejamiento de la teoría fue parcial e ilusorio. Por utilizar un simil sencillo y a la vez cercano, a los postmodernos les ha pasado con la teoría lo mismo que a la dic­ tadura franquista con la política: si al proclamar su apoliticismo los franquistas estaban haciendo política, la anti-teoría de los primeros constituye su particular forma de hacer teoría. Pero las islas (modelo insular) y los refugios (etnográficos) se han resquebrajado. Los cambios habidos dentro y fuera de la disci­ plina han transformado sus tradicionales conceptos centrales; la di-

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,·e rsidad y la diferencia han tomado nuevos significados. La antro­ pol ogía, al abordar estos aspectos en el ámbito urbano, explora un te ma conocido aunque en un contexto nuevo. Y es un contexto nue­ ,·o no tanto porque la ciudad sea un terreno desconocido para los a ntropólogos, que no lo es, sino porque los profundos procesos de tran sformación actualmente en marcha (procesos de multicultura­ l i s mo y de segregación, procesos de lo global y de lo local) han afec­ tado tanto y de tal forma a las ciudades que han puesto en entredi­ cho las teorías y definiciones vigentes hasta hace poco sobre la ciu­ dad y lo urbano. Según García Canclini ( 1 997c), la diversidad so ciocultural, que constituye un factor de interrogación constante y permanente de la antropología, es en la actualidad uno de los temas más desestructurantes de los modelos clásicos propuestos por la teoría urbana. Al menos en antropología, las grandes cuestiones contemporáneas son en buena medida continuación de viejas cues­ tiones como ¿qué es la cultura?, ¿cómo se genera la diversidad?, ¿cómo se construye y se vive el multiculturalismo contemporáneo?, etc étera. Pero sobre estos y otros interrogantes planea otro de ín­ dole superior que pone en entredicho el potencial explicativo de la a ntropología urbana. 3.

Estados carenciales

Destacaba Patricia Safa hace unos años que «los antropólogos contamos ya con un cúmulo importante de información empírica, pero hemos participado poco en la construcción de una teoría so­ c ial que permita, por medio del análisis, llegar a generalizaciones e x plicativas sobre la experiencia urbana. . . La carencia de un es­ fuerzo explicativo . . . se debe, en parte, a que en la mayoría de los c asos, los antropólogos, a diferencia de los sociólogos, hemos llega­ do a la ciudad tratando de utilizar enfoques, problemas y métodos que si rvieron para estudiar comunidades étnicas o campesinas» 0 99 3 : 284). Estos énfasis negativos no son ni mucho menos novedo­ sos. Vienen repitiéndose con regularidad desde que fueron plantea­ das en la década de los años 70 (Gulick, 1 973; Fox, 1 977; K. Moore, 1975). Ta nto en la literatura anglosajona como en la latinoamerica­ na (Hannerz, 1 98 3 ; Sariego, 1 988) se resalta la carencia de una teo­ r ía Y una metodología antropológica sobre lo urbano, de ahí ese c onc e p to de «estados carenciales » que encabeza este apartado. Co mo contrapunto a esta empobrecedora y a mi entender erró­ a vi sió se puede anteponer aquella otra que planteaba Basham ne h a c e casintreinta años, dice así: «el trabajo urbano no ha llevado a

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los antropólogos a ámbitos teóricos y metodológicos distintos, sino que ha reflejado y revisado aquellos que ya existían anteriormente» ( 1 97 8 : 29). Según este autor, existe una clara continuidad entre lo que él denomina la «antropología tradicional» y la «antropología ur­ bana y de las sociedades complejas » : ambas continúan interesadas en cultivar los mismos tópicos antropológicos, tales como el paren­ tesco, el lugar del individuo en la sociedad, la aculturación que se deriva del contacto entre culturas y la forma de unir la compara­ ción intercultural y la descripción etnográfica. Pero dicha continui­ dad no implica que la antropología urbana sea una simple exten­ sión del estudio de las sociedades primitivas y campesinas; por el contrario, Basham reivindica la necesidad de innovar, de producir nuevos enfoques a fin de poder afrontar el reto que supone el estu­ dio de la vida urbana ( 1 978: 30) . Las palabras de Basham, proclamando la ininterrumpida línea de continuidad entre la antropología y su especialidad urbana, pero reclamando a la vez la necesaria y fertil autonomía de la segunda, nos sugieren varias reflexiones complementarias. La primera es de carácter defensivo y supone plantear sin ambages un argumento que ya esgrimido anteriormente: en parte, la supuesta «indigencia» teórico-metodológica de la antropología urbana y su incapacidad de generalización explicativa no harían sino reflejar determinadas ten­ dencias y sesgos que, con diferentes variantes, que vienen distin­ guiendo a una parte de la antropología desde hace décadas. Porque como es bien conocido, la desconfianza, el rechazo o el miedo a la teoría, o más exactamente a hacer teoría, fue un hábito enraizado en y difundido por la antropología británica desde los tiempos de la antropología clásica. La conocida comparación de Lienhart entre la relación entre teoría y etnografía, y un guisado de elefante y co­ nejo resulta muy ilustrativa de esta forma de ver las cosas. Lo que se necesita, venía a decir Lienhart, es una etnografía de elefante y una teoría de conejo. El arte de este particular guiso consiste pre­ cisamente en que predomine en él el aroma de conejo, pese a la pro­ porción mínima de este ingrediente. Por su parte, como ya he mencionado antes, el debate decons­ truccionista o postmoderno2 forzó ciertamente a la antropología a repensar aspectos de su práctica, pero lo hizo de tal manera que alentó su alejamiento de la teoría acompañado de un volcarse en la etnografía y/o en la interpretación. Pese a que entre los antropólo2. Que, entre otras cosas, supuso un cuestionamiento profundo tanto de los supuestos y técnicas usados para desarrollar y trasmitir las representaciones culturales y las interpretacio­ nes, como de la autoridad del antropólogo como autor, y un fuerte énfasis en la parcialidad de todas las interpretaciones.

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go s británicos y los postmodernos el énfasis parece el mismo, entre

�i nos y otros la suerte de la etnografía correrá por derroteros dis­

ti n t os. Mientras que entre los primeros la mitificación de la prácti­ c a etn ográfica aumentó ad infinitum su valor y su uso, a lo que han cond ucido no pocas veces las críticas postmodernas3 es a un aban­ do no o a una devaluación-caricaturización de lo que Nancy Sche­ pe r-Hugues denomina «práctica de la etnografía descriptiva» ( 1 998: 38), unas críticas de las que esta autora se declara explícitamente c a ns ada. En cualquier caso, me parece falaz hablar de oposición en­ tre teoría y etnografía, porque el conocimiento sobre algo construi­ do desde una disciplina académica es hacer teoría, no es reflejar la reali dad. La descripción etnográfica es una construcción teórica he­ cha a base de generalizaciones empíricas, de causas e interpreta­ ciones. No se trata de hacer etnografía (descripción) o teoría (com­ p a ración), sino del nivel de las generalizaciones causales e inter­ pretativas y de su mayor o menor capacidad de dar cuenta de más o menos fenómenos. La última reflexión alude a la reacción de la antropología ante los múltiples retos que plantea el estudio de lo urbano. En efecto, cuando desde las culturas tradicionales se pasa al entorno urbano, l a esperanza de que la unidad de análisis se pueda delimitar facil­ mente y que sea posible trabajar con esa aproximación holística que otorgaba a la antropología una posición preeminente respecto a otras ciencias se hace cada vez más difícil. A estos y otros retos, además del ya mencionado enfoque del gueto,4 consistente en apli­ car a las ciudades modernas las técnicas y procedimientos metodo­ ló gicos usados en la investigación de las comunidades preindus­ t ri a l es , 5 la antropología antepone diversas perspectivas teórico-me3. Concretamente aquellas que destacan que • la etnografía y el trabajo de campo son una intr usión en la vida de pueblos vulnerables y amenazados• , o que •la obser­ a c i ó n antropolinjustificable ógica es un acto hostil que reduce a los •sujetos• a meros «Objetos• de nues­ tra mirada científica discriminante e incriminante• (Scheper-Hugues, 1 99 8:38 ). \

4. Concepto que utiliza Sobrero ( 1993) para representar la variante del modelo insular dt•n t ro de la antropología urbana. 5. La aplicación de este modelo en el ámbito urbano da como resultado un estudio de los enclav es urbanos y las comunidades étnicas, las minorías y los barrios pobres, etc. Como re petid o multitud de veces, en el paradigma del gueto los grupos sociales que habitan en ;,...l' cihaudad y no tanto la ciudad en la que viven los grupos sociales- se constituyen en el ob­ ll'to iorit-ario de estudio. El espacio urbano se presenta asf fragmentado en multitud de co­ t u n p rade d s que conforman otras tantas unidades • naturales• de análisis: son microcosmos anu t osi u fi cie ntes dotados de una estructura particular y suficientemente delimitados como para 'L't· es t udia dos de una manera etnográfica y holfstica. Esta clase de estudios hunde sus raíces t' n . l a esc uela de Chicago, se desarrolla con especial ímpetu en USA y presta una especial aten­ Lt>n a los enclaves de la pobreza: las minorías hispanas de Nueva York (Lewis, 196 9 ) , la vida 'e los indi os en las grandes ciudades de norteamérica (Waddell y Watson, 1 971) el gueto ne­ gro de Washington (Hannerz, 1 96 9 ) , o los alcohólicos de Seattle (Spradley, 1970). ,

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todológicas, entre las que destacaré el análisis de redes, el análisis situacional y los enfoques que Hannerz y Sanjek denominan «des­ de arriba» y «desde dentro » . 3. 1 .

E L ANÁLISIS DE REDES

Posiblemente, el principal motivo por el que los antropólogos adoptaron tan tempranamente el análisis de red fue, como indica Hannerz ( 1 98 3 : 2 1 9) , su creciente interés por la vida social en me­ dio urbano y por las sociedades complejas en general. Es así como a partir de los años 50, el anális de redes encuentra aplicación tan­ to en los estudios sobre la urbanización africana de la Escuela de Manchester6 como en los trabajos realizados en Europa sobre la cultura de las pequeñas comunidades urbanas o semi-urbanas (Bar­ nes, 1 954; Frankenberg, 1 966 y 1 980) y sobre familia y parentesco en ambiente urbano (Bott, 1 99 1 ; Firth, 1 95 6 ; Firth et al. , 1 969). Los trabajos de Banton ( 1 973) y de Southall ( 1 973) sobre el con­ cepto de rol constituyen una de las referencias más importantes de los estudios que participan de este enfoque, algunas de cuyas ideas centrales Sobrero ( 1 993: 1 66) sintetiza de la manera siguiente: pri­ mero, la sociedad puede describirse a partir de las relaciones que unen a unos individuos con otros y de la configuración de sus roles sociales, de la forma que toman las relaciones entre estos roles y las reglas que ordenan tales relaciones. Segundo, estos roles-relaciones pueden jugarse en muchos campos (parentesco, económico, religio­ so, sexual, etc.), a la vez que asumir un peso y unas características muy diversas en las distintas sociedades; sin embargo la base siem­ pre será la misma: individuos que se relacionan unos con otros so­ bre la base de reglas, de sistemas de derechos y deberes, más o me­ nos ritualizados mediante ceremonias. Tercero, la descripción de la sociedad tradicional aparece como relativamente simple dado que los roles sociales son relativamente pocos y están por lo general bas­ tante bien definidos. Por último, lo que caracteriza a la sociedad moderna y lo que complica su análisis es la gran cantidad de roles atribuidos a cada individuo, la mayor extensión de las cadenas de relaciones y, sobre todo, la no evidencia inmediata de las reglas que determinan los roles-relaciones. Durante muchos tiempo, el análisis de redes se ha asociado a la microantropología. Ello se debe, a que desde los trabajos pioneros 6. Por ejemplo, véase a este tenor los trabajos de Mayer ( 1 96 1 , 1 962 ) y de M itchell 1 973 y 1 974).

( 1 969,

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d e Bames y Bott hasta principios de los años 70 buena parte de los estu dios se focalizaron sobre redes personales, frecuentemente ego­ c en tradas, en las que la interacción de los individuos era siempre c ara a cara; el comadreo y control social informal, la micropolítica ,. manipulación del entorno para la consecución de recursos eran a lgunos de los temas habituales de estudio. Junto a esta tendencia, H annerz ( 1 992a) destaca la existencia de otra bastante menos co­ n ocida en la que la idea de red aparece vinculada a la macroantro­ p ología (cita el trabajo de Redfield y el de algunos de sus colegas y d i scípulos que trabajaron sobre el modelo de organización socio­ cultural de la civilización de la India). Al reivindicar tal tendencia, Hann erz está defendiendo la idoneidad del análisis de redes para captar procesos de integración más amplios. Así, por un lado, desde esta perspectiva más macro del análisis de redes se puede observar a la ciudad (o a las ciudades) a partir de su rol de mediación a lo largo de la escala de entidades territoriales e institucionales, de su posición en las redes de relaciones imperso­ n ales y finalizadas que atraviesan el conjunto del territorio y que unen los puntos centrales con la periferia. Adoptar esta perspectiva re ticular nos permite fundamentalmente tres cosas: en primer lugar, captar «la estructura de "célula abierta" de la ciudad, su esencia . . . de relaciones siempre nuevas y el hecho de que la presencia de los " otros" sea la condición normal de la vida ciudadana» (Sobrero, 1 99 3 : 1 76); superar en segundo lugar aquella oposición bipolar so­ c i e d ad urbana / sociedad folk que tanto quebraderos de cabeza ha ocasionado a los estudiosos del campo urbano; por último, dejar de c onsiderar como excepcional la presencia de aspectos comunitarios (c a mpesinos, tribales u otros) en la ciudad o viceversa. Por otro lado, el análisis de redes también se revela idóneo para c a ptar el proceso de integración mundial a nivel cultural. «La red -a firm a Hannerz- continua siendo una metáfora útil cuando in­ tentam os pensar de una manera ordenada . . . sobre algunos de los h ete o géneos conjuntos de relaciones a larga distancia que organi­ z a l a cul tura en el mundo de hoy . . . Se puede concebir a la ecume­ n e global como una gran red única. . . como una "red de redes" » ( l 9 9 2a : 5 1 ) . Lo que hace atractivo el análisis de redes a los ojos de H a n nerz es su apertura, su capacidad de atravesar las unidades de a n álisis convencionales, de mostrar los vínculos transnacionales que e x isten entre las diferentes esferas institucionales o entre los di­ fe ent r es grupos o categorias sociales, un fenómeno que como sabe­ �o s se halla intimamente ligado a la revolución del transporte y de m ed ios de comunicación. Ellos han hecho posible ese amplio ra ngo d e diásporas étnicas, corporaciones transnacionales, sociedad r

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de la jet-set y fuga de cerebros, turismo, colegas científicos invisi•I bles, intercambio de estudiantes, asociaciones voluntarias interna-i cionales como Amnistía Internacional o la EASA, amen de un lar� guísimo etc. Se trata de comunidades e instituciones dispersas, de1 agrupamientos de gente que se encuentra y se separa regularmen­ te, de relaciones a corto plazo y de encuentros efímeros que difícil-. mente podremos captar si los observamos aisladamente; más bien hay que verlos de una manera agregada, como un modelo de cone­ xiones que se solapan, se entrecruzan o siguen líneas paralelas. D� ahí la propuesta de este autor de una network ethnography capaz de captar cómo se conduce la gente que tiene una existencia más glo­ balizada ( 1 992a : 47 ) . 3.2.

E L ANÁLISIS SITUACIONAL

En el ámbito de los estudios urbanos el enfoque situacional sur­ ge en el fructífero marco del Instituto Rhodes-Livingstone y de la que más tarde será conocida como la Escuela de Manchester. Como señalan Rogers y Vertovec ( 1 995), uno de los intereses prioritarios de dicha escuela fué el análisis de problemas sociales en «una so­ ciedad total» , un tema que hizo operativo a través de sus investiga­ ciones sobre la adaptación de los grupos tribales a las condiciones de migración, industrialización y. urbanización del periodo de do­ minación colonial en África. Los integrantes de esta emergente tra­ dición pensaban que ningún investigador individual podía dar cuen­ ta de todos los variados fenómenos que se producían en el campo de estudio. De ahí su interés en cuestiones metodológicas que im­ plicaran la delimitación de los tópicos de investigación o de las uni­ dades de análisis, las formas de interconexión entre campos de ac­ tividad humana y los órdenes o niveles de abstracción teórica. Pre­ cisamente, el análisis situacional se situa dentro de estas preocupaciones metodológicas. En contraste con la perspectiva que Guillermo de la Peña ( 1 993 ) denomina la «herencia malinowskiana»,7 el enfoque situacional 7. Según esta aproximación, las transformaciones que tuvieron lugar en el África subsa­ hariana tras la 11 Guerra Mundial se explican a partir del concepto malinowskiano de •contact o cultural• . Se visualizaba el encuentro de una esfera tribal y una esfera europea del que surgirían diversas culturas híbridas, en las que los diferentes grupos sociales irían incorporando los ele­ mentos que les resultarían más funcionales para satisfacer sus necesidades. Implícita o explíci­ tamente se preveía que la economía urbano-industrial se difundiría en las zonas rurales, vol­ viendo poco a poco obsoletas las antiguas culturas africanas, cuya funcionalidad dependía de una situación preindustrial. Para De la Peña ( 1 993: 2 1 -22), los estudios de Little ( 1 957, 1 965) y Ban­ ton ( 1 957, 1 966) sobre el proceso de urbanización en Sierra Leona pueden ser considerados

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as umió el hecho de que tras varias décadas de dominio colonial, t anto el africano urbano como el africano tribal pertenecían al mis­ m o sistema sociocultural y político que el europeo. Las caracterís­ t i cas «premodemas» de las zonas tribales no derivaban un supues­ t o ai slamiento, ya que no estaban aisladas, sino de su articulación s ubordinada en el sistema global. Al emigrar de su territorio ances­ t ra l a la ciudad, los africanos adquirían nuevos roles definidos por s u nueva situación en el sistema. Pero esos roles no implicaban ne­ ce saria mente una transición de la cultura tribal a la cultura mo­ dern a. Podía tratarse de un mero « cambio situacional» , es decir, al regresar a su lugar de origen la gente solía asumir sus papeles pre­ v i os. Por la misma razón, no debía pensarse que los inmigrantes ur­ b anos llegaban a la ciudad cargados con su cultura para ir luego a daptándola a las nuevas necesidades. Por el contrario, como des­ t a ca De la Peña ( 1 99 3 ) , en el enfoque situacional, la cultura es de­ finida como la expresión idiomática de una situación determinada. E sta expresión se operacionaliza para su análisis en lo que Gluck­ man ( 1 95 8 : 5 7-6 1 ) llama «costumbres» , a las que define como con­ ductas estandarizadas observables. Una misma costumbre, al en­ contrarse en situaciones diferentes, tendrá un significado distinto; no podrá hablarse, entonces, de continuidad entre una situación y otra sino en términos formales. Ahora bien: toda situación involu­ cra tanto relaciones de solidaridad como de conflicto; por eso, la persistencia o cambio de costumbres tendrá que explicarse en tér­ m i nos de las oposiciones y formas de cooperación surgidas en una situación específica. Así, la plasticidad de ciertas costumbres triba­ l e s en la ciudad puede relacionarse con las manifestaciones urbanas d e la oposición existente entre los africanos y los europeos, entre los a fri canos de distintas tribus, y entre los africanos urbanos de dis­ t i nto s grupos de status o clases sociales (Mitchell, 1 9 66: 5 6-6 0) . Aunque codificado por Mitchell ( 1 9 8 3 , 1 9 8 7 ) , los orígenes del a n á l i s i s situacional parecen remontarse al estudio de Gluckman so­ b re la ceremonia de inauguración de un puente en Zululandia ( 1 95 8 ) . Usando este acontecimiento como punto de partida, Gluck­ inan de sveló la naturaleza de la vida social y cultural africana den­ t ro del co ntexto de la dominación colonial blanca, mostrando cómo los ele mentos del orden social más amplio se expresan a través de a q u e llo s otros presentes en la situación. ------

� '. ' .' 110 representat ivos de este tipo de enfoque, y en ellos se emplean prolijamente conceptos ta­

�' c o m o integ ración, adaptación y significación funcional. Estas investigaciones no sólo desta­ l a im portante función adaptativa desempeñada por las asociaciones voluntarias entre los ;;:'i gr\ '.inn tes africanos, sino que plantean además que las nuevas asociaciones irían sustituyendo 1 cu l os de parentesco y afiliación tribal, hasta alcanzar un nuevo patrón integrativo.

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En palabras de Mitchell, el análisis situacional se define com j «el aislamiento intelectual de un conjunto de acontecimientos dJ contexto social más amplio en el que se inscriben con el fin de fa� cilitar un análisis lógicamente coherente de esos acontecimientos� ( 1 9 8 7 : 7 ) , el cual permite a su vez la comprensión del contexto má� amplio. Para lograr esto es necesario que el analista identifique Y! especifique unos niveles de abstracción que aunque distintos y nd reducibles unos con otros, se hallan relacionados entre sí de una: manera lógica y reflexiva. Según este autor, el análisis situaciona� permite especificar tres componentes de la estructura social episte .. mológicamente distintos. El primero es un «Conjunto de aconteci"'I mientos» , actividades o conductas sobre los que el analista posee al­ guna justificación teórica para considerarlos lógicamente interco­ nectados y como un problema. El segundo componente es la «situación» , que consiste en el significado que los propios actores atribuyen al acontecimiento, a las actividades o conductas; tales sig­ nificados pueden ser específicos para la ocasión, estar sujetos a la negociación o a la contestación y pueden incluir el estudio de la construcción simbólica. El tercer y último componente es el «contexto estructural» (setting) dentro del cual tiene lugar el acon­ tecimiento o actividad y que es un constructo analítico que no ne­ cesariamente es compartido o conocido por los actores. El análisis «consiste en una interpretación en términos teóricos de cómo la conducta se articula tanto con el contexto estructural como con la definición cognitiva del actor de la situación» (Mitchell, 1 9 8 7 : 1 7 ) . Mitchell considera además que no existe un conjunto universal de parámetros contextuales8 que sean aplicables a cualquier situación, sino que éstos deben ser precisados en cada ocasión. Conviene te­ ner presente que lo que se obtiene del análisis situacional no es un retrato en miniatura de la realidad social más amplia (recordemos que el caso seleccionado no tiene porqué ser típico y repetitivo), sino como dice Kapferer ( 1 99 5 ) , la esencia de la construcción y re­ construcción de realidades englobantes; se trata además de un mé­ todo en el que el peso del análisis recae plenamente sobre el inves­ tigador, ya que no se permite a los datos que hablen por sí mismos. En el caso de los integrantes de la Escuela de Manchester, ejem­ plifican el uso de este enfoque, entre otros, los estudios de Mitchell ( 1 9 5 6 ) sobre el dominical Kalela Dance del grupo bisa y de Epstein 8 . Los parámetros o rasgos contextuales son elementos de un informe que el analista suele dar por dados y que generalmente son considerados como fenómenos de un orden dife­ rente de la conducta social. Son externos a ésta, pero sólo en sentido analítico, ya que los ras­ gos contextuales no son algo aislado de la acción social ni impermeables al cambio. Su sepa­ ración conceptual es más una necesidad analítica que una afirmación sobre la naturaleza de la realidad.

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( ¡ 982 )

sobre el nacimiento de un argot urbano; ambos trabajos, rea­ l i zad os en las postrimerías del colonialismo sobre la ciudad minera de Lu saka (antigua Rodesia del norte, hoy Zambia), muestran res­ p e cti vamente cuales eran los rasgos centrales de la estructura social urbana y el surgimiento de un nuevo modo de vida urbano. La razón que hace relevante la aplicación del análisis situacio­ n a l al contexto urbano tiene que ver con la variación de los pará­ m e tros contextuales. Al contrario de lo que pensaban Wirth y otros t e óricos de la modernización, hoy en día está generalmente acepta­ do que no existe una definición universal de lo urbano, válida para todas las culturas y épocas. Esto no significa que no sea importan­ t e identificar las condiciones específicamente urbanas que forman p a rte de un conjunto de parámetros contextuales. Aunque el tama­ fi o , l a densidad y la heterogeneidad pueden ser apropiados para de­ fi nir el contexto, están lejos sin embargo de agotarlo. Otros ele­ mentos definitorios de lo urbano también pueden ser relevantes, como el consumo colectivo, la proximidad espacial, etc. En una era de transformaciones tan rápidas y profundas como la nuestra, al­ gunos de los antiguos rasgos continúan en vigor aunque combina­ d o s con otros nuevos. La consolidación de las culturas globales, al i gual que los procesos de mestizaje e hibridación requiere una in­ vestigación urbana sensible, capaz de captar las permanencias y los cambios en el marco de unos contextos tan cambiantes como los ac­ tu a l es . A este tenor, la pertinencia del análisis situacional parece in­ cuestionable, tal y como muestran algunos recientes estudios.9 Tal es el caso de Rogers ( 1 99 5 ) , quien recientemente se ha inspirado en l a influyente The Kalela Dance de Mitchell para analizar las relacio­ nes étnicas entre afroamericanos y latinos en la ciudad de Los Án­ g eles. Su estudio, como veremos sucintamente a continuación, evi­ de n cia otra de las ventajas del enfoque situacional: al reconocer lo i nevit abl e del conflicto abierto o latente, nos obliga a hablar de las c ul turas urbanas, esto es, de los diversos conjuntos de valores, sím­ b ol os, categorías y normas institucionales que expresan oposiciones \ alian za s, y cuyo grado de relevancia varía. En el mencionado trabajo Rogers describe dos celebraciones P ú b l i c a s que cada año tienen lugar en Los Ángeles. La primera con­ ��1 e rnora la batalla del 5 de mayo de 1 8 62 , cuando las fuerzas me­ ! 1 ca n as derrotaron al ejército francés, que simboliza la lucha anti­ i ni p e rialista y la solidaridad nacional mexicana. Aunque en Méxi­ c o és ta e s una fiesta poco importante, en USA se ha convertido en , 1. .

9.

' 'lada

Como una buena muestra de ellos, véase al respecto los trabajos reunidos en la obra Rogers y Vertovec ( 1 995) en homenaje a Mitchell.

po r

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una de las celebraciones más importantes de la comunidad chica., na. Pese al carácter básicamente latino de los actos, consistente en' un gran desfile y una pequeña ceremonia final, resulta paradójico que en ellos dominen tanto los estilos culturales como los partid� pantes afro.americanos. « Por un día -señala Rogers- un aconte� cimiento consigue reunir en un solo acto a las comunidades loca• les latina y afro-americana» ( 1 99 5 : 1 2 1 ) . Pero el significado de est� ritual sólo se consigue captar cuando se le compara con la segun1 1 da celebración. En contraste con la anterior, la conmemoración del 1 5 enero deJ 1 9 8 4 (fecha en la que la comunidad de Los Ángeles pudo homena..i jear a Martin Luther King, rotulando con su nombre una escuela y una avenida que hasta entonces estaban dedicadas a Santa Bárba.: ra) tuvo un impacto muy pequeño, siendo su carácter más político que festivo. Pese a los deseos de los organizadores y de los speakers, el acto proporcionó a la población afro-americana de Los Ángeles la ocasión de afirmar su identidad. La ironía de esta ceremonia era que al mismo tiempo que la calle y la escuela perdían su nombre la­ tino y recibían una nueva identidad afro-americana, la población afro-americana de esa área era sustituida por la latina. Siguiendo con fidelidad los pasos de Mitchell, Rogers analiza primero el con­ texto estructural o setting que enmarca a ambos casos para retornar después a las dos ceremonias e interpretarlas. Desarrolla la idea de que la competición existente entre latinos y afroamericanos tiene un carácter más latente que abierto. Ambos grupos ocupan distintas posiciones en la economía, en la política local y en el espacio urba­ no, aunque los latinos se hallan en proceso de expansión demográ­ fica y en el momento del estudio estaban mudándose a los barrios afro-americanos. Rogers utiliza la observación de esas ceremonias para explorar la naturaleza de las relaciones de los dos grupos ét­ nicos. Al hacerlo, nos muestra cómo es posible la movilización de los sentimientos étnicos sin que se genere necesariamente la hosti­ lidad hacia otro grupo. 3.3.

Los ENFOQUES DESDE ARRIBA

y

LOS ENFOQUES DESDE DENTRO

Es evidente que el análisis de redes y el análisis situacional sólo representan algunas de las perspectivas utilizadas por los antropó­ logos para enfrentarse al complejo urbano. Otra forma de aproxi­ marse a las perspectivas urbanológicas de los antropólogos consis­ te en tomar como punto de partida lo que primero Hannerz ( 1 9 8 3 : 3 66 ) y más tarde Sanjek ( 1 99 6 ) han denominado enfoques «desde

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n r riba» y enfoques «desde dentro » , que sólo coinciden en parte con ] n s co munmente conocidas como perspectivas macro y micro. Podemos considerar las aproximaciones teóricas de Fox ( 1 9 77 ) , L e e ds ( 1 994 ) y Southall ( 1 99 8 ) como representativas de la primera p erspectiva. A partir de una mirada que metafóricamente podemos si tuar en el ojo de un águila, la ciudad se observa como un todo y c o mo un producto de una estructura social más amplia, de manera q ue s ó lo a partir del análisis de esta última es posible entender su ori­ e:en y funciones. Es la aproximación que el propio Fox ( 1 9 77 ) deno­ ;n i na «urbanismo» , interesada por captar cómo los procesos societa­ l es se focalizan a través de las ciudades y en la que priman la in­ ves tigación comparativa y el análisis diacrónico, que permiten nproximarse a la diversidad de las formas urbanas y a la evolución de las mismas. 1 0 Dentro de la perspectiva procesual e histórica de Leeds,1 1 el ám­ bito de lo urbano posee un carácter general y englobante que con­ si ste en la vinculación sistemática entre localidades y tecnologías, lo­ grada a través de la mediación de instituciones como el gobierno, la i gl e sia, el comercio o el sistema de tasas ( 1 994: 53 y ss.). Para este autor, la sociedad urbana no se limita a ningún tipo de «localidad» -llámesela ciudad o «nucleamiento» específico-, sino que involu­ cra la circulación de personas, de información, de dinero, de ali­ mentos y bienes que atraviesan todo tipo de fronteras (locales, re­ gion ales y nacionales) e incluye también a las áreas rurales de la po­ bl ación ( 1 99 4: 2 1 1 y ss.). Destaca el carácter urbano de toda sociedad que posea ciudades o núcleos urbanos, y enfatiza la concentración de funciones (económicas, políticas y sociales) caracteristica de estos últimos. Su unitario concepto de lo urbano se disuelve, sin embargo, c uan d o entra en juego la noción de poder, porque para Leeds la so­ cie d ad urbana es una sociedad conflictiva en la que se hallan en pug­ na tres formas distintas de poder ( 1 994: 1 6 5 y ss.). El primero es el � o d er de los recursos «supralocales» (capital, corporaciones, crédito, in s t ituciones gubernamentales, policía, etc.), controlado por la clase al ta y sus elites. Contra él se alza el «poder de los números» , inte­ grad o por las clases trabajadoras urbanas y los pobres que movilizan 1 O. Ese es precisamente el caso de Fox, quien en su obra Urban Anthropology. Cities in ll l· icir C11/tura/ Settings ( 1 990) identifica hasta cinco tipos de ciudades a lo largo de la historia: " « re a l-ritual» , la administrativa, la mercantil, la colonial y la industrial. ,¡d ' ' · �n un conjunt ? de artículos publicados entre las � écadas de l � s 60 y los 80 que h an _ . 0 1 ec opilados por San1ek en 1 994, este antropólogo americano nos brmda tanto una crítica u na reorientación de la antropología urbana. Interesado por los procesos y flujos regio­ ¡ ' " c·s Y tra nsnacionales (de trabajo, mercancías, crédito y dinero), Leeds urgió a los antropó1:1g"' a t ra bajar en las sociedades complejas, tal v como hizo él mismo en sus estudios sobre ' "" t ugal y Brasil. .

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mediante el voto la protesta y la acción directa. Entre ambas formas de poder, mediando entre ellas, se situa el poder lubrificante de la clase media, que corresponde a los burócratas, los técnicos y los ex­ pertos. Considera que en las sociedades urbanas, el conflicto surgeJ de la oposición entre el poder de los números (con sus organizacio1 nes de masas supralocales, tales como sindicatos, organizaciones d� vecinos y movimientos sociales) y las formas antagónicas de poder; centradas en el Estado y las clases a las que éste sirve. Por su parte, en estrecho paralelismo con la obra de Wolf Euro., pa y los pueblos sin h istoria ( 1 994 ) , bebiendo de las mismas fuentes marxianas que él, Southall ha hecho recientemente una interesante! contribución a la antropología urbana. En efecto, a lo largo de su obra The City in Time and Space ( 1 99 8 ) , este autor nos conduce a un particular viaje a través de 1 0 . 000 años de vida urbana. 12 Al igual que en Leeds, la formación del Estado marca para Southall el inicio de la sociedad urbana; igualmente concuerda con su visión referente a que toda sociedad que posea ciudades o pueblos es, en todos sus as­ pectos, una sociedad urbana, y que el concepto rural sólo denota un conjunto de especialidades de este tipo de sociedad. Pero señala tam­ bién que esto es ahora más cierto que nunca. Si durante el 99 % de la historia humana las ciudades han sido sólo un lugar de paso para la mayor parte de la gente, con el capitalismo tardío su influencia amenaza con penetrar todos los rincones del conjunto social. Para este autor la concentración de las relaciones sociales define en ge­ neral la característica esencial común de todas las ciudades a lo lar­ go del tiempo y del espacio. De ahí la importancia del estudio de las ciudades, que permite captar cómo ha variado a lo largo del tiempo y del espacio la relación que mantienen estas concentraciones con e] resto de la sociedad, y cómo estas variaciones reflejan tanto los cam­ bios de las concentraciones urbanas como de la organización de la producción y de la sociedad como un todo. En definitiva, el concepto que los mencionados autores tienen de lo urbano, de la urbanización y la ciudad puede sintetizarse, ta1 y como lo hace Sobrero ( 1 99 3 : 1 88 - 1 8 9) , en los siguientes puntos: primero, todos los agregados humanos desarrollan funciones que 1 2 . La selección de Southall se centra en seis grandes tipos de ciudades: primero, en las que él denomina las «ciudades pristinas•, esto es, en las primeras formas del modo de pro­ ducción asiático presentes en Sumeria, China, los Andes y México. Segundo, en las ciudades del Antiguo modo de producción de Grecia y Roma. Tercero, en las ciudades medievales del modo feudal de producción en Europa. Cuarto, en las ciudades medievales del modo de p ro­ ducción asiático en las regiones de China, Japón, Islam e índicas. Quinto, en las ciudades co­ loniales y del Tercer Mundo como puente dinámico entre las ciudades medievales y las ciuda· des capitalistas modernas. Y sexto, en la transformación de las ciudades desde el modo feudal de producción al modo de producción capitalista, hasta llegar al proceso de mundializaci ón•

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oarantizan el intercambio y la comunicación (a nivel económico, so­ y ritual). Segundo, en un cierto momento de la evolución so­ c i o cultural y en condiciones ambientales particulares, las socieda­ d es tienden a especializarse en tres direcciones interrelacionadas: h a cia una diferenciación funcional de las distintas localidades; ha­ c i a una diferenciación de la estructura del trabajo y de los determi­ n ante s ecológicos; hacia una diferenciación de las funciones y pro­ cesos institucionales. Tercero, la ciudad aparece como resultado de l a i ntegración de las tres especializaciones mencionadas; cuanto 111 av or sea la diferenciación interna de una sociedad a estos tres ni­ \d� s . tanto mayor será su grado de urbanismo y el número de ciu­ d ades que produzca. Cuarto, la urbanización es consecuentemente u na cuestión de grado, un grado que no depende del tamaño ni de la densidad del agregado urbano, sino del índice integrado de las re­ feridas formas de especialización. En otras palabras, una sociedad será tanto más urbana cuanto mayor sea el sistema de intercambio comunicación entre sus localidades, la división social del trabajo �, e l desarrollo del sistema administrativo. Dentro de este enfoque, la ciudad representa el punto de en­ cuentro, el noda l point, el momento máximo de concentración e in­ tegración de las referidas formas de especialización social. Sin em­ b a rgo, como destaca Southall, aunque la ciudad epitomiza a lo ur­ b an o, no se debe exagerar la influencia de las ciudades en la historia, más bien lo que debemos hacer es captar el variado papel j u g ado por estas concentraciones humanas en los distintos perio­ dos , regiones, culturas y economías políticas. «Las ciudades no pue­ den ser reificadas como actores de una época, ni se pueden hacer co mparaciones separando a las ciudades de su contexto, o separan­ do l os aspectos de la vida urbana del contexto de la ciudad como un t odo . La historia de las ciudades forma parte integral de la his­ t ori a de los hechos humanos . . . La actual forma de ciudad, que se ha e xpandido tan brutalmente, puede entenderse como la fase final de l proceso de concentración» ( 1 99 8 : 6 ) . Ahora, una vez que se ha puesto el énfasis en los grandes pro­ ce so s y en la importancia de la estructura urbana global, podemos vol v e r n uestra mirada a la antropología de los ámbitos relacionales, Po rqu e es en ellos donde se inscribe la otra parte esencial de la vida u rbana. Si como sugiere Sanjek ( 1 99 0 y 1 99 6 ) la aproximación de � e eds es una muestra significativa de la teorización «desde arriba» e l a an tropología urbana, la de Hannerz ( 1 9 8 3 ) representa una im­ P o r t ante perspectiva de la visión «desde dentro» . En e fecto, según Hannerz, «Un buen enfoque de la ciudad como 1 ot a l i dad debe tener en cuenta a todos los actores -padres de fa-

�ial

y

·

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milia, campesinos urbanos, ejecutivos de viaje, mendigos, etc.- y, seguirlos en todos sus campos de actividad; no sólo cuando se ga-¡ nan la vida, sino también en su vida familiar y en sus relaciones con¡ los vecinos; cuando se encuentran unos con otros en una plaza d simplemente cuando descansan. Por otra parte, se debería exigir a este tipo de investigaciones que no se atrincheraran en un enfoque: etnográfico, sino que intentaran clarificar también como se relacio-! nan entre sí todos estos aspectos» ( 1 9 8 3 : 3 66- 3 67 ) . El problema es. que esto es más fácil de decir que de hacer. ¿Qué estrategia analíti­ ca permite captar de una forma suficientemente sistemática los mo­ dos de organización social en medio urbano? A este tenor, utiliza se-1 cuencialmente los conceptos de situaciones, roles e inventario de' roles para destacar que, en la ciudad occidental moderna, es posi..; ble distinguir cinco dominios, cada uno de los cuales integra a su vez una multiplicidad de roles: hogar y parentesco (reproducción social), aprovisionamiento (producción), ocio, vecinazgo y tráfico (contactos urbanos impersonales y rutinarios). De estos cinco do­ minios de roles Hannerz destaca en principio dos, el aprovisiona­ miento y el tráfico, por considerarlos especialmente significativos puesto que ellos «hacen de la ciudad lo que es» ( 1 9 8 3 : 1 4 0) . El es­ tudio sistemático de dichos dominios, que incluye los contactos su­ pralocales y que necesita disponer de una representación global de la ciudad, dibujaría a grandes líneas lo que este autor considera «una etnografía urbana sistemática» , orientadora de investigaciones más modestas. A Hannerz la idea de ciudad como totalidad -tal y como la pro­ pone Fox ( 1 9 77 )- le resulta util como imagen de fondo; pero se re­ siste explícitamente a abandonar la esperanza de poder dibujar un re­ trato de la ciudad, un retrato más en el sentido artístico del término que en el de semejanza absoluta. Es cierto, piensa este autor, que ne­ cesitamos una forma de aproximación antropológica de las comuni­ dades urbanas tomadas en su totalidad, pero también es factible que partiendo de una visión global de la estructura urbana, se elija tra­ bajar en profundidad determinadas categorías de objetos capaces de proporcionarnos una idea de conjunto de la ciudad. La fórmula que escoge para tal menester es la denominada «red de redes» , mediante la cual aspira sacar a la luz los racimos relacionales, pero también los vínculos que los unen. «En el mejor de los casos -dice- el re­ trato urbano nos permitiría poner en contacto una percepción de la fluidez específica de la organización social y una muestra represen­ tativa de los mecanismos culturales. Y esto nos acercaría a los ac­ tores que se sirven de aquello que les ofrece la ciudad para cons­ truir su existencia y sus apariencias » ( 1 9 8 3 : 3 7 5 ) .

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Captar cómo el paisaje urbano representa y traduce tanto la so­

c i edad general como las comunidades específicas en las que viven .; u s

habitantes, aprehender la esencia de una ciudad a partir de de­

; e nninadas imágenes representativas, resumir su eth os dominante o

c a pt u rar las peculiaridades del proceso cultural urbano son algunos d e lo s retos-intereses que Hannerz planteaba a principios de los 8 0 ' qu e continuará sondeando posterirmente. Así por ejemplo, en su l l l b �Jbr a Cu tura Comp exity ( 1 99 2 ) , dedicada a explorar la compleji­ d a d cultural contemporánea, consagra un capítulo a examinar las con diciones y la naturaleza del proceso cultural urbano, y para ha­ ce rlo se basa en el análisis de tres ciudades: Viena, Calcuta y San Francisco. Observa a dichas ciudades en tres momentos concretos en los que s u vida cultural se caracterizó por una especial efervescencia: a Calcuta durante el siglo XIX, cuando se desarrolla el movimiento llamado el Renacimiento bengalí; a Viena durante ese periodo de fh1 de siec le (siglo XIX ) que tanto ha fascinado a historiadores e in­ t ectuales; a San Francisco en los años 5 0 , momento de esplendor de la cultura beat. Evidentemente, estas ciudades son diferentes y lo son en muchos sentidos; pese a ello, durante los referidos perio­ d os comparten algunos rasgos que contribuyen significativamente a su vitalidad cultural: apertura hacia el exterior, efervescencia cul­ t u ral y sociabilidad. Por un lado, con la idea de la apertura de es­ tas ciudades hacia el exterior, Hannerz quiere recalcar que son el e j e de un h interlan d más o menos amplio en el que confluyen di­ ve r sas tradiciones, diversos sistemas de significado y expresión. Por o t ro , emplea la noción de «masa crítica» para destacar que el de­ s arrollo de algunos fenómenos socialmente organizados, como la e xistencia de subculturas, requiere cierta concentración de la po­ bl a ción como la que existe en las ciudades. Dicha concentración perm ite además la existencia de una apertura interna, que es la que re alm ente da lugar a la efervescencia cultural. «En vez de un flujo d e sig nificados divididos en una multitud de corrientes separadas, se p ro duce "un remolino cultural inclusivo", es decir, existe un in­ t e n s o tráfico de significados entre diversos estratos de personas y b e n t r e diversas esferas de pensamiento» ( 1 99 2 : 2 0 4 ) . Pintores, lite­ rat os , críticos, ensayistas, etc., de orígenes y tendencias distintas en­ t ra n en contacto y por afinidad o conflicto se influencian mutua­ lll e n te. En este management of meaning, que por lo general adopta l a fo rm a de red, se encuentran implicadas diversas instituciones1 3 "

1 3.

Una buena parte de las instituciones a las que se refiere Hannerz caen dentro de la

'"'1en tan Enguix ( 1 996) y Guasch ( 1 99 1 ) sobre los colectivos homosexuales, o Gutmann ( 1 9 96,•;.� mbre los hombres en la ciudad de México. 20. En lo que se refiere al mundo del trabajo y a la esfera doméstica resultan ilu straÚ' vos, entre otros, los trabajos Comas d'Argemir ( 1 99 5 ) . Martínez Veiga ( 1 99 5 ) , Morris ( 1 9 9 � >J 'IJarotzki ( 1 98 8 , 1 99 5 ) . En lo que se refiere al activismo social. las protestas y la participaCl"".t Je las mujeres urbanas en movimien tos sociales me remito al apartado de la segunda p atf '

LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL

1 07

111arc adores y del poder de los lugares ha sido abordado por Hay­ ( 1 995), quien explora en su trabajo las olvidadas historias de las !l luje res que construyeron y forjaron la ciudad de Los Ángeles. Un i n t e rés semejante anima a Teresa del Valle ( 1 99 1 , 1 997) cuando ana­ l i z a l os itinerarios de las mujeres en ciudades como Bilbao o Do110sti a y observa los significados que vehiculan los espacios a ellas asi gnados, y cómo éstos se trasforman, contraen o amplían con el t r a nscurso del tiempo, con el esfuerzo y la lucha; entre otras cosas, s u trabajo nos muestra también cómo algo aparentemente tan sim­ p le como el callejero de una ciudad refleja a la vez que refuerza los mo delos dominantes de género. Como su propio nombre indica, en la ciudad contestada el én­ fasis se coloca en los procesos de urbanos de contestación. En unas oca siones, el acento se situa en las celebraciones rituales que lo­ g ran, mediante control simbólico de las calles, invertir temporal­ �11ente la estructura urbana de poder; en otras la atención se centra di r ectamente en los movimientos sociales urbanos. Pero la resis­ t encia no supone siempre un proceso activo de contestación. La re­ construcción del espacio urbano, la revisión de la rotulación de las calles y las peleas por controlarlas son importantes áreas de estudio sobre la dominación ideológica y el discurso anti-hegemónico. Seta Low ha explorado esta faceta utilizando el concepto de «cultura es­ pacializada» ( 1 999b ) que le permite situar en el espacio las rela­ ciones y las prácticas sociales, tanto metafórica como físicamente; a l aplicar dicho concepto a la contestación del diseño y del signifi­ cado de las plazas de la ciudad de San José de Costa Rica, esta au­ t o ra evidencia cómo la gente resuelve los grandes conflictos provo­ ca d os por el creciente impacto de la globalización, el incremento d e l turismo y la pérdida de identidad cultural dentro de la relativa seguridad del espació público urbano. Los rituales proporcionan a los individuos la ocasión para in­ t ens ific ar y reconstruir sus vínculos y, en ese sentido, constituyen Lt n po deroso mecanismo para la construcción de la identidad social. C o mo indican Velasco ( 1 99 1 ) y Moreno ( 1 99 1 ), a través de ellos los grup os y las comunidades expresan la pertenencia social y mues­ t ran su continuidad en el tiempo, conformando espacios sociales, r ed e fini endo fronteras y apropiándose del territorio. Estos son los ll1 ateri ales que conforman la imagen de la ciudad ritual, un espacio d�n

,

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:: l' e s t e t rabajo en el que trataré con cierto deten i m iento tales aspectos. Un estudio que abor1¡'. \ desde d istintos ángulos la vida de las m ujeres en las ciudades ( laboral y de posición social, l

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ÍNDICE 7

Presentación CAPÍTULO

1. 2. 3.

4.

CAPÍTULO

1. 2.

3.

2.

. . . . . .

. . . . . .

. . . . . .

. . . . . .

. . . . . .

dentro

. . . . . .

Espacio, globalización y cultura

3.

4.

las

. . . . . . . . .

Las estructuras d e mediación

45 48 61 62

64 68 72 81 84 91 96 1 04

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

115 1 18 1 23 1 26 1 32

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

. . . . .

El concepto de sociedad civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La sociabilidad . . . . . . . . . . . . . . ' . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las asociaciones voluntarias Redes y grupos informales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

15 16 18 23 26 28 32 38

. . . . .

. . . . . ciudades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Los laboratorios de lo global

La problemática definición de La cuestión urbana . . . . . . . . . Hibridación y mestizaj e . . . . . La ciudad poliédrica . . . . . . . .

CAPITULO

1. 2. 3. 4.

. . . . . . . .

La naturaleza de la antropología urbana

. . . . . . . . . . . . . . . . Globalización y cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La transformación del espacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 . 1 . Localidades fantasmagóricas y procesos d e desanclaj e 2.2. E l espacio de los flujos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 . 3 . Los lugares y los no-lugares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Desterritorialización y territorialización . . . . . . . . . . . . . . . . .

CAPÍTU LO

1. 2. 3. 4.

1.

Los nouveaux ª"ivés a la ciudad . . . . . . . . . . . . . . . . . Islas y guetos urbanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Estados carenciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 . 1 . El análisis de redes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.2. El análisis si tuacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.3. Los enfoques desde arriba y los enfoques desde L a difícil acotación d e u n campo específico . . . . . . . .

244

ANTROPOLOGÍA URBANA

CAPÍTULO

1.

2. 3. 4.

5.

Fenómenos emergentes y nuevas visibilidades sociales

La expansión de las asociaciones voluntarias y el descubrimiento del Tercer Sector . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las redes de proximidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El redescubri miento de las comunidades . . . . . . . . . . . . . . . . Redes que dan libertad : la sociabilidad de las mujeres . . . . .

CAPÍTULO

6.

Los movimientos sociales y su contexto: crisis de la

modernidad y evolución diacrónica

1. 2.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La sociedad postindustrial según Offe, Touraine y Melucci . . La sociedad informacional de Castells . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 . 1 . El nuevo modelo de organización socio-técnica . . . . . . 2 . 2 . L a reestructuración del capitalismo y los movimientos sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 39 1 39 1 43 1 48 1 56

171 1 72 1 75 1 75 1 76

4. 5.

Estado keynesiano, movilizaciones sociales e iniciativas ciu­ dadanas en los años 60 y 70 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Crisis y fragmentación de los movimientos sociales . . . . . . . . Del sector asociativo del Welfare a l fenómeno d e las ONG del

1 79 1 85

6.

Workfare . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sobre los movimientos sociales urbanos . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 87 191

3.

CAPÍTULO

7.

sociales

1. 2. 3.

4. 5.

Enfoques teóricos en el estudio de los movimientos

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Del enfoque del comportamiento colectivo al paradigma de la elección racional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La teoría d e la movilización de recursos y el paradigma de los nuevos movimientos sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Confluencias teóricas y nuevos desarrollos metodológicos : los procesos de enmarcamiento, la estructura de oportunidad política y el enfoque de redes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Últimos desarrollos teóricos sobre los movi mientos sociales Antropología y movimientos sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Bibliografía

1 95 1 97 1 99

203 207 210 215