Antonio de Guevara en su contexto renacentista [1. ed] 8439001134, 9788439001133

Text: Spanish

168 44 13MB

Spanish Pages 321 [318] Year 1979

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD PDF FILE

Recommend Papers

Antonio de Guevara en su contexto renacentista [1. ed]
 8439001134, 9788439001133

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

ensayos lingüistica y crítica literaria

Asunción Rallo

ASUNCIÓN RALLO GRUSS

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

P R E M IO

IN T E R N A C IO N A L DE

L IN G Ü ÍS T IC A

BENALM ÁDENA Y

C R ÍT IC A

1978

L IT E R A R IA

CU PSA EDITORIAL

M A D R ID

«mayos D E U N Q O fST IC A Y C R IT IC A LITERARIA

Dirección: ANTONIO PRIETO y ANGEL VALBUENA PRAT

O

Asunción Rallo Gruss, 1979

Cupsa Editorial, Cristóbal Bordiu, 35, 2.* (207), Madrld-3 (España) Cubitrta y móntala: Agustín Vidal Primara adición, marzo de 1979 Depósito legal: M. 6.116-1979 IS B N 84-390-0113-4 Impreso sn España Talleres de Tordeelllas, Organización Orática C/ Sierra de Monchique, 25 - Madrld-18

S U M A R IO

Preliminar

13

PRIMERA PARTE: CULTURA E IDEOLOGÍA RENACENTISTAS

17

1.1.

Corrientes culturalesen i.1.1.

I.2.

el Renacimiento español

19

Elmedlevalismo en el Renacimiento

22

1.1.2.

El humanismo

24

1.1.3.

El erasmlsmo

32

El escritor y la escritura renacentista

39

1.2.1.

El escribir como profesión: armas y letras

4f

1.2.1.1. El escribir como modo de adquirir fama, 42; I.2.1.2. El escribir como ocupación serla, 45. 1.2.1.2.1. La cualidad de escritor, 45; I.2.1.2.2. Contra las lecturas va­ nas, 48. 1.2.1.3. E s escribir, actividad fundamental para la República, 51. 1.2.2. 1.2.2.1.

Valoración de la antigüedad y defensa de lo moderno

Concepto de antigüedad, 56; I.2.2.2. 1.2.3.

55

La novedad y el progreso, 63.

Erudición e Invención: el acronlsmo guevarlano

59

1.2.3.1. Erudición e Invención de las citas, 76; 1.2.3.2. Ejemplos de ficciones y juegos, 80; I.2.3.3. Traslación de hechos contemporáneos a fantasías antiguas, 82. 1.2.3.3.1. Traslaciones ambientales, 83; I.2.3.3.2. Traslaciones pollticas, 85; I.2.3.3.3. Traslaciones autobiográficas, 87. 1.2.4.

histórico-

Polémica del gramático Pedro de Rúa y el eeorltor de Quevara

1.2.4.1. Postura teórica defendida por Rúa, 92; 1.2.4.2. vara, 98. 1.2.5.

59

Errores señalados por Que­

Creación retórica y estilo renacentista

1.2.5.1. Estilo natural y estilo artificioso, 103; I.2.5.2. Antecedentes de ornamental, 107; I.2.5.3. Creación del estilo guevarlano, 111.

prosa

102

1.3. 1.3.1.

El pensamiento utópico

E l siglo dorado, contrapunto de una realidad actual

1.3.1.1. La república utópica, 12S; 1.3.1.2. El pueblo de los garsinantes, símbo­ lo de la paclflotdgd, 130; 1.3.1.3. El colonialismo: un bárbaro frente al Imperio romano, 133. I.3.2. 1.3.2.1. Apelación autobiográfica, 145; 13.2.2. teeano, 148.

El espacio Ideal para el retiro cortesano La ' ‘aldea", espacio para el cor-

1.4. Presupuestos para un nuevo modelo de sociedad 1.4.1.

Premisas para la nueva función social de la mujer

1.4.1.1. Imagen de la mujer, 157; I.4.I.2. Defensa del matrimonio, 162; t.4.1.3. función social de la mujer a través del matrimonio, 166. 1.4.2. 1.4.2.1.

La

La coyuntura renacentista en la visión de la vejez

Visión ortodoxa o clásica, 171; I.4.2.2.

Disolución del tópico, 172.

I.4.2.2.I. Transgresión dal tópico del senex, 174; I.4.2.2.2. La realidad de la decrepitud física, 175; I.4.2.2.3. La inadecuación a la vida: el viejo enamorado, 177. 1.4.2.3.

Nuevo planteamiento: el lugar que le corresponde, 178. I.4.3.

La profeslonalizaclón de la actividad médica

1.4.3.1. El hombre y la naturaleza (Eplst. I, 54), 182; I.4.3.2. Desarrollo histórico de la ciencia médica, 186; 1,4.3.3. Critica a los médicos contemporáneos, 187; 1.4.3.4. Modelación del médico Ideal, 191.

SEGUNDA PARTE: EL TEXTO RENACENTISTA Y LA CREACIÓN GUEVARIANA

11.1. Guevara y la Imprenta 11.1.1. 11.1.2. 11.1.3.

Creación del público adepto

Apropiación y personificación de la matarla literaria

Relación del éxito del libro con la estimación soolal del escritor

11.2. Directrices de la composición de las obras 11.2.1. 11.2.1.1. Doctrina y morallsmo, 212; 11.2.1.2. Testimonio autobiográfico, 215.

Propósitos y matices narrativos

Humorismo e ironía, 213; 11.2.1.3.

narrativo, 228; 11.2.2.3.

La materia y el narrador, 223. 11.2.3.

Utilización de las citas: tópicos y racurrsr

11.2,3,1. Uso y transformación da tas citas, 226; II.2.3.2. cías, 229. II.2.4. 11.2.4.1.

Postura narrativa y proyección

Naturalismo y picaresca, 238; il.2.4.2.

II.3.

Las obras guevarlanas como realización genérica II.3.1.

11.3.1.3.

236

Implicaciones cervantinas, 241.

il.3.1.1 . El receptor de las epístolas, 2S4; 11.3.1.2. delo cortesano, 257. 11.3.1.2.1. 11.3.1.2.3.

Repetición da referen'

Aprendizaje retórico, 258; 11.3.1.2.2. Correspondencia cortesana, 260.

La certa-ensayo, 261; 11.3.1.4.

La epístola, género renacentista

245 247

La epístola guevarlana, mo­ En la linea de Pulgar, 259;

Proyección novelista, 264. 11.3.2.

Biografías de

11.3.2.1. Las biografías guevarlanas en relación con las semblanzas del siglo XV, 271; II.3.2.2. Fuentes y modelos clásicos, 276; 11.3.2.3. R asgos novelescos de las "V id a s " guevarlanas, 283. 11.3.3. 11.3.3.1 . La obra guevarlana, suma de tratados, 292; II.3.3.2. compositivas, 295.

Modelación del tratado

11.3.3.2.1. El caso especial del “Relox de principes” , 296; II.3.3.2.2. tado de la vida mundana, 298. 11.3.3.3.

290

Distintas estructuras Tra­

Valoración de los tratados, 301. 11.3.4.

El ejemplo y los relatos

11.3.4.1. Verdad y ficción del relato, 309; II.3.4.2. El contexto de las anécdotas y los relatos, 311; II.3.4.3. Estructuración del relato guevarlano, 314.

30 4

-

ANTONIO DE GUEVARA ÉN SU CONTEXTO RENACENTISTA

Ediciones de las obras de A ntonio de G uevara por las que se citan los textos: Arte de marear.—Ed. R. O. Jones.—University of Exeter Printing, 1972. Avisó de privados o Despertador de cortesanos.—Ed. Alvarez de la Villa. Pa­ rís* Michaud, s. a. (1914). Década de Césares.—Ed. J. R. Jones.—Chapel Hill, University of North Caro­ lina Press, 1966. Epístolas Familiares.—Ed. J. M. Cosslo.—Madrid, Real Academia, 1950 y 1952, tomos. I y II. libro áureo de Marco Aurelio.—Ed. R. Foulché-Desbosc.—RHi, LXXVI (1929), pp. 1-319. Menosprecio de corte y alabanza de aldea.—Ed. M. Martínez Burgos, Madrid, Espasa-Calpe, 1952. Monte Calvario, primera y segunda parte.—Lisboa, Antonio Craesbeeck de Meló, 1676. Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos.—Ed. J.-B. Gomis, en Místicos franciscanos españoles II, Madrid, La Editorial Católica, 1948; pp. 443-760. libro áureo del gran emperador Marco Aurelio con el Retox de Principes.— Madrid, Carlos Sánchez, 1611.

PRELIMINAR

Este libro sobre la obra de Fray Antonio de Guevara tuvo un largo e intenso camino, para mí afortunado. Se inició en las aulas de la Universidad Complutense como tema para mi tesis de licenciatura, que atendía las Epístolas Familiares. Por primera vez me enfrentaba seriamente con un texto, en el intento de analizarlo e interpretarlo. En esa iniciación no caminaba ni caminaría sola, ya que él proyecto, en sus líneas maestras, había partido de mi entonces profesor An­ tonio Prieto. Ya en la Universidad malacitana, donde arribé como profesora de Literatura en la inicial Facultad de Filología, aquél primer trabajo fue creciendo y madurando hasta convertirse en tesis doctoral. La lectura pública de esta tesis tuvo la suerte de contar con un tribunal cuyos miembros, al lado de su generosa calificación cum laude, me hicieron unas oportunas observaciones que he tenido en cuenta. Quie­ ro citar, en señal de sincero agradecimiento, los nombres de aquél tribunal, compuesto por los doctores don Emilio Orozco, don Fran­ cisco López Estrada, don Antonio García Berrio, doña María del Pilar Palomo (ponente) y don Manuel Alvar Ezquerra. Con mi tema entraba plenamente en la época de Carlos V. La recorrida sentencia clásica de que la fortuna ayuda a los audaces, es una sentencia que, modificada, gustaba recordar Carlos V en sus años postreros. Decía entonces que la fortuna era amiga de ayudar no ya a los audaces, sino a la juventud. Es posible que, recordando sub­ conscientemente sus palabras del Emperador, buscara la fortuna pre­ sentándome al Premio internacional de Ensayo Benalmádena. Máxi­ me cuando este Premio lo habían alcanzado, categorizándolo, preci­ samente dos de los miembros que había tenido en mi tesis doctoral. Pero este libro siguió afortunado y obtuvo, por unanimidad, el Premio Benalmádena, con lo que contraía una nueva deuda de gra­ titud hacia su jurado. Reconociendo también que, en su mejor parte, era un premio para el Departamento de Literatura que, fuertemente enlazado en amistad, había ido creciendo desde sus primeros pasos en un caserón de la bella Alameda malagueña. Como libro, tuvo que dejar atrás páginas y páginas que formaron

W ¡

16

:'•*/•».

?'

Prelim inar

parte de mi íests doctoral, al tiempo que le daba una nueva unidad, la. primera parte dé lo que fue tesis, y construida sobré tres núcleos (corte, religión y política), ha quedado fuera*. No obstante, la obra no ha perdido su unidad ni contextura, porque estaba concebida en apartados que, aunque remitentes entre si, son independientes. El intento era rescatar una personalidad literaria enfangada por la pro­ pia voluminosidad de su producción y, a veces, por una critica fría y partidista. He procurado que Antonio de Guevara se nos dibuje afutra bajo nueva silueta sobre el fondo histórico-culturdl que le corresponde. Con todo espero que se comprenda que detrás de estas páginas hay un encariñamiento con el tema, y como diría Guevara, «trabajos, estudios, vigilancias y sudores», que han sido superados gracias a la continua asistencia y aliento de los responsables de la tesis. Quiero recordar a mi amiga Carmen, cuya vida y ánimo tanto alivió la carga pesada de mi tarea investigadora.

* Én espera de poder irlo publicando en otras ocasiones remito para esta parte a tres obras sobre la vida de Guevara, donde pueden encontrar, especial­ mente en la última, datos y realizaciones fundamentales en este plano; R. Cos­ tes : Antonio de Guevara. Sa vie, Bordeaux, 1925, BEHEH X-2; J. G ib b s : Vida de fray Antonio de Guevara (1481-1545), Valladolid, Miñón, 1961; y A. R edondo: Antonio dé Guevara (14807-1545) et VEspagne de son temps. De la carriére officielle aux oeuvres potítico-morales, Genéve, Droz, 1976.

P R IM E R A

PARTE

CULTURA E IDEOLOGÍA RENACENTISTAS

1.1. CORRIENTES CULTURALES EN EL RENACIMIENTO ESPAÑOL

'¡¿■ -I

%. fe

f : fe-:

¿£V¡

fe; f,

fe ■ f e ' i;>

Declsme, señor, que os dixo haber visto en mi librería un bcnco de libros viejos, dellos góthicos, dellos latinos, dellos mozárabes, dellos caldeos, dellos arábigos..., Como, señor, no tengo otra ha­ cienda que granjear, ni otros pasatiempos en que me recrear, sino en los libros que he procurado y aun de diversos reinos buscado, creedme una cosa, y es que llegarme a los libros es sacarme los ojos (Epístolas I, 24, p. 148).

Delimitar el concepto de Renacimiento, e intentar definirlo (aco­ tarlo) en un conjunto de características, ha sido una ardua labor en gran parte infructuosa, ya que se ha visto sometida a continuos re­ ajustes que, en definitiva, han terminado en acoplamientos elásticos tanto del concepto a la historia general de cada país como de los distintos autores al concepto. Antonio de Guevara ha sido uno de los escritores que más vaivenes ha sufrido en estos intentos de encasillamiento. Si partimos, desde el nivel historiográfico, de la constatación de que el término acuñado por Michelet (1859) y cargado de significado por Burckhardt (1860) no es aplicable de igual modo a todas las realidades históricas coetáneas y que, como afirma Maravall, de los cinco rasgos exigidos por Burckhardt (vuelta a la antigüedad clási­ ca, descubrimiento del hombre, interés por la naturaleza, mundanización de la vida y cálculo racional), «no se encuentra ningún país europeo que ofrezca su conjunto ni siquiera la misma Italia, sobre todo si se entiende... sobre el común de un significado hostil a la Iglesia y la religión cristiana y de una efectiva ruptura con la tradi­ ción clásica medieval» *, habrá que formular la pertenencia o no de la obra guevariana al Renacimiento no desde su coincidencia o dis­ crepancia con moldes preestablecidos, sino a través del análisis de su postura ideológica en los diferentes campos afectados por el renacentismo, esencialmente en el cultural, literario y social. Este análisis probablemente descubra entonces conexiones dei i Cf. J. A. M aravall, Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1960, p. 23.

22

Asunción Rallo Grauss

realidades e ideas antes no atribuidas al Renacimiento, e ilumine puntos que bajo la apariencia de oscuro medievalismo no sean más que las profundas raíces de la mentalidad moderna que por aquellos años arranca. Considerando como premisa fundamental de la actitud renacen­ tista únicamente la postura abierta del hombre que desde su fuerza individual se siente capaz de aprender y gozar el mundo, no ya como espejo cifrado de otro, sino por su valor en sí mismo, es necesario no perder de vista, y más al enfrentarse con el texto guevariano, que tal actitud no está reñida ni encontrada en la coexistencia de plan­ teamientos caducos y revolucionarios en aparente contradicción al­ gunas veces. El estudio se basará no en la aplicación de abstracciones dadas de antemano sobre el fenómeno renacentista, sino en el enfrenta­ miento directo con la plasmación coyuntural que supone la obra personal de Antonio de Guevara.

1.1.1. EL MEDIEVALISMO EN EL RENACIMIENTO Antes de enjuiciar en cada aspecto concreto las relaciones ideo­ lógicas del texto de Guevara con el medievalismo, es necesario tener en cuenta una serie de consideraciones previas, desde una panorámica general. Aparte de las deudas del humanismo renacentista con la Edad Me­ dia, y de las abundantes ideas del mismo origen que participaron en el pensamiento erasmista, siendo estos los movimientos cultu­ rales más interesantes de la época, existieron causas históricas y sociales que no sólo mantuvieron el bagaje tradicional, sino que lo potenciaron: — Históricamente no puede hablarse de un corte o repentino desvío del desarrollo cultural castellano; como indica Fernández Alvarez, «estamos no ante una ruptura, antes bien ante una evolu­ ción..., asistimos a una etapa de transición entre la cultura medieval, a la que aún se sigue afiliado en no pocos aspectos, y la moderna de la que es heraldo el Renacimiento»2. Evolución que queda demos­ trada en la temprana acogida de corrientes italianizantes y se hace patente en la existencia de los llamados pre-renacentistas del siglo xv• • Cf. M. F ernandez Alvarez, La sociedad española det Renacimiento, Sala­ manca, Anaya, 1970, p. 17.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

23

(un Alonso de Cartagena o Hernando del Pulgar) y en las figuras que funcionan como puente en la frontera de los dos siglos (un Cisneros o un Pedro Mártir de Anglería). Incluso si hay que constatar a nivel político un distanciamiento entre el reino castellano de Isabel y el español de Carlos I, y es en este nivel donde más certeramente está permitido hablar de cambio no puede olvidarse, como señala Vicens Vives, que, aunque los car gos y funciones son esencialmente nuevos en la estructuración del Estado absolutista, la mentalidad de los que los ocupan continúa siendo medieval3. — Sobre el fondo tradicional castellano vino a incorporarse, con Carlos, el borgoñón. Como contrapeso del italianismo en la balanza, la cultura flamenca supuso en gran parte la revitalización de plan­ teamientos medievales. En el ámbito de la corte borgoñona, campo del que Huizinga extrajo los caracteres de un otoño medieval (fun­ dido con la aurora renacentista), aún estaba vivo, por ejemplo, el mundo caballeresco. Si las anteriores relaciones comerciales castella­ nas con Flandes habían hecho caminar a la pintura tardo-gótica hacia hallazgos discrepantes con los resultados sieneses o florentinos4, la situación creada por la coincidencia de un mismo rey supuso la asi­ milación de costumbres y prácticas de origen bajo medieval: «el ideal caballeresco es el que conforma el estilo de vida borgoñón, que, transmitiendo el fondo de cultura medieval a los siglos siguien­ tes, sirve de modelo a Alemania, Inglaterra y España en el siglo xvi..., habrá que tener muy en cuenta los ideales caballerescos y el gusto literario de la Borgoña cuatrocentista en la formación intelectual del joven Carlos», afirma Clavería5. Por tanto, lo que define el renacentismo de un autor no es la permanencia de ideas, temas o géneros medievales en su obra, ya que su continuidad es rasgo común de la época, sino la actitud adop­ tada en relación con ellos. J J. V icens V ives lo formula aplicado a todo el siglo xvi y xvn: «Mientras el Estado monárquico desarrolla formas nuevas de administración al compás de la presión de las circunstancias sociales y bélicas que le rodean en los si­ glos xvi y xvn, la mayoría de las personas que ocupan los cargos conservan una mentalidad absolutamente medieval» (cf. «Estructura administrativa estatal en los siglos xvi y xvn», en Coyuntura económica y reformismo burgués, Barce­ lona, Ariel, 1968, p. 128.) * Respecto a la interpretación de la pintura italiana y la flamenca en su evolución del gótico al Renacimiento, cf. E. T ierno G alván, Acotaciones a la historia de la cultura occidental en la Edad Moderna, Madrid, Tecnos, 1964, pp. 48-53. Respecto a la competencia del gótico y el clasicismo italiano a lo Rafael en los primeros años del xvi, cf. J. R. H ale, La Europa del Renacimiento (1480-1520), Madrid, Siglo XXI, 1973, pp. 319-20. 5 Cf. C. C lavería, «Le chevalier déliberé» de Olivier de la Marche y sus ver­ siones españolas del siglo XVI, Zaragoza, CSIC, 1950, p. 37.

24

Asunción Rallo Grauss

La imposibilidad de marcar una línea tajante entre cultura me­ dieval y cultura renacentista «permite rechazar la pretendida incom­ patibilidad entre el hecho de que una cultura guarde una rica heren­ cia medieval y, no obstante, sea plenamente renacentista; tal es el caso, superlativamente, de la cultura española», propone Maravall (op. cit., p. 30). En términos particulares, el hecho de que, como señala María Rosa Lida, las Epístolas Familiares sean reaparición de la carta retó­ rica, o que el género biográfico de la Década de Césares recuerde a los retratos de Pulgar, no quiere decir que por ello carezcan de valor moderno. Tal análisis implica suponer un corte entre el siglo xv y xvi, y establecer dos compartimentos de los que en uno estaría todo lo «moderno», y en otro todo lo «medieval». El material medieval fue un ingrediente más del Renacimiento, aunque su conformación y enfoque fuera distinto en la medida que varió la cosmovisión humana0. Estudiar el texto guevariano exige conectarlo y entroncarlo con las realizaciones bajomedievales, esen­ cialmente con las del xv, para precisamente iluminar la novedad de su escritura.

1.1.2. EL HUMANISMO El humanismo ha sido tradicionalmente considerado como el apo­ yo intelectual del Renacimiento y reconocido por su actividad de rescate de la antigüedad a través de sus textos mediante una prepa­ rada crítica filológica. Así lo define Amold: «Todos los esfuerzos de aquel tiempo dirigidos a resucitar la literatura antigua, se com-6 6 La actitud viene a ser lo fundamental en la definición del renacentista. Así lo formula Maravall: «Tenemos que considerar en consecuencia que no es renacentista el que lee, con mayor o menor rigor filológico, a Cicerón, sino el que ve en su lectura un problema humano. No el que admira y se inclina hacia la naturaleza, sino el que lo ve como campo para la acción autónoma del hombre, acción que lleva consigo el Renacimiento. No el que gusta de una vida de placeres sensuales y de mundana alegría, sino el que ve en ello un pretexto para la invención y para la experiencia personal del vivir» (op. cit., p. 31). En términos más amplios, Tierno Galvín propone las siguientes notas característi­ cas, que le diferencian de la Edad Media: sustitución del erotismo por la sexua­ lidad; aparición del análisis introspectivo como método estético y científico; interpretación de la naturaleza desde el experimento y la inducción; ideologías de sentido individual más que corporativo; aparición de grandes espacios eco­ nómicos, definidos políticamente; la inteligencia como un valor en el mercado. «¿En qué momento simbolizar el tránsito de la mentalidad medieval a la rena­ centista? Opto ppr la ascensión esforzada y vivificante de Petrarca al Monte Ventoso en 24 de mayo de 1336» (op. cit., p. 15).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

25

prenden bajo el nombre de humanismo, considerándose éste como el preludio o el primer acto del complejo cultural del Renacimiento» 7*. Sin embargo, fue un fenómeno mucho más amplio, sólo expli­ cable en relación con los cambios sociales que comenzaron a pro­ ducirse en los últimos siglos de la Baja Edad Media: los humanistas fueron unos letrados, cuya cultura nace fuera (y en contra) de la clerical, de los monasterios, y ligada en cambio al surgimiento de las cortes ciudadanas en Italia. Indefinibles en cuanto a su procedencia social, eran altos fun­ cionarios o pequeños notarios, maestros o juristas, que se sentían culturalmente acogidos por los nobles urbanos y burgueses interesa» dos en reunir libros y personas instruidas; puede comenzar a hablar­ se de una cultura secularizada. Utilizando el nuevo instrumento que supone la filología (cotejación de textos variantes hasta descubrir el más exacto), capaz de presentar una antigüedad clásica distinta de la manejada en la Edad Media, brindaban a las nuevas clases un apoyo ideológico también nuevo, de ahí que, como afirma A. Hauser, «los humanistas son, en su afán de ascensión, al principio favorecidos y animados por las clases superiores, pero, al fin y al cabo, contenidos» *. En los comien­ zos aristocracia intelectual y económica se dan unidas, porque ade­ más la raíz de ambas es el individualismo generado por las nuevas relaciones burguesas. Al humanismo le interesa resaltar la singularidad de escritor; el libro medieval, depósito impersonal de un saber intemporal, pasó a ser un texto individual, producido por un pensamiento particular y alcanzado tras largas horas de lectura realizada contra el sueño9. 7 Cf. R obert F. A rnold, Cultura del Renacimiento, Barcelona, Labor, 1936, p. 34. * Cj. A. H auser , Historia social de la literatura y el arte, I, Madrid, Gua­ darrama, 1969, p. 435. » Cf. J. A. M aravall, La oposición política bajo los Austrias (Barcelona, Ariel, 1974), que resume esta nueva necesidad de la siguiente manera: «Desde la época en que trabajaron los humanistas fue ya posible contar con la ayuda del libro en una forma que tiene mucho de moderna..., ellos mismos son a su vez manifestación de una nueva sociedad, esto es, de una nueva economía, y de una nueva política que exigen del estudioso una función que no es la que cumplía en las viejas aulas salmantinas o parisinas. Para ello hacen falta libros, muchos más libros, y lecturas, muchas más horas de lecturas que hasta el mo­ mento» (p. 24), y más adelante: «Largas vigilias, trasnochar constante, insom­ nio... acompañan al cuadro de este humanista... Pero menos mal si a cambio de esa renuncia a los placeres corporales su orgullo, que no le falta, le permite suponer que el mundo admira su función» (pp. 36-7). Casi en conformación de tópico se encuentra en todos los prólogos de las obras de Guevara la apela­ ción a la numerosa cantidad de libros que ha revuelto, a las numerosas horas y noches que ha gastado.

26

Asunción Rallo Grauss

Implicaba una búsqueda de prestigio, en el cual «el nuevo saber daba al que lo poseía no sólo la conciencia sublimada de su propia supe­ rioridad..., sino que también le confería a los ojos del vulgus, por él despreciado, un nimbo de prestigio, en el cual la erudición clásica desempeñaba un papel semejante a la riqueza tan rápida e invero­ símilmente adquirida por el capitalista, y que la gran masa del pueblo consideraba por el inescrutable proceso de su formación, como algo misterioso y extraordinario» 101. De ahí la vacilación entre la escritura en latín que define a los humanistas como élite, y la práctica del idioma romance como medio de demostrar, con un im­ pacto más amplio, sus conocimientos y erudiciones n. Respaldados sólo por su sabiduría, y dependientes generalmente de un mecenazgo, pregonan la libertad del hombre, libertad que a nivel científico les permite la crítica del mundo que les rodea, y a nivel social potencia sus ansias de poseer una situación privile­ giada. Para ello era necesario oponer a la ideología feudal un nuevo concepto de hombre basado en la adquisición de la auténtica nobleza mediante el esfuerzo personal que paralelamente se identifica con el pulimento del alma. Resucitando las teorías neoplatónicas (frente al aristotelismo dominante en la ideología clerical), el valor humano vino a descansar en el cultivo del ánima, cuya finalidad última sería estar al servicio del bien común. Se debe al humanismo las prime­ ras introspecciones del hombre en este sentido, la apelación al autoconocimiento como punto de arranque, ya que se concede a la per­ sona humana una experiencia singular y propia. Con los humanistas la actividad intelectual se carga de moralidad, en el intento de ayudar a hacer mejor al hombre. Significativos son los tratados de la dig­ nidad humana, como el de Pico de La Mirándola o el de Pérez de Oliva. Se trata de hallar la imagen humana completa, de descender «del ente abstracto sumergido en los estamentos» de la ideología feudal hacia la consecución de un ser real, con ideas, sentimientos, intere­ ses y pasiones, y para ello «indagar la naturaleza, cualidad, ingenio, afectos, virtudes del alma, y de explorar sus múltiples y largos reco10 Cf. Alfred von M artin , Sociología del Renacimiento, M éxico, FCE, 1974, p. 53. 11 La relación entre el uso del latín y un cierto sentimiento de casta ha sido denunciado por varios críticos. T offanin (II «Cortigiano» nella trattatistica del Rinascimento, Napoli, Librería scientifica editrice, s. a.) lo describe así: «Gli umanisti si distinguevano per il latino e cosi s’esprimera senz’altro la loro conscienza di casta. II latino era lingua dei privilegiad e degli eletti, il regno di una aristocrazia posta da Dio»; mientras que H auser (op. cit., p. 399) hace hincapié en su utilización como medio para alejarse de lo popular y constituir «para sí un monopolio cultural».

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

27

vecos cuando sea posible»12. En definitiva, el humanismo propone y exalta la capacidad del hombre para elevarse en la práctica de la virtud, para constituirse en persona (auténtica nobleza del hombre) frente al determinismo feudal que confinaba al ser humano a un puesto reservado por la fortuna de su nacimiento. A la importancia de la ascendencia se opone el éxito propio, que se convierte en valor social. Los orígenes del movimiento humanista en España, y su evolu­ ción a lo largo del siglo xv ha sido esclarecido por el trabajo de Ottavio di Camillo El humanismo castellano del XV 13. Según sus in­ vestigaciones, habría que datar su nacimiento en el siglo xiv, cuando en 1394 fue elegido Papa el aragonés Pedro de Luna (Benedicto XIII). En la aspiración de dar a la corte de Avignon el prestigio de Roma, la habían convertido en un gran centro cultural, enriqueciéndola no sólo artísticamente, sino con la formación de una gran biblioteca. A esta corte, en la que había estado Petrarca, accedieron con Bene­ dicto XIII profesores y graduados españoles. Tal hecho supuso la aparición de una pequeña élite prehumanística que de vuelta a España trajo las nuevas corrientes intelectuales, a la vez que se mantuvo vinculada con Italia, ya que a partir de entonces muchos letrados españoles pretendieron y obtuvieron puestos en la curia romana. Ellos, junto con los diplomáticos que tenían que ser buenos eruditos, potenciaron un intercambio de libros, que hizo de España durante el siglo xv uno de los países europeos con más número de manuscritos, especialmente de obras latinas traducidas al castellano o al italiano, según apreció P. O. Kristeller en su estudio sobre la difusión del humanismo italiano en Europa. Como carácter específico del humanismo castellano es signifi­ cativo señalar la conexión que desde el principio tuvo con la univer­ sidad: ésta resurgió (mejoró la calidad de la enseñanza y aumentó el número de alumnos) por los beneficios y privilegios concedidos por Benedicto XIII; universitarios eran los que se llevó a Avignon y título universitario ostentaban los letrados. No es casualidad que la mejor encarnación del humanismo castellano sea una universidad, la de Alcalá de Henares. Es muy importante tener en cuenta este hecho para entender la configuración del humanismo español del xvi y su relación con escritores como Guevara. Analiza Di Camillo la existencia del humanismo en Castilla dua Cf. J. A. M aravall, Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, ed. cit., pp. 29-35. u Cf. ed. Valencia, Femando Torres, 1976.

28

Asunción Rallo Grauss

rante todo el siglo xv 14; rastreando en autores como Mena, Santillana, Villena, Cartagena o Lucena, patentiza un vigor no sólo en las tra­ ducciones que se efectuaron valorando la literatura y el pensamiento clásicos, tanto por su contenido moral, estético o histórico como el modo de expresarlas 15, sino en su capacidad de elaborar ideas di­ vergentes del humanismo italiano y por tanto polemizar con él (por ejemplo, las disidencias de Cartagena y Leonardo Bruni sobre ciertos conceptos aristotélicos, cf. op. cit., pp. 203-226). El humanismo cas­ tellano comenzó desde el principio por una vía propia: bien desde una actitud crítica que lleva, por ejemplo, a Lucena a escribir su De vita beata (hacia 1463), adaptación del De vitae felicítate de Fazio, como refutación del De vero bono de Valla en torno a la visión epi­ cúrea, enfrentándose también a Mena, bien buscando su respaldo político en la concepción de una monarquía imperialista que hace argumentar a Cartagena en favor del reino visigodo y la tradición gótica, primer pilar de la defensa nacionalista más adelante man­ tenida por un Nebrija. En conclusión, afirma Di Camillo, «antes de que la palabra huma­ nista apareciera por primera vez en España, la nueva cultura... había realizado un considerable progreso»; afianzada en los finales del xv con personalidades como Nebrija, tuvo su éxito en un fermento inte­ lectual que «transcendiendo la gramática, retórica, historia, poesía y ética, afectó... a la medicina, filosofía, teología, ciencias naturales y artes mecánicas» y la constitución de una generación de huma­ nistas, que a principios del xvi asumió su posición nacional, aunque desde una actitud cosmopolita (cf. op. cit., pp. 295-6). No puede encuadrarse el humanista español del Renacimiento en una única categoría. A grandes rasgos pueden diferenciarse los que pertenecen al ámbito estrictamente universitario y se definen como gramáticos, y los que se vinculan a una colaboración con el Estado. Maravall ha señalado cómo el nuevo sentimiento de comuni­ dad política hizo desarrollarse una conciencia tan estimable como cualquier otra, y cita precisamente las palabras de Guevara: «la paM «No existen pruebas de que los eruditos españoles conocieran a los huma­ nistas del Quattrocento temprano antes del concilio de Basilea (1432), fecha en que aparecen por primera vez en España los nombres de Bruni, Poggio, Pier Candido Decembro y algunos otros...», precisa O ttavio d i C amello, op. cit., pá­ ginas 38-45. is D i C amillo cita la Retorica ad Herennium de Villena que «debe s e r con­ siderada como testimonio valioso de aquel primer estadio del despertar cultural en el que la reputación de los clásicos había empezado a difundirse entre gente que no conocía el latín» (op. cit., p. 52), y la del De inventione hecha por Car­ tagena, muy significativa por sus consideraciones sobre el lenguaje como ins­ trumento elitista o de comunicación, pp. 55-56.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

29

tria, la cual somos obligados a defender unos con las lanzas y otros con las lenguas». Se estableció así una simbiosis, en la que el intelec­ tual prestaba su prestigio de cultura, mientras el gobernante (apro­ piado de ella y por tanto bajo su dominio) le concedía cierta libertad y una favorable salida a su actividad. A menudo respondía entonces al intelectual burocrático que desempeña funciones de instruido y experto junto a quienes ejercen el poder. Elaboraba su trabajo en cumplimiento con la política, el príncipe y sus colaboradores lé. Tal sería, por ejemplo, un Alfonso de Valdés. Existe además el tipo de escritor que se dirige a un amplio pú­ blico (amplitud que no debe medirse únicamente por el número de ediciones, sino teniendo también en cuenta la lectura colectiva) para el cual piensa su obra. Tal es el caso de P. Mexía o A. de Gue­ vara, aún bastante ligados a Carlos V y su entorno, y componiendo para un conocido pero también extenso receptor. Al tipo de gramático, profesor de latinidad, protagonizado por un Rúa, por ejemplo, Maravall no le concede la categoría de huma­ nista 11. Hay que precisar que el simple profesor de latinidad, dedi­ cado exclusivamente a un trabajo filológico en el aislamiento eru­ dito, era humanista en cuanto a su formación. Aunque si se entiende el humanismo como comprometido socialmente en su intento de mejorar al hombre, Rúa aparece como ajeno al movimiento. Sin embargo, no puede negarse la labor de estos maestros que con sus clases y academias (como la de Mal-Lara, en Sevilla) difundieron el nuevo modo de trabajo literario y la nueva visión del mundo. El problema de la pertenencia o no de Guevara al humanismo incide precisamente en este planteamiento de las varias posibilidades de realización del humanista. La consideración que respecto a ello le tuvieron sus contemporáneos se divide entre los poco iniciados que le incluían entre los humanistas confundiendo probablemente esta categoría con la de escritor (actividad no exenta en los siglos xvi y xvn), y la de los estrictos filólogos a los que su escritura parece aberración o burda réplica de su actividad1®. La crítica actual va1678 16 J. A. M aravall, La oposición política bajo los Austrias, ed. cit., pp. 38-45. 17 «Tal parece el caso de muchos humanistas aparentes, profesores de lati­ nidad y aun hombres de profesión científica, pero ajenos al nuevo espíritu de la época» (cf. Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, ed. cit., p. 42). En definitiva, el humanismo implicaba algo más que unos conocimientos, por muy profundos que fueran, de las lenguas y culturas clásicas. 18 Ejemplo de inclusión entre los humanistas, atraque bastante posterior, es la propuesta por Suárez de Figueroa: «En ésta, pues, que es facultad propia de Humanistas, se mostraron insignes... entre Españoles el divino Isidoro, Ge­ rónimo Osorio, Antonio de Nebrija, Don Antonio de Guevara, Pedro Mexía, el Comentador griego, Francisco Sánchez el Brócense...» (Plaza universal de todas

30

Asunción Rallo Grausa

desde juzgarle como falsario de la cultura (María Rosa Lida) a cali­ ficarlo de humanista creador (Carlos Clavería); el conflicto se re­ suelve explicando la postura guevariana, con toda su carga de origi­ nalidad, como respuesta o única salida a ese mundo intelectual, satu­ rando, por acabado de estrenar, el procedimiento de las citas w. En el Prólogo del Relox explicita su pesadumbre por la gran abundancia de eruditos en la época que le ha tocado vivir, añorando la suerte de Homero, Salomón, Licurgo o Phoroneo, únicos en sus patrias: O quan felices fueron aquellos ñlósofos en vivir como vivieron en aquellos tiempos, en los quales estava el mundo tan poblado de idiotas y tan despoblado de sabios que concurrían los hom­ bres de diversos Reynos, de remotas tierras, de estrañas nacio­ nes, no solo a oir sus doctrinas, mas aun a ver sus personas (ed. cit., pp. 15 vb-16 a). Adoptó Guevara una actividad externa muy semejante a la de cualquier humanista: su visión crítica de la sociedad, a veces hasta socarrona, su interés por las antigüedades o su pasión por los libros. En la Epístolas (I 3, I 23, I 65, II 21) aparece atraído por descifrar monedas y epitafios romanos, o transcribir inscripciones de tumbas por él recogidas: A manera de borracho que huele do hay taberna, así a mí se me van los ojos a do hay sepultura antigua, para ver si hallaré allí al­ guna letra que leer y algún letrero que descifrar (Epístola I, 65, p. 463). En el Prólogo de la Década de Césares demuestra haber visitado realmente ruinas romanas; no sólo alude a cuatro (Numancia, Itálica, «Cantabria e Istobriga») en las que «apenas hallava piedra de tropezar» (ed. cit., p. 76), sino que sitúa mejor que el propio Rúa a Numanciaw, o da cuenta del trozo de calzada construida por Trajaciencias y letras, Madrid, Luis Sánchez, 1615, p. 359). Respecto a las referencias o alusiones de Luis Vives, Alfonso de Valdés, Pedro de Rúa, García Matamoros y Melchor Cano, cf. el trabajo de E rnest G rey , Guevara, a forgotten renaissance author, La Hague.Nijhoff, 1973, pp. 23-51. En este estudio se detallan todas las conexiones ideológicas de Guevara con ellos en cada punto concreto. 19 Así lo ve A ntonio P rieto : «sus invenciones eruditas de citas y personajes son como una defensa individual o una respuesta ante la erudición y la crítica textual de los humanistas»; (cf. «La prosa en el siglo xvi», en H istoria de la lite­ ratura española, I, Madrid, Guadiana, 1974, p. 507). 20 Guevara localiza exactamente Numancia (Década, ed. cit., pp. 75-6), mien­ tras que Rúa se empeña en confundirla con Soria. Ya Ambrosio de Morales re­ señaba su error: «El bachiller Rúa, hombre de insigne erudición y de singular

Antonio da Guevara en su contexto renacentista

31

no, señalando en qué localidad comienza y en cuál acaba por haber ido él leyendo todos los mojones que la recorrían21. De igual manera asegura haber pasado la mayor parte de su vida en leer libros, cuya posesión también le entusiasmaba: Decisme, señor, que os dixo haber visto en mi librería un banco de libros viejos, dellos gótticos, dellos latinos, dellos mozárabes, dellos caldeos, dellos arábigos... como, señor, no tengo otra ha­ cienda que grangear, ni otros pasatiempos en que me recrear, sino en los libros que he procurado y aun en diversos reinos buscado, creedme una cosa, y es que llegarme a los libros es sacarme los ojos... para mi yo no pienso que la sabiduría está en los hombres canos, sino en los libros viejos (Epístola I, 24, P- 148); y la función que les da es asimismo estrictamente humanista, en su doble vertiente, tesoros de sabiduría e instrumentos, cuya lectura, como auténtica actividad opuesta al ocio, es el refugio y consuelo del hombre: Muchos señores y familiares amigos me dizen y riñen que cómo es posible que aya de vivir con tanto estudiar, a los quales yo respondo que cómo es posible que ellos puedan vivir con tanto holgar, porque considerados los sobresaltos de la carne, los peli­ gros del mundo, las tentaciones del demonio, las asechanzas de los enemigos, las importunidades de los amigos, qué corazón po­ día sufrir tantos y tan continuos trabajos, sino es leyendo y con­ solándose en los libros (Relox, prólogo, p. 6 b). Debió estar bastante metido en el ámbito de los libreros, como su­ giere su alusión a recibir manuscritos venidos de Florencia (cf. Pró­ logo del Relox, p. 17va), y lo confirma su relación con un impresor de Valladolid, Juan de Espinosa, quien colocó bajo su protección la edición de la Quinta parte del abecedario espiritual de Francisco de Osuna22, y al que Guevara había dejado un depósito de dinero juizio en las antigüedades, como natural que era de Soria, tuvo creydo que Numancia estuvo en el mismo sitio que agora tiene aquella ciudad y no a la puente de Garay, y asi me lo dixo a mi, porque no vino en su vida impresso el libro de las guerras de España de Appiano Alejandrino, no mudo de parecer» {Las antigüedades de las ciudades de España, Alcalá de Henares, casa de Juan Iñiguez de Lequerica, 1575, p. 105). La anécdota nos presenta un Rúa testarudo que sólo cree en la verdad del libro escrito. 21 Cf. «las quales en sus letras ser puestas en tiempos de Trajano, y el que quisiere ser curioso de las yr a ver (como muchas las fuymos a ver y leer aun a medir)...», ed. cit., p. 117. J. R. J ones certifica la veracidad de Guevara en esta afirmación {cf. nota 42 de la p. 118 de su edición).

22 «Prólogo de Juan de Espinosa, mercader de libros, sobre la quinta parte

32

Asunción Rallo Gratis*

(300.000 maravedís), según su primer testamento (cf. ed. Lino Ca­ ñedo, en AIA VI (1946), p. 323). Por otro lado, su vocación de «filólogo» se proyecta en la curio­ sidad lingüística: el respeto de transcribir el aljamiado de un mo­ risco de Granada (II 19), la preocupación por recoger los términos de la jerga marinera escuchada en su travesía a Italia (cap. VIII del Arte de marear), o sus conocimientos sobre lengua medieval que le permite unas invenciones idiomáticas tan acertadas que los térmi­ nos pasaron al Diccionario de Autoridades como del siglo xiv sólo porque Guevara los había utilizado en sus supuestos fueros de Ba­ dajoz (I 24). Las relaciones ideológicas y culturales de Guevara con el huma­ nismo son objeto de estudio de todo este trabajo.

1.1.3. EL ERASMISMO Coincide con esta primera etapa del Renacimiento el movimiento erasmista, que no es más que una derivación del humanismo inter­ pretado y enfocado desde el pensamiento religioso23. En cuanto corriente intelectual española debe entenderse no como «simple apli­ cación de las doctrinas de Erasmo, sino como su asimilación por parte de una élite intelectual que ya había llegado por su cuenta a conclusiones parecidas», en palabras de Domínguez Ortiz (op. cit., página 232). La espectacular acogida de las ideas de Erasmo, que nunca apa­ recieron en formulación de tesis, ni estructuradas, sino bajo cierta ambigüedad que sólo presuponía una actitud, sólo puede explicarse atendiendo a un clima e inquietud de cambio (especialmente en lo tocante a la religión) anticipado ya por la reforma cisneriana de las del abecedario...», de fray Francisco de Osuna (Medina del Campo, Juan de Es­ pinosa, 1542): «no ay otro registro y archivo más cierto que el de V. Señoría como lo vemos en los muchos escriptos de su pluma y estudio que cada día salen a plaga y a la luz. Vengo al presente suplicándole favorezca y anime la presente obra para que los pobres y menesterosos no se sientan agraviados con el no tener y los ricos y poderosos no se tengan por muy altos y bien aventu­ rados con el posser... Por lo qual y por todas las mercedes que de vuestra señoría he recibido solo y espero, quedo en Medina del Campo por su siervo muy humilde». B Así lo define J. L. Ab e l l ín : «el erasmismo es fundamental y primordial­ mente un movimiento de carácter religioso cuyo fin es la renovación de una espiritualidad que había caído muy bajo en los últimos siglos de la Edad Me­ dia... Ahora bien... su significación es múltiple: cultural, política, filosófica» (cf. El erasmismo español, Madrid, ed. Gráficas Espejo, 1976, p. 51).

Antonio de Guevara en su contacto renacentista

33

órdenes monásticas, y que hallaba paralelamente otros cauces en el iluminismo o el franciscanismo, por ejemplo. Erasmo (1469-1536), súbdito de Carlos V, para cuya educación había escrito la Institutio Principis Christiani; autor del Enchiridion Militis Christiani, manual de una religión interior, de fabuloso éxito; que había sabido atraerse a los lectores por la forma amena que tenía de escribir (adaptación de la epístola, del variado diálogo, y de una ironía lucianesca), había venido a convertirse en guía espi­ ritual del Occidente europeo. La labor de Erasmo se basaba fun­ damentalmente en la aplicación de la razón (conocimientos filoló­ gicos y documentales) a las Sagradas Escrituras, sin que ello supu­ siera un ataque a lo religioso. Su actitud contra todo lo que fuese usos externos o ceremonias huecas, o contra el clero no creyente que se había tomado la condición de religioso como negocio única­ mente, es tajante en sus negaciones, pero no propone sino ambigua­ mente un nuevo modo de ser cristiano. «Su programa era libertad de juicio e Iglesia tradicional», resume A. Castro24. Del mismo modo su conducta estuvo dirigida por ese escurrimiento o miedo a adoptar una postura: nunca frente a los luteranos, pues traían una crítica nueva, pero tampoco a su favor, pues dividían políticamente Europa, o el juego ambivalente con el Papa y el Emperador. Sin embargo, con él por vez primera comenzó a aplicarse la razón a los temas religiosos que empiezan entonces a tratarse secularmente. Ahora bien, fueron los erasmistas españoles en una interpretación libre de sus doctrinas, los que se mostraron capaces de usar este método de análisis con situaciones o problemas políticos concretos (el saco de Roma o la presencia de los turcos en el Mediterráneo), arriesgan­ do esa ambigüedad o «imparcialidad» que Erasmo ostentaba. El excelente estudio de Marcel Bataillon sobre Erasmo y España, sus relaciones y repercusión es tan exhaustivo que contaminó, con­ fundiendo, todo el pensamiento español renacentista de erasmismo. «Pensamos que efectivamente Marcel Bataillon se ha dejado llevar en exceso de la obsesión por su propio tema de investigación y ha hecho del erasmismo la clave exclusiva de interpretación para la historia espiritual del siglo xvi, sin dejar margen suficiente a otros movimientos o tendencias también importantes de dicho siglo», afir­ ma J. L. Abellán (op. cit., p. 66). Si su influencia tuvo consistencia decisiva en autores como los hermanos Valdés o Andrés Laguna 24 Cf. A. Castro, «Recordando a Erasmo» en Teresa la santa y otros ensayos (Madrid, Alfaguara, 1972), pp. 199-212. Cf. también L. E. H alkin , Erasmo, México, FCE, 1971. 3

34

Asunción Rallo Grauss

(atribuyéndole el Viaje de Turquía), es muy cuestionable en obras como el Lazarillo o la producción cervantina; y desde luego es un error considerarla como punto fundamental de valoración en una escala en la que los que ofrecen ligeros puntos de contacto o nulos (como es el caso de P. Mexía o A. Guevara) ocupan un lugar negativo o digno de olvido. Luden Febvre atribuye el éxito de las doctrinas erasmianas, en el ámbito general, a la nueva situación de la sociedad: el tipo de reli­ gión propuesto por Erasmo sería la alternativa burguesa frente a la religión de la sociedad feudal; «una religión muy libre, muy abierta, muy pura», perfectamente adecuada para el mercader o comerciante que «no puede perder el tiempo en sutilezas, que busca lo práctico y sencillo»; Erasmo le ofrece el cristianismo que desea, hecho a la me­ dida de un europeo del Renacimiento2526. El triunfo de Erasmo en España, que aproximadamente puede situarse en su apogeo entre 1522 a 1530 y simbolizarse en las traduc­ ciones de sus obras (como la bellísima del Enchiridion realizada por el arcediano de Alcor) cuyas ediciones se sucedían rápidamente36, ha sido también explicado por motivos sociales implicados en los ideológico-espirituales, no pudiéndose marcar fronteras ni en uno ni en otro sentido. Por un lado vino a confluir con las ideas humanistas en cuanto a instrumentos y postura crítica (y por tanto a afectar a los intelectuales), por otro coincidió como movimiento de reforma reli­ giosa con planteamientos tendentes a convertirse en luteranos (y así lo entendía la Inquisición) o de origen iluminista, creando situaciones intermedias o difíciles de clasificar como la de María Cazalla, o apro­ vechando nuevas coyunturas ideológicas como las de beatos, órdenes medicantes, o personas de pensamiento autónomo (factores básicos de iluminismo) o la de los cristianos nuevos2728.En este sentido Chaunu reseña la paradoja de que mostrando Erasmo una clara aversión con­ tra los judíos, sea precisamente en los medios judeo-cristianos espa­ ñoles donde fuese mejor recibida su doctrina2*. El trabajo de M. Bataillon, con su esfuerzo por clarificar, sobre datos y personajes, el problema del eramismo español, evidenció, sin embargo, su gran complejidad y la dificultad de delimitar taxativa25 Cf. L. F ebvre, Erasmo, la contrarreforma y el espíritu moderno (Barce­ lona, Martínez Roca, 1970), pp. 90-4. 26 Cf. J. L. A bellán, op, cit., pp. 72-3, o M. B ataillon, Erasmo y España (Mé­ xico, FCE, 1966), el capítulo VI: «La invasión erasmiana. Traducciones caste­ llanas de Erasmo», pp. 279-315. n Cf. Antonio M árquez, L os alumbrados, Madrid, Taurus, 1972. 28 Cf. P ie r r e C h au n u , L'Espagne de Caries Quint (París, Sedes, 1973), pá­ ginas 550-1.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

35

mente lo erasmiano, o incluso de pronunciarse ante un texto sobre su deuda a Erasmo. Y sobre esta base hay que plantear la relación de Guevara con este movimiento. Para Bataillon el antierasmismo guevariano es algo irrefutable: «Demasiado poco se ha dicho hasta qué punto es ajeno Guevara a la corriente erasmiana», sostiene {op. cit., p. 222), apoyándose esen­ cialmente en su intervención en la asamblea de Valladolid de 1527, en la que formó frente entre los detractores29, y su pronunciamiento, junto con Fr. Juan de Salamanca y Fr. Alonso de Córdoba, en recla­ mación de la retirada de circulación de los Colloqui {op. cit., pp. 286 y 305). Por otro lado el caso omiso que de él hicieron Vives y J. de Valdés, siendo significativo que García Matamoros sólo se vea com­ prometido a aludirle a causa de las Cartas Censorias de P. R úa30, o bien su consideración de mentiroso; Alfonso de Valdés mandaba a su amigo Dantisco de parte de Suárez «saludos tantas veces como men­ tiras hay en el Marco Aurelio», y a nivel estético su estilo absoluta­ mente dispar del practicado por los erasmistas; por tanto, según M. Bataillon, las coincidencias de detalle se deberían únicamente a la gran cantidad de asuntos que Guevara trata. A lo que habría que añadir el pertenecer todos ellos a una misma época y desenvolverse en ambientes semejantes31; sólo Márquez Villanueva se ha atrevido a explicar las similitudes de Guevara y los erasmistas por su cono­ cimiento directo a las obras de Erasmo32. Los puntos de contacto (que son analizados en cada capítulo de este estudio) son fundamentalmente: — El concepto de paz y guerra justa, inmanente en el ideario de Erasmo, y que Guevara formula a lo largo de toda su obra y con­ creta en el episodio del Villano del Danubio, mientras que «no hubo 29 Hay que tener en cuenta, sin que ello exima a Guevara de antierasmista, que su intervención fue la formulación de un voto, que no era el suyo propio, sino que a la fuerza tenía que reflejar el sentir de la comunidad franciscana. 30 «Había determinado no exteriorizar aquí mi juicio privado acerca del caballero de antigua nobleza y obispo de Mondoñedo que en sus últimos años era llevado en palmas por los cortesanos; pero contra mi voluntad y repugnán­ dome me lleva a esta crítica un libelo divulgado por Pedro de Rúa, soriense, erudito como pocos», cf. Pro adserenda Hispanorum eruditione, ed. J. López de Toro (Madrid, CSIC, 1943), p. 217. 31 J. A. M aravall, Carlos V y el pensamiento político en el Renacimiento, ed. cit., p. 189. 32 «Sea como fuere, podemos estar seguros de que las obras fundamentales de Erasmo le eran bien conocidas y de que no pocas de sus ideas debieron pegársele en la lectura», en «Fr. Antonio de Guevara o la ascética novelada» (Espiritualidad y literatura en el s. XVI, Madrid, Alfaguara, 1968), p. 36.

36

Asunción Rallo Qrauss

un solo erasmista que tomara contra Sepúlveda la defensa del paci­ fismo radical y utópico» (M. Bataillon, op. cit., p. 633). — El nuevo papel concedido a la mujer en la sociedad. — El ataque a los libros de caballerías y a las representaciones de farsas, convertido en tópico según M. Bataillon. — La utilización de lo absurdo y lo trivial como motivo literario *. — Su postura crítica ante la práctica religiosa de ceremonias pu­ ramente externas y que A. Castro interpreta en conexión con la tra­ dición española34. — Y como apunta M? Rosa Lida los títulos de sus obras que parecen responder al ideario erasmista, aunque «vistos de cerca estos temas nuevos no son más que rótulos no esenciales», constituyendo unas obras que «son estructuras anticuadas sobre las cuales se su­ perponen elementos del ideario en boga»35. He aquí el gran error sobre el que M? Rosa Lida resuelve el pro­ blema de las relaciones de Erasmo y Guevara: la confusión de que el primero supone la absoluta modernidad y el no adherirse a él, por tanto, el retroceso; el antierasmismo guevariano sería un signo más de medievalismo. Maravedí apunta: «no es de por sí moderno lo que a Erasmo se refiere» (op. cit., p. 189). Ambos escritores suponen un intento de solucionar los problemas contemporáneos. Aunque desde planteamientos distintos a veces coin­ ciden en las respuestas. En algunas ocasiones Guevara va más allá, como en el ensayo de reforma de conventos, cuando según Márquez Villanueva el Oratorio de religiosos puede leerse como «minucioso libro blanco» de mayor efectividad que la doctrina erasmista más radical (op. cit., p. 36); o cuando anuncia con su Marco Aurelio las M S ánchez E scribano señala el Encomium Moriae de Erasmo como el fun­ damento de la sátira renacentista. Su influencia, que se refleja en autores no auténticamente erasmistas (como Guevara) se realizó en esas «elegías de lo absurdo y lo ridículo» que confluirían en la de la alcahuetería que Cervantes pone en boca de D. Quijote (cf. «Un tema erasmiano en el Quijote», en RHM, XIX, 1953, pp. 88-93). 3« A. CASTRO quiere ver un planteamiento erasmista en el siguiente texto guevariano: «Tirano Falaris: a los que dicen que desacato los templos, también digo que es verdad porque los inmortales dioses más quieren a nuestros cora­ zones limpios que no que tengamos sus templos dorados»; razona que es una coincidencia o imitación, aunque la doctrina religiosa de Guevara tiene su inspiración en el «cristianismo aristocrático y antivulgar de la corte de Car­ los V» con «algunos reflejos de imposibilidad fatalista, tan propia de la tradi­ ción cristiano-islámica de España» (cf. «Antonio de Guevara, un hombre y un estilo del siglo xvi», en Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1967, pp. 92 y 106). 35 Cf. «Fray Antonio de Guevara. Edad Media y siglo de oro español», en RFH, VII (1945), p. 351.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

37

biografías barrocas político-morales, más cerca de Tomás Moro que de Erasmo, que con su Institutio Principis Christiani se mantiene anclado en el tomismo medieval (Maravall, op. cit., p. 192). En Guevara no puede hablarse de antierasmismo. Simplemente tener en cuenta que los caminos que utiliza son ajenos al movimien­ to erasmista, pero no por lo mismo menos «modernos», como lo de­ muestra el que, en definitiva, muchas veces las soluciones coinciden.

i

1.2. EL ESCRITOR Y LA ESCRITURA RENACENTISTA

I

I

1.2.1. EL ESCRIBIR COMO PROFESION: ARMAS Y LETRAS «Sea pues el consejo este, en que assí como ve­ láis que los mocos exerciten armas, assí os desve­ léis en que los hijos deprendan con tiempo las letras, porque assí como con las crudas tancas se prosigue la guerra, assí con las dulces palabras se alcanza la paz» (Relox II, cap. XXVI, p. 165 b).

La transformación del noble de hombre de armas en cortesano, que vino a producirse en los años de transición de la Edad Media al Renacimiento con el surgimiento del Estado moderno, concretiza un aspecto de la crisis de la función social del noble-guerrero: crisis que a nivel ideológico se pone de manifiesto, por ejemplo, en la in­ terpretación guevariana de lo que supuso la guerra de las Comunida­ des, y que a nivel productivo incide en el concepto del autor y de su papel, significativamente, en un doble aspecto: 1. Alcance de prestigio social de la actividad literaria. 2. Participación del noble cortesano, directa o indirectamente en ella, como medio de evitar una posible marginación. Ambas facetas están íntimamente ligadas. A la vez que el caballero va renunciando a la profesión exclusiva de las armas, profesión que le posibilitaba la pertenencia a un esta­ mento, tiende a apropiarse, en competencia con los humanistas bur­ gueses, de la cultura, creando bibliotecas o centros cortesanos que potencien la actividad literaria. Nobles como el Marqués de Santillana, o D. Juan Manuel, cultivaron las letras sin abandonar su con­ dición guerrera *. A fines del siglo xv puede decirse que ambas acti­ vidades disfrutan del mismo prestigio, por lo que B. Castiglione coni K arl K ohut , en Las teorías literarias en España y Portugal durante los siglos XV y XVI (Madrid, CSIC, 1973), refuta la teoría del origen de la estima­ ción de las letras ligado al surgimiento de una nueva clase que intenta oponerse así a la nobleza, clase formada esencialmente por conversos que pretendían elevar su situación social basándose en la cultura. Tal teoría convierte en para­ doja a los grandes humanistas del xv pertenecientes a la nobleza, cf. pp. 44-5.

Asunción Rallo Grauss

42

formó un cortesano que, entrenado para la guerra, tiene sin embargo su ánima pulida en la doctrina, en la lectura y en el ejercicio de «es­ cribir en metro y en prosa, mayormente en esta nuestra lengua vul­ gar»2. El equilibrio perfecto, que vitalmente sólo se realizó en Garcilaso, tiene también (y en coincidencia temporal) explicitaciones en Guevara: «Al buen caballero tan bien le parece un libro so la almohada, como la espada en la cabecera» (Epístola I, 40, p. 251). le recomendaba al conde de Benavente. La validación de las letras como actividad tan honrosa como la dedicación de las armas, cuya expresión literaria se realizó en el tópico de las armas y las letras, fue un lento proceso confundido en los cambios sociales, y que adquirió un mayor empuje con el fun­ cionamiento de la ideología humanista, ya que en palabras de A. Cas­ tro: «el humanismo trae la conciencia de que el saber no es mero deleite y pasatiempo, sino elemento activo para la vida de la co­ lectividad, y entabla discusión sobre ello»3. Tres aproximaciones pueden dar la clave del lugar que vino a ocu­ par el escritor en la estructura de la sociedad renacentista y moder­ na en referencia al prestigio ostentado antes por el ejercicio gue­ rrero: 12.1.1. E l

escribir como modo de adquirir fama

Entendiendo la fama como reconocimiento público de la persona, es uno de los conceptos fundamentales del humanismo porque en ella está implícita la dialéctica privado/público, y esencialmente por­ que se construye como mérito que oponer al linaje que el noble he­ reda. La auténtica nobleza humana no partirá del nacimiento, sino que se conseguirá con la propia actividad personal. De ahí que in­ cluso quien posea un nombre prestigioso por estirpe tenga el deber de revalidarlo con Sus hazañas propias y no mantenerlo con el re­ cuerdo de los antepasados: 2 Cf. Libro I, cap. IX, dedicado a la discusión de las armas y las letras. En definitiva valen más estas últimas porque sin ellas no puede el cortesano enaltecer (alcanzar prestigio social) a sus hechos de armas. 3 Cf. A. Castro, El pensamiento de Cervantes (Barcelona, Noguer, 1972), so­ bre el tema de las «armas y las letras», p. 217.

Antonio da Guevara en 8U contexto renacentista

43

No cure tampoco de encarecer mucho la sangre de sus pasados, ni las hazañas de sus deudos, porque a los príncipes más les per­ suade una palabra en que diga hice que ciento que le digan hicie­ ron. Fría demanda lleva el que va al rey a pedirle mercedes no por lo que ha hecho sino por lo que otros han servido (Aviso, cap. V, p. 91), afirmaba Guevara convirtiendo la idea en práctica política. Únicamente, cuando la ideología humanista había establecido que el valor del individuo nace de sus propias acciones, pudo plantearse la polémica de las armas y las letras como dos vías para acceder a la virtud4. Von Martin formula así la evolución en Italia: teniendo en cuenta que ya las ciencias para E. Silvio Piccolomini hacían crecer al doctor en semejanza a Dios, el concepto de virtud progresa per­ diendo el rasgo moral y se intelectualiza especialmente a partir de Salutati; «virtus equivale ahora a studium intelectual, es decir, a un concepto tan formal como el paralelo virtú, como habilidad de la vida práctica, en los campos de la energía y de la astucia, o sea aquella dinámica de las aspiraciones individuales» (op. cit., pp. 61-2). Si el hombre sólo tiene valor por lo que hace y no como descen­ diente de una familia, las posibilidades de fama o prestigio social se amplían dejando al margen el de la sangre. Surge como importante vía de acceso el cultivo de las letras. Su superioridad es defendida por todos los humanistas italianos desde Petrarca, mientras que los franceses la siguen manteniendo en segundo lugar5. En España las opiniones se dividen y es por eso por lo que se tiende a considerar la polémica como eminentemente española. Ya en el siglo xv Mena y Pérez de Guzmán se mostraban interesados por las acciones y he­ chos heroicos de la nobleza mientras Cartagena demostraba preferen­ cia por el tipo de fama adquirida en las actividades intelectuales y consolidada en la excelencia de los escritos6. Antonio de Guevara, autodefiniéndose como letrado (cf., por ejemplo, Epíst. I, 40, p. 252) realiza a lo largo de su obra una exaltación positiva de las letras como labor más humana, aunque mantenga una buena valoración de las 4 Los debates medievales entre el fraile y el caballero (como el de Elena y María) en absoluto pueden considerarse antecedentes del tópico de las armas y las letras, que depende de una problemática diametralmente distinta, de un simple prestigio de clase social. 5 Respecto a los italianos, cf. G. Toffanin, II Cortigiano nella trattatistica del Rinascimento, ed. cit., p. 104 y ss. En cuanto a los franceses, puede verse D. M énager, Introduction á la vie littéraire du XV‘ siécle (París, Bordas, 1968), pp. 24-5. 6 Cf. Ottavio d i Camillo, El humanismo castellano del XV, ed. cit., p. 184.

Asunción Rallo Grauss

44

armas. Estas son inferiores para la adquisición de la fama especial­ mente por dos consideraciones: a) El que sigue el camino de las armas ha de conquistar la fama arriesgando la vida: Ténganse por dicho los ambiciosos de honra que el hombre que tuviere en mucho su fama el tal ha de tener en poco su vida, y el que por el contrario tuviere en mucho su vida deste tenemos en poco su fama (Relox, prólogo, p. lOv a); lo cual asusta a muchos: pienso que no me engaño en esto que quiero dezir y es que ]a cañada de la fama todos la desean gustar, mas el peligro del hueso ninguno le quiere roer (id),

por lo que la auténtica vocación bélica sólo puede darse entre los antiguos guerreros (los nobles)7. Pero en definitiva el que quiera fama larga debe hacerse a la idea de una vida corta (cf. Relox, prólogo, pá­ gina 1). b) El hombre de armas ha de matar a otros hombres para ad­ quirir su fama; en cambio, el de letras la consigue creando vida para él y para los demás: Quanta diferencia vaya de mojar la pluma en tinta a teñir la langa en sangre, y de estar rodeado de libros o estar cargado de armas, de estudiar como cada uno ha de vivir o andar a sal­ tear en la guerra, para su próximo matar, no ay ninguno de tan vano juizio que no loe más los exercicios de la scienciá que no los bullicios de la guerra, porque al fin al fin, el que deprende cosas de la guerra, no deprende sino como a los otros a de ma­ tar, y el que deprende scienciá, no deprende sino como él y los otros han de vivir {Relox, prólogo, p. 8 b).

7 «Toda aquella gentilidad antigua como no tenían infierno, ni esperaban paraíso, sacavan de la flaqueza sus fuergas, de la cobardía coracón, del temor esfuergo, del peligro ánimo, de los enemigos amigos, de la pobreza paciencia, de la malicia esperanza: finalmente digo que su mismo querer negaban y el pa­ recer de otros seguían solo por dexar alguna memoria con los muertos y tener un poco de honra con los vivos» (Relox, prólogo, p. 10 b), cf. un texto semejante en lib. I, cap. X, p. 30 v a.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

IJ2.1.2. El escribir

45

como ocupación seria

La elevación de la labor del humanista a rango más (socialmente) importante que la del guerrero, ya que trasciende su época (rescata el pasado y proyecta la fama de la comunidad al futuro), tenía que basarse en la consolidación de su actividad como ocupación seria, es decir, «profesional»: su escritura nace de un nuevo modo de compo­ ner, en el que el autor pone en juego su prestigio y se hace respon­ sable de la obra como antes lo era el caballero de la hazaña guerrera. I.2.I.2.I. La cualidad de escritor Se hace a fuerza de lecturas y trabajo, de un entrenamiento se­ mejante al que necesita para salir airoso de la guerra, porque una vez concluida la obra tiene que enfrentarse (y vencer) al público y a los otros profesionales convertidos en sus críticos. Guevara resaltó estas tres cualidades: a) La ciencia (el saber) no cansa al escritor; por el contrario, le atrae y exige cada vez más: porque es tal la ciencia que quanto más uno sabe, cada día le crece el apetito de más saber. Todas las cosas de esta vida des­ pués de gustadas y poseídas empalagan, hartan y cansan, sino es la verdadera sciencia la qual ni harta ni empalaga ni cansa, y si por acaso parece que alguna vez fatiga, serán los ojos que se cansan de leer mas no el espíritu de sentir y gustar (Relox, prólogo, p. 6 b). b) El escribir (componer) no está al alcance de cualquiera, ni se puede realizar sin un previo estudio. La composición-creación de una obra exige conocimiento, y estilo para comunicar ese conoci­ miento. Al que no reúne ambas cualidades más le valdría continuar ejerciendo las armas: Los que no tienen saber para componer ni tienen estilo para ordenar muy sano consejo les sería dexar la pluma y tomar la langa; porque si a dos palabras nos cansa el hombre tibio y frío, quanto más nos cansara un libro nescio y prolixo (Década, pró­ logo, p. 72).

46

Asunción Rallo GrauSS

Porque, en definitiva, la profesión de las armas puede ser cualidad inherente en el noble, pero las letras pertenecen a un grupo seleccio­ nado que en ellas ha invertido sus horas y su fama. Loco es el que se atreve a escribir como si de hablar se tratara, que significaría una desvalorización de la escritura como vehículo de incorporación y con­ secución de una categoría social. Y loco tiene que ser el que no comprenda que su obra le va a situar en el espacio público, y se arriesgue a componer necedades no meditadas: Ay muchos en estos nuestros tiempos, los quales tan fácilmente se arrojan a escrivir como se atreven a hablar, de m anera que lo que sueñan esta noche, escriven m añana y lo que escriven mañana, publican otro día, lo qual ellos no harían si supiesen lo que hazen, porque dezir uno una locura procede de inadver­ tencia m as ponerla por escripia es cosa de locura (Década, pró­ logo, p. 71).

La composición del libro es una ardua labor que exige mucho tiempo y sacrificio: quantos sudores se ayan sufrido en el enojoso verano, quantos fríos en el enojoso invierno, quanta abstinencia aviendo de dor­ mir, quanto cuydado estando descuidado, júzguelo el que lo ex­ perimente, si a mi no me creyere (Relox, prólogo, p. 14 a).

De tal manera que un auténtico escritor pone en juego su propia sa­ lud como el caballero la exponía en la batalla: Acabado de traduzir, copilar y corregir el mi affamado Libro de Marco Aurelio quedó mi juycio tan fatigado y mi cuerpo tan cansado en onze años de mi mocedad que en él gasté, que pro­ puse entre mí y capitulé conmigo de no escrivir otro libro (Dé­ cada, prólogo, p. 71).

c) El escritor debe ser consciente de que su obra escrita será el baremo que la sociedad va a utilizar para medir su capacidad y va­ lor. Debe asimismo tener en cuenta los peligros que lleva consigo: la envidia (censura) y el hurto: No piense que se atreve a poco el que se atreva a componer un libro, porque si la doctrina es mala se trae consigo la pena y si la doctrina es buena luego es con ella la envidia. Esto de que se quexa mi pluma, grandes días ha de que lo sabemos ella y yo por experiencia, porque al libro del buen Marco Aurelio unos me lo hurtaron y otros me lo infamaron (Década, prólogo, p. 72).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

47

Guevara respalda su éxito en el robo del Marco Aurelio y de algunas Epístolas, robo que atenta contra sus «sudores» y contra el texto, de cuyos errores ya no se siente responsable: Mis pecados me lo hubieron de hacer, el libro fue hurtado y por manos de muy diversas personas traído y trasladado y como unos a otros le hurtaban y por mano de pajes lo escrivían, cada día crecían en él las faltas, y no había más que un original por do corregirlas, es verdad que me truxeron algunos a corregir... Añadiendo error sobre error... Otra cosa aconteció con Marco Aurelio, la qual me da vergüenza de la decir, pero más la habían de tener los que la osaron hacer, y es que algunos se hacían autores de la obra toda, otros de sus escrituras enxerían parte de ella como por suya propia, lo qual paresce en un libro impresso do el Autor puso la plática del villano, y en otro tam­ bién impresso puso otro la habla que hizo Marco Aurelio a Faustina cuando le pedía la llave. Pues estos ladrones han venido a mí noticia, bien pienso yo que se debe haber hurtado más ha­ cienda de mi casa (Relox, prólogo, pp. 17 vb-18 a). Las horas de estudio que ha exigido la elaboración del libro debe tener su compensación en una censura que sea de buena calidad. A la par que la escritura se convierte en trabajo serio de personas cuali­ ficadas, su mismo ennoblecimiento viene a depender de la seriedad de la crítica: Quando se hallare uno ser en lengua latina curioso, en Romance muy pulido, en las historias muy fundado, en la lengua griega bien experto, y en buscar y passar libros muy cuidadoso, deste tan heroico varón no solo admitiré que corrija mi obra, mas aun rogaré que debaxo de sus pies ponga mi doctrina, porque al hombre humilde y virtuoso ninguna afrenta le es ser corregido de un sabio. Mas pregunto aora yo que paziencia basta para sufrirlo o que corazón para disimularlo, que se junten dos o tres, o quatro después de comer sobre mesa y tomando un libro entre manos, uno dize que es prolixo, otro dize que habla fuera de propósito, otro dize que tiene mal romance... por manera que a mejor librar la doctrina queda por sospechosa y el autor no se escapa sin mácula. Presupuesto que son tales los que lo dizen, y que es sobre mesa, dignos son de perdonar pues hablan no según los libros que avían leydo, sino según los manjares que avían comido {Relox, prólogo, p. 16 vb). Lo que tantos desvelos ha costado no puede tomarse como mero entretenimiento ofrecido para el desprecio o la risa del no entendido,

Asunción Rallo Grauss

4ft

la obra de un escritor debe distinguirse de las obras vanas o de ficción. 1.2.1.2.2. Contra las lecturas vanas M. Bataillon caracteriza la influencia erasmiana por un alejamien­ to de la obra de pura ficción, y considera propio del eramismo la repulsión hacia la «literatura moderna», esencialmente ejemplificada en los libros de caballerías®. Sin embargo, junto a la negación de dichas novelas formuladas por un L. Vives o un Juan de Valdés hay que colocar la de Antonio de Guevara, lo cual tiñe el rechazo de un color más amplio del meramente erasmista, y viene a insertarse en el concepto de escritor, distinto (y enfrentado) al del fabulador. Su­ pone la exigencia de una lectura provechosa: No es de maravillar y aún ocasión de escandalizar, ver a mu­ chos hombres cuan de veras se ponen a escribir cosas de burlas y aun de burlerías, y lo peor de todo que muchos ocupan mu­ cho tiempo en leerlas como si fuesen doctrinas provechosas, los cuales, por defensa de su error, dicen que no lo hacen por d’ellas aprovechar sino por el tiempo embeber, a los cuales respondo que leer en malos libros no es pasatiempo, sino perder el tiem­ po... Esto que hacían los romanos, más razón serla que lo hi­ ciesen los cristianos pues ellos no tenían en que leer sino en libros de historias, y nosotros tenemos libros de historias y de divinas letras y esto hizo la Iglesia para que con las unas escri­ turas nos recreásemos y de las otras nos aprovechásemos {Aviso, prólogo, pp. 44-5). Porque el escritor renacentista exige de su obra la función de formar a la persona que lee. Las letras no pueden ser sólo entretenimiento, sino despertador de virtudes. En este concepto coincide Guevara con los erasmistas y lo plantea más profundamente incluso no quedán­ dose en el simple ataque a los libros de ficción, sino ampliándolo a los bufones y farsantes que cumplen una misma función: desviar las preocupaciones serias de la sociedad a planteamientos banales. Sus textos se erigen contra la literatura superficial en un intento de que ésta comience a servir para el desarrollo directo de los proble­ mas creados a nivel político, moral, etc., sin que esto implique «frial­ dad» en su presentación. Los libros, nuevo vehículo ideológico po-* * Cf. Erasmo y España, México, FCE, 1966, pp. 614 y ss.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

43

tenciado por la imprenta, deben asumir un papel rector en el ámbito cortesano. El tipo de literatura que él propone (y realiza) debe des­ alojar la no educativa (provechosa) de las novelas que no preparan al cortesano para una función real9. Si Vives condena la novela de caballerías por sus falsedades y su inmoralidad, poco conveniente para la joven doncella, y J. de Valdés por ser libros llenos de mentiras sin arte, aun después de reconocer que ha gastado diez años en su lectura10, Guevara los rechaza por lo poco provechosos que son para el cortesano en el sentido moral: ¡Oh cuán desviada está hoy la República de que aquí escribimos y aconsejamos, pues vemos que ya no se ocupan los hombres sino en leer libros que es afrenta nombrarlos, como son Amadis de Gaula, Tristán de Leonis, Primaleón, Cárcel de amor, y La Celestina, a los cuales todos y otros muchos con ellos se debría mandar por justicia que no se imprimiesen, ni menos se ven­ diesen, porque su doctrina incita a la sensualidad a pecar y relaja el espíritu a bien vivir (Aviso, prólogo, pp. 45-6)u. Coincide plenamente con los planteamientos de los erasmistas porque como a ellos le interesa constituir un nuevo tipo de obra 9 Máxime Chevalier ha señalado cómo el público de la novela de caballerías, en el siglo xvi, pertenece al ámbito aristocrático, desde el Emperador que las lee y las recrea en las fiestas, hasta los escritores del momento. Su éxito se relaciona con el desarrollo de la vida urbana de corte (Sur le public ¿tu román de Chevalerie. Instituí d’étude ibérique et iberoamericaines de l’Université de Bordeaux, 1968). El interés guevariano por combatirlas es una prueba más del gusto con que eran acogidas por este público cortesano, que es precisamente al que él está dirigiendo sus libros. i» J. L. V ives , en su Instrucción de la mujer cristiana (Madrid, Espasa Calpe, 1948), da la siguiente lista: «Lo mismo debían hacer de estos otros libros vanos como son en España Amadis. Florisando, Tristán de Leonis, Celestina, alcahueta madre de las maldades. En Francia, Lanzarote del Lago, París y Viana, Ponto y Sidonia, Pedro Provenzal y Magalona, Melusina. Y en Flandes, Flores y Blanca Flor, Leonela y Cananior, Curias y Floreta, Píramo y Tisbe. Otras hay sacadas del latín en romance como son las infacetísimas facecias y gracias desgraciadas de Pogio Florentin, los cuales libros todos fueron escritos por hombres ociosos y despreocupados, sin letras, llenos de vicios y suciedad, en los cuales yo me maravillo como puede haber cosa que deleite a nadie si nuestros vicios lio nos trajesen tan al retortero», pp. 29-30. J uan de V aldés, en el Diálogo de la lengua, considerándolos a todos mentirosos, admite grados entre un Amadis o un Rei­ naldos de Montalván; y señala como experimentado por él mismo que la lec­ tura de tales libros produce incapacidad para acudir a los que son «historia­ dores verdaderos» (cf. ed. J. M. Lope Blanch, Madrid, Castalia, 1969, pp. 168-9). h La misma idea ya había aparecido expresada en el prólogo general del Relox: «Compasión es de ver los días y las noches que consumen muchos en leer libros vanos, es a saber, a Amadis, a Primaleón, a Duarte, a Lucenda, a Calixto: con la doctrina de los quales ossaré dezir que no passan tiempo sino que pierden tiempo porque allí no deprenden como se han de apartar de los vicios, sino que primores teman para ser más viciosos* (p. 9 b). 4

50

Asunción Rallo Grauss

literaria. No puede entenderse la actitud guevariana como un simple seguir la moda, apelando a la paradoja de que en su obra falte la veneración ciega a la verdad textual, porque su literatura nació real­ mente opuesta a la ficción caballeresca en su referencia contempo­ ránea y en su postura formativa, aunque por la pretensión de lograr un amplio receptor su obra se base (y de ahí la divergencia) en la búsqueda de una escritura amena y no fría. En Guevara, la seriedad de intención (como eco de los problemas socio-culturales del mo­ mento) y fictividad de presentación (estilo anecdótico, incitaciones a la sonrisa) no están reñidas. Mientras L. Vives cree encontrar la se­ riedad de la escritura en la utilización de la lengua latina, y los her­ manos Valdés ensayan el diálogo de ironía lucianesca y revalidado en Erasmo, Guevara consigue mayor acogida con sus pretendidas citas y sus divertidos relatos ilustrativos de su doctrina. La esencialidad del ataque a los libros vanos en la concepción guevariana se muestra también en sus consideraciones sobre los que hacen coplas y farsas, actividades superfluas a la sociedad: ¿Cómo loaremos a nuestro siglo de lo mucho que aprenden y de lo poco que hablan, pues los más de los que están en los es­ tudios no aprenden sino a dezir malicias y a hazer coplas y farssas? (Menosprecio, cap. XVI, p. 158). Si los farsantes tuvieron una clara función cuando Roma era una ciudad corregida de vicios en tanto que festejaban a las gentes de guerra animándolas a volver victoriosas para recibir tal acogida (Relox III, cap. XLIII, pp. 282 v a-284 a), su actividad pronto degeneró en liviandad12; de ser propulsores de la honestidad y el entretenimien­ to derivado del ingenio y la agudeza, cualidades que Guevara jamás deja de silabar, se convirtieron en disolutos a la par que se pro­ ducía la perdición de la república romana: vagamundos y charlatanes no se contentaron con llevar la alegría al pueblo, sino que pretendie­ ron ocupar puestos de privilegio junto al príncipe, marginando al u Curiosamente Guevara concede al comediante un lugar en la sociedad guerrera. Aunque se refiere a un tiempo utópico, de una Roma «corregida», en la que eran precisamente los creadores de farsas los encargados de alejar vi­ cios, parece estar recordando los tiempos medievales. Por un lado habla de una sociedad en la que los jóvenes estaban constantemente preparados para la gue­ rra; los gladiadores servían para hacerles conectar con la realidad de la muerte mientras que los farsantes les hacían desear la victoria o la muerte. Por otro señala la participación colectiva (y no ya a nivel de príncipes y nobles) en las representaciones. Cabe preguntarse si no estará proponiendo la sustitución de un tipo de propagador ideológico, operante en la estructura feudal por otro representado por él mismo.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

51

docto y sabio consejero (Relox III, cap. XLVII); por eso Marco Au­ relio procedió bien al alejarles de sí y de Roma, confinándolos en una isla del Helesponto donde quedaron prohibidas bajo pena de muerte todo tipo de truhanerías y engaños (caps. XLV-XLVII),3. Sig­ nificativamente Guevara enlaza la doble vertiente, literaria y política. Su condena de los farsantes, su negativa a darles un puesto en la sociedad (paralela al rechazo de los libros «vanos»), se justifica por la función que asigna al nuevo escritor de formulador de doctrina, tanto dirigidas hacia el gobernante (príncipe) como hacia la «repú­ blica», receptora de las ideas elaboradas en su relación con el prín­ cipe. Tanto los farsantes como las novelas de caballerías no deben existir porque desplazan al auténtico hombre de letras concebido en actividad política y literaria conjuntamente. I.2.I.3. E l

escribir , actividad fundamental para la república

Guevara expresa directamente cuál es la finalidad de su obra afir mando que: yo prometo que en tanto que el Redentor me diera vida, yo no deje de escribir para servicio de mi príncipe y de toda la Re­ pública de España (Relox, prólogo, p. 17 v b-18 a). Y este servicio abarca directamente diversos aspectos: desde la sal­ vación del olvido de algunos hechos contemporáneos (crónica) hasta la instrucción del cortesano a través de la lectura de sus obras. El hombre necesita desarrollar su vida en actividad, huir del ocio, para lo cual el mejor remedio es un libro que despierte su mente y favorezca su sabiduría: el hombre que vive ocioso y no quiere siquiera un pedazo del día ocuparse en leer algún libro de buena doctrina, más ocasión habrá de llamarle bruto animal, que no hombre racional, porque el hombre cuerdo más se ha de presciar de lo que sabe que no de lo que tiene (Aviso, prólogo, p. 47). El ocio venía ya significando desde el siglo xvil no simplemente el descanso, sino el tiempo dedicado a actividades distintas de las prou Un hecho semejante le atribuye a Trajano: «A todos los juglares y todos los que jugavan farsas y a todos los truhanes mandó que deprendiesen officios y se mantuviesen cada uno en su casa y si no que se tuviesen por despedidos de Roma» (Década, Trajano, cap. VI, p. 93).

Asunción Rallo Grauss

52

píamente guerreras, en especial al gastado en el cultivo de las letras. La no actividad del «ocio» no es más que el reflejo del plantea­ miento de una nueva ocupación14, que socialmente aceptada comien­ za a exigírsele al cortesano porque: de leer buenos libros se sacan inmensos provechos, es a saber: que la buena lectura harta la voluntad, despierta el juicio, ahoga la ociosidad, levanta el corazón, ocupa el tiempo, emplea en bien la vida y no tiene tanto de que dar cuenta; finalmente es un tan santo ejercicio que para que los que lo ven es un buen ejemplo y para sí mismo un buen pasatiempo (Aviso, prólogo, p. 43).

La lectura de buenos libros entretiene y enseña dando al lector las cualidades que le harán más apreciado en la corte: No podemos negar a los que leen en buenos libros sino que gozan de grandes privilegios; es a saber: que deprenden a bien hablar, pasan el tiempo sin sentir, saben cosas sabrosas que contar, tienen osadía de reprehender, todos huelgan de con ellos se aconsejar y lo que más es que no son pocos los que sus áni­ mas y haciendas huelgan de se las encomendar (Aviso, prólogo, P- 47).

Por eso si la sociedad se contenta con el que se dedica a tales lectu­ ras, que abren su mente a nuevos mundos y potencian sus cualida­ des, armonizan las relaciones y pretenden la paz conseguida por la palabra y no por la guerra, en gran manera será deudora de los que componen tales lecturas ofreciendo un ocio provechoso y no un en­ tretenimiento vicioso: Gran merced hizo Dios al hombre que sabe leer y mucho m ayor al que dio inclinación para estudiar, en especial si le alum bró para buenos libros escoger, porque no hay en el mundo tan he­ roico ni tan provechoso ejercicio como es el del hombre que se da al estudio. Si se deve mucho a los que leen y más a los que estudian, y mucho m ás a los que componen, por cierto mucho m ás se deberá a los que altas doctrinas componen, y esto se dice porque hay muchos libros asaz dignos de ser quemados y muy indignos de ser leídos (Aviso, prólogo, p. 44).

Entre los deberes del gobernante está el de favorecer y acoger la actividad de este escritor. Un verdadero príncipe, como Marco 14 Cf. Di Camillo, op. cit., p. 193.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

53

Aurelio, tiene por costumbre retirarse a su biblioteca, no sólo a leer él también, sino a componer para dejar memoria de sí, no de sus hechos de armas cuya perduración depende del cronista, sino de algo más importante, sus sentimientos e impulsos como persona: ...y sobre todo quedan allí mis sudores, mis vigilias, mis traba­ jos que son hartos libros por mi compuestos; por manera que si mi cuerpo despedazen los gusanos, a lo menos hallaron mi corazón entero entre mis libros... le confiesa Marco Aurelio a su mujer Faustina (Relox, lib. II, capí­ tulo XIII, p. 135 a-b). El ejemplo del Príncipe rodeado de sabios es un tópico que se repite en Guevara muy a menudo (cf. como ejemplo Aviso, Argumen­ to, pp. 39 y ss.) y en otros autores como P. Mexía, quien dedicó un capítulo de su Silva (el X del Libro III) a la demostración de cómo «las letras y doctrinas muy provechosas y necesarias a los reyes y a los príncipes» y se señalan los ejemplos de Aristóteles y Filipo, Zenón y Antígono..., y otros capitanes, porque «paréceme que no he leído de los antiguos que fuese buen capitán que no fuese dado a las letras y ciencias», y «los antiguos tanto se preciaban de las letras y libros como del esfuerzo y valentía»1S. Uno de los rasgos para determinar la bondad o maldad del príncipe será, en definitiva, su protección o rechazo de los sabios: Lo semejante acontece a los hombres sabios y a los hombres virtuosos, los cuales si viven en tiempos de príncipes virtuosos y doctos son estimados y honrados, mas si concurren en tiempos de príncipes viciosos y vanos muy poca cuenta haze dellos, por­ que costumbre es ya muy antigua entre los hijos de vanidad que no honran al que es en la República más provechoso sino el que es al Príncipe más aceto (Relox, prólogo, p. 6 a). En otra vertiente el escritor debe ser estimado y tenido en mucha consideración porque la fama de toda la República en los siglos veni­ deros depende de su pluma, ya que esta es la que conforma para la posteridad los hechos guerreros. Un pueblo puede realizar heroicas campañas triunfales, y un capitán arriesgar prodigiosamente su vida, pero caerá en el olvido si no hay un letrado que las glorifique: Salustio en su libro De bello Iugurtino, dice que en los hechos heroicos y las hazañas famosas no era de menos gloria el erou Cf. Ed. Sociedad de Bibliófilos Españoles, Madrid, 1933, pp. 60-1.

54

Asunción Rallo Grauss

insta que las escribía que el capitán que las hacía; porque mu­ chas veces acontece que muere el capitán que dio la batalla y si hasta hoy vive la fama no es por lo que en él vemos sino lo que d’el leemos (Aviso, prólogo, p. 28). Guevara, al igual que Castiglione, y en contraposición a la pos­ tura de Cervantes que defenderá por boca del hidalgo D. Quijote las cualidades del hombre dedicado a las armas que no el entregado a las letrasI6, resalta la necesidad absoluta de Homero para la exis­ tencia (pervivencia) de Ulises: Dize Salustio que se debe mucha gloria a los que famosas haza­ ñas hirieron, y que no son dignos de menos fama los que en alto estilo las escribieron, qué fuera del magno Alexandro si no escriviera dél Quinto Curcio? qué fuera de Ulises si no naciera Homero? qué fuera de Alcibiades si no le engrandeciera Xenophón? qué fuera de Ciro si no pusiera por memorias sus haza­ ñas el filósofo Chilo?... (Relox, prólogo, p. 16 a-b). El cultivo de las letras, el oficio de escritor, es al menos tan noble como el de las armas, con la ventaja de que presta un papel necesa­ rio al desarrollo social. La república se nutre de las enseñanzas apren­ didas en lecturas provechosas, que adoctrinan convenientemente a cada uno en su papel, v la palabra del hombre de letras es la que acumula para el futuro la experiencia y el recuerdo glorioso.

m Cf. Don Quijote de la Mancha, ed. Martín de Riquer (Barcelona, Planeta, 1975), cap. I, 38, pp. 421 y ss.

1.2.2. VALORACIÓN DE LA ANTIGÜEDAD Y DEFENSA DE LO MODERNO No quiero ni es razón que mi pluma se desme­ sure tanto en reprehender a los passados, que demos toda la gloria a solos los presentes, porque ni los irnos supieron todo, ni los otros lo ignora­ ron todo... La ignorancia de los antiguos no fue sino una guía para acertar nosotros, y porque ellos erraron entonces cúponos la suerte de acertar nos­ otros después (Relox, prólogo, p. 15 a).

Aunque E. Curtius define la querella de los antiguos y modernos como «fenómeno constante de la historia y de la sociología litera­ rias» desde Terencio a Erasmo, y por tanto le concede la categoría de tópico *, su significación adquirió una relevancia específica du­ rante el Renacimiento. Problema ligado al concepto de imitación, piedra de toque de la ideología humanista, tuvo en aquella coyun­ tura histórica una determinada función de implicaciones culturales (socio-literarias). No suponía simplemente el tener presente a los escritores anterio­ res, pertenecientes a otros estilos, sino la maduración de un proceso iniciado en la Baja Edad Media: proceso que se basa en la toma de conciencia de una distinción histórica entre los antiguos (o clásicos) y los actuales. El fenómeno fue lo suficientemente complejo como para necesitar una lenta evolución, que arrastró la remodelación de términos, como los dos claves de moderno12 y antiguo en su signifi1 Cf. Literatura europea y Edad Media latina, México, FCE, 1955, pp. 354-360; la cita corresponde a la p. 354. 2 El término moderno es un legado de la fase tardía de la lengua latina, deriva del adverbio modo. Su introducción en la lengua castellana se produjo en el siglo xv; según Maravall fue Enrique de Villena el primero en plasmarlo en la lengua escrita. Coincide, pues, con el prehumanismo; cf. J. A. Maravall, Antiguos y modernos (Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1966), pp. 242-3.

Asunción Rallo Grauss

56

cación de clásico3, y la conjugación de factores sociales, como el de la aparición de una burguesía urbana, y su aportación de impulso a la novedad. En estrictos términos literarios, aunque sin olvidar la tensión (o crisis) de la confluencia de corrientes que se produce en el Renaci­ miento, la problemática incidía en la escritura guevariana, produ­ ciendo posturas y pareceres antagónicos en sus propios textos. En él la querella se movió en dos ejes diversos que explican sus soluciones contrapuestas; por un lado en el componente utópico que enfrentaba antigüedad/modemidad inclinando la balanza hacia la primera, con­ notada de atemporalidad; por otro en una conciencia de «progreso», de pertenecer a una época más avanzada, según el descubrimiento histórico de la evolución humana, base ideológica del Humanismo. Ambos factores se dan unidos y confundidos en su escritura; de ahí la necesidad de un doble enfoque para entender su interpretación. Es imprescindible tener siempre en cuenta esta ambivalencia para comprender su concepto de antigüedad, complicado además en su falsa erudición y su traslación de hechos contemporáneos a fantasías «antiguas».

I.2.2.I.

C oncepto de antigüedad

Durante la Edad Media la antigüedad era un tiempo sin fecha, de tal manera que sus formulaciones científicas tenían la misma va­ lidez que cuando se pronunciaron. El saber se basaba en la eternidad de su aplicación, la cultura era un renovado presente que compartía tanto un autor del siglo n como otro del ix. Los antiguos, presentes y valiosos en cada momento, funcionaban como eternos maestros o como fuentes de experiencia acumulada: la escritura de sus pen­ samientos les había prestado una dimensión indefinida e intempo­ ral, permitiendo un diálogo entre las generaciones pasadas y futuras en una auténtica contemporaneidad, emanada del vehículo de las le­ tras 4. 3 Si la polémica se entiende como tópico literario, el término antiguo no tiene más valor que designar lo anterior, con gran imprecisión. Sin embargo, y como proceso iniciado en la época carolingia, lo fundamental para el plan­ teamiento humanístico es la identificación antiguo = clásico, es decir, griego, y/o romano, como mundo diverso al contemporáneo, no sólo anterior, sino ale­ jado y digno de ser recuperado. El término antiguo tuvo durante el Renaci­ miento un específico valor y un sentido cargado de significación. 4 Cf. J. A. Maravaia, Antiguos y modernos, ed. cit., pp. 202-222, sobre la pos­ tura de la Edad Media respecto a la antigüedad.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

57

Este acronismo comenzó a romperse cuando a partir del si­ glo xn se distinguieron distintos tramos o épocas, configurándose una «antigüedad» ajena al propio presente. Sólo así podía surgir el concepto moderno de antigüedad en una doble vertiente: como refe­ rencia para la imitación y emulación, como confrontación de la ac­ tualidad para deducir una situación positiva o negativa. Las dos se implican y confunden, ya que de la constatación pesimista de un mundo empeorado nacía la solución de imitar el pasado clásico para recuperar la virtud y bondad olvidadas. A la par esa antigüedad inde­ finida se concretaba en personajes y autores caracterizados, sujetos de cultura digna de seguir. Así, y como primer paso, se produjo la identificación de lo antiguo (en su valor de maestro, de modelo) con el mundo greco-romano localizado con claridad. Sin embargo, está definición temporal conseguida en la distinción «mundo antiguo/actual», y que ocasionó el distanciamiento y por tanto la nece­ sidad de «recuperación», no supuso, al menos en algunos autores, un juicio equilibrado sobre el valor de la antigüedad. Especialmente en el siglo xv ésta funcionó idealizada en su valor contrastivo. En An­ tonio de Guevara puede estudiarse esta aparente contradicción, que no es más que un mismo planteamiento visto desde dos enfoques: a) Operando como mito sobre los modernos, la antigüedad (rea­ lidad distinta de la de un indefinido pasado) funcionaba como en­ carnación real de sus propias aspiraciones. Si en otro tiempo éstas se cumplieron, el mundo había caminado hacia la decadencia y co­ rrupción. El ejemplo lejano de la antigüedad les despertaba el sen­ timiento de estar viviendo una etapa decrépita, siempre en relación con el admirado pasado clásico. Es esta postura una de las más definitorias del pensamiento guevariano5. De tal manera es utópica su visión de la antigüedad que a veces parece estar aún siguiendo una ideología medieval. Antiguo se identifica con bueno y respetable, y se conceptualiza: no sólo el mundo del xvi será malo en relación con el romano, sino que el propio Marco Aurelio se quejará de la época que le ha tocado en contraste con la pureza antigua: «Si Livio y los otros escritores no nos engañan, antiguamente vie­ ran en el Sacro Senado unos Romanos tan antiguos, unas canas tan honradas, unos hombres tan expertos, unos viejos tan madu­ ros que era gloria de ver lo que representavan y era descanso oir lo que decían. No sin lágrimas lo digo esto que quiero decir 5 «Guevara’s antiquity is simple Utopia, a catchall where every things of wich he approve took place», afirma E rn est G rey , simplificando quizá dema­ siado el problema (op. cit., p. 7).

58

Asunción Rallo Grauss

que en lugar de estos viejos ancianos han sucedido unos mogos parleros, los quales son tales y tan malos que tienen perdida a la república y tienen escandalizada a toda Roma... (Relox II, ca­ pítulo XXXV, pp. 191 v b-192 a)4*. La antigüedad romana se desglosó así también en dos sobre un mismo eje que opone antiguo/modemo como bondad/maldad. Es ésta una visión sustentada por el pesimismo de un lento (pero inevi­ table) envejecimiento del mundo. La postura de alabanza exigió esta primera constatación, el caso de Guevara no es aislado. Alberto, per­ sonaje del diálogo de Cristóbal de Villalón, Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente7*, parte también de la misma afirma­ ción para encamar su papel de defensor de lo antiguo/modemo. A partir de ella se posibilita (y construye) una clasicidad cuanto más lejana más virtuosa y modélica. Maravall ha señalado el amplio margen utópico sobre el que se montaban las citas guevarianas de los antiguos. Siendo reales care­ cen de exactitud histórica porque son simples paradigmas de una bondad natural, compartida también por el «aldeano»*. Los ilustres varones realizan en el texto contemporáneo todo lo que él desearía que hicieran sus cortesanos: se retiran a la aldea voluntariamente {Menosprecio, cap. XVII), son sobrios en el comer y en el beber 9, las 4 Lo cual no impide que Marco Aurelio sea a su vez modelo digno de imitar en la posteridad, tal es el juego que realiza su presencia en el Relox, y que puede significarse en estas palabras de Guevara: «Para mayor alabanga de los passados y mayor confussion de los presentes, quiero que los que esto leyeren lean una carta de Marco Aurelio Emperador» (Relox II, cap. XXXIII, p. 260 a). 7 Cf. Ed. Serrano y Sanz, Madrid, Bibliófilos españoles, 1898. Esta obra, publicada en 1539, tiene varios puntos de contacto con los planteamientos guevarianos, especialmente en su consideración del alto culmen, no superable, al que ha llegado el hombre en su capacidad de conocimiento: «han venido en tanta viveza los juicios humanos que parece que ya no se puede subir más, como vemos de la sagacidad y arte con que agora los hombres viven, tratan y conversan», p. 162, cf. Relox, prólogo, p. 15 b, citado más adelante. * Señalando el componente utópico de la concepción guevariana sobre la antigüedad, aunque en un planteamiento acertado, se excede en algunas afirma­ ciones: «los "antiguos”», dice, «no son nunca unos u otros pueblos que hallan existido, o por lo menos tal como han existido, son simplemente los que no existen, los que solo aparecen en una lejanía irreal. Antiguos son para Guevara, pese a la denominación histórica de que se sirve, los que no están en ningún lugar» (Cf. Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, ed. cit., pp. 1856). Guevara sabía que la efectividad de esta utopía dependía precisamente de su localización en la antigüedad alabada por los humanistas, la griega y roma­ na, y no en una irreal. Ejemplo de esta consciencia es su creación de un Marco Aurelio, emperador especialmente conocido por su carácter de filósofo, es decir, elegido como figura concreta a propósito de una intención. 9 En esta virtud la antigüedad se amplía a otros pueblos que para la Edad Media no existieron: «los romanos y los griegos, y los egipcios, y los escitas, aunque de otros vicios fueron notados, por cierto en el comer y beber fueron muy sobrios» (Aviso, cap. XVIII, p. 235).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

59

mujeres rectas y virtuosas (Relox II, cap. XXX), las vestales recogi­ das y castas10... Es, pues, necesario distinguir dos niveles en la ideología guevariana respecto a la antigüedad: cuando habla de la reconocida y ape­ lada por sus contemporáneos humanistas, y cuando maneja (y ter­ giversa), apoyándose en una moda, el concepto que, inventado en sus características, es arrojado como reprimenda moral contra sus contemporáneos: Cotejados los tiempos pasados con los presentes, parécenos a los que algo habernos leido, que aquellos eran fina grana y estos mala polilla, aquellos eran calma, y estos fortuna; aquellos metal y estos escoria; aquellos cañada y estos hueso; aquellos día claro y estos nublado (Aviso, prólogo, pp. 28-29). Su mitologización de la antigüedad envuelve una intención moral: utiliza una idea de gran importancia en su momento precisamente por la fuerza que de su uso humanístico se ha desprendido. La des­ figura a su antojo, o conveniencia, es decir, conscientemente, y en este sentido se aleja del espíritu medieval en el que tenía categoría de tópico. La aplica a cualquier necesidad contrastiva y se atempo­ raliza intentando demostrar que siempre se puede ser mejor, pues siempre hubo mejores. Ha connotado de significación política lo que era una base cultural del quehacer humanista. La admiración por la clasicidad se resuelve en un desprecio (moral) por el mundo actual, caracterizado acrónicamente por la desaparición de los hombres bue­ nos. La historia del censor y el hortelano relatada en el Relox ma­ tiza en su grado máximo (rayando con la propia burla de su teoría) esta oposición: llegó un censor a un hortelano y le dijo que reuniera a los hombres buenos para hablarles; fue entonces al cementerio y gritó: «hombres buenos andad acá que os llama el censor de los ro­ manos», y esto hasta tres veces; el censor, viendo que no venía nadie, vio al hortelano en el cementerio y le llamó estúpido; entonces el hortelano le contestó que no debía escandalizarse de su demanda 10 El humanista Rúa le recrimina por una visión tan falsa, y le señala el embuste de que las vestales fueran siempre castas: «...pues en este tiempo hallaremos muchas vestales incestuosas. Tito Livio en el segundo ab urbe con­ dita dice que fue condenada Opia vestal; en el cuarto décimo libro dice que fue condenada Sextilia vestal; en el vigésimo libro dice que fue condenada Lucia vestal; en el veintidós que fue condenada Apia y Florencia. ...; en el libro 63 dice que fueron condenadas Licinia y Emilia y Marcia; en Suetonio. en la vida de Domiciano, hallo que castigó a tres vestales, dichas las Hocellades, que eran Barconilla y Cornelia y Maximilla...» (op. cit., p. 244).

60

Asunción Rallo Grauss

puesto que todos los hombres buenos están muertos (Relox I, cap. II, p. 22 v a-b y 23 a-b). El empeoramiento se complica, además, con acontecimientos an­ tes inexistentes que dificultan la escritura moderna. El escritor re­ nacentista ha de componer sobre la dialéctica del contraste de un ideal (con rasgos utópicos) de la antigüedad y una realidad cuya complejidad le desborda. Guevara quiere revelar sobre un fondo mítico, lejano pero relacionado con la antigüedad forjada por el hu­ manismo, una actualidad cuya presentación crea serios problemas a la hora de plasmarse en la obra, pues difiere de lo que por litera­ tura proponen los humanistas. Como autor cuestiona la posibilidad de conectar «nuestros tiempos» con el esquema literario elegido como digno de imitación por la teoría del momento: Con estos tan ilustres varones razón sería de llorar las calami­ dades de nuestros tiempos, pues cada día vemos y cada día oymos tantos y tan grandes cosas acontescer, que ni los curio­ sos escritores las escrivieron ni en los siglos passados se padescieron. Quanta diferencia ay de los siglos passados a los tiem­ pos presentes puedese claram ente conoscer en lo que sus cro­ nistas se pusieron a escrevir y en lo que nosotros de nosotros mismos podemos contar (Menosprecio, cap. XVI, p. 156).

b) Frente a la interpretación prehumanista de Mena o Santillana para quienes la «antigüedad» es una extensión ininterrumpida del presente, una prolongación misma del pasado, destacándose en la continuidad lineal del tiempo ciertas figuras y sucesos u; el huma­ nismo italiano había basado su recuperación de los clásicos sobre dos premisas fundamentales: el distanciamiento y el conocimiento preciso de los personajes. Al diferenciarlos en sí mismos (alejarlos), surgió la necesidad de su localización; este distanciamiento fue pre­ cisamente el origen de su descubrimiento. Como afirma E. Garin: «non puo né deve distinguersi nell’umanesimo la scoperta del mondo antiquo dalla scoperta del nuovo perché furono tu tt’uno...»12. En los textos guevarianos junto a la antigüedad utópica aparece la concreta e histórica. Ya en los últimos siglos medievales se había producido la difusión de temas y personajes del mundo clásico. La Primera Crónica General se ocupaba de los romanos, definidos his» Así lo refiere O ctavio d i C ambujo, op. cit., pp. 69-72. n Cf. L’umanesimo italiano, ed. cit., pp. 23-24. Ya Burdach había visto que lo propio del humanismo no es que renazcan los antiguos, sino que fueron los modernos los que renacieron (Cf. J. A. Maravall, Antiguos y modernos, ed. cit., p. 326).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

61

tóricamente, como una etapa en el discurrir humano. Se iniciaba asi el estudio particular y aislado no sólo de su época, sino de cada uno de sus protagonistas. Julio César, Aníbal o Alexandre son en Guevara capitanes cono­ cidos por una trayectoria vital precisa y un físico específico (cf. Re­ lox I, cap. XLI, pp. 96 b-96 v b), y los hechos ocurren siempre en una datación que les sitúa temporalmente 13. Aunque a menudo nombre a Esquilo como filósofo, utilizando este término en un sentido más amplio que el actual, sabe que «fue el primero que inventó las trage­ dias» (Relox I, cap. XL, p. 89 a), o que Píndaro, al que nadie superó en tañer instrumentos, existió: «en el año ab urbe condita que desde que Roma se fundó CCLXII, siendo rey de Persia Darío el segundo de este nombre, el qual fue hijo de Histapsi, y en la línea dellos Reyes fue Quarto rey de Persia, y siendo en Roma Cónsules Julio Bruto, y Lucio Collatino, los quales fueron los primeros Cónsules de Roma...» (id., p. 90). En una misma línea traduce los lugares geo­ gráficos antiguos explicando a qué corresponden en su tiempo («Gallia Trasalpina que agora se llama la dulce Francia...» «Gran Bretaña que agora se llama Ynglaterra...» «Dacia que agora es Dinamarcha...» «la provincia de Bélgica, que agora se llama la Suiga...», cf. Década, pp. 63, 268, id., y 30), e incluye referencias a monumentos como el Faro de Alejandría (Relox I, cap. XL, p. 90 a). Del mismo modo demuestra tener una clara idea de quiénes fue­ ron y qué hicieron algunos filósofos. Al margen de los puramente inventados', que corresponden a un juego distinto, se alude a: Aris­ tóteles (Relox II, cap. XIX, p. 149 v b), Thales (Relox I, cap. XXXV, p. 76 a-d) y Plutarco (Relox I, cap. XXXVI, p. 76 a-b), o a poetas como Virgilio y su Eneida (Relox II, cap. XXX, pp. 169 v b-170a). En definitiva, cuando al lado de conocimientos correctos14 se en­ cuentran filósofos ficticios y sucesos fantásticos, aparece nítido el 13 El suceso o personaje se sitúa siempre tanto en el Relox como en la Década con una cronología antigua (cf. II. 3.2.), ficticia o no, mediante la cons­ tatación de cónsules romanos y reyes extranjeros contemporáneos. Suele ser tan completa (con mes y día), que a veces parece remedo de la práctica clásica: «En el año de la fundación de Roma de seyscientos y noventa y cinco, en la Olimpiada clxiij. Muerto el Emperador Antonino Pío, siendo cónsul Fulvio Catón y Gneo Patroclo, en el alto Capitolio a quatro días del mes de octubre» (Relox I, cap. I, p. 19 a), «en el año, ab urbe condita, de quatro mil y novecientos y sesenta en la quinta edad del mundo, siendo sumo sacerdote en Jerusalem lado, y siendo cónsules Dedo y Mamilio, en el tercero año de la monarquía de los griegos, ...» (Relox I, cap. XXX, p. 70 b). 14 Lógicamente su visión de Plutarco, por ejemplo, conlleva los mismos erro­ res que los de los humanistas contemporáneos, como el de considerarle maestro de Trajano y atribuirle unas cartas cuya inautenticidad no se aclaró hasta el siglo XVIII.

62

Asunción Rallo Grauss

juego, cuya existencia sólo es posible sobre la previa apreciación de una antigüedad distinta (y distante) de la realidad del autor. Anti­ güedad que se ha alcanzado mediante el estudio, más o menos re­ tórico, de una cultura diferente a la actual, y variada en sus materias a través de multitud de autores: Ocúpense los hijos de vanidad muchos años en las academias, y allí deprendan retórica, exercitense en Filosofía, lean a Platón, oyan a Aristóteles, deprendan de coro a Homero, estudien a Cicerón, escudriñen a Ptolomeo, ocópense de Xenophón, escu­ chen a Tito Livio, no olviden a Aulo Gelio, y sepan a Ovidio» (Relox III, cap. XXXII, p. 261 v b),

pero que no supone ni mucho menos el saber único y completo del hombre: el párrafo acaba, desde una óptica renacentista, exigiendo ante todo el conocimiento de sí mismo: que yo digo y afirmo que no podemos decir que sabe poco el hombre que sabe conocer a sí mismo (id.).

El saber sobre la antigüedad, sin haber empapado más que a nivel superficial la ideología guevariana, ha sido rechazado (median­ te el juego) o sublimado en mito. En realidad, a todo ese cúmulo de ciencia él opone, en actitud semejante a la de Pietro Aretino, su pro­ pio yo. En conexión con un prerracionalismo supera la sabiduría clásica con la introspección15. c) La antigüedad no le sirve por ella misma, sino en tanto que funciona para su propio momento, y desde sí mismo. Convertida en ejemplo operante por contraste tiene significado desde la total tras­ lación a la época del autor: sin basarse ni en una repetición, ni en un aprendizaje, se considera capaz de una labor equivalente a la que los antiguos llevaron a cabo en su momento histórico. Guevara se ofrece como el Homero o el Tito Livio de los cortesanos de Car­ los V, propone un mismo papel, lo que para él no implica una imi­ tación: El poeta Homero escrivió los trabajos de Ulyses el griego; Quinto C urdo, los de Alexandre con Darío; Moisés, los de José u Maravail interpreta este aspecto guevariano en relación con el naturalis­ mo. Bajo la máxima estoica «sequire naturam» se extrae un racionalismo prác­ tico, «el cual se apoya en el plano de lo elemental humano. Por eso ese vivir racional es privilegio de la aldea: el que vive con sencillez aldeana "vive conforme a la razón y no según opinión’’» (Cf. Carlos V y el pensamiento po­ lítico de1 Renacimiento, ed. cit., pp. 186-7).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

63

en Egypto; Samuel, los de David con Saúl; Tito Livio los de Roma con Cartago; Tucídides, los de Jasón con el Minotauro, y Crispo Salustio, los de Sofonisa con Yugurta; queriendo, pues, imitar a estos tan ilustres varones, emprenderemos de escrevir los ingratos trabajos que passan los cortesanos en estos nues­ tros tiempos (Menosprecio, cap. XIV, p. 141). Interpretada su obra como el poema de los trabajos de los cor­ tesanos, Guevara inclina siempre el peso hacia la actualidad. Su postura utópica y acrónica no es más que un estar y vivir exclusi­ vamente para su época. 12.2.2. La

novedad y el progreso

Sobremontados en el descubrimiento de los antiguos fueron real­ mente los modernos los que renacieron: la conciencia de poseer un depósito de verdad legado se daba ya en la Edad Media, pero la in­ terpretación de tal depósito como base de superación pertenece al Renacimiento. Si los presentes eran dueños del tesoro de la anti­ güedad, y a él añadían algo por su cuenta, resultaba que los tiempos modernos eran más ricos. Sólo con el convencimiento de un avance del hombre, con una interpretación progresista de la historia, puede entenderse la estimación positiva de lo actual/antiguo: el pensamien­ to humano camina hacia el perfeccionamiento, enriqueciéndose con la aportación (grande o pequeña) de cada «filósofo». Ya en el siglo xv el hombre culto se sentía miembro de una comunidad, la cristiana, más amplia que la del legado antiguo. De la confluencia de la fe en la antigüedad y en la virtud renovadora del cristianismo surgía el espíritu renacentistalé. Guevara, por un lado, y Rabelais, por otro, como ejemplo de dos direcciones renacentistas17, se negaban a creer (contra la cerrada postura de algunos humanistas, cuyo símbolo es Pedro de Rúa) que todo estuviese ya dicho. Guevara se erigía en el Homero de los cor­ tesanos con su Menosprecio de corte y su Aviso de Privados, mien1* Cf. G. T offanin, II Cortigia.no nella trattatistica del Rinascimento, ed. cit., pp. 124-6, que concluye: «Per il Castiglione insomma, gli uomini moderni solo m quanto illuminati della doppia luce sono superiori agli antichi.» 17 Cf. M énager, Introduction á la vie littéraire du XVI' siécle, ed. cit., pp. 4447, donde explica la postura de Pantagruel, a quien considera encarnación de «cette tendance de lhumanisme á refuser las vérités toutes faites pour en bátir de nouvelles».

64

Asunción Rallo G rauss

tras señalaba, como base fundamental para revalidar su Relox de Príncipes, la ignorancia de los antiguos: Por cierto, los antiguos, muy antiguos philósofos, assi Caldeos, como Griegos, que prim ero rem ontaron a especular los astros del fíelo, y se subieron al monte Olympo a contem plar las in­ fluencias de los planetas en la tierra, ossaré dezir que m ás meresqen perdón por su ignorancia que grafías por su sabiduría. Ellos fueron los prim eros que quisieron buscar las verdades dellos elementos del cielo y aun los prim eros que sem braron errores en las cosas naturales de la tierra. Dezía Homero en su Iliada estas palabras dellos philósophos mis antepasados: «condemno lo que supieron y agradézcoles lo que desearon sa­ ber» (Libro aúreo, prólogo, p. 16).

Se dibuja claramente en él la idea de progreso1®. Las ciencias no aparecen ni se dan juntas, van floreciendo según épocas como los frutos: No por fierto que todas las fructas vienen iuntas, sino que quando se acaban unas comienfan a tom ar sazón otras: quiero dezir que ni todos los doctores entre los christianos, ni todos los phi­ lósophos entre los gentiles concurrieron en un tiempo, sino que m uertos unos buenos, nasqieron otros mejores. Aquella suprema sabiduría que todas las cosas mide por su iustifia, y la reporta según su bondad, no quiso que en un tiempo estuviese el mundo extremado de sabios y en otros extremado de simples (Libro aúreo, prólogo, pp. 17-18).

De tal manera que los modernos tienen que ir llenando los hue­ cos o salvando los errores de los antiguos. Son precisamente las equi­ vocaciones las que potencian el avance: No quiero tampoco que mi pluma se desmesure a reprehender tanto los passados, que quede la gloria solo en los presentes. De verdad, si m eresfe galardón el que me enseña el camino por donde tengo que ir, no menos meresqe grafías el que me avisa de donde le puedo errar. La ignorancia de los antiguos no fue sino una guía para a fe ita r nosotros, y porque ellos erraron entonqes hallamos el camino nosotros después (Libro aúreo, p ró ­ logo, pp. 16-17).18 18 J. A. Maravall cita la utilización del término progreso en el Relox (p. 263) como una de las primeras referencias, en su puesta en circulación en 1524 (cf. Antiguos y modernos, ed. cit., p. 583).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

65

Tal interpretación guevariana no se encuentra, sin embargo, en contradicción con los textos citados anteriormente; en perfecta ade­ cuación con su planteamiento piensa que los presentes en sí mismos son inferiores a los pasados, pero su ventaja es que se elevan sobre estos últimos. La antigüedad es superior a la actualidad, pero, enca­ jada en la línea histórica del progreso humano, se queda atrás de la contemporaneidad: y para m ás gloria suya y m ayor infam ia nuestra digo que si los que somos agora fuéramos entonces, supiéramos menos que supieron, y si los que fueron entonces fueran agora, sabrían más que sabemos. Paresge esto ser verdad: porque aquellos sabios, con su diligencia de las veredas y sendas cerradas hicieron ca­ minos; y nosotros, con pereza, de las carreras llanas y caminos abiertos hacemos prados (Libro aúreo, prólogo, p. 17).

Por otro lado, los tiempos actuales aventajan a los pasados por la existencia de nuevas experiencias que dan un valor y un conoci­ miento del mundo mucho más completo w. Sin embargo, la postura de Guevara frente a la novedad intrínseca emerge a nivel textual también de manera contradictoria; la solución se halla desglosando los dos planteamientos: a) La coyuntura histórica, en la que coinciden descubrimientos tanto geográficos como intelectuales y políticos, en una sociedad re­ novada en la que los anteriores oficios desarrollan nueva función en el conjunto colectivo, conduce a una exaltación del momento desde su valor experiencial: Qué ay ya que ver que no esté visto? qué ay ya que descubrir que no esté descubierto? qué ay ya que leer que no esté leydo? qué hay ya que escribir que no esté escrito? qué hay ya que saber que no esté sabido?... No puede nadie pretender ignoran­ cia para exculparse de la culpa, pues todos saben, todos leen, todos aprenden, lo qual parece muy claro en la competencia de un labrador y un letrado porque si van ambos a dos a un pleito con tal gentil estilo dirá el labrador media dozena de malicias en el consejo como el letrado acotará dos o tres leyes del codigo (Relox, prólogo, p. 15 b).19 19 La valoración positiva de la actualidad y mundo moderno frente al anti­ guo fue actitud mantenida durante todo el siglo xvi. En su Miscelánea, L. Za­ pata dedicaba un capítulo a demostrar la superioridad contemporánea en todos los campos, a concretar ese principio vital de que «en la ciencia y artes hace el tiempo de agora a la antigua grandísima ventaja» (cf. ed. Madrid, CIAP, s.a., pp. 122 y ss.). 5

Asunción Rallo Grauss

Para Guevara, el mundo de la sabiduría está al alcance de todos, porque en su adquisición importa más que nada el componente per­ sonal. Los conjuntos de enumeración de inventores, comunes entre los humanistas italianos y en las misceláneas españolas, demuestran un interés por la originalidad, un hincapié en la experiencia que se mueve tras el intento de construir un hombre distinto en una socie­ dad nueva20. Esta actitud se cumple en Guevara no sólo en su crea­ ción nueva como texto, en la continua apelación personal como apo­ yatura de su escribir (cf. II. 2. 1), sino también en una defensa de la novedad como factor positivo: «toda novedad... aplace al que la hace», le dice a don Pedro de Acuña (I 29, p. 197). Aunque se admita que esta postura es propia de un Renacimiento muy primerizo como apunta Maravall, observación confirmada en su semejanza con la actitud de un Hernando del Pulgar, no deja de ser significativa al encuadrarla en esta polémica de antiguos/modernos. Inventar y des­ cubrir son fundamentos del hombre renacentista que implican un salto desde la estimación pura de lo antiguo a su utilización como palanca para la exaltación de la originalidad y de la persona, como ex­ periencia valiosa en cuanto realizada por uno; y la aparición de la conciencia individual no se da hasta el siglo xv o xvi. Prácticamente es símbolo de renacentismo en cuanto espíritu abierto. Guevara fun­ damenta el superior conocimiento contemporáneo no en la mayor acumulación de sabiduría, sino en la «malicia» y «juicios avisados» que saben ahora mejor que antes utilizar: No nos podemos quexar los que somos como se pudieron quexar los que fueron, que la verdad (la qual dize Aulo Gellio ser hija del tiempo) en este prostero tercio del mundo no aya decla­ rado los errores de que avernos de huir, y las verdades y dotrinas que avernos dé im itar. E stá hoy la maligia hum ana tan experta y los juizios de los m ortales tan abibados que en lo bueno nos falta poco que saber, y en lo malo sabemos m ás de lo que con­ viene saber (Libro aúreo, prólogo, p. 17).

b) La novedad y progreso conllevan, por tanto, un aspecto ne­ gativo. Si el estado actual no es satisfactorio con referencia al pa­ zo Aunque la exaltación individual y la apelación al esfuerzo personal equi­ paradas con las figuras ilustres de la antigüedad sean rasgo común del Renaci­ miento europeo, Maravall apunta que «la experiencia personal y concreta, como base para organizar la relación del individuo con el mundo, es lo característico del Renacimiento español» (cf. Carlos V y el pensamiento político del Renaci­ miento, ed. cit., p. 49).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

67

sado la culpa nunca podrá tenerla éste (modelo digno de emulación), sino la introducción de cosas nuevas ajenas a una evolución normal de la sociedad histórica. Así, y conectando con la utopía productora de un estatismo, se segrega en la ideología guevariana una repulsa hacia lo nuevo. Sin embargo, es necesario definir claramente qué entiende Guevara por tal. Desde una significación político-moral, nuevo equivale a extranjero, incrustado violentando la sociedad: «No hay cosa que más dañe a la república que introducir en ella costum­ bres peregrinas», repite a menudo (Relox, Década, Epístolas). Influi­ do o no por el resultado de la reciente crisis que supusieron las Comunidades, como cree Maravall, la postura anti-novedad que se desarrolla en algunos textos, en alabanza de los pueblos que no la consintieron (cf. prólogo del Relox, p. 7 a-b o Menosprecio, cap. XVI, pp. 160-1), no es más que una lucha por mantener un desarrollo nor­ mal sin injerencias. Probablemente una oposición al flamenquismo en defensa de la cultura castellana, y una lucha por el mantenimien­ to del predominio nobiliario. También Luis Vives, que tanto com­ batió la tradición intelectual anclada, sostiene que la virtud como hábito de conducta en lo moral y social es enemiga de novedades21. El ansia de novedad y aportación personal que defiende en su producción contrasta, pues, aunque no contradice, con este ataque a la novedad social: ambas posturas pertenecen a niveles distintos. En definitiva, la utopización y manejo fictivo de la antigüedad en Guevara debe interpretarse como una conformación y exaltación de su propia época. Merecedora del ejemplo moral de los clásicos, es, sin embargo, más completa y avanzada, y si debe alejarse en un plano político de la novedad, en tanto que entorpecedora de un des­ arrollo favorable a los nobles y creadora de confusión social (varie­ dad de costumbres o leyes contradictorias), la originalidad y la ape­ lación experiencial serán la base de su creación literaria, ya que los antiguos legaron unos conocimientos dignos de tener en cuenta, pero insuficientes en un panorama real del cortesano renacentista 21 Cf. Sobre Luis Vives, J. A. M aravall, «La estimación de lo nuevo en la cultura española», en CHA, n? 170, 1964, pp. 465-69, donde además recoge textos de Guevara e intenta explicar su rechazo de lo nuevo desde la perspectiva sociopolítica. Solamente C ristóbal de V illalón se sale de esta línea, realizando en su ya citado diálogo, Ingeniosa comparación..., una apreciación general del juicio humano en todas sus vertientes. Es probablemente el único caso de alabanza no sólo de las nuevas filosofía, arte, letras, medicina, derecho, sino también política y economía: bancos, transportes, dinero, audacia de lucro, son térmi­ nos positivos en un nuevo tipo de relaciones en las que los modernos son su­ periores a los antiguos (cf. ed. cit., pp. 165-6).

Asunción Rallo Grauss

ante cuya vida se estrellan inaprovechables. Como la guerra de Troya exigió un Homero, los contemporáneos de Carlos V necesitaban un Antonio de Guevara, que se ocupara de su función en una etapa ab­ solutamente distinta de la historia de la humanidad. Su escritura intenta proyectarse desde este convencimiento.

1.2.3. ERUDICIÓN E INVENCIÓN: EL ACRONISMO GUEVARIANO Como, señor, sabéis, son tan varios los escriptores en esta arte de humanidad, que, fuera de las letras divinas, no hay que afirmar ni que negar en ninguna dellas; y que para decir la verdad, a muy pocas dellas creo más de tomar en ellas un pasatiempo (Respuesta al bachiller Rúa, en BAE, tomo XIII, p. 237).

En el movimiento humanista, la crítica textual, nacida del descu­ brimiento de los manuscritos clásicos y de la aspiración de lograr su mejor lectura, se convirtió en la base indispensable de toda labor literaria. El conocimiento directo (frente al mediatizado de la Edad Media) del texto, su cita y utilización exacta fueron las reglas que el hombre de letras se impuso a sí mismo. Y este rescatar la época clásica significaba no sólo un aprendizaje consciente, sino también la fuente de dignidad, adquirida a fuerza del propio trabajo y estudio. Si durante la Edad Media se leían y manejaban los autores de la antigüedad, era a través de compilaciones y de un trabajo anóni­ mo. Con el humanismo surgía un nuevo instrumento (la filología) cuyo uso implicaba un acercamiento absolutamente distinto al tex­ to; un «amour des bonnes lettres et inclination á l'étude», según la definición de G. B udé1. Este amor es el que guiaba a los humanis­ tas en su intención de alcanzar la fuente más pura, el que se ma­ nifiesta tanto en la búsqueda exhaustiva de los textos, como en su estudio reconstructivo para obtener la versión original. Siguiendo la actitud de Petrarca se pretendía descubrir (revivir) a los escri­ tores clásicos. Esta tarea se realizaba en una doble actividad, re­ cuperándolos en sus obras, o bien imitándolos para llegar a ser lo mismo que ellos fueron.i i Citado por D. Ménager, Introduction á la vie littéraire du XVI‘ siécle, ed. cit., p. 52.

70

Asunción Rallo Grauss

En una primera época, que G. Toffanin sitúa en la primera mitad del cuatrocientos para Italia, esta necesidad imitativa generó una crisis del espíritu creativo2. Deslumbrados por las obras «descubier­ tas» los humanistas empeñaban su trabajo en el logro de una total paridad con ellas. Su admiración cerraba las vías de una creación personal, impidiendo el despegue de la letra antigua. El humanismo deseaba sobre todo embeberse profundamente de la sabiduría clá­ sica hasta sentir como propio lo que hacía ya tantos siglos había sentido Cicerón o Virgilio. La originalidad se cifraba en un revivir, en ser capaz de rescatar lo clásico con pleno respeto pero sin mo­ mificarlo. Aunque Petrarca distinguía perfectamente entre admiración e imitación, términos que desde este planteamiento solían confundir­ se 3, a la hora de valorar la propia obra desde su significación per­ sonal, el seguimiento de los modelos clásicos era su principio de trabajo y la condición del éxito. En el mundo humanista se trataba de escribir una égloga que pudiera haber sido de Virgilio, como Miguel Angel, y para demostrar sus conocimientos y maestría, escul­ pía una estatua y la desenterraba (fingiendo) desde la antigüedad. Para que su poema, o su composición, tuviera valor había de ser semejante a (y pasar por) cualquiera de la antigüedad. Si este apren­ dizaje se quedaba ahí podía cuestionar la aportación propia del humanista. Sin embargo el Renacimiento, y concretándose en figu­ ras como Castiglione o Aretino, basó uno de sus fundamentos en la exaltación de la personalidad desde la ideología neoplatónica. Ya el simple traductor, como Vespasiano de Bistricci (1421-1478), para quien escribir era traducir y componer4, se enorgullecía de su ver­ sión y la firmaba, frente al escritor anónimo medieval. «La idea de genio como don divino, como fuerza creadora» es característica pro­ pia del hombre renacentista, afirma Hauser5. No sólo por la evolulución de la postura humanista que desde la imitación conducía a la equiparación y superación de los antiguos, sino también por la 2 Cf. II Cortigiano nella trattatistica del Rinascimento, ed. cit., pp. 6-9. 2 «Se si tratta dell'eloquenza, confesso di ammirare Cicerone piu degli scrittori di tutti i popoli, ma non perché lo ammiri lo voglio imitare» (citado por G. Toffanin, op. cit., p. 11). * La confusión entre escritor y traductor supone el mantenimiento de una categoría medieval. Durante el Renacimiento, y potenciado además por el hu­ manismo que exigía unas fuentes compositivas, el escritor ha de partir de unos textos daaos. Como sólo los antiguos tienen solvencia, su primera labor se centra en traducirlos. Guevara invistió esta función dando cuenta siempre en los prólogos de que su trabajo había sido traducir de diversos libros y com­ poner. 5 Cf. Historia social de la literatura y el arte, I, ed. cit., pp. 419-24.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

71

confluencia de factores sociales, como el de la utilización de la im­ prenta, que convierte a la obra en producto que se vende. Cuando en el siglo xvi, en España, comenzó a dar sus frutos el humanismo iniciado el siglo anterior, las circunstancias político-socia­ les habían precipitado una situación absolutamente dispar a la del Quattrocento italiano. Por eso fueron posibles dos líneas divergen­ tes en el quehacer renacentista, la propiamente humanista y la crea­ tiva, al estilo de Guevara, por ejemplo, produciéndose una escisión entre ambos contextos. Curiosamente la actitud de Guevara no es un caso aislado, sino que tiene un parangón con escritores italianos como Aretino y Castiglione en relación a su postura frente a la anti­ güedad, quizá como consecuencia de un proceso humanista madu­ rado y conseguido, y en este sentido acabado6. Aretino se burlaba de los letrados cultos que no vuelcan su yo en la creación, y de espaldas a las citas y conocimientos eruditos, ensaya ante todo una literatura actual, en un estilo personal7. Mien­ tras, Guevara no pretendía imitar la antigüedad, crear textos seme­ jantes a ella, sino que elegía géneros nuevos (como la epístola) y construía una obra para el ámbito cortesano que divulgue y vulgari­ ce esa antigüedad. Pero como faltaba aún una fijación y estudio preciso de ella, la tergiversa y aplica según su propia conveniencia, respaldado por la confusión momentánea de una eclosión de nom­ bres y textos en ámbitos semiletrados como la corte. Su actitud plenamente significada en las palabras que dirigió a Pedro de Rúa, estaba identificada con la de cualquier cortesano al que tal cúmulo de erudición debió volver escéptico. Escepticismo que también refle­ jaba Castiglione: «¡Ah, señor Manífico, Dios sabe cómo esas cosas pasaron! Ya sabéis que de luengas vías aquellos tiempos quedaron tan atrás y tan lejos de nosotros, que muchas mentiras pueden de­ cirse de lo que entonces pasó y muy pocas probarse», responde 6 A. Redondo plantea el problema de la erudición guevariana como derivado precisamente de este aislamiento que la critica ha realizado con él convirtién­ dole en caso único. Sin embargo, su postura coincide con la de otros escritores del momento (p. 545): la invención deliberada se encuentra en Mexia. Villalón y Torquemada. Incluso Erasmo orientó las citas en el sentido que le convenía y adjudicó a S. Cipriano un tratado compuesto por él (p. 572). Acertadamente disculpa el caso guevariano, dentro de este contexto general, en la finalidad de su obra, que es moral y no científica por lo que «les inventions du frére mineur ne devoient pas étre jugées selon des criteres appliqués a l’Histoire» (p. 572). Cf. sobre este último punto el capítulo siguiente 1.2.4. 7 Sobre la postura del Aretino pueden verse: G. I nnamorati, Tradizicme e invenzione in Pietro Aretino (Messma-Firenze, D’Anna, 1955), y G. Petrocchi, Pietro Aretino, tra Rinascimento e controrriforma (Milano, Societá editrice Vita e pensiero, 1948). Una interpretación de sus puntos de contacto con la actitud guevariana se desarrolla en la nota 5 del cap. 1.2.4. de este estudio.

72

Asunción Rallo Grauss

Gaspar Pallavicino cuando el Manífico está demostrando la bondad de las mujeres con ejemplos de la antigüedad8. La crítica textual humanista había ido adscribiéndose a una élite de letrados, separándose cada vez más de un público no culto al que al imprenta había despertado la afición a la lectura. Para éstos no formados, los textos antiguos eran palabra muerta, pura referencia a acontecimientos lejanos y vacíos. Guevara y Aretino se apoyaban en su experiencia vital, y es la que ofrecían. Ni uno ni otro creían en la historia9, porque leían desde fuera, desde ellos mismos, inca­ paces de seguir a la letra el texto. La producción de Guevara nacía así como híbrido de ficción y citas, como lectura superficial eneaminada a un relato de un emperador romano cuya significación fuera actual:

;

í i i ; {I

De verdad yo tuve respeto que la doctrina fuesse antigua y el estilo fuesse nuevo. afirma en el Prólogo del Relox (p. 7 a). El contenido, vestido de antigüedad, adquiría un vehículo nuevo, se adaptaba a la escritura rena­ centista en un doble aspecto: como extraído de los pensamientos de Marco Aurelio y como elaborado en novedad. Porque como él mismo indica:

«

no ay hombre en el mundo tan sabio que no se aproveche del parecer ajeno (Relox II, cap. XXXI, p. 173 b); pero ese aprovecharse significaba modelarlo para una situación his­ tórica concreta, la del autor. Guevara tenía el legítimo deseo de aprovechar un legado por un camino absolutamente diverso del humanista, implicando incluso su transgresión. Los ataques que contra él se han dirigido desde el de Rúa hasta el de los ilustrados10* * B. Castiglxone. El cortesano, ed. M. Menéndez Pelayo (Madrid, CSIC, 1942), p. 260. . . 9 Cf. Lettera 56: tan el desgajarse del contexto quedando como relatos cortos. Por ejemplo, la historia de Materno en el capítulo IX de Cómodo o la de Plauciano en los capítulos XV y XVI de Severo. En la primera se narra cómo Materno, antiguo soldado expulsado del ejército, forma una banda que, agrandándose poco a poco con desertores, vive del pillaje, incendiando y matando. Inmediatamente se establece la ene­ mistad entre él y el emperador. Este pregona para que se lo entre­ guen muerto, y Materno se va a Roma a acabar él mismo con Cómo­ do. Mientras su banda se desarticula en el abandono, concibe minu­ ciosamente el plan, utilizando una fiesta de máscaras. Pero algunos partidarios se lo descubren al emperador, quien aprovechando la misma estratagema de su opositor, logra el resultado contrario: ma­ tar a Materno. Plauciano, gran privado, compartidor de los placeres de la cama de Severo, consigue casar a su hija con el 'hijo del emperador, Bassiano, pero como éste la trata mal, el padre se ve obligado a vengar aquella injuria. Bassiano y Plauciano se dedican a menos­ cabar el favor del otro ante el emperador; paralelamente Plauciano prepara a un amigo suyo, Saturnino, para que mate al emperador y su hijo. Saturnino, en vez de hacerlo, cuenta la verdad a Severo, quien no le quiere creer. Para demostrarlo prepara una trampa, y confirmando el intento de traición, Severo le mata, a pesar de algunas vacilaciones. Tomando como ejemplo estos dos relatos, puede observarse la independencia con que se mueve cada personaje, sólo motivado por sus propios impulsos y deseos, en una interrelación de acciones, que son causa del desencadenamiento de otras. Cada personaje es & Carece de sentido afirmar que el Marco Aurelio se ha sometido a una Unidad y coherencia y que «aunque se trate de una novela de mentira paladina, reviste la forma de una biografía e inevitablemente ha de estar el autor pen­ diente de la vida del biografiado», como hace J. M? Cossío (cf. prólogo a su edición de las Epístolas, p. XI). Para Guevara la biografía es aiena a una linealidad, ya que se construye como suma de todas las aportaciones.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

285

autónomo, y así cada cual comienza por caracterizarse por la des­ cripción física y moral. Sin embargo, no hay un rasgo que les defina y estreche su conducta. Plauciano se mueve por rencor, Severo duda a la hora de matarle... Pero es quizá la preparación de los efectos lo que más acerca la narración a la novela: un paulatino crecimiento de los datos, proporcionados sin anticipaciones mantienen la ten­ sión; y una perfecta construcción de las situaciones que conlleva el dramatismo: las máscaras como ambiente propicio para cometer un asesinato, Plauciano entrando en la cámara de Severo creyén­ dole muerto para encontrarse de golpe con él, o las escenas de la muerte de Geta (cap. V de Bassiano) cuando todos dormían la siesta y su hermano reposaba junto a la madre, al tiempo que Basiano arremetió para Geta, la madre, para guarescerle, echóse sobre él, mas ni él por esso dexó de herirle y matarle, y fue el caso que con un mismo puñal hirió las carnes del hermano y rompió las vestiduras de la madre; finalmente el hermano quedó muerto y la madre ensangrentada. Esto hecho, sálese Basiano por todo el palacio real dando bozes y muy des­ pavorido, diciendo: «Trayción, trayción...» (Década, Bassiano, p. 388). Si este tipo de relato cumple con una linealidad narrativa, acercán­ dose en un desarrollo temporal, y en una dialéctica causa/efecto, la anécdota que constituye a veces verdaderos capítulos de recopila­ ción, aporta un elemento básico de la estructura novelística, ya que sólo en ella aparece el diálogo: Como una vez estuviesse podando con un cuchillo un ciruelo en una huerta que tenía Vía Salaria, díxole un senador: «pues eres emperador, dexa el oficio de labrador». Respondió a esto Antonino: «menos mal es al emperador que esté podando árboles de su huerta que no que está perdiendo tiempo en la pla$a» (Dé­ cada, Antonino Pió, p. 189). Unicamente vemos hablar y pronunciarse a los personajes o en las retóricas pláticas o en estas conversaciones generalmente agudas. Tanto por el condicionamiento de la respuesta a la situación muy concreta, como por el final ingenioso, anuncian las colecciones de Juan de Arguijo o de Juan Rufo23. Pero cumplen aquí la función 23 Cf. J uan de A rguijo , Cuentos, e n Obras completas (Santa Cruz de Tene­ rife, Romerman ediciones, 1968), pp. 163-253, y J uan R ufo, Las seiscientas apotegmas, ed. cit.

286

Asunción Rallo Grauss

de ejemplarizar los caracteres de los personajes, dejándoles definirse por sí mismos ante distintas circunstancias. b) El motivo que más ha hecho acercar estas biografías a la novela ha sido la participación de la fantasía en el mismo cañamazo compositivo. Carlos Clavería asegura del libro de Guevara que «puede ser calificado de novela histórica porque la fantasía juega un papel preponderante en él» (op. cit., p. 441). Dejando aparte las invencio­ nes de seudo-erudición, la ficción tiñe el modo de la narración. Es decir, la postura del narrador que escribe creyendo en su escritura aunque el autor no pueda estar de acuerdo, de manera que se pro­ duce un cierto despego del texto respecto al autor, y una total identificación respecto al narrador. La Década y el Marco Aurelio están investidos de una total profanidad24. Aparece el Ave Fénix como manjar de la mesa de Heliogábalo (p. 459), lo cual, aunque explicable por un error científico del mo­ mento, nunca se justificaría a nivel textual; o se utilizan cajitas de unicornio para encerrar las cenizas de Severo (p. 379); o éste envía al senado anillos de unicornio, papagayos blancos y caballos verdes (p, 360). Los oráculos, augurios y prodigios son relatados con la misma seriedad que las guerras o las construcciones de edificios: el fuego que «descendió del cielo y quemó el templo de la paz en tiempos de Cómodo» (p. 254-7), los prodigios de la muerte del mismo emperador (p. 262), o de Pertinax (p. 293), los encantamientos de Juliano para adivinar qué conducta podía seguir (pp. 313-7), las predicciones que le hicieron a Severo de cómo sería emperador (p. 320). Todo ello explicita una creación que más allá incluso de la seudohistoria pretende una complejidad narrativa, funcionando en varios planos: el personaje no actúa sobre un monocolor telón de fondo, sino en un aura que envuelve sus actos alejándolos del mundo absolutamente cotidiano, pero que a la vez los proyecta sobre la imaginación del léelo*, que es el que forja ese espacio. Planos, aun inconexos en una nivelación de textura totalizadora, proporcionan ya los diferentes elementos para su constitución en novela: interre­ 24 Además de no existir ningún enjuiciamiento del autor de base cris­ tiana, ni a nivel religioso ni moral, dando por válidos los dioses paganos y como bueno el principe romano que respeta y adora sus templos, falta incluso la referencia de los comportamientos que jamás deja de referir M exía en su Historia imperial y cesárea (cf., por ejemplo, Trajano, p. 103), preocupado por la condenación de su alma «porque no solo fue idólatra, y no tuvo nuestra Santa Fe... ni se confesó ni profesó, pero persiguió y oprimió a los christianos como hemos visto». Tal problemática ni aparece en Marco Aurelio ni en la Década.

Antonio de Guevara en eu contexto renacentista

287

lación y dependencia protagonista-motivaciones reveladas sobre el eje protagonista-ambiente. En Guevara puede rastrearse el comienzo del despliegue ambien­ tal. Al mantenimiento del tono que corresponde a la obra (la profa­ nidad ya señalada) se unen también fragmentos costumbristas, como la descripción de un entierro romano («De cómo enterraban en Roma...», p. 379) o el recibimiento triunfal de Cómodo que coincidió además con que era «mediado el mes de mar$o... y como en tal tiempo suelen echar flores los árboles y dar de sí olores los cam­ pos...», se mezclaban sus fragancias con los preparativos y adornos (P- 234). Ya René Costes había notado que Guevara ampliaba el testimo­ nio de las fuentes aportando detalles que lo completan25, y estos detalles intentan llenar el hueco narrativo del hecho escueto, ima­ ginando dónde, cómo y por qué ocurrió. Estas circunstancias han de proceder de la capacidad inventiva guevariana. c) Muestra de la inmadurez narrativa son, en cambio, los inven­ tarios d? burlas o vicios de algunos emperadores. Sumamente diver­ tidos algunos de ellos no rebasan la altura del mero cuentecillo: Mandó llamar a los sacerdotes de la diosa Ysis, y díxoles que ella le avía revelado que se rayassen las caberas y que le mandaba a él, como a summo sacerdote, que lo hiziesse; y tomando un cuchillo boto, cortávales las uñas y rayávales los callos porque se embotasse más, y después rayávales las caberas en seco de manera que como estava el cabello seco y el cuchillo boto, más 23 Si Dion Casto dice que durante ciento veintitrés días se mataron diez mil bestias, salvajes y domésticas, Guevara aclara sus nombres: leones, venados... Si dice que saltando Trajano por una ventana se hirió, Guevara precisa: «no sabía decir si fue madera, o teja o ladrillo». Del accidente de caza de Adriano dice: «se rompió la clavicula y parecía tener una pierna quebrada», creyendo que es interesante saber cómo ocurrió el accidente, Guevara añade: «corriendo Adriano en pos de un venado acobdiciose tanto en seguirle, y trabajaba tanto por alcanzarle, que se despeñó de una peña, y se desconcertó la clavícula, y se quebró una pierna y echaba mucha sangre por la boca». Describe también con todo detalle el complot montado para asesinar a Adriano durante una caza, etc. Para más ejemplos, cf. op. cit., pp. 80 y ss. En este sentido, aunque en distinto plano, las biografías guevarianas son semejantes a las realizaciones de otros renacentistas por su cercanía a lo que será la novela histórica. J ulius S chlosser pone de relieve, como propio de la época, el sistema practicado por V asari (1511-1574) en sus Vidas: la necesidad de reconstruir la totalidad como si la hubiera visto u oído, para lo que no escatima detalles inventados dentro de la verosimilitud narrativa, cartas y discursos, presencia de la fantasía del autor, cambiando nombres, y acudiendo igual a tradiciones novelescas y anec­ dóticas como a los documentos, etc. (cf. La literatura artística. Madrid, Cátedra, 1976, pp. 269-76).

288

Asunción Rallo Grauss

con verdad se podía dezir que los desollaba que no que los afeytaba... (Década, Cómodo, p. 259). Secretam ente mandó Heliogábalo cacar cincuenta cántaros de moscas, las quales traydas a su palacio, combidó a unos romanos a comer, y como fuese verano y tiempo de gran calor, al m ejor tiempo que estavan comiendo, hizo destapar las moscas, que estaban ham brientas y se vieron en libertad, dieron sobre los combidados como real de enemigos, por m anera que los combidados echaron a huyr y las moscas se asentaron a comer... {Década, Heliogábalo, p. 460).

Sirviendo ya como catalizadores de la personalidad, les falta la fun­ ción novelesca que adquirirán las facecias en la estructuración del Lazarillo26. Aparecen en simples retahilas que no han encontrado su hilo narrativo. Demuestran, sin embargo, un avance en la caracteri­ zación que atiende a cosas nimias o tan ajenas al retrato de un em­ perador de la antigüedad. El salto se produce desde la figura histórica (fría) a la visualización de una persona que ha vivido y, por tanto, cumplido una trayectoria tanto a nivel público como par­ ticular. Máximo ejemplo de este hallazgo guevariano es la configu­ ración de Marco Aurelio, ya modelo de príncipe en un gobierno justo, ya padre llorando a su hijo, o ya marido riñendo con Faustina. Márquez Villanueva27 ha resaltado el elemento psicologista que mueve a estos dos personajes: «Marco Aurelio no es como se ha dicho un paradigma de perfecciones, sino un hijo de vecino, visto en todas las circunstancias de la vida cotidiana.» La relación del emperador con su esposa comienza condicionada, al estar ligada a la posesión del imperio: como yerno de Antonino Pío ha accedido al poder. Quizá por eso mismo Marco Aurelio adopta el papel pasivo de marido burlado, no se da por enterado de la vida ligera de su mujer. Su familia se completa con un hijo muerto {cf. cap. V), el terrible Cómodo, objeto de mimos y blanduras maternales, y cuatro hijas que salieron a la madre, en lo hermosas y deshonestas (cf. cap. X). La tirantez entre Marco Aurelio y Faustina se concreta en el episodio de las llaves de la biblioteca, en el que ella descarga su resentimiento de mujer desatendida, y él, su pesadumbre de seis años 26 Cf. F. Lízaro Carrbter: Lazarillo de Tormes en la picaresca (Barcelona, Ariel, 1972), como estudio de la base folklórica del Lazarillo y su integración de facecias para formar una novela. 27 Cf. «Marco Aurelio y Faustina», en Ins 305, abril 1972, pp. 3-4. Cf. tam­ bién, con algunos pormenores discrepantes de la interpretación de Márquez Villanueva, la op. cit. de A. Redondo, pp. 486-93.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

de matrimonio; matrimonio que ya desde la carta de la cortesana Bohemia (carta XIV) se perfilaba como la peor desdicha del empe­ rador. Bohemia le había increpado: «otro vendimió primero la viña y tu andas a la rebusca...» y «pues yo te juro que los hijos de Faustina aunque tu mueras no quedan huérfanos». Pero al mismo tiempo los años de mocedad de Marco Aurelio, patentes en sus «cartas a las enamoradas», no fueron nada tran­ quilos ni castos. Y respecto a su mujer demuestra cariño. Habla en todas las cartas de «mi» Faustina, envía o recibe regalos en su nom­ bre, y se enorgullece de su belleza: Acordarte devrías que soy yo Faustina la muy nombrada, la que en tus ojos soy la más hermosa, en tu lengua la más alabada, de tu persona más regalada, de tu corazón la más quista... (Relox II, cap. XIV, p. 136 d). Al final del libro Guevara reserva aún una sorpresa: sin haber mencionado la muerte de Faustina (sólo un texto del principio alude a ella), Marco Aurelio moribundo recomienda a su hijo Cómodo que cuide de su madrastra Helia, que queda aún «moga». La persona­ lidad del protagonista se cristaliza, pues, de manera múltiple, o como concluye Márquez Villanueva: «renunciando a predicar nin­ guna otra lección que no sea la complejidad del individuo», porque «el lector es traído entre bastidores en la obra, llamado a descifrar con simpatía que cree suya, pero que ha sido cultivada desde la primera página, las estructuras no siempre explícitas que entregan la complejidad y goce del carácter». En la Década tampoco los personajes se mueven linealmente, sino por varias causas que motivan y enriquecen una conducta. Así, los atentados, por ejemplo, contra Cómodo (Marcia), o Severo (Plauciano) o Pertinax, no están justificados sólo por el afán de poder, algo más imperioso hace actuar a los asesinos: el haberse enterado que ellos están en la lista de los condenados a muerte, la envidia o rivalidad con otro, o la borrachera de unos pretorianos envalen­ tonados. Rica matización, en definitiva, en un intento de trascender la horizontalidad del texto, a la búsqueda de un tejido pluridimensional, que dé cabida a la presentación compleja de los personajes y potencie la libertad narrativa del autor en su manejo.

19

II.3.3. MODELACION DEL TRATADO He querido, señor, repasar mis memoriales,_ re­ memorar mi memoria, emprensar a mi juicio y buscar nuevo género de estudio y esto no para más de para buscarle palabras dulces, doctrinas varias y historias peregrinas con que le pudiese desamodorrar de las cosas del mundo y animarle a ser mucho más y más virtuoso (Aviso, prólogo, p. 33).

La definición de algunas obras guevarianas en cuanto a género es problemática. Aunque pueden encuadrarse en el amplio concepto de «tratados» hay que tener siempre presente que en unos casos, como el del Arte de marear, la composición viene dada a manera de «sermón» (según el propio autor) e investida de sátira (según María Rosa Lida), y que en otros, como el Relox de príncipes, es inútil buscar una exposición sistemática y coherente. Como afirmaba René Costes: «el lector actual ve en ella una obra híbrida, despro­ vista de unidad real y difícil de clasificar entre los géneros litera­ rios» *. Ello no implica que Guevara no haya intentado cierto orden y estructuración, pero el cúmulo de anécdotas y temas hacen al Relox acercarse a la miscelánea renacentista. El tratado moderno en lengua vulgar surgía para la Europa del Renacimiento con El cortesano de Castiglione. No porque ya antes no se hubieran compuesto otros, como el Delta Famiglia de Alberti, sino en cuanto difusión y en cuanto modelo 12. Si el tratado medieval pretendía reunir reglas precisas que en la conformación de un mundo estático ponían al alcance del lector el conocimiento total de la materia: caza, conducta del caballero, propiedades de las pie­ dras..., de tal manera que practicándolas venía a cumplir la perfec­ 1 Cf. sus consideraciones sobre el Relox de príncipes, en Antonio de Gue­ vara. Son oeuvre, BEHEX X-2, Bordeaux, 1926, pp. 1-75. 2 Así lo considera G. T offanin : II Cortigiano nella trattatistica del Rinascimento, ed. cit., p. 18.

Antonio d e Guevara en 8U contexto renacentista

291

ción exigida en este punto, con El cortesano se introduce una fun­ cionalidad relativa. Es decir, aunque se dibuje un ideal abstracto, se hace sobre rasgos muy concretos y particulares de los que una persona puede participar de modo parcial, y a través de una for­ mación. Las «reglas» se diluyen en un aprendizaje propuesto como el mejor, pero no como el único, en primer lugar porque su aplicabilidad se restringe a un círculo y circunstancias espacio-temporales determinadas; en segundo lugar, porque se crean en la confronta­ ción de pareceres, en la dialéctica del diálogo. El canon de cortesano propuesto como meta es una aspiración, no una imposición apriorística de categorías inmóviles. Cuando María Rosa Lida pretende que el Relox es un «fugaz equi­ librio entre Edad Media y Edad Moderna» (op. cit., p. 363), está pensando en un estatismo de conceptos a los que se les ha incrus­ tado «accesorios modernos». Sin embargo, su afirmación de que «no aporta nada nuevo al pensamiento político del xvi: la teoría que se infiere de sus páginas se atiene fielmente al contenido tomista fijado en el siglo xm» (op. cit., p. 357), es absolutamente insosteni­ ble. Dos rasgos fundamentales de los tratados guevarianos descalifi­ can esta filiación medieval: a) La doctrina del príncipe propuesta se adecúa a una figura: el emperador romano Marco Aurelio (ficticio o no). Y sobre esta ejemplaridad concreta se tejen las distintas propuestas de manera múltiple. Desde variados enfoques se fija el comportamiento con res­ pecto a los jueces, la mujer y los hijos, la religión..., no creando en ningún momento un determinismo, sino potenciando perspectivas tan abiertas como la controversia Marco Aurelio-Faustina, o el en­ frentamiento de un villano al senado. Es imposible negar que tales propuestas estén estrechamente vinculadas a problemas contempo­ ráneos, a los que Guevara da una solución, más o menos utópica, pero siempre coyuntural3. La obra guevariana se erige sobre un pilar político que él enmascara en fantasía clásica consiguiendo quizá una más directa y rápida repercusión. El modelo de príncipe no se muestra sobre una línea trazada de antemano, sino sobre su actua­ ción en referencia a anécdotas y casos concretos, produciendo a me­ nudo ese desconcierto e hibridismo del que habla René Costes. b) Los otros tratados se construyen sobre la experiencia perso­ nal y en función de una practicidad inmediata. Con reglas tan con­ cretas que no sólo no pueden servir a una categorización del corte3 Para una síntesis de las ideas políticas de Guevara, en una interpretación historidsta, cf. A. R edondo, op. cit., pp. 579-694.

292

Asunción Rallo Grauss

sano, sino que remiten a un momento histórico muy definido: la corte de Carlos V; para ella se han pronunciado. La doctrina incluida no se ha abstraído de una definición ya dada, se muestra como nor­ ma que todos han conocido: Ya podría ser que alguno leyesse esta escritura, el qual dixesse y afirmasse que todo lo que aquí está escrito ha por el mismo passado, y en tal caso le amonesto y ruego sepa mejor que yo aprovecharse del tiempo (Menosprecio, cap. XIX, p. 187).

Los consejos (no reglas) sirven para mejor moverse en un ambiente tan difícil como el de la corte, no pretenden convertir al lector en el cortesano por definición, sólo ayudarle a «aprovechar el tiempo», a mejor sacar fruto de su vida particular e irrepetible. Incluso la realidad desborda la escritura, y por muy bueno que sea el tratado nunca consigue plasmar la totalidad del sentimiento privado: En caso de penas, congojas, fortunas y tristezas que los hom­ bres pasan muy poco es lo que la peñóla escribe y muy menos lo que la lengua exprime, en comparación con lo que el triste cortesano siente (Aviso, cap. II, p. 66).

II.3.3.1.

L a o b r a g u ev a r ia n a , s u m a d e t r a ta d o s

Definida esencialmente en sus rasgos morales y políticos4, el con­ junto de la producción guevariana se agrupa en tomo a la preocu­ pación por el hombre y el buen orden en la vida social. Fondo común de sus diferentes escritos permite transferencias y similitudes que no son más que el aprovechamiento de un mismo planteamiento para distintos enfoques. Estos adoptan para su finalidad la docu­ mentación procedente de la antigüedad y doctrinas ya formuladas en obras guevarianas precedentes. Así, aunque el Oratorio de religio­ sos utiliza párrafos completos de las Epístolas o el Menosprecio, compone en su unidad de intención un auténtico «traité elementaire d’ascése morale-religieuse» s. ♦ «Guevara es eminentemente moralista y político. Como tal actúa en la conversión de los moriscos y en la corrección de los conversos de Granada y Valencia», cf. J. A. M aravall: Carlos V y el pensamiento político del Renaci­ miento, ed. cit., p. 19. Estos dos rasgos, implicados mutuamente, no sólo defi­ nen la actuación vital de tal manera que es difícil deslindar cuándo se mueve como religioso, como cortesano o como político, sino que determinan los fundamentos de su producción, en cuanto tono y significación. 5 Así lo define F idéle de Ros, haciendo hincapié en su ligereza de contenido espiritual (op. cit., p. 369). C. Clavería explica su intención: «quiso ser norma

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

293

Las obras se imbrican además por su génesis derivada y su complementariedad: — La Década de Césares, probablemente la segunda cronológica­ mente*6, debe su contenido al éxito del Libro áureo de Maroo Aurelio. Marcando la pauta de la posterior Historia imperial y cesárea, de Pedro Mexía, repite la fórmula biográfica de emperadores, que si disminuyen en profundidad (nadie como el divino Marco Aurelio), aumenta en cantidad (son ahora diez los Césares tratados). Del mis­ mo modo el Menosprecio parece haber nacido como desarrollo temá­ tico del capítulo XVI del Aviso de privados, en el que, a propósito del privado y la fortuna, se pasa a hablar de los cortesanos y el retiro de la corte. La posibilidad de reunir y publicar su epistolario nacía también en el ensayo del conjunto de cartas de Marco Aurelio: el guevariano menos interesante respecto a la moda por la antigüe­ dad, pero más candente por su contemporaneidad. — Que el Menosprecio se entendió como complemento del Aviso lo prueba su frecuente edición conjunta: uno inducía a dejar la cor­ te, el otro se ofrecía como breviario para quien no lo hiciera. Y con ellos el Arte de marear suplía un tercer aspecto: aunque planteado jocosa y satíricamente, los peligros del mar plasmaban los de la vida pública en una referencia concreta pero extensible. Mar-mundo-corte son tres polarizaciones de un mismo contenido que se opone a la utopía de una «vida auténtica». Arte de marear y Aviso de privados se dedican a Francisco de Cobos, como dos aspectos que el privado debe conocer, distintos pero implicados. La crítica ha destacado muy a menudo también que el Oratorio era la vertiente religiosa de las normas dadas en código cortesano en el Aviso. Comparando ambas obras se ha señalado el paralelismo entre los consejos dados al fraile y al cortesano, por ejemplo, con referencia a la austeridad o los banquetes. Por último, una obra probablemente exenta que cóm­ ele v id a c o n v e n tu a l s o b r e la q u e el a u to r p o d ía d e c ir a lg o o r ig in a l: e le m e n to s im p o r ta n te s e n la o b r a s o n p re c e p to s p a r a c o m p o r ta r s e e n la m e s a , d e c ó m o s e d e b e h a b la r...» (o p . cit., p . 447). S in e m b a rg o , e so n o e s to d o .

6 La cronología de las obras guevarianas parece ser: el Libro áureo de Marco Aurelio, el Relox de principes, la Década de Césares, el Aviso de privados, el Menosprecio de corte y el Arte de marear. Simultáneamente a todos éstos la composición de las Epístolas familiares, y por último, Oratorio de religiosos, Monte Calvario y Siete Palabras. La única duda se podría establecer en el orden de las cuatro publicadas juntas. Sin embargo, el prólogo del Aviso establece la proridad de la Década'. «En el libro que copilamos del buen Marco Aurelio, y en ei otro que tradujimos de las vidas de los diez príncipes romanos y en éste que agora habernos compuesto para aviso de cortesanos...» (ed. cit., pp. 48-9). Por su parte, el Arte de marear alude al Aviso comprobando su pos­ terioridad. El orden que guardan en la edición primera (conjunta) es el pro­ puesto como cronológico.

294

Asunción Rallo Grauss

puso poco antes de morir, fue editada en 1555 como segunda parte del Monte Calvario. Sin que el autor dejara ninguna declaración al respecto, los impresores vieron en las Siete Palabras una continua­ ción (o cierre) de la obra anterior: en la primera se exponían los misterios de los momentos finales de la vida de Cristo, en la segunda se explicaban y glosaban las últimas palabras pronunciadas en la Cruz. La unificación era coherente aunque la materia fuera diversa. De un magma indiferenciado de anécdotas e ideas fueron tomando forma las doctrinas en torno a un tema: educación del príncipe, menosprecio de corte..., que apenas pueden mantener una estructura narrativa en su conexión acumulativa. Sin embargo, un eje, reflejado a nivel de título, lanza la primera intención que movió al autor: Los curiosos historiadores, tres maneras ponen de reloxes que tuvieron los antiguos, es a saber relox de horas, relox de sol y relox de agua, ... Este relox de príncipes no es de arena, ni es de sol, ni es de horas, ni es de agua, sino es relox de vida: porque los otros reloxes sirven para saber que hora es de noche y que hora es de día, mas éste nos enseña cómo nos hemos de ocupar cada hora y cómo hemos de encaminar y ordenar la vida (Relox, prólogo, p. 9). La elección del título está perfectamente adecuada con lo tratado, y sirve de llamamiento al lector, tanto que M? Rosa Lida ha visto en ellos un matiz erasmista utilizado como atractivo de modernidad. Y el contenido cumple con el título7. Es esta primera intención la que ha ido modelando en capítulos una materia que en principio se movía sobre las coordenadas generales de la producción guevariana. Estas coordenadas, que a nivel temporal corresponden a antigüedad/ actualidad con su doble vertiente de utopía y realidad, y en la espa­ cial a conceptos como príncipe, cortesano, religioso..., en polariza­ ciones múltiples de emperador-gobernante, privado-funcionario, na­ vegante..., son las que en su punto de confluencia generan cada obra 7 El título supone un juego fonético y semántico en el caso del «Libro áureo de Marco Aurelio». Lo de áureo viene justificado por ser una «mina de oro para los virtuosos», oro contrapuesto al que se trae de Indias (cf. ed. cit., argumento, p. 9); mientras que el nombre del emperador, Marco Aurelio, por el más correcto de Marco Antonino, que Guevara fijó definitivamente gracias al éxito de esta obra, se explica por este juego lingüístico. M aría Rosa L ida se indigna ante el título del Arte de marear, tras el cual cabría esperar «un tra­ tado de navegación más o menos técnico» (op. cit., p. 353). Guevara burlona­ mente llama «Arte» a un conjunto de normas no para el marinero, sino para el «navegante». Consejos absolutamente ajenos a rutas o cálculos matemáticos, dados para el cortesano que eventualmente se embarca. El título no falsea el contenido: es un arte de marear o de cruzar el mar para cortesanos terrestres.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

295

en particular. Esta, en la red de interrelaciones, mantiene sus cone­ xiones no dependientes, puesto que cada realización guevariana es un todo en sí misma, aunque dé la sensación de que igual podía haber desarrollado otros puntos esbozados en diversas partes. Así, pequeños tratados dentro del tratado (como el de los dioses, el del matrimonio, el de la justicia, etc., en el Relox, por ejemplo), invitan a interpretar el conjunto guevariano en sí mismo como un gran tra­ tado formulado en varias vertientes: de la antigüedad: Década4----►Marco. Aurelio actual: Relox

Príncipe

utopía: Cortesano

Religioso

II.3.3.2.

Menosprecio de corte 4-

consejos serios: Aviso de privados consejos burlescos: Arte de m arear^

¡

de la antigüedad: Monte Calvario Siete Palabras actual: Oratorio de religiosos (

D i s t in t a s e s t r u c t u r a s c o m p o s it iv a s

Lo único que se ha dicho acerca de las estructuras de los tratados de Guevara es que eran anticuadas, que no correspondían a las for­ mas literarias del siglo de oro8. Dejando aparte que durante la pri­ mera mitad del siglo xvi los géneros estaban indeterminados para la creación en prosa, y que Guevara de alguna manera vino a llenar este hueco, no se puede calificar de medieval lo que no consiga un «todo armonioso y equilibrado», identificando literatura renacentista con un abstracto y apriorístico canon basado en una forma arqui­ tectónicamente pura y clara. El Relox, como afirma René Costes, no tiene unidad posible, por su diversidad de temas, por su apelación a anécdotas, etc.; sin embargo, en su estructura se está jugando lis Cf. M aría R osa L uja, op. cit., p. 351. F rica Weber de K urlat le apo y a: «lo in fo rm e d e sus o b ras, cuya e stru c tu ra n o co n stitu y e u n to d o arm ó n ic o y equi­ lib ra d o com o o cu rría e n o b ra s m ás p e n e tra d a s de e sp íritu re n a c e n tis ta y m e­ nos conform es con la tra d ic ió n m edieval» (op. cit., p . 669). F idéle de R os, aun q u e c o m p arte la m ism a idea, lo achaca a su m o m e n to : « estab a [el Monte Calvario] m e jo r a d ap ta d o a los g u sto s del siglo x v i, pu es fu e tra d u c id o al la tín y a d iversas lenguas vulgares. Sus defectos e ra n en g ran p a rte defectos de época» (op. cit., p. 376).

296

Asunción Rallo Grauss

bremente, ensayando modos de sistematización de una materia dis­ persa que aún se le escapa de las manos. Simplemente el esfuerzo de clasificar los relatos para incluirlos en los distintos capítulos im­ plica un importante deseo de cohesión. Si ésta no se alcanza plena­ mente se debe no a la intención y ordenación de la materia (bastante lograda), sino al afán de incluir todo lo que se tiene, convirtiéndolo en una enciclopedia, en un almacén de casos y doctrinas. II.3.3.2.1. El caso especial del Relox de príncipes Presenta una complejidad excepcional al reunir en un solo libro dos obras: una vida de un emperador y un doctrinal de príncipes que se conjuntan así: Como la doctrina había de ser para muchos quíseme aprovechar de lo que escribieron y dijeron muchos sabios y desta manera procede la obra en que pongo uno o dos capítulos míos y luego pongo alguna epístola de Marco Aurelio o otra doctrina de al­ gún antiguo (prólogo, pp. 17 v b-18 a). Marco Aurelio abre y cierra el libro y da la razón con sus cartas y comportamientos a lo planteado por el autor. La distribución se realiza en tres partes independientes: Libro I, núcleo fundamental: cómo el príncipe debe ser buen cristiano; Libro II, núcleo funda­ mental: las relaciones del príncipe y su mujer, la educación de los hijos; Libro III, núcleo fundamental: el gobierno de la república en puntos concretos (justicia, avaricia, diversiones). Libro I. En una línea narrativa zigzagueante se entrecruzan los núcleos secundarios: prácticas religiosas en la antigüedad, culto al Dios verdadero, religiosidad del príncipe, justificación divina de la monarquía... En avanzada o en repetición se van apoyando entre sí en un intento de alcanzar desde diferentes perspectivas la presen­ tación total de la bondad cristiana que debe regir al príncipe. En el Libro II es más claro el discurrir de los núcleos secunda­ rios (el matrimonio, la crianza por la madre, el ama, los ayos), ya que se adapta a una encadenación cronológica que fija la materia desde la realización del matrimonio hasta las relaciones ayo-discípu­ lo según una evolución vital: marido-mujer, nacimiento del niño, amamantamiento, etc. El Libro III se construye como multiplicidad de núcleos secun­ darios que evitan la complejidad del primero. Como suma de apar­ tados aparecen exentos los problemas de la avaricia, los perjuicios

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

297

que producen juglares y farsantes, la necesidad de elegir buenos jueces o la muerte de Marco Aurelio. En el Relox, pues, pueden apreciarse tres estructuraciones diver­ sas, motivadas por un cambio de actitud frente al material. Consti­ tuido el Libro I exprimiendo al máximo un solo punto (relación príncipe-religión), se produce, en cambio, la acumulación intensa de diferentes puntos en el tercero. Probablemente el intento inicial des­ bordó al autor, y así en la última parte rechaza el deseo de desarro­ llar compacta y abigarradamente un tema único, y amontona gran cantidad de capítulos procedentes de la vida de Marco Aurelio, no comentados ’, y casi sin intercalación de los del autor. El equilibrio estructural en cuanto a la interconexión doctrinaejemplo, y en cuanto al desarrollo temático, se encuentra únicamen­ te en el segundo libro. Desechada la fórmula demasiado enmarañada del primero encontraba una composición perfecta en su distribución y organización, que si no fue seguida en el Libro III fue, con bas­ tante seguridad, por la precipitación de publicar que le llevó a uti­ lizar todo lo que le quedaba de Marco Aurelio en un solo libro, produciendo una descompensación en la conexión doctrina-ejemplo. Sin embargo, el autor tuvo especial cuidado en no volver a caer en la complejidad innecesaria e irrelevante del primero. De acuerdo con estas precisiones, y tomando como elemento es­ tructurante fundamental, ya que así lo hace el propio autor, la inser­ ción de una materia previa (que incluso se había impreso como libro con anterioridad) en unas consideraciones generales o doctri­ nas propuestas para la actualidad, el esquema estructurante del Re­ lox será el siguiente: — Capítulos enteros trasvasados del Marco Aurelio que se man­ tienen flotantes y ajenos a la doctrina. Ejemplo: los situados al principio y al final del libro. — Pasajes que aúnan adecuadamente doctrina-ejemplo: a) Constituyéndose en núcleos aislados e independientes.9 9 Frente a ocho capítulos tomados del Marco Aurelio (en una totalidad de cuarenta y siete) en el Libro I, y a nueve (en una totalidad de cuarenta) en el Libro II, el Libro III contiene treinta y uno en un total de cincuenta y siete. La utilización es, por tanto, desproporcionada, y demuestra que de haber con­ tinuado el autor con el plan inicial, probablemente hubiera tenido para dos partes más. El Libro III demuestra, por otro lado, un agotamiento de relatos y ejemplos de la antigüedad no procedentes del Libro áureo, que eran abun­ dantes en los libros anteriores. Además, gran cantidad de capítulos, incluyendo las cartas de las cortesanas, quedaron fuera, y son los que reproducen algunas ediciones posteriores como complemento. Todo ello viene a demostrar que el autor fue desbordado por un ingente plan inicial al que tuvo que renunciar.

Asunción Rallo Grauss

298

Ejemplo: sobre los jueces con su famosa anécdota del vi­ llano del Danubio, y en general los del Libro III. b) Imbricándose de manera desordenada en un intento de formar una unidad superior que prestará la coherencia general. Ejemplos: los del Libro I. c) Encadenándose linealmente sobre un no explicitado (pero sí funcional) eje cronológico. Ejemplo: el Libro II. II.3.3.2.2. Tratados de la vida mundana El Aviso de privados y el Menosprecio de corte presentan una estructura semejante: ambos están divididos en veinte capítulos, y en ambos se produce un corte en la mitad (entre el capítulo X y el XI). En el Aviso, porque se cambia de materia: de consejos de comportamiento para los cortesanos se pasa a sugerencias de medios para obtener el favor real los privados,0; en el Menosprecio, porque probablemente el plan inicial llegaría tan sólo al capítulo X 11. — Con una falta de asepsia que delimite la materia en capítulos bien definidos, los núcleos centrales de cada apartado se entremez­ clan con temas ya planteados y anticipan consideraciones desarrolla­ das más adelante. Sin embargo, la marcha de ambos libros se puede reconstruir en grupos temáticos de consideración interrelacionada: un primer capítulo de introducción general sienta las bases de la postura del autor; multiplicidad y gravedad de los trabajos del cor­ tesano (Aviso), responsabilidad de cada cual con su situación (Me­ nosprecio), paralelamente se corresponden con una reintroducción en el capítulo XI, trabajos generales del privado en el caso del Aviso. Cada una de las dos partes de esta obra se estructuran como enu­ meración de consejos sobre realidades concretas (problemas respecto al huésped, comportamiento delante del rey, relación con las damas, con otros caballeros...), o análisis de las virtudes y cualidades del w «Finalmente decimos que esta obra va partida en dos partes; es, a saber, que los diez capítulos primeros tratan en cómo los cortesanos en la corte se han de haber, y en los once adelante se trata cómo los privados de los príncipes en la privanza se han de sustentar. Soy cierto que a los cortesanos será grata para leerla, y a los privados no será dañosa obrarla; porque a los que ya son privados se les amonesta de lo que han de guardar» (Aviso, prólogo, pp. 37-8). u Así lo han apreciado diversos críticos, entre ellos F. Weber de Kuriat, para quien «al final del capítulo X una especie de resumen parecería indicar una primera intención de darlo por terminado... Esa aparente terminación señala en realidad una culminación del libro, y a partir_ del capítulo siguiente podemos decir que se inicia una segunda parte» (op. cit., p. 673).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

299

privado (soberbia, codicia, confianza, gula...)* En el Menosprecio los núcleos están más mezclados: II-IV, decisión voluntaria de abando­ nar la corte; V-VII, confrontación de la vida de la corte/aldea; VIIIXI, vicios y malestar de la corte; XIV-XV, id.; XIII, XVI-XVII, la antigüedad como ejemplo virtuoso; XVIII-XIX, su propia vida como ejemplo vicioso (oponiendo utopía/contemporaneidad), y XX, des­ pedida del mundo. — Los relatos y ejemplos se entrecruzan sirviendo como antece­ dentes para obtener consecuencias (por ellos comienzan algunos ca­ pítulos, como el I-VIII, XII-XVII del Aviso), o como prueba de lo expuesto. Quedan perfectamente insertos en la estructura, demos­ trando ya una maestría en su utilización compositiva: la anécdota de la antigüedad es apoyo y vehículo de la doctrina. Esta significa­ ción es evidente en una lectura del Arte de marear como parodia de los dos tratados anteriores: para enmarcar una serie de anécdotas jocosas y apreciaciones satíricas de su viaje a Túnez (caps. V-X), el autor realiza una introducción «erudita», recogiendo datos sobre casos monstruosos ocurridos en el mar (I), inventores de galeras (II), filósofos que nunca navegaron (III) y corsarios del mar (IV). Con una estructura sumamente clara en la que antigüedad y contempo­ raneidad no se superponen, la obra parece burlarse de su sistema compositivo: unos conocimientos que a nivel funcional apoyan su perspectiva (él como los filósofos rechaza el mar), pero a nivel sig­ nificativo nada tienen que ver. — La composición se basa en acumulación de núcleos no progre­ sivos u, en el sentido de aportación de nuevos aspectos, que si am­ plían la perspectiva general, no ofrecen, en cambio, una superación dialéctica de lo anterior. Es decir, un capítulo no supone al otro de manera silogística, se limita a abordar otro punto. Así, aunque todo el Menosprecio se encamine a convencer de la necesidad de aban­ donar la corte, los argumentos no se encadenan, sino que se ordenan discursivamente. El capítulo final es consecuencia de los diecinueve anteriores, pero a ella se ha llegado en cada planteamiento por un camino distinto.12 12 Sin demostración posterior, F. Weber de K urlat opone una estructura paralelística y antitética del Libro áureo a otra acumulativa del Menosprecio y Aviso. Parece basarse únicamente en un análisis estilístico, ya que considera acumulativo el procedimiento porque se realiza «de acuerdo con ciertos mode­ los estructurales básicos a los que corresponde en el estilo el uso de la enume­ ración» (op. cit., p. 699). Cf. Angel del Rio, op. cit., p. XX.

Asunción Rallo Grauss

300

vicios cortesanos / virtudes aldeanas ejemplo de la antigüedad / contemporaneidad encamada en el autor

despedida del mundo

A nivel semántico, la estructura se basa en juegos conceptuales antitéticos que, paralelos entre sí, conforman núcleos de materia (capítulos) al polarizarse en distintos contenidos (o enfoques). Como conclusión habría que formular también que mientras en el Aviso estos núcleos se ordenan enumerativamente, en el Menosprecio lo hacen opositivamente intentando materializar un contraste entre lo narrado y lo propuesto, el «mundo» y la utopía, el autor narrado y el autor idealizado, etc. II.3.3.2.3. Obras religiosas A una estructura semejante a la descrita arriba responde el Ora­ torio de religiosos, de cincuenta y cinco capítulos: figuras ejempla­ res son recogidas y aplicadas para una consideración o norma ge­ neral. Sin embargo, las citas de autoridad se utilizan en mayor profusión, y están tan cerca de lo expuesto por el autor que a me­ nudo no hacen más que repetir lo mismo. En este sentido la ejemplificación del Oratorio es generalmente redundante, y su contenido viene a ser una suma de las actitudes mantenidas en el Menosprecio y el Aviso: consejos de aplicabilidad inmediata (ejemplo, cap. XXIX, «De la honestidad y crianza que ha tener el religioso cuando comie­ re fuera del monasterio»), normas generales de conducta (ejemplo, cap. XXI, «de como es muy peligroso tratar con hombres parleros y maliciosos», o cap. XXXVIII, «Que el siervo del Señor no puede ser virtuoso ni devoto si primero no deja de ser malo»), o glosas de conceptos, en este caso cristianos (ejemplo, cap. V, «De muchas ma­ neras de yugos que se ponen en la Escritura Sacra y que solo el yugo de Cristo es más ligero y menos penoso y más meritorio»). Sobre estos diferentes planos se desliza la doctrina en una continua alter­ nancia de elevación (glosa de Escrituras) y prosaísmo (reglas nimias), y en una escritura tejida sobre frases latinas que se traducen, expli­ can y recogen en aplicación al tema. Este último rasgo fue explotado en el Monte Calvario y las Siete Palabras. Ambos siguen un método más uniforme que, desarrollado ya en el Oratorio y en el Monte Calvario, alcanza su madurez en las Siete Palabras como procedimiento simple y útil:

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

301

1. Coloca la cabeza del capítulo, que es un versículo del Antiguo Testamento, seguida de un desarrollo (traducción amplia). 2. Aplica a Jesucristo las figuras bíblicas, y a continuación lo glosa comenzando con fórmulas semejantes a «viniendo pues ya al caso»13. El recurso narrativo básico de la obra guevariana, la interrelación doctrina-ejemplo, conseguía así su mejor expresión en la vertiente religiosa, viniendo a recordar que al fin y al cabo era práctica co­ piada y aprendida de un tradicional modo compositivo eclesiástico, al que Guevara había dado nueva dimensión potenciándolo en obras como el Relox, o equiparándolo a su propia presencia narrativa (Me­ nosprecio o Epístolas). II.3.3.3.

V a l o r a c ió n d e l o s tr a t a d o s

Contrastando estas obras sobre el fondo contemporáneo es nece­ sario compararlas con un género cercano: las misceláneas, y expo­ ner sus aportaciones y novedades. El tratado como miscelánea.—Las recolecciones clásicas, como la de Aulo Gelio, habían venido a justificar las misceláneas renacen­ tistas. Definidas como género por su falta de marco narrativo, per­ mitían el fácil agrupamiento de materias diversas sin mayor preocu­ pación estructural. Frente a ellas el tratado guevariano salva las dos deficiencias que ya los contemporáneos les achacaban: — «Paramento viejo de remiendos y una ensalada de diversas yerbas dulces y amargas» llama él «Bachiller Salazar» a la Silva de Mexía, y añade: No puso en toda su Silva de su cosecha un árbol siquiera14.

El Relox, aunque enciclopedia de asuntos y anécdotas, mostraba un contexto narrativo, y una clara intervención personal del autor. A pesar de que la estructura de cada obra responde al modelo de conjuntos de tratados dentro de un tratado general, tan desglosables a veces como los de las misceláneas, mantienen una mayor cohesión con la totalidad: 13 Cf. F idéle de R os, op. cit., p. 380. H Cf. ed. BAE, CLXXVI (Madrid, Atlas, 1964), p. 38, en donde aparece atri­ buido a D. Diego Hurtado de Mendoza.

302

Asunción Rallo Grauss

— Subtratados contenidos en el Retox vienen justificados por el tema del libro: uno sobre los dioses paganos, otro sobre el matri­ monio, o sobre los filósofos, etc. Están insertos en la materia de va­ rios capítulos que tratan temas cercanos. — Subtratado a modo de introducción, recurso utilizado en los prólogos: sobre la amistad en el del Aviso, sobre la curiosidad en el del Menosprecio, o sobre la virtud de dar en el del Oratorio. Parale­ lamente temas que en la Silva constituyen capítulos, sirven en los tratados para comenzar uno; por ejemplo, el I del Menosprecio que se entretiene en proponer «qué cosa es la más grande del mundo», para luego a través de la consecuencia dar la doctrina. — Subtratados que ocupan la extensión completa de un capítulo, por ejemplo, los cuatro primeros del Arte de marear. Como muchas veces le ocurre a la miscelánea de Mexía, estos apartados son meras recolecciones de hombres famosos que hicie­ ron algo parecido, de anécdotas semejantes, etc. Guevara encuentra en estos casos un artificio cohesionante bastante primitivo: la enu­ meración desplegada por un reiterativo «es privilegio de...», «es sa­ ludable consejo...», «necesario es que...», etc. Aportaciones en doctrina religiosa.—Al acabar su análisis, Fidéle de Ros llegaba a la conclusión de que el Oratorio respondía a unas necesidades muy elementales, y que sólo hacía que re-tomar lugares comunes de ascética cristiana (op. cit., pp. 363-4). Uno de los rasgos que le habían llevado a tal consideración, aparte de los voluntarios «plagios» de sus otros libros, era el prosaísmo de tono y narración. En realidad esta cualidad pertenecía a una concepción compositiva que había sido practicada en toda su producción; pero que si era permisible como burla o despreocupación de los asuntos profanos, parecía no tener justificación en los religiosos, para los cuales había teóricamente adoptado una tonalidad más comprometida y seria. En defensa de Guevara, Márquez Villanueva ve precisamente en esta postura su principal aportación: sólo con una actitud satírica se podían catalogar las «maldades, tentaciones y vicios» del fraile en el claustro1S. Prodigiosamente informado denunciaba a los malos pre­ lados, y trazaba un completo inventario de tipos de frailes: el «cu­ rioso», el «propietario», el «baratón», el «desvaratado» y el «indevoto y vagamundo» (op. cit., pp. 31-33). El prosaísmo detectado en las tres obras religiosas es, además, un motivo coyuntural que encontraba n Sobre la situación de los m o n a ste rio s en el Renacimiento, y la com pro­ bación de que Guevara refleja su avem ente una realidad contemporánea, cf. J. R. H ale. La Europa del re n a c im ie n to , ed. cit., p p . 268 y ss.

Antonio de Guevara en au contexto renacentl8ta

303

también su expresión en historias novedosas de santos (Jacobus de Vorágine), en libros de las mocedades de Jesús {Líber de Infantia Salvatoris), etc. A esto se unía un naturalismo en la interpretación de la Pasión, reflejado tanto en la pintura como en las representa­ ciones teatrales, que potenció sin duda la imaginación guevariana por un camino exotérico, incurriendo en escenas cercanas a la hete­ rodoxia, o incluso en párrafos que fueron suprimidos por la Inqui­ sición16. El valor de sus tratados religiosos vendría desdoblado en dos aspectos: — El literario señalado por Márquez Villanueva, para quien el Oratorio debe leerse como ejercicio retórico sobre la vida del claus­ tro, caracterizándose por una «estética degradada aplicada siempre con maligno regocijo que se complace en derribar la vida monástica a un plano de caricatura estilizada en sentido naturalista» (op. cit., p. 37). — El ideológico, como revitalización moderna del franciscanismo. J. A. Maravall apunta a una tradición bajo-medieval que había ela­ borado una serie de escenas de la vida de Cristo como complemento del Evangelio, en un tono sentimental. Era Guevara quien mejor ma­ terializaba este encuentro franciscano, cifrado sobre todo en un in­ terés por lo natural y lo humano, pues supo investirlos en textos literarios modernos (op. cit., pp. 190-1). En esta línea hay que encuadrarla dentro de las reformas que se habían producido en el movimiento de la observancia. No es ca­ sual que el tema predilecto de Guevara fuese la meditación sobre la vida de Cristo ni tampoco su especial preocupación por glosar y acercar la pasión de Cristo en un tono de oración intimista, tal y como aparece en sus últimas obras17.

M Los dos pasajes incluidos en el Index de 1612 son: I. «no puede dezir Iugum meum suave est, Moysen... pues en ellos se disimulavan vicios y so su sombra se permitían hombres viciosos» (Oratorio, pp. 488-9); II. «no todos los que se llaman christianos son verdaderos christianos... Qué le falta al que la fe no le falta?» (cap. XXIII). En el de 1632 se incluyeron también tres líneas del Monte Calvario: «Quanto más la hora sexta se iba acabando, tanto más la cruel muerte se iba acercando y los dolores de su bendita alma (la de la Virgen) iban creciendo» (citado por F idéle db Ros, op. cit., p. 378). 17 Sobre algunos aspectos del franciscanismo en la época guevariana, cf. M iguel Aucel: «La vie franciscaine en Espagne entre les deux couronement de Charles Quint», en RABM (1913), tomos 27, 28, 29 y 30. Sobre la relación de esta actitud naturalista interpretativa de la Pasión con otros movimientos ascético-místicos, cf. M. Andrés, Los recogidos. Nueva visión de la mística española (1500-1700). Madrid, FUE, 1976, especialmente pp. 26-8 y 96-99.

II.3.4. EL EJEMPLO Y LOS RELATOS Ya podéis, señor, pensar cuán pequeña será esta histona, pues parece cosa monstruosa aún oírla contar pintada, y por eso no me maravillo que la deséis entender, y que fuese a mí tan laboriosa de hallar. Acontescerá a esta mi carta lo que po­ cas veces consiento a otra, y es que será un poco prolija, aunque no nada pesada, porque es tan apacible de oír esta historia que al lector le pe­ sará de no ser más larga (E p ís to la s , I 28, p. 172).

El sermoneador medieval que subía al púlpito y deseaba ser aten­ dido, había encontrado un gran colaborador para mantener la ten­ sión y aligerar el contenido en los ejemplos. Su función primera, el esparcimiento educativo, aunaba las dos condiciones fundamentales que se exigían a la literatura: didactismo (o moralismo) y entreteni­ miento. Pero pronto estas digresiones o «historias que se insertan a manera de testimonio» 1 atrajeron más al orador que el propio ser­ món2: aunque en realidad fuera un tema extraído del repertorio o catálogo de hechos, dichos o personajes memorables, pedía la reela­ boración particular (al traerlo al caso), permitiendo cierta participa­ ción de la fantasía del compositor. Así, mientras éste se esforzaba por dar la versión más amena y atrayente, el público se acostum­ braba a oír y gustar estos sucesos curiosos o extraordinarioos, pre-* * Es la definición de E x e m p lu m como término técnico de la antigua retórica a partir de Aristóteles, cf. E. R. C u r t iu s , op. cit., p. 94. J. T h . W elter define

e x e m p lu m en el contexto medieval señalando que por la palabra e x e m p lu m se entendía, en el sentido más amplio del término, un relato o una historia breve, una fábula o una parábola, una moralidad o una descripción que podía servir de prueba en apoyo de una exposición doctrinal, religiosa o moral (cf. L ’exem p lu m d a n s la litté r a tu r e relig ieu se e t d id a c tiq u e d u m o y e n áge, París-Toulouse, 1927, p. 1). 2 Jacques de Vitry, por ejemplo, componía sus narraciones sm relación alguna con la homilía a la que iban destinadas, hallaba más placer en ellas que en el sermón, que se convirtió en pretexto.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

305

parándose por este camino el nacimiento del receptor de la «no­ vella» 3. Ya las fronteras entre ejemplo y anécdota eran bastante flexibles como para que todo ejemplo tendiera a plantearse concretamente, mientras la anécdota intentaba adquirir la categoría de lo ideal o universal. Ambos se movían entre la historia (la retórica) y la in­ vención, lo cierto y lo supuesto. Durante la Edad Media su confor­ mación, aun surgida de un acontecer inmediato, se realizaba en la finalidad de convertirse en forma de vida, en un encuentro con la realidad humana, en un episodio de la común y perenne experien­ cia4. Sin embargo, constituyendo todo un corpus narrativo, ajeno al tiempo y capaz de aplicación constante y actual, se apoyaban en dos valores fundamentales: la comprobación de lo afirmado, y la novedad o noticia. En principio, pues, lo que va a separar anédota medieval de rena­ centista no será el contenido muchas veces el mismo, sino la inten­ cionalidad de su utilización: si la esencia del ejemplo medieval le llevaba a transformarse en principio general, en imperativo de la consciencia, el autor renacentista la traerá al caso apelando sólo a su significación de «curiosidad», y para mayor verosimilitud lo convertirá en autobiográfico. Imaginación y ficción se habían refugiado, por otro lado, en las biografías legendarias de poetas, santos y personalidades determi­ nadas (como Saladino y el Preste Juan), en torno a las cuales se habían formado ciclos enteros de anécdotas (intercambiables inclu­ so) de virtud, decisión, astucia. Cada vez era más esto lo que inte­ resaba (lo que se buscaba): poco a poco, y sin que pueda darse una fecha fija (aunque el proceso encontró condiciones muy favorables en el paso de la Edad Media al Renacimiento), se fue abandonando la intencionalidad didáctica en favor del puro entretener, abriendo paso, por tanto, a un nuevo tipo de creación: los motivos y argu­ mentos podían (y debían) ser igualmente reelaborados, pero la selec­ ción se realizaba según un criterio totalmente diverso, el de llamar la atención al oyente o lector, sin exigirle interpretar una norma de conducta o enmienda. Los ejemplos dejan de ser el método 3 W alter P abst (La novela corta en la teoría y en la creación literaria, Ma­ drid, Gredos, 1972) investiga estas pequeñas afloraciones (exempla, novas, joc partit, biografías legendarias) como germen o preparación de la «novella», ob­ servando lo que son y suponen en la Edad Media en proyección al advenimiento de nuevo género; cf. el primer capítulo «Exempla, novas y narrado en la teoría de la Edad Media», pp. 21-56. 4 Sobre la interrelación del «ejemplo» y la «anécdota», cf. S alvatore B attaglia : «Dall’esempio alia novella», en FR, V (1960), pp. 214. 20

306

Asunción Rallo Grauss

comúnmente utilizado para introducirse en el saber, pierden ese valor alegórico de clave de desciframiento del mundo que tenían en la cultura medieval. Se convierten en algo personal del autor, aunque pertenezcan a un depósito tradicional, que los utiliza en apoyatura de su argumento, pero sobre todo como adorno y demos­ tración de ingenio s. Toffanin señala cómo en la sociedad renacentista la capacidad de «inventar», de demostrar agudeza «espontánea», se fue haciendo cada vez más valiosa entre las cualidades del perfecto cortesano. «Un ambasciatore che non sapesse contare una facezia o una novella non era un buon ambasciatore»56. Cayendo en el artificio, los chistes y agudezas, conscientemente buscados, serán carácter definitorio del hombre de corte, no sólo en el albor del Renacimiento, sino a todo lo largo de los siglos xvi y xvii españoles, en una proliferación de colecciones de apotegmas y cuentecillos. La facecia moderna tuvo su primera expresión, como género in­ dependiente, hacia la mitad del xv con el Líber Facetiatum de Poggio. Su intención (frente a la práctica medieval) se resumía en un simple deseo de ejercitar el ingenio y aliviar el espíritu, mientras apelaba a los modelos latinos, utilizando incluso el término «facecia» acu­ ñado por Cicerón. Seguido después por Pontano (De sermone), se convirtió en práctica común y extendida a todo tipo de obras. Los repertorios medievales se enriquecieron con relatos personales, acon­ tecimiento del día, y sobre todo con las curiosidades extraídas de los textos griegos y latinos, cuya novedosa recuperación aportaba aspectos de la antigüedad desconocidos: ocurrencias, situaciones gra­ ciosas o inesperadas del mundo clásico, de Trajano o de cualquier otro emperador. Estas historias se sacaron de las propias obras de autores latinos, como la de Aulo Gelio (Noctes Atticae) o la de Valerio Máximo (Dictorum et factorum memorabilium tíbri IX), que, compuesta pre­ 5 Sobre el valor del ejemplo en la concepción del saber durante la Edad Media, cf. J. A. M aravall, Estudios de historia del pensamiento español, I (Ma­ drid, Cultura Hispánica, 1973), pp. 237 y ss. 6 Cf. la función de la facecia en la formación del cortesano ideal en la obra de Castiglione, en G. T offanin: II Cortigiano nella trattatistica del Rinascimento, ed. cit., pp. 128 y ss, quien recalca la necesidad de su práctica y el aprendiza­ je de esta «espontaneidad»: «alia spontaneitá non s’arriva se non dopo la disci­ plina d’un lungo artificio. Anche nelle facezie» (p. 139). Significativamente tam­ bién Guevara siente desprecio por el improvisador cortesano: «Cosa es de notar en que si delante de un hablador y locuace hablen de la guerra o de la ciencia o de caza o de agricultura o de cualquier otra cosa, aunque sea muy peregrino en la materia, luego salta él a hablar de ella, y por probar lo que ha dicho luego trae en ejemplo, el cual dice que ha visto, o leído o oído sino que lo fingió de súbito allí para decir, o por mejor decir, para mentir» (Aviso, cap. XIX, p. 246).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

307

cisamente para el uso de las escuelas de Retórica, alcanzaba a fines del medievo una gran difusión: fue una de las primeras obras im­ presas (aproximadamente 1461) y traducidas (la edición primera en español es de 1529). Era una de las más importantes reservas de estos buscados «relatos-novedosos» (novedad entendida como caso insólito o particular). Así leemos en la propaganda de un editor castellano: Es una política general para todas las Repúblicas y particular para cada uno de nosotros. Es un ramillete de exemplos. Es fi­ nalmente una silva de varia lección y doctrina moral, plantada de dichos discretos con mucho artificio, con agradables senten­ cias, y gustoso entretenimiento, de que todos podemos sacar provecho y ansi se trae su doctrina en muchos actos públicos7.

Ordenadamente contienen los temas más varios (la amistad, las virtudes, la religión, el amor), montados sobre casos asombrosos y dignos de ser oídos. Era un tipo de obra muy extendido durante la antigüedad, no sólo como divulgación de cultura, sino como sistema para aprovechar diferentes lecturas de libros diversos. Los ejem­ plares de las obras eran escasos y su formato (el volumen) difícil y enojoso para la consulta. Cualquier lector erudito o simplemente interesado tenía que ir apuntando aparte lo que le atraía o necesi­ taba, y así de su trabajo de lectura obtenía un material disperso y variado cuya utilización mejor era pasar a una miscelánea. Es este el caso del citado Aulo Gelio8, que tras viajar a Grecia, con­ sultando cuantos trabajos caían en sus manos, compuso sus Noctes Atticae (conjunto desordenado sobre temas de filosofía, moral, his­ toria, geografía, lingüística), en ejemplos prácticos y concretos, y sobre hechos ocurridos9. 7 Cf. V alerio M á xim o , Nueve libros de los exemplos memorables, traduc. y comentario Diego López, s. 1., s. i. y s. a., p. 5. 8 Sobre este autor, personalidad, modo de trabajo, composición de su obra, puede verse la Introduction de R ené M a ra ch e a la edición de las Noctes Atticae de la colección «Belles Lettres», París, 1967. 7 Cf., por ejemplo, los capítulos I, V (Quod Demosthenes rhetor cultu corporis atque vestit probis obnoxio infamique munditia fuit); II, XV (Quod antiquitus aetati senectae potissimus habiti sint ampli honores); III, IV (Quod P. Africano et aliis tune viris mobilibus ante aetatem senectam barbam et genas rodere mos patrius fuit); IV, XIII (Quod incentiones quaedam tibiarum certo modo factae inniocis possunt); VI, XXII (Quod censores equum adimere soliti sunt equitibus et praepinguibus; quaesitumque utrum ea res cum ignominia an incol mi dignitate quitum facía sit); X, V (Observatum esse in servibus quod annum fere actatis tertium et sexagesimum agant aut laboris aut interitu aut aliqua insignitum); XX, V (Exempla epistolarum Alexandri regis et Aristotelis philosophi Graeca ita uit sunt edita; eaque in linguam Latinam versa), de gran

308

A su n ción Rallo G ra u ss

Y son interesantes este tipo de composiciones no sólo porque se prestaban a ser fuentes de anécdotas (que pasan a la corriente ge­ neral sin su contexto primitivo), sino porque nos dan la pauta para entender la aparición de misceláneas en el Renacimiento. En coin­ cidencia con toda una tradición de «exempla» medievales (cuyo fin moral era un simple disfraz) renacieron en manos de los humanis­ tas estas obras de conjunto clásicas: así se esforzaron por hallar la versión más completa de las Noctes Atticae mientras ellos mis­ mos, en latín, componían misceláneas semejantes. Las condicionan­ tes externas eran, al fin y al cabo, las mismas: escasez de textos y ansia de posesión de ellos, con la consiguiente solución de copia parcial y apunte de notas. Después de una larga estela de narraciones didácticas iba a incor­ porarse en la formación del relato moderno un modo de escribir, de hacer narración, de origen clásico. Porque si los humanistas italianos se conformaron con realizarlos en latín, una corriente na­ cional buscaba su incorporación a la lengua vulgar. Así, el español Pedro Mexía, cuya Silva de varia lección (selva porque es bosque de plantas y árboles sin orden ni regla), nace en el cauce imitativo de griegos, latinos e italianos, predicaba el uso del castellano, acer­ cándose en su intencionalidad difusora al mismo público que re­ clamaba Guevara: Y aunque esta manera de escribir sea nueva en nuestra lengua castellana, y creo que soy el primero que en ella haya tomado esta invención, en la griega y latina muy grandes autores escri­ bieron assi, como fueron Ateneo, (...) Aulo Gelio, Macrobio, y aun en nuestros tiempos Petro Grinito, Ludovico Cecio, Nicolao Leonico, y otros algunos (...). Por lo cual yo, preciándome tanto de la lengua que aprendí de mis padres, como de la que me mos­ traron preceptores, quise dar vigilias a los que no entienden los libros latinos, y ellos principalmente quiero que me agradezcan este trabajo: pues son los más y los que más necesidad y deseo suelen tener de saber estas cosas. Porque yo cierto he procu­ rado hablar de materias que no fuesen muy comunes, ni andu­ viesen por el vulgo, que ellas de si fuessen grandes y provecho­ sas, a lo menos a mi juyzio*10. La producción de Mexía se construía así en competencia con el mundo clásico, al que procuraba incorporar a su momento espacio proximidad al tipo de anécdotas o composiciones curiosas que atraen a Guevara, y a todo un quehacer renacentista que gusta conocer lo trivial, lo mundano de la clasicidad, como al propio Aulo Gelio le había ocurrido. 10 Ed. de Justo García Soriano (Madrid, Real Academia, 1933), pp. 9-10.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

309

temporal, pero con el que a la vez se estaba midiendo. Su intento transparenta uno de los fundamentos de la difusión de relatos y temas de la antigüedad: hacer válidos en su inserción las anécdotas y textos pertenecientes a un mundo muerto, y vivificarlos mediante la mixtificación de lo antiguo y lo moderno. Y en estos tanteos (ya en lengua castellana y para un público extenso) entre relato anecdótico y relato novedoso, hay precisa­ mente que situar las pequeñas narraciones contenidas en la mayoría de las obras guevarianas. Narraciones que, como en las misceláneas mencionadas, están tomadas de los autores clásicos11 o de la tradición. II3.4.1. Verdad

y ficción del relato

La Edad Media había desprestigiado todo lo que fuera fantasía al desnudo (es decir, sin vestiduras morales), pero la moda erasmiana había ido aún más lejos en su hostilidad contra la ficciónB: para salvar la regla de sólo contar verdad eran viables dos únicas escapa­ torias: o narrar una historia «autobiográfica» (solución que hallara su plasmación genial en el Lazarillo, cuyo descubrimiento fue un nuevo género), o tomar una historia ya relatada por otro autor, des­ entendiéndose así de su verdad ficticia. Guevara practicó ambas apelaciones. Si como motivo recurrente acudía una y mil veces a la cita de fuentes: (...) y alego estos autores porque nadie piense que es fábula compuesta sino que en verdad pasó como contaremos la historia (Epístola I, 45, p. 281); o12 11 En el modo de citar la fuente de algunos relatos, Guevara sigue a Aulo Gelio. Hay que tener en cuenta que el aparato crítico debía ir entonces dentro del relato, ya que no existía la posibilidad de la anotación. Así las fuentes vienen citadas al comienzo o al final. Guevara nos habla de Aulo Gelio, Gayo Bassio y Julio Modesto en la del caballo seyano (Epístola I, 25), de Aulo Gelio, y Apio el griego en la de Andrónico (Epístola I, 28), Curiosamente en estas dos últimas no hace sino repetir las propias fuentes que da el autor de las Noctes Atticae. Totalmente fingida son, en cambio, las de las tres cortesanas (Epístola I, 63): Pissanio el griego y Mamilio el latino. 12 Fernando Lázaro Carreter (Lazarillo de Tormes en la picaresca, ed. cit.) señala cómo las formas narrativas anteriores al hallazgo de la picaresca se vieron presionadas por una época en la que dominaba un crasmismo doctrinario hostil a la literatura de ficción y «una de las causas de esta aversión era su falta de verdad, de ahí que se intentara sustituirlas con traducciones de textos clásicos, compilaciones ae apotegmas, ejemplos, proverbios, refranes y adagios próximos al ensayo, todo al servicio de una «literatura verdadera y provechosa» (p. 28).

310

A su nción Rallo G ra u ss

Si vuestra señoría quisiera ver los autores desta historia, yo me obligo a se los mostrar aquí en mi aposento o llevarlos un día a palacio, porque no piense que lo que aquí va escrito es fábula de Ysopo o comedia de luán Boccaccio (Epístola I, 40, p. 433), daba su relato contemporáneo (la despedida de Boabdil tinte Granada) en boca de un testigo del acto: (...) como subiese a un recuesto encima del cual se pierde la vista de Granada y se cobra la de Valdecechi díxome un morisco viejo que iba conmigo estas palabras mal aljamiadas: «Si que­ rer tú, alfaquí, parar aquí poquito, poquito, a mí contar a tí cosa a la grande que rey Chiquito y madre suya facer aquí» (Epísto­ la I, 19, p. 252). Distinguía muy bien lo que en su época era un relato «aristocrá­ tico» de lo que eran simples patrañas o historias de viejas en tomo del fuego; frente a la difusión de traducciones, adaptaciones y ver­ siones de las novelas de Boccaccio, Bandello, Giraldi, Straparola, etc., que iban a encontrar acogida en obras como las de Timoneda (So­ bremesa y alivio de caminantes, El patrañuélo) y a crear toda una corriente literaria13, Guevara se situaba del lado de los humanistas, cultos y eruditos, haciendo que sus corresponsales le pregunten por asuntos serios, por su estilo (del que sin duda se sentía muy seguro) y por su veracidad: Hartos había en esta corte a quien lo preguntarades y de quien lo supierades, en edad más ancianos, en saber más doctos, en libros más ricos, y en escribir más curiosos que yo, mas al fin sed cierto de una cosa, señor, que lo aquí os escribiera, si no fuera escrito en estilo polido, a lo menos será ello muy verda­ dero (Epístola I, 45, p. 281); y cuando el tema sugerido no pertenece a su alta categoría de escritor se excusa tras la indiscreción y necedad del corresponsal, que no dis­ tingue entre las imágenes de tres santas y las de tres cortesanas de la antigüedad (Epístola I, 63), o que le incita a contar sea lo que sea, a lo que él desde luego siempre acaba accediendo: Escribisme, señor, que os escriba si he sabido o oído alguna cosa nueva y graciosa en esta visita, la cual sea para escribir acá n Sobre la repercusión de los novelistas italianos y las primeras apariciones de la «novella» en España, véase Caroline B. Bourland, «Boccaccio and the Decameron in Castillian and Catalan literature», en R.Hi, XII (1905), pp. 1-232, y Marcelino MenéNDEZ Pelayo, Orígenes de la novela, ed. cit., III, pp. 3-217.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

311

y sea para reir allá. A otros golosos y descuidados y vagabundos como vos habréis de escribir que os escriban semejantes nuevas o novellas, que yo, triste de mí, como ando tan acosado de ne­ gocios, tan falto de bastimentos, tan cargado de moriscos y tan hecho correo por los caminos, más estoy para contar mis quexas de veras, que no para escribir a nadie burlas. Esto todo, no obstante, todavía os quiero contar una cosa que me contaron habrá un mes, la cual, si no fuera de reir, será a lo menos digna de saber (Epístola I, 19, p. 252). La cuestión reside en la búsqueda de la verosimilitud del relato. Los recursos guevarianos suponen un dar vueltas en tomo a los instrumentos que potencien mayor credibilidad del narrador. Huía de los casos desmesurados, de los relatos exóticos, tan en boga quizá ante las noticias del lejano Nuevo Mundo, que habían perdido el atractivo de la verdad: ...respondió como hombre cuerdo, porque contar cosas peregri­ nas y novedades de tierras extrañas son pocos los que le dan crédito y muchos los que ponen a ello escrúpulos (Aviso, ca­ pítulo XIX, p. 247). Escrúpulos de los que intenta librar incluso a sus propios personajes 14. Sin embargo hay un relato en el Rélox que recuerda las novelas de un Bandello o de algún escritor italiano: es la historia de dos amigos, Sinato y Sinoris, emparentados y de igual valor y hermosura que pertendieron a la misma dama, Comma. Elegido el primero y celebrado el matrimonio, Sinoris sigue presionando sobre ella sin conseguir nada, pues era virtuosísima. Mata entonces a Sinato y de nuevo la pretende. Comma accede, y en la noche de bodas bebe ponzoña y se lo da a beber a su nuevo marido. El muere al mediodía, y ella, a la medianoche (c/. Libro II, cap. V, pp. 120 b-122 a). II.3.4.2. El

contexto de las anécdotas y los relatos

Ocupando un lugar principal en todas las obras de Guevara, prin­ cipal en cuanto a cantidad, y en cuanto a función, vienen a encajarse en los diferentes marcos de cada estructura: tratado, biografía o epístola. 14 Marco Aurelio se disculpa en una carta: «y porque veas que lo que te escrivo no son novelas, has de saber que el emperador llevava un blando delante de sí. El cónsul unas hachas de armas...» (Relox I, cap. II, p. 22 b).

312

A su nción Rallo G rau ss

Integrados plenamente en ellas, rechazan la configuración de la miscelánea que, salvaguardada en el modelo clásico, corría el riesgo de quedarse en «selva» despersonalizada. a) Teoría y ejemplo están íntimamente ligados en la escritura guevariana. Apoyándose mutuamente tejen la trama de sus tratados en una continua corriente que les encadena. Las especulaciones sobre cualidades y deberes del príncipe necesitan concentrarse en relatos que delimiten estrictamente el contenido del razonamiento: Todo lo que arriba hemos dicho por escripto queremos agora, sereníssimo príncipe, mostraros por exemplo; que según dezía Eschines el filósofo, las palabras bien dichas despiertan los juycios, mas los grandes exemplos persuaden los cora^nes. Para atraer a uno a que sea virtuso y haga obras virtuosas mucho haze al caso dezirle discretas razones y dulces palabras; mas al fin por más crédito que demos al que lo dize, mucho más se da al que lo haze (...) a cuya causa es necessario a los que tractamos con los Prín­ cipes mostrarles por exemplo todo lo que le persuadimos por escripto (Década, prólogo, p. 67). Otras veces los relatos son una concesión al lector, que así camina más llanamente sobre el árido consejo: He querido, señor, repasar mis memoriales, rememorar mi me­ moria, emprensar a mi juicio y buscar nuevo género de estudio, y esto no más de para buscarle palabras dulces, doctrinas va­ rias, y historias peregrinas con que pudiese desamodorrar de las cosas del mundo y animarle a ser mucho más y más vir­ tuoso (Aviso, prólogo, pp. 32-33). Este nuevo género que se preocupa de utilizar las historias pere­ grinas al mismo nivel que la diversidad de doctrinas, ambos recursos destinados a atraer al lector, es el que Guevara desarrolla a lo largo de su producción. Porque si el empleo de relatos como el del villano del Danubio puede conectarse con el uso del exemplum dentro de la argumentatio como prueba para la causa que se defiende u, desborda esta simple función al integrarse, como en este mismo caso, en una idealización de una «edad de oro» que contraponer a la actualidad, cuyos vicios han segregado la doctrina expuesta. La anécdota gueva­ riana cumple una multiplicidad de facetas en cada contexto:15 15 Así lo co n sid era López Griguera e n «El estilo de fra y A n tonio de Guevara», p. 309.

ed. cit.,

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

313

— Modo de introducir al receptor dulcemente en la exposición. Muchos ejemplos anteceden a la consecuencia o moralidad a la que estaban encaminados: De todos los ejemplos sobredichos se puede colegir... (Aviso, cap. XVII, p. 216), para hablar de tan maldito vicio como es la soberbia no sin consideración habernos querido primero ejem­ plificarle que no reprehenderle porque en todas las cosas mu­ cho más nos mueven los ejemplos que ponemos que no las ra­ zones que decimos (Aviso, cap. XIII, p. 165). El relato sirve a veces de escarmiento anticipado y funciona como aviso a los deslices sociales del momento, que al ser encuadrados en un utópico pasado, reciben el merecido castigo (cf., por ejemplo, el capítulo XIX del .Aviso sobre dos personas que revelaron un secreto). — Visualización del respaldo narrativo. Si la historia aducida per­ tenece a la antigüedad, el mensaje que de ella se desprende tiene absoluta garantía y como tal debe aceptarse. De la anécdota de la pelea de Alejandro y el león, el príncipe renacentista debe entender que hay que ser esforzado pero no temerario; de la polémica entre Adon y Clivias se deduce que la justicia se antepone a la honra (cf. Retox III, cap. VI, pp. 213 a-216 b). Paralelamente el carácter de los emperadores en la Década está construido sobre la abstracción de su comportamiento a partir de las anécdotas ofrecidas por las fuentes: No solo Antonino Pío era naturalmente piadoso, más aun desplazíale los hombres crueles y holgava mucho con los piadosos. Fue pues el caso... (Década, Antonino Pío, cap. VII, p. 213). No es tai relato ejemplo de la piedad de Antonino, sino texto de donde se deduce la característica. Ial sensación dan la mayoría de los datos proporcionados en la Década. Guevara parece haber ido reco­ lectando los distintos hechos y dichos de diversas procedencias y después haberlos hilvanado en un engranaje en el que la enumeración trabada de rasgos y anécdotas tendían a construir un texto más amplio y ordenado; de ahí su sistematización en capítulos cohesio­ nantes. — El Relox, el Aviso y el Menosprecio, así como las obras religio­ sas, se conforman en la textura de intercalación de relatos: unos, auténticas novelas cortas; otros, simples citas de casos, según se rea­ lizan como extenso pretexto de narrar o como mero respaldo de antigüedad. Entre los primeros es interesante comparar el relato del villano del Danubio contenido en el Marco Aurelio con el del Relox,

314

A su nción Rallo G ra u ss

para comprobar cómo el autor se siente atraído hacia la ampliación novelesca de lo que en principio sería sólo un «exemplum». Se han aumentado las referencias al espacio y al tiempo, y desdoblado muchas de las argumentaciones. Son como núcleos que luchan por adquirir autonomía, a la vez que permanecen ligados al contexto del que sur­ gieron, en un intento de aligerarle también a él. Buscan la pauta de un nuevo texto que nazca del libre discurrir de ideas y ejemplos en una proyección personal del autor-narrador. b) En las Epístolas ha salvado la falsa incrustación de un ejem­ plo, traído como comparación o modelo de actuación fingiendo com­ placer a sus amigos que desean saber quién fue la reina Cenobia o el significado de un extraño dibujo en una tela veneciana o en un tapiz. Esta novedad (y acierto, ya tratada en el capítulo anterior) se aprecia al leer la Letra XXIII de Fernando del Pulgar16, que contiene un pequeño cuento. No es solamente que el autor siga conscientemente una fábula ya hecha17, y se limite a narrar «según cuenta la patraña», sino la manera de incluirla en su carta: Y por cierto amada fija, si otro combate no toviessemos, salvo el de la cobdicia, nos sería assaz grave de sofrir, considerando las muertes y otros daños que della se siguen. Y quiérote traer aquí a propósito una tablilla que acaesció a un raposo con un asno (ed. cit., p. 100). Y observamos entonces el camino recorrido desde este «ejemplo» aducido para moralizar (contentar a su hija con su estado), y los relatos guevarianos, verdaderas recreaciones de textos clásicos (Andrónico y el león, las tres cortesanas de la antigüedad, el caballo seyano y el oro tolosano), versiones personales, con su peculiar estilo y con su propia contextura narrativa. II.3.4.3. E structuración

del relato guevariano

Frente al mundo de la fábula, en el que unos personajes con ras­ gos fijos se mueven según una propia ley constante ante cada uno de los problemas o situaciones que el mundo les plantea, y que, por lo tanto, no necesitan introducción, ni precisión temporal ni espacial, 16 Ed. cit., pp. 92-113.

n Es la misma fábula que- el simio cuenta a la tortuga que le quiso enga­ ñar en el capítulo VII del Calila e Dimna (Madrid, Real Academia, 1915), pp. 315-318.

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

315

todos los relatos guevarianos parten de un momento muy concreto, ya real, ya inventado, pero que perfila claramente cuál va a ser el mundo de su historia y crea la atmósfera necesaria para su desarrollo: Boabdil no se despide de Granada ante su puerta (como en la versión anterior) “, sino ante su última visión; lo que el relato gana en fuerza dramática, lo consigue asimismo en vivencia personal, ya que se ori­ gina por el sentimiento de un moro, testigo, de nuevo ante el mismo panorama, pero ahora no para llorarlo, sino para contárselo a Guevara. El origen del sobrenombre de católicos que ostentan los reyes castellanos lo retrotrae a la pérdida de España, y no a una acción abstracta o sin significado, sino a un día muy especial: en la hera de 752, a cinco días del mes de julio, en un día de domingo, junto al río Bedalac, cerca de Jerez de la Frontera, ya que se quería venir el alba ... (Epístola I, 45, p. 282); de igual manera, el encuentro venturoso de Andrónico y el león (por el que comienza el relato) no ocurrirá en un simple espectáculo, en uno de tantos que se celebraban, sino en el anunciado por Tito en conmemoración de su cumpleaños, y por el que ha tenido buen cui­ dado de recolectar todo tipo de fieras salvajes, y de guardar toda clase de «ladrones, salteadores, homiscianos, traidores, aleves y revol­ tosos» (Epístola I, 28, p. 172-3). Como Aulo Geho, que comienza presentando a su personaje en relación con otro conocido: Phaedon Ilidensis ex cohorte illa socrática fuit Socratique et Platoni per fuit familiares. Is Phaedon servus fuit (...) (Líber II, XVIII); nuestro autor localiza la acción con toda una larga lista de reyes del momento: Viniendo, pues, al propósito es de saber que en los primeros siglos del mundo, cuando reinaba Sardanápalo en Asiría, Osías en Judea, Tesplio en Macedonia, Phocas entre los egipcios, nasció Licurgo entre los lacedemones (Epístola I, 4, p. 28). i* La anécdota se encuentra también en Fernando del Pulgar, y en las Gue­ rras civiles de Granada, de Ginés Pérez de H ita, aunque la forma más conocida es precisamente la de Guevara por este cambio de escenario y por el final que le añade; cf. esta opinión en René Costes, Antonio de Guevara. Son oeuvre, ed. cit., pp. 75-76.

316

A su nción Rallo G rau ss

Al margen de este ejemplo exagerado, pero repetido en las intro­ ducciones de sus relatos (c/., por ejemplo, Relox I, cap. XI, p. 33 v b), hay que señalar el acierto guevariano que ya desde el comienzo plan­ tea siempre una acción concreta, en un espacio y tiempos precisos, y con un protagonista de rasgos humanos diversos. a) La estructura del relato guevariano viene a estar montada sobre la suma o yuxtaposición de anécdotas, traídas al «caso» y des­ arrolladas de acuerdo con el gusto del autor (resaltando los detalles psicológicos y naturalistas). El mismo procuraba, señalando varias fuentes, mostrar un trabajo de compilación y engranaje; así, dice, por ejemplo la narración sobre la reina Cenobia: Tres historiadores griegos y dos latinos fueron los que de la reina Cenobia escribieron y que sus grandes hazañas engrande­ cieron; de los cuales yo saqué una pequeña suma, para que le­ yese Vuestra Alteza lo m ejor que yo supe y lo menos m al que pude (Epístola I, 26, p. 304).

De ahí que la mayoría de los relatos sean simplemente un montaje de: localización, descripción del linaje y nacimiento del protagonista, detalles significativos de su vida, y su muerte (o desenlace del suce­ so), lo cual viene acompañado de varias explicaciones digresivas que interrumpen (y alteran) el orden lineal. Es esta la forma que tiene la famosa historia de las cortesanas de la antigüedad, cuyas vidas son narradas sucesivamente y en las que el objeto principal son las res­ puestas ingeniosas de estas enamoradas: las de Lamia a Demetrio, las de Layda a mancebos indiscretosI9, repitiendo cada una el esquema de las otras. También es la del caballo seyano construida (siguiendo a Aulo Gelio) sobre la muerte sin remedio de los poseedores del animal, a la que Guevara añade sucesos muy semejantes con la pose­ sión de una casa en Atenas y otra en Roma, para rematarlo con la ley decretada por Solon, «Solonino». b) Los relatos a veces ocupan varios capítulos dentro del Relox. Conformada como suma de anécdotas la historia del emperador Valente se desliza (con alusiones al concepto de príncipe) desde su vida, su gobierno con Justiniano, a la actuación de su hijo Graciano (cap. XXIV-VI del libro I del Relox). En cambio, otros se apiñan en un solo capítulo, elegidos por su temática en una ejemplaridad de w El núcleo central de la historia de esta cortesana (dejando aparte la des­ cripción de su hermosura y encanto que vienen a ser los mismos que los de las otras dos) es su encuentro con el filósofo Demóstenes, anécdota que repite en la Epístola II, 17, y que está tomada de las Noctes Atticae (Líber I, VIII).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

317

casos repetidos, concreciones distintas de un mismo acontecimiento (c/., por ejemplo, el cap. X del libro II del Relox, sobre «desastrosos casos que acontecieron a mugeres preñadas»). Pero las anécdotas suelen tener un valor significativo y fuera de lo común, es decir, que si no puede hablarse de verdadero relato continuado, los distintos nudos que lo constituyen están muy bien seleccionados con el propósito y sentido de la narración. Licurgo demostrará su inteligencia no sólo al partir de Esparta haciéndoles prometer a los lacedemonios que respetarían sus leyes hasta su vuelta (no pensando volver nunca), sino en la ocurrencia del experimento de los perrillos para demostrar la necesidad de la educación: naci­ dos de una misma madre y criados uno por un pastor, y el otro, en palacio. Así serán hechos seleccionados los que conforman un texto concebido a saltos. Este procedimiento se convierte en un método a la moda cuando en una de sus epístolas (II 17) intenta alcanzar el significado del refrán «non omnium est adire Corinthum». Inaugurada la labor con Erasmo, que veía en los refranes populares el depósito de una sabi­ duría conservada por el pueblo desde que Dios la puso en manos de Adán, era uno de los refugios que había hallado el relato; la explica­ ción de la sentencia exigía narrar el caso que la engendró (84). Gue­ vara, imitando este tipo de trabajos, reúne una serie de anécdotas (la del pirata Sísifo, la del tirano Corintho, la rivalidad griegos y feni­ cios, las riquezas del Corinto griego, incluida la hermosa Layda). Se adelantaba así a las glosas de la Philosophía vulgar (1568) del erasmista Mal Lara, colección de unos mil refranes que, explicados e ilustrados con cuentecillos y anécdotas, se convertían en el marco culto para estas ficciones20. Aunque algunos relatos tienen diálogo, o al menos el dicho sen­ tencioso que promovió su inclusión, es curioso, por su rareza, el que se encuentra en el cap. XXXII del Relox II, montado a modo de colo­ quio entre un padre y un hijo, que ante el juez Solon, «Solonino», se acusan mutuamente, uno de la desobediencia y crueldad del hijo, el otro de la mala crianza que le dieron. El padre mereció no recibir sepultura y el mozo fue desheredado. El resultado que obtiene cuando el relato es la distensión de una 20 La obra de Mal Lara, Philosophía vulgar, realizada siguiendo la pauta erasmiana, puede incluirse entre las colecciones de cuentos españoles, ya que como dice Menéndez Pelayo (op. cit., III, pp. 63-64), «gustó más todavía de exonerar la declaración de cada proverbio con apólogos, cuentecillos, facecias, dichos agudos y todo género de narraciones brevísimas». En cuanto a su inde­ pendencia y originalidad frente a los Adagia de Erasmo, cf. Américo Castro, «Juan de Mal Lara y su filosofía vulgar», en Haría Cervantes, ed. cit., pp. 115-155.

318

A su nción Rallo Grausg

sola anécdota, pone de relieve su maestría narrativa, y lo que hubiera sido de haberse centrado en un solo tema y no en la dispersión y montaje sobre varios. El encanto evocativo que nos transmite el duelo del rey Chiquito es superado (quizá por las dimensiones y por las posibilidades del núcleo anecdótico), por el extraño suceso del esclavo y el león, un todo orgánico en el que se viven dos planos: el puntual (el espectáculo del circo) y el retrospectivo (la historia de Andrónico) contado en primera persona; no existen interferencias y el narrador se traslada a la mentalidad del pobre condenado a muerte y a los sentimientos del noble animal. Si Apio el griego (primera fuente) hacía hincapié especialmente en lo que vio (un león y un esclavo abrazados en la arena del circo), e, impresionado, únicamente entendía el relato del esclavo como explicación del hecho insólito, Guevara comprendió, en cambio, el valor de la historia de Andrónico, sirviendo lo demás de mero encuadre: así justifica psicológicamente que abandonase a su amo, no por simples malos tratos, sino porque: el intento de mi amo era allegar dinero y hacerse rico, aunque tenía muchos oficios y negocios, no tenía en su casa a más de a mí y a otro para todos ellos, por manera que yo amasaba, ahe­ chaba, molía, cernía, cocía el pan y allende desto aderegaba de comer, lavaba la ropa, barría la casa, curaba las bestias, y aún hacía las camas. ¿Qué más quieres que te diga, oh gran César, sino que era tan grande su codigia y tan poca su piedad que no me daba sayo, ni gapato, ni caigas? y más y allende desto, cada noche me hacía texer dos espuertas de palmas, las cuales me hacía vender en ocho sextercios para su despensa, y la noche que no los ganaba ni me daba de comer ni me dexaba de agotar (Epístola I, 28, p. 176). Es decir, detallando todos los aspectos menudos que se le ocurren al trasladar su inventiva a la situación que describe, creando un relato vivo y humano. Andrónico pasa sed en el desierto y ha de beber de las plantas; tiene asco de comer la carne que le trae el león, no resiste esa vida más de cuatro días (tres años en Aulo Gelio), comprende el sufrimiento de la bestia: Holgaras, oh gran César, de ver en como al tiempo que le rompí la hinchazón, le saqué la espina, le exprimí la materia, y le até la llaga, extendía los pies, encogía las manos, volvía la cabeza, apretaba los dientes y daba entre sí algunos gemidos por manera que si tenía el dolor como animal, lo disimulaba como hom­ bre (...) y como una persona se quexaba un rato y reposaba otro, por manera que pasamos toda la noche él en se quexar y yo en le apiadar (id., pp. 178-9).

Antonio de Guevara en su contexto renacentista

319

Es este el origen del naturalismo que se le atribuye al modo de narrar del obispo de Mondoñedo. No es capaz de dar la nota o dato escueto (la simple traducción) sin rellenarlo con vivencias propias, sin aproximarlo a sí mismo (imaginarse en lo que relata). Personaliza la anécdota recreándola con apreciaciones reales (naturalismo) y va­ loraciones subjetivas (psicologismo). Estas dos cualidades se demuestran en todos los niveles, ya refle­ jando en la expectación que causa Flora: el día que ella cabalgaba en Roma, dexaba qué decir un mes en toda ella, es a saber, contando unos a otros los señores que la seguían, los criados que la acompañaban, las damas que le mi­ raban, los vestidos que traía, la hermosura que llevaba, los estrangeros que la seguían y los galanes que les hablaban (Epís­ tola I, 63, p. 446), la que él ve en cualquier dama famosa de la corte de Carlos V; ya para transmitir su visión tremendista de los numantinos cercados: que hicieron voto a sus dioses de ningún día se desayunar sino con carne de romanos, ni beber agua ni vinos sin que primero gustasen y bebiesen un poco de sangre de algún enemigo (Epís­ tolas I, 5, p. 44); ya para componer la carta agresiva de Aureliano a la reina Cenobia, y la respuesta de ésta en palabras semejantes a las del villano del Danubio, verdaderos ejemplos de la citada facilidad guevariana para redactar epístolas, no sólo suyas, sino de un corresponsal imaginado que inviste. c) Esta traslación que realiza cuando vierte en el papel la anéc­ dota, le conduce siempre a no dejar inacabado el relato. Busca en las Epístolas el cierre que dé sentido a su escritura y deja al corres­ ponsal seguro de conocer absolutamente todo lo que le inquietaba. Del suspiro del rey Chiquito da a conocer lo que opinó Carlos V al oírlo, al caballo seyano le atribuye un quinto poseedor (cuatro en Aulo Gelio) con el que muere ahogado, acabándose la posibilidad de nuevos sucesos del mismo caso... Y finalmente brinda al lector la posibilidad de contar también él estas auténticae e increíbles his­ torias que maravillaban a quien las escuchaba: Allá os tomó a enviar las tablas de estas enamoradas, las cua­ les pienso que, si hasta aquí teníades en mucho, las tendréis de aquí en adelante en mucho más, porque los que entraren en

320

A su nción Rallo G rau ss

vuestra recámara tendrán que mirar en la pintura, y vos, señor, que les contar en la historia (Epístola I, 63, p. 448). Aparte de estos relatos con alguna entidad, y más o menos pen­ sados como tales, la mayoría de sus páginas están llenas de peque­ ñas anécdotas de la antigüedad, de origen parecido (es decir, toma­ das de lecturas dispersas de misceláneas, reelaboradas o incluso inventadas). La función animadora del texto se realiza en ellas como nota desenvuelta y curiosa; pero mucho mejor consiguen esta ame­ nidad los detalles familiares, personales, alguno de los cuales pueden considerarse así mismo como pequeños relatos: los robos de libros que sufrió (Epístola I, 24, I 44), sus enfermedades y pesares con los médicos (Epístola I, 54), el recuerdo de una escena de conversación, contada en segunda persona al otro protagonista de ella (Epístola I, 23), o la riña graciosa con un fraile pequeñito que, estando él en el monasterio de los Toros de Guisando, se negó a darle agua por sober­ bia, enfadado contra Guevara que le había llamado tres veces, y que él siempre recordaba cuando veía cualquier persona bajita porque todas «las chimeneas pequeñas siempre son algo humosas» (Epís­ tola I, 10, pp. 76-77). Todas estas alusiones, noticias y pequeños sucesos animan y vi­ vifican la epístola y el tratado convirtiéndolos en un texto ameno, y a la vez demuestran la agilidad guevariana para narrar, para dar la pincelada humorística o viva, precisamente por lo nimia y vulgar. En una doble vertiente se adelantaba a la miscelánea y al ensayo desde este planteamiento autobiográfico21: — Porque en muchos casos lo que hacía era apropiarse de las anécdotas que había leído o conocido de otros. Erigiéndose en su pro­ tagonista marcaba la ruta de los relatos de Zapata. Así, aparte de los ya citados como ejemplos de su acronismo (cf . cap. I.2.3.), puede com­ pararse el anterior encuentro con el monje bajito y «humoso» con la siguiente circunstancia de Adriano: Avía un senador en Roma que avía nombre Favio Cathon, y era en los días ya muy anciano y que en el pueblo tenía mucho crédito, mas junto con esto era muy pequeño de cuerpo y que 21 La Miscelánea de Luis Zapata se despega de las demás recolecciones de historias curiosas, cuentecillos y anécdotas, precisamente por el continuo apa­ recer del autor en sus pequeñas composiciones que apuntan unas veces refle­ xiones en voz alta, otras historias vistas u oídas, en una insistencia de que nada se está inventando. Escrita ■medio siglo después de estos experimentos guevarianos, su maestría narrativa le acerca al estilo de Cervantes. (Cf. sobre este punto, F rancisco Márquez Villanueva, «Don Luis Zapata», en Fuentes literarias cervantinas, Madrid, Gredos, 1973, pp. 109-182).

Antonio de Guevara en Su contexto renacentista

321

se enojava muy de súbito, aunque se le passava presto el enojo; a éste dixo una vez Adriano: «No deves echar en el fuego tanta leña, pues tienes la chimenea tan pequeña, porque de otra ma­ nera siempre será humosa» (Década, Adriano, cap. XV, p. 178). — Porque al igual que le gusta poner en primera persona los rela­ tos de la antigüedad, confiriéndoles valor testimonial (cf., por ejem­ plo, el cap. VIII del libro III del Relox), los chistes y gracias cortesa­ nas pertenecen a su propia observación: En la posada de un caballero cortesano vi... (Aviso, cap. XVII, p. 213); Vi en la corte a un amigo mío que traía cabe la gar­ ganta unas pestañas de martas sudadas y como le preguntase un portugués gracioso que qué aforro era aquel y le respondiese él que era aforro de martas, replicóle el portugués: «Y por Dios vos digo, señor Figueroa, que ese vuestro aforro más parece miércoles de ceniza que martes de carnestolendas. ’Subtilmente equivocó el portugués de martes a martas y de martas a mar­ tes...'» {Aviso, cap. VIII, p. 121). Aun conectando en algunos casos con el valor ejemplificador de la anécdota medieval, el relato guevariano se conforma funcionalmen­ te en una multiplicidad de aplicaciones y contextos, y estructuralmen­ te demuestra una labor de traslación imaginativa e interpretación per­ sonal. Apropiándose anécdotas o narrando desde la perspectiva psicologista del personaje, construye dos de los peldaños fundamentales para la novela posterior. Faltándole la distensión del simple suceso, sabe enmarcarlo fictivamente, y es capaz de completar o invertir el plan­ teamiento de la fuente, como en el caso de «Andrónico y el león». Dise­ minados cumplen en cada obra un papel especial de contrapunto con la antigüedad, de apelación a la experiencia, o de comunicación epis­ tolar. Se balancean aún, indesligables de su contexto, entre la recolec­ ción humanista en «silvas», y la trama doctrinal de los tratados, pro­ yectando sus descubrimientos narrativos en la dispersión de sus textos.

2t