Variedades lingüísticas en la Pampa (Argentina, 1860-1880) 9783954878406

Reconstruye la arquitectura de las variedades del español en los territorios fronterizos de la pampa argentina en las dé

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Spanish; Castilian Pages 394 [395] Year 2015

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Table of contents :
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
1. LA ARQUITECTURA DE UNA LENGUA
2. LA PAMPA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
3. LAS VARIEDADES DE LA PAMPA DESDE LA PERSPECTIVA DE SUS CONTEMPORÁNEOS
EXCURSUS I: EL ESPAÑOL HABLADO POR MAPUCHES EN ESTA REGIÓN EN LA ACTUALIDAD
4. ANÁLISIS LINGÜÍSTICO DE LAS CARTAS
EXCURSUS II: EL GÉNERO DE LA PLEGARIA Y LAS FORMAS DE TRATAMIENTO: EL VOSEO
5. PALABRAS FINALES
BIBLIOGRAFÍA
APÉNDICES
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Variedades lingüísticas en la Pampa (Argentina, 1860-1880)
 9783954878406

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Carlos Gabriel Perna Variedades lingüísticas en la Pampa (Argentina, 1860-1880)

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LINGÜÍSTICA IBEROAMERICANA VOL. 59 D IR E C TOR E S : MARIO BARRA JOVER, Université Paris VIII IGNACIO BOSQUE MUÑOZ, Universidad Complutense de Madrid ANTONIO BRIZ GÓMEZ, Universitat de València GUIOMAR CIAPUSCIO, Universidad de Buenos Aires CONCEPCIÓN COMPANY COMPANY, Universidad Nacional Autónoma de México STEVEN DWORKIN, University of Michigan ROLF EBERENZ, Université de Lausanne MARÍA TERESA FUENTES MORÁN, Universidad de Salamanca DANIEL JACOB, Universität Freiburg JOHANNES KABATEK, Universität Zürich EMMA MARTINELL, Universitat de Barcelona RALPH PENNY, University of London REINHOLD WERNER, Universität Augsburg

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Variedades lingüísticas en la Pampa (Argentina, 1860-1880)

CARLOS GABRIEL PERNA

Iberoamericana  Vervuert  2015

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Gedrückt mit Unterstützung des Förderungsund Beihilfefonds Wissenschaft der VG Wort

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47) Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2015 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2015 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-903-7 (Iberoamericana) ISBN 978-3-95487-440-8 (Vervuert) E-ISBN 978-3-95487-840-6 Diseño de la cubierta: Carlos Zamora

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En seguida me fuí al toldo de mi compadre. Fumaba tranquilamente rodeado de sus hijos: no se movió, me insinuó un asiento con la sonrisa mas dulce y amable, y apenas me había acomodado en él, dijo á mi ahijado: padrino, bendicion. El indiecito vino hácia mí con cierta timidez; le atraje del todo, echándole los brazos, le coji las manecitas que habia unido obedeciendo al mandato de su padre, le acaricié y le senté á mi lado, —contestándole á su —bendicion, padrino, Dios lo haga bueno, ahijado! La madre, que hablaba español, le preguntó desde el fogon: cómo te llamas? No contestó. Le repitió la pregunta en lengua araucana y respondió mirándome con recelo. Lucio Mansilla. Mi compadre se sonrió complacido. La madre, las chinas y cautivas que cocinaban festejaron mucho la respuesta. Una de las más ladinas, dijo: Coronel Mansilla, chico. Lucio V. Mansilla: Una escursión á los indios ranqueles Le diré á Ud. aunque sea con un poquito de vergüenza, á los indios principalmente á aquellos que son más castellanos y á muchos gauchos que viven con indios les he rogado que vengan á casa para enseñarles á rezar; á las chinas principalmente jóvenes, les he rogado, suplicado y aunque prometido paga, por que vayan á aprender á rezar, y no consigo nada; (...) Fray Moysés Álvarez: Carta a Marcos Donati del 13 de setiembre de 1875

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El Rey se ha servido desaprobar el acuerdo de esa Junta de Real Hacienda de 20 de septiembre 1791 en que resolvió la creación de una plaza de intérprete a favor de D. Blas de la Pedrosa, con 300 pesos de sueldo anual, sobre ramo municipal de guerra, por no creerla necesaria: pues para los casos en que haya precision de trata con los indios pampas nunca falta un peón arriero o soldado que entienda su idioma. Real Orden del 15 de noviembre de 1792 He hecho cuanto era posible para rescatar a esa Señora Francesa, ofreciendo hasta 200 pesos, mas los Indios me contestaron que querían cien vacas y cien pesos; por ultimo espero, sino la matan que salga gratis. Ahora la tiene el Cacique Baigorria de escribiente. Ella misma se dió a conocer por lectora y diciendo tambien que tenía un hermano de posibles para comprarla, todo esto ha sido de perjuicio. He oido decir que no la trataban tan mal, ahora con estas persecuciones, temo que sufra mucho mas. Fray Marcos Donati, carta del 29 de diciembre de 1878 Algunos papeles impresos que debían haber servido para envolver tabaco u otra cosa y que ellos arrojarían al viento, cayeron en mis manos; yo los leía reiteradas veces con delicia, pues esta era para mí una distracción inesperada. Un día fui descubierto en esta ocupación por algunos indios, los cuales se mostraron alegremente sorprendidos con su descubrimiento y se apresuraron a participárselo a los jefes. (...) Por algunas preguntas que me dirigió mi amo, comprendí que estaba ufano de poseer un esclavo de mi valor, y que sin duda sería llamado para servir al cacique de la tribu. Auguste M. Guinnard: Tres años de cautividad entre los Patagones

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ÍNDICE

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Agradecimientos ................................................................................................

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Introducción .......................................................................................................

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1. La arquitectura de una lengua ........................................................................ 1.1. La variación diasistémica ...................................................................... 1.2. La escritura como problema .................................................................. 1.3. El saber lingüístico de los hablantes ..................................................... 1.4. Las fuentes del trabajo lingüístico historiográfico ................................

23 26 46 60 74

2. La Pampa en la segunda mitad del siglo XIX .................................................. 2.1. Los habitantes de la Pampa ................................................................... 2.2. Contexto sociocultural: mestizaje y educación .....................................

81 84 114

3. Las variedades de la Pampa desde la perspectiva de sus contemporáneos .... 3.1. Otras fuentes: La “literatura de frontera” .............................................. 3.2. La traducción: una fuente directa .......................................................... 3.3. La “literatura gauchesca”: estereotipo y percepción dialectal ..............

135 137 163 172

EXCURSUS I: El español hablado por mapuches en esta región en la actualidad .

209

4. Análisis lingüístico de las cartas .................................................................... 4.1. El corpus de documentos ...................................................................... 4.2. Descripción lingüística ..........................................................................

217 217 223

EXCURSUS II: El género de la plegaria y las formas de tratamiento: el voseo.....

321

5. Palabras finales...............................................................................................

333

Bibliografía ........................................................................................................

341

Apéndices...........................................................................................................

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AGRADECIMIENTOS

El presente libro se basa en mi disertación para alcanzar el título de doctor en filología, presentada ante la Universidad de Heidelberg. Sin el apoyo de una serie de personas, este trabajo no hubiera sido posible, por ello agradezco la ayuda y dedico estas páginas a mi familia en Córdoba, Heidelberg, Buenos Aires y Managua, por su apoyo incondicional; Carolina Scipioni, por su amor, paciencia y confianza permanentes, además de la criteriosa lectura de estas páginas, sus consejos prácticos y la revisión de mis traducciones; Antonia Perna Scipioni, por el tiempo que le quité y la alegría y fe que me dio; Estela Scipioni, Wolf Branscheid y Rolf Pflücke, por la ayuda en el momento oportuno, sin la cual no hubiera podido terminar este trabajo; el profesor Jens Lüdtke, un maestro con mayúsculas, cuyos sabios y prácticos consejos contribuyeron en no menor medida a que este trabajo no saliera de cauce ni perdiera el impulso necesario para llegar a buen puerto; la profesora Sybille Große, por su interés y su gentil disposición para hacer una lectura de estas páginas y elaborar un dictamen, y el profesor Jörn Albrecht, por aceptar amablemente presidir la comisión evaluadora; el Archivo Histórico “Fray José Luis Padrós” del Convento “San Francisco Solano” de Río Cuarto y su directora, Inés Farías, por permitirme el enorme placer de tomar contacto personal con los documentos y facilitarme algunas copias de los mismos, así como a Candelaria de Olmos —por ponernos en contacto y por su transcripción—, que me hizo conocer la existencia de estos textos históricos;

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todos mis amigos, en especial a Paulina Reyes por revisar la escritura correcta del texto, así como a Viktor Coco, Ricardo Coseano, José Esplá Oliver, Néstor Aguilera y Daniela Espósito, por cuidar de que la zanahoria siguiera siempre en su lugar en el extremo del palo. A todos ello mi mayor gratitud y reconocimiento.

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INTRODUCCIÓN

Besitz ist immer Besitz von jemand und für jemand: die Träger des Sprachbesitzes sind, wie gesagt, die einzelnen Menschen, die eine Sprachgemeinschaft ausmachen. Der Begriff “Sprachgemeinschaft” kann dabei zunächst unbestimmt bleiben, denn es ist in diesem Zusammenhang gleichgültig, wie weit dieser Begriff gefaßt wird. Es kommt mir hier nur auf folgenden Sachverhalt an: eine bestimmte geschichtliche Sprache ist angewiesen, hinsichtlich ihres Seins oder Nichtseins, auf die Menschen, die sie “besitzen”. Schwänden diesen dahin, würde sie selbst in nichts zerrinnen. Gauger, Hans-Martin (1976): Sprachbewußtsein und Sprachwissenschaft (...) sólo en el estudio de los orígenes de las lenguas, es decir, en la descripción de la elaboración pluricéntrica de idiomas como el leonés, el castellano, el navarro-aragonés, etc., se considera sistemáticamente la variación lingüística. Para las épocas subsiguientes, en cambio, las descripciones se limitan prácticamente a la historia y elaboración de la lengua oficial nacional, es decir, escrita, literaria, administrativa, etc., descuidando casi por completo las manifestaciones textuales de las demás variantes empleadas normalmente en la inmediatez comunicativa. Oesterreicher, Wulf (1996): “Lo hablado en lo escrito. Reflexiones metodológicas y aproximación a una tipología”

El presente trabajo está en cierta medida fundado en mi tesis para obtener el grado de Magister Artium, escrita bajo el título Entornos de la comunicación. Indios y cristianos en la frontera argentina del siglo XIX (Heidelberg 2010), del cual he retomado y reelaborado algunas ideas, y representa una continuidad con el mismo, sobre todo, en cuanto a las fuentes, que son las mismas aunque aquí considerablemente ampliadas; así como hay continuidad también en una de las ideas rectoras que se desprenden de la teoría de los entornos del lingüista rumano Eugenio Coseriu (1955/56), que trabajamos en

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dicho texto y que igualmente guía el análisis en estas páginas, según la cual resulta de capital importancia para la historia lingüística colocar en un lugar central el saber de los propios hablantes. Es en este saber, también llamado conciencia lingüística, que se manifiesta en el uso que los hablantes hacen de su lengua, por un lado, y en la percepción y valoración de su propia lengua, y de las lenguas y variedades ajenas con las que convive en un mismo espacio comunicativo, por otro, donde resulta posible afincar con fuerza una visión, si no completa, al menos más abarcadora de la arquitectura lingüística de un determinado territorio en un período temporal del pasado (véase 1.3.). Anteriormente nos habíamos basado en la teoría de los entornos para entender el contexto y las circunstancias que rodearon la producción y recepción de algunos textos epistolares, una condición previa necesaria para poder pasar a un análisis propiamente lingüístico como el que nos propusimos hacer en estas páginas. Se trata de un conjunto de cartas redactadas en español por hablantes nativos y bilingües. Las cartas forman parte del intercambio “diplomático” en la frontera pampeana entre indígenas de tribus ranqueles y araucanas y los militares y misioneros activos en esta zona de frontera que comprendía el sur de las actuales provincias de Córdoba y San Luis y el centro y norte de la actual provincia de La Pampa. Contamos así también con cartas entre los mismos misioneros y de las autoridades militares de la frontera, o bien, dirigidas a los misioneros por habitantes de los pequeños poblados rurales y fortificaciones militares del sur de Córdoba y San Luis para gestionar algún favor, muchas veces la mediación de los misioneros para el rescate de cautivos en las tolderías (2.1.2.). Este conjunto de documentos epistolares no solo es único en su tipo ante la falta de ediciones semejantes, sino también sumamente interesante desde varios puntos de vista. Ante todo, porque permite el acceso a variedades lingüísticas del español en Argentina que no han sido estudiadas hasta la actualidad y, con ello, la oportunidad de observar con cierto detalle la arquitectura lingüística en una determinada región en el pasado (1.1.). La historiografía lingüística en Argentina ha partido siempre desde el centro y desatendido las manifestaciones de los “márgenes”. Si, invirtiendo este punto de vista, se coloca la perspectiva en los márgenes, se comprobará que los “centros” se multiplican. Muchas categorías que servían para describir la realidad lingüística “desde el centro” se tornan obsoletas y se hace necesario buscar otro instrumentario teórico para este propósito.

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Introducción

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Los escribas bilingües eran, o bien indígenas educados en misiones —en algunos casos, miembros de la familia de algún cacique, instruidos para cumplir la función de intérpretes1—, o bien habitantes de la región pampeana en las actuales provincias argentinas de Buenos Aires, Córdoba, San Luis y Mendoza, aunque también de Chile, que por distintos motivos habían abandonado la “civilización” y vivían en las tolderías para escapar de la justicia o como exiliados políticos. Este era el caso sobre todo entre los ranqueles, indígenas de la etnia mapuche instalados en la llamada Pampa Seca en la segunda mitad del siglo XVIII (2.1.1.). Más al sur, sin embargo, entre las tribus del gran cacique araucano Calfucurá, indígenas llegados a las Salinas Grandes hacia 1830, predominaban los lenguaraces indígenas educados en alguna misión en Chile. Las cartas redactadas por hablantes bilingües se prestan en parte para la consideración de variedades contactuales en convivencia con otras variedades dentro del conjunto de la arquitectura de la lengua (1.1.2.). Un segundo punto de interés es que constituyen el testimonio de un momento que es producto de toda una evolución secular única e irrepetible que encontrará su culminación con la llamada “Conquista del Desierto” (18791885), la expedición militar que aseguró al estado argentino el control efectivo sobre estos territorios pampeanos y norpatagónicos, barriendo con la población indígena, al tiempo que integrando dentro de su orden político a la población criolla que vivía en situación de frontera. No carente de fundamento es el planteo de que, como si se tratara de dos caras de una misma moneda, junto al exterminio del indígena encontraría su fin también la cultura gauchesca (2.1.3.). Un tercer punto es el aprovechamiento como testimonio lingüístico de un conjunto epistolar que, aunque ha sido publicado hace ya dos décadas (Tamagnini 1995, 2011) y ha abierto numerosas líneas de análisis a historiadores y et1 “También nos escribían cartas que encontrábamos por la mañana a doscientos pasos de los puestos de vanguardia, fijadas al suelo con un palo. Estaban redactadas en un español bastante correcto por un pariente del cacique Namuncurá, educado en otros tiempos en Buenos Aires a costo del gobierno argentino. Eran unos curiosos documentos de diplomacia indígena, se libraban a consideraciones sobre política exterior e interior, nos amenazaban con Brasil, con Chile, con el general Mitre y el general Rivas, y nos explicaban hasta qué punto estaba mal elegido el momento para hacer la guerra a los caciques”. Comentario de Alfred Ébélot en su Frontera Sur, recuerdos y relatos de la Campaña del Desierto [1875-1879]. Citado en Jens Andermann 2003: 356. Álvaro Barros (1957: 80) describe por su parte a otro lenguaraz del mismo cacique: “Bernardo Namuncurá, indio ladino, educado en Chile y secretario de Calfucurá”. Algunas de estas cartas indígenas fueron recogidas en Pávez Ojeda (2008).

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nólogos, sigue incomprensiblemente ignorado por los estudiosos de la lengua (1.4.), con excepción de algunos estudios aislados sobre la función social de los lenguaraces y la peculiar situación comunicativa en que se desempeñaron. Las cartas en cuestión se encuentran en el Archivo Histórico “Fray José Luis Padrós” del Convento “San Francisco Solano” en Río Cuarto, sur de la provincia de Córdoba, ciudad donde la orden franciscana instalara su centro de acción misionera para la evangelización de las tribus ranqueles a mediados del siglo XIX. Tuvimos la dicha de tener acceso a este pequeño pero valioso archivo y tomar contacto con las epístolas originales de esta comunicación fronteriza, de las que ofrecemos algunas copias a manera de muestra como apéndice final de este estudio; las copias fueron tomadas con gentil anuencia de la directora del archivo, la Lic. Inés Farías, a quien agradecemos su predisposición y su compromiso con la conservación y divulgación del conocimiento. El trabajo de magistratura, como se dijo, consistía en un análisis de los entornos comunicativos de aproximadamente cincuenta cartas (Perna 2010); habíamos trabajado sobre una transcripción de la Lic. María Candelaria de Olmos (2001) que permanece inédita, pero de la que la autora gentilmente nos había facilitado una copia. El presente estudio, sin embargo, recibió el impulso decisivo con el conocimiento del conjunto muchísimo más amplio publicado por Marcela Tamagnini (1995, edición en línea 2002, reeditado en 2011) y al que lamentablemente no habíamos tenido acceso antes. El hallazgo de estas publicaciones sólo podía redundar en un trabajo más completo y, por supuesto, más extenso, ya que de las más de mil cartas que integran la colección del archivo y otras recogidas en otros lugares, consideramos unas cuatrocientas, además de unas veinte recogidas en Pávez Ojeda (2008), como pertinentes a nuestro objetivo de contar para el análisis lingüístico con un corpus de documentos de cierta amplitud. En el apéndice incluimos un detalle de las cartas analizadas. Se puede partir de la base de que los conocimientos de lectoescritura de los hablantes bilingües eran generalmente elementales, y que por tanto los escribas solían redactar usando como patrones y copiando de otras cartas del mismo tipo2; pero cuando se veían en la necesidad de narrar o describir algo De hecho, la práctica archivística ya era común en las tolderías de la Pampa argentina (Perna 2013). Entre el material que conformaba estos archivos se encontraban no sólo cartas recibidas y copias de las enviadas, sino también recortes de periódicos (Mansilla 1877: §40) e incluso cartas almacenadas con un fin didáctico para la redacción de misivas diplomáticas y comerciales y hasta un modelo de carta de amor (!) (Juan Guillermo Durán 2006a). 2

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carente de modelos directos, no tenían más remedio que recurrir a la lengua hablada3, lo que hace de muchos de los documentos claras muestras de una competencia escrita de cuño oral propia de autores semicultos. Lo mismo vale decir para las cartas enviadas por los pobladores rurales, de los que tampoco cabe esperar mayores niveles de escolarización (Oesterreicher 1994, 1996). Las cartas de los misioneros y las de algunas de las autoridades militares, en cambio, representaban una muestra de las variedades más cultas en estos territorios. Las cartas se ofrecían, pues, como un testimonio adecuado para la investigación no sólo de las variedades contactuales existentes en las tolderías, sino en general de las variedades lingüísticas del castellano propias de los territorios rurales y de los recientes núcleos poblacionales de frontera en formación en esos años. El planteo, nos parece, no carece de interés porque el tema era dejado generalmente de lado dando preferencia o bien a otras variedades históricas, como la época de los orígenes, o bien a otras variedades diatópicas, como el castellano en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, o diastráticas, como las lenguas de contacto producto del aluvión inmigratorio que comenzó en la segunda mitad del siglo XIX. La falta de fuentes fidedignas contribuía en no menor medida a mantener este estado de carencia de estudios. Por tal motivo se había desatendido el tratamiento de estas variedades fronterizas que jugaron un rol importante en la hispanización definitiva del territorio argentino; más aún si pensamos que el habitante rural de la Pampa, el gaucho, se considera como un símbolo identitario de la nacionalidad en Argentina, y cuando hablamos de la posibilidad de investigar con documentos históricos el habla de los habitantes de las zonas rurales de la Pampa, tales habitantes no son otra cosa que los gauchos, así como también los soldados, los trabajadores rurales y los vecinos de los pequeños poblados de los territorios fronterizos. Nuestro estudio tiene, pues, la pretensión de llenar un hueco en la historiografía lingüística de Argentina. El concepto de “frontera” es asunto de discusión en muchos artículos y publicaciones de las últimas décadas, sobre todo en el campo de la historia y 3 Esta situación en la escritura de las cartas no difiere en esencia de la descrita por Johannes Kabatek (2005: 199) para textos castellanos del Medioevo en el caso de formas lingüísticas que no se dejan reducir a fórmulas, sino que requieren del recurso a la oralidad para ser expresadas: “(...) el escriba conoce un cierto inventario de fórmulas y determinados textos concretos; de los mismos toma ciertos pasajes, mientras que para los contenidos nuevos que deben ser plasmados en la escritura debe recurrir al traslado de lo oral al medio escrito”. Para el concepto de “competencia escrita de impronta oral” véase Oesterreicher 1994.

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la etnografía. Se trata de un concepto problemático porque la palabra misma evoca en su significado común la idea de una línea geométrica que separa dos entidades claramente diferenciables: dos territorios, dos naciones, dos culturas, dos lenguas. En la realidad, sin embargo, no era este el caso, pues no se puede hablar en absoluto de una línea, representación práctica necesaria en el trabajo cartográfico, pero que no expresa la situación de estos territorios que podría ser representada más bien como una “franja”. Tal “franja” o zona de transición era un espacio de superposición, permeable a la circulación poblacional, donde la influencia del control estatal se atenuaba progresivamente hasta dar paso al “Desierto”, el “País de los indios” o los territorios de la “barbarie”, un concepto acuñado en contraposición al de “civilización”. Leonardo León y Sergio Villalobos (2004) señalan repetidamente que no se ha estudiado a estos territorios fronterizos en su singularidad e insisten en la necesidad de reconocer el carácter propio de estos territorios, que no es igual a la suma de sus partes aunque se construya en su intersección. Esta aprehensión de los autores señala otro de los problemas presentes en el concepto de frontera, más precisamente, que la existencia de un “límite” se valora en función de un centro y de un territorio del cual se constituye como margen: la definición de los márgenes remite permanentemente al centro que los define. El carácter fronterizo estaría dado por el tipo mestizo, en tanto “mosaico étnico” y espacio autónomo que engloba relaciones singulares de convivencia y que es resultado de un proceso histórico particular. El producto de este proceso es una situación que habría persistido durante siglos manteniendo a sus actores en un estado de contacto, intercambio y mestizaje cultural y lingüístico. Francisco de Solano (1991: XXIV) señala por su parte dos tendencias en la definición de la frontera en toda América: Los numerosos estudios sobre la frontera destacan su primacía como un espacio más o menos definido, precisado, en contacto con otra civilización, con otra influencia, con otros países. Pero también se conoce como frontera a los espacios de reciente ocupación, las áreas en vías de colonización.

El segundo aspecto concretiza en la definición junto al espacio físico y los procesos sociales el tercer elemento al que aludíamos, el elemento temporal: como un momento en el “proceso ocupacional hacia otros espacios”, este proceso implica la estabilización de un espacio aculturado y el subsecuente traslado de la zona fronteriza más allá. La “Conquista del Desierto” trasladará la

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frontera más allá del río Negro, sometiendo estos territorios de forma definitiva a la autoridad del estado nacional e imponiendo el castellano como lengua dominante en los mismos (1.1.1.). Si bien el mapuche o mapudungun no desaparece tras la conquista, su estatus cambia considerablemente iniciando un proceso de marginación que continúa hasta nuestros días (EXCURSUS I). Si mencionamos al gaucho y el habla gauchesca es porque, como dijimos, la investigación ha creído detectar, en los rasgos estilísticos comunes de los escritores de la llamada poesía gauchesca, el reflejo más o menos fiel de las formas y modos del habla de los habitantes en los territorios rurales de la Pampa. El tratamiento del tema, sin embargo, no es uniforme, y ha dado lugar a variedad de posturas teóricas y diferentes perspectivas a la hora de abordarlo (3.3.). Estas posiciones varían entre la aceptación, con algunas reservas técnicas referidas principalmente al desconocimiento lingüístico de los escritores, y la objeción más tajante respecto a la legitimidad del testimonio de una “imitación literaria” para la investigación dialectológica. El análisis de Eugenio Coseriu (1992b: 289ss.) abre el camino para una tercera posición que, sin descartar el testimonio de este tipo de literatura que “imita” el habla, reconduce la atención hacia la mediación de las llamadas tradiciones discursivas. Pero existen otras razones de peso para la carencia de estudios sobre el tema. Lo más sencillo o cómodo es dejar los mitos de la identidad nacional intactos y no observarlos desde una óptica histórica y materialista. El gaucho es un tipo humano que desaparece en la segunda mitad del siglo XIX tras la derrota de los últimos caudillos provinciales y con la “Conquista del Desierto”, hechos ambos que aseguraron el control efectivo sobre el territorio y la organización política definitiva del estado nacional argentino, permitiendo así la reorganización de la economía agropecuaria mediante la creación de grandes latifundios para la producción y exportación sobre todo de cereales, carnes y otras materias primas. La parcelación de la tierra en grandes latifundios con la introducción de alambrados delimitadores, el desarrollo de las líneas ferroviarias hacia el interior del país y, no por último, la incorporación de grandes masas de inmigrantes para servir de mano de obra, suponen el fin de este tipo social de corte nómade y ligado íntimamente a la vida pastoril. Neutralizado como agente político tras la derrota de los últimos caudillos provinciales y desintegradas las condiciones materiales de existencia en las que había vivido hasta entonces, el gaucho se extingue como tipo humano característico de la Pampa en un lapso de pocas décadas y deviene en peón rural o mero habitante de los territorios rurales dedicado a otras actividades

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(2.1.3.). Es entonces cuando se abre el camino para instalarlo como símbolo de la nacionalidad frente a la marea humana políglota que significaron los millones de inmigrantes europeos arribados a estos territorios entre mediados del siglo XIX y las primera décadas del siglo XX4. La literatura aportó no poco a esta construcción mitificadora, en especial a través de interpretaciones “épicas” del Martín Fierro (1872/1879), poema que relata los padecimientos e injusticias sufridos por el gaucho del mismo nombre. El período que vamos a considerar abarca los años 1860 a 1880, es decir, hasta el momento cuando comienza la llamada “Conquista del Desierto”, la campaña militar del ejército argentino que incorporará de forma definitiva 15.000 leguas de la Pampa y el norte patagónico al estado argentino, abriendo el camino para su colonización y con ello también a su hispanización lingüística. Es de destacar que, como señala Jens Lüdtke, “[s]i una lengua histórica se difunde en un espacio nuevo, cambia al mismo tiempo su arquitectura. No se traslada toda la lengua histórica, sino determinadas variedades o subconjuntos de variedades” (Lüdtke 2013: 40), ya que, al entrar en contacto con otras lenguas y otras variedades en un nuevo espacio comunicativo, el conjunto experimenta una reestructuración dando lugar a nuevas arquitecturas. Con la conquista, la situación de las variedades lingüísticas, su estructura y su valor social, se modificará radicalmente. Otro será también el estatus de las variedades contactuales de base indígena e hispana (1.1.2.). La población negra, sin ser de las más importantes numéricamente, mantenía todavía un peso específico que iría perdiendo en el futuro (3.1.1.); el desarrollo de poblados más amplios, la mayor circulación de la prensa y libros y la escuela determinarán la difusión general de la lengua estándar (2.2.2.). Tras la conquista la arquitectura de la lengua en la región se modificará considerablemente, perdiéndose el estado de lengua que estos documentos reflejan. Afortunadamente, muchas, acaso la mayoría de las variedades corrientes entonces, no hubieran hallado acceso a la escritura si no fuera por el conocimiento directo o indirecto de autores contemporáneos que dejaron su testimonio sobre el paisaje humano y cultural de la zona. Este saber se hace accesible Para dar una noción de la magnitud de la inmigración se puede mencionar algunas cifras correspondientes a la ciudad de Buenos Aires, que pasó de 85.000 habitantes en 1852 a 128.000 en 1862 y 286.000 en 1880 (María Fontanella de Weinberg 1987: 95). Gastón Gori (1986) presenta las transformaciones sociales y culturales que la inmigración trajo a la campaña, donde la inmigración no por menor cuantitativamente en comparación con la capital fue menos determinante. 4

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Introducción

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solamente espigando en los textos de la llamada “literatura de frontera” (3.1.). Por ello, uno de los núcleos de este trabajo es mostrar que el análisis de la conciencia lingüística de los hablantes tal como se manifiesta en comentarios metalingüísticos que abundan en tales textos (1.3.1.), así como el instrumentario teórico de la dialectología perceptiva, ya que no sus métodos, adecuados a la investigación de la percepción en el presente (1.3.2.), pueden ofrecer aportes de interés a la dialectología histórica, al comparar o contrastar con la información obtenida del análisis lingüístico específico de las cartas (4.2.) para obtener una imagen más precisa y completa del espacio variacional. En concreto, nos interesa el conocimiento de estas variedades que poseían los hablantes contemporáneos, ya que allí, en su conciencia lingüística, es posible encontrar información del reconocimiento e identificación de otras variedades, sus rasgos más salientes y relevantes (3.1.1.), así como sobre el estatus social y regional de algunos fenómenos lingüísticos considerados como característicos de tales variedades (3.1.2.). La percepción y valoración de otras variedades tal como se manifiestan en los comentarios metalingüísticos de hablantes contemporáneos es un complemento ideal del análisis propiamente lingüístico de las cartas, donde se puede observar la lengua en su funcionamiento, pero no obtener mayores datos de su estatus en la arquitectura lingüística ni de las actitudes que generaban en los hablantes. Así es que tanto el análisis de la literatura de frontera (3.1.) como el de la literatura gauchesca (3.3.) están destinados a enriquecer el análisis propiamente lingüístico, aportando información dialectológica y sociolingüística que no se deja ver tan claramente en el análisis de las cartas. Entre los textos de la literatura de frontera se tomó de forma separada la tarea de la traducción, particularmente la traducción de contenidos culturales específicos (saludos, insultos, etc.), que obligan a buscar las claves para su traslación a la otra lengua en las circunstancias de un acto comunicativo típico, poniendo con ello en evidencia el saber lingüístico del traductor (3.2.). Así como hablamos del peso de tradiciones textuales en la escritura de las cartas, de igual forma era necesario mencionar el peso de la reforma ortográfica chilena, que había dejado no pocas huellas en las cartas escritas por bilingües educados en Chile; por ello, antes de emprender el análisis gramatical de los documentos, dedicamos un breve punto explicativo al tema (4.1.). El análisis de los documentos sigue un orden tradicional, si bien en algunos puntos se abandona el orden por clases de palabras para concentrarse en funciones gramaticales que se cumplen en varios tipos de palabras, tales como

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la posesión, la negación, etc.; comenzamos por la fonética (vocales y consonantes) (4.2.1.), la morfología (verbal, nominal y de otras clases de palabras gramaticales), para pasar a algunas cuestiones sintácticas (4.2.2.3.) y de léxico (4.2.3.). Finalmente, cerramos con algunos breves apuntes sobre cuestiones discursivas (4.2.4.). Visto que la extensión del tema nos obligaba a un tratamiento demasiado acotado de las cuestiones discursivas y textuales y de que también la literatura de frontera, en su heterogeneidad, nos abría puertas a la consideración de otros géneros discursivos más allá del epistolar, optamos por considerar a manera de ejemplo el caso de la plegaria particularizando en las formas de tratamiento voseantes que aparecían en este diálogo con la divinidad (EXCURSUS II).

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1. LA ARQUITECTURA DE UNA LENGUA

Siguiendo el modelo de Georg von der Gabelentz, Jens Lüdtke (1999a) formulaba en un texto de carácter programático que los posibles caminos que se abren ante un historiador de la lengua al enfrentarse con su objeto son dos: Si se quiere explicar una lengua, existen dos posibilidades: explicar el funcionamiento de una lengua a través de su empleo en el discurso o explicar cómo una lengua se ha realizado históricamente (Lüdtke 1999a: 28).

Esta disyuntiva no es propiamente un problema del objeto, sino más bien del método a seguir, ya que, en definitiva, no se busca explicar el “empleo en el discurso” en sí, sino una “lengua” que se manifiesta en el uso concreto del discurso. Aunque nos basamos en los testimonios escritos para explicar una lengua, nuestro foco no está puesto en el desarrollo, sino en un corte sincrónico que pone en correlación estructuras lingüísticas y sociales situadas históricamente (Conde Silvestre 2007: 33). Más concretamente: a través de un corpus de documentos epistolares escritos en la Pampa durante la segunda mitad del siglo XIX, más exactamente entre 1860 y 1880 —un período temporal limitado donde podemos suponer una cierta uniformidad1—, pretendemos ofrecer un panorama de las variedades lingüísticas existentes en estos territorios rurales de la Pampa. La demarcación territorial que proponemos es laxa, limitada a algunos puntos sobre el mapa por donde estas cartas circularon y donde los hablantes se comunicaron y entendieron entre sí sin mayores problemas. Se trata de territorios rurales con poblaciones incipientes aunque Esta uniformidad se pierde posteriormente por cambios sociales radicales producto de la conquista militar de estos territorios y posterior traslado a distintos puntos del país de buena parte de la población indígena, así como de la radicación de inmigrantes colonos en estos territorios. Aunque sería legítimo ampliar este período en un par de décadas hacia el pasado, no podemos hacerlo por falta de fuentes adecuadas. 1

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todavía muy reducidas que servían de base para la explotación agrícola de sus inmediaciones. Avanzando hacia “Tierra Adentro” los enclaves de población lo constituían las fortificaciones militares. La línea militar había sido llevada en esos años hasta el río Quinto, tras el cual comenzaba el “Desierto”, espacio sin poblaciones estables, donde había que andar más de cien kilómetros hasta llegar a las tolderías más cercanas2. El recurso a otras fuentes históricas, a textos redactados por autores que, por diversos motivos, tuvieron un contacto más o menos intenso con los habitantes de estos territorios descritos, nos da la pauta de que si bien es aventurado hablar de un dialecto uniforme, sí resulta legítimo considerar variedades regionales y sociolectales con rasgos diferenciables de otras variedades constituidas en torno a centros culturales como Buenos Aires o Santiago de Chile. Algunos de los puntos de este “mapa” donde funcionó un espacio comunicativo, se encuentran en territorios de dominación indígena: las cartas están escritas, pues, por escribientes bilingües, es decir, personas que podían expresarse en español y mapuche o mapudungun, y que además tenían conocimiento de la técnica de la escritura para poder leer los mensajes recibidos, traducirlos a su destinatario y, finalmente, poner por escrito la respuesta que el mismo formulaba. El trabajo del escribiente era de una gran complejidad y requería un grado más o menos avanzado de conocimiento de las dos lenguas, así como de variedades y estilos de las mismas para lograr un mensaje escrito efectivo que pudiera ser entendido sin dificultad por el lector. Algunas cuestiones podían resolverse repitiendo fórmulas aprendidas de otras cartas (muchas veces repetidas hasta el automatismo), otras requerían de soluciones originales como el recurso a formas propias de la oralidad empleadas en la inmediatez comunicativa, cuando no existían modelos adecuados para un contenido nuevo. Resulta, pues, legítimo preguntarse por el carácter de estos hablantes bilingües con niveles básicos de alfabetización que servían de intermediarios entre hablantes de dos lenguas distintas. Los sacerdotes misioneros fueron sin duda, dentro de la estructura de esta sociedad, los eslabones más cultos de la misma, modelos y agentes de la hispanización lingüística, así como fueron los principales responsables de la asimiliación de los indígenas a la cultura occidental mediante su cristianización; eran conocedores del latín y de la lengua

2 Para dar una idea de las distancias, entre Río Cuarto y la actual ciudad de Santa Rosa de La Pampa hay 390 y entre Villa Mercedes (San Luis) y Victorica, cerca de Leubucó, 290 kilómetros.

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italiana, aunque no nos referimos a la lengua italiana popular, que a partir de este período y poco después portarían a estos territorios los inmigrantes de la península itálica, sino a un italiano estándar de Roma y las principales ciudades de la península. Ellos habían aprendido el español mediante diccionarios y gramáticas de circulación en la época, aunque mediante la experiencia de dos décadas de acción en el lugar se habían adaptado también a los usos y registros de los hablantes del lugar. Los habitantes de estos territorios, que en el conjunto de cartas identificamos como la población “civil”, eran mayoritariamente analfabetos y también debían recurrir en muchos casos a escribas para poder comunicarse por escrito. Las cartas dirigidas por civiles a los sacerdotes para pedir un favor, por caso, para intermediar en el rescate de un cautivo al otro lado de la frontera, traslucen también el esfuerzo por adaptar su lenguaje a un registro más culto, que corresponde a un texto escrito para dirigirse de forma cálida y cercana, como de quien pide un favor, al tiempo que respetuosa, por estar dirigida a un hombre de hábitos religiosos. Los diferentes actores y grupos sociales dibujan así, a veces con trazos gruesos, otras más sutiles, la heteroglosia de este conjunto social con características y dinámica propia. Existen grupos sociales, tales como los afrodescendientes, que no figuran en el testimonio de las cartas, aunque no por ello estaban menos presentes en la realidad, como lo demuestra su presencia a cada paso en los escritos y memorias de la soldadesca que sirvió en la frontera y dejó un testimonio escrito. Bajo la figura de negros libres y refugiados políticos, caciques e indios gauchos ladrones, misioneros cordobeses e italianos, militares de grado y “milicos de línea” —de la zona y de otras provincias del país enviados a servir militarmente mediante la “Ley de vagos y malentretenidos”, quienes hacían también las veces de colonos—, de peones rurales mestizos, gauchos rebeldes, “chinas”, cautivas y “fortineras”, pulperos cordobeses y comerciantes chilenos, proveedores del estado, políticos, damas de la sociedad de beneficencia, baquianos y lenguaraces, todos ellos toman parte de los grupos humanos que se comunicaban en esta región en español, o en la castilla, como entonces llamaban allí a la propia lengua, una lengua que si por un lado es una y la misma, pues de lo contrario no hubieran podido comunicarse, por el otro traslada a su estructura gramatical, a su fonética y al léxico, las variaciones sociales y dialectales propias de los hablantes: diferencias de tipo étnico, vinculadas a la clase social, al sexo, edad, grado de formación y profesión, así como distintos niveles de aprendizaje de la lengua en una situación de contacto.

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Todas estas variaciones socioculturales encuentran su correlato (aunque no debemos entender esto como analogía, sino como una covariación paralela) en las diferencias dialectales, de niveles de lengua y de estilo, así como en las diferencias entre lengua hablada y escrita. No es pues nuestro objeto explicar la lengua estándar o variedades en convergencia hacia estándares identificables en la actualidad (Conde Silvestre 2007: 33), sino el conjunto de estas variedades y las diferencias constitutivas del diasistema, también llamado arquitectura de la lengua, de la que nos proponemos explicitar algunos rasgos generales en primera instancia. Para seguir, haremos hincapié en el problema de la constitución de variedades de contacto surgidas de la interacción secular en esta frontera. A continuación nos ocuparemos de algunas diferencias estructurales entre escritura y oralidad, considerando además el hecho de que esta relación entre lengua indígena no escrituralizada y lengua occidental escrituralizada conduce a algunas asimetrías y diferencias etnolingüísticas a tener en cuenta. Finalmente, y dado que nuestra investigación se basa en el testimonio conservado en documentos epistolares y en escritos de contemporáneos que tuvieron distintos tipos de relación con los habitantes de la región y sus modos de hablar y comunicarse, debemos ocuparnos del problema de la conciencia lingüística que se manifiesta en la reflexión metalingüística de los hablantes sobre su propio instrumento comunicativo y el carácter de la lengua empleada por los otros con quienes se comunican. En íntima vinculación con la conciencia lingüística está el problema de la auto y la heteropercepción de los hablantes sobre estas variedades lingüísticas, percepciones que generan representaciones —que a su vez condicionarán futuras percepciones— y que influyen en las diversas actitudes, es decir, en las conductas y valoraciones observables hacia otras variedades. El último punto está dedicado a considerar brevemente la cuestión del empleo de documentos históricos en un estudio de variedades lingüísticas como el que queremos presentar. 1.1. La variación diasistémica Con Coseriu (1980, 1988) definimos como lengua histórica al conjunto de tradiciones lingüísticas unidas entre sí en una totalidad reconocida como tal, es decir, como una lengua, por sus mismos hablantes así como por los hablantes de otras lenguas mediante la asignación de un nombre propio, como por ejemplo español, araucano, etc. (v. 3.1.1.); sin embargo, tales tradiciones, pese

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a pertenecer a una misma lengua, se diferencian entre sí y solo coinciden parcialmente; es decir, una lengua histórica presenta variaciones internas, o variedades. La variación lingüística se presenta a distintos niveles: en el espacio, en los estratos sociales y según las situaciones; es decir, una lengua histórica abarca diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas y, en contrapartida, unidades sintópicas, sinstráticas y sinfásicas. Los conceptos de diferencias diatópicas y diastráticas (así como su contraparte, las unidades sintópicas y sinstráticas), fueron tomados por Eugenio Coseriu del romanista noruego Lev Flydal (1951), y empleados en un artículo presentado en un congreso en Brasil en 1958 pero publicado en Europa recién en 1981 bajo el título “Los conceptos de ‘dialecto’, ‘nivel’ y ‘estilo de lengua’ y el sentido propio de la dialectología”; en dicho artículo el lingüista rumano amplía este par añadiendo los conceptos de diferencias diafásicas y unidades sinfásicas para referirse a los estilos de lengua: A las diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas en las lenguas históricas corresponden en la contrapartida correspondiente —es decir en lo que toca a la homogeneidad, a los rasgos lingüísticos comunes—, tradiciones lingüísticas más o menos unitarias, es decir, unidades sintópicas, sinstráticas y sinfásicas. Las unidades sintópicas son aquellas, que se conocen generalmente como dialectos o variedades regionales, las unidades sinstráticas pueden ser llamadas niveles de lengua y las unidades sinfásicas, unidades de estilo (Coseriu 1980: 112).

Coseriu emplea como alternativa para variedad el concepto de lengua funcional, en tanto lengua que se realiza en cada acto lingüístico concreto y que reúne en ese acto singular un dialecto, un nivel y un estilo determinado, es decir, funciona como realización de una unidad sintópica, sinstrática y sinfásica. Al decir que variedad y lengua funcional son equiparables, están implicadas, como advierte Jens Lüdtke (1999a), diferentes perspectivas: una lengua funcional se realiza en el acto de hablar, es decir, en el discurso, mientras que al hablar de variedad, esta solo se reconoce como tal en oposición con otras variedades de la misma lengua histórica. El concepto de oposición, sin embargo, puede llevar a confusión, por lo que el lingüista rumano lo reserva para la “estructura interna” que caracteriza a una lengua funcional y es de tipo sistemático, mientras que considera a la “arquitectura de una lengua” como una especie de “estructura externa” que abarca diversas variedades de una lengua histórica, entre las que se establecen, no propiamente oposiciones, sino “correspondencias” o “equivalencias” (Coseriu 1981).

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El conjunto de lenguas funcionales o variedades constituye, pues, la arquitectura de la lengua, otro concepto tomado por Coseriu de Flydal. Lo que se toma en cuenta para el análisis de una arquitectura lingüística determinada es la delimitación de un espacio concreto (Lüdtke 1999a). Esto conlleva que, en un espacio en el que hay más de una lengua histórica, consecuentemente haya más de una arquitectura, como ocurre en el caso que nos proponemos analizar; si bien, como ya anunciamos, no nos ocuparemos de la arquitectura del mapudungun —mapuche o araucano —más allá de algunas consideraciones teóricas en el siguiente punto (1.1.2.). Aunque el concepto de dialecto puede aplicarse a toda forma de hablar más o menos homogénea, y por tanto podría emplearse también para denominar a un nivel o a un estilo de lengua, Coseriu considera aconsejable mantener este nombre tan solo para las variedades regionales, tal como se venía haciendo tradicionalmente. Se esgrimen además dos argumentos para reservar la designación de “dialecto” solo a las unidades sintópicas: el primero sostiene que un dialecto, como una lengua histórica, es un sistema lingüístico completo y autónomo mientras que un nivel o un estilo de lengua solo son sistemas parciales en coexistencia con otros niveles y estilos; el segundo argumento, relacionado con el primero, sostiene que la relación entre dialecto, nivel de lengua y estilo de lengua es incluyente: DIALECTO

→ NIVEL DE LENGUA → ESTILO DE LENGUA

Esto quiere decir que un dialecto puede funcionar como nivel de lengua, por ejemplo como marca identitaria popular frente a la lengua estándar empleada en los demás niveles, y, a su vez, un nivel de lengua puede funcionar como estilo de lengua, por ejemplo en la comunicación familiar. Lo contrario se daría solamente en el caso hipotético de una comunidad hablante con un único nivel de lengua o con un único estilo de lengua, es decir, algo solo posible como opción racional, pero no en la realidad (Coseriu 1980:112). Así las cosas, el dialecto es la forma de una lengua histórica más próxima a la lengua histórica misma, y su subdivisión más inmediata, a punto tal que es la única que como sistema completo puede evolucionar hasta independizarse y convertirse a su vez en otra lengua histórica distinta, como ocurrió, por ejemplo, con la lengua portuguesa al independizarse del gallego. Pero Coseriu lleva más allá este paralelo entre lengua histórica y dialecto y señala que:

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De la misma manera que un dialecto también puede funcionar una lengua histórica, es decir, también una lengua histórica puede funcionar en alguna (otra) comunidad lingüística como nivel de lengua o incluso como estilo de lengua, y también puede ser reducida como un dialecto a un único estilo de lengua (Coseriu 1980: 113).

Tales situaciones descritas serían rayanas a la diglosia en una comunidad. Esto se puede ver claramente en el caso del español usado en la sociedad indígena de las pampas y araucanía, que por un lado se conservaba más o menos marginalmente entre los cautivos esclavizados y entre los refugiados, quienes también lo transmitían a veces a su descendencia, y, por otro, se había convertido en lengua de la diplomacia, a tal punto que no solo servía para comunicarse con los winca, sino que no faltan cartas de los mismos caciques e indios de tribus mapuche que se comunicaban entre sí mediante correspondencia escrita en castellano3. El español era, pues, la lengua de la comunicación escrita. El tema, por supuesto, es más complejo de lo que puede parecer formulado así, porque podemos partir del supuesto de que sería más sencillo escribir en castellano que emprender la escrituralización de una lengua que no contaba entonces siquiera con un alfabeto unificado para su fonética; sin embargo, da una idea de la complejidad estructural de una lengua y sus variedades en una arquitectura lingüística, así como del hecho de que una lengua extranjera puede asumir funciones específicas en una sociedad determinada. Dejamos señalado por tanto este capítulo todavía sin escribir sobre la suerte corrida por el español en la sociedad indígena, pero que no podemos tratar aquí para no salirnos del marco propuesto. En todo caso, nuestra inquietud apunta a indagar el grado de dialectalidad o, desde otro punto de vista, a sopesar la influencia del español estándar y de las variedades rurales en los usos lingüísticos de estos escribientes bilingües, los lenguaraces, así como de las variedades del español aprendido entre los indígenas y empleado en un espacio comunicativo más amplio que abarcaba también la sociedad criolla de la frontera con la que estaban en contacto permanente. Volviendo a la argumentación de Coseriu, un dialecto posee un estatus subordinado a, o de inclusión en, una lengua histórica. Este estado de subordinación no significa que un dialecto surja dentro de la lengua histórica, sino que, aunque la preceda, se lo tome como parte de tal. Un dialecto puede existir antes de la constitución de una lengua común o paralelamente a la existencia 3

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Véase por ejemplo Pávez Ojeda 2008: 536 y Durán 2006a: 199ss.

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de una lengua común, pero es la constitución de una lengua común la que determina la ordenación subordinada de un dialecto. Al constituirse una lengua común, como es el caso del español, esta lengua común llega a albergar en su interior a el o los dialectos que le dieron origen; en el caso del español, el navarro-aragonés, el asturiano-leonés y, sobre todo, el dialecto del que surgió, el castellano, transmitiendo la impresión de que estos dialectos subordinados a la lengua común han surgido de ella y no que la preceden. Esto se entiende mejor al observar la dinámica de los tipos de dialectos, ya que esta dinámica pone en evidencia el carácter relacional del concepto. Los dialectos que preexisten o dan origen a una lengua común son los llamados dialectos primarios; la expansión más allá del territorio original de un dialecto primario ocasiona la formación de una lengua común; la diferenciación interna de esta lengua común, el español, debida a la expansión territorial en Andalucía mediante la Reconquista, y la colonización en las islas Canarias y territorios de América, origina la formación de dialectos secundarios o coloniales; así, el andaluz es un dialecto secundario de la lengua común española surgida del castellano. Cuando en los dialectos secundarios como el andaluz, el canario o la lengua de las distintas regiones de América se constituye una norma propia, una variedad ejemplar o estándar que se diferencia en sus rasgos locales de la lengua común general, por ejemplo, la norma culta de Sevilla dentro de las hablas andaluzas, diferente de la norma culta del castellano madrileño, estas variedades de la lengua común se llaman dialectos terciarios. Por supuesto, esta es una representación esquemática y simplificada que resume un desarrollo que puede durar siglos, explica sin embargo el funcionamiento de esta dinámica y el carácter relacional de estos “tipos” de dialecto4.

La existencia de una lengua común no es solo la condición para la existencia de dialectos secundarios y terciarios, sino para toda la clasificación general, ya que como señala Jens Lüdtke 2013: 52: “Los dialectos primarios pueden llamarse de esta manera, si para su consideración partimos de la actualidad. Sin embargo, cuando cambiamos nuestra perspectiva y consideramos estos dialectos antes de su subordinación a una lengua histórica, no es apropiado hablar de dialecto primario, sino más bien de unidad sintópica o, más sencillamente, de lengua”. 4

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[Cayetano Bruno 1977: 9]

Si nos concentramos en el territorio que nos va a ocupar en las siguientes páginas, ubicado en la convergencia de las distintas corrientes de colonización de la República Argentina, en la actual provincia de La Pampa, el sur de las provincias de Córdoba y San Luis y el noroeste de la provincia de Buenos Aires, podemos ver el surgimiento de una nueva variedad territorial del español en Argentina basada en la expansión del español desde Buenos Aires, Córdoba y San Luis. Estas ciudades ya han alcanzado un cierto desarrollo y en tanto capitales provinciales eran encargadas de regular administrativa, social y culturalmente la colonización de los territorios de frontera, así como de mantener las relaciones diplomáticas con las tribus indígenas que no estaban sometidas al poder del estado nacional. Tras la batalla de Pavón (1861), Buenos Aires se

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integró definitivamente en la Confederación Argentina como capital nacional y fue ganando paulatinamente peso político y cultural; Córdoba y San Luis, por su parte, eran dos importantes centros del tránsito comercial hacia Chile y el norte; Córdoba, conocida con el apelativo de “La Docta”, posee la universidad más antigua del territorio argentino, fundada en 1613 y única casa de educación superior del país durante dos siglos. Estas ciudades constituyen los centros urbanos núcleo de la expansión hacia el territorio que nos ocupa. Si nos remontamos en el tiempo y analizamos el proceso de surgimiento de estas ciudades, las mismas corresponden a tres corrientes colonizadoras diferentes: Buenos Aires a la corriente colonizadora proveniente de Paraguay con aportes directos de Ultramar y las Antillas; Córdoba a la corriente proveniente del Alto Perú y, más allá, de Lima; y San Luis a la corriente de Chile, que colonizara el territorio de Cuyo (Vidal de Battini 1949). Si mencionamos la importancia y el prestigio de estos centros es porque no podemos localizar en este momento histórico un centro que prevalezca sobre los demás. La lengua en Argentina se encuentra en un proceso de estandarización que no se terminará de definir hasta más adelante. Vidal de Battini resalta la creciente influencia de Buenos Aires y la variedad del litoral bonaerense durante el siglo XX, no en menor medida gracias a la difusión de la alfabetización, pero para el momento que la autora describe falta todavía más de setenta años. La llegada de la inmigración en masa en el último cuarto del siglo XIX y principios del XX contribuirá a complejizar aún más este cuadro incluyendo más contactos entre lenguas; pero, como ya dijimos, estamos en un momento anterior, donde se puede contar la influencia de los centros mencionados de la administración, la cultura y el comercio, y entre los que podemos contar también a Santiago de Chile, ciudad con la que se mantenía un vivo trato comercial desde ambos lados de la “frontera” pampeana. Más relevante en este momento es concentrarse en los usos lingüísticos rurales del sur de Córdoba y San Luis que proveyeron la mayor parte de los soldados-colonos de los fuertes de frontera, y de donde provienen también la mayor parte de los hablantes bilingües en los territorios indígenas que nos ocupan. Jens Lüdtke (1999a, 2005b, 2013) llama la atención sobre el hecho de que si, por una parte, es un hecho que toda expansión produce dialectos secundarios o coloniales, por otra, a menos que se trate de un territorio desierto, toda expansión va acompañada necesariamente del contacto con otras lenguas u otras variedades de la misma lengua. Para describir este fenómeno propone entonces el concepto de variedades contactuales, del cual nos ocuparemos

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más adelante. Detengámonos primero en esta idea de la expansión territorial de una lengua. 1.1.1. La expansión del español: palabras y cosas Una lengua no se expande por sí sola como si se tratara de una mancha de aceite. La expansión de la lengua, por un lado acompaña el traslado de las personas que la hablan y, por otro, acompaña la expansión de las cosas que estos usan y transportan, entendiéndose “cosas” en un sentido amplio, cultural. Una de las cosas que expanden su uso más allá de la frontera, en el seno mismo de la sociedad indígena, es el género de algodón, que mostraba mayor ductilidad para la confección de prendas de vestir que el cuero y la lana. Como veremos más adelante, al ocuparnos del concepto de región en base a los conocimientos de la producción metalúrgica, también en este caso los elementos léxicos son el emergente del trasvase de conocimientos y prácticas de un alcance más amplio en la cultura. No se trata, pues, solo de la introducción de “palabras” en la sociedad indígena o de constatar su presencia en la sociedad de frontera, sino de que estas palabras son la manifestación de elementos que afectan la cultura en general; es decir, no se trata solo del algodón y otros tipos de género occidentales que se radican en estos territorios y se vuelven cotidianos, sino sobre todo de cambios en la vestimenta y de la incorporación de nuevas herramientas y técnicas para la confección de prendas de vestir con este material: He resibido su apreciable nota fha 17 del prosimo año de la que hesido inpuesto y digo a Ud que resibí lo que le abía encargado a Ud me mandase solo quedo sintiendo el no saber lo que me cuesta la balleta y las tijeras, y el hilo y el tabaco y papel, y espero que en la primera oportunidad me anuncie su balor para mandarle haser el pago. (...) Los escapularios siempre se los encargo de su encarge de lo sayal las hebisto aserse se animan aserla me disen que no entienen hesa clase de tela pero yo boy aber modo de aser trabajar el hilo y mandarselo (...) (D 140).

En esta carta escrita por el refugiado en Leubucó, Feliciano Ayala, quien firma la misiva con su nombre pero transmite pedidos del cacique Mariano Rosas, se mencionan elementos de la vestimenta monacal, el sayal y el escapulario. Si bien se trata de prendas de vestir demasiado específicas, propias solamente del vestuario de un monje, es interesante porque se mencionan ma-

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teriales para su confección, como la balleta y el hilo, y herramientas, como las tijeras, así como también las dificultades debidas al poco conocimiento del trabajo de estos materiales: no entien(d)en hesa clase de tela. Otro refugiado, Hilarión Nicolay, no tiene en cambio este problema de confección, acaso por ser la “comadre” una cautiva, y solicita solo los materiales necesarios: Tambien le hagradesco mucho, la Camisa q’ me mando y ci tiene, como mandarme de que haser coser una Ropita, tengo una Comadre q’ me puede coser algun saco como para el fryo y una medias y un Panuelo, y me ase el Serbicio de recibirme de my familia sin mas por hagora Reciba las mas atenta concideraciones de aprecio y beso su mano (D 224).

Los indígenas solicitan en sus cartas los objetos necesarios de los que carecen de producción propia y a los que se aficionan cada vez más, pidiendo constantemente “cosas de vicios” y “cosas de vestuario”, según los hiperónimos usuales en la correspondencia. Los “vicios” son, sobre todo, yerba mate, tabaco y aguardiente. Las “cosas de vestuario”, en cambio, son menos claramente definibles por su cantidad y variedad. Un listado confeccionado por el padre Donati (D 501b) nos permite tener noticia de algunos de estos objetos cotidianos que se encontraban en las casas de la frontera y que llegaban de a poco a las tolderías sea mediante el comercio, sea mediante regalo de los misioneros o por robo durante los malones: pañete, (hilo de) bramante, hilos de distintos colores, valleta, lienzo, paño fino, pañuelos de algodón y de seda, pañuelos de reboso, velos, calzoncillos, ponchos de algodón, sombreros de felpa, zapatos, botas, etc. Estos materiales de la producción textil artesanal, y otros de tipo más ornamental o auxiliar relacionados que pueden contarse dentro de esta categoría —como diversos tipos de cuentas, añil y almidón—, iban asentándose entre las costumbres y usos cotidianos de la gente de la frontera (D 322, 331, 545a). El siguiente fragmento nos muestra una simple costumbre cotidiana, limpiarse la boca con una servilleta después de comer, como algo nuevo, al punto de que la servilleta carece de una denominación propia en lengua mapuche: Y a indicación del dueño de casa, que con impaciencia gritó varias veces: trapo! trapo! (los indios no tienen voz equivalente), unos cuantos pedazos de jénero de distintas clases y colores para que nos limpiáramos la boca (Mansilla 1877: §26).

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Como acota Mansilla, faltando una palabra propia para designar este objeto nuevo, el trozo de género usado de servilleta, se recurre a una palabra tomada como préstamo del español, trapo. Es decir que, como bien lo ha demostrado la corriente de pensamiento lingüístico “Palabras y cosas”, no podemos hablar en este caso de un simple préstamo léxico, sino que el préstamo léxico es manifestación de cambios culturales que la expansión territorial y el contacto interétnico llevan consigo5. No es irrelevante que la escena tenga lugar en la vivienda de un cacique, ya que marca el prestigio con el que prácticas culturales, objetos relacionados y, con ellos, determinadas formas lingüísticas foráneas, ingresan en la sociedad indígena para luego difundirse en los demás estratos sociales. 1.1.2. Variedades de contacto Hijo, vos vas a ser un gran hombre. Cuando seas maduro, nos vas a tener en la palma de tu mano. Nuestra suerte va a depender de vos. Sabés hablar en la lengua nuestra como si fueras indio y hablás con el papel como si hablaras con alguien. Vé lo que fue Zúñiga en Chile. Ve lo que es Baigorria aquí, quien, aunque causa risa el oirlo hablar, vale mucho para nosotros y consigue las mejores relaciones entre indios y cristianos. Santiago Avendaño

La clasificación en dialectos primarios, secundarios y terciarios que propone Coseriu ha demostrado una gran productividad para entender la dinámica dialectal histórica, pero, como señala Jens Lüdtke (1999b: 26), no agota las posibilidades de variación que ocurren en una situación de contacto como la que se presenta siempre que una lengua se expande más allá de sus límites: Prescindiendo del caso de que los hablantes de una variedad se asienten en un lugar despoblado o poco poblado, a lo largo de la expansión, como ya hemos dicho, entrarán necesariamente en contacto con hablantes de otra variedad o de otra lengua. Las variedades que entren en contacto ya no serán, después del contacto, idénticas a las variedades o lenguas antes del contacto. Por lo tanto, por medio de la situación

Se puede ver una amplia y completa síntesis de la historia, los planteos teóricos, así como algunos aspectos ideológicamente controvertidos de esta tendencia en Settekorn 2001. 5

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de contacto surgen otras variedades. Éstas siempre han sido identificadas como tales en la literatura lingüística, pero los procesos ya comprobados no han sido siempre reconocidos en su sencilla generalidad.

Según Jens Lüdtke (2013), existen numerosos estudios sobre el tema, muchos de los cuales se concentran en los fenómenos lingüísticos y gramaticales que se presentan en el contacto entre lenguas o variedades, pero a pesar de ello la terminología seguiría siendo no solo poco uniforme, sino también insuficiente para captar el fenómeno en su esencia. Para este autor, más allá de los fenómenos lingüísticos que emergen de las situaciones de contacto, tales como la interferencia, la transferencia o la convergencia de rasgos lingüísticos entre otros, fenómenos que representan más bien el “resultado” de una situación de contacto, lo realmente definitorio en tales variedades atañe a la conciencia de los hablantes de hablar una variedad determinada. Esto es así porque en primera instancia, y antes de cualquier proceso lingüístico o gramatical a que dé lugar en cada caso concreto, las variedades de contacto “se forman cada vez que un hablante de una variedad, lengua, dialecto, etc. aprende otra”; pero a continuación “el hablante mantiene o conserva rasgos de su lengua en la lengua aprendida que transmite a la próxima generación”. Así, previo a la aparición de “variedades contactuales”, se presentan “variedades de aprendizaje” que “se transforman en variedades contactuales propiamente dichas cuando las generaciones siguientes las aprenden directamente como primera lengua hablada y/o escrita” (Lüdtke 2013: 54). El mismo autor (1999b, 2005b) presenta un esquema que, en pos de una mayor sencillez expositiva, limita a dos lenguas o variedades, si bien advierte que esta es una simplificación y que naturalmente puede presentarse el caso de tres o más lenguas o variedades en una situación de contacto. El primer paso corresponde a dos lenguas o variedades, que llama A y B, y no comparten el mismo espacio ni tienen contacto entre sí:

En un segundo momento se considera que las dos lenguas comparten el mismo espacio pero son habladas por dos comunidades lingüísticas diferentes; corresponde a lo que se ha descrito normalmente como situación de diglosia, cuando A y B son dos variedades de una misma lengua o dos lenguas emparentadas, aunque esta categoría focaliza la situación de contacto y no toma

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en cuenta las variedades que surgen como producto de ese contacto (Lüdtke 2005b: 183):

Como aclara el autor (1999b: 27), la tercera fase es más compleja porque: Hablantes de A aprenden la variedad B y hablantes de B aprenden la variedad A en el caso de darse paralelamente los procesos de aprendizaje de la variedad respectiva. Pero también es posible que solo los hablantes de A aprendan la variedad B o solo los hablantes de B la variedad A. En este caso el proceso sería asimétrico. A lo largo del proceso de aprendizaje de otra lengua o de otra variedad se crea una variedad nueva. Dado que los hablantes producen, al aprender la otra lengua respectiva, interferencias o transferencias por trasladar fenómenos de su propia lengua a la otra, los hablantes de A crean, al aprender B, la variedad B’ y los hablantes de B, al aprender A, la variedad A’.

A continuación se presenta el caso más frecuente, es decir, cuando los hablantes de B aprenden A, que es la lengua dominante, produciendo la constitución de una variedad más próxima a esta:

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Mientras más estandarizada está una lengua, más notoria será para los hablantes la existencia de estas variedades y, paralelamente, la consecuente estigmatización de sus hablantes (Lüdtke 2005b: 186). La siguiente fase muestra que las variedades intermedias pueden ser más de una y se influyen entre sí. En este gráfico, no solo A y B influyen sobre B’ sino también sobre A’:

A’ y B’ son variedades de aprendizaje que en una cuarta fase pueden ser transmitidas como lengua materna a la generación siguiente. La lengua no se aprende ahora como una segunda lengua de manera reflexiva, sino como primera lengua, de manera más espontánea, o menos reflexiva (Lüdtke 2005b: 188). Los hablantes toman conciencia de las diferencias y pueden eliminar algunos rasgos diferenciales demasiado estigmatizados. Estas son razones por las que ocurre que, a partir de las siguientes generaciones que aprenden las variedades de contacto, los contornos de las variedades se desdibujan y, debido también a la influencia recíproca de las variedades, los tránsitos entre las mismas se hacen más fluidos, hasta convertirse en un continuum más que compartimentos estancos (Lüdtke 2005b: 187s.).

“Estas cuatro variedades pueden aparecer, en esta fase, o bien todas juntas o bien reducidas a una parte de ellas (por ejemplo, o bien A, B’ y B o bien B, A’ y A)” (Lüdtke 1999a: 28). A’ y B’ son variedades secundarias, pero si se han formado sobre la base de una variedad ejemplar o estándar, se trata de dialectos terciarios en la terminología de Coseriu. Lüdtke prefiere llamar a todas estas, variedades contactuales porque “es un término más general puesto que designa todas las variedades creadas mediante situaciones de contacto. Entre

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ellas pueden figurar igualmente contactos entre dialectos primarios y dialectos secundarios, y así sucesivamente” (Lüdtke 1999a: 28). En una quinta fase puede ocurrir que se elimine A o B, cuando las generaciones siguientes las dejan de lado y adoptan las variedades contactuales. El gráfico muestra el caso de la pérdida de B:

En una sexta fase se pierde también B’:

y en una última fase puede ocurrir que también se pierda A:

El modelo ha sido valorado positivamente por su aplicabilidad tanto al contacto duradero de variedades de una misma lengua como a dos lenguas distintas no unidas genéticamente en un primer momento6, abre además una puerta para la consideración de variedades que antes no eran tenidas en cuenta o lo eran solo como desviación de la lengua estándar, el “objeto normal de la descripción lingüística” (Lüdtke 2013: 58). Cabe señalar en este punto la perfecta adaptación de este modelo para explicar las fases por las que ha Radtke 2006: 2191 escribe: “Este modelo cubre las condiciones básicas tanto para el contacto de variedades en una lengua histórica como también para dos complejos de variedades de lenguas históricas que originariamente no están unidas genéticamente. El empleo del modelo se dirige a la investigación de lenguas regionales, en especial al llamado ámbito intermedio (...), es decir, la dialectología se enriquece en una dimensión de lingüística de contacto”. 6

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atravesado en estos territorios el mapuche hasta llegar a la actualidad, como tendremos ocasión de apreciar en el excursus si ponemos en perspectiva el español “mapuchizado” y otras variedades contactuales, así como la suerte corrida por el mapuche mismo como lengua B; pero en la época que nos interesa nos encontramos aún en una fase más temprana del contacto y la constitución de las variedades contactuales. En una fase más avanzada, constituyendo ya un continuum de distintas realizaciones de A’ con eliminación de B y B’, como señalara Fontanella de Weinberg (1997b), se encontraban en cambio las variedades habladas por la población de color, como tendremos ocasión de ver más adelante (3.1.1.). Como hemos señalado, el territorio en cuestión es colonizado principalmente por soldados reclutados en su mayoría de las mismas zonas rurales de Córdoba y San Luis7, aunque también de otras provincias; los mismos forman una primera variedad de contacto, dado el caso de que se pueda hablar de solo una variedad de este tipo (A’) basada en el contacto entre distintos dialectos8. Debemos también considerar el español de los misioneros franciscanos, particularmente el de los misioneros provenientes de Italia, como es el caso del padre Marcos Donati; este sería un español de contacto muy próximo a la lengua estándar, un dialecto terciario en la terminología de Coseriu, por haber sido aprendido mediante gramáticas y diccionarios, además de posteriormente en el contacto cotidiano con los hablantes de la comunidad rural. Los misioneros intervienen también en la constitución de variedades de tipo B’, ya que aprenden la lengua mapuche o araucana, de la que el ranquel es a su vez un dialecto, valiéndose de gramáticas y diccionarios redactados por hablantes no nativos que compusieron tales textos basándose en modelos occidentales, especialmente el latín, si bien su intención no era propiamente describir otra lengua por interés lingüístico sino de tipo práctico, para que fueran empleados en la evangelización. El misionero oriundo de Córdoba, Moisés Álvarez escribe: He principiado á estudiar el idioma de ellos, al fín conseguí la Gramática y Diccionario que todo es un volumen en 4° un poquito abultado. Me sirve mucho, recien

Sobre la población “cristiana” de la región entre los ríos Cuarto y Quinto puede verse Tamagnini/Pérez Zavala 2007. 8 Esta sin embargo es solo una posibilidad racional que no podemos profundizar por falta de documentaciones adecuadas. Tomamos el soldadesco lenguaje (Prado 1960: 112) antes bien como manifestación de un determinado ambiente (Coseriu 1955/56), especialmente en el léxico, que era susceptible de generalizarse y llegar a los usos de la población civil. 7

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he estudiado tres tiempos del indicativo, creo que con la ayuda de Dios y mucha constancia conseguiré dominar esta dificultad. El señor Gobernador de Mendoza me mandó una cópia de dos que me remitió de Chile el Señor Frias, el Gobernador ha hecho quedar una para un recuerdo ó como una cosa rara, por que es muy curioso (D 529).

y algunos meses después comenta sobre el mismo asunto describiendo además el contenido del libro que incluye, junto a la gramática y los diccionarios, elementos de la doctrina cristiana necesarios para la tarea evangelizadora: Me estoy quebrando la cabeza con la Gramática de la lengua, es bastante dificil, sin embargo voy estudiando y aprendiendo algo. Creo que despues de dos meses ya he de poder hablar alguna cosita con provecho. (...) Ha sido una grandísima imprudencia la del Señor Gobernador de Mendoza al hacer quedar esa cópia de las dos que nos mandó el Señor Frias de Chile; sin embargo tengo vergüenza de pedírsela, pero con vergüenza y todo lo voy á hacer, quisiera sí que Ud. tambien le escriba apoyando mi carta y exponiendo al mismo tiempo la suma necesidad que tiene de dicha Gramática. Si le escribe no le ponga la salvedad que es para copiarla, por que es un libro de 682 páginas, contiene la Gramática, Doctrina Cristiana, versos de Coro á los principales Santos Jesuítas, Pláticas, y por fin tres pequeños Diccionarios, pero muy completos, son rarísimas las palabras que no están conformes con el idioma de estos. El libro es muy curioso y merece la pena de buscarlo; así pues no me parece facil que el Señor Gobernador lo entregue, si esto no conseguiremos, y Ud. vá á Buenos Aires, busque al Señor Don Federico Barlai, quien fué cautivado por los indios de Calfucurá, hace muchos años, en el cautiverio escribió una Gramática, y cuando salió la hizo imprimir en Buenos Aires, y sé por personas que lo conocen que tiene algunas cópias (D 537)9.

9 Aunque no se nombra el autor, con toda seguridad se trata de la Gramática araucana; ó sea, Arte de la lengua general de los Indios de Chile (Lima, 1765) del jesuita catalán P. Andrés Febrés (1734-1790). El otro texto que se menciona podría ser los Usos y costumbres de los indios pampas (1856) o una versión previa del Manual ó Vocabulario de la Lengua Pampa y del estilo familiar para el uso de los jefes y oficiales del Ejército, y de las familias á cuyo cargo están los indígenas (1879) de Federico Barbará (Buenos Aires, 1828-1893). Véase respecto a esta obra Laura Kornfeld e Inés Kuguel 1995. Aunque el parecido del nombre sugiere esta posibilidad, el dato del cautiverio de su autor no excluye otras posibilidades. Consultando sobre la existencia de estas gramáticas en el archivo del convento franciscano, no se encontraron las mismas en su biblioteca. Una posible respuesta a la ausencia es que hayan sido transferidas a la orden salesiana por cambio de competencia de las ordenes misioneras tras la conquista de estos territorios a fines del siglo XIX. Véase al respecto Salomón Tarquini 2005.

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Otras variedades de contacto de tipo A’ se encuentran entre los llamados “indios cristianos” que aprendieron el español por distintas vías: escolarización en las misiones, por ser hijos de madres “cristianas” cautivas, o por haber sido ellos mismos cautivos entre los criollos, etcétera; juega además un papel importante en este caso el lugar y la variedad aprendida, dato del que se disponen pocas informaciones más allá de la mención de algún lenguaraz indígena que aprendiera el español en las misiones en Chile. El siguiente retrato de un lenguaraz que hace Lucio V. Mansilla (1877: §42) nos muestra este tipo humano mestizo y bilingüe que habla el castellano a la chilena: Mora es un hombrecito como hay muchos, de estatura regular. Un observador vulgar le creería tonto; se pierde de vista. Es gaucho como pocos, astuto, resuelto y rumbeador. (...) solo estudiando con mucha atención su fisonomía se descubre que tiene sangre de indio en las venas. Su padre era indio araucano, su madre chilena. Vino mocito con aquél a las tolderías de los ranqueles, formando parte de una caravana de comerciantes y se enamoró de una china, se enredó con ella, le gustó la vida y se quedó agregado a la tribu de Ramón. En Chile su padre había sido lenguaraz de un jefe fronterizo, peón y pulpero. Vivía entre los cristianos. (...) Habla el castellano a la chilena, perfectamente, disminuyendo lo mismo los sustantivos, que los adjetivos y los adverbios. Nunquita, me ha sucedido perderme por allicito yendo solito es como él dirá. El araucano lo conoce bien, y es uno de los lenguaraces más inteligentes que he visto (Mansilla 1877: §42).

Es tarea de la etnolingüística ofrecer una base histórica de la situación de las distintas etnias y su estatus social en estos territorios10. Lamentablemente,

La etnología histórica ha hecho grandes avances en el estudio de estas regiones, particularmente entre investigadores de Río Cuarto, Buenos Aires y Bahía Blanca en Argentina, así como estudiosos de Santiago y Temuco en Chile, entre otros. Véase al respecto Martha Bechis 2008, Pedro Gaudiano 1995, Leonardo León y Sergio Villalobos 2004, Raúl Mandrini 1984 y 2006, Jorge Pinto Rodríguez 1996, así como la colección de la revista Memoria americana – Cuadernos de etnohistoria (Univ. de Buenos Aires); sobre las relaciones diplomáticas interétnicas puede consultarse Abelardo Levaggi 2000; paralelos entre la situación de frontera con otras fronteras del imperio colonial español en América para el siglo XVIII son presentados en David Weber 2005; Ana María Rocchietti y Marcela Tamagnini 2007 trazan algunos vínculos con las investigaciones provenientes del campo de la arqueología; el tema de la población negra en Argentina se puede consultar en George Reid Andrews 1989 y 2004; sobre los problemas relacionados con el uso de las fuentes véase Maximiliano Gregorio-Cernadas 1998. Solo citamos algunos pocos ejemplos que pueden servir de guía para la amplia bibliografía específica del tema. 10

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los estudios etnohistóricos no han ido acompañados en la misma medida por la edición de fuentes confiables donde la situación comunicativa de este contacto se encuentre documentada con mayor rigor; la misma sigue siendo una tarea pendiente. Este breve panorama puede dar una idea aproximada de la complejidad de la arquitectura lingüística del español, aunque también, en similar medida, de la del araucano o mapuche en estos territorios, lengua que tenía además el estatus de lengua franca del comercio con tribus que hablaban otras variedades del mapuche u otras lenguas indígenas de otra familia de lenguas. Quienes consideren que la historia del español en estos territorios comienza tras la llamada “Conquista del Desierto”, están dejando de lado este importante capítulo que constituye la base sobre la que se asientan las variedades de una y otra lengua que sobrevendrán. Como señala Jens Lüdtke (2013: 60), las variedades contactuales de tipo A’ y B’ presentan características generales diferentes entre sí: “Normalmente, los hablantes de B que aprenden A dominan con mayor perfección el léxico que la gramática de la nueva lengua”. Pese a la escasez de fuentes que documenten este fenómeno, podemos citar las oportunas observaciones de Lucio V. Mansilla (1877: §53), quien afirmaba al oír hablar a los ranqueles que habían incorporado numeroso léxico del español: Mariano Rosas me cedió a su lenguaraz José; colocose este entre él y yo, y el parlamento empezó. (...) El lenguaraz me previno que todavía no empezaba a hablar conmigo. El cacique general tomó la palabra y habló largo rato, unas veces con templanza, otras con calor, ya bajando la voz hasta el punto de no percibirse los vocablos, ya a gritos; ora accionando, con la vista fija en tierra, ora mirando al cielo. Por momentos, cuando su elocuencia rayaba, sin duda, en lo sublime, sacudía la cabeza y estremecía el cuerpo como poseído de un ataque epiléptico. Las palabras: Presidente, Arredondo, Mansilla, yeguas, achúcar, yerba, tabaco, plata y otras castellanas que los indios no tienen, flotaban en la peroración a cada paso.

Aquí también valdría considerar el ejemplo citado más arriba de la incorporación de la palabra “trapo” entre los indígenas. Así ocurre con estas variedades dependientes de B que, manteniendo su propia gramática incorporan elementos léxicos de la lengua A, conduciendo en casos extremos a la formación de pidgins o lenguas criollas caracterizadas por su léxico europeo.

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En el caso de las variedades de tipo A’, por el contrario, la transferencia se realiza sobre la base de elementos fonéticos y gramaticales del “substrato” que se mantienen en la variedad contactual. También Mansilla (1877: §15) relata: (...) cuando fuímos acometidos por unos cuantos indios, que, lanza en ristre, y viniendo hácia mí, gritaban: winca! winca! matando! matando, winca!

Esta declaración, por supuesto, no constituye una exhortación “interna” de los indígenas, sino una amenaza dirigida al hablante de la otra lengua, Mansilla, valiéndose de los conocimientos que el grupo tenía de dicha lengua. Más adelante se añade otro ejemplo (Mansilla 1877: §16): Yo, sin moverme del sitio en que estaba, ni cambiar de postura, fruncí el ceño y clavé la mirada en el que venia haciendo cabeza, que encarándoseme y llevando la mano derecha al corazon, me dijo: Ese soy Caniupan! Capitanejo Mariano Rosas! (y volviendo á señalarse á sí propio) Ese indio guapo!! (...) Algunos indios que entendian el castellano, esclamaron á una: Ese coronel Mansilla, ese cristiano toro! Caniupan me dijo con aire imperioso: Dáme un caballo gordo para comer. Con que habias entendido la lengua? le dije. Poquito, repuso el indio, —dando caballo?

En ambas escenas se hace palpable el conocimiento del español entre indígenas y en ellas se podría atribuir acaso a la interferencia de formas propias del mapuche, rasgos tales como la unificación de los pronombres demostrativos “este” y “ese” bajo el segundo, la eliminación de la preposición “de” para construcciones genitivas, así como el reemplazo por el gerundio de las formas verbales conjugadas11, o acaso como el producto de un proceso de simplificación que el contacto ha puesto en marcha. Aunque plausible, esta explicación por supuesto es puramente especulativa; solo pretendemos mostrar una vía para 11 En los versos 581-582 del Martín Fierro se reemplaza este gerundio por un supuesto participio “Acabau cristiano / metau el lanza haste el pluma”. Otro rasgo saliente que se colige del ejemplo es la generalización del artículo masculino (Castro 2007: 52), aunque no se encuentra en otras fuentes. También se podría considerar aquí el sonido ch en achúcar, dado que el mapuche carece del fonema s, como tendremos ocasión de ver más adelante. En este caso se puede observar el intercambio entre variedades de contacto y en el ejemplo concreto la influencia del léxico de A’ sobre la variedad B’.

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aproximarnos mediante el aprovechamiento de consideraciones metalingüísticas a algunas características formales de estas variedades casi excluyentemente orales que parecen a primera vista inaccesibles por falta de documentaciones, pero que aparecen de forma a veces más directa, a veces más solapada, en textos como el de Mansilla y otros autores de la literatura de frontera. Nótese que, más adelante en el texto, Mansilla, hablante de la variedad estándar A, adopta estas supuestas formas de la “media lengua” (Manuel Prado 1960: 102) para comunicarse con el mismo indio Caniupan, y prescinde por su parte de la construcción impersonal “hay” reemplazándola por la forma de gerundio habiendo: Viendo sus caballos tan trasijados, le pregunté á Caniupan: —De dónde vienen estos? —Esos viniendo de afuera, boleando, me contestó. Eran las últimas descubiertas que regresaban, pero Caniupan no queria confesarlo. —Qué habiendo por los campos, hermano le agregué. (20)

El fragmento hace explícita la conciencia de Mansilla ante las diferencias en el español aprendido que usan los ranqueles para comunicarse (variedad de aprendizaje), y, en aras de una comunicación más efectiva, adapta su registro al de los indígenas en lo que toca a la conjugación verbal, no así sin embargo con los pronombres demostrativos12.

En una perspectiva sociolingüística, Charles Ferguson 1981 designa este fenómeno como “foreigner talk” y lo coloca en conjunto con otros “registros simplificados”, tales como el “baby talk”. Valga aclarar que Ferguson mismo hace explícita la ambigüedad del término en tanto registro simplificado que usa un hablante nativo para comunicarse con un extranjero y, a la vez, como el modo de hablar de este extranjero que carece de competencia en la lengua en la que desea comunicarse. Al hablar de discurso o registro de un extranjero, es decir, de “people who do not have full native competence (or possibly any competence at all) in one’s language”, se toma claramente la perspectiva del hablante nativo, que habla una lengua estándar y, más aun, una lengua nacional. Aunque Ferguson coloca este fenómeno en la base de la formación de pidgins, el análisis no hace justicia a todas las posibles manifestaciones de este fenómeno en la misma medida que los conceptos de “variedades de aprendizaje” y “variedades contactuales”. Después de todo, ¿no es acaso Mansilla también “extranjero” en esta situación que relata desde una posición etnocéntrica?, o más allá aún, ¿es válido manejarse con un concepto como el de “extranjería” en un territorio de “frontera”? Si nos centramos en la perspectiva de Mansilla, interesa en todo caso plantear el “análisis” implícito que Mansilla efectua de estas variedades de contacto y la selección de rasgos lingüísticos que hace para construir su propio enunciado. Volveremos sin embargo sobre el tema más adelante al ocuparnos de la conciencia lingüística y la percepción de otras lenguas y variedades (3.1.). 12

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El misionero cordobés Moisés Álvarez, el mismo que relataba sus esfuerzos por aprender la lengua indígena, se refiere al diálogo con una mujer india en los siguientes términos: Dias pasados vino á visitarme una china y entre otras cosas se le ocurrió averiguar mi estado. Me preguntó que si yó era casado ó no, que si era casado donde estaba mi señora. Le dije que los parizús como ellos dicen no se casaban (D 529).

El sacerdote, como también hiciera Mansilla, acierta a emplear en este diálogo referido la palabra corriente entre los indígenas para designar a los sacerdotes misioneros, quienes son llamados parizús, ‘padres’; es decir, el mismo cambio de perspectiva del hablante que adopta el sacerdote nos remite ahora a rasgos léxicos propios de una variedad A’, como ellos dicen. Más adelante trataremos sin embargo sobre algunos problemas teóricos y prácticos del metalenguaje y el aprovechamiento de la información metalingüística que ofrece la percepción de los hablantes sobre su propia lengua y la lengua de los otros. Valga retener aquí que no solo las variedades contactuales son múltiples, sino también los vasos comunicantes entre las mismas. 1.2. La escritura como problema Por tratarse el presente estudio de un conjunto de cartas, de las cuales una buena parte están redactadas en lugares donde se hablaba mayoritariamente otra lengua, el mapudungun o mapuche, en su variedad rankülche o ranquel, hay algunas cuestiones que resultan ineludibles y que tocan, por un lado, a los rasgos universales de la escritura y, por el otro, a las circunstancias históricas particulares en que dichas cartas fueron redactadas. Un asunto que no se puede dejar de lado, ya que nos ocupamos de variedades mayormente orales a las que buscamos acceso a través de estas cartas, son los alcances y límites de este tipo de fuentes en una investigación de dialectología histórica; es decir, en qué medida podemos esperar la presencia de elementos dialectales o propios de niveles y estilos de lengua en un medio que, por una parte sigue normas y tradiciones que le son propias, y en el que, por otra parte, los escribientes tienden a reproducir las variedades más elevadas y prestigiosas expresándose además en un estilo que ellos consideran como el más elegante y apropiado para dirigirse a un lector representante del nivel más culto, como es el caso de los sacerdotes misioneros. Como ejemplo de un género

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discursivo “elevado” que aparece en los textos de autores con diverso grado de formación escolar y distinto manejo de la escritura, analizamos en un excursus el género de la plegaria, como acto comunicativo del hombre con un ser superior, y enfocamos las formas de tratamiento implicadas en esta relación dialógica. Aquí abordaremos en primer término en el planteo de algunos rasgos universales de la escritura, para ocuparnos a continuación de la escritura en la sociedad indígena antes de arribar al problema de la oralidad en un texto escrito. 1.2.1. Algunos rasgos universales de la escritura13 Para ofrecer un principio de definición, diremos que, a diferencia de la oralidad, la escritura se desarrolla como un sistema de comunicación autónomo y emancipado del contacto directo, que además, gracias a la independización del campo mostrativo (al. Zeigfeld en Bühler 1965), permite construcciones conceptuales abstractas organizables en categorías. Mediante la escritura, pues, el poseedor de un conocimiento determinado, pongamos por caso la fundición de metales, puede transmitirlo prescindiendo del contacto directo y la presencia mutua con el receptor en una situación concreta, valiéndose para ello de conceptos escritos. Los conceptos se organizan en sistemas de conocimiento que les dan un lugar y un valor dentro de la jerarquía de saberes de una sociedad. La organización jerárquica de los conocimientos se realiza tanto en un tratado de metalurgia o en un diccionario, como en el orden temático de una biblioteca o las materias de las curricula escolares. Los modos de circulación y organización de conocimientos de que dispone la escritura difieren notoriamente de los modos de circulación y organización del saber en una sociedad de tradición oral14, en tanto la escritura propicia, por principio, la Los siguientes dos puntos contienen una versión corregida y ampliada de un capítulo de mi tesis de magistratura (Perna 2010). El tratamiento de las características generales o universales de la escritura es asunto de numerosos manuales, diccionarios y enciclopedias sobre el lenguaje, así como textos y artículos especializados. Ya que la definición de estos rasgos no presenta en su núcleo grandes variaciones en estos tratamientos, y para no agobiar al lector con una bibliografía extensa sobre un tema que es común en la lingüística, nos limitamos a mencionar como material de consulta la enciclopedia de David Crystal 1993. 14 Según Jack Goody e Ian Watt 1981: 47, junto a los elementos de la cultura material y los recursos materiales de una sociedad que se heredan, deben considerarse los modelos de acción generales —que se aprenden no solo mediante la comunicación lingüística sino también 13

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transmisión de experiencias prescindiendo de la presencia directa, como ocurre normalmente en el caso del conocimiento que se transmite en el ejercicio de un oficio cotidiano: la práctica de la metalurgia en el taller de un herrero, con sus expertos, aprendices, y todo un abanico de relaciones propias de variado tipo (colegas, clientes, proveedores, etc.). La constitución de los diversos universos de discurso, uno de los entornos del hablar que identifica Coseriu (1955/56, Álvarez Castro 2006), es una consecuencia directa de la jerarquización de los saberes que permite la escritura. Decidir si un texto refiere al mundo real mediante una perspectiva cotidiana, o bien siguiendo criterios científicos, si remite a un mundo posible o ficticio, o si influye modalmente sobre el actuar en el mundo, es una condición básica que subyace a cada texto y hace explícito al receptor el modo de procesar y organizar la información que el texto transmite: un texto que informa ateniéndose al rigor científico sobre la fundición de metales, un relato imaginario con animales que hablan o un tratado de moral y buenas costumbres encontrarán en el saber social lugares distintos para ser conservados, del mismo modo que encuentran en una biblioteca lugares diferentes para ser almacenados. Cuando hablamos de la escritura lo hacemos en un sentido amplio, considerando también otras formas de representación gráfica, tal el caso de la numeración, y los géneros de que forman parte. La confección de remitos y recibos comerciales, por dar un ejemplo, entra en esta caracterización, porque los mismos comparten otra característica básica de la escritura, i. e. la posibilidad de comparar lo escrito con la realidad o con lo escrito en otros textos. En algunas cartas firmadas por los caciques esto se hace patente. Mariano Rosas es consciente de esta posibilidad que ofrece la escritura: Y tambien le suplico qe. bea con rrespeto alas lleguas qe. me anmandado ultimamente mi comisionado me dise quememandaban tres cientas pero que él no las arrecibido por cuenta y qué al dia ciguiente cuando las acontado anotado una gran falta, y luego que en el oficio que medirije el Sor. Comte. no me asina el numero de lleguas queme rremite en esto me ase comosea malicia, ho almenos qe. haiga equibocacion (D 284).

mediante imitación—, las representaciones espacio-temporales de una cultura, así como sus aspiraciones y objetivos generales como comunidad, es decir, todo aquello que forma parte de la “concepción de mundo” de una sociedad.

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También el cacique Cafulcurá solicita en una carta al presidente Bartolomé Mitre detallar por escrito lo que se le envía para evitar robos, esta vez de sus propios “comisionados”: Yo no sé si estos dos usaron de picardia conmigo; se perdieron siete prendas de plata, freno, espada, estribo, chapeado, el pretal, el rebenque, fiador; se perdieron siete mantas, un poncho de paño. Todas estas prendas que le digo de ellas, no recibí ninguna cosa. De esto sin duda, estos se quedarían con todo. Cuando me mande mándeme por escrito lo que me manda (Pávez Ojeda 2008: 378).

El papel (u otros soportes materiales) del texto aseguran su permanencia frente a la transitoriedad y carácter efímero del mensaje oral. La permanencia del texto en su soporte material crea nuevas formas de conservación que deplazan a la memoria humana reemplazándola por otras formas de almacenamiento (archivos, bibliotecas y otros). Otro rasgo central es la objetividad de la escritura, que es consecuencia de que el texto escrito se libere de la “linearidad” organizativa del lenguaje hablado, permitiendo una percepción como conjunto que no es posible en el habla. En pocas palabras, se pueden suponer cuatro propiedades generales y universales que presenta la escritura y son a su vez interdependientes entre sí: • • • •

permanencia por su soporte material, objetividad, prescindibilidad del contacto directo y comparabilidad con la realidad o con otros textos.

Estas propiedades tienen consecuencias prácticas inmediatas y directas que hemos intentado describir a grandes rasgos en este punto, así como consecuencias mediatas que calan en la organización interna de una cultura. 1.2.2. La escritura en la sociedad indígena15 La escritura introduce en la sociedad indígena mapuche no solo un elemento cultural hasta ese momento desconocido o, al menos, culturalmente de poca Perna 2010. Véase también Perna 2013, en el que el mismo tema sirve de base para un artículo que sin embargo focaliza más los cambios culturales en la sociedad ranquel. 15

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relevancia, sino también una nueva especialización y división del trabajo que van de la mano con una jerarquización de los agentes bilingües que poseen la técnica de la lectoescritura, los llamados secretarios escribas, o lenguaraces en un sentido amplio. Es decir, los factores que anteriormente determinaban la división social del trabajo en la sociedad indígena, tales como género, edad, jerarquía social, etc., no pesan mayormente sobre este nuevo elemento, sino que, al contrario, la introducción de la lectoescritura como habilidad va acompañada de una nueva lógica determinante de la división del trabajo que se basa en el conocimiento, es decir en este caso, en la posesión de una habilidad determinada, y se integra como elemento constitutivo de nuevas elites sociales16. Desde luego, la adquisición de esta habilidad está regulada por la sociedad “cristiana” (v. 2.2.2.). La técnica de la lectoescritura no es, sin embargo, el único ni el primer elemento que el contacto cultural introdujo en las sociedades indígenas de los territorios pampeanos, sino que existen también otros elementos que por otras vías se incorporan al corazón de una cultura. Las sociedades indígenas independientes habían sido capaces en el pasado de incorporar otros elementos de la cultura material española obteniendo ventajas de los mismos, como ocurrió con la introducción del caballo: Con la llegada de los españoles, Pampas y Patagones se convirtieron en cazadores de ganado vacuno y caballar, sus sociedades fueron transformadas de manera tal que los hicieron, al igual que los Araucanos, guerreros más formidables. Los caballos incrementaron su rango, facilitaron la consolidación de pequeños grupos familiares en grandes bandas y tribus, y esto hizo posible que sus líderes comandaran fuerzas mayores que nunca antes. Los caballos, el ganado vacuno y las ovejas proporcionaron un suministro constante de proteínas y un enriquecimiento de la dieta que probablemente haya contribuido a un aumento de la población de estos nativos que anteriormente cazaban guanacos y ñandúes a pie.17 16 En qué medida la incorporación de un elemento nuevo como la escritura modifica la estructura social anterior y se integra en ella es asunto de discusión teórica. Véase junto a los textos de Goody 1990, Goody y Watts 1987, también Messick 1983, que plantea el caso de una sociedad donde la lengua de la escritura es la misma que la hablada y no una lengua extranjera. Para una síntesis de estos planteos que discurren sobre las modificaciones culturales que la incorporación de la técnica de la escritura en una sociedad sin escritura lleva consigo, puede verse Perna 2013. 17 Apud David Weber 2005: 64. En los siguientes párrafos seguimos también el análisis de Weber, en especial sus planteamientos sobre la llamada “horse culture” o también “horse complex”. Véase en particular sobre las culturas pampas y araucanas las págs. 54, 79, 81. También sobre el tema se puede consultar Carlos Martínez Sarasola 1992: 125ss. y 236-237.

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Elementos como el caballo o la escritura representan en su núcleo reformas sociales y culturales tan radicales que, en concepto de David Weber (2005: 54), colocan a una cultura frente a una “way of extinction or reinvention”. La introducción del caballo provocó en este sentido una auténtica “reinvención” de las sociedades araucana y pampa, en tanto la cultura indígena supo tornar a su favor este elemento nuevo aprovechando sus ventajas y fortaleciendo su independencia. Los cambios que introdujo la escritura, sin embargo, son de distinta índole, y no habían alcanzado aún una etapa de estabilización completa cuando sobrevino la conquista militar de estos territorios. Julio Vezub (2006: 305) expone las reformas sociales en la sociedad indígena que la escritura traía aparejadas en los siguientes términos: La disponibilidad de capital humano capaz de ejercitar la lecto-escritura estaba en relación directa con la cristalización del poder. La política, el comercio y el control de la información compusieron un tríptico en las sociedades de frontera del

Aunque el caballo había inducido una mayor homogeneidad cultural y centralización política, en especial en tiempos de guerra cuando la necesidad de unidad confería a los caciques araucanos mayor poder de coerción, la estructura demográfica de las tribus pampeanas y araucanas seguía siendo de gran dispersión. El clima semiárido del territorio de la pampa seca ponía una barrera natural a una mayor densidad demográfica obligando a mantener cierta distancia entre una toldería y la otra para disponer de las pasturas suficientes para el ganado, la base de su economía. Es decir, la cría del caballo no solamente no modificó mayormente este orden demográfico de relativa dispersión, sino que, al contrario, en ocasiones lo intensificó. David Weber llama a esta estructura social “residential decentralization and political centralization”. Una gran diferencia consistía en que los caciques poseían ahora poder para reunir una mayor cantidad de guerreros para la defensa en caso de un ataque español, o para organizar un “malón” a territorios cristianos con el fin de obtener ganado. En tiempos de paz, sin embargo, su autoridad seguía siendo limitada, y la sociedad seguía estando organizada sobre todo en núcleos tribales y familiares dispersos, ya que ahora esta “cultura ecuestre” dependía en mayor medida de la existencia de agua y pasturas suficientes para el ganado. Tal organización social no solo dificultaba a los españoles localizar un centro definido contra el cual dirigir sus operaciones militares o, simplemente, con el cual negociar de manera directa, sino también hacía a los grupos indígenas menos vulnerables ante los virus y enfermedades que diezmaron las grandes sociedades indígenas sedentarias de las altiplanicies americanas. El ganado equino, bovino y ovino introduciría además profundas modificaciones en la organización económica de la sociedad indígena, reemplazando “su original patrón agricultor y pastor por el de cazador” (Martínez Sarasola 1992: 132). El agotamiento del ganado cimarrón y las necesidades de expansión territorial de los productores agropecuarios de la Pampa conduciría en los siglos XVIII y XIX a una creciente competencia por los recursos naturales y, consecuentemente, a un aumento de la conflictividad entre cristianos e indígenas en los territorios pampeanos.

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siglo XIX. La práctica de la escritura ordenó y disciplinó a las elites de los toldos, e introdujo lógicas estatales. Desde la perspectiva de los caciques, los amanuenses fueron indispensables para la gestión exitosa de las raciones, y para cualquier otro entendimiento político o económico, ya fuera con indígenas o con cristianos.

Esta habilidad, como dijimos, era desempeñada por los llamados “lenguaraces” y “secretarios”. Dadas las diferencias idiomáticas entre indios y “cristianos”, los lenguaraces eran individuos bilingües que actuaban como intermediarios entre las dos sociedades y etnias, sea para la comunicación oral, sea para la escrita. Hacia el interior de la sociedad indígena, contar con intérpretes y lenguaraces como sus “secretarios” permitió a los caciques, además de asegurar su situación como “nodo informático” (Bechis 2008: 292ss.), monopolizar las relaciones con los cristianos y, en consecuencia, tener control también sobre los beneficios materiales, políticos y estratégicos que dichas relaciones devengaran. Las “raciones” y “regalos” que los cristianos entregaban a los indígenas, llegaban a estos, pues, por intermedio de sus caciques, quienes de este modo fortalecían su posición de poder en la sociedad indígena. La cultura araucana, a diferencia de la española, no se basaba en la acumulación de bienes y valores, sino en una circulación diferente de los mismos que creaba vínculos particulares entre dadores y receptores de los mismos. El “regalo” jugaba un rol cultural de consideración en tanto: La concesión de regalos, la cual incrementaba el estatus del donante, a menudo establecía una alianza o una relación familiar, un “parentesco ficticio”, y la recepción de los regalos venía acompañada con una obligación de reciprocidad, al igual que entre ‘familiares’ (Weber 2005: 191).

El cacique que era “generoso” distribuyendo entre sus subordinados en la tribu, se aseguraba la “gratitud” de sus indios creando de esta manera un vínculo de reciprocidad que obligaba a los receptores a devolver este regalo con que se los honraba, fuera en forma de otros objetos materiales, en alguna forma de homenaje que expresara gratitud, o quedando simplemente obligado a prestar asistencia militar al cacique cuando este lo requiriese. Es en este entorno cultural, pues, que debe entenderse la palabra racionar en boca del cacique Mariano Rosas:

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Mi padre Mi solisitud ante el Presidente es pidiendole me aumente mil lleguas mas; entonces podre reunir todos los yndios qe. estan bibiendo por los Campos y racionarlos (D 412). También le pido al General quinientas lleguas por lo pronto para darles a estos yndios gauchos y desirles que esto es del trabago que estoy asiendo para que bibamos en paz y suplico a Vd. que (...) me las den por que de otro modo como podre sugetar estos gauchos (D 219).

Disponiendo de mayores raciones, el cacique podía “sujetar a los indios gauchos”, y de esta forma fortalecer su posición de intermediario e interlocutor válido en las relaciones con los cristianos, quitando legitimidad al mismo tiempo a otros indígenas que no se sometían a su autoridad. Una denominación común a uno y otro lado de la frontera reservada para los individuos renuentes a la autoridad es, pues, la de “gaucho”. Lucio V. Mansilla (1877: §11) menciona lo que los indios llaman indio gaucho, sugiriendo con este comentario metalingüístico que la denominación no era usual para él o para sus lectores en Buenos Aires, sino típica de otro entorno regional (Coseriu 1955/56, 1967). A la orilla de ellos [los montes del cuero] vivia el indio Blanco, que no es ni cacique, ni capitanejo, sino lo que los indios llaman indio gaucho. Es decir, un indio sin ley ni sujecion á nadie, á ningún cacique mayor, ni menos á ningún capitanejo; que campea por sus respetos; que es aliado unas veces de los otros, otras enemigo; que unas veces anda á monte, que otras se arrima á la toldería de un cacique; que unas anda por los campos maloqueando, invadiendo, meses enteros seguidos; otras por Chile comerciando, como ha sucedido últimamente.

Nótese sin embargo que la designación indio gaucho no difiere en su sentido de la otorgada por los sacerdotes misioneros en una de las cartas, que adoptan la perspectiva indígena y usan la designación “indio gaucho” precisamente para designar a todo individuo que no se sometiese a la autoridad del cacique: Mariano con sus cartas anatemiza a los Yndios gauchos, pero entre tanto nada les hace (D 483).La misma designación con igual sentido se emplea también en el texto del Tratado de Paz (D 259), esta vez con el calificativo adicional de ladrones. En el Acuerdo, el gobierno se compromete por su parte a prestar su apoyo a los dos caciques para que logren su control y sumisión, quitándole sus bienes y entregándolos a los Indios pobres y honrados que responden a su autoridad:

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Mariano y Baigorria se obligan a perseguir a los Indios Gauchos ladrones quitándoles sus bienes y repartiéndolos a los Indios pobres y honrados que observan con fidelidad estos tratados de Paz y al efecto el Gobierno Nacional les prestará todo su apoyo.

Por supuesto, como hemos visto, los caciques no piensan en “perseguir”, sino que siguen sus propias estrategias de persuasión y centralización de poder mediante las “raciones” para lograr la subordinación de indígenas que engrosen su tribu o respondan a su autoridad, o bien para tejer alianzas con caciques de otras tribus. Los ejemplos muestran que esta no es una designación exclusivamente propia de los indios, como afirmara Lucio V. Mansilla, sino que era empleada con similar sentido por indígenas y cristianos en esta comunicación de frontera18. El comentario de Mansilla debe ser interpretado, entonces, como una explicación que resulta necesaria para un lector en Buenos Aires, no como una diferencia designativa entre indígenas y cristianos en esta frontera. La entrega de “regalos” acordes a la jerarquía de quien los recibía, cumplía además otras funciones simbólicas, cimentando el carácter “personal” de la relación entre dador y receptor. Las relaciones personales tenían una configuración distinta en la sociedad indígena que en la cristiana. Silvia Ratto (2007) menciona que de los más de veinte años de gobierno de Juan Manuel de Rosas —época de predominio del llamado “Negocio Pacífico” con las parcialidades indígenas, en la que se tejió y se mantuvo “una complicada y extensa red de relaciones” de cierta estabilidad hasta su caída en 1852—, no quedan casi tratados o acuerdos de paz u otro tipo destinados a regular las relaciones entre blancos e indios. A partir de esa fecha, sin embargo, la firma de tratados y la comunicación epistolar se tornan cada vez más frecuentes, acompañando los vaivenes de la vida institucional de la República Argentina por una parte, así como los cambios de las autoridades militares de frontera, y las modificaciones de la autoridad entre los indígenas, por ejemplo por fallecimiento de un cacique, por otra parte, como se puede apreciar en una

18 Una construcción discursiva similar a “indios gauchos ladrones“/“indios pobres honrados” se da en el texto del Tratado entre “desertores y criminales que se refugian en Tierra Adentro” y “cristianos refugiados en Tierra Adentro”, siendo la sumisión y sometimiento a la autoridad la delgada línea que separa a una y otra categoría, categorías que, en otro universo de discurso, eran pasibles además de convertirse en auténticas figuras jurídicas. El destino de servicio militar que esperaba a muchos de los “refugiados” que regresaban a la civilización puede leerse en el D 451.

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carta de Epumer Rosas (D 769) y otra de Namuncurá (D 832) dirigidas al misionero Marcos Donati para gestionar su intermediación y presentarse como nuevos interlocutores. La realidad es que hasta 1853 no se conservaron tales documentos, porque sencillamente casi no los hubo, no al menos en forma escrita19. Tal carencia fue interpretada por algunos historiadores como otra “astucia” del gobernador bonaerense, que eludía así atarse a compromisos escritos (Pávez Ojeda 2008: 57). Rosas, estanciero de territorios de frontera crecido en el contacto directo con las tribus indígenas y profundo conocedor de sus perfiles culturales20, sabía que no precisaba de acuerdos escritos para lograr su objetivo de mantener relaciones pacíficas con las parcialidades indígenas y al mismo tiempo expandir la cantidad de tierras aprovechables para el pastoreo de ganado. Los indígenas depositaban entonces mayor confianza en las relaciones interpersonales y en la palabra dada que en un texto escrito en una lengua que no era la propia: La explicación se encuentra en el conocimiento que el gobernador tenía sobre las prácticas diplomáticas de estos grupos indígenas, basadas en una tradición oral y ágrafa en donde valía mucho más la palabra empeñada que un papel escrito en una lengua desconocida. De ahí que Rosas hiciera mayor hincapié en mantener largos parlamentos con los indígenas donde se repetían varias veces los puntos que se buscaba acordar, adoptando bastante fielmente las prácticas diplomáticas indígenas (Ratto 2007: 103s.).

Los acuerdos más estables y duraderos en la frontera se basaron, por cierto, en relaciones personales de amistad, compadrazgo, etc., y el simple cambio de un jefe de frontera que había sido interlocutor de confianza durante largo tiempo, alcanzaba para dejar prácticamente en la nada años de negociaciones; por ello también la preocupación permanente que se manifiesta en el relato de Mansilla y en las cartas de los misioneros y militares, por construir con rasgos Para una historia de las relaciones entre indios y cristianos y de los tratados firmados desde la época de la colonia, véase Levaggi 2000. 20 Una obra que practicamente no ha encontrado lugar ni en la historia de la lengua ni en la historia de la literatura en Argentina es, curiosamente, la Gramática y diccionario de la lengua pampa [1825], de Juan Manuel de Rosas, uno de los primeros esfuerzos por incorporar sistemáticamente a los conocimientos de la cultura criolla la lengua y cultura de los indígenas de la Pampa. La obra es incluso ignorada en trabajos específicos sobre el tema como el de Irma Bernal 1997. Un análisis de este texto en una perspectiva lexicográfica se encuentra en Laura Kornfeld e Inés Kuguel 1995. 19

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personales una entidad abstracta como el Gobierno que garantice la continuidad de lo acordado más allá de los cambios en el personal que lo representa: Debes ser siempre leal y buen amigo del Gobierno, tener confianza en él y servirle bien, porque él recompensa á todos los que se conducen bien con él (Carta del Ministro Martín de Gainza D 309).

La caída de Rosas y los esfuerzos por definir el estado nacional que siguen a la constitución nacional sancionada en 1853 acompañarán un quiebre en el tipo de relación con las sociedades indígenas que había tenido lugar hasta entonces, conocido como el “negocio pacífico”. La comunicación diplomática epistolar se intensificará cada vez más, al igual que se multiplicarán los tratados de paz. En congruencia con esta situación, las secretarías de los distintos cacicazgos de la Pampa y la Araucanía acrecentarán su poder y pasarán a formar parte estable del gobierno y administración de la sociedad indígena, otorgando a la escritura un rango cada vez más encumbrado en su organización social. 1.2.3. La oralidad en el texto escrito El tema de la escritura y su relación con la oralidad interesa en este estudio en dos sentidos. El primero tiene que ver con el hecho de que, por tratarse su objeto del estudio de variedades históricas, no poseemos ningún acceso directo a las mismas sino a través de los testimonios escritos conservados. Una pregunta obligada es, pues, sobre las posibilidades, y también los límites, que nos ofrece un texto escrito en el pasado para acceder a variedades orales contemporáneas. La segunda cuestión se refiere a la naturaleza propia de la escritura y al hecho de que en la arquitectura de una lengua no solo se establecen diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas, sino que entre las diferencias diasistémicas un lugar especial lo ocupan las variedades escritas y orales. Un error en el que han caído en el pasado muchos investigadores de la lengua, es ver a la escritura como simple reflejo de la lengua “verdadera”, es decir, de la lengua hablada. En realidad la oralidad y la escritura siguen tradiciones propias y poseen características claramente diferenciadas que tienen que ver, en principio, con el medio material del que se valen: gráfico o fónico. En segunda instancia se presenta la concepción. Seguimos en esta diferenciación los planteos de Wulf Oesterreicher (1994), quien hace hincapié en la necesidad de no confundir el medio, que se presenta como una tajante dicotomía

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entre “fónico/ gráfico” y la concepción, que es un continuum o escala entre los polos ideales, que se identifican a grandes rasgos con el habla y la escritura, aunque son más abarcativos. El autor acuña para estos dos polos la denominación de lenguaje de la proximidad y lenguaje de la distancia. Entre estos dos polos, también caracterizados como “formal” e “informal”, existen múltiples realizaciones híbridas o intermedias que reflejan algunos aspectos de los dos extremos “ideales”; por ejemplo, textos orales altamente formales, géneros escritos en lenguaje coloquial, etc. Aunque esta diferencia es “universal”21, los textos que responden a un “ideal de escrituralidad” y recogen el lenguaje de la distancia también siguen el modelo de tradiciones textuales corrientes en la época y cumplen en su estructura, estilo y léxico con normas del género discursivo que han adoptado; esto se refleja en una serie de características pragmáticas generales (Crystal 1993, Oesterreicher 1994), a saber: — mayoritariamente expresan la intención y los propósitos del autor con claridad, ya que, a diferencia de la oralidad está excluida la posibilidad de correcciones y ampliaciones explicativas posteriores; — disminuye el número de elementos sobreentendidos, ya que quien escribe no siempre conoce con exactitud el destinatario (que puede ser también múltiple), ni puede valorar cabalmente los conocimientos compartidos con el mismo, por lo que el texto está obligado a ser más explícito; — la sucesión de ideas y la valoración de la información expuesta se aprecia claramente en la disposición u organización del texto, también en el uso de los signos de puntuación; — los personajes, lugares y hechos se presentan referenciados de tal forma que el oyente o lector los puede identificar con facilidad; — en cuanto a las relaciones temporales, locales y personales (deixis) el espacio textual está estructurado coherentemente, el texto reemplaza los entornos dependientes de la situación y la copresencia de emisor y receptor en la comunicación oral (Coseriu 1955/56); — elementos que en la comunicación oral desempeñan un papel como la gestualidad, tono de voz, elementos prosódicos, etc., deben ser reemplazados por signos gráficos (comas, subrayados, paréntesis, uso de mayúsculas, 21 Siguiendo a Coseriu, quien incluía estas categorías entre las diferencias diafásicas, Wulf Oesterreicher 1988 corrige sin embargo el modelo del lingüista rumano y expone la necesidad de considerar a la diferencia entre escritura y oralidad, las llamadas diferencias diamésicas, como una diferenciación más junto a las diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas.

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signos de admiración e interrogación, color, etc.); para otros elementos propios de la escritura, en cambio, no hay una contraparte (mapas, esquemas, diagramas, fórmulas matemáticas, etc.) y solo pueden reproducirse oralmente mediante extensas y complejas paráfrasis; — los textos cuentan con una planificación más intensa, lo que favorece una expresión de gran densidad informativa. A nivel sintáctico se observa: — estricta observancia de la integridad de la oración; — corrección gramatical; — los textos se orientan hacia una sintaxis de carácter integrativo por su esfuerzo por expresarse mediante oraciones complejas y cláusulas compuestas. A nivel semántico se presenta: — mayor variación lexemática, uso de sinónimos, hiperónimos e hipónimos; — mayor precisión referencial; — preferencia por procedimientos verbales neutros, por sobre usos expresivos o afectivos comunes en la lengua hablada (diminutivos, aumentativos, repeticiones, etc.); — prescindencia de expresiones marcadamente dialectales o coloquiales, o estilísticamente bajas, como el lenguaje obsceno, que cuentan con mayor permisividad en el habla cotidiana. En resumidas cuentas, este tipo de textos escritos tiene presente el estándar lingüístico de su región y la norma dada en la lengua correspondiente (lengua ejemplar) en mayor medida respecto a la fonética o, mejor dicho, la ortografía, así como la morfología, la sintaxis y el vocabulario, que la lengua hablada. Las características del lenguaje de la proximidad —que, como se ha visto, no necesariamente coincide con la oralidad aunque este sea su medio principal—, se deducen por oposición a los rasgos enumerados y son resultado de una mayor espontaneidad en el acto comunicativo (frente a la mayor planificación de la escritura en general), de la posibilidad de valerse del contexto o los entornos (Coseriu 1955/56, 1967) frente a la escritura que debe prescindir de los elementos situacionales y reemplazarlos mediante recursos

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propios (por ejemplo, uso léxico diferenciado, particularmente de los deícticos), mayor permisividad en la corrección y completud de las construcciones sintácticas siempre que no choquen contra la comprensibilidad del mensaje, menor variación léxica (repeticiones, uso de palabras comodín como “cosa”, “hacer”, etc.), menor precisión referencial, procedimientos verbales cargados de afectividad (diminutivos, aumentativos, etc.) y otros. Estas diferenciaciones tienen consecuencias metodológicas importantes que tienen que ver, antes que nada, con la necesidad de no confundir el medio físico y la concepción, ya que, aunque el lenguaje de la proximidad suela identificarse con la oralidad y en el lenguaje de la distancia prevalezca el medio de la escritura, no existe una identidad completa entre ambos tipos de lengua. En segundo término, como advertimos más arriba, no se debe partir de la idea de que la escritura es un trasunto de la oralidad, aun cuando en algún caso pueda ser así. La escritura y la oralidad son medios diferentes con lógicas y estructuras internas propias, y la escritura no puede ser considerada simplemente como “acto de lenguaje transcrito” (Crystal 1993: 177), por lo que se hace necesario “trascender la dependencia del medio escrito con respecto al oral” (Conde Silvestre 2007: 44) y al mismo tiempo reconocer el grado de autonomía que corresponde a ambos tipos de variedades según su estructura y según las situaciones en las que se recurre a uno u otro. Aunque en la escritura se reconoce un mayor peso de la norma —y esto es así después de todo porque la ortografía y la gramática normativa se han elaborado sobre la base de textos escritos—, se debe reconocer que, por un lado, y como vimos en la conformación de dialectos terciarios, existen normas de tipo local y de alcance más limitado, y por otro lado, normas que solo corresponden a la escritura misma —el uso correcto de la por ejemplo—, o a determinados géneros o tradiciones discursivas. Verbi gratia, una expresión como “érase una vez” difícilmente se encuentre en algún otro contexto que no sea el de la narración de una fábula o cuento infantil y, dado el caso de encontrarse en otro contexto, muy probablemente fue empleado por el autor a modo de juego intertextual para remitir al género de la fábula infantil como entorno de este universo discursivo. Uno de los problemas que se nos planteaban era el de que la escritura manifiesta no solo rasgos de la lengua estándar local o, al menos, un esfuerzo por aproximarse a la lengua ejemplar, sino también elementos dialectales en el caso de autores con pocos conocimientos de las normas de escritura correcta, así como la presencia de elementos que corresponden a un determinado género

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discursivo y nada más que a ese género, como pueden ser algunas fórmulas de tratamiento y saludo en la comunicación epistolar. En resumidas cuentas, la escritura manifiesta un grado de variabilidad interna que también debe ser tenido en cuenta a la hora del análisis. Es decir, la variabilidad no es patrimonio exclusivo de la oralidad. Por otra parte, ambas realizaciones del lenguaje se influyen una a otra en su existencia cotidiana: no solo tiene lugar el ingreso, y la aceptación, de formas orales en la lengua escrita, sino que también la escritura por su parte ofrece como modelo formas consideradas más “elegantes”, así como es la más frecuente puerta de ingreso para prestamos léxicos de lenguas extranjeras o bien, de formas que son usuales solamente en lenguajes especializados y se difunden en la lengua común en el habla cotidiana; elementos de la formación de palabras de uso exclusivamente culto pueden pasar a la lengua hablada y popularizarse; elementos arcaizantes ya caídos en desuso en el habla se conservan vitales en la escritura, etc. 1.3. El saber lingüístico de los hablantes No pocos lingüistas han llegado a la conclusión de que la investigación científica del lenguaje no puede tener un mejor punto de partida que el conocimiento de los hablantes sobre su propio instrumento de comunicación (Casado Velarde 2006). Brigitte Schlieben-Lange (1975: 189ss.) remonta las primeras reflexiones sobre el tenor del saber lingüístico de los hablantes al ámbito específico de la filosofía del lenguaje y a las discusiones entre platónicos y aristotélicos dentro de la filosofía escolástica medieval, quienes ya veían la necesidad de distinguir entre una suppositio materialis o uso metalingüístico —“homo est nomen”— y una suppositio formalis o uso del lenguaje como lenguaje objeto —“ille homo currit”—. El tema de la reflexividad del lenguaje se vio diluido durante los siglos siguientes en el problema de la conciencia y no volvió a ser retomado de forma directa hasta el siglo XX, cuando se presentan dos tendencias antagónicas: una de tipo lógico, encarnada en autores como Rudolf Carnap o Bertrand Russell, que separa claramente ambos usos, y otra dentro de la hermenéutica, con Hans-Georg Gadamer como representante más eminente, que ve este fenómeno como parte del lenguaje cotidiano y postula la posibilidad de entender e interpretar como una consecuencia de la estructura reflexiva de la lengua. Un lugar intermedio entre ambas posturas lo ocuparía la pragmática trascendental del filósofo alemán Karl-Otto Apel.

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La teoría propiamente lingüística contempló el hecho de que la lengua está también constituida por la capacidad reflexiva, es decir, la capacidad de hacer de la lengua misma y del hablar objetos del lenguaje, y otorgó a la función metalingüística un lugar central junto a otras funciones del lenguaje vinculadas a los múltiples elementos que intervienen en un acto comunicativo determinado. En una disertación de 1956, aunque divulgada tiempo después, Roman Jakobson (1960, 1988) asigna un lugar a la función metalingüística dentro del acto comunicativo junto a otras cinco funciones que remiten a sendos aspectos de dicho acto: la función expresiva o emotiva (emisor), la función apelativa o conativa (receptor), la función referencial (contexto), la función fática (canal) y la función poética (mensaje). Las tres primeras están basadas en el organon de Karl Bühler (1934), que Jakobson amplía mediante las funciones fática, poética y metalingüística; la función metalingüística remite al código, que es total o parcialmente compartido por los participantes de un acto comunicativo. Jakobson toma el concepto de “metalenguaje” del lógico de origen polaco, Alfred Tarski, quien lo empleaba para distinguir el uso del lenguaje-objeto de la mención metalingüística. Más cerca en el tiempo, en ocasión de recibir el doctorado honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid, Eugenio Coseriu (1999), apoyándose en el concepto de “saber originario” de Husserl e identificándolo con el saber intuitivo del hablante, señalaba que: la lingüística es y debe ser traslado del saber intuitivo del hablante al plano de la reflexividad —del saber fundado y justificado—, transformación de la congnitio clara confusa de Leibniz en cognitio clara distincta et adaequata, de lo que es solo bekannt en algo erkannt (en el sentido de Hegel)22.

El planteo de los niveles de conocimiento en Leibniz se desarrolla con amplitud en Coseriu (1988). El fragmento que Casado Velarde rescata, sin embargo, deja de lado la otra posibilidad intermedia de una instancia reflexiva entre hablantes comunes, es decir, no científicos, la cognitio clara distincta et inadaequata, una de las tesis centrales de Coseriu precisamente, referida al carácter “técnico” del saber lingüístico entre los hablantes que reflexionan también sobre el lenguaje, pero que no llegan a la formulación de los fundamentos últimos de los fenómenos de la lengua, tarea propia de la lingüística.

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Citado en Manuel Casado Velarde 2006: 51.

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1.3.1. El metalenguaje En resumidas cuentas, por lo menos desde Roman Jakobson (1960), quien ampliando el modelo de signo de Karl Bühler (1934) incluyera la función metalingüística junto a las demás funciones del signo, ha ido ganando en interés la investigación de este desempeño lingüístico humano. No es el caso que el fenómeno no haya interesado con anterioridad, ya que, como vimos, desde la antigüedad se ha abordado el tema, solo que antes no se había observado este funcionamiento autoreflexivo del signo lingüístico desde una perspectiva lingüística, sino desde la lógica y la filosofía. Ahora bien, cuando el lenguaje toma como objeto al lenguaje mismo en cualquiera de sus posibles manifestaciones se convierte en metalenguaje. Una de las propiedades del lenguaje es, pues, el poder convertirse en objeto de sí. El lenguaje en general, como las diferentes lenguas históricas y los distintos actos discursivos concretos son “realidades” y, en tanto tales, susceptibles de ser nombrados o designados por el lenguaje. Gutiérrez Ordóñez (1987-88) describe a este fenómeno llamado “principio de no inefabilidad”, como el hecho de que todo elemento de la realidad es expresable mediante el lenguaje, hasta el lenguaje mismo. Según José Luis Rivarola (1991: 34ss.), por citar un breve y claro ensayo de divulgación general sobre cuestiones de semántica, lo que se puede objetivar del lenguaje es tan variado como el lenguaje mismo: se puede objetivar unidades de la lengua y discurrir sobre cualquier aspecto de su naturaleza de manera descriptiva o valorativa; es posible objetivar fragmentos de habla, es decir, citar enunciados, partes de enunciados o hábitos enunciativos particulares; es posible objetivar metalingüísticamente condiciones de la situación de habla, presupuestos implícitos y explícitos, intenciones y objetivos. El lingüista peruano sostiene que el metalenguaje se define en general por su universo de referencia, constituido por el lenguaje, y porque este universo es referido a través de expresiones de dos tipos: 1) citas y 2) palabras metalingüísticas (tales como lengua, palabra, pronunciar, español, etc.). En la frase de Manuel Prado (1960: 120), (...) y decía, con su tonada jujeña: —si lo e perdío, se combinan ambas posibilidades: un guión introduce la cita textual de un enunciado oral en la segunda parte de la frase tras los dos puntos que destacan el carácter de discurso citado; la primer parte de la frase, que introduce la cita, es un ejemplo de palabras metalingüísticas (verbo “decir”, definición no científica para rasgos prosódicos dialectales, “con tonada

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jujeña”), que remite al contexto práctico en que se produjo el enunciado, en este caso el acento regional de la persona que habla y produce el enunciado que se transcribe a continuación. José Luis Rivarola define la cita como “la forma más amplia y marcada del metalenguaje”. Como ya se dijo, se puede citar cualquier unidad de la lengua; lo característico es sin embargo que “[l]a cita la convierte en nombre de sí misma, es decir, le otorga un carácter autonímico (vs. heteronímico). La autonimia libera a las unidades de su ligazón sintagmática del nivel de uso; todas las unidades autonímicas son sustantivos”23. En el siguiente relato de Mansilla (1877: §66), el vocativo “spañol”24 es “separado” de su contexto y objetivado transformándolo en sustantivo común para ser analizado: —Cómo te llamas? —le pregunté, creyendo que las palabras ¡Spañol! ¡Spañol! tenían una significación araucana. —Spañol —me contestó. —¿Spañol? —repetí yo, mirando a Mora y a Ramón alternativamente. —Sí, señor, Spañol —me dijo Mora—, así les llaman a algunos cautivos. (...)

23 José Luis Rivarola 1991: 38. Aunque con otros términos, coincide con la afirmación de Eugenio Coseriu 1992b: 272, quien señala el error de algunos lingüistas de pensar que otros tipos de palabras fuera del sustantivo puedan funcionar como sujeto: “Pero sujeto puede ser solamente un tipo de palabra, a saber, el sustantivo (como nombre o pronombre). Todas la palabras en el ‘diccionario’ del metalenguaje son, sin embargo, sustantivos: el nombre de una letra, de una palabra (que en el lenguaje primario puede ser adjetivo, verbo, adverbio, etc.), de una categoría —todo es sustantivo en tanto nombre de algo. Más aún: en el metalenguaje se transforman oraciones completas o partes de una palabra en ‘nombres’ y ‘sustantivos’ (...); y por eso pueden ser también sujeto”. Es decir, otros tipos de palabras pueden ser sujeto, pero sólo a condición de nominalizarse previamente o, en las palabras de Rivarola, de autonimizarse. José Luis Rivarola ejemplifica la autonimización mediante un ejemplo que no toma como base un sustantivo u otras clases de palabras nominalizadas sino “partes de una palabra”, los sufijos diminutivos “-ico” e “-ito”, es decir, dos morfemas que no se usan aisladamente de las palabras de las que dependen, mostrando cómo pueden nominalizarse y considerarse de manera independiente, como en “en Costa Rica se usa más ico que ito”. 24 En algunos casos este vocativo devino posteriormente en nombre propio. En el conjunto de cartas del archivo franciscano hay una carta firmada por Josefa H. de Español (D 734) y se menciona en otra a un tal Juan Español (D 848), lo que muestra que en ocasiones el apelativo que los indígenas daban a los cautivos, se conservaba tras su regreso a la sociedad criolla transformado en apellido.

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—Pregúntele a Ramón ¿qué quiere decir Spañol? Ramón contestó: —Spañol, quiere decir de otra tierra.

Las llamadas palabras metalingüísticas tienen carácter dispar, ya que en este conjunto caben tanto las palabras que pertenecen al uso común como las especializadas que se emplean en el discurso científico. Entre ambos subconjuntos hay zonas de intersección y ambos subgrupos se alimentan y condicionan recíprocamente más allá de las discusiones sobre el estatus epistemológico de uno y otro (Rivarola 1991: 43s.). Existe, pues, una línea porosa entre el lenguaje especializado o científico y el no especializado, también llamado laico, y que ha sido asunto de discusión entre los distintos autores que se han ocupado de la reflexión práctica sobre el lenguaje, del estatus que corresponde a este tipo de pensamiento lingüístico y del aprovechamiento que las ciencias del lenguaje pueden hacer de tal fenómeno que es manifestación de la reflexividad inherente del lenguaje25. Así se observa, por ejemplo, en un concepto del lenguaje común, la “media lengua” (Prado 1960: 102), que alcanzaría un lugar en la teoría lingüística del siglo XX para describir una variedad intermedia entre dos lenguas en situaciones de contacto en Ecuador. La reflexión práctica sobre el lenguaje, equiparable a un saber “técnico” (Coseriu 1988), de tipo intuitivo y ligada a situaciones comunicativas particulares, se distingue, en principio, de la reflexión científica liberada de esta ligazón práctica y situacional. Mansilla (1877: §21), sin embargo, quien no siendo un filólogo profesional describe con rigor algunos fenómenos propios de la lengua de los ranqueles, hace un notable trabajo de abstracción para describir el sistema de numeración mapuche que, en el marco del relato de su “excursión”, parece más propio de un crítico de la lengua que recurre a nociones tipológicas, que de un neófito que simplemente reacciona asombrado ante usos divergentes de otra lengua:

25 Ingwer Paul 1999 distingue tres posibles respuestas a la cuestión de cómo proceder con el potencial reflexivo de los hablantes: 1) considerarlo como un modo de reflexión inadecuado que se debe separar tajantemente de las formas de pensamiento científico; 2) el potencial reflexivo de los hablantes es comparable con el científico; y 3) el potencial reflexivo de los hablantes coincide solo parcialmente con el de la ciencia. Por supuesto, estas posturas se basan en la idea, criticada en más de una oportunidad, de que la ciencia, el pensamiento científico, y con este el lenguaje científico, constituye la única forma o al menos la forma de pensamiento racional por antonomasia.

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Ahora, cincuenta se dice – quechú-marí; doscientos, epú-pataca; ocho mil, – purrá-barranca; y cien mil, pataca-barranca. Y esto prueba dos cosas: 1.° Que teniendo la noción abstracta del número comprensivo de infinitas unidades, como un millón, que en su lengua se dice marí-pataca-barranca, estos bárbaros no son tan bárbaros ni tan obtusos como muchas personas creen. 2.° Que su sistema de numeración es igual al teutónico, según se ve por el ejemplo de quechú-marí, que vale tanto como cincuenta, pero que gramaticalmente es cinco-diez26.

El fragmento presenta los conocimientos idiomáticos de un sujeto hablante no especializado, Mansilla, es decir, un mero hablante culto en condiciones de comparar estructuras gramaticales del español, el mapuche y las lenguas germánicas; se trata de un esbozo tipológico que, superando los prejuicios sobre la superioridad de algunas lenguas respecto a otras, equipara el mapuche o araucano con las lenguas germánicas, partiendo del orden en las construcciones numerales y contraponiéndolo, aunque no lo haga de forma explícita, al sistema lingüístico del español que sigue un orden inverso; por tanto, un comentario semejante, no por no especializado es menos interesante para acceder a la conciencia lingüística de los hablantes —también de los que son menos cultos que Mansilla—, como manifestación de opiniones y actitudes hacia otras lenguas o variedades lingüísticas, como tendremos ocasión de ver en el próximo punto. Volviendo sobre lo anterior, no es el discurso científico el que nos ocupa aquí, sino el lenguaje común. Podemos ofrecer una clasificación bastante completa de las palabras metalingüísticas del lenguaje común que, aunque realizada con otros objetivos, nos ofrece una guía para este tipo de palabras que, junto a la cita, constituyen el núcleo de la expresión metalingüística. Manuel Casado Velarde (2006: 56ss.) clasifica dentro del discurso metalingüístico en español las unidades del léxico común o no terminológico, en: 1) el léxico denominativo de tipos de texto, que abarca los verbos denominadores del hablar, tales como acusar, charlar, decir, discutir, replicar, etc.; “adjetivos que valoran cualidades de las personas en cuanto hablantes”, como bienhablado, mordaz, locuaz, etc.; “los adjetivos que juzgan los discursos en cuanto tales”, como conciso, lapidario, redundante, etc. (ibíd.: 56); “los 26 Valga añadir que pachak (cien) y waranka o waranqa (mil) son palabras quechuas, lo que muestra la influencia de los Incas en la cultura mapuche. En quechua un millón se dice también waranqa-waranqa.

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adverbios y locuciones que modalizan la realización de los actos de habla”, como lisa y llanamente, francamente, etc.; y el campo que Loureda denomina “lo que se dice”, es decir, los tipos de texto, que responden mayoritariamente a características pragmáticas; así, la situación o contexto resulta relevante en brindis, felicitación, exabrupto, etc., los participantes del acto comunicativo en monólogo, anónimo, insulto, petición, etc., la finalidad en comentario, explicación, justificación, etc., el medio de comunicación en carta, conversación, etc. Aunque existen yuxtaposiciones y la clasificación abarca un “conjunto heterogéneo de aspectos formales” (ibíd.: 57), la propuesta que Casado Velarde toma de Loureda ofrece una tipología válida para abarcar los más de cuatrocientos lexemas con que los hablantes desde su intuición y conocimiento práctico denominan los géneros discursivos cotidianos. 2) Las unidades fraseológicas con verbos de lengua comprenden, en grado creciente de fijeza, colocaciones, locuciones y fórmulas que contienen un verbo de lengua como decir o hablar (por ejemplo, decir misas) y otras expresiones donde aparece algún lexema “denominativo de parte del cuerpo vinculada a la actividad verbal” como lengua o boca, como en lo ha degado Con la boca abriendo (D 293), es decir, ‘asombrado, sin respuesta’; “o bien otras voces metalingüísticas como palabra o lexemas relativos al código gráfico”, como comerse las palabras, poner los puntos sobre las íes, etc. Las unidades fraseológicas “hacen referencia a varios aspectos y niveles del lenguaje (lo biológico y lo cultural del hablar, y, en este último, el nivel universal, el histórico y el individual)” (ibíd.: 58), predominando el plano individual. 3) Las unidades paremiológicas o de discurso repetido representan saberes tradicionales y tematizan el lenguaje bajo diversas formas; los refranes se clasifican en actos asertivos (Los mejores consejos, en los más viejos) y actos directivos (El consejo tómale del buen viejo) (ibíd.: 59). Se focaliza con frecuencia el carácter ético de la actividad de hablar (el pez por la boca muere; breve habla el que es prudente). Desde luego, este es un planteo que implica el metalenguaje considerado principalmente a nivel discursivo y que sienta algunas bases sobre las que transferir los conocimientos de los hablantes sobre su propia actividad lingüística a una teoría lingüística del texto y sus tipos. Si bien este no es en principio nuestro enfoque27, parte de la misma base al valorar el conocimiento

A nuestros fines nos atenemos a la distinción que marca Hans-Martin Gauger 1976: 44, para quien los comentarios o expresiones metalingüísticos pueden referirse o bien a expresiones 27

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intuitivo de los propios hablantes en los distintos niveles, es decir, el lenguaje en general, las distintas lenguas históricas y la actividad individual de hablar. Nos encontraremos más adelante con unidades fraseológicas que en la clasificación de Casado Velarde se colocan claramente en el nivel histórico-cultural del hablar, tales como hablar la castilla (D 232), para nominar la propia lengua en la región, u otras que establecen distinciones etnolingüísticas, como lengua de los indios (Mansilla 1877: §52), para diferenciar la lengua de otro grupo humano. Como otros autores, partimos de la base de que todo “hablar” es en primera instancia “hablar en una determinada lengua”, pero que para acceder a esa lengua, al acervo idiomático de un individuo miembro de una comunidad, debemos partir de expresiones lingüísticas particulares y abstraer de todo lo que sea singular en un discurso determinado, para concentrarnos entonces en lo que la expresión de un hablante tiene de compartido dentro de una comunidad lingüística. Poseer una lengua implica la capacidad de formular enunciados lingüísticos comprensibles y de comprender la expresiones de otros individuos formuladas en la misma lengua; poder pensar en una determinada lengua y, además, poseer la capacidad no solo de entender las expresiones de otros, sino también de valorar la corrección o incorrección de dichas expresiones, en tanto el individuo incorpora el uso de la comunidad lingüística de la que forma parte como un código normativo y puede identificar cualquier uso que se desvía de tal norma (Gauger 1976). Con ello, al valorar el uso ajeno de la lengua, o el propio, en relación a la norma común a una determinada comunidad lingüística, el hablante se coloca en un plano metalingüístico objetivando de forma más o menos explícita distintos usos de la lengua. Que esa valoración lingüísticas concretas (“Usted lo ha dicho de forma correcta”), o bien a elementos del acervo lingüístico o idiomático común del hablante (“Stimmung es una palabra alemana”). Según este autor, las expresiones metalingüísticas son manifestación de la reflexividad del lenguaje, la cual junto con la intencionalidad son atributo del carácter consciente del lenguaje. Se entiende la conciencia lingüística, al. Sprachbewußtsein, como el saber o conocimiento de un hablante sobre su propia lengua, que debe distinguirse del hablar sobre el lenguaje, instancia que hace explícito ese saber y en el cual afloran los conflictos entre distintos sistemas de valores o normas (Schlieben-Lange 1975). La lingüista bávara distingue tres niveles en el saber sobre el lenguaje: el nivel constitutivo de la comunicación que tematiza la situación comunicativa misma o metacomunicación, el nivel de la diferenciación de las unidades lingüísticas y el nivel de la constitución de identidades, que manifiesta la conciencia del hablante de no hablar como los demás. Estos niveles solo son separables a los fines del análisis, ya que poseen imbricaciones y relaciones mutuas.

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con frecuencia sea insegura y no pocas veces equivocada, es un problema vinculado al choque de distintas normas en un mismo hablante (Schlieben-Lange 1975); un problema que será asunto del próximo punto. Los elementos valorativos metalingüísticos que remiten a un nivel idiomático son los que tomamos en cuenta en nuestro análisis, ya que implican en principio la percepción de otras lenguas y variedades contemporáneas de parte de un hablante, al tiempo que ofrecen una imagen por contraste de la propia lengua o variedad. Gauger distingue este ejercicio de la conciencia que define la “actitud de los hablantes hacia su propio acervo idiomático como totalidad, hacia el hecho de pertenecer a una determinada comunidad lingüística”, y que es difícilmente separable de las actitudes hacia comunidades extrañas o ajenas, llamándolo conciencia lingüística externa (Gauger 1976: 51): Se ha hablado en este caso de “actitudes lingüísticas” y distinguido en ellas —como con las “actitudes” en general” —tres componentes: uno emocional (¿cómo valoran los hablantes su acervo idiomático?), uno cognitivo (¿qué saben o creen saber los hablantes sobre su acervo idiomático? Naturalmente sin embargo, no es de importancia si lo que expresan sobre esto es exacto), uno conativo (¿cómo se comportan en los hechos? ¿qué grado de compromiso asumen con su acervo idiomático?).

El autor, sin embargo, deja de lado esta conciencia lingüística “externa” por incluir un “fuerte elemento ideológico” (Gauger 1976: 52) y toma como objeto la conciencia lingüística “interna”, referida al funcionamiento del acervo lingüístico. A nuestros fines historiográficos, son de interés ambas conciencias: la externa, que reconoce y designa lenguas y variedades identificándolas con una determinada comunidad lingüística, y la interna, que hace explícito el funcionamiento del acervo lingüístico propio particularizando en determinados elementos lingüísticos, en tanto que, como ya señalamos más arriba, dejamos de lado los elementos metalingüísticos que tematizan una situación comunicativa concreta (Schlieben-Lange 1975). Por cierto que la percepción en general, no solo la lingüística, se basa en buena medida en conceptos previos, ideológicos, que intervienen al enfrentarse un sujeto a la realidad bajo la forma de representaciones previas, sistemas de normas y valores que condicionan, si es que no falsean o deforman el objeto percibido; este es un problema que no podemos desatender. Pero, como destaca Ingwer Paul (1999), los productos de la llamada “falsa conciencia” son también un producto histórico de la reflexión sobre sus

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experiencias concretas28, por lo que descartarlos parece una solución cómoda que se niega a reflexionar sobre su razón de ser. La percepción lingüística, por otra parte, no cuenta con una base de observación material directa como la producción lingüística, por lo que se hace necesario antes que nada clarificar una posición teórica y considerar algunos problemas metodológicos que este cambio de foco lleva consigo (Caravedo 2009). 1.3.2. La lingüística perceptiva Como hemos visto, la expresión que toma al lenguaje como objeto puede ser tanto producto del discurso lingüístico científico, como producto del saber y el lenguaje común que posee todo hablante. Las expresiones metalingüísticas nos interesan aquí en tanto manifestación del saber idiomático de los hablantes, es decir, de su conciencia lingüística o, como prefiere Krefeld (2010), de las “representaciones” que los hablantes de una lengua poseen sobre la lengua propia —y sobre las ajenas—, en particular sobre las distintas variedades de dicha lengua. Frente a concepciones tradicionales del quehacer de la lingüística y la dialectología, hay una disciplina que ha ido ganando en interés en las últimas décadas, la lingüística perceptiva y, dentro de esta, la dialectología perceptiva. Tal vez podamos aprovecharnos de algunos logros teóricos y metodológicos de esta corriente en nuestro estudio de dialectología histórica. Como advierte Caravedo (2009), en esta disciplina se parte de la superación de una concepción del espacio que colocaba tal instancia como objeto real e inmodificable, de tipo geografista, para pasar así a una idea más variable del espacio como espacio social, que es de tipo mental, aunque con alcance social. Se parte de la premisa de que, aun siendo “realidades materiales”, los espacios “no tienen el mismo valor ni las mismas características para todos los seres humanos” (Caravedo 2009: 174): 28 “La reconstrucción del potencial de la reflexión práctica parte, apoyado en trabajos previos de la sociología fenomenológica del conocimiento, del supuesto de que la llamada “falsa conciencia lingüística” de los no-lingüistas es un producto de experiencias concretas de reflexión. La clave para la comprensión de la “conciencia prelingüística concomitante” no se debe buscar, pues, en un falso o deficiente tratamiento reflexivo con la lengua, ni tampoco en una insuficiente valoración del saber científico por los participantes, sino en una historia individual y supraindividual de la reflexión lingüística sometida a la experiencia, la cual es un componente fijo de la enculturación lingüístico-comunicativa de cada uno de los participantes”, Paul 1999: 2.

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En esta línea, los espacios dejan de verse como meros territorios de asentamiento humano, y adquieren un valor simbólico, pues constituyen producto de una construcción mental en la que los hablantes del lugar y también los ajenos a él tienen una participación activa (Caravedo 2009: 175).

El espacio es también el centro de la cuestión en algunos nuevos planteos de la dialectología perceptiva, en la que, como advierten Thomas Krefeld y Elissa Pustka, si bien en el pasado se ha tomado una perspectiva que analiza el saber lingüístico de los hablantes, se ha dado prioridad a la percepción de la variación diatópica en detrimento de otras dimensiones de la variación y de las relaciones entre dichos niveles (Krefeld/Pustka 2010: 10). Para estos autores, es necesario distinguir la percepción, que va unida a una situación comunicativa concreta, de las representaciones que la percepción deja como huella en el acervo idiomático de un hablante; esta distinción establece una filiación entre percepción y parole, para usar el término saussureano, y representación y langue, lo que no quiere decir que exista necesariamente una jerarquía entre una y otra, de hecho: (...) percepciones y representaciones se influyen recíprocamente (...). Así, las representaciones se basan, entre otros, en las percepciones, y son modificadas permanentemente por estas; al mismo tiempo la percepción actual resulta dirigida y filtrada por representaciones ya vigentes (Krefeld/Pustka 2010: 14).

Aunque según los autores el verdadero objeto de una lingüística perceptiva de las variedades29 son las representaciones basadas en percepciones actuales (Krefeld/Pustka 2010: 14), las únicas registrables de manera empírica, pretendemos sacar provecho del arsenal teórico de esta disciplina para nuestra perspectiva histórica, ya que también nos ocupamos del saber lingüístico (Schlieben-Lange) o la conciencia lingüística (Gauger) de los hablantes de El término “lingüística perceptiva de las variedades”, en alemán “perzeptive Varietätenlinguistik” fue acuñado por Thomas Krefeld en un artículo titulado “Sprachbewußtsein, Varietätenlinguistik – und Molière” (2005). El planteo contiene un cuestionamiento a la “Perceptual Dialectology” o “Folk Dialectology”, tal como la formulan autores como Dennis Preston 2006, por no confrontar sus “mental maps” con datos provistos por la realidad u obtenidos mediante investigaciones de la percepción, así como a otras formulaciones europeas de la “Perzeptive Dialektologie”, por concentrarse exclusivamente en variedades diatópicas descuidando otros tipos de la variación lingüística. Un planteo abarcador aplicado a los dialectos del alemán se puede leer en Purschke 2011. 29

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una determinada región en un momento del pasado y de cómo eran sus representaciones de las distintas variedades lingüísticas contemporáneas en curso en esta región. La lingüística perceptiva intenta dar una mayor relevancia a fenómenos que acompañan la auto y la heteropercepción de la actividad comunicativa, ya que, como señalan Krefeld y Pustka (2010: 9), aunque en todo acto lingüístico hablar y oírse a sí mismo y escribir y leerse a sí mismo forman dos caras de una misma moneda, se sigue dando absoluta prioridad a la descripción de la producción lingüística y descuidando la percepción. Coincide en esta opinión Rocío Caravedo (2009: 177), quien destaca que la “producción no constituye un reflejo de la percepción”, a la vez que hace hincapié en la necesaria parcialización de la realidad que tiene lugar en la percepción: Las variedades existen solo en cuanto son percibidas como tales, no son en sí mismas homogéneas ni con perfiles bien definidos, suposición utópica. Siendo la percepción una operación selectiva, no es única para todos los hablantes de una lengua, y así se puede orientar en diferentes direcciones e identificar rasgos lingüísticos de modo aparentemente arbitrario en desmedro de otros que pasan desapercibidos (Caravedo 2009: 178).

Aunque la percepción puede variar de sujeto a sujeto, se destaca que “no es un hecho individual” sino social, unido al hecho de que “puede ser convergente entre los hablantes de un espacio determinado y, a la vez, divergente entre hablantes de diferentes espacios o grupos sociales” (ibíd.). La autora presenta a continuación una serie de apuntes metodológicos a tomar en cuenta: 1)

2)

3)

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En tanto mecanismo cognoscitivo, la percepción une un lado externo, “aprehendible a través de los sentidos”, con un componente conceptual que no resulta directamente accesible. Se trata, es decir, de la realización que encuentran representaciones mentales referidas a lenguas y variedades. Una lengua no solo es percibida por los otros, sino por el mismo hablante, con lo cual se debe distinguir la autopercepción de la percepción de la variedad ajena. Si bien la percepción tiene un lado individual y otro colectivo, es el estudio del lado colectivo el que puede mostrar realmente “la convergencia perceptiva de los hablantes en grupos o comunidades”, que es la que dirige o impide la variación.

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4) 5)

“No toda percepción implica valoración, si bien toda valoración presupone la percepción”. Es necesario diferenciar por un lado, “la percepción que se desarrolla durante los procesos de adquisición/aprendizaje”, ya que el fin de quien aprende es apropiarse de este objeto para usarlo como medio de comunicación, y por otro, la percepción del hablante “que ha culminado las etapas de aprendizaje, y el conocimiento de la variedad concreta se estabiliza y, por lo tanto, la percepción implica una mayor reducción del ámbito de lo observado” (Caravedo 2009: 179).

Si se trata de hablantes que aprenden una nueva lengua o variedad como segunda lengua o como primera30 es un criterio relevante en la distinción de dos tipos de percepción: la analítica y la sintética. El tipo analítico se dirige a solo algunos rasgos de la variedad, mientras que el tipo sintético capta una variedad de manera global (Caravedo 2009: 180). La percepción analítica tiene lugar principalmente entre hablantes adultos con un nivel educativo elevado y capacidad reflexiva para identificar rasgos como típicos o propios de una determinada modalidad. El siguiente ejemplo del tipo analítico tomado de Lucio V. Mansilla (1877: §5) destaca un fenómeno lingüístico particular, la mezcla de pronombres personales de 2.ª y 3.ª persona, y lo atribuye a una variedad territorial específica y a un nivel de lengua particular, el castellano entre los correntinos y entre los paraguayos vulgares, vinculándolo además a una cierta prosodia que llama tonada guaranítica: Tendría Gómez así como unos treinta y cinco años; [...] hablaba con la tonada guaranítica, mezclando, como es costumbre entre los correntinos y entre los paraguayos vulgares la segunda y la tercera persona; 30 Se puede trasladar la propuesta metodológica a lo que vimos más arriba, lo que Lüdtke 1999b diferencia en “variedades de aprendizaje” y “variedades contactuales” propiamente dichas, las que se realizan a partir de una segunda generación, cuando estas variedades, por un lado, se estabilizan y, por otro, son sometidas a un nuevo proceso de selección de rasgos que puede conducir en el caso extremo a su desaparición. También Caravedo 2009: 176s., quien se ocupa de los migrantes de la sierra en la capital del Perú, Lima, insiste en el hecho de que apenas en la segunda generación los hablantes pueden integrarse al nuevo espacio, ya que este es ahora “su único espacio de referencia”: “Esta segunda generación es la que sirve de puente entre migrantes de un lado, y pobladores de la ciudad, de otro, de modo que cumple un papel fundamental en la transmisión de los fenómenos de variación y de cambio, y también de los fenómenos que se mantienen, pues no es la variación lo que exclusivamente se pone en juego, cuanto —al mismo tiempo— los aspectos constantes que se resisten a ella”.

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—Qué quiere, amigo?—Aquí te vengo á ver ché, Comandante, pa que me des licencia usted.

La percepción sintética, a diferencia de la analítica, identifica variedades de manera genérica o global, más allá de los rasgos particulares. Ambos tipos pueden verse también como momentos, ya que una percepción sintética presupone de forma necesaria la identificación de rasgos conocidos mediante la percepción analítica: “Toda generalización es producto de un análisis previo por más descuidado y parcial que sea” (Caravedo 2009: 180). Entre niños que aprenden una lengua no se puede esperar una visión global, en cambio, entre adultos que ya poseen la experiencia de su propia variedad, “los individuos pueden identificar otras modalidades lingüísticas a través de la concentración de varios rasgos anteriormente percibidos de modo singular y en un segundo momento generalizados” (ibíd.). Las teorías psicológicas parten sin embargo de una percepción general que precede a la percepción de los rasgos particulares. En el caso del lenguaje, esto es así solo cuando esa totalidad se puede asociar con un grupo social o, como se observa en Lucio V. Mansilla (1877), con los habitantes de un espacio geográfico determinado: la jerga de la tierra (4), la jerga de la lengua de nuestra tierra (19), señalando la identidad entre un territorio o región que llama “la tierra” que se puede especificar recurriendo a los entornos (Coseriu 1955/56), y una determinado modo de hablar o “jerga”. No es otra la aplicación del estudio de las actitudes lingüísticas, es decir, el estudio de las mismas “as one way of understanding how language is used as a symbol of group membership” (Fasold 2004: 158), solo que en nuestro caso, por tratarse de documentos históricos, nos están vedados los métodos de investigación para el presente de esta perspectiva, tales como entrevistas y encuestas mediante manipulación de variables. Solo contamos con los documentos epistolares y los textos de la literatura de frontera y debemos atenernos a la información que los mismos nos brindan. Una distinción necesaria a los fines metodológicos es la diferencia entre uso escrito, uso prescrito y uso descrito31, que Girón Alconchel aplicara a usos metalingüísticos en gramáticas y textos especializados, pero que si hemos de ser coherentes con la idea de ver a los hablantes como lingüistas, también podemos emplear para comentarios metalingüísticos de hablantes comunes,

Acuñada por José Luis Girón Alconchel en “Las gramáticas del español y el español de las gramáticas en el Siglo de Oro” (1996). Véase también Esparza Torres 2006: 72s. 31

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quienes no solo escriben, sino también en ocasiones describen y prescriben. El uso prescrito, es decir, “lo que se dice que se debe decir”, tiene lugar especialmente en las llamadas gramáticas prescriptivas y los textos de crítica de la lengua, que no son asunto de este trabajo, pero se presenta también en el hablante común que se remite a normas lingüísticas y especifica usos correctos o incorrectos. El fragmento analítico de Mansilla citado arriba es un buen ejemplo de uso descrito, uso que puede parafrasearse mediante “lo que se dice que se dice” y que se aprecia con la mayor claridad en comentarios explicativos mediante paráfrasis o sinónimos introducidos por “es decir”. Hay una aproximación o transición del uso descrito al prescrito en los comentarios metalingüísticos que tras un cierto barniz de objetividad encubren valoraciones y actitudes apreciativas o depreciativas, usos paródicos, etc. respecto a otras variedades. El uso escrito, “lo que realmente se dice”, es objeto directo de análisis en las cartas y también, dentro de ciertos límites, en la literatura de frontera; tales limitaciones se deben sobre todo a las características de las ediciones disponibles, como veremos en el próximo punto. Existe a veces divergencia entre el uso escrito y el uso prescrito, cuando el autor evita adecuar su uso a la norma; esto puede deberse a múltiples razones: multiplicidad de normas (“español castizo” junto a “castellano”), normas prestigiosas pero anticuadas frente a usos considerados modernos, normas alternativas de alcance o vigencia limitada, como ocurre con las propuestas de reforma ortográfica en Chile escritas sin embargo en la ortografía “tradicional”, adecuación al uso del interlocutor o lector y otras. 1.4. Las fuentes del trabajo lingüístico historiográf co En el trabajo de dialectología histórica, como ocurre también en la sociolingüística histórica, la índole de las fuentes y su fiabilidad, tratándose de textos escritos, para acceder a variedades no solo escritas sino también orales, constituye un problema central. Algunos autores han propuesto una categorización de los tipos de textos según el grado de fiabilidad en: 1) registros directos o transcripciones de actos de comunicación oral, especialmente en expedientes judiciales; 2) registros de actos de comunicación oral recordados; 3) registros como cartas privadas o diarios personales, especialmente de autores semicultos, que reflejan las distintas variedades debido a una menor presión de la norma culta; 4) observaciones metalingüísticas sobre el comportamiento

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lingüístico de otros, pronunciamientos prescriptivos, etc. aunque no supongan el registro de un acto comunicativo real; y, por último, 5) las transcripciones inventadas o imaginarias o la recreación estereotipada de variedades como aparece en los diálogos de relatos, novelas y obras teatrales (Conde Silvestre 2007: 46; Oesterreicher 1994). Volveremos sobre este asunto al ocuparnos de la literatura gauchesca como fuente de la realidad lingüística en las zonas rurales. La definición de un corpus adecuado para la investigación es otro problema de importancia capital; Claudia Claridge ofrece la siguiente definición de corpus histórico: Con el paso del tiempo, todo corpus se transformará tarde o temprano en uno que puede ser usado para estudios históricos, pero hablando estrictamente un “corpus histórico” es aquel creado intencionalmente para representar e investigar estados pasados de una lengua y/o para estudiar el cambio lingüístico. En todos los demás aspectos, las características definitorias de un corpus coinciden: es una colección electrónica finita de textos o partes de textos, de varios autores, basada en criterios de selección bien definidos y lingüísticamente relevantes y su objetivo es el de alcanzar un cierto grado de representatividad (Claridge 2008: 242).

Más allá de que se trate de un corpus de aprovechamiento digital o no, hay algunas cuestiones centrales que tocan al material con el que se trabaja en lingüística histórica y que se desprenden de esta definición. En primer lugar, la determinación de un corpus denota una intencionalidad: un corpus tiene un anclaje espacial y un marco temporal con límites precisos y responde a criterios bien definidos. Comprende textos o partes de textos de múltiples autores, lo cual puede parecer una obviedad, pero en más de una oportunidad se ha considerado como base de datos la obra de un autor o hasta un único texto. En la definición de un conjunto de documentos, el investigador debe enfrentarse por un lado con el problema de la fragmentariedad del material y, por otro, con el grado de representatividad del mismo. En la lingüística histórica práctica se trabaja con materiales que han sobrevivido hasta la actualidad muchas veces de forma azarosa, por lo que el investigador no cuenta con la diversidad, cantidad y autenticidad de material que sería deseable y con las que sí cuenta más fácilmente el investigador de lingüística sincrónica que tiene control sobre la selección y recolección de datos (Conde Silvestre 2007: 37). Esto se debe a diversos motivos y acarrea severas consecuencias que no se pueden soslayar.

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Entre los motivos de la fragmentariedad se puede mencionar que, aunque parezca una perogrullada, el material disponible es escrito, con todas las limitaciones que esto acarrea en cuanto a la conservación de materiales susceptibles de sufrir grandes daños a causa de la humedad, el fuego y otros factores climáticos, como ocurre con el papel. El material conservado es muchas veces escaso y desprovisto de elementos contextualizadores. El material escrito es además en tanto texto o conjunto textual, el resto de un corpus mucho más amplio que es la totalidad de textos de una región en una época determinada, y al faltar su contextualización resulta problemático establecer el grado de representatividad de los escribientes respecto a la totalidad de la comunidad lingüística, como veremos más abajo. Como el arqueólogo que contando con el fragmento de una columna debe intentar reconstruir la totalidad de un edificio, el historiador de una lengua debe estar en condiciones de integrar con la mayor exactitud posible un texto o conjunto de textos en una totalidad virtual de los textos que circulaban en su lugar y su época. Se debe tener en cuenta además que en el pasado la posesión de la habilidad de escribir no estaba tan difundida como en la actualidad, quedando limitada a grupos sociales reducidos, a los escribientes de los estratos más altos de la escala social, generalmente de sexo masculino (Conde Silvestre 2007: 36). Hay que contar con que existieron variedades que no contaron con acceso a la escritura. La escasez del material dificulta la selección y limita la posibilidad de realizar un control experimental de los datos, como se suele hacer en experimentos con datos de la actualidad en la lingüística sincrónica. 1.4.1. Contextualización de las cartas Al hablar del problema de la representatividad de un corpus de documentos históricos, debemos comenzar por bajar el nivel de expectativas. A diferencia de un corpus organizado en función de un planteo y destinado a dar respuestas a preguntas previamente formuladas, como ocurre en la investigación con materiales de la actualidad, en este caso es el corpus mismo de materiales disponibles el que preexiste a nuestros planteos y muestra las respuestas que puede ofrecer, a la par de sus limitaciones y carencias. Lo primero que se pide de un conjunto de documentos es, como ya vimos, un cierto grado de representatividad, ya que una representatividad absoluta es imposible:

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En el caso ideal, los corpora deberían ser representativos y equilibrados, representando de forma completa la variabilidad de una población. Esto es suficientemente problemático para un corpus moderno, pero con un corpus histórico los problemas se multiplican. Definir precisamente el total de una población, lo cual resulta crucial para la representatividad (Biber 1993), es casi imposible para períodos pasados con cierto grado de validez estadística. Los textos transmitidos hasta el presente representan un corte parcial arbitrario de la población total, a causa de contingencias sobre todo extralingüísticas. Por ello, corpora históricos nunca pueden capturar ni remotamente la completa variabilidad del lenguaje (Claridge 2008: 246-247).

La edición de este conjunto de cartas32 es un hallazgo de tal valor que difícilmente podremos ponderar en pocas palabras. Su conservación se debe a tareas y estructuras de un convento misionero franciscano que guarda para su historia interna materiales de su interés, es decir, que responden en principio a sus fines institucionales. Las cartas, como ya dijimos, se encuentran en el archivo histórico del convento “San Francisco Solano” de la ciudad de Río Cuarto, en el sur de la provincia argentina de Córdoba, y han abierto numerosas perspectivas a la investigación histórica y etnográfica, ya que no solo comprenden la correspondencia escrita por los misioneros mismos, sino también la correspondencia dirigida a los sacerdotes, siendo sus remitentes otros religiosos, políticos, militares y pobladores de la región con diversas clases de pedidos, así como los caciques y otros indios ranqueles de rango y sus escribas, que en ocasiones escribían también a su nombre, y algunas de refugiados “cristianos” en las tolderías. Se trata de cartas, pero también notas breves y telegramas más breves aún, así como de algunos recortes de periódicos que trataban temas de su interés o informaban sobre su labor. Aunque el material presenta algunas limitaciones, que, como ya explicamos, intentamos subsanar recurriendo a la 32 En Marcela Tamagnini 11995, 22011, Cartas de frontera. Los documentos del conflicto interétnico, Río Cuarto, Universidad Nacional de Río Cuarto. Edición en-linea 2002, Cartas de frontera. Los documentos del conflicto interétnico. 4 vols. Río Cuarto: Ñuke Mapuförlaget. Los cuatro volúmenes comprenden: Cartas indígenas, cartas de misioneros, en un apartado las de los sacerdotes Moisés Álvarez y Marcos Donati, y cartas civiles. De más de 1100 cartas, Tamagnini seleccionó para su compilación 595 que fueron escritas entre 1868 y 1880. Las cartas escritas por los indígenas fueron recogidas además en Pávez Ojeda 2008. Algunas de las cartas cuentan también con una transcripción más rigurosa a cargo de Candelaria de Olmos 2001; aunque esta transcripción se encuentra inédita, nos parece la más confiable según pudimos comprobar al comparar con alguna copia de las cartas que ofrece Durán 2006a y b y la misma Tamagnini en su apéndice, además de las que pudimos ver personalmente en el archivo de Río Cuarto.

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llamada “literatura de frontera”, en su totalidad ofrece la oportunidad de tomar contacto con una gran cantidad y variedad de voces de la época. Lamentablemente los estudiosos de la lengua en Argentina, más concentrados generalmente en los desarrollos estandarizadores o en fenómenos como la literatura gauchesca, no han encontrado aún una puerta conveniente para abordar estos materiales y, hasta donde tenemos noticia, los han ignorado. 1.4.2. El problema de la transcripción de documentos históricos Ocuparnos de problemas de la lingüística de corpus con su determinación de bases de datos digitales y problemas de límites espaciales y cronológicos implica sin duda volar demasiado alto, ya que a nivel local apenas si se consiguen en cuentagotas ediciones rigurosas de material documental; si acaso algunos estudiosos ofrecen una transcripción o copia del material con que trabajaron cuando no lo escamotean directamente a los ojos de otros investigadores, vulnerando así principios básicos del proceder científico33. Una perspectiva de dialectología histórica como la que pretendemos seguir obliga a una cierta cautela para no falsear la realidad histórica observada suponiendo elementos o instancias comunicativas que solo valen para nuestro presente y nuestra cultura. El análisis de textos producidos en otro momento histórico y en otras culturas requiere, pues, de la más absoluta fidelidad a las fuentes para no falsear la interpretación con conceptos que no se conjugan con las circunstancias de las mismas. El punto de partida debe ser la consideración de toda expresión lingüística como parte de un todo con sus circunstancias y entornos (Coseriu 1955/56), y el trabajo del historiador de la lengua debe partir de la interpretación de estas circunstancias, como condición previa para dar lugar a un análisis de fenómenos propiamente lingüísticos (Perna 2010). Lamentablemente, la edición de documentos históricos, muchas veces encarada por estudiosos, principalmente de la literatura, que no depositan valor en el rigor histórico, ignora esta necesidad, y así es que nos encontramos a Un autor como Juan Guillermo Durán 2006a y b, por citar un ejemplo, en su investigación sobre el valioso archivo de Estanislao Zeballos ofrece apenas unas pocas copias y un resumen del contenido de las carpetas que contienen las cartas. Si otro investigador desea contrastar los resultados ofrecidos por el padre Durán, no tiene más remedio que dirigirse al archivo donde están guardadas las cartas y repetir el trabajo ya hecho. Tenemos así su interpretación de los textos, pero las “historias guardadas” que pretendía exponer siguen aún sin ver la luz. 33

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cada paso con ediciones que “traslocan” las formas y significados originales, aproximándolos a una concepción actual para, supuestamente, facilitar la lectura. Si observamos el siguiente fragmento de una de las cartas34: Hasta este punto nada he dicho de los cautivos. Esto es serio y debe llamar la atención de todo hombre. No hay expresiones con que pintar el estado desgraciado de aquellos infelices. Sufren la esclavitud mas barbara que darse pueda. Después de burlarse de ellos, los venden o juegan, o hacen de ellas un tráfico deshonesto. Hay tantas de estas desgraciadas que en un solo toldo se encuentran de una hasta catorce, hambrientas, desnudas y consumidas por la tristeza.

y lo comparamos con el texto auténtico, más rigurosamente transcrito por Tamagnini, se puede observar el alcance de las modificaciones morfosintácticas y ortográficas hechas, además de las frases directamente elididas. Estos cambios, aun cuando en cierta medida mantienen el contenido informativo del texto original, dificultan la tarea del investigador que intenta aproximarse al verdadero uso de la lengua en el siglo XIX y se encuentra, por dar un ejemplo trivial, con la incoherencia morfosintáctica de un cambio de género que solo se entiende en su marco textual originario: Hasta este punto nada hé dicho de las cautivas. Esto es serio y debe llamar la atención de todo hombre, nó háy expresiones con que pintar el estado desgraciado de aquellas infelices, sufren la esclavitud mas barbara que darse puede, despues de burlarse de ellas las venden ó juegan, ó hacen de ellas un tráfico deshonesto. Una cautiva tiene que hacer todos los oficios de un soldado; ella há de cuidar y pastorear las ovejas; há de traer la leña, acarrear agua, limpiar el toldo, etc etc; si se trata de cambiar de localidad, la cautiva há de conducir los pocos muebles que tengan, há de hacer los corrales, há de cavar los jagüeles, há de tejer si se ofrece, en fin todo há de hacer ella. Todos los del toldo tienen derecho a reprenderla el descarnarles los piés para que no fuguen es comun, por la cosa mas insignificante, les dán un balazo por la cabeza y las matan. Hay tantas de estas desgraciadas, que en un solo toldo se encuentran de una á catorce, hambrientas, desnudas y consumidas de tristeza (D 262).

34 Texto tomado de Lorenzo Massa 1967 y citado de forma fragmentaria sin hacer explícitas las modificaciones en J. Fernández C. 1998: 115s. A las modificaciones del primero se añaden los recortes del segundo.

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Es por ello que uno de los objetivos de este trabajo es valernos de documentos próximos al original para el análisis lingüístico. El historiador de la lengua debe hacer un esfuerzo por reconstruir las circunstancias de la enunciación y recepción textual originales si quiere transmitir un cuadro lo más real y completo posible de su objeto de estudio. En el texto arriba citado, además de lo puramente verbal, también forma parte del sentido el hecho de haber sido publicado como artículo de periódico. Si se considera el contexto en que fue publicado y para el que se puede suponer originalmente escrito, es en ese entorno que una modificación en apariencia banal, como el cambio de género al escribir “cautivos” por “cautivas” —ya que después de todo “mujer” se puede subsumir bajo la categoría “hombre” en tanto “ser humano”—, cobra otra dimensión por ser “la cautiva” un elemento que revela una intención comunicativa distinta en tanto apelación patética al público lector del periódico; además de tratarse de un signo que evoca toda una tradición discursiva en la literatura argentina, tradición que se remonta a textos literarios como el poema “La cautiva” de Esteban Echeverría, así como a los numerosos relatos de viajeros por las pampas y Patagonia (Operé 2012). Una interpretación histórica y etnolingüística no debe, pues, dejar de lado estos entornos que hacen a la producción textual y a las disposiciones orientadas al mutuo entendimiento con un receptor contemporáneo. Dadas las distancias espacio-temporales que dificultan el acceso a las circunstancias de los actos comunicativos en el pasado, toda interpretación se ve condenada a luchar contra la precariedad. La tarea no se facilita precisamente si el editor de un texto en la actualidad, no mediando dificultad de comprensión alguna, decide que pueda, de una hasta catorce y consumidas por la tristeza suenan mejor a los oídos de un lector actual que puede, de una à catorce y consumidas de tristeza. Al margen de los problemas éticos respecto a la manipulación del material histórico y los riesgos de una falsa interpretación que conllevan, hay argumentos prácticos suficientes para deplorar este tratamiento de las fuentes. Los estudiosos de la lengua deberán emprender la edición de documentos de forma más rigurosa y profesional, apegada al original y libre de caprichos y arbitrariedades, reservando su trabajo interpretativo a otros lugares textuales (introducciones, notas, etc.), para que este material sea accesible a un público amplio interesado en textos históricos sin perder por ello rigor y calidad. Este público, y más de un estudioso de la materia lingüística, se va a sorprender al comprobar que los textos no solo no resultan en absoluto incomprensibles pese al paso del tiempo, sino también que van a tropezar en cada línea con más formas familiares que extrañas.

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Hablar de “la” Pampa es una generalización poco feliz; más apropiado sería emplear el plural para reflejar la diversidad de paisajes y variedades climáticas en el enorme territorio comprendido entre el océano Atlántico y la falda de la cordillera de los Andes. Españoles y criollos llamaron al territorio que se extendía más allá de los que efectivamente ocupaban, la “Tierra Adentro” y esta era la denominación corriente en esta región de frontera para los extensos territorios que escapaban al control estatal y que estaban poblados por indígenas. Fray Marco Donati especifica que así llaman aquí la tierra de los Indios (D 192). La historiografía llamará a este espacio vacío de presencia estatal, que no de habitantes humanos, el “desierto”. La misma generalización se aprecia al hablar de “el” indígena que habitaba en estos territorios, singular que solo se ve legitimado por la relativa uniformidad cultural de las diferentes tribus de la Pampa, pero que no refleja con toda fidelidad la gran diversidad humana que habitaba esta región en su organización política y social, así como en sus diferencias internas que llevaban en más de un caso a enemistades y enfrentamientos bélicos casi tanto como a alianzas militares y civiles de tipo comercial, familiar, etc. Hecha esta aclaración queda claro en adelante que cuando hablamos de “la” Pampa y “el” indígena, solo lo hacemos siguiendo una convención denominadora, pero este singular no debe tomarse al pie de la letra. Los “cristianos”, la población criolla de estos territorios de frontera que se asoma tras la letra de las cartas era igualmente variada y compleja. Las cartas que tomamos como base para nuestro análisis se encuentran en el archivo de un convento franciscano, por lo que los sacerdotes misioneros ocupan un lugar central. Con esto, sin embargo, no estamos sobredimensionando su papel en esta sociedad, ya que los mismos cumplirían un papel de suma importancia en las relaciones interétnicas. Si antes la historiografía había hecho hincapié El presente capítulo se basa en un capítulo de mi tesis de licenciatura (Perna 2010), de donde se retoman algunas expresiones de forma literal, si bien la mayor parte fue modificada y ampliada. 1

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en la dimensión religiosa y la tarea misional de los franciscanos (Massa 1967, Martini de Vatausky 1981, Gaudiano 1995), nuevas tendencias de la historia y, especialmente, de la etnohistoria han comenzado a valorar su lugar dentro de las tareas y planes del estado nacional, así como su rol mediador en las relaciones interétnicas (Tamagnini 1995; Tamagnini, et al. 2009; Basconzuelo 2011: 572). El estado nacional en plena etapa de consolidación se ve representado, junto a los misioneros, por los mandos militares presentes en la frontera, por lo que resulta inevitable referirse a algunas personas e hitos vinculados con esta materia para entender mejor el contexto. La percepción unitaria de la cultura indígena, como dijimos, no es del todo infundada y tiene que ver con el marcado y creciente predominio de la etnia araucana o mapuche en la Pampa argentina. Se puede afirmar que la población de estos extensos territorios constituía, en cierta medida, una unidad cultural, en tanto que, por un lado, la mayor parte de las tribus hablaban la lengua mapuche (en sus distintas variedades)2 como lengua general o, cuando menos, la empleaban como lengua franca del comercio y las relaciones intertribales; y por el otro lado, por el grado de importancia alcanzada por el caballo en la organización social y económica de estas culturas, constituyendo lo que se conoce en la etnología como horse complex, en español “complejo ecuestre”. El llamado proceso de “araucanización de las pampas” a partir de mediados del siglo XVII vino a consolidar esta situación de relativa homogeneidad lingüística y cultural en estos territorios. En palabras de Raúl Mandrini (1984: 9s.): El proceso de araucanización alcanzó su climax hacia mediados del siglo XIX y contribuyó a la formación de una enorme unidad lingüística y cultural homogénea en el sur de la línea de fronteras argentinas y que se prolongó hasta el Pacífico en la llamada Araucania chilena. Pero esta unidad no era sólo lingüístico-cultural: una vasta, compleja y bien organizada red de circulación económica conectaba sus distintas partes y, aunque no se logró la unificación política del área, la formación de los grandes cacicatos marcó un primer paso en la constitución de unidades políticas que englobaran y superaran el nivel tribal. 2 Sobre los dialectos del araucano escriben Tovar y Larrucea 1984: 25: “Se establecen tres grupos geográficos de dialectos en Chile: al Norte picunche, al centro mapuche, y en las mesetas andinas pehuenches; al Sur (hilliche/veliche) o kunko, con sus variedades serrano y pichi-wiliche y el subdialecto manzanero, y los dialectos chilote, chikyami o guncho y leuvuche. Los dialectos de la Argentina: ranquel, moluche, y los problemáticos taluhet y divihet están involucrados, en cuanto no son araucano (...). La diferenciación entre los dialectos no es grande, y siempre son mutuamente inteligibles”.

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Mapa de la República Argentina hacia 1860. Raúl Mandrini 2008: 236.

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Los caciques ranqueles Mariano Rosas y Manuel Baigorria, el cacique Valentín Sayhueque al mando del grupo conocido como “manzaneros” en la actual provincia de Neuquén, y el cacique araucano Manuel Namuncurá, hijo del poderoso y temido cacique Calfucurá, quien mandaba en los terrenos de las Salinas Grandes, un territorio que fue arrebatado por las armas alrededor de 1830 a los vorogas, son ejemplos de estos “grandes cacicatos” araucanos que marcan una instancia de superación de la organización social anterior en torno a grupos familiares relativamente poco numerosos. Los caciques en cuestión contaban con el poder suficiente como para reunir pequeños ejércitos de varios cientos y hasta miles de “lanzas”, sin contar la “chusma” que nucleaban, constituida por niños, mujeres y ancianos. El mapa representa el aspecto real de las fronteras entre el mundo “cristiano” o criollo y el indígena hacia 1860. En lo que sigue presentaremos a los distintos actores de esta historia, a los habitantes de la Pampa, más concretamente de los territorios del sur de Córdoba y San Luis y la actual provincia de La Pampa, entonces habitados por indígenas de la etnia ranquel. De ellos trataremos en primer lugar, antes de ocuparnos de los misioneros y los militares. 2.1. Los habitantes de la Pampa Antes le escribí de Córdoba, es decir en medio de la Provincia por asuntos de los indios, y ahora le escribo del medio del desierto que ando por asuntos de los cristianos. Fray Moysés Álvarez, carta del 7 de junio de 1876

2.1.1. Los ranqueles Ranqueles, o ranquilche, ranquelche, es como se castellanizó el etnónimo araucano rankülche, adaptando el fonema /ü/ inexistente en castellano, que en lengua mapuche significa “gente de los carrizales” según la interpretación más difundida3. Los mismos eran una fracción de la etnia pehuenche que, por desavenencias internas, debió abandonar los territorios precordilleranos donde habitaban e instalarse en la pampa central durante la segunda mitad del

La historia más completa de este pueblo parece ser la de Jorge Fernández C. 1998; su lengua se trata generalmente en conjunto con otras variedades del mapuche. 3

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siglo XVIII. Ese territorio se conocía como Mamuel Mapu o Tierra Adentro. En la primera mitad del siglo XIX se les sumaría una fracción de origen huiliche que se instalaría en las inmediaciones de Poitahué. Se da también el nombre de ranqueles a los indios que respondían a Ramón Platero, aunque podría tratarse de habitantes anteriores de estos territorios, ya muy mezclados con otros indígenas y con la población criolla de frontera (Mayol Laferrère 2012: 71). Participaban de todas maneras de las juntas generales con los demás caciques ranqueles. Su población se calcula hacia 1870 en unas 3500 personas. La lengua hablada por los ranquelche era una variedad del mapuche o araucano con características propias y varias similitudes con el picunche o variedad norteña del mapuche en Chile (Fernández Garay 2001). 2.1.1.1. Una excursión a los indios ranqueles Como ya dijimos, las tribus de indios ranqueles provenientes de territorios precordilleranos se instalaron en los terrenos semiáridos de la actual provincia de La Pampa en la segunda mitad del siglo XVIII. Las pocas aguadas y lagunas con agua potable en este territorio marcan los puntos relevantes de la geografía donde se distribuyeron las principales tolderías, lo cual se puede observar hasta la actualidad en la toponimia de la pampa y patagónica en los numerosos nombres de lugares terminados en -co, ‘agua’ en mapuche. Los caciques principales poseían, además de influencia directa sobre grupos de cientos de guerreros, voz en las juntas generales. Estas reuniones eran la instancia superior en la jerarquía de poder de la etnia. En estas juntas se tomaban decisiones de importancia, tales como la realización de un malón a territorios cristianos o la discusión de un tratado de paz, y los caciques se sometían a la autoridad de sus decisiones (Martini de Vatausky 1981: 333ss.). El padre Moysés Álvarez narra su encuentro con los principales caciques ranqueles en los siguientes términos: Cuando en alguna conversacion llegabamos a ciertos puntos en que no podria, a menos de contradecirse negar las ventajas que le reportaba la paz á el en particular y a los demas indios en general, me dejaba siempre suspenso, diciendome veremos lo que resuelven los Señores en la junta —aludía al cacique Baigorria y á los capitanejos. (...) Cayupan fue el que me favoreció mas, pues dijo que juntandose los principales podrian decidir luego la cuestion y despacharnos, que nosotros no eramos

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hombres que andabamos con tanto sol; asi fue que á instancias suyas se señaló el termino de cuatro dias para la junta. Mientras ellos trataban de señalarnos el termino, que equivalia el termino de nuestra comision, levanté muchas veces el corazon a Dios pidiendole que nos señalasen un tiempo corto, y creo que me oyó. Llegó por fin el término designado y todo se arregló favorablemente (D 262).

El cacique debía poseer además dotes oratorias para convencer a los demás caciques, capitanejos y ancianos en estas reuniones. Entre otros testimonios, sabemos por Mansilla del enorme valor que se daba a la oratoria en la sociedad ranquelina. Santiago Avendaño (2004: 59) elogia a un indígena que había dicho un largo y lúcido discurso como un hábil improvisador y de muchas razones. Los ranqueles poseían múltiples y variadas tradiciones discursivas acorde a las circunstancias, y aquí solamente hacemos mención de las que aparecen implicadas en nuestras fuentes, pero el tema es más complejo y los tipos de comunicación entre los mapuches eran mucho más numerosos de lo que podemos esbozar en estas páginas (por ejemplo Golluscio 2001). Vale sin embargo remarcar que las tradiciones discursivas orales de la sociedad indígena son de interés en tanto que las distintas desviaciones de las normas textuales del español observables en las cartas, en parte, pueden deberse a carencias en los conocimientos idiomáticos y discursivos de hablantes bilingües semicultos o con escasa formación escolar, pero también a la mezcla con tradiciones vigentes en la sociedad indígena. Los tipos de comunicación oral, según la descripción de Mansilla (1877: §21), se desarrollaban con variado grado de formalidad alcanzando, los más formales, auténtico rango ritual: Los indios ranqueles tienen tres modos y formas de conversar. La conversacion familiar. La conversacion en parlamento. La conversacion en junta. La conversacion familiar es como la nuestra, llana, fácil, sin ceremonias, sin figuras, con interrupciones del ó de los interlocutores, animada, vehemente, segun el tópico o las pasiones escitadas. La conversacion en parlamento está sujeta á ciertas reglas; es metódica, los interlocutores no pueden, ni deben interrumpirse; es en forma de preguntas y respuestas. Tiene un tono, un compás determinado, su estribillo y actitudes académicas por decirlo así. (...) Voy á estampar sonidos cuya eufonia remeda la de los vocablos araucanos. Por ejemplo:

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Epú, bicú, mucú, picú, tanqué, locó, painé, bucó, có, rotó, clá, aimé, purrá, cuerro, tucá, claó, tremen, leuque pichun, mincun, bitoooooon! Supongamos, que los sonidos enumerados hayan sido pronunciados con énfasis, muy lijero, sin marcar casi las comas, y que el último haya sido pronunciado tal cual está escrito, á manera de una interjeccion prolongada, —hasta donde el aliento lo permite. Supongamos, algo mas, que esos sonidos imitativos representando palabras bien hilvanadas, quisieran decir: Manda preguntar Mariano Rosas, que cómo le ha ido anoche por el campo, con todos sus Jefes y Oficiales? O, en los términos de Mora, supongamos que esa interrogacion sea una razón. Pues bien, convertir una razón en dos, en cuatro ó más razones, quiere decir, dar vuelta la frase por activa y por pasiva, poner lo de atrás adelante, lo del medio al principio, ó al fin; en dos palabras, dar vuelta la frase de todos lados. El mérito del interlocutor en parlamento, su habilidad, su talento, consiste en el mayor número de veces que dá vuelta cada una de sus frases ó razones; ya sea valiéndose de los mismos vocablos o de otros; sin alterar el sentido claro y preciso de aquellas. (...) La gracia consiste en la mas perfecta uniformidad en la entonacion de las voces. Y, sobre todo, en la mayor prolongacion de la última sílaba de la palabra final. (...) Esta última sílaba prolongada, no es una mera fioritura oratoria. Hace en la oracion los oficios del punto final; así es que en cuanto uno de los interlocutoros [sic] la inicia, el otro rumea su frase, se prepara, toma la actitud y el jesto de la réplica, todo lo cual consiste en agachar la cabeza y en clavar la vista en el suelo. Hay oradores que se distinguen por su facundia; otros por su facilidad en dar vuelta una razon; estos, por la igualdad cronométrica de su diccion; aquellos, por la entonacion cadenciosa; la jeneralidad por el poder de sus pulmones para sostener lo mismo que si fuera una nota de música, la sílaba que remata el discurso. Miéntras dos oradores parlamentan, los circunstantes les escuchan y atienden en el más profundo silencio, pesando el primer concepto ó razon, comparándolo con el segundo, este con el tercero, y así sucesivamente, aprobando y desaprobando con simples movimientos de cabeza. Terminado el parlamento, vienen los juicios y discusiones sobre las dotes de los que han sostendido el diálogo. La conversacion en parlamento, tiene siempre un carácter oficial. Se la usa, en los casos como el mio, o cuando se reciben visitas de etiqueta. (...) Volvamos a la junta, (...). Reúnese ésta, nombrase un orador, una especie de miembro informante, que espone y defiende contra uno, contra dos, ó contra más, ciertas y determinadas proposiciones. El que quiere le ayuda. El miembro informante suele ser el cacique. El discurso se lleva estudiado, el tono y las formas son semejantes al tono y las formas de la conversación en parlamento,

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con la diferencia de que en la junta se admiten las interrupciones, los silbidos, los gritos, las burlas de todo jénero.

El análisis conceptual que hace Mansilla de lo que ve y le cuentan es sin duda digno de admiración e insustituible para completar el breve relato que fray Moysés Álvarez hace (D 262). El comentario de Mansilla se abre con una descripción metalingüística de la pura sonoridad de la lengua araucana —que bien se puede clasificar en la terminología coseriana como “palabra mera o mera palabra, puro significante, forma acústica o gráfica” (Loureda Lamas 2006: 146)—, para dar paso a continuación a la presentación de un significado hipotético —una interpretación y explicación del sentido mediante un “como si uno dijera”, como veremos en 3.2.—. Mansilla interpreta el sentido de un acto comunicativo tomando como punto de partida las acciones, los gestos, tonos de voz, etc. que lo acompañan. Se puede confrontar también esta descripción-interpretación con las palabras de Santiago Avendaño (2004: 123), quien describe un parlamento que ha presenciado más brevemente pero en términos parecidos: Así fueron recibidos. Los hicieron apear de sus caballos y los “endilgaron” hacia donde estaban preparados los asientos. En cuanto se hubieron sentado Mari-Guán dio principio a su larga salutación, por medio de un parlamento a “gritos”. El hombre práctico para ellos no se esfuerza mucho en componer el eco, porque de por sí lo tiene bueno por la práctica en este modo parlamentario de conversar. Era tanto lo que tenía que decir que empleó más o menos tres o cuatro horas. Y si se lo hubieran admitido habría empleado ocho. Pichuiñ Guala estaba muy atento a lo que se le decía; no perdía ni un punto. Y de cuando en cuando contestaba: —Veierque may (está bien). El primer orador concluyó, por fin, y siguió otro el saludo; pero los siguientes ya no hacían durar tanto su discurso porque quedaba bien poco que agregar de su parte y concluían pronto, de manera que se pudo oír a todos los que componían la embajada.

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2.1.1.2. La maloca o malón El llamado “malón” o “maloca” constituyó en concepto de Raúl Mandrini “la empresa económica colectiva por excelencia” de estos grupos indígenas que se internaban en la pampas argentinas para apoderarse de ganado y conducirlo en un largo arreo, siguiendo las “rastrilladas” que atravesaban por zonas semidesérticas, caudalosos ríos y la cordillera de los Andes hasta Chile para comercializarlo (Rojas Lagarde 2004). Los indígenas se organizaban en torno a un cacique o capitanejo, el “lonco” que los conducía, y medían el reparto de la ganancia obtenida en ganado, cautivos y otros objetos de valor, según el aporte de caballos a la “empresa”. Durante el siglo XIX, no fue extraña la participación de refugiados políticos, las llamadas “montoneras” en la organización y realización de estos ataques4. Los malones, que implicaban un ataque sorpresivo a poblaciones más o menos próximas a la frontera, con arreos de ganado, incendios y saqueos de viviendas, toma de cautivos entre mujeres y niños, y asesinato de los hombres adultos, dejaron una secuela de miedo tan profunda que haría perdurar el recuerdo de estos ataques en la memoria colectiva de la sociedad pampeana. Aunque también existieron malones de un pequeño número de indios, la organización de un malón a gran escala generalmente implicaba, como ya dijimos, una alianza entre distintas tribus y grupos indígenas, constituyendo así un antecedente directo y la manifestación más clara de la llamada “gran confederación indígena”, lograda hacia mediados del siglo XIX bajo la dirección del cacique araucano Calfucurá, con la participación de otros grandes caciques de la Pampa: Los malones o malocas podían adquirir dimensiones considerables. En un ataque realizado en 1780 al pago de Luján (provincia de Buenos Aires) participaron nada menos que 1.500 indios de lanza. Casi un siglo más tarde, en 1868, una invasión producida al sur de la actual provincia de Córdoba contó con 2.000 guerreros. Por otra parte, desde el último cuarto del siglo XVIII estas acciones dejaron de ser aisladas y esporádicas, para convertirse en empresas cuidadosamente planeadas en las que a veces participaban distintas etnias aliadas al efecto (Quijada 2000: 64).

Véase sobre la conjunción de estas dos fuerzas sociales, indígenas y montoneras, como marginados del nuevo orden socio-político, Marcela Tamagnini 2007. 4

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Retrato de un malón por el pintor bávaro Johann Moritz Rugendas, viajero por la Araucania chilena hacia 1845.

El malón no era ningún fenómeno que resultara novedoso en el siglo XIX, ya que había tenido lugar con frecuencia durante la época colonial. La principal diferencia radicaba, sin embargo, en que mientras antes los malones “habían sido con frecuencia acciones de represalia de los indígenas ante lo que entendían como abusos o agresiones de los cristianos o españoles”, a fines del siglo XVIII y especialmente en el siglo XIX con el agotamiento del ganado cimarrón se habían transformado en una auténtica empresa económica para la apropiación de ganado (Mandrini 2008: 247). Tras repetidos fracasos militares en sus esfuerzos por acabar con la amenaza de las malocas, el ejército argentino incorporó por su parte el malón como estrategia militar organizando ataques relámpago con pocos hombres y armas adecuadas sobre las tolderías o los lugares de pastoreo de los indígenas, para hostigarlos, apoderarse de su ganado y, finalmente, huir lo más velozmente posible. En este contexto se inscriben, por ejemplo, las memorias del Comandante Prado, La guerra al malón. El ministro de guerra, Adolfo Alsina, deplorará en un discurso del año 1875 (Massa 1967: 148) pronunciado ante el Congreso de la Nación que el ejército argentino se valiera de esta técnica aprendida de los “salvajes” para combatirlos:

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El Poder Ejecutivo, aleccionado por una larga experiencia, nada espera de las expediciones a las tolderías de los salvajes, para quemarlas y arrebatarles sus familias, como ellos queman las poblaciones cristianas y cautivan a sus moradores. Estas expediciones destructoras, para regresar a las fronteras de donde partieron con trofeos que rechaza el espíritu de la civilización moderna, sólo conducen a irritar a los salvajes, a hacer más crueles sus instintos, y a levantar la barrera que separa al indio del cristiano.

Otro acontecimiento que precede las negociaciones del Tratado de Paz de 1872 y que cabe mencionar, porque ofrece una idea del estado de las relaciones entre cristianos y ranqueles en la frontera sur de Córdoba, es la expedición sobre Leubucó del general Arredondo el 7 de mayo de 1871 matando indios e incendiando las tolderías. El misionero franciscano Moysés Álvarez menciona la desconfianza y el disgusto del cacique Mariano Rosas, quien recibe a los sacerdotes misioneros recordándoles este episodio (D 259, 262). La palabra “malón” o “maloca”, como vimos, proviene del mapuche “malocan” y se usaba en principio para denominar las incursiones indígenas para hostilizar al enemigo y apoderarse de ganado y cautivos; la palabra conserva este significado histórico en el español rioplatense actual, pero también se usa para designar a un grupo de personas numeroso, desordenado o bullicioso5. Habiendo perdido la realidad concreta que designaba, como ocurrió en Argentina tras la “Conquista del Desierto” con el “malón” o “maloca”, una palabra puede dejar de usarse y caer en el olvido, este es el caso de “maloca” y su verbo derivado “maloquear”, o bien puede tomar cursos innovadores y adoptar otros significados, como ocurre con el significado actual de la palabra “malón”. El contacto intersocial e interétnico conlleva también cambios semánticos, y así se puede observar en el caso de esta misma palabra en el portugués brasileño actual; en un representativo caso de cambio semántico se puede apreciar el reanálisis de los componentes semánticos de la palabra, ya que la “maloca” designa en el portugués brasileño ‘choza, vivienda o aldea de indígenas’, alcanzando además en determinadas regiones, es decir, variando diatópicamente, un significado colectivo y peyorativo como ‘escondrijo’, ‘grupo de bandidos’ y ‘grupo de personas que no inspiran confianza’, o manteniendo solamente el rasgo semántico de colectividad o multitud, como en ‘conjunto de ganado’ o hasta ‘cardumen de peces’; en la variación de tono peyorativo

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Academia Argentina de Letras 2008: 424; Günther Haensch y Reinhold Werner 2000: 378s.

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(‘choza”, ‘escondrijo’, ‘grupo de bandidos’) puede haber pesado también una equiparación con ‘mal’ o ‘malo’6. El trasplante de esta voz de origen araucano se realizó mediante la intervención como lengua transmisora del español, lengua que es la mediadora necesaria con la lengua de destino, el portugués, lengua con la que a su vez estaba en contacto directo en los territorios uruguayos y de la Mesopotamia argentina, es decir, en el otro extremo del territorio pampeano. El sur brasileño o “gaúcho” formaba, más allá de las diferencias idiomáticas con el portugués, una unidad cultural con las regiones pampeanas de Argentina y Uruguay y su cultura “gaucha”; y es esta unidad cultural más allá de las fronteras nacionales y lingüísticas la que explica dicho transplante. La voz “gauderio”, antecedente directo de “gaucho”, se encuentra testimoniada por primera vez en documentos provenientes de territorios de la Banda Oriental del Río de la Plata, actual Uruguay, hacia 1746, y no mucho después aparece en territorios de Río Grande del Sur, Brasil, en Santa Fe y las provincias mesopotámicas de Misiones, Corrientes y Entre Ríos7. Si hemos de creer que la aparición en documentos escritos del vocablo “gaucho” reproduce el orden real de aparición y difusión de la voz, esta procedente entonces también de la banda oriental del Río de la Plata, y se habría difundido, en opinión de estudiosos del tema, al otro lado del río después de los intentos de invasión ingleses (1806-1807)8. 6 Buarque de Holanda Ferreira, Aurélio 1998: 1257. Sobre el origen de esta palabra en el portugués brasileño escribía Beaurepaire-Rohan 1956: 149: “É vocábulo de origem araucana com a significação de correrias em terras inimigas (Zorob. Rodriguez). Nós o devemos, sem dúvida, a qualquer das repúblicas nossas vizinhas; mas não sei por que ponto da fronteira entrou êle para o Brasil. Em tôdo o caso, nêsse trajeto alterou-se-lhe muito a sua primitiva acepção”. Las dudas del autor tienen que ver con los límites de una mirada etimológica que, por un lado, se concentra en el cambio lingüístico en el aspecto formal de una palabra, cambio que resulta irrelevante en este caso, y que, por otro lado, desconoce el trasfondo cultural de este cambio semántico. Una filología histórica que se sujeta a los límites de los estados nacionales no está en condiciones de captar estas unidades culturales supra o, más bien, transnacionales. 7 “No pocos gauderios están al servicio de los hacendados de Río Grande del Sur y de los estancieros de la jurisdicción de Montevideo y para quienes realizan contrabando de ganado y de cueros. Sus características socio-culturales corresponden a las del gaucho de los últimos años del siglo XVIII”. Rodríguez Molas 1968: 68. 8 Rodríguez Molas 1968: 70s. Valga como una pequeña objeción al margen, que se toma demasiado al pie de la letra la fecha de aparición de los testimonios escritos, no habiendo entre los mismos más que un par de décadas de diferencia, y se da a los mismos como prueba del origen de una palabra. La aparición en la escritura de esta voz evidentemente ya corriente en el uso vulgar, solamente muestra el momento en que este elemento vulgar, o popular alcanza

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2.1.2. Los “cristianos” (...) llevémosle la guerra de exterminio —sin tomar prisionero al grande que ha de buscar otra vez la pampa o la espesura de las selvas para robar y asesinar —sin perdonar al que, pequeño todavía, tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado. Y a los que aún no han saboreado el desenfreno, separémosles de los miembros de su familia, hagámosles otra naturaleza, si así puede decirse; llevémosles donde no oigan jamás el nombre de sus padres; donde no puedan despertarse los instintos que corren en su sangre... “La guerra a los indios” en periódico El Nacional, Buenos Aires, 10/10/1862

La década de 1860 está marcada por una serie de discusiones dirimidas en los principales medios periodísticos y en el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación sobre el problema de las fronteras “internas”9. El problema, y las la escritura, más precisamente, una variedad conservadora como el lenguaje jurídico y burocrático que aparece en los libros de actas de los cabildos, los textos legislativos y judiciales, las ordenanzas reales, etc. Sin embargo, la palabra puede haber estado en uso durante tiempo considerable antes de alcanzar la escritura. 9 Como analiza Florencia Roulet (2006), el concepto de “frontera” tiene una larga historia y reune en sí múltiples aspectos: la frontera militar, su significado más antiguo, que se remonta a los tiempos de la reconquista en España e identifica una línea más o menos clara de avanzadas o puesto militares; un aspecto político, como límite entre dos naciones, aspecto que se irá consolidando en el siglo XIX y que llevará a la construcción conceptual de la “frontera interna” para incluir los territorios que formaban parte de Argentina por derecho hereditario pero cuyo dominio efectivo estaba en poder de grupos indígenas y escapaba al control estatal; y, finalmente, un aspecto demográfico, la frontera de población, que solo a veces coincidía con la avanzada de puestos militares, gérmenes de futuras poblaciones a través de los colonos, soldados e “indios amigos” que se instalaban en torno a los mismos. Estos tres tipos de frontera, no necesariamente coincidían entre sí: “Desde ya, aunque podemos entretenernos largo rato procurando trazar los contornos de cada una de estas escurridizas fronteras en un mapa, ninguna de ellas implicó una división tajante ni duradera: desde un principio, hubo indios, blancos, negros, mulatos y mestizos mezclando sus destinos en ambas orillas, pero a la hora de construir representaciones del ‘nosotros’ y ‘los otros’, así como del ‘adentro’ y del ‘afuera’, la diversidad de la realidad quedaba subsumida en categorías fijas, imaginadas como incluivas y homogeneizadoras, al tiempo que excluían a sus pretendidos opuestos (‘cristianos’ de toda laya versus ‘infieles’ englobados bajo un mismo rótulo, ‘civilizados’ contra ‘bárbaros’ y ‘salvajes’), separados por una frontera concebida en términos culturales. Entre las mallas de esa construcción imaginaria se colaban los seres de carne y hueso, compartiendo una cultura material con muchas más semejanzas que diferencias y transitando las permeables barreras de mundos sensiblemente más abiertos y

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distintas soluciones, no solo implicaban decidir sobre el modo de poblamiento del llamado “desierto”, bien mediante colonias agrícolas, bien mediante colonias agrícolas y militares, sino también decidir qué hacer con los habitantes de dicho “desierto”, los indios, y la oposición que representaban a la “civilización”. Las posturas, que en ocasiones parecían marcadas por un humanismo cristiano y otras veces por un creciente darwinismo social, oscilaban entre la persecución sin concesiones y el exterminio de las tribus pampeanas, su expulsión más allá de la frontera natural que constituye el río Negro en Norpatagonia, y otras que proponían una alternativa entre aculturación o sometimiento, “obligadas a conformarse con los hábitos y costumbres de las poblaciones cristianas, o a internarse en el desierto” (Levaggi 2000: 383). El rango de los tratados de paz constituía otro punto central de la discusión, ya que si bien eran producto de una larga tradición que se remontaba a la época de la colonia y las primeras décadas tras la independencia de España, la sanción de la Constitución Nacional en 1853 y la definitiva integración de la provincia de Buenos Aires en la Confederación Argentina tras la batalla de Cepeda (1859) abrían una nueva etapa como estado nacional que obligaban a redefinir el estatus legal de estos acuerdos, proponiéndose en lugar de “tratado” designaciones como “convenio” o “pacto de indios”. Los tratados que antes se realizaban de forma directa con el gobierno local o provincial de turno, estaban sometidos ahora a la aprobación del Congreso; nuevas leyes nacionales configuraban además el marco de lo que resultaba aceptable o no en dichos tratados. El mismo carácter de “tratado” era puesto en duda por abrir caminos a interpretaciones sobre el estatus de las tribus indígenas como si se tratara de un acuerdo entre naciones, ya que esto podría atraer los “cañones europeos”, siempre prontos a intervenir cuando consideraban que se violaban normas de derecho internacional en algún lugar sobre el que tenían aspiraciones (Levaggi 2000: 385). En esos años, sin embargo, la guerra del Paraguay o guerra de la Triple Alianza (1865-1870) acaparaba buena parte de la atención y los recursos materiales del recién nacido estado argentino, por lo que la opción de los tratados ofrecía la solución más sensata para frenar los ataques y robos de ganado de los indígenas y ahorrar en recursos que se debían destinar al Paraguay. En semejante contexto, la orden franciscana instalada poco tiempo antes para erigir una misión en Río Cuarto estaba llamada a cumplir un rol fundamental como intermediaria en las relaciones entre el estado argentino y los indios ranqueles.

receptivos que lo que permiten suponer las irreductibles dicotomías forjadas por una ideología de conquista” (Roulet 2006: 9).

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Después de la conquista (1879-1880) jugaría un rol fundamental junto a otras órdenes, como la salesiana, en la integración a las instituciones estatales de la nación argentina de los indígenas que quedaron en el lugar, a través del registro de nacimiento, defunciones y matrimonios, la alfabetización y la promoción de la cultura occidental paralelamente al abandono de su cultura propia (Salomón Tarquini 2005). 2.1.2.1. El Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Río Cuarto

El padre [Marcos Donati] tenía su imaginación llena de las ideas de los gauchos que han solido ir a los indios por su gusto o vivir cautivos entre ellos. Lucio V. Mansilla

El 13 de noviembre de 1856 llegan a la Villa de la Concepción de Río Cuarto doce frailes de la orden franciscana con las autorizaciones pertinentes del gobierno de la provincia de Córdoba y del ministro general de la Orden, fray Venancio de Celano, para fundar una misión10. Uno de estos religiosos

10 El total de la comunidad franciscana rondaba los veinte sacerdotes misioneros. Martini de Vatausky 1981: 356 escribe: “En la región que nos ocupa actuaron los franciscanos, que llegaron a Río Cuarto el 13 de noviembre de 1856, merced a un convenio que se firmó el 30 de abril de 1855, entre el gobierno de Córdoba y los misioneros Fray Antonio Pedraza y Fray Mario Bonfiglioli. Los misioneros se comprometían a traer desde Europa doce religiosos misioneros (...)”. Pedro Gaudiano (1995: 82) ofrece la siguiente lista de sacerdotes que viajaron acompañando a fray Marcos Donati en 1856: Eugenio Nardoni, Romualdo Ferrando, Cirilo Ostilio, Daniel Urbani, Juan B. Raineri, Plácido Sargenti, Luis Soli, Federico de Genova, Isidoro Anselmi y los hermanos legos Félix Perino y Leonardo Bennaci. Los nombres de los misioneros reclutados por Donati y venidos de Italia en 1867 son, según Abelardo Levaggi (2000: 417): Pío Bentivoglio, Constantino M. Longo, Guillermo Zelli, Quirico Porreca, Mario Dalnegro, Ludovico Quaranta, Antonio Cardarelli, Benito Tessitori, N. Benvenuto y Domingo Bedonni. Levaggi cuenta también entre los frailes italianos a Tomás María Gallo, aunque esto no parece correcto. Reencontramos algunos de esos nombres en el contenido, firma o destinatario de las cartas analizadas. Un lugar central lo ocupará también el sacerdote cordobés y primer misionero franciscano argentino, Moisés Álvarez (Villa del Rosario, 1838-1882), quien desempeñaría distintas funciones misionales y docentes desde el convento de Río Cuarto y la misión del fuerte Sarmiento posteriormente, y participaría de dos viajes a Tierra Adentro. Entre las cartas hay testimonios de sus esfuerzos conjuntos con el padre Donati por aprender la lengua ranquelina valiéndose de la gramática y diccionario del jesuita Andrés Febrés (1765). La

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reclutados en conventos de la Orden en Roma es el padre Marcos Donati (Benevento, 1831-Buenos Aires, 1895), quien una década después, el 1.° de abril de 1868, cuando se haga efectivo el decreto del papa Pío IX, Decretum Sacrae Congregationis Propagandae Fidei pro erectione coenobii Rivi Quarti in collegium apostolicum, asumirá el cargo de prefecto de las Misiones del “Colegio Apostólico de Propaganda Fide”. Además de abnegado misionero, fray Marcos Donati se revelará también como hábil diplomático11, poniéndose en contacto sin pérdida de tiempo con los caciques ranqueles Mariano Rosas y Baigorrita, los caciques más poderosos que amenazaban la frontera sur de Córdoba y San Luis. En carta del 29 de abril de 1868 (D 104) escribe fray Donati al “Señor don Mariano Rosas, Gran Casique” presentándose con las siguientes palabras: Siendo una obligacion sagrada de los Misioneros la educación de la juventud por la enseñanza de principios morales, y religiosos y civiles Cristianos, base donde estriva la verdadera civilizacion y felicidad de todo hombre racional, y considerando por otra parte la falta de estos ministros de Dios en los dominios de Ud. y de consiguiente su grandisima necesidad, por tanto he creido de mi deber como Prefecto de este Colegio de Misioneros, aprovechar de la propicia ocasion que se me presenta en la Comision que manda a Ud. el Señor Coronel Lopez pa tratar de paz. Con esta me dirigo a Ud pa ofrecermele yo con algunos otros Padres a fin de llenar y satisfacer nuestros deseos de ser verdaderos y amorosos Padres pa Ud.y pa toda su gente. (...) Ha de saber Ud. que yo y demas Padres hemos venido desde muy lejos dejando las comodidades de nuestro pais pa hacer bien a los Americanos y acer felices a Uds, así como Ministros de Dios vivimos ansiosos de hacer bien del bien a todos [sic]. Asi estamos dispuestos, si Uds. lo quieren, practicar con Uds. segun nuestro ministerio de sacedotes.

consecución de este libro es de 1875, por lo que se puede suponer que al menos hasta entonces dependieron parcialmente de lenguaraces para su labor evangelizadora. 11 No solamente con los indígenas, su rol intermediador lo colocará en un lugar central dentro de toda una red de relaciones en la sociedad rural del sur de Córdoba y San Luis, en contacto directo con las autoridades provinciales y nacionales, así como con otras instituciones, tales como la Sociedad de Beneficencia, y con autoridades consulares de otros países (Francia) que gestionaban el rescate de sus ciudadanos cautivos. Véase sobre esta red de relaciones sociales y políticas Basconzuelo 2011.

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Lograda la buena voluntad de los caciques ranqueles, y antes de que termine ese año, comienza a hacer gestiones con el presidente Domingo Faustino Sarmiento por intermedio de su ministro del Interior, el futuro presidente Nicolás Avellaneda, ofreciéndose para cumplir un rol como mediador ante las tribus de esta etnia: Si mi invitacion halla Cabida en El Excmo. Sor. Presidente, pienso que una o mas conferencias verbales podran madurar el util proyecto de llevar acabo las misiones catolicas de la Pampa por parte de los Misioneros franciscanos del Colegio Apostólico de Rio 4° de un lado y del Gob. Nl. del otro (D 114).

Con fecha 26 de diciembre de ese año (D 116a) se resuelve admitir la solicitud del padre Donati, otorgándole una modesta suma de dinero de cuarenta pesos nacionales, “bajo la condición de fundar reducciones de indios y enviar cada seis meses al Ministerio de Culto un informe sobre el estado de ellas”. En la carta de Avellaneda del 10 de enero de 1869, donde se transcribe además la Resolución del gobierno, se pondera el argumento de que “bajo la influencia de las misiones pueden establecerse relaciones amistosas y permanentes con el cacique Mariano Rosas y las tribus que tiene bajo su dependencia”, advirtiéndose además que el sacerdote puede usar esta nota ante el cacique como “credencial”.12 Convulsiones internas como la amenaza de levantamiento del caudillo López Jordán en Entre Ríos, si bien primero demoran el inicio de gestiones de paz, luego persuaden al gobierno de la necesidad de evitar una posible alianza de las tribus ranqueles con enemigos políticos del interior, como ocurriera tantas veces en el pasado (Marcela Tamagnini 2007). Por este motivo se comisiona con amplios poderes al nuevo jefe de la guarnición de Río Cuarto nombrado a fines de 1868, el coronel Lucio Victorio Mansilla, para realizar las gestiones pertinentes con los principales caciques, si bien se condiciona el tratado a firmar a la aprobación y ratificación del Congreso. Al mismo tiempo se realiza un avance apostando fuerzas en distintas fortificaciones militares próximas al río Quinto para consolidar esta nueva frontera.

12 Carta del 10 de enero de 1869 (D 117). Lorenzo Massa 1967: 255. El uso de una carta como “credencial” es otro dato que nos habla de la importancia que iba ganando la escritura en las relaciones con la sociedad indígena.

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2.1.2.2. El tratado de paz del coronel Mansilla (1870) Mansilla no penetró en las pampas deslumbrado. Sus ojos se habituaron a la oscuridad de la barbarie en la penumbra de nuestra civilización campesina y fronteriza. Comentario de José M. Estrada en La Tribuna, 7 de diciembre de 1870

Tras pasar por el Fortín Sarmiento para pedir la venia del jefe de la frontera sur, el general José Miguel Arredondo, el 29 de marzo de 1870 se pone en camino la expedición a Tierra Adentro al mando del coronel Lucio V. Mansilla. La expedición, inmortalizada luego en el relato conocido como Una escursión á los indios ranqueles13, durará veinte días, durante los cuales visitará las principales tolderías de las tribus ranqueles: Mariano Rosas en Leubucó, Baigorrita en Poitahué y Ramón en Carrilobo; acompañando al coronel van los misioneros franciscanos Marcos Donati y Moysés Álvarez, además de quince soldados. Estos soldados permanecen en algunos casos anónimos en el relato de Mansilla, pero se puede suponer que entre ellos había al menos un cartógrafo con los conocimientos necesarios para plasmar en un mapa los puntos y vías relevantes de esta región14. 13 Lucio Victorio Mansilla 1877, en adelante Escursión... Citamos por la segunda edición publicada en Leipzig. Sin embargo, por tratarse de un texto clásico que cuenta con numerosas ediciones, siendo la de Brockhaus probablemente una de las menos accesibles, cuando citamos nos limitamos a mencionar solamente el capítulo correspondiente para facilitar su consulta en cualquier otra edición. Los estudios sobre la obra de Mansilla son también numerosos; mencionamos aquí Eduardo Chirinos 2002 y Cristina Iglesia 2003. Un relato detallado de las negociaciones previas y borradores del tratado se puede consultar en Abelardo Levaggi 2000: 394-405. Mayol Laferrère 2012 presenta el contexto histórico y los personajes protagonistas de la expedición, además de detenerse en el análisis jornada por jornada del viaje, que él mismo repitió para escribir su estudio. 14 Se puede ver el mapa del camino hacia los ranqueles trazado por el coronel Mansilla en Fernández C. (1998: 63); el mismo se publicó en la edición de 1870 acompañado de la descripción “Croquis topografico de la antigua y nueva línea de las fronteras sud y sud este de Córdoba y sud de Santa Fé segun las esploraciones hechas por el Coronel Don Lucio V. Mansilla”. Los misioneros franciscanos que acompañaron a Mansilla también dejaron relatos paralelos de esta expedición a Tierra Adentro publicados en la revista Nuevo Mundo 3/4: Documentos históricos franciscanos de la República Argentina. Una selección. Siglos 17-20. Sobre la composición del grupo escribe el padre Donati: “Entre todos eramos diez y ocho, es decir, dos Religiosos, el Coronel con tres Oficiales, trece Soldados entre asistentes y caballerizos para el cuidado de 130 y mas caballos escogidos” (D 192).

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El viaje no careció de incidentes y anécdotas narradas con inigualable gracia por el autor en este texto que se considera actualmente como un clásico de la literatura argentina. El tratado que el autor buscaba consolidar, sin embargo, sería anulado por el Congreso Nacional y, a su regreso de la expedición, Mansilla se encontraría suspendido de su cargo por haber ordenado tras juicio sumario sin consultar a sus superiores el fusilamiento de un soldado desertor. El presidente Sarmiento cerró el sumario pasando al coronel a disponibilidad, con un apercibimiento en su foja de servicios. De regreso en Buenos Aires, Mansilla comenzará en mayo con la publicación por entregas en el periódico La Tribuna de los capítulos de su Escursión..., composición en forma epistolar que se publicó entre el 20 de mayo y el 7 de setiembre de 1870. Las entregas de Mansilla acompañan otros artículos de actualidad del periódico sobre política local como el levantamiento de López Jordán en Entre Ríos, e internacional, como la guerra franco-prusiana. Se hace una primera edición en forma de libro de estos artículos ese mismo año, edición que será premiada por el Congreso Internacional Geográfico en París en 1875 y, merced a esta distinción, es reeditada dos años después por la casa Brockhaus en Leipzig. La obra es sin duda interesantísima desde múltiples puntos de vista. Los que se acercan al texto desde una perspectiva etnológica tienden, sin embargo, a subrayar el “eurocentrismo” de las observaciones de Mansilla, un argumento que subraya de alguna manera la “parcialidad” de la visión de Mansilla como observador de una determinada realidad. Nadie puede, sin embargo, hablar sobre el mundo y la realidad sino desde su propia experiencia y saberes y con las posibilidades semánticas que le ofrecen sus propios conocimientos lingüísticos, ni puede ser entendido fuera de esas posibilidades. Mansilla no puede hablar sino desde lo que ha aprendido en el tiempo que permaneció como Jefe de Frontera (1869-1870) y lo que ha vivenciado en sus veinte días de viaje, también en la convivencia con los soldados y civiles de los territorios de frontera donde cumplía su cargo. “Conflicto” y “convivencia” son dos caras persistentes en la interpretación de la realidad de esta frontera desde la época de la colonia, predominando a veces una, a veces la otra. Mansilla, por cierto, oculta en su relato público sus objetivos militares, o no los hace tan explícitos, pero describe la comunicación en la frontera de una forma sutil y brillante, no ahorrando al lector detalles de su experiencia ni reflexiones sobre la misma. Más allá de esto, la misma escasez de testimonios directos sobre este contacto cultural torna la Escursión... en un documento inestimable.

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La “verdadera” expedición del coronel Mansilla, no la literaria, sino la militar, cumplió sus objetivos solo a medias. La expedición perseguía dos tipos de objetivos: objetivos militares de exploración y puesta cartográfica del terreno (Fernández C. 1998: 63, Mayol Laferrère 2012: 55), que se pueden considerar cumplidos, y objetivos políticos, tal la ratificación definitiva y ejecución de un tratado de paz acordado poco antes con los principales caciques, que finalmente no será aprobado por el Congreso. El fracaso de este objetivo llevaría a reiniciar las negociaciones dos años después, negociaciones que darán lugar a la firma, el día 20 de octubre de 1872, de un nuevo tratado (D 259). Informado de los planes de expansión territoriales de los “wincas”, con gran habilidad política Mariano Rosas había logrado imponer en el tratado que firmara con Mansilla una cláusula sobre la no modificación de las fronteras. La ley 215 de agosto de 1867 del Congreso imponía, sin embargo, la necesidad de llevar las fronteras internas hasta el río Negro (Ratto 2007: 201), no pudiendo por tanto admitir un acuerdo en contradicción con esta ley. Esta ley y otros inconvenientes políticos llevaron a que el Congreso terminara rechazando el acuerdo logrado por el coronel Mansilla y el tratado de paz que había firmado (Levaggi 2000: 405ss.). Ya sin el coronel Mansilla en la frontera, y con la jefatura de frontera del general Julio A. Roca (1871-1878), los protagonistas centrales de las nuevas negociaciones que se abren tras esta situación serán los misioneros franciscanos de Río Cuarto, quienes, como ya vimos, por una parte habían logrado ganarse la confianza de los caciques ranqueles y convertirse en sus interlocutores válidos y, por otra, contar con el apoyo de los gobiernos nacional y provincial para actuar como mediadores. Este hecho significaba un gran paso al asegurar la continuidad de un interlocutor en el diálogo con las tribus, un interlocutor con cara y nombre propio que permaneciera más allá de cualquier cambio de autoridades de gobierno, ministros y jefes de frontera. Precisamente, una de las dificultades constantes y factor de inestabilidad en la relación con los indígenas tras la caída de Rosas en 1853. 2.1.2.3. El tratado de paz de 1872 Ocupado con otras obligaciones, el padre Donati no puede viajar esta vez a las tolderías ranquelinas. Se designa para la ocasión a los padres Moysés Álvarez, quien participara del proceso anterior de negociaciones, y a fray Tomás

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María Gallo, otro misionero llegado tiempo atrás después de haber servido en conventos franciscanos en Tarija, Bolivia (Massa 1967: 271). Estos sacerdotes firmarán en representación del general Arredondo y del gobierno nacional el tratado el 20 de octubre de 1872 en Poitahué y el 24 del mismo en Leuvucó (D 256; Tamagnini 2011 y Levaggi 2000). El tratado constaba originalmente de 23 artículos: El artículo 1° hace expreso el acuerdo de “Paz y amistad entre los pueblos cristianos de la República y las Tribus Ranquelinas”, asegurando éstas “fidelidad” a cambio de la “Protección Paternal” del Gobierno. Por los artículos 2°, 3° y 4° el gobierno se compromete a entregar mensualmente una suma de dinero en efectivo a los caciques principales, caciques secundarios, sus lenguaraces y “trompas de órdenes”. Los artículos 5° y 6° obligan al gobierno a la entrega trimestral de yerba, harina, tabaco, papel, azúcar, jabón y aguardiente. El artículo 7° compromete a los caciques a la entrega de dos cautivos a cada uno de los misioneros y acuerda una suma de dinero para el rescate de otros cautivos. Los artículos 8° y 9° son rechazados por la junta indígena porque “temen no se que cosa” de la escolta de soldados que el gobierno les ofrece. Los artículos 10° y 11° trataban del establecimiento de misioneros en las tolderías y de la potestad de los caciques para perseguir y apoderarse de los bienes de los “indios gauchos ladrones”. El gobierno también ofrece su colaboración al respecto. La respuesta de los indígenas fue que “no era oportuno hablar de eso para entonces”. Los artículos 12° al 15° tratan sobre el control del flujo de personas y mercaderías en la frontera: pasaportes, permisos, lugares de compra y venta, y las multas correspondientes a sus infractores, así como el compromiso de entrega de “desertores y criminales” que busquen refugio en el otro territorio. Los artículos 16° y 17° limitan la validez del tratado a que no haya “invasiones”, quedando los caciques obligados a dar explicaciones sobre su inocencia si ocurre una invasión de las fronteras. El artículo 18° ofrece un indulto a los “cristianos refugiados en Tierra Adentro” que acepten volver. Por el artículo 19° se fija la Villa Mercedes (Prov. de San Luis)15 como lugar del pago y entrega trimestral de lo estipulado en artículos anteriores.

Ante la dificultad de establecer reducciones en territorio indígena, será precisamente en Villa Mercedes, fuerte militar fundado en 1855 en la provincia de San Luis, donde los indígenas debían acudir para el pago trimestral de las raciones, el lugar que elegirá el padre Donati para el establecimiento de su residencia. Según el primer Censo Nacional de 1869, Villa Mercedes contaba con 2025 habitantes: 1741 oriundos del lugar o la provincia de San Luis, 116 provenientes 15

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Los artículos 20° y 21° tratan del apoyo indígena en caso de una invasión extranjera o de otras parcialidades indígenas. El artículo 22° fija la duración del tratado en seis años y su renovación. Se nombra a los sacerdotes en el artículo 23° para encargarse de la ratificación del Tratado por parte del gobierno.

El Tratado está rubricado por cuatro comisionados en representación, Hilarión Nicolay y Juan de Dios San Martín, “por no saber firmar” los caciques Baigorria y Yanquetruz. Por Mariano Rosas firma Martín J. López y por Epumer Rosas firma Gregorio Camargo, y está firmado además por los mencionados sacerdotes misioneros en representación del Jefe de Fronteras, el general Arredondo. En una “junta” se discutieron los 23 artículos del tratado y lo decidido en ella contaba con la máxima autoridad sobre las tribus. De los 23 artículos del tratado presentado se aprobaron en realidad 18, ya que, como se puede leer en la carta del 25 de octubre de 1872 (D 257), algunos artículos como el 20.° y 21.° son todavía objetados por el cacique Mariano Rosas. Abelardo Levaggi (2000: 424) resume las diferencias entre este tratado aprobado y el anterior en los siguientes términos: Fuera de eso, se mantuvieron las entregas en dinero y en yeguas, reduciendo a la mitad, aproximadamente, las demás especies. También, se redujo el número de cautivos que debían devolver los indios y se fijó precio a los demás. No fueron privados en lo inmediato de las tierras situadas al sur del río Quinto, y el gobierno no se comprometió a respetar la línea de frontera. No contempló la cesión o venta por los indígenas de sus tierras, ni el izamiento de la bandera nacional en sus toldos. Tampoco previó el pago de indemnizaciones por la entrega de los criminales cristianos. La duración pactada fue de seis años en lugar de los cinco anteriores.

Sin embargo, también debe contarse entre las novedades de este tratado de paz “el reconocimiento de la inclusión de las tribus ranqueles en el estado nacional” (Tamagnini y Pérez Zavala 2002: 131). Otro factor a tener en cuenta de Mendoza, 80 de Córdoba, 26 de San Juan, 6 de La Rioja, 5 de Catamarca, 2 de Tucumán, 8 de Buenos Aires, 1 de Santiago del Estero. A estas cifras hay que agregar 29 chilenos, 2 uruguayos, 1 paraguayo, 11 españoles y 1 italiano. El total se podía desglosar en 893 varones y 1132 mujeres. En el censo del año 1878, estos guarismos se duplican elevándose a 4549 habitantes. El motivo de este notable incremento poblacional es la construcción del ferrocarril, siendo Villa Mercedes punto terminal del Ferrocarril Andino al Oeste (Tello Cornejo 2003).

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entre las motivaciones del tratado de 1872 es la necesidad del gobierno de restar poder militar a las tribus araucanas de Salinas Grandes, bajo la conducción del gran cacique Calfucurá, primero, y de su hijo Manuel Namuncurá, tras la muerte del primero el 3 de junio de 1873. La famosa batalla de San Carlos de Bolívar, el 8 de mayo de 1872, había significado la primera gran derrota de Calfucurá tras décadas de incuestionada hegemonía sobre los indígenas más belicosos de la Pampa y, al mismo tiempo, el comienzo de la decadencia de los grandes cacicatos. Los ranqueles habían participado en esta batalla con quinientos lanceros como reserva bajo el mando de Epumer Rosas (Lorenzo Massa 1967: 140). Las tribus araucanas de las Salinas Grandes quedarían enormemente debilitadas tras esta derrota militar y privadas pocos meses después de un aliado poderoso, las tribus ranquelinas. La importancia histórica del tratado radica en que se trata del “único respetado por ambas partes más o menos estrictamente” (Massa 1967: 274). Hacia fines de 1878 se llegaría a firmar otro tratado que en los hechos no llegó a aplicarse antes de la operación militar que iba a poner fin al control indígena de estos territorios. 2.1.2.4. La zanja de Alsina (1876) Visto desde Buenos Aires y las demás ciudades del interior pampeano, la situación militar en las fronteras pivoteaba entre estrategias defensivas y ofensivas. Tras más de 80 años en que la frontera del sur de Córdoba se había mantenido estable en los márgenes del río Cuarto, en 1869 se lleva la frontera hasta el río Quinto repoblando (como ocurre con el fuerte “3 de febrero”) o creando una serie de fuertes (“Sarmiento” y “Necochea”) y de fortines, postas o campamentos de enlace en posiciones intermedias (“Arredondo”, “La Ramada”, “Lechuzo”, “Achirero”, “Guerrero”, “Árbol” y otros) que buscaban asegurar el control territorial a la vez que servían de avanzada colonizadora y núcleos de población16. Los soldados y sus familias en función de colonos, que dieron lugar a la formación de pueblos alrededor de estos puntos de frontera, las estancias que ampliaban sus terrenos de cría al frágil amparo de estas 16 Martini de Vatausky 1981: 342. Gómez Romero (2012: 45) suma a las funciones precarias de defensa de los fortines de avanzada llenos de paisanos arrastrados por levas forzadas, la de singulares cárceles destinadas a “disciplinar, controlar e inculcar hábitos proletarios de trabajo a los segmentos sociales más bajos de la campiña pampeana”.

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líneas de defensas y las misiones que se establecieron en las inmediaciones de algunos de estos puntos (“Sarmiento”, “Villa Mercedes” y, por tiempo efímero, “Espinillo”)17 constituyeron las avanzadas del estado nacional que buscaba ampliar el dominio efectivo sobre los territorios indígenas.

Barrionuevo Imposti, Víctor (1988): Historia de Río Cuarto. Constitucionalismo y liberalismo nacional. Tomo III. Córdoba; en Tamagnini 2011: 50.

En una carta firmada por Justo P. Hernández en Río Cuarto el 17 de mayo de 1868 y dirigida al Ministro de Gobierno Dr. Luis Vélez, se puede leer una descripción de esta doble función defensiva y colonizadora de las fortificaciones militares: Hacen algunos meses que mantengo reunidos todos los individuos que se presentaron con D. Buena Ventura Dominguez y queriendo estos prestar un serbicio a la Massa (1967: 203-207, 274-275) cuenta algunas contingencias de la breve existencia de la Reducción del Espinillo. Véase sobre las reducciones en torno a los nuevos fuertes y la política de militarización de los indígenas de las misiones Tamagnini, Pérez Zavala y Olmedo (2009: 296), quienes valoran la función de las misiones franciscanas en los siguientes términos: “Un hito distintivo de esta porción fronteriza fue la creación por parte de los misioneros franciscanos de dos núcleos de reducciones indígenas sobre el río Quinto, específicamente en cercanías de los fuertes Sarmiento y Villa Mercedes (Provincias de Córdoba y San Luis). Desde nuestra perspectiva, estas reducciones deben ser analizadas en el marco de los proyectos militares de avance de la Frontera Sur por cuanto las acciones desarrolladas por los misioneros estuvieron condicionadas por las tácticas y estrategias castrenses”. 17

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Provincia piden ir de pobladores á San Fernando (San Pacho) llebando consigo sus familias y ciendo este un punto importante de la frontera, aun que hoy en poco abansado de la linea que actual tenemos, pero como esiste el trabajo de un fortin seguro, y amas tiene una buena suerte de agua que facilita la agricultura, pudiendose formar con ventaja una colonia ó villa que prestaria un importante serbicio en seguridad de la frontera, para esto solo se requiere el equipo de treinta o cuarenta hombres que estan prontos a marchar cuando se les ordene18.

Aunque hemos insistido más arriba en el carácter precario de la soldadesca, mayormente reclutada por la fuerza entre la población rural o entre los perseguidos por la justicia, lo cual era acompañado de no pocas deserciones en la misma, no faltaban esfuerzos de los gobiernos nacional y provincial por hacer sólidos estos intentos de colonización. En una carta escrita en 1864 del general Emilio Mitre informando sobre la situación en la frontera sur de Córdoba, se lee lo siguiente: (...) las fuerzas del Gobierno Nacional en el desempeño de la misión doblemente civilizadora, y a pesar de las constantes fatigas han hechado yá las baces de una población considerable, pues mediante el muy recomendable celo del Comandante Villar se han labrado ya cuarenta cuadras para la sementera de alfalfa y establecido á la par muchas obras útiles para el soldado una escuela primaria de ambos sexos para los hijos de los soldados casados, y cuya escuela cuanta yá en su seno treinta y cuatro educandos (...)19.

Un hito en la historia de las relaciones entre cristianos e indígenas en la Argentina es la zanja que hiciera construir el ministro de guerra del presidente Nicolás Avellaneda, Adolfo Alsina (1829-1877) atravesando buena parte del territorio bonaerense. Alsina intentó con ella consolidar el control gubernamental sobre territorios de la Pampa argentina facilitando su defensa. Su estrategia se vería luego desestimada por su sucesor en el cargo, el general Julio A. Roca, quien emprendería una campaña militar ofensiva desde diversos puntos, 18 Citado en Olmedo 2007: 75-76. Un comentario del padre Álvarez sobre la situación de las cautivas deja leer en su reverso las funciones de un soldado-colono: “Una cautiva tiene que hacer todos los oficios de un soldado; ella há de cuidar y pastorear las ovejas; há de traer la leña, acarrear agua, limpiar el toldo, etc etc; si se trata de cambiar de localidad, la cautiva há de conducir los pocos muebles que tengan, há de hacer los corrales, há de cavar los jagüeles, há de tejer si se ofrece, en fin todo há de hacer ella.” (D 262). 19 Citado en Olmedo 2007: 78.

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batiendo a los aborígenes hacia el sur, hasta la frontera natural del río Negro y provocando entre los nativos, además de la pérdida del control territorial, muchas bajas en vidas e innumerables prisioneros. La zanja de Alsina, pese a su aspecto de estrategia “defensiva”, marcó la fase inmediatamente anterior a la ampliación mediante las armas de las fronteras efectivamente ocupadas por el estado argentino, afianzando la posesión de enormes territorios en la provincia de Buenos Aires y permitiendo así aproximarse un poco más al objetivo planeado por la Ley 215 del 13 de agosto de 1867, que establecía el adelantamiento de las fronteras hasta los ríos Negro y Neuquén20. Los trabajos de cavado se iniciaron en 1876 y finalizaron un año más tarde con 374 kilómetros de zanja cavada en terrenos ganados a los indígenas. Si bien la zanja no impedía el paso de hombres a caballo, ya que además de numerosos huecos solo estaba vigilada por puestos distantes varias leguas entre sí, dificultaba enormemente el arreo de ganado. El gobierno argentino recurre a diferentes recursos y acciones tendientes a lograr el control efectivo de los territorios de frontera. Entre estos medios se pueden contar tanto las ofensivas militares como las negociaciones pacíficas o la acción de los misioneros católicos. Uno de los instrumentos de pacificación y negociación es la firma de los tratados de paz. En contraste con el período anterior, en esta década se firmaron más de veinte tratados con distintos caciques de la Pampa, no solo los ranqueles. A criterio de Silvia Ratto (2007: 202), la acumulación de tratados (...) mostraba claramente que el objetivo de los nuevos dirigentes (del estado argentino) era el fin del trato pacífico y la expulsión de los grupos indígenas. Mientras el gobierno implementaba la política de ‘negociar para luego hacer la guerra’, fue cada vez más claro para los líderes indígenas que había terminado la época en que ellos ‘hacían la guerra para luego negociar’.

20 El Artículo 3.º establecía que “[l]a extensión y límite de los territorios que se otorguen en virtud del artículo anterior, serán fijados por convenios entre las tribus que se sometan voluntariamente y el Ejecutivo de la Nación. Quedará exclusivamente al arbitrio del Gobierno Nacional fijar la extensión y límite de las tierras otorgadas a las tribus sometidas por la fuerza. En ambos casos se requerirá la autorización del Congreso”; en tanto que el artículo 4.º precisaba que “[e]n caso que todas o algunas de las tribus se resistan al sometimiento pacífico de la autoridad nacional, se organizará contra ellas una expedición general hasta someterlas y arrojarlas al sud de los ríos ‘Negro’ y ‘Neuquen’.”

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2.1.3. Habitantes de la Pampa. ¿Quiénes eran los gauchos? Concentrarnos en instituciones como la iglesia y el ejército no nos debe hacer olvidar que las relaciones que estas instituciones encarnan y proyectan se cumplen entre individuos concretos y grupos sociales específicos. Las llanuras de Argentina, Uruguay y sur de Brasil darán suelo a un tipo social original cuyo origen, caracterización y destino fue objeto de acaloradas discusiones con no pocos supuestos ideológicos: nos estamos refiriendo al gaucho21. Al hablar de la región que habitaban los gauchos, Eleuterio Tiscornia (1930: v) opina que su “región propia, como se sabe, abarca el litoral rioplatense desde la Pampa hasta la República del Uruguay en su mayor parte, comprendiendo nuestras provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y sur de Corrientes”. El autor no explicita lamentablemente un criterio para esta delimitación territorial. Existen, a decir verdad, diversidad de criterios de geografía humana, culturales y socioeconómicos para delimitar esta región y que se encuentran, de forma explícita o implícita, en los distintos autores que se ocuparon de la materia. Desde un punto de vista geológico y de paisaje, la región pampeana abarca también el centro y sur de Córdoba y los territorios de Río Grande del Sur, en Brasil. Estas llanuras se caracterizan por sus ricos suelos y su clima templado, con suficientes precipitaciones pluviales a lo largo de todo el año para garantizar su fertilidad; brindaban condiciones ideales para la producción ganadera y cerealera22.

Para una historia y caracterización social del gaucho, véase Rodríguez Molas 1968 y Slatta 1985. 22 La delimitación de los territorios que habitaba el gaucho es parte de la polémica cargada ideológicamente entre “hispanistas” y “americanistas” que separa las aguas en la definición del gaucho. Presentemos pues una delimitación de la Pampa ofrecida por el cautivo francés Auguste Guinnard 1999, que se puede considerar libre de estos presupuestos: “En la época en que no se ponía el sol en los dominios de los monarcas españoles, las vastas llanuras que se extienden entre Buenos Aires y el estrecho de Magallanes por un lado, y entre el Atlántico y el pie de los Andes por otro, eran consideradas como parte del virreinato de la Plata, a pesar de que la mayoría de los nómades que las ocupan vivieran entonces como ahora libres de todo yugo. En el día, una línea tortuosa determinada al este por la cordillera de Médanos y el río Salado, al norte por el río Quinto, el Cerro Verde y toda la extensión que recorre el río Diamante hasta el pie de los Andes, forma el límite común de la Confederación Argentina y de la pampa independiente. Al sur del río Negro comienza la Patagonia.” 21

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El paisaje humano ofrece también cierta uniformidad en estos territorios. El tipo humano que habitaba estas regiones no solo estaba condicionado decisivamente por el medio geográfico, sino también por las condiciones materiales de una economía pastoril y la incorporación del caballo a su cultura. La presencia del caballo como medio de transporte, herramienta de caza y en los trabajos cotidianos, así como también en tanto fuente de alimentación y de cuero para la construcción de sus viviendas y para la confección de calzado y vestimenta, será decisiva para la población de la región, sea esta tanto criolla como indígena (Weber 2005). Los rasgos culturales que definen a este tipo humano de ambiente pastoril son extensibles como dijimos no solo al sur de Brasil (territorio del gaúcho), sino también en cierta medida al centro y sur de Chile (territorios del huaso chileno), los llanos del Paraguay y muchos lugares del norte argentino. Este habitante rural de existencia semi-nómade presenta además paralelos con otros tipos humanos semejantes en otros lugares del mundo americano, tales como el llanero venezolano y colombiano, el charro mexicano, el vaquero paraguayo y el cowboy norteamericano23. Si bien todos los estudiosos de la materia coinciden en señalar su carácter mestizo24, la polémica en torno al “gaucho” se puede comprender mejor consi-

Véase Rodríguez Molas 1968: 16s. Larocque Tinker 1962 ve en el origen común español y en condiciones similares de vida en la frontera la explicación de los rasgos culturales semejantes de estos y otros tipos campesinos de Hispanoamérica: “Los vigorosos, indestructibles jinetes del nuevo mundo producidos por estas experiencias hicieron incalculables contribuciones a sus respectivos países. Combatieron a los indios, ampliaron las fronteras e hicieron posible grandes imperios de ganado. Pero, aún más, integraron una excelente caballería guerrillera que luchó por la libertad con fanática ferocidad. (...) Estas hazañas patrióticas transformaron a los humildes, analfabetos jinetes en populares héroes románticos, cuya fama y logros fueron difundidos por payadores del Río de la Plata, los cancioneros de México y los cantadores de los llanos de Venezuela y Colombia, que cantaron sus alabanzas” (Larocque Tinker 1962: 194). Otros autores, en cambio, afirman la singularidad de la situación fronteriza en estas regiones (Aldunate del Solar 1982). 24 Con frecuencia se destaca el carácter mestizo de este tipo humano, mezcla de elementos criollos, esto es, descendiente de padres españoles pero nacido en América, con el desclasamiento social que la jurisprudencia de la corona española establecía para esta situación, y de elementos indígenas, es decir de madre indígena, como ocurriera en tantos casos en el Paraguay, a la que se sumarán muchas formas nuevas de mestizaje tras el ingreso de población negra esclava en el Río de la Plata; lo cierto es que un análisis del uso que se daba del término y a quiénes se aplicaba, determina que el factor étnico no parecía tan relevante en la definición del “gaucho”, ya que también se daba la designación a negros, tanto libres como esclavos mientras se dedicaran a tareas rurales, mestizos, mulatos, y hasta a extranjeros, siempre y cuando 23

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derándola en torno a dos polos definibles a grandes rasgos en, por un lado, los “hispanistas”, quienes destacan los rasgos hispánicos, más concretamente andaluces, o bien, árabes, de los jinetes nómades criollos, insistiendo en el carácter conservador de su cultura25. Los “americanistas” por su parte enfatizan el desarrollo autóctono del gaucho, a quien consideran producto de un medio ambiente fronterizo típico del Nuevo Mundo. Sus filas también se dividen. El indianismo, una posición minoritaria cuyo mejor exponente es Vicente Rossi, remite los orígenes del gaucho a feroces guerreros nómades guaraníes (hauchús) de la Banda Oriental, la República Oriental del Uruguay desde 182626.

El origen y etimología del término “gaucho” generó también discusiones que se mantienen a grandes rasgos en el mismo eje descrito entre “americanistas” e “hispanistas”; junto a numerosas etimologías bastante bizarras que derivan la palabra del inglés, el gitano o el hebreo, se señala como interpretación más probable que, junto a otros elementos culturales de herencia indígena como el consumo de la yerba mate y el uso de las boleadoras, debe verse también el nombre mismo de “gaucho” como descendiente del guaraní hauchó o hauchá, o bien del araucano hauchú o de la palabra quechua hauk-cha, que significaba “huérfano”. Uno de los mayores problemas en esta discusión “etimológica” sería, según destaca Rodríguez Molas (1968: 60), que se confunde el origen del término con el origen del grupo social mismo, que ya este contaba en realidad con antecedentes mucho antes de que se acuñara la palabra “gaucho” para identificarlo. Destaca Richard Slatta (1985: 26) que el término convivió con otros para designar el mismo grupo humano:

su residencia, su actividad principal y sus habilidades en el uso del caballo, la boleadora, etc., coincidieran con las que eran esperables de este tipo humano rural. 25 Los elementos culturales que se destacan en esta continuidad son la vestimenta, las costumbres, el temperamento, la fraternidad tribal y la fisiología, la música y la poesía, así como otros elementos materiales característicos de la cultura pastoril. Richard Slatta 1985: 23. Véase también Frederick Mann Page (1897): Los payadores gauchos. The descendants of the juglares of old Spain in La Plata. 26 Richard Slatta 1985: 24. Véase también Rodríguez Molas 1968: 17, quien sostiene que esta región produjo “una cultura distinta a la traída por el español y a la que posee el indígena” generando “un nuevo e importante grupo humano”.

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El gaucho cambió mucho a lo largo de dos siglos de cacería y cuidado de animales, y su nombre también se alteró considerablemente. Los funcionarios gubernamentales utilizaron el término “gauderio” en 1746 y “gaucho” en 1774 para describir a hombres que mataban reses ilegalmente para aprovechar el cuero y el sebo en la frontera. Un sinónimo, “changador”, aparecía anteriormente en documentos del cabildo de Buenos Aires de 1729. El changador, a menudo un peón emprendedor que trabajaba por su cuenta comerciando cueros sin la licencia necesaria o “acción”, podría ser considerado el precursor individual de quienes más tarde se desarrollaron como grupo social con valores diferenciados y un estilo de vida ecuestre: los gauchos de la frontera del Río de la Plata.

La posesión de la tierra y la facultad de disponer del ganado cimarrón27 eran la única merced que la corona podía otorgar en tierras del Río de la Plata en los tiempos de la colonia, un territorio sin minas ni posibilidad de establecer encomiendas indígenas. Así pues, la burocracia colonial reservaba a los “vecinos”, es decir, a los españoles blancos, descendientes de los fundadores o conquistadores, residentes además en las villas y ciudades, en definitiva, a los propietarios ya existentes de tierras en un sistema orientado a mantener la inmovilidad de un determinado estatus social, el derecho a disponer del ganado cimarrón y de organizar “vaquerías” de captura de este ganado (Rodríguez Molas 1968: 18). Pocos propietarios se adueñarían así paulatinamente de grandes porciones de tierra creando la base para el desarrollo de enormes latifundios y conformarían una clase de propietarios rurales o estancieros que persistiría más allá de la declaración de la independencia de España. No extraña, pues, que se considerara a los “mancebos de la tierra”, fueran estos tanto criollos como mestizos, que disponían sin licencia del ganado cimarrón para su supervivencia, como “mozos perdidos”, “delincuentes”, “vagamundos” y “mal entretenidos”, en especial cuando el ganado, víctima de la gran depredación comenzó a escasear y, paralelamente, el precio internacional del cuero aumentó prometiendo mayores ganancias a este comercio; tal valoración negativa se mantendría hasta el siglo XIX y conviviría con el uso de “gaucho” como término genérico para designar a los habitantes rurales de la Pampa rioplatense.

27 Tras el abandono del primer fuerte de Buenos Aires y el traslado de la población al Paraguay quedaron abandonadas algunas parejas de caballos y vacas que, merced a la benignidad del clima, en pocas décadas se reprodujeron asombrosamente poblando la Pampa con muchos miles de animales.

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La valoración peyorativa del “gaucho” o “gauderio” es un fenómeno que se manifiesta en numerosos documentos de la burocracia colonial durante el período borbónico. Sin embargo, usar como fuente estos documentos, opción legítima ante la carencia de otras fuentes, no debe ocultar que, primero, se trata de una manifestación del lenguaje burocrático, es decir de una variedad escrita y que por tanto pudo conservarse, pero que existieron otras variedades que no llegaron a tener acceso a la escritura; en segundo lugar, que se trata de un estilo de escritura de tendencia conservadora y no siempre abierta a la inclusión de innovaciones; y en tercer lugar, que se trata de la visión de una clase social dominante, cuyos intereses respaldaba esta burocracia, pero que no nos dice mucho de la percepción de otras clases y grupos sociales o de la autopercepción de los gauchos mismos. Como bien señala el historiador Carlos Mayo (1995: 151) intentando explicar la convivencia de los dos significados del término, el neutral y el peyorativo: Como toda criatura semimarginal o marginal, el gaucho fue definido desde el centro, desde lo alto, desde el poder, y esa caracterización era, en la segunda mitad del siglo XVIII, francamente negativa. Gauderio era, según la versión oficial, el cuatrero que había hecho del robo y el faenamiento clandestino de ganado un medio de vida; era el vago y malentretenido, un transgresor. Otras fuentes coloniales tardías —en menor número— también llaman gaucho al peón, al jornalero. ¿En qué quedamos? ¿Gaucho es el vagabundo ladrón o el peón que trabaja por un salario? En rigor puede ser ambas cosas (...).

En la segunda mitad del siglo XIX, en los textos epistolares que nos ocupan, se observa también el uso de la palabra entre los indígenas para designar a sujetos rebeldes y no sometidos a la autoridad de un cacique. El tratado de paz de 1872 expresa la necesidad de “perseguir a los Indios Gauchos ladrones” (D 259) y, de forma análoga el cacique Mariano Rosas se expresa dando el mismo valor atributivo a la palabra: También le pido al General quinientas lleguas por lo pronto para darles a estos yndios gauchos y desirles que esto es del trabago que estoy asiendo para que bibamos en paz y suplico a Vd. que (...) me las den por que de otro modo como podre sugetar estos gauchos (D 219).

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Lucio V. Mansilla (1877: §11) confirma este uso, aunque, como ocurre en otros casos, lo atribuye a los indígenas siendo en realidad de uso general en la frontera: A la orilla de ellos [los montes del cuero] vivía el indio Blanco, que no es ni cacique, ni capitanejo, sino lo que los indios llaman indio gaucho. Es decir, un indio sin ley ni sujeción a nadie, a ningún cacique mayor, ni menos a ningún capitanejo; que campea por sus respetos; que es aliado unas veces de los otros, otras enemigo; que unas veces anda a monte, que otras se arrima a la toldería de un cacique; que unas anda por los campos maloqueando, invadiendo, meses enteros seguidos; otras por Chile comerciando, como ha sucedido últimamente.

El origen del gaucho se data generalmente en la primera mitad del siglo XVIII (Rodríguez Molas 1968: 58) y su desaparición en la segunda del siglo XIX, con la reorganización socioeconómica de estos territorios en el marco de la consolidación del estado nacional; algunos autores, prescindiendo de la desaparición de la base material en la que el gaucho basaba su subsistencia y forma de vida, ven una continuidad en los peones rurales que habitaron los mismos territorios durante el siglo XX. Sin embargo, no solo la desaparición de sus condiciones de vida materiales, también la numerosa inmigración proveniente de Europa cambiaría notoriamente el paisaje humano de las zonas rurales pampeanas (Gori 1986). En los años de los documentos epistolares (1860-1880), el dominio efectivo sobre el territorio argentino no iba mucho más allá de una franja de unos doscientos kilómetros de ancho entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos en el este, Mendoza en el oeste y la ruta que, pasando por el sur de Córdoba, comunica con las principales ciudades del norte —Tucumán, Salta, Jujuy— y, más allá, con el Alto Perú, quedando a ambos lados de esta ruta, en el monte chaqueño, la región pampeana y la estepa patagónica, con excepción de algunos enclaves en la costa atlántica, extensísimos territorios controlados por tribus indígenas independientes del poder estatal. El control efectivo sobre estos territorios era condición necesaria para la constitución del estado nacional y, al mismo tiempo, para su incorporación en el concierto internacional de naciones como país productor de materias primas agropecuarias. Raul Mandrini explica resumidamente el inicio de este proceso de transformación económica en el contexto internacional:

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Para entonces, al inicio de la década de 1820, el sector dominante porteño había cambiado sus intereses. Durante la primera década revolucionaria, comerciantes ingleses o grandes casas comerciales de ese país habían ido ganando el control del comercio externo, dejando a los grandes comerciantes locales en una posición subordinada. Sin embargo, la expansión de la economía mundial tras el fin de las guerras napoleónicas había ampliado los mercados para los productos pecuarios de la campaña bonaerense; numerosos miembros de la elite porteña comenzaron a volcarse hacia esa actividad. La reorientación de la economía de Buenos Aires impulsó la necesidad de nuevas tierras; el gobierno porteño puso entonces su mirada en aquellas que se extendían más allá del río Salado, reconocido como límite formal con las sociedades originarias del sur desde la época virreinal28.

Lograr este objetivo implicaba, entre otras cosas, extender el territorio borrando las fronteras interiores de la “Tierra Adentro”, fundar poblados y construir vías de comunicación efectivas que conectaran los distintos puntos del interior del país con el puerto de Buenos Aires (desarrollo de líneas ferroviarias), y racionalizar y hacer más efectiva la producción agropecuaria mediante diversas medidas como el alambrado, la cría selectiva, la rotación de cultivos, la incorporación de mano de obra inmigrante, etc. Para ello era necesario acabar con la oposición del indio y del gaucho renuente a someterse al orden político y económico que el estado propugnaba. Las cartas que analizamos representan, de algún modo, los ecos finales de una cultura que ofrece su última resistencia al avance avasallador del progreso encarnado en el estado argentino. Así pues, no solo la cultura independiente del indio finaliza con la llamada “Conquista del Desierto”, sino que, también, la cultura rural del gaucho se encontraba entonces en agonía. La derrota del último caudillo federal López Jordán y sus montoneras de gauchos (1873) debe ponerse en relación con la guerra del Paraguay (1865-1870) y con la “Conquista del Desierto” (1879-1884), ya que son los capítulos finales del triunfo de la civilización sobre la “barbarie”, el anhelado proyecto de la generación romántica rioplatense. Como afirman Marcela Tamagnini y Ana María Rocchietti (2007: 12): El hecho de que tanto en el toldo como en el Fuerte existieran destinos inciertos y abundara el pobrerío pone en evidencia que su compleja trama no se comprende en su totalidad si no tenemos en cuenta que el “drama social” en sentido turnereano

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Raúl Mandrini 2008: 240. Véase también Martha Bechis 2008: 51.

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[de Victor Turner] que continuamente se ponía en escena no habría sido solamente el conflicto con las tribus sino también con los mestizos y blancos pobres (en muchos casos, pobladores que ocupaban los campos que aún no revestían interés para los terratenientes) los cuales debían ser incorporados en calidad de subordinados al nuevo orden estatal.

2.2. Contexto sociocultural: mestizaje y educación A la hora de definir el alcance territorial del gaucho como grupo humano se nota en los autores clásicos sobre el tema una tendencia a no querer expandirse mucho más allá de los territorios donde habitaba el “componente indígena” originario de su condición mestiza, podemos suponer que para no poner en riesgo su argumentación de matriz etnicista. La territorialización propuesta por Tiscornia que vimos más arriba vincula a este tipo humano pampeano con los indígenas que también habitaban dichos territorios, mayoritariamente de filiación tupí-guaraní. El substrato indígena sería definitorio no solo de los rasgos culturales y lingüísticos generales sino también de las diferencias y variedades internas. El substrato indígena es el elemento que ofrece una base para la delimitación geográfica que distintos autores establecieron: Las siguientes observaciones atañen a las condiciones del español del gaucho como existe y ha sido (tal como la escritura y tradiciones lo muestran) durante al menos cien años en las provincias de Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental. Sin hacer un estudio más amplio y preciso, no es posible establecer exactamente los límites geográficos de cada particularidad individual. Aunque la mayoría de las peculiaridades salientes son comunes con otras personas de habla hispana de América del sur, cuando se entra en detalles, uno es capaz de encontrar una diferencia notable entre el lenguaje del Porteño (de Buenos Aires) el Entrerriano, el Correntino y el Oriental; una diferencia no siempre debida a la distancia con los centros educativos. No hay, sin duda, nada extraordinario en esto. Hay pocas razones para asombrarse con las peculiaridades locales en el desarrollo del habla de una población sin educación, dispersa sin medios de comunicación sobre miles y miles de kilómetros cuadrados. Los dialectos de los indios, además, que durante los últimos 300 años han entrado en la composición de la lengua del gaucho, son de carácter variado y han contribuido no poco a dar un tipo local a cada sección del dialecto (Page 1897: 48).

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Así se presentan las culturas indígenas que “rodean” esta región como definitorias de su espacio y determinantes de sus márgenes. Cambiando la perspectiva, Ángel Rama resume esta concepción que unifica límites territoriales y sociales haciendo hincapié por su parte en la variedad lingüística y definiendo a la región como una zona lingüística débil y confusa, a mitad de camino entre un centro idiomático asentado en en las aldeas-capitales (Buenos Aires, Montevideo) y un vasto y desmembrado anillo de lenguas indígenas o extranjeras (portugués) que fija la línea fronteriza. La lengua gaucha no es simplemente un habla rural sino una lengua de fronteras, propia de una población de desclasados (...)29.

Aunque no todos los estudios lo expongan tan claramente, esta es la definición territorial que explícita o implícitamente subyace a la mayoría de los estudios, en coincidencia sobre la centralidad de la ciudad de Buenos Aires y variando respecto a la consideración de Montevideo y la República Oriental del Uruguay con su frontera “portuguesa”. Buenos Aires en tanto centro, pues, se impone como perspectiva obligatoria para definir al gaucho y su lengua en función de la “distancia” respecto a ese centro. En nuestro planteo, en cambio, que intenta pararse directamente sobre un territorio determinado y borronear la “línea de frontera”, o mejor dicho, la “frontera como línea”, asoman en el horizonte múltiples centros. También Buenos Aires, por cierto, pero no en mayor medida que otras ciudades como Rosario, Córdoba, San Luis, Mendoza o Santiago de Chile. Del sociólogo de la literatura uruguayo se desprende también la sugerencia de no considerar tanto a esta variedad lingüística en términos de una oposición entre ciudad y campo, que evidentemente la hubo, sino como la lengua de un nivel social o variedad sociolectal propia de los “desclasados” de la frontera. Como explicamos más arriba, nos parecen también definitorios otros rasgos culturales como los conferidos por el “horse complex” a este tipo humano rural de características relativamente homogéneas a ambos lados de la “frontera”, en una región mucho más amplia que la que generalmente se considera y que atraviesa asimismo con ello fronteras lingüísticas, étnicas y nacionales ante las cuales los estudiosos suelen detenerse. Partir de un concepto de pureza étnica y homogeneidad nacional, construido en realidad como relato estatal

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A. Rama 1987: XXIX. Cfr. también J. L. Moure 2010b: 224.

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para justificar el exterminio y erradicación del indígena, no conduce a buen puerto. La eliminación del indígena fue más violenta y, si se quiere, directa, pero también se eliminaron las condiciones materiales de vida del gaucho, y con ello su cultura y su lengua. El final de ambos grupos humanos, o su transformación en otra cosa, son procesos que marchan paralelos. Hebe Clementi (1994: 148) describe esta situación con los siguientes conceptos: La edad de oro del gaucho se supone entre los historiadores como coincidente con la expansión hacia el sur de la frontera de Buenos Aires y con la optimización de la capacidad de la industria exportadora de carne salada vinculada con la ganadería (1820-1850). Los cambios en la industria de la carne, el fin de la esclavitud, la influencia de producción de lana, llevaron inexorablemente a la eliminación del gaucho como la mejor mano de obra móvil. Atrapado entre su amor inquebrantable por la libertad y la ley que lo forzaba a defender contra los indios a la misma sociedad que erosionaba aquella libertad, el gaucho desapareció gradualmente de escena. Cuando, hacia el fin de siglo, el nuevo esquema económico basado en la exportación de carne y productos del agro se consolidó con apoyo financiero del exterior, el gaucho fue eliminado. De manera similar, la frontera con el indio desapareció cuando la nación consolidó sus fronteras internas e internacionales.

El paralelo entre las condiciones de existencia y su mismo final nos hablan de una situación humana inédita en estas fronteras y, al mismo tiempo, de una arquitectura lingüística singular que erróneamente se buscaron en el habla de los peones rurales y los habitantes de estos territorios en tiempos posteriores. La “Conquista del Desierto” es un punto de quiebre común que no se puede soslayar. Igualmente cuestionable nos parece la postura que no encuentra antecedentes del español y hace hincapié en la novedad de las variedades del español en estas regiones (Virkel 2004). El español no era solamente la lengua de las relaciones diplomáticas y comerciales con la sociedad criolla, sino que también se hablaba en las tolderías, entre los refugiados y cautivos adultos, y en más de un caso fue aprendido allí como lengua materna, dando lugar a la formación de variedades de contacto. 2.2.1. El mestizaje y los lenguaraces No son pocos los testimonios que hablan de un avanzado estado de mestizaje en las tolderías. Al regreso de su expedición a los indios ranqueles, Mansilla

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informa a su superior, el general Arredondo, entre otras observaciones, que “están muy mezclados con los cristianos” (Levaggi 2000: 415). Marcela Tamagnini (2007: 47) describe la irrupción de nuevos enfoques que ponen el acento en el mestizaje cultural de estas sociedades: En los últimos años, y al compás del desarrollo de la historia social de fronteras, estas experiencias de vinculación con otros grupos étnicos [scil. la población rural gaucha en las sociedades indígenas] han comenzado a ser vistas como expresión del mestizaje. En ese marco, los chilenos León Solís y Villalobos han considerado a las regiones fronterizas —que incluyen para ellos tanto la Araucanía como a las pampas argentinas —como un espacio de “sociabilidad mestiza” en el que habría tenido lugar la “indianización” de muchos de estos criollos y la irrupción de “tipos humanos” que serían la síntesis cultural de dos mundos en contacto.

Nuestra perspectiva, sin embargo, se enfoca en otra dirección al hablar del mestizaje, es decir, no tanto en algún tipo de “indianización” de la población rural criolla, que nos parece un análisis posible y legítimo, sino más bien en una “hispanización” de la población indígena y mestiza, ya que estamos intentando aproximarnos principalmente a las variedades de contacto del español que surgen en estos territorios en la época que nos ocupa30. Leonardo León y Sergio Villalobos (2004: 32-33) consideran la frontera como “espacio autónomo” o “espacio de transición” definido por su carácter mestizo y que difiere de sus componentes indígena y criollo, no siendo igual a la sumatoria de sus partes. Los autores ofrecen la siguiente descripción de los tipos humanos que se podían encontrar en estos territorios: Para reconstruir este proceso es necesario el estudio de los espacios de sociabilidad más notorios en los cuales los mestizos aparecen como los principales protagonistas: chinganas, pulperías, ferias, fuertes y pagos. La gama de sujetos que surgen en

César Aníbal Fernández (2008: 206) señala que la variedad el español del norte de la Patagonia, aun contando con algunos antecedentes de contacto entre las lenguas indígenas patagónicas y el español en la época de la colonia y primeras décadas de la independencia, propiamente “comienza a desarrollarse a partir de la llamada Campaña del Desierto”. La variedad de esta región podría contarse perfectamente dentro de la gran “área de formación dialectológica tardía” que señala para la Patagonia Ana E. Virkel 2004: 101. Nos encontramos así con que, casi ciento cincuenta años después, estos territorios no logran desprenderse de su carácter “fronterizo”. Ambos investigadores no toman en cuenta las variedades de contacto presentes antes de la conquista del “desierto”. 30

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ese contexto es riquísima y variada: del mundo popular rescatamos a vagabundos, bandoleros y jornaleros, peones y asentados, milicianos y desertores, colonos (nacionales y europeos), asilados, misioneros, viajeros y cautivos. Del mundo tribal surgen lonkos, ulmenes, capitanejos e indios de chusma, provenientes de las tribus que componían el complejo mosaico étnicos de las Pampas y Araucanía y que visitaban la frontera periódicamente; comisarios, capitanes y lenguas, comandantes y baqueanos, analizados en su rol oficial e informal, sumados a los comerciantes, conchavadores, proveedores de manufacturas y bienes, que pulularon por pagos, fuertes y tolderías.

La principal unidad económica de los territorios de frontera era la estancia dedicada a la crianza de ganado vacuno. El estado provincial y nacional eran también un importante agente económico, en especial, mediante el sistema de raciones derivados de los tratados de paz, así como el sostenimiento de fuertes y puestos militares para la defensa de la frontera y de los caseríos y pueblos que se formaban en torno a estos puestos con los soldados de servicio y los pobladores que buscaban su protección. El principal centro comercial era la pulpería, donde se vendía yerba, sal, pimienta, azafrán, orégano, comino, arroz, galleta, pan, fideos, azúcar, velas, vino, anís, aguardiente de caña, café y té. Pulperos y viajantes de comercio compraban a su vez cueros, muchas veces de origen oscuro, que vendían en las ciudades. El cuatrerismo era una de las formas de supervivencia de los habitantes de la campaña, junto con el “conchabo” en las estancias; los trabajadores libres y “zafreros” se desplazaban para realizar tareas de siembra y cosecha en distintas estancias del territorio. Los malones y la entrega de “mantenimientos” por las “paces” eran también una de las formas del ingreso de las tolderías en estos circuitos comerciales, ya que proveían a los indígenas (a la vez que los hacían dependientes de estos artículos y “vicios”), de productos como armas, herramientas, materiales para la construcción, artículos medicinales, aguardiente, azúcar, tabaco, maíz, trigo, harina, etc. No pocas veces los indígenas de las “tribus amigas” se trasladaban a las cercanías o a los pueblos mismos para desarrollar con mayor comodidad su comercio de tejidos, cueros o plumas de ñandú. La acción de las misiones, si bien de forma tardía, contribuyó a uniformar culturalmente los distintos grupos étnicos. Investigaciones de los objetos hallados en excavaciones arqueológicas de las poblaciones rurales y las tolderías han demostrado “la uniformidad de bienes necesarios para el género de vida en ambos ámbitos” (Rocchietti 2007: 288). Las actividades de diversión, las necesidades cotidianas asociadas a la

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vida rural, las mismas carencias y pobreza se presentaban de forma semejante a uno y otro lado de una “línea de frontera” que, observada desde cerca, no es tan definida como muchos teóricos de las “relaciones interétnicas” la han querido ver. Si se habla de línea, esta línea solamente puede tomarse en su sentido geométrico si unimos los puntos que constituían los distintos fuertes y fortines de defensa (Tamagnini 2011: 9), pero si nos ocupamos de la población que vivía en territorios aledaños a esta línea no podemos ser tan literales en la interpretación de esta figura geométrica. A la uniformidad humana y cultural en estos territorios se debe añadir la incorporación de “cristianos” a las tolderías, ya que muchos “cristianos” iban como desertores de la milicia, prófugos de la justicia o refugiados políticos a vivir entre los indios. “Irse a los indios” podía deberse a un sinnúmero de razones personales, familiares, comerciales, judiciales o políticas —como es el caso de Manuel Baigorria31, militar del partido unitario en exilio entre los

Manuel Baigorria (San Luis, 1809-1875) era un militar del partido unitario que vivió casi dos décadas entre los ranqueles durante el gobierno dictatorial de Juan Manuel de Rosas, del partido federal. De regreso a la “civilización” ocupará altos cargos militares en la frontera. Santiago Avendaño lo conoció en sus años de cautiverio y afirma que fue quien le ayudó a escapar de las tolderías. Hacia el final de sus días “no teniendo en qué distraerse, se ocupa en recordar ligeramente su pasada y agitada vida”. La escritura de sus memorias (Baigorria 2006), cuyos originales están hoy lamentablemente perdidos, tiene una pintoresca historia. La primera edición es de 1938 y estuvo a cargo de Laureano Landaburu, quien la publicó en la revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza. El último editor, el padre Meinrado Hux nos informa de que: “Dicha edición se efectuó en forma literal, con todas las incorrecciones gramaticales y de lenguaje del original manuscrito, aunque mejorando la ortografía. Fue un relato corrido, sin separaciones por temas, y mezclando episodios importantes con otros menores”. Su relato, escrito en tercera persona, aunque por momentos también en primera persona y alternando fragmentos de discurso directo, está escrito por un copista al que fue dictado, con lo que se explican las incoherencias y vacilaciones entre la primera y la tercera persona, presenta todas las características de un texto de autor semiculto, y de allí el interés de su estudio, más allá de los problemas de la transcripción y de la pérdida de los originales. Otros refugiados políticos entre los ranqueles que llegarán a cumplir tareas de intérprete y/o escriba son Hilarión Nicolay, Feliciano Ayala y Camargo. Lucio V. Mansilla compara al primero y al tercero en los siguientes términos: “Hilarión es una especie de gauchi-político. Camargo es un compadre neto, que sabe leer y escribir perfectamente, valiente, osado, orgulloso y desprendido. Hilarión contemporiza con los indios, no habla su lengua. Camargo al contrario habla el araucano, dice lo que siente, no le teme a la muerte y al más pintado le acomoda una puñalada” (1877: §23). Algunas de las cartas enviadas desde Leubucó llevan la firma de otro escriba-secretario, Feliciano Ayala: D 124, 137, 140. Mariano Rosas envía saludos de Ayala y Nicolay en una carta al padre Donati de noviembre de 1870 (D 163). Marcela Tamagnini 2011 clasifica las cartas de los refugiados 31

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indios durante el gobierno federal de Rosas—; en muchos casos implicaba ser acogido con beneplácito por los nativos en tanto el refugiado se integrara en su sociedad participando de su organización socioeconómica y rigiéndose según sus normas (Ratto 2007: 25ss.): La incorporación a las tolderías de un varón adulto, sobre todo si se mostraba voluntariamente dispuesto a tomar las armas y participar en cualquier enfrentamiento o incursión, incluso contra los “cristianos”, no sólo contribuía a reforzar el poder militar de los indígenas. Los refugiados podían ofrecer además información estratégica indispensable para planear ataques, pues habitualmente disponían de un detallado conocimiento del terreno y de los caminos que llevaban al lugar de donde habían venido y se encontraban en condiciones de servir como guías o “baquianos”. También solían contar con información de primera mano acerca de los recursos —armas, caballadas y hombres— existentes en los “pagos” de los que provenían, y mantenían en ellos lazos de comunicación con familiares y amigos leales que les permitían enterarse de todas las novedades que allí se producían (Salomón Tarquini 2006: 125).

La misma situación vista desde perspectiva cristiana era radicalmente diferente, ya que un indígena que se “redujese” a la vida civil difícilmente podía aspirar a un estatus superior al de soldado de la mínima jerarquía, peón rural de una estancia o sirviente doméstico. Una de las tesis sostenidas en el libro de Fernando Operé (2001) es que en este territorio que se extendía a uno y otro lado de la frontera, indígenas y cristianos se desplazaban en una ida y vuelta permanente, en el que estar a uno u otro lado de la “línea de frontera de la civilización” era simplemente una opción debida a “conveniencia coyuntural”: muchos indígenas se trasladaban a vivir entre cristianos si la decisión favorecía el intercambio comercial, muchos cautivos liberados preferían regresar a las tolderías antes que soportar

y las de los indígenas en grupos diferentes, si bien las cartas de los caciques ranqueles pueden haber sido escritas por estos mismos refugiados en función de lenguaraces; es decir, en el caso de las cartas de indígenas puede tratarse de cartas escritas del puño de estos mismos refugiados aunque firmadas por los caciques, por lo que esta división es relevante tan solo desde el punto de vista del contenido, ya que los escribas lenguaraces escribían los contenidos que los caciques ordenaban y eran posteriormente revisadas por los mismos u otros escribas para verificar la fidelidad del contenido, en tanto que las cartas de los refugiados firmadas por los mismos son a título personal. Las cartas de refugiados y las de los caciques y otros indigenas, pues, bien pueden considerarse en un mismo grupo, cosa que hacemos en el análisis.

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el servicio militar o las tareas duras y mal pagadas del campo al servicio de otros. Algunas mujeres cautivas, por su parte, preferían permanecer en las tolderías para no tener que verse separadas de sus hijos y padecer el estigma en la sociedad criolla por haber vivido entre los “salvajes”. A cada paso nos encontramos en las distintas fuentes de la frontera con historias, que, si bien son individuales, permiten algunas generalizaciones. Por el tipo de fuentes abundan los testimonios de “blancos” entre los indígenas, pero tampoco faltan testimonios de indígenas en la sociedad “cristiana”: El indio Morales debe estar con su hermano Felipe Rosas en el Hotel Hispano-Argentino, calle Piedras en Buenos Aires; son muy camaradas los dos; Felipe Rosas es muy Escribano y Lector; es un caballero de levita, impuesto mejor que yó de las oficinas de la casa de Gobierno. Se le podria dirigir una carta para que dé noticias de Morales (D 629).

El mestizaje es también un fenómeno que contribuye a borronear esta “línea”32 en estos territorios ya desde tiempos de la colonia, pues aunque hemos puesto un límite temporal no muy prolongado por entender que en el mismo se intensifican y agotan algunos procesos socioculturales, la mayor parte de ellos se remontan a la época colonial. Si un refugiado en las tolderías contaba con relaciones entre las autoridades civiles o militares, podía cumplir una función en las relaciones diplomáticas entre indios y cristianos haciendo las veces de “secretario” u hombre de confianza del cacique, sea para concertar las “paces” en un acuerdo, sea para negociar un intercambio de cautivos, o para actuar como comisionado del cacique que viaja a tierra de cristianos a retirar las “raciones” acordadas en “tratados de paz”. Por supuesto, el conocimiento de la lectoescritura era un caso infrecuente entre cautivos y refugiados, que eran mayoritariamente gauchos y peones rurales con escasas posibilidades de acceso a una formación escolar33, y se 32 “La frontera la formaba una red de interrelaciones, puntos de contacto y focos de atracción, que hacían posible para una familia pampa buscar un acomodo en la sociedad criolla; más tarde cambiar de idea y decidir que les convenía seguir en los toldos, como si ambos mundos no estuviesen tan separados entre sí como lo han querido hacer ver ciertos historiadores de la frontera, especialmente entre la intelectualidad argentina”. Fernando Operé 2001: 118. 33 Santiago Avendaño (2004: 162) cuenta, dando de paso un testimonio sobre los niveles educativos en estos territorios fronterizos: “En aquellos años era imposible para los indios arrastrar al cautiverio a criaturas medianamente cultas, pues la civilización aún no se había

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puede clasificar a los pocos poseedores de estas habilidades como “autores semicultos”34. Camargo, un refugiado político con quien Mansilla se encuentra en Leubucó, es uno de esos casos poco frecuentes de refugiados con conocimientos de la lectoescritura: —Señor, me contestó. Mi vida es corta y no tiene nada de particular. No soy mal hombre pero he sido muy desgraciado. Yo soy de San Luis, de allá por Renca; mis padres han sido jente honrada y de posibles. Me querían mucho y me dieron buena educación. Sé leer y escribir, y también sé cuentas (39).

Cuando el cautivo o refugiado sabía leer y escribir, pues, aumentaban considerablemente sus posibilidades de alcanzar un rango social más elevado y cierto prestigio en la sociedad indígena. Quienes llegaban a convertirse en “hombres de confianza” de un cacique podían oficiar de lectores de la correspondencia recibida, periódicos u otro tipo de documentación, además de encargarse de la redacción de la correspondencia. Todas estas eran, por supuesto, actividades de gran valor en las tolderías, vinculadas de manera directa con nuevos modos de circulación del saber y la información. El lenguaraz es mencionado alguna vez por el cacique como su “secretario”35, haciendo de este rol desarrollado en las clases pobres de la sociedad y menos entre los pobladores de la campaña, que eran siempre la presa de las continuas invasiones”. 34 El concepto de “autor semiculto” se ha considerado repetidas veces desde que se empleara por primera vez en la lingüística italiana, pero puede consultarse a manera de ejemplo Wulf Oesterreicher 1994. Este concepto nos interesa porque nos valemos de documentos escritos para buscar información de la oralidad, es decir de la lengua hablada en estos territorios, y un autor hábil en el conocimiento de las normas de escritura, de la ortografía y el estilo elegante, no dejará lugar para que se cuele en su discurso elementos variacionales: aunque él diga al hablar “sapato”, siempre escribirá “zapato”. Como señalan Elizaincín, Malcuori y Coll 1998: 76: “Un sistema de escritura ya normalizado no presenta, por definición, variación. En consecuencia, si quien escribe domina la lengua escrita (es decir, tiene familiaridad con los procesos de lectura y escritura) en su forma estandarizada, ésta no reflejará ninguna variación posible de la oralidad”. Un “hablante semiculto” para estos autores es, pues, alguien que posee la destreza de la escritura “pero que no la domina al punto de poder sobreponerse a las contradicciones internas que le plantea el desfasaje entre su pronunciación y la escritura normalizada”. Otras definiciones de “autor semiculto” parten desde la teoría de las “tradiciones discursivas” y centran su interés en un nivel discursivo más que fonético pero en esencia no difieren mayormente de este planteo. 35 Cfr. el testimonio de Lucio V. Mansilla 1877: §45: “Juan de Dios San Martín era el lenguaraz de mi compadre [Baigorrita], su secretario, su amigo, sirviente y confidente. Varias veces como representante suyo estuvo en el río Cuarto”.

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una especie de oficio o función social: Enfin ay mando micomicion y hermano Mariquedo corijiendolos misecretario San Martin (D 303). Sin embargo, hay que decir que el estatus social y el prestigio de lenguaraces e intérpretes no se basaba solamente en sus capacidades y conocimientos. El grado de asimilación a la tribu, con todo lo que esto conllevaba, desde la integración en el complejo de relaciones familiares hasta su participación activa en las actividades económicas que regulaban el mantenimiento de esta unidad social, tales como los malones, eran también determinantes de este rol social. No falta noticia en el texto de Mansilla de lenguaraces cuyas atribuciones alcanzan las de un verdadero “capitanejo” o lugarteniente del cacique. Mi futuro compadre Camargo, con uno de los lenguaraces de Mariano Rosas, llamado José, nativo de Mendoza, casado entre los indios, cuyos hábitos y costumbres ha adoptado hasta el extremo de hacer dudar sea cristiano. Es hombre que tiene algo, porque, como se dice allí, ha trabajado bien, y en quien depositan la mayor confianza, tanta cuanta depositarian en un capitanejo. José está vinculado por el amor, la familia y la riqueza al desierto. Los indios, que conocen el corazón humano, lo mismo que cualquier hijo de vecino, lo saben perfectamente bien. Le miran, pues, como á uno de ellos (§39).

Volviendo sobre el rol de “secretario”, a Lucio V. Mansilla no se le escapan los paralelos del papel que cumplían estos personajes con el de auténticos hombres de estado o diplomáticos de “cancillería” en las relaciones de frontera, y recurre precisamente a este universo discursivo cuando describe el desenvolvimiento de las negociaciones en “parlamento”: Un parlamento, es una conferencia diplomática. La comisión se manda anunciar anticipadamente con el lenguaraz. Si la componen veinte individuos, los veinte se presentan. Comienzan por dar la mano por turno de jerarquia y en esa forma, se sientan, con bastante aplomo, en las sillas ó sofaes que se les ofrecen. El lenguaraz, es decir, el interprete secretario, ocupa la derecha del que hace cabeza. Habla éste y el lenguaraz traduce, siendo de advertir que aunque el plenipotenciario entienda el castellano y lo hable con facilidad, no se altera la regla (§2).

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Cambiando la perspectiva, Santiago Avendaño (2000: 83) describe “intérpretes” en situaciones comunicativas que no tienen tanto que ver con la “política exterior” y sí con otros tipos de contactos o relaciones internas de la sociedad indígena, poniendo el acento en la capacidad retórica del sujeto, como es el caso de los intérpretes que negocian u ofician de intermediarios en representación del novio para arreglar una boda: El joven marido se ocupará en buscar a tres individuos de algún mérito y de conocida capacidad para la conversación o para el parlamento que tendrán que hacer al entregar las prendas del mafún que le entregará al padre de la joven.

Las consecuencias que este entorno sociocultural presenta en la producción textual son múltiples. El lenguaraz tiene, según las palabras del cacique Manuel Baigorria que citamos arriba, la función de “corregir” (D 303). Con “corregir” se entiende, además de traducir, dar forma a las expresiones tanto orales como escritas que se transmiten. Es decir, poniendo el caso de la comunicación escrita en foco, el intérprete no es un simple escriba o copista del texto que el cacique le dicta. El lenguaraz recibe la orden de poner por escrito un determinado contenido, quedando librado a su propia habilidad la organización textual del mensaje, así como también su forma lingüística, en especial cuando la competencia idiomática del cacique que dicta es escasa o nula en la lengua de destino. Los lenguaraces tenían también la función de “corregir” en sentido estricto, revisando y controlando las “traducciones” de otros lenguaraces, y por ese motivo los caciques tenían a su servicio más de un lenguaraz. Las cartas están redactadas todas en primera persona, pero la presencia de un emisor singular puede ser considerada como una convención del género epistolar: una única y misma persona que escribe y firma una carta. Sin embargo, se pueden encontrar indicios, como en las siguientes construcciones citativas o reportativas de que, al menos el planeamiento del texto, no siempre era tarea individual, sino el resultado de una especie de “consejo” donde intervenían varios indígenas en la formulación del contenido del mensaje a transmitir. En efecto, no faltan en el texto recurrencias del yo enunciador a una instancia impersonal que puede ser plural, como en me disen/han dicho, o especificarse, como en algunos Jefes: De la cautiva que me pide me dise que se á muerto dentro una peste y se murieron tres hijos mas de Colia (D 219).

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Mi padre con respecto á la cautiba Fortunata Gallo qe. me dise haga lo posible mandarsela dire aVd, qe. no he podido hablar nada con Relmí por qe. me disen qe. Vd, le habia escrito una carta proponiendole Comprarsela (D 412). pues no solo me dan mal rracionamiento sino tambien me han dicho que decir algunos Jefes que me ban a Inbadir (D 893).

El último ejemplo en particular permite representarse un consejo indígena que lee y discute de manera conjunta el contenido de la carta recibida y la respuesta a dar. En ese caso, se debería descartar que el cacique rodeado de sus pares “dicte” en castellano el contenido de la epístola, como permiten suponer testimonios de caciques que evitaban exponer sus conocimientos idiomáticos frente a sus pares. Aunque resulte difícil dar una respuesta definitiva, queda abierta la cuestión de si esta impericia en el uso del discurso indirecto no remite en realidad a la situación de la enunciación. El lenguaraz es, pues, quien cumple la tarea de “dar forma” personal al texto centrado en torno a un yo enunciador, borrando con ello otras instancias que forman parte, al menos, de la planificación textual, y borrando al mismo tiempo su propia presencia en el proceso. 2.2.2. La alfabetización en la campaña y las misiones Pero yo he vivido libre Y sin depender de naides Siempre he cruzado á los aires Como el pájaro sin nido Cuanto sé lo he aprendido Porque me lo enseñó un flaire. José Hernández: Martín Fierro

Un papel importante en este “mestizaje cultural” lo juega la educación, donde los misioneros desempañarán un lugar protagónico, si es que no directamente exclusivo, dados los escasos esfuerzos estatales en esta materia. Sin embargo, es necesario decir que ocuparse del tema de la alfabetización en las zonas rurales en el siglo XIX implica en buena medida adentrarse en terra incognita, ya que el tema en el territorio y para el período que nos ocupa, hasta donde nuestras investigaciones nos han permido averiguar, no ha sido tratado. Existe sí, un interesante análisis de José Bustamante V. (2000) que, aunque

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se concentra en la alfabetización en la campaña de Buenos Aires durante el período comprendido entre 1770 y 1870, puede ofrecernos algunas pistas. Valga aclarar que los gobiernos provinciales jugaron un papel importante en la educación rural, por lo que no se pueden valorar aquí las posibles diferencias de provincia a provincia, pero a falta de otros estudios más aproximados, ofrecemos algunas conclusiones a las que llega Bustamante V. a fin de trazar posibles paralelos con el territorio del sur de Córdoba y San Luis. No solo por la carencia de otros estudios, el análisis de Bustamante V. es tanto más relevante cuanto que, además de contrastar la escasa bibliografía sobre el tema, se basa principalmente en el testimonio de documentos de la época como informes, listados, inventarios y cartas de reclamo existentes en la Dirección General de Escuelas del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, así como otros documentos provenientes de actas de cabildos, periódicos de época, registros estatales, intrucciones a jueces de paz, etc. El análisis que propone este autor muestra la evolución desde un sistema escolar en la segunda mitad del siglo XVIII con muy pocas escuelas caracterizadas “por su inestabilidad y su desarticulación” (Bustamante V. 2000: 127), así como por un mantenimiento irregular y para nada sistemático por parte del estado. Los cambios tras la revolución de 1810 serán lentos y, al principio, puramente nominales: las “escuelas del Rey” pasarán a llamarse “escuelas de la Patria”, pero no habrá mayores modificaciones en la metodología, la administración, ni siquiera en los textos de la enseñanza, la redacción de nuevos reglamentos y ordenanzas para la organización escolar tardarán algunos años hasta poder aplicarse. Los vaivenes políticos de las primeras décadas tras la independencia no significarán un gran aliciente para salir de la situación de precariedad en que la enseñanza rural se encontraba; no faltarán sin embargo intentos de progreso y ordenamiento en la materia, tales como la incorporación del sistema lancasteriano36, que hallaría poca resonancia en la campaña. Aun en medio de la escasez de recursos monetarios, especialmente durante el período del bloqueo francés al puerto de Buenos Aires, el número de establecimientos educativos aumentó merced a la acción de la iglesia y las comunidades, así como de las Sociedades de Beneficencia, a partir de su creación en 1823, para el caso de la educación de las niñas. 36 El sistema lancasteriano consistía en preparar a los alumnos más avanzados para la enseñanza de los demás alumnos con el consecuente ahorro de recursos docentes. Buena parte de la oposición provendría de los maestros mismos. El clima político e intelectual que auspiciaba la incorporación de este método fue también de corta duración. Cfr. Bustamante V. 2000: 128.

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Mientras los intelectuales de corte liberal, más próximos a la idea del desarrollo mediante la educación, se encontraban en la oposición y el exilio, predominó el llamado “pesimismo educativo”, cuyo más claro exponente es el poderoso gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas37. La eduación privada gana espacio en estos años ante la retirada del estado. Tras la caída de Rosas en 1852, este signo cambia, ya que se aprecia un retorno a la correlación positiva entre una política estatal y un presupuesto acorde a ella. Los establecimientos que reabrían sus puertas eran numerosos. Algunos de carácter privado pasaban a manos del Estado. Maestras, ahora sí en su mayoría mujeres, notificaban su voluntad de ejercer esa actividad. El registro del Estado de Buenos Aires de 1857 señala la existencia de cuarenta y dos escuelas para varones y otras tantas para mujeres (de la Sociedad de Beneficencia) (Bustamante V. 2000: 131).

Aunque la primera parte del análisis de Bustamante V. tiende puentes hacia la historia política del país, no abre la segunda parte, consistente en la descripción de diversos aspectos de la “vida escolar”, sin antes advertir que no hay que caer en la “falacia de la covariancia”, es decir, en “predeterminar variaciones en los niveles educativos por modificaciones en las estructuras políticas” (Bustamante V. 2000: 132), ya que los niveles educativos poseerían ritmos y dinámicas propias independientes o solo relativamente dependientes de este macronivel. El análisis de la “vida escolar” se desarrolla tomando distintos temas y testimonios en las fuentes que clarifican estos aspectos. La administración pasa entre 1810 y 1821 de estar en esfera de los cabildos a un control compartido entre la comunidad y el gobierno provincial. Al tema de la administración siguen una serie de temas presentados de manera similar y recurriendo a ejemplos concretos en las fuentes documentales: la organización del día escolar; la determinación de los contenidos a enseñar; los edificios que servían de escuela; los útiles escolares de la escuela y de los alumnos; los textos e impresos 37 En una de sus Cartas del exilio, 1853-1875, escribe Juan Manuel de Rosas: “En cuanto a las clases pobres, la educación compulsoria, me parece perjudicial, y tiranica. Se les quita el tiempo de aprender a buscar el sustento: de ayudar la miseria de sus Padres: su físico no se robustece para el trabájo: se fomenta en éllos la idea de goces, que no han de satisfacer; y se les prepara para la vagancia, y el crimen. Hablando de los niños mimados de Roma, decia un poeta —‘No son estos los que han de salvar la Patria, sino los que aprendíeron á labrar la tierra’.” Cit. en José Bustamante V. 2000: 130.

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necesarios para la actividad escolar, que no variaron en todo el período que el autor considera; la formación de los docentes; el rol de la iglesia y los párrocos, que tras la independencia se alejan de las tareas docentes pero no de su lugar en las juntas administrativas de la comunidad; los bajos sueldos docentes, una razón poderosa del carácter transitorio de la profesión; las formas de designación de los docentes, donde junto a la falta de formación específica para la profesión se debe considerar la preferencia por los vecinos sobre otros postulantes foráneos para ocupar los cargos. No es abundante la información sobre el perfil de los alumnos, pero el autor ofrece algunos datos y cifras para que sirvan de referencia. Así, comparando dos listados de una misma escuela, escribe: En febrero de 1830, Pedro Cuenca enumeró a sus diecinueve alumnos. En setiembre del mismo año, había cambiado el preceptor de aquella escuela, el nuevo era Vicente Burgos. Éste realiza un listado de sus alumnos entre los que enumera un total de treinta; doce de los cuales también fueron mencionados por Pedro Cuenca. Ambos listados nos permiten conocer los índices de deserción de, al menos, un caso. Fueron siete alumnos sobre un total de diecinueve. De estos siete, cuatro llevaban concurriendo desde hacía tres años, según el registro de Pedro Cuenca, y dos se encontraban desde hacía dos años. ¿Significa esto que podrían haber finalizado su formación? No es posible determinarlo, puesto que de los que continúan, siete se encontraban desde hacía más de dos años en el establecimiento (Bustamante V. 2000: 149).

En cuanto a la ocupación de los padres, los listados de una escuela para niñas de la Sociedad de Beneficencia de Chascomús en 1827 detallan junto al nombre la profesión de los padres; la segunda columna ofrece las cantidades y la tercera el porcentaje sobre el total:

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Hacendados

16

39

Jornaleros

8

20

Niñas huérfanas

8

20

Capataces

2

Pulperos

2

Troperos

2

Barbero

1

Panadero

1

Hornero

1

Total

41

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100 %

En el cuadro se presenta en concepto del autor “casi toda la estructura ocupacional del mundo rural” (ibíd.: 150), destacándose junto al alto porcentaje de padres hacendados, es decir, de arrendatarios con hacienda propia, los jornaleros; la cantidad de las niñas huérfanas podría estar sobrerrepresentada por el tipo de institución del que se toman estas estadísticas; sin embargo, las demás profesiones, incluidos los jornaleros, son muestra del interés en la formación de sus hijas, aunque tal vez no se observen semejantes guarismos si se hiciera la comparación con una escuela de varones, ya que estos debían colaborar en las tareas rurales, lo cual repercutía en altos índices de ausentismo, especialmente en épocas de siembra y cosecha38. Para ofrecer una idea siquiera aproximada de los porcentajes de analfabetismo, el autor cita los datos de una investigación de Juan Carlos Garavaglia sobre la época de Rosas: según se desprende de los datos de un juzgado de Areco, entre los cincuenta y nueve detenidos, solamente ocho saben leer y escribir (14 %). Se puede pensar que este porcentaje no representa a toda la 38

No hay otras informaciones sobre la procedencia social ni sobre diferencias étnicas en los registros, solo dos artículos de una misma ordenanza sin año que prescriben: “Será reprensible cualquier niño q-e echare en cara á otro igual cualquier falta en el linage”, rezaba el uno, y “Los niños decentes no se mezclarán con los de otro color alternando en la escuela”, el otro. Bustamante V. (2000: 151) cree ver una contradicción entre estas dos expresiones, pero al reprenderse el echar en cara la falta de linage a un “igual” y no a cualquier otro como parece haber sido interpretada la afirmación, es obvio que la desigualdad de grupos sociales y étnicos, lejos de anularse, se reafirma.

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sociedad rural, sino tan solo a sus estratos más bajos. El autor ofrece para comparar otra lista de miembros de un fuerte en 1851, el Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul, donde, de cuarenta y cuatro miembros del cuartel —y ya vimos más arriba cómo funcionaba el sistema de levas en las zonas rurales—, cinco sabían leer y escribir: un comerciante vizcaíno, un joven de veintitrés años de Buenos Aires, remitido al cuartel por haber robado, un sastre de 24 años, también acusado de robo y secuestro, un estanciero de 27 años acusado de falsificación de papeles y un labrador de 47, también de Buenos Aires y acusado de desertor de otro cuartel. Es decir, la cantidad de individuos alfabetizados entre los que cumplían su condena en un fuerte de frontera superaba apenas el 10 % (Bustamante V. 2000: 151). El tiempo máximo de escolarización era en principio de tres años, pero estos tiempos escolares eran muy relativos, ya que, como vimos más arriba, los períodos de más trabajo en las tareas rurales, provocaban un gran ausentismo, llegando algunos docentes en ocasiones a proponer recesos vacacionales ante el vacío de las aulas (ibíd.: 152). El aprendizaje de la escritura estaba reservado a los alumnos más avanzados, en tanto que los menos expertos se limitaban a la lectura de manuales de educación y catecismos. La otra tarea fundamental era el aprendizaje básico de las matemáticas. El aprendizaje de la lectura se hacía en base a un silabario donde se realizaban distintas combinaciones de las sílabas que daban palabras y oraciones cortas, el método era netamente memorístico. Además de leer, escribir y “contar”, se enseñaba la doctrina cristiana a través de catecismos y manuales de moral y buenas costumbres (ibíd.: 157). Valga añadir entre los resultados de las investigaciones que realiza el autor, la constatación de que, dentro de la dinámica de avance fronterizo, la escolaridad se desplazaba a diferente ritmo que las fronteras “militares”, que no “civiles” como las llama él: Se ha aludido también lo que a atañe [sic] a los establecimientos escolares. La vinculación de éstos con la frontera es directa. Pero en un sentido particular, pues sin duda los avances en los márgenes fronterizos realizados por otros sectores son bastante más acelerados. Tan sólo en los primeros años del siglo XIX los establecimientos se encontrarían en la zona cercana a la línea de frontera, para luego desplazarse a ritmos diferentes. Es entonces necesario advertir que encontramos una frontera escolar diferente de la “civil”, por llamarla de algún modo (iibíd.: 132).

Estos territorios, que no forman la avanzada de la zona de frontera, son sin duda relevantes para nuestra investigación, porque son los que aportan

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el material humano que se encargará de que esta “línea” avance; pero si queremos saber sobre la escolaridad en las zonas avanzadas de frontera, donde también algunos indígenas habrían adquirido conocimientos de la lengua española y su lectoescritura, debemos concentrarnos en la labor “civilizadora” de los misioneros franciscanos y de otras congregaciones que actuaron de mediadores entre ambas culturas. La prioridad de los misioneros se centraría por razones prácticas en los más jóvenes: Los indios están muy contentos, aunque me está pareciendo que voy á sacar poco ó nada con los viejos, los chicos están en la escuela y son muy entendidos, yá hay indiesitos que saben leer, escribir y contar aunque mal (D 475).

El método de enseñanza predominante, como era habitual en la época, es el memorístico39, si bien llama la atención en este caso por tratarse de hablantes de otra lengua: Los indiesitos de la Escuela van mui bien ya saben la doctrina cristiana de memoria. Yo voi los sabados y les esplico alguno ó algunos capitulos, que aunque sea como hablarles en griego pero algo les hade quedar (D 694).

No resulta difícil imaginarse la precariedad de las condiciones de enseñanza en ese entonces y la pobreza de resultados que tales condiciones y el método elegido para la transmisión de los conocimientos producirían. La precariedad, sin embargo, no parecía, al menos por un tiempo, hacer mella en el optimismo que empujaba el celo evangelizador de los misioneros: Sí se vá á Buenos Aires no deje de avisarme para mandarle las planas de los indios para donde esté, le encargo encarecidamente los utiles de Escuela, pues es una lastima que los indiesitos no adelanten mas, viera como saben bien la doctrina del Catecismo, yo les hedado papel para que escriban (D 709).

Aunque esto parece ser solamente una percepción de los misioneros, obligados ellos mismos a rendir cuentas al estado y presentar resultados positivos de su labor. Algunos fragmentos de las cartas dan noticia de las precariedades materiales que rodeaban a la actividad escolar en las misiones. A los proble“El abecedario (...) se enseñará de memoria al niño, a fin de que con su auxilio pueda reconocer las letras en los otros subsiguientes”. Sarmiento 2011: 4. 39

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mas edilicios se debe agregar el problema de los materiales didácticos para la enseñanza escolar: Tengo una grandisima necesidad de enseres para la escuela, los indiesitos ivan perfectamente, pero en lo mejor les faltan los libros, papel, tinteros, etc, no sé que hacer, los gefes (por no decir) los cachafaces de esta frontera lo saben y ademas se les ha pedido y siempre responden, veremos, escribiremos á Buenos Aires etc y en ver y escribir se pasa el tiempo y nada hacen: un dia que amanesca de mal humor me voi á B.A. á solo pedir libros (D 618).

No muchos años después, el optimismo inicial había comenzado a diluirse, y lo que antes era “saber de memoria” la doctrina cristiana, se había transformado en repetir como “papagayos”. Hace unos dias que he empezado a enseñar las verdades cristianas a unos treinta indiecitos de ambos sexos. Ellos no entienden nada de español, yo no comprendo nada de indio, asi que me parece que estoy enseñando a papagayos. Veremos lo que sale (D 1030).

El fragmento ofrece también un número aproximado de niños indígenas en trance de iniciar su alfabetización en la escuela de la misión. Si bien el número debe haber variado considerablemente en esta misma misión o respecto a otras misiones, la cifra puede tener valor de referencia para comparar con otros datos. Aún queda mucho por investigar en el tema. Tras la “Conquista”, los misioneros comienzan a pensar en redefinir sus funciones en esta “frontera” que ya no lo es más. Algunas propuestas son las de trasladar las misiones hasta la nueva frontera40. Otras, en cambio, comienzan a replantearse la tarea pedagógica tal como se venía llevando hasta ese momento. Llama la atención la política misionera de enseñar las verdades de la fe relegando a un segundo plano el idioma en que estos dogmas se debían transmitir, como se atestigua en una carta-relación de fray Pío Bentivoglio, misionero franciscano y capellán de la 3.ª División en la conquista del desierto poco tiempo después de la avanzada militar:

En una carta del 11 de enero de 1879 dirigida a fr. Marcos Donati por fr. Moisés Álvarez se lee: “Aquí tanto las mujercitas de los soldados que marcharon al Rio Negro, como las indias etc. andan asustadas por la dicha marcha. ¿Y digo yo ó pregunto (!a quien¡) si los indios marcharan como pobladores del Rio N. tambien deberia ir el Prefo. á fundar nuevamente su mision en dicho lugar?” (D 981). 40

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Bien hubiera yo querido catequizar á los Indios prisioneros y enseñarles las verdades de la Fe y Moral cristianas. De ello es prueba q’ apenas hube reunido en el campamento un regular numero de muchachos indios, empezé, y precisamente en 11 de Junio, á catequizarlos. Sino que la circunstancia deplorada por mi de ignorar el idioma de los salvajes, no solo impidió que lo hiciera con el fruto que deseaba, sino que añadiendose á ello la natural rudeza y la estraordinaria disipacion, para no decir increible indiferentismo para todo lo que no pertenece á la vida animal, de esos infelices, me dejó á poco convencido de que trabajaria inutilmente, si antes no llegasen á comprender el idioma español (D 1080).

Según se desprende de las palabras del sacerdote, se abandonaría la idea de aprender la lengua indígena para transmitir las verdades de la Fe y Moral cristianas en esa lengua y se estaría viendo la necesidad práctica, en el caso de quedarse en ese lugar, de dar prioridad a la enseñanza del español sobre la doctrina cristiana.

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3. LAS VARIEDADES DE LA PAMPA DESDE LA PERSPECTIVA DE SUS CONTEMPORÁNEOS

La dialectología histórica se encuentra ante un gran problema cuando pretende alcanzar un conocimiento lo más completo posible de la arquitectura de una lengua en el pasado, pues, aunque parezca una perogrullada vale repetirlo, no todas las variedades lingüísticas encuentran acceso a la escritura, la única vía posible para un conocimiento de las mismas; de hecho, de algunas variedades solamente es posible obtener información recurriendo a discursos sobre la lengua, es decir, a usos de metalenguaje que manifiestan la conciencia lingüística de los contemporáneos plasmando así un testimonio de su existencia. Los usos metalingüísticos, por lo demás, tampoco están en condiciones de ofrecer un cuadro completo, pero sirven al menos para cubrir parcialmente algunos huecos que deja la falta de fuentes más directas. El mayor problema del discurso sobre la lengua es, en opinión de muchos, que este es susceptible de distorsionar la realidad ofreciendo datos que pueden corresponder a una imagen falsa, o a un estereotipo que concede relevancia a rasgos que no son tan característicos, o considera como excluyentes rasgos en realidad compartidos; esta dificultad solo se puede salvar recurriendo a multiplicidad de testimonios para garantizar un cierto grado de fiabilidad de las expresiones metalingüísticas que se recojan. El recurso a diversas fuentes independientes entre sí busca evitar o bien que los datos lingüísticos que el discurso ofrece sobre la lengua correspondan a tradiciones propias, o bien que los mismos se vean tergiversados por la influencia de sistemas de normas propias del sujeto que los distingue pero en modo alguno de alcance general (Schlieben-Lange 1975; Lüdtke 1999a: 29). El presente capítulo se ocupa de estas fuentes alternativas y está dividido en tres partes. La tercera parte se ocupa del análisis lingüístico de la llamada “literatura gauchesca”, una fuente considerada tradicionalmente como legítima para la determinación y caracterización de las variedades lingüísticas de la Pampa. La crítica ha dedicado a esta perspectiva sus mayores esfuerzos, por

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lo que no podemos sustraernos a su análisis y los resultados ofrecidos hasta el momento. En nuestra humilde opinión, nuestro aporte más necesario se puede encontrar, sin embargo, en los dos primeros puntos, que amplían la posibilidad de contrastar las informaciones que se obtienen de la literatura gauchesca y que pueden ser vistos como caras de una misma moneda: 1) La percepción de otras variedades estructurada en torno a un como se dice con sus complementos circunstanciales correspondientes, tales como “en ese lugar” o “allí” —que se construye por oposición a un “aquí”—, u otras expresiones tales como “como se dice vulgarmente” —que dejan traslucir las variaciones de nivel de lengua respecto a un estándar o a la variedad representada por el hablante—, o bien lo que se dice “en determinada situación” —en oposición a las demás situaciones –; y, 2) la traducción, que deja ver la competencia idiomática y textual del hablante estructurada en torno a un como si se dijera, también con sus complementos ocasionales, cuando se da el caso de trasladarse un contenido de otra lengua que no encuentra una traducción directa en la propia y que solamente se puede traducir describiendo, explicando o dramatizando el contexto y los modos de uso en la lengua de origen. Leyendo a contrapelo los comentarios metalingüísticos de un texto, los mismos resaltan la distancia entre la lengua hablada que se representa o describe y la empleada en el texto. Con esto, los mismos devienen en un indicio de, por lo menos, dos variedades diatópicas o dos niveles de lengua diferentes dentro de una lengua histórica: la de la variedad cuyo rasgo comentado busca caracterizar, y la de la lengua estándar, con que se la compara implícita o explícitamente. Cuando el comentario metalingüístico ofrece juicios de valor, sean estos explícitos o implícitos, por ejemplo bajo la forma de una parodia o de un rasgo humorístico, nos ofrece eventualmente información acerca de su grado de prestigio y del lugar que ocupan dichas variedades frente a las demás en la arquitectura de la lengua. Este tipo de trabajo interpretativo no carece de dificultades, por lo que no extraña que se haya preferido hasta ahora trabajar con otro tipo de fuentes de información más directas o recurrir a la literatura, que acarrea una secular tradición de discusiones en torno a su objeto y métodos de análisis. Las dificultades de un lector actual para entender un texto producido en el pasado depende en buena medida de la falta de los entornos en los que se produjo (Coseriu 1955/56; 2007). Cuando se cita o se comenta el modo de hablar ajeno, el discurso citado está sometido ya, en principio, a un doble movimiento

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3. Las variedades de la Pampa

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de selección y descontextualización respecto al acto enunciativo original, así como a una recontextualización en el texto que lo acoge. El trabajo del historiador de una lengua implica un esfuerzo por contextualizar los diferentes textos desprendidos del anclaje en la situación enunciativa original, desconexión que los torna oscuros para el lector actual. Resolviendo estas dificultades desde un planteo teórico adecuado, el análisis de las fuentes de la literatura de frontera promete resultados que solo pueden redundar en un enriquecimiento del conocimiento sobre una arquitectura lingüística del pasado. 3.1. Otras fuentes: La “literatura de frontera” Las comillas indican que lo que está entre ellas lo dijo uno que no está presente. Domingo Faustino Sarmiento (1845): Método de lectura gradual

Como ya anticipáramos, existen otras fuentes apropiadas a nuestro propósito de conocer las variedades lingüísticas vigentes en la arquitectura lingüística de los territorios de frontera: nos referimos a algunos de los textos que integran la llamada “literatura de frontera”, la cual ha sido considerada dentro de los estudios literarios e historiográficos como una especie de “género”, o, más bien, como una constelación de géneros que abarca diferentes tipos textuales y cuyo centro de gravedad se encuentra en la problemática de la frontera; esto es, en la delimitación y definición de identidades sociales y culturales delineadas en el marco de la concurrencia histórica por el dominio de este espacio geográfico (Viñas 1982; Torre 2010). Martín Servelli ofrece una enumeración de las tradiciones discursivas comprendidas en este “género”: Una revisión general de los testimonios presentados por David Viñas (que comprenden el período 1863-1908) proporciona una idea cabal de la diversidad formal de las fuentes consultadas: clásicos de la literatura nacional como el Martín Fierro y Una excursión a los indios ranqueles conviven con una variada correspondencia (Calfucurá, Mitre y Namuncurá entre otros), anales de congregaciones misioneras, informes de científicos, militares y técnicos europeos contratados para asesorar al Estado argentino, reseñas de combates en la línea de frontera, documentos oficiales, actas de asamblea, diarios de viaje, partes militares, mensajes presidenciales, folletines, crónicas, estudios topográficos, memorias, ensayos históricos, programas, cuentos, manuales (Servelli 2010: 44).

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Además de las consideraciones generales sobre la necesidad de contar con diversidad de fuentes para un estudio historiográfico, existen motivos particulares para valernos de este conjunto de géneros discursivos a la hora de analizar las variedades lingüísticas de la Pampa en la segunda mitad del siglo XIX. El principal de ellos es que, frente a la relativa uniformidad textual de las cartas, y a los límites que el género epistolar impone a las mismas, además del hecho de estar mayoritariamente dirigidas a los sacerdotes misioneros, es decir, a un tipo de lector culto, acaso el más culto que se podía esperar encontrar en estos territorios, los textos provenientes de los varios géneros que integran la “literatura de frontera”, en su multiplicidad formal y de contextos de producción y recepción, ofrecen en primera instancia la posibilidad de apreciar una mayor diversidad de voces susceptibles de ser contrapuestas con otros testimonios contemporáneos. La heterogeneidad que la enumeración de Servelli presenta no es, pues, un inconveniente, sino una ventaja. Más allá de esto, la multiplicidad de fuentes no solo manifiesta variedades de estilo y de tradiciones en la composición textual, sino que sobre todo nos interesa de dichos textos que, en tanto discursos contemporáneos del período analizado, nos permiten tomar como punto de partida el saber de diversidad de hablantes, que manifiestan su conciencia lingüística. Esta multiplicidad de perspectivas está llamada a suplir, en la medida de lo posible, la falta de fuentes directas de los habitantes de las zonas rurales, mayoritariamente analfabetos y por ello privados de la posibilidad de dejar un testimonio escrito directo de su propia lengua. Los autores de la literatura de frontera identifican y, aun sin que esta sea su intención principal, caracterizan como parte del paisaje sociocultural que describen las variedades que pretendemos estudiar. Con Coseriu (1992a: 169) sabemos que “[t]odos los hablantes conocen, aunque en distinta medida, diferentes sistemas dentro de su propia lengua (histórica), y, en parte, también algo de distintas lenguas extranjeras”. En los relatos de la literatura de frontera nos encontramos a cada paso con observaciones, sea sobre la propia lengua o sobre alguna de sus variedades, sea de la lengua empleada por indígenas y mestizos, que confirman esta observación de Coseriu y muestran la ideoneidad de estas fuentes para plantear interrogantes sobre el saber lingüístico de los hablantes. Por ello, antes de emprender el análisis lingüístico de las cartas de la frontera, nuestro centro de atención y materia del próximo capítulo, nos ocuparemos de estas otras fuentes contemporáneas que constituyen la literatura de frontera y de la información lingüística, más o menos directa, que ofrecen

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sobre las variedades lingüísticas en estos territorios a través de comentarios de tipo metalingüístico. Por nuestra parte, hacemos también un recorte tomando las crónicas y relatos que manifiestan una relación más directa con los territorios que nos ocupan y cuyos autores tuvieron alguna relación con la etnia de los ranqueles1. Entre las fuentes que destacan como más pertinentes se encuentra el relato de Lucio V. Mansilla (Buenos Aires, 1831 – París, 1913), escritor, militar, periodista y diplomático, una de las cabezas más lúcidas de la generación del 80 nucleada en torno a la simbólica figura de Julio A. Roca; Mansilla fue jefe militar de la frontera sur de Córdoba entre 1868 y 1870. Emprendió una visita a las tolderías principales de los indios ranqueles, cuyo relato se puede leer en Una escursión á los indios ranqueles (1870). Nos referimos más ampliamente a su persona y actos en el capítulo dedicado al contexto histórico (2.1.2.2.). Otro relato al que nos remitimos con frecuencia y trataremos más en detalle en el próximo punto dedicado a la traducción (3.2.), son las memorias del excautivo Santiago Avendaño (Mendoza, 1834-1874), quien fuera tomado cautivo siendo niño —en 1842 —y permaneciera en las tolderías de los ranqueles hasta su fuga siete años después. Merced a su conocimiento de la lengua y la cultura de esta etnia ejercerá posteriormente funciones de intérprete en las relaciones diplomáticas entre el estado argentino y las tribus indígenas. Un lugar destacado lo ocupan además las memorias del general unitario Manuel Baigorria (San Luis, 1809-1875), quien viviera en exilio durante más de veinte años entre los ranqueles y escribiera sus recuerdos en 1868; Batticuore (2008: 163) caracteriza a sus memorias como “la textualidad de un iletrado”. Algunos relatos a los que nos remitimos ocasionalmente por ofrecer testimonio sobre el habla de la soldadesca son los escritos de Guillermo Pechmann (1980), Manuel Prado (1960; 1979), Eduardo Gutiérrez (1961) y Álvaro Barros (1957). 3.1.1. Reconocimiento e identificación de las variedades Al hablar de identificación de otras lenguas o variedades definidas no partimos de una visión analítica de los presuntos elementos lingüísticos que las caracterizan o las diferencian, sino de una visión global o sintética, que señala una lengua o una variedad como totalidad; ante todo, como correspondiente Un recorte semejante realiza Batticuore 2008, aunque desde una perspectiva distinta y siguiendo otros criterios. 1

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a una determinada comunidad lingüística, para retomar el concepto de “conciencia lingüística externa”2. Como señala Eugenio Coseriu al hablar de la competencia idiomática3, los hablantes de una lengua están en condiciones de identificar tanto otras lenguas como otras variedades que funcionan dentro de una misma lengua histórica. Es decir, la identificación de una determinada lengua presenta, de manera lógica, dos alternativas: se trata, como lo muestran los ejemplos de Lucio V. Mansilla, o bien de la propia lengua: Eran cuatro, se habían puesto muy currutacas y las encabezaba una llamada María de Jesús Rodríguez, que hablaba el castellano como yo (1877: §47).

o bien de una lengua extraña, aunque en mayor o menor medida identificable: Me detuve, estaba a dos pasos del toldo de Villarreal; puse el oído; oí hablar confusamente en araucano (...) (1877: §64). Les dirigí la palabra, callaron. —¿No entienden? —les dije, con cierta acritud. Me contestaron en lengua de indio. Comprendí que no querían hablar conmigo (1877: §44).

En estos casos, en el primer ejemplo el hablante se vale de un adjetivo relacional —“araucano”—, independizado por hipóstasis, con que se conoce la lengua empleada por un grupo específico de hablantes en tanto grupo social, nacional o étnico; o, como en el segundo, se distingue una lengua que se identifica como propia de un grupo étnico definido de manera más general: “lengua de indio”4. Una lengua histórica lo es en tanto sea identificada como tal por sus propios hablantes o por hablantes de otras lenguas, quienes 2

Gauger 1976: 51. Véase en 1.3.1. la diferencia entre conciencia lingüística externa e in-

terna. 3 Coseriu 1992a: 172. La traducción “competencia lingüística particular” para “einzelsprachliche Sprachkompetenz” es desafortunada, por no caer en un juicio más taxativo, ya que el alemán “Einzelsprache” significa “lengua” en el sentido de un “idioma” concreto, por ello corregimos este error traduciendo “competencia idiomática” aunque no figure así en la versión española de su Sprachkompetenz (1988). 4 También se expresa en estos términos Baigorria 2006: 175. Avendaño (2000: 20) la particulariza por su parte como “idioma mapuche”.

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le asignan un nombre propio como por ejemplo “araucano”, eliminando el sutantivo y sustantivando en su lugar el adjetivo de la predicación: “el (lenguaje) araucano”, y la diferencian así de otras lenguas de la misma forma que se distingue un grupo étnico o nacional de otras etnias o naciones mediante un “etnónimo”: Nosotros éramos españoles, o cuando más argentinos, lo que en lenguaje araucano parecía sinónimo (Manuel Prado 1960: 129). En lo que respecta a la denominación general de otras lenguas en esta región, al referirse a la lengua de los indígenas, Santiago Avendaño habla de “idioma indio” o “dialecto indio” (Avendaño 2004: 146; 360); Lucio V. Mansilla (1877), por su parte, la nombra como “lengua ranquelina” (§9), “lengua araucana” (§36), o simplemente “su lengua” (§36) o también “su lenguaje”, de la misma forma que Avendaño habla de “su idioma” (2000: 94; 2004: 158) y otros de “su dialecto”, siempre mediante el posesivo que marca la propiedad ajena. El uso incorrecto o inapropiado que otros hacen de la lengua propia se llama, en la literatura de frontera, “media lengua” (Prado 1960: 102). Este uso incorrecto de una lengua por parte de hablantes de otra etnia también se conocía, al igual que en otros lugares hispanohablantes, como “hablar champurriado” (León et al. 2004: 9). Distinto es el caso en el que es un hablante quien recurre intencionalmente a un registro simplificado de su propia lengua para dirigirse a un extranjero, a un bebé o a alguien que apenas la puede hablar, fenómeno que se conoce en sociolingüística en un sentido amplio como foreigner talk y que Charles Ferguson (1981) define en términos de “adjusting one’s means of communication when interacting with outsiders”. Hemos tenido ya ocasión de tratar sobre este tema antes (1.1.2.) en base a un ejemplo tomado de Mansilla y explicado el porqué de nuestra preferencia por el concepto de “variedades de contacto”, por lo que no redundaremos aquí. De la misma manera que con la percepción de otras lenguas, también ocurre con las variedades de la propia lengua (Coseriu 1992: 172s.), ya que un hablante no solamente conoce y entiende otros dialectos, al punto de ser capaz de utilizarlos o imitarlos, sino también otras variedades de nivel y de estilo. El conocimiento de otras variedades es, según el lingüista rumano, “pasivo, pero en ciertas circunstancias activable”. Este saber no solo tiene lugar a través del núcleo común (common core), es decir, a través de los elementos compartidos entre los distintos sistemas, sino también a través de un “saber adicional” que comprende un conocimiento, acaso pasivo, del otro sistema y de las determinaciones contextuales y situacionales de su empleo.

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Según Dennis R. Preston (2004) se presentan en la identificación de una variedad ajena dos posibles motivaciones. El comentario metalingüístico puede verse motivado por una razón “interna”, según la cual un hablante distingue un elemento lingüístico por contraste con el uso propio, y una razón “externa”, cuando el contraste se establece con formas o variedades, no necesariamente propias, pero consideradas como “correctas”; en el siguiente ejemplo, se reflexiona sobre la sintaxis de una mujer en comparación con el modo de hablar de los demás miembros del campamento militar: Lucinda tenía un tipo fino: había en sus manos algo que revelaba un estado mejor en su pasado, y la corrección de su frase no era vulgar en el campamento (Gutiérrez 1961: 96).

Veremos también más adelante un caso semejante de motivación “externa” con el “español castizo”. Las formas correctas, transmitidas generalmente a través de la instrucción escolar, constituyen lo que Preston (2004: 79) llama “institutionalized or conventionalized regulations”. Ambas motivaciones, la interna y la externa, provocarían en el hablante el comentario metalingüístico no especializado que constituye el objeto de estudio de la llamada folk linguistic5. En el siguiente fragmento de Lucio V. Mansilla (1877: §4) se distingue claramente, frente a un significado léxico que se quiere explicar, una “jerga de la tierra” que es diferente de lo que él llama el “buen castellano” y que bien podemos considerar como la norma lingüística: He dicho que el camino del Cuero consiste en una gran rastrillada, y voy á esplicar lo que significa esta palabra, que en buen castellano tiene una significacion distinta de la que le damos en la jerga de la tierra. Para Preston (2004) tanto la “internal” como la “external reason” están en la base de lo que el define como Metalanguage 1, el cual es definido como “concious, overt reference to language”. La mención del “talk itself” en expresiones como Billy said he was hungry, in other words, can you say that more clearly, do you understand me?, o las formas del discurso indirecto, si bien son metalingüísticas en tanto refieren al lenguaje, no son tomadas en cuenta por la folk linguistic, ya que no son conscientes: “Metalanguage 2, therefore, will not play a role in folk linguistic accounts since it is language which refers to but is not about language” (p. 86). Un tercer tipo, Metalanguage 3 está constituido por formas de conocimiento común o mutuo: “shared folk knowledge about language” (p. 87), el cual permanece sobreentendido o presupuesto entre los hablantes. 5

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Podemos suponer además a este “buen castellano” como la referencia a una norma general, panhispánica si se quiere, diferente del castellano en España o “castellano castizo”, una variedad prestigiosa reconocible que no constituye sin embargo el estándar: Villarreal lo hizo para caldearse, término que, entre los indios, equivale a lo que en castellano castizo significa ponerse calamucano (19).

Se puede observar así una tripartición similar a la que Manuel Alvar (1975) observara en las valoraciones de hablantes andaluces o canarios, quienes distinguen, junto a la modalidad dialectal propia, el castellano, “reflejo de un cierto ideal de lengua” o variedad que funciona como modelo dentro del conjunto de variedades, y el español, como “supersistema en el que se integran todas las realizaciones dialectales”. Esta caracterización es válida, con sus diferencias denominativas naturalmente, para otras regiones donde existe “coexistencia de normas” dentro de una misma lengua (Alvar 1975: 97ss.). Aun cuando Mansilla habla generalmente de “el castellano” (1877: §26, 41), o simplemente de “castellano” sin artículo (§15), según se desprende de los documentos epistolares, el español como código lingüístico suprasistemático diferente de otras lenguas históricas era llamado en esta región “la castilla”. El misionero Marcos Donati, representante del nivel de hablantes más cultos en esta región, se preocupa por el problema de que estando en el desierto los indígenas no aprenderán a “hablar la castilla” (D 232). En el otro extremo del espectro social, una mujer que gestiona el rescate de su hija, Gregoria Núñez de Freites, escribe al mismo padre Donati para informarle que su hija recientemente rescatada del cautiverio “lla habla enla castilla” (D 418). Los comentarios metalingüísticos que permiten identificar una o quizá más variedades en esta región abundan especialmente en el relato de Mansilla. Así se habla en general de una jerga de la tierra (§4), la jerga de la lengua de nuestra tierra (§19), o particularizando en un determinado elemento lingüístico, metáfora de la tierra (§19) y término del país (§9). Dentro de este grupo podemos clasificar también a expresiones que remiten al grupo social de los hablantes de tales variedades, como el lenguaje comprensivo de los paisanos de Córdoba (§4), como dicen los paisanos (§39) y el más difuso y sujeto a los entornos para su comprensión, como se dice en la tierra (§38). Estas expresiones identifican claramente la existencia de, al menos, una variedad caracterizada territorialmente en contraposición con la norma central, o bien, que es

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definida como la lengua empleada por los habitantes de estas zonas rurales, los paisanos. También se usa los entornos para señalar un uso determinado distinguiendo mediante deícticos localizadores que diferencian entre un “allí” —en como se dice allí (Mansilla 1877: §39), en la visión de un foráneo que se dirige a lectores que también lo son— y un “aquí” —en la conciencia de fray Marcos Donati, habitante de estos territorios: (...) bajo secreto me comunicó que tenía deseo de llegar un día hasta Tierra Adentro (así llaman aquí la tierra de los indios) para verificar el tratado de paz (Durán 2006a: 78)—. Pero, como ya vimos, no solamente existe la identificación de variedades geográficas. Las variedades de nivel y estilo de lengua se presentan también en los comentarios metalingüísticos de los autores de la frontera, por ejemplo, en expresiones como nuestro soldadesco lenguaje (Prado 1960: 112) y su incomparable lenguaje de línea (Gutiérrez 1961: 103), con lo que se deja ver que la conciencia lingüística “externa” o global (Gauger 1976) no solo señala sistemas lingüísticos, sino también usos propios de un ambiente determinado (soldadesco lenguaje, lenguaje de línea), que se ven también especificados mediante el uso de posesivos que funcionan como identificadores grupales (nuestro, su). En el siguiente ejemplo en una carta del misionero cordobés Moysés Álvarez se destaca una expresión, palmo á palmo, como general, sin embargo, el hecho de destacarla siembra dudas sobre su generalidad: (...) parece qe los indios estan disponiendose para recibir á los cristianos y dispuestos á defender el desierto palmo á palmo como se dice (D 951).

La misma especificación se lee en Pechman (1980: 17), marcando la expresión “no traer el nombre consigo”, como expresión o broma general para todo aquel llamado “gallardo”: el soldado Gallardo, que así se llamaba, no traía como se dice, el nombre consigo; era un coya atolondrado. Al especificar un elemento fraseológico traspasamos ya la frontera de una conciencia lingüística “externa” a una “interna” (Gauger 1976: 51), deslizamiento que deja ver la porosidad entre ambas distinciones. Expresiones del tipo “como se dice”, provocan necesariamente la pregunta: “¿cuándo se dice?”, ya que, como en los ejemplos arriba mostrados, no se explicita cuando menos un “¿dónde se dice?”. En cambio, es posible reconocer claramente niveles de estilo para la expresión entrar en resida en el siguiente comentario de E. Racedo en una carta al padre Marcos Donati:

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a los barbaros es necesario siempre ponerle obstáculos a las pretenciones y debe hacerse de una manera [...] hasta por éste medio hacerlos que entren en resida como dice vulgarmente (D 596).

Frente a estos comentarios metalingüísticos que dejan entrever un elemento fraseológico de alcance limitado, se presenta el caso de fraseologismos de uso más general, o que no presentan, al menos, especificaciones en cuanto a su uso; en las cartas solamente se lee la máxima: “la caridad bien ordenada primero por casa” (D 649). Santiago Avendaño, por su parte, es el único autor de la frontera que distingue elementos fraseológicos en tanto “refrán” o “adagio”; podemos suponer que estos refranes y frases fijas eran también comunes en mayor o menor medida: A pesar de esto no nos esforzamos en “dar la puntada sin el nudo”, como dice el refrán (2000: 69-70). (...) concuerda el refrán que dice: “Nos quiere hacer comulgar con ruedas de carreta” (2000: 88). (...) se encontraron, como dice el adagio, “en taperas” (2004: 132).

Si tomamos este conjunto de denominaciones que definen la percepción de variedades en este territorio o región, se aprecia que, como en los últimos ejemplos, la mayoría de las caracterizaciones se concentran en el plano léxico y fraseológico. Fragmentos como el siguiente, donde se adjudica un determinado rasgo fonético, la no pronunciación de las -s finales, a determinados grupos étnicos son, antes bien, una excepción: Hasta luego, le dije a Baigorrita, que sin dejar de picar su tabaco, me contestó Adió! (los indios, como los negros, no pronuncian jeneralmente las eses finales) (Mansilla 1877: §45).

El fragmento podría ser un buen ejemplo de la falsa conciencia lingüística influida acaso por la norma de la lengua estándar que lleva a adjudicar un rasgo carente de prestigio a grupos sociales igualmente desacreditados. La apreciación de Mansilla en principio no es errada, pero no elige un ejemplo adecuado, como podría ser por ejemplo “chumpiru” o algún otro caso de palatalización, y al hacerlo tampoco dice toda la verdad, ya que el rasgo que el ejemplo pone de

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relieve no estaba limitado al habla de los grupos de negros e indígenas, sino que se presentaba en las variedades pampeanas en general, también entre los hispanocriollos más cultos como tendremos ocasión de ver en el análisis de los documentos. En todo caso se podría pensar que existe una identificación de estos grupos étnicos, indígena y negro, con las clases sociales más humildes, lo cual explicaría la actitud de identificar el rasgo fonético poco prestigioso con grupos particulares que ocupan los lugares más bajos en la escala social, tratándose en realidad de un rasgo fonético mucho más difundido entre las diferentes clases sociales más allá de cualquier distinción étnica. Una cosa es la norma estándar que reclama una correcta pronunciación de la -s en posición implosiva y otra el alcance de su realización en las diferentes variedades. No se trata, pues, tanto de un “error” atribuible a la falta de conocimientos lingüísticos especializados, sino más bien de un comentario que deja traslucir los condicionamientos históricos y sociales de la conciencia lingüística del hablante. Casi sin quererlo nos hemos deslizado de una visión sintética a una analítica que selecciona determinados rasgos lingüísticos (léxicos, fonéticos, etc.) y los presenta como típicos de una determinada variedad, problema que será asunto del próximo punto. Variedades de la población negra A pregunta tan escura trataré de responder, aunque es mucho pretender de un pobre negro de estancia; mas conocer su inorancia es principio del saber. José Hernández: Martín Fierro

Pero antes, y ya que hemos traído a colación el tema de la población negra de la Pampa, hay que señalar que este es un capítulo poco estudiado en la historia en general y menos aún en la lingüística histórica. En un territorio donde predominaba la producción ganadera, en principio, no era tan necesaria la mano de obra esclava, por lo que la presencia de negros habría sido más bien marginal y muy minoritaria en comparación con las ciudades, según parece ser la opinión más difundida entre los estudiosos de la vida rural en la Pampa, sus costumbres y su lenguaje (Vidal de Battini 1949: 9). Apenas en las últimas décadas, comenzó a prestarse mayor atención a la presencia de “gauchos

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negros” y llegó a corroborarse mediante documentos que si bien la cantidad de negros en las estancias era inferior a la de gauchos conchabados y la población hispanocriolla en general, su número no era por ello insignificante6. Hay que reconocer sin embargo que, fuera de los relatos de Eduardo Gutiérrez (1961), en general los testimonios de la presencia de negros y mestizos negroides en las distintas fuentes de la literatura de frontera son escasos. Lo mismo puede decirse de la literatura: no abundan los testimonios más allá del “negro ladino” que aparece en uno de los capítulos más famosos del poema Martín Fierro de José Hernández (Castro 2007). A mediados del siglo XVIII, con las misiones jesuíticas y sus tareas de agricultura, llegaron a San Luis algunos contingentes reducidos de negros para tareas rurales y para el servicio doméstico. Al menos desde entonces, si no antes, los negros formaron parte del paisaje humano de la región pampeana que nos ocupa. Los negros, zambos y mulatos, como parte de la población más humilde de los territorios rurales fueron también, no pocas veces, presa humana de los malones y ataques indígenas, y tomaron parte del proceso de mestizaje en las tolderías. Una Real Cédula del 18 de abril de 1792 aprueba la compra de un negro llamado Ventura recientemente rescatado de entre indios pampas en la costa norte de Patagonia para servir como lenguaraz “viendo que poseía con perfección el idioma de aquellos infieles lo creyó muy util y aún necesario para las conferencias que continuamente tenía con ellos” (Solano 1992: 268). Se puede mencionar a otro lenguaraz, el “zambo” Juancito de la excursión de Mansilla a las tolderías de los ranqueles (Mansilla 1877: §44), quien, según se deja ver en el siguiente fragmento, se ve en problemas

Véase Carlos Mayo 1995, especialmente el capítulo VIII: “Gauchos negros: los esclavos en la estancia colonial”, donde afirma que “el esclavo negro no sólo jugó un papel decisivo en la estancia colonial sino que su cantidad, al parecer tan reducida cuando lo comparamos con cifras globales de población, fue relevante si lo cotejamos con la del total de la mano de obra afectada a las faenas del campo”, Mayo 1995: 135. Tampoco deja una impresión de insignificancia numérica recorrer las páginas de anécdotas militares de Eduardo Gutiérrez 1961. Sin embargo, la lengua de la población negra apenas si ha sido estudiada en el léxico superviviente. Existe, sí, un trabajo más comprensivo, aunque breve, sobre la lengua de la población negra rioplatense del año 1987 escrito por María Fontanella de Weinberg: “Variedades lingüísticas usadas por la población negra rioplatense”. La autora precisa el lugar central de las lenguas bantúes (Angola, Congo, Loango) en la base de estas variedades criollizadas del español que empleaba la población negra rioplatense, lenguas que se habrían seguido usando hasta la primera mitad del siglo XIX, en tanto que las variedades de contacto habrían persistido hasta la segunda mitad del siglo XIX (Fontanella de Weinberg 1987b: 58-59). 6

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actuando como lenguaraz del cacique Baigorrita para reproducir el lenguaje del coronel en un parlamento: No siendo Juan de Dios San Martin, bastante buen lenguaraz, mandaron llamar otro cristiano7, hombre de la entera confianza de Baigorrita. Era necesario que todos los circunstantes se enterasen perfectamente bien de mis razones. Vino Juancito, que así se llamaba el perito, y se colocó entre mi compadre y yo, dando la espalda a la entrada del toldo. Era un zambo motoso, de siete pies de alto, gordo como un pavo cebado. Su traje consistía en un simple chiripá de jerga pampa. En su fisonomía estaban grabados con caractéres inequívocos los instintos animales mas groseros. Todas sus facciones eran deformes, y á la manera de los indios, se habia arrancado con pinzas los pelos de la cara, pintado los pómulos y los labios. Su mirada era chispeante, pero no revelaba ferocidad. Le dije mis primeras razones. Intentó traducirlas. No pudo, sus oídos no habian jamás escuchado un lenguaje tan culto como el mio. Y eso que yo me esforzaba siempre en espresarme con estudiada sencillez. No entendia jota. Al transmitirle á mi compadre Baigorrita mis razones, Camargo y Juan de Dios San Martín, le decían: —El coronel no ha dicho eso. Las visitas, impacientadas, gruñian contra el zambo. Él, avergonzado y turbado de su imbecilidad, sudaba la gota gorda. Su cara y su pecho transpiraban como si estuviera en un baño ruso, despidiendo un olor grasiento particular que volteaba. Cuando su confusion llegó hasta el punto de sellarle los labios, cayó en una especie de furor concentrado. Levantóse de improviso, y diciendo: “Me voy, ya no sirvo”, se marchó. Nadie hizo la menor observacion. La conversacion continuó, haciendo de intérpretes los otros lenguaraces.

Por cierto, no vamos a encontrar en las distintas fuentes un testimonio de mayor elocuencia sobre las diferencias sociolectales, que este de Mansilla en que las distancias entre los niveles de lengua se hacen tan patentes. Mansilla achaca al negro falta de competencia para comprender un mensaje tan culto como el suyo, pese a enunciarlo con estudiada sencillez para hacerlo más fácil de entender. Hay que decir sin embargo que aunque Mansilla atribuye el problema del intérprete a su defectuosa interpretación del texto de origen, no

Nótese que al emplearse para referirse al “zambo”, se hace patente que se usaba “cristiano” como una designación cultural, y no étnica o religiosa. 7

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se sabe si la verdadera falta de competencia del zambo es para comprender el original o de tipo idiomático para traducir el mensaje al araucano. Más allá de este breve pero interesante testimonio, entre las fuentes de la literatura de frontera con las que trabajamos, el caso más representativo de la presencia negros en estos territorios se encuentra también, ¡cuándo no!, en Lucio V. Mansilla (1877), en la figura del negro del acordeón, que es presentado como una especie de bufón de corte —“Orfeo de las pampas” lo llama— en las tolderías del cacique Mariano Rosas. El personaje del negro, que no tiene nombre propio, logra irritar sobremanera al cronista con su insolencia (“aquí somos todos iguales”) y su acordeón desafinado. De este personaje y los múltiples encuentros con el coronel Mansilla en el relato de la Escursión nos interesa rescatar un comentario metalingüístico que Mansilla (1877: §32) introduce en medio de una línea de diálogo: —Me manda el general Mariano. —Y qué quiere? —Manda decir,— que cómo le ha ido á su merced (testual), de viaje; que si no ha perdido algunos caballos; que cómo ha pasado la noche; que si ha dormido bien? Me pareció una burla.

La “burla” no consiste solamente en presentarse a saludar a altas horas de la noche interrumpiendo el sueño del coronel y usando fórmulas de saludo y cortesía estereotipadas ya repetidas en numerosas ocasiones durante el día, sino particularmente en el remarcado de la -d final en su merced, reproducido de manera testual, como comenta Mansilla en medio de la cita directa. Tras el altercado entre Mansilla y el negro, este último pide disculpas poco después diciendo Dispense, su mercé, empleando esta vez la forma de expresión que le era usual. Lo curioso en este caso es el empleo paródico que hace el negro de usos que se podrían considerar como más elegantes o elevados8, y que daría tela para cortar en un análisis crítico-ideológico de la subversión consciente de la norma lingüística, pero que lamentablemente no podemos emprender aquí. Solo destacamos la asignación de ciertos rasgos a una determinada variedad que se deduce del texto. Así, junto a otros rasgos como el ya mencionado de la eliminación de -s final en las variedades populares, se presenta la eliminación de -d final, cuyo lugar en la arquitectura de la lengua se puede leer en la ironía Más allá de la eliminación de la -d final y el tono que pudo haber empleado el negro para dirigirse a Mansilla, parece indiscutible que este era un tratamiento respetuoso para dirigirse a un superior. 8

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destacada por el narrador mediante los paréntesis, pudiendo adscribirse este rasgo a las variedades más cultas y su ausencia a variedades menos prestigiadas, tal el caso del habla de la gente de color. En lo que respecta a las variedades habladas por gente de color en el Río de la Plata, como ya señalamos, solamente María Fontanella de Weinberg (1987b), a partir del testimonio de textos literarios, hace un intento por precisar algunos rasgos lingüísticos distinguiendo dos momentos del contacto: hasta los primeros años del siglo XIX, cuando todavía se hablaban lenguas africanas, principalmente de tipo bantú, y hasta la segunda mitad del siglo XIX, con el empleo de variedades contactuales propias “que constituyen habitualmente continuos que van de un polo más alejado” hasta “variedades muy cercanas a la lengua estándar” (Fontanella de Weinberg 1987b: 60). Los rasgos resaltados por Fontanella de Weinberg (1987b: 62) se pueden resumir en: a) fonéticos: — confusión entre las líquidas /l/ y /r/ (Losalio) y de líquidas con /d/ (puelemos ‘podemos’); — sonorización de sordas tras nasal (Conditusione ‘Constitución’); — tendencia a un esquema silábico CV con agregado de vocales finales (señolo ‘señor’), intercalación de vocales en grupos consonánticos (balanco ‘blanco’, quilitiano ‘cristianos’) y eliminación de consonantes en posición implosiva (Potugá, Libetá) o de las que integran grupos consonánticos (nuete ‘nuestros’). b) morfosintácticos: — falta de concordancia entre sustantivo y adjetivo (lon buena liputado ‘los buenos diputados’); — uso de la preposición ne (ne tiela ‘en la tierra’, ne solisonte ‘en el horizonte’); — el morfema de plural -s del artículo se incorpora como prefijo al sustantivo siguiente (sino ‘los himnos’); — formación de plurales en -n (sijon ‘hijos’); — omisión de artículos (tudo Nacione ‘todas las Naciones’); preposiciones (somo negla colole ‘somo de negro color’) y de verbos copulativos (cuando homble de biene ‘cuando es hombre de bien’). c) léxicos: — empleo de términos de origen africano como capiango (‘ladrón, taimado’) y malungo (‘camarada, compañero de viaje’).

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Como ya anticipamos corresponde pasar a la conciencia analítica en la caracterización de esta y otras variedades rurales de la Pampa. Analizando más en detalle también se puede espigar de forma indirecta alguna información de los distintos niveles lingüísticos, como vamos a ver a continuación. 3.1.2. Caracterización de las variedades mediante rasgos lingüísticos Si es la conciencia la que en primera instancia identifica y distingue una lengua o una variedad de otras, qué mejor punto de partida que preguntar a un hablante sobre el carácter de su percepción de dicha lengua o variedad. Sin embargo, privados de los recursos y métodos usuales en la dialectología perceptiva de tipo sincrónico, la disciplina que mejor nos orientaría en esta empresa, no nos queda más remedio que indagar la percepción de los contemporáneos sobre las diversas variedades corrientes en los territorios en cuestión recurriendo a la llamada “literatura de frontera”. No podemos esperar respuesta a todas las preguntas ni resultaría aconsejable entrar a los textos con un “cuestionario cerrado”; al contrario, son los textos mismos los que nos ofrecerán las respuestas que estén en condiciones de dar. Solo se requiere una lectura atenta. En la literatura de frontera existe la voluntad por parte de los distintos autores de mostrar los modos de hablar rurales, valiéndose para ello de diversos recursos de citación a fin de poner de relieve la propiedad, o bien la ajenidad de una expresión determinada, y, junto con ella, en muchos casos, su tipicidad; con esto hacían su testimonio más vívido y presente, cuando no instructivo, para los lectores de su relación —mayoritariamente “porteños” y poseedores de un nivel educativo más elevado que bajo—. Nos detendremos en algunos casos que, sea en un discurso directo que reproduce de manera textual el discurso de otro u otros, sea en un estilo indirecto que explica o parafrasea el discurso ajeno o bien lo mixtura con el propio dejando librado al contexto la interpretación de su ajenidad, remiten a modos diferenciales del español en la frontera. El discurso directo se presenta generalmente bajo la forma de diálogo. Quien lo lee no tiene mayores problemas en reconocer el modo de hablar de otro en medio del relato de un autor determinado. El narrador, para emplear el término que propusiera la narratología para designar la instancia encargada de organizar y presentar un relato desde un determinado punto de vista, construye un contexto nuevo para este fragmento de discurso desgajado de su contexto

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original. El narrador presenta o comenta un acto enunciativo y lo reproduce introduciéndolo eventualmente mediante un verbum dicendi o simplemente colocando dos puntos y una línea de diálogo al estilo teatral: ¿Qué dice? —aulló el moreno—. ¡Santa Bárbara! Pero no... no puede ser... ¿qué le ha pasao a los blancos? Los indios los... ¡Jesucristo!, mi sargento. Y usted no se resierta. ¡Madre mía! ¡El coronel le encaja, de siguro, cuatro balas! (Prado 1960: 58)

Las líneas de diálogo separadas dejan en claro las partes o intervenciones de los personajes que dialogan. Sin embargo, se presenta también intervención del narrador en este fragmento en el comentario entre guiones que remite a la situación del acto enunciativo: aulló el moreno, y, en el uso de otra tipografía en cursivas, resaltando usos que divergen claramente de la norma: pasao, resierta y siguro. En el discurso referido, en cambio, se supone un narrador que incorpora a su discurso propio elementos de discurso ajeno, valiéndose de distintos recursos para dar a conocer un elemento lingüístico que resulta extraño o desconocido para sus receptores. Estos recursos van desde el uso de sinónimos hasta el empleo de la definición, descripciones o la explicación de sus contextos de empleo. El fragmento citado de Mansilla es un buen ejemplo de definición valiéndose de quasi-sinónimos que integran un mismo campo léxico, ‘aires de marcha equina’: Venían andando a ese paso de la mula que ni es tranco, ni es trote, ni es galope; pero que es rápido y que en la jerga de la lengua de nuestra tierra se llama marchado.

Pero Mansilla amplía la definición que localiza el elemento léxico dentro de un campo semántico y añade algunos rasgos más a continuación: Es una especie de trote inglés, una especie de sobrepaso, que al jinete le hace el efecto de que la mula, en lugar de caminar, se arrastra culebreando. Todos los aires de marcha, el tranco, el trote, el galope, son cansadores, fatigan hasta postrar. Solo el marchado no deshace el cuerpo, ni produce dolores de espalda ni en la cintura, permitiendo dormir cómodamente sobre el lomo del macho ó de la mula (...) (19).

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Un acto de lenguaje referido puede ser real o imaginario, es decir, real, virtual o inexistente (Landvogt 2011). Por lógica, el acto de enunciación real ha ocurrido en el pasado, pero el acto virtual puede haber ocurrido en el pasado tanto como proyectarse en el futuro cuando se trata, por ejemplo, de un discurso planeado; en tanto que en el caso del acto de discurso inexistente, el mismo no ha ocurrido y consiste en la reproducción de aquello que no se diría9. El discurso que se reproduce, además, no necesariamente es oral, sino que puede ser también escrito y haber sido leído por el enunciador que lo reproduce parafraseándolo. Desde luego, es asunto de discusión el lugar que el discurso referido puede ocupar y la validez del testimonio que puede ofrecer en comparación con el estilo directo que aparece en las citas; más aún en el caso del estilo indirecto libre que no hace explícito su carácter de cita y que asume tres formas distintas: a) la reproducción de una proposición bajo la forma de oración subordinada precedida de “que” e introducida por un verbo de dicción; b) el estilo indirecto encubierto, en el que la cita se deduce del contexto; y c) el estilo indirecto libre, frecuente en la literatura, en el que el discurso del personaje se entremezcla con el relato del narrador. Se parte de la base de que el estilo indirecto, en general, es “discurso irrecuperable”, es decir, que “ninguna de las tres retransmisiones nos permite reconstruir su forma”. Sin embargo, esto es así solamente respecto a la forma sintáctica, ya que los fragmentos reproducidos deben además integrarse en la expresión del enunciador. En cuanto a su contenido, “en los tres casos conocemos la estructura semántica de su discurso” (Reyes 1994: 20s.). En la reproducción de un acto de lenguaje que se presenta bajo la forma del estilo indirecto enmascarado o cuasi estilo indirecto puede ocurrir que se nombre explícitamente al enunciador de ese discurso o fragmento de discurso que se está refiriendo: Andrea Landvogt (2011: 69) destaca como consecuencia de esta clasificación que “la expresión original que subyace en cuanto tal no necesariamente debe existir en la realidad, sino que el hablante que está citando bosqueja un escenario de enunciación en el que este es, puede ser o será el caso, o bien, en el caso del discurso inexistente —no es precisamente el caso” (mi traducción). La consideración del discurso inexistente abre las puertas a la consideración entre las formas de discurso reproducido al discurso ficticio propio de la literatura. El pensamiento y el “discurso silencioso” son también posibles objetos de reproducción, si bien los límites entre el discurso expresado y no expresado no son siempre tan claros. Compárese la diferencia entre: Ella pensó: “tengo un amante”, Ella dijo: “tengo un amante” y Ella se dijo: “tengo un amante”, Landvogt 2001: 79. 9

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Bajamos del coche, según el alférez Requejo, para desentumir las tabas, pero en realidad para meternos en la confitería (Manuel Prado 1979: 21).

De aquí se evidencia claramente que la expresión “desentumir las tabas” es una expresión empleada por el alférez Requejo. Sin embargo, no habiendo indicación expresa de los límites de estas palabras ajenas en el discurso del narrador, no podemos hablar de una cita propiamente dicha. Ignoramos además la forma exacta en que fue formulada (expresión con verbo modal, mediante imperativo, con atenuantes en potencial como forma de cortesía, u otras), pero tenemos un contenido y una forma general de tipo fraseológico construida en infinitivo, que son claramente diferenciados; en cuanto a su morfología podemos identificar un verbo, “desentumir”, que contrasta con los usos actuales que prefieren el sufijo “-ecer” para introducir procesos, además del uso de “tabas” por “piernas”. Aun careciendo de la forma sintáctica exacta, la información lingüística que este fragmento de discurso ofrece, si la podemos corroborar además consultando otras fuentes, no es desdeñable. El mismo comandante Prado la emplea en otro lugar de su mismo texto, esta vez como lenguaje primario y no en forma de cita; el uso de “piernas” en lugar de “tabas” marca también una diferencia respecto a la expresión citada arriba: Abrimos la portezuela y, mientras se cambiaban los tiros, bajamos a desentumir las piernas (Prado 1979: 31). No podemos esperar de una cita en discurso indirecto la reproducción de discursos enteros en su forma exacta, sino tan solo de frases, de partes de frase o de palabras aisladas. Con esto tenemos un elemento fraseológico o léxico, que no solamente podemos distinguir como “ajeno”, sino además, en ocasiones, acompañado de alguna información gramatical de interés. El elemento lingüístico que emerge de esa intrincada mezcla entre discurso propio y ajeno, es el que el sujeto hablante, desde su conciencia lingüística, selecciona. Las razones de esa selección pueden ser variadas, pero es general a cualquier selección que existe una función de distanciamiento respecto al lenguaje de un otro, a la vez que un acercamiento de complicidad con el lector o receptor de este discurso, como se comprueba especialmente en el caso de la ironía (Landvogt 2011). El distanciamiento se puede apreciar, por ejemplo, en la presencia de un elemento lingüístico que destaca por su carácter culto puesto en la boca de un hablante que no lo es, como se podría interpretar de la siguiente observación de Lucio V. Mansilla (1877: §54) y el comentario que añade al elemento léxico destacado en medio de una reproducción en discurso indirecto: agregó que no

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contentos con eso todavía los cristianos querían acopiar (fue la palabra de que se valió) tierra. Determinadas elecciones léxicas (como acopiar y desentumir las tabas) que podían sorprender al lector de Buenos Aires, aparecen por distintos medios gráficos remarcadas como ajenas en el discurso del autor. La primera sorprende posiblemente por su pertenencia a un nivel demasiado culto que parece desentonar en boca de un indígena, la segunda llama la atención por su filiación popular típica. No obstante, en otros casos semejantes resulta más difícil decidir si la elección de un elemento lingüístico destacado por el narrador es una mera cuestión de estilo individual en el hablar o si se intenta resaltar un uso con algún grado de generalidad; el único modo de decidir sobre esto es recurriendo a otras fuentes10. La selección de un elemento lingüístico del lenguaje de un otro que encuentra su lugar en el discurso propio puede provocar distintos efectos de sentido: como ya vimos, un elemento lingüístico puede “desentonar” con lo que es esperable de un hablante de un cierto grupo o tipo social, caso típico de una mirada “de arriba hacia abajo” (Krefeld/Pustka 2010); pero también puede ocurrir que un elemento suene anticuado a los oídos de un hablante, como veremos en el caso del uso de “usía” como fórmula de tratamiento; o bien que un elemento lingüístico resulte típico de los modos de hablar y expresarse de un determinado grupo de hablantes (regional, social, profesional, etc.), como por ejemplo en la eliminación de d en las palabras terminadas en -ado. En la base, esta es la perspectiva adoptada por análisis dialectológicos tradicionales, especialmente los que se concentraban en la lengua de obras literarias como la gauchesca, parcializando el análisis al centrarse exclusivamente en elementos tradicionales y típicos, si es que no estereotípicos, y desatendiendo otros elementos acaso demasiado cultos e innovadores, o tal vez compartidos con la lengua estándar que también se usaban en las otras variedades pero no llamaban la atención precisamente por su carácter común. En el hablar, el hablante también comunica con el contexto, tiene en frente a su interlocutor o interlocutores a los que ve, conoce o puede identificar con mayor o menor exactitud, puede emplear gestos al expresar su mensaje, puede variar el tono de voz para dar énfasis al enunciado, puede valerse de silencios, 10 Tendremos ocasión de comprobar en el lenguaje de las cartas la concurrencia de los verbos “ofrecer” y “ofertar”, así como la preferencia excluyente de “garantir” en lugar del más moderno “garantizar”, que nos dan alguna noticia sobre el uso de algunos sufijos con valor aspectual en verbos semejantes.

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etc. La teoría de los entornos de la comunicación formulada por Eugenio Coseriu (1955/56) pone de relieve el valor comunicativo de estos contextos que acompañan toda comunicación. Quien escribe, en cambio, carece de muchos de estos entornos situacionales y debe reemplazarlos mediante recursos que le ofrece el medio gráfico para suplir su falta: en un texto escrito, quien escribe no siempre sabe quién, cuándo, dónde y bajo qué condiciones recibirá su mensaje. Tiene menos control sobre si su mensaje será entendido e interpretado de la forma deseada, razón por la que debe ser más claro y exacto en su formulación, más minucioso en la presentación y organización de los argumentos, más selectivo con el léxico empleado; distinto de lo que ocurre en un mensaje oral, que puede ser corregido, explicado o ampliado en el momento si no resulta entendido. No pudiendo recurrir a gestos, cambios de tonos o pausas de silencio, en la escritura el narrador puede intervenir mediante diversos recursos gráficos para destacar palabras o frases. Estos recursos son principalmente el uso de comillas, abriendo y cerrando un fragmento discursivo, los guiones o líneas de diálogo para marcar la intervención de otra voz distinta de la propia, y el empleo de una tipografía diferente, especialmente de las cursivas, como en el siguiente ejemplo: —Pues mire, patrón, yo recién caigo en cuenta. Usted me mandaba cuerear ajeno, según veo (...). Si usted no me paga me voy a presentar ahora mismo, desembucho todo... (Barros 1957: 128).

Si bien en este caso el uso de la línea de diálogo deja en evidencia que se trata del discurso de un otro, el uso de las cursivas, como tendremos ocasión de discutir más adelante, se presenta en principio como superfluo. Las formas en que el enunciador de un discurso escrito marca las palabras como “ajenas” son variadas y el tema ha sido tratado con frecuencia, sobre todo en los estudios literarios, si bien el centro de interés de los estudiosos de la literatura es la expresión individual de los escritores, expresión que perdería individualidad al incorporar modelos de percepción y pensamientos ajenos a través del lenguaje común. Como ya Gauger (1976: 18) lo señalara, el estudio de la literatura se dirige a lo singular y específico en el lenguaje, en tanto que la lingüística se concentra en lo general. También en la lingüística se ha tratado el problema del llamado “discurso reproducido”, entendiendo a este como la “incorporación

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de discurso de otra situación enunciativa a una expresión propia actual”11. Esta breve definición marca dos líneas problemáticas que se desprenden del tema y que, aunque están relacionadas entre sí, a los fines del análisis se pueden diferenciar en: la incorporación (y la diferenciación) de un discurso ajeno en el discurso propio, por un lado, y la actualización de un acto discursivo, por otro, que es anterior en el tiempo y se presenta desde coordenadas diferentes del origo yo-aquí-ahora actual, lo que acarrea modificaciones formales de consideración: consecutio temporum, indicadores gramaticales como la persona verbal que señalan una perspectiva, además de los indicadores gráficos en la escritura; elementos por los cuales se distingue y se permite identificar un discurso como reproducido. Tomemos un ejemplo que nos permita concretar un poco estas reflexiones: El soldado de caballería no conoce lo que es el sibaritismo de una carpa, ni ha experimentado nunca el placer infinito de pasar bajo techo un aguacero. El sol del día siguiente secará la ropa sobre su cuerpo, y estamos del otro lado, aunque una pulmonía se encargue bien pronto de secar la carne sobre sus huesos. Para eso están en la brecha, y como ellos dicen pintorescamente, ninguno tiene el cuero para negocio (Gutiérrez 1961: 158).

Además de la intervención del narrador encubierta en “estamos del otro lado”, en este ejemplo se identifican claramente dos fraseologismos; por una parte “estar en la brecha”, que no está introducido por ningún indicador que remita a un discurso ajeno, y por lo mismo se puede suponer como propio o compartido por el autor y sus lectores y, consecuentemente, como propio también de la lengua común; y por otra, “no tener el cuero para negocio”, anticipado mediante una aposición y caracterizado en el comentario como una expresión de “ellos”, es decir, de los soldados de caballería; la expresión es valorada además por quien escribe como “pintoresca”. Esta caracterización es precisamente la que señala un distanciamiento por parte del narrador y la “ajenidad” de la expresión en cuestión: no soy “yo” quien habla así, sino “ellos”.

Definición de G. Volkmann 2005: 17: “Das Einfügen von Rede aus einer anderen Äußerungssituation in eine eigene aktuelle Äußerung”. La autora considera el discurso reproducido como un subtipo junto a la modalidad y la evidencialidad de la relativización epistémica (al. “epistemische Relativierung”), es decir, de las diferentes formas en que se establece un vínculo con la conciencia propia de o ajena al hablante en la representación de un contenido. 11

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Si bien nos interesan los modos y las formas por las que el discurso “ajeno” ingresa en el discurso “propio”, nos interesa también particularmente la intencionalidad que subyace a este distanciamiento de la lengua, no tanto de otro sujeto, que podría ser una mera cuestión estilística, sino de un otro plural, de un grupo al que el hablante, sin embargo, en este caso pertenecía, siendo él mismo un oficial. La inclusión de un discurso ajeno en el propio acompañada de marcadores que resaltan esa ajenidad, como ya sugerimos más arriba, es manifiestación de un doble movimiento implícito: el distanciamiento respecto a ese otro, a sus expresiones y su modo de hablar, y, al mismo tiempo, un acercamiento cómplice con el lector. Según Landvogt (2011), citar a un otro directamente, o valerse de sus palabras en el propio discurso, puede obedecer a tres intenciones básicas: la primera posibilidad es la de apoyar una posición propia recurriendo a las palabras autorizadas de un otro, como ocurre con frecuencia en el caso de la cita en el lenguaje científico; una segunda posible intención es la de ofrecer una información pero sin asumir responsabilidad sobre la misma, es decir, adoptando una posición más o menos neutral y atribuyendo la responsabilidad sobre esa información a otro; la tercera posibilidad es el distanciamiento crítico sobre lo enunciado para proponer una posición distinta, si es que no contraria. La clasificación de Andrea Landvogt, desde luego, se basa en el contenido, pero se podría aplicar también a la forma y modos de hablar del otro y su prestigio en la arquitectura lingüística, lo que lleva a que un hablante adopte distintas actitudes respecto a modos de hablar diferentes o a un elemento lingüístico particular que diverge de la variedad propia, presuntamente más correcta. En el siguiente fragmento en discurso indirecto el narrador cuela algunas voces de un grupo de soldados que salieron a bolear avestruces y las introduce en su narración marcándolas mediante cursivas. Se trata por una parte de voces propias del ambiente rural (“cinchas”, “resollar” los caballos, “pulpero”, “vicios”) junto a otras voces también en cursivas que destacan por el empleo de diminutivos (“capitalito”, “libritas”), y que pueden ser claramente entendidas como un modo de expresión coloquial típico de los soldados y habitantes de este ambiente rural: Arregláronse las cinchas, dejóse resollar a los caballos y un momento después (...) volvían con provisiones para una semana y con un capitalito para los vicios. La caza de aquel momento, además de la carne, les proporcionaría cuatro libritas de pluma que el pulpero permutaría por los vicios de una quincena (Manuel Prado 1960: 82-83).

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El mismo uso se observa también en el siguiente fragmento en discurso directo reproducido en una línea de diálogo por el mismo autor, aunque aquí sin resaltar con las cursivas el adjetivo en diminutivo “manso”, como sí se hace con “recao”: —Bájese no más... si es mansito y de buen trote, sobre todo el recao es más blando y más seguro (Prado 1979: 42).

Mansilla, sin embargo, quien siempre va un paso más allá que el resto en sus reflexiones metalingüísticas incluyendo la lengua de manera central en la caracterización socio-cultural de la sociedad de frontera que presenta en su relato, señala el empleo de diminutivos no solamente con sustantivos y adjetivos, como parece haber sido general en esta región y que él mismo emplea en su relato (hombrecito, mocito), sino también con adverbios, y lo presenta como un rasgo propio de la variedad del castellano a la chilena12, que es la variedad con la que este personaje se expresaría, es como él dirá, es decir, no como un discurso concreto que es referido en el relato, sino como un modo de expresión virtual o posible en el futuro (Landvogt 2011). Este modo de expresión representa en realidad una variedad presente en la arquitectura de estos territorios poblados por indígenas originarios de la etnia mapuche y con fluidos contactos comerciales y sociales con el ámbito trasandino: Mora es un hombrecito como hay muchos, de estatura regular. Un observador vulgar le creería tonto; se pierde de vista. Es gaucho como pocos, astuto, resuelto y rumbeador. No hay ejemplo de que se haya perdido por los campos. (...) Sólo estudiando con mucha atención su fisonomía se descubre que tiene sangre de indio en las venas. Su padre era indio araucano, su madre chilena. Vino mocito con aquél a las tolderías de los ranqueles, formando parte de una caravana de comerciantes y se enamoró de una china, se enredó con ella, le gustó la vida y se quedó agregado a la tribu de Ramón. En Chile su padre había sido lenguaraz de un jefe fronterizo, peón y pulpero. Vivía entre los cristianos. (...) Habla el castellano a la chilena, perfectamente, disminuyendo lo mismo los sustantivos, que los adjetivos y los adverbios. Nunquita, me ha sucedido perderme por allicito yendo solito es como

12 También Manuel Prado (1960: 129) hace referencia al “castellano achilenado” empleado por un indígena, Paillacurá, quien pregunta por “el jefe de los españoles” e interrogado sobre su gracia responde a continuación: “—Ió, ñor —repuso el recién llegado recalcando el acento chileno— ió soy Paillacurá.”

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él dirá. El araucano lo conoce bien, y es uno de los lenguaraces más inteligentes que he visto (Mansilla 1877: §42).

A la vista de algunos de los ejemplos presentados, una pregunta que se impone es: ¿por qué la presencia de marcadores de la ajenidad de un discurso en una línea de diálogo, si es evidente que las palabras no están dichas por el narrador?, ¿cuál es la necesidad de resaltar palabras que ya están señaladas como pertenecientes a un otro? Resulta evidente que, con las cursivas en medio del diálogo de un personaje, la intención de quien escribe es marcar o resaltar a los ojos de los lectores una información específica que delata la procedencia regional o social del hablante mediante empleos lingüísticos que le son propios y que divergen del lenguaje común. Por supuesto, nada más efectivo para caracterizar la procedencia social o regional de un personaje que sus modos de hablar; alcanza con algunas palabras o frases “típicas” de una determinada variedad para ahorrarse largas descripciones y comentarios; así ocurre con el fraseologismo “estar entre puros nosotros” en la siguiente expresión que señala un uso propio y en principio típico de los paisanos en territorios rurales, Pero como estábamos solos, entre puros nosotros, como dicen los paisanos (Mansilla 1877: §39), que equivale en la lengua estándar a “estar a solas”. No solamente mediante el empleo de cursivas, también se recurre con frecuencia a las comillas para destacar una palabra, como en el siguiente ejemplo de Manuel Prado (1979: 20) que señala el uso del indefinido “cualesquier” como rasgo característico de un modo de hablar diferenciado. Hace falta saber mucho... ser jinete... animársele a “cualesquier” mancarrón... aunque para el caso es lo mismo porque si no se anima lo han de obligar.

Aunque los elementos léxicos y fraseológicos son los que más abundan a la hora de identificar otras variedades, también la gramática, como se vio con el uso de “cualesquier”, y hasta la fonética se cuentan entre los rasgos salientes y diferenciales de estas variedades. Una anécdota en la colección de relatos de Guillermo Pechmann (1980: 63-64) sobre un cierto cabo Ambrosio Aguirre se centra en su mujer, “una dama cordobesa, mujer joven algo bizarra en su porte, se llamaba Mercedes y tenía por apodo La Mazamorra”. La anécdota se narra en un breve capítulo titulado “¿Qué es lo que querís Ambrosio?”. Dejando al margen los detalles anecdóticos de la escena de adulterio narrada, es de destacar que el autor persigue un efecto humorístico remarcando en el discurso

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referido rasgos morfológicos típicos del habla de la provincia de Córdoba a través de la mujer que la protagoniza: Llega al rancho, y dando tremendos golpes a la puerta, le exige a la mujer que le abra la puerta, nadie contesta, insiste y vocifera insolencias, entonces habla ella con voz suave, pero Ambrosio ¿qué es lo que tenís?, habra la puerta c... yo quiero saber quién es el que esta ahí, pero ¿quién querís que esté? Si no hay naides Ambrosio, abra la puerta le digo tal... por cual... continuando los golpes el hombre enfurecido, de pronto se para la cordobesa en la puerta con un talero en la mano y le dice, bueno, es Domínguez el que está ¿qué es lo que querís?, bueno, eso era lo que yo quería saber; y dio vuelta regresando a la guardia a continuar su servicio.

Los rasgos típicos que caracterizan el modo de hablar de esta mujer cordobesa, en la visión del autor de estas palabras al menos, tienen que ver con la conjugación voseante terminada en -ís de los verbos “tener” y “querer”13 y con la voz arcaica naides. Aunque no se presentan formas semejantes en otros ejemplos de usos voseantes, como los que se encuentran en abundancia en Avendaño y Baigorria, Estanislao Zeballos transcribe (supuestamente de los manuscritos de Santiago Avendaño) la siguiente expresión de un lenguaraz del cacique Painé: —Dice aquí el cacique qué te sentís, si estás herido, y que se alegra que te haigas escapao con vida (Servelli 2010: 38).

Destacan las formas de conjugación voseante sentís, de “sentar” y estás, así como el subjuntivo haigas, que no se acentúa gráficamente en este caso aunque no se puede descartar, así como el participio escapao que elimina la -d- intervocálica. Se muestra así que, sea por hablantes de procedencia cordobesa o acaso chilena, el uso voseante descrito debía gozar de una mayor difusión de lo que la escacez de testimonios deja presumir. También Tiscornia (1930: 164s.) destaca este rasgo, que él llama “curiosa analogía”, consistente en asimilar verbos de la 2.ª p. sg. de las conjugaciones en -ar y -er (apurís, roguís, querís, sabís) a la conjugación de -ir (partís). Si bien el autor localiza el fenómeno “desde Córdoba, en dirección al oeste y norte andinos” y “fuera de la región gauchesca”. El recurso a la analogía como explicación es sin duda “curiosa”, ya que la tercera conjugación es con mucho la menos numerosa de las tres. Tiscornia mismo hace un conteo de los verbos en el poema Martín Fierro (589 para -ar; 100 para -er; 80 para -ir) y concluye que esta tendencia coincide con la general del idioma, por lo que la explicación de que la primera y la segunda se asimilen a la tercera conjugación no termina de convencer. 13

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Distinto es el caso de Lucio V. Mansilla (1877: §11), quien también, con intención humorística, caracteriza a través de otros rasgos típicos el habla de las zonas rurales de Córdoba, más precisamente, mediante la acentuación gráfica de “úsia”, que marca una pronunciación divergente del uso de sus lectores, a los que apela, y mediante la descripción de los rasgos prosódicos del modo de hablar en esta región, a los que llama la tonada cordobesa: —Cómo úsia quiera —contestó el Cautivo, con esa tonada cordobesa que consiste en un pequeño secreto— como lo puede ver el curioso lector o lectora—: en cargar la pronunciación sobre las letras acentuadas y prolongar lo más posible la vocal o primera sílaba. En haciendo esto ya es uno cordobés. No hay más que ensayarlo14.

Las observaciones, como se puede deducir, no son inocentes, sino que encubren valoraciones, pues se trata de personajes no solamente con una determinada filiación geográfica, sino también de baja condición social y escaso nivel educativo. El siguiente fragmento presenta a un personaje caracterizado por su simpleza e ignorancia, más exactamente un recluta proveniente de la provincia norteña de Jujuy que pertenecía a la tropa de Manuel Prado (1960: 120): ... y decía, con su tonada jujeña: —Si lo e perdío.

Nótese que la escritura de “e” por “he” cumple en esta frase de diálogo una función muy distinta, esto es, señalar una característica del personaje, su poca instrucción e ignorancia. De otro modo no se explica la “ausencia” de una letra que no se pronuncia. La caída de la -d- en la terminación del participio en “-ido” sirve para señalar al lector la procedencia norteña del personaje, Cayuta. Sin embargo, fuera de este rasgo al que se recurre para caracterizar modos de hablar típicos del español norteño, la elisión de d en las terminaciones de participios en -ado es un rasgo fonético general que se encuentra presente con

No quedan dudas sobre la acentuación en “úsia” porque el mismo Mansilla (1877: §65) marca con cursivas la fórmula de tratamiento “usía” al referir su encuentro con el joven cautivo Spañol en las tolderías del cacique Ramón que presentamos en otro lugar. En ambos casos la fórmula parece tener para Mansilla un sabor añejo. Sobre la “tonada cordobesa” menciona Mansilla un altercado con el gaucho Rufino Pereira, natural de Villanueva, quien le responde “con una tonada la mas cordobesa, con tonada de la Sierra” (Mansilla 1877: §37). 14

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frecuencia tanto en la literatura gauchesca como en las fuentes epistolares que manejamos: en Manuel Prado se presenta regularmente en cursivas, aunque se trate de discurso directo, en mamao (1960: 88), dentrao, dejao, parao, avanzao (1960: 89) y recao (1979: 42), así como también en discurso indirecto, en abombao (1960: 131); en Pechmann (1980: 44) figura sin embargo sin cursivas calzoncillo cribao. Finalmente, también se presentan informaciones de tipo fonético que no escapan a la conciencia del narrador, como en el siguiente comentario de Lucio V. Mansilla (1877: §9): El rumbo sur recto, o reuto, como dicen los paisanos. Pero este tipo de comentarios no son los más abundantes y debemos recurrir al mismo uso del lenguaje primario que hacen los autores, debiendo precavernos como dijimos, de las transcripciones modernizadas. Si un rasgo se repite más de una vez, resulta menos probable que se trate de un error de tipeo, de transcripción o de una simple casualidad que si solamente aparece una vez. 3.2. La traducción: una fuente directa15 En cierto modo, también la traducción es una fuente de información para conocer los usos lingüísticos de la lengua de destino. En el punto anterior nos hemos ocupado de usos metalingüísticos parafraseables en términos de “como se dice” —que incluye el pasado puntual “como se dijo” y el virtual “como se diría”—; en el presente punto nos concentramos en otra posibilidad que nos ofrece la traducción de contenidos lingüísticos que no encuentran una correlación directa entre dos lenguas y culturas: “como si se dijera”. Nos valemos en este punto del concepto de “traducción” en un sentido amplio, como Translation, concepto con el nivel de abstracción suficiente para abarcar tanto la comunicación oral como la escrita, haciendo las distinciones pertinentes entre un medio y otro cuando resulta oportuno: La traducción y la interpretación son actividades comunicativas que, por un lado, presuponen multilingüismo y, por el otro, ayudan a superar la falta de multilingüismo. Comprendidos bajo el concepto englobante de Translation se puede definir ambos procedimientos lingüísticos como comunicación mediada de manera bilingüe. Con ello se pone de relieve el doble aspecto de la traducción y la interEl siguiente punto contiene una ampliación y reelaboración de un capítulo de mi tesis de magistratura (Perna 2010). 15

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pretación: el bilingüismo del Translator y la función interventora o mediadora de la Translation para terceros16.

La función de los lenguaraces era, pues, la de verdaderos “traductores” en este sentido, una función desempeñada históricamente por individuos bilingües en situaciones de contacto fronterizo. Que existan casos de niños indígenas, principalmente familiares de caciques o principales de la tribu, que eran enviados para ser educados por los cristianos en una escuela o misión y ser formados para cumplir en el futuro la función de lenguaraces, no modifica mayormente este cuadro. Tampoco el que muchos caciques y otros indígenas de menor rango poseyeran conocimientos de la otra lengua. La función del lenguaraz estaba hasta cierto punto ritualizada, y no se prescindía de ella en ninguna conversación pública; por no hablar del caso de la escritura, donde la participación de un escriba con una – aunque no sea más que mínima – formación escolar era ineludible. Las cartas que vamos a analizar, al menos las que llevan la firma de un cacique y también algunas de los territorios rurales que clasificamos como “civiles”, están dictadas a un escribiente. En las tolderías, la presencia permanente de escribas y lenguaraces es indicio más seguro de su jerarquía en la sociedad ranquelina que de que el dictante desconociera la lengua en que están redactadas las cartas. En numerosos testimonios se repite que los caciques recurrían en sus negociaciones indefectiblemente a un lenguaraz como intermediario en la comunicación con el “winká”: [Los caciques] venían a renovar tratados, o a celebrar convenios cómodos con el jefe de la frontera y con aire de vencedores, de Atilas de la Pampa, entraban al escritorio, se sentaban y se ponían a fumar, mientras el lenguaraz, un badulaque que se daba importancia excepcional explicaba en tono pomposo, el motivo de la visita. Siempre celebraban parlamento con el lenguaraz, por más que el cacique hablase mejor el castellano que el tal intérprete: pero hubiera sido asunto infradignitate por parte de la majestad pampeana, hablar en un lenguaje que odiaban, con un representante de un gobierno que despreciaban (Fernández C. 1998: 117).

La Escuela de Leipzig postula el concepto de Translation como englobante de las prácticas de traducción e interpretación. El primero es O. Kade en un ensayo de 1968, “Zufall und Gesetzmäßigkeit in der Übersetzung”. Véase Albrecht Neubert 1996: 913. Ambas “realizaciones” están sometidas según este autor a siete condiciones o características en su realización: intencionalidad, aceptabilidad, situacionalidad, informatividad, coherencia, cohesión e intertextualidad. 16

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El tono de desprecio del autor de estas palabras, el coronel Fotheringan, es indisimulable y no merece aquí mayores comentarios; no estamos además en condiciones de confirmar o refutar que el lenguaraz se daba importancia excepcional, aunque otros testimonios parecen indicar que así era en algunos casos, pero se puede extraer igualmente interesantes datos de este fragmento, sea respecto al tono pomposo como indicio de formalidad en los textos (orales y escritos) que formulaba, o por la presencia constante de los lenguaraces, siempre (...) por más que el cacique hablase mejor el castellano que el tal intérprete en coincidencia también con muchos otros testimonios de la literatura de frontera. En el mismo sentido se puede leer el relato de Armaignac, otro cautivo que dejó un relato de sus experiencias: Después del festín, mientras el lenguaraz estaba jugando con los chicos, Catriel me dijo, en bastante mal español, que los siguiera. Ambos nos dirigimos hacia un arroyuelo que corría a doscientos o trescientos metros de allí, y emprendimos una larga conversación. Delante de todos, el cacique fingía ignorar el español y, aunque hablara sin tropiezos esa lengua, se hacía traducir mis respuestas al idioma pampa cuando Avendaño o alguna otra persona estaba presente17.

El lenguaraz aquí mencionado es nada menos que Santiago Avendaño, cautivo admirado en las tolderías ranqueles como el “cristianito que hablaba con el papel”, y que, tras su regreso a la “civilización, ejerciera como lenguaraz en puestos de fronteras al servicio de cristianos y de “indios amigos”. El relato autobiográfico de Avendaño (2000; 2004) constituye además uno de los poquísimos testimonios de este tipo: las memorias de un lenguaraz que no ahorra al lector interesantísimas reflexiones sobre su oficio. Santiago Avendaño fue capturado de niño en un malón y llevado a las tolderías como cautivo, donde permaneció ocho años hasta lograr fugarse. Sus memorias son una fuente de información directa sobre la vida de un cautivo entre los indígenas, al tiempo que ofrecen una mirada sobre la red de relaciones culturales y socioeconómicas en las tolderías. La importancia de esta fuente es el grado de intimidad de su conocimiento de la lengua y la cultura indígenas. Ya hemos visto el contexto histórico que justificaba la situación concreta de bilingüismo. Cautivos y refugiados, por una parte, comerciantes e indios ladinos, por otra, son algunos de los personajes históricos que, a la vez que Testimonio de H. Armaignac (1883). Viajes por las pampas argentinas. Cacerías en el Quequén Grande, 1869-1874. Citado por Marcelino Irianni 2006: 157. 17

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justificaban un creciente mestizaje cultural, oficiaban de agentes intermediarios en situaciones comunicativas concretas que requerían de alguien que facilitara el intercambio lingüístico, comercial, diplomático, etc.18. En las cartas, sin embargo, estos intermediarios, pese a su presencia constante y necesaria, apenas si se mencionan. Las fuentes de la literatura de frontera nos brindan la posibilidad de aproximarnos a las reflexiones que suscitó este rol entre sus protagonistas y contemporáneos. Precisamente la escritura, entre otras funciones, posibilita la reflexión sobre el uso del lenguaje mismo y sobre la situación comunicativa en la que se lo emplea, a la vez que nos ofrece el testimonio de la conciencia lingüística del sujeto que hace uso de la lengua y cumple con ello un rol social determinado. En sus memorias, Santiago Avendaño (2000: 101) explica las dificultades para “traducir” intermediando entre dos culturas diferentes en los siguientes términos: Luego entran a saludarse: luego de que la visita se ha aproximado, la saludan diciéndole: ¡Eimí, anai! (algo así como ¡Hola!) y ellos contestan: ¡Marimarí!, o dicen sencillamente ¡Hé! Estas dos contestaciones a uno y a otro saludo no tienen traducción en castellano. Sin embargo es como si uno dijera a otro “¡Buenos días!”; y el saludado contestara: “¡Así se los dé Dios!”. Pero yo me he ocupado mucho en penetrar en su significado, y todo mi trabajo ha sido completamente inútil e infructuoso, y al cabo de muchas investigaciones he venido a comprender que es una de sus costumbres propias, saludarse de ese modo, y que nuestro “¡Buenos días!” sonaría muy mal en su lenguaje.

18 Junto a los “actores” del contacto lingüístico se puede mencionar los “escenarios” o lugares de contacto o convivencia entre ambas etnias, tales como las tierras de cultivo y cría de ganado en los territorios fronterizos, los fuertes militares y puestos de vigilancia, las misiones y las reducciones de los llamados “indios amigos” en cercanías de un poblado o puesto militar. Sergio Villalobos describe el intercambio comercial en la Araucanía en los siguientes términos: “El indígena necesitaba del vino y del aguardiente producidos en la región de Concepción, del hierro para sus armas y utensilios y de la plata para sus adornos. Además, tijeras, cuchillos, espejos, botones, géneros vistosos, gorros y la interminable serie de baratijas que el hombre civilizado proporciona a los pueblos de menor cultura. Por su parte, españoles, criollos y mestizos, que habitaban la comarca pobre de la frontera, necesitaban del mercado indígena y de sus productos. El trueque sacaba de retorno ganados vacunos y ovejunos, cueros, frazadas y ponchos”, Villalobos 1982: 179s. La descripción corresponde a los araucanos en Chile, pero no difería considerablemente al otro lado de los Andes. A esta lista de artículos habría que agregar otros que aparececen con insistencia entre las concesiones a los indios de los tratados de paz y en la correspondencia, tales como tabaco, yerba, azúcar, papel y tinta.

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Es muy natural que haga alguna suposición de lo que expresa la palabra Marimarí, ya que su significado es incomprensible.

Una característica universal del lenguaje es la semanticidad19. Se debe, sin embargo, distinguir el contenido lingüístico de un signo, su significado, de las “cosas” que designa en la realidad extralingüística, es decir, de la designación. Esto es así porque cada lengua organiza y parcela de distinta manera la realidad. La observación de Ferdinand de Saussure de que la lengua no es una nomenclatura apunta en este sentido: las clasificaciones que se encuentran en cada lengua, no vienen dadas directamente por la realidad, es decir, de manera “natural”. De ser así, sería siempre posible establecer una traducción 1:1 como en esp. caballo / mapuche cauallo, por ejemplificar con un préstamo, o español hermano / mapuche peñi (Mansilla 1877: §54), por nombrar un elemento del léxico básico; sin embargo, no siempre se puede establecer una “equivalencia” al traducir de una lengua a otra20. Cabe observar que, por un lado, cuando Mansilla en su vademécum traduce: “Yo-enche; tú o vos-eimí, nosotros-inchin, (...)” (§41), registra la existencia de dos pronombres personales en la lengua de destino (al. Zielsprache) para la segunda persona del singular: “tú” y “vos”; sin embargo, no nos ofrece ningún tipo de información sobre los contextos de uso de ambos pronombres. En consecuencia, un elemento único cuenta con una posibilidad doble de traducción en la lengua de destino, dependiendo de las situaciones reguladas por el uso la elección de una u otra. Otra posibilidad se presenta en las observaciones de Santiago Avendaño sobre la práctica del traductor, a quien no escapa que una situación tan simple como el saludo entre dos personas encuentra, en distintas lenguas y en distintos entornos socioculturales, realizaciones diferentes que solamente coinciden precisamente en el significado que les da la situación, y no en las formas lingüísticas que toman para expresarse. Este significado situacional que Avendaño intenta explicar radica precisamente en el “como si uno dijera” que busca hacer explícito el sentido de la situación para un receptor situado en un contexto diferente y con un bagaje de conocimientos que demanda su explicitez. Como el saludo, también el insulto o vituperio constituye un contenido cultural específico que no se deja Vease al respecto Casado Velarde 1991: 30ss. El concepto de “equivalencia” ocupa un lugar central en la teoría de la traducción. Un referente en la discusión sobre este concepto es la escuela de Leipzig, a la que pertenece Albrecht Neubert. Pero también otros autores han hecho aportes importantes a esta discusión. Véase al respecto Werner Koller (2011). 19 20

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traducir literalmente reproduciendo la forma verbal exacta, sino adaptando el sentido a una situación determinada, o bien a un nivel de lengua preciso21: Explicaré algunos ejemplos para testimoniar el modo en que los indios reprenden las malas conductas, llamándose güeyaima loncó (cabeza mala), güezaima tapayú (negro malo), o güeyaima curupel (cuello negro malo), que son sobrenombres propios entre ellos y familiares a la vez. No es lo mismo, repito, oír esto, que es casi una chanza o calumnia, como el que le digan a un cautivo güezdaima güincá threguá, güerdaima caiñé, güincá, líubri güincá y otras mil cosas por este orden. Las palabras que cito aquí y con las que algunos hieren el amor propio de un esclavo cristiano, significan: malvado perro cristiano, cristiano enemigo y malvado, y cristiano de lomo blanco. Aquí se nota una diferencia en palabras que se podrían interpretar en un mismo sentido y son: el güeya o güeyaima y el güezda o güezdaima. Lo primero, ya he dicho, es un güechatún o un insulto familiar y lo segundo es del todo un ultraje22.

Por supuesto, también es posible traducir bajo el imperativo de la mayor fidelidad posible a las formas originales dejando librado al receptor el trabajo de comprensión del sentido, cosa que resulta sumamente difícil si no se comparten los entornos. La fidelidad a la forma o al sentido del texto originario supone concepciones diametralmente opuestas de la tarea de traducir, aunque vale añadir que tales concepciones admiten matices y soluciones intermedias. En el siguiente ejemplo de las memorias de Avendaño (2000: 120s.) encontramos ambas soluciones en convivencia: Yo me encontraba confuso, y no sabía qué contestarle. Apreté la boca contra un palo, le mostré una sonrisa verdaderamente pueril, y al rato me exigió de nuevo

Jörn Albrecht (2005: 234) apunta sobre esta dificultad a la que en mayor o menor medida todo traductor se ve expuesto: “Dialectos y regiolectos resultan más difíciles de controlar para el traductor que sociolectos o registros. Para el modo de expresión de un determinado nivel social se puede encontrar casi siempre algo aproximadamente análogo en la lengua de destino; algo comparable ocurre con registros como “formal”, “coloquial”, “descuidado”, etc. Un dialecto o un regiolecto connotan sin embargo, en un sentido bien preciso que trataremos más adelante, un espacio geográfico concreto y la cultura regional que le pertenece”. 22 Santiago Avendaño 2000: 110. En otro fragmento aparece también la misma verba vituperosa, pero que Avendaño 2004: 38 traduce de forma directa, esta vez mediante “es decir”: “(...) pero los emigrados Borohue-ches contestaron con desprecio diciendo, que de ningún modo podrían someterse a un güedaima arachuón, es decir, a un miserable traidor (...)”. También Mansilla 1877: §31 explica el valor de “perro” como insulto en la sociedad ranquel: “Para los indios, como para los árabes, no habia habido insulto mayor que llamarles perro”. 21

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que le dijera por qué le rehuía. Y yo le contesté con la palabra rec, que significa “por nada (porque sí) o de balde”, como vulgarmente se dice. Entonces tomó un aire de tranquilidad y me dijo: (...) “Eimí ta lliecaquén calcú nocta. Inché, ñoñó, ré-bem conohenéo pu ñuhá conpaqueáimi may zeuma pepaen”. (Vos me temes. Yo no soy bruja. Yo, sobrino, en vano me han puesto así esos pícaros. Vení siempre a verme, puesto que ya me conoces). Yo le contesté con palabras de consentimiento y de costumbre, como cuando uno dice: muy bien. Yo dije “Ya”. Que es una expresión afirmativa de conveniencia y de convencimiento muy usual entre los indios.

A la traducción literal del texto mapuche seguido del texto castellano entre paréntesis, la precede y la sigue el otro tipo de traducción que adapta el sentido haciendo explícita la situación, el como cuando uno dice23. Por supuesto, en la traducción literal hay concesiones al trasfondo cultural del lector en español, por ejemplo al traducir calcú mediante bruja. Se añade además información sobre niveles de estilo para la expresión “de balde” que sirven de orientación al lector: como vulgarmente se dice, y nos encontramos además con un uso de “vos” en la traducción del pronombre mapuche “eimí” en un contexto claramente familiar, como fórmula de tratamiento de un adulto hacia un niño, que el vademécum de Mansilla no nos puede ofrecer. Las apreciaciones de Avendaño no se agotan aquí, sino que también discurre sobre lo que considera un buen trabajo de traducción, y que se concentra particularmente en las características personales que deben reunir los individuos que realicen esta tarea: El gobierno, por su parte, debería dejar a uno o más al lado del cacique amigo. Que el que hiciera cabeza de la delegación fuese persona entendida en la materia e instruida a la vez, para que se viera libre de ocupar intérpretes que casi siempre tuercen las cosas porque adolecen del defecto de que, si comprenden bien el dialecto indio, entienden mal el castellano. Y en materia de intérpretar [sic] es necesario andar con sumo “pulso”, porque, siendo el dialecto escaso de voces, hay ocasiones en que con un solo verbo se pueden indicar cuatro o cinco situaciones, de los que no se necesita mencionar sino una; y si por equivocación se toma otro sentido, descompone o trastorna el sentido de la traducción (Avendaño 2004: 360s.).

23 En otro lugar Avendaño (2000: 20) declara haber estado “explicando” una palabra, es decir, no traduciéndola: “No voy a explicar las palabras en idioma mapuche que emplean ambos para esta clase de salutación”, en tanto que especifica cuando realiza una traducción: “Creo prudente hacer la traducción de lo que declara la bruja” (2000: 42).

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En el rol del intérprete, junto a su competencia lingüística y a sus conocimientos históricos y culturales, juegan un papel importante, por una parte, la responsabilidad y compromiso del traductor frente a la intención comunicativa del sujeto hablante y, por otra, su juicio o apreciación de las expectativas del sujeto receptor. Ambas, intención comunicativa del emisor y expectativas del receptor, constituyen a lo largo de la historia los dos polos que orientan las concepciones de la Translation, y con ello las prácticas de lo que significa traducir o hacer de intérprete entre dos lenguas y dos culturas. Albrecht Neubert describe los extremos de este péndulo en los siguientes términos: O bien, se acerca el lector u oyente de la Translation al mundo lingüístico y de contenido extraño del original, de su tiempo y cultura otros. O bien, el original es desprovisto de toda extrañeza y su Translation se adapta completamente a las convenciones y costumbres del público en la lengua de destino. En el primer caso, la traducción es solamente un recurso provisorio que busca ayudar a allanar en cierto grado las carencias de la no comprensión del original. La forma más expresiva de este concepto de traducción es la versión interlinear. En el segundo caso, la traducción desplaza totalmente al original y alcanza un valor propio completamente nuevo. Típicos ejemplos de esto son las reelaboraciones y las variadas adaptaciones de originales bajo las condiciones de una realidad comunicativa completamente distinta y nueva (Neubert 1996: 914).

Como vimos en los ejemplos del lenguaraz Santiago Avendaño, los intérpretes se orientan en este contexto histórico en consonancia con los fines prácticos que dominaban las comunicaciones de frontera sobre todo hacia la segunda concepción, es decir, la adaptación de un contenido a moldes semánticos de equivalencia más o menos aproximados que hicieran comprensible una expresión para los hablantes de otra lengua y cultura. Esta es además la situación que domina en general en la interpretación oral. El otro extremo del péndulo tiene lugar sobre todo en la traducción escrita, en especial cuando existe un imperativo de fidelidad con el texto original, como ha ocurrido más de una vez con las traducciones de textos religiosos. Que se ponga el acento en el sentido, no quiere decir sin embargo que el tema de la forma sea absolutamente carente de interés; al contrario, un lenguaraz como Avendaño se esfuerza en encontrar una correspondencia lo más próxima posible en un contexto similar de uso. En Lucio V. Mansilla (1877: §42) se encuentran también reflexiones sobre esta tarea —arte la llama Mansilla— que cumplía el lenguaraz en tanto traductor de contenidos entre diferentes culturas:

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Ser lenguaraz es un arte difícil; porque los indios carecen de los equivalentes de ciertas expresiones nuestras. El lenguaraz no puede traducir literalmente, tiene que hacerlo libremente, y para hacerlo como es debido ha de ser muy penetrante. Por ejemplo, esta frase: Si Vd. tiene conciencia debe tener honor, no puede ser vertida literalmente, porque las ideas morales que implican conciencia y honor no las tienen los indios. Un buen lenguaraz, según me ha explicado Mora, diria: Si Vd. tiene corazon, ha de tener palabra, ó si Vd. es bueno no me ha de engañar.

La función que cumplía el lenguaraz no era, como ya dijimos, meramente la de un reproductor o copista del mensaje, sino que le cabía un verdadero rol activo y creativo en la producción textual, liberándose de las formas si era necesario para ser efectivo en su tarea comunicativa y adaptando el sentido de una expresión lingüística para hacerla comprensible a un receptor de la otra lengua. Así, en la explicación del lenguaraz Mora, tener conciencia y tener honor pese a no existir como ideas abstractas en el mapuche son traducibles mediante conceptos que equivalen en el español más bien a tener corazon y tener palabra. Sin embargo, en Mi futuro compadre Camargo, con uno de los lenguaraces de Mariano Rosas, llamado José, nativo de Mendoza, casado entre los indios, cuyos hábitos y costumbres ha adoptado hasta el extremo de hacer dudar sea cristiano. Es hombre que tiene algo, porque como se dice allí,ha trabajado bien, y en quien depositan la mayor confianza, tanta cuanta depositarían en un capitanejo. José está vinculado por el amor, la familia y la riqueza al desierto. Los indios, que conocen el corazón humano, lo mismo que cualquier hijo de vecino, lo saben perfectamente. Le miran, pues, como a uno de ellos (39).

y el fragmento ya considerado más arriba que reproducimos nuevamente: Villarreal lo hizo para caldearse, término que, entre los indios, equivale a lo que en castellano castizo significa ponerse calamucano (19).

se abre el interrogante de si debemos interpretar estas expresiones literalmente. Si vamos a entender estas expresiones “al pie de la letra”, los indígenas en la frontera se valen de palabras y expresiones castellanas para designar significados específicos. En otros términos, ¿son estas las palabras que usa el lenguaraz? En “trabajar bien” podría tratarse del calco semántico de una

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expresión araucana y su traducción una versión literal o fiel de la expresión indígena según el péndulo que describimos más arriba. Sin embargo, no parece ser este el caso de “caldearse”, palabra claramente española. Pero, ¿por qué la comparación con una expresión “castiza” entonces? Una interpretación posible es que “caldearse” forma parte de la lengua común en estas regiones y Mansilla no encuentra un equivalente semejante en la lengua común de Buenos Aires, acaso solamente halla equivalencias marcadas diastráticamente que falsearían la traducción, motivo por el cual recurre, en su afán de fidelidad, a un equivalente “castizo” libre de este tipo de marcas. 3.3. La “literatura gauchesca”: estereotipo y percepción dialectal La lengua campesina (o, más exactamente, la lengua de una cultura pecuaria), también llamada “el idioma de los gauchos”, era, en los tiempos de la Colonia, un dialecto del español. No se lo escribía, ni conservamos de él algo más que pocas palabras sueltas o giros ocasionales, sobre todo los que nombran cosas utilizadas por los hablantes. Probablemente hubiera vivido relegado a las zonas rurales hasta que los proyectos educativos del último tercio del XIX hubieran comenzado a corroerlo, concluyendo por disolver ese dialecto dentro de los intentos de unificación idiomática nacional del XX, si no hubiera sido reclamado por los poetas a partir de la guerra de Independencia, para la escritura de textos literarios. Ángel Rama

3.3.1. Investigación sobre el tema Las variedades lingüísticas rurales de la Pampa argentina o, si se quiere, la “lengua de los gauchos”, fueron tratadas ya en múltiples ocasiones, principalmente en el contexto del estudio de la literatura gauchesca24. Sin embargo, al considerar esta variedad literaria como reflejo de una “lengua”, como ocurriera con frecuencia, se olvidó que se trataba precisamente de textos literarios, y que, por consiguiente, siguen tradiciones discursivas que le son propias. La literatura gauchesca, como más de una vez se ha hecho notar, es el producto de hombres “de letras” y por tanto, una creación artística, un artificium que imita el habla en las regiones de la Pampa o, más bien, que ofrece una versión 24

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Véase por ejemplo Juan Carlos Guarneri 1968, Ángel Rama 1987 y Eleuterio Tiscornia 1930.

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aceptable y aceptada de lo que se percibía o se consideraba de una forma más o menos estereotípica como la lengua de los gauchos; como ya lo notara Eugenio Coseriu (1992b: 289s.) hace años: A veces las formas imitadas pueden volverse tradiciones literarias (...). Un caso análogo es el de la llamada gauchesca de la literatura hispanoamericana (especialmente en Argentina y Uruguay); dicha gauchesca es hablada por los gauchos, es decir, por los habitantes de las pampas (los pobladores y sobre todo los pastores de ganado); pero la misma no es puesta como tal en forma escrita, sino al mismo tiempo estilizada en una “imitación literaria”, con formas, giros y construcciones que los verdaderos gauchos o no emplean en absoluto (al menos hoy en día no más) o que no lo hacen con la misma frecuencia y bajo las mismas circunstancias. También en Italia algunas características dialectales han encontrado su empleo literario en una forma que solo coincide parcialmente con el dialecto del que derivan; las expresiones que, por caso Gadda emplea para imitar distintos dialectos, no reproducen nunca de manera exacta un dialecto determinado, sino más bien, solamente aquello que en general de este o aquel dialecto se sabe o se cree saber.

Coseriu ignora la desaparición de los gauchos como tipo social, pero esto no quita coherencia al núcleo de sus palabras. Es decir, que se trataría en los textos del género no tanto de la lengua de los “gauchos”, sino de lo que se consideraba como típico de esta lengua o, más bien, de representaciones corrientes sobre el modo de hablar en los territorios rurales de la Pampa. No obstante esto que puede parecer obvio, en más de una oportunidad se intentó ver un reflejo fiel de los rasgos del modo de hablar del habitante pampeano a partir de rasgos presentes en textos y poemas de la literatura gauchesca. La historia de la literatura gauchesca comienza entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, con autores como Bartolomé Hidalgo (1788-1822), logrando sus realizaciones más maduras con Hilario Ascasubi (1807-1875) y Estanislao del Campo (1834-1880), y alcanzando su cumbreen José Hernández (1834-1886) y Antonio D. Lussich (1848-1928). Se suelen contar dentro del género a producciones tardías como el Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes (1887-1927) y un incontable número de autores nativistas a lo largo del siglo XX en Argentina y Uruguay. La literatura gauchesca es, por cierto, uno de los géneros literarios más originales producidos en la América Latina, que pocas décadas después de la independencia de España comenzaba a buscar con decisión su propia identidad política y cultural. Pero no es eso algo que vayamos a discutir aquí.

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En los siguientes puntos haremos una revisión de los principales textos que se ocuparon de las variedades dialectales en la región pampeana y en los que, como se verá, la literatura gauchesca ocupó un lugar central. Los distintos autores serán brevemente reseñados, dejando para un lugar más oportuno la discusión más detallada de sus conclusiones. Dividiremos el tratamiento del tema en dos puntos que representan no solamente una división temporal, sino también en la procedencia de los autores. 3.3.1.1. Siglo XIX: Gaston Maspero y Frederick Page Las primeras aproximaciones al tema datan del siglo XIX y corresponden a autores en Europa que, aun siendo contemporáneos, lógicamente no tenían un contacto directo con su objeto de estudio. El uso de la literatura gauchesca como fuente venía a salvar esas distancias espaciales. La primera de ellas se debe a un francés, Gaston Camille Charles Maspero (París, 1846-1916), quien temprano, en un trabajo relativamente marginal dentro de su extensa obra como filólogo y arqueólogo especializado en Egipto, dedicaría un corto ensayo a las particularidades fonéticas del español hablado en la campaña de Buenos Aires y Montevideo titulado “Sur quelques singularités phonétiques de l’espagnol parlé dans la campagne de Buenos-Ayres et de Montevideo” y publicado en Mémoires de la Société linguistique de Paris nro. 1, en 1875. Maspero se interesa por esta variedad del español importado por los conquistadores que conserva su “pureté primitive”. El filólogo francés recurre, el primero de todos, al testimonio de la literatura gauchesca como fuente lingüística en autores populares como Hidalgo, Ascasubi y Del Campo. El género literario ya poseía identidad como tal en ese entonces. Las alteraciones fonéticas se estudian en vocablos heredados de las lenguas indígenas25, donde se adapta por analogía la morfología y procedimientos formativos del español, tal el caso de ñandú > ñanduces, así como también en vocablos de origen español, dividiéndose los fenómenos analizados en alteraciones vocálicas y de consonantes. “L᾿Araucan, le Guarani et le Quichua ont contribué chacun pour sa part à la formation du dialecte des Gauchos; mais tandis que l᾿Araucan et le Guarani, parlés par les Quérandies et les Charruas aux portes même de Buénos-Ayres et de Montevideo, ont donné à peine quelques noms de plantes ou d᾿animaux, le Quichua, originaire du Pérou, a fourni un nombre considérable de termes familiers”, Maspero 1875: 51. 25

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Por concentrarse en fenómenos puramente fonéticos, Maspero comete algunos errores de interpretación al perder de vista el contexto sintáctico, tales como interpretar “dende” como derivado de “de (d)onde” en vez de como una nasalización de “desde” (57, 61). El no ser hablante nativo da lugar a otros errores tales como considerar “circustancia” como una alteración fónica de “circonstancia”, o considerar general la caída de “j” al final de palabra, como ocurre en “reló”, como si existieran más palabras de este tipo en este dialecto o en el español en general (60). Pese a algunos puntos criticables o desatendidos en la brevedad del análisis, el trabajo de Maspero es de valorar por su carácter pionero y por la contemporaneidad de su formulación. Al tomar a la literatura gauchesca como fuente primaria para la descripción de esta variedad rural, salva los inconvenientes que le impone la distancia para enfrentarse a su objeto de estudio, al tiempo que inaugura una tradición que continúa en el Río de la Plata hasta nuestros días. Veinte años después, un trabajo más extenso, escrito también en Europa como tesis de doctorado ante la Universidad de Heidelberg y publicado en Darmstadt, se constituye en el segundo hito de la historia de la investigación sobre las variedades rurales de la Pampa. Se trata de la tesis de Frederick Page, Los payadores gauchos. The descendants of the juglares of old Spain in La Plata (1897), que en su afán por mostrar la continuidad como tipo social y cultural entre los juglares medievales españoles y los gauchos payadores de la pampa, dedica una parte considerable de su ensayo a analizar las peculiaridades lingüísticas del hombre de campo: (...) ya sea que se deba al aislamiento comparativo en el que los Gauchos viven, el conservadurismo es uno de los rasgos más fuertes de su carácter. Esto es más evidente en su habla y en lo que se puede llamar su lado espiritual, intelectual (Page 1897: 25).

Dando el aislamiento como explicación inmediata de la situación de este tipo humano, las posibilidades de probar tal herencia “espiritual” entre juglares y payadores parecen limitadas, pero no por ello menos precisas; Page (1897: 26) sugiere como prueba algunas formas métricas en la poesía, cierta forma de expresar la cultura popular y, como queda dicho, el lenguaje: Me es imposible en este momento, sin embargo, mostrar lo que de influencia directa ha tenido la poesía popular de España sobre las toscas y vigorosas producciones

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de los gauchos. Afinidad de sangre, rasgos heredados de carácter, las tradiciones inconscientemente conservadas, y la propensión innata que acompaña a estas para dar forma de verso a la expresión de los mecanismos del espíritu, pueden llegar lejos a la hora de fundamentar una teoría de la descendencia directa de su poesía de la poesía popular de sus antepasados españoles. En cuanto a las apariencias externas, la semejanza entre una y otra se reduce a algunas formas métricas, al lenguaje y a un cierto modo espontáneo de describir la vida íntima de las personas.

Como antes lo había hecho Maspero, autor al que no conoce o al menos no cita, Page concede relevancia al carácter conservador de esta variedad y la filiación de algunos fenómenos con el español preclásico, un argumento lingüístico que encontrará posteriormente gran raigambre en la investigación (por ejemplo Guarnieri 1968), si bien aquí se orienta más bien a probar la “continuidad” entre formas culturales de la España medieval y este tipo humano americano desarrollado de forma relativamente aislada: En los ejemplos que se citan en este estudio se muestra que en la Argentina, por lo menos en sus regiones pastorales, las tendencias fonéticas y características dialectales del habla importada, se han conservado con gran tenacidad. Una investigación más próxima todavía, probablemente mostraría que, a pesar de influencias locales y la presencia de muchos cientos de palabras nuevas de desarrollo local, este conservadurismo es una de las principales características del lenguaje usado por los gauchos en general (Page 1897: 52).

Page incluye temas morfosintácticos, aunque los trata con brevedad, concentrándose en los casos paradigmáticos del uso de “ir” en perífrasis verbales y en el futuro perifrástico, los casos de loísmo, el uso de “saber” por “soler”, el voseo y la adaptación morfológica para construir el plural de algunos indigenismos terminados en vocal acentuada: chajá-ses; ñandú-ces. Si bien el autor valora que buena parte de la originalidad del léxico gauchesco radica precisamente en que, mediante el uso original de procedimientos formativos, los vocablos con frecuencia asumen un significado diferente a sus componentes26, Page 1897: 70: “La tendencia a la prótesis, tan común en los dialectos de España, ha creado muchas palabras en suelo americano. Este contingente se incrementa casi hasta el infinito, porque estas palabras no están sujetas solo a la variación en sustantivos, adjetivos y verbos, sino que se multiplican por el libre uso de numerosos diminutivos, aumentativos y otros sufijos; por ejemplo; gauchar; gauchando; gaucho (adj.) gaucho (sustantivo), gauchada; gauchaje; gauchon; gauchazo; gauchito. Palabras que a menudo asumen un significado diferente al de sus 26

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la formación de palabras se trata con brevedad, limitándose al uso preferencial de algunos sufijos como -azo, -ilin, -cito, -ito, -acho, -achon, -eton. El tratamiento del léxico es más extenso e incluye un diccionario de palabras y frases. De manera coherente con lo dicho antes, se advierte al comenzar que no se incluirán voces derivadas en el mismo. La grafía sigue la pronunciación gauchesca, al menos en su intención. El vocabulario incluye además voces indígenas. Se presentan sin embargo algunas repeticiones y algunos casos de interpretación dudosa. Para el léxico se aprovecha algunas frases aparecidas en el Diccionario rioplatense razonado de Daniel Granada (1889), aunque el autor deplora que este texto haya caído en sus manos a último momento no pudiendo usarlo más detalladamente. Como ya apuntamos arriba, entre las obras citadas por Page no figura el artículo de Gaston Maspero. 3.3.1.2. Siglos XX y XXI 1. Más de tres décadas pasarán hasta la aparición de un trabajo dialectológico de consideración sobre el tema. Se trata de la obra de Eleuterio Tiscornia, La lengua de “Martín Fierro” (1930), aparecida en Buenos Aires constituyendo el tercer volumen de la famosa “Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana” dirigida por Amado Alonso. Tiscornia se propone, valiéndose de los textos de la gauchesca, ante todo del Martín Fierro (1872/1878) de José Hernández, caracterizar el habla rural de la región pampeana en Argentina y Uruguay reflejada en los textos del género. Los fenómenos lingüísticos considerados son puestos en relación con otras variedades populares contemporáneos de América y de España, así como con textos del español medieval y preclásico, donde es posible valorar “la conservación de los fenómenos lingüísticos, como hecho social” (1930: vi). El autor cuenta, además de la posibilidad de contrastar con los textos arriba tratados de Gaston Maspero y Page, con multiplicidad de trabajos dialectológicos en toda Latinoamérica, de autores hoy considerados clásicos como los de su colega y amigo Pedro Henríquez Ureña (para Costa Rica), Rufino Cuervo, Pedro Fabo y Adolfo Sundheim (para Colombia), Rodolfo Lenz (Chile), Carroll Marden (México), Aurelio Espinosa (Nuevo México), Alberto Membreño (Honduras), Esteban componentes. (...) Esta inclinación por sufijos significativos es una de las principales características del lenguaje gaucho. Los mismos le conceden una fuerza de expresión, que no resulta fácilmente traducible por cualquier otra lengua que no posea algo equivalente a ellos”.

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Pichardo (Cuba), Miguel Riofrío y Juan de Arona (Perú), Pedro Cevallos y Alejandro Mateus (Ecuador) y varios más, así como multiplicidad de trabajos dialectológicos en España: Alberto Sevilla (Murcia), José Gabriel y Galán (Extremadura), García Lomas (dialecto montañés), Fritz Krüger (Asturias), Menéndez Pidal y Erik Staaf (León), Pedro de Mugica (Castilla), G. W. Umphrey (Aragón) entre otros. La comparación sistemática con otros dialectos en América y España muestra el carácter común de los fenómenos dialectales en el gauchesco rioplatense donde no se descubre ninguna originalidad que no aparezca en otros dialectos contemporáneos, solo en su configuración. La comparación con textos medievales y estudios de dialectología histórica, por su parte, muestran el carácter arcaico de buena parte de estos fenómenos. No hay mayores referencias a la influencia de elementos indígenas, y cuando se toman en consideración indigenismos es para mostrar cómo se los adapta morfológicamente al español. El análisis del hispanista entrerriano se divide en cuatro partes. La primera está dedicada a la fonética y los fenómenos fónicos y prosódicos. A algunas cuestiones de representación gráfica (I) y acentuales (II) siguen los fenómenos vocálicos (III, divididos en vocales simples y concurrentes) y los fenómenos consonánticos (IV, betacismo, yeísmo, seseo, consonantes simples y grupos cultos). Los últimos puntos son los fenómenos especiales (V, cambios por adición, formas contractas y metátesis) y las modificaciones fonéticas que persiguen una mera finalidad humorística (VI). La siguiente sección, más extensa, está dedicada a la morfología. La primera parte se concentra en la flexión nominal de género y número (VII) y en fenómenos de la formación de palabras (sufijos y prefijos). El siguiente punto es el pronombre (VIII), donde se consideran los pronombres personales, posesivos, relativos e indefinidos27. Siguiendo el orden de los tipos de palabras se toman a continuación el verbo (IX), el adverbio (X) y las preposiciones y conjunciones (XI). En la tercera parte, denominada “Sintaxis y estilística”, se consideran fenómenos de concordancia (XII), régimen (XIII), orden de la oración y oraciones subordinadas (XIV), el pronombre relativo e indefinido (XV), algunas construcciones verbales (XVI) y comparaciones y metáforas (XVII). El último punto se 27 El capítulo de los pronombres personales incluye un amplio apartado dedicado al voseo (§ 96) que, a primera vista, puede parecer excesivo y fuera de los objetivos del trabajo. Sin embargo, se debe tener en cuenta el estado de la discusión sobre el tema hasta ese momento, en el que ni siquiera existía acuerdo sobre la extensión territorial del fenómeno ni su distribución.

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ocupa de cuestiones de métrica y versificación (XVIII). Al final se ofrece un índice de palabras dividido en tres partes: palabras gauchescas, hispanoamericanas y españolas. El mayor aporte al léxico se encuentra, sin embargo, en el punto VII, donde se considera la formación de palabras por derivación y se ofrece una clasificación semántica de los sufijos de la formación nominal (116118), también se consideran los prefijos a- y en- en la formación verbal (191ss.). Tiscornia parte del supuesto de que “(l)a derivación es el recurso más activo para forjar nuevas voces” (96). Sobre las palabras derivadas a partir de una base indígena, sostiene Tiscornia que unas veces, son formas etimológicas conservadas y, otras, formaciones gauchescas con sufijo español, en todas las cuales el elemento radical no tiene vida independiente para el paisano, pero, con todo, él las siente y valora por la significación propia del sufijo que las distingue (96).

Este es el caso de indigenismos como galpón, o también malón, en los que la terminación -ón no puede ser considerada propiamente como un sufijo, ya que no existe una forma *galpo o *galpe, sin embargo, “la terminación despierta asociaciones claras con el -ón aumentativo”28. No obstante estos ejemplos, el interés por la presencia indígena en la lengua gauchesca, un criterio para la delimitación territorial del dialecto, como ya vimos, no va mucho más allá de algunas pocas consideraciones. Al margen de algunos puntos cuestionables, el libro de Tiscornia sigue siendo hasta la fecha el trabajo más extenso y sistemático sobre el tema y una referencia ineludible para cualquier estudioso de la materia. La fuente principal del autor es el poema nacional argentino, Martín Fierro, y recurre en cada caso al testimonio de otras obras del género gauchesco. No deja sin embargo de tomar como comprobación última de sus planteos el lenguaje de los “paisanos” captado por sus propios oídos. Que hayan pasado casi sesenta años desde la escritura del Martín Fierro y más de cien desde la escritura de otros textos de la gauchesca, no parece ser un problema para el autor. Así, queda por momentos Tiscornia 1930: 104. Se podría considerar la acción de un sufijo en esta forma de etimología popular con los mismos términos que Meyer-Lübke (1966, II: 25-26), quien había definido una función de los sufijos como “serializante” (al. “einreihend“), ya que incorpora una palabra que lo incluye en la serie de todas las palabras derivadas que también lo contienen. Si bien hay que aclarar que Meyer-Lübke no plantea el caso de un extranjerismo, sino de una palabra de la misma categoría. 28

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la duda de si el verdadero objeto de su estudio es el poema que promete el título, la totalidad de los poemas del género que le ofrecen un marco más amplio o el lenguaje rural hablado por los paisanos hacia 1920-30 que aparece como última instancia para refrendar o corregir el testimonio de la literatura. 2. La siguiente aproximación de relevancia al tema por incorporar una nueva perspectiva teórica, corresponde al uruguayo José Pedro Rona con su ensayo “La reproducción del lenguaje hablado en la literatura gauchesca” (1962). Rona se propone indagar “el verdadero carácter del lenguaje ‘gauchesco’ literario y su relación con el lenguaje hablado del gaucho” (109). El autor niega, tal como consideraran algunos autores que llama “puristas”, que la oposición entre literatura gauchesca y lengua hablada en las zonas rurales pampeanas se pueda considerar en términos de “artificial” en oposición a “natural”. Para el autor, ambos lenguajes son igualmente “artificiales”, en tanto productos de la convención, pero que cumplen sus funciones expresivas y comunicativas con igual efectividad: Mientras el lenguaje hablado del gaucho real obedecía a una convención tácita (como todo lenguaje) entre personas reales: los gauchos –el del escritor gauchesco obedece también a una convención, aunque no ya tan tácita, sino expresa, entre personajes no menos reales, que son los escritores mismos y sus lectores (109).

En el polo opuesto a los “puristas” se encuentran, según Rona, los autores “nativistas”, quienes, a diferencia de autores propiamente “gauchescos” como Hidalgo, Ascasubi, del Campo o Hernández, que tenían la posibilidad de aprender de los gauchos contemporáneos los rasgos lingüísticos que incorporaban a su sistema literario, se nutren de estos mismos autores y el sistema literario creado por ellos, como ocurriera con los autores medievales que aprendían latín de los autores de la Roma clásica. Incluso visto en un plano sincrónico con los autores contemporáneos, en el lenguaje del gaucho real existían diferencias internas notables de tipo diatópico y diastrático que los autores de la gauchesca borraban creando la ilusión de una lengua unitaria y uniforme. Así, el lenguaje del gaucho de la provincia de Buenos Aires debía ser antes comprensible y encontrarse en más estrecha relación con otras variedades pertenecientes a coterráneos que con otros gauchos en Santa Fe, Entre Ríos, Uruguay o el sur de Brasil29. Cuando se piensa, pues, que “[E]n la actualidad hay una amplia variedad lingüística cuyos orígenes pueden demostrarse como anteriores, muy anteriores, no ya a la época de la extinción del gaucho, sino incluso 29

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al lenguaje de la gauchesca subyace un único lenguaje hablado típico del gaucho, se estaría realizando, según Rona, una doble operación de desplazamiento diatópico y diastrático, en tanto los rasgos lingüísticos que el autor gauchesco recoge pertenecen a una determinada variedad, pero por ingresar en el sistema literario de la gauchesca adquirirían autonomía y serían considerados como el reflejo de un lenguaje único. Esta doble operación tiene múltiples consecuencias. Por una parte, este es un lenguaje “aprendido”, que, a diferencia de lo que ocurre al aprender una lengua extranjera, cuando se trata de otra variedad de la misma lengua conduce a una agregación de rasgos lingüísticos. La agregación se comprueba de forma ostensible en el léxico, pero tiene lugar también en otros niveles: La dificultad consiste en que, sobre todo en el campo léxico, el lenguaje del nivel aprendido se agrega al lenguaje del nivel propio. Por lo tanto, el que hace el aprendizaje, hace una distinción consciente de los aspectos en que el nivel recién adquirido se diferencia del primero, pero no distingue de un modo igualmente consciente aquellos aspectos en que los dos niveles concuerdan. En lo sucesivo, es muy probable que aflore a sus labios o a su pluma más de una palabra, más de una expresión que no pertenezca, en realidad, al lenguaje del nivel que, por el momento, está utilizando (Rona 1962: 112).

Otra consecuencia es que el autor que se vale de este lenguaje tomado, sea de sus modelos reales y contemporáneos, o bien de escritores anteriores, construye sus textos en base a un inventario de formas y voces típicas, pero no toma en cuenta la distribución real de las mismas en la lengua hablada. Algunos elementos pasarán por su carácter más marcante a un primer plano; otros menos llamativos, que no menos importantes o característicos, quedarán relegados. El fenómeno no es ajeno al proceso que acompaña a la construcción de estereotipos. Si empleamos los conceptos propuestos por Eugenio Coseriu (1967), podemos describir el proceso que experimenta este lenguaje desgajado de su entorno ambiental como la transformación en una terminología técnica, en un lenguaje semejante a otros lenguajes técnicos utilizable solamente para los fines, en este caso artísticos, con los que fue creado. Las formas tomadas del habla rural se usan para conferir tipificidad a los textos de la gauchesca, a la de su formación. ¿Cómo admitir, entonces, que en todo este vasto territorio, hoy tan diversificado, el gaucho haya hablado un lenguaje uniforme?”, Rona 1962: 11.

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pero no forman parte de un sistema. Así, al margen de la realidad o no en el empleo de haiga en lugar de haya en las zonas rurales, ningún autor de la gauchesca duda en emplear haiga al mismo tiempo que ¡amalhaya! (= “¡Ah, mal haya!”)30, por ser ambos elementos parte de este inventario de formas típicas, pero desgajadas del sistema de la lengua y en franca contradicción entre sí. En esta literatura no existe, pues, una re-creación de tales formas, ni una evolución como en cualquier lengua viva usada para la comunicación cotidiana, sino antes la repetición de modelos fijos preestablecidos, de rasgos recogidos tal vez en un primer momento de la realidad, pero autónomos ahora e incapaces de evolucionar, cuya función principal es dotar a los textos de los que forman parte de un sentido de tipificidad. Es decir, no interesa ya si algunos hablantes en las zonas rurales en general o en alguna variedad diatópica pudieron decir o no haya y qué tan bien se imite en el texto literario el uso en la realidad, lo que interesa ante todo es que el empleo de haiga sirve de anclaje al texto en una determinada tradición textual. Tampoco se observa un paralelismo en el sistema verbal, mediante el empleo, pongamos por caso, de vaiga. Las formas lingüísticas, como sostiene Rona (1962: 114), funcionan formando parte de un “inventario” de rasgos considerados como típicos, es decir, funcionan de forma autónoma y no sistemática. El texto de Rona implica un gran paso adelante en tanto encuentra respuestas más coherentes o convincentes a cuestiones que aún seguían abiertas. Así, su explicación sobre la autonomía y función tipificadora de algunos rasgos convence más que las solución de Tiscornia de recurrir a una intervención de la formación personal de los autores de la gauchesca para explicar elementos discordantes o de recurrir a su propio oído como juez de última instancia para determinar la corrección de formas escritas cincuenta ocien años antes. Las críticas tan atendibles de Rona a los autores “puristas” y “nativistas” dejan sin embargo abierta la pregunta acerca del “cómo” los textos de la gauchesca pueden ser aprovechados por el análisis dialectológico, y si esas críticas que

30 En el Corpus Diacrónico del Español (CORDE) de la Real Academia Española se encuentran para un autor como Hilario Ascasubi 29 registros de “haiga” frente a 13 de la expresión “ah, malhaya”; “haya” aparece también en coexistencia con “haiga” incluso en una misma frase: “Al fin no es chico consuelo que usté me haya saludao, como el que yo haiga prendao a un patriota y payador (...)”. Rona (1962: 117) se vale de este ejemplo para mostrar cómo los autores de la gauchesca recurren a convencionalismos en la grafía, como si el empleo o no de una letra muda, la hache, tuviera relevancia alguna en la lengua hablada. Sobre esta interjección en particular véase Eleuterio Tiscornia 1930: 212.

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tocan de forma directa a autores del siglo XX tienen el mismo alcance en los autores contemporáneos de la gauchesca en la segunda mitad del siglo XIX, o los que se encuentran en el origen de esta tradición textual (a fines del siglo XVIII y primeras décadas del XIX). 3. En la línea problematizadora de Rona, José Luis Moure va más allá al demostrar que, en el caso de la literatura gauchesca, no es tanto un autor quien “recoge” los datos lingüísticos, sino que es más bien una tradición discursiva la que realiza esa selección de rasgos fónicos, gramaticales y léxicos característicos. La gauchesca es, en esta tradición, un “constructo literario” basado, sí, en la variedad rural rioplatense, pero sometido, por un lado, al trabajo de selección de hablantes de la variedad estándar y culta del español rioplatense y, por otro, a la adaptación al canal escrito empleado por esta variedad (2010a: 35). Todos los estudiosos coinciden en que la gauchesca no se forjó como género en un momento preciso o con un autor determinado, sino que todos los autores aportaron su “grano de arena” al desarrollo del género; coinciden también en que entre los autores existe la voluntad de imitar el habla rural verdadera31. Ahora bien, ¿hasta dónde alcanza entonces esta voluntad de imitación? Si el género en algún momento “cristaliza”, ¿no se podría pensar en la validez de esta fuente en los momentos y autores primeros? Moure, por su parte, ofrece una respuesta implícita a esta pregunta al centrarse en obras tempranas y fundantes del género (Moure 2010a, 2011), pero otro autor como Tiscornia (1930: 164) cuestiona el carácter semiculto de los autores de los textos inaugurales del género, lo que pondría en entredicho su capacidad de imitar con exactitud el habla verdadera de los paisanos ante la presión constante de la norma. 4. En su ensayo “La lengua gauchesca a la luz de recientes estudios de lingüística histórica” (1986), María Fontanella de Weinberg ofrece una respuesta afirmativa a la cuestión sobre la legitimidad del testimonio de este género literario. La autora presenta, sin embargo, un marco comparativo que considera “más adecuado”: La realización en la actualidad de estudios históricos sobre el español bonaerense, permite encuadrar el habla de los poemas gauchescos en un marco comparativo 31 “En resumen, lo que fue, en principio, un intento no del todo logrado de reproducir en la literatura el lenguaje del gaucho, se ha ido transformando en un lenguaje de arte, en un lenguaje ‘creado’, cuyas normas no son actualmente las mismas que las del lenguaje hablado...” Rona 1962: 118.

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más adecuado: el del habla bonaerense de su época e inmediatamente anterior, según puede conocérsela en base a testimonios documentales.

Se trata de documentos que la autora aprovechó en estudios anteriores sobre el habla bonaerense. Estos documentos, sobre todo de tipo epistolar, ofrecerían un marco más preciso que el que da Tiscornia, quien, como ya vimos, remite los fenómenos lingüísticos de zonas rurales de la Pampa a otros fenómenos de lengua popular en América y España contemporáneos y del español de los siglos XV y XVI, es decir, del tiempo del descubrimiento y la conquista. El análisis de Fontanella de Weinberg pone coto a la variación diatópica y toma como marco la arquitectura de la lengua en Buenos Aires, comparando con otras variedades propias de grupos sociales urbanos y rurales de Buenos Aires en los siglos XVIII y XIX. Se reduce así considerablemente la variación diatópica, sin embargo, la variación diastrática y la diacrónica siguen siendo muy amplias32. La lingüista bahiense restringe su análisis a algunos fenómenos fonológicos y morfofonológicos sobre todo, “con una breve incursión en lo morfosintáctico al referirnos al voseo, por tratarse de los niveles más claramente estructurados” (1986: 8). A diferencia de José Luis Moure (2010a, 2011), quien como ya dijimos se concentra en los orígenes, María Fontanella de Weinberg (1986: 15) acepta como válido el testimonio de todos los autores del género durante el siglo XIX, sacando incluso consecuencias de las variaciones de frecuencia con que se presenta un fenómeno en el transcurso del tiempo: El hecho de que los primitivos sainetes gauchescos mostraran caída generalizada de /-d-/ y pérdidas de /b/, mientras que luego la gauchesca limita este fenómeno a la terminación -ado, en consonancia con el retroceso que las omisiones de sonoras muestran en los documentos de la época, ponen de manifiesto que los autores gauchescos no se atenían a un dialecto literario convencional, sino que trataban de reflejar, en la medida de sus posibilidades, el habla rural de su época. 32 Aunque parta de una posición distinta a Rona, Fontanella de Weinberg coincide en su planteo metodológico con la petición de principio del lingüista uruguayo, quien afirmaba: “No creemos que haya existido nunca tal cosa como un lenguaje unitario del tipo social llamado gaucho. Más bien suponemos —todo nos autoriza a decirlo— que el gaucho hablaba exactamente igual, en cada lugar, a los habitantes del mismo lugar pertenecientes a otras capas sociales, esto es, que eran sus conterráneos pero que no eran gauchos. Ese desiderátum del lenguaje, desiderátum esencial, que es la necesidad de intercomprensión, nos obliga a creerlo”, Rona 1962: 110.

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En su estudio sobre El español bonaerense (1987: 11) reafirma esta postura al sostener que (...) resulta indudable que los autores gauchescos reflejaron con bastante acierto, aunque con las impericias propias de quienes carecían de una formación lingüística, rasgos fonológicos y morfológicos del habla campesina de su tiempo.

El problema de la validez y alcance de la literatura gauchesca como fuente lingüística dibuja un arco que atraviesa tres posiciones entre las dos posturas extremas de Fontanella de Weinberg y Tiscornia, en un extremo, y Pedro Rona, en el otro, pasando por José Luis Moure, quien limita su análisis a las obras precursoras de la literatura gauchesca y se plantea el problema de “la construcción de la variedad lingüística gauchesca” (2011): Si bien por razones prácticas seguiremos empleando la denominación lengua o lenguaje “gauchescos”, creemos necesario hacer la salvedad de que para referirse a esa variedad adaptada por distintas formas literarias y afectada a temas diversos —aunque en rigor la gauchesca termine apropiándosela—, parecería preferible hablar de lengua rural rioplatense y evitar la paradoja de un lenguaje literario gauchesco anterior al gaucho literario (Moure 2010b: 225).

Considerar la mediación de un género literario como la poesía gauchesca resulta inevitable a la hora de ver a estos textos como “reflejo” o “testimonio” de la lengua hablada en una determinada región geográfica o por un determinado grupo social. A continuación haremos un repaso de los rasgos lingüísticos que más llamaron la atención de los estudiosos. Por su sistematicidad y extensión, la base será el texto de Eleuterio Tiscornia, pero buscaremos el contraste o la confirmación de otros autores allí donde sea posible o pertinente. 3.3.2. Rasgos lingüísticos resaltados 3.3.2.1. Rasgos fonéticos: vocales Entre los fenómenos de vocalismo, Tiscornia (1930: 13) considera en las vocales tónicas solamente conservaciones como naide, cuasi, truje y mesmo. Se considera además la diptongación de e en ie y o en ue, como en enriedo y revuelver, como una analogía de otras pronunciaciones (Tiscornia 1930: 36).

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Mucho más numerosas son, en cambio, las vacilaciones en las vocales átonas, especialmente entre vocales medias /e, o/ y altas /i, u/. Las vacilaciones se dan en ambas direcciones, las vocales medias se cierran, pero también en ocasiones las altas se abren: siguro, polecía, lumbriz, sepoltura (Fontanella de Weinberg 1986: 9; Maspero 1875: 56-57). Igualmente frecuente, como señala Tiscornia (1930: 14s.) es el cierre de a en e: comendante, tresquila. El trueque inverso se presenta también en barraco, Anrique, antonces. Tiscornia señala que numerosos casos de inflexión de i protónica se produce en contacto con s (siguridá, sigún), menos frecuente aunque posible parece la explicación de una asimilación regresiva en aviriguar, Montivideo. Como ocurre también en tutubiar. El mismo autor destaca también la frecuencia de tales vacilaciones en el caso de prefijos des-/dis-, de-/di-, en-/in-, re-/ri-, es-/is-, de lo que resulta una doble imagen del prefijo, por ejemplo en disgracia, ritrato, invidia, ystenso (Tiscornia 1930: 16-17). Muchos ejemplos del cambio de e por i se atribuyen también al efecto de una asimilación progresiva: medecina, recebir o a la alternancia de prefijos paralelos en-/in-: endigencia (Tiscornia 1930: 19). Page (1897: 56) hace un recuento más detallado de los tipos de vacilaciones vocálicas, pero de algunas solo ofrece un único ejemplo susceptible de otro tipo de interpretación: oscuro > escuro. Tiscornia (1930: 21) y otros autores después de él, consideran a este caso una conservación del español antiguo que tiene lugar solamente en sílaba inicial. En los grupo vocálicos ae, aí, cuando la vocal media es tónica no solo se cierra dando i̭ , sino que su acento se desplaza a la vocal abierta: máistro, tráir; algo semejante ocurre con o y ú tras a y con i tónica tras o y e: áura (= ahora), áuja (= aguja), augar, óido, incréible33. Más de un autor se vale de la métrica para comprobar en los poemas esta acentuación diptongada en palabras como pais, ahi, ahora, que deben leerse como páis, ái, áura. No faltan sin embargo casos en que el hiato ao se reduce a o: estrordinario. Pasando al capítulo de los diptongos, se presentan también confusiones de los grupos ei y ai: rair, Reymundo (Maspero 1875: 54; Page 1897: 53). El diptongo uo en posición átona tiende a reducirse a o: individo, contino, mejestosa (Tiscornia 1930: 34); eu deviene u a comienzo de palabra: uropa, Usevio. Se

33 Fontanella de Weinberg 1986: 10; Eleuterio Tiscornia 1930: 28-29. La terminación en -ao que produce -aṷ es la misma que resulta de la caída de d en las terminaciones en -ado: soldau, asau, cuñau y participios en general.

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presentan casos de ultracorrección como Eubaldo (Fontanella de Weinberg 1986: 11). En el interior de una palabra, sin embargo, eu > iu: diuda. Otros grupos vocálicos que se reducen son au > a: anque; uí > i: fi, fimos, si bien no se ofrecen más ejemplos. Más frecuente es en cambio la reducción del diptongo ie en e: cencia. Tiscornia (1930: 25) señala que “ante á, ó, ú y con menos regularidad ante átona, la vocal e se reduce a j”: maniador, pior, riunión. Un caso consecuente con esta regla es la terminación de los verbos en -ear: rastriar, golpiar (Maspero 1875: 54). De la misma manera ocurre también con la o que ante a, e, i se reduce a w formando diptongo: pueta, en tuavía y tuito se produce la caída previa de la d intervocálica de todavía, todito. En algunas conjugaciones verbales o se ve reemplazado por el diptongo ue: duebla, ruempa, como ya vimos entre las vocales tónicas, pero también ocasionalmente en nombres como juerzudo, donde se encuentra en posición átona. Más frecuente es el reemplazo de e por ie: enriedo, tiendero, ausiencia (Maspero 1875: 57). Trataremos algunos de estos fenómenos explicables en parte por analogía en el siguiente punto. Como es general en el español de América, la lengua de la gauchesca deshace el hiato cuando dos vocales iguales se encuentran en una palabra: aa = a (para < pa), ee = e (creer < crer, leer < ler)34; a nivel prosódico ocurre lo mismo entre palabras: la ave, mi inorancia, me pone el pie encima. Cuando se trata de dos vocales desiguales, la a tiende a absorber a la otra por su mayor apertura: una pena estraordinaria = una pena strordinaria (Tiscornia 1930: 30). 3.3.2.2. Rasgos fonéticos: consonantes Betacismo Uno de los fenómenos característicos del desarrollo del español moderno es la confusión de los sonidos /b/, /ß/ y /v/, también conocido como betacismo. Nadie parece dudar de que, como en la actualidad, en la lengua de los territorios pampeanos a fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX la labiodental /v/ era desconocida, y solo se conocía la bilabial oclusiva en posición inicial

Maspero 1876: 55 considera a palabras como crencia, concencia derivadas de criencia, conciencia, es decir e > ie. 34

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absoluta o tras nasal, y fricativa, en los demás casos (Tiscornia 1930: 38). Contra la opinión general, Frederick Page observaba que Escriche y Mieg sostiene que resulta indiferente para el español si se escribe con b o v, y sugiere que se debería escribir siempre con b. A pesar de ello, estas dos letras representan, en el español de América, por lo menos entre los Gauchos, un tono distinto de la pronunciación, y podría parecer lógico suponer que los españoles han acarreado, desde los períodos más tempranos, las dos letras en su idioma, “de puro lujo”. Y, sin embargo, el intercambio constante de ambas y los numerosos ejemplos de su valor aparentemente igual, que se encuentran en la literatura española desde el siglo IX hasta la actualidad, tienden a hacer que el asunto aún más confuso (...) (Page 1897: 56).

creyendo reconocer en el habla gauchesca, no solamente este “diferente matiz de pronunciación” sino también una variación diatópica en la elección entre b- y v- inicial: En la pronunciación del gaucho, no hay duda de que existe fluctuación entre b y v inicial, de acuerdo a la localización. El río Vermejo es pronunciado con b o con v de forma indiscriminada, posiblemente con una preferencia por la última, también ocurre en viscascha y biscacha, etc. (Page 1897: 57-58).

Tiscornia (1930: 38-39) rechaza enfáticamente esta interpretación, sugiriendo sin embargo que la diferenciación de /v/ y /b/ pudo hallarse en los niveles cultos de la ciudad de Buenos Aires por presión de la norma escolar y literaria. Al hablar de la representación gráfica, Tiscornia sostiene que el autor del Martín Fierro, por un lado, se atiene a la norma académica en la acentuación y el consonantismo, pero intenta reproducir la pronunciación dialectal, si bien “con vacilaciones y olvidos, en cambios de b por v, y por ll, s por z, en la simplificación de los grupos consonánticos y en la expresión de voces aspiradas” (1930: 4). Las mismas vacilaciones se observan en otros autores anteriores y posteriores a Hernández que parecen “tener un distinto punto de vista respecto de lo característico del gauchesco”, ya que en todos “es completa la anarquía ortográfica”. Pedro Rona (1962) se refiere a los mismos fenómenos al hablar del “fetichismo de la grafía” que lleva en casos extremos a hacer creer que eliminando una h en la escritura se logra representar mejor el habla de una persona inculta.

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Simplificación y vocalización de los grupos cultos No hay mayores disidencias entre los distintos autores que tratan el tema. Para sintetizar citamos la palabras con que Tiscornia (1930: 70) introduce el fenómeno: Es manifiesta la repugnancia de las hablas populares por los grupos de consonantes. Tanto en España como en América la pronunciación vulgar los reduce o haciendo desaparecer el primer elemento del grupo o vocalizándolo. Ambas soluciones son coexistentes y no excluyentes. El gauchesco alterna los dos procedimientos y, como es natural, da mayor desarrollo a la simplificación que a la vocalización.

Page (1897: 65-66) menciona entre los fenómenos vocálicos la diptongación de los grupos cultos -cc- y -ct-: perfeicion, satisfaicion, proteicion, perfeuto, efeuto, carauter. Un fenómeno que resulta observable no solamente en otros dialectos del español, sino también en otras lenguas románicas como el provenzal y el francés antiguo. Eleuterio Tiscornia (1930: 72-73) resume y confirma este análisis de los fenómenos de vocalización, aunque discute la argumentación acentual de G. Maspero35 por limitarse al cambio -ct- > -ut- y -cc- > -is- y dejar de lado las variantes más frecuentes, -ct- > -t- y -cc- > -s-. Vocalización se presenta también en el grupo consonántico -pt- > -ut-: conceuto. Entre los grupos cultos de consonantes guturales, Maspero (1875: 60) señala también la caída de g delante de n y ñ (!!), como en inorante, manate, indina. Tiscornia (1930: 74) registra este grupo consonántico y añade el poco frecuente grupo -gd-, como en Magdalena, que ofrece dos soluciones en la lengua de la gauchesca: Madalena y Magalena. Otros grupos consonánticos relevantes son: -bs- > -s- (osequiar, oservar), -bt- > -t- (otener, suteniente) , -pt- > -t- (ecetuar), -bj- > -j- (ojeto), 35 “Lorsque la syllabe terminée par c porte l᾿accent tonique, afin de lui maintenir sa valeur radicale et d᾿empêcher le déplacement de l᾿accent, on substitue d᾿ordinaire à la voyelle qui précédait la gutturale supprimée, une diphtonge formée sur cette voyelle, ai, au si la voyelle est a; ei, eu, si la voyelle est e”. Maspero 1875: 60.

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-pc- > -s- (eseción). -mb- > -m- (tamién), -nm- > -m- (comigo) y -mn- > -n- (coluna),

Dentales Gaston Maspero continúa su análisis de los fenómenos consonánticos con la dental d, ocupándose en primer término de la caída de d intervocálica en las terminaciones -ado, con cierre de o en w como explicamos arriba: venau, soldau —observable también en participios en general—, y de la caída de -d final: siguridá, usté. No son estos los únicos fenómenos que afectarían a la dental. Otros casos especiales son la lateralización en velay por ved ahí, y delante de m y v: almiración, alvertencia36, y el cambio de r por d en resertores, reclaración (Maspero 1875: 61-62). Se cuentan entre los fenómenos que afectan a d-, el añadido en los verbos dir y dentrar por “ir” y “entrar”, y la retención del español clásico en algunas conjugaciones de “ver”: vido (Page 1897: 69). Sibilantes Sobre las sibilantes anota Gaston Maspero el seseo general y el caos que reina en la escritura que usa estas grafías de forma indiferente37. Como ya se mencionó, varias décadas después, Pedro Rona retomará este aspecto que llama el “fetichismo de las grafías” y, s, b (Rona 1962: 118). Tales grafemas son, en efecto, los elegidos mayoritariamente para representar una pronunciación dialectal divergente respecto a la norma académica (Tiscornia 1930: 5). En cuanto al fonema /s/ en contacto precedente con ƀ y ǥ fricativas da como resultado dos nuevos fonemas sordos, f y j: refalar, dijusto (Tiscornia 1930: 48-49). En posición final se pierde -s, aunque este fenómeno aparece poco representado en el poema Martín Fierro, mencionándose tan solo el adverbio lejo (Tiscornia 1930: 69). En el interior de palabra, se señala la aspiración de s al final V. también Page 1897: 62. Eleuterio Tiscornia 1930: 63 enfocará este fenómeno más como una confusión del prefijo ad- que como un fenómeno puramente fonético. 37 “Le c doux et la z des Espagnols ont perdu leur son dental et se sont fondus avec la sifflante ordinaire s. On dit situasion, dies, haser, etc., et la confusion des trois sons, s, c, z est si complète qu᾿on les emploie dans l᾿écriture et même à l᾿impression indifféremment l᾿un pour l᾿autre”. Gaston Maspero 1875: 63. 36

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de sílaba, si bien tampoco se revela en la grafía del poema, y el ensordecimiento ante s, f y x, especialmente al comienzo de palabra y afectando a artículos plurales: satifecho (Tiscornia 1930: 46). Moure (2008: 150), por su parte, señala que en el habla rural reflejada en la gauchesca temprana tiene lugar la aspiración de -s final delante de vocal en ejemplos como los germanos y las gazañas. La articulación compleja de x, tal como ocurre en numerosos dialectos americanos y peninsulares, especialmente sureños, se ve reemplazada de forma sistemática por s: esplicar, esistencia (Tiscornia 1930: 68). Es de mencionar aquí también la asibilación de r doble (ř) en posición inicial absoluta o entre vocales, así como en el grupo consonántico tr (Tiscornia 1930: 45). Yeísmo La representación gráfica de y/ll se ve también afectada por este fetichismo de las grafías que tiene por función señalar una pronunciación divergente. Según Tiscornia, Hernández tendería sistemáticamente a reemplazar todas las grafías hie- por ye-, con y consonante, como en yerba, yela, en un intento por representar la prepalatal sonora ž, típica del habla rioplatense: En este punto la diferencia entre el español y el gauchesco estriba en que el primero escribe y pronuncia de igual modo ye-, hie-, en tanto que el segundo unifica en pronunciación ye = že y, por esto hie- es grafía errónea38.

Líquidas Gaston Maspero (1875: 63) anota entre las líquidas el intercambio de r y l: carculo, albitrario. Tiscornia (1930: 64), por su parte, considera que los ejemplos de este intercambio, como en el caso de pelegrinación, son mayoritariamente conservaciones del español antiguo, o, en otros casos, confusión del prefijo ad-, como ya vimos más arriba, o bien, el resultado de un proceso general de disimilación de l, r, como en ploclama; Tiscornia añade respecto al intercambio de r por l, que el poema incluye un único ejemplo, cormillo, y lo mismo ocurre en otros textos de la gauchesca, en los que se presenta tan solo carcular, y anota que, con ser este fenómeno tan común en otras variedades 38

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Eleuterio Tiscornia 1930: 2, Nota 1.

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del español, la escasez de ejemplos del uso de l y r por d como del intercambio de r por l no es aquí casual, sino antes intencionado, y se debería a que este fenómeno estaba fuertemente enraizado entre la población negra del Río de la Plata, por lo que el hombre de campo lo habría rehuido intencionalmente. Nasales Eleuterio Tiscornia (1930: 66) presenta tres casos o procesos observables de cambios que afectan a ñ: “1) fusión de nasal con palatal, n + j = n̬ ; 2) palatalización de nasal, n = n̬ ; y 3) nasalización de palatal, ĉ = n̬ ”, como se manifiestan en los siguientes ejemplos: riuñón, giñebra, ñato. Page (1897: 64) nota este fenómeno en palabras como ñudo y ñublar. Pérdidas de consonantes Entre las pérdidas de consonantes que todavía no se han mencionado figuran: -b- en caallo; -m- en coo, b ante l en sulevar; -l en trébo y -r en señó (Tiscornia 1930: 69). Adiciones consonánticas La mayoría de los cambios por adición o prótesis no se deben, según Eleuterio Tisconia (1930: 79), a cambios propiamente fonéticos. El más frecuente es la prótesis d- en dentrar y dir. Una formación analógica del adverbio dentro, en el primer caso, y el “resultado del hiato entre palabras” en el segundo: deir > d᾿ir. Consonantes epentéticas se presentan en la g de birgüela; las nasales en creanmenló, champurriar, si bien la adición de -n final solamente tendría lugar en verbos duplicando el morfema de plural (Tiscornia 1930: 80); r tras el grupo st como en trastrabillar; -y- en puyón. La d en las terminaciones en -ido, tales como vacido, baldido o tardido, es más bien un caso de ultracorrección que se habría desarrollado paralelamente a la tendencia a conservar el final -ido en participios (Tiscornia 1930: 81).

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Formas contractas Hay en la lengua de la literatura gauchesca ocasionalmente pérdida de la sílaba inicial, sea esta una sola vocal, como en trás, o una sílaba con consonante, como en ño < seño(r). En este caso, el acento se carga sobre la segunda sílaba: tá güéno. Casos de apócope se presentan especialmente en palabras largas y con acento esdrújulo: malevo < malévolo (Tiscornia 1930: 82s.). Metátesis Se presentan con gran frecuencia casos de metátesis simple tanto de vocal, en la conservación naide, como de consonantes, en cabresto. Metátesis compuesta se observa en palabras como flaire y redota. Tiscornia (1930: 84s.) identifica entre las metátesis recíprocas dos grupos influidos analógicamente: uno que toca al prefijo re-, como en redepente, y otro en torno al sufijo -dera: polvadera. 3.3.2.3. Rasgos morfológicos Flexión nominal Género: la lengua de la gauchesca respeta la norma ortográfica y mantiene la vocal del artículo, que en la pronunciación desaparece: l᾿ave. La lengua gauchesca, según Tiscornia (1930: 92), no emplea el artículo masculino frente a palabras que comienzan con á, como en, “el agua”. Al mismo tiempo se observa conservación del género antiguo en voces que lo cambiaron más recientemente, como en la fantasma, la mar, y cambios originados en la presión analógica y orientados por la voluntad de diferenciar el género natural de lo designado: la tigra. Tiscornia (1930: 93) observa esta tendencia en sustantivos y adjetivos terminados en -e, -o y consonante: federala, comedianta. Como en otras variedades hispanoamericanas, presentan cambio de género palabras como “nación” y “porción”. Rufino Cuervo explicaba este cambio por la idea del aumentativo; Tiscornia (1930: 94), por su parte, opina que se debe al influjo analógico del sinónimo “montón”. Número: en cuanto al número de sustantivos, el asunto que más llama la atención son los sustantivos terminados en vocal acentuada, que construyen

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el plural mediante el morfema doble -ses: pieses, ombuses. En el grupo de palabras con esta terminación de vocal acentuada destacan los indigenismos de distintos orígenes: ajises, ñanduces, Pronombres personales. Voseo Eleuterio Tiscornia (1930: 119) esquematiza la situación del pronombre personal en la literatura gauchesca mediante el siguiente cuadro: Nom.

Acus.

Dat.

Terminal (con prep).

Sg.

1. yo 2. vos, usté 3. él, ella

me te lo, la, se

me te le, se

mí, conmigo vos él, ella, sí

Pl.

1. nosotros 2. ustedes 3. ellos, ellas

nos los los, les, se

nos los les, se

nosotros ustedes ellos, ellas, sí

Del cuadro se desprenden las diferencias más significativas en la lengua de la gauchesca en lo que respecta al sistema de pronombres personales: a) ausencia del pronombre de segunda persona singular tú y uso general de vos, fenómeno conocido como voseo; b) desaparición de los complementos preposicionales correlativos contigo y consigo y su reemplazo por la forma de sujeto y preposición con vos, con él/ella; c) carácter mixto de los pronombres de vos: vos para el sujeto, a, con vos para el objeto preposicional, pero te en los demás objetos; d) ausencia de la forma de segunda persona plural vosotros y su reemplazo por ustedes; e) ausencia de la forma os para los complementos correspondientes a la segunda persona plural; f) las formas usted/ustedes se usan para dirigirse a una persona con la que se habla, pero adoptan formas de la tercera persona; g) la forma usté, derivada de vuestra merced, es fórmula de tratamiento respetuoso.

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Las formas pronominales de complemento acusativo y dativo pueden aparecer en posición enclítica y proclítica, es decir, tanto “no me lo pude quitar” como “no pude quitármelo”. Tiscornia (1930: 249) advierte, sin embargo, que “si no es con el infinitivo o el imperativo nunca el gauchesco sufija esas formas pronominales a las verbales”. Lo habitual en verbos conjugados es que el pronombre vaya antes. Es decir, son posibles formas como “decirlo”, “diciéndolo” o “decícelo”, pero no “díjolo”. Una particularidad sintáctica muy propia del gauchesco que concierne a estos pronombres en función de objeto, es la anticipación pronominal, resultando de esta una construcción doble: lo miran al pobre gaucho; la hacienda se la vendieron (Tiscornia 1930: 251). Pronombres posesivos La lengua gauchesca conserva las formas de posesivo “mío”, “tuyo”, “suyo” y “nuestro”. Según señala Tiscornia (1930: 137), para el paisano el posesivo “suyo” solamente tiene valor de segunda persona, empleándose a veces en su lugar el sinónimo “de usté”. En el plural se constata la desaparición de “vuestro”, si no es entre las clases más elevadas e incluso en ese caso con un cierto “dejo de afectación”, empleándose en su lugar el complemento “de ustedes”. El posesivo en tercera persona es siempre “de él/ella/ellos/ellas”. Pronombres relativos Según Tiscornia (1930: 137s.), en la lengua de la gauchesca se mantienen que, quien, cual, en tanto que se pierde cuyo y es reemplazado por formas de posesivo con de. Estos pronombres no ofrecen mayor discrepancia con la lengua estándar. El pronombre quien es reemplazado por el que: Al lado de quien, de antecedente implícito, el paisano usa también los desdoblamientos el que, la que, y en menos proporción la forma tónica equivalente aquel que. La preferencia gauchesca por estos relativos tiene en el poema la siguiente estadística: quien, 48 veces; el que, 62, aquel que, 8 (Tiscornia 1930: 138).

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Pronombres indefinidos Los pronombres indefinidos se conservan sin grandes cambios respecto al español estándar, tanto en función sustantiva como adjetiva. Tiscornia (1930: 138-139) establece cuatro tipos según sean de persona o cosa y con significado positivo o negativo: POSITIVO

NEGATIVO

PERSONA

alguien

naides

COSA

algo

nada

Los demás indefinidos son principalmente variantes de los cuatro polos de este esquema. Así sucede con alguno, que se prefiere a alguien en la lengua gauchesca, uno, que suele ir acompañado de mesmo —otra conservación al igual que naides de la que ninguno es una variante—. Esto ocurre entre las formas simples, pero existen también otras combinadas como algún otro, cada uno y cada cual, con función individualizadora frente a todos, cualquiera y cualesquiera, de uso indistinto por el paisano y con valor singular: “El vulgo no ve en la forma culta cualesquiera los elementos del compuesto ni la característica de número. De aquí la confusión con el singular en el uso” (Tiscornia 1930: 139). Otra forma culta, perdida en el habla gauchesca, es ambos: en su lugar se usa los dos. Los adverbios Como en otras clases de palabras, también en el caso del adverbio la exposición más completa y detallada la ofrece Eleuterio Tiscornia (1930: 195ss.). El hispanista entrerriano divide en primera instancia los tipos de adverbios según una clasificación tradicional en: — Adverbios de lugar: donde, ái, allí, allá. El deíctico acá, forma de uso exclusivo en Buenos Aires, no entra al Martín Fierro, sino que se emplea siempre aquí, “la forma más general en el gauchesco”; adonde, ande, son los dos polos, culto y popular en el uso, pero en el poema no se consigna la forma intermedia aonde, frecuente también en el habla de los paisanos

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y en otros textos de la gauchesca. Aunque en el poema se prefiere adondequiera, la expresión usual entre los paisanos era andequiera. — Adverbios de tiempo: ahora y aora que, con el cambio de acento de la variedad rural se pronuncian áura. Tiscornia desestima el uso de agora, solo presente en algunos poemas de los primeros tiempos del género. Todavía es la forma culta de tuavía. “Gauchesca es también, aunque más rústica y menos frecuente, la forma entuabía (...)” (Tiscornia 1930: 197). El adverbio recién (pronunc. risién), derivado del participio reciente, se une no a participios como proponía Andrés Bello, sino a otros adverbios de tiempo (recién ahora) o verbos personales (recién salió), “para expresar conceptos de tiempo inmediato”. — Adverbios de modo: ansí, ansina y casi (forma culta que corresponde al uso gauchesco cuasi); formas compuestas con el sufijo -mente. — Adverbios de duda: acaso, quizá (pronunciado quizás) y, con mayor frecuencia, tal vez. En todos los casos se distinguen las conservaciones del español clásico y medieval y las formaciones propias de la lengua gauchesca. Tiscornia (1930: 196) afirma que aunque la mayor parte de los adverbios de la lengua culta se conservan, existen a la par formaciones propias que se originan en la necesidad de tipo afectivo de “reforzar la idea de la expresión adverbial”. Esto se aprecia especialmente en: — Los adverbios en -mente, que normalmente se construyen con adjetivos, como igualmente, tranquilamente, “[t]ambién grandemente, reforzado a veces con muy: muy grandemente, que ha perdido terreno en el uso urbano. Tiene mucho uso la expresión pleonástica igualmente del mesmo modo” (Tiscornia 1930: 199). El gauchesco, sin embargo, añade el sufijo a otras clases de palabra y partes de oración que no lo requieren: dejuramente, talmente, siquieramente, etc. — La expresión afectiva justifica también el empleo de diminutivos con adverbios de todos los tipos como allasito, cerquita, juntito, poquito, despacito, nunquita, tempranito, ahorita, lueguito, recienito, etc. Otros autores rescatan como ejemplo de diminutivos en adverbios, tuíto, aunque más preocupados por las transformaciones fonéticas (Fontanella de Weinberg 1986: 9). — El cultivo de frases adverbiales es otra manifestación de este rasgo. Tiscornia (1930: 201-204) las clasifica según sus componentes en:

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• Conjunto de adverbio y preposición separada: de siguro, de ái, dende luego, etc. • Conjunto de adverbio y preposición fundida: ajuera, redepente, debalde, etc. • Conjunto de adverbios en frases de insistencia: nunca jamás, ya enseguida, luego después, etc. • Conjunto de preposición y sustantivo: al istante, al ñudo, en ancas, de pronto, de yapa, etc. • Conjunto de sustantivo y adverbio pospuesto con idea de espacio y distancia: tierra adentro, campo ajuera. Las preposiciones Las preposiciones simples no presentan mayores variaciones respecto a la lengua literaria. En el poema Martín Fierro (1872) falta la preposición hacia, que se ve reemplazada por construcciones con para (que en el gauchesco se pronuncia pa) y a donde (o ande); desde se presenta bajo la forma dende. La preposición contra, además del significado tradicional de oposición, se usa también con el significado de “junto a” (Tiscornia 1930: 208). Otro fenómeno en el que intervienen las preposiciones que llama la atención de Eleuterio Tiscornia (1930: 209) es el de las formas contractas que, junto a las tradicionales al y del, se presentan en los textos de la gauchesca: “para el” < pa el o pal; “por el” < poel o puel; así como otras menos frecuentes que cuentan con antecedentes de forma y cambio de acento en el español clásico: éntrel, cóntral, sóbrel. En el poema nacional argentino se refleja también la tendencia popular al uso combinado de dos preposiciones: de entre las manos, de por medio, por de contao, sobre de un cuero. Entre las frases adverbiales en las que intervienen preposiciones, Tiscornia (1930: 210) señala (si bien coinciden mayormente con la lengua literaria culta) dos casos de contaminación muy corrientes: enfrente de + frente a > frente de y junto a + al lao de > juntito de.

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3.3.2.4. Rasgos morfológicos: el sistema verbal Tiscornia (1930: 140), quien dedicó un amplio capítulo a la morfología verbal, señala que en el sistema verbal de la gauchesca no habría mayores cambios respecto al español general y “presenta la misma fisonomía que el español popular”. El autor (1930: 154ss.) realiza incluso un conteo detallado de los verbos según las conjugaciones, conteo que arroja el resultado de 582 de la terminación en -ar, 100 en -er y 80 en -ir. La mayor parte de las llamadas “anomalías” provendrían del cambio acentual. Los fenómenos más salientes se derivan o van a la par de este cambio acentual se resumen en los siguientes términos: (...) verbos como caer, traer impresionan menos por el cambio vocálico ae > ai que por el acentual aí > ái (yo cái, vos cáistes, él tráia); lo mismo sucede con ao > áu en verbos como ahogar (se áuga); la desinencia -ía de imperfecto, si no ocurre en posición final, se muda en -ia, tanto en los octosílabos del poema como en la pronunciación del paisano. Por otra parte, la analogía transforma en muchos hechos la fonética verbal: acentuaciones proparoxítonas váyamos, véamos, háyamos conforme a váya, váyas, etc.; otras actúan en la raíz y no en la desinencia, por efecto de confusión (gólpea, II, 557); los infinitivos en -ear, -iar ofrecen confusión muy grande en las conjugaciones; los infinitivos de o, e radical vacilan a menudo en la diptongación de las inflexiones y, de aquí, la abundancia de formas analógicas; la terminación -ba de imperfecto se propaga a verbos de II y III (caiba, traiba, oiba); la propagación de formas débiles ocurre lo mismo entre pretéritos que entre participios (bendecí por bendije; escrebido por escrito) (Tiscornia 1930: 140s.).

Para una explicación más detallada de estos y otros fenómenos es recomendable la lectura del texto del hispanista entrerriano, pero haremos un repaso breve de algunos de los rasgos más significativos. Los verbos en -ear, -iar y la formación de nuevos verbos Este sufijo es de lo más frecuente en la lengua de la gauchesca y en la pronunciación se ve reducido a -iar. Tiscornia (1930: 145ss.) distingue tres tipos paradigmáticos: 1. Verbos originarios españoles en -ear (pronunciación = iar); por ejemplo, pasiar, con presente en -eo: paseo; pasiás, etc. Otros verbos de este grupo son: arriar, blanquiar, champurriar, golpiar, machetiar, rodiar, variar.

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2. Verbos tradicionales españoles en -iar, que incluye los subtipos I, II y III, como guiar, lidiar y maliciar, con presente en -ío, -io, -eo: guío; lidio; maliceo. Otros verbos tradicionales son: I) aviar, espiar; II) filiar, limpiar, osequiar; y III) verbos del grupo II que por analogía construían también la 1.ª pers. en -eo. 3. Neologismos verbales del gauchesco en -iar, como rumbiar, con presente en -eo. Otros verbos de este grupo son: boliar, carniar, matreriar, estaquiar. Con este sufijo se crearían todos los neologismos verbales “cualquiera sea la base gramatical” (Tiscornia 1930: 148). En el caso particular de los sustantivos, la inclinación a construcciones con -iar es tan marcada (entre 582 infinitivos de la conjugación -ar, Tiscornia cuenta 89 terminados en -iar) que más de una vez se crean existiendo ya un verbo equivalente: galopiar/galopar, calculiar/calcular, surquiar/surcar, etc. (Tiscornia 1930: 150). El mismo autor reconoce además como parte del carácter conservador de la lengua gauchesca la pervivencia de los prefijos verbales a- y en- con un grado de desemantización considerable que lleva a los verbos que construye a cierta “redundancia y confusión”, como se observa en verbos como arrecostarse, achocar, abarajar, ensanchar, enllenar, emprestar (Tiscornia 1930: 192), y a algún caso aislado de doblete con ambos prefijos: apedarse/empedarse, agusanarse/engusanarse, abicharse/embicharse. La preferencia por uno u otro sería, según el autor, determinada regionalmente. Aunque Eleuterio Tiscornia cita no pocos ejemplos de conservaciones y neologismos, y ofrece incluso un principio de clasificación con el prefijo a- unido a algunos nombres de animales (achancharse, apichonarse, apotrarse, aunque también emperrarse), desiste de un análisis semántico de los mismos que lo llevaría a reconocer la vitalidad y productividad de los prefijos. Tiempos del indicativo Presente: característico de este tiempo es la conjugación de la segunda persona del singular, correlativa de la segunda persona del plural en el español peninsular. De tal persona quedarían solamente el pronombre “vos” y el acento en el verbo conjugado: estás, debés, decís, etc. (Tiscornia 1930: 161162). Lo mismo vale para el presente del subjuntivo: andés, querás, cumplás; quedando establecido el siguiente paradigma: I. -ás, -és; II. -és, -ás; III. -ís, -ás. Aunque esto no exluye la presencia ocasional de formas tuteantes y hasta de formas diptongadas (haceys, lleveis) en los textos más antiguos.

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Indefinido: también en este tiempo (que Tiscornia llama “perfecto“) lo característico es la construcción de la segunda persona singular, en la que la forma voseante -stes reemplaza la forma tuteante -ste: matastes, vinistes, cerrastes. Imperfecto: el rasgo más saliente de la conjugación del imperfecto es el uso doble en la conjugación de verbos de -er e -ir: la primera se caracterizaría por el cambio de acento: tráia; y la segunda, más rústica, que incorpora la desinencia -ba de la primera conjugación en la segunda y tercera: tráiba (Tiscornia 1930: 169-170). Futuro simple y perfecto: según Tiscornia (1930: 171) “las inflexiones gauchescas de estos tiempos concuerdan generalmente con las cultas. En ciertos verbos de II y III, no obstante, el habla de los paisanos conserva antiguas formas españolas de radical alterado: debrá, debría; doldrá, doldría; quedrá, quedría”. En la gauchesca se encuentran también formas compuestas desdobladas, es decir, aunque se dice hará, se emplea desacerá y satisfacerá. En cuanto al futuro perifrástico, en la gauchesca se emplea un número de construcciones perifrásticas próximo a la cantidad de empleos de formas simples (90 y 119 casos respectivamente): he de morir, has de saber, hemos de perder (Tiscornia 1930: 172). Tiempos del subjuntivo Presente: excepto en la segunda persona del singular, como hemos visto, las demás personas coinciden con el español general. Los presentes con -g-, como caiga y traiga, ejercen presión analógica sobre otros verbos, dando formas tales como creiga o vaiga. En cambio, haiga, sería una conservación de uso general en muchas variedades del español (Tiscornia 1930: 173). Al respecto afirma Fontanella de Weinberg (1986: 19) que “fue forma lingüística de prestigio en el último tercio del siglo XVIII y el primero del siglo XIX. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, parece retroceder a los niveles socioeducacionales más bajos, en particular al habla rural, donde aún persiste en algunos hablantes”. Imperfecto: no hay diferencias de significado entre las formas en -ra y -se. Tiscornia contabiliza sin embargo 76 empleos para -ra frente a 9 de -se en el Martín Fierro, en tanto que si se considera las demás obras de la gauchesca los guarismos son de 353 para -ra frente a 131 de -se. Tiscornia (1930: 174) desprende del análisis de estas cifras que existe una marcada preferencia de las formas en -ra, preferencia que se acentúa además a partir de 1850.

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Imperativo Junto a los usos correspondientes a usté/ustedes en coincidencia con el estándar, en repóndame, respeten, la lengua de la gauchesca conserva también la forma acentuada de la segunda persona plural con pérdida de la -d final para el imperativo singular: dejá, poné, vení. La presencia de un enclítico tras el verbo no modifica el acento: hacélas, decíme.39 Tiscornia (1930: 177) anota además la existencia en el Martín Fierro de formas como cáyensen, en las que “se repite el enclítico -n de la voz verbal”. En cambio, otras formas con el signo de plural -n tras el elemento léxico y no tras el pronombre, como creanmenló, que también registra Page (1897: 24), no constituirían lo ordinario en el habla rústica. Participios Siempre según Eleuterio Tiscornia (1930: 177) “[l]a tendencia vulgar a convertir en débiles los participios fuertes no se acusa en nuestro texto [el Martín Fierro], pero sí en otros gauchescos”, en ejemplos tales como escrebido, rompido, ponido. La única excepción en el poema nacional sería el participio en función adjetiva maldecido, aunque en otro lugar del poema se emplea también maldito. Verbos irregulares Existe una serie de verbos de uso muy frecuente que presentan diferencias en el paradigma de conjugación respecto a la norma general. Eleuterio Tiscornia insiste en varias oportunidades sobre el carácter doble, es decir, fuerte y débil, que se presenta al pasar algunos de estos verbos a formar un compuesto; es decir, en pares como decir/contradecir o hacer/satisfacer, mientras el primero mantiene formas de conjugación y participio fuertes, el segundo construye por analogía formas débiles: contradecido, satisfació. haber: se observa variación solo en el presente de haber. Junto al ya mencionado empleo en el subjuntivo de formas con -g-, en el presente del indicativo se presenta alternancia en la 2.ª pers. sg., has/habés, y la 1.ª pers. pl., 39 No opina así Fred. Page 1897: 68: “En palabras formadas por verbos y proclíticos pronominales, los gauchos tienden a debilitar la sílaba tónica y el acento recae sobre los pronombres, dimeló, vamonos”.

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hemos/habemos. En cuanto a la 1.ª pers. sg. con y átona, hey, Tiscornia (1930: 179) duda entre dos posibles explicaciones: se trata, o bien de una conservación del español antiguo, o bien de un desarrollo fonético independiente: he de > he (d)e > he, hey. Si se acepta esta segunda explicación, según Tiscornia (1930: 180), “[l]o propio acontece con hai = hay, tercera persona, confundida más con la primera”, es decir, ya borrado “el recuerdo de la refundición inicial” esta forma se reintegraría a la construcción modal con preposición de la que habría partido: hai de darle, no hey visto. De forma esporádica se encuentra en algunos poemas de la gauchesca junto a hubiera/hubiese otras formas que conservan la vocal del infinitivo: habiera/habiese. Ser, estar: en el indicativo se pierde completamente en la lengua hablada la forma eres, que se conserva solamente como forma con cierta afectación en la escritura. Entre las conservaciones del español antiguo, se encuentra la forma voseante sos; es también muy común junto a somos el uso de semos. Las formas del subjuntivo que difieren de la norma castellana son la 2.ª pers. sg., siás, y las formas del imperfecto juera, jueras, juéramos y jueran. Gaston Maspero (1875: 59), que incluye entre las formas de conjugación gauchesca: juere, jueres, juisteis, juerais, jueseis y juereis, incurriría en un doble error, la consideración de formas correspondientes a la 2d.ª pers. pl. y del futuro del subjuntivo, tiempo ya caído en desuso según todos los demás autores que se ocuparon del tema. En cuanto al verbo estar, Eleuterio Tiscornia (1930: 182) señala que en el presente del subjuntivo “junto a la forma esté el gauchesco tiene la forma estea” que tiene también dos posibles explicaciones: una, como “importación española” de esta forma que se conservaba dialectalmente, al igual que dea; y dos, como construcción analógica de sea. Traer, distraer: Eleuterio Tiscornia (1930: 183) señala tres características centrales de este verbo: “reducción del hiato con cambio de acento en el tema de presente” (tráir, tráimos), “conservación del vocalismo antiguo español en el tema de pretérito” (truje, trujistes, trujo...) y “analogía de la característica -ba en el imperfecto” (traiba, traibas...). Distraer continúa este desarrollo excepto en el indefinido, ya que se emplea distrái, distrayera en lugar de distraje, distrajera. Se conservan además las formas antiguas con diptongo: distrajieron, distrajiera.

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Decir: con este verbo también se presenta variación en la 2.ª pers. sg., tanto en el presente, decís, como en el indefinido, dijistes. El imperativo que se emplea para el pronombre vos es decí (Tiscornia 1930: 186). Ir: la forma corriente del infinitivo en la gauchesca es dir. El infinitivo tranfiere la d- a formas del imperfecto y el gerundio: diba, diendo (Tiscornia 1930: 186s.). Ver: Eleuterio Tiscornia (1930: 188) destaca que “[l]a conjugación gauchesca de este verbo conserva formas arcaicas españolas en el perfecto [sic] e imperfecto de indicativo que alternan con las actuales: junto a ví, vió tienen mayor uso vide (...) y vido (...); al lado de véia (...) es frecuente vía (...). El imperfecto con cambio acentual, véia, véais, véiamos, etc. es corriente también en el habla popular y familiar”. El especialista en la obra hernandiana incurre sin embargo en el mismo “error” que criticara en Maspero al incluir formas de la segunda persona plural. Caer, creer: ambos verbos son presentados juntos por Tiscornia (1930: 188) debido a su similitud: los dos presentan “formas de hiato reducido en presente y futuro” (cáis, cairá; crés, crerá); “formas con cambio de acento en los pretéritos” (cái, cáia; créi, créia); y “formas analógicas en el imperfecto” (cáiba, creiba). “En voces subjuntivas sólo discrepan dos personas del presente por el lugar del acento: caigás, creás; cáigamos, créamos”. Caber: en el habla de los paisanos se presentan las formas débiles cabo, cabí, cabiera, etc. No ocurre lo mismo sin embargo con saber (Tiscornia 1930: 189). 3.3.2.5. Sintaxis La sintaxis son aguas en las que casi ninguno de los estudiosos del tema se atrevieron, por lo que aquí, como en otros temas, la guía principal es necesariamente el estudio de Tiscornia (1930: 214ss.), si bien el filólogo argentino parece olvidar en ocasiones que se basa en un poema y toma su sintaxis como semejante a la de la lengua hablada.

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El sujeto Según Tiscornia (1930: 215), en los poemas de la gauchesca y particularmente en el Martín Fierro, existe una marcada predilección por acompañar de artículos los infinitivos en función de sujeto: el cantar mi gloria labra. También en casos de doble infinitivo: el sufrir y el llorar enseñan. Con frecuencia el pronombre personal yo acompaña al verbo en primera persona: y yo dije, yo me le fuí; sin embargo, no ocurre así con nosotros. Fenómenos de concordancia En algunas frases del Martín Fierro (Tiscornia 1930: 216ss.) falta la concordancia gramatical de número y persona entre sujeto y verbo, resoviéndose el vínculo a nivel semántico y contextual. En a) “la idea colectiva del sujeto singular atrae el plural del verbo”; el caso contrario se presenta en b), en que “un sujeto plural o compuesto con elementos copulados lleva el verbo en singular”; así también en c) “cuando el sujeto se refiere a la persona que habla, iniciar la frase con la tercera y pasar a la primera con el verbo correspondiente”; un colectivo modificado por un complemento especificador plural lleva al verbo a tomar este número en d), complemento que está además más próximo en la frase: a) no teníamos más permiso / ni otro alivio la gauchada b) pues ni el indio ni la china / sabe lo que son piedades c) Lo pasaba como todos / este pobre penitente / pero salí asistente y mejoré d) dentró una comitiva de pampas... mataron a su marido y la llevaron cautiva. Construcciones impersonales Existen, al decir de Tiscornia (1930: 219s.) distintos tipos de construcciones impersonales. El primer tipo es el giro impersonal con verbo en plural, como se presenta en a); el segundo tipo, de poco uso en la lengua gauchesca, es la refleja impersonal como en b); la necesidad de un agente más expresivo o menos abstracto llevaría a la utilización del sujeto uno junto con el reflejo; en el tercer caso c), frecuente en los distintos niveles de lengua, se convierte en personal la frase impersonal con haber y hacer al transformar en sujeto el objeto directo; el cuarto tipo d) es la construcción temporal proveniente del

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viejo español que funde, en concepto de Rufino Cuervo, “hacen tres semanas” y “tres semanas ha”; según Fontanella de Weinberg (1987a: 106) el uso con el verbo “hacer” se había ido generalizando a lo largo del siglo XIX a la par que el otro caía en desuso. a) Formaron un contingente / con los que en el baile arriaron / con otros nos mesturaron / que habían agarrao también b) cuando se anda en el desierto / se come uno hasta las colas c) hubieron eleciones; hacen muchos días d) Y como hacen tres semanas a que no dan la ración Las construcciones coordinadas “El uso de las copulativas y, ni es el recurso ordinario del poema para coordinar las proposiciones con los mismos sentidos de la lengua general” (Tiscornia 1930: 230): y el lomo le hinchan a golpes / y le rompen la cabeza / y luego... / lo amarran... / y pa el cepo lo enderiezan.

Aunque las coordinadas negativas inician generalmente una serie de proposiciones con no y continúan con ni, también lo hacen ocasionalmente con ni: Los pobrecitos... no tengan ande abrigarse / ni ramada... ni un rincón... ni camisa... ni poncho.

La coordinación adversativa se expresa comúnmente mediante pero. La conjunción mas es propia de la lengua literaria. Se cuentan aquí las partículas y fórmulas correctivas sinó, de no, más bien y sin embargo. Las construcciones subordinadas “Las distintas formas del habla culta se dan también en la gauchesca, pero esta procede con libertad más desaliñada en la expresión de las proposiciones dependientes. La subordinación relativa en el gauchesco se hace con que, quien, cual, nunca con cuyo” (Tiscornia 1930: 231-232). Que es el relativo de mayor uso y se acomoda a todas las funciones; quien “es de uso menos extenso y va siempre referido a persona”; cual se usa con

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menos frecuencia al punto de encontrarse ya casi en desuso, y se ve generalmente reemplazado por el/la que. La proposición final recurre a dos esquemas: para, o también, a/por + infinitivo, pa empezar al día siguiente; o para que + subjuntivo: no hay nada como un fortín / para que el hombre padezca. La proposición causal se construye generalmente con porque, aunque, según Tiscornia (1930: 235), resulta más propio del modo de hablar del paisano, “construir esa subordinada con como que + indicativo: Decían entonces las viejas / como que eran sabedoras”. Las subordinadas adverbiales o locuciones conjuntivas constan en su mayoría de un grupo de palabras que incluye una preposición, un adverbio u otras categorías de palabra + la conjunción que; se clasifican en: a) de modo: como: entiendanló / como mi lengua lo explica. b) temporales: cuando, hasta que, antes (de) que, después (de) que, al punto que, mientras (que). En la conjunción en cuanto se llega a suprimir la preposición: cuanto me vido acercar, o bien se ve desplazada por lo que, “giro conservado del español antiguo” (Tiscornia 1930: 237): se le había erizao la mota / lo que empezó la reyerta. c) locales: donde, que en el gauchesco deviene ande. Este adverbio es reemplazado ocasionalmente por en que: yo he conocido esta tierra / en que el paisano vivía. d) consecutivas: aunque y, en menor medida, ya que, puesto que, supuesto que: allá habrá siguridá / ya que aquí no la tenemos. La descripción de los rasgos fonéticos y morfosintácticos que autores como Tiscornia, Fontanella de Weinberg y otros descubrieron en la lengua de la literatura gauchesca podría seguir todavía largo rato, pero creemos que con los rasgos reseñados logramos rescatar de forma sintética los elementos más característicos de la misma y contar con ello con una buena base para contrastar con el análisis de los documentos epistolares y las fuentes de la literatura de frontera.

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EXCURSUS I: EL ESPAÑOL HABLADO POR MAPUCHES EN ESTA REGIÓN EN LA ACTUALIDAD

Un punto de interés del que queremos ocuparnos previamente al análisis lingüístico de los documentos porque puede ofrecernos algunas claves a tener en cuenta, es la variedad del español hablado por hablantes indígenas en estos territorios en la actualidad. Es de advertir que, aunque no han pasado ni 150 años desde entonces, la situación lingüística ha cambiado enormemente desde la llamada “Conquista del Desierto”, principalmente en lo que respecta a la lengua mapuche, su prestigio social y la cantidad de hablantes de la misma como lengua materna. La arquitectura de lenguas es completamente otra a entonces. Su situación actual es, por cierto, resultado de desarrollos históricos que parten de la época colonial, cuando los contactos en un mismo territorio eran todavía escasos, y alcanza un punto de inflexión en el momento que nos ocupa en el presente trabajo, cuando los contactos se intensifican y dan lugar a la estabilización de variedades secundarias intermedias entre el ranquel y el español, que serían la base de las variedades actuales. Tras la “Conquista del Desierto” la variedad del mapuche ranquel entra en un proceso acelerado de pérdida de prestigio que lleva a que al cabo de no más de tres o cuatro generaciones no queden casi hablantes monolingües de esta lengua en la actual provincia de La Pampa. La urbanización y la alfabetización de que fue acompañada, afirmaron paulatinamente al español como lengua de uso cotidiana. Pese a los esfuerzos por recuperar e reinstalar el mapuche entre los hablantes de esta etnia, su uso sigue limitado principalmente a situaciones rituales o religiosas. De los esfuerzos de recuperación, la difusión escolar de una versión estandarizada del mapuche resulta para los hablantes más jóvenes tal vez más extraña que el español mismo. Si nos remitimos a las etapas de constitución de las variedades de contacto que presentamos en la introducción teórica (1.1.2.), la fase en la que se encuentra el llamado “español mapuchizado” (variedad A’) es la de su convivencia dialéctica con el español común transmitido en la escuela (variedad A) (Lüdtke 1999a: 29). Según el modelo teórico de Lüdtke, podemos pensar que esta

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variedad de contacto continuó evolucionando, aun después de la pérdida de la variedad B (el mapuche ranquel) e incluso de variedades de contacto del tipo B’1, y se ha desenvuelto reforzando algunos rasgos, especialmente los que se encuentran en convergencia con la variedad estándar A, y dejando de lado otros rasgos por divergentes —siempre que se tome conciencia de ellos—. Debido a estas consideraciones, no debemos esperar encontrar todos los rasgos actuales en los documentos del siglo XIX. Pero no está demás hacer un resumen de las investigaciones de lingüistas en Argentina y Chile que, desde otros supuestos teóricos, intentaron interpretar la influencia de la lengua mapuche como substrato activo del castellano de estas regiones y sacar algún provecho práctico, especialmente pedagógico en beneficio de los mapuches marginados por un sistema escolar que no tiene en cuenta sus necesidades y condiciones. Si se habla de “substrato” es precisamente porque, pese a los esfuerzos por revitalizar esta cultura, la cantidad de hablantes monolingües del mapuche ha disminuido dramáticamente en el siglo XX2. Contradiciendo las expectativas del observador común, las personas de esta etnia hablan actualmente el castellano como lengua materna, el mapuche o mapudungun ha quedado reducido a usos rituales o es hablado tan solo por ancianos, viéndose seriamente amenazado de desaparecer en muchos lugares: Los ancianos aprendieron el mapuche como primera lengua, pero no la hablan cotidianamente. Han olvidado gran parte del vocabulario de uso menos frecuente e incluso cuentan sus animales en español. De la generación siguiente, no todos han aprendido el mapuche en sus casas. Muchos de ellos sólo conocen vocabulario. Los niños y adolescentes sólo conocen algunas palabras sueltas (Acuña/ Menegotto 1993: 12).

1 De estas variedades, pese a ser muy comunes en la época, lamentablemente no se encuentran documentaciones, y dado su estatus social bajo en la arquitectura del mapuche en la sociedad ranquel, resulta poco probable que se hayan documentado alguna vez. Sí existe alguna mención metalingüística en autores como Avendaño (2004: 158), quien recuerda el modo de hablar ranquel del coronel Baigorria, que “causa risa el oirlo hablar”. 2 La población mapuche en Argentina se halla distribuida principalmente en las provincias de Buenos Aires, La Pampa y, especialmente, las provincias patagónicas de Neuquén, Río Negro, Chubut y, en menor medida, Santa Cruz. La cantidad de habitantes de etnia mapuche y de hablantes de esta lengua varía considerablemente según la fuente entre 20.000 y 50.000 mapuche. Ana E. Virkel (2004: 109) ofrece la cifra de 21.600 tomada de datos estadísticos del año 1984. Se ha criticado en diferentes relevos poblacionales la no consideración de variables como el mestizaje y la emigración a las grandes ciudades.

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Marisa Malvestitti (2003) sitúa la interrupción de la transmisión intergeneracional de la lengua mapuche hacia los años 40 del siglo pasado, cuando comienza un marcado proceso de abandono y negación de la propia lengua entre individuos de esta etnia. De chico hablábamos lengua. A los catorce años nos enseñaron castilla y los obligaron a hablar así.

Esta descripción, que no es válida en igual medida para todos los territorios en Chile y Argentina donde habitan personas de la etnia mapuche, ofrece sin embargo una idea clara de la radical diferencia en relación al uso y valor social del mapuche al comparar la situación actual y la década de 1870. Hechas estas breves salvedades sobre las variedades de contacto, vamos a ofrecer a continuación un resumen de los rasgos dialectales del español en estos territorios que son atribuidos por distintos investigadores de forma más o menos directa a la influencia del substrato indígena, ya que, más allá de la diferencia temporal y de los planteos teóricos, son las únicas investigaciones lingüísticas que se han dedicado de manera específica al mismo espacio geográfico que nos ocupa. El español “mapuchizado“ El contacto prolongado entre mapuche y español ha contribuido a la definición de los rasgos del español hablado en los territorios habitados por hablantes mapuche. Si bien todos los rasgos se pueden encontrar en otras variedades del español, su conjunto forma una combinación única que solo se encuentra en estos territorios3. Dividiremos estos rasgos característicos para su presentación en fonética y estructuras gramaticales, aunque unos y otros están relacionados y funcionan interdependientemente.

Véase Acuña/Menegotto 1996, quienes además de abundantes ejemplos ofrecen una extensa bibliografía específica. Una visión panorámica de la investigación sobre el tema se puede consultar en Martínez 2008: 264-266. La denominación de español o castellano mapuchizado fue propuesta por A. Hernández Sallés y Nelly Ramos Pizarro en un breve ensayo publicado en el año 1984 sobre el español hablado por escolares mapuche. 3

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Fonética Se considera cuatro rasgos típicos de esta región como vinculados al mapuche: 1) Alternancias consonánticas de las oclusivas /b/ y /d/ por /f/ y /θ/ respectivamente, debido a variaciones dialectales del mapuche: topónimos en español como Chapadmalal ‘corral de barro’ y Chosmalal ‘corral amarillo’ responden a las variaciones dialectales en mapuche /čapaθ ~ čapad/ y /čoθ ~ čod/; lo mismo ocurre con el nombre mismo de la lengua que mayoritariamente se encuentra como mapudungun pero también en ocasiones como mapuzungun; en nombres que varían entre Levín y Lefín, y pronunciaciones como /sefóya/ por ‘cebolla’ se puede observar la aternancia /b/ ~ /f/. La frecuente articulación bilabial de /f/ se considera también como influencia de este punto de articulación en mapuche (Acuña/Menegotto 1996: 252). 2) Introducción de una vocal epentética en grupos consonánticos con lateral: /kalábo/ ‘clavo’, /caláudia/ ‘Claudia’, debido a que el mapuche carece de grupos consonánticos con líquidas. Por el contrario, esto no ocurriría en grupos consonánticos con vibrante, ya que en mapuche existe una consonante africada /Ťř/. 3) La aspiración y pérdida de /s/ en posición final, fonema desconocido en el mapuche, es un fenómeno de mayor alcance porque afecta la morfología nominal. El fenómeno es de lo más frecuente a ambos lados de la cordillera. Acuña y Menegotto (1996: 254s.) señalan que “(l)os préstamos del español entraron al mapuche a través de una sibilante palatal parasistemática” y ofrecen ejemplos como mapuche /punšón/, /šúkar/ y /šiλa/ provenientes del español ‘punzón’, ‘azúcar’ y ‘silla’4. 4) Conservación de las palatales del castellano clásico /y, λ/, existentes en el mapuche: /ɳiλatún/ ‘rogativa’, /kayú/ ‘seis’, /λamár/ ‘llamar’ y /yerba/ son los ejemplos que ofrecen Acuña y Menegotto (1996: 255). Otros fenómenos que se presentan en esta variedad son considerados como propios del español rural. Tal es el caso de los cambios vocálicos y consonánticos, en /kastiyáno/ ‘castellano’, /melesína/ ‘medicina’, la reducción de grupos consonánticos cultos, el debilitamiento de la /d/ intervocálica,

Recordemos a Lucio V. Mansilla (1877: §53), que menciona la voz “achúcar” entre los ranqueles. 4

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la eliminación o debilitamiento de /g/, como en /kaRote/ ‘garrote’, y la reducción o agregado de sílabas. Morfología Seguimos también a Acuña y Menegotto (1996: 256ss.) en la presentación de una serie de rasgos morfológicos, sobre los que existe coincidencia entre autores argentinos y chilenos, tales como: — Carencia de concordancia de número entre el sustantivo y sus determinadores y modificadores. — Omisión y uso atípico de los pronombres de objeto y reflexivos. — Orden más fijo de los constituyentes. — Uso de se en construcciones no reflexivas. — Desaparición y uso diferente de preposiciones. — Problemas de concordancia entre sujeto y verbo. — Concordancias atípicas entre tú/vos/usted. María Leonor Acuña y Andrea Menegotto procuran sistematizar esta serie de fenómenos —que, por cierto, están íntimamente vinculados— en este sistema particular. En su análisis, las autoras separan el tratamiento del sintagma nominal y el sintagma verbal. En el sintagma nominal nos encontramos con la consecuencia directa de la caída de -s en posición final: “Reforzado por la falta de -s en posición final, el número parece haber perdido la fuerza morfológica que tiene en el español estándar. La flexión para número se conserva en el determinante, pero se perdió en el sustantivo” (1996: 257): El león y el tigre defendían lo antiguo de ante porque le rogaban.

De remarcar es que el mapuche construye el plural mediante las partículas invariables pu (para sustantivos) y ke (para adjetivos) antepuestas al sustantivo, en tanto que carece de determinantes como el artículo5; así “[p]arecería conser5 Tovar y Larrucea de Tovar (1984: 26) señalan al respecto: “Los sufijos pueden analizarse a menudo como pronombres o adverbios con existencia independiente. El número en el nombre no se indica”.

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varse la estructura del mapuche, en la que el número se marca por medio de una partícula pluralizadora antepuesta al sustantivo, sólo que en lugar de tratarse de pu o ke se trata de los determinantes y cuantificadores propios del español” (Acuña/Menegotto 1996: 257). La diferencia con el mapuche es que la marca de plural se presenta en el determinante y exige la flexión de número el/lo, un/uno. En cuanto al sintagma verbal, Acuña y Menegotto (1996: 260ss.) integran los rasgos nombrados en tres características más generales o englobantes: a) Falta de preposición y orden rígido de constituyentes: la falta de la preposición a afecta directamente a la construcción del objeto indirecto. Cobra peso entonces un rasgo mapuche específico, es decir, la adyacencia al verbo como condición de casos: el objeto directo precede al indirecto6. Un orden más rígido que, al contrario que el castellano estándar, compensa la pérdida de la preposición y evita la ambigüedad en frases como: (...) le rompió lo dibujo (x) la nena un nene.

b) El sistema pronominal: caracterizado con frecuencia por los estudiosos como loísta. La cuestión va más allá según las autoras, quienes consideran que, en concordancia con la debilidad de los rasgos de género y número, lo que muchas veces fue interpretado como problemas de concordancia se explica en realidad por la existencia de un único pronombre acusativo invariable de tercera persona: lo. Lo pelan la papa (pelan las papas).

El sistema pronominal habría experimentado en realidad una simplificación y modificación más amplia de lo que puede parecer a primera vista. El pronombre lo no solo es la única forma de acusativo reemplazando a los, las y la, sino que también afecta al plural de la primera persona, nos. Otro tanto ocurre con el dativo, donde le reemplaza también a nos: Nosotros lo vinimo en Junio. chivo tenemos vario y nos se le han muerto ningunos este año.

Sobre el orden de la frase señalan Tovar y Larrucea de Tovar (1984: 26) que: “El orden de palabras normal en araucano es el muy peculiar OVS. Es lengua de postposiciones”. 6

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Las autoras (1996: 263) proponen un sistema hipotético de pronombres de objeto donde lo funciona como marca de acusativo y le como marca de dativo. Reproducimos a continuación el esquema de las autoras: Yo Vos El/Ella Nosotros Ustedes Ellos/Ellas

Acusativo me te lo lo lo lo

Dativo me te le le le le

Reflexivo me te se lo se se

c) La elisión de clítico: el pronombre de acusativo se elimina en ocasiones si existe una mención anterior de su referencia: Mafalda después (los) recogió.

La posibilidad de elidir el pronombre acusativo está relacionado con otro rasgo mencionado como característico de esta variedad: la eliminación de se en verbos pronominales: Si uno no se acuerda, el otro acuerda. Él se salvó, así salvaron muchos paisanos viejos.

Existe en esta variedad además un uso atípico del impersonal con se. Que se presenta con frecuencia, aun en casos en los que se espera una forma personal: —Después de que boleaban el animal, ¿[ustedes] lo carneaban? —Se carneaba. El avestruz se pela como se pela una gallina.

Hay que decir a manera de resumen que estos estudios son relativamente recientes y no van más allá de los años 80 del siglo XX. Si bien se menciona con frecuencia a Rudolf Lenz y sus planteos a principios de siglo de una fonética araucana en la variedad del español hablado en Chile y la discusión de su propuesta por Amado Alonso (1940), ambos análisis se referían al español hablado en Chile, y no a una variedad etnolectal como la que se plantea ahora.

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Otros autores intentan diferenciar el español de territorios rurales patagónicos y el español hablado como segunda lengua por hablantes del mapuche como lengua materna, variedad esta última que se ha llamado “español mapuchizado”. Este emprendimiento no resulta nada fácil, ya que las personas de las etnias mapuche viven mayoritariamente en zonas rurales y se encuentran mezcladas con la sociedad “blanca”. Más trascendente como argumento para nuestros intereses es la presencia de varios de los rasgos destacados a ambos lados de la cordillera. Volviendo sobre lo planteado por Acuña y Menegotto (1993, 1996), las autoras destacan también la cantidad reducida y casi insignificante de hablantes monolingües de mapuche: mucho más frecuente es, al contrario, la existencia de hablantes monolingües de español en las comunidades indígenas mapuche. Ana Fernández Garay (2001) plantea el riesgo de desaparición de la lengua ranquel en La Pampa y presenta como estadística de su corpus recogido entre 1983 y 1986 en la localidad de Emilio Mitre un 5,66 % de bilingües coordinados, es decir, que hablan ranquel y español con la misma eficiencia; 16,98 % de bilingües subordinados que hablan bien el español pero el ranquel con menor fluidez; 22,64 % de bilingües incipientes que hablan el español y entienden el ranquel; y un 54,72 % de monolingües de español. En base a estos datos estadísticos, la autora constata que “la sustitución de la lengua que ha venido operándose en esta comunidad hoy está prácticamente concluida. Un estudio de los ámbitos de uso del ranquel demostró que el español es hoy la lengua dominante en todos ellos, aun en los más conservadores como el doméstico y el religioso” (Fernández Garay 2001: 223). No entraremos aquí en mayores precisiones sobre la situación actual que constituyen de por sí todo un tema de estudio, ya que esto implicaría salirnos del marco que nos propusimos. Sólo nos interesaba, como anticiparamos al principio, exponer algunos rasgos del español entre hablantes de la etnia mapuche en estas regiones norpatagónicas y de la pampa seca en la actualidad, rasgos que quizás podamos reconocer nuevamente en nuestro análisis de documentos. La situación actual, como ya expusimos más arriba, es producto del proceso de hispanización que siguió a la conquista militar de los territorios y dio lugar a una sustitución del ranquel por el español mediante la dinámica de procesos contactuales. Si vamos a hablar en términos de la teoría del substrato, entonces debemos pasar de ver la relación entre ambas lenguas como un substrato de la una que influye en la otra, a una de adstrato para el período que nos interesa del siglo XIX.

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4. ANÁLISIS LINGÜÍSTICO DE LAS CARTAS

Antes de pasar al análisis propiamente lingüístico de las cartas conviene hacer un par de consideraciones sobre el tenor de los documentos que integran este corpus, así como sobre un fenómeno de influencia notoria en la escritura de muchas de las cartas: la llamada ortografía chilena. 4.1. El corpus de documentos El conjunto de cartas, notas, recibos y telegramas, que incluye además el texto del “tratado de paz” firmado entre los principales caciques de las tribus ranqueles y los representantes de las autoridades militares de frontera de las actuales provincias de Córdoba y San Luis, se encuentra en el “Archivo Histórico del Convento Francisco Solano” en la ciudad cordobesa de Río Cuarto. Existen, como hemos visto en el primer capítulo ediciones parciales y citas varias de fragmentos y hasta cartas enteras de este archivo, pero la primera edición con un considerable grado de completud corresponde a la investigadora Marcela Tamagnini (1995), Cartas de frontera. Los documentos del conflicto inter-étnico, editada por la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Río Cuarto, que estaba agotada hace tiempo y fue reeditada en 2011 aunque con una tirada reducida y una distribución limitada. Existe también una edición en línea de las mismas de acceso libre1. Si bien las cartas transcritas por Marcela Tamagnini, y recogidas en parte por Pávez Ojeda (2008), al ser cotejadas con los originales no manifiestan más que algunas pequeñas diferencias de interpretación, hacen algunas concesiones para hacer más amable la lectura: unen párrafos separados, eliminan o modifican

1 Consúltese la lista de fuentes al principio de la bibliografía y el apéndice donde detallamos el lugar de edición de las cartas o si fueron transcritas por Candelaria de Olmos 2001, versión que preferimos en algunos casos.

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con frecuencia encabezados y fórmulas de despedida; las abreviaturas que se vuelen a completar (V. → Usted) no están marcadas según las convenciones de transcripción usuales. Las cartas están ordenadas cronológicamente y numeradas. Tamagnini las dividió en “Cartas de indígenas”, “Cartas de refugiados políticos”, “Cartas de misioneros” —que abarcan las “Cartas del Padre Moisés Álvarez”, “Cartas del Padre Marcos Donati” y “Cartas de otros misioneros y autoridades eclesiásticas”—, le siguen las “Cartas de militares y fuerzas políticas” y finalmente las “Cartas civiles”. Como se puede apreciar en la lista que presentamos en el apéndice, hemos mantenido a grandes rasgos ese orden: las cartas de misioneros están señalizadas con una M junto a su número correspondiente a la catalogación del archivo, las cartas civiles (acompañadas de una C) y las cartas oficiales (señaladas con O); la única diferencia significativa respecto a la clasificación de Tamagnini es la integración de las cartas de indígenas y refugiados en las tolderías en un mismo grupo (señalado con IR), por radicar la diferencia entre las mismas en la firma al pie, pero no en el puño del escribiente. Las cartas citadas de Pávez Ojeda (2008) aparecen indicadas como PO y el número de página. El estado de conservación de las cartas en el archivo es en general muy bueno y la mayoría resultan legibles con claridad. La excepción la constituyen algunas de las cartas provenientes de las tolderías, escritas en algunos casos con papel y tinta de menor calidad que se han ido decolorando con el tiempo, o que resultaron dañadas en su momento durante el largo traslado que debieron recorrer desde los territorios ranqueles hasta las manos de alguno de los sacerdotes misioneros. La ortografía chilena Para analizar la escritura de los distintos indígenas se hace necesario advertir y diferenciar donde sea necesario que muchas de las cartas, como ocurre particularmente con las cartas escritas por plumas del cacique Kalvükura (Calfucurá) o su familia en Salinas Grandes2, fueron escritas por lenguaraces 2 Valga destacar una vez más que solamente hemos considerado las cartas de las tolderías salineras de forma marginal como ejemplo de variedades de contacto por existir una mayor certeza de que los lenguaraces eran indios que conocían las dos lenguas. Las cartas citadas de Pávez Ojeda (2008) son de esta procedencia y aparecen notadas como PO y el número de

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indígenas que aprendieron las primeras letras en Chile, principalmente entre misioneros que actuaron en ese país. La diferenciación es tanto más necesaria cuanto que en Chile las propuestas de reforma ortográfica hechas por Domingo Faustino Sarmiento. retomando, y modificando en parte las propuestas de Andrés Bello y Francisco de la Puente3, tuvieron plena vigencia entre 1844 y 1847, cuando comenzaron a ser abandonadas gradualmente hasta ser finalmente derogadas en 1851, tras la denuncia de un visitador de escuela que señalaba la “anarquía” ortográfica reinante en los establecimientos educacionales del país. Pero a veces, las disposiciones oficiales son una cosa y lo que ocurre en la realidad, otra distinta. El abandono de estas normas ortográficas fue lento, al punto que su Método de lectura gradual (2011) siguió en uso varias décadas todavía. Algunos cambios propuestos por el sanjuanino lograron arraigar con fuerza, tal el caso del uso de como vocal y de como consonante, y de donde la Academia prescribe el uso de , así como el uso de por , y persistieron en el uso hasta principios del siglo XX, cuando Chile dio página. Un análisis más detallado de los contactos fronterizos de estas tribus obligarían a tomar en cuenta numerosas poblaciones de la pampa bonaerense que están fuera de nuestra base documental. Un análisis más amplio de sus rasgos lingüísticos queda pues abierto a investigaciones futuras que quieran aprovechar los ricos archivos documentales de la provincia de Buenos Aires, como el de Estanislao Zeballos, para el que los trabajos de Durán (2006a y b) pueden servir de orientación. 3 Véanse los trabajos de Lidia Contreras 1993 y 1994. Los textos principales de los autores mencionados son los Principios de ortolojía y métrica (1835) del sabio polígrafo venezolano y el texto del chileno Francisco de la Puente De la proposizion, sus complementos i ortografía (1835). Entre los textos de Domingo Faustino Sarmiento dedicados al tema merecen mencionarse su Analisis de las cartillas, silabarios i otros métodos de lectura conocidos y practicados en Chile (1842) y su Memoria sobre ortografía americana, texto leído en la Universidad de Chile en 1843 y que alcanzara amplia difusión siendo publicada en Venezuela en 1845 y en Colombia en 1871. Una propuesta didáctica matizada, que mantiene sin embargo algunos de estos principios, el Método de lectura gradual (1845), siguió usándose en las escuelas por más de cuarenta años. En el mismo, los editores advierten defendiéndose de las críticas: “Las eliminaciones de letras que se notan al principio y se van despues gradualmente introduciendo en sus últimas pájinas, no tienen otro objeto que obviar aquellas dificultades que embarazan inútilmente la intelijencia infantil, y que no son tampoco de esencial necesidad sino un estorbo en su carrera preliminar: cabalmente esto constituye, a nuestro modo de ver, una de las principales ventajas del hábil y filosófico sistema del autor” (Sarmiento 2011: 4). El mismo Mansilla es consciente de que algunas grafías no son sobreentendidas y generales, y en un nota que sigue a la portada y precede al texto en su edición de 1870 advierte que “El autor escribe con c y s, con s y c, con c, c, ó simplemente con s las palabras que otros escriben con x; y siempre con jota las silabas je, ji”.

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prioridad a la uniformidad de la escritura con el resto de América y España y tomó medidas efectivas para dejar de lado completamente las reformas (Lidia Contreras 1993, 1994: 48). La reforma ortográfica en Chile puede verse como un intento de codificación que no alcanzó una adopción general y terminó fracasando. Sin embargo, llegó a enseñarse en el sistema escolar y a usarse en periódicos, con lo cual alcanzó cierta difusión a nivel local y más allá de la cordillera mediante la alfabetización en las misiones; esto se puede comprobar en las cartas de escribas de Salinas Grandes, es decir, entre tribus de araucanos arribadas a la Pampa y Patagonia a partir de 1830, que habían aprendido la lengua española y su escritura al otro lado de la cordillera, donde existía desde la época colonial una política de enseñanza de la lengua española y de las verdades de la fe a hijos y parientes de caciques con el fin de que pudieran funcionar como mediadores en el futuro (Roulet 2009). No es el caso de los ranqueles, quienes ocupaban el territorio pampeano desde la segunda mitad del siglo XVIII y se valían con mucha mayor frecuencia de escribientes “cristianos” ya cautivos, ya tránsfugas. Bernardo Aburto Namunkurá, sobrino de Kalfukurá y su secretario desde 1863, “alfabetizado quizás en la misión de Valdivia primero y luego en Santiago, posiblemente en la ‘escuela para hijos de caciques’” (Pávez Ojeda 2008: 61), puede verse como caso paradigmático de tales escribientes indígenas que aprendieron la escritura del español en Chile. Presentamos a continuación un fragmento de una carta suya dirigida al Arzobispo de Buenos Aires, Federico Aneiros, datada en Salinas Grandes el 10 de junio de 1873, que ofrece un claro ejemplo de estos usos en la escritura y también de sus variaciones, las que producen sin duda la misma sensación de “anarquía” que los pedagogos en Chile deploraban: Mi muy respetable Sr. Obispo Diocesano de la tierra, por ésta logro la oportunidad en escribirle al Sr. Ilusmo. i aserle saber que yo soy el escribano de este desierto que ase más de dies años que estoy en esta parte de la Arjentina, yo soy chileno, mi Padre es Caciqe y yo soy indio i lo mismo mi Padre i mi Madre es indio, i para que el Sr. Ilusmo. se entere, mi ermano carnal se presenta ante qien lleva mis pasaportes que me an dado en mi república, i así espero del Ilusmo. Sr. Diocesano me atenderá estos pases (...) (PO: 537).

La interpretación de este fragmento debe atribuir a la nueva norma ortográfica chilena casos como i aserle, caciqe, Arjentina, qien, ermano, y otros donde se elimina sistemáticamente la , se escribe por , se escribe y

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sin la , se usa para el fonema /x/, se usa cuando se trata del fonema vocálico, excepto en soy, entre otros rasgos grafémicos que están ausentes en este fragmento como el uso de la doble rr siempre que el correspondía el fonema /r/, también a comienzo de palabra como en rreclamaba (PO: 509) y rrecivo (584bIR), y el uso sistemático de o de siempre que corresponda el fonema /k/, como en seqretario (PO: 509). Como dijimos, es distinto en general el caso de los ranqueles, establecidos en su territorio desde fines del siglo XVIII. Podemos suponer que sus intérpretes o son criollos refugiados, como vimos más arriba, o bien se trata de indios o, más probablemente, mestizos que han aprendido el castellano y su ortografía en territorio argentino, donde la reforma ortográfica tuvo un menor alcance que en Chile. Así se observa, por ejemplo, en el escribiente Martín J. López, un exsecretario de Mariano Rosas, indio educado en Córdoba por los jesuitas según refiere fray Marcos Donati (192M); Martín López se dirige al general Roca en una carta datada en Villa de Mercedes el 4 de junio de 1876 (622IR) exponiendo brevemente su biografía en los siguientes términos: Yo indio de los Ranqueles Departamento del Casique Mariano Rosas me bine conlos de mi familia aesta estando de escribiente del dicho casique con un sueldo de quinse pesos volivianos y asiendoseme partisipe de las Rasiones que lesda por el tratado de Paz. Ganando quinse pesos mensual y las demas raciones Trimestral me destituy de todo afin de benirme al Cristianismo para enseñar a mis hijos el rejimen del Cristiano y yo travajar y remediar nuestras pobresas mi ofisio es Sastre aprendi en Córdoba, oy me ampuesto enla partida de los Lenguaraces...

Importa destacar que estas diferencias de origen lo son también de formación, y que se verán reflejadas en mayor o menor medida en la escritura de las cartas. A las normas ortográficas se suman otras normas sobre el uso de los signos de puntuación, abreviaturas, numeros cardinales y ordinales, etc., que también eran contenidos de la enseñanza de las primeras letras. Hay que añadir que, si bien las instituciones eclesiales y estatales ocupan el lugar central como canales de alfabetización (Pávez Ojeda 2008: 12ss.), no fueron los únicos factores que determinaron la escritura en estas regiones. También existen canales informales de aprendizaje de la escritura en las tolderías y otros métodos alternativos o paralelos como el que se refleja el “Cuaderno de cuentas y caligrafía” del archivo de Salinas Grandes, escrito hacia 1875 de forma artesanal para servir de guía de ejercicios y conservación

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Uso de signos de puntuación y abreviaturas usuales en Domingo Faustino Sarmiento (1882): Método de lectura gradual

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de modelos, y que fuera rescatado por Estanislao Zeballos (Durán 2006a). Este cuaderno, más que un modelo de escritura propiamente dicha, lo es de géneros discursivos, ya que contiene, además de un abecedario, una serie de cuentas aritméticas, ejercicios caligráficos y ensayos de firmas, algunas copias y modelos de cartas (a un amigo, a un acreedor, a una novia). Sin duda una de las carpetas más singulares dentro de este ya singular archivo del cacique principal de Salinas Grandes. Resulta realmente lamentable la poca atención que Guillermo Durán (2006a) le dedica a su presentación, por no insistir en el hecho de no ofrecer más copias o transcripciones de los documentos que puedan servir para el análisis de terceros. Un modo personal de entender la labor científica o acaso, una muestra del desconcierto en que sumen a un historiador ciertos documentos que para un filólogo e investigador de las tradiciones discursivas constituirían verdaderas perlas. Vale agregar respecto a la reforma ortográfica propuesta por Domingo Faustino Sarmiento y otros, que no deja de parecer una ironía de la historia que, siendo ya Sarmiento presidente de la República Argentina, sus generales de frontera reciban cartas escritas siguiendo la ortografía que él mismo formulara veinticinco años antes para favorecer el progreso de los pueblos americanos. La paradoja es que los escribientes que usaban la ortografía propuesta por quien acuñó la fórmula que definía el enfrentamiento en América entre las fuerzas de la “civilización” y la “barbarie”, eran los “bárbaros” en este binomio. 4.2. Descripción lingüística Hay una serie de autores con los que, aunque sea de forma menos directa, también estamos en deuda. En nuestra descripción nos hemos basado en varias obras corrientes sobre gramática (RAE) y gramática histórica (Alvar/Pottier, Company Company), así como historias del español en América (Sánchez Méndez, Lüdtke) que no siempre citamos. Sin embargo, debemos reconocer nuestra deuda con las mismas, ya que nos sirvieron de fuente de inspiración cuando no directamente de modelo a la hora de organizar la disposición temática. Si no siempre los mencionamos, es principalmente para no fatigar al lector y porque en muchos casos se trata de conceptos corrientes en la lingüística y la lingüística histórica por lo que no procede citar a cada paso.

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Un concepto de este tipo que se presenta con frecuencia es el de “contaminación”, concepto que parte de los trabajos de los neogramáticos y ha sido retomado y discutido en numerosas oportunidades en el último siglo y medio. Ponernos a seguir el hilo de estas discusiones y remontarnos hasta el origen del mismo nos conduciría hacia otras metas que las que nos propusimos al comienzo. Si bien los fenómenos gramaticales en su sistematicidad atraviesan distintos niveles lingüísticos, a los fines de una exposición clara y ordenada optamos por el orden tradicional partiendo de la fonética antes de seguir con la morfología, fenómenos de orden sintáctico, algunas características del léxico y, finalmente, aspectos textuales o pragmáticos. Nuestro modo de exposición, en definitiva, no deja de ser también una mezcla entre formas tradicionales basadas en las clases de palabras y órdenes más modernos de entender una lengua que se organizan en torno a funciones lingüísticas, como por ejemplo la negación, para detallar luego sus diferentes manifestaciones formales en distintos tipos de palabras. 4.2.1. Fonética Como era de esperar, las variantes fonéticas se manifiestan con mucha mayor frecuencia entre los hablantes con menor formación escolar de las tolderías y las clases rústicas, lo que no debe llevar a descartar de plano su presencia en otros niveles de lengua. Comenzaremos con las vocales, divididas en tónicas y átonas, así como otros fenómenos que las involucran, antes de pasar a las consonantes, donde hemos tratado de poner en consonancia fenómenos fonéticos con los grafemas en que se manifiestan. 4.2.1.1. Las vocales 4.2.1.1.1. Vocales tónicas /e/ ~ /i/ Entre las vocales tónicas, la vacilación entre /e/ ~ /i/ es con mucho la más frecuente; así por ejemplo en Mananteal (657C), la conservación mesmo (362C), baqueano (293IR), que se alterna con baquianos (294IR), plasir

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(172IR), iso (714IR), tenimos (285IR, 714IR), trair (PO: 340). Los verbos en -ear, como “arrear” o “crear”, tienden regularmente a diptongarse transformando la e en i. Se puede corroborar en un verbo de uso frecuente en la correspondencia como “desear”: deciando (135IR, 216aC), deciandole (197IR, 303IR, 334IR, 336aIR), desiandole (137IR), desiando (435C), deciarle (303IR), desiase, desiamos (136IR), desiado (894IR); las excepciones a este fenómeno son pocas, aunque las hay, como deceando (448IR). Los verbos más frecuentes de este grupo ordenados en infinitivos, gerundios, participios y formas del paradigma de conjugación son: arriar (154IR, V. APÉNDICE), boliar (292IR), rastriar (738IR), peliar (PO: 506), benga apasiar (PO: 527), galopiando (220IR), maloquiando (493IR), ha criado (104M), han deliniado (646IR), noes estropiada (793IR), saniase (445M); nótese que en el mismo texto de este último ejemplo se emplea también saneo, manteniendo el hiato en la conjugación de presente que, al igual que deceo (133IR), constituye un tipo corriente de conjugación (tipos en -ío, -io, -eo) como señala Tiscornia (1930: 145); en la literatura de frontera se presenta este mismo fenómeno en los verbos saquié y arriémoslas (Baigorria 2006: 71, 117), lonjiase (Avendaño 2000: 123) y rodié (Avendaño 2004: 215), y así mismo en las nominalizaciones chapiado (PO: 378) y maloquiadores (Avendaño 2000: 130). A la inversa, los verbos terminados en -iar pueden convertir ocasionalmente la i en e por presión de la analogía, como ocurre con apreceable (219IR, 493IR) y apreseable (409IR, 412IR), en cartas de las tolderías, frente a la forma estándar y más frecuente apreciable (137IR, 224IR, 233C, 439C, 175M, 738M y un largo etcétera). Se presenta en buen número también la reducción de los diptongos -ie- y -ei- a -e-, en particular antepuesto a nasal, como en trenta (445M), pacencia (589IR), tendentes (760C), asende (= asciende) (344IR), rracionamento (893IR) y dicéndome (PO: 344), más raro es el caso contrario, la diptongación de e en ie, como en trajieron (192M). /o/ ~ /u/ Entre las vocales velares se aprecia el trueque del diptongo ue por o en aprova, desaprova (445M), se renove (894IR), por analogía con el infinitivo y conjugaciones del paradigma verbal, pero también la reducción de ue a e en atreque (336aIR).

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4.2.1.1.2. Vocales átonas Mucho más inestable que entre las vocales tónicas es la situación de las vocales átonas en posición pretónica, especialmente entre las palatales /e/, /i/ por un lado, y las velares /o/, /u/ por el otro. Alternancia de /e/ ~ /i/ particularmente en verbos, aunque no solamente, y de manera predominante en las variedades más bajas: deligencia (163IR), resebí (294IR), (303IR), resebido (333IR, V. APÉNDICE), resevir (PO: 541), deo (= dio) (285IR), enfluencia (257aIR), envernadas (483M), envaden (486M), envadido (490M), enterrumpia (618M), pediendole, impediece (PO: 340), ensultándomeles (PO: 377), como también formando hiato en creollo (585IR), misea (140IR). La explicación de la imagen doble de algunos prefijos como en-/in- se puede considerar como válida en varios casos; hay que destacar que la disimilación regresiva que se ofrece como explicación se aprecia en menor medida en el cambio de /e/ por /i/ que en el de /i/ por /e/; una disimilación progresiva se observa en indifirencia (327M). En la literatura de frontera se presenta deciéndome (Barros 1957: 123). Alternancia de /i/ ~ /e/: riflexión (104M), bidido (= vendido) (283IR) inconbinientes, ranquilinos (294IR), linias (481C), benificio (257aIR), yndibida (293IR), intinsión (714IR), intiendan (451M), filigreses (374O), benderla Antonia horrigalarcelá (344IR), donde se observa en la mayoría de los casos una disimilación de la vocal que les sigue, sea esta acentuada o no. Se forma diptongo en el caso de criador en el sielo (534C), rialisen (140IR), lialtad (PO: 506), Mariana Paiz (588C) y Micailina (439C, 598C), nombre propio que aparece también en su forma original, Micaelina (523C). En la literatura de frontera se presenta el cierre de /e/ en /i/ en posición átona en sirvirá (Barros 1957: 174, carta del Cnel. Benito Machado) así como también en siguro por “seguro” (en el fragmento ya citado de Prado 1960: 58). Mansilla (1877: §31) escribe siempre acordion diptongando la terminación de “acordeón”. La alternancia /o/ ~ /u/, que se observa en mucha menor medida y limitada a los hablantes con menor formación escolar, se presenta en casos como una muntura (283IR), complido (1071IR), que pueden deberse a la influencia de la i o u tónica en la sílaba siguiente. Otros ejemplos donde sobresalen los nom-

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bres propios y topónimos indígenas son Cañopan (163IR), Namoncura (895IR, 939IR), Leobuco (893IR) y Lobocó (Baigorria 2006: 194) por “Leubucó”, Chuelechel (PO: 565), por el sitio conocido como “Choele Choel”; en un caso como roptura (603M) parece tratarse más bien de una contaminación entre la forma culta “ruptura” y la forma popular “rotura”, producto del desarrollo vocálico del español unido a la pérdida del grupo consonántico -pt-; sometido a la presión del modelo latino, el escribiente duda y termina mezclando la forma culta con la popular y estándar en una misma palabra. Baigorria (2006: 46, 60) llama sistemáticamente Rumualdo a un amigo suyo de nombre “Romualdo”. En otras fuentes de la literatura de frontera, como Álvaro Barros (1957: 168), se puede encontrar el mismo cierre vocálico de /u/ por /o/ en maluquiar (en cursivas en la transcripción de una carta del Cnel. Benito Machado al cacique Calfucurá), de lo que se puede deducir la generalidad de este cambio en la región de la Pampa y no solamente en los territorios del sur cordobés y puntano. No faltan ejemplos de la variación de /a/ con /e/ y /o/ como en aprobios (303IR), estretagema (257aIR) y agua de barrajas (603M), que aparece también en su forma común agua de borraja (718M). Si bien no se encuentran ejemplos de cierre de timbre como el tantas veces citado “escuro”, podemos ofrecer un ejemplo con aentreducir (= a introducir) (493IR). Aunque este ejemplo no es suficiente para hablar de la extensión del fenómeno, prestándose además para ser leído como una reinterpretación de la preposición “entre”, puede servir al menos para poner de momento en entredicho la visión de Moure (2010b: 226), quien, siguiendo la línea de Eleuterio Tiscornia presenta a palabras como “escuro”, “escuridad” y “escurecer” como una “retención española”, y dejar abierta la cuestión hasta que trabajos futuros sobre una base documental más amplia ofrezcan una respuesta más concluyente. Hay reducción del diptongo /ai/ < /a/ en tracion (459IR) por “traición”; del diptongo /ei/ < /e/ en propetarios (PO: 505) y de /ie/ < /e/ en desen (336aIR), isera (PO: 541) y sestearon (Baigorria 2006: 91). El diptongo /uo/ se simplifica reduciéndose a o en inbido (= individuo) (303IR).

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4.2.1.1.3. Otros fenómenos vocálicos En todos los grupos sociales, las vocales iguales en una misma palabra se reducen a una deshaciendo el hiato, como se presenta en acredor (233C), probedor (278IR, 714IR), Proveduria (374O, 1023M 1052M), coperación (539C) y cren (894IR), con simplificación dentro de una misma palabra, o también entre palabras distintas, como en el caso de verbos compuestos donde el auxiliar conjugado “haber” se mezcla con un pronombre u otro elemento antecedente o con el participio siguiente que comienza en vocal, como ocurre en le aconsejado (= le he aconsejado) (607IR), me aconsejado (780IR), le hecho (261IR, V. APÉNDICE, 718M), mase el fabor (= me hace) (416IR), me acompañado mi comicion (...) y la alludado en cuanto abido (459IR), que resultado abido (897IR), y otros tipos de construcciones verbales como boy hablacerlo (268IR), otra siendole ver (293IR), babenir (322IR), Seralla (= será allá) (536IR), usted me dado (PO: 339), con posesivo en mijita (214C, 314C), y sobre todo en construcciones con que: ques (= que es) (223IR), queso (412IR), questa (585IR), que conocido (1071IR), loquez (= lo que es) (294IR); y frases preposicionales con de y a que llevan a formas contractas como: dese (140IR), deste (493IR), dellos (736C), mandar comicion (...) ablar (780IR). La forma contracta na[da] es resultado de la caída de d intervocálica y la simplificación de las dos vocales iguales que restan en contacto. Un caso de hipercorrección frecuente en las cartas de indígenas y refugiados en las tolderías se puede apreciar en de hese (154IR, V. APÉNDICE), se hebitaran (251IR), de hellos (493IR), nohostante (928IR), y entrar ahesos puntos (261IR), casos todos donde la h parece incluida en la escritura para reforzar o remarcar la presencia de un hiato no tan obvio al oído del que escribe. Al unirse dos vocales iguales, la primera puede también cerrarse formando diptongo: diesto (261IR, V. APÉNDICE). Un caso como lo hoido (268IR), de la misma manera que a oydo (1001IR), se explica además por un cambio de acento en el diptongo oi. Se puede considerar también como cambio acentual los siguientes ejemplos: mais (293IR, 313aIR), compaña (303IR, PO: 577), hubiese traydo (231M), he creydo (607IR, 780IR), destituy (622IR), así como en el adverbio “ahí” en sus varias formas ay (303IR), ai (841IR), hai (692IR), hay mando (714IR). Se mantiene el diptongo en ajuyido (459IR), ha creyído (589IR) y desconfiyo (PO: 506) mediante la incorporación de una y epentética entre las vocales restituyendo el acento: -uí-, -eí- y -ío-. También podría contarse aquí por tener carácter vocálico la y en traye (292IR), posible contaminación entre “trái” y “trae”.

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La caída de vocales es también un fenómeno muy frecuente que afecta a todas las vocales: le dije que no siese escribir una sola letra (137IR), triste y nojado (303IR), llegar a se estremo (303IR), a tros indios (303IR), consimiento (769IR)4, no lo biamos (412IR). Al contrario, se forma diptongo por incorporación vocálica en confiancia (154IR), si bien, por tratarse de un único ejemplo, puede pensarse aquí con mayor probabilidad en un caso de asimilación fonética progresiva. Claros ejemplos de metátesis o transposición se presentan en todas las variedades, como por ejemplo, en quecé leis pocibleablar (536IR), entre vocales, y en conicerna (596O) y porceder (523C), entre vocales y consonantes. 4.2.1.2. Las consonantes 4.2.1.2.1. Las velares: las grafías , Y Cuando las palabras comienzan con el diptongo ue- se puede presentar un refuerzo consonántico velar: guerfanos (481C). El fonema oclusivo velar sonoro no solamente interviene como refuerzo de la semivocal /w/, en realidad es tal vez uno de los fonemas más implicados en casos de variación en las variedades más populares en estos territorios; la variación /g/ ~ /k/, en resgate (389C, V. APÉNDICE), resgatar (465C), una neutralización frecuente en el español de América desde antiguo, se manifiesta además en numerosos ejemplos como del inguente (294IR), Garmonas el apellido (657C), agradesgo (322IR); Baigorria (2006: 194) transforma el topónimo indígena “Lonco Huaca” (ʽcabeza de vacaʼ) en Longo Huaca. En una carta de Salinas Grandes escrita por el lenguaraz Bernardo Namuncurá se encuentra la misma neutralización en agsion (PO: 506) y egselentisimo, egsede (PO: 526). Un caso de variación /g/ ~ /b/ como solución con refuerzo velar de la bilabial se presenta en guelles (313aIR), como veremos más adelante. Los siguientes casos, por su frecuencia, podrían ser indicio de una aspiración en posición intervocálica que lleva al uso de g como solución gráfica: trabago (293IR), muger, trabagando, sugetar (219IR), trabagado (692IR), dege, degado (293IR), corrigasé (653IR), trago (= trajo) (303IR), damaguana (331IR, PO: 516), las

Este último ejemplo, consimiento, aparece también en una carta del comandante interino del Río Cuarto, Doroteo González, citado en Tamagnini 2007: 38 4

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obegas (883IR). En dos casos g deviene en d: Suedro (321IR) y tenda a bien avisarme (711M). Como ya lo observara Berta Vidal de Battini en el habla rural de San Luis (1949: 43), el cambio sg > j, como en “rajar” por “rasgar”, es de lo más habitual en los distintos sociolectos de estos territorios a mediados del siglo XX. Los ejemplos encontrados en nuestro corpus corresponden sin embargo mayoritariamente a un mismo verbo, “disgustar”, en los que además se conserva la s: disjustado, disjustarse (294IR), disjustarme (303IR, 893IR), todos estos en cartas escritas en las tolderías; la única excepción se encuentra en una carta del Jefe de Frontera y posterior presidente de la nación, Julio A. Roca, donde se lee disjustos (374O). Más allá de este verbo, solamente encontramos arriesjaria (133IR, V. APÉNDICE), también con conservación de la s. Los ejemplos arriba mencionados de resgate y agradesgo obligan a ser prudentes y evitar hacer aseveraciones más tajantes, dejando la cuestión abierta de momento. Se pierde en cambio este fonema sonoro en las Launas (= las Lagunas) (493IR) y consia (= consiga) (523C). Muchos casos en los que este fonema o, para ser más exactos, este grafema interviene se pueden atribuir sin mayor margen para dudas a la ortografía chilena que igualaba las grafía y y eliminaba la u en : biaje (313aIR), biage 589IR), dirijida (523C), dirijia (738M), gerra (219IR, 293IR), jente (293IR, 294IR), dilijencia (387C, 560C), bijilo, corijiendolos (303IR), rengito (541C), cangeado, cange (259o). En consonancia con esto se puede ver como caso de hipercorrección en la escritura a: afliguida (216aC). 4.2.1.2.2. Las oclusivas: la grafía El fenómeno más frecuente y característico que afecta a este fonema es su caída en las terminaciones -ado, es decir, en las formas participiales y sus nominalizaciones: recao (180C), cuydao (607IR), Cuñao (261IR, V. APÉNDICE), acabao (862IR). Al contrario, casos de hipercorrección son donde tanilado (303IR) por “Estanislao” y Wenceslado (687M) por “Wenceslao”. En el interior de la palabra, en posición intervocálica, se pierde con frecuencia la consonante sonora -d-. No escasean los ejemplos, aunque Tiscornia (1930: 69), partidario también de sacar conclusiones de la frecuencia con que se presenta un fenómeno en los textos literarios, solo mencione el ejemplo “vecinario” y lo interprete como formación derivada de “vecino”, y Fontanella de

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Weinberg (1986b: 14) lo limite a las terminaciones en -ado; en nuestro corpus se presenta Comante (278IR) por “comandante”, que puede ser una abreviatura, y comanante (506IR), que se presta menos a esta interpretación. Más allá de este caso no del todo seguro, los ejemplos, como decíamos, abundan, y permiten observar la elisión de esta consonante en posición intervocálica en numerosos casos: toas (219IR), paraero (541C), saluarlo (736C), pañuelo de sea (283IR), un pañuelito de sea (410IR), asegurarse e una vez (603M); podemos contar aquí el sufijo de formación colectiva -ada en india (= indiada) (197IR) y la forma contracta na (= nada) (303IR), que unen una simplificación de dos vocales semejantes a la caída de -d- intervocálica. Otros ejemplos de este mismo tipo que consignamos separadamente por ocurrir en el interior de palabras en contacto o proximidad con -n- son: entienen (140IR), comanante (506IR), yo la yba abener (= vender) (862IR), inbido (= individuo) (303IR), enterme (= entenderme) (219IR). En estos casos parece determinante la presencia de la nasal para justificar la caída de -d-. En Nonati (284IR) incluso se llega a reemplazar la d- inicial por n-. Casos de caída de la -d en posición implosiva son uste (172IR, 545aIR, PO: 341), nobeda (343IR, 895IR), cristiandá (413IR), felicida (201IR), carida (481C, 560C). Sin embargo, es de notar que las palabras de uso más frecuente alternan en las variantes de este rasgo en el mismo documento, felicida/ boluntad (1104IR), a veces incluso con una misma palabra: nobeda/nobedad (482IR), berda/verdad (251IR). Curioso es un caso que se presenta en un único escribiente del conjunto, Manuel García, quien escribe desde Rosario al padre Donati pidiendo por la liberación de algunos cautivos, y transforma en varias palabras la -d final en -z: libertaz, edaz, amistaz (428C), transformación de antigua data en el español. Sin embargo, insistimos en que, aunque llamativo, se trata de un único caso, y solamente nos interesa dejarlo consignado aquí como curiosidad. La alternancia o trueque entre /d/ ~ /l/ se debería además de a la equivalencia acústica, a la confusión derivada del prefijo ad-/al- (Tiscornia 1930: 61): almitir (336aIR, 1071IR). Entre las conservaciones del español antiguo en que algunos estudiosos han fijado su atención podemos contar también el adverbio onde (459IR, PO: 340) y la forma contracta desque (332IR).

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4.2.1.2.3. Las bilabiales: —los grafemas y Pese al poligrafismo y frecuente confusión entre v y b en los documentos de todos los sociolectos, nada indica que se mantuviera algún resto de la distinción entre ambos fonemas (Sánchez Méndez 2003: 240s.). A diferencia de lo que ocurre con la sonorización en el trueque /g/ ~ /k/, que cuenta con varios ejemplos, la metátesis ojepto (362C) señala antes un caso de ultracorrección del grupo consonántico culto que una pérdida de sonoridad del fonema /b/. Se presenta, como ya se mencionó, refuerzo velar de la bilabial inicial en guelles (313aIR), por acción de la semiconsonante. El grupo consonantico -sb- deviene en -sf-, como en resfaló (Baigorria 2004: 149), o en -f- con pérdida de la sibilante, como se asevera en estudios sobre la lengua de la gauchesca (caso por ejemplo, del poema gauchesco “La refalosa”, de Hilario Ascasubi), y existe todavía en variedades populares en la actualidad; no se encontró sin embargo en este corpus epistolar ni en la literatura de frontera que consultamos. 4.2.1.2.4. Las sibilantes: las grafías , , , El caos generalizado en la grafía de los fonemas sibilantes es, como ya vimos, indicio de un seseo generalizado en la región. Tomemos como ejemplo el caso de los numerales: sinco (283IR), ceis (605IR), ciete (294IR), dies (560C), beinte sinco (862IR), sien (502C). Muchas palabras se atienen por cierto a las reglas ortográficas y siguen una grafía diferenciadora, especialmente entre los autores con mayor formación escolar. Sin embargo, incluso las palabras más frecuentes y cotidianas están sometidas a variación constante en su escritura, también entre los autores más cultos. Para no fatigar al lector con demasiados ejemplos, nos limitamos a ofrecer a continuación las variaciones escriturales del verbo “hacer” y sus conjugaciones: haser (223IR, 848C), aser (303IR, 769IR), a ser (1001IR), hacer (560C, 906M), hasser, asiendo (219IR), hase (223IR, 530C), ase (219IR), asi (251IR), á se (552IR), aseles (824IR), hise (322IR, 1160bM), hice (1023M), hiso (624IR, 988M), isimos (135IR), asiendolos (482IR), hiciese (1160bM), ysiera (285IR), hisiera, hisieran (530C). Pero no solamente el fonema /θ/ con sus grafías y y el fonema /s/ se encuentran afectados, también el sonido /cs/ o /gs/ correspondiente a

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la grafía , y , que consideramos aquí y no entre los grupos consonánticos cultos, experimenta numerosas variaciones: espuesto (104M, 473IR, 753C), esponiendo (763M), esplicaze (607IR), esplicar (192M), esplicando (523C), esplorando (730bM), estrabiado (604IR), escusarse (262M), espresa (284IR, 763M), estenzo (459IR), pretesto (292IR, 763M), espedición (738M), ausilio (259O), feliz Castillo (862IR), exsija (176C), exciste (439C, 445M), heciste (506IR), ecepcion, ecepcionales (763M), aflicion (192M), protesion (381C). Se puede incluir aquí a cartas escritas en Salinas Grandes posiblemente por un mismo lenguaraz de origen araucano, Bernardo Namuncurá, quien escribe: satisfacion (PO: 564), Enselencia (PO: 505), y la poligrafía de la misma palabra en una carta: Egselentisimo, Escelentisimo, Eselentisimo (PO: 526); la pronunciación, y a la vez el desgaste semántico de la voz, se aprecia en que el mismo lenguaraz junto a escelentisimo emplea suselencia para dirigirse al ministro de Guerra y Marina, Martín de Gaínza (PO: 508); en Baigorria (2006: 72) se lee asedió por “accedió”. Como se observa en el título escursión, Mansilla (1877) escribe sistemáticamente y de manera consciente , , y donde corresponde el grafema , por ejemplo esprofeso (§47), aunque también allí se observan variaciones como escesos (§35) y exsesos (§47). Esta escritura es considerada en la actualidad como un error y sistemáticamente corregida en todas las ediciones modernas, por tal razón es preferible trabajar con el testimonio de las primeras ediciones del texto que no han sido modernizadas. En cambio, no encontramos en el corpus de documentos rastros de la vocalización del grupo que los análisis de la gauchesca destacan más allá de exixtencia (541C), que se prestaría tal vez para una interpretación semejante de presentarse en mayor número—, sino solo de simplificación (Tiscornia 1930: 71s.). En posición final el sonido /s/ tiende con frecuencia a aspirarse o perderse completamente. Así ocurre en nombres propios como Moize (294IR), Marco (154IR, V. APÉNDICE), Sanche (140IR), con los topónimos Entre Rio (192M) y Totorita (232M), con los adverbios: lejo (180C), ante (140IR), entonse (154IR, V. APÉNDICE), meno (841IR) y el sustantivo be (= vez) (895IR), los numerales sei (416IR) y dosciento (PO: 402), en verbos como estabamo (714IR), tubimo (294IR) o el pronombre personal nosotro (332IR). Como se deduce de los ejemplos citados, en mayor o menor medida todas las variedades están representadas, no solamente las más bajas, como quería creer Mansilla. En los siguientes casos se pierde /s/ en posición implosiva de final de sílaba precediendo a /f/,

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como ya lo notaban los análisis de la lengua de la literatura gauchesca, en palabras tales como difrutando (520IR, 893IR), pero también precediendo a /l/, en tralado (PO: 505), a /t/ en Catilla (410IR), a /k/ en Fransico (931IR) y a /d/, en dedicha (320M). Hay casos en los que se presentan dos fenómenos simultáneamente: por un lado, la unión de vocales iguales, que ya se vio más arriba, y, por otro, la caída de /-s/ en posición implosiva precediendo a t, donde tanilado (303IR) por “donde Estanislao” y a c, en me cribe (435C) por “me escribe”. La caída de -s- ha sido atribuida en ocasiones a la influencia del sustrato mapuche, lengua donde no existe el fonema /s/. De las fuentes de la literatura de frontera se puede mencionar a manera de ejemplo las voces achúcar (Mansilla 1877: §53) y chumpiru (Malvestitti 2010: 65), que reproducen la pronunciación /š/, como adaptación fonológica de la /s/ en el préstamo al mapuche de las palabras castellanas “azúcar” y “sombrero”. Sin embargo, sería necesario analizar más ejemplos, y no solamente de préstamos léxicos al mapuche. Nos extendemos un poco más sobre el asunto en el excursus sobre el español de los hablantes de la etnia mapuche en la actualidad. La lengua es un sistema y los cambios en un nivel repercuten en mayor o menor medida en los otros. La caída de /-s/ en posición implosiva tiene consecuencias directas en otros niveles lingüísticos, como se puede mostrar en las frases hase unos año (124IR), por una circunstancias (192M), lo de mimando (294IR), tres cuero (294IR), donde se ve afectada la congruencia de número en la frase nominal, o bien, en el sistema de pronombres personales, como ocurre con lo aecho (294IR), así como en el sistema verbal, por ejemplo tubimo (294IR), aunque aquí no se generan casos de ambigüedad. Pero volveremos sobre el tema más adelante, al ocuparnos de la morfología verbal y nominal. La frecuencia de la caída de /s/ en distintas posiciones, el hecho de presentarse sobre todo en los autores menos cultos, aunque también entre autores con mayor formación escolar, además de que se encuentra en escribas a uno y otro lado de la frontera, deja pensar que se trata, en todo caso, de un fenómeno de convergencia. Por un lado, es un fonema que no existe en el mapuche y habría dejado sus huellas en las variedades resultantes del contacto; la caída de /s/ implosiva era también un fenómeno extendido en las variedades populares de la Pampa y alcanzaba hasta las variedades más cultas. Sin embargo, como se vio en el capítulo anterior, se trataba de un rasgo estigmatizado que un observador culto como Mansilla restringía erróneamente al habla de negros e indios.

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4.2.1.2.5. El yeísmo: las grafías / El yeísmo, es decir la confusión entre /y/ y /λ/ en la pronunciación, parece haber sido general; esta confusión que se manifiesta en la escritura en la vacilación permanente en las grafías y , contaba con difusión en todos los estratos sociales, aunque resulta más manifiesta en las cartas de los autores menos cultos. Si nos concentramos en las cartas provenientes de las tolderías de indígenas y refugiados por ser las menos sujetas a la influencia de la norma escrita al provenir de hablantes semialfabetizados, y tomamos el caso paradigmático de las cartas del indígena Martín López, lenguaraz y escriba del cacique Epugner Rosas, salvo en los pronombres personales, este parece evitar el uso de la y preferir casi siempre , como se observa en verbos como se aya, yevaran (931IR), yegar, baya (1001IR). Presentamos a continuación algunos casos representativos de la vacilación en la escritura y de coincidencia y divergencia con la norma ortográfica ordenados por tipos de palabras y eligiendo las de uso más frecuente; al mismo tiempo, a través de los ejemplos se puede apreciar el mayor nivel de variación en las variedades populares: verbos: balla (133IR, V. APÉNDICE), valla (214C) y baya (448IR, 534C); yegue (172IR) y yege (1071IR); yama (560C) yame (530C) y yamado (136IR); se haya (135IR) se halla, me hayo (224IR); ynflulla (412IR), llebando (294IR) y yebaron (560C); alludar, desayudar (257aIR), alludo, alluda (219IR), hallude (714IR), alludasen, allude (769IR) y hayudar, hayudarme (832IR); sustantivos: mallo (409IR) y mayo (416IR); mallor (278IR) y mayor (136IR); lleguas (939IR) y yeguas (259O, 262M); bueyes (292IR), buelles (278IR) y guelles (313aIR); llerva (322IR), llerba (373IR) y yerba (467M); tobiyo (214C), billa (294IR), llerno (293IR), tocallo (219IR); nombres propios: Aveyaneda (584bIR), Allala (541C), Gayardo, Carvayo (294IR), Cabayero (534C); pronombres personales: llo (584bIR), lló (261IR, V. APÉNDICE) y yó (506IR); eya (560C) y ellos (1001IR); deícticos: ya (=allá) (219IR), llá (493IR) y lla (277IR, 362C) y posesivos: sulla (780IR), suyo (117o, 233C, 445M) y suya (104M); culla (780IR), cullo (284IR), cuyo (330C) y cuya (445M).

La elección de o en la escritura parece obedecer, pues, a la presión de la norma ortográfica, que ocasiona numerosas vacilaciones e hipercorrecciones, como tralliendo (1030M). Otro caso de hipercorrección en la escritura

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que encubre una pronunciación yeísta en el mismo verbo, pero a otro nivel social, es traillan (163IR). Más interesante y clave para entender el yeísmo en esta región es la gran cantidad de casos inequívocos en que /y/ se vocaliza, ya que en estos casos se puede excluir la presión de la norma como explicación de la variación en la escritura; por el contrario, nos encontraríamos en este caso con una versión próxima a la auténtica pronunciación de este fonema en el habla según se observa en numerosos ejemplos provenientes de todos los grupos sociales: Via de Mersedes (216aC), Juan Biarreal (702IR, V. APÉNDICE), bueies (172IR), aiuda (172IR, 197IR), anteahier (288M), Ahier (354M), Celso Cavaliero (287M), influia (733M), estas dos últimas por los sacerdotes José María Gallo y el misionero cordobés Moisés Álvarez. En una frase como tan pronto yegue yran todos los chasques (172IR) se puede ver que el sonido vocálico que subyace a “yegue”, es similar al que representa la escritura de “yran”. Otro ejemplo, más convincente aún, es el reemplazo de la conjunción “y” por “e” en rescatar a un hijo e yo se lo recomiendo (288M), ya que es un claro indicio de que el autor evita intencionalmente una equiparación de sonidos del tipo “y yo” = /i-io/. 4.2.1.2.6. Las líquidas: y Entre los sociolectos más bajos, la pérdida de -r en posición final no es infrecuente cuando la palabra lleva acento oxítono: adease (= ha de hacer) (303IR), perde (769IR), y ba a conpra (883IR), ve (895IR), en virtud de hayame dispuesto amandar Comicion (584bIR). Pérdida de -r- intermedia se presenta en las formas contractas pa (= para) (232M, 257aIR), pe (= pero) (294IR). En un documento (104M) se lee: (...) por tanto he creido de mi deber como Prefecto de este Colegio de Misioneros, aprovechar de la propicia ocasion que se me presenta en la Comision que manda a Ud. el Señor Coronel Lopez pa tratar de paz. Con esta me dirigo a Ud pa ofrecermele yo con algunos otros Padres a fin de llenar y satisfacer nuestros deseos de ser verdaderos y amorosos Padres pa Ud.y pa toda su gente.

Se trata de una carta del misionero italiano Marcos Donati dirigida a Mariano Rosas; pa es usado de forma sistemática, pero no ocurre así en otras cartas posteriores del mismo autor hacia otros destinatarios y hacia el mismo cacique, como sería el caso de tratarse de una simple abreviatura. Esto se

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explica o bien por un —llamémoslo así— “descenso de nivel” del sacerdote intentando entablar contacto y ganarse la confianza del cacique ranquel, o bien por un avance posterior en el aprendizaje de la norma del español por parte del sacerdote, cuyos principales aprendizajes del español habrían sido sobre todo en el trato cotidiano con los habitantes de estas regiones. La alternancia /r/ ~ /l/, como en Altemio (435C), sul (841IR), y la neutralización de /r/ en el contexto inmediato a /l/, también llamada neutralización lambdacista, frecuente en la lengua gauchesca como señala Moure (2010b: 226), se observa en los verbos abularse (283IR), tenlos (= tenerlos) (172IR), aseles (= hacerles) (824IR), así como en un colo lindo (283IR); mientras que, al revés, la neutralización rotacista que observan este mismo y otros autores, no se presenta en los documentos que analizamos. Una neutralización de /r/ frente a /s/ se presenta, en cambio, en conbertice y dejarce (233C). En tigueño (287M) y tallendo (780IR), se pierde la r en el grupo consonántico tr, pérdida que, según autores como Eleuterio Tiscornia o, antes de él, Rodolfo Lenz en su tesis araucanista sobre el español del Chile, tendería en realidad a asibilarse. El fonema /r/ es susceptible de tomar parte con mayor frecuencia que otros fonemas en fenómenos de metátesis, como se observa a la luz de porceder (523C) y redotó (Baigorria 2006: 45). Abundan los ejemplos en cartas provenientes de las tolderías de casos en que se usa r simple por rr doble y viceversa. Este, sin embargo, parece ser un ejemplo de la vigencia de la ortografía chilena o, al menos, del poligrafismo que la misma intentaba solucionar: rrecivo (584bIR), haregle (135IR), aburido (293IR), corijiendolos, yeros (303IR). 4.2.1.2.7. El grafema Por tratarse de una letra “muda”, su presencia o ausencia es ante todo un problema puramente grafemático, es decir, más un testimonio de la relación de los individuos que la emplean frente a la norma ortográfica que un problema fonético que pudiera verse reflejado en la escritura (Elizaincín et al. 1998). Así se puede observar en casos como hesa (124IR), harreglaba (219IR), haorro (381C), haofrecer (445M), hiba (262M), que incluyen la letra de forma impropia, por un lado, y, por otro, en casos de eliminación también impropia de esta letra, como en erramientas (293IR), umilde (124IR), abla (653IR), por

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citar solamente algunos pocos de los numerosos ejemplos en las cartas y los textos de la frontera. Cuando la norma pierde peso entre los autores semicultos emergen muestras de la pronunciación real, como en el reforzamiento velar del diptongo we en guerfanos (481C). Sin embargo, como ha sido señalado más arriba al hablar de los fenómenos vocálicos, la h funciona a veces para remarcar la separación entre palabras que en la pronunciación deben de haberse juntado, dando lugar así a casos de hipercorrección como de hesa (261IR), dehello (653IR), nohostante (928IR), es decir, conjuntos de vocales que tienden sistemáticamente a simplificarse en el habla pero en la escritura se separan mediante la introducción de esta letra; aunque también entre vocales de distintas palabras que tienden a formar diptongo, como la hida del hijo (163IR), para hir (154IR, V. APÉNDICE), o que se puede suponer que lo forman en la pronunciación mediante el cierre de una de las vocales abiertas, como en me hayude (PO: 578). La escritura de fierro por “hierro” (Avendaño 2000: 116), al igual que en el título del famoso poema de José Hernández (1872/1878), es una conservación del español antiguo (Sánchez Méndez 2003: 245) que no halla correlato en el sistema. El verbo “juir” es resultado de la aspiración de la h: ajuyido (459IR) (Page 1897: 63; Tiscornia 1930: 58s.). 4.2.1.2.8. Las nasales: las grafías , , Entre las nasales se encuentran varios casos de epéntesis: grancia (= gracia) (124IR), finciones (192M), cuantro (251IR), donde se produce una nasalización antes de /s/ y de /t/. La unión de dos nasales, en el interior de una palabra o entre palabras, opera una reducción de una de ellas, generalmente la n, como ya fue observado en la lengua de la gauchesca a la luz de “imenso” y se puede deducir de un único ejemplo en el conjunto de cartas: cimas (= sin más) (294IR). Existen también casos de palatalización de /n/ que acompañan un cambio de acento en conpaña (692IR), compaña (540C) por acción de la semiconsonante, frente a otros ejemplos donde, al contrario, se podría considerar una despalatalización de /ñ/, como en panuelo (224IR), penaloza (261IR, V. APÉNDICE), pano (PO: 339) y acompanar (589IR); queda sin embargo abierta la cuestión de si en casos como compania (895IR) con conservación de la semiconsonante ocurre un cambio de acento o no.

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En las variedades más populares, la /n/ se pierde en ocasiones en contacto especialmente con /s/, /d/ y /b/: Tracito (278IR), consecuecia (412IR), bergozozo (558bIR), anuciando (742O), Fracisco (1001IR), cosidere (1071IR), setimientos (827C), madara (301IR), bidido (= vendido) (283IR), cuando dubo Usted (= anduvo), los cristiano se cuentra con guera (332IR), ivadir (PO: 339). La adición de -n al final de palabra, si bien se encuentra solamente en verbos, como señala Tiscornia (1930: 82), no parece tener que ver tanto con la repetición del morfema de plural, sino antes con una simple metátesis: entrengan (322IR), dignandonce (841IR). Otro caso de metátesis se puede leer en Cansoillo (283IR) por “calzoncillo”. 4.2.1.2.9. Los grupos cultos La simplificación de grupos consonánticos en cultismos tomados del latín (Sánchez Méndez 2003: 264s.) es un fenómeno de lo más frecuente y se observa una tendencia general a su no realización; así ocurre con: -bs- > -s-: osequios (124IR), nostante (465C), nohostante (928IR), ostina (711M); -pt- > -t-: estuando (= exceptuando) (257aIR), asetado (257aIR, 293IR); -ct- > -t-: vitimas (493IR), con rrespeto ala dadiba, con rrespeto alas lleguas (284IR), rrespeto (261IR, V. APÉNDICE), respeto (288M, 445M), atualidad (PO: 564), caraterisados (PO: 565); -gn- > -n-: ynoro, innorancia (589IR), inoro (154IR, V. APÉNDICE), inora (1071IR), indinamente (303IR), asina (284IR), acinado (457C); -ns- + cons.: Costitucion (104M), costernacion (180C), ambos casos de sacerdotes italianos; -ns- + vocal: cosecucion (535C), cosidere (1071IR).

Nótese sin embargo que el medio de la escritura favorece que la presión de la norma ortográfica se manifieste provocando casos de hipercorrección y hace que, aunque pueda parecer contradictorio, este fenómeno se presente con mayor frecuencia que otros entre los sociolectos con un mayor nivel escolar; la hipercorrección consiste en este caso en “reinstalar” la consonante del grupo culto que no corresponde, ojepto (362C), adoctar (539C), adtitud (928IR), o

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introducirlos en palabras que no llevan ninguno: complecta (216aC), respecto (412IR, PO: 577) en lugar de “respeto”, así como en respectado (137IR), respectuosamente (501C) y respectable (736C), cauptiva (327M), Dignero (445M), a toda consta (261IR), el trabajo que aconstado (607IR) y constar caro (738M). Aunque los estudiosos insisten con frecuencia en este rasgo, en las fuentes de la literatura de frontera, tan solo Lucio V. Mansilla (1877: §9) señala como característico de las variedades rústicas la vocalización del grupo -ct-, cuando afirma: El rumbo sur recto, o reuto, como dicen los paisanos. Los autores que han tratado el tema coinciden en señalar que generalmente es el primer elemento del grupo el eliminado; las únicas excepciones serían la reducción de -mb- a -m- en “tamién”, que el mismo José Hernández corrige en una edición posterior del Martín Fierro (Lois 2003), y una palabra como “Magdalena” que contiene el poco frecuente grupo -gd-, que daría por resultado tanto “Magalena” como “Madalena” (Page 1897: 65; Tiscornia 1930: 74-75). 4.2.1.2.10. Otros fenómenos consonánticos No solamente hay eliminación de /d/, sino también casos de prótesis, como el verbo “dentrar”, una analogía del adverbio “dentro” (Tiscornia 1930: 79), de carácter general en las variedades populares: dentrar (294IR), vamos adentrar (PO: 508), dentro (219IR), dentre (692IR), abiamos dentrado (PO: 506), dentrando (473IR); así como incoporación epentética en armonida (303IR) y bido (= vio) (714IR), este último una conservación del español antiguo. Una -d- epentética se presenta también en Badia Blanca (PO: 565). En las memorias de Manuel Baigorria se puede leer en dos oportunidades la metátesis recíproca: redotó (2006: 45) y redotado (46) por “derrotó” y “derrotado”; otra metátesis simple es resertar por “desertar”, que aparece en el fragmento citado arriba de Prado (1960: 58); José Hernández elimina en una edición posterior un “redepente” que aparecía en la edición príncipe (Castro 2007: 99), acaso por no considerarlo ya tan característico del habla gauchesca. La -r- se ve también involucrada en la voz brebaje en lugar de beberaje, que se repite sin embargo algunas líneas más adelante en su forma correcta (Baigorria 2006: 80).

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4.2.2 Morfosintaxis En el nivel morfosintáctico presentaremos como resulta usual primero la morfología verbal (voz, tiempos y modos, formas infinitas), a continuación algunos puntos observables de la morfosintaxis de la frase nominal y de partículas y palabras gramaticales junto con algunas funciones lingüísticas que atraviesan distintas clases de palabras como la negación y las construcciones comparativas y superlativas, y para terminar algunos puntos de interes más puramente sintáctico, tales como cuestiones de la estructura de la frase, la congruencia entre elementos interoracionales y la coordinación y subordinación entre oraciones. 4.2.2.1. Morfología verbal 4.2.2.1.1. Los tiempos del indicativo 4.2.2.1.1.1. El presente La conjugación en presente de algunos verbos presenta alteraciones vocales en la elisión de la -e final en me pares que (322IR), posible analogía con la forma arcaica, si bien vigente hasta la actualidad en variedades subestándar, diz que (519M), diz (603M). La conjugación de verbos irregulares se ve afectada en su raíz también por la acción de la analogía con el infinitivo, como en el caso de aprova, desaprova (545aIR), y, al contrario, la diptongación de vocales en conjugaciones regulares es arrastrada por acción de la analogía con otras personas del mismo paradigma de conjugación, como se observa en encuentramos (416IR). También de larga data es la concurrencia entre los verbos “hacer” y “haber” en la construcción temporal espedicion que ha días regresó (231M), en la que el impersonal “ha”, a diferencia de pocas noches ha (1030M), se presenta en lugar de “hace” en posición antecedente; aunque, según refiere Tiscornia (1930: 220), el caso más general entre los paisanos, sin embargo, era que se presentase por partida doble con la forma redundante con que se la puede hallar en el corpus de cartas y en la literatura de frontera: hase bastante tiempo a que me fui (530C), el nuestro hace tiempo ha que desapareció, Todos estos hace más de dos años ha que no forman (Baigorria 2006: 73, 160). Otro ejemplo

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en pretérito imperfecto muestra más claramente el carácter fosilizado de esta construcción: ya hacía cinco días ha que estaba en aquella ciudad (Baigorria 2006: 162). Según explica Rufino Cuervo comentando la exposición que hiciera Bello del fenómeno, la construcción se presentaba ya en el español preclásico y consiste en una contaminación entre la construcción temporal “hace tiempo” con el verbo “hacer” y la forma más literaria o anticuada “tiempo ha” dependiente del valor de “haber” como verbo transitivo equivalente a “tener”5. 4.2.2.1.1.2. El pretérito perfecto Más allá de que “haber” pueda funcionar todavía ocasionalmente como verbo transitivo con significado parecido a “tener”, y se presente también en perífrasis modales de infinitivo, la función eminente de este verbo es la de auxiliar en la construcción de tiempos compuestos, en especial del pretérito perfecto, un tiempo de mayor uso en estos territorios entonces que en la actualidad. El concepto de polimorfismo es válido para explicar aquí la multiplicidad de formas en la conjugación que poseía este verbo en el habla y que encuentran en cartas de autores semicultos acceso a la escritura. Tal multiplicidad de formas se manifiesta en especial en las 1.ª persona singular, por tratarse obviamente de cartas redactadas por un emisor singular y dirigidas a un receptor concreto como es lo usual en el género; en muchas cartas alternan la forma general de la conjugación de “haber” en he, junto a hei, hai así como las formas hi y ha. Como se puede observar en los ejemplos, la elección hei o hi parece obedecer, en primer lugar, al hecho muy probable de que quien escribe estas cartas es Bernardo Namuncurá, “indio ladino, educado en Chile y secretario de Calfucurá” (Barros 1957: 80), hablante de una variedad de contacto a la que se puede atribuir este empleo, ya que no se encuentran ejemplos del mismo tipo en cartas de otros autores; en segundo término, a razones fonéticas, correspondiendo la forma hei al caso en que el participio comienza con consonante, y la forma hi, muchas veces (aunque no siempre), cuando el participio comienza con vocal:

5 Nota § 104 de Rufino Cuervo a la Gramática de Andrés Bello (1951). Véase Tiscornia 1930: 220s. Fontanella de Weinberg 1987a: 106s., señala que si en la primera mitad del siglo XIX todavía se hallaban algunos ejemplos de usos de “haber” como verbo transitivo, especialmente en locuciones fijas, en la segunda mitad ya se encontraba en franco proceso de desaparición.

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hebisto (140IR), he demorado (172IR), quelló hecido quien los helicenciado (493IR), hecreydo, nohemirado ynconbenientes (607IR); hai hecho, hai de consentir (172IR), hai tenido (172IR, 172IR), hai perdido (217IR), ai bidido (283IR), hai pensado (294IR), hai estado (303IR), hai resebido (333IR, V. APÉNDICE), hai sabido (692IR), hay avido (344IR), hai mandado, hai acabao, hai dicho (862IR), hai escrito (883IR); ey quebrantado (PO: 506), ey tenido, ey qebrantado, ey peliado (PO: 508), ey bisto (PO: 527); yo me y comprometido, yo no y mando a esto Indio (163IR); y estado (293IR), istado (493IR), y allado (435C), y despreciado (622IR), me idestituido (1001IR), yo ibuelto alos indios (1039IR); yo lo ade resibir bien (217IR), no me demoren la comicion que asabido que allí seles estan perdiendo y muriendo los caballos (344IR)

Puede verse la explicación que da Tiscornia de estas formas entre los verbos irregulares en el capítulo anterior. Exceptuando el único caso de Mora se ai presentado (457C), es decir, en tercera persona, todas las demás son, como ya dijimos, para la primera persona del singular. En las demás personas la conjugación del auxiliar “haber” se mantiene en general dentro de la norma: á llegado, ha traido (293IR), me ha escrito (598C), lea dicho (560C), cuando Ud. a venido se apodido, aprecenciado (607IR), quelló soi servidor de todos los pequeños malones que an avido (493IR). Solo se presenta, y hasta cierto punto, variación en la primera persona del plural entre, por un lado, “hemos”, como en hemos ablado (135IR), hemos conseguido (763M), nos hemos de favorecer (192M), hemos de tener (PO: 346), nos emos del mantener (PO: 527), y, por el otro, el ya arcaico “habemos”: no abimos de almitir (336aIR). La variación entre una y otra forma parece ser de orden diastrático, siendo la primera, además la más frecuente, el tipo estándar, y la segunda, “habemos”, un uso vulgar que solo raramente encontraría acceso a la escritura, aunque no por ello podemos decir que fuera infrecuente, o que acaso existiera en alguna variabilidad dialectal que no podemos rastrear con más exactitud mediante este corpus. En cuanto a la pronunciación de las distintas conjugaciones del perfecto, se aprecia con cierta frecuencia la sinalefa de vocales semejantes que ya presentamos entre los fenómenos vocálicos; así ocurre en le mandado (261IR, V. APÉNDICE) y sea segurado (140IR). El pretérito perfecto es uno de los tiempos que, junto al presente, se emplea con más asiduidad. El significado más extendido remite a un acontecimiento pasado que alcanza hasta el presente:

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nos prometió que el Gobierno nos daria tierras en que vivir (...) y asta el presente nada se los á cumplido (552IR); le diré que ha estado y estara bien atendido (592O).

Así como también usos que manifiestan una aspectualidad perfectiva: yo deseo entrar en los arreglos de paz, pero el Superior Gobierno d. Nicolás Avellaneda y Sr. Ministro D. Adolfo Alsina han variado (832IR).

Esta amplitud del uso del pretérito perfecto que abarca valores perfectivos e imperfectivos provocaría que el empleo del perfecto se extienda también sobre usos reservados generalmente al imperfecto y al indefinido: se han llevado casi todas las vacas y caballo que ha habido (738M). Se presenta un caso de contaminación entre el perfecto y el indefinido en: le hai agradeci que le haiga hecho presente (336aIR), poniendo de manifiesto la duda del escribiente. En cuanto a la sintaxis de este y otros tiempos compuestos, se admite en ocasiones la inclusión de partículas entre los dos componentes verbales, como en he siempre travajado (PO: 338) y si usted no hubiese benido yo no habría quizas aceptado (611IR), aunque esto no parece ser muy frecuente. Si bien más allá del polimorfismo no se puede poner en duda la estabilidad de estas formas en tanto auxiliares verbales, producto del proceso de gramaticalización que llevaría a la auxiliarización de “haber”, se observan dos casos en los que se presenta congruencia de género y número entre el auxiliar “haber” y el objeto o el sujeto de la oración, en Estos indios han sembrada ya las de mas posibilidad (694M), ellos ce me han ofrecidos (PO: 339). Los casos, sin embargo, son pocos y no alcanzan para arribar a una interpretación más clara. Se trata acaso de una contaminación con la perífrasis verbal perfectiva que reemplaza con no poca frecuencia el uso del perfecto con el auxiliar “haber” recurriendo a “tener”, como en el Sueldo que el Gobierno Nacional me tiene acinado (457C); pero precisamente por la congruencia de género y número del participio con el objeto, como se aprecia en su hija lla la tenimos conseguida (285IR), tengo todas mis tribus bien tranquilizadas (PO: 339), preferimos considerar la construcción más en detalle en el apartado dedicado a las perífrasis verbales.

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4.2.2.1.1.3. El pretérito indefinido Entre las formas del indefinido se encuentran conservaciones del viejo español entre autores semicultos: usted bido muy bien lo que padecimo (714IR), me bide co el Sor. Comandante (1001IR), cuando lo truge me lo pide (277IR), conjugaciones todas que también se pueden encontrar en sus formas modernas, como vi (262M) y traje (456O, 535C). Entre las formas plurales de este mismo verbo se presenta también la diptongación trajieron (192M) en convivencia con la forma estándar trajeron (163IR). En una carta de 1863 que no forma parte del corpus recopilado por Marcela Tamagnini, pero cabe en el conjunto por coincidencia de lugar y tiempo, el entonces comandante interino de la guarnición de Río Cuarto, Doroteo González, emplea la forma introducio. También se puede considerar aquí la forma tenímos (714IR), habiéndose expresado el escribiente del cacique Baigorrita en la misma carta con tubimo. Las formas débiles que siguen un patrón de conjugación regular, introducio y tenímos, se conforman por acción de la analogía sobre las formas irregulares del indefinido6 y son empleadas en lugar de las formas fuertes “introdujo” y “tuvimos”. La caída de -s final afecta también algunas formas de este tiempo verbal, como en el caso de trabajamo y padecimo (714IR) y de tubimo (714IR). 4.2.2.1.1.4. El futuro En lo que concierne a la expresión del futuro se observa una alternancia en el inventario entre formas de futuro analítico construidas con IR + a + VERBO por un lado, como en: boy a escribir (277IR), boy mandar (894IR), yo bia mandar (416IR), van á venir (PO: 354), en las que el clítico “se” tanto precede como está pospuesto: ba a berse (294IR), se ban aser, se ba arreglar (611IR); y las formas sintéticas del futuro, por otro, como: sabrá, esplicaré (257aIR), tendre, seremos (303IR), tomará, dirigirá, agradeceré (439C), aré, compensará (450aC), tendremos (523C), contestarán (PO: 354). En cuanto a la variación de formas merecen destacarse en primer lugar bia mandar (416IR), donde cae la -o- de “voy”, un fenómeno de lo más frecuente 6 Cit. en Tamagnini 2007: 35. También en el imperfecto se presenta los indios se indujían (Baigorria 2006: 125), por analogía con otras conjugaciones del paradigma: “indujo”, “indujeron”, etc. Baigorria quiso escribir probablemente “deducían”.

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en la variedades populares de Córdoba en la actualidad y, en segundo término, la inserción de una vocal epentética en sabira (332IR). Ejemplos de este tipo nos remiten al origen del futuro sintético construido con INF. + “haber” conjugado del tipo “saber ha”, construcción que con el correr del tiempo se había fusionado mediante un proceso de gramaticalización que transformó al verbo conjugado “haber” en morfema verbal y al infinitivo en raíz de la palabra. El caso no es traído a colación gratuitamente, ya que junto a las formas analíticas y sintéticas del futuro se presenta con considerable frecuencia la perífrasis HABER + de + INF., que antepone al infinitivo la forma conjugada de “haber” y vincula ambos elementos mediante la preposición “de”: me hade alludar (140IR), hadecer (493IR), he de marchar (711M), una construcción en la que se presentan combinados valores modales de obligación y el significado de futuridad, no pudiéndose siempre decidir de cuál se trata en cada caso. Dado que esta construcción posee esta complejidad semántica como rasgo distintivo, nos ocuparemos de ella un poco más detenidamente al tratar las perífrasis verbales de infinitivo. Al contrario de lo que ocurre con sabirá, se presenta modificado por analogía debríamos (451M), que elimina una vocal en la base. El tiempo futuro en su forma sintética también se emplea modalmente, en los distintos niveles de lengua, dibujando un arco que abarca distintos grados de certeza sobre un acontecimiento o un estado de cosas, desde la mera posibilidad hasta un alto grado de probabilidad. Así se observa en particular en construcciones encabezadas por verbos como “saber”, “creer” y “dudar” y sus negaciones, es decir “verbos que denotan suposición o percepción mental” (RAE 2010: 449) y que abren oraciones subordinadas con los verbos “ser” y “estar” en futuro: me dise que lo han Inbadido cuatro o cinco veses los yndios no dudo que así sera por el trastorno tan grande que habido (394IR). Tengo un ahijadito indio en el Cielo que bautizé en artículo mortis, creo que estará allí (497M).

De igual manera ocurre con otros verbos en el futuro compuesto o perfecto que integran también este “futuro de conjetura”: yo no se que le habran contestado (412IR). no sé si pagará al fin, se cree que habrá jugado la plata que debia traer (586M).

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4.2.2.1.2. El modo subjuntivo Los casos del presente de subjuntivo del verbo “haber” con -g- epentética son numerosos en los distintos sociolectos, pero especialmente en los más bajos: haiga (136IR, 598C), ahiga benido (332IR), haygamos (622IR), ayga (1071IR), haigan (Tratado 259O, 585IR), aiga pedido (PO: 339); algunos autores consideran esta situación como resultado de la acción de la analogía con otras formas de uso frecuente tales como “traiga” o “caiga”, también muy comunes en las cartas, y otros autores como una conservación del español antiguo. Por analogía con esta forma se presenta en una carta del cacique Calfucurá: no vaiga usted creer (PO: 339). En cambio, puede considerarse como una conservación el subjuntivo presente de “dar”, me dea (506IR) empleado en una carta escrita en Leubucó. Sin embargo son más frecuentes aún, especialmente en las variedades más cultas, las formas prescritas por la norma lingüística: no sé lo que haya (252M), me haya echo (450aC), se haya de agraciar (541C), haya agarrado (569O), que haya mejores para cargar (Baigorria 2006: 175), la haya muerto (Avendaño 2000: 76), aunque en este caso no encontramos ejemplos de plurales. El yeísmo incide en la escritura de este verbo con -ll-, como en se halla (224IR), escrito por el refugiado y lenguaraz Hilarión Nicolay, oriundo de San Luis, quien también escribe en la misma carta el verbo “hallar” como me hayo. Aunque hay coexistencia en el pretérito del subjuntivo de las conjugaciones terminadas en -se y las terminadas en -ra, se puede hablar de una marcada superioridad numérica de las primeras; además, las formas en -ra son menos frecuentes en cartas provenientes de Tierra Adentro o escritas por personas de menor nivel escolar. Hemos referido ya sobre las circunstancias que rodearon la “excursión” a los indios ranqueles del Cnel. Lucio V. Mansilla. Existe en el Archivo del convento franciscano un relato del padre Donati del año 1871 explicando los antecedentes y el desarrollo de dicha expedición, en la que tomara parte. En este informe se puede leer el siguiente párrafo sintomático de la convivencia de formas subjuntivas en -ra y -se en el uso de un mismo autor, quien emplea en primera instancia “viniesen” y “tuviese” para, a continuación, recurrir a “volviera” y “tomara”: Entonces le contesté que para El era un paso muy peligroso, y le indiqué que pidiendo con disfraz a los indios un número de indios de importancia que viniesen en comisión, y consiguiéndolos los tubiese en los fortines entregados a la custodia de los Oficiales hasta que fuera a Tierra Adentro y volviera, tal vez nada sucedería; y

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que, sin embargo, cualquiera resolucion tomara para eso, yo le harria compañía en la ida y vuelta (192M).

Valga anotar aquí que el futuro del subjuntivo aparece bajo las formas hicieren (523C), en carta de Carmen Alustiza, madre de una cautiva, y viniere (648M), fuere (763M) y cuanto mas lejos estuvieren los indios (235M), en cartas personales del misionero Moysés Álvarez y del mismo junto a otros miembros del Discretorio en Río Cuarto; es decir, en ambos extremos del espectro sociocultural y las variedades lingüísticas que se pueden identificar con los mismos. Las otras expresiones donde aparece el futuro del subjuntivo tienen, antes bien, carácter formulesco: conseguirla cueste lo que costare (369aC), y en Santiago Avendaño (2000: 109, 97), quien escribe sucediere y sean como fueren; esta misma formula se repite con variaciones en otro contexto, pero recurriendo esta vez al indefinido: fuese cual fuese (481C). Como se puede observar, los ejemplos no son abundantes pero alcanzan para postular una cierta vitalidad todavía en el uso de este tiempo verbal ya entonces prácticamente desaparecido en otras variedades del español americano, al menos hasta que estudios sobre una base documental más amplia puedan matizar esta sugerencia. 4.2.2.1.3. El modo imperativo El empleo del modo imperativo está íntimamente ligado al tema de los modos de tratamiento y la cortesía. Si bien la función apelativa o conativa es propia de un género escrito como la carta que aspira a una reacción del receptor, moverlo a dar una respuesta, sea esta verbal o en forma de un acto concreto, al expresar el modo de dirigirse de un hablante a un receptor de forma demasiado directa, el imperativo no casa tan bien con el género epistolar, sino que por el contrario en el mismo se recurre generalmente a formas alternativas más corteses e indirectas para expresar una solicitud, un pedido o hasta una orden. Su presencia no abunda, pues, en la correspondencia del corpus, si acaso en algunas cartas de los sacerdotes y, sobre todo, en los telegramas de los militares, quienes mantienen un tono de mando aun ante quienes no son en teoría sus subordinados, como es el caso de los sacerdotes. El uso imperativo en los telegramas es en realidad la única característica de la “coloquialidad” que Marcela Tamagnini (2011: 19) advierte en las comunicaciones de los militares. Su empleo tiene sin embargo que ver, por un lado, con la entidad del emisor y su ambigua relación con los sacerdotes misioneros, cuya independencia o sumisión a la autoridad

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militar de los fuertes, en torno a los cuales habían instalado sus reducciones, constituye uno de los núcleos de tensión en las relaciones entre ambos actores de la frontera, y por otro lado, con el carácter conciso y poco favorable a los circunloquios corteses de un género como el telegrama. Se recurre al imperativo en las cartas de los sacerdotes, singular en Vela si viene y recaudala y tenda a bien avisarme (711M), y plural en Pensadlo bien y resolved (763M), y con especial frecuencia en los telegramas del Coronel Roca: Digame que hay que las comisiones de los indios no quieren esperar ni 8 dias para recibir el completo de las yeguas. Prometales que en adelante no sucederá que es culpa de los proveedores no del Gobierno (365O).

Si exceptuamos los ejemplos arriba mencionados, en general se usa el imperativo con la tercera persona de cortesía “usted”, como en á cuerdese (714IR), consultelo (895IR). En textos de la literatura de frontera como los de Baigorria o Avendaño, sin embargo, el uso del imperativo asume frecuentemente formas voseantes con reducción de -d. Así tenemos en los usos de la región, por un lado, la forma de respeto general “diga”, y por otro se presenta variación entre la segunda persona singular de tipo voseante, en decíle (Avendaño 2004: 45, 148), y la de tipo tuteante dime y Dímele (Baigorria 2006: 128, 96). Aunque resulta difícil establecer el estatus de una y otra forma en convivencia en la arquitectura lingüística de la región, podemos partir provisoriamente del hecho de que en Avendaño hay una mayor voluntad por respetar las formas coloquiales originales y reproducirlas buscando equivalentes o paralelos, como ya vimos más arriba al hablar de la traducción, por lo que la forma “decí” resultaría en principio más coloquial que “dí”. Otro par tuteante/voseante en el que contrastan los mismos autores se presenta en el verbo “hacer”, con haz (Baigorria 2006: 126) y hacélo (Avendaño 2004: 148). El tema requeriría sin embargo de investigaciones específicas sobre una base documental más amplia para llegar a resultados más ciertos. En lo que respecta a la sintaxis, la concurrencia entre formas voseantes y tuteantes se transforma en los hechos en una convivencia, ya que los autores recurren a unas y otras en un mismo texto y hasta en una misma frase. En el siguiente ejemplo tomado de Santiago Avendaño, las formas voseantes corresponden al imperativo (mirá), excepto en su forma negativa como es norma (no debes), mientras que en el indicativo y el subjuntivo prevalecen las formas tuteantes, aunque no de forma excluyente (decís junto a quieres, debes y las formas compartidas del subjuntivo quieras, andes, tengas):

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(...) debo aconsejarte que andes con más calma sobre este asunto. Decís que quieres deshacerte de un enemigo disimulado que, mientras aparentaba ser tu subalterno, se desligaba de vos desobedeciéndote. Será así. Será tu enemigo. Será lo que quieras. Peró mirá que para matar a un compañero tan antiguo, tan fiel, con quien has sufrido tanto, se precisa que para un acto semejante tengas causas muy graves. (...) No debes alterarte tanto. Yo opino que será bueno volver a llamarlo en mi nombre. Y si entonces no viene podrás hacer lo que te parezca (Avendaño 2004: 147).

Nótese sin embargo que el único pronombre de segunda persona que se emplea aquí es “vos”. También es característico en esta región el uso del indicativo con valor imperativo, pudiéndose atribuir este empleo a un efecto atenuador de la cortesía (a y b) o a cuestiones de estilo (c): a) Me hace la gracia de escribirme al conbento, el resultado de lo que le pido. (176C). b) Ud me hace la gracia de dar el rrecibo de la rracion que cele entregue (448IR). c) Tome tales caballos y se va volando a lo de Coliqueo y dígale a solas que no me mande los chasques hasta que yo le avise (Baigorria 2006: 175).

El uso del imperativo se ve atenuado también en el uso del subjuntivo y la introducción de los verbos propios del acto perlocutivo correspondiente, mediante “pedir”, “solicitar” o “esperar”: Mi padre espero de usted tambien me haga la gracia de hacerme la diligencia haber si me mandan lo que epedido... (268IR).

4.2.2.1.4. El modo condicional El modo condicional o potencial es definido tradicionalmente como un “futuro en el pasado”, es decir, es un tiempo relativo que representa “una situación posterior a otra pretérita” (RAE 2010: 449); su origen se remonta a la misma perífrasis que el pretérito perfecto: INFINITIVO + imperfecto de “haber”; por ello no extraña los vínculos que mantiene no solamente con el futuro, sino también con el imperfecto, que puede llegar a emplearse en su lugar: Creo que

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sería mejor propusiese Ud. la compra de la cautiva, que con suscripciones podiamos rescatarla (374O). El “futuro en el pasado” se presenta pues en el condicional (a) y en perífrasis similares (b y c): a) CONDICIONAL: que entonces nosolo senos aumentarian las raciones que me darian vacas obejas y nos ceñalarian campo donde podiamos cituarnos; juraron por ella que no faltarian a las propociciones (459IR); Llegaron pues a la toldería y ese fue uno de aquellos días solemnes que recordarían toda la vida (Avendaño 2004: 74). b) IR (en imperf.) + a + INF.: Lo salvó del golpe que debía recibir e iba a concluir con él (Avendaño 2000: 123). c) HABER (en imperf.) + de + INF.: yó les conteste que como no habia de estar triste siendo asi que apenas habia principiado mi comision yá tenia unos sucesos tan siniestros (262M).

Este modo verbal cumple la función de expresar la potencialidad o probabilidad de una acción o estado de cosas y se presenta con frecuencia en los hablantes de esta región en sus diversos niveles de lengua. Ofrecemos sin embargo solamente algunos ejemplos de cartas indígenas: al presente mas abria adquirido en mi pais (622IR). yo con mucho gusto lo alludaría pero hay esta dificultad si fuese que en Indios de mi mando existiesen le noticiaria y tambien haria lo pocible a fin que usted saliese bien en su comicion (268IR). nos prometió que el Gobierno nos daria tierras (552IR).

Como en el futuro, también existe un condicional de conjetura remarcado por adverbios de probabilidad en este caso: que cullo no estubiese cierto en esto que le ablo no me empeñaria por el (284IR). si usted no hubiese benido yo no habría quizas aceptado (611IR).

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4.2.2.1.5. La voz El uso de la voz pasiva con “ser” + PART. es muy frecuente, si bien se presenta menos en el presente, soi visitado por Linconao (450M), que en el pretérito indefinido, tiempo en el que no queda margen de ambigüedad sobre el carácter pasado y concluido del contenido: i yo ibuelto alos indios fui mandado del Comandante Moreno (1039IR), felis mente fue curado (233C), fue entregada (974C), su suegra esta mañana fue sacramentada (175M), fué cautivado (287M), ingresé y fui dado de alta en esta frontera (456O).

No son escasas, ni mucho menos, las formas con “se” acompañando a formas verbales activas en la construcción impersonal que se conoce como pasiva refleja, la cual se presenta con abundancia en los distintos tiempos verbales, mostrando como rasgo común la eliminación del agente y puesta en foco de una acción que se describe: para reunir los 5 cautibos que se pedian (220IR). mande donde tanilado Alfonso tratando de comprarle la cautiba mariquita que tantas beses meha recomendado y no se encontro este inbido (303IR). los que sean sometido de lenguarases (1071IR). Pues que se podría efectuar con unos pocos Indios espuestos de un momento por otro a sucumbir a la primera invasion? (232M). se cree que vendrá (713M).

La elisión del agente conlleva en algunos casos la no asunción de responsabilidad sobre la acción descrita, en a) y b); o bien evita una responsabilización del receptor del mensaje, en c): a) yo por mi parte hago cuanto esta amis alcanse por que se consiga; así que se consiga aser algun arreglo hare cuanto pueda (124IR). b) los Indios solo aguardan que se arreglen los tratados (140IR). c) los articulos qe. estaban en el tratado no se han cumplido (293IR).

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Sin embargo, los usos del pasivo con “ser” + PART. están en concurrencia y se solapan en determinados contextos con la pasiva refleja y, sobre todo, con la pasiva de estado construida con “estar”, como se deja ver en el siguiente caso de contaminación: mi Padre ha sido estado en esta parte de la Argentina (832IR); como así también en Hoy es muerto hese Casique (140IR), en la que el deíctico “hoy” no hace referencia al día de la muerte del cacique, que ya había tenido lugar tiempo atrás, sino al momento de la escritura de la carta, por lo que en la formulación bien podría figurar el verbo “estar”, más acorde al contenido de la frase. Los marcadores de género y número en V. P. juzgue si no se han efectuadas las misiones, si habrá sido causa de los Indios o de los cristianos (192M).

Indican que puede tratarse de una contaminación entre la forma reflexiva “no se han efectuado” y la pasiva “no han sido efectuadas”. Como veíamos, el uso de la voz pasiva quita responsabilidad sobre la acción a un actor concreto. Sin embargo, del contexto de la carta se colige con claridad que la afirmación es de tipo irónico y que en opinión del sacerdote la responsabilidad por la no realización de las misiones corresponde a los cristianos. La voz pasiva, tanto en su forma analítica con “ser”/“estar” + PART. como en la pasiva refleja con “se”, son formas propias sobre todo de la comunicación escrita, de la exposición de contenidos con un cierto grado de formalidad en que, por distintos motivos, se deja de lado al sujeto agente de una acción para poner en el centro el objeto de ese predicado, reduciendo en el mejor de los casos el agente al estatus de un simple complemento preposicional (a) o eliminándolo por irrelevante (b) o por ya conocido (c): a) encaso la Republica argentina sebiese inbadida por enemigos estrangeros (257aIR) fué llevado en cautividad por los Indios (320M), fue tomado por los indios (481C). b) la Carlota y Reduccion que se estan despoblando del todo (175M). de este modo se pueden cortar todos los Males qe. pueden haber (412IR). c) el Decreto del Excmo. Gobierno Nacional, fecha 11 del mes de En. Ppdo, y en el cual, se faculta á su Paternidad para que lleve á cabo las Santas Miciones (118C).

La falta de comprensión de la dinámica gramatical que subyace al empleo de formas impersonales y pasivas se manifiesta en ocasiones en las cartas de

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autores semicultos bajo formas híbridas que reinstalan al sujeto agente del estado de cosas descrito: se aecho cuanto he podido (137IR), lló echo loque epodido hacerse (545aIR). 4.2.2.1.6. Las formas infinitivas 1) Infinitivos: entre los infinitivos no se observa mayormente variación ni en su forma ni en su funcionamiento. Solo afecta a su forma la caída frecuente de la -r en posición final: perde (769IR), tenlos (= tenerlos) (172IR). Entre los prefijos destaca por su variabilidad la a-, ausente en verbos que actualmente la llevan, como consejarme (584bIR) y campar (1023M), y presente en cambio en otros que no, como amolestar (335IR). 2) Participios: están presentes con profusión en las formas verbales analíticas del pretérito perfecto y pluscuamperfecto, por lo que no redundaremos en el tema. Sobre los mismos se apoyan usos adjetivos y nominalizaciones. Valga anotar la existencia de formas cultas como la maldita expedicion (993M) o electo (742O, 1160bM) en convivencias con sus contrapartes populares: aquel día maldecido (Gutiérrez 1961: 131) y elegido (524M), aunque nos detendremos más en este aspecto al tratar el léxico. La acción de la presión analógica afecta también la construcción de participios, como en ansupido (506IR), que se basa en la forma conjugada “supo” y no en el infinitivo “saber”. Un fenómeno que concierne también a esta clase de palabra el empleo de “muerto” como participio supletorio del verbo “morir” en la haya muerto (Avendaño 2000: 76), ya era muerto (Baigorria 2006: 119). 3) Gerundios: el empleo del gerundio en distintas construcciones es de lo más frecuente; expresiones como estando ensillando (Baigorria 2006: 192), que acumula dos gerundios, son indicio sin embargo de cierta artificialidad en la escritura que en afán de lograr un estilo elegante cae en usos impropios. El carácter durativo del gerundio reclama la participación del verbo auxiliar “estar” en las construcciones en que toma parte: ese pobre hombre que esta padesiendo con la mallor injusticia (278IR), los yndios estan creyendo barias cosas (292IR). El gerundio es parte esencial de algunas perífrasis verbales frecuentes que tendremos ocasión de ver a continuación. Su carácter durativo permite también, por un lado, funcionar como marco temporal en la narración de hechos presentes y pasados, estando en este trabajo falleció

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(832IR), así como, por otro, ofrece un marco para construcciones causales que aproximan los textos a las argumentaciones propias del discurso jurídico, Siendo una obligacion sagrada de los Misioneros la educación de la juventud (...), y considerando por otra parte la falta de estos ministros de Dios en los dominios de Ud. y de consiguiente su grandisima necesidad, por tanto he creido de mi deber como Prefecto de este Colegio de Misioneros, aprovechar de la propicia ocasion que se me presenta en la Comision que manda a Ud. el Señor Coronel Lopez pa tratar de paz. (104M).

4.2.2.1.7. Las perífrasis verbales Buena parte de la riqueza expresiva de los textos radica en el profuso empleo de perífrasis verbales, tanto en los textos epistolares como en los de la literatura de frontera. Como perífrasis verbal consideramos la unión de dos verbos, uno auxiliar que porta las informaciones de persona, modo, número, etc., y una forma no personal del verbo (infinitivo, participio, gerundio), que aporta la información léxica, si bien en las perífrasis de participio el verbo auxiliado presenta información de género y número; ambas partes de una perífrasis constituyen un único núcleo de la oración o predicado verbal. El primer verbo se llama auxiliar y el segundo auxiliado, en debe hacerse de una manera (596O), “debe” es el auxiliar y “hacerse” el auxiliado; estos pueden además estar unidos entre sí por una preposición, como ocurre en el caso del futuro analítico, Usted nos va avisitar (233C). La característica principal de las perífrasis es la desemantización del verbo auxiliar. El proceso de gramaticalización del auxiliar es comparable al experimentado en el caso de los tiempos compuestos; en las perífrasis, sin embargo, la unión entre auxiliar y auxiliado no es tan sólida como en los tiempos compuestos, como se comprueba en el hecho de que ocasionalmente admiten elementos en su interior, como ocurre con el pronombre personal “usted” en debe U° cooperar con su influencia (124IR) y el adverbio “tan” en quedé tan desagradado (751M). Esto no significa que el primer elemento esté “vacío” semánticamente, sino que su significado se ha modificado en muchos casos metaforizando el del verbo original. Así ocurre muchas veces que este verbo es un verbo de movimiento (“ir”, “venir”, “andar”, “llegar”, “traer”, etc.). El segundo elemento es, como dijimos, una forma verbal no personal de infinitivo, participio o gerundio, por

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lo que las perífrasis se pueden clasificar en primera instancia formalmente según la categoría del elemento auxiliado, y en segunda instancia según criterios semánticos que determina el auxiliar. 4.2.2.1.7.1. Las perífrasis de infinitivo Fontanella de Weinberg (1987: 107) encontraba todavía a principios del siglo XIX ejemplos del verbo haber como verbo transitivo con significado de “tener, poseer”, y en los documentos que nos ocupan y en la literatura de frontera durante la segunda mitad del siglo, si bien escasos, se encuentran también algunos ejemplos de su uso como verbo transitivo, en hela aquí (192M), hemos las paces (PO: 346), además de la pervivencia más conocida bajo la forma impersonal “hay”: De la familia Acevedo hay ceis cautivas (705a y bC), Ruego á Dios que no haya tal invasion (694M); lo cual muestra la complejidad semántica de “haber” y que no hay que apresurarse a reducirlo a su rol de verbo auxiliar desestimando otros usos menores pero aún vigentes; haber se emplea con valor de auxiliar en los tiempos compuestos y, particularmente en la construcción haber + de + INF. con valor de futuro y también, en muchos casos, modal: FUTURO: ha de ser (262M), no abimos de almitir (334IR), ha de quedar (603M), pronto se hade averiguar (736C), hade venir (713M), hande ser los primeros en venir (730bM); MODAL: hai de consentir (172IR), ha de tejer (262M), a de ser (201IR), adeser (332IR), no los abia de comprometer (552IR), hade tener (603M).

En frases como para Saber cuando ha de venir toda la Comisión (467M), cuando llegue á saber que van á invadir; que lo he de avisar quiénes son (PO: 355) y no he de faltar á mi palabra que tengo dada (PO: 433), por citar algunos ejemplos, se pone de manifiesto el carácter ambiguo de esta construcción con “haber de + INF.”, ya que la acción a ejecutar en el futuro es al mismo tiempo una obligación moral, o legal —derivada del tratado de paz— o una intención, con lo cual el valor futuro y el modal de la construcción se mezclan. En otros casos donde está completamente ausente el significado ‘futuro᾿, la construcción reemplaza a otras que parecen más adecuadas, como la construcción con “deber de” para indicar ‘probabilidad᾿: ya Ud. no lo asaber seme amuerto una ermana (283IR); la ausencia de la preposición “de” en asaber se repite en

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la misma carta más adelante, si puede comprar otra nolean pedir tanto, por lo que no hay duda de que estamos hablando de la misma construcción en el uso personal de un hablante. Mucho menos frecuente que en la actualidad es la construcción modal “hay que + INF.”: hay que pedir autorizacion al Gobierno Nacional (571aM). Para la expresión de la obligatoriedad existe otra perífrasis de infinitivo con “deber”: debo prestar auxilios (257aIR), ledebe castigar (493IR), debe salir (713M); que se entremezcla sin embargo con la perífrasis formada por “deber de + INF.” en la función de expresar una suposición o probabilidad. En el siguiente ejemplo se presenta “debe ser” por “debe de ser”: Creo qe. esto debe ser con Conosimiento de Baigorria (293IR); en tanto que en las siguientes ocurre a la inversa, se presenta “deber de” por “deber”: no devo de hacer nada (PO: 339), ustedes deben de saber (PO: 349). Una contaminación entre las perífrasis modales “tener que + INF.” y “haber de + INF.” se presenta en le tiene de dar el Gobierno (529M), proveniente de la pluma de un sacerdote. Las perífrasis con “poder” (a) o “querer” (b) + INF.” como expresión de ‘posibilidad’ y ‘capacidad’ y de ‘deseo’ o ‘intención’ son frecuentes y no difieren del uso actual ni presentan mayores variaciones: a) puede saber (493IR), al que podía defendernos y al que podía salir en nuestra defensa (Avendaño 2000: 123) b) quiero vivir en paz (257aIR), quiero ponerle en conocimiento, no quiero perder (293IR)

En cuanto a las perífrasis aspectuales, en el caso de las frecuentativas, el intercambio de “saber” por “soler” (Tiscornia 1930: 263) se encuentra en ellos saben traer (PO: 354), no sabe ser así y Tú saber cómo saben ser mis operaciones (Baigorria 2006: 100, 128). De aspecto perfectivo es la perífrasis construida con “dejar de + INF.”, que señala el fin de una acción con cierta duración: dejen de mandar (124IR), deje de escribirme (718M). Perfectivas también, pero sobre una acción puntual, son las perífrasis con “acabar de + INF.”: acabo de saber (394IR), acabo de recibir (439C), acabar de tomar (Baigorria 2006: 204), le acaban de nombrar (Avendaño 200: 78); y la perífrasis con “llegar a + INF.”: llegue á saber (PO: 355), llegan a culpar (Avendaño 2000: 118). Las perífrasis incoativas señalan el comienzo de una determinada acción que tiene por característica su duración en el tiempo; encuentran su lugar en

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este corpus especialmente en cartas de los misioneros: un hijo que empezaba a ser ya el socorro de su familia (320M), hoy yá algunos me principian á respetar (583aM); otras perífrasis de este tipo son más puntuales y colocan el foco en el momento justo del comienzo de una acción sin importar tanto el desarrollo posterior: se puso a regresar (Avendaño 2000: 65). De uso más popular es la perífrasis “venir a + INF.”, que transmite una idea de “aproximación” o también de “probabilidad”, por lo que en ocasiones se clasifica como perífrasis modal y, en otras, en un tercer grupo al margen de las modales y las aspectuales. En el corpus de cartas y en la literatura de frontera contamos varias apariciones de esta perífrasis: abenido a introducir barias conbersaciones (493IR), vine a sorprender (PO: 497), viene a dar pie a una separación (Avendaño 2000: 74), el funesto resultado que (...) vino a tener (Avendaño 2000: 113). Con la preposición “en” en lugar de “a” se presenta en un autor semiculto comose que su micion es rendir esta clase de servicios a los pobres (...), es que vengo en dirijirme a su reverenda Paternidad (541C). 4.2.2.1.7.2. Las perífrasis de participio Contra lo esperable, la perífrasis más frecuente entre las perífrasis de participio no es la pasiva de estado que se construye con “estar + PART.”, como en la guerra está ya terminada (374O) y el pueblo estaba alarmado (Baigorria 2006: 107), sino la perífrasis que se construye con “quedar + PART.”, la cual acentúa el carácter resultativo de un estado y se presenta en numerosas fórmulas del género epistolar: tambien quedo dispuesto aserles comprender (257aIR), quedo impuesto (381C), hos quedo agradecido (732bC), quedé tan desagradado (751M), queda arreglados (935IR).

Otra perífrasis resultativa tan poco frecuente entonces como en la actualidad es la construida con “ir + PART.”, que se presenta en Desearé que esta mia no vaya estraviada (320M). Una construcción perifrástica que se presenta con grandísima frecuencia, especialmente entre las variedades más populares, es “tener + PART.”, como se observa en: tengo dada la orden (163IR), su hija lla la tenimos conseguida (285IR), el Sueldo que el Gobierno Nacional me tiene acinado (457C), los tiene prometido (622IR), tenemo hecho, tiene ordenado (PO: 376), mi palabra

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que tengo dada (PO: 433), la que tenia echa con mi superior gobierno (PO: 506), que reemplaza el tiempo compuesto con “haber”. El significado de esta perífrasis es, pues, parecido al de los tiempos compuestos con el auxiliar “haber”, su uso es herencia de tiempos en que “haber” mantenía un significado de posesión y funcionaba como verbo transitivo al igual que “tener”, antes de verse reducido a una función preponderante de verbo auxiliar. El verbo “tener”, sin embargo, encarna un valor perfectivo más definido y diferencia a la perífrasis del tiempo verbal en la congruencia del participio con el objeto y, a la par, en el hecho de ser más flexible en su sintaxis al admitir elementos en su interior: tengo todas mis tribus bien tranquilizadas (PO: 339). Santiago Avendaño (2004: 150) registra otra perífrasis de participio con “dejar + PART.”, lo que dejo expuesto arriba, que parece ser más una fórmula culta exclusiva de técnicas expositivas de la lengua escrita y no se encuentra en otras fuentes. 4.2.2.1.7.3. Las perífrasis de gerundio Estas perífrasis se caracterizan por el significado durativo que le confiere el gerundio, pero al cual también colaboran verbos de estado como “estar” o “quedar” y, con frecuencia, verbos de movimiento tales como “ir”, “venir”, “andar”, “seguir”, “continuar” que remarcan distintos aspectos de una acción: “estar”: hece hombre aestado interrumpiendo en muchas cosas (137IR), se esta aprontando (154IR), han estado saliendo (163IR), se estan despoblando (175M), estoy trabagando, aestado asiendo, estava biendo (219IR), estoy creyendo (292IR), estan haciendo (386C), estan sintiendo (603M), estan perjudicando, han etado invadiendo, estan valiendose (738M), le ha pasado y esta pasando (765M), estén amenazando, le estavan cortando (742O); “quedar”: quedo sintiendo (140IR), quedo haciendo (163IR); “andar”: hemos andado galopiando (220IR), anden esplorando (730bM), handan diciendo (714IR), andaban boleando (PO: 406), anduvo arreglando (PO: 402), ando robando (PO: 433); “ir“: va mejorando (233C), boy pidiendo (PO: 526), lo habían ido siguiendo (Baigorria 2006: 196), me fui acercando (Avendaño 2000: 120);

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“venir”: se viene anuciando (742O); “seguir”: seguían importunándola y amenazándola (Avendaño 2000: 113).

Por separado merece señalarse el comportamiento de las perífrasis en la frase, especialmente en lo que hace a la coordinación, como en se le iba despedazando el corazón y llenándose de resentimiento (Avendaño 2000: 113), que conlleva la presencia doble del clítico “se” en posición previa en la primera parte de la frase y añadido al gerundio en la segunda. Con no poca frecuencia tiene lugar la unión y acumulación en una misma frase de diferentes perífrasis verbales, lo que produce construcciones de gran expresividad merced a los matices semánticos que las perífrasis introducen, como se observa en se deje de estar haciendo esta guerra (742O), o en Peor es estar parados, yo conozco que la gente se va desmoralizando y más tarde vendremos a quedar tal vez en la nada, un interesante ejemplo de la pluma de Baigorria (2006: 116) advirtiendo contra la desmoralización de la tropa producto de la inactividad. 4.2.2.2. Morfología nominal y palabras gramaticales 4.2.2.2.1. Género y número en sustantivos y adjetivos Como consecuencia de la caída de /-s/ final, en el nombre y los artículos, adjetivos, determinantes y posesivos que lo acompañan se ve afectada de forma directa la marcación de plural, como se puede observar en frases como por dicho efectos, de todos su oficiales (303IR), en manos propia (895IR), una terrible fiebres (1001IR), todos los sueldos atrazado (736C); en estos ejemplos falta la marca de plural en determinantes y atributos de la frase nominal; con mayor frecuencia, sin embargo, se da la ausencia de marcas en el núcleo nominal de la frase; así se presentan construcciones tales como: eran muyamigo (140IR), hase unos año (124IR), cuatro poncho (294IR), mando a esto Indio (163IR), mis chasque (172IR), nuestras sircunstancia (523C), los tratado (714IR, 862IR), las viruela (718M), haser los gasto (848C), misafecto (916IR), donde la información de pluralidad, por el contrario, al desaparecer del nombre con la caída de -s implosiva, tiende a concentrarse en los determinantes. Una posible explicación tiene que ver con la posición en la frase del elemento

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afectado, concentrándose la información de plural en el o los primeros elementos y faltando en los siguientes, como se observa en entre estos ultimo (736C), haser los gasto, hase unos año, en manos propia. De manera especial se observa en los casos en que el primer elemento es un numeral, siendo ya la pluralidad uno de sus semas: cuatro pañuelo (283IR), sinco pañete fino, cuatro poncho, cuatro cuchillo grande, o, con más razón aún, cuando el sustantivo mismo de la frase designa una pluralidad o un colectivo, como en sinco pare de Cansoillo (283IR), dose Carretada de Bestuario (PO: 507). Sin embargo, un análisis más cuantitativo podría mostrar que la -s final se conserva mayoritariamente en artículos indefinidos, posesivos y pronombres demostrativos y tiende a faltar en sustantivos y adjetivos, tal como ocurre en la actualidad en el español hablado por hablantes mapuche (Acuña y Menegotto 1996), lengua donde, recordemos, no existe el fonema /s/ tal como se conoce en el español. Este fenómeno, en especial en las cartas de hablantes bilingües, muestra la enorme inestabilidad de la pronunciación de /s/, en especial en posición implosiva. En el fondo, ambas explicaciones no se excluyen: por una parte, la información de pluralidad tiende a concentrarse en los primeros elementos de una frase y, por otra, los adjetivos posesivos, demostrativos y artículos suelen anteponerse a los elementos nominales, por lo que mayoritariamente concentran sobre sí la información de pluralidad mediante el morfema -(e)s, en tanto que los sustantivos y adjetivos tienden a posponerse u ocupan una posición posterior a los determinantes; esta situación, por supuesto, no excluye que en las ocasiones en que los elementos nominales son antepuestos, ellos sean los encargados de portar dicha información, como se observa en los indios mio (313aIR). Por lo demás, la caída de -s parece ser un fenómeno bastante generalizado a ambos lados de la frontera, por lo que la influencia de un substrato o, mejor dicho en la época que nos ocupa, de un adstrato mapuche es relativa, o en todo caso, una convergencia de doble origen del fenómeno: ausencia del fonema en la lengua indígena y debilitamiento de -s en posición implosiva entre la población criolla. Un fenómeno registrado por todos los estudios de la lengua gauchesca es la particular construcción del plural en palabras de origen indígena terminadas en vocal acentuada. Por ejemplo, en una misma carta el coronel Roca emplea tanto chiripas como chiripaes (363O). Las palabras con un significado colectivo pueden pluralizarse ocasionalmente para reforzar este significado, como ocurre por ejemplo en muchas haciendas (Baigorria 2006: 88), aunque puede tratarse también de una simple

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elipsis del tipo “muchas (clases/tipos de) hacienda(s)”. Volveremos sobre este mismo ejemplo más adelante al tratar el léxico. En otros casos, la pluralización del colectivo es más clara y no resulta interpretable como elipsis, como se observa en alas gente (841IR) y en para transmitirla á la familia que es mas pobres (539C). La caída de -s tras “gente” es una cuestión fonética como vimos al ocuparnos de este fonema, pero la pluralización del artículo no deja mucho lugar a dudas sobre su carácter plural en la frase. En el segundo ejemplo, “familia”, la representación del carácter colectivo del nombre conlleva la pluralización del adjetivo “pobres” en la oración relativa. En la variedad actual del castellano hablado por gente de la etnia mapuche se considera como artículo definido masculino plural a “lo”, manifestación de la que encontramos en nuestro corpus los siguientes ejemplos, precisamente en cartas escritas en las tolderías: de su encargue de lo sayal (140IR), lo de mimando (294IR), lo que bolvimos (1071IR). A nivel sintáctico se observa que la caída de -s final no solamente afecta la morfología nominal, sino que también repercute fuertemente en la congruencia oracional: son tan poca (217IR), los que inbadieron pero ancido castigado de Dios (303IR), si algunose conciguen (268IR). En cuanto al género, se presentan algunos rasgos dignos de mención: Constancia P. de Gucitúa, quien escribe desde la Sociedad de Beneficencia de Córdoba, firma Vice Precidenta (608C) aunque en el membrete de la misma carta conste “vice presidente”. La construcción del femenino a partir de sustantivos terminados en -e como “presidente” o “pariente” se observa tanto en las cartas como en la literatura de frontera, en parienta (207IR, V. APÉNDICE), sirvienta (Baigorria 2006: 77), tigra (Avendaño 2000: 134). Como ya lo señalara Sánchez Méndez (2003: 273), frente a las dos posibilidades de indicación de género, es decir mediante artículo u otro tipo de determinantes (“la presidente”) o mediante desinencia (“presidenta”), en América tiene mayor fuerza la tendencia a manifestar el género natural mediante desinencias: la muchacha es la dueña de casa y la superiora en ella (Avendaño 2000: 95). Las palabras femeninas que comienzan en a-, sea esta tónica o átona, no cambian el artículo por el alomorfo femenino el (esp. ant. el(a) < lat. ĬLLA), sino que mantienen el artículo femenino la, como en la asucar (322IR) y la hagua (714IR) (Sánchez Méndez 2003: 279). Este rasgo se encuentra sin embargo sobre todo en las variedades populares; al contrario, el padre Moysés Álvarez se expresa mostrando conciencia del carácter alomórfico del artículo: á causa del agua y no tomar esa agua (1043M). Es de hacer notar, como ya lo

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hiciera Eleuterio Tiscornia (1930: 92) y se vio entre los fenómenos vocálicos de unión de vocales semejantes, que en la pronunciación el artículo femenino y el sustantivo que comienza en a- se contraen. En cuanto al comportamiento de adjetivos invariables, los mismos pueden incorporar el morfema para marcación del género femenino, como en minota anteriora (558bIR); nos ocuparemos en un apartado especial de los pronombres indefinidos que conservan la desinencia en vez de la forma contracta más usual, como en cualquiera cosa (763M). Entre los numerales y adjetivos sin marcación de género susceptibles de abreviarse no faltan ejemplos de formas apocopadas en aquel primer hombre (331IR), En primer lugar (738M), el terser Casique (888IR), mi gran creador (394IR), el gran mal (561M), un buen hombre (537M), buen religioso (788M), también con nombres femeninos como tengo buen intencion (714IR) y Gran sorpresa (496M). Los casos en que esos mismos adjetivos y numerales no se contraen, sin embargo, no faltan: por la grande necesidad (257bIR), del grande desempeño (832IR), una grande invasion (496M), esa grande dicha (827C), del tercero pariente (541C). Ambas formas se presentan en todos los niveles de lengua. Muchos autores emplean tanto la forma apocopada como la completa, como es el caso de Manuel Baigorria, quien escribe en grande número (2006: 40), pero también al gran galope (2006: 44), sin que resulte sencillo justificar la elección de una u otra posibilidad. La cuestión debe quedar abierta de momento. Como se sabe, la posición del adjetivo respecto al sustantivo determina la contracción en buen amigo (935IR) a diferencia de su amigo bueno (270IR); como en el uso actual, depende de la posición antecedente o posterior al sustantivo el apócope o no del adjetivo, pero al margen de este hecho los contextos sintácticos (artículo definido, indefinido, ausencia de artículo, posesivos) se repiten en una y otra elección. La forma apocopada “san” solamente se encuentra en topónimos como “San Luis” o “San Bartolo”, pero con cualquier otro sustantivo común, como en el santo fin (354M), se prefiere la forma completa “santo”. 4.2.2.2.2. Los pronombres personales: algunas fórmulas de tratamiento El sistema de pronombres personales muestra la misma simplificación común a toda Hispanoamérica, consistente en la eliminación de “vosotros” y el empleo en su lugar de “ustedes” como plural común de “vos”, “tú” y “usted”.

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Esta afirmación, sin embargo, es válida solamente para la lengua hablada; en la escritura más formal se presenta ocasionalmente “vosotros” para apelar a un receptor plural en ocasiones formales. Ejemplos de este uso se pueden leer en la carta del sacerdote cordobés Moysés Álvarez dirigida al Discretorio del Colegio Apostólico: como vosotros comprendereis, la voz del misionero tiene poca o ninguna autoridad; como vosotros sabeis; Vosotros sabeis la animosidad que el Gefe de estas fronteras ha tenido y tiene (763M). El misionero emplea en su carta el pronombre vosotros y formas verbales de la segunda persona del plural, también con sujeto tacito: sabeis, conoceis, comprendereis, pensadlo, resolved. En el Excursus II sobre la plegaria retomamos el tema de las fórmulas de tratamiento voseantes. Baste aquí consignar que en autores menos cultos se presenta también la forma de la segunda persona plural, pero como tratamiento de respeto singular que se manifiesta en el uso del pronombre personal “os” y el posesivo “vuestro”, que veremos más adelante con los posesivos: Nuestra hija nose encuentra en nuestro poder, no importa, se halla en el buestro (732bC). Yo por mi parte querido Padre hos quedo agradecido (732bC).

Sin embargo, estas son antes la excepción, y la forma de respeto que predomina en las cartas es “usted”. Lo más común junto a “usted” son tratamientos con “posesivo” + sustantivo abstracto como Vuesta Señoría (467M), para dirigirse a un general, y vuestra Reverencia (827C), Vuestra(s) Paternidad(es) (829M), como trato de los misioneros entre sí, es decir, como trato de tipo simétrico; en cambio, entre las clases rurales, negros e indígenas, donde no se verifica el uso de “vosotros”, para dirigirse a los misioneros se prefiere su Paternidad (224IR, 402C) y otras como mi padre (278IR), mi respetado padre (284IR), su Reberencia (895IR) y, para dirigirse a autoridades civiles o militares, su merced (Mansilla 1877: §32) y suselencia (PO: 508), por mencionar algunos de los más frecuentes. De aparición rara y probablemente adjudicable a un estilo de escritura ya anticuado es el uso de vuecencia (PO: 419) y Vuesa P(aternidad) (537M); algo más frecuente, aunque probablemente del mismo nivel de estilo formal y arcaico es el empleo de usía (259O, 622IR; PO: 526; Mansilla 1877: §11). En una carta de Salinas Grandes de la pluma del lenguaraz Bernardo Namuncurá se emplea Señor Usía (888IR), poniendo en evidencia el alto grado de desemantización de este tratamiento.

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Por supuesto, no puede desatenderse el entorno de una comunicación escrita entre dos personas, que en muchos casos apenas se conocen, y donde necesariamente se impone un tratamiento formal, por lo que no se puede esperar la aparición de otras formas típicas de un trato de confianza, aunque tampoco pensar que estos tratamientos fueran los únicos usuales. En una carta de la secretaría de Cafulcurá dirigida al coronel Pedro Navarro, a quien el gran cacique araucano trata de “hijo”, se lee: Querido hijo: También te hago saber que yo tengo muchos deseos de vivir en paz, porque con la guerra, conforme decís, hago pasar malos ratos (...) Te voy á mandar el caballo con un enviado mío, que se llama Curuil; Sandoval ha de venir un día antes que mi enviado, para que le entregue las cartas á mi compadre, à Juan Cornel y à vos para que te enteren (...) (PO: 351).

En este fragmento se observa el uso voseante como complemento preposicional, à vos, y tuteante como complemento: te hago; te voy á mandar. Feliz hallazgo en este fragmento es la conjugación del verbo “decir”, también de tipo voseante con el acento claramente marcado en la sílaba final. Debido a su forma narrativa, los usos voseantes sí aparecen con frecuencia en los relatos de la literatura de frontera más permeables al discurso reproducido y por ello una fuente adecuada para el análisis de otros niveles y estilos de lengua que escapan a los registros epistolares, como ya vimos en capítulos anteriores. 4.2.2.2.3. Los pronombres de objeto: leísmo, loísmo, laísmo En cuanto al sistema pronominal de los objetos, Acuña y Menegotto (1996: 263), proponen un sistema hipotético de pronombres de objeto donde lo funciona como marca de acusativo y le como marca de dativo en todas las personas exceptuando la primera y la segunda. En el caso particular de lo remplazando a nos en las variedades de contacto, permítasenos señalar que, más allá de las similitudes articulatorias que puedan presentarse entre /n/ y /l/, y aunque pueda parecer una obviedad las autoras no lo hacen, que nos sin -s puede colidir con la negación “no” en muchos contextos, lo cual obstruye considerablemente una comunicación efectiva al producir como resultado enunciados contrarios a la intención del hablante, si es que no completamente carentes de sentido. Así se puede entender lo/los reemplazando a nos en algunos de los siguientes ejemplos:

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que los separamos (322IR); mis paisanos nos los biamos ni los comunicabamos con ningunos (412IR); asta ahora no los bimos ni lo comunicamos con Ramon (394IR); darlos buena hacienda (714IR); nada se los á cumplido; los dijo que nos aprontaramos; no los abia de comprometer; á se burla de nosotros de berlos tan pobres (552IR).

En enunciados negativos se produce además una doble negación; compárense las frases no lo alcanza (217IR) y no lo comunicabamos (251IR) frente a un hipotético ?no no alcanza, ?no no comunicabamos. Un efecto que resulta de la caída del pronombre “nos”, es que esta pérdida lleva a reforzar su expresión mediante el desdoblamiento del pronombre dativo en posición anterior y posterior al verbo: los Combiene á nosotros (715IR). Otros ejemplos de desdoblamiento y repeticiones se presentan con frecuencia, también en distintas posiciones o con intercalaciones de elementos adverbiales, como se puede observar en: a mi tiene que darme (473IR), no lo inora lo que pasa (1071IR), ce estan comunicandoce uno a otro (PO: 340), yó los voi à agazajarlos (PO: 344), que lo quiero verlo aquí (PO: 349); se aprecia también dificultad para ordenar el uso de “usted” entre las formas de tercera persona empleadas para remitir a un referente y las formas de tratamiento para dirigirse a un destinatario, lo que también lleva a frecuentes repeticiones y usos impropios evitando en ocasiones los clíticos de objeto, acaso por considerarlos demasiado informales o impropios para ser empleados con personas: yó a usted le doy las gracias, no crea quelló lo ago por despreciar austed (459IR), escribirle ayer á Usted (765M), le podrá usted preguntarle (PO: 353). Por supuesto, estos desdoblamientos no se deben a una ambigüedad de origen fonético como ocurre con la primera persona del plural, sino, como sugeríamos, a otros factores sintácticos y semánticos relacionados con la dificultad para considerar a “usted” entre los pronombres de tercera persona, que requerirían un estudio más profundo que no podemos ofrecer en este lugar. Se puede consignar aquí algunos ejemplos de usos o repeticiones impropias de los pronombres personales en sus distintos casos y personas, tales como

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es sufisiente para yo consegir mi baja lo mismo me la an dicho unos saserdotes que conosido (1071IR); llo no me fue posible (412IR); piden siempre a mi (467M); tengo dada la orden amis Indios que toda persona que le encuentre de malon se los quiten y se los entreguen al Jefe (163IR); le desia que le habia cido el General que le ordenaba al Comante Isla que entregase esos pedidos (278IR);

o en combinación, uniendo la repetición a un reemplazo de tipo loísta en: por este cautivo me lo de á este mi Cuñado Cuatro mil pesos (PO: 515).

En los siguientes ejemplos del conjunto de cartas, “le/les” reemplaza a “lo/los” como complemento directo de persona en El General me escribe pidiendome sinco cautivos les he podido conseguir a costa de todo sacrificio (219IR), y en Ya sabrá qe. al indio Coliu le mató Lucho (951M), aunque también de cosa: el caballo lla se le he dado (277IR); sin embargo, con mucha mayor frecuencia “lo” reemplaza a “le/les” en las cartas: yo lo haconsejé que lo mas prudente hera que se quedase (456O); melo ofresco mi amistad (934bIR); El Coronel roca (...) lo hizo las ofertas del caso y que haría lo posible con el gobierno a fin de que les dé como vivir (456O); cuando yo llegue á saber que van á invadir, que lo he de avisar quiénes son (PO: 355);

como también en la literatura de frontera: al señor gobierno se lo comunicó (Barros 1975: 80); (...) lo hablé amistosamente y lo quise convidar con un cigarrillo (Pechman 1980: 25);

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Baigorria llamó a su suegro y lo encargó de persuadir a los demás capitanejos (Baigorria 2006: 138).

Especialmente en las cartas provenientes de las tolderías, aunque también en otros niveles y en autores como Avendaño, se presenta un considerable número de casos donde el objeto indirecto que tiene un referente femenino se realiza con la, es decir, de casos de laísmo: perdonandola todo lo pasado (765M); me cuesta un triunfo hacerlas decir una palabra (529M); le mando una chapa de recado para que me la haga hermanas (270IR); el indio la hablaba con amabilidad (Avendaño 2000: 129); mi bondadosa madre me hizo muchas reflexiones para hacerme desistir, pero la rogué hasta obtener su consentimiento (Pechman 1980: 15).

En cuanto a la acentuación de los clíticos vale anotar que las formas imperativas tienden a acentuar los pronombres personales, como en corrigasé (653IR), así como en el caso que presenta dos pronombres personales añadidos al verbo, el acento parece cargarse en el último: asermeló (284IR), presentarmelé (653IR). En lo concerniente a la posición de los clíticos, fuera de los casos de desdoblamiento o repeticiones que vimos más arriba, no hay mayormente casos que diverjan de los usos actuales y generales del español, salvo Linconao (...) hase llenado de prestijio (713M), que, viniendo de la pluma de uno de los sacerdotes, puede deberse a un uso propio de la lengua escrita. La libertad de colocación de los clíticos lleva entre autores semicultos a usos impropios como en la siguiente oración: (...) resibí lo que le abía encargado a Ud me mandase solo quedo sintiendo el no saber lo que me cuesta la balleta y las tijeras, y el hilo y el tabaco y papel, y espero que en la primera oportunidad me anuncie su balor para mandarle haser el pago (140IR).

donde no se trata de una perífrasis verbal, sino de dos verbos diferentes que integran el predicado de una oración y una frase verbal en función de objeto

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directo, no resultando así el mismo significado cuando se dice “mandarle hacer el pago” que “mandar hacerle el pago”. Otro uso impropio que viola reglas gramaticales de colocación de los clíticos se lee en para que usted convenza y se entere de mi buena fe (PO: 433), en donde el clítico debería acompañar ambos verbos o, en todo caso, preceder el primer verbo y elidirse en el segundo: “se convenza y (se) entere”. 4.2.2.2.4. La posesión Ya hemos visto cómo la forma de los posesivos se ve afectada por fenómenos fonéticos como el yeísmo, en sulla (604IR), que también se observa en el pronombre relativo de posesión cullo (284IR) y culla (780IR), así como se ve implicada en la pérdida de -s en posición implosiva, en casos como los indios mio (313aIR) y mis chasque, destacando cómo este fenómeno afecta también a la construcción de la frase nominal al concentrar la información de pluralidad principalmente en el primer elemento de la frase, sea este un sustantivo o un determinante como el posesivo en este caso. Como se sabe, cuando el posesivo precede al sustantivo se recurre a las formas apocopadas o átonas “mi”, “tu”, “su”, y cuando sigue al nombre, a las formas plenas o tónicas “mío”, “tuyo”, “suyo”; los plurales “nuestro” y “vuestro” son iguales en ambos casos. Ya se ha señalado en más de una oportunidad que el empleo de la tercera persona “su, suyo” lleva a una cierta indefinición por corresponder su forma tanto a la tercera persona del singular “él” como a “usted”. Aunque no es dable pensar que el padre Donati tuviera una hija, el sacerdote Moisés Álvarez recurre sin embargo a la fórmula desambiguadora con “de” tras el objeto de la posesión: Doña Angelita Lopez me escribio diciendome que se haria cargo de alguna cautivita que no tuviera deudos, era y será si Ud. quiere colocar allí una para su hija de ella Rita (985M). Así se observa también en el Ermano de el Quinchán (293IR), en que el escribiente evita el posesivo “suyo” por ambiguo, y se comprueba especialmente en: conosco el porceder prudente de usted y mas confio en su proceder práctico (523C), donde el primer “proceder de usted” en la frase deja claro el referente y permite usar sin ambigüedades el “su proceder” de la segunda frase coordinada. En resumidas cuentas, en las variedades contactuales en muchos casos se da dentro de la misma frase nominal un desdoblamiento pleonástico con la presencia repetitiva de ambas posibilidades, como en su muy apreciable nota

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de U. (224IR), su fidelidad de hellos (493IR), sus jefes de usted (PO: 427), por su llegada de Usted (PO: 506), casos todos en los que el segundo elemento contribuye a desambiguar el referente de la frase nominal, ambigüedad promovida por la similaridad formal entre la tercera persona del singular “el/ella” y la forma de cortesía “usted”. Sin embargo, este tipo de desdoblamientos se presentan también en otras personas, especialmente del plural. En una misma carta se puede encontrar que el autor recurre alternativamente a unas y otras formas, como en a benificio nuestro, abeneficio de nosotros (257aIR) y vuestra abnegacion a fabor de nosotros, a favor de nuestro querido hijo (827C). En otros casos, se encuentran desdoblamientos sin mediar ninguna ambigüedad, como se observa en esmi hermano mio (435C). En el uso de los determinantes en particular se aprecia una gran variabilidad entre los hablantes de la región. La construcción “artículo indeterminado + posesivo + sustantivo” se aprecia solamente en un hablante de origen italiano, un mi amigo (180C), lo que podría explicar esta contrucción por influencia de lengua extranjera; en cambio, en hablantes nativos no son escasas las construcciones del tipo “demostrativo + posesivo + sustantivo”; en algunos casos la posición de algunos elementos en la frase y la elección léxica muestran un carácter formulesco, como en este su serbidor que berlo desea (333IR, V. APÉNDICE); en otros, en cambio, como esta mi nota (506IR), este su amigo (233C, 769IR), este mi amigo (180C), estas sus solicitudes (596O), este mi hijo (PO: 406), este mi yerno (PO: 506) parecen reflejar un uso de cierta generalidad, como ocurre también, si bien con menor frecuencia, en construcciones del tipo “artículo definido + posesivo + sustantivo”: el nuestro Precidente (261IR, V. APÉNDICE) y la mi comicion (133IR, V. APÉNDICE). El siguiente ejemplo es semejante al sintagma “(el) dicho + posesivo + sustantivo” que había alcanzado difusión en las variedades del español en muchos lugares de América, pero que a partir del siglo XVIII había ido cayendo en desuso (Sánchez Méndez 2003: 287). Fontanella de Weinberg (1987) no encuentra ya rastros del mismo en el siglo XIX. En una carta de nuestro corpus escrita en un español estándar sin casi errores de ortografía y con líneas expositivas y argumentativas claras por un escriba, Mari Sánchez, tal vez una profesional de la escritura, quien gestiona en nombre de una mujer de Río Cuarto el rescate de su hijo cautivo entre los ranqueles, se lee El espresado mi hijo (295C), fórmula acaso elegante y con un ligero dejo anticuado o propia del lenguaje jurídico.

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Construcciones del tipo “pronombre indefinido + posesivo + sustantivo” se pueden observar en todo nuestro trabajo (262M), toda mifamilia (416IR), todos mis capitanes (769IR). Esta construcción con el indefinido “todo” llegará a ser, entre todas las demás construcciones con artículo o demostrativo + posesivo, la única que perviva con fuerza hasta la actualidad en la mayor parte del continente (Sánchez Méndez 2003: 286). La expresión de la posesión se manifiesta tanto a través de elementos que preceden al sustantivo bajo las formas apocopadas “mi, tu, su”, como de forma analítica a través de elementos pospuestos que constituyen una expansión de la frase. Así, el uso del posesivo completo “mío, tuyo, suyo, etc.” se ve reemplazado en esta región con no poca frecuencia por el giro “de + pronombre personal” pospuesto al nombre, se trate tanto de objetos como en ayudandolo al trabajo del (220IR), el retrato del (481C), el representante de ella (523C), el nombre del (PO: 526), como de una posesión a nivel más abstracto, en aiuda de nosotros (172IR), en contra de nosotros (PO: 343), poner en conocimiento de Ud. (753C). Los ejemplos muestran que el elemento es mayoritariamente de tipo pronominal, pero también se encuentra de tipo nominal: todos los caballos del P. Moyses (736C), yo no se la lengua de los cristianos y ni Usted la nosotros (332IR). La única excepción parece ser la primera persona singular, donde indefectiblemente se recurre al posesivo tónico “mío”: la jente mia (893IR), los indios mio (313aIR), en contra mío (PO: 340). Por lo demás, el tono formal de la correspondencia no admite el tuteo y de consiguiente no se encuentran formas de la segunda persona singular que nos permitan ofrecer una visión del paradigma completo. De origen coloquial parece á todos sus amigos que tiene (PO: 350), en la que el posesivo que acompaña al sustantivo está ligado estrechamente con el sujeto de la oración relativa que le sigue. 4.2.2.2.5. Los pronombres relativos La forma culta “cuyo”, como ya lo advirtiera Tiscornia, aparece generalmente en las cartas de los hablantes más cultos, que es el caso de los sacerdotes en la región, pero también entre otros hablantes en contextos de alta formalidad, a veces rayanos a lo formulesco del lenguaje jurídico: para cuyo efecto, por cuyo motivo (118C, “carta de presentación” ofreciendo servicios de baqueano), por cuya rason (436C), por culla razon (780IR), por cuya Razon (824IR). En otros

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contextos se puede observar una cierta “impericia” en el empleo de este relativo como en el siguiente fragmento de una carta escrita en Leubucó: Mi padre buelbo empeñarme que prociga siempre en la diligencia de asermelo poner en libertad al pobre Sor. Juan Pablo que padese con la mayor injusticia que cullo no estubiese cierto en esto que le ablo no me empeñaria por el (284IR).

Aunque el uso estándar se observa en me cautivaron cuatro hijos y una hermana, cuyos nombres son como sigue (439C), cuya familia llegó á dicha Colonia (827C), refiere Tiscornia que lo común en el habla gauchesca es el reemplazo de este relativo por “que + posesivo”. En nuestro corpus solo encontramos rastros de este uso en cartas de los sacerdotes: Mis recuerdos al Señor Coronel y Nicolás que su suegra esta mañana fue sacramentada (175M). El uso de los relativos en general no varía respecto a la lengua estándar; sí se podría anotar el uso común de “donde” en lugar de “en (el/la) que”: hai resebido una carta de miamigo pedro tisera donde me dise que haga todo lo pocible en fabor del hijo (333IR, V. APÉNDICE). 4.2.2.2.6. Los pronombres indefinidos Como ya lo observara Tiscornia (1930: 138), los pronombres indefinidos usados en las zonas rurales no presentan mayores diferencias respecto al inventario general del español. Para consultar este inventario de formas remitimos, pues, al capítulo anterior y nos limitamos aquí a consignar algunos fenómenos específicos que conciernen a la forma y uso de los indefinidos tal como se pueden observar en las cartas y textos de frontera. Para tomar como punto de partida las afirmaciones de Eleuterio Tiscornia, valga añadir que en el conjunto de cartas no se encuentran casi rastros de la conservación mesmo (362C), y que naides se presenta en el relato de Pechmann (1980: 63) señalado como rasgo dialectal característico (v. 3.1.2.). El caso de “ambos” se revela claramente como una voz culta que se encuentra exclusivamente en cartas de los niveles más elevados (259O, 629M, 1160bM). Este pronombre indefinido carecía de significado en el habla popular, como ya lo había afirmado Tiscornia (1930: 139). En las cartas provenientes de las tolderías indígenas solamente figura una vez en una carta de Manuel Namuncurá (832IR) con la particularidad de aparecer reforzado como ambos dos, uso que muestra su desemantización. Bajo esta forma persiste hasta la

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actualidad en el habla popular argentina, en ocasiones con la determinación adicional del artículo: “ambos (los) dos”. Santiago Avendaño (2004: 150), reproduciendo el fenómeno fonético de unión de vocales descrito más arriba, une este pronombre indefinido con la preposición “entre”, desconcertó la armonía de entrambos, entre Baigorria y Lucero, repitiendo a continuación el referente de este “entrambos” para hacerlo explícito. Aunque Tiscornia clasifica los indefinidos según su significado personal y de cosa, positivo o negativo, también podemos tomar en cuenta, como lo hacen algunas gramáticas tradicionales, la clasificación de los indefinidos en simples y compuestos y según la declinación de género y número o su ausencia, por ser este el aspecto donde se presenta la mayor variación. En cuanto al número se encuentra el empleo de ninguno (217IR, 781IR) junto a ningunos, y de nadie (219IR, 1161aM) junto a nadies (413IR, 750bC). Se emplea ningunos cuando el objeto negado es plural, como en mis paisanos no lo biamos ni los comunicabamos con ningunos (412IR), donde “ningunos” refiere a “paisanos”. Otro tanto ocurre con el género en el indefinido “cual(es)quier(a)”, del que se encuentra en el corpus epistolar cualquiera cosa (832IR), sin apócope y con marcación de género femenino, pero también cualquier asunto (893IR), con apócope y sin marcación de género masculino, y cualquier cosa (268IR), sin marcación del género femenino; así como también cualesquier acontecimiento (520IR) y cualesquier sircunstansia (715IR) sin marcas de género. Eleuterio Tiscornia (1930: 139) consideraba que “[e]l vulgo no ve en la forma culta cualesquiera los elementos del compuesto ni la característica de número”. Obsérvese, sin embargo, que en otra carta proveniente de Leubucó, un escribiente del cacique Mariano Rosas emplea la forma anticuada “quier” en el puede haser lo que quyer ci quiere benir que benga (223IR) poniendo de manifiesto la posibilidad de que, contra lo que afirma Tiscornia, existiera alguna conciencia de los componentes de este elemento léxico, al margen de la pérdida de marcas de género en el segundo y de número en el primero de ellos. 4.2.2.2.7. La formación de palabras: —diminutivos, aumentativos, apreciativos, colectivos, gentilicios Haremos un repaso de algunos procedimientos derivativos de formación de palabras que se dejan analizar sobre la base de nuestras fuentes aunque sin la ambición de agotar el tema, sino tan solo de ofrecer un panorama general.

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Comenzaremos con la disminución y los aumentativos, el significado apreciativo de estos y otros sufijos según se desprende de su uso, y concluiremos con algunos procedimientos formativos de colectivos y gentilicios. Según la RAE (2010), lo común a los sufijos derivativos es no cambiar la categoría de la palabra base a la que se aplica, lo que lleva a excluir a los sufijos que cambian la categoría de la base (-ón deverbal como en “buscón”; -oso denominal en “izquierdoso”; añadamos el -udo denominal de “caprichudo”); algunos sufijos se aplican a varios tipos de palabras, por lo que no resulta ilógico romper con algunas rigideces del enfoque tradicional de tomar como punto de partida las clasificaciones según los tipos de palabras para hacer foco en los sufijos mismos (Lüdtke 2011). Fontanella de Weinberg (1987: 110) señala que el único sufijo diminutivo corriente en la región pampeana es -ito, un sufijo que se emplea tanto con nombres propios, mariquita (303IR), y apellidos, en Mancillita (294IR); como así también se encuentra en topónimos como Totoritas, del fitónimo “totora”, una especie de junco —no así en Mulitas, por ser “mulita” otro nombre para el “armadillo” y no una disminución de “mula”—; en sustantivos comunes, como cartita (715bIR), carguitas (262M), cortesito (804IR), regalitos (322IR), entradita (713M), migita (= mi hijita) (314C), sirbientita (560C), cautibita (137IR, 519M), azotitos (Avendaño 2000: 95) , chinita (Baigorria 2006: 177); con adjetivos, buenito (285IR), pocito (= poquito) (804IR), blanquito, rengito (541C) y con adverbios, allicito, nunquita, que Mansilla (1877: §42) considera un rasgo característico de variedades trasandinas. Junto a la expresión de una cualidad específica (menor tamaño o edad), en su uso el diminutivo cumple no pocas veces una función apreciativa que añade connotaciones subjetivas al significado de la palabra base, como se puede ver en el siguiente ejemplo que es parte de una respuesta a los reclamos de los indígenas por terrenos más grandes donde poder vivir y practicar sus actividades económicas: para tener unas ovejitas, unas vaquitas uno ó dos mancarrones, etc. etc. no se presisa tanto terreno (603M). La entrega de terreno a los indios que aceptaran establecerse en reducciones era un compromiso que el gobierno argentino, una vez reducidos estos, se mostraba reacio a cumplir. Volviendo al catálogo de los sufijos diminutivos, la abrumadora cantidad de ejemplos con -ito parecen dar la razón a Fontanella de Weinberg; sin embargo, también otros sufijos diminutivos se presentan ocasionalmente, como -illo en Conventillo (451M), cuadernillos (467M), tropilla (736C), lomillos (Avendaño 2000: 134); en Baigorria (2006: 170) se lee doctorcillos con un claro sentido

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despectivo para referirse a los políticos; aunque se presenta sobre todo en formas lexicalizadas, tales como Cansoillo (= calzoncillos) (283IR); y se encuentra a su vez en topónimos como Espinillal, un colectivo derivado del fitónimo “espinillo”, como aparece también en junquillar (Avendaño 2000: 135), derivado de “junquillo”; otros topónimos donde se encuentran sufijos diminutivos son Saladillo de Ruiz Díaz, Villita y Rondín (Baigorria 2006: 185, 111); en las formas lexicalizadas se conservan los sufijos diminutivos -ín, -ete, en pañete (283IR, 322IR), -eta como en isleta (Avendaño 2004: 207), -uelo en pañuelo (256IR) y -ejo, en capitanejo (Baigorria 2006: 155). En ocasiones se puede colgar un aumentativo a una palabra con diminutivo, como en vaquillona (529M), sin que se pueda decidir el grado de lexicalización en el sufijo de vaqu-ill-ona, ya que “vaquilla” se usaría para designar a una vaca joven, es decir, una “ternera”; vaquillona es por tanto una vaquilla más grande, pero que no llega a ser vaca. El hipocorístico Baigorrita (175M, 862IR) con que se conocía al cacique Manuel Baigorria, se entiende como un elemento que sirve para diferenciarlo de su homónimo, el coronel Baigorria; es decir, el diminutivo funciona en este caso a partir de un significado léxico básico no como un elemento apreciativo o afectivo, sino meramente cuantificador7 o reductivo8 para abarcar el compo-

7 Véase Jens Lüdtke 2005, 2011, autor que resalta la necesidad de tomar la perspectiva del hablante para valorar el significado de un procedimiento de formación de palabras, siendo la cuantificación el significado paragramatical básico y universal de la disminución. De manera opuesta procede la RAE 2010, que incluye a los diminutivos y aumentativos entre los procedimientos apreciativos, colocando así en primer plano el significado connotativo que el sufijo puede introducir y en segundo plano el significado de disminución. 8 Término que propone Isabel Zollna (2005: 298), quien escribe: “Con el transvase del concepto de disminución al de reducción se deja de lado de forma oportuna y se vuelve productivamente ambivalente la asociación concreta del “volverse-pequeño”, a la disminución cuantitativa (real) de una cantidad. Reducción implica intensificación, pues en la reducción puede tratarse no solamente de una disminución, de un menor volumen de algo, sino también de concentración, con lo cual queda implicada la focalización o puesta en relieve de un aspecto. Esta concentración puede ser llamada intensificación en tanto correspondencia o concepto complementario a reducción”. El concepto de “reducción” sería además más apropiado para comprender distintos tipos de palabras susceptibles de ser interpretados como adjetivos dimensionales. Como Lüdtke, Zollna distingue el nivel semántico del pragmático y considera el empleo de diminutivos en esta perspectiva como “procedimiento contextualizador”. La principal diferencia entre el tratamiento de ambos autores radica en que Zollna pone el acento en los tipos de palabras, en especial el adjetivo, mientras que Lüdtke 2005, 2011, aboga por un tratamiento en primer término del procedimiento mismo en el nivel de la lengua y en segundo

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nente intensificador que una reducción puede contener: Baigorrita (...) que se entienda con su tocallo y yo le pedire al General otro para enten[der]me con el (219IR). A nivel pragmático, en el sentido de esta expresión intervienen no solamente el conocimiento del significado de la palabra tocayo como “persona que tiene el mismo nombre”, sino también el conocimiento que se tiene del entorno extraverbal histórico: el coronel Manuel Baigorria, refugiado político en las tolderías de los ranqueles y padrino de Baigorrita. Los entornos orientan así la selección de un procedimiento de formación de palabras por parte del hablante, que, en el caso de este nombre propio, no significa otra cosa que la marcación de uno de los extremos en una comparación tácita, que puede parafrasearse en términos reductivos de “el Baigorria más pequeño” o “el Baigorria más joven”, como se muestra en la cita que usamos de epígrafe con la anécdota del “Coronel Mansilla, chico” y que ofrece el entorno necesario para entender quién es Mancillita (294IR). Un sufijo de valoración negativa que acompaña solamente sustantivos es -ejo, empleado por el sacerdote Moisés Álvarez para designar un lugarejo inservible (1161aM), aunque no puede decirse lo mismo de capitanejo, forma lexicalizada donde funcionaba como simple diminutivo (Sánchez Méndez 2003: 277), en una palabra que designaba a indios con cierta autoridad, pero con menor jerarquía que un cacique. En el mismo campo léxico se encuentra cacicones, que aparece solo en Avendaño (2000: 17), interpretado por Meinrado Hux como sinónimo de “capitanejo”, frente a “caciquillo” y “cacique mayor”; Avendaño (2004: 54) emplea caciquillo con el significado de ‘hijo de cacique’. El mismo sufijo aumentativo -ón, si bien con flexión de femenino, se encuentra en los adjetivos de base nominal burlona, inocentona, regalona, picarona, machona, narigona (Avendaño 2000: 22, 82, 85, 96, 126 y 129) acompañado de un más o menos acentuado matiz desvalorativo; el sustantivo comilona (Avendaño 2000: 85), que es neutral y significa “banquete” o “gran comida”, sin embargo, contiene también este mismo sufijo; se debe distinguir del sufijo -ón que se usa para designar golpes o movimientos bruscos, como en bofetón, sacudón (Avendaño 2004: 203) y que no presenta formas femeninas; el sufijo término de los tipos de palabras donde el procedimiento tiene lugar, lo que lleva necesariamente a una formulación más abstracta: “Más bien hay que buscar lo común en derivados que tienen el mismo elemento formativo (sufijo) que sirve a la formación de sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios y expresiones con valor oracional. Un análisis semántico basado en el ejemplo de una sola categoría verbal, pues, no iría muy lejos”.

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aumentativo -udo tiene carácter neutro en objetos: una planta copuda (Avendaño 2004: 213), pero carácter desvalorativo cuando es usado con una persona, como en los adjetivos ojudo (287M) y caprichudo (711M). La única excepción que ebcontramos se lee en el elogioso agalludo (Prado 1960: 66), para ponderar a alguien por “tener agallas”. Una valoración apreciativa presenta el sufijo aumentativo -azo en aserloquedar toraso (322IR) con significado metafórico, que se debe distinguir del mismo sufijo para designar golpes, como achazos (1023M) y lanzazo (Prado 1960: 50). Carácter valorativo se manifiesta así mismo en elementos lexicalizados como populacho (Avendaño 2000: 17) con el significado de “plebe”, incluyendo el sufijo -acho, que no parece tener ya carácter sistemático pese a otorgar a la palabra un matiz despectivo. Sufijos colectivos son -ada, en indiada (197IR, 539C), muchachada (694M), caballada (207IR, V. APÉNDICE, 603M), yeguada (Baigorria 2006: 142), mulada (Avendaño 2004: 173), carretada (PO: 507), aguada (Avendaño 2004: 206) y miliciada (Prado 1960: 46), añadido este último a un lexema con significado colectivo (Lüdtke 2011); otro significado del sufijo -ada designa golpes en sentido real o figurado como emboscada (738M) y patada (Avendaño 2000: 128); es colectivo también -ar/-al en chañaral, totoral, junquillar (Avendaño 2004: 205, 213; 2000: 135) y viscacherales (Mansilla 1877: §64), como conjunto de “vizcacheras”, es decir, de cuevas donde viven la “vizcachas”; se une al significado colectivo el peyorativo en -aje, que se presenta en unterneraje (536IR), mucho chusmaje (1034M), chicaje (PO: 526) y se encuentra también en un poeta gauchesco, Antonio Lussich (Cantalicio Quirós y Miterio Castro 1883), al hablar del estranjeraje. En lugar de beberaje (Baigorria 2006: 80), el padre Moisés Álvarez recurre al sustantivo derivado chupandinas (450bM) y Santiago Avendaño (2000: 146) al sufijo -ío en beberío, que se presenta con similar significado colectivo en mujerio (602M) y numeroso gentío (Avendaño 2000: 21). En ambos, aunque especialmente en el segundo, parece presente un matiz peyorativo, ya que Avendaño señala que el conjunto se compone de “hombres formales” y de “esa chusma burlona y desvergonzada”. El significado colectivo se presenta también en el sufijo -ería con que se construye toldería (Avendaño 2004: 74) como conjunto de “toldos”. Las referencias a los indígenas de la región da lugar a la construcción de múltiples etnónimos; el más común es Ranqueles (Baigorria 2006: 82), Santiago Avendaño los llama alternadamente Ranquel-ches (2004: 37) y Ranquil-ches (2004: 64), adaptando no solo fonéticamente el nombre mapuche

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Rancül-che (‘gente de los carrizales’), sino también agregando el morfema de plural del español. Otras designaciones sin embargo recurren a adjetivos relacionales que toman esta base y agregan los sufijos -ino, en Ranquelinos (232M), o también -ero, en ranqueleros (PO: 401) Sustantivación de adjetivos mediante el sufijo -(i)dad: en la base de los sustantivos construidos con -idad se encuentran por regla adjetivos, como en oportunidad (163IR), comodidad (219IR), santidad (257IR), prosperidad (413IR), juiciosidad (Baigorria 2006: 161). Muestran la productividad del sufijo no solamente la frecuencia de este tipo de sustantivos, y algunos usos impropios entre autores semicultos, como estoi dispuesto acer virle enlo que esté amifacilidad (459IR), sino también creaciones léxicas que merced a la frecuente repetición de este elemento lo aplican ya tomando como base no adjetivos, sino sustantivos, por ejemplo, rigoridad (Baigorria 2006: 94); resulta difícil en cambio, determinar la base de un sustantivo como Probalidad (Baigorria 2006: 87), que podría formarse a partir del adjetivo “probo”, o tratarse acaso de una contaminación entre dos palabras semejantes que no alcanzamos a discernir. En la conducen a su nueva estabilidad y trató de mudar su estabilidad (Avendaño 2000: 83, 141), “estabilidad” denomina un lugar para ‘estar’, es decir, para vivir; el mismo sufijo está presente en pasibilidad y sangre fría (Avendaño 2000: 66), un uso impropio por “impasibilidad”; en cambio, en algunos mozos de más pasibilidad que otros (Avendaño 2000: 90) queda la duda de si no se trata acaso de un error de transcripción por “posibilidad”, es decir, personas de más dinero o “posibilidades” económicas. Entre los derivados deverbales el tema es más complejo y difícil de tratar en pocas líneas, ya que existe una competencia todavía más marcada entre distintos derivados y, lógicamente, los procedimientos de derivación con que se contruyen, como se ve a la luz de “pago” y “pagamento”, “estima” y “estimación”, “contesto” y “contestación”, “mantención” y “mantenimiento”, etc.; baste aquí pues con mencionar el problema y derivar la consideración de esta concurrencia al léxico (4.2.3.), ya que, como podremos comprobar en algunos casos la elección de una u otra posibilidad parece tener que ver con usos propios de distintos niveles y estilos de lengua en la región. Otros métodos de la formación de palabras son de mucha menor importancia a la hora de caracterizar a las variedades de la Pampa. El método de formación de palabras menos frecuente es la composición de verbo y complemento. Falta completamente en las cartas y en nuestras fuentes de la literatura

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de frontera solamente encontramos un tapaboca (Avendaño 2000: 78); otro autor, Eduardo Gutiérrez, que resulta representativo del lenguaje en el ámbito militar, que no del habla rural propiamente, recurre en cambio al mismo con cierta frecuencia, presentando creaciones léxicas como quitarrabias, rompe esquinas y rascapanzas (Gutiérrez 1961: 95, 126, 161). Más común que la composición es la conversión. El caso más frecuente de conversión es la sustantivación de verbos, como en Este proceder (133IR, V. APÉNDICE). Juan Sánchez Méndez (2003: 284) destaca el uso de artículos junto a infinitivos que se nominalizan y cumplen la función sintáctica de sujeto o complemento directo. En nuestro ejemplo, el demostrativo “este” cumple además una clara función en la cohesión textual. El uso adjetivo de algunos sustantivos sin que medie ningún procedimiento derivativo, se observa en el caso de “plaga” en la siguiente enumeración de adjetivos: una le dice que era plaga, dormilona, mezquina (Avendaño 2000: 86); y otros como “tamaño” en por tamaña dedicha (320M) y esperaban con tamaños ojos sus noticias (Avendaño 2000: 54), pero en este último caso el uso como adjetivo superlativo es una conservación del español antiguo, “tan magno”, y más allá, del latín, donde esta construcción habría convivido con MAIOR; es decir, se trataría de un proceso de gramaticalización en camino inverso, si lo podemos llamar así, que vuelve a transformar en adjetivo un sustantivo, “tamaño”, que ya era derivado de una construcción superlativa. 4.2.2.2.8. Las preposiciones Aunque por lo general se conceda mayor importancia a las palabras con un contenido que remite a una determinada realidad, hay palabras que, sin tener un contenido tan preciso o teniéndolo de manera más abstracta, son fundamentales para definir las relaciones que en una oración o una frase se establecen entre los distintos elementos lingüísticos. Este es el caso de las preposiciones, que presentan algunos usos característicos en la región. Nos limitaremos solamente a comentar algunas de ellas de uso más frecuente para no agobiar al lector, pero dejando constancia de que sería posible, y necesario, ampliar el tema.

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“a” La preposición “a” se pierde con frecuencia en construcciones infinitivas, como en quevanllevarlo (928IR); pero en la mayoría de los casos en que los elementos comienzan o terminan en vocal, como en estan muy dispuesto haser la paz (135IR), ballan entrar (261IR, V. APÉNDICE), se animan aserla (140IR), así como también en no se anima yr (223IR), se produce sencillamente el fenómeno ya visto de la unión de vocales iguales entre la preposición “a” y el final del verbo que la precede o el comienzo del infinitivo que le sigue. La preposición “a” reemplaza usos de “en” en frases fijas como: a nombre de todos mis casiques (935IR), me encarga lo salude á su nombre (705a y bC), y en construcciones temporales y espaciales en que pesaría el significado de direccionalidad de la preposición: si tardan un mes todavia á enviar la orden (1030M), Puestos a presencia del cacique (Avendaño 2004: 113); en otra frase reemplaza a “de”, que no reciba obsequios a nadie (Baigorria 2006: 112), que también mantiene el significado de “direccionalidad” en el contexto, lo que explicaría este cambio antes como un caso de interferencia. Se da un uso impropio de la preposición transformando en objeto preposicional una oración subordinada como objeto directo en conseguí 1º con el indio Villarreal y sus parientes a que vengan, he conseguido a que se quede (456O), manda allebar esta cautivadespues (558bIR). En cambio, cae la preposición en otros casos en que debe introducir un objeto: no invitaría mis compañeros ir al campo de los indios (Baigorria 2006: 108). Otro uso característico de la preposición está en relación con lo que podríamos considerar como una toponimización de los etnónimos. El uso de topónimos y etnónimos se superpone en algunos casos, como en peregrinación a los indios (269M), o recordemos aquí el título Una escursión á los indios ranqueles del relato de Lucio V. Mansilla, dado que la idea de una etnia se asocia comúnmente con un determinado territorio9. Mientras en la actualidad una construcción de este tipo no resultaría aceptable, era entendible entonces como un desplazamiento semántico corriente en expresiones tales como llamada en los indios (705a y bC), que manifiestaban en el uso el mismo significado con valor local.

“La etnicidad ha sido escrupulosamente regimentada sobre una base inamovible y puesta bajo el principio de una territorialidad específica.” Jorge Fernández C. 1998: 27. 9

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“para” En los niveles de lengua más populares, la preposición para se reduce con frecuencia a pa (104M) cuando le sigue una consonante: lleguas paracionar (163IR); o, en ocasiones, a par cuando le sigue una vocal, pareso (137IR), o como el siguiente ejemplo de hipercorrección donde la h parece puesta para reforzar en la escritura la separación de la preposición: par hir (140IR). Aunque el empleo de un español estándar por parte de los sacerdotes de origen italiano, en particular del padre Marcos Donati, es generalmente impecable, se aprecia en ocasiones cierta confusión entre los usos de las preposiciones “por” y “para”, tan característica de quienes aprenden el español como segunda lengua: Por nuestra suerte, estaban para llegar a su toldo, estuvieron casi para matarlo (192M), estaba para suceder (711M), me intereso mucho para el bien de ellos (979bM), no era por menos (753C), aunque no hay suficientes casos como para intentar una interpretación sintáctica y semántica más precisa, quedando el asunto abierto para investigaciones que se emprendieren en el futuro con una base documental más amplia. Junto al significado de finalidad e instrumentalidad de la preposición se distingue el de direccionalidad, en pudimos salir para Tierra Adentro (192M), marcharemos con él para San Luis (Baigorria 2006: 102). “entre” La preposición “entre” se emplea para designar un punto determinado dentro de un plazo de tiempo o un espacio. Asume sin embargo en todos los niveles de lengua un valor semejante a “antes de” en: regrezo entre 4 dias (313aIR), debe ir entre poco tiempo (339C), asalir a malon entre tres dias (261IR, V. APÉNDICE) y entre pocos dias (713M, 738M). En Manuel Baigorria nos encontramos con la preposición “entre” en uso combinado con “a” para señalar un punto intermedio en un plazo temporal: entre las diez a once (2006: 136), una probable contaminación de dos construcciones de uso cotidiano. “en” reemplaza a “entre” en: los dos potros que hay en las lleguas de su reverencia (330M). Llama la atención el empleo de la preposición latina “inter”, como en inter nos (738M), intertanto (603M, 1114M); también usada en un autor semiletrado como Baigorria (2006: 57, 153 y 179) con valor aproximado al de los conectores “mientras (tanto)” o “entre tanto”: De allí descubrió cuatro individuos y observó también, oyéndoles muy claro la conversación que entre éstos continuaban. (...) Ínter esta conversación para él importante, pero también lo avanzaba la noche (...).

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Estuvieron algún tiempo a las puertas de Buenos Aires, ínter se preparaba el ejército. Baigorria, por no perder tiempo, inter alcanzaba a Coliqueo, se fue a Rojas (...).

En el mismo autor se encuentra además el cultismo “ínter” sustantivado: En este ínter (Baigorria 2006: 116). El ejemplo a benido aentreducir barias combersaciones (493IR), considerado más arriba entre los fenómenos vocálicos, se puede pensar también como una reinterpretación semántica del verbo, que conllevaría una contaminación con el adverbio latino “intro” al incorporarse al verbo la preposición “entre”, según la paráfrasis “alguien introduce conversaciones (= rumores) entre (los indios)”. “hasta” La preposición “hasta” señala el punto final de un período o el límite de un espacio o tiempo. En el siguiente ejemplo que describe una acción que debe realizarse dentro de un período, la preposición reemplaza a “antes de”: De inmediato se lo vistió (...) hasta que se enfriase el cadáver (Avendaño 2000: 63)10. El significado de límite puede combinarse con el de direccionalidad de la preposición “a” en el uso combinado llegar algun dia hasta a Tierra adentro (192M). “de” Entre los rasgos característicos del empleo de la preposición “de” en esta región merece mencionarse el encabezamiento de construcciones infinitivas en función de objeto, en especial, aunque no exclusivamente, en los sociolectos más cultos: en pos de un grande sentimiento, les ruego (...) de hacer averiguar (180C); se propone de hacer una consulta (232M); hecreydo conbeniente detener una entrevista con Baigorria ha que me esplicaze (607IR); le propuse de traer algunas familia (450M); pienso de ocuparme (598C). 10 Este uso se mantiene vigente en algunas variedades del español de América, especialmente en Centroamérica. En Nicaragua, por dar un ejemplo, es de uso cotidiano en el habla y se encuentra con no poca frecuencia en la lengua escrita.

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En otros casos en que un verbo o un adverbio en el uso actual rigen su presencia, se prescinde de la preposición. El fenómeno se presenta sobre todo en las variedades populares, pero alcanza también a otros niveles de lengua: asermele entrega una cartita (135IR); han tenido la suerte cobrar todos los sueldos; me veré en la dura necesidad serrar la escuela (736C); cerca unas catorce familias (232M).

La preposición “de” falta ocasionalmente como elemento de unión en construcciones compuestas que presentan un elemento general y uno especificador, como dos mazos Tabaco (140IR), una hacienda puros terneros (893IR), dos ponchos paño (539C). La preposición “de” es también parte constitutiva de expresiones relativamente fijas como “ser de la opinión” y “ser del deber” —era de opinión (Baigorria 2006: 54), no soy de opinión se dividan (Baigorria 2006: 101), es de mi deber (292IR, PO: 433)— que son manifestación de una cierta cosmovisión (Sapir-Whorf) en el sentido de que un deber, una obligación, una opinión, no se poseen, sino al contrario, el individuo “pertenece” a las mismas. El dequeísmo, es decir, el uso innecesario de la preposición “de” antes del relativo “que”, puede contarse entre los fenómenos de uso irregular de la preposición “de” que se presentan con cierta frecuencia, en especial entre los hablantes de variedades más populares o de extracción social más baja. Se observa el fenómeno del dequeísmo favorecido por verbos como “decir”, “asegurar”, “ver”, “saber”, etc. en frases como: me asegura de que el General no fallará a la palabra (218IR); ya be Usted Compadre de que estoy tan pobre (283IR); y despues supimos de que pasa para buenos aires (...) tubimos una junta con mariano y los dijo de que le abia mandado desir deque se abía aber con el Señor presidente (332IR).

Hay otros empleos de la preposición que merecerían un análisis más profundo que no podemos emprender en este lugar, pero que vale la pena consignar.

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Por una parte, en el tratado que desiamos de años (136IR) “de” presenta un valor semejante a “desde (hace)”; también asume valores semejantes a “con” en la expresión amenazaba a los Indios de matarlos (192M). Preposiciones compuestas Contribuyen a la expresividad en estos textos el frecuente uso combinado de preposiciones, de los que solamente listamos algunos casos más destacados. En algunos se puede reconocer contaminaciones, como en “de por favor”, otros en cambio constituyen verdaderas originalidades en el uso de la lengua en estos territorios: a según: asegun como le valla (214C); a sobre: para que partisipe al Sor. Coronel Mansilla a sobre lo que Mariano le piden... (137IR), asobre esos pensamientos, A sobre las cautivas (931IR); bajo de: bajo de sus ordenes (698IR), bajo de su caballo (Baigorria 2006: 89); de por: le pido dé por fabor (698IR). En Baigorria (2006: 89), por el contrario, se encuentra la combinación inversa “por de”, creyendo el triunfo ya por de ellos; hasta a: llegar algun dia hasta a Tierra adentro (192M); para con: para con mis amigos (464O), arreglos de Paz para con el Superior Gobierno (832IR), el amor de un padre para con su hijo (289M); por en: siempre por en medio de la espesura (Avendaño 2004: 151).

4.2.2.2.9. Los adverbios Entre los adverbios locales existe concurrencia entre el sistema de deícticos tripartito (“aquí/ahí/allí”) y el bipartito (“acá/allá”). Un breve cuadro estadístico contabiliza la cantidad de apariciones de unos y otros en las cartas divididas según sus remitentes:

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acá

allá

aquí

ahí

allí

Indígenas y refugiados (120 cartas)

12 (10,00 %)

10 (8,33 %)

12 (10,00 %)

6 (5 %)

2 (1,66 %)

Civiles (68 cartas)

5 (7,35 %)

4 (5,88 %)

6 (8,82%)

-

4 (5,88 %)

Misioneros (191 cartas y relaciones)

13 (6,80 %)

16 (8,37 %)

79 (41,36 %)

21 (10,99 %)

39 (20,41 %)

Oficiales y militares (22 cartas y telegramas)

1 (4,54 %)

-

3 (13,63 %)

2 (9,09 %)

2 (9,09 %)

Las cifras son relativas y el cuadro, por ende, no ofrece ninguna respuesta definitiva, pero sirve para marcar algunas tendencias en las preferencias de los hablantes por uno y otro sistema en los distintos sociolectos. Todos los deícticos espaciales, con excepción de “ahí”, están representados en todos los grupos sociales. Las cartas civiles asumen en el uso de “acá” y “allí” una posición intermedia entre las cartas escritas en las tolderías y los textos más cultos de los sacerdotes y militares. Si se puede pensar en un cierto paralelo entre “acá” y “aquí”, por un lado, y “allá” y “allí”, por el otro, no asombra el lugar ambiguo de “ahí”, que llega incluso a faltar completamente entre las cartas civiles. Los valores decrecientes de “acá” contrastan con los valores ascendentes de “aquí” y “allí”; sin embargo, la tendencia no es tan marcada con “allá”. Las cartas de militares y oficiales, que incluyen artículos periodísticos y el texto del tratado de paz, por su bajo número no son, en principio, tan representativas; a pesar de ello, acompañan la tendencia general aproximándose más a los valores de los textos más cultos y próximos a la norma de los sacerdotes que de las variedades más populares. En resumidas cuentas, entre las variedades populares se prefiere el sistema bipartito y entre las más elevadas la tendencia es hacia el sistema tripartito. Esta estadística oculta, sin embargo, que algunos adverbios de tipo bimembre y del tipo trimembre aparecen en la misma carta. El siguiente ejemplo pertenece a un sacerdote misionero: Mientras yo estaba por ahí el viejo Camisay prestó uno de mis caballos á un tal Filomeno Dominguez, dicen que se fué para allá (...) (730bM). Un análisis de algunos contextos de aparición, por ejemplo locuciones con preposiciones más o menos fijas como “por ahí” o “para allá”, o usos deícticos

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textuales como “de ahí”, que resulta intercambiable con “de allí”, pero no con “de acá”, así como algunos usos espaciales fijos, tal el caso de “más allá”, complementarían este análisis permitiendo sacar algunas conclusiones más definidas, sean estas gramaticales o, incluso, psicológicas, si nos concentramos en el lugar ambiguo de “ahí”. Por cuestiones de espacio no podemos ofrecer en este lugar dicho examen, que queda pendiente para investigaciones futuras, también con inclusión en el análisis de fuentes de la literatura de frontera. Entre los deícticos temporales se cuentan en buen número la conservación agora (688M, 692IR, 1121C), hagora (224IR), en variación con aora (916IR) y con la misma voz escrita con h en posición inicial (322IR, 450aC) e intermedia (173IR). Como se sabe, ambas palabras no derivan una de la otra como se supo pensar, sino que tienen su origen en dos expresiones diferentes del latín: HAC HORA y AD HORA. Ya se conoce la suerte corrida por estas expresiones en la lengua estándar de la actualidad que ha marginado o hecho desaparecer “agora” en muchos lugares en beneficio de “ahora”. Ambas formas, sin embargo, estaban vigentes en las variedades más populares de la época, si bien con predominio de “ahora”. Los estudios sobre la lengua de la literatura gauchesca hacen hincapié fundamentalmente en el aspecto fonético de la pronunciación áw > ao; Eleuterio Tiscornia (1930: 197) considera la presencia de “agora” como “fugaz”, y la ve presente tan solo en los primeros textos de la gauchesca. El análisis de los documentos colabora en definitiva, a complejizar el cuadro mostrando la vitalidad de ambas formas en las variedades más populares de esta región. El tema, por supuesto, merecería también un análisis más fino que esta caracterización de gruesos trazos. El sufijo adverbial de modo -mente, derivado del ablativo latino de MENS, perdió su contenido léxico para convertirse en un morfema de la formación adverbial; tal conversión se cumplió mediante un proceso de gramaticalización, de modo que se transformó un procedimiento compositivo latino en uno derivativo en el español (RAE 2010: 149). En ocasiones se escribe separado del adjetivo como se observa en felis mente (233C) y en innueba mente (481C), debido tal vez al resto originario del acento que se mantiene en la primera e [felìsménte], lo que no ocurre con otros sufijos. Puede ocurrir también que en grupos coordinados no se elida el sufijo en el primer elemento, sino que se lo conserve en ambos elementos, como ocurre en Libremente y igualmente (622IR). Es innovadora en cambio la reinterpretación de la función de las palabras en que interviene este sufijo. El adverbio en -mente parece funcionar en ocasiones como una preposición o como conector: relativamente á la chica

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(713M), relativamente a Cheli (738M), juntamente la hija de D° Prudencia (931IR), en lugar de “relativo a” o “junto con”. Los adverbios terminados en -mente constituyen una clase abierta, lo que dificulta una clasificación que haga justicia a todas sus posibilidades morfosintácticas y léxicas; por ello no insistiremos en el tema en este lugar. Interesa sí señalar que en las cartas, junto al empleo como adverbio de modo o manera que se mantiene en todos los niveles de lengua, como por ejemplo, verdaderamente (906M), juntamente (953M), onradamente (991c), inutilmente (1023M), la mayor diferencia se observa en la tendencia en los sociolectos más bajos hacia un uso más frecuente del sufijo junto a adjetivos ordinales y calificativos que expresan nociones de tipo temporal. De esta manera podría hablarse, junto al uso tradicional y más frecuente, de un uso de tipo temporal en algunos adverbios como nuevamente (219IR, 339c, 781IR), prontamente (232M), primeramente (332IR), Ultimamente en estos dias (330c), anteriormente (653IR), diariamente (552IR, 1001IR), eternamente (658IR), actualmente (232M, 961c). Se recurre, pues, a adjetivos calificativos como “actual”, “diario”, “eterno”, o a adjetivos ordinales, “primero”, “último”, “anterior”, que conducen a construcciones de frecuencia o duración (RAE 2010); tales nociones se apoyan sin dificultad en una representación metafórica del tiempo de tipo lineal, la que acaso habría resultado más concreta o palpable en general, pero en especial para hablantes semiletrados. 4.2.2.3. Algunas cuestiones sintácticas 4.2.2.3.1. Los nombres propios con artículo A diferencia de lo que ocurre en la actualidad, en que es un fenómeno exclusivo de la lengua oral y de los niveles socioculturales más bajos, el uso de artículos con nombres propios parece haber sido en esta región un fenómeno de gran difusión en los diversos niveles sociales, también en los más altos. El artículo aparece tanto con el nombre de pila, en la Carmen (733M), la hija de la Prudencia, la Prudencia (713M) y marido de la Cruz (295C), como antecediendo apellidos, la Gallo (713M), o nombres completos, la Fortunata Gallo (354M). Se presenta además en todas las funciones oracionales de sujeto, objeto directo, indirecto y preposicional: al Calfucurá, al Camargo (268IR).

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4.2.2.3.2. Posición en la frase Las mayores desviaciones respecto a la norma que se observan en el plano sintáctico se presentan en las variedades populares, entre hablantes de un menor grado de formación escolar, ya que es en la escritura donde se exige una mayor exactitud en las construcciones para lograr un mensaje efectivo. En la frase y, más allá, en la oración, se consignan no pocos fenómenos dignos de mención que conciernen a la posición de los diversos constituyentes. Aunque la tendencia en español es a la posposición del adjetivo, por ejemplo un tiempo oportuno (520IR), son muchos los casos en que la fluidez de la frase, la extensión de algunos constituyentes, la disposición de la información o su focalización exigen, especialmente en la escritura, la anteposición del adjetivo: Héle puesto por delante los graves inconvenientes (561M). Sin embargo, entre las cartas provenientes de las tolderías no faltan ejemplos que llevan al extremo la tendencia a la posposición situando también en esa posición cuantificadores, que normalmente se anteponen, como son hijos muchos (163IR), hace años pocos (934bIR), o adjetivos calificativos que se vuelven ambiguos, como mi amigo biejo (935IR), incurriendo en la típica imprecisión de no dejar en claro si se habla de vejez del amigo o antigüedad de la amistad. La acumulación de elementos conspira en ocasiones contra la claridad de la información transmitida en Dos otros días antes se marchó (Baigorria 2006: 183), o conducen a frases casi de tipo gongorino: de mí viven muy lejos los toldos (PO: 433). 4.2.2.3.3. La comparación Como en el español general, la comparación o gradación conoce tres posibilidades: el grado positivo, el comparativo y el superlativo. En la comparación se ponen en contraste dos términos sobre una base común o noción comparada. Se compara el número, la cantidad o el grado entre individuos, estado de cosas o situaciones (RAE 2010). En la comparación se presentan dos términos que, explícita o implícitamente, están en una relación o bien de desigualdad, que puede ser de superioridad o de inferioridad, o bien de igualdad. Los cuantificadores comparativos “más”, “menos” y “tanto” pueden modificar sustantivos, adjetivos o frases

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adjetivas, adverbios o frases adverbiales y verbos, comportándose como adverbios en este caso. La comparación de igualdad se efectua mediante la construcción “tan(to)... como...”, en tanto los Combiene á nosotros como a los cristianos (715IR), o prescindiendo de “tan(to)”: Yo mi respectado padre Creo que se olbidase de Ud. como de mi (163IR). En las comparaciones de superioridad se opta por construcciones con el cuantificador “más” y el relativo “que” y en las de inferioridad con “menos que”. La RAE (2010: 858) distingue como un grupo especial a los llamados comparativos sincréticos “mayor”, “menor”, “mejor” y “peor” que “contienen implícito en su significado el cuantificador comparativo”, como se presenta por ejemplo en mayor fuerza (569O) que compara la cantidad de fuerza militar. Estos adjetivos solamente conocen declinación de número, como se muestra con “mejores”, a diferencia de “malos”, que está en congruencia con “caballos” coincidiendo en género y número: los indios (...) han desertado, robandose los mejores, ó menos malos caballos de sus compañeros. (1047M). Los comparativos sincréticos son también de uso corriente en construcciones superlativas, donde el término de comparación son todos los demás individuos de la misma especie: “el mejor caballo (de todos)”; “mejor” reemplaza a “mayor” en el superlativo de la fórmula deciandole acimismo la mejor felicidad (336aIR), donde la comparación implícita se establece no ya en la cantidad, sino en el grado de toda otra felicidad. El carácter relacional de los mismos parece perderse comportándose como cualquier otro adjetivo en función de adverbio y posibilitando construcciones como trabajo lo más mejor para que vivamos en paz (PO: 434). Más allá, los documentos muestran que en las construcciones de superioridad no pocas veces se tiende a optar por el equivalente “más bien” en lugar de “mejor”: Uste, mas bien sabe el trabajo que costo (197IR), el lo ympondra mas bien que ninguno (412IR); en las comparaciones de inferioridad se recurre a su vez a “menos” en lugar de “menor” o “peor”: de menos hedad (261IR, V. APÉNDICE), No menos malo es el estado de la caballada (1047M). La comparación de igualdad se puede establecer también mediante otros recursos lingüísticos que entran en competencia entre sí. Entre las cartas mapuches de Salinas Grandes publicadas por Pávez Ojeda (2008) y en una carta del general Racedo —es decir, en representantes de dos variedades que cubren un amplio espectro— encontramos las siguientes frases comparativas: un Sello con el nombre del como igual al mio (PO: 527), material como igual número al que

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le habia empleado (750bO), donde se produce una contaminación entre la comparación mediante “como” y la expresión comparativa “igual a”, ambas formas habituales de la comparación de igualdad. Aunque la RAE considera a “antes” y “después” entre los comparativos sincréticos, analizando los documentos nos encontramos solamente con construcciones formalmente parecidas en las que intervienen estos adverbios, pero que cumplen una función distinta, de tipo localizador. Así se observa en la construcción temporal “más antes” que no compara, sino que sitúa según coordenadas espacio-temporales. En todo caso, si esta construcción “compara” un término con otro, ese otro término es puntual: despues de una tan larga espera (173IR), marca un desarrollo lineal y un punto que se encuentra fuera o en el extremo de dicho desarrollo; si ese punto se encuentra en el presente, la construcción va acompañada del pretérito perfecto, como por ejemplo en si mas antes no las hecho (137IR) y Niña, ¿y por qué su hermano no ha hecho esto más antes? (Baigorria 2006: 51), o bien del pluscuamperfecto, cuando no solamente el desarrollo, sino también el punto de referencia se encuentran en el pasado: las notas que le habia mandado mas antes (895IR), un freno con herraje que le habían mandado más antes de su casa (Baigorria 2006: 106), entonces y más antes (Baigorria 2006: 95). Con “después” no se usa “más”, sino, en todo caso, “mucho” o “poco”, que cuantifican el desarrollo o período que le sigue. Esta construcción temporal cuenta con un correlato espacial que se presenta junto a adverbios de lugar, por ejemplo “más acá”, o en términos de “más adentro” y “más afuera”. En una carta del comandante interino de Río Cuarto, Doroteo González, (Tamagnini 2007: 39), se encuentra el uso espacial para mas adentro, también atestiguado en las cartas: hacerlos pasar ocho o diez leguas mas adentro (232M); y en carta firmada por el cacique Baigorrita, que salliesesmos mas afuera (336aIR)11. En no aguantaré mas allá de este mes (1052M), nos encontramos con una expresión de tipo temporal que hace uso metafórico del adverbio de lugar “allá”. El grado superlativo de adjetivos aparece en sus dos formas corrientes en el siguiente ejemplo tomado de Pechman (1980: 29): he sentido al través de los tiempos la más alta estima por este dignísimo oficial. Las construcciones ponderativas conocen dos formas principales, una analítica construida con el

11 No debe interpretarse “adentro” y “afuera” con referencia a un espacio cerrado, sino recurriendo a los entornos como un lado u otro de la frontera, siendo el territorio indígena la “Tierra adentro”.

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adverbio “muy” o con “más” precedida de artículo determinado, la más alta estima, y una sintética con el sufijo “-ísimo”, dignísimo oficial. Las más frecuentes son con mucho las formas analíticas en “muy”, de las que solo rescatamos algunas acompañando adjetivos, participios y adverbios: muy ventajosa, muy aficionado (104M), muy agradecido (334IR), muy bien benidos (445M), muy estimado (354M, 386C), muy empeñado (232M), muy dispuesto (135IR), su muy apreciada (233C), muy apreciado (692IR, 785M), muy apreciable (742O), muy presente (163IR), muy enferma (175M), muy pronto (180C), muy bueno (218IR), muy bien (412IR, 738M), muy mal (223IR, 736C), muy lejos (104M, 313aIR), Muy serca (539C), mui justo (709M), muy facil (560C), muy facilmente (785M), muy afectuosamente (596O), etc.

El carácter expresivo del superlativo en “muy” explica, por una parte, la abundancia de expresiones cuantificadoras que se aproximan en algunos casos a la hipérbole, tales como muy suficientes (118C), muy numerosa (354M), muy escasos (261IR), muy estenso (124IR); por otra, la formación de construcciones particulares, por no calificar algunas de ellas directamente de insólitas, donde el segundo elemento es una frase adverbial; ejemplos de tales construcciones son: mui á tiempo (730bM), muy luego (785M), muy alcontrario (493IR), muy deapies (268IR). Entre las fórmulas epistolares de saludo se encuentran las formaciones denominativas como: Muy Señor mio (292IR, 436C), Muy reverendo (530C, 829M), que también encuentra su correlato en Reberendisimo (402C). Sin embargo, la forma sintética del superlativo en -ísimo, si dejamos de lado el caso de “muchísimo”, que veremos a continuación, es poco frecuente en comparación con la forma analítica en “muy + ADJ.”. El uso de adjetivos en -ísimo corresponde en realidad casi exclusivamente a cartas escritas por los sacerdotes, por lo que se debe considerar a este recurso expresivo como limitado a un nivel culto y probablemente restringido al ámbito de la escritura: importantisimo (192M), grandísima imprudencia (537M), gustosisimos (618M), sentidisimo (711M), riquisimos pastos (1023M), bosque tupidisimo (1034M), aquel riquisimo campo, barbaros ferocisimos, bellisimo paraje, preciosisimos bienes (1080M). En un autor semiculto como Baigorria (2006: 208) se encuentra un único ejemplo en me hace notabilísima falta. Junto a estos merecen anotarse las formas etimológicas asuntos minimos (711M), pésimos mancarrones (738M), siendo “mancarrón” ya una palabra de contenido peyorativo para designar a un caballo viejo o inservible, y en su maxima parte han sucumbido (1080M), donde “máxima” se emplea en lugar de “mayor”.

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Como ya vimos en las fórmulas de saludo con “muy”, algunas de estas palabras en -ísimo se encuentran en cartas con un alto nivel de formalidad funcionando como encabezado epistolar del tipo Al Ilustrisimo Señor Coronel D. Julio Roca (467M) y Reberendisimo Padre Guardian (402C), repetabilicimo Padre (502C) y como fórmula de despedida en Su afectisimo y seguro Servidor (261IR, V. APÉNDICE). Estas fórmulas aparecen tanto en cartas escritas por sacerdotes y militares como por personas de escasa formación escolar, por lo que debemos insistir en su carácter formulesco y constitutivo de la tradición discursiva epistolar, ya que no parecen ofrecer otros contextos orales o escritos donde funcionaran. A diferencia de lo que plantea Pérez-Salazar (2006: 271), no se observa en esta región —más allá de “muchísimo” —ninguna popularización de las construcciones superlativas en -ísimo. Su uso estaba vigente en las variedades más cultas y en fórmulas propias de géneros del lenguaje escrito, algunas de las cuales manifiestan además un cierto desgaste semántico, como se observa en “afectísimo” o “reverendísimo”. Como ya anticipamos, se puede observar en cambio como fenómeno más difundido en los distintos estratos y estilos, aunque con cierto predominio entre los grupos sociales con mayor instrucción escolar, el superlativo “muchísimo”, que se aplica a numerosas realidades y tiene una mayor carga expresiva que “mucho”. Este refuerzo expresivo del superlativo de “mucho” se hace patente en el uso de la expresión muy mucho (259O, 910M), Le agradezco muy mucho (PO: 348) y especialmente en le cree mucho y muchisimo al Sor. Padre Vurela (137IR), ejemplo este último en el que ambas palabras se presentan como una intensificación mediante la redundancia de sus elementos. El superlativo muchísimo tiene función adjetiva en Con muchisimo sentimiento (180C), tiene muchisimos deseos de comer unas gallinas (751M); pero más frecuentemente un uso adverbial, como en me alegro muchisimo (233C), he sentido muchisimo lo que á Ud le ha pasado (765M), ha caido muchisimo Villarreal (713M), se interesa muchisimo (906M). Los verbos y sustantivos que acompaña “muchísimo” son mayoritariamente expresión de sentimientos, emociones o actividades intelectivas, y en ello radica su expresividad y la extensión del uso en otras esferas más allá del lenguaje más culto (Pérez Salazar 2006: 271); su antónimo en cambio, se presenta en una única carta: son poquísimos los indios (1160bM). El grado superlativo se realiza también mediante otras formas analíticas, menos frecuentes pero de gran expresividad tales como:

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“tan/tanto”: tan bien (378C), por el trastorno tan grande que habido por la peste tan mala (394IR), estoy tan pobre Contanta familia que tengo (283IR), sufren el castigo tan en vano (PO: 505), tantos benefisios, con tanto celo (144M), persona de tanta confiancia (154IR, V. APÉNDICE), tanto cautibo (220IR), tanto infeliz (339C), aparecen acompañando adjetivos y sustantivos, o bien cumpliendo una función ponderativa en el predicado verbal en tanto se ofreció (445M), sufre tanto (560C) y lo que tanto deceaba saber (741C); “bastante”: bastante tarde (173IR), bastante vivo (269M), una carta bastante estensa (445M), vastante enferma (501C), bastante tiempo (530C), gefe de bastante prestigio (694M), bastante apurado (718M), bastante cargada de años (1039IR), bastante inteligente (1161aM), bastante mal (PO: 340), cuyo uso parece prevalecer ligeramente entre autores más cultos; “demasiado”: en demasiado empeño (289M), lo asistía el médico del cuerpo, en quien tenía demasiada confianza (Baigorria 2006: 202), los indios tienen demasiada libertad, he sido (...) demasiado feliz (Avendaño 2000: 73, 43), no se entiende que el empeño, la confianza, felicidad o libertad sean “de más”, sino “mucho empeño”, “mucha confianza”, “mucha libertad” y “muy feliz”; “sumo” y “sumamente”: se hallan distribuidos en su uso, encontrándose “sumo” con carácter formulesco en cartas de las tolderías y en hablantes de origen humilde en servicio de suma importancia (295C), me hallo en suma necesidad (257bIR), me beo en la suma nesesidad (622IR); en tanto que “sumamente”, que se presenta en sumamente grande (192M), le quedaré sumamente grata (176C), sumamente afliguida (216aC), madre sumamente afligida (341bM), sumamente pobres (1161aM), se encuentra, merced al uso del sufijo -mente, solamente en escribas de las ciudades de Córdoba y Rosario, en sacerdotes y en una hablante de nivel social inferior de Río Cuarto, madre de una cautiva, quien lo emplea en sus cartas con un dejo formulesco, lo que delata el lugar más bien elevado de esta expresión cuyo prestigio parece proyectarla más allá de la lengua literaria; el adverbio “bien” corresponde también a un nivel culto: su bien conocido celo (328M), Ud. bien sabe (374O), estoy bien dispuesto (464O), fué bien recibida (705a y bC) y en el fraseologismo la caridad bien ordenada primero por casa (649C); también en combinación con “tan” en tan bien esplicada (742O), que aparece en un artículo de periódico de Río Cuarto, y en estuvo tan bien ocultado (765M), de la pluma de un sacerdote. La única excepción parece ser mis tribus bien tranquilizadas (PO: 341) de la pluma de un secretario del cacique Cafulcurá;

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“puro”: se presenta en la carta de un misionero, una pura muchachada de Mendoza (694M) y en una de las tolderías, una hacienda puros terneros (893IR).

Los cuantificadores “mucho” o “poco” reemplazan además en ocasiones a otros adjetivos de tipo cualitativo como “grande” o “pequeño” en un poco de campo (235M), con mucho empeño (252M), tiene mucha relacion (295C), con una poca fuerza (Baigorria 2006: 186). 4.2.2.3.4. La negación La negación es también una función transcategorial que se cumple a través de varias clases de palabras: a) pronombres o adjetivos (“ninguno”, “nadie”, “nada”), b) adverbios (“no”, “nunca”, etc.), c) conjunciones (“ni”, “sino”) o d) preposiciones (“sin”); y no solamente a través de determinadas clases de palabras y sus combinaciones sintácticas, sino también mediante procedimientos formativos específicos (“des-”, “in-”, “contra-”, etc.). Como señala la RAE (2010: 924) haciendo explícita la complejidad del tema y de los diversos enfoques posibles para abordarlo: La forma y la interpretación de las oraciones negativas están determinadas por las propiedades léxicas de las palabras negativas que contienen como por la posición que esos elementos ocupan y por las relaciones que entre ellas se establecen.

De estos tres aspectos nos hemos ocupado ya en parte al tratar el léxico y la morfología de los pronombres indefinidos, por lo que no redundaremos en este punto; nos ocuparemos, pues, del segundo aspecto, es decir, de la posición de estos elementos en las distintas construcciones sintácticas de la negación, y del tercero, las relaciones entre los elementos propios de la negación, tal como se manifiestan en las fuentes. Un lugar central en la caracterización sintáctica de la negación lo ocupa la llamada “polaridad negativa” (RAE 2010: 924), que, merced a la obligatoriedad de anteponer un elemento de negación al verbo cuando le sigue un indefinido o equivalente, permite en español una alternancia o doble formulación, ya que se dice tanto “nadie vino” como “no vino nadie”, mientras que quedan excluidas como agramaticales formas tales como “*vino nadie” y “*nadie no vino”. En la sintaxis polar de la negación se ven involucrados los indefinidos “nada”, “nadie”, “ninguno”, y el adverbio “nunca”. Se detalla el uso de nada

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en forma simple en casos tales como yo nada puedo haser (268IR), de forma doble o polar en no he podido hablarle nada (412IR) y ambas posibilidades en No se anima yr ningun lenguaras ni ningun yndio, pero el nada cree (223IR). Como se muestra en los ejemplos, resulta definitorio para una y otra alternativa la posición del indefinido respecto al verbo; la forma simple cumple además una función focalizadora en la oración: Nada tengo que conversar en secreto (906M). Si tomamos las cartas del padre Donati, representante del nivel más culto, con 41 casos donde el indefinido “nada” se presenta de forma simple (73 %) frente a los 15 (27 %) donde se presenta doble, y comparamos con las apariciones en las cartas provenientes de las tolderías, es decir de la pluma de hablantes semicultos, en que “nada” aparece 10 veces (33 %) de forma simple frente a 20 (67 %) de forma doble, se puede ver que si bien las dos posibilidades se emplean con frecuencia en ambos niveles de lengua, existe un claro contraste en cuanto a la preferencia por una u otra entre los distintos estratos socioculturales. Esto no quita que entre las clases populares, de menor formación escolar y consecuente dominio de la sintaxis estándar, la preferencia por formulaciones polares produzca con frecuencia una acumulación de elementos de la negación que dificulta la comprensión (a), cuando no lleva a formulaciones directamente agramaticales (b): a) yo tampoco no les había ordenado a los yndios que no saliesen (251IR) b) ninguno de ustedes no iban á invadir á ninguna parte á escondidas mías (PO: 345)

El carácter aditivo del adverbio “tampoco”, como en yo tampoco no devo de hacer nada (PO: 339), conduce ocasionalmente a su reemplazo mediante “también no”, por ejemplo en como tambien no podria (829M). Como en el caso de la comparación y los superlativos, la negación recurre al empleo de adverbios como “mal” para la construcción de antónimos y formulaciones negadoras. En un autor como Baigorria se presenta con frecuencia: tuvo mal éxito porque los federales los habían ganado; volvió con mal éxito; viéndose mal seguro (Baigorria 2006: 40, 113, 38). La negación se realiza desde luego no solamente con medios sintácticos, sino también morfológicos, que obviamos al tratar la formación de palabras para no repetirnos. Tomaremos un ejemplo.

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“no ayudar” o “desayudar” Un ejemplo que nos ofrece acceso en las cartas al uso particular de la lengua en la región, es el empleo que hace el cacique Mariano Rosas del verbo “desayudar”: yo aloqe. me comprometo es ano alludar ni adesayudar, yo solo quiero vivir en paz (257aIR). En esta construcción formulada en términos de “no ayudar... ni desayudar”, el verbo desayudar se puede interpretar tanto como “estorbar” como en el sentido de “dejar de ayudar”, es decir, es interpretable reversativa o privativamente (Jens Lüdtke 2011). Tales son los valores semánticos de la negación adjudicables al prefijo con que se construye este “no-ayudar”. El mismo cacique expresa también en otra carta justificando su posición neutral: Yo se que ellos tienen gerra con el Brásil con el Paraguay pero no por esto no me [I] sino por nada benga federal o unitario yo no alludo aninguno por [que] ami no me alluda nadie (219IR)

verbalizando así de forma sintáctica el “no ayudar” y mostrando la coexistencia de ambas posibilidades de expresión. La presencia de otros actantes que llevan al verbo de una interpretación monovalente a una bivalente (‘ayudar a alg.’), parece ser la clave semántica que lleva al hablante a bloquear una posibilidad y desbloquear la otra. El verbo desayudar era ya en el siglo XIX un arcaísmo12, presente solamente en las variedades rurales más conservadoras; en el uso culto contemporáneo del verbo “ayudar” se recurría a antónimos o paráfrasis para expresar su negación. Sin embargo, plantear que se trataba de una arcaísmo o conservación y dar vuelta la página sin más parece una solución demasiado fácil, ya que 12 El verbo aparece en el diccionario de Sebastián de Covarrubias Horozco, Tesoro de la lengua castellana o española (1611) con el significado de ‘estorbar’ y se menciona todavía en el Diccionario de Autoridades (1726-1739); en el CORDE se registran ejemplos del infinitivo “desayudar” (14 apariciones entre 1454 y 1566, 8 de ellas en fray Bartolomé de las Casas, y 1 en 1901), “desayuda” (24 ejemplos, el más antiguo en el Libro de Buen Amor (1343) —la fuente más antigua mencionada en los diccionarios del español medieval para este lema—, 6 documentaciones en el siglo XVI contando a Cristóbal Colón y al padre Las Casas una vez, y 9 en el siglo XVII), “desayudava” (1) y “desayudaba” (2 ejemplos), “desayudó” (4 veces entre 1450 y 1619) y “desayudando” (2 ejemplos en el siglo XVII). La mayoría de estas documentaciones se encuentran, como dijimos, en textos históricos, literarios y científicos. Cifras parecidas y coincidencias temporales se pueden mostrar para “deservir”, otro verbo intransitivo de significado parecido.

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¿hasta dónde es legítimo hablar en esos términos cuando tanto la base como el prefiijo negativo “des-/dis-” gozaban de muy buena salud? La base aparecía en las cartas con enorme frecuencia, tratándose de uno de los motivos posible para su escritura: solicitar ayuda. El prefijo está presente también en las cartas y la literatura de frontera en todos los niveles, en verbos, como descuidarse, disjustarse, descarnarles, desentiendo y desconfiamos, con participios, en desengañado, desaparecido y desembarcado, adjetivos participiales, como desazonado y desgraciado, y con sustantivos, como desagrado, desaparición y desincorporación. Aunque el verbo en particular había caído en desuso en las variedades más cultas, existe un conocimiento general tanto del verbo base ayudar como del prefijo des-/dis-, que se manifiesta en el empleo concreto, con variedad de matices semánticos que siguen vigentes hasta la actualidad (‘ausencia’, ‘privación’, ‘acción o cualidad contraria’, ‘acción inadecuada’); el conocimiento de las reglas o procedimientos de la formación de palabras castellana funciona como un entorno necesario del hablar y es parte de las relaciones entre un signo y un sistema de signos que encuentran su lugar en el conocimiento idiomático del hablante. Que la palabra desayudar se conservara en uso en esta variedad habiendo caído en desuso en otras y, particularmente, en la lengua común, no autoriza a hablar de un arcaísmo, despertando la sensación de que se trata de la conservación de un elemento aislado del sistema de la lengua. Antes bien, es en la semántica de verbos como “ayudar” o “servir”, en las determinaciones de su valencia, donde debe rastrearse la pervivencia de un significado ya perdido en otras variedades. 4.2.2.3.5. La congruencia Se presentan faltas de concordancia entre el sujeto y el verbo cuando un complemento colectivo del sujeto arrastra el número del verbo al plural. En la oración coordinada una parte de los Ranqueles se reduzca y vengan por fin a vivir entre nosotros (456O), se percibe al plural “Ranqueles” y no al singular “parte” como sujeto, aunque se trate de un complemento especificador. El carácter antropomórfico de este elemento lo hace también más adecuado para constituirse en agente de un acto volitivo: “aceptar la reducción y venir a vivir en sociedad”. En muchos otros casos de supuesta incongruencia en una frase, como ya vimos, se trata meramente de la pérdida de -s en posición implosiva que afecta la concordancia de número: me cuestan mui cara (862IR).

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Se observan otros casos de incongruencia gramatical de distintos tipos: — de género entre “las cautivas” y el pronombre “los” en: A sobre las cautivas no los an reunido los cinco pero en los momento que esten los yevaran y juntamente la hija de D° Prudencia (931IR).

— de número por incorporación del complemento preposicional al sujeto en: Vedia con Coliqueo se retiraron para la provincia (Baigorria 2006: 196).

La presión de la norma escrita emerge en el esfuerzo de autores semicultos por expresarse acorde a un estilo correcto y elegante, lo que da lugar al siguiente anacoluto con multiplicidad de inconsecuencias sintácticas que tornan ambiguo el sentido del texto: Por una parte Padre lo siento porque mis deceos eran mas mis agradecimientos personalmente hacia Ud. pero su capacidad Sr. Padre juzgan en la distancia mis buenos sentimientos (753C).

En su capacidad (...) juzgan (...) mis buenos sentimientos, o bien, el objeto es focalizado de manera muy poco natural, o bien el verbo se rige según el número del objeto, no del sujeto. En las construcciones temporales hasen pocos dias (780IR), hacen 7 años (705a y bC), asen trese diaz (715IR), ya hasen 10 meses (1071IR), no habiendo sujeto expreso, el verbo sigue el número del objeto; al ser el objeto el único elemento presente cobra peso suficiente en la psiquis del hablante como para arrastrar tras sí la forma verbal. También se registra la forma estándar hace pocos días (793IR). La misma justificación es válida para construcciones impersonales como hubieron inconbinientes (294IR), donde el objeto cobra peso ante la ausencia de un sujeto13.

De frases por el estilo se ocuparon con más detalle Andrés Bello en su Gramática y Rufino Cuervo en sus Notas por ser muestra cabal del uso de “haber” como verbo transitivo. 13

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4.2.2.3.6. La coordinación Las conjunciones coordinantes unen palabras, grupos sintácticos u oraciones sin diferencias jerárquicas entre sí (RAE 2010: 603). El listado de las conjunciones coordinantes que se muestran en el uso de las fuentes, más que en detalles, no presentan mayores diferencias con otras variedades del español. La acumulación de la conjunción copulativa y es un rasgo propio de la oralidad que se cuela en textos escritos por autores semicultos; en me aga el fabor de mandarme un poncho y chiripa y Sombrero y Camisa y Calsonsillos y un pañuelo con mi hermano (256IR), los sustantivos de la enumeración constituyen una sumatoria de elementos semejantes que se enlazan mediante la conjunción coordinante y; pero la misma conjunción también enlaza frases y oraciones enteras disímiles, prescindiendo de otros tipos de concatenación en la organización del discurso: Así digalo alCoronel Mansilla, y para que no haiga desconfianza, mando a mi hermanos mayor yamado Chaquenao para hacer los tratados y con toda mi facultad y creo que no tendremos más que hacer que cuanto antes se haga el tratado que desiamos de años, que creo que aceptará el Gobierno Nacional, y tambien le doy las gracias por el obsequio que mandó con mis indios y siempre cuente U. con mi amistad (136IR).

Tales acumulaciones de proposiciones con disímil carácter de los constituyentes, se ven acompañadas con frecuencia por formulaciones diversas del verbo “decir”: “(también) digo”, “quiero decir”, “paso a decir”, etc.: Querido amigo despues de saludarlo paso a desirle lo siguiente que me aga la grasia de mandarme un poco de clemo y tambien le digo que me a ga la grasia de guardarme cuatro damajuanas de aguardiente al portador de esta. (721IR)

La coordinación disyuntiva une dos frases con predicados que se presentan como alternativas, en este caso con el mismo verbo (“poder”, “saber”), elidido en la segunda proposición: respecto a Antonia que no puedo mandarsela con los hijos ni tampoco degarlos guachos (322IR) yo no se la lengua de los cristianos y ni Usted la nosotro (332IR)

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En la construcción se prefiere “no... ni...” a “ni... ni...”. Entre las conjunciones adversativas predomina casi exclusivamente el uso de pero, en tanto que mas no se encuentra en las cartas, y ha quedado reducido ya probablemente al ámbito de la lengua literaria. 4.2.2.3.7. La subordinación Hablamos de subordinación cuando mediante un elemento de unión se establece un nexo entre dos elementos de distinta jerarquía. Existe cierto consenso en dividir las conjunciones subordinantes en completivas (que, si), condicionales (si, como con subjuntivo), consecutivas (que), causales (porque, como con indicativo), concesivas (aunque, si bien), temporales (luego que, ni bien), ilativas (luego, conque), comparativas (que, como) y exceptivas (salvo, excepto) (RAE 2010: 604). Nos detendremos tan solo en algunos casos que nos parecen característicos de las variedades de la región. Como destacara Eleuterio Tiscornia (1930: 237), las subordinadas adverbiales temporales cuando y en cuanto, o la preferida por Hernández en su poema, en cuando (Castro 2007: 40), se ven desplazadas en ocasiones por el giro antiguo “lo que”, como por ejemplo en Lo que bajó el sol, emprendió su marcha (Baigorria 2006: 194). Aunque Tiscornia no la menciona entre las subordinadas temporales más corrientes en las variedades populares, la conjunción adverbial más frecuente es, con mucho, “(en) tan luego”, seguido de “como” o de “que”, que equivale a “tan pronto como” (a) o “después de” (b): a) tan luego como me sea contestada (118C) en tan luego como me desocupe (218IR) Tan luego como tomaron los rastros y vieron la dirección que los prófugos habían tomado, regresaron a avisar (...) (Avendaño 2004: 136) b) por lo respecta á la Cantidad de trecientos pesos que ofrecen los padres de Celso, por su rescate, tan luego que se le haga saber al Coronel Carreras, (...) lo haran sin demora. (381C) aentrado una peste tambien la quetan luego de enfermarse las personas llá son vitimas (493IR)

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Entre los fenómenos de subordinación se ven incluidas construcciones comparativas como se ocupaban más de fiestas que de asuntos sérios (450bM) que, si por un lado en un nivel abstracto vinculan dos términos en una relación de desigualdad, en este caso de cantidad, dado el carácter opositivo de los términos relacionados parecería más de tipo adversativo. Las subordinadas causales no están tan representadas por “porque” como por “a fin (de) que”: mando mi hijo Namuncura es afin, que ban en rreclamo de nuestra Rasion (PO: 526), también empleado en plural en este se ba afines del qe se den la mano (PO: 509). 4.2.3. Léxico El tratamiento del léxico es quizás el campo más huérfano de modelos ya que carece por completo de un tratamiento más o menos sistemático, limitándose en algunos pocos casos a listados de palabras típicas en la Pampa, diccionarios de términos rurales y algún que otro indigenismo, que, si bien se atienen a la región, no aportan ninguna información sobre el espacio variacional. Por ello, intentaremos abordar, a partir de algunos campos semánticos más o menos abarcativos y tomando ejemplos de los principales tipos de palabras, distintos usos en las cartas y la literatura de frontera que dejan entrever diferencias internas constitutivas de la arquitectura lingüística de la región. El tratamiento será, pues, necesariamente incompleto, limitado a algunos ejemplos y casos puntuales, pero que puedan dar pie a alguna reflexión con la ambición de abrir camino a investigaciones futuras. Como ocurre en toda arquitectura, en el lenguaje de esta región es común la existencia de formas paralelas que expresan una misma realidad; una misma acción como la que se designa en dar un galope (118C) y galopiando (220IR), gerundio del verbo “galopear”, encuentra distintas formas de expresión; en algunos casos se prescinde del sufijo -ear y se dice también galopar (322IR), galopábamos (Mansilla 1877: §43). El problema principal estriba en la dificultad de decidir cuándo y en qué contextos se emplean unas u otras formas. Estas diferencias en el uso podrían obedecer a diversas configuraciones de los distintos niveles de lengua. Vale apuntar que, en este ejemplo concreto, el verbo “galopear/galopiar” se deriva del sustantivo “galope” y se construye con el sufijo frecuentativo -ear que, como vimos, acompaña muchos verbos de movimiento. En el empleo de “galopear” junto a “dar un galope”, en

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apariencia redundante, no se observa ninguna economía como no sea la incorporación de la palabra mediante este procedimiento a todo un paradigma verbal constituido por verbos de movimiento construidos con -ear, a criterio de Eleuterio Tiscornia (1930: 150) el único procedimiento de construcción de neologismos verbales denominales corriente en la región. La consecuencia de esta coexistencia sinonímica es la presencia del nombre deverbal “galopiada”, muy común en la literatura de frontera, junto al sustantivo galope (322IR) para nominar la misma acción. Más compleja todavía es la determinación del uso de algunos prefijos como a-, que conducen a la formación de dobletes léxicos verbales como acampar junto a campar (1023M), ambos presentes en un mismo texto epistolar como así también en un mismo autor, Baigorria (2006), y en otros verbos como “amolestar/molestar” en amolesto (197IR) y molesto (435C). Existen otros casos de funcionamiento sinonímico, por lo general entre voces de una misma categoría. Las razones inmediatas de tal “concurrencia” léxica son múltiples. Como hemos visto en el caso de roptura (603M), una contaminación entre la forma culta o latinizante “ruptura” y la voz más popular “rotura”, esta misma tensión entre formas más cultas y de tipo más popular, se manifiesta en multiplicidad de otros casos facilitada sobre todo por el ducto de la escritura; así ocurre por ejemplo con grato (386C) y agradecido (257aIR, 732bC). Una segunda acepción de la voz grato (389C, V. APÉNDICE, 730bM) es con el significado de “agrado”, que va acompañado generalmente del verbo “ser”, a diferencia del otro significado, “gratitud”, que suele ir acompañado en su cualidad de estado por el verbo “estar”, como así también formando parte de perífrasis verbales perfectivas o resultativas con el verbo auxiliar “quedar”. Por supuesto, hay algunas pocas excepciones como mele seré muy agradecido (934bIR) y no podré tampoco dejar de ser grato a quien me ha sacado de la desgracia (Baigorria 2006: 140). Otros pares sinonímicos que se presentan con frecuencia mostrando la competencia entre distintos procedimientos de la formación de palabras, incluso en un mismo escribiente y hasta en un mismo texto, son “contesto/contestación”: por un lado, no tube mas contesto (137IR), no he tenido contesto (261IR, V. APÉNDICE), nunca mereci contesto (231M), espero el contesto (435C, 780IR), esperando el contesto (895IR), como también en Baigorria (2006: 38) y, por el otro, contestacion (216aC, 558bIR), contestaciones (751M), no tengo contestacion (718M), cuando yo reciba la contestacion (PO: 344), la contestación será por este mismo señor capitán (PO: 440); otro tanto ocurre

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también con los pares “estima/estimación”: estima (750bC, 564O) y estimación (144M, 247O, 523C, 793IR, PO: 577); “propuesta/proposición”: propuesta (330C, 459IR, 1139M, Baigorria 2006: 179) y proposición (459IR, 1160bM), y “comportación/comportamiento”: comportación (PO: 440), comportamiento (386C). Una sinonimia parcial existe entre el cultismo manutención (Avendaño 2000: 109, PO: 348) y mantención (261IR, PO: 339). En otros pares, en cambio, aunque están presentes ambas alternativas, la opción parece decantarse por uno de los dos elementos, como en los verbos “ofertar/ofrecer”: por un lado las más escasas apariciones de ofertado (PO: 340), me le oferto (PO: 537) que se leen en cartas de los toldos de Salinas Grandes, ofertase en un informe del padre Donati a la congregación franciscana, quien sin embargo pocas páginas más abajo escribe esta vez ofrecerles (192M), la combinación de ofertava y ofrecerse en un mismo texto aparece también en 436C. Por otro lado, se presenta ofrece (450aC), ofresca (539C), ofrecerle, ofrresca (389C, V. APÉNDICE), ofresco, ofrecerme (118C), haofrecer (445M), ofreciendome (502C), así como en el texto del Tratado (256O); en la literatura de frontera se encuentra ofertándole (Baigorria 2006: 100), y Santiago Avendaño emplea ambos (2000: 107 y 108). Sin embargo, esta variación cuya frecuencia parece indicar una clara preferencia por “ofrecer” sobre “ofertar”, al menos entre los autores más cultos, no es válida en igual medida para sendos sustantivos del par verbal: oferta (192M, 456O, 646IR) y ofrecimiento (456O, 1080M, Baigorria 2006: 230), bien que esta última parece más usual en partes oficiales y las cartas de sacerdotes; “oferta” está en la base del verbo “ofertar”, mientras que “ofrecimiento” es una derivación del verbo base “ofrecer”. Otros verbos resultan interesantes de anotar aquí, ya que no ofrecen su contrapar más común en la actualidad formado por el sufijo de origen culto -izar, como se observa en el caso del verbo “garantir” (garantizar): garantir (1080M), garanto (465C), garantirnos14, garantiendo (835c). Alguno pares nominales que se pueden mencionar es negocio (278IR, 519M, 983C), de empleo más amplio a través de todos los sociolectos, y negociacion (144M), también derivado deverbal y en apariencia limitado a los grupos más cultos. En las nominalizaciones del verbo “encargar”, usado con gran frecuencia en esta correspondencia motivada en buena medida por la necesidad o el deseo de efectuar “pedidos”, se forma el par encargue (339C, 14

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Citado en Tamagnini 2007: 38.

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558bIR) y encargo (117O, 231M, 322IR, 736C), el primer elemento prevalece en cartas provenientes de las tolderías o por escribas de los estratos sociales más bajos, en tanto que el segundo parece tener una difusión más general en cuanto a su uso. En otro par semejante, Manuel Baigorria prefiere “delato” a “delación” (2003: 35, 126); Santiago Avendaño emplea tanto paga como pagamento (2000: 81, 83), aunque con mucha mayor frecuencia el segundo término; en las cartas, en cambio, aparece únicamente el sinónimo masculino pago (482IR, 670aO, 678C). El cambio de género es un procedimiento que ofrece variadas posibilidades a la formación de nuevas palabras; así ocurre con las arreas frente a los arreos (Baigorria 2006: 117, 193), en el mismo autor, y el arreo (Avendaño 2004: 200). Alvaro Barros habla primero de la tolda y los toldos y más adelante de el toldo (1975: 223, 224, 259) sin que se encuentren motivos claros para esta variación. Baigorria por su parte, prefiere toldo (2006: 126). El conjunto, como ya vimos, se designa con el colectivo femenino toldería (Avendaño 2004: 74). Los dobles léxicos, tal como parece y se puede presumir del ejemplo del coronel Baigorria, no se derivan solamente de los distintos niveles de lengua, sino que también intervienen en su definición los lenguajes especializados de ámbitos determinados, como puede ser el lenguaje militar, que se vale de procedimientos de formación de palabras diferentes para definir conceptos que le son específicos. Un ejemplo ilustrativo que tomamos de una carta escrita en octubre de 1860 e incluida en las Memorias del coronel Baigorria (2006: 231) es el sustantivo correspondiente al uso actual “ascenso”, para nombrar la promoción militar o civil de un grado a otro superior: Cuando la a s c e n s i ó n de S. E. al mando gubernativo, tuve el deseo de dirigirme felicitándole; y no lo hice por no tener relación. Hoy aprovecho tanto para felicitarlo por su a s c e n d i m i e n t o, cuanto a la feliz solución que han tenido todos los asuntos (...).

La nominalización más común de verbos de movimiento como “ir”, “venir”, “llevar”, “cruzar”, “retirarse”, “pasar”, etc. parece ser con el sufijo -(a/i) da, como en ida estada y vuelta (733M), la ida (709M), la llevada (506IR), venidas (584bIR), cruzada, retirada, pasada (Baigorria 2006: 193 y 194, 196, 203), pero como se ve en los ejemplos, también se presenta en verbos que no son de movimiento, como es el caso de “estar”. Aunque resulta difícil establecer algunas filiaciones claras sobre correspondencias entre opciones léxicas y variedades específicas en la región, podemos

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partir de la descripción que Wulf Oesterreicher (1994) hiciera para caracterizar el llamado “lenguaje de la proximidad” que se presenta en textos escritos de impronta oral provenientes de autores semicultos menos sujetos al peso de la lengua ejemplar y por ello más permeables a usos cotidianos o dialectales subestándar. En lo que atañe al nivel léxico semántico, frente a la variación lexemática, precisión referencial y la preferencia por procedimientos verbales neutros, poco expresivos o afectivos que caracterizan al “lenguaje de la distancia” en textos escritos por autores cultos y que responden a un “ideal de escrituralidad”, propone una serie de rasgos que podemos resumir en algunos puntos más relevantes: escasa variación lexemática y consecuente repetición de palabras, imprecisiones deícticas y referenciales; uso continuo de “palabras omnibus”; abundancia de voces indígenas, nombres propios o topónimos sin explicación para el receptor; empleo de interjecciones, hipérboles y expresiones emocionales, así como de metáforas, metonimias y comparaciones expresivas. Propio del lenguaje hablado que se filtra en las cartas de esta región es el uso de palabras como “cosa”, en las que por su generalidad y frecuencia se unen algunas de las características arriba enunciadas, pues su empleo textual tenía con frecuencia carácter anafórico (a) y un uso redundante e impreciso (b); así por ejemplo: a) Hai una cosa que no me gusta ni me ha gustado, y es que á los indios les hacen hacer servicio militar (597M); b) Es cierto que las cosas políticas estan mui malas, dicen los que entienden de estas cosas (479M); se perdio a causa de barias cosas que no faltan en mis paisanos y en los Gefes de las fronteras y toas estas cosas me las culpan ami (219IR).

“Cosa” es también una especie de palabra comodín que parece valer tanto como el indefinido “algo” y que se emplea en lugar de infinidad de alternativas léxicas más precisas, tales como “tema”, “asunto”, “cuestión”, “motivo”, “negocio”, “problema”, etc. Su generalidad la torna al mismo tiempo adecuada como un elemento de construcciones hiperonímicas que se presentan reemplazando conjuntos de elementos de un cierto tipo; así ocurre por ejemplo con coza de bestir y cosa de vicios (935IR), cosas de Bisios i Bestuarios (PO: 508). Entre las palabras de origen indígena, ya ampliamente integradas al léxico castellano en la región, pueden contarse los quechuismos guachos ‘huérfano’

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(322IR) y chasques (219IR), como se conocía al mensajero en el imperio inca15, y los araucanismos malon (303IR) y maloqueo (483M), sobre las que se construían derivados verbales como “malonear” y “maloquear” (2.1.1.2.), “piche” o “pichi” (Prado 1960: 75), usado para designar al armadillo y ampliamente difundido también en la toponimia con su significado mapuche de “pequeño”. Otra voz de uso frecuente en estas regiones castigadas por epidemias de viruela en la década es gualicho (412IR), palabra que significaba entre los araucanos tanto como ‘embrujo’ y que se empleaba para designar a la peste (715bIR) o virguela (928IR). Aunque no abundan, no faltan tampoco ejemplos de extranjerismos. En una carta escrita en las tolderías de Calfucurá, probablemente por el lenguaraz Bernardo en 1872 se emplea “fariña” en Yerba un tercio y cuatro @ azucar, idem fariña (PO: 516) y en la misma carta más adelante una @ harina y una @ Azucar remolacha idem de yerba (PO: 517), que puede ser un portuguesismo o acaso un resto de la antigua aspiración de h. No podemos sin embargo aportar más datos sobre la frecuencia de este u otros posibles portuguesismos, la cual según se deduce de la escacez de casos no parece haber sido muy grande. Sí en cambio se presentan cultismos y locuciones provenientes del latín con mayor frecuencia, si bien mayoritariamente en la correspondencia que los sacerdotes mantenían entre sí, por lo que tampoco podemos hablar de una mayor difusión; contamos las locuciones consideratis considerandis (451M), mutatis mutandis (783M), el sustantivo fac-totum (996M), el adverbio intertanto (603M) y el adverbio nominalizado interin (192M), interín (1161aM); a la vez, en las tolderías aparecen idem fariña (PO: 516), idem de yerba (PO: 517); en Manuel Baigorria encontramos sustantivada la preposición latina “inter”: En este ínter (2006: 120). Cierto peso entre los cultismos tiene el uso de preposiciones latinas, como vimos más arriba; a la preposición latina “inter”, como en inter nos (738M), debe agregarse “post”, como en vienen en pos de ellos (Avendaño 2000: 80), empleada en combinación con la preposición “en”, en lugar del adverbio local “detrás”. Como en la actualidad, se encuentra ya difundido ampliamente el uso de la locución in fraganti como lo atestigua su uso en Avendaño (2000: 75, 80). Proviniendo de autores nacidos en Italia, no podían faltar algunos italianismos, como por ejemplo la locución tutti quanti (486M), aunque la aparición de

Hay que recordar que en la provincia de San Luis los misioneros contribuyeron a propagar el quechua como lengua general. Cfr. Vidal de Battini 1949: 8, 16. 15

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italianismos resulta en ocasiones algo desmañado al mezclarse con la sintaxis española, como en salvo meliori juicio (451M, fray M. Donati), también traducido como salvo otro juicio mejor (618M), empleado por fray M. Álvarez. En una zona de producción rural se multiplican los fenómenos léxicos que afectan a palabras de este ámbito. Los sustantivos con un significado colectivo como en el caso de “hacienda” designan claramente un conjunto de animales en una hacienda puros terneros (893IR), hazienda vacuna y caballar (736C), hacienda tanto caballar como vacuna (738M), hacienda yeguariza (Baigorria 2006: 95; Avendaño 2004: 130). En ocasiones queda la duda de si el significado colectivo bajo forma singular de la palabra no provoca también su uso plural, como se observa en el siguiente fragmento de Baigorria (2006: 193): Éste, antes que la protección llegase, salió del bajo y se encontró con los arreos que los indios llevaban, y tocándoles a degüello los indios dispararon y dejaron la hacienda y sólo pudo matar uno. Cuando llegó la protección, juntó las haciendas (...).

Los “arreos” que transportan los indios se nombran como “hacienda” en primera instancia, para convertirse a continuación en “haciendas”. Se puede pensar sin embargo que los indios arreasen distintos tipos de hacienda y por ello el segundo uso en plural. Un sinónimo de “hacienda” al que se recurre con frecuencia es “ganado” (Baigorria 2006: 196). La designación de los tipos de ganado se cumple según procedimientos de formación de palabras como -ar, -uno, -izo y otros, que manifiestan uniformidad en su uso: animal caballuno (Avendaño 2004: 203), hacienda yeguariza. El sustantivo compuesto “caballo patria”, nombre con que se conocía al caballo criollo, se construye mediante la elisión de los elementos vinculantes y determinantes, “caballos (de la) patria”, y se expresa en plural “caballos patria”, manteniendo el segundo elemento sin variar. Se observan, sin embargo, algunos fenómenos morfosintácticos que son de destacar en este elemento. Por un lado “patria” que se supone invariable se comporta en ocasiones como adjetivo incorporando modificaciones de número, como en caballos patrias (344IR); distinto es el caso en que se elide el sustantivo principal, dando lógicamente unos patrias (780IR), donde el segundo miembro asume los rasgos morfológicos que caían sobre el miembro ausente. La palabra compuesta, que en apariencia no se puede desmembrar, muestra sin embargo cierta laxitud en el vínculo entre sus componentes y experimenta la incoporación de otros

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elementos en su interior, algunas lleguas flacas patrias (261IR, V. APÉNDICE), provocando también con ello una adjetivación del segundo elemento. La producción rural aporta también su léxico específico al lenguaje común de estas regiones; así se emplea “resuello”, que designa la respiración agitada de los caballos, para denominar la respiración humana (Avendaño 2000: 66). Sin embargo, más que el léxico, es la fraselogía la que se ve impregnada por metáforas de la vida rural. En expresiones como le cabestreaba ligero a la muerte (Avendaño 2000: 66) se aplica un acto típico de la monta de caballos a la muerte, y así ocurre también con el uso metafórico Vivían a rienda suelta que se encuentra en Avendaño (2000: 53). Pero si hablamos de usos derivados de lenguajes especializados, conviene aquí hacer una disgresión teórica para aclarar el funcionamiento de tradiciones lingüísticas y culturales en la definición de ámbitos que funcionan en la totalidad del acervo de una lengua. Recurrimos para ello a un ejemplo concreto tomado de Lucio V. Mansilla. 4.2.3.1. El caso de “atincar” Algunas diferencias léxicas no se dejan aprehender simplemente mediante diferencias de nivel o estilo, sino que dependen del entorno de la región, como lo plantea Eugenio Coseriu (1955/56), para ser entendidas. Para explicar el entorno “región” podemos valernos de un ejemplo elocuente tomado del relato de Lucio V. Mansilla (1877: §64). El análisis que presentamos es una adaptación del que hicimos en Perna (2010). Ya en camino de regreso desde Tierra Adentro, el coronel Mansilla hace una visita al cacique Ramón Cabral, cacique mestizo de rango menor que Mariano Rosas y Baigorrita, aunque también de importancia entre los ranqueles16. Este cacique es en cierta forma el más próximo a la cultura y modos de vida de los cristianos de la frontera y será posteriormente uno de los primeros en aceptar trasladar sus tolderías a una Reducción (450bM); tiene el oficio de platero, por lo que se lo conoce también como Ramón Platero. Al despedirse, Mansilla le pregunta si tiene encargos que hacerle para que le envíe cuando esté de regreso en tierra de cristianos. Pese a poseer escasos conocimientos del español, el cacique Ramón enumera una lista de herramientas que necesita para la actividad Ramón declara que su madre es de La Carlota, lugar donde tiene parientes. V. en Lucio V. Mansilla 1877: §38. 16

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de la herrería, mientras Mansilla anota en su libro de apuntes el pedido. El indio Ramón solicita: un yunque, un martillo, unas tenazas, un torno, una lima fina, un crisol, un bruñidor, piedra lápiz. De todo toma nota Mansilla respondiendo bueno, hasta que una palabra desconocida lo obliga detenerse y preguntar si ha entendido correctamente. El cacique ha solicitado atincar. Ramón había enumerado las palabras anteriores, sin necesidad de lenguaraz, pronunciándolas correctamente. Al oírle decir atincar, —le pregunté: —Atincar? —Sí, atincar, repuso. —Dígame el nombre en lengua de cristiano. —Así es, atincar. Iba á decirle: ese será el nombre en araucano; pero me acordé de las lecciones que acababa de recibir, de mi humillacion en presencia del fuelle, de mi humillacion ante doña Fermina, discurriendo como un filósofo consumado y en lugar de hacerlo, le pregunté: —Está vd. cierto? —Cierto, atincar es, así le llaman los chilenos, y esto diciendo se levantó, se acercó á la fragua, metió la mano en un saquito de cuero que estaba al lado de la horqueta de una tijera del techo, y desenvolviéndolo y pasándomelo, me dijo: —Esto es atincar. Era una sustancia blanquecina, amarga, como la sal. Apunté atincar, convencido que la palabra no era castellana. En cuanto llegué al Rio 4° uno de mis primero cuidados fué tomar el diccionario. La palabra atincar trotaba por mi imajinacion. Atíncar hallé en la pájina 82, masculino, véase: borax. —Alabado sea Dios! esclamé. Yo sabia lo que era borax; sabia que era una sal que se encuentra en disolucion en ciertos lagos; sabia que en metalurjía se la empleaba como fundente, como reactivo y como soldadura.

Nos proponemos explicar el desconcierto de Mansilla ante la palabra atincar valiéndonos de la puesta en juego del entorno “región” y sus diferentes tipos. Coseriu (1955/56, 46ss.) define la “región” como “el espacio dentro de cuyos límites un signo funciona en determinados sistemas de significación”. La “región” está delimitada por la tradición lingüística, por una parte, y por la experiencia común de los hablantes sobre las realidades significadas, por otra. Se puede clasificar a este entorno en tres tipos: “zona”, “ámbito” y “ambiente”, conceptos traducidos al alemán como Zone, Bereich y Umgebung.

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La “zona” es la región donde se emplea un signo de manera usual. La zona depende de una tradición idiomática y sus límites pueden coincidir con los de una lengua histórica o, dentro de una lengua, corresponder con los de un dialecto; en la terminología dialectológica, como dice Coseriu, “sus límites constituyen una ‘isoglosa’”. La primera reacción de Mansilla es, según el concepto formulado por Roman Jakobson, de tipo metalingüístico; ante esta voz que no evoca nada en su horizonte de conocimientos la atribuye a otra lengua, en araucano; a continuación comprueba si se comunican valiéndose del mismo código: Está vd. cierto? Sin embargo, le llama la atención que el cacique Ramón Platero ha enumerado todos los elementos y herramientas que necesita en castellano e incluso pronunciándolas correctamente. En efecto, Ramón es un cacique mestizo, según parece, con conocimientos escasos del castellano, aunque esto no impide que sea entre los ranqueles uno de los indígenas que ha incorporado la mayor cantidad de elementos culturales del “winca”, tanto en su oficio, como en la vestimenta, vivienda, etc. Más allá del nombre que puedan haber tenido en lengua mapuche las herramientas y elementos solicitados, el indio Ramón sabe, como buen artesano, el nombre que dan sus proveedores a los objetos y herramientas que necesita para trabajar, y hace en consecuencia su pedido en lengua de cristiano. El cacique Ramón aprendió el oficio de su padre, quien posiblemente lo había aprendido en Chile, o bien simplemente la mayoría de sus proveedores eran de ese origen, y por ese motivo toma esta palabra “técnica”, propia del lenguaje de los “expertos” en el trabajo de los metales en Chile, como usual para todos los hablantes de lengua castellana17. 17 No sería descabellado pensar también que el uso de la voz “atincar” no solamente abarcaba Chile, sino quizá todos los países andinos, donde existe una tradición minera y metalúrgica que no existía en la Pampa en igual medida. Serían, pues, los araucanos quienes habrían portado este conocimiento a las pampas desde Chile. David Weber (2005: 64s.) nos dice sobre la influencia araucana en los pueblos indígenas de la Pampa argentina: “En diverso grado, Pampas y Patagones se araucanizaron cuando entraron en competencia con los araucanos que penetraron a través de la Cordillera de Los Andes. Gradualmente adoptaron muchas de las características culturales y creencias religiosas de los más numerosos y militarmente experimentados araucanos, por ejemplo los tejidos, el trabajo de los metales, la lengua misma”. Se puede ver el caso concreto de la platería en la influencia mapuche sobre los pueblos pampeanos y patagónicos en Celia Nancy Priegue 1996. Mansilla 1877: §65 menciona la preferencia del “gusto chileno” en el estilo de la platería ranquelina “porque con Chile tienen comercio y es de allí de donde les llevan toda clase de prendas”. Respecto a la forma de la palabra, en una carta de Epumer Rosas del 12 de diciembre de 1872 (270IR) escribe el cacique una nota como post scriptum: “Tambien me haga la gracia de mandarme un martillo un poco de atinca y algunos otros remedios que sean buenos para la tos.” El cacique Ramón solicita, en cambio, “un poquito de astinca y piedra lipa”

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Allí radica la confusión del indio: “atincar” no es una palabra usual del castellano, sino que se trata de una voz “técnica”, perteneciente a un determinado “ámbito” donde los hablantes comparten un mismo “horizonte vital” o un mismo “dominio de la experiencia”, en este caso la metalurgia: “las voces usuales se consideran como propias de ‘zonas’, las técnicas como propias de ‘ámbitos’” (Coseriu 1955/56: 47). El indio recurre entonces a mostrar el objeto al que se refiere con la palabra en cuestión: Esto es atincar, en un claro ejemplo de cómo un demostrativo funciona como “actualizador” en el campo mostrativo bühleriano, que Coseriu llama el entorno de la situación. Mansilla, como hombre culto que es, aunque aún continúa convencido que la palabra no era castellana, apenas halla la oportunidad, recurre a un diccionario del español y consigue integrar la palabra en su vocabulario y en su horizonte de conocimientos, en lo que ya sabia del mundo y del léxico castellano. La distinción entre zona y ámbito, según Coseriu, no es absoluta, ya que toda palabra pertenece al mismo tiempo a una zona (a una tradición idiomática) y a un ámbito (a una esfera de conocimiento); es decir, forma parte tanto del diccionario como de la enciclopedia. Bórax es una palabra que proviene del latín medieval borax y esta a su vez del arab. bawraq, y es empleada en varios idiomas románicos y no románicos para designar una sal de uso medicinal y como fundente en la producción metalúrgica. Se trata de dos esferas de conocimiento, la medicina y la metalurgia, que constituyen los límites de su ámbito, fuera del cual, sin embargo, apenas si se conocen tanto la “palabra” como la “cosa”. Mansilla encuentra la palabra, como dijimos, en un diccionario. No es casualidad que en el diccionario se defina “bórax” y para definir “atíncar” se remita a “bórax”. “Atíncar” es también un arabismo que funciona en este mismo “ámbito” de conocimiento para designar un mismo objeto, pero en un “ambiente” social y cultural más reducido y concreto, los talleres de herrería, y en ellos la “comunidad profesional” de los expertos en el trabajo de los metales en Chile: así le llaman los chilenos. Podemos partir de la base que estos “expertos” son personas que emplean del objeto atíncar en su trabajo cotidiano, pero que, como el indio Ramón, no necesariamente han aprendido su uso en manuales o diccionarios, sino en las prácticas y comunicaciones propias de la experiencia cotidiana; es decir,

en una misiva del 11 de junio de 1873 (313aIR). Mansilla corrige pues, la grafía para adaptarla a la norma ortográfica y no escribe como la pronunciaban los indígenas y habitantes de esta región eliminando la -r final.

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en este caso se trata de un “ambiente” determinado con un nombre específico para un objeto de un mismo ámbito, en una zona idiomática más reducida: Un “ambiente” puede poseer signos específicos para “objetos” de ámbito más amplio; puede poseer “objetos” específicos; o bien, puede poseer signos específicos para “objetos” también específicos: es decir que puede funcionar como “zona”, como “ámbito”, o como “zona” y “ámbito” al mismo tiempo (Coseriu 1955/56: 47).

Hay que decir que el concepto de “región” es sin duda el más problemático en la clasificación propuesta por Coseriu para los “entornos” de la comunicación, ya que dos de sus tipos, la “zona” y el “ámbito”, son parámetros comunes del concepto de “ambiente”, que es una reducción de estos o de alguno de ellos. El mismo Eugenio Coseriu afirma que un “ambiente” puede ser un “pequeño ámbito” (1994: 121). Se ha buscado salvar esta dificultad en clasificaciones posteriores integrando estos entornos en los demás, pero negándoles al mismo tiempo una categorización independiente. Brigitte Schlieben-Lange en su esquema de los entornos coserianos añade como explicación los rasgos “lingüístico”, “geográfico” y “cultural” para “zona”, “ámbito” y “ambiente”, respectivamente18. Heidi Aschenberg (1999: 74) propone por su parte eliminar la “región” y considerar sus determinaciones dentro del contexto idiomático, en el caso de la “zona” y el “ambiente”, y dentro del “contexto extraverbal cultural”, en el caso del “ámbito”. Aschenberg no ve por tanto ninguna determinación “geográfica”, o en todo caso, la subsume a lo “idiomático”. El trabajo de Aschenberg está orientado al análisis de textos literarios, lo que explicaría que quite relevancia a un entorno como la “región”. Jens Lüdtke (2009) conserva, sin embargo, la categorización propuesta por Aschenberg en un trabajo de lingüística histórica. Otros autores, como Johannes Kabatek (2005) o como el mismo Jens Lüdkte (2011), en cambio, reintegran el concepto de región en una perspectiva histórica. Respecto al entorno de la “región”, Kabatek nota la dualidad del concepto de “ambiente”

18 Se equivoca en nuestra opinión Brigitte Schlieben-Lange en el gráfico donde clasifica los entornos cuando coloca bajo Bereich, es decir “ámbito”, la abreviatura “geogr.”, y bajo Umgebung, “ambiente”, la abreviatura “kult.”, es decir, “cultural”. Debería haber sido exactamente al revés, aunque esto tampoco sea del todo exacto. En algunos ambientes, como puede ser una jerga familiar, las diferencias geográficas resultan de tan pequeñas, irrelevantes. Las ambigüedades radican sin embargo en la misma definición que hace Coseriu de la “región”. Cfr. B. Schlieben-Lange 1983: 23.

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y propone una división de este entorno en dos, frente al conocimiento de un signo lingüístico y frente al conocimiento de un referente, considerando ambas perspectivas como Kontinua. En tal caso se podría plantear una definición del ambiente según la perspectiva que se adopte: ▼ (ambiente) Conocimiento de los signos ────────┼─────── (zona) Conocimiento de las cosas ─────────┼─────── (ámbito) (ambiente) ▲

El entorno de la “región” sigue siendo el punto más controvertido de la teoría de los entornos coseriana y asunto de discusión hasta el presente. Preferimos por nuestra parte no renunciar a la distinción que Coseriu propone con este entorno, ya que, más allá de las dificultades en la categorización, los sistemas de referencia a los que se somete son en principio más relevantes para una perspectiva de lingüística histórica que para una perspectiva literaria. El conocimiento de la realidad no es directo, sino que está mediado por distintos sistemas de referencia. Tanto el saber del platero Ramón que conoce los elementos de los que se vale en su praxis cotidiana (atincar, “platería”), como el conocimiento teórico, de diccionario, del coronel Mansilla (borax, metalurjia), son ejemplos de estas mediaciones que determinan el acceso a la realidad. El coronel Mansilla considera la palabra que desconoce como palabra araucana, es decir, una palabra en lengua extranjera. El indio Ramón le señala entonces una diferencia de tipo territorial dentro de la misma lengua española: así le llaman los chilenos. Es decir, un signo puede evocar a la par que un ámbito de conocimiento, un territorio determinado, geográfico si se quiere llamarlo así, aunque definido mediante fronteras lingüísticas. 4.2.3.2. “ser”/“estar” Al tratar el tema de la voz pasiva y, más adelante, al ocuparnos de la palabra “grato”, que tiene una significación más adjetiva, es decir, como “agradable”, o participial, “agradecido”, según el contexto gramatical en que aparecen, hicimos referencia de manera necesaria al empleo de los verbos “ser” y “estar”.

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El tratamiento concreto de estos verbos corresponde sin embargo dentro del léxico característico de la región. Los usos de “ser” y “estar”, especialmente del primero, difieren en algunos casos respecto a los usos actuales. Sánchez Méndez establece a grandes rasgos una línea demarcatoria en la aspectualidad de valor imperfectivo y atemporal para “ser” frente a una perfectiva y temporal para “estar” que a grandes rasgos se ha mantenido constante a lo largo de la historia; y define a esta línea divisoria como el criterio que “ayuda a poner de manifiesto y abordar cambios en los empleos de una y otra forma respecto de la época actual” (Sánchez Méndez 2003: 332). Dejando de lado las oraciones copulativas, es sobre todo en el infinitivo o en tiempos verbales como el presente y el pretérito imperfecto donde el uso divergente respecto a usos actuales se hace patente. Llama particularmente la atención el uso de “ser” con valor perfectivo junto a participios como “interesado” y “armado” en soi interesado vivir en buena armonia (780IR) y cien guardias nacionales la mayor parte eran armados sólo de lanzas (Baigorria 2006: 191) y a adjetivos que parecen haber sido percibidos como cualidades y no como estados más o menos transitorios, como en noes estropiada (793IR), todo nuestro trabajo era perdido (262M). Construcciones perfectivas que recurren a “ser” son también Es en mi poder (381C) y usted es siempre con los salteadores (Baigorria 2006: 71), particularmente la segunda, donde el carácter esencial, o no accidental, del estado descrito se subraya mediante el adverbio temporal “siempre”. La accidentalidad de un estado se manifiesta en cambio con el verbo “estar” acompañado de un participio, en estaba disgustado (292IR), estoy autorisado (848C), Está conseguido lo que me pides (Baigorria 2006: 206); de una frase adjetiva, en estan pobres (163IR), estamos muy escasos de mantención (261IR, V. APÉNDICE), estamos libres de compromiso (459IR), usted según me dise esta bien informado (172IR); o bien de una frase preposicional: los fortines estaban cin gente (261IR). El valor imperfectivo de “estar” se ve claramente en la construcción “estar en tratados”: Compadre antes estaban en tratado, con Mariano, cuando vino el Coronel Mansilla aqui yo ahora estoy yo en tratos con el General Arredondo (217IR), Como estamos en tratado (283IR), y también en “estar dispuesto a algo”, que proyecta un estado en el futuro: Quinchan hermano de Baigorrita y el Cuñao llamado Millagues estan Dispuestos asalir a malon entre tres dias (261IR), estan muy dispuesto haser la paz (135IR). Los usos espaciales recurren, como en la actualidad, a “estar”: la jente que estaba en Sarmiento (172IR), Cuando estaba en Villa de Mercedes (217IR).

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4.2.4. Aspectos discursivos y textuales 4.2.4.1. Fórmulas de tratamiento: el uso de “tú” Adolfo Elizaincín (1988) muestra las íntimas conexiones existentes entre niveles y estilos de lengua. El lingüista uruguayo se centra para su análisis de las variedades de estilo que se basan en las circunstancias, más concretamente en el entorno del contexto extraverbal (Coseriu 1955/56), en la variación basada en determinaciones biológicas como el sexo (hombre, mujer) y la edad (niño, adulto) y en ciertos roles sociales (jefe, empleado, padre, hijo, amigo, enemigo, grupos profesionales, etc.). Elizaincín (1988: 271) toma dos conceptos de la sociolingüística para ordenar estas categorías, los conceptos de estatus y de rol: Resulta posible tratar este punto apoyándonos en los conceptos de estatus y rol. Sexo, edad y nivel sociocultural pueden ser comprendidos como estatus. Sin embargo existen por lo menos dos estatus distintos: un estatus natural y un estatus adquirido. Sexo y edad pertenecen a la primera categoría, el nivel sociocultural por el contrario, a la segunda.

Aunque considera que “sexo” y “edad” son estatus naturales y coloca el “nivel social” como estatus adquirido, el autor deja de lado este último por ordenarse claramente entre las determinaciones del nivel de lengua y se concentra en las dos primeras que influyen en las circunstancias de un acto comunicativo. El “sexo” es una constitución natural que se mantiene de por vida, mientras que la “edad” como factor varía, tomando un individuo más de uno a lo largo de su vida; es decir, el segundo es dinámico, mientras que el primero es adinámico. Los roles sociales que mencionamos más arriba se acoplan a esta dinámica que atraviesa el nivel social y la edad; así por ejemplo, un rol como “cacique” es dependiente del factor nivel social y del factor edad “porque alcanzar un determinado nivel sociocultural depende inter alia de la edad del individuo” (1988: 272). Por nuestra parte nos gustaría añadir que el anclaje biologicista que emprende Elizaincín es cuestionable. No entraremos a discutir cuestiones culturales que rompen la bipolaridad sexual porque no son relevantes aquí, pero, si por una parte parece claro cuando hablamos de un niño, ¿cuándo termina la niñez y comienza la adultez?, ¿y la juventud?, ¿y la ancianidad? Si asociamos el

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factor edad y el rol social, ¿cuándo podemos hablar por ejemplo de un soldado viejo?, ¿cuándo ha alcanzado una cierta edad o una cierta cantidad de años de servicio? La edad es también un factor con fuertes determinaciones sociales. La carta del ministro de guerra dirigida al cacique Mariano Rosas (309C) destaca del conjunto por ser la única en la que se emplea fórmulas de tratamiento tuteante. La reproducimos a continuación en su totalidad: Ministerio de la Guerra Buenos Aires Mayo 25/73 Al Cacique General Mariano Rosas El Sr. Presidente me ha entregado la carta que le has dirijido con fecha 20 del mes pasado, y me encarga te la conteste. Tanto él como yo, estamos satisfechos de tu conducta porque creemos que la pequeña invasion que ha tenido lugar ultimamente ha sido sin tu conocimiento. Como tu sabes y lo dices en tu carta ha sido castigada, y esto sucederá siempre a los invasores porque el Gobierno tiene muchos elementos y fuerzas para perseguirlos en todas partes. Según me lo asegura el Padre Marcos tu estás decidido á cumplir estrictamente los compromisos que tienes con el Gobierno. Yo creo esto, y por mi parte te ofrezco cumplir tambien todo lo que se te ha ofrecido. Debes tener entera confianza en mi y creer que tus raciones y regalos te serán entregados tal cual se te ofrecen en el tratado. Ademas de esto, no dudes que si tu conducta en adelante responde a la confianza que hoy tiene el Gobierno en ti yo te haré voluntariamente algunos regalos estraordinarios aunque no este asi estipulado en el contrato. Ya he ordenado que hagan el vestuario para tus Capitanejos y que así que este concluido [te lo envíen]. Debes ser siempre leal y buen amigo del Gobierno, tener confianza en él y servirle bien, porque él recompensa á todos los que se conducen bien con él. Sigue este consejo que te doy para que veas que quiero á los indios y que estoy dispuesto a protegerlos siempre que ellos sean nuestros verdaderos amigos. Martin de Gainza.

El tono de la misma, que pese al marco oficial (de Olmos 2003: 171) bien podría adscribirse al género discursivo “consejo”, parece reproducir el tratamiento que dirige un adulto a un joven o niño, en este caso concreto, el estado que aspira al tutelaje de las tribus ranqueles y asume en congruencia con esto un rol paternal hacia el “Cacique General Mariano Rosas”, reducido a un rol

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de minoría de edad y ocupando el lugar más bajo en una relación asimétrica o de dominación. La pérdida de formalidad que Candelaria de Olmos nota, no es tanto una cuestión de reducción de la distancia mediante el recurso al “tú” como rasgo de intimidad y cercanía, que no es eso lo que está en juego aquí aunque pueda ser una consecuencia estilística, sino, proponemos, el traslado de una relación que se podría, o debería, haber jugado en un plano de igualdad o simétrico a un plano jerárquico o asimétrico, es decir, para usar los conceptos de Brown y Gilman (1960), de un plano de “solidaridad” a uno de “poder”. 4.2.4.2. Conectores discursivos Los conectores o marcadores discursivos constituyen un grupo heterogéneo que envuelve diversos tipos de palabras y construcciones, tales como adverbios y locuciones adverbiales, conjunciones coordinantes y subordinantes, preposiciones y otros grupos sintácticos. Por sus rasgos formales fueron considerados en la gramática tradicional dentro del grupo de las conjunciones, mezclándose de esta manera criterios morfosintácticos y discursivo-textuales que no pocas veces entraban en contradicción (posición en la oración, combinación con otros conectores, entonación, etc.); los marcadores discursivos no poseen además la facultad de determinar propiedades formales de la oración que acompañan (RAE 2010: 595s.). En comparación con los adverbios, aunque comparten su libertad posicional en la oración, los conectores discursivos cumplen otra función; esto es, la de orientar “la manera en que la oración o el fragmento oracional sobre el que inciden han de ser interpretados en relación con el contexto precedente o con las inferencias que de él se obtienen” (RAE 2010: 596). Los marcadores discursivos inciden, en definitiva, sobre la línea argumental del discurso; tal incidencia se realiza de diversas formas y cumpliendo diferentes funciones que podemos resumir en: Aditivos o de precisión: junto a los más comunes “además”, “asimismo”, “sobre todo”, etc., se presentan “a más”, en y amas respetando los vinculos que lo unen con el ser divino (413IR), amas yo fui desde muy joven muy Patriota, amas me dava dos mil Cabesas de Asienda (PO: 508); el latinismo “item” como en item tambien se ha desertado un Indio (603M) se emplea con frecuencia en autores como Baigorria (2006). La adición de información puede ser también de tipo

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negativo en No solo nó esta acostumbrado á esas marchas esforzadas, pero ni siquiera cabalgar bien sabe (262M). Adversativos o contraargumentativos: junto a “sin embargo” y “no obstante” que aparecen con cierta frecuencia, como por ejemplo: Por un descuido le digo al nombrarlo á Celso Caballero, que se llama Cerjio loque rectifico, nostante que S.P. comprendera que ha sido una equibocacion involuntaria en mi (465C); sin embargo de lo que opino en la presente, combiene como Ud. comprende que su prédica sea contraria (...) (596O) el principal marcador adversativo es “al contrario”, reforzado en ocasiones con “muy”, o variando con la preposición “por”: Linconao cada vez se porta mejor, (...). Villarreal por el contrario cada dia se hace peor (578M), ha caido muchisimo Villarreal y Linconao al contrario hase llenado de prestijio (713M). La locución “de no” con el significado de ‘en el caso de que no’ es, según Tiscornia (1930: 211), el resto de la antigua expresión española “decir de no” que, “con pérdida del verbo, tomó valor de conjunción en el habla de los paisanos”: quepueda sacar asuhija y deno tendre que entregarla al Indio quela tenia antes (604IR), porque de no estos hombres (...) han de querer invadir (PO: 339). Consecutivos (“por tanto”, “por eso/esto”, “así”, “pues”, “entonces”, “de manera/ modo/suerte que”): entre los conectores consecutivos o ilativos más frecuentes en las cartas se cuenta “así es que” (303IR, PO: 433), como por ejemplo: haci es que el puede haser lo que quyer (223IR), que es diferente de la subordinante temporal sin “es”, como en así que se consiga (124IR). La idea de continuación o consecuencia se plasma también, con variaciones en el empleo preposicional, en deconciguiente (607IR) y en conciguiente (387C), por ejemplo: tengo que sufrir y de conciguiente sufriré, bá arrecibirlos encargos y de conciguiente aserle el abono de todo (344IR). La libertad posicional de los conectores que los diferencia de las conjunciones se muestra en el siguiente uso de “pues” cerrando la frase, en se me de pues todo lo qe le pido (PO: 509). De apoyo argumentativo: junto a las más comunes “pues”, “por lo demás”, etc., destaca “en vista (de)”: enbista de las nesecidades (294IR), En vista de todo lo dicho vea si tengo razon para apurarme (688M). De rectif cación: tales como “más bien/mejor dicho”: yó y mí familia como tambien varios indios o mas bien dicho todos los que estaban a mis ordenes se encuentran con migo (413IR). De ordenación: “por una... por otra parte”, como por ejemplo: por una parte asiendo tratado de paz y por otra parte los yndios ynvadiendo (219IR). Recapitulativos: “en fin” en: en fin Uste, mas bien sabe el trabajo que costo (197IR), que debe distinguirse de la locución subordinante “a fin”.

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La unidad de destinatarios de las cartas, dirigidas mayormente a los sacerdotes misioneros, es decir, a representantes del nivel de lengua más elevado, dificultan establecer diferencias de nivel en el empleo de los marcadores discursivos. Podemos suponer que muchos de ellos se limitan a la lengua escrita y a estilos más bien elevados o elegantes, o que se perciben como tales, lo cual se puede rastrear en algún uso impropio de autores semicultos. Por mencionar un caso, parece de uso más cotidiano y generalizado en el habla el empleo de marcadores como “de no” y “a más”, pero estos son más bien excepciones a la hora de intentar determinar niveles de lengua o diferencias dialectales.

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EXCURSUS II: EL GÉNERO DE LA PLEGARIA Y LAS FORMAS DE TRATAMIENTO: EL VOSEO Era la primera vez que en aquellas soledades, que entre aquellos bárbaros, resonaban los ecos del humilde Confiteor Deo Omnipotenti. Los Cristianos oraban con intensa devocion. Yo los miraba cada vez que la ceremonia me permitia darle el flanco al altar. Entre ellos habia varios indios. En algunas mujeres sorprendí lágrimas de arrepentimiento ó de dolor; en otras vagaba por su fisonomía algo parecido á un destello de esperanza. Todos parecian estar íntimamente satisfechos de haberse reconciliado con Dios, elevado su espíritu á él en presencia de la cruz y del altar. Lucio V. Mansilla

En este capítulo vamos a incursionar en un género cobijado bajo otro universo de discurso que el lenguaje cotidiano que nos ocupó hasta aquí. El universo de discurso1 es el entorno de toda comunicación que hace referencia a un determinado “mundo” real o posible, como la ficción, la ciencia, la teología, etc., y que se da previamente como supuesto o conocido entre los hablantes de una determinada comunicación. Las distintas definiciones del concepto de universo de discurso se orientan o bien hacia la lógica, cuando acentúan el tipo de conocimiento, o bien hacia la pragmática, cuando se pone el acento en el carácter compartido de estos conocimientos (Álvarez Castro 2006: 26). Brigitte Schlieben-Lange (1983: 146s.) define los universos de discurso como “tipos de tipos textuales” —en al. Typen von Texttypen— y considera que este concepto concierne de modo directo a los modos de hablar sobre la realidad y, en consecuencia, al grado de verdad de un enunciado lingüístico. Los conjuntos de tipos textuales se definen según la similaridad de los principios que siguen (por ejemplo, imperativos de originalidad, de exactitud, etc.), Para el concepto de “universo de discurso” véase en Eugenio Coseriu (1955/56) y en su lingüística textual (1994, 2007) la teoría de los entornos. También Álvarez Castro (2006). 1

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es decir, según su finalidad; a la vez, por el mundo al que refieren, así como también por una serie de estándares formales y argumentativos que les resultan comunes. Los universos de discurso que se pueden desgajar del discurso en general son las normas y el derecho, la poesía y literatura, la ciencia y la religión. Los textos del universo de discurso de la religión manifiestan la relación del hombre con la divinidad. Esta relación se encarnaba para los habitantes de estos territorios rurales bajo la figura de los sacerdotes misioneros, quienes operaban mediante su prestigio social como referentes del nivel más “culto”. No es difícil presumir que el prestigio y valor social que los sacerdotes y misioneros, quienes estaban a cargo de la educación de la población rural y de las reducciones indígenas, ocupaban en esta sociedad, poseían valor modélico y ejercían una considerable influencia en la población, traduciéndose dicha influencia también en un rol orientativo para el lenguaje en mucha mayor medida que cualquier referencia a la lengua literaria. La religión ocupaba entre los habitantes rústicos un lugar de privilegio y los diferentes géneros constitutivos de este universo estaban presentes en su mundo cotidiano. Por ello, y ante la imposibilidad de ocuparnos de todos los universos discursivos, ni siquiera de todos los géneros de un único universo, nos conformamos con detenernos brevemente en un género característico de este tipo particular. El género elegido es la plegaria y, ya que hacemos referencia a la relación entre un individuo y la divinidad, el tema en que queremos hacer hincapié por tratarse de un tipo de diálogo son las fórmulas de tratamiento, sus formas pronominales, en especial las referidas al voseo. Elisabeth Rigatuso explica el interés del estudio de los tratamientos en los siguientes términos: Como fenómeno sociolingüístico, los tratamientos constituyen un aspecto del uso de la lengua de particular interés sociohistórico y psicológico, ya que en la elección que hace el hablante de la forma que dispensará al destinatario o empleará en su discurso para aludir a una tercera persona o a sí mismo en la autorreferencia, se ponen en marcha, como hechos condicionantes, múltiples factores socioculturales, psicológicos, ideológicos, de comunicación, de relación humana, que tienen que ver, básicamente, con la propia ubicación del individuo frente al mundo, frente al otro y frente al discurso producido, encuadrado todo ello en las pautas sociales de su comunidad. Dichas formas lingüísticas de trato funcionan en consecuencia, dentro del sistema, como marcadores lingüísticos de relaciones interpersonales de los hablantes —donde rigen las dimensiones

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de poder y solidaridad—, y marcadores sintomáticos de identidad individual y grupal, nacional, regional, política, étnica, de género, etc.2.

En el caso particular del tratamiento de “vos”, durante el siglo XIX estaba ampliamente difundido en los territorios de la provincia de Buenos Aires y la región pampeana y su uso abarcaba “todos los niveles socioculturales” (Fontanella de Weinberg 1987: 110ss.). Sin embargo, encontrar muestras directas de su uso en testimonios escritos, como los que se encuentran en el archivo franciscano de Río Cuarto, resulta difícil porque el empleo de “vos” se limitaba en principio a la esfera de mayor intimidad en el trato cotidiano, razón por la cual este fenómeno pocas veces alcanzaba la escritura3, y, por ende, apenas si llega por este medio a la actualidad para servir de testimonio para una investigación de lingüística histórica. Se podía presentar ocasionalmente en cartas entre esposos, entre padres e hijos o entre amigos íntimos, pero aun en estos casos no siempre ocurre; esto es así porque los géneros discursivos siguen reglas propias. La escritura de cartas no es la excepción; también las cartas entre personas de la mayor confianza entre sí sigue sus propias tradiciones escriturales, tradiciones que le son específicas y que no necesariamente reproducen el uso coloquial. Por este motivo, poco podemos esperar como testimonio de este tratamiento en el material epistolar que nos propusimos analizar, como no sea un desliz propio de autores semicultos o acaso un diálogo referido; deberemos, pues, recurrir para este tema a otros tipos de documentaciones. No faltan testimonios en la literatura de frontera que permiten acercarse a este fenómeno de importancia que pivotea entre la gramática y la pragmática.

Rigatuso 2004: 197. Cfr. al respecto Roger Brown/Albert Gilman 1960, quienes acuñaron los conceptos de “poder” y “solidaridad” para otorgar coordenadas al análisis de este fenómeno. Roger Brown reemplaza posteriormente en un escrito de 1974 dichos conceptos por los de “status” e “intimidad”, aunque los mismos no llegaron a tener en la sociolingüística la resonancia de los primeros. 3 La excepción se encuentra en la llamada “literatura de frontera” y los relatos de soldados y viajeros que cuentan sus experiencias en un tono realista y reproducen ocasionalmente elementos dialógicos donde se filtra el uso voseante. Pero tanto el voseo como el tuteo, insistimos, están todavía excluidos del tono formal de las cartas y de la literatura propiamente dicha, es decir, de la lengua literaria. Véase María Isabel de Gregorio de Mac (1967). 2

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La plegaria como diálogo Existe un género, que puede parecer atípico a primera vista, del que sin embargo encontramos testimonio directo en los textos autobiográficos de Manuel Baigorria y Santiago Avendaño, así como referencias más o menos directas a otras manifestaciones del mismo universo de discurso, tales como la situación relatada por Mansilla (1877: §40) en el epígrafe: estamos hablando de la plegaria u oración, e indirectamente, de otros tipos de textos a través de los cuales encuentra su expresión la religiosidad de las personas en estos territorios. La plegaria u oración como texto y tipo lingüístico es un género discursivo que, como señala Eugenio Coseriu (2003: 3), puede ser analizado lingüísticamente desde dos perspectivas posibles: “desde el punto de vista de la lingüística de las lenguas, lo que sólo puede hacerse con relación a las lenguas históricamente determinadas” y “como texto, independientemente de la lengua en la que se exprese”, es decir, desde una perspectiva universal en “sus características ideales”. El análisis de Ricarda Liver (1979) del desarrollo del lenguaje sagrado desde la antigüedad hasta el medioevo latino e italiano es un ejemplo de la perspectiva histórica. A diferencia de Coseriu, que es un ejemplo de la segunda alternativa, vamos a orientarnos particularmente en una perspectiva histórica. Coseriu considera la plegaria como una expresión del universo de discurso de la fe y la distingue de otros tipos textuales relacionados, tales como el himno y la simple invocación de la divinidad en expresiones cotidianas como “¡Dios mío!” o “Hasta mañana si Dios quiere”. El himno desarrolla un acto de alabanza a la divinidad, en tanto que la plegaria, que generalmente incluye también una parte de alabanza, profesión de fe o agradecimiento, implica en primera instancia un acto de “pedido” a la divinidad. La plegaria es, pues, una forma de diálogo, ya que solicita una respuesta; pero, como señala Ricarda Liver (1979: 13), un diálogo asimétrico en el que el hombre se dirige a un Dios que sabe omnipotente y del cual espera una respuesta no en forma verbal, sino en forma de una “merced” o favor, es decir, de actos. Las partes de la “plegaria“ En un capítulo dedicado al “Pedido y diálogo con la divinidad”, Liver (1979: 219ss.) presenta una clasificación de los actos comunicativos implicados en este tipo de diálogo, tales como: a) la petición o pedido, b) la pregunta,

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c) la doxología, d) las formas de saludo y agradecimiento, e) el votum, f) las declaraciones de sumisión, y g) el diálogo. En su análisis de cada una de estas partes, Liver combina criterios formales y de contenido; así distingue: a) la petición: el pedido en forma imperativa, el pedido en optativo, el pedido explícito, el pedido mediante uso del indicativo y, finalmente, el pedido mediante formas impersonales. La petición en forma imperativa se remonta a tradiciones greco-latinas y se configura en torno a una serie de verbos; así tenemos: ‒ la petición de atención (topos de “A(D)SPICE” y de “AUDI, INTENDE”); − la petición de aparición y presencia (“VENI”); − la petición de favor, gracia y compasión (“FAVE, FAVETO, FAVERE”) y su contraparte negativa, la petición de indulgencia frente a la ira divina; − la petición de perdón, íntimamente asociada al anterior (“DIMITTE”); − la petición de ayuda, guía y protección general, “tal vez el motivo más primitivo y espontáneo de la oración” (“SUCCURRE MIHI, NOBIS” y el topos de la metáfora médicinal, “SANA ME”) (Liver 1979: 227); − la petición de redención del mal y los pecados, categoría específicamente cristiana (“LIBERA ME, NOS”); − la petición de mejoramiento moral, arrepentimiento y vida acorde a los principios de la divinidad, que es contraparte positiva del punto anterior (“CONVERTE ME, NOS”); − la petición de unión con la divinidad, plegaria de tipo místico; − la petición de inspiración, una tradición épica y lírica que se remonta a la antigüedad y se aproxima más a una figura retórica que a un elemento de la plegaria propiamente dicho, aunque revista externamente sus formas (“INFUNDE”); menos retórica es la petición de iluminación en el medioevo cristiano (“ILLUMINA, ENSENIA ME”); − el pedido por una ayuda determinada y por la ruina de los enemigos, categoría que se diferencia de otras por la especificidad de la ayuda en una situación concreta;

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− la intercesión pidiendo para otros, no para uno mismo, y el pedido de intercesión ante un intermediario con la divinidad, por ejemplo ante la Virgen María, tipo que juega un rol importante desde el nacimiento del culto a mártires y santos; − la petición de satisfacción general o de un pedido específico (“EXAUDI”); − otros pedidos, tal como la petición de bendición o el recuerdo a la divinidad de algún compromiso frente al orante (“MEMORA”).

Estos mismos contenidos o actos de petición asumen otras formas lingüísticas en lugar del imperativo al ser formuladas como optativos, modo que permite reconocer distintos grados en el carácter directo, o bien indirecto, del pedido (Liver 1979: 236ss.). Un elemento del que se vale este tipo para generar una mayor distancia o un carácter menos directo es el paso de la 2.ª a la 3.ª persona, o la formulación de deseos eliminando directamente a la divinidad como destinatario, pero dejándola como una instancia sobreentendida, la única capaz de cumplir con este pedido formulado indirectamente. El siguiente tipo añade al pedido un verbo explícito del solicitar (“PRECOR”), sea en forma de paréntesis en medio de la frase, o acompañado de una oración subordinada (“PRECOR, UT”) o seguido de la frase imperativa, de una construcción infinitiva o de un objeto acusativo. Finalmente, las otras formas de la petición a la divinidad recurren a la oración en indicativo como pedido “disfrazado” de afirmación (Coseriu 2003: 7), casi siempre en tiempo futuro y más rara vez en presente, o también recurriendo a expresiones impersonales. b) Junto a la petición, en ocasiones ocupa una pregunta el lugar central de la plegaria (Liver 1979: 247ss.). El tono de esta pregunta, de las cuales se excluyen las preguntas retóricas, incluye también distintas gradaciones de intensidad entre el reproche o acusación directa a la divinidad y la formulación tímida y devota del asombro. Como en el caso del pedido, Liver presenta dos tipos mayores, el reproche en forma interrogativa y la pregunta afectiva, y dentro de esta última, una lista de tipos de preguntas que, por supuesto, no deben entenderse de manera taxativa, sino como una escala que admite intersecciones y términos intermedios: 1. el reproche en forma interrogativa, también con una larga tradición en la antigüedad, manifiesta el disgusto del orante por creerse tratado injustamente por la divinidad. Un claro ejemplo de este tipo se puede leer en las memorias

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de Manuel Baigorria (2006), quien transcribe la siguiente breve plegaria combinando formas tuteantes y voseantes correspondientes a la 2.ª persona plural: Empezaba por hacerle cargos a Dios y hablaba de este modo: Señor, ¿Hasta cuándo quieres probarme? ¿Que no os costé yo lo que os costaron los demás? ¿Qué puedo hacer que no hicieron otros tantos a quienes perdonásteis?4.

Se trataría en este caso claramente de una plegaria de “reclamo”5. La intertextualidad bíblica brota en las palabras de este autor semiculto que parece construir su queja según el modelo bíblico de Job, o a la manera de un “vasallo” que no es reconocido por su señor, quien lo somete constantemente a pruebas. La apelación a la divinidad es en alto grado directa y se ve intensificada por el paso del tratamiento tuteante en el empleo de la segunda persona del singular quieres, a un estilo de lenguaje arcaizante propio de las sagradas escrituras y, acaso, de las novelas de caballería, al valerse de formas de tratamiento en la segunda persona plural para dirigirse a un superior, como el pronombre personal os y el verbo conjugado en la segunda persona del plural, perdonásteis. 2. La pregunta afectiva, que no significa que el reproche esté libre de afectividad, como aclara Liver (1979: 248), remite a una relación más positiva hacia la divinidad. La pregunta afectiva incluye por su parte, como ya dijimos, distintos tipos, tales como la pregunta formulada con ardor, o con confianza, así como la pregunta que manifiesta la devoción, compasión o emoción del orante. c) La “doxología” o testimonio de fe se encuentra mayoritariamente en las últimas estrofas de los himnos acompañando, anunciando de forma más 4 Manuel Baigorria 2006: 130. Graciela Batticuore (2008: 160) ofrece una interpretación más literaria de este fragmento, ya que la oración de reclamo tiene lugar tras el regreso de una invasión o malón (acaso organizada por el mismo Baigorria, añadamos al margen), cuando se recluía en una lugar de invernada para evitar la compañía de otros y al atardecer se sentía abatido al recordar su país, “quién había sido y quién era en la actualidad”, por lo que no resulta impensable colocar en el lugar de la deidad a la que se dirigía a una personificación de la civilización. 5 “Las predicaciones pueden entenderse como Captatio benevolentiae, y, según variaciones estilísticas, las mismas reflejan la posición del orante, la cual puede abarcar todos los matices desde el piadoso reconocimiento de la majestad divina hasta el reclamo por propios merecimientos y el derecho derivado de ellos”. Ricarda Liver 1979: 13.

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o menos explícita, y hasta exhortando a la alabanza que sigue en la estrofa siguiente. d) Tras el testimonio de fe, el siguiente elemento son las fórmulas de saludo (“SALVE, AVE”), bendición (“SACER, BEATUS”) y agradecimiento (“GRATES TIBI”). e) El siguiente elemento de este diálogo es el votum, que es la promesa de una contraprestación a la divinidad en agradecimiento y correspondencia a sus favores, contraprestación que en la antigüedad tenía con frecuencia la forma de sacrificios de víctimas animales, o simplemente la promesa de observar y seguir fielmente el culto de la divinidad en el futuro (Liver 1979: 254s.). f) Ricarda Liver (1979: 256) describe el siguiente elemento de la plegaria, la sumisión a la deidad, recurriendo a tres topoi: la declaración de lealtad, que coloca en un orden paralelo a la declaración de vasallaje frente a un señor, la postura de humillación y otras frases retóricas concernientes al topos de la humildad (“INDIGNUS SUM”), y el reconocimiento de culpas (“PECCAVIMUS”). g) El último punto, los elementos dialógicos, a los que corresponde esta designación sólo de forma restringida desde la perspectiva del sujeto orante por tratarse de un diálogo asimétrico, comprende la constatación de reproche, la constatación de confianza y de agradecimiento y otras expresiones de tipo dialógico menos frecuentes (Liver 1979: 258). Un ejemplo en la Pampa El siguiente ejemplo que nos gustaría presentar corresponde a Santiago Avendaño (2004: 157s.), quien conociera personalmente al coronel Manuel Baigorria durante sus años de cautiverio entre los ranqueles al punto de que logra huir valiéndose de los consejos del militar puntano. Avendaño, cautivado de niño, fue admitido en la toldería de Caniu, un subordinado del gran cacique Pichuiñ, y tratado allí como si fuera un hijo. Consciente de sus condiciones, el cacique le prometía un notorio futuro en la sociedad indígena: Caniu-Calquín me estimaba y me trataba bien. Me hablaba de la esperanza que ponía en mí. En momentos de familiaridad mi padre adoptivo me decía no una sola vez:

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Hijo, vos vas a ser un gran hombre. Cuando seas maduro, nos vas a tener en la palma de tu mano. Nuestra suerte va a depender de vos. Sabés hablar en la lengua nuestra como si fueras indio y hablás con el papel como si hablaras con alguien. Vé lo que fue Zúñiga en Chile. Ve lo que es Baigorria aquí, quien, aunque causa risa el oirlo hablar, vale mucho para nosotros y consigue las mejores relaciones entre indios y cristianos.

Pero Avendaño no era estimado en las tolderías solamente por hablar ambas lenguas y ser el cristianito que sabía hablar con el papel6. Según se trasluce de su testimonio, los indígenas se admiraban también al oírlo rezar sus plegarias, aunque fueran en castellano y no entendieran su contenido, ya que estas eran una prueba de su memoria, habilidad de gran valor en una cultura oral como la araucana (Perna 2013): Mi padre adoptivo jamás me impidió la devoción, ni ninguno de la casa hizo burla de mis oraciones; por el contrario, se me pedía que rezase en voz alta, a fin de oirme. Aunque no comprendían nada, me tenían siempre admiración al contemplar mi memoria (Avendaño 2004: 161).

Podemos inferir de este fragmento que el niño cautivo rezaba oraciones estandarizadas que conservaba en su memoria, como puede ser el “Padre nuestro”, además de rezar calculando cada siete días oraciones de la misa siguiendo un libro de oraciones que le había regalado el mismo Baigorria7; pero el ejemplo que vamos a presentar a continuación es una oración de formas más libres o dialógicas que las estandarizadas de la misa, si bien fiel a los tropos Véase Salomón Tarquini 2006. Se puede inferir de este fragmento que Avendaño traduce las palabras del indio Caniú que le habla en lengua mapuche, por lo que el trato voseante de padre a hijo es, por un lado, una traducción de las formas de tratamiento corrientes en la sociedad indígena, y por otro, una adaptación del texto traducido a las formas de tratamiento conocidas por el lector en la lengua de destino, como tuvimos ocasión de ver al ocuparnos del tema de la traducción. 7 “Mientras permanecí en cautiverio conservé un librito de ejercicios cotidianos, en el que leía cada séptimo día los oficios de la santa misa. Calculaba cuando era domingo. Y a veces llevaba mi libro al campo para cumplir con Dios”, Santiago Avendaño 2004: 161. Por su parte, Graciela Batticuore 2008: 148, considera a este un ritual “que le permite mantener un contacto, digamos, espiritual, sensible, imaginario, con la civilización”, si bien no solamente en el aspecto religioso, sino en la necesidad de someterse a la racionalidad: “La lectura lo obliga a calcular, a hacer cuentas, a medir el tiempo y sostener viva en él esa noción tal como se la experimenta en el mundo civilizado”. 6

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típicos de la oración presentados arriba, y que manifiesta un tono de mayor proximidad con la deidad o, mejor dicho, con su intercesora la Virgen María. En su “plegaria de intercesión” (Coseriu 2003: 6), Santiago Avendaño verbaliza un texto más amplio que la oración de reproche de Baigorria; Avendaño no recurre a formas ya anticuadas de la segunda persona plural, como hace Manuel Baigorria, combina, sin embargo, formas de tratamiento tuteantes y voseantes en singular: ¡Santísima Virgen María, Madre de Dios nuestro Señor Jesucristo y Redentora de los cautivos, yo te ruego con toda mi alma, me libertes de este penoso cautiverio, restituyéndome al seno de los míos! Concédeme esta merced, en mérito de las muchas lágrimas que habrán derramado mis angustiados padres, hermanos y demás deudos. ¡Compadécete de mí y mucho más de mis amados padres, pues si no haces lugar a mis súplicas, dejarán de existir, llevando hasta la eternidad el dolor de haber perdido un hijo, para no volver a verlo sino en la vida eterna! ¡Ten piedad de mí, Santísima Señora, y compadécete por la lágrimas que diariamente derramo, por verme fuera de la cristiandad! Tengo un vehemente deseo de volver a ella, pues aquí me perdería para siempre, si me entregara a las costumbres de los indios y olvidara la santa religión católica apostólica romana. Volvéme, pues, Virgen de las Mercedes, a los míos, para que allí pueda observar en cuanto me sea posible, la religión de tu santísimo Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Yo te ofrezco, Redentora de los Cautivos, ser religioso con tu hábito, para tributarte el más profundo agradecimiento, como a mi gran protectora. Cumpliré esta promesa que te hago tan pronto como me restituyas a la cristiandad mediante tu poderosa intercesión (Avendaño 2004: 160).

La plegaria es una petición de favores a la Virgen María, que se desarrolla predominantemente a través de formas imperativas, aunque también recurriendo a verbos del pedir que introducen una oración subordinada: te ruego... me libertes. La relación que se establece es, como dijimos, de gran cercanía, por lo que Avendaño recurre mayoritariamente a pronombres personales y formas verbales en 2.ª persona tuteantes, así como a los posesivos tu Hijo y tu hábito, y al pronombre “te” en te ruego, te ofrezco, te hago y tributarte; a diferencia de las formas pronominales, sin embargo, la elección de formas verbales en indicativo, subjuntivo y de formas imperativas combina por un lado formas tuteantes como me libertes, ten, concédeme y compadécete, estas dos últimas seguidas de un pronombre en posición proclítica como objeto indirecto en el primer caso y como reflexivo en el segundo, con formas claramente voseantes, por otro lado, como el imperativo Volvéme. La plegaria

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de petición refleja claramente una estructura dialógica desde el momento que incorpora elementos argumentativos para fundamentar el pedido: pues aquí me perdería. Se transmite incluso la impresión de hacer el pedido más en nombre de sus padres que en nombre propio. El fragmento se cierra con un votum o promesa como contraprestación. Un compromiso del niño Avendaño que el hombre Avendaño no llegaría a cumplir, a menos que, como Batticuore propone, debamos también considerar a la “civilización” como la verdadera deidad a la que en el fondo se dirige el niño cautivo en su diálogo.

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5. PALABRAS FINALES

Recapitulando, y tras comprobar en el análisis la riqueza de información de las fuentes empleadas, una riqueza que intuíamos antes de empezar este trabajo, sigue aún viva la sorpresa ante el modo en que la lingüística y la dialectología locales ignoraron durante tanto tiempo un tema con una profusión de fuentes que investigadores de otros temas lingüísticos y variedades históricas solo habrían podido soñar. No nos referimos con esto solamente a las cartas, que cuentan ya casi veinte años desde su primera publicación, sino en particular a los textos de la literatura de frontera, que incluyen junto a verdaderas gemas como las memorias del excautivo Santiago Avendaño y del militar refugiado Manuel Baigorria, también obras publicadas hace tiempo suficiente como para que los estudiosos de la lengua se percataran de su existencia, contando incluso a verdaderos clásicos de la literatura argentina como la Escursión... de Lucio V. Mansilla. Mediante estos textos y la información metalingüística que contienen, disponemos de la información necesaria para acceder, al menos en parte, al saber lingüístico de los hablantes. Gracias a los mismos fue posible otorgar cierta entidad a un espacio comunicativo que se intuye en las cartas, pero que no es de ninguna manera explícito. Los textos de la literatura de frontera, por contemporáneos, precisamente libres de la obsesión de presentar al gaucho en tanto símbolo de la nacionalidad, nos refieren sobre una “jerga de la tierra” o el habla propia de los “paisanos”, señalando sin ambigüedades la existencia de variedades diferenciadas en la región. No es necesario, pues, fabricar entradas a este edificio cuando el conocimiento lingüístico de los contemporáneos está ofreciendo la llave de la puerta principal. Los comentarios metalingüísticos distinguen con claridad una variedad regional vista desde “afuera”, ya que a falta de comentarios “internos” sobre la misma, no parece apropiado hablar de un dialecto propiamente dicho. Es decir, en concepto de Caravedo (2009), no disponemos de una instancia de autopercepción. Faltaría para esto encontrar documentaciones donde pueda emerger la conciencia de una identidad diferente por parte de los propios hablantes, como la que se

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observa entre los indígenas: yo no se la lengua de los cristianos y ni Usted la (de) nosotro (D 332). Los pobladores rurales mismos, al menos en las cartas, solo reconocen su filiación a una lengua común, la castilla. Por una parte, contamos con los textos de la literatura de frontera que nos hablan claramente de variedades diferenciables; por la otra, nos enfrentamos ante un límite que nos imponen las cartas analizadas. Debemos partir del reconocimiento de que el carácter homogéneo de las cartas, su finalidad práctica, así como el limitado acceso a la escritura de los pobladores rurales de la pampa en el siglo XIX, tornan poco probable la emergencia de tal instancia de autopercepción, lo que no quiere decir que no existiera la conciencia de una identidad diferente, sino solamente que no aparece documentada en los textos epistolares. Esta es tal vez la principal razón por la que no se han emprendido estudios dialectológicos sobre las variedades de esta región hasta la fecha. Pero existen también otros motivos. Caracterizadas a grandes rasgos, las razones de la falta de estudios sobre el habla rural en estas regiones pampeanas son, por una parte, de índole ideológica, pues en muchos casos los lingüistas parecieron quedar encerrados en el relato nacionalista de la conquista de un “desierto” y de un estado que avanzó ocupando un espacio “vacío” y lo hispanizó lingüísticamente, un planteo que borra de un plumazo una serie de problemas teóricos que no son menores y permite dejar atrás sin grandes remordimientos la “pre-historia” de la lengua en la región; por otra parte, son de tipo teórico, ya que apenas tras el desarrollo en las últimas décadas de la lingüística y particularmente de la dialectología, es cuando se cuenta con un instrumental conceptual adecuado para que estos y otros textos similares resulten aprehensibles. La lingüística en Argentina parece aún deslumbrada por el fulgor de algunas teorías y autores que son importantes sin duda, pero ha corrido mucha agua bajo el puente desde sus aportes al conocimiento lingüístico. Sin desarrollos teóricos de las últimas décadas como la lingüística perceptiva y el estudio de la actitudes lingüísticas, los procesos y el producto del contacto lingüístico, las tradiciones discursivas, el continuo de la cercanía y la distancia, sin la aceptación y generalización de conceptos como el de comunidad lingüística, conciencia lingüística y autores semicultos entre otros, el saber de los hablantes sobre su propia lengua y la o las lenguas o variedades de los otros seguía en una zona gris que resultaba inabordable para los planteos teóricos en curso. Por ser el único planteo que se ha ocupado con el tema del español en estos territorios, hemos dedicado todo un punto al español de los hablantes de la etnia mapuche en la actualidad, también conocido con el nombre de “español

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mapuchizado”, debido a la impronta que la influencia del substrato mapuche o araucano habría imprimido a esta variedad. Sin embargo, por tratarse de la situación actual, solamente logramos integrar este tema en nuestra exposición como un excursus que podía ofrecer alguna clave orientadora de los aspectos lingüísticos más relevantes que llamaron la atención de los investigadores. Los lingüistas que investigaron el “español mapuchizado” lo han hecho, valga la salvedad, desde perspectivas más aplicadas que teóricas, orientándose al análisis del problema social que viven los indígenas, quienes resultan marginados, entre otros motivos socio-culturales y económicos, por el sistema educativo que se supone que debería incluirlos. Como tales estudios señalan, el dialecto ranquel del mapuche se encuentra en vías de desaparición, quedando entre los miembros de la etnia muy pocos hablantes maternos de esta variedad. Tras casi un siglo de expansión, el proceso de retroceso del mapuche en los territorios pampeanos se inicia con la “Conquista del Desierto” (1879-1885) y sigue una curva descendente acelerada a lo largo del siglo XX. El período que abordamos, sin embargo, es el inmediatamente anterior a la conquista e hispanización de la Pampa; un período que se caracterizó por un incipiente bilingüismo, en el que, como ya dijimos, la situación entre ambas lenguas era más la de una relación de adstrato, es decir, una relación de contacto de tipo “horizontal” e influencia recíproca, que la de un substrato, como se la describe en la actualidad. La teoría del substrato, de larga raigambre en la filología, ha dado paso también a otros planteos teóricos en torno a los fenómenos derivados del contacto entre lenguas que han demostrado mayor precisión y poder explicativo. La determinación de las características formales de las distintas variedades en situación de contacto lingüístico en la Pampa, o bien que son el resultado de dicho contacto, es todavía una tarea por hacer, a la que quizá estas páginas puedan aportar algún punto de apoyo para investigaciones futuras. Seguimos el planteo teórico de Jens Lüdtke, porque nos parecía interesante para definir el estatus de aquellas variedades formadas a la sombra de un estado de marcado bilingüismo y mestizaje cultural, y poder así incluir a las mismas dentro de la arquitectura lingüística del español junto a sus determinaciones diatópicas, diastráticas y diafásicas vigentes en los territorios de frontera. Se consignaron además algunas observaciones sobre la arquitectura del mapuche para ofrecer un panorama más amplio de todas las posibilidades racionales que esta situación de contacto ofrecía, si bien esto escapaba al asunto de nuestro análisis. El planteo de Lüdtke, aun siendo esquemático como él mismo advierte, revela

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una gran productividad a la hora de entender los procesos dinámicos de formación de nuevas variedades como producto del contacto tanto entre lenguas diferentes como entre dialectos de una misma lengua. Al mismo tiempo, sirve para dejar en evidencia el desacierto de posturas que establecen el origen de las variedades patagónicas —donde debemos incluir a la provincia de La Pampa, aunque designios geopolíticos válidos para el presente la incorporen sin más al territorio de la provincia de Buenos Aires y la región pampeana —después de la “Conquista del Desierto”, y consideran en consecuencia a la Patagonia en términos de un “área de formación dialectológica tardía” (Virkel 2004: 101; Fernández 2008), como si el desarrollo posterior se tratase de la hispanización de un espacio vacío de habitantes o donde los mismos no tenían ningún tipo de relación con el español. Otras variedades de contacto como las habladas por la población de origen africano corrieron la suerte de sus hablantes, ya que, salvo honrosas excepciones, han sido casi completamente ignoradas hasta hoy. Sin embargo, y dejando de lado a la soldadesca y la población rural “del lado criollo” de la frontera, lo cierto es que el español ya se hablaba, y se escribía, antes de la conquista de los territorios indígenas por la expedición militar del general Roca; sea a través de los refugiados políticos y prófugos de la justicia que lo portaron a las tolderías, sea por ser la lengua de las cautivas que la transmitían a su progenie, sea por aquellos indígenas que la habían aprendido en alguna misión aquende o allende la cordillera o en cautiverio entre cristianos, sea también por las relaciones comerciales con los pequeños poblados de colonos de frontera, o como la lengua de la comunicación diplomática y comercial entre indios y “cristianos” o entre los indígenas mismos, cuyas lenguas aún no habían sido escrituralizadas y por razones prácticas recurrían al español para poder comunicarse por escrito. Si se quiere encontrar una base o punto de partida para entender las características actuales del español en estos territorios, se debe bucear en el conocimiento de estas variedades de contacto y en el español hablado por los pobladores rurales antes de datar el origen de la variedad dialectal de estos territorios fronterizos en la “Conquista del Desierto”. La llamada Conquista del Desierto constituye por cierto un punto de inflexión y de quiebre con el estado de cosas vigente, pues la expansión del estado nacional con sus instituciones, su nuevo ordenamiento geopolítico y sus políticas educativas generará no solamente la decadencia acelerada de las lenguas indígenas, sino también una presión estandarizadora que limará el grado de variación y someterá a las variedades territoriales de

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manera creciente al modelo prestigioso de la ciudad de Buenos Aires, restando al mismo tiempo peso a otros centros urbanos como Córdoba, San Luis, Mendoza o Santiago de Chile, que habían tenido hasta entonces tanta o más influencia que la capital argentina. El escaso desarrollo del sistema escolar había hecho recaer hasta entonces el peso de la norma en otros canales menos formales pero no por ello menos efectivos, como la influencia de la religión y la prédica sacerdotal misionera. Los sacerdotes misioneros fueron en buena medida los encargados de coordinar la enseñanza de las primeras letras, cuando no la efectuaban ellos mismos en sus misiones. Los frailes habían asumido un rol mediador en las relaciones con las tribus en representación del estado nacional al tiempo que ejercían como negociadores de la población civil en el rescate de cautivos. El papel central que desempeñaron se traduce necesariamente en influencia lingüística como representantes del español más culto que fuera dado encontrar en estos territorios. Ellos son, pues, los encargados de la difusión de la lengua estándar mediante la enseñanza de las primeras letras y el peso de su prestigio social. Sus cartas, que encontraban un lugar de conservación en los archivos de las tolderías, sirvieron también de modelos textuales en la correspondencia entre los distintos actores de la sociedad rural e indígena. Así como hay variedades que no están representadas, existe sí una “variedad” que asumió, al menos en concepto de los estudiosos de la lengua, la representación de las demás. La literatura gauchesca había nacido como género literario de la voluntad de llevar a la letra escrita el habla y modos de expresión de los habitantes rurales, dando lugar así a uno de los géneros literarios más originales de la América independiente; sin embargo, este designio pudo ser cierto tan solo en los comienzos del género: luego, el género se habría desarrollado construyendo tradiciones textuales propias. Los estudiosos, en buena medida debido a la carencia de otro tipo de fuentes, obviaron este inconveniente y supusieron un desarrollo paralelo entre el género literario y el habla gauchesca durante un período prolongado de tiempo, desde las primeras producciones en las últimas décadas del siglo XVIII y principios del XIX, llegando incluso más allá de la desaparición del tipo humano del gaucho en la segunda mitad de ese siglo. Sin embargo, lo más apropiado hubiera sido plantear la posibilidad de una creciente autonomización del género literario que, al menos, pusiera en duda su carácter de reflejo directo del habla rural; la poesía gauchesca procedió definiendo un catálogo de elementos salientes considerados típicos, cuya repetición concedía a los textos literarios que se valían

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de ellos, el anclaje en la tradición de la gauchesca. Es un error, pues, buscar la sistematicidad de una lengua en elementos lingüísticos aislados aunque considerados característicos. Un mismo autor como Hilario Ascasubi emplea tanto “haiga” como “mal haya” sin percatarse de la contradicción. La elección de haya o haiga, pues, no era tanto el producto de la percepción de la realidad, sino más bien de representaciones de cómo debía hablar el gaucho, representaciones que se reproducían siguiendo la senda marcada por la tradición discursiva. Según se desprende del análisis de las cartas, ambas formas se presentan en convivencia, pero están distribuidas de manera diferente en los distintos sociolectos, predominando “haiga” entre las variedades más bajas de las tolderías y la población civil, y “haya” en las cartas de los sacerdotes. La literatura de frontera no escapa tampoco a problemas que tienen que ver con el condicionamiento de la percepción, como vimos en el ejemplo de Mansilla que atribuye la elisión de -s final como rasgo saliente del habla de negros e indígenas, siendo que se trataba de un fenómeno mucho más difundido, como el análisis de las cartas lo demuestra. Pero los textos de la frontera al menos están libres de la presión de la tradición que pesaba sobre la literatura gauchesca. También en la percepción de los contemporáneos, los elementos lingüísticos que se destacan no están integrados en un sistema, sino aislados: si observamos el empleo del subjuntivo de “haber” en la literatura de frontera, tendremos el testimonio de su existencia y del contraste con el uso de los autores particulares de esta literatura, o incluso de las variedades cultas empleadas en Buenos Aires cuyos rasgos se presentan por contraste, pero no sabremos mucho de la frecuencia y distribución de su uso en las variedades rurales, ni de los contextos de su funcionamiento efectivo, ni de cómo este verbo se integraba en el paradigma de conjugación verbal de otros verbos similares. Los hablantes de una variedad destacan los elementos que aparecen en contraste, es decir, que se diferencian del uso propio o de la norma, pero no los elementos comunes que son, por principio, mayoritarios. Es en este punto que se explica por qué se torna ineludible complementar el análisis de la literatura de frontera y de la literatura gauchesca con el testimonio de los documentos, a la vez que se explica por qué el testimonio de la literatura de frontera no puede reemplazar el análisis de las documentaciones reales del uso de la lengua. Para tomar otro ejemplo concreto, entre los deícticos temporales se cuenta la conservación agora en variación con ahora. Como podría pensarse, y de hecho se ha considerado más de una vez, ambas palabras no derivan una de la otra, sino que tienen su origen en dos expresiones diferentes en el latín: HAC HORA y AD

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HORA. A pesar

de que ya se conoce la suerte corrida por estas expresiones en la lengua estándar en la actualidad, que ha dejado relegada a la primera a variedades subestándar sino eliminado completamente, el análisis de los documentos colabora a complejizar el cuadro mostrando la vitalidad de ambas formas y su distribución diferencial en las variedades populares y cultas de esta región. Como Coseriu (1981) advierte, al trabajar con la arquitectura de una lengua histórica, la misma se define mejor como una “estructura externa” que envuelve las distintas variedades, por lo que las relaciones entre las mismas y sus elementos no son las de oposición que caracterizan a una lengua funcional (“estructura interna”), sino de correspondencia. Un ejemplo de tales correspondencias es la concurrencia de normas en los distintos hablantes. Cuando presentamos algunos casos de contaminación, sea a nivel fonético, sea a nivel morfosintáctico o a nivel léxico, entendemos que se trata de formas ocasionales producidas por la combinación de dos formas que son usuales en la región. Ese es el lado sistemático que una contaminación puede servir para mostrar. La contaminación es, en sí, el producto de un hecho de lengua singular que se presenta en el discurso, no un elemento lingüístico de uso habitual; en nuestra perspectiva, sin embargo, representa la emergencia de dos formas en competencia que colisionan dando como resultado una forma híbrida, como se puede ver a la luz del caso de roptura (603M), una hiperadaptación en la pluma de un autor culto, que manifiesta no tanto diferencias fonéticas en el uso, sino más bien la emergencia de dos normas que entran en concurrencia dando lugar a la mezcla en la escritura entre la forma etimológica “ruptura”, con todo el peso del prestigio de la tradición latina, y la forma popular y estándar “rotura”. Que con el tiempo un caso de contaminación pueda incorporarse al léxico y sistematizarse adaptándose a otros elementos semejantes —por analogía —escapa ya a los alcances de nuestro análisis, centrado en un periodo de tiempo limitado. Quedará a juicio del lector si nuestro análisis resulta convincente o no para ofrecer un panorama de la arquitectura del español en los territorios fronterizos de la Pampa. Habremos sin embargo alcanzado un beneficio no menor para el estudio de la historia del español en América y general si hemos logrado llamar la atención sobre la necesidad del estudio de documentos en general, y de este conjunto epistolar en particular, y mostrado su validez como testimonio lingüístico del pasado. Por nuestra parte, aunque trabajamos con una cifra elevada de cartas, dejamos fuera algunas por no ser pertinente su emisor o por tratarse de telegramas, género que merecería un análisis separado. En nuestro

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tratamiento se ha privilegiado las áreas tradicionales de la lingüística y no se ha hecho, por no salirnos de cauce, un análisis más próximo a la gramática textual o a la pragmática, para el que este conjunto de cartas se prestaría sin inconvenientes. Más aún, el conjunto epistolar podría integrarse perfectamente en grupos documentales más amplios, lo que redundaría en no poco beneficio para los estudios del español del siglo XIX. Si bien es cierto que la edición actual de las cartas es reducida y su distribución muy limitada, la edición en línea ofrece una posibilidad de acceder a las mismas desde los lugares más remotos. Solo se trataría, entonces, de integrarlos en un corpus más amplio de la historia del español.

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INDICE DE CARTAS

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Publicado en Nuevo Mundo 3/4 (2002/03) Transcripción de María Candelaria de Olmos, inédita

CARTAS DE LAS TOLDERÍAS1 – Indígenas y refugiados - IR Total – 120 Documento nº 124 Documento nº 133 Documento nº 135 Documento nº 136 Documento nº 137 Documento nº 140 Documento nº 154 Documento nº 163 Documento n° 169 Documento nº 172 Documento nº 173 Documento nº 197 Documento nº 201 Documento nº 207 Documento nº 217 Documento nº 218 Documento nº 219 Documento nº 220 Documento nº 223

- Carta de F. Ayala a fr. M. Donati – 22/05/1869 - Lebucó - Carta de M. Rosas a fr. V. Burela – 14/09/1869 – Lebucó - Carta de H. Nicolay a M. Trancito – 22/11/1869 - Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 29/11/1869 – Leubucó - Carta de F. Ayala a M. Donati – 01/12/1869 – Lebucó - Carta de F. Ayala a M. Donati – 13/01/1870 – Lebuco - Carta de M. Rosas a M. Donati – 26/06/1870 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 21/11/1870 – Lebucó - Carta de Dionisio Cabral a M. Donati – 23/01/1871 - Lebucó - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 27/02/1871 – Poitagüe - Carta de J. Villarreal a M. Donati – 28/02/1871 – Carriló - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 10/09/1871 – Poitagüe - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 20/10/1871 – Poitagüe - Carta de Ramón Cabral a M. Donati – 01/01/1872 – Caño Llauquen - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 28/02/1871 – Poitagüe - Carta de R. Cabral a M. Donati – 25/03/1872 – Caño Lauquen - Carta de M. Rosas a M. Donati – 26/03/1872 – Lebuco (*) - Carta de H. Nicolay a M. Donati – 27/03/1872 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 02/05/1872 – Lebucó

1 En negritas las cartas de refugiados, que Tamagnini (1995, 2011) clasifica en otro apartado. Se incluye aquí también en razón de continuidad de los autores cartas escritas posteriormente en las reducciones (Sarmiento, Villa de Mercedes) y, tras la conquista, en campos de confinamiento (isla Martín García) y las ciudades de Córdoba y Buenos Aires.

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Documento nº 224 Documento nº 251 Documento nº 257a Documento nº 257b Documento nº 261 Documento nº 268 Documento nº 270 Documento nº 277 Documento nº 278 Documento nº 283 Documento nº 284 Documento nº 285 Documento nº 292 Documento nº 293 Documento nº 294 Documento nº 301 Documento nº 302 Documento nº 303 Documento nº 313a Documento n° 321 Documento nº 322 Documento nº 324 Documento nº 331 Documento nº 332 Documento nº 333 Documento nº 334 Documento nº 335 Documento nº 336a Documento nº 336b Documento nº 343 Documento n° 344 Documento n° 373 Documento n° 394

- Carta de H. Nicolay a M. Donati – 02/05/1872 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 05/10/1872 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 25/10/1872 – Leubucó (*) - Carta de M. López a M. Donati – 25/10/1872 – Lebuco - Carta de M. Rosas a M. Donati – 09/11/1872 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 27/11/1872 – Lebucó - Nota de E. Rosas a M. Donati – 12/12/1872 – Lebucó - Carta de G. Camargo a M. Donati – 21/12/1872 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 21/12/1872 – Lebucó - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 15/01/1873 – Poitague - Carta de M. Rosas a M. Donati – 19/01/1873 – Lebucó (*) - Carta de G. Camargo a M. Donati – 20/01/1873 – Lebucó - Carta de M. Rosas a Gral. J. M. Arredondo – 15/03/1873 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 15/03/1873 – Lebuco (*) - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 25/03/1873 – Poitague (*) - Carta de G. Camargo a M. Donati – 23/04/1873 – Lebucó - Nota de M. Baigorria a M. Donati – 30/04/1873 – Poitague - Carta de M. Baigorria a J. M. Arredondo – 30/04/1873 – Poitague (*) - Carta de R. Cabral a M. Donati – 11/06/1873 – Sarmiento - Carta de E. Rosas a M. Donati – 30/07/1873 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 29/07/1873 – Lebucó - Carta de Tripaiman de Rosas a M. Donati – 27/07/1873 – Lebucó - Carta de Cristo Naguelché a M. Donati – 20/07/1873 – Ludguo Loó - Carta de Llanquetrun a M. Donati – 20/07/1873 – Mayoca - Carta de M. Alfonso a M. Donati – 21/07/1873 – Chillen2 - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 21/07/1873 – Poitague (*) - Nota de Cayupan a M. Donati – 21/07/1873 – Poitague - Carta de M Baigorria a M. Donati – 21/07/1873 - Poitague - Carta de Noaipi de Baigorria a M. Donati – 21/07/1873 – Poitague (*) - Nota de E. Rosas a M. Donati – 15/08/1873 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 16/08/1873 – Lebuco - Nota de E. Rosas a M. Donati – 12/12/1873 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 02/03/1874 – Lebucó

Aunque Tamagnini incluye esta carta entre las civiles se trata de un refugiado (Mansilla 1877: §52). 2

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Apéndices

Documento n° 409 Documento n° 410 Documento nº 412 Documento nº 413 Documento nº 416 Documento n° 448 Documento n° 457 Documento n° 459 Documento nº 473 Documento n° 482 Documento nº 493 Documento n° 506 Documento nº 520 Documento n° 536 Documento n° 545a Documento n° 552 Documento n° 558b Documento n° 584b Documento n° 585 Documento n° 589 Documento n° 604 Documento n° 605 Documento n° 607 Documento n° 611 Documento n° 622 Documento n° 624 Documento n° 633 Documento n° 646 Documento n° 653 Documento n° 658 Documento n° 692 Documento n° 698 Documento nº 702 Documento n° 714 Documento n° 715 Documento n° 721 Documento n° 729

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- Carta de M. Rosas a M. Donati – 12/05/1874 – Lebucó - Carta de una india a M. Donati – 12/05/1874 – Poitagüe - Carta de M. Rosas a M. Donati – 15/05/1874 – Lebuco (*) - Carta de J. Villarreal a M. Donati – 17/05/1874 – Sarmiento - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 23/05/1874 – Poitague (*) - Carta de M. Rosas a M. Donati – 21/08/1874 – Lebucó - Carta de R. Cabral a M. Donati – 08/09/1874 – Sarmiento - Carta de M. Rosas a M. Donati – 16/09/1874 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 10/11/1874 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 12/12/1874 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 15/01/1875 – Lebuco (*) - Carta de M. Rosas a M. Donati – 05/03/1875 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 20/04/1875 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 30/06/1875 – Lebucó - Carta de M. Rosas a Comandante Benigno Cárcova – 28/07/1875 – Lebucó - Carta de M. Simón, F. Mora, M. López a P. Pruneda – 14/08/1875 – Villa de Mercedes - Carta de M. Rosas a Cte. B. Cárcova – 11/09/1875 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 28/11/1875 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 30/11/1875 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 28/12/1875 – Lebuco (*) - Carta de M. Rosas a M. Donati – 06/02/1876 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 08/02/1876 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 16/02/1876 – Lebucó - Carta de M. Rosas a M. Donati – 27/03/1876 – Lebucó - Carta de Martín J. López a Gral. J. A. Roca – 04/06/1876 – Villa de Mersedes - Carta de E. Rosas a M. Donati – 22/06/1876 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 30/07/1876 – Lebucó - Carta de Linconao Cabral a M. Donati – 17/08/1876 – Sarmiento - Carta de M. Rosas a M. Donati – 05/09/1876 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 27/09/1876 – Lebucó - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 01/12/1876 – Poitague - Carta de E. Rosas a M. Donati – 10/12/1876 – Lebucó - Carta de J. Villarreal a M. Donati – 23/08/1876 – Sarmiento - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 10/01/1877 – Poitague - Carta de E. Rosas a M. Donati – 10/01/1877 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 03/02/1877 – Levucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 17/04/1877 – Lebucó

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Documento nº 769 Documento nº 780 Documento n° 781 Documento nº 782 Documento nº 793 Documento nº 804 Documento nº 810 Documento nº 824 Documento nº 832 Documento n° 841 Documento nº 860 Documento n° 862 Documento n° 882 Documento n° 883 Documento n° 888 Documento nº 893 Documento nº 894 Documento nº 895 Documento nº 897 Documento nº 916 Documento nº 917 Documento nº 918 Documento nº 928 Documento nº 931 Documento nº 934b Documento nº 935 Documento nº 939 Documento n° 1001 Documento n° 1039 Documento n° 1071 Documento nº 1104

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Variedades lingüísticas en la Pampa

- Carta de E. Rosas a M. Donati – 14/09/1877 – Lebuco (*) - Carta de E. Rosas a M. Donati – 18/10/1877 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 19/10/1877 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 20/10/1877 – Lebucó - Carta de Millalagüen a M. Donati – 05/11/1877 – Rincón - Carta de E. Rosas a M. Donati – 18/12/1877 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 01/01/1878 – Lebucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 22/01/1878 – Lebucó - Carta de Namuncura a M. Donati – 05/02/1878 – Salinas Grandes en Trunaqué (*) - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 04/03/1878 – Poitague - Carta de E. Rosas a M. Donati – 07/04/1878 – Lebuco - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 10/04/1878 – Poitague - Nota de M. Baigorria a M. Donati – 26/05/1878 – Poitague - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 28/05/1878 – Poitague - Carta de Bernardo Namuncura a Cnel. N. Moreno – 19/6/1878 – Trunage de Salinas Grandes - Carta de M. Baigorria a M. Donati – 03/07/1878 – Leobuco (*) - Carta de E. Rosas a M. Donati – 03/07/1878 – Leubucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 04/07/1878 – Lebucó - Nota de E. Rosas a M. Donati – 06/07/1878 – Leubucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 27/08/1878 – Leubuco - Carta de G. Isla a M. Donati – 15/08/1878 – s.l. - Carta de E. Rosas a M. Donati – 29/08/1878 – Leubucó - Carta de E. Rosas a M. Donati – 15/09/1878 – Lebuco - Carta de M. López a M. Donati – 17/09/1878 – Leubucó - Carta de Alvarito Reumay a M. Donati – 20/09/1878 – Trunaque de Salinas - Carta de M. Namuncurá a M. Donati – 20/09/1878 – Trunaque de Salinas - Carta de E. Rosas a M. Donati – 09/10/1878 – Lebucó - Carta de M. López a M. Donati – 18/03/1879 – Isla Martin Garcisia - Carta de M. López a M. Donati – 01/07/1879 – Buenos Aires - Carta de M. López a M. Donati – 10/1879 – Buenos Ayres - Carta de M. Huapai a M. Donati – 01/12/1879 – Cordoba

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Apéndices

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CARTAS y RELACIONES DE LOS MISIONEROS - M Total - 188 Documento nº 104 Documento nº 114 Documento nº 125a Documento nº 144 Documento nº 175 Documento n° 192 Documento nº 232 Documento n° 235 Documento nº 262 Documento n° 269 Documento n° 289 Documento n° 320 Documento nº 327 Documento n° 354 Documento nº 372 Documento nº 445 Documento nº 446 Documento nº 450 Documento nº 450b Documento nº 451 Documento n° 460 Documento n° 467 Documento n° 475 Documento nº 479 Documento nº 483

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- Carta de fr. M. Donati a Mariano Rosas – 29/04/1868 – Rio 4° - Carta de fr. M. Donati a Nicolás Avellaneda – 23/11/1868 – Rio 4° - Carta de fr. M. Donati a N. Avellaneda – 13/06/1869 – Rio 4° - Carta de fr. M. Donati a N. Avellaneda – 17/03/1870 – Rio 4° - Carta de fr. P. Sorgenti a M. Donati – 04/04/1871 – Rio 4° - Relación de la misión entre los ranqueles de M. Donati – 12/08/1871 – Río 4° (#) - Carta de M. Donati a Discretorio Colegio Prop. Fide – 07/07/1872 – Villa Merced - Carta del Discretorio de la Orden a M. Donati – 17/07/1872 – Río IV - Carta-crónica de fr. M. Alvarez al “Eco de Córdoba” 12/11/1872 (*) - Carta de fr. T. M. Gallo a M. Donati – 30/11/1872 – Buenos Aires - Carta de Fr. T. M. Gallo a M. Donati – 17/02/1873 – Río Cuarto - Carta de Fr. Tomás M. Gallo a M. Donati – 28/06/1873 Carlota - Carta de Fr.Alfonso María Alizeri a M. Donati – 3/07/1873 – San Luis - Carta de Fr. Tomás M. Gallo a M. Donati – 18/09/1873 Carlota - Recibo firmado por Donati – 1/12/1873 (*) - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 20/08/1874 – Rio 4° - Carta de M. Donati a M. Álvarez – 20/08/1874 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 28/08/1874 – Río 4° (*) - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 28/08/1874 – Rio 4° - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 1/09/1874 – Villa Merced (*) - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 24/09/1874 – Sarmiento - Carta de M. Donati a Cnel. Roca – 24/10/1874 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 22/11/1874 – Rio Cuarto - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 6/12/1874 – Rio Cuarto (*) - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 16/12/1874 – Villa Merced (*)

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Documento nº 486 Documento n° 487 Documento nº 490 Documento nº 496 Documento n° 497 Documento nº 498 Documento nº 501b Documento n° 519 Documento nº 524 Documento n° 529 Documento nº 531 Documento n° 537 Documento n° 547 Documento n° 550 Documento nº 550a Documento nº 553 Documento n° 561 Documento n° 563 Documento nº 567 Documento n° 568 Documento n° 575 Documento nº 577a Documento n° 578 Documento nº 580 Documento nº 581 Documento n° 583a Documento n° 586 Documento n° 590 Documento nº 597 Documento nº 602 Documento nº 603 Documento n° 618 Documento n° 623b Documento n° 627 Documento nº 629 Documento n° 642 Documento nº 643 Documento nº 645 Documento n° 648

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Variedades lingüísticas en la Pampa

- Carta de M. Donati a M. Alvarez – 20/12/1874 – Villa Merced (*) - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 24/12/1874 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 01/01/1875 – Villa Merced (*) - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 21/01/1875 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 21/01/1875 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 25/01/1875 – Villa Merced - Lista de M. Donati – 01/02/1875 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M Donati – 19/04/1875 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 30/04/1875 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 02/06/1875 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 09/06/1875 – Rio Cuarto - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 08/07/1875 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 08/08/1875 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 10/08/1875 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 12/08/1875 – Rio Cuarto - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 25/08/1875 – Rio Cuarto - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 13/09/1875 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 16/09/1875 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 04/10/1875 – Rio Cuarto - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 08/10/1875 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 29/10/1875 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 08/11/1875 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 15/11/1875 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 17/11/1875 – Rio Cuarto - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 22/11/1875 – Rio Cuarto - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 24/11/1875 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 02/12/1875 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 03/01/1876 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 21/01/1876 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 01/02/1876 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 02/02/1876 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 28/05/1876 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 07/06/1876 – Utaloba - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 02/07/1876 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 07/07/1876 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 13/08/1876 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 15/08/1876 – Villa Merced - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 16/08/1876 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 18/08/1876 – Sarmiento

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Apéndices

Documento n° 669 Documento n° 676 Documento n° 680 Documento nº 687 Documento n° 688 Documento nº 690 Documento n° 694 Documento n° 700 Documento n° 703 Documento nº 704 Documento n° 707 Documento nº 708 Documento n° 709 Documento nº 711 Documento nº 712 Documento n° 713 Documento n° 718 Documento nº 719 Documento nº 719b Documento nº 724 Documento nº 730a Documento n° 730b Documento nº 730c Documento n° 733 Documento nº 737 Documento n° 738 Documento n° 739 Documento nº 744 Documento n° 746 Documento n° 751 Documento nº 752 Documento n° 763 Documento n° 765 Documento nº 778 Documento n° 783

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- Carta de M. Alvarez a M. Donati – 14/10/1876 – Rio 4° - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 26/10/1876 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 04/11/1876 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 23/11/1876 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 26/11/1876 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 29/11/1876 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 03/12/1876 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 17/12/1876 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 23/12/1876 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 25/12/1876 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 29/12/1876 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 30/12/1876 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 01/01/1877 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 03/01/1877 – Villa Merced (*) - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 07/01/1877 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 08/01/1877 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 19/01/1877 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 21/01/1877 – Villa Merced - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 21/01/1877 – Villa Merced - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 09/03/1877 – Buenos Aires - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 25/04/1877 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 27/04/1877 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 29/04/1877 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 14/05/1877 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 02/06/1877 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 04/06/1877 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 06/06/1877 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez al Ministro de Justicia – 26/06/1877 – Rio 4° (*) - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 29/06/1876 – Rio 4° - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 04/07/1877 – Río 4° - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 07/07/1877 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez al Colegio Apostólico – 24/08/1877 – Rio 4° - Carta de P. Bentivoglio a M. Álvarez – 25/08/1877 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 17/10/1877 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 20/10/1877 – Río 4°

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Documento n° 785 Documento n° 788 Documento nº 791 Documento nº 806 Documento nº 807 Documento nº 812 Documento nº 815 Documento n° 829 Documento n° 831 Documento n° 878 Documento nº 879 Documento n° 896 Documento nº 900 Documento n° 901 Documento n° 906 Documento nº 909 Documento n° 910 Documento nº 914 Documento nº 920 Documento n° 923 Documento n° 937 Documento nº 944 Documento n° 945 Documento n° 946 Documento nº 950b Documento nº 951 Documento n° 953 Documento nº 954 Documento nº 956 Documento n° 958 Documento n° 959 Documento n° 963 Documento nº 963b Documento n° 966 Documento n° 978 Documento nº 979b Documento n° 980 Documento nº 981 Documento n° 985 Documento nº 986

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Variedades lingüísticas en la Pampa

- Carta de P. Bentivoglio a M Donati – 23/10/1877 – Río Cuarto - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 30/10/1877 – Río 4° - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 04/11/1877 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez al Discretorio del Colegio - 24/08/1877 - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 29/12/1877 – Villa Merced - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 06/01/1878 – Villa Merced - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 14/01/1878 – Villa Merced - Carta de M. Donati al Discretorio del Colegio – Río 4° - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 04/02/1878 – Río 4° - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 18/05/1878 – Río 4° - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 21/05/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 05/07/1878 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 08/07/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 11/07/1878 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 22/07/1878 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 13/08/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 14/08/1878 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 22/08/1878 – Ytaló (*) - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 02/09/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 06/09/1878 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 05/10/1878 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 19/10/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 19/10/1878 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 26/10/1878 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 29/10/1878 – Villa Merced - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 31/10/1878 – Sarmiento (*) - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 02/11/1878 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 05/11/1878 – Villa Merced - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 11/11/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 13/11/1878 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 16/11/1878 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 30/11/1878 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 02/12/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 10/12/1878 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 26/12/1878 – Sarmiento - Carta de M. Donati a W. Rosa – 29/12/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 04/01/1879 – Sarmiento - Carta de M. Alvarez a M. Donati – 11/01/1879 – Sarmiento (*) - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 25/01/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 27/01/1879 – Villa Merced

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Apéndices

Documento n° 988 Documento nº 990 Documento nº 992 Documento n° 993 Documento nº 994 Documento n° 995 Documento n° 996 Documento nº 998 Documento n° 1002 Documento n° 1004 Documento n° 1007 Documento nº 1008 Documento n° 1019 Documento n° 1023 Documento n° 1024 Documento n° 1028 Documento n° 1030 Documento n° 1034 Documento n° 1043 Documento nº 1044 Documento n° 1047 Documento n° 1049 Documento nº 1050 Documento n° 1058 Documento n° 1061 Documento nº 1062a Documento n° 1075 Documento n° 1080 Documento n° 1081 Documento n° 1083 Documento nº 1086b Documento n° 1088 Documento nº 1090 Documento n° 1091 Documento n° 1092

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- Carta de M. Álvarez a M. Donati – 03/02/1879 – Río Cuarto - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 14/01/1879 – Buenos Aires - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 21/02/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 22/02/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 25/02/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 05/03/1879 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 12/03/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 10/03/1878 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 18/03/1879 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 22/03/1879 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 29/03/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 01/04/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 05/05/1879 – Sarmiento - Carta de P. Bentivoglio a M. Álvarez – 20/05/1879 – Pitrilauquen - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 24/05/1879 – Rio 4° - Carta de P. Bentivoglio a M. Álvarez – 08/06/1879 – Pitrilauquen - Carta de P. Bentivoglio a M. Donati – 13/06/1879 – Pitrilauquen - Carta de P. Bentivoglio a M. Donati – 20/06/1879 – Pitrilauquen - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 05/07/1879 – Rio 4° - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 06/07/1879 – Villa Merced - Carta de P. Bentivoglio a M. Donati – 19/07/1879 – Pitrilauquen - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 21/07/1879 – Rio 4° - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 28/07/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 11/08/1879 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 24/08/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 26/08/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 17/09/1879 – Sarmiento - Carta de P. Bentivoglio a M. Donati – 08/10/1879 – Rio IV - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 12/10/1879 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 20/10/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 28/10/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 01/11/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 03/11/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 06/11/1879 – Sarmiento - Carta de P. Bentivoglio a M. Donati – 10/11/1879 – Rio IV°

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366

Documento n° 1096 Documento nº 1098 Documento n° 1102 Documento nº 1110 Documento n° 1111 Documento n° 1113 Documento n° 1114 Documento nº 1115 Documento nº 1122 Documento n° 1123 Documento n° 1132 Documento n° 1139 Documento n° 1160a Documento n° 1160b Documento n° 1161a

Variedades lingüísticas en la Pampa

- Carta de M. Álvarez a M. Donati – 15/11/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 18/11/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 29/11/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 11/12/1879 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 44/12/1879 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 23/12/1879 – Sarmiento - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 26/12/1879 – Sarmiento - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 29/12/1879 – Villa Merced - Carta de M. Donati a M. Alvarez – 11/08/1880 – Villa Merced - Carta de M. Álvarez a M. Donati – 12/02/1879 – Rio Cuarto - Carta de P. Sorgenti a M. Donati – 14/03/1880 – Rio 4° - Carta de P. Bentivoglio a M. Donati – 31/03/1880 – Rio 4° - Carta relación de M. Alvarez al Discretorio – 08/06/1880 – Río Cuarto - Carta de M. Álvarez al Comisario General de la Orden – s.f. – s.l. - Carta de M. Álvarez al Mtro. de Justicia – s.f. – s.l.

CARTAS CIVILES DE LA FRONTERA - C Total - 70 Documento nº 176 Documento nº 180 Documento nº 214 Documento nº 216a Documento nº 233 Documento nº 295 Documento nº 314 Documento n° 330 Documento nº 339 Documento n° 362 Documento n° 369a Documento nº 378 Documento n° 381 Documento n° 386 Documento n° 387 Documento n° 389 Documento n° 402

Perna.indb 366

- Carta de G. Nuñez a M. Donati – 13/04/1871 – Rio 4° - Carta de M. Marco a M. Donati – 23/05/1871 – San Rafael - Carta de G. Nuñez a M. Donati – 24/01/1872 – Rio IV - Carta de G. Núñez a M. Donati – 24/02/1872 – Río IV - Carta de M. Vieyra a M. Donati – 15/07/1872 – Totoritas - Carta de M. Soria a M. Donati – 27/03/1873 – Río Cuarto - Carta de G. Núñez a M. Donati – 22/06/1873 – Río 4° - Carta de M. Sanchez a M. Donati – 18/07/1873 – Rio 4° - Carta de N. Caballero a M. Donati – 07/08/1873 – Villa de la Carlota - Carta de G. Núñez a M. Donati – 24/10/1873 – Espinillal - Carta de G. Núñez a M. Donati – 23/11/1873 – Río 4° - Carta de R. de Torres a M. Donati – 07/01/1874 – s.l. - Carta de J. de Carreras a Fr. Pio Bentivoglio – 13/01/1874 – Villa Nueva - Carta de C. Mujica a M. Donati – 05/02/1874 – Río 4° - Carta de C. Ochoa a M. Donati – 13/02/1874 – Reduccion - Carta de G. Carreras a M. Donati – 22/02/1874 – Villa Nueva - Carta de G. Carreras a M. Donati – 28/03/1874 – Villa Nueva

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Apéndices

Documento n° 418 Documento n° 428 Documento n° 435 Documento n° 436 Documento n° 439 Documento n° 450a Documento n° 457 Documento n° 465 Documento n° 481 Documento n° 501 Documento n° 502 Documento n° 523 Documento n° 530 Documento n° 534 Documento n° 535 Documento n° 539 Documento n° 540 Documento n° 541 Documento n° 560 Documento n° 566 Documento n° 569 Documento n° 571a Documento n° 576 Documento n° 588 Documento n° 598 Documento n° 608 Documento n° 623a Documento n° 626

Perna.indb 367

367

- Carta de G. Núñez a M. Donati – 04/06/1874 – Espinillal - Carta de M. Garcia a M. Donati – 20/06/1874 – Rosario - Carta de A. Ribera a M. Donati – 21/07/1874 – Reduccion - Carta de C. Alustiza a M. Donati – 22/07/1874 – Chacras del Rosario - Carta de C. Alustiza a M. Donati – 31/07/1874 – Chacras del Rosario - Carta de C. Alustiza a M. Donati – 28/08/1874 – Chacras del Rosario - Carta de R. Cabral a M. Donati – 08/09/1874 – Sarmiento - Carta de G. Carreras a M. Donati – 22/04/1874 – Villa Nueva - Carta de P. de Cabrera a M. Donati – 11/12/1874 – Cordoba - Carta de C. Ochoa a M. Donati – 06/02/1875 – Reduccion - Carta de I. Funes a M. Donati – 17/02/1875 – Villa Nueva - Carta de C. Alustiza a M. Donati – 29/04/1875 – Roldan - Carta de N. Caballero a M. Donati – 09/06/1875 – Villa Nueva - Carta de G. Garzón de Irigoyen a M. Donati – 23/07/1875 – Billa Nueba - Carta de M. Irigoyen a M. Donati – 30/06/1875 – Villa Nueva - Carta de S. Pérez a M. Álvarez – 10/07/1875 – Río 4° - Carta de G. Garzón de Irigoyen a M. Donati – 13/07/1875 – Billa Nueba - Carta de S. Pérez a M. Donati – 14/07/1875 – Río Cuarto - Carta de J. de Amparan – 12/09/1875 – Mendoza - Carta de J. Rodríguez a M. Donati – 30/06/1875 – Rosario - Carta de J. Roca a M. Donati – 13/10/1875 – Rio Cuarto - Carta de J. Roca a M. Donati – 06/11/1875 – Rio Cuarto - Carta de M. Irigoyen a M. Donati – 31/10/1875 – Villa Nueva - Carta de R. Suárez a M. Donati – 25/12/1875 – Villa de Mercedes - Carta de C. Alustiza a M. Donati – 21/01/1876 – Chacras del Rosario - Carta de C. de Gucitúa – 18/02/1876 – Cúrdoba - Carta de C. Alvarez de Gonzalez a M. Donati – 07/06/1876 – Río 4° - Carta de C. Alvarez de Gonzalez a M. Donati – 26/06/1876 – Río 4°

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368

Variedades lingüísticas en la Pampa

Documento n° 649

- Carta de C. Alvarez de Gonzalez a M. Donati – 24/08/1876 – Río Cuarto Documento n° 650 - Carta de C. Alvarez de Gonzalez a M. Donati – 26/08/1876 – Río Cuarto Documento n° 657 - Carta de M. González a Padre Marques – 09/1876 - Mananteal Documento n° 677 - Carta de C. Alvarez de Gonzalez a M. Donati – 28/10/1876 – Río Cuarto Documento n° 678 - Nota de O. Ruíz Moreno a M. Donati – 29/10/1876 – Villa Mercedes Documento n° 705a y b - Carta de C. de González a M. Donati – 25/12/1876 – Río 4° Documento n° 732b - Carta de I. Gallo a M. Donati – 09/05/1877 – 25 de Mayo Documento n° 734 - Telegrama de J. de Español a M. Donati – 18/05/1877 – Bell Ville Documento n° 736 - Carta de J. Cheli a M. Donati – 29/05/1877 – Sarmiento Documento n° 741 - Carta de I. Gallo a M. Donati – 13/06/1877 – 25 de Mayo Documento n° 750b - Carta de E. Racedo a M. Álvarez – 05/07/1877 – Sarmiento Documento n° 753 - Carta de I. Gallo a M. Donati – 08/07/1877 – 25 de Mayo Documento n° 760 - Carta de C. de González a M. Donati – 10/04/1877 – Río 4° Documento n° 827 - Carta de A. Savignon a M. Donati – 24/01/1878 – Colonia Iriondo Documento n° 833 - Carta de A. de Arteaga a M. Donati – 08/02/1878 – Rosario de Santa Fe Documento n° 835 - Carta de J. Carrera a M. Donati – 22/02/1878 – Tres Arroyos Documento n° 848 - Carta de J. Roldan a M. Donati – 12/03/1878 – Río Cuarto Documento n° 852 - Carta de B. Mana a M. Donati – 18/03/1878 – Tala de los Pantanos Documento n° 867-8 - Carta de A. Garzón a M. Donati – 24/04/1878 – Cordoba Documento n° 881 - Carta de I. Gallo a M. Donati – 09/1878 – 25 de Mayo Documento n° 961 - Carta de A. Garzon a M. Donati – 22/11/1878 – Cordoba Documento n° 974 - Carta de G. de Arias a M. Donati – 19/12/1878 – Río 4° Documento n° 983 - Carta de A. Garzón a M. Donati – 19/01/1879 – Cordoba Documento n° 991 - Carta de J. Morra a M. Donati – 16/02/1879 – Cordoba Documento n° 1009 - Carta de A. Garzón a M. Donati – 03/04/1878 – Cordoba

Perna.indb 368

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Apéndices

369

CARTAS DE MILITARES Y AUTORIDADES POLITICAS, DOCUMENTOS OFICIALES, RECORTES PERIODISTICOS - O Total - 22 Documento n° 117 Documento nº 247 Documento nº 259 Documento nº 309 Documento nº 363 Documento n° 365 Documento nº 374 Documento n° 415 Documento n° 456 Documento nº 464 Documento nº 468 Documento n° 480a Documento n° 564 Documento n° 569 Documento n° 571a Documento n° 592 Documento n° 596 Documento n° 610 Documento n° 670a Documento n° 715b Documento n° 742 Documento n° 750b

- Carta de N. Avellaneda a fr. M. Donati – 10/01/1869 – Buenos Aires - Carta de J. Arredondo a M. Donati – 11/09/1872 – Río Cuarto - Tratado mecanografiado por el P. Donati – 20/10/1872 (*) - Carta de M. de Gainza a M. Rosas – 25/05/1873 – Buenos Aires (*) - Carta de J. A. Roca a Marcos Quirico (sic!) – 25/10/1873 – Río Cuarto - Telegrama de J. Roca a M. Donati – 1/11/1873 – Río Cuarto (*) - Carta de J. A. Roca a M. Donati – 14/12/1873 – Río Cuarto - Telegrama de J. Roca a M. Donati – 20/05/1874 – Río 4° (*) - Carta de Manuel Diaz a M. Donati – 08/09/1874 – Rio Cuarto - Telegrama de J. Roca a M. Donati – 24/10/1874 – Rio 4° - Telegrama de J. Roca a M. Donati – 26/10/1874 – Mercedes - Carta de W. Alva a M. Álvarez – 07/12/1874 – Rio 4° - Carta de E. Racedo a M. Donati – 20/09/1875 – Río 4° - Carta de J. Roca a M. Donati – 13/10/1875 – Rio Cuarto - Carta de J. Roca a M. Donati – 06/11/1875 – Rio Cuarto - Carta de J. Roca a M. Donati – 08/01/1876 – Río 4° - Carta de E. Racedo a M. Donati – 20/01/1876 – Río 4° - Carta de J. Roca a M. Donati – 08/03/1876 – Río 4° - Carta de J. Roca a M. Donati – 16/10/1876 – Río 4° - Carta de E. Racedo a M. Álvarez – 04/01/1877 – Río 4° - Artículo “Invasión á Mendoza” en La Voz de Río Cuarto – 22/06/1877 - Carta de E. Racedo a M. Álvarez – 05/07/1877 – Sarmiento

Total general – 400 documentos

Perna.indb 369

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Perna.indb 370

21/09/2015 10:04:22

Apéndices

371

ACSF. Doc. Nº 133.3

133v

3

Perna.indb 371

Transcripción de Marcela Tamagnini.

21/09/2015 10:04:22

372

Perna.indb 372

Variedades lingüísticas en la Pampa

21/09/2015 10:04:23

Apéndices

373

Transcripción Lebucó septiembre 14 / 69. Al R.P. Fray Vicente Burela Mi distinguido Reverendo He recivido su estimable y despues deagradecer sobre manera sus obsequios y atenciones como el retrato de Excmo. Sor. Gobernador con el que me ha faborecido paso a decirle lo mucho que deceo saber si el comicionado que mando al Gno. De la Prov. para q’ balla junto con mi comicion a Rio 4...para que tengo fé...conseguirá cuanto saliese en bien de todos. Con respecto a la buena fe al Gno. de esa Provincia no tengo duda y mucho mas cuando asi me lo...el Rº Massias, Me dice de tambien me reune algunas cautibas q’ me pertenecen lo estimaré mucho y este paso provara mucho mas el dicho ancer en adelante cuando su R. como cuando el Excmo. Sor. Gbdor. me aconsejase. Este proceder de su R. y del Gbno. de la Pcia. lo recomienda altamente ante todos mis caciques y capitanejos ympartieses los a la intimacion de quien tiene el onor de mandarlos. Espero q’ R. me abisara si les aviso el que ha una comision a Rio 4º...para mandar con la mi comicion por Ud. si no ba un hombre de importancia no arriesjaria mi comicion. Le pido a él me haga el servicio de mandarme a mí lenguaraz Gregorio lslas pues este fabor mas ha en serbir de mucho a los dos.Tambien quisiera q’ me conciguiera a un trompa y se tomo con el y me le dieran una corneta nueba q’ llegado el caso en q’ viniese algun Gefe a esta tener conque hacerle tocar una diana. Sin mas mande a su amigo Mariano Rosas

Perna.indb 373

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Perna.indb 374

21/09/2015 10:04:23

Apéndices

375

ACSF. Doc. Nº 154.4

4

Perna.indb 375

Transcripción del autor.

21/09/2015 10:04:23

376

Perna.indb 376

Variedades lingüísticas en la Pampa

21/09/2015 10:04:24

Apéndices

377

Transcripción Lebuco Junio 26 de 1870. Sor R.Pº Dn Marco Donati Distinguido Padre de mi aprecio, Cuanto gusto y plaser me acompaña en estos momento que hago tomar la pluma para por esta tener el plaser de saludar y deciandole la mejor felicidad. Que yo quedo bueno a sus orden y mi familia. El objecto de esta es que este día que V. mi querido Compadre Mansilla, y demás compaña partio de esta no hetenido como haber escrito, y hoy que se destina Liconao, con unos tres ó cuatro compañeros, logro el escribirle a Vd y tambien desirle tenga ábien desirle algo a mi Compadre Mansilla donde se álla que aqui se asabido una mala noticia del y espero de V. me noticie si bendra a su puesto ó no para entonse dirijirme á el. Pues mi Padre hase poco tiempo que bino mi comicion de la Villa de Merced y no tengo tiempo como darle parte, al G. Arredondo y como lo considero una persona de tanta confiancia de mi compadre Mansilla, le digo á V. que tengo a bien dar cuenta a los Altos Jefes que halle combeniente de las Fronteras de Buenos Aires que no esten descuidado que Caufucurá, se esta aprontando para hir a inbadir a Buenos Aires porque a resibido Carta del mismo Buenos Aires en la que le disen que que los Inbada fuertemente a los porteños y que haga ariar cuanto animal encuentre en los fuertes nuebos tam bien se que se prepara otra Inbasion a Sn. Rafel, Indios Chilenos tenga a bien // Darle parte al Sor G. Aredondo para que no tenga que desir que no les he abisado, esto mismo le he escrito al Sor Padre Burela, de cuenta de esto mismo que le digo a V. por lo que no puedo mandar dar parte por lo pronto a la Villa de Merced dispenseme que lo hago recordar de las botas que me ófrecio tenga a bien entregarselas al portavoz Liconao, no deje de contestarme con el mismo. Lo mismo que se los recomiendo para que me los presente Antes el jefe de hese punto que tenga abien darmeles algunas cosas, que no me dirijo al Jefe porque inoro cual sea, recomiento mucho aga presente a los Jefes como le hedicho. Hordene a este su afmo amigo. S.S. Mariano Rosas. Nota le recomiendo que si tiene a bien mandarme las botas me les pone una seña y me anuncia en su carta por queden confiarmelas. Vale.

Perna.indb 377

21/09/2015 10:04:24

Perna.indb 378

21/09/2015 10:04:24

Apéndices

379

ACSF. Doc. Nº 207.5

5

Perna.indb 379

Transcripción del autor.

21/09/2015 10:04:24

380

Variedades lingüísticas en la Pampa

Transcripción Caño Llauquen, Enero 1º de 1872. Estimado y nunca olvidado padre: no puede imaginarse la alegría que me causa el recibo de la suya por la que supe que se hallaba mui bueno Padre el objeto de esta es dar a Usted las gracias por el servicio que Usted me ha hecho recojiendo esa pobre mujer que aunque no es mi pariente no dejo de conocer el servicio que me ha hecho. He sabido que me ha escrito dos veces pero no he recibido mas que una carta. Con respecto a la pas le diré que de nuevo vamos a ver si la arreglamos y si esto sucede voi a sacar mi caballada al cuero como le habia dicho a Usted antes y deseo que Usted tambien trabaje por la pas es cuanto tengo que decir a Usted. R. Cabral.

Perna.indb 380

21/09/2015 10:04:25

Apéndices

381

ACSF. Doc. Nº 261.6

6

Perna.indb 381

Copia publicada por Marcela Tamagnini (1993). Transcripción de Marcela Tamagnini.

21/09/2015 10:04:25

382

Perna.indb 382

Variedades lingüísticas en la Pampa

21/09/2015 10:04:25

Apéndices

383

Transcripción Lebucó noviembre 9 / 1872. Al Sr. R. Padre Marcos Donati. rrecibí su apreciable nota por la que tube el gusto saber de su salud y de conciguiente diré a su R. ympuesto de su contenido logro la ocacion de mandar mi comicion con el objeto de rrecivir las rraciones del trimestre de octubre que segun Usted me habla en su carta que el nuestro Precidente ha dispuesto darnos vacas al conte en cuenta de lleguas. Comprendo que ceran de las que ban a cumplir Dos años para arriva porque de menos hedad son terneros chicos. Mi padre espero de usted ara lo pocible a nuestro fabor que conrrespeto a lo que me dise que sugete a los yndios gauchos estoy de firme y dispuesto a sugetarlos a toda consta aplicandoles un castigo grabe cierto es que anecho algunas entradas los gauchos hijos de penalosa y otros gauchos de a Dos y de a cuatro pero segun e descubierto no an traido acienda de ymportancia antraido algunas lleguas flacas patrias por lo consiguiente pero yo diesto ni e tenido conocimiento, a Ramón lló le // hecho Canges que el abradado permiso para que agan algunas entradas y me dise que el detoda la omicion acido Villarreal que mandó la noticia de la muerte del general yva noski ique los fortines estaban cin gente y que haí le tenían a Linconao y a otros de sus indios sobre las armas y que hera injusto que prosediecen de hesa manera. También le noticio a usted que he sabido que Quinchan hermano de Baigorrita y el Cuñao llamado Millagues estan Dispuestos asalir a malon entre tres dias yo nocé ciserá con el conocimiento de Baigorria creo la salida de estas es con dirección a la provincia de Cordova pero espresiso que haiga celo en la linea no suceda queden buelta y ballan entrar ahesos puntos. rrespeto a lo que me dise de Baigorria lló le mandado a decir no he tenido contesto el sabrá anunciarle cual es el comicionado principal para que le rreciva los sueldos; mi padre lla que aecho el fabor de mandarme la noticia de que mande arrecivir las rraciones ací mismo me empeño con usted que el despacho de mi comición sea lo mas pronto pocible porque estamos muy escasos de mantención y cin otro motivo le deseo toda mi felicidad. Su afectisimo y seguro Servidor. Mariano Rosas.

Perna.indb 383

21/09/2015 10:04:25

Perna.indb 384

21/09/2015 10:04:26

Apéndices

385

ACSF. Doc. Nº 333.7

7

Perna.indb 385

Transcripción de Marcela Tamagnini.

21/09/2015 10:04:26

386

Variedades lingüísticas en la Pampa

Transcripción Chillen, Julio 21 de 1873. Al Sor. frai Marcos Donati. Apreciado Señor deseo que al recibo de esta se encuentre gosando la mejor felicidad como mi corazon le desea que yo Estoi Bueno para lo que guste mandar. Mi padre despues de saludarlo paso a desirle que hai resebido una carta de miamigo pedro tisera donde me dise que haga todo lo pocible en fabor del hijo que esta cautibo lo que are todo lo posible por su respeto cuando Ud. benga. Tambien me dise que me amandado un regalito con Ud. el cual espero que me lo mande con el portador. Sin otro motibo mande como guste a este su serbidor que berlo desea. Manuel Alfonso

Perna.indb 386

21/09/2015 10:04:26

Apéndices

387

ACSF. Doc. Nº 336b.8

8

Perna.indb 387

Transcripción de María Candelaria de Olmos.

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388

Variedades lingüísticas en la Pampa

Transcripción Poitague Julio 21 de 1873 Al Sor. p. Marcos do Nati Mi in nolbidable padre demi mayor concideracion con cuanto plaser hago tomar lapluma para poder saludarlo de ceandole los bienes ten porales salud y bida y completa felicidad. Mi padre estoi yo y todas nosotras mui agradecidas por todos los regalos quenos amandado por tanto rogamos a Dios por sufelicidad. Sin mas motibo S. Sa. Nonaipí de Baigorria

Perna.indb 388

21/09/2015 10:04:26

Apéndices

389

ACSF. Doc. Nº 389.9

9

Perna.indb 389

Copia publicada por Marcela Tamagnini (1993). Transcripción de Marcela Tamagnini.

21/09/2015 10:04:26

390

Perna.indb 390

Variedades lingüísticas en la Pampa

21/09/2015 10:04:27

Apéndices

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Transcripción Villa nueva, Febrero 22 de 1874. Al Rmo. Padre Guardian Frai Pio Bentivoglio. Rio 4º. Reverendisimo Padre: El Sor. Dn. José Funes baliendose del Sor. Andrade, comerciante de esta, se ha empeñado conmigo para que yo me dirija a su P. con el fin de por su medio se les vusque entre los indios la Esposa é hija de funes; y al efecto no han cambiado los datos que tienen con referencia á esa desgraciada familia, los cuales se los adjunto, confiado en su benevolencia y selo, para redimir nuestros desgraciados hermanos, paraque por medio del infatigable obrero del vien de la humanidad afligida, el R.P.F. Marcos Donati, vea S.P. si consigue hacer vuscar esa familia y abisar al Sor. Dn. Gregorio Andrade, comerciante de esta, quien es elque se entendera en todo el asunto del resgate, segun me lo han manifestado. Con tal motivo me es grato ofrecerle á S.P. mis respetos, y se los ofrresca á mi nombre al R.P. F. Marcos. De S.P. su afmo y S.S. Gregorio G. Carreras.

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Apéndices

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ACSF. Doc. Nº 702.10

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Transcripción del autor.

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Variedades lingüísticas en la Pampa

Transcripción Sarmiento Diciembre 3 de 1876. Señor. Don. Donato Marcos. Querido ynunca olbidado padre deseo que no tenga nobedad que yo estoi bueno á sus rodenes despues de saludarle su persona digo Usted. que si puede preguntar a los trasuntes amigos suyos que bienen de tiera ádentro aber cuales son los indios que an benido hacer Perjuicio á la probincia de cordoba estando de pase. Y á cíes que suplico a Usted. aber sí puede descubrir alguna sosa porque nosotros los hemos seguido hasta el poso de los cristianos y digo que me haga el cerbicio de mandarme un poquito de inguente de rosa. y sin mas S.S.S. Juan Biarreal

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