Trayectorias globales: estudios coloniales en el mundo hispánico 9783954871797

Propone una revisión en el estudio de los orígenes del imperio español en el siglo XVI a partir de una perspectiva globa

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Spanish; Castilian Pages 178 [180] Year 2013

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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
1. Justicia distributiva y legitimidad: una crítica poscolonial de la razón jurídica en la conquista de América
2. Visión del mundo y paradigmas culturales en la capitulación de Juan Ponce de León sobre la conquista de la Florida
3. Ecdótica y crítica textual en la Historia de la invención de las Indias de Fernán Pérez de Oliva
4. Problemas de edición e interpretación en la Relación de los primeros descubrimientos de Fr ancisco Pizarro y Diego de Almagro
5. Poesía y descubrimiento: los territorios de la épica en La conquista del Perú
6. Literatura, memoria y duelo en La Florida del Inca
7. Colonialismo, Derecho y cultura en los Comentarios reales
8. La visión trasatlántica de las culturas en los Comentarios reales
9. Orientalismo, conocimiento y cultura en la Historia del gran reino de la China
BIBLIOGRAFÍA
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Trayectorias globales: estudios coloniales en el mundo hispánico
 9783954871797

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BIBLIOTECA INDIANA Publicaciones del Centro de Estudios Indianos Universidad de Navarra Editorial Iberoamericana Dirección: Ignacio Arellano y Celsa Carmen García Subdirector: Juan M. Escudero Coordinadora: Pilar Latasa Comité asesor: Trinidad Barrera, Universidad de Sevilla Miguel Donoso, Universidad de los Andes, Santiago de Chile Andrés Eichmann, Universidad de Navarra y Academia Boliviana de la Lengua Paul Firbas, Stony Brook University Pedro Lasarte, Boston University Raúl Marrero-Fente, University of Minnesota Alfredo Matus, Academia Chilena de la Lengua Rosa Perelmuter, University of North Carolina at Chapel Hill Sara Poot-Herrera, University of Santa Barbara, California José Antonio Rodríguez Garrido, Pontificia Universidad Católica del Perú

Biblioteca Indiana, 36

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TRAYECTORIAS GLOBALES: ESTUDIOS COLONIALES EN EL MUNDO HISPÁNICO

RAÚL MARRERO-FENTE

Universidad de Navarra - Iberoamericana - Vervuert 2013

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Derechos reservados © Iberoamericana, 2013 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2013 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-731-6 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-783-1 (Vervuert)

Depósito Legal: M-11867-2013 Diseño de la serie: Ignacio Arellano y Juan Manuel Escudero Imagen de la cubierta: Juan de Grijalva en el río de Banderas. © Museo de América Diseño de la cubierta: Marcela López Parada Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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A Conchita

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ÍNDICE

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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1. Justicia distributiva y legitimidad: una crítica poscolonial de la razón jurídica en la conquista de América . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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2. Visión del mundo y paradigmas culturales en la capitulación de Juan Ponce de León sobre la conquista de la Florida . . . . . . . .

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3. Ecdótica y crítica textual en la Historia de la invención de las Indias de Fernán Pérez de Oliva. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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4. Problemas de edición e interpretación en la Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro . . . . . . . . . .

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5. Poesía y descubrimiento: los territorios de la épica en La conquista del Perú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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6. Literatura, memoria y duelo en La Florida del Inca . . . . . . . . . . . . . . .

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7. Colonialismo, Derecho y cultura en los Comentarios reales . . . . . . . . .

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8. La visión trasatlántica de las culturas en los Comentarios reales . . . . . . .

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9. Orientalismo, conocimiento y cultura en la Historia del gran reino de la China . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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INTRODUCCIÓN

Este libro propone una interpretación global de las genealogías del imperio español en el siglo XVI. Su tesis central es que la América de la época colonial no se puede entender por completo si no se toman en cuenta otras regiones geográficas y el intercambio transoceánico y global en el siglo XVI. En otras palabras, la interacción a nivel humano, cultural, económico, político y social que se da entre los territorios de África, Asia, Europa y América fue un proceso decisivo en la formación del imperio español en los inicios de la modernidad. El imperio fue global tanto en su extensión como en su alcance debido a una red global que inauguró vías de contacto, intercambio y comunicación entre cuatro continentes. Uno de los objetivos de mi trabajo es intentar superar las barreras que separan el análisis de la producción cultural de España en sus antiguas colonias de África, América y Asia, tendencia que hasta ahora ha predominado en los Estudios Coloniales de América Latina. Este libro tiene dos objetivos. Primero, proponer un enfoque global en el estudio del imperio español, lo cual da paso a un área de investigación nueva que a su vez contribuye al desarrollo de una historia global que examine el colonialismo y el imperialismo en el mundo hispánico. Mi segundo objetivo es analizar cómo los tropos críticos de la conquista, la colonización, la guerra y el comercio son conceptualizados, representados y archivados tanto en textos literarios como en documentos no literarios. La conquista de las Américas durante el siglo XVI fue el evento que marcó los comienzos de lo que se conoce como «Historia Mundial»1. El esfuerzo consciente por reconstruir y entender este acontecimiento, y por hacer de él un tema de estudio de la Historia, explica porqué la conquista de las Américas estuvo en el centro de la historiografía moderna. Fue den1

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Fernández-Armesto, 2007.

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tro de este contexto como las historias particulares sobre las «Indias» fueron escritas, presentándose como relatos universales. Precisamente este hecho permite entender que la importancia de la llamada «expansión» del imperio español ha sido exagerada y tergiversada por los cronistas e historiadores coloniales, quienes han ofrecido una imagen de la conquista y colonización de la Américas como el evento que cambió el curso de la Historia. Sin embargo, el proceso de globalización contemporáneo permitió la aparición de la Nueva Historia Global, la cual, a su vez, está cambiando la reflexión sobre la disciplina de la «Historia»2. La nueva disciplina de la Historia Global se enfoca en los procesos que se comprenden mejor a un nivel global que a un nivel local, nacional o regional. El estudio de los factores dinámicos y los procesos formativos del imperio español se suscribe a esta categoría. Es necesario escribir una nueva historia global que ofrezca una perspectiva revisionista sobre el imperio español, y que a la misma vez evite caer en la trampa de repetir las metanarrativas de la Historia occidental europea. Esta nueva historia global debe estudiar el imperialismo y el colonialismo occidentales desde una perspectiva no eurocéntrica, adoptando una metodología comparativa de las culturas y de los estudios poscoloniales, y al mismo tiempo tomar en consideración los aportes más recientes de la Antropología, la Historia del Pensamiento Político, la Sociología, y la Economía. El período de la temprana modernidad fue una época de intercambio global entre los europeos y los pueblos no europeos. En ese período histórico, el imperio español estableció escenarios de intercambio biocultural donde las comunidades no europeas también ejercieron una profunda influencia sobre los españoles con quienes entraron en contacto. Por esa razón no puede entenderse la dimensión global del imperio español sin tomar en cuenta las contribuciones hechas por los pueblos indígenas de las Américas, África y Asia durante el período de la temprana modernidad. En mi opinión, al ampliar el marco de comparación y adoptar una orientación global, el imperio español tiene que ubicarse en el contexto de las sociedades indígenas de las Américas, África y Asia porque fue en contacto con estas zonas geográficas como el imperio español surgió y, posteriormente, se consolidó. Por otra parte, un entendimiento más abarcador de la historia del imperialismo y el colonialismo europeo puede llenar el vacío que existe como consecuencia de los análisis incompletos que se han hecho sobre el imperio español; a la misma vez que puede ayudarnos a entender los procesos de cambio y globalización del siglo XXI. El problema principal que enfrenta la 2

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Hopkins, 2002; Mazlish, 2006.

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historia del imperialismo moderno reside en la falta de un examen exhaustivo del imperio marítimo español dentro de un contexto global. En el momento de mayor alcance, el imperio español conectó continentes distantes a través de los océanos Atlántico y Pacífico. Sin embargo, este fenómeno no habría sido posible sin una red transoceánica mantenida por la explotación de millones de seres humanos en África, las Américas y Asia. El reto que enfrentamos es el de intentar revelar este proceso complejo de interdependencia; así como las respuestas y la resistencia de los pueblos no europeos a esta agresión imperialista. Un enfoque transcultural en el estudio del imperio español requiere el empleo de un análisis comparado de las culturas, el cual se debe complementar con una orientación multidisciplinaria. Este libro representa un intento por desmantelar las barreras que predominan en disciplinas basadas en antiguas divisiones geopolíticas. Al dejar a un lado las estrictas fronteras geográficas, mi investigación pretende contribuir a alcanzar un mayor entendimiento de la historia del colonialismo español, a la misma vez que propone ampliar el objeto de estudio en el campo de los Estudios Coloniales. En mi opinión, la mayoría de las investigaciones en este campo han relegado el análisis del imperio español desde una perspectiva global. El presente estudio intenta ubicarlo dentro de un contexto más amplio. El propósito es brindar un cuadro más abarcador y complejo del proceso de conquista y colonización en los territorios de África, las Américas y Asia, tomando en cuenta los hallazgos más destacados de varias disciplinas al mismo tiempo que aspira a reflexionar en torno a la evolución del discurso colonialista europeo. El conjunto de trabajos aquí reunidos propone una visión global en el análisis de los Estudios Coloniales en el mundo hispánico. El propósito de este libro es ampliar el conocimiento sobre el mundo colonial al brindar nuevas investigaciones que, a su vez, sugieren las nuevas trayectorias globales a que apunta la disciplina. En este sentido, los textos que se analizan en el presente libro incorporan las perspectivas más recientes que predominan en los estudios literarios y culturales. El estudio de la literatura colonial se ha enriquecido por su enfoque multidisciplinario, que permite una mejor comprensión de las complejidades de su producción. La adopción del enfoque interdisciplinario y global en el análisis de los textos, junto a la integración de nuevos objetos de investigación es el reto principal que enfrentan los Estudios Coloniales. Entre los nuevos objetos de estudio de la disciplina hay obras que corresponden a formaciones discursivas no consideradas literarias en el sentido tradicional, tales como las cartas, las relaciones y los documentos jurídicos y científicos. Dicha tendencia está vinculada a

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la revisión de la categoría de lo que se considera texto colonial y, quizá más importante aún, de la relación que se da entre el discurso literario y otras formaciones discursivas. De ahí que el más reciente análisis de la disciplina muestre que las trayectorias globales e interdisciplinarias están en el centro de las investigaciones de los Estudios Coloniales en la actualidad. En el campo de los Estudios Coloniales mi investigación se apoya en las tesis en torno a la importancia de la producción textual, el carácter múltiple y contradictorio de los sujetos coloniales y la inclusión de nuevos objetos de estudio y prácticas discursivas. Partiendo de estas premisas, en las páginas siguientes examino el proceso de elaboración de los textos coloniales; es decir, su producción y contexto cultural. En la época colonial los textos son complejos, por lo que resulta infructuoso intentar reducirlos a clasificaciones empobrecedoras. Con nuevos objetos de estudio, aparecen nuevas preguntas que orientan investigación. La relevancia de este horizonte metodológico se constituye en la guía fundamental del presente estudio. En este libro el enfoque interdisciplinario unido al estudio de los procesos de cambio y globalización no sólo resultan necesarios, sino imprescindibles para entender la época colonial. El estudio interdisciplinario y global de estos textos abre nuevas posibilidades de reflexión, ya que permite examinar nuevas formas de relaciones y nuevos ángulos que anteriormente no se habían tomado en cuenta dentro de un contexto de intercambio global. En este libro también analizo cómo, a partir de la conquista de América, se originan nuevas formas discursivas que alteran profundamente los patrones tradicionales de la escritura y los discursos narrativos y poéticos de la tradición europea dentro de un sistema global de interdependencia. Según mi lectura, en estos cambios reside el rasgo creativo de la escritura colonial, a la vez que se ejemplifica el proceso de búsqueda de nuevos espacios literarios que recrean las relaciones de interdependencia que estableció el imperio global español entre sus colonias. Estos textos híbridos están ubicados entre la épica, la historiografía y la ficción narrativa. Semejantes textos heterogéneos híbridos narran la conquista en tanto un proceso de cambio y globalización, por lo que también pueden ser leídos como la búsqueda de nuevos espacios narrativos que son, al mismo tiempo, geográficos e imaginarios. El objetivo de mi lectura es identificar las diferentes etapas de este proceso de intercambio global por medio de un examen detenido de una selección de textos que nos permitan alcanzar un entendimiento más profundo del discurso colonial y de las complejidades de su producción. Para entender la dinámica de este proceso global hay que tener en cuenta no sólo cómo las obras de la tradición europea influyeron en la aparición del

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discurso colonial, sino además cómo los textos coloniales, a su vez, modificaron las normas de la tradición retórica clásica para poder representar la nueva realidad: un sistema global de intercambio e interdependencia entre el centro metropolitano y sus territorios coloniales. Mi examen de la literatura durante la época del imperio español se enfoca en cómo la escritura colonial llegó a ser cada vez más compleja y diversa en estructura y estilo ante la necesidad de adoptar nuevas estrategias, formas y contenidos que reflejaran el proceso de globalización. Los cambios introducidos se desviaban de los modelos funcionales y de las normas prescritas por la tradición literaria europea. Los autores coloniales emprendieron una serie de experimentos creativos con el fin de desarrollar nuevas estrategias narrativas, las cuales resultaron en una interpretación más imaginativa de los eventos y de los procesos vinculados a la vida en los territorios coloniales. Por décadas, las investigaciones dedicadas a los estudios coloniales han insistido en mantener una separación entre la literatura peninsular del Siglo de Oro y la literatura colonial hispanoamericana al insistir en las diferencias entre ambas. Si embargo, esta visión aislacionista, herencia tardía del romanticismo nacionalista, ha sido cuestionada y revisada en los Estudios Coloniales más recientes, que ponen un énfasis mayor en aquellos elementos que son comunes en el mundo hispánico en general. Este cambio de perspectiva ha propiciado la adopción de una orientación global en dichos estudios. En los respectivos capítulos de este libro proponemos una interpretación global de las literaturas hispánicas con el objetivo de ampliar el conocimiento sobre la cultura colonial por medio de lecturas que apuntan hacia nuevas direcciones teóricas en la disciplina. En este sentido, el presente estudio incorpora las perspectivas más recientes en los estudios literarios y culturales. La idea de que debe existir una separación entre los estudios dedicados a las diferentes áreas geográficas del mundo hispánico en los inicios de la modernidad constituye un gesto anacrónico, pues perjudica e impide el pleno desarrollo de la disciplina. Dicha postura comienza a ser superada a través de los estudios globales coloniales que postulan la tesis de la interdependencia entre las diversas áreas geoculturales del imperio español. Una revisión de los trabajos críticos en el campo de los estudios globales de la época colonial pone en evidencia el interés y el alto nivel alcanzado en los últimos años. El desarrollo obtenido en este campo de estudio revela la madurez y riqueza que distinguen las investigaciones realizadas. Entre los aportes principales que brindan estos análisis se destacan la adopción de un enfoque global que genera un nivel de conocimientos más complejo, y la

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introducción de temas de investigación sumamente innovadores en la disciplina. Los nuevos objetos de estudio abarcan desde las sociedades precolombinas, el contacto inicial con la cultura europea y la sociedad colonial. Un aspecto fundamental en el cambio de paradigma de los Estudios Coloniales es que la orientación global ha permitido alcanzar un entendimiento más profundo del discurso colonial y de las complejidades de su elaboración. En el presente, la producción teórica más novedosa en la disciplina gira en torno a investigaciones globales que rebasan las fronteras disciplinarias y geográficas tradicionales. Esta ampliación del objeto de estudio en el campo de los Estudios Coloniales introdujo a autores europeos, mestizos, amerindios, africanos y asiáticos desde una perspectiva transcultural que es más amplia y diversa. Entre las áreas que suscitan mayor interés en las investigaciones actuales también cabe mencionar formaciones discursivas cuyo análisis representa la tendencia en los Estudios Coloniales hacia la expansión de la categoría de texto colonial, y al mismo tiempo que se busca establecer el vínculo que existe entre los textos literarios con otros tipos de formaciones discursivas. Detrás de la tendencia global que predomina hoy en día en los Estudios Coloniales, lo que se encuentra es la revisión de la categoría de área de estudio. De ahí que un examen detenido revele que las consideraciones transculturales e interdisciplinarias se hallen en el foco de las investigaciones globales de la época colonial. Es necesario tomar en cuenta que las investigaciones dedicadas a los Estudios Coloniales desarrollan las tesis elaboradas en décadas anteriores sobre la importancia de la producción textual y el carácter múltiple y contradictorio del sujeto colonial; las cuales sirvieron de base teórica en la formulación del nuevo paradigma de la disciplina a partir de la incorporación de nuevos objetos de estudio y prácticas discursivas no consideradas literarias. Este cambio de paradigma en los temas de estudio también considera el proceso de elaboración de los textos coloniales; es decir, su producción textual y el contexto cultural de la misma. Con nuevos objetos de estudio surgen nuevas preguntas metodológicas y nuevas formas de colaboración son imprescindibles. Por otra parte, el análisis global de los textos coloniales también revela las configuraciones del imaginario cultural en el que se escribió determinada obra. De ahí que, en mi estudio, hayamos dedicado varios capítulos del libro a explorar las ideas más difundidas en la época y las teorías más destacadas en ese contexto. Es conveniente recordar que una gran parte de los textos coloniales son escritos como narrativas de viajes, por lo que se distinguen por su sentido tropológico y densidad metafórica. La forma en

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que los textos del período colonial representan el contacto entre culturas en diversas áreas geográficas, y en especial la manera en que interpretan este intercambio global, tiene un efecto relevante en la formulación del discurso colonial. En otras palabras: si no establecemos un diálogo entre estos textos en un contexto de interdependencia resulta imposible llegar a entender en su totalidad el proceso de cambio y globalización que trajo la expansión del imperio español en el siglo XVI. El objetivo del presente estudio es analizar cómo en los textos coloniales aparecen relatos sobre las diferentes áreas geoculturales en África, las Américas y Asia, y cómo la ficción y la historiografía se perfilan en estos escritos como medios complementarios para entender este proceso de intercambio intelectual. La premisa básica de mi trabajo es que hay que examinar los textos, imágenes y mapas como productos culturales de experiencias humanas diferentes y complejas. De ahí que haya que entender la referencia a la retórica como una visión del mundo creada en torno a sujetos provenientes de diversas culturas. En este sentido, los textos coloniales son artificios retóricos; es decir, una elaboración compleja de una narrativa que se presenta con apariencia de verdad única y, para eso, acude a una diversidad de estrategias retóricas; en particular emplea figuras del lenguaje que aspiran a otorgar un estatuto autorreferencial al texto similar al de una obra de ficción. La ficcionalidad no está tan solo en lo que dice el texto, sino en el complejo proceso por medio del cual se construye la imagen de verdad en la narrativa. El método de lectura de los textos coloniales que proponemos coloca un mayor énfasis en el elemento retórico que en el nivel referencial del discurso. Por lo tanto, en nuestro análisis, la comparación de los textos literarios con los que no se consideran propiamente literarios se hará a partir de un detenido examen retórico de los escritos que integran este corpus. A pesar de la diversidad que distingue el conjunto de estos textos, todos cuestionan el orden tradicional de la escritura y los límites impuestos por los géneros literarios. La mayoría de estos textos problematiza el sujeto de la escritura con respecto a los múltiples elementos que conforman la identidad; y, al mismo tiempo, explora la relación entre la literatura y la realidad valiéndose de los modelos retóricos, en especial de los tropos como una vía de ruptura con la tradición literaria y como búsqueda de nuevas formulas de expresión que ayuden a conocer esta nueva realidad. En la mayoría de los capítulos del libro se intenta restituir el papel crucial que desempeñaron los autores aquí estudiados en el conocimiento del imperio español en un contexto global; es decir, más allá del limitado espacio geográfico donde ocurrieron los hechos narrados. El presente estudio cons-

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tituye un acto de restitución que permite incluir las obras de estos escritores en el marco de la nueva historia global del imperio español durante el siglo XVI. Es necesario señalar que, en el campo de los Estudios Coloniales, muchos de estos textos aún no se han sometido a un análisis sistemático por parte de los especialistas en la disciplina. La contribución de este libro radica precisamente en que se estudian textos y situaciones en interacción directa con la cultura de los colonizadores europeos, lo cual coloca en el centro del análisis las respuestas emitidas por los pueblos nativos al proceso global de la conquista.

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JUSTICIA DISTRIBUTIVA Y LEGITIMIDAD: UNA CRÍTICA POSCOLONIAL DE LA RAZÓN JURÍDICA EN LA CONQUISTA DE AMÉRICA

La mayoría de los estudios dedicados al Derecho en la conquista de América adopta los postulados establecidos por las teorías distributivas de la justicia, los cuales abogan por la igualdad pasiva de los individuos; es decir, la igualdad como algo que se recibe desde el poder1. En estos trabajos predomina el análisis en torno a los derechos que se deben conceder a los indígenas y no se presta atención al examen de los posibles medios a través de los cuales los mismos pueden participar en la formulación de sus derechos. Las teorías de la igualdad pasiva se basan fundamentalmente en los postulados de las obras de John Rawls, A Theory of Justice (1971), Robert Nozick, Anarchy, State, and Utopia (1974) y Amartya Sen, The Idea of Justice (2009). La característica que distingue estos análisis es que elaboran su interpretación del Derecho en las categorías ontológicas primarias de la Filosofía, tales como totalidad, universalidad y esencia. En el contexto hispanoamericano las ideas de Rawls, Nozick y Sen han sido analizadas críticamente por Atilio Borón, Álvaro de Vita y Fernando Lizárraga como parte de los modelos de dominación imperialista2. El dilema más importante que suscitan las teorías distributivas de la justicia es que destituyen a los indígenas de su agencia y no toman en consideración su capacidad de realizar actos individuales y colectivos. En específico, no logran resolver el problema que plantea el estrecho vínculo que se da entre las categorías de opresión y dominación en el colonialismo, ya que, por un lado, el hecho de oprimir a los indígenas les

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Pereña, 1992; Pérez-Luño, 1995; Zapatero, 2002. Borón, 2002, pp. 139-162;Vita, 2000; Lizárraga, 2002, pp. 239-258.

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priva de sus derechos y, por otro, la dominación impide que estos aboguen por la defensa de tales derechos. Por otra parte, el llamado pensamiento posfundacionalista, representado por Jacques Derrida, Judith Butler, Charles Taylor, Alain Badiou, Jean Luc Nancy, Claude Lefort, Ernesto Laclau, Jacques Ranciere y Slavoj Žižek, entre otros, interroga constantemente las figuras de fundación del pensamiento filosófico (totalidad, universalidad y esencia), cuestionando los conceptos pasivos de justicia3. En este sentido, hay un punto de convergencia entre el pensamiento posfundacionalista y la teoría poscolonial a partir de la tentativa de articular un proyecto político que resulte innovador con respecto a los proyectos de liberación o a las políticas de emancipación. Las dos escuelas de pensamiento concuerdan en que los dispositivos metafísicos y ontológicos que han sido tradicionalmente empleados para explicar la agencia de un sujeto hoy en día están obsoletos. No podemos apoyarnos en la certeza que nos brinda la Filosofía y su teoría de la causalidad, ni en la teleología que propone el pensamiento filosófico más ortodoxo. Ambas toman como punto de partida lo que se ha denominado como la crisis de la razón, lo cual implica la desaparición del sujeto trascendental y el cuestionamiento de la existencia de una verdad única y universal. Sin embargo, son distintas en cuanto al método de cómo avanzar en el desarrollo del pensamiento a partir de la premisa del postulado inicial que establece que el «uno» y el «todo» no existen; es decir, que nos hallamos inmersos en la multiplicidad diferencial no-binaria. Es precisamente en ese instante cuando comienzan a percibirse las diferencias entre las dos corrientes de pensamiento. El posfundacionalismo alega que el eurocentrismo, que se basa en el dominio y la opresión del otro, halla su explicación en la razón occidental. No obstante, de acuerdo al poscolonialismo, ese proyecto de desmantelamiento puede ser también una forma de retornar a los inicios del pensamiento en tanto fuerza que irrumpe y nos invade otra vez. El verdadero dilema radica en cómo conseguir el desarrollo de un modo de pensar intenso y de elevada abstracción que no caiga en los esquemas recurrentes de la Filosofía occidental. Este debate también está presente en los estudios actuales sobre la teoría legal. El omitir la perspectiva poscolonial en el estudio del Derecho reduce el complejo discurso jurídico a un sistema unidimensional integrado por un conjunto de reglas o de instituciones establecidas para ejercer el control sobre los territorios y sus habitantes. En otras palabras: dicho enfoque no toma 3 Ver los trabajos de Marchart, 2007 y May, 2008, con amplios estudios sobre estos pensadores.

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en cuenta que la legislación española en América fue, en primera instancia, una serie organizada de prácticas sociales de violencia, las cuales sirvieron de guía con respecto al curso de la acción a seguir para mantener el dominio sobre los amerindios y sus tierras. Ni la legislación española, ni los actos violentos que la misma generó se pueden comprender de forma aislada una de la otra, pues las leyes promulgadas constituyen un ejercicio incompleto o insuficiente sin el elemento de la violencia. Las leyes dependen de las prácticas sociales de dominación para llegar a tener repercusión en la sociedad. Las normas jurídicas son relatos que se elaboran siguiendo un modelo retórico, cuyo principal objetivo es brindar una apariencia de verdad absoluta. Por lo tanto, el Derecho en sí mismo es una narración que pretende abolir la distinción que se da entre realidad y ficción4. En este sentido, el propósito de mi trabajo es analizar los procedimientos que establece la legislación española en tanto ficciones jurídicas que se redactan para justificar la conquista y colonización de América. En mi opinión, la mayor parte de los enfoques que se han desarrollado hasta ahora en los Estudios Coloniales han descuidado el examen de este conjunto de leyes como una serie de actos del imperio español ejercida para asegurar su dominio sobre los territorios conquistados. La tesis central de mi estudio es que la legislación colonial de España en los territorios americanos solo se puede entender en toda su complejidad a partir de la premisa de que el discurso jurídico no es tan solo un lenguaje de índole conceptual. Es decir, las leyes no se pueden reducir a un conjunto de definiciones abstractas, porque el discurso legal en sí mismo es una elaboración del lenguaje cuya condición metafórica se deriva precisamente de la necesidad de encubrir el objetivo de imponer unos principios de control social que están en el centro de toda actividad legislativa5. En otras palabras: la legislación española en la América colonial debe ser estudiada no solo como una serie de normas o instituciones, sino como una práctica discursiva de dominio imperialista sobre los seres humanos6. Este enfoque metodológico se basa en la noción de que existe un vínculo de complicidad entre el Derecho y la injusticia en la conquista y colonización de los territorios americanos. Como recuerda Mendieta: Already the Amerindians, the slaves of the New World, the mestizos and mulattos that are born with the modern project, knew in their flesh and seques4 5 6

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Para la relación entre Derecho y literatura véase González-Echevarría, 2000. Marrero-Fente, 2009, pp. 249-257. Roa de la Carrera, 2005, pp. 3-5.

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tered and quarantined sociality what the postcolonial thinkers began to discover after the sixties and seventies in light of a process of decolonization begun in the aftermath of World War II7.

En el pensamiento poscolonial, el análisis del Derecho y su relación con la sociedad colonial ocupa un lugar fundamental8. Para el poscolonialismo, la razón jurídica colonial consiste en crear la impresión de que allí donde se da el trasplante de un enunciado jurídico en otro contexto esto supone, de por sí, la justificación de una ley, porque en la reproducción de un enunciado jurídico no hay discontinuidad, sino que, por el contrario, el nuevo lugar en que aparecen estos enunciados (la sociedad colonial) es su lugar específico y no un sitio prestado. Por eso, para el pensamiento poscolonial, la falsedad de esta discontinuidad es un aspecto que se tiene que desenmascarar si se quiere argumentar la autonomía político-discursiva de los agentes políticos. Este punto es especialmente importante si se trata de articular un argumento en contra de los esencialismos, en especial los esencialismos jurídicos del imperialismo. Pero esta ruptura se localiza solamente después de haber equiparado la razón colonial con el logocentrismo y las dicotomías entre los discursos filosóficos y jurídicos. En primer lugar, la condición discursiva del pensamiento jurídico abre espacios contestatarios en el discurso, donde se debaten ideas y prácticas vinculadas al concepto de justicia y de los derechos del individuo. Es decir, al tener en cuenta la naturaleza retórica del Derecho, los textos jurídicos que el imperio español promulgó en América pueden leerse de forma simultánea como narrativas de justificación y de resistencia. La mayoría de los estudios dedicados a la jurisprudencia solo abordan los documentos jurídicos procedentes de Europa como relatos de justificación; esto es, únicamente examinan el Derecho escrito, omitiendo el contexto de acción política y social de estos textos, porque detrás de cada ley escrita también existen aquellas que no están escritas y que responden a convenciones, usos y protocolos del poder, por lo que se resisten a cualquier codificación lingüística9. La verdadera historia del Derecho español en América está marcada por una desigualdad asimétrica entre dos fuerzas contradictorias que coexisten en la sociedad colonial: opresión y resistencia. La paradoja principal de la historia del Derecho en Hispanoamérica es la presencia de textos y debates jurídicos sofisticados que mostraban un avanzado nivel de abstracción 7 8 9

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Mendieta, 2007, p. 93. Kumar, 2003, pp. 1-21; Baxi, 2000, pp. 54-555. Baxi, 2000, p. 540.

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precisamente en el momento triunfal del imperio español10. Un examen detenido de la evolución de las leyes de Indias no solo pone de manifiesto el carácter injusto de los instrumentos jurídicos empleados en la conquista de América, sino que además permite llevar a cabo una revisión crítica en torno a la mentalidad jurídica que intentó presentar las leyes y debates entre las diversas escuelas de pensamiento jurídico en España como medidas y acciones que beneficiaban directamente a los indígenas americanos11. El balance de este proceso pone al descubierto la asociación que existió entre el Derecho europeo y la mentalidad imperialista de dominio, la cual se expresa a través de un sistema de protección legal y de los debates intelectuales que se centraban en los tópicos de la «naturaleza humana» de los indígenas y de los «justos títulos» de España en los territorios americanos. El principal legado del sistema jurídico europeo en Hispanoamérica fue el surgimiento de una sociedad colonial que encubrió, a través de una legislación compleja, la antinomia asimilación/exclusión que se erige en el fundamento filosófico de la injusticia que distinguió la conquista de América12. La expresión formal en el Derecho de esta antinomia fueron las llamadas «leyes de Indias», las cuales, en la práctica, eran tan solo una guía para gobernar colonias; es decir, un mandato de dominio sobre los pueblos conquistados que debía cumplirse sin ser cuestionado, pues eran órdenes que no dejaban abierta la posibilidad de articular una defensa a favor de los derechos de los subordinados. La genealogía del proceso filosófico de la creación de una identidad europea basada en la antinomia asimilación/ exclusión es analizada por Darian-Smith y Fitzpatrick, quienes la definen como una postura de poder en oposición a otros pueblos que se ubican fuera del área geocultural de Europa: lo que no se ha señalado con atención, y lo que inicia el momento más importante del poscolonialismo, es que la exclusión de estos «otros» es intrínsecamente contraria a la arrogación occidental de lo universal a sí mismo, ya que esto requeriría la inclusión dentro de Occidente de los mismos excluidos en su constitución. Los pueblos sometidos a este proceso son, pues, divididos entre la exclusión como algo radicalmente diferente a Occidente y la demanda de convertirse en lo mismo que Occidente13. 10

Adorno 1992, pp. 47-66. Un análisis del sentido literal y figurativo de estas polémicas aparece en Adorno, 2007. 11 Pereña, 1992; Pérez-Luño, 1995, pp. 121-144. 12 Jara y Spadaccini, 1992, pp. 1-95. 13 Darian-Smith y Fitzpatrick, 1999, pp. 1-2.

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El Derecho medieval castellano prescribe las condiciones necesarias que sirven de fundamento jurídico a la expedición de Cristóbal Colón; esto es, para que el dominio de los Reyes Católicos sobre los territorios americanos sea legítimo, se requiere que uno de sus vasallos tome posesión de las nuevas tierras, acto que a su vez otorga a los monarcas la posesión simbólica de la región conquistada. Por lo tanto, la ocupación se constituye en el requisito legal indispensable para poder reclamar el dominio sobre las tierras de América. Las Capitulaciones de Santa Fe de 1492 se convierten en el recurso legal que utilizan los Reyes Católicos para mostrar su facultad jurídica de poseer los territorios conquistados14. En el texto de las Capitulaciones se hace referencia a esta disposición en tanto ejercicio del derecho indiscutible de los monarcas de España de detentar la propiedad de estas tierras dentro de los parámetros legales establecidos en el Derecho medieval castellano. Desde el punto de vista jurídico, la acción del Almirante como acto provisional requiere la convalidación del Derecho para sentar la base de su legalidad y ser considerada como una hazaña legítima. En la época en que se lleva a cabo la expedición de Colón, las disposiciones que establecía el Derecho romano en torno al dominio y posesión de los territorios son reinterpretadas por el Derecho canónico. La mediación de este último se da precisamente como una respuesta ante la rivalidad que existía entre España y Portugal por adjudicarse el control sobre las islas situadas en el océano Atlántico. Los cambios que introduce el Derecho canónico en los conceptos jurídicos de dominio empiezan a aparecer en el año 1436 con la bula Romanus Pontifex, con sucesivas revisiones hasta 1454, las cuales reconocen el dominio portugués sobre las islas Canarias. En los estudios de Muldoon15 y Williams16 se destaca el aporte de esta bula al alto nivel de desarrollo que alcanza el Derecho canónico con la elaboración de un concepto de dominio más sofisticado que el término definido por la tradición del Derecho romano. La importancia de los principios formulados en la bula Romanus Pontifex está en que sentaron los cimientos del marco legal que posteriormente se convirtió en la justificación para realizar otras empresas de conquista. Por primera vez, el Derecho canónico podía ofrecer una teoría jurídica que nunca antes había sido prescrita en el Derecho romano ni en el castellano. La tesis principal en que se apoya esta doctrina legal es la relatividad y, por último, la negación del dominium de los indí14 15 16

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Kadir, 1992, pp. 65-76; Zamora, 1993, pp. 27-36. Muldoon, 1979, pp. 105-110. Williams, 1990, pp. 59-66.

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genas americanos sobre los territorios conquistados por los cristianos, que iba unida al afán de propagar la doctrina cristiana y de hacer frente a los musulmanes. El concepto de dominio en el discurso político solo se puede llegar a entender en toda su complejidad si tomamos en consideración dos aspectos vinculados con él: el primero es de índole legal, ya que el concepto proviene de la teoría jurídica que establece las relaciones de propiedad a partir del modelo del Derecho romano; el segundo elemento tiene que ver con la dimensión teológica de dominio. Ambos aspectos se encuentran vinculados en la época medieval, por lo que, al formular el nuevo término de dominium en el discurso político de la Edad Media, son los juristas y los teólogos quienes ejercen una mayor influencia en la definición del concepto17. La literatura medieval comprende varias obras en las que se analiza el concepto de dominio recurriendo a las teorías que provienen del Derecho divino y del secular. Estos textos medievales nos brindan una síntesis respecto a las ideas en torno a la autoridad del papa, estableciendo así la distinción que existe entre el poder temporal y el espiritual. El término dominio comenzó a adquirir una connotación política a partir de esta división de poderes que establecía la vigencia de una autoridad terrenal y otra divina. La tesis que defiende el dominio universal amerita una explicación más en detalle cuando el acto de posesión está relacionado con el territorio insular y el océano. El historiador Weckmann18 examina en su obra la complejidad del argumento que defiende el concepto de dominio medieval sobre las islas y tierra firme como una doctrina omni-insular, la cual es refutada por García Gallo19, quien niega el carácter universal del postulado del dominio que puede ejercer el papa sobre los territorios insulares que han sido conquistados. Pero si el debate en torno a la posesión y control de las islas está permeado por las diversas interpretaciones que suscita la doctrina jurídica medieval, la confusión se intensifica cuando el dominio se extiende al mar. Según la tradición del Derecho común que surge en Europa durante la Edad Media, hay que establecer la diferencia que existe entre el dominio ejercido sobre tierra firme y el ejercido sobre el océano. En el Derecho de la época se reconocía la posibilidad de que los nuevos territorios descubiertos

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Burns, 1992, pp. 16-29. Weckmann, 1984. García Gallo, 1987.

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se encontraran en estado de res nullius, lo cual implicaba que estas tierras no pertenecían a nadie. Sin embargo, el océano, desde la época romana, era considerado res communis omnium, es decir, el mar era propiedad común de todos. La intervención del rey de Portugal Juan II, quien reclama sus derechos sobre las nuevas tierras halladas en la expedición de Colón, hace que los Reyes Católicos apelen al papa Alejandro VI solicitando su dictamen sobre a qué Corona correspondía detentar el control de las tierras americanas. El conflicto entre las dos monarquías ibéricas que suscita el dominio de los nuevos territorios en América no se podía solucionar dentro del marco del Derecho romano, ni tampoco se podía resolver recurriendo a la tradición del Derecho castellano o del portugués, ni a los acuerdos internacionales como el Tratado de Alcázovas-Toledo de 1479. De ahí que se someta el diferendo a la jurisdicción del Derecho canónico. La acción arbitral del Vaticano se traduce en las bulas de Alejandro VI de 1493, las cuales permiten que los Reyes Católicos conserven su dominio sobre las tierras de América. El principal argumento en que se sustenta la bula del 3 de mayo de 1493 revela el carácter ilegal e ilegítimo del documento. El decreto de la bula es ilegal ya que entra en conflicto directo con los postulados que establece el Derecho común europeo, el cual nunca alude a la conquista de los territorios que se encuentren habitados20. Por otro lado, el convenio carece de legitimidad al no existir un consenso entre los monarcas católicos y los habitantes de las tierras conquistadas. En este caso, el compromiso al que se llega en los textos jurídicos del Vaticano se da entre las partes del conflicto que no representan a los habitantes de América; por lo que en estos documentos prevalece el Derecho canónico, a la vez que se sigue de cerca el modelo de las anteriores bulas papales sobre África y las islas Canarias. El desenlace de mayor relevancia legal en estos documentos fue el representar la figura del indígena americano como un ser carente de personalidad jurídica dentro del ámbito del Derecho europeo21. Semejante acto de exclusión se pretende justificar con el antecedente de los enfrentamientos que tuvieron lugar para combatir a los infieles, y en las ideas que se propagan en torno a la supuesta inferioridad de los pueblos no europeos22. La novedad en este caso radica en que se efectúa el traslado de la esfera de competencia del Derecho común europeo al ámbito del Derecho canónico con el fin de presentar el alegato en favor de la conquista de los pueblos indígenas; por lo que prevalece el discurso 20 21 22

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Siete Partidas, III, p. 29. Dussel, 1995, pp. 36-40; Subirats, 1994, pp. 407-463. Pagden, 1990, pp. 13-36.

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filosófico proveniente del Derecho natural, que a su vez tiene su origen en la doctrina del Decreto de Graciano y el ius commune romano-canónico. Las bulas contribuyeron a elaborar la ficción jurídica del monopolio de la navegación y del descubrimiento que podían ejercer los Reyes Católicos sobre los territorios americanos y, además, prepararon las bases para la etapa estatal de la conquista de América, en la que todas las expediciones particulares tenían que pasar primero por el control del Estado. A partir de 1493 la conquista se convierte en una empresa basada en el control material y espiritual que administraba el Estado. Dicha empresa establece las pautas a seguir en los dos modos en que se puede llevar cabo la conversión religiosa de los nativos; esto es, por vía pacífica o empleando la fuerza militar. Tal ambigüedad en el discurso del Derecho canónico fue lo que convalidó desde el punto de vista legal los actos de violencia cometidos en contra de los indígenas americanos. La principal consecuencia de las bulas de Alejandro VI fue el fomentar el dominio político y el sometimiento de los pueblos amerindios. En realidad, los documentos papales de 1493 marcan el comienzo de una mentalidad jurídica nueva en la que los sujetos del Derecho se ubican fuera del discurso de la ley del que son objeto. La exclusión de los indígenas de América del ámbito del Derecho europeo constituye el acto que inaugura la otredad jurídica americana, la cual surge de la propia condición colonial, que equivale a la antinomia dentro/fuera de la ley. Los principios epistemológicos de la situación colonial son analizados por Mignolo y Quijano como un fenómeno de la colonialidad del poder que estableció las bases del sistema imperialista de dominación mundial23. Las bulas de Alejandro VI crearon una ficción jurídica, pues adjudicaron el dominio político y la jurisdicción a los Reyes Católicos sobre aquellos pueblos que no formaban parte del ámbito del Derecho europeo. Dicha imposición no representaba un gesto aislado, ya que correspondía a una serie de actos de agresión que, desde el siglo XV, Europa infringió contra los territorios africanos y atlánticos; tal fue el caso de las islas Canarias. En el caso de las bulas de 1493, la singularidad de estos documentos es que justifican futuros actos de agresión, sustentando así la base de la doctrina jurídica imperialista de la época moderna: el conceder a los Reyes Católicos la posesión anticipada de todos los territorios ubicados al Occidente de la línea de demarcación estipulada por las bulas anteriores. La pretensión de una universalidad a priori que postula el Derecho europeo se constituye en el alegato en favor de la conquista de América; y posteriormente servirá de justificación a los planes de agresión 23

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Mignolo, 2000, pp. 149-159; Quijano, 2000, pp. 533-535.

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que realiza el imperio español en contra de los pueblos de Asia y Oceanía desde el siglo XVI. La noción de universalidad24 establecida en el Derecho europeo fue, en última instancia, lo que legitimó la conquista y el dominio de los territorios americanos, poniendo de manifiesto la mentalidad imperialista de Europa con respecto a los pueblos de África, América y Asia. La disposición eurocéntrica del Derecho con respecto a la conquista de América se convirtió en la cláusula no escrita que sirvió de modelo para todas las acciones jurídicas posteriores. Estas ideas se ponen en práctica en 1512 en la ciudad de Burgos, donde se convoca una junta para examinar y discutir la «naturaleza» de los indígenas americanos25. La junta estuvo presidida por el obispo Rodríguez de Fonseca y en ella participaron los juristas Hernando de la Vega, Zapata, Mojica, Santiago, De Sosa y Juan López de Palacios Rubios; también integraron la reunión los teólogos fray Tomás Durán, fray Pedro de Covarrubias y fray Matías de Paz. El resultado de las sesiones de la junta fue un informe que consistía en siete puntos, los cuales exponían las ideas generales en torno al trato que debían recibir los indígenas, pero sin ofrecer soluciones concretas a los problemas que había suscitado el dominio de los pueblos conquistados. El informe iba acompañado del texto de la consulta que se hizo a dos teólogos: el licenciado Gregorio, predicador del rey, y fray Bernardo de Mesa, sacerdote dominico, quienes favorecieron el derecho de la Corona española a someter a los nativos de los pueblos conquistados. La primera tarea a que se enfrentó la Junta de Burgos fue intentar hallar entre los mecanismos del Derecho europeo las posibles soluciones a los conflictos jurídicos que planteó la conquista de América. El Real Consejo promulgó el 27 de diciembre de 1512 las ordenanzas de Burgos, las cuales reiteraban la justicia y legitimidad de la conquista apoyándose en la doctrina jurídica del ius commune europeo. Las leyes de Burgos constituyen una síntesis de la doctrina jurídica europea en lo que concierne a la conquista y colonización de aquellos pueblos ubicados fuera del ámbito de Europa. El elemento más distintivo de la doctrina jurídica que exponen estos documentos es la ficción legal de presentar la legislación de Burgos como si fuera promulgada en tiempos de paz, pues en apariencia sustituía las prácticas brutales empleadas durante la conquista militar de los territorios americanos. En realidad, las leyes de Burgos representaron una modificación formal del discurso jurídico, ya 24 25

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Grosfoguel, 2007, pp. 216-217. Hanke, 1949, pp. 23-25; Adorno, 1992, pp. 47-66.

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que no existe una diferencia entre lo expuesto en estos textos y los objetivos primordiales de la doctrina militar de la conquista. Las ordenanzas de Burgos fueron adoptadas con el propósito de legislar sobre problemas que surgían después de la guerra de conquista, en una pretendida época de paz, pero de una paz que era en la práctica una de las «formas de beligerancia por otros medios», pues promovía «el mismo orden de liquidación del potencial humano que la guerra»26. Por ejemplo, estas leyes autorizaban la esclavitud encubierta que constituía el trabajo forzoso de las encomiendas y permitían la destrucción y el desplazamiento forzoso de las comunidades indígenas. El aspecto que más se destaca en este caso es que las leyes de Burgos intentan ocultar la magnitud de la violencia física y psicológica de las acciones que culminan en un sufrimiento humano sin límites. Semejante complicidad del lenguaje jurídico se traduce en la paradoja del Derecho como un discurso que genera la injusticia; es decir, en el que «el lenguaje de derechos se convierte también en un factor de producción de sufrimiento humano»27. La contradicción más obvia del sistema jurídico de la época es precisamente que en el momento en que se promulgan más leyes en Burgos, Valladolid, Barcelona y Madrid, un número mayor de indígenas experimentan las formas más extremas de opresión y son desposeídos de todos sus derechos por los conquistadores y encomenderos en América. En las leyes de Burgos el supuesto ejercicio de los derechos de los indígenas se encuentra legitimado por medio de los dispositivos prescritos en el texto jurídico, pero el modo auténtico del disfrute de esos derechos posee una existencia autónoma que se sitúa al margen de la ley, por lo que resulta imposible su aplicación en una sociedad colonial. Por lo tanto, las leyes sociales no escritas invalidan las normas jurídicas escritas28, tales como las leyes de Burgos o las Leyes Nuevas, las cuales regulaban el trato a los indígenas, pero resultaron fallidas debido a que se implementaron en una sociedad colonial que por sus propias características de explotación anulaba toda posibilidad de justicia. Los debates en torno a los «justos títulos» y a la «naturaleza de los indígenas» que se dieron en la Junta de Burgos de 1512, en el mejor de los casos, se pueden interpretar como un gesto paternalista, basado en la supuesta inferioridad social y cultural de los indígenas; y en el peor de los casos se podría alegar que sirvieron de justificación al imperia-

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Baxi, 2002, p. vii. Baxi, 2002, p. viii. Spivak, 1995, pp. 155-156.

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lismo español para perpetrar las acciones que provocaron la aniquilación del modo de vida de millones de seres humanos. La Junta de Burgos también intentó resolver otro conflicto de índole legal, el de los llamados «justos títulos», es decir, el del derecho incuestionable de conquista que la Corona española creía detentar en los territorios americanos. El problema fue resuelto por medio del requerimiento, el instrumento jurídico creado para cumplir con los procedimientos formales del Derecho. Este documento fue redactado por dos miembros de la Junta de Burgos: el jurista Juan López de Palacios Rubios, profesor de la Universidad de Salamanca y consejero de los Reyes Católicos, y el sacerdote dominico fray Matías de Paz, catedrático de Teología en la Universidad de Salamanca. Los principios jurídicos, teológicos y políticos del requerimiento fueron expuestos en dos tratados: De las islas del mar océano, de Juan López de Palacios Rubios, y Del dominio de los reyes de España sobre los indios, de Matías de Paz, los cuales constituyen la defensa más elaborada del derecho de conquista del imperialismo español sobre los pueblos indígenas de América. No se trata solamente de refutar el requerimiento como una ley que no se puede implementar bajo una situación bélica, sino de tratar de entender la lógica jurídica que subyace en este documento legal. El requerimiento consistía simplemente en una declaración escrita que se leía en voz alta a los indígenas con el único objetivo de solicitar de forma explícita y directa su sumisión a los reyes de España. En un sentido estricto, el requerimiento no es en sí mismo una ley, sino un mandato de gobernación y de ahí que no pueda ser cuestionado su carácter antijurídico. Su estructura formal está compuesta de cinco partes: la explicación sobre el poder universal del papa; la donación papal de los territorios americanos a los Reyes Católicos; el encargo de la evangelización y conversión de los indígenas al cristianismo; la fundamentación de la guerra lícita y el sometimiento, ocupación y esclavitud de los pueblos conquistados29. Por eso el documento ofrecía una explicación del origen del mundo según la tradición cristiana; se refería a la potestad del papa de Roma; destacaba el acto de donación de las bulas de Alejandro VI y, por último, exigía a los indígenas que reconocieran la autoridad legítima de los monarcas de España como los únicos señores y reyes de los territorios americanos, bajo pena de represalias: Si no lo hiciérdes, o en ello dilación maliosamente pusierdes, certificaos que con el ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré 29

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Pereña, 1992, pp. 35-37.

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guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y vos subjetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mugeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y disporné dellos como su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes, y vos haré todos los males e daño que pudiere, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen.Y protesto que las muertes y daños que dello se recrecieren sea a vuestra culpa, y no de Sus Altezas, ni mia, ni destos cavalleros que conmigo vinieron.30

A pesar de los pocos testimonios jurídicos de los indígenas, un ejemplo muy importante fue recogido por Martín Fernández de Enciso en su obra Suma de Geografía, publicada en Sevilla en 1519. Este testimonio presenta la respuesta del cacique del Darién a la demanda del requerimiento. Las palabras del cacique funcionan como un contraargumento jurídico y las mismas constituyen una práctica performativa de reivindicación de derechos. La arenga del cacique funciona como un evento público de confrontación de la brutalidad encubierta del Derecho colonial. Dice el cacique del Darién en el testimonio de Enciso que cita Bartolomé de las Casas: Respondiéronme, que en lo que decía que no había sino un Dios y que este gobernaba el cielo y la tierra y que era señor de todo, que les parecía bien, y que así debía ser. Pero que en lo que decía que el Papa era señor de todo el Universo, en lugar de Dios, y que él había hecho merced de aquella tierra al Rey de Castilla, dijeron que el Papa debía estar borracho cuando lo hizo, pues daba lo que no era suyo; y que el Rey, que pedía y tomaba la merced, debía ser algún loco, pues pedía lo que era de otros.Y que fuese allá a tomarla, que ellos le pornían la cabeza en un palo —como tenían otras, que me mostraron, de enemigos suyos, puestas encima de sendos palos, cabe el lugar—, y dijeron que ellos sí eran señores de su tierra, y que no habían menester otro señor31.

La respuesta del cacique del Darién a los tres argumentos principales del requerimiento es directa y la lógica, simple: se trata de acciones de un «borracho» que «daba lo que no era suyo» y de un «loco» que «pedía lo que era de otros»; es decir, se trata de acciones incomprensibles porque carecen de una razón básica; por otra parte, frente a la violencia de la agresión militar responde con la lógica de la violencia de la resistencia. La respuesta del cacique del Darién saca a relucir el papel cómplice del Derecho europeo 30 31

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Morales, 2008, p. 341. Las Casas, III, pp. 44-45.

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en la justificación de lo injustificable: la agresión imperialista a los pueblos de América. Es preciso tener en cuenta que en Hispanoamérica el Derecho fue usado para someter a los indígenas al colonialismo y semejante práctica de sumisión legal fue posteriormente incorporada al discurso jurídico en España. La paradoja del Derecho de la época colonial es que surge en América, pero este hecho es negado constantemente en los relatos fundacionales que elabora el Derecho europeo. La experiencia colonialista en América fue la que determinó el desarrollo y el proceso de perfeccionamiento de las normas y del pensamiento jurídico en España, cuyo objetivo primordial era someter y ejercer el control sobre los indígenas americanos. La estrategia adoptada por el imperio español fue hacer creer que el proceso de la creación de las normas de Derecho y los debates jurídicos en torno a estas constituyeron iniciativas provenientes desde España. Detrás de este argumento se oculta la tesis de la superioridad moral de Europa, que era incluso capaz de someter a escrutinio la legitimidad de los «justos títulos» y de indagar en torno a la auténtica «naturaleza del indio». En realidad, estos debates jurídicos fueron una respuesta a la resistencia de los indígenas ante la agresión imperialista que representó la conquista de América. Los testimonios indígenas casi no se conservan y por eso los estudios dedicados a la historia del derecho colonial no aluden a estos actos de rebeldía y oposición al dominio del imperio español32. Los estudios sobre los documentos y debates jurídicos del siglo XVI presentan la violencia producto de la conquista como un hecho externo al Derecho español. Por lo tanto, pretenden exonerar a la ley de toda responsabilidad en los actos de agresión relacionados con la sumisión y control de los indígenas, estableciendo una distinción entre el Derecho europeo y las acciones de los conquistadores. En la práctica, el Derecho español justificó estos actos de la conquista, pues la monarquía española funcionaba como una instancia inapelable en el momento de impartir justicia. El mayor desafío al que se enfrentan en la actualidad las interpretaciones poscoloniales del Derecho es el de evitar reiterar la visión eurocéntrica que implica que las «leyes de Indias» permitían ofrecer un «tratamiento justo» a los indígenas. A pesar de unas tentativas aisladas como fueron los testimonios de Bartolomé de las Casas y de Francisco de Vitoria, se puede decir que no existió una escuela de pensamiento jurídico, teológico o filosófico de la temprana modernidad que cuestionara el presupuesto ontológico de la superioridad eu32

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Wood, 2003, pp. 3-22.

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ropea, el cual sirvió de sostén en la implementación de la política del colonialismo en los territorios americanos. La propia realidad invalidó que prevaleciera la justicia en la sociedad, ya que las «leyes de Indias» autorizaban la práctica de la esclavitud enmascarada en la institución de la encomienda, con la secuela de abuso, opresión y sufrimiento a que fueron sometidos millones de seres humanos en América. Por consiguiente, es indispensable repensar el debate en torno a los derechos de los indígenas en la conquista a partir de la relación que existe entre agencia y método; lo cual también implica la necesidad de volver a plantearnos las preguntas claves que resultan para entender en toda su complejidad la violencia del colonialismo: sobre quién vamos a hablar y qué injusticia vamos a destacar33. Es decir, quiénes son los sujetos que experimentan de forma directa el abuso y a qué formas de injusticia fueron sometidos. Desde el punto de vista de los indígenas carece de importancia si el sufrimiento causado por la conquista y su consecuente negación elaborada a partir del Derecho fue basado en un pensamiento religioso o jurídico. Es preciso invertir la manera en que se analiza el Derecho con el fin de desechar la mentalidad imperialista que justificó que «el poder de unos pocos se transformara en el destino de millones»34. De ahí que la tarea de restituir los derechos usurpados a las comunidades indígenas comience con la estrategia de descolonizar los estudios jurídicos, lo cual implica establecer una mayor identificación con las culturas indígenas.35 La principal tarea que deben abordar los estudios jurídicos es examinar el modelo de exclusión que prescribió el Derecho europeo, con el objetivo de entender la repercusión devastadora que los instrumentos jurídicos tuvieron sobre los indígenas durante la conquista y las consecuencias negativas de las acciones pasadas en la vida actual de las comunidades indígenas de América Latina36.

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Baxi, 2002, p. xiii. Baxi, 2002, p. 25. Rabasa, 2000, pp. 83-84;Verdesio, 2008, pp. 35-48. Vidal, 2004, pp. 11-12.

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VISIÓN DEL MUNDO Y PARADIGMAS CULTURALES EN LA CAPITULACIÓN DE JUAN PONCE DE LEÓN SOBRE LA CONQUISTA DE LA FLORIDA

Es un lugar común en la historiografía sobre las expediciones de Juan Ponce de León a la Florida el mito de la búsqueda de la fuente de la juventud1. De acuerdo a una antigua tradición de las crónicas españolas del siglo XVI, el viaje de Ponce a la Florida fue originado con este objetivo, pero una lectura de los documentos jurídicos relacionados con esta expedición permite ofrecer otra interpretación. En este capítulo analizo los principales documentos jurídicos del primer viaje de Ponce a la Florida para demostrar la naturaleza ficticia de esa idea y situar las actividades de Ponce en un nuevo contexto histórico y cultural. El 23 de febrero de 1512 el rey Fernando otorga en Burgos una capitulación a Juan Ponce de León con el propósito de ir a descubrir y poblar la isla de Bimini. Esta capitulación representa una transición del modelo colombino y de los viajes de exploración realizados por otros navegantes españoles. El encabezado de la capitulación de Ponce organiza la lectura del texto porque introduce los temas principales del argumento que van a ser desarrollados en los apartados de los beneficios y obligaciones. Estos temas son la merced real y el viaje de descubrimiento y población. Si comparamos las capitulaciones anteriores a 1512 encontramos diferencias importantes entre éstas y el documento de Ponce. Mientras que los otros acuerdos tienen una narrativa convencional, donde aparece representada la Corona, se cuenta quiénes son los participantes, su origen y se delimita el objetivo de la expedición, en la capitulación de Ponce se omiten estos detalles y la mayor parte del documento se dedica a describir la recompensa futura de Ponce con un detallismo que incluso contiene pro1 Devereux, 1993, pp. 87-107; Peck, 1998, pp. 63-87; Fuson, 2000, pp. 118-120, González-Boixo, 2008, pp. 289-310.

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tecciones legales retroactivas a favor de los derechos de Ponce sobre la isla de Bimini, aun en el caso de que alguien la descubriera antes por accidente. A diferencia de otras capitulaciones, en este caso fue el rey quien inició el ofrecimiento como parte de un proceso político de compensación a Ponce de León cuando este perdió la gobernación de la isla de Puerto Rico, porque como señala Milagros del Vas: Esta tramitación significaba que entre el capitulante y la Corona se establecía un diálogo en forma de ofertas y exigencias de concesiones por parte del capitulante, y de contraofertas —exenciones o mercedes— por parte de la Corona. Precisamente, esta diferencia entre lo que ofrecía el capitulante y lo que la Corona estaba dispuesta a conceder es lo que se desconoce, y sólo esporádicamente, y a través de los diferentes capítulos que componen la capitulación sabemos, porque el Rey lo dice, lo que se ha concedido en lugar de lo que el destinatario de la capitulación pedía2.

La falta de un ofrecimiento inicial por parte de Ponce impidió conocer la causa verdadera de la merced real y sirvió para articular los relatos fantásticos sobre la búsqueda de la fuente de la juventud en las crónicas de Anglería, Oviedo y Herrera. Este silencio adquiere entonces una dimensión hiperbólica, pero a la misma vez mantiene el misterio y consigue despertar los rumores y fantasías que darán lugar al mito. Como acertadamente destaca Charles Moore: El silencio, o simplemente lo que no se dice, es un aspecto muchas veces olvidado en las crónicas de la conquista española de América. Según la vocación del historiador renacentista [...] la tarea de los cronistas era enseñar con la verdad del pasado. Realizaron esta tarea al condenar las acciones malas, señalar las buenas, y callar las reprehensibles para mantener el espíritu constructivo de sus trabajos. Por ende, era indispensable que manejaran las sutilezas del silencio con destreza al relatar los hechos del pasado3.

La génesis verdadera de la capitulación de Ponce está en decisiones políticas del rey Fernando vinculadas a la exploración y conquista de los nuevos territorios americanos. Esta política de la Corona tenía dos objetivos inmediatos. En primer lugar, delimitar y controlar los límites y jurisdicción de Diego Colón, reconocidos en 1511. En segundo, continuar con la ex2 3

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Vas, 1986, p. 36. Moore, 2007, p. 92.

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ploración y ocupación de nuevos territorios en la zona perteneciente a la Corona española según el Tratado de Tordesillas de 1494, que fijó los límites de los dominios españoles y portugueses en el océano Atlántico. La capitulación de Ponce se enmarca dentro de estos eventos referidos a la conquista y colonización del Caribe. A diferencia de otras capitulaciones que nacen a pedido de los navegantes y conquistadores, la capitulación de Ponce se origina como una compensación real. Esto significa que la iniciativa de la misma vino de parte del rey Fernando y no de Ponce, como era la costumbre en las expediciones anteriores. Demetrio Ramos resume los aspectos más importantes de esta decisión: [...] el conquistador de Santervás de Campos [Ponce] no era hombre de mar, ni tampoco contaba con ninguna experiencia mercantil. De aquí que su programa era para él una simple permuta de tierras: la isla grande que perdía, por la que había de buscar. Pero hasta tal extremo que sería suya aunque quien la descubriera fuera otro, pues como figura en la capitulación «si alguno fuese a descubrir o por acertamiento la descubriese, se cumpla con vos lo en esta mi capitulación contenido, y no con la persona que ansí la descubriese». Se trataba, en suma, de una capitulación de poblamiento, concediéndose la gobernación, con la jurisdicción civil y criminal, y facultad para repartir encomiendas, tal como si respondiera al empeño poblador de las Antillas, iniciado con Ovando4.

En este sentido, podemos decir que el origen de esta expedición tampoco está en la búsqueda de una supuesta fuente de la juventud, porque fue el rey el que decidió ofrecerle a Ponce la oportunidad de conseguir otra isla que sirviera de compensación por la pérdida de la gobernación de Puerto Rico. La contradicción entre, por una parte, el silencio en torno al protagonista principal, al destino y a los fines de su empresa, y por otra, el detallismo de las funciones y recompensas es una característica importante de este documento, y a la vez otra diferencia básica con otras capitulaciones. El documento más antiguo relacionado con el primer viaje de Ponce a la Florida es un decreto real del 21 de julio de 1511 en el que el rey Fernando comunica al mismo la decisión del Consejo de devolver a Diego Colón la gobernación de la isla de Puerto Rico y, por lo tanto, dejar a Ponce sin la misma. El rey, en respuesta a esta decisión legal y en pago a los buenos servicios prestados por Ponce durante su gobernación, decide compensarlo con otra isla que no esté dentro de la jurisdicción de Diego Colón. Esto

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significa que tiene que ser una isla no descubierta todavía, pero de las que se conoce su existencia por los viajes de marinos españoles en la zona y por rumores de los indígenas. Es necesario recordar que, en este otorgamiento real, la Corona también está reconfigurando los límites de la jurisdicción de la familia Colón. La idea del rey Fernando es reconocer solamente los derechos colombinos en los territorios ya descubiertos, pero mantener bajo su control el dominio sobre los territorios que se descubran en adelante. En ese sentido, el 25 de julio de 1511, el rey escribe a Ponce indicándole «que hable y platique con Pasamonte si quiere tomar alguna nueva empresa o población, como se hizo la de San Juan, porque de acuerdo con lo que ellos negocien, él dispondrá»5. Unos meses después, el 9 de septiembre de 1511, el rey dicta un decreto en el que dispone: «Y para que mejor con vos se pueda cumplir, seré servido que con toda diligencia procuréis por saber el secreto de esas islas, que decís os han avisado que hay cerca de esa dicha isla de San Juan; y sabida la verdad, podréis venir a concertar la población que os venga bien»6. De este documento poco conocido podemos entender varios aspectos importantes en relación a los preliminares del viaje de 1513. En primer lugar, es el rey quien ordena a Ponce que inicie los trámites para una expedición de descubrimiento de nuevos territorios. En segundo lugar, en este documento legal se habla de varias islas y no solamente de una. En tercer lugar, menciona una expedición preliminar de descubrimiento con la intención posterior de poblar el territorio. Esta idea implica que el objetivo principal de la expedición siempre fue el asentamiento permanente de poblaciones y no solamente explorar o comerciar con los indígenas como en otras expediciones. De esta manera Ponce puede ejercer la gobernación como lo hizo en San Juan. Como señala Milagros del Vas, la capitulación de Ponce representa un cambio en la finalidad de las expediciones, que pasan de ser empresas para descubrir y explorar solamente a expediciones también para poblar7. Tampoco hay referencias a la búsqueda de la fuente de la juventud en este decreto real. Cuando en el texto menciona la palabra «secreto» se refiere, en el lenguaje marinero de la época, al conocimiento de la ruta para llegar a nuevas islas en determinada dirección o zona. Otro documento que forma parte de los preliminares de este viaje es la real cédula de 23 de febrero de 1512 en la que el rey responde a un apun5 6 7

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tamiento de Ponce de León, donde este presentaba sus pretensiones de beneficio material en pago por el descubrimiento de las nuevas islas. Aunque el rey aceptó la ejecución de la expedición, dejó aclarado que algunas de las pretensiones de Ponce eran exageradas y no estaban de acuerdo con el nivel de conocimiento de la época. Es importante destacar que el rey Fernando ofrece una interpretación de la capitulación de Colón de 1492 y fija los nuevos límites del otorgamiento de privilegios, que responden a un conocimiento mayor de los territorios del Caribe. El documento real señala: Nuestros oficiales que residis en la ysla española juan ponce de leon me escrivio lo que veys por la carta que va con esta sobre la poblacion de vna ysla que se llama bimyny yo le he mandado responder que os he cometido el negocio y que vosotros tomareys el asyento que se deve tomar la capitulacion que el nos enbio sobre ello va con ella y cierto es muy desonesta y apartada de razon porque todo lo que agora se puede descubrir es muy facil de descobrir y no mirando estando todos los que hablan en descobrir quieren tener fin a la capitulacion que se hizo con el almyrante colon y no piensan como estonces nynguna esperança avia de lo que se descubrio ny se pensaba que aquello pudiese ser la merced que yo le hago e otorgarle la capitulacion que yo le hago la qual ansi mesmo va aqui firmada de my nonbre pareseme que tiene razon de se contentar porque el adelantado don bartolome colon me hablo hasta que queria descobrir esta ysla y creo yo que la fuera descobrir con mejor partido para nuestra hazienda que no el que hazemos con juan ponce [...]8.

En el texto citado tampoco hay ninguna mención a la fuente de la juventud, y las quejas del rey Fernando se refieren a los excesivos privilegios que Ponce reclama en pago por la conquista de la isla de Bimini. Pero el propio rey deja aclarado el verdadero motivo por el cual es Ponce quien recibe la capitulación para el descubrimiento y población de la isla de Bimini y no Diego Colón. La aclaración aparece en una carta del rey Fernando a Ponce de León del 23 de febrero de 1512, donde explica, entre otros asuntos referentes a Puerto Rico, que el otorgamiento de la capitulación para el descubrimiento de la isla de Bimini se hace en pago por los buenos servicios prestados a la Corona, y no por algún mérito especial del proyecto de Ponce, porque Diego Colón había presentado uno mejor. Es decir, no hay en la propuesta de Ponce nada extraordinario en opinión del rey. Tampoco hay ninguna mención a la fuente de la juventud. Dice el rey Fernando:

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Y este partido que vos ahora moveis de lo de Bimini, otra persona me lo habia movido, que era habil e suficiente, e tenia buen caudal para lo poder hacer y conviene a nuestro servicio que se haga. Para os hacer merced y porque vengais que tengo gana, se os manda tratar bien por lo que hicisteis en San Juan por mi mandado, he acordado de os lo dar a vos antes que a otra persona ninguna [...]9.

El encabezado de la capitulación de Ponce de León comienza in medias res, porque no cuenta la verdadera génesis del otorgamiento real, sino que muestra una escena a modo de representación teatral, en la cual aparece Ponce suplicando ante el rey: Por quanto vos, Juan Ponce de León, me enbiastes a suplicar e pedir por merçed os diese liçencia y facultad para yr a descubrir y poblar la ysla de Bimini con çiertas condiçiones que adelante serán declaradas, por ende, por vos hazer merçed, vos doy liçençia y facultad para que podais yr a descubrir y poblar la dicha ysla, con tanto que no sea de las que hasta agora están descubiertas, y con las condiçiones y según que adelante será contenida en esta guissa10.

Siguiendo los antecedentes del modelo colombino, la capitulación de Ponce utiliza la figura de la súplica como recurso retórico; es decir, como una alusión metonímica para justificar la legalidad del acuerdo. Esto identifica el texto como una merced real que se otorga por decisión del monarca. El encabezado de la capitulación menciona los puntos principales del documento y presenta a los protagonistas, el acuerdo adoptado, el descubrimiento («el secreto») que Ponce tiene sobre la existencia de una isla, el viaje que va hacer Ponce por el mar Caribe, pero sobre todo insiste en la relación de servidumbre de Ponce de León ante el rey Fernando («por vos haçer merced»). La tesis del fiel servidor es la idea principal del encabezado, porque aparece condensada en la figura de la súplica, en la figura del otorgamiento real y en la figura del viaje en función de servicio. Esta idea del fiel servidor que recibe en pago una merced real es el argumento que arma el relato y es la figura que mantiene la continuidad del discurso legal en el encabezado como parte de la idea de la soberanía real. De acuerdo a la retórica clásica, la proposición define el tema principal del exordio y por consiguiente, del texto. La proposición principal del encabezado de la capitulación es la compensación en bienes materiales y honores que el rey Fernando promete a Ponce. Tradicionalmente, la propo9 10

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sición y la partitio aparecen unidas en el encabezado, pero en la capitulación la división es sustituida por la narratio, que desarrolla en detalle los bienes y recompensas otorgados a Ponce en los apartados. La sustitución de la división por la narración responde a que los hechos relatados en el documento capitular dependen del factum; es decir, del curso de la acción, de un acontecer futuro, en este caso que la isla de Bimini llegue a ser descubierta y ocupada. La tensión entre la lógica del texto (acontecimiento futuro necesario) entra en conflicto con el modelo retórico (acontecimiento presente), y pone de manifiesto el problemático proceso de construcción de la verdad en los documentos legales11. Desde el punto de vista gramatical, en el encabezado aparece además la oratio perpetua, que asume la forma de una oración extensa, compuesta, sin interrupción, formada por oraciones subordinadas que mantienen la unidad semántica y sintáctica por medio de la narración. El texto de la capitulación emplea un lenguaje sublime donde las promesas de beneficios son de una importancia extraordinaria: títulos nobiliarios, poderes políticos, riqueza y dominio de territorios y personas, que acentúan la magnitud del discurso y por lo tanto elevan el tono de lo que se narra, en la medida que el texto pasa de narrar el encuentro entre el rey Fernando y Ponce a describir los beneficios que recibirá este último. El cambio de la forma del discurso es una alegoría del paso de la narración a la descripción, y refleja además un cambio en el lenguaje del texto, de un lenguaje inmaterial (el descubrimiento, el viaje por mar, las islas) a un lenguaje material que implica conceptos de cantidad y poder material (adelantado, gobernación y monopolio de la exploración de la isla de Bimini). De ahí que la capitulación de Ponce emplee la narración como técnica retórica para aumentar la apariencia de objetividad, técnica que tiene como objetivo producir una sensación de verosimilitud desde el comienzo del texto. Una lectura detenida de los apartados de la capitulación de Ponce nos permite entender la naturaleza jurídica de la misma y la importancia histórica de este documento. El primer apartado señala que Ponce puede llevar a la expedición para descubrir la isla de Bimini los navíos que quiera, pero debe ser bajo su coste. También hace la aclaración sobre el límite temporal de la expedición. De acuerdo al texto, Ponce tiene un plazo de tres años desde la firma de la capitulación, pero debe comenzar los preparativos de la expedición en el primer año. Siguiendo el Tratado de Tordesillas reconoce la soberanía portuguesa sobre islas y territorios y prohíbe a Ponce que entre en territorio portugués, con la excepción de buscar provisiones, que deberá 11

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Marrero-Fente, 2000, pp. 99-122.

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pagar a las autoridades portuguesas. El apartado segundo indica que puede adquirir los navíos y tripulantes en Castilla o en la isla Española. Esta disposición permite emplear pilotos y marinos familiarizados con la navegación en el Caribe, como es el caso de Antón de Alaminos.También ratifica la importancia de los territorios caribeños en la organización de las expediciones de exploración y reconocimiento de la zona y en la visión gradual que ya en esa época tiene la Corona sobre la importancia de consolidar la ocupación y población de los nuevos territorios descubiertos. Por último, aclara que Ponce debe pagar todos los gastos de la expedición anticipadamente. El tercer apartado establece una interdicción general por tres años de descubrir la isla de Bimini para proteger los derechos de Ponce. Esta disposición demuestra, por una parte, la magnitud del apoyo del rey Fernando a Ponce y, por otra, la intensidad de los viajes de exploración y descubrimiento en esa época, que tenía como consecuencia inmediata el descubrimiento constante de nuevos territorios en la cuenca del Caribe. Asimismo, la prohibición sirve para impedir cualquier reclamación por parte de Diego Colón, que también había solicitado permiso para descubrir la isla de Bimini. Por eso este apartado contiene la ficción jurídica de la retroactividad de los derechos de ocupación y posesión sobre la isla de Bimini (y las islas adyacentes a la misma) a favor de Ponce de León y aclara que, en caso de que alguien las descubra, los derechos siguen perteneciendo a Ponce, pero este tiene que ir a ocupar la isla dentro un año a partir del descubrimiento. Este apartado prueba que Ponce y la Corona tenían una idea aproximada de la zona donde se encontraba la llamada isla de Bimini y la prioridad que comienza a tener en 1512 para la Corona la nueva política de asentamiento permanente y población en las islas y territorios del Caribe. El apartado cuarto confiere a Ponce la gobernación y justicia de la isla de Bimini de forma vitalicia. También concede al mismo el poder y jurisdicción civil y criminal. A diferencia de los acuerdos colombinos estos oficios no son hereditarios. Las peculiaridades de este nombramiento las explica Milagros del Vas: No se puede precisar exactamente qué diferencias existen entre «ser gobernador» y «ejercer la gobernación’, ya que el ejercicio de estas funciones supone serlo de hecho [...] El nombramiento de Juan Ponce de León supone unas mayores concesiones que los anteriores. De una parte, el tiempo que puede ejercer la gobernación es por toda la vida y, por otra, la jurisdicción civil y criminal ya no es en virtud del nombramiento de «capitán», y, por tanto, inherente al oficio según el «fuero militar», sino en función del ejercicio del gobierno

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ordinario. Por último, a Ponce no se le supedita a la autoridad del gobernador de la Española12.

El apartado quinto indica que Ponce está obligado a pagar los costos de asentamiento y población de la isla. Esta disposición permite entender las características de esta expedición de Ponce, que forma parte de un proyecto de la política de la Corona y de las llamadas expediciones privadas. En este caso, el apoyo real proviene de los derechos y beneficios concedidos en pago por el éxito futuro de la expedición, pero sin asumir la Corona un gasto económico en esta empresa. El apartado seis establece que la construcción de fortalezas será a costa del rey. Esto prueba la idea de un asentamiento permanente o del uso de territorio como base de futuras expediciones de descubrimiento. La importancia del mismo viene dada en que demuestra que la política de la Corona en la zona del Caribe va más allá de exploraciones aisladas o intercambios comerciales. La construcción de fortalezas parece obedecer a un plan de mantener una presencia permanente en la zona por medio de poblaciones que hay que proteger. También sirve para recordar la presencia de la Corona en los nuevos territorios conquistados porque «equivalía a reservarse la autoridad militar»13 ante cualquier situación inesperada o conflictos como los ocurridos en La Española entre Colón y otros colonizadores. El apartado séptimo exime a Ponce de pagar el diezmo por doce años, con excepción de las granjerías reales. En el apartado octavo el rey se reserva el derecho de repartir los indios en la isla por medio de un funcionario nombrado por la Corona y no por Ponce. Este apartado sirve de evidencia adicional de la política de asentamiento permanente de la Corona, ya que la importante decisión sobre el control estatal del repartimiento de indios implica además que la política indigenista en esos territorios es un monopolio del rey y no puede ser compartido por ningún particular. El apartado noveno reconoce que el repartimiento de indios será en orden de antigüedad, teniendo preferencia los primeros pobladores. Este apartado también trasciende el marco temporal de la capitulación de Ponce y pone de manifiesto el diseño de una política de población controlada por la Corona que se proyecta hacia el futuro. El apartado décimo otorga la merced de oro a los primeros colonizadores, siempre que paguen el impuesto de la décima parte en el primer año y así sucesivamente hasta llegar al séptimo año, cuando pagarán el quinto como los demás vecinos. El apartado 12 13

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onceno concede a Ponce el derecho de gobernación de todas las islas cercanas a la isla de Bimini con la salvedad de que no hayan sido descubiertas. Este apartado también indica que la expedición de 1512 no era solamente para descubrir una isla, sino que la Corona asumía la existencia posible de otras islas en la zona. También abría la posibilidad de que Ponce gobernara sobre varias islas pequeñas en un territorio similar en extensión a la isla de Puerto Rico, demostrando una vez más la intención del rey Fernando de recompensarlo. Por otra parte, también servía para establecer un balance de poder con Diego Colón. El apartado duodécimo confiere a Ponce el título de adelantado de la isla de Bimini y de las otras islas que este descubriere. Como señala Milagros del Vas, el título de adelantado se concede a partir de la capitulación de Ponce de 1512: Las características de este cargo en capitulaciones son: su duración habitual es por la vida del capitulante y un heredero, no van a percibir salario por ello y generalmente va acompañado del nombramiento de alguacil mayor. Todo ello nos lleva pensar que lo que se está otorgando en estos asientos no es un cargo de adelantado similar al de los «Adelantados Mayores de Castilla». No parece que en Indias adquieran el carácter de «destacados», ni de autoridades encargadas de la suprema autoridad militar de la circunscripción que se les otorga. Más bien parecen dotados de un carácter honorífico, y en todo caso de autoridades con atribuciones judiciales y apoyados en el nombramiento que se les concede de «Alguacil Mayor»14.

En el apartado decimotercero dispone que el oro debe recogerse como en La Española. De esta manera, la Corona seguía la tradición de mantener aquellas prácticas que ya habían sido efectivas para la explotación económica de los territorios americanos. El apartado decimocuarto prohíbe la participación de extranjeros en la expedición; con esto trataba de evitar que los otros países europeos consiguieran información de los nuevos territorios. El apartado decimoquinto indica que Ponce debe prestar fianzas que sirvan de garantías antes de emprender el viaje. Con esta regulación la Corona evitaba que si la expedición fracasaba, los acreedores se arruinaran y reclamaran a la Corona por sus pérdidas. El apartado decimosexto advierte que cualquier fraude o engaño que se cometa en esta expedición debe reportarse a los oficiales reales y que los implicados en este delito pierden el favor real. Este apartado tiene como objetivo evitar daños económicos a la

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Corona. El apartado decimoséptimo ordena que, después del viaje, Ponce haga una relación al rey y otra a los oficiales de La Española. Esta es la primera vez que aparece esta disposición en una capitulación sobre los territorios americanos, ya que en las anteriores, las de Vicente Yáñez Pinzón, Cristóbal Guerra, Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa, Juan Díaz de Solís y Diego de Nicuesa, no hay mención a ninguna relación. Este apartado es importante porque demuestra un cambio en la política de viajes de la Corona, que ordena compartir la información de las expediciones de manera oficial. Como indica el propio apartado, el objetivo de esta medida es saber todos los detalles del viaje: «para que Nos sepamos lo que se oviere echo o se probea lo que más a nuestro serviçio se cunpla»15. El elemento novedoso de esta disposición está en que la información recabada permite por primera vez establecer una política sobre las expediciones futuras apoyada en la experiencia verdadera de los viajeros y conquistadores españoles. Las dos relaciones del primer viaje de Ponce a la Florida desaparecieron y solamente queda el relato que publicó Antonio de Herrera y Tordesillas en su crónica Historia general de los hechos de los castellanos en las islas, y tierra firme del Mar Océano. Al parecer, Herrera pudo consultar una de estas relaciones que escribió Ponce sobre el viaje de 1513. Los documentos jurídicos analizados y dos breves cartas de Juan Ponce de León escritas el 10 de febrero de 1521 al cardenal Adrián de Tortosa y al rey Carlos V16 respectivamente son los únicos testimonios documentales directos de la expedición de Juan Ponce de León a la Florida en 1513. En ninguno de estos documentos se menciona la existencia de la fuente de la juventud.

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Vas, 1986, p. 164. Un excelente análisis de las cartas aparece en Moore, 2007, pp. 99-105.

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ECDÓTICA Y CRÍTICA TEXTUAL EN LA HISTORIA DE LA INVENCIÓN DE LAS INDIAS DE FERNÁN PÉREZ DE OLIVA

Los textos de las expediciones colombinas gozan de una fortuna editorial reconocida, pero al comparar el entorno de los autores relacionados con la obra de Cristóbal Colón vemos que algunos textos no han recibido la misma atención crítica. Esta carencia es evidente en el estudio de las primeras expediciones colombinas, período clave para entender el proceso de la conquista de América y el panorama intelectual del Renacimiento español. Es necesario aclarar que la producción textual asociada a Colón cuenta con una atención importante por parte de historiadores como Manuel Ballesteros, Juan Manzano, Antonio Rumeu de Armas, Juan Pérez de Tudela, Demetrio Ramos, Juan Gil y Consuelo Varela. Pero la relación entre la obra de Fernán Pérez de Oliva (h. 1494-1531) y la de Pedro Mártir de Anglería (1457-1526) no ha sido estudiada con la misma atención en años recientes. En el año 1965, el crítico literario José Juan Arrom publica la primera edición de la Historia de la invención de las Indias1. En la introducción, explica Arrom la evolución del texto y narra los eventos más significativos de la historiografía sobre Pérez de Oliva, comenzando con los trabajos de Atkinson, Henríquez Ureña y Maeso. Por su importancia la obra de Pérez de Oliva debería contar con ediciones críticas anotadas, pero con la salvedad de las ediciones de Arrom en 1965 y 1991, y de Ruiz Pérez en 1993, el panorama crítico es desolador2.Así, entre los problemas ecdóticos más apremiantes están la necesidad de nuevas ediciones a partir de manuscritos confiables que rectifiquen las erratas de las ediciones anteriores y que aclaren errores de lectura 1 2

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Hernán Pérez de Oliva, Historia de la inuención de las Yndias, 1965. Véanse abajo las notas 6 y 9.

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y de interpretación. Es necesario fijar un criterio uniforme de edición para solucionar el problema de los textos que integran la Historia de la invención de las Indias porque existen dos opiniones editoriales diferentes sobre este tema. La primera, defendida por Arrom, considera únicamente como parte de la Historia el relato de la expedición colombina; y la segunda, propuesta por Ruiz Pérez, incluye, además del relato colombino, el texto sobre Cortés y la conquista de México. En mi opinión, es necesario recuperar la integridad de los dos textos americanos de Pérez de Oliva y superar la fragmentación de los manuscritos creada posiblemente por especulaciones financieras de las personas que subastaron los mismos. Es importante aclarar que la edición unificada de los dos manuscritos relacionados con América también tiene consecuencias importantes en la interpretación de la obra, porque concede a la labor de Pérez de Oliva una trascendencia intelectual mayor. Una mayor atención de la historiografía literaria por el contexto histórico de la obra ayudará a presentar un texto con menos errores de lectura y de interpretación. Porque la existencia de pocas lecturas incide en la falta de análisis comparado entre el texto base y su comentario crítico, en la escasez de cotejos de variantes y en la falta de un criterio sistemático y uniforme en el tratamiento del texto, en especial la modernización ortográfica, elemento central en la fijación textual de acuerdo a la propuesta de Arellano3. Es necesario establecer un criterio uniforme de modernización en la edición del texto para evitar errores de anotación e interpretación. Otro aspecto afín es el de la puntuación y corrección de estilo, que en el caso de Pérez de Oliva sufre las consecuencias de una crítica poco informada sobre la importancia del mismo dentro del humanismo español, salvo las excepciones de los estudios de Rico,Ynduráin, Cerrón y Ruiz Pérez, entre otros4. Precisamente, las anotaciones a un texto editado sufren dos tipos de errores básicos. Los llamados errores lingüísticos y los errores históricos. Coincido con Arellano en no que puede anotarse bien lo que se lee mal, porque no se ha hecho una correcta fijación textual. Las consecuencias principales de la mala fijación del texto son la mala anotación y la mala interpretación. Pero en el caso de textos americanos es imprescindible, además, el rigor en los datos históricos, porque al desliz filológico puede agregarse el disparate y la elucubración gratuita que en vez de aclarar el texto contribuyen a oscurecerlo y a confundir a los lectores. 3

Arellano, 1999, pp. 45-74. Rico, 2005, pp. 108-11;Ynduráin, 1982, pp.13-34; Cerrón, 1991, pp. 33-51; Ruiz Pérez, 1987. Para el contexto literario del humanismo, véase Francisco Rico, 2002. 4

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Analizo a continuación las tres ediciones principales de la Historia para comprobar el desarrollo de la teoría y práctica ecdótica en esta obra de Pérez de Oliva. La primera edición de este texto fue publicada por José Juan Arrom en Bogotá en 1965. La edición de Arrom es una transcripción paleográfica anotada y concordada con la obra de otros cronistas americanos. Para Arrom el único tipo de edición aceptada es la transcripción paleográfica, que implica el mantenimiento casi absoluto de las grafías, con sólo tres excepciones: se resuelven todas las abreviaturas, se ligan algunas palabras separadas y se moderniza la puntuación, el uso de mayúsculas y la acentuación. Aunque Arrom defiende un criterio de fidelidad casi absoluta al texto, su propia práctica ecdótica tiene que ceder ante la necesidad de la lectura. Un problema importante que plantea este criterio editorial es la imposibilidad de reproducir con fidelidad todos los tipos de imprenta antiguos. Es decir, una edición de este tipo puede dar lugar a confusiones textuales por la diversidad de tipos de imprenta utilizados y por el desconocimiento del lector moderno. Otro aspecto que hace muy difícil esta práctica ecdótica es la casuística de cada texto, que demanda tipos de letras diferentes, frente a la uniformidad de un criterio generalizado que siguen las ediciones modernas en la actualidad. La edición de Arrom va precedida de un estudio introductorio y una descripción codicológica en la que analiza la encuadernación, el papel, la filigrana, los tipos de letras y la foliación del manuscrito. Otro tema importante de la introducción de Arrom está dedicado a la autoría de la obra. En esta sección analiza la historia del manuscrito y discute sus posibles autores hasta quedar con la tesis demostrada de la autoría de Pérez de Oliva, pero aclara Arrom que el manuscrito actual es una copia preparada en base al original perdido de la Historia de la invención de las Indias. Arrom inicia la anotación textual compuesta de 197 notas no consecutivas, algunas de las cuales producen confusión en ciertos pasajes comentados. Las notas combinan anotaciones filológicas, históricas, antropológicas y culturales, aunque algunas notas filológicas son erróneas, como señaló Rico en una reseña de este libro en 19675. En mi opinión, la deficiencia mayor en la anotación está en las explicaciones lingüísticas y literarias, relegadas a un segundo plano frente a las históricas y antropológicas. Las notas históricas son concordancias del texto de Pérez de Oliva con pasajes de las obras de Anglería, Las Casas, Oviedo, Gómara y Hernando Colón.

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Rico, 1967, pp. 658-659.

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En 1991 Arrom publica en la editorial Siglo Veintiuno una segunda edición de la Historia de la invención de las Indias en la que introduce cambios importantes6. En primer lugar, moderniza el texto porque transforma la edición paleográfica en una edición moderna. En opinión de Arrom el objetivo de la edición de 1965 de «establecer la autenticidad del manuscrito» había sido cumplido7. Otro de los cambios es la modernización de las grafías, la supresión de las anotaciones a la transcripción y las llamadas al margen del manuscrito originalmente hechas por el copista. Explica Arrom que mantiene las anotaciones históricas y actualiza las notas al pasaje de la narración etnográfica de fray Ramón Pané en la narración novena dedicada a las culturas indígenas del Caribe. El último cambio significativo es la cantidad de anotaciones al texto, que ahora son 169 notas consecutivas. Llama la atención que a pesar de los años transcurridos y la enorme cantidad de datos producto de nuevas investigaciones, Arrom no modifica el estudio preliminar de 1965, salvo unos breves agregados. El resultado es una edición de lectura fácil, que conserva aún el tono de anticuario de la primera. El aporte más destacado de Arrom es la publicación por primera vez de una edición crítica de la Historia. La propuesta de Arrom de insertar esta obra dentro del canon de historiadores y cronistas de la conquista de América no ha tenido mucha recepción entre los investigadores del período colonial de la literatura hispanoamericana en la academia norteamericana. La consecuencia principal de este abandono es una carencia de estudios y proyectos dedicados a la obra de Fernán Pérez de Oliva. Este silencio y olvido crítico es la causa de que los trabajos más importantes sobre este autor provengan de investigadores de las universidades españolas, y en particular del campo de la literatura española del Siglo de Oro. También explica la aparición de la edición de Ruiz Pérez, expresión de una extensa actividad crítica en torno a Pérez de Oliva y que se suma a la lista de importantes contribuciones de Francisco Rico, María Luisa Cerrón Puga, Consolación Baranda y María José Vega. A las que hay que agregar las de José Luis Fuertes en Filosofía y Joseph Pérez en Historia8.

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Pérez de Oliva, Historia de la invención de Indias, 1991. Pérez de Oliva, 1991, p. 137. 8 Rico, 2003, pp. 20-21; Cerrón, 1991, pp. 33-51; Baranda, 2003, pp. 22-25; Vega, 2003, pp. 6-9; Fuertes, 1985, pp. 27-68; Fuertes, 2002, pp. 327-337; Pérez, 1981, pp. 477-89. 7

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En 1993 Pedro Ruiz Pérez publica la tercera edición de la Historia de la invención de las Indias.9 Esta edición culmina una etapa comenzada en 1987 con la publicación del libro Fernán Pérez de Oliva y la crisis del Renacimiento y una serie extensas de artículos dedicados a la figura y obra de Pérez de Oliva. La edición de 1993 va precedida de un extenso estudio, titulado «Entre la Historia y la Literatura», que resume el modelo crítico de Ruiz Pérez en torno a la obra de Pérez de Oliva. El estudio está dividido en dos partes. En la primera analiza la biografía y la obra del autor dentro del contexto histórico-literario del Renacimiento español; en la segunda parte estudia detenidamente la relación entre los discursos historiográficos y literarios del Renacimiento y su impacto en la obra de Pérez de Oliva. La edición de Ruiz Pérez tiene la novedad de proponer una edición unificada de los dos textos americanos de Pérez de Oliva. La segunda propuesta de Ruiz Pérez es fijar el texto por medio de la modernización ortográfica. En este sentido, precisa que interviene para aclarar las abreviaturas, las contracciones y las erratas, pero no interviene en las lagunas textuales. La edición de Ruiz Pérez tiene 143 notas de tres tipos: textuales, de cotejo de fuentes y filológicas. Aclara que ha prescindido de anotaciones históricas, geográficas y etnográficas porque ya aparecen en la edición de Arrom. El aporte de esta nueva edición es el cotejo «de autores que han servido de fuente directa o indirecta de Oliva o se encuentran en un entorno muy cercano a su creación»10, sirviendo de complemento a la edición de Arrom, más enfocada en las fuentes historiográficas. El aporte principal de la edición de Ruiz Pérez es publicar juntos los textos americanos de Pérez de Oliva, rescatando así la integridad de los relatos colombinos y cortesianos que aparecen formando parte de un proyecto intelectual más amplio11. Es necesario aclarar que las posiciones opuestas a la unificación de los dos textos parten de la tesis de la escritura interrumpida y del carácter de obra inconclusa de la Historia. La idea de un manuscrito no terminado y la del encuentro providencial entre Hernando Colón y Fernán Pérez de Oliva constituyen los tópicos principales del discurso crítico en torno a la obra del humanista cordobés. Hay que pasar de los debates interminables en torno al contexto histórico de la visita y conversación de los autores al examen de los textos, similar a los modelos de lectura e 9

Ruiz Pérez, 1993. Ibídem, p. 133. 11 Ruiz Pérez, 1991-1992, pp. 503-523; 1993, pp. 109-119; 1994, pp. 197-214; 2002, pp. 45-68. 10

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interpretación dedicados al Diálogo de la dignidad del hombre en los estudios de Abellán, Baranda, Cerrón, Ferreras y Rico12. Lecturas que reconocen el entorno cultural de la producción de la obra literaria sin olvidar la realidad material del manuscrito. Las interrogantes y los enigmas que el texto presenta a los investigadores solo pueden resolverse con la lectura detenida de la obra y el cotejo de la misma con textos coetáneos. En primer lugar, hay que leer la Historia de la invención de las Indias en cotejo detenido con las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería, por la misma razón que la lectura de la «Segunda carta de relación» de Hernán Cortés es inseparable de la comprensión de la Historia de la conquista de la Nueva España. Una práctica de esta propuesta de lectura ofrece resultados que enriquecen nuestra comprensión de la obra de Pérez de Oliva. Como no hay una tradición impresa de la Historia hay que acudir al texto precursor de Anglería para entender por qué se interrumpe el texto en la narración novena, generando esa sensación de relato inconcluso al lector moderno. Un breve repaso de las ediciones de la obra de Anglería pone de manifiesto que desde la primera traducción al «dialecto veneciano», publicada en 1504 en Venecia, aparecen solamente los nueve primeros libros de los diez originales que componen la obra. También la edición impresa en Sevilla en 1511, que vio la luz «contra deseo de su autor», trae solamente la Década I. La edición de las obras de Anglería publicada en Alcalá de Henares en 1516 incluye las Décadas II y III, junto a la primera impresión aprobada por el autor de la Década I. Es precisamente esta edición la que sirve de texto base a la primera traducción francesa, aparecida en forma extractada en 1532 en París, como indica el título de la misma13. La labor de traducción y escritura de Pérez de Oliva no es inusual en la época. A partir de 1530 es cuando comienzan a publicarse todas las Décadas de Anglería de manera íntegra. La tradición editorial inmediata es la de privilegiar la Década I, y la tradición editorial de las dos primeras traducciones a las lenguas vernáculas, la veneciana de 1504 y la parisina de 1532 es la de publicar impresiones parciales de las Décadas. Ambas traducciones prescinden del libro X de la Década I al igual que Pérez de Oliva porque este libro es una explicación circunstancial de Anglería que se había convertido en obsoleta. Ahora puede entenderse que la terminación del manuscrito de la Historia en la narración novena no necesariamente indica una labor inte12 Abellán, 1979. Vol. 2, pp. 155-157; Baranda, 2003, pp. 22-25; Cerrón, 1995; Ferreras, 1985; Rico, 2003, pp. 20-21. 13 Sinclair, 1944, pp. xxiii-lii.

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rrumpida, sino que representa una práctica de escritura similar a la de otras traducciones de la obra de Anglería. En este caso, Pérez de Oliva también coincide con la práctica ecdótica de su tiempo. Es precisamente en torno a 1530 cuando la obra de Anglería alcanza más difusión editorial porque en ese año se publica, en Alcalá de Henares, la primera edición de sus cartas y la primera edición en latín de las ocho Décadas. En 1532 aparecen la impresión de Basilea en latín, que sirvió de base a la primera traducción alemana de 1534; precedida en dos años por la edición parisina. Es decir, en el período de redacción de la Historia de la invención de las Indias, entre 1525 y 1528, la obra de Anglería no está olvidada, sino que forma parte de una importante labor editorial. Por otra parte, si ubicamos la traducción de Pérez de Oliva dentro del entorno europeo, es decir, junto a las traducciones italiana de 1504, francesa de 1532 y alemana de 1534, el proyecto intelectual de Pérez de Oliva está en consonancia con problemas afines al Humanismo europeo que van más allá del lugar común de «obra por encargo» solicitada por Hernando Colón14. No es suficiente decir que la Historia es una traducción de la Década I. Es necesario insistir en que es una interpretación y por lo tanto una relectura y una reescritura de la obra de Anglería. No olvidemos que la mayoría de las traducciones en el Renacimiento son una interpretación15. Hay que pensar entonces en los límites y variantes de la reescritura, por lo que no es suficiente decir que el texto de Pérez de Oliva es un extracto del de Anglería, tampoco podemos reducir el análisis a la comparación de ciertos pasajes aislados de la obra de Anglería. De lo que se trata entonces es de un cotejo de lecturas de ambos textos que permitan ver en dónde Pérez de Oliva se aparta y suprime la obra de Anglería, y a la misma vez hay que prestar atención a lo nuevo que aparece en el texto de Pérez de Oliva y que no tiene referente en Anglería. En el libro I de la Década I Anglería explica la ruta de Colón desde su partida de España, su paso por las islas Canarias y suspende la narración sobre el viaje colombino para intercalar un relato historiográfico sobre la conquista de las Canarias. Dice Anglería: De Cádiz distan en alta mar las islas Afortunadas, según estiman muchos, que llaman los españoles Canarias, descubiertas hace tiempo, mil doscientas millas según sus cálculos; en efecto, dicen que distan trescientas leguas, y cada legua los 14 15

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Marrero-Fente, 2001, pp. 1-15. Greene, 1982, p. 52.

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entendidos en navegar afirman en sus cuentas que contiene cuatro millas. A las islas las llamó Afortunadas la Antigüedad por la templanza de su cielo, pues ni las abruma el crudo invierno ni el atroz verano, ya que están situadas al mediodía, fuera de todo el clima de Europa. Hay quienes sostienen que las Afortunadas son las que los portugueses llaman islas de Cabo Verde; yo creo que esas son las Hespérides Meduseas. A las Canarias, pues, habitadas hasta nuestros días por hombres desnudos y no sujetos a religión alguna, se dirigió Colón para hacer aguada y reparar sus naves, antes de entregarse a tan dura empresa.Y pienso que no será motivo de desagrado, ya que hemos hecho mención de las Canarias, si narramos cómo de desconocidas se han convertido en conocidas y de incivilizadas en civilizadas; en efecto, el largo transcurso de los años las había entregado ya, ignoradas, al olvido. Estas siete islas llamadas Canarias fueron descubiertas por azar alrededor del año mil cuatrocientos cinco por un francés llamado Betancor, por concesión de la Reina Catalina, tutora del Rey don Juan, su hijo, menor de edad. Allí plantó pie durante algunos años Betancor y ocupó y redujo a la civilización a dos de ellas, a Lanceloto y Fuerteventura. A su muerte su heredero ofreció una y otra isla a los españoles por dinero. Después, Fernando Peraza y su mujer se apoderaron de la isla del Hierro y de la Gomera, y en nuestro tiempo lo hicieron de las tres restantes Pedro Vera, ciudadano noble de Jerez, y Miguel de Múxica de Gran Canaria, y Alfonso de Lugo de La Palma y Tenerife, pero a costa del Rey. Después fueron sometidas no con gran trabajo la gomera y la isla del Hierro. Con algo más de esfuerzo logró su empeño Alfonso de Lugo, pues aquella gente desnuda y salvaje, que peleaba con piedras y palos, puso en fuga una vez a su ejército y mató cerca de cuatrocientos hombres; pero al final los derrotó totalmente. De esta suerte todas las Canarias quedaron incorporadas al dominio de Castilla16.

En la versión de Pérez de Oliva no se menciona el paso de Colón por las islas Canarias, ni tampoco encontramos el relato sobre la conquista de dicho archipiélago; en su lugar habla Pérez de Oliva de los antecedentes portugueses de la empresa colombina, que sitúa al inicio de la narración. Dice Pérez de Oliva: Cristóbal Colón, genovés, natural de Saona, fue hombre de alto ánimo, escogido de Dios para que diese pasada a su santa ley, por el mar Océano, a otras gentes que nunca la conocieron o la tenían ya olvidada. Éste, con espíritu de Dios, que ya lo regia, poco ejercitado en letras y mucho en el arte de navegar, vino a Portugal, do un su hermano pintaba las imágenes del mundo que los marineros usan, y aprendió de él lo que por la pintura se puede enseñar. Fue des16

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Gil y Varela, 1989, p. 41.

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pués de allí a la islas de las Azores, por ver otras, que en tiempos claros parecen y desparecen acometidas, con esperanza de poder navegar a ellas, si primero de lejos les considerase el sitio. Esto probó muchas veces en vano, como otros antes y después han hecho. Porque, según bien después se ha conjeturado, es algún vapor que en forma de isla se ayunta, cual es otro que cerca de Osuna, en un valle, muchas veces se muestra a manera de ciudad. Pero en esta consideración, puesto en el fin del mundo que entonces era, cobró deseo de ver qué había en el Occidente y esperanza de descubrir cosas nuevas, si fuese allá. Para esto no tentó la voluntad del Rey de Portugal, que todas sus naves entonces ocupaba en la navegación de Guinea, que poco antes por su mandado se había descubierto, sino requirió con ésta su demanda a los reyes de Castilla, don Fernando Sexto [sic] y doña Isabel17.

Los problemas de anotación y de interpretación que crean este pasaje son múltiples. La primera interrogante que provoca es por qué se excluye la mención a las islas Canarias y por qué se incluye el relato de las islas Azores. En segundo lugar, cuál es el texto base que usó Pérez de Oliva para incluir el relato de las islas Azores. En tercer lugar, qué relación tiene este pasaje con la leyenda del piloto anónimo. En cuarto lugar, qué consecuencias tiene esta interpolación en la recepción que tuvo la obra de Pérez de Oliva por parte de Hernando Colón. Es decir, quizá fue esta alusión que presenta a Colón más cerca de los portugueses la que motivó la decisión de Hernando Colón de no publicar este texto en un momento contencioso de los pleitos colombinos. Como señala Juan Gil, no hay una fuente única en la Década I, sino la compilación de diversas fuentes escritas y orales que Anglería logra organizar en un relato coherente de la primera expedición colombina. Esta multiplicidad de fuentes es otra característica común en el texto de Pérez de Oliva que dificulta la interpretación de pasajes como el mencionado de las islas Azores. Hasta ahora no hay mención en la crítica a este pasaje sobre las islas Azores, que parece seguir la línea de las tesis sobre el predescubrimiento colombino y de la que aparecen antecedentes en las obras de Gonzalo Fernández de Oviedo, Hernando Colón, Francisco López de Gómara y Las Casas. Para entender el contexto del pasaje de las islas Azores en la obra de Pérez de Oliva es necesario recordar el capítulo IX de la Historia del Almirante de Hernando Colón, llamado «de la tercera razón e indicio que de alguna manera incitó al Almirante a descubrir las Indias», donde menciona algunas de las expediciones anteriores a la de Colón en 1492. Dice Hernando: 17

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Hernán Pérez de Oliva, Historia de la invención de Indias, 1991, p. 42.

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La tercera y última razón que movió al Almirante al descubrimiento de las Indias fue la esperanza de encontrar, antes de llegar a ellas, alguna isla o tierra de gran utilidad y desde la que luego pudiese proseguir su intento [...] A confirmarlo en esta opinión contribuían las muchas historias y noticias que oía contar a distintas personas y marineros que traficaban en las islas y los mares occidentales de las Azores y Madera. Como se trataba de indicios que le venían muy bien a sus propósitos, no se olvidaba de tomar nota de ellos. Por eso, no dejaré de contarlos para dar satisfacción a quienes gustan de tales curiosidades. [...] Estas y otras semejantes podrían ser la causa de que mucha gente de las islas de El Hierro, Gomera y las Azores sostuviese que todos los años veían algunas islas por la zona del poniente, cosa que daban por comprobada, y sobre cuya verdad muchas personas honradas juraban.

Dice también que en el año 1484 llegó a Portugal uno de la isla de Madera para solicitar del rey una carabela con la que ir a descubrir cierta tierra, jurando que la veía todos los años y siempre de la misma forma, coincidiendo con lo que otros decían haber visto desde las Azores. También intentó dar con esta isla Diego de Teive, cuyo piloto llamado Pedro de Velasco, natural de Palos de Moguer [...] le dijo al Almirante en Santa María de la Rábida que habían salido de Fayal navegando más de ciento cincuenta leguas al sudoeste, y al regresar descubrieron la isla de las Flores, hasta la que habían sido guiados por multitud de aves que iban en aquella dirección. [...] Gonzalo Fernández de Oviedo cuenta en su Historia de las Indias que el Almirante tuvo en sus manos una carta en la que halló descritas las Indias por uno que las había descubierto con anterioridad, lo que en realidad sucedió como ahora diré. Un portugués llamado Vicente Dias, vecino de Tavira, yendo desde Guinea hacia la isla Tercera y habiendo rebasado Madera, que había dejado a levante, vio o imaginó ver un isla a la que con toda seguridad tomó por tierra. Al llegar a Tercera, se lo contó a un mercader genovés llamado Luca di Cazzana... [quien] decidió armar [un barco] en Tercera. El piloto salió tres o cuatro veces a buscar la isla, alejándose entre ciento veinte y ciento treinta leguas, pero fue vano trabajo, porque nunca consiguió hallar tierra18.

La práctica de navegación anterior al viaje de Colón muestra varios ejemplos de expediciones portuguesas al mar Océano. La expedición de 18

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Hernando Colón, Historia del Almirante, pp. 61-63.

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Diego de Teive, organizada por el infante don Enrique en 1542, parece haber llegado más allá de los límites occidentales habituales para la navegación portuguesa de la época. Según testimonios posteriores en los pleitos colombinos, se sabe que el piloto de esta expedición, Pedro de Velasco, le relató a Colón los detalles de la misma. Otra importante expedición que se organiza en esta época es la de Fernando Telles, pero la misma no llega a realizarse. En 1475, en pleno conflicto con Castilla, el rey de Portugal le otorga una concesión para ocupar las islas al occidente del mar Océano a Fernando Telles, pero el proyecto se abandona porque este muere en la batalla de Setúbal en 1477. Otra expedición portuguesa se organiza por Fernam Dominguez do Arco, quien recibe el 30 de junio de 1484 la capitanía de una isla hacia el occidente del mar Océano19. En 1486 el rey Juan II de Portugal otorga una real cédula a Fernam Dulmo para el descubrimiento de las islas de las Siete Ciudades. La teoría del predescubrimiento logra su elaboración más acabada en la obra de Juan Manzano Manzano, Colón y su secreto. El predescubrimiento20. El punto de partida de las tesis de Manzano es el texto de las Capitulaciones de Santa Fe entre Colón y los Reyes Católicos. Aunque la relectura de Manzano pretende apoyarse en el discurso historiográfico, en realidad emplea recursos filológicos, como la amplificatio, que le permiten usar procedimientos retóricos para crear una interpretación del texto capitular que sirva de prueba a su tesis del predescubrimiento. La relectura de Manzano ofrece un recorrido por las exposiciones más importantes sobre el predescubrimiento, pero nunca menciona la obra de Pérez de Oliva. Recientemente, Juan Gil encontró un documento que tiene semejanzas con el pasaje mencionado de Pérez de Oliva y que no aparece en otros cronistas de la época. Este documento es una nota escrita por un licenciado Tudela en el siglo XVI al margen de una edición de Sevilla de 1511 de las obras de Anglería. La nota está escrita en latín y Gil ofrece la siguiente versión en castellano: Cristóbal Colón, genovés de nacimiento, hombre pobre, habitó en Portugal durante muchos años en la isla de Madera, a la que llegaron por azar unos de aquel país que habían navegado con una gran tempestad y habían arribado a las islas últimamente descubiertas; y cuando el piloto enfermó de muerte, él en persona dio al susodicho Cristóbal noticia de aquellas regiones en el año 1475. El dicho Colón marchó a presencia del rey de Portugal Alfonso que, como

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Ramos, 1972, pp. 16-36. Manzano, 1989.

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estaba por aquel entonces enzarzado en las guerras con Castilla, no lo escuchó; entonces Cristóbal acudió ante Fernando, rey de Castilla, y así hizo el primer viaje en el año 1492 y descubrió las islas Española, Fernandina y otras muchas21.

La lectura de esta nota sirve para comprobar que, en la época de redacción de la obra de Pérez de Oliva, era común la circulación de diferentes relatos sobre viajes anteriores a Colón, y en especial sobre la relación de Colón con los portugueses y sus posibles fuentes de información. Como no tenemos una fuente única confiable de estos relatos es muy difícil establecer la autenticidad de los mismos. En todo caso, las investigaciones futuras sobre este pasaje comentado de la obra de Pérez de Oliva deben indagar en torno a las fuentes literarias clásicas y medievales de las leyendas de viajes, y en la medida que los materiales de archivo lo permitan, deben establecer lecturas interdisciplinarias con los documentos históricos de la época colombina para lograr separar la historia de la leyenda.

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Gil y Varela, 1989, p. 128.

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PROBLEMAS DE EDICIÓN E INTERPRETACIÓN EN LA RELACIÓN DE LOS PRIMEROS DESCUBRIMIENTOS DE FRANCISCO PIZARRO Y DIEGO DE ALMAGRO

A diferencia de la expedición de Hernán Cortés a México, la conquista del Perú no tiene la fortuna de ediciones críticas esmeradas como las de Ángel Delgado. Esta carencia se pone de manifiesto en el estudio de los textos de las primeras expediciones de Pizarro y Almagro, período clave para entender el proceso de conquista de la región andina. El recuento de las diversas ediciones sirve también para narrar la evolución de la historiografía crítica en torno a este acontecimiento, que presenta las mismas deficiencias señaladas por Ignacio Arellano para las crónicas de Indias1. Por su importancia histórica, los momentos iniciales de la conquista del Perú deberían contar con ediciones críticas anotadas y amplios estudios introductorios, pero un repaso de las ediciones existentes nos permite ver el verdadero estado de la bibliografía. Entre los problemas principales destacan la ausencia de ediciones en base a manuscritos originales o a copias fiables. Muchas ediciones reproducen erratas de obras anteriores, también aparecen intentos de mejoramiento que introducen nuevos errores y confusiones en la interpretación del texto. Recientemente, Fermín del Pino expresó su preocupación por el descuido de los aspectos filológicos de las crónicas de Indias2. En el caso de las crónicas iniciales de la conquista del Perú, no existe un criterio uniforme de edición, y la mayoría de las ediciones no hacen un análisis filológico del texto. Tampoco el predominio de la aten1

Con el objetivo de lograr una uniformidad en el análisis ecdótico, sigo aquí en lo esencial los criterios de edición propuestos por Arellano, 1999.También deseo consignar mi deuda en este aspecto con los trabajos de Blecua, 1983, Orduna, 2000, pp. 183-200 y Del Pino, 1999. 2 Del Pino 1997.

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ción crítica por el contexto de la época ha encontrado automáticamente su reflejo en la obra, porque el interés por el dato histórico no ha sido capaz de presentar un texto libre de errores. La presencia de lecturas descuidadas incide en la falta de análisis comparados entre el texto base y su comentario crítico, en la escasez de cotejos de variantes y en la falta de un criterio sistemático y uniforme en el tratamiento del texto, en especial, la modernización ortográfica, elemento central en la fijación textual3. La mayoría de las ediciones analizadas practican una política de modernización a capricho y errática, que se traduce en errores de anotación e interpretación reiterados. Otro aspecto afín a la modernización es el de la puntuación y corrección de estilo, afectado por la falta de conocimientos y criterios uniformes. Las anotaciones al texto sufren dos tipos de errores básicos. Errores lingüísticos y errores factuales (históricos). Como recordaba Arellano4, no puede anotarse bien lo que se lee mal porque no se ha hecho una correcta fijación del texto. Consecuencias de la mala fijación del texto es la mala anotación y la mala interpretación. Analizamos a continuación en detalle las siete ediciones principales de la Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro para comprobar el desarrollo de la práctica ecdótica en los inicios de la conquista del Perú.

MADRID, 1844 La primera edición impresa de este texto fue publicada en Madrid en 1844 por Martín Fernández de Navarrete, Miguel Salvá y Pedro Sainz de Baranda, en el tomo V de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España. Los editores reproducen el documento en las páginas 193 a la 201 bajo el título de «Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, sacada del códice número CXX de la Biblioteca Imperial de Viena». El comentario más detenido de la edición de Madrid de 1844 es el de Miguel A. Guérin, quien afirma que esta edición está basada en la copia de Domingo de Iriarte, porque al referirse a dos documentos mexicanos que también aparecen en el mismo libro menciona que se usó la copia de Iriarte. Guérin basa su conclusión en el hecho de que estos dos documentos forman parte del Códice de Viena junto a la relación peruana, infiere entonces que todos proceden de una misma fuente. Hay que aclarar 3 4

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Arellano, 1999, p. 50. Arellano, 1999, p. 67.

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que otros editores de este texto, como Porras, Szászdi y Bravo, no hablan de la posible relación entre la edición de Madrid de 1844 y la copia de Iriarte. La interpretación de Guérin procede de Gayangos, tesis mencionada por Gibson en su introducción a la edición facsimilar del Códice de Viena de 1960. Esta idea sobre la existencia de una copia hecha por Iriarte para el conde de Floridablanca en 1778 fue analizada por Ángel Delgado en su estudio sobre el Códice de Viena que forma parte de la edición de las Cartas de relación de Hernán Cortés. Delgado establece la ubicación actual de la copia de Iriarte en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia5. Por otra parte, llama la atención que contrario al uso de otros capítulos de la edición de Madrid de 1844, donde se menciona la procedencia de las copias utilizadas, en este capítulo la única referencia es al Códice de Viena. En todo caso, el cotejo de la edición de Madrid de 1844 y las ediciones posteriores solo presenta una diferencia significativa en un salto en la línea 33 del primer parágrafo en relación a las ediciones de Porras, Szászdi, Bravo y Guérin. El breve pasaje omitido en la edición de Madrid fue señalado por Szászdi en su cotejo de las ediciones. Este error de copia por omisión no altera en modo significativo la lectura del texto, ni afecta la interpretación del mismo. El error del copista se explica por un salto de línea motivado por una palabra similar en el siguiente renglón. Esta misma palabra se repite dos veces en otro pasaje del texto. El fragmento excluido de la edición de Madrid de 1844 es el siguiente: «E Asy mismo se Avia hallado mucho oro». Aunque Guérin señala que hay más de cien errores en la edición de Madrid de 1844, el mismo editor reconoce que no ha podido cotejar esta edición con la copia de Iriarte. Sus tesis se apoyan en la lectura de la obra de Prescott, pero estos pasajes mencionados son muy escasos para sostener una tesis tan radical. Todavía es necesario un análisis comparado del manuscrito del Códice de Viena y las diferentes copias de la Relación existentes en España. Aunque los criterios de la edición de Madrid de 1844 no aparecen explicados, en el texto que se reproduce hay una modernización de la ortografía y se desarrollan las abreviaturas. El número de anotaciones al texto es de 16, pero sin numeración corrida, es decir, son notas no consecutivas. Un análisis del sistema de anotación de la edición de Madrid de 1844 ofrece el siguiente panorama. La primera característica común a todas las notas es su brevedad, apenas una palabra o frase breve. Pero este laconismo no debe tomarse como un rasgo positivo de concisión, sino una deficiencia de los editores en aclarar el texto. Algunas de la notas en realidad aumentan la confusión por5

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Delgado, 1993, p. 65.

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que presentan errores de lectura o crean mayor dificultad en la interpretación de ciertos pasajes difíciles. En la nota 1, los editores afirman: «Debió decir Castilla del Oro»6. Esta nota pretende corregir el supuesto error del copista en el texto base, cuando en realidad es un error de lectura de los editores. La nota es innecesaria porque el manuscrito del Códice de Viena dice «Castilla del Oro» y en todas las ediciones posteriores así aparece. En la nota 2, la mención de la fecha «1525»7 como aclaración es innecesaria porque anteriormente se refiere el año y la frase objeto de la nota: «en el año de veynte e çinco» se entiende que es en referencia a 1525. La nota 3 es una corrección errónea porque afirma que en el manuscrito aparece la palabra «pasaba»8, que pretende corregir con el vocablo «pesaba», pero en realidad en el texto base dice «pesava», y así aparece en todas las ediciones posteriores consultadas. La nota 4 es una nota aclaratoria: «Así el ms. Querrá decir: pero no hubieron suceso»9. Que funciona como lectura para ampliar el sentido de la frase: «pero no á fecho». Más importante es la sustitución de la palabra «resestieron» en el texto del Códice de Viena por «se fueron», quizá por mala lectura del texto base. En la nota 5 dice: «Falta el nombre en el original»10 para explicar el espacio en blanco delante del apellido «de Bocanegra». Porras es el único que ofrece información adicional sobre este personaje. Esta nota sí está justificada porque aclara un aspecto del texto, pero es muy escueta y no ofrece información adicional. La nota 6 dice: «tal vez avio»11. Sirviendo de supuesta corrección a la palabra: «ario» que la edición de Madrid atribuye erróneamente al texto base, donde se lee: «arreo». Esta palabra ha causado más de un error de lectura. La nota 6 de la edición de Madrid es un ejemplo de anotación deficiente por mala fijación del texto, que produce una mala interpretación del pasaje. La nota 7 dice: «Será aljubas»12. Para corregir la frase «aljulas» en el texto del manuscrito del Códice de Viena. La nota es una corrección acertada de un error ortográfico, pero llama la atención que no ofrezca la definición de la frase. Bravo y Guérin explican en una nota el vocablo. En la nota 8 dice: «Serán calcedonias»13, para enmendar la palabra «cacadonias», que supuestamente 6

Fernández de Navarrete, 1844, p. 193. Ibídem. 8 Ibídem, p. 195. 9 Ibídem. 10 Ibídem, p. 196. 11 Ibídem, p. 197. 12 Ibídem, p. 197. 13 Ibídem, p. 197. 7

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viene en el manuscrito del Códice de Viena. En realidad es un error de fijación textual porque hay una transcripción deficiente del vocablo «caçadonias» según el manuscrito del texto base. Guérin reconoce la frase como «cazadonia» y la explica. En Porras, Bravo y Szászdi viene «caçadonias». La nota 9 dice: «El ms. ó en estandarte»14 para explicar la enmienda al texto del manuscrito, que en la edición de Madrid lee: «...y traian en la una canoa un estandarte»15. La modificación más importante no es la supresión de la «o», sino el cambio del tiempo del verbo traer. Porras resuelve el pasaje con un paréntesis, quizá por mala lectura; mientras que Guérin y Szászdi siguen la lectura del manuscrito de Viena. La nota 10 es otra enmienda al manuscrito. En este caso, la palabra «bulto»16, que aparece como «bolto» en la edición de Madrid de 1844. Porras, Guérin, Bravo y Szászdi dicen «bolto». La nota 11 sirve para explicar la sustitución: «El ms. dice de un mucho desio de oro»17. Por «de un mucho deste de oro» que tampoco soluciona la confusión del texto base, que dice: «de vn mucho de oro de oro». Porras sigue la lectura del manuscrito de Viena. Guérin y Bravo modifican la frase. Szászdi propone otra solución: «de un bulto de un mochuelo de oro». La nota 12 explica: «Quizá: porque tres dias habia»18 como ayuda en la lectura de la expresión: «porque parece que tres dias que tenia noticias de ellos». En el texto base la palabra pareçe aparece con cedilla. La nota 13: «Se ve claramente que los nombres de estos pueblos estan estropeados ó por el autor de la relación ó por los copiantes»19. La nota 14 de la edición de Madrid explica: «Aquí dice el ms. Calangome»20 para aclarar la modificación de «Calangone». Otra vez está el problema de la supresión de la cedilla y la mala lectura de la m por la n, que cambia el texto base. Porras dice: «calangome»; Guérin, «Calangome»; Bravo, «calangome»; Szászdi, «çalangome». La nota 15 de la edición de Madrid afirma: «Será fuego»21 para aclarar la lectura de la voz «huego» que reproduce el texto de la edición de Madrid. Porras, Guérin, Bravo, Szászdi: «huego». La nota 16 de la edición de Madrid concluye: «Juan de Sámanos

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Ibídem, p. 198. Ibídem. Ibídem. Ibídem. Ibídem. Ibídem, p. 200. Ibídem. Ibídem.

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era Secretario de Carlos V»22, y lee mal el apellido Sámano. Ninguna de las ediciones posteriores repite este error de lectura. La edición de Madrid no dice que el autor de la relación fuera Sámano, pero al no aclarar la diferencia entre la grafía de los parágrafos iniciales y el parágrafo final, provocó las atribuciones erróneas a este. Es decir, en este caso la edición no señaló los diferentes tipos de grafía para establecer la autoría del texto, porque la copia que utilizaron posiblemente no ofrecía esta diferencia. La edición de Madrid de 1844 no dice que el autor de la relación sea Sámano o Xerez, la titulación es precisa porque se limita a mencionar el tema central del descubrimiento y nombra a los protagonistas principales del mismo. Los datos sobre la signatura y el lugar del manuscrito corresponden a la época en que fue publicado el libro, en el siglo XIX. En conclusión, la edición de Madrid de 1844 tiene errores de lectura y el texto fijado no es confiable en todas sus partes.

SAVILLE, 1910 La llamada edición de Saville de 1910 es, en realidad, una reproducción de la edición de Madrid de 1844, inserta dentro de la obra The Antiquities of Manabi, Ecuador, del profesor de Arqueología de la Universidad de Columbia Marshall H. Saville, que reproduce este documento como parte de las notas aclaratorias a su libro. Saville cita íntegramente el texto de la edición de Madrid de 1844, incluyendo algunas notas. La relación sirve para apoyar sus tesis sobre el nombre de la región: Parece que todo el país fue llamado Calangane, abarcando el territorio desde Atacames hasta Salangó. En una declaración que aparece en la «Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Almagro», escrita aparentemente en el año 1526, y firmada por Juan de Sámanos, leemos que tres indios que fueron capturados parecieron venir de un lugar y de un pueblo llamado Calangane23.

A continuación, Saville reproduce la edición de Madrid de 1844, pero elimina varias notas (1, 2, 3, 4, y 13), sin ofrecer explicación sobre esta exclusión. El documento viene en las páginas 278-281. En uno de sus trabajos 22 23

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Ibídem. Saville, 1910, p. 28; mi traducción.

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Szászdi24 sostuvo la tesis de que el libro de Saville fue la fuente alternativa de difusión de la Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, pero en realidad este libro tuvo una circulación de 300 ejemplares y constituye hoy en día una rareza bibliográfica. En mi opinión, la importancia del libro de Saville viene dada porque el mismo inaugura una tradición dentro de los estudios andinos, y es la de aceptar la Relación como fuente de información para apoyar las teorías de antropólogos y arqueólogos sobre diferentes aspectos de la región, una tradición presente en las investigaciones actuales de D’Altroy y Newson.

PORRAS, 1937 En 1937, Raúl Porras Barrenechea publica una nueva edición de la Relación. Porras reconstruye la fecha probable del texto, basado en una lectura detenida del documento y de su contexto histórico. Fija la datación en 1527 (contradiciendo a Saville, que propuso 1526). Hace una descripción de la Relación y de su contenido y ofrece, por primera vez, un análisis comparado entre la edición impresa de Madrid de 1844 y el manuscrito del Códice de Viena. Porras fue el primero en rechazar la autoría de Sámano, aduciendo correctamente que este nunca vino al Nuevo Mundo, y propuso una nueva hipótesis de autor, apoyándose en los estudios de Jiménez Placer dedicados a Xerez. Según Porras, el autor de la Relación fue Francisco López de Xerez. Porras fue el primero en destacar la importancia de este documento para el estudio de la conquista del Perú, y fue también el primero en describir el Códice de Viena y en señalar los dos tipos de letras diferentes que hay en el texto. Al analizar los criterios en que se basó la edición de Madrid de 1844, afirma: «la ortografía fue modernizada y se la dotó de una puntuación esmerada, de la que carece el original»25. El criterio de edición de Porras aparece resumido en esta declaración: «sin aspirar a dar una reproducción perfecta se trascribe a continuación el texto de la Relación Sámano-Xerez, tal como ha aparecido a nuestra vista y se agregan dos reproducciones fotográficas de la primera y de la última página de dicho documento»26. El criterio de edición de Porras es modernizar limitadamente el texto, respetando el manuscrito, y usa como apoyo para ello la reproducción fotográfica. Porras encuentra 24 25 26

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Szászdi, 1978. Porras, 1937, p. 63. Ibídem.

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una solución novedosa que combina la modernización de la escritura y la reproducción facsimilar del texto base. La edición de Porras tiene 21 anotaciones en numeración corrida. Hace cotejo de la Relación con las obras de Xerez, Estete, la «Información de servicios» de Nicolás de Ribera el Viejo y las crónicas de Oviedo y de Diego Trujillo. Las anotaciones tienen como objetivo comparar datos con la información que aparece en el texto editado. En la nota 1 compara la fecha de 1525 con los testimonios de Estete: «el año de veintitrés o veinticuatro» y Xerez: «14 de noviembre de 1524»27. En la nota 2 dice Porras que Levante fue el primer nombre geográfico dado al Perú y hace la distinción entre Levante y Poniente (Panamá)28. Pero, como indica Guérin, Porras sigue aquí el error de otros cronistas como Andangoya, Xerez y Zárate. En la nota 3 Porras, rectifica la cifra que ofrece el texto del Códice de Viena: «y asta cient y çinquenta hombres»29, apoyado en la afirmación: «Xerez dice que eran 112 españoles y algunos indios de servicio»30. En la nota 4 explica que este pueblo se llamó «el Cacique de las Piedras»31, basado en los testimonios procedentes de la «Información de servicios» de Nicolás de Ribera el Viejo. Ningún otro editor explica el nombre de este sitio. En la nota 5 compara la referencia al combate en el que Almagro pierde un ojo con la Relación de Xerez y la «Información» de Almagro de 1526, que ofrecen la misma descripción32. En la nota 6 precisa la fecha de llegada al río San Juan, a partir de Xerez, y concluye: «Esto debió ser el 24 de junio de 1525»33. En la nota 7 aclara Porras que Xerez no ofrece el nombre del piloto Bartolomé Ruiz. Porras menciona además a los pilotos marinos Germán Pérez Peñate y el maestre Baltasar34. En la nota 8 Porras anota la posible fecha del descubrimiento de la bahía de San Mateo, el 21 de septiembre de 1526, siguiendo la costumbre marinera de bautizar lugares de acuerdo a la fecha del santoral católico35. También ofrece datos sobre un pasaje incompleto del manuscrito, proponiendo la lectura del nombre de Andrés de Bocanegra a partir de la crónica de Diego de Trujillo36. En la 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36

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nota 9, siguiendo a Xerez, precisa el nombre del lugar límite donde el piloto Ruiz llegó: «hasta el pueblo de Cancebí que es en aquella costa»37. En la nota 10 compara el pasaje con la información de Xerez que habla de seis indios. Porras menciona los nombres de los intérpretes: Martinillo, Felipillo y Francisquillo38. La 10 es una nota interpretativa en la que Porras afirma: «La descripción de la embarcación inkaika contenida en esta crónica es quizás la única que existe proveniente de testigos directos y es una contribución esencial para la historia de la civilización peruana»39. En apoyo de esta afirmación recuerda dos cronistas que también ofrecen descripciones similares: Estete y Oviedo. Las notas 12 y 13 compara otra vez la obra de Xerez40. La nota 14 explica la poca importancia del episodio de la isla del Gallo en Xerez, porque este regresó a Panamá y no participó en esta aventura41. La nota 15 tiene como función explicar el nombre de Calangane42. Aquí comienza otro tipo de anotación que va a insistir en la peruanidad de los hechos (similar a la nota 11). Porras, sin aparente continuidad lógica con el pasaje anotado insiste en el lugar de origen de Felipillo para resaltar su etnia inca. La insistencia en que Felipillo «era de la Puná» o «de Pohechos, cerca de Túmbez», sirve para probar la existencia de un pueblo real (basado en la autoridad de los cronistas), frente a la falta de pruebas sobre la existencia de Calangane, porque el «nombre de Calangane no aparece en otros cronistas», anulando la posible existencia de este pueblo. Es decir, Porras no deja abierta la posibilidad de error, por omisión o desconocimiento de los cronistas. Tampoco insiste Porras en analizar la toponimia del litoral y emplea un tono tajante para cortar toda posible indagación futura sobre este aspecto. La manipulación del discurso en esta nota se cierra con el testimonio del cronista Diego de Trujillo, que sirve de apoyo a las tesis de Porras: «Diego de Trujillo dice que el señor de Túmbez se llamaba Cacalami, lo que bien pudiera favorecer la tesis última»43. En este pasaje es importante destacar que la intervención del editor sustituye la cedilla por la c en el texto base, y elabora un argumento para justificar esta alteración del manuscrito, apelando a la autoridad de un cronista. En este segundo momento, por medio de la manipulación onomástica, crea una nueva toponimia, que trae como resul37 38 39 40 41 42 43

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tado una redefinición de los límites de la zona, porque convierte un territorio de la zona ecuatoriana de la isla de Puná en parte del actual territorio peruano en la zona de Túmbez. En resumen, la operación hermenéutica de Porras sustituye çalangane por calangane y luego, lo convierte en cacalami. Esta manipulación del texto fue criticada fuertemente por Százsdi y motivó sus trabajos de 1978 y 1981. La nota 16 es otra interpretación de Porras que extrapola al presente el texto base para poner de manifiesto el orgullo nacionalista en el que está latente la rivalidad ecuatoriano-peruana, a partir de un lenguaje que resalta la superioridad étnica y geopolítica de los incas. En ese sentido afirma Porras: Esta parece ser la primera información obtenida por los españoles sobre el Imperio Inkaiko y su dominación sobre el actual litoral ecuatoriano. La constatación de la superioridad inkaika sobre los otros pueblos revela el orgullo nacional de los intérpretes que eran, por entonces, los únicos informantes de los españoles44.

En la nota 17 Porras asume como criterio de edición la confusión toponímica, y señala: «no puede ser más abigarrada la colección de nombres de poblaciones indígenas recogida y estropeada por el cronista. Apenas se reconocen los de: Tacámez, Quiximies, Coaque, Picuaza y Amotape»45. Esta nota es un ejemplo del tipo de anotación mencionado por Rico en el que el editor pretende pasar por algo simple un pasaje complejo del texto por medio de una nota que aparenta aclarar, pero que en realidad oculta aún más el sentido del texto46. Szászdi critica esta nota y aclara la toponimia de la zona: Tacámez es Atacames; Quiximies es Cojimíes, Coaque; Picuaza, error de lectura en Porras, corresponde a Pantagua; Amotape es Amataglán47. La nota 18 es otra anotación clave en la lectura de Porras, que afirma: No hay duda de que el cronista se refiere a pueblos inkaicos. La inexactitud para reproducir los nombres geográficos hace imposible identificar los cuatro pueblos sometidos al señor de Calangome o Calangane, aunque es sostenible la presunción de que se trata de Túmbez48.

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Ibídem. Ibídem, p. 68. Arellano, 1991, p. 564. Százsdi, 1978, pp. 543-548. Porras, 1937, p. 68.

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La anotación de Porras pone de manifiesto una contradicción entre la seguridad de la afirmación sobre el cronista y la falta de exactitud de los nombres, que produce la imposibilidad de identificar los topónimos. Porras termina con «una presunción sostenible», que reafirma la lectura de notas anteriores en el sentido de que la zona mencionada en el pasaje se refiere al territorio de Túmbez. La insistencia de Porras en este territorio es porque esta idea sirve de base para crear la tesis sobre la balsa tumbecina. Precisamente, esta tesis es la que motiva el artículo de Szászdi de 1978, donde somete a una revisión crítica las afirmaciones de Porras. La nota 19 es la única anotación filológica de Porras que rectifica la edición de Madrid de 1844 sustituyendo «hortalizas» por «fortalezas». En la reimpresión limeña de 1967 se sustituye «fortalezas» por «hortalizas», pero no se explica el cambio. La nota 20 afirma que el templo es el de Pachacámac. Szászdi49 y Bravo50 niegan esta afirmación por considerarla errónea. La nota 21 relaciona el texto con la carta de Pedrarias de abril de 1525; por lo tanto, es la única edición que sitúa el documento en una relación intertextual51. Las conclusiones principales de la edición de Porras son la acuñación del nombre de relación Sámano-Xerez, por la atribución de autoría a Xerez. El segundo elemento importante es la manipulación topográfica de la zona para presentar la balsa procedente de Túmbez y por lo tanto de origen incaico. Porras es también el que desarrolla la idea de la balsa tumbecina.

GRAZ (AUSTRIA), 1960 Esta es la única edición facsimilar de la Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Aparece inserta en los folios 225 recto a 227 recto dentro del Códice de Viena, junto a los documentos cortesianos. La edición va precedida de un estudio introductorio y extensa bibliografía de Charles Gibson, y una descripción codicológica de Franz Unterkircher en la que estudia la encuadernación, el papel, la filigrana, los tipos de letras y la foliación del manuscrito, entre otros aspectos. Recientemente Ángel Delgado hizo un análisis de la edición austríaca como parte de su estudio sobre los textos cortesianos52. La edición facsi49 50 51 52

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Szászdi, 1978, p. 550. Bravo, 1985, p. 183. Porras, 1937, p. 68. Delgado, 1993, pp. 64-68.

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milar de Graz fue utilizada como texto base por Szászdi y Guérin en la preparación de sus respectivas ediciones.

SZÁSZDI, 1981 En 1981 Ádám Szászdi publica una edición paleográfica anotada de la Relación de los primeros descubrimientos. El historiador ecuatoriano comienza su análisis explicando las razones que motivan la edición, entre ellas, recuerda su artículo de 1978 que hizo una revisión crítica de las ideas de Porras sobre la embarcación indígena mencionada en la Relación de Sámano. De acuerdo a Szászdi, la atribución de la autoría a Xerez por parte de Porras fue errónea y reitera la tesis de 1978, que propuso como autor de la Relación a Gonzalo Fernández de Oviedo. Szászdi hace un relato de cómo consiguió ubicar el texto a partir de la edición facsimilar del Códice de Viena de 1960. En este sentido, sigue la introducción de Gibson y rechaza la tesis de Gayangos sobre la compilación del Códice de Viena. Pero el objetivo principal de Szászdi es desacreditar la edición de Porras desde el inicio y para ello acude a una estrategia que tiene tres partes. En primer lugar, el cuestionamiento de la ubicación física del texto, incluyendo la signatura mencionada por Porras. En este aspecto, Szászdi alude a la introducción de Gibson, pero no hay nada en la misma que señale un error por parte de Porras. Sencillamente, el cambio en la signatura ocurrió después de 1937. En segundo lugar, la imputación de que Porras basó sus ideas en informaciones tomadas de un documento en alemán, una lengua que —según Szászdi—Porras no dominaba bien, confunde el manuscrito y la edición facsimilar del Códice de Viena de 1960, ya que se refiere al estudio de Franz Unterkircher que contiene la descripción codicológica del manuscrito. La lectura que hizo Porras en 1937 fue una lectura directa del manuscrito original en la Biblioteca de Viena, y no de la edición facsimilar de 1960 donde aparece el estudio de Unterkircher. Para la lectura directa del manuscrito, Porras no tuvo necesidad de consultar ningún otro documento en alemán, sencillamente porque en esa época no existía. Prueba irrefutable del conocimiento directo del manuscrito por parte de Porras son las dos fotografías de la primera y la última páginas de la Relación que aparecen como apéndices en la edición de 1937. El tercer punto de la crítica de Szászdi intenta poner en duda la edición de Porras porque «no se trata de una transcripción independiente, sino de una confrontación y corrección parcial de la versión

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impresa en 1844 con el manuscrito»53. Este aspecto de la crítica es más complejo porque resume el criterio de edición del autor, y los límites de la interpretación del texto. Para Szászdi, el único tipo de edición aceptable es la transcripción paleográfica exacta que implica el mantenimiento absoluto de grafías. Es decir, Szászdi defiende la opción conservadora de mantener la fidelidad total del texto, y su lectura es un ejemplo de este tipo de práctica ecdótica. Szászdi resume los criterios de edición: La transcripción paleográfica que sigue intenta guardar la mayor fidelidad posible, en cuanto lo permiten los elementos tipográficos corrientes. Es así que dispongo entre i, y, j, aunque de hecho hay tres formas distintas de la i: la corriente, una que parece y, más otra que tiene aspecto de j. En cambio, la j es un trazo vertical de tres niveles. También hay tres formas distintas de la letra s, que no las diferencio tampoco por la falta de los elementos tipográficos necesarios. Como en la letra cursiva moderna, la u y la n son casi siempre indistinguibles, y la m aumenta el problema. El amanuense emplea a menudo rasgos horizontales sobre las u y las m, al parecer para facilitar la lectura. Pero tratándose de palabras en castellano, para fines prácticos el problema es casi inexistente. La A mayúscula corresponde a una de las dos grafías de esa letra; lo mismo en el caso de la letra e-E. El criterio que empleo para diferenciar la v de la b, es que se inclina hacia adelante o termina en gancho hacia la derecha54.

La edición de Szászdi es un ejemplo de la subversión de valores señalada por Arellano cuando el editor considera el texto un monumento y no un documento de trabajo55. Pero la sacralización de Szászdi reconoce en última instancia las limitaciones de esta práctica ecdótica y la imposibilidad de reproducir con fidelidad todos los tipos de imprenta antiguos. También acepta Szászdi la confusión inevitable en una edición paleográfica absoluta por la diversidad de tipos de imprenta utilizados y por el desconocimiento del lector moderno. Otro aspecto que hace imposible una práctica ecdótica como la de Szászdi es la casuística de cada texto, que demanda tipos de letras diferentes, frente a la uniformidad de un criterio generalizado. El propio Szászdi admite que la mayoría de estos criterios son imposibles de implementar. El modelo ecdótico de Szászdi trae como resultado una edición difícil de leer, anotar e interpretar. En mi opinión la contradicción mayor de la edición de Szászdi es la ausencia de anotaciones históricas, filológicas 53 54 55

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Szászdi, 1981, p. 132. Ibídem. Arellano, 1991, p. 575.

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y culturales, que sustituye por 83 glosas que hacen un cotejo de las variantes textuales en las ediciones de Madrid de 1844 y Porras, por lo que, en rigor, son anotaciones de variantes textuales, con una prolijidad excesiva de llamadas en el texto que entorpecen la lectura. Es de lamentar que Szászdi no adopte como criterio de edición en las anotaciones la información sobre los topónimos costeros ecuatorianos propuesta en 1978, y que es, en mi opinión, uno de los avances más importantes en el estudio de este texto.

BRAVO, 1985 En 1985, Concepción Bravo Guerreira publica en la colección «Crónicas de América», de la editorial Historia 16 de Madrid, una nueva edición de la Verdadera relación de la conquista del Perú, de Francisco de Xerez, y como apéndice, la Relación Sámano en las páginas 175-18456. Entre las características más importantes de esta edición podemos mencionar la fijación del texto base, que es el mismo utilizado por Porras, pero que introduce cambios sustanciales, entre ellos, modifica la puntuación de la edición de Porras. La edición de Bravo tiene 41 notas que combinan anotaciones filológicas, históricas, culturales y científicas, por lo que es la edición con el criterio más amplio de anotación y la única que puede llamarse verdaderamente crítica, porque estudia y compara todas las ediciones anteriores, sin excluir ninguna. Bravo analiza las ediciones de Madrid de 1844, Saville, 1910, Porras, 1937 y Szászdi, 1981. El resultado de este método de edición incluyente permite la armonización de las mejores variantes editoriales y la solución de los pasajes de mayor dificultad en el texto. Es decir, a partir de esta edición se adopta un criterio de uniformidad en la transcripción y modernización de la puntuación del texto. Pero, en mi opinión, el mayor logro de esta edición es la solución a los problemas principales de interpretación del texto planteados a partir de las fuertes críticas de Szászdi y Porras. En este aspecto, Bravo supo armonizar los aportes más significativos de ambas partes, y con un criterio amplio de inclusión tomó los elementos más valiosos de ambas ediciones. Esto explica por ejemplo, la solución adoptada por Bravo en la fijación del texto base de su edición. Aquí el criterio de selección fue la claridad. La editora tenía dos posibilidades de trabajo: adoptar el texto de la edición de Porras, fácil de seguir, pero que contiene algunos errores de lectura por mala comprensión del manuscrito; o aceptar la transcripción paleográfica 56

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Bravo 1985, pp. 175-184.

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de Szászdi, depurada de errores de transcripción, pero de difícil lectura por ser una reproducción extrema del texto, con oraciones interrumpidas, frases abreviadas y otros símbolos oscuros que reproducen incluso las erratas originales y los lapsus calamis del copista. Entre estas dos posibilidades, Bravo usa como texto base la edición de Porras, pero modificada a partir del conocimiento de la edición de Szászdi. El resultado es un texto de lectura segura, fácil de comprender y en el que los errores anteriores han sido salvados con un aparato de anotación más amplio. Así, una de las modificaciones más importantes adoptadas por Bravo fue el esclarecimiento del pasaje sobre los topónimos costeros, donde sigue el criterio de las investigaciones de Szászdi sobre la toponimia de la costa ecuatoriana. La edición de Bravo presenta cambios importantes en la atribución de la autoría del texto. Siguiendo un artículo pionero de 1976, donde propuso por primera vez esta idea, Bravo compara la edición de la Verdadera relación de la conquista del Perú, de Francisco López de Xerez, con la Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, y sostiene que el autor de ambos textos no es la misma persona. Bravo rectifica así la propuesta de Porras, que atribuyó a Xerez la autoría de la Relación. Basada en un cotejo detenido de ambos textos, en informaciones sobre la época y vida de Xerez, y en un cuidadoso estudio del contexto histórico de los primeros viajes de Pizarro. Bravo ofrece conclusiones seguras que permiten descartar la autoría de Xerez, no sólo por discrepancias de estilo, sino por diferentes maneras de interpretar los hechos narrados57. También rechaza Bravo la pretendida autoría de Gonzalo Fernández de Oviedo, propuesta por Szászdi, en base a una supuesta reescritura conjunta de una protorrelación. La tesis de Bravo, que rechaza la autoría de Oviedo en base al estilo del documento, es acertada por la objetividad en el análisis. En sustitución de los dos nombres tradicionalmente mencionados como autores de la Relación, Sámano y Xerez, Bravo propone una nueva teoría de autoría que constituye una lectura verdaderamente innovadora del texto. Así, citando pasajes precisos de este documento, Bravo afirma: El autor anónimo del original de las breves páginas que presentamos al lector, nos pareció que debía ser uno de los marineros de la tripulación del pequeño navío en que se embarcaron Ruiz y Solo los marineros y agua para que pudiera hacer más a la mar y tirar por allí adelante. Las descripciones que se hacen sobre las características de las embarcaciones y, sobre todo, la calidad de hombres 57

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Ibídem, p. 169.

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de tierra, o de marineros, de los componentes de la expedición son insistentes... También la forma de precisar el límite del viaje de Ruiz, tres grados y medio, perdido al Norte, parece propia de un maestre o marinero58 .

Esta nueva atribución de autoría cambia todas las interpretaciones anteriores, y llama la atención sobre la necesidad de nuevos estudios que presten atención a este asunto. Una cuestión pendiente es la de la denominación del texto, que no puede seguir llamándose Relación Sámano-Xerez, aunque tampoco me parece acertado llamarlo Relación Sámano, como propone Bravo, siguiendo a Szászdi, porque llamar a la Relación por el nombre de una persona que no es su autor mantiene la confusión. En mi opinión, hasta que no se identifique al autor es mejor denominar al texto por su contenido, es decir, Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, porque fue bajo este título como se publicó por primera vez en la edición de Madrid de 1844.

GUÉRIN, 1987 En 1987 aparece en la editorial Plus Ultra de Buenos Aires el libro Crónicas iniciales de la conquista del Perú, edición a cargo de Alberto M. Salas, Miguel A. Guérin y José Luis Moure. En una «Advertencia» firmada por Salas se explican los criterios de edición, entre ellos, el criterio de transcripción que propone la actualización de la ortografía, puntuación y acentuación, y el desarrollo de las abreviaturas. También explica las siglas, símbolos y abreviaturas en el texto y en las notas textuales y léxicas. Dentro de ese libro aparece, entre las páginas 37 a la 63, la Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro (Codex Vindobonensis S. N. 1600), texto preparado por Miguel Alberto Guérin. Las principales tesis de la edición de Guérin aparecen resumidas en la introducción, compuesta por tres puntos principales: el estudio del códice, el cotejo de las ediciones anteriores y la autoría del texto. En el comentario del manuscrito explica brevemente la ubicación del mismo dentro del Códice de Viena, describe su estructura y el contenido del texto, el tipo de letra y la diferencia entre la grafía del texto y la nota posterior de Sámano. Pasa a explicar la importancia del Códice de Viena para la historia de los viajes de descubrimiento cortesianos y relata el proceso de copias del manuscrito desde la de Iriarte 58

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Ibídem., pp. 170-71.

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en 1778, y sus posibles ramificaciones en la Biblioteca Real de Madrid y en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, pero no hace un cotejo directo de estos manuscritos. La explicación sobre la existencia de las copias españolas es un punto importante en la introducción de Guérin, porque en sus comentarios está implícita la idea de que la edición de Madrid de 1844 está basada en la copia de Iriarte y no en el Códice de Viena. Por eso afirma que la primera edición tomada directamente del Códice de Viena es la realizada por Porras en 1937. Guérin comienza su análisis con el cotejo de las ediciones anteriores, pero solo menciona cuatro: la de Madrid de 1844, la de Porras de 1937, las de Lima de 1967 (una reproducción de Porras 1937), y la de Lima de 1968, que es una reimpresión de la edición limeña de 1967. Guérin aclara que las ediciones de 1967 y 1968 son en realidad reproducciones de ediciones anteriores, por lo que en propiedad son reimpresiones. Guérin es el primero en resaltar la importancia de la edición de Porras porque fue basada en una lectura directa del manuscrito del Códice de Viena, pero critica algunos aspectos de la misma, en especial el desarrollo de las abreviaturas, omisiones y errores de lectura59. Llama la atención en este cotejo la confusión en la cantidad de notas, 21 en la edición de Porras por las 15 de la edición de Madrid de 1844. Pero el aspecto más llamativo de la introducción es la ausencia de referencias a las ediciones de Saville de 1910, de Szászdi de 1981 y de Bravo de 1985. La omisión de estas dos últimas es de lamentar, porque ambas representan cambios importantes en la ecdótica y en la historiografía crítica de la Relación de los primeros descubrimientos. La edición de Szászdi es particularmente valiosa, pues es la primera revisión crítica detenida de la edición de Porras. El silencio de Guérin asume un matiz difícil de entender, porque él sigue la mayoría de los criterios de Porras, y cuando sus conclusiones se apartan de este en varios puntos importantes, coincide con los aspectos objetados anteriormente por Szászdi en sus trabajos de 1978 y 1981. Al no responder directamente a las ediciones de Szászdi y Bravo, Guérin desaprovecha la oportunidad de avanzar más en el campo de la ecdótica y del discurso crítico. Quizá evitando el tono de confrontación que demanda una respuesta coherente a las acusaciones de Szászdi, Guérin prefiere el silencio y una hábil respuesta retórica, que asume la forma de una edición filológica. Esta anotación pasa por alto los pasajes más difíciles del texto, y es especialmente significativa la ausencia de notas en los parágrafos de los topónimos y nombres indígenas, que demandan la intervención editorial. 59

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Guérin, 1987, p. 42.

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Debo insistir en este aspecto porque es en torno a los topónimos costeros como Szászdi construye el argumento central de su tesis sobre el origen salangués de los balseros encontrados por la expedición de Ruiz. Cabe entonces la pregunta de por qué el silencio ante una intervención editorial de esta magnitud. Antes de responder es necesario explicar el plan de la edición de Guérin. Para ello hay que comenzar con el análisis del criterio de edición empleado, que el mismo crítico presenta a los lectores en una serie de puntos. El primer elemento que Guérin reconoce es la falta de cotejo de las diferentes copias manuscritas existentes con el manuscrito del Códice de Viena. Este aspecto, por ejemplo, pone en duda cualquier enjuiciamiento crítico de la edición de Madrid de 1844. Sobre este punto Guérin desarrolla su hermenéutica ecdótica en base a una lectura de la obra de Prescott para probar los errores de copia de la edición madrileña, pero reconoce la necesidad de un cotejo directo entre esta edición y la copia de Iriarte y sus versiones posteriores depositadas en la Biblioteca Real y en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. El aspecto positivo de las ideas de Guérin en este sentido es el de trazar con claridad un itinerario ecdótico, que comienza en el Códice de Viena y el cotejo de las copias, para después poder valorar la autenticidad y calidad de las ediciones posteriores. El planteo de la tesis es un paso adelante en el estudio de las ediciones del texto porque hace más riguroso el proceso de cotejo de los manuscritos. La fijación del texto de Guérin se hace en base a la edición facsimilar del Códice de Viena de 1960, criterio seguido desde la edición de Porras de 1937, aunque la diferencia básica en relación a Porras es la lectura directa del Códice en la Biblioteca de Viena. La edición paleográfica de Szászdi está hecha en base a la copia facsimilar de la edición de 1960, al igual que la de Guérin. Es necesario insistir en la necesidad de preparar una edición anotada que tenga como texto base el manuscrito directo y no solamente sus reproducciones facsimilares.Vale la pena apuntar que el desarrollo de las técnicas digitales de reprografía permite actualizar la reproducción facsimilar de 1960. Es decir, las ediciones posteriores a Guérin tienen como tarea imprescindible volver a leer el manuscrito directamente y reproducirlo con la calidad de las nuevas tecnologías. El siguiente punto de la introducción de Guérin trata sobre la autoría del texto. El editor rechaza la propuesta de Porras sobre la autoría de Francisco López de Xerez, y basa sus ideas en una lectura detenida de la Relación de los primeros descubrimientos. Comienza el análisis con una división de la estructura del texto en una introducción y cuatro partes, que responde a los siete parágrafos de este escrito. Aquí, de nuevo es importante consig-

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nar la falta de referencia a estudios anteriores de Bravo (1976) y Szászdi (1978) dedicados al tema de la autoría de la Relación. Dos años después del artículo de Bravo en el Anuario de Estudios Americanos, Szászdi publica en la misma revista un extenso trabajo dedicado a varios aspectos de la Relación de los primeros descubrimientos, entre ellos, el del presunto autor del texto. Las propuestas de Bravo y Szászdi tienen en común el rechazo de Xerez como autor de la Relación, tema en el que también concuerda Guérin. Pero a diferencia de Szászdi, que propone a Gonzalo Fernández de Oviedo, Guérin coincide con Bravo en que el posible autor fue Bartolomé Ruiz o un marinero que participó en la expedición de Ruiz, y ofrece detalles en defensa de su tesis apoyado en el vocabulario del texto y en ciertas expresiones y forma de pensar que denotan un conocimiento de navegación en el autor de la Relación. Después de la introducción, Guérin inicia la anotación textual por medio de un detallado aparato de crítica filológica, que se explica al lector en una serie de notas introductorias al libro. La edición concentra las explicaciones en el aspecto lingüístico y literario, y excluye otras explicaciones al texto. A diferencia de las ediciones de Porras, Szászdi y Bravo, no aparecen anotaciones de otras disciplinas y son especialmente de lamentar las ausencias de notas históricas, etnográficas y antropológicas, imprescindibles en un texto que habla del encuentro de culturas y de los primeros intercambios entre europeos e indígenas andinos. La lectura del modelo de anotación de Guérin me permitió entender la inseparable conexión que existe entre nuestra anotación y nuestra interpretación del texto. Guérin hace su edición después de otras ediciones anteriores con las que está en desacuerdo. Su oposición a los postulados ecdóticos de Szászdi y Bravo son parte inseparables del proceso de anotación. El silencio de Guérin expresa la marca de su desacuerdo y la presencia de las ediciones anteriores con sus anotaciones e interpretaciones respectivas, porque al editar es imposible separar el texto base del discurso crítico de los editores precedentes. En el espacio de la página dedicado a las notas se establecen dos tipos de enfrentamientos, la batalla contra el texto que anotamos con sus dificultades, pasajes oscuros, lecturas posibles, lagunas, errores de los copistas y otra batalla, una veces abierta como la de Szászdi contra Porras, y otra secreta y silenciosa como la de Guérin contra Szászdi. Es cierto que cada editor desea aportar algo nuevo, corregir a sus predecesores, y en ese sentido Guérin no es una excepción. La enorme cantidad de notas filológicas ampliamente comentadas y referidas en detalle es impresionante por su extensión y erudición. Su

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número, 81, frente a las 83 glosas de variantes textuales de Szászdi es una coincidencia irónica o una muestra de ansiedad editorial. El estudio de la teoría y práctica ecdótica de la Relación de los primeros descubrimientos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro permite proponer, a manera de conclusión, que las ediciones futuras adopten como criterio uniforme la anotación interdisciplinar, porque no hay otra manera de explicarnos los textos americanos si no es a partir de lecturas interdisciplinares que ofrezcan mayor iluminación de los procesos de intercambios culturales. Los textos americanos, por su estilo y contenido, son textos complejos que demandan más de un punto de vista en su análisis e interpretación. Es precisamente en la interpretación del texto donde encuentro mayores reparos a las ediciones que privilegian la solución de un modelo hermenéutico. Quiero ser explícito en este aspecto para evitar confusiones. La tesis que sostengo aquí es la anotación cultural amplia, que integre, junto a las lecturas filológicas imprescindibles, otros modelos de interpretación. De lo que se trata entonces es de incluir y no de excluir ninguna disciplina. Es cierto que una edición de esta magnitud escapa a la competencia de un especialista, pero la colaboración entre expertos de disciplinas diferentes forma parte de una nueva mentalidad de trabajo, y quizá sea el único antídoto contra los excesos de la especialización y nuestras propias limitaciones profesionales.

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POESÍA Y DESCUBRIMIENTO: LOS TERRITORIOS DE LA ÉPICA EN LA CONQUISTA DEL PERÚ

Es un lugar común en los estudios sobre la poesía épica del Siglo de Oro establecer el nacimiento del género a partir del debate teórico creado por el «descubrimiento» de la Poética de Aristóteles. Pero este loci en la historiografía literaria no toma en cuenta otros aspectos importantes, entre ellos, la composición de poesía épica anterior a este acontecimiento. Es necesario distinguir entre la extensa historia de traducciones y ediciones de la Poética, que comienzan a finales de la Edad Media, y culminan en 1508, fecha de la edición de Aldo Manuzio, y el debate crítico, a partir de 1548, que inician los comentarios de Robortello, y que renovaron la historia del género épico y ejercieron una influencia más allá de su época y de Italia. Los ecos del debate neoaristotélico acuñaron una imagen en la historiografía literaria, que llega hasta el siglo XX, en la que se privilegia la importancia del discurso teórico sobre la obra creativa. Un ejemplo de las consecuencias de este debate aparece en el estudio clásico de Frank Pierce, La poesía épica del Siglo de Oro, que establece una periodización de los poemas épicos desde la Christo Pathia de Juan de Quirós (1552), y la historia crítica del género desde el Arte poética en romance castellano de Miguel Sánchez de Lima (Alcalá de Henares, 1580)1, cuando existieron otros importantes tratados anteriores a esa fecha, entre los que podemos mencionar In artem poeticam Horatij [...] breuis diluicidato de El Brocense (Salamanca, 1558) y De Oratione de Antonio Lulio, aparecido antes de 15542, e incluso tratados más antiguos, como la Veritas fucata, sive de licentia poetica de Luis Vives (1523), junto a otros textos perdidos3. 1 2 3

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Pierce, 1968, pp. 32 y 329. García Berrio, 1980, pp. 26-28. Kohut, 1973, pp. 16-19.

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La consecuencia más importante de esta deformación en el discurso crítico es que terminó por imponerse en los estudios sobre el género épico una visión parasitaria del mismo que lo presenta como apéndice del debate posaristotélico, promoviendo la idea de que no existen poemas épicos anteriores a 1550 porque solo se tienen en cuenta obras que respondan a las normas establecidas a partir del debate entre los críticos neoaristotélicos italianos. Pero esta visión reduccionista también pasa por alto la historia de las recepciones críticas anteriores de la Poética, al excluir importantes comentarios como los de Vida en 1527. La fórmula «sin poéticas no hay poetas» parece ejercer un influjo deformador a la hora de elaborar una historia del género. Es necesario reiterar que, en el aparente vacío doctrinal existente antes de la recuperación de la Poética, existe un conjunto destacado de obras y tratados que divulgaron las ideas poéticas desde la tradición clásica (Horacio, Cicerón, Quintiliano) y medieval, entre los que vale mencionar las Etimologías de San Isidoro, a partir de la cual «la distinción historia-poesía siguió basándose durante mucho tiempo»4 y pasó a las obras de Dante, Boccaccio, Petrarca y otros autores europeos. A esta tradición de difusión hay que agregar la propia práctica de los autores españoles, ejemplificada por el Arte de trovar de Enrique de Villena, la Gaya ciencia de Guillén de Segovia, el «Prólogo» al Cancionero de Juan Alfonso de Baena (1445), el Prohemio del Marqués de Santillana (1446-1449), y el Arte de poesía de Juan del Encina (1496)5. Por otra parte, se olvida que en la creación de las normas del género épico, un lugar esencial corresponde a la influencia de los modelos clásicos y sus traducciones, comentarios e interpretaciones que se originan a partir de la Edad Media, con las glosas a la Eneida de Enrique de Villena entre 1427 y 14286 y la primera versión castellana de la Ilíada solicitada por el Marqués de Santillana (ca. 1446-1452)7, seguidas de las traducciones de la Ilíada de Juan de Mena en 1519, de la Eneida por Francisco de las Natas en 1528 y de la Farsalia por Martín Lasso de Oropesa hacia 1530, entre otras. Aunque es necesario aclarar que la difusión de estas traducciones no siempre fue amplia y que algunas de estas obras no fueron conocidas en su momento. A este panorama de historia literaria hay que sumar la producción poética española desde el siglo XIV, época en que comienzan a aparecer en España 4 5 6 7

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Serés, 1997, p. 63. López Estrada, 1983, pp. 11-14. Cátedra, 1989-1990. Serés, 1997, p. 18.

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crónicas particulares rimadas que usan como estructura métrica la copla de arte mayor. Esta poesía narrativa heroica, nombrada «nueva épica» por Alan Deyermond y Mercedes Vaquero, tiene diferencias importantes con la épica medieval anterior, entre ellas, el uso de la copla de arte mayor como reacción a la cuaderna vía, y la historicidad cercana frente a la poesía que celebraba acontecimientos lejanos8. Un ejemplo importante de este tipo de obra es el Poema de Alfonso XI de Rodrigo Yáñez, compuesto en 1348, y que es una crónica rimada dedicada a celebrar las actividades bélicas de la Reconquista desde la exaltación de un presente histórico9. Esta nueva tradición poética, denominada por Pedro M. Cátedra «historiografía en verso», dentro de la que incluye «poemas históricos y crónicas rimadas», pone de manifiesto la permeabilidad de un género mixto, que cuenta entre sus antepasados más destacados a la Farsalia de Lucano. A esta nueva modalidad poética pertenecen obras como las desaparecidas Crónica rimada de Hernando de Ribera y Coplas de la batalla de la vega de Antequera de Juan Galindo, a las que se suman un extenso corpus que comprende otras piezas conservadas como el Cancionero de Pedro Marcuello, el Panegírico en alabanza de la reyna Isabel de Diego Guillén de Ávila (1499), la Obra compuesta para el Arzobispo Carrillo por Pero Guillén de Segovia, las Excelencias de la reina doña Isabel de Pedro de Gracia Dei, los Doce triunfos de los doce apóstoles de Juan de Padilla, El laberinto del Marqués de Cádiz (1493), la Práctica de las virtudes de los buenos reyes d’España en coplas de arte mayor de Francisco de Castilla (1517), la Vida rimada de Fernán González de Gonzalo de Arredondo y la Consolatoria de Castilla de Juan Barba de 1493, la Ystorias de la divinal vitoria y nueva adquisicion de la muy insigne cibdad de Oran de Martín de Herrera (ha. 1511) y la Historia Partenopea de Alonso Hernández (1512)10.También forman parte de este corpus el Vergel de nobles de los linajes de España y la Genealogía y blasón de los reyes de Castilla, ambas de Pedro de Gracia Dei, y Las siete edades del mundo de Pablo de Santa María11. Todas estas obras tienen en común «el problema de la indefinición de los fines mismos de la historia en verso»12, que se mantiene como dificultad teórica insoluble hasta bien avanzado el siglo XVI. Esta confusión también se extenderá a los escritos sobre el Nuevo Mundo.

8 Vaquero, 1985, pp. 45-63; Deyermond, 1986, pp.161-193. Alvar y Gómez Moreno, 1988. 9 Vaquero, 1988, pp. 581-593. 10 Cátedra, 1989; Conde, 1995, pp. 47-59. 11 Conde, 1999. 12 Cátedra, 1989, p. 128.

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Es dentro de este amplio contexto donde debe leerse la nueva producción poética escrita a partir del descubrimiento y conquista de América, porque los poemas de tema americano no surgen de un vacío en la tradición ni aparecen de manera espontánea por inspiración de sus autores13. Estos poemas forman parte de una rica tradición literaria proveniente del encuentro entre las crónicas rimadas, la épica medieval y otras formas poéticas. Es necesario matizar que la reacción ante la naturaleza y los habitantes americanos ejercieron una huella profunda en los poemas y escritos de los conquistadores, y en este punto de intercambio entre tradición y novedad comienza a escribirse la nueva poesía épica americana. Este panorama explica la existencia de la Relaçión de la conquista y descubrimiento que hizo el Marqués don Francisco Piçarro en demanda de las provincias y rreynos que agora llamamos Nueva Castilla; dirigida al muy magnífico senor Juan Vázquez de Molina, secretario de la enperatriz y rreina, nuestra señora, y de su consejo (ha. 1538), poema anónimo inconcluso de 2.264 versos, dividido en dos partes, y 283 octavas de arte mayor. La primera parte tiene 209 octavas y la segunda, 74, encabezadas cada una por un argumento en prosa que resume la misma14. Hasta hoy es el primer poema épico conocido sobre las expediciones marítimas de Francisco Pizarro desde diciembre de 1524 hasta el encuentro con Atahualpa en Cajamarca en noviembre de 1532, y es el texto que ofrece la descripción más detallada de los viajes marítimos del conquistador extremeño en los umbrales de la conquista andina. El manuscrito del poema está en la Biblioteca de Viena y es una copia del manuscrito original perdido. El códice, encuadernado en pergamino, consta de 76 folios, y tiene la signatura W5283, que corresponde a Hugo Blocio, bibliotecario del emperador Fernando I, quien en 1576 dejó terminado el primer catálogo de la Biblioteca Imperial de Viena15. En 1848 Sprecher de Bernegg hace la primera edición del poema. Este había desaparecido en el siglo XVI y posteriormente fue hallado por el citado librero de Lyon, Sprecher de Bernegg, ya en el siglo XIX. Sprecher cuenta, a modo de relato de fantasmas, en la introducción a su edición de la obra, cómo encontró el manuscrito. La ausencia de una edición impresa del poema se relata en un tono confidencial, como si fuera un secreto a compartir entre unos pocos iniciados. El misterio del hallazgo fortuito presenta a los lectores el manuscrito del poema que regresa desde los anaqueles de la biblioteca. 13 14 15

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Rico, 1990, p. 275. Morton, 1963; Nieto, 1992 y 1993. Nieto, 1992, p. 96.

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Así pues, la primera edición la realizó Johann Andreas Sprecher de Bernegg en 1848; la segunda, F. Rand Morton en 1963; la tercera, Ádám Szászdi en 1981; la cuarta, Miguel Nieto Nuño en 1993 y la más reciente, Óscar Coello en 2001. La edición de Sprecher de Bernegg cambia las 283 octavas de arte mayor que originalmente tenía el poema y divide la primera parte en cinco cantos y la segunda en tres para convertirlo en una epopeya renacentista. Bernegg también modificó el título del manuscrito por el de La conquista de la Nueva Castilla. Por otro lado, cada canto apócrifo va precedido de un breve resumen del argumento elaborado por el propio Sprecher de Bernegg, mientras que las estrofas van numeradas y la ortografía se moderniza de acuerdo a los criterios del siglo XIX. Un análisis detenido de la edición de Sprecher de Bernegg muestra las siguientes características. El editor francés cambia la estructura del poema, que originalmente tenía 283 octavas de arte mayor, y que estaba dividido en dos partes (I-CCIX y CCX-CCLXXXIII). Convierte así el poema en una epopeya renacentista, ya que divide la primera parte en cinco cantos y la segunda, en tres. Bernegg también modifica el título del manuscrito por el de La conquista de la Nueva Castilla, además de agregar un subtítulo, Poema eroico, para orientar la lectura de la obra siguiendo las convenciones del canon de la epopeya renacentista. Este falso título representa la primera adulteración del texto. Por otro lado, cada canto apócrifo va precedido de un breve resumen del argumento elaborado por Bernegg, mientras que las estrofas van numeradas y la ortografía se moderniza de acuerdo a los criterios del siglo XIX. Esta primera edición incluye anotaciones históricas y tablas de contenido, cuyo efecto es aumentar la confusión en el lector al presentar la obra fuera de su contexto cultural. El editor incluye en sus notas unos comentarios anacrónicos que transforman el poema en un ejemplo apócrifo de la épica renacentista. El resultado de esta labor editorial es la creación de un texto falsificado, pues el poema editado no tiene nada que ver con el manuscrito original. La edición de Sprecher de Bernegg no establece un criterio uniforme de edición y no lleva a cabo un análisis filológico del texto. La lectura descuidada del editor se pone de manifiesto en la ausencia de análisis comparados entre el texto base y su comentario crítico y en la falta de un criterio sistemático en el tratamiento del poema, en especial en lo que concierne a la modernización ortográfica, elemento central en la fijación del texto16. La edición de Bernegg se caracteriza por una modernización errática, que se 16

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Arellano, 1999, p. 50.

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hace evidente en los errores de puntuación y en la corrección de estilo, ya que abundan las «estrofas incompletas, versos truncos, enmiendas desafortunadas, disparates léxicos, y relaciones ilógicas»17. Esta incorrecta fijación textual provoca una lectura errónea, pues no es posible anotar bien lo que se ha leído mal18. La consecuencia inmediata es la tergiversación en la lectura del texto, la cual se puede apreciar en los errores en que incurren los estudios críticos que basan sus análisis en esta edición. Por ejemplo, en 1849 George Ticknor, en su Historia de la literatura española, afirma: «este es un poema narrativo corto, en doscientas ochenta y tres octavas [...] y que parece haber sido editado con poco cuidado. Pero no se merece más que esto, porque no tiene ningún valor; ya que no podemos suponer nada mejor de algo escrito por uno de los rudos seguidores de Pizarro»19; y posteriormente, Marcelino Menéndez y Pelayo, en su Historia de la poesía hispanoamericana, más cauto en sus comentarios críticos, declara: «Se ve que el autor quiso hacer los versos endecasílabos, pero hay muchos de doce y diez sílabas, o por impericia suya, o por descuido del copista, o por ignorancia del editor francés»20. Por otra parte, este libro de 211 páginas es hoy en día una rareza bibliográfica, pues solo existen copias conocidos en la Biblioteca Nacional de Madrid (proveniente de Pascual de Gayangos) y en la colección Ticknor de la Biblioteca Pública de Boston, entre unos pocos lugares más. Esta condición de rareza bibliográfica se mantuvo a pesar de la reseña de J. J. Tschudi en Jahrbücher der Literatur publicada en Viena en 1848. En la reseña se describe la edición y se señalan sus deficiencias. Quizás esta recepción negativa de la primera edición haya sido la causa de la escasa atención que les prestaron Ticknor y Menéndez Pelayo a la obra, y de la posterior desaparición de toda referencia a este texto en los estudios literarios por un período de más de cien años. La edición de Rand Morton en 1963 tiene el mérito de recuperar el texto del manuscrito original, pues presenta el poema con sus 283 coplas de arte mayor, divididas en dos partes que abarcan desde la octava I a la CCIX y desde la octava CCX a la CCLXXXIII, donde se interrumpe el manuscrito. La fijación textual de Morton resulta más cuidadosa que la del primer editor, pues tiene pocos errores y ninguno incide en la lectura e interpretación del texto. A este segundo editor se debe la nueva valoración del género literario al que pertenece el poema, y el que se revise su clasificación 17 18 19 20

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Nieto, 1992, p. 94. Arellano, 1999, p. 51. Ticknor, 1849, p. 424. Menéndez Pelayo, 1911, pp. 139-40.

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como «crónica rimada». Sin embargo, Morton incurre en el mismo error del editor Bernegg al asignar otro título a la obra, creando una confusión debido a la falta de un criterio uniforme en la definición del género literario al que pertenece el texto. Rand Morton fue el primero en ofrecer una lectura crítica del poema con mayor rigor filológico. De acuerdo a Morton, este poema, a diferencia de La Araucana, todavía pertenece a la tradición poética medieval y no a la renacentista, de ahí que figuren entre los modelos imitados el Laberinto de fortuna de Juan de Mena y la Historia Partenopea de Hernández. Entre los aspectos comentados por Morton están la determinación de la fecha de composición del poema, que sitúa, después de analizar el contexto de la época, hacia 1537. Aclara Morton que el carácter anónimo de la obra es otro elemento de su condición medieval y prerrenacentista, y conjetura que su autor pudo ser Francisco de Xerez, secretario de Francisco Pizarro y autor de la crónica La conquista del Perú. La edición de Ádám Szászdi en 1981 va precedida de un estudio en el que rechaza la tesis de Morton que establece que el autor del poema fue Francisco de Xerez. En su lugar, Szászdi propone una doble autoría de Alonso Brizeño y Diego de Silva. De acuerdo a Szászdi, Brizeño fue testigo presencial de los hechos, pero no pudo escribir el prólogo ni los fragmentos más literarios del poema. Según Szászdi, estos pasajes fueron escritos por Diego de Silva, hijo del novelista Feliciano de Silva. Para fundamentar su propuesta, Szászdi se refiere a ciertos pasajes del poema que denotan un estilo literario más elaborado. Sin embargo, aclara que Diego de Silva no puede ser el autor único de la obra, ya que no participó desde el inicio en las expediciones de Pizarro. En esta edición los versos de este autor se transcriben en cursiva con el objetivo de establecer una diferencia con la escritura de Brizeño. El resultado de la tesis de Szászdi es la creación de un texto nuevo que difiere de la versión original del manuscrito, ya que permite hacer dos lecturas distintas. De acuerdo a Szászdi el poema original escrito por Brizeño tenía en la primera parte 180 estrofas, a las que Silva agregó 30, mientras que en la segunda parte fueron añadidas 7 estrofas a las 67 originales de Brizeño. Por su parte la edición de Miguel Nieto en 1992 moderniza el título del libro (La conquista del Perú) y fija el texto según el manuscrito de la Biblioteca Nacional de Viena, cotejando las variantes con la edición de Morton. La edición de Nieto muestra cambios en la atribución de la autoría y, de ese modo, rectifica la propuesta de Morton, que adjudicó el poema a Francisco de Xerez. Basándose en un análisis detallado del texto, el editor descarta la participación de Xerez en la composición del poema no sólo

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por discrepancias de estilo, sino por las diferentes maneras de interpretar los hechos narrados. En sustitución de los nombres tradicionalmente mencionados como autores del poema, Nieto propone volver a la tesis del autor anónimo. La edición de Nieto tiene 125 notas que combinan comentarios filológicos, históricos, culturales y científicos. En este sentido, Nieto hace un análisis comparado de los aspectos históricos en el poema y su tratamiento en las historias y crónicas de la conquista del Perú siguiendo el modelo de análisis comparado empleado por Porras en su estudio pionero de las crónicas iniciales del descubrimiento y conquista de la zona andina. Nieto desarrolla y complementa las investigaciones anteriores de Morton y cita, entre los modelos más influyentes del poema, la Historia de la conquista de Orán y Jerusalén de Martín de Herrera, la Historia parthenopea de Alonso Hernández, y el Laberinto de fortuna de Juan de Mena, del que el poema toma el elemento medieval. También señala Nieto que, desde el punto de vista de la forma poética, la influencia de Juan de Mena viene dada por el uso de la copla castellana o de arte mayor. Nieto aclara que las redundancias en el poema permiten hablar de «un criterio de elaboración, en el soporte de la voz»21, que pone de manifiesto la primacía de la oralidad sobre la escritura, una característica de la poesía medieval. Coincide Nieto con las tesis de Morton sobre la presencia en el poema de amplificaciones, comparaciones, digresiones, anacolutos y pocas metáforas. La edición más reciente es la de Óscar Coello, en 2001. El crítico hace un cotejo de las ediciones de Morton y Nieto, modernizando la acentuación de ciertas palabras y modificando la puntuación. También tuvo en cuenta la lectura de un microfilm del manuscrito que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Lima. La edición de Coello va precedida de un extenso estudio donde analiza la descripción del manuscrito, las ediciones del mismo, la posible fecha de composición del poema entre 1538 y 1539, y la autoría de la obra, ofreciendo nuevas consideraciones a favor de Diego de Silva como posible autor. Entre los aportes más valiosos de este trabajo aparece la sección dedicada al comentario de la influencia del Laberinto de fortuna de Juan de Mena, que explora ampliamente la deuda del poema americano con la obra del poeta medieval, en especial en las figuras de la fortuna, la búsqueda de la fama y la intervención de la providencia en base a un análisis intertextual de ambos poemas. Basándose en los estudios de Navarro Tomás, Baehr, Belic y Foulché-Delbosc, Coello hace un análisis riguroso de la forma poética de este texto americano revalorizando la importancia del mismo 21

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Nieto, 1992, p. xxi.

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con un criterio más adecuado que demuestra que el autor de este poema conoce y domina los recursos técnicos de la poesía de la época, superando así las consideraciones negativas anteriores sobre esta obra. La conquista del Perú es el testimonio poético que ofrece la descripción más rica de los tres viajes marinos de Pizarro en los umbrales de la conquista del Perú. Este poema es un ejemplo de imitación y transformación de las normas épicas a la nueva realidad, y de apropiación de préstamos procedentes de las crónicas rimadas y de los poemas históricos en un momento de agotamiento del género que coincide con la expansión de los límites geográficos conocidos y que abre las posibilidades de expresión de una nueva realidad. La crisis estética del modelo historiográfico en verso es superada por el reto acuciante de nuevas formas de representación de la realidad americana. Es en medio de esta crisis de los modelos de representación donde se abre una nueva posibilidad para un género agonizante, que pasa por un proceso de metamorfosis hasta llegar, años después, a la renovación total de la épica renacentista. Precisamente la necesidad de tratar un tema para el que todavía no hay muchos antecedentes en la historia de la poesía castellana es el aspecto teórico de mayor interés en La conquista del Perú. La materia del descubrimiento y conquista de los nuevos territorios americanos y su expresión en los modelos poéticos de la tradición (crónicas rimadas y épica medieval) pasa, necesariamente, por un punto central en la relación entre los géneros literarios y no literarios: la relación entre historia y poesía, y su expresión particular más importante: el problema de la «verdad histórica» en el texto poético. Es a partir de un acto de crítica literaria sobre la poesía épica como encontramos reformulada la diferencia entre historia y poesía. Fue San Isidoro, al comentar La Farsalia de Lucano, quien distinguió entre el ordo naturalis de la historia y el ordo artificialis de la poesía (Etymologiae,VIII, vii, 10). Esta distinción es seguida por Boccaccio en la Genealogía al hablar de la obra de Lucano y de Homero22. Pero San Isidoro considera que la diferencia entre historia y literatura es temática y no formal; así, en la práctica, se podían utilizar la prosa o el verso indistintamente para escribir sobre temas históricos (Etymologiae, I, 41). Tampoco las artes poeticae medievales limitan el uso de la métrica para tratar temas históricos23. Es decir, puede escribirse sobre temas históricos en prosa o en verso. Esta es la tradición de la historiografía en verso a la que pertenecen las crónicas rimadas y los poemas históricos 22 23

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Serés, 2000, p. 178. Álvarez e Iglesias, 1983, pp. 823-24. Cátedra, 1989, p. 127; Curtius, 1955, pp. 215-241.

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peninsulares. Como explica Cátedra, el abandono de la rima por parte de los historiadores es un hecho nacido de la práctica de la escritura y de las nuevas circunstancias de la época, porque no había una «limitación teórica» precisamente por «el problema de la indefinición de los fines mismos de la historia en verso»24. Este fenómeno quizá tenía su origen en la más remota antigüedad, cuando «la poesía y la prosa no eran dos formas de expresión radical y esencialmente diversas; ambas estaban comprendidas dentro del concepto de ‘discurso’. La poesía es un discurso reducido a metro»25. Estos orígenes comunes van tomando rumbos diferentes a lo largo de los tiempos, pero aun en la Edad Media «el discurso en verso y el discurso en prosa artística se juzgaban intercambiables»26. La base de estas ideas provienen de varios autores clásicos, entre ellos Quintiliano, que consideraba la historiografía «proxima poetis et quodammodo carmen solutum» (X, 1, 31)27. Dada la importancia de la retórica clásica es posible considerar las ideas de Quintiliano como fundamento teórico de la confusión entre historia y poesía, gracias a la transmisión de sus obras desde la Edad Media y el Renacimiento italiano hasta llegar al De ratione dicendi (1532) de Luis Vives28. Es necesario aclarar que las ideas de Quintiliano sobre la confusión entre historia y poesía fueron olvidadas por las concepciones de la Poética de Aristóteles, que estableció la distinción entre historia y poesía a partir del concepto de la verosimilitud29. Las relaciones entre historia y poesía, confundidas en su práctica temática y con préstamos formales en algunos casos muy difíciles de aislar, tienen un punto central de distinción en la idea de la verdad, que implica la existencia de una verdad oculta, solo accesible al «poeta como vate, como vidente, como teólogo, como filósofo, como conocedor de todas las ciencias (con inclusión de la historia)»30. Aunque estas ideas se remontan a la Antigüedad clásica, es durante la Edad Media cuando se reanima el debate sobre la esencia de la verdad y sus implicaciones para la poesía31. Esta controversia tiene su base en la Teología cristiana, en las ideas de San Pablo, San Agustín y Santo Tomás, y van a extenderse a la literatura. Así, Dante, en el 24 25 26 27 28 29 30 31

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Cátedra 1989, p. 128. Curtius 1995, p. 215. Ibídem, p. 216. Frankl, 1963, p. 178. Ibídem. Ibídem, p. 179. Ibídem, p. 168. Curtius, 1995, p. 290.

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Convivio, menciona la existencia de una verdad oculta, en el sentido del poema, y otra verdad asequible por medio de la belleza externa32. También Petrarca, al explicar la misión del poeta, indica que este debe «cubrir con el velo de una ficción placentera, de manera que, levantando aquel, luzca la verdad...»33, idea reiterada en el Secretum: «Es cierto que en las ficciones poéticas hay una verdad a la que se debe llegar a través de indicios sutilísimos»34. Por su parte, Boccaccio, en la Genealogía de los dioses paganos, cuando explica las diferencias entre poesía e historia, refiriéndose a las obras de Homero y Virgilio, menciona la existencia de otras cosas, de algo oculto bajo un velo, que solo se revela al poeta: «piensan bajo el velo de la ficción algo muy distinto de lo que se muestra»35. De esta manera, la literatura introduce, junto a la concepción teológica de la verdad, una versión laica con la que coexistirá en adelante36. Como demuestra Guillermo Serés esta versión laica de la verdad es fundamental en el desarrollo de la historia de la poesía en España, donde toma dos rutas divergentes. La primera en defensa de la versión laica y la segunda de rechazo a cualquier pretensión de veracidad en el texto poético, y en especial de las interpretaciones desde la lectura de los textos poéticos, por el peligro de tergiversar la verdad divina como es interpretada por la Teología. La primera postura está representada por Enrique de Villena y la segunda, por Alonso de Madrigal, el Tostado37. El primero nos lleva a través del debate literario en torno a una obra épica sostenido entre Enrique de Villena y Fernán Pérez de Guzmán sobre la interpretación de la Eneida, y en el que agudamente Pedro Cátedra destaca que «se agazapa también el fantasma de la difracción entre verdad y forma métrica»38 provocado por la defensa que hace Pérez de Guzmán de la primacía de la verdad, frente a la opinión de Villena que valora más el ornato de las palabras. Llama la atención que este debate sobre los límites de la interpretación de la verdad en la obra literaria involucra de nuevo al género de la poesía épica clásica en la glosa de de Villena a la Eneida. Otra vez aparece la presencia de la épica antes vista en el análisis de las relaciones entre historia y literatura. Lo que es singular aquí es el planteo de la relación entre verdad y poesía épica antes del redescubri32 33 34 35 36 37 38

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Frankl, 1963, p. 168. Serés, 2000, p. 170. Ibídem, p. 170; Rico, 1974, pp. 196-197. Boccaccio, Genealogía, p. 824; Serés, 2000, pp. 153-155. Serés, 2000, p. 171; Cátedra, 1996, pp. 149-161. Serés, 2000, p. 178. Cátedra, 1989, p. 129.

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miento de la Poética de Aristóteles, resurgiendo de esta manera los postulados de Quintiliano sobre la cercanía entre historia y poesía. Por otra parte, la metáfora del «fantasma de la difracción entre verdad y forma métrica» empleada por Cátedra es doblemente ejemplar porque se inscribe dentro de una extensa relación de autores que destacan la condición espectral del género épico.39 En segundo lugar, porque señala la dificultad extrema de este problema teórico caracterizado por una esquiva formulación. Pretexto utilizado por los historiadores para abandonar la escritura en verso y, a la vez, en el soporte del verso las crónicas rimadas concentrarán su deseo de mantener la fidelidad a la verdad a costa del «empobrecimiento del estilo poético, y en los casos en que se utiliza el arte mayor, el deseo de acercamiento al estilo de Mena siempre que fuera posible y cumpliendo con una servidumbre estructural [...]» de este género40. Los ecos del debate entre Villena y Pérez de Guzmán se extienden a través de la influencia de Villena sobre el Marqués de Santillana, quien incorpora en su Prohemio e carta la defensa de la versión laica de la verdad en la obra poética: «fingimiento de cosas útiles, cubiertas o veladas con muy fermosa cobertura, compuestas, distinguidas e escandidas por cierto cuerpo, peso e medida»41. A partir de 1492, el impacto que causa el conocimiento del Nuevo Mundo en Europa actualiza el problema de la verdad en la obra poética. Este problema va a estar vinculado al contexto histórico de las empresas conquistadoras. Ahora la forma poética sirve para adornar, desde el punto de vista literario, el sentido de las expediciones conquistadoras, buscando embellecer estética y moralmente las campañas españolas, cumpliendo así uno de los preceptos básicos del género. En la ejecución de este cometido, el ornato desempeña un papel fundamental, y a este se subordina la organización del poema y la exposición del tema tratado, asumiendo una supuesta fidelidad a la realidad, a un orden temporal similar a los acontecimientos históricos. Esta pretendida imagen de historicidad es una técnica poética de larga tradición en la literatura medieval castellana42. Con el paso del tiempo, el vacío dejado por los historiadores castellanos a fines del siglo XV es ocupado por la nueva poesía épica, que va a ir desplazando paulatinamente a la crónica rimada. Este período de transición, que abarca desde finales del siglo XV hasta la primera parte del siglo XVI, coincide 39 40 41 42

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Marrero-Fente, 2002, pp.77-101. Cátedra, 1989, p. 132. Serés, 2000, p. 171. Rico, 1974, p. 25.

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con el momento histórico del descubrimiento y conquista de América, y al mismo pertenece La conquista del Perú. Poco después, hacia mediados del siglo XVI, las nuevas formas literarias provenientes de Italia darán paso a la epopeya renacentista, que resurge como amplificación del debate neoaristotélico sobre las ideas en torno al género épico en la Poética. Una lectura detenida del Prólogo de La conquista del Perú sirve para entender las relaciones entre historia, verdad y poesía por la manera de tratar los acontecimientos históricos en el poema. El inicio del poema sigue la técnica del comienzo interrumpido (in medias res), de acuerdo a las normas épicas de un estilo directo que ahorre demoras innecesarias en busca de un placer mayor en la lectura. El recurso épico de la elipsis sirve también para suprimir otros aspectos históricos de la expedición de Pizarro que el autor quiere ocultar a los lectores porque quitan mérito a la figura heroica del extremeño o complican los hechos, pudiendo ser ocasión de problemas políticos o legales, como sucedía muy a menudo entre los conquistadores. De ahí el silencio en torno a la expedición de Pascual de Andagoya y a los acuerdos entre Pizarro, Diego de Almagro y Hernando Luque que sentaron las bases económicas de la expedición. La conquista del Perú no solo se apoya en las convenciones de los modelos historiográficos y literarios. La denominación del título (Relación) vincula el poema con la retórica jurídica, considerada el discurso hegemónico de la época. El título de relación implica transferir al texto poético la autoridad del discurso jurídico para legitimar desde el mismo el contenido del poema, en una estrategia retórica que busca mayor atención y reconocimiento hacia la obra. Al emparentar el poema con los modelos de la relación, el autor adjudica a su obra un carácter de verdad que va más allá de las fórmulas historiográficas tradicionales porque en última instancia apoya su texto en la autoridad del discurso jurídico, insertando el poema. Es necesario recordar que las cartas colombinas y cortesianas ayudaron a la difusión masiva de las convenciones retóricas de la relación y las convirtieron en una forma de escritura prestigiosa, trascendiendo el estrecho marco de las escribanías y llegando incluso a ser objeto de estricta regulación por la Corona. Este cambio en la mentalidad y en los modelos discursivos abrió horizontes nuevos a la relación y es otra consecuencia del encuentro con el Nuevo Mundo. Entre las nuevas posibilidades nacidas del préstamo de la relación está la función de servir de apoyo a reclamaciones de derechos y privilegios por parte de conquistadores ofendidos y olvidados. Aunque es probable que La conquista del Perú fuera escrita para servir de apoyo en la corte a otros documentos y testimonios presentados por el grupo pizarrista para enfrentar

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otras opiniones divergentes, puestas en circulación por enemigos de Pizarro. La conquista del Perú destaca la importancia del verso y el prestigio moral asociado a la poesía en esta etapa inicial de la conquista. También pone de manifiesto la característica de texto híbrido del poema, abierto a tomar prestamos de otras formas discursivas. El Prólogo del poema tiene la función de presentación de la obra y en el mismo aparecen resumidas las ideas del autor y los tópicos literarios principales43. El Prólogo usa la retórica de la dedicatoria y pone de manifiesto las manipulaciones de la verdad en beneficio de una imagen idealizada de Pizarro que corresponde al ideal caballeresco. La técnica del ordo artificialis organiza el texto a partir de un presente inmediato, en contraste con la visión tradicional de la poesía épica clásica y medieval, que prefería tratar de asuntos alejados en el tiempo. En este sentido, La conquista del Perú sigue la norma de cercanía temporal, un tópico inaugurado por La Farsalia de Lucano y empleado por las crónicas rimadas del siglo XV. Esta nueva forma de representar poéticamente la realidad rompe con las tradiciones del género épico normadas desde la Eneida de Virgilio, que era el modelo ideal, y es otra de las transformaciones del género44. Quizá por esa conciencia de ruptura de modelos se contrapone a otro tópico, el de la urgencia inaplazable. De esta manera, se refuerza la imagen de actualidad del poema con un llamado perentorio de atención: Como en el tiempo en que estamos veemos las cosas de virtud tan fuera de buena estimaçión, por estar la mayor parte de todos de ella enojados; pareciéndome que por esta causa las obras del marqués don Francisco Piçarro, siendo como an sido tan virtuosas, podrían careçer de tal conocimiento, quise, muy magnífico señor, endereçar y engastar en Vuestra Merced esta obra [...]45.

El estilo de las líneas iniciales del Prólogo anuncia la necesidad de contar las acciones de Pizarro como parte de una época presente en crisis. Este primer momento de duda e inseguridad de los tiempos presentes abre la oración inicial y crea la primera imagen del texto, que va a enlazarse posteriormente con las estrofas de la primera copla. Además, cumple con otra tarea y es la de unir imaginariamente el presente con otro tiempo pasado de calma y sosiego. La maestría del Prólogo, que anticipa el mismo recurso usado en

43 44 45

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Curtius, 1995, pp. 131-136; Porqueras Mayo, 1957, pp. 149-172. Quint, 1993. Nieto, La conquista del Perú, p. 3. Todas las citas pertenecen a esta edición.

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el poema, consiste en crear un nuevo espacio de esperanza que se mueve hacia el futuro, hacia nuevas posibilidades, entendidas como segunda oportunidad para quienes tengan un sentido caballeresco de la aventura. Surge así la imagen del Nuevo Mundo como una nueva frontera física y moral que hay que conquistar, superando el agotamiento del género de la crónica rimada. Esta nueva poesía se presenta a la búsqueda de nuevas historias que contar, y es, por lo tanto, un ejemplo de renovación del género épico. En la línea inicial del Prólogo, el motivo que enlaza pasado, presente y futuro es el de la virtud del caballero, valores antiguos, pero con posibilidades abiertas en los nuevos territorios americanos, espacio del presente y el futuro. En el prólogo coinciden estos tres momentos temporales en la persona de Francisco Pizarro, que recibe tres tratamientos de cortesía diferentes que aluden a tres momentos temporales diferentes: don, gobernador y marqués, y que aparecen simultáneos en el texto por las convenciones de la ficción poética, pero históricamente sucesivos. El título del poema y en el Prólogo se llama a Pizarro marqués, mientras que el resumen de la primera parte usa el tratamiento de gobernador y en el poema es llamado capitán, porque este era el único nombramiento al emprender la expedición en 1524. El título de gobernador fue obtenido en 1529, durante el viaje de Pizarro a España (viaje que no se menciona ni en el Prólogo, ni en el poema), y la merced del título de marqués se le otorgó en 1537. Es cierto que el título del poema y el Prólogo deben haber sido escritos después del poema y su contenido quizá esté actualizado, pero la alcurnia de los títulos nobiliarios también es una manera de impregnar el poema, desde sus inicios, con la fuerza simbólica de la autoridad y, en consecuencia, con más apariencia de verdad ante los lectores de la corte. En mi opinión, el pasaje de los títulos de Pizarro es una muestra de las convenciones de la ficción poética frente a la verdad histórica. Es decir, si el poeta se atiene a seguir exactamente la realidad histórica su punto de vista quedaría reducido a un marco muy limitado, y tendría que exponer con puntualidad todos los detalles de los sucesos ocurridos diariamente a Pizarro durante los años de las expediciones. Esta es una función de la crónica o de la relación historiográfica, pero no de la épica. Las posibilidades que le brinda la ficción poética al autor son las de modificar en el poema el mundo real, y crear una verdad poética, es decir, un nuevo marco de convenciones que sin romper con la realidad tenga vida propia. Uno de los aspectos más interesantes del poema es la solución que adopta para cumplir con la fórmula de los tratamientos y cortesías, sobre la cual existía una práctica muy respetada en la época. El autor soluciona esta dificultad manteniendo en

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el poema el respeto al orden cronológico, y utiliza el Prólogo, siguiendo las convenciones retóricas del mismo, para actualizar desde un presente la verdadera posición de encumbramiento social de Pizarro, y a la misma vez, como texto que antecede al poema, preparar al lector, es decir, incide en su ánimo, porque las aventuras que va a leer no son las de un simple capitán perdido entre las navegaciones de la Mar del Sur, sino las de un miembro poderoso de la nobleza, que acaba de recibir un flamante título de marqués. Una consecuencia de este pasaje de los tratamientos de cortesía es que pone de manifiesto las diferencias fundamentales entre el poema y la crónica, género en el que los autores seguían detalle a detalle las acciones, y casi nunca rompían el hilo cronológico de los hechos narrados. La conquista del Perú emplea los recursos de la elipsis y la amplificación de la historia de las expediciones pizarrianas en la medida que estos cambios son necesarios al mundo interno del poema, pero nunca llega a salirse de los marcos definidos de la res gestae porque no hay en el Prólogo ni en el poema mención a elementos mágicos o sobrenaturales; por otra parte, la escritura sigue un ordo artificialis, es decir, el orden cronológico de los acontecimientos no es estricto, porque sufre una reelaboración artística, como en la mención simultánea de los títulos de Pizarro o la supresión del viaje de Pizarro a España en 1529. La verdad histórica es transformada en función de las convenciones poéticas porque presenta una simultaneidad (1524, 1529, 1537) más rica, que permite ver en el texto el origen de Pizarro y su ascenso social a la misma vez. Otra de las razones que el Prólogo anuncia es alertar sobre el peligro de que no se conozcan las acciones de Pizarro («podrían careçer de tal conoçimiento»), siguiendo el tópico «el que poseé conocimientos debe divulgarlos»46 de larga tradición y que funciona como un imperativo que el poeta debe cumplir. De esta forma justifica retóricamente cualquier cuestionamiento sobre el objetivo verdadero de escribir este poema. Pasa el autor anónimo a explicar las razones de la dedicatoria al secretario Juan Vázquez de Molina, y elabora dos pequeños ejemplos para apoyar su tesis. En el primero emplea la metáfora de las joyas, que sirve para comparar el oficio del poeta con el de un joyero, en una visión medieval de la poesía como artificio, resultado de la perfección de las destrezas y habilidades de un orfebre. En el segundo ejemplo construye el poeta un complicado juego conceptual en torno a la metáfora del espejo, muy popular en la Edad Media, por medio de la cual reitera la idea de la obra poética como acto de creación compartido, siguiendo posiblemente el tópico de la falsa modestia, 46

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Curtius, 1995, p. 133.

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por medio de la fórmula del empequeñecimiento. Es cierto, además, que el pasaje recuerda el tópico de elogio de los gobernantes, que aparece unido a la falsa modestia para lograr la captatio benevolentiae, creando un juego conceptista por medio de la metáfora de la luz solar y el espejo, donde el secretario Vázquez de Molina aparece como figura central. Pero, aparte de los recursos retóricos mencionados, la metáfora de la joya de oro alude además a las riquezas del Perú, que Pizarro tiene en su poder y puede obsequiar a quienes apoyen sus pretensiones políticas en la corte. La declaración de búsqueda de apoyo por parte de una importante autoridad política inscribe en el poema la presencia de la verdad histórica, que de acuerdo a las convenciones del género poético aparece escondida detrás de las metáforas. El Prólogo, cumpliendo la función preceptiva47, explica las razones que motivaron a Pizarro a mantenerse fiel en sus objetivos, a pesar de las adversidades, y hace una exposición resumida de la concepción de vida de Pizarro como súbdito fiel a su rey, siguiendo los ideales del vasallo medieval, capaz de arrostrar los peligros porque sus acciones están motivadas por una ética de servicio al rey: endereçándole este metro que abla en el descubrimiento destas partes adonde en la perseverançia de la conquista mostró bien el marqués el deseo que de servir a Su Magestad sienpre tuvo; porque tan grandes acaeçimientos y golpes de fortuna no se pudieran en ninguna manera sofrir sino conquistando en la fee de su serviçio48.

Este es el pasaje más importante del Prólogo, porque en el mismo el autor anónimo expone la relación entre historia y poesía, entendida como proceso en el que la verdad histórica puede llegar a conocerse gracias a la actividad de los poetas («este metro»). Llama la atención, además, el predominio del acto de descubrimiento frente a la conquista, no solo por la lógica del discurso, siguiendo los requisitos de un ordo naturalis, sino en abierta contradicción con el enunciado del título del poema que privilegia el elemento de la conquista por encima del descubrimiento. La parte final del Prólogo termina solicitando la ayuda del secretario Vázquez de Molina para que sirva de padrino en defensa del poema, en una alusión a las reglas caballerescas. Esta declaración sobre los ideales poéticos del autor alude a la necesidad de recordar los antiguos hechos heroicos por 47 48

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Porqueras, 1957, p. 112. Nieto, La conquista del Perú, p. 3.

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medio de la poesía, es decir, la poesía en servicio de preservar la memoria. Este es el contexto de la historia literaria que el Prólogo alude al hablar del peligro del olvido en que pueden caer las acciones de Pizarro. Así, al adoptar el autor en el Prólogo el modo narrativo puede explicar las circunstancias de composición de la obra, que aparece bajo el tópico de salvar la memoria de las hazañas por medio de la poesía. El poema se inicia mencionando de forma perifrástica la fecha de partida de la expedición de Francisco Pizarro. El poeta recurre al orden normalizado con el objetivo de resaltar el aspecto de crónica del poema. Esta referencia temporal es la única que aparece en esta sección dedicada al primer viaje, lo cual permite que las dimensiones del espacio se establezcan a partir de las referencias temporales, de acuerdo al uso del santoral católico de nombrar el territorio descubierto. La toponimia en el poema va ligada a las fechas importantes del calendario cristiano, siguiendo una antigua costumbre de los marineros49. Por ejemplo, por medio de la frase: «En día y fiesta de Santa Luçía» el autor quiere destacar que la partida ocurrió el 13 de diciembre de 1524. Es decir, en el mismo año de la conjunción en Piscis de todos los planetas el 24 de febrero de 1524. Un hecho que originó una estela de predicciones apocalípticas sobre el diluvio universal, como puede leerse en numerosas obras sobre el tema del hado y la fortuna aparecidas en esa fecha en Europa50. Insisto en este aspecto porque lecturas anteriores del poema pasan por alto que las continuas referencias a la fortuna en el poema responden a un momento determinado por el miedo y la inseguridad europeas, que también están presentes en un poema sobre la conquista de América. Precisamente los editores Morton, Szászdi y Nieto formulan sus teorías sobre el género del poema a partir de la figura de la fortuna, la cual se representa de diferentes maneras: como una personificación (Morton), como un elemento estructural (Nieto) y como un rasgo de la autoría (Szászdi). A pesar de las diversas funciones que desempeña la fortuna en la obra, todas sirven para sustentar las respectivas tesis de los editores en torno al género literario del poema. No cabe duda de que la fortuna tiene un papel privilegiado en el texto, y que su modelo principal es el Laberinto de fortuna de Juan de Mena; pero detrás de esta influencia existen aspectos más relevantes que un simple motivo. La reiterada presencia de la fortuna en el poema y en el discurso crítico pone de relieve un aspecto más importante: la existencia de patrones de repetición en torno a la figura de la fortuna 49 50

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Martínez-Valverde, 1992, pp. 151-170; Romero, 1943, pp. 1-23. Díaz Jimeno, 1987, pp. 55-68.

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que permiten establecer un estrecho vínculo entre el poema y la tradición épica. Esta relación que existe entre el texto estudiado y la obra de Mena, en base a la figura de la fortuna, vincula el poema sobre la conquista del Perú con una obra literaria que forma parte de la tradición de la épica clásica, La Farsalia de Lucano. La crítica sobre el Laberinto coincide en que la relación que existe entre las obras de Mena y de Lucano surge a partir del tema de la fortuna y del vínculo que guarda esta figura con la idea de la muerte en los relatos del ascenso y caída de Pompeyo y de Álvaro de Luna. El origen de la conexión entre ambos textos se puede trazar en los famosos versos de la Farsalia que dicen: «No está la muerte sujeta a la fortuna»51, en los cuales el motivo de la muerte prevalece sobre el de la fortuna. Mena revisa la idea de Lucano de que la muerte es más poderosa que la fortuna, al alegar que la primera no posee la facultad de vencer a la memoria, la cual somete al individuo a unas circunstancias específicas impuestas por la fortuna52. En esta relación, la memoria trasciende la muerte porque preserva el recuerdo de las vidas y acciones pasadas, y es en este sentido como en el Prólogo del poema anónimo se expone el objetivo de rememorar las hazañas de Pizarro para la posteridad, como una función de la poesía épica. La fecha en el poema establece el límite del inicio interrumpido, omitiendo la referencia a cualquier acontecimiento anterior. El recurso del comienzo interrumpido se usa para evitar proveer datos sobre las etapas de la vida de Pizarro previas a la expedición. La omisión de información biográfica no solo responde a una estrategia retórica al suprimir la enumeración de detalles innecesarios, sino que también cumple con la norma de estetización de la realidad a través del empleo del ornato del discurso poético53. La imagen inicial del poema presenta a Francisco Pizarro en el momento de la partida, «Don Francisco Pizarro del puerto partía»54, traslada a su nombre la función de la metáfora de la nave y, de ese modo, reúne en el personaje histórico del conquistador los elementos de la tradición poética. La técnica de combinar aspectos de la realidad y del ámbito de la poesía permite la manipulación de la verdad histórica en aras de la belleza poética, según se puede apreciar en el motivo poético de la «falta de prósperos vientos», empleado en la tradición literaria para resaltar la dificultad de la partida debido a la demora causada por los vientos contrarios. Este ejemplo anticipa las 51 52 53 54

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Lucano, 1996, p. 818. Thomson, 2000, p. 56. Quint, 1993, p. 3. Nieto, 1992, p. 5.

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dificultades que aguardan a los expedicionarios en el trayecto del viaje; al mismo tiempo que se constituye en una alegoría del reto que enfrenta todo poeta al dar comienzo a su canto. Esta idea de los trabajos como peligros se enlaza con un tópico más importante: el del retorno, que se ve más adelante en las estrofas del poema que narran los debates que sostiene Pizarro con sus soldados. En La conquista del Perú, la idea de la navegación, por su significado retórico, tiene gran relevancia, ya que el viaje en el poema asume dos sentidos: material y discursivo55. En el texto coexisten dos viajes: la expedición de Francisco Pizarro y el viaje imaginario del poeta anónimo, que se inicia cuando este hace un recuento de las aventuras del conquistador. Pero los viajes en la obra remiten, a su vez, a dos problemas epistemológicos: por un lado, en el caso de Pizarro, la solución es el descubrimiento físico del Perú; y por otro, el dilema a que se enfrenta el autor anónimo es cómo representar poéticamente el viaje, al carecer de una tradición importante en la literatura castellana. Ante este problema, la técnica a que recurre el poeta es apelar a los ejemplos clásicos más conocidos, Homero y Virgilio, quienes trataron en sus obras el tema de la relación epistemológica que existe entre viaje y conocimiento, vinculada a la capacidad hermenéutica que genera cada desplazamiento en el viajero. El poeta narra la expedición marítima de Pizarro, pero también alude al viaje textual, de ahí que el mar en la obra represente también la posibilidad del lenguaje y la imaginación poética en tanto imagen del océano como un horizonte infinito. Esta metáfora del viaje náutico es especialmente útil para describir etapas de transición y su empleo en el poema responde a esta función epistemológica56. El poeta se apropia de la metáfora del viaje y de otras metáforas espaciales porque son el recurso más adecuado para representar de manera figurada los retos y dificultades de la expedición de Pizarro, a la misma vez que transforma el género de la épica cuando escribe sobre un tema nuevo. La conquista del Perú está organizada alrededor de una metáfora unificadora: el viaje marítimo. Pero la navegación que en el inicio del poema era el centro del relato en tanto su referente empírico —es decir, los hechos históricos de la primera expedición de Francisco Pizarro en 1524—, se transforma en el eje del lenguaje como ficción, esto es, como metáfora del viaje. En el poema, la metáfora náutica adquiere dos sentidos: el literal, que 55 56

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Hartog, 2001, p. 8. Dougherty, 2001, pp. 4-5.

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se refiere a la experiencia propia del viajar, lo cual lo vincula con los relatos de viajes; y el figurado, que alude a la creación como un viaje marítimo en el que también se deben sortear múltiples peligros. En la escena de la partida se reitera el motivo de la dificultad y el peligro que encierra toda navegación, que marca otra transición en La conquista del Perú: el paso del territorio terrestre al marítimo, que conserva todavía reminiscencias medievales de miedo al mar57. En el poema sobre Pizarro, el temor al mar va unido a la idea de la inferioridad humana ante las adversidades de la vida y aparece matizado por las ideas cristianas, en particular por la apelación a la providencia como salvaguarda frente a la fortuna. Detrás de esta idea del temor al mar está otro aspecto de la metáfora de la nave, y es su carácter ambivalente, ya que también simboliza la muerte. Este elemento fúnebre de la navegación y sus peligros queda expuesto en los diálogos del poema, que describen los debates entre Pizarro y la tripulación, alegorizando las dos posiciones de los poetas en torno al tema de la navegación. Estas dos posiciones aparecen en el poema por medio de la figura del debate, ejemplificada por el diálogo entre las voces de la hueste y la de Pizarro: una voz múltiple y anónima que insiste en regresar y abandonar la empresa, frente a la voz de Pizarro, que defiende la necesidad de seguir el viaje. Esta alternancia de voces en el poema también crea un itinerario definido por «puntos recurrentes de contradicción»58 porque en cada lugar del territorio nombrado por medio de los topónimos ocurre el debate entre los marineros y Pizarro. La figura del debate sirve al poeta para representar el conflicto interno que significa para el autor continuar o abandonar la escritura del poema motivado por las dificultades de un tema poco tratado antes. La disputa entre Pizarro y la tropa asume una dimensión discursiva (muerte contra vida) que también crea un espacio en el que se despliega el poema, y que es otra forma del espacio poético en el texto. La controversia entre continuar o regresar nace a partir de unos sitios de dolor, hambre y muerte59 que aparecen en el poema cada cierto intervalo porque tienen su base en el itinerario de la navegación. En este pasaje el poema modifica el tópico del miedo al mar al establecer un contraste entre lugares de tierra donde hay peligro y el mar como la ruta de salvación, produciendo una inversión de la figura habitual de la tierra como dadora de vida, elaborada desde Los trabajos y los días de Hesíodo. Los 57 58 59

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Zumthor, 1993, p. 169. Conley, 2000, p. 251. Ibídem.

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expedicionarios prefieren el mar a la tierra, y su clamor colectivo evoca la imagen aterradora del no regreso como alegoría de la muerte en el sentido que aparece en la Ilíada60, y quizá alude además a la imagen famosa de las naves aladas como alegoría de la muerte de la Odisea (XI, 125). El poema ofrece una revisión del tópico clásico y presenta la idea alternativa del mar como posibilidad de escapar de un territorio peligroso y de retornar al puerto de origen. De ahí la insistencia de los expedicionarios en embarcarse y regresar a Panamá. Pero desde el mar también puede proseguirse la expedición en busca de nuevos territorios y este es el recurso que Pizarro aprovecha y defiende en sus arengas. Por medio de la escena del debate, el poeta recrea las dos posibilidades de la poesía de viajes: el viaje en una dirección, sin regreso, y el viaje con retorno, que remiten a los modelos clásicos de Eneas y de Odiseo61. Este contrapunto de voces sirve para representar la tensión histórica en el poema, y tiene su apoyo en acontecimientos reales, pero en su formulación poética es una reelaboración de los modelos de la Odisea y la Eneida. Los marineros tienen «una voluntad de retorno», mientras que Pizarro representa una voluntad heroica y no se plantea regresar, sino continuar la búsqueda hasta alcanzar el objetivo del descubrimiento. La figura del retorno que representa el poeta por medio de la controversia entre Pizarro y la hueste va más allá de este pasaje y es un tropo importante en el poema porque también ayuda a organizar y establecer los límites del discurso poético. De ahí que la sección del primer viaje termine con un regreso temporal a las cercanías de Panamá, y aunque al final del segundo viaje, en 1529, Pizarro se traslada a España para solicitar apoyo en la corte, este viaje es silenciado en el poema, que se limita a narrar solamente las aventuras americanas de Pizarro. En el poema, el personaje de Pizarro siempre usa la experiencia anterior para negociar con la tripulación, pareciendo en ocasiones que acepta plegarse a sus demandas, cuando envía a Montenegro a la isla de las Perlas a buscar comida o durante la arenga antes del primer combate, que recuerda sus experiencias en Caribana. En estas escenas el poema apela a la tradición poética que establece una asociación entre el uso figurativo de las imágenes de navegación y la autoridad poética62, porque siempre logra al final que la navegación se reanude y que la expedición continúe la campaña, y paralelamente también el poeta puede seguir escribiendo su obra porque el 60 61 62

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Pucci, 1995, p. 128. Hartog, 2001, p. 18. Dougherty, 2001, p. 20.

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navegar es una prefiguración del proceso poético. El personaje de Pizarro parece estar modelado en la figura de la tenacidad, que responde al tópico de Polutlas, simbolizado por Odiseo en la tradición poética clásica63. Pero más importante, a nivel del texto poético, es que Pizarro corporice la preponderancia de la épica sobre el romance, porque él es capaz de controlar el curso del barco, algo similar a la imagen que aparece en libros de emblemas contemporáneos como la Symbolicae Quaestiones de Achille Bocchi (Bologna 1555), en la que el capitán de la nave mantenía un firme control sobre la tripulación y el curso de la navegación64. Por eso la imagen central del poema es la navegación, pese a las dificultades —recreando literariamente los modelos odiseico-enediano— pero con apoyo en los hechos reales. De ahí que la búsqueda en el poema asuma la figura de la alegoría, porque en el texto se oculta el objetivo final de la expedición: la conquista del territorio americano. La importancia de este ejemplo viene dada por la reiteración del modelo de la nave, tanto para ilustrar las figuras de la metáfora y la alegoría, porque el uso de estas figuras náuticas gozó de gran prestigio en la tradición poética, sirviendo para los poetas de amplio depositorio de recursos tropológicos. En el poema, la alegoría de la búsqueda encierra más de un posible significado, porque es una búsqueda de nuevos territorios, mercados y productos que coincide con ideas similares de la retórica colombina analizada por Zamora65. Pero, a diferencia del discurso colombino que ofrece palabras por oro, en el poema pizarriano se oculta la apropiación de oro y riquezas ocurridas desde el primer encuentro con los amerindios y consignada por el testimonio de otras crónicas iniciales de la conquista. La omisión del cargamento poético de la nave pizarriana pretende ocultar el objetivo económico de la expedición y es uno de los puntos en el poema que ponen de manifiesto la problemática relación entre verdad y poesía en la obra, expresada como una presencia espectral, porque el oro y los beneficios económicos no se mencionan en el espacio poético, pero existieron en la realidad histórica desde la primera expedición de Pizarro en 1524. Es precisamente el oro y las riquezas conseguidas desde el primer viaje la energía principal que motiva la continuación de la empresa conquistadora; y de manera especial, son las riquezas obtenidas durante la segunda expedición las que permiten a Francisco Pizarro realizar un viaje a España en 1529 y conseguir en la corte el acuerdo de la Capitulación de Toledo, que le conce63 64 65

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Hartog, 2001, p. 16. Thomson, 2000, p. 26. Zamora, 1993, pp. 17-19.

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de plenos poderes sobre el territorio todavía no conquistado del Perú66. Por eso la idea de la búsqueda aparece como motivo central en el poema. Será este deseo de búsqueda el elemento que mueva el texto, pero también como alegoría de la búsqueda del conocimiento que implica ese y todo viaje, y que para el poeta significa también la búsqueda de conocimiento poético. En La conquista del Perú se impone un ritmo que trasciende y deja atrás el territorio, en una dinámica que pasa de lo conocido a lo desconocido, y que lleva en sí, junto a los elementos de la aventura, la acción de marcar, delimitar y nombrar el territorio. Este avance es proyección hacia lo desconocido y en ese sentido es también una aventura. La alegoría de la búsqueda sirve de refuerzo a la metáfora principal de la nave como figura de la incertidumbre que inicia la partida desde territorio conocido y seguro: Panamá, marcando el inicio de la ruta y del poema desde un punto en el espacio geográfico que funciona de frontera territorial y a la misma vez sirve de marco de la obra que organiza el espacio poético en torno a este punto, porque desde Panamá y hacia Panamá se escribe el poema. El texto establece los límites a partir de Panamá, que funciona como topónimo de lo conocido, de la certidumbre y de la vida y única esperanza ante la angustia y el fracaso. Punto de frontera civilizada, que en voz de la marinería es apelativo de salvación, y punto de referencia conocido, marcado en el mapa y en la memoria. El poema comienza desde Panamá y se desarrolla prometiendo volver a Panamá, en un regreso demorado siempre a petición de Pizarro, que sigue el modelo colombino. Este aplazamiento es el espacio poético, porque es una postergación no solo de tiempo, sino del espacio (el territorio peruano) sometido a una búsqueda infructuosa y que culminará en esta primera expedición con un retorno a Panamá, como una interrupción momentánea, poniendo de manifiesto una visión del territorio como un espacio inestable porque la expedición tiene que retirarse en el Puerto de las Piedras después de la batalla, y en especial cuando vuelven a Chuchama y luego recuperan el territorio «perdido», por eso, en esta primera parte del poema, el espacio descrito es un espacio espectral porque no está conquistado militarmente y todavía no puede delimitarse con precisión en el texto. La metáfora de la nave que parte hacia lo desconocido es la imagen que arma y organiza la obra en su aspecto temático, es decir, como poema de la navegación, del viaje y del descubrimiento; pero también imprime al texto su condición de movimiento, cambio y modificación que nace del 66

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Varón, 1997, pp. 63-86.

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reto de escribir sobre un tema que carece de una tradición relevante en la literatura castellana. La dificultad que presenta la ausencia de una tradición literaria se resuelve usando como base del relato el diario de navegación y otros documentos, de ahí que el poema se pueda leer como una narrativa de viaje. Esta modalidad discursiva que sirve de base al poema establece los límites del texto, es decir, el espacio descriptivo viene condicionado por el ámbito geográfico. El rasgo innovador del poema es que el espacio se convierte en el núcleo de la composición, creando un espacio nuevo en la historia de la poesía. La imagen de la navegación, que comienza como un evento genérico, pasa ahora a definirse como acción en un espacio determinado: la costa del mar del Sur. Frente a la idea de la estrofa inicial que nos remite a una navegación mar adentro —similar a los viajes colombinos—, el poema circunscribe su travesía a las cercanías del litoral. La importancia de la travesía por mar en la expedición de Pizarro se pone de relieve al tener en cuenta que entre los escasos documentos con los que contamos en torno a este viaje solamente aparecen la carta de navegación de los maestros Bartolomé Ruiz y Fernán Pérez Peñate, de 1527, y el mapa de Diego Ribero, de 1529, considerados los testimonios cartográficos más antiguos de la costa noroccidental de América del Sur. Si estos documentos llegaron a nuestros días es muy probable que el autor anónimo tuviera acceso a los mismos, junto a los diarios de navegación perdidos. La dependencia que establece el poema con en estos documentos se pone de manifiesto en la estructura de La conquista del Perú, que también puede leerse como un itinerario, es decir, como un derrotero de las naves de Pizarro que traza la ruta para llegar al destino final de la expedición, a la misma vez que sirve de guía imaginaria de ese viaje al delinear la costa figurativamente por medio de una toponimia que suplementa e interpreta los mapas y diarios de a bordo de la expedición. Para entender la importancia de este poema es necesario recordar que, a diferencia de las expediciones de Cristóbal Colón y Hernán Cortés, no existe un diario de navegación o carta relatoria sobre el descubrimiento del Perú. Es decir, el poema es uno de los pocos testimonios conocidos que tratan de la primera expedición de Pizarro, y en tal sentido asume la función de carta poética del descubrimiento en la que se presenta al lector una visión geográfica del Nuevo Mundo a través de la descripción del itinerario costero de la zona noroccidental de América del Sur. El poema delinea un itinerario del género de la épica en el Nuevo Mundo y establece los vínculos existentes entre las dimensiones cosmográficas y topográficas descritas en las crónicas de Indias. Por lo tanto, no es

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un mapa, sino un itinerario cuya función cognoscitiva es diferente porque no es un recuento completo y no pretende ser una descripción exhaustiva del territorio geográfico. El itinerario es una guía abierta a la imaginación, pues omite varios aspectos de la expedición y de la biografía de Pizarro. El texto crea el espacio poético, por medio del cual se produce en el lector un sentimiento simultáneo de estar y no estar en el lugar67. Por ejemplo, los topónimos en el poema actúan como límites físicos al señalar los puntos en el itinerario; y de ese modo, el espacio descrito en el texto adquiere una ubicación geográfica, al mismo tiempo que recrea en la imaginación de los lectores estos lugares desconocidos siguiendo la tradición literaria. La conquista del Perú insiste en la mención del territorio del Nuevo Mundo y es precisamente este punto el que desplaza a un papel secundario la representación de los individuos que habitan el espacio geográfico. Las referencias a las poblaciones indígenas en esta sección del poema son muy escasas, pasando a un segundo plano en relación al territorio. El poeta enuncia su canto asumiendo una distancia física y psicológica que mantiene la mirada alejada de todo contacto con los indígenas. Desde ese punto de vista distante nombra el territorio por medio de la toponimia, pero no puede abarcar otros aspectos específicos de la vida de las comunidades indígenas; tampoco puede focalizar la visión en una lectura etnográfica de las sociedades amerindias que encuentra a su paso. En cambio, esta mirada distante se detiene en el personaje de Francisco Pizarro, que la voz poética presenta como figura del héroe épico idealizado, de ahí que esté en armonía con los objetivos de la expedición. Dicha concordancia entre la voz poética y la empresa de la conquista se manifiesta en que el poema avanza en el mismo sentido que el itinerario de la navegación. Una gran parte del espacio poético se crea a partir de la descripción del territorio geográfico, pero la tradición literaria es la que provee los recursos para representar dicho espacio. Entre los recursos literarios se encuentran los procedimientos formularios, el sistema metafórico y un imaginario que elaboran un lenguaje poético nuevo porque, en la medida que se avanza en la navegación, se extiende el poema, en un ritmo que alterna entre el movimiento y la interrupción. El espacio discursivo del texto se distingue por la existencia de un doble registro: el narrativo y el descriptivo, en el que, por un lado, no se habla de las tierras de un grupo indígena en particular, sino que se menciona un territorio llamado «Perú» y, por otro, se confiere nombres a ciertos lugares de la costa para tomar posesión del territorio. No 67

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Conley, 2000, p. 243.

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se conocen los límites reales del territorio peruano y se elabora una idea de este espacio geográfico en base a relatos y fábulas que llegan a Panamá68. En esta visión del Perú predomina lo auditivo frente a lo visual, ya que es precisamente el misterio del nombre desconocido lo que ejerce un poder de seducción sobre los conquistadores, quienes asocian el nombre de Perú a tierras míticas de riquezas fabulosas. Este territorio desconocido ofrece posibilidades ilimitadas para la imaginación poética, por lo que el espacio geográfico que se describe en el texto aparece de forma discontinua por medio de las denominaciones topográficas que van conformando una imagen del territorio. En esta visión de la geografía del Perú, los puntos nombrados se perfilan como un espacio rodeado de la vastedad del mar y de unas tierras desconocidas que se extienden más allá de la costa hacia una inmensidad ilimitada. En La conquista del Perú el espacio poético está representado siguiendo el modelo del mapa portulano, en el cual se circunscribe la descripción al territorio del litoral basada en una estricta denominación de los lugares debido a razones cronológicas y mnemotécnicas. En contraste con otros poemas épicos, en el texto mencionado no se hacen alusiones mitológicas ni hay intervenciones de figuras religiosas. Hay varias razones que explican esta omisión, entre ellas, la influencia de la Farsalia de Lucano, pero en el caso de La conquista del Perú esta ausencia pone de manifiesto la influencia del modelo de los mapas portulanos en la composición de la obra, dada la preferencia del mapa portulano por el elemento descriptivo frente a la alegoría del mapamundi. Zumthor aclara que el portulano «no es sólo un registro de lugares; percibe y representa unos intervalos: las distancias»69. Estos intervalos se configuran en el texto como espacios de la imaginación donde la voz del poeta crea el ámbito poético. La lectura de estos intervalos en el poema ayuda a entender la proporción entre el espacio físico y el espacio poético en la sección dedicada al primer viaje de Pizarro. En esta primera parte, el espacio poético es mayor que la descripción del territorio geográfico, pero en las secciones dedicadas al segundo y tercer viaje, el espacio físico descrito resulta más extenso, incluso encontramos un detenido recorrido por la geografía andina en el último viaje. Por otra parte, los topónimos mencionados en el poema —Puerto de las Piñas, Puerto Deseado, Puerto del Hambre, Puerto de la Candelaria y Puerto de Piedras— cumplen con la función pragmática y mnemotécnica 68 69

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Busto, 1988, pp. 11-23. Zumthor, 1993, pp. 316-17.

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del mapa portulano, careciendo de un sentido simbólico. La descripción de los puntos en el itinerario poético proyecta sobre el territorio la dominación por medio del lenguaje que nombra y adjudica las nuevas tierras a quien le otorga un nombre, siguiendo la tradición literaria en la que el «descubrimiento» se entiende como «revelación visual»70. Este tópico del develar poético está presente en La conquista del Perú, donde el poeta anónimo hace que los lectores vean —por medio de la imaginación— lugares que antes eran desconocidos y, de ese modo, los va mostrando y convirtiendo en territorios familiares al narrar las aventuras de la expedición de Pizarro. Así, la poesía acerca estos mundos por medio de un lenguaje elaborado con los recursos de la retórica, en el que el espacio se metaforiza en texto, siguiendo una «territorialización» del lenguaje que nombra para existir, que es a su vez «ocupar, delimitar, defender»71. El poema imita la alegoría de una travesía por mar, que proviene de la tradición literaria de la Antigüedad clásica, la cual funciona como una figura retórica novedosa que se vincula a nuevos espacios de la realidad, buscando de esta manera enriquecer el lenguaje. De ahí que la metáfora del viaje permita delinear y nombrar nuevos espacios, lugares que se suman a los ya conocidos y que se traducen en instantes de expansión del lenguaje en el poema. En este sentido, La conquista del Perú cumple una función similar a la de otros textos, como las capitulaciones, las cartas relatorias y el requerimiento, porque su objetivo principal no es interpretar la conquista, sino legitimarla por medio de la letra escrita; pero su fuerza evocadora es más intensa porque va unida al sentimiento y a la memoria afectiva firmemente arraigadas en el imaginario colectivo gracias a la tradición poética que se origina en los cantares de gesta y en la epopeya fronteriza. Este poder de evocación es también otra manifestación del espacio poético, territorio que se ubica en otra dimensión, es decir, en un «allá», en otra parte»72, y al cual podemos llamar espacio espectral de la poesía épica. Las nuevas tierras representan el espacio espectral por su lejanía y dificultad para llegar a ellas, pues los conquistadores no logran descubrir el territorio peruano en el primer viaje de 1524. Este espacio espectral también aparece en el poema como una preterición por medio de la idea del regreso siempre pospuesto, argucia de la que se vale Pizarro para conseguir que la expedición continúe, imitando los modelos colombino y cortesiano como 70 71 72

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Ibídem, p. 231. Ibídem, p. 366. Ibídem, p. 361.

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precedentes históricos y los personajes de Odiseo y de Eneas como figuras del héroe épico. Este aplazamiento del retorno es representado como una extensión textual en el poema, es decir, es un diferimiento no solo temporal, sino también espacial. En otras palabras, es una forma de representación del espacio poético como una presencia espectral que existe siempre en otra parte, y del que la poesía sirve de vehículo de expresión por medio del lenguaje, porque con el pretexto de narrar el itinerario que sigue la expedición de Pizarro, en realidad se está escribiendo el poema, el cual se crea en el espacio que narra el descubrimiento y que aparece como una entidad virtual porque siempre pospone para otro momento el final de la narración sobre el descubrimiento del Perú, y a la misma vez prolonga la lectura del poema. Por otro lado, la postergación de la representación del espacio físico se debe a que el territorio peruano está sometido a una búsqueda infructuosa que culminará en un retorno a Panamá, como una interrupción momentánea, poniendo de manifiesto una visión del territorio como espacio espectral, pues la tierras del Perú aún no han sido conquistadas militarmente y no pueden delimitarse con precisión en el texto. Ante la imposibilidad de dominar el territorio americano, Pizarro decide emprender el regreso a un punto en las cercanías de Panamá. La ironía que se deja ver en el poema es que, para poder proseguir la expedición, el conquistador tiene que volver al punto del origen en este primer viaje, iniciando así un periplo similar al de un héroe épico73. Un retorno que el poema también modifica, porque funde el final del primer viaje con el inicio del segundo, transformando de esta manera la verdad histórica por medio del ornato de la poesía. La conquista del Perú es uno de los primeros testimonios poéticos de la conquista de América y de elaboración de una nueva forma poética: el poema épico americano. En este estado imaginativo el poeta logra un estado mental exploratorio que le permite conseguir un descubrimiento intelectual: la escritura del primer poema marítimo sobre la conquista de América. El poeta anónimo no puede separar el poema de la historia de la poesía y, en especial, de los poemas sobre la navegación, por eso él también es un descubridor de nuevos territorios. Este espacio ilimitado de la imaginación es el lugar de la poesía, en el que el poeta anónimo puede escribir por primera vez sobre la expedición de Francisco Pizarro, y en este sentido, el tema ofrece un espacio ilimitado para el descubrimiento de nuevos territorios poéticos.

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Nieto, 1993, p. 95.

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Quiero leer las páginas de La Florida del Inca escritas por Garcilaso de la Vega sobre el líder indígena Vitachuco como un relato sobre la sensación de derrota, el sentimiento de dolor de la pérdida y el trabajo de duelo. No voy a referirme a la historiografía sobre este texto1, tampoco a los datos históricos2, la subjetividad ni el cuestionamiento de las reglas del discurso analizados anteriormente por la crítica3. En su lugar voy a dedicar mi atención a reflexionar sobre la relación entre la literatura, la memoria y el duelo en La Florida a partir de una lectura detenida de los capítulos 20 a 29 del Libro segundo de la Primera parte. ¿Por qué hablar de la muerte en esta obra?, ¿cómo no hablar de la muerte en La Florida del Inca?, o lo que es más preciso aún, ¿cómo evitar pensar sobre la muerte en La Florida, texto marcado por la violencia y la destrucción física de sus protagonistas españoles e indígenas? Una lectura panorámica de esta obra nos permite ver que el personaje principal en La Florida es la muerte y sus asociados: la pérdida, el duelo y la memoria. Por razones de espacio voy a concentrar mi análisis en una selección de capítulos que ayudan a desarrollar mi tesis. En los capítulos 20 a 29 de la Primera parte del Libro segundo de La Florida del Inca, Garcilaso trata de la historia del cacique Vitachuco y su rebelión contra los españoles. En este trabajo voy a analizar quién es este cacique y qué importancia tienen estos capítulos en la obra del Inca. De acuerdo a la lectura que propongo, en estos capítulos no solo se cuenta la historia de Vitachuco, también se habla de asuntos más complejos, entre ellos, cómo es1 2 3

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Adorno y Pautz, 1999, pp. 50-153. Hudson, 1997. Mora, 1988, pp. 19-81.

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cribir sobre el Nuevo Mundo. En primer lugar, la ubicación de los capítulos en el conjunto de la obra está en función de la búsqueda del equilibrio y la simetría de acuerdo a las normas de la prosa renacentista. Podemos entender mejor este punto si comparamos la ubicación de los capítulos dedicados a la muerte de Vitachuco y los capítulos dedicados a la muerte de Hernando de Soto. La muerte de Vitachuco aparece en el capítulo 28, al final de la Primera parte y parece ser un recurso retórico para mantener la simetría estructural de los libros divididos en dos partes, por eso coincide con la ubicación de la muerte de Hernando de Soto, en el capítulo 7, que marca la mitad del Libro quinto4. La importancia de los capítulos dedicados a Vitachuco va más allá de las razones de ornato y equilibrio en la retórica renacentista. Analizar el complejo proceso de elaboración de los capítulos 20 a 29 pone al descubierto aspectos más elusivos del texto y del proceso de redacción de la obra. El Inca comienza declarando: «El mayor cuidado que se hubo fue escribir las cosas que en ellas se cuentan como son y pasaron»; y en el capítulo 27 del Libro segundo de la Primera parte también afirma: «Donde se responde a una objeción o contraposición». Ambos momentos constituyen la defensa más articulada de las ideas sobre la verosimilitud y la representación de la verdad en la obra. La exposición de las concepciones historiográficas del Inca en el «Proemio» forman parte de una rica tradición literaria de la época y explica la retórica de su discurso. En mi opinión la ubicación de la defensa del autor en el capítulo 27 es más excepcional porque aparece inmerso dentro del relato sobre el indígena Vitachuco. Las ideas expuestas por Garcilaso en este capítulo son una amplificación, mucho mejor elaborada, del concepto de veracidad del «Proemio» y su presencia en esta parte del texto es singular. ¿Por qué aparece esta defensa de la veracidad de la obra en este pasaje? El mismo Garcilaso nos responde: como parte de la defensa de la representación de los indígenas en el texto. Para Garcilaso el punto principal en este pasaje es demostrar la racionalidad de los indígenas, motivo de largos debates teológicos y jurídicos durante el siglo XVI. La estrategia retórica del Inca se apoya en el uso de autoridades como el padre José de Acosta y su Historia natural y moral del Nuevo Mundo como apoyo a las tesis sobre la humanidad de los amerindios. Pero el punto principal del argumento está construido en torno a la figura del testigo de vista. La institución literario-jurídica del testigo de vista inaugura un cambio importante en la historiografía: el paso de la autoridad en el discurso 4

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Galloway, 1997, p. 38.

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historiográfico hacia el testimonio del testigo. Como destaca Foucault, la preeminencia del testimonio basado en el relato de testigo fue una de las bases del cambio en los mecanismos de búsqueda de la verdad, en especial de la evolución de la indagación, que a partir de 1492 tuvo como escenario principal los territorios del Nuevo Mundo5. De ahí que el Inca siempre se apoya en Silvestre, el veterano de la expedición de Hernando de Soto que cuenta los hechos ocurridos entre 1539 y 1543: Y en lo que toca al particular de nuestros indios y a la verdad de nuestra historia, como dixe al principio, yo escrivo de relación agena, de quien lo vio y manejó personalmente. El cual quiso ser tan fiel en su relación que, capítulo por capítulo, como le iva escribiendo, los iva corrigiendo, quitando o añadiendo lo que faltava o sobrava de lo que él avia dicho, que ni una palabra agena por otra de las suyas nunca las consintió, de manera que no puse más de la pluma, como escriviente6.

La cita es un ejemplo del tópico de la convencionalidad de las normas en la historiografía renacentista. Las ideas principales del pasaje son la del testigo de vista, la veracidad del discurso que narra hechos históricos y, de manera especial, la insistencia en la separación entre autor y «escriviente», aspecto también relacionado con el tópico de la falsa modestia. La redacción de La Florida se ofrece como producto de un autor-testigo, en la que Garcilaso se autorrepresenta solo como figura intermedia del redactor que transcribe un dictado. El vínculo textual con los hechos narrados es a través de la escritura, que funciona como legitimadora de la veracidad de la historia. La defensa de la obra es una de las funciones más conocidas de los prólogos de la época, apareciendo en numerosos prefacios y en diferentes partes del texto. La ubicación de esta defensa del autor en el Libro segundo cumple una función retórica más importante y es servir de apoyo a la tesis sobre la veracidad de la historia de Vitachuco. Por eso el segundo punto de la autodefensa del Inca en el capítulo 27 es la identidad étnica, a partir de la cual defiende, por extensión, la idea de la racionalidad de los indios. Otra vez aparece el tema de la escritura y sus límites, pero ahora problematizado a través de la identidad del sujeto y de los propósitos derivados de esta singular posición existencial. Así explica Garcilaso su postura:

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Foucault, 1992, p. 48 Garcilaso, La Florida, p. 220.

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Pues decir que escrivo encarecidamente por loar la nación porque soy indio, cierto es engaño, porque con mucha vergüença mía, confiesso la verdad: que antes me hallo con falta de palabras necessarias para contar y poner en su punto las verdades que en la historia se me ofrecen, que con abundancia dellas para encareçer las que no passaron7.

El tópico de la humildad está creado a partir del origen étnico y de la confesión pública, que funcionan como elementos de apoyo de la veracidad de la obra y como parte del tópico de ganar la benevolencia del lector. Desde el punto de vista retórico, Garcilaso crea un quiasmo que invierte la posición de las ideas para controlar el argumento. De esa manera, construye una pequeña narración sobre su infancia en Perú y los problemas que impidieron una mejor educación como argumento de supuestas limitaciones expresivas. El tópico de la falta de palabras para narrar los hechos es uno de los temas del discurso sobre el Nuevo Mundo y así aparece desde Colón. Pero en este caso está problematizado a partir de un sentimiento de diferencia étnica y de las consecuencias sociales de la condición de otredad. Es precisamente este sentimiento el eje central del discurso en este capítulo 27. Así, el origen étnico «porque soy indio» no solo funciona como justificación de la supuesta incapacidad expresiva, sino como respuesta anticipada a las dudas sobre la posición del «escriviente» y a la manera en que aparecen representados en el texto los indígenas. El Inca comprende que necesita crear otro argumento en apoyo a su postura y por esa razón aparece el diálogo entre «mi autor» y el «escriviente». Una escena que complica el texto porque introduce elementos de la tradición literaria del diálogo y de los prefacios, en especial la preterición, que funciona como la figura retórica entre el «hijosdalgo [...] fidedigno» y el escribiente al transferir la defensa de Garcilaso y de la obra al español, quien termina el diálogo y el capítulo 27 con las siguientes palabras: Por ende, escrevid con todo el encarescimiento que pudiéredes los que os he dicho, que yo os prometo que, ...por más y más que en las bravosidades y terriblezas de Vitachuco y de otros principales que adelante hallaremos os alarguéis, no lleguéis donde ellos estavan en sus grandezas y hazañas8.

Ahora podemos entender la función del capítulo 27 y por qué aparece intercalado entre la historia de Vitachuco. Su función es servir de comen7 8

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tario filológico a los problemas confrontados por Garcilaso en la búsqueda de formas novedosas de representación de los amerindios. ¿Por qué unos capítulos sobre unos indígenas que «saben hablar como cualquiera otra nación de mucha doctrina» (222) requieren tanta explicación? ¿Cuál es el propósito de insistir en la veracidad de estos pasajes? Una lectura detenida de estos capítulos permite responder estas preguntas y entender el proyecto de escritura de Garcilaso. Dentro del plan general de La Florida del Inca, el relato de la rebelión, captura y muerte del «curaca» Vitachuco aparece como uno de los pasajes mejor elaborados del libro. Estos capítulos se caracterizan por combinar acciones guerreras y alocuciones de los indígenas, quienes de esta manera presentan al lector sus pensamientos sobre la conquista y ayudan a tener una perspectiva más amplia sobre los hechos narrados, aspecto que no aparece en otros cronistas. Garcilaso no menciona un informante específico en el episodio de Vitachuco, por eso podemos dudar que sea una elaboración retórica, una amplificación del discurso con el objetivo que lograr un mejor ornato y cumplir una función similar a la de los relatos intercalados. Como señala Galloway, la mayoría de las descripciones de escenas de guerra en el texto provienen de las dramatizaciones de Garcilaso de las admirables cualidades de los indios que igualan o exceden las normas de la época en Europa. El vehículo favorito de Garcilaso para las dramatizaciones de las escenas de guerra es el retrato del indio noble en oposición a otros indígenas subordinados, generalmente en una situación conflictiva y a menudo estos indígenas son una elaboración generalizada de diferentes individuos vistos en otras narraciones, como en el caso del fiero e indoblegable jefe Vitachuco, cuyos planes de atacar a los españoles y cuyos pensamientos más profundos son revelados a los lectores a través del artificio de una serie de traductores a quienes supuestamente él revela sus planes. Ninguno de estos personajes aparece en los otros relatos9. En mi opinión, el relato sobre Vitachuco es una creación más compleja de Garcilaso. Si comparamos las diferentes relaciones del Hidalgo de Elvas, de Luys Hernández de Biedma y de Rodrigo Ranjel, que son los textos conocidos de la expedición de Hernando de Soto, en ninguno aparece un indígena llamado Vitachuco. Cada vez que aparece un vocablo similar es para referirse a un poblado o a un territorio. Así, en la Relación del caballero de Elvas dice: «un pueblo llamado Vitachuco»10; en la Relación de la isla de la 9 10

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Galloway, 1997, p. 39. Clayton 1993, p. 71.

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Florida de Luis Hernández de Biedma es también un nombre geográfico: «ellos se fueron hasta el pueblo más cercano, llamado Ivitachuco»11, igual que en la Relación de Ranjel inserta en la Historia natural y moral de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo: «el río o pantano de Ivitachuco»12. Garcilaso emplea el vocablo Vitachuco en dos sentidos, para referirse al líder indígena y para nombrar el poblado donde ocurre la batalla entre la expedición de Hernando de Soto y los indígenas de la etnia timucuana. Tampoco encontramos coincidencia con los otros cronistas, porque Elvas llama al poblado Napetuca o Napetaca, mientras que Biedma no lo menciona y Ranjel dice Napituca. Otra diferencia importante aparece en relación a un cacique, que solamente aparece en Ranjel, llamado Uriutina y que los otros testimonios no mencionan; mientras que el cacique que capturan los españoles y que origina la batalla se llama Aguacaleyquen en Ranjel y figura como Caliquen en Elvas; en Biedma viene como Aguacalecuen y en Garcilaso como Ochile. Una lectura comparada de las relaciones de Elvas, Biedma y Ranjel permite ver el proceso de elaboración del relato de Vitachuco en La Florida. En la Relación de Elvas la historia comienza después de abandonar el pueblo de Caliquen el 10 de septiembre, llevando consigo al cacique prisionero. Unos tres días después comienzan a aparecer los indígenas, tocando flautas, que es la señal por la cual dejan saber que vienen en paz y le piden a Hernando de Soto que libere a su cacique, pero este se niega. El día 15 de septiembre llegan al pueblo de Napetuca. Allí 14 o 15 indígenas vienen y le piden a Soto que deje libre al cacique su señor, a lo que él responde que quiere tenerlo consigo hasta llegar a Uzachil. Entonces, Soto se entera por Juan Ortiz que un indio le contó que estaban preparando un ataque para liberar al cacique. El día del ataque, Soto prepara la tropa en secreto. Llegan 400 indígenas con sus arcos y flechas y envían dos mensajeros que le dicen a Soto que libere a su cacique. El gobernador, con seis soldados, lleva de la mano al cacique y conversando con él, para engañar a los otros indígenas, llega hasta el sitio donde ordena el ataque. Inmediatamente, los jinetes y soldados escondidos en las casas del pueblo, atacan a los indígenas. Mueren 30 o 40 de ellos y el resto huye hasta unos lagos, donde resisten hasta que, al amanecer del día siguiente, se rinden todos con excepción de 12 de los principales indígenas, que mueren. En cautiverio, los indígenas encargan a uno de los suyos, que era traductor y al que consideraban valiente, que tan pronto llegara el gobernador a hablar con él, lo tomara con sus manos por el cuello y lo 11 12

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Ibídem, p. 227. Ibídem, p. 267.

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ahorcara. Pero tan pronto vio al gobernador, le dio un golpe tan fuerte en la nariz que lo dejó ensangrentado. Inmediatamente, todos los prisioneros indígenas se sublevan y empiezan a atacar a los españoles. Al final, unos 200 indígenas son vencidos y ejecutados con flechas por los indígenas paracoxi, que servían a los españoles13. La Relación de Elvas habla de un ataque fallido de los indígenas, pero no es organizado por un cacique, sino por 14 o 16 indígenas. Ortiz se entera por un indio de los planes de ataque y avisa al gobernador. Entonces, los españoles acuerdan una emboscada usando la caballería, que esconden dentro de las casas del poblado, similar al ataque contra Atahualpa en Cajamarca. En un célebre pasaje del capítulo, 20 Garcilaso comienza la historia del «curaca» Vitachuco, que airado por la capitulación de sus hermanos ante los españoles, se presenta ante el lector con una arenga: Vitachuco respondió estrañíssimamente con una brabosidad nunca jamás oída ni imaginada en indio que, cierto, si los fieros tan desatinados que hizo y las palabras tan sobervias que dixo se pudieran escrevir como los mensageros las refirieron, ningunas de los más bravos cavalleros que el divino Ariosto y el illustríssimo y muy enamorado conde Matheo María Boyardo, su antecessor, y otros claros poetas introduzen en sus obras, igualaran con las deste indio. De las cuales, por el largo tiempo que ha passado en medio, se han olvidado muchas, y también se ha perdido el orden que en su proceder traían. Mas diránse con verdad las que se acordaren, que en testimonio cierto y verdadero, son suyas las que en el capítulo siguiente se escriven, las cuales embió a decir a sus dos hermanos respondiendo a la embaxada que le hizieron14.

Las palabras de Vitachuco siguen varios tópicos de la tradición literaria. En primer lugar, el famoso «traigo cosas nunca antes dichas»15, relacionado con la primera cualidad de la imaginación épica: su posibilidad de expansión hasta regiones nuevas de la imaginación. Idea que aparece desde el Diario del primer viaje de Colon en 1492 y que recuerda la famosa frase de Bernal: «ver cosas nunca oídas, ni vistas ni aun soñadas». Pero el modelo que quizá conoció el Inca fue el prólogo del Lazarillo de Tormes: «Yo por bien tengo cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas», que era el más popular. También el discurso de la preceptiva retórica ofrecía ejemplos

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Clayton, 1993, pp. 66-69. Garcilaso, La Florida, p. 201. Curtius, 1955, p. 131.

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de este tópico, como menciona la Philosophia antigua poética de Pinciano: «cosa no oída ni vista»16. La declaración de Garcilaso pone de manifiesto su familiaridad con el tópico de salvar la memoria del pasado. Este tópico sigue el modelo de Juan de Mena en el Laberinto de fortuna y es la idea principal que nos comunica el Inca. La necesidad de recordar los antiguos hechos heroicos por medio de la historiografía, es decir, la escritura al servicio de preservar la memoria histórica, referencia obligada desde la sentencia menesca: «yaze en tinieblas dormida su fama/ dañada de olvido por falta de auctores». Al que se une el modelo expresado por Fernán Pérez de Guzmán en Loores de los claros varones de España cuando lamenta el olvido de los hechos heroicos del pasado por falta de poetas que los inmortalicen. Este es el contexto de la historia literaria que el pasaje de Garcilaso alude al hablar del peligro del olvido en que pueden caer las palabras y acciones de Vitachuco. Así, al adoptar el autor el modo narrativo puede explicar las circunstancias de composición de la obra, que aparece bajo los tópicos de salvar la memoria de las hazañas por medio de la escritura, logrando la inclusión de la verdad histórica, cumpliendo además con el tópico de la inmortalización, proveniente de la poesía. Este motivo aparece también en los principales poemas épicos sobre la conquista de América, entre ellos La Araucana de Ercilla y las Elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos. Garcilaso está consciente del uso del tópico literario de salvar la memoria, al que une ahora el del testigo de vista, que sirve para fundamentar su texto. Así, los mensajeros aparecen como testigos de las palabras de Vitachuco, que llegan hasta el Inca en los testimonios de Silvestre y de los otros españoles que participaron en la expedición de la Florida. Desde el punto de vista subjetivo, la función del testigo de vista será utilizada por Garcilaso para conferir autoridad a su texto y, de esta forma, reforzar su credibilidad ante el lector. Este recurso fue señalado por Rodríguez-Vechini como el «intento de verosimilitud»17 del autor. Esta institución literario-jurídica del testigo de vista empleada por Garcilaso responde a un cambio importante en la historiografía: el paso de la autoridad en el discurso historiográfico hacia el testimonio del testigo. Como destaca Foucault, la preeminencia del testimonio basado en el relato de testigos fue una de las bases del cambio en los mecanismos de búsqueda de la verdad, en especial de la evolución de la indagación que a partir de 1492 tuvo como escenario principal los territorios 16 17

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Rico, 1987, p. 3. Rodríguez-Vechini, 1982, p. 619.

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del Nuevo Mundo18. El testigo, en este caso, también está relacionado con la función de verosimilitud de la épica y en especial con la posición de testigo de vista similar a la desempañada por Alonso de Ercilla en La Araucana cuando reclama que su poema es historia y no ficción19. Pero el testigo tiene una importancia especial para el Inca. Me refiero a una serie de circunstancias que tienen repercusiones para toda la vida y que a partir de este momento le acompañarán hasta su muerte. Como señala Emilio Lledó: Las palabras del testigo expresan lo que ha visto, pero, en esa expresión, lo pasado vuelve a adquirir, a través de él, una decisiva presencia. Su voz que testifica lo visto es, en el momento del testimonio, la objetivación y salvación de un momento irrepetible de la realidad. En la presencia del testimonio, se recupera la ausencia del momento pasado o de la realidad perdida. El «haber visto» se convierte en «estar viendo». Lo pasado vuelve a recobrarse, de modo nuevo, en el futuro20.

Esta acción responde a una retórica de la simultaneidad de la visión temporal. Por eso, escribir sobre la conquista de la Florida y la derrota de los indígenas americanos lleva a Garcilaso a confrontarse a sí mismo y a empezar a pensar sistemáticamente sobre el proyecto de explicar la conquista del Perú y la derrota de los incas. Cuando escribe de los otros indígenas comienza a reconocerse más él mismo como descendiente de los indígenas peruanos. Así, el trauma de la conquista que en los Diálogos de amor es reprimido y transferido de forma sublimada, aquí reaparece y asume una exterioridad que «saca» lo antes oculto. Los recuerdos del pasado peruano se mezclan con el presente de la escritura. La comparación con las sociedades indígenas y el trauma de la conquista, aquello sobre lo que no quería pensar antes, de lo que nunca había escrito, aparece como confrontación, indagación y reconocimiento de su condición de otredad, que desemboca en una búsqueda de la identidad del mestizo peruano. Este proceso de auto-indagación culminará con la redacción de los Comentarios reales. La memoria se manifiesta por medio de la literatura, de la palabra, de las voces quechuas que invaden el texto. En ocasiones aparecen momentos en que la voz autorial se resiste a emplear otros vocablos, así, por ejemplo, se impone lentamente la voz andina «curaca» para referirse a los líderes indígenas de la 18 19 20

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Foucault, 1992, p. 48. Dowling, 1997, p. 112. Lledó, 1978, p. 94.

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Florida. La memoria de lo perdido trae necesariamente el sentimiento de la pérdida y exige entonces el trabajo de duelo como forma de resolver el conflicto psíquico. El Inca menciona la novedad de las palabras de Vitachuco, pero de manera especial quiere llamar la atención del lector, insistiendo en el hecho de que es un indio el que habla. En aras del ornato retórico aclara que estas palabras llegan a nosotros a través de los mensajeros. Hay aquí una primera instancia sobre la relación conflictiva entre lengua y traducción, que también implica en este caso la relación entre oralidad y escritura porque los mensajeros transmitieron de forma oral las palabras de Vitachuco. Lo que llega a nosotros es el resultado de una reelaboración artística que adopta la forma de la escritura renacentista, con su catálogo de convenciones y reglas retóricas en aras del ornato del discurso y de los requisitos de la historiografía renacentista. Por eso insiste el Inca en este acto de transposición de la oralidad a la escritura y dice: «se pudieran escrevir como los mensageros las refirieron», adelantando así la meditación sobre la dificultad de narrar los hechos sobre el Nuevo Mundo y, de manera especial, anticipa aquí el problema de la representación de las voces indígenas en un texto que sigue las reglas del discurso historiográfico renacentista. La escritura es entonces el vehículo de comunicación en el plano de la expresividad y en el plano hermenéutico porque sirve para explicar y dar a conocer esa otra realidad americana, que solo puede acceder al mundo europeo por medio de la escritura. Reproduce el Inca, por medio de la figura de los traductores, su propia condición de intermediario y traductor de códigos culturales diferentes. Pero, en este caso, la autofiguración no se desarrolla y se explica como en otros pasajes, aunque lleva la marca de las limitaciones y peligros de su función. Expresadas como duda ante la imposibilidad de un testimonio fiel, por esa razón el Inca hace uso del ornato para embellecer el discurso historiográfico y menciona los poemas épicos de Ariosto y Boiardo como modelos literarios de la comparación con el personaje de Vitachuco. La mención a Ariosto y a Boiardo sitúa la alocución de Vitachuco dentro de la prestigiosa tradición literaria de la poesía épica, en la que la arenga del héroe es uno de los tópicos principales de este género desde los modelos de la épica clásica. Garcilaso usa el modelo más prestigioso para aumentar la dignidad de su personaje, reforzando de esta manera la importancia de Vitachuco, que nace en compañía de los personajes épicos del Orlando enamorado de Boiardo y del Orlando furioso de Ariosto.

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La pregunta pertinente entonces es ¿por qué la referencia a la poesía épica y no a las crónicas? No basta decir que la épica era el género literario que gozaba de más prestigio en la época. Creo que hay otras razones por las que Garcilaso prefiere la poesía épica, pero antes necesitamos saber por qué no utiliza otras formaciones discursivas como las crónicas y las historias de la conquista que él conoce muy bien y entre las cuales hay modelos más importantes de personajes indígenas, como el de Moctezuma que elabora Cortés en la «Segunda carta de relación» y el de Mayobanexio en la Historia de la invención de las Indias de Fernán Pérez de Oliva. Esta última obra de menor divulgación, ya que no fue publicada por la muerte de su autor en 1531. Pero no hay que olvidar que el Inca pudo consultar el manuscrito de la Historia de la invención de las Indias en poder de Ambrosio Morales, sobrino de Pérez de Oliva y editor de sus Obras completas en Córdoba en 1586, de las que excluyó, sin ofrecer una explicación, el texto de la Historia. Aunque la posible relación intertextual entre La Florida y la poesía épica renacentista fue señalada anteriormente, los estudios más recientes de la obra del Inca comienzan a prestar mayor atención a la poesía épica de la conquista de América, y en especial a la relación con La Araucana de Alonso de Ercilla y las Elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos. Así, de acuerdo a Pupo-Walker: «En lo que se refiere a las normas retóricas la postura de Garcilaso, con respecto a Silvestre, es equiparable, por ejemplo, a la del hablante en el Orlando enamorado de Boiardo; es decir, un narrador que transmite celosamente las noticias y relatos que le comunicaba el Arzobispo Turpino»21. Aunque aclara Pupo-Walker: «[...] tanto a los valores tonales del discurso como al ensamblaje formal de la narración, el Orlando Furioso y otros poemas épicos del Renacimiento pudieron influir a distancia en múltiples pasajes de La Florida»22. Garcilaso usa el modelo más prestigioso de la épica para aumentar la dignidad de su personaje, reforzando de esta manera la importancia de Vitachuco, que nace en compañía de los personajes épicos del Orlando enamorado de Boiardo y del Orlando furioso de Ariosto. Pero, como señaló Hugo Rodríguez-Vechini: Si por contagio con las semejanzas que le ofrecen esas obras de alto rango literario La Florida pretende distinción, consigue antes que nada poner al descubierto cómo procede su codificación de la nueva res gestae. De esta manera, autodescodificándose, llega a borrar los lindes convencionales entre el discurso 21 22

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Pupo-Walker, 1982, p. 54. Ibídem, p. 80.

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histórico (cf. Julio César) y el poético, el poema heroico en este caso específico (cf. Ariosto y Boyardo)23.

Una lectura detenida de los capítulos 20 a 29 del Libro segundo de La Florida permite ver que la relación intertextual con el Orlando enamorado o el Orlando furioso es indirecta y aparece mediada por La Araucana, una de las obras de mayor prestigio literario de su tiempo que trata el asunto del Nuevo Mundo. En mi opinión, el personaje de Vitachuco está modelado en el personaje del araucano Galvarino porque ambos son héroes trágicos que se inmolan. Una rápida comparación entre las acciones y fragmentos declamatorios de ambos personajes pone de manifiesto muchos puntos similares. Vitachuco es un héroe perdedor y su imagen crea un recuerdo más fuerte, más cercano a las ideas del Inca sobre el carácter trágico de la conquista. A diferencia de otros personajes indígenas como Quigualtanqui, quien logra sobrevivir la expedición de Hernando de Soto para maldecirla y es recordado por su valor24, Vitachuco muere durante la conquista. Ambos indios cumplen una función en el texto y es la de hablar por ellos mismos, articulando la condena a las prácticas crueles de la conquista25. Pero hay una diferencia entre ambos. Creo que Vitachuco es un personaje de mayor resonancia por la manera violenta en que muere, mientras que Quigualtanqui tiene una muerte no heroica, a la que sigue el olvido. La fama de Vitachuco depende de la literatura y de la capacidad de esta de crear un símbolo del personaje indígena. Vitachuco existe en el futuro, mientras Quigualtanqui es un personaje del pasado. Vitachuco tiene una muerte heroica porque muere combatiendo. Es precisamente la muerte en combate y en circunstancias extraordinarias la que permite hablar de coincidencias entre los personajes de Vitachuco y Galvarino. En primer lugar, la alocución inicial de Vitachuco a los embajadores que envían sus hermanos es similar en el tono de denuncia a la arenga de Galvarino ante el senado araucano. Dice Vitachuco: Bien parece que sois moços y que os falta juicio y esperiencia para dezir lo que açerca de essos españoles dezís. Loáislos mucho de hombres virtuosos que a nadie hazen mal ni daño y que son muy valientes y hijos del Sol, y que mereçen cualquiera servicio que se les haga. La prisión en que os avéis metido y el ánimo vil y cobarde que en ella avéis cobrado en el breve tiempo que ha 23 24 25

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Rodríguez-Vechini, 1982, p. 613. Rabasa, 2000, p. 215. Ibídem, p. 214.

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que os rendisteis a servir y ser esclavos os haze hablar como a mugeres, loando lo que deviérades vituperar y aborrecer.¿No miráis que essos cristianos no pueden ser mejores que los passados, que tantas crueldades hizieron en esta tierra, pues son de una mesma nación y ley?¿No advertís en sus traiciones y alevosías? Si vosotros fuérades hombres de buen juicio, viérades que su misma vida y obra muestran ser hijos del diablo y no del Sol y Luna, nuestros dioses, pues andan de tierra en tierra matando, robando y saqueando cuanto hallan, tomando mugeres e hijas agenas, sin traer de las suyas.Y para poblar y hazer asiento no se contentan de tierra alguna de cuantas veen y huellan, porque tienen por deleite andar vagamundos, manteniéndose del trabajo y sudor ajeno. Sí, como decís, fueran virtuosos, no salieran de sus tierras, que en ellas pudieran usar de su virtud sembrando, plantando y criando para sustentar la vida sin perjuicio ageno e infamia propia, pues andan hechos salteadores, adúlteros, homicidas, sin vergüença de los hombres ni temor de algún dios. Dezidles que no entren en mi tierra, que yo les prometo, por valientes que sean, si ponen los pies en ella, que no han de salir, porque los he de consumir y acabar todos, y los medios an de morir assados, y los medios cozidos26.

La alocución de Galvarino resume el sentimiento de rebeldía de los araucanos y es el modelo más prestigioso de discurso en defensa de los derechos indígenas que aparece en La Araucana27. Dice Galvarino: Si solíades vengar, sacros varones, las ajenas injurias tan de veras, y en las estrañas tierras y naciones hicieron sombra ya vuestras banderas, ¿cómo agora en las propias posesiones unas bastardas gentes extranjeras os vienen a oprimir y conquistaros, y tan tibios estáis en el vengaros? Mirad mi cuerpo aquí despedazado, miembro del vuestro, que por más afrenta me envian lleno de injurias al Senado para que dello sepa daros cuenta. Mirad vuestro valor vituperado Y lo que en mi el tirano os representa,

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Garcilaso, La Florida, p. 202. Triviños, 2003, pp. 113-134.

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Jurando no dejar cacique alguno Sin desmembrarlos todo uno a uno. Por cierto, bien en vano han adquirido tanta gloria y honor vuestros agüelos y el araucano crédito subido en su misma virtud hasta los cielos, si agora infame, hollado y abatido, anda de lengua en lengua por los suelos, y vuestra ilustre sangre resfriada, en los sucios rincones derramada. ¿Qué provincia hubo ya que no tremiese de vuestra voz en todo el mundo oída, ni nación que las armas no rindiese por temor o por fuerza compelida, arribando a la cumbre porque fuese tanto de allí mayor vuestra caída, y al término llegase el menosprecio donde de los pasados llegó el precio? Pues unos estranjeros enemigos con título y con nombre de clemencia, ofrecen de acetaros por amigos, queriendo reducir a su obediencia. Y si no os sometéis, que con castigos prometen oprimir vuestra insolencia, sin quedar del cuchillo reservado género, religión, edad ni estado. Volved, volved en vos, no deis oído a sus embustes, tratos y marañas, pues todas se enderezan a un partido que viene a deslustrar vuestras hazañas; que la ocasión que aquí los ha traído por mares y por tierras tan estrañas es el oro goloso que se encierra en las fértiles venas desta tierra. Y es un color, es apariencia vana querer mostrar que el principal intento fue el estender la religión cristiana,

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siendo el puro interés su fundamento; su pretensión de la codicia mana, que todo lo demás es fingimiento, pues los vemos que son más que otras gentes adúlteros, ladrones, insolentes. Cuando el siniestro hado y dura suerte nos amenacen cierto en lo futuro, podemos elegir honrada muerte, remedio breve, fácil y seguro. Poned a la fortuna el hombro fuerte, a dura adversidad corazón duro: que el pecho firme y ánimo invencible allana y facilita aun lo imposible28.

En segundo lugar, Vitachuco ataca sin armas, con sus propias manos a Hernando de Soto. La violencia inesperada de su acción sorprende a los españoles. En esto coincide con el ataque de Galvarino a un esclavo de los españoles después de tener las manos amputadas porque ambas acciones son extraordinarias. Ercilla narra el ataque de Galvarino: Estando pertinaz desta manera, Templándonos la lástima el enojo, Vio un esclavo bajar por la ladera Cargado con un bárbaro despojo; Y como encarnizada bestia fiera Que ve la desmandada presa al ojo, Así con una furia arrebatada Le sale de través a la parada. Y en él los pies y brazos añudados, Sobre el húmido suelo le tendía, Y con los duros troncos desangrados En las narices y ojos le batía: Al fin junto a nosotros, a bocados, Sin poderse valer se le comía, Si no fuera con tiempo socorrido, Quedando, aunque fue presto, mal herido29.

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Ercilla, 1993, p. 630. Ibídem, p. 623.

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En tercer lugar, Galvarino es ahorcado luego de caer prisionero por segunda vez y es una instancia del poema en la que interviene la voz de Ercilla dejando ver su oposición a esta ejecución. Dice Ercilla: Yo a la sazón al señalar llegando, de la cruda sentencia condolido, salvar quise uno dellos, alegando haberse a nuestro ejército venido; más él luego los brazos levantando que debajo del peto había escondido, mostró en alto la falta de las manos por los cortados toncos aún no sanos. Era, pues Galbarino este que cuento De quien el canto atrás os dio noticia, Que porque fuese ejemplo y escarmiento Le cortaron las manos por justicia, El cual con el usado atrevimiento30.

Por su parte,Vitachuco muere atravesado por las espadas de los soldados españoles después de su intento de matar a Hernando de Soto. La comparación con el personaje de Galvarino tiene un objetivo que va más allá de la lectura superficial de comprobación de influencias y fuentes literarias. El análisis detenido del proceso de modelación de los personajes permite entender otros aspectos de la obra del Inca que merecen un estudio más profundo. El Inca usa la tradición épica de «estetización» de la guerra31, en la que el poeta identifica a cada uno de los guerreros por su nombre para medir la participación de cada personaje y así inscribir las acciones de los héroes en la memoria colectiva. Apoyado en los recursos de la poesía épica, el Inca elabora un modelo de representación del indígena. En el mundo del poema épico, el indígena obtiene el derecho a llevar su nombre cuando ejecuta una acción heroica. Garcilaso sigue la tradición de La Araucana de presentar escenas de combates, dedicando una atención particular a los esfuerzos de personajes individuales. El relato de Vitachuco pone de manifiesto el uso que hace el Inca de la épica para construir ficciones y tropos con una función expresiva: escribir una historia de la conquista en la que también escuchamos las voces de los vencidos y de los muertos. Esto ex30 31

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Ibídem, p. 724. Quint, 1993, p. 5.

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plica porqué aparecen aquí unidos en el mismo pasaje los capítulos sobre Vitachuco y la «protesta del autor» (capítulo 26), igual que en La Araucana Ercilla presenta en el mismo canto la historias de Caupolicán y de Dido. Este mismo procedimiento aparece en los capítulos dedicados a Galvarino que vienen seguidos del relato de Fitón. La historia de Vitacucho es una elaboración más compleja porque lleva en sí épica, retórica y una reflexión sobre la relación entre la literatura y la muerte. La relación entre literatura y muerte aparece en dos niveles. En primer lugar como hecho histórico, porque es el relato de una expedición verdadera. En segundo lugar a nivel filosófico32, porque esconde «una verdad más profunda»33 que es el sentimiento de los perdedores por la derrota y el trabajo de duelo por los muertos. El relato de Vitachuco funciona como algo más importante para el Inca: es la proyección del malestar por la derrota incaica y la captura de Atahualpa que impide el acto heroico. La narración del Inca pone de manifiesto la necesidad del sacrificio para crear el mito. Esta es la función del personaje de Vitachuco en el relato sobre la expedición de Hernando de Soto: servir de ejemplo ante la capitulación y la traición. El relato de Vitachuco proyecta el sentimiento de anticipación del Inca sobre la conquista del Perú y se radicaliza a partir de la experiencia de escribir La Florida.

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Chang-Rodríguez, 1994, pp. 27-52. Rabasa, 2000, p. 209.

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COLONIALISMO, DERECHO Y CULTURA EN LOS COMENTARIOS REALES

El problema principal que enfrentamos a la hora de analizar el Derecho en los Comentarios reales es la escasez de trabajos dedicados a este aspecto de la obra. Debo aclarar que en este trabajo voy a concentrarme en el Derecho penal, es decir, en las transgresiones de las normas jurídicas y en sus sanciones en la sociedad andina. Por lo tanto, no voy a referirme a las instituciones del Derecho público, como el Derecho de conquista en el Imperio inca o el pensamiento jurídico político de Garcilaso, estudiado por James Fuerst en su excelente tesis doctoral Mestizo Rhetoric:The Political Thought of El Inca Garcilaso de la Vega. La mayoría de los estudios sobre las ideas jurídicas en los Comentarios reales se limita a interpretaciones negativas, porque los especialistas del Derecho no leen el texto de Garcilaso, sino la crítica jurídica en torno a su obra. Es necesario ahora un preámbulo para entender el problema central en la recepción de la obra de Garcilaso en la disciplina del Derecho. La mayoría de los argumentos sobre el Derecho en los Comentarios reales proviene de otras disciplinas y se basa en los estudios del etnólogo Hermann Trimborn, que marcaron el desarrollo del campo del Derecho andino. Me refiero a sus trabajos «La importancia de la América precolombina para la historia comparada del Derecho», «Las clases sociales en el imperio incaico» y El delito en las altas culturas americanas. En sus análisis,Trimborn rechazó muchas de las ideas de Garcilaso porque las mismas no correspondían con su propuesta teórica. Para Trimborn, las instituciones jurídicas que aparecen en los Comentarios reales no servían para armar un modelo sistémico del Derecho. El principal señalamiento crítico de Trimborn a los Comentarios reales fue la fragmentación en las descripciones que hace Garcilaso del sistema jurídico

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de los incas. Pero esta imagen se explica por dos factores, en primer lugar, por la imposibilidad de conocer todas las instituciones jurídicas que existieron en la sociedad andina y, en segundo lugar, porque en última instancia no existe correspondencia absoluta entre el Derecho andino y el europeo, que es el modelo referencial de los análisis de Trimborn. Este método analítico tiene las mismas limitaciones que el modelo funcionalista al elaborarse la interpretación en conceptos evolutivos de las instituciones jurídicas, que requiere la existencia de funciones similares al referente europeo. En realidad, Trimborn construyó su teoría del Derecho incaico a partir de un enfoque comparado con el Derecho europeo, en particular germano medieval, con el cual las categorías jurídicas debían corresponder forzosamente. En otras palabras, para Trimborn, el mundo jurídico andino que presenta Garcilaso tiene demasiados aspectos sin correspondencia con el ordenamiento jurídico europeo; y esa diferencia él la entiende como una falta del comentarista. Trimborn buscaba un sistema jurídico con categorías, estructuras y funciones bien definidas, que fuera posible incorporar dentro de su construcción teórica. En esto coincide con las interpretaciones de la teoría del funcionalismo en el campo del Derecho, porque, de acuerdo con los postulados del mismo, las funciones jurídicas no pueden existir sin una estructura sistémica. El problema con este método de análisis es que si las categorías, estructuras y funciones jurídicas descritas en los Comentarios reales no se corresponden con el modelo de análisis funcional entonces es imposible hablar de sistema jurídico. Para Trimborn, Garcilaso ofrece una descripción de fragmentos de instituciones y funciones jurídicas incompletas. La imagen del Derecho en los Comentarios reales acuñada por Trimborn es de deficiencia, y tuvo consecuencias importantes en la recepción de los Comentarios reales por parte de los especialistas en Derecho debido al reconocido prestigio de Trimborn en los estudios andinos. Entre las consecuencias más importantes del legado de Trimborn en la historiografía jurídica podemos mencionar la creación de la imagen de que el tratamiento del Derecho incaico en los Comentarios reales es algo incompleto, fragmentario y deficiente. Esto explica que en los estudios sobre el Derecho incaico los Comentarios reales han sido desplazados por otras obras con más información que permiten reconstruir una visión de sistema. Pero una lectura rigurosa de los cronistas indígenas y españoles muestra que no existe una obra que pueda ofrecer una visión sistémica del Derecho incaico porque sencillamente este nunca existió como sistema autosuficiente y cerrado de acuerdo al modelo funcionalista; aun las descripciones más completas del Derecho en la sociedad incaica, como las de

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Guamán Poma, analizada en un estudio clásico por José Varallanos, o la del jurista español Polo de Ondegardo, no responden a este modelo sistémico. En mi opinión, el valor de los Comentarios reales descansa en la visión del Derecho incaico, que es a su vez general y fragmentaria. Esta característica del Derecho, que algunos estudios confunden con la falta de datos o información, es un aspecto novedoso en los Comentarios reales, y responde a una estrategia retórica del autor en la manipulación del discurso narrativo en la obra. Por fragmentación entiendo la descripción de instituciones jurídicas y sus funciones de forma aleatoria y parcial, pero más importante aún, la falta de correspondencia de las instituciones jurídicas incaicas y europeas. Este modelo de análisis de Garcilaso descansa en un proyecto intelectual trasatlántico marcado por una complejidad cultural que se mueve entre Europa y América, entendida como diálogo intelectual con los humanistas renacentistas en el sentido que analiza Margarita Zamora; como mestizaje andino, como propone José Antonio Mazzotti al hablar de la presencia de un subtexto en el que aparecen marcas recreadoras de la oralidad andina; como condición de la situación colonial en el sentido que sugiere Sara Castro-Klarén; y como relación problemática entre historia, memoria e identidad estudiadas por Christian Fernández. En mi opinión, el discurso jurídico en los Comentarios reales emplea las mismas estrategias narrativas señaladas a toda la obra. En la medida de lo posible, Garcilaso compara las instituciones jurídicas incaicas con las españolas. Unas veces la comparación es explícita, pero en la mayoría de los casos son implícitas y requieren del lector una familiaridad con la historia de las ideas jurídicas. Ante la ausencia de un texto escrito en el mundo andino, Garcilaso emplea las Siete partidas como fuente de Derecho para organizar su explicación. Precisamente, los pasajes en que Garcilaso actúa como un constructivista, es decir, como un creador de realidades jurídicas, son aquellos en los que el referente jurídico directo es el texto de las Partidas1. En este caso, apela a la autoridad en el ordenamiento jurídico español. Pero, en mi opinión, este es un rasgo de otra problemática más importante en el análisis del Derecho andino, y es el de la relación entre escritura y Derecho. Garcilaso enfrenta la dificultad de explicar un sistema oral andino, cuando el Derecho europeo consideraba la primacía de la norma escrita. Él comprende (a partir de su experiencia personal con el litigio de su familia) que la ausencia de un código o de leyes escritas es un obstáculo en la aceptación de un concepto de Derecho en la sociedad 1

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Sobre el constructivismo jurídico véase Marrero-Fente, 2000.

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incaica. Esta idea de Garcilaso es fundamental, porque en la disciplina del Derecho en las sociedades occidentales hay una correspondencia entre un código sistemático de leyes y el reconocimiento de la existencia de un orden jurídico en la sociedad. Para compensar esta ausencia de un código o de leyes escritas, Garcilaso tuvo la idea de usar como fuente referencial el sistema jurídico español (con una larga historia de codificaciones y legislaciones, expresada en decenas de textos) en la descripción de las instituciones y en la ayuda de la explicación de sus funciones. Para esta operación hermenéutica Garcilaso empleó un método de traducción aproximada del contenido de la función jurídica, pero en la medida de lo posible mantuvo el ámbito cultural de la norma y la definición del caso, y en ocasiones comparó el vocablo indígena apropiado al término español. Este procedimiento pone de manifiesto la dificultad de traducir el Derecho oral andino por el filtro de la escritura alfabética española, cuando muchas instituciones andinas comenzaron a olvidarse después de la conquista. Este método de Garcilaso parece estar determinado por estrategias discursivas más amplias en los Comentarios reales, identificadas por Julio Ortega como los discursos de la abundancia, de la carencia y de lo virtual. Me refiero a la propuesta de los tres modelos discursivos que Ortega describe como el «discurso de la abundancia, que genera una versión fecunda de las formas y del sentido; el discurso de la carencia, que contrapone una visión defectiva...y el discurso de lo virtual, que proyecta una visión alterna y supone una realidad por hacerse»2. En Garcilaso el Derecho incaico se presenta al lector como «una realidad por hacerse» a través del discurso jurídico español, por eso podemos decir que Garcilaso es un constructivista jurídico. Esto explica por qué el modelo jurídico incaico es necesariamente un modelo virtual desde la perspectiva europea; y más importante aún, sirve para entender la causa de que esta descripción del Derecho tiene que ser necesariamente una imagen incompleta. Este carácter virtual de las ideas jurídicas en los Comentarios reales plantea la interrogante sobre qué sentido tiene buscar una ‘pureza’ de lo incaico en las descripciones sobre el Derecho que aparecen en la obra de Garcilaso. Quizá tiene sentido en cuanto labor de rescate de la cultura jurídica en el texto. No existe un Derecho ‘puro’ incaico en los Comentarios reales porque el mestizaje cultural es también la metáfora que construye el discurso jurídico, entendido como exposición e interpretación del universo jurídico 2

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Ortega, 1990, p. 11.

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andino. Al emplear un referente español para explicar el Derecho incaico, es imposible entonces evitar este mestizaje cultural. A su vez, la falta de conocimiento de la cultura jurídica incaica impide seleccionar y separar totalmente las instituciones jurídicas incaicas, como hacen los comentaristas del Derecho europeo. Por otra parte, ¿cómo podemos entender las declaraciones de Garcilaso que tienden a la idealización del Derecho en la sociedad incaica? El método de Garcilaso denota otro problema metodológico importante en el estudio del Derecho incaico. Me refiero a las dificultades de equiparar sistemas jurídicos en prácticas culturales diferentes. Trabajos recientes de antropólogos como Terence D’Altroy llaman la atención sobre la necesidad de ser más cautelosos con las declaraciones sobre el Derecho en la obra. En particular, la necesidad de interpretar la existencia de una segunda sanción en algunos delitos como una respuesta de los instrumentos jurídicos del poder a formas de resistencia de los estamentos dominados en la región andina, y no como un supuesto índice del nivel de desarrollo de la cultura jurídica en la sociedad andina. Hay que evitar caer en una lectura jurídica eurocéntrica, como hacen Trimborn y sus seguidores, pero también hay que rechazar una lectura jurídica esencialista de la obra de Garcilaso. El Derecho en los Comentarios reales presenta problemas epistemológicos que trascienden dicotomías simplificadoras. La tarea de las lecturas desde el Derecho descansa en cómo resolver la relación entre estructuras jurídicas y realidad empírica, y de manera especial cómo analizar la relación entre cultura jurídica y tiempo histórico, evitando asumir una tergiversación de las coordenadas culturales de la obra de Garcilaso. Este es, en mi opinión, el problema que enfrentan los estudios futuros sobre el Derecho en los Comentarios reales, una dificultad teórica que aparece desde el libro pionero del historiador Jorge Basadre, Historia del Derecho peruano (1937), los trabajos de los especialistas en antropología jurídica John Howland Rowe («Inca Culture at the Time of the Spanish Conquest», 1947), Sally Falk Moore (Power and Property in Inca Peru, 1958), hasta la obra de Javier Vargas (Historia del Derecho peruano. Parte general y Derecho incaico, 1993), en los cuales el análisis del Derecho incaico aparece como exposición de las instituciones mencionadas por los cronistas indígenas y españoles, pero en las cuales el aporte de los Comentarios reales no tiene el reconocimiento que merece. Garcilaso presenta una visión del Derecho incaico donde la institución del Derecho penal aparece con carácter intimidatorio. Aunque él elabora una justificación de la misma como un acto natural que nace del propio

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ciclo de la vida en la sociedad andina, hay otras lecturas posibles. En una primera lectura, la explicación funciona como una idealización del autor, pero desde el punto de vista jurídico, la interpretación de Garcilaso se aproxima a la de los tratadistas del iusnaturalismo clásico español, cuando hablan de la función disuasoria de los castigos. Al enunciar la regla jurídica, Garcilaso logra unir con efectividad la norma, la infracción y la sanción. El propio autor nos ofrece, en el Libro II, capítulo XIII, un ejemplo en apoyo a su tesis: «porque de efectuarse la pena de la ley con tanta severidad y de amar los hombres naturalmente la vida y aborrecer la muerte, venían a aborrecer el delito»3. En una primera lectura, la interpretación de la norma penal aparece equiparada a la naturaleza, como una continuación del ciclo de la vida, pero hay otros aspectos desde el punto de vista del Derecho penal que es necesario considerar. En la explicación de la hermenéutica penal, Garcilaso establece distinciones importantes que denotan un referente jurídico con primacía en las diferencias sociales y no en la homogenización social, en contradicción con la visión de Trimborn y otros investigadores. Así, por ejemplo, Garcilaso es capaz de distinguir diferentes grados de rigurosidad en las sanciones penales. Una distinción que podemos ver cuando señala la sanción en base a tipos de autorías, diferenciando el delito de acuerdo al autor, y de forma especial en el análisis de las circunstancias agravantes del delito, dadas por el nivel social del autor. La posición social la entiende Garcilaso como responsabilidad del individuo ante la comunidad. Las ideas de Garcilaso se refieren a sujetos con función de autoridad, cuando señala que la sanción era más severa si el autor del delito era juez o autoridad, aunque no debemos descartar en este pasaje una visión idealizada de la sociedad incaica porque parece acercar demasiado los universos jurídicos incaico y español, al presentar una subjetividad jurídica similar a la europea. Siguiendo el análisis del Derecho penal en los Comentarios reales, Garcilaso define y comenta las clases de delitos, entre los cuales menciona actos contra el Estado que, por su casuística, indican la complejidad de las relaciones sociales andinas. También el autor recurre al Derecho castellano para ubicar como trasgresión más grave de este tipo de normas, los delitos contra la persona del Inca, como representación máxima del soberano andino. De acuerdo a la jerarquía de la organización social, delimita los delitos contra las formas de religiosidad oficial, distinguiendo las interdicciones legales de las

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Inca Garcilaso de la Vega, [1609] 1976, p. 87.

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religiosas, una situación que queda claramente expuesta cuando explica el caso del Derecho de familia y el matrimonio. Así, por ejemplo, distingue las diferencias del matrimonio del estamento real en el Libro IV, capítulo IX: Ya que hemos dicho la manera de casarse los indios en común, será bien digamos cómo casaba en particular el príncipe heredero del reino. Para lo cual es de saber que los Reyes Incas, desde el primero de ellos, tuvieron por ley y costumbre muy guardada que el heredero del reino casase con su hermana mayor, legítima de padre y madre, y ésta era su legítima mujer; llamábale Coya, que es tanto como Reina o Emperatriz. El primogénito de estos dos hermanos era el legítimo heredero del reino4.

Al explicar el matrimonio de la población subalterna (Libro IV, capítulo VIII), Garcilaso habla de una distinción que pone de manifiesto el carácter de construcción religioso-jurídica de ambas instituciones. En el caso del primero, la poligamia era permitida y también la costumbre de casarse el Inca con su hermana, pero estos actos tenían su justificación en las concepciones religiosas, por eso no se trata de la trasgresión de una norma religiosa, sino del incumplimiento de un precepto legal. En otras palabras, el matrimonio de la población subalterna era monógamo por una norma jurídica creada por los grupos gobernantes, pero no era un interdicto religioso absoluto, ya que la prohibición no se extendía a la élite incaica. En su estudio sobre La verdad y las formas jurídicas, Michel Foucault no incluyó ningún ejemplo de los Comentarios reales. De haber conocido ciertos pasajes de este texto, sus ejemplos sobre la justicia y el procedimiento de la búsqueda de la verdad en las instituciones jurídicas no estarían limitados a los clásicos griegos (Sófocles) y al Derecho germánico. Hay una cita de los Comentarios reales que habla directamente de la responsabilidad del testigo ante la justicia, muy cercana a las ideas de Foucault. Garcilaso señala cómo la infracción de la norma implica la más grave sanción penal: la pena de muerte y explica correctamente que la razón de la misma es la transgresión del modelo de verdad impuesto por el Inca. Dice Garcilaso en el Libro II, capítulo III: el testigo no osaba mentir porque además de ser aquella gente timidísima y muy religiosa en su idolatría, sabía que le habían de averiguar su mentira y castigarle rigurosamente que muchas veces era con muerte, si el caso era grave

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no tanto por el daño que había hecho con su dicho como por haber mentido al Inca y quebrantado su real mandato , que les mandaba que no mintiesen5.

En la doctrina de la penología ocupa un lugar especial la definición de las sanciones, porque en la teoría del Derecho penal es necesario delimitar con rigor un catálogo de penas para poder aplicar la sanción. En los Comentarios reales, Garcilaso menciona los casos de pena de muerte en el Derecho incaico, los tipos de pena de muerte y la mecánica de aplicación de la misma; es decir, el mecanismo punitivo que conlleva la intervención del Estado en su carácter de ejecutor de la sentencia. Entre los delitos que llevan la pena de muerte recuerda el homicidio, el robo, el incesto, la violación, el adulterio, la deserción en tiempo de guerra y la holgazanería habitual, entre otros. En algunos casos, distingue Garcilaso sanciones de ámbito local y ejecución de la sanción por las autoridades locales, pero la vida del individuo parece estar en última instancia en manos del Inca como autoridad suprema de la sociedad. En una cultura jurídica donde encontramos variedades de delitos, es de esperar múltiples sanciones. Este es otro de los aspectos expuestos por Garcilaso en su obra. Una de las características más llamativas de los Comentarios reales es la detallada explicación de los delitos y de las causas y ámbito social de los mismos. Dentro de este proyecto intelectual el autor elabora su método de explicación de las sanciones, considerando en algunos casos, la diferencia entre los ámbitos culturales andino y español. Para ello se detiene en sanciones particularmente rigurosas. Como orden jerarquizado, la sociedad incaica desarrolló un grupo de sanciones penales graves, entre ellas Garcilaso distingue por su importancia el castigo del asolamiento. La reiteración de los ejemplos y la variedad de ámbitos de la vida de donde Garcilaso toma los casos de esta sanción no dejan lugar a dudas de que él ubica esta sanción penal en una relación de prioridad dentro del Derecho incaico. Este es, en mi opinión, uno de los aportes más notables del libro en relación al Derecho. Aunque la sanción de asolamiento, por sus consecuencias, tiene repercusiones más amplias que otras sanciones individuales, Garcilaso mantuvo un distanciamiento emotivo en la descripción de la misma; y algo más importante aún, evitó trasladar el ámbito de la sanción de la esfera del Derecho a la de la moral o la religión. Es decir, evitó interpretar esta sanción desde la perspectiva del cristianismo o del sistema de normas morales europeas. 5

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Al comentar el asolamiento, Garcilaso también enfrenta el riesgo más importante desde el punto de vista del Derecho: el peligro que asume cualquier comentarista del Derecho en las sociedades no occidentales y que puede manifestarse de dos maneras. En primer lugar, en el intento de subordinar el sistema jurídico al modelo occidental, desechando lo diferente o único que hay en las sociedades no occidentales. En segundo lugar, el riesgo de asumir una universalidad que impone una explicación superficial o una generalización de las instituciones jurídicas, pasando por alto las diferencias culturales entre estas sociedades. Para evitar una mala interpretación de la sanción de asolamiento, Garcilaso detalla las características más importantes y explica las diferencias de la misma en relación a otros castigos penales en la sociedad incaica. De acuerdo con Garcilaso, el asolamiento privaba de la vida al autor del delito, a sus parientes y vecinos de su pueblo. Pero la sanción también se extendía más allá de las personas porque implicaba además la destrucción de todas las propiedades colectivas, incluyendo la vegetación y el terreno de la zona. Como castigo con una alta carga simbólica, el asolamiento implicaba la destrucción de la vida del culpable y su entorno. De ahí la esterilización del terreno, como culminación al acto de privación de vida. El objetivo final de la sanción de asolamiento era suprimir de la memoria el lugar junto a las personas que sufrían la sanción. El asolamiento se aplicó, según Garcilaso, en las rebeliones, atentados reales, violación de las vírgenes del Sol, descuido en el servicio del Inca y seducción de sus mujeres o de las vírgenes del Sol. En el Libro IV, capítulo III, Garcilaso explica un ejemplo de esta sanción: Y por que les parecía (y así lo afirmaban ellos) que era poco castigo matar un hombre solo por delito tan grave como era atreverse a violar una mujer dedicada al Sol, su Dios y padre de sus Reyes, mandaba la ley matar con el delincuente su mujer e hijos y criados, y también sus parientes y todos los vecinos y moradores de su pueblo y todos sus ganados, sin quedar mamante ni piante, como dicen. Derribaban el pueblo y lo sembraban de piedra; y como patria y madre de tan mal hijo había parido y criado, quedaba desierta y asolada, y el sitio maldito y descomulgado, para que nadie lo hollase, ni aun los ganados, si ser pudiese6.

En la explicación que ofrece Garcilaso del asolamiento vemos un ejemplo importante de identidad entre el sujeto jurídico y el territorio de la

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infracción que ya no existe en esa época en el Derecho castellano. La visión que nos da Garcilaso del Derecho incaico es la de un Derecho penal que no distingue entre autoría y medio físico de la transgresión en delitos considerados muy graves y, en consecuencia, la sanción no separa autor individual y responsabilidad colectiva, implicando un castigo por igual a culpables e inocentes. En el caso del análisis de Garcilaso estamos ante un aspecto importante del libro que marca un contacto entre Derecho y cultura en los Comentarios reales; ya que esta institución jurídica solo tiene su razón de ser de acuerdo a los valores culturales transgredidos por el individuo que desafía las prohibiciones de las normas más importantes de esa sociedad. Esta relación entre Derecho y cultura en los Comentarios reales aparece en las explicaciones sobre la sanción de la pena de muerte. En la interpretación de Garcilaso, esta sanción aparece como medida intimidatoria. Pero si el Estado incaico se ve obligado a mantener un sistema permanente de sanciones, con sus correspondientes instituciones de ejecución, hay otras preguntas que escapan al ámbito de una lectura que solo presta atención a los aspectos jurídicos formales sin tomar en cuenta los elementos culturales. En otras palabras, ¿qué elementos culturales en la sociedad incaica obligaban a mantener una maquinaria de ejecución de sanciones penales graves?, y algo más importante, ¿cuáles fueron las consecuencias culturales de esta normatividad de carácter intimidatorio? La respuesta no es simple, y en mi opinión requiere un análisis más detenido de la relación entre Derecho y cultura en los Comentarios reales. Antes de responder a estas interrogantes es necesario citar la aclaración que ofrece Garcilaso después de hablar del asolamiento. Dice el Inca: Esta era la ley, más nunca se vio ejecutada, porque, porque jamás se halló que hubiesen delinquido contra ello, porque, como otras veces hemos dicho, los indios del Perú fueron temerosísimos de sus leyes y observantísimos de ellas, principalmente de las que tocaba en su religión o en su Rey. Mas si se hallara haber delinquido alguno contra ella, se ejecutara al pie de la letra sin remisión alguna, como si no fuera más que matar un gozque. Porque los Incas nunca hicieron leyes para asombrar los vasallos ni para que burlasen de ellas, sino para ejecutarlas en los que se atreviesen a quebrantarlas7.

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Las palabras de Garcilaso ponen de manifiesto que el Derecho no puede verse de forma aislada en la sociedad. De acuerdo con el pasaje que citamos, el Derecho forma parte de la cultura, su especificidad viene dada porque sirve para establecer el orden entre diferentes aspectos de la cultura que a su vez se interconectan por medio de las normas jurídicas. La afirmación de Garcilaso de que el asolamiento existía solo como un mecanismo virtual de intimidación para mantener el orden en la sociedad incaica es muy importante. Esta idea, aunque es expresión de la visión idealizada del autor, es similar a conceptualizaciones teóricas más recientes, como las del antropólogo jurídico Lawrence Rosen, que considera una relación más compleja entre el Derecho y la cultura. De acuerdo con Rosen, el Derecho es un entramado de relaciones ordenadas e interconectadas con todos los elementos del sistema cultural de una sociedad, por lo que no puede entenderse el concepto de Derecho si no se entiende el sentido de orden profundo en la cultura de esa sociedad8. Este parece ser también el subtexto de la cita mencionada de los Comentarios reales, donde el asolamiento solo podía entenderse como respuesta a la ruptura de un orden cultural más complejo que enlazaba concepciones de autoridad política, religiosa, comunal y social. De ahí que este castigo, dice Garcilaso, exista como expresión material del orden cultural establecido por los incas, y no puede malinterpretarse como un ejercicio gratuito («asombrar») o inefectivo («burlasen») del poder, sino como manifestación de la violencia del mismo («para ejecutarlas en los que se atreviesen a quebrantarlas»), encargado de mantener un sentido de orden cultural. La mayoría de los estudios sobre el Derecho en los Comentarios reales no estudia el elemento cultural, reduciéndolo a un grupo de normas o de instituciones establecidas para gobernar poblaciones y territorios conquistados por los incas. Pero este enfoque no toma en cuenta que el Derecho en la sociedad andina fue, en primer lugar, un conjunto de prácticas sociales organizadas para mantener el orden por medio de la violencia de la ley. Esta condición del Derecho incaico tenía como objetivo cumplir con normas culturales más amplias concernientes a cómo ejercitar el control sobre las poblaciones subordinadas. El pensamiento y la práctica jurídicos en la sociedad incaica fueron un ejercicio de dominación. La conclusión más importante de la lectura jurídica de los Comentarios reales es la visión de que la cultura jurídica andina solo puede entenderse en toda su complejidad si comprendemos que el Derecho no es solamente un 8

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concepto formalista, es decir, algo reducido a un conjunto de definiciones, sino un producto cultural que tiene como finalidad principal la imposición de principios de control social con el objetivo de dominar grupos humanos. No puede entenderse el Derecho incaico separado de la violencia porque el Derecho depende de prácticas sociales de dominación para su eficacia y funcionamiento. El Derecho es una práctica incompleta sin el ejercicio de la violencia, de ahí la justificación de la violencia de la ley a través de las interpretaciones culturales.

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LA VISIÓN TRASATLÁNTICA DE LAS CULTURAS EN LOS COMENTARIOS REALES

En este capítulo analizo las concepciones de Garcilaso sobre las culturas incaica y española, y las estrategias de comentario y comparación empleadas en el estudio de cada una. También presto especial atención la valoración del modelo de cultura trasatlántica que Garcilaso propone y la importancia de este modelo de interpretación cultural en la actualidad. La mayoría de los estudios sobre los Comentarios reales toman como perspectiva elementos de la biografía del Inca o aspectos aislados de las dos culturas en las cuales se desenvolvió. En este trabajo propongo una lectura diferente de la los Comentarios reales, que considera la herencia y formación cultural de Garcilaso desde una visión trasatlántica, que implica el análisis e interpretación de la obra del Inca en un espacio cultural nuevo, en el que las culturas incaicas y españolas coexisten a la misma vez. Es precisamente en este espacio de integración cultural, que defino como trasatlántico, donde coexisten estas dos culturas con valores equivalentes. Es esa equivalencia de valores las que confiere a la obra del Inca una riqueza singular y la marca de distinción más importante de la misma. El análisis textual de la obra pone de manifiesto el método empleado por Garcilaso. Este modelo de análisis de Garcilaso descansa en un proyecto intelectual trasatlántico marcado por una complejidad cultural que se mueve entre Europa y América, entendida como diálogo intelectual con los humanistas renacentistas en el sentido que analiza Margarita Zamora; como mestizaje andino, como propone José A. Mazzotti al hablar de la presencia de un subtexto en el que aparecen marcas de la oralidad andina; como condición de la situación colonial en el sentido que sugiere Sara Castro-Klarén; y como relación problemática entre

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historia, memoria e identidad estudiadas por Christian Fernández1. Este método de Garcilaso parece estar determinado por estrategias discursivas más amplias en los Comentarios reales, identificadas por Julio Ortega como los discursos de la abundancia, de la carencia y de lo virtual. Me refiero a la propuesta de los tres modelos discursivos que Ortega describe como el «discurso de la abundancia, que genera una versión fecunda de las formas y del sentido; el discurso de la carencia, que contrapone una visión defectiva [...] y el discurso de lo virtual, que proyecta una visión alterna y supone una realidad por hacerse»2. Desde el comienzo de la obra, el propio Garcilaso nos explica el método que va a emplear y las causas que motivaron la aparición de la misma. Es, precisamente, la figura del complemento la que abre esta introducción. Pero el complemento implica la aceptación de la otra parte; en todo momento Garcilaso acepta la existencia de esa otra tradición que desde la lejanía intenta explicar y dar a entender a los lectores europeos. Para ello comienza por explicar la realidad de la cultura y civilización andina. El primer rasgo del análisis de Garcilaso es detectar esa diferencia de interpretación, que él llama superficialidad, es decir, desconocimiento del objeto de estudio. No importa, en este caso, la cercanía física de los autores, lo que Garcilaso apunta es la separación de las interpretaciones, el establecimiento de límites absolutos desde los cuales comienzan a elaborarse criterios de superioridad cultural. Por eso, en este caso, no importa el lugar de enunciación del autor, sino la perspectiva de la enunciación, entendida esta como la capacidad del autor para comparar dos culturas y lograr una síntesis en su interpretación. Es precisamente el carácter subjetivo de esta interpretación la riqueza mayor de los análisis porque está condicionada desde una perspectiva bicultural. El ejemplo que emplea Garcilaso para ilustrar su método de interpretación es el de los Comentarios de Julio César, donde el modelo de la historiografía clásica funciona como un referente virtual que, por su complejidad, también habla de quiénes son los que escriben la historia, de la relación entre poder y escritura, y del monopolio de la voz de los vencedores. Aunque la crítica reconoce la importancia hermenéutica del modelo de los Comentarios de César, no toma en cuenta que la obra del romano funciona como una interpretación cultural impuesta desde la visión de los vencedores. Esta diferencia radical del punto de vista del narrador en ambas obras es la marca 1 Zamora, 1988; Mazzotti, 1996; C. Fernández, 2004; Castro-Klarén, 1996, pp. 135-151. 2 Ortega, 1990, p. 11.

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más importante. La visión de Garcilaso sobre la civilización incaica no lleva la misma connotación triunfalista que la de César, sino la marca de una melancolía por un tiempo pasado que se trata de ocultar por medio de una distancia narrativa. Esa condición de narrar desde la derrota y desde las ruinas de un mundo perdido es el eje temático principal de los Comentarios reales. Precisamente la experiencia de nacer y vivir en el Perú durante su juventud y luego trasladarse a España le permite comparar, contrastar e imaginar los grados de transformación sufridos por la civilización incaica después de la conquista. Paradójicamente, el punto de referencia es España y la lejanía física del Perú, que actúan como detonadores de un conflicto existencial que se expresa como búsqueda intelectual. En este conocido pasaje del Proemio aparece la visión trasatlántica adoptada por Garcilaso: En el discurso de la historia protestamos la verdad de ella, y que no diremos cosa grande, que no sea autorizándola con los mismos historiadores españoles que la tocaron en parte o en todo: que mi intención no es contradecirles, sino servirles de comento y glosa, y de intérprete en muchos vocablos indios que como extranjeros en aquella lengua, interpretaron fuera de la propriedad de ella, según que largamente se verá en el discurso de la historia [...]3.

Garcilaso establece una diferencia entre dos niveles de la argumentación, el primero, que él llama «cosa grande», es decir, aquellos aspectos más importantes de su análisis, y los otros, que no menciona por su nombre, pero que se infiere que son menos importantes. Estos últimos son los relatos de imaginación o aquellos pasajes que no tratan temas o asuntos controversiales desde el punto de vista de la religión o de la política. Algunos de estos pasajes son aquellos en los que el autor habla de aspectos sobre los que no tiene mucho conocimiento. Pero, aclara Garcilaso, que se apoyará en las fuentes de la historiografía española en las «cosas grandes», es decir, en los temas más importantes o en las materias controversiales. El objetivo es descartar la polémica y evitar acusaciones peligrosas por parte de algunos lectores que vean con malos ojos sus opiniones. Por eso reconoce que la autoridad del discurso descansa en los historiadores españoles. Pero si la autoridad del discurso pertenece a los autores españoles, ¿en qué se diferencia esta obra de las anteriores? El recurso narrativo que emplea Garcilaso es el de presentarse como intermediario entre la historiografía española y la realidad andina. Esa posición de puente entre dos mundos la asume por 3

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Garcilaso de la Vega, [1609] 1976, p. 98.

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medio de la figura del traductor. Es decir, de una persona que es capaz de entender dos lenguas y que tiene la capacidad de explicar a cada una de las dos partes la realidad de la otra. La figura del traductor no es solo, en este caso, un recurso retórico, sino un ejemplo nacido de la realidad, de la propia vida de Garcilaso. Esa capacidad de moverse entre dos mundos, de pasar de un lado al otro, de decodificar signos oscuros, de ofrecer interpretaciones de cosas que no se entienden es la marca que distingue el relato de Garcilaso. Desde el mismo comienzo de la obra aparece esta intención didáctica de Garcilaso en el capítulo introductoria, llamado «Advertencias acerca de la lengua general de los indios del Perú», en el que explica de manera resumida algunos aspectos de interés sobre el idioma, estableciendo de esta manera su dominio sobre el tema, pero reforzando además su imagen de traductor, de comunicador entre dos culturas y dos lenguas. El interés de Garcilaso no parece estar solamente dedicado a la explicación de la lengua indígena, sino también a los llamados préstamos lingüísticos, es decir, a la inclusión de vocablos en el castellano procedente de las lenguas indígenas americanas, como «galpón», o de las nuevas connotaciones que adquieren en el Perú antiguas palabras castellanas como «vecino». Garcilaso ofrece, por lo tanto, un pequeño bosquejo del proceso de surgimiento del español de América, nacido también del contacto con el castellano, pero modificado a partir de la realidad americana. En el primer capítulo, «Si hay muchos mundos.Trata de las cinco zonas», defiende la idea de la unidad del mundo, pero una unidad en la que existe la diversidad y en la que Garcilaso se presenta como ejemplo de esa diversidad de civilizaciones. En este capítulo, el autor no solo explica a los lectores sus ideas sobre historia y cosmografía, sino que toma posición sobre las mismas, defendiendo la unidad del mundo «y no porque sean dos, sino todo uno», pero es una unidad que a la vez reconoce la existencia de otras partes, «zonas» donde también habitan seres humanos. La idea de la diversidad en la unidad del mundo es uno de los temas centrales en la obra de Garcilaso, y sirve para expresar el proceso por medio del cual dos culturas diferentes: la española y la incaica se relacionan entre sí, y producen una nueva formación cultural que contiene elementos de ambas: la cultura trasatlántica hispánica. En el capítulo III, «Cómo se descubrió el Nuevo Mundo», Garcilaso ofrece un relato diferente a la historia oficial del descubrimiento de América. Dice Garcilaso: Cerca del año de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro, uno más o menos, un piloto natural de la villa de Huelva, en el condado de Niebla, llamado Alonso

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Sánchez de Huelva, tenía un navío pequeño, con el cual contrataba por la mar, y llevaba de España a las Canarias algunas mercaderías que allí se le vendían bien, y de las Canarias cargaba de los frutos de aquellas islas y las llevaba a las islas de la Madera, y de allí se volvía a España cargado de azúcar y conservas. Andando en esta su triangular contratación, atravesando de las Canarias a la isla de la Madera, le dio un temporal tan recio y tempestuoso que [...] se hallaron cerca de una isla [...] que ahora llaman Santo Domingo4.

En mi opinión, el aspecto más novedoso de la narración de Garcilaso no es solo que adjudique el protagonismo de los hechos al supuesto piloto Alonso Sánchez de Huelva, sino que explica la génesis del proceso de descubrimiento en el ámbito de las islas del Atlántico, entre las islas Canarias, las Azores y la isla de Madeira. Esta idea de Garcilaso ofrece una nueva valoración del descubrimiento como una acción generada desde un espacio cultural de convergencia en el Atlántico, donde coexisten diversas culturas africanas y europeas. Es en ese espacio de conocimiento donde, de acuerdo al relato de Garcilaso, hay que buscar los inicios del descubrimiento de América. La tesis del Inca es que en el Atlántico existían unas redes de conocimiento que permitieron la empresa del descubrimiento. El relato del piloto y su supuesta navegación entre la isla de La Española y las Azores inaugura un espacio de comunicación trasatlántico donde van a ocurrir los acontecimiento más importantes de las relaciones entre América y Europa. El relato del piloto Sánchez de Huelva está relacionado con los viajes de ida y vuelta entre la metrópolis y sus colonias americanas y el flujo humano y material que armará el mundo atlántico. Para este pasaje Garcilaso se apoya en dos autoridades españolas: Gómara y José de Acosta. En el capítulo IV, «La deducción del nombre del Perú», Garcilaso relata el primer encuentro de los españoles con un indígena andino y cómo este les transmite el nombre del territorio. Para Garcilaso, este episodio está lleno de malentendidos y confusiones por falta de comunicación entre las dos partes. Según el Inca, el problema viene dado porque al indígena lo entienden mal los españoles, quienes confunden el nombre del territorio de los incas con el nombre del indígena o con el vocablo «río». Por eso Garcilaso vuelve a explicar el sentido correcto de los vocablos indígenas y ofrece su traducción. La intervención de Garcilaso parece dar a entender que cada una de las partes no entiende a la otra, pero si hay alguien que funciona como intermediario o traductor entre las dos culturas entonces 4

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estas pueden llegar a entenderse. Este capítulo funciona como un programa en miniatura de todo el proyecto intelectual de Garcilaso en los Comentarios reales. La idea es que las dos culturas separadas no se entienden y que el entendimiento es solo posible en ese nuevo espacio. En el capítulo VIII, «La descripción del Perú», Garcilaso explica los diferentes nombres que tenía el territorio andino antes de la llegada de los españoles y también inserta en este capítulo la narración sobre Pedro Serrano, un español que naufragó y vivió en una isla en la costa peruana. De esta manera logra Garcilaso comunicar los dos territorios por medio del relato del naufragio y el regreso a España de Pedro Serrano. En el capítulo «La idolatría y los dioses que adoraban antes de los incas», Garcilaso explica las creencias religiosas que tenían los andinos antes de ser conquistados por los incas, como señala Mercedes Serna, el objetivo de Garcilaso era «integrar el Incario en la cultura cristiana y occidental»5. Por eso, toda la explicación sobre las diferentes religiones tiene el propósito de resaltar los aspectos bárbaros de los pueblos anteriores a los incas y el elemento de modernización de la religión incaica. Esta idea también la desarrolla en el capítulo XI, donde habla de los sacrificios de animales y personas como manera de insistir en las prácticas más violentas de los indígenas no sometidos al Incario. En el capítulo XV, «El origen de los incas del Perú», Garcilaso establece la etiología de la sociedad inca en unos orígenes religiosos. Por eso confiere un origen divino a los reyes incas, quienes cumplen además la función de preparación evangélica comentada por Margarita Zamora y anticipa la llegada de la religión católica. Dice Garcilaso: [...] que por experiencia muy clara se ha notado cuánto más promptos y ágiles estaban para recibir el Evangelio los indios que los Reyes Incas sujetaron, gobernaron y enseñaron, que no las demas naciones comarcanas donde aún no había llegado la enseñanza de los Incas6.

El relato de Garcilaso presenta la llegada de una pareja de hermanos como fundadores de la dinastía. Aquí aparece Garcilaso como intermediario que explica la otra parte de la historia del Perú, la parte andina, es decir, la que corresponde a los indígenas. Por eso cuenta cómo escuchó directamente de sus familiares estos relatos que ahora transcribe, y que son mejores que los de los autores «extraños», es decir, extranjeros. La posición 5 6

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de Garcilaso es llevar estos relatos indígenas desconocidos en España a los lectores europeos, en un proceso que recupera la voz de los vencidos y que produce un movimiento epistemológico contrario al de los cronistas españoles. En esta operación hermenéutica también se produce un intercambio trasatlántico porque la cultura andina y la Española ofrecen elementos de ambas para hacer el relato posible. En este capítulo en particular, aunque la historia esta escrita en castellano, como todo el libro, las marcas de oralidad están presentes en una especie de «subtexto andino»7 que el Inca es capaz de rescatar del silencio y presentar a los lectores españoles. El relato andino lleva una doble marca de autenticidad porque es un relato familiar que el autor conoció directamente. El traslado de las historias desde los Andes hasta España es un viaje en sentido contrario que sirve de complemento al viaje de los conquistadores y colonizadores. Dice Garcilaso: Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los Incas Reyes naturales que fueron del Perú, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y sus hermanos y tíos y a otros sus mayores acerca de este origen y principio, porque todo lo que por otras vías se dice de él viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que los Incas los cuentan que no por la de otros autores extraños8.

El relato de Garcilaso es una narración que recobra la memoria silenciada del relato fundacional incaico por medio de la atribución de la voz de autoridad a los incas. En este proceso, la oralidad adquiere un papel central en la creación de la autoridad narrativa. En este pasaje también encontramos el tópico de la convencionalidad de las normas en la historiografía renacentista y la presencia del testigo de vista que narra hechos históricos. Garcilaso se presenta como un autor-testigo, y funciona como una figura intermedia entre el mundo andino de la familia materna y el mundo español de la familia paterna. El vínculo textual con los hechos narrados se produce a través de la escritura, que funciona como legitimadora de la veracidad de la historia oral contada por los familiares andinos. Otra vez aparece el tema de la escritura y sus límites, pero ahora problematizado a través de la identidad del sujeto y de los propósitos derivados de esta singular posición existen-

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Mazzotti, 1996, p. 34. Garcilaso de la Vega, [1609] 1976, p. 136.

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cial. El propio Garcilaso relata el origen del proceso de la escritura en los Comentarios reales: —Inca, tío, pues no hay escritura entre vosotros, que es la que guarda la memoria de la cosas pasadas, ¿qué noticia tenéis del origen y principio de nuestros Reyes? Porque allá los españoles y las otras naciones, sus comarcanas, como tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus Reyes, y los ajenos, y al trocarse unos imperios en otros, hasta saber cuántos mil años ha que Dios crió el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Empero vosotros que carecéis de ellos, ¿qué memoria tenéis de vuestras antiguallas?, ¿quién fue el primero de nuestros incas?, ¿cómo se llamó?, ¿qué origen tuvo su linaje?, ¿de qué manera empezó a reinar?, ¿con qué gente y armas conquistó este grande Imperio?, ¿qué origen tuvieron nuestras hazañas?9.

Veamos a continuación cómo Garcilaso elabora un relato de fundación de la dinastía incaica que responde a los modelos sobre los orígenes de las dinastías gobernantes en Europa. En el capítulo XXI, Garcilaso nos cuenta el episodio del destierro al que es condenado el príncipe por su propio padre, el Inca Yáhuar Huácac, y la aparición del fantasma de Viracocha, quien le comunica un mensaje al joven. En el siguiente pasaje, Garcilaso relata cómo tuvo lugar la aparición del espectro: El príncipe, puesto ante su padre, le dijo: —Solo Señor, sabrás que, estando yo recostado hoy a mediodía (no sabré certificarte si despierto o dormido) debajo de una gran peña de las que hay en los pastos de Chita, donde por tu mandato apaciento las ovejas de Nuestro Padre el Sol, se me puso delante un hombre extraño en hábito y en figura diferente de la nuestra, porque tenía barbas en la cara de más de un palmo y el vestido largo y suelto, que le cubría hasta los pies.Traía atado por el pescuezo un animal no conocido. El cual me dijo: «Sobrino yo soy hijo del Sol y hermano del Inca Manco Cápac y de la Colla Mama Ocllo Huaco, su mujer y hermana, los primeros de tus antepasados; por lo cual soy hermano de tu padre y de todos vosotros. Llámome Viracocha Inca; vengo de parte del Sol, Nuestro Padre, a darte aviso para que se lo des al Inca, mi hermano, como la mayor parte de las provincias de Chinchasuyu, sujetas a su imperio y otras de las no sujetas, están rebeladas y juntan mucha gente para venir con poderoso ejército a derribarle de su trono y destruir nuestra imperial ciudad del Cozco. Por tanto, ve al Inca, mi hermano, y dile de mi parte que se aperciba y prevenga y mire lo que le conviene acerca de este caso.Y en particular te digo a ti que en cualquiera ad9

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versidad que te suceda no temas que yo te falte, que en todas ellas te socorreré como a mi carne y sangre. Por tanto no dejes de acometer cualquier hazaña, por grande que sea, que convenga a la magestad de tu sangre y a la grandeza de tu Imperio, que yo seré siempre en tu favor y amparo y te buscaré los socorros que hubieres menester». Dicho estas palabras (dijo el príncipe), se me desapareció el Inca Viracocha, que no le vi más.Y yo tomé luego el camino para darte cuenta de lo que me mandó te dijese10.

La escena descrita constituye un ejemplo clásico del encuentro con el fantasma y, desde el punto de vista narrativo, sirve para articular el relato principal. Es necesario recordar que una de las funciones que desempeña la figura del espectro es vincular el pasado, el presente y el futuro. Esta es la misión primordial que cumple el fantasma de Viracocha, ya que viene del pasado para anunciar en el presente los hechos que acontecerán en el futuro. El espectro parece asumir aquí el deber de responsabilidad social que recae en los gobernantes, ya que la figura de Viracocha se aparece ante el príncipe para recordarle que, a pesar de la orden de destierro promulgada por su padre, el joven aún tiene una obligación con sus súbditos. En este sentido, lo que el fantasma justifica es el retorno del príncipe al poder, su contacto con el padre y, más importante aún, presenta las acciones futuras del joven monarca como actos que van dirigidos al servicio de la comunidad y no como acciones en contra del Inca. Por consiguiente, el tópico del deber de los gobernantes, constituye el aspecto más relevante del pasaje y sus implicaciones rebasan el período histórico de los incas, ya que los lectores del texto se inclinan a establecer la conexión con la época presente de Garcilaso. Las consecuencias de semejante lectura son en toda ocasión subversivas, pues abogan un modelo de poder y de gobernabilidad que confiere a los súbditos una mayor importancia que a los mandatarios. Un paradigma de práctica política que se organiza en torno a la idea de justicia y bienestar social de la comunidad, la cual contradice la experiencia histórica del Incario y de la conquista española. Estas ideas que Garcilaso promueve en su obra se derivan de un pensamiento utópico y de una visión idealizada de la sociedad andina, pero a la vez encierran en sí mismas el germen de emancipación que permita corregir y abolir las condiciones del colonialismo en el Perú. El pasaje opera como un texto espectral porque no es una narración autoritativa, al no haber una voz autorial que establezca de forma incuestionable la autenticidad del relato. En cambio, tenemos una aparición, una 10

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voz sin cuerpo que carece de realidad material que predice los desastres futuros y que es la que, en última instancia, otorga autoridad a la narración. Garcilaso cede su lugar como narrador a esta voz, la cual ignoramos de dónde proviene. La voz del fantasma se inscribe dentro del ámbito de la oralidad y del anonimato, cuyas huellas se pierden en los orígenes de la comunidad. Frente a la tradición de la escritura y de los modelos de historiografía europea, encontramos este subtexto andino que se traduce en un murmullo infinito de voces anónimas. No existe un texto capaz de agotar o abarcar en su totalidad este legado de las pasadas generaciones, que evoca el texto a través de la figura del fantasma de Viracocha. No sabemos hasta qué punto Garcilaso está consciente del importante papel que cumple la invocación del espectro, pero los efectos textuales resultan evidentes en la obra y en las lectura posteriores. Los fantasmas del pasado están vinculados a la deuda que los vivos tienen con sus muertos, y a la herencia de las generaciones previas que resulta tan fuerte como la obligación que nos une a las generaciones presentes y a las que vendrán. Es precisamente en este espacio donde se configura el modelo de responsabilidad social que promueve Garcilaso, un sentido del deber complejo, ya que es el resultado del conflicto que se produce en una personalidad que se encuentra escindida entre dos tradiciones: la andina de su madre y la española de su padre. El relato sobre el espectro indígena permite ofrecer una visión trasatlántica de la historia que contrasta con el discurso historiográfico europeo; pues no describe la sucesión del poder del padre al hijo, sino que hace referencia a los posibles asedios y persecuciones. Por consiguiente, es una versión que se desvía de la historia oficial que narra los acontecimientos de la conquista de América. Al incluir la aparición del fantasma de Viracocha en su obra, Garcilaso se detiene en el episodio del joven que se rebela contra su progenitor, es decir, en una historia de rebelión frente a la autoridad. De esta manera implícita, este desafío contra el poder del padre representa un cuestionamiento de la conquista española. La batalla de los dos incas que se describe en el relato antecede a la lucha que entablan Atahualpa y Huáscar. Pero también anticipa las batallas entre los incas y los conquistadores españoles. Según aclara Rostworowski, la historia del fantasma Viracocha forma parte de la mitología incaica, que fue preservada y transmitida posteriormente a la conquista. En la versión que nos brinda, Garcilaso introduce ciertas modificaciones que responden al lugar que ocupaba dentro de las élites incaicas su familia materna y a su propia visión personal en torno a los eventos históricos narrados. Al respecto nos dice Rostworowski:

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The legend tells of how alone and anguished the virtuous young Cusi Yupanqui slept, and how in his dream there appeared to him the image of the god Viracocha, who prophesied his coming victory (this part of the myth has a markedly European flavor, since the Andean tradition would require offerings of numerous sacrifices to a huaca in order to obtain the oracle)11.

En la versión del episodio que ofrece Garcilaso, el protagonista no es Cusi Yupanqui y la escena del espectro indígena contiene todos los elementos relacionados con la aparición de fantasmas según lo establecido en los modelos europeos, en especial en los que se basan en la tradición clásica. En el pasaje al que nos referimos no se hace mención de los ritos incaicos de sacrificio a las huacas o de las prácticas de adivinación. Garcilaso recurre a la idea de la aparición del espíritu en sueños, la cual es parte del imaginario individual y social. En la elaboración de este pasaje del fantasma de Viracocha, el autor se remonta a uno de los modelos más antiguos de la aparición onírica, el momento en que el fantasma de Patroclo se le aparece a Aquiles y le dice: «¿Duermes Aquileo, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, ¿y ahora que he muerto me abandonas? Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades»12. Esta imagen homérica en la que el muerto persigue al vivo, como señala Schmitt, es una inversión de la realidad, ya que es el individuo que habita el mundo terrenal el que acecha al difunto apropiándose así de su voz, la cual le otorga una mayor autoridad que se deriva de su origen sobrenatural13. El príncipe del relato de Garcilaso se adjudica esa autoridad que proviene del más allá para legitimar su rebelión en contra del Inca. Es por medio de este gesto de usurpación como el vivo le otorga al muerto una existencia postmorten, lo cual explica el retorno del fantasma de Viracocha al mundo de los incas, y cómo el mensaje que lleva al joven se traduce en un relato de autoridad que le adjudica el poder al príncipe y que, en última instancia, justifica el derrocamiento del Inca Huanac Cápac y el que tome las riendas del poder su hijo. En este pasaje, Garcilaso recurre a tradiciones orales que intentan aclarar cómo ocurrió esta ruptura de la dinastía incaica. Al respecto, Mercedes Serna explica que [...] la importancia de la guerra de los chancas [...] revela que ya entonces la línea sucesoria de la primogenitura no era incuestionable y que la legitimidad del nuevo Inca se refrendaba con el apoyo de la nobleza y de la casta sacerdotal. 11 12 13

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Rostworowski, 1999, p. 26. Homero, Ilíada, p. 419. Schmitt, 1998, p. 224

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Esta última lo hacía mediante el uso de nuevas formas religiosas como, en este caso, la imposición del dios Viracocha para justificar el derrocamiento de Yáhuar Huácac y el acceso al trono de su hijo Viracocha14.

Es de suma importancia destacar que, en la galería de las deidades incaicas, Garcilaso encontró en el Inca Viracocha una voz de autoridad ejemplar. Las palabras del espectro, es decir, el mensajero de ultratumba, son la verdadera fuente de autoridad en que se sustenta el relato del autor. Este murmullo infinito de voces revela secretos de épocas pasadas, fantasmas que vuelven al tiempo presente trayendo consigo la carga de sus experiencias remotas, y que a través de sus recuerdos acechan al autor. Garcilaso escoge la historia del espectro de Viracocha porque le permite evocar a estas figuras incaicas, ya que el mundo de los muertos se constituye en el último espacio de enunciación; es el ámbito que le confiere una autoridad innegable a su relato en torno al poder y a los deberes que tienen los gobernantes con su comunidad. Es importante recordar que, cuando hablamos de fantasmas, nos podemos más que referirnos a los muertos, de ahí que el punto clave del relato sea precisamente la muerte, primero en tanto experiencia individual del Inca Viracocha y de los otros incas, luego como la condición de mortalidad de todo ser humano, y por último, como la extinción de toda una sociedad. Es necesario recordar que, además de las historias que tratan de los protagonistas del relato, en el texto se intercalan narraciones sobre las muertes de otros indígenas que ocurren en combate, las cuales anticipan las luchas fratricidas que se dan entre Atahualpa y Huáscar durante la conquista española. En la obra de Garcilaso, la figura del fantasma adquiere múltiples significados: se puede interpretar como una alegoría de lo que está oculto, de aquello que no se puede revelar y de todo lo que resulta excepcional y extraordinario. La escena del espectro de Viracocha nos remite a la categoría del fantasma que postula el pensamiento teórico, que según aclara Rabaté, se produce menos por la ausencia de un objeto que por la conciencia de que este siempre estuvo destinado a perderse debido a su dimensión excepcional15. La aparición del espectro de Viracocha es una imagen de gran repercusión, pues anuncia el peligro que implica el retorno del pasado indígena, siendo una de las características de la figura del fantasma su simultaneidad temporal; es decir, el espectro que viene del pasado, es también un 14 15

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Garcilaso de la Vega, [1609] 1976, p. 320. Rabaté, 1996, p. xxii.

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mensajero del futuro porque demanda cosas que tendrán consecuencias en un tiempo posterior. El fantasma de Viracocha es una alegoría del miedo que suscita entre los españoles las reclamaciones de los indígenas; y más importante aún, es una manifestación del temor que experimentan los descendientes de los conquistadores ante la posibilidad de que sus aspiraciones a heredar y poseer bienes y tierras sean declaradas ilegales. Otro aspecto que destaca la relevancia del espectro del Inca es que constituye una alusión al concepto legal de la posesión. En este pasaje, la alegoría del fantasma remite al hecho de que al ejercer el dominio sobre los territorios de América, los conquistadores y sus descendientes también han sido poseídos por los espíritus de los muertos del lugar usurpado. El espectro de Viracocha anticipa el compromiso que tienen los españoles ante las reclamaciones de los indígenas por la desposesión de sus tierras. De ahí que todas las reclamaciones de tierras y derechos se fundamenten en los antepasados difuntos como el recurso de legitimación de mayor eficacia. En muchas ocasiones, la figura espectral está vinculada a una disputa en torno a una propiedad16. Como señala Parkin-Gounelas, el fantasma actúa con frecuencia como un agente que protege o reclama una propiedad que se encuentra bajo la amenaza de ser usurpada, ya que su función es indagar sobre los hechos sobre los que se elaboran historias dinásticas17. Lo que llama la atención en el relato de Garcilaso es que el autor modifica el papel que desempeñan los protagonistas de la historia, ya que, según declaran otros cronistas, no fue el Inca Yahuar Huácac quien abandonó la ciudad del Cuzco cuando fue atacada por los chancas. De acuerdo a estos relatos, el que huyó de la ciudad asediada fue el Inca Viracocha, y uno de sus hijos, el Inca Yupanqui, fue quien dirigió la defensa del Cuzco contra el ataque enemigo. Este episodio es de suma importancia, porque la lucha contra los chancas fue un evento decisivo en la consolidación y desarrollo del Imperio inca. Como señala Rostworowski, el episodio de la aparición del dios Viracocha guarda una gran similitud con las leyendas europeas, ya que en la tradición andina existía la costumbre de llevar a cabo sacrificios de animales ante las huacas para lograr la comunicación con los dioses, algo que no aparece en el relato de Garcilaso. A diferencia de Garcilaso, trece cronistas adjudican la victoria a Pachacútec, entre los que se hallan Betanzos, Cieza de León, Las Casas, Herrera, Polo de Ondegardo, Sarmiento de Gamboa, Acosta, Gutiérrez de Santa Clara, el Jesuita Anónimo, Santa Cruz Pachacuti, 16 17

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Buse y Stott, 1999, p. 9 Buse, 1999, p. 132.

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Cobo, Calancha, Román y Zamora. Rostworowski también aclara que el motivo del porqué Garcilaso modificó la versión de los hechos está vinculado de forma directa con los conflictos andinos, en particular con los que existían entre las panacas cuzqueñas. La guerra entre Atahualpa y Huáscar provocó el enfrentamiento entre dos facciones políticas opuestas: una era la panaca de Tupac Yupanqui, llamada también Cápac Ayllu, y la otra era la panaca de Pachacútec, más conocida como Hatum Ayllu. Garcilaso era descendiente por vía materna de la panaca de Tupac Yupanqui (al igual que lo era Huáscar), mientras que Atahualpa pertenecía al linaje de la panaca de Hatun Ayllu. La descendencia del autor nos permite entender la motivación que lo llevó a tergiversar el relato en que describe la guerra contra los chancas18. En opinión de Zamora, Garcilaso intenta reconciliar en su obra la cultura pagana andina con el cristianismo y esta tensión aparece en momentos importantes del texto19, como ocurre en el relato del fantasma de Viracocha. Por otra parte, Mazzotti ofrece la siguiente explicación sobre las posibles razones que hicieron que Garcilaso cambiara los hechos en torno a dicha acción bélica: Se ha interpretado esta circunstancia histórica como una razón que explica la preferencia de Garcilaso por presentar a Wiraqocha Inka como el vencedor en la gran guerra nacional contra los chancas y como el gran héroe reformador del estado incaico, frente a su sucesor, Pachakutiq Inka Yupanqi, cuya familia apoyaría tres generaciones más tarde el partido de Ataw Wallpa. La premisa parte de un dato imprescindible en cualquier investigación acerca del mundo andino y de los textos que pretenden historiar su pasado: la historia contada por cada uno de los grupos familiares cuzqueños era altamente selectiva y manipulaba las virtudes y hechos de determinados gobernantes en función de los intereses políticos del momento... Así, si la propia historia de Garcilaso estaba parcialmente basada en las versiones de su tío abuelo Cusi Huallpa y otros miembros de su panaka, es lógico suponer que tendría que favorecer el partido de Waskhar y de Wiraqucha Inka, que tenía prácticamente perdida la guerra de sucesión en el momento de llegar las tropas españolas20.

Al parecer, la victoria de Pachacútec propició la renovación del sistema religioso incaico, pues los sacerdotes de Viracocha aconsejaron a sus seguidores que abandonaran la ciudad asediada por los chancas. Es probable, 18 19 20

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Rostworowski, 1999, pp. 33-34. Zamora, 1988, pp. 9-61. Mazzotti, 1996, p. 271.

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según afirma Rostworowski, que después de la victoria contra los chancas, «Al apoderarse Cusi del poder, la situación de los sacerdotes se tornó difícil. El Inca auspició el culto solar y con ello quedaron descartados los antiguos sacerdotes, de esta manera Pachacútec pudo organizar entonces la supremacía del sol»21. Es importante resaltar que las investigaciones recientes en torno a este episodio postulan que las creencias religiosas desempeñaron un papel crucial en la guerra contra los chancas. Hay que tener en cuenta que la lucha que se inició y que posteriormente culminó con la victoria de los incas fue el resultado de la comunicación que el Inca estableció con Viracocha Pachayacháchic22. Rostworowski afirma que la crónica de Juan de Betanzos es la que nos brinda la información más detallada sobre la guerra entre los chancas y los incas; además, alega que fue el Inca Cusi Yumpanqui, más tarde conocido como Pachacútec, el verdadero vencedor, una información que Betanzos conoció por su esposa, que fue familia de Atahualpa23. El pasaje de la obra de Betanzos que narra la misma historia que Garcilaso es el siguiente: E apartándose Ynga Yupangue de sus compañeros la noche, que ya la historia os ha contado, dicen que se fue a cierta parte do ninguno de los suyos le viesen [por] espacio de dos tiros de onda de la ciudade que de allí se puso en oración al Hacedor de todas las cosas, que ellos llaman Viracocha Pacha Yachachic, y que estando en su oración, que decía en esta manera: [...] Que cuando estas razones [plegarias, decía], decíalas llorando de todo corazón, e que estando en su oración, se cayó adormido, siendo vencido del sueño; y que, estando en su sueño, vino a él el Viracocha en figura de hombre y que le dijo: «Hijo no tengas pena que yo te enviaré, el día que a batalla estuvieses con tus enemigos, gente con la que los desbarates [venzas] e quedes victorioso», e que Ynga Yupangue entonces recordó. Deste sueño alegre tomó ánimo y que se fue a los suyos y que les dijo que estuviesen alegres, porque él lo estaba, e que no tuviesen temor que no serían vencidos de sus enemigos, que él tenía gente cuando menester la hubiese; e que no les quiso decir otra cosa de qué ni de cómo ni de dónde, aunque ellos se lo interrogaron.Y que de allí en adelante cada noche se apartaba de sus compañeros e se iba al sitio do su oración había hecho, a do siempre la continuó a hacer ni más ni menos que la primera vez la hizo, y no para que le viniese cada noche el sueño que la primera [que le vino la primera vez], mas que de la postrer noche, que estando él en su oración, que tornó a él el Viracocha en figura de hombre y, estando despierto, que le dijo: «Hijo, mañana se vernan [vendrán] 21 22 23

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Rostworowski, 2001, p. 316. Ramírez, 2005, p. 98. Rostworowski, 1999, p. 23.

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tus enemigos a dar batalla; yo te socorreré con gente para que lo[s] desbarates y quedes victorioso24.

Como señala D’Altroy, a pesar de que contamos con casi medio centenar de crónicas que tratan de la sociedad incaica y que fueron redactadas en los inicios del período colonial, es imposible hallar un testimonio fidedigno sobre el origen del Imperio inca. Por otro lado, nos enfrentamos a una situación semejante con los relatos que se derivan de los quipus, donde abundan versiones que se contradicen entre sí en torno a un mismo acontecimiento histórico. Las tendencias que prevalecen hoy en día en los estudios sobre los incas se dividen en dos tendencias; la primera aboga por la posibilidad de recopilar datos verídicos en las crónicas a través de un método comparativo, según alegan Rowe25 y Pärssinen26. Por otra parte, Zuidema27 y Urton28 plantean que las crónicas están elaboradas alrededor del concepto temporal y de jerarquía que caracterizaron a la sociedad andina, de ahí que estas narraciones no se pueden leer siguiendo un esquema lineal. En opinión de D’Altroy los distintos grupos sociales presentaron cada uno una visión general del pasado histórico de acuerdo a sus respectivos intereses políticos, por eso la única forma de entender esa época remota es a través del filtro de voces andinas y españolas29. La mayoría de las crónicas señala que al resistir el ataque de los chancas contra el Cuzco durante el reino del Inca Viracocha se promovió el florecimiento de la etapa imperial. Según narra la crónica de Betanzos, los chancas atacaron la ciudad cuando el Inca Viracocha se había atribuido a sí mismo el título del dios creador Viracocha. Ante el asedio de los chancas al Cuzco, el Inca Viracocha y la aristocracia huyen y se refugian en una fortaleza, mientras que el príncipe Inca Yupanqui intenta afrontar el ataque y es en ese momento cuando tiene una visión onírica en la que el dios creador Viracocha le promete que lo ayudará a ganar la batalla en contra de sus enemigos. Según D’Altroy, a pesar de la abundancia de testimonios que abordan la guerra de los chancas, los investigadores no parecen ponerse de acuerdo respecto a la autenticidad de este episodio bélico debido a la confusión que existe en torno a los gobernantes y a los límites de la expansión del Imperio Inca. Por lo tanto, cabe la posibilidad de que los 24 25 26 27 28 29

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Betanzos, 1987, p. 73. Rowe, 1946, pp. 183-190. Pärssinen, 2003, pp. 35-42. Zuidema, 1964. Urton, 1999, pp. 53-67. D’Altroy, 2002, pp. 62-63.

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LA VISIÓN TRASATLÁNTICA DE LAS CULTURAS

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chancas, en realidad, tan solo fueran un enemigo mítico creado para glorificar a Pachacútec y justificar el imperio. De acuerdo a la evidencia actual, los chancas fueron inicialmente un enemigo de los incas, pero las alusiones a la guerra del Cuzco más bien forman parte de un relato épico para glorificar a Pachacútec30. Garcilaso escribe su relato en contra de Atahualpa, por lo que cambia los nombres de los protagonistas que participaron en la batalla para expulsar a los chancas y de esa manera propone una modificación en las cronologías de las dinastías incaicas; y al mismo tiempo aboga por una reinterpretación histórica en favor de Huáscar. Pero la revisión que propone el autor no resulta simple, en realidad constituye un problema central en los estudios incaicos, pues, según advierten Zuidema, Duviols y Rostworowski, el gobierno de los incas pudo haber sido una diarquía, lo cual explicaría la confusión de nombres que se da entre los cronistas. De acuerdo a esta teoría, siempre hubo dos reyes incas, uno de ellos gobernaba en el Alto Cuzco y el otro en el Bajo Cuzco. Según esta tesis, la organización social andina consistía de dos partes opuestas, cada una de las cuales contaba con su propio líder. D’Altroy cuestiona esta hipótesis, ya que la diarquía implica que hay que considerar reyes a individuos que ni siquiera aparecen en los testimonios; y, además, habría que tener en cuenta que, a pesar de que existían dos gobernantes, por otra parte, aunque en el Cuzco había dos líderes, uno era siempre más importante que el otro31. La confusión del episodio narrado por Garcilaso resulta mayor si comparamos las distintas versiones que ofrecen otros cronistas, tales como Juan de Betanzos, para quien Pachacútec tuvo una visión del dios Viracocha, pero debido a la intensa luz que emanaba de la deidad pensó que a quien había visto era al dios Sol. Sin embargo, cuenta el cronista Sarmiento que Pachacútec había creído ver a la divinidad solar, pero que la ayuda en la batalla en realidad la recibió de Viracocha. Esta doble visión, según aclara McCormack, también se puede entender porque los incas tenían un doble divino, llamado guaoqui32. Por otra parte, como afirma Pärssinen, no encontramos ninguna evidencia en las fuentes locales de que Yahuar Huácac existiera, pero en la información de los quipus Viracocha aparece «como una persona que realmente existió y gobernó el Cuzco»33. El relato de Garcilaso sobre el fantasma de Viracocha no constituye una obra excepcional, ya que el texto pertenece a la compleja tradición oral 30 31 32 33

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D’Altroy, 2002, p. 65. D’Altroy, 2002, p. 103 MacCormack, 2007, p. 292. Pärssinen, 2003, p. 81.

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cuzqueña. En mi opinión, la condición espectral de la narración es parte integral de la tradición historiográfica andina. La investigación centrada en los nombres de los protagonistas excluidos de la historia de los incas es un aspecto importante de los debates actuales en los estudios coloniales. En los Comentarios reales Garcilaso insiste en ofrecer una visión positiva de los primeros incas, a los que considera más civilizados que los otros grupos indígenas. Estos aspectos del texto garcilasiano responden a lo que D’Altroy, describe como características comunes de los relatos de los vencedores: «The meteoric rise of Inca power was filled with charismatic Leadership, arduous campaign, spirited opposition, divine aid, heroism, treachery, and wise rule — in short, all the elements of history’s grand sweep as told by the victors»34. Aunque estos relatos sobre la dinastía incaica parecen pertenecer solamente al mundo andino, la manera de contarlos, y en especial la manera de interpretarlos dentro del conjunto de la obra de Garcilaso, hacen que los mismos también formen parte de una perspectiva europea. Como señala D’Altroy: «Garcilaso wrote from the perspective of a Christian educated in Spain, with a passion for redeeming his ancestors’ reputation»35. Ese afán de redención de los antepasados, que forma parte importante de la vida diaria en España durante la época de Garcilaso, también es una marca importante y un motivo en la creación de este libro. La combinación de las perspectivas andina y la española dieron como resultado una obra que presenta una visión trasatlántica de las culturas hispánicas, donde coexisten en su diversidad diferentes lenguas, culturas y creencias. En los Comentarios reales Garcilaso presenta a los lectores una obra representativa de esta nueva visión del mundo.

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D’Altroy, 2002, p. 62. Ibídem, 2002, p. 15.

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ORIENTALISMO, CONOCIMIENTO Y CULTURA EN LA HISTORIA DEL GRAN REINO DE LA CHINA

En el siglo XVI hay tres relatos de testigos que forman la base del conocimiento y del imaginario europeo sobre China1. El más antiguo de estos testimonios es el de Galeote Pereira, soldado, marinero y comerciante portugués, capturado en la costa de Fujian, en el sur de China, quien es acusado de contrabandista y condenado a prisión de 1549 a 1552. La obra de Pereira Alguas cousas sabidas da China es un breve relato escrito en portugués en 1561, traducido al italiano y publicado en Venecia en 1565 y posteriormente editado en inglés en 1577. El segundo testimonio es el de Gaspar da Cruz, Tractado em que se cotam muito por esteso as cousas da China, el cual aparece en 1569 en Portugal. Cruz era un sacerdote portugués de la orden de los dominicos, que viaja a China como misionero y a raíz de su experiencia escribe un libro que también se apoya en la obra de Pereira. El libro de Pereira es casi desconocido porque nunca fue traducido a otros idiomas. El tercer relato de importancia que escribe un testigo sobre China es el del sacerdote español de la orden de los agustinos Martín de Rada, quien visitó Fujian en 1575. La obra de Rada se conoce como Relación de las cosas de China que propriamente se llama Taybin (1575), texto que aparece incluido en la segunda sección de la Historia de González de Mendoza. Además de las tres obras mencionadas, contamos con las cartas de los jesuitas y comerciantes en China que comienzan a tener circulación en Europa a partir de la edición de Coimbra de 1555. A estos testimonios hay que agregar el libro de Bernardino de Escalante Discurso sobre la navegación que los portugueses hacen a los reinos y provincias de Oriente, y de las noticias que se tiene de las grandezas del reino de la China, impreso en Sevilla en 1577, y traducido 1

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Boxer, 1953.

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después al inglés en 1579. Escalante nunca viaja a China, por lo que su obra se fundamenta en el texto de Cruz2. En 1583, coincidiendo con la llegada de Matteo Ricci a la provincia de Kwangtung, primer puesto jesuita fuera de Macao3, y en respuesta al creciente interés sobre China que prevalecía en los círculos intelectuales y políticos europeos, el papa Gregorio XIII ordena la elaboración de una historia exhaustiva sobre China: un libro que sintetizara todo el conocimiento que se tenía hasta el momento sobre este país. El objetivo del papa era intentar esclarecer la duda sobre si debía o no mantener los privilegios de los jesuitas en China y Japón, o si resultaba mejor permitir a otras ordenes religiosas que colaboraran de forma masiva en la evangelización de China. Para redactar la historia escoge al sacerdote agustino Juan González de Mendoza, y de esta forma trata de romper con el monopolio de información que tenía la orden jesuita sobre el tema. La obra de Mendoza constituye un espacio inédito donde por primera vez se inscribe la voz de la orden de los agustinos, ya que el tópico de China estaba controlado por los jesuitas. Además, el interés en torno a los temas asiáticos aumenta con el viaje de los cuatro príncipes de Kyushu (los llamados «embajadores» japoneses) por España, Portugal e Italia entre los años de 1584 a 1586. Curiosamente, Mendoza nunca viaja a China, semejante a Francisco López de Gómara, que escribe su crónica sobre América desde España. Sin embargo, ambos libros fueron considerados en su época como la fuente principal de conocimiento sobre América y China, respectivamente. El título de la obra de Mendoza es Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China, sabidas así por los libros de los mismos chinos, como por relación de religiosos y otras personas que han estado en el dicho reino. Hecha y ordenada por el muy Reverendo Padre Maestro Fray Juan González de Mendoza de la Orden de San Agustín, Predicador Apostólico, y Penitenciario de su Santidad a quien la Majestad Católica envió con su Real Carta, y otras cosas para el Rey de aquel Reino en el año de 1580.Y nuevamente añadida por el mismo autor. La primera edición fue publicada en 1585 en Roma, y al siguiente año aparece una segunda edición en Madrid, que es considerada la versión definitiva y a la que se añade el relato de la expedición de Antonio de Espejo a Nuevo México.

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Sanz, 1958; Martínez-Shaw, 2008. Brockey, 2007.

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Recientemente, José Santos Rovira4 y Carmen Hsu5 señalaron que el inmenso éxito editorial de Mendoza se debe al apoyo que recibe del papa Gregorio XIII. El mismo Mendoza reconoce en el prólogo que escribió la obra a petición del papa, quien fallece el 10 de abril de 1585. La recepción favorable del libro, el cual llega a tener en el siglo XVI 46 ediciones en 7 idiomas, se puede explicar por varios factores que rebasan la figura de Gregorio XIII. La obra de Mendoza representa el punto culminante de un intenso proceso de acumulación y producción de conocimiento sobre la realidad china que se inicia a mediados del siglo XVI; al mismo tiempo que se inscribe dentro del vasto caudal de información que acopiaron los portugueses y jesuitas en los textos que ya circulaban por Europa. El libro de Mendoza también sigue de cerca las ideas sobre la imagen de China propagadas por los portugueses, pues trata de forma genérica las características productivas, tecnológicas y sociales del mundo chino. El autor destaca las virtudes del mandarinato y elogia la superioridad de la organización piramidal de la sociedad, al mismo tiempo que resalta los aportes culturales de los chinos, como la escritura, la imprenta, y la artillería. En contraste con las obras sobre China que le precedieron, Mendoza es más explícito al exponer el propósito de su libro, ya que defiende la idea de que el objeto de su estudio (China), es de una gran actualidad debido a la importancia que tiene esta sociedad, dada la extensión territorial del país. La obra de Mendoza se distingue de las anteriores porque logra ubicar en un primer plano de atención la inmensa extensión territorial de China y su numerosa población, dos factores que explican la importancia estratégica que tiene esta nación para los europeos. Lo que hace Mendoza es continuar la línea de raciocinio expuesta por los jesuitas, quienes alegan en sus escritos que su objeto de análisis es de suma vigencia. De acuerdo a los jesuitas, el conocimiento de la sociedad y la cultura china constituyen la base del éxito de la labor misionera, idea que también comparte Mendoza. Por otra parte, la carencia desde Marco Polo de un libro moderno dedicado al estudio de China dejaba un vacío en el nivel de información que se tenía sobre el mundo asiático, en una época que precisamente se distinguía por la aparición de las crónicas americanas y por el deseo de conocimiento que mostraban los europeos con respecto a otras sociedades. En este sentido, la obra de Mendoza representa un intento de captar el interés de una audiencia intelectual y política europea que hasta ese momento prestaba 4 5

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Santos Rovira, 2005, pp.1-6. Hsu, 2004, pp.194-209.

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mayor atención al tema americano.Tal vez este hecho explica por qué en su obra Mendoza otorgue una mayor relevancia a las virtudes de la sociedad, de la política y de la cultura de China que a cualquier aspecto material o etnográfico que disguste a los europeos. El libro está dividido en dos partes, cada una de las cuales está integrada por tres capítulos. La primera sección está dedicada al informe de Mendoza; mientras que la segunda es una compilación de tres escritos sobre China de los sacerdotes agustinos Martín de Rada y de los sacerdotes franciscanos Pedro Alfaro, y Martín Ignacio de Loyola. Esta configuración editorial de la obra de Mendoza es importante porque a partir de las voces de distintos autores crea el efecto de multiplicar por cuatro las perspectivas sobre el tema; a la misma vez que refuerza el argumento central del libro, ya que todos los escritos seleccionados coinciden en que nos brindan una imagen similar de China, matizada por los puntos de vista de cada uno de los autores. Lo que distingue la obra de Mendoza de las que la precedieron es que el autor logra sintetizar de un modo novedoso los datos que recopila sobre la descripción general de China. Mendoza divide su obra en tres secciones: 1. «cosas notables tocante a lo natural», 2. «religión que los moradores tienen», y 3. «mundo moral y político». Al respecto, Donald Lach señala que el autor «organiza su obra de acuerdo a la fórmula que aparece en las crónicas de América, descripción del territorio, historia, costumbres y religión de una región en particular o de un país». Según este historiador, el texto de Mendoza se puede clasificar como una etnohistoria que imita el modelo de las crónicas de América. La organización del relato de Mendoza en tres partes sigue de cerca la estructura de la obra de fray Gaspar de la Cruz, la cual consulta en México en 1581. A pesar de que Mendoza reconoce su deuda con la obra del fraile portugués, silencia el texto de Bernardino Escalante, del que toma información importante. Mendoza y Escalante coinciden en dos ocasiones, primero en Sevilla en 1580, cuando se estaba organizando la embajada frustrada a China, y por segunda vez en Lisboa en 1582. Mendoza, además de ser un excelente narrador, se distingue por su capacidad de recopilar y ordenar datos y documentos que encuentra en relación a su obra. La organización de la Historia muestra una abierta preferencia por aquellos textos que ofrecen una imagen positiva de los chinos. El autor exagera los informes de Cruz y Escalante, que son más moderados, y evita aspectos que resultan más controversiales en ambas narraciones, omitiendo así los comentarios críticos que hace Gaspar de la Cruz sobre los eunucos. La manipulación de las fuentes y el control del discurso que ejerce Mendoza sobre su objeto de estudio lo convierten en el primer autor que elabora un

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discurso sistemático sobre China. Así lo corrobora Charles Boxer, cuando afirma que «se puede decir sin exageración que el libro de Mendoza fue leído por la mayoría de los europeos más educados al comienzo del siglo XVII»6 Por otro lado, Donald Lach reitera la enorme influencia que tuvo Mendoza como autor, quien «se convirtió en el punto de partida y en la base de comparación de todos los relatos sobre China escritos en Europa hasta el siglo XVIII»7. Las imágenes de China creadas por la obra de este autor pasaron a ser las más populares en Europa y su visión positiva sobre este país fue la que prevaleció en los círculos intelectuales europeos hasta 1750. Mendoza da inicio a la descripción física de China con el tópico de la superioridad de las nuevas tierras, resaltando la excelencia del suelo y comparando su fertilidad con la de los terrenos fecundos del imperio español, en especial los de México y Perú. En el siguiente pasaje, Mendoza recurre a un método comparativo en el que predomina una visión global, pues incluye tres continentes: Asia, Europa y América. Nos dice: [...] en todo este gran Reino, hablando generalmente, no se puede decir que hay frío ni calor, por estar incluso en la región que los geógrafos llaman templada, y porque discurre por semejante clima al que está Italia, Francia y otras tierras templadas, de donde se puede entender la fertilidad que en él hay, que es sin dudas la mayor que se sabe de todo el mundo, aunque metamos en él el Perú y Nueva España, que son dos Reinos celebrados por fertilísimos [...]8.

En pasajes que nos recuerdan la famosa descripción de Tenochtitlán que hace Bernal Díaz del Castillo en su crónica sobre la conquista de México, Mendoza no solo destaca la fertilidad de la tierra en China, sino que elogia el esplendor de sus ciudades. El autor insiste en que las ciudades chinas son más grandes, limpias y organizadas que las europeas, y resalta la amplitud de sus calles, por las que pueden transitar hasta 15 caballos a la vez. El énfasis en la grandeza de China que hace Mendoza provocó un ataque airado de una importante figura de la nobleza española. El 7 de agosto de 1585 aparece en Nápoles el alegato «Invectiva del soldado de Cáceres contra el maestro Mendoza y su historia de la China»9. Como señala Hsu detrás del anonimato se ocultaba Juan Fernández de Velasco, el condestable de Castilla 6

Boxer, 1953, p.9. Lach, 1965, pp. viii-xii. 8 González de Mendoza, 1990, p. 36. 9 Toda esta información sobre la controversia entre Mendoza y Prete Jacopín aparece en Hsu, 2004, p.194. 7

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(Prete Jacopín), quien acusa a Mendoza de exagerar con respecto al poderío de China, a los aspectos positivos que menciona en su descripción, hasta el punto de enaltecer a los chinos por encima de los europeos (papel, pólvora, imprenta). El condestable también censura que el autor mencione a Dios en tercer lugar cuando reflexiona en torno a los elementos necesarios para llevar a cabo la evangelización de China. Mendoza responde a la acusación del condestable de Castilla con una extensa y erudita refutación que aparece con el título de «Apología de el Cura de Arganda a el soldado de Cáceres» (1589), en la que se refiere a su adversario como «asno, inculto y envidioso». Al respecto, Márquez Villanueva señala que esta controversia fue más que «una trifulca de literatos» 10, ya que se encuadra, afirma Hsu, «dentro de los terrenos de responsabilidad civil y religiosa»11 de la élite letrada española. El condestable de Castilla representa la posición de los círculos militaristas del imperialismo español, de ahí su rechazo a que prevalezca una imagen positiva de China. Sus comentarios exhiben los rasgos de un pensamiento eurocéntrico que asume la inferioridad de las culturas no europeas. La controversia rebasa el ámbito de lo literario, pues tiene serias implicaciones políticas. En el plano político, la visión eurocéntrica del condestable sirve de argumento para justificar el plan de invasión de China promovido por los encomenderos y sacerdotes de Manila. Sin embargo, el fracaso de la Armada Invencible en 1588, también hizo naufragar los planes de conquista de la nación asiática. Aunque Mendoza ofrece una visión positiva de varios aspectos de la cultura, política y sociedad china, una lectura detenida de la obra pone de manifiesto ciertas deficiencias en el nivel de conocimiento sobre la geografía del país. La descripción del territorio es deficiente, y en ocasiones es menos detallada que la que aparece en los textos de los jesuitas y portugueses; lo cual explica las lagunas y el absurdo que se observan en algunas de las descripciones geográficas. Por ejemplo, el autor no precisa los límites territoriales de China en el occidente, confunde diferentes nombres históricos (Catay, Sangley, Taybinco), e incluso confunde los nombres de la capital (Cansi, Paquim, Taybín, Suntiem), según las diversas fuentes consultadas. Unas de las incongruencias geográficas más evidentes es cuando clasifica 10 de las 15 provincias chinas como marítimas, lo cual contradice los conocimientos cartográficos de la época que aparecen en diversas fuentes, tal como el Atlas de Diogo Homen de 1558. 10 11

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Márquez, 2001, p. 295. Cit. en Hsu, 2004 p. 194 Hsu, 2004, p. 194.

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En el análisis de la sociedad y en particular de la organización política del Estado chino, el autor se acerca más a la realidad, a pesar, como señala Manuel Ollé, de su percepción idealizada de la sociedad12. Mendoza entiende mejor que los autores que le precedieron la función de supervisión de protocolo y orgánica que desempeña el poder central en China en el período Ming, distribuido entre los trece ministros que integran la corte del emperador Wanli; y explica en detalle el contenido ceremonial del Consejo de la Corte y de sus miembros. Pero, en mi opinión, el aporte más importante de su obra está en el análisis que hace de los funcionarios locales basado en las relaciones de Gaspar de la Cruz y de Martín de Rada. La explicación que nos brinda Mendoza del sistema de oficiales, las tareas que les son asignadas y la complejidad que muestra la administración estatal local en comparación con la europea sin duda constituye un aspecto novedoso del texto: Al Virrey, que es en cada provincia el supremo y principal magistrado que está en lugar del Rey, le llaman Comon. El segundo en dignidad es el Gobernador de toda la provincia, y le llaman Insuanto, que tiene poco menos majestad que el Visorrey. Al corregidor, que reside en cada ciudad donde no hay Virrey ni gobernador, llaman Tutuan [...] El tercero en dignidad se llama Ponchasi: éste es como Presidente del Consejo de Hacienda y tiene sus oidores y su Consejo [...] El cuarto es el Totoc, que es el Capitán general de toda la gente de Guerra que hay en cada provincia, así de a pie como de a caballo. El quinto es el Anchasi que es Presidente de la Justicia civil y criminal [...] El sexto es el Aytao, que es Proveedor general y Presidente del Consejo de Guerra, a quien toca hacer gente cuando hay necesidad y prevenir navíos, bastimentos y municiones para las armadas de mar y ejércitos de tierra [...]13.

El autor define en detalle la labor de los empleados locales, aclarando las diferencias que existen en sus respectivas funciones. Del texto de Rada toma la figura del insuanto, que es el hsing-chüan-tao, quien actúa como el gobernador de la provincia. El comon de Mendoza, que aparece como combun en el tratado de Cruz, es el tsung-tu-chün-men, el cual ocupa el cargo de comandante en jefe de las tropas de la provincia. El totoc en Mendoza (teutoc en Rada), es el ti-tu-chün-wu-chien hsün-fu-tu-yü-shih, que desempeña la función de gobernador civil o inspector a cargo de las tropas locales. El autor toma de Gaspar de la Cruz los siguientes funcionarios: el ponchasi, que 12 13

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Ollé, 2000, pp. 6-18. González de Mendoza, 1990, p. 106.

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es el pu-cheng-shih, gobernador civil y tesorero provincial; el anchasi, que es el an-cha-shih, el juez principal en el ámbito provincial; el tutuan (tutua) que es el tu-tang, que equivale a un nombramiento temporal de un oficial de la administración central por razones de emergencia, tales como la lucha contra los piratas. Dicho oficial de alto rango tenía la jerarquía de un virrey o gobernador general porque respondía directamente a Pekín; y por último, el aytao, que es el hai-tao-fu-shih, el cual se desempeña como el comandante de la flota costera14. La descripción de Mendoza sobre la estructura sociopolítica china parece ser bastante cercana a la realidad histórica, según podemos interpretar de los modelos de la estructura administrativa Ming elaborados por el sociólogo Kent Deng15. En una época donde los europeos tienen un mayor acceso a fuentes de información sobre las sociedades africanas y americanas, y donde el discurso eurocéntrico promueve por lo general una imagen negativa de estas comunidades; la imagen de la sociedad china con un nivel superior en el aparato estatal introduce una novedad en el discurso político europeo. El texto también alega que existía un nivel económico de desarrollo similar entre China y Europa en el siglo XVI, dato que ha sido confirmado en las investigaciones del economista Keneth Pomeranz16. En su Historia Mendoza llega a la conclusión de que por su extensión territorial, población y organización social, política y económica, China es una nación imposible de conquistar militarmente. La idea de una China más grande y poderosa que cualquier otro país de Europa es la consecuencia de mayor relevancia que se deriva de la lectura de la primera parte del libro. Dicha reflexión constituye la respuesta intelectual más convincente emitida en contra de los planes de invasión militar de China promovido por encomenderos y misioneros españoles desde Filipinas. Mendoza revisa y corrige los postulados erróneos de la doctrina militarista europea, y en particular española. Por otra parte, la exposición que hace del sistema religioso de China como creencia inferior al cristianismo y la tesis del poco arraigo entre sus habitantes de las ideas religiosas autóctonas, pone de manifiesto un elemento negativo en su percepción de la sociedad china. Robert Ellis advierte que esta tensión en la obra de Mendoza entre imágenes de una civilización que es al mismo tiempo superior e inferior a Occidente, es típica de los escritos occidentales sobre China de los siglos XVI y XVII. Aunque Ellis considera que 14 15 16

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Boxer, 1953, pp. xx-xxiv. Deng, 1998. Pomeranz, 2000.

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el estudio sobre China del autor no pertenece a lo que él llama «orientalismo esencialista» de Said17, una lectura más detenida del tema de la religión contradice la opinión del crítico. Como señala Zhang Longxi, «para Occidente, China, como nación del lejano Oriente se ha convertido tradicionalmente en la imagen del Otro por excelencia»18. Es esta otredad última la base del modelo de conceptualización de la religión china que hace Mendoza. El autor dedica al tema religioso una extensa sección de su obra, la cual comienza con el relato del diluvio y luego menciona la supuesta estancia de Santo Tomás en China, con el objetivo de probar que algunos aspectos de la religión china provienen del cristianismo, tales como el misterio de la Trinidad, la historia de la Virgen y el credo, ideas tomadas de la crónica de Gaspar da Cruz. Sin embargo, rechaza las tesis sobre la transmigración de las almas y la reencarnación. Siguiendo las opiniones de Rada, ubica el origen del reino de la China en la época de Noé, y para probar sus tesis recurre a las cronologías de los reyes del país asiático. Mendoza es uno de los primeros autores que presenta la hipótesis sobre la compatibilidad que existe entre la periodización de la cronología china y la bíblica. Para Mendoza es de suma importancia incluir a China en la cronología del cristianismo, ya que así se hace evidente el carácter universal de la religión cristiana, que se extiende hasta Asia. Según el autor, la historia de la religión en China tiene un desarrollo paralelo al de las sociedades europeas. Para él esta diferencia no es temporal, sino espacial, porque el desarrollo de la religión en China se enmarca dentro del proyecto ideológico de Occidente. Por lo tanto, de lo que se trata es de insertar otra vez a China dentro del proyecto universal del cristianismo. La estrategia de emplear el discurso teológico tiene el objetivo de que los chinos experimenten una especie de conversión que les permita recuperar un aspecto de su historia que quedó en el olvido. Dicho propósito explica la estructura argumentativa que distingue el libro, redactado como una indagación y cuestionamiento de ideas preconcebidas. Es precisamente el sentido hermenéutico el que confiere al texto de Mendoza una apariencia secular, que Nancy Vogeley interpreta como una manifestación del proceso de secularización de la historia durante este período19. Coincido con Vogeley en que el autor aboga por una evangelización pacífica de China, pero no comparto la idea de que su obra promueva 17 18 19

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Ellis, 2006, p. 471. Longxi, 1998, p. 20. Vogeley, 1997, pp. 166-167.

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una visión secular de la historia. Si analizamos con detenimiento el relato de los orígenes de China que elabora Mendoza, nos percatamos de un proceso totalmente opuesto: la teologización de la historia que ya encierra en sí misma un acto de dominación simbólica. La metáfora que rige la historia de los hijos de Noé nos permite entender que se trata de los hijos de una misma familia que se han dispersado por el mundo tomando distintos caminos. Según esta tesis, lo más importante es que los lectores comprendan que hay un origen común que comparten China y Europa. Por lo tanto, hay que ayudar al pueblo chino para que recupere sus raíces cristianas. En la lógica silogística de Mendoza, los chinos fueron quienes, al separarse de sus hermanos europeos (los otros hijos de Noé), abandonaron el cristianismo. La diferencia fundamental con las justificaciones que se emplearon en la conquista de América es la tesis de un origen común en la familia de Noé que comparten la sociedad china y europea. La obra de Mendoza inaugura la principal estrategia epistemológica del pensamiento europeo en torno a China, a partir de la propuesta de «mudar», de trasladar a China, en sentido simbólico, del Este al Oeste; es decir, de «occidentalizar» a esta nación asiática y de incorporarla al proyecto teológico-político de la civilización universal del cristianismo europeo. En mi opinión, el logro de la obra de Mendoza se halla en articular una explicación coherente y persuasiva para los europeos que legitima el modelo de conquista espiritual sin violencia militar. Los postulados del autor tienen su base en la experiencia de la conquista española de América, principios modernizados a partir de del debate entre Las Casas y Sepúlveda, y los aportes de Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca. Mendoza defiende el modelo lascasiano que aboga por la evangelización pacífica y manipula la información que obtiene sobre la religión en China con el objetivo de apoyar su tesis sobre la prédica pacífica. La postura intelectual que asume el autor coincide con la política de evangelización de la Iglesia de Roma y con la de los jesuitas en China, quienes rechazaban las prácticas violentas empleadas en América. Un examen atento de los principales postulados en que se fundamenta la evangelización pacífica ponen en evidencia los principios que sustentan el modelo de evangelización que defiende Mendoza. A continuación, el autor expone alguna de estas ideas: 1. Los chinos no quieren mucho a sus dioses. Esta aseveración demuestra que Mendoza no es capaz de reconocer la existencia en China de un sistema multirreligioso complejo. Solo se refiere a lo que él llama idolatrías, que tienen su manifestación en diversas supersticiones como las adivinanzas. Al

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respecto nos dice: «Tienen estos miserables idolatras en tan poco a sus dioses, que da gran confianza de que, llegando a tener entrada la ley evangélica en aquel Reino, los dejarían muy presto con las supersticiones, en particular de echar suertes, cosa muy usada en todo aquel Reino»20. 2. Existe una racionalidad entre los chinos que les permitiría adoptar el cristianismo al darse cuenta de que esta religión es superior a sus propias creencias. Declara Mendoza: «A lo cual ayudaría mucho ser todos ellos hombres de buenos entendimientos, dóciles y que se sujetan a la razón»21. El autor concluye que, ante la falta de una religión verdadera, el pueblo chino, por su racionalidad, llegará a reconocer el cristianismo como la religión legítima, aceptándola sin objeciones. La tesis del racionalismo esencialista de los chinos constituye la base de la doctrina de la evangelización pacífica, una idea que se deriva del mito del mismo origen, que a su vez tiene su fundamentación en el pensamiento eurocéntrico en torno al carácter universal del cristianismo. Por lo tanto, no estoy de acuerdo con la tesis que presenta Ellis en su estudio de que en la obra de Mendoza no se percibe un «orientalismo esencialista». En mi opinión, en el argumento del autor se cumple esa condición del orientalismo esencialista que Edward Said denominó «distinción insoluble entre la superioridad occidental y la inferioridad oriental»22. Con la diferencia de que en la obra de Mendoza se da un movimiento epistemológico inverso, el cual desarrolla que el concepto de inferioridad no se articula desde afuera (semejante a la interpretación de Ellis), sino desde el mismo interior de la historia del pensamiento chino. Es decir, a partir de la teoría que expone la categoría de ser racional. Sin lugar a dudas, se trata de un modelo de pensamiento eurocéntrico mucho mas sofisticado, el cual evoluciona con la experiencia del contacto global de Europa con las sociedades y culturas de África, América y Asia. 3. Según Mendoza, la población subalterna se convertirá fácilmente al cristianismo. El autor presenta dos posibles escenarios para la evangelización. En primer lugar, examina la postura de las autoridades centrales, opuestas a la propagación del cristianismo y a las que habrá que convencer por medios intelectuales. En segundo lugar, analiza la situación del pueblo, que por sus malas condiciones de vida, sería más fácil de atraer al cristianismo. Afirma Mendoza: «En la gente plebeya no había esta dificultad, antes abrazarán con gran contento nuestra Santa Ley, porque será causa de libertarlos de 20 21 22

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González de Mendoza, 1990, p. 62. González de Mendoza, 1990, p. 62. Said, 1979, p. 42.

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la tiranía del demonio y de los jueces y señores que los tratan como a sus esclavos»23. Mendoza retoma la misión inicial que se adjudica el cristianismo en tanto redentor de los oprimidos y establece una continuidad transhistórica entre las sociedades romana y china. Este punto sugiere que los europeos estaban conscientes de los antagonismos religiosos existentes entre los gobernantes y los sectores populares en China. Según aclara el teólogo David Mungello, «el antagonismo social en esta época se expresaba por medio de sentimientos anti-budistas de las clases altas y de sentimientos anti-confucianos de las clases populares»24. Por otro lado, el sinólogo Jonathan Spence, señala que el descubrimiento de este conflicto entre la jerarquía gobernante y el pueblo fue lo que despertó el interés de los jesuitas por entablar una alianza con los funcionarios del poder central en China, con el propósito de imponer con su ayuda la conversión masiva de la población a la religión cristiana. La obra de Mendoza muestra los límites del sujeto observador, en el sentido antropológico del término, al mismo tiempo que incorpora las categorías de alcance, ubicación y temporalidad que contribuyen a conceptualizar la sociedad china siguiendo los modelos intelectuales de Occidente. El eurocentrismo que subyace en las ideas de Mendoza marca la producción del conocimiento sobre China y la imagen que se forma sobre esta nación a partir del siglo XVI entre los lectores de la Historia del gran reino de la China.

23 24

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González de Mendoza, 1990, p. 366. Mungello, 1999, p. 19.

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Últimos volúmenes de la colección BIBLIOTECA INDIANA

DONOSO, Miguel; INSÚA, Mariela; MATA, Carlos (eds.): El cautiverio en la literatura del Nuevo Mundo. 2011, 288 p. (Biblioteca Indiana, 27) ISBN 9788484895619 AGUILAR Y CÓRDOBA, Diego de: El Marañón. Edición y estudio de Julián Díez Torres. 2011, 424 p. con ilustraciones (Biblioteca Indiana, 28) ISBN 9788484895688 PÉREZ, Manuel: Los cuentos del predicador. Historias y ficciones para la reforma de costumbres en la Nueva España. 2011, 248 p. (Biblioteca Indiana, 29) ISBN 9788484895800 BARRUCHI Y ARANA, Joaquín: Relación del festejo que a los Marqueses de las Amarillas les hicieron las Señoras Religiosas del Convento de San Jerónimo (México, 1756). Edición de Frederick Luciani. Con imágenes en color. 2011, 200 p. (Biblioteca Indiana, 30) LATASA, Pilar (ed.): Discursos coloniales: texto y poder en la América hispana. 2011, 192 p. (Biblioteca Indiana, 31) ISBN 9788484896135 BÁEZ RIVERA, Emilio Ricardo: Las palabras del silencio de santa Rosa de Lima o la poesía visual del Inefable. 2012, 196 p. (Biblioteca Indiana, 32) ISBN 9788484896500 SALMERÓN, Pedro: Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación. Edición de Robin Ann Rice. 2013, 304 p. (Biblioteca Indiana, 33) ISBN 9788484897026 VALLE Y CAVIEDES, Juan del: Guerras físicas, proezas medicales y hazañas de la ignorancia. Ed. de Carlos F. Cabanillas Cárdenas. 2013, 756 p. (Biblioteca Indiana, 34) ISBN 9788484897170

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