Theodor W. Adorno. Uno de los últimos genios 8437061725, 8433837729


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Theodor W. Adorno. Uno de los últimos genios
 8437061725, 8433837729

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THEODOR W. ADORNO Uno de los últimos genios

UNIVKRáJJJ/viJ 1/£, / y \ i lUv^UArt. BIBLIOTECA CENTRAL

THEODOR W. ADORNO Uno de los últimos genios

Detlev Claussen

Traducción de Vicente Gómez Ibáñez

Universitat de Valencia 2006

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial.

Título original: Theodor W Adorno - ein letztes Genie © S. Fischer Verlag, 2003 © Detlev Claussen, 2003 © De la fotografía de la sobrecubierta: Stefan Moses © De la presente edición: Publicacions de la Universitat de Valencia, 2006 © De la traducción: Vicente Gómez Ibáñez Publicacions de la Universitat de Valencia http://puv.uv.es [email protected] Editorial Universidad de Granada http://www.editorialugr.com [email protected] Fotocomposición y maquetación: Artes Gráficas Soler, S. L. Diseño de la colección: Enric Solbes Diseño de la sobrecubierta: Celso Hernández de la Figuera Impresión: Artes Gráficas Soler, S. L. ISBN: 84-370-6172-5 (Universitat de Valencia) ISBN: 84-338-3772-9 (Universidad de Granada) Depósito Legal: V. 1.350 - 2006

A m i suegra Erna Leszczynska y a m i m adre Carla Clausseny

que con su experiencia me han ayudado a comprender el siglo XX

Como la mayoría de los llamados niños prodigio, yo soy un hom­ bre que ha madurado muy tarde, y aún hoy tengo el sentimiento de que aquello para lo que realmente estoy aqu í todavía está por hacer Carta a Ernst Bloch, 26 de julio de 1962 . . . e l trabajo es para m í una form a de embriaguez que me ayuda a superar una melancolía y una soledad difícilmente soportables de otro modo. M e temo que éste es el secreto de m i productividad. 31 de marzo de 1960, Cuaderno F, pág. 82 y sigs. ... pero concibiendo la mejor situación como aquella en la que se pueda ser diferente sin temor. M ínim a Moralia: M élange, 1945

ndice

Cómo habría de leerse ........................................................................................

13

En

...........................................

15

1910 ..................

29

....

83

.................................................................................................

135

T ransiciones .....................................................................................................

165

Bertolt Brecht: «A los que nazcan después» .......................................

165

T heodor W. Adorno: «Lejos del fuego» ...............................................

168

H anns Eisler, el hermano no idéntico .................................................

171

Fritz Lang, el amigo de América ...........................................................

184

lugar de una obertura : S i n

d e s c e n d e n c ia

S C H O N E A U SSIC H T. INFAN CIA EN FRAN CFO RT HACIA D

e

T E D D IE W lE S E N G R U N D AL D O C T O R W lE S E N G R U N D -A D O R N O

El N O

ID É N T IC O

Retorno

a

F r a n c f o r t ..................................................................................

199

E l i d é n t ic o ...........................................................................................................

245

Palimpsesto

287

de la v i d a .....................................................................................

A péndice

Cartas 1) Theodor W. Adorno a Emst Bloch, carta del 26 de julio de 1962 ............. 369 2) Max Horkheimer a Theodor W. Adorno, carta del 27 de septiembre de 1958 ............................................................................................................... 370 3) Theodor W. Adorno: Carta abierta a Max Horkheimer con ocasión de su setenta cumpleaños, el 14 de febrero de 1965 ...................................... 4) Theodor W. Adorno a Claus Behncke, carta del 21 de febrero de 1964 .. 5) Max Horkheimer a Otto O. Herz, carta del 1 de septiembre de 1969 ..

381 387

388

12

m i'o n o u w. ahorno , uno di-: i .os últimos ceñios

Sobre bis fuentes.........................................................................................

391

Documentación: textos y fotografías..........................................................

433

Son muchos a los que he de dar las gracias ...............................................

435

Indice onomástico ......................................................................................

443

C óm o habría de leerse

El objetivo de este libro es dar la palabra a los textos de Adorno y vol­ ver a mostrar el original, oculto tras el inmenso caudal de literatura secun­ daria que su obra ha provocado. Cada uno de sus capítulos también ha de poder leerse por separado. El libro interpreta la obra de Adorno como un palimpsesto, como una obra llena de intersecciones. En el texto, todas las citas literales de Adorno aparecen en cursiva. El lector que quiera exami­ narlas críticamente o que desee seguir leyendo, encontrará las referencias de todas las fuentes citadas al final del libro, en el apartado titulado - Sobre las fuentes».

n lugar de una obertura: Sin descendencia

La noticia de su muerte llegó repentinamente y de forma totalmente inesperada. Justamente cuando en Francfort se empezaba a recobrar el aliento tras un semestre de verano lleno de sobresaltos. A mediados de ju­ lio de 1969, Adorno y su esposa Gretel habían huido del sofocante verano de Francfort para refugiarse, como venían haciendo los últimos veinte años, en los Alpes suizos, siguiendo La costumbre de Las viejas vacas suizas, que cambian de pasto. Desde allí también se podía despachar la correspon­ dencia y los quehaceres necesarios. El miércoles, día 6 de agosto, en la se­ cretaría del Instituto de Investigación Social (Institut für Sozialforschung) aún había que ultimar una carta dirigida a Herbert Marcuse. Se esperaba la llegada de las oportunas correcciones y del visto bueno desde Zermatt.* Cuando Hertha Georg, la secretaria de Adorno en Francfort, llamó por te­ léfono al Hotel Bristol, se le comunicó con acento suizo que el «señor pro­ fesor» había ido «al hospital». A ella, esto no pudo menos de sonarle como si Adorno se hubiese ido de excursión a la montaña mágica. Pero hacia el mediodía, Gretel Adorno avisó a Francfort. El sábado siguiente aparecía ya en la Frankfurter Rundschau una esquela firmada únicamente por ella, en la que se decía lacónicamente: «Theodor W. Adorno, nacido el 11 de sep­ tiembre de 1903, ha fallecido el 6 de agosto de 1969.» La muerte de Adorno en Suiza cogió desprevenida a la opinión pública alemana. Las necrológicas prefabricadas yacían en los cajones de las redac­ ciones de los periódicos a la espera de ser actualizadas. La mayoría de quie­ nes habrían podido preparar una nota necrológica estaban de vacaciones. A diferencia de lo que es habitual, en esta ocasión nadie se apresuró a diri-

*

Estación balnearia situada en el cantón suizo de Valais. (N . del T.)

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1 HI ODOR \\

\P O R N O UNO DI I O M TI 1MOS U,1 NIOS

girse .1 la opinión pública. El duro conflicto político entre Adorno y sus es­ tudiantes del año 1969 no parecía estar zanjado. Una opinión pública no demasiado bien informada contaba con que en el entierro se producirían disturbios. En medio de las vacaciones de verano, casi dos mil personas se concentraron en el cementerio principal de Francfort. Entre ellas había rostros conocidos: Max Horkheimer, quien dio nombre a la Teoría crítica que Adorno hizo famosa en todo el mundo, no era el único que acompa­ ñaba a su viuda detrás del féretro. FLI entierro volvió a reunir a viejos cono­ cidos, como el anciano pero todavía lúcido Ernst Bloch v Alfred SohnRethel. cuya amistad con Adorno se remontaba en ambos casos a la década de 1920. También los estudiantes radicales, a los que algunas voces quisie­ ron responsabilizar de la temprana muerte de Adorno, lloraban la pérdida del maestro. Herbert Marcuse fue el primero que, desde el extranjero, supo encontrar las palabras adecuadas para despedir al amigo, diciendo «que no hay nadie que pueda representar o sustituir a Adorno». Al marcharse, Adorno dejó un sacio. Algo había terminado para siempre. Pero faltaban las palabras capaces de expresar este sentimiento. ¿Fue la cerca­ nía a este genio muerto la responsable del prolongado mutismo? El propio Adorno había arremetido en sus escritos contra los tópicos de la biografía convencional. Había identificado de forma tan clara a los sepultureros profe­ sionales de la cultura por el criticada, que apenas existía un espacio en el que fuese posible expresarse espontáneamente. En el momento de la pérdida, mi viejo amigo Horkheimer. que le sobrevivió, no dudó en aplicar a Adorno el concepto de genio». Si se tiene en cuenta cuan unidos estuvieron durante el exilio americano, periodo en el que pensaron y escribieron juntos, parece to­ talmente imposible que Horkheimer pudiese desconocer las reservas de Adorno contra el concepto tradicional de genio: Para poder conservar algo del concepto de genio, primero habría ijuc despojado de su burda identificación con el sujeto creador, cuya fatua exaltación hechiza y rebaja al mismo tiempo Li obra de arte, pues la convierte en simple reflejo de su autor. Es imposible escribir sin mala conciencia una historia de la vida y de la obra de Adorno haciendo caso omiso de su penetrante crítica de las biografías de genios. Sólo después de su muerte se hizo popular una forma verdaderamente eficaz de rebajar su obra, a saber, venerarlo como artista para al mismo tiempo negarlo como científi­ co. En vida de Adorno, en cambio, sus enemigos procedieron la mayor parte de las veces a la inversa: Adorno fue presentado a menudo como un artista fracasado que sólo habría tenido acceso a la gris teoría. Quien coja en sus manos el último gran trabajo de Adorno. Teoría esté­ tica, la obra de la que procede la cita anterior, no tendrá que hojear dema­

EN LUGAR DE UNA OBERTURA: SIN DESCENDENCIA

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siado para dar con Goethe en relación con este tema. El nombre de Goe­ the no sólo está íntimamente asociado al concepto burgués de genio, sino al modelo de una vida lograda, de una vida susceptible de ser biografiada. Para la generación que, al igual que Adorno, había nacido en el largo siglo burgués que se prolongó desde 1815 hasta 1914, Goethe estuvo al princi­ pio de esta centuria burguesa, de la que todavía pudo sentirse parte incluso quien llegó al mundo en 1903. Hacia el final de esa época, sin embargo, la obra de Goethe hacía ya tiempo que había desaparecido detrás del culto a su persona, que veneraba en ella al genio creador. Esto agrada a la concien­ cia vulgar burguesa, tanto por el ethos del trabajo subyacente, que ensalza la pura creatividad del ser humano prescindiendo absolutamente del fin, como porque a quien contempla la obra de arte se le ahorra el esfuerzo de penetrar en la cosa: se lo ceba con la personalidad, con la ramplona biografía de los ar­ tistas. Pero los autores de las obras de arte importantes no son semidioses, sino seres humanos, y por lo tanto falibles, y a menudo neuróticos y dañados. La aguda crítica de Adorno al mundo burgués y a la religión del arte no de­ semboca en el simple abandono de una forma de vida superada. La verdad que contiene el concepto de genio hay que buscarla en la cosa misma, en lo abierto, no en lo apresado por la mera repetición. Este concepto de genio no sólo es válido para un Goethe: a su luz, la caracterización de Horkheimer del amigo fallecido como un genio en una «época de transición» también resulta totalmente apropiada. En tanto que personificación de la vida individual lograda, Goethe también aparece constantemente en los escritos de Horkheimer. En 1961, éste escribió en el epílogo a su Portrat deutsch-jüdischer Geistesgeschichte: «Así pues, el origen se manifiesta en el tipo de pensamientos y sentimien­ tos de la personalidad formada, el propio Goethe era reconocible como francfortiano.» Durante todo el siglo XIX, la veneración de Goethe, que todavía iba unida al conocimiento de su obra, jugó un importante papel entre la burguesía ilustrada alemana. Pero aquí los judíos deseosos de asimilarse, que en aquella época experimentaban su ascenso social a la burguesía, vieron en la vida de Goethe el cumplimiento de la promesa de una convivencia verdaderamente humana. El joven Félix Mendelssohn, apreciado por Goethe, puso música a los versos de éste. Lo alemán como el primer paso hacia la humanidad: esta utopía aún fue acariciada en vida de Goethe por Rahel Varnhagen y por la tía de Félix, Dorothea Veit, des pués apellidada Schlegel, que vivió durante más de una década junto a la

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que más tarde sería la casa natal de Adorno, sita en la «Schone Aussicht».* Schopenhauer, al que Horkheimer tuvo en gran estima y del que Adorno se distanció, mantuvo cierto contacto con Goethe y también vivió inmerso en la atmósfera de la gran burguesía, pues residió cerca de «Schóne Aus­ sicht». La figura de Goethe debió de estar constantemente presente en Adorno durante sus años de juventud en Francfort. Entre los libros canónicos de la cultura burguesa estaba la autobiogra­ fía de Goethe Poesía y verdad, un título que expresa la problemática rela­ ción del autobiógrafo con la verdad hasta en el uso coloquial del lenguaje. Numerosos biógrafos de Goethe han legitimado su tratamiento de la vida del genio a partir de la conciencia vulgar burguesa de una relación con la verdad deformada por el interés personal. En el prólogo de su obra, sin embargo, el propio Goethe habla de la imposibilidad de la biografía: «Pues ésta parece ser la tarea principal de la biografía, a saber, presentar al biogra­ fiado en su época y mostrar hasta qué punto ésta se le opone o lo favorece, cómo a partir de aquí el biografiado se ha formado una visión del mundo y del hombre y cómo, cuando es artista, poeta o escritor, la ha reflejado en su obra. Pero esto supone algo difícilmente alcanzable, a saber, que el indi­ viduo se conozca a sí mismo y a su siglo: a sí mismo, en la medida en que él permanece idéntico en todas las circunstancias, y a su siglo, que arrastra inevitablemente consigo, determina y forma a todo individuo, de suerte que cualquiera que naciese tan sólo diez años antes o después, sería una persona completamente distinta desde los puntos de vista de su formación y de su obra.» Conocerse a sí mismo y a su siglo: en este ideal difícilmente alcanzable del individuo burgués ciertos escritores de éxito de la República de Weimar, como Emil Ludwig y Stefan Zweig, no vieron un obstáculo para es­ cribir grandiosas biografías. En 1930, Siegfried Kracauer, mentor de Ador­ no durante sus primeros años en Francfort, se refirió en el Frankfurter Zeitung a la «biografía como la nueva forma artística de la burguesía», con­ traponiéndola a la vieja biografía de la «época anterior a la guerra», a la que denominó «el raro fruto de la erudición». Se intuía que la vieja socie­ dad burguesa tocaba a su fin. La crítica de la moda biográfica era una de las señas de identidad de los intelectuales críticos de esta generación. Hacia el final de la República de Weimar, Kracauer, tomando conciencia de la crisis, interpretó ya la biografía como un fenómeno huidizo que está «a

* «Schone Aussicht», «Bellavista», es el nombre de esta antigua calle de Francfort. (N. del T.)

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punto de decir adiós». En su huida, en tiempos de extrema necesidad, el propio Kracauer escribió una biografía no demasiado apreciada por Ador­ no: «Jacques Offenbach y el París de su época». El 1 de octubre de 1950, Kracauer informó a Adorno que había descubierto cajas de la época del exilio en París, cajas llenas de manuscritos y de correspondencia -en las que también había textos de Adorno-. «Pero lo más importante es que este revolver en el pasado, con tanta correspondencia de por medio, ha provo­ cado en mí el irrefrenable deseo de escribir mis memorias, naturalmente con un estilo verdaderamente elevado. Pero esto sería un lujo que proba­ blemente jamás podré permitirme.» Por desgracia, Kracauer no se equivo­ có. Así pues, un trabajo que pretenda presentar la vida y la obra de Adorno en su siglo no podrá apoyarse en un documento como el salido de la plu­ ma de Kracauer. Desgraciadamente, las cartas más importantes de Adorno a Kracauer siguen sin poder ser citadas literalmente. Autores como Kracauer v Adorno reconocieron tempranamente que el psicoanálisis, llegado con el siglo XX, favorece y pone en cuestión al mismo tiempo el género biográfico. Sigmund Ereud desconfió de Stefan Zweig, su ferviente admirador; y al tocayo de este último, Arnold Zweig, hasta le desaconsejó convertirse en el biógrafo de Nietzsche y del mismo Ereud. «El biógrafo cae en la mentira, en el encubrimiento, en la hipocresía, en la ocultación e incluso en el disimulo de su propia falta de comprensión, pues la verdad biográfica no puede alcanzarse, v si pudiese alcanzarse, sería inservible», dice una carta escrita desde Viena y datada el 31 de mayo de 1936. A su alumna Marie Bonapartc, sin embargo, no pudo negarle la re­ dacción de un prólogo para su gran biografía de Poe: «Este tipo de investi­ gaciones no pretende explicar el genio del escritor, pero pone de manifies­ to los temas que éste ha suscitado y aquellos que le ha deparado el destino.» Posiblemente, la mejor biografía psicoanalítica de un artista sea la escrita por Kurt R. Eissler, que emigró de Viena a los Estados Unidos en 1938 y que en 1963 publicó un estudio de dos volúmenes sobre Goethe. También ella confirma la «veneración de Goethe... entre los judíos asimila­ dos de Viena», que Adorno conocía perfectamente. La bien documentada vida de Goethe parece constituir el material ideal para una biografía de ar­ tista que no sólo es conocida por la pequeña elite de los estudiosos de la li­ teratura. El extraordinario estudio de Eissler presenta a Goethe como la encarnación del genio, como esa clase de «hombre dotado de la capacidad de recrear el cosmos humano, o una parte de él, de una forma relevante e incomparable con cualquier otra re-creación anterior». Esto es perfecta­

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mente aplicable a Adorno. Por eso este trabajo pretende dar la palabra a sus textos, v no explicar a Adorno a partir de sus detalles biográficos. 1 .a severa crítica de la producción masiva de biografías siguió despertan­ do el interés de los investigadores sociales hancforúanos durante el exilio americano, que a través de ella intentaron comprender una sociedad más evolucionada que la europea. Leo Lówenthal, que junto con Adorno fue el único miembro del Instituto de Investigación Social nacido en la ciudad de Francfort, elaboró a principios de la década de 1940 un estudio («Biographies in Popular Magazines») que motivó una extensa carta de Adorno. En dicha carta, techada el 25 de noviembre de 1942, Adorno se dirigía a Lowenthal en los siguientes términos: En elfondo, lo que ocurre es que el mismo concepto de vida, entendida como centro unitario de acción y de sentido, carece ya de toda realidad, al igual que el concepto de individuo, y la función ideológi­ ca de las biogafas no es otm que demostrar a los hombres, presentándoles este o aquel otro modelo, que todavía existe algo parecido a la vida, con todas sus categorías enfáticas, y especialmente en contextos empíricos, que quienes ya no tie­ nen ninguna pueden reclamar fácilmente para las suyas. La vida misma, de una fon na harto abstracta, se ha convertido en ideología, y es precisamente esta abstracción, que la distingue de conceptos de vida anteriores y más ricos, lo que la hace practicable (los conceptos de vida del vitalismo y del existencialismo no son más que etapas de este mismo camino). De la producción biográfica coti­ diana nació un impulso idiosincrásico que abre la producción literaria del propio Adorno a los momentos autobiográficos. Los Mínima Moralia, colección de aforismos que data de comienzos de 1944, se subtitulan de forma programática «Reflexiones de una vida dañada». Mínima Moralia, un texto de Adorno que se presta a continuas lec­ turas, y Dialéctica de la Ilustración, el libro más célebre escrito conjunta­ mente por Horkheimer y Adorno, aprehenden la experiencia en un mo­ mento histórico que pone en tela de juicio la experiencia del mundo en to­ das sus acepciones tradicionales. En los M ínima Moralia, la experiencia de por qué se ha vuelto imposible la experiencia del mundo en el sentido de Goethe se formula lejos del fuego, rememorando los esfuerzos teóricos de Karl Kraus por captar conceptualmente el «final de la humanidad» en la Primera Guerra Mundial. Cada una de las frases de estos libros de Hork­ heimer y Adorno extrae su fuerza argumentativa de la conciencia de una catástrofe histórica universal que no deja nada intacto: La desesperación no es irrevocable simplemente por el hecho de que las cosas ya no puedan volver a ser mejores, sino porque sume en su abismo hasta la misma prehistoria. La ho-

l'N l IX¡AR ni' UNA OBERTURA: S/N DKS i l-'NDl-NCIA

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rrible muerte de su amigo Walter Benjamín cuando huía de los nazis, está presente en estas líneas. A propósito de Kafka, en quien Benjamín, buen conocedor de Goethe, percibió el fin de una época, Adorno todavía trató de formular conceptualmente lo que ya había anticipado el amigo que se suicidó: Como en las invertidas epopeyas de Kafka, en los campos de concen­ tración del fascismo se perdió para siempre la medida de toda experiencia, la vida vivida desde si misma hasta su final. Gracchus encarna la posibilidad que fue expulsada del mundo: la de morir viejo y saciado de la vida. Adorno fechó sus «Apuntes sobre Kafka» en los años 1942-1953, como si quisiera documentar con exactitud su contemporaneidad. Estos artículos, que Adorno reunió en Prismas y que publicó en 1955, dicen las cosas claras, por lo que se hizo muchos enemigos en la Alemania posterior al nazismo. El contexto histórico en el que ha de leerse la interpretación de Kafka no se oculta de ningún modo: En los campos de concentración del fascismo se borró la línea de demarcación entre la vida y la muerte. Esos campos crearon un estado intermedio, esqueletos y cuerpos putrefactos vivientes, víctimas a las que lesfalló el suicidio, y la carcajada de Satanás ante la esperanza de vencer a la muerte. La famosa sentencia de Adorno según la cual escribir poemas después de Auschwitz es un acto barbárico, procede de este mismo contexto de refle­ xión, que vuelve a aparecer en su hijo gordo, la Dialéctica negativa, bajo el epígrafe «Después de Auschwitz». Cuando es inevitable plantearse la pregunta de si es posible seguir viviendo después de Auschwitz, la cuestión de la posibilidad de trazar la historia de una vida individual, de escribir una biografía, aparece como una cuestión obsoleta. La experiencia de la pérdi­ da de la experiencia es uno de los motivos más antiguos de la Teoría críti­ ca, un tema que fue introducido en la década de 1920 por Kracauer y Benjamin, pensadores independientes próximos al círculo de Max Horkheimer. Adorno hizo de esta cuestión una de las bases filosófico-históricas de la Teoría crítica. Conocerse a sí mismo y a su siglo, la exigencia goetheana de una biografía, constituye tanto una condición de posibilidad de la prosa poética como de la reflexión teórica. Sin tener en cuenta la cancelación de la experiencia no es posible contar ni la historia de una vida individual ni la historia del siglo. Al igual que Kracauer, Benjamin consideró la Primera Guerra Mundial como el punto de partida de una experiencia generacio­ nal decisiva: «Una generación que aún había ido a la escuela en carretas ti­ radas por caballos se vio de repente en medio de un paisaje en el que ya nada era como antes, excepto las nubes, y debajo de ellas, en un campo de

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fuerzas de corrientes destructivas y de explosiones, el diminuto y frágil cuerpo humano.» La infancia francfortiana de Adorno hacia 1910 se co­ rresponde todavía con la infancia berlinesa de Benjamin hacia 1900. Por ser uno de los más jóvenes, Adorno fue partícipe de la experiencia generacional de esta transición a la guerra sin vivirla directamente como experiencia de guerra. «Lejos del fuego», uno de los fragmentos clave de los M ínim a Moralia escrito en California en 1944, prolonga los pensa­ mientos de Benjamin de 1928 sobre la pérdida de la experiencia en y des­ pués de la Primera Guerra Mundial, la inflación y la crisis económica mundial: Pero la Segunda Guerra M undial se ha sustraído tan completamente a la experiencia como el funcionamiento de una máquina a los movimientos corporales, que sólo se le asemejan en ciertos estados patológicos. Cuanta menos continuidad, historia y elementos “épicos” contiene la guerra, dado que en cada una de sus fases vuelve en cierto modo a empezar, menos es capaz de dejar una impresión duradera e inconsciente en la memoria. Con cada nueva explo­ sión destruye, dondequiera que estén, los muros a cuyo amparo se form a la ex­ periencia y se asienta la continuidad entre el adecuado olvido y el adecuado re­ cuerdo. La vida se ha convertido en una discontinua sucesión de sacudidas entre las que se abren oquedades e intervalos de parálisis. Pero tal vez nada sea tan aciago para el porvenir como el hecho de que pronto ya nadie podrá pensar en ello, pues todo trauma, todo shock no superado en los que regresan es un fer­ mento de futura destrucción. La vida de Adorno, reflejada por su obra y sus relaciones de amistad, no puede ser contada al margen de la historia del siglo. El historiador Eric Hobsbawm ha denominado sucintamente a esta época short century, en contraposición con el extenso siglo burgués que abarca de 1815 a 1914. La infancia de Adorno transcurrió todavía en la época de paz más larga que hasta entonces había conocido Europa, pero indudablemente su siglo está lleno de contradicciones y es difícil encontrar un término que lo califique de forma adecuada. Hobsbawm habla de «Age of Extremes»: los extremos saltan a la vista, se trata de una época de miseria de las masas y opulencia inimaginable, de dictaduras totalitarias y sociedades permisivas, de las gue­ rras más horribles y largos períodos de paz. Hobsbawm denomina plástica­ mente «Golden Age» a la etapa en la que se produce la muerte de Adorno, una fase del siglo en la que coinciden una prolongada fase de crecimiento económico y la implantación mundial del estilo de vida consumista. Los teóricos críticos trataron de captar la unidad de esa época en la simultanei­ dad de la experiencia viva y de la transformación social. A juicio de la Teo-

EN LUGAR DE UNA OBERTURA: SIN DESCENDENCIA

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na crítica, este siglo ha dañado al individuo de forma irreversible. Este libro intenta dar cuenta de esta restricción sufrida por la experiencia in­ dividual recogiendo momentos biográficos de algunos contemporáneos. Re­ trospectivamente, nos hallamos ante la última generación de escritores de cartas, de gente que nos ha dejado documentos legibles de las relaciones interpersonales. La vida y la obra de Adorno también pueden conocerse a través de la historia de sus amistades. Los teóricos críticos, entre los que Adorno se incluyó a sí mismo, des­ confiaron mucho de las manifestaciones autobiográficas. A primera vista, estos motivos no están presentes en sus escritos. Pero la costumbre burgue­ sa de honrar públicamente a los amigos, dedicándoles artículos por su cumpleaños, escribiendo recensiones de sus obras y necrológicas, nos abre una fuente de documentos autobiográficos. Así, una necrológica sobre Kracauer de 1967 nos revela algo de la juventud de Adorno, una carta de felicitación por el setenta cumpleaños de Horkheimer hace visible su época de estudiante. Adorno formula de forma críptica lo que lo distingue de su amigo Max Horkheimer, mayor que él y fundador de la Teoría crítica, en una «Carta abierta» publicada en 1965 en Die Zeit, a la sazón el semana­ rio de la burguesía culta de Alemania occidental: Pero nuestras vidas no transcurrieron de forma paralela. Más bien llegaron a converger. En ti, lo pri­ mero de todo fue la indignación por la injusticia. La transformación de esta indignación en conocimiento, y ante todo la reflexión sobre una forma de pra­ xis que, conforme a su propio concepto enfático, ha de formar una unidad con la teoría, te llevó a concebir la filosofía como la renuncia inflexible a la ideolo­ gía. Yo, en cambio, por origen y por mi temprana evolución, fu i artista, mú­ sico, pero siempre me sentí impulsado a examinar teóricamente el arte y su posibilidad en el presente, un impulso que también pretendía registrar un momento objetivo, el presentimiento de la insuficiencia de la ingenua actitud estética frente a las tendencias de la sociedad. Los documentos públicos con aspectos autobiográficos también han de ser descifrados, pues no hablan por sí mismos. El lenguaje secreto, preferido por los exiliados para comu­ nicarse en clave en un país extraño sin ser advertidos por la policía de extranjeros, y a través del que se hace alusión a cosas que se han dicho antes abiertamente, es un lenguaje del que Adorno jamás se deshizo del todo. Durante el exilio, la correspondencia no pudo menos de sustituir a la discusión cara a cara. A través de ella, la posteridad puede echar un vistazo al taller de las ideas y al universo de los sentimientos del autor de las carUNTVERSIDAD DE ANTIOQU í a BIBLIOTECA CENTRAL

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ras, sin las cuales estos mundos se habrían perdido irremediablemente. Es­ tos documentos también han de tratarse con delicadeza: muchas cartas se han perdido, otras tantas todavía no han sido puestas a la disposición de las editoriales. Pero ni siquiera la correspondencia entre amigos íntimos que se conserva, está exenta de diplomacia. El grupo de amigos conscien­ tes de que forman una comunidad, un «nosotros» supraindividual, perte­ nece desde la Ilustración a la historia de las representaciones utópicas. En el Wilhelm Meister de Goethe, la idea de la sociedad justa todavía se repre­ senta como una comunidad fraternal de emigrantes que se prepara para trasladarse a América. En la importante carta del 27 de noviembre de 1937, en la que Adorno comunica desde Inglaterra a Benjamín, a la sazón en París, su decisión de abandonar definitivamente Europa para trabajar en Nueva York junto a Max Horkheimer, hay una singular constatación irrefutable: El hecho de que tío tengamos 'descendencia"se suma a la catastró­ fica situación. Los golpes del destino convierten a la utopía de los artistas y de los emigrantes de Goethe, desarrollada al comienzo de la época burgue­ sa, en una imagen de la catástrofe, en el presentimiento de la aniquilación. En los «Apuntes sobre Kafka», que se corresponden con el gran ensayo so­ bre Kafka de Benjamin, Adorno reitera su singular constatación, esta vez precisada desde el punto de vista social: Pero lo verdaderamente espantoso es que el burgués no ha encontrado sucesor... Quien desconoce este trasfondo es incapaz de comprender la especifi­ cidad de las relaciones entre Adorno y sus estudiantes. La relación profe­ sor-alumnos no empezó a existir sino a partir del regreso del exilio, pues en Inglaterra y en los Estados Unidos Adorno no se dedicó a la enseñanza. El 3 de enero de 1949, Adorno ya escribía desde Francfort a Leo Ldwenthal: M i seminario se asemeja a una escuela talmúdica -escribí a LA—, es como si los espíritus de los intelectuales judíos asesinados hubiesen tomado el cuerpo de los estudiantes alemanes. Extraña sensación. Pero precisamente por esto, en el verdadero sentido freudiano del término, una sensación sumamente fam i­ liar. Adorno entendió su regreso a Alemania como parte de un proyecto común, al que vuelve a aludir en su «Carta abierta» de 1965: Inmediatamen­ te después de concluir la Dialéctica de la Ilustración, que para nosotros siguió siendo una obra vinculante desde el punto de vista filosófico, tú empleaste tu energía científica y organizativa en enseñar a comprender lo incomprensible, que sólo conocimos en toda su dimensión hacia elfin a l de la guerra. Y lo hicis­ te partiendo de la idea de que, para evitar la repetición del horror, es de más ayuda entender los mecanismos de los que aquél se sirvió que permanecer en si-

I N I U ;,\U ni UNA OIU RI URA; S/N HFSCi-'NDFNClA

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Ionio u optar por la indignación iñipotente. Estos mismos motivos te llevaron a regresar a Alemania j||' WM’SKNí ÍIUJNDAUX x ri’OR wikskní ju jn d -a d o rn o

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debían ser objeto de investigación científica y no político-partidista.» La preocupante evolución de la democracia de Weimar parecía inquietar al viejo señor, y el antisemitismo, pese a ser un fenómeno visible, aún no ha­ bía sido objeto de investigación alguna. Por su parte, por aquel tiempo Max Weber también había llamado la atención sobre el hecho de que a los jóvenes judíos les era prácticamente imposible hacer carrera en la Universi­ dad. La anterior generación de intelectuales judíos de la época imperial, como Simmel, Scheler y Husserl, se había visto obligada a dar aventurados rodeos curri citlai es y a salvar peligrosos obstáculos político-religiosos, por ejemplo a través de un bautismo, que en el caso de los Weil era algo total­ mente impensable. Probablemente había otra diferencia que también tuvo su papel: aunque a Félix Weil le repugnaba la inmoralidad de la especula­ ción en cereales, el abismo existente entre él y su padre no era tan profun­ do como entre los Horkheimer. Formado como hombre de negocios y convertido en jefe de producción de la fábrica de su padre, Max Horkheimer conoció de primera mano la miseria física y moral de las trabajadoras del sector textil, una injusticia social que provocó en él gran indignación. Horkheimer huyó de los talleres de la fábrica textil, se enamoró y se casó con una secretaria de las oficinas de la empresa, un enlace con el que los padres de Max no estuvieron de acuerdo por considerarlo un matrimonio desigual. Hija de un mesonero cristiano y arruinado, esta mujer no encaja­ ba en la tradición familiar de Horkheimer, todo un consejero de comercio bávaro, en cuya casa todavía se respetaban las normas hebreas referidas a las comidas. Pollock, en cambio, creció en un entorno secularizado. Sentía un fuerte rechazo hacia su padre, mientras que Félix siempre trató de lle­ varse bien con el suyo. El hombre de negocios Hermann Weil criticó muy severamente las prácticas de explotación del capitalismo industrial, en las que vio una fuente de fundada indignación de los trabajadores explotados. Su interés por el desarrollo del derecho laboral, al que se consagró Hugo Sinzheimer, fue el resultado lógico de una reflexión sobre el malestar rei­ nante durante los primeros años de la República de Weimar. La tendencia de los jóvenes intelectuales judíos al peer group-, que en 1921 llevó a Teddie Wiesengrund —el niño prodigio que maduró tarde y que tuvo problemas para relacionarse con los chicos de su edad—a presen­ tarse al estudiante Max Horkheimer, mayor que él, y a buscar su compañía tras una sesión del seminario dirigido por el psicólogo de la Gestalt Adhémar Gelb, esta tendencia también podría deberse a la soledad de esta pri­ mera generación de hijos únicos, a diferencia de la situación que se vivía

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no sólo en las familias judías tradicionales, sino también en el seno de las familias burguesas. Las primeras amistades de Adorno, su relación con Kracauer, pero también con Benjamín, que se inició en 1923, tienen algo de amor fraternal, un amor que permite compensar en cierto modo la rup­ tura con una tradición imposible de prolongar y de conciliar con las si­ multáneas experiencias de rechazo social. En las familias judías burguesas del cambio de siglo, el paso de la familia numerosa a la pequeña familia fue todavía más abrupto que en el mundo burgués circundante, tan sólo una generación antes tener entre cuatro y cinco hijos era la norma. El cho­ que de tradición y nuevo mundo de la vida salta a la vista. A Horkheimer no le pasará desapercibido. El título que dio al primer gran trabajo colecti­ vo del Instituto, Autoridad y fam ilia, es como un comentario de la expe­ riencia, vivida en primera persona, del cambio que se ha producido en la sociedad, una transformación que determina incluso el mundo afectivo del individuo. La guerra había hecho especialmente conscientes de su particu­ lar situación a los judíos que participaron en ella, y el discriminatorio cen­ so oficial de efectivos judíos que se realizó en 1916 en el Ejército alemán, junto con la agitación antisemita contra los «rajados», hicieron que los ju­ díos se sintiesen profundamente decepcionados con el entorno alemán. Arnold Zweig ilustra ejemplarmente en el personaje de Bertin la experien­ cia de un intelectual judío que se pasa la guerra paleando entre soldados rasos. El regreso al hogar burgués secularizado de Leo Lowenthal como sionista socialista convencido no fue en absoluto un caso aislado. El com­ promiso del joven Félix Weil con la Primera Semana de Trabajo Marxista resulta muy difícil de comprender sin el deseo de encontrar un peer group adecuado a los nuevos tiempos. En 1923, el inicial entusiasmo provocado por la revolución hacía tiem­ po que se había disipado. De la Revolución rusa se sabía relativamente poco; en cuanto a la alemana, todos aquellos que habían esperado de ella cambios radicales se sentían decepcionados. Las repúblicas de consejos ale­ manas, que habían tenido un final sangriento en Bremen y sobre todo en Munich, no pasaron de ser breves episodios y pronto cayeron en el olvido, aunque para Horkheimer y Pollock fueron la experiencia política más im­ portante de sus vidas. Todavía mayor desilusión causó entre los compro­ metidos e inexpertos contemporáneos el sangriento final de la República soviética de Hungría, de cuyo gobierno había formado parte como comi­ sario del pueblo de Cultura uno de los principales participantes en las reu­ niones de la EMA: Georg Lukács. Hacia 1923, cuando Lukács rondaba los

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cuarenta, su trayectoria vital resultaba ya novelesca: su padre, Josef Lówinger, que había sido un pequeño comerciante de Szeged, llegó a ser director del principal banco de Hungría, el «Banco de Crédito de Budapest», y cónsul en la capital. En reconocimiento de sus méritos se le había concedido el tí­ tulo nobiliario y el nombre de «von Lukács». El pequeño Georg o Gyórgy tenía ya las maneras de un joven señor. El dicho favorito del niño, que su madre se encargó de contar a todos, era: «No saludo a los forasteros, yo no les he invitado.» Poco antes de su muerte en 1971 explicaba Lukács a sus asombrados oyentes: «Siempre fui consciente de que era judío, pero esto nunca tuvo demasiada influencia en mi desarrollo.» Su primera obra, pu­ blicada en alemán y húngaro, El alma y las formas, se abre con una carta a su amigo Leo Popper titulada «Sobre la esencia y la forma del ensayo»; el primer ensayo que Theodor W. Adorno recoge en Notas de literatura, una colección de escritos teórico-literarios, lleva por título «El ensayo como forma». Aunque entre ambos textos hay una distancia de cuarenta años, la reflexión de Adorno enlaza con la de Lukács. En época de la Seeheimer Strasse, Teddie y su amigo de más edad Siegfried Kracauer no sólo habían leído a Kant, sino que también habían estudiado, según el testimonio de ambos, la obra de Lukács que hacía furor por aquellos tiempos, Teoría de la novela. La crítica del cientificismo es un tema compartido por Lukács y Adorno. La aversión de éste al último Lukács también se debe a su afini­ dad con el primer Lukács. Tras sus primeros éxitos como escritor, éste dejó Budapest, en Berlín y en Heidelberg mantuvo contacto, entre otros, con Simmel y Max Weber y formó con Ernst Bloch, que tenía su misma edad, una pareja de intelectuales muy temida en los salones y en los seminarios del Heidelberg anterior a la Primera Guerra Mundial. Cuando estalló la Gran Guerra, Georg von Lukács empezó a escribir su Teoría de la novela, en la que el mundo aparece «completamente sumido en el pecado». A través de una reflexión filosófico-histórica y estética sobre la novela llega Lukács a este pronóstico social: «Y, por lo tanto, la primera tarea de una interpretación filosófico-histórica podría ser determinar si es­ tamos realmente en condiciones de salir del estado de pecado en el que he­ mos caído o si, por el contrario, los signos que anuncian la llegada de lo nuevo son completamente ilusorios; signos de un futuro que es todavía tan débil que puede ser fácilmente aplastado en cualquier momento por el es­ téril poder de lo que meramente es.» Raras veces se ha captado el final de la época burguesa en el espejo del tiempo perdido preburgués con formu­ laciones crítico-estéticas más certeras que las del joven Lukács. La guerra

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hizo que este libro no pudiese publicarse hasta 1920, y en 1923 apareció con la ayuda de Félix Wcil, la siguiente obra de Lukács, Historia y concien­ cia de clase, en la que la crítica estética de la época burguesa desemboca en un comunismo idealizado. Lenin, que todavía tuvo acceso a los escritos políticos del joven comunista, no quiso saber absolutamente nada del bol­ chevismo idealizado de Lukács: «Este marxismo es pura palabrería.» Muy distinta fue la actitud de los inquietos intelectuales de la joven República de Weimar: la vía recorrida por Lukács, el teórico de la literatura versado en estética y convertido en crítico radical de la sociedad, representó para muchos de estos intelectuales una via regia en medio del caos de los nue­ vos tiempos. No es extraño que las tesis de Lukács, que desembocaron en la publicación de Historia y conciencia de clase, ocupasen un lugar central en la Primera Semana de Trabajo Marxista de Turingia. Aquí, en principio a Lukács sólo pudo responderle competentemente Karl Korsch, quien también tenía un manuscrito en el bolsillo, Marxismo y filosofía, que apa­ recería muy pronto en la editorial Malik, financiada por Félix Weil, un texto revolucionario en el que su autor intentaba «aplicar la concepción materialista de la historia... a la misma concepción materialista de la his­ toria». En la pequeña ciudad de Ilmenau (Turingia) se celebró en 1923 la que sin duda fue la discusión intelectual más avanzada sobre revolución y mar­ xismo de aquella época. Sólo la lejanía de la Revolución rusa hizo posible, por una parte, una discusión teórica difícilmente imaginable en la Rusia del comunismo de guerra y del hambre. Por otra parte, la radicalidad de las posiciones teóricas era terriblemente abstracta. La identidad de política y teoría se alcanzó depurando el pensamiento de casi todo elemento empí­ rico. Esto es válido fundamentalmente para el Lukács de Historia y con­ ciencia de clase, que salvó el elemento emancipador del Idealismo alemán en un idealizado comunismo de partido. Su teoría otorgó a los intelectua­ les una nueva función, la misma que una vez tuvieron los filósofos al lado de los reyes. A través de la autonegación de la individualidad burguesa, que marcaba a los intelectuales burgueses con el sello de la impotencia, la nueva intelectualidad se sitúa en el centro de la historia universal y de su movimiento: el intelectual sometido voluntariamente a la disciplina se convierte en parte de un idealizado partido unido que se presenta como el guía del trascendental giro revolucionario. Puede que hoy nos pregunte­ mos cómo pudo una teoría tan abstracta ser capaz de ejercer tal irresistible fascinación, atrayendo todavía al joven Wiesengrund de la Seeheimei

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Strasse. Sin la profunda conmoción sufrida por el liberalismo burgués y sus ideas de progreso y de educación en la Primera Guerra Mundial, y sin el caos que este derrumbe trajo consigo, es imposible comprender la atrac­ ción ejercida por este idealismo político revestido de izquierda radical. El breve período de cuatro años que media entre la publicación de Teo­ ría de la novela (1920) e Historia y conciencia de clase (1924) condensa el proceso de disolución de la vieja Europa. Al final de la Primera Guerra Mundial, en Europa central y oriental no se hunden repúblicas modernas, sino antiguas dinastías. Quien lea Historia y conciencia de clase sin saber nada de su autor no podrá imaginar que, tan sólo diez años antes, Lukács reflexionaba sobre la forma de vida burguesa y sobre l’a rtpour l’art. Pero la simple yuxtaposición de arte y política es precisamente lo que estimula al joven Lukács. La trayectoria de los jóvenes intelectuales que se negaban a seguir siendo burgueses parecía estar prefigurada, hacia 1920 Europa pare­ cía vivir un momento de acercamiento entre la radicalidad política y la conciencia artística de vanguardia. Pero ese momento se esfumó y Lukács tuvo que someterse rápidamente a la disciplina del Komintern. De este modo se convirtió a sí mismo en el teórico de un realismo propenso a rechazar las nuevas formas narrativas que eran revolucionarias desde el punto de vista literario. A Kafka, cuya lectura conmovió profundamente a estetas radicales como Benjamín y Adorno, lo rechazó sin más durante mucho tiempo. En la disputa sobre el expresionismo de comienzos de la década de 1930 ya discutió con su viejo amigo Bloch, para el que la disci­ plina del partido in aestheticis significaba bien poco. Lukács siempre miró por encima del hombro a los intelectuales independientes. E incluso en 1962, después de sus horribles experiencias en Moscú durante la época de Stalin y de lo que tuvo que soportar en Hungría hasta 1956, donde sólo el azar lo libró de duras persecuciones, acusó a Adorno de haberse instalado, al igual que Schopenhauer, en el «Gran Hotel Abismo» («Grand Hotel Abgrund»), un «hermoso hotel con todas las comodidades situado al borde del abismo, de la nada, del absurdo. Y la diaria contemplación del abismo, entre exquisitos manjares y obras de arte, sólo puede aumentar el gusto por ese refinado confort». Lukács pareció combatir con esta acusación la alternativa de una existencia intelectual alejada del poder político; durante la década de 1960, Adorno también tuvo duras palabras para el Lukács de la «Erpresste Versohnung», es decir, de una «reconciliación obtenida a fuerza del chantaje y la amenaza», una acritud que sólo puede explicarse por la decepción causó en él el intelectual al que había admirado en el

™AD DE ANITOQíL biblioteca central

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pasado. Los Mínima Moralia son claros en este punto. No cabe, dice cierta­ mente la sentencia de Adorno, la vida recta en la falsa, pero esto no es una apología de la sumisión intelectual. La temprana afinidad de Adorno con la obra de Lukács se pone de manifiesto en su tesis de habilitación «Kierkegaard. La construcción de lo estético»,* que apareció el mismo día en que Hitler instauró la dictadura. En este trabajo, cuya literatura secundaria es más bien escasa, Adorno recurrió a Lukács en tres ocasiones, en concreto a El alma y las formas, Teoría de la novela y a Historia y conciencia de clase, sin ver ninguna contradicción fundamental entre estas tres obras. En aquel momento Adorno todavía consideraba perfectamente posible imbricar arte y política incluso en un trabajo académico de esta importancia. Uno de los temas que recorren el conjunto de la obra de Adorno parece llegar aquí a una solución provisio­ nal: la crítica del idealismo como la ideología burguesa par excellence. Pero esta crítica no se realiza desde fuera, sino desde el interior de la misma existencia burguesa. Adorno se ocupó constantemente de este asunto; para él era obvio que Lukács no había logrado acabar esta tarea. Lo que Adorno reprochaba a Kierkegaard en 1933, a saber, la apología de un clasicismo reaccionario, se lo recriminaría más tarde a Lukács. Esta incapacidad para salir del mundo burgués, cuya absurdidad descubre el crítico, siguió siendo el tema de los intelectuales de la República de Weimar incluso mucho tiempo después de que ésta desapareciese. La guerra, la revolución y la in­ flación habían dejado sin base a la forma de vida burguesa, pero la cultura aún parecía vivir en el mundo anterior a 1914. Esta falsa apariencia de una cultura burguesa que perdura más allá del largo siglo XIX se convirtió en el tema fundamental de una nueva generación de críticos de la cultura, a los que el incumplimiento de las promesas burguesas de emancipación convir­ tió en críticos de la sociedad. Esto es válido para Bloch y Lukács, pero también para Kracauer y Benjamín. El joven Wiesengrund-Adorno con­ vierte a todos ellos en testigos de su acusación contra Kierkegaard, como prueban las escasas citas que contiene la tesis de habilitación; Adorno de­ dicó el libro a su amigo Siegfried Kracauer. A pesar de que el libro estaba dedicado a él, Kracauer no quiso renun-

* H acia 1920, en Alemania la «tesis de habilitación» (Habilitationsschrift) seguía al docto­ rado y al trabajo com o asistente de un profesor titular. El candidato a «Privatdozent» (profesor no titular) presentaba este escrito apadrinado por dos profesores titulares y lo defendía ante un tribunal formado por todos los profesores titulares de un departamento. C on este escrito se ob­ tenía la «venia legendi». (TV . del T)

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ciar a hacer una recensión del mismo para el Frankfurter Zeitung, pero su reseña quedó inédita y no vio la luz hasta 1990, cuando se publicaron postumamente los «Escritos» de Kracauer. El texto parece haber sido vícti­ ma de la estrategia de adaptación de la redacción del Frankfurter Zei­ tung A nuevo régimen en la primavera de 1933. «Kierkegaard al descubier­ to», asi titulo Kracauer su recensión, presenta los temas centrales que él y el joven Wiesengrund discutieron durante sus primeros diez años de amis­ tad. Con esta recensión, Kracauer quería «demostrar» públicamente «la so­ lidaridad» de dos personas «que tienen una visión idéntica o parecida de las cosas». Hoy todavía resulta admirable la precisión con la que Kracauer logró exponer un libro tan sumamente hermético y de tan difícil lectura como éste. Kracauer vio fundamentalmente en él una «enérgica crítica del pensamiento idealista tardío». Este tema se remonta a la lectura conjunta de Kant que hicieron Kracauer y su amigo Teddie en Seeheimer Strasse. Kra­ cauer había sacado a Kant de debajo de los escombros del neokantismo académico. En una conferencia radiofónica de 1964, de la que saldría su ensayo «El realista prodigioso», Adorno hizo unas afirmaciones que alegra­ ron y sobresaltaron a Kracauer: Él no sólo me presentó la Crítica de la razón pura como sistema del idealismo trascendental. También me mostró la pugna existente en su interior entre los elementos objetivo-ontológicos y los subjetivoidealistas; y hasta qué punto sus mejores pasajes son las heridas que esta pugna dejó en el sistema. Adorno no sólo recordó el carácter antisistemático de su pensamiento, sino que también hizo hincapié en la aversión al idealismo que compartía con Kracauer. Pero rechazar el neokantismo, que había situado a la filosofía en un ámbito académico alejado de todo contenido material, no era precisamente una buena forma de hacer carrera académica. Retrospectivamente, el primer filósofo de la recién creada Universidad de Francfort de Meno, Hans Cornelius, no aparece ciertamente como un académico plano, pero todos sus alumnos tuvieron que pasar por el ojo de la aguja del neokantismo. Así lo ponen de manifiesto la tesis de doctorado y la tesis de habilitación de Horkheimer, pero también del propio Wiesen­ grund. En 1923, Max Horkheimer escribió un artículo para el Frankfur­ ter Zeitung, donde Kracauer trabajaba como redactor de cultura, con ocasión del sesenta cumpleaños del catedrático francfortiano, en el que presentaba a su mentor académico como un hombre completamente in­ merso en la tradición burguesa ilustrada del siglo XIX. «Del mismo Corne­ lius no sólo tenemos obras fundamentales en el ámbito de la teoría del co­ nocimiento, sino también, y especialmente, en las áreas de la teoría del arte

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y de la pedagogía del arte... Procedente de la misma familia que el pintor y el compositor, Hans Cornelius es un artista plástico y un pedagogo del arte de talla excepcional. Cornelius se doctoró en Química... Su última obra publicada, Vom Wert des Lebens, es un compendio de ética que, en un lenguaje comprensible para todos, exhorta a la libertad y que podría sacar de la confusión moral y encauzar por la vía de la libertad no sólo a los jó­ venes.» Horkheimer cumplió elegantemente su deber de felicitar con una publicación a su mentor. Esta adaptación mecánica a la filosofía académica tampoco dejó indiferente al joven Wiesengrund. Sus primeros trabajos académicos «Die Transzendenz des Dinglichen und Noematischen in Husserls Phánomenologie» («La trascendencia de lo cósico y de lo noemático en la Fenomenología de Husserl») y «Der Begriff des Unbewussten in der transzendentalen Seelenlehre» («El concepto del inconsciente en la teoría trascendental del conocimiento»), su tesis de doctorado de 1924 y su fra­ casada tesis de habilitación de 1927, reflejan la honda influencia filosófica de Hans Cornelius. Pero en el caso de Horkheimer, ocho años mayor que él, ocurre exactamente lo mismo. En un primer momento, Horkheimer intentó doctorarse con una tesis sobre la psicología de la Gestalt impulsada por Cornelius, pero sólo lo consiguió en 1922 con un trabajo de 78 pági­ nas titulado «Zur Antinomie der teleologischen Urteilskraft» («Sobre la antinomia del juicio teleológico»), al que siguió en 1925 su tesis de habili­ tación «Über Kants Kritik der Urteilskraft ais Bindeglied zwischen theoretischer und praktischer Philosophie» («Sobre la Crítica del juicio de Kant como engarce entre la filosofía teórica y la filosofía práctica»). Debieron de ser trabajos académicos como éstos, de los que no cabía prescindir, los que reforzaron la aversión de Kracauer al idealismo. Cierta­ mente, alguien como Horkheimer, que ya se había comprometido con la fundación de un Instituto que se proponía investigar las causas del socialis­ mo y de la revolución, tampoco podía identificarse totalmente con este tipo de trabajos. Pero un hombre como Kracauer, que en 1921 ya había dado una entusiasta acogida en la prensa a la reflexión filosófico-histórica de Lukács, difícilmente podía gustar de los trabajos académicos de Hans Cornelius. «Georg von Lukács’ Romántheorie», la magistral recensión de Kracauer, expresa aquello en lo que Teddie y su maestro extraacadémico estaban fundamentalmente de acuerdo: «La fuerte necesidad de religión existente en la actualidad, la búsqueda de una fe que abovede enteramente el alma, hunde sus raíces en la evolución histórica de la que nuestra época es el producto. El proceso de descomposición en el que se halla inmerso

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Occidente desde que se desmoronó el gran edificio de la Iglesia, toca, según todos los indicios, a su fin, pues ya no hay nada más que pueda venirse aba­ jo. La filosofía de los últimos siglos es lo único que queda tras la desapari­ ción del sentido que abrazaba toda la realidad, separando definitivamente la multiplicidad informe del espíritu que forma, el caos del sujeto racional; pero este intento está abocado necesariamente al fracaso, pues se ha acome­ tido con los reducidos medios del pensamiento puro.» El joven Wiesengrund también andaba buscando otro tipo de pensamiento. Así lo demues­ tra su afinidad filosófica con Walter Benjamín, al que conoció en 1923, pero sus primeros escritos académicos todavía no reflejan esta inclinación. Kracauer también dio una entusiasta acogida en el Frankfurter Zeitung a los trabajos de Benjamín. Lo que no era algo obvio, pues en la Re­ pública de Weimar los caminos de la recensión eran harto intrincados y vistos desde hoy difíciles de descifrar. El «favoritismo» existente en este ám­ bito, que Kracauer denunció, obligaba a los autores de las reseñas a una complicada política propagandística, con el fin de hacer un hueco a sus amigos y conocidos. Celos, rencor y todo tipo de sospechas estaban a la orden del día. Las ediciones de la correspondencia de Benjamín, Kracauer, Bloch y del mismo Adorno ponen de manifiesto las desavenencias resul­ tantes de las recensiones mutuas o de su omisión. Había, además, un mie­ do al plagio que hoy puede parecemos exagerado, lo que también habla de la proximidad existente entre las producciones intelectuales y de la compe­ tencia entre autores en la época de Weimar y del exilio. Con todo, la rese­ ña de Kracauer «Sobre los escritos de Walter Benjamin», publicada el 13 de julio de 1928, no está totalmente libre de ambivalencia. Kracauer aco­ metió valientemente la tarea casi imposible de dar cuenta conjuntamente del erudito libro de Benjamin sobre El drama barroco, que había sido re­ chazado por múltiples razones como tesis de habilitación en filología ger­ mánica cuando su autor la presentó en 1925 en la Universidad de Franc­ fort, y la colección de aforismos Dirección única. Al igual que en su recensión del libro de Lukács, Kracauer consiguió captar magistralmente la especificidad del proceder de Benjamin: «Tal vez no se detenga en el “reino de los vivos”, pero de los almacenes del mundo vivido extrae las significa­ ciones que, allí depositadas, aguardan impacientemente a que alguien las coja.» Para Kracauer, el trabajo de Benjamin sobre el drama barroco es una mirada a un mundo hermético que sólo se torna transparente en su desin­ tegración. De manera menos sistemática que en la Teoría de la novela pero de forma tanto más material, el presente aparece en el espejo de un espejo

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del pasado y del pasado anterior. Dada la sutilidad con la que Benjamin transformó la visión del barroco, la irrupción del materialismo, que se hizo perceptible por primera vez en la colección de aforismos Dirección única, debió producirse tenuemente: «Esto se debe a su convicción de la insubs­ tancialidad de lo que está inmediatamente ahí, que a él se le antoja falto de orden.» Cuando leemos estas recensiones nos asombra la afinidad intelectual de los autores, que permite comprender las susceptibilidades, las aversiones y el narcisismo de las más insignificantes diferencias. Cuando empezó a tra­ bajar para el Frankfurter Zeitung en el otoño de 1921, puesto en el que consiguió mantenerse gracias a la ayuda de Benno Reifenberg hasta 1928, fecha en la que se trasladó a Berlín, la posición de Kracauer entre los inte­ lectuales de la República de Weimar sufrió un cambio. De repente, Kra­ cauer se había convertido en el interlocutor deseado por todos aquellos es­ critores que no habían conseguido avanzar en la carrera académica o que querían abrirse paso como escritores independientes. El propio Kracauer había dejado atrás sus aspiraciones académicas y su profesión de arquitec­ to, la profesión que supuestamente podía darle de comer, y que sin embar­ go no le había dado lo suficiente para comer durante la posguerra. Pero antes de que Kracauer pudiese publicar e incluso firmar sus grandes ar­ tículos y recensiones en el «Frankfurter Zeitung», éste le exigió una dedica­ ción de entre cinco y seis horas diarias, pues en Francfort había muchos acontecimientos locales, conferencias y congresos de los que informar. Los autores creían que el redactor Kracauer ocupaba una posición de poder; él, en cambio, los envidiaba, pues se figuraba que ellos podían dedicar todo su tiempo a escribir. Hasta hoy mismo no se ha podido aclarar por qué Kracauer y Horkheimer guardaron siempre las distancias, pero sus diferen­ cias deben de remontarse a la época de Francfort, cuando Kracauer se negó a hacer reseñas como Horkheimer consideraba adecuado. Los epistolarios postumos acusan las constantes oscilaciones que sufrie­ ron las relaciones, a veces de amistad y otras de abierta hostilidad, entre unos intelectuales que trataban de situarse más allá de la fenecida cultura li­ beral. No se trata en absoluto de la intelectualidad de Weimar, sino a lo sumo de un grupo específico, para el que además resulta muy difícil encon­ trar un denominador común. Decir que se trata de un grupo de intelectua­ les de izquierda también sería simplificar demasiado las cosas. La idea de que la sociedad burguesa y sus promesas de emancipación habían tocado a su fin era una idea compartida por todos. El origen judío de la mayoría de

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estos intelectuales pudo haber aguzado su sensibilidad para la nueva situa­ ción social; pero el origen no lo explica todo. Las grandes diferencias exis­ tentes entre ellos también estriban en la individualidad. La demoledora re­ seña de Kracauer «La Biblia en alemán», publicada el 27 de abril de 1926 y dedicada a la traducción alemana del Antig;uo Testamento de Martin Buber y Franz Rosenzweig, hizo temblar todas las relaciones de cordialidad y amistad, poniendo en cuestión el entero sistema de lealtades. No sabemos con certeza si Kracauer se sintió fortalecido en su nueva posición o si su contacto con la teoría materialista y los fenómenos de la actualidad social, de los que se ocupó con mayor intensidad, le habían conferido una nueva seguridad. Lo único cierto es que sus escritos adoptaron un tono comple­ tamente distinto, con el que arremetió vehementemente contra la voluntad de renovación religiosa. Para él, el proceso de secularización abierto por la sociedad burguesa era un proceso irreversible que no se podía detener capri­ chosamente. A muchos conocidos de Kracauer les asombró la inexorabili­ dad de su crítica, a otros les gustó. Bloch, que estaba enfadado con él por la crítica que había hecho de su Thomas Münzer, aprovechó esta recensión para acercarse de nuevo a Kracauer. Cuando Adorno caracterizó sarcástica­ mente a Martin Buber como un místico tirolés, lo hizo desde esta aversión común a la nueva religiosidad, entendida por ambos amigos como una re­ acción anti-ilustrada a la crisis de la sociedad burguesa. Posiblemente la vehemencia con la que Kracauer arremetió a mediados de la década de 1920 contra la articulación positiva de la nueva religiosi­ dad refleja también el profundo sentimiento de pérdida causado por el proceso de secularización. En su temprana crítica de Bloch de agosto de 1922, Kracauer había hablado ya maliciosamente de «profetismo». «Este mensaje no puede acreditarse. Es absolutamente necesario desenmascarar su carácter ilusorio, pues es de temer que su falsa luz pueda ejercer un peli­ groso poder de seducción sobre las almas sensibles.» ¿Pensaba Kracauer en sus jóvenes amigos Teddie Wiesengrund y Leo Lówenthal cuando se refe­ ría a las posibles víctimas de esta seducción? Bloch se sintió incomprendi­ do y maltratado. La edición de 1923 de Durch die Wüste contenía un pa­ saje que el autor suprimió en la reimpresión de 1964: «Tenemos ante nosotros a un hombrecito que es demasiado limitado para llevar a cabo su tarea y que no se da cuenta de hasta qué punto se equivoca; un hombreci­ to que, habiendo graduado su termómetro de baño en el seminario filosó­ fico, lo cuelga en los géiseres y después se asombra si el vidrio no muestra nada, alguien que no entiende absolutamente nada de pasión ni de metafí­

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sica ilc la existencia, pero que de vez en cuando quisiera ser un pequeño kicrkegaard que busca a su Hegel; y que cree haberlo encontrado en Thomas AlUnzer y en /•'/ espíritu ele Lt utopia.» El 16 de octubre de 1923, Kracauer escribía jocosamente en una carta dirigida a Lowenthal: «Su polémi­ ca contra mí, “intencionadamente infame”, delata demasiado la ira que le provoca su propia impotencia como para poder herirme; ... esta autorrevelación del alma de Bloch nos ha dado mucha risa.» Por toda una serie de cartas anteriores, Bloch sabía cómo herir a Kracauer. Pues en 1921, cuan­ do éste todavía intentaba publicar sus escritos, le había pedido ayuda en Heidelberg. Bloch conocía los ensayos sociológicos de Kracauer, así como su manuscrito sobre «Nictzsche y Dostoievski». En el escrito de 1923, Bloch responde a la crítica de Kracauer incluyéndolo en la moda existencialista, que volvió a convertir a Kierkegaard en un autor popular en la dé­ cada de 1920. Para Kracauer y su joven amigo Wiesengrund, sin embargo, la cues­ tión de la religión no quedaba zanjada con esta crítica de la nueva religiosi­ dad, una arbitraria renovación religiosa con la que tampoco se identificaba Bloch. Por eso éste pudo aprovechar la reseña sobre la traducción del Anti­ guo Testamento de Buber y Rosenzweig para intentar reconciliarse con Kracauer; tras lograr acercarse de nuevo a él, Bloch no pudo evitar aludir a los temas discutidos anteriormente: «... y yo celebro que usted haya podi­ do provocar en un gran periódico burgués la mala conciencia de la inerte y contemplativa charlatanería cultural burguesa. Pero usted no ha provocado simplemente una mala conciencia moral á la Kierkegaard, sobre la que la burguesía discute desde hace tiempo sin sufrir daño alguno, sino que ha destruido la base misma sobre la que descansa esa palabrería falta de actua­ lidad y de realidad... Al igual que la negación y la superación de la sociolo­ gía, también la negación y la superación de la ideología de la burguesía contribuye dialécticamente a la creación del mundo nuevo.» La corres­ pondencia se centra inmediatamente en Historia y conciencia de clase de Lukács, sobre cuya metodología Kracauer se muestra sumamente escéptico. Incidentalmente sale a relucir Teddie, que entre tanto se había trasladado a Viena, donde tenía la intención de permanecer una larga temporada, y que ya había contactado personalmente con Lukács. De este encuentro informó excitado Teddie el 17 de junio de 1925 a su expectante amigo Kracauer en Lrancfort de Meno, un documento que hasta hoy no es posible citar. En ge­ neral se habla del comunismo, en la visión ofrecida por Lukács, como de una opción intelectual, casi todos ellos consideran la pertenencia al partido

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como una especie de mito existencial, excepto el propio Lukács, que por aquel entonces ya se había visto expuesto a los durísimos ataques del Komintern. Al parecer, esto incluso aumentó su fama entre los intelectuales sin experiencia como militantes, a los que les eran totalmente ajenas las conti­ nuas luchas en el seno del partido y la agotadora labor sindical. El énfasis con el que están escritas estas cartas permite intuir la intensi­ dad de las discusiones que el joven Wiesengrund mantuvo con Kracauer, Benjamin o Bloch. En todas estas relaciones la teoría adquiere una signifi­ cación existencial. Probablemente es en Kracauer en quien el relevo de la fenecida religión por la teoría resulta más evidente. En su carta a Bloch an­ teriormente citada, Kracauer propone la «realización de la teoría revolucio­ naria» en los siguientes términos: «Habría que encontrar a la teología en lo profano, mostrando sus fisuras y grietas como los lugares en los que se oculta la verdad. Habría que saquear la religión y librarla, expoliada, a su propio destino.» La diferencia con la conciencia burguesa media es clara: estos intelectuales vieron en el final de la religión un síntoma permanente de la crisis, habían perdido la confianza en la posibilidad de sustituir la re­ ligión por una organización racional del mundo. Tanto el racionalismo de la Ilustración como el esplritualismo del Idealismo alemán habían queda­ do desacreditados. Pero esto no parecía zanjar la cuestión de la teología, como se pone de manifiesto en los ensayos críticos de Kracauer sobre la sociología de principios de la década de 1920. En el «Prólogo» de su La so­ ciología como ciencia, publicado en 1922, Kracauer decía sobre el propó­ sito de este pequeño libro: «Tomando como ejemplo la sociología, este li­ bro quisiera mostrar cuán inapropiada resulta la filosofía que permanece en la esfera de la inmanencia, la filosofía formal, para penetrar la esfera de la realidad cuyo “sentido” es absolutamente inherente a su propia concre­ ción... Partiendo del supuesto de una realidad estructurada, dependiente de una instancia absolutamente trascendente y que abarca en igual medida mundo y yo, este libro pretende contribuir a la crítica de toda filosofía de la inmanencia, pero especialmente del pensamiento idealista, y de este modo ayudar a sentar las bases de la transformación, aquí y allí ya débil­ mente perceptible, que ha de reconducir a la desterrada humanidad a las nuevas-viejas regiones de la realidad llena de dios.» El malestar ligado a la conversión de la experiencia social en una nueva ciencia llamada sociología se deja sentir claramente incluso en estas pala­ bras, que rinden culto al lenguaje científico. Los fundadores del Instituto de Investigación Social tampoco encontraron ningún incentivo en este

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tipo de sociología, que por entonces comenzaba a establecerse académica­ mente. La crítica de la sociología académica caracteriza desde el principio a la Teoría crítica. En sus tiempos de estudiante, el joven Wiesengrund no se sintió atraído por la sociología, sino más bien por la filosofía no académica que encontró en pensadores independientes como Walter Benjamín y Ernst Bloch. Lo que Kracauer denominó en 1922 «posición de espera», que él mismo calificó como «un vacilante estar abierto pero en un sentido difícil de explicar», no podía satisfacer al así llamado niño prodigio que an­ daba en busca del conocimiento. Con ocasión de la reimpresión del «Kierkegaard», el 27 de julio de 1962 Adorno envió a Bloch un ejemplar del li­ bro acompañado de esta caracterización de sí mismo. Aunque Adorno consideraba este libro como una obra de juventud, le atribuyó el carácter de una anticipación onírica. Fue sobre todo con Benjamín con quien su au­ tor creyó compartir realmente la crítica de Kierkegaard, aunque para ello tuvo que pasar por alto muchas discrepancias. Adorno cifraba fundamen­ talmente esta coincidencia en el criptograma de nuestra teología, a la que ca­ lificó, no sin cierta oscuridad, de inversa-, una posición contra la interpreta­ ción natural y sobrenatural de la teología. Benjamin, más de diez años mayor que él, adoptó una actitud reservada in theologicis frente a la proxi­ midad reclamada por su joven amigo. Pero también puso de relieve la ex­ traordinaria afinidad existente entre ambos después de estudiar el libro, al que se refirió como «su mapa de caminos del país de la interioridad, de cuya región su héroe no regresó». «Hay además una especie de colabora­ ción interna; y frases que enlazan con otras y garantizan la solidaridad del resultado», dijo Benjamin. La solidaridad del conocimiento compartido se convirtió en la utopía vivida de estos intelectuales, algunos de los cuales procedían de la burguesía alemana, pero la mayoría pertenecía a la burgue­ sía judeo-alemana. En Alemania, la inflación había destruido completa­ mente la base de la existencia burguesa. En la época de Weimar eran ya muy pocos los intelectuales que podían vivir de la fortuna de sus familias. Las constantes dificultades económicas, la pobreza del escritor indepen­ diente Walter Benjamin, ilustra ejemplarmente la nueva situación. El «Kierkegaard» también se refiere claramente a la situación social del rentis­ ta burgués: Negando la cuestión social, Kierkegaard es víctima de su propia posición social. Es la posición del rentista durante la primera mitad del siglo XIX. Kierkegaard goza de una amplia independencia económica... A l mismo tiempo, sin embargo, es un simple rentista”, y en tanto que tal está excluido del ámbito de la producción económica; él no acumula, o en todo caso lo hace

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en una medida mucho menor que el industrial con igual patrimonio; en tanto que "escritor aislado, tampoco es capaz de activar económicamente el trabajo intelectual... A los de su posición, la creciente competencia económica les es ad­ versa y pronto dejará de tener un lugar para ellos. Entre amigos, en aquella época la palabra marxismo significaba exactamente esto, el final de la forma de vida burguesa. Con ella se identificaba tanto el idealismo como la protes­ ta contra él. La recensión del «Kierkegaard» realizada por Benjamín, que todavía pudo aparecer en el Vossische Zeitung el 2 de abril de 1933, señala desde el principio la especificidad del libro de Adorno: «El último intento de retomar o de prolongar enérgicamente el pensamiento de Kierkegaard procedió de la “teología dialéctica” de Karl Barth. Las olas de esta corriente teológica acaban confluyendo con los círculos creados en torno al pensa­ miento existencial de Heidegger. El presente ensayo, el libro de Theodor Wiesengrund-Adorno sobre Kierkegaard, aborda el mismo objeto desde una perspectiva completamente distinta. Su autor no hace avanzar a Kierkegaard, sino que lo hace retroceder: hacia el interior del idealismo filosófico, a cuyo hechizo sucumbió impotente la propia intención teológica del pensador.» Para esta generación de intelectuales, el largo siglo burgués pertenece ya al pasado, pero la situación social de una mónada encerrada en las deca­ dentes formas de vida burguesas les parece terriblemente actual. Lo viejo no ofrece ya asidero alguno, pues los críticos ven en él la imagen originaria de una catástrofe. En Alemania, la cesura histórico-social entre long y short century es más radical que en el mundo angloamericano, y la radicalidad de una generación de autores que ya sólo puede confiar en su propia fuer­ za de trabajo intelectual se explica a partir de esta particular situación. Al mismo tiempo, el choque con una institución tan poco progresista como la Universidad estaba escrito. No sólo los señores establecidos en las cáte­ dras no se identificaban ni lo más mínimo con la República, sino que la mayoría de los estudiantes ya estaba dominada por grupos nazis mucho antes de que el nacionalsocialismo se apoderase de la sociedad. El pronós­ tico pesimista de 1919 de Max Weber sobre las carreras de los científicos judíos se cumplió amargamente en la República de Weimar. Una de las víctimas más célebres se llamó Walter Benjamin. El fracaso académico de Walter Benjamin debió de atemorizar a su jo­ ven amigo, el estudiante superdotado Teddie Wiesengrund. Hoy todavía resulta difícil comprender que en 1923 la Universidad de Francfort pudie­ se cerrar sus puertas a este genio. Pero sería simplificar las cosas achacar el fracaso académico de Benjamin única y exclusivamente al antisemitismo

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endémico de las universidades alemanas de entreguerras. Anteriormente, cuando Benjamín probó suerte en Heidclberg, se le adelantó «un judío lla­ mado Mannheim, que .se habilitará con Alfrcd Webcr. Un conocido de Bloch y de Lukács, un joven agradable al que he tenido ocasión de tratar.» Se trataba de Karl Mannheim, contra el que Adorno escribirá su primera gran crítica sociológica. En aquella época era posible nadar entre dos aguas sin necesidad de tener grandes remordimientos. La independencia con la que Benjamín hacía su propio camino era una provocación para la Univer­ sidad alemana, que en la época de Weimar se había convertido en una ins­ titución más que conservadora. Benjamín se había doctorado en Berna, su tesis «El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán» había ob­ tenido la calificación de summa cum laude. En una carta dirigida a su ami­ go Ernst Schoen, Benjamín le hablaba de la sagaz redacción de su tesis: «Ésta ha acabado siendo lo que debía ser: una indicación de la verdadera naturaleza del romanticismo, absolutamente desconocida por la literatura; pero esta indicación es tan sólo indirecta, pues yo no podía abordar el mesianismo, que constituye el corazón del romanticismo, ni ningún otro tema de interés sin distanciarme de la actitud científica exigida, una acti­ tud compleja, convencional y para mí distinta de la verdadera.» En aquella oportunidad, Benjamín optó por camuflar la pretensión, que él considera­ ba una necesidad, de poner en cuestión el conjunto de la literatura existen­ te sobre el tema. La inflación acabó truncando su proyecto de habilitarse en Suiza con una tesis sobre filosofía del lenguaje; el país se había vuelto sencillamente demasiado caro para quienes dependían de una modesta ayuda económica procedente de Alemania. El regreso forzoso a Berlín, donde tuvo que instalarse con Dora, su primera esposa, en la casa paterna, lo radicalizó. Benjamín no podía volver a llevar una vida burguesa, pues no tenía ninguna profesión burguesa. El coleccionista de libros Benjamín probó suerte con el comercio de libros antiguos. Pero los problemas económicos del joven esposo, que además tuvo un hijo en 1918, no se solucionaron. La única salida parecía ser una carrera académica, pero seguramente Benjamín sólo quería habilitarse y convertirse en «Privatdozent» para estar en condiciones de pedir a sus pa­ dres una renta vitalicia.* Aún no había abandonado la esperanza de vivir

* Pues, tras la tesis de habilitación y de obtener la «venia legendi», el «Privatdozent» (pro­ fesor no titular) no era todavía un funcionario público (Beamter) ni recibía salario alguno, tan sólo un tanto por ciento de las tarifas de inscripción para su curso. (N. d el T.)

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como un rentista culto. La disputa por una fortuna paterna que la infla­ ción había menguado considerablemente lo acompañó desde esta época, y la imposibilidad de llevar una vida burguesa agudizó su mirada crítica de la sociedad. Benjamin observaba «inseguridad, e incluso perversión de los instintos vitales, unida a la impotencia y al desfallecimiento de la inteli­ gencia. Esta es la situación en la que se halla la totalidad de los ciudadanos alemanes», anotaba en 1923 en «Para un análisis de la situación en Europa central». Ligada a esta decadencia general, al observador le parecía «eviden­ te... el declive de las universidades». Para él, las cátedras universitarias ha­ bían «caído en manos de brillantes y exaltados oradores o de distinguidos estafadores no menos brillantes». No creía en la posibilidad de una futura «organización democrática de la ciencia, en la que lo único que cuenta es la competencia entre los talentos individuales». Esto le llevó a escribir de forma aún más desafiante su tesis de habilitación «El origen del drama ba­ rroco alemán», cuya introducción calificó él mismo de un «atrevimiento desmedido», una tesis que Benjamin se proponía presentar, a instancias de su amigo el sociólogo Gottfried Salomon-Delatour, en la Universidad de Francfort de Meno. Pero, como confesaría en la carta del 19 de febrero de 1925, se sintió sorprendido en flagrante por su amigo Scholem: «Querido Gerhard: en una carta que recibí en Capri, sobre la que he pensado a me­ nudo, y que incluso he citado, me dijiste que me seguías con la mayor inquietud y que tenías la impresión de que, en cuanto la exterior empezase a arreglarse, cobraría fuerza mi resistencia interior a la habilitación. Este diagnóstico es correcto, el pronóstico, así lo espero, falso.» Tras el fallido intento de habilitarse, Benjamin caracteriza postfestum el texto impreso como una esperada «bofetada que ha de resonar en las cate­ drales de la ciencia». En el libro sobre «El drama barroco» apenas se ca­ mufló, su mera actitud constituyó ya un desafío para los profesores uni­ versitarios convencionales, y el mismo Hans Cornelius rechazó la tesis pretextando su incomprensibilidad. Cuando su asistente Max Horkheimer le preguntó al respecto, Cornelius tampoco cambió de opinión. Evidente­ mente, Horkheimer necesitaba mantener una buena relación con la Facul­ tad para poder habilitarse, por lo que no quiso arriesgar nada en una causa que él consideraba perdida. Horkheimer necesitaba ingresar en el cuerpo docente de la Universidad de Francfort para poder aspirar a relevar a Grünberg en la dirección del Instituto. La situación de Pollock y de Hork­ heimer era entonces distinta de la de Benjamin. Podemos imaginar cuánto debió de lamentar el fracaso de Benjamin el joven doctor Wiesengrund,

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que se había doctorado en 1924 con un trabajo sobre Husserl dirigido por Hans Cornelius. Adorno no cayó en la trampa de la Facultad; «El concep­ to del inconsciente», su primera tesis de habilitación, era mucho menos provocadora que la de Benjamín, y la retiró justo a tiempo en 1927. Ador­ no y Benjamín se habían conocido en 1923 en un seminario impartido por Salomon-Delatour y dedicado al volumen de Ernst Troeltsch sobre el Historicismo, ¿o acaso fue en el Café Westend, al que también solía acudir Kracauer? En 1964 Adorno ya no puede decirlo con exactitud. En cambio, sí recuerda exactamente la impresión que Benjamín causó en él, que en­ tonces tenía veinte años: Fue como si a través de esa filosofía se me pusiera por primera vez ante los ojos lo que tenía que ser la filosofía si quería cumplir aquello que prometía, y lo que no cumple desde la subrepticia separación kan­ tiana entre lo que se mantiene dentro de los límites de la experiencia y lo que supera los límites de la experiencia posible. Y en la línea siguiente se refiere al rasgo de Benjamín que provocaba el rechazo y los temores de los acadé­ micos al uso: Lo he expresado ya una vez diciendo que lo que Benjamín decía sonaba como si procediera del arcano, pero que él no era en absoluto un pensa­ dor esotérico en el peor de los sentidos, sino que incluso los conocimientos más chocantes para las opiniones razonables habituales llevaban en sí mismos una evidencia muy peculiar que los substraía por completo a la sospecha del arcano o incluso del “b lu ff ”, aunque sin duda a Benjamín no le eran del todo ajenas al­ gunas peculiaridades deljugador de póquer en la forma de hablar y de pensar. Esto no encajaba con ninguna de las dos corrientes dominantes en la Universidad de Francfort durante la década de 1920: los neokantianos de­ bieron de ver en Benjamín un personaje oscuro, los seguidores de George un claro competidor. Fueron muy pocos los intelectuales que supieron ver a quién tenían delante. Hugo von Hofmannsthal fue uno de los primeros en reconocer las extraordinarias cualidades de la crítica de Benjamín. Jus­ tamente cuando Adorno conoció al nuevo escritor, Hofmannsthal acepta­ ba el ensayo de Benjamín sobre Las afinidades electivas de Goethe para su recién fundada revista, los Neue Deutsche Beitrage-. Hofmannsthal quería enlazar con la tradición de aquella crítica que se convertía ella misma en obra de arte. Hasta dar con el trabajo de Benjamín, Hofmannsthal creía tener que evocar una tradición alemana que se había perdido. Con el texto de Benjamín había encontrado un trabajo que hacía realidad en el presente lo que él daba por desaparecido. En su trabajo sobre el romanticismo, Benjamín ya había intentado recuperar esta tradición de una manera muy particular, restableciendo la relación entre arte y verdad frente a una filosofía

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caracterizada por su formalismo. En la crítica de arte del romanticismo, Benjamín reconoció de forma paradójica la situación de una época caótica en la que una tradición había llegado a su fin: Goethe como personifica­ ción del clasicismo. Profundizando en la crítica romántica, que reaccionó a la gran transformación introducida por la Revolución francesa, creyó des­ cubrir la nueva situación del intelectual, que ya no podía vivir ni como burgués ni como artista tradicional. En 1919, las cuestiones teológicas, metafísicas e incluso esotéricas todavía permanecían irresueltas. Hofmannsthal, el ennoblecido de origen judío cuyo exclusivismo parecía ga­ rantizar la posibilidad de una relación entre estética y verdad, era para Benjamín uno de los pocos escritores capaces de comprender sus intencio­ nes. El dramaturgo austríaco parecía haber logrado escapar de la influencia del neokantismo y de la «filosofía de la vida» (Lebensphilosophié), imperan­ tes desde hacía tiempo. Asimismo, el tipo de vida que llevaba también pa­ recía aceptable para los padres de Benjamín, recién incorporados a la bur­ guesía, de modo que éste no dudó en presentar a su padre los elogios que había recibido de Hofmannsthal para sacarle «una modesta renta anual». El sentimiento de una secularización fallida también penetró en el gran libro sobre el drama barroco. Benjamín no dejó intacta la tradición; organizó de forma nueva el material. Primero acumuló un enorme número de citas procedentes de un material literario que hasta entonces no conocía en profundidad, un «enorme montón de leña para el que habré de traer cuidadosamente la primera chispa de inspiración de algún otro lado». La posibilidad de restablecer algo que el tradicionalismo burgués sólo puede perder confirió al concepto de crítica de Benjamin cierta osadía, cierto ca­ rácter revolucionario. Su planeada revista debía lograr ni más ni menos que «recuperar la fuerza de la palabra crítica», lo que Benjamin hizo «pres­ cindiendo totalmente del público, si es necesario que así sea». El exclusivis­ mo y el radicalismo de estos textos, que su amigo, once años menor que él, empezó a recibir de Benjamin al poco tiempo de conocerlo personalmente y antes de su publicación, no pudo menos de influir en él. Por entonces Benjamin pensaba la revolución intelectual y material en extraña unidad, como refleja especialmente su trabajo temprano «Para una crítica de la vio­ lencia». No es sorprendente que en 1924 un autor como Benjamin queda­ se prendado de Historia y conciencia de clase en cuanto leyó la obra. Su li­ bro sobre el drama barroco, escrito justamente en esa época durante una estancia en el sur de Italia, introducía la pretensión revolucionaria de una ciencia que ponía en cuestión todo lo establecido. Benjamin pudo recono-

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cor las ¡deas fiund.tmenulcs do su libro /•/ origen del drama barroco ale,mí,, en la lección magistral de Adorno. I n «Actualidad de la filosofía» éste ha­ bía escrito: l a larca de ¡a filosofía no es investigar las relaciones ocultas y /,re­ sistentes de la realidad, sino interpretar la realidad no-intencional mediante ¡a construcción de Jiparas, de nnapenes a partir de los elementos aislados de la realidad, en virtud de las cuales alea los perfiles de cuestiones ijue es tarea de la ciencia pensar exhaustivamente. Un tanto molesto por no haber

sido citado,

el 7 de julio de 11>31 decía Benjamín a su amigo Wiesengrund-Adorno: «subscribo esta liase», expresándole el deseo de que «nuestra relación filo­ sófica siga siendo tan clara y finida como lo ha sido hasta hoy». En 1925, anticipando su fracaso académico, Benjamín ya había escrito a su amigo Scholem: «Para mí todo depende de cómo vayan los temas edi­ toriales. De no conseguir nada en este ámbito, probablemente me concen­ traré en la política marxista, con la perspectiva de pasar al menos una tem­ porada en Moscú, e ingresaré en el partido. Éste es un paso que daré tarde o temprano.» Benjamín se veía a sí mismo como un escritor independiente o, para decirlo con el título de un texto posterior, «El autor corno produc­ tor», como un escritor que ingresa en el partido habiendo comprendido su lugar en la sociedad. En esta carta, «el partido» y «Moscú» se presentan como puntos de referencia míticos. Pero esto no tenía por qué ser así: su hermano Georg, tres años más joven que él, había tomado otro camino. Georg también había entrado en contacto con la Jugendbewegung a través de Walter, pero había participado en la Primera Guerra Mundial como vo­ luntario y había resultado herido, y regresó condecorado y desilusionado a Berlín. Georg, que era un hombre práctico, cursó estudios de medicina y llegó al USP (Partido socialdemócrata independiente) a través de un grupo de intelectuales socialistas religiosos. Como joven médico desarrolló Georg un compromiso social, se doctoró en 1922 con un trabajo «Sobre las resi­ dencias de solteros» y finalmente ingresó en el KPD. Trabajó en el «Servi­ cio proletario de salud, sección Wedding»; su deseo era que su hermano compartiese su orientación política. El 27 de julio de 1925, Walter Benja­ mín comunicaba a Gershom Scholem: «Mi hermano me ha regalado el primer volumen de escritos de Lenin traducidos al alemán», sin ocultarle que esperaba «impaciente» el «segundo, que contendrá los escritos filosófi­ cos». Scholem también tenía un hermano que había elegido afiliarse al Partido comunista y que posteriormente, como le sucedió a Georg, fue en­ carcelado por los nazis y murió en un campo de concentración después de un largo y amargo presidio. El sionismo y el comunismo parecían ser dos

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opciones igualmente válidas para los jóvenes judíos de buena familia. Y cuando trabajaba en su tesis de habilitación, Walter también hizo saber a su amigo sionista, que por entonces todavía se hacía llamar Gerhard, que en él había un «enorme conflicto de fuerzas (de mis fuerzas individuales), no sabiendo qué hacer, si ingresar en el partido o aprender hebreo», «... y no creo que vaya a decidirme por una de estas dos cosas, sino que he de hacer el experimento de empezar por cualquiera de ellas». La simpatía por la revolución, y posteriormente por el comunismo, el partido o el materialismo histórico, no excluía en absoluto posibilidades que para los ideólogos del Partido comunista eran totalmente incompati­ bles entre sí. Este comunismo paradójico no es en modo alguno exclusivo de Benjamín, que, cuanto más se acercó a la ortodoxia comunista más hubo de sentir el rechazo del comunismo práctico. Esta misma situación paradójica la vivieron de forma aún más radical, hasta el límite de la autonegación, hombres como Lukács, Brecht y Bloch, mientras que Adorno rechazó con horror característico esta toma de partido contraria a las pro­ pias convicciones o dictada por el puro voluntarismo. Adorno se reconcilió con Bloch mucho después, cuando éste dejó la RE)A y se estableció en Tubinga. Con Brecht, en cambio, guardó las distancias desde los días de la Re­ pública de Weimar, y desde un comienzo se esforzó en neutralizar la atrac­ ción que ejercía sobre su amigo Benjamín. Nunca en la historia de Alemania el anhelo de «solidaridad» teórica, para decirlo en los términos empleados por Benjamín en su carta de 1923 a su amigo Florens Christian Rang, ha sido tan grande como en esta generación. En la nueva situación social de la República de Weimar, los potenciales burgueses cultos se con­ virtieron en intelectuales que en 1918 aún creían que era posible una so­ ciedad nueva y que el espíritu jugaría un nuevo papel en ella. La decepción que trajo consigo el fracaso de la revolución en Alemania corrió parejas con un profundo sentimiento de impotencia. Vistas desde hoy, las formas de autoorganización del espíritu entre los años 1918 y 1919 se antojan un tanto ostentosas a la vez que irrisorias. Las instituciones educativas tradicionales, sobre todo las universidades alemanas, eran reacias a cualquier innovación cultural, excepción hecha del Instituto de Investigación Social de Francfort de Meno. La Alemania de la República de Weimar se caracteriza por la contradicción existente entre un tradicionalismo reaccionario, profundamente arraigado en las institucio­ nes, y una vida cultural en radical proceso de transformación, el medio en el que los nuevos intelectuales habían de afianzarse. El deseo de formación

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de grupos intelectuales y políticos puede entenderse como una reacción al aislamiento resultante de los mecanismos de la competencia, que siempre había sido negada en el mundo tradicional de la cultura. Pero, al mismo tiempo, el sentimiento de impotencia del espíritu frente a la guerra y al fracaso de la revolución condujo a una radicalización de la función social de los intelectuales, en una palabra: la impotencia social debía ser compen­ sada con el radicalismo intelectual. Benjamín personificó como nadie este nuevo tipo de intelectual de la República de Weimar. Él tampoco pudo ex­ traer la fuerza de su crítica del lugar que ocupaba en la sociedad, responsa­ ble de que su estado psíquico y su situación económica rayasen en la deses­ peración a finales de la época de Weimar. La crítica de Benjamín extrajo su fuerza de una visión transformada del pasado que no se arredró ante las posibles consecuencias teológicas. El Angelus Novus de Paul Klee, que Ben­ jamín adquirió en 1921, lo impulsó constantemente a interpretaciones e interpretaciones de sí mismo siempre nuevas. Este cuadro también lo vin­ culó materialmente con dos representantes de posiciones intelectuales an­ tagónicas: con Gerhard Scholem, que guardó el cuadro durante mucho tiempo, pues Benjamín no tenía casa propia, y con Theodor W. Adorno, que recibió el lienzo en Nueva York cuando su propietario murió. Fue en Nueva York donde Scholem vio por primera vez a Adorno, que en 1937 se desplazó a esta ciudad para conocer el Institute for Social Re­ search. En este primer encuentro, Scholem percibió inmediatamente que Adorno se hacía eco, «en un plano totalmente secularizado», de la dimen­ sión teológica de la filosofía de Benjamín. Esta observación dice mucho sobre Benjamín y sobre Adorno. La dimensión teológica de la filosofía de Benjamín no puede expresarse positivamente, un hecho que a un observa­ dor como Scholem, igual de exacto que suspicaz, no sólo le llamó la aten­ ción: Scholem también osó manifestar cuán osada y libremente solía inter­ pretar Benjamín la tradición judía, sobre todo cuando más pretendía ajustarse a ella. En las notas tituladas «Agesilaus Santander» ofreció Benja­ mín, al hilo de una interpretación de la acuarela de Klee, una teoría defini­ tiva sobre la forma de nombrar de los judíos, de la que Scholem dijo con razón que era «una descripción totalmente inexacta y exagerada de la prác­ tica real de los judíos». Scholem resumió así la situación: «Benjamín no se manejaba muy bien en temas judíos.» Pero Scholem no dudó en conside­ rar a su amigo como un escritor judío. En la polémica que mantuvo con Peter v. Haselberg, en 1978 señaló que a Benjamín «jamás se le había ocu­ rrido llamarse a sí mismo alemán. En este punto coincidía completamente

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con Kafka. Ambos tuvieron conciencia de ser escritores alemanes, pero no alemanes.» Esta autoconcepción judía no encaja en absoluto con las clasifi­ caciones al uso, pero puede contribuir a comprender la dimensión teológi­ ca del pensamiento de Benjamín, que el secularizado Adorno tanto apre­ ció. En Kafka se encontraron los tres, que rechazaron al unísono las interpretaciones existencialistas y positivo-teológicas de su obra. El joven doctor Wiesengrund-Adorno se acercó a Kafka, tanto desde el punto de vista físico como psicológico, cuando llegó a Viena en 1925 para estudiar composición musical con Alban Berg. En los círculos en los que Adorno empezó a moverse, Kafka era un nombre familiar desde hacía ya mucho tiempo. El carácter ligeramente provinciano de Francfort, que ha­ bía acompañado a los francfortianos como un haut goüt desde su incorpo­ ración a Prusia en 1866, lo hizo especialmente receptivo a lo vienes, que en el breve siglo XX desarrolló una gran capacidad de perfección o, como formularía Alfred Polgar durante su exilio americano, una gran capacidad para mirar con confianza al pasado. A principios del verano de 1925 llegaba a Viena Teddie Wiesengrund, un niño prodigio que era doctor con apenas veintidós años. En una carta del 5 de febrero de 1925, Teddie se presentó a Alban Berg como Doctor Th. Wiesengrund-Adorno, diciendo de sí mismo que puedo indicarle exactamente para qué lo necesito. Teddie, la planta de in­ vernadero, había abandonado Francfort de Meno y a Sekles, su profesor de composición, para radicarse en la capital de la modernidad musical. El di­ rector del Conservatorio de Francfort, Bernhard Sekles, con quien Teddie había tomado lecciones desde 1919, le previno contra una modernidad que había dejado de ser moderna. En la lejana California, fuera del alcance de la contraposición típicamente europea de tradición y modernidad, Adorno dedicó un short essay a la advertencia de su primer profesor con «Consecutio temporum», un fragmento cuya lectura recomendaría des­ pués a Kracauer, su viejo mentor. Mientras que la provinciana ciudad de Francfort de Meno intentaba estar a la moda, en aquellos años la vanguar­ dia artística de Viena, tras la enorme pérdida de importancia que había su­ frido la antigua capital del Imperio austrohúngaro, se las daba de estar un tanto demodée -u n a ligera inclinación hacia lo pasado de moda que, como Adorno supo ver en Benjamin, no era prueba sino de m odernidad-. E1 Adorno maduro se esforzó inútilmente por corregir la falsa imagen de la década de 1920. Comparada con Francfort de Meno, en aquella épo­ ca Viena todavía podía considerarse una gran ciudad; pero, a diferencia de un Londres o de un París, Viena no había sido una gran capital del siglo

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como acostumbraba a decir Benjamín de París. Durante el largo siglo burgués, Viena se convirtió en la metrópoli de un grandioso imperio euro­ peo compuesto por múltiples nacionalidades, en el que la tradición con­ servaba el poder de una forma muy singular. Contra esta hegemonía de la tradición, una especie de «Anden Régime» artístico, se rebeló la vanguar­ dia, sobre todo Arnold Schónberg y su círculo. Cuando Adorno llegó a Viena en 1925, la revolución era ya cosa del pasado, y no sólo la revolu­ ción artística de 1910, sino también la política de 1918, que había puesto fin al Imperio. Mientras que a mediados de la década de 1920 Viena ya había dejado atrás el futuro, Berlín se convirtió para las fuerzas intelectua­ les vienesas más productivas en la capital más atractiva de Europa. Berline­ ses como Benjamín, sin embargo, ya estaban a punto de abandonar el es­ trecho marco ofrecido por el mundo de lengua alemana. A mediados de los años veinte era más fácil encontrarse con Kracauer, Bloch y Benjamín en la Place de l’Odéon que en cualquier lugar de Alemania. Fue aquí don­ de los tres experimentaron el shock surrealista del envejecimiento de lo mo­ derno, que Adorno teorizaría después como nadie —la transformación de lo nuevo en viejo, el efecto del palimpsesto, de una superposición de viejos textos, producida y reproducida una y otra vez al modo de la industria de la cultura, que hay que descifrar. El origen es la meta, como dijo Karl Kraus, una meta que no es posible alcanzar y que, de alcanzarse, no se re­ velaría como algo originario, sino como el producto de la historia y de la sociedad. Pero en 1925 el joven Teddie Wiesengrund, ese delgadito glotón de insaciable apetito intelectual, aún no había experimentado lo que Kra­ cauer intentó captar en su último escrito como palimpsesto de la vida. Teddie Wiesengrund llegó a Viena siendo un ingenuo. En un ejercicio de autocrítica, Adorno trató de describir post festum la impresión que debió de producir en otros, sobre todo en aquellos a los que él admiraba y que­ ría: Sin duda, en aquel entonces yo era un joven de una seriedad capaz de po­ ner enfermo a un artista maduro. Y no sólo a un artista maduro. Quien hoy escuche decir que Adorno estudió composición con Alban Berg en 1925, probablemente se formará una imagen distorsionada de la realidad. Deter­ minada por el marketing de la industria de la cultura, la memoria social convierte este hecho en el encuentro de dos clásicos de la modernidad, pero la realidad es que, en 1925, un entusiasmado niño prodigio venido de una provinciana ciudad alemana buscó como profesor a un ídolo cuya fam a se alimentaba fundamentalmente del mito de un nombre todavía más grande que el suyo: Arnold Schónberg. Por aquel entonces, a Berg sólo lo conoXIX,

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cían los iniciados; Schónberg lo apreciaba, pero empezó muy pronto a envidiai sus éxitos. La atmósfera de secretismo, en la que la desconfianza, la traición y el odio amenazaban con arruinar hasta la más sólida de las rela­ ciones, era algo completamente nuevo y amenazador para Teddie, la planta de invernadero tecién llegada de Oberrad que había dedicado sus primeras composiciones a su viejo profesor de música. La catástrofe del año 1925 se debe al entusiasmo, a la propensión de un hiperintelectual joven francfortiano a identificarse con un artista destacado en un ambiente urbano para el que Teddie no estaba psicológicamente preparado. Quien tenga la ocasión de visitar el Archivo de Literatura Alemana de Marbach y examinar las car­ tas originales que Adorno mandó a Francfort con una letra ilegible, enten­ derá cuánto significaba para él que, en una ocasión, Alban Berg dejase al margen su trabajo y se tomase un tiempo para impartir a su joven alumno una lección de notación musical de toda una tarde en el Café Imperial. A partir de la correspondencia con Siegfried Kracauer durante este período, un psico­ analista de la talla de Eissler podría reconstruir, tal como hizo con Goethe, la evolución individual de un niño prodigio que, mediante una traumática separación de su entorno, se convierte en el genio que no era anteriormen­ te. La separación de su entorno francfortiano se refleja claramente en las falsas ilusiones que rodearon su paradójica estancia en Viena. Los viejos ídolos decepcionan. A través de Soma Morgenstern, el joven de Galitzia que era amigo íntimo de Berg y que después recorrerá las tabernas del exi­ lio parisino en compañía de Joseph Roth, Adorno, apenas unos años más joven que él, conoce a Georg Lukács, que se ha trasladado provisionalmen­ te a Viena tras el sangriento final de la República soviética de Hungría, marchándose luego a Berlín, al igual que harán los demás integrantes de la vanguardia vienesa. Todos los hombres de renombre que Adorno conoce in persona en Viena son judíos, a excepción de Berg. En la carta que escri­ be a su amigo Kracauer, Teddie le comenta asombrado cuán judío, o más exactamente, cuán judío del Este le ha parecido Lukács, sorprendiéndose al mismo tiempo de su elegantísima forma de vestir, que no encajaba en absoluto con la image de un revolucionario profesional que vivía práctica­ mente en la clandestinidad. En la Viena de la época de entreguerras Ador­ no se relacionó por primera vez con una población judía en la que estaban reunidas todas las variantes de las formas de vida judías, desde el Hakoah C. F., equipo que participaba en el campeonato de fútbol, hasta las activi­ dades públicas de un Karl Kraus, que cuestionaban radicalmente el con­ junto de las categorías religiosas positivistas.

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Soma Morgenstern recordó más tarde en varios libros a sus amigos de aquella época; de Adorno no habla demasiado bien, a pesar de que fue él quien le presentó a Kracauer, una amistad que prometía aportarle buenos ingresos. Sus encuentros en París durante la decada de 1930, periodo du­ rante el que se reunieron a menudo con Benjamin, tampoco debieron de ser especialmente cordiales. Adorno se sentía difamado por Morgenstern, probablemente a consecuencia de los rumores levantados en la época de Viena; de Morgenstern, que escribió un hermoso libro de recuerdos sobre sus años de exilio en París con Joseph Roth, se apodera un tanto la envi­ dia producida por el cambio de papeles cuando en su libro Alban Bergy sus ídolos, evocando el año 1923, despacha a Adorno con un apartado ti­ tulado «Un joven judío de Francfort de Meno». Estas memorias no apa­ recieron en forma de libro hasta setenta años después, y hay que tomarlas con este pesado grano salís de las relaciones judeo-alemanas durante el si­ glo XX. Alguien como Morgenstern, que, habiendo nacido en Tarnopol, conocía la situación de los judíos del Este tan bien como sólo podía co­ nocerla un Joseph Roth, nacido en Brody, cuya obra La peregrinación de los judíos es la más bella descripción de la situación de estos judíos, pre­ senta postumamente a Adorno como un niño prodigio de Francfort de Meno totalmente ajustado a la tradición judía, como alguien contra el que él debe proteger a su descuidado y negligente amigo Alban Berg. Las historias interminables que, según Morgenstern, Teddie Wiesengrund le contó cuando se conocieron, la alusión a su amistad con Kracauer, Benjamin y Bloch, todos ellos bastante mayores que él, se presentan en este relato de forma un tanto burlesca, sirviendo de preparación para la ridiculización final, que tiene lugar cuando el escritor afirma que este jovencito, llevado únicamente por la ambición de hacer carrera, estuvo incluso dispuesto a «deshacerse del apellido de su padre, el apellido ju­ dío Wiesengrund». Soma Morgenstern pudo haber conocido a Teddie Wiesengrund, pero de lo que no cabe duda es de que jamás comprendió a Adorno. En la Viena de 1925 la vida de Adorno experimentó un giro: el niño prodigio creció y se convirtió en un joven. Así se desprende dolorosamente de las cartas que escribió a su amigo Siegfried Kracauer. En una de ellas, Adorno habla de su implicación en una secreta relación amorosa entre su Señor y Maestro y Flanna, la hermana de Franz Werfel, una mujer casa­ da que residía en Praga. Pero el postillón d'amour de Berg dice no poder contarlo todo, pues ha prometido al maestro guardar silencio. Comparado

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con este nuevo ambiente en el que ahora se mueve Teddie Wiesengrund, que aúna vida de artista y actividad febril, su entorno de la Seeheimer Strasse no podía menos de parecerle provinciano. Esta experiencia debió de afectarle tanto más cuanto vio en Helene y Alban el cumplimiento de la utopía blochiana de la «Elevada pareja». Sus dos madres, Maria y Agathe, a pesar de descender de la alta nobleza genovesa, tal como Teddie gustaba de imaginar, parecían de repente mujeres totalmente insignificantes al lado de la gran belleza de Helene, que hasta era capaz de discutir con Alban sobre la calidad de las composiciones musicales. La impresión de hallarse junto a seres grandiosos aumenta en virtud de la proximidad entre la Trautmannsdorfgasse, en la que vivía Berg, y Schónbrunn, una proximidad que no era simplemente espacial: Helene, cuya belleza había alabado un experto como Peter Altenberg, venerado por Kraus y después también por Adorno, era hija ilegítima del emperador. La admiración hacia la pareja, que se ve enormemente afectada por la infidelidad del que ya era su maestro, y sobre la que el alumno debía guardar silencio, convierte a estas cartas dirigidas a Kracauer en documentos extremadamente locuaces, al tiempo que sellan los labios de quien los escribe. El hecho de que Berg se despidiese de su jo­ ven amigo y alumno con un wagneriano «Sed fieles» tiene más de un signi­ ficado. En la relación de Berg con Schónberg, Adorno vio cumplido el ideal de la fidelidad. En una conmovedora carta dirigida a Helene, la viuda de Berg, Adorno trató de explicarle que fue desleal con ella por lealtad a Berg. Su tendencia a identificarse con los demás se vio sometida a duras pruebas en Viena. En Francfort, Teddie había sido el niño prodigio hijo de unos comerciantes judíos cuyo hogar era muy peculiar, pues en él eran sus dos madres artistas quienes llevaban la batuta. Éste no era el único motivo de burla en Viena; el énfasis con el que un francfortiano de ape­ nas veinte años de edad trataba de expresar el significado de una revolu­ ción artística que la ciudad ya había dejado atrás, este énfasis resultaba muy molesto a la crema de la intelectualidad vienesa. El profundo respeto que infundía la autoridad de Schónberg, que al joven Teddie le resultaba misteriosa, debió de inquietar a Adorno desde un principio. Adorno con­ fesó post festum a Thomas M ann que uno de los motivos por los que le conmovió la muerte de Schónberg fue porque con ella perdía para siempre la posibilidad de reparar una relación que nunca fu e feliz. En las cartas del año 1925 Schónberg, al igual que Lukács, aparece como una impresio­ nante figura judía, nunca como un hombre frente al que el hijo de una acomodada familia burguesa pudiese sentirse superior, sino como una

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persona que infunde un respeto rayano en el temor, y que al mismo tiem­ po presenta los rasgos de un jugador y de un clown. El rechazo que el apa­ sionado Teddie sufrió de Schónberg se transformó en un inmenso afecto por Berg, al que Teddie vio como un gigante. En 1968, un año antes de su muerte, Adorno vuelve a expresar lo que sintió en los años veinte con plena conciencia de los sesenta: Raras veces he conocido a alguien tan pare­ cido a su nombre. Alban: esto encierra el elemento católico tradicional -los padres eran propietarios de una tienda de artículos religiosos—, pero también hace referencia a lo selecto, a lo especial, a lo que, pese a toda disciplina y ri­ gor constructivos, él siempre permaneció fiel. Berg: el suyo era un rostro de montaña, montuoso en el doble sentido de que tenía los rasgos de alguien na­ cido en los Alpes y de que él mismo, con su afilada nariz aristocrática, su del­ gada y fin a boca y sus profundos y misteriosos ojos, que semejaban lagos, tenía el aire de un paisaje alpino. Extraordinariamente grande pero a la vez delica­ do, como si su estatura le quedase grande, se encorvaba ligeramente hacia de­ lante. Las manos y sobre todo los pies eran asombrosamente pequeños. Su as­ pecto, su porte y su mirada recordaban a un gigante que avanzaba con aire soñador. No era difícil imaginar que a él todas las cosas le pareciesen terrible­ mente grandes, tal como se dice de los caballos. El viejo mentor Kracauer, destinatario de las aparatosas cartas proce­ dentes de Viena, percibe los cambios, la doblez del joven, para la que él no encuentra explicación. Estas cartas están llenas de emociones, que seguirán prestándose a malentendidos si se las oculta en la oscuridad de los archi­ vos. Los supuestos secretos hace tiempo que han sido ventilados, están di­ chos en las obras. Así como Berg torna descifrables los nombres de sus amantes escribiéndolos en clave en su obra, Kracauer guardó en secreto de una forma muy particular los celos que lo consumían. Aunque hoy pueda parecemos impensable, Teddie envió algunas de sus tarjetas postales más íntimas a la dirección de trabajo de Kracauer en el Frankfurter Zeitung. El texto sobre «La amistad» no es el único lugar en el que Kracauer había hablado claramente de la conmoción producida por las aventuras amoro­ sas, que, según él, transforman completamente las relaciones de amistad entre dos personas de distinta edad, justo cuando el menor de ellos tuvo sus primeras experiencias sexuales; en su segunda novela, la que siguió a Ginster, escrita en el exilio y que ya no encontró editor, no pudo evitar ver­ ter estas mismas emociones. En un pasaje decisivo de Georg aparece un «Fred» en el que una pequeña sustitución de consonantes permite recono­ cer claramente al Teddie que se ha hecho mayor. En Teddie, las categorías

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de lo masculino y lo femenino debieron de sufrir un cambio significativo durante su estancia en Vicna. En la casa de Seeheimer Strasse el niño pro­ digio pudo sentir una desdichada inclinación a fundirse felizmente con sus madres ante el piano. La paradoja de esta infancia, que también tiene un lado desventurado, es negada en la idea de la infancia completamente fe­ liz que Kracauer y Leo Lówenthal proyectaron en Teddie prácticamente durante toda la vida. Ninguno de los dos amigos pudo comprender la transformación que se produjo en 1925, pues se negaron a aceptar que un joven al que ellos consideraban un ser tan privilegiado pudiese sentirse al­ guna vez desgraciado. Ellos siempre se sintieron en desventaja con respecto a Teddie. Es comprensible que, tiempo después, Kracauer no quisiera te­ ner como compañero de trabajo a Teddie en el Frankfurter Zeitung, prefi­ riendo como corresponsal vienés de las páginas culturales del periódico a Soma Morgenstern, un hombre mucho menos complejo que su amigo. Teddie encontró en Berg un modelo masculino que revalorizó la ima­ gen de su padre, en quien generalmente sólo vio la parte tradicional de la renuncia goetheana y del laicismo artístico. En junio de 1925, cuando Morgenstern le preguntó por la orientación religiosa, Teddie respondió que su padre era socialista. Viena no sólo lo sumió en el caos en lo que se refiere a la sexualidad, sino también desde los puntos de vista religioso, étnico y político, haciéndole ver su existencia anterior en Francfort como una existencia provinciana. Teddie no logró acercarse a Schónberg como a él le hubiese gustado, pues el papel de discípulo radical de Schónberg ya había sido asumido por Eisler, un joven algo mayor que él y que, pese a su insolencia, siempre fue el discípulo preferido del maestro. Adorno tra­ tó de asumir durante toda su vida la superioridad de Eisler en el ámbito de las relaciones interpersonales como si de un hermano mayor se tratase. A mediados de los años sesenta Adorno tomaba notas para un ensayo sobre Eisler, que pensaba incluir en el tercer volumen de sus Escritos musi­ cales: Profunda ambivalencia hacia el maestro. Algo similar a una identifica­ ción fallida. AS no menos ambivalente hacia él. De Eisler, que era hermano de la dirigente comunista radical Ruth Fischer, habla Teddie Wiesengrund a Kracauer con palabras en las que todavía se percibe la asombrosa cer­ canía física a una organización revolucionaria legendaria y constantemen­ te amenazada por la ilegalidad. El joven Teddie conoce en Viena a mu­ chos revolucionarios del Este, algunos de ellos eran simples exiliados, pero otros estaban en *la capital austriaca en misiones rayanas en la conspi­ ración. Teddie se siente atraído y al mismo tiempo excluido por esta me-

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tange* de revolucionarios profesionales y de radicales de café. Sus verda­ deros amigos los encuentra entre los músicos profesionales. En Steuermann, profesor de piano, encuentra un amigo para toda la vida. léddie ve en él el modelo de un intérprete y un compositor independiente que se dedica profesional mente a la música para ganarse la vida y que en sus composiciones permanece fiel a si mismo, aunque su música apenas fue interpretada ni publicada mientras él vivió. En Rudi Kohlisch conoce a un pionero de la música moderna, un hombre que, a diferencia de los demás integrantes del círculo de Schónberg, consiguió encontrar un pú­ blico para esta música y vivir de ella, primero en el viejo y después en el nuevo continente. En Praga, adonde le llevan sus servicios como posti­ llón d'amour, Adorno traba una estrecha amistad con Hermann Grab, otro hombre de doble talento y de muy buena posición que, como la mayoría de los nombres aquí mencionados, se salvó de los nazis huyendo a Améri­ ca, donde se ganó la vida como profesor en una escuela de música. Su ta­ lento para la prosa, cuya leve aflicción recuerda a Proust y a Kafka, sólo se plasmó en unos cuantos libritos. Origen y patrimonio no parecen tener nin­ guna importancia en esta bohemia próxima a Bohemia, en esta imagined community de la diversidad que es la contraimagen de Francfort de Meno, donde son los viejos patricios y los prósperos industriales quienes deciden quién pertenece y quién no pertenece a ella. La anglofilia y las simpatías por el socialismo de un Oskar Wiesengrund, sin embargo, demuestran la diversidad política existente en el seno de la burguesía alemana, que jamás encontró un centro de organización nacional lo suficientemente sólido. Todas estas nuevas experiencias convergen en la persona de Alban Bcrg, que pareció resolver los conflictos de forma distinta de como lo hizo Oskar Wiesengrund. Las trayectorias de las familias Wiesengrund y Berg coinciden desde el punto de vista geográfico. Ambas dejaron Franconia, el padre de Berg se dirigió hacia el sur, mientras que los Wiesengrund se orientaron hacia Inglaterra pasando por Francfort. Para el Adorno emi­ grante este hecho tendría una importancia decisiva. Adorno quería ha­ bilitarse no en Francfort, sino en Viena, pero no encajaba en el incipiente neopositivismo de la capital austríaca, que floreció bajo los auspicios del marxismo austriaco. Los contactos de su padre llegaban hasta Oxford. Su

* Juego de palabras: «M clangt», del francés «mélange» (m ixtura), pero tam bién «café con leche» en Austria. (N del T )

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tío Bernard Wingficld, que había alcanzado una buena posición en Ingla­ terra como fabricante, tenía un hijo que estudiaba Filosofía en la Universi­ dad de Oxford, leddie pudo ingresar en esta universidad corno advanced studcnt, un rango que ciertamente no era acorde con un «Privatdozent» ale­ mán, pero que al menos ofrecía la posibilidad de doctorarse en Filosofía en la institución académica mas elitista de la isla. En cualquier caso, éste fue el arduo camino que tomó Teddie tras dejar Viena. Para él esta experiencia de­ bió de ser bastante amarga; de la música radical era imposible vivir. Sus ar­ tículos musicales, que obedecían a una radical lógica crítica, reducían siste­ máticamente los lectores de las revistas en las que se publicaban, lo que disgustó incluso a sus más cordiales protectores, incluido Berg. Los puestos vacantes de crítico musical se los llevaban escritores más conciliadores, como Karl Heinz Stuckenschmidt, que al lado de un escritor de una refle­ xión analítica tan aguda como Adorno parece un ameno folletinista. El regreso a la casa paterna, que trató de suavizarlo con un viaje por Italia, primero con Kracauer y después con sus dos madres, debió de vivirlo como una amenaza para su vida, que podía volver a hundirse en el provincia­ nismo. A finales de la década de 1920 encontramos en Francfort de Meno a un doctor Wiesengrund-Adorno convertido en dandi, que acude vesti­ do de Napoleón a fiestas de disfraces en las que participan miembros de I.G. Farben,* que por entonces tan sólo se visten de nazis en broma, pero que después de 1933 se convertirán realmente en tales. Con Cari Dreyfuss, un play boy de los círculos más selectos, escribe Teddie WiesengrundAdorno breves textos surrealistas para el Frankfurter Zeitung, que firma con el seudónimo de Castor Zwieback, mientras que Kracauer, que entre tanto ha logrado ascender a redactor del periódico, hace todo lo que está en sus manos para que el amigo publique el menor número posible de textos como éstos. El teatro es el marco idóneo para los amoríos, y la Universidad también ofrece sus cursos, denominados sarcásticamente «cursos de crespón de la China». La lección magistral del doctor Wiesengrund-Adorno debió de ser un gran acontecimiento, pues se dice que en ella se dio cita la creme de la creme de la sociedad francfortiana, pero probablemente esto no es más que un rumor. Pese a estar casado, Cari Dreyfuss mantenía una tormentosa relación con Marianne Hoppe, después esposa de Gustaf Gründgens, una mujer que cuando Adorno regresó del exilio aún leía pasajes de Proust en la Hessischer Rundfunk, que después Adorno se encargaba de comentar. Éste

* I.G. Farben, el gigante de la industria química alemana. (TV. del 77)

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hizo las veces de psicoanalista cuando ella buscó ayuda psicológica, un mé­ todo terapéutico por el que siempre se sintió atraído, hasta el punto de que vio en él una amenaza para su capacidad productiva. En el peor momento de su exilio en América, cuando veía venir la pobreza, Adorno dijo a I lorio heimer que no descartaba la posibilidad de hacer algún curso de psicoanáli­ sis, pero Horkheimer, una vez más, logró obtener dinero de instituciones judías para investigar el futuro del carácter fascista. Dice mucho del instinto de autoconservación de Adorno el hecho de que, incluso en esta situación de profunda depresión, pudiese prescindir de su propio psicoanálisis y ha­ cer fructíferos los mecanismos psicoanalíticos para el conocimiento de la realidad social. Sus estudios sobre el antisemitismo y sobre los efectos dé­ la propaganda fascista se cuentan hasta hoy mismo entre los análisis más rele­ vantes de la psicología social de inspiración psicoanalítica, haciendo sombra a enormes montañas de literatura sociológica. Lejos delfuego, en California, pero sintiendo todavía la amenaza que se cierne sobre él, llega a la conclu­ sión de que los antisemitas fanáticos sólo juegan al antisemitismo y a los fa­ náticos para formar parte de una masa poderosa. No renuncian consciente­ mente al conocimiento porque sean estúpidos, sino que afectan serlo para poder deleitarse en la violencia. El crítico musical que regresa de Viena sa­ biendo que la música radical está condenada a enmudecer porque no es portadora de una humanidad transformada, hubo de comprender la socie­ dad que lo condenó a la marginalidad para poder conjurar el peligro de su propio enmudecimiento. Adorno manifestó que el trauma de su vida fue no haber hecho como compositor lo que estaba en condiciones de hacer. Ese peligro se hace visi­ ble durante su estancia en Viena, Adorno intenta conjurarlo aproximándo­ se a su maestro Berg, por el que yo sentía una inmensa admiración. Pero como en una pesadilla anticipadora, es precisamente en Viena donde surge la proximidad de la muerte y el peligro de enmudecer. Todavía en 1968, un año antes de morir, la posibilidad de recordar a Berg se complica de una forma que Adorno apenas logra comprender. El intento de encontrar pala­ bras para recordar a Berg lo dificulta el hecho de que él anticipó este recuerdo con macabra ironía. Cuando paseábamos juntos por Schónbrunn, en ocasiones mi maestro se divertía imaginando cómo serían las necrológicas que le tendrían preparadas los periódicos vieneses. Berg intentaba neutralizar el efecto paralizante del miedo que el últi­ mo Adorno califica de eminentemente austríaco. Viena es la única ciudad del mundo —salvo quiza Roma—en la que puede experimentarse la super­ posición de los estratos de la memoria que para Freud, que también residía

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en Viena, era el modelo de una teoría psicoanalítica del recuerdo—. La identidad, de la ciudad, su feliz y fatal inmutabilidad, pudo haber sido más decisiva para el destino de estos dos músicos que los cien años que los separa­ ban, una de las condiciones paradójicas de la modernidad de Berg es que nada había cambiado demasiado. La comparación de Schubert y Berg es muy oportuna, pues en los últimos días de ambos parece haberse repetido lo tristemente innecesario, al tiempo que grandioso e irresponsablemente indolen­ te, en concordancia con una tradición nacional de la que él también formó parte. Este momento idéntico-no idéntico de lo austriaco y de lo alemán fue lo que verdaderamente permitió a Adorno tomar distancia de su socia­ lización francfortiana, en la que lo invadió el deseo de abrirse a lo desconoci­ do, el mismo que antes había encontrado en los poemas de Eichendorff. Adorno encontró en Viena, como él mismo subrayó una y otra vez, su se­ gunda patria, pero también se vio obligado a abandonarla. En momentos decisivos de su vida evoca dos veces más las interpretaciones a cuatro ma­ nos; entre los momentos más felices de su vida debieron de estar sus citas musicales con Alban Berg. En más de una ocasión, profesor y alumno es­ tuvieron a punto de ser echados de las salas de conciertos vienesas, pues comentaban en voz alta y llenos de entusiasmo los bellos pasajes: En una ocasión escuchamos juntos la Octava de Antón von Webern. Nuestro entusias­ mo fue tal que empezamos a hablar en voz alta y a punto estuvieron de echar­ nos de la sala. La pieza favorita de Berg era la segunda serenata de la Séptima Sinfonía de Mahler, que habíamos interpretado a cuatro manos en muchas ocasiones, al igual que otras obras suyas. Berg solía tocar a cuatro manos, un arte que hoy ha caído en desuso y en el que él se ejercitó desde joven con su her­ mana Smaragda... Esta imagen de 1968 logra captar la nostalgia como po­ dría hacerlo una fotografía. En uno de sus documentos autobiográficos hay un emocionante pasaje que vuelve a aludir a la ejecución a cuatro ma­ nos, una especie de regreso a la patria. Adorno había ido a Auerbach an der Bergstrasse a visitar a sus parientes Franz y Agathchen Calvelli-Adorno, que se habían hecho fervorosamente católicos y que en la época nazi lo pasaron realmente mal, aunque consiguieron sobrevivir. La emoción brota de la concisión de «A la madre», escrito el 12 de noviembre de 1949. Fue un día muy agradable; ejecutamos a cuatro manos muchas piezas de Mahler. Después de un duro año de trabajo, Adorno regresa a Amorbach, el queri­ do lugar de vacaciones de su juventud, al que no dudó en invitar a hom­ bres como Hermann Grab, uno de mis mejores amigos, ... un fragmento de mi juventud. En las cartas que desde allí escribe a Nueva York le cuesta

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contener sus emociones. El 24 de septiembre de 1950, día del ochenta y cinco aniversario de la madre, Adorno se aloja en el Hotel Post y escribe a su madre, que ha envejecido en Nueva York, sobre el único trozo de patria, que me queda. Adorno se ha reencontrado con un amigo de la infancia, que ahora es organista en la iglesia abacial. Con todo detalle le cuenta a su madre, que no sabe si regresar a Alemania, quién ha sido y es nazi. A Bührer, su amigo de la infancia, trata de explicarle qué ha sido de él desde que hubo de dejar Francfort y Amorbach: Posiblemente sepas hasta qué punto mi trabajo ha seguido vinculado a la música; aunque soy fdósofo y sociólogo de profesión, nunca he dejado de sentirme músico. Amorbach estaba a medio ca­ mino de Viena, fue allí donde el niño descubrió la abismal tristeza de la música austríaca y del sur de Alemania, que le acompañó en su exilio. Pero en Amorbach Adorno también reconoció a América, una América que en­ cajaba perfectamente con el amor que su querido maestro Berg sentía por este país. En Berg, lo austriaco-alemán y lo francés se entrelazaron por prime­ ra vez de la forma que más tarde, a partir de 1945, se hizo visible en general. Berg no era un hombre comprometido políticamente, pero se sentía fundamen­ talmente un socialista, como era propio de los lectores ortodoxos de Die Fackel durante los años veinte. Su pasión por América se alimentó probablemente del hecho de que su único hermano vivió allí durante mucho tiempo. En más de una ocasión le escuché decir: si la civilización técnica es inevitable, al menos que sea completa y radical; su afición a lo que en América se llama “gadgets” también pudo tener algo que ver en esto. Estoy seguro de que le hubiese gustado cambiar de vida, que fu e dura incluso en los mejores tiempos, y llevar una existencia despreocupada en América. Adorno logró incorporar a su vida todo lo que amaba y consideraba valioso. En este sentido aventajó a su querido señor y maestro, que se quedó en Viena y no sobrevivió a su pro­ pio «Campo de concentración», al que él mismo se condenó sabiendo per­ fectamente lo que significaba el nacionalsocialismo. Todos ellos, incluidos los que huyeron a Berlín, tuvieron que enmudecer en 1933: Schónberg in­ terrumpió su trabajo en el Moisés cuando el despotismo fascista se apoderó de Alemania. Perdió el puesto que tenía asegurado por contrato para toda su vida. Aceptó el destino colectivo sin lamentarse de su destino individual, sin ni si­ quiera pensarlo demasiado; fue entonces, en la primavera de 1933, cuando dijo que en la vida había cosas más importantes que componer. Dicho de su boca, esto prueba la seriedad de la música mejor que cualquier enfática expli­ cación de la dignidad del arte. Tras breves meses de peregrinación, emigró a América; allí, cuando tenía casi sesenta años, sufrió la primera enfermedad

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grave de su vida. En 1934 se trasladó a Los Ángeles; en 1 9 3 6 fue nombrado profesor de la University o f California. Vivió hasta su muerte en su casa de Brentwood Park. Viena había preparado a Adorno para esta experiencia; se

pasó su vida intentando asimilarla. La conocida sentencia según la cual escribir poemas después de Auschwitz es un acto barbárico , que a partir de 1949 hizo célebre a Adorno y le dio una dudosa fama postuma, no se re­ fiere únicamente a la poesía, sino también a la música y a la teoría. Para poder formular esta idea, Adorno hubo de pasar primero por la dura Es­ cuela de Viena.

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Como el genio se ha convertido en la máscara, el genio ha de en­ mascararse. Por nada d el m undo puede presentarse como ta l y ha­ cer corno si él, el maestro, tuviese acceso a ese sentido metaflsico que y a no es de este tiempo. Theodor W. Adorno» «Para un retrato de Thomas Mann», 1962

Thomas Mann dedicó de su puño y letra a Theodor W. Adorno un ejemplar de El doctor Fausto, publicado en 1947. La dedicatoria se refería a Adorno como su «verdadero consejero secreto». Para su siguiente obra, la Novela de una novela, éste es el título que el escritor quería dar a El origen de Doctor Fausto, empleó datos personales de su asesor musical más impor­ tante, una información que recibió el 5 de julio de 1948: Nací en Francfort en 1903. M i padre fu e un judío alemán, mi madre, que era cantante, era hija de un oficial francés de origen corso -d e ascendencia genovesa- y de una can­ tante alemana. Yo crecí en un ambiente absolutamente marcado por intereses teóricos (,también políticos) y artísticos, sobre todo musicales. Thomas Mann elaboró esta documentación presentada por Adorno. En un lugar destacado, en el que el escritor reconoce a Adorno como «ayudante, consejero y colaborador», se dice de forma espontánea: «Éste es mi hombre». Después viene la nota biográfica reelaborada por el escritor: «Theodor Wiesengrund-Adorno nació en Francfort de Meno en 1903. Su padre fue un ju­ dío alemán, su madre, que era cantante, era hija de un oficial francés de ori­ gen corso -d e ascendencia genovesa- y de una cantante alemana. Es pariente de aquel Walter Benjamin que murió huyendo de los nazis y que nos dejó ese libro asombrosamente agudo y profundo sobre El drama barroco alemán, una auténtica filosofía de la historia de la alegoría. Adorno, como él mismo se llama empleando el apellido de soltera de su madre, es un intelectual tan sensible, trágico, profundo y exclusivo como Benjamin. Educado en un am­ biente absolutamente marcado por intereses teóricos (también políticos) y artísticos, sobre todo musicales, estudió Filosofía y Música y se habilitó en 1931 en la Universidad de Francfort, hasta que huyó de los nazis. Desde 1941 vive bastante cerca de nosotros, en Los Ángeles.»

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El hombre así retratado es un Adorno inusual, un Adorno muy poco conocido, a saber, el Adorno que no llevaba en absoluto una vida pública como intelectual, sino una existencia privada casi al margen de la colonia de emigrantes de la «California alemana», como la llamaba Thomas Mann. La Dialéctica de la Ilustración, escrita junto con Max Horkheimer en Los Ángeles hacia 1944, sólo era conocida por un reducido círculo de per­ sonas. El libro no conoció su primera edición hasta la derrota del nacional­ socialismo, publicándose en 1947 en la editorial holandesa Querido. Tho­ mas Mann entra en contacto con el autor de los Mínima Moralia, que por entonces todavía se hallaban in statu nascendi y que estaban concebi­ dos casi exclusivamente para uso privado: Para Max, con gratitud y en cumplimiento de mi promesa, reza la Dedicatoria impresa, en la que el autor afirma que la ocasión inmediata para escribir el libro se la brindó el cin­ cuenta cumpleaños de Max Horkheimer el 14 de febrero de 1943. Entre 1946 y 1947 Adorno escribió la tercera parte de la obra, que completó la edición de los Mínima Moralia de 1951. Después de leer el libro, Thomas Mann confesó a Adorno: «He permanecido durante días enteros sin poder desprenderme del libro, que cada día ofrece una nueva y fascinante lectu­ ra...» Quien conozca la exagerada afición de Thomas Mann a los cumpli­ dos, sabrá que esto no fue sino un elogio excesivo del que Adorno podría haberse sentido orgulloso. Y así habría sido si las relaciones con los Mann no hubiesen tenido un amargo final. La relación de Adorno con Thomas, Katia y Erika Mann, que constituían una auténtica cooperativa de produc­ ción, acabó hiriendo profundamente a Adorno, que enmudeció después de una controversia con Erika, la hija de Mann. Salvo en un discurso pronun­ ciado en Darmstadt en 1962 y fuertemente criticado por Erika, que fue re­ cogido posteriormente en las Notas de literatura, Adorno no volvió a decir una sola palabra sobre Thomas Mann. Releyendo la documentación existente casi podríamos hablar de un amor desgraciado. Thomas Mann se dio cuenta de que no podía prescindir de la colaboración de Adorno, y el autor de El doctor Fausto no dudó en solicitar su ayuda en una extensa carta escrita el 30 de diciembre de 1945: «Pero para escribir una novela sobre un músico, una novela que en ocasio­ nes aspira, entre otras cosas, o además de otras cosas, a convertirse en la novela de la música, se precisa algo más que “iniciación”, a saber, conoci­ miento, y esto es lo que a mí me falta.» Thomas Mann sabía exactamente lo que quería de Adorno. Ya entonces se daba perfecta cuenta de que, «en pro de la ilusión» del lector, no podía presentar a su colaborador como co­

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autor: «Nota a pie de página: “¿Es esto de Adorno-Wiesengrund?” Esto no vale...» El proyecto de I liornas Mann topaba con los límites de la autoría individual, y sin embargo él se negaba a renunciar a mantener la ilusión de un solo autor, hasta que finalmente, una vez concluido el trabajo, acabó reconociendo: «Esta vez no ha salido la historia de una familia, sino una biografía ficticia en la que el comedimiento del escritor y lo demoníaco del tema se mezclan de una forma curiosa, y que, discurriendo entre 1894 y 1945, intenta abarcar la época en la que yo he vivido.» En la biografía fic­ ticia del compositor Adrián Leverkühn también debía haber cabida para el interés autobiográfico de Thomas Mann: «Es una biografía de una seve­ ridad casi imperdonable, un tipo muy particular de autobiografía, una obra que me ha costado y me ha llevado mucho más que cualquier otra obra anterior...» El conflicto suscitado por la participación de Adorno en esta obra se anuncia ya poco tiempo después de su publicación. En los Diarios hay una nota del 7 de febrero de 1948 que dice así: «Adorno, en cuyo pecho bulle la conciencia de haber participado como asesor musical en el Fausto.» Finalizado el proyecto, el artista Thomas Mann se convierte en el bur­ gués que desea dejar bien claras las relaciones de propiedad, un cambio que se hace sentir hasta en las mismas formulaciones: «Pensar la forma de tranquilizarle», dice ya una nota del 8 de febrero de 1948, y el día 13 de ese mismo mes, con ocasión de una cena, Mann comunica a Adorno «la intención de escribir algún día algo autobiográfico sobre Fausto -para su tranquilidad-». Mucho tiempo después, en las cartas publicadas en 1965, leemos que el 15 de octubre de 1951 Mann, con un lenguaje propio de la industria cinematográfica, dijo al filólogo Joñas Lesser que había escrito El origen de Doctor Fausto «fundamentalmente para que Adorno obtu­ viese “créditos”»: «Entre nosotros: fui yo quien dirigí un potente foco de luz hacia él con El origen de Doctor Fausto, y ahora él se pavonea de una forma un tanto desagradable, como si hubiese sido él quien ha escrito el “Fausto”.» Cuando Erika Mann publicó esta carta se desvaneció la imagi­ naria discreción del entre nous. Adorno debió de sentirse desautorizado. En 1968 éste escribió con amargura que T. M. lo había difamado desde la tum­ ba. Pero en la confianza que sugiere el apelativo 77 M. todavía se percibe el afecto que le profesa el decepcionado. Los diarios de Thomas Mann, publicados en 1989, muestran claramente hasta qué punto su esposa Katia y su hija Erika estaban interesadas en restar importancia al papel de Ador­ no en la génesis de El doctor Fausto. A lo largo de estos diarios el «mago»,

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tal como él se hacía llamar, también se esforzó en no comprometerse: «La problematicidad de las memorias del Fausto, el problema de las decla­ raciones de Adorno, que las mujeres no pueden soportar, me quitan las ga­ nas de trabajar y contribuyen a extender la leyenda.» Thomas Mann parece querer recuperar su capacidad de trabajo y tacha algunos de los pasajes referidos a la colaboración de Adorno y que no se harán públicos hasta 1989, en el apéndice de los Diarios. Los tachones consiguen reducir el peso, el número de «créditos» concedidos a Adorno, pero es imposible pasar por alto hasta qué punto Thomas Mann necesitó la ayuda de Adorno, sobre todo después de producirse el conflicto con Arnold Schonberg, el vecino californiano, que se mostró sumamente indig­ nado con el tratamiento de la música dodecafónica en la novela. «El asesor y consejero fue un alumno de mi difunto amigo Alban Berg, el señor Wiesengrund-Adorno. Éste conoce detalladamente esta técnica, por lo que pudo ofrecer una descripción bastante exacta de la misma al señor Mann, justamente lo que un lego -el escritor- necesita para hacer creer a otro lego -el lector- que entiende de qué está hablando.» Así se manifestó el in­ dignado maestro el 13 de noviembre de 1948 en la Saturday Review o f Literature, que ahora obligaba a Thomas Mann a «conceder el crédito de­ bido» también al compositor. En el diario de Mann, el asunto cobra im­ portancia y acaba convirtiéndose en el «caso Schonberg». En su respuesta pública a Schonberg, Mann se cuida muy mucho de mencionar a Adorno, pues su nombre se prestaba a un malicioso juego de palabras. De hecho, Schonberg inventó el verbo «adornear» para caracterizar el tipo de asesoramiento musical ofrecido por Adorno. Para el compositor, Adorno se trans­ formó en el «informer», el espía, en una época en la que los emigrantes de la «California alemana» empezaron a temer convertirse en víctimas de las campañas populistas contra las «unamerican activities». Este clima de per­ secución se combinó en Schonberg con un comportamiento individual paranoico, del que también dieron fe leales amigos del maestro y hombres tan independientes el uno del otro como Rudolf Kohlisch y Hanns Eisler. Adorno pasó a ser una persona non grata en el universo de Schonberg. Tho­ mas Mann buscó un entendimiento en un nivel superior con el maestro, con «el verdadero», como lo había llamado en su dedicatoria manuscrita, que disgustó a Schonberg. Probablemente, la expresión «el verdadero» revela la que había sido la intención original de Thomas Mann: lograr la colaboración del inaccesible Schonberg como consejero. Pero en el transcurso del año 1943, Mann

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comprendió claramente que Adorno era capa/ de aconsejarle mucho me­ jor. Pese a los pasajes tachados, El origen de Doctor Fausto refleja fiel­ mente hasta qué punto el doctor Adorno, que en los Diarios queda en un segundo plano, parecía encajar en el trabajo de Mann. El primer regalo de Adorno, el libro de Bahl hingebung im musikalischen Schaffen («La ins­ piración en la producción musical»), dice bastante de esta incipiente cola­ boración. Cuando lee el manuscrito de Adorno «Filosofía de la nueva mú­ sica», Thomas Mann manifiesta que estas ideas le resultan «“singular­ mente” familiares». En cualquier caso, a partir de aquí desarrolla su teoría de la propiedad intelectual: «Cuando alguien ha dedicado toda una vida a la literatura, sucede que muchas de las cosas que él ha esparcido al viento y que otras manos han recogido y puesto en otro lugar, regresan muy a me­ nudo a él y le recuerdan a sí mismo y a lo suyo. Al autor de un relato ve­ neciano escrito treinta y cinco años atrás, ciertas ideas sobre la muerte y la forma, sobre el yo y lo objetivo podrían presentársele como recuerdos de sí mismo. Tales ideas pueden reclamar su lugar en la obra filosófica del más joven y al mismo tiempo desempeñar su función en mi retrato de un espí­ ritu y de una época. Por sí misma, una idea jamás será una propiedad demasiado valiosa para el artista. Lo que a él verdaderamente le importa es la función que ésta puede llegar a cumplir en la estructura interna de la obra.» En estos pasajes Thomas Mann tiene una idea fija: defender su propia obra, pero al mismo tiempo concede su justo lugar al trabajo de Adorno. Mann pasa por alto que su obra ya se ha incorporado a la vida del más jo­ ven. Con ocasión del setenta cumpleaños del escritor, Adorno reconoce en su carta del 3 de junio de 1945: No sabría expresarle en privado mi gratitud de mejor manera que diciéndole que el sonido de sus frases y su forma se han depositado de tal modo en el fondo de los años en los que dejé de ser un niño, que ya no podría separarlas de las amistades y de los amores de aquellos años: una parte de vida previa al arte e interpelada por éste, y de este modo la expe­ riencia primaria del arte mismo. Esta cercanía biológico-espiritual es el polo opuesto de aquello con lo que usted ha llegado a lo más hondo de mi ser. Obras como Los Buddenbrook, Tonio Kroger y La muerte en Venecia forman parte, en tanto que las lecturas que marcaron los años de juventud, de esa fisonomía espiritual de Adorno que Thomas Mann reconoce en los escri­ tos del filósofo, que en ese momento tiene cuarenta años. El entrelaza­ miento de biografía y autobiografía, una forma que tanto T. M. como T.W.A. querían evitar, produce intersecciones biográficas e históricas que

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llegan hasta la imagen de la época ofrecida por El doctor Fausto. Esta inter­ sección de experiencias durante el exilio en California arroja luz sobre mu­ chas de las cosas que Adorno escribirá posteriormente. Incluso una nota autobiográfica aparentemente tan sencilla como la que Adorno redacta y Thomas Mann reformula para El origen de Doctor Fausto, sólo puede comprenderse plenamente a la luz de la relación biográfico-intelectual del Theodor Wiesengrund-Adorno adulto con el escri­ tor que veneró en sus años de juventud, una relación de la que Adorno vuelve a ofrecernos un elocuente testimonio en la citada carta de felicita­ ción: En una ocasión, en el verano de 1921, estando usted en Kampen, le seguí dando un largo paseo sin que se diese cuenta e imaginé qué sucedería si usted llegase a hablarme. El hecho de que, veinte años después, usted me haya habla­ do realmente es para m í un trozo de utopía hecho realidad, algo que raras ve­ ces se nos concede. El inquietante tema del doble salta a la vista. Mann y Adorno, lectores de Freud para los que el origen de lo inquietante ya no era un enigma irresuelto, parecen haberse acercado mucho el uno al otro durante su trabajo en el «Fausto». Así se pone de manifiesto especialmente en un pasaje de El origen de Doctor Fausto. Inmediatamente después de decir que el texto recoge «como muestra de gratitud el apellido “Wiesengrund”, el apellido paterno de Adorno», Thomas Mann informa de la im­ presión que causó una lectura en privado, a la que sólo había sido invitado Max Horkheimer, de lo que él había escrito: «El efecto fue extraordinario y, al parecer, quedó reforzado por la divergencia existente entre el fondo y la forma del libro, de carácter tan marcadamente alemán, y mi posición personal contra nuestro enloquecido país de origen. Adorno, apasionado por la música y conmovido por este pequeño tributo a su asesoramiento, se acercó y me dijo: “¡Estaría toda la noche escuchándole!”» En este texto se percibe el distanciamiento con el que Thomas Mann reconoce la labor de Adorno. Por otra parte, en este informe sobre el comportamiento de Adorno en 1944 se reconoce la misma predisposición a identificarse con el escritor que en la carta de felicitación de 1945. Cuando por fin pude encontrarle aquí, en la lejana Costa Oeste, tuve por primera y única vez la sensación de encontrarme personalmente con esa tradi­ ción alemana que me lo ha dado todo: incluso la fuerza para resistir a la tra­ dición. Esta sensación y la felicidad que la acompaña —los teólogos hablarían de bendición— no ha de abandonarme jamás. La cercanía reclamada por Adorno debió resultar inquietante a Thomas Mann, quien hizo evidente su necesidad de distanciarse de él en la maliciosa carta que escribió a Joñas

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Eesser en octubre de 1951. «Mi admiración por su extraordinaria inteli­ gencia no ha cambiado en absoluto. En los M ínima Moralia también hay pasajes realmente brillantes. Pero seguramente los dejaré donde están.» Sin duda, 1 liornas Mann entendió perfectamente los sentimientos que Adorno le expresó de forma para él tan inusual, pero les concedió la im­ portancia que le convino. Las notas biográficas propuestas por Adorno y su reelaboración por parte de Thomas Mann permiten intuir los puntos de vista que el uno y el otro tenían de la «cosa». Arte y filosofía comparten un mismo objetivo: el conocimiento de la época. Thomas Mann halló en Adorno «una crítica del conocimiento artístico-sociológica máximamente avanzada, independiente y profunda que tenía una singular afinidad con la idea de mi obra, con la “composición” en la que yo vivía, en la que yo traba­ jaba». Por su parte, Adorno vio en Thomas Mann la personificación de la tradición alemana, de la que probablemente jamás se sintió tan lejos como entre 1944 y 1945, cuando las noticias del exterminio masivo de los judíos europeos llegaron a los oídos del atento emigrante. Los M ínima Moralia reaccionaron a este daño infligido a la vida y sentido como un daño irrepa­ rable. Sin embargo, Thomas Mann y Theodor W. Adorno ponen el acento en cosas distintas. En Thomas Mann, la información de Adorno M i padre fue un judío alemán se traduce en la insistencia en el apellido paterno Wiesengrund. En noviembre de 1943, cuando estaba en Los Ángeles, Adorno había querido cambiar oficialmente este apellido por W., pero no lo consi­ guió. En esta ciudad, y así se hizo constar posteriormente en la partida de nacimiento de Francfort, usó el nombre Theodore Adorno. A sus padres, que vivían en Nueva York, también les manifestó su pesar por la pérdida del W. Se ha especulado mucho sobre este cambio de nombre, a menudo maliciosamente. La conciencia de ser emigrante se combinó con el objeti­ vo práctico de convertirse en ciudadano americano. De este modo se con­ fiaba en conjurar el peligro de ser clasificado e internado como enemy alien. Teddie asociaba el apellido Wiesengrund con Alemania, con Amorbach, con el Taunus y Odenwald -e n la novela de Thomas Mann, sin em­ bargo, sí le había gustado ver escrito el apellido alemán. Pero llevar ese apellido en California no era absolutamente imprescindible, sobre todo cuando Alemania se había convertido en el principal enemigo de la huma­ nidad. A esto se sumó el hecho de que muchos americanos de origen ale­ mán no ocultaban su simpatía por la Alemania nazi. Más importante que un apellido usado desde hacía ya tiempo y final­

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mente legalizado era, sin embargo, la naturalización. Su amigo Horkheimer se dio cuenta de esto antes que él. En 1944, los Horkheimer habían sido testigos en el acto de naturalización del matrimonio Katia y Thomas Mann. Este logro de adaptación resuena todavía en la carta que Thomas Mann escribió inmediatamente después a Agnes Meyer: «Luego fuimos a cele­ brarlo a un restaurante en compañía de los testigos, el profesor Horkhei­ mer y su esposa; degustamos una sabrosa comida americana; paneakes y maple-syrup, y coffee. Él me dijo que cuando le preguntaban si yo era un desi rabie citizen, respondía: “You bet!”» La gente de renombre no cambiaba de apellido, pero éste no era el caso de Adorno. La Alemania de la Repú­ blica de Weimar, en la que intelectuales enterados habrían podido saber de un Wiesengrund-Adorno, había desaparecido en la oscuridad de la histo­ ria. En los Estados Unidos la Zeitschrifi fü r Sozialforschung, en la que Ador­ no había debutado en 1932 con el apellido compuesto, solamente podía leerla un reducido círculo de emigrantes de Europa central: hasta 1939, la revista, aun en el exilio, siguió publicándose en alemán. En ella apareció el nombre abreviado T. W. Adorno; pues ya en Nueva York los ambientes académicos indicaron muy pronto que no era conveniente desafiar dema­ siado el resentimiento existente contra los judíos alemanes en las profesio­ nes intelectuales. Las cartas que Paul E Lazarsfeld escribió a Adorno a par­ tir de 1938, cuando éste se integró en el «Princeton Radio Research Project», demuestran la fuerza de estos prejuicios en el ámbito académico. Seguramente, uno de los motivos del traslado al apartado Hollywood fue la voluntad de escapar de la competítividad y de la adaptación exigidas en Nueva York. Thomas M ann también abandonó rápidamente la Costa Este: «Princeton, donde estábamos antes, es muy hermoso. Pero a mí no acaba de gustarme su atmósfera erudita, y prefiero a esos granujas del cine», dice Mann a su hijo Klaus en una carta del 12 de mayo de 1938. Se­ gún Friedrich Pollock, Adorno era quien más deseaba llevar una vida tran­ quila en California. En 1941, cuando los Estados Unidos entraron en gue­ rra, cada vez fueron más los emigrantes que decidieron nacionalizarse americanos. La identificación con la América del New Deal se refleja en la tendencia a abreviar el segundo nombre con su inicial, siguiendo el mode­ lo del presidente Franklin D. Roosevelt. Theodor W. Adorno no fue el único que procedió de este modo. Su rival sociológico Paul F. Lazarsfeld, que llegó desde Viena a comienzos del New Deal, demostró tener más ca­ pacidad de adaptación que él, pues abrevió su nombre estando aún en la Costa Este. Cuando los Estados Unidos entraron en guerra, los espíritus

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más productivos de la California alemana volvieron a conceder un lugar central a su propia relación con Alemania, independientemente del color político con el que cada uno de ellos pudiese identificarse. Los Mann, los Brecht-Eisler y los teóricos críticos de Francfort se ocu­ paron explícitamente de Alemania: la reflexión sobre la relación entre cul­ tura alemana y barbarie nazi tocó la cuestión clave de la vida en la emigra­ ción, la referida a su posible parte de culpa. Como hemos visto, en la carta de felicitación que Adorno escribió en 1945 a Thomas Mann, el filósofo veía en el escritor la personificación de la tradición alemana, de la que él, en un giro dialéctico, creía extraer la fuerza para resistir a la tradición. Adorno veía en Mann un contemporáneo de su padre, al que en su breve nota autobiográfica había identificado con la tradición alemana describién­ dolo como un judío alemán. Pero, en verdad, Oskar Wiesengrund nunca se identificó completamente con la tradición alemana; su conocida anglofilia podría interpretarse en este sentido. En «Mi tiempo», así se tituló el discurso que Thomas M ann pronunció en Chicago en 1950, el escritor equiparó explícitamente anglofilia y liberalismo; Freud también hizo esta misma equiparación. Tras el fracaso de la revolución de 1848, para los ju­ díos aburguesados de Europa central la identificación con el liberalismo inglés significaba la posibilidad de aferrarse a las promesas de emancipa­ ción de la burguesía sin correr el riesgo de que se les identificase con el ra­ dicalismo de la Revolución francesa. «Mi tiempo» hacía referencia a la épo­ ca en la que se formó la tradición burguesa, la segunda mitad del siglo XIX. En El origen de Doctor Fausto, Thomas Mann recogió literalmente las palabras de Adorno sobre el ambiente absolutamente marcado por intere­ ses teóricos (también políticos) y artísticos, sobre todo musicales, en el que él había crecido. El escritor no consideró necesario explicar el paréntesis, de difícil comprensión, en el que Adorno añade también políticos. Adorno dis­ tingue el ambiente de la casa paterna en Francfort de aquel en el que pudo haberse escrito las Consideraciones de un apolítico de Thomas Mann. Este paréntesis es un signo de la no identidad entre los judíos alemanes de posi­ ción burguesa y los burgueses alemanes de la época imperial: la inusual identificación de intereses teóricos, políticos y musicales en la casa paterna es una especie de advertencia. En la casa paterna de Adorno, vida práctica y existencia artística no estuvieron tan alejadas como pudieron estarlo Lübeck y Munich en la biografía de Mann. En la casa de Francfort el mundo burgués pareció estar al revés; el joven Teddie pudo vivir en su propio ho­ gar ese mundo utópico, libre de la maldición de la utilidad, que forma UNIVERSIDAD

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parte de la visión burguesa del artista. En su carta de felicitación de 1945, Adorno vuelve a identificar completamente esta utopía con el Thomas Mann maduro: ¿Quién, cabría preguntar, ha permanecido más fiel a la. uto­ pía deljoven que usted, al sueño de un mundo no deformado por la utilidad, al que usted liberó de toda madurez y responsabilidad? Sin duda, Thomas Mann estuvo ya presente en Seeheimer Strasse en forma de Hanno Buddenbrook y Tonio Kroger. Haber crecido con Muerte en Venecia forma parte de los «méritos innatos» de una casa paterna burguesa bendecida por la cultura después de la Primera Guerra Mundial. «Méritos innatos», ésta es la paradoja que reclamó para sí ese extraordinario artista burgués que fue Thomas Mann. Nacido después que él, sin duda Adorno no le fue a la zaga en esta pretensión. En la nota autobiográfica presentada a Mann, Adorno nombra a su madre, que aporta el apellido Adorno, como un signo inequívoco de su as­ cendencia meridional, el mismo que confirió ya a Tonio Kroger la gracia de lo no idéntico, de lo que no encaja con el estereotipo «rubio y de ojos azules». El Sur evocaba inmediatamente en Thomas Mann la imagen de su madre Julia, apellidada da Silva-Bruhns, con su «inclinación hacia el “Sur”, hacia el arte, hacia la vida bohemia». Mann describió a Agnes Meyer, su valedora americana de origen alemán, la relación con sus padres «siguien­ do exactamente el modelo de Goethe», una relación repartida entre serie­ dad y alegría, masculino y femenino, Norte y Sur. De su madre, de la que él sentía ser el hijo preferido, recuerda su «naturaleza sensible y preartísti­ ca», pero también observaba en su «carácter una singular frialdad» que no encajaba en absoluto con la imagen idealizada del Sur. Esta frialdad subra­ yada por Thomas Mann se convierte en el teórico social Adorno en una cualidad esencial del individuo burgués. En la nota autobiográfica redacta­ da para Thomas Mann, Adorno presenta subrepticiamente la casa paterna de Oberrad como una zona utópica en la que es inimaginable una catás­ trofe como la que le sucede a Hanno Buddenbrook. En un ambiente abso­ lutamente marcado por intereses musicales no crecieron ni un Thomas Mann ni un Tonio Kroger, sino un Teddie, que no sólo estuvo protegido por su madre, sino también por su tía Agathe, dos mujeres relacionadas profesio­ nalmente con la música. En la nota autobiográfica, la Seeheimer Strasse está representada por el apellido compuesto Wiesengrund-Adorno: la casa paterna no era ni la casa de un gran empresario ni la mansión de un gran hombre de negocios, donde las señoras de la casa exhiben la cultura bur­ guesa como si de un ornamento accesorio se tratase. Cada recaída en la

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esleía de la música hogareña o de las canciones que se canturrean durante una excursión provocaba el enfado del hijo con el padre. Recuerdo perfectitrm nte cuánto me disgustaba que mi padre pidiese a mi madre y a su herma­ na, ambas cantantes profesionales, que entonasen “O Táler weit, o Hóhen’” (uando, poi ejemplo, paseábamos por el bosque. En la nota redactada para 1 liornas Mann, Adorno escribe sucesivamente los adjetivos «teóricos, polí­ ticos, artísticos y sobre todo musicales» con la intención de poner de relie­ ve la diferencia existente entre la casa paterna y los hogares corrientes de la gente rica y de la burguesía culta. Estas circunstancias cobran un carácter muy particular en las cartas que escribe a sus padres. A finales de 1943, Teddie les comunica orgulloso que trabaja con Thomas Mann, e incluso adjunta la carta del escritor alemán más representativo. Les cuenta que se han invitado mutuamente, y al final no puede evitar hablarles de su colaboración en el «Doctor Fausto». Pero una de estas cartas a sus padres, que viven en la Costa Este, muestra que és­ tos no han comprendido del todo el proyecto en el que trabaja su hijo, pues toman al señor Kretzschmar, sobre el queT. M. yT.W.A. mantienen corres­ pondencia, por una persona y no por el personaje de una novela. El hijo, que con este éxito desea hacer felices a sus padres, empieza a temer que és­ tos puedan presumir ante los demás emigrantes del Teddie que se ha con­ vertido en alguien importante. Así, el 20 de octubre de 1943 les advierte: esto es estrictamente confidencial, no se lo digáis a nadie, ni siquiera a la buena de Julie, pues no quisiera por nada del mundo que la noticia trascendiese a la comunidad judía. Una vez más, Teddie idealiza a su familia en la descrip­ ción que ofrece de ella: en el borrador de una biografía social que prepara para la Novela de una novela y que entrega a Thomas Mann la presenta como la familia ideal, señalando únicamente sus aspectos más positivos y obviando las estructuras sociales judeo-alemanas realmente existentes. Pero la familia Wiesengrund-Adorno sólo puede entenderse como un compro­ miso entre la forma de vida burguesa, que se halla en proceso de desapari­ ción, y un entusiasmo por la cultura que absorbe todo lo que le ofrece la in­ dustria cultural. En América, Oskar Wiesengrund, el padre de Teddie, se convirtió en el prototipo del consumidor de cultura. Estudié Filosofía y Música. En lugar de decidirme por una de ellas, du­ rante toda mi vida he tenido la sensación de que en estos dos ámbitos divergen­ tes siempre he buscado lo mismo-, en esta caracterización de sí mismo, Teddie prolonga la utopía deljoven a la que ya había aludido en la carta de felicita­ ción de 1943. En El origen de Doctor Fausto, Thomas Mann toma dis-



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tiincia: «liste singular pensador se ha negado durante toda su vida a deci­ dirse profesionalmente por la filosofía o por la Música. Sabía demasiado bien que, en verdad, en estos dos ámbitos divergentes buscaba siempre lo mismo. El pensamiento dialéctico y la tendencia tcórico-social y filosóficobistórica convergen en él, de una forma boy no del todo única, sino fun­ dada en la época, con la pasión por la música.» 1liornas Mann sigue com­ pletamente aferrado a su concepción del artista burgués, con sus «raíces ancladas en el pasado», en la época burguesa, tal y como reconoció en 1950 en M i tiempo. Pero Adorno no encaja con el esquema generacio­ nal del que se sirve Tilomas Mann. Su infancia en las postrimerías de la época burguesa es seguida por una juventud en «La montaña mágica», pero para Thomas Mann ésta es la novela de un escritor maduro, de un hombre que tiene ya cincuenta años. Thomas Mann también reconoce en Adorno una tendencia supraindividual, aunque en este pasaje no está claro si el «no del todo única» se refiere a la teoría social dialéctica o a la música. Seguramente, Mann había percibido las diferencias existentes entre Ador­ no y Schónberg, en casa del cual había conocido al ingenioso Hanns Eisler, que podía representar otra variante del músico imbuido de un espíritu teórico-social. Estas nuevas funciones no encajaban con la concepción de la división del trabajo artístico de Thomas Mann. Para el autor de El doc­ tor Fausto, Adorno sólo podía ser un caso único, aunque en su asesoramiento se reflejan tendencias supraindividuales de la época que se resisten a su integración magistral en una obra tardía. «El estilo tardío de Beethoven», el breve texto de Adorno de 1937 que después fue recogido en el capítulo VIII de El doctor Fausto, debió de impresionar a un Thomas Mann inmerso en tan ambicioso proyecto, que pretendía «nada menos que la novela de mi época». Cuando uno lee este texto tiene la sensación de que a finales de la década de 1930 Adorno ya había visto los difíciles problemas a los que se enfrentaría Thomas Mann a mediados de la década de 1940. En la historia del arte, las catástrofes son las obras tardías. Thomas Mann podía identificarse con este pensamiento: «Al igual que una batalla, el peligro de zozobrar o el peligro de muerte, una obra de arte difícil acerca a Dios. Implorando fervientemente su misericor­ dia, su ayuda y su gracia crea un sentimiento religioso en el alma.» Según Adorno, la subjetividad del artista mantiene una fuerte relación de tensión con las convenciones. Tocada por la muerte, la mano maestra libera las ma­ sas de material a las que anteriormente daba forma. La alusión al último Goethe, con el que también Thomas Mann se identificaba cada vez más, tampoco puede faltar: De ahí el excedente de material en el segundo Fausto y

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en Los años de peregrinación, de ahí ¡as convenciones, que la subjetividad ya no penetra ni trata de dominar, sino que ¡as deja simplemente donde están. En El origen de Doctor bausto también se habla constantemente del peligro de muerte. En las ideas de Adorno sobre la muerte en la obra tardía, Thomas Mann debió de ver una solución al dilema en el que lo había puesto la bio­ grafía de Adrián Leverkühn. La muerte sólo afecta a lo creado, no a lo forma­ do, por eso en el arte siempre aparece superada: como alegoría. No es de extra­ ñar que Adorno no sólo regalase a su vecino de Los Ángeles su manuscrito de Filosofía de la nueva música, sino también un ejemplar de la obra de Benjamín El origen del drama barroco alemán, que impresionó profunda­ mente a Thomas Mann. En su exposición biográfica, Thomas Mann convierte a Benjamín en pariente directo de Adorno. En la época en la que Mann conoció a su pos­ terior consejero musical, Adorno todavía estaba profundamente afectado por el terrible destino de Benjamín, que había muerto huyendo de los na­ zis. El texto sobre Kierkegaard, que Adorno había escrito en Francfort y que posteriormente obsequió a Thomas Mann, estaba muy próximo a los pensamientos que Benjamín había desarrollado en El drama barroco, en el que Mann reconoció un libro profundamente alemán. El escritor creyó percibir una gran afinidad -u n rasgo supraindividual- entre Adorno y Benjamín, pues del primero dice que «es un intelectual tan sensible, trági­ co, profundo y exclusivo como Benjamín». Éste se había acercado a Mann en la emigración, concretamente cuando publicó en la revista suiza Mass und Wert un trabajo sobre el Instituto de Investigación Social en el exilio, cuyo propósito era «aguzar los oídos de la burguesía culta». Uno de los pa­ sajes de este artículo parece haber sido escrito expresamente para Thomas Mann, que durante toda su vida mantuvo una relación muy estrecha con el editor Ferdinand Lion. «La literatura actual habla con mucha frecuencia de la “herencia cultural” alemana. Esto es totalmente comprensible dado el cinismo con el que actualmente se escribe la historia de Alemania y se ad­ ministra el patrimonio alemán. Pero no se ganaría absolutamente nada si, por otra parte, quienes allí callan o quienes fuera del país pueden hablar por ellos se erigiesen jactanciosamente en legítimos herederos, si el orgullo mendicante de otro omnia mea mecum porto* se convirtiese en una actitud de buen tono. Pues hoy en día la riqueza espiritual no está en modo algu­

* «Omnia mea m ecum porto» (todo lo m ío llevo conm igo), locución latina que significa que las verdaderas riquezas son las cualidades que el hombre lleva consigo: la honradez, la sabi­ duría, la laboriosidad, etc. (N. del T.)

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no más asegurada que la material.» Thomas Mann plasmó en la Figura de Adrián Leverkühn la exaltación demasiado orgullosa de la cultura alemana. La frase «Donde yo estoy, están las cenizas del Kaiser» suena casi como una autoparodia, referida a su propia sentencia: «Donde yo estoy, está Alemania». La estrecha relación de Adorno con Benjamín, así como su amistad con Max Horkheimer, que vivía cerca de allí, debió hacer que Thomas Mann se fijase en el grupo de intelectuales judeo-alemanes reunidos en torno al «Instituto de Investigación Social». Es obvio que Thomas Mann nunca vio a Adorno, su consejero musical, como un individuo aislado, a pesar de que no percibió las implicaciones de una Teoría crítica supraindividual que Max Horkheimer venía proyectando en el exilio desde los años treinta. La Filosofía de la nueva música de Adorno, en cuya primera edi­ ción alemana de 1948 podían leerse unas palabras de recomendación de Thomas Mann, no ocultaba su relación teórica con Dialéctica de la Ilus­ tración. Adorno entendía su escrito sobre la música como una digresión de este último libro, que, pese a haber sido publicado recientemente, todavía era prácticamente desconocido. El papel de Adorno como consejero musi­ cal de Thomas Mann conduce directa y necesariamente al centro de la obra adorniana. La idea de que Adorno fue sociólogo de la música además de filósofo obedece a una pobre clasificación post festum. El propio Adorno ya había tenido que defenderse de ella en la Viena de la década de 1920. En efecto, Adorno se había visto obligado a explicar una y otra vez a su amigo Ernst Krenek, compositor que le iba a la zaga desde un punto de vista teórico-social y que era inferior a Eisler desde un punto de vista teóri­ co, que las categorías teórico-sociales no podían aplicarse desde fuera al material musical, sino que debían desarrollarse a partir del mismo mate­ rial. A diferencia de Stuckenschmidt, Krenek no había llegado a ser un culto crítico musical. Las reflexiones teórico-musicales de Adorno no están en los márgenes, sino en el centro mismo de su obra. Pero sin su propia experiencia artística, estas reflexiones no hubiesen podido ser articuladas. Sólo esta configuración de fuerzas productivas capacitó a Adorno para imaginar las composiciones de un Adrián Leverkühn. A esta constelación productiva única intenta hacer justicia Thomas Mann con un proyecto igual de singular, con el trabajo autobiográfico de El origen de Doctor Fausto, que puede entenderse como un extraordinario homenaje a Adorno. Para los admiradores familiares del «mago», esto significó una especie de desencantamiento de sí mismo del maestro. Aunque en sus diarios Mann se refiere continuamente a esta obra como una autobiografía, ésta sólo

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puede serlo en un sentido irónico, pues la escribe fundamentalmente para explicar su relación con otro. La soledad del genio en un mundo desencantado impulsó a Thomas Mann a plasmar su propia experiencia de la época como ciudadano y artis­ ta. Mann empujo a su compositor Adrián Leverkühn a sellar un pacto con el diablo para poder contraponer un nuevo encantamiento del arte al des­ encantamiento del mundo. En los posteriores conflictos con Schónberg y con el mismo Adorno todavía puede percibirse hasta qué punto este traba­ jo puso en cuestión su propio papel como maestro artesano. La Filosofía de la nueva música de Adorno hace explícitas las aporías del genio solita­ rio. Teniendo en cuenta que la primera parte de este libro, dedicada a Schónberg, fue escrita ya entre los años 1940 y 1941, su relación con las tesis de filosofía de la historia de Benjamín y con la Dialéctica de la Ilustra­ ción se hace inmediatamente evidente. En el «Prólogo» a la primera edición de 1948, que todavía fue escrito en Los Ángeles, California, Adorno se es­ forzó en subrayar la unidad de su producción teórica. Un esfuerzo que vol­ vió a hacer en prácticamente todos los prólogos y los epílogos que escribió a continuación, como si con esta referencia subjetiva a la unidad de una biografía pudiese al menos mitigar el daño infligido a su vida y por lo tan­ to a su obra. Estas tentativas de interpretarse a sí mismo se asemejan a ven­ das manchadas de sangre que llaman la atención sobre la herida que ocul­ tan, aun cuando la intención de estos vendajes biográficos es contribuir a la salvación de la idea de lo intacto. Pese a su aversión a todo lo biográfico y autobiográfico, ambos, Thomas Mann y Theodor W. Adorno, tuvieron que pagar el daño infligido a sus vidas con el tributo de un desencanta­ miento de sí mismos. Adorno dejó de presentarse como compositor des­ pués de 1945. Sus composiciones musicales están fechadas entre 1920 y 1945. El doctor Fausto de Thomas Mann lleva sin duda las cicatrices de una catástrofe -una obra tardía, exactamente en el sentido en que Adorno ca­ racteriza la obra tardía de Beethoven—. Pero la catástrofe se convierte en ob­ jeto de la obra misma, en su contenido, que amenaza con hacer estallar la forma. Thomas Mann intenta conjurar la catástrofe, la de la cultura alema­ na, en un marco biográfico. Lo primero que se ve obligado a hacer es in­ ventarse un Serenus Zeitblom que cuente la vida de Adrián Leverkühn. Una vida individual es totalmente incapaz de soportar sola la tragedia de este derrumbe. Pero en la biografía de Leverkühn, a quien el escritor le ad­ judica el invento de Schónberg, también se escribe la biografía de Frie-

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III O P O R W . AHORNO. UNO OI- I OS H U I M O S CEÑIOS

drich Nietzsche y de 1lugo Wolf. Nietzsche también juega un papel im­ portante en la Dialéctica de la Ilustración de Horkheiiner y Adorno: frente a un nazismo que invoca a Nietzsche, los autores consiguen rescatar el po­ tencial critico de la filosofía nietzscheana. Pero ¿Hugo Wolf? Habiendo vi­ vido entre 180>0 y 1903, Wolf representa el núcleo temporal característico de la época burguesa. En febrero de 1943 apuntaba Adorno en su cuader­ no de notas: Muy alonan: un woddo para la novela de Thomas Mann como este jamás hubiese imaginado. Y esto vuelve a hablar en favor de Thomas Mann. Adorno ve en la inseguridad del gusto un rasgo específicamente na­ cional. Cuando por fin logra una exposición realmente imponente, rica y cohe­ rente como en el “Genesende an die Hoffhung”, termina con una horrible cha­ ranga guillermina imposible de olvidar. Hay aquí algo genuinamente nazi: no es una casualidad que "In der Fremde”guste tanto. Para Adorno, la burgue­ sía alemana se había alejado desde hacía mucho tiempo de su idealizada forma de vida. 1 homas Mann, que deseaba introducir subrepticiamente un elemento autobiográfico en la figura de Leverkühn, tenía pendiente to­ davía el distanciamiento irónico de su protagonista. Adorno le ayudó con un ingenioso artificio, que seguramente debió de enfadar a Thomas Mann. Con ocasión de su ochenta cumpleaños en 1935, Adorno le dedicó con todos sus respetos su texto Fantasía sopra Car­ menr, sobre el que Thomas Mann, que siempre había sido muy atento con Adorno, no dijo absolutamente nada. En este escrito, Adorno comenta de pasada que Nietzsche menospreció todavía más, si cabe, la sutileza de Car­ men, la obra maestra de Bizet. Pues incluso cuando Carmen, sin por ello olvi­ dar en ningún momento la delicadeza de esta composición, cae en la opereta, lo hace bajo el principium stilisationis, trasfondo de un rigor que no precisa exagerarse, pues el menor cambio de tono frente a lo frívolo transforma el hori­ zonte: este procedimiento, y no uno moderno, es probablemente el que inspiró a Adrián Leverkühn, que emplea la disonancia para expresar lo elevado y espi­ ritual, mientras que reserva para el infierno lo armónico y tonal, en tanto que el mundo de la banalidad y del lugar común. Thomas Mann, que no sobre­ vivió mucho tiempo a su ochenta cumpleaños, difícilmente pudo pasar por alto la sutileza de Adorno, que se presenta entre líneas como el inspira­ dor del proceder compositivo de Leverkühn, pero sin identificarse con él. En la Fantasía sopra Carmen, Adorno comenta una «Carmen» como la que pudo haber escuchado Nietzsche. Estableciendo una contraposición entre Wagner y Bizet, su antípoda musical, Adorno ofrece su propia solución del «caso Wagner». Adorno recuerda que él ha anticipado en la música de Le-

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verktihn lo que el novelista burgués I liornas Mann aún tenía que hacer: la superación irónica de la lonna burguesa. Adorno había esbozado la rele­ vancia filosófico-histórica de esta superación en «El lugar del narrador en la novela contemporánea»: Solamente hoy puede entenderse totalmente el pmiedei dt Thomas M ann, hi ¡roma enigmática e irreducible a. una broma de contenido, a partir de su Jitlición formal: con el gesto irónico, que se niega a enunciarse como tal el ttutor se libera de la pretensión de crear realidad, una pretensión a la que sin embargo ni una sola de sus palabras puede renunciar... Por lo que sabemos, esta observación del año 1954 todavía halagó a Thomas Mann. Adorno interpretó bajo mano a Thomas Mann en un contexto mucho más amplio del que éste eligió para interpretarse a sí mismo. La ambiva­ lencia de Mann frente a su «verdadero consejero secreto» podría deberse a la impresión de haber encontrado en el más joven una autoridad compe­ tente, pero en modo alguno dispuesta a atenerse única y exclusivamente a su estricta función en el proyecto artístico por el bien de éste. El intento de atribuirle una función limitada en El doctor Fausto, en este caso el «crédito» correspondiente a los efectos musicales especiales, estuvo amena­ zado por todas las declaraciones públicas de Adorno sobre el proceso de producción. Sin duda, a Adorno también puede achacársele haber coque­ teado con esta función. Sus apuntes «Para un retrato de Thomas Mann», que expuso por primera vez en Darmstadt en 1962, provocaron inmedia­ tamente la protesta de la hija del escritor. En la correspondencia con Erika Mann, Adorno trató de subrayar lo cerca que estuvo de T. M. en la época en la que se compuso la novela. Yfinalmente unas palabras sobre las compo­ siciones de Leverkühn. Las cosas sucedieron exactamente de este modo: T. M. tenía preparados prácticamente todos los títulos de estas composiciones y yo ideé las obras teniendo en cuenta los títulos que él me dio, sólo en el caso de las can­ ciones de Brentano procedimos de otro modo... yo hice las mismas consideracio­ nes que hubiese hecho como compositor en el caso de tener que escribir estas obras; exactamente igual que hace cualquier compositor, como por ejemplo Berg, que primero hace un planteamiento general y después se pone a trabajar. Anoté cada una de estas consideraciones, muchas de estas notas todavía se con­ servan, y luego las elaboré como si no fuesen consideraciones previas, sino des­ cripciones de obras ya acabadas. En ese momento entró en acción T. M. En las discusiones que mantuvimos se cambiaron muchas cosas; bien porque él quiso poner de relieve la intención general de la novela en la descripción de los deta­ lles musicales; bien porque decidió poner el acento sobre otras cosas, como en el

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capitulo so/nr el diablo; o bien porque, y esto fue probablemente lo más impor­ tante, se trataba de una novela y no de un tratado de música. No creo que su visión de lo sivedido durante aquellas tardes, que obviamente recuerdo con rodo detalle, fuese distinta de la tula. l'n lo que se refiere a los hechos no puede dudarse de la versión de Adorno, aun cuando se la compare, y precisamente cuando se la compara, con la ofrecida por Tilomas Mano. Pero esta relación con el escritor saca a la luz algo del Adorno oculto, de un Adorno en el que podemos reconocer cierto prado de /epítimo narcisismo, como dicen los psicoanalistas, lo que era muy poco habitual en un autor que normalmente evitaba pronunciar la palabra «yo». Tanto más debió de herirle en 1965 la publicación póstuma de la carra de Tilomas Mann a Joñas Lesser. La editora de la carta volvió a ser Erika Mann, que en 1962 ya le había pedido moderación. Durante su etapa de emigración en California, Adorno sabía perfectamente que cola­ boraba en una obra decisiva, en la última novela burguesa de la tradición alemana, así la consideraba al menos el propio Thomas Mann. Sus diarios demuestran fehacientemente que el escritor se tomaba a sí mismo por el «último representante del carácter alemán». La identificación de burguesía y tradición nacional sólo parecía seguir siendo posible en esta figura y en esta obra, que unía la Alemania guillermina y la República de Weimar con la emigración en California. Adorno se definía a sí mismo en esta relación como no idéntico, como un hombre más joven y distinto del escritor. No sólo calificó a T. M. de muy alemán en sus cartas, sino también en el retra­ to que hizo de él. En la Alemania occidental un tanto provinciana de la posguerra, la desenvoltura con la que Adorno juzga a su vecino de Los Ángeles no podía menos de resultar sorprendente. Thomas Mann, dice Adorno diferenciándolo de otros novelistas contemporáneos, no era de nin­ gún modo un escritor con una amplia experiencia burguesa del mundo...; a él le importaba poco lo que los anglosajones llaman “the ways oftbe world”. Pero Adorno tampoco escondió la admiración que sentía por el escritor cuando, aludiendo a su concepción del retrato, propuso ocuparse de las máscaras del genio. Subrayó la diferencia existente entre Thomas Mann y la geniali­ dad de Wagner en pleno siglo diecinueve. Para Adorno, esta diferencia debía ser una diferencia objetiva. Por nada del mundo -dice Adorno del geniopuede presentarse como tal y hacer como si él, el maestro, tuviese acceso a ese sentido metafisico que ya no es de este tiempo. Esta observación de Adorno sobre Thomas Mann puede interpretarse como un comentario cifrado sobre su propia experiencia. La pérdida de ese

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sentido metafisico marca, en tanto que tema recurrente, la totalidad de su obra. La fascinación que ejerció sobre el el joven Lukács y su Teoría de la novela se produjo en la época en la que tuvo lugar su primer encuentro con Thomas Mann en Kampen, poco después de la Primera Guerra Mun­ dial. Pero la filosofía de la historia que contiene la Teoría de la novela es la expresión de la experiencia de la preguerra, una consecuencia inmediata del gran siglo burgués, cuyo novelista alemán es Thomas Mann. El desfalle­ ciente espíritu de esa época parece vislumbrarse después de la Primera Gue­ rra Mundial en los ensayos filosóficos de Benjamin y de Adorno, que espe­ ran encontrar lo nuevo desprendiéndose de la tradición. Ésta no es idealizada, sino presentada exactamente en el estado en que se encuentra, desfigurada por la industria de la cultura. La transformación reflejada en las obras escritas entre el siglo XIX y el siglo XX ocupó a Adorno en los textos que publicó durante la República de Weimar. Pequeñas publicaciones como el «Discurso sobre Almacén de antigüedades, de Charles Dickens», de 1931, están en estrecha relación con su gran trabajo sobre Kierkegaard, autor que volvió a popularizarse en Alemania después de 1918 y a partir del cual Adorno traza la historia de la interioridad alemana. Thomas Mann también tomó en consideración este trabajo para su Leverkühn. Por su parte, Ador­ no pagó su salida forzosa de Alemania con una profunda crisis productiva, que acabó haciéndole enmudecer como compositor. El hecho de que en vir­ tud de mi destino individual, y seguramente también de ciertos mecanismos psi­ cológicos, yo no haya podido hacer en mi vida lo que —así lo creía entonces y así lo sigo creyendo hoy- habría podido llegar a hacer como compositor, este hecho es para Adorno un trauma, tal y como lo manifiesta él mismo en una carta dirigida al director de orquesta René Leibowitz. La colaboración con Tho­ mas Mann en California, de la que nacen las composiciones ficticias de Le­ verkühn, tiene lugar en una época en la que el ímpetu compositivo de Adorno retrocede en favor de una enorme productividad teórica que co­ menzó con la Filosofía de la nueva música. La Dialéctica de la Ilustración no se limita a reflejar la transformación que ha sufrido el mundo, esta transfor­ mación es vivida en primera persona. La experiencia de esta transformación se deposita en el concepto clave de industria de la cultura, que ocupa un lugar central en los trabajos reali­ zados por Horkheimer y Adorno durante la emigración en California. Pero la identificación biográfica de Los Ángeles, la ciudad en la que surgió este concepto, con la forma de la industria de la cultura encontrada en Hollywood conduce a error. La idea del intelectual alemán de posición

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burguesa que en la emigración se convierte en un crítico antiamericano de la todopoderosa industria del cine, este cliché casa demasiado bien con el prejuicio compartido por las clases medias europeas durante la segunda mitad del siglo XX. Dicho cliché no es válido ni para Adorno ni para ThonUs Mann. El proceso de conversión de la cultura en mercancía pertenece desde un comienzo a la época burguesa. La experiencia de que ya no hay nada inmediato transforma radicalmente la conciencia filosófica y artística. No otra cosa hizo saber a Thomas Mann, a principios de la década de 1 Ó4(), el manuscrito de Adorno Filosofía de la nueva música. El nuevo movimiento musical... desde la década heroica, allá por la Primera Guerra Mundial, es para Adorno la antítesis de la extensión de la industria de la cul­ tura más allá de su propio ámbito. Ciertamente, el paso a la producción calcu­ lada de ¡a música como artículo de consumo masivo ha llevado mucho más tiempo que en el caso de la literatura y de las artes plásticas. El momento no conceptual y no objetual de la música, que tanto ha atraído al irracionalismo filosófico desde Schopenhauer, le ha permitido resistirse a la ratio mercantilista. La racionalidad social sólo se ha apoderado enteramente de su irracionali­ dad en la era del cine sonoro, de la radio y de las frases publicitarias cantadas. Detrás de esta idea hay una amplia reflexión histórica: según Horkheimer y Adorno, el sistema de la industria de la cultura procede de los países industrializados más liberales -la Inglaterra del siglo XIX constituye el trasfondo de este recuerdo. Frente a estos países estaría Alemania, donde la insufi­ ciente implantación de controles democráticos ha tenido consecuencias para­ dójicas. Aquí, el retraso del desarrollo histórico-social no impidió la transtormación de la cultura, tan sólo la aplazó. La identificación de música y nación rezagada como signo del estancamiento de Alemania convierte ne­ cesariamente a la «novela de la música» de Thomas Mann en la novela de .Alemania en la época de su derrumbe. El material se ha vuelto problemático y no permite ya ninguna inge­ nuidad: ésta es una de las experiencias primigenias del artista burgués. Y es precisamente esta experiencia la que lleva a Thomas Mann a escribir la gran carta en la que solicita la colaboración de Adorno. «Podría conside­ rarse una tendencia propia de la edad ver la vida como el producto de la cultura y en forma de clichés míticos, prefiriendo éstos a la “creación” so­ berana en una dignidad calcificada. Pero yo sé demasiado bien que desde muy temprano he practicado una especie de trascripción de alto nivel...» La aplicación de la Fenomenología hegeliana al arte por parte de Adorno, según la cual toda inmediatez es algo mediado en sí mismo. En otras palabras:

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es tan sólo el producto de la dominación, debió de haber sido una especie de alivio para Tilomas Mann. Para él, «El estilo tardío de Beethoven» y la Fi­ losofía de la nueva música no sólo se convierten en fuentes de una tras­ cripción de alto nivel., sino también en fuentes de conocimiento y de conocimiento de sí mismo. La idea de una «tendencia de la edad», que 1liornas M ann todavía concibe en términos estrictamente biográficos, re­ sulta demasiado estrecha frente a la amenaza de muerte que hoy se cierne so­ bre el arte. Para poder mantener su productividad, Thomas Mann tenía que defenderse del trabajo conceptual de Adorno, de lo que no sólo son prueba los diarios del escritor. Este solamente podía producir en el medio de la ilusión, que según Adorno había sido puesto en cuestión por el desa­ rrollo inmanente del arte. En una reflexión sobre La mano feliz de Schonberg, Adorno constata que la obra de arte que vuelve a tener como único objeto el arte ha quedado atrapada en la red de la división del trabajo. La estilización de la soledad del artista, que también caracteriza esencial­ mente a la figura de Adrián Leverkühn, podría entenderse justamente como el retroceso a la apariencia que Adorno ya ha criticado en el expresio­ nismo. Sólo la ironía permite a Thomas M ann retomar el carácter de ilu­ sión de la novela tradicional, que según Adorno puede compararse con el es­ cenario del teatro burgués. Para Adorno, la ópera burguesa llevó al extremo el elemento de ilusión propio del escenario: En el siglo XIX, el anhelo burgués de libertad se salvó en el espectáculo representativo de la ópera, así como en la gran novela, a cuya complexión tanto recuerda la ópera. Solamente Wagner, que junto con Nietzsche y Schopenhauer forma el trío de estrellas famosas de Thomas Mann, sacrificó el carácter de ilusión al mito, que triunfa sobre la libertad. La esencia de la ópera burguesa es precisamente la imbricación de mito e ilustración. La ópera incurrió ya en algunos de los vicios más abominables que hoy se reprocha a la industria de la cultura. Los M ínim a Moralia, que ven la luz al mismo tiempo que El doctor Fausto, reflejan desde el princi­ pio hasta el final la totalidad de un sistema del que ningún intelectual pro­ ductivo puede escapar. La vida en Hollywood, tal como se refleja en el texto de Adorno, se caracteriza por la omnipresencia del sistema de la industria de la cultura, del que el cine es tan sólo el sector económico más evolucio­ nado. No hay salida de esta trampa. Esto es válido para los productores, los distribuidores y los consumidores. Los M ínim a Moralia arrancan del más estrecho ámbito privado: el del intelectual en la emigración. La colaboración entre Thomas M ann y Theodor W. Adorno tuvo lugar justamente en este

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ámbito. Pero este ámbito rigurosamente delimitado no era en absoluto una isla de felicidad. Arte y ciencia son entendidos como momentos de una cul­ tura en proceso de transformación que ya no es posible vincular a rasgos nacionales, a menos que se conciba a América como un país radicalmente burgués, tal como Adorno escribió retrospectivamente en 1966. Alemania, por el contrario, se le presentó como un país en el que durante largos perío­ dos de su temprana historia burguesa las redes civilizatorias de la forma, de vida burguesa... no fueron tan tupidas como en los países occidentales. De esta dife­ rencia histórico-social se alimentó El doctor Fausto, para el que es apropiada la respuesta filosófico-histórica de Adorno A la pregunta: ¿Qué es alemán?: Lo absoluto se transformó en el horror absoluto. En el célebre capítulo sobre la industria de la cultura de la Dialéctica de la Ilustración, la diferencia entre la omnipresencia del sistema de la indus­ tria de la cultura y de la organización totalitaria de la sociedad nazi corre el riesgo de difuminarse. Sin embargo, el autor de los Mínima Moralia era totalmente consciente de que la posibilidad de formular sus ideas se la de­ bía al privilegio de vivir lejos del fuego. En 1968 Adorno expresaba post festum su experiencia americana diciendo que, en el seno del mundo burgués y de su evolución... los Estados Unidos son, por decirlo así, el capitalismo en es­ tado puro, sin restos precapitalistas. En América adoptó la avanzada posición del observador. El intelectual emigrado aún se entendía a sí mismo como parte de la paradójica tradición de la crítica europea a América, una tradi­ ción que se remontaba al lúcido aristócrata Tocqueville y llegaba hasta un fracasado Ferdinand Kürnberger, que participó en la revolución de 1848, y no del todo libre de resentimiento. Pero el que regresaba a Europa sabía perfectamente que, a menos de encerrarse en una posición elitista, en América no podrá evitarse la pregunta de si la cultura en la que hemos crecido no se ha­ brá vuelto obsoleta... En California se encontró con esta cultura envejecida en la figura de Thomas Mann, que era plenamente consciente de las aporías de Adorno. Éste regresó a Francfort de Meno en 1949, aunque Thomas Mann le aconsejó quedarse en California. El escritor le dijo abiertamente: «Sé que en Alemania no sabrán valorarle, pero al mismo tiempo puedo en­ tender su necesidad de encontrar allí una esfera de acción, una actividad profesional, y le deseo lo mejor en su nueva y confortable casa, por no ha­ blar del Steinway... Pero le vuelvo a insistir: ¿Una carrera académica en Alemania? ¡Usted nunca llegará a ser catedrático!» Thomas Mann sabía muy bien de qué estaba hablando y estaba seguro de que los profesores ale­ manes se resistirían a admitir como colega a un repatriado judío.

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Thomas Mann no evitó enzarzarse con Adorno en una discusión sobre las aponas teorico-políticas. Cuando recibió por correo el Ensayo sobre Wagner, el escritor no sólo retomó el hilo de las discusiones californianas, sino que tampoco disimuló su reacción a la crítica que había formulado Benjamín en la revista suiza Mass und Wert. Sobre la idea del concepto critico de cultura, esto es, sobre las posibilidades de desarrollar una socie­ dad futura a partir de la desfalleciente sociedad burguesa, el viejo burgués dice con ironía: «¡Si al menos pronunciase usted una palabra positiva, dis­ tinguido señor, capaz de ofrecer una visión aproximada de la sociedad ver­ dadera, de aquella que se postula! A las reflexiones desde la vida dañada también les faltaba eso, solamente eso... Usted cita en una ocasión a Lukács mostrándose completamente de acuerdo con él, y en usted hay cosas que suenan a un comunismo depurado. Pero ¿qué tipo de comunismo es éstél El despotismo ruso está en un error. Pero ¿es pensable un comunismo sin despotismo?» En esta carta del 30 de octubre de 1952, la ironía de Thomas Mann adquiere un tono verdaderamente burlesco: «Lo que yo veo anunciarse, desplegarse y extenderse es sencillamente la barbarie. Nuestra mejor literatura me parece una especie de presuroso resumen, una paródica recapitulación del mito occidental que ha de tenerse lista antes de que cai­ ga la noche. ¿Cuántos somos los que todavía podemos “vivir las experien­ cias fundamentales de la época burguesa” y por lo tanto comprender “ese lugar” en el que “el cuerno se hace eco de la triste vida pastoril”? Cada vez somos menos, y hoy estamos rodeados de masas que ya no son capaces de “vivir” absolutamente nada. ¡Que el cielo nos dé fuerzas para arrancar mo­ mentos de lo venidero a los momentos de derrumbe!» Detrás de estas du­ ras palabras también hay una profunda decepción, el abandono de la Amé­ rica posterior a Roosevelt. La América del New Deal, que pudo politizar al mismo Thomas Mann que una vez se declaró apolítico, esa América ya no existía. El artista burgués había dejado atrás su tiempo y vivía el presente como una época de desaburguesamiento. Adorno vio que la sociedad burguesa pervivía en el espíritu de los inte­ lectuales, que son los últimos enemigos de los burgueses y al mismo tiempo los últimos burgueses. Pero las reflexiones sobre la vida dañada no son lúcidas en tanto que desarrollo de teoremas sociológicos del intelectual, sino en tanto que instantáneas de una forma de vida determinada, la del intelectual en la emigración. Incluso esta formulación suena demasiado genérica. Los Mínima Moralia contienen un momento autorreflexivo que resulta prácticamente imposible de desligar de la idiosincrasia de su autor. Este parece

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revelar lo mas iniimo tic su vida, pero no se desnuda en una autobiografía, por lo que el rovenr no encontrará aquí ningún placer. Las reflexiones tam­ bién se alimentan del momento. El espacio de tiempo en el que el autor toma nota de ellas, entre los anos 1044 y 1947, coincide con el de la cons­ titución de todo su pensamiento. El impacto de las primeras noticias de lo sucedido en Auschwitz resuena en el conjunto del libro. Por eso resulta sorprendente que hubiese de transcurrir tanto tiempo para que esto llegase a comprenderse. Únicamente la distancia, la realidad californiana de estar /(•jos del fitego, hace posible un pensamiento que no se oculta su propia im­ potencia. 1a escritura de la Dialéctica de la Ilustración también coincide con la colaboración de Adorno en el proyecto del Fausto de Thomas Mann. La unidad de todos estos momentos tan dispares constituye, como solía decirse en el pasado, el espíritu de la época. Pero las tentativas, tanto las teóricas de Adorno y Horkheimer como las literarias de Thomas Mann, va no alcanzan la objetividad de la totalidad. La reflexión recae en los suje­ tos -literariamente en los de Leverkühn y Zeitblom, teóricamente en la re­ nuncia consciente a la tradición, de la que los autores extraen al mismo tiempo la fuerza para romper con ella. Esto produce una apariencia de ahistoricidad, por más que ésta desagrade a los autores. El carácter frag­ mentario de las anotaciones niega a la totalidad del sistema la legitimidad de una aparente reconciliación. La idea de una Dialéctica negativa comien­ za a adquirir forma concreta en los Mínima Moralia. Los Mínima Moralia extraen su fuerza de convicción sumergiéndose en el momento; pero su resistencia contra él también resulta de este mis­ mo proceder. En el título del primer fragmento de la obra, «Para Marcel Proust>\ existe ya cierto jugueteo. Este primer fragmento habla de un inte­ lectual, artista u hombre de letras, que aparentemente no necesita entregarse a ninguna prolesión. Es difícil pasar por alto la alusión a la actitud de Max Horkheimer después de 1933, para el que Wiesengrund-Adorno, a dife­ rencia de otros muchos, era un joven que gozaba de una posición acomo­ dada. Si hacemos abstracción de su breve actividad como «Privatdozent» en Francfort antes de sufrir la persecución de los nazis, podemos decir que Adorno sólo se dedicó profesionalmente a la investigación científica en los Estados Unidos. Tras su desafortunada colaboración en el Princeton Radio Research Project de Paul F. Lazarsfeld, Adorno no volvió a participar en un proyecto científico hasta varios años después: sus estudios sociológicos em­ píricos para el American Jewish Committee (AJC) coincidieron con la es­ critura de los Mínima Aloralia. Debido a desafortunadas transacciones fi-

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nancieras de Friedrich Pollock, el mayordomo de Horkheimer, el Instituto atravesó una muy mala situación económica. El sueño de Adorno de vivir como rentista en California, del que Pollock solía mofarse, parecía imposi­ ble de financiar. El trabajo en la Dialéctica de la Ilustración tuvo que ser interrumpido y suspendido posteriormente. Horkheimer regresó provisio­ nalmente a la Costa Este, Pollock llegó incluso a establecer contactos con la Casa Blanca con tal de obtener nuevas fuentes de ingresos. Muchos colaboradores del Instituto fueron acogidos por las autoridades de Wash­ ington, la Office for Strategic Services (OSS) formó un ilustre círculo de investigadores que ofreció sus conocimientos sobre el enemigo a la direc­ ción político-militar americana. En la vida civil de los Estados Unidos cre­ ció la agitación fascista, y el antisemitismo se convirtió en un objeto de investigación relevante desde el punto de vista político. El aumento del an­ tisemitismo, sobre todo entre los trabajadores, no sólo preocupó seriamente al AJC, sino también al Jewish Labor Committee. Aquí Horkheimer ofreció la ayuda del Instituto, y Adorno se convirtió en uno de los principales colaboradores del Instituto que empezó a estu­ diar el antisemitismo en la Costa Oeste. Esta investigación desembocó en la obra que dio a conocer a Adorno como sociólogo en América, aunque él sólo había sido uno de los cuatro directores del trabajo. Pero el cambio de nombre en 1942, la sustitución del apellido Wiesengrund por la letra W, lo hizo posible; citada como Adorno et al., The Authoritarian Personality hizo carrera en todo el mundo. La obra se publicó en 1950, poco después de que Adorno abandonase California para regresar a Francfort de Meno. El prejuicio de que el carácter autoritario es un fenómeno específicamente alemán parece inextirpable, especialmente en Alemania. Pero una mirada a la génesis de The Authoritarian Personality enseña otra cosa. Horkhei­ mer había entrado en contacto en la University of California (Berkeley) con el círculo de investigadores reunidos en torno a Nevitt Sanford, que había investigado el pesimismo. Posteriormente este círculo formaría el Berkeley Opinión Study Group. Contando con el respaldo económico del AJC se emprendió una investigación que, como Adorno reconocería en 1968, no podía pretender en absoluto ser verdaderamente representativa. Además de estudiantes, sobre todo de sexo femenino, pues la guerra hacía difícil encontrar participantes masculinos, en esta investigación hubo gru­ pos claves, como reclusos de San Quentin e internos de una clínica psiquiá­ trica, pues, según el testimonio de Adorno, aquí también esperábamos poder sacar conclusiones sobre las estructuras “normales”a partir del conocimiento de

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estrucnnm patológicas. En un principio, la idea de Horkheimer era rela­ cionar entre sí los estudios realizados en distintas ciudades americanas, pero la elaboración del instrumental adecuado resultó demasiado compleja V minuciosa al lado de las necesidades prácticas. La inmensa capacidad productiva de Adorno redundó en beneficio del proyecto. Pero cuanto se hizo entonces tuvo carácter fragmentario, fue un work in progress. Ni la Dialéctica de ¡a Ilustración ni 7he Authoritarian Personality serían en abso­ luto la última palabra. Si posteriormente estas dos obras fueron entendidas a menudo de este modo, fue porque se desconoció el contexto en el que sumieron. C Adorno se esforzó constantemente en poner de relieve la unidad de su obra con reediciones y nuevas versiones de sus textos, mientras que a su viejo amigo Horkheimer no le gustaba volver a ver publicado lo escrito an­ tes de 1949. En 1968 Adorno todavía se afanaba para conseguir que sus trabajos publicados en América se entendiesen correctamente como partes integrantes de una biografía científica unitaria. En su exposición ulterior las contradicciones aparecen atenuadas. Pero sólo la yuxtaposición, la si­ multaneidad de muy diversos intereses forzada por las circunstancias, pone de manifiesto la fuerza productiva de Adorno durante la década de 1940. Por una parte estaba el interés de entender exactamente el nuevo país por simples razones de supervivencia -la posibilidad de conocerlo dependía esencialmente de no adaptarse ciegamente a la nueva situación. La cate­ goría teórica clave de lo no idéntico, que ocupará un lugar central en la obra de Adorno, hunde sus raíces en la forma de vida del emigrante en California. Los M ínim a Moralia sólo pueden entenderse como reflexión sobre esta forma de existencia. Adorno tuvo la ocurrencia de elaborar la fa­ mosa Escala F, destinada a medir indirectamente el potencial autoritario, leyendo tests en las revistas americanas, pero también observando de forma no sistemática a algunos conocidos. Adorno halla, por así decir, formas de reacción autoritaria en una sociedad democrática en la que la autocensura conformista del encuestado impide descubrir sus actitudes antidemocráti­ cas a través de preguntas directas. Los autores estaban interesados en medir el potencial fascista para poder contrarrestarlo... Todos nosotros considerába­ mos la obra, pese a su gran envergadura, como un estudio piloto, como una ex­ ploración de posibilidades antes que como una colección de resultados definiti­ vos. Cuando informa de su colaboración en el Berkeley Opinión Study Group, Adorno hace uso del nosotros, un pronombre difícil de encontrar en su obra. Facilitado por su identificación con el éxito de esa obra reprela s

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sentativa de la sociología americana que es The Personality, este nosotrostambién refleja una integración nada despreciable del autor en la sociedad americana. En el índice alfabético de la Zeitschrifi fiir Sozialforschung, Adorno avanza sistemáticamente hasta ocupar el primer lugar. En 1932, estando to­ davía en Alemania, debuta en la revista con el escrito «Sobre la situación so­ cial de la música», que firma Wiesengrund-Adorno. En 1936, cuando pu­ blica «Sobie el jazz», utiliza el extravagante seudónimo Hektor Rottweiler, como si todavía pensase en la posibilidad de regresar a Alemania tras su exilio en Inglaterra. Desde su llegada a América en 1938, utiliza para sus publicaciones el apellido Adorno. Pero el cambio al inglés no se produce hasta el número doble de 1939-1940, en el que el autor publica «On Kierkegaard’s Doctrine o f Love», mientras que en este mismo número los «Fragmentos sobre Wagner» aparecen todavía en alemán. El volumen IX de la revista ve la luz en 1941 con el nombre Studies in Philosophy and Social Science, que por primera vez se publica enteramente en inglés. En él se anuncian tres artículos del autor T. W Adorno. Precisamente en el mo­ mento en el que Horkheimer empieza su retirada a California, el «Institute of Social Research» se esfuerza por llegar a la opinión pública americana. Adorno no sólo escribe «On Popular Music», sino que también se mete con una de las figuras más cuestionadas de la sociología americana: Thorstein Veblen. Adorno también había desembarcado en América desde el punto de vista intelectual. Se toma completamente en serio el pragmatis­ mo, que para él culmina con la pregunta how is anything novel possible at all? Traducida después de 1945 en su primer libro de éxito en Alemania, Prismas, que recogen este artículo, la pregunta reza así: ivie ist ein Neues überhaupt móglich? Qcómo es posible lo nuevo?). Es como si el cambio de acento de su nombre hubiese dado ya la señal. En la conservación cons­ cientemente transformada, que no simplemente adaptada, de lo viejo, el apellido Adorno parece un extranjerismo que rompe con la continuidad de lo simplemente heredado. Adorno consideró los extranjerismos como los lugares en los que se hunde la conciencia identificante. En la Dialéctica de la Ilustración los autores constatan que los nombres han sufrido una transfor­ mación química. Los nombres de pila, de uso tan corriente en America, ha­ cen aparecer a los hombres como miembros sustituibles de teams . Estos nombres también exigen nuevos apellidos: A su lado, el nombre de familia, el burgués, suena como pasado de moda, pues en vez de ser una marca de fa ­ brica, individualizaba a su portador relacionándolo con su propia historia an­

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terior. En tanto que nombre de autor, el apellido Adorno deviene signo de lo no idéntico, parece una marca de fábrica y un extranjerismo al mismo tiempo, pero cuando se lo mira de cerca permite intuir la historia de una individualización. Los conceptos específicos de la Teoría crítica de la sociedad tenían que encontrar sus correspondientes categorías en la nueva lengua. Adorno se sirvió de un traductor para elaborar sus textos, a quien le explicó su idea fundamental: Freedom postulates the existence o f something non-identical. Pero ¿qué significaba esto? The non-identical element must not be nature alone, it also can be man. La crítica de la filosofía de la identidad era más que un programa teórico, una tarea que Marx había dejado a medias para centrarse en la crítica de la economía política. El idealismo expresaba como ningún otro fenómeno el espíritu de la época burguesa. En su forma específicamente alemana, el idealismo revelaba la dinámica histórico-social de la autonomización del dominio sobre la naturaleza que acaba volvién­ dose en contra del mismo espíritu. Las fuerzas autodestructivas de la socie­ dad burguesa están presentes en su génesis. Como ya había visto el Hegel de la Fenomenología del espíritu, la identidad absoluta no era sino la muerte. Las reflexiones filosófico-históricas de Adorno se plasmaron en su filosofía de la nueva música, pero el autor se resistió a la tentación de derivar la cri­ sis de la música de la decadencia de la burguesía, cuya forma artística por ex­ celencia ha sido la música. El capítulo «Dialéctica de la Ilustración», que da título a la obra escrita con Horkheimer, se centra en la dominación de la naturaleza por parte del espíritu, pero esta dinámica sólo se concreta en las digresiones de la obra -la ahistoricidad, consecuencia de la autonomiza­ ción del dominio burgués sobre la naturaleza, es la herida desde la que se lleva a cabo su propia autocrítica. El capítulo dedicado a la industria de la cultura, pese a concluir con la exigencia de continuar la reflexión, parece poder interpretarse como la última palabra sobre el tema. Y ello en abso­ luta contradicción con la intención que Max Horkheimer manifestó a Félix Weil: «Es absurdo pensar que yo, incluso contando con la ayuda de Teddie, pueda dar al trabajo la precisión y la concreción necesarias. De lo que se trata es de llenarlo de material histórico y económico hasta hacerlo reventar, de lo contrario no puede ser sino palabrería.» En ningún otro lugar como en Hollywood podía experimentarse la ex­ trema contradicción existente entre productividad individual y moderna forma de organización de la cultura. El intelectual en la emigración vive en sus propias carnes esta contradicción. Los M ínima Moralia son testimo­

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nio de ello. Su complejidad difícilmente se pone de manifiesto a primera vista. En un principio, Adorno entregó a su amigo Max cincuenta aforismos con ocasión del cincuenta cumpleaños de Max Horkheimer. Los Ángeles-Nueva York, la de febrero de 1945, y otros cincuenta aforismos con la dedicatoria Para Max. Horkheimer recibió Para el regreso a finales de año, cuando re­ gresó a Pacific Palisades. Estos juegos de números podrán resultar gracio­ sos, pero lo cierto es que su significado está siempre más allá del texto con­ creto. Al lado de su profesor de composición Alban Berg, Adorno se había convertido en todo un maestro en la técnica de cifrado, en el arte de dar a la composición un sentido adicional que no pasa desapercibido al experto. Adorno y Thomas Mann habían jugado con esta técnica en la escritura del Doctor Fausto. La posibilidad de plasmar lo biográfico y lo autobiográfico está estrechamente relacionada con el momento de juego inherente a lo no idéntico. Así, el deseo de identificar a Adorno con el diablo en el Doctor Fausto, por ejemplo, reduce la libertad artística a la mera reproducción de lo real, una meta que sin embargo es imposible de alcanzar. El esfuerzo por no permanecer encerrado en los estrechos límites de un Yo idéntico, el tris­ te heredero de la personalidad burguesa, es un rasgo que Adorno aprecia en Proust. Las múltiples significaciones de la escritura fragmentaria de los Mínima Moralia, que no puede denominarse aforística en el sentido tradi­ cional del término, oscilan, como Thomas Mann supo señalar, entre el long aphorism y el short essay. Ciertamente, en esta forma de escritura juega un papel decisivo el sujeto pensante, pero mediante la reflexión o el juego abandona constantemente su existencia monadológica para perderse en el mundo de objetos de los que habla. El contenido confiere a esta forma una dimensión que deja atrás el aforismo tradicional. Historia, sociedad y biografía se entretejen magistralmente. Si la obli­ gación de integrarse, en tanto que adulto, en el sistema de la división so­ cial del trabajo puede expresarse con absoluta claridad, es justamente por­ que el sujeto pensante no es en absoluto un «profesional». Lo biográfico no puede reducirse a la biografía del individuo Adorno. Hijo de padres aco­ modados —esto vale antes para Max Horkheimer, Félix Weil y Walter Ben­ jamín que para el propio Adorno. Sus dos madres no procedían precisa­ mente de una familia acomodada. El trasfondo histórico-familiar, en tanto que agente de la burguesía, fluctúa en las primeras páginas de los Mínima Moralia. Lo que en ellas se dice vale más para las casas paternas de Hork­ heimer y Pollock que para la de Adorno. Pero el pensamiento no aspira a la unidad de historia y biografía; su pretensión es expresar la experiencia

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de una socialización dolorosa. No obstante, el aislamiento elegido no se ensalza en ningún momento como un antídoto eficaz. Id escritor se sirve de su talento para separar la crítica social de la critica reaccionaria de la cul­ tura. Desde el punto de vista social, Ia absolutización del individuo pone de manifiesto el paso de ¡a mediación universa!, que en cuanto relación de cam­ bio exige al mismo tiempo Ia restricción de cada uno de los intereses particula­ res realizados en dicho cambio, a Ia dominación inmediata de los más fuertes. Mediante esta disolución en el individuo de todo elemento mediador, en vir­ tud del cual pudo éste ser un trozo de! sujeto social, el individuo se empobrece, se embrutece )' recae en el estado de mero objeto social. La eliminación de la forma de vida burguesa en el seno de la misma sociedad burguesa convier­ te a los débiles individuos en átomos, que capitulan tan pronto como los atrapa la organización o el terror. Adorno experimenta esta atomización en la sociedad americana, que para él es la sociedad burguesa en estado puro. A «Mónada», el fragmento número 97 de los M ínima Moralia, le sigue el recuerdo del fallecido Walter Benjamín, cuyo Legado consiste, según Ador­ no, en la invitación a pensar deforma a la vez dialéctica y no dialéctica. El momento de lo no idéntico juega un papel decisivo incluso en el ámbito de las relaciones más personales. Pero, a diferencia de lo que Kracauer se proponía a comienzos de la década de 1920, no se desarrolla nin­ guna teoría general de la amistad. Al final de la segunda entrega de aforis­ mos llega la Prueba del oro, que interpreta la identidad de cada individuo consigo mismo como la más triste consecuencia de la pérdida de la forma de vida burguesa. Desde el punto de vista literario, aquí Adorno está muy cerca de su viejo amigo Horkheimer. Se observa el mismo impulso que le condujo a escribir la carta de felicitación a Thomas Mann ese mismo año. Lo humano se aferra a la imitación: un hombre se hace verdaderamente hom­ bre sólo cuando imita a otros hombres. En este comportamiento, forma prima­ ria del amor, olfatean los sacerdotes de la autenticidad la pista de aquella uto­ pía que podría hacer temblar la estructura de la dominación.

T ransiciones

Bertolt B rech t A LOS Q U E N A Z C A N DESPUÉS

I ¡Verdaderamente, vivo en tiempos difíciles! La palabra sincera es insensata. Una frente tersa Es signo de insensibilidad. El que ríe Todavía no ha recibido la terrible noticia. ¡Qué clase de tiempos son éstos, en los que hablar de árboles es casi un delito, pues es callar tantos horrores! El que camina tranquilo por la calle ¿no es inaccesible para sus amigos, Que están en apuros? Es verdad: todavía me gano el sustento. Pero creedme: esto es pura casualidad. Nada De lo que hago me da derecho a saciarme. Sigo aquí de casualidad. (Si la suerte me abandona, estoy perdido.) Se me dice: ¡Come y bebe! ¡Alégrate de lo que tienes! Pero ¿cómo puedo comer y beber, si quito lo que como al hambriento y Mi vaso de vino le falta al sediento? Y, sin embargo, como y bebo.

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También yo quisiera ser sabio. Los viejos libros dicen en qué consiste la sabiduría: Mantenerse al margen de los problemas del mundo Vivir sin miedo esta vida breve. Y pasarse sin violencia Pagar el mal con el bien No cumplir los deseos, sino olvidarlos, También se considera de sabios. Nada de esto puedo hacer: ¡De verdad, vivo en tiempos difíciles!

II Llegué a las ciudades en la época de los desórdenes, Cuando el hambre se había apoderado de ellas. Me uní a los hombres en la época de las revueltas Y me indigné con ellos. Así pasó el tiempo Que se me concedió en la tierra. Comí mi pan entre grandes carnicerías Me eché a dormir entre asesinos Me entregué al amor sin reservas Y miré la naturaleza sin paciencia. Así pasó el tiempo Que se me concedió en la tierra. Mi época se cubrió de cieno. El lenguaje me delató al carnicero. Yo podía hacer más bien poco. Pero los poderosos Se sentían más seguros sin mí, eso espero. Así pasó el tiempo Que se me concedió en la tierra. Los medios eran escasos. El objetivo Estaba muy lejos. Aunque resultaba perfectamente visible, para mí era

T R A N S IC IO N E S

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Difícilmente alcanzable. Así pasó el tiempo Que se me concedió en la tierra.

III Vosotros, que saldréis de la catástrofe En la que nosotros nos hemos hundido, Acordaos, Cuando habléis de nuestras debilidades, De los tiempos difíciles De los que os habéis librado. Nosotros, que cambiamos de país con más frecuencia que de zapatos, Atravesamos las luchas de clases desesperados, Cuando sólo había injusticia y ninguna indignación. Pero una cosa es segura: El odio a la bajeza Cambia el rostro. La ira ante la injusticia Vuelve ronca la voz. ¡Ay!, nosotros Que queríamos preparar el terreno para la amabilidad, Nosotros no pudimos ser amables. Pero vosotros, si es que alguna vez El hombre llega a convertirse en el amigo del hombre, Sed indulgentes con nosotros Cuando nos recordéis. (1934-1938, Hanns Eisler puso música a estos versos en 1939)

«Lijos

I'umnoR W. A dorno i>11 rur.oo» ( oh ios M ínima M oraría)

Hn los comunicados sobre ataques aéreos raras veces faltan los nombres de las empresas constructoras de los aviones: los nombres Focke-Wulff, Heinkel, Lancaster aparecen donde antes se hablaba de coraceros, ulanos y húsares. El mecanismo de reproducción de la vida, de su dominación y su aniquilación es exactamente el mismo, y atendiéndose a él se fusionan la industria, el estado y la propaganda. La vieja exageración de los liberales escépticos de que la guerra es un negocio se lia cumplido: el propio poder estatal ha borrado su apariencia de ser independiente de los intereses parti­ culares y se presenta ahora como lo que en realidad siempre ha sido, como un poder ideológicamente a su servicio. La mención elogiosa del nombre de la principal empresa que se ha destacado en la destrucción de las ciuda­ des contribuye a darle un renombre gracias al cual se le harán los mejores encargos para la reconstrucción. Como la de los Treinta Años, esta guerra, de cuyo comienzo nadie po­ drá ya acordarse cuando acabe, también se está fraccionando en campañas discontinuas separadas por pausas de calma: la polaca, la noruega, la fran­ cesa, la rusa, la tunecina, la invasión. Su ritmo propio, la alternancia de la acción contundente con la calma total a falta de un enemigo geográfica­ mente alcanzable, tiene algo del ritmo mecánico que caracteriza en espe­ cial a la clase de medios bélicos utilizados y que, por otra parte, ha resuci­ tado la forma preliberal de la campaña militar. Pero ese ritmo mecánico determina absolutamente el comportamiento humano frente a la guerra, y no sólo en la desproporción entre la fuerza física individual y la energía de los motores, sino también en los más íntimos modos de vivirla. Ya la vez pasada la inadecuación del enfrentamiento físico a la guerra técnica había hecho imposible la verdadera experiencia de la guerra. Nadie habrá podido relatar entonces lo que todavía se podía relatar de las batallas del general de artillería Bonaparte. El largo intervalo entre las primeras memorias de la guerra y el tratado de paz no es casual: es testimonio de la fatigosa recons­ trucción de los recuerdos, que en todos aquellos libros lleva aneja cierta impotencia y hasta adulteración independientemente de la clase de horro­ res por los que hubieran pasado los narradores. Pero a esta segunda guerra le es ya tan completamente heterogénea esa experiencia como al funciona­

TRA N SICIO N ES

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miento de una máquina los movimientos corporales, que sólo en ciertos estados patológicos se le asemejan. Cuanta menos continuidad, historia y elementos «épicos» hay en una guerra, cuando en cada lase suya vuelve en cierto modo a empezar, menos es capaz de dejar una impresión duradera e inconsciente en el recuerdo. Con cada explosión destruye, dondequiera que se hallen, los muros a cuyo amparo germina la experiencia y se asienta la continuidad entre el oportuno olvido y el oportuno recuerdo. La vida se ha convertido en una discontinua sucesión de sacudidas entre las que se abren oquedades e intervalos de parálisis. Pero quizá nada sea tan funesto para el porvenir como el hecho de que literalmente nadie pueda ya adver­ tirlo, pues todo trauma, todo shock no superado en los que regresan es un fermento de futura destrucción. Karl Kraus tuvo el acierto de titular una de sus obras Los últimos días de la humanidad. Lo que hoy está aconteciendo habría que titularlo «Ha­ cia el fin del mundo». El completo enmascaramiento de la guerra por medio de la informa­ ción, la propaganda, los filmadores instalados en los primeros ataques y la muerte heroica de los corresponsales de guerra, la mezcla de la opinión pú­ blica sabiamente manipulada con la actuación inconsciente, todo ello es una expresión más de la agostada experiencia, del vacío entre los hombres y su destino en que propiamente consiste el destino. Los hombres son reduci­ dos a actores de un documental monstruo que no conoce espectadores por tener hasta el último de ellos un papel en la pantalla. Este momento es jus­ tamente el que da pie al tan censurado uso de la expresión «phony war». Éste ciertamente lo ha originado la tendencia fascista a rechazar la realidad del horror como «mera propaganda» a fin de que el horror se consume sin la menor oposición. Pero como todas las tendencias del fascismo, también ésta tiene su origen en elementos de la realidad que se imponen justamente valiéndose de dicha actitud fascista, que los señala cínicamente. La guerra es ciertamente «phony», pero su «phonyness» es más espantosa que todos los horrores, y los que se mofan de esto contribuyen a la desgracia. Si la filosofía de la historia de Hegel hubiera podido incluir a esta épo­ ca, las bombas-robot de Hitler habrían encontrado su lugar, al lado de la muerte prematura de Alejandro y otros cuadros del mismo tipo, entre los hechos empíricos por él escogidos en los que se expresa simbólicamente el estado del espíritu del mundo. Como el propio fascismo, los robots son lanzados a la vez y sin participación del sujeto. Como aquél unen la mas

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extrema perfección técnica a una perfecta ceguera. Corno aquél provocan un terror mortal y resultan completamente inútiles. - «He visto el espíritu vlel mundo», no a caballo, pero sí con alas y sin cabeza, y esto refuta la filo­ sofía de la historia de Hegel. Pensar que después de esta guerra la vida podrá continuar «normal­ mente» v aun que la cultura podrá ser «restaurada» -com o si la restaura­ ción de la cultura no fuera ya su negación-, es idiota. Millones de judíos han sido exterminados, y esto es sólo un interludio, no la verdadera catás­ trofe. ¿Qué espera aún esa cultura? Y aunque para muchos el tiempo lo dirá, ¿cabe imaginar que lo sucedido en Europa no tenga consecuencias, que la cantidad de los sacrificios no se transforme en una nueva cualidad de la sociedad entera, en barbarie? Si la situación continúa imparable, la catástrofe será perpetua. Basta con pensar en la venganza de los asesinados. . Si se elimina a un número equivalente de los asesinos, el horror se conver­ tirá en institución, y el esquema precapitalista de la venganza sangrienta, reinante aún desde tiempos inmemoriales en apartadas regiones montaño­ sas, se reintroducirá a gran escala con naciones enteras como sujetos insubjetivos. Si, por el contrario, los muertos no son vengados y se aplica el per­ dón, el fascismo impune saldrá pese a todo victorioso, y tras demostrar cuán fácil tiene el camino se propagará a otros lugares. La lógica de la his­ toria es tan destructiva como los hombres que genera: dondequiera que ac­ túa su fuerza de gravedad, reproduce el infortunio del pasado bajo formas equivalentes. Lo normal es la muerte. A la pregunta sobre lo que habría que hacer con la Alemania derrotada, yo sólo sabría responder dos cosas. Una es: a ningún precio, bajo ninguna condición quisiera ser verdugo o dar título de legitimidad al verdugo. Y la otra: tampoco detendría el brazo de nadie, ni aun con el aparato de la ley, que quisiera vengarse de lo sucedido. Es una respuesta de todo punto insa­ tisfactoria, contradictoria y que se burla tanto de la generalización como de la praxis. Pero quizá el defecto esté en la pregunta misma y no en mí. Programa cinematográfico de la semana: la invasión de las Marianas. La impresión no es la que suscitan las batallas, sino la de los trabajos mecá­ nicos de dinamitado y construcción de carreteras emprendidos con vehe­ mencia llevada al paroxismo, así como los de «fumigación», los de extermi­ nio de insectos a escala telúrica. Las operaciones no cesan hasta que deja de crecer la hierba. El enemigo es a una paciente y cadáver. Como los ju­ díos bajo el fascismo, es simplemente un objeto de medidas técnico-admi­ nistrativas, y si se defiende, su contraataque toma al punto el mismo carác-

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ter. A lo que se añade el rasgo satánico de que en cierta manera se exige más iniciativa que en la guerra al viejo estilo, de que, por así decirlo, la energía toda del sujeto se emplea en crear la ausencia de sujeto. La inhu­ manidad consumada es la realización del sueño humano de Edward Grey de la guerra sin odio. (Otoño de 1944)

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el h e r m a n o n o id é n t ic o

La Guerra Fría no sólo separó muchas cosas que antes estaban unidas, también congeló la memoria. Finalizado el breve siglo XX, el hundimiento del imperio soviético hizo aflorar muchas cosas, salieron a la luz muchas historias que habían permanecido ocultas, pero otras tantas cayeron irre­ mediablemente en la amnesia social, sin posibilidad de convertirse en obje­ to de un interés desprejuiciado. La disputa sobre el pasado fue una especie de elixir de vida de la Guerra Fría y no acabó con ella. En el punto álgido de la Guerra Fría, en el Oeste no había demasiado interés por saber cosas del pasado, pues el Este tenía su propia versión oficial, que fue cambiando a medida que cambiaba la razón de Estado comunista. La distensión entre los sistemas abrió grietas en el glacis de la memoria: de esta fisura del con­ flicto Este-Oeste manó en 1969, el año de la muerte de Adorno, la versión original de la obra El cine y la música de Adorno y Eisler, tal como ambos autores la concluyeron definitivamente en 1944. Lo insólito de la publica­ ción fue la unión de dos nombres que la Guerra Fría había separado, al menos en Alemania. Uno de los autores pertenecía a la historia de la Re­ pública Federal Alemana, el otro a la de la República Democrática Alema­ na, para la que incluso había compuesto el himno nacional. La opinión pública no era completamente consciente de su pasado común. En la época de la emigración, ambos habían intentado ganarse la vida en Hollywood. Años después, en 1947, Oxford University Press publica Composingfior the Films, pero sólo con el nombre de Eisler; en 1969 Adorno explica por qué: En aquella época Gerhart, el hermano del compositor, fu e duramente atacado en los Estados Unidos por su actividad política y Hanns Eisler se vio implicado en el asunto. Yo no tenía nada que ver con esas actividades y no sabía absolu­ tamente nada de ellas.

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Treinta años atrás eran muy pocos los que estaban al corriente de lo que había sucedido en 1947 en los Estados Unidos. En la época en la que se inició la política de distensión, Adorno todavía no tenía ningún interés en contar la historia completa. Por entonces, Eisler era conocido en Ale­ mania occidental como el autor del himno de la RDA, mientras que la obra que a él más le importaba, la ópera de Fausto, de la que sólo estaban al corriente los entendidos, se quedó en un simple proyecto por razones polí­ ticas. Solamente unos pocos presintieron que entre Eisler y Adorno había existido una vieja amistad que se remontaba a 1925, por lo que es muy poco probable que Adorno no tuviese la menor idea de las actividades de Eisler en América. La siguiente declaración sugiere más bien que lo sabía o lo intuía: Yo no tenía ningún motivo para convertirme en mártir de una cau­ sa que no era ni es la mía. Ante aquel escándalo, yo renuncié a aparecer como coautor del libro. Habiendo decidido ya regresar a Europa, quería evitar todo cuanto pudiese dificultar mi regreso. Hanns Eisler entendió perfectamente mis razones. Tiempo después, en 1949, la editorial Henschel, de Berlín Este, publicó una versión alemana que Hanns Eisler modificó en algunos pun­ tos, y en la que sustituyó el prólogo original escrito por ambos autores por uno más acorde con el espíritu de la Guerra Fría. A finales de la década de 1940 y principios de los años 1950, Adorno no consideraba conveniente que se le relacionase directamente con Eisler. Con todo, ninguno de los dos tuvo malas palabras para el otro; en 1969 Adorno menciona una visita de Eisler, residente en Berlín Este, a Francfort de Meno durante los años 1950. Después de todo lo que el círculo de Brecht había dicho sobre los francfortianos, y viceversa, su actitud conci­ liadora resultó sorprendente. Adorno llega incluso a defender la jugada in­ dividual de Eisler en la RDA: De no haber hecho esas concesiones en el libro, éste probablemente no se habría publicado ni habría tenido la influencia que ha tenido, por más limitada que ésta haya sido; el propio Eisler también se ha­ bría puesto a sí mismo en peligro. Cuando lo consideró oportuno, Adorno expresó con palabras durísimas su aversión al comunismo de partido. El prólogo a la edición alemana del estudio sobre el antisemitismo de Paul Massing había motivado una disputa entre Herbert Marcuse, quien llevó demasiado lejos la adaptación al lenguaje de la Guerra Fría, y Adorno y Horkheimer, los editores de la obra. En el caso de Eisler, en cambio, existía una marcada tendencia a la reconciliación. ¿Cómo se explica esto? Eisler representa una cara de la existencia de Adorno que se pasa por alto con bastante frecuencia: la del artista que ya no cuenta con el apoyo de la bur­

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guesía. El artista como crítico de la sociedad burguesa, pero que a su vez está obligado a vivir en ella y de ella, es un tema que también se trata en La música y el cine. Con esta cuestión existencial se confrontaron ambos jovenes en Viena, cuando Adorno escribió sus primeras críticas de los tra­ bajos de H anns Eisler, algo mayor que él. En la Viena de mediados de los años veinte, ambos, Eisler y Adorno, se hallaron en una encrucijada. Tras cursar estudios en el Nuevo Conserva­ torio de Viena entre 1919 y 1923, Hanns Eisler, cinco años mayor que Adorno, recibió clases particulares de Arnold Schonberg. Por su parte, Ador­ no trataba de abrirse camino en la ciudad y, en tanto que alumno de com­ posición de Alban Berg, confiaba en poder desarrollar sus capacidades artísticas. Perfeccionó su técnica pianística con Eduard Steuermann, pro­ bablemente el pianista más cualificado del círculo de Schonberg. Salka, la hermana de Steuermann, se fue pronto a América, instalándose con Berthold Viertel en Malibú, al lado de Hollywood, y se hizo guionista: fue en su casa donde posteriormente los exiliados políticos establecerían contacto con la gente de la industria del cine. Pero todo esto era imposible de pre­ ver cuando Teddie, recién doctorado, llegó a Viena con poco más de veinte años de edad. En Francfort, que en aquella época era una de las ciudades alemanas más importantes en lo que a la música se refiere, había cosecha­ do algunos éxitos, pero la ciudad no se perfilaba como el lugar idóneo ni para una carrera musical ni para una carrera académica. En tanto que au­ tor y redactor de la revista Musikbldtter des Anbruch, Teddie desarrolló sus cualidades como crítico musical entendido en la materia. Con esta ac­ tividad se ganó la consideración de muchos, incluido Schonberg, que sin embargo no siempre simpatizó con Adorno. El joven Wiesengrund-Adorno introdujo un elemento nuevo en la discusión vienesa, a saber, la cone­ xión de praxis musical y teoría social. Eisler, que en aquella época miraba ya más allá de los estrechos límites del círculo de Schonberg y que en 1924, con ocasión del cincuenta cumpleaños del maestro, lo elogió con irrespetuoso gesto dialéctico como un «músico reaccionario», pudo reco­ nocer sus propias intenciones en las críticas de Adorno. Ciertamente, Ted­ die conoció en Viena a quienes eran las dos estrellas fijas de su cielo políti­ co y artístico, Georg Lukács y Arnold Schonberg. Pero no consiguió trabar una estrecha relación con ninguno de los dos. Hanns Eisler, algo mayor que él, medió entre estos mundos. Su hermana dirigió junto a Arkadij Maslow, que durante la emigración quiso trabajar para el Instituto, el Par­ tido comunista alemán en su fase más radical. Su hermano Gerhart, con

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quien se llevaba muy bien, fue un destacado funcionario del partido perte­ neciente a la denominada facción conciliadora. Ya en 1925, fecha en la que se conocieron, Adorno calificó a Eisler como el compositor representati­ vo de la joven generación de discípulos de Arnold Schónberg. Su considera­ ción hacia él aumenta publicación tras publicación. En 1929 dice sobre la Opus n° 11, Zeitungsausscbnitte, de Eisler: La fuerza central de las canciones es su tono: sumamente diferenciado (por ejemplo, en la Canción de la muerte, donde ridiculiza el más allá con acordes sagrados) y al mismo tiempo concen­ trado en la voluntad que recorre el arte: cambiar el mundo. Entre estas dos publicaciones transcurrieron tan sólo unos cuantos años. Mientras tanto, la ciudad en la que Eisler y Adorno se encontraron fue Berlín. En el verano de 1925, tanto el uno como el otro comprendie­ ron que en Viena ya no tenían nada que hacer. Cuando Adorno llegó a la ciudad, la revolución artística ya había pasado. Él no pudo vivir la fase he­ roica de la vanguardia. El joven francfortiano se dio cuenta rápidamente de que el grupo reunido en torno a Schónberg carecía de la cohesión que él había imaginado tomando como modelo el círculo de George. Aunque Schónberg seguía siendo calificado respetuosamente por sus famosos discí­ pulos como el maestro, los encuentros tenían ahora un carácter mucho más privado que inmediatamente después de la guerra. Por su parte, el profesor de composición de Adorno, el vienés Alban Berg, se había distan­ ciado un poco del círculo de Schónberg. Según recuerda Adorno, segura­ mente lo que lo distinguía de los demás discípulos de Schónberg era cierta libe­ ralidad. Berg parecía evitar la tiranía ejercida por el círculo, mientras que probablemente Eisler llegó incluso a desafiarla; de lo contrario no hubiese sido tan imprudente y, de regreso del festival anual de la Sociedad Interna­ cional de Música, celebrado en Venecia en 1925, no hubiese contado a Alexander von Zemlinsky, el cuñado de Schónberg, algo que disgustó pro­ fundamente al maestro. En estas circunstancias, la crítica de Adorno de 1929 también ha de entenderse como una especie de declaración de soli­ daridad con Eisler. Ambos, Eisler y Adorno, experimentaron en 1925 los límites de la existencia artística. Eisler buscó nuevos caminos y se alejó de Viena, pero también de Schónberg. Pero también éste abandonó Viena en la primavera de 1926 para dirigirse a Berlín. En esta ciudad sustituyó en la Academia Prusiana de las Artes a Ferrucio Busoni. Pero la ruptura entre maestro y discípulo ya no tenía remedio. En la correspondencia entre Schónberg y Eisler, este último no queda demasiado bien con su maestro. No obstante,

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dice mucho a favor de Eisler el que, veinticinco años después, reconociese como se había comportado: «Yo tenía entonces 25 años y Schonberg me apreciaba mucho. Yo era uno de los tres discípulos favoritos de entre los cien talentos de los que él se consideraba el maestro. Estaba convencido de que yo me subiría al caballo y cabalgaría con él. Y de que mi comunismo no era sino un disparate propio de la juventud, algo que se pasaría con el tiempo. Pero yo hice lo que nadie se esperaba: rompí con él. Lo hice ruda­ mente, con ingratitud, con rebeldía, con rabia; despreciando su provincia­ nismo, me alejé de él insultándole. Él se comportó muy noblemente. Las cartas que me escribió durante esas semanas son grandiosos documentos de este hombre único.» Schonberg siguió siendo la autoridad musical. En 1957 escribía Adorno sobre el maestro, que había fallecido en 1951: Difí­ cilmente... podrá pasarse por alto todo lo que Schonberg ha aportado a la mú­ sica; no tanto en virtud de la transformación del material musical y de las in­ novaciones técnicas, a las que de momento se aferra la opinión pública, cuanto por la obra compositiva en sí misma, que él supo arrancar a unas condiciones sociales objetivas que ya no estaban dispuestas a tolerar un logro de este tipo. En noviembre de 1918, Schonberg había sido elegido presidente vitali­ cio de la «Sociedad para ejecuciones musicales privadas», cuyo objetivo era superar la dependencia de las ejecuciones musicales de Schonberg respecto del público burgués. Sin embargo, esta «Sociedad Schonberg», como se la llamaba en Viena, sólo existió durante tres años, hasta que la inflación acabó con ella; pero su riguroso purismo constituía una contradicción di­ fícilmente soportable. En 1927 Eisler ajustaba cuentas con esa época: «entre 1918 y 1923, en los tiempos de la inflación, de las luchas espartaquistas, de la República soviética de Munich, de Budapest y del Ejército rojo ante Varsovia, los músicos se peleaban por cuestiones puramente téc­ nicas. Ni uno solo de ellos fue capaz de percibir en lo más mínimo el am­ biente que se respiraba en aquella época. La consecuencia de esta intem­ poralidad” y estrechez de miras de la música: la música moderna no tiene público; nadie la quiere... La música moderna lleva, como ningún otro arte, una vida ficticia, que ya sólo puede mantenerse artificialmente.» Este es el tono empleado por Eisler en el berlinés Rote Fahne, el periódico del Partido comunista, al que seguramente había llegado con la ayuda de su hermano Gerhart. Pero incluso en este artículo, en el que critica el orato­ rio La escala de Jacob de Arnold Schonberg como «huida a la mística», se muestra profundamente respetuoso con el maestro: «Arnold Schonberg, este hombre verdaderamente genial que tanto ha hecho avanzar a la músi-

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ca...» El estilo de Eisler no concuerda demasiado con el de un periódico comunista. El radicalismo con el que intentó superar la contradicción en­ tre la producción musical avanzada y la falta de público, sin por ello hacer concesiones al gusto dominante, era más fiel a las verdaderas intenciones del maestro de lo que ambos estaban dispuestos a reconocer. La experiencia de esta contradicción unió a Eisler y a Adorno. Fue esta experiencia la que, a pesar de sus diferentes opciones políticas, les permitió colaborar en un volumen que ambos trataron de que sobreviviese a la Guerra Fría. El eme y la música data entre 1900 y 1910 la enajenación del teatro musical de su auditorio, considerando definitiva la ruptura entre el piíblico burgués y la gran música burguesa. Tanto Eisler como Adorno se es­ forzaron durante toda su vida por superar esta fatal situación, una tarea que parecía imposible. Eisler buscó la salida en una constelación de clases distinta, cuyo símbolo es Berlín. Entre Viena y Berlín está Baden-Baden. En el verano de 1927 Eisler tenía que presentar en el Festival de Música de Cámara Alemana (pese al distanciamiento entre ambos, fue Schonberg quien medió en este encargo) su composición para el filme experimental de cinco minutos Opus III, de Werner Ruttmann, que pronto se haría famoso con Berlín. La sinfonía de una gran ciudad. En Baden-Baden se encontró por primera vez con Bertolt Brecht, que estrenaba allí Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, fruto de su colaboración con Kurt Weill. También ellos querían salir del marco artístico burgués, por lo que hicie­ ron que su obra se representase en un cuadrilátero. La América libre de tradiciones y apasionada del deporte ofrecía la posibilidad de dar la espalda a Europa, aunque esta América era al mismo tiempo una sociedad de con­ sumo máximamente desarrollada. En tanto que espectador crítico, Adorno constató en 1932 que Mahagonny no se contrapone como ideal al mundo burgués, sino que ella misma queda deslumbrada por el pálido resplandor de la ciudad del Netze. Adorno deseaba una verdadera Mahagonny, pero no en el teatro de revista, sino en el teatro de la ópera. Eisler, por el contrario, quería abandonar definitivamente el teatro de la ópera, él buscaba la calle o la «comunidad», para decirlo en los términos del artículo «La música moderna», escrito en el año 1927. Cuesta creer que Adorno no conociese este trabajo de Eisler. En verdad, su crítica de los Zeitungsausschnitte puede interpretarse como una respuesta al mismo. Adorno defiende la praxis musical de Eisler contra el Eisler polemista: En una situación —al menos atendiendo a la lógica de las canciones—en la que la sociedad tiene tanto poder sobre los individuos que la libertad de éstos es pura

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apariencia y la expresión artística de tal libertad, la lírica personal, pura ideo­ logía, la lírica personal carece en sí misma de verdad y de interés en la socie­ dad. Como no existe ningún colectivo capaz de ofrecer contenidos líricos más vinculantes que los puramente privados, como Eisler percibe el carácter proble­ mático de un arte para la comunidad sin comunidad, abandona la idea de una lírica positiva, consumada, y ofrece en su lugar una radical lírica negati­ va. Adorno presencia el escándalo de Eisler como espectador; es consciente de que el poda expresado procede de la política, no de la reflexión estética. Ya entonces formula una objeción: ... existe el peligro de que, en nombre de la comprensibilidad, los medios queden por detrás del nivel actual del lengua­ je musical... De modo que aquí la mentalidad política revolucionaria podría desembocar en una mentalidad estética reaccionaria, mientras que aquélla, para poder ser realmente sólida, también debería servirse de los medios técnicos más evolucionados. Este es el problema de la futura evolución de Eisler; y no sólo desde el punto de vista propiamente compositivo, evidentemente, sino tam­ bién desde el teórico-social, pues no podrá eludir por mucho tiempo la diferen­ cia existente entre una música técnicamente acorde con el estadio actual de la sociedady la que se consume actualmente. Las diferencias entre Eisler y Adorno parecen ya claras. Sin embargo, de mantenerlos enfrentados en sus posiciones de finales de los años veinte, no se entendería en absoluto cómo a comienzos de la década de 1940 pu­ dieron escribir juntos un libro sobre la música para el cine. Y aún resulta­ ría más inexplicable por qué, pese a las profundas diferencias políticas que los separaron durante la Guerra Fría, siguieron estando en contacto. En 1958, en una célebre conversación con Hans Bunge, cuando se tocó el tema de los años que pasaron juntos en Hollywood, Eisler no sólo habló de su antiguo amigo Adorno, sino que también mencionó su corta estan­ cia en Francfort de Meno. «Él no se mostraría en público conmigo, y por supuesto no pondría en juego su nombre», confió Eisler a la cinta magne­ tofónica de Bunge. Eisler parecía saber que, en el punto álgido de la Gue­ rra Fría, Adorno temía que su nombre pudiese asociarse al de los comunis­ tas declarados que tras el exilio habían elegido establecerse en la República Democrática Alemana. Esto no sólo revelaba su desconfianza hacia la RDA, también ponía de manifiesto su miedo a la frágil democracia de Ale­ mania occidental. Tanto Eisler como Adorno habían sufrido la época de McCarthy, en la que de repente cualquiera podía convertirse en víctima de una campaña inquisitorial. De hecho, Eisler fue objetivo directo del Co­ mité para actividades antiamericanas; Adorno asistió a esta caza de brujas

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como un espectador que, a diferencia de otros que gozaban de una posi­ ción más segura, no se sentía lo suficientemente libre como para protestar contra el «House Un-American Activities Committce» (HUAC). (Quería ser él mismo quien decidiese el momento de su regreso a Europa. Esto hace tanto más comprensible su afirmación de 1969: No tenía ningún mo­ tivo para convertirme en mártir de una causa que no era ni es la tula. Esta causa había separado los caminos de Eisler y Adorno, pero no tan­ to como puede parecer. A mediados de los años veinte, después del perío­ do vienés, ambos tuvieron que hacer frente a las consecuencias de una si­ tuación que también se había vuelto insostenible desde el punto de vista individual. Eisler tomó el camino hacia Berlín, una vía que ya lo había lle­ vado a establecer una estrecha relación con el Partido comunista alemán a través de su hermano Gerhart. Adorno se trasladó en múltiples ocasiones a esta ciudad. Berlín le resultaba atractiva por más de una razón. Waltcr Benjamín le había presentado a Gretel Karplus, que a su vez conocía a Ernst Bloch. Entre tanto, Benjamín había trabado una estrecha relación con Brecht y reflexionaba sobre las consecuencias de su frustrada carrera académica. En petit comité solía hablar de su ingreso en el Partido comu­ nista, en el que su hermano militaba desde la época de la posguerra. Bloch y Eisler también parecían haberse aproximado el uno al otro a través de Adorno: «Probablemente lo vi por primera vez en Berlín hacia 1932, en un café; estábamos él, Adorno y yo. En aquel entonces Adorno era pro co­ munista», decía Bloch. También esto requiere explicación. En aquella épo­ ca se competía por ser consecuente con el fracaso de la revolución, por ser radical. Adorno desarrolló la relación de revolución y radicalismo a partir del concepto de consecuencia. Su radicalismo parecía ser absolutamente consecuente con la situación social de la música, como tituló su primer ar­ tículo para la Zeitschrift fü r Sozialforschung, que significó su incorporación al círculo de Horkheimer en 1932. En 1934 aún escribía a Viena: Pero como yo no conozco ninguna revolución que no sea consecuente, esto es, que no sea el resultado de la realidad histórica concreta; y como cualquier otra forma de proceder, cualquier empezar de cero, supuestamente más radical, me parece utópico en el mal sentido del término y la mayoría de las veces una mera recaí­ da en las condiciones de producción existentes, cuya sustancia no puede resti­ tuirse desde la pura inmediatez, no puedo menos de insistir en la necesidad de ser consecuente, al menos hasta que no se me presente una inconsecuencia cuyo contenido de verdad demuestre ser más verdadero. Estas abstractas formulaciones sólo ponen de relieve una cosa: Adorno

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desarrolló en la segunda mitad de los años veinte un radicalismo estético de izquierdas que le permitió ver en Schónberg el principio de una revolu­ ción que sólo había que desarrollar de forma consecuente. Pero Adorno disponía de un excelente sensorio para la dimensión filosófico-histórica de su lenguaje, gracias al cual evitó caer en el pathos de fáciles consignas esté­ ticas. Su radicalismo izquierdista de base filosófico-histórica le permitió permanecer fiel a la revolución artística iniciada por Schónberg y justificar con buenas razones su alejamiento de la causa del Partido comunista. Su artículo «La música estabilizada», escrito en el año 1928, caracterizaría el camino seguido por la música soviética como marcha hacia la exacerbación de lo folclórico, una inclinación bastante curiosa. Paradójicamente, la ten­ dencia hacia un nuevo clasicismo en el Oeste, que este mismo artículo consideraría complementaria a la anterior, se impuso en la siguiente fase de la Unión Soviética. Gracias a su consecuente radicalismo estético pudo Adorno evitar idealizar la primera Unión Soviética. Ésta no era, en efecto, la causa de Adorno. Como el posicionamiento de Brecht, Eisler y Bloch a favor del comunismo obedecía a motivos políticos, en lo estético se vieron obligados a menudo a actuar en contra de sus propias convicciones. La afirmación radical de Bloch sobre los comunistas rusos, según la cual éstos pensaban como los perros pero actuaban como los filósofos, databa aún de la fase heroica del comunismo soviético. Los grandes debates estéticos de las décadas de 1930 y 1940 los vivieron estos intelectuales en oposición a los ideólogos comunistas más influyentes, para después verse reducidos al silencio. Los tres, Brecht, Eisler y Bloch, pasaron el período más duro del estalinismo en los Estados Unidos -e n la Unión Soviética seguramente no habrían logrado sobrevivir. Incluso su contrincante en temas de estética, Georg Lukács, había necesitado una suerte increíble para, como él mismo reconoció, sobrevivir en Moscú al terror estalinista. En su breve escrito sobre los Zeitungsausschnitte de Eisler, Adorno expresaba dudas que hacían posible una reflexión dialéctica frente al furor del radicalismo de izquierdas: Con todo, habría que preguntar si verdadera­ mente el derecho de la expresión lírica está tan extinguido, si es tan desespera­ damente privado como pretenden las tesis inherentes a las canciones; o si más bien la perfecta realización estética, en un giro dialéctico, no permitirá acceder precisamente a esa región de contenidos socialmente vinculantes a la que Eisler pretende llegar por el camino más corto. Adorno ha pensado hasta sus últi­ mas consecuencias la tesis de Eisler de que hoy no es posible una lírica ver­ dadera, nuestra existencia es terriblemente sombría: ésta es la única signifi­

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cación de los “recortes de periódicos” («Zeitungsausschnitte»), Aquí aparece ya el motivo que llevó a Adorno a formular su célebre sentencia sobre el destino de la poesía después de Auschwitz. Es evidente que la discusión con Eisler y Brecht preparó el terreno para esta sentencia. En el centro de esta discusión, que se prolongó durante el exilio americano, están los ver­ sos del gran poema del exilio «A los que nazcan después», de Bertolt Brecht: «¡Qué clase de tiempos son éstos, en los que hablar de árboles es casi un delito, pues es callar tantos horrores!» Eisler compuso en California el Libro de canciones de Hollywood. En su conversación con Bunge de 1958 recordaba el músico: «En cualquier caso, lo que sucedió fue que mi anti­ guo amigo Adorno me rogó que, si alguna vez esto llegase a publicarse, le permitiese escribir el prólogo.» Eisler acabó haciendo realidad la posibili­ dad a la que Adorno aludía en su crítica de los Zeitungsausschnitte. Com­ puso estas canciones en el exilio, donde se ganó la vida, entre otras cosas, con los encargos que recibió de la industria del cine. Posteriormente trató de restar importancia a esta vuelta a la forma canción; pero también mani­ festó a Bunge «que los ciclos de canciones han jugado un enorme papel en la historia de la música». El exilio le obligó a abandonar el camino más corto y a buscar una nueva manera de hacer socialmente vinculante su música; la emigración volvió a arrojarlo a la esfera monadológica de una producción privada carente de mercado, que él financió con música para la industria del cine. El ejemplo de la música de Eisler que presenta La música y el cine, las Catorce formas de describir la lluvia, compuestas para un filme documental de Joris Ivens, también permite reconocer la ambivalencia de la situación social del artista. De nuevo, Eisler trató de restar importancia al significa­ do de esta pieza en su conversación con Bunge: «En cierto modo, las Ca­ torce formas de describir la lluvia eran también las catorce formas de mos­ trar adecuadamente la tristeza. Esto también forma parte del arte. No quiero decir que este tema, la anatomía de la tristeza, por decirlo de algún modo, o la anatomía de la melancolía, sea el tema central del siglo XX. Pero también puede formar parte de una obra.» En esta ligera negación también puede percibirse la aproximación que se produjo en el aislamiento de la emigración. Esta cercanía contrasta con la insuperable distancia espa­ cial respecto del lugar de la catástrofe. Eisler osó basar esta composición en la técnica dodecafónica y dedicársela a su antiguo maestro Arnold Schonberg, que también vivía en Los Ángeles, con ocasión de su setenta cumple­ años. Según recuerda Eisler, Brecht consideró «un tanto inmoral» ocuparse

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tan afanosamente en describir las formas de llover. En el Diario de trabajo de Brecht hay una nota del 24 de abril de 1942 que dice así: «Escucho con Adorno los discos de Eisler con la pieza sobre la lluvia. La música es muy bella, recuerda un poco a las aguadas chinas... Después no puedo resistir­ me a escandalizarlos con un ataque a Schonberg.» Brecht debía saber que con este tipo de ataques no sólo provocaba a Adorno, sino también a Eis­ ler. El 27 de abril anotaba en su Diario: «Eisler cuenta entusiasmado que Schonberg ha recibido favorablemente las 14 descripciones de la lluvia, y que hasta ha proyectado la película en las clases que imparte en la Univer­ sidad.» Brecht ofendía en ambos, tanto en Eisler como en Adorno, el honor de haber sido discípulos de Schonberg. Su intención era comprobar si la idea fundamental de su poesía «A los que nazcan después» también era vá­ lida para el tema de la tristeza. Adorno dice que la afirmación de Schónberg de que en la vida había cosas más importantes que componer la cono­ cía desde 1933. De la «actitud» de Eisler y Adorno hacia el maestro, que Brecht observaba con ambivalencia, surgió una nueva relación con la tra­ dición que este último logró hacer productiva para sí mismo. En Holly­ wood, el propio Brecht empezó a escribir elegías que marcan con absoluta exactitud la distancia respecto del lugar del horror, y a las que incluso lla­ ma despectivamente «mensajes en una botella». En 1958, en este ciclo de poemas Eisler aún percibía «una distancia absolutamente extraordinaria». Lejos del fuego, el fragmento de los M ínima Moralia, pertenece a este mismo contexto de discusión. El Diario de trabajo de Brecht mantiene la inmensa distancia de Hollywood con respecto al horror del campo de batalla europeo. Eisler y Adorno están más cerca el uno del otro; pero Eis­ ler también parece dispuesto a sacrificar a Adorno en favor de la mofa de Brecht. Hans Mayer, que durante toda su vida rivalizó con Adorno, inclu­ so después de la muerte de éste, dice que en los tiempos de la RDA Eisler se divirtió de lo lindo contándole que en Hollywood había conseguido que Adorno tocase al piano para Brecht sus canciones sobre George. «Esto me recuerda muchísimo a Chopin», dijo Brecht cuando Adorno hubo ejecuta­ do sus canciones. A Brecht le gustaba provocar -el propio Walter Benja­ mín ya sufrió estas provocaciones en sus estancias en Dinamarca durante la década de 1930. Entre estos intelectuales emigrados, el sentimentalismo era el mayor de los insultos. Como quiera que se formule su estado de áni­ mo, que era una mezcla de miedo, horror y sentimiento de culpa, Adorno logró expresarlo en «Frutillas», otro de los fragmentos de los Mínima Mora-

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lia\ En la memoria de! exilio. el eiervo asado alemán sabe romo si hubiese sido matado por un cazador furtivo. Una Frase así es inconcebible sin la identifi­ cación de Wiesengrund con Amorbacb -el único trozo de patria que me queda, ral como escribió a su madre, que se había quedado en Nueva York, durante el primer verano que pasó en Amorbacb tras regresar a Alemania, concretamente el 24 de septiembre de 1950. La comunidad de emigrantes se sumió en la más profunda depresión en Hollywood entre los años 1940 y 1943, después el optimismo volvió a apoderarse de los que se identificaron con el movimiento obrero. Éste es exactamente el momento en el que Horkheimer y Adorno discuten la idea de una Teoría crítica entendida como «mensaje en una botella». En 1940 Horkheimer ya había escrito desde Nueva York a Salka Viertel, la hermana de Eduard Steuermann: «Teniendo en cuenta lo que está ocurriendo en Europa y posiblemente en todo el mundo, nuestro trabajo actual habrá de esperar hasta que pase la larga noche que está por venir: habrá de ser una especie de mensaje en una botella.» Esta idea forma parte de la historia de la gestación de la Dialéctica de la Ilustración. Refleja la pérdida del destina­ tario tradicional de la Teoría crítica de la sociedad. Los Mínima Moralia registran esta innegable pérdida de la tradición política con la desconcertan­ te adivinanza.-. ¿dónde está el proletariado? Pero ¿dónde está la gracia de esta adivinanza? Según cuentan muchos, Adorno propuso la idea del mensaje en una botella después de una fiesta en la playa en la que corrió el alcohol. Uno de los interesados preguntó qué mensaje había que escribir en la bo­ tella. Entonces Eisler respondió con su marcado acento vienés: «¡Me siento tan mal!» Carcajadas de los emigrantes allí presentes. Si Adorno calla esta broma en los M ínima Moralia es porque haría olvidar muchas cosas que no pueden olvidarse. Fue por entonces cuando Horkheimer y Adorno, aficionados al cine, es­ cribieron a los pies de Bel Air que entretenerse es conformarse. Así se lee en el capítulo sobre la industria de la cultura de la Dialéctica de la Ilustración. En el «Prólogo» que Adorno y Eisler escribieron conjuntamente para La música y el cine se alude explícitamente al trasfondo teórico de este libro: a diferencia de lo que parecen sugerir post festum las indirectas que uno y otro se lanzaron, en aquella época Eisler y Adorno todavía no representaban dos mundos enfrentados, sino que estaban más cerca que nunca, tanto es asi que Eisler dedicó a Adorno su Sinfonía de cámara, que tuvo su origen en la música para el filme de 1940 White Flood. En las «Notas sobre Eisler» de 1965-1966, Adorno dice que había percibido inmediatamente que se trata-

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l'*i l^c' *"ú-sLa compuesta para la industria del cine. Pero estas notas, que Adorno csuibió después ríe la muerte del compositor, no condenan abstrac­ tamente la ptoduceión hollywoodicnse de Eislcr: Composing for the Films se presenta como una guía práctica de la mejor música para el cine. Adorno elogia postumamente el principio de la película sobre el circo de Charlie C'liaplin: gema/, dice. Adorno envidiaba en Eisler su amistad con Chaplin, y l bomas Matul también acogió con simpatía al encantador y profundo críti­ co de Wagner. Pero este genio pagó un precio tan alto que lo llevó a la rui­ na. Eduard Steuermann, amigo común de Adorno y Eisler y muy apreciado por ambos, expresó en forma de paradoja el problema de Eisler. Adorno tomó buena nota de esta paradoja: A E. le irá peor si se vuelve genial. Ador­ no vio en Eisler y en sí mismo el destino de dos hermanos que habían asis­ tido juntos tanto al desarrollo de una música del futuro como a su vuelta al antiguo cauce. La música estabilizada, así tituló Adorno su primer gran en­ sayo crítico sobre música de 1928 sirviéndose del lenguaje del Komintern, que Eisler dominaba con tanto virtuosismo y que él adaptó a sus propios fi­ nes: pues la marea de la historia de la música, que había desbordado los diques de la sociedad, esta marea ha bajado, pero tras haber depositado sus mejores obras fuera de ellos. Curiosamente, en 1928 Adorno vio el futuro en una América que todavía no conocía y de la que esperaba que supiese que única­ mente la construcción teórica puede hoy penetrar la masa informe de lo que es. Casi todos los que pasaron por esta experiencia se reencontraron diez años después en la América empírica de Pacific Palisades en un momento de pro­ fundo pesar, en un momento en que Eisler, conocedor de la obra de Goethe, dio la consigna de escribir elegías: «Pasear por Hollywood tiene un precio» -según Adorno, este dicho, que deja atrás la tristeza, es de Eisler. Un excelen­ te compañero que sabía animarnos como nadie, aunque me lo imagino perfecta­ mente diciendo: se podrá tener muchas cosas en la cabeza, pero todo eso no sirve de nada. Era un hombre claro, bonachón, sumamente sensato, sólo que no idén­ tico. Eisler no podía compartir totalmente el optimismo que se apoderó de los representantes oficiales del movimiento obrero a finales de la guerra, era consciente de que el cambio social ligado al avance del Ejército rojo no ga­ rantizaba automáticamente la llegada de tiempos mejores. Se negó a compo­ ner nuevas canciones de lucha; no ocultó su aversión a las marchas; en su lugar compuso la música para N uit et Brouillard {Noche y niebla), la planea­ da película sobre Auschwitz de Alain Resnais. La música de Eisler enmude­ ció en la RDA: La prueba más evidente para él mismo del precio que hubo de pagar por negarse a vivir como hubiese debido. UNIVERSIDAD D b ANIIOQÜ í a BIBLIOTECA CENTRAL

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Continuar... -con esta fórmula lapidaria concluye en 1944 el manus­ crito del capítulo de la Dialéctica de la Ilustración dedicado a la indus­ tria de la cultura. Entre los que han nacido después, casi nadie ha leído el capítulo de este modo; y sin embargo, no hay duda de que Adorno lo en­ tendió así. El texto de 1944 no pretendía ser la última palabra, sino el co­ mienzo de un análisis permanente de las continuas transformaciones de la industria de la cultura y de su relación con la conciencia. En la primera edición de Amsterdam de 1947, este capítulo estaba seguido de los Ele­ mentos del antisemitismo, que, entendidos como psicoanálisis inverso, esta­ ban estrechamente emparentados con la Industria de la cultura. Como muestra ya el libro sobre El cine y la música escrito con Eisler, la imagen de un Adorno burgués que, temiendo el contacto con la industria de la cultura, la desprecia y le hace ascos, es más bien una proyección retrospec­ tiva de finales del siglo XX, después de que los modos de producción de esta industria se han impuesto a nivel global y se han convertido, como habría dicho Adorno, en una segunda naturaleza de la vida social. La vida no vive, la sentencia de Ferdinand Kürnberger que sirve de motto a los Mínima Moralia, no apuntaba a otra cosa. Durante la década de 1960 se creyó que la vida en la California de los años 1940 al lado de la industria de la cultura había sido fácil. En todas y cada una de las recensiones ale­ manas de los libros de los repatriados se percibe cierto resentimiento. Pero la verdad es que ninguno de ellos creía poder sobrevivir en la América de principios de la década de 1940 sin ayuda extranjera. Horkheimer buscó muy pronto amigos en la industria del cine, pero Teddie también tenía sus propios contactos, basta pensar en Salka Viertel. De las cartas que Teddie escribe a sus padres, y que trasladan recomendaciones cinematográficas desde la West Coast a la East Coast, se desprende claramente que Hork­ heimer y Adorno iban al cine movidos por intereses teóricos: estaban escri­ biendo el capítulo sobre la industria de la cultura. Pero durante mucho tiempo se ha pasado por alto que Adorno tenía información de primera mano sobre los problemas internos de la industria del cine de los años 1940. Su mejor informador en Hollywood se llamaba Fritz Lang, con el que le unió una estrecha amistad hasta el momento de su muerte. Esta amistad está documentada en una correspondencia que se inicia en 1949, cuando Adorno regresa del exilio. Estas escasas 30 cartas, escritas

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entre los anos 1949 y 1967, son muy personales. Puede que para los histo­ riadores del cine no sean muy provechosas desde el punto de vista de su contenido, pero es precisamente su tono íntimo, totalmente inusual en Ador­ no, lo que las convierte en un magnífico documento de una amistad. Adorno y Lang se conocían muy bien, aunque no desde la época de la República de Weimar, cuando Lang era ya una figura importante. Ador­ no, doce años mas joven que el y apasionado del cine, sabía obviamente quien era Lang. Pero no se conocieron sino en el exilio californiano, en Los Angeles. Esta estrecha amistad se remonta a principios de la década de 1940 y Los Ángeles es su escenario, con un ambiente cultural dominado por emi­ grantes alemanes, entre los que había artistas, técnicos y negociantes de la industria del cine, pero en el que también se movían autores, músicos, científicos y otros intelectuales procedentes de Alemania. Los Ángeles ofre­ cía a los emigrantes de la Alemania nazi unas condiciones muy específicas. En 1933 los alemanes ya establecidos en Hollywood, gentes del cine cuyo talento había despertado el interés de los estudios cinematográficos ameri­ canos y que en algunos casos llevaban en el país desde los años veinte, em­ pezaron a ayudar a muchos intelectuales procedentes de Europa a obtener permisos de residencia y certificados de ingresos. Convencieron a los jefes de los estudios para que empleasen como guionistas a conocidos escritores alemanes, lo que en muchos casos acabó en decepción y en humillaciones. Los jefes se comportaban como filántropos, los escritores se sentían cierta­ mente bastante bien pagados en la industria del cine, pero superfluos, una experiencia que marcó profundamente al gremio de escritores de la emi­ gración alemana en Hollywood. En la segunda mitad de la década de 1940, cuando el mundo volvió a abrirse, Fritz Lang llevaba ya mucho tiempo en Hollywood, mientras que Adorno era un recién llegado con un futuro incierto. Los recursos finan­ cieros se agotaban, se vivía de proyectos de investigación, se dependía de propuestas hechas a fundaciones científicas americanas —una situación ver­ daderamente difícil. Pese a su complicada financiación, el estudio pionero The Authoritarian Personality se llevó a cabo al margen del mainstream aca­ démico em la Bay Area californiana. En aquella época, Los Ángeles todavía no se había constituido como un centro de intelectuales y científicos ame­ ricanos, sino de emigrantes procedentes de la Alemania nazi -y entre ellos Adorno no era precisamente un VIP.

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Lang y Adorno trabaron una estrecha amistad en Hollywood. Con sus compañeras de vida Gretel Adorno («Jirafa») y Lily Latté («Micky») se in­ tegraron en el reino animal de los nicknames y warnames -u n imperio de los seudónimos creado en torno a Horkheimer. En 1946 el propio Hork­ heimer, que por entonces vivía en Pacific Palisades cerca de Thomas Mann, había concedido solemnemente a Lang, «en nombre de la especie canina», «la independencia de la degenerada humanidad», decisión a la que había llegado tras consultar con «Archibald, el rey de los hipopótamos», es decir, Adorno. A partir de ese momento, en las cartas Lang es llamado cariñosa­ mente badger, esto es, tejón. Teniendo en cuenta lo respetuosos que eran Horkheimer y Adorno, esta adopción de nombres de animales para el uso privado sólo puede interpretarse como una prueba de la confianza existen­ te. Seguramente su relación no se estrechó sino en Hollywood en 1941. Adorno pudo abandonar finalmente Nueva York, donde había trabajado desde 1938 para el Instituto de Investigación Social, reorganizado bajo el patronazgo de la Columbia University, y donde al mismo tiempo había colaborado en el Princeton Radio Research Project. Ahora, liberado del stress de la investigación social empírica, quería dedicarse por entero al gran proyecto trazado con Horkheimer, el libro sobre la dialéctica. Aunque hasta la fecha no se ha encontrado ningún documento que pueda certificarlo, es inconcebible que el badger, amigo íntimo de Hork­ heimer y Adorno, no viese in statu nascendi el capítulo sobre la industria de la cultura. El capítulo está salpicado de alusiones a películas, actores y directores conocidos. El tono irónico dominante en el texto, que sólo re­ sulta explicable por la gran familiaridad con lo criticado, raramente ha sido percibido por la posteridad académica: La sociedad se ha preparado durante siglos para Víctor Mature y Mickey Rooney. Lamentablemente no exis­ ten cartas entre Adorno y Lang de esta época, pues por entonces acostum­ braban a llamarse por teléfono, a visitarse y a leerse textos el uno al otro. Las fiestas y las recepciones amenizaban los días, una actividad que Ador­ no ha reflejado en sus Mínima Moralia, que datan más o menos de esa época. En una ocasión, en una fiesta celebrada en Malibú «poco después de la guerra», Adorno fue imitado por Chaplin. Harold Russell, el prota­ gonista del filme de William Wyler The Best Years o f Our Life, había per­ dido la mano en la guerra y la había sustituido por un garfio que, pese a estar hecho de hierro, cumplía su función. Cuando le di la mano derecha y me devolvió el apretón, me horroricé, pero comprendí inmediatamente que no de­ bía mostrar mi reacción al herido, y en menos de un instante cambié mi cara

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de espanto por una mueca de cortesía que aún debió de resultarle más espanto­ sa. En cuanto el actor se hubo alejado, Chaplin empezó a imitarnos. Así de cerca está el horror de la risa que produce y que sólo en tal cercanía obtiene su legitimación y su carácter liberador. Los trabajos de Lang ocupan un lugar central en el capítulo sobre la industria de la cultura, que presenta a Hollywood como el sistema más avanzado de la producción estandarizada de cultura, con sus equivalentes en Berlín y Moscú. El género cinematográfico no es sermoneado desde el pulpito de la burguesía culta europea, como afirma el prejuicio contra la Dialéctica de la Ilustración, revestido habitualmente de ciencias de la co­ municación. El sistema hollywoodiense impide el desarrollo de la fantasía productiva, esto es lo que pasan por alto tanto los defensores como los de­ tractores de la Dialéctica de la Ilustración. Lo que se critica es la fusión de cultura y diversión, pues ésta convierte a la cultura en algo trivial, pero también porque espiritualiza la diversión. De este modo el cine pierde lo mejor de sí mismo: En algunas películas de revista, pero sobre todo en las pe­ lículas de risa y en los “ f unnies”, hay ocasiones en las que aparece momentá­ neamente la posibilidad de esta negación. Pero, evidentemente, ésta nunca puede llegar a realizarse. La diversión consecuente, verdadera, el dejarse llevar des­ preocupadamente por las más diversas asociaciones y por la feliz falta de senti­ do, es obstaculizada por la diversión corriente: por el sucedáneo de un sentido que la industria de la cultura se empeña en añadir a sus productos y que per­ vierte en el mismo instante en que lo utiliza como simple excusa para la apari­ ción de sus estrellas. El texto está escrito en el m om ento álgido del sistema hollywoodiense y en contacto directo con los integrantes del mismo, actors, composers, writers, producers y directors de todo tipo. El hecho de que Horkheimer se trasladase de Nueva York a Los Ánge­ les y de que Adorno le siguiese se explica por la amistad con William (Wilhelm) Dieterle, que había llegado a Hollywood con su esposa Charlotte en 1930. Dieterle había convencido a Horkheimer para que abandonase la bulliciosa y cara metrópoli de la Costa Este, donde era impensable disfru­ tar de una casa con jardín y apartarse del m undo universitario. El único artículo de un director de cine publicado en la prestigiosa Zeitschrift fiir Sozialforschung, en Estados Unidos Studies in Philosophy and Social Science, fue escrito por Dieterle en 1941. Este artículo hablaba del temor de Holly­ wood a perder su cuota de mercado en Europa. Según el testimonio de su autor, los jefes de los estudios cinematográficos americanos no sentían nin­ guna simpatía hacia Hitler, pero las actividades políticas contra el nació-

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nalsocialismo eran perjudiciales para su negocio. I.a entrada de listados Unidos en la Segunda Guerra Mundial transformó repentinamente la si­ tuación política. Hollywood también se exigió a sí mismo un war efíbrt. Así, actores a los que anteriormente el acento les había impedido trabajar, empezaron a encontrar papeles en las películas contra el nazismo, en las que interpretaron todo tipo de personajes, desde oficiales de las SS hasta prisioneros de los campos de concentración, lo que redundó en beneficio general de la comunidad de emigrantes, cuyos conocimientos sobre Euro­ pa eran muy cotizados; muchos sociólogos emigrados que buscaban traba­ jo lo encontraron en la OWI (Office of War Information) y posteriormen­ te en la OSS (Office for Strategic Services). Berrolt Brecht, que económicamente ya estaba bastante apurado, tam­ bién tuvo la oportunidad de trabajar con Lang en Hangmen Also Die. Brecht no llegó a California hasta el último momento, fue en 1941 y a bordo del barco Annie Johnson, que lo trajo desde Vladivostok; para aho­ rrarse gastos, y después de la mala experiencia que había tenido en el año 1935 (Eisler, que trabajaba en la New School for Social Research de la University of Exil, le gestionó una representación de Madre Coraje que finalmente se frustró), el dramaturgo optó por la Costa Oeste. Dieterle y Lang debieron de haberle pagado el viaje, librando a Brecht de un exilio moscovita que probablemente habría sido fatal. Hanns Eisler, a quien le fue bien en el sector de la música para el cine, también volvió a inclinarse por Hollywood. Adorno ya se había reencontrado con este viejo conocido de Viena en dos ocasiones: primero en Londres en 1934 y después en los días de Nueva York, en 1938. A partir de 1941 todos ellos frecuentaron la casa de Salka Viertel, que estaba casada con Berthold Viertel, uno de los pocos directores artísticos que Brecht aceptaba aparte de sí mismo. Salka, que escribía guiones para la Metro Goldwyn Mayer (MGM), tam­ bién estaba presente cuando, entre 1934 y 1935, su jefe negoció con el venerado maestro Arnold Schónberg la música para la película The Good Earth (dirección de Sidney Franklin y Víctor Fleming), ofreciéndole una retribución de 25.000 dólares. Schónberg, que intentaba mantener a flote a su familia con sus clases de composición y con un trabajo mal remune­ rado en la Universidad, se com portó en la negociación como un grand seigneury como un gran artista, rechazó absolutamente la concepción tiadicional de la música como simple acompañam iento del filme, exigió el control sobre el conjunto de la composición y pidió el doble de lo que se le ofrecía. Pero Thalberg hubo de ajustarse a lo que dispuso el director del

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Departamento de música de la MCiM. Esto también forma parte de los Minima Alorada, que se titulan de este modo porque reflejan el senti­ miento de culpa ligado a la supervivencia de los intelectuales desterrados al paraíso. El propio Brecht se caracterizó a sí mismo como una víctima de Holly­ wood, una caracterización que no compartieron Horkheimer y Adorno. El concepto de industria de la cultura, también esto suele pasarse por alto, so­ lamente puede entenderse como un concepto irónico, que incluye en sí mismo la falsa conciencia de los jeíes y de sus plantillas. Adorno no podía soportar la crítica cultural reaccionaria, pero la simple lucha de clases, que Brecht y Eisler reclamaban para sí mismos y recomendaban a los demás, esta solución tampoco podía resistir la crítica de los Minima Moralia. Los trabajos más convincentes de Brecht, que por entonces daba sus últi­ mos toques a Arturo Ui y de este modo provocaba la crítica de Adorno, reflejan la situación del exilio -el poema «A los que nazcan después» y las «Elegías de Hollywood» hablan en su favor. Como Brecht, Adorno tam­ poco se veía a sí mismo como un emigrante que desease afincarse definiti­ vamente en América, sino como un refugiado en el exilio americano. Lang se veía a sí mismo de otra forma. Pese a sus grandes problemas con los es­ tudios cinematográficos, consiguió poner pie en el centro del sistema hollvwoodiense. Incluso logró triunfar en el género más americano de to­ dos, el western, por ejemplo con la película The Return o f Frank James (1940). Lang lleva este género hasta el extremo, la lucha solitaria de Henry Fonda perfora la superficie que todo lo recubre y hace visibles los mecanis­ mos y las mediaciones sociales. Así lo había hecho ya, en alemán, en «M» (1931) con Peter Lorre y, en inglés, en Fury (1935/36) con Spencer Tracy. Lang conocía perfectamente el starsystem y supo ponerlo al servicio de sus propios fines. La concepción adorniana del ready made como instant pro­ ducto como algo prefabricado, esta concepción de la industria de la cultura podría haber tenido precisamente aquí su fuente de inspiración. Brecht consideraba a Lang, el director de cine, como un director de tea­ tro comparable a él mismo, que efectivamente dirigía un grupo de teatro. Todo lo que le sucedió al guión original de Hangmen Also Die se lo achacó a Lang. Lo que más le molestó fue que en la película no hubiese ningún papel para su maravillosa Helene Weigel. Pero esta vienesa hablaba con un acento tan incomprensible que Fritz Lang, también vienés de nacimiento, no encontró para ella ningún papel. De «language clowns», como se los llamaba en la jerga de los cosmopolitas «granujas del cine» (Thomas

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Mann), ya había demasiados. Brecht, que gustaba de piv.seui.u.se a m mis mo como un marxista purista, desconocía las condiciones Muíales de li producción cinematográfica, de las que solo percibió su dependan ia li nanciera desde un punto de vista economicista. IVro, en ivalnl.nl, esto mi eran más que poses que el adoptaba. Si era necesario o, como él mismo h.i bría dicho, si lo consideraba útil, Brecht modificaba su pumo de vista. Ida perfectamente consciente de lo contradictorias que tesultahan la ililama ción de los americanos o los arranques de patriotismo existentes en el seno de la comunidad de emigrantes. El 1*» de noviembre de IÚ-l 1 anotaba en su Diario de trabajo: «a los emigrantes les cuesta no echar pestes de “los americanos” o no “hablar con el cheque semanal en la boca”, como se re­ procha a quienes ganan mucho y hablan mucho. Id objeto ele crítica sue­ len ser ciertos fenómenos característicos del capitalismo intenso, como la progresiva mercantilizacion del arte, el conformismo de la clase media, la sustitución del valor de uso por el valor de cambio de la cultura, el carácter meramente formal de la democracia (que ha perdido su lutulamento eco­ nómico, esto es, la competencia entre productores independientes)». Ni siquiera Brecht se sirve de un simple esquema antiamericano. Su teatro épico puede entenderse como el contraproyecto de la industria del cine. En su continuación del capítulo sobre la industria de la cultura, que no fue publicado sino postumamente. Adorno escribe: La técnica del montaje que Brecht introdujo en el teatro significa virtualmente la permutabilidad en el tiempo... En este sentido esta técnica. pese a su intermitencia, se asemeja a la falta de resistencia propia del cine, aun cuando el conjunto de Lis innovaciones de Brecht podía entenderse como el intento de salvar el teatro en el época del cine y tras la descomposición de la psicología. Brecht utilizó el dinero que obtuvo de Hangmen Also Die para fi­ nanciar su trabajo. Según el testimonio de Salka Viertel, que es absoluta­ mente fiable, el dramaturgo estaba dispuesto a ir mucho más allá en la venta de su fuerza de trabajo. Brecht le habría propuesto escribir juntos un guión comercial para el cine, una práctica muy extendida que en Hollywood recibía el nombre de writing on spec. Pero esta magnífica com­ binación de una guionista experimentada y uno de los escritores alemanes más ingeniosos y productivos tampoco consiguió producir el guión ideal que pudiese dejar atrás las dificultades económicas. El proyecto no trajo sino frustración, y el Diario de trabajo está lleno de sorna y de pasajes en los que su autor se muestra irónico consigo mismo. Estos diarios reflejan, aunque un tanto desfigurada, su amistad con Lang y Adorno, que a partir

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de enero de 1942 se convirtieron en el objeto de sus críticas e incluso de su socarronería. La gran admiración que Brecht sentía por Walter Benja­ mín, el viejo amigo de Adorno que se había quitado la vida huyendo de los nazis, fue transferida a Adorno, aunque por otra parte éste le inspiró su novela de T U I. Pero el insolente anti-intelectualismo de Brecht tam ­ bién molestó a Adorno. Hasta mucho tiempo después no se dio cuenta de que era precisamente este anti-intelectualismo lo que le disgustaba de Brecht. Este confundía la verdad con hacerse el tonto para sobrevivir, una postura que incom odaba bastante a Adorno. Pero como estaban tan próximos en tantos otros puntos, a los ojos del FBI y sub specie de la in­ dustria de la cultura de Hollywood las diferencias realmente existentes entre ambos eran mínimas. Algunos argumentos de Brecht encontraron su lugar en pasajes decisivos de los escritos de Adorno. Los hábiles edito­ res de las Obras de Adorno dijeron que no habían podido encontrar el magnífico pasaje de Brecht que Adorno elimina de su conferencia sobre la metafísica y subraya en Dialéctica negativa, cuando afirma que el fracaso de la cultura se debe, parafraseando a Brecht, a que su palacio está hecho de caca de perro. En la Dialéctica de la Ilustración se percibe el espíritu de la discusión que animaba a los impotentes autores, actores, directores, productores e intelectuales cuando ponían en común sus experiencias con la industria de la cultura. La célebre teoría de la radio de Brecht fue una respuesta al desa­ rrollo de la radio durante la República de Weimar, Adorno estaba familia­ rizado desde esa misma época con la radio, gracias a la cual su amigo Ben­ jamín también consiguió mantenerse a flote después de la gran crisis económica mundial. Esta constelación no era en absoluto exclusiva de América, Horkheimer y Adorno señalaron la tendencia a la cultura autori­ taria implícita en el paso del teléfono a la radio: Liberal, aquél aún permitía que el participante desempeñara el papel de sujeto. Democrática, ésta convierte a todos por igual en oyentes y los somete autoritariamente a los mismos progra­ mas de las estaciones de radio. No se ha desarrollado ninguna forma de répli­ ca... En este contexto se aprovecha una idea central de Brecht sobre la «Eu­ ropa prefascista» del pasado para analizar el avanzado presente americano, a partir de la cual Adorno y Horkheimer hacen un impresionante pronós­ tico del futuro de la televisión —una evolución que seguramente situaría a los hermanos Warner en la desagradable posición del teatro íntimo y del conserva­ durismo cultural. Brecht extraerá de esto dudosas consecuencias políticas tiempo después: la independencia respecto del mercado de su teatro épico

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de Schiffbauerdamm* fue posible gracias al Estado autoritario de la RDA, al que él le arrancó astutamente cierta independencia (aunque Brecht con­ servó su pasaporte austríaco), que sin embargo no pudo menos de afectar a la esencia misma de su producción artística. Los himnos que escribió en alabanza de cualquiera después de 1949, a los que puso música su amigo Eisler, pregonan su torpeza política incluso después del hundimiento del socialismo realmente existente. En esta disputa fue Adorno, objeto de bur­ la en la novela de TUI, quien tuvo razón. La confianza en sí mismos de la que se jactaron en el exilio de Hollywood estos dos burlones, Eisler y Brecht, esconde las dificultades que también ellos experimentaron ante una producción cultural que sometió a ambos a los estándares de una cul­ tura de consumo reproducida de forma industrial. Brecht no estuvo totalmente al margen de ella, y Eisler todavía menos. Este compuso la música para la película Hangmen Also Die, que incluso se mofó de la estupidez del sistema -en la «Canción de Lidice» lograron in­ troducir subrepticiamente partes del himno de la Internacional Comunista. Eisler fue incluso nominado para un Oscar por esta labor. Contra la actitud adoptada por el propio Brecht, Fritz Lang luchó por los honorarios de aquél, lo que creó las condiciones para que el dramaturgo y su clan pudie­ sen gozar de cierta seguridad y producir otras tres piezas en los dos años si­ guientes. Brecht no dudó en utilizar algún que otro truco para implantar su teatro en los Estados Unidos: se sirvió de una estrella, Charles Laughton, con el propósito de que su Galileo Galilei no pasase desapercibido entre los americanos aficionados al teatro. Pero, dada la completa comercialización del mundo del teatro, esto no fue suficiente. Durante la segunda mitad de la década de 1940 las grandes estrellas de cine de Hollywood se habían alia­ do con los intelectuales críticos, pues sufrían en sus propias carnes la desva­ lorización de su talento. Un director de cine como Dieterle, que como pro­ ductor lo arriesgaba todo para hacer lo que él consideraba películas de calidad, sufrió verdaderas catástrofes económicas durante la crisis de la in­ dustria del cine y los primeros pasos de la televisión en la California de 1947. Con la llegada de la Colour TV, que en los Estados Unidos se intro­ dujo ya en 1950, cambiaron todas las condiciones que habían constituido la base empírica de la Dialéctica de la Ilustración. Al mismo tiempo, los ene­ migos políticos de Hollywood pudieron por fin sentirse lo suficientemente

* «Theater am Schiffbauerdamm»: alusión a la que fue la sede del Berliner Ensemble a partir de 1954. (N. del T)

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fuertes como para acabar con la mezcla de depravación moral y deslealtad política. La era McCarthy, con la incesante actividad del Comité de Activi­ dades Antiamericanas, que apenas dejó a los emigrantes otras salidas que el descrédito, la humillación, la prohibición de viajar, la deportación o la cár­ cel, afectó de lleno a la colonia germano-americana. A mediados de la déca­ da de 1950 Lang seguía creyendo que su futuro estaba en América, hasta que no pudo más y arrojó la toalla. Adorno vio en la República Federal Ale­ mana la posibilidad de ejercer la influencia pública que se le había negado en América. El francfortiano se refiere a esta posibilidad en las cartas que escribe a América, también en las que dirige a Lang y Thomas Mann, que miraban con bastante escepticismo a quienes regresaban a una Alemania re­ cién salida del nacionalsocialismo. Adorno, que entre 1949 y 1953 estuvo a caballo entre Francfort y la Bay Area californiana, se sintió especialmente atraído por la actividad do­ cente universitaria. Mostrando una sorpresa rayana en la incredulidad, en 1950 describía a Lang la situación de Alemania en los siguientes términos: Pero lo verdaderamente sorprendente en el país virtualmente devastado no son los daños sociales y económicos, sino precisamente todo lo contrario, el hecho de que, a pesar de todo, se ha restablecido la "vida normal”, al menos aparente­ mente. Cierta despolitización general, en tanto que reacción a la época nazi, parece impedir tanto el surgimiento de situaciones realmente conflictivas como la conciencia, en el fondo omnipresente, de ser un país colonial. Después de un frustrante año de investigación en California, Adorno regresa a Franc­ fort y el 2 de octubre de 1953 ofrece a Lang una visión poco realista de las cosas: En verdad, habría que ir de un lugar a otro, pero evidentemente esto tiene sus inconvenientes y tampoco es precisamente la forma de vida más ven­ turosa. Pero ¿acaso ésta existe en alguna parte? Entre tanto, en territorio americano Lang había tenido malas expe­ riencias. En Hollywood ya no había nadie que estuviese dispuesto a hacer realidad sus proyectos cinematográficos, por lo que aceptó con gratitud las ofertas que Artur Brauner le hizo desde Berlín. Pero el remake de La tumba india, dividido en dos partes, tampoco tuvo éxito en el mercado alemán. En el título elegido para la primera parte, «El tigre de Esnapur», todavía resuena el eco de las discusiones californianas sobre la forma de representar lo animal. En la década de 1960 Adorno empieza a recordar los años que pasó en Hollywood. En el texto que escribe con ocasión del setenta y cin­ co cumpleaños de Chaplin, se refiere a él como un tigre real vegetariano -el lector alemán de 1964 difícilmente podía comprender el significado de

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esta denominación en la obra de Adorno. Este atribuye a ( ihaplin la capa­ cidad de arrancar una reconciliación a la barbarie de la industria de la cul­ tura, designada con el nombre de la fiera. La extendida idea de que el eli­ tista Adorno, el experto en las manifestaciones culturales más elevadas, despreció el cine como forma artística, esta idea no sólo está en contradic­ ción con el aprecio que Adorno sentía por Chaplin, sino también con su aprecio por Lang. En casa de Adorno el cine jugó un importante papel desde los años veinte. Teddie fue regularmente al cine en compañía de su querida tía Agathe, desde su juventud fue un interlocutor más que válido para su descubridor Siegfried Kracauer, mucho mayor que él, al que toda­ vía aluden algunos textos de los años 1960, como por ejemplo «Transpa­ rencias fílmicas». Adorno puso en contacto a Alexander Kluge, uno de sus mejores discípulos, con Fritz Lang, su viejo amigo de los días de Holly­ wood. Kluge recuerda las paradójicas ocurrencias de Adorno en relación con el cine, ingeniosas salidas que no podían proceder de un lego en la mate­ ria: a Adorno «lo único que realmente le desagradaba del cine era la ima­ gen». El blanco fundamental de la crítica de Adorno fueron los esquemas realistas en el cine, un tema que puede rastrearse incluso en los más sutiles apuntes de principios de la década de 1940. Lang, que en la Europa interesada por el cine de principios de los años 1960 siempre encontró gente que supo valorar su obra, desde los parisinos Cahiers du Cinema hasta el estudio cinematográfico de Francfort, visitó en numerosas ocasiones a Adorno, que había regresado definitivamente a Ale­ mania. En esa época tuvo lugar una discusión sobre cine con los jóvenes empiristas, frente a los cuales Adorno defendía la autonomía estética del cine de Lang. A éste, siempre interesado por la gente joven, le interrumpió Adorno con las palabras «pero espera un poco». Ambos querían ejercer su influencia en la joven generación, tal como pone de manifiesto una diver­ tida historia que cuenta Regina Becker-Schmidt, a la sazón ayudante de Adorno. En una de sus visitas al Instituto de Investigación Social de Franc­ fort, Lang se enzarzó en una discusión con Adorno sobre si El silencio, de Ingmar Bergman, era una película pornográfica o no. En un momento determinado de la discusión se reclamó la opinión de la joven ayudante de Adorno, que dio la razón a su maestro. Cuando Lang comentó que esto no era de extrañar, pues en fin de cuentas la joven era la ayudante de Adorno, éste respondió indignado: «Como es alumna mía, es una persona que piensa por sí misma, que tiene sus propias ideas...» Muy enfadado, Adorno cogió el abrigo y el sombrero, pero los que no eran suyos: «Y en ese mo-

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mentó presenciamos una situación cómica: Adorno había cogido el som­ brero y el abrigo de Fritz Lang —el sombrero era demasiado grande para él y le cubría las orejas, el abrigo demasiado largo, de modo que los brazos y las manos de Adorno desaparecieron dentro de él. Desconcertado, Adorno se volvio y, todavía muy enfadado, exclamó: “Y ahora seguramente dirás que coincido contigo simplemente porque llevo puesto tu sombrero...”. Todo acabó en una amistosa carcajada...». Mientras que Lang se había convertido, especialmente en Europa, en el admirado cineasta que ha­ bía quedado aislado en Beverly Hills, a mediados de la década de 1960 Adorno, venerado por sus alumnos, se hallaba en el mejor momento de su carrera. El encuentro con Alexander Kluge, que hacía sus prácticas con Artur Brauner, causaría en Lang una impresión ambivalente, pues éste había leído un brillante artículo de Uwe Nettelbeck publicado en Die Zeit, en el que decía que Kluge no había aprendido del admirado cineasta a hacer películas, sino que ya no era posible hacer cine a la manera tradicional -Lang casi ex negativo como el padre del cine de autor en la República Fe­ deral Alemana, que dejó su huella en Abschied von gestern, la película con la que debutó Alexander Kluge. Fritz Lang siguió con atención los pos­ teriores conflictos de Adorno con sus estudiantes. Relacionó el infarto que éste sufrió en los Alpes suizos con la experiencia del viejo profesor «de que sus estudiantes hacían lo que él les había enseñado durante los últimos veinte años, esto es, rebelarse. Pero jamás entendió que también pudiesen rebelarse contra él, del mismo modo que, en mi opinión, nunca entendió a los jóvenes de hoy en día», dice Lang en una carta dirigida a Eleanor Rosé el 5 de septiembre de 1969, inmediatamente después de la muerte de Adorno. De la discusión que Lang dice haber mantenido con Adorno en abril de 1969 sólo sabemos lo que Lang ha escrito de ella. Éste no creía poder convencer a Adorno, pues «a veces hay hombres muy orgullosos a los que no es posible convencer de nada». Defendiendo al «mago» con una benevolencia que ya hubiese querido para sí mismo, el propio Adorno es­ cribió en relación con la supuesta vanidad de Thomas Mann: Que un hom­ bre como él se ajustase al mito de la vanidad es ciertamente vergonzoso para sus contemporáneos, pero algo totalmente comprensible: es la reacción de quie­ nes no quieren ser otra cosa más que lo que fueron una vez. No miento si digo que él fue tan poco vanidoso como de maneras llanas. Tal vez la forma más sencilla de expresar esto sea diciendo que en su trato con los demás nunca pensó que era Thomas Mann; la mayoría de las veces, lo que dificulta el trato con las celebridades no es más que el hecho de que éstas proyectan sobre si mismas, so­

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bre su propia vida personal, el reconocimiento público del que son objeto. Am­ bos, Adorno y Lang, anduvieron siempre en busca de su público: Adorno lo encontró primero en Europa, y postumamente en América -pero en vida de Fritz Lang se tenía otra visión de las cosas. Se tenía la impresión de vol­ ver a estar expuesto a un back/asb similar al que anteriormente había puesto fin a la estancia común en California. El nombre de Nixon, que empezó su carrera como miembro del Comité de Actividades Antiamericanas, no auguraba nada bueno; mientras tanto se había convertido en presidente de los Estados Unidos de América. En la amistad entre Rosé y Lang, los ani­ males y los nombres de animales juegan un papel tan importante como en el círculo íntimo de los Wiesengrund-Adorno y de los teóricos críticos; en las cartas de Lang está presente el mono de peluche Peter, al que el ci­ neasta confiere una vida propia, así como la gata Magali, que también par­ ticipa en la correspondencia. Y a ellas, a la escritora Rosé y a su gata, les comunica Lang: «sin él», esto es, sin TWA, «me siento todavía más solo.» La amistad entre Adorno y Lang, documentada en los archivos, resulta sorprendente por lo diferentes que eran sus personalidades y por lo distintas que eran sus posiciones en el proceso de producción de la industria de la cultura. Pero del diario de Adorno no sólo se desprende que Fritz Lang y Lily Latté lo acompañaron a la estación de Los Ángeles cuando él se dispo­ nía a iniciar su gran viaje, sino también que durante su primera estancia en Alemania añora al tejón, como Adorno llama afectuosamente a Lang en su diario. Dada la confianza que se tenían, parece imposible que Fritz Lang desconociese las asociaciones establecidas por Adorno con los animales de peluche, con Teddies y Peters. En los Apéndices oxonienses, escritos de ca­ rácter marcadamente personal que Adorno envió a Horkheimer en 1937 tras concluir su artículo «Sobre el jazz», se lee: “Général Lavine, excentric”, este título del Preludio de Debussy parece anticipar de forma programática la idea deljazz. Si damos al término “Lavine”su significado alemán, *para el que en francés sólo existe la palabra “avalanche”, el término designa lo que se des­ prende, lo que se precipita caóticamente; pero también lo que atemoriza; pero la avalancha, en tanto que idéntica a la instancia social destructiva, es a su vez un general; al mismo tiempo, el general queda ridiculizado al darle el nombre de avalancha, al igual que en esa misma época, hacia 1910, los primeros ositos de peluche (Teddybar) y el diábolo ridiculizaron el rango del cónsul al llamar «Cónsul Peten a unos monos uniformados. Éstos se presentaban montando en

* En alemán «avalancha» se dice «Lawine». (N . del 77)

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bicicleta. El paradójico ser que, en tanto que mutilado por la sociedad, se gana el escarnio de ésta y al mismo tiempo es glorificado por ella como su soberano, recibe el nombre de excéntrico. Si al final del Preludio se le enfocase y cesase el movimiento, se tendría con bastante probabilidad el modelo del sujeto del jazz, que posteriormente repite de forma invariante, compulsivamente, el mismo cua­ dro. Aunque no era aficionado a los difíciles tratados teóricos, Fritz Lang debía de conocer los Mínima Moralia y sabía que Adorno había titulado la tercera y última parte del libro con una cita de Baudelaire, con la que reto­ maba el hilo de Inglaterra diez años después: Avalanche, veux-tu memporter dans ta chuteé La utopía del aforismo n° 100, Ríen faire comme une béte, flo­ tar en el agua y mirar pacíficamente al cielo, se había disipado cuando Ador­ no se sirvió de la cita de Baudelaire como lema de la tercera parte del libro. Lo que ahora estaba en juego era el futuro de la Planta de invernadero. Adorno sabía muy bien de qué estaba hablando cuando después de 1945, en una época de transición, escribía estas líneas: Si el precoz es algo más que poseedor de habilidades, por lo mismo estará obligado a superarse a sí mismo, una obligación que los normales gustan de adornar con el carácter de deber mo­ ral. Tendrá que reconquistar con esfuerzo para la relación con los objetos el es­ pacio ocupado por su representación: tendrá que aprender a sufrir. El contacto con el no-yo, con la madurez presuntamente tardía, apenas fustigada interior­ mente, se le convierte al precoz en necesidad. Su propensión narcisista, revelada por la preponderancia de la imaginación en su experiencia, retrasa precisamente su maduración. Sólo posteriormente pasará, con crasa violencia, por situaciones, angustias y sufrimientos que en la anticipación estaban atenuados y que, al en­ trar en conflicto con su narcisismo, se tornarán morbosamente destructores.

Ivetorno a Francfort "KirSch im Schlagbaum" tiene más que ver con nuestra p lo so fía que todas las obras de Riesman juntas. I WA desde Santa Mónica a M H en Francfort de Meno,

12 tic marzo de 1953 Yo sólo quería regresar a llí donde transcurrió m i infancia, sobre todo porque tengo la impresión de que, en la vida, lo único que uno desea es recuperar, transformada, la infancia. Theodor W. Adorno, 1962

Adorno regresó tarde y no se quedó durante mucho tiempo. No trató de volver a Francfort de M eno inmediatamente después de 1945. Regresó a Alemania a finales de 1949 y principios de 1950, finalizada la época nazi, y en esa ocasión no tardó en volver a América. De 1952 a 1953 per­ maneció durante casi un año en California, donde trabajó para la Hacker Foundation. Para ello tenía buenas razones: conservar la nacionalidad nor­ teamericana parece haber sido uno de los motivos principales de su perma­ nencia en los Estados Unidos. No sería una exageración decir que temía tener solamente pasaporte alemán. Horkheimer, que en cuestiones prácti­ cas también fue siempre un modelo para Adorno, movió cielo y tierra, in­ cluido el Senado de los Estados Unidos, para seguir siendo ciudadano americano. Retrospectivamente, el regreso de Adorno a Alemania se sigue lógicamente de su trayectoria vital. La fama de la que gozó durante la dé­ cada de 1960 contrasta fuertemente con el anonimato en el que transcu­ rrió su estancia en América entre 1938 y 1949. El propio Adorno explicó en repetidas ocasiones a la opinión pública alemana y americana por qué había decidido regresar a Alemania. Para ello se sirvió del ejemplo de las antiguas tiranías: tras la caída de los tiranos, los exiliados obviamente re­ gresaban a su patria. Pero este tipo de manifestaciones autobiográficas han de tomarse con cautela. A principios de los años 1950, en efecto, volver a radicarse en Francfort de Meno no era en absoluto una obviedad. No sabemos si Adorno habría regresado a Alemania si Horkheimer no hubiese allanado el camino de vuelta a Francfort de Meno. A diferencia de lo que se dijo posteriormente, los repatriados no fueron recibidos con to­ dos los honores. Cuando se leen las cartas intercambiadas durante este pe­ ríodo se tiene la impresión de que, en última instancia, Horkheimer tomo

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la decisión do volver a abrir el Instituto de Investigación Social en Franc­ fort en cuanto vio la posibilidad de hacerlo. En 1948, tras una primera vi­ sita a Europa que le llevó basta Francfort pasando por Suiza y París, Horkheinter aún tenía en mente abrir tal vez una delegación del Instituto en Alemania. Su sede principal debía seguir estando en los Estados Unidos, l a identificación de Horkheimer con América rebasaba con mucho el in­ terés práctico de conservar la nacionalidad americana. En una carta confi­ dencial escrita desde París el 4 de julio de 1948 a su amigo de juventud Friedrich Pollock, que se había quedado en Santa Mónica, figura esta fra­ se. que es roda una declaración: «Nuestro trabajo para los Estados Unidos v a favor de la paz sería mucho más efectivo en Europa que en los mismos Estados Unidos. En Europa hay gente que nos necesita y a la que, por lo tanto, nosotros también necesitamos.» Pollock, a quien Florkheimer se di­ rige como «Mon cher Fred», era la persona de confianza de Max Horkhei­ mer; sobre cuestiones políticas y científicas, Horkheimer hablaba con más confianza con Pollock que con su mujer Maidon. De ello son testimonio los memorándums secretos que se conservan en el Archivo de Max Hork­ heimer. A veces hasta da la impresión de que la confianza existente entre estos dos hombres abarcaba también la esfera privada. En esta carta Hork­ heimer comparte con su amigo sus propias fantasías de comprar una casa -en 1948 el lugar de sus sueños todavía era el sur de Francia. A finales de los años 1950 Horkheimer y Pollock vivirán en casas contiguas en el Ticino, desde donde sólo visitarán Francfort esporádicamente. Ninguno de los dos podía ni quería decidirse totalmente por Alemania, su posición seguía siendo ambivalente por múltiples razones. Hemos dicho que Horkheimer tendía hacia Europa porque, según él mismo decía, sentía que allí se le necesitaba. Esta expresión arroja luz so­ bre la etapa americana del Instituto. Aunque Horkheimer no tardó en conseguir el objetivo de naturalizarse americano, siempre guardó cierta distancia con la vida académica estadounidense. Cuando en 1940 se reti­ ró más o menos a California, fue Paul F. Lazarsfeld, que siguió una estra­ tegia de integración institucional prácticamente opuesta a la suya, quien heredó la dirección del Instituto asociado a la Universidad de Columbia en Nueva York. Junto con Robert Merton, Lazarsfeld abrió en Uptown M anhattan el Bureau of Applied Social Research, que durante mucho tiempo fue la empresa científico-social de mayor éxito. Las trayectorias vi­ tales de Lazarsfeld y Horkheimer, así como las de Lazarsfeld y Adorno, es­ tán vinculadas entre sí de una forma curiosa. Como director del Instituto francfortiano en la última fase de la República de Weimar, Horkheimer

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ya se había servido de las habilidades del empirista vienes, que en la Aus­

tria del período de entreguerras había creado su propio instituto de inves­ tigación al margen de la Universidad, el llamado «Centro de investigacio­ nes psicoeconómicas». Cuando el Instituto emigró a los Estados Unidos, Horkhcimer se puso en contacto rápidamente con Lazarsfeld, que entre tanto ya había vuelto a abrir otro centro de investigación en Newark. Pero este emprendedor no tardó en establecerse también en las universi­ dades americanas de elite. Llegó a ser director del Princeton Radio Re­ search Project, en el que posteriormente se creó para Adorno el puesto de director musical, estableciendo las condiciones materiales que posibilita­ ron su llegada a América en 1938. Tiem po después, Lazarsfeld relató con ironía este episodio de la historia de la investigación social. Todos los pre­ juicios podrían quedar confirmados: el teórico especulativo Adorno no fue capaz de integrarse en una investigación social empírica sometida a una estricta división del trabajo. Pero la realidad es y fue bastante más compleja. No sabemos con certe­ za si Adorno y Lazarsfeld se conocieron en la Viena de los años veinte. En aquella época Adorno se movía, en tanto que artista radical, en un am­ biente político-intelectual todavía fecundo, pero que ya empezaba a desin­ tegrarse. El traslado de Schónberg y Eisler a Berlín es sintomático; el regre­ so de Adorno a Francfort de Meno y su fuerte inclinación por Berlín a finales de la época de Weimar indican un desplazamiento del centro de gravedad de la vida política y cultural en el ámbito de lengua alemana. Las opciones vitales de Lazarsfeld, en cambio, estaban estrechamente relacio­ nadas con el hundim iento del Imperio de los Habsburgo. En la menguada Austria de después de la Primera Guerra Mundial, la socialdemocracia austromarxista tenía algo que ofrecer a los jóvenes judíos de posición burgue­ sa. El austromarxismo era antes un way o f life que una corriente teóricopolítica homogénea. En la Viena roja del período de entreguerras el entorno austromarxista se desarrolló como una especie de sociedad parale­ la a la residual Austria clerical y conservadora. Forzada por un antisemitis­ mo presente por doquier, la socialdemocracia austriaca de la preguerra ya había dado una patria a los jóvenes judíos con inquietudes intelectuales que no querían dedicarse al comercio. Del entorno austromarxista no sólo salieron científicos sociales como Cari Grünberg, que precedió a Horkheimer en el cargo de director del Instituto de Investigación Social en Franc­ fort, sino también muchos científicos naturales que padecían las reacciona­ rias estructuras preburguesas de la vida pública austriaca.

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El término austromarxismo puede inducir a error. En él «austro» tiene mucho más peso que «marxismo». La clave para entender el fenómeno no está en una interpretación particular del marxismo. El austromarxismo fue una respuesta a las trabas sociales de las estructuras burguesas en un deca­ dente imperio formado por múltiples nacionalidades. Compromiso político y racionalismo científico, trabajadores organizados y burgueses ilustrados armonizaron. El austromarxismo se entendía a sí mismo como un régimen progresista; el progreso, en el que ya no creía toda la burguesía, fue cultiva­ do en esta socialdemocracia. Este progresismo burgués de un partido obre­ ro provocó la crítica mordaz de Karl Kraus, pero lo cierto es que también atrajo a los hijos de familias judías que no podían ver cumplidas sus aspira­ ciones científicas en una universidad con una administración dominada por tendencias reaccionarias. El racionalismo científico operó como un verda­ dero elemento de unión entre los académicos progresistas de la oposición y los austromarxistas políticamente activos. En el entorno austromarxista, la preferencia de los jóvenes judíos por las ciencias naturales y las matemáti­ cas, disciplinas aparentemente neutrales, favoreció la tendencia a aplicar los métodos matemáticos en las ciencias sociales y a desarrollarlas siguiendo el modelo de las ciencias de la naturaleza. El positivismo que Adorno encon­ tró en la sociología empírica americana no era en modo alguno un invento de los americanos. Ese positivismo llegó a los Estados Unidos con los emi­ grantes del entorno austromarxista, y su precursor fue Paul F. Lazarsfeld. Lazarsfeld, que había llegado a los Estados Unidos hacia finales de la crisis económica mundial con una beca de la Fundación Rockefeller, fue antes un inmigrante que el típico exiliado. Durante su estancia en América se produjo el avance del austrofascismo; Viena, el bastión austromarxista, cayó en 1934. Sólo después empezó el éxodo masivo de científicos austría­ cos, que volvió a crecer después de la anexión de 1938. Para entonces Paul F. Lazarsfeld ya se había establecido. Con la creación del «Centro de inves­ tigaciones psicoeconómicas» y la elaboración de un «barómetro radiofóni­ co» en la Viena de los años veinte, Lazarsfeld ya había intentado encontrar espacios extraacadémicos en los que poder ganar dinero con la investiga­ ción social. Llegó a los Estados Unidos con una iniciativa empresarial muy poco habitual entre los científicos. En Viena, Lazarsfeld había aprendido a moverse entre los límites de la economía privada y la burocracia austro­ marxista del Partido socialista y de la Viena roja. En plena crisis económi­ ca mundial, él y sus colaboradores lanzaron al mercado la investigación por encargo para empresas capitalistas, con el fin de financiar una investí-

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gación social que obedecía a motivaciones políticas. El triunfo del New Deal en America creo la situación idónea para las ambiciones y las expe­ riencias de Lazarsfeld. Una burocracia estatal de orientación progresista es­ taba cada vez más interesada en el conocimiento de la sociedad, para ase­ gurar así su política. Este experto investigador por encargo sabía cómo acceder a este tipo de conocimiento. La radio puede servir de ejemplo. Las victorias de Roosevelt, obtenidas contra la prensa escrita enemiga, hicieron reparar en la importancia de la radio. Tanto las burocracias estatales como las empresas privadas quisieron saber cómo funcionaba el medio. Las in­ vestigaciones de Lazarsfeld prometían el acceso a este saber. Horkheimer y Pollock trataron durante toda su vida de que el Institu­ to guardase cierta distancia de la política y de la economía. En Alemania, la base económica establecida por Weil había hecho posible cierta inde­ pendencia política y económica del Instituto. En los Estados Unidos, Horkheimer y Pollock también trataron de preservar esta independencia respecto de la Universidad de Columbia, en la que habían encontrado aco­ gida. Pero sus protectores en la administración de la Universidad tenían sus propios intereses. La Universidad de Columbia iba a la zaga del desa­ rrollo de las ciencias sociales en los Estados Unidos, y frente a los logros sociográficos de la Escuela de Chicago, la sociología neoyorquina era con­ siderada como un tipo de investigación pasado de moda, pues resultaba excesivamente teórica. Emigrado de Europa, desde donde había traído consigo el gran proyecto empírico-teórico llamado «Autoridad y familia», el Instituto debía volver competitiva a la Universidad de Columbia. Los responsables de la Universidad neoyorquina tomaron completamente en serio el nombre del Instituto francfortiano, Institute for Social Research. En Columbia, Horkheimer tenía que hacer social research, esto es, investiga­ ción empírica. En estas circunstancias, el alemán debió de considerar que sus estrechas relaciones con el experto empirista Lazarsfeld podrían serle de gran ayuda, así que le ofreció participar en distintas investigaciones, y pos­ teriormente también intentó obtener su colaboración en otros proyectos empíricos. Pero los nuevos colegas de Horkheimer, que deseaban cambiar la imagen de la sociología neoyorquina, no esperaban de los francfortianos una sociología empirista. Robert Lynd, cuyo escrito programático «Knowledge for what?» cuestionó en la década de 1930 el culto empirista a los hechos, esperaba del círculo de Horkheimer una investigación social que, penetrada por la reflexión teórica, dejase atrás las simples técnicas descrip­ tivas de la Escuela de Chicago. «Autoridad y familia» prometía al famoso

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una psicología social tic la música en la radio. Adorno nunca intentó negar

su difícil experiencia americano. Por el contrario, tras regresar a Alemania supo aprovechar muy bien sus Experiencias científicas en América para ha­ cer fundados pronósticos sobre las tendencias europeas. El conflicto con el tipo de administrative research que Adorno había conocido al lado de Lazarsfeld pasó a formar parte esencial de sus análisis musicales, que no se quedan en una rígida contraposición entre América y Europa. El análisis de la música ligera parte del predominio de las formas de producción pro­ pias de la industria de la cultura que en la década de 1930, gracias a la ra­ dio y a los discos, también empezaron a apoderarse de la llamada música seria. Ciertamente, América confirió a Adorno una avanzada posición de observador. En sus publicaciones, Adorno se esfuerza por subrayar la continuidad histórica de su obra, algo que parece estar en contradicción con su propio análisis de la vida dañada. La necesidad de dicha unidad biográfica viene exigida directamente por la contradictoria experiencia americana. El texto Experiencias científicas en América, que comparado con otros escritos pa­ rece algo más legible, introduce subrepticiamente el veneno legitimador de la exposición autobiográfica contra el que Freud había prevenido enér­ gicamente y sobre el que los teóricos críticos estaban de acuerdo desde la crítica del biografismo por parte de Lówenthal en la Zeitschrift fiir Sozialforschung. Temiendo falsear los hechos, Adorno hace duras consideraciones autocríticas, pero éstas no hablan por sí mismas. Atribuye sus dificultades en el Princeton Radio Research Project al hecho de que entré en el ámbito específico de la sociología musical antes como músico que como sociólogo. En la antigua fábrica de cerveza de Newark, donde se realizó la investigación dirigida por Lazarsfeld, Adorno experimentó una tardía socialización pro­ fesional que se solapó con la experiencia de la emigración. De 1934 a 1938, durante su estancia en Inglaterra, todavía pudo sentirse como un universi­ tario que, en virtud de su estatus de «Privatdozent», estaba al margen del proceso de producción social. En el antiguo Merton College, el «Privat­ dozent» Wiesengrund-Adorno pudo pasar por uno más de los muchos académicos extranjeros que habían buscado refugio en Inglaterra. Aunque su padre lo había familiarizado con la anglofilia, Adorno no debió de sen­ tir la imperiosa necesidad de convertirse en un inglés. En aquella época, un filosofo procedente de Alemania lo tenía bastante difícil para poner pie en el m undo académico de Oxbridge. La sociedad americana, en cam­ bio, hacía al recién llegado otro tipo de exigencias. El intento de Adorno

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Je- definirse .1 sí mismo como refugiado europeo significaba, entre otras cosas, la voluntad de conservar algo de esa misma autonomía e indepen­ dencia que el exilio ponía radicalmente en cuestión. El dolor ligado a la pérdida de la autonomía resuena incluso en la caracterización científica que hace de sí mismo el Adorno que ha regresado a Alemania hace ya mucho tiempo. I a actividad científico-social realizada bajo la dirección de Lazarsfeld en Newark debió de recordarle las circunstancias que en Europa le impi­ dieron vivir de la música. Sus reflexiones teórico-musicales «Sobre la situa­ ción social de la música» (1932) parecen constituir un exposé para un aná­ lisis interminable. Mientras estuvo vivo, Adorno jamás renunció a su deseo de componer. A diferencia de sus trabajos teórico-sociales, sus escritos teó­ rico-musicales pueden interpretarse como escritos claramente autorreflexivos. Su trabajo como sociólogo al lado de Lazarsfeld, con el que hubo de ganarse el pan, comenzó abordando un fenómeno derivado, a saber, el consumo de música, un trabajo con el que el músico nunca se mostró de­ masiado entusiasmado. Lo que en los años sesenta se presenta modes­ tamente como Introducción a la sociología de la música lleva todavía las heridas del niño, del músico Adorno. Pero el texto es nada menos que una reflexión filosófico-histórica de la socialización musical. Desde 1937 Ador­ no no dejó de dedicar parte de su tiempo a su libro sobre Beethoven, que según el testimonio de Tiedemann, su primer archivero, quería titular «Fi­ losofía de la música» -lo que vuelve a hablar a favor del interminable aná­ lisis musical, de un análisis prolongado durante toda una vida. Se diría que Adorno intuyó que esta filosofía quedaría inacabada, pues en casi to­ dos los textos teórico-musicales que escribió tras regresar a Alemania se esforzó por hacer visible la situación social de la música en su dimensión filosófico-histórica. El músico Adorno exige del teórico que su filosofía dialéctica encuentre su justificación en las cosas mismas, no más allá de ellas. Pero precisamente esta exigencia corre el peligro de verse incumplida en el objeto más simple de la sociología de la música, en la música ligera. La interpretación sociológica de la música es tanto más adecuada cuanto más elevado es su objeto. En la música simple, regresiva, sin valor, la interpretación se torna problemática. La música ligera constituye un desafío para la teoría de la sociedad. En los años veinte este desafío se llamó jazz. Pero sería un error ver en el jazz únicamente la abstracta antítesis americana de la tradición musical euro­ pea. El tema del jazz aparece una y otra vez como una de las consignas de la

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Teoría crítica de Adorno -el jazz representa tanto la disolución de la uni­ dad tradicional de la vida musical en su forma burguesa como la revolu­ ción de la música de baile no sincopada, una música a la que el jazz, como Adorno constata a principios de los años sesenta, ha vuelto obsoleta y ha re­ bajado a la condición de recuerdo. Con «Jonny spielt auf» el compositor Ernst Krenek, amigo de Adorno desde los años veinte, había presentado el programa de una ópera jazz, que para Adorno se había convertido en el punto de referencia de una modernidad posterior a Schónberg. Si la gene­ ración de Schónberg aún se había remitido enérgicamente a la tradición, que sólo heredó ya muy debilitada, la ópera jazz de Krenek pretendía dejar atrás la tradición. La transformación de las relaciones entre Europa y Amé­ rica después de 1945 se refleja en el cambio sufrido por la relación entre tradición y modernidad. El inventario sociológico-musical que Adorno rea­ liza en los años sesenta también se hace eco de esta experiencia biográfica: No es una casualidad que las innovaciones introducidas por compositores pro­ piamente modernos y saciados de tradición europea, como Boulez y Stockhausen, rocen ligeramente aquellas innovaciones americanas, como las de John Cage, que desde un principio se han opuesto a la tradición y que difícilmente podrían enfrentarse aún más a ella. Una sociología de la música que merez­ ca realmente este nombre ha de ser capaz de articular teóricamente el con­ junto de las relaciones existentes entre el presente y los cambios sufridos por la praxis musical, a menos que esté dispuesta a convertirse en un sim­ ple registro de la música que se consume. La transformación de la música en un bien de consumo a través de la industria de la cultura, cuya praxis acaba con todos los restos preburgueses, parte de la música ligera —un he­ cho que transforma el todo, la totalidad. El todo es lo no verdadero, esta sentencia de los Mínima Moralia no es sólo una crítica del lado afirmativo de la filosofía de Hegel, sino del conjunto de la cultura burguesa. La experiencia americana de Adorno se traduce en el desencantamiento de la cultura burguesa —las contradicciones de la realidad empírica desafían a la teoría a pensar la totalidad. La sociedad alemana, que produjo el na­ cionalsocialismo, hizo evidente el incumplimiento de la promesa de eman­ cipación de la que la burguesía fue portadora y que la gran música expresó hacia 1800. Adorno, que se consideraba a sí mismo un hombre totalmente libre de sentimientos nacionalistas y de arrogancia cultural, experimentó en América como algo completamente natural el momento ilustrado también en relación con la cultura. Desde esta perspectiva se torna problemática la rela­ ción de Europa con la tradición -y concretamente en tanto que una Euro­

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pa de naciones con un pasado, a diferencia de la sociedad americana, orientada siempre al presente. La dimensión filosófico-histórica de la so­ ciología de la música contiene elementos biográficos que pueden entender­ se como autobiográficos. Beethovcn es caracterizado como hijo de la as­ cendente clase burguesa. Cómo se produce concretamente la armonía entre las fuerzas productivas humanas y la tendencia histórica es algo difícil de ex­ plicar; ésta es la mancha ciega del conocimiento, dice este pasaje de la Intro­ ducción a la sociología de la música. En Beethoven se articula una concien­ cia verdadera -una expresión muy poco frecuente en el teórico crítico de la sociedad. Adorno impone a la sociología de la música la obligación de buscar la verdad de la música. Desde el punto de vista sociológico esto significa preguntar por la conciencia socialmente verdadera ofalsa de la música. El artista y filósofo Wiesengrund-Adorno nunca pudo sentirse como hijo de la clase burguesa, a él le es más bien consustancial ese momento de extraterritorialidad que Félix Mendelssohn personificó como nadie en la historia de la música alemana. En el análisis de la música de Mendels­ sohn, Adorno sigue la pista de una emancipación frustrada. De la gran burguesía tampoco han salido demasiados músicos. Mendelssohn, hijo de ban­ quero, fue extraterritorial a su propia clase, al menos en tanto que judío; sus cuidadas composiciones tienen algo del exceso de celo propio de lo que no es to­ talmente “regu”. Esto no sólo es válido para el ámbito de la producción mu­ sical. Adorno descubre este mismo gesto en Heine. En el abandono de la pretensión de Beethoven por parte de Mendelssohn, Adorno descifra la re­ nuncia proclamada por Goethe, la retirada de la humanidad a la esfera pri­ vada. En el largo siglo XIX esta actitud se estableció como la ideología de los judíos aburguesados, contra la que se rebelaron constantemente los hi­ jos de familias judías asimiladas. Adorno dio cuenta de este conflicto, y de sus dudas sobre su propia rebelión, en las primeras páginas de los Mínima Moralia, dedicadas a su viejo amigo Horkheimer. Es preciso ver, con horror, que con frecuencia ya antes, cuando los hijos se oponían a los padres porque ellos representaban el mundo, eran en secreto anunciadores de un mundo peor frente al malo. Los intentos apolíticos de romper con la familia burguesa casi siempre vuelven a caer aún más profundamente en sus redes... La posibilidad representada por una existencia artística también se vive como un camino sin salida. Desde su primera gran publicación en la Zeitschrift fü r Sozialforschung en 1932, el conjunto de la obra teóricomusical de Adorno no hace sino sondear la situación social de la música. Adorno vuelve a citar este artículo en los años sesenta, cuando considera

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mioiin.iv m i m o , la coii\icl loimtiilo en mi viejo estrilo piogi.im.íiii o, i|iie habría con sistido en ideniil'uai sin m,ís elconcepto (ir producción inusual con elprima do de Li esfera de Lt producción económica.... un tener en cuenta hasta qué punto la llamada producción innat a/ presupone ya la social, de la que depende ya la eez se distingue. I'si c- ensayo de l‘M2 todavía habla desde el radicalis­ mo estético izquierdista, compitiendo con los trabajos de Eisler y de Ben­ jamín de esa misma época, l a experiencia americana, por la que Benjamín no tuvo ocasión de pasar, también cambiar;! al músico Adorno, que, a di­ ferencia de Kisler, simar;! la teoría en el centro de su producción. El tema de la estupidez, en la música, que Eisler lúe el primero en formular de ma­ nera provocadora, acompaña constantemente a Adorno desde su primer encuentro con Eisler en Viena. Forma parte de sus Ideas para la sociolo­ gía de la música. 1.a crítica de la estupidez arremete contra el carácter iluso­ rio de la reconciliación musical, que hizo creer a la ascendente burguesía judía de Europa que había conseguido integrarse en la vida burguesa. En los años veinte a más tardar, los hijos rebeldes de las familias asimiladas se dan cuenta de que la promesa de emancipación de la burguesía se había transformado ya en una ideología. Para este conflicto social no podía ha­ ber una solución puramente musical, pues la lógica interna de la música desembocó en una reflexión sobre su material, que Adorno concibe en tér­ minos sociales. Sin su propia experiencia artística, Adorno difícilmente ha­ bría podido formular esta idea. El sujeto de la composición no es individual, sino colectivo. A toda música, incluso a la más individualista desde el punto de vista de su estilo, le es absolutamente consubstancial un contenido colectivo: por sí mismo, todo sonido dice ya Nosotros. Este trasfondo permite entender mejor a Adorno cuando atribuye sus dificultades en el Princeton Radio Research Project al hecho de que entré en el ámbito específico de la sociología musical antes como músico que como soció­ logo. Adorno no podía aceptar que los stimuli musicales presentados a los sujetos de experimentación fuesen estímulos neutros desde el punto de vis­ ta social. El método de prueba presuponía ya la transformación de la mú­ sica en un bien de consumo. Se pasaba por alto el carácter del material musical en tanto que segunda naturaleza producida socialmente. Confor­ me a su propia experiencia artística, Adorno hubiese tendido más bien a descifrar este carácter social del material musical. Si posteriormente se ocu­ pa una y otra vez del jazz, es porque intenta llevar a cabo lo que no pudo

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hacer cuando trabajó con Lazarsfeld. En la obra de Adorno, el jazz repre­ senta la música organizada por la industria de la cultura, una música sobre la que hace este implacable pronóstico sociológico: En tanto que sector de la industria del ocio, la música se aproxima justamente a aquello de lo que la aparta su propio sentido. Las especulativas Ideas para la sociología de la música de finales de los años 1950 recogen la experiencia americana de Adorno de finales de los años 1930: La industria de la cultura se apresta a tomar bajo su dirección el conjunto de la música. Quien lea aisladamente el articulo de Adorno sobre el jazz corre el peligro de perder de vista el con­ texto de discusión del que es indisociable. La pregunta por la verdad y la falsedad de la música esta estrechamente relacionada con la pregunta por la re­ lación existente entre sus dos esferas, la seria y superior y la inferior, o denomi­ nada injustamente ligera. La división del arte en serio y no serio es el pro­ ducto de la división social del trabajo; su trasposición irreflexiva al ámbito musical acentúa la dominación ejercida por la cultura «superior», de cuyas trabas promete liberar la música ligera. El interés por el jazz surgió en la Europa de entreguerras. Ya en 1928, cuando Adorno escribía exposés para la revista musical vienesa Anbruch, criticó la falsa pretensión de la música «seria» en relación con la música popular. Pero el kitsch sentimental siempre tiene razón frente al arte sentimen­ tal con pretensiones, como lo tiene, por ejemplo, el auténtico jazz frente a los intentos de trasplantarlo a la esfera de la gran música y de “ennoblecerlo”, per­ judicando de este modo tanto al ja zz como a la gran música. Ep medio de la crisis económica mundial, el radicalismo estético de izquierdas de finales de los años veinte se correspondió con un nuevo interés por la economía de la existencia artística. En mayo de 1929 Adorno hacía unas observacio­ nes sobre un curso de ja zz impartido en el Conservatorio Superior de Música, la prestigiosa institución francfortiana. Enfrentándose al establishment, Bernhard Sekles, su primer profesor de composición, había invitado al espe­ cialista Mátyás Seiber a dar un curso de jazz en Francfort de Meno. Con un sentido práctico muy poco habitual dice Adorno: Dado que la inmensa mayoría de los músicos jóvenes se ven obligados a ganarse la vida con el arte de uso, no debería existir ninguna duda de que, practicado honestamente y con imaginación, este tipo de arte es preferible al arrogante diletantismo de quienes son incapaces de satisfacer los imperativos de la utilidad. En la revista An­ bruch por él dirigida, en 1929 el redactor Wiesengrund no sólo planeaba la publicación de un número especial dedicado a la «Música ligera», sino que se proponía introducir una sección así titulada en la que debían abor-

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Jarse permanentemente las cuestiones referidas a la música inferior, desprecia­ da, pero que ya no puede seguir siendo excluida arrogantemente de una discu­ sión seria. En Adorno, la discusión sobre el jazz va unida a la importante pregunta por la situación social del músico. En la Sociología de la música de los años sesenta Adorno todavía recuer­ da la expresión música de uso {Gebrauchsmusik), que se estableció a princi­ pios de los años veinte entre las dos esferas tan acreditadas como problemá­ ticas del arte superior y del arte de entretenimiento. En sus extremos se pusie­ ron de manifiesto las posibilidades de una música de comunidad o música colectiva {Gemeinschafismusik), que en 1932 Adorno caracterizó en sus va­ riantes pequeño-burguesa, representada por Hindemith, y proletaria, re­ presentada por la música coral de Eisler. El hecho de compartir una misma experiencia compositiva no vuelve menos virulenta la crítica de Adorno a Eisler. La teoría y La praxis artística del proletariado no puede prescindir sin más de los resultados estético-inmanentes de la historia burguesa, incluida la de los últimos cincuenta años, a menos que esté dispuesta a eternizar en el arte una situación que es el resultado del dominio de una clase sobre otra, y cuya eliminación en la sociedad constituye el objetivo irrenunciable de la lucha de clases. Desde la perspectiva del radicalismo estético de izquierdas en la que se sitúa Adorno, la música de uso proletaria se presenta como un camino sin salida tanto desde el punto de vista estético como político. En cambio, en 1932 Adorno hace un cumplido a Kurt Weill reconociendo en su música una auténtica fuerza polémico-social... mientras se mantenga en el extremo de su negatividad. Posteriormente también concederá a Weill el haber dado su fisonomía al año 1930 con la Ópera de los cuatro cuartos, que desde un principio fue arreglada para eljazz. A partir del grupo de teatro formado en torno a Weill y Brecht, con el que Adorno y su amigo Benjamín habían entrado en contacto en el «Theater am Schiffbauerdamm» en la última fase de la República de Weimar, se desarrolló en la emigración americana la figura del manager artístico, cuyo showmanship no sólo se adueña del tea­ tro, sino también de la música. El destierro y el exilio se reflejan en los textos de Adorno sobre el jazz. En Inglaterra, donde, para decirlo con las palabras de Krenek, «afortuna­ damente para él, pasó por la escuela primaria no demasiado dura del exi­ lio», Adorno todavía acarició la idea de ganar dinero componiendo temas de éxito. También sintió palpitar la cultura reinante entre los propios dedos, como dicen los M ínima Moralia, pero rechazó participar en ella. No conoz­ co ningún compositor que se gane la vida con trabajos para el mercado y que al

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mismo tiempo satisfaga completamente su propia norma. Adorno escribió en 1942 «Diecinueve artículos sobre música moderna» para un importante diccionario musical americano. El único aceptado fue el titulado Jazz. En los demás casos, los editores americanos prefirieron los textos presentados por su amigo Krenek, al que les había recomendado él mismo. En este ar­ tículo de Adorno se concentran ya las ideas fundamentales de su afamado y a la vez difamado ensayo «Moda sin tiempo», cuya implacabilidad lo acerca más bien al texto «Despedida del jazz», escrito en 1933. El jazz del que Adorno se despedía en 1933 había sido un stimulus para la gran músi­ ca europea -el jazz con el que se encontró después de 1933, en cambio, constituía la esencia de una popular music difundida por la radio y los dis­ cos. El artículo escrito para el diccionario americano da cuenta de esta experiencia en el Nuevo Mundo. En la medida en que pueda hablarse de verdaderas tendencias evolutivas en el seno del jazz, éstas tienen que ver preci­ samente con la inclinación a la concentración y a la estandarización, y con la voluntad de sustraerse a ambas. El jazz, originariamente un fenómeno social marginal procedente del “Lumpenproletariat”, ha sido más o menos suavizado por la “communication industry”, privado de sus rasgos ligeramente chocantes y completamente absorbido por ella. En estas líneas de 1942 habla la experiencia americana del autor, sien­ do en ellas donde más se aproxima a una teoría dialéctica del jazz. Adorno no volverá a enlazar con estas ideas hasta la Sociología de la música de los años sesenta. En el ensayo «Moda sin tiempo» del volumen Prismas, el pri­ mer libro posterior a 1945 con el que Adorno llega a un público alemán más amplio que el formado por los especialistas en filosofía de la música, el jazz aparece como un asunto cerrado, como un tema sobre el que ya se ha dicho la última palabra mucho tiempo atrás. Regresando a Alemania, Adorno pretendía escapar de las poderosas redes de la industria de la cultu­ ra, que al mismo tiempo consideraba como el destino de la sociedad mo­ derna. El título «Moda sin tiempo» alude a una idea fundamental que su autor ya había formulado en los años veinte. En aquella época el jazz se había presentado como un fenómeno de moda ligado al americanismo, con el que había enlazado la primera ópera ja zz alemana de Krenek, su amigo musical y político. En ella, América era ensalzada de forma directa, enérgica, patente y a la vez enigmática, como un país dotado de una fuerza vi­ tal primordial y de una dominación técnica de la vida. En esta conferencia para la radio del año 1932, Adorno habla ya de los tiempos del jazz como una época pasada, a la que su «Despedida del jazz» dice adiós definitiva­

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mente en 1933. En sus escritos sobre el jazz se entrecruzan sus propias ex­ periencias como artista y como teórico ele la sociedad, como europeo sin experiencia americana, como emigrante y exiliado europeo en América y como repatriado. La tentación de arrancar al fenómeno del jazz, concebi­ do como moda sin tiempo, una continuidad biográfica hace caer al teórico social por detrás de su propia pretensión de dialecticidad. Sus formulacio­ nes apodícticas en contra el jazz alimentaron el prejuicio de que Adorno juzgó con la arrogancia propia de la burguesía culta un fenómeno popular americano del que él, en tanto que europeo, no sabía absolutamente nada. En 1953, cuando Adorno publicó por primera vez en la revista Merkur su ensayo «Moda sin tiempo. Sobre el jazz», topó rápidamente con la con­ testación de Joachim E. Berendt, que habría de convertirse en el principal ideólogo del jazz en Alemania. Adorno se vio obligado a replicar por escri­ to a la crítica de Berendt. Aunque éste se presenta a sí mismo como un ex­ perto en música que desea «mantenerse completamente al margen de con­ clusiones filosóficas y sociológicas», no puede evitar pronunciarse sobre el jazz, afirmando que es «el fenómeno musical más originario y vital que ha producido nuestro siglo». Adorno reacciona idiosincrásicamente contra esta mistificación anti-intelectual del supuesto fenómeno originario, que reanima ahistóricamente el mito del jazz de los años veinte. Su experiencia americana, su conocimiento de los aspectos específicamente americanos del jazz, le ha abierto los ojos. Pero esta experiencia sólo puede expresarse en términos sociológicos, la interpretación estrictamente musical aproxima la crítica de Adorno al fenómeno criticado. La rigidez que él critica en una moda que vuelve una y otra vez lo torna insensible a los detalles, a los fe­ nómenos. La defensa de su apodíctica condena del jazz contra Berendt está en curiosa contradicción con su afilada crítica al conformismo cultural del ideólogo del jazz, un conformismo que adopta incluso rasgos propagandís­ ticos. Inflexible, o más bien afianzado por la controversia, Adorno incluye el escrito sobre el jazz en Prismas, su primera gran colección de ensayos que publica Suhrkamp en 1955. Con este libro empieza a perfilarse la fiso­ nomía intelectual de Adorno en la República Federal Alemana, y Adorno se vuelve atacable. La resistencia contra la Teoría crítica de la sociedad de Adorno se ha agarrado desde principios de los años sesenta a su crítica del jazz. Ésta es como una mancha ciega en su obra, pero no se debe ni a la arrogancia cul­ tural de la vieja Europa ni a un conocimiento insuficiente del fenómeno. Sus notas ponen de manifiesto un conocimiento sorprendentemente deta-

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liado del jazz americano. Su estancia en Nueva York no sólo lo familiarizó con la producción de temas de moda de la Tin Pan Alley. Adorno también estuvo en Harlem, como demuestra su alusión al baile en el Savoy. Sin em­ bargo, debió de darse cuenta de los puntos débiles de su crítica del jazz, pues de lo contrario en 1963 no se hubiese sentido obligado a volver a de­ fender la crítica del fenómeno en el Résumé sobre la industria de la cultura: A l crítico se le reprocha atrincherarse en un arrogante esoterismo. Desde el punto de vista de la trayectoria vital de Adorno, la crítica del jazz significa el comienzo de una reflexión crítica sobre la industria de la cultura, que él descubre ya en la República de Weimar. El jazz representa la falsa supera­ ción del aislamiento del artista a través dé la industria de la música. Si juz­ ga el jazz con tanta dureza es porque percibe la imposibilidad de su propia existencia artística. En uno de los últimos textos que publica antes de emi­ grar a América empuja, al modo de Nietzsche, lo que está a punto de caer -un procedimiento nietzscheano sobre el que más tarde se mostrará extre­ madamente escéptico. Adorno reaccionó a la prohibición de los nazis en 1933 de emitir “música de negros”* en la radio con su «Despedida del jazz». Su primer gran trabajo en el exilio inglés tras la paralización... bajo elfascis­ mo se tituló sucintamente «Sobre el jazz», un escrito que el autor incorpora en 1937 a los Apéndices oxonienses. Las últimas palabras que Adorno escri­ be en Alemania antes de enmudecer en este país son sobre jazz, y cuando en el exilio recobra la palabra lo hace escribiendo sobre jazz. Con su crítica del jazz, alimentada por su propia experiencia artística, se sitúa en la fron­ tera de la crítica de la sociedad: en 1938 se integra en el «administrative research» científico-social a las órdenes de Paul F. Lazarsfeld. Sólo la Dialéc­ tica de la Ilustración, escrita en el aislamiento californiano, le dará la posibilidad de articular teóricamente su experiencia biográfica en forma de crítica teórica de la industria de la cultura. Una mirada al célebre capítulo sobre la industria de la cultura de la Dialéctica de la Ilustración pone de manifiesto que la obra presenta el jazz como un momento del sistema social del capitalismo avanzado, y en nin­ gún modo como una especialidad americana: La sociedad está formada por desesperados, lo que la convierte en víctima de engaños. En algunas de las no­ velas alemanas más importantes de la época prefascista como Berlin Alexanderplatzy Kleiner Mann, was nun, esta tendencia se hizo tan evidente como

* «Negerjazz» («música de negros»), así se calificaba despectivam ente en aquella época al jazz. (N. del T)

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en las películas corrientes y en el modo de proceder deljazz. En el fondo, de lo que se trata es de la autohumiIlación del hombre. El pasaje llama la atención, pues el abrupto tránsito desde el análisis crítico de la sociedad a la psicolo­ gía social recuerda al repentino paso del análisis sociológico a la interpreta­ ción psicoanalítica en el ensayo «Moda sin tiempo». En su crítica del jazz, Adorno establece reiteradamente una vinculación, no estrictamente nece­ saria desde el punto de vista teórico, entre jazz y sadomasoquismo, entre industria de la cultura y castración. El jazz se convierte en el idiosincrásico punto de atracción de su crítica social. Adorno sufre en sus propias carnes el descalabro social del sujeto burgués. El artista Adorno no puede llevar una vida independiente, no dañada, ni siquiera en las condiciones de la so­ ciedad prefascista, porque su socialización profesional tiene lugar en la emigración anglosajona, en países en los que el sistema de la industria de la cultura está mucho más desarrollado que en la Europa continental. El intelectual, que vive de su trabajo espiritual, experimenta en Inglaterra y en América su completa dependencia de un mercado estructurado de for­ ma monopolística. Este sistema hizo que otros músicos, como su profesor de piano Eduard Steuermann, enmudeciesen como compositores, Eisler no tuvo más remedio que componer música para el cine. Él y Adorno es­ cribieron juntos el libro Música para el cine. La barbarie de la industria de la cultura no se considera como una consecuencia de un «cultural lag» en­ tre Europa y América. La Europa prefascista estaba a la zaga de la tendencia de La cultura al monopolio. Los M ínima Moralia plantean repetidamente la pregunta por la vida recta en un mundo en el que la soberanía del individuo se ha convertido a la vez en ideología y en utopía desmentida. Desde el punto de vista biográ­ fico, el jazz representa para Adorno el tabú de sustraerse a la presión de la adaptación a través del sometimiento: Por otro lado, la presión del confor­ mismo, que pesa sobre todo productor, rebaja sus exigencias. El centro de la au­ todisciplina espiritual en sí misma ha entrado en descomposición. Los tabúes que determinan el rango espiritual de un hombre y que a menudo consisten en experiencias sedimentadas y conocimientos inarticulados, se dirigen siempre contra los propios impulsos que aprendió a reprobar, pero éstos son tan podero­ sos que sólo una instancia incuestionable e incuestionada puede inhibirlos. Este fragmento se titula Si te llaman los chicos malos. La obstinación con la que Adorno insiste en su crítica del jazz habla de la amenaza de su produc­ tividad intelectual, que procede de un terrible sentimiento de dependen­ cia. La posibilidad de convertirse en sujeto económico, empresario, propietario,

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ha sirio totalmente liquidada... lodos se convierten en empleados... Cuando escribe estas líneas. Adorno tiene en mente la actividad científica de Co­ lombia en la lejana Nueva York y las oficinas de los guionistas en el cerca­ no Hollywood, «leddie tiene un solo interés», comunicaba confidencial­ mente briedrich Pollock a su amigo Horkheimer ya en 1941, «convertirse cuanto antes en un pequeño rentista en California, y qué sea de los demás es algo que no le importa absolutamente nada». La remuneración econó­ mica del Instituto hizo que Adorno albergase la esperanza de poder sobre­ vivir si no como músico, sí al menos como crítico social. La propia Dialéctica de la Ilustración también presenta rasgos marcada­ mente extraterritoriales. Escrita en una splendid isolation en la West Coast, la obra aparece en alemán después de la guerra en una editorial de Ámsterdam en el exilio. La fragmentación de las biografías se refleja en la historia de la publicación de estos «Fragmentos filosóficos». En Alemania occiden­ tal se convirtieron en una sugerencia secreta entre los interesados en la po­ lítica, y a principios de los años sesenta circularon en una edición pirata. Horkheimer mantuvo bajo llave hasta 1968 este libro clave de la experien­ cia americana, que en la década de 1950 no encontró un público demasia­ do numeroso, al igual que sus artículos publicados en la Zeitschrift fu r Sozialforschung. Adorno procedió del mismo modo, aunque no siempre. La Dialéctica de la Ilustración significaba para él el comienzo de su carrera como teórico crítico de la sociedad y tras su publicación se convirtió en Alemania, como publicista, en una voz escuchada. Sus escritos se hallaron en estado de dispersión hasta la publicación de su Dialéctica negativa en 1966. La referencia al trasfondo sistemático de la crítica del sistema hubo de quedar relegada a las notas al pie de página. Su Filosofía de la nueva mú­ sica (1948), presentada desde California al público alemán como una di­ gresión de la “Dialéctica de la Ilustración sólo logró atraer la atención de un pequeño círculo de lectores iniciados; pero con sus publicaciones en la Neue Rundschau (la editorial S. Fischer había vuelto a abrir sus puertas), en M erkury en Der M onat había regresado a Alemania. Adorno había logrado superar rápidamente el estatus de la extraterritorialidad. La crítica del jazz estaba entre los trabajos de transfer de Adorno, de los que los Prismas fueron los primeros en ofrecer una panorámica. La opinión pública desconocía el marco teórico general de estos trabajos. Los ensayos de Adorno sobresalían como las puntas de un poderoso iceberg teórico en el paisaje intelectual alemán, pero sólo unos cuantos iniciados sabían de la existencia de tal iceberg. La opinión pública alemana deseo-

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THHOnOR \V. ADORNO DNO DI I OS DI I IM< >s Ol Nh >,S

noció prácticamente la vida y el trabajo en Aiiumu.i de l*»s rmigt.mies en vida de éstos, pues hasta el trabajo pionero de Martin |ay í halen iraI bnay ¡natioiu publicado en 1973, sólo se conocían fragmentos biográficos dis­ persos. Después de 1949 Adorno trató de hacerse un lugar en Alemania con sus publicaciones, mientras c|tie llorkheimer se mantuvo más bien en una posición de espera. Su intención era mantener abiertas todas las puer tas. Políticamente no buscaron m encontraron puntos de contacto, la en trada se produjo por la vía de la política académica y científica, En el trasfondo estuvo siempre la estrategia de l lorkheimer de proseguir el trabajo teórico sin adquirir grandes compromisos públicos. 1.a retirada de Nueva York a California ya había obedecido a esta estrategia y su primer fruto fue la Dialéctica de la Ilustración. La obra de Horkheimer Eclipse oj Reason, que apareció casi simultáneamente, debía garantizar la presencia inte­ lectual en América. En California, Adorno se había convertido en el prin­ cipal colaborador del proyecto teórico de Horkheimer, a pesar de que Pollock le había manifestado reiteradamente sus dudas acerca de la fiabili­ dad de Adorno. Éste quería participar a toda costa en el desarrollo de la Teoría crítica de la sociedad programada por Horkheimer desde mediados de los años 1930, pero las decisiones estratégicas que debían hacer posible la realización de este proyecto teórico se tomaron casi siempre a sus espal­ das. Quienes decidían eran Horkheimer y Pollock. Tras finalizar la Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer se vio obligado a reincorporarse a la investigación americana. Durante la guerra, la mayo­ ría de los colaboradores del Instituto participaron en el «war effort», po­ niendo su fuerza de producción científica a la disposición de las autorida­ des de Washington. La participación de los colaboradores del Instituto en el «war effort» también se debió a la importancia que cobraron las ciencias sociales en América. La tendencia a utilizar los resultados de la investiga­ ción social para la política práctica, una tendencia observable desde la pri­ mera Administración Roosevelt, se acentuó durante la guerra. Los respon­ sables políticos y militares se interesaban por las transformaciones que tenían lugar en todo el mundo, pero también por los cambios que se pro­ ducían en su propio país. El enorme interés suscitado por la sinología y por el estudio de la lengua y la cultura japonesas, que no era simplemente filológico, corrió parejas con el interés que despertaron los estudios sobre el racismo, que no se limitaban en absoluto a la ideología de los estados enemigos. Éste es el contexto del estudio sobre la Authoritarian Personality impulsado por Horkheimer. Lazarsfeld participaba por aquel entonces en

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una de las investigaciones sociológicas empíricas más amplias, que poste­ riormente se publicarían con el título de American Soldier. Aunque la ma­ yoría de los colaboradores del Instituto habían logrado emplearse provisio­ nalmente en instituciones próximas al gobierno, Horkheimer y Pollock, a diferencia de Lazarsfeld, no consiguieron asegurarse una financiación con­ tinuada de parte de grandes fundaciones como Rockefeller y Carnegie. Horkheimer se vio obligado a hacerse cargo del Departamento de inves­ tigación del American Jewish Committee (AJC). De ahí que a partir de 1945 hubiese de mudarse a Nueva York, con lo que su trabajo con Teddie quedó paralizado. A esto se refiere la Dedicatoria de los Mínima Moralia cuando dice que sólo uno de ellos continuó trabajando en la filosofía co­ mún. Pero esta paralización también significó para Adorno la necesidad de volver a dedicarse a la investigación social empírica. De ello dan cuenta, no sin orgullo, las «Experiencias científicas en América». En 1950, cuando apareció en los Estados Unidos The Authoritarian Personality, los teóricos críticos volvieron a considerar la posibilidad de regresar a Alemania. Hork­ heimer estaba cada vez más cansado de los conflictos políticos y organizati­ vos en el seno del AJC, que él atribuyó amargamente a una «lucha de ra­ zas». La elección del término también refleja la frustración causada por la necesidad de elegir la etiqueta judía para poder sobrevivir. Horkheimer se refería a los conflictos existentes en el seno de organizaciones judías secula­ res: los integrantes del lobby étnico, por los que él se sentía vejado, eran en su mayoría emigrantes judíos de Europa oriental que llevaban mucho tiempo en América, mientras que los científicos por ellos financiados ha­ bían llegado a América huyendo del fascismo y procedían de Europa occi­ dental. El marco en el que se libraba la lucha por hacerse con fondos para la investigación no se parecía en nada al libre mercado; los contactos polí­ ticos y personales resultaban imprescindibles. De ello ya había dado cuenta la Dialéctica de la Ilustración con la teoría del pensar por etiquetas. Para el ambicioso proyecto de Horkheimer de desarrollar una Teoría crítica de la sociedad que diese cuenta de las grandes transformaciones del siglo XX, las posibilidades científicas ofrecidas por los Estados Unidos eran cada vez menores. La reapertura del Instituto en Alemania, pese a todas las dudas que planteaban Alemania y los alemanes, parecía una opción más benefi­ ciosa para su proyecto. Pero para esto también había de conseguir que Adorno, su principal colaborador, se trasladase a Alemania. Horkheimer debió de impresionar a sus interlocutores alemanes en Francfort de Meno. UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA BIBLIOTECA CENTRAL

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Éstos confiaban en que su regreso ciaría al mundo occidental, y especial­ mente a los Estados Unidos de América, una image positiva de Alemania. En 1948 Horkheimer había examinado la situación. Había logrado que las instituciones estadounidenses sufragasen el viaje a Europa. Sus car­ tas a California siguen resultando emocionantes. Poco antes de llegar a Francfort, escribía desde Zurich a Teddie y Gretel: «Que nos vaya bien sólo dependerá de nosotros y de nuestro trabajo.» Poco tiempo después, en una carta dirigida a Pollock, se mostraba ya más escéptico sobre la nueva situación de Alemania: «... sabes que actúo como pionero del Instituto. Alemania vuelve a ser el país del futuro, se muestra más fuerte, más enérgi­ co y más perverso que nunca. Nuestro aislamiento en el futuro no dismi­ nuirá, sino más bien crecerá -lo mismo que la relevancia de nuestro pensa­ miento.» De los colegas alemanes no esperaba un recibimiento cordial; observaba por doquier una voluntad de adaptarse a las nuevas relaciones de poder: Horkheimer veía rackets a ambos lados del Atlántico. «Los profe­ sores alemanes y otros profesionales están muy solicitados. Los Aliados precisan hasta de la última secretaria. Jamás han sido han apreciados... Ayer por la tarde fui invitado a una reunión en la que había diputados y algunos académicos. Los profesionales, los acomodaticios, los clanes fami­ liares -todos hacen buenas migas.» Así se dirigía en mayo a su esposa Maidon, que se había quedado en Pacific Palisades. El 13 de junio de 1948 continuó la descripción: «Lo peor de la intelectualidad de aquí no es ya el antisemitismo, que naturalmente está en todo su apogeo, sino el he­ cho de que las cosas no han cambiado demasiado. Las viejas formas de pensamiento siguen vigentes -fosilizadas, momificadas. Por lo que se refie­ re a las personas, la mayoría de ellas, si no todas, no parecen afectadas por lo que ha sucedido.» La desnazificación era para Horkheimer una simple farsa, un fenómeno meramente superficial, genérico y absolutamente falto de rigor. La primera visita a Europa tras la época nazi acaba con un hondo y apesadumbrado suspiro: «Si trabajamos con tesón y no nos dejamos des­ moralizar por lo que sucede a nuestro alrededor, seguramente en la Alema­ nia de hoy conseguiremos comunicar a algunas personas lo que ha de so­ brevivir a la noche de la historia. Difícilmente puede haber un lugar que precise más de nuestra labor que Alemania», escribía en julio de 1948 a Marie Jahoda en Nueva York, donde se las tenía que ver con el AJC, en el que trabajaba por encargo de Horkheimer como investigadora empírica. Mientras que en 1948 Horkheimer aún pudo viajar a Alemania en ca­ lidad de explorador, cuando Adorno llegó a Francfort de Meno el 2 de no­

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viembre de 1949, hubo de enfrentarse inmediatamente con la realidad de la rutina profesional. Al cabo de dos meses, en las vacaciones de Navidad, hace el siguiente balance: Por lo que a mí se refiere, mi mayor dificultad es la incesante comunicación; a veces tengo la impresión de que soy una especie de disco rayado, de que he agotado en vano todas mis fuerzas, siento más que nunca que el interés de los hombres sólo puede defenderse lejos de ellos... El modelo de la extraterritorialidad ya tiene un nombre, aun cuando en su primera estancia en Alemania después de la guerra no sale de Amorbach: Sils-Maria es un auténtico topos noetikos. La necesidad de extraterritoriali­ dad, que en América satisfizo Pacific Palisades, donde Horkheimer había vuelto a refugiarse, se confronta con una extraña experiencia alemana. Mi seminario se asemeja a una escuela talmúdica -escribí a Los Ángeles-, es corno si los espíritus de los intelectuales judíos asesinados hubiesen tomado el cuerpo de los estudiantes alemanes. Extraña sensación. Pero precisamente por esto, en el verdadero sentido freudiano del término, una sensación sumamente familiar, repitió en enero de 1950 a su amigo de juventud Leo Lówenthal, que tra­ bajaba como científico social para la «Voz de América». El pro y el contra de Europa y América se refleja en la ambivalencia que Adorno también formula claramente en la carta que dirige a Thomas Mann el 28 de di­ ciembre de 1949. Esta desorientación se debe a mi propia situación. Al igual que en el resto de cartas escritas durante esos días, Adorno se muestra emocionado por el vivo interés que le demuestra la gente joven, los jóvenes universitarios. Adorno había dado sus primeros y últimos seminarios en la Alemania de 1932, desde entonces no había vuelto a trabajar como profe­ sor universitario. En el verano de 1949 todavía se enfrentaba a la ardua tarea de dar los últimos toques a The Authoritarian Personality. En estas circunstancias, era natural que se sintiese seducido por el ambiente intelec­ tual de Alemania, como le escribió a Horkheimer un día antes. En Francfort de Meno, Adorno pudo tener el sentimiento de que la cultura autónoma todavía era una posibilidad real y no un mero ideal per­ dido de la tradición idealista alemana. Durante el exilio americano, los in­ telectuales emigrados agrupados en torno a Horkheimer habían sufrido la pérdida de la independencia cultural, resultado de la transformación es­ tructural de la sociedad. En la idea de la autonomía del espíritu pervivía la esperanza de emancipación de los judíos que se negaban a optar por la tra­ dición religiosa o por el sionismo. De ahí que el deseo de puro espíritu que mostraba la nueva juventud universitaria pudiese recordar a Adorno a los intelectuales judíos de los tiempos de la República de Weimar. Pero Ador­

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no no podía negar la experiencia americana ni la alemana, a menos que quisiese traicionar sus propios M ínima Moralia. En la carta que escribe a Thomas Mann, le habla ya de un excelente alumno mío que había afirma­ do: «Los alemanes nunca nos hemos tomado en serio el antisemitismo.» Lo decía sinceramente, así que yo hube de recordarle Auschwitz. Adorno se pre­ guntó a sí mismo en múltiples ocasiones por qué, pese a todo, seguía espe­ rando algo de Francfort de Meno. Sus reflexiones teórico-políticas no las guardó para sí mismo, ni siquiera para su correspondencia personal. En mayo de 1950 publicó en los Frankfurter Hefte, una revista católica de iz­ quierdas, el artículo titulado «La cultura rediviva», en el que interpretaba la sensación de vaguedad que, según él, formaba parte de sus primeras expe­ riencias en Alemania: Desde el punto de vista político-antropológico me pare­ ce que lo que define la situación del espíritu aquí es la sensación de que Ale­ mania ha dejado de ser sujeto político en ese sentido nacional-estatal que fue determinante durante los últimos 150 años. Alemania había perdido parte de su carácter amenazante, y Adorno ya sólo podía ver el país como parte integrante de Europa. El retorno a Francfort no debía entenderse como una identificación con Alemania. El concepto de cultura refleja la ambivalencia de una sociedad carente de alternativas sociales concretas. Cuando en 1949 Adorno volvió a tomar­ le el pulso a Europa, la Guerra Fría ya había estallado. En 1950 no duda en recordar que la fase expresionista que siguió a la Primera Guerra Mun­ dial albergaba la esperanza de la inminente realización del socialismo. La di­ ferencia entre aquellos años veinte y la situación social de la década de 1950 es evidente. La sociedad se divide en rígidos bloques. Los hombres viven cuanto acontece como algo que se les impone, no como el resultado de su propia espontaneidad. Pero Adorno también vio en la pérdida de espontaneidad la esencia de la evolución inmanente de la cultura; el carácter aparente de lo nuevo era para él el rasgo esencial de la industria cultural. En Alemania, sin embargo, la neutralización de la cultura cumplía una función distinta de la que tenía en la avanzada América. En tanto que esfera aislada, carente de toda relación con la realidad social más allá de la abstracta necesidad gene­ ral de la época o de la obcecación nacionalista, la cultura no sirve sino para encubrir la recaída en la barbarie. Esta relación contradictoria entre la es­ clarecida industria de la cultura y la vaga restauración de la religión de la cultura por parte de la burguesía permitió a Adorno, en tanto que crítico directo de la cultura que ejercía indirectamente su crítica como crítico de la sociedad, desempeñar un papel que en América carecía de sentido. Pos­

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teriormente aducirá sus experiencias como autor para justificar su regreso a Alemania. Un editor, que por lo demás era un emigrante europeo, se había negado a publicar su Filosofía de la nueva música por considerar que la obra estaba «badly organized», y unos años después una revista de psico­ análisis quiso someter su articulo «El psicoanálisis revisado» a un «editing» para hacerlo más comprensible. Si menciono estos dos ejemplos no es para quejarme del país que me salvó la vida, sino para aclarar por qué no me quedé allí. Comparadas con el horror del nacionalsocialismo, mis experiencias litera­ rias eran cosas ridiculas y sin importancia. Estas lineas parecen haber sido dictadas directamente por la conciencia de haber conservado la autonomía como teórico. Pero esta experiencia sólo pudo formularse retrospectivamente en los años sesenta. A comienzos de la década de 1950 Adorno todavía tenía sus dudas; probablemente, sin Horkheimer no se hubiese decidido por Alemania. Ambos compartían la alegría de poder volver a vivir en Europa; tanto el uno como el otro estu­ vieron en París, Horkheimer en 1948, Adorno en 1949, antes de proseguir su viaje hasta Francfort. A l alba, en el vacío vestíbulo del Hotel Lutetia, en su primera estancia en Europa después de mucho tiempo, Adorno escribe entusiasmado a Horkheimer, que se halla en Pacific Palisades, que la vida todavía vive. Adorno alude deliberadamente a las palabras del «cansado de América», del ambivalente demócrata de 1848 que, tras su decepcionante estancia en América, decidió regresar a la monarquía austro-húngara. La sentencia de Ferdinand Kürnberger «La vida no vive» era el lema de la pri­ mera parte de los M ínim a Moralia, escrita en 1944. La referencia a los M í­ nima Moralia debió de recordar a su viejo amigo Max Horkheimer su tra­ bajo en común. Kürnberger estaba entre los escritores preferidos de los emigrantes, al igual que Tocqueville. El lema resume irónicamente como experiencia americana la pérdida de la inmediatez en una sociedad burgue­ sa en estado puro, que pone en cuestión cualquier posibilidad de una nue­ va espontaneidad. Para Adorno, sin embargo, sin esta espontaneidad lo nuevo es absolutamente impensable. El conformismo, que como ya supo ver el ilustrado aristócrata Tocqueville es parte esencial de la vida burguesa americana, fue sentido por Horkheimer y Adorno como una amenaza. La imposibilidad de escapar de la industria de la cultura, que ya había hecho que la huida de Nueva York a California no saliese del todo bien, pendía como una espada de Damocles sobre la productividad de Horkheimer y Adorno. El desajuste temporal existente entre la avanzada sociedad ameri­ cana y la retrasada sociedad europea fue concebido por ambos como una

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última oportunidad histórica para salvar la posibilidad de su cooperación intelectual. Sin embargo, como se desprende de los memorándums confidenciales entre Horkheimer y Pollock, en 1949 todavía existían serias dudas sobre si bahía que permanecer en América o regresar a Alemania -y también se percibían algunos signos de amenaza. El 30 de marzo de 1949 Pollock constata, sin volver a mencionar el tema en ninguna otra ocasión, que «Teddie no es fiable» -justamente cuando el Prólogo de Eclipse o f Reason había asegurado a la opinión pública americana que our philosophy is one. En la primavera de ese mismo año, Adorno había tratado en Beverly Hills sobre unos trabajos de investigación con el psicoanalista Frederick J. Hacker. Esta colaboración se concretó en 1952 y fue la responsable de que en 1953 Adorno renunciase definitivamente a labrarse un futuro en la investi­ gación americana. En 1949, sin embargo, aún parecían abiertas todas las posibilidades. Horkheimer escribía a Félix Weil, el fundador del Instituto, hablándole de California como el «paraíso que hemos encontrado allí». Hasta el verano no se logró convencer a Adorno para que viajase a Europa. A finales de 1949 éste expresaba ya a Horkheimer el principal argumento: estoy absolutamente convencido de que el único motivo que justifica realmente el proyecto alemán es la obtención de seguridad, tan importante para nuestra producción. La utopía adquiere rasgos concretos en una categoría esencial­ mente burguesa: seguridad. Horkheimer y Adorno prefirieron la seguridad que prometía una existencia como funcionarios a la libertad de un merca­ do organizado conforme a las reglas de la industria de la cultura. A dife­ rencia de Horkheimer, que ya era catedrático, a Adorno esto no le garanti­ zaba en absoluto un avance seguro en su carrera académica. Aún no sabía que la decisión a favor de Francfort tendría como consecuencia un desa­ lentador y largo trayecto desde el estatus de profesor extraordinario a la ca­ tegoría de catedrático; pero estaba dispuesto a regresar con tal de trabajar con Horkheimer. Cuatro días antes, en espera de éxitos editoriales como el cosechado por el Instituto con sus Studies in Prejudice, Adorno todavía ma­ nifestaba a Horkheimer: Usted dice: nosotros deberíamos concentrarnos en nuestros asuntos. Así es. Y, sin embargo, ahora que está a punto de producirse un giro probablemente decisivo, yo quisiera añadir: sería lo correcto y lo mejor. Si usted tomase esa decisión (a la que sin duda podrían contribuir nuestros in­ cuestionables éxitos en este país), entonces deberíamos renunciar, pese a todo, a regresar a Alemania, y esta vez definitivamente. Pero detrás de todas estas dudas se escondía un gran entusiasmo, el mis­

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mo que se apoderó de Adorno durante su primera estancia en Alemania. Adorno se dio cuenta de que en este país podía encontrar un público y ob­ tener la notoriedad que América le había negado por distintas razones. En América hubo de acatar la estrategia low-profile de Horkheimer, que sólo se abandonó en el caso de The Authoritarian Personality. Pero cuando en 1954 el famoso sociólogo rebelde C. Wright Mills elogió desmesurada­ mente el estudio, del que dijo era «perhaps the most influential book of the last decade», introduciendo a continuación la pequeña reserva «although not well organized»,* Horkheimer sólo pudo esbozar una ligera sonrisa. La decisión estaba tomada: el Instituto regresaría a Europa, aun­ que el prudente Horkheimer aceptó un puesto de profesor invitado en Chicago como actividad paralela. Justificó su estancia en Chicago diciendo que ésta brindaría la posibilidad de establecer contactos y de observar las tendencias de la sociedad americana. Adorno ya no regresaría a los Estados Unidos después de 1953, aunque coincidía con Horkheimer en que, para analizar la sociedad, aquel lugar es mejor que aquí en la colonia. Europa oc­ cidental -e n esto estaban de acuerdo Horkheimer, Pollock y Adorno desde finales de la década de 1940- seguía prestándose a una irónica compara­ ción con Grecia en la época del Imperio romano. Esta parece ser la ex­ plicación del título «Graeculus», con el que Adorno quería continuar en Europa sus M ínim a Moralia. Enlazar con una desfalleciente tradición filosófica en un rincón con pasado cultural, «mientras que Roma domina el mundo, y los bárbaros están ya en la frontera», como dice Horkheimer en la valoración de la situación que realiza el 18 de febrero de 1950. Re­ trospectivamente, de la estancia en los Estados Unidos puede decirse que en ese país los intelectuales alemanes superaron su provincianismo-. En Amé­ rica me liberé de m i ingenua fe en la cultura, adquirí la capacidad de ver la cultura desde fuera... esto fu e lo que aprendí en América, donde no existe el tá­ cito respeto a todo lo espiritual que impera en Europa occidental y central, y no sólo entre la denominada clase culta; la ausencia de este respeto impulsa al es­ píritu a la autorreflexión crítica. La diferencia existente entre las sociedades europea y americana hizo que los análisis críticos de Adorno recuperasen la capacidad de pronóstico que se mantuvo latente durante una década de experiencia americana. Su entusiasmo se tradujo en una frenética actividad: Adorno dio una confe-

* «perhaps th e m o st influential b o o k o f the last decade» (p rob ab lem en te el libro más in ­ fluyente de la ú ltim a década», «although n o t w ell organized» (aunque no bien organizado). CN . d e l T ')

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renda detrás de otra, publicó un ensayo tras otro, un libro tras otro. Los Prismas abarcaron el espectro que Adorno podía ofrecer al público. Se abrieron de forma programática con «La crítica de la cultura y la socie­ dad», aunque Adorno no soportaba los títulos con «y». Su editor Peter Suhrkamp también detestaba esta clase de títulos, por lo que propuso an­ teponer la rúbrica «Prismas». El ensayo introductorio fue escrito, según el testimonio del propio autor, en 1949, y vio la luz dos años después en una miscelánea publicada con ocasión del 75 cumpleaños de Leopold von Wiese, el decano de la sociología alemana. El ensayo puede leerse como un manifiesto de la Teoría crítica recién regresada a Alemania, a la que Adorno invoca para diferenciar su crítica de la crítica cultural conservadora estable­ cida en el país. Incluido en la miscelánea dedicada al célebre sociólogo Leopold von Wiese, que había permanecido en Alemania, este texto parece estar fuera de lugar, a menos que se vea en él la pretensión de tener voz en la sociología alemana. El lenguaje resulta difícil de comprender, es como si Adorno hubiese tomado como modelo el lenguaje cifrado utilizado por Horkheimer durante la emigración. «La crítica de la cultura y la sociedad» podría leerse incluso como continuación del escrito de Horkheimer de 1937 «Teoría tradicional y teoría crítica»; la argumentación no es siempre absolutamente evidente. La crítica de la cultura es concebida como parte integrante de la misma cultura que ha de criticarse. Adorno la interpreta como un producto de la sociedad burguesa que ignora que ella misma es parte de ese todo. Esta limitación, esta falta de autorreflexión constituye para Adorno el carácter conservador de la crítica cultural tradicional. De ella ha de distinguirse la Teoría crítica, que tampoco ha de identificarse con el marxismo tradicional. Visto más de cerca, el ensayo parece presuponer muchas cosas y no to­ das ellas se hacen explícitas; tiene algo de esa misma vaguedad que Adorno critica en la cultura rediviva. La Guerra Fría ya había empezado, por lo que parece oportuno volver a utilizar el lenguaje cifrado del que Horkheimer se sirvió durante la emigración. La dimensión política del marxismo se asocia con los rusos y con la esfera soviética, en la que aquélla se presenta como mentira provocadora que no pretende ser creída, sino que se limita a imponer silencio. Adorno no sólo se distancia de la ideología marxista, sino que desarrolla la idea de que, al igual que otros elementos del materialismo dialéctico..., la teoría de las ideologías se ha convertido de instrumento de conocimiento en instrumento de control sobre éste. El autor constata la ten­ dencia a la dominación del marxismo tradicional como un hecho social, lo

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que hace imposible enlazar directamente con él. 1.a diferencia del clima político posterior a la Primera y a la Segunda (itierra Mundial, que Ador­ no puso de manifiesto en la cultura rediviva, ya no vuelve a mencionarse. La falta de alternativas a la sociedad existente, que se presenta como una nueva constelación de vida y espíritu, anticipa la prolongada era glacial de la Guerra Fría. La vida se transforma en la ideología de la cosificución, que es propiamente la máscara de la muerte. El texto no se esfuerza en absoluto en ser pedagógico. Quien desconoce los conceptos de la filosofía dialéctica sólo percibe claves que quedan sin descifrar. La Teoría crítica ha de volver a la vida lo que se oculta tras la máscara de la muerte. Detrás de la crítica de la cosificación está la experiencia americana de la industria de la cultura como sistema, en el que la ideología tradicional ha sido sustituida por la propaganda de un determinado mundo mediante su simple reproducción. La transferencia de la experiencia americana sólo logra hacerse efectiva pagan­ do el elevado precio de la abstracción. Aunque Adorno no continúa ningu­ na tradición alemana, ni siquiera la antitradicional de la época de Weimar, su texto presupone un lector culto que recuerda al testigo imaginario del que habla la Dialéctica de la Ilustración, al que le legamos esto para que no desaparezca totalmente con nosotros. Concebida como mensaje en una botella, la Dialéctica de la Ilustración fue reproducida en California, sus 500 ejemplares fueron lanzados en 1945 y llegaron a Ámsterdam, donde se completó con los «Elementos del antisemitismo. Los límites de la Ilustración», volvió a imprimirse en la edi­ torial Querido y fue enviada al nuevo mercado alemán. En los años sesenta todavía podía adquirirse en Holanda y en Suiza, después circuló en una edición pirata entre la joven generación. Adorno recogió parte de este mensaje e intentó lanzarlo al mercado por su propia cuenta en Prismas. El despreciado título refleja algo de la contradicción inherente a esta publi­ cación: Pues el contenido de este concepto es inseparable de un momento no conceptual, esto es, del valor histórico del término “Prismas”, de su relación con el lenguaje contemporáneo, por cuya corriente se deja arrastrar con demasiada facilidad, al igual que esas revistas que se atavían con motivos modernistas para llamar la atención en el mercado. El término sugiere aquello que se entre­ ga aparte y de forma gratuita; desde el primer momento se sabe que pasará rá­ pidamente de moda. Este tipo de afiches los utiliza la gente que toma el jazz por música moderna. El título es el signo de una derrota en permanente proce­ so entre obra y autor. Si digo esto es porque de este modo espero añadir al título una sustancia tóxica que le confiera la duración de una momia, de forma que

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el título no dañe demasiado el libro. En sus cosas a Adorno también le mo­ lestaba lo que le disgustaba del jazz -lo que se atavía de moda intemporal. La historia relega al olvido lo que trata de llamar la atención ataviándose con lo que pasa de moda, con lo que se desgasta rápidamente como mer­ cancía cultural. Los textos publicados a mediados de los años 1950 presuponen en el lector la experiencia americana del autor, que al menos en los M ínima Mo­ rada todavía estaba presente de forma fragmentaria. En la «Aportación a la historia de las ideas» Adorno pone en tela de juicio la idea del mensaje en una botella, discutida por los colaboradores del Instituto en los años 1930. La pretensión de enlazar con una tradición europea en proceso de disolu­ ción, de dirigirse a una posteridad imaginaria -u n objetivo al que todavía se aspiraba en vida de Benjamín-, se abandona en un momento en el que muchos emigrantes consideran la posibilidad de regresar a su país de ori­ gen. Así ocurre al menos en la tercera parte de los M ínima Moralia, escrita entre los años 1946 y 1947. En esta época Adorno trabajaba en el proyecto The Authoritarian Personality, del que posteriormente tanto se enorgullece­ rá. Los demás colaboradores se mostraban escépticos sobre su capacidad de participar en el proyecto. En un informe de 1946, Leo Lowenthal registró sus conversaciones con el resto de colaboradores en la investigación llevada a cabo en la West Coast: «The immediate consequence to draw is indeed to bring Teddie in an attitude in which he continúes to act as a wise adviser and in which he forgets about all his administrative ambitions. Otherwise he has to wake up and to realize how extremely difFicult it would be for him to make one simple step in the world without us.»* Horkheimer y Pollock comenzaron en aquella época a pensar seriamente en la posibilidad de retirarse de la esfera pública, una cuestión que valoraron repetidamente tras la primera visita de Horkheimer a Francfort en 1948. Por su parte, Marcuse siempre se negó a concebir el trabajo teórico como un mensaje en una botella. Sus viajes a Alemania después de la guerra reforzaron más bien su voluntad de buscar nuevas posibilidades de acción en la esfera pú­ blica. Con el comienzo de la Guerra Fría, su colaboración con la OSS se hizo cada vez más insostenible.

* «D e lo que se desprende inm ediatam ente que lo prim ero que se ha de hacer es lograr que T eddie siga haciendo las veces de sabio consejero y se olvide de todas sus aspiraciones adm i­ nistrativas. Si no lo hace, tarde o tem prano despertará y com prenderá cuán extrem adam ente di­ fícil le resultaría dar un sim ple paso en este m u n d o sin nosotros.» (TV. d el T.)

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En algunos momentos, la situación política y económica en la emigra­ ción americana también pareció desesperada. En 1941 Adorno sentía estar al borde de la ruina económica; la situación financiera del instituto le pa­ recía absolutamente dramática, de lo contrario no le hubiese escrito a Horkheimer preguntándole si usted, (¡retely yo no deberíamos aprovechar el tiempo libre para formarnos como psicoanalistas. Concebida como mensaje en una botella, la Dialéctica de la Ilustración surgió en una época de aisla­ miento, pero el momento de su escritura también podía considerarse como una etapa feliz en la historia de la emigración americana, pues por primera vez desde 1933 era posible prescindir de toda consideración polí­ tico-comunicativa. El mismo tono de la obra, del que se hacen eco los en­ sayos incluidos en Prismas, refleja la dicha de La pequeña libertad ligada al conocimiento como tal. Adorno continuó esta línea sin hacer concesión pe­ dagógica alguna al público, transfiriendo a la teoría su ideal artístico de una modernidad sin concesiones. Ai lector le era prácticamente imposible comprender el proceso de emancipación de la crítica social radical respecto del movimiento político en el que dicha crítica podía incluirse. La propia Dialéctica de la Ilustración ya había consumado la ruptura con el movi­ miento obrero, una ruptura que se trasluce en importantes pasajes de los M ínima Moralia. Pero si no se recuerda la génesis de esta ruptura, la radicalidad de la crítica cultural se antoja abstracta. Horkheimer abortó la in­ mensa mayoría de las tentativas de aclarar la posición política del Instituto que se hicieron tras el regreso a Alemania, principalmente por parte de Adorno. En la década de 1930 Horkheimer ya se había negado a dar cual­ quier tipo de explicación política. Sobre sus opiniones in politicis sólo re­ sultan esclarecedoras las cartas publicadas postumamente. Pero éstas tam­ bién varían en función de quién sea el destinatario —Horkheimer no escribe de la misma forma a sus familiares que a Friedrich Pollock. No se expresaba de la misma manera ante los estrechos colaboradores del Institu­ to que ante los colaboradores ocasionales, por no hablar de cómo actuaba ante extraños. Podríamos decir que era muy discreto con sus cosas. Ador­ no carecía ciertamente de esta habilidad, pues la mayoría de sus manifesta­ ciones políticas sonaban bruscas y demasiado directas. En algunas ocasio­ nes especiales Adorno reveló sus diferencias con Horkheimer, quien le había librado de caer en el esteticismo... mediante la fuerza de una amplia­ ción de la conciencia. Los Prismas ponen de manifiesto esta conciencia en su crítica a objetos que están más allá del esteticismo. La particular fuerza de atracción que

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ejercieron sobre la opinión pública alemana se debió a afirmaciones como la de que escribir poemas después de Auschivitz es un acto barbárico, pues arremetían directamente contra la restauración de la religión de la cultura. Generaciones enteras de lectores pasaron por alto la punta teórico-crítica de la afirmación que venía después: y este hecho corroe incluso el conocimien­ to que dice por qué se ha hecho hoy imposible escribir poesía. En los Prismas Adorno aparece como un crítico de las ideologías que, pese a la insatisfac­ ción que le produce esta crítica, no puede ir más allá de ella. Un dilema que el francfortiano experimentó por primera vez en el «Princeton Radio Research Project». En sus escritos teórico-musicales de la década de 1930, Adorno había impulsado la crítica de las ideologías hasta la crítica de la cosificación. En la práctica científica del administrative research no pudo me­ nos de constatar que la cosificación se había apoderado incluso de la mis­ ma ciencia, el instrumento de la Ilustración. Toda cosificación es un olvido, esta afirmación de la Dialéctica de la Ilustración era válida para todos los productos del espíritu convertidos en mercancía, tanto para los teóricocientíficos como para los musicales, no conceptuales. La Teoría crítica, un término que por entonces Adorno aún escribía en minúscula, empezó a perfilarse con los Prismas como una corriente de pensamiento teórico-social. Pero el lector alemán medio de los años 1950 desconocía sus orígenes. La Dialéctica de la Ilustración no encontró ver­ daderamente un público hasta mediados de los años sesenta, excepción he­ cha de un muy reducido círculo de interesados. En 1949, cuando Max Bense remontó el origen de esta teoría a la «izquierda californiana» -Bense se refería a los intelectuales alemanes de izquierdas en la emigración ameri­ cana-, Horkheimer, que ya se sentía intimidado por McCarthy, se horrori­ zó. Encargó a Adorno, que en esos momentos se hallaba en Alemania, que siguiese la pista de estos rumores y que tratase de disiparlos. La revista Sinn und Form, que aparecía en la zona de ocupación soviética, también pu­ blicó capítulos de la Dialéctica de la Ilustración. Hans Mayer, que entre tanto había emigrado al Este, desmintió posteriormente haber sido el res­ ponsable de publicar estos capítulos sin la correspondiente autorización. Desde el punto de vista político, Horkheimer hacía ya mucho tiempo que había roto con todas las organizaciones del movimiento obrero, las expe­ riencias con el «American Jewish Labor Committee» para la financiación de un estudio sobre «Antisemitism among American Labor» fueron su úl­ timo intento de aproximarse a dichas organizaciones. Por lo que a los par­ tidos comunistas se refiere, después de los procesos de Moscú de 1936 ya

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no q u iso tener ab solu tam en te nada que ver con ellos. I lorkhcífncr se o p u ­ so desde un p rin cip io a la u n ión de la izquierda antifascista internacional bajo la bandera de la cultura, que en l;i década de 1930 acom p añ ó a las purgas internas tusas, hl radicalism o estético de izquierdas de los años veinte, desde el cjue A dorno critico sin m iram ientos el carácter engañoso de la política cultural soviética, le perm itió posteriorm ente —en la crítica de la industria de la cultura de co m ien zo s de: los años 1 9 4 0 — distinguir de form a rigurosa entre Teoría crítica y m arxism o tradicional sin necesidad de pronunciarse e x p lícita m en te sobre la co n fu sió n introducida en la política de alianzas por el pacto H itlcr-Stalin.

La crítica cultural de Adorno de principios de la década de 1950 sólo revela su dimensión política cuando se la examina detenidamente. Esta di­ mensión se hace evidente cuando Adorno habla de la política cultural so­ viética. El artículo titulado «La música dirigida», publicado en Der M onat en 1948 y recogido en «Disonancias» tiempo después, no tiene pelos en la lengua. Según Adorno, la cultura pasa de ser una ambivalente ideología de la época burguesa a un claro instrum ento de dominación de la dictadura. Adorno quiere distinguir rigurosamente su crítica del parloteo acerca de una crisis de la cultura propio del conservadurismo cultural, una crisis so­ bre cuyo malestar especula la política de alianzas de los partidos comunis­ tas. Pero crisis de la cultura era precisamente el lema de la sociología del co­ nocimiento de M annheim , cuya crítica ocupa a Adorno una y otra vez desde sus tiempos de estudiante en Francfort. Con Karl M annheim , el so­ ciólogo más destacado de Francfort durante la República de Weimar, el grupo de intelectuales reunido en torno a Horkheim er mantenía una fuer­ te relación de competencia. La concepción de M annheim de una «intelec­ tualidad que flota libremente»* se distinguía de las distintas variantes de una teoría que en la última fase de la Primera Guerra Mundial insistió en la politización de los intelectuales. Al igual que Georg Lukács, Mannheim había nacido en Budapest. Pero, al igual que aquél, también estuvo siem­ pre a caballo entre la m etrópolis del D anubio y Heidelberg. Dos legenda­ rios círculos intelectuales, el «círculo dominical» de Budapest y el «círculo de los miércoles» de Heidelberg, se entrecruzaron. El fracaso de la revolu­ ción en Alemania y en H ungría favoreció un replanteamiento de las con-

* «F reischw ebende Intelligenz» («in telectu alid ad q u e flota librem ente») es un térm ino que M an n h eim había to m a d o de A lfred W eber y p opularizado. El térm in o se o p o n e a la co n cep ­ ción «verwurzelt» de la in telectu alid ad , esto es, una in telectu alid ad arraigada en su cultura o su clase, d efen d id a por el m arxism o vulgar. (N . d e l T )

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ccpciones políticas. En la época de Weimar, Mannhcim trató de fundar una sociología situada más allá de las clases tradicionales de la sociedad burguesa. Lukács, por su parte, radicalizó su teoría, que en Historia y con­ ciencia de clase se presentó como una renovación de los impulsos eman­ cipadores marxianos. En esta variante del radicalismo intelectual de iz­ quierdas, de la que el propio Lukács no tardó en distanciarse, trabajaban también los francfortianos. Con la sociología del conocimiento de Mannheim desaparece el planteamiento revolucionario inicial -u n proceso acu­ mulativo que se prolongó en la emigración a partir de 1933. Para Adorno, la sociología del conocimiento era la heredera de la sociología burguesa, cuyos máximos representantes en Alemania habían sido Max Weber y Ernst Troeltsch. La sociología del conocimiento y la filosofía de la existen­ cia se convirtieron para él en los nuevos lugartenientes de la teoría tradi­ cional. El extraordinario brío con el que arremete en Prismas contra el gesto de cándido escepticismo de la sociología del conocimiento, contra la crítica cultural tradicional y contra el jazz en tanto que moda sin tiempo, se debe a la aversión de Adorno a la falsa restitución de una cultura que, en tanto que intemporal, sucumbe a la cosificación. La crítica de la cosificación fue la consigna teórica con la que Adorno empezó a trabajar con Lazarsfeld en América, donde sentó las bases de una crítica teórico-social de la industria cultural a partir del material musical. No obstante, en Inglaterra Adorno ya se había ocupado del jazz como for­ ma de seudo rebelión musical —el jazz jamás fue el centro de su interés teó­ rico en tanto que fenómeno específicamente americano. Si la sociología del conocimiento suplanta a la crítica radical de la sociedad, el jazz, en tanto que encarnación de la música de uso, hace lo mismo con la música radical. Vistos desde los márgenes de la crítica cultural y teórica, los Pris­ mas, esta colección de ensayos de 1955, se presentan como el libro con el que el intelectual repatriado busca su lugar. Se diría que Adorno quiso transmitir personalmente a un público nuevo la parte del mensaje de la Dialéctica de la Ilustración que le correspondía, pero evitando que dicho mensaje fuese reconocido como un producto histórico más allá de la docu­ mentación de los distintos ensayos que lo componen. En los Prismas Ador­ no continúa escribiendo los M ínima Moralia, y el centro de estos ensayos lo ocupan las diferentes formas de reacción de los intelectuales tras el hun­ dimiento -sus formas de reaccionar ante la liquidación de la tradición. Adorno indaga las razones del éxito de la sociología del conocimiento y del jazz, un asunto del que el emigrante ya se ocupó en Inglaterra. En 1937 Adorno confiaba ya a su viejo amigo Lówenthal, al que Horkheimer había

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puesto al frente de la Zeitschrift fu r Sozialforschung en el exilio, su deseo de que la revista no sólo publicase sus artículos de crítica musical. Pero ¿qué ofrecía Adorno? Un artículo sobre la «Nueva sociología libre de valores», Adorno se refería a Karl Mannheim. Pero después del ensayo «Sobre el jazz», en Nueva York solo se aceptó el titulado «Sobre el carácter fetichista en la música y la regresión en el oído». La crítica de la sociología del cono­ cimiento representa el debut en solitario de Adorno como teórico crítico de la sociedad, que ya no desea que se le considere únicamente como un especialista en música. Sólo los Prismas, que él mismo se encargó de orga­ nizar, le dieron la oportunidad de presentarse públicamente de acuerdo con la concepción que tenía de sí mismo. A mediados de los años 1950 Adorno se trasladó definitivamente a Francfort de Meno. Su mala experiencia con Hacker en Beverly Hills le había llevado a hacer balance. El 12 de marzo de 1953 escribía desde Santa Mónica: M i creencia de que en este lugar encontraríamos la paz necesaria para escribir nuestras cosas era ilusoria... Adorno comprende que en septiem­ bre yo también cumpliré cincuenta años; que seguramente ni usted ni yo ten­ dremos hijos; y finalmente, y sobre todo,... que uno no puede hacer del princi­ pio de “survival” su máxima norma, a menos que desee estar entre los más aptos y de este modo merecer la muerte. Pero como nosotros ya no podemos es­ perar convertirnos en los sujetos de esa praxis capaz de evitar la desgracia, aho­ ra lo más importante es garantizarnos una continuidad que nos permita alber­ gar la esperanza de que no todo lo que hemos conseguido haya de perderse. Adorno transmitió esta ferviente defensa de un futuro en Francfort de Meno a Horkheimer, que en esos momentos estaba tratando de crear las condiciones político-académicas de una seguridad en Francfort con un rectorado en la Universidad. La necesidad de garantizar la continuidad biográfica justificaba, según Adorno, el cambio de continente: Cualquier “Kirsch im Schlagbaum”, dice Adorno refiriéndose a la vieja taberna situada en la Bockenheimer Warte,* tiene más que ver con nuestra filosofía que todas las obras de Riesman juntas. Riesman representa aquí una producción so­ ciológica «best-seller»: The Lonely Crowd, que desde el punto de vista del contenido está muy próximo a la Teoría crítica. Tanto más fuerte la polé­ mica de Adorno, que desea distanciarse para ganar tiempo para pensar y para vivir, lo que en última instancia es la misma cosa. Esta utopía intelec­

* «Bockenheimer Warte» es el nom bre de una zona del distrito universitario de la ciudad de Francfort. (N. del T )

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tual albergaba la esperanza de que un par de jóvenes... conserven parte de nuestras ideas. Es difícil pasar por alto la emoción con la que Adorno toma partido por Francfort. El ámbito académico americano es descrito como un mundo regido por el darwinismo social, del que ha de escapar el inte­ lectual que desee preservar su autonomía. Adorno es completamente consciente de lo paradójicos que son sus ar­ gumentos. Pero éstos se dirigen a su viejo amigo, no a los lectores. En América, los emigrantes tuvieron la gran suerte... de poder sobrevivir, pero a cambio de una forma de vida que sólo conserva el momento negativo de la so­ ledad, el aislamiento. En 1952 las condiciones de una estancia en Califor­ nia habían cambiado; la emigración habría tenido que transformarse en inmigración. El 27 de mayo de 1945, esto es, poco después de la libera­ ción, Adorno había pronunciado una conferencia en el Jewish Club de Los Ángeles en la que planteaba «Preguntas a la emigración intelectual». Ador­ no habló, algo muy poco habitual en él, empleando el «nosotros», pro­ nombre con el que apuntaba a una nueva colectividad homogénea -los in­ telectuales judíos con un pasado cultural alemán. En esa oportunidad abogó por una autoconciencia independiente que pudiese mediar entre la experiencia americana y el pasado europeo. Y lo hizo sabiendo perfecta­ mente que nosotros hemos escapado de las cámaras de gas de los alemanes. Tras sus primeras estancias en Alemania, los teóricos críticos hubieron de justificarse ante los demás emigrantes. Frente a esta obligación de justifi­ carse, Adorno trató de defender la vieja regla de que el exiliado regresa y ve qué puede hacer, una regla que Horkheimer y Adorno también expondrán a la opinión pública alemana tiempo después. Aunque de forma subterrá­ nea, este tema también está presente en los Prismas. Donde aparece con mayor claridad es en «Aldous Huxley y la utopía», concretamente en el pa­ saje en el que Adorno habla del tipo de emigración intelectual procedente de Europa, que no está formada exclusivamente por judíos, como un nuevo gru­ po social que ha surgido por primera vez en América. Adorno transforma el ideal de la emancipación de los judíos europeos, que desde la época de la Ilustración desearon convertirse en ciudadanos, en la imagen del intelec­ tual que no ha renunciado a la posibilidad de cambiar la sociedad. Con «El ataque de Veblen a la cultura», un artículo de difícil comprensión cuya redacción, al igual que la del ensayo sobre Huxley, empezó a principios de los años 1940, Adorno se aproxima al pragmatismo, uno de los ingredien­ tes de su experiencia americana. Su crítica de la adaptación se convierte en un programa. Adaptarse a lo que hoy es posible no significa adaptarse, sino hacer realidad lo posible.

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Desde su discusión con Siegfried Kracauer sobre los empleados, Ador­ no se había preguntado por la dinámica histórica de la sociedad de clases, que empezaba a perder su identidad con la «sociedad burguesa». El exilia­ do que regresaba a Alemania procedente del país más avanzado, de un país que se había inventado para si mismo una tradición sin historia feudal, ya no podía ver la vieja Europa como la había visto antes de la emigración, cuando todavía no contaba con la experiencia americana. El liberalismo imperante y su oposición viva, el socialismo organizado, habían formado la imagen completa de la vieja sociedad burguesa del siglo XIX. Si bien la nueva sociedad hundía sus raíces en la vieja sociedad burguesa, desde la América posterior al New Deal los teóricos críticos vieron en ella la génesis de una affluent society carente de alternativas. La caracterizaron como la su­ peración de la sociedad de clases en el seno de la misma sociedad de clases. Así como la clase burguesa desaparece en las «clases medias», el proletaria­ do se difumina bajo la presión del «big business» y del «big labor». El meltingpot, que para muchos sociólogos de la cultura no es más que pura ideo­ logía, existió realmente: en él desaparecieron las diferencias tradicionales. Las nuevas imagined communities aún habían de ser inventadas. Los judíos americanos no existieron como una community unitaria antes de que los Estados Unidos entrasen en guerra contra la Alemania nazi, los encargos de investigación que el Instituto recibió del AJC pertenecen a la fase de constitución de las nuevas communities; las primeras en crearse fueron la de los judíos americanos y la de los negros. En América, los teóricos críticos se preguntaron desde el principio por la naturaleza de lo nuevo. En un primer momento, durante los años 1930, centraron su atención en los acontecimientos que se producían en Europa. Hasta 1939 los artículos centrales de la Zeitschrift fiir Sozialforschung se publicaron en lengua alemana. El cambio no empezó a notarse hasta el inicio de la guerra. El artículo de Herbert Marcuse «Some Social Implications of Modern Technology» establece una vinculación material entre la experiencia europea y la americana. En él está implícita la pregunta por lo nuevo, pero esta cuestión no surgió en América, sino que fue traída desde Europa por los teóricos críticos. La tendencia a pasar de la cultura a la in­ dustria cultural no sólo existía en América, sino también en Europa. En la República de Weimar también existió la UFA* y la concentración de me­ dios, la pregunta por lo novedoso de los productos de la industria de la

* «UFA»: «Universum -Film AG», industria cinem atográfica nacida en 1917. (N. d e lT )

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cultura no se suscitó por primera vez ante Radio City y Hollywood. Ador­ no empezó planteando esta pregunta en relación con el material musical y la retomó en su crítica de Veblen, en cuya teoría reconoció a América como el capitalismo en estado puro, sin restos precapitalistas, como la nueva Roma de la sociedad burguesa. Bajo esta impresión planteó, compitiendo con el pragmatismo de Veblen, la siguiente cuestión: ¿Cómo es posible lo nuevo? Tras la experiencia americana, esta pregunta ya no podía tener una res­ puesta política en términos de politización del intelectual, como habría sido evidente para el radicalismo estético de izquierdas de los tiempos de . Weimar. Los Mínima Moralia ya habían presentado el aislamiento como el factum brutum de la vida del intelectual. Entre tanto, la teoría del Estado autoritario de Horkheimer también había enseñado a Adorno a despreciar el Imperio soviético como un sistema que devoraba a los hombres. No obstante, después de 1945 su fantasía teórica se permite una «Extrava­ gancia», aunque este texto acaba siendo excluido de los M ínima Moralia en el momento de su publicación. En este texto Adorno afirmaba que la vinculación de los intelectuales, que aún lo son, con los trabajadores, que aún tienen conciencia de serlo era incluso más actual que treinta años atrás, una afirmación que posteriormente debió de causarle malestar. Según Adorno, la realidad estaba envuelta en un velo tecnológico, de tal forma que en el ma­ yor país industrial del mundo no puede hablarse en absoluto de la existencia de una conciencia de clase entre los trabajadores. La que teje este velo es la industria de la cultura. En tanto que crítica de las ideologías, la crítica de la industria cultural ha de quitar... este velo de los ojos. La idea principal que Adorno se trae de América puede leerse en el ensayo de 1949 «La crítica de la cultura y la sociedad»: La vida se transforma en la ideología de la cosificación, que es propiamente la máscara de la muerte... La crítica cultural se con­ vierte en fisiognómica social. Cuanto más alienado, socialmente mediado, fil­ trado, se hace el todo de los elementos naturales, cuanto más “conciencia” es, tanto más se hace el todo “cultura”. La experiencia americana no sólo transformó la autoconcepción del in­ telectual Adorno en tanto que productor de cultura, también cambió su concepción de la sociedad. Horkheimer y Adorno regresaron a Alemania tratando de escapar de una industria de la cultura que amenazaba con con­ vertirse en un sistema sin lagunas; pero la sociedad alemana con la que se encontraron hacia 1950 era una sociedad en la que restauración y moder­ nización iban de la mano. La reconstrucción supuestamente fiel de los an­ tiguos edificios se convirtió para él en el símbolo de un falso resurgimien-

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ro. Iodo aquel en el que aún quede algo de Iti experiencia de continuidad his­ tórica no podrá menos de entristecerse ante las copias fieles de los edificios des­ truidos poi los bombardeos, como la I laus / ',um Ealken de Würzburg. listo ofende a lo que se ama fiel pasado, a saber, lo no intercambiable, lo que es úni­ co aquí y aluna, se Ice en el volumen ele escritos musicales titulado Diso­ nancias. Esta observación sólo podía venir de un repatriado como Adorno, para el que la reproducción de la cultura daña el recuerdo de la infancia. La música se convierte para él en el ámbito preferido de la fisiognómica so­ cial. Su teoría musical subraya la dimensión cognoscitiva de la música, una auténtica provocación para toda religión del arte. Su teoría crítica de la mú­ sica prolonga la crítica ilustrada de la religión en una época secularizada. En una situación social distinta, Adorno enlaza con el viejo crítico de la re­ ligión, con el joven Marx: El pueblo es el opio del pueblo. La experiencia de la cultura de masas se conecta con la experiencia del aislamiento del com­ positor y de su inevitable distanciamiento del público. Adorno compren­ dió en América el plexo histórico-social que marcó decisivamente su pro­ pia trayectoria personal. Historia personal e historia se disgregan. Adorno regresa transformado del exilio americano. En la música afirmó su pretensión de continuidad biográfica contra las rupturas sociales que fragmentaron su vida en el siglo XX. Para él, la experiencia viva de la música forma parte de su hogar fami­ liar, de «ese plácido y seguro hogar» «en el que Adorno adquirió la con­ fianza en sí mismo que conservó durante toda su vida», como refirió su amigo de juventud Leo Lówenthal. En estas palabras pronunciadas post mortem todavía resuena la «envidia» de «una forma de existencia que había que amar». Adorno empezó a sentir la pérdida de esa seguridad en la época de la crisis económica mundial, que afectó fuertemente a sus amigos Walter Benjamin y Siegfried Kracauer. Sin embargo, los demás debieron de creer que Adorno gozaba de una posición acomodada; ésta es la impresión que debió de causar en Horkheimer, quien, aunque desaprobó los peligro­ sos viajes que su amigo hizo a Alemania a lo largo de la década de 1930, creyó que su posición económica era mucho más segura de lo que en reali­ dad era. Adorno jamás renunció al estilo de vida propio de la gran burgue­ sía, ni siquiera en los tiempos más difíciles, pero esto fue más una aspi­ ración que un hecho, a diferencia de lo que todavía ocurría en la casa pa­ terna de Horkheimer y Pollock. Adorno también quiso emanciparse de su origen. El radicalismo estético de izquierdas debía hacer olvidar su origen burgués; pero en honor de su viejo amigo Horkheimer escribió en 1965:

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del paisaje alpino: lo que siente un ni no a! dejar su huello en tu nieve recién cuida es uno de los más poderosos estimulas estéticos. Km mi,i 7

trt si, sólo perturbado por el temor a que alguna vez no lleguemos, impotentes nosotros mismos, jer capaces de cuidar de ellos tan bien como ellos cuidaron de nosotros cuando poseían algo. Los Mínima Moralia pueden interpretarse como el intento de convertir la experiencia subjetiva en fuente de conoci­ miento. Las relaciones con los padres empiezan a cambiar de forma vaga y triste. Esta afirmación parece genérica, pero el contexto de argumentación per­ mite reconocerla como una experiencia judía específica que arroja luz sobre toda una vida. Aunque prima vista pueda sonar grandilocuente, la sentencia antihegeliana El todo es lo no verdadero, que los Mínima Moralia introducen sin más comentario, sólo adquiere su contenido de verdad a través de esta experiencia histórica concreta. Esta afirmación, formulada le­ jos del fuego, en California, la traslada Adorno a la opinión pública alema­ na. La sentencia contra Hegel es dilucidada en relación con la novela de Aldous Huxley Brave New World [Un mundo feliz], que se hizo muy popu­ lar en la Alemania de la posguerra: Huxley sabe muy bien que los judíos son perseguidos como gente no totalmente adaptada, y que precisamente por eso su conciencia supera a veces el sistema social. Huxley no pone en duda la autenti­ cidad de la visión crítica de Bernard. Pero la atribuye a un tipo de minusvalía orgánica, al inevitable “inferiority complex\ y, para colmo, el intelectual extre­ mista judío se ve acusar, según un esquema literario-ideológico rentable, de es­ nobismo vulgar y hasta de vergonzosa cobardía moral... propiamente desde la filosofía de la historia hegeliana, la política cultural burguesa, en nombre de una concepción que contempla y pesa la totalidad, ha desenmascarado siempre como hijo auténtico -y a la vez aborto- del todo contra el que se resiste al que quiere cambiarlo, y ha insistido en que la verdad está siempre con el todo, ya sea contra el que se resiste, ya sea a través de él mismo. Solamente la indicación de las fuentes de los Prismas, de los que pro­ cede esta cita, permiten hacerse una idea del contexto de discusión: un se­ minario celebrado en Los Ángeles en 1942, en el que Herbert Marcusepre­ sentó Brave New World, Horkheimer y el autor expusieron las “Tesis sobre la necesidad” Además de emplear un alemán mutilado para hacer alusión al escrito sobre Huxley, Adorno oculta al público alemán la participación de Brecht y Eisler en dicho seminario. En verdad, hasta entonces éstos no ha­ bían aportado demasiadas cosas a la discusión teórica: «Eisler y yo, un poco hartos de todo esto, empezamos a ponernos nerviosos y, como no te­ nemos nada mejor que hacer, comenzamos a “hacer tonterías’.» Estas pro­ vocadoras palabras de Brecht, que el dramaturgo anotó incluso con orgullo

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en su Diario de trabajo, pueden ponernos tras la pista correcta. El públi­ co de la República Federal Alemana, que en 1951 pudo leer el escrito so­ bre Huxley en la Neue Rundschau y en 1955 en los Prismas, ni siquiera podía sospechar este trasfondo. Adorno no rompe nunca la continuidad de su argumentación; sus trabajos aparecen en el mercado alemán como pro­ ductos cuya fecha y forma de entrega desconoce el lector. En sus trabajos para la novela de TUI, Brecht revistió estéticamente estas experiencias con los intelectuales en Hollywood, las engalanó con ropajes chinos, por así decir, con el fin de darles una forma duradera. Sería injusto reprochar a cualquiera de los emigrantes esta necesidad de continuidad. Probablemen­ te, sólo ella hizo posible su reagrupación en California: según informa Werner Hecht en su Brecht Chronik, en febrero de 1942 Horkheimer soli­ citó al dramaturgo un artículo para incluirlo en el volumen En memoria de Walter Benjamín. En agosto se celebró en casa de Adorno un seminario al que también asistieron el primer marido de Hannah Arendt, Günther Anders, entonces todavía Stern, el socialdemócrata declarado Reichenbach, un viejo amigo de Benjamin, y Herbert y Ludwig Marcuse, a quienes no les unía ningún parentesco. Este seminario no pretendía evaluar desde el punto de vista estético la novela de Huxley, su objeto era la transformación o la estabilidad de la estructura de la sociedad burguesa. Impresionado por los éxitos fascistas en Europa, Pollock había profetizado un largo siglo fas­ cista, pero lo que verdaderamente volvió a provocar a Brecht fueron las re­ ferencias de Horkheimer a Rusia y América. Si estas sociedades consiguie­ sen acabar con la pobreza, ¿no perderían su base tanto la crítica social como la crítica cultural? El desinterés de Eisler y Brecht por las cuestiones relacionadas con las transformaciones estructurales de los sistemas sociales era inversamente proporcional a su aislamiento personal. Aunque estaban al corriente de lo que acontecía en la Unión Soviética, Eisler y Brecht declaraban su solidaridad con el mundo comunista y con la Unión Soviética. América había sido para ellos un fuerte shock; Brecht se sentía en Hollywood como «salchicha en el invernadero». La desnudez con la que aquí se ponían de manifiesto los intereses económicos hacía superflua su técnica de desenmascaramiento, de ahí la predilección por el en­ mascaramiento sinizante. El pensamiento de ambos seguía en Europa, escribieron elegías hollywoodienses, y Brecht quería incluso rescribir en versos hexámetros el Manifiesto comunista. La radical simplificación de su pensamiento, de la que hacía gala, le impedía ver la profunda transforma­ ción histórica que había sufrido Europa y los cambios de la sociedad ame-

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ricana. Lo que en agosto de 1941 rechazó como el elemento «metafórico y judío» de las Tesis de filosofía de la historia de Walter Benjamín, era exacta­ mente el núcleo temporal de la verdad sobre el que daban vueltas los traba­ jos de Adorno en el exilio. Dado el marxismo racionalista que Brecht gus­ taba de representar en su forma más extrema, cualquier entendimiento estaba condenado al fracaso. Brecht tampoco entendió el proyecto The Authoritarian Personality, pues interpretaba incorrectamente el antisemitis­ mo como la consecuencia de la organización económica del capitalismo, reducía el propio capitalismo a «comercio» y se negaba a distinguir entre el joven Marx del «Vormárz», el autor de La cuestión judía, y el crítico de El capital. El principio de estilización del pensador chinesco impedía que el Brecht argumentador formulase teóricamente los cambios producidos. El 18 de diciembre de 1944 dice haberle recordado a Adorno la lección de Marx: «Marx aconsejó al judío emanciparse (y también le enseñó cómo hacerlo). Adorno no puede seguir mostrando la cara que conviene al teóri­ co.» El esnobismo del que habla Adorno en su escrito de Prismas sobre George y Hofmannsthal, ese mismo esnobismo le pareció reconocerlo ines­ peradamente en Hollywood en alguien completamente distinto. Benjamín no pudo alcanzar lo nuevo; pero no se desembarazó sin más del saber judío, sino que lo puso al servicio del conocimiento del presente: Luto -no tristeza—era la determinación de su naturaleza, como el saber judío sobre la permanencia de la amenaza y la catástrofe, igual que la inclinación de anticuario convertía lo actual en largamente pasado. Bajo el ambiguo título Parque central\ Benjamín reunió poco antes de su fallida huida de Francia una colección de pensamientos que en 1941 cruzaron el océano y llegaron a Adorno a través de un emigrante, el Dr. Dohmke. En ellos se expresan «motivos de la salvación»: «La intervención resuelta, aparentemente brutal, forma parte de la imagen de la salvación.» Los ensayos que Adorno presen­ ta al público alemán después de 1949 poseen esta misma cualidad. En el «Prólogo» de la última gran obra que Adorno publica en vida, Dialéctica negativa, el autor todavía recuerda el comentario que le hizo Benjamín después de leer en 1937 su Metacrítica de la teoría del conocimiento', es pre­ ciso atravesar la helada inmensidad de la abstracción antes de alcanzar la ple­ nitud de una filosofía concreta. Abruptas interrupciones y necesidad de con­ tinuidad caracterizan la presencia de Adorno en la opinión pública de la República Federal Alemana, de un Adorno que intenta unir biográfica­ mente lo que la historia de la sociedad, a la que él suele referirse con la an­ ticuada expresión curso del mundo, ha separado. El término tiene su histo-

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rHI'O UO KW ADORNO u n o DI I OS DI IIM O S U N IU S

ria; los lectores familiarizados con Nict/schc pensarán en la “liloNnlla de lo deseable», un pensamiento que pertenece al mumlo tIr Sí 1%Mana, y quír nes conozcan a Hegel, que hoy ya no son los mismos que los primero*, lo asociarán con el apartado de la Fenomenología de! espíritu titulado «La vil tud y el curso del mundo», que establece una correspondriu la entre el po der pietista de la interiorización y el terror absoluto de la Revolución lian cesa. Entre renuncia y amenaza de terror, Estila y ( laribdis ele la presión de adaptación, intenta navegar el individuo. A la teoría de Adorno no le es exterior nada negativo. El horror, la representación fiel miedo, se ha metido en él, saber judío y experiencia vital, que se convierte en parte integrante de la experiencia filosófica. El principio de identidad no es sólo cuestionado desde el punto de vista filosófico, sino también a partir de la experiencia de la vida dañada. Las afirmaciones de la carta de felicitación que Adorno escribe a I lorkheimer pueden entenderse mejor a partir de la experiencia vital y de la lee* tura atenta de los protocolos de las discusiones. He aprendido de ti que la posibilidad de querer lo otro no tiene por qué comprarse con la renuncia a la propia felicidad. Esto ha librado a las consideraciones teóricas sobre la totali­ dad social de ser víctima de ese rencor que de otro modo las envenena, hacién­ dolas recaer en el hechizo de lo siempre igual. Tras una reflexión filosóficohistórica, esta compleja idea no se desvanece, sino que lleva a la crítica de la sociedad. La Teoría crítica que Horkheimer y Adorno reintroducen en Alemania después de 1949 critica la sociedad presente a la luz de una ex­ periencia interpretada en términos de filosofía de la historia. Adorno reco­ noce que Horkheimer ha ejercido en él una influencia pedagógica mayor... que todo aquello que aprendí y para lo que fu i educado. Y le atribuye la para­ dójica articulación de una experiencia supraindividual: Décadas después, ya en la emigración, dijiste algo que nunca pude olvidar: el destino de los que nos hemos salvado era el campo de concentración. Estas palabras están en íntima relación con tu capacidad para sobrevivir. Filosóficamente emparentada con ellas está esa paradoja de que tú, casi como un ilustrado del siglo XVIII, renun­ ciaste a la esperanza metaflsicay pero no celebrando cuanto de cierto y seguro hay en este mundo, sino con el más profundo dolor. En este pasaje de la carta de felicitación de 1965, Auschwitz y el Gulag soviético aparecen en cla­ ve de recuerdos personales como las experiencias supraindividuales de la época. Pero esta misma época es difícil de determinar, y tras la muerte de Adorno su amigo Horkheim er se refirió a él «como uno de los mayores ge-

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nios de esta época de transición». Esta afirmación, que puede parecer con­ vencional, sólo cobra su verdadero significado cuando se es consciente de la importancia que tiene el concepto de transición en la obra de Adorno. Su monografía sobre el compositor al que estuvo más unido la tituló Berg. El maestro de la transición ínfima. La conferencia para la radio con la que recuerda en 1956 la muerte de Berg, acaecida veinte años antes, transmite una particular concepción cualitativa del tiempo en la autoconcepción de Adorno. Desde 1935 no ha habido ya tiempo de continuidad y experiencia duradera; las catástrofes lo hicieron estallar; quien se vio obligado a emigrar, tiene la impresión de que le robaron años enteros de su vida, y tiende a pensar que después no hizo sino continuar lo que entonces fue bruscamente interrum­ pido. Convertido en síndrome supraindividual, el sentimiento de culpa de los judíos que se salvaron acompaña de distintas formas todas y cada una de las formulaciones teóricas y actividades artísticas de Adorno desde el momento en que empezó a intuir la insuficiencia de la ingenua actitud esté­ tica. De Schonberg dijo Adorno: Perdió el puesto que tenía asegurado por contrato para toda su vida. Aceptó el destino colectivo sin lamentarse de su des­ tino individual, sin ni siquiera pensarlo demasiado; fue entonces, en la prima­ vera de 1933, cuando dijo que en la vida había cosas más importantes que componer. Dicha de su boca, esta afirmación prueba la seriedad de la música mejor que cualquier enfática explicación de la dignidad del arte. Por entonces Adorno esperaba con impaciencia que su viejo amigo Walter Benjamin le diese su opinión sobre su proyectado vodevil El tesoro del indio Joe, que Rolf Tiedemann, el docto administrador del legado de Adorno y Benja­ min, puso a salvo y fechó entre 1932 y 1933. Cuando Wiesengrund-Adorno confió a su maestro Berg que había puesto música a la pieza infantil del Tom Sawyer, esperando que sea una música adecuada y madura, ya le había comunicado confidencialmente la pérdida de su venia legendi. Hizo falta la insistencia de Gretel, a la que Benjamin llamaba cariñosamente Felizitas, para que Benjamin, muy competente en lo literario pero no en lo musical, manifestase finalmente su opinión sobre el libreto que Adorno había escri­ to para este vodevil, que debía distinguirse de las piezas musicales de entre­ tenimiento que estaban de moda en aquella época. Aunque Benjamin tra­ tó de formular con sumo cuidado la objeción de una «reducción a lo idílico» que evoca la infancia «de un modo tan directo», esta crítica debió de herir profundamente a Adorno. La aparente afinidad encontrada en el «Kierkegaard», que puede deberse a la conciencia de compartir un origen

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burgués similar, io rrc el riesgo de desaparecer bajo la presión del miedo. I n mi carta de contestación a Benjamín, Wiesengrund-Adorno insiste en que la pie/a es una demostración desde el modelo de Li infancia, mientras que Benjamín la habría tomado incorrectamente por una simple evocación de la infancia. 1 a situación en la que ambos se hallan en la primavera de l'H 4 , lecha en la que se intercambian estas cartas, permite intuir que el miedo está presente diariamente en sus vidas, y no precisamente como tema de irpresentación estética. El fragmento «Regresiones» de los Mínima Momita parece ser la respuesta que Adorno no envió a Benjamín diez años antes: la fiierza de! miedo y la de la felicidad son la misma, un ilimitado y

creciente estar abierto a la experiencia hasta el abandono de sí mismo\ a una experiencia en la que el caído se recupera. En la experiencia más individual hay un potencial de supervivencia, también para el pensamiento. Puede que a Benjamín el libreto le recordase su proyecto más personal, la «Infancia berlinesa», y que para él, que evita­ ba el contacto tísico incluso con sus amigos más íntimos, esta proximidad fuese excesiva. A Adorno debió de sentarle muy mal que Benjamín prefi­ riese los Enfants terribles de Cocteau a su «Indio Joe». La reflexión sobre la infancia, que los unió y a la vez los separó, fue el eje central de sus produc­ ciones teóricas y determinó incluso la elección del tema de sus ensayos. Así se pone de manifiesto en los protocolos de las discusiones que mantuvie­ ron Horkheimer y Adorno en Nueva York a finales de los años 1930. La identidad del hombre, que el análisis afirma como principio central del indivi­ duo, no existe en absoluto en la situación actual, se dice en 1939 de forma tentativa. Pero el camino hacia la idea fundamental de la Teoría crítica de Adorno, que alcanzará posteriormente su más perfecta formulación, resul­ ta ya visible. Adorno señala este camino a David, su traductor inglés, en 1940: Freedom postulates the existence ofsomething non-identical. Desde esta abstracción extrema, que reprende a la filosofía de la historia de Hegel, Adorno da el paso decisivo hacia la concreción: The non-identical element must be not nature alone, it also can be man .* En alemán no se encontrarán frases centrales de Adorno tan claras como éstas. Pero el destinatario de esta carta es un traductor, un mediador par excellence, y Adorno quiere que se le entienda. A pesar de la anglofilia existente en el hogar de los Wiesengrund, Adorno había entrado en contacto con The Adventures ofiTom Sauryer

* «La libertad postula la existencia de algo no idéntico», «Lo no idéntico no tiene por qué ser solam en te naturaleza, tam bién puede ser hom bre». (N . d el T )

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a través de distintas traducciones, y apenas diez años después se ve obliga­ do a formular ideas teóricas fundamentales en una lengua extranjera. Adorno no pudo vencer su resistencia contra el inglés, aunque no lo habla­ ba con el acento berlinés de Herbert Marcuse ni con el inconfundible acento francfortiano de Leo Lówenthal. Como dicen los Mínima Moralia, desde su infancia siempre asoció el English spoken con el carácter de reclamo de la cultura. De todos los miembros del Instituto, Adorno era el que más añoraba la lengua alemana, y la posibilidad de reencontrarse con ella fue una de las principales razones de su regreso a Francfort. A Thomas Mann le dijo que el alemán de emigrante que ellos se veían obligados a hablar era una degeneración del lenguaje, pero que dialécticamente esto podía hacer pensar en la posibilidad de uno europeo. Ante la catástrofe, Horkheimer y Adorno se mostraron convencidos de que la experiencia individual acumulada debía ayudar a reformular la teo­ ría. Sorprendentemente, en 1939 y en 1956 sus discusiones tienen el mis­ mo punto de partida. En ambas ocasiones se proponen redactar un nuevo Manifiesto comunista, a pesar de que su experiencia ya no es precisamente la del «Vormárz», esto es, la de la inminencia de una emancipación univer­ sal. Afirmar en 1939 o en 1956 la actualidad de la revolución en los países capitalistas desarrollados habría sido un disparate desde el punto de vista político. No vivimos en una época revolucionaria,, y en verdad Lis cosas están peor que nunca. Lo más espantoso de todo es que, por vez primeray hoy vivimos en un mundo en el que ya no es posible representarse lo mejor. Ésta sería, pues, la novedad de la situación histórica, que no podría compararse con ninguna otra situación anterior. Horkheimer se opone con todas sus fuer­ zas a esta tesis de Adorno. En 1956 no duda en citar el viejo libreto de El tesoro del indio Joey escrito por Adorno veinticinco años antes; si allá por 1933 Benjamín no lo comprendió, él sí lo ha comprendido. «Mendigos, corred hacia el portal, ésta es la cultura en la que vivimos.» En este punto, Horkheimer va más allá de la conocida categoría adorniana de plexo de ofuscación y llama la atención a Adorno sobre la realidad del canibalismo social, que excede con mucho el marco de la inmanencia de la conciencia. Se ve obligado a recordarle la palpable realidad de este materialismo, y en la carta de felicitación de 1965 Adorno reconoce su autoridad. Tu concep­ ción de lo individuado como un ser señalado por la muerte, como un ser que se agita impotente, es probablemente la responsable de eso en tu filosofía que, de acuerdo con los estereotipos escolares, recibe el nombre de materialismo. La mutua caracterización que ofrecen las felicitaciones publicas remite

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a diferencias reales. I a snlulaiul.nl m n los animales, ampliada y convertida en solidaridad con todo lo viviente, recuerda la represión de la naturaleza interna y externa, la dominación un concepto que perdió fuerza rn el marxismo tradicional, dada la prioridad que este concedió a la crítica de la economía. La conversión del marxismo tradicional en el fetichismo de la producción propio de la época de Stalin corre parejas con la construcción de un Estado autoritario, cuya versión fascista se parece cada vez más a la comunista y viceversa. En el volumen En monona de Walter lienjamin (1942), Horkheimer lo presentó va como el modelo del estado del futuro -u n pronóstico del que Brecht se hurló en su Otario de trabajo y sobre el que, al parecer, volvió a bromear en presencia de Adorno en 1944. Pero esta deificación del trabajo perduraba en el movimiento obrero cual un vi­ cio hereditario desde los tiempos del Programa de (Jocha. El comunismo soviético llevaba al extremo el optimismo de la concepción socialdcmócrata de la historia, que identificaba progreso y producción. Benjamín había arremetido contra esta concepción en sus Tesis de filosofía de la historia. Rusia pasó de Tierra Prometida a convertirse en un gigantesco y antiutópi­ co campo de trabajo. Con «Sur feau», el aforismo número 100 de los M í­ nima Moralia, Adorno cierra en 1945 la segunda parte de la obra que de­ dica a Horkheimer con ocasión de su cumpleaños. La producción como fin en sí mismo, este elemento común al movimiento obrero y a la sociedad burguesa se presenta como espantosa contraimagen de una sociedad libera­ da de todas las cadenas históricas -incluso en la forma de esa sociedad de la opulencia que por entonces sólo podía imaginarse en América, tal vez sólo en California, frente a una Europa reducida a escombros. En la inte­ gración de esta experiencia americana residía la inusitada modernidad de una Teoría crítica de la sociedad que recordaba el origen del que brotó la utopía de lo nuevo en tanto que no idéntico a la totalidad. Una humani­ dad que no conociera ya la necesidad aún dejaría traslucir algo de lo delirante e infructuoso de todas las organizaciones hasta entonces concebidas para esca­ par de la necesidad y que reproducían, agrandada, la necesidad junto con la riqueza. Ello afectaría hasta al propio goce de un modo análogo a como su es­ quema actual no puede separarse de la laboriosidad\ de la planificación, de la arbitrariedad y de la sumisión. Rien faire comme une hete, flotar en el agua y mirar pacíficamente al cielo... Hacia 1945 Adorno dio un impulso a aquellas cuestiones que esperaba poder desarrollar en un futuro con Horkheimer. Los últimos tres fragmen­ tos de la segunda parte de los M ínim a Moralia reúnen lo más característico

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de la fisonomía intelectual de su autor. La duda radical de la que es objeto el concepto de identidad, que Adorno atribuye a la subjetividad burguesa, se concreta en forma de crítica al principio de identidad. Las aporías for­ muladas por Benjamín en las Tesis de filosofía de la historia se prolongan en tanto que invitación a pensar de forma a La vez dialéctica y no dialéctica. Adorno trata de recoger este «Legado» en el aforismo siguiente, titulado «Prueba del oro», en el que llama la atención sobre la fatal equiparación de autenticidad y verdad propia del pensamiento burgués. Esta identificación pone de manifiesto el impulso que, contrario a la emancipación, demoniza la imitación. Ello incita a la denuncia de todo lo que no es lo bastante sustan­ cial, de lo que no es de buena cepa, en fin , de los judíos. La inclusión en un sujeto supraindividual tampoco puede eliminar la ambivalencia de la situa­ ción social. Benjamín consideró constantemente la posibilidad de dar este paso, pero finalmente no osó darlo. En su colaboración con Horkheimer, que también puso en cuestión el principio del autor único, Adorno creyó poder zafarse del imperativo social de la existencia monadológica. El mie­ do que Adorno conjuró al final de sus primeros «Fragmentos sobre Wagner» también puede entenderse como el intento de romper definitivamente con el principio monadológico del individualismo absoluto. En el Ensayo sobre Wagner, con el que vuelve a presentarse al público alemán en 1952, repite el «finale» de su texto sobre Wagner de 1939: En la medida en que expresa el miedo del hombre desvalido, podría significar, aunque de modo siempre débil y desajustado, ayuda. Y prometería nuevamente lo que un anti­ quísimo anhelo prometió a la música: vivir sin miedo. Tras esta promesa se refugió una vez la esperanza en la realización de la revolución. La meta de la revolución es la eliminación del miedo, había escri­ to enfáticamente desde Londres el 18 de marzo de 1936 Teddie Wiesengrund a Benjamín, su corresponsal parisino. A ello añadía audazmente: Por lo cual no hay que tener ningún miedo a ella, ni tampoco ontologizar nuestro miedo. No hay nada de idealismo burgués en mantener, conociendo y sin prohibiciones sobre el conocimiento, una posición solidaria con el proletariado, en lugar de considerar, tal como estamos tentados de hacer una y otra vez, la propia necesidad como una virtud del proletariado, que padece la misma nece­ sidad y que precisa tanto de nosotros para el conocimiento como nosotros nece­ sitamos del proletariado para hacer la revolución. ¿A quiénes se refería Ador­ no con este nosotros? Probablemente a Benjamín y a sí mismo, tal vez a Horkheimer, pero también a Bloch, Brecht y Eisler, contra cuya abstracta resolución a favor del Partido comunista, que ellos identificaban con el

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proletariado, quería prevenir a Benjamin. En el primer gran artículo sobre el jazz que escribía en esos momentos para la Zeitschrifi, Adorno criticaba la forma más reciente de romanticismo, que por temor al carácter letal del ca­ pitalismo opta desesperadamente por afirmar aquello que teme como una espe­ cie de horripilante alegoría de la libertad futura y santificar la negatividad... En 1956 ha desaparecido incluso esta posibilidad negativa: «Ya no existe ningún partido», repite lapidariamente Horkheimer en su discusión con Adorno. Este capitalismo sin alternativas torna actual una idea que Ador­ no expresó en «Regresiones», uno de los fragmentos de los M ínima Moralia. Este fragmento recuerda canciones, canciones infantiles, y también la can­ ción de cuna de Taubert, de la que Adorno hizo una versión en el «Indio Joe». Parece como si en este fragmento Adorno prosiguiese su discusión con Benjamin, fallecido tan sólo unos años antes, como si el mendigo ale­ jado por los ladridos del perro y cuyo olvido hace posible el sueño del niño, no fuese un mísero judío. Este desasosiego ya no abandonó nunca a Adorno, y el materialismo de Horkheimer lo confrontó una y otra vez con el presentimiento de la vana pretensión de transformar el mundo. La can­ ción infantil evocada en los M ínima Moralia dio lugar a la composición El tesoro del indio Joe, pero después de 1933 el músico hubo de enmu­ decer. Sólo durante el exilio, en un momento muy determinado, puso m ú­ sica a las canciones escritas por Brecht para un programa antifascista de la radio americana. En la carta de felicitación de 1965, el teórico de la socie­ dad habla de su actividad al lado de Horkheimer. La actividad común que siguió a la escritura de la Dialéctica de la Ilustración, que para nosotros si­ guió siendo una obra vinculante desde el punto de vista filosófico, la describe Adorno con palabras que sus lectores podrían y deberían relacionar direc­ tamente con él: tú empleaste tu energía científica y organizativa en enseñar a comprender lo incomprensible, que sólo conocimos en toda su dimensión hacia elfin a l de la guerra. Y lo hiciste partiendo de la idea de que, para evitar la re­ petición del horror, es de más ayuda entender los mecanismos de los que aquél se sirvió que permanecer en silencio u optar por la indignación impotente. Lo que al principio de la carta de felicitación escrita con ocasión del setenta cumpleaños de Horkheimer no parece ser más que un simple juego con nombres y animales, adquiere todo su sentido al final de la historia. En la época de la República de Weimar utilizar seudónimos era una espe­ cie de juego. Con Castor Zwieback, el nombre con el que Adorno todavía firmó la «Selección de fragmentos de lectura» escrita junto con Cari Dreyfuss,

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se dio un título al amistoso juego de confusión de identidades. Pero cuan­ do Benjamín se convirtió en Detlef Holz y Wiesengrund-Adorno en Hektor Rottweiler, este juego se transformó en algo muy serio. Los seudóni­ mos pasaron a ser la única forma de seguir viviendo en condiciones en las que ya no era posible darse a conocer abiertamente. En privado, cuan­ do todavía se hablaban de usted, Horkheimer y Adorno se llamaban Weiebe Birne y Grosses Rindwiech f y para referirse a ambos utilizaban el tér­ mino paquidermos. Al igual que Brecht, Horkheimer recurrió a técnicas in­ telectuales chinas -el camino de Lao Tse, consistente en abrirse a la experiencia hasta perder la propia identidad, le pareció el comportamiento ideal. El término Rindwiech evoca conocidas cualidades de paquidermos como el rinoceronte y el hipopótamo, pero también su voracidad. Devorar inmensas cantidades de literatura más allá de la capacidad humana para asimilarla caracteriza sin duda a Adorno. Las denominaciones inspiradas en el Zoológico de Francfort y en el Museo de Historia Natural de Senckenberg tienen una larga tradición en la familia Wiesengrund-Adorno, de modo que esta espontánea práctica familiar pudo haberle animado a ela­ borar una teoría de los nombres. Adorno ya rivalizaba con Benjamin en la elaboración de esta teoría a principios de la década de 1930, antes de que las persecuciones de los nazis pusiesen de manifiesto que el nombre podía convertirse en un destino. En el Frankfurter Zeitung del 7 de agosto de 1930 aparece una «Nota sobre los nombres» que recuerda en algunos aspectos la forma como Kracauer pone nombre a los personajes de sus novelas Ginster y Georg. En el artículo también se recurre a Proust, el proceder de Thomas Mann todavía no se menciona. En la señora Fleisser, el observador atento lee la respuesta que da una criada cuando le preguntan cómo se llama: “Me he convertido en una Berta más” Con esta imagen del propio yo, que no conoce la apa­ riencia de su unicidad, sino a lo sumo la realidad de su carácter intercam­ biable, enlaza este pensamiento: A sí es como los proletarios eran agrupados según sus nombres en largas filas de Georg, Willy, F ritzy Franz, que contenían ya el esquema de las posteriores listas de bajas. La diferencia con el individua­ lismo burgués parece haber ocupado en aquel tiempo a ambos amigos. Menos azarosos para los individuos, y por lo tanto menos necesarios para el co-*

* «W eiche Birne», literalm ente «pera blanda», figuradam ente «bobo», «tonto»; «Grosses Rindwiech», literalm ente «gran res», figuradam ente «bruto», «animal», «estúpido». (TV. d el T )

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lectivo, son los nombres en las clases dominantes. Pero sus miembros tampoco se substraen al poder de los nombres. Pues a lo largo de su vida se han unido tanto a sus nombres que ningún poder de este mundo podría ya separarlos de ellos. En la novela Georg, con la que Kracauer había retomado su actividad como es­ critor, el autor nombra a un tal «Fred» que presenta inequívocamente rasgos del joven Teddie. La singular anglofilia reinante entre los judíos alemanes basta para explicar la formación del diminutivo «Freddy», la admiración que el corriente Georg siente por el extraordinario Fred, considerablemente más joven que él, salta a la vista: «... la silueta del muchacho era una seduc­ ción, la tristeza de los ojos procedía de un lejano lugar al que había que lle­ gar». La intuición de una pertenencia supraindividual es manifiesta. De acuerdo con el sentimiento de normalidad de sus padres, toda la generación de intelectuales judíos que se reencontró en la emigración tenía nombres alemanes que iban desde Siegfried y Gerhard a Max y Walter, pa­ sando por Friedrich y Theodor. La forma Teddie no responde sino a la tra­ dicional anglofilia de los ciudadanos judíos de Europa central, la misma que llevó a Freud a llamar a su hijo Oliver, como Cromwell. Cuando Ted­ die hubo escrito su artículo sobre el jazz en la emigración oxoniense, en 1937 le añadió un curioso apéndice que revela algo de la solidez y de la de­ bilidad de su reflexión sobre el jazz. El shock de la presión social, el miedo a la pérdida de la existencia individual y el deseo de integrarse en un poder supraindividual tampoco se hacen explícitos en el «Prólogo» que, a modo de pararrayos, el autor antepone en 1963 a la reimpresión del texto en Moments musicaux. Adorno reflexiona en voz alta sobre la relación existente entre impresionismo, jazz y acción de nombrar, detrás de la cual se escon­ de la relación de identidad y de no identidad existente entre la sociedad li­ beral y la oposición a ella. Las trampas intelectuales representadas por la vanguardia y el esnobismo están preparadas para cumplir su función. Adorno alude al título de Debussy Général Laviney excentric y lo asocia con «avalanche» -esa avalancha por la que Baudelaire, a quien Adorno cita al comienzo de la tercera parte de los M ínim a Moralia, deseaba ser arras­ trado-. Según Adorno, el nombre «Lavine», que hace referencia al hombre estrafalario, al excéntrico, se introdujo hacia 1910, en la época en la que aparecieron los primeros ositos de peluche (Teddybaren). Pero ¿qué lector ale­ mán de principios de los años sesenta podía o debía entender todo esto? Sin embargo, en la autoconciencia del repatriado esta relación juega un pa­ pel fundamental. El diminutivo Teddy, una combinación germano-ameri­ cana de osito de peluche y del nombre del popular presidente americano

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Theodore Rooscvelt, se introdujo en 1903, el año en que nació Theodor Wiesengrund-Adorno. Este diminutivo le tocó en suerte, siendo el mote por el que lo conocerían todos sus compañeros de colegio. Con ellos asocia Adorno el rencor que habrá de acompañarle durante toda su vida. El pri­ mero de la clase, insultado y molido a palos por sus compañeros, al que éstos consideran raro por el simple hecho de que, en tanto que niño pro­ digio, prefiere perfeccionar su técnica pianística a hacer deporte, estos horrores ligados a la socialización desmienten la pretendida infancia feliz en Francfort. Si la clase burguesa abrigaba ya desde tiempo inmemorial el sueño de la ruda comunidad del pueblo, de la opresión de todos por todos, han sido niños, niños que de nombre se llamaban Horsty Jürgen y de apellido Bergenroth, Bojunga y Eckhardt, los que han escenificado el sueño antes de que los adultos estuvieran históricamente maduros para hacerlo realidad. Yo sentí la violencia de las figuras terribles a que aspiraban ser con tal evidencia., que toda posterior fortuna me ha parecido provisional ofalsa. El Jazz hace su entrada triunfal en Alemania hacia 1920, coincidiendo con los años de juventud de Adorno, que vio en él el regreso de los horro­ res de la socialización. Burlas y bromas en torno al nombre en tanto que mar­ ca de fábrica de la sociedad, escribió en los Apéndices oxonienses de 1937. Esto también es válido para Teddy, el juguete preferido de millones de ni­ ños, y para el singular Teddie, al que sus jóvenes amigos judíos de Franc­ fort consideraban afortunado porque a primera vista no parecía judío. So­ lamente la tristeza de los ojos vincula al individuo Teddie al destino social que parecía estar escrito en el nombre. Así\ sólo parece humana la expresión de los ojos más próxima a la del animal\ a la de las criaturas alejadas de la re­ flexión del yo. A la postre, el alma es el anhelo de salvación de lo carente de alma. La rememoración del origen animal despierta el interés por la antro­ pología, por una «antropología de la época burguesa», según la concepción que Florkheimer presenta en los grandes ensayos que escribe para la Zeitschrifi durante la década de 1930. Adorno quería que sus escritos teórico-musicales se entendiesen en este sentido. Sólo el conocimiento de la va­ riabilidad histórica de los elementos sensibles permite devolver su dimen­ sión ilustrada al estudio de la fisonomía. En 1957 Adorno escribe una entusiástica reseña del estudio de orientación psicoanalítica La voz de la neurosis. Evocando la tradición ilustrada de un Lichtenberg, titula su críti­ ca «Fisonomía de la voz» e insiste en que ésta es una ciencia de la expresión. «La humanidad no sólo aprendió a expresarse con gestos, con sonidos que imitaban otros sonidos, con gritos de dolor o de alegría, sino también for­

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mando palabras. Pero en ese mismo instante la voz empezó a atrofiarse, tanto es así que actualmente la entonación ya no es sino un medio para ex­ presar estados de ánimo, una especie de música que acompaña al lenguaje articulado supervisado por la razón», afirma Adorno en su recensión del trabajo de Paul Moses, con el que se muestra totalmente de acuerdo. Esta idea se integró en su filosofía de la música. En un cuaderno de notas pu­ blicado por RolfTiedemann, hay un apunte del 6 de agosto de 1962 en el que Adorno reformula esta misma idea: La música como desdoblamiento. Quien canta no está solo. Escucha la vozy escucha a otro, que a la vez es él mis­ mo. Devenir otro, alienarse. Aquí hay toda una serie de momentos: Volverse contra el miedo (quien tiene miedo, canta: cuando canta ya no está solo). La relación inmanente con la especie. El colectivo como fenómeno origina­ rio. En la música, el individuo aislado se manifiesta como sujeto y a la vez como otro sujeto. El hechizo que así se rompe es, a la vez, el del mero ser para sí. La objetivación. En el desdoblamiento, el fenómeno originario de la refle­ xión —¡eco!—, el sujeto deviene objeto, universaly sólo de este modo sujeto. La reflexión no es en absoluto exterior a la música, un tema sobre el que Adorno vuelve una y otra vez. La verdadera razón de ser de la filosofía es rescatar lo que hay en la mirada de un animal, afirma Adorno en la discu­ sión que mantiene con Horkheimer en 1956. La reflexión permite expre­ sar con palabras el shock causado por la realidad social. En el artículo sobre el jazz de Hektor Rottweiler, con el que el teórico recupera por primera vez la palabra después de haber enmudecido en 1933, se percibe todavía el horror. La inmediatez con la que Adorno relaciona la praxis musical con la crítica económica y la psicología social analítica, en la que más tarde el propio autor verá una falta de mediación, refleja los golpes de la vida como cicatrices intelectuales. Sus insistentes reflexiones sobre el jazz provocaron en la República Federal Alemana tal rencor que se quiso hacer callar a Adorno, por considerarlo un aguafiestas en una nueva época. La debilidad de estas reflexiones, resultado de la negativa a ampliar los propios conoci­ mientos materiales, desemboca en la misma paralización intelectual que Adorno diagnostica en el sujeto del jazz. En relación con él, en tanto que otro sujeto, logra Adorno articular el daño sufrido por el sujeto en tanto que objeto de la industria del entretenimiento. Como tiene miedo, se pone al margen y se opone; pero esta oposición, en tanto que oposición de un indivi­ duo aislado, cuyo aislamiento lo revela precisamente como un individuo deter­ minado por la sociedad, es apariencia... Pues la especificación del individuo en

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el ja zz no ha sido ni será jamás la de la rebosante fuerza productiva, sino úni­ camente la de la debilidad neurótica... El miedo al aislamiento social, a la pérdida de la fuerza productiva intelectual, dicta los Apéndices oxonienses de 1937. Recuerdo perfectamente m i espanto cuando escuché por primera vez la palabra jazz. Probablemente, esta palabra viene del término alemán Hatz y sugiere la persecución del más lento con perros sanguinarios (Bluthunde)* Es­ tas frases no están escritas para el lector alemán de principios de los años sesenta. Se dirigen más bien a un amigo concebido como testigo imagi­ nario, a un Benjamín en el exilio parisino o a un Horkheimer, que por entonces ya estaba en Nueva York. Los escritos sobre el jazz reflejan el espantoso aislamiento social que Teddie ya tuvo ocasión de experimentar cuando era el primero de la clase en Francfort y que vuelve a sufrir en su solitario y errático exilio. En un artículo de 1933 que después fue muy cri­ ticado y que su autor firmó ya con el heroico nombre de perro, hay una la­ pidaria afirmación que remite a una experiencia con el jazz en Alemania distinta de la de sus lectores, que, habiendo nacido después que él, solían identificar el jazz con la «Voice of America»: El ja zz era la música de uso de la gran burguesía en la época de la posguerra. La máscara del seudónimo perruno debía proteger su propia fuerza productiva. Mientras que el artículo sobre el jazz de 1936, anterior a la ex­ periencia americana, aún conjugaba el radicalismo estético y el radicalismo político de izquierdas, Adorno perfila su propia posición intelectual en los M ínim a Moralia. La sugerente palabra Mélange,** así se titula uno de los fragmentos del libro, evoca una experiencia en un café y es un implícito gracias a Viena. La política que aún aspire seriamente a una sociedad emanci­ pada, no debería por eso propagar la igualdad abstracta de los hombres ni si­ quiera como idea... pero concibiendo la mejor situación como aquella en la que se pueda ser diferente sin temor. La fuerza para vencer el miedo y resis­ tirse a fusionarse de forma conformista en un nuevo colectivo, la saca Adorno en 1945 de su propia experiencia: E l melting pot fu e una disposi­ ción del capitalismo industrial desatado. La idea de caer en él suscita la del martirio, no la de la democracia. La diferencia sensible que, más allá de toda connotación racista, conserva el concepto de fisiognómica va unida a

* «Hatz»: persecución, caza co n perros corredores. «Bluthunde»: perros sanguinarios, pero tam bién tiranos sanguinarios. (N \ d e l 77) ** Sobre la palabra «M élange», véase el cap ítu lo «D e T eddie W iesen gru n d al d octor W iesengrund-A dorno». (N . d e l 77)

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la idea de felicidad. Todos estos elementos se entrelazan en «Mahler. Una fisiognómica musical», un texto para el que ya existen importantes notas marginales en 1936, aunque Adorno no encuentra su tono específico hasta 1960. Los rasgos distintivos de Mahler están sumamente próximos a los gestos lingüísticos: sus peculiaridades se contraen convulsivamente como en la jerga... En ocasiones, y no sólo en el recitado, la música de Mahler se asemeja tanto al gesto lingüístico que suena literalmente como si hablase, como en el romanticis­ mo musical prometió el título de Mendelssohn “Canciones sin palabras”. Canciones sin palabras -en 1931 las Palabras sin canciones de Adorno todavía recuerdan la vieja utopía de una sociedad emancipada, en cuya realidad aún pudo creer la generación de sus padres, pero que después de la Primera Guerra Mundial se volvió totalmente problemática. Muchas de las tensiones a las que la siguiente generación de hijos de familias judías burguesas reaccionó comprometiéndose con la izquierda radical o con el sionismo pervivían en la autoconcepción liberal de los padres, que habían hecho de Mendelssohn y Heine los referentes de una cultura contra la que se rebelaron los jóvenes. Adorno no llegó a escribir el proyectado texto so­ bre Mendelssohn, a pesar de que en sus Notas musicales expresa reitera­ damente su intención de hacerlo. No son los distintos Ensayos sobre Wagner los que salvan un astro de la infancia que fue eclipsado por la pérdida uni­ versal de la memoria, sino un Mahler que ha devuelto la palabra a la expe­ riencia silenciada de la fallida emancipación en nombre de la música. El compositor Adorno desaparece tras el intérprete de Mahler y reaparece como autor en las setecientas páginas de las Notas de literatura. En ellas ocupa un lugar destacado su exégesis del ciclo de Heine El regreso a la pa­ tria, que es interpretado como la visión del sacrificio. Su actualidad se debe a la universalización de la figura del apatrida, que Adorno presenta como «herida» al margen del estereotipado tema de Heine: el amor sin esperan­ za. Ningún músico de su generación fue capaz de expresar la incumplida promesa de felicidad de la infancia como resquebrajamiento de lo trivial y derivado. Sólo los cantos de Mahler de los soldados que desertan por nostalgia de su tierra, las explosiones de la marcha fúnebre de la Quinta Sinfonía, las canciones populares con el agrio cambio de tono mayor y tono menor, la con­ vulsa gesticulación de la orquesta de Mahler, han liberado la música de los versos de Heine. Lo viejo y conocido adquiere en la boca del extranjero un algo de desmedido, de exagerado, y esto precisamente es la verdad. Éste es el verdadero tono de Adorno, la voz que leyó este texto en la radio, al igual que otros muchos de sus escritos breves. Adorno se sirvió

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del mismo medio en el que I litlcr desplegó todo su poder demagógico para reintroducir en Alemania el concepto no aguado de Ilustración que fue denostado por la tradición alemana del siglo XIX. Su interpretación de Mahler da la palabra a recuerdos que habían quedado sepultados. El pri­ mer trío de la grandiosa marcha fúnebre de la Quinta Sinfonía ya no responde con un lírico lamento subjetivo a la tristeza objetiva de fanfarria y marcha. Más bien gesticula, lanza un grito de horror ante algo que es peor que la muerte. N i siquiera las temibles figuras de la “Espera”de Schónberg lograron superarlo. Cada frase de esta interpretación deja entrever la conciencia de un mundo del campo de concentración, el lado oscuro de la sociedad eu­ ropea que acompaña todas sus luminosas manifestaciones culturales. Arti­ culada hasta sonar artificial, la voz de Adorno transmitió esta misma serie­ dad en todo acto inaugural y en todas sus conferencias para la radio. Una aversión a la falsa confianza rayana en la paranoia impuso este tono. Pero esta voz también quería ser escuchada, no deseaba ser una voz esotérica —se dirigía a un público-. Sin embargo, Adorno hubo de abandonar América para que se le escuchase como él quería. Le parecía que en la emigración no podía expresar cosas que cuando se escuchan por primera vez resultan incomprensibles. El retraso de Alemania, el provincialismo prescrito peda­ gógicamente por los Aliados a los medios alemanes, le ofreció la posibili­ dad de expresar lo que en la avanzada América habría debido someterse ya a las reglas de la comunicación masiva. A diferencia de Horkheimer, Ador­ no se despidió definitivamente de América en 1953. Mientras que Hork­ heimer buscaba la forma de retirarse, Adorno quería influir públicamente más allá del ámbito universitario. Ni el uno ni el otro cejaron en la bús­ queda de la felicidad, de la que Adorno se sentía mártir. En su discusión privada de 1956, en la que barajaron la posibilidad de redactar un nuevo Manifiesto comunista, la idea de felicidad juega un pa­ pel fundamental. Adorno contradice la representación que ofrecieron de ella los M ínima Moralia -rien faire: el estadio animal en el que no se hace absolutamente nada ya no puede restituirse. Horkheimer continúa: «La feli­ cidad sería un estado del animal, pero visto desde la perspectiva de lo que ya no es animal.» Adorno dice: El animal podría enseñarnos qué es la felici­ dad. Horkheimer completa: «Alcanzar el estado del animal en el plano de la reflexión, esto es la libertad. Libertad significa no estar obligado a traba­ jar.» Yo percibía a los animales como personas, y tú a las personas como anima­ les: la diferencia entre Horkheimer y Adorno, que éste expresará críptica­ mente en la carta de felicitación de 1965 publicada en Die Zeit, se torna

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clara. El materialismo de Horkheimer se sitúa detras de la antropología del hombre burgués, mientras que la crítica de la sociedad de Adorno busca un lugar extraterritorial, todavía no socializado, en el que los hombres so­ cializados puedan experimentar la felicidad, aunque esta es inseparable del miedo. Mahler y Kafka, las notas y las palabras, son sus garantes: Como en las fábulas de Kafka, para él la animalidad es la humanidad tal como apare­ cería desde una perspectiva redentora que la misma historia natural impide adoptar. El tono fabuloso de Mahler apunta a la semejanza entre animal y hombre. Desconsolador y consolador a un tiempo... En la discusión de 1956, Horkheimer exige «que entre la utopía y la realidad haya unas relaciones claras». Si yo ... escribo sobre música —replica inmediatamente Adorno—, lo hago porque aquí dispongo de todas las categorías mediadoras. El momento de la extraterritorialidad permite a Adorno una crítica inflexible de esta cul­ tura -u n radicalismo verbal al que Horkheimer se opone enérgicamente-. A la oferta de compromiso de Adorno Se vive de la cultura que se critica, re­ acciona Horkheimer casi con rudeza: «Yo hablo de la sociedad.» Cabe seguir la pista de esta diferencia hasta en la misma infancia. Esta diferencia es la responsable de la distinta fisonomía intelectual de la que también Horkheimer era consciente. Éste atribuyó postumamente el «in­ creíble carácter polifacético de la obra» de Adorno a la «atmósfera intelec­ tual y artística reinante en su familia»; pero también insiste en la diferencia: «Pero a pesar de esta dialéctica llevada al extremo, lo que él dice no es ver­ dad. Pues la verdad no puede decirse...» La idea adorniana de la felicidad no se aferra a lo no idéntico como algo absolutamente otro. En los «Crite­ rios» de la música moderna, Adorno expresa en términos filosóficos lo que según Horkheimer no puede decirse. En la medida en que la música moderna, a través de la negación de lo particular y lo universal\ tiende hacia la abso­ luta identidad, quiere convertirse en la voz de lo que no desaparece en ésta, en la voz de lo no idéntico. El retorno a Alemania actualiza la Prueba del oro de los Mínima Moralia. Adorno defiende lo no idéntico como la máscara del genio, que había percibido claramente en Thomas Mann. En 1968 aún atribuye a su experiencia americana la superación de su provincianismo, la salida de la interioridad alemana. La supuesta superficialidad americana, criticada hasta hoy mismo por los europeos, pone justamente en cuestión el concepto de identidad que se ha convertido entre tanto en el orgulloso con­ formismo del individuo —como si esta identidadfuese siempre deseable. Adorno sólo se realizó como el genio que era en el Francfort posterior a 1953. Al parecer, la primera vez que viajó en avión fue cuando regresó de

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Los Ángeles: V puede tener experiencias demasiado tarde. El extraterritorial ángulo de visión le lleva a una percepción del tiempo que no desea reservar para sí mismo y en 1954 publica en la Frankfurter Rundschau: Para el emigrante, sin embargo, el orden temporal se ha alterado... Cuando regresa a su país, ha envejecido, pero al mismo tiempo sigue siendo tan joven como en el momento del destierro, un poco como los muertos, que conservan para siempre la edad que tuvieron cuando los vimos por última vez. Se imagina que puede continuar su vida allí donde la dejó; le parece que los que hoy tienen la edad que él tenía en 1933 son de su misma edad\ pero él tiene su edad real, que se une a la otra, la atraviesa, le confiere un sentido oculto, la desmiente. Es como si el destino hubiese situado a aquellos a los que golpeó y a los que pudieron es­ capar de él en un tiempo a la vez multidimensionaly lleno de agujeros. Este emigrante no idéntico permanecerá oculto tras el Adorno público. Sola­ mente en contadas ocasiones, como en las felicitaciones públicas, aparece detrás del singular personaje público el contexto humano, sin el que el in­ dividuo resulta incomprensible. Sólo a mediados de los años 1950 volvió a hacerse visible Benjamín, gracias a la infatigable actividad de Adorno y a la ayuda de Scholem, mientras que Horkheimer optó por hacerse cada vez más invisible. Pero sólo entre los perfiles de éstos se torna visible la fisono­ mía de Adorno, lo que ésta tiene de inconfundible, y que sin embargo es impensable sin los rasgos que comparte con los demás. De hecho, durante los años veinte y treinta surgió entre los amigos lo que Adorno describió así a Benjamin: En una palabra, estamos entre nosotros. Pero ningún atribu­ to relacionado con la identidad, ni judío, ni alemán, ni marxista, podría definir al particular que dio la palabra a la no identidad. En una encuesta realizada por un periódico en 1953, el año de la muerte de Stalin, del esta­ llido de la guerra de Corea y de la insurrección del 17 de junio,* Adorno respondió que lo que más le había impresionado ese año había sido el ini­ cio de la nueva edición de Recherche du temps perdu de Proust, las cartas de Kafka a Milena Jesenska y una grabación en disco de Kol Nidre, una obra de Schónberg que él ya había tenido la oportunidad de escuchar en Los Ángeles y que estaba entre lo mejor del maestro, al que también habría que desearle que su conciencia le hiciese regresar a casa. ¿Quién podría hacerlo sino ella?

* A lusión a la sublevación obrera que se produjo el 17 de ju n io en Berlín Este y en las grandes ciudades de la antigua República D em ocrática Alem ana. (N . d el T )

sesto de la vida

Lo moderno se ha vuelto realmente anticuado. La m odernidad es una categoría cualitativa, tío cronológica.

I neodor W. Adorno, «Consccutio temporum», 1946-1947, M ínima Moralia

En La critica de la cultura y la sociedad, la carta de presentación de Adorno en la Alemania posterior al nazismo, el repatriado afirmó en 1949: ... después de lo que pasó en Auschwitz es cosa barbárica escribir un poema., y este hecho corroe incluso el conocimiento que dice por qué se ha hecho hoy impo­ sible escribir poesía. Según el testimonio de Alfred Schmidt, que después se­ ría asistente de Adorno, éste no aparecía en las aulas vestido como un señor, con corbata, jersey de cachemir y americana, sino con una simple trinchera. Adorno había llevado una vida muy precaria en los Estados Unidos, pero la Universidad de Francfort y las instituciones alemanas no extendieron preci­ samente una alfombra roja para recibirlo. Horkheimer, por cuyos contactos en América estaban muy interesadas las autoridades universitarias alemanas, hubo de emplearse a fondo para lograr que Adorno tuviese un sueldo, una estabilidad económica que a él también le interesaba. En cambio, ni su in­ fluencia ni la de Pollock bastaron ya para conseguir un contrato a Herbert Marcuse, que se sintió profundamente decepcionado. Adorno hubo de es­ perar hasta mediados de los años 1950 para que la Universidad Johann Wolfgang Goethe lo nombrase titular. El retorno a Alemania también estu­ vo motivado económicamente. Ciertas insinuaciones de Brecht, como la de que los «francfortistas» eran millonarios judíos con una image revoluciona­ ria, pertenecen más bien a la triste tradición del anti-intelectualismo de los intelectuales. En Alemania, Adorno expresó públicamente aporías. En una sociedad que poco después de 1945 pretendía ya pasar al orden del día, su voz sona­ ba como la del mensajero que trae una mala noticia, provocando reaccio­ nes atávicas -com o la de dar muerte al mensajero. Con ocasión de una con­ troversia científica escribí: no hay que nombrar la soga en casa del verdugo, de

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lo contrario se despierta resentimiento, repitió Adorno en su célebre confe­ rencia de 1959 «Qué significa asumir el pasado». Adorno recuerda en esta conferencia la disonancia que produjo la voz del repatriado en el coro de la opinión pública. En el número de 1957 de la Kólner Zeitschrift fiir Soziologte und Sozialpsychologie, el psicólogo social Peter R. Hofstátter había publicado una dura crítica del primer gran estudio del Instituto de Inves­ tigación Social restablecido en Francfort, a la que Adorno respondió con la irónica alusión a la casa del verdugo. El Gruppenexperiment apareció en 1955, el mismo año que los Prismas, aunque la investigación se realizó en los años 1950 y 1951. Enlazó con The Authoritarian Personality, trabajó con estímulos y análisis de grupo cualitativos. No inquirió opiniones in­ dividuales, sino que intentó ir al fondo del proceso de formación de opi­ nión sirviéndose de los medios de la investigación social empírica, que en los Estados Unidos no sólo se había discutido y aplicado, sino que tam­ bién se había impuesto en la scientific community. En 1950, C. Wright Mills había hecho una entusiástica recensión de The Authoritarian Per­ sonality. La crítica de Peter R. Hofstátter, por el contrario, intentó presentar el estímulo con el que había que incitar a los alemanes a participar en la discusión sobre el pasado nazi y sobre la actual confrontación de blo­ ques como una «exhortación a un auténtico acto de contrición», exhor­ tación que pediría a los participantes alemanes algo imposible, a saber, «cargar con el horror de Auschwitz». Adorno refiere este hecho con la de­ bida frialdad: Con el horror de Auschwitz han tenido que cargar sus vícti­ masy no quienes se niegan a reconocerlo con tal de no dañarse ni a sí mismos ni a su país. A mediados de los años 1950 Adorno había regresado a Alemania. No se presentó en modo alguno como el vengador de los perseguidos ni como el supuesto portavoz de los asesinados, aunque otros repatriados miraron con desconfianza y manifiesta desaprobación a aquellos con los que Horkheimer y él se sentaron a discutir. Conocidos como Thomas Mann y ami­ gos como Fritz Lang, que habían decidido quedarse en California, obser­ varon el regreso de los francfortianos a Alemania con una mezcla de escepticismo y desaprobación. Adorno nunca trató de ocultar a sus interlo­ cutores, como creyó poder reprocharle Günther Anders. Cuando se tiene en las manos el libro Gruppenexperiment aún se percibe la conmoción, el miedo, la reacción que debió de provocar la declaración pública no sólo de la culpa de los alemanes, sino también de su terquedad. Horkheimer había solicitado al acreditado Franz Bóhm la redacción de un «Prólogo»

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que. cual un pararrayos, debía acompañar a la publicación del libro. Bóhm di|o con toda claridad lo que la investigación había descubierto, a saber, que «existe una opinión no pública, cuyo contenido puede diferir considerablcmcntc del de la opinión pública, pero cuyas formulaciones circulan al lado de las de la opinión pública como una especie de fracciones de una se­ gunda moneda». Si el estudio resulta hasta hoy mismo tan penetrante, es porque los investigadores fueron los primeros interesados en saber cómo era el país al que habían regresado. De hecho, tal y como esperaban Horkheimer y Adorno, la investigación dio lugar a una documentación primaria totalmente nueva. La novedad social con la que se encontraron en Alema­ nia era el proceso de asimilación del pasado -u n asunto que el mundo sólo conocería treinta años después en la forma elaborada del Holocausto. Sus «experiencias científicas en América, sobre todo» como investiga­ dor social empírico, le fueron muy útiles a Adorno para este trabajo, pues le permitieron buscar las formas psicológico-sociales de organización de­ trás de la presentación superficial de los entrevistados. El rumor de que in­ vestigó la personalidad autoritaria alemana tiene su parte de verdad, pues los estudios californianos sobre la Authoritarian Personality le habían ca­ pacitado para generar con medios científico-sociales un material empírico mucho más revelador que la más fiel descripción de la opinión. En el Gruppenexperiment, Adorno pone al servicio de la interpretación de los procesos corrientes de formación de opinión y de sus formas de presenta­ ción la capacidad para discernir e interpretar los productos y las adaptacio­ nes de la industria cultural que adquirió en el Princeton Radio Research Project. Acompañado de un prólogo, de una introducción, de un epílogo y de un gran apartado metodológico, este libro pone de manifiesto la inse­ guridad con la que Horkheimer pisó la Alemania posterior al nazismo. Visto retrospectivamente, el compromiso de Adorno con este estudio pare­ ce excesivo y sólo se explica por la preocupación de Horkheimer de no ofrecer ningún punto de ataque a los rivales científico-sociales. Según el testimonio de Monika Plessner, que en esa época trabajaba como asistente en el Instituto, Horkheimer temía que sus colaboradores incumpliesen los criterios científicos. El largo período que medió entre el invierno de 1950, fecha en la que empezó la recogida de datos, y 1955, el año de la publica­ ción del libro, coincidió con el trabajo de Adorno para la Hacker Founda­ tion en Beverly Hills, que lo motivó doblemente a participar en este es­ tudio. Por una parte, Adorno quería regresar a toda costa a Alemania después de su estancia en California entre 1952 y 1953, pues la dependen­

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cia del investigador respecto de sus patrocinadores americanos era mucho mayor que la que había de soportar en una universidad alemana; por otra parte, su visión externa de Alemania había mejorado al cabo de tantos años en América. De las consideraciones escépticas de su amigo Fritz Lang se hará eco Adorno en sus discusiones con alemanes en Alemania. El ensa­ yo de 1968 Experiencias científicas en América todavía refleja esta mezcla de emociones e ideas cuando Adorno, en vez de definirse a sí mismo como alemán o como judío, se define como «europeo». En el análisis de los pro­ cesos de formación de opinión realizado en la Alemania posterior al nazis­ mo se cuela subrepticiamente un nuevo «nosotros», una perspectiva contra la que reaccionarán enérgicamente críticos como Hofstátter, aunque nunca dirán qué les molesta de ella. Posteriormente, Adorno sentirá cierto orgullo cuando se hable de una «Escuela de Francfort», a la que se ligará la expresión Teoría crítica. En 1955 todavía no existía nada parecido; pero la sociología y la filosofía loca­ lizadas en Francfort de Meno empezaron a distinguirse claramente de las cultivadas en otras universidades alemanas. El símbolo de esta incipiente diferenciación fue la nueva sede del Instituto de Investigación Social. Fren­ te al neobarroco del edificio principal de la Universidad Johann Wolfgang Goethe, en Senckenberganlage, sobre cuya entrada principal estaba el Se­ minario de Filosofía, se levantó una moderna construcción funcional que atestigua la irrupción definitiva de la modernidad en la tradicional ciudad de Francfort. A los despachos de los directores del Instituto y de los cate­ dráticos de filosofía, sin embargo, sólo podía accederse cruzando la ancha avenida. Ésta tenía tanto tráfico que parecía ser una versión metropolitana de las nuevas autopistas alemanas. De hecho, en este tramo solían ocurrir graves accidentes de circulación, por lo que Adorno exigió públicamente la instalación de un semáforo para los peatones. Al principio sólo fue la opi­ nión pública local la que siguió divertida la controversia suscitada por el llamado «semáforo Adorno», pero el tema acabó interesando a la opinión pública nacional, llegando incluso a Der Spiegel. La imagen tradicional de la filosofía no parecía demasiado conciliable con esta nueva preocupa­ ción por el tráfico. A la enérgica irrupción de la modernización social, re­ presentada precisamente por el nuevo Francfort, la ciudad del milagro eco­ nómico par excellence, se opuso una cosmovisión cultural de una auténtica Alemania que no existía desde hacía ya mucho tiempo, si es que había existido alguna vez. El mito del Francfort medieval, que los nazis aún ha­ bían proclamado contra toda realidad la «ciudad de los artesanos», tam-

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bién había sufrido irreparables daños externos a consecuencia del bombardeo del centro histórico. Max Horkheimer prestó mucha atención a los sorprendentes efectos arquitectónicos en la reconstrucción de la Universi­ dad, tarea que confió al arquitecto Ferdinand Kramer, un hombre dotado de un gran sentido estético y muy buen conocedor de los materiales. El suntuoso neobarroco no fue restaurado como si nada hubiese pasado, sino que se procedió a retirar ciertos ornamentos, se modernizaron las entradas y se rehabilitó la parte del edificio que databa de los tiempos fundacionales de la Universidad de Francfort, creando además un moderno campus. Resi­ dencias de estudiantes, comedor y biblioteca hablan de la voluntad de in­ novar sin negar lo antiguo. La guerra de Corea había introducido un cambio decisivo. Al igual que la estancia de Adorno en Beverly Hills, esta guerra tuvo lugar entre la recogida de datos para el Gruppenexperiment y su publicación en 1955. Discusiones como las que se habían producido en 1950 se consideraban ya históricas: ... también sería muy deseable que la investigación se repitiese en la situación actual' que fuese posible continuarla y que pudiese crearse un archivo de grabaciones magnetofónicas y protocolos. Desgraciadamente, la propuesta de fundar un “Museo”de nuevo tipo cayó en saco roto. La discusión histó­ rica alentada desde la República Federal Alemana no tardó en aletargarse tras la integración de los dos estados alemanes en los bloques que mante­ nían dividido el mundo, aunque volvió a despertar periódicamente. En cam­ bio, Adorno hizo oír su voz constantemente. En 1949 ya había observado: Hasta la mas profunda conciencia de la fatalidad corre el riesgo de degenerar en chachara. Las discusiones en grupo endurecieron una experiencia sin la que Adorno no hubiese podido formular su célebre dictum sobre Auschwitz, que no fue concebido como un simple apergu de crítica de la cul­ tura. Ciertamente, Horkheimer y Adorno vieron confirmada en Hollywood la certeza de que la cultura se había convertido en un velo que encubría la realidad, pero este hecho lo experimentaron por vez primera en Weimar, no en América. La novedad que Adorno encontró en Alemania después de re­ gresar a su ciudad natal estaba en el palimpsesto de una cultura rediviva: en 1949 se ha debilitado el interés por la política, mientras que la cultura admi­ nistrada todavía no ha vuelto a apoderarse enteramente de los hombres. Estos se han retirado a sí mismos y a su propia reflexión interna. Éste es el momento en el que el dictum de Adorno pone en cuestión unos mecanismos de la in­ dustria de la cultura que existen desde hace ya mucho tiempo. Y puede ha­ cerlo porque viene ocupándose de su crítica desde la década de 1930.

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Un breve artículo de Adorno titulado «Ópera moderna y público» re­ fleja en 1930 la pérdida de relevancia social de la ópera. La imposibilidad de ganarse la vida como músico le obligó en la última etapa de la Repúbli­ ca de Weimar a preguntarse si aún se podía superar de algún modo la fisu­ ra existente entre la evolución musical y los oyentes, si todavía era posible aglutinar música y público. Pero el término «aglutinante»* había sido la metáfora preferida por los teóricos sociales agrupados en torno a Horkheimer desde finales de los años veinte para caracterizar la función social de la ideología como conciencia falsa de la realidad. Los escritos crítico-musica­ les publicados por Adorno en la Zeitschrifi fu r Sozialforschung pueden en­ tenderse como una forma genuina de crítica de las ideologías, pero esta crítica no procede por deducción analógica, sino que resulta de la reflexión sobre la cosa misma. La ópera está unida a la sociedad en virtud de sus dos momentos constitutivos, la representación y el canto. Dice mucho a favor de la liberalidad de la cultura de Weimar el hecho de que en el programa oficial presentado por la dirección de la ópera de Francfort con ocasión de su quincuagésimo aniversario en 1930, Adorno pudiese expresar sus ideas criticas sobre la relación entre música moderna y sociedad francfortiana: En las representaciones de repertorio, el público se compone mayoritariamente de ese tipo de señoras que con su característico y espontáneo dialecto afirman que Aida sigue siendo una hermosa ópera, y que están dispuestas a defender enérgicamente sus ideas sobre ella en las pequeñas reuniones de damas. Evi­ dentemente, en la época de entreguerras el espacio de la ópera se ha reduci­ do desde el punto de vista numéricoy y sus debilitados restos han sido cedidos a una sólida burguesía media que deplora la pérdida delpasadoypero que en úl­ tima instancia está dispuesta a permitir que esa forma artística que era privi­ legio suyo se someta a las radicales transformaciones que eran necesarias tanto desde el punto de vista estético-inmanente de la ópera como en virtud de la al­ teración de la estratificación social. Wozzeck y Mahagonny eran los dos de­ safíos del público de la ópera en la última fase de Weimar; en tanto que discípulo de Berg y buen conocedor de Weill y Brecht, el joven Wiesengrund-Adorno estaba situado en la primera línea de la confrontación esté­ tica.

Juego de palabras: «Kitt» significa en alemán «masilla», «cem ento», «aglutinante», y el verbo «kitten» significa «pegar», «unir», «aglutinar», pero en su acepción despectiva el térm ino hace referencia a aquello que es de poco valor, im portancia o calidad, a lo que no es más que un «chisme», un «trasto». (TV. d e l 7T)

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Sin conciencia histórica no es posible salvar ni la tradición ni la mo­ dernidad. En 1 158 Adorno publica bajo el título Para una historia natural del teatro una serie de artículos literario-musicales escritos poco antes de 1933 y los dedica a la memoria de su madre, Maria Calvelli-Adorno. El apLtuso es la última forma de comunicación objetiva entre música y oyente. Adorno recoge este texto de carácter eminentemente privado en la colec­ ción titulada «Quasi una fantasia»; el texto está precedido por «Fantasía sopra Carmen», en el que el autor revela algunos aspectos de su colaboración en el Doctor Fausto de Thomas Mann. Desde el punto de vista lingüísti­ co, en estos textos se insinúa una Italia imaginaria que está tan próxima a La muerte en Venecia como a las fantasías sobre su descendencia de la alta nobleza genovesa. El texto dedicado a su madre está encuadrado en un ho­ menaje a la música de Gustav Mahler. La venturosa y desventurada salva­ ción de un fondo de la infancia le libró de tener que firmar el compromiso de adulta resignación, de autolimitación, el contrato social oficial de la música. Adorno también interpreta la música de Mahler como crítica de la cultura, que después de Auschwitz seguiría ofreciendo otro nivel de experiencia del mundo anterior a Auschwitz: ¿No cabría entender el camino de la desilusión, que la música de Mahler describe en su desarrollo como ninguna otra, como la astucia no sólo de la razón, sino también de la esperanza? ¿No acabó exten­ diendo eljudío Mahler la prohibición de las imágenes a la esperanza? El hecho de que las dos últimas obras que terminó quedasen inconclusas, el hecho de que permaneciesen abiertas, refleja la fluctuación entre la aniquilación y lo otro en la música, dicen los Epilegomena. Haber extendido la prohibición judía de las imágenes a la esperanza fue algo que Adorno también reconoció a su viejo amigo Max Horkheimer, con el que se identificó completamente des­ de el momento de su llegada a América. Auschwitz está presente en casi todos los textos de Adorno desde me­ diados de los años 1940. La culpa de haber sobrevivido impulsa su crítica de la sociedad con un imperturbable radicalismo del espíritu propio de un artista de vanguardia. La Teoría crítica de Adorno se alimenta de una soli­ daridad con el sufrimiento que la distingue claramente de cualquier forma de ciencia académica. Las constantes discusiones sobre la relación de teoría y praxis que tuvieron lugar en el Instituto, y que Adorno continuó con Horkheimer hasta los años 1950 y con sus estudiantes hasta poco antes de morir, sufrieron un giro decisivo a finales de 1939. Poco antes de reunirse con Horkheimer para abordar el proyecto de la dialéctica e impresionado por las últimas noticias llegadas de Alemania, Adorno le confiesa que no pue-

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1 MU >| n >K VX Al >( >RN< > IINS ÚLTIMOS GENIC >S

¿0 dejar de pensar en el destino de los judíos. A menudo me parece que todo lo que nosotros hemos considerado desde el punto de vista del proletariado les está sucediendo hoy, en un grado infinitamente mayor, a los judíos... Quien exa­ mine detenidamente la correspondencia comprenderá inmediatamente q UC esta frase no puede significar que los judíos deberían relevar al proleta­ riado en su papel de sujeto de la historia. Desde la llamada «Noche de los cristales rotos» de 1938 a más tardar, los judíos, que hoy representan la antí­ tesis de la concentración del poder, aparecen como las víctimas ejemplares del nazismo. Frente a la impotencia en el exilio, confirmada diariamente por las nuevas noticias procedentes de Alemania, el lenguaje de la teoría revolucionaria corre el riesgo de convertirse en simple retórica. En un cua­ derno sin tapa que data del verano de 1939 figura esta nota: Que el poder de los hechos se ha vuelto tan inmenso que a su lado toda teoría, incluida la verdadera, parece ridicula -esto ha marcado al órgano de la misma teoría, al lenguaje—. La praxis, que reduce la teoría a la impotencia, aparece como ele­ mento de destrucción en el seno de la teoría, sin vislumbrar una praxis posible. La verdad es que no puede decirse nada más. El hecho es la única form a que le queda a la teoría. En el verano de 1939 Adorno formuló ya la paradoja central de la Teoría crítica, una paradoja en torno a la cual girará en el futuro toda su oeuvre. En el centro se sitúa la experiencia de la violencia, una experiencia destructora de la experiencia que ha afectado seriamente a las dos partes de la herencia revolucionaria, las armas de la crítica y la crítica de las armas, como formuló ingenuamente el Marx del «Vormárz». El propio impulso radical de Adorno procede del sentimiento de «confianza en una vida nue­ va» característico de aquella época, que sitúa la sociedad emancipada en un futuro no muy lejano. De este mismo sentimiento se alimentó el Espíritu de la utopía que Ernst Bloch articuló después de la Primera Guerra M un­ dial y que, tras pasar por el exilio americano y después de su prolongada estancia en la RDA a partir de 1949, introdujo inalterado en la República Federal Alemana en 1961. Cuando se estableció definitivamente en Tubinga, Bloch recuperó su contacto con Adorno, confiando en que esto le per­ mitiría enlazar con los viejos tiempos. Pero en la carta privada de felicita­ ción que dirige a Adorno con ocasión del sesenta cumpleaños de éste, plantea ya la pregunta fundamental: «¿Qué ha sucedido “propiamente” para que nosotros, que nos hemos hecho mayores, ya no seamos los mis­ mos de antes?» Bloch no plantea esta pregunta en términos personales, sino más bien en relación con «aquello que la historia de la filosofía pueda

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conservar». No obstante, tenía buenas razones para sentirse herido por lo que Adorno había dicho de él en sus Notas de literatura sin tener en cuenta la persecución que había sufrido en la RDA hacia el final del deshielo. Al público de la RFA, que a partir de 1960 pudo leer tanto la reedición de las Huellas de Bloch como las reflexiones de Adorno al respecto, la relación existente entre estos dos autores debió de parecerle bastante extraña. Igual de extraña que la actitud de Adorno, que en ese mismo volumen también arremete contra Lukacs, el amigo de juventud de Bloch. Ambos habían sido las estrellas fijas en el firmamento filosófico del joven Wiesengrund tras el fracaso del proyecto de asimilación de la burguesía ilustrada, y habían con­ vertido el luto y la melancolía en las constantes compañeras incluso del proyecto de vida judío más logrado. En la crítica de la renuncia goetheana como expresión de la resignación de la sociedad burguesa con el mundo por ella producido, cosificado, con el mundo para sí, el de las mercancías, se habían encontrado Walter Benjamín, cuya amistad con Adorno se remontaba a los años veinte, y Ernst Bloch. En las interminables discusiones diurnas, y sobre todo nocturnas, de la época de Berlín, Benjamin y Bloch formaron un dúo filosófico práctica­ mente inseparable, al que Adorno visitó con frecuencia desde Francfort -entre otras razones, porque con ellos solía estar Gretel Karplus, que des­ pués se convertiría en su esposa. La competencia y los celos pasaron a ser los nuevos y desagradables compañeros de las amistades entre intelectuales. Kracauer, el antiguo mentor de Adorno, se había convertido en un impor­ tante redactor del Frankfurter Zeitung, en el que todos ellos, Benjamin, Bloch y Wiesengrund-Adorno, deseaban ver publicados y reseñados sus es­ critos. Esta práctica folletinesca, que dio lugar a continuas disputas, ata­ ques de celos y acusaciones de plagio, se prolongó durante el exilio. En 1933 Adorno accedió a la sección de recensiones de la Zeitschrift fu r Sozialforschung, en la que los necesitados emigrantes veían tanto una fuente de prestigio como una importante fuente de ingresos. El sorprendente tono que emplean las Notas de literatura para referirse a Bloch, a Lukács e incluso a Kracauer se explica por lo que sucedió en esta época. Pero la dife­ rencia objetiva existente entre ellos se explica, y esto es algo que queda ve­ lado en las Notas de literatura II, políticamente. De esto también se habla como si fuese algo predeterminado, la transformación del mundo se considera, por así decir, asegurada, sin tener en cuenta qué ha sido de la revolución en los treinta años transcurridos desde la primera edición y cómo ha afectado a su concepto y a su posibilidad la nueva situación tecnológica y social.

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Lo que el lector de 1960 apenas puede comprender debido a la obvie­ dad con la que se formula la objeción, debió haberlo entendido Bloch per­ fectamente, pues en este pasaje se expresa la diferencia fundamental exis­ tente entre los teóricos críticos agrupados en torno a Horkheimer y los proyectos políticos y vitales de figuras tan distintas entre sí como Bloch, Brecht y Eisler. Los tres últimos manifestaron ya su adhesión a la política del Partido comunista en la última fase de la República de Weimar, aun­ que siempre mantuvieron cierta distancia en lo que a organización se refie­ re. El menos precavido de los tres fue Bloch, que en 1949 se instaló en la RDA. Brecht y Eisler conservaron al menos sus pasaportes austríacos. Los conflictos con los intelectuales francfortianos, por los que Benjamín se sentía atraído, se remontan a la última fase de la República de Weimar y en 1963 Bloch, que escribe incorrectamente Teddie con y, se lo hace pre­ sente: «Dicho brevemente, antes de 1933 (si no me equivoco) se leía de otro modo. Y era poco probable que se pudiese leer de otro modo. Y tam­ bién es poco probable que tú lo hicieses en América.» A principios de los años sesenta, sin embargo, Adorno ha hecho un balance distinto. Un ba­ lance que el niño prodigio Teddie, convertido ya en adulto, expone a Bloch en una carta escrita en 1962 (reproducida en el Apéndice de este libro) cuando éste, poco después de instalarse definitivamente en Tubinga, le pide que le envíe un ejemplar del libro sobre Kierkegaard, que acaba de conocer una nueva edición. En 1963 Bloch recuerda a Adorno su pasado común, pero al mismo tiempo lo niega. A finales de los años veinte Benjamín, Bloch y Adorno compartieron el mismo radicalismo estético de izquierdas. También Eisler y Brecht se entregaron a estas ingenuas ideas hasta bien entrada la década de 1930. Los cuatro volvieron a encontrarse en el exilio americano, Brecht llegó con cierto retraso, mientras que Benjamín se quedó en Europa. En la carta que dirige a Ernst Bloch en 1962, Adorno habla de su propia evolu­ ción cuando se refiere a cierto momento de conmoción, que pudo haber coin­ cidido con el comienzo del Tercer Reich. Adorno, que en una «Nota» de 1966 incluida en Dialéctica negativa vuelve a subrayar la continuidad de su trayectoria vital, señala el año 1933 como una fecha clave. Después de 1933, eso es lo que quiere decirle a Bloch, se leyó de otro modo. Bloch no sólo niega la diferencia de edad que separa a Adorno de sí mismo, de Lukáes y de Kracauer, sino también la diferencia política. La amistad que, pese a todas las disputas, Bloch le expresa en la carta que le escribe con ocasión de su sesenta cumpleaños, puede haber ocultado muchas cosas.

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Después de todas las discusiones suscitadas por la Herencia de este tiempo, en 1937 Adorno vuelve a llamar a Bloch su hermano rojo, pero no pensan­ do en el Partido comunista, sino en el interés común por la lectura de hue­ llas, al modo de los pieles rojas. Las Huellas de Bloch, publicadas en 1930, aún pudieron entenderse como reflexiones desde la vida no dañada. Sin embargo, tras haber tenido que enmudecer en el Este, Bloch volvió a pu­ blicar el libro sin explicación alguna en 1959. Las cartas de los años 1930 reflejan las accidentadas relaciones con Bloch, en las que también estuvo implicada Gretel. Al principio de su amistad, Bloch y Adorno intercambiaron «cartas musicales»; Bloch acom­ pañó en varias ocasiones a la «señorita Karplus» -a la que su admirador Benjamín comparaba con «Katherina Hepburn»- a la Ópera de Berlín para asistir, entre otras, a la representación de Tannhauser. Bloch se lió en los años treinta con Karola Piotrowska, que no fue aceptada ni por Benjamín ni por Adorno. Los amigos la considerarían después como la ac­ tivista del Partido comunista y la culparían de la identificación de Bloch con la línea estalinista. Pero el conflicto con Bloch comenzó ya con la Herencia de este tiempo, obra publicada en la época de transición al exi­ lio. Benjamin se sintió «plagiado», Adorno se puso del lado de su viejo amigo Benjamin y echó a Bloch un rapapolvo epistolar cuyo tono volvió a provocar la indignación de éste. Estos ups and downs de los años 1930 se repitieron durante la década de 1960. El modelo de difamación desde la tumba establecido por Thomas Mann, que Adorno sufrió a través de su hija Erika, había hecho escuela. Cuando Adorno murió, Bloch repitió has­ ta la saciedad la antigua leyenda de que, durante el exilio americano, el despiadado Instituto lo dejó morir de hambre. Unas notas de Adorno pu­ blicadas postumamente atribuyen las desavenencias con Bloch al viejo en­ frentamiento con Benjamin. En la Navidad de 1968 anota Adorno: Es vengativo. Rasgos arcaicos combinados con intereses mercantiles. Se venga de Benjamin en mí. Adorno empuñó un arma de doble filo: en 1968 había aparecido Ateísmo en el cristianismo de Bloch, en 1966 los dos volúmenes de cartas de Benjamin seleccionadas y editadas por Adorno y Scholem, en los que se daba buen trato a cuantos seguían vivos, excepto a Bloch. En una carta de Benjamin a Alfred Cohn del 6 de febrero de 1935, Bloch pudo leer en 1966 el brillante y demoledor juicio de Benjamin so­ bre Herencia de este tiempo'. «La grave objeción que yo hago al libro (aun­ que no se la haré a su autor) es que no se ajusta en absoluto a la situación existente en el momento de su aparición, sino que parece estar tan fuera de

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lugar como lo estaría el gran señor que, habiendo venido a inspeccionar una región devastada por un terremoto, urgiese a sus criados a desenrollar las alfombras persas, ya un poco apolilladas, que ha traído consigo, a sacar su vajilla de oro y plata, ya un poco desgastada, y a extender sus ricos bro­ cados y damascos, ya un poco descoloridos. Evidentemente, Bloch tiene excelentes intenciones y grandísimas ideas. Pero se niega a ponerlas en acción pensándolas. Sus exageradas pretensiones se lo impiden. En seme­ jantes circunstancias -en una situación de miseria- un gran señor no po­ dría menos de ofrecer sus alfombras persas como mantas, ordenar cortar sus brocados para hacer abrigos y mandar fundir su lujosa vajilla.» Una cosa llama la atención: en su reseña de la reedición de Huellas, Adorno ha­ bía seguido este modelo de reprimenda introducido por Benjamín, que en passant reconoce ciertos méritos al autor que condena. Bloch ya se mostró herido en la carta de felicitación que escribió a Adorno en 1963. «Ciertamente, la conciencia utópica (incluso en la forma como yo la determiné inicialmente en 1918) ha quedado totalmente con­ servada, expressis verbis, en tu tan afortunado y difundido escrito, pero... Pero el cambio de acento, el abandono de la línea principal, del Unum necessarium, que desemboca en el desprecio, indigno de ti, de la gran música de Bloch...» Pero Adorno, a petición de la editorial Suhrkamp, no dudó en «homenajear a Bloch»: en el tercer volumen de las Notas de literatura, publicado en 1965, hace una inesperada reverencia pública al Espíritu de la utopía de Bloch: El libro, el primero y el fundamento de los libros poste­ riores de Bloch, me pareció una extraordinaria rebelión contra la renuncia que se ha extendido al mismo pensamiento, apoderándose incluso de su carácter formal. Este motivo, que precede a todo contenido teórico, lo he hecho mío has­ ta tal punto que creo no haber escrito nunca nada que, de forma clara o encu­ bierta, no recordase a él. Pero el texto también contiene algunas indirectas. Adorno asocia la filosofía de Bloch con el expresionismo, la presenta como una forma narrativa del saber que forma parte del pasado. Comunica clara­ mente lo que se niega claramente a comunicar. Así es todo Bloch. La transfor­ mación en el recuerdo de lo que escribió confirma su propia filosofía. Podría inventar una historia jasídica que cuente esa transformación. Estos ambiguos cumplidos difícilmente permiten otra interpretación: sólo la nueva lectura que Adorno realiza más de cuarenta años después hace posible una interpretación de la filosofía de Bloch que le concede un lugar próximo a Der Blaue Reiter, destacando su fuerte simpatía por lo oculto. En la primera gran obra de Adorno, que podría considerarse como la antítesis

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del Espíritu de la utopia, Bloch ya no aparece en ningún momento. La expe­ riencia espiritual, un concepto clave para la interpretación adorniana del presente, es determinada por la relación del sujeto pensante con la tradi­ ción. En un libro tan parco en citas como la Dialéctica negativa, la tradición está representada por los nombres de Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Marx y Freud; como sus antípodas contemporáneos, contra los que se arremete, aparecen Heidegger y Jaspers; como inspiradores intelectuales de igual valor se reconoce a Max Horkheimer y a Walter Benjamin, y como prueba de ha­ ber hecho escuela se cita a Karl-Heinz Haag, Hermann Schweppenháuser, Alfred Schmidt, Oskar Negt y Werner Bekker. Un pensamiento con el que Adorno se quita de encima a Bloch corona la «Introducción»: Un conoci­ miento que quiere el contenido, quiere la utopía. Ésta, conciencia de lo posible, se encuentra adherida al objeto como a aquello que no está deformado. Es lo po­ sible, no lo inmediatamente real, lo que cierra el paso a la utopía. ¿Dónde ha quedado el Bloch al que las Notas de literatura III reconocían un año antes como fuente de inspiración? Tras la publicación de Dialéctica negativa en 1966, Bloch le devuelve el golpe sin contemplaciones: «Pero el Mal tampo­ co puede exagerarse, ni mucho menos aislarse, como se puso de moda con la desesperación patética o con la jerga adorniana de la no autenticidad del Bien. Ese estado de permanente insatisfacción, esa dialéctica exclusivamente negativa que ha tenido que limitar la validez de Marx e incluso de Hegel, ha hecho perder la confianza en la lucha, por no hablar del “Álgebra de la revolución”. Y si la desesperanza cosificada no es aceptable, tampoco lo es, por otra parte, la esperanza cosificada que la Iglesia y las autoridades han ofrecido desde tiempos inmemoriales con el conformista “Tened fe”.» En este pasaje de Ateísmo en el cristianismo, Bloch ajusta cuentas con la produc­ ción adorniana desde la «Jerga de la autenticidad», desde el fallido intento de aproximación a Adorno que hizo a principios de los años sesenta, des­ pués de abandonar la RDA. El 15 de julio de 1962, Ernst Bloch había solicitado a Adorno median­ te una tarjeta postal enviada desde su nueva residencia de Tubinga, un ejemplar de la nueva edición del libro sobre Kierkegaard, que Bloch había descubierto en un prospecto de la editorial Suhrkamp, la misma que ahora publicaba sus libros. El manuscrito original de este libro, que Bloch había tenido ocasión de leer antes de su publicación precisamente el 30 de enero de 1933, debió de haberse perdido durante los múltiples cambios de do­ micilio a los que obligaron la huida y la emigración. En 1961, Bloch llegó a Tubinga como profesor invitado. Su valiosa biblioteca y sus manuscritos se

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lublun quedado en la RDA, donde él y su esposa Karola habían sido sor­ prendidos poi la construcción del muro. Habiendo cumplido ya los setenla. ahora vivía en el Oeste sin tener garantizada su existencia material, pues después de un largo exilio sin ingresos en los Estados Unidos, en 1949 tomó posesión de una cátedra en Leipzig, que hubo de abandonar en 1957 tras una tuerte confrontación con el Partido Socialista Unificado de Ale­ mania (SED). En un congreso sobre Hegel celebrado en Francfort de Meno en 11>SS, Bloch volvió a encontrarse con Adorno, su amigo de los tiempos de la República de Weimar, a quien no había vuelto a ver desde que ambos salieron de América en 1949. Adorno debió de sobresaltarse al dar con él en aquel congreso, pues entre ellos habían sucedido cosas bas­ tante desagradables. Por lo que sabemos, Bloch volvió a zanjar el asunto con su habitual jovialidad. Cuando vio a Adorno en la entrada de una sala de conferencias, se dirigió directamente a él diciéndole: «¡Eh, Teddie! ¿Cómo estás?» Pese a todas las contrariedades, Bloch sabía aprovechar sus privilegios -siendo miembro de la panalemana Academia de las Ciencias de Berlín Este, el SED no osaba prohibirle viajar ni publicar en el Oeste. Sus libros va no aparecían en Aufbau, sino en Suhrkamp. En 1960, Teddie no dudó en hacer una recensión profunda y al tiempo ambigua del libro Huellas* reeditado un año antes. Quien lea atentamente esta reseña, se sorprenderá de la cercanía resultante de la evocación de determinadas expe­ riencias, como aquella vez que sonaron las campanas de Navidad y nos embar­ gó un sentimiento que no ha de abandonarnos jamás: lo que es aquí y ahora no puede haber sido todo. Grandes elogios para Bloch, que es definido como el musical y cuya filosofía se compara con la música de Mahler, acompaña­ dos, eso sí, de un juicio demoledor: La esperanza no es ningún principio. En la ya mencionada carta del 26 de julio de 1962, un documento au­ tobiográfico de una profundidad inusitada, Adorno trata de encontrar un equilibrio entre la declaración de amistad y la agresión. Párrafo a párrafo aparecen las claves de una amistad perdida. El primer libro de Bloch, el modélico Espíritu de la utopía, cuya lectura encantó a un Adorno de die­ cisiete años de edad, vuelve a ser objeto de pleitesía; Adorno quita im­ portancia a su «Kierkegaard», recientemente reeditado y solicitado por Bloch, considerándolo a lo sumo como una anticipación onírica, como una obra de juventud. Adorno ya había tenido ocasión de decirle a Bloch que el Espíritu de la utopía había sido un libro decisivo en su formación. Esto fue en Berlín en 1928, cuando lo conoció como acompañante inseparable de su nuevo amigo Walter Benjamín. Pese a ser once años mayor que él,

Benjamín había ocupado el puesto de su viejo amigo Kracauer; en esta nue­ va amistad, sin embargo, Adorno también echaba en falta algo | n >K \\

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atirm.u que no estuvo .il unió do lo que- sucedió realmente en la Unión Soviet i*,a. 1as canas de aquella época, que están saliendo continuamente a la lu/, lo ponen de manifiesto: sus defensas de Moscii estaban calculadas politicamente. I Vspues de la muerte de I lorldieimer y de Adorno, Bloch siguió extendiendo la leyenda de que tras su llegada a América el Instituto, dirigido pot Max I lorldieimer, había estado dispuesto a «mirar impasible­ mente como nos moríamos de hambre, y de hecho estuvimos a punto de morir». Asimismo, siguió bromeando sobre la «jerga de la no autentici­ dad», un juego de palabras que había disgustado profundamente a Ador­ no. Para el, en l% 8 Bloch estaba muerto. Suicidio de Bloch: ha adoptado contra mi Lt posición de I udwig Marcase. ¡Vaya fraternité/ Kn esta nota de «Ciraeculus» de 1968 está presente la experiencia de toda la emigración; la ira de Adorno no sólo se dirige contra el fanfarrón, con­ tra el charlatán Ludwig Marcusc -al que hasta mediados de los años sesen­ ta el público alemán todavía confundía con Herbert. Este Marcuse, experto en rentabilizar periodísticamente todo, había tenido la desfachatez de con­ vertir la experiencia específica del siglo XX en «Mi siglo XX», explotándola con tono jocoso a través del name-dropping? Pero Adorno no lo tomó en serio, su ira se dirigió más bien contra Ernst Bloch, contra aquel que una vez había sido su amigo y que había reclamado su solidaridad con el solo objeto de beneficiarse personalmente. Hacia las Navidades de 1968, Ador­ no dictó la sentencia de muerte contra Bloch. En sus notas más personales puede leerse: Frialdad. Incapacidad para relacionarse. Buber sin barba. En 193” todavía manifestó a Horkheimer sus ambivalentes sentimientos hacia Bloch: Vacilo: por una parte, siento hacia Bloch la mayor simpatía, creo que cuanto escribe merece ser tenido en cuenta; por otra, pienso que siempre nos re­ sultará difícil identificarnos con su posición, y no me refiero a lo utópico ni al alineamiento con el Partido, sino simplemente a cierta irresponsabilidad de la improvisación filosófica. escribió Adorno el 22 de septiembre de 1937. Esta reserva hizo que el 19 de enero de 1938 Adorno se pronunciase ya negati­ vamente sobre el extenso manuscrito encargado a Bloch con el visto bueno de Horkheimer, un manuscrito que permaneció inédito durante décadas y que apareció en el año 1972 con el título El problema del materialismo, su historia y su sustancia: He empezado a leer el manuscrito de Bloch y me parece muy oscuro. No creo que podamos publicarlo. Pero como no deseo cargar solo

* «Nam e-dropping»: expresión inglesa que significa literalm ente «dejar caer los nombres» de personas im portantes en una conversación. El propósito es darse im portancia presentando a estas personas com o si fuesen conocidos o amigos. (N . del T)

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con la responsabilidad del rechazo de un hombre del calibre de Bloch, que por lo demás sigue estando próximo a nosotros, quisiera prepararle desde hoy mis­ mo para que también usted mire al monstruo a los ojos. En este avisto de Adorno, lo monstruoso alude todavía a la extensión del manuscrito y al estilo característico de Bloch, el estilo narrativo del pensamiento. Provocará en el un rencor infinito dar con una idea que no puede despachar como un concepto escolar. Adorno completa esta dura nota del legado, que lleva fecha de 1968, con el siguiente comentario: El gesto del farsante. Regresión al optimismo-pesimismo. De hecho, el curso de la his­ toria universal no parece afectar en absoluto a la posibilidad objetiva de la utopía, que se transforma subrepticiamente en una «certezaqpese a todo!», en un saber próximo a la consigna, y adquiere él mismo una dimensión extraterritorial. Benjamín fue el primero en percibirlo, siendo precisamen­ te esto lo que censuró a Herencia de este tiempo -Bloch debió de enterarse cuando leyó las cartas editadas por Scholem y Adorno en 1966. Adorno remonta el deseo de venganza de Bloch a la vieja disputa de éste con Ben­ jamín: Se venga de Benjamín en mí. Imputa a Bloch una arrogancia mesiánica: La voz del narrador cuando ya no es posible narrar. Precisamente por esto se integra: un Buber sin barba. Pura teatralidad. Bloch es el mayor intér­ prete vivo de Bloch —ya muerto, pero él aún no se ha enterado. En Adorno habla la otra cara de la utopía, la más amarga y trágica de las melancolías. En esto coincide con Benjamín: Adorno se identificó tanto con el motivo que cierra el trabajo de Benjamín sobre las Afinidades electivas de Goe­ the: «No se nos ha dado la esperanza sino por los desesperados», que al principio de su relación con Horkheimer se lo presentó como uno de sus motivos principales. A pesar de la demoledora crítica de Herencia de este tiempo que había comunicado por carta a Alfred Cohn, Benjamín no tenía ninguna animad­ versión personal hacia Bloch, que había tenido que refugiarse en Menaggio, en Viena y finalmente en Praga. Benjamín esperaba con impaciencia sus visitas a París, pero no entendía su proximidad al Partido comunista ruso y a la política del Komintern. De Brecht, con el que se reunió por se­ gunda vez en Dinamarca en el verano de 1938, estaba acostumbrado a cosas peores. En una carta escrita el 20 de julio de ese mismo a Gretel, su Felizitas, Benjamin le confía que Brecht considera que «la línea teórica es catastrófica para todo aquello que nosotros defendemos desde hace veinte años». En esta misma carta pide a Gretel que salude de su parte a Bloch, pues le han llegado rumores de que está en Nueva York. El 8 de agosto,

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Adorno dirigía a Horkheimer estas palabras: Ernst Bloch ha llegado a Amé­ rica. De una carta de Benjamín se desprende que Brecht también ha encontra­ do un pelo en la sopa, lo que evidentemente no significa que finalmente haya rechazado el plato. En aquel entonces, Benjamín todavía albergaba la espe­ ranza de que el «nosotros» pudiese incluir también a Brecht y a Bloch. Pese a las manifestaciones de este último a favor de los procesos de Moscú, Horkheimer le había propuesto colaborar con el Instituto y con su revista. Bloch, que todavía estaba exiliado en Praga, consideró el interés que Hork­ heimer mostraba por él como algo completamente natural. Perfectamente consciente de su «descaro», le exigió garantías y papeles que pudiesen ayu­ darle a emigrar a los Estados Unidos. Desde ese momento, Bloch ya no se quitó de la cabeza la idea de que podía sacar provecho del organismo al que él llamaba laxamente «Instituto de ciencia social». Como después re­ conocería el propio Eisler a Bunge en Pregunte usted más cosas sobre Brecht, lo único que le importaba era el dinero. Bloch presionó moralmente a Adorno, recién llegado a América, para que le consiguiese un puesto en el Instituto. Y cuando la situación económica y la cautela política acabaron haciendo imposible esta misión, Bloch esperaba que gente como Pollock, Horkheimer y Lówenthal, a los que tenía por hombres adinerados, pusie­ sen dinero de su bolsillo para ayudarle. Adorno llegó a la conclusión de que debía hacer algo para favorecer a Bloch, y en 1942 hizo un llamamiento público en Aufibau, en el que pidió más solidaridad de la emigración alemana para sacar a Bloch de su pobreza. Pero éste también había esperado que su amigo íntimo Teddie, al que des­ cribió a su alumno Joachim Schumacher como «el pudiente Wiesengrund», pusiese dinero de su bolsillo para ayudarle y se indignó de que lo presentase públicamente como una víctima digna de compasión. Bloch rompió definitivamente su relación con Adorno, al que sin embargo poco tiempo antes, concretamente el 18 de septiembre de 1942, aún le había comunicado: «Se me ha despedido como lavaplatos porque era demasiado lento» —ahora trabajaba de empaquetador—. Adorno presentó las cosas de este modo: Ahora ya no escribe. Su relación con el papel ha acabado rigiéndo­ se por elprincipio de realidad. Empaqueta ocho horas diarias metido en un os­ curo agujero. Ha escapado del campo de concentración, evitemos que sufra también fuera. Su negativa a adaptarse al medio americano la expresa Adorno de este modo: Quien habló apasionadamente su lengua no puede charlar en la lengua extranjera. Ya nadie le entiende. Bloch demostró ser in­ servible como objeto de empatia de Adorno, pero las amargas palabras que

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le dedicar;! posteriormente, incapacidad para relacionarse y teatralidad, tie­ nen su «hmdamentum in re», o más exactamente, «in persona»: Bloch tiene realmente... un mal carácter inteligible, dice la sentencia condenatoria de Adorno de 1968. luí 1968 empieza la lucha por la fama postuma. Adorno reprocha a Bloch la inobservancia de unos mínimos morales: Rasgos arcaicos combina­ dos con intereses mercantiles. Adorno trata de asumir el hecho de que su hermano rojo no le agradezca haberle perdonado sus apologías de los pro­ cesos de Moscú. Pero en 1968 es hora de hacer balance de las trayectorias vitales, sobre todo porque la confrontación con la propia biografía resulta ya ineludible. Estudiantes interesados empiezan a descubrir la vida de sus profesores antes de 1933 y sus trabajos de la época de la emigración. Lo que en los años 1950 aún estuvo incluido en la lista de los libros prohibi­ dos de las instituciones educativas y circuló en ediciones pirata a principios de la década de 1960, ahora vuelve a salir al mercado -la mayoría de las veces provisto de prólogos de autores que habían sobrevivido tanto al na­ zismo como al estalinismo y que hacían las veces de pararrayos. La falta de experiencia histórico-social de la nueva generación no podía subsanarse con estos instrumentos tradicionales de ilustración, y tampoco podía con­ tarse con la «indulgencia» que Brecht había pedido «A los que nazcan des­ pués» en uno de sus más bellos poemas del exilio. Como editor de los es­ critos de Walter Benjamin, Adorno se vio expuesto desde mediados de los años sesenta a duros ataques, provenientes sobre todo de las nuevas genera­ ciones de simpatizantes del Partido comunista. Sólo esto puede explicar la siguiente nota: Causa del comportamiento de Bloch: la frialdad... Se diría que ha pagado la experiencia verdadera con la incapacidad para la experien­ cia. Esto lo liga a la generación a la que se insinúa, que a su vez se aprovecha de él. ¿Qué es esta experiencia verdadera y cómo hemos de interpretar la in­ capacidad para la experiencia a la que alude Adorno? En su recensión de las «Huellas de Bloch» damos con un oscuro pasaje que parece querer poner­ nos sobre la pista: En la cavidad existente entre esto y lo que meramente es anida la utopía de Bloch. Es posible que lo que él imagina, la experiencia, que aún no ha sido premiada con ninguna experiencia, sólo pueda concebirse ex­ tremándola. Con «esto» se refiere Adorno al triunfante tono del narrador, lo que encaja con el ambivalente elogio de Bloch como el único ejemplo de un filósofo que merece tal nombre y que en verdad no pensó... En el ensayo aparentemente marginal de 1960 sobre las Huellas de

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1930, libro que Bloch volvió a publicar en 1959 sin dar ningún tipo de explicación, está en juego mucho más que la vida individual, más que la persona empírica, como escribe Adorno a Bloch en la «carta del niño prodi­ gio» del 27 de julio de 1962, a saber, el conjunto de la obra. Incluso los ar­ tículos más insignificantes que Adorno escribe tras regresar a Alemania permanecen fieles al ideal teórico formulado en los Mínima Moralia: En un texto filosófico, todos los enunciados deberían estar a la misma distancia del centro, una afirmación que Adorno había repetido en su Caracterización de Walter Benjamín y que también llamó la atención de Thomas Mann cuan­ do leyó los Mínima Moralia, un texto que no le dejó indiferente. Pero la obra es más que la experiencia acumulada; esto es precisamente lo que Adorno reprochó a su viejo mentor Kracauer, que habría primado la expe­ riencia sobre la teoría. El dilema de experiencia o teoría no puede resolverse claramente a favor de un extremo o del otro, la única forma de dirimir esta antinomia es hacer que los elementos contrarios se penetren mutuamente. Se­ gún Adorno, la teoría de Bloch no cumple esta exigencia. La verdad de la experiencia blochiana, la manifestación de lo utópico en el seno mismo del desintegrado mundo burgués, constituye el poder de atracción que ejerce sobre el más joven y que está por encima de los ups and downs de su rela­ ción. Pero al mismo tiempo esta experiencia se cierra herméticamente a la experiencia específica del short century, del breve siglo XX, es decir, a Auschwitz y al terror posrevolucionario. El Bloch que, pese a todas las transformaciones sociales, permanece idéntico a sí mismo no puede menos de convertirse en el intérprete de Bloch, que se aferra obstinadamente a la realidad de lo utópico. A juicio de Adorno, este gesto permanece inaltera­ do en el desde 1918 a 1968. La filosofía de Bloch flota sobre la realidad social y sólo desciende a ella para recoger material narrativo —lo que para alguien que se considera a sí mismo un teórico materialista es un suicidio. En el juicio condenatorio de 1968, Adorno responsabiliza de este suicidio a la frialdad. Pero la acusación de frialdad no puede dirigirse a Bloch como persona empírica, ninguno de los que lo conocieron podría reprocharle algo parecido. Muchas de las cartas de Adorno también ponen de mani­ fiesto una fuerte inclinación personal al tuteo, poco habitual en él, que se mantuvo durante cuarenta años y que jamás existió en el caso de Benja­ mín. Pero basta con acercarse a los artículos políticos de Bloch de los años 1930 para recibir la gélida ráfaga de los abstractos juicios políticos con los que el escritor justifica los asesinatos de Moscú apelando al derecho penal -u n a frialdad sólo comparable a la indiferencia jacobina ante la muerte,

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Muc no l'c,u' 0,1,1 significación que la de «cortar una cabeza de col», cuyo terrorismo lúe criticado duramente por el idealista Hegel en «La libertad absoluta y el terror», un capítulo de la Fenomenología del espíritu que Bloch conocía muy bien-. l'stos pasajes de los artículos de Bloch causaron el horror del solitario Benjamín y le llevaron a considerar a Bloch como un hombre «quelque peu dc'paysé». Un importante paso de El principio esperanza dice acerca de la «extraterritorialidad»: «Para creer antes en lo que no se manifiesta que en lo visible es necesario haber ejercitado la esperanza, esto es, confiar en el día cuando es de noche.» Bloch no quería que su libro apareciese despro­ visto de toda referencia espacio-temporal, por lo que decidió introducir esta nota en la edición de Surhkamp: «Escrito entre 1938 y 1947, revisado en 1953 y 1959». Esto le permitió excluir algunas citas de Stalin, pero Bloch no estaba dispuesto a eliminarlas todas. Conservó las que le parecie­ ron razonables, proveyéndolas de un «así y todo» casi triunfal. Entre ellas, las palabras de Stalin sobre los derechos humanos, que sólo podían repetir­ se haciendo completa abstracción de la praxis social del comunismo sovié­ tico, sin poner en cuestión la tradicional relación de teoría y praxis del Par­ tido comunista. Kracauer, con el que Bloch se reconcilió en 1961, ya había reaccionado a esta experiencia en la época de sus primeros contactos con intelectuales próximos al Partido comunista en la fría atmósfera de aquel Berlín: respondió a ella poniéndose contra la teoría, sospechando de la teo­ ría, lo que después le permitió tolerar a los simpatizantes de Bloch. El pro­ pio Kracauer había caracterizado a Ginster como un Schveik intelectual. Pero a mitad de siglo, después de Auschwitz y el «Gulag» soviético, ya no era posible propagar métodos de resistencia que procedían del decadente Imperio austro-húngaro. Adorno sintió amenazada su existencia autónoma por la postura Schveik adoptada por Bloch. En su escrito sobre la corres­ pondencia entre George y Hofmannsthal ya había asociado el concepto de postura {Haltung} con la frialdad. El lector Benjamin se sintió directamente aludido y trató de distinguir «la postura tal como yo la entiendo» de la que criticaba Adorno en George, diciendo que la una se distingue de la otra como «la marca con hierro candente del tatuaje». Aunque en la discusión sobre el concepto de postura no se menciona a Brecht, su nombre está implícito en ella. Benjamin relaciona la postura con «la soledad esencial de un ser humano», en virtud de la cual se mues­ tra comprensivo hacia las posturas adoptadas por Brecht, incluidas las que tienen como objeto provocar. A Benjamin se le hizo insoportable su se-

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gunda estancia en Dinamarca al laclo de Brecho pues le dio la impresión de que en ese momento éste sufría el mismo aislamiento que él padeció durante toda su vida. Esta experiencia del aislamiento constituye también el fundamento de la curiosidad con la que Benjamín observa las relaciones de Brecht y Bloch con el Partido comunista. Benjamín pensaba que la so­ ciedad burguesa había desaprovechado su momento y estaba condenada inexorablemente a desaparecer, una idea a la que él, al igual que Adorno, había llegado a través de la crítica de la estética dominante. Pero en Benja­ mín, la crítica filológica se convierte en el continuo intento de tomar par­ tido; su marxismo conserva cierto decisionismo, cierta exterioridad, y su gesto se aproxima al concepto de postura criticado por Adorno, en el que no se puede confiar. La ligereza con la que Brecht podía cambiar de postura atraía a Benjamín, pero al mismo tiempo lo horrorizaba. En Adorno sólo causaba espanto; pero lo cierto es que no sólo sus Notas de literatura es­ tán llenas de reverencias veladas a Brecht, sino que pasajes decisivos de la Dialéctica negativa también son una respuesta a Bloch y a Brecht, aunque no se los nombre. Adorno cifra el momento desaprovechado en la imposi­ bilidad de la revolución, una experiencia histórico-social que no puede de­ jar intacta a la teoría. Al mismo tiempo, el desaprovechamiento del kairós, así es como la fdosofía clásica llamó al momento adecuado, recuerda a la crítica del carácter ideológico de la cultura burguesa, una crítica en la que se encontraron todos: Benjamín, Bloch, Brecht, Eisler y Adorno. A finales del siglo XX, el verso de Goethe «Detente, eres tan bello» ya no puede decirse con la naturalidad con la que se decía anteriormente. En su crítica de los Recortes de periódicos. Para canto y piano, opus 11 de Eisler, Adorno expresó tempranamente la idea de que hoy ya no es posible una lí­ rica verdadera. La fuerza del ataque que emprende Eisler procede, según un Adorno que entonces tiene veinticinco años de edad, de la política, no de la reflexión estética: en una situación —al menos atendiendo a la lógica de las canciones— en la que la sociedad tiene tanto poder sobre los individuos que la libertad de éstos es pura apariencia y la expresión artística de tal liber­ tad, la lírica personal, pura ideología, la lírica personal carece en sí misma de verdad y de interés en la sociedad. Como no existe ningún colectivo capaz de ofrecer contenidos líricos más vinculantes que los puramente privados, como Eisler percibe el carácter problemático de un arte para la comunidad sin comunidad, abandona la idea de una lírica positiva, consumada, y ofrece en su lugar una radical lírica negativa. En la última etapa de la República de Weimar, Adorno articula el problema al que se enfrenta Eisler identificán-

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dose con él, pero al final no puede evitar preguntarse con escepticismo si verdaderamente el derecho de la expresión lírica está tan extinguido, si es tan desesperadamente privado como lo pretenden las tesis inherentes a las cancio­ nes. ¿Cuán próxima está ya esta idea a los «tiempos difíciles... en los que hablar de árboles es casi un delito, pues es callar tantos horrores»? El «casi» podría ser de Adorno, pero es de Brecht. Eisler puso música al poema «A los que nazcan después» en 1937. Bajo el signo de este saber común se vieron en Hollywood en casa de Adorno, en su «Asilo para desampara­ dos», en 1942 escucharon juntos las Catorce formas de describir la lluvia de Eisler. En 1943, cuando se escribió «Schveik en la Segunda Guerra Mundial», Brecht, Eisler y Adorno se encontraron varias veces en casa de este último para discutir sobre música, teatro, cine y política. Adorno tuvo oportuni­ dad de conocer de cerca tanto el proceso de producción de Brecht como su provocadora técnica dialogística, que ya habían sobresaltado a su viejo amigo Benjamin durante sus estancias en Dinamarca. En Graeculus to­ davía se perciben las heridas que el provocador anti-intelectualismo de Brecht causó en Adorno. Creo que por fin sé exactamente lo que me disgusta de Brecht, anota en 1965. Él, que finalmente escribió un Schveik, adoptó la postura del que se hace el tonto para poner al descubierto la ideología burgue­ sa; muchas veces con éxito... Pero con el tiempo tendió a presentar esta postura como si se tratase de la verdad misma, con lo que todo se volvió tan falaz como el Partido comunista desde principios de los años 1930. Ésta es una de las difi­ cultades en la escritura de la verdad que él ocultó. En esa época, cuando los emigrantes alemanes observaban lejos del juego, desde California, la evolu­ ción de la guerra en Europa y Asia, volvieron a plantearse la pregunta por la legitimidad del arte. El dinero ganado con el cine permitió a Brecht fi­ nanciar varias obras de teatro; Eisler se mantuvo a flote con la música para el cine, que también le dio la posibilidad de componer el Libro de cancio­ nes de Hollywood. En el dorso del original anotó Eisler: «Sinfonía. Dedi­ cada a Th. W. Adorno/un gran científico y compositor». Adorno se sintió más atraído por las contradicciones de Eisler que por el sarcasmo de Brecht, a quien le costaba entender el aprecio que Eisler sentía por Schónberg, Proust y Wagner. Según el juicio postumo de Adorno, Eisler trató de resolver mediante una postura. la del chistoso... la antinomia existente entre máxima diferenciación intelectual y necesidad de efectividad social. A mediados de los sesenta, con la muerte de Eisler, con el artículo es­ crito con ocasión del aniversario de Kracauer, del que éste no quería que se

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supiese absolutamente nada, y con el reencuentro con Bloch, Adorno co­ mienza una reflexión biográfica: ¿Quién ha logrado sobrevivir y cómo? De Kracauer le había fascinado el Ginster, un producto situado en tierra de nadie entre la novela y la biografía. Kracauer caracterizó a Ginster como un Schveik intelectual. El libro ha sido productivo, los años no le han afectado, pues no presenta afirmativamente los nudos de la individualidad como algo sustancial. Gracias a la reflexión estética, el mismo yo es relativizado. La sagaz necedad que se presenta como si no entendiese, pero que de hecho no entiende, es la contraimagen de la individuación absoluta. Ginster domina con su astu­ cia la realidad en la que vive, mientras que los individuos que se ufanan de sí mismos se hacen cada vez más pequeños. La ingenuidad que se conoce y se des­ cribe a sí misma como una técnica de vida deja de ser ingenuidad. La desapa­ rición de la frontera entre novela y biografía que Adorno reconoció a Ginster, jamás se la perdonó a su viejo amigo Kracauer. Horkheimer le recordó desde la lejana Montagnola que Kracauer podría tener una incli­ nación al conformismo, pero que en fin de cuentas no era un enemigo. Pero lo ateórico, que forma parte de la vida misma de Ginster, no puede estar a la altura de la realidad del siglo XX; Kracauer se queda encerrado en la experiencia, que ya no es capaz de pensarse a sí misma. Los métodos de Schveik pertenecen a otra época; ya no ridiculizan nada, sino que resultan ellos mismos ridículos. Eran todavía buenos tiempos, con escondrijos y desór­ denes en medio del sistema del horror, cuando Hasek escribió el Schveik. Pero las sátiras del fascismo se han hecho cómplices de esa torpe manera de pensar que lo considera derrotado por el simple hecho de que los batallones más pode­ rosos de la historia universal están contra él. Adoptar la posición del vencedor es lo último que pueden hacer los enemigos de losfascistas, cuyo deber es no pa­ recerse en nada a los que se atrincheran en esa posición. Adorno dirige esta crítica a Brecht, con el que su amigo Eisler marchó al este de Alemania para hacer finalmente realidad lo que en Hollywood solo habían podido tantear. Adorno tomó completamente en serio las pre­ tensiones artísticas de Brecht y Eisler. El límite insuperable radica en la praxis estética, no en la postura política. Desde sus estancias en Berlín a fi­ nales de los años veinte, Brecht se convirtió para Adorno en una amenaza, pues sus viejos y admirados amigos se sentían atraídos por el dramaturgo, a quien Bloch caracterizaba como «un leninista del teatro». Pero Eisler no fue capaz de adoptar el gesto radical con el que Brecht impresionó a Ben­ jamín: gracias a sus hermanos Ruth y Gerhart, Eisler conocía perfectamen­ te la política comunista y sus perversiones, un conocimiento del que care­

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cían todos sus contemporáneos. En «Graeculus», conjunto de notas que no aparecieron sino póstumamente, todavía se percibe la simpatía de Adorno hacia su amigo, cinco años mayor que él, que pese a su radicalis­ mo e izquierdas estaba seguro del profundo aprecio que su maestro Schonberg sentía por él -u n a estima de la que Adorno nunca gozó. Éste pudo ver en Eisler al hermano mayor que no tuvo. Un excelente compañero que sabia animarnos como nadie, aunque me lo imagino perfectamente di­ ciendo: se podrá tener muchas cosas en la cabeza, pero todo eso no sirve de nada. Era un hombre claro, bonachón, sumamente sensato, sólo que no idénti­ co. Astucia mimética: un carácter expresivo. Hermano y el más temible de los críticos. En Hollywood estuvieron los tres más cerca que nunca: unidos por la necesidad de ganarse el pan, y por el dolor. Un hecho que también refle­ jan las escuetas notas del Diario de trabajo de Brecht: «Winge, que viene a visitarme al menos una vez por semana desde downtown, donde trabaja en una fábrica de ropa blanca, lee algunas de las ELEG ÍAS D E H O L L Y W O O D que yo he escrito para Eisler y dice: “es como si se hubiesen escrito en Marte”. Nos damos cuenta de que esta “distancia” no es una peculiaridad del escritor, sino de esta ciudad: casi todos sus habitantes la tienen. Estas casas no se convierten en propiedad por el hecho de habitarlas, sino sola­ mente mediante cheques, el propietario no las habita, más bien dispone de ellas. Las casas son campos de garajes.» Esta nota de Brecht enlaza dos pa­ sajes de los M ínim a Moralia: las reflexiones de «Lejos del fuego» sobre el es­ pectador como consumidor de la guerra a través de los medios de comuni­ cación y la reflexión posterior de «Asilo para desamparados»: La casa ha pasado. Las destrucciones de las ciudades europeas, igual que los campos de concentración y de trabajo, continúan como meros ejecutores lo que hace tiempo decidió hacer con las casas el desarrollo inmanente de la téc­ nica. Éstas están para ser desechadas como viejas latas de conserva. No cabe la vida recta en la falsa: esta sentencia de Adorno, que resulta chocante para el lector nacido más tarde, no puede entenderse sin relacio­ narla inmediatamente con los horrores que tenían lugar simultáneamente, pero lejos de California, en Europa y Asia. Brecht y Eisler responden a esta sentencia de forma práctica: escribiendo piezas casi a crédito. Mientras que Brecht utiliza su frenética actividad como una droga, Eisler recurre cada vez más, según él mismo confiesa, al scotch. Él también juega al toughguy,*

* A lusión al nom bre del fragmento n° 2 4 de los M ín im a M oralia titulado «Tough baby», donde Adorno habla de los tipos duros {tough guys). {N. del T)

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c-l 1‘usio Je* Brecht por los puros, y concretamente por los baratos, es inseparabie de la imagen que ofreció de sí mismo al mundo. Cuando en casa de Chaplin se proyecta un filme en una de cuyas escenas aparecen unos banqueros arrojándose desde la ventana en 1929, los gamberros Brecht \ Fisler son los únicos que se ríen. Es el mismo chiste que tanto repugnó a Adorno cuando Eisler le informó de los procesos de Moscú. Disgustado v con dificultades para contenerse, el 4 de mayo de 1938 Adorno escribió a benjamín desde Princeton: He visto más a menudo a Eisler, en una ocasión uceamos incluso a conversar largamente. Está de lo más amable y sociable, lo auc es de suponer que se deba al Instituto o al proyecto sobre la radio, y su n ue­ va actitud frente a m i es la del viejo político materialista, avezado y con duras pruebas a sus espaldas, que protege paternalmente aljoven e inexperto idealista de ¡as inclemencias de la época, a la vez que le ayuda a comprender los nuevos puntos de vista, según los cuales la política tiene que contar con los hombres tal i como son. y los obreros tampoco son precisamente unos ángeles. He escuchado sin inmutarme su penosa defensa de los procesos de Moscú, y con el mayor asco el chiste que hace sobre el asesinato de Bujarin. Dice haberlo conocido en Mos­ cú. Pero Bujarin tenía ya por entonces tan mala conciencia que no pudo mi­ rarle a él, a Eisler, en los fieles ojos. No me lo he inventado. Esta observación resulta tanto más interesante cuando se sabe que poco tiempo antes, en Praga. Eisler se había mostrado profundamente deprimido ante Bloch, que después de su llegada a finales del verano a Nueva York, probablemente en un barco de ocho velas,* desafió a su siglo codo con codo con Eisler. La ironía con la que Adorno habla a Benjamín acerca del autoengaño de Eisler, que apana la vista de una realidad contradictoria, es como una señal -com o un recuerdo del principal motivo teórico que une a Benjamín y Adorno, dis­ tinguiéndolos claramente de Brecht, Bloch y Eisler. El 25 de febrero de 1935, conmocionado por una estancia de seis me­ ses en la Alemania nazi, Adorno había escrito desde Oxford a Horkheimer y le había presentado casi a modo de plagio el benjaminiano motivo de la salvación de lo que carece de esperanza como el motivo en torno al que giran todos mis ensayos. Pero sólo la consecutio temporum convierte este motivo central en lo contrario de esa esperanza que Bloch erige en el principio en tiempos de desesperación y Brecht y Eisler en el «leitmotiv» del Schveik, novela que empezó a escribirse en 1943 y que no fue acabada hasta poco*

* Verso de la C a n ció n de Jenny en la Ó pera de los cuatro cuartos de B ertolt Brecht. (N . d el T)

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antes de la muerte de Brecht en 1956. La condensación de los tiempos y su transformación en experiencia secular se produce únicamente a través de este palimpsesto de la vida que Kracauer cuenta entre las últimas cosas. Eisler reanudó el trabajo en el Schveik cuando Brecht se lo pidió encareci­ damente. Brecht, al que en 1943 ya no le salía la «Canción del Moldau»; «es extraño, pero no puedo escribirla. Tengo el tema y los versos, pero el conjunto se me resiste.» Brecht siente en ese momento las inmensas «difi­ cultades a la hora de escribir la verdad» que Adorno recordará en los años sesenta. A pesar o gracias al «muro» y al alambre de espino, después de 1949 Brecht se convirtió en el clásico de las dos Alemanias; en Suhrkamp, la casa editorial en la que Adorno publicaba sus escritos, hizo las veces de caballo de tiro para la obtención de nuevas capas de lectores. Para Peter Suhrkamp, cuya protección Adorno tenía en gran estima, Brecht se con­ vierte en marca de fábrica. Harry Buckwitz, director del Frankfurter Schauspiel, había transformado el lugar de residencia de Adorno en la capital brechtiana de la República Federal Alemana. A la sombra de este éxito de la industria cultural, Adorno vuelve a plantearse las cuestiones en torno a las que una vez se separaron sus caminos. Un apunte del 1 de octubre de 1960 describe el ambiente de Alemania en el momento culminante de la Guerra Fría: La autocensura política que debe imponerse a sí mismo quien no quiera hundirse, o al menos no verse totalmente excluido, muestra una cla­ ra tendencia inmanente, probablemente irresistible, a transformarse en un me­ canismo inconsciente y de este modo en una forma de entontecimiento. La sim­ ple concentración de mi interés en la estética, que evidentemente corresponde a mi inclinación personal, tiene al mismo tiempo algo de desviación, de irres­ ponsabilidad, de ideología, incluso antes de todo contenido teórico. Efecto pa­ ralizante de la permanente reflexión sobre el Este, que indirectamente subordi­ na el pensamiento a él. El destino político y artístico de Eisler se convierte para Adorno en la piedra de toque de esta situación en el Este. En el Oeste, Adorno se com­ para en ese momento con Jean-Paul Sartre —que evidentemente no es un gran filósofo, pero en Alemania todavía no ha habido nadie, tampoco yo, que haya osado decir tantas cosas como él dijo en la Francia gaullista. Un serio desafío de radicalidad política sólo llegó con la creciente popularidad de Herbert Marcuse, que dejó a un lado la timidez de la política editorial se­ guida por Horkheimer y publicó en Suhrkamp, que también estaba em­ pezando a ganar popularidad, todo el mensaje que hasta entonces había permanecido encerrado en la botella de la Zeitschrift ju r Sozialforschung.

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T I II ODOU W. ADORNO. UNO I >1 I ( )S U IT IM t )S ( R.NK

Horkheimer había mantenido a distancia a Marcusc en los alíos cincuenta, cuando éste deseaba dar un nuevo impulso al grupo reunido en torno al Instituto, o al menos a su revista. Aunque o precisamente por el hecho de que, de entre todos los teóricos críticos, Marcusc era el que había estudiado más a fondo el comunismo soviético y señalado claramente sus irresolubles contradicciones en tanto que sistema político en I95S {Soviet Marxism. A Critical Analysis), el 24 de enero de 1960 criticó algunas afirmaciones de un prólogo a la edición alemana de Rehearsal for Destruction de Massing, que había salido al mercado europeo en una colección del Instituto con el título de Historia del antisemitismo político, un ataque a los guardianes del Este que veneraban al antisemita Jahn. El 12 de febrero de 1960, Horkhei­ mer y Adorno escribieron a Herbert Marcuse pidiéndole equilibrio entre la crítica del Este y del Oeste, convencidos de que el "Diamat”sigue teniendo algo que ver con nuestra filosofía. Pero la lealtad puede convertirse en deslealtad si cierra los ojos ante la perversión de aquello a lo que uno cree ser leal. No pode­ mos pasar por alto que en el Oeste nosotros podemos escribir y hasta ejercer una influencia real, ni que de momento existe aquí una libertad de pensamiento que, comparada con la de allí, merece ser calificada de paradisíaca. Que esto tiene sus bases materiales no es para nosotros ninguna novedad. Debajo de esta discusión política, sin embargo, seguía viva la experiencia del extermi­ nio masivo que la Guerra Fría había relegado al olvido, una experiencia que hacia 1960 el lenguaje cifrado de Horkheimer y Adorno llamaba ho­ rror, mientras que Marcuse esperaba lo que Adorno le envió en el curso de esta correspondencia, a saber, «Qué significa asumir el pasado», un texto que Marcuse citó inmediatamente en alemán en un importante pasaje de su best-seller One Dimensional Man: «La espantosa imagen de una humani­ dad sin recuerdos... no es simplemente el producto de la degeneración, sino que está ligada esencialmente al progresismo del principio burgués». La memoria como cualidad moral -esta idea, que Adorno anota sucinta­ mente en Graeculus el mismo año de su muerte, recoge el viejo motivo benjaminiano del saber judío y lo condensa en las condiciones de un siglo XX que se acerca a su final: «infinita esperanza, pero no para nosotros», debe de haber dicho Kafka-. La dureza de la sentencia según la cual escri­ bir un poema después de Auschwitz es un acto barbárico no puede suavi­ zarse sin trivializar al mismo tiempo el pensamiento de Adorno. La triviali­ dad banal, había dicho ya un Isaac Babel absolutamente desesperado en el Congreso de escritores soviéticos de 1934, es la contrarrevolución. Una afirmación que dejó profundas huellas entre los revolucionarios con senso-

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rio estético de los años 1930. Eisler unió ambas cosas: la experiencia tradi­ cional de los judíos de ser objeto predilecto de persecución y su pretensión estética, que se refleja por ejemplo en su aversión a las marchas, pero el es­ teta revolucionario se negó a admitir la imposibilidad de resolver la contra­ dicción entre conciencia estética avanzada y efectividad del arte en las ma­ sas. Adorno menciona en estas notas tardías un programa de radio sobre Eisler que no llego a emitirse y habla del fracasado experimento, que E hizo consigo mismo, de subordinación a lo colectivo, a la que E se resistió tan astuta como inútilmente: la desesperación objetiva devino subjetiva. Brecht salió del mutismo con su Schveik en la Segunda Guerra Mundial, aunque tuvo se­ rias dificultades para escribir esta novela. Eisler reanuda el trabajo en el Schveik en 1956, al que vuelve a referirse poco antes de su muerte en 1961, y considera la «Canción del Moldau» -la noche tiene doce horas, después llega el día- como «una doctrina “cantada” de la dialéctica». Las conversa­ ciones de Eisler con Bunge, que tuvieron lugar entre 1958 y 1962, desem­ bocan en una discusión sobre la diferencia entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial que a Bunge le resulta más bien penosa. Eisler alude a sus experiencias militares durante la Primera Guerra Mundial, de las que Brecht también se enteró por las visitas de Schónberg a Brentwood entre 1942 y 1943. Aunque Eisler fue lo bastante inteligente desde el punto de vista musical como para no «chapurrear el alemán» en su música para el Schveik, el conjunto de la construcción vive de la posibilidad de la resis­ tencia nacional, que hace desaparecer el horror de Auschwitz mediante la física política de violencia y respuesta a la violencia con la violencia en el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial. La actitud contemplativa que Adorno caracteriza en la Dedicatoria de 1951 de los Mínima Moralia como la conciencia propia de los intelectuales en la emigración: La violen­ cia que me había desterrado me impedía a la vez su pleno conocimiento, in­ tentaron superarla en el exilio Brecht y Eisler con el activismo de la praxis teatral. La pretendida unión con el pueblo, de la que Brecht habla en su Diario de trabajo hollywoodiense y sobre la que vuelve después de 1953 para rea­ nimar al deprimido Eisler, no sólo está íntimamente relacionada con la ideología del régimen comunista soviético y con los conceptos de resisten­ cia de los estados socialistas, sino que también impide el pleno conoci­ miento de la historia y de la sociedad. La seriedad estética con la que actúa Brecht está reservada para un fin especial —secularización malograda, dispo­ sición para el uso de ese elemento sagrado del que, según el dicho de Hólderlin,

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en adelante ya no puede hacerse uso-. El recuerdo hace que Adorno vuelva a ocuparse del radicalismo de Eisler y Brecht. Tras regresar a Berlín Este, Eisler no pudo hacer realidad su proyecto más importante -la ópera de Faus­ to, el gran proyecto paralelo al de Thomas Mann y Theodor W. Adorno, cuya génesis en Pacific Palisades él había presenciado. Adorno atribuye al texto de Fausto de Eisler el más fino tacto lingüístico: el elevado nivel del tex­ to de Fausto. Pero en 1965 también recuerda públicamente la desaparición de la producción del difunto Eisler de la vida cultural de la RDA: No creo que sea una casualidad el que ciertas composiciones del destacado Hanns Eis­ ler, escritas hace más de treinta años y concebidas, también por su tono y como por su carácter, para servir a la agresiva propaganda política, el que estas com­ posiciones, por lo que yo sé, tampoco se interpreten ya en el Este. Estas cancio­ nes de Eisler fueron escritas hacia 1930, en medio de una crisis musical que la sociedad burguesa no ha superado como crisis estructural. El reves­ timiento proletario de los jóvenes estudiantes de los países industrializados occidentales hacia 1968 debió de ser para Adorno un extraño déjá vu. En la última fase de la República de Weimar, Eisler y Brecht vivieron de la constelación de lo sutil y vulgar. Vulgar por gusto, por asco. En las notas para un amplio programa de radio que Adorno preparaba en 1965 tras la muerte de Eisler en 1962, para el cual pidió material a Ber­ lín Este, se dice de forma tajante: Situación del intelectual en relación con el proletariado desde el punto de vista social: identificación fallida. Pero en las «Notas sobre Eisler», que no han visto la luz hasta el año 2001, Adorno re­ conoce a Eisler una no ingenuidad que le impidió tomar completamente en serio, después de todas las catástrofes sociales, la idea de la obra de arte integral -y de eso que se denomina integridad artística-. E tiene razón frente a la reli­ gión del arte, pero esto se vuelve contra su propio arte, pues éste sólo es posible en la más absoluta seriedad, que él caló y ridiculizó... Y sin embargo, también le asistía la razón cuando nos reprochaba que nuestros criterios -y ésta era su expresión favorita- eran los de la escuela musical de Horak. En los textos de Adorno, las formas nosotros o nuestro son todavía más infrecuentes que la palabra yo. Una vez reclamó este plural casi exclusivamente para él y para Benjamín, después también incluyó en él a Bloch. Cuando en la década de 1930 se integró en el Instituto, utilizó el nosotros para referirse al núcleo duro del mismo, mientras que en la década de 1940 lo usó para referirse única y exclusivamente a sí mismo y a Horkheimer. Pero en esta nota del año 1966 se percibe una identificación que permaneció oculta tras el Adorno público: un «nosotros» formado por compositores y músicos agru-

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pados en torno al maestro Schonberg, cuyas estrellas eran Berg, Webern y Eisler, pero también Eduard Steuermann y Rudolf Kohlisch. Todos ellos elaboraban un mismo material, todos ellos eran conscientes de la crisis musical de 1930 evocada por Adorno, que no había sido simplemente una crisis de la música, sino el principio del final del mundo burgués. Todos ellos intentaron sobrevivir con medios artísticos, pero sin hacer ningún tipo de concesiones. Extrema pobreza y muda desesperación acompañaron esta experiencia, así como una repentina fama, la mayoría de las veces póstuma, que los convirtió en los clásicos de la modernidad. De esta específica idiosincrasia artística procede la sentencia de Adorno, que en 1949 encon­ tró su lugar en la cultura rediviva, según la cual escribir un poema después de Auschwitz es un acto barbárico. Las dificultades para articular el conte­ nido de verdad de esta experiencia vienen evocadas por la posibilidad del enmudecimiento, que no sólo vale para la música y la poesía: Lo que Beckett expresa en su teatro y sobre todo en sus novelas, que a veces suenan a músi­ ca, vale también para la misma música. Tal vez ya sólo sea posible una que ri­ valice con este extremo, con su propio enmudecimiento. Cuando regresó a Alemania, el compositor Adorno ya había enmude­ cido. No obstante, llevó una locuaz existencia en el seno de la vida musical alemana, que en los años 1950 adquirió la cosificada forma de religión del arte y cuyos propagandistas se presentaron al mismo tiempo como los an­ tagonistas de América, el país de la industria de la cultura por antonomasia —hasta hoy mismo se pasa casi siempre por alto que Adorno señaló que la vida musical oficial de los Estados Unidos había cambiado desde sus años de emigración, y que en la segunda mitad de los años sesenta constató un fortísimo y espontáneo interés desde abajo que desembocó, como en el caso de John Cagey su escuela, en una auténtica resistencia contra la industria cul­ tural. Las observaciones de Adorno sobre el enmudecimiento también se hacen eco de la experiencia personal de su profesor de piano Eduard Steuermann, que al igual que el músico Rudolf Kohlisch, íntimo amigo de Adorno, hubo de ganarse la vida en América como músico profesional. La correspondencia entre Steuermann y Adorno transmite premura, estrechez económica e imposibilidad de terminar, y por supuesto de ejecutar, las propias composiciones. Recomendado por su amigo el músico René Leibowitz, Adorno colaboró desde 1950 con los «Cursos internacionales de verano de música moderna», brindando la oportunidad de participar en ellos a sus amigos Steuermann y Kohlisch, los emigrantes de América. La obra A Survivor from Warsaw de Schonberg, que también había sido com­

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puesta lejos del fuego, en América, se ejecutó por primera vez en Alemania en estos cursos. A su organizador Wolfgang Steinecke, que en 1946 fundó el Instituto de música y la Escuela de verano de Kranichstein, dedicó Adorno en 1962 una emotiva necrológica en la que le atribuyó una técnica de vida que tenía algo del Extremo Oriente. En este círculo de jóvenes com­ positores, músicos y críticos, con los que Adorno no tenía absolutamente nada que ver desde el punto de vista generacional, formuló con absoluta cautela, pero también con total independencia, su utopía musical, que de­ dicó a Wolfgang Steinecke en «Quasi una Fantasia». Adorno introduce la expresión musique informelle como muestra de agradecimiento al país en el que la tradición de la vanguardia va unida al valor cívico para el manifies­ to. Como músico, el Adorno político puede hablar de la unidad de teoría y praxis, que en la política se ha convertido en la ideología del régimen co­ munista. Y vuelve a enlazar con el viejo lema de Alois Hába, el estilo musi­ cal de la libertad -pero no como repetición del estilo de 1910: la imposibili­ dad de restaurar la revolución es real. Para la generación de intelectuales alemanes que rechazaban la patrio­ tería guillermina, Francia había sido la patria de la libertad y de sus su­ blimaciones artísticas en el mapa de Europa. Desde el largo siglo XIX, Fran­ cia era el país de la Revolución en el continente europeo, París dio asilo desde la época napoleónica a todos aquellos que huyeron de Alemania, tanto a Heine como a Borne, un asilo del que no sólo extrajo su fuerza el «Vormárz» alemán. En su Lectura de Balzac, Adorno da con una bella fór­ mula para describir la atracción ejercida por París: En el momento en que París se convierte en la Ville lumiére, es la ciudad de otro planeta. Las decla­ raciones de amor de escritores en lengua alemana, desde Fieinrich Mann hasta Joseph Roth, llenan libros enteros, para los mejores amigos de Ador­ no de los años veinte París también significó un punto de fuga. Desde los tiempos de Weimar, Bloch, Kracauer y Benjamin pasaron ya largas tempo­ radas en la «Capital del siglo XIX», en la que Benjamin trabajó como ar­ queólogo del largo siglo burgués. En el libro sobre Offenbach del exiliado Kracauer aún se percibía claramente una exaltación sentimental del Segun­ do Reich, mientras que Benjamin quiso aprovechar el desnivel existente entre Francia y Alemania para obtener energía intelectual, estética y políti­ ca. En el París de aquellos años veinte, el surrealismo había hecho visible la forma de proceder de la modernidad. Adorno afirmó en su Retrospectiva del surrealismo: Tras la catástrofe europea, los shocks surrealistas perdieron su fuerza. Es como si hubiesen salvado París preparándola para el miedo: la des­ trucción de la ciudad era su objetivo.

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A finales de los años 1940 había cambiado el campo de fuerzas, pues el desnivel del que Adorno extrajo su energía se situó ahora entre América y Europa. Pero París, no Londres, era la principal subestación de transforma­ ción. En 1949, antes de dirigirse a Francfort, pasó primero por París, como había hecho Horkheimer un año antes. Adorno describe en su dia­ rio la profunda pena que se apodera de él en la ciudad. El 28 de octubre anota: Deprimido en la Place de la Concorde. En la estación, el desgarramien­ to: Benjamín no está allí. Dice sentirse mareado y observa: La pobreza se convierte en el estilo. Muchos parecen ir “vestidos de résistance” con cierto or­ gullo, pero es porque no tienen nada más, un poco como en la Alemania pre­ fascista. Muchas mujeres sin medias. Los abrigos reducidos a la función de pro­ teger del frío. Poca elegancia, muchas caras de pena, también de hambre. Enérgicos e inútiles intentos de captarse las simpatías de América. Mariposa alcanzada con el matamoscas. La sensación de lo que está condenado histórica­ mente pero sigue ahí. El típico gesto de París —superar toda inefficiency, toda torpeza con el gesto de la inteligencia, propiamente con el lenguaje. Muy pa­ recido a mí. A su llegada a París en 1949, Adorno encuentra ya su modelo de condensación de la experiencia histórica, un palimpsesto que transmite a las siguientes generaciones su versión de la Teoría crítica de la sociedad sin las experiencias inmediatas de Weimar, la Alemania nazi y la emigra­ ción. En esta transmisión entre generaciones, cuyos mundos de la vida pare­ cen seguir órbitas absolutamente distintas, se produce una atracción recí­ proca de naturaleza erótica. El profesor no sólo estará constantemente ro­ deado de alumnas cuya admiración resultará beneficiosa para el yo de un Adorno que se ve a sí mismo como un hombre que va para viejo, sino que durante las dos décadas siguientes también se buscará y se encontrara a si mismo en los trabajos de sus discípulos. Pero a diferencia de lo que vivió en primera persona en el pequeño círculo formado en torno al maestro Schónberg y en el círculo aún menor reunido en torno a su profesor de composición Alban Berg, aunque aquí tampoco faltaron los conflictos, su obra ejerció su influencia a través del shock del palimpsesto —a través del malentendido, de la contradicción y de los dolorosos enfrentamientos, que ya empezaron con los jóvenes compositores en Kranichstein. Adorno nunca se esforzó por ganarse con zalamerías a las nuevas generaciones. La crítica teórica de la falsa inmediatez, que convergió con su aversión a la Jerga de la autenticidad, se materializó en su forma de relacionarse con los demás. Adorno combinó una forma de cortesía convencional con un inte­

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res por la otra persona no falsificado por una sonrisa espontánea; el otro podía tener la impresión de que dependía de sus primeras palabras que el encuentro fuese bien o mal. Aunque en su evocación de la experiencia americana defendió el keep smiling como manifestación concreta de huma­ nidad, en su primer puesto de trabajo en Princeton debió de parecer ya una persona inaccesible. Pero la incapacidad para relacionarse que poste­ riormente reprochó airado a Bloch y que atribuyó in foto a la generación de 1968, esta incapacidad no puede predicarse de él. Ciertamente, Adorno no se mostró indulgente con sus alumnos y con aquellos que reconoció como sus discípulos cuando éstos hicieron cosas que él consideró inade­ cuadas, pero se interesó verdaderamente por sus destinos personales, algo bastante inusual en un profesor universitario siempre ocupado, en un au­ tor y -en la segunda mitad de los años sesenta ya no se puede decir de otra forma- en una estrella mediática. Para juzgar correctamente los conflictos de Adorno con el movimiento estudiantil que se inició en Francfort hacia 1966, es imprescindible tener en cuenta la relación específica del profesor con sus estudiantes, que no siempre son idénticos a los «progres del 68», como se les llamará posteriormente. Los apuntes de las clases de Adorno de los años 1950 y 1960, la co­ rrespondencia con sus alumnos y sus cursos particulares, documentos que pueden leerse en los Frankfurter Adorno Blátter, muestran hasta qué punto Adorno pensó y reflexionó sobre la impresión que causaba en los demás. En 1960 tomó notas para un «Rálchen» sobre la conciencia cosificada. Conceptos como capacidad e incapacidad para establecer contacto con los de­ más han entrado en la chachara diaria procedentes de la psicología... cuanto más fácil les resulta a los hombres entrar en contacto, tanto más incapaces son para relacionarse con los demás, esto es, tanto más se conforman con la fachada cósica y se muestran incapaces de amar. La conciencia cosificada no conoce la fidelidad. Esta es sustituida por la transferencia, esencialmente narcisista, a otros hombres. No hay fuerza afectiva que no esté, por así decir, armada de es­ pinas... La conciencia no cosificada parece siempre culpable, resulta fría, hura­ ña, insociable, inhumana. Y años después dice acerca de Bloch y de la po­ pularidad de la que éste goza entre los jóvenes: Los que contactan con mayor facilidad suelen ser los más incapaces para relacionarse con los demás. Adorno denuncia la indudable calidez de Bloch como un engaño, como su particu­ lar poder demoníaco. Adorno creaba distancia, se diría que necesitaba la co­ raza que le proporcionaba el espacio libre entre él y los demás. Su voz po­ día cautivar, al igual que su mirada, que a menudo reflejaba melancolía y

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soledad, pero también vivo interés, a veces curiosidad, inmenso asombro y una especie de ingenuidad, de la que nunca se sabía si procedía aún de la infancia o si se trataba ya de esa segunda ingenuidad a la que él siempre as­ piro y que debía seguir a toda reflexión. Una confidencia de Benjamín, que Adorno menciona en un pasaje central del prólogo a la primera edición de la Correspondencia, conduce al misterio de sus cartas: yo no me intereso por los hombres, sólo me intereso por las cosas. La espontánea reacción de viejos co­ nocidos permite comprender hasta qué punto la identificación de Adorno con la herencia de Benjamín se convirtió en motivo de nuevos enfrenta­ mientos. El destacado economista Adolph Lowe, que conocía a todos los inte­ grantes del Instituto desde los tiempos de su fundación en los años veinte y que estaba al corriente de sus disputas de los tiempos de Weimar, y sobre todo de las que tuvieron lugar en la época de la emigración americana, sus­ trajo de la mesita de noche de la viuda de Kracauer en Nueva York los dos volúmenes de cartas de Benjamín y escribió el 10 de diciembre de 1966 a Karola Bloch, que temía la reacción de su marido ante la publicación de estas cartas. Lowe le asegura que en ellas no hay «maliciosas indiscrecio­ nes», pero intenta aliviar el posible dolor de Bloch desprestigiando a Ben­ jamín y de este modo también a Adorno: «... dejad que Scholem y Adorno conviertan a Benjamín en un genio. Éste tenía talento y, como Ernst vio claramente hace ya mucho tiempo, era muy hábil para las pequeñas cosas surrealistas.» Estando entre amigos, Lowe sabe que «de Teddy» no precisa «decir nada más...». Lo que una vez escribió Maidon Horkheimer a su ma­ rido ausente: «Teddie es el mayor narcisista que ha de conocer el Viejo y el Nuevo Mundo», era considerado entre los viejos conocidos e incluso entre los discípulos más próximos como common sense, y dependiendo de la si­ tuación y de la personalidad de cada cual podía incitar a la rivalidad, a ha­ cer chistes o a rebajar a Adorno. Para reforzar la afirmación de Maidon po­ dríamos traer de nuevo a colación la carta del niño prodigio a Ernst Bloch del 26 de julio de 1962, que no omite ninguna de las actividades del autor, ni las realizadas ni las que todavía estaban pendientes de realización. Pero leída desde la distancia, esta carta refleja el miedo del que una vez fue niño prodigio a no haber realizado aquello que, de acuerdo con la anti­ cuada expresión de Goethe, me sigue pareciendo la "principal empresa”, la más digna de un hombre. La petición Deséame suerte, sin embargo, evoca la afectuosa relación con su viejo hermano rojo y pone coto al desbordante narcisismo. No hay que pasar por alto la referencia final a mi pequeño escri­

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to sobre la dialéctica del compromiso, que Adorno menciona tras solicitar un ejemplar de prueba o al menos una galerada del trabajo de Bloch sobre la «Elevada pareja», que desea recibir en el Waldhaus, el hotel en el que gusta de alojarse cuando pasa sus vacaciones en Sils Maria. En esa época, Ador­ no no sólo ofreció a Ernst Bloch la posibilidad de ganar dinero en la radio, en la que el francfortiano era ya un solicitado conferenciante y un tertuliano omnipresente, sino que también le ayudó, como se desprende del final de la carta, a participar en las distintas manifestaciones de la vida cultural ale­ mana, teniendo siempre en vista la mejora de la situación económica del amigo. En la primavera de 1968 todavía planeaba discutir con Bloch en el estudio de la Südwestfunk; pero después sucedió lo que para Adorno fue una villanía —y no sólo desde el punto de vista del individuo Bloch, sino también teniendo en cuenta la experiencia común, que yo creía estaba por encima de todos los ups and downs. Al final de la carta del niño prodigio, Adorno todavía presentó a Bloch su artículo sobre el compromiso como signo inequívoco de la solidaridad existente entre ambos, pues en este artículo Adorno ofrece su versión de las dificultades con las que se enfrenta la escritura de la verdad. En práctica­ mente todos los textos de Adorno escritos a partir de mediados de los años 1940 está presente el recuerdo de Auschwitz, un recuerdo que es velado por El principio esperanza. Lo que a primera vista podría considerarse me­ ramente como el producto de la maldad o de los celos toca de lleno los M ínima Moralia, la antítesis adorniana de El principio esperanza. La expe­ riencia del breve siglo XX exige un nuevo imperativo categórico, que Ador­ no formulará terminantemente en la Dialéctica negativa, cumpliendo de este modo su principal empresa-. Orientar el pensamiento y la acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante. El hecho monstruoso tiene como condición imprescindible la frialdad, el principio fundamental de la subjetividad burguesa, pero la posibilidad de seguir vi­ viendo después de Auschwitz también tiene como condición este mismo principio, que se venga en el individuo que se salvó. Éste paga con los sue­ ños que padece, como el de quien ya no vive, sino que fue pasado por la cáma­ ra de gas en 1944, cuya existencia posterior entera es mera imaginación, ema­ nación del deseo delirante de un asesinado hace veinte años. El texto teórico de Adorno también se convierte en palimpsesto; en un pasaje decisivo del mismo, la trayectoria personal y la conciencia de un alguien que sobrevivió lejos del fuego interpretan la situación objetiva del mundo histórico-social. La principal diferencia con respecto a Bloch pierde en este punto su con­

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tingencia subjetiva; en la obra de Bloch se expresa como la negación fun­ damental de una experiencia común. En la obra de Adorno, en cambio, esta experiencia impulsa a la teoría. La culpa de vivir se ha vuelto irreconci­ liable con la vida; es un mero hecho el que los seres vivos se quiten ya mutua­ mente el aliento, asi lo indica la estadística que completa un número aplastan­ te de asesinados con la cifra mínima de salvados, igual que si se hallara previsto por el calculo de probabilidades. Si esa culpa se multiplica incesante­ mente, es porque en ningún momento puede hallarse del todo presente a la conciencia. La obra de Adorno da cuenta de este hecho, la diferencia de su articu­ lación con respecto al lenguaje coloquial y al lenguaje culto hacen único su tono. La sala de conferencias y de conciertos, pero también el estudio ra­ diofónico, fueron los lugares en los que mejor pudo percibirse esta unici­ dad. Su vida después de 1949 transcurrió, cuando no estuvo escribiendo o interpretando, en espacios como éstos. Las horribles experiencias del breve siglo XX, unidas a la firme voluntad de no dejarse embrutecer por ellas, le proporcionaron entre las nuevas generaciones un auditorio al que pudo permitirse el lujo de decir cosas que no siempre se entendían a la primera, pues eran cosas que hasta entonces nunca se habían dicho. Cualquier inte­ rrupción de una clase le resultaba dolorosa, pero no por razones de vani­ dad personal, sino porque esto suponía una pérdida de tiempo en la trans­ misión de la enseñanza. Adorno sabía que no disponía de todo el tiempo del mundo y a principios de los años sesenta, como expresa la carta que di­ rige a Bloch en 1962, dice tener el sentimiento de que aquello para lo que realmente estoy aquí aún está por hacer. Adorno llevó una vida poco espec­ tacular, siempre dominada por la necesidad de concluir su obra, la misma que había observado en su maestro Alban Berg. Pro domo anotó en octu­ bre de 1960 en su Cuaderno H: Casi todo lo que hoy puede leerse ya ha sido dicho, es trivial y por lo tanto, en un sentido enfático, falso. Lo único que to­ davía puede decirse es lo que se substrae a esto. Sólo lo más extremo puede apartarse de la papilla de la opinión establecida. Esta máxima está detrás de todas las frases que escribo. Hay que defenderse de la suposición de que lo nor­ mal, lo corriente, también puede ser verdad. Su lugar en la mentira universal; la pérfida connivencia a la que anima toda idea razonable afecta a ésta mis­ ma. Esto ha de exponerse alguna vez categóricamente. Nota bene: pero esto también tiene algo de no verdadero, de negativo. La teoría del repatriado es justamente esta exposición categórica, su obra puede leerse como una Odisea a través de la historia universal, espe­

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cialmente a través de la parte que va desde el terremoto de Lisboa de 1755 hasta el centro mismo del siglo XX. La biografía de Georg Lukács, su pri­ mer ideal del yo desde el punto de vista intelectual, fue sin duda mucho más espectacular que la de Adorno, pero su obra describió un círculo: Lu­ kács acabó regresando al humanismo clasicista de su padre, que había sido ennoblecido por el emperador. Desde una antigua casa del centro de Buda­ pest que conservaba su hermosura pese a las condiciones de vida del socia­ lismo real, Lukács echó una estoica mirada a Adorno en 1962 y le reprochó su cómoda estancia en el «Grand Hotel Abismo», en el que gozaba de «ex­ quisitos manjares y obras de arte» -otro palimpsesto, que en este caso pre­ tendía rescribir un antiguo texto cuya escritura original volvía a hacerse visible. Adorno también ligó su recuerdo de la Teoría de la novela a una imagen errónea del pasado, a saber, a la teoría de tiempos llenos de sentido, de los viejos tiempos preburgueses, y en un «Rálchen» de 1962 titulado «Facit» vuelve a interpretar esta teoría como el punto de partida de mi expe­ riencia metafísica. Aquí también está en juego en última instancia la teodi­ cea, que la crítica ilustrada consideró ya insostenible después del terremoto de Lisboa. Adorno quiere entregarse ahora a su principal empresa, en la que la Dialéctica de la Ilustración escrita con Horkheimer sólo habría sido un estadio intermedio —en el breve siglo XX ni siquiera puede hablarse irónica­ mente de optimismo, como todavía pudo hacerlo el Cándido de Voltaire-. Con el proceder del palimpsesto, la obra de Adorno prolonga una tradición antitradicional. El surrealismo, en tanto que forma anticuada de la van­ guardia, también desempeña una función específica en este proceder. Es paradójico que en la esfera de una cultura racionalizada conforme a ideales in­ dustriales pueda cambiar algo; el principio mismo de la ratio, en la medida en que calcula los efectos de la cultura en términos comerciales, sigue siendo lo siempre igual. De ahí que resulte chocante que en la esfera de la industria cul­ tural envejezca alguna cosa. El shock de esta paradoja fue explotado ya en los años veinte por el surrealismo en relación con el mundo de 1880; en la Inglate­ rra de aquella época, el libro Our Fathers de Alian Bott produjo ya un efecto similar. Hoy se repite en relación con los años veinte algo análogo a lo que suce­ dió hacia 1920 con el mundo de 1880. Pero este shock también se ha desgasta­ do a fuerza de repetirse. La extrañación (Verfremdung) de los años veinte es el fantasma de un fantasma. Anticipando la Dialéctica negativa, la Jerga de la autenticidad, que Adorno subtituló «Sobre la ideología alemana», ya criticó el carácter fan­ tasmagórico del presente. La palabrería existencialista en la Alemania pos­

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terior a la Segunda Guerra Mundial recordaba de forma alarmante a los delirios de hegemonía mundial que surgieron después de 1918. Durante el siglo XIX, las prestigiosas ciencias del espíritu cultivaron la ciencia como parte de una cultura de la religión insuficientemente secularizada. La idea de una Alemania supuestamente universalista ya había producido en cier­ tos autores del «Vormárz» un nacionalismo ilimitado ataviado de cosmo­ politismo, del que son testimonio las primeras palabras del himno nacio­ nal alemán: «Alemania, Alemania sobre todas las cosas», un himno que no es en absoluto antidemocrático. Esta ideología hiperpatriótica, que tras el fracaso de la Revolución de 1848 se convertiría en la tradición alema­ na, fue rechazada por la vanguardia política: el Manifiesto comunista de Marx y Engels se publicó en 1848. Sus primeras críticas de la ideología alemana no estuvieron en el mercado hasta la segunda mitad de los años 1920. Bajo la égida de Pollock, el viejo Instituto de Investigación Social de la Viktoriaallee había servido como lugar de encuentro entre la heren­ cia socialdemócrata y el moscovita David Ryazanov.* El redescubrimiento del joven Marx a través de la publicación de La ideología alemana, un tex­ to escrito en la época del «Vormárz», pareció repetirse después de la Se­ gunda Guerra Mundial con los Manuscritos de París, que inicialmente fueron publicados al margen de las Obras de Marx y Engels editadas en Berlín Este. En el caso del joven Herbert Marcuse, el descubrimiento en 1932 de los escritos tempranos de Marx acompañó su distanciamiento del existencialismo de proveniencia heideggeriana, mientras que en 1957 Jürgen Habermas, a la sazón asistente de Adorno, hizo su coming out teórico-político en la opinión pública de la República Federal Alemana con el informe bibliográfico «Sobre la discusión filosófica en torno a Marx y al marxismo», que escribió de forma fulminante. Habermas recogió pos­ teriormente este artículo en el volumen titulado Teoría y praxis, que pisó los talones a La transformación estructural de la vida pública, libro que su­ puso su irrupción científica. A consecuencia de la presión ejercida por Horkheimer, en 1959 tuvo que dejar el Instituto de Investigación Social y habilitarse en Marburg con Wolfgang Abendroth. El 27 de septiembre de 1958, tras la publicación del artículo de Habermas, Max Horkheimer es-

* David Ryazanov era el director del Instituto Marx-Engels de Moscú. Ryazanov fotocopió manuscritos inéditos de Marx y Engels en posesión del SPD y los envió a Moscú, donde fueron incluidos en las famosas M EG A (Marx-Engels Historisch-Kritische Gesamtausgabe). \N. de .)

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cribió una carta a «Teddie», que entre tanto le había relevado en el cargo de director del Instituto con sede en Senckenberganlage. La carta de Horkheimer, muy sutilmente formulada, no carece de ironía. Cuando se publicó en 1996, la opinión pública de la República Federal Ale­ mana asociaba el nombre de Horkheimer con los tiempos de Adenauer, mientras que Adorno era tenido por un esteta elitista y académicamente anticuado cuya época, aunque difícil de precisar, era por lo menos la remo­ ta época burguesa. Jürgen Habermas era considerado como el cabecilla de una Escuela de Francfort que había heredado de sus fundadores, Horkhei­ mer y Adorno. Mientras tanto, los conflictos con los estudiantes rebeldes se habían mitificado en torno al año 1968, cuyos protagonistas se desfigu­ raron post festum hasta volverse irreconocibles. Un palimpsesto escrito por la sociedad alemana de cuyo desciframiento depende la posibilidad de re­ conocer el pensamiento y la obra de Adorno durante los años sesenta. En la década de 1950, Horkheimer tuvo mala suerte con los potenciales suce­ sores. Los colaboradores que encontró en el Instituto eran la personifica­ ción de los tipos sociales que ni él ni Pollock estaban dispuestos a promo­ ver. «Arribista» fue en los años 1930 el peor de los insultos, la sospecha de arribismo era más incompatible con el apoyo y la colaboración que cual­ quier diferencia política. Adorno, por ejemplo, defendió a Alfred SohnRethel desde sus primeros bosquejos de Trabajo físico e intelectual con­ tra la injustificada desconfianza de Horkheimer. Tras la fundación de la República Federal Alemana y la reapertura del Instituto en Francfort, los más jóvenes no tardaron en ver en él un posible trampolín para su carrera. La lista de los colaboradores incluye muchos nombres ilustres de la socio­ logía alemana de la posguerra. Como ejemplo de nombre conocido puede servir Ralf Dahrendorf, en cuyo comportamiento pudo haberse inspirado Horkheimer para formular su reproche de vanidad. Compromiso siempre que impulse la carrera personal: incluso las consideraciones autobiográficas de Dahrendorf reflejan su indiferencia hacia una causa que nunca fue la suya. Jürgen Habermas había estudiado de 1949 a 1954 en Gotinga, Zurich y Bonn. Cuando en 1956 entró en el Instituto francfortiano, Horkheimer y Adorno ya se habían hecho un lugar en la sociología alemana; pero la «Escuela de Francfort» no existió hasta después de la denominada disputa del positivismo (en la que Habermas se puso del lado de Adorno), saltan­ do a los medios de comunicación de la República Federal Alemana a prin­ cipios de los años sesenta. Según el testimonio del propio Habermas, du-

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rante su breve etapa en el Instituto de Investigación Social entre 1956 y 1959, los viejos escritos de Horkheimer permanecieron guardados bajo lla­ ve, de modo que el receptivo lector no encontró nada parecido a un corpus cerrado de una Teoría crítica. Una escuela supone la existencia de esas relaciones maestro-discípulo que Adorno había experimentado en la se­ gunda Escuela vienesa, encabezada por Schónberg y por su maestro Alban Berg. Jürgen Habermas jamás fue discípulo de Adorno: el joven Habermas no discutió con Adorno sobre sus propios proyectos, sino sobre las publi­ caciones y las ideas de Adorno. Valga como ejemplo la situación evocada por Habermas en 1991, cuando Adorno «dijo haber comprendido final­ mente la relación interna entre pensamiento de la identidad y forma mer­ cancía» -u n a cuestión sobre la que Habermas planteó inmediatamente sus dudas, pero «sin lograr impresionar a Adorno». Aunque Adorno debía de conocer la aversión de Horkheimer a Habermas, quedó visiblemente sorprendido por el juicio demoledor expresado en la carta escrita desde Montagnola, como demuestran sus espontáneas anotaciones manuscritas. En esta carta de 1958, Horkheimer alude a dife­ rencias teóricas con Adorno que ya quedaron recogidas en los protocolos de las discusiones de los años 1950 y que en ocasiones también se dirimie­ ron coram publico en el Seminario filosófico. Pero Horkheimer subraya aquellos aspectos de la Teoría crítica que él considera importantes y se que­ ja de la falta de una escuela que sirva para transmitir la enseñanza. Se sor­ prende de que alguien pueda «estar entre nosotros durante mucho tiem­ po... sin ampliar en lo más mínimo su experiencia de la realidad social, sin reflexionar sensatamente sobre el presente, sin pensar en otra cosa que lle­ nar el Seminario filosófico con esta o aquella lectura, con esta o aquella idea ingeniosa». En ese momento, Horkheimer no sólo se ocupa del retro­ ceso del mundo comunista tras el XX Congreso del Partido comunista de la URSS, sino también del sangriento cambio de régimen en Irak, que según él habría introducido otra rapidísima revolución industrial que, tras las ex­ periencias de la Revolución de octubre, habría vuelto problemático el con­ cepto mismo de revolución. En este punto recuerda su coincidencia con Adorno: «El mundo está lleno de revoluciones, y es a través de ellas como se extiende el horror.» Adorno anota al margen: sí. Horkheimer es aún más claro: «Lo que interesa a Habermas es la teoría y la praxis marxiana. Inclu­ so en los años en los que se produjo el ascenso del nazismo, incluso duran­ te el Tercer Reich, nosotros fuimos conscientes de la esterilidad de la idea de salvación a través de la revolución.» La carta llega a poner en un aprieto

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al propio Adorno: «H. es un hombre muy dinámico, muy activo, es po­ sible que haya aprendido algunas cosas de nosotros, sobre todo de usted, pero evidentemente esto poco tiene que ver con la experiencia de lo so­ cial. Asimismo, la filosofía de la que él se hace eco sólo suena parecida.» Horkheimer opone la tesis marxiana sobre Feuerbach de la época del «Vormárz», con la que Habermas compara ahistóricamente la teoría, con la afirmación de Adorno de la Metacrítica de la teoría del conocimiento, citada también por Habermas: Si la época de interpretar el mundo ha pasado y de lo que se trata es de transformarlo, entonces la filosofía dice adiós. ... No es hora de la Filosofía primera, sino de la última. Para el Horkheimer que es­ cribe esta carta, lo importante no es el asistente Habermas, sino perfilar claramente una Teoría crítica, que tras las experiencias del short century ya no puede ser una filosofía pura: «Él defiende lo que dice combatir, la filo­ sofía pura, incluida una teoría de la ciencia en la que la sociología recibe directamente sus tareas de la situación de 1843.» La carta de Horkheimer no documenta la ira de un maestro hacia un discípulo rebelde, como la que pudo sentir Schónberg hacia Eisler, sino la desconfianza del antiguo director del Instituto, que como él mismo reco­ noció gobernó con despotismo ilustrado, hacia un autor al que conocía personalmente poco y que ahora representaba incluso en el exterior al Ins­ tituto que él había dejado en manos de su sucesor Adorno. Habermas no tenía por qué erigirse en el heredero de la Teoría crítica. Cuando en 1964 Habermas dejó Heidelberg para ocupar la doble cátedra de Filosofía y So­ ciología que había quedado vacante en la Universidad de Francfort, Hork­ heimer ya no tuvo nada que objetar. Habermas, que seguía su propia línea teórica, se convirtió para Adorno en un joven colega dotado de su propio poder de atracción y con el que coincidía en asuntos de política universita­ ria, pero con el que no mantenía ningún tipo de relación teórica. Habermas diría en 1991: «No creo que Adorno leyese ninguno de mis libros.» Cuando Adorno reconocía a alguien como discípulo suyo, éste podía espe­ rar que el maestro escribiese un prólogo para su primera publicación o al menos una recensión. El joven Habermas no tenía necesidad de este tipo de ayuda a principios de los años sesenta. Muchos trataron de evitar que se les identificase como discípulos de Adorno, pues aunque eran pocos los periodistas o los colegas que osaban enfrentarse públicamente con él, los ataques contra los adornitas y contra el lenguaje ininteligible de los soció­ logos francfortianos eran cada vez más frecuentes. A principios de 1964, un profesor visiblemente comprometido escribía a Claus Behncke, el joven

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redactor de la Wcsulmisi lier Kimdfimk (WDR): Cada vez es más frecuente

que personas que me aprecian, o que al menos dicen apreciarme -y bien sabe P íos que no pienso en usted , se escandalicen de mis supuestos imitadores. Sé que no es agradable que alguien carraspee y después escupa. Pero la experiencia me ha enseñado que las cosas no son tan sencillas. En primer lugar, mientras los modelos de pensamiento y de lenguaje de 1¡eidegger y Jaspers sigan presentes en algún rincón, yo prefiero que alguien me imite a que hable la jerga de la autenticidad. En segundo lugar; creo que no es ninguna desgracia que los jóve­ nes sigan, en un sentido literal o figurado, a un maestro. Goethe ya supo que la originalidad es algo que ha de formarse, y no un principio cronológico; no de­ beríamos retroceder a una posición anterior. A comienzos de los años sesenta, cuando Horkheimer se hubo retirado a Montagnola y sus intervenciones en Francfort se hicieron cada vez más puntuales, Adorno se entregó con todas sus fuerzas, tal y como anunció a Bloch, a su principal empresa, la Dialéctica negativa. Este libro debía ser el más fiel reflejo de su posición teórica, aunque no la última palabra. Al­ gunas ideas fundamentales de la discusión que mantuvo con Horkheimer darían lugar a futuros conflictos -con sus alumnos y con Herbert Marcuse. Cuando se revisa el legado de Adorno, se tiene la impresión de que todas sus reflexiones posteriores fueron variaciones sobre la relación entre teoría y praxis. ¿No escribió ya en la «Actualidad de la filosofía», su lección magistral del 7 de mayo de 1931, a modo de anticipación onírica, antes de la conmoción provocada por el comienzo del Tercer Reich: Quien hoy elija por oficio el trabajo filosófico, ha de renunciar desde el comienza) mismo a la ilu­ sión con que antes arrancaban los proyectos filosóficos: La de que sería posible aferrar la totalidad de lo real por la fuerza del pensamiento? En aquel mo­ mento Adorno todavía no estaba seguro de si no debía elegir más bien un oficio artístico. A la Dialéctica negativa le siguió en 1967 la última lec­ ción de grandes pretensiones teóricas, la Teoría estética, que estuvo inte­ rrumpida constantemente por los acontecimientos políticos, una obra que resulta impensable sin la reflexión sobre la praxis artística. Adorno ya había barajado la posibilidad de llamar «Sobre la teoría de la experiencia espiri­ tual» a su Dialéctica negativa. Había comprendido que en su producción no habría nada parecido a una obra maestra; pero como afirman postuma­ mente los editores Gretel Adorno y Rolf Tiedemann citando una carta inédita de Adorno de 1970, la Teoría estética y la Dialéctica negativa debían presentar todo lo que tengo que poner en el platillo de la balanza. El encabezamiento de la Teoría estética debían ser estas palabras de Fríe-

v»S

TI IEODOR W. AHORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

drich Schlcgcl: «En eso que se llama filosofía del arte, una de dos: o falta la filosofía o falta el arte.» Fue intención de Adorno dedicar el libro a Samuel Beckett. De acuerdo con su propio plan de vida, Adorno debía terminar la Teoría estética y retomar los Mínima Moralia, que serían una reflexión so­ bre la vida después del regreso a Alemania. Estas notas contienen testimo­ nios que pueden interpretarse como evocación del origen de ideas teóricas fundamentales, como anamnesis de la génesis, una idea que también comu­ nicó a Altred Sohn-Rethel en una discusión teórica privada que tuvo lugar en Ketrenhofweg 123, el domicilio de Adorno en Francfort. Adorno consi­ deró profundamente problemática su condición de profesor titular. Quien elige un oficio de los llamados humanísticos, como el de profesor universitario, lo hace movido de algún modo por su fe en el espíritu, en lo otro, en lo puro, en una palabra: en lo absoluto. Para ello hace grandes sacrificios, la mayoría de las veces en forma de largos años de miseria y de espera como asistente y pro­ fesor no titular. Pero su oficio acaba haciéndole perder toda su fe, no sólo por la necesidad de someterse a una jerarquía que en estos tiempos, en los que ya prácticamente nadie goza de independencia material, se intensifica hasta ha­ cerse insoportable, sino por el carácter mismo de la ciencia, que niega en nom­ bre de la ciencia el espíritu que promete. Así pues, la esperanza del neófito se firustra necesariamente, sus sacrificios fueron vanos. El resentimiento, el rasgo esencial del profesor universitario, está determinado objetivamente y es casi inevitable. La única compensación es el prestigio social del que el profesor uni­ versitario sigue gozando en Alemania, y que posiblemente llevó a muchos a ele­ gir este oficio. De ahí la necia arrogancia, la petulancia de ser profesor titular, el fetichismo de un concepto de ciencia privado de toda relación con su conte­ nido. En los últimos cincuenta años no ha habido ninguna reforma universi­ taria que haya hecho superflua esta reflexión, aunque entre tanto el presti­ gio social del profesor universitario puede haber disminuido un poco. La aversión al pensamiento burocratizado fue compartida por todos los teóri­ cos críticos, desde Benjamin hasta Pollock. Los M ínima Moralia giraron en torno a este punto, preguntándose cómo era posible conservar la inde­ pendencia en el sistema de la dependencia universal. Cuando en 1949 se le preguntó a Bloch dónde deseaba ir, si quería ir a Leipzig o quedarse en América, dicen que respondió: «A Capri». En Positano y en sus alrededo­ res, en Capri, huyendo de la Alemania de entreguerras los intelectuales ale­ manes se habían encontrado con intelectuales rusos, que también prefine-

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ron llevar una vida mediterránea relativamente pobre a la guerra civil. Des­ de que programo su regreso a Europa, el punto elegido por Adorno fuera del sistema, al que gustaba de llamar topos noetikos, fue Sils Maria. Cuando en diciembre de 1949 comunica su exceso de trabajo a Horkheimer, que se halla en Pacific Palisades, Adorno sueña con este punto próximo a la extra­ territorialidad. Y por eso sigo creyendo que lo que escribimos es muchísimo más importante que cualquier influencia directa, por la simple razón de que esta influencia está condenada a tener carácter propedéutico y apenas roza aquello que a nosotros nos importa verdaderamente... Adorno no tenía nin­ gún interés en ser un admirado profesor universitario. Lo mismo que el profesor Friedrich Nietzsche, que huyó de la ciudad pero no de la civiliza­ ción, con cuyo pensamiento se identificaba Adorno: los intereses de los hom­ bres sólo pueden defenderse lejos de ellos. Si el «Gran Hotel Abismo» difamado por Lukács tiene un nombre, éste sólo puede ser «Waldhaus», un hotel con vistas a la península de Chasté. Si se mira al otro lado, se divisa el valle de Fex, cuyas praderas floridas llegan a los pies del glaciar. El viajero puede contemplar los campos de hielo de la abstracción y sentir el pathos de la distancia, la inmensidad carente de objetos que pervive en el recuerdo de los escasos días felices de los grandes melancólicos de la lengua alemana -entre los que no sólo está Nietzsche, sino también Karl Kraus. Pero también figura otra estrella fija de un tiem­ po perdido en el libro de huéspedes del cercano Alp Grüm: Marcel Proust. La Alta Engadina, no nos equivoquemos, no representó una huida a la so­ ledad de una primera naturaleza o naturaleza originaria. La venturosa, en absoluto desventurada historia del Hotel Maloja, visible desde el Wald­ haus, convierte a la Alta Engadina en el primer y último punto de fuga de una sociedad burguesa imparable, en la que la productividad lo equipara todo y hace obsoleto cualquier recuerdo de la tradición -una extraterrito­ rialidad sui generis-. La high society del Gran Hotel contrasta con la pobre morada de un Nietzsche, desde la que el filósofo contaba los carruajes que veía pasar cuando había alguna fiesta. En semejantes condiciones materiales hoy uno estaría desclasado, expulsado de la clase burguesa; ante tal ostentación, sentiría su pobreza como una humillación. En aquella época era posible com­ prar la independencia espiritual al precio de una vida modesta. La relación entre productividad y base económica también está sometida a la historia. En 1969 Adorno responde al reproche de vivir en el «Gran Hotel Abismo» que le había hecho Lukács subrayando el aspecto nada heroico de una vida que no está dispuesta a renunciar a la «promesse du bonheur»: esta estupi-

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ciez es parte de la regresión general que hoy, en marzo de 1969, se toma por revolucionaria: esto hay que desarrollarlo; la cabaña de Chaplin en La qui­ mera del oro no sería la peor de las alegorías para mis pensamientos. Lukács se ha arrojado al abismo confundiéndolo con la salvación; y sigue allí abajo, don­ de se arrastra igual de roto y desgraciado que esos personajes de tíeckett que tanto le indignaron. La quimérica salvación a través de un colectivo y la esperanza converti­ da en principio, los principales temas políticos de Adorno, personificados respectivamente por Lukács y Bloch en tanto que nombres de su temprana experiencia espiritual, estos temas siguen estando presentes en las alturas de los Alpes suizos. En 1954, Lukács había reprochado a Schopenhauer for­ mar parte del «Gran Hotel Abismo». Adorno hizo una durísima crítica del libro en 1958, sin tener en cuenta la persecución sufrida por su autor tras la insurrección húngara de 1956. Sin duda, fue en el libro El asalto a la ra­ zón donde verdaderamente Lukács se destruyó a sí mismo. Atentando contra toda dialéctica, el autorizado dialéctico metió en el mismo saco las corrientes irracionalistas de la filosofa moderna, la reacción y el fascismo, sin pararse a pensar que estas corrientes opuestas al idealismo académico se rebelaron contra la misma cosificación de la vida y del pensamiento que él había criticado. Nietzsche y Freud no fueron para él sino unos fascistas, y con la condescenden­ cia propia de un inspector provincial de primera enseñanza de la época guillermina reconoció el a\talento poco corriente” de Nietzsche. Bajo la máscara de una supuesta crítica radical de la sociedad, volvió a introducir de contrabando los más pobres clisés de ese conformismo que una vez denunció la crítica de la sociedad. La defensa de la revolución, que en los años 1930 ya se había convertido en defensa del Partido, había vuelto a confirmar la diferencia que también separaba a Adorno de Brecht. El libro Contra el realismo mal entendido, que apareció en el Oeste en 1958, en la editorial Claassen, acusa el cambio de postura de su autor a los setenta y cinco años de edad. Este cam­ bio podría tener que ver con el conflicto en el que se vio a raíz de su participa­ ción en el gobierno de Nagy. El libro no sólo habla de los crímenes de la época de Stalin, sino que de forma antes impensable llega incluso a referirse a un “posicionamiento general a favor de la libertad del escritor”. Lukács descubre postumamente aspectos positivos de su viejo enemigo Brecht y elogia su “Balada del soldado caído”como una pieza genial, que a los poderosos de Berlín Este no puede menos de parecerles un producto degenerado de la cultura bolchevique. A l igual que Brecht, él también desearía ampliar el concepto de realismo socia­ lista, con el que desde décadas viene sofocándose toda espontaneidad, todo

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aquello que al aparato del partido le resulta incomprensible y sospechoso, y dar cabida en él a cosas distintas del género de pacotilla. Lukács osa mostrar una tímida oposición, paralizada de antemano por la conciencia de su propia im­ potencia. Esta timidez de Lukács no es ninguna estrategia. Su persona está fue­ ra de toda duda. En los dos sistemas sociales que Horkheimer y Adorno subsumieron en la época de la Guerra Fría bajo el concepto general de mundo adminis­ trado, el arte ocupa el primer plano de la discusión pública, pero a la refle­ xión de Adorno le subyace la experiencia de la violencia, que le obliga a adoptar el papel del esteta. Esta imagen que Adorno da de sí mismo, y que según su propio testimonio es acorde con su talento y su inclinación per­ sonal, lo convierte en el blanco del anti-intelectualismo de Brecht, que obedece a motivos políticos. En su escrito sobre el compromiso, que la carta del niño prodigio también anuncia a Bloch, Adorno se anticipa de forma increíble a los acontecimientos y critica la fetichización de la violen­ cia por parte de Brecht, que se convertirá en un elemento fundamental de la revuelta estudiantil en 1968. Propia más bien de un púber, la impetuosi­ dad del joven Brecht delata su arrojo como el del intelectual que, desesperado por la violencia, opta irreflexivamente por la praxis violenta que más debería temer. Éste fue también el gesto con el que Brecht fascinó a Benjamin, ha­ ciéndole buscar la salvación en aquello que amenazaba con aniquilarlo. Pero el instinto de autoconservación no llevó a Brecht a defender posicio­ nes ficticias en Europa ni al exilio moscovita, al que su antagonista Lukács sobrevivió de casualidad, sino a la emigración americana. Según Adorno, este artista político de la supervivencia que fue Brecht no sólo pagó un precio estético por sus astutas adaptaciones, sino también un precio políti­ co. Arturo Ui, con el que Brecht intentó representar el nazismo lejos del fuego, en California, sólo logró poner en escena el fascismo personalizán­ dolo y convirtiéndolo en algo trivial. En lugar de la conspiración de los pode­ rosos aparece una ridicula organización, el Consorcio de la coliflor. El verdade­ ro horror delfascismo queda velado; éste ya no se presenta como el resultado de la concentración de poder social, sino como algo igual de azaroso que un acci­ dente o una fechoría. Asi lo dicta elfin perseguido, la agitación; hay que restar importancia al enemigo, y esto favorece la política equivocada, como sucedió en la literatura y en la praxis antes de 1933. Para poder defenderse de la estética frentepopulista y de la línea del Partido, en la decada de 1930 Bloch, Brecht y Eisler hubieron de hacer arriesgadas piruetas políticas. En el Bloch recién llegado a Nueva York ob­

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servó Adorno el tránsito de la corrupción frentepopulista a la tontería labo­ riosa. En el Diario de trabajo de Brecht pueden encontrarse vestigios de su aversión anti-intelectual a Adorno. Adoptando el gesto del materialismo vulgar, en diciembre de 1944 Brecht relaciona el «Instituto de sociología de Francfort (que me inspiró la novela de TUI)», los «judíos de Nueva York» y su incomprensión de la «cuestión judía de Karl Marx». Un día an­ tes había anotado en su diario: «¡Estos desgraciados intelectuales! ¿Son pe­ ligrosos? Son como trozos de puro en un plato de sopa.» Así pues, cuando en 1968 el anti-intelectualismo se puso de moda entre los estudiantes, Adorno ya conocía muy bien este odio hacia sí mismo del intelectual que en política se pone la gorra del proletario y viste chaqueta de cuero. La in­ sensibilidad hacia las ideas psicoanalíticas contribuyó a que tanto Brecht como los activistas universitarios llegasen a la conclusión de que el desarro­ llo de la historia no depende de la psique individual. Pero este saber acerca de la estructura social no garantiza por sí mismo el exacto conocimiento de una situación histórica concreta. El «leninista del teatro», como lo lla­ mó Bloch en su último artículo, ese Brecht que tanto atrajo a Benjamín, se convirtió para la generación de estudiantes rebeldes de la República Fede­ ral Alemana en un mito estético-político, y tanto ellos como el maestro anduvieron el camino al revés: desde piezas teatrales tardías como Madre Coraje o Santa Juana, que también pudieron ser dirigidas por Gustaf Gründgens, hasta La medida. Tras la etapa izquierdista dominada por la mitología proletaria, con su «Schveik» Brecht retrocedió ya al simplismo de la sabiduría popular. Puede representarse todo, todo excepto el proletario. La mayor objeción que cabe hacer al compromiso es que incluso la mejor de las intenciones desentona en cuanto se la percibe, y sobre todo cuando se oculta para evitar ser percibida. Algo de esto hay en el gesto de sabiduría del último Brecht, en la ficción del viejo campesino henchido de experiencia épica como sujeto poético. Nadie en ningún país del mundo dispone ya de esa experiencia granular de los mujics del sur de Alemania; el tono más íntimo se convierte en medio de propaganda, cuyo objetivo es hacer creer que la vida sólo es recta allí donde el Ejército rojo tomó una vez el poder. Adorno no puede aceptar como Asilo para intelectuales desamparados el socialismo real, pues éste produce necesariamente una estética afirmativa. Adorno interpretó el año 1968 desde la experiencia del siglo XX: en 1968 una actitud característica del ra­ dicalismo de izquierdas relevó, en tanto que pasajera moda conformista, al existencialismo desenterrado en los años 1950, a la Jerga de la autenticidad. Para los viejos intelectuales de izquierda de los tiempos de la República de

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Weimar, este fenómeno tue un deja vu absolutamente ambivalente, tal y como puede leerse en la correspondencia de Sohn-Rethel y de Max Horkheimer, pero también de Marcuse, Kracauer y Lówenthal. El elemento co­ mún, que tanto repugnó a Adorno, no fueron tanto las formas que adoptó la protesta en Alemania cuanto el conformismo político revestido de van­ guardia. En el verano de 196”*, Adorno impartió impertérrito su curso sobre «Teoría estética'*, en el que presentó su versión de «A los que nazcan des­ pués». Desde las primeras lecciones reconoce la crítica de la ceguera de la obra de arte autónoma formulada tanto por Brecht como por su amigo Hanns Eisler como una crítica correcta; pero esta pretensión de autonomía ya no puede revocarse, aun cuando la emancipación haya fracasado. El de­ seo de lo nuevo vuelve a hacerse presente, pero ya no es posible ir en su búsqueda ingenuamente. La advertencia estética de Adorno en la sala de conferencias VI, llena a rebosar, es una advertencia política que concentra todos los motivos reunidos a lo largo de su trayectoria vital, pero evita que la escritura autobiográfica se haga demasiado visible: La relación con lo nuevo tiene su modelo en el niño que pulsa las teclas del piano en busca de un acorde virgen, nunca oído aún. Pero ese acorde ya existió, las posibilidades de combinaciones son limitadas, propiamente todo está ya escondido en el teclado. Lo nuevo es anhelo de lo nuevo, apenas es ello mismo: tal es su constante mal. Lo que se siente como utopía es sólo la negación de lo existente y depende de ello. Está en el centro de las antinomias contemporáneas el que el arte deba y quiera ser utopía con tanta mayor decisión cuanto que ésta queda obstruida por la realidad funcional y, por otro lado, para no traicionar a la utopía en el resplandor y consuelo que le son propios, que no pueda llegar a serlo. La refle­ xión teórica de Adorno libera a la experiencia estética de las cadenas de la utilidad práctica y política. El racionalista Brecht, al igual que el dialéctico Bloch, habían reconstruido coherentemente el nexo de sentido de razón y revolución a través de la ficticia alternativa de socialismo o barbarie, pero tras la involución estalinista y después de Auschwitz este nexo se ha perdi­ do para siempre. En la carta escrita desde Montagnola, Horkheimer había recordado a Adorno esta experiencia supraindividual de la Teoría crítica de la sociedad. Esta experiencia es negada en la idea de la unidad de teoría y praxis en favor de una construcción que es siempre idealista, incluso cuando se pre­ senta de forma absolutamente materialista. En 1944 Adorno ya tuvo oca­ sión de observar la desaparición de la experiencia de Auschwitz en la cons-

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esprit de corpa

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c o r to s d e m iia s se lia n v u e lto ya a leí i d o s d e e llo s, I >c

c o m o el q u e 11. a p u n ta e n su artíi tilo , ya n o e d u c a r ía m o s

a e s p ír itu s lib r e s, a h o m b r e s c a p a c e s d e p e n sa r p o r sí m is m o s , s in o a a d e p to s q u e ju ­ rarían e s c r ito s , h o y e s to s , m a ñ a n a tal v e z a q u e llo s . Iai referen cia d e I I . a «los in d iv i­ d u o s » / ’’ q u e h a c e p e n s a n d o e n n o s o t r o s , y para la q u e p r o b a b le m e n t e ta n to el jo v e n c o m o el v ie jo M a rx , p o r n o h a b la r d e E n g e ls , h a b r ía n e n c o n t r a d o u n c o m e n t a r io m a ­ lic io s o , n o es e n 11. m á s q u e u n a s im p le

j'aqon de parler.

Para e sta filo s o fía a fir m a tiv a ,

lo v e r d a d e r a m e n te im p o r t a n t e es el p r o le ta r ia d o , la «m asa d e la p o b la c ió n » . S u e s tr u c ­ tu ra n o se ha v is t o e n a b s o lu t o a fe c ta d a p o r la e x p e r ie n c ia d e la id e n tid a d c o n c e p tu a l - d i g o c o n c e p t u a l, y n o m e r a m e n te l á c t i c a - d e m o v im ie n t o d e m a sa s, m a n ip u la c ió n y r e s e n t im ie n to , su c e n tr o in d is c u t ib le es la tr a n s fo r m a c ió n v io le n t a . E sto es fa n a tis m o . P ese a n u e str a c r ític a d e las s it u a c io n e s q u e p r o v o c a n s u f r im ie n t o , para c u y o a liv io la s o c ie d a d d is p o n e d e lo s m e d io s a d e c u a d o s , p e se a n u e stra a m b iv a le n c ia e n r e la c ió n c o n el d ic h o d e A n d r ó G id e « to u t c e la sera b a la y é » /’2 s ie m p r e h e m o s d e te s ta d o la p rá c­ tic a d e la e lim in a c ió n , d e la l iq u id a c ió n , d e la r e p r e s ió n , v in ie s e é sta d e C r o m w e ll, d e R o b e s p ie r r e , d e S ta lin o d e H itle r . T o d a v ía r e c u e r d o el e s p a n t o q u e s e n tí d u r a n te m i é p o c a d e e s tu d ia n t e , c u a n d o L e n in m a n if e s t ó e n 1 9 1 9 q u e lo s tra b a ja d o res n o d e b ía n te n e r p ie d a d c o n lo s in d e c is o s , q u e el « fu s ila m ie n to » era la s u e r te q u e m e r e c ía « q u ie n m o str a s e c o b a r d ía a n te el e n e m ig o » . E l c r im e n s a n g r ie n t o c o m e t id o r e c ie n te m e n te en el p a la c io d e B a g d a d ,63 q u e el m u n d o h a o lv id a d o ta n r á p id a m e n te c o m o la liq u id a ­ c ió n d e m illo n e s d e p e r s o n a s a n ó n im a s e n to d a s p a r te s, trae a la m e m o r ia el a b o m in a ­ b le a s e s in a to d e la fa m ilia d e l zar, q u e s u p u s o el p r in c ip io d e u n terro r q u e n o tie n e fin . Para n u e s tr o a s is te n te , s in e m b a r g o , « en la p e r c e p c ió n d e a q u e llo q u e h a y q u e e li­ m in a r e stá s ie m p r e p r e s e n te la i n t e n c i ó n d e e lim in a r lo » .64 L a « a lie n a c ió n » ,* e n c u y a e x p lic a c ió n se le h a e s c a p a d o s in q u e r e r e sta fra se, n o d e b e r ía e lim in a r s e e n tr e él y n o ­ s o tr o s , s in o h a c e r se e fe c tiv a c u a n t o a n te s , d e lo c o n tr a r io el I n s t it u t o se c o n v e r tir á e n u n a p a r o d ia d e lo q u e n o s o t r o s q u is im o s q u e fu e se . H . es u n h o m b r e m u y d in á m ic o , m u y a c tiv o , es p o s ib le q u e h a y a a p r e n d id o a lg o d e n o s o t r o s , s o b r e t o d o d e u s te d , p ero e v id e n t e m e n t e e s to p o c o t ie n e q u e v er c o n la e x p e r ie n c ia d e lo s o c ia l. A s i m is m o , la fi­ lo s o f ía d e la q u e él se h a c e e c o s ó lo s u e n a p a r e c id a . B a sta c o m p a r a r la «tesis fu n d a -

* Ju ego d e palabras: «E ntfrcm dung» significa «alienación» en su acepción filosófica, pero ta m b ién « d istan ciam ien to», «ruptura de una relación». Lo q ue habría q ue hacer efectivo lo an­ tes p o sib le es, p u es, este d ista n cia m ien to . (N . d e l T.)

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CARIAS

m en tal» m arcian a, q u e c o n stitu y e la base tic su a r tíc u lo , c o n la c a u telo sa fo rm u la c ió n en form a d e o r a c ió n c o n d ic io n a l q u e u sted o frece d e la m ism a e n la «M etacrítica».6S A q u í la d iferen cia d e to n o es esen cia l. Por lo q u e a m í resp ecta, la p ro fu n d a aversión q u e m e p ro d u c e , y q u e u sted c o n o c e b ie n , ha h e c h o q u e haya h a b la d o c o n él e n c o n ­ tadas o c a sio n e s, y n u n c a a s o la s /’6 Su a r tíc u lo n o c o n tr ib u y e a m o d era r e n m í e ste s e n ­ tim ie n to . P u ed e q u e H . ten g a p o r d e la n te u n a b rillan te carrera c o m o escritor, p ero al In stitu to s ó lo p od ría traerle g ra n d es p erju icio s. Z a n je m o s d e fin itiv a m e n te esta situ a ­ c ió n e in v ité m o sle a m ig a b le m e n te a superar y realizar su filo so fía e n otra parte. D is c u lp e la e x te n s ió n d e esta carta c o n tan tas citas y r e p e ticio n e s, h u b iese d e b id o abreviarla. S ig o s in tié n d o m e igual d e c a n sa d o . S a lu d e u sted a G retel y n o to m e a m al q u e n o m e g u ste H . H a sta p r o n to . C o n to d o m i afecto M ax

(M a id o n le desea lo m ejo r y le m a n d a co rd ia les sa lu d o s.)

P. S. C u a n d o escrib í esta carta, d e c id í q u e se la en tregaría c u a n d o llegase a F ranc­ fort, para q u e c o n stitu y e se la base d e n u estra c o n v e r sa c ió n . Pero c u a n d o le í la p rim era parte d el e stu d io sob re lo s e s tu d ia n te s ,67 m e p a reció m ejo r en viársela, d e m o d o q u e a m i llegada u sted ya h aya r e flex io n a d o sob re to d o esto . H a sta el m o m e n t o so la m e n te c o n o z c o la in tr o d u c c ió n . S us tesis s o n m u y p arecid as a las d el a r tíc u lo p u b lic a d o e n la P h ilo so p h isc h e R u n d sc h a u . La palabra « revolu ción » h a sid o su stitu id a , p r o b a b le m e n ­ te por la in flu e n c ia d e u sted , p or la ex p resió n « tra n sfo rm a ció n d e la d e m o cr a c ia fo r­ m al e n d em o cra cia m aterial, d e la d e m o cr a c ia lib eral e n d e m o cr a c ia social»;68 p ero es m u y p o c o p rob ab le q u e el lec to r m e d io im a g in e q u e el « p oten cial» q u e h a d e h acerse e fectiv o p o lític a m e n te p u e d a realizarse c o n m é to d o s d e m o c r á tic o s. P u es si «las c a d e ­ nas d e la so c ie d a d b u rg u esa ... m a n tie n e n al p u e b lo e n u n a c o n s titu c ió n liberal», ¿có m o p o d ría pasar, s in o m e d ia n te la v io le n c ia , a la lla m a d a so c ie d a d p o lític a , para la q u e seg ú n H . está «m a d u ro d e sd e h a ce tiem p o » ? 68 S em eja n tes c o n c lu sio n e s n o p u e d e n ten er cabida en el in fo r m e d e in v e stig a c ió n d e u n In stitu to q u e v iv e d e lo s fo n d o s p ú ­ b lico s d e esta so c ie d a d q u e e n c a d e n a al p u e b lo . Igu al d e r id íc u lo es q u e , tras seten ta p áginas m eca n o g ra fia d a s d e a firm a cio n es ca teg ó rica s, se a n u n c ie q u e «resu ltados m ás co n creto s» só lo p u e d e n esperarse «de la in v e stig a c ió n p r o p ia m e n te d ich a , basada en las en trevistas en p r o fu n d id a d realizadas a 171 e stu d ia n te s rep resen tativos d e la U n i­ versidad J o h a n n W o lfg a n g G o e th e » .69 S o y p e r fe c ta m e n te c o n s c ie n te d e c u á n to e m p e ñ o y am o r h a p u e sto u sted para lo ­ grar q u e, p ese a to d o , el In stitu to p u e d a sen tirse o r g u llo so d e este e stu d io , y a u n q u e h e le íd o m u y p o c o , m e d o y c u e n ta d e q u e h a d eja d o atrás la resp etab le p r o d u c c ió n so c io ló g ic a . Pero n o p o d e m o s p erm itir q u e la falta d e ca u tela d e e ste a sisten te llev e al In stitu to a la ru in a. E n el a rtícu lo d e la R u n d sc h a u h a exp resad o d e form a a b so lu ta ­ m en te in e q u ív o c a q u é espera d e la in v e stig a c ió n social: preservar su «filo so fía rev o lu ­ cion aria d e la h isto ria asegurada e m p ír ic a m e n te » .70 S u yo M .)

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n 1KOOOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

TsD/M H A: VI 3.56. 1 lürccn I labcrmas, «Zur philosophischen Diskussion um Marx und den Marxismus», en: Philosophischr Rundschau, 5, 1957, 3 /4 , pág. 165 y sigs.; recogido en: Habermas, Theorie und Praxis. SoznüphUosophische Studien, Neuwied, Berlín 19672, pág. 261 y sigs. Citado según la primera publicación. Jürgen Habermas (nacido en 1929, filósofo y sociólogo, profesor en H eidelbcrg en 1961, profesor en Francfort de M eno entre 1964-1971 y 1983-1994, director del Instituto Max Planck de Starnberg entre 1971 y 1983) fue asistente en el Instituto de Investiga­ ción Social de 1956 a 1959. ' Nota manuscrita de Adorno: «?». (Estas notas manuscritas han sido extraídas de la carta conservada en el Archivo de Adorno.) 3 Nota manuscrita de Adorno: «pero esto es bueno». 4 Nota manuscrita de Adorno: «?». s Nota manuscrita de Adorno: «nosotros tam poco pensamos de una forma tan simple». (' Nota manuscrita de Adorno: «?». Habermas, 1. c., pág. 192 y 217. ,s Ib id., pág. 183. K) Ibid.s pág. 192: «Por una parte, la crítica está interesada “prácticamente” en la superación de la realidad existente, y su m ovim iento sólo puede determinarse a partir de este interés: en este sentido, la teoría de la revolución constituye la doctrina de las categorías de la crítica. Por otra parte, ese interés abre un punto de vista, y no un ámbito, que podría explicitarse con los medios del análisis trascendental; en este sentido, la crítica siempre debe acercarse científica­ m ente a lo que quiere saber.» lü Ibid., pág. 206: «(...) (en Merleau-Ponty) no está probada sociológicam ente - y de qué otro m odo si n o - la aptitud del proletariado para convertirse en el portador de la revolución.» 11 Ibid., pág. 2 3 2 y sigs.: «Pero si se explica sociológicam ente, esto es, de manera conse­ cuente y concreta, la necesidad de la deform ación naturalista que el Materialismo histórico su­ pone precisamente en las cabezas de la clase que ha de hacerlo realidad, se pondrá de manifiesto la problemática de la conciencia de clase del proletariado, la problemática de su función y de su dialéctica.» 12 Ibid., pág. 227: «En la medida en que la oposición (en Polonia) apela al origen del M ate­ rialismo histórico, su crítica m etodológica del “dogm atism o” se aproxima a un historicismo po­ sitivista que es inconciliable con el partidism o de una filosofía materialista, sea cual sea su ver­ sión.» 13 Ibid., pág. 230. 14 Ibid. , pág. 231. 15 N ota manuscrita de Adorno: «en esto coincido con Max». 16 Habermas, 1. c., pág. 233. 17 Ibid., pág. 234 y sigs. 18 «Dialektik der Rationalisierung», en: M erkur, n° 78, 1954. 19 Habermas, “Zur philosophischen D isk u ssio n ...”, 1. c., pág. 233: «¿No debería la autoconciencia de la especie emanar de una reacción contra la falsedad de la riqueza en el seno de una sociedad que ya ha desarrollado una elevada conciencia de sí misma, antes que de una reac­ ción contra la falsedad de una miseria en el seno de una clase cuya explotación física convierte de antem ano en azarosos todos los esfuerzos de la conciencia? ¿No debería ser el pauperismo en m edio del bienestar, antes que el pauperism o en m edio de la miseria, el que ofreciese la condi­ ción de posibilidad de m over a la masa de la población a medir lo que es con lo que puede lle­ gar a ser? ¿N o debería conducir una dialéctica de la falsa abundancia, antes que una dialéctica de la verdadera pobreza, a la reflexión del d om inio irracional? El grado de universalidad que la in ten ció n de una crítica inm anente confiere a esta cuestión no debería hacer olvidar que una respuesta aceptable sólo sería posible a partir de datos empíricos.»

CARTAS

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20 N ota manuscrita de Adorno: «seguramente no quiere decir esto». A Habermas, 1, c., pág. 193: «Marx distingue entre necesidad práctica y teórica. Ésta carac­ teriza a las categorías de la transformación social que se imponen 'objetivamente” por encima de las cabezas de los hombres, y que por lo tanto pueden calcularse y predecirse “exactamente con los m étodos de las ciencias naturales , mientras que aquélla caracteriza a las categorías de la transformación social que se im ponen a través de la voluntad y de la conciencia de los hombres, no objetivamente , y que por lo tanto sólo pueden calcularse y predecirse en sus condiciones objetivas de posibilidad, no en sí mismas.» 22 Ib id., pág. 167. 23 Ib id., pág. 209. 24 Ibid., pág. 234. 25 Ibid., pág. 192: «Ésta (la filosofía en tanto que dialéctica materialista) ha descubierto la apariencia de su autonom ía, que siempre le hizo creer que podía fundamentarse e incluso reali­ zarse a sí misma.» 26 M . H . cita a Anni Carlsson: “Christian Thom asius, ein Wortführer der Vernunft”, en: Nene Zürcher Zeitung del 2 3 .9 .1 9 5 8 , vol. 1 -C hristian Thom asius (16 5 5 -1 7 2 8 ), jurista y filó­ sofo, profesor en Halle desde 1964, ilustrado-. 27 Habermas, 1. c., pág. 201. 28 Habermas {i bi d, pág. 184) alude a la reformulación de Ludwig Landgrebe de la crítica de Marx a Hegel: «Así pues, no sólo es falsa la filosofía de Hegel, sino la filosofía en general: sólo libera a los hombres en la abstracción y no en la realidad. En tanto que tal, la filosofía no puede ser lo que pretende ser: liberación de los hombres.» 29 Nota manuscrita de Adorno: «sin duda». 30 Habermas, 1. c., pág. 177. 31 Ibid., pág. 223, nota: «La ciencia vive de la certeza de su realizabilidad, la filosofía de la incertidumbre, que se renueva perm anentem ente en virtud de la tensión irresuelta entre teoría y praxis, una tensión que sólo puede desaparecer con la superación de la filosofía en tanto que filosofía». 32 N ota manuscrita de Adorno: «muy bien». 33 Platón ya afirmó en el Banquete-. «Ningún dios es filósofo ni desea llegar a ser sabio: ya lo es» (23, 203). 34 N ota manuscrita de Adorno: «ésta es una categoría represiva». 35 Habermas, 1. c., pág. 170. 36 Ibid., pág. 195. 37 Ib id ., pág. 175: «Para el joven Marx, la dialéctica era esencialmente histórica, y una dia­ léctica de la naturaleza, independiente del m ovim iento de la sociedad, era com pletam ente in­ concebible. La naturaleza sólo tenía historia en relación con los hombres, el hombre sólo en re­ lación con la naturaleza. La crítica remite siempre a la revolución; no hay nada que no haya de poder encontrar críticamente su lugar en el marco de la teoría de la revolución del Materialis­ m o histórico, incluida la naturaleza.» 38 Ib id ., pág. 219: «Trabajo significa intercambio material de los hombres con la natura­ leza.» 39 Ibid., pág. 219: «El trabajo se convierte en dom inación, y no sólo en lo que se refiere a las relaciones entre quienes se ocupan del trabajo. Esta dom inación, com o toda forma de vio­ lencia, conserva el recuerdo de su falsedad, aunque sea una falsedad existente.» 40 N ota manuscrita de Adorno: «?». 41 Habermas, 1. c., pág. 234. 42 Ib id ., pág. 174. 43 Ibid., pág. 205. 44 Marx, Engels, «Manifest der Kom m unistischen Partei», en: Marx, D ie Frühschrifien, ed. Siegfried Landshut, Stuttgart 1953, pág. 560.

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45 Ibid., pág. 538. 46 Marx: «Aus den Deutsch-Franzosischen Jahrbüchern. Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie», en: D ie Friihschriften, 1. c., pág. 224. 47 N ota manuscrita de Adorno: «N(ota) B(ene)». 48 Gamal Abd el Nasser (1 9 1 8 -1 9 7 0 ), político egipcio, 1 9 5 8 -1 9 6 1 . Presidente de Egipto. 49 Abdel-Kerim Kassem (1914 ó 1 9 1 7 -1 9 6 3 ), general iraquí, en 1958 dirigió el golpe de Estado contra el rey Faisal II, después fue primer ministro y en la práctica un autócrata, en 1963 él también fue víctima de un golpe de Estado militar. Véase tam bién nota n° 63. 50 N ota manuscrita de Adorno: «sí». 51 Habermas, 1. c., pág. 192. 52 Habermas, 1. c, pág. 182. 53 N ota manuscrita de Adorno: «sí». 54 N ota manuscrita de Adorno: «¡conclusión precipitada!». 55 N ota manuscrita de Adorno: «bueno...». 56 N ota manuscrita de Adorno: «cuidado». 57 N ota manuscrita de Adorno: «¡No, incierto!». 58 N ota manuscrita de Adorno: «no». 59 Los estudiantes y los docentes de la RFA se habían m anifestado en mayo contra las ar­ mas nucleares. Habermas escribió un artículo: «Unruhe erste Bürgerpflicht», en: Diskus. Frank­ fu rter Studentenzeitung, 8, 5, junio de 1958, pág. 2. 60 Alusión al coloquio «Gesellschaft, Praxis, W issenschaft. Was kann Soziologie heute ftir W irtschaft und Verwaltung leisten?», celebrado el 2 5 .4 .1 9 5 8 en el Instituto de Investigación Social. -N o ta manuscrita de Adorno: «pero esto es (...)» (palabra ilegible)—. 61 Posible referencia a Habermas, “Unruhe erste Bürgerpflicht”, 1. c., pág. 2: «Esa protesta ha obedecido a m últiples m otivos, tantos que un solo individuo ni puede ni sabe interpretarlos todos. Pues en ella han protestado individuos, no organizaciones.» 62 Véase carta del 2 6 .5 .1 9 3 6 , nota n° 5. 63 En el golpe de Estado militar de julio de 1958 fue asesinado el monarca prooccidental Faisal II. Los golpistas eran partidarios del m ovim iento panarábigo de Nasser. Véase nota n° 49. 64 Habermas, “Zur philosophischen D isk ussion ...”, 1. c., pág. 181: «Así pues, el análisis de la alienación es en todo m om en to un análisis de su superación. Pero no porque la constatación de la alienación diese lugar a la consideración de su superación, sino porque en la percepción de aquello que hay que eliminar está siempre presente la intención de eliminarlo.» 65 Adorno, M etakritik der Erkenntnistheorie. Studien über Husserl u nd die phanomenologischen A ntinom ien, Stuttgart 1956; citado en Habermas, 1. c., pág. 214: «Si la época de interpre­ tar el m undo ha pasado y de lo que se trata es de transformarlo, entonces la filosofía dice adiós. ... N o es hora de la Filosofía primera, sino de la última.» 66 N ota manuscrita de Adorno: «tener en cuenta». 67 Jürgen Habermas, Ludwig von Friedeburg, C hristoph Oehler, Friedrich W eltz, Student u n d Politik, N euw ied 1961. Habermas escribió la primera parte de este estudio, “Reflexionen über den Begriff der politischen Beteiligung”. 68 Ibid., pág. 55. 69 C itado según el manuscrito; el texto publicado ofrece una form ulación m uy distinta. 70 H abermas, “Zur philosophischen D iskussion...”, pág. 182: «Q ue Marx no entendió sufi­ cien tem en te a H egel, y que éste ya anticipó cuanto la posterior crítica de Marx creyó haber des­ cubierto en él, este tabú preserva contra la problemática específica de una filosofía revoluciona­ ria de la historia asegurada em píricamente.»

>) rhfthlop W. Adorno o M n x Uorkheifticr

(l'nimlort de Meno, 14.2.1965) M ax: A u n q u e a n in g u n o tic los d o s n o s repugnaría ese g esto oficial al q u e alu d e la palah ia «hom enaje»* para tu an iversario yo n o podría escribir un artícu lo q u e p reten d iese ser o b je tiv o . I*n una a m ista d d e m ás d e cu aren ta a ñ o s, nuestras vidas se lian u n id o basta tal p u n to q u e la p reten sió n de q u e el tin o p u d iese d ecir algo del o tro al m argen d e la a m istad negaría ju sta m en te a q u e llo q u e se trata de expresar, la existen cia c o m ú n . N o hay nada q u e p u ed a m o d ifica rla , n in g ú n rasgo p sic o ló g ic o , n in g ú n a n ta g o n ism o d e in tereses, n in g u n a d iferen cia d e caracteres. Yo h e se n tid o tu solidaridad; p ro ced en ­ te de la p o lítica , este c o n c e p to se ha in filtra d o en la esfera privada, y agrad ezco que haya b u sca d o refu gio en ella. A q u e llo q u e c o n fir ió su p od er sob re n o so tro s al c o n c e p ­ to d e so lid arid ad se ha id o d e sv a n e c ie n d o , ju n to c o n la p o sib ilid a d de e sp o n ta n eid a d , en la p o lítica . Pero su recu erd o sig u e v iv o en ti. N o so tr o s, tú y y o , n o h e m o s su c u m ­ b id o a la ilu sió n d e q u e lo p riv a d o , lo a islad o, p od ría lograr lo q u e la esfera p ú b lica n o ha p o d id o co n seg u ir; n o e n u n a é p o c a q u e se d isp o n e a liq u id ar la esfera privada. Y a u n q u e ésta, en ta n to q u e o b stin a c ió n en lo particular, haya p o d id o m erecer esta suer­ te, lo q u e d e c lin a ta m b ié n p u e d e ten er su parte d e razón frente a lo q u e se im p o n e . A trasada c o n resp ecto d e la irresistib le ten d e n c ia h istórica, su im p o te n c ia encarna al m is m o tie m p o la resisten cia con tra el p od er totalitario de lo q u e es. N u estra am istad ha id o d esd e el prim er d ía e n esta d ir ec c ió n , a u n q u e n o so tro s n o h ayam os sid o c o n s­ cien tes d e ello. Por eso n o s sería im p o sib le separar claram en te el trabajo o b jetiv o d e lo privado. Parece m en tira q u e vayas a cu m p lir seten ta añ os. C o n esto n o q u iero decir q u e n o h a y a m o s en v ejecid o . Pero el im p u lso q u e una vez n o s u n ió se resiste a hacerse ad u lto. T ú y y o p e r m a n ec e m o s ligad os a d o s fases d istin ta s del desarrollo in fan til; y o a la del n iñ o b u e n o y o b e d ie n te , del q u e a cced e a la libertad del p en sa m ie n to in d e p e n d ie n te y a la o p o s ic ió n a través d e la d o c ilid a d . T ú has co n servad o m ás b ien algo del m u ch a ­ c h o reb eld e y con trario a tod a reg la m en ta ció n d e la vida q u e en cu en tra en el p en sa­ m ie n to u n a form a d e su b lim ar su ren iten cia. E sto co n tra d ice la im a g en de venerab ilid a d q u e evoca esa fech a. D e h e c h o , recu erd o c o m o si fuera ayer aquel d ía de d i­ ciem b re d e 1 9 3 5 e n el q u e v o lv im o s a en co n tra rn o s en París d esp u és d e n o h ab ern os v isto en u n par d e a ñ o s, la ú n ic a v ez q u e e stu v im o s separados d u ran te ta n to tiem p o . T ú caracterizaste el In stitu to d e In v estig a ció n S ocial, al q u e a n tic ip á n d o te sab iam en te a lo s a c o n te c im ie n to s trasladaste p rim ero a Suiza y d esp u és a A m érica, d o n d e g o zó de la p r o tec c ió n d e la U n iv ersid a d d e C o lu m b ia , c o m o u n gru p o d e jó v en es in telectu a ­ les, a u n q u e en aq u el m o m e n to ya ten ías cu aren ta añ o s de edad. C o m o e n to n c es, h o y ta m p o c o crees p erten ecer a esa g eron tocracia q u e se d e n o m in a a sí m ism a «república de los sabios». S eg u ra m en te tú , al igual q u e y o , jam ás te sen tiste atraído p or el d e n o ­ m in a d o « M o v im ie n to d e la ju ven tu d »

(Jugendbewegung)\

ta m p o c o negaste el m o m e n ­

to d e ca d u cid a d d e la vid a, la h istoria natural d el su frim ien to , q u e el in d iv id u o perci-

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be a m ed id a q u e en v ejece. S in e m b a r g o , para seg u ir r e c o n str u y e n d o lo s h e c h o s , tú siem p re tu v iste a lg o d e a tem p o r a l, a lg o q u e n o en cajab a ni c o n el t ó p ic o d e la in e x p e ­ riencia d e la ju v e n tu d ni c o n la seren a m ad u re/, q u e le sig u e . La p rim era v e z q u e te vi en el se m in a r io d e p sic o lo g ía d e A d h é m a r G c lb , tú , o c h o a ñ o s m a y o r q u e y o , n o m e p areciste u n e stu d ia n te ; m e p a reciste m á s b ie n u n jo v e n s e ñ o r d e fa m ilia a c o m o d a d a q u e gu ard ab a las d ista n c ia s c o n la c ie n c ia . C a r e c ía s d e esa d e f o r m a c ió n p r o fe s io n a l d el in telectu a l q u e c o n fu n d e d e m a sia d o fá c ilm e n te su o c u p a c ió n e n las co sa s d e l e sp ír itu c o n la realidad. S ó lo q u e las id ea s q u e ex p resa b a s eran tan a certa d a s, a g u d a s y sob re to d o in d e p e n d ie n te s , q u e n o tard é e n creer q u e e sta b a s p o r e n c im a d e la esfera d e la q u e, im p e r c e p tib le m e n te , te m a n te n ía s m á s b ie n al m a r g e n . E n o tr o s e m in a r io h ic iste una e x p o s ic ió n r e a lm e n te b r illa n te , creo q u e so b r e H u sse r l, c o n q u ie n h a b ía s e stu d ia ­ d o u n par d e sem estres. M e d ir ig í e s p o n t á n e a m e n t e a ti y m e p r e se n té . D e s d e e n t o n ­ ces h e m o s e sta d o ju n to s. U n a d e las p rim era s c o sa s q u e m e lla m a r o n la a te n c ió n d e ti fu e tu d is tin c ió n a lg o exagerad a, q u e n o se c o r r e s p o n d ía n i c o n el c o m p o r t a m ie n t o d el típ ic o b u r g u é s n i c o n el d e lo s d e m á s e s tu d ia n te s . T u r o str o , sin e m b a r g o , era apa­ s io n a d a y a sc é tic a m e n te e n ju to . P arecías u n

gentleman,

y u n f u g it iv o d e n a c im ie n to .

T u fo rm a d e v id a era aco rd e c o n e sto . P r o n to b u sc a ste c o n F red P o llo c k u n a casa en K ro n b erg , en la q u e v iv ía is retira d o s, p ero c o n u n a p r o fu n d a a v e r sió n a las h a b ita c io ­ n es a m u e b la d a s. T ú n o s ó lo c o n o c is t e la d u reza d e la v id a , s in o ta m b ié n su s c o n tr a d ic c io n e s . A p e ­ sar d e h a b er c o m p r e n d id o m e jo r q u e n a d ie a q u e llo q u e la m u e v e y d e a n h e la r o tra c o sa , te p r o p u siste y lo g ra ste a firm a rte a ti m is m o , p e r o s in cap itu la r. C o n o c e r a f o n ­ d o el p r in c ip io d e a u to c o n s e r v a c ió n y arrancar a e ste c o n o c im ie n t o la p r o p ia a u t o c o n se r v a c ió n - e s t a p arad oja e stá p e r s o n ific a d a e n t i - . D é c a d a s d e s p u é s , y a e n la e m ig r a ­ c ió n , d ijiste a lg o q u e n u n c a p u d e olvid ar: el d e s tin o d e lo s q u e n o s h e m o s sa lv a d o era el c a m p o d e c o n c e n tr a c ió n . E stas p alab ras e stá n e n ín tim a r e la c ió n c o n tu c a p a c id a d para so b rev ivir. F ilo s ó fic a m e n te e m p a r e n ta d a c o n ella s e stá esa p a ra d o ja d e q u e tú , casi c o m o u n ilu str a d o d el s ig lo XVIII, r e n u n c ia ste a la e sp e r a n z a m e ta fís ic a , p ero n o c e le b r a n d o c u a n to d e c ie r to y s e g u r o h a y e n e s te m u n d o , s in o c o n e l m á s p r o fu n d o d o lo r. P u es lo q u e sie m p r e te h iz o a r r em e te r c o n tr a la m e ta fís ic a p o s itiv a era ta m b ié n d e m e ta fís ic o , in sp ir a d o p o r esa p o s ib ilid a d c o n tr a la r e a lid a d q u e tú esp era b a s y e sp e ­ ras d e c a d a m o m e n t o . N o o b s ta n te , u n p o d e r o s o ta b ú te p r o h ib ió m e z c la r lo real c o n lo p o s ib le ; e n esta m e d id a se g u is te s ie n d o , p e s e a n u e s tr o q u e r id o H e g e l, k a n tia n o . T u s p a d res to d a v ía o b se r v a r o n la le y ju d ía ; e n t a n to q u e h ijo d e p a d res ju d ío s , tú aca­ ta ste la p r o h ib ic ió n d e fo rm a r te u n a im a g e n d e D i o s y la h ic is t e e x te n s iv a a la p r o m e ­ sa d e su r e lig ió n , la esp era n za . E se rasgo e s c é p t ic o d e tu n a tu r a l e n tu s ia s ta ta n d ifíc il d e c a p ta r e n c o n c e p t o s d e b is te d e a d q u ir ir lo e n tu ju v e n tu d . D u r a n te s ie te a ñ o s trab a­ ja ste c o m o c o m e r c ia n te , p o r tu o r ig e n e sta b a s d e s tin a d o a h a c e r te c a r g o d e las fábricas d e tu p a d r e . T a n e s e n c ia l e n ti es el h e c h o d e q u e , r e b e lá n d o te c o n tr a el m u n d o d e los n e g o c io s , r e p u d ia s e s to d a esa h e r e n c ia , c o m o e l q u e c o n se r v a se s la c o n c ie n c ia c o n c r e ta d e l p r im a d o d e la e c o n o m ía e n la s o c ie d a d e x is t e n te para c o n v e r tir la e n o b j e to d e re­ f le x i ó n c ie n t íf ic a . E l c o s m o p o l i t i s m o , c o n tr a r io al p r o v in c ia n is m o a le m á n , ta m b ié n se lo d e b e s s e g u r a m e n t e a lo s a ñ o s d e a p r e n d iz a je e n lo s p a íses o c c id e n t a le s . S e h a d i c h o m u c h a s v e c e s q u e q u ie n h a v is t o q u e b r a r se s u e sp e r a n z a - y s ó lo q u e -

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CARIAS

brada, en ta n to q u e im p u lso secreto del p en sa m ien to , n o entera, p u ed e tener todavía algún e fe c t o -, m a n tie n e una relación en fática c o n la felicid ad , q u e n u n ca m ás ha de volver. Lo q u e m e fascin ó d e ti fue q u e, d esd e el prim er día, ligaste la idea d e una or­ gan ización racional d e la socied ad c o n el p ro fu n d o respeto hacia la felicidad de cada in d iv id u o , sin hacerte eco de esa ren u n cia q u e ha m a n cillad o el c o n c e p to d e p ro fu n ­ didad filo sófica a lo largo de tod a su historia. D e nuestra prim era ép oca se m e h an q u ed ad o grabadas d o s cosas q u e han ejercid o en m í una in flu en cia p ed agógica m ayor que to d o aq u ello q u e ap ren d í y para lo q u e fui ed u cad o. E n una o p o rtu n id a d habla­ m os de un filó so fo q u e, a pesar d e p adecer una parálisis progresiva, sig u ió trabajando hasta el final d e sus días c o n una en ergía d ign a de ad m iración , d icta n d o sus escritos m ed ia n te señales hechas c o n el d e d o , el ú n ic o m iem b ro q u e n o había sid o afectado por la en ferm ed ad . C o n fo r m e a la c o stu m b re burguesa, y o subrayé q u e esa parálisis n o p od ía haber sid o causada p or la sífilis. T ú resp on d iste b ru scam en te q u e esto daba c o m p le ta m e n te igual, q u e en el caso d e q u e el paralítico se h u b iese co n ta g ia d o , eso n o restaba valor ni a su persona n i a su obra. T u reacción m e h izo com p ren d er in m ed ia ­ ta m en te la vieja falsedad in h eren te al d esp recio d el placer, q u e d esp u és se convertiría en u n o d e n uestros m o tiv o s teóricos. E n otra o p o r tu n id a d con versam os sobre c u e stio ­ nes d e so cia lism o . Yo, d e s c o n o c ie n d o tod avía su teoría, dije: só lo c o n q u e fin a lm en te llegase el turno d e lo s o tros, de los hasta ahora d esfavorecid os, cabría hablar ya d e jus­ ticia. T ú objetaste: só lo si la to ta lid a d se tran sform ase, n o si su in ju sticia adqu iriese una n ueva form a, p o d ría m o s con sid erar d eseab le la tran sform ación . El curso del m u n d o te ha d ad o la razón. H e ap ren d id o d e ti q u e la p o sib ilid a d d e querer lo otro n o tien e por q u é pagarse c o n la ren u n cia a la p rop ia felicid ad . E sto ha librado a las con sid era cion es teóricas sobre la totalid ad social d e ser v íctim a d e ese rencor q u e de o tro m o d o las en ven en a, h acién d olas recaer en el h e c h izo de lo siem p re igual. Lo q u e a n o so tro s n o s llevó a la filo so fía n o fu e n i el interés p or la cu ltu ra n i por el m é to d o c ien tífico . N u estra reflexión filo só fica ta m b ién se o c u p ó d e tem as q u e, se­ g ú n las reglas de ju eg o d e la d iv isió n del trabajo, p erten ecían a la so c io lo g ía o a la p si­ co lo g ía social. N u n c a creim os q u e la teoría de la so cied a d p u d iese ser todo: ese to d o , en el q u e tie n d e a con vertirse la so cied a d , es antes b ien lo n o verdadero. Pero nuestras vidas n o transcurrieron d e form a paralela. M ás b ien llegaron a converger. E n ti, lo pri­ m ero d e to d o fu e la in d ig n a c ió n por la in ju sticia. La tran sform ación d e esta in d ig n a ­ c ió n en c o n o c im ie n to , y ante to d o la reflexión sobre u n a form a d e praxis qu e, c o n fo r­ m e a su p ro p io c o n c e p to en fá tico , ha d e form ar u n a u n id a d c o n la teoría, te llevó a co n ceb ir la filo so fía c o m o la ren u n cia in flex ib le a la id e o lo g ía . Yo, en ca m b io , por ori­ gen y por m i tem p ran a e v o lu c ió n , fu i artista, m ú sic o , pero siem p re m e sen tí im p u lsa ­ d o a exam in ar teó r ica m e n te el arte y su p o sib ilid a d en el p resen te, u n im p u lso que ta m b ién p reten d ía registrar u n m o m e n to o b je tiv o , el p r e sen tim ie n to d e la in su fic ie n ­ cia d e la in g e n u a a ctitu d estética frente a las ten d en cia s d e la so cied a d . T u

dégóut p o lí­

tico por el cu rso d el m u n d o n o tardó en con verger c o n el m ío , q u e a m í m e rem itió a una m ú sica con traria a cu alq u ier tip o d e c o m p lic id a d c o n el m u n d o . Pero la ten sió n entre los extrem os d e los q u e n o so tro s p ro ced ía m o s n o se d isip ó , sin o q u e fue fru ctífe­ ra para a m b os. Yo desarrollé a tu lad o una c o n c ie n c ia in telectu a l q u e m e im p id ió o lv i­ dar q u e la praxis, la realización d el p e n sa m ie n to , es u n m o m e n to d e la filosofía. El es-

m M m o Q u tÁ

BWLWWCA C m M Á Í,

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tcticism o n o es algo exterior al arte, n o es su p e c a d o origin al: s ó lo q u ie n e s n o e n tie n ­ d en nada d e arte lo con sid eran así. El e ste tic ism o a c o m p a ñ a al arte m ism o , precisa­ m en te allí d o n d e éste persevera e n su crítica m ás rigurosa, m ás pura, del curso del m u n d o . T ú m e libraste de caer en el e ste tic ism o , pero n o m e d ia n te un c a m b io de m en ta lid a d , sin o m ed ia n te la fuerza d e u n a a m p lia c ió n d e la c o n c ie n c ia . S eg u ra m en ­ te, y o he reforzado en ti el rasgo a n tip o sitiv ista , e sp e cu la tiv o , así c o m o las reservas contra una praxis q u e, para realizarse en el m u n d o , se v e o b lig a d a a h acerle m ás c o n ­ cesio n es d e las q u e debería; y te h e c o n v e n c id o d e la im p o r ta n c ia d e la e x p o sic ió n te ó ­ rica, d e la form a d e la filo so fía . T a m b ié n tú , c r ític o d e la m ala u n iversalid ad , p reten ­ des p ro fu n d izar en lo particular. Pero el p elig ro o p u e s to al e sté tic o es entregarse p recip ita d a m en te a la a c c ió n sin a ten d er en lo m ás m ín im o a lo c u a lita tiv a m en te d is­ tin to . T ú has h e c h o q u e vu elv a a reparar en to d o el p e so d e la n e g a tiv id a d q u e el arte, p o r su sim p le form a, en ta n to q u e p r o d u c c ió n d e im á g e n e s, se sie n te te n ta d o a trivializar: sin u n m o m e n to n ih ilista , la u to p ía es u n ju e g o in o fe n siv o . Yo te h e h e c h o ver, ésta es al m e n o s m i im p r e sió n , q u e sin su m o m e n t o tra sc e n d e n te la u to p ía carecería d el m ás m ín im o c o n te n id o d e verd ad . El carácter in a g o ta b le d e la te n sió n q u e n o s h e ­ m o s esfo rzad o p or red u cir d u ra n te to d a la v id a se d eb e, si se m e p e r m ite la ex p resió n , al h e c h o d e q u e ella m ism a es la verd ad in esta b le y frágil q u e n o so tr o s h e m o s in te n ta ­ d o en v a n o form ular. T u carácter está m a rca d o p o r tu d o b le ta le n to , teó r ico y p rá ctico , d e fo rm a sim ilar a c o m o el m ío lo está p o r el a rtístico y el reflexivo. E n n a d ie h e v isto d esarrollad os d e fo rm a tan eq u ilib ra d a e sto s d o s a sp e c to s, q u e p sic o ló g ic a m e n te su elen exclu irse entre sí. Tu ideal d el y o es el d e su r e co n cilia c ió n : n o dejarse d iv id ir e n ta n to q u e su jeto v iv o , n o d efo rm a rse a c o n s e c u e n c ia d el d esarrollo u n ilateral d e d eterm in a d a s cu a lid a ­ d es a co sta d e las q u e d ifie r en d e ellas. T u p ecu lia rid a d estrib a se g u r a m e n te e n la u n i­ d ad d e esta d u p lic id a d . Q u isie r a d e n o m in a r la p o d e r d e id e n tific a c ió n . Es lo con trario d el p e n s a m ie n to q u e id e n tific a , s u b s u m e y eq u ip a ra to d o a sí m ism o ; es la cap acid ad d e h acerse igu al a lo o tr o , a lo q u e su fre. D e a h í tu in c lin a c ió n p o r S ch o p en h a u er. P ero esta c a p a cid a d ta m p o c o c o in c id e c o n lo q u e se lla m a e m p a tia . T ie n e su lugar d e ­ b ajo d el y o y d e su rígid a o r g a n iz a c ió n , es u n a c a p a c id a d m im é tic a , tan g e n u in a q u e p ro v o ca tu aversión a to d a a p a rien cia d e m im e sis , a to d a teatralid ad , u n a aversión q u e p o r lo d e m á s está em p a re n ta d a c o n la q u e sie n te s p o r el e sp ír itu q u e se en trega a la es­ fera d e la c ir c u la c ió n . T ú eres cap az d e tra n sfo rm a rte r e a lm en te e n o tro , e n o tro ser v iv o , d el m is m o m o d o q u e e n o c a s io n e s aú llas c o m o u n perro c o n le n to d ecrescen d o . La tern u ra q u e te h a ce a p to para se m e ja n te s artes es m e ta p sic o ló g ic a ; sim ilar a aquella q u e el e sp ír itu o lv id ó e n el p r o c e so d e su a u to n o m iz a c ió n y q u e e n lo s h o m b res, c o m o p r o b a b le m e n te e n lo s a n im a le s, ya s ó lo c o r r e sp o n d e a ó r g a n o s físico s. La m ism a tern u ra ex p resa tu in c o n d ic io n a lid a d . C u id a d o s a m e n te , c o m o b u e n su a b o , llegas s ie m p r e h asta el e x tr e m o , p ero c o n se r v a n d o e n n e g a c ió n d e ter m in a d a , so lid a rio c o n t o d o lo q u e se m u e v e , c o n lo q u e q u ie r e vivir. N o has p e r m itid o q u e la e d u c a c ió n te im p id a p e r c ib ir el m u n d o c o m o lo h a c e la criatura e n la q u e é ste se en sañ a. A m u c h o s d e tu s e n e m ig o s les h as h e c h o fre n te h a c ié n d o te igu al a e llo s, r e a cc io n a n d o c o m o ello s; d e e ste m o d o lo s h as d e sa r m a d o . Para e sto se n e c e sita u n y o m u y fu erte y al m is­ m o t ie m p o m u y fle x ib le , q u e resista y q u e ced a a la vez. E n a je n á n d o te te has con ser-

CARTAS

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vad o a ti m ism o . A veces te n g o el s e n tim ie n to d e q u e la fortaleza d e tu y o p ro ced e d e la resisten cia a e lim in a r la in c lin a c ió n a lo d ifu so , a lo n o racion alizad o p o r la cu ltu ra. E n u n a o c a sió n m e d ijiste q u e y o percibía a los a n im a les c o m o p erson as, y tú a las personas c o m o los a n im a les. H a y a lg o d e eso. El m o v im ie n to co n tra rio p o d ría llegar a ser p r o d u c tiv o en nu estra p ró x im a c o n v e r sa c ió n . T u c o n c e p c ió n d e lo in d iv id u a d o c o m o u n ser se ñ a la d o p o r la m u erte, c o m o u n ser q u e se agita im p o te n te , es p ro b a b le­ m en te la resp o n sa b le d e eso en tu filo so fía q u e, d e a cu erd o c o n los este r e o tip o s e sco la ­ res, recib e el n o m b r e d e m a teria lism o . É ste se d iferen cia d e to d o s lo s m a teria lism o s corrien tes y vu lgares en q u e n o tie n e a b so lu ta m e n te n a d a d e m a lic io so . Eres p erfecta ­ m en te c o n s c ie n te d e q u e la esp eran za se aferra a lo c o n c r e to , a lo in d iv id u a d o o , c o m o gustaba d e d ecir n u estro q u erid o Karl H e in z H a a g , a lo «irrepetible». Pero en ti, esta c o n c ie n c ia refuerza la so sp e ch a d e q u e to d o es v a n o , d e q u e a q u ello d e lo q u e se ali­ m en ta la felicid a d y la verd ad n o es. T ú has a b so rb id o el im p u lso u tó p ic o e n el esp íri­ tu crítico sin hacer n in g ú n tip o d e c o n c e sio n e s , sin n in g ú n tip o d e c o n s u e lo afirm ati­ v o , in c lu so sin el q u e p r o p o r c io n a la c o n fia n z a en el fu tu ro , q u e n o p o d ría rem ed iar el su frim ie n to p asad o. A lo q u e y o n o h e p o d id o re sp o n d e r sin o p r e g u n ta n d o si la in fle ­ x ib ilid a d q u e te im p u lsa e n tal d ir e c c ió n n o recib e acaso su c o n te n id o p recisa m en te d e a q u ello q u e ex clu y e. U n a d e las m u c h a s p reg u n ta s a las q u e ta m p o c o h e m o s sa b id o dar respuesta. El m a teria lism o q u e d esarrollaste e n tu s gran d es en sa y o s para la R ev ista d e In v es­ tig a ció n S ocial n o es p o sitiv o , n o es n i u n m é to d o c ie n tífic o n i u n a filo so fía - d e lo con trario habría m er e c id o el m is m o v ered icto q u e el p e n s a m ie n to to ta lita r io y satisfe­ c h o d e sí m is m o , q u e en ú ltim a in sta n cia fu e el q u e m o tiv ó el m a teria lism o —. P or eso, el trabajo en el q u e p resen taste algo sim ilar a u n p rogram a se lla m a “T eoría tra d icio ­ nal y teoría crítica”. T ú sacaste al m a teria lism o d el á m b ito d e lo a p ó c r ifo , d e lo in fe ­ rior, en el q u e cayó u n a y otra vez, c o n v ir tié n d o lo en o b je to d e reflex ió n filo só fic a en el m arco d e u n a crítica d e la filo so fía . E sta se fu s io n ó en ti c o n u n a crítica d e la es­ tructura o b jetiv a d e la so c ie d a d . T u c o n c e p c ió n d e la teoría se o p u s o ta n to a las c o ­ rrientes id ealistas y p o sitiv ista s c o m o al m a teria lism o d o g m á tic o . A sí, n o tardaste en desarrollar la d ia léctica d e la d isp u ta filo só fic a d el irra cio n a lism o , en lugar d e co n v er­ tir en a rtícu lo d e fe, c o m o p o ste r io r m e n te h iz o L u k ács, la p o s ic ió n d e la racion alid ad c o n la q u e, en ta n to q u e ilu strad o, ten ías b astan te a fin id a d . T u crítica d e l n e o p o sitiv ism o c o m o p r o h ib ic ió n d el p e n sa m ie n to y fe tic h iz a c ió n d e la m e to d o lo g ía c ie n tífica n o ha sid o superada. La

largesse d e

u n p e n sa m ie n to ; tu n eg a tiv a a jurar lealtad a u n o s p r in c ip io s prees­

ta b lecid o s, p ero sin p o r e llo v e n d e r te al p lu r a lism o , q u e d ó p rob ad a e n la p o sic ió n q u e a d op taste en relación c o n el p sico a n á lisis. E sa p o s ic ió n fu e el fru to d el c o n o c im ie n to d e la so c ie d a d , d e la fu n c ió n in tegrad ora d e los e le m e n to s p sic o ló g ic o s, q u e d écadas d esp u és se h iz o p a te n te en el p aso a la so c ie d a d in tegral. R e c ib iste a F reud h a c ien d o caso o m is o d e las m ed id a s d e p reca u ció n h ab itu ales en A le m a n ia , p ero tu c o n c ie n c ia del p rim a d o d e la so c ie d a d sob re los in d iv id u o s, atrap ad os en sus m ec a n ism o s d e c o ­ a cció n , te im p id ió en tregarte a él y c o n c e b ir el p sico a n á lisis c o m o la base c ie n tífica d e la teoría d e la so c ie d a d . D e l m is m o m o d o q u e te n eg a ste a adaptar el p sicoan álisis a los tabúes d e l m o m e n to , ta m b ié n c o m p re n d iste in m e d ia ta m e n te q u e éste, g u ia d o p or

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THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

el p r in c ip io d e realid ad , se in tegra e n la m a q u in a r ia so c ia l y está a p u n to d e dejar d e ser esa teoría crítica q u e fu e en su o r ig e n . E n e l m u n d o e n el q u e se ha c o n v e r tid o la so cied a d , to d o esp ír itu es u n a figu ra d e la n eu ro sis; m ejo r h a cerla fru ctífera cine e lim i­ narla para q u e la m a q u in a ria fu n c io n e to d a v ía m ejor. In m e d ia ta m e n te d e sp u é s d e c o n c lu ir la « D ia lé c tic a d e la Ilu str a c ió n » , q u e para n o so tro s s ig u ió s ie n d o u n a obra v in c u la n te d e s d e el p u n t o d e v ista filo s ó fic o , tú e m ­ p leaste tu en erg ía c ie n tífic a y o rg a n iza tiv a e n e n se ñ a r a c o m p r e n d e r lo in c o m p r e n s i­ ble, q u e s ó lo c o n o c im o s en to d a su d im e n s ió n h a cia el fin a l d e la guerra. Y lo h ic iste p a r tie n d o d e la id ea d e q u e , para ev ita r la r e p e tic ió n d e l horror, es d e m á s a y u d a e n ­ ten d e r lo s m e c a n is m o s d e lo s q u e a q u é l se sir v ió q u e p e r m a n e c e r en s ile n c io u o p ta r p o r la in d ig n a c ió n im p o te n te . E sto s m is m o s m o tiv o s te lle v a r o n a regresar a A le m a n ia y a reabrir el In s titu to d e In v e stig a c ió n S o c ia l, q u e y a d ir ig is te a n te s d e la d ic ta d u r a de H itler. E n a q u ella fase c r e c ió tu d e s c o n fia n z a e n la p alab ra. T u m e ta físic a m a teria lista , u n a c o n c ie n c ia d e la v a n id a d d e la v id a p r o p ia d e l A n t ig u o T e s ta m e n to , se tran sfiere a tu r ela ció n c o n el p e n s a m ie n to . I n c lu so el p e n s a m ie n t o m ás p r o fu n d o y m á s v e r d a d e ­ ro, é ste es tu s e n tim ie n t o , se d e sv a n e c e; la d u r a c ió n d e las o b je tiv a c io n e s d e l esp ír itu es u n a ilu s ió n fren te a la o sc u r id a d d e l o lv id o . N o a trib u y es al e sp ír itu n in g u n a su b sta n tiv id a d ; b u sca s lo su y o , la v erd a d y la lib erta d , e n la n e g a c ió n d e sí m is m o . T u s e n ­ t im ie n t o d e la a b so lu ta c a d u c id a d c o n fie r e a lo q u e es, a lo q u e sale d e la o sc u r id a d , ese d e r e c h o q u e , p e se a to d a c u lp a , tú d e fie n d e s c o n u n a p a sió n tan g r a n d e c o m o el h o rro r q u e te c a u sa su m o d o d e ser, q u e sin e m b a r g o am as. S i el s is te m a g lo b a l te r e p u g n a p r o f u n d a m e n te es p o r q u e é ste , c o n f o r m e a su p r o p ia ló g ic a , se e n c a m in a a su d e s tr u c c ió n . E n u n a s o c ie d a d ju sta , el p r in c ip io d e in te r c a m b io n o s ó lo sería e lim in a d o , s in o ta m b ié n c u m p lid o : t o d o s r e c ib ir ía n lo s u y o , a q u e llo q u e e s te p r in c ip io les p r o m e t e p ara n e g á r s e lo in m e d ia t a m e n t e d e s ­ p u é s . A u n q u e n u n c a h a s o c u lt a d o tu s ra sg o s p a tr ia r c a le s, lo s h a s e sp ir itu a liz a d o y tr a n sfo r m a d o e n u n e x tr a o r d in a r io

flair

p ara las r e la c io n e s d e p o d e r , y d e e s te m o d o

e n la p o s ib ilid a d d e q u e tú y lo s q u e te r o d e a n se a fir m e n a sí m is m o s o p o n ie n d o r e sis te n c ia al p o d e r . L a b u e n a m a n o q u e h a s d e m o s t r a d o e n in n u m e r a b le s s it u a c io ­ n e s se d e b e a la c o n s te la c ió n d e c o n o c i m i e n t o d e l m u n d o , fu e r z a d e r e siste n c ia y a lg o q u e n o se a g o ta e n t e r a m e n te e n la r e a lid a d . C o n é sta s ie m p r e h a s s a b id o c o m ­ p o n é r te la s p e r fe c t a m e n t e , u n lo g r o q u e e lla , c o n la to r p e z a q u e la ca ra cteriza , n o ha p o d id o im p e d ir . La lib e r ta d q u e va lig a d a a tu n o m b r e t ie n e su m e d id a e n la r e siste n c ia q u e es ca­ p a z d e o p o n e r ; u n id a a la fir m ez a , a la in q u e b r a n ta b le le a lta d s in ju r a m e n to . S ó lo q u ie n e s t ie n e n u n y o fu e r te - d ij i s t e u n a v e z - , e s to e s, lo s q u e s o n lib res, p u e d e n ser lea le s. K a n t tra tó d e ex p resa r la lib e r ta d d e lo s h o m b r e s e n su d o c tr in a d el carácter in ­ te lig ib le . D e a c u e r d o c o n ella , la lib e r ta d es u n a c o n d ic ió n q u e u n o «se da». P erten ece a la re a lid a d , y s in e m b a r g o es e n e lla a lg o d is tin t o d e la m e r a rea lid a d . E n ti h e p o d i­ d o v er q u e e s to , q u e s e g ú n su c o n c e p t o p u r o es u n im p o s ib le , n o es u n a ilu s ió n . L os h o m b r e s s o n , s e g ú n su p r o p ia p o s ib ilid a d , m á s d e lo q u e s o n . E ste «ser m ás» n o es u n a a b s tr a c c ió n . A p a r e c e u n a y o tra v e z d e fo r m a e sp o r á d ic a , in c lu s o en a q u e llo q u e s o m o s . N o s o t r o s n o s o m o s ú n ic a m e n t e el p r o d u c t o d e esa d o m in a c ió n d e la n a tu ra le­

CAIMAS

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za q u e u r d im o s, q u e im p u sim o s al m u n d o y fin a lm e n te a n o so tr o s m is m o s. E n ti se m a n ifiesta , sie m p r e d e fo rm a ren ovad a, e se e x c e d e n te . El tu y o , si es q u e e sto p u e d e pred icarse d e a lg u ie n , es u n carácter in te lig ib le , y é ste d e fin e m ejo r tu e sen cia q u e c u a lq u ier rasgo p s ic o ló g ic o .

Publicado com o Carta abierta en: D ie Z eit, 1 2 .2 .1 9 6 5 , n° 7, pág. 32; actualm ente en: AGS 2 0 .1, pág. 155 y sigs.; respondida en carta publicada en D ie Z eit el 25 de marzo de 1965.

4) Tbeodor W, Adorno a Claus Behncke Prof. D r. T h e o d o r W . A d o r n o

6 F ran cfort d e M e n o , 21 d e feb rero d e 1 9 6 4 K e tte n h o fw e g 1 2 3

S eñ o r C la u s B e h n c k e W e std e u tsc h e r R u n d fu n k D e p a r ta m e n to : «K u ltu relles W ort» 5 C o lo n ia 1 A p a rta d o d e co rreo s 1 8 5 0

Q u e r id o se ñ o r B eh n ck e: Le a g ra d ezco m u y sin c e r a m e n te su carta. Y c r éa m e si le d ig o q u e d e sp u é s d e h ab er le íd o la c o r r e sp o n d e n c ia , para m í el a su n to está c o m p le ta m e n te o lv id a d o . El ca so es q u e n o h ab ía p o d id o im a g in a r q u e u sted , p o r razon es q u e m e eran t o ta lm e n te d e s c o ­ n o c id a s, se h u b ie se p u e s to c o n tra m í, y estab a a b so lu ta m e n te c o n v e n c id o d e q u e , d e haber s u c e d id o a lg o se m e ja n te , u sted m e lo h ab ría c o m u n ic a d o in m e d ia ta m e n te . Pero n o q u isiera seg u ir e s c r ib ie n d o sin d e c ir le q u e s ie n to u n g r a n d ísim o a p r e c io p o r el se­ ñ o r G laser, en cu ya tesis d o c to r a l fu i s e g u n d o p o n e n te . E sto m e b rin d a la o p o r tu n id a d d e h a cer u n a d e c la r a c ió n d e p r in c ip io . C a d a v e z es m ás fre c u e n te q u e p erso n a s q u e m e a p recia n , o q u e al m e n o s d ic e n a p recia rm e - y b ie n sab e D io s q u e n o p ie n s o en u s t e d - , se e sc a n d a lic e n d e m is s u p u e sto s im ita d o re s. S é q u e n o es agrad ab le q u e a lg u ie n carraspee y d e sp u é s escu p a . P ero la e x p e r ie n c ia m e ha e n se ñ a d o q u e las cosas n o s o n tan se n c illa s. E n p rim er lugar, m ie n tr a s lo s m o d e lo s d e p e n s a m ie n to y d e len g u a je d e H e id e g g e r y Jaspers sig a n p resen tes en a lg ú n r in c ó n , y o p refiero q u e a lg u ie n m e im ite a q u e h a b le la jerga d e la a u te n tic id a d . E n s e g u n d o lugar, creo q u e n o es n in g u n a d esg ra cia q u e lo s jó v e n e s sig a n , e n u n s e n tid o literal o fig u ra d o , a u n m a estro . G o e t h e ya s u p o q u e la o r ig in a lid a d es a lg o q u e h a d e fo rm a r­ se, y n o u n p r in c ip io c r o n o ló g ic o ; n o d e b e r ía m o s retro ced er a u n a p o s ic ió n anterior. S c h ó n b er g , se g u r a m e n te u n a d e las p erso n a s m á s o r ig in a les q u e h e c o n o c id o , era en este s e n tid o u n h o m b r e e x tr a o r d in a r ia m e n te lib eral y él ta m p o c o r en eg ó n u n c a d e sus obras d e ju v e n tu d , q u e d e sp u é s fu e ro n tild a d a s d e w a g n eria n a s p r e c isa m e n te p o r reac­ cio n a rio s. C o n m u c h a fre c u e n c ia , la te n d e n c ia a separar a lo s lla m a d o s sim p a tiz a n te s

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o

THEODOR W. ADORNO. UNO DELOS ÚITIMOS CEÑIOS

segu id ores d el su p u e sto m aestro n o tie n e o tr o p r o p ó s ito sitio n eu tralizar in c ó m o d a s

m a n ifesta cio n es in te le c tu a le s c o n v ir tié n d o la s e n e s o q u e se llam a c a so s ú n ico s: a trib u ­ y é n d o le s el carácter d e lo e x c e p c io n a l, se las c o n v ie r te en a lg o irrelevan te, y so b re lo d o - e s t o m e p arece lo m ás im p o r t a n t e - , se im p id e q u e se fo r m e e n to r n o a ellas a lg o así c o m o u n a tra d ició n , es decir, se frena e n é r g ic a m e n te su trab ajo a llí d o n d e é ste es m ás p r o d u c tiv o . Es p o sib le q u e se haga in c o n s c ie n t e m e n t e , p ero lo c ie r to es q u e habría q u e reflexion ar sob re e llo . La in d ig n a c ió n p r o v o ca d a p o r m is im ita d o r e s se ha h e c h o u n fe n ó m e n o tan h a b itu a l q u e e m p ie z o a d e sc o n fia r e s p e c ia lm e n te d e a q u e llo s q u e, p or así decir, so n m ás p ap istas q u e y o y q u ie r en c o n v e r tir m is co sa s en a q u e llo q u e su p ro p io s e n tid o les p r o h íb e ser: u n a p r o p ie d a d . R e p ito q u e to d o e sto n o lo d ig o c o n tr a u ste d , p ero e sp e ro q u e c o m p r e n d a q u e , de segu ir in s is tie n d o en e ste p u n to , p u e d e o b te n e r se ju s to el e fe c to c o n tr a r io al d e se a d o . C o n to d o a fec to , su v ie jo (A d o r n o )

5) M ax Horkheimer a Otto O. Herz, Viena (M o n ta g n o la ) 1 d e se p tie m b r e d e 1 9 6 9

M u y e s tim a d o s e ñ o r H erz: Si n o h e r e s p o n d id o a n te s a su h e r m o sa carta d e l 15 d e a g o s to ,1 n o ha s id o so la ­ m e n te p o r q u e , c o m o a otras p e r so n a s cercan as a m í, la m u e r te d e A d o r n o m e aflig e p r o fu n d a m e n te , s in o ta m b ié n p o r las n u m e r o sa s o b lig a c io n e s q u e ésta ha tra íd o c o n ­ sig o , q u e a p en a s p u e d o c u m p lir . P or e so le r u e g o m e d is c u lp e si c o n te s to b r e v e m e n te a su carta; esp ero q u e te n g a m o s la o p o r tu n id a d d e v e r n o s p e r s o n a lm e n te e n V ie n a , F ra n cfo rt o S u iz a .2 L e c o m p r e n d o p e r fe c ta m e n te c u a n d o d ic e q u e la m e n ta q u e e n el en tie r ro d e m i a m ig o A d o r n o n o se h a y a s e g u id o el r ito ju d ío . L o s m o tiv o s e x te r n o s s o n e v id en te s. El p a d re d e s c e n d ía d e ju d ío s , la m a d r e, M a r ia C a lv e lli-A d o r n o d e lla P ia ñ a , así c o m o su h e r m a n a , las d o s artistas q u e in te r v in ie r o n d e c is iv a m e n te e n su e d u c a c ió n , eran ca ­ tó lic a s. T e d d ie A d o r n o fu e b a u tiz a d o c a tó lic o y c o n f ir m a d o e n el p r o te sta n tism o a c o n s e c u e n c ia d e la in flu e n c ia eje r c id a p o r u n p r o fe so r d e r e lig ió n p r o te sta n te . L e fa c ilito esta in fo r m a c ió n para q u e p u e d a c o m p r e n d e r la c o m p lic a d a p o s ic ió n d e l d ifu n to e n r e la c ió n c o n la r e lig ió n , c o n la c o n f e s ió n r e lig io sa . T a m b ié n le d iré q u e la T e o r ía c r ític a q u e a m b o s d e sa r r o lla m o s h u n d ía su s raíces e n el ju d a ism o . N a c ió d e la p r o h ib ic ió n ju d ía : N o te fo rm a rá s n in g u n a im a g e n d e D io s . Q u e A d o r n o se id e n t if ic ó c o n lo s p e r s e g u id o s lo d e m u e str a su a fir m a c ió n d e q u e, d e s p u é s d e lo q u e s u c e d ió e n A u s c h w itz , ya n o p u e d e e scr ib irse p o e s ía .3 D e haber v iv id o m á s t ie m p o , y d e h a b e r h a b la d o a lg u n a v e z d e su e n tie r r o , n o es im p o s ib le q u e é s te se h u b ie s e c e le b r a d o e n la fo r m a q u e r e cla m a su carta. L e r e ite r o m i a g r a d e c im ie n t o y le s a lu d o c o r d ia lm e n te . S u se g u r o servid or.

CAUTAS

W)

1 Herz había escrito a M. 11. «que el entierro de este gran hombre me lia decepcionado mucho, me ha afectado profundamente», porque no había seguido el rito judío. «Después de lo sucedido en Auschwitz, un judío, sea religioso o no, debería hacer profesión de fe. (...) D>s ju­ díos y los seres hum anos en general no tienen hoy muchos hombres com o Adorno. Me llena de tristeza que, pese a todo, en el m om en to de su muerte este gran hombre haya fallado com o ser humano.» 2 Herz era m iem bro de la recién fundada Sociedad Freud de Viena, donde esperaba a M. H ., que pertenecía a la com isión científica de esta sociedad, para una conferencia. 3 «(...) escribir poemas después de Auschwitz es un acto barbárico, y este hecho corroe incluso el conocimiento que dice p or qué se ha hecho hoy imposible escribir poesía.» (Adorno, «Kulturkritík und Gcsellschaft», en AGS 10.1, pág. 30; véase también «Engagemcnt», en AGS 1 1, pág. 422, así com o Negative D ialcktik, en AG S 6, pág. 355).

las fuentes

A G S: T h e o d o r W . A d o r n o ,

Gesammelte Schrifien (Obras completas)

en v e in te v o lú m e ­

nes, ed itad as p or R o lf T ie d e m a n n c o n la c o la b o ra c ió n d e G retel A d o r n o , Susan B u ck -M o rss y K laus S c h u ltz , F rancfort d e M e n o 1 9 8 6 . H G S : H ork h eim er,

Gesammelte Schrifien (Obras completas),

editadas por A lfred S c h m id t

y G u n z e lin S c h m id N o err, F rancfort d e M e n o 1 9 8 5 y sigs.

E N L U G A R D E U N A O B E R T U R A : S IN D E S C E N D E N C IA

T h e o d o r W . A d o r n o a E rnst B lo c h , 2 6 de ju lio d e 1 9 6 2 , carta in c lu id a en el A p én d ic e de este libro. H erb ert M arcu se, « R eflex ió n zu T h e o d o r W . A d o rn o - A u s e in e m G esp rá ch m it M ich aela Seiffe», en: H e r m a n n S c h w ep p e n h á u se r (e d .),

Gedachtnis,

Theodor W. Adorno zum

Francfort d e M e n o 1 9 7 1 , pág. 5 1 .

«Allí d o n d e A d o rn o d esp leg ó su capacid ad creativa, en los á m b ito s d e la estética, la te o ­ ría d e la m ú sica, la so c io lo g ía , la p sicología y la historia del p en sa m ien to , d o m in ó m agistralm en te todas estas áreas del saber c o m o n ad ie ha sab id o hacerlo hasta a h o ­ ra. Si hay algún in telectu a l activo en estas áreas q u e h o y m erezca el calificativo de g e n io , éste es sin d u d a T h e o d o r W . A d orn o.» (M ax H ork h eim er, «G ed en k w orte»,

Frankfiirter Allgemeine Zeitung, 8. 8. Asthetische Theorie, 1 9 6 9 , A G S 11, pág. en

1 9 6 9 , ahora en: H G S , vol. 7 , pág. 2 8 9 ). 2 5 4 (tra d u cció n castellana:

Teoría estética,

M a d rid 1 9 7 1 ).

Asthetische Theorie, Asthetische Theorie,

1 9 6 9 , A G S 11, pág. 2 5 5 y sigs. 1 9 6 9 , A G S 11, pág. 2 5 6 .

«En u n a n e c r o ló g ic a sob re A d o r n o h e d ic h o lo q u e a q u í q u isiera repetir: si hay un in ­ telectu al q u e m erezca el ca lifica tiv o d e g e n io en n u estra é p o c a d e tra n sició n , es sin d u d a él.»

Max Horkheimer im Gesprách mit Bernhard Landau,

1 9 6 9 , ahora en

H G S 7 , pág. 2 8 8 . M ax H o rk h e im e r, E p ílo g o a H G S 8 , pág. 1 9 1 .

Portrát deutschfiidischer Geistesgeschichte,

1 9 6 1 , ahora en

I III OnOKW. AHORNO UNO n i IOS Ul riMOS (¡I NIOS

392

Johann W o lfg a n g v o n G o e th e ,

Pichtung und Withrhcit,

F rancfort d e M e n o

1975,

pág. 11 y sigs. S iegfried

K racauer,

Pie Biogmphic u!s ncubürgcrlichc Kunstfbrm,

1 9 3 0 , ahora en

S iegfried K racauer, S c h r ifte n , 5 .2 , pág. 1 98. S iegfried K racauer,

Marbacher Mugazin,

tex to e la b o ra d o p o r In grid B elk c e Irina

R en z, n ° 4 7 / 1 9 8 8 , pág. 1 10. S ig m u n d F reu d /A rn o ld Z w e ig ,

RriefivcchscL

E rnst L. Fretid (e d .), F ran cfort d e M e n o

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Goethe. Eine psychoanalytische Studie 1775-1786 ,

P r ó lo g o a la e d ic ió n

a lem a n a , 1 9 8 2 , M u n ic h 1 9 8 7 , p ág. 11 y 1 4 8 6 . C arta a L eo L ó w e n th a l, 2 4 d e n o v ie m b r e d e 1 9 4 2 ,

Schriften

v o l. 4 , F ran cfort de

M e n o 1 9 8 4 , pág. 1 5 8 y sigs.

Die Blumlein alie (Florecidas todas), e n Mínima Moralia, ah ora en A G S 4 , p ág. 188 (tr a d u c c ió n castellan a: Mínima Moralia, C aracas, 1 9 7 5 ). Aujzeichnungen zu Kafka, 1 9 4 2 - 1 9 5 3 , e n Prismen, ah ora e n A G S 1 0 .1 , p ág. 2 7 3 (tra­ d u c c ió n castellan a: « A p u n tes so b r e K afka», en Crítica cultural y sociedad, M a d r id 1 9 8 5 ).

Aujzeichnungen zu Kafka, 1 9 4 2 - 1 9 5 3 , en Prismen, ahora e n A G S 1 0 .1 , p ág. 2 7 3 . Kulturkritik und Gesellschaft, 1 9 4 9 , en Prismen, ahora en A G S 1 0 .1 , p ág. 3 0 (tr a d u c ­ c ió n castellan a: «La crítica d e la cu ltu ra y la so cied a d » , e n Crítica cultural y socie­ dad, M a d r id 1 9 8 4 ). C arta a M a x H o r k h e im e r , 15 d e d ic ie m b r e d e 1 9 6 6 (p u b lic a d a p a r c ia lm e n te p o r R o lf

Die Frankfurter Schule, M u n ic h 1 9 8 6 , p ág. 6 6 3 ) . Negative Dialektik, 1 9 6 6 , ah ora e n A G S 6 , p ág. 3 5 5 (tr a d u c c ió n castellan a: Dialéctica negativa, M a d r id 1 9 7 5 ). W a lter B e n ja m in , Der Erziihler, 1928-1935, a h o ra e n W a lter B e n ja m ín , Gesammelte Schriften, v o l. II, 2 , p ág. 4 3 9 . Weit vom Schuss (L ejos d el f u e g o ), e n Mínima Moralia, a h o ra e n A G S 4 , p ág. 6 0 . Para las r e fle x io n e s so b re long y short century, v éa se E ric J. H o b s b a w m , Das Zeitalter der Extreme. Weltgeschichte des 20.Jahrhunderts, M u n ic h 1 9 9 5 . Carta abierta a Max Horkheimer, 1 9 6 5 , a h o ra e n A G S v o l. 2 0 .1 , p á g . 1 6 2 . Carta a Walter Benjamín, 2 7 d e n o v ie m b r e d e 1 9 3 7 , T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B e n ja m in , Briefivechsel 1928-1940, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 9 4 , p á g . 3 0 0 (tra d u c­ c ió n castellana: T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B e n ja m in , Correspondencia 1928-1940, W ig g e r sh a u s,

M a d r id 1 9 9 8 ) .

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Schrifien

v o l. 4 ,

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zum Molotowcocktail 1946-1995,

H a m b u r g o 1 9 9 8 , v o l. 2 , p á g . 6 7 1 .

393

SOBRE LAS FUENTES

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Eigentumsvorbehalt (Propiedad reservada),

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Mínima Moralia,

ahora en A G S 4 , pá­

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1 9 5 5 , ahora en A G S 2 0 .1 ,

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S C H Ó N E A U S S IC H T . I N F A N C I A E N F R A N C F O R T H A C IA 1 9 1 0

T h e o d o r W . A d o rn o a W alter B en ja m ín , 7 d e n o v ie m b r e d e 1 9 3 6 , en: T h e o d o r W . A d o rn o /W a lter B en ja m in ,

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F rancfort d e M e n o

1994,

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1 9 6 9 ).

El tema estereotipado de Heine, el amor sin esperanza, es la metáfora del desarraigo de apátrida, y la lírica dedicada a ese tema es un esfuerzo por asumir la extrañación mis­ ma y ponerla en el más íntimo círculo de experiencia. Hoy, después de cumplirse lite­ ralmente el destino presentido por Heine, la desradicación sin patria lo es ya de todos: todos están dañados en su ser y en su lenguaje como lo estuvo el excluido. Su palabra, pues, es representativa de la palabra de todos: no hay ya más patria que un mundo en el cual no hubiese ya excluidos: el mundo de la humanidad realmente liberada. La he­ rida Heine sólo se cerraría en una sociedad que consumase la reconciliación. D e Die Wunde Heine, 1 9 5 6 , en: Noten zur Literatur I, A G S 11, pág. 1 0 0 (tra d u cció n cas­ tellana: La herida Heine, en Crítica cultural y sociedad, M a d rid 1 9 8 5 ). C o n el títu lo Graeculus planeaba A d o rn o u n a c o n tin u a c ió n de los Mínima Moralia desp u és d e regresar d e los E stad os U n id o s d e A m érica. R o lf T ie d e m a n n ha p u b lica ­ d o una se le c ció n d e estos textos en los

Frankfurter Adorno Blatter,

e d ic ió n text &

kritik. E sta n o ta p u ed e leerse en el v o lu m e n V III, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 13 y sigs. Siegfried K racauer,

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Francfort d e M e n o

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Meno I".”'. ¡i huir diu/iiirlmg iind unsolnrd rnm/ins in ihe phetwmenon Heñir ^ linciin/ii l\r,i/r,ii>ido/ //cinc, A( ¡S 2 0 .2 , p % 4 4 2 ) . |.„ int»|es en el oí ifin.il: h /> hurdly ./;/ rxii^ n vlion lo say tim e inris no (lerman husiness I u in eles en el oue.m .il:

tniin tcifb cultural ambitions who w otdd not, when he JeU compelled lo imite a birthf/4¡y pocm fot bi> tri/e or bis mother, i m i hite some established model ofHeines. (A G S

JO.2» pág. *4*11 y sigs.) Frank furter Adorno B/atnr, v o lu m e n V III, M u n ic h 2 0 0 3 , p ág. 2 6 y sigs. Rétscnbunk (Banco publico), en Mínima Momita, ah ora e n A G S 4 , pág. 2 2 . Rascnbank, en Mínima Moraba, ah o ra en A G S 4 , p ág. 2 2 . Fur Maree! Proust (Para Maree! Proust), en Mínima Moraba, ah ora e n A G S 4 , p ág. 2 1 . A nti tírese (Antítesis), en Mínima Moraba, ah ora en A G S 4, p ág. 2 8 . Foteard a Reappraisa! ofHeine, 1 9 4 9 , ah ora en A G S 2 0 .2 , p ág. 5 2 . Kleine Proust-Kommentarc (Pequeños comentarios sobre Proust), 1 9 5 8 , en Noten zur Li­ terata r 1L ah ora en A G S 11, p ág. 2 0 9 . Kleine Proust-Kommentarc (Pequeños comentarios sobre Proust), 1 9 5 8 , en Noten zur Literatur ¡L ah ora e n A G S 1 1, p ág. 2 1 0 y sigs. George und Hofinannsthal. /aun Briefivechsel: 1891-1906 , e sc r ito e n tre 1 9 3 9 y 1 9 4 0 , en Prismen, ah ora en A G S 1 0 .1 , p ág. 2 0 4 (tr a d u c c ió n castellan a: George y Hofmannsthal A propósito de! epistolario: 1891-1906, en Prismas, B a r c e lo n a 1 9 6 2 ) . T h e o d o r W . A d o r n o a W a lter B e n ja m ín , 7 d e n o v ie m b r e d e 1 9 3 6 , en : T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B e n ja m ín ,

Briefivechsel 1928-1940,

F ra n cfo rt d e M e n o

1994,

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Noten zur Literatur II,

ah o ra e n A G S 1 1 , p ág.

1 9 5 8 , en

Noten zur Literatur II,

a h o ra e n A G S 1 1 , p ág .

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kleine Proust-Kommentare, 206.

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1962,

Biirgerliche Oper (Ópera burguesa), 1 9 5 5 , en Klanfiguren, a h o r a e n A G S Kleine Proust-Kommentare, 1 9 5 8 , en Noten zur Literatur II, a h o r a e n

Noten zur

16, pág. 2 4 . A G S 1 1 , pág.

2 0 8 y sigs.

kleine Proust-Kommentare,

1 9 5 8 , en

Noten zur Literatur II,

a h o r a e n A G S 1 1 , pág.

209. V é a se S e lm a r Spier,

Vor 1914. Lrinnerungen an Frankfurt geschrieben in Israel,

F ran c­

fo rt d e M e n o 1 9 6 1 , p á g . 2 7 . S p ie r se c o n sid e r a b a a m ig o d e K racau er y to d a v ía lo f r e c u e n tó d u r a n te la d é c a d a d e 1 9 6 0 .

Über Tradición (Sobre tradición),

1 9 6 6 , en

Ohne Leitbild,

a h o r a e n A G S v o l. 1 0 .1 ,

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e s c r ito e n tr e 1 9 3 9 y 1 9 4 0 ,

395

SOBRh LAS HJkNTKS

(¡corgc uncí / lofmannsthal. /.uní Briefwechsel: 18)1-1906, escrito en tre 1 9 3 9 y 1 9 4 0 , en Prismctt, ahora en A( íS 1 0 .1 , pág. 2 0 7 . 1)etlicatoria d e los Minimu Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 13. Rascabank, en Mínima Mora!ia , ahora en A G S 4 , pág. 2 2 . Rascabank, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 2 2 . Texto e ilu stra cio n es en R cin h ard Pabst, Kindheit in Amorbach. Bilder und Erinnerungen, Francfort d e M e n o 2 0 0 3 . El a rtícu lo d e c o m p le a ñ o s d e A n d reas R a zu m o v sk y ap areció el 1 1 .9 .1 9 6 8 en el Frankfurter AUgemeine Zeitung. Vierhándigy noel) cinmal, p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te en Vossische Zeitung el 19 d e d iciem b re d e 1 9 3 3 , ahora en A G S 17, p ág. 3 0 3 (tr a d u c c ió n castellana: «A cu atro m a n o s, una v ez m ás», en

Impromptus. Serie de artículos musicales impresos de nuevo,

B arcelon a 1 9 8 5 ). C arta d e W altcr B en jam ín escrita en París el 3 0 .1 2 .1 9 3 3 , firm ada c o n «Tu D etlef» en alusión al se u d ó n im o D e t le f H o lz , y d irigid a a G retel K arplus, llam ad a Felizitas, en W alter B en jam ín ,

Gesammelte Briefe,

v o l. IV, Francfort d e M e n o 1 9 9 8 , pág. 3 2 5 :

« H e leíd o co n alegría «A cuatro m an os». Por m ás extrañ o q u e p u ed a sonar, y o tam ­ bién debería a co m eter en algún m o m e n to la tarea d e escribir recu erdos sim ilares»

Vierhándigy noch einmal,

p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te en

Vossische Zeitung

el 19 d e

d iciem b re d e 1 9 3 3 , ahora en A G S 1 7 , pág. 3 0 3 .

Worte ohne Lieder (Palabras sin canciones)> p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te en Frankfurter Zeitung el 14 d e ju lio d e 1 9 3 1 , ahora en A G S 2 0 .2 , págs. 5 3 7 - 5 4 3 . Vierhándigy noch einmal, p u b lic a d o o rig in a r ia m e n te en Vossische Zeitung el 19 d e d iciem b re d e 1 9 3 3 , ahora en A G S 1 7 , pág. 3 0 3 .

Vierhándigy noch einmal,

p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te en

Vossische Zeitung

el 19 d e

d iciem b re d e 1 9 3 3 , ahora en A G S 1 7 , pág. 3 0 4 .

Zum Problem der Familie, Vierhándigy noch einmal,

1 9 5 5 , ahora en A G S 2 0 .1 , pág. 3 0 7 . p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te en

Vossische Zeitung

el 19 d e

Vossische Zeitung

el 19 d e

d iciem b re d e 1 9 3 3 , ahora en A G S 1 7 , p ág. 3 0 5 .

Vierhándigy noch einmal,

p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te en

d iciem b re d e 1 9 3 3 , ahora en A G S 1 7 , pág. 3 0 3 . V éa se el v o lu m e n e x c e le n te m e n te d o c u m e n ta d o e ilu stra d o d e R ein h ard Pabst,

heit in Amorbach. Bilder und Erinnerungen,

Kind­

F ran cfort d e M e n o 2 0 0 3 .

Este ca lifica tiv o d e tía A g a th e c o m o « segu n d a m adre» se e n c u e n tra en el a rtícu lo d e felicita c ió n d e M ax H o r k h e im e r «Jenseits der F a ch w issen sch a ft. A d o r n o z u m 6 0 .G eb u r tsta g » , p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te en

Frankfurter Rundschau

d el 11 d e

sep tiem b re d e 1 9 6 3 (ahora en H G S 7 , pág. 2 6 3 ) . El h ijo d el em p resario d e S tu ttgart ta m b ién tie n e u n a v isió n id ealizad a d e la S e e h e im e r Strasse. T h eod or W . A d o r n o a M ax H o rk h e im e r, carta escrita el 21 d e o c tu b r e d e 1 9 3 5 d e

No preciso decirle qué significa para mí la pérdida de Agathe. No exagero si le digo que desde entonces mi vida privada ha cambiado ra­ dicalmente (T h e o d o r W . A d o r n o /M a x H o rk h eim er, Briefwechsel, v o l. 1, 1 9 2 7 -

vu elta a O x fo r d d esd e A lem an ia:

1 9 3 7 , Francfort d e M e n o 2 0 0 3 , pág. 8 2 ). T h e o d o r W . A d o r n o a Ernst K ren ek , carta escrita el 2 9 d e ju lio d e 1 9 3 5 , en T h e o d o r W . A d o r n o /E r n st K fe n e k ,

Briefwechsel,

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| | || ( )| X )|< w Al )(>RN1-1Í>06, e sc r ito en tre 1 9 3 9 y 1 9 4 0 , en Prisma/, ahora en A( «S 1 0 .1 , p ág. 2 1 1 . Han ve und / lofinanmlbal. Zunt Briejwechsel: 1X91-1906, e sc r ito e n tre 1 9 3 9 y 1 9 4 0 , en Prisma/, ahora en A ( iS 1 0 .1 , p ág. 2 1 2 . Nacbwort zur «Herliner Kindheit um Neunzcbnjabrbundert», 1 9 5 0 , a h o ra e n A G S 2 0 .1 , pág. 171 (tr a d u c c ió n castellan a: « E p ílo g o a Infancia en Berlín hacia 1900», en Sobre Wa/ter Benjamín, M a d rid 1 9 9 5 ). /to n Problem der hatnilie, I 9 5 5 , ah ora en A G S , v o l. 2 0 .1 , p ág. 3 0 2 y sigs. W alter B e n ja m ín , Herliner Chrtmik, en W a lter B e n ja m ín , Autobiographische Schriften, Gcsammelte Sehriften v o l. V I, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 8 5 , p á g . 4 9 5 . Zinn Probleni der Eamilie, 1 9 5 5 , ah ora en A G S , v o l. 2 0 .1 , p á g . 3 0 4 . Zn finan Portrül 1bomas Manns, 1 9 6 2 , Noten zur Literatur III, p á g . 3 3 7 . Winfried Zillig. Móglichkeil und Wirklicbkeit (W in fr ie d Z illig . P o sib ilid a d y realid ad ), 1 9 6 4 , A G S 1 7 , p ág. 3 2 6 . 1 )ed ic a to ria d e lo s

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Erinnerungen an Frankfurt gesebrieben in Israel,

F ran cfort d e

Erinnerungen an Frankfurt gesebrieben in Israel,

F ran cfort d e

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pág. 2 0 9 .

Goldprobe (Prueba del oro), en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 7 4 . Zweite Lese (Segunda cosecha), en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 2 3 . Ziveite Lese, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 2 5 . Antithese, en Mínima Moralia, ah ora en A G S 4 , pág. 2 7 . Zweite Lese, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 2 6 . Tabus über Lehrberuf, 1 9 6 5 , en Stichworte, ahora en A G S 1 0 .2 , pág. 6 6 8 . Zur Psychologie des Verhaltnis von Lehrer und Schüler (Sobre la psicología de la relación entre profesor y alumnos), 1 9 1 9 , ahora en A G S v o l. 2 0 .2 , pág. 7 1 9 . Heliotrop ( Heliotropo), en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 2 0 2 . Heliotrop, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 2 0 2 . Heliotrop, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 2 0 2 . Aquí la pretensión imperial, desamparada y desprotegida., aparece como pálida imagen de deseo del pesimista: de este modo reconcilia. Benjamín ha sido probablemente el pri­ mero en incluir la obra poética de George en el J u g en d stil, tan claro en las decoracio­ nes de libros de Lechter. (A G S 11, pág. 5 3 3 ) George und Hofmannsthal. Zum Briefwechsel: 189T I 906 , escrito en tre 1 9 3 9 y 1 9 4 0 , en Prismen, ahora en A G S 1 0 .1 , p ág. 2 3 7 . Einleitung zu Benjamins Schriften, 1 9 5 5 , en Noten zur Literatur IV, ahora e n A G S 11, pág. 5 8 1 (tra d u cció n castellana: « In tro d u c ció n a los Escritos de B en ja m in » , en So­ bre Walter Benjamín, M a d rid 1 9 9 5 ). Einleitung zu Benjamins Schriften, 1 9 5 5 , en Noten zur Literatur IV, ahora en A G S 11, pág. 5 8 2 .

Im Schatten junger Madchenblüte, F ran cfort de M e n o 1 9 6 0 , pág. 151 (P rim era parte: Madame Swanny su mundo). Zum Problem der Familie, 1 9 5 5 , ahora en A G S 2 0 .1 , pág. 3 0 7 . C ita d o p or T h e o d o r W . A d o r n o , Briefe an die Eltern (Cartas a los padres), F rancfort d e M arcel P rou st, v o l. 2 .

M e n o 2 0 0 3 , pág. 4 6 7 . C o n o c e m o s e x a c ta m e n te los p u n to s d e fuga d e los A d o r n o -W ie se n g r u n d gracias a R ein h ard Pabst, M eno 2 0 0 3 .

Kindheit in Amorbach. Bilder und Erinnerungen,

Francfort de

TH EOD OR W. ADORNO. UNO DE I OS ÜITIM OS CEÑIOS

398

Zweite Lese, e n Mínima Moralia, a h o ra en A G S 4 , pág. 1 2 (k Aniorbacb, 1 9 6 6 , p u b lic a d o o r ig in a r ia m e n te e n Süddcutsche Zeitung, bre d e 1 9 6 6 , Ohne Leitbild, A G S 1 0 .1 , p ág. 3 0 2 .

5 / 6 d e n o v ie m ­

Die Argonauta: an fión g IslamI. Begegnungen mil Hannah Arendt Theodor W. Adorno, Gershoni Scholem u. a., B erlín 1 9 9 3 , p ág. 1 4 1 .

M on ilca P lessn cr,

Aus Si/s María (Desde Si/s María), o r ig in a r ia m e n te e n Süddeutsche Zeitung, o c tu b r e d e 1 9 6 6 , Ohne Leitbild, A G S 1 0 .1 , p ág. 3 2 6 y sigs. Amorbach, 1 9 6 6 , Ohne Leitbild, A G S 1 0 .1 , p ág. 3 0 3 .

1/2 de

S ie g fr ied K racau er a T h e o d o r W . A d o r n o , carta d el 2 8 d e m a rzo d e 1 9 4 1 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer (El realista prodigioso. Sobre Siegfried Kracauer), 1 9 6 4 , en Noten zur Literatur III, a h o ra e n A G S 1 1 , pág. 3 8 8 . Aufdie Frage: Was is deutsch, 1 9 6 5 , e n Sticbworte, a h o ra e n A G S 1 0 .2 , p ág. 6 9 2 . Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer, 1 9 6 4 , en Noten zur Literatur III, a h o ra e n A G S 1 1 , p ág. 3 8 8 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer,

1 9 6 4 , en

Noten zur Literatur III,

a h o ra e n A G S 1 1 , p á g . 3 8 9 y sigs. S ie g fr ie d K racauer,

Über die Freundschaft,

en S ie g fr ied K racauer,

Schriften,

v o l. 5 .1 ,

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Exiles. Essays on the Intelectual Migration from Germany to America,

Permanent

N u e v a York/

O x fo r d 1 9 9 4 , p á g . 2 1 7 y sigs. S ie g fr ie d K racau er, « Ü b e r d ie F r e u n d sc h a ft» , e n S ie g fr ied K racauer,

Schriften,

v ol. 5 .1 ,

Schriften,

v o l. 5 .1 ,

F r a n c fo rt d e M e n o 1 9 9 0 , p á g . 4 9 y sigs.

Zum Problem der Familie,

1 9 5 5 , a h o ra en A G S , v o l. 2 0 .1 , p ág. 3 0 9 .

S ie g fr ie d K racau er, « Ü b e r d ie F r e u n d sc h a ft» , e n S ie g fr ie d K racauer, F r a n c fo rt d e M e n o 1 9 9 0 , p á g . 5 4 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer,

1 9 6 4 , en

Noten zur Literatur III,

1 9 6 4 , en

Noten zur Literatur III,

ahora en A G S 11, pág. 4 0 8 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer, a h o ra e n A G S 1 1 , p á g . 4 0 8 .

S ie g fr ie d K racau er, « Ü b e r d ie F r e u n d sc h a ft» , e n S ie g fr ie d K racauer,

Schriften,

vol. 5 .1 ,

F r a n c fo r t d e M e n o 1 9 9 0 , p á g . 5 1 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer,

1 9 6 4 , en

Noten zur Literatur III,

1 9 6 4 , en

Noten zur Literatur III,

1 9 6 4 , en

Noten zur Literatur III,

1 9 6 4 , en

Noten zur Literatur III,

ahora en A G S 11, pág. 3 9 2 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer, ahora en A G S 11, pág. 3 9 0 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer, ahora en A G S 11, pág. 3 9 0 .

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer, ahora en A G S 11, pág. 4 0 1 . C ita d o en

Der wunderliche Realist. Über Siegfried Kracauer,

tur III, a h o r a e n A G S 1 1 , p á g . 4 0 3 . Der wunderliche Realist. Über Siegfrted Kracauer, ah ora en A G S 1 1 , pág- 4 0 8 .

1 9 6 4 , en

1964, en

Noten zur Litera-

Noten zur Ltteratur III.

399

SOimr. LAS [•UKNTKS

Werke und liriefe, B erlín y W eirnar 1 9 8 0 , vol. 7 , pág. 2 0 6 . Erich P feifer-B tT i,/tt;y£c/rf/j/r im alten Frankfiirt, W icsb ad cn y M u n ic h 1 9 8 7 , pág. 5 1 . V éase Selm ar Spier, V&r 1914. Erinnerungen an lrankjurt geschrieben in Israel, Frankfurt am M a in 1 9 6 1 , pág. 8 3 , y L eo L o w cn th a l, Mitmachen wollte ich nie. Fin autobiographiscbes Gesprách mit Helmut Dubiel, Frankfurt am M a in 1 9 8 0 , pág. 31 y sigs. Frialdad (Kálte) —d ic e ta m b ié n u n a n o ta d e en ero d e 1 9 6 7 , p u b lica d a en los Frankfur­ ter Adorno Blatter, v o lu m e n V III, M u n ic h 2 0 0 3 — es el fracaso histórico y psicológico del sujeto. Peter v o n H a selb erg , « W ie se n g r u n d -A d o r n o » , en Theodor W. Adorno, 2 a e d ic ió n a m ­ H cin rich H e in e ,

pliad a, tex te & kritilc, M u n ic h 1 9 8 3 , pág. 16.

Der bése Kamerad {El mal compañero),

1 9 3 5 , en

Mínima Moralia,

ahora en A G S vol.

4 , pág. 2 1 9 .

Tabus über den Lehrberuf Tabus über den Lehrberuf Tabus über den Lehrberuf

Stichworte, ah ora en Stichworte, ah ora en Stichworte, ahora

1 9 6 5 , en

en A G S v o l. 1 0 .2 , p ág. 6 6 0 .

1965,

en A G S v o l. 1 0 .2 , pág. 6 6 7 .

1965,

en A G S v o l. 1 0 .2 , pág. 6 6 1 .

H e lm u th P lessn er su stitu y ó a A d o r n o c u a n d o éste tu v o q u e regresar a los E stad os U n id o s en 1 9 5 2 , y c o m p it ió c o n él en la D e u ts c h e G ese llsc h a ft für S o z io lo g ie . En 1 9 3 1 , e sta n d o ya en la e m ig r a c ió n , d io a sus e stu d ia n te s h o la n d e se s u n a m aravi­ llosa c o n fer e n c ia titu la d a «D as S ch ick sa l d e u tsc h e n G e iste s im A u sg a n g sein er b ü rg erlich en E p o ch e» , q u e, p rovista d e u n p r ó lo g o , ta m b ié n se p u b lic ó en A le m a ­ nia en 1 9 5 8 c o n el títu lo

Die verspátete Nation,

F ran cfort d e M e n o 1 9 7 4 , pág. 71

y sigs. V éa se S elm ar Spier,

Vor 1914. Erinnerungen an Frankfurt geschrieben in Israel,

F ranc­

fort d e M e n o 1 9 6 1 , pág. 8 0 . C ita d o en

Glosse über Persónlichkeit {Glosa sobre la personalidad),

en

Stichworte,

ahora

en A G S 1 0 .2 , pág. 6 4 3 .

Glosse über Persónlichkeit,

en

Stichworte,

ahora e n A G S 1 0 .2 , pág. 6 4 1 .

Kracauer se presentó ante mí. Querido: da completamente igual que nosotros escribamos libros, y que éstos sean buenos o malos. Se leerán un año. Después irán a parar a la biblioteca. Y luego vendrá el rector y los repartirá a los niños. ( Traumprotokolle, en A G S 2 0 .2 , pág. 5 7 9 ) Die Natur, eine Quelle der Erhebung, Behlerung und Erholung {La naturaleza, una fuente de elevación, enseñanza y recreó) (Trabajo de b a ch illera to ), 1 9 2 1 , ahora en E n F rancfort, A d o r n o d ic e haber so ñ a d o el 10 d e octu b re d e 1 9 6 0 :

A G S v o l. 2 0 .2 , pág. 7 3 3 .

ReinholdZickel,

1 9 5 8 / 1 9 6 0 , ahora e n A G S v o l. 2 0 .2 , p ág. 7 5 9 .

Siegfried K racauer,

Vom Erleben des Krieges,

1 9 1 5 , en S iegfried K racauer,

Schriften,

v o l. 5. 1, F ran cfort d e M e n o 1 9 9 0 , pág. 15. Siegfried K racauer,

Vom Erleben des Krieges,

1 9 1 5 , en S ieg fried K racauer,

Schriften,

v o l. 5 . 1 , F rancfort d e M e n o 1 9 9 0 , pág. 2 1 . Siegfried K racauer,

Über die Freundschaft,

en S iegfried K racauer,

Schriften,

v o l. 5. 1,

Schriften,

v ol. 5. 1,

F rancfort d e M e n o 1 9 9 0 , pág. 141 y sigs. Siegfried K racauer,

Über die Freundschaft,

e n S ieg fried Kracauer,

F rancfort d e M e n o 1 9 9 0 , pág. 1 4 2 y sigs.

THEODOR W. ADORNO. UNO DF. LOS ÚLTIMOS GENIOS

400

Wórter aus dem Fremde, 1 9 5 9 , en Noten zur Literatur II, ah ora e n A G S 1 1 , pág. i \ 7 L eo L o w e n th a l, Erinnerungen an Theodor W. Adorno, 1 9 8 3 , en L eo L o w e n th a l, Sehriften 4 , F ran cfort d e M e n o 1 9 8 4 , pág. 7 5 . Monogramme (Monogramas), e n Mínima Moralia, A G S v o l. 4 , pág. 2 1 7 . Ásthetische Theorie, 1 9 6 9 , A G S 1 1, pág. 3 7 4 (tr a d u c c ió n castellana: Teoría estética, M a d rid 1 9 7 1 ).

Tbesen iiber Tradition (Tesis sobre la tradición),

1 9 6 6 , en

Obne Leitbild,

ah ora en A G S ,

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ten 4 ,

Erinnerungen an Theodor W Adorno,

1 9 8 3 , en L eo L o w e n th a l,

Schrift

F ran cfort d e M e n o 1 9 8 4 , p ág. 7 5 .

D E T E D D IE W IE S E N G R U N D A L D O C T O R W IE S E N G R U N D -A D O R N O

La experiencia sería la unidad de tradición y sincero deseo de abrirse a lo desconocido. «Zum Geddchtnis Eichendorffi» {En memoria de Eichendorjf), 1 9 5 7 , en Noten zur Literatur I, ah ora e n A G S 1 1 , pág. 6 9 . Wórter aus dem Fremde, 1 9 5 9 , en Noten zur Literatur II, ahora en A G S 11, pág. 2 1 7 . ReinholdZickel, 1 9 5 8 / 6 0 , fo rm a parte d e lo s Verworfene Schriften, en A G S 2 0 .2 , pág. 760.

Verworfene Schriften, en A G S 20. 2 , pág. 7 6 4 . 1 9 5 8 / 6 0 , Verworfene Schriften, en A G S 20. 2 , pág. 7 6 5 . M a x H o r k h e im e r , Wertfreiheit und Objektivitat, 1 9 6 5 , en H G S 8, pág. 2 5 8 y sigs. S elm a r Spier, Vor 1914. Erinnerungen an Frankfitrt geschrieben in Israel, Francfort Reinhold Zickel, Reinhold Zickel,

1 9 5 8 /6 0 ,

d e M e n o 1 9 6 1 , p ág. 1 1 1 . J o se p h R o th , «W er ist G in ster?», 2 5 d e n o v ie m b r e d e 1 9 2 8 , en J o sep h R o th ,

Werke 2,

C o lo n ia 1 9 9 0 , p ág. 9 9 9 . V é a se W a lter B e n ja m in ,

Gesammelte Briefe,

v o l. 1, 1 9 1 0 - 1 9 1 8 , F rancfort d e M en o

1 9 9 5 , p ág. 2 6 3 .

Walter Benja­ L o n itz, Marbacher

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D arm stad t y

N e u w ie d 1 9 8 6 , pág. 2 7 . S e lm a r Spier,

Vor 1914. Erinnerungen an Frankfurt geschrieben in Israel,

Francfort

d e M e n o 1 9 6 1 , p ág. 1 1 2 .

A l ’écart tous les courants,

1 9 6 9 , e n A G S 2 0 .1 , p ág. 1 8 8 .

Die «Marxistische Arbeitswoche» 1 9 2 3 y la Gründung des Instituís fur Sozialforschung en W ille m van R eijen y G . S c h m id N oerr, Grand Ho­ tel Abgrund, H a m b u r g o 1 9 8 8 , p ág. 141 y sigs. F. E is e n b a c h , Beschreibung und Geschichte der Universitdt und Stadt Tübingen,

V é a s e M ic h a e l B u ck m iller,

H.

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Ojfener Brief an Max Horkheimer {Carta abierta a Max Horkheimer),

20. 1 ,

pág.

156.

1965, AGS

SOBRE LAS FUENTES

Ernst H erh au s,

401

Notizen wahrend der Abschajfung des Denkens,

Francfort d e M en o

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Gelebtes Denken. Einc Aubiogmphie im Dialoga

Francfort de M en o

1 9 8 1 , pág. 4 0 . G eo rg L ukács,

Gelebtes Denken. Eine Autobiographie im Dialoga

Francfort de M e n o

1 9 8 1 , pág. 4 5 .

Theorie des Romans, N e u w ie d y B erlín 1 9 6 3 , pág. 158. W la d im ir 1. L e n in , Werke, vol. 3 1 , B erlín 1 9 6 6 , pág. 153. Karl K orsch, Marxismns und Philosophie, Francfort de M e n o 1 9 6 6 , pág, 3 4 y sigs. Asylfiir Obdachlose, en Mínima Moralia, A G S 4 , pág. 4 3 (tra d u cció n castellana: «Asi­ lo para d esam p arad os», en Mínima Moralia, C aracas 1 9 7 5 ). Notiz zu Kierkegaard. Konstruktion des Ásthetischen (Nota a Kierkegaard. La construc­ ción de lo estético), 1 9 6 6 , ahora en A G S 2 , pág. 2 6 1 (tra d u cció n castellana: Kierke­ gaard. La construcción de lo estético, C aracas 1 9 7 1 ). Kierkegaard. Konstruktion des Asthetischen, 1 9 3 3 , ahora en A G S 2 , pág. 13. Siegfried Kracauer, Der enthüllte Kierkegaard, 1 9 3 3 , en S iegfried Kracauer, Schriften G eorg L u kács,

v o l. 5 .3 , Francfort de M e n o 1 9 9 0 , pág. 2 6 3 .

Der wunderliche Realist, 1 9 6 4 , en Noten zur Literatur III, ahora en Der wunderliche Realist, 1 9 6 4 , en Noten zur Literatur III, ahora en M ax H o rk h eim er, Hans Cornelius, 1 9 2 3 , en H G S 2 , pág. 1 5 3 . Siegfried K racauer, Georg von Lukács* Romantheorie, 1 9 2 1 , en Schriften v o l. 5 .1 , F rancfort de M e n o 1 9 9 0 , pág. 1 1 7 .

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V éase la n o ta ed itorial de R o lf T ie d e m a n n en A G S 1, pág. 3 8 2 .

Der enthüllte Kierkegaard,

Siegfried Kracauer,

1 9 3 3 , en S iegfried Kracauer,

Schriften

v o l. 5 .3 , Francfort de M e n o 1 9 9 0 , pág. 2 6 3 .

Zu den Schriften Walter Benjamins,

Siegfried Kracauer,

Schriften vol.

5 .2 , Francfort de M e n o 1 9 9 0 , pág. 124.

Zu den Schriften Walter Benjamins,

Siegfried Kracauer,

Schriften vol.

1 9 2 8 , en S iegfried Kracauer, 1 9 2 8 , en S iegfried Kracauer,

5 .2 , Francfort d e M e n o 1 9 9 0 , pág. 123.

Siegfried Kracauer,

Prophetentum,

1 9 2 2 , en S iegfried Kracauer,

Schriften,

v ol. 5 .1 ,

Francfort de M e n o 1 9 9 0 , pág. 2 0 3 . Ernst B lo ch ,

Durch die Wüste,

B erlín 1 9 2 3 , pág. 6 1 .

S iegfried K racauer a L eo L ó w en th a l, carta del 16 d e octu b re de 1 9 2 3 , en L eo L ó w en th a l/S ieg fried

Kracauer,

In steter Freundschaft. Briefwechsel,

L u n eb u rgo 2 0 0 3 ,

pág. 4 8 . Ernst B lo ch a S iegfried Kracauer, carta del 2 0 d e m a y o d e 1 9 2 6 , en Ernst B lo ch ,

fe vo l 1 ,

Brie-

Francfort d e M e n o 1 9 8 5 , pág. 2 7 0 .

Siegfried K racauer a E rnst B lo ch , 2 7 d e m a y o d e 1 9 2 6 , en Ernst B lo ch ,

Briefe vol.

1,

Briefe v ol.

1,

F rancfort de M e n o , pág. 2 7 2 . S iegfried K racauer a Ernst B lo c h , 2 7 d e m ayo d e 1 9 2 6 , en E rnst B lo ch , Francfort d e M e n o , pág. 2 7 4 . Siegfried Kracauer,

Soziologie ais Wissenschaft,

1 9 2 2 , en S iegfried Kracauer,

Schriften

Schriften

vol. 5 .1 ,

v o l. 1, Francfort d e M e n o 1 9 7 1 , pág. 11. Siegfried Kracauer,

Die Wartenden,

1 9 2 2 , en Siegfried Kracauer,

Francfort d e M e n o 1 9 9 0 , pág. 1 6 8 .

THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

402

T h e o d o r W . A d o rn o a E rnst B lo c h , carta del 2 6 d e ju lio d e 1 9 6 2 , rep rod u cid a en el A p é n d ic e d e este libro. T h e o d o r W ie se n g r u n d -A d o r n o a W alter B c n ja m in , A d o rn o / W alter B e n ja m in ,

1 7 .1 2 .1 9 3 4 , en T h e o d o r W.

Briefwechsel 1928-1940 ,

F ran cfort d e M e n o

1994,

pág. 9 1 , 9 0 (tr a d u c c ió n castellan a: T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B en ja m in ,

Corres­

pondencia 1928-1940,

M a d rid 1 9 9 8 ).

W alter B en ja m in a T h e o d o r W ie s e n g r u n d -A d o r n o , 1 .1 2 .1 9 3 2 , en T h e o d o r W . A d o r­

Briefwechsel 1928-1940 , F ran cfort d e Kierkegaard. Konstruktion des Ásthetischen, 1 9 3 3 , ah ora en A G S W alter B e n ja m in , Gesammelte Schrifien v o l. III, F ran cfort d e n o /W a lte r B e n ja m in ,

M e n o 1 9 9 4 , pág. 3 2 . 2 , pág. 7 0 , 7 1 . M e n o 1 9 7 2 , pág. 3 8 0

y sigs. W alter B en ja m in a G erh ard S c h o le m , 3 0 d e d ic ie m b r e d e 1 9 2 2 , en W alter B en ja m in ,

Gesammelte Briefe v o l. 1 ,

F ran cfort d e M e n o 1 9 7 8 , pág. 2 9 5 .

W alter B e n ja m in a E rn st S c h o e n , 7 d e abril d e 1 9 1 9 , en W a lter B e n ja m in ,

melte Briefe v o l. 1 ,

Gesam­

F ran cfort d e M e n o 1 9 7 8 , pág. 2 0 8 .

W alter B e n ja m in 1 9 2 3 , en

Gesammelte Schrifien

v o l. IV, F ran cfort d e M e n o 1 9 7 2 ,

Gesammelte Schrifien

v o l. IV, F ran cfort d e M e n o 1 9 7 2 ,

pág. 9 2 9 . W a lter B e n ja m in 1 9 2 3 , en pág. 9 2 5 y sigs. W alter B e n ja m in a G erh ard S c h o le m , 3 0 d e d ic ie m b r e d e 1 9 2 2 , en W alter B e n ja m in ,

Gesammelte Briefe vol. 1 ,

F ran cfort d e M e n o 1 9 7 8 , pág. 3 7 2 .

W a lter B e n ja m in a G erh a rd S c h o le m , 3 0 d e d ic ie m b r e d e 1 9 2 2 , en W alter B en ja m in ,

Gesammelte Briefe v o l. 1 , F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 7 8 , pág. 3 7 1 y sigs. Walter Benjamín 1892-1940, R o lf T ie d e m a n n , C h r isto p h G ó d d e y H en ri Marbacher Magazin 5 5 / 1 9 9 0 , p á g . 7 5 . Erinnerung (an Walter Benjamin), 1 9 6 4 , A G S v o l. 2 0 .1 , p ág. 1 7 3 (tr a d u c c ió n na: « R ecu erd o s» , e n Sobre Walter Benjamin, M a d r id 1 9 9 5 ). Erinnerung (an Walter Benjamin), 1 9 6 4 , A G S v o l. 2 0 .1 , pág. 1 7 5 . B ern W itt e , Walter Benjamin, R e in b e k b ei H a m b u r g 1 9 8 5 , p ág. 4 8 .

L o n itz,

castella­

W a lter B e n ja m in a F lo r en s C h r is d a n R a n g , 10 d e e n e r o d e 1 9 2 4 , en W alter B en ja ­ m in ,

Gesammelte Briefe v o l.

1, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 7 8 , p á g . 3 2 6 .

W a lter B e n ja m in , « A n k ü n d ig u n g d er Z e itsc h r ift: A n g e lu s N o v u s» ,

ten v o l.

Gesammelte Schrif-

I, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 7 4 , p á g . 3 3 5 .

W a lter B e n ja m in a T h e o d o r W ie s e n g r u n d -A d o r n o , 1 7 d e ju lio d e 1 9 3 1 , e n T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B e n ja m in ,

Briefwechsel 1928-1940,

F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 9 4 ,

p á g . 18 . E n esta carta B e n ja m in ta m b ié n r e c o n o c e h ab er le íd o «con gran alegría» el te x to d e A d o r n o

Worte ohne Lieder.

W a lte r B e n ja m in a G e r s h o m S c h o le m , carta escrita d e s d e F ra n cfo rt e n tre el 2 0 y el 25 d e m a y o d e 1 9 2 5 , e n W a lter B e n ja m in ,

Gesammelte Briefe

v o l. III, F ran cfort de

M e n o 1 9 9 7 , pág. 3 9 . V é a s e H ild e B e n ja m in ,

Georg Benjamin. Eine Biographie,

L e ip z ig 1 9 8 7 , pág. 4 5 .

W a lte r B e n ja m in a G e r s h o m S c h o le m , carta e scr ita d e s d e F ra n cfo rt el 21 d e ju lio de 1 9 2 5 , e n W a lte r B e n ja m in , pág. 6 4 .

Gesammelte Briefe

v o l. III, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 9 7 ,

SOBRE LAS FUENTES

403

W alter B en ja m ín a G er sh o m S c h o le m , carta escrita d esd e Francfort en tre el 2 0 y el 25 d e m a y o d e 1 9 2 5 , en W alter B en ja m ín ,

Gesammelte Briefe

vol. 111, Francfort de

M e n o 1 9 9 7 , pág. 3 9 . G ersh o m S c h o le m ,

Walter Benjamín — die Geschichte einer Ereundschaft,

Francfort

d e M e n o 1 9 7 5 , pág. 2 5 7 . G ersh o m S c h o le m ,

Walter Benjamín und sein Engel,

Francfort d e M e n o 1 9 8 3 , pág.

Walter Benjamín und sein Engel,

Francfort d e M e n o 1 9 8 3 , pág.

Walter Benjamín und sein Engel,

Francfort de M e n o 1 9 8 3 , pág.

75. G ersh o m S c h o le m , 74. G ersh o m S c h o le m , 181. A A lb a n Berg, 5 d e febrero d e 1 9 2 5 , e n A d o r n o /B e r g ,

Briefivechsel 1925-1935 ,

F rancfort d e M e n o 1 9 9 7 , pág. 10.

Consecutio temporum, en Mínima Moralia, ahora e n A G S 4 , pág. 2 4 6 y sigs. Im Gedachtnis an Alban Berg [En memoria de Alban Berg), 1 9 5 5 , ahora en

A G S 18,

pág. 5 0 5 .

Jene zwanziger Jahre {Aquellos años veinte), 1 9 6 2 , en Eingriffe, ahora en A G S 1 0 .2 , pág. 5 0 1 : Es difícil alejar el sentimiento de que ese doble aspecto, a saber, la posibilidad de un mundo mejor y la pérdida de esta posibilidad a consecuencia de la consolidación de los poderes que des­ pués se manifestarían plenamente en el fascismo, se expresaba también en la ambiva­ lencia del arte, que de hecho es específica de los años veinte y no responde a una ima­ gen vaga y contradictoria de los clásicos de la modernidad. V éa se S o m a M o rg en stern , Alban Berg und seine Idole. Erinnerungen und Briefe, Lu-

A d o rn o fo rm u ló d e form a d istin ta esta m ism a id ea en

n eb u rg o 1 9 9 5 , pág. 1 1 7 y sigs.

Im Gedachtnis an Alban Berg, 1 9 5 5 , ahora en A G S 18, pág. 4 9 0 y sigs.: En la época en la que estuve con él se produjo el episodio de Hanna, la hermana de Werfel; él me uti­ lizó como p o stilio n d ’am our, yo debía desplazarme a Praga alegando como pretexto lasfrecuentes visitas a mi amigo Hermann Grab; no supe interpretar correctamente mi papel, nunca hablé con Hanna en privado, todo residtaba tan extraño que su marido empezó a sospechar. El affaire estaba condenado al fracaso desde un principio: por una parte, ella se sentía importunada por el inmenso p a th o s jy, por otra, ni Berg quería de­ jar a su esposa ni Hanna a su marido y a sus dos hijos. Berg. Der Meister des kleinsten Übergangs, 1 9 6 8 , ahora en A G S 13, pág. 3 2 4 : Alban Berg se despidió para largo tiempo del autor escribiéndole una tarjeta postal con la cita del paso de Hagen de El crepúsculo de los dioses: “Sed fieles”. Nada desearía tanto el autor como no haberle fallado, pero sin que su gratitud apasionada menoscabase la autonomía que su maestro y amigo desarrolló en él musicalmente. A d o rn o escribió esto en sep tiem b re d e 1 9 6 8 , en el m es en el q u e celeb ró su ú ltim o cu m p lea ñ o s (tra d u cción castellana:

Alban Berg,

T h e o d o r W . A d o r n o /T h o m a s M a n n ,

M ad rid 1 9 9 0 ).

Briefivechsel 1943-1955 ,

Francfort de M e n o

2 0 0 2 , pág. 8 7 .

Berg. Der Meister des kleinsten Übergangs, ahora en A G S 13, pág. 3 4 2 . V éase Frankfurter Adorno Blátter, v o lu m e n V i l , M u n ic h 2001 , pág. 123.

THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ULTIMOS GENIOS

404

El exilio de A d orn o en Inglaterra ha sid o ab ord ad o en p eq u eñ as p u b lica cio n es disper­ sas por Evelyn W ilco ck .

Berg. Bcrg. Berg Berg. Zum

Dcr Mcistcr des kleinsten Dcr Mcistcr des kleinsten Dcr Mcistcr des kleinsten Der Mcistcr des kleinsten Gcdiichtnis Eichendorffs,

Übergangs, ahora en A G S 13, pág. 13, pág. 3 4 0 . Übergangs, ahora en A G S 13, pág. 3 3 3 . Übergangs, ahora en A G S 13, pág. 3 3 6 . Übergangs, ahora en A G S 13, pág. 3 3 8 . 1 9 5 7 , en Noten znr Literatur /, ahora en A G S 11 ,

pá­

gina 6 9 . W iesen g ru n d -A d o rn o a W alter B en ja m ín , carta del 7 d e n o v iem b re de 1 9 3 6 , en T h eo d o r W. A d orn o/W alter B enjam ín,

Briefiuechsel 1928-1940,

Francfort de M en o

1 9 9 4 , pág. 2 0 9 .

Schóne Stellen,

1 9 6 5 , u n o d e los m ás b ello s program as de radio d e T h e o d o r W. A d or­

n o , véase A G S 18, pág. 6 9 5 y sigs.

lm Gedachtnis an Alban Berg, A n d ie M utter,

12

1 9 5 5 , ahora en A G S 18, pág. 4 9 4 .

de n oviem b re d e 1 9 4 9 , en

Briefe an die Eltern,

F rancfort de M en o

Briefe an die Eltern,

F rancfort d e M e n o

Briefe an die Eltern,

Francfort d e M e n o

2 0 0 3 , pág. 5 2 9 . A n d ie M utter, 2 4 d e sep tiem b re d e 1 9 5 0 , en 2 0 0 3 , pág. 5 3 5 y sigs. A n B erth old Bührer, 31 de en ero de 1 9 5 0 , en 2 0 0 3 , pág. 5 3 9 . A n d ie E ltern, 9 d e a g o sto d e 1 9 4 9 , en

Briefe an die Eltern,

Francfort de M e n o 2 0 0 3 ,

Briefe an die Eltern,

Francfort de M e n o 2 0 0 3 ,

pág. 5 2 9 . A n d ie E ltern, 9 d e a g o sto d e 1 9 4 9 , en pág. 5 2 9 .

Berg. Der Meister des kleinsten Übergangs, ahora en A G S 13, pág. 4 2 9 . Berg. Der Meister des kleinsten Übergangs, ahora en A G S 13, pág. 3 3 9 . ArnoldSchonberg. 1874-1951, 1 9 5 7 , ahora en A G S 18, pág. 3 2 0 . Kulturkritik und Gesellschaft, 1 9 4 9 , en Prismen, ahora en A G S 1 0 .1 , pág. 3 0 (traduc­ ció n castellana: «La crítica d e la cultura y la sociedad», en Crítica cultural y sociedad, M a d rid 1 9 8 4 ).

EL N O I D É N T I C O

T h e o d o r W . A d o r n o a T h o m a s M a n n , 5 d e ju lio d e 1 9 4 8 , en T h e o d o r W . A dor-

Briefivechsel 1943-1955, F rancfort d e M e n o 2 0 0 2 , Die Entstehung des Doktor Faustus. Román eines Rornans,

n o /T h o m a s M a n n , T hom as M ann,

pág. 3 3 . Á m sterdam

1 9 4 9 , p ág. 4 2 y sigs. T h o m a s M a n n a T h e o d o r W . A d o r n o , 9 d e en ero d e 1 9 5 2 , en T h e o d o r W . A dorn o /T h o m a s M a n n ,

Briefivechsel 1943-1955,

F rancfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 9 7 .

T h o m a s M a n n a T h e o d o r W . A d o rn o , 3 0 d e d iciem b re de 1 9 4 5 , en T h e o d o r W . Adorn o /T h o m a s M a n n ,

Briefivechsel ¡943-1955,

Francfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 2 0 .

T h o m a s M a n n a E m il P reetoriu s, 12 d e d ic ie m b r e d e 1 9 4 7 , en T h o m a s M a n n , II, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 7 9 , pág. 5 7 6 .

Briefe

405

SOBRE LAS FUENTES

T h o m a s M a n n a E m il Preetorius, 12 d e d iciem b re d e 1 9 4 7 , en T ilo m a s M a n n ,

Briefe

II, F rancfort d e M e n o 1 9 7 9 , pág. 5 7 5 . Thom as M ann, Thom as M ann,

Tagebücher 1946-1948 , Tagebücher 1946-1948,

F rancfort d e M e n o 1 9 8 9 , pág. 2 2 1 . Francfort d e M e n o 1 9 8 9 , pág. 2 2 3 .

T h o m a s M a n n a Joñas Lesser, 15 de o ctu b re d e 1 9 5 1 , en T h o m a s M a n n ,

Briefe

III,

Briefe

III,

F rancfort de M e n o 1 9 7 9 , pág. 2 2 5 . T h o m a s M a n n a Joñas Lesser, 15 d e o ctu b re de 1 9 5 1 , en T h o m a s M a n n , F rancfort de M e n o 1 9 7 9 , pág. 2 2 6 . Carta a B. B ráu tigam , 18 d e m arzo de 1 9 6 8 ,

Frankfurter Adorno Blütter,

v o lu m en I,

M u n ic h 1 9 9 2 , pág. 3 1 . Thom as M ann,

Tagebücher 1946-1948,

Francfort d e M e n o 1 9 8 9 , 3 0 .1 0 .1 9 4 8 , pág.

322.

Essays 1945-1955, F rancfort d e M e n o M a n n , Tagebücher 1946-1948, Francfort d e

Thom as M ann,

1 9 9 7 , pág. 9 8 y pág. 102.

Thom as

M e n o 1 9 8 9 , 3 0 .1 0 .1 9 4 8 , pág.

320.

Schonberg, R e in b e k bei H a m b u r g 1 9 7 3 , pág. 1 5 2 y sigs. Die Entstehung des Doktor Faustus. Román eines Romans, Á m sterd am

V éase Eberhard Freitag, Thom as M ann,

1 9 4 9 , pág. 4 5 . Thom as M ann,

Die Entstehung des Doktor Faustus. Román eines Romans,

Á m sterd am

1 9 4 9 , pág. 4 5 . T h eo d o r W . A d o rn o a T h o m a s M a n n , 3 d e ju n io d e A d o r n o /T h o m a s M a n n ,

16 y

Briefivechsel 1943-1955,

1 9 4 5 , en T h e o d o r W .

Francfort de M e n o 2 0 0 2 , pág.

sigs.

T h e o d o r W . A d o rn o a T h o m a s M a n n , 3 de ju n io d e 1 9 4 5 , e n T h e o d o r W . A d o r­

Briefivechsel 1943-1955, Francfort d e M e n o 2 0 0 2 , Die Entstehung des Doktor Faustus. Román eines Romans,

n o /T h o m a s M a n n , T hom as M ann,

pág. 17. Á m sterd am

1 9 4 9 , pág. 4 6 . T hom as M ann,

Die Entstehung des Doktor Faustus. Román eines Romans,

Á m sterd a m

1 9 4 9 , pág. 4 7 . T h e o d o r W . A d o rn o a T h o m a s M a n n , 3 de ju n io de 1 9 4 5 , e n T h e o d o r W . A d o r­ n o /T h o m a s M a n n ,

Briefivechsel 1943-1955,

Francfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 17.

T h o m a s M a n n a Joñas Lesser, 15 d e octu b re d e 1 9 5 1 , en T h o m a s M a n n ,

Briefe

III,

F rancfort d e M e n o 1 9 7 9 , pág. 2 2 6 . T hom as M ann,

Die Entstehung des Doktor Faustus. Román eines Romans,

Á m sterd am

1 9 4 9 , pág. 4 2 . T h o m a s M a n n a A g n es M eyer, 7 d e en ero d e 1 9 4 4 , en T h o m a s M a n n ,

Briefe

II,

F rancfort de M e n o 1 9 7 9 , pág. 3 4 6 . T h o m a s M a n n a K laus M a n n , 1 2 d e m a y o d e 1 9 3 8 , en T h o m a s M a n n ,

Briefe

III,

F rancfort de M e n o 1 9 7 9 , pág. 4 7 4 . T h e o d o r W . A d o rn o a T h o m a s M a n n , 3 de ju n io d e 1 9 4 5 , e n T h e o d o r W . A d o r­ n o /T h o m a s M a n n ,

Briefivechsel 1943-1955,

Francfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 17.

T h e o d o r W . A d o r n o a T h o m a s M a n n , 5 d e ju lio d e 1 9 4 8 , en T h e o d o r W . A d o r­ n o /T h o m a s M a n n ,

Briefivechsel 1943-1955,

Francfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 3 3 .

T h e o d o r W . A d o r n o a T h o m a s M a n n , 3 d e ju n io d e 1 9 4 5 , en T h e o d o r W. A d o r­ n o /T h o m a s M a n n ,

Briefivechsel 1943-1955,

Francfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 16.

THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

406

Briefe II, K urzk e, Tho­

T h o m a s M a n n a A g n es M eyer, 2 9 d e ju n io d e 1 9 3 9 , e n T h o m a s M a n n , Francfort de M e n o 1 9 7 9 , p ág. 1 0 0 , 1 01; véase ta m b ié n H e r m a n n

mas Mann,

M u n ic h 1 9 9 9 , pág. 2 8 .

T h e o d o r W . A d o r n o a T h o m a s M a n n , 5 d e ju lio d e 1 9 4 8 , en T h e o d o r W . A d or-

Briefwechsel 1943-1955, F ran cfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 3 3 . Die Entstehung des Doktor Faustas. Román eines Romans, Á m sterd a m

n o /T h o m a s M a n n , T hom as M ann,

1 9 4 9 , pág. 4 3 . T hom as M ann,

Die Entstehung des Doktor Eaustus. Román eines Romans, Ámsterdam

1 9 4 9 , pág. 3 8 .

Spatstil Beethovens (El estilo tardío de Beethoven),

1 9 3 7 , ahora e n A G S 17, pág.

15

y

sigs. T hom as M ann,

Die Entstehung des Doktor Faustas. Román eines Romans,

Á m sterd a m

1 9 4 9 , pág. 4 2 . B e n ja m ín a M a x H o rk h e im e r,

6 de

d ic ie m b r e d e 1 9 3 7 , en

Gesammelte Briefe,

v o l. V,

F ran cfort d e M e n o 1 9 9 9 , p ág. 6 1 8 . W alter B e n ja m ín ,

ten III,

Ein deutsches Instituí freier Forschung,

1 9 3 8 , en

Gesammelte Schrif

pág. 5 2 5 .

Thomas Mann, M u n ic h 1 9 9 9 , pág. 5 0 3 . Philosophie der neuen Musik, 1 9 4 8 , ahora e n A G S 12, pág. 11 (tr a d u c c ió n castellana: Filosofía de la nueva música, B u e n o s A ires 1 9 6 6 ). Notiz (Nota), feb rero d e 1 9 4 5 , e n Graeculus (I). M u sik a lisch e N o tiz e n , en Frankfurter Adorno Blatter, v o lu m e n V II, M u n ic h 2 0 0 1 , pág. 16. Fantasía sopra Carmen, 1 9 5 5 , en Quasi una fantasía, ah ora en A G S 1 6 , pág. 3 0 0 . Fantasía sopra Carmen, 1 9 5 5 , e n Quasi una fantasía, ah ora e n A G S 16, pág. 2 9 9 . Standort des Erzahlers im zeitgenóssichen Román (El lugar del narrador en la novela con­ temporánea), 1 9 5 4 , Noten zur Literatur I, ah ora en A G S 1 1 , pág. 4 5 . V éa se T h o m a s M a n n , Tagebücher 1953-1955, F ran cfort d e M e n o 1 9 9 5 , 2 2 d e o c tu ­ V éa se H er m a n n K urzke,

bre d e 1 9 5 4 , p ág. 2 8 7 . T h e o d o r W . A d o r n o a E rika M a n n , 19 d e abril d e 1 9 6 2 , e n

ter,

Frankfurter Adorno Blat­

v o lu m e n I, M u n ic h 1 9 9 2 , p á g . 14.

V é a se In g e Jen s, V o r w o rt, e n T h o m a s M a n n ,

Tabebücher 1953-1955,

Francfort de

M e n o 1 9 9 5 , p ág. X X .

Zu einem Portrat Thomas Manns (Para un retrato de Thomas Mann), 1 9 6 2 , zur Literatur III, ah ora e n A G S 11, p ág. 3 3 9 . Zu einem Portrat Thomas Manns, 1 9 6 2 , e n Noten zur Literatur III, ah ora en

en

Noten

A G S 11,

pág. 3 3 7 .

Frankfurter Adorno Blatter, v o lu ­ m e n V II, M u n ic h 2 0 0 1 , p ág. 6 1 : Apenas preciso explicar que el hecho de que en vir­ tud de mi destino individual, y seguramente también de ciertos mecanismos psicológi­ cos, yo no haya podido hacer en mi vida lo que -así lo creía entonces y así lo sigo creyendo hoy- habría podido llegar a hacer como compositor, ha sido un trauma en mi

C a rta a R e n e L e ib o w itz , 3 d e o c tu b r e d e 1 9 6 3 , e n

vida. Philosophie der neuen Musik,

1 9 4 8 , a h o ra e n A G S

12 , p á g .

15.

407

SOBRE LAS FUENTES

M ax H o r k h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o ,

Dialektik der Aufklarung. Philosophische 1 3 3 (tr a d u c c ió n castellana: Dialéctica de

Fragmente, 1 9 4 4 , ahora en A G S 3 , pág. la Ilustración. Fragmentos filosóficos, M a d rid 1 9 9 8 ). M ax H o r k h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o , Dialektik der Aufklarung. Philosophische Fragmente, 1 9 4 4 , ahora en A G S 3, pág. 1 5 4 . T h o m a s M a n n a T h e o d o r W . A d o r n o , 3 0 d e d ic ie m b r e d e 1 9 4 5 , e n T h e o d o r W . A d o r n o /T h o m a s M a n n ,

Briefvechsel 1943-1955 ,

F ran cfort d e M e n o 2 0 0 2 , p á ­

g in a 19.

Philosophie der neuen Musik, 1 9 4 8 , ahora en A G S 1 2 , pág. 2 3 . Philosophie der neuen Musik, 1 9 4 8 , ahora en A G S 12 , pág. 2 4 . Philosophie der neuen Musik, 1 9 4 8 , ahora en A G S 1 2 , p ág. 5 0 , 5 1 . Standort des Erzáhlers im zeitgenóssichen Román, 1 9 5 4 , Noten zur Literatur / ,

ahora en

A G S 1 1 , pág. 4 5 .

Bürgerliche Oper (Ópera burguesa), 1 9 5 5 , en Klangfiguren, ahora e n A G S 1 6 , pág. 3 3 . Bürgerliche Oper, 1 9 5 5 , en Klangfiguren, ahora en A G S 1 6 , pág. 3 1 . Bürgerliche Oper, 1 9 5 5 , en Klangfiguren, ahora en A G S 1 6 , pág. 3 0 . Antithese, en Mínima Moralia, ah ora e n A G S 4 , p ág. 2 9 (tr a d u c c ió n castellana: Antíte­ sis, en Mínima Moralia, C aracas 1 9 7 5 ). Zueignung (Dedicatoria), en Mínima Moralia, ah ora e n A G S 4 , pág. 16. Über Tradition (Sobre la tradición), 1 9 6 6 , en Ohne Leitbild. Parva Aesthetica, ahora en A G S 1 0 .1 , p ág. 3 1 0 .

Auf die Frage: Was ist deutsch (A la pregunta: ¿Que es alemán?), ahora en A G S

10.2 ,

1 9 6 5 , en

Stichworte,

pág. 6 9 5 .

Wissenschaftliche Erfahrungen in America,

1 9 6 8 , en

Stichworte,

ahora en A G S 1 0 .2 ,

1 9 6 8 , en

Stichworte,

ahora en A G S 1 0 .2 ,

pág. 7 3 6 .

Wissenschafiliche Erfahrungen in America, pág. 7 3 6 .

T h o m a s M a n n a T h e o d o r W . A d o r n o , 11 d e ju lio d e 1 9 5 0 , en T h e o d o r W . A d o r ­ n o /T h o m a s M a n n ,

Briefvechsel 1943-1955 ,

F ran cfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 7 5 .

T h o m a s M a n n a T h e o d o r W . A d o r n o , 3 0 d e o c tu b r e d e 1 9 5 2 , en T h e o d o r W . A d o r ­ n o /T h o m a s M a n n ,

Briefvechsel 1943-1955 ,

F ran cfort d e M e n o 2 0 0 2 , pág. 1 2 2 .

T h o m a s M a n n a T h e o d o r W . A d o r n o , 3 0 d e o c tu b r e d e

1952,

en T h e o d o r W . A d o r ­

Briefvechsel 1943-1955 , F ran cfort d e M e n o 2 0 0 2 , Antithese, en Mínima Moralia, ah ora en A G S 4 , p ág. 2 8 . Wissenschafiliche Erfahrungen in America, 1 9 6 8 , e n Stichworte, ah ora e n n o /T h o m a s M a n n ,

pág. 1 2 3 .

A G S 1 0 .2 ,

pág. 7 2 9 .

Wissenschafiliche Erfahrungen in America,

10.2 ,

1 9 6 8 , en

Stichworte,

ah ora en A G S

1 9 6 8 , en

Stichworte,

ah ora e n A G S 1 0 .2 ,

pág. 7 2 6 .

Wissenschaftliche Erfahrungen in America, pág. 7 2 8 y sigs.

Hans-Guck-in-die-Luft, e n Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 6 2 : El problema, casi insoluble, es aquí el de no dejarse allanar ni por el poder de los otros ni por la pro­ pia impotencia.

408

THEODOR W. ADORNO. UNO DF. LOS ÚLTIMOS GENIOS

Für MarcelProust (Para Marcel Proust), en Mínima Moralia, ahora en A G S Wissenschaftliche Erfahrungen in America, 1 9 6 8 , en Stichwortc, ahora e n

4 , pág. 2 1 . A G S 10.2,

pág. 7 2 9 .

Wissenschaftliche Erfahrungen in America,

1 9 6 8 , en

Stichworte,

ahora en A G S 10.2,

1 9 6 8 , en

Stichworte,

ahora en A G S 10.2 ,

pág. 7 2 6 .

Wissenschaftliche Erfahrungen in America, pág. 7 2 8 y sigs.

Veblens Attack on Culture,

en

Studies in Philosophy and Social Science,

v o lu m e n IX,

N u ev a York 1 9 4 1 , pág. 4 1 1 .

Veblens Angriffauf die Kultur,

1 9 5 3 , en

Prismen,

ahora en A G S 1 0 .1 , pág. 9 5 (traduc­

c ió n castellana: «El ataq u e d e V eb len a la cu ltu ra», en

Crítica cultural y sociedad,

M a d rid 1 9 8 5 ).

Über den Gebrauch von Fremdwórtern (Sobre el uso de extranjerismos), en el A p én d ic e d e Noten zur Literatur, A G S v o l. 1 1 , pág. 6 4 3 . M a x H o rk h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o , Dialektik der Aufklarung. Philosophische Fragmente, 1 9 4 4 , ahora en A G S 3 , pág. 1 88 y sigs. A d o rn o a D a v id , 3 d e ju lio d e 1 9 4 1 , cita d o p or R o lf W ig g ersh a u s, Die Frankfurter Schule, M u n ic h 1 9 8 6 , pág. 3 5 0 . Philosophie der neuen Musik, 1 9 4 8 , ahora en A G S v o l. 12, pág. 3 2 . M a x H o rk h e im e r a Félix W eil, 10 d e m arzo d e 1 9 4 2 , en H G S 17, pág. 2 7 5 .

Die Frankfurter Schule, M u n ic h 1 9 8 6 , pág. 4 1 3 . Für Marcel Proust, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 2 1 . Rasenbank (Banco público), en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 2 3 . Monade (Mónada), en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 169. Monade, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 70. Monade, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 71. Vermachtnis (Legado), en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 173. Goldprobe (Prueba del oro), en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 7 3 . Goldprobe, en Mínima Moralia, ahora en A G S 4 , pág. 1 7 6 . V éa se R o lf W ig g ersh a u s,

T R A N S IC IO N E S

Hanns Eisler, El hermano no idéntico Zum Erstdruck der Originalfassung,

1 9 6 9 , en

Kompositión für den Film,

en colab ora­

c ió n c o n H a n n s Eisler, ahora en A G S 1 5 , pág. 1 4 4 (tra d u cció n castellana:

y la música, en co la b o ra c ió n c o n Zum Erstdruck der Originalfassung,

El cine

H . Eisler, M a d rid 1 9 7 6 ). 1 9 6 9 , en

Komposition fúr den Film,

en colab ora­

c ió n c o n H a n n s Eisler, ah ora en A G S 15, p ág. 1 4 5 .

Zum Erstdruck der Originalfassung,

1 9 6 9 , en

Komposition fúr den Film,

en colab ora­

c ió n c o n H a n n s Eisler, ahora en A G S 15, pág. 1 4 4 .

Zum Erstdruck der Originalfassung,

1 9 6 9 , en

Komposition für den Film,

c ió n c o n H a n n s Eisler, ahora en A G S 15, pág. 1 4 5 .

en colab ora­

SOBRE LAS FUENTES

Hanns Eisler: Dúo fur Violine und Violoncillo, op. 7, Nr. I,

409

1 9 2 5 , ahora en A G S 18,

pág. 5 1 9 .

Eisler: Zeitungsausschnitte. Für Gesang und Klavier, op. 11,

1 9 2 9 , ahora en A G S vol.

18, pág. 5 2 7 .

Im Gedachtnis anAlban Berg,

1 9 5 5 , ahora en A G S vol. 18, pág. 5 0 4 .

N o ta q u e data a p ro x im a d a m en te de 1 9 5 0 , citad a por Jürgen Schebera, cia 1 9 9 8 , pág. 4 2 .

ArnoldSchónberg (I), 1 9 5 7 , ahora en A G S v o l. 18, pág. 3 2 3 . H a n n s Eisler, Über moderne Musik, 15 d e o ctu b re de 1 9 2 7 , en

Eisler,

M agun-

H a n n s Eisler,

Schriften

15 d e o ctu b re de 1 9 2 7 , en H a n n s Eisler,

Schriften

I, M u n ic h 1 9 7 3 , pág. 3 2 y sigs. H a n n s Eisler,

Über moderne Mnsik,

I, M u n ic h 1 9 7 3 , pág. 3 2 .

Komposition fur den Film (c o n H a n n s E isler), 1 9 4 4 , ahora en A G S Komposition fur den Film (co n H a n n s E isler), 1 9 4 4 , ahora en A G S “Mahagonny”, 1 9 3 2 , ahora en A G S 19, pág. 2 7 6 . “Mahagonny”, 1 9 3 2 , ahora en A G S 19, pág. 2 7 7 . Eisler: Zeitungsausschnitte. Für Gesang und Klavier} op. 11, 1 9 2 9 ,

15, pág. 6 0 . 15, pág. 59.

ahora en A G S vol.

18, pág. 5 2 4 .

Eisler: Zeitungsausschnitte. Für Gesang und Klavier, op. 11,

1 9 2 9 , ahora en A G S vol.

18, pág. 5 2 7 .

Zum Erstdruck der Originalfassung,

1 9 6 9 , en

Komposition fur den Film,

en colab ora­

c ió n c o n H a n n s Eisler, ahora e n A G S 15, pág. 1 44. C o n v er sa c ió n d e B lo c h c o n A lb ert B etz (1 9 7 3 ), en H a n n s Eisler.

Musik einer Zeit, die

sich eben bildet, M u n ic h 1 9 7 6 , pág. 2 2 8 . Antwort eines Adepten. An Hans F. Redlich (Respuesta de un adepto. A Hans F. Redlich), 1 9 3 4 , ahora en A G S 18, pág. 4 0 1 y sigs.

Die stabilisierte Musik (La música estabilizada), 1 9 2 8 , ahora Eisler: Zeitungsausschnitte. Für Gesang und Klavier; op. 1 7,

en A G S 18, pág. 7 2 5 . 1 9 2 9 , ahora en A G S vol.

18, pág. 5 2 7 .

Eisler: Zeitungsausschnitte. Für Gesang und Klavier; op. 17,

1 9 2 9 , ahora en A G S vol.

1 8 , pág. 5 2 5 . H a n n s Eisler,

Fragen Sie mehr über Brecht. Gesprache mit Hans Bunge,

D a rm sta d t y

N e u w ie d 1 9 8 6 , pág. 4 3 . H a n n s Eisler,

Fragen Sie mehr über Brecht. Gesprache mit Hans Bunge,

D a rm sta d t y

N e u w ie d 1 9 8 6 , p ág. 4 3 . H a n n s Eisler,

Fragen Sie mehr über Brecht. Gesprache mit Hans Bunge,

D a rm sta d t y

N e u w ie d 1 9 8 6 , p ág. 13. H a n n s Eisler,

Fragen Sie mehr über Brecht. Gesprache mit Hans Bunge,

D a rm sta d t y

N e u w ie d 1 9 8 6 , p ág. 13. B erto ld B rech t,

Arbeitsjoumal,

F rancfort d e M e n o 1 9 7 3 , 2 4 de abril de 1 9 4 2 , pág.

424. B erto ld B rech t,

Arbeitsjoumal,

F rancfort de M e n o 1 9 7 3 , 2 4 d e abril de 1 9 4 2 , pág.

427. H a n n s Eisler,

12.

Fragen Sie mehr über Brecht,

sob re el c o n c e p to d e «postura» véase pág.

THEODOR W. ADORNO. UNO DE I.OS ULIIM OS (.ENIOS

410

B erto ld B rech t,

Arbeitsjoumal,

F ran cfort d e M e n o

1 9 7 3 , 5 d e abril d e 1 9 4 2 , pág.

4 0 6 , d eb a jo u n a fo to g ra fía d el b o m b a r d e o d e S in g a p u r. H a n n s Eisler,

Frngen Sic mehr über Brecht. Gesprache mit Hans Bunge,

D a r m sta d t y

N e u w ie d 1 9 8 6 , pág. 4 2 .

Zwergobst, en Mínima Moraba, ah ora e n A G S llas, en Mínima Moraba, C aracas 1 9 7 5 ) .

4 , p ág. 5 4 (tr a d u c c ió n castellan a:

A n d ie M u tter, 2 4 d e se p tie m b r e d e 1 9 5 0 , e n

Briefe an die Eltern,

Fruti­

F ra n cfo rt d e M e n o

2003. M ax H o r k h e im e r a Salka V ierrel, 2 9 d e ju n io d e 1 9 4 0 , H G S 1 6 , p ág. 7 2 6 .

Dialektik der Aufkliirung. Philosophische Frag­ (tr a d u c c ió n c a stella n a : Dialéctica de la Ilustración.

M ax H o r k h e im e r /T h e o d o r W . A d o r n o ,

mente, 1 9 4 4 , A G S 3 , p ág. 1 6 7 Fragmentosfilosóficos, M a d r id 1 9 9 8 ) . T h e o d o r W . A d o r n o y H a n n s E isler, Prólogo, 15, p á g.

1944,

Komposition fiir den Film,

AGS

10.

Notizen über Eisler (Notas sobre Eisler), 1 9 6 5 - 1 9 6 6 , e n Frank­ furter Adorno BlatterVll, M u n ic h 2 0 0 1 , p ág. 1 2 3 . Die stabilisierte Musik, 1 9 2 8 , e n A G S 1 8 , p ág. 7 2 5 . Die stabilisierte Musik, 1 9 2 8 , e n A G S 1 8 , p á g . 7 2 2 . H a n n s E isler, Fragen Sie mehr über Brecht. Gesprache mit Hans Bunge, D a r m s ta d t y T h eod or W . A d orn o,

N e u w ie d 1 9 8 6 , p ág. 4 2 .

Notizen über Eisler, p ág.

1 9 6 5 -1 9 6 6 , en

Frankfurter Adorno Blatter

V I I , M u n ic h 2 0 0 1 ,

1 9 6 5 -1 9 6 6 , en

Frankfurter Adorno Blatter

V I I , M u n ic h 2 0 0 1 ,

122 .

Notizen über Eisler, pág. 1 2 4 .

Fritz Lang, el amigo de América continuar, s in o la c o n t in u a c ió n e fe c ­ El esquema de la cultura de masas. La industria de la cultura

E n A G S 3 , p á g . 191 y a n o a p a rece la in d ic a c ió n tiv a en el a p é n d ic e :

( C o n t in u a c ió n ) , p ág. 2 9 9 , q u e s in d u d a fu e e s c r ito p o r A d o r n o , m ie n tr a s q u e el c a p ítu lo p u b lic a d o p o r v e z p r im e r a e n 1 9 4 4 fu e e s c r ito c o n j u n t a m e n t e p o r H o r k ­ h e im e r y A d o r n o ; A d o r n o ta m b ié n se r e m ite a e s te c a p ítu lo e n 1 9 4 4 e n el p r ó lo g o

Komposition fiir den Film (A G S 1 5 , p á g . 1 0 ) q u e e sc r ib e c o n E isler. E n la e d i­ c ió n d e Q u e r id o d e la Dialéctica de La Ilustración ( 1 9 4 7 ) , la in d ic a c ió n continuar a

a p a rece e n la p á g in a 1 9 8 .

Psicoanálisis inverso (umgekehrte Psychoanalysé).

D e s p u é s d e su reg reso d e lo s E sta d o s

U n id o s , A d o r n o u tiliz a esta e x p r e sió n para ca ra cteriza r lo s e fe c t o s c o n s c ie n t e m e n ­ te c a lc u la d o s d e lo s m e d io s . S o b r e su u so e n el á m b it o m u s ic a l, v é a se

Einleitung in

die Musiksoziologie (Introducción a la sociología de la música), 1 9 6 2 , A G S 1 4 , pág. 1 1 0 ; e n el á m b it o d e la t e le v is ió n , v é a se Fernsehen ais Ideologie {La televisión como ideología), 1 9 5 3 , A G S 10. 2 , p á g . 5 2 8 . L e m a d e la p r im e r a p a rte d e lo s A G S 4 , pág.

20.

Mínima Moraba,

q u e lle v a fe c h a d e 1 9 4 4 , a h o ra en

411

SOBRE I.AS FUENTES

A veces vamos al cine, así lo exige la gran obra que estoy escribiendo con Max. El domingo vimos S w e e t R o sie O ’G rad ie. Es una película anodina y absurda, pero deberíais ir a verla, sobre todo por la magia de los colores. (Es increíble los progresos que ha hecho el procedimiento del tecnicolor y todo lo que se puede hacer con él.) A n d ie E ltern , 11 d e n o v ie m b r e d e 1 9 4 3 , en Briefe an die Eltern, F ran cfort d e M e n o 2 0 0 3 , p ág. 2 2 6 . M ax H o r k h e im e r , H G S

12 ,

1 9 4 6 , p ágs. 3 4 2 - 3 4 3 .

T h e o d o r W . A d o r n o /M a x H o r k h e im e r ,

Dialektik der Aufklarung. Philosophische Frag­

mente, 1 9 4 4 , ah ora en A G S 3 , p ág. 1 7 9 . Zweimal Chaplin, 1 9 6 4 , e n Ohne Leitbild. Parva Aesthetica,

ah ora e n A G S 1 0 .1 , pág.

3 6 5 y sigs.

Dialektik der Aufkldrung. Philosophische Frag­ mente, 1 9 4 4 , ah ora e n A G S v o l. 3 , p ág. 1 6 4 y sig s. E n su o r ig in a l trab ajo Über den Fetischcharakter in der M usík und die Regression des H'órens ( 1 9 3 8 ) , A d o r n o re­ c o n o c e q u e lo s H e r m a n o s M a rx h a n p e r c ib id o con extraordinaria clarividencia la necesidad filosófico-histórica de la decadencia de la forma operística (a rtícu lo r e c o g i­

M a x H o r k h e im e r /T h e o d o r W . A d o r n o ,

d o e n A G S 1 4 , p á g .4 8 ; tr a d u c c ió n castellan a: «S ob re el carácter fe tic h ista d e la

Disonancias. Música en el mundo dirigido,

m ú sic a y la regresión en el o íd o » , en

M a d r id 1 9 6 6 ) . E n la r e cie n te r e c e p c ió n d el c a p ítu lo so b r e la in d u str ia d e la c u ltu ­ ra pasa casi sie m p r e d e sa p e r cib id a la iro n ía d e l c o n c e p to d e « in d u stria d e la c u l­ tura»: d e a c u e r d o c o n su p ro p ia a u t o c o n c e p c ió n , ésta q u erría ser u n se c to r in d u s ­ trial m á s, c o m o la in d u str ia d el acero o la d e l a u to m ó v il, p ero p e se a to d o su c o m e r c ia lis m o n o p u e d e serlo. W illia m D ie te r le , « H o lly w o o d a n d th e E u ro p ea n C risis», en:

Social Science,

p u b lis h e d

by

th e

I n s titu te

Studies in Philosophy and

o f S o c ia l

R esea rch ,

M o r n in g sid e

H e ig h ts , N e w York C ity 1 9 4 1 , pág. 1 0 1 . D ie te r le in te n ta d e m o str a r el carácter «in d u strial» d e H o lly w o o d c o n el s é p tim o lu gar en el

facts and figures:

ranking d e

la

motion pictures industry

ocupa

1940.

S o b re este e p is o d io v éa se J am es K. L y o n ,

Bertolt Brecht in America,

F ra n cfo rt d e M e n o

1 9 8 4 , p ág. 3 4 y sigs. W a lter B e n ja m ín ta m b ié n se h a b ía e n c o n tr a d o c o n el e n é r g ic o H a n n s E isler en S v e n d b o r g , en casa d e B rech t: « Q u e E isler se e n t ie n d e m ejo r c o n la m ú sic a para el c in e q u e lo s d em á s c o n él es a lg o d e lo q u e ya m e d i c u e n ta este v era n o » , e scr ib ió sa r cá stic a m e n te B e n ja m ín a T h e o d o r W . A d o r n o el 2 0 d e n o v ie m b r e d e 1 9 3 4 . (A d o r n o /B e n ja m in ,

Briefivechsel 1928-1940,

F ra n cfo rt d e M e n o , p ág. 8 1 ; tra d u c ­

c ió n castellan a: T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B e n ja m ín ,

1940,

Correspondencia 1928-

M a d r id 1 9 9 8 ) .

Das unbelehrbare Herz. Ein Leben in der Welt des Theaters, der Literatur und des Films. M it einem Vorwort von Cari Zuckmayer, R e in b e k b e i H a m -

Salka V ie r te l,

b u rg 1 9 7 9 , p ágs. 2 1 8 - 2 2 1 . E n 1 9 6 6 A d o r n o to d a v ía recu erd a la extrañ a c o n v e r sa ­

my music is not lovely, refunfuñó Schónberg en Hollywood cuando un gran mogol del cine, que no conocía su música, quiso hacerle un cumplido (Die Kunst und die Künste, 1 9 6 6 , en Ohne Leitbild. Par­ va Aesthetica, a h o ra en A G S 1 0 .1 , p ág. 4 3 5 ) . E n la « C a lifo r n ia alem an a» n o só lo

c ió n m a n te n id a en tre S c h ó n b e r g y T h a lb e r g : ...

se h a b la b a d e c ó m o c o n se g u ir d in e r o y F in an ciación : Salka V ie r te l fu e u n a d e las

THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLI'IMOS CÍENIOS

412

prim eras p erson as a las q u e M ax I lo r k h e im c r c o n f ió su n u e v a c o n c e p c ió n p o lítico -teó rica el 2 9 d e ju n io d e 1 9 4 0 : « T e n ie n d o e n c u e n ta lo q u e está o c u r r ie n d o en E u rop a y p o s ib le m e n te e n t o d o el m u n d o , n u e stro trab ajo a ctu a l habrá d e esperar hasta q u e pase la larga n o c h e q u e está p o r ven ir: habrá d e ser u n a e s p e c ie d e m e n ­ saje en u n a b o tella .» ( H G S 1 6 , p ág. 7 2 6 ) .

Arbeitsjournal,

14 d e n o v ie m b r e d e 1 9 4 1 , F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 7 3 ,

Das Schema der Massenkultur

(A p é n d ic e titu la d o «El e s q u e m a d e la c u ltu r a d e m a ­

B ertolt B rech t, pág. 3 1 3 .

sas»), o ctu b re d e 1 9 4 2 , e n M ax H o r k h e im e r /T h e o d o r W . A d o r n o ,

Dialektik der

Aufkldrung. Philosophische Fragmente, 1 9 4 4 , ah ora e n A G S 3 , p á g . 3 1 1 . Negative Dialektik, 1 9 6 6 , ah ora e n A G S 6, p á g . 3 3 9 (tr a d u c c ió n castellan a: Dialéctica negativa, M a d r id 1 9 7 5 ) . M a x H o r k h e im e r /T h e o d o r W . A d o r n o , Dialektik der Aufkldrung. Philosophische Frag­ mente, 1 9 4 4 , ah ora e n A G S 3 , p ág. 1 4 3 . V é a se B e r to lt B r e c h t, Radiotheorie 1927 bis 1932, e n B e r to lt B rech t, Gesammelte Werke, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 6 7 , v o l. 18. M a x H o r k h e im e r /T h e o d o r W . A d o r n o , Dialektik der Aufkldrung. Philosophische Frag­ mente, 1 9 4 4 , a h o ra e n A G S 3 , p ág. 1 5 4 . M a x H o r k h e im e r /T h e o d o r W . A d o r n o , Dialektik der Aufkldrung. Philosophische Frag­ mente, 1 9 4 4 , a h o ra e n A G S 3 , p ág. 1 8 4 . A d o r n o a L an g, 2 9 d e n o v ie m b r e d e 1 9 5 0 , c ita d o p o r R o lf A u r ic h /W o lfg a n g Jaco b -

Fritz Lang. Leben und Werk, Bilder und Documente/His Life and Work, Photographs and Documents/Sa vie et son oeuvre, photos et documents, B erlín 2 0 0 1 , p á g . 4 0 5 . s e n /C o r n e liu s S c h n a u b e r (e d .),

A d o r n o a L a n g , 2 9 d e n o v ie m b r e d e 1 9 5 0 , c ita d o p o r R o l f A u r ic h /W o lfg a n g Jacob -

Fritz Lang. Leben und Werk, Bilder und Documente/His Life and Work, Photographs and Documents/Sa vie et son oeuvre, photos et documents, B erlín 2 0 0 1 , p á g . 4 0 5 y s i g s . Zweimal Chaplin, 1 9 6 4 , e n Ohne Leitbild. Parva Aesthetica, a h o ra e n A G S v o l. 10. 1 , s e n /C o r n e liu s S c h n a u b e r (e d .),

p ág. 3 6 4 . V é a se A le x a n d e r K lu g e , « W o r a u f es m ir a n k a m » , e n

Die Zeit,

2 d e se p tie m b r e d e

1966. R e g in a B e c k e r -S c h m id t, « W e n n d ie F ra u en erst e in m a l F ra u en s e in k ó n n te n » , en

Geist gegen den Zeitgeist.

E d ita d o p o r J o s e f F r ü c h tl y M a r ia C a llo n i, F ran cfort de

M e n o 1 9 9 1 , p ág. 2 3 3 y s ig s . U w e N e t te lb e c k , « D ie V e r w ir r u n g e n d er A n ita G .» , Film e d e A le x a n d e r K lu g e «Abs c h ie d v o n G e ste r n » , e n

Die Zeit, 2

d e s e p tie m b r e d e 1 9 6 6 .

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419

SOBRE LAS FUENTES

kács reconoce en una digresión antiascética, tiene ya lo que le corresponde y se siente en su mundo como en casa. Sólo entonces desaparecería del arte ese momento de resigna­ ción que Lukdcs ve en Hegely que debió constatar con más razón en el modelo de su concepto de realismo, en Goethe, que proclamó la renuncia. “Erpresste V ersó h n u n g ”, 1 9 5 8 , en Noten zur Literatur II, ahora en A G S 11 , pág. 2 8 0 . G eorg L ukács, Gelebtes Denken. Eine Autobiographie im Dialog, Francfort d e M en o 1 9 8 1 , pág. 4 5 . L eo L ó w en th a l,

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Wagner no formó parte A d o r n o /W a lte r B e n ja m ín , Brief-

a g o sto d e 1 9 3 8 :

de los astros de mi infancia..., e n T h e o d o r W . wechsel 1928-1940, F ra n cfo rt d e M e n o 1 9 9 4 , pág. 3 4 4 . Die Wunde Heine, 1 9 5 6 , e n Noten zur Literatur I, ahora en A G S 11, p á g . 1 0 0 (tra­ d u c c ió n castellan a: «La h e r id a H e in e » , e n Crítica cultural y sociedad, M a d rid 1 9 8 5 ).

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(tra d u c­

A d o r n o e n v ió a su a lu m n a E lisa b e th L e n k - c u y a in te r e sa n te c o r r e sp o n d e n c ia c o n el m a estr o en tre 1 9 6 2 y 1 9 6 9 se h a p u b lic a d o e n M u n ic h e n 2 0 0 1 - p r o to c o lo s o n í­

Yo soy el mártir de la felicidad (p ág. 1 3 5 ). E n el fr a g m e n to n ° 1 0 9 d e lo s Mínima Moralia, titu ­ la d o L’inutile beauté, se lee: Tanto la perdida como la poseída son mártires de la feli­ cidad (.Mínima Moralia, a h o ra e n A G S 4 , p á g . 1 9 5 ). M a x H o r k h e im e r y T h e o d o r W . A d o r n o , Diskussion über Theorie und Praxis, 1 9 5 6 , ricos e n lo s q u e ella e n c o n t r ó esta frase referid a al p r o p io A d o r n o :

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THEODOR W. ADORNO. UNO DF. LOS ÚLTIMOS GENIOS

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C arta a E rnst B lo ch , 2 6 d e ju lio d e 1 9 6 2 ,

rep ro d u cid a e n el a p é n d ic e d e este libro.

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4 2

rill'O n O R W AHORNO UNO

ni

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Asylfiir Oberdttchlose. e n Mínima Moralia. ah o ra en A ( ¡S 4 , pág, 4 2 . De/- wunderliche Realist. I % •». en AWrv/ e./// / iteratur III, ah ora en A( ¡S I I , pág. 399 A r wunderliche Realist. 1‘>64, en A W / / «///• / iteratur UL a h ora en A( ¡S I I , pág. 4()ft A r wunderliche Rra/ist. 1% 4 , e n Aforcw t w / itera tur I//. a h o ra en A( ÍS I I , p;ig.4 0 1 In grid B elk e e lrin a R e n z , «S ieg fried K racauer». 1 8 8 9 - 1 9 6 6 , Marbacher Magazin 4 7 / 1 9 8 8 . p ág. 1 2 1 .

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Walter Benjamín zum Gedachtnis c o n

el a r tíc u lo « V e r n u n ft u n d S e lb s te r h a ltu n g » , e sc r ito e n 1 9 4 1 / 1 9 4 2 : «Para el in d iv i­ d u o era in fin ita m e n t e im p o r t a n t e la v id a , p u e s la m u e r te se h a b ía c o n v e r tid o e n la a b s o lu ta c a tá str o fe . E l fa sc is m o h a tr a n sfo r m a d o e ste h e c h o fu n d a m e n ta l d e la a n ­ t r o p o lo g ía b u r g u e sa . E m p u ja a lo q u e d e t o d o s m o d o s está a p u n t o d e caer, el in ­ d iv id u o : e n s e ñ a n d o q u e h a y a lg o p e o r q u e te m e r q u e la m u e r te .» H G S 5 , pág.

Propiedad reservada, e n Mínima Moralia, ah o ra e n A G S 4 , p á g . 4 1 : ... y lo que en los tiempos del J u g e n d s til se llamaba morir en la belleza se ha quedado en el deseo de disminuir la degradación sin límites de la existencia y el tor­ mento sin límites del morir en un mundo donde hace mucho que hay cosas peores que temer que la muerte. Der wunderliche Realist, 1 9 6 4 , e n Noten zur Literatur III, a h o r a e n A G S 1 1 , p á g . 3 9 3 . T h e o d o r W . A d o r n o a W a lte r B e n ja m ín , TI d e n o v ie m b r e d e 1 9 3 7 , e n T h e o d o r W . A d o r n o /W a lt e r B e n j a m ín , Briefivechsel 1928-1940, F r a n c fo r t d e M e n o 1 9 9 4 , p ág. 3 4 5 . V é a se ta m b ié n

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431.

Dialéctica negativa c o m ie n z a c o n esta a firm a ció n : La filosofía, que antaño pareció superada, sigue viva porque se dejó pasar el momento de su realización (Negative Dialektik, 1 9 6 6 , a h ora e n A G S 6 , p ág. 1 5 ). George und Hofmannsthal. Zum Briefwechsel: 1891-1906 (George y Hofmannsthal. A propósito del epistolario: 1891-1906), d e sp u é s e n Prismen, ah ora e n A G S 1 0 .1 ,

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THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

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Eisler: Zeitungsausschnitte. Für Gesang und Klavier op. 11,

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pág. 5 2 3 . T h e o d o r W . A d o r n o a W alter B e n ja m ín , 4 d e m a y o d e 1 9 3 8 , en T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B e n ja m ín ,

Briefwechsel 1928-1940,

F ran cfort d e M e n o 1 9 9 4 , p á g . 3 2 8

y sigs. T h e o d o r W . A d o r n o a W alter B e n ja m ín , 2 d e a g o sto d e 1 9 3 8 , en T h e o d o r W . A d o r n o /W a lte r B e n ja m ín ,

Briefwechsel 1928-1940,

F ra n cfo rt d e M e n o

1 9 9 4 , pág.

387. T h e o d o r W . A d o r n o a M a x H o r k h e im e r , 2 5 d e feb rero d e 1 9 3 5 , e n T h e o d o r W . A d o r n o /M a x H o r k h e im e r ,

Briefwechsel,

v o l.

1,

1 9 2 7 - 1 9 3 7 , F ra n cfo rt d e M e n o

2 0 0 3 , p ág. 5 3 .

Materialien zu einer Dialektik der Musik, L e ip z ig 1 9 7 3 , B rech t, 4 d e se p tie m b r e d e 1 9 4 3 , Arbeitsjournal, F ra n cfo rt

H a n n s Eisler,

pág. 2 9 6 .

B erto lt

de M eno 1973,

pág. 6 1 6 .

Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschafi 1943-1969, e n Frankfurter Adorno BlatterVlll, M u n ic h 2 0 0 3 , p ág. 1 8 . Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschafi 1943-1969, e n Frankfurter Adorno BlatterVl II, M u n ic h 2 0 0 3 , p á g . 18. H e r b e r t M a r cu se , Soviet Marxism. A CriticalAnalysis, N u e v a Y ork 1 9 5 8 . M a x H o r k h e im e r y T h e o d o r W . A d o r n o a H e r b e r t M a r c u se , en W o lfg a n g K raushaar,

12

d e feb rero d e 1 9 6 0 ,

Frankfurter Schule und Studentenbewegung,

H am b u rgo

1 9 9 8 , pág. 127.

Jene zwanziger fahre (Aquellos años veinte), 1 9 6 2 , e n Eingriffe (Interven­ ciones), a h o r a e n A G S 1 0 .2 , p a g . 5 0 6 : Los verdaderos artistas del presente son aque­ llos en cuyas obras todavía resuena el horror más extremo.

P or e je m p lo

H e r b e r t M a r c u se ,

One Dimensional Man,

L on d res 1 9 6 4 , pág.

99.

Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschafi 1943-1969, Adorno Blatter V I I I , M u n ic h 2 0 0 3 , p á g . 3 3 . Notizen über Eisler,

en

Frankfurter Adorno BlátterVU,

en

Frankfurter

M u n ic h 2 0 0 1 , p á g . 1 2 4 , 1 2 8 .

42 9

SOBRE LAS FUENTES

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c e lo n a 1 9 8 5 ).

Notizen über Eisler, en Frankfurter Adorno BldtterVll, M u n ic h 2 0 0 1 , pág. 1 2 5 . Notizen über Eisler, en Frankfurter Adorno BldtterVll, M u n ic h 2 0 0 1 , pág. 1 2 5 . Notizen über Eisler, en Frankfurter Adorno BlatterVll, M u n ic h 2 0 0 1 , pág. 1 2 8 . Schwierigkeiten (Dificultades), 1 9 6 4 , ahora en A G S v o l. 17, pág. 2 5 9 . Schwierigkeiten, 1 9 6 4 , ahora en A G S v o l. 1 7 , pág. 2 7 3 . Anmerkungen zum deutschen Musikleben, 1 9 6 7 , ah ora en A G S 17, pág. 1 6 8 . R o lf T ie d e m a n n , Adorno-Noten, B erlín 1 9 8 4 ; e sp e c ia lm e n te d ig n a d e a te n c ió n

es la

c o rresp o n d en cia c o n E d uard S te u e rm a n n , q u e ta m b ié n in fo r m a a In g eb o rg B ach m a n n d e q u e el en ca rg o d e u n lib reto ha q u e d a d o e n nada.

Nachrufdufeinen Organisator, 1 9 6 2 , A G S 1 0 .1 , pág. 3 4 8 . Vers une musique informelle, 1 9 6 1 , e n Quasi una fantasía. Musikalische Schriften II, ahora e n A G S 16, pág. 4 9 5 .

Vers une musique informelle,

1 9 6 1 , en

Quasi una fantasía. Musikalische Schriften II,

ahora en A G S 1 6 , pág. 4 9 7 , 4 9 8 .

Balzac-Lektüre (Lectura de Balzac),

1 9 6 1 , en

Noten zur Literatur II,

ah ora e n A G S 11,

pág. 1 5 6 .

Rückblickend auf den Surrealismus (Retrospectiva del surrealismo), 1 9 5 6 , e n Noten zur Literatur I, ahora en A G S 1 1 , p ág. 1 0 2 . Tagebuch der grossen Reise, Oktober 1949. Aufzeichnungen der Rückkehr aus dem Exil (Diario del gran viaje, octubre de 1949. Notas sobre el retorno del exilio), e n Frank­ furter Adorno BlatterV III, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 1 0 2 . Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschaft 1943-1969, en Frankfurter Adorno BlatterV III, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 18. Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschaft 1943-1969, e n Frankfurter Adorno BldtterVUl, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 3 1 . Benjamín, der Brieftchreiber, 1 9 6 6 , ahora en A G S 1 1 , pág. 5 8 6 (tra d u cció n castellana: « B en jam ín el escritor d e cartas», e n Sobre Walter Benjamín, M a d rid 1 9 9 5 ). A d o lf L o w e a K arola B lo c h , 10 d e d ic ie m b r e d e 1 9 6 6 , e n E rn st B lo c h , Briefe, Franc­ fo rt d e M e n o 1 9 8 5 , v o l. 2 , pág. 8 0 1 . M a id o n H o r k h e im e r a M a x H o rk h e im e r, 2 5 / 2 6 d e m a y o d e 1 9 4 9 , H G S 18, pág. 3 7 . T h e o d o r W . A d o r n o a E rnst B lo c h , 2 6 d e ju lio d e 1 9 6 2 , rep ro d u cid a e n el a p é n d ic e d e este lib ro.

Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschaft 1943-1969, en Frankfurter Adorno BlatterVlll, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 3 1 . Negative Dialektik (Dialéctica negativa),1 9 6 6 , ah ora e n A G S 6 , pág. 3 5 8 . Negative Dialektik (Dialéctica negativa),1 9 6 6 , ahora e n A G S 6 , pág. 3 5 6 . Negative Dialektik (Dialéctica negativa),1 9 6 6 , ah ora e n A G S 6 , pág. 3 5 6 . Negative Dialektik (Dialéctica negativa),1 9 6 6 , ahora e n A G S 6 , pág. 3 5 7 . T h e o d o r W . A d o r n o a E rnst B lo c h , 2 6 d e ju lio d e 1 9 6 2 , rep rod u cid a en el a p é n d ic e d e este lib ro.

LHEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

430 Graeculus

//■

N o tizen ü ber P hilosophie

und Ciesellschafi 1943-1969,

e n F rankfurter

A dorno B b itterW III. M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 19.

Gcon; Lukács,

Theorie des R om ans,

Neuwied

y

Berlín 1963, pág. 17.

II Notizen über Philosophie und Gescllschaft 1943-1969, A dorno BLitíerVlU, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 2 2 . lene zwanztgerJahre, 1 9 6 2 , e n Eingriffe, ahora e n A G S 1 0 .2 , p ág. 5 0 3 . Jene swanziger Jahre, 1 9 6 2 , e n Eingriffe, ahora e n A G S 1 0 .2 , pág. 5 0 0 . Graeculus

en

Frankfurter

liiruen H ab erm as, «H iñe G e n e r a tio n v o n A d o r n o g e tr e n n t» , e n J o s e f F rü ch tl/M a ria C a llo n i (e d .),

Geist gegeti den Geistzeit. Erinnern an Adorno,

F ran cfort d e M e n o

1 9 9 1 , pág. 3 0 . M ax H o r k h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o , 2 7 d e se p tie m b r e d e 1 9 5 8 , H G S 18, pág. 437. M a x H o r k h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o , 2 7 d e se p tie m b r e d e 1 9 5 8 , H G S 18, pág. 444. M a x H o r k h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o , 2 7 d e se p tie m b r e d e 1 9 5 8 , H G S 1 8 , pág. 443. M a x H o r k h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o , 2 7 d e se p tie m b r e d e 1 9 5 8 , H G S 1 8 , p ág. 447.

Zur Metakritik der Erkenntnistheorie. Studien über Husserl und die phanomenologischen Antinomien, 1 9 5 6 , ah ora e n A G S 5 , pág. 4 7 (tr a d u c c ió n castellan a: Sobre la metacrínca de la teoría del conocimiento, C aracas 1 9 7 0 ) . M a x H o r k h e im e r a T h e o d o r W . A d o r n o , 2 7 d e se p tie m b r e d e 1 9 5 8 , H G S 1 8, pág. 440. Jü rgen H a b e rm a s, «E in e G e n e r a tio n v o n A d o r n o g e tr e n n t» , e n J o s e f F r ü c h tl/M a ria C a llo n i (e d .),

Geist gegen den Geistzeit. Erinnern an Adorno,

F ra n cfo rt d e M e n o

1 9 9 1 , p ág. 5 0 . T h e o d o r W . A d o r n o a C la u s B e h n c k e , 2 1 d e feb rero d e 1 9 6 4 , r e p r o d u c id o e n el a p é n d ic e d e este lib ro .

Die Aktualitát der Philosophie, 1 9 3 1 , ah ora e n A G S 1, p á g . 3 2 5 (tr a d u c c ió n ca ste­ llana: Actualidad de la filosofía, B a r c e lo n a 1 9 9 1 ) . Ásthetische Theorie, 1 9 6 9 , a h o ra e n A G S 7 , p á g . 5 3 7 (tr a d u c c ió n castellan a: Teoría es­ tética, M a d r id 1 9 7 1 ) . Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschaft 1943-1969, Adorno BlatterNlll, M u n ic h 2 0 0 3 , p ág. 2 0 .

en

Frankfurter

T h e o d o r W . A d o r n o a M a x H o r k h e im e r , 2 7 d e d ic ie m b r e d e 1 9 4 9 , H G S 1 8 , pág. 8 0 .

Negative Dialektik, 1 9 6 6 , a h o ra e n Aus Sils María (Desde Sils María),

AGS

6, p á g .

1 9 6 6 , en

9.

Ohne Leitbild. Parva Aesthetica,

ah ora en

A G S 1 0 .1 , p á g . 3 2 7 .

Aus Sils María,

1 9 6 6 , en

Ohne Leitbild. Parva Aesthetica,

a h o r a e n A G S 1 0 .1 , pág.

328.

Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschaft 1943-1969, Adorno Blatter V I I I , M u n ic h 2 0 0 3 , p ág. 3 6 . Erpresste Versóhnung, 1 9 5 8 , Noten zur Literatur II, A G S 1 1 , p á g . 2 5 2 . Erpresste Versóhnung, 1 9 5 8 , Noten zur Literatur II, A G S 1 1 , p á g . 2 5 2 .

en

Frankfurter

431

SOBRE LAS FUENTES

Engagement (Compromiso), 1 9 6 2 , Noten zur Literatur III, ahora en Engagement, 1 9 6 2 , Noten zur Literatur III, ahora en A G S 11, pág.

A G S 11, pág. 4 2 1 . 4 1 7 y sigs.

T h eo d o r W . A d orn o a W alter B en jam ín , 10 d e n oviem b re de 1 9 3 8 , en T h e o d o r W . A d o rn o /W a lter B en jam ín ,

Briefiuechsel 1928-1940 ,

Francfort d e M e n o

1994,

P% 372. B ertolt B recht, 18 de d iciem b re d e 1 9 4 4 ,

Arbeitsjournal,

Francfort d e M e n o 1 9 7 3 ,

Arbeitsjournal,

Francfort d e M e n o 1 9 7 3 ,

pág. 7 1 1 . B ertolt B recht, 18 de d iciem b re de 1 9 4 4 , pág. 7 1 0 .

Engagement, 1 9 6 2 , Noten zur Literatur III, ahora e n A G S 11, pág. 4 2 2 . Ásthetische Theorie, 1 9 7 9 , ahora en A G S 7 , pág. 3 3 . T h e o d o r W . A d o rn o /P a u l C ela n , Briejiuechsel 1960-1968. Joach im S en g (ed .), en Frankfurter Adorno Blatter V III, M u n ic h 2 0 0 3 . El artícu lo d e A d o rn o sobre las Huellas d e B loch apareció por prim era vez en 1 9 6 0 en los Neuen Deutschen Hefien co n el títu lo Grosse Blochmusik (La gran música de Bloch)\ u n a co p ia d e este artícu­ lo se hallaba en la b ib lio te ca d e Paul C ela n , c o m o in fo rm a J o a ch im S en g, q u e ha

«Die wahre Flaschenpost». Zur Beziehung zwischen Theodor W. Adorno und Paul Celan, en Frank­ furter Adorno Blütter V III, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 151 y sigs. in vestigad o la relación entre A d o rn o y C ela n . V éase J o a ch im S en g,

Paul C elan a T h e o d o r W . A d o rn o , 2 3 de m ayo d e 1 9 6 0 , en T h e o d o r W . A d o rn o /P a u l C elan ,

Briefivechsel 1960-1968.

Joach im S en g (ed .), e n

Frankfurter Adorno Blatter

V III, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 1 7 9 . T h e o d o r W . y G retel A d o rn o , ju n to c o n Peter S zo n d i y W ib k e v o n B o n in , en viaron el 3 0 de agosto u na tarjeta postal d e los lagos de la A lta E n gad in a a Paul C elan; la parte p rincipal d el tex to estaba firm ada p or

Blatter V III, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 183. Charakteristik Walter Benjamins, 1 9 5 0 , en Prismen,

Su Adorno,

en

ahora en A G S 1 0 .1 , pág. 2 4 1 (tra­

d u cció n castellana: «C aracterización d e W alter B en jam ín », e n

ciedad, M ad rid , 1 9 8 4 ). Charakteristik Walter Benjamins, Charakteristik Walter Benjamins,

1 9 5 0 , en 1 9 5 0 , en

Prismen, Prismen,

Frankfurter Adorno

Crítica cultural y so­

ahora en A G S 1 0 .1 , pág. 2 4 0 . ahora en A G S 1 0 .1 , pág. 2 4 1 .

T h e o d o r W. A d o rn o a Paul C elan , 13 de ju n io d e 1 9 6 0 , en T h e o d o r W . A d o rn o /P a u l C elan ,

Briefivechsel 1960-1968.

Joach im S en g (ed .), en

Frankfurter Adorno Blatter

V III, M u n ich 2 0 0 3 , pág. 181.

Schrifien II, Francfort d e M e n o 1 9 7 8 , pág. 3 8 3 y sigs. Ásthetische Theorie, 1 9 6 9 , ahora en A G S 7 , pág. 4 7 7 . Graeculus II. Notizen über Philosophie und Gesellschafi 1943-1969, Adorno BlatterVlll, M u n ic h 2 0 0 3 , pág. 18. Peter S zo n d i,

en

Frankfurter

T h eo d o r W . A d o rn o a M ax H ork h eim er, 31 d e m a y o d e 1 9 6 7 , en W o lfg a n g K raushaar,

Frankfurter Schule und Studentenbewegung,

H a m b u rg o 1 9 9 8 , pág. 2 3 3 .

M ax H o rk h eim er a H erb ert e In ge M arcuse, 17 d e d iciem b re d e 1 9 7 2 , H G S 18, pág. 806. H erbert e In ge M arcu se a M ax H ork h eim er, enero d e 1 9 7 3 , H G S 18, pág. 8 0 7 . T h eo d o r W . A d o rn o en la ú ltim a carta u rgen te en viad a a H erb ert M arcu se,

6 de

agos-

432

TH EO D O R W. AHORNO. UNO DI IOS U1 l'IMOS OlíNIt VS

to de 1969, en Wolfgang Kraushaar, Fntnkfitrter Schulr und Stndrntenbewegung, Hamburgo 1998, pág. 671. Aus Sils María, 1966, en Ohne l.eitbild. Parva Aestbetica, ahora en AGS 10,1, pta, 328 y sigs. Theodor W. Adorno a Herbert Marcuse, 30 de junio de 1967, en Frankfurter Adorno BlatterV 1, Munich 2000, pág. 32. Max Horkheimer, Spdne. Notizen iiber Gesprdche rnit Max Horkbeinier, HCiS 14, pág. 472. Was bedeutet: Aufarbeitung der Vergangenheit, 1959, en Eingriffe, AGS 10.2, pág. 555 y sigs. Theodor W. Adorno a Günter Grass, 4 de noviembre de 1968, en Wolfgang Kraushaar, Frankfurter Schule und Studcntenbewegung, Hamburgo 1998, pág. 473. Was bedentet: Aufarbeitung der Vergangenbeit, 1959, en Eingriffe, AGS 10.2, pág. 555. Graeculus II. Notizen iiber Philosopbie und Gesellscbafi 1943-1969, en Frankfurter Adorno BlatterVlll, Munich 2003, pág. 13. Vorlesung über Negative Dialektik. Fragmente zur Vorlesung 1965/66, en Frankfiirter Adorno Blatter, Rolf Tiedemann (ed.), en Nacbgebissene Schrifien IV, vol. 16, Franc­ fort de Meno 2003, pág. 83, 84. Theodor W. Adorno a Herbert Marcuse, 25 de marzo de 1969, en Wolfgang Kraushaar, Frankfurter Schule und Studentenbewegung, Hamburgo 1998, pág. 579. Theodor W. Adorno a Samuel Beckett, 4 de febrero de 1969, en Frankfiirter Adorno Blatter 111, Munich 1994, pág. 25 y sigs. Samuel Beckett a Theodor W. Adorno, en Frankfurter Adorno Blütter III, Munich 1994, pág. 26. Graeculus II. Notizen über Philosopbie und Gesellscbafi 1943-1969, en Frankfurter Adorno BlatterVlll, Munich 2003, pág. 8. Graeculus II. Notizen über Philosopbie und Gesellscbafi 1943-1969, en Frankfurter Adorno BlatterVlll, Munich 2003, pág. 15. Herbert Marcuse, «Reflexión zu Theodor W. Adorno - Aus einem Gesprách mit Michaela Seiffe», en: Hermann Schweppenháuser (ed.), Theodor W. Adorno zum Gedachtnis, Francfort de Meno 1971, pág. 51. Ásthetische Theorie, 1969, ahora en AGS 7, pág. 67. Asthetische Theorie, 1969, ahora en AGS 7, pág. 290.

Documentación: textos y fotografías

TEXTOS Bertolt Brecht, «An die Nachgeborenen» («A los que nazcan después»), de: Gedichte A, en: Bertolt Brecht, Gesammelte Werke. Impreso con la autorización de la editorial Suhrkamp, Francfort de Meno. © Suhrkamp Verlag, Francfort de Meno 1961. Theodor W. Adorno, «Weit vom Schuss», de: Theodor W. Adorno, Mínima Moralia. Impreso con la autorización de Suhrkamp Verlag, Francfort de Meno © Suhrkamp Verlag, Francfort de Meno 1951. Theodor W. Adorno, Carta a Ernst Bloch del 26 de julio de 1962 Publicada aquí por primera vez con la autorización de la Hamburger Stiftung zur Fórderung von Wissenschaft und Kultur © Hamburger Stiftung zur Fórderung von Wissenschaft und Kultur/Theodor W. Adorno Archiv, Francfort de Meno. Max Horkheimer, Carta a Theodor W. Adorno del 27 de septiembre de 1958, de: Max Horkheimer, Gesammelte Schrifien, vol. 18: Briefivechsel 1949-1973, Gunzelin Schmid Noerr (ed.), pág. 437 y sigs. © S. Fischer Verlag GmbH, Francfort de Meno 1996 Theodor W. Adorno, Carta abierta a Max Horkheimer del 14 de febrero de 1958, de: Theodor W. Adorno, Gesammelte Schrifien, vol. 20.1, pág. 155 y sigs. Impresa con la autorización de la editorial Suhrkamp, Francfort de Meno. © Suhrkamp Verlag, Francfort de Mno 1986. Theodor W. Adorno, Carta a Claus Behncke del 21 de febrero de 1964. Publicada aquí por primera vez con la autorización de la Hamburger Stiftung zur Fórderung von Wissenschaft und Kultur. © Hamburger Stiftung zur Fórderung von Wissenschaft und Kultur/Theodor W. Adorno Archiv, Francfort de Meno.

434

THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

Max Horkheimer, Carta a Otto Herz del 1 de septiembre de 1969, de: Max Horkheimer, Gesammelte Schriftcn, vol. 18: Briefwechsel 1949-1973, Gunzelin Schmid Noerr, pág. 742. © S. Fischer Verlag GmbH, Francfort de Meno 1996.

F O T O G R A F IA S

Schóne Aussicht, 1901: Institut für Stadtgeschichte Frankfurt am Main Viaje de novios de los padres, Ajaccio 1898: Archivo del señor ingeniero Bernhard Villinger, Weissach. Fotografía de Teddie, tarjeta postal de la familia Wiesengrud, Año Nuevo de 1909: Stadt- und Universitatsbibliothek Frankfurt am Main. En casa durante la guerra con tía Agathe y María, la madre: Institut für Stadtge­ schichte Frankfurt am Main. Dr. Wiesengrund-Adorno, segunda mitad de los años veinte: Archivo privado de Elisabeth Reinhubeer, Oberursel. B.F. Dolbin, «Kopf-Stenogramm», 1931: Institut für Zeitungsforschung der Stadt Dortmund. En Los Angeles, años 1940: Theodor W. Adorno Archiv, Frankfurt am Main. De camino a la sociología industrial de la República Federal Alemana, 1954. En el centro TWA y Gretel Adorno: Theodor W. Adorno Archiv, Frankfurt am Main. Con Eduard Steuermann en Kranichstein, hacia 1960: Theodor W. Adorno Ar­ chiv, Frankfurt am Main. El Instituto de Investigación Social vuelve a abrir sus puertas en Francfort: Max Horkheimer y TWA rodeados por sus colaboradores, 1955: Stadt- und Universitátsbibliothek Frankfurt am Main, Archiv-Zentrum. TWA al piano, 1967: Ilse Mayer Gehrken (Fotografía). Con Gretel Adorno en Sils Maria, 1967: Use Mayer Gehrken (Fotografía). Sils Maria, verano de 1963: LotteTobisch von Labotyn (Fotografía). Con Max Horkheimer en la sede de la SDS de Francfort, 1967: Barbara Klemm (Fotografía). Con Hans Jürgen Krahl en septiembre de 1968, a la derecha Frank Benseler, edi­ torial Luchterhand, y K. D. Wolff, presidente de la SDS: Barbara Klemm (Fotogra­ fía). Ocupación del Instituto, 1969: Barbara Klemm (Fotografía). TWA en Francfort, Kettenhofweg 123: Ilse Mayer Gehrken (Fotografía). Sala de conferencias VI de la Universidad Johann Wolfgang Goethe, Francfort: AbisagTüllmann (Fotografía)/Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz - AbisagTüllmann Archiv. TWA, 1962: Archiv S. Fischer Verlag.

on muchos a los que he de dar las gracias

Difícilmente podría nombrar a todos los que me han ayudado sin ser in­ justo con quienes lo han hecho indirectamente. Durante los últimos años han sido muchas las personas que han tenido que tener paciencia conmigo -tanto en lo privado como en lo público. Mi esposa Eva Claussen ha sopor­ tado la carga más pesada. Su interés en mi bienestar personal es para mí un indispensable elixir de larga vida. Su consejo, aunque no siempre lo sigo, ha sido y sigue siendo imprescindible. Yo no siempre he podido ser su mejor ayuda; me hubiese gustado viajar más a menudo a Varsovia y estar más cerca de mi suegra Erna Leszczyñska en sus últimos años. Durante estos cinco años ha sido mi hermano, Hans G. Claussen, quien ha estado en Bremen al lado de nuestra madre, que ha empezado a necesitar cuidados. Los generosos des­ cargos que se me han concedido y la callada comprensión de la que he gozado en una situación imposible me han permitido escribir este libro. El lector Peter Sillem ha mostrado tener los nervios de acero; le agradezco profundamen­ te su inagotable paciencia, su moderación del principio de realidad y la con­ fianza que ha sabido transmitir a un autor al que las dificultades del tema han desesperado en más de una ocasión. Como profesional y como persona, Peter Sillem ha mostrado cualidades que no sólo son inusuales en el ámbito editorial. El Archivo de Adorno no goza de demasiada simpatía entre los estudiosos de la obra de Theodor W. Adorno; esto se debe fundamentalmente a circuns­ tancias objetivas, de las que se ha responsabilizado injustamente a quien duran­ te muchos años ha sido su director, Rolf Tiedemann. A él, el mejor conocedor de Benjamin y Adorno, quisiera darle las gracias por haber salvado el derrelicto que el país, la ciudad y la Universidad abandonaron a la iniciativa privada. Per­ sonalmente le agradezco sobre todo su buen olfato para la congruencia de mis

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THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

afirmaciones sobre la vida de los amigos Adorno y Benjamin. Además de otras meritorias ediciones, sus ocho volúmenes de los Frankfurter Adorno Blatter, en los que ha puesto todo su esmero y todo su amor, han sido una de mis fuen­ tes más valiosas. Agradezco profundamente al señor Tiedemann sus explicacio­ nes y sus objeciones escépticas; su repentino abandono del puesto de director del Archivo ha sido para mi trabajo un obstáculo mucho mayor que la pruden­ te política de acceso imperante bajo su égida. Creo que él se habría mostrado más comprensivo con mi intención inicial de ofrecer una exposición más direc­ ta de la relación de Adorno con su mentor Kracauer, y espero que la rigurosa prohibición de citar directamente la correspondencia de Adorno no le haya res­ tado fuerza de convicción. Pero gracias a la sacrificada labor de desciframiento de las partes manuscritas realizada por el señor Christian Schmidt, he podido formarme una idea más exacta de esta relación que la ofrecida hasta el momen­ to por la literatura secundaria. Una de las casualidades imposibles de prever fue mi encuentro tardío con Reinhard Pabst, que ejerce la profesión, todavía no re­ conocida, de detective de la literatura. El señor Pabst puso a mi disposición sus conocimientos de forma desinteresada. Se encargó de verificar personalmente algunas cosas de las que yo no estaba completamente seguro, haciéndome caer en la cuenta de otras que a mí me habrían pasado desapercibidas. Su libro Theodor W. Adorno. Kindheit und Erinnerungen («Theodor W. Adorno. Infan­ cia y recuerdos»), que también aparece en Suhrkamp con ocasión del centena­ rio del nacimiento de Adorno, tuve la oportunidad de leerlo antes de su publi­ cación definitiva -un verdadero placer, gracias. La señora Elisabeth Reinhuber, a la que conocí a través de su hija Franzisca, tuvo la amabilidad de informarme sobre la historia de la familia en una tarde muy inglesa, revisó mi exposición y me proporcionó material nuevo sobre los Calvelli-Adorno. Franz Villinger, pri­ mo de Adorno, tuvo la generosidad de introducirme en las complejas ramifica­ ciones de la familia en un hermoso día del verano de 1999: de niño visitó con sus padres a los Wiesengrund durante las vacaciones estivales, por lo que pudo describirme de forma muy plástica el ambiente que se respiraba en la casa de la Schóne Aussicht. Instituciones como el Archivo de Literatura Alemana de Marbach, la Bi­ blioteca Municipal y la Biblioteca de la Universidad de Francfort de Meno, sobre todo el señor Jochen Stollberg, y el Archivo de la Universidad Johann Wolfgang Goethe, se mostraron amables y serviciales más allá de sus obliga­ ciones profesionales. Fue agradable trabajar en estos lugares. Apenas podría expresar con palabras la gratitud que debo a mi amigo y colega Michael Werz. Sin él no hubiese podido soportar las cargas de los últi­

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mos cinco años. Además de haberme guardado las espaldas en muchas situa­ ciones difíciles, utilizó todos sus recursos y sus múltiples contactos para librar­ me del infructuoso aislamiento en el que corre el riesgo de caer un autor. Michael Werz fue mi primer lector, así como mi muro de las lamentaciones en todas las adversidades y mantuvo viva mi relación con el mundo exterior, so­ bre todo con los Estados Unidos. Le agradezco su invitación al «Center for European Studies» de Harvard, donde pude exponer mis reflexiones sobre la experiencia americana de Adorno. En esa oportunidad, en abril de 2001, entre los oyentes de Boston había un observador crítico llamado Thomas Wheatland, que después de la discusión puso desinteresadamente a mi disposición sus extraordinarias investigaciones sobre el Instituto en el exilio americano. Espero que su impresionante libro, todavía inédito, encuentre pronto la aten­ ción internacional que merece. De entre los mediadores germano-americanos quisiera mencionar especialmente a Eric J. Oberle, mi traductor favorito, que en la primavera del año 2000 hizo posible que fuese invitado por Russell Berman a Stanford. En 1998 ya había tenido la ocasión de exponer en Berkeley, en la traducción de Eric Oberle, mis consideraciones sobre las experiencias americanas de los teóricos críticos en un congreso sobre Marcuse convocado por Martin Jay, el pionero de la historiografía de la Teoría crítica, y organiza­ do por John Abromeit. Tampoco quisiera pasar por alto las interesantes discu­ siones que mantuvimos tras nuestra visita al Hoover Institute en Stanford y al Archivo de Adorno en Francfort. De esta generación de estudiantes, que co­ nocí hacia 1989 en Francfort a través de Michael Werz, Helga Flores Trejo y su revista Perspektiven, quisiera destacar a Rafael Mrowczynski, que además de ser el autor de una importante tesis doctoral, para mí hizo las veces de ese equipo de colaboradores que Adorno observó entre los sociólogos americanos establecidos, a los que sus M ínim a Moralia echaron una mirada entre bur­ lesca y envidiosa. Para escribir un libro como éste, que por ocuparse del maestro filosófico del autor toca tan de cerca su propia trayectoria vital y su autoconcepción, son necesarios amigos que devuelvan al que escribe la objetividad necesaria, que no tengan pelos en la lengua, pero que a la vez comprendan las dificulta­ des específicas a las que se enfrenta quien quiere satisfacer las exigencias críti­ cas interiorizadas conjuntamente sin tener que renunciar a la posibilidad de llegar a lectores que nunca han tenido la oportunidad de oír nada de Adorno. En este sentido he de nombrar en primer lugar a David H. Wittenberg, el único que desde el verano de 1967, fecha en la que participamos en el semi­ nario de Adorno sobre Dialéctica negativa , ha estado presente en mi vida du­

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rante casi cuarenta años. Angela Davis, que también participó en el semina­ rio, vive lejos desde hace tiempo; Hans-Jürgen Krahl, que me transmitió los primeros conocimientos no autodidácticos de Adorno, hace ya mucho tiem­ po que no vive. Conocí a Adorno en mis años escolares bremenses, concreta­ mente en 1964, cuando impartió en Bremen su brillante conferencia sobre el progreso, que también se menciona en la carta del niño prodigio dirigida a Bloch. A Ernst y Karola Bloch, así como a Hans Mayer, los conocí en el cul­ tivado y hospitalario hogar de Günther e Irmela Abramzik, que cuando ter­ miné el bachillerato me animaron a abandonar la ciudad comercial, que por entonces carecía de universidad, y a buscar a Adorno en Francfort de Meno, donde llegué en el invierno de 1966 dispuesto a aprender el fantástico oficio de sociólogo de la literatura. Volví a Bremen con frecuencia, sobre todo des­ de que Bettina Wassmann y Alfred Sohn-Rethel empezaron a invitarme a su casa. En la tienda de Bettina, sita en Am Wall 164, comimos juntos en algu­ nas ocasiones, aunque desgraciadamente no tantas como a mí me hubiese gustado; donde comimos más a menudo fue en el bistro de JUrgen Schmidt -frente a la más hermosa colección de vinos de Burdeos, cuya fotografía de­ cora, en el espíritu de la tradición vinícola de los Wiesengrund, mis peque­ ños textos Abschied von gestern, Kritische Theorie heute («Adiós al ayer, la Teo­ ría crítica hoy») y Kleine Frankfurter Scbule des Essens und Trinkens («Pequeña Escuela de Francfort del comer y del beber»), publicados ambos por Bettina Wassmann. De mis amigos francfortianos de los años sesenta merece especial mención el lector y redactor Claus Behncke, que fue uno de los primeros alumnos de Adorno en los medios y la persona a través de la cual conocí mejor a Herbert Marcuse. Anica, la esposa de Claus, le leyó los primeros capítulos de este libro poco antes de su muerte en 2003; me llena de satisfacción que mis primeras páginas fuesen del agrado de este conocedor y amigo de Adorno. Las últimas habían de escribirse en la magnífica casa de Hans-Peter Riese en Washington, D.C. Riese, que hoy es corresponsal de la ARD, fue colega mío en la redac­ ción de la revista Diskus en los años sesenta. Así lo convinimos en 1998 con su esposa, la señora Michaela, cuando este proyecto tomó forma en Wiesbaden. Michaela, que hizo una hermosa entrevista televisiva a Herbert Marcuse inmediatamente después de la muerte de Adorno en 1969, falleció repentina­ mente en el año 2000, antes de que este texto pudiese ver la luz. Michaela ha­ bía puesto en mis manos su ejemplar de Theodor W Adorno zum Gedachtnis («En memoria de Theodor W. Adorno»), diciéndome: «¡Ahora el libro queda a mejor recaudo!»

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Uno de mis primeros y mejores amigos francfortianos es Ronny Loewy, experto en cine que me puso sobre la pista de Fritz Lang, que desembocó en el descubrimiento de un Adorno amante del cine. Ernst, el padre de Ronny, no sólo me introdujo en el mundo de la emigración de lengua alemana en Palestina e Israel, sino que también fue el primero en ofrecerme una visión de la vida de los repatriados judíos durante la década de 1950; desgraciada­ mente, él también murió en el año 2002. Su opinión me habría interesado mucho. In iudaicis doy las gracias a mi vieja amiga Cilly Kugelmann, que en­ tre tanto ha pasado a dirigir el Museo Judío de Berlín, por su valiosa infor­ mación, por haber puesto a mi disposición sus conocimientos históricos y por los numerosos contactos que me ha proporcionado no sólo en Francfort, sino en todo el mundo, de los que han nacido nuevas amistades. En antigüe­ dad y en intensidad, esta amistad sólo es comparable a la que mantengo con Dan Diner, cuyas sorprendentes llamadas telefónicas desde Tel Aviv, Schloss Elmau o Chicago han sido para mí un importante apoyo moral durante to­ dos estos años. Sus invitaciones a Tel Aviv y a Leipzig me obligaron a concre­ tar mis ideas, y al mismo tiempo me hicieron creer que tenía algo nuevo e in­ teresante que decir. Un protagonismo todavía mayor en la escritura de este libro, a pesar de todos los ups and downs, lo han tenido nuestros amigos de Walldorf Birgit Schüller y Bruno Schoch, que sabe alimentar como nadie mi amor por la Suiza oriental; pues la teoría no puede prescindir de una sólida base emocional y culinaria. De la perfecta armonía de mente y cuerpo se encarga el médico de cabece­ ra; la personificación del arte de la medicina, el maestro de la transición ínfi­ ma entre estos ámbitos, es para mí el doctor Paul Parin de Zurich, que en fe­ brero de 2003 quiso mandarme a Capri, pues le bastó verme para saber que mi tensión sanguínea subía de forma alarmante. Las continuas visitas a Zu­ rich, que siguieron teniendo lugar después de la dolorosa muerte de Goldy Parin-Matthey -de la que me hubiese encantado escuchar decir que Paul le había leído mi texto-, fueron para mí de gran ayuda, tanto desde el punto de vista profesional como amistoso. Sin ayuda psicoanalítica, que debo funda­ mentalmente al doctor E. F., no hubiese podido tomar la distancia necesaria para escribir sobre un hombre del que he estado tan cerca. El doctor E. F. también me ha ayudado a llegar a ser un hombre que ha madurado muy tarde. De los médicos que se ocupan del cuerpo he de mencionar a Andrzej Borowicz, que siempre ha sabido armonizar la profesionalidad y la amistad. Estoy infinitamente agradecido a Bernd Hontschik, a cuyo tratamiento ejemplar

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debo la recuperación de la capacidad de escribir tras el grave problema que tuve con mi mano derecha en el año 2000. Este libro también puede leerse como una declaración de amor a Franc­ fort de Meno, que se convirtió en mi segunda patria desde que el 24 de no­ viembre de 1966 vine a esta ciudad para estudiar con Theodor W. Adorno. Regreso a ella de todos los trabajos y de todos los grandes viajes, y me alegro cuando desde el avión o desde el ICE* vuelvo a ver su skyline, que convierte a Francfort en la ciudad americana de Europa. Cuando más me gusta es duran­ te la Feria del libro, pues durante una semana la grandiosidad arquitectónica de la ciudad se corresponde con su realidad cosmopolita. En esos días de oc­ tubre puedo dar las gracias personalmente a mis amigos y amigas de las edito­ riales grandes y pequeñas. A pesar de la competencia, la cooperación con Suhrkamp ha sido fair, muchos de los hermosos libros publicados durante el Año Adorno pude leerlos antes de su publicación. Doy las gracias especial­ mente a Matthias Reiner y Bernd Stiegler. Asimismo, expreso mi gratitud a las editoriales pequeñas: text & kritik, en la que se publican los «Frankfurter Adorno Blátter», también puso a mi disposición las pruebas de imprenta que yo necesitaba urgentemente; Anne Hamilton, de la editorial luneburguesa «zu Klampen», me ayudó con libros y sugerencias; al igual que Dorothea Rein, de la «Neue Kritik». Heinrich von Berenberg, buen conocedor del ramo, me ha dado su apoyo moral con una comida india anual y sinceras muestras de inte­ rés. Uno de los más hermosos puntos de encuentro que este año podré volver a disfrutar plenamente será la recepción de Beck en el «Hessischer Hof», don­ de Herbert Marcuse vivió tan a gusto. A través de la señora Ulrike Wegner, Beck también me ha dispensado generosamente su ayuda en todo momento. Pero no puedo cerrar este capítulo de agradecimientos sin mencionar al Francfort de todos los días, donde el autor repone sus fuerzas. Un texto nece­ sita hoy más cosas que lápiz y goma de borrar, doy las gracias a Karsten Fischer, de «komintern.de», por sus inmediatas reparaciones del PC y por sus conocimientos de informática. Un libro sobre Adorno también ha de hacer mención de lo culinario. Ciertamente, Francfort no tiene ningún ventre de Pa­ rís, pero sí un estómago -situado en la Kleinmarkthalle cuyo eje fijo es para mí «Espárragos Müller», «Especias Frank» y «Quesos Thomas»-. En torno a este eje se agrupa todo lo que el paladar más exquisito puede desear, desde el cordero turco hasta los bresse-poularde en la galería. De productos exóticos me abastezco en la esquina Wolfsgangstrasse/Erschersheimer Landstrasse, en la

* ICE: «Intercity Express» (Tren de alta velocidad alemán). (N. del T)

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tienda de verduras del señor Fehti Azar, que en los tiempos de Adorno todavía regentaba el señor Pusch. Pero mi melange, mi mezcla austríaca al 10% de Guatemala, lo tomo en el Steinweg, donde he hecho mis pausas de lectura y he leído las pruebas de imprenta, un espacio en el que verdaderamente se pue­ de ser diferente sin temor. El café Steinweg está enfrente del lugar en el que antiguamente se hallaba el Hotel Schwan, donde la firma del Tratado de Franc­ fort en 1871 marcó el comienzo de la compleja historia de la paradójica moder­ nidad guillermina.

y*

onomástico

Abendroth, Wolfgang 343 Abramzik, Günther 438 Abramzik, Irmela 438 Abromeit, John 437 Adenauer, Konrad 232, 344, 357 Adickes 35 Adorno, Gretel 15, 27, 178, 186, 205, 224, 233, 260, 271, 295, 297, 302, 310, 311, 321, 347, 360, 370, 377 Alejandro Magno 169 Altenberg, Peter 125 Anders, Günther 268, 288 Andersch, Alfred 250 Arendt, Hannah 268 Aristóteles 299 Arnsberg, Paul 38 Auer, Alexander von 370 Azar, Fehti 441 Babel, Isaac 332 Bahl 139 Barth, Karl 113 Baudelaire, Charles 197, 262, 278, 356 Bauer, Fritz 361

Becker-Schmidt, Regina 194 Beckett, Samuel 335, 348, 350, 356, 363 Beer, Michael 57 Beethoven, Ludwig van 149, 211, 213, 302 Behncke, Anica 438 Behncke, Claus 346, 387, 438 Bekker, Werner 299 Benjamín, Dora 114 Benjamín, Georg 118 Benjamín, Walter 21, 22, 24, 26, 27, 29, 30, 37, 42, 45, 46, 49-53, 61-64, 69, 80, 83, 86, 87, 92, 100, 103, 104, 107, 108, 111122, 124, 135,147-149, 153, 157, 163, 164, 178, 181, 191, 207, 214, 216, 232, 241, 254, 257, 260-265, 268, 269, 271277, 281, 285, 295-303, 305307, 310-312, 314, 316-319, 321-328, 330, 334, 336, 337, 339, 348, 351, 352, 355-357, 435, 436 Bense, Max 234 Berenberg, Heinrich von 440

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THEODOR W. ADORNO. UNO DI IOS IJI.TIMí )S (¡I.NK )S

Berendt, Joachim E. 218 Berg, Alban 121-132, 138, 151, 163, 173, 174, 271, 292, 308, 335, 337,341,345 Berg, Helene 125 Berg, Smaragda 131 Bergman, Ingmar 194 Berman, Russell 437 Betz, Albrecht 304 Bismarck, Otto von 33 Bizet, Georges 150 Bloch, Ernst 16, 30, 36, 62, 83, 86, 87, 101, 103, 104, 107, 109-112, 114, 119, 122, 124, 178, 179, 252, 254, 263, 275, 294-312, 314-326, 328, 330, 334, 336, 338-341, 347, 348, 350-354, 369, 438 Bloch, Karola 300, 308, 339, 370, 438 Blüher, H. 86n Bohm, Franz 288, 289 Bonaparte, Marie 19 Borchardt, Rudolf 44 Borne, Ludwig 34, 39, 41, 336 Borowicz, Andrzej 439 Bott, Alian 342 Boulez, Pierre 212 Brauner, Artur 193,195 Brecht, Bertolt 88, 89, 119, 143, 165, 172, 176, 178-181, 188-192, 216, 263, 264, 267-269, 274-277, 287, 292, 296, 304, 311, 319, 321-323, 325-331, 333, 334, 350354, 362 Brenner, Otto 363 Brentano 151 Buber, Martin 81, 109, 110, 305, 306, 320, 321 Buckwitz, Harry 331

Biihrer 132 Bujarin, Nikolai 263, 330 Bungc, Plans 88, 89, 177, 180, 322, 333 Busoni, P’errucio 174 Cage, John 212,335 Calvelli, Jean 48 Calvelli-Adorno, Agathc 48, 50, 64, 125, 131, 144, 194,251,258 Calvelli-Adorno, Franz 131 Calvelli-Adorno, Louis 48 Calvelli-Adorno, María 44, 45, 47, 48, 54, 62, 125, 251, 258, 293, 388 Carlsson, Anni 379 Celan, Paul 354-357 Chaplin, Charlie 183, 186, 187, 193, 194, 330, 350 Chopin, Federico 181 Claussen, Eva 435 Claussen, Hans G. 435 Cocteau, Jean 272 Cohn, Alfred 297, 321 Cornelius, Hans 105, 106, 115, 116, 257, 303 Cramer, Wolfgang 372 Cromwell, Oliver 278, 376 Dahrendorf, Ralf 344 Dalberg 34 Danon, Mosco Z. 90 Davis, Angela 358, 438 Debussy, Claude 196, 278 Dieterle, Charlotte 187 Dieterle, William (Wilhelm) 187, 188, 192 Diner, Dan 439 Dohmke, Dr. 269 Dostoievski, Fedor 306

ÍNDICE ONOMÁSTICO

Dreibus 57,61,77 Dreyfus, Alfred 53 Dreyfuss, Cari 129, 276 Durschke, Rudi 358, 363 Ehrlich, Paul 91 Eichendorff, Joseph 131 Eichmann, Adolf 361 Eisler, Gerhart 171, 173, 175, 328 Eisler, Hanns 88-90, 127, 138, 146, 148, 167, 171-184, 189, 192, 201, 214, 216, 263, 267, 268, 275, 296, 322, 326-330, 333-335, 351,353 Eisler, Ruth 328 Eissler, Kurt R. 19, 123 Engels, Friedrich 97, 258, 343, 376, 379 Erzberger, Matthias 96

445

Frischauer 318 Fromm, Erich 259, 263

178, 143, 188, 220, 304, 346,

371,

Faisal II 380 Federn, Ernst 84 Feuerbach, Ludwig 346 Firino 67 Fischer, Gottfried Bermann 355 Fischer, Karsten 440 Fischer, Ruth 127 Fleming, Victor 188 Flesch, Max 80 Flores Tejo, Helga 437 Fonda, Henry 189 Franklin, Sidney 188 Freud, Oliver 278 Freud, Sigmund 19, 75, 84, 130, 140, 143, 210, 259, 278, 299, 350, 385 Friedeburg, Ludwig von 380 Friedel 369 Friedlánder-Fuld 45

Gans, Eduard 57 Gaulle, Charles de 372 Gelb, Adhémar 99, 382 Georg, Hertha 15 George, Stefan 41, 45-47, 53, 63, 116, 174, 181,265,269, 325 Gerlach, Kurt Albert 96, 97 Gide, André 376 Glaser 387 Goethe, Johann W. von 17-21, 24, 26, 31, 40, 46, 47, 60, 61, 74, 116, 117, 123, 144, 146, 183, 213, 256, 321, 326, 339, 347, 369,387 Grab, Hermann 128, 131 Grass, Günter 362 Grey, Edward 171 Grosz, Georg 93 Grünberg, Cari 97, 98, 115, 201 Gründgens, Gustaf 129, 352 Haag, Karl Heinz 299, 385 Haba, Alois 336 Habermas, Jürgen 343-346, 360, 370380 Hacker, Frederick J. 228, 237 Hainebach, Otto 80 Hall, Sydney Clifton 67 Hamilton, Anne 440 Hasek, Jaroslav 328 Haselberg, Peter von 44, 76, 120 Hecht, Werner 268 Hegel, G. W. F. 57, 60, 68, 110, 162, 169, 170, 212, 267, 270, 299, 300, 311, 325, 372, 375, 379, 380, 382 Heidegger, Martin 113, 205, 247, 299, 347, 373, 387

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THEODOR W. ADORNO. UNO DF. LOS ÚLTIMOS GENIOS

Hcine, Heinrich 38-43, 45, 55, 57, 58, 74,213, 255, 282,336 Heinle, Chrisroph Fricdrich 87 Henning, Elizabeth 44, 48 Hentzschel, Julius 80 Hepburn, Katharine, 297 Herz, Otro O. 388, 389 Herzberger, Elsc 64, 65 Hesse, Hermano 62 Hindemith, Paul 216 Hirsch, Rudolf 353 HitJer, Adolf 25, 104, 169, 187, 235, 250, 260, 263, 283, 376, 386 Hobbes, Thomas 59 Hobsbawm, Eric 22 Hofmannsthal, Hugo von 44-47, 51, 53, 57, 58, 63, 116, 117, 265, 269, 325 Hofstátter, Peter 290 Hólderlin, Friedrich 333 Hontschik, Bernd 439 Hoppe, Marianne 129 Horkheimer, Maidon 200, 224, 339, 377 Horkheimer, Max 16-18, 20, 21, 2325, 27,41,42, 50, 53,61,69, 80, 83, 85, 87, 88, 94, 97-100, 105, 106, 108, 115, 130, 136, 140, 142, 148, 150, 153, 154, 158164, 172, 178, 182, 184, 186, 187, 189, 191, 196, 199-201, 203-209, 213, 221-225, 227-230, 232-238, 240-243, 245-266, 268, 270, 272-277, 279-281, 283-285, 287-289, 291-293, 296, 299, 301-303, 305, 306, 310, 313, 314, 317, 318, 320-322, 328, 330-332, 334, 337, 342-349, 351, 353, 354, 358-361, 364, 370, 378, 379, 381,388, 389 Humboldt, Wilhelm von 78

Husserl, Edmund 99, 116, 382 1luxlcy, Aldous 238, 267, 268 Ivens, Joris 180 Jahn 332 Jahoda, Marie 224 Jaspers, Karl 299, 306, 347, 387 Jay, Martin 70, 222, 437 Jesenska, Milena 285 Jochmann, Cari Gustav 262 Kafka, Franz 21, 24, 103, 121, 128, 255, 264, 284, 285, 332, 355 Kant, Immanuel 68, 101, 105, 299, 311,312, 372, 375, 386 Kassem, Abdel-Kerim 374, 380 Kierkegaard, Soren 50, 104, 105, 110, 112, 113, 147, 153, 296, 299, 306, 312 Kléber, Jean-Baptiste 34 Klee, Paul 120 Kluge, Alexander 194,195 Kohlisch, Rudolf 128, 138, 335 Korsch, Karl 96, 97, 102 Kracauer, Adolf 72, 312 Kracauer, Isidor 38, 56, 69, 72 Kracauer, Rosette 72, 313 Kracauer, Siegfried 18, 19, 21, 23, 31,32, 38, 44, 53, 56, 67-74, 76, 78-81, 83-86, 91, 100, 101, 104112, 116, 121-127, 164, 194, 239, 241, 249, 254, 277, 278, 295, 296, 301-303, 305-319, 324, 325, 327, 328, 331, 336, 339, 353, 369, 436 Krahl, Hans-Jürgen 358, 361-363, 438 Kramcr, Ferdinand 69, 291 Kraus, Karl 20, 41, 42, 57, 122, 123, 125, 169, 202, 255,348

ÍNDICE ONOMÁSTICO

447

Krenek, Ernst 50, 148, 212, 216, 217, 318 Kruschev, Nikita 247 Kugelmann, Cilly 439 Kürnberger, Ferdinand 156, 184, 227

123, 125, 153, 157, 173, 179, 235, 236, 252, 255, 256, 258, 295, 296, 303, 306, 342, 348, 350, 351, 385 Lynd, Robert 203

Lacis, Asja 301 Landgrebe, Ludwig 379 Landshut, Siegfried 379 Lang, Fritz 184-190, 192-197, 288, 290, 359, 439 Lao Tse 277 Latté, Lily 186, 196 Laughton, Charles 192 Lazarsfeld, Paul F. 142, 158, 200211, 215, 219, 222, 223, 236, 242,315 Leibniz, G.W. 372 Leibowitz, René 153,335 Lenin, Vladimir I. 102, 118, 252, 258, 259, 376 Lenk, Elisabeth 354 Lesser, Joñas 137,141,152 Leszczyríska, Erna 435 Lichtenberg 279 Lion, Ferdinand 147 Loewy, Ernst 439 Loewy, Ronny 439 Lorre, Peter 189 Lowe, Adolf 339 Lówenthal, familia 84 Lówenthal, Leo 20, 24, 44, 55, 80, 81, 83, 94, 100, 109, 110, 127, 210, 225, 232, 236, 241, 246, 248, 251, 253, 258, 263, 273, 301, 302, 310, 314, 317, 322, 353, 364 Lówenthal, Víctor 55 Lówinger, Josef 101,256 Ludwig, Emil 18,318 Lukács, Georg 83, 86, 100-104, 106, 107, 110, 111, 114, 119,

Mahler, Gustav 131, 282-284, 293, 300,355 Mann, Erika 136, 137, 151, 152, 297 Mann, Heinrich 336 Mann, Katia 136, 137, 142 Mann, Klaus 142 Mann, Thomas 31, 44, 46, 47, 51, 52, 79, 80, 125, 135-158, 163, 164, 183, 186, 190, 193, 195, 225, 226, 242, 256, 273, 277, 284, 288, 293, 297, 316, 324, 334, 355, 361 Mannheim, Karl 114, 235-237 MaoTseTung 247 Marcuse, Herbert 15, 16, 25, 83, 172, 205, 206, 232, 239, 246248, 253, 267, 268, 273, 287, 302, 320, 331, 332, 343, 347, 353,356-361, 363-365, 372, 374, 437, 438, 440 Marcuse, Inge 359 Marcuse, Ludwig 268, 320, 318 Marx, Karl 52, 97, 162, 241, 242, 252-256, 258, 259, 261, 269, 294, 299, 343, 352, 354, 371374, 376, 379, 380 Maslow, Arkadij 173 Massing, Paul 172, 359 Mature, Víctor 186 Mayer, Gustav 97 Mayer, Hans 181,234,252,438 McCarthy, Joseph 177, 193, 209, 234, 358 Mehring, Franz 256 Mendelssohn, Félix 17, 49, 213, 282 Merleau-Ponry, Maurice 374, 378

448

THEODOR W. ADORNO. UNO DE LOS ÚLTIMOS GENIOS

Merriam, Charles 206 Merton, Robert 200 Merton, Wilhelm 96 Meyer, Agnes 142,144 Meyerbeer, Giacomo 57, 58 Mills, C. Wright 209, 229, 288 Montaigne, Michel de 372 Morgenstern, Soma 123, 124, 127 Moses, Paul 280 Mrowczynski, Rafael 437 Mumm, Daniel Heinrich 36 Nagy, Imre 350 Napoleón 34, 168 Nasser, Gamal Abd el 374, 380 Negt, Oskar 299 Nettelbeck, Uwe 195 Neumann, Franz 359 Nietzsche, Friedrich 19, 66, 150, 155, 219, 270, 348, 350, 359 Nixon, Richard 196 Noelle-Neumann, Elisabeth 307 Oberle, Eric J. 437 Oehler, Christoph 380 Offenbach, Jacques 316, 318, 319, 336 Oppenheim, Gabriele 50 Oppenheim, Hedwig 72, 313 Pabst, Reinhard 76, 436 Parin, Paul 439 Parin-Matthey, Goldy 439 Parsons, Talcott 85 Patti, Adelina 48 PfeifFer-Belli, Erich 75, 76, 83 Picasso, Pablo 252 Piotrowska, Karola 297 Platón 299, 379 Plessner, Helmuth 66, 77

Plessner, Monika 66, 289 Podszus, Friedrich 87 Poe, Edgar A. 19 Polgar, Alfred 121 Pollock, Friedrich 87, 94, 97-100, 115, 142, 159, 163, 200, 203205, 221, 223, 224, 228, 229, 232, 233, 241, 245, 247, 249, 257, 268, 287, 301, 322, 343, 344, 348, 354, 359, 360, 364, 382 Popper, Leo 101 Proust, Marcel 42, 44-47, 53, 64, 128, 129, 163, 255, 277, 285, 327, 349, 355 Pusch 441 Radek, Karl 95 Rang, Florens Christian 119 Rathenau, Walter 96 Razumovsky, Andreas 48 Reichenbach, Bernhard 87, 268 Reifenberg, Benno 108 Rein, Dorothea 440 Reiner, Matthias 440 Reinhardt, E. A. 318 Reinhuber, Elisabeth 436 Reinhuber, Franzisca 436 Resnais, Alain 183 Riese, Hans-Peter 438 Riese, Michaela 438 Riesman 199, 237 Riezler, Kurt 89 Robespierre, Maximilien de 376 Rooney, Mickey 186 Roosevelt, Franklin D. 142, 157, 203, 208,222 Roosevelt, Theodore 279 Rosé, Eleanor 195, 196 Rosenzweig, Franz 109, 110, 305

ÍNDICE ONOMÁSTICO

Roth, Joseph 86, 123, 124,336 Rothschild, familia 33, 34 Russell, Harold 186 Ruttmann, Werner 176 Ryazanov, David 343 Salomón-Delatour, Gottfiried 115, 116 Sanford, Nevitt 159 Sartre, Jean-Paul 331,371 Scheler, Max 71, 73, 78, 85, 86, 99, 315 Schiller, Friedrich 51 Schlegel, Friedrich von 348 Schmidt, Alfred 287, 299 Schmidt, Christian 436 Schmidt, Jürgen 438 Schoch, Bruno 439 Schoen, Ernst 114 Scholem, familia 54 Scholem, Gershom (Gerhard) 37, 53, 63, 81, 87', 115, 1181-120, 263, 264, 285,297, 303, 321,339 Schónberg, Arnold 122, 123, 125128, 132, 138, 146, 149, 155, 173-176, 179-181, 188, 201, 212, 243, 271, 283, 285, 303, 304, 327, 329, 333, 335, 337, 345, 346, 356, 387 Schopenhauer, Arthur 18, 32, 103, 154, 155,350, 384 Schubert, Franz 131 Schüller, Birgit 439 Schumacher, Joachim 322 Schwarzschild, Leopold 319 Schweppenháuser, Hermann 299 Seiber, Mátyás 215 Sekles, Bernhard 121, 215 Seligson, Rika 87 Sillem, Peter 435 Silva-Bruhns, Julia da 144 Simmel, Georg 68-71, 73, 78, 85, 86, 99, 101,209,315

449

Sinzheimer, Hugo 94, 97, 99 Sohn-Rethel, Alfred 16, 344, 348, 353, 438 Solz 84 Sonnemann, Leopold 35, 36, 55 Sorge, Richard 97 Spier, Selmar 45, 47, 55, 56, 85, 92 Spier, Simón 56 Spinoza, Baruch 310, 372 Stalin 235, 247, 263, 274, 285, 319, 325,350, 376 Steinecke, Wolfgang 243, 336 Stern, Rosie 69 Steuermann, Eduard 128, 173, 182, 183,220, 335 Stickelmann, Haudrauf 94 Stiegler, Bernd 440 Stockhausen 212 Stollberg, Jocken 436 Stoltze, Friedrich 35, 61 Stoltze, Sanna 61 Stuckenschmidt, Karl Heinz 129, 148 Suhrkamp, Peter 230, 249, 331 Szondi, Peter 354, 356 Taubert 276 Thalberg 188 Thomasius, Christian 372, 379 Tiedemann, Rolf 211, 271, 280, 347, 435,436 Tocqueville, Alexis de 156, 227 Tónnies, Ferdinand 97 Tracy, Spencer 189 Treitschke, Heinrich von 41 Troeltsch, Ernst 116,236 Trott 84 Varnhagen, Rahel 17 Veblen, Thorstein 161, 240 Veit, Dorothea 17 Viertel, Berthold 173, 188

450

THEODORW. ADORNO. UNO D1‘ IOS Ul l'IMOS l UNIOS

Viertel, Salka 173, 182, 184, 188, 190 Villinger, Franz 436 Voigt, Georg 39, 96 Voltaire 342, 372 Wagner, Richard 150, 152, 155, 183, 260, 261, 275, 309n, 327 Warner, hermanos 191 Wassmann, Bettina 438 Weber, Alfred 114 Weber, Max 85, 86, 99, 101, 113, 236,315 Weber, Sam 354 Webern, Antón von 131, 335 Wedekind, Frank 62 Wegner, Ulrike 440 Weigel, Helene 189 Weil, Anita 93 Weil, Carlota 97 Weil, Félix 88-101, 162, 163, 203, 228, 257, 301 Weil, Ferdinand 90 Weil, Gustav 90 Weil, Hermann 89-93, 96, 98, 99 Weil, Josef 90 Weil, Lucio 91 Weil, Rosa 90 Weil, Samuel 90 Weill, Kurt 216, 292, 305 Weinberg, von, familia 91

Wcismann, Isidor 90 Wcltz, Friedrich 380 Werfel, Franz 124 Werfel, Hanna 124 Werz, Michacl 436, 437 Weyrauch, Wolfgang 315 Wheatland, Thomas 437 Wiese, Leopold von 230 Wiesengrund, Bernhard 29, 33, 35 Wiesengrund, Carolina 43 Wiesengrund, David Theodor 43 Wiesengrund, Oskar Alexandc*r 29, 43, 44, 47, 54, 55, 81, 128, 143, 145,251,258,312 Wiesengrund, Paul Friedrich 43 Wiesengrund, Theodor Ludwig 44, 61 Winge 329 Wingfield, Bernard 129 Wingfield, familia 65 Wittenberg, David H. 437 Wolf, Hugo 150 Wyler, William 186 Wyneken, Gustav 86 Zemlinsky, Alexander von 174 Zetkin, Clara 95 Zickel, Reinhold 78, 84 Zweig, Arnold 19, 85, 100 Zweig, Stefan 18,19

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Artes Gráficas Soler, el 10 de marzo de 2006