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Español Pages 465 Year 2012
TEORÍA SOCIAL, MARGINALIDAD URBANA Y ESTADO PENAL Aproximaciones al trabajo de Loïc Wacquant
I GNACIO G ONZÁLEZ S ÁNCHEZ (Editor) Félix A. López Román Dario Malventi Markus-Michael Müller Juan S. Pegoraro Alfonso Serrano Maíllo Loïc Wacquant Sappho Xenakis
ESTUDIOS DE CRIMINOLOGÍA
Y POLÍTICA CRIMINAL
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Miguel Alhambra Delgado Luis Enrique Alonso Pierre Bourdieu Leonidas K. Cheliotis José Manuel Fernández Francisco Ferrándiz Ignacio González Sánchez
DYKINSON 2012
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l presente libro recoge una serie de trabajos que comentan, explican o critican la obra de Loïc Wacquant, o que la han utilizado para desarrollar investigaciones originales o interpretar determinados fenómenos sociales desde una óptica diferente. Loïc Wacquant es profesor de Sociología en la Universidad de California, Berkeley, e investigador en el Centre de Sociologie Européene en París. Su importancia en las ciencias sociales ha ido en aumento en las dos últimas décadas. Ha pasado de ser conocido como colaborador de Pierre Bourdieu a ser un respetado invetigador, cuyas obras han supuesto importantes aportaciones a los respectivos campos que estudian, y han sido objeto de recientes debates. Sus temas de interés abarcan la teoría sociológica, el cuerpo, la desigualdad urbana, la dominación etnoracial y el papel y el desarrollo de las cárceles y de la policía. Reflejo de esta variedad es la presencia de distintas disciplinas entre los autores de este libro: sociólogos, antropologos, politólogos, criminólogos y penalistas. Así mismo, la repercusión internacional de la obra de Wacquant se ve reflejada en su procedencia: España, Francia, Italia, Grecia, Alemania, Argentina y Puerto Rico.
TEORÍA SOCIAL, MARGINALIDAD URBANA Y ESTADO PENAL APROXIMACIONES AL TRABAJO DE LOÏC WACQUANT
ESTUDIOS DE CRIMINOLOGÍA Y POLÍTICA CRIMINAL Alfonso Serrano Maíllo, editor. CONSEJO EDITORIAL Hans-Jörg Albrecht. Martin Killias. Raymond Paternoster. Santiago Redondo. Eugenio Raúl Zaffaroni.
IGNACIO GONZÁLEZ SÁNCHEZ (Editor)
TEORÍA SOCIAL, MARGINALIDAD URBANA Y ESTADO PENAL APROXIMACIONES AL TRABAJO DE LOÏC WACQUANT
DYKINSON
Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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Editorial DYKINSON, S.L. Meléndez Valdés, 61 - 28015 Madrid Tels.: (+34) 91 544 28 46 - (+34) 91 544 28 69 e-mail: [email protected] http://www.dykinson.es http://www.dykinson.com Consejo editorial: véase www.dykinson.com/quienessomos
ISBN: 978-84-15454-29-8 Depósito legal: M-47853-2011 Preimpresión e Impresión: SAFEKAT, S. L. Laguna del Marquesado, 32 L - 28021 Madrid www.safekat.com
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN. Wacquant y la ciudad desde sus márgenes, Ignacio González Sánchez .......................................................
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PARTE I TEORÍA SOCIAL: ENCARNACIÓN Y PODER 1. El cuerpo, el gueto y el Estado Penal. Una breve guía biográfica y analítica, Loïc Wacquant.........................................
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2. Cuerpo, mente y gueto. Una reapropiación creativa de la teoría de la práctica de Pierre Bourdieu, José Manuel Fernández ...............................................................................
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3. Venas abiertas: memorias políticas y corpóreas de la violencia, Francisco Ferrándiz ...................................................
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PARTE II MARGINALIDAD HUMANA: FORMAS Y MECANISMOS DE RELEGACIÓN EN LA CIUDAD DUAL 4. La estigmatización territorial en la edad de la marginalidad avanzada, Loïc Wacquant ...................................................... 119 5. La marginalidad avanzada como uno de los semblantes del capital simbólico negativo, Miguel Alhambra Delgado ......... 135 6. El concepto de gueto como analizador social: abriendo la caja negra de la exclusión social, Luis Enrique Alonso ........ 151 7. Parias urbanos, parias mediáticos: los medios de comunicación y la marginación de la pobreza, Félix A. López Román.
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ÍNDICE
PARTE III ESTADO PENAL: LA CONTENCIÓN PUNITIVA COMO POLÍTICA PARA LA POBREZA 8. La tormenta global de la ley y el orden: sobre neoliberalismo y castigo, Loïc Wacquant.............................................. 203 9. El Estado de Derecho y el orden social, Juan S. Pegoraro ... 229 10. La reconfiguración del Estado y del castigo, Ignacio González Sánchez .......................................................................... 235 11. ¿Punitividad, benevolencia o ambas? Limitaciones conceptuales de algunos discursos contemporáneos, Alfonso Serrano Maíllo ........................................................................ 307 12. Simbiosis vital, Dario Malventi ............................................. 329 13. ¿Qué tiene que ver el neoliberalismo con esto? Hacia una economía política del castigo en Grecia, Leonidas K. Cheliotis y Sappho Xenakis ........................................................... 365 14. El Estado penal y el gobierno de la marginalidad en la América Latina contemporánea, Markus-Michael Müller .... 401 EPÍLOGO. De la clase dominante al campo del poder, Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant ..................................................... 423 Lista de autores .......................................................................... 455
INTRODUCCIÓN Wacquant y la ciudad desde sus márgenes El presente libro recoge una serie de trabajos que comentan, explican o critican la obra de Loïc Wacquant, o que la han utilizado para desarrollar investigaciones originales o interpretar determinados fenómenos sociales desde una óptica diferente. Wacquant ha tratado varios temas a lo largo de los últimos años, principalmente en cuatro grandes áreas: la teoría social, el cuerpo, la marginalidad urbana y la penalidad. Reflejo de esta variedad es la presencia de distintas disciplinas entre los autores de este libro: sociólogos, antropólogos, politólogos, criminólogos y penalistas. Así mismo, la repercusión internacional de la obra de Wacquant se ve reflejada en su procedencia: España, Italia, Grecia, Alemania, Argentina, Puerto Rico y Francia. Loïc Wacquant es profesor de Sociología en la Universidad de California, Berkeley, e investigador en el Centre de Sociologie Européene en París. Su importancia en las ciencias sociales ha ido en aumento en las últimas dos décadas. Ha pasado de ser conocido como colaborador de Pierre Bourdieu a ser un respetado investigador, cuyas obras han supuesto importantes aportaciones a los respectivos campos que estudian, y han sido objeto de recientes debates. Sus temas de interés abarcan la teoría sociológica, el cuerpo, la desigualdad urbana, la dominación etnoracial y el papel y el desarrollo de las cárceles y la policía. Más abajo se pueden consultar sus principales obras, aunque mejor presentación que un resumen de cargos y publicaciones, son sus aportaciones a este libro, especialmente la entrevista con la que se abre el mismo. La publicación de este libro dentro de la colección de Estudios de Criminología y Política Criminal sigue la línea de una de
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las ideas que defiende Wacquant con más énfasis en sus últimos trabajos: dejar de estudiar lo que sucede en el sistema penal como algo autónomo. La necesidad de tratar muchos de los aspectos fundamentales de la Criminología en relación con otros aspectos de lo social (como ya avisaron antes Michel Foucault o David Garland, entre otros) queda plasmada, de manera evidente, en el análisis wacquantiano de las transformaciones penales que han acontecido en Occidente durante las dos últimas décadas. No es posible entender los cambios penales si no se presta atención a la evolución de las políticas sociales, pues ambas forman parte de una misma política: la de la gestión de la pobreza. Esto no sólo supone que sea conveniente incluir las políticas sociales en el estudio de los sistemas de control penal, sino que lo mismo es aplicable al revés: es conveniente incluir en el estudio de las políticas sociales determinados aspectos de la política penal. Esto es de especial importancia si se tiene en cuenta que, en ambos casos, las personas sobre las que se aplican de manera directa estas políticas responden al mismo perfil sociodemográfico, a excepción del sexo: las mujeres son las usuarias mayoritarias de los servicios sociales, mientras que los servicios penales se aplican, en su gran mayoría, a hombres. Además de servir de puente entre el estudio de fenómenos que se encuentran más separados en los departamentos universitarios y en la constitución de las disciplinas que en la vida real, la obra de Wacquant tiene un sustento teórico realmente destacable. El resultado, como parte de este libro pretende demostrar, es que proporciona un marco a partir del cual elaborar nuevas investigaciones, repensar fenómenos o comprobar hipótesis, más allá de una comprensión más rica de lo social. Aunque aquí se trate de presentar de una manera sistemática, o al menos estructurada, la obra de Wacquant es difícil de seguir: es amplia, no muy sistemática y algo imprecisa. De hecho, quien quiera seguir su obra, se encontrará con libros que están publicados en algún idioma y no en otros (incluyendo las lenguas en las que Wacquant escribe), otros cuya traducción del castellano al inglés tiene un contenido completamente distinto, o con artículos que aparecen en más de un libro.
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Hallará incluso libros que el autor reclama como ilegítimos e ilegales. Por ejemplo, desde hace tiempo existe en italiano un libro de Wacquant que se llama Simbiosi mortale (Verona, Ombre Corte, 2002), que no existe ni en francés ni en inglés (aunque se espera que aparezca en 2012). ¿Se puede considerar un libro del autor o sólo una recolección de artículos que autorizó a algún editor italiano? Por ejemplo, el libro Parias urbanos (Buenos Aires, Manantial, 2001) no es la versión en español de Parias urbains (París, La Découverte, 2006) o Urban Outcasts (Cambridge, Polity Press, 2008), sino un libro distinto. La versión traducida de éste es Los Condenados de la ciudad. Gueto, periferias, Estado (Buenos Aires, Siglo XXI, 2007). A su vez, se descubrirá que el libro de 2001 contiene artículos que aparecen de nuevo en el de 2007, y cómo algunos artículos remozados aparecen en su reciente Las dos caras de un gueto (Buenos Aires, Siglo XXI, 2010). Pese a lo anterior, se puede ordenar de alguna manera la obra de Wacquant. Sus libros más importantes siguen siendo identificables. En teoría sociológica, tiene un libro destacable junto a Pierre Bourdieu que es muy recomendable para acercarse al armazón teórico de éste (Una invitación a la sociología reflexiva). El tema del cuerpo lo abordó de una manera algo tangencial a espera de acabar un monográfico algo más teórico en Entre las cuerdas. Al tema de la marginalidad urbana es al que más libros le ha dedicado, si bien todos ellos son recolecciones de artículos. Por último, su tesis del estado penal está desarrollada principalmente en Las cárceles de la miseria y en Castigar a los pobres. De una manera algo más clara, aquí se pueden consultar las obras de Wacquant en español de las que ha sido autor, editor, director o coordinador: — Las cárceles de la miseria. Buenos Aires, Manantial, 2000. (También publicado en Madrid: Alianza, 2001). — Parias urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio. Buenos Aires: Manantial, 2000. — Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de boxeador. Madrid: Alianza, 2004. (También publicado como La
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vida en el ring. Cuadernos de un aprendiz de boxeador, Buenos Aires: Siglo XXI, 2006) Una invitación a la sociología reflexiva. Buenos Aires, México: Siglo XXI, 2005. (Junto a Pierre Bourdieu) (También publicado como Respuestas. Por una antropología reflexiva. México: Grijalbo, 1995). El misterio del ministerio. Pierre Bourdieu y la política democrática. Barcelona: Gedisa, 2005. (Coordinador). Repensar los Estados Unidos. Para una sociología del hiperpoder. Barcelona: Anthropos, 2005. (Director). Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado. Buenos Aires, México, Madrid: Siglo XXI, 2007. Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social. Barcelona: Gedisa, 2010. Las dos caras de un gueto. Ensayos sobre marginalización y penalización. Buenos Aires, México, Madrid: Siglo XXI, 2010.
Muchos de sus artículos han sido traducidos al español, sobre todo para revistas en América Latina. Muchas de las referencias pueden consultarse en la bibliografía del primer capítulo del presente volumen, titulado «El cuerpo, el gueto y el Estado penal: una breve guía biográfica y analítica». En ella, Wacquant repasa algunos aspectos de su vida que han sido cruciales en el desarrollo de su formación científica, tanto en los objetos de estudio como en su forma de acercarse a ellos. Además, y sobre todo, la entrevista es muy útil para entender el vínculo entre los distintos temas que aborda Wacquant, cuyas conexiones aparecen aquí explicitadas, tanto a nivel analítico como biográfico. El capítulo de José Manuel Fernández, se dedica a la producción de Wacquant sobre el cuerpo, centralizada en su libro Entre las cuerdas. En la línea de vincular el trabajo de Wacquant con el del sociólogo francés Pierre Bourdieu, Fernández intenta explicar el modo en el que Wacquant pone en práctica, y clarifica, los procesos de génesis del habitus sugeridos por Bourdieu. Subraya las aportaciones metodológicas de Wacquant en este campo, y cómo se sirve del boxeo para com-
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prender mejor el gueto y la lógica de la práctica, intentando superar algunas de las antinomias más rancias de las ciencias sociales (objetivismo-subjetivismo, teoría-práctica, etc.). El vínculo entre cuerpo y marginalidad urbana que Wacquant subraya en su obra es aplicado en otro contexto por Francisco Ferrándiz. En un estudio sobre ceremonias espirituales en Venezuela, identifica la relación que existe entre la violencia de éstas, los golpes y cortes que se inflinge a los jóvenes de barrios que rodean a las grandes ciudades, y la violencia estructural de la que son víctimas por el abandono de las instituciones públicas. Además, vinculándolo con otro aspecto de la obra wacquantiana, la presencia de espíritus de delincuentes en estas ceremonias, representa un recurso identitario para determinados jóvenes que muchas veces no tienen en común el ser delincuentes, sino el ser sospechosos de serlo por vivir en determinadas zonas. Sobre la estigmatización territorial trata el primer artículo de Loïc Wacquant de la segunda parte del libro. En él, brevemente, se expone cómo un estudio comparado de las formas de pobreza urbana revelan que, frente al cada vez más extendido uso del concepto de «gueto», el actual «hipergueto» tiene algunos aspectos que lo hacen decididamente distinto, por ejemplo, al ser un elemento que erosiona la solidaridad de sus habitantes. El capítulo de Miguel Alhambra profundiza en el concepto de «marginalidad avanzada». Partiendo de la noción bourdieuana de «espacio social» como marco analítico para comprender mejor las relaciones que se dan en determinadas zonas, se subraya la capacidad del Estado en la producción de categorías sociales, en este caso a través de la adjudicación de capital simbólico negativo. Luis Enrique Alonso reflexiona sobre el uso del concepto de «gueto». Su uso abusivo forma parte de una retórica de la segregación vinculada al capitalismo neoliberal, que traza una línea entre lo normal y lo patológico y que simplifica la heterogeneidad de los residentes de estas zonas estigmatizadas. Wacquant plantearía el estudio sociohistórico de las formas de relegación como solución a un pensamiento sustancialista sobre la pobreza y al descrédito asociado a la sospecha de no integración, voluntaria, de determinadas poblaciones.
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Para cerrar esta parte y dar paso a la siguiente, el trabajo de Félix López versa sobre el tratamiento de la pobreza en los medios de comunicación puertorriqueños. Partiendo de la base de que los medios de comunicación forman parte de la construcción ideológica sobre las comunidades marginadas, utiliza el trabajo de Wacquant para analizar cómo se invisibiliza un problema político, como es la pobreza, a través de la visibilidad de un rasgo específico que condiciona y limita la mirada, que en este caso sería la criminalidad. De esta forma se transforma un problema político en uno de criminalidad, punto muy importante en Las cárceles de la miseria. La parte del Estado penal comienza con un artículo de Wacquant en el que reflexiona sobre la recepción internacional de Las cárceles de la miseria, especialmente en Latinoamérica, territorio al que amplía su análisis de la influencia de los think tanks. El modelo de importación-exportación de políticas penales neoliberales es revisado, y se compara el modelo teórico de la formación del Estado neoliberal con el de otros importantes autores como David Garland o Jock Young, revisando el vínculo entre neoliberalismo y penalidad. Juan Pegoraro acentúa los aspectos materialistas del control social a través del castigo en el mantenimiento del orden social. Aboga por entender el sistema penal como un complejo elemento de dominación. Además, incide en la importancia de las mediaciones existentes en la aplicación del sistema penal, que desembocan en una justicia selectiva que se ceba con unos delitos y que ignora otros. Mi capítulo explica en detalle la tesis wacquantiana del Estado penal, con especial atención a algunos aspectos teóricos y a su posible aplicación al caso español. Se repasan los presupuestos teóricos de Wacquant, su explicación del caso estadounidense y la exportación que se estaría llevando a cabo hacia Europa. Alfonso Serrano se pregunta si la explicación de Wacquant pone suficiente énfasis en la ambivalencia que se encuentra presente en los sistemas punitivos de las sociedades posmodernas. Al ignorar Wacquant esta característica de la acción estatal, su explicación pierde un elemento importante y representa la punitividad con menor complejidad de la que tiene.
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A partir de una investigación etnográfica, Dario Malventi critica que la cárcel de ahora no es distinta a la de antes, como defiende Wacquant, sino que el cambio importante se da en que la violencia que ejerce ahora es más contundente. Mediante la política de expansión de los módulos terapéuticos, se desestigmatiza el papel de los funcionarios de prisiones y se lleva la cárcel fuera de los muros. Esta recualificación formal acentúa la opacidad de las cárceles encubriendo su violencia estructural. Cheliotis y Xenakis se proponen testar la validez de esta teoría para el caso griego. A través del estudio de las características del sistema penal griego, del gasto social y de las condiciones del mercado laboral, estos autores encuentran un apoyo parcial a la tesis del neoliberalismo. No obstante, identifican que los cambios penales han sido anteriores a la introducción de políticas neoliberales, por lo que difícilmente las segundas pueden explicar a los primeros. Se defiende que una aproximación que tenga en cuenta la condición de país semiperiférico de Grecia en la economía mundial sería más provechosa. La tesis de la internacionalización de la penalidad neoliberal es evaluada por Markus-Michael Müller para América Latina. A través del estudio de la internacionalización de políticas penales, especialmente las relacionadas con la droga, el autor afirma que la implantación del neoliberalismo en estos países ha tenido consecuencias que respaldan el trabajo de Wacquant. En el último capítulo se recoge una entrevista de Loïc Wacquant a Pierre Bourdieu con motivo de la publicación de La noblesse d’État (uno de los pocos trabajos de Bourdieu aún no traducidos al español). Esta entrevista captura uno de los momentos iniciales de la carrera de Wacquant, cuando trabajaba más apegado a Bourdieu. En la entrevista aquí recogida, se tratan aspectos nucleares para entender mejor el trabajo de Wacquant: la existencia de un campo de poder y de luchas entre los propios dominantes, la historicidad y la naturaleza relacional de la configuración social y la existencia de violencia simbólica. Aspectos que será necesario tener en cuenta cuando se lean sus trabajos sobre marginalidad urbana y el Estado penal. Algunos de estos trabajos han sido publicados anteriormente. La entrevista con la que se abre el libro es una versión abre-
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viada de la realizada por Susana Durão («El cuerpo, el gueto y el Estado penal») con motivo de la celebración en junio de 2007 del Ethnografeast III, en Lisboa, Portugal. Se publicó originalmente en español en la revista Apuntes de investigación, número doble 16/17, en 2010. El capítulo de Francisco Ferrándiz es una versión especialmente adaptada para este volumen. El artículo original se titulaba «Venas abiertas: africanos y vikingos en el espiritismo venezolano», y estaba incluido en el libro de 2005, Jóvenes sin tregua: culturas políticas de la violencia (Barcelona, Anthropos), editado por el propio Ferrándiz y Carlos Feixa. El artículo de Wacquant «La estigmatización territorial en la edad de la marginalidad avanzada» se publicó originalmente en español, en 2007, en la revista Ciências Sociais Unisinos, núm. 43 (3). «La tormenta global de la ley y el orden: sobre neoliberalismo y castigo», que abre la tercera parte, es una publicación original de Wacquant en la revista Thesis Eleven (aún en prensa). Casi la totalidad del texto se corresponde con el postfacio de la segunda edición ampliada de Las cárceles de la miseria, titulado «Por una sociología cívica de la penalidad neoliberal». El trabajo conjunto de Leonidas K. Cheliotis y Sappho Xenakis forma parte de un número especial de Criminology & Criminal Justice: An International Journal sobre «Neoliberalismo y Penalidad: Reflexiones sobre el Trabajo de Loïc Wacquant», 10(4), editado por el propio Cheliotis. El trabajo de Markus-Michael Müller es una versión reducida de su artículo «The rise of the penal state in Latin America» (Contemporary Justice Review, en prensa). La entrevista final de Loïc Wacquant a Pierre Bourdieu fue publicada originalmente en 1993, en el décimo volumen de Theory, culture and society, bajo el título «From ruling class to field of power: an interview with Pierre Bourdieu on La noblesse d’État». Como editor, lamento la práctica ausencia de mujeres en la lista de autores de este volumen (el único caso es el de Sappho Xenakis, coautora de uno de los capítulos). He de apuntar que se invitó a varias profesoras a participar en el proyecto, pero por casualidad, o por otros compromisos profesionales, la mayoría declinaron la invitación, y quienes la aceptaron, se cayeron del proyecto según éste avanzaba, por distintos moti-
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vos. En todo caso, asumo el fallo. No en el sentido mal entendido de no haber cubierto unas cuotas de mujeres, sino en cuanto que este libro perpetúa y refuerza la imagen del académico-intelectual como varón. También como editor, y a título personal, quiero agradecer a Alfonso Serrano Maíllo el empuje inicial del proyecto y todas las facilidades dadas para que saliese adelante. También su apoyo y experiencia han sido fundamentales en la conformación de este libro. Por otro lado, agradezco a Loïc Wacquant su buena disposición a colaborar en este libro, tanto por la recomendación de algunos autores que desconocía y algunas sugerencias, como por la aportación de varios textos al libro. De manera más general, aunque con igual valor, he de agradecer al resto de autores que componen este volumen el haber querido participar y pensar que esto merecía la pena. Sólo me queda desearle al lector o a la lectora que disfrute el libro, o que al menos le pueda sacar provecho.
PARTE I TEORÍA SOCIAL Encarnación y poder
EL CUERPO, EL GUETO Y EL ESTADO PENAL: UNA BREVE GUÍA BIOGRÁFICA Y ANALÍTICA 1 Loïc Wacquant
1.
DEL SUR DE FRANCIA AL PACÍFICO SUR
Susana Durão (SD): Vayamos a su itinerario. Usted comenzó siendo alumno de Pierre Bourdieu, con quien trabajó luego durante cerca de veinte años. ¿Puede contar el recorrido personal e intelectual que lo ha llevado a reencontrarlo? Loïc Wacquant (LW): Nací en el sur de Francia, en una familia de la clase media intelectual e hice mis estudios en la escuela pública de mi pueblo, luego en el gran liceo de la ciudad vecina, Montpellier. Enseguida subí a París donde, no sabiendo muy bien qué curso seguir, estudié al comienzo economía industrial. Entré en una gran escuela de gestión, la École des HEC 2, en París, por defecto más que por vocación: yo no era lo suficientemente «matematicoso» para ser atraído por el Politécnico y tampoco suficientemente «literario» para considerar la École Normale Supérieure, así que había elegido una carrera en la cual el perfil caía entre los dos. Yo tenía en la cabeza hacer economía política pero tuve que desencantarme rápido: HEC es una escuela profesional que te prepara para ser manager en una gran empresa, y yo estaba horrorizado con esa idea. Busqué entonces cambiar de rumbo y consideraba hacer
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Traducción de Paula Miguel revisada por Ignacio González Sánchez. École des Hautes Études Commerciales (Escuela de Altos Estudios Comerciales). [N. del T.] 2
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historia social (uno de mis libros preferidos en ese momento era Louis XIV et quinze millions de français (Goubert, 1967, 1997), un estudio-tipo de la École des Annales) cuando, una noche, un amigo me llevó a asistir a una conferencia de Pierre Bourdieu sobre el tema «Cuestiones de política». Fue en noviembre de 1980, justo después de que saliera El sentido práctico y antes de su nominación al Collège de France 3. Para mí esta conferencia fue una verdadera revelación: no entendí las tres cuartas partes de lo que Bourdieu contaba pero entendí bien que algo muy importante se decía y que hacía falta ahondar. SD: ¿Qué edad tenía usted? LW: Yo tenía justo veinte años. Luego de la conferencia, tuvimos una discusión apasionante con Bourdieu en la cafetería de los estudiantes, hasta las cuatro de la mañana. Escuchándolo responder a nuestras preguntas a todos los niveles, tuve un sentimiento muy vivo de que, tal como un cirujano, él seccionaba el cuerpo de la sociedad francesa para mostrarnos las entrañas y su funcionamiento interno de una manera que yo jamás hubiera creído posible. Volviendo de esa conferencia a la madrugada, yo me dije: «¡Si esto es la sociología, es esto lo que quiero hacer!». Pero si esa conferencia marcó un clic, es sin duda porque yo tenía disposiciones en ese sentido en razón de mi trayectoria familiar y personal. Yo había adquirido un ojo proto-sociológico del hecho de la movilidad social de mis padres, que había marcado fuertemente mi primera infancia; los rencillas de clase en el pueblo donde crecí y el hecho también de mi movilidad geográfica y regional. Viniendo del sur, habitar en los límites de París era prácticamente expatriarse. Al final, estoy en deuda con mi experiencia en HEC, incluso si me aburrí terriblemente allí, porque eso me puso en contacto con un mundo —el de la empresa—, en el cual descubrí que yo no quería estar y del que huí para ir hacia el universo de la investigación. Luego,
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Véase de Pierre Bourdieu, El sentido práctico [1980]; el tipo y estilo de charlas públicas que Bourdieu daba en esas conferencias se puede encontrar en la colección Cuestiones de sociología [1980].
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mi escolaridad en ese campo me ha hecho formularme un montón de preguntas y me ha empujado indirectamente hacia la sociología por el choque cultural frontal que era para mí el hecho de encontrarme inmerso en el medio de los niños de la alta burguesía parisina y de la nobleza —la cual yo creía, inocentemente, que había sido eliminada en 1789—. Mi vecino de cuarto se llamaba Christian de Rivelrieux de Varax y tocaba el cuerno de caza a la noche en nuestro balcón común, es decir… Estimulado por ese encuentro con Bourdieu empecé, paralelamente a mis estudios de economía industrial, un curso universitario en sociología. Hice mi licenciatura y luego mi maestría en Nanterre —que en esa época tenía el sobrenombre de «Nanterre, la roja»— y participé en estos dos universos al mismo tiempo: por un lado, una gran escuela dedicada a la perpetuación de los medios de negocios parisinos y, por otro, una universidad pública histórica, crisol de la subversión estudiantil y de la crítica social. Era una buena introducción práctica a la sociología. En el campo de HEC, yo era un alumno disidente en varios aspectos, políticos y pedagógicos, y rebelde al adoctrinamiento ordinario que se sufría. Me acuerdo de citar La Reproducción (Bourdieu y Passeron, 1970) e incluso El sistema de los objetos de Baudrillard (1968) en la clase de marketing para provocar al profe. Nosotros éramos un pequeño grupo en el que se encontraban los alumnos raros descendientes de las clases populares y medias y casi todos los provincianos que, en general, eran de izquierda, intelectuales y comprometidos. Se nos llamaba los «bolches» y nosotros, llamábamos los sostenedores del orden escolar y social establecido «los fachas». Era bastante gracioso, salvo durante las elecciones de 1981, donde las relaciones se tensaron fuertemente. SD: ¿Cómo se encontró usted en Nueva Caledonia luego de los Estados Unidos? LW: Al terminar HEC, obtuve una beca doctoral para ir a los Estados Unidos, donde pasé un año estudioso en 1982-83 en Chapel Hill, en la Universidad de Carolina del Norte. Fue allí cuando se confirmó mi conversión de la economía hacia la sociología. Leí con voracidad (entre mis libros favoritos, aquellos de Elliott Liebow, John Dollard, C. Vann Woodward y
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Erving Goffman) y seguí cursos de teoría sociológica y de sociología histórica y comparativa en un excelente departamento donde forjé amistad intelectual de Gerhard Lenski y Craig Calhoun, quienes incentivaron mi cambio. Todos los jueves durante un semestre, yo almorzaba en su oficina con Lenski, autor del clásico Poder y privilegio (1984), y hablábamos a tontas y locas de teoría y de historia. Seguidamente me fui dos años a Nueva Caledonia entre 1983-85 para hacer allí mi servicio militar, pero en el cuadro de asistencia técnica. Por una suerte inusitada, se trataba de un servicio civil como sociólogo en un centro de investigación de la ORSTOM, la antigua «oficina de investigación colonial« de Francia. Eso me dio dos años de formación en la práctica sociológica en un contexto espinoso y, por lo tanto, particularmente instructivo. En Nanterre había hecho «Sociología de la cultura y de la educación» y escrito una tesis de maestría mezclando historia y etnografía, basada en mi experiencia en HEC, que se titulaba «Producción escolar y reproducción social», en la cual, por supuesto, yo había utilizado los trabajos de Pierre Bourdieu. Durante mi último año en París, me saltaba mis clases en HEC para asistir a su curso del Collège de France. Luego de cada sesión, Bourdieu y yo caminábamos juntos hasta su casa conversando —para mí era como un curso particular acelerado. Y cuando me fui a Nueva Caledonia entablamos una correspondencia asidua. Luego de mi regreso, fui asociado al Centre de Sociologie Européenne como «miembro expatriado». Pasé dos años en Nueva Caledonia, en un equipo muy pequeño. Éramos tres investigadores en el momento del sublevamiento de Kanak de noviembre de 1984. Así viví y trabajé en una sociedad colonial arcaica muy brutal. La Nueva Caledonia, en los 80, era una colonia típica de fines del siglo XIX que había sobrevivido casi intacta hasta fines del siglo XX. Era una experiencia social extraordinaria para un aprendiz de sociólogo: hacer encuestas sobre el sistema escolar, la urbanización y el cambio social en ese contexto de insurrección, bajo estado de urgencia, observar en tiempo real las luchas entre colonos e independentistas, y tener que reflexionar concretamente sobre el rol cívico de la ciencia social. Así participé en un congreso a
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puertas cerradas del Front de Libération Nationale Kanak et Socialiste en Canala, e hice el tour de la «Gran tierra» (la isla principal) y varias jornadas en Lifu en lo de amigos militantes de Kanak, de manera tal que prácticamente todos circulaban sobre el territorio. Fue allí también que leí los clásicos de la etnología, Mauss, Mead, Malinowski, Radcliffe-Brown, Bateson, etc. (especialmente los trabajos sobre el Pacífico Sur: las islas Trobiands estaban justo al lado) y elaboré mis primeras notas de campo (las primeras las garabateé entre la tribu de Luecilla, sobre la bahía de Wé, cerca de la navidad de 1983). Y publiqué mis primeros trabajos, si no «de juventud», podríamos decir «de infancia» (Wacquant, 1985a, 1985b, 1985c, 1986, 1989). Al término de mi estadía caledoniana, obtuve una beca de cuatro años para ir a hacer mi doctorado a la Universidad de Chicago, cuna de la sociología estadounidense. Cuando llegué a la ciudad de Upton Sinclair, mi intención era la de trabajar en una antropología histórica de la dominación colonial en Nueva Caledonia. Y después fui desviado hacia Estados Unidos.
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EL GUETO, EL GIMNASIO Y LAS BANLIEUES
SD: Es así que un joven investigador francés va a curtirse al gueto negro norteamericano… LW: De hecho, dos sucesos imprevistos se combinaron. Por un lado, la puerta neo-caledoniana se cerró bruscamente: en Nouméa, el burócrata mediocre que me controlaba había abusado de su autoridad para co-firmar contra mi voluntad una monografía sobre el sistema escolar que yo había realizado solo (Wacquant, 1985c) —lo cual, tristemente, era una práctica corriente en la ORSTOM. Yo denuncié esa malversación intelectual ante la dirección del Instituto en París, que evidentemente se ocupó de cubrir al fraudulento. Resultado: me encontraba «vetado» en ese organismo y, por tanto, en toda la isla. Por otra parte, me encontré confrontado con lo cotidiano, la realidad del gueto de Chicago. Yo vivía en el borde del barrio negro y pobre de Woodlawn y era un shock terrible tener bajo
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mi ventana ese paisaje urbano cuasi-lunar, inverosímil, de deterioro, miseria, violencia, con una separación completamente hermética entre el mundo blanco, próspero y privilegiado de la universidad y los barrios negros abandonados de alrededor (el campus de Hyde Park está bordeado en tres costados por el gueto del South Side y en el cuarto por el lago Michigan). Eso me cuestionaba profundamente en lo cotidiano. Así fue que interviene el segundo encuentro decisivo de mi vida intelectual, con William Julius Wilson. Wilson es el sociólogo norteamericano más eminente de la segunda mitad del siglo XX y el gran especialista en la cuestión de las relaciones entre «raza y clase» en ese país. Él me propuso trabajar con él en un proyecto sobre la pobreza urbana —en grueso, el programa de investigación trazado por su libro The Truly Disadvantaged (1987)— y yo me volví rápidamente su colaborador próximo y co-autor. Así que tuve la suerte de ir enseguida al corazón del tema y también de ver de cerca cómo funcionaba ese debate científico y político en el más alto nivel, especialmente en los institutos filantrópicos y los think tanks. Así fue que comencé mis investigaciones —al comienzo con Wilson, luego por mí mismo— sobre la transformación del gueto negro luego de los años 60, intentando salir de la visión patologizante que impregna y sesga los trabajos sobre la cuestión (Wacquant, 1997a). Tengo una gran deuda con Bill Wilson, quien ha sido un mentor a la vez exigente y generoso: él me estimuló y sostuvo, pero también me dio la libertad de diferir con sus análisis, a veces de manera frontal. La etnografía ha jugado un rol-pivote por dos razones. Por un lado, tomé más cursos de antropología que de sociología, porque el departamento de sociología en Chicago era muy insulso intelectualmente y porque yo estaba visceralmente apegado a una concepción unitaria de la ciencia social, heredada de mi formación francesa. Los trabajos y los apoyos al trabajo de John y Jean Comaroff, de Marshall Sahlins, de Bernard Cohn y Raymond Smith me empujaron en la dirección del trabajo de campo. Por otro, yo quise encontrar muy rápido un punto de observación directa al interior del gueto, porque la literatura existente sobre la materia era el producto de una «mirada leja-
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na» que me parecía en el fondo sesgada, cuando no ciega. Esta literatura está dominada por el abordaje estadístico, desplegado desde muy alto, por los investigadores que las más de las veces no tienen ningún conocimiento primario, o incluso secundario, de eso que hace la realidad ordinaria de los barrios desheredados del «cinturón negro», y que llena el vacío con estereotipos sacados del sentido común ordinario, periodístico o universitario. Yo quise reconstruir la cuestión del gueto a partir de abajo, sobre la base de una observación precisa de la vida cotidiana de los habitantes de esa terra non grata pero también, por esa misma razón, incognita (Wacqant, 1992a). SD: ¿Es esta sociología «al ras del piso» la que lo ha llevado a frecuentar los rings de boxeo? LW: Yo juzgaba imposible, epistemológica y moralmente, trabajar sobre el gueto sin conocerlo de primera mano ya que estaba allí, en el umbral de mi puerta (en verano, se escuchaban claramente los disparos de fuego que estallaban en la noche del otro lado de la calle) y que los trabajos establecidos me parecían llenos de nociones académicas improbables o perniciosas, como el mito sapiente de la underclass que tenía entonces el viento en popa (Wacquant, 1996a). Luego de algunas tentativas abortadas, encontré por accidente una sala de boxeo en Woodlawn, a tres manzanas de mi departamento, y me inscribí ahí diciendo que deseaba aprender a boxear simplemente porque no había ninguna otra cosa que hacer en el contexto. De hecho, yo no tenía absolutamente ninguna curiosidad ni interés por el mundo pugilístico en sí. La sala debía ser sólo un punto de observación en el gueto, un lugar de encuentro con los informantes puntuales. Pero rápidamente el gimnasio reveló ser no solamente una muy bella ventana sobre la vida cotidiana de los jóvenes del barrio sino también un microcosmos complejo, con una historia, una cultura, una vida social, estética, emocional y moral propia, muy intensa y muy rica. Yo hice una amistad muy fuerte, carnal, con los asiduos de la sala y con el viejo entrenador, DeeDee Armour, quien devino en una suerte de padre adoptivo (Wacquant, 2002a). Gradualmente me encontré imantado por el magnetismo de la Sweet Science, al punto de pasar la mayor par-
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te de mi tiempo en la sala. Al cabo de un año se me impuso la idea de cruzar un segundo objeto de investigación: la lógica social de un oficio del cuerpo. ¿Qué es lo que hace vibrar a los boxeadores, porqué se comprometen en este oficio tan duro y destructivo entre todos, cómo adquieren ellos las ganas y las habilidades necesarias para durar? ¿Cuál es el rol de la sala, de la calle, de la violencia circundante y del desprecio racial, del interés y del placer, de la creencia colectiva en la trascendencia personal en todo eso? ¿Cómo se crea una competencia social que es una competencia incorporada, que se transmite por una pedagogía silenciosa de los organismos en acción? En resumen, ¿cómo se fabrica y despliega el habitus pugilístico? (Wacquant, 1995). Así fue que me encontré al frente de dos proyectos conexos, muy diferentes pero de hecho estrechamente ligados: una microsociología carnal del aprendizaje del boxeo como oficio del cuerpo sub-proletario en el gueto, dando a este universo un recorte particular, visto de abajo y del interior; y una macrosociología histórica y teórica del gueto como instrumento de cierre racial y de dominación social, ofreciendo una perspectiva generalizadora visto de arriba y desde el exterior. SD: Es en el momento que usted conduce su trabajo de campo sobre el South Side que explota el discurso-pánico sobre la «guetificación» de las banlieues populares en Francia… LW: Precisamente. En 1990, luego de los motines de Vauxen-Velin, se cristaliza en Francia —luego en los otros países europeos— un «pánico moral» alrededor de los barrios periféricos desestabilizados por la desindustrialización y el desempleo masivo, del cual se dice repentinamente que muta en un gueto a la norteamericana, con los inmigrantes en el rol de los negros, de alguna manera. Ahora bien, yo estaba en Chicago sumergido en mi investigación en el seno del South Side y esta leyenda mediática rápidamente compartida por políticos y por ciertos investigadores (no siempre los mejor informados) me parecía propiamente ubuesca 4. Más aún, se nadaba en los este-
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Referencia al personaje literario de la obra de Alfred Jarry. Ubu era un soldado que deviene en rey déspota, cobarde, avaro, grotesco, arbitrario. [N. del T.]
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reotipos y los clichés basados en la ocurrencia de una doble ignorancia: la ignorancia de lo que la banlieue popular francesa es en la era postfordista y la ignorancia del gueto negro norteamericano. El producto de esas dos ignorancias acumuladas era un discurso desconectado por completo en relación a la realidad, pero que ha ejercido de entrada un pujante efecto de «profecía auto-cumplida», porque fue retomado por todos y en todos lados, y comenzó a guiar muy rápido las políticas públicas —especialmente la política llamada «de la ciudad», con el anuncio periódico de «leyes anti-gueto» tan hipócritas como ineficaces. Juzgué que tenía un deber a la vez científico y cívico de intervenir en ese (falso) debate recusando los términos por el estudio metódico de las transformaciones de los barrios de relegación, esos espacios estigmatizados a los cuales son empujadas las poblaciones marginalizadas una y otra vez bajo el ángulo material y bajo el ángulo del honor, en las dos costas del Atlántico. Entonces empecé una comparación, punto por punto, entre la evolución del gueto negro norteamericano desde las grandes revueltas de los años 1960 y la evolución de las banlieues francesas desde mediados de los años 1970, es decir durante la fase de desindustrialización, que en principio dio lugar a una serie de artículos principalmente orientados hacia el debate europeo (Wacquant, 1992a, 1992b, 1992c, 1992d, 1993, 1996b). Para comparar el South Side de Chicago con la banlieue parisina, hice una investigación de campo entre 1989-91 en la Cité des 4000 5, en la ciudad de La Courneuve al noreste de París, y en los pasillos de las administraciones que ponían en marcha la supuesta política de la ciudad. Al término, ese trabajo desembocó sobre una triple clarificación, empírica, teórica y política: yo retrato cómo el «gueto comunitario» de mediados del siglo XX ha mutado en «hipergueto» del lado norteamericano; cómo los territorios obreros de la periferia urbana europea han entrado en descomposición, pero alejándose
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Ciudad de los 4000, llamada así en referencia a las 4.000 unidades que componen el complejo habitacional de monoblocks destinados a viviendas populares y que dependían originalmente del municipio de Paris. [N. de T.]
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del esquema del gueto, contrariamente al discurso dominante, al punto que se los puede caracterizar como anti-guetos; y demuestro que es el Estado quien es el mayor determinante de las formas que toma la marginalidad urbana en los dos continentes (Wacquant, 2007a). Mientras que yo conducía mi trabajo sobre el boxeo y el gueto, estaba en contacto permanente con Pierre Bourdieu, quien constantemente me incentivaba. Él vino varias veces a Chicago, donde visitó el gimnasio y se encontró con DeeDee y mis amigos boxeadores. Fue durante esas visitas que nosotros concebimos el proyecto de un libro que explicitaría el corazón teórico de su trabajo, mirando originalmente a un público anglo-americano, ya que es sobre ese frente que las distorsiones y los obstáculos a una apropiación fructuosa de sus modelos eran las más fuertes. Consagramos tres años a la redacción de ese libro, titulado Una invitación a la sociología reflexiva (Wacquant y Bourdieu, 1992), que escribimos directamente en inglés y que rápidamente fue traducido al francés y luego a una veintena de lenguas. Sociología del gueto, etnografía del cuerpo hábil, comparación transatlántica y trabajo teórico con Bourdieu: todo se construyó junto y al mismo tiempo, y todo se sostiene.
3.
LA ROCA DEL ESTADO PENAL
SD: Pero entonces, ¿cómo surgen las prisiones en ese programa de estudios? LW: Ahí también, como en la antropología del pugilismo, era totalmente imprevisto: son la lógica de la investigación y las sorpresas del terreno las que me forzaron a «entrar en prisión» —en sentido figurado, se entiende. Armando la historia de vida de mis amigos boxeadores en la sala de Woodlawn, me fijé en que todos habían estado detenidos. Entonces me di cuenta de que la prisión es una institución central y banal en el horizonte de las organizaciones con las cuales los jóvenes del gueto tienen que vérselas y que les hacen tropezar —como una gran roca en su jardín personal, que no se puede ni levantar ni contornear, y que cambia todo en el paisaje social.
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Por ejemplo, mi amigo y compañero de ring Ashante había estado seis años en prisión al salir de la adolescencia; de hecho él había aprendido a boxear detrás de las rejas. A su salida de la cárcel, encontró refugio en la sala, que lo protegió de la calle, y persiguió una carrera de boxeador. Luego, cuando su carrera sobre el ring terminó y el gimnasio cerró, recayó en la economía ilegal y se encontró nuevamente encerrado varias veces. Periódicamente yo lo hacía salir de la cárcel pagando su fianza y su abogado. Ver a tu mejor amigo metido en prisión al salir del tribunal te sacude existencial e intelectualmente. Fue esta experiencia la que me condujo a hacer una investigación de campo piloto en las casas de detención estadounidenses entre 1998-99 en Los Angeles, luego en Chicago y Nueva York (con incursiones en Brasil), para comprender lo que le pasaba (Wacquant, 2002b). El objetivo en ese momento todavía era lograr los medios para perforar la pantalla de discursos dominantes sobre la prisión y los análisis distantes y mecánicos de la criminología que descuida la textura de las relaciones carcelarias en lo cotidiano: el encarcelamiento es, ante todo, cuerpos limitados, y lo que todo eso imprime en el nivel de las categorías, de los deseos, del sentido de sí y de las relaciones con otros. De hecho, no podemos comprender la trayectoria del subproletariado negro norteamericano después de los motines que sacudieron el gueto en los años 70 sin tomar como indicador analítico la expansión impactante del Estado penal durante las tres últimas décadas del siglo. Entre 1975 y 2000, los Estados Unidos han quintuplicado su población carcelaria para devenir el líder mundial de la encarcelación con dos millones de detenidos, cosa que yo ignoraba entonces y la cual no tenía para nada en cuenta analíticamente, como todos los sociólogos que venían trabajando sobre raza y clase en Estados Unidos (el primero que lo ha hecho es un jurista, Michael Tonry, en Malign Neglect, un libro clave aparecido en 1995, que atrajo mi atención porque yo quería utilizar ese título para una de mis obras). ¿Cómo se explica esta hiperinflación carcelaria? La primera respuesta es la de la ideología dominante y de la investigación oficial: decir que está ligada al crimen. Pero la curva de la cri-
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minalidad se estancó de 1973 a 1993 antes de caer fuertemente, en el mismo momento que el encarcelamiento se disparó. Segundo misterio: aunque la proporción de negros en cada «cohorte» de criminales ha ido disminuyendo durante veinte años, su proporción en la población carcelaria no ha cesado de aumentar. Para resolver esos dos enigmas, hace falta salir del esquema «crimen y castigo» y repensar la prisión como una institución política, un componente central del Estado. Y se descubre entonces que el surgimiento del Estado penal es el resultado de una política de penalización de la miseria que responde al aumento de la inseguridad salarial y del desmoronamiento del gueto como mecanismo de control de una población doblemente marginalizada en el doble plano material y simbólico (Wacquant, 1998). SD: Y, como usted lo muestra en Las cárceles de la miseria, la expansión del Estado penal en los Estados Unidos está ligada ella misma a la atrofia del Estado social. LW: A la vez que yo me sumergía en las estadísticas penitenciarias para descifrar el asombroso ascenso del Estado penal en Estados Unidos, Clinton avalaba la «welfare reform» de 1996 elaborada minuciosamente por la facción más reaccionaria del partido republicano. La abolición del derecho a la asistencia social para las mujeres desprovistas y su reemplazo por la obligación del salario forzado (llamado «workfare») es un escándalo histórico, la medida más regresiva tomada por un presidente supuestamente progresista durante todo el siglo XX. Por indignación política, escribí un artículo en Le Monde diplomatique y luego un artículo más detallado para una revista de geografía política, Hérodote 6 (1996c, 1997b). Analizando las implicaciones de esta reforma, me di cuenta que la atrofia organizada del sector social y la hipertrofia del sector penal del Estado norteamericano eran no solamente concomitantes y complementarias sino que, más aún, apuntaban a la misma población estig-
6 Véase también el número de Actes de la recherche en sciences sociales (124, septembre 1998) dedicado al oscilamiento «De l’Etat social à l’Etat social», con los artículos de David Garland, Katherine Beckett y Bruce Western, Dario Melossi, Nils Christie y Loïc Wacquant.
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matizada al margen del salario. Se volvía claro que la «mano invisible» del mercado desregulado llama y necesita el refuerzo del «puño de hierro» de la justicia criminal debajo de la estructura de clases (2009). Eso es lo que traté de mostrar en Las cárceles de la miseria (1999), siguiendo la difusión internacional de la política de «tolerancia cero» que es la punta de lanza de la penalización de la pobreza. Ese libro fue rápidamente traducido a tres, seis, doce lenguas, porque esta política de «contención punitiva» de las capas precarizadas del nuevo proletariado urbano se ha extendido a través del mundo entero, siguiendo los pasos del neoliberalismo económico. Es así que me desvié momentáneamente del gueto, empujado por la urgencia política y casi contra mi voluntad, para analizar más adelante las transformaciones de las políticas penales en sus relaciones con las políticas sociales. SD: Pero el análisis del rol de la prisión lo lleva de vuelta a los barrios de relegación, ya que son ellos los que son el blanco privilegiado del despliegue del Estado penal. LW: De hecho, sin planificarlo, yo escribí una suerte de trilogía sobre las relaciones entre pobreza/etnicidad, Estado social y Estado penal en la era del neoliberalismo triunfante, pero publicada desordenadamente. El primer volumen, Los condenados de la ciudad (Wacquant, 2006a), donde, habiendo refutado la tesis de la convergencia transatlántica de las formas de marginalidad urbana, formulo el diagnóstico de la emergencia de un nuevo régimen de pobreza urbana, diferente del régimen «fordista-keynesiano» que prevalecía justo en los años 1970. La llamé marginalidad avanzada porque ella no es ni residual ni cíclica, sino que se encuentra por delante de nosotros: está inscrita en el devenir de las sociedades avanzadas sumisas a las torsiones de la desregulación capitalista (Wacquant, 1996b). Para ir rápido, la marginalidad avanzada, que suplanta el gueto del lado norteamericano y el territorio obrero tradicional del lado europeo, es el producto de la fragmentación del asalariado, de la desconexión funcional entre los barrios de relegación y la economía nacional y mundial, de la estigmatización territorial y de la retracción de las protecciones aseguradas por el Estado social.
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¿Cómo va a reaccionar el Estado ante el aumento de esta marginalidad y cómo va a gestionar la retahíla de «problemas sociales» que ella acarrea: desempleo, sin-techos, criminalidad, drogas, juventud ociosa y rabiosa, exclusión escolar, disolución familiar y social, etc.? ¿Cómo contener sus reverberaciones y, al mismo tiempo, incitar a las capas precarias del nuevo proletariado urbano, eso que se puede llamar el «precariado», a aceptar el empleo inestable y mal pagado de la economía desregulada de servicios? La respuesta está dada en el segundo volumen: Castigar a los pobres (Wacquant, 2009) analiza la invención de un «nuevo gobierno de la inseguridad social» que alía la disciplina del workfare y el límite de un aparato policial y penal sobredimensionado e hiperactivo. En 1971, Frances Fox Piven y Richard Cloward (1993) publicaron un libro audaz, que devino después un clásico de la ciencia social, titulado Regulating the Poor. Ellos muestran que las políticas sociales, y especialmente la asistencia a los pobres, evolucionan de manera cíclica, por contracción y expansión, de manera que empujan a los desposeídos hacia el mercado de trabajo en el periodo de expansión económica e impiden que se rebelen en los períodos de poca actividad. Mi tesis es que, treinta años más tarde, esta «regulación de los pobres» no pasa más por el welfare solo, sino que implica una cadena institucional que liga entre ellos a los sectores asistencial y penal del Estado. Lo cual implica que si se quiere comprender las políticas de gestión de las poblaciones con problemas en lo mas bajo de la estructura de clases y de empleos, hace falta estudiar conjuntamente eso que Bourdieu llama la «mano izquierda» y la «mano derecha» del Estado. La política social y la política penal convergen y se fusionan: la misma filosofía del comportamiento behaviorista, las mismas nociones de responsabilidad individual y de contrato, los mismos dispositivos de vigilancia y de fichaje, las mismas técnicas de supervisión, de «degradación ritual» (en el sentido de Garfinkel (1956)) y de sanción de los desvíos de comportamiento informan la acción de los servicios sociales, transformados en trampolín hacia el empleo precario, y de la policía, la justicia y la prisión, a quienes se demanda controlar las poblaciones marginalizadas.
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Viene entonces el tercer volumen, que es aquel que yo escribí en primer lugar por razones de urgencia política, Las cárceles de la miseria (1999), que desentraña los mecanismos de la internacionalización de la penalización de la marginalidad urbana, con la difusión de la estrategia policial de «tolerancia cero» a escala planetaria, concomitante de la difusión de las políticas económicas neoliberales (Wacquant, 2001a; 2003b). Se añade ahí un cuarto volumen, Deadly Symbiosis (2012), que muestra cómo la división etnoracial lubrica la expansión del Estado penal y acelera la transición de la gestión social hacia la gestión punitiva de la pobreza, y cómo de regreso, por su acción material y simbólica, la institución carcelaria redefine y redespliega el estigma étnico y etno-nacional (Wacquant, 2005a). Ese libro mezcla etnografía, historia social, teoría sociológica y filosofía jurídica y testea el modelo de la fusión estructural y funcional de los barrios de relegación y del sistema carcelario, construido sobre el caso de los Estado Unidos, transportándolo a Europa para explicar el sobre-encarcelamiento de los inmigrantes postcoloniales y en Brasil para dar cuenta ahí de la «militarización” de los clivajes urbanos en la ciudad dual. SD: Existe entonces no solamente un hilo conductor existencial sino también una costura teórica que religa entre ellas esas temáticas tan diferentes. LW: Se trata de objetos empíricos que son en apariencia muy dispersos y tradicionalmente tratados por sectores distintos de la investigación que no se comunican entre ellos: la antropología del cuerpo, la sociología de la pobreza y de la dominación racial, y la criminología. La gente que trabaja sobre el cuerpo, la cultura cotidiana, la producción del deseo, generalmente no se interesa por el Estado; aquellos que descifran las políticas de justicia, de manera típica no se preocupan mucho de la marginalidad urbana o la política social; y los penólogos no prestan atención ni al cuerpo ni a las políticas de Estado que no conciernen más que oficialmente a la lucha contra el crimen. Mi argumento es que no se puede separar el cuerpo, el Estado social o penal y la marginalidad urbana: hace falta tomarlos y explicarlos juntos, en sus imbricaciones
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mutuas. Y el cuaderno de iniciación teórica de esta ojiva analítica de tres cabezas es la Invitación a una sociología reflexiva, que contiene todos los conceptos clave y los principios metodológicos puestos en marcha en los otros libros.
4.
LA ETNOGRAFÍA COMO INSTRUMENTO DE RUPTURA Y DECONSTRUCCIÓN
SD: El lugar central de la etnografía en su recorrido intelectual es claro, pero me gustaría que usted precise el rol que ella ha jugado en las diferentes investigaciones que usted ha realizado, ya que no se asocia corrientemente el nombre de Bourdieu a la etnografía. LW: Eso es un gran sinsentido, ya que, como lo mostré en el artículo que abre el número especial de Ethnography sobre «Pierre Bourdieu into the field», Bourdieu era uno de los practicantes más originales de este enfoque y, lo que es más, la etnografía ha sido decisiva en la gestación de su proyecto científico (Wacquant, 2004a). Él escribió no solamente textos que son joyas del arte etnográfico, como «El sentido del honor» (Bourdieu, 1965) y «La casa o el mundo dado vuelta» (1972). La observación de terreno juega un rol pivote en todos sus libros principales, desde Los herederos (1964) a Las reglas del arte (1992) pasando por La distinción (1979). Por considerar trabajos sólo de su juventud, Bourdieu nos ha legado una extraordinaria etnografía comparada, llevada a cabo en las dos costas del Mediterráneo, de las transformaciones cataclísmicas de las estructuras sociales y mentales de las sociedades paisanas, en Kabilia bajo el efecto de la penetración colonial francesa y de la guerra de la liberación nacional y en su pueblo del Béarn bajo el efecto de la generalización de la escolarización, la apertura del espacio lugareño a los intercambios mercantiles y la influencia de la cultura urbana por el sesgo de los medios (Bourdieu, 1962, 1963; Bourdieu & Sayad, 1964). Aquellos que persisten en hacer de él un «teórico de la reproducción» harían bien en releer sus estudios. Bourdieu hacía etnografía comparada, llevada de frente sobre varios
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sitios y combinada con el análisis estadístico, treinta años antes de que sobrevenga la moda de la etnografía «multi-sitio» —que a menudo es una débil tapadera de una práctica que se parece más al turismo cultural que a un trabajo de campo digno de ese nombre. Y una etnografía que, lejos de ceder al exotismo y al empirismo, estaba firmemente guiada por un proyecto teórico al que ella venía a alimentar de vuelta: la mayor parte de los conceptos clave de Bourdieu, como el de habitus, tienen su origen en un puzzle encontrado sobre el terreno. Es más, ha habido siempre en la estela de Bourdieu, en el Centre de Sociologie Européenne y en otras partes, practicantes de primera línea de la etnografía: pienso especialmente en Abdelmalek Sayad (1995), en Stéphane Beaud y Michel Pialoux (1999), en Yvette Delsaut (1992) o incluso en Monique y Michel Pinçon (1997). Es decir que no me habrían faltado modelos a imitar si yo hubiera querido devenir etnógrafo por una suerte de decisión deliberada. Pero la cuestión de hacer o no trabajo de campo no se formuló jamás en términos de vocación metodológica para mí. Fue más bien el método que vino a mí como el más adecuado para resolver el problema concreto con el que yo estaba confrontado, que, en Chicago, no era solamente «acercarme» al gueto para adquirir allí un conocimiento práctico y sentido del interior, sino también dotarme de un instrumento para la deconstrucción de categorías a través de las cuales el «cinturón negro» norteamericano era entonces percibido y pensado en el debate universitario y político. Mi intención inicial era apoyarme sobre una etnografía de la escena urbana del South Side para penetrar la doble pantalla que formaba el discurso prefabricado sobre el gueto como lugar de desorganización social —espacio de violencia, de desviación, de vacío, caracterizado por la ausencia o la falta— que deriva del punto de vista externo y exotizante que adopta la sociología establecida, y la fábula académica de la underclass, esa categoría-espantajo aparecida en los años 80-90 en el imaginario social y científico de los Estados Unidos para explicar de manera perfectamente tautológica el desmoronamiento del gueto negro por el «comportamiento antisocial» de sus miembros (Wacquant, 1997a).
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La observación etnográfica me ha permitido efectuar una doble ruptura, con la representación mediático-política dominante, por un lado, y con el sentido común erudito de la época, por otro, él mismo fuertemente contaminado por la doxa nacional. La misma cosa del lado francés, donde la confrontación entre eso que yo había escuchado en los servicios del Ministerio de la Ciudad 7 y en la Cité des 4000 en La Courneuve, me permitió depurar las preconcepciones burocráticas y semi-eruditas que hacen obstáculo a la construcción del objeto «banlieues». SD: Esta intención es explicitada en el prólogo metodológico de Los condenados de la ciudad donde usted menciona el aporte de la etnografía entre cinco principios para guiar la sociología comparada de la marginalidad urbana. LW: Los condenados de la ciudad no es una monografía etnográfica en el sentido clásico, ya que el análisis articula los niveles «micro» del barrio, «meso» de la ciudad y del cuadro político local, y «macro» de la economía y el Estado nacional, y combina observación directa, datos estadísticos y puesta en perspectiva histórica y comparativa (Wacquant, 2006a). Pero la etnografía llena nada menos que una función mayor en dos registros analíticos: como instrumento de ruptura con la doxa política e intelectual, como vengo de indicar, y como herramienta de construcción teórica. Las observaciones que recogía diariamente en el gueto negro de Chicago siguiendo los pasos de mis compañeros de la sala de boxeo sobre sus relaciones con los empleadores, las agencias de la ayuda social, la policía, las bandas, la escuela, etc., me han permitido elaborar las nociones tipo-ideales que yo despliego para descifrar las prácticas sociales y la experiencia vívida de la pobreza en el corazón segregado de la metrópolis estadounidense. Así, la noción de hipergueto expresa la destrucción del espa-
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El Ministère de la Ville es un nuevo gabinete departamental creado en 1990 en reacción a los disturbios y el creciente descontento en la periferia urbana francesa en la década de 1980. Sus políticas apuntaron a los designados oficialmente «barrios sensibles» que se creían una amenaza para el «modelo francés de integración». [N. del T.]
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cio de lo posible y el clima de enclaustramiento social y racial que impregna el South Side en los años 90, del cual uno no puede hacerse idea sin caminar sus calles. El esquema de la marginalidad avanzada, desarrollada en la tercera parte del libro, caracteriza el nuevo régimen de pobreza que emerge a la era post-keynesiana y post-fordista y se apoya sobre el conocimiento directo de las estrategias de vida de los habitantes del gueto negro norteamericano y de las banlieues francesas en decadencia, de las formas vivientes de la conciencia colectiva que orientan sus acciones y sus aspiraciones y los obstáculos concretos con los que ellas tropiezan —como la ausencia de un lenguaje común que redoble en el nivel simbólico la dispersión objetiva del «precariado». El concepto de estigmatización territorial como modalidad distintiva del descrédito colectivo arrojado sobre los residentes de los barrios de relegación en la era del asalariado des-socializado encuentra su origen en la investigación llevada cara a cara junto a los responsables de la política de la ciudad en Francia (Wacquant, 2007a). Todos los altos funcionarios que yo interrogué hablaban de barrios populares de la periferia con temblores de angustia y de disgusto en la voz; su tono, su vocabulario, su postura y su gestualidad, expresaban el remordimiento de estar a cargo de una misión y de una población envilecida y por lo tanto envilecedora. Después encontré el mismo sentimiento de disgusto y de indignidad en lo más bajo de la escala urbana, entre los habitantes de la Cité des 4000 en el suburbio de París como entre los negros norteamericanos atrapados en el hipergueto en Chicago. Yo no hubiera podido desarrollar esta noción —que se me aparece restrospectivamente como uno de los resultados más concluyentes de esa investigación— sin el trabajo de campo llevado adelante en paralelo en los dos lados del Atlántico. SD: ¿Cómo se distingue la estigmatización territorial de la estigmatización étnica y en qué es tan importante desde su punto de vista? LW: Los barrios obreros, desahuciados o de inmigrantes no han tenido jamás una buena reputación, y la ciudad ha tenido siempre sus bajo-fondos y sus sectores sospechosos rodeados
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de un aura sulfurosa, pero un nuevo fenómeno ha aparecido con el correr de las últimas dos décadas: en todos los países avanzados, un pequeño número de barrios o de localidades son conocidas públicamente en adelante como los pozos de la perdición social y moral. La urbanización de Robert Taylor Homes en Chicago, Bobigny en la periferia de París, el distrito de Moss Side en Manchester, Tensta a las puertas de Estocolmo, São João de Deus en el norte de Oporto: esos nombres son símbolos nacionales del «horror urbano»; ellos inspiran el pavor y el deshonor en toda la sociedad. Una mancha territorial cristaliza y se sobreañade al deshonor de clase y de etnicidad que ya afecta a sus habitantes, con los efectos propios, distintos de las «marcas» tribales, morales o corporales tratadas anteriormente por Erving Goffman (1963), que contribuyen puramente a la espiral de la desintegración social y de la difamación simbólica. Cuando yo preguntaba a los habitantes del gueto de Chicago y de las ciudades de La Courneuve, dos zonas de relegación a una distancia de 7.000 km entre sí, «¿qué hace la gente del barrio para arreglárselas en el día a día?», ellos respondían de entrada en términos casi idénticos: «Ah, yo a la gente del barrio no la conozco. Yo vivo aquí pero no soy de aquí» —dicho de otra forma, yo no soy como «ellos». Ellos se quitaban la marca de sus vecinos y trasladaban sobre estos últimos la imagen degradada que da de ellos el discurso público. De los dos lados del Atlántico, los habitantes de los distritos percibidos y vividos como purgatorios urbanos disimulan su domicilio a los empleadores y a los servicios públicos, evitan recibir a los amigos en sus casas y niegan pertenecer a la micro-sociedad local. Sólo el trabajo de campo podía revelar la pregnancia de ese sentimiento de indignidad sobre los dos lugares y el recurso a las mismas estrategias de gestión del estigma territorial de distanciamiento mutuo y denigramiento lateral; el retiro dentro de la esfera privada y la fuga al exterior en cuanto se adquieren los medios. Esas estrategias tienden a deshacer un poco más los colectivos ya debilitados de las zonas urbanas desheredadas y a producir la «desorganización» que el discurso dominante dice que caracteriza esas zonas. El estigma territorial incita igualmente al Estado a adoptar políticas específicas, derogato-
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rias del derecho común y de la norma nacional, que las más de las veces refuerzan la dinámica de marginalización que pretenden combatir, en detrimento de los habitantes.
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LA SILLA Y EL TEXTO
SD: Desde el punto de vista del método, de la escala y del objeto, la etnografía del oficio de boxeador en Woodlawn es muy diferente con respecto a tus otros trabajos, más macroanalíticos. ¿Cómo lo llevaste a cabo? LW: Es una etnografía de factura clásica por sus parámetros, una suerte de estudio de población como lo hacía la antropología británica en los años 40, a excepción de que mi población es la sala de boxeo y sus extensiones, y mi tribu los boxeadores y su entorno (Wacquant, 2000). Retuve esta unidad estructural y funcional porque ella ciñe a los boxeadores y recorta un horizonte temporal, relacional, mental, emocional y estético específico que separa al boxeador y al alumno por encima de su ambiente ordinario. He querido escudriñar de entrada la relación bífida de «oposición simbiótica» entre el gueto y el gimnasio, la calle y el ring; luego mostrar cómo la estructura social y simbólica de la sala gobierna la transmisión de la técnica del noble arte y la producción de la creencia colectiva en la illusio pugilística; y, por último, penetrar la lógica práctica de una práctica corporal en el límite de la práctica por el sesgo de un aprendizaje de larga duración en primera persona. Durante tres años, me fundí en el paisaje local y me puse en juego. Aprendí a boxear y participé en todas las fases de la preparación del boxeador, hasta combatir durante el gran torneo de los Golden Gloves. Seguí a mis amigos de la sala en sus peregrinaciones personales y profesionales. Y traté cotidianamente con los entrenadores, managers, promotores, etc., que hacen girar el universo del boxeo. Haciendo eso, fui aspirado por la espiral sensual y moral del pugilismo, al punto de considerar interrumpir mi trayectoria universitaria para hacerme profesional. Es decir que el objeto y el método de esta investigación no son clásicos. Entre las cuerdas ofrece una radicalización empí-
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rica y metodológica de la teoría del habitus de Bourdieu (Wacquant, 2002c; 2004b). Por un lado, abro la «caja negra» del habitus pugilístico desmenuzando la producción y la combinación de las categorías cognitivas, de habilidades corporales y de deseos que, combinados, definen la competencia y la apetencia propias del boxeador. Por otro, yo despliego el habitus como dispositivo metodológico, es decir que me meto en situación de adquirir por la práctica, en tiempo real, las disposiciones del boxeador, con el fin de elucidar el magnetismo propio del cosmos pugilístico. Así, el método pone a prueba la teoría de la acción que anima el análisis según un dispositivo de investigación recursivo y reflexivo. La idea que me guiaba aquí era la de empujar la lógica de la observación participante hasta invertir esa dualidad y hacer participación observante. En la tradición anglo-norteamericana se dice a los estudiantes de antropología, cuando ellos se inician en el trabajo de campo: «Don’t go native». En la tradición francesa, se puede admitir la inmersión radical —a la manera de Jeanne Favret-Saada (1985) en Les mots, la mort, les sorts (Favret-Saada, 1985)— pero a condición de que ella sea acoplada con una epistemología subjetivista que nos pierde en los fueros internos del antropólogo-sujeto. Yo digo al contrario, «go native», pero «go native armed»; es decir, equipado con todas sus herramientas teóricas y metodológicas, con todas las problemáticas heredadas de su disciplina, con su capacidad de reflexividad y de análisis, y guiado por un esfuerzo constante para, después de haber pasado por la prueba iniciática, objetivar esa experiencia y construir el objeto —en vez de dejarse abarcar y construir inocentemente por él. Vaya ahí, hágase indígena, pero vuelva hecho sociólogo. SD: Es esta iniciación guiada por la teoría la que hace a la originalidad de Entre las cuerdas, a juzgar por las numerosas reacciones que ha suscitado el libro (traducido a nueve lenguas y muy ampliamente comentado más allá de la sociología). LW: Sobre las reacciones no estoy seguro. Creo —muy a mi pesar, ya que la intención mayor de la investigación es des-exotizar el oficio de los moratones— que la repercusión del libro tiene por una parte el lado «sensacional» del trabajo de campo: hacer-
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se romper la nariz para comprender qué es convertirse en boxeador no es común, mucho menos si es un blanquito francés que se cuela en el gueto negro norteamericano. Algunas de las críticas que me han hecho despreciaron mi trabajo como una extensión de los «estudios de profesión» a la manera de la segunda Escuela de Chicago. Ni siquiera han percibido el doble rol que juega el concepto de habitus en la investigación y se compadecieron de la ausencia de teoría en el libro (Wacquant, 2005b). De hecho, la teoría y el método están juntos al punto de fusionar en el objeto empírico mismo que permiten elaborar. Entre las cuerdas es una etnografía experimental en el sentido original del término, ya que el investigador es uno de los cuerpos socializados arrojados en el alambique socio-moral y sensual de la sala de boxeo, cuerpo en acción el cual va a trazar la transmutación para penetrar la alquimia por la cual se fabrica el boxeador. El aprendizaje es aquí el medio de adquirir una habilidad práctica, un conocimiento visceral del universo en cuestión, de penetrar la praxeología de los agentes en cuestión y no de entrar en la subjetividad del investigador. No es para nada una caída en los pozos sin fondo del subjetivismo, en el cual se lanza la «auto-etnografía», al contrario: es apoyarse sobre la experiencia más íntima, aquella del cuerpo deseoso que sufre, para asistir in vivo a la producción colectiva de los esquemas de percepción, de apreciación y de acción pugilística que son compartidos, más o menos, por todos los boxeadores, cualesquiera sean sus orígenes, sus trayectorias y sus niveles en la jerarquía deportiva (Wacquant, 2005c 8). El personaje central de la historia, no es ni Busy Louie, ni tal o cual boxeador, ni siquiera DeeDee el viejo entrenador, a pesar de su posición de director de orquesta: es el gimnasio en tanto constructo social y moral. El modelo intelectual no es el de Castaneda y sus hechiceros yaqui sino el Bachelard de El racionalismo aplicado y de la poética materialista del espacio, el tiempo y el fuego (Bachelard, 1938; 1949; 1957).
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2005.
Respuesta al número especial dedicado a Entre las cuerdas, 28-3 otoño,
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De hecho, pienso que yo hice de manera explícita, metódica y sobre todo extrema, eso que hace todo buen etnógrafo: darse una aprehensión práctica, táctil, sensorial de la realidad prosaica que estudia con el fin de elucidar las categorías y las relaciones que organizan el comportamiento y los sentimientos ordinarios de sus sujetos. Salvo que de costumbre se lo hace sin decirlo, o sin tematizar el rol de la «co-presencia» en el fenómeno, o haciendo(se) creer que es un proceso mental y no un aprendizaje corporal y sensual que procede de éste lado de la conciencia antes de pasar por la mediación del lenguaje. Entre las cuerdas aporta la demostración en acto de las posibilidades y las virtudes distintivas de una sociología carnal (Wacquant, 2003c), que tiene cuenta plenamente del hecho que el agente social es un animal que sufre, un ser de carne y sangre, de nervios y vísceras, habitado por las pasiones y dotado de saberes y de habilidades incorporadas —por oposición al animal symbolicum de la tradición neo-kantiana, retomada por Clifford Geertz (1974) y los sostenedores de la antropología interpretativa, de un lado, y por Herbert Blumer (1966) y el interaccionismo simbólico, del otro— y que eso es verdad también en el sociólogo. Eso implica reponer el cuerpo del sociólogo al juego y tratar su organismo inteligente no como un obstáculo del saber, como querría el intelectualismo retorcido de la concepción indígena de la práctica intelectual, sino como vector de conocimiento del mundo social. SD: Entre las cuerdas innova también en la forma, por su escritura narrativa de factura casi teatral que invita al lector a vibrar con el aprendiz de boxeador que da a ver a la vez la lógica del trabajo de campo y su producto. LW: ¿Cómo pasar de las tripas al intelecto, de la comprensión de la carne al saber del texto? He aquí un verdadero problema de epistemología concreta sobre el cual no se ha reflexionado suficientemente, y que me ha parecido irresoluble durante mucho tiempo. Restituir la dimensión carnal de la existencia ordinaria y el anclaje corporal del saber práctico constitutivo del pugilismo —y aún de toda práctica, incluso los menos «corporizados» en apariencia— requiere en efecto una remodelación profunda de nuestra manera de redactar la cien-
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cia social. En el presente caso, me hacía falta encontrar un estilo en ruptura con la escritura de monólogo, monocromática, lineal, de un informe clásico del cual el etnógrafo se ha retirado, para meter una escritura multifacética, mezclando los estilos y los géneros, a fin de capturar y de transmitir al lector «el dolor y el sabor de la acción» (Wacquant, 2002). Entre las cuerdas fue escrito contra el subjetivismo, contra el narcisismo y el irracionalismo que sostiene cierta teoría literaria llamada «posmoderna», pero eso no quiere decir que se debe privarse de las técnicas literarias y de los instrumentos de exposición dramática que nos da esta tradición. Por eso el libro mezcla tres formas de escritura que entrecruzándose a lo largo de las páginas, se reparten la prioridad en las tres partes, de manera tal que el lector se desliza insensiblemente del concepto al precepto, del análisis a la experiencia. La primera parte ancla una escritura sociológica clásica de tipo analítica que aísla de entrada las estructuras y los mecanismos de tal manera que da al lector los instrumentos necesarios para explicar y comprender lo que pasa. El tono de la segunda parte está dado por una escritura etnográfica stricto sensu, es decir descriptiva de las maneras de ser, de pensar, de sentir y de actuar propias del ambiente considerado, donde se reencuentran los mismos mecanismos pero en acción, a través de sus productos. Con la tercera parte viene el momento experiencial, bajo la forma de una «novela sociológica»: la experiencia vivida del sujeto que resulta ser también el analista. La combinación razonada de esas tres modalidades de escritura —sociológica, etnográfica y literaria— apunta a permitir al lector a la vez experimentar emocionalmente y comprender racionalmente los resortes y las vueltas de la acción pugilística. Para eso, el texto traza una trama analítica, extensiones de notas de campo cuidadosamente editadas, contrapuntos hechos de portarretratos de personajes clave y de extractos de entrevistas y de fotografías cuyo rol es favorecer una percepción sintética del juego dinámico de los factores y de las formas catalogadas en el análisis, de permitir «tocar con los ojos» el latir del pulso del pugilismo. Ahí todavía, la teoría del habitus, el recurso al aprendizaje como técnica de investi-
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gación, el lugar acordado al cuerpo sentido como vector de conocimiento y la innovación formal en la escritura: todo está contenido. No sirve de nada hacer una sociología carnal adosada a una iniciación práctica si eso que ella revela del magnetismo senso-motor del universo en cuestión desaparece a continuación de la redacción, bajo pretexto de que hace falta respetar los cánones intelectuales dictados por el positivismo o el cognitivismo neo-kantiano. BIBLIOGRAFÍA BACHELARD, Gaston (1938), La Psychanalyse du feu, Paris: Gallimard; trad. El psicoanálisis del fuego, Buenos Aires: Shapire, 1953. — (1949), Le Rationalisme appliqué, París: PUF; trad. El racionalismo aplicado, Buenos Aires: Paidós, 1978. — (1957), La Poétique de l’espace, Paris: PUF; trad. La poética del espacio, México: Fondo de Cultura Económica, 1965. BAUDRILLARD, Jean (1968), Le Système des Objets, Paris: Gallimard; trad. El sistema de los objetos, México: Siglo XXI, 1969. BEAUD, Stéphane y PIALOUX, Michel (1999), Retour sur la condition ouvrière. Enquête aux usines Peugeot de Sochaux-Montbéliard, Paris: Fayard. BLUMER, Herbert (1966), Symbolic Interaction, Englewood Cliffs: PrenticeHall. BOURDIEU, Pierre (1963), Travail et travailleurs en Algérie, Paris-La Haye: Mouton. — (1971), «Le sens de l’honneur» y «La maison kabyle ou le monde renversé», en Esquisse d’une théorie de la pratique. Précédée de trois études d’ethnologie kabyle, Genève: Editions Droz. — (1979), La distinction. Critique sociale du jugement, Paris: Minuit; trad. La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid: Taurus, 1979. — (1992), Les règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire, Paris: Seuil; trad. Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, Barcelona: Anagrama,1995. — (2002), Le Bal des célibataires. Crise de la société paysanne en Béarn. Paris: Seuil [1963, 1972, 1989]. BOURDIEU, Pierre y PASSERON, Jean-Claude (1964) Les Héritiers. Les étudiants et la culture, Paris: Minuit; trad. Los herederos. Los estudiantes y la cultura, Barcelona: Labor, 1969. — (1970), La Reproduction. Elements pour une thèorie du systeme d’enseignement, París: Minuit; trad. La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza, Barcelona: Laia, 1977.
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El objetivo principal de este trabajo es mostrar el uso creativo que hace Loïc Wacquant de la teoría de la práctica de Pierre Bourdieu en su investigación sobre la génesis del habitus pugilístico. Loïc Wacquant es uno los principales representantes actuales de la orientación dada a las ciencias sociales por Pierre Bourdieu, de la que cabría destacar el interés por las cuestiones epistemológicas, la teoría de la práctica como eje vertebrador de las investigaciones empíricas y el ethos cívico enraizado en el compromiso científico 1. Pero más que los objetos de investigación, las teorías implícitas, o los métodos y técnicas de investigación empleados, es su modus operandi lo que hace reconocible la huella de Bourdieu y el potencial heurístico de su herencia intelectual en la obra de Wacquant. La apropiación creativa de la inmensa producción sociológica de aquel que considera su principal maestro, con el que mantuvo una
1
En el contexto de la «revolución neoliberal» Wacquant considera «que la obra de Pierre Bourdieu contiene recursos intelectuales aún no explotados para repensar y renovar las luchas democráticas» (Wacquant, 2005: 17).
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JOSÉ MANUEL FERNÁNDEZ
estrecha y fecunda colaboración durante unos veinte años 2, le permite a Wacquant incorporar con facilidad aportaciones de los más diversos enfoques y subcampos de las ciencias sociales. En sus principales publicaciones puede apreciarse no sólo la fecundidad de la teoría de práctica de Bourdieu para explorar nuevas regiones del espacio social, sino también un enriquecimiento de sus nociones nucleares de habitus, campo y capital 3. Al igual que su maestro, Wacquant busca en todas sus investigaciones una integración dialéctica de las dos dimensiones de lo social, la estructural y la fenomenológica, la objetiva y la subjetiva, la material y la simbólica 4.
1.
GÉNESIS DE UN PROYECTO
Cuando Wacquant llegó a la Universidad de Chicago con una beca de cuatro años para obtener el doctorado, su intención inicial era trabajar en una antropología histórica de la dominación colonial de Nueva Caledonia, donde acababa de pasar dos años, entre 1983 y 1985, en un pequeño equipo de investigación. De acuerdo con sus propias palabras, había sido «una extraordinaria experiencia social para el aprendiz de sociólogo dirigir investigación sobre el sistema escolar, la urbanización y el cambio social en el contexto de una insurrección, bajo un estado de emergencia, y observar en tiempo real las
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Resultado de esta colaboración es la publicación conjunta de textos tan relevantes como el libro Una invitación a la sociología reflexiva (BourdieuWacquant, 2005a), el opúsculo programático «Sobre las astucias de la razón imperialista» (Bourdieu-Wacquant, 2005b), o el artículo «Rethinking the State: Genesis and Structure of the Bureaucratic Field» (Bourdieu-Wacquant, 1994). 3 Por ejemplo, cuando pone a prueba la frontera de la dimensión corporal del conocimiento en su análisis de la génesis del habitus pugilístico (Wacquant, 2002b); cuando pone de manifiesto la lógica de un campo penal internacional emergente en el contexto de un espacio social globalizado (Wacquant, 2001) o cuando analiza la relación entre marginalidad avanzada, precarización del mercado de trabajo y retraimiento del Estado de bienestar (Wacquant, 2007c; 2010). 4 En opinión de Wacquant «la fuerza y el propósito principal de la obra de Pierre Bourdieu son —y han sido desde su origen— «recuperar» la dimensión simbólica de la dominación para instituir una antropología de la génesis del poder en sus manifestaciones más diversas» (2005c: 159).
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luchas entre las fuerzas colonialistas e independentistas, y tener que reflexionar de un modo concreto sobre el rol cívico de la ciencia social». Pero pronto dirigió su mirada hacia el supergueto afromericano en las inmediaciones de su residencia de estudiante. A este giro contribuyó de modo muy especial el estímulo y apoyo de William Julius Wilson, el principal experto del nexo entre raza y clase de la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos, a quien Wacquant considera el segundo encuentro decisivo de su vida intelectual (Wacquant, 2009a). Para Loïc Wacquant resultaba epistemológica y moralmente imposible hacer investigación sobre el gueto sin conseguir conocimiento de él de primera mano. Por ello, desde una concepción unitaria de la ciencia social heredada de su formación francesa, se dedicó en cuerpo y alma a comprender desde dentro lo que ocurría en aquel universo de desolación urbana que era en aquel momento el Cinturón Negro de Chicago. Empleó el método etnográfico como instrumento de ruptura con la literatura vigente sobre el tema, la cual estaba dominada por una aproximación estadística desplegada desde arriba, producto de una mirada lejana que le parecía «fundamentalmente sesgada si no ciega», llena de estereotipos del sentido común periodístico o académico y de nociones académica perniciosas y poco plausibles, comenzando con el mito académico de la «underclass» (Wacquant, 1992b; 1996a; 1997; 2009b). La elección inicial del Woodlawn Boys Club, un gimnasio de boxeo situado en la avenida 63, como punto de observación, tuvo mucho de casual. Después de unos pocos intentos frustrados, Wacquant halló por accidente este gimnasio, a unos tres bloques de su apartamento de estudiante y le pareció que podía ser una buena plataforma para observar la vida del gueto y un lugar donde encontrar posibles informantes. Aunque en aquel momento no tenía absolutamente ninguna curiosidad o interés en el mundo pugilístico en sí mismo, pronto descubrió que este gimnasio no solo era un lugar apropiado para aproximarse a la vida cotidiana de los jóvenes del barrio, sino también un complejo microcosmos con una historia, una cultura y una vida propia estética, emocional y moral muy intensa y rica. Después de un año aproximadamente, maduró en él la idea de empren-
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der una segunda vía de investigación, la de la lógica social de la destreza corporal mediante la «observación participante» 5 y la «participación observante» de la génesis y despliegue del habitus pugilístico (Wacquant, 2009b: 140). El «momento mágico» de cristalización de esa corazonada teórica, que llevó a Wacquant a transformar lo que era inicialmente una actividad lateral en una investigación centrada en la lógica social de la somatización, fue una reflexión sobre algunas observaciones de Bourdieu, para quien «el deporte es, junto con la danza, uno de los terrenos donde se plantea con la máxima agudeza el problema de las relaciones entre la teoría y la práctica, y también entre el lenguaje y el cuerpo» (Bourdieu, 2007: 182). La enseñanza de estas prácticas en las que «la comprensión es corporal» plantea una serie de problemas que implican «un conjunto de cuestiones teóricas de primera magnitud, en la medida en que las ciencias sociales se esfuerzan por hacer la teoría de conductas que se producen en su gran mayoría más allá de la conciencia, que se aprenden en una comunicación silenciosa, práctica, de cuerpo a cuerpo» (Bourdieu, 2002b: 18). Para comprender un deporte concreto, como cualquier otra práctica social, es necesario, siguiendo la metodología de Bourdieu, integrar en el análisis la dimensión objetiva y la dimensión fenomenológica, conceptualizadas por él como campo y habitus respectivamente. La tarea del sociólogo consiste en establecer las propiedades socialmente pertinentes que hacen que un deporte esté en sintonía con los intereses, los gustos y las preferencias de una categoría social determinada 6. La probabilidad de practicar diferentes deportes no es, según él, la
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«Una de las cualidades de este método es que permite evitar el “paralogismo ecológico” que afecta a la mayor parte de los estudios y narraciones disponibles sobre el Arte Noble» (Wacquant 2002b: 10). 6 Bourdieu advierte que no se puede establecer una relación directa entre un deporte y una posición social. En realidad, la correspondencia, que es una verdadera homología, se establece entre el espacio de las prácticas deportivas y el espacio de las posiciones sociales. Las propiedades pertinentes de cada práctica deportiva se definen en la relación entre esos dos espacios (Bourdieu, 2007: 175-176).
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misma en las diferentes regiones del espacio social, sino que «depende, en grados diferentes para cada deporte, del capital económico y, secundariamente, del capital cultural, así como del tiempo libre; y ello a través de la afinidad que se establece entre las disposiciones éticas y estéticas asociadas a una posición determinada en el espacio social y los beneficios que, en función de estas disposiciones, parecen prometer los diferentes deportes» (Bourdieu, 2008: 191). Así, en el caso de los deportes de combate, como el boxeo, el elemento determinante del sistema de las preferencias es la relación con el cuerpo asociada a una posición social y a una experiencia ordinaria del mundo físico y social. Pues, aunque todas las prácticas sociales que constituyen los diferentes estilos de vida se inscriben en la lógica de la búsqueda de la distinción o lucha por conseguir, conservar o aumentar el capital simbólico, es la relación con el propio cuerpo, como dimensión privilegiada del habitus, lo que distingue a las clases populares de las clases privilegiadas: mientras que las primeras tienden a mantener una relación instrumental con el propio cuerpo, como puede apreciarse en sus pautas de consumo, incluida la elección de deportes que exigen una gran inversión de esfuerzos, a veces de dolor y sufrimiento, las clases privilegiadas, por el contrario, tienden más bien a tratar el cuerpo como un fin (Bourdieu, 2008). Inspirándose en este diseño de un programa de investigación del campo del deporte elaborado por Bourdieu, Wacquant considera el boxeo como una actividad especialmente apropiada no sólo para comprender mejor el gueto a través de una práctica deportiva que ocupa una posición en el espacio de los deportes homóloga a la que ocupa el gueto en el espacio urbano o sus habitantes en el espacio social, sino también para profundizar en la lógica de la práctica, una lógica que se efectúa directamente en la «gimnástica corporal» sin pasar por la conciencia discursiva y la explicitación reflectante (Bourdieu, 1991) 7. Este deporte «consiste en una serie de intercambios
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Wacquant está de acuerdo con Bourdieu en que «hay una comprensión del cuerpo que va más allá de —y precede— la plena comprensión visual y mental» (2002b: 71).
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estratégicos donde los errores se pagan sobre el terreno»; sus reglas «se reducen a movimientos del cuerpo que no pueden aprehenderse completamente más que en acto», en tiempo y situaciones reales, sin espacio para un retorno reflexivo sobre la propia acción; y, como todo conocimiento práctico, este saber no se transmite por la palabra o por la comprensión mental, sino «por el cuerpo», mediante una pedagogía silenciosa que implica una manipulación intensiva del organismo socializado que transmite al boxeador los esquemas de acción y de apreciación adecuados. Si este mecanismo es válido en este caso, argumenta Wacquant, también lo será para todos los agentes sociales cualquiera que sea el campo de su actuación (Keucheyan, 2003). La investigación de Wacquant sobre la génesis del habitus pugilístico, a partir de la observación participante y de la «participación observante» de lo que ocurría en el Woodlawn Boys Club fue seguida muy de cerca y alentada desde el principio por Bourdieu, quien le manifestó que «podría aprender más en este gimnasio que de todas las encuestas del mundo» (Wacquant, 2009b: 142). Su implicación en este proyecto no se quedó sólo en palabras de aliento al discípulo aventajado en el otro lado del Atlántico, sino que él mismo se desplazó varias veces a Chicago para visitar el gimnasio del supergueto afroamericano, donde mantuvo encuentros con el veterano entrenador DeeDee y los amigos de Wacquant. Fue precisamente durante una de estas visitas que ambos incubaron el proyecto de escribir conjuntamente Una invitación a la Sociología Reflexiva (Bourdieu y Wacquant, 2005a), obra en la que esclarecen el nexo entre habitus, capital y campo 8. Así pues, al tiempo que colaboraba con su maestro en la elaboración de esa obra teórica, Wacquant estaba desarrollando otros tres proyectos interrelacionados, aunque claramente diferenciados, que nos ofrecen una mirada sociológica desde diferentes ángulos sobre el gueto: una «microsociología carnal»
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Loïc Wacquant manifiesta que durante esos años llevó una especie de existencia Jekyll-and-Hyde, boxeando por el día y escribiendo teoría social por la noche (2009b: 143).
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del aprendizaje del boxeo como una destreza corporal sub-proletaria en el gueto, que nos acerca a una parte de este universo visto desde abajo y desde dentro (Wacquant 1989a, 2002b; 2003); una macrosociología histórica y teórica del gueto como instrumento de de cierre racial y de dominación social que proporciona una perspectiva generalizada desde arriba y desde fuera (Wacquant 1989b, 1992b; 2009a); y un análisis comparativo de los barrios de relegación en Francia y Estados Unidos (Wacquant, 2007c).
2.
INNOVACIÓN METODOLÓGICA
La práctica de campo fue lo que llevó a Wacquant del estudio del gueto como un instrumento de dominación racial a la consideración de la somatización «embodiment» como un problema y un recurso para la investigación social. De modo análogo a la pregunta que se había hecho Bourdieu sobre la posibilidad de una teoría de la práctica en general, Wacquant se planteó la posibilidad de elaborar una teoría sobre la práctica pugilística como una de las prácticas posibles y lo hizo de modo muy original: mediante una difícil y exitosa inmersión personal en el mundo del boxeo, no con la pretensión de hacerse con el oficio sino de comprenderlo desde dentro, convencido de que el dominio práctico de este deporte sólo puede adquirirse mediante la práctica y que «el dominio teórico es poco útil mientras el gesto corporal no haya sido inscrito en el esquema corporal» (Wacquant, 2002b: 71). Durante tres años se sometió a un intenso entrenamiento codo a codo con otros aprendices de boxeador llegando a participar en un combate en el prestigioso torneo amateur de los Golden Gloves de Chicago. De este modo llevó al límite el método etnográfico de la observación participante hasta convertirlo en una auténtica «participación observante», según su propia expresión. Pero Wacquant no sólo se enfrentó a la cuestión del método adecuado para romper «con el discurso moralizante producido por la «mirada lejana» de un observador externo situado fuera del universo específico», buscando la solución en una «partici-
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pación observante» que pretende captar el sentido del boxeo «con su cuerpo, en situación cuasi-experimental», sino que también se planteó el problema de la transmisión del conocimiento así adquirido e intentó resolverlo en la redacción de Corps et âme optando deliberadamente por «tres textos con estatus y estilo heterogéneos que yuxtaponen descripción etnográfica, análisis sociológico y evocación literaria a fin de comunicar en conjunto lo percibido y el concepto, las determinaciones ocultas y las experiencias vividas, los factores externos y las sensaciones interiores que, mezclándose, constituyen el mundo del boxeo» (Wacquant, 2002b: 10-11). Así, pues, basándose en su propia experiencia de inmersión total en el mundo del boxeo, Wacquant argumenta a favor del uso del trabajo de campo como un instrumento de construcción teórica, del potencial del conocimiento carnal y del imperativo de la reflexividad epistémica, al tiempo que enfatiza la necesidad de ampliar los géneros textuales y estilos de la etnografía para captar mejor el Sturm und Drang de la acción social tal como se construye y se vive (Wacquant, 2009b: 136). Como herramientas analíticas para llevar adelante su investigación sobre el boxeo, Wacquant se sirvió de una serie de conceptos estrechamente relacionados entre sí que le habían servido a Bourdieu para elaborar progresivamente su teoría de la práctica: habitus, campo, capital, doxa, illusio, etc. En una primera aproximación al tema plasmada en un artículo titulado «Corps et âme: notes ethnographiques d’un apprentiboxeur», Wacquant (1989a) descubrió que era posible y fructífero convertir la teoría de la acción encapsulada en la noción de habitus 9 en un experimento empírico sobre la producción
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Wacquant estaba muy familiarizado con la noción de habitus desde que sus investigaciones al inicio de su carrera profesional en Nueva Caledonia le habían inducido a una lectura intensa de la obra antropológica de su maestro y, contrariamente a la visión común de que se trata de una noción imprecisa que replica mecánicamente las estructuras sociales, difumina la historia y actúa como una «caja negra» que soslaya la observación y confunde la explicación, consideraba que la recreación sociológica que había hecho Bourdieu de este concepto filosófico clásico constituye una herramienta poderosa para orientar la investigación (Wacquant, 2009b: 136-137).
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social del boxeador profesional. Este artículo fue el punto de inflexión para un empleo sistemático del potencial heurístico de la teoría del habitus de Bourdieu y le sirvió a su autor para redactar el primer capítulo de la obra que publicó con el mismo título el año 2000, revisada, aumentada y reeditada dos años después (Wacquant, 2002b), en la que se recogen las implicaciones teóricas y metodológicas de este arriesgado e imaginativo experimento sociológico. Esta obra nos permite apreciar cómo Wacquant despliega metodológicamente, mediante «el uso de la etnografía como instrumento de ruptura y construcción», y elabora empíricamente, mediante la inmersión intensiva y la «observación participante», el destacado concepto de habitus.
3.
UN USO CREATIVO DE LA NOCIÓN DE HABITUS
La noción de habitus había sido la primera elaborada por Bourdieu en el complejo proceso de construcción de su teoría de la práctica. La empleó inicialmente para explicar las dificultades de adaptación de los subproletarios argelinos de origen campesino a las exigencias de una economía capitalista de mercado (Bourdieu y Sayad, 1964). Con una larga historia en el pensamiento filosófico, desde Aristóteles, pasando por Tomás de Aquino, a Husserl, Bourdieu reinventó la noción de habitus como instrumento de ruptura tanto con el estructuralismo como con el subjetivismo idealista, para desarrollar una teoría disposicional de la acción que reconoce que los agentes sociales no son seres pasivos atraídos y empujados por fuerzas externas, sino criaturas habilidosas que construyen activamente la realidad social. Como producto de la historia, el habitus produce prácticas individuales y colectivas, por lo tanto historia, de acuerdo con los schèmes engendrados por la historia. De este modo se asegura la presencia activa de experiencias pasadas que, depositadas en cada organismo en la forma de schèmes de pensamiento y acción, tienden, de modo más seguro que todas las reglas formales y normas explícitas, a garantizar la conformidad de las prácticas y su constancia a través del
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tiempo. Como sistema adquirido de schèmes generadores, el habitus hace posible la producción libre de todas las prácticas inscritas dentro de los límites que marcan las condiciones particulares de su producción y sólo éstas (Bourdieu, 1991; Wacquant, 2004b). Una idea recurrente en Bourdieu, explicitada de modo especial en el capítulo IV de su obra Meditaciones pascalianas, es que las capacidades más fundamentales y distintivas que tenemos como seres sociales son conocimientos y habilidades incorporadas que actúan por debajo del nivel del discurso y de la conciencia, mediante un sentido práctico encarnado que surge de la mutua interpenetración del ser y el mundo. Como «heredero sociológico de Maurice Merleau-Ponty», Bourdieu trabaja con su idea «de una intrínseca corporeidad del contacto preobjetivo entre sujeto y mundo para restaurar al cuerpo como el origen de la intencionalidad práctica, como la fuente del significado intersubjetivo basado en el nivel preobjetivo de la experiencia» (Wacquant, 2005d: 48-49). En sintonía con ellos, Wacquant analiza el lento y sacrificado aprendizaje del boxeo, del que destaca su «extrema sensualidad», como el fruto de «un trabajo de participación del cuerpo y del espíritu» mediante el cual se llega a controlar «una violencia altamente codificada» (2002b). El habitus, en cuanto sentido práctico que actúa debajo del nivel de la conciencia y el discurso, se corresponde perfectamente, según Wacquant (1995a), con un rasgo dominante de la experiencia del aprendizaje pugilístico, en el que la comprensión mental es de poca ayuda (e incluso puede ser un serio obstáculo en el ring) mientras no se haya captado la técnica del boxeo con el propio cuerpo. El habitus es el tema de investigación de Corps et âme. Carnets ethnographiques d'un apprenti boxeur 10. En esta obra Wacquant (2002b) disecciona las disposiciones mentales y corporales que forjan el boxeador competente en el crisol del gimnasio. La noción de habitus como sis-
10 La versión traducida del mismo es Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de boxeador, Madrid, Alianza editorial, 2004.
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tema de disposiciones perceptivas, cognitivas, evaluativas y prácticas adquiridas le sirve para desmenuzar los procesos por los que se construye socialmente el boxeador. El púgil no nace, sino que, como cualquier agente social, se hace. Ingresar, perseverar y obtener éxito en el mundo del boxeo requiere un conjunto de disposiciones indispensables que sólo pueden adquirirse mediante un entrenamiento complejo que no se limita a meros ejercicios físicos, sino que también incluye reglas de vida ascéticas sobre la comida, el uso del tiempo, la gestión de las emociones o el control del impulso sexual así como juegos sociales, todo ello orientado a inculcar nuevas habilidades, categorías y deseos específicos del campo pugilístico. Corps et àme no es una mera aplicación de la teoría del habitus de Bourdieu sino también una radicalización empírica de ésta en cuanto que muestra de modo cuasi-experimental cómo se forma y funciona en concreto el habitus concebido como una serie de deseos, impulsos y habilidades, cognitivas, emotivas, estéticas y éticas al mismo tiempo. Pero no se trata sólo de una intensa experiencia de vida 11 o de una corrección de la literatura romántica sobre el boxeo, sino principalmente de una obra con grandes ambiciones teóricas y metodológicas, una especie de manifiesto académico en el que se propone un nuevo modelo etnográfico al que Wacquant denomina «sociología carnal» o «etnografía por inmersión», que supone, según él, «una desviación radical de lo que hoy se considera etnografía». Las personas no son máquinas calculadoras que persiguen sus intereses ni animales simbólicos que manipulan el lenguaje y obedecen las normas por ser miembros de un grupo, sino que son ante todo seres de carne y hueso que se relacionan con el mundo de un modo pasional, sensual (Eakin, 2003). En el transcurso de su investigación sobre el boxeo, Wacquant fue cambiando su punto de vista. Partiendo de un enfoque muy próximo al materialismo histórico de Marx fue
11 La implicación de Wacquant en su proyecto de una etnografía carnal fue tan intensa que al plasmar sus resultados en Corps et âme, obra que tardó varios años en culminar, sintió que era como cerrar un capítulo de su vida (Eakin, 2003).
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incorporando una perspectiva cada vez más dukheimiana. Inicialmente, como puede observarse en sus primeros artículos sobre el tema, consideraba esa práctica como «un oficio corporal subproletario» en el marco de una sociología de la pobreza y de la cultura afroamericana 12. Pero a media que se fue implicando en el propio juego llegó a percatarse de que la cuestión era mucho más compleja. Comprendió que la relación que vincula a los boxeadores con su oficio no es una mera imposición externa, sino una relación extraña y poderosa de pasión que surge de la desigualdad de clase, de la exclusión racial y de la arrogancia masculina, con todas las limitaciones que ello supone. Una comprensión antropológica adecuada de ese mundo, tal y como los boxeadores lo construyen y experimentan día a día, exigía ir más allá de la mera construcción de la matriz fundamental de la práctica pugilística e inmiscuirse en esa relación, meterse dentro de este nexo torcido de amor y sufrimiento, compulsión y deseo, y tratar de explicarlo. Esto le llevó casi desde un extremo —la sociología de la coacción estructural y de la desigualdad material— al otro —una sociología fenomenológica del deseo y de la autoproducción carnal (Wacquant, 2007a). Si algo queda especialmente patente en la investigación de Wacquant sobre el boxeo es precisamente la dimensión corporal del habitus. El aprendizaje del arte del boxeo consiste, según él, en adquirir un saber práctico compuesto de esquemas inmanentes a la práctica mediante la incorporación de «un complejo difuso de posturas y de gestos que, (re)producidos continuamente por el mismo funcionamiento del gimnasio, no existen por así decir más que en actos así como en el rastro que estos actos dejan en (y sobre) los cuerpos» (2002b: 61). No se trata, pues, de adquirir una «cultura» constituida por un conjunto de informaciones discretas, de nociones transmisibles por la palabra y de modelos normativos que pueden existir con independencia de su práctica. La disciplina intensa y extenuante de los entrenamientos busca transmitir de modo práctico,
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Vease: Wacquant 1989a; 1995a; 1995b; 1995c; 1996b; 1998a.
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por incorporación directa, un dominio práctico de los esquemas fundamentales (corporales, emocionales, visuales y mentales) del boxeo, remodelando físicamente el cuerpo del boxeador hasta adecuarlo a las exigencias del campo. De este modo el agente se impregna progresivamente «de un conjunto de mecanismos corporales y de esquemas mentales tan estrechamente entrelazados que borran la distinción entre lo físico y lo espiritual, lo que depende de las condiciones atléticas y lo que obtiene de las facultades morales y de la voluntad» (2002b: 19). La adquisición de una serie de disposiciones inseparablemente físicas y mentales mediante la modificación del esquema corporal termina convirtiendo al organismo en «una máquina de dar y recibir puñetazos, pero una máquina inteligente, creadora y capaz de autorregularse innovando desde el interior de un registro fijo y relativamente limitado de movimientos en función del adversario y del momento» (2002b: 95). Bourdieu (1991) concebía la práctica como el encuentro cuasi milagroso entre un habitus y un campo, lo que explicaría la existencia de estrategias sin intención características del sentido práctico. Las respuestas del habitus se definen fuera de todo cálculo, en relación con potencialidades objetivas. Para la práctica los estímulos sólo existen en su verdad objetiva de detonantes condicionales y convencionales si reencuentran agentes capaces de reconocerlos. Esto es lo que, según Wacquant, ocurre con el boxeo: «la estrategia del boxeador, producto del encuentro entre el habitus pugilístico y el mismo campo que lo ha producido, borra la distinción escolástica entre lo intencional y lo habitual, lo racional y lo emocional, lo corporal y lo mental. Ella surge de la orden una razón práctica que, anidada en el fondo del cuerpo, escapa a la lógica de la elección individual… la decisión se toma en el mismo acto de obrar; no hay ahí separación entre teoría y práctica» (2002b: 97). Mediante el proceso de aprendizaje por el que se interioriza un conjunto de disposiciones inseparablemente físicas y mentales, el esquema corporal, la relación del individuo con el propio cuerpo y sus usos se van transformando de modo imperceptible hasta conseguir que el cuerpo y la mente funcionen en una simbiosis total. La excelencia pugilística se alcanza cuando
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«el cuerpo del luchador calcula y decide por él, instantáneamente, sin la mediación del pensamiento abstracto, previa representación y cálculo estratégico» (Wacquant, 2007b: 42). Así, pues, el análisis del «arte social del boxeo» como el producto de un sentido práctico, generado por la armonía conseguida entre el habitus y el campo pugilísticos, contribuye a superar las distinciones entre lo intencional y lo habitual, lo racional y lo emocional, lo corporal y lo mental, profundamente arraigadas en el ontología dualista de la ciencia social moderna. El análisis de la práctica pugilística le sirve también Wacquant para ahondar en otro aspecto fundamental de la teoría de la práctica de Bourdieu, la contraposición o antinomia entre el tiempo abstracto de la teoría y el tiempo de la acción. Podríamos decir que así como Bourdieu es un innovador heredero sociológico de Merlau-Ponty, que no se limita a un análisis meramente fenomenológico de la percepción, sino que con su teoría de la práctica consigue integrar dialécticamente la física social y la fenomenología social, Wacquant, alias «Busy Louie», uno de los apodos usados por sus colegas del gym y con el que fue presentado en un combate de los Golden Gloves de Chicago, es el discípulo creativo de Bourdieu que amplia la frontera de su teoría de la práctica como inventor de «una ruta cuasi experimental» para llegar la misma conclusión de Merleau-Ponty (1945) en su Fenomenología de la percepción: que el «cuerpo vivido» es de hecho, «el verdadero sujeto de la práctica social humana» (Wacquant, 2007b: 43-44). Este descubrimiento del alcance del «conocimiento carnal» llevó a Wacquant a rechazar tanto el empirismo de Hume como el cognitivismo neokantiano (2009a) y supone un paso más en la investigación de la génesis social de las categorías mentales iniciada por Durkheim en Las formas elementales de la vida religiosa, continuada por la escuela francesa que él fundo y ampliada por Bourdieu a las sociedades industriales avanzadas. La investigación de Wacquant sobre el proceso de adquisición del habitus pugilístico puede considerarse, desde otro punto de vista, una contribución importante a la desmitificación del carácter de don natural atribuido a muchas cualidades huma-
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nas, tarea en la que había puesto mucho empeño Bourdieu como parte de su esfuerzo por poner al descubierto las pseudolegitimaciones de la desigualdad social. Hacerse boxeador supone, de acuerdo con Wacquant, la combinación de dos tipos de «disposiciones cuasi antinómicas»: de pulsiones e impulsos inscritos en lo más profundo «del individuo biológico» junto con la capacidad de encauzarlos, transformarlos y beneficiarse de ellos siguiendo la estrategia del sentido práctico. Es esta contradicción inherente al habitus pugilístico lo que explica la compatibilidad de la creencia en el carácter innato de las cualidades del boxeador con la realidad de una moral inflexible del trabajo y del esfuerzo 13. Pero los boxeadores no son figuras carismáticas sino actores, artesanos corporales que desarrollan un estilo individual de un modo muy ritualizado, héroes populares y no figuras trascendentales (Wacquant, 2007a). El análisis de proceso de aprendizaje del boxeo también puede considerarse como una valiosa aportación a la comprensión de una de las funciones asignadas por Bourdieu a su noción de habitus, la de superar el dualismo individuo sociedad. Bourdieu concebía el habitus como «una subjetividad socializada» (Bourdieu-Wacquant, 2005a: 186), algo que efectivamente parece mostrar el hecho de que el conjunto de disposiciones que constituyen el habitus pugilístico se adquiere esencialmente mediante un proceso de socialización del cuerpo 14. La configuración del habitus pugilístico es, según Wacquant, el resultado de «un modo de inculcación implícita, práctica y colectiva», que «se efectúa de manera gestual, visual y mimética, al precio de una manipulación regulada del cuerpo que somatiza el saber colectivamente poseído y exhibido por los miembros del club en cada trecho de la jerarquía tácita que lo atraviesa». En este sentido, el boxeo presenta «la paradoja de
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«El mito indígena del don del boxeador es una ilusión fundada en la realidad: lo que los boxeadores toman por una cualidad de la naturaleza es en efecto esta naturaleza particular resultado de un largo proceso de inculcación del habitus pugilístico» (Wacquant, 2002b: 98). 14 «el trabajo pedagógico tiene por función sustituir al cuerpo salvaje (…) por un cuerpo “habituado”, es decir temporalmente estructurado» Bourdieu, 1972: 196.
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un deporte individual cuyo aprendizaje es profundamente colectivo». El gym cumple una función análoga a la asignada por Durkheim a una «comunidad moral» como «sistema solidario de creencias y de prácticas» (Wacquant, 2002b: 99).
4.
CONTINUIDAD Y RUPTURA ENTRE LOS VALORES DEL GUETO Y LOS DE RING
De acuerdo con la noción de habitus de Bourdieu el sistema de disposiciones de los diferentes agentes varía según su posición y su trayectoria en el espacio social. Ello implica que las disposiciones primarias generadas en el seno de la familia estarán más o menos alejadas de las requeridas para entrar en un campo, en nuestro caso concreto con las disposiciones necesarias para acceder con éxito al oficio de boxeador. Así parecen confirmarlo la experiencia personal de Wacquant y sus anotaciones sobre las conductas diferenciales de sus compañeros de gimnasio a medida que tenían que elegir entre el atractivo de la calle y el del gimnasio, adaptarse a la autoridad de su entrenador e intentar rehacer su self de acuerdo con las exigentes demandas del oficio. ¿Qué es lo que puede mover a un joven del gueto a desear una ocupación tan dura y autodestructiva como el boxeo? ¿Cómo se genera el interés, illusio o libido por el este deporte? ¿Están todos los jóvenes del gueto en igualdad de condiciones para participar en esta carrera dura y sacrificada? ¿Por qué sólo algunos sienten la «vocación» de boxeo y entre éstos sólo unos pocos prosperan en ella? Como había señalado Bourdieu, la adquisición de las disposiciones requeridas por un campo, en este caso el boxeo, no tiene nada que ver con un proceso mecánico de mera inculcación sino que se lleva a cabo mediante una labor de socialización específica que tiende a favorecer la transformación de la libido o illusio original 15, es decir, de
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A lo largo de su obra Bourdieu fue sustituyendo el término interés, adoptado inicialmente con una clara intención de ruptura con las explicaciones idealistas de los campos de producción cultural, por el de Illusio, y posteriormente
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los afectos socializados constituidos en el campo doméstico, en la forma de libido requerida por el nuevo campo. A través de una serie de transacciones imperceptibles, compromisos semiconscientes y operaciones psicológicas (proyección, identificación, transferencia, sublimación, etc.) estimuladas, sostenidas, canalizadas e incluso organizadas socialmente mediante ritos de institución, esas disposiciones primarias se transforman poco a poco en disposiciones específicas, al cabo de innumerables ajustes infinitesimales. Auque este proceso continuo e imperceptible por el que se genera el interés por el nuevo juego se suele desarrollar sin crisis ni conflictos, ello no significa que no haya sufrimientos morales o físicos, los cuales, en tanto que pruebas, forman parte de las condiciones de desarrollo de la illusio (Bourdieu, 1999a: 217-219). Inspirándose en Pascal, Bourdieu sostiene que el origen de toda inversión en el juego social se halla «la búsqueda de reconocimiento» (Bourdieu, 1999a: 219). Si admitimos que este es un deseo universal, ¿por qué sólo algunos jóvenes del gueto prefieren esta vía para satisfacerlo? Una mirada distante tiende a considerar como idénticos a todos los individuos biológicos que, siendo producto de las mismas condiciones (sociales) objetivas, están dotados de un mismo habitus de clase. Pero la clase social y el habitus de clase no son entidades trascendentes, sino construcciones estadísticas a partir de trayectorias y posiciones sociales similares. Entre el habitus individual y el habitus de clase existe una relación de homología, de diversidad en la unidad, que refleja la diversidad en la homogeneidad característica de sus condiciones sociales de producción: cada sistema de disposiciones individual es una variante estructural de las otras (Bourdieu, 1991: 104). Las probabilidades de acceder al gimnasio de boxeo y más concretamente de obtener éxito en él no están igualmente distribuidas entre todos los jóvenes del gueto. El habitus pugilísti-
por el de libido. Así, mientras en El sentido práctico usa con frecuencia los términos interés e illusio, en su obra posterior Meditaciones pascalianas emplea también con frecuencia el de «libido», materialmente ausente en la obra anterior, aunque presente en su significado.
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co no se genera en el vacío, sino que, como ocurre con la elección de cualquier otra profesión, existe una cierta afinidad con el habitus de la primera infancia. Wacquant aporta evidencia empírica que apunta esa misma dirección. No son los más desheredados del gueto los que tienen más probabilidades a acceder al oficio del boxeador como podría sugerir una mirada distante. Las disposiciones requeridas para entrar y progresar en ese mundo se forjan más bien en el seno de familias relativamente bien situadas en las regiones inferiores del espacio social, como parece mostrar el hecho de que «lo boxeadores no se reclutan generalmente entre las fracciones más desheredadas del subproletariado del gueto, sino sobre todo en el seno de las franjas de su clase obrera en el borde de la integración socioeconómica estable» (Wacquant, 2002b: 44). Podríamos establecer una paralelismo entre las dificultades del subproletariado argelino de origen rural para integrarse en una economía racional moderna, enraizadas en su habitus, de acuerdo con la investigación realizada por Bourdieu al inicio de su carrera (Bourdieu-Sayad, 1964) y los obstáculos diferenciales de los segmentos más desheredados del gueto para acceder al oficio de boxeador tal como muestra el análisis de Wacquant. El proceso de exclusión de los más excluidos no se debe tanto a las carencias económicas como a las disposiciones morales y corporales. Las exigencias de regularidad de vida, sentido de disciplina y ascetismo físico y mental inherentes al habitus pugilístico resultan especialmente difíciles para los jóvenes de las familias más desfavorecidas, cuyas disposiciones se forjan en condiciones sociales y económicas marcadas por la inestabilidad crónica y la desorganización temporal: «Por debajo de un determinado nivel objetivo de estabilidad personal y familiar, resulta altamente improbable adquirir las disposiciones corporales y morales indispensables para soportar con éxito el aprendizaje de este deporte» (Wacquant, 2002b: 45). Para comprender lo que realmente significa para un joven del gueto entrar en un gimnasio de boxeo es necesario tener en cuenta la estructura de oportunidades de vida que ofrece o bloquea el sistema local de instrumentos de reproducción y de movilidad sociales. En contraste con este medio hostil e incier-
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to, el club de boxeo no es sólo el lugar de un ejercicio riguroso del cuerpo sino que ofrece un espacio relativamente cerrado de «sociabilidad protegida». Dentro del gym, las conversaciones muy ritualizadas y aparentemente anodinas, las narraciones más o menos apócrifas, los cotilleos de salón o las anécdotas de batallas y leyendas de la calle constituyen un ingrediente esencial del «curriculum oculto» mediante el que se transmite el saber indígena de la profesión a los aprendices, quienes, de un modo imperceptible, van incorporando los valores y categorías de comprensión en vigor en el universo pugilístico en cierta simbiosis con la cultura de la calle anclada en el gueto: una mezcla de solidaridad con el grupo de pares y de desafío individualista, de dureza y de coraje físico, de sentido inquebrantable del honor masculino y de acentuación expresiva de la marca conseguida y del estilo personal (Wacquant 2002b: 20-21, 41-42). Entre la cultura del gueto, con sus ásperas realidades, y la del gimnasio hay una relación simultánea de continuidad y ruptura, una «doble relación de simbiosis y de oposición». Por un lado, existe una estrecha conexión entre ambos universos, análoga a la que Paul Willis (1988) descubrió entre la cultura antiescuela de «los colegas» de Hammertown y la cultura de clase obrera. Aunque con la notable diferencia que en la investigación del sociólogo inglés esa continuidad conduce al fracaso escolar, si bien asegura la reproducción de clase, mientras que el análisis de Wacquant muestra que el gym puede trasformar y reorientar algunos de los «valores» de la calle, abriendo el camino hacia un éxito que, aunque permanece en el horizonte de posibilidades de un éxito «proletario» (Wacquant, 1995b; 2003), resulta de otro modo inalcanzable. Los valores viriles del honor y la agresividad, dominantes en el universo social del gueto, hallan su réplica en el mundo hipermasculino del boxeo, cuyo núcleo es la afirmación de la fuerza física 16 y de la capa-
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De acuerdo con Bourdieu, «la relación propiamente masculina con el cuerpo y con la sexualidad es la de la sublimación, tendiendo la simbólica del honor a rehusar a la naturaleza y a la sexualidad toda expresión directa y, al mismo tiempo, a fomentar su manifestación transfigurada bajo la forma de proeza viril» (1991: 128).
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cidad de infligir y padecer la violencia corporal sin temblar ni doblegarse, forma específicamente masculina de «capital corporal». El combate de boxeo puede considerarse de alguna manera como una forma hiperbólica de los «ritos» de masculinización que abundan tanto en el gueto como en el conjunto los universos populares después de la revolución industrial. Estos rituales podrían interpretarse como una sublimación del duro trabajo en las minas y en las fábricas, lo que explicaría la afinidad histórica entre las clases obreras y el boxeo u otros deportes que se basan en el ideal de virilidad, como el fútbol, el ciclismo o el rugby. Como contrapunto a estas formas de capital corporal masculino, en la situación de la división sexual del trabajo, también hallamos un capital corporal específicamente femenino derivado no del cuerpo violento sino del cuerpo erotizado (Keucheyan, 2003; Wacquant, 2002 b). Pero la relación entre el gueto y el gimnasio de boxeo no es sólo de continuidad, sino también de ruptura. Esa ruptura que los «colegas» de la cultura antiescuela de la obra de Willis, o los delinquent boys de Albert Cohen (1955), no fueron capaces de hacer. Una vez en el salón de boxeo, la relación de continuidad con el gueto, escribe Wanquant, «se quiebra y se ve invertida por la disciplina espartana a la que deben someterse los boxeadores, que enrola las cualidades de la calle al servicio de la prosecución de otros fines, más distantes y más rígidamente estructurados». En contraste con la anomia imperante en las calles de gueto, «el gym funciona a la manera de una institución cuasi-total que exige reglamentar toda la existencia del boxeador». Así, pues, aunque recluta entre sus jóvenes y se apoya en su cultura de coraje físico, de honor individual y de resistencia corporal, el gimnasio de boxeo se opone a la calle «como el orden al desorden, como la regulación individual y colectiva de las pasiones a su anarquía privada y pública, como la violencia controlada y constructiva de un intercambio estrictamente civilizado y claramente circunscrito a la violencia sin ton ni son de los enfrentamientos imprevistos y desprovistos de límites y de sentido que simboliza la delincuencia de las pandillas y de los traficantes de droga que infectan el barrio» (2002b: 57-59).
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Este camino ascético de «sacrificio» es una de las pocas vías abiertas a los jóvenes del gueto para obtener un reconocimiento que no pueden proporcionarles los empleos precarios y mal pagados, en los que son humillados cotidianamente, ni tampoco la escuela, de donde han sido descartados demasiado pronto, ni su medio familiar inestable. El capital simbólico resulta tan necesario como el capital económico para quienes no sólo carecen de él sino que también acumulan un «capital simbólico negativo»: el del «estigma residencial» que la homología entre el espacio físico y el espacio social adscribe a los habitantes de gueto, situado en lo más bajo de la jerarquía social de las áreas urbanas, acentuado por «la retórica degradante de la underclass», que los convierte en «verdaderos parias urbanos» Así, pues, el beneficio simbólico de masculinidad que procura el enfrentamiento ritualizado entre las cuerdas y, en sentido más amplio, el reconocimiento y la camaradería que reciben boxeadores de sus colegas, son tanto más valorados cuanto que constituyen el único testimonio positivo de sí que reciben la mayor parte de ellos (Wacquant, 2007; Keucheyan, 2003). Al explicar la compleja y contradictoria relación entre el gimnasio de boxeo y el gueto, el análisis de Wacquant deconstruye el polémico y pseudocientífico discurso de la underclass, paradigma de la mirada lejana y prejuiciosa que distorsiona la compleja realidad de las áreas urbanas de alta concentración de pobreza y no comprende nada de lo que ocurre detrás de los decrépitos muros del gueto. Las condiciones sociales de muchos jóvenes del gueto que se debaten entre el empleo precario, el desempleo, la droga y la cárcel, son tan deplorables que incluso les resulta difícil adquirir las disposiciones necesarias para acceder al gym e iniciarse en el oficio de boxeador, una forma sacrificada de evitar los efectos más destructivos de su entorno. Pero en el gueto, lo mismo que en otras área de relegación urbana, hay mucha la gente que lucha por obtener un trabajo, sacar adelante su familia y mejorar sus condiciones de vida (Wilson, 1996), entre ellos los boxeadores que, según Wacquant «se distinguen de otros jóvenes del gueto por un aumento de integración social en relación a su bajo nivel cultural y económico y que provienen de
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familias ancladas en la clase obrera, o incluso que se aventuran a encontrar este status comprometiéndose con una profesión que perciben como un trabajo manual cualificado, tenido en alta estima en su entorno inmediato y que ofrece por otra parte la posibilidad de importantes ganancias» (Wacquant, 2002b: 47).
5. UNA ESCUELA DE MORALIDAD DENTRO DEL GUETO El escenario principal para la génesis del habitus pugilístico, en el que todos esos ejercicios ascéticos de entrenamiento adquieren un sentido, es el gimnasio de boxeo. El gym, expresión espacial privilegiada del campo pugilístico, es considerado por Wacquant (2009 b) como unidad de análisis, análoga a la aldea de las monografías características de la antropología social británica de los años cuarenta, apropiada para dilucidar «el significado y el enraizamiento del boxeo en las regiones inferiores del espacio social» mediante el análisis de «la trama de relaciones sociales y simbólicas» que se tejen en su seno y su entorno. La unidad funcional y estructural de este universo forja un horizonte temporal, relacional, mental, emocional y estético que sitúa al aspirante a boxeador en un mundo aparte, lo empuja a realizar actos heroicos en su vida cotidiana y de ese modo lo eleva por encima de su entorno. Para interpretar lo que ocurre dentro de este pequeño universo, Wacquant se inspiró directa y explícitamente en Las formas elementales de la vida religiosa de Emilio Durkheim. El gimnasio de boxeo cumple funciones extrapugilísticas análogas a las de un iglesia para «aquellos que comulgan allí en el culto plebeyo de la virilidad que es el Arte Noble»: ofrece un espacio reservado que sirve de escudo protector contra la inseguridad del gueto y las presiones de la vida cotidiana; es una escuela de moralidad donde se forjan las virtudes de disciplina, solidaridad, respeto mutuo y autonomía de voluntad indispensables para que surja la vocación pugilística; y es también el vector de una desbanalización de la vida cotidiana que permite acceder mediante el modelaje del cuerpo a un mundo distintivo donde
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se entremezclan la aventura, el honor masculino y el prestigio (Wacquant, 2002b: 17). La ética profesional del boxeador «no es menos exigente por el hecho de ser transmitida de modo informal, ni menos rigurosa por se objeto de una adhesión voluntaria» (Wacquant, 2002b: 149). Las «cualidades de dureza, de resistencia y de furor disciplinado» necesarias para dominar el oficio y perdurar en él se forjan mediante una ética del sacrificio que permite acceder a «un nivel de existencia superior». La inmersión en este universo «sagrado» eleva a los boxeadores por encima de lo ordinario 17. De modo análogo al proceso descrito por Durkheim por el que un hombre ordinario se convierte en hombre consagrado, «llegar a ser boxeador, prepararse para un combate es como entrar en religión» (Wacquant, 2002b: 249). En su vida cotidiana los boxeadores pueden comer, salir, divertirse o practicar el sexo como cualquier joven de su edad. Pero desde que entran en período de preparación para el combate, tiempo que presenta todos los rasgos de un «cycle homoérotique», deben someterse a una serie de reglas muy estrictas de remodelación de estas prácticas corporales que se resumen en la noción de «sacrificio» 18, con el objetivo de reservar todas sus energías físicas, morales y emocionales para el ring.
6. UNA PEDAGOGÍA COLECTIVA Y SENSUAL Es en ese ámbito donde se genera el habitus pugilístico, cuya inculcación se funda en una doble antinomia. Como actividad que parece situada en la frontera entre la naturaleza y la cultura, el boxeo se aprende de modo práctico, sin la mediación de una
17 «Los seres sagrados son, por definición, seres separados. Lo que los caracteriza es que entre ellos y los seres profanos, hay una solución de continuidad. Normalmente, unos están fuera de los otros. Todo un conjunto de ritos tienen por objeto realizar este estado de separación que es esencial» (Durkheim, 1968: 311). 18 Haciéndose eco del análisis de los ritos ascéticos realizado por Durkheim (1968: 311-362), Wacquant eligió el término «sacrifice» como título para el nuevo capítulo incluido en la edición aumentada de Corps et âme (2002b: 149).
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teoría, sobre la base de una pedagogía en gran medida implícita y poco codificada. De esto se deriva otra contradicción aparente: el boxeo es un deporte individual cuyo aprendizaje es sin embargo profundamente colectivo, especialmente porque supone la creencia colectiva en el juego. Las disposiciones que hacen al boxeador consumado son, como toda «técnica del cuerpo» según Mauss, «obra de la razón práctica colectiva e individual» 19. La génesis del habitus pugilístico es obra de una pedagogía silenciosa que transforma la totalidad del ser del púgil arrancándolo de la «esfera profana» y empujándolo a un distintivo cosmos sensual, moral y práctico que lo lleva a rehacerse a sí mismo y a conseguir honor, capital simbólico, si se somete a las reglas ascéticas de su oficio para sacar máximo rendimiento de su «capital corporal» (Wacquant, 1998a). Las diferentes dimensiones, perceptiva, cognitiva evaluativa y práctica que configuran el habitus son moldeables y transmisibles, se construyen socialmente mediante un trabajo pedagógico frecuentemente colectivo y sin intención pedagógica explícita. Con su análisis extraordinariamente sutil de las prácticas organizadas de inculcación mediante las cuales se construyen los diferentes estratos del habitus pugilístico, Wacquant contribuye de modo único a clarificar los procesos de la génesis del habitus sugeridos por Bourdieu. El habitus pugilístico es el resultado de un trabajo pedagógico, en gran parte colectivo, mediante el cual se genera y desarrolla el complejo sistema de disposiciones necesarias para acceder, progresar y triunfar en el campo del boxeo. Un primer y fundamental requisito para ser admitido en un campo cualquiera es, según Bourdieu, la creencia en el juego. En el caso del boxeo, la adhesión dóxica a sus principios fundamentales, que pueden sintetizarse en el «sentido del honor» pugilístico, es lo que garantiza su modo tradicional de transmisión. La interiorización de disposiciones éticas como el respecto a la herencia recibida y a las reglas del juego es la cara oculta del aprendizaje de la técnica gestual (Wacquant, 2002b).
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Mauss, 1950. 368-369. Citado y subrayado por Wacquant, 2002b: 19.
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Wacquant analiza con gran detalle los procesos interactivos en el gimnasio de Woodlawn, donde no son sólo las sabias y discretas intervenciones del veterano entrenador DeeDee, sino también, como diría Bourdieu, «todo el grupo y todo un entorno simbólicamente estructurado» quienes transmiten de modo práctico «lo esencial del modus operandi que define el dominio práctico» (Bourdieu, 1991: 125). La educación pugilística es una tarea colectiva y global en la que cada boxeador es en todo momento «un modelo real o potencial a emular por sus pares» y donde incluso el gimnasio como entorno material «ejerce una verdadera y sutil influencia educativa» (Wacquant, 2007b: 29-30). El aprendiz de boxeador se va haciendo de modo imperceptible con el oficio mediante un proceso de entrenamiento intenso, largo, repetitivo, monótono y duro que le permite adquirir de modo práctico un domino de prácticas corporales, visuales, mentales y de los principios fundamentales del boxeo. El dominio progresivo de los movimientos, la comprensión de la técnica pugilística, la mayoría de las veces retrospectiva y puramente gestual, y la modificación de la relación con el propio cuerpo suscitan en el aprendiz la curiosidad, el interés pugilístico e incluso el placer carnal, esto es, la libido pugilística. Uno se convierte al boxeo con todos los sentidos. La euforia sensual que se produce en el gym, para cuya descripción se sirve Wacquant de la noción durkheimiana de «efervescencia colectiva», es, según él, una dimensión clave de la educación del aprendiz de boxeador. Lo más difícil de captar para un observador externo de este proceso es «la extrema sensualidad de la iniciación» ya que carecemos de las herramientas adecuadas para ello y sería necesario «recurrir a todas las herramientas de la sociología visual o incluso a las de una sociología sensual que todavía no se ha inventado para transmitir el proceso por el cual el boxeador se ve orgásticamente “envuelto” por el deporte» (2007b: 30). En su análisis pormenorizado del proceso de formación del habitus pugilístico Wacquant otorga una relevancia especial al sparring. Aunque esta fase del entrenamiento sólo ocupa una pequeña fracción del tiempo de la preparación del boxeador, puede contribuir a aclarar algunos aspectos importantes de la
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lógica social de adquisición de las disposiciones básicas requeridas por el oficio, especialmente el carácter altamente codificado y colectivamente controlado de la violencia pugilística: «Hacer sparring nos permite discernir con más claridad, como a través de una lupa, la sutil y aparentemente contradictoria mezcla de instinto y racionalidad, la emoción y el cálculo, abandono individual y control grupal que le da al trabajo de la fabricación del pugilista su toque distintivo y sella la totalidad del proceso de entrenamiento» (2007b: 32). Una primera cuestión a tener en cuenta en el análisis de la lógica del sparring es la elección de compañero. Wacquant constata la existencia de un modelo generativo similar al que descubrió Bourdieu (1991: 170-171) para «las conductas de honor» en la Cabilia. De modo análogo a lo que ocurre en los desafíos de honor en esa sociedad agraria tradicional, en la elección de compañero para este ejercicio de entrenamient entran en escena «consideraciones de honor»: «idealmente, uno no hace sparring con un adversario que es muy superior… o tan débil que no puede defenderse… Esta es la razón por la que pedirle a un boxeador si quiere hacer sparring es un asunto delicado: significa interferir en la red de obligaciones recíprocas que lo enlaza con sus anteriores y actuales compañeros; es mejor no preguntar si se supone que la respuesta será negativa» (Wacquant, 2007b: 33). Un segundo aspecto destacado por Wacquant es la contribución del sparring al difícil e indispensable aprendizaje del control de la violencia. Lo mismo que no se puede hacer con cualquiera, este entrenamiento tampoco se puede hacer de cualquier manera: «Durante una sesión, el nivel de violencia fluctúa en ciclos, de acuerdo con una dialéctica de retos y respuestas, los sparrings se desplazan dentro de los límites fijados por el sentido de la equidad». No es fácil hacerse con esta «cooperación antagonista» y suele llevar «mucho tiempo ajustarse a estas normas tácitas de cooperación que están en aparente contradicción con el dictado público y la ética de la competencia sin límites» (2007b:35-36). Finalmente, Wacquant destaca las múltiples dimensiones del habitus que contribuye a configurar el sparring como traba-
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jo perceptivo, emocional y físico. Este ejercicio supone una educación de los sentidos y sobre todo de las facultades visuales mediante «una progresiva reorganización de hábitos y habilidades perceptivas» que culmina en la formación del «ojo del boxeador». También constituye una forma especialmente intensa de «trabajo emocional» que ayuda a aprender algo tan necesario para los boxeadores controlar y ocultar desde el principio sus emociones en el ring, pues «la profunda imbricación entre gestualidad, experiencia consciente y procesos fisiológicos —los tres elementos constitutivos de la emoción— es tal, que un cambio en cada una de ellas conlleva a la instantánea modificación de la otra» (Wacquant, 2007b:37-38). En cuanto al aspecto estrictamente físico, el sparring contribuye a elevar el «umbral de tolerancia al dolor a través de su rutinización controlada», algo indispensable para gestionar adecuadamente a la «economía del dolor» característica de las luchas profesionales (Wacquant, 2007b: 38-39).
7.
LÍMITES DE LA COMPRENSIÓN TEÓRICA DE LA LÓGICA DE LA PRÁCTICA
La concentración en el sentido práctico y la elaboración de su lógica específica y todo lo que la distingue de la «lógica de la lógica» es, en opinión de Wacquant (1998a) el mayor descubrimiento y la principal contribución de Bourdieu a la teoría social. Considera, sin embargo, que éste no va lo suficientemente lejos en el desarrollo de una teoría de la lógica de la práctica como tal 20 que resuelva el problema de una lógica que solo puede captarse
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«La idea de una lógica práctica, lógica en sí, sin reflexión consciente ni control lógico, es una contradicción de los términos que desafía a la lógica de la lógica. Este lógica paradójica es la de toda la practica o, mejor, la de todo sentido práctico: atrapada por eso de lo que se trata, totalmente presente en el presente y en las funciones prácticas que en él descubre bajo la forma de potencialidades objetivas, la práctica excluye el retorno sobre sí (es decir, sobre el pasado), ignorando los principios que la guían y las posibilidades que encierra y que no puede descubrir más que convirtiéndolas en acto, es decir desplegándolas en el tiempo» (Bourdieu, 1991: 154)
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en acción debido a que en el fondo continúa concibiendo esa lógica «como un álgebra». Wacquant cree que el proyecto de su maestro no está acabado, que permanece como una promesa incumplida y que aún se necesitan años de trabajo en diferentes disciplinas, como la filosofía, la lingüística, la estética o la sociología, para que se puedan extraer todas sus implicaciones. El error de las explicaciones teóricas de las prácticas consiste, de acuerdo con Bourdieu, en «situar en el origen de la práctica el modelo que debe construirse para dar razón de ella» (1991: 138), sin percatarse de que existe una antinomia entre el tiempo de la ciencia y el tiempo de la acción 21. Por consiguiente, «no hay ninguna probabilidad de dar cuenta científicamente de la práctica… y en particular de las propiedades que debe al hecho de desarrollarse en el tiempo, si no se conocen los efectos de la totalización» (1991: 140). Comprender una práctica significa para él desvelar la fórmula generadora que permita «la descripción por construcción» de las prácticas posibles, sin poder adentrarse más en su lógica ya que «su principio no es esta fórmula sino su equivalente práctico, es decir, un sistema de principios (schèmes) capaces de orientar las prácticas sin acceder a la conciencia más que de forma intermitente y parcial». Sería, pues, un error confundir el modelo explicativo con la práctica que pretende explicar: «El modelo teórico que permite reengendrar todo el universo de las prácticas registradas, consideradas en lo que tienen de más sociológicamente determinado, está separado de aquello que dominan en estado práctico los agentes» (1991: 418). Bourdieu puso especial énfasis en poner de manifiesto las condiciones sociales diferenciales del desarrollo de ambas lógicas y en señalar con precisión las distorsiones sistemáticas que produce el pensamiento teórico en la interpretación de las prácticas cuando no se tienen en cuenta esas diferencias 22.
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«Debido a su total inmanencia a la duración, la práctica está ligada con el tiempo, no sólo porque se juega en el tiempo, sino además porque juega estratégicamente con el tiempo y en particular, con el tempo» (Bourdieu, 1991: 139). 22 Para superar el «epistemocentrismo escolástico» es necesario, escribe Bourdieu, «volver del revés el movimiento que exalta el mito de la caverna, ideo-
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Pero la respuesta que da al problema de relación entre la lógica teórica y la lógica de la práctica no deja de resultar problemática y admite, según Wacquant (2002c), dos soluciones que éste califica de «blanda» y «dura», respectivamente. En algunos textos Bourdieu sostiene que existe una brecha, aunque de alguna manera superable, entre ambas lógicas, mientras que en otros, incluso dentro de una misma publicación, habla de una antinomia insuperable. De acuerdo con la versión «blanda», existe un importante hiato entre la lógica inmanente a las prácticas, lógica imprecisa e inconsciente de sí misma que «se efectúa directamente en la gimnástica corporal» (Bourdieu, 1991: 150) y la lógica del conocimiento teórico. El hecho de que la lógica práctica no pueda captarse más que en acción «plantea al analista un problema difícil que no tiene solución más que en una teoría de la lógica teórica y de la lógica práctica» (1991: 155). El primer paso que propone Bourdieu para superar la brecha entre ambas lógicas es un retorno reflexivo sobre la misma práctica científica que la haga consciente de sus condiciones sociales de posibilidad 23 y de las distorsiones que produce en las prácticas que investiga: sincronización forzada, totalización artificial, neutralización de las funciones y sustitución de los principios de producción por el sistema de los productos, entre otras. El análisis de estos diferentes aspectos interrelacionados del efecto teorización «hace aparecer en negativo, algunas de las propiedades de la práctica que escapan por definición a la aprehensión teórica» (1991: 145). El paso siguiente que propone Bourdieu es la construcción de una teoría de la lógica de la práctica, que desentrañe el sentido de ésta. Se trata básicamente de «construir unos modelos generadores que reproduzcan en
logía profesional del pensador profesional y regresar al mundo de la existencia cotidiana pero pertrechado con un pensamiento científico lo suficientemente consciente de sí mismo y de sus límites para ser capaz de pensar la práctica sin aniquilar su objeto» (1999a: 72). 23 «El privilegio de la totalización supone, de una parte, la neutralización de la práctica… y, de otra, parte, la puesta en marcha, que requiere tiempo, de estos instrumentos de eternización, acumulados durante el curso de la historia y adquiridos a costa de tiempo» (Bourdieu, 1991 141).
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su orden propio la lógica según la cual se engendra» (1991: 156). Tal teoría «nada tiene que ver con una participación en la experiencia práctica» (1991: 177). Este es el modus operandi de Bourdieu en El sentido práctico (1991): cuando analiza, por ejemplo, los intercambios matrimoniales como una secuencia en desarrollo de «estrategias» concretas orientadas por la posición de los grupos en el espacio social y no, al modo del estructuralismo de Lévi-Strauss, como la aplicación de una serie de «reglas»; cuando construye un modelo genético de las posibles respuestas que exige el código de honor ante un desafío; o cuando intenta comprender la lógica interna de las prácticas rituales y míticas, en las que el cuerpo actúa como operador analógico, relacionándola con las condiciones reales de su génesis para restituirles su necesidad práctica. El mismo modo de proceder es el que emplea también Bourdieu en La dominación masculina (2000) cuando investiga, mediante un análisis del ritual y mitología de la Cabilia, cómo actúan los mecanismos de la violencia simbólica que están a la raíz de la dominación del hombre sobre la mujer. En la versión «dura», que habría sido inicialmente expresada con cautela en el artículo ‘El punto de vista escolástico’ (Bourdieu, 1990) y emergería de nuevo, aunque con ciertas ambigüedades, en algunas partes de Meditaciones pascalianas (1999a) la brecha entre el conocimiento práctico y el conocimiento científico parece una antinomia insuperable. La «antropología irreal» generada por el etnocentrismo escolástico lleva a anular la especificidad de la lógica de la práctica. Esta distorsión del pensamiento teórico sobre la práctica no es homogénea sino que aumenta a medida que su objeto de análisis se halla más alejado en sus condiciones de existencia de los universos escolásticos «tanto si se trata de los miembros de las sociedades tradicionalmente estudiados por la etnología… como de los ocupantes de las posiciones inferiores del espacio social» (1999a: 73). Una correcta comprensión de la lógica de la práctica exigiría en primer lugar una «conversión de la mirada» que se limita a «adoptar un punto de vista teórico sobre el punto de vista teórico» (Bourdieu, 1999a: 77), para poder descubrir todos los
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errores que en las ciencias sociales se derivan de la scholastic fallacy, paralogismo escolástico, consistente en plantear el metadiscurso como origen del discurso, la metapráctica como origen de la práctica. Sólo si se somete a una crítica sistemática el punto de vista teórico como punto de vista no práctico, basado en la neutralización de los intereses y de los envites prácticos, cabría alguna posibilidad de aprehender la lógica específica de algunas prácticas como las elecciones matrimoniales, los rituales o la creación de mitos. Pero no sólo se necesita una conversión la mirada teórica sino también un cambio profundo en las operaciones prácticas de la investigación (1999b: 207-210). Una vez se tiene conciencia de la brecha entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico ¿cómo comprender la comprensión primera del mundo que va vinculada a la experiencia de la inclusión en este mundo, sin nostalgia «primitivista» ni exaltación «populista»? La respuesta de Bourdieu a su propio interrogante es que hay que «regresar al mundo de la existencia cotidiana, pero pertrechado con un pensamiento científico lo suficientemente consciente de sí mismo y de sus límites para ser capaz de pensar la práctica sin aniquilar su objeto» (1999a: 72). Pero incluso en este supuesto «la ciencia no ha de proponerse como fin la recuperación por cuenta propia de la lógica práctica, sino la reconstrucción teórica de esa lógica incluyendo en la teoría la distancia entre la lógica práctica y la teoría, o incluso entre una «teoría práctica», folk knowledge o folk theory como dicen Shütz, y los etnometodólogos después de él, y una teoría científica» (1999a: 74-75). En Meditaciones Pascalianas Bourdieu amplia la idea de la dimensión corporal del conocimiento que había desarrollado previamente en El sentido práctico. Inspirándose en la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty, sostiene que: «A la inversa de los mundos escolásticos, algunos universos, como los deportes, la música o la danza, requieren una implicación práctica del cuerpo y, por lo tanto, una movilización de la “inteligencia” corporal». Y para dar mayor consistencia esta idea de que existe una auténtica «comprensión por el cuerpo» Bourdieu (1999a: 189-190) cita uno de los trabajos de Loïc Wacquant
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(1996b) sobre el boxeo, lo que supone un claro reconocimiento de la relevancia de la aportación de esta investigación a una de las dimensiones fundamentales de su propia teoría de la práctica. La tesis de una brecha insalvable entre la lógica teórica y la lógica de la práctica no le habría impedido a Bourdieu seguir adelante con su propio análisis de las condiciones sociales que explican la «ambigüedad fundamental de la disposición escolástica» que nos inclina a ver el mundo como algo distinto de lo que es en sí mismo, como un espectáculo susceptible de ser leído a modo de un texto o de un álgebra semiótica, más bien que como tareas urgentes a realizar prácticamente hic et nunc. En opinión de Wacquant la tensión no está resuelta y la cuestión es si resulta fructífera, esto es, si conduce a una heurística progresiva en el sentido que Lakatos da a este término. Esta sería, según él, la apuesta de Bourdieu: aunque pudiese haber una contradicción insuperable entre la lógica de la práctica y la lógica de la ciencia como una forma históricamente fechada y situada de práctica humana, lo mejor que podríamos hacer es actuar como si no existiese y continuar adelante con el proyecto de una ciencia de la sociedad (Wacquant, 2002c).
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El ejercicio constante de la vigilancia epistemológica es una característica fundamental del modus operandi sociológico de Pierre Bourdieu, quien consideraba que «los sociólogos deben convertir la reflexividad en una disposición constitutiva de su habitus científico» (2003: 155). El interés por esta cuestión es también una de las señas de identidad de toda la producción sociológica de Loïc Wacquant. En todas sus publicaciones podemos descubrir un ejercicio de la reflexividad en el que halla eco uno de los argumentos centrales de Una invitación a la sociología reflexiva (Bourdieu-Wacquant, 2005): que el propósito y piedra de toque de una buena teoría social es ayudarnos a producir nuevos objetos, detectar nuevas dimensiones y diseccionar mecanismos del mundo social que no podríamos captar de otra manera (Wacquant, 2002c).
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La antropología reflexiva de Wacquant difiere mucho de las «formas de reflexividad, narcisistas y discusivas» características de la llamada antropología «post-estructuralista» o «post-moderna», las cuales, según él, «detienen el movimiento de la crítica justo en el punto en que debería comenzar» y no cuestionan de modo constante «las categorías y técnicas de análisis sociológico» y «la relación con el mundo que estas presuponen». En su opinión, totalmente coincidente con la expresada por Bourdieu et alia (1975) en El oficio del sociológo, la reflexividad epistémica no puede reducirse a una reflexión final a la hora redactar el informe de investigación, sino que ha de ejercerse de modo constante durante todo el proceso de investigación, desde la selección del emplazamiento al reclutamiento de los informantes, a la elección de las cuestiones a plantear o evitar, lo mismo que el empleo de esquemas teóricos, herramientas metodológicas y técnicas de exposición en el momento en que son puestas en práctica (Wacquant,2000; 2009b). Este modus operandi puede apreciarse de modo especial en Corps et âme. Carnets ethnographiques d'un apprenti boxeur (Wacquant, 2002b), obra cuyo diseño de investigación forzó a su autor a reflexionar constantemente sobre la adecuación de los instrumentos de investigación a sus fines, sobre la diferencia entre dominio práctico y dominio teórico de la práctica, sobre la brecha entre capricho sensual y comprensión analítica, sobre el hiato entre lo visceral y lo mental, el ethos y el logos del pugilismo lo mismo que de la sociología (Wacquant, 2009b). El mismo habitus de reflexividad epistémica es el que subyace en Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado (Wacquant 2007), el complemento macrosociológico de Corps et âme, donde se nos ofrece un análisis comparativo de la estructura y experiencia de la marginalidad urbana entre el gueto negro americano y la periferia urbana francesa, obra que puede considerarse un modelo de sociología urbana reflexiva por su incesantemente cuestionamiento, deconstrucción y uso controlado, con una delimitación clara entre categorías folk y categorías analíticas, de las nociones que pone en juego para pensar la nueva configuración de marginalidad
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en la ciudad postfordista: underclass, inner city, banlieu, hipergueto, anti-gueto, etc. El habitus de la reflexividad epistémica incorporado por Wacquant se pone de manifiesto no sólo en sus investigaciones sino también cuando dirige su mirada crítica a las obras de otros científicos sociales, como ocurre en uno de sus artículos más polémicos, dedicado a resaltar lo que él considera algunas tendencias y debilidades recientes en la etnografía urbana norteamericana, publicado en American Journal of Sociology con el título «Scrutinizing the Street: poverty, morality, and the pitfalls of urban ethnography» (Wacquant, 2002a). La diana de su crítica no son los tres libros sobre raza y pobreza urbana elaborados por sendos «etnógrafos» norteamericanos (Duneier, 1999; Anderson, 1999; Newman, 1999), que él somete a una meticulosa disección en ese artículo, sino cierta postura epistemológica de sometimiento irreflexivo a las percepciones «folk», al oralismo ordinario y la las reglas del decoro académico, que se halla en el origen de serios errores científicos sistémicos (Wacquant, 2009 b). La vigilancia epistemológica no se limita al proceso de investigación, sino que, según Wacquant, ha de extenderse al proceso de escritura. Esto es algo que de modo muy explícito intentó llevar a cabo en la redacción de Corps et âme. El interés en posibilitar al lector experimentar las emociones del aprendiz de boxeador y hacer palpable la lógica del trabajo de campo y su producto final es lo que lo que lo condujo a «adoptar un modo de escribir cuasi teatral», con el convencimiento de para restablecer la dimensión carnal de la existencia ordinaria y el anclaje corporal del conocimiento práctico se requiere una revisión completa de los géneros literarios habituales en las ciencias sociales. En esta obra, Wacquant mezcla tres tipos de narración, entrelazados entre sí, pero dando a cada uno prioridad en cada una de las tres partes, de modo que el lector pueda deslizarse suavemente del concepto a lo percibido, del análisis a la experiencia. Con la combinación equilibrada tres modalidades de escritura: la sociológica, la etnográfica y la literaria, en proporciones que se van invirtiendo gradualmente a medida que progresa el libro, lo que pretende es que el lector pueda al mismo tiempo sentir emocionalmente y comprender racional-
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mente el proceso de creación y desarrollo del habitus pugilístico (Wacquant, 2009b). La reflexividad, tal como la entiende y lleva a la práctica Wacquant, supone un uso controlado y creativo de nociones construidas, algo que hemos visto de modo muy concreto en el caso del concepto de habitus, adoptado por él como «un plan metodológico para viviseccionar la fabricación social de boxeadores en su ambiente» (Wacquant, 2009b: 149). Este concepto, con un largo recorrido en la historia del pensamiento, había sido sociológicamente recreado por Pierre Bourdieu como una de las nociones nucleares de su teoría de la práctica, eje vertebrador de toda su fecunda obra de investigación social y principal elemento de identidad de quienes siguen su enfoque de las ciencias sociales (Wacquant, 2000). Es esta teoría la que, debido a la homología estructural y funcional entre los diferentes campos que configuran el espacio social, permite que las adquisiciones en uno de ellos sea transferible a los demás, haciendo posible el carácter acumulativo de las ciencias sociales. Subyacente a esta teoría se halla una concepción no positivista ni tampoco idealista de las ciencias sociales que, en sintonía con del «racionalismo aplicado» de Gaston Bachelard 24 (1949), considera que teoría e investigación empírica resultan inseparables y que la teoría ha de orientar siempre la investigación de campo. Como enfatizaba Bourdieu, el hecho científico se conquista, construye y comprueba (Bourdieu et al., 1975; Bourdieu, 2003). BIBLIOGRAFÍA ANDERSON, Elijah (1999), Code of the Street: Decency, Violence, and the Moral Life of the Inner City, Nueva York, W. W. Norton. BACHELARD, Gaston (1949), Le rationalism appliqué, París, Presses Universitaires de France. — (1971), Epistémologie, París, Presses Universitaires de France.
24 De acuerdo con una expresión muy conocida de de G. Bachelard (1971) «el vector del conocimiento va de lo racional a lo real» y no en sentido contrario.
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VENAS ABIERTAS: MEMORIAS Y POLÍTICAS CORPÓREAS DE LA VIOLENCIA 1 Francisco Ferrándiz Los fantasmas de todas las revoluciones estranguladas o traicionadas a lo largo de la torturada historia latinoamericana se asoman en las nuevas experiencias, así como los tiempos presentes habían sido presentidos y engendrados por las contradicciones del pasado. Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina Ojos sin llanto, gargantas sin sollozos, ojos que se convierten en tejido cicatrizado, manos que se convierten en muñones reumáticos en la fría niebla. Cada herida, cada cicatriz, cada laceración dejada por las tormentas, los roces, los tropiezos, las caídas, las infecciones y los golpes endurece la carne, haciéndola silenciosa e inexpresiva. Las heridas son tan sólo la resistencia, la imborrabilidad del dolor. Sólo se abren ante sí mismas, y ante más dolor. Se abren sobre un cuerpo que es una lesión en el tejido de palabras y discursos y en las redes del poder. Alphonso Lingis, Abuses (Tawantinsuyu)
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TAMBORES, ALEGORÍAS Y SANGRE EN LA SELVA
Montaña de Sorte (Yaracuy, Venezuela), principal centro de peregrinación del culto de posesión espiritista de María Lionza. Semana Santa de 1994. Morrongo, un muchacho del barrio de Las Mangos en La Vega, Caracas, de apenas quince años, había llegado a la montaña con un grupo de amigos, que
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Quiero agradecer a Loïc Wacquant el haberse convertido en una fuente inagotable de inspiración profesional desde que nos conocimos hace ya bastantes años en la Universidad de Berkeley.
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algunos de mis acompañantes calificaron de malandros —delincuentes. Pronto se desentendieron de él, y comenzó a caminar sin rumbo, silencioso, entre los altares que se estaban instalando en la base de la montaña. La historia de Morrongo capturó inmediatamente la atención de los marialionceros que llegaban al santuario, y pronto se convirtió en una alegoría desgarrada de la violencia cotidiana en la Venezuela del cambio de siglo. El sinsentido de la experiencia de Morrongo, tan trágico y tan común, recorría las conversaciones. Algunos compartían con él sus alimentos. Otros le acogían durante la noche. Los médiums, o materias, más jóvenes le prometían ceremonias curativas con sus espíritus más poderosos, los polémicos africanos y vikingos. Morrongo era, desde hacía tiempo, un muchacho de la calle. Seis meses antes de su viaje a Sorte, en su barrio, un joven encapuchado le había disparado por la espada en cuatro o cinco ocasiones. Aunque sobrevivió al «atentado», las secuelas habían sido dramáticas. Había perdido la memoria, apenas balbuceaba algunas palabras, y ya no era capaz de leer ni escribir. Su brazo derecho estaba paralizado y caminaba con dificultad, siempre mirando al frente. Las cicatrices dejadas por algunos de los proyectiles en su cuerpo eran evidentes. Una de las balas todavía sobresalía de la parte superior de su cráneo. Como si se tratara de una reliquia milagrosa, algunos se acercaban con cautela, sobrecogidos, a tocarla. El segundo día de su estancia en la montaña, Morrongo fue el protagonista de una ceremonia espectacular. Era por la tarde en Sorte. El movimiento nervioso de médiums y ayudantes rituales —bancos—, el altar cubierto de estatuas de espíritus, velas, licores, flores y frutas, los símbolos todavía intactos pintados en el suelo con talco, la obsesiva descarga de tambores, todos ellos anuncian el inicio de una ceremonia en uno de los espacios rituales —portales— situados junto al río. Dos materias jóvenes, apenas vestidas con unos pantalones cortos rojos, se preparan para el trance. Contemplan la escena entre cincuenta y sesenta espectadores, en su mayoría jóvenes venidos de distintos rincones de Venezuela. Uno de los médiums se sitúa frente al altar y comienza su trance de una forma dramá-
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tica. El espíritu que viene, Erik el Rojo, le posee con gran violencia, como una mano que entra con lentitud y precisión en un guante, de abajo arriba: primero una pierna, luego la otra, después un brazo y un costado, finalmente el otro. Enseguida, sus rasgos faciales se endurecen, se le abren desmesuradamente los ojos y brota un grito feroz, sostenido, de su garganta. Tras el primer impacto, la materia contorsiona bruscamente su cuerpo. Eleva sus brazos al cielo y comienza a caminar con convulsiones, siempre gritando. Pronto, su cara se puebla de agujas y, tras cortarse en repetidas ocasiones con una cuchilla de afeitar que le facilitan sus bancos, la sangre comienza a deslizarse por sus antebrazos y su pecho. Mientras tanto la segunda materia, José Luis, cae súbitamente al suelo de espaldas. Comienza a levantar su espalda en tensión, brota sangre de su boca junto al turbador grito de los africanos y vikingos. Llega a su cuerpo el espíritu Eriko, y el médium pronto se incorpora, con su mentón ensangrentado. Entre la multitud, empujados por los tambores y las palmas de los asistentes, Erik el Rojo y Eriko se sitúan frente a frente. Elevando sus brazos y girando parcialmente sobre su cintura, se miran y evalúan las heridas iniciales. Ambos médiums se van tiñendo de sangre, tratando de establecer su preponderancia sobre el otro. Comienzan a moverse por la explanada con el caminar esquelético, espasmódico, descompensado, que caracteriza a estos espíritus. Un poco más tarde, ya sentados junto al paciente, intensifican el ciclo de violencia autoinfligida. Cortes de cuchilla en la lengua, en el tórax, en los antebrazos, en los muslos. Largas agujas rematadas con tiras de trapo rojas en las mejillas, en las cejas o incluso, en el caso de José Luis, en el cuello, amenazando la vena yugular. Jaleados por todos los presentes, empiezan la curación de Morrongo, que está tendido en el suelo en un espacio ritual circular dibujado con talco, rodeado de velas de colores. Tiene lugar un episodio de extraña disonancia. Los espíritus llaman a un niño para que acaricie la cabeza al paciente. Una mujer madura se sitúa junto a él y lee pausadamente la Biblia, en voz baja. Los médiums en trance recorren su cuerpo con suma delicadeza —especialmente el brazo y la pierna paralizados—, con sus manos impregnadas de san-
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gre, y pétalos de rosa sujetos entre los dedos. Mientras, ahora sí, reina de silencio, sólo interrumpido por las instrucciones toscas de los espíritus a sus bancos y los sonidos continuos del atardecer en la selva. Con la llegada de la oscuridad, los médiums se preparan para volver a tierra. La salida del trance de José Luis es escalofriante. Se retuerce, tosiendo con gran violencia. Algunos comentan que no va a vivir mucho si no modera la intensidad de su relación con los espíritus africanos y vikingos. Unos minutos después, ya fuera del trance pero con su cuerpo todavía manchado con regueros de sangre seca, se enzarza en una pelea con un Guardia Nacional que estaba de servicio vigilando la ceremonia. Pasará tres días arrestado en el calabozo. A pesar de sus peculiaridades, no se trata de una ceremonia excepcional en el espiritismo venezolano del cambio de siglo. Junto con los espíritus de delincuentes muertos en las calles (Ferrándiz, 2004b), los africanos y vikingos se convirtieron en estos años en los espíritus con mayor atractivo para los jóvenes marialionceros de entre todos los integrantes del panteón 2. En la montaña de Sorte, lo mismo que en las ceremonias urbanas, especialmente en los grupos donde dominaban las materias jóvenes, los espíritus de indios, libertadores, médicos o campesinos que habían preponderado en el espiritismo desde al menos la mitad del siglo XX, cedían ante el empuje de los africanos y vikingos. Esta transformación repentina y radical de las formas de corporalidad características del culto, que detallaremos más adelante, está sin duda vinculada a una intensificación de la violencia estructural y cotidiana en los sectores más empobrecidos del país, que pueblan los llamados cinturones de miseria que rodean las principales ciudades. Este incremento afecta muy especialmente, como también veremos, a los jóvenes de los barrios. En su influyente texto sobre antropología política, Joan Vincent discutía lo que denominaba, basándose en el trabajo de Stuart Hall (1978), «antropología política desde abajo» (1990:
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Véase Ferrándiz, 2004a.
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400-415), que ejemplifica en el desarrollo de los estudios subalternos, el feminismo académico o el trabajo de James Scott sobre las «armas de los débiles» (1985). Este tipo de marco analítico, que tuvo en nuestra disciplina un indudable auge en la denominada antropología de la resistencia 3, se interesa por las formas en las que los colectivos oprimidos, estigmatizados, marginales, desplazados o subalternos, según la definición que quiera usarse, articulan tácticas de indisciplina cultural —con importantes componentes corpóreos, como vamos a ver— frente los procesos político-económicos en los que se encuentran atrapados. Pero para evaluar la naturaleza y significación de estas acciones de resistencia o insubordinación desde abajo, es importante entender bien las formas en las que las fuerzas sociales y políticas que operan en un contexto determinado cristalizan en modos específicos de marginación y, como es frecuente llamar en los últimos años, de sufrimiento social 4. En este punto cabe preguntarse, ¿qué es lo que está ocurriendo en la sociedad venezolana para que nos encontremos con grupos de jóvenes de los barrios pobres de las periferias urbanas que, en el marco de una práctica de religiosidad popular de amplio seguimiento en el país, considera legítimo o incluso prestigioso infligirse heridas y manipular su sangre en contextos rituales públicos? ¿Cuál es el papel del Estado en la gestación de esta violencia autodestructiva? ¿Cómo identificar los mecanismos de conversión de procesos económicos, sociales, culturales y políticos en estilos de corporalidad? ¿Cómo descifrar una forma de violencia juvenil que en una primera mirada superficial evoca, incluso para muchos espiritistas, adjetivos tales como «aberrante», «gratuita», «irracional», «ficticia», «desinformada» o «desmesurada»? Para ello es preciso analizar cuáles fueron las circunstancias sociales, políticas y económicas en las que estas entidades místicas irrumpieron con fuerza en el espiritismo venezolano a principios de la década de los noventa.
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Para una revisión crítica de esta corriente de estudios de la resistencia, a la que reprocha no ser suficientemente etnográfica, véase Ortner 1995. 4 Véase, especialmente, A. Kleinman, V. Das y M. Lock, eds., 1997.
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JUVENTUD EN EL RESPIRADOR Los espíritus africanos tienen una fuerza enorme… Realmente parece que, cónchale, le van a reventar todos los huesos a uno. Es algo bárbaro (…) Cuando sales de los trances sientes como si alguien te hubiera golpeado la cabeza, todo el cuerpo. Mira, cuando yo empecé a desarrollarme [como espiritista], eso era una vaina tan fuerte que, cuando se iban los espíritus, ¿cómo te lo explicaría? A mí me parecía que aquí [en el pecho] tenía metido un tubo de esos plásticos para respirar… De esos que tienen seis pulgadas. Sí, se me quedaba el pecho abierto, así, afff, afff, afff… Eso era algo increíble, muy fuerte, y pasaba días así, como si me hubieran agarrado a palos. Me dolía todo el cuerpo.
Así me narraba Daniel la sensación dominante que le quedaba después de ser poseído por uno de estos espíritus violentos. La fuerte asfixia que provocan estos espíritus en los médiums es la causante de los aullidos desgarrados con los que tratan de extraerse aire de lo más profundo en las fases tempranas del trance, o cuando se producen desajustes en la posesión 5. La descripción de Daniel de un cuerpo golpeado, ahogado, necesitado de un respirador para seguir viviendo, es una metáfora muy adecuada para expresar la intensa marginación, falta de oportunidades y violencias diversas —de externas a autoinfligidas— que tienen que enfrentar muchos jóvenes de los barrios venezolanos en su vida cotidiana en el nuevo régimen de la marginalidad urbana analizado por Loïc Wacquant (2001: 165-188). Hay motivos suficientes para explicar los fundamentos del éxito expresivo y ritual de este tipo de trance agónico. La literatura reciente sobre la violencia en América Latina muestra un incremento sin precedentes del crimen urbano en las últimas décadas, tal y como se expresa en las tasas de homicidio, los crímenes contra la propiedad o contra la seguridad
5 Para la historia de vida y el itinerario corpóreo espiritsta de Daniel, véase Ferrándiz 2004a, capítulo 3. Como ocurre en el caso de Daniel, el espiritismo mismo se transforma en un modo de vida y en una estrategia de supervivencia en el sector informal, conocido como rebusque en Venezuela. Para consultar un texto sobre un grupo de discípulos de Daniel consituido en unidad de masculinidad y supervivencia, véase Ferrándiz, 2002.
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pública (Bergman, 2006; Briceño León, 2002), modalidades muy distintas de las violencias más politizadas que eran características de los años 1960 y 1970. El tránsito de unas violencias a otras está claramente vinculado a los efectos dramáticos de los «paquetes de reformas de libre mercado impulsados por los estados y las organizaciones multilaterales en las últimas décadas del siglo XX», entre ellos el incremento inevitable de la desigualdad social (Robert y Portes, 2006: 58) 6. Aunque esta tendencia al incremento del crimen urbano afecta a toda América Latina, que tiene las tasas de homicidios de algunas de sus ciudades entre las más elevadas del mundo (Bergman, 2006; Porter y Roberts, 2005) —al tiempo lideran las estadísticas mundiales sobre asesinatos por arma de fuego (Small Arms Survey, 2004)—, autores como Briceño León (2002) sostienen que este proceso no es en absoluto homogéneo o monocausal. Para este autor, los mayores índices se dan en países y ciudades donde se da la confluencia de dos factores: altos índices de pobreza y alta intensificación de la urbanización. La combinación de estos factores es la que hace que países como Venezuela, Colombia o El Salvador tengan indicadores más elevados que Costa Rica, Uruguay, Argentina o Chile. Datos recientes sobre algunas ciudades venezolanas, especialmente Caracas, Valencia y Maracaibo, las colocan entre las más peligrosas del continente. La tasa de homicidios subió de 20 a 22 casos por cada 100.000 habitantes entre 1994 y 1998, llegando hasta los 45 en 2006. En ese mismo año, Caracas alcanzaba los 107 homicidios por 100.000 habitantes. Hasta el momento, ninguna política pública ha sido capaz de revertir esta tendencia 7.
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Agradezco a Loïc Wacquant su insistencia en que profundizara el vínculo de los rituales espiritistas más novedosos y violentos del culto de María Lionza con los efectos sociales de las políticas económicas neoliberales en Venezuela —durante el proceso de edición de la versión inglesa de este texto para la revista Ethnography (Ferrándiz, 2009)—, y por sugerirme la bibliografía idónea para hacerlo. 7 Aunque según el informe de PROVEA de 2006 (p. 331) señalaba un ligero descenso de los indicadores de criminalidad desde 2003 (especialmente en lo referente a los crímenes contra la propiedad y el número total de crímenes), no es posible hablar de un giro copernicano asociado a la gestión de Hugo Chávez ya que, por ejemplo, los homicidios no siguen esta tendencia. Durante mi trabajo de
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La década de los noventa y el cambio de siglo es una etapa de la historia venezolana heredera del trauma social producido por la revuelta popular —y posterior represión por parte de las fuerzas de seguridad del Estado— de febrero de 1989, conocida como el caracazo. Más allá de los efectos inmediatos de los disturbios y de su violenta represión, el caracazo supuso la ruptura de un largo pacto político 8. Desde el punto de vista de la élite, según apunta Coronil, el «pueblo» dejó de ser la «fundación virtuosa de la democracia» para convertirse en un «díscolo parásito social que debía ser disciplinado por el estado y convertido en agente productivo por el mercado». La gente común, por su lado, se sintió traicionada por los líderes políticos (1997: 378). Aparte de la fractura del pacto político entre el «pueblo» y la élite, para un buen número de autores esta rebelión popular marcó un hito en el proceso de despacificación de la vida cotidiana que están experimentado las ciudades venezolanas, especialmente los barrios pobres, donde la infiltración permanente de las distintas formas de la violencia —que tienen en el Estado a uno de sus principales agentes— en los sistemas
campo en Venezuela entre 1992 y 1995, el número toal de homicidios aumentó desde los 3.366 de 1992 hasta los 4.733 de 1994 (PROVEA 2006: 337). En 1998, cuando Chávez se presentó por primera vez a las elecciones, había un total de 4.550 homicidios en el país. El número total en 2006 era de 12.257, con un incremento del 23% respecto a 2005 (PROVEA 2007:39). En tres años, por lo tanto, la tasa casi se había triplicado. Un artículo más reciente del New York Times, basándose en datos del Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV), cifraba en más de 16.000 las personas asesinadas en 2009 (NYT, 22 agosto 2010). Más en concreto, el estudio que se filtró a la prensa, realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) y titulado «Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Ciudadana», había registrado 19.133 asesinatos y 16.917 secuestros en ese año, datos que generaron un importante revuelo en el país y tuvieron un importante impacto internacional. El propio NYT comparaba los datos de Venezuela con los de Irak, donde había muerto violentamente 4.644 civiles. Por otro lado, de acuerdo con el (INE), los niveles de pobreza se habían reducido en Venezuela desde el 55,6% en 1997 al 27,5% en 2007 (con los índices de pobreza crítica cayendo desde el 25,5% al 7,6% en ese mismo periodo). Sin embargo, en 2007, los niveles de desnutrición seguían en el 17% (uno de los peores índices de América Latina, según la FAO), la economía informal (aunque en descenso) seguía siendo estimada en el 44% de toda la actividad económica, y el desempleo representaba el 61% de la población económicamente activa. Véase PROVEA 2006 y 2007. 8 Sobre la violencia en Venezuela y sobre el caracazo, véanse, por ejemplo, Ochoa Antic (1992), Ugalde et al. (1994), Tulio Hernández (1994: 77-126), Coronil (1997), Márquez (1999) y Tosca Hernández (2000).
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locales, y en las rutinas y espacios de intimidad de sus habitantes, alimenta cotidianamente un escenario social teñido de recelo, inquietud y alarma. El concepto de «despacificación de la vida cotidiana», inspirado en el trabajo de Norbert Elias, es usado por Loïc Wacquant para referirse a la deriva hacia la violencia en la vida cotidiana de los guetos norteamericanos (2001: 109-111). Para Elias, según Wacquant, la violencia y el miedo se sitúan en el «epicentro de la experiencia de la modernidad: juntos forman el nudo gordiano que vincula las operaciones del Estado con la más íntima conformación de la persona» (ibid.: 108). La pertinencia de estas reflexiones en el caso venezolano, como en otros muchos, es evidente, como lo es la clara línea de puntos que une estos espacios despacificados con expresiones ritualizadas de la violencia como las de los africanos y vikingos. Este proceso adquiere su morfología y significación específicas en relación al nuevo perfil que adoptan las violencias en paralelo al desarrollo histórico de la sociedad venezolana. Como culminación de otras formas de violencia más antiguas y de una «matriz cultural de resolución violenta de los conflictos» que se ha consolidado históricamente en Venezuela 9, Tulio Hernández ha postulado la instalación paulatina en el país, desde la década de los ochenta, de un ciclo de violencia descentrada, impulsada por un sentimiento colectivo de orfandad de lo público, y caracterizada por el predomino de violencias sociales múltiples, caóticas, dispersas y fragmentadas, carentes de una trama dominante y de contornos definidos (1994: 105-106). La multiplicación y descentralización de violencias y la pérdida de referentes ideológicos o institucionales de algunas de ellas, como es el caso del deslizamiento hacia lo delincuencial de algunas violencias políticas residuales, hacen aún más desconcertante su irrupción continua y entrelazada en los espacios cotidianos de convivencia. Uno de los campos de batalla más notorios en los barrios se organiza en torno a los jóvenes, muchos de ellos, cada vez más,
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En concreto, el ciclo de «naturalización de la violencia privada» (que va desde la Guerra de Independencia hasta Gómez) y el ciclo de «centralización de la violencia por parte del Estado» (que va desde Gómez hasta finales de los sesenta).
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menores de edad. Sin duda, como ocurre en otros contextos de pobreza, segregación social y falta de horizontes sociolaborales, una buena parte de la violencia que devasta los barrios la ejercen jóvenes contra jóvenes. Las peleas entre bandas armadas por áreas de influencia y redes de tráfico de drogas, y el establecimiento de la culebra —variante local de las secuencias de muertos y la venganza de sangre— como principal eje articulador de las relaciones sociales, producen un número de bajas escalofriante, especialmente los fines de semana, como se ha mencionado anteriormente. Se trata este de un tipo de violencia confusa, «entrópica» y políticamente desmovilizadora que se origina como alternativa a la exclusión social, y que como sostiene Wacquant, debe interpretarse no como una «patología» social sino como un «subproducto del abandono político de las instituciones públicas en el núcleo urbano» (2001: 50, nota 10). Como escribe Philippe Bourgois, puede también entenderse como una forma extrema de una «cultura de resistencia callejera basada en la destrucción de sus participantes y la de las comunidades que les albergan», y tiene un indudable atractivo para algunos de los jóvenes que nacen y viven en su proximidad y carecen de otras fuentes alternativas de empleo, recursos económicos, poder y prestigio (1995: 9-11). Al mismo tiempo, en los sucesivos ciclos de la denominada guerra al hampa 10, muchos hombres de los barrios, especialmente los jóvenes, son objeto de políticas indiscriminadas de segregación, estigmatización, criminalización e incluso exterminio por parte del Estado y sus diversos agentes. Tulio Hernández describe la existencia de una violencia institucionalizada sobre los habitantes de los barrios, generalmente impune e imperfectamente organizada, que afecta muy directamente a los jóvenes y se expresa en operativos policiales, asesinatos, allanamientos, torturas 11, detenciones arbitrarias y otras formas de «delincuencia policial» (1994: 93-94). Los espectaculares operativos policiales, en los que se arrestan decenas o incluso cente-
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Para un análisis de esta retórica y sus principales consecuencias sobre los jóvenes, véase Márquez, 1999, cap. 4. 11 Véase Márquez, 1999: 209-214.
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nares de personas, especialmente jóvenes, por el simple hecho de tener cierto color de piel —por lo general más oscuro (niche) cuanto más se asciende en los escarpados cerros donde se instalan los barrios—, vivir en zonas determinadas de la ciudad o vestir en consonancia con las culturas de los barrios, son el ejemplo más claro de cómo la lógica de intervención policial de las autoridades en los barrios tiene componentes raciales y opera de forma indiscriminada 12. Para Tosca Hernández (2000), uno de los efectos más perversos de estos operativos, aparte de la propagación masiva de la sospecha, es la producción de antecedentes policiales a gran escala, lo que empuja a muchos jóvenes hacia un callejón sin salida. Otro ejemplo de la tormenta represiva que se cierne sobre los jóvenes de los barrios. A principios del año 2001, el Fiscal General del Estado admitió que la policía había organizado un plan de exterminio contra el hampa, que incluía ejecuciones sumarias 13. Y aún otro más. El Viceministro de Seguridad Urbana lamentaba hace unos años que la policía hubiera ajusticiado en torno a 2.000 predelincuentes, es decir, delincuentes potenciales, entre enero y agosto del año 2000 14. La combinación de los procesos que Loïc Wacquant considera decisivos en la transformación de los guetos norteamericanos en «maquinarias mortíferas de una relegación social descarnada», es decir, la despacificación de la vida cotidiana, pero también la desertificación organizativa y la informalización económica (2001: 109-113), con evidentes paralelismos en el caso venezolano, han contribuido en las últimas décadas la expansión y consolidación en los barrios de un modelo de supervivencia totalmente ajeno al modelo asistencial, formal y legal,
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Tulio Hernández identifica el procedimiento seguido en estos operativos con el de la pesca de arrastre (1994: 94). 13 Véase «Fiscal no niega que exista plan de exterminio contra delincuentes», EFE, 12 de enero del 2001. EFE recoge la denuncia que hace PROVEA en su informe de 1999, donde se censura la ejecución de 116 personas por parte de la policía durante ese año. 14 Véase «94 homicidios en todo el país», El Nacional, 19 de septiembre del 2000; Véase también Tosca Hernández, 2000. Sobre la legitimidad social del «derecho a matar», véase Briceño León, Camardiel y Ávila, 2002.
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caracterizado por la informalidad económica y la valoración de formas de comportamiento social ilegales y transgresivas. El culto a las armas, la presencia de la muerte como condicionante fundamental de las relaciones sociales, y la adicción a las drogas son elementos muy presentes en esta forma cultural popular de fuerte carga masculina donde, en sus manifestaciones más radicales, el honor y el prestigio social se asientan en versiones locales de cualidades como el valor, la audacia, la crueldad, la capacidad de seducción o la indiferencia ante la muerte 15. En breve, por usar el término vernáculo, se trata de ser lo más arrecho posible. Este estilo de vida se corresponde con el despliegue de un estilo corporal específico que absorbe y resignifica los efectos más tangibles de las violencias cotidianas. En su estudio sobre los niños de la calle en Caracas, Patricia Márquez analiza la importancia que en este contexto tienen las heridas y cicatrices como marcadores de estilo y prestigio (1999: 202-208). Las marcas de la violencia, cada una con su leyenda particular, denotan astucia para burlar el peligro, valentía para enfrentar el dolor, experiencia en los laberintos de la calle, etcétera. Es decir indican, de manera muy fundamental, la presencia de un superviviente de la calle y se convierten en eje fundamental de la identidad social. El origen de esta piel social (Turner, 1980) tan apreciada por muchos jóvenes de los barrios no es, sin embargo, sólo externo. Algunas de estas lesiones corporales, nos recuerda Márquez, son autoinfligidas. En ocasiones como expresión de un estilo personal —escarificaciones con diseños específicos—, en otras como mecanismo de protección a corto plazo —por ejemplo, para hacer más incómodo un arresto o protegerse de ataques o violaciones en las instituciones penales (ibíd.)—. Pero esta valoración positiva de las lesiones corporales dentro de algunas culturas juveniles de barrio, que conduce a su autoproducción ocasional, tiene una contrapartida con posibles consecuencias nefastas. Al visualizar el encuentro con los
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Pedrazinni y Sánchez han denominado a este estilo de vida caracteristico de los barrios, que consideran una amalgama de creatividad y violencia con paralelismos en otros contextos latinoamericanos, cultura de urgencia (1992: 31).
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proyectiles y filos de la violencia callejera —como si fuera un mapamundi, en palabras de Inocenta, una joven amiga espiritista—, la mera presencia de estas lesiones tiene el potencial de certificar, para las autoridades, la condición inequívoca de malandro de los jóvenes que las poseen. Aunque por supuesto este trágico estilo de vida callejero no es la único que existe en los barrios, ni tampoco sería justo considerarle como el dominante, quizá sí sea el que por sus características más afecta al funcionamiento diario de estos espacios urbanos autoproducidos —tiñendo con su lógica implacable y terrible un buen número de ámbitos de sociabilidad—, y es indudable que tiene una especial aceptación en los estratos más jóvenes de la población. Los jóvenes vinculados más directamente a formas de supervivencia delincuencial que, en necesario recordar, son una minoría, participan plenamente de esta cultura. Pero los muchos otros jóvenes con horizontes de vida no delictivos están inevitablemente expuestos a ella cada día en sus encuentros callejeros con bandas o patrullas de policías —cuyos miembros, en ambos casos, provienen mayoritariamente de los barrios. El amplio sector de la juventud que experimenta esta forma de vida más tangencialmente puede, sin embargo, cultivar sus formas más tenues o activar sus principales signos externos —como el habla, la corporalidad o el vestuario— en determinadas circunstancias. En un texto anterior sobre la expansión de los espíritus de malandros —delincuentes— en el culto de María Lionza (paralela a la de los africanos y vikingos y con vínculos semejantes con la despacificación de la vida cotidiana), ya discutíamos cómo «malandro» y «médium de espíritu malandro» no son categorías que se puedan solapar de manera automática. Muchos jóvenes espiritistas sin relación directa con la delincuencia entran en trance con estos espíritus de delincuentes, por ejemplo, como recurso identitario para enfrentar el estigma social, para aumentar su prestigio social, o también como mera estrategia de superviviencia para encarar situaciones complicadas en la calle (Ferrándiz, 2002; 2004b). Lo mismo ocurre con los africanos y vikingos de los que nos ocupamos en este texto. También es crucial en este caso evitar desde el principio las
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posibles asociaciones mecánicas que puedan surgir entre el contacto espiritista con los africanos y vikingos y la práctica de la delincuencia juvenil. Como me comentaba Daniel, un joven espiritista, «algunos de los muchachos que más se cortan en los ritos son luego almas de Dios en sus barrios de origen». Lo que más unifica a la mayoría de los jóvenes de los barrios, sean infractores peligrosos, ladronzuelos de poca monta, trabajadores honrados o almas cándidas, es la sospecha de predelincuentes —o delincuentes potenciales—, que se cierne sobre ellos. Y el ser construídos como sospechosos por la sociedad formal, su maquinaria mediática y sus instituciones de contenimiento y control social tiene, como hemos visto, implicaciones muy graves y concretas para todos ellos. Podemos considerar por tanto que es este elemento unificador externo, es decir, la producción, profundización y diseminación del estigma social y las consecuencias prácticas que se derivan de ello, el que condiciona de una manera más directa la relación que muchos jóvenes espiritistas empezaron a desarrollar con los espíritus de la violencia desde principios de la década de los noventa. Veamos ahora quiénes son estas entidades místicas y cuáles son las tramas corpóreas en las que se despliegan.
3.
MEMORIAS Y CUERPOS LESIONADOS
Del mismo modo que las sociedades se transforman, las formas de corporalidad que existen en su seno se modulan, se renuevan, se reinventan continuamente. En su conocido artículo «The Mindful Body», Scheper-Hughes y Lock nos hablaban de las características de tres tipos de cuerpos, así como las transiciones entre ellos. Se refrerían al cuerpo individual, al cuerpo social y al cuerpo político (1987). Con la definición del cuerpo político, trataban de dibujar un escenario analítico en el que, bajo la influencia de Foucault y otros autores, pudieran detectarse y estudiarse las relaciones de poder —vigilancia, control, regulación…— en los procesos somáticos. De este modo, «aparte de controlar a los cuerpos en tiempos de crisis, las sociedades reproducen y socializan regularmente los tipos de cuerpos
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que necesitan» (ibíd.:25). Pero lo mismo que determinadas estructuras y discursos de poder se afanan en producir tipos de cuerpos controlables y clasificables —como sería en nuestro caso el intento sistemático de disciplinamiento de los cuerpos de los jóvenes de los barrios mediante políticas de corte represivo—, los sectores subalternos pueden desafiar estas políticas corpóreas hegemónicas. Jean y John Comaroff han descrito de forma elocuente cómo determinados colectivos humanos llegan a implicarse en lo que denominan procesos de reforma corporal, en los que pueden llegar a revertirse las políticas corpóreas —la producción de cuerpos en base a la asimetría de poder— características de un régimen de poder determinado, en su caso, del colonialismo sudáfricano. Para estos autores, «los cambios en las fronteras entre el cuerpo y el contexto a menudo producen cambios en la condición existencial y en los estados subjetivos» de las personas implicadas (1992: 72-77). Scheper-Hughes y Lock, por su parte, sugieren que muchas de las prácticas corpóreas subalternas relacionadas con el sufrimiento social o la enfermedad contienen un mensaje en la botella, un mensaje de protesta y resistencia, que necesita ser descifrado más allá del sentido común y de los estereotipos políticos y mediáticos (1990). Podemos decir, por lo tanto, que el cuerpo ha sido históricamente un lugar privilegiado para la implantación de hegemonías, formas de desigualdad y de control social y político. Pero también ha sido un espacio igualmente privilegiado de conciencia crítica, indisciplina y disidencia. En ocasiones, las reformas corporales que acompañan a las distintas formas de resistencia ante el poder son difícilmente perceptibles a corto plazo. Pero, en contextos históricos y sociales determinados, pueden brotar de manera súbita formas de corporalidad radicalmente novedosas e inmediatamente perceptibles que, como señala Wacquant para los boxeadores del South Side de Chicago, permiten analizar el modo en el que determinados actores sociales incorporan de manera elocuente y tangible las estructuras —en este caso de exclusión y pobreza— en las que participan y se desenvuelven (1995a: 65). Este es el caso de los espíritus africanos y vikingos, del que nos vamos a ocupar a
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continuación. El espiritismo de María Lionza es una práctica social muy extendida en Venezuela, basada en la posesión. Por lo tanto, una buena parte de los valores, significaciones, estructuras de sentimientos ritualizados que circulan entre los fieles se dilucidan cuerpo a cuerpo durante ceremonias de un gran intensidad emocional y dramática, en las que las diversas modalidades del trance experimentadas por los espiritistas desencadenan una forma de estar en el mundo profundamente corpórea que podríamos caracterizar, parafraseando a Wacquant, como una libido espiritista (1995b: 520). Aunque hay una serie de cortes —categorías— de espíritus con cierta estabilidad, están continuamente emergiendo nuevas formas de corporalidad que en ocasiones no pasan de lo anecdótico y otras veces tienen un mayor impacto, llegando a colocarse en el corazón del espiritismo. Este es el caso de los africanos y vikingos, espíritus que amplifican algunas de las características más asentadas de la posesión en el culto, e introducen otras nuevas. De una manera general, estos espíritus de la violencia tienen varias particularidades que les separan de las categorías o cortes de espíritus más populares en el panteón hasta los años noventa del siglo XX —los indios, los libertadores, los médicos, los chamarreros, etc.— En primer lugar, están sobre todo asociados a médiums jóvenes —al igual que ocurre con los espíritus de delincuentes— y son generalmente rechazados o al menos atemperados por médiums formados en generaciones anteriores. En segundo lugar, presentan una corporalidad muy forzada e inhabitual, que se expresa en un gran retorcimiento anatómico y en un lenguaje poco comprensible en el que se mezcla el castellano con el inglés —ambos muy modificados— y algunas palabras portuguesas. En tercer lugar, basan su despliegue ritual en la producción de heridas de diverso tipo — cortes con cuchillas de afeitar y puñales, perforaciones con agujas, ingestión limitada de cristales o líquidos tóxicos, como el queroseno— en el cuerpo de los médiums a los que poseen, aspecto que sólo es periférico, o inexistente, en otros espíritus. En cuarto lugar, como vimos en la viñeta inicial de este texto, asumen una lógica competitiva más vinculada a las culturas juveniles callejeras que al propio espiritismo. Paulatinamente,
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se ha producido una progresión casi milimétrica del riesgo corporal que asumen los médiums —se alargan las agujas, se profundizan las heridas, se aproximan los cortes y punciones a zonas más sensibles de la anatomía, se incorporan nuevos instrumentos de automutilación, etcétera—. En quinto lugar, aunque no podemos ampliar este aspecto en estas páginas, baste señalar que el resultado estético de estas prácticas de automutilación ceremonial en progresión se sitúa a caballo entre el estilo punk —especialmente en la afinidad estética con el piercing— y las imágenes más popularizadas de la crucifixión barroca —los médiums caminan con los brazos extendidos, como cristos crucificados. Finalmente, su estilo terapéutico —estamos hablando fundamentalmente de terapia mística— se organiza en torno al uso curativo de la sangre del médium. Aún hay otro aspecto crucial de la posesión espiritista en la que los africanos y vikingos aportaron novedades: las tramas de la memoria o, para ser más precisos, como señala acertadamente Yolanda Salas en su artículo sobre el culto a los africanos y vikingos en las cárceles venezolanas, las recreaciones de la desmemoria (1998: 23) que cristalizan en las entidades místicas durante los trances. Partimos de la base de que los espíritus africanos y vikingos tienen una relación significativa con el proceso de despacificación que están experimentando los barrios venezolanos, y sin duda la corporalidad y memoria que sedimentan en los médiums tienen un referente claro en este proceso. Pero al mismo tiempo esta configuración espiritista se ha ido dotando, de un modo imprevisible, de una significación que trasciende este encadenamiento específico. En cumplimiento peculiar de la dialéctica entre las tragedias del pasado y del presente sugerida por Galeano en una de las citas que encabeza este texto (1971: 11), algunas de estas entidades místicas emergentes entroncaron desde el principio con una corriente de memoria popular referida a la época de la esclavitud en Venezuela. Como señala Connerton, la historia oral de los grupos subalternos tiene ciertas características que la diferencian de las historiografías oficiales, son «otro tipo de historia». No sólo son diferentes los detalles que la componen, sino que organizan su sentido siguiendo principios y ritmos también diferentes (1989: 76). Por
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lo tanto estamos hablando de una memoria popular, o una «historia desde abajo» (Hall, 1978), que opera en la periferia de la historiografía oficial, que se presenta imperfectamente elaborada, fragmentada y dispersa, que está habitada por una mezcla desordenada de personajes arquetípicos —que transmiten nociones esencializadas de la época esclavista—, y otros con tramas biográficas locales más reconocibles —que rescatan actos de violencia y resistencia más concretos, ya sea reales o imaginados—, y que permanece abierta en todo momento a interpretaciones múltiples y coyunturales. Entonces, ¿quiénes son, desde el punto de vista de la memoria popular, estos espíritus africanos y vikingos? Mi trabajo de campo tuvo lugar entre 1992 y 1995. La novedad y el éxito fulgurante de estos espíritus en aquellos años entre los jóvenes médiums me impidieron recoger testimonios excesivamente articulados sobre su naturaleza y significado. Nadie lo sabía muy bien todavía. Todos los marialonceros con los que hablé estaban de acuerdo en que africanos y vikingos pertenecían a la misma corte o categoría de espíritus. Su lenguaje, corporalidad y terapéutica eran indistinguibles. La primera pregunta que se venía a la mente, es decir, qué relación o hermandad podía haber entre «vikingos» y «africanos», tan separados geográfica, cultural e históricamente, y merecedores de cortes diferenciadas según la propia lógica del culto, quedaba frecuentemente reducida a la voluntad unificadora de la Reina María Lionza. Tampoco había consenso en todos los casos sobre quién era africano y quién vikingo. En ocasiones, los personajes estaban amalgamados como afrovikingos. En otras, las versiones sobre su presunto origen histórico eran contradictorias. Lo que más les une es su condición de guerreros o luchadores por la libertad, y la intensidad de su corporalidad, excesiva, herida y mutilada. Pero mientras que las narrativas que circulaban respecto a los vikingos —Mr. Vikingo, Mr. Robinson, Erik, Alondra, Mr. Bárbaro, etcétera—, adoptaban en general tramas heroicas muy escuetas provenientes de los cómics (como por ejemplo los libros del Príncipe Valiente, con los que su iconografía, según aparece en estatuas y estampitas de santo, tiene muchas afinidades) y de las películas históricas, los africanos eran más
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complejos y de varios tipos. En este texto, nos detendremos más en el componente africano de esta amalgama de espíritus pues los vikingos aportan fundamentalmente su condición de indomables guerreros, cualidad que está también asociada a los africanos. Por un lado, algunos de los africanos eran avatares de los orixás de la santería cubana —Santa Bárbara, Changó, Obatalá, las Siete Potencias—. Otros permanecían de modo genérico en la categoría de habitantes aborígenes de África. Algunos otros, como el Centauro de África, eran híbridos entre hombre y animales, en este caso hombre y caballo. Pero la mayor parte —Negro Congo, Chambelé, etcétera— portaban rasgos de cimarrones, es decir, eran interpretados colectivamente como antiguos esclavos venezolanos huidos de las plantaciones y del control de las autoridades y elites coloniales españolas 16. Vamos a profundizar ahora en el despliegue corpóreo de estos espíritus en la posesión. Así me describió Teresa, una materia de mediana edad que recibía africanos y vikingos pero que se resistía en lo posible a la violencia que traían asociada, a Mr. Bárbaro —un espíritu que, al contrario que otros médiums, ella consideraba africano, no vikingo—. [Cuando llega Mr. Bárbaro] al cuerpo, se siente como rabia, la mayoría de las veces se siente como que si uno tuviera rabia por dentro, la rabia se siente adentro. Entonces uno piensa que ese espíritu va a llegar cortándose, echándose machete. Entonces yo le tengo miedo… El Bárbaro, bueno, te lo estoy describiendo, es alto muy alto, grueso, tiene un «afro» bellísimo. Él fue el más arrecho de todos, pues, como [lo fue] Guaicaipuro en su tribu. Entonces a él lo metían preso y se escapaba. Le cortaron una pata para que no se siguiera escapando, y con esa pata mocha y todo, se seguía escapando. Lo tenían preso por ser esclavo. Bueno, le mocharon la pata, y siguió jodiendo. Entonces le mocharon [también] la mano, la mano izquierda. Le cor-
16 No eran, sin embargo, los primeros esclavos en llegar al culto. Ya había algunos otros en el panteón desde mucho antes, como el conocido Negro Miguel, líder de la famosa rebelión de esclavos de Buría en 1552, o el Negro Pío, que trató de matar a Bolívar. Esta línea anterior de espíritus de esclavos está en su mayoría asimilada a la corte de los chamarreros, cuyo estilo de corporalidad es mucho más liviano que el de los africanos. No tienen relación alguna con la inflicción de heridas en el cuerpo de los médiums o el uso terapéutico de la sangre, y por lo general basan sus actuaciones rituales en referencias obscenas y bufonescas.
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taron la pierna izquierda, y la mano izquierda. Entonces los demás espíritus africanos bajan con el pie torcido en honor a él. Porque el Bárbaro tuerce esta mano, y eso es porque la tiene mocha, la tuerce porque la tiene mocha. Cuando va llegando a tu cuerpo el fluido espiritual [en la primera fase del trance], se siente como si aquí en la mano no hubiese nada. Igual pasa en el pie, se siente la pata mocha, mochita mochita… (el énfasis es mío).
Como sugiere Teresa, el carácter cimarrón de los espíritus africanos se expresa somáticamente de diversas formas. Por un lado, en el tipo de estados afectivos que provocan en el médium. La mayor parte de los espiritistas vinculados a ellos hablan de sensaciones que me fueron descritas como rabia, furia, frustración, coraje, bravura, valentía, fiereza, etcétera. Se trata en general de emociones masivas, de gran intensidad, cercanas a la asfixia que describe Daniel, que hacen que estas posesiones provoquen un enorme desgaste físico y psicológico en las materias. El caso de José Luis en la ceremonia que narrábamos al principio de este texto es también sintomático de los extremos a los que puede llegar la dureza del trance con estos espíritus, mayor que en el resto de los componentes del panteón del culto de María Lionza. Según la lógica de la memoria popular venezolana, tan afín a las tramas heroicas y trágicas, estas sensaciones expresan la experiencia de los luchadores vencidos, de los perdedores de la historia, que arrastran con ellos la profunda decepción de la derrota pero también la promesa de resistencia y rebelión permanente. Simultáneamente, los africanos inscriben en el cuerpo de los médiums otros rastros de su experiencia de la esclavitud en forma de heridas y mutilaciones. Uno de los procedimientos más frecuentes de expresión de estas heridas de la historia es la aparición en el trance, en los momentos previos a la pérdida de la conciencia, de lo que podríamos denominar espacios de vacío sensorial —«se siente como si aquí no hubiese nada»—, que representan las torturas que les eran infligidas por diversos agentes coloniales en castigo por su rebeldía 17. Aparte de las sensaciones subjetivas del médium al recibir los fluidos espirituales, estas lesiones se mani-
17 Sobre los castigos y torturas a los esclavos, que incluían desde cepos y azotes hasta mutilaciones de miembros, véase Acosta Saignes, 1984: 243-261.
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fiestan públicamente con nitidez durante el trance. Casi todos los africanos despliegan una corporalidad contrahecha: se desplazan espasmódicamente, como si fueran esqueletos desprovistos de músculos y articulaciones, y cojean ostensiblemente, con uno de sus pies virado hacia dentro y/o con al menos uno de sus brazos pegado al cuerpo. Como en la narración de Teresa, estas minusvalías suelen atribuirse a amputaciones punitivas en las piernas, pies, brazos y manos. El otro procedimiento de visualización de la violencia esclavista es, como ya se ha mencionado, la autoinflicción de heridas con cuchillas de afeitar, puñales, cristales y agujas. Los cuerpos de las jóvenes materias, abiertas sus venas, quedan bañados en sangre en el transcurso de las ceremonias, evocando de manera explícita las consecuencias de la aplicación de cepos, carimbos, latigazos y otras formas de castigo colonial. Así, los africanos vienen a los cuerpos de los médiums como memorias heridas, rebeldes, rabiosas, que desmienten lo que Acosta Saignes califica como modelos idílico —de la dominación colonial— y calumnioso —del supuesto papel histórico irrelevante e inferior de los esclavos— de la época esclavista que han sido tan frecuentes en la historiografía oficial sobre la negritud en Venezuela (1984: 16) 18. Pero no sólo se trata de la recreación crítica de una de los etapas más aciagas de la historia venezolana. Esta representación tan expresa de la naturaleza del régimen colonial resuena con la crudeza de la violencia en las calles de la Venezuela contemporánea, de la que son protagonistas los descendientes, más o menos mestizados, de estos mismos esclavos. 4.
DE REGRESO A LA CALLE
La llegada de los africanos y vikingos al espiritismo y el escalamiento de las violencias que ejercen sobre sus materias transformó toda la superficie corporal en un territorio homólogo a las denominadas zonas rojas, es decir, a los escenarios
18 Sobre la trivialización y criminalización de los esclavos coloniales en una buena parte de la historiografía venezolana, véase también García, 1989.
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preferentes de la violencia urbana. Es sobre este lienzo de heridas y mutilaciones donde hemos de buscar las continuidades entre la violencia ritual y la violencia cotidiana. Parece claro que los africanos y vikingos son parte de esa lógica cultural juvenil masculina presente en los barrios caracterizada por la competitividad y la priorización de actitudes como el coraje, el desafío al peligro, o la indiferencia ante el dolor, y basada en el prestigio de las heridas y cicatrices. Frente a los críticos — que consideran todo esto una moda juvenil sin fundamento o, en el peor de los casos, un engaño—, entre los jóvenes médiums se valora enormemente el coraje necesario para recibir voluntariamente este tipo de violencia en el cuerpo, así como la capacidad para producir imágenes y actuaciones espectaculares que incluyan piercing, cortes y derramamiento de sangre. Los propios espiritistas establecen, como en el caso de Luis, homologías entre estos trances, las lógicas culturales juveniles y las iniciaciones guerreras 19. Podemos hablar aquí de un rito del barrio, no tanto de un rito espiritual, como de un rito del barrio. Hay algo importante, que es el valor, porque la gente piensa que mira, el que más cortadas tiene en el cuerpo, de repente es más valeroso, entonces, el cortar a alguien y que alguien sobreviva a esa cortada, da un poco de puntos, ¿ves? Me imagino que te puede dar este aval ante cierto grupo de personas, ¿verdad? Los africanos, o los indígenas, eran grupos donde el valor representaba mucho… Y entonces tenían sus ritos de valor, de iniciación… ritos de guerrero… Entonces esas iniciaciones eran dolorosas, tenían que ser dolorosas, porque el guerrero, ¿cómo soporta el sufrimiento corporal? ¿Qué otra forma de soportar el sufrimiento corporal que acostumbrándote al dolor corporal? (el énfasis es mío).
Aunque la mayoría de los médiums jóvenes tienen que enfrentar en algún momento la llegada de espíritus africanos, sea o no deseada, no todos están dispuestos a ceder sus cuerpos incondicionalmente a la violencia que traen consigo. Es frecuente que se produzcan negociaciones y se establezcan límites
19 Este es un aspecto que Yolanda Salas destaca en su artículo sobre los espíritus africanos y vikingos en las cárceles venezolanas (1998).
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al tipo de riesgos que están dispuestos a asumir. Por ejemplo Rubén, un joven médium del municipio de Catia la Mar, en el Litoral Central, se resistía a que el africano que bajaba en su cuerpo con asiduidad, John Charles, le cortara si no era indispensable para el éxito de una determinada curación. Así se lo hacía saber a sus ayudantes rituales antes de cada ceremonia, y éstos por lo general no le entregaban al espíritu los instrumentos cortantes que solía pedir cada vez que se personaba en un trance. «Luego se van a pensar que soy un malandro con todas estas cicatrices en el cuerpo», me comentaba. Su afirmación era sobre todo retórica. Su cuerpo estaba ya ostensiblemente cortado y pertenecía ya a las heridas de la memoria y de la calle. Los jóvenes que practican este tipo de espiritismo de forma asidua, en su mayor parte hombres, tienen sus cuerpos ya entrenados, podríamos decir que producidos, para la ceremonia de la sangre y la violencia. Las cicatrices y ampollas que recorren su pecho, antebrazos y muslos, modelados posesión a posesión, están listas para producir significativas cantidades de sangre incluso con incisiones superficiales. Por lo general, las perforaciones con agujas son epidérmicas, y su aproximación a zonas delicadas de la anatomía, como ocurría con la vena yugular en el caso de José Luis en la ceremonia que abre este texto, es sólo aparente. De hecho, los espiritistas más críticos con las materias que trabajan con africanos y vikingos argumentan que la violencia que se produce en estas ceremonias no es violencia de verdad, sino parte de un espectáculo fácil destinado a encandilar a los más impresionables. Sin embargo, entre los espectadores, el efecto resultante es de cortes profundos y dolorosos, y de evidente peligrosidad para la integridad corporal. Debido a las cualidades analgésicas del trance, no hay por lo general dolor. Pero aunque los médiums no sufran durante el trance, gestionan con habilidad lo que Scarry denomina la vecindad del dolor, y consiguen transmitir a los presentes con gran efectividad la «angustia de la persona herida» (1985: 15). Mediante secuencias de trances con estos espíritus, o muchas veces con la simple participación en las ceremonias, los jóvenes espiritistas establecen correlaciones directas entre la experiencia histórica de la esclavitud —tal y
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como se transmite y transforma en la memoria popular y en los campos sensoriales de la posesión—, y las circunstancias de su vida cotidiana en la Venezuela petrolera. El paralelismo, que se actualiza en cada trance y ceremonia es sin duda imperfecto, al tiempo que polémico entre los propios espiritistas. Pero la sensación de que, a la postre, «son la misma gente», y de que los escenarios de explotación y violencia son equiparables pone en marcha, con toda su carga elípitica, un proceso identitario con potencial para reinterpretar las experiencias contemporáneas de exclusión bajo el prisma de una peculiar memoria corpórea de la esclavitud, que podemos catalogar como disidente.
5.
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Volvemos a Las venas abiertas. En este caso utilizamos la turbadora imagen de desposesión y saqueo evocada por Eduardo Geleano en su conocido libro sobre América Latina en sentido tanto metafórico como literal. La literalidad supone recorrer el camino entre la exclusión y violencia estructural que Galeano denuncia, y la experiencia cotidiana, despacificada, de aquellos jóvenes venezolanos pobres y estigmatizados, sin apenas horizonte ni futuro. Las heridas producidas por estos espíritus durante el trance se fusionan y mezclan con las marcas corporales que tienen su origen en la desnutrición y la pobreza, la inadecuación de los servicios médicos, las peleas callejeras, la represión policial y carcelaria, o las manipulaciones estéticas de las culturas juveniles. La sangre que resbala por los cuerpos de los médiums no es sino un afluente más de la que corre cotidianamente por las calles de los barrios. Sin duda, el rito y la calle, como también la historia, comparten heridas y cicatrices. Las violencias estructurales, como nos recuerda Bourdieu, siempre se pagan en un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana (2000: 58). Pero las cadenas causales que llevan de unas violencias a otras no son automáticas, ni la significación de los actos y recorridos de la violencia es unívoca. La pobreza estructural y la exclusión social y política generan modos de vida y supervivencia de extraordinaria ambigüe-
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dad, parcialmente alienantes y liberadores al mismo tiempo. El mensaje en la botella está escrito con trazo firme y elocuente, pero con mano desconcertada. Así, resulta difícil dilucidar si la violencia de los africanos y vikingos expresa pura desesperanza autodestructiva sin horizonte de resolución, o es más bien un canal de empoderamiento y protesta airada de un espacio juvenil trágicamente expoliado y autoidentificado con las grandes gestas, reales e imaginadas, de las sagas nórdicas y la resistencia a la esclavitud. Lo más probable es que, como paradigma de las nuevas violencias descentradas de las que nos habla Tulio Hernández, sea ambas cosas al mismo tiempo, en combinación inestable. En todo caso, volviendo a la ceremonia inicial, el hecho de que un breve momento de ternura infiltre de modo terapéutico una estructura ritual acosada por dos excesos de violencia, la cotidiana —que destruyó de forma gratuita el futuro de Morrongo, como el de miles de jóvenes en circunstancias semejantes—, y la ritual —que proporciona a los jóvenes espiritistas tramas heroicas para herir con saña sus propios cuerpos y estructuras afectivas—, nos evoca el hastío de una generación de jóvenes con las intolerables circunstancias en las que tiene que desempeñar su vida cotidiana, y también la posibilidad quizá utópica de que la violencia, en este caso concreto, esté alcanzando el límite de tolerancia desde el que pueda comenzar a desactivarse.
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PARTE II MARGINALIDAD URBANA Formas y mecanismos de relegación en la ciudad dual
LA ESTIGMATIZACIÓN TERRITORIAL EN LA EDAD DE LA MARGINALIDAD AVANZADA Loïc Wacquant
La sociología comparada de la estructura, la dinámica y la experiencia de la relegación urbana en Estados Unidos y en los principales países de la Unión Europea durante las tres décadas pasadas revela no una convergencia sobre el patrón del gueto estadounidense, según afirman los medios dominantes y el discurso político, sino la aparición de un nuevo régimen de marginalidad. Este régimen genera formas de pobreza que no son residuales, cíclicas ni de transición sino inscritas en el futuro de las sociedades contemporáneas en cuanto se nutren de la desintegración del salariado, de la desconexión funcional entre los barrios desheredados de las economías nacionales y globales, y de la reconfiguración del Estado benefactor como un instrumento para hacer que se cumpla la obligación del trabajo asalariado en la ciudad polarizante. Con base en una comparación metódica de la evolución del gueto negro estadounidense y del suburbio obrero (banlieue) francés a principios del siglo, así como una indagación selectiva de las formas cambiantes de las relaciones sociales y la experiencia cotidiana en barrios relegados en otras sociedades avanzadas, este artículo destaca tres propiedades espaciales distintivas de la «marginalidad avanzada» y sus implicaciones en cuanto a la formación del «precariado» en las sociedades postindustriales.
1.
FIJACIÓN Y ESTIGMATIZACIÓN TERRITORIALES
En lugar de encontrarse diseminada en el conjunto de las zonas de clase obrera, la marginalidad avanzada tiende a concen-
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trarse en territorios aislados y delimitados, percibidos cada día más, tanto por fuera como por dentro, como purgatorios sociales, páramos leprosos en el corazón de la metrópoli postindustrial, donde solo aceptarían habitar los desechos de la sociedad. Cuando estos «espacios penalizados» (Pétonnet, 1982) son —o amenazan con volverse— componentes permanentes del paisaje urbano, los discursos para descalificar se intensifican y se cierran alrededor de ellos, tanto «desde abajo», en las interacciones ordinarias de la vida cotidiana, como «desde arriba», en los campos periodístico, político y burocrático (y a veces científico) 1. Una mancha de lugar se sobrepone así a los estigmas ya operantes, tradicionalmente asociados con la pobreza y la pertenencia étnica o con el estatus del inmigrante postcolonial, a los cuales no se reduce aunque tengan una estrecha relación. Llama la atención que Erving Goffman (1963) no mencione el lugar de residencia entre las «discapacidades» que pueden «descalificar al individuo» y quitarle «la plena aceptación por los demás». Sin embargo, la infamia territorial presenta propiedades análogas a las de los estigmas corporales, morales y tribales y plantea dilemas de gestión de la información, de identidad y de relaciones sociales muy similares, aun cuando presenta propiedades distintivas. De los tres grandes tipos de estigmas catalogados por Goffman (1963, pp. 4-5) —las deformidades del cuerpo», los «defectos de caracteres» y las marcas «de raza, de nación y de religión»— el tercero es al que se parece el estigma territorial, ya que «puede ser trasmitido por vía del linaje y contagiar por igual a todos los miembros de la familia». Pero, a diferencia de estas otras marcas de deshonra, puede ser disimulado y atenuado (hasta anulado) con bastante facilidad, por medio de la movilidad geográfica. En cada metrópoli del primer mundo, uno o varios municipios, distritos o concentraciones de viviendas sociales son
1
Los científicos sociales han hecho contribuciones significativas a la carga de difamación urbana al fabricar nociones pseudoacadémicas que disfrazan los prejuicios ordinarios de clase y de raza en un lenguaje de tonalidad analítica. Es el caso, por ejemplo, de la estricta categoría de underclass area propuesta en Estados Unidos por Ricketts y Sawhill (1988) para caracterizar (de manera perfectamente circular) los barrios donde habita la underclass, definida por un conjunto cuantificado de «patologías sociales» medidas en términos de espacio.
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conocidos y reconocidos como infiernos urbanos donde la violencia, el vicio o el abandono conforman la normalidad. Algunas adquieren incluso el estatus de encarnación nacional de todos los males y peligros que, se cree, ahora padece la ciudad dualizada 2: es el caso de Les Minguettes y de La Courneuve o del conjunto habitacional del Mirail, en Toulouse, en cuanto a Francia; South Central Los Ángeles, el Bronx y el gran conjunto de Cabrini Green en Chicago en cuanto a Estados Unidos; Duisburg-Marxloh y Berlin-Neukölln en Alemania; los distritos de Toxteth en Liverpool, Saint Paul en Bristol y Meadow Well en Newcastle, en Inglaterra, y los de Bijlmer y Westelijke Tuinsteden en Ámsterdam, en cuanto a los Países Bajos. Aun las sociedades que mejor resistieron el auge de la marginalidad avanzada, como los países escandinavos, se ven tocadas por este fenómeno de estigmatización territorial ligado a la aparición de zonas reservadas a los parias urbanos: No importa adonde viaje [por las provincias suecas], en todas partes me preguntan lo mismo cuando las personas a quienes conozco se enteran de dónde vengo: «¿Usted vive en Tensta? Pero ¿cómo puede vivir allá? ¿Cómo hace para vivir en un gueto?» (Pred, 2000, p. 123) 3.
Al final importa poco si estos lugares están arruinados o son peligrosos, si su población está o no compuesta esencialmente de pobres, de minorías o de extranjeros: la creencia prejuiciada de que así es basta para desencadenar consecuencias socialmente dañinas. Esto es cierto al nivel de la estructura y de la textura de las relaciones sociales en lo cotidiano. Por ejemplo, vivir en un
2 Algunos «caldos de cultivo» de perdición urbana, como el Bronx, alcanzan un estatus semejante a nivel internacional, como lo señala Auyero (1999) en su estudio sobre un barrio del gran Buenos Aires. 3 Tensta es un barrio de los suburbios norteños de Estocolmo con una fuerte concentración de inmigrantes y de desempleados. En la Suecia de principios del siglo, los «barrios problemáticos» (problemområde) como Rinkeby en Estocolmo y Rosengård en Malmoe son común y abiertamente designados con el casi sinónimo de «barrios de alta densidad de inmigrantes» (invandrartätområde). Una pareja de términos muy semejantes se usa para designar las zonas urbanas de relegación en Holanda: achterstandswijken y concentratiebuurten (Uitermark, 2003).
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gran conjunto habitacional (sub)proletario de la periferia de París genera un «sordo sentimiento de culpabilidad y de pena, cuyo peso subyacente falsea el contacto humano» (Pétonnet, 1982, p. 148). Ahí, es común ver que la gente oculte su dirección, evite que su familia o sus amigos la visiten y se sienta obligada a disculparse por vivir en un lugar difamado que macula la imagen que tiene de sí misma. «No soy de la cité, yo no», insiste una mujer joven de Vitry-sur-Seine, «vivo allí porque en este momento tengo problemas pero no soy de aquí, no tengo nada que ver con todos los de aquí». Otra invita al etnólogo a no confundir la cité con un barrio «porque en un barrio encuentras a toda clase de gente […] cuando aquí lo que hay es pura mierda» (Pétonnet, 1982, p. 149). De la misma manera se ha observado que los habitantes del gueto de Chicago niegan su pertenencia a la microsociedad del barrio y se empeñan en marcar sus distancias con un lugar y una población que, bien lo saben, están universalmente mancillados y de los cuales los medios y cierto discurso científico dan, sin cesar, una imagen envilecida. La aguda sensación de indignidad social que envuelve a los barrios de relegación sólo puede ser atenuada transfiriendo el estigma a un «otro», satanizado y sin rostro: los vecinos de abajo, la familia de inmigrantes que vive en el edificio de al lado, los jóvenes del otro lado de la calle, de quienes se dice que «se drogan» o que son «buscones» callejeros o aun los residentes de la otra cuadra, de quienes se sospecha que cobran de manera ilegal pagos por desempleo o beneficencia. Dicha lógica de la descalificación lateral y del distanciamiento mutuo, que tiende a deshacer un poco más a los colectivos ya debilitados de las zonas urbanas desheredadas, es difícil de frenar en la medida en que «El barrio estigmatizado degrada simbólicamente a los que lo rodean y quienes, a su vez, lo degradan simbólicamente ya que, desprovistos de todos los elementos necesarios para participar en los distintos juegos sociales, no comparten sino su común excomulgación. La reunión en un lugar de una población homogénea en cuanto a su desposeimiento tiene también como efecto redoblar el desposeimiento» (Bourdieu, 1993, p. 261).
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Los efectos de la estigmatización territorial también se hacen sentir a nivel de las políticas públicas. En un lugar públicamente etiquetado como «tierra sin ley» o «terreno de delincuentes», fuera de la norma 4, es fácil para las autoridades justificar medidas especiales, derogatorias en cuanto al derecho y a los usos, las cuales pueden tener el efecto —aunque no sea su intención— de desestabilizar y de marginar aún más a sus habitantes, y de someterlos a las imposiciones del mercado de trabajo desregulado, volverlos invisibles, o expulsarlos de un espacio codiciado 5. Así es cómo, después de una serie de reportajes amarillistas de la televisión, São João de Deus, barrio «embravecido» del norte de Oporto, con fuerte y notoria presencia de gitanos y de inmigrantes de Cabo Verde, hoy es conocido en todo Portugal como la encarnación infernal del «barrio social degradado». La alcaldía de Oporto se valió de su fama innoble como «hipermercado das drogas» para lanzar una operación de «renovación urbana», la cual, merced a una serie de redadas policiacas de mano dura, apunta esencialmente a expulsar y a dispersar a los drogadictos, los ocupantes de edificios abandonados, los desempleados y otros desechos humanos, con el fin de reinsertar al barrio en el mercado inmobiliario de la ciudad, sin la más mínima preocupación por la suerte de los millares de habitantes así desplazados 6.
4 Podríamos citar aquí un sinfín de obras sobre las banlieues que inundaron las librerías francesas en los últimos años, en los cuales el racismo de clase compite con el fantasma del peligro extranjero. Citaremos a una sola de ellas cuyo título resume la visión: Ciudades fuera de la ley: otro mundo, una juventud que impone su ley, Henni y Marinet (2002); Marinet es uno de los periodistas de France 2 que dieron origen al mito mediático de la explosión de las tournantes (violaciones colectivas) en las banlieues pobres. Bajo la apariencia del análisis y de la alarma cívica estos libros participan del discurso de la difamación de los barrios de exilio y de la deportación simbólica de sus habitantes. 5 Habría que estudiar desde esa óptica cómo la leyenda demoníaca de la underclass (paradójicamente promovida también por investigadores progresistas) contribuyó a legitimar, por un lado, la «reforma» de la ayuda social y la instauración del workfare en Estados Unidos en 1996 y, por otro, la política de destrucción masiva de los grandes conjuntos del gueto bajo el pretexto de los beneficios supuestos de la dispersión espacial para los pobres oficializados por la Quality Housing and Work Responsibility Act de 1998 (Crump, 2003). 6 Agradezco a Luis Fernandes (de la Universidad de Oporto) por estas informaciones y remito a su análisis de la estigmatización espacial relacionada
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2.
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LA ENAJENACIÓN ESPACIAL Y LA DISOLUCIÓN DEL «LUGAR»
La otra faz del proceso de estigmatización territorial es la disolución del «lugar», es decir la pérdida de una localidad humanizada, familiar en lo cultural y socialmente tamizada, con la que se identifican las poblaciones urbanas marginadas y donde se sienten «en casa» y en relativa seguridad. Las teorías del posfordismo sugieren que la reconfiguración actual del capitalismo implica no solo un vasto reacomodo de las empresas y de los flujos económicos, de los empleos y de las personas en el espacio sino también una revolución total de la organización y de la experiencia del espacio mismo (véase en especial a Harvey, 1989; Soja, 1989; Shields, 1991). Estas teorías son congruentes con las transformaciones radicales del gueto negro estadounidense y de la banlieue obrera francesa después de la década de los setenta, ya que se han reducido de ser «lugares» comunitarios empapados de emociones compartidas y significados comunes, apoyados por prácticas e instituciones de reciprocidad, a ser simples «espacios» indiferentes de competencia y de lucha por la vida. La distinción entre estas dos concepciones o estos dos modos de apropiación del entorno cercano se puede formular de la siguiente manera: los «lugares» son palestras estables, «llenas» y «fijas», mientras que los «espacios» son «vacíos potenciales», «amenazas posibles», áreas que deben ser temidas, aseguradas o de las que hay que huir (Smith, 1987, p. 297). El cambio de una política del lugar a una política del espacio, añade el sociólogo Dennis Smith, se ve alentado por el debilitamiento de los lazos fundados en una comunidad territorial en el seno de la ciudad. Así mismo, se nutre de la tendencia de los individuos a refugiarse en la esfera privatizada del hogar y del reforzamiento del sentimiento de vulnerabilidad que surgen durante la búsqueda de seguridad y el debilitamiento generalizado de los colecti-
con los «territorios psicotrópicos» de la ciudad portuguesa (Fernandes, 1998, pp. 68-79, 151-154, 169-174).
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vos sociales 7. Cabe evitar aquí todo «romanticismo» en cuanto a la situación de los barrios proletarios y de los enclaves segregados de antaño. Nunca existió ninguna «edad de oro» en la que la vida en el gueto norteamericano o en la banlieue popular francesa fuera dulce y las relaciones sociales armónicas y satisfactorias. Mas no deja de ser cierto que la experiencia de la relegación urbana, en este nivel, ha evolucionado para cobrar hoy una forma notoriamente más dura y enajenante. A modo de breve ilustración de ello tenemos que, hasta los años sesenta, el gueto negro estadounidense era todavía un «lugar», un oikuméne colectivo, un paisaje urbano humanizado —a pesar de ser el producto de una opresión racial brutal e inflexible— con el cual los negros tenían un fuerte sentimiento de identificación positiva, como lo expresaba la retórica soul y sobre el cual deseaban establecer un control colectivo —este era el objetivo prioritario del movimiento Black Power (Van DeBurg, 1992). El hipergueto de hoy es un «espacio» y este espacio desnudo ya no es un recurso compartido que los afroamericanos puedan movilizar o desplegar para protegerse de la dominación blanca y encontrar un apoyo colectivo para sus estrategias de movilidad. Al contrario: se volvió un vector de división intracomunitaria e instrumento para un encarcelamiento del subproletariado urbano negro, territorio temido y odiado del cual, como lo expresa abruptamente un informador del South Side de Chicago, «todos se quieren salir» 8. Lejos de conformar un escudo de protección contra la inseguridad y las presiones del mundo externo, el espacio del hipergueto se parece a un campo de batalla entrópico y riesgoso don-
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Para un análisis minucioso del «privatismo defensivo y retractado» tradicional de la clase obrera y su acentuación contra el telón de fondo de la descomposición del grupo en una ciudad minera del norte de Francia, véase Schwartz (1990). Para una descripción de la involución de las formas de sociabilidad y de solidaridad en el seno de los guetos del West Side y del South Side Chicago bajo la presión de la miseria y de la violencia extremas, véase Kotlowitz (1991) y Jones y Newman (1997). 8 Los esfuerzos (parcialmente infructuosos) de la clase media negra del South Side de Chicago por distanciarse espacial y socialmente del núcleo derrumbado del gueto y de las amenazas que encierra son estudiados con sutileza por Pattillo-McCoy (1999).
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de se escenifica una competencia de cuatro bandos: los predadores callejeros independientes u organizados (buscones y pandillas), quienes buscan saquear las pocas riquezas que aún circulan en él; los residentes locales y sus organizaciones de base (como Mothers Against Drugs [MAD], en el West Side de Chicago, o las asociaciones de vecinos y de comerciantes, donde aún las hay), las cuales se esfuerzan por preservar los valores de uso y de cambio de su barrio; las agencias de vigilancia y de control social del estado, encargadas de contener la violencia y el desorden dentro del perímetro del núcleo metropolitano racializado, incluidos trabajadores sociales, policía, tribunales, agentes de postliberación, etc., y los predadores institucionales del exterior (en particular los promotores inmobiliarios), para quienes la transformación de las franjas del Cinturón Negro para su uso por parte de las clases media y alta que vuelven a ocupar la ciudad puede generar ganancias fenomenales 9.
3.
LA PÉRDIDA DE UN «TERRENO DE APOYO»
A la erosión del lugar se suma la desaparición de un terreno de apoyo viable. En las fases anteriores de crisis y de restructuración del capitalismo moderno, los trabajadores temporalmente descartados por el mercado de trabajo podían replegarse en la economía social de su comunidad de origen, trátese de un distrito obrero funcional, del gueto comunitario o de un pueblo del campo o del país de donde se emigró (Young y Wilmott, 1954; Kornblum, 1974; Piore, 1979; Sayad, 1991) 10.
9
Véase Venkatesh (2000) para un relato contextualizado de las luchas de los años noventa entre los inquilinos del Robert Taylor Homes, la administración de la vivienda social de Chicago, los gangs, y diversas autoridades administrativas de la ciudad; véase Abu-Lughod (1994) y Mele (1999) sobre las batallas alrededor del encumbramiento (gentrification) de los barrios populares reocupados por la pequeña burguesía en Nueva York. 10 Se puede volver a leer, sobre este tema, el análisis clásico de Larissa Lomnitz (1977) sobre «el sistema de seguridad social de sustitución» compuesto por los amigos y vecinos en los barrios de la ciudad de México y la monografía de Carol Stack (1974) sobre las redes de ayuda femenina en un gueto negro del medio oeste estadounidense.
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Cuando los despedían de las fábricas, de las fundiciones o de los talleres de Chicago donde trabajaban a raíz de una caída cíclica de la economía industrial, los residentes de Bronzeville a mediados del siglo XX podían contar con el apoyo de los parientes, los amigos y la iglesia. La mayoría de los habitantes en su barrio seguían cobrando sueldos y una densa y solidaria red de organizaciones de vecinos ayudaba a amortiguar el golpe de las dificultades económicas. Lo que es más: los «negocios turbios» de las economías criminales y callejeras, cuyas ramificaciones atravesaban toda la estructura de las clases negras, les proveían con valiosos empleos provisionales (Drake y Cayton 1993 [1945], pp. 524-525). En contraste, la mayoría de los habitantes del South Side en 1990 no tenía empleo; el corazón del Cinturón Negro prácticamente se ha vaciado de sus medios de sustentación colectiva, y los puentes hacia el empleo asalariado de afuera fueron drásticamente cortados por la desproletarización de amplias franjas de la población: a los hermanos y hermanas, tíos y amigos, les cuesta mucho ayudar a conseguir un trabajo si ellos mismos se encuentran desempleados desde hace mucho tiempo (Sullivan, 1989; Wilson, 1996). Hoy en día los individuos excluidos del trabajo remunerado de forma duradera en los barrios relegados ya no gozan con prontitud de un apoyo colectivo informal mientras encuentran otro trabajo, el cual, además, puede nunca llegar o llegar sólo en forma de un subempleo inseguro e intermitente. Para sobrevivir deben recurrir a estrategias individuales de autoabasto, de trabajo a trasmano, de trabajo clandestino, de comercio subterráneo, de actividades criminales y de formas de «espabilarse» casi institucionalizadas (Gershuny, 1983; Pahl, 1987; Wacquant, 1992; Engbersen, 1996), las cuales no contribuyen mucho a aliviar su precariedad ya que «las consecuencias distributivas del esquema de trabajo informal en las sociedades industriales tienden a reforzar y no a reducir los patrones contemporáneos de desigualdad» (Pahl, 1987, p. 249). En muchas ciudades las características de la economía informal han cambiado radicalmente. Se ve cada día más autónoma y separada del sector oficial del empleo asalariado cuando no la dominan actividades criminales (Barthélémy et
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al., 1990; Leonard, 1998). De allí que sus circuitos paralelos ofrezcan cada vez menos puntos de entrada en el mercado del trabajo «legal», de modo que es frecuente que los jóvenes que entran en la economía subterránea se vean marginados de forma duradera (Bourgois, 1995). Si los barrios pobres de los inicios de la era fordista eran «barrios bajos de la esperanza», sus descendientes en la era del capitalismo desregulado se parecen más a los «asentamientos irregulares de la desesperanza» de la periferia urbana sudamericana, para tomar prestada la expresión de Susan Eckstein (1990).
4.
IMPLICACIONES PARA LA GÉNESIS INACABADA DEL PRECARIADO
La marginalidad avanzada también se distingue de las formas anteriores de pobreza urbana en que se desarrolla en un contexto de descomposición de clase (Azémar, 1992; Dudley, 1994) más que de consolidación de clase, bajo la presión de una doble tendencia a la precariedad y a la desproletarización en vez de la unificación y de la homogeneización proletarias (Kronauer et al., 1993; Wilson, 1996). Quienes sufren su tropismo y se ven envueltos en sus remolinos se encuentran por ende desconectados de los instrumentos tradicionales de movilización y de representación de los grupos constituidos y, en consecuencia, desprovistos de un lenguaje, de un repertorio de imágenes y de signos compartidos a través de los cuales se pueda concebir un destino colectivo y proyectar posibles futuros alternativos (Stedman Jones, 1983). Los obreros industriales de edad avanzada y los oficinistas de bajo nivel reducidos a obreros en una línea fabril de cuello blanco o vueltos prescindibles por la innovación tecnológica y por la redistribución espacial de las actividades productivas; los trabajadores precarios y temporales en los sectores desregulados de servicios; los aprendices, pasantes y titulares de contratos a plazo fijo; los desempleados que llegan al final de las pensiones de paro y los beneficiarios de los programas sociales de ingresos mínimos; los beneficiarios de larga dura-
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ción de la ayuda social y los sintecho crónicos; los mendigos, delincuentes y «buscones» que viven de la economía de botín en la calle; los desechos humanos de los servicios sociales y médicos y los clientes frecuentes del sistema de justicia penal; la progenie desencantada de las fracciones en declive de la clase obrera autóctona que enfrenta la inesperada competencia de los hijos de las comunidades étnicamente estigmatizadas y de los nuevos flujos de inmigrantes hacia los mercados de empleo y de títulos escolares: ¿cómo forjar el sentimiento de una condición y unos objetivos compartidos cuando la emergencia económica y la necesidad social se relacionan con configuraciones tan diversas? ¿Cómo unificar categorías que, si bien comparten —a ratos o de forma duradera— posiciones cercanas en un corte sincrónico de la estructura del espacio social y urbano, en realidad siguen trayectorias divergentes o encarnan disposiciones y orientaciones diferentes acerca del futuro? ¿Y cómo, más allá de estas solidaridades vecinas, establecer lazos tangibles y eficientes con la gama de asalariados desestabilizados por la desocialización del trabajo en todos los estratos de la jerarquía socioprofesional (Perrin, 2004)? La proliferación misma de las etiquetas que, se supone, designan a las poblaciones, dispersas y contrastadas, atenazadas por la marginalización social y espacial, como «nuevos pobres», «zonards», «excluidos», «underclass», «jóvenes de las banlieues», y la trinidad de los «sin» (sin trabajo, sin techo, sin papeles), habla mucho del estado de desacomodo simbólico en que se encuentran los márgenes y las fisuras de la estructura social y urbana reconfigurada. La ausencia de un lenguaje común alrededor del cual y por el cual se podrían unificar acentúa la fragmentación objetiva de los pobres urbanos de hoy. El instrumento organizativo tradicional de expresión y de reivindicación del proletariado urbano, o sea los sindicatos de trabajadores manuales y sus ramificaciones en el sector público, se revela singularmente inadaptado para lidiar con problemas que surgen de la esfera convencional del salariado regulado y la rebasan, y sus tácticas defensivas con frecuencia sólo agravan los dilemas que enfrenta y las cesuras múltiples que los separan de los nuevos (sub)proletarios mar-
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ginales 11. Las organizaciones nacientes de desamparados de todo tipo, tales como los sindicatos de desempleados, los grupos de ayuda a los sintecho y a los indocumentados, y las asociaciones de base que batallan en los múltiples frentes de la «exclusión», cuando existen, son demasiado frágiles y aún les falta ganarse el reconocimiento oficial en el escenario político para poder esperar ejercer algo más que una presión puntual e intermitente (Siméant, 1998; Demazière y Pignoni, 1999). En cuanto a los partidos de izquierda, a quienes les toca el papel tradicional de representar las categorías desprovistas de capital económico y cultural en el escenario político, están demasiado ocupados por sus luchas intestinas y encerrados en sus lógicas de aparato o en sus golpes mediáticos —cuando no se han reorientado abiertamente hacia las clases medias educadas, como es el caso del Partido Socialista francés— para, por una parte, entender la naturaleza y la amplitud de las transformaciones que moldean los barrios relegados y por otra parte considerar y aplicar las políticas públicas necesarias para contrarrestar el espiral de la marginalización avanzada 12. La dificultad misma para nombrar los fragmentos, escorias y astillas de la sociedad de mercado dualizada que se amontonan en las zonas desheredadas de la metrópoli, atestigua el hecho que el precariado —si así se puede nombrar a los márgenes precarios del nuevo proletariado— no ha logrado aún acceder al estatus de «clase objeto» (Bourdieu, 1977, p. 4), «obligada a formar su subjetividad a partir de su cosificación» por otros. Permanece en el estado de simple conglomerado compuesto, collectio personarium plurium hecho de individuos y de
11 Por ejemplo cuando los sindicatos renuncian a los derechos colectivos conquistados al cabo de luchas férreas para evitar las relocalizaciones y los despidos masivos, o cuando aceptan la instauración de una escala de remuneración y de protección social de varias velocidades como medio de limitar la disminución de sus efectivos (como es el caso en Estados Unidos en numerosos sectores, como el automotriz, la telefonía y el transporte aéreo). 12 Olivier Masclet (2003) ha mostrado, con base en una investigación profunda en un municipio comunista de la periferia cercana parisina, cómo la marginación social y espacial es acompañada por la marginación de los «activistas de la cité» en el campo político local.
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categorías heterogéneas entre ellas y definidas negativamente por la privación social, la necesidad material y el déficit simbólico. Solo un inmenso trabajo propiamente político de agregación y de representación (en el triple sentido cognitivo, iconográfico y dramatúrgico) puede hacer que este conglomerado tenga acceso a la existencia y por ende a la acción colectiva. Pero esta labor tropieza con una contradicción ineludible e insoluble, ya que surge de las tendencias divisorias que la constituyen: el precariado es una suerte de grupo inviable, cuya gestación es necesariamente inacabada, ya que solo se puede trabajar para consolidarlo a fin de ayudar a sus miembros a escapar de él, ya sea al encontrar una estabilidad en el trabajo asalariado o a escaparse del mundo del trabajo (por la vía de la redistribución y de la protección sociales). Lo contrario del proletariado en la visión marxista de la historia, llamado a abolirse en el largo plazo al unificarse y al universalizarse, el precariado no puede hacerse sin deshacerse inmediatamente 13.
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13 Para conseguir un conjunto de texto, documentos y llamados a la movilización del «precariado» (término lanzado por Droits Devants, «Globalisation du précariat, mondialisation des résistances», ÉcoRev, maio 2005, en: http:// republicart.net/disc/precariat/index.htm). Para tener un análisis del ascenso de la inestabilidad laboral y de las nuevas formas de movilización que produce en los márgenes del salariado regulado, ver Perrin (2004).
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LA MARGINALIDAD AVANZADA COMO UNO DE LOS SEMBLANTES DEL CAPITAL SIMBÓLICO NEGATIVO 1 Miguel Alhambra Delgado
En el artículo siguiente se pretende delimitar y analizar el concepto de “marginalidad avanzada” desarrollado por Loïc Wacquant para dar cuenta de los cambios estructurales acaecidos en las últimas décadas, sobre todo bajo las políticas neoliberales en el capitalismo tardío contemporáneo. Asimismo, y para lograr un adecuada compresión de dicho concepto es necesario incluirlo dentro de la perspectiva sociológica defendida por Pierre Bourdieu, de quien fue discípulo Loïc Wacquant, y más en concreto, es necesario inscribir el concepto de «marginalidad avanzada» dentro de la dinámica estructurante del capital simbólico, si bien no alrededor de los polos positivos, sí como un extremo de los polos negativos que estructuran el espacio social. Gran parte del trabajo de Loïc Wacquant se centra en el análisis de las capas más desfavorecidas y subordinadas de la estructura social, o bien dentro del marco del sistema penal (analizando el rol preeminente que éste ha adquirido en los últimos años como instrumento de gestión de la pobreza con el auge de políticas neoliberales), o bien mediante el análisis comparativo y sociohistórico de las trayectorias de barrios «degradados» en EEUU y Francia (los guetos y las banlieues). Aquí se intentará resaltar de manera sumaria una de las principales aportaciones de Wacquant a la sociología urbana como
1 Este texto es una versión actualizada y ligeramente modificada de la ponencia «El concepto de marginalidad avanzada de Wacquant como ‘polo negativo’ en la distribución diferencial del capital social bourdieuano” presentada en la X Congreso Nacional de Sociología en Pamplona 2010.
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es el concepto de «marginalidad avanzada». Ahora bien, entendemos que para adquirir una adecuada comprensión del trabajo de Wacquant es necesario, como ya se ha dicho, integrarlo en la perspectiva teórica desarrollada por Pierre Bourdieu. Es así, integrando las aportaciones dentro de un conjunto mucho más amplio de proposiciones e hipótesis teóricas interrelacionadas, como se observa su potencial intrínseco. Mucho más si incrustamos las investigaciones de Wacquant dentro del concepto bourdieuano de «espacio social», y específicamente, en la distribución diferencial que existe del capital simbólico, en donde el proceso de estigmatización «encuentra su lugar» como forma de constitución y mediación social de las clases más explotadas y subordinadas de la sociedad. De este modo, queremos hacer notar que nuestro análisis de las contribuciones de Wacquant se enmarcará dentro de lo que entendemos como una visión bourdieuana, con las restricciones o aciertos que ello pueda acarrear. Por tanto, nuestra intención es, en primer lugar, mostrar la concepción teórica del espacio social construida por Pierre Bourdieu como superación de la idea marxista tradicional de clase (aun cuando integra gran parte de sus hallazgos para rediseñarlos dentro de su trabajo conceptual). Posteriormente, se mostrarán los conceptos de estigmatización territorial y marginalidad avanzada desarrollados por Wacquant.
1.
EL ESPACIO SOCIAL BOURDIEUANO COMO MARCO RELACIONAL Y ANALÍTICO DE POSICIONES SOCIALES
Si bien es cierto que Pierre Bourdieu no dedicó gran parte de su trabajo a investigar las principales causas o mediaciones sociales que constituyen la pobreza, así como su evolución reciente (ésta ha estado presente dentro de un modelo teórico más global o abarcador) 2, sí que se pueden extraer varias herra-
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Aquí debemos hacer referencia a varias obras donde el autor francés, asumiendo una perspectiva relacional, presta una atención especial a las posiciones más subordinadas del mundo social (aunque no específicamente a la pobre-
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mientas e instrumentos conceptuales valiosos para dicho análisis. Siendo esto una de las potencialidades heurísticas de cualquier modelo teórico, esto es, por un lado, posibilitar una amplía aplicabilidad a los diversos casos y contextos específicos, por el otro, superar y evitar ciertos escollos o «puntos muertos» a los cuáles llegaban modelos alternativos, en términos de comprensión 3. La idea de espacio social se presenta como superación del pensamiento sustancialista, el cuál tiende a ver y privilegiar las propiedades o atributos a modo de esencias, así como a los grupos sociales en tanto que unidades. Por contra, la concepción del espacio social pretende mostrar y resaltar las relaciones, entendiendo que son éstas la parte constitutiva y ontológica de lo social. Trazar y construir las relaciones (en primera instancias invisibles) entre las diferentes posiciones sociales, distantes y/o cercanas, es el trabajo del científico social, donde las diversas propiedades sirven a modo de indicios para detectar las relaciones existentes. Como escribe el pensador francés, «se puede representar así el mundo social en forma de espacio (de varias dimensiones) construido sobre la base de principios de diferencia o distribución constituidos por el conjunto de las propiedades que actúan en el universo social en cuestión, es decir, las propiedades capaces de conferir a quien las posea fuerza, poder, en ese universo. Los agentes sociales y grupos de agentes
za) como son: en primer lugar, la mayoría de las investigaciones antropológicas desarrolladas en Argelia en sus primeros trabajos, donde observa el impacto brutal de la dominación colonial en una sociedad en gran parte precapitalista, así como las diferentes estrategias de dominación y de (re)adaptación que llevan a cabo los diversos agentes bajo la estructuración colonial existente (Bourdieu. 2006). Esta misma pista heurística será la seguida en el estudio sobre las condiciones de (re)producción y representación social en su pueblo natal, una sociedad campesina de los pirineos franceses (Bourdieu. 2002). De igual modo hay que señalar también el trabajo colectivo titulado La Miseria del mundo (Bourdieu. Coord. 1999a), dedicado a sacar a la luz los padecimientos y expectativas cortadas o frustradas de las clases bajas y medias del espectro social. Y finalmente, se puede también citar Contrafuegos I y II (Bourdieu. 1999b y 2001), donde sin dejar de lado el análisis sociológico el autor francés imprime un cariz más explícitamente político a sus escritos. 3 Una línea similar a la argumentada aquí es la llevada a cabo por Alicia Gutiérrez (2004 y 2007) en su investigación sobre la pobreza en barrios degradados de Córdoba, Argentina.
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se definen entonces por sus posiciones relativas en ese espacio» (Bourdieu. 1990: 282, el subrayado es suyo). Evidentemente, las posiciones en el espacio social carecen de ubicuidad, por lo que solamente se puede ocupar una posición o región del espacio social al mismo tiempo y, como ya se ha señalado, cada una se define en función de las variables más discriminantes o las propiedades «actuantes», esto es, aquellas que por la trayectoria histórica, junto con su desigual distribución funcionan a modo de ejes-fuerza u orientadores de las relaciones, ahora ya sí adjetivadas como relaciones de dominación o de subordinación. Los principales capitales o ejes que Bourdieu observa que configuran el espacio social son el capital económico, el cultural y el social. Por ello, nos encontramos ante un espacio pluridimensional que intenta superar la unidimensionalidad de los modelos economicistas. A todos estos capitales, comprendidos en tanto que vectores extensos y asimétricamente distribuidos en el espacio social 4, hay que sumar el capital simbólico, que está compuesto de cualquier forma que tomen los capitales anteriores, siempre y cuando sean reconocidos como legítimos. Por lo que es posible deducir incluso en el mismo campo simbólico la existencia de luchas o pugnas dedicadas a establecer cuál es la definición «verdadera» o «auténtica»; y ello bajo un proceso en continua reconstrucción, impugnación y/o mantenimiento. Un importante punto a tener en cuenta es que estas relaciones se encuentran vehiculadas por la estructura histórica precedente, de recursos, de «activos» o de desposesión. Asimismo, para mapear las diferentes regiones del espacio social atenderemos a tres factores o criterios: el volumen global de capitales, la peculiar composición de capitales y finalmente las diferentes formas temporales de (re)producción social de éstos, bien por trayectorias heredadas o bien por adquisiciones recientes.
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Se podría utilizar aquí el símil con el espacio físico y las principales variables o vectores que posibilitan la comprensión sobre la ubicación de los objetos, como son la longitud, la altura y la anchura, pues la intencionalidad es parecida, ubicar las diferentes posiciones sociales dentro de un ámbito relacional lo más extenso posible como para integrar a todas ellas.
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Una de las virtudes que tiene el modelo bourdieuano de espacio social es la de intentar tener siempre en cuenta la propia posición del investigador mediante un plus de reflexividad, de ahí que haga especial hincapié en un conjunto importante de sesgos y «distorsiones» que tienden a producirse en la investigación social 5, lo que implica que conseguir mostrarlas equivale a un principio de posible vigilancia y control. Estos sesgos serían aquellos que vienen derivados de la propia posición del investigador, es decir, de las condiciones sociales de posibilidad que producen y constituyen esa región tan específica del espacio social que son las ciencias sociales en tanto que institución social, o dicho con otras palabras, serían todos aquellos condicionamientos sociales que conforman, orientan y posibilitan la mirada sociológica o antropológica. Al margen del sesgo intelectualista (consistente en trasponer la cosmovisión propia del investigador derivada de su práctica social a los sujetos-objetos investigados, al percibir el mundo social más como algo a esquematizar, analizar y contemplar, hechos siempre a posteriori, que como algo que reclama la inminencia de la acción y la práctica, siempre a priori), nos interesa aquí la crítica que Bourdieu dirige a la visión marxista 6 de clase en la medida en que tiende a confundir la clase teórica o probable con la clase real, existente en tanto que grupo unificado subjetivamente y movilizado en el mundo social. De este modo, el análisis marxista de clase al proponer un mero «salto» (que pasa por un proceso de concienciación) desde la «clase en sí», definida de acuerdo a un número de condiciones objetivas, a la «clase para sí», fundada en factores subjetivos, tiende a ocultar gran
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Como cualquier otra posición social, la mirada del investigador no está libre de determinaciones y condicionantes y la mayor parte se encuentra de forma inconsciente. Por tanto, explicitarlos mediante la investigación sistemática será el paso primero y la mejor forma de adueñarse de ellos para controlarlos en el quehacer científico. Para un incisivo análisis de Bourdieu sobre la posición académica enviamos al lector a Homo Academicus (Bourdieu. 2007) o Meditaciones Pascalianas (Bourdieu. 1997). 6 Un análisis sobre la concepción del materialismo del sociólogo francés se puede encontrar en «Con Marx y contra Marx: el materialismo de Pierre Bourdieu» (Gutierrez. 2003), o también el artículo «On Symbolic Power and GroupMarking: Pierre Bourdieu’s Reframing of Class» (Wacquant. 2008).
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parte del proceso de producción necesario para la politización y movilización de cualquier agente social, así como su distribución desigual en cuanto a las condiciones de acceso (tanto objetivas como subjetivas, como pueden ser la autocensura y la autoexclusión, reflejadas en la frase «esto no es para nosotros»). En efecto, para que se produzca el fenómeno de pasar del mero agregado o colección de personas múltiples, sumadas o yuxtapuestas, (collectio personarum plurium) a una existencia o acción colectiva (corporatio) es necesario todo un trabajo de producción de solidaridades y sentidos compartidos continuamente por (re)hacer. Proceso de unión y desunión de lo social que tiene unas probabilidades de éxito dispares, debido a que existe una mayor posibilidad de extensión y durabilidad en el tiempo para todas aquellas posiciones sociales que se encuentran bajo unos condicionamientos semejantes por estar cercanas dentro del espacio social 7. Consecuentemente, en este proceso de movilización y politización es necesario asumir la desigual distribución de los diversos capitales, y más en concreto del capital simbólico, dado que es en este ámbito donde se efectúan aquellos procesos que hacen referencia a cuestiones de clasificaciones y divisiones, de legitimidad, de representaciones y de definiciones sobre lo que es y deber ser la sociedad, esto es, la «materia prima» mediante la que se constituyen los grupos, junto con las relaciones (de fuerza) existentes. Ahora bien, si en cualquier distribución de capital, ya sea económico o cultural, el Estado tiene un peso considerable a la hora de determinar la «orientación de la balanza» dentro de los diferentes contextos sociales, es desde el punto de vista del capi-
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De igual modo, se deducen diferentes modalidades de agencia, producto de la distribución asimétrica de capitales. Así por ejemplo, ciertas capas bajas del espacio social tienden a encontrar más dificultades para reconocer y plantear sus problemas e intereses en términos políticos (deambulando entre el fatalismo y la resignación, incluso escandalosa a los ojos del científico social). Mientras que, por contra, las clases medias con fuerte capital cultural son más proclives al ámbito político, si bien a través de una moralización de las situaciones, desdibujando los condicionamientos sociales mediante el disfraz de la personificación y las responsabilidades individuales (Bourdieu. 1988: 467 y ss.).
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tal simbólico desde donde éste adquiere un papel relevante, siendo el agente social con mayor concentración de poder de clasificación, codificación y nominación, tal como argumenta Bourdieu: «Todas las estrategias simbólicas mediante las cuales los agentes intentan imponer su visión de las divisiones del mundo social y de su posición en ese mundo pueden situarse así entre dos extremos: el insulto, idios logos por el cual un simple particular trata de imponer su punto de vista asumiendo el riesgo de reciprocidad, y la nominación oficial, acto de imposición simbólica que cuenta con toda la fuerza de lo colectivo, del consenso, del sentido común, porque es operada por un mandatario del Estado, detentador del monopolio de la violencia simbólica legitima» (Bourdieu. 1990: 296. El subrayado es suyo). Resumiendo esta breve exposición, señalar que para Bourdieu el mundo social está compuesto de dos tipos de estructuraciones (a su vez, estructurantes en sí mismas, una vez que contienen la dinámica estructural del estado de luchas anteriores), que tienden a interrelacionar entre sí. En primer lugar, esta dualidad de lo social la encontramos en una estructuración en forma objetiva o material, a través de la distribución desigual de los capitales, así como en los mismos objetos producidos. En segundo lugar, se observa en una estructuración subjetiva y simbólica, de disposiciones (imprescindibles para apropiarse de manera adecuada de cualquier producción material), apreciaciones, expectativas y representaciones de los sujetos o grupos. Entre ambas, posiciones y tomas de posición, se originan relaciones de homología. Finalmente, añadir que el espacio social tiende a producir su reflejo «deformado y difuso» en el espacio físico, en la medida en que los grupos poseedores de capitales pugnan por concentrarlos (lo que le concede a cada capital una mayor potencialidad), al mismo tiempo que utilizan estrategias para evitar la devaluación social. De aquí se sigue, como veremos más abajo, que aquellas zonas y barriadas más degradadas, material y simbólicamente (en cuanto a dotación de servicios públicos, empleo, seguridad, etc.), funcionan a modo de polos «repelentes» para su mismos habitantes. Tal como dice Wacquant, «el debilitamiento de los vínculos sociales fundados sobre el terri-
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torio, es decir, su mutación en capital social y simbólico negativo, alimenta como contrapartida una retirada a la esfera del consumo privatizado y estimula las estrategias de distanciamiento («yo no soy uno de ellos») que minan aún un poco más las solidaridades locales y confirman las percepciones despreciativas del barrio» (Wacquant. 2007: 311).
2.
ENTORNO SOCIAL Y EXPECTATIVAS POSIBLES EN LAS POSICIONES SOCIALES BAJAS: LA MARGINALIDAD AVANZADA DE WACQUANT
El concepto de marginalidad avanzada es desarrollado por Wacquant fruto, principalmente, del análisis comparativo de los guetos norteamericanos y las banlieues francesas, aunque es cierto que tiene en cuenta las dinámicas de los barrios «periféricos» en otros contextos nacionales. De forma simultánea a este estudio, Wacquant investiga sobre el papel del sistema penal en las últimas tres décadas de giro neoliberal y cómo éste ha ido adquiriendo un destacado protagonismo en tanto que método o dispositivo de gestión y gobernabilidad de la pobreza (complementado por el sistema asistencial). Se percibe aquí cómo la labor del Estado es uno de los determinantes importantes en la configuración de las posiciones subordinadas del espacio social. Uno de los mayores esfuerzos que Wacquant hace en sus estudios comparativos se concentra en redoblar la vigilancia y llamar la atención ante la importación de ideas 8, modelos o conceptos, de unos contextos nacionales a otros, pues argumenta que éste nunca ha sido ni es un proceso inocuo, sino que en el mejor de los caso implica distorsiones analíticas y en el peor puede contribuir a procesos de estigmatización. Como ha ocurrido por ejemplo con el concepto de underclass (importado a la realidad francesa por los mass medias y parte de la intelectualidad), convertido en una idea amorfa e indeterminada, que
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Un análisis de este proceso de internacionalización e importación de ideas o conceptos es desarrollado en «Sobre las astucias de la razón imperialista» (Wacquant y Bourdieu. 2005).
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bajo el supuesto de una realidad evidente y palpable, evitaba cualquier aclaración o cuestionamiento, siendo utilizado para designar los barrios «periféricos» franceses, hipostasiando los contextos y dramas del gueto estadounidense. Mediante este proceso lo que se consigue es obviar y «hacer tabula rasa» de las diferentes peculiaridades sociohistóricas, como por ejemplo, la desigual dimensión y trayectoria del Estado de Bienestar (mucho más robusto en Europa), junto con la especificidad de la visión y división racial en la estructura de clases (mucho más marcada en Estados Unidos). Una vez hechas estas advertencias podemos exponer las principales tendencias características de esta marginalidad que toma el calificativo de «avanzada» debido a que las formas de marginalidad que se observan no hacen referencia a formas preexistentes o pretéritas, sino más bien al futuro cercano de las sociedades contemporáneas. Estas características son: a) Una desvinculación entre las condiciones sociales de pobreza y el desarrollo macroeconómico, dado que no existe una disminución de la miseria por más que aumenten los parámetros macroeconómicos y nacionales. Es más, suelen ir unidos y en una relación inversa, así nos dice: «En todas las sociedades avanzadas el crecimiento fulgurante de las ganancias y de la fragmentación salarial van juntas» (Wacquant. 2007: 325). b) Así, una importante porción del trabajo asalariado en estos entornos se convierte en fuente de fragmentación y precarización, una vez que la oferta de empleo disponible que el mercado brinda a las posiciones de clase más subordinadas no excluye en ningún caso una superación de las condiciones de pobreza. Debido a ello, tiende a evaporarse y a reconfigurarse la idea del modelo de asalariado fordista, donde el trabajo posibilitaba eludir las situaciones de exclusión, junto con la posibilidad de que existiera un mínimo proyecto subjetivo de expectativas, o en definitiva, de futuro. c) Se produce una paulatina sustitución de las funciones estatales, por un lado se pasa del welfare al workfare, esto es, a una estrecha vinculación de la mayor parte de la política pública asistencial con la posesión o búsqueda de trabajo, por
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más precario que éste sea y, de forma simultánea, el sistema penal adquiere un protagonismo sin igual al multiplicar en muchos casos su tasas de encarcelados. En palabras del teórico francés, «la atrofia del Estado social y la hipertrofia del Estado penal en Norteamérica son dos transformaciones correlativas y complementarias que participan de un nuevo gobierno de la miseria» (Wacquant. 2007: 318). Ambos fenómenos contribuyen al proceso de estigmatización social de la pobreza al dibujarlos bajo el aura de «parásitos y maleantes», debido a que las explicaciones recurrentes enfatizan los factores explicativos psicológicos e individuales y por tanto la responsabilidad de los sujetos sobre las condiciones sociales y las responsabilidades colectivas.
3.
LA ESTIGMATIZACIÓN TERRITORIAL Y LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL SIMBÓLICO NEGATIVO
Otra de las características importantes de las nuevas formas de marginalidad es su concentración en el espacio físico, dentro de un universo social donde las expectativas fluctúan entre el desempleo, que en muchos casos alcanza a la mitad de la población activa, y la precariedad laboral, consecuencia en parte de la deslocalización del antiguo entramado fabril. Dicha deslocalización y empeoramiento de las condiciones materiales de subsistencia fomenta la estigmatización territorial por la elevada concentración física que acarrea. Para Wacquant esta estigmatización se une a las formas de estigma teorizadas por Goffman (1970), a saber: «malformaciones físicas», «fallas en el carácter» e «indicios de raza, nación o religión», si bien el estigma territorial se parece al último pues «puede transmitirse por medio del linaje y contamina por igual a todos los miembros de la familia» (Wacquant. 2007: 275), es más eludible (en teoría) e incluso modificable por medio de la movilidad geográfica. Todos estos atributos funcionan a modo de signos, (más que de honor serían aquí de deshonor) que distinguen a los colectivos o grupos de individuos. Sin embargo, a diferencia del modelo goffmaniano que carecía de una perspectiva estructural del
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mundo social en su conjunto 9, el modelo bourdieuano del espacio social sobre el que se apoya Wacquant le permite conceptualizar este proceso a modo de estructura estructurante, incluyendo las diversas trayectorias sociohistóricas colectivas. Dos son las consecuencias primordiales de este proceso de denigración y estigmatización de las clases más bajas. En primer lugar, se produce una erosión de solidaridades y/o sentidos compartidos, posibles y propicios para la movilización colectiva. Así Wacquant observa, en el contexto estadounidense, que los lazos culturales y significados que antaño compartían los habitantes del gueto, en cuanto a reivindicación de «lo negro» (black power), son sustituidos por un distanciamiento mutuo y un rechazo lateral entre los mismos residentes (similar fenómeno se observa en Europa donde la heterogeneidad etnorracial tiende a funcionar de barrera cultural). Por tanto desde una perspectiva intraclasita, este proceso de estigmatización social contribuye a la desposesión en la medida en que merma o evapora las posibilidades de movilización grupal y politización 10. Para describir esta situación Wacquant hace uso del concepto de «clase objeto» desarrollado por Bourdieu para representar la situación tradicional del campesinado, un concepto que corresponde principalmente a la desposesión simbólica y política en sentido amplio, en la medida que las condiciones sociales favorecen y fomentan cierta incapacidad para «mutar» en agentes activos, productores de representaciones compartidas que defiendan sus propios intereses en la «arena» política 11. En efecto, la inmensa mayoría
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Es decir, una perspectiva que tenga en cuenta y asuma como relevantes las relaciones más estructurales y/o a primera vista «ausentes» en cualquier encuentro situacional, aunque no por ello inexistentes y mucho menos inoperantes. Para una aproximación al concepto de interacción social en Goffman el lector puede dirigirse al artículo «La interacción social en Goffman» (Caballero. 1998). 10 De ahí la fascinación de Pierre Bourdieu por el movimiento de parados que puede apreciarse en Contrafuegos I (Bourdieu. 1999b: 129-133). 11 Vemos que la «arena» política en el modelo de espacio social bourdieuano no se concibe como algo simétrico e igualitario (presupuesto de la democracia formal inexistente en el mundo social), desde el momento que sería en las mismas condiciones de acceso donde se producirían las más importantes «cribas». Esto no excluye (es más promueve) que el objetivo a modo de
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de representaciones y discursos sobre la miseria, sobre sus contextos, explicaciones y causas, son elaborados por sujetos que proceden de otras posiciones de clase. En segundo lugar, esta estigmatización territorial y social funciona a modo de «autentica frontera» interclasista que arruina, o al menos dificulta en gran medida, cualquier posibilidad de unión y movilización colectiva entre la clase obrera y el subproletariado, por más que a menudo muchos procesos sociales afecten ambas regiones del espacio social (como la deslocalización industrial, la disminución del Estado del Bienestar y la precarización laboral, por citar algunos) aunque de forma desigual. Y es que si bien la clase obrera tiende a definirse en oposición a la burguesía en cuanto a gustos, percepciones y valoraciones, no es menos cierto que la denigración de las capas bajas por parte de las clases proletarias funciona a modo de estrategia de diferenciación y clasificación que los agentes utilizan para evitar el demérito social.
4.
LAS CONTRIBUCIONES DE WACQUANT A LA CONCEPCIÓN DEL ESPACIO SOCIAL
La mayor parte de los aportes teóricos de las investigaciones de Wacquant se pueden comprender de forma complementaria, y a la vez como fórmula potenciadora de los trabajos previos de Pierre Bourdieu. Así, una de las contribuciones más significativas de Wacquant al modelo conceptual del espacio social bourdieuano se encuentra, precisamente, en el trabajo comparativo que realiza, desde el momento que sus investigaciones se proyectan en dos sociedades estructural y sociohistóricamente muy diferenciadas 12. En efecto, esta metodología comparativa le
desiderátum que se persigue sea una sociedad más simétrica y verdaderamente democrática. 12 Recordemos que la noción de espacio social, aún pretendiendo incluir los procesos de internacionalización, sobre todo se circunscribe al ámbito nacional, debido al relevante papel que en la configuración social ha ejercido y ejerce
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permite dibujar los diferentes impactos sociales que las políticas neoliberales producen en los diversos contextos sociales. Por un lado, facilita observar esta particular ingeniería social, en sus tendencias más dominantes e internacionalizadas (más si cabe en la configuración de los diversos regímenes penales, donde el poder se muestra de forma inusualmente descarnada). Mientras que por otro lado, su análisis comparativo permite observar las diversas formas de recepción e integración en los contextos nacionales concretos, dependientes de sus trayectorias sociohistóricas, por lo que en vista de ello no se pretende aludir meramente a una cuestión de gradación diferencial, sino a todo un conjunto de condiciones de existencia y de posibilidad. Otro aspecto significativo a destacar sería la intención, compartida por ambos teóricos, de inscribir sus investigaciones en un paradigma conceptual y estructural relativamente amplio, prioritariamente enfocado hacia la investigación social, el cual permita incluir diversos estudios de casos concretos. De este modo se posibilita que los estudios de caso puedan alejarse de la «monografía exclusivista», muchas veces condicionada por un cierto empirismo ultrapositivista, que suele funcionar a modo reduccionismo en la medida que obvia elementos estructurales, dado que puede que éstos (aunque sean «factores actuantes») no se presenten de forma directa a la observación. Un ejemplo de ello podría ser el papel del Estado que, en las barriadas y zonas urbanas estigmatizadas, aparece caracterizado principalmente por su ausencia, por su no-acción (Bourdieu. 1999a: 528). En este punto, Wacquant profundiza la concepción de Pierre Bourdieu al subrayar cómo el Estado posee también un rol productor y activo en las regiones del espacio social más subordinadas, desde el momento que ejerce un poder de nominación negativa a través de todo el sistema penal y mediante unas polí-
el Estado moderno, en tanto que productor principal de los procesos de legitimación de los capitales (cultural y económico).
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ticas más o menos expansivas en términos de poblaciones carcelarias, o bajo custodia y vigilancia. Finalmente y para concluir, hay que reseñar dos de los aspectos que pueden resultar más problemáticos 13 dentro del modelo teórico de Wacquant. En primer lugar, y a pesar de analizar de forma exhaustiva la nominación negativa que sufren las capas más desfavorecidas del espacio social, se observa que su análisis se concentra sobre todo en el enfoque de las condiciones objetivas, echándose de menos un acercamiento más integrado desde una perspectiva «subjetivista» que rescate la visión de los agentes 14 en liza, al contexto, las significaciones o valoraciones nativas, es decir, ¿cómo se estructura el juego social en las zonas más estigmatizadas? ¿Qué relaciones de dominación se articulan allí? Por lo que es como si se vieran algo difuminadas las acciones y estrategias sociales de los habitantes de los guetos o las banlieues bajo el peso de las condiciones objetivas marcadas por la pobreza y el Estado penal-asistencial. En segundo lugar, son las políticas neoliberales las que aparecen en cierta medida «descontextualizadas», debido a que se encuentran dibujadas en ausencia de tendencias contrarias, cercanas o adyacentes, en definitiva, excluidas del campo de producción política, por lo que pueden parecer demasiado «prominentes», al encontrar reducidos «obstáculos» desde las proyecciones hasta las realizaciones. Aunque no es el caso, sí que esta estrategia analítica y
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Ambos aspectos son reseñados y explicados por Wacquant en la introducción de su libro Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social, Gedisa. Barcelona, 2010. Agradezco a Ignacio González Sánchez esta indicación. 14 Pienso sobre todo en el libro Los condenados de la ciudad (Wacquant. 2008) dado que creo que es donde de forma más sistemática trabaja nuestro autor el concepto de marginalidad avanzada. Por el contrario, este tipo de análisis más «subjetivista» o concentrado sobre las expectativas y valoraciones de los actores sociales ha sido realizado por Wacquant en otros trabajos, como por ejemplo sobre el ambiente pugilístico y lo que representa el boxeo en el gueto, en este sentido verse en Entre las cuerdas: cuaderno de un aprendiz de boxeador. (Wacquant. 2004), o también «Putas, esclavos y sementales: lenguajes de explotación y ajuste entre boxeadores» (Wacquant. 2005b), así como en la minuciosa entrevista «The Zone» en Pierre Bourdieu (Coord. 1999a).
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expositiva puede llegar a conformar lo que se podría llegar a denominar un cierto funcionalismo «de lo peor», al perfilarse las tendencias políticas de modo casi inexorable, y sobre todo, lo que es más grave, de forma inexpugnable; al margen eso sí, de la denuncia concienciada como única estrategia de defensa o polo de resistencia. BIBLIOGRAFÍA BOURDIEU, P. (1988), La distinción. Taurus. Madrid. — (1990), «Espacio social y génesis de las ‘clase’» en Sociología y Cultura. Grijalbo. México: pp. 281-309. — (1997), Meditaciones pascalianas. Anagrama. Barcelona. — (1999a), La miseria del mundo. Akal. Madrid. — (1999b), Contrafuegos I. Anagrama. Barcelona. — (2001), Contrafuegos II. Anagrama. Barcelona. — (2002), El baile de los solteros. Anagrama. Barcelona. — (2006), Argelia 60: estructuras económicas y estructuras temporales. Siglo XXI Argentina. Buenos Aires. — (2007), Homo Academicus. Siglo XXI Argentina. Buenos Aires. CABALLERO, J. J. (1998), «La interacción social en Goffman» en REIS nº 83. GOFFMAN, E. (1970), Estigma. Amorrortu Editores. Madrid. GUTIÉRREZ, A. (2003), «Con Marx y contra Marx: el materialismo de Pierre Bourdieu», en Revista Complutense de Educación, vol. 14, nº 2. — (2004), «La teoría de Bourdieu en la explicación y comprensión del fenómeno de la pobreza urbana», en Pierre Bourdieu, las herramientas del sociólogo de Luis Enrique Alonso, Enrique Martín Criado y J. L. Moreno Pestaña (eds.). Editorial Fundamentos. Madrid. — (2007), Pobres, como siempre…: estrategias de reproducción social en la pobreza. Un estudio de caso. Ferreyra Editor. Córdoba (Argentina). WACQUANT, L., y BOURDIEU, P. (2005), «Las argucias de la razón imperialista» en El misterio del ministerio. Pierre Bourdieu y la política democrática de Loïc Wacquant (Coord.). Gedisa. Barcelona. WACQUANT, L. (2000), Las cárceles de la miseria. Manantial. Buenos Aires. — (2004), Entre las cuerdas: cuaderno de un aprendiz de boxeador. Alianza. Madrid. — (2005a), «El color de la justicia. Cuando gueto y cárcel se asemejan y se ensamblan», en Repensar los Estados Unidos: para una sociología del hiperpoder. Loïc Wacquant (Dir.). Anthropos. Barcelona. — (2005b), «Putas, esclavos y sementales: Lenguajes de explotación y ajuste entre boxeadores», en Potlatch, año II, nº III.
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— (2007), Los condenados de la ciudad. Siglo XXI Argentina. Buenos Aires. — (2008), «On Symbolic Power and Group-Marking: Pierre Bourdieu’s Reframing of Class» Foreword to Pierre Bourdieu, Et klassespørsmål, Oslo, Forlaget Manifest. (accedido de la web el 22/02/2010: http://sociology.berkeley.edu/faculty/wacquant/). — (2010), Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social. Gedisa. Barcelona.
EL CONCEPTO DE GUETO COMO ANALIZADOR SOCIAL: ABRIENDO LA CAJA NEGRA DE LA EXCLUSIÓN SOCIAL 1 Luis Enrique Alonso «Las personas estudiadas por los sociólogos suelen tener problemas para reconocerse a sí mismos o reconocer sus acciones en los informes sociológicos que se escriben sobre ellos». Howard Becker 2
1.
INTRODUCCIÓN
Un concepto tan tradicional y de recorrido tan largo como el de gueto se ha generalizado en los últimos años, tanto en la literatura social como en el lenguaje común; en este ámbito general, sobre todo, espoleado por cierto tipo de medios de comunicación que encuentran en esta noción un buen artilugio retórico para remover miedos y soliviantar morales, construyendo con ello diferencias insalvables y fronteras de inseguridad cerca de nuestras actuales zonas de tranquilidad (espaciales y mentales) de clase media y de normalización ideológica (y, por lo tanto, de definición mercantil de lo social). Sin embargo, mucho antes de esta utilización indiscriminada y banalizada que hoy nos sale al encuentro por todas partes, el concepto de gueto había tenido una larga trayectoria de usos
1 Este artículo se ha realizado gracias a un proyecto de investigación financiado del Ministerio de Ciencia e Innovación con referencias CSO2008-02886. El trabajo se realiza además dentro del grupo de investigación: «Estudios sobre trabajo y ciudadanía» de la Universidad Autónoma de Madrid. 2 Howard Becker, Outsiders. Hacia una sociología de la desviación, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, p. 208.
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históricos tanto en la vieja sociedad europea, como en la joven comunidad norteamericana. Justo de esos usos, así como de las características sociales y espaciales del gueto en diferentes períodos históricos de la historia de Europa y los Estados Unidos, trata la gran primera monografía sociológica sobre el gueto hecha por Louis Wirth 3 siguiendo los más clásicos postulados de la imprescindible Escuela de Chicago a finales de los años veinte. El enfoque fundamental en el estudio de la formación del gueto utilizado por Wirth, siguiendo el pragmatismo típico de su paradigma de referencia, era el seguimiento del modo de distribución de los inmigrantes en las ciudades norteamericanas de recepción y los fenómenos sociales originados con ello. Los inmigrantes se reagrupaban, según esto, en torno a su etnia, religión, nacionalidad o color de piel de origen, sin olvidar el elemento complementario de la actividad o el oficio, por cuestiones fundamentalmente funcionales. La historia común y las prácticas (civiles y religiosas) de ayuda y apoyo en la acogida eran, según nuestro autor, las que originaban el asentamiento conjunto de las diferentes poblaciones inmigradas, que así encuentran en ese reagrupamiento espacial una forma favorable de mantener comportamientos y hábitos más unificados sobre su identidad de referencia, así como de organizar servicios, formas de vida, equipamientos comerciales o, incluso, lugares de culto. El gueto judío que Louis Wirth estudió históricamente, encerrado entre muros o no, representaba una forma de mantenimiento multidimensional (económico; simbólico/ritual, político) de un imaginario étnico, pero en ningún caso hay que olvidar que esta situación en muchos y largos períodos de la historia europea había sido producto también del control, la obligación, el dominio y hasta la violencia externa impuesta a
3
La versión tradicional del gueto norteamericano en la imprescindible versión canónica de la Escuela de Chicago se encuentra en una serie de contribuciones clásicas realizadas a mediados y finales de los años veinte y que se pueden localizar en ediciones de textos como los de Louis Wirth, On Cities and Social Life. Selected Papers, Chicago, University of Chicago Press, 1964, o en la compilación francesa de los textos sobre el tema de este autor: Le ghetto, Grenoble, Presses Universitaires de Grenoble.
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la comunidad. Según el propio Wirth en los Estados Unidos de principios de siglo XX, está imposición ya no era una característica relevante del gueto judío norteamericano, que por entonces se convertía fundamentalmente en un lugar de paso, un refugio, un espacio físico y temporal de transición entre el país de origen y el país de destino; entre una vida pasada y una vida por construir. Continuamente los estudiosos e investigadores del tema han estado remarcando estos dos aspectos del gueto, el concepto siempre sirve para designar un lugar de concentración de una comunidad o grupo humano particular que presenta y concentra prácticas sociales específicas, pero es evidente que en muchas ocasiones este espacio encuentra su sociogénesis en una dominación y determinación externa asentada en mecanismos que siempre tienen por misión segregar, estigmatizar y separar. Pero no olvidar, para el tema del origen y desarrollo histórico de los guetos, las funciones de dominio y control de unos grupos sobre otros en los que se ha desenvuelto la fijación de las poblaciones en el territorio no significa tampoco menospreciar las muchas dinámicas funcionales, comunitarias, integrativas, positivas o prácticas que conducen al mantenimiento del gueto, ni la complejidad de las tensiones entre los espacios externos e internos de las comunidades demarcadas 4. En este sentido, siempre sería necesario estudiar las capacidades concretas de cada grupo para etiquetar y ser etiquetado y el sistema relaciones y poderes concretos de las posiciones sociales que se encuentran en juego, evitando cualquier pretensión de juicio estático; siendo imprescindible, a su vez, seguir cuidadosamente las dinámicas que han construido
4 A finales de los años veinte el gran Robert E. Park, quizás el más genuino representante de la primera formación de la Escuela de Chicago, prologuista del libro de Wirth, y uno de los principales y tempranos teóricos de la ciudad, ofrece una visón multidimensional del gueto, que si bien desde la Venecia medieval ha tenido un sentido de imposición y control también se ha comportado como una construcción dinámica, de defensa y expresión de identidades con resultados materiales y normativos no sólo ambivalentes, sino en muchos casos contradictorios. Sobre esta primera visión de la doble cara del gueto véase Robert Ezra Park. La ciudad y otros ensayos de ecología urbana. Estudio preliminar y traducción de Emilio Martinez. Barcelona, Ediciones del Serba, 1999, pp. 111-115.
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y reconstruido la situación concreta de la segregación. Desde los primeros trabajos contemporáneos sobre el gueto sabemos que la pretensión de naturalidad de la segregación o del enclaustramiento espacial de la posición social, expresada por el sentido común urbano en la impropia identificación de los guetos con una esencia étnica, cultural o religiosa, debía ser sustituida, en cualquier proyecto de investigación consistente del fenómeno, por una visión relacional donde los esquemas de dominación —y contradominación— son múltiples, históricos y abiertamente políticos. Sin embargo, la deriva actual del término «gueto» ha consistido en asimilar bajo este preconcepto a todo hábitat en que se concentren familias pobres, población considerada de antemano como marginal, zonas deprimidas, asentamientos no asimilados culturalmente o con problemas de concentración de delitos u orden público, etc. Se refuerza con este uso lingüístico de la noción de gueto la tendencia a significar una zona de inusitada visibilidad de las minorías étnicas, desempleo estructural y masivo concentrado y ausencia escandalosa de los valores y referencias culturales positivos, y por lo tanto peligrosa para todos aquellos grupos sociales que han sido construidos como producto de la normalidad histórica nacional (lengua, costumbre, religión, relatos de la grandeza patria, etc.). Este tratamiento habitualmente mediático, pero también típico de la política municipal (y estatal) más convencional, ha dado lugar a eufemismos internacionalmente bien conocidos para duplicar la palabra gueto —«barrios sensibles», «zonas problemáticas», «reagrupamientos étnicos», «comunidades diferenciadas», «hábitat multicultural» y un larguísimo etcétera que podría abrir páginas enteras—; pero el resultado es el mismo, el de la prescripción desde la normalidad de un contenedor social patológico, aparecido por la naturalidad, fuerza y contumacia de los miserables, o de los no homogeneizados culturalmente, y cuya única razón de ser es la de testimoniar la falta de méritos de los perdedores en la competencia mercantil, lo que en palabras de Zygmunt Bauman, vendría a constituir el ejemplo de una ética y una estética postmoderna que presenta a los pobres como un archipiélago de excepciones o como residuos
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humanos de la modernidad líquida cuya existencia no obliga moralmente a nadie, pues sólo los individuos existen y se cuidan a sí mismos 5. El gueto nos sirve hoy para trazar una línea de frontera gruesa y estigmatizante entre lo normal y lo patológico, justificando esta parte maldita de la sociedad como un hecho natural que materializa en el espacio urbano la fuerza de la ausencia de méritos, la ineficiencia económica, la diferencia étnica o el rechazo a la modernización de las minorías no normalizadas 6. Abrir ahora el debate sobre el concepto de gueto, por ello, no sólo tiene un sentido académico, sino que es un buen ejercicio de estudio genealógico de los problemas sociales; de proyecto de iluminación de cuáles han sido los mecanismos multidimensionales que sirven para construir la discriminación y la dominación que se inscriben en el espacio. Y aquí la importancia reflexiva e intelectual del proyecto no es pequeña, pues nos sirve para observar que los resultados de ciertas descripciones y estudios sociales, si se dejan llevar por el cliché predeterminado por categorías mostrencas, entresacadas de las modas, ciertos medios de comunicación o los dictámenes políticos coyunturales, y no se ajustan a los análisis concretos de las formaciones sociales concretas, no hacen otra cosa que reproducir metodológicamente los discursos más conservadores
5 Como ejemplo de los fascinantes trabajos de Bauman sobre las vidas desperdiciadas —y olvidadas— por la modernidad líquida y la emergencia de los residuos de la globalización pueden citarse: Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Barcelona, Paidós, 2005; Confianza y temor en la ciudad, Barcelona, Arcadia, 2006 y Archipiélago de excepciones, Barcelona, Katz/CCCB, 2008. Los argumentos de Bauman sobre las transformaciones de la ética en la modernidad líquida se encuentran en Ética postmoderna, Madrid, Siglo XXI, 2004. Son interesantes las reflexiones que hace el antropólogo barcelonés Manuel Delgado sobre el uso del concepto de gueto como amenaza en las justificaciones normativas de las políticas municipales, muchas veces para evitar las políticas de construcción de vivienda pública y de zonas donde se limiten las promociones inmobiliarias estrictamente privadas, ver, La ciudad mentirosa, Madrid, Libros de la Catarata, 2007, pp. 168-177. 6 De esta manera se producen junto con el uso moralizante del concepto de gueto todos los mecanismos de generación de identidades deterioradas y de categorizaciones aberrantes enfrentadas a lo corriente y natural que estudió magníficamente Erving Goffman en su deslumbrante Estigma, Buenos Aires, Amorrortu, 1970.
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sobre la peligrosidad social de la pobreza y aumentar involuntariamente el problema que teóricamente querían denunciar. En este aspecto la aportación de la obra de Loïc Wacquant 7 en el esclarecimiento de estos temas ha sido, como se verá en estas páginas, de primer orden; con resultados que superan en mucho el exclusivo interés universitario y nos introducen en terrenos imprescindibles de abordar en el campo de las políticas sociales o en el debate público sobre la definición de lo que es pobreza y exclusión social. 2. ¿ES POSIBLE HABLAR SIEMPRE DE GUETO? El abuso presente del concepto de gueto no es casual, sino que forma parte de una retórica de la segregación estrechamente vinculada al capitalismo flexible y postfordista actual que asocia el mantenimiento de la pobreza no al fracaso de las políticas públicas tradicional, sino a un «nuevo» problema «cultural», étnico y migratorio. El racismo implícito que se despliega al conceptualizar como gueto gran parte de las comunidades étnicas que han adquirido abierta presencia en la supuesta normalidad europea actual —al ser inmediatamente asociadas a delincuencia, zonas especiales o barrios sensibles—, tiende a reforzar la separación simbólica y, a la vez, la unificación de la comunidad diferenciada como una situación de otredad absoluta y de convivencia, problemática, sino imposible, por definición. Otredad que se refuerza cuando se plantea desde los sectores más conservadores, una asimilación absoluta y forzada —en forma de «contrato de integración» o de cualquier forma de aculturación obligatoria—, que no sería otra cosa que una especie de solicitud forzada de suicidio de identidad, tan poco verosímil en su práctica como autoritaria y
7 Las tres aportaciones fundamentales de nuestro autor sobre el gueto traducidas al español Löic Wacquant, Parias urbanos Marginalidad de la ciudad a comienzos del milenio, Buenos Aires, Manantial, 2001; Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado, Buenos Aires, Siglo XXI. 2007 y Las dos caras de un gueto. Ensayos sobre marginación y penalización, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010.
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prefascista en su propuesta. Sólo a esta intención de ciertos medios y de ciertas políticas de remarcar las diferencias desde étnicas a económicas —para tratar de manipularlas—, se puede atribuir el resurgir y la generalización de un concepto tan antiguo que hay que buscarlo en la Venecia de 1516, cuando por decreto se ordenaba que el barrio judío de aquella ciudad se convirtiera en un lugar de asignación residencial estricta y obligatoria para todas las familias hebreas que pretendiesen permanecer en la ciudad de aquel tiempo. Sin embargo parece difícil asociar nuestras actuales zonas pobres de las periferias urbanas a formaciones de control fuertemente asociadas a la cuestión judía y que llegaron a su paroxismo, por ejemplo y por citar el más conocido, en el monstruoso y totalitario gueto de Varsovia de principios de los años cuarenta, organizado por la ocupación nazi, como una institucionalización absoluta de una máquina espacial de segregar, aterrar y exterminar. Una filiación como ésta, al menos, debería impulsar un uso cuidadoso y exacto del término gueto, porque está cargado semánticamente de demasiadas connotaciones históricas como para utilizarlo con su actual ambigüedad y la banalización. No obstante, como venimos diciendo, la noción de gueto ha devenido, por extensión, en sinónimo de zona pobre. Y bien decretado oficialmente (políticamente), o bien difundido mediáticamente, este concepto se asimila con la concentración espacial de la exclusión (o sea con una patología social explícita) y, sobre todo, a partir de la explosión de las representaciones sociales de la inmigración reciente, con la invasión por extranjeros de barrios o zonas urbanas que se consideran ahora como ocupados por extraños. El gueto se tiende a presentar así como concentración étnicamente homogénea, que tarde o temprano acaba funcionando como una microsociedad con normas, valores, culturas y religiones propias, y en gran medida disolventes de la gran cultura nacional de referencia, cuyas tradiciones se ensalzan implícitamente como normales, es decir como normas de obligado cumplimiento. Todo ello, de facto, da como resultado el descrédito público, la estigmatización activa y la segregación radical, y acumulativa, de toda comunidad o conjunto de minorías que queda atrapada en la imagen mental o
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espacial de gueto, banlieue, zona sensible, barrio étnico, o cualquier término de este campo semántico. 8 La controversia social sobre las migraciones actuales ha hecho reaparecer el gueto de una manera contradictoria y llena de peligrosas ambigüedades, puesto que si bien, tanto académicamente como en las directivas de las políticas sociales dominantes, se tiende a rechazar la idea de que se pueden asimilar las condiciones de vida de las periferias urbanas europeas de principios del siglo XXI —y, en general los barrios pobres receptores «masivos» de inmigración—, con los guetos históricos sobre todo norteamericanos; luego, por el contrario, se habla continuamente de convergencia de los problemas, de guetificación de las ciudades europeas asociada al remonte y la consolidación de la inmigración o, incluso, de la americanización de los disturbios (en el sentido que empiezan a darse movilizaciones étnicas como las tradicionales revueltas negras de los Estados Unidos). Por otra parte muchas de las políticas actuales sobre barrios sensibles, asimilación étnica y luchas contra la exclusión, dibujan, de manera latente o manifiesta, la figura amenazante de un multiculturalismo agresivo y negativo que hay que disolver concentrando políticas especiales y medidas excepcionales sobre poblaciones enclaustradas que se consideran por definición ajenas. El uso generalizado de la palabra gueto y sus sinónimos, en el discurso político, los medios de comunicación y los dosieres administrativos, ha venido contribuyendo a ocultar las diferentes formas de vida que pueden existir en las ciudades y las distintas maneras de adaptación y manejo de los recursos y capitales sociales que tienen los habitantes de las muy diversas
8
Frente a cualquier pretensión de homogeneidad o monolitismo social estigmatizador, los estudios empíricos sobre las banlieues y las periferias europeas en general, hace siempre un retrato de su enorme diversidad, su génesis histórica y su articulación de diferentes dinámicas políticas, sociales y económicas, véanse para este tema los trabajos de Cyprien Avenel, Sociologie des «quartiers sensibles», París, Armand Colin, 2007; Maïte Clavel, Sociologie de l’urbain, Paris, Anthropos/Economica, 2ª ed., 2004; Marc Hatzfeld, La culture des cités, París, Autrement, 2007; Marcel Roncayolo, La ville aujourd’hui. Mutations urbaines, décentralisation et crise du citadin, París, Seuil, 2001 y, finalmente, Jacques Donzelot (dir), Faire société. La politique de la ville aux Etats-Unis et en France, París, Seuil, 2003.
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zonas de nuestras ciudades. A veces basta señalar los problemas de delincuencia en un barrio para calificarlo de gueto o asociar directamente pobreza con gueto, lo que supone la exclusión y el extrañamiento social de los sistemas normalizados de socialización de justamente aquellos que menos recursos tienen. Porque con estas etiquetas estigmatizantes, inmediatamente se descalifica —en el sentido literal de arrebatarle todas las cualidades— zonas, barrios y comunidades «no normalizadas», sin explicar de ningún modo sus mecanismos sociohistóricos de formación y funcionamiento orgánico, así como muchas veces funcional, en el sistema de posiciones sociales de la división del trabajo. Cuando realidades sociales tan heterogéneas e históricamente diferentes se empaquetan en términos, expresiones y preconcepciones sociales de uso tan elemental como la de gueto o periferia conflictiva, estamos reanimando el viejo relato decimonónico de las clases peligrosas que ponían en entredicho al imaginario burgués de la cultura del trabajo y la disciplina productiva, viejo relato ahora convertido en el nuevo estereotipo dinámico de las etnias peligrosas. Etnias y comunidades diferentes no asimiladas, no integradas y representadas con un estilo general de vida (trabajo y consumo) que no reproduce la biopolítica convencional de la nación europea seguidora del mercado mundial. El resultado del uso de la diferencia enclaustrada inmediatamente interpela al sentimiento de inseguridad de los ciudadanos, autoconsiderados como honestos, normales y de primera, frente al permanente peligro imaginario del estallido social de los sujetos oscuros, diversos, no normalizados y con derechos de segunda clase (o tercera, si es que queda alguno a tan bajo nivel). Nada en el discurso atemorizador de los guetos y las periferias está soportado en un análisis objetivado de los hechos sociales, ni en un estudio de los mecanismos históricos que han conformado las zonas consideradas como peligrosas. Sino que se ha construido como un conjunto de falsas evidencias, asociadas espontáneamente por el cemento simbólico de la peligrosidad social de los diferentes y la morbosidad de las alarmas racistas o prerracistas; manejadas en primer lugar, casi siempre, por los medios tradicionalmente más conservadores, pero
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que luego por las espirales competitivas de los medios de comunicación y de los partidos políticos acaban haciéndose mayoritarias. La nostalgia del monoculturalismo blanco y nacional asoma siempre su faz detrás de los diagnósticos de guetificación o segregación cultural, tan equívocos en sus dictámenes como peligrosos en sus resultados. En este sentido, resulta evidente la influencia que para los trabajos desarrollados por Loïc Wacquant en torno a los usos (y abusos) de concepto de gueto y sus diferentes realidades socioespaciales, ha ejercido la aproximación metodológica de Pierre Bourdieu al estudio de la pobreza contemporánea. Así según Pierre Bourdieu en su (fundamental para el tema que aquí nos ocupa) artículo sobre los «Efectos de lugar» dentro del volumen La miseria del mundo, del que Wacquant es un poderoso animador y coautor, al utilizar preconcepciones tan escurridizas como guetos y «periferias problemáticas» se evoca de manera inmediata una «no realidad», un cliché prejuicial y fantasmático armado con todo tipo de imágenes tan tópicas y emocionales (y por lo tanto, nunca controladas por vigilancia epistemológica alguna) extraídas tanto del nuevo sensacionalismo mediático como del viejo conservadurismo político. Estas prenociones estigmatizantes siempre acaban convirtiendo, según la teorización de Bourdieu en esa investigación, la miseria de posición (relacional, asociada multidimensionalmente al conjunto de la estructura social, dinámica y comparativa) en miseria de condición (es decir considerada como absoluta, estática, originada por aquellos que la soportan y asociada al núcleo interno de las comunidades que se excluyen). De tal manera que sin negar la existencia de barrios desheredados o marginados, Bourdieu reclama la ruptura con las falsas evidencias y los errores sustancialistas que atribuyen a estos lugares una condición esencial y natural (de sitios malditos), sin realizar la mínima reflexión sobre cómo las estructuras y posiciones desiguales del espacio social, originan y modelan las estructuras habitacionales del espacio físico 9.
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Para el tema de los efectos de lugar véase Pierre Bourdieu, «Efectos de lugar», en Pierre Bourdieu (Ed.), La miseria del mundo, Madrid, Akal, pp. 119125. El volumen completo es imprescindible para conocer la postura de Bour-
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La violencia simbólica semantiza, así, la atribución de la responsabilidad de cualquier posición social degradada (y subordinada) al origen diferencial de zonas urbanas, comunidades o etnias que se asocian esencialmente y por definición con una tan irreal como estigmatizante miseria absoluta, que sirve como contrapunto extremo y naturalizador de un relato de riqueza generalizada y ascendente que constituye la normalidad social. Pero construir este estereotipo de la gran miseria, asociado a guetos y grupos peligrosos como dispositivo cognitivo de representación de todas las privaciones supone dejar de percibir y comprender tanto las características relaciones y multidimensionales de un conjunto de campos y posiciones sociales que generan procesos muy complejos de desigualdad y pobreza relativa (relacional y situacional), cuando en realidad una gran parte de las desigualdades y problemas característicos de un orden social como el nuestro (europeo, desarrollado, etc.) no se reproducen en ámbito de la gran miseria (que incluso ha retrocedido aunque menos de lo que parece o se suele decir) sino que tienden a diferenciarse y multiplicarse sin precedentes en espacios sociales concretos (campos y subcampos especializados), que crean y recrean permanentemente formas de pequeña miseria y miseria posicional. El miedo a la exclusión social total, debidamente manejado, moviliza entre las clases medias el peligro, todos los fantasmas de la miseria absoluta, a la vez que juega su papel fundamental en el juego de reconocimientos diferenciales y negativos en la vida cotidiana, estigmatizando a diversos grupos sociales en dinámicas que tienden a crear «excluidos preventivos». En suma, la abusiva noción de gueto y sus extraños sinónimos actuales, no sólo no ayudan a la reconsideración y análisis de los fenómenos de pobreza urbana y de desigualdad social en el territorio —así como por la posibilidad de formular políticas sociales eficaces de integración respetuosa—, sino que crea una
dieu sobre los discursos de esencialización y cosificación de la pobreza, atribuyendo la responsabilidad a los que la padecen y olvidando el carácter relacional de los campos sociales a los que se construyen como resultado de luchas materiales y simbólicas.
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opaca pantalla que impide mirar a los fenómenos concretos allí donde se producen; realzando, a su vez, la distinción y bondad (y por lo tanto el precio del suelo y las posibilidades de negocio inmobiliario) de las zonas nobles, exclusivas, o simplemente de clase media, de las ciudades europeas. En el mejor de los casos, la noción de gueto sólo sirve para homogeneizar, estigmatizar y reducir simbólicamente la diversidad urbana, en el peor, para contribuir a crear la profecía que se cumple a sí misma y degradar aquello que supuestamente se describe, aumentando las distancias sociales y profundizando las barreras sociales o arrojando sobre los individuos menos favorecidos la exclusiva responsabilidad de sus problemas. El asunto, finalmente, se vuelve especialmente lacerante, y de ahí su actualidad y creciente presencia, cuando sirve para provocar el descrédito sobre poblaciones y comunidades inmigrantes colocándolas bajo la sospecha estructural de la no integración voluntaria (o de la subcultura de la pobreza o de la indolencia de la miseria). Esto es, el campo semántico de categorías profesionales o populares que se organizan en torno al concepto de gueto, formula una hipótesis racionalizada de estilos de vida mayoritarios que arroja a lo no que se considera no normalizado a una especie de exotismo interior que impide cualquier normalización de la diversidad social y del hecho multicultural presentes en la sociedad europea actual.
3.
LA CIUDAD FRAGMENTADA: POR UNA SOCIOLOGÍA DE LA MARGINALIDAD URBANA
Como se ha visto, durante los últimos veinte años hemos venido consagrando en nuestros usos cotidianos del lenguaje conceptos difusos e intuitivos que nos sacan de algún que otro atolladero emocional, pero que, si no estamos atentos en su utilización apropiada, nos pueden imponer también un buen número de prejuicios sociales; prejuicios que por la senda de la reflexividad y las profecías que se cumplen a sí mismas han contribuido a realizar una devastadora labor de fragmentación y pérdida del sentido social de los procesos históricos que estamos
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experimentando la ciudad. Un buen ejemplo de esto es el abuso del concepto de exclusión social, y asociado a esto, en la formación de un campo semántico borroso, pero eficaz, se encuentran términos como aluvión migratorio, nueva pobreza, inseguridad, minoría étnica y un larguísimo etcétera que en su inscripción en el lenguaje urbano han venido a fortalecer la noción de gueto 10. Frente a la fantasmagoría de los discursos a la moda, la gran diferencia de los trabajos de Loïc Wacquant es que realizan una sociología empírica y fundamentada de la ciudad y continúan una labor de investigación que ha dado alguno de los frutos sociológicos más importantes de esta disciplina en los últimos tiempos. Obras de primer orden como, entre otras, Parias urbanos, Las cárceles de la miseria o Contra las cuerdas, que suponen aplicaciones y desarrollos avanzados de las propuestas metodológicas y teóricas de su amigo y maestro Pierre Bourdieu —junto a él escribió mucho, quizá sólo convenga destacar aquí un libro central para la sociología de nuestro fin de siglo, Por una sociología reflexiva 11—, son contribuciones que tratan de abrir, analizar y criticar los tópicos y las frases hechas de nuestro «sen-
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Para todo lo relacionado con el tema de la pobreza como un fenómeno social total, relacional y dinámico, frente a las habituales consideraciones del «estado de indigencia» véase los trabajos, magníficos de Serge Paugam, Las formas elementales de la pobreza, Madrid, Alianza, 2006; así como Serge Paugam y Nicolas Douvoux, La regulation des pauvres, París, PUF, 2008. No olvidemos que otro concepto como es el de precariedad ha entrado en la escena, tanto del lenguaje popular, como en el profesional de la intervención social, haciendo todavía más compleja la idea de una línea clara y diáfana entre bienestar y pobreza (o cualquiera de los sinónimos que utilicemos), para esto ver: Maryse Bresson, Sociologie de la précarité, París, Armand Colin, 2007. 11 Evidentemente la referencia clásica es Pierre Bourdieu y Löic Wacquant, Una invitación a la sociología reflexiva, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005; como resumen contextualizado del argumento central véase el clarificador artículo de Pierre Bourdieu, «Dos imperialismos de los universal», en Löic, Wacquant, (Ed.) Repensar los Estados Unidos. Para una sociología del hiperpoder, Barcelona, Antrhropos, 2005, pp. 11-16. No voy aquí a entrar en la discusión del programa teórico de Pierre Bourdieu porque ha sido objeto in extenso de otros trabajos anteriores, véase Luis Enrique Alonso, La era del consumo, Madrid, Siglo XXI, 2005, pp. 185-243 y en Prácticas de la economía, economía de las prácticas. Crítica del postmodernismo liberal, Madrid, Libros de la Catarata, 2009: 73-100, así como en el conjunto de textos compilado por Luis Enrique Alonso, Enrique Martín Criado y José Luis Moreno Pestaña (Eds.), Pierre Bourdieu. Las herramientas del sociólogo, Madrid, Fundamentos, 2004.
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tido común» cristalizado, desvelando las trampas de los pseudorazonamientos en que nos enclaustramos para aceptar los tópicos y las falsas evidencias como explicaciones inamovibles de nuestro mundo social, cuando en realidad sólo son justificaciones que están hechas a la medida de la reproducción de los poderes consolidados y que en los últimos años toman la forma de un pensamiento economicista y autoritario, que relega lo social al ámbito de lo no decible y lo no pensable. En esta línea de investigación nos encontramos, pues, con un muy buen estudio de la sociogénesis de la nueva miseria urbana de las grandes metrópolis occidentales. No es así la pérdida de valores tradicionales, ni la religión, ni la inmigración, ni la llegada de nuevas culturas lo que crea zonas conflictivas y potencialmente explosivas en el entramado urbano de nuestras ciudades, sino que es un modo de regulación social, de gestión política y de organización económica que ha sustituido el objetivo del pleno empleo, los derechos sociales y la asalarización segura —como proyectos socialmente razonables de vida y de formulación de políticas públicas redistributivas y generalistas—, por el discurso y la práctica del riesgo, la precariedad, el recorte de derechos, la cicatería en el acceso a la ciudadanía, la agresividad económica, el individualismo total, resumidos en una conciencia de la competitividad absoluta prácticamente hobbesiana. En palabras del propio Wacquant: «La nueva marginalidad urbana no es el resultante del atraso, la ociosidad o la declinación económica, sino de la desigualdad creciente en el contexto de un avance y una prosperidad económica global (…). La nueva marginalidad urbana es el subproducto de una doble transformación de la esfera del trabajo. Una es cuantitativa y entraña la eliminación de millones de empleos semicualificados bajo la presión combinada de la automatización y la competencia laboral extranjera. La otra es cualitativa e implica la degradación y la dispersión de las condiciones básicas de empleo, remuneración y seguridad social para todos los trabajadores, salvo los más protegidos» 12.
12 Parias urbanos. Marginalidad de la ciudad a comienzos del milenio, op. cit, pp. 171-3.
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En un marco como este, Wacquant argumenta en sus trabajos con un amplio abanico de ilustraciones y explicaciones sociológicas de todo orden, que aquello que produce la explosión de los barrios no es la inmigración —que ha existido en diferentes grados y niveles, casi siempre altos, desde los orígenes mismos de los sistemas metropolitanos modernos—, ni el choque de civilizaciones, tan espectacular en su enunciación como indemostrable como fenómeno general en la práctica cotidiana, ni el multiculturalismo (todas las ciudades han sido multiculturales por el sólo hecho de ser ciudades), ni la crisis de valores, que han estado permanente en crisis como forma de ajuste de las sociedades complejas; sino que si en algo hay que buscar el origen de la violencia recurrente en las periferias desestructuradas de las grandes urbes occidentales es en la violencia social y simbólica de un modelo de (anti)gestión económica mundial que debilita los Estados del bienestar sin alternativa asistencial alguna y refuerza los mecanismos de competencia económica personal, con un modelo añadido de encuadramiento represivo destinado a los que se acaban presentando por este modelo de gestión como incompetentes en un sentido polisémico y profundo. En el centro argumental de este programa de investigación se nos avisa de la necesidad, y se nos anima por tanto, a emprender el estudio sociohistórico de las diversas formas y procesos de gestación de las zonas de vulnerabilidad urbana en los diferentes países y según los modelos de políticas públicas de referencia (y aquí la diferencia entre las tradiciones y trayectorias norteamericanas, británicas y europeas continentales han sido radicales). Aplicar etiquetas establecidas y conceptos preconcebidos sólo sirve para bloquear la posibilidad de construir un conocimiento realista y plausible de estos espacios que vuelven así a quedar estigmatizados también en los análisis más o menos técnicos. Cuando utilizamos la palabra gueto para nombrar las actuales zonas conflictivas de nuestras ciudades damos por hecho un encierro construido por una diferencia étnica previa, sostenido por normas (formales e informales) específicas y con un funcionamiento monocultural casi autónomo, lo que comporta también una función socioeconómica casi única de cara al resto de territorios urbanos.
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Desde la historia medieval europea y hasta la modernidad industrial anglosajona nos podemos encontrar con un buen número de guetos, desde Venecia a Chicago, desde las juderías a los «barrios negros». Sin embargo gran parte de las banlieues francesas o de lo que fueron los nuevos barrios y ciudades periféricas producto de las políticas de vivienda de posguerra en la Europa continental no pueden considerarse funcionalmente como guetos, son espacios multiétnicos, combinan diferentes grados de asalarización y diferentes gados de riqueza, comunican por múltiples vías con el resto de la ciudad, siguen actuando políticas públicas activas aunque estén en decadencia, etc. En suma, son universos complejos con los que hay que interactuar y a los que hay que estudiar en su complejidad, en contacto con sus propios sociólogos profanos. El estudio sociológico crítico de la ciudad en su diversidad histórica es la condición previa para eliminar los estigmas y las etiquetas preasignadas, así como para poder emprender potentes políticas públicas consensuadas sobre las zonas más degradadas del tejido urbano. Es imprescindible evitar caer en el discurso del colonialismo interior, cuyo resultado final es el de la imposibilidad de la redención de los marginados (porque son culpables de su marginación), el del fatalismo étnico (o cultural) y el del apartheid a escala micro, cuya presencia y peligrosidad es cada vez más real. Aplicar la noción de gueto donde no se debe, es provocar una exclusión simbólica y una inacción absoluta de las políticas públicas, despreciando además la diversidad histórica y social que han experimentado nuestras ciudades y nuestras periferias. Enterrar nuestras políticas sociales de intervención sobre la ciudad en la idea de que sólo son políticas para marginados, excluidos, guetos o banlieues; negativiza y debilita la idea de política social misma (frente al prestigio inmediato de las políticas económicas), a la vez que dejamos escapar la idea, nodal en la modernidad, de que la mejor política contra la exclusión es la del refuerzo de los mecanismos generales de desarrollo de la ciudadanía social para todos y el pleno empleo. La exclusión nunca es un proceso autónomo que aparece como por una maldición en la ciudad, ni es una situación absoluta o
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dicotómica de todo o nada, ni, menos aún, está desvinculada de otros procesos sociales (el mercado de trabajo, la constitución de los derechos, las instituciones normativas), por eso se da en diferentes grados y es multidimensional. Presentar las banlieues como cubos de basura sociales de donde vienen todos nuestros males, guetos sin futuro donde se pierden y malgastan todos los valores patrióticos —como ha venido haciendo el pensamiento conservador y ultraconservador francés y en buena medida europeo, donde se trata de instaurar exámenes de nacionalidad o forzar declaraciones impuestas de aceptación de la tradición nacional y abandono de las lenguas originales—; es practicar la profecía que se cumple a sí misma y amparar un modo de intervención represivo que sólo engendra más violencia. Como argumentaba otro gran discípulo de Pierre Bourdieu, Gérard Mauger, en un libro espléndido, y en una no menos espléndida entrevista en el suplemento literario de Le Monde, que se han convertido en clásicos para el análisis de los famosos émeutes, de las periferias de las grandes ciudades galas en 2005, tenemos que recordar que las revueltas, disturbios o cualquiera de las desconcertantes y muy preocupantes reacciones anómicas de las banlieues francesas, son comportamientos protopolíticos de una terrible violencia simbólica que sólo pueden entenderse en el campo ideológico del conflicto por las significaciones y las representaciones sociales 13. Satanizando estas acciones como simples desórdenes de los guetos no se consigue nada más que reforzar y recrear con más fuerza el fenómeno que se denuncia, engendrando espirales crecientes de violencia simbólica que siempre acaban en violencia física.
13 Sobre este tema además de las contribuciones seminales de Gerard Mauger, L’Émeute de novembre 2005. Une révolte protopolitique, París, Éditions du Croquant, 2006 y su intervención en el debate cotidiano en «Cette révolte exprimait une indignation collective», Le Monde des livres, 16 de febrero, 2007; son también de obligada consulta los magníficas aportaciones recogidas en Laurent Mucchielli y Veronique Le Goaziou. Quand les banlieues brûlent. Retour sur les émeutes de novembre 2005, París, La Decouverte, 2º ed., 2007; así como la polémica, pero sociológicamente interesante, reflexión de Jacques Donzelot (2006), Quand la ville se défait. Quelle politique face á la crise des banlieues? París, Seuil, 2006.
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Wacquant nos viene entregando en estos últimos años con su sociología otro buen, y bello, ejercicio de investigación académica, pero con un enorme interés para el lector socialmente inquieto y con voluntad de intervenir en el debate público actual sobre nuestras ciudades. El impresionante bagaje teórico de su obra y el buen tratamiento empírico de los problemas abordados —si algo se puede criticar en su enfoque es ese aplastante sociologismo objetivista que deja un tanto fuera los propios discursos y construcciones simbólicas de los implicados, aunque formalmente no rechace, todo lo contrario, la aproximación cualitativa, pero siempre para apoyar su argumento objetivador—, hacen de su sociología un ejercicio intelectual de primer orden para acabar con tópicos y estereotipos sobre la exclusión. Imágenes que pueden tener, y de hecho tienen, efectos mortales para agravar los procesos de fragmentación de las ciudades actuales. Como asegura Saül Karsz, de lo que se trata es de salir de un discurso donde «las relaciones entre incluidos y excluidos parecen calcadas sobre el díptico normal/anormal sin que en apariencia se plantee el problema de saber de dónde brota esa normalidad ni qué política gestiona la inserción que se supone (re)conduce a ella, en la que todo se presenta como si no hubiera ningún motor, ningún principio activo, ningún generador» 14. Desde sus bases de estudio, y con las posibles aperturas del discurso de la exclusión urbana que propone Wacquant, se puede construir un buen lugar intelectual para mantener un debate cívico —y por ello político— que aborde las acciones a tomar y los instrumentos a utilizar de cara a la formación de la ciudad de nuestro inmediato futuro. Una ciudad que será plural o ya no será. Las investigaciones empíricas de Wacquant son sistemáticas y multidimensionales aproximaciones a zonas muy diversas de Estados Unidos y Europa donde se concluye constantemente que no se puede hablar de «convergencia de guetos» subrayando que son realidades no comparables y con génesis históricas bien distintas. De esta manera, según Wacquant, ni la figura
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Saül Karz, «La exclusión: concepto falso, problema verdadero» en Saül Karsz (Ed.), La exclusión: bordeando sus fronteras. Definiciones y matices, Barcelona, Gedisa, 2004, p. 176.
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tradicional europea de gueto heredada desde el mundo medieval, definida por cuatro características en presencia: estigmatización, imposición institucional externa sobre sus habitantes, confinamiento espacial y duplicación de normas reguladoras (esto es en el gueto hay «leyes especiales»); ni tampoco la manera como definían el gueto los sociólogos de la Escuela de Chicago —como una transición en el ciclo de incorporación a una sociedad organizada por un estricto principio de segregación étnica que asegura a la población inmigrada una función de acogida y refugio antes de plantearse nuevos caminos de movilidad espacial o social—, son ni por lo más remoto figuras que se puedan asimilar a los procesos históricos reales que han producido los asentamientos y las prácticas de los inmigrados en las periferias europeas y, en especial, en las banlieues francesas. En lo que se refiere a estas diferencias entre gueto norteamericano, ejemplarizado siempre en el South Side de Chicago o los barrios negros de Los Ángeles y Nueva York y las periferias europeas: parisinas, marsellesas, berlinesas o barcelonesas; Wacquant encuentra cinco parámetros esenciales que hacen irreductibles las dos realidades. El primero está relacionado con las diferentes situaciones: ecología humana, los guetos norteamericanos son enormes ciudades prácticamente autosuficientes que giran en torno a sí mismos, tanto por las proporciones numéricas (en el caso norteamericano no es improbable encontrar agrupaciones étnicas de más de un millón de personas) imposibles de encontrar en Europa, como su apertura y relación con el conjunto de la ciudad; las periferias europeas no pueden ni por lo más remoto ser comparadas si no es por desconocimiento o mala fe. La segunda característica es la que resulta de la composición étnica, si el gueto en Estados Unidos es una ciudad dentro de otra ciudad compuesta históricamente sólo de afronorteamericanos segregados —superados hoy los guetos italianos o judíos en ese país—, en Europa ha existido una enorme diversidad étnica y la superposición en las periferia de minorías étnicas sobre clases históricas laborales tradicionales o decadentes (la llegada a los cinturones rojos europeos, o los HLM franceses de inmigrantes de sucesivas nacionalidades desde periféricos europeos hasta afri-
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canos subsaharianos pasando por todo tipo de comunidades latinoamericanas —en España por ejemplo— o musulmanas) en disposiciones espaciales de la ciudad mucho más entremezcladas y de mucho menor nivel de segmentación zonal. La tercera gran diferencia es, por decirlo directamente y no utilizar ningún eufemismo, los muy distintos niveles de pobreza exhibidos en ambas situaciones, que resultan incomparables, pues si revisamos los indicadores convencionales de malestar social (desempleo estructural, abandono escolar, ausencia de ingreso permanente en los hogares, etc.) triplican o cuadriplican en los guetos norteamericanos a las peores áreas europeas que se puedan seleccionar. El cuarto factor es la violencia y la criminalidad; según Wacquant, ni cuantitativa, ni cualitativamente las situaciones pueden homogeneizar las dos citaciones de referencia, pues no hay comparación si seguimos las series históricas de datos en cuanto a los acontecimientos ligados a la violencia privada (robos agresiones y ataques individuales o en bandas), como en lo que se refiere a la frecuencia e intensidad de los disturbios colectivos: ya que «riots», levantamientos o turbamultas genuinamente étnicas han sido frecuentes en las ciudades segregadas norteamericanas, pero han tenido mucha menor presencia en las europeas y casi siempre mezcladas con otros focos de movilización social (acciones colectivas relacionadas con contratos laborales, el empleo juvenil, el encarecimiento de precios, etc.). La quinta diferencia se concentra en las muy diversas formas y grados de realización de las políticas públicas a todos los niveles entre los Estados Unidos y la Europa continental; así la práctica ausencia de políticas sociales urbanas en la ciudad americana –residuales, asociadas a una idea de welfare pietista y vergonzante y dependiente de instituciones voluntarias o municipales, contrasta con la abundante panoplia de políticas estatales, regionales y locales que se entrecruzan por la ciudad europea y abarcan desde el ámbito de las infraestructuras a la protección social, pasando por los ingresos mínimos o la asistencias sanitaria. En suma, estamos ante hechos sociales cuya diferencia es la razón histórica, no de grado o nivel. Ahora bien, y esto es fundamental para entender la dinámica territorial que estamos viviendo, el desenfoque que repre-
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senta hacer pasar la realidad de la segregación urbana norteamericana por el espejo universal, no significa que no se estén viviendo cambios intensos en la organización social del territorio en Europa y que es en esta nueva organización (que correspondería a la traducción para la cuestión urbana del nuevo espíritu del capitalismo), donde se produce un agotamiento político, así como un ataque ideológico frontal, a los métodos y modelos de intervención y regulación públicos, así como parcial pero nítidamente redistributivos, que operaron en la edad de oro de la sociedad industrial en los famosos treinta años gloriosos de crecimiento keynesiano. Tanto Wacquant como otros autores contemporáneos, nos presentan un impresionante fresco social, donde encontramos una ciudad europea quebrada por la crisis —seguramente forzada— de la clásica cuestión social, que trata de ser sustituida por una tan ambigua como desigual estrategia de activación de los individuos, y que tiene como resultado una creciente desarticulación de las políticas públicas, desigualdad creciente y aumento del poder de todos los mercados, fundamentalmente el inmobiliario, sobre el ordenamiento territorial 15. Lejos de ser simples fenómenos derivados —de las migraciones o del multiculturalismo— los problemas y dinámicas urbanas actuales están en el centro de un conjunto de las nuevas prácticas políticas derivadas del postfordismo financiero: disminución de la legitimidad de la intervención social del Estado, hegemonía de las nuevas clases de gestión, debilitamiento de los colectivos laborales industriales, precarización social general, etc. Practicas que se plasman en la ciudad gentrificando rápidamente zonas de interés para los promotores inmobiliarios, encareciendo las zonas residenciales
15 Interesantes trabajos sobre la fragmentación de la ciudad postfordista —incluido algún artículo de Wacquant— pueden encontrarse en el interesante volumen colectivo de Peter Marcuse y Ronald van Kempen (Eds.), Of States and Cities: The Partitioning of Urban Space, Nueva York, Oxford University Press, 2002, empezando por los trabajos de los compiladores. Las lógicas de la ciudad postfordista se encuentran analizadas con extremada agudeza en Ash Amin y Nigel Thirft, Cities. Reimagining the Urban, Canbridge, Polity Press, 2002. El tema de la segmentación fragmentación y disociación de los vínculos sociales normativos se encuentra estudiado en profundidad en Jacques Généreux (2006), La dissociété, París, Seuil, 2006.
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históricas, cuyo valor de suelo aumenta sin límites como patrimonio de lujo; o provocando la periurbanización o la expulsión hacia periferias cada vez más lejanas a las personas encuadradas en las franjas más débiles del mercado laboral, que sólo pueden aspirar a los alojamientos de menor valor inmobiliario relativo, o definitivamente verse pre-excluidos o directamente marginados, arrojados y relegados a los espacios donde se acumulen los mayores costes sociales. La desigualdad creciente en las ciudades y en el orden social, asociado a un nuevo modo de regulación del capitalismo, es lo que explica los problemas de integración y cohesión social latentes o manifiestos de las ciudades europeas. El trabajo sociológico contemporáneo nos demuestra incontestablemente que son las variables socioecómicas —y sus activaciones políticas— las que crean la jerarquización territorial y la zonificación de la riqueza y la miseria. Ninguna diferencia cultural o singularidad étnica es significativa en la aparición de la miseria, ni su atribución a la responsabilidad de los grupos no socializados en los valores nacionales tradicionales es relevante como causa explicativa de pobreza. Recordemos, además, que sobre los entornos socialmente descualificados y sin recursos (económicos, políticos, simbólicos) se proyectan por definición un conjunto de etiquetas degradantes que funcionan como una imposición de códigos negativos y al ser recogidos estos códigos por los propios habitantes acaban operando como una forma de identidad reactiva y defensiva. Lo que es así socialmente diverso y multidimensional se acaba convirtiendo en pura reproducción del estereotipo, la violencia simbólica ha cumplido su función y hasta los propios violentados acaban naturalizando su máxima subordinación social.
4.
LOS OSCUROS USOS DEL DISCURSO DE LA INSEGURIDAD SOCIAL
Vemos que el trabajo que Wacquant ha realizado sobre los guetos va mucho más allá de una disputa terminológica, en realidad es un análisis de cómo se van creando las fronteras
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que marcan el adentro y el afuera de la normalidad y la legitimidad en la sociedad, cuando la lógica del espacio queda dominada por la pura lógica del mercado. Lejos de ser producto del pasado, del atraso cultural de los grupos «no integrados» o de las peculiaridades conflictivas de etnias «minoritarias», las zonas consideradas como guetos —o cualquier eufemismo del lenguaje administrativo— son producto del juego de poderes y relaciones sociales (y su plasmación en el espacio) que se han desplegado en el actual régimen de regulación (estructuralmente inestable) de la relación salarial. Son muchas las consecuencias para el estudio de lo social que se pueden derivar de este enfoque y en las páginas que siguen como conclusión veremos unas cuantas. Para el estudio de la pobreza, Wacquant nos anima a un estudio histórico, genético y metodológicamente plural, donde los tradicionales indicadores cuantitativos sean contextualizados y ampliados con potentes etnografías y trabajos cualitativos 16. La pobreza así no es sólo una privación, es un complejo juego de atribuciones simbólicas, etiquetados y razones prácticas de las que definen, y son definidas, por la situación y la posición social. La propia imposibilidad de referir a estos actores sociales nada más que por lo que les falta —los «sin papeles», los «sin ley», los «parias urbanos», etc.— es una buena prueba de la incapacidad académica y mediática de pensarlos como actores sociales completos y complejos —lo que tiende a reforzar el estigma y a seguir aumentando la profecía de su anormalidad—, así como de su incapacidad política de pensarse como agentes propositivos o con una alternativa social digna de ser escuchada (recuérdese la idea del orgullo del productor, la mitología utópica de la clase obrera o la simple capacidad negociadora de lo que se consideraba sujeto laboral sindical en el keynesianismo de posguerra, etc.).
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Buen ejemplo de este trabajo cualitativo es la magnífica monografía sobre la vida cotidiana en un club de boxeo de lo que es considerado el gueto negro de Chicago y que en muchos momentos resulta fascinante, ver así Loïc Wacquant, Entre las cuerdas. Cuadernos etnográficos de un aprendiz de boxeador, Madrid, Alianza, 2004.
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Esta primera característica sobre el uso y abuso —incluso en la sociología más acreditada— de categorías convencionales y preconcepciones distantes para diagnosticar la nueva marginalidad social bloquea, literalmente, el estudio de su génesis y su relación con las políticas públicas y de adelgazamiento estructural. El hipergueto actual norteamericano (en ciudades que van de Chicago a Filadelfia o de Nueva York a Los Ángeles), las villa miserias latinoamericanas, o las periferias europeas tienen génesis históricas totalmente diferentes. Todas ellas son productos de situaciones de clase y situaciones étnicas variadísimas y las políticas estatales han tenido presencia y efectos muchas veces contrarias. Olvidar estas cosas nos vuelve a crear una categoría de pobreza como oscuridad total realidad repulsiva idéntica en todas partes y no es en absoluto así, porque ni los orígenes son los mismos, ni las políticas operantes son tampoco semejantes. La mirada de la pobreza como un exotismo interior desenfoca por definición el conjunto de mecanismos institucionales que están presentes en los procesos específicos de marginación y en los acontecimientos y condiciones que conducen (y producen) la exclusión social. Las políticas públicas en este sentido son fundamentales; de tal manera, que gran parte de las transformaciones del nuevo régimen de marginalidad urbana han estado ligadas a la crisis y reconversión del Estado de bienestar y a las transformaciones de la relación salarial. De este modo, la notable remercantilización de las lógicas de intervención del Estado (lejos ya del Estado keynesiano fordista), con efectos de incremento de la desigualdad casi inmediatos, así como asociadas a la individualización, desestabilización y precarización de la fuerza de trabajo, al mismo tiempo que un desempleo estructural y recurrente, etc.; han creado una lógica de acción postfordista donde la inseguridad y el riesgo (fabricados desde todos los mercados) se convierten tanto en el asignador fundamental de los espacios, como el conformador de las biografías laborales (o la ausencia de ellas), con lo que esto supone también para las políticas de disciplinamiento, control social y criminalización de la pobreza. En esta nueva cuestión urbana, son muchos los autores que han estudiado cómo las ciudades —desde aquellas integradas
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en el circuito mundial de las «ciudades globales» hasta las más relegadas en la jerarquía de la división espacial internacionalhan cambiado según hemos ido cambiando la hegemonía de un modo de regulación industrial fondista, a otro postfordista ultratecnológico, financiero y de servicios. Wacquant quizás mejor que nadie ha visto que a la vez que resplandecen las concentraciones en las zonas urbanas cosmopolitas de la alta economía, de la innovación y los servicios, con sus nuevas clases medias altas de referencia altamente cualificadas y financiarizadas, se multiplican las zonas vulnerables y relegadas, producto de las estrategias neoliberales de desarticulación selectiva del Estado del bienestar y de la desestabilización, fragmentación y desocialización de la fuerza de trabajo. Tras el teórico desorden postmoderno, hay un modelo de ciudad (y de ciudades) a varias velocidades y con distintas lógicas; desde la ciudad dominante (financiera empresarial) a la ciudad gentrificada (profesional, técnica, académica), desde la ciudad residencial (de clases medias en el centro o la periferia) a la ciudad dormitorio (la que ocupan las clases medias bajas en riesgo de exclusión social), de la ciudad productora (industrial, material) a la ciudad residual y marginal (en la que se concentran todos los costes sociales del modelo). Estas ciudades se pueden concentrar en una sola, o estar especializadas a partir de un tipo claramente hegemónico, a nivel mundial; pero lo que está claro es que representan un nuevo encaje entre producción, comercialización y consumo en una escala global, y sus resultados negativos aparecen como la otra cara inseparable de sus logros y alcances. La nueva inseguridad social es así un modelo de referencia para la producción del sentido de las razones prácticas de todos los actores sociales presentes en los sistemas de relaciones políticas actuales. Inseguridad que se combina y mezcla con trayectorias históricas muy diferenciadas según naciones, comunidades étnicas, orígenes de clase, lugar en la división internacional del trabajo, niveles de capital (económico, social, simbólico, cultural) y hasta incrustación de las ciudades en las redes internacionales. Es por ello que anunciar una underclass homogénea, étnica, inmigrante exótica, peligrosa y unificada a nivel
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transnacional es tan inexacto sociológicamente, como interesado políticamente. Es el tipo de gestión disciplinaria del nuevo modelo postfordista de acumulación, que por una parte reduce los derechos sociales y la seguridad institucional de los antiguos y nuevos sujetos laborales, y, por otra, penaliza y criminaliza a todas las víctimas y trayectorias truncadas, asociadas a este proceso de generación de riesgos e inseguridad radical. Como ha señalado Robert Castel, con la experiencia de quien ha estudiado a fondo durante muchos años la construcción, desarrollo y crisis de la cuestión social, los actuales usos de la inseguridad social 17 se encuentran históricamente ligados a un cambio de ciclo en los procesos de individualización y subjetivación de la gestión social de los riesgos donde se tienden a romper las convenciones sobre responsabilidad pública, solidaridad, seguridad y derechos sociales exigibles, que se fraguaron en el ciclo keynesiano-fordista; movilizando, a su vez, toda una nueva subjetividad del autocontrol y la gestión parcial y privada, de riesgos, con lo que el relato del valor del individuo y del descrédito de la colectividad se refuerza, expande y afianza. Paralelamente se tiende a proyectar sobre los que reciben todas las discriminaciones negativas (económicas y simbólicas, mercantiles y raciales) el discurso tramposo e inexacto de la exclusión social como estado, como parte maldita, externa, desocializada y no integrada, separada de lo social, sin grados, lógicas ni conexiones con el resto de la sociedad. Discurso cuya funcionalidad ideológica acaba siendo el de predicar la incapacidad y escasa voluntad para integrarse y normalizarse de aquellos que, precisamente, son las víctimas de las discriminaciones. Aquí aparece otro de los ejes centrales del discurso de la inseguridad social y que Wacquant ha estudiado sistemáticamente
17 La obra de Robert Castel es señera en el estudio actual sobre la desestabilización de la relación salarial y la cuestión social y sus dinámicas multidimensionales de discriminación negativa, así como del uso disciplinante de los discursos sobre el riesgo, la inseguridad y la gestión de individualizada de las incertidumbres, véanse, por ejemplo, Robert Castel, L’insécurité sociale. Qu’est-ce qu’être protégé? París, Seuil, 2003; La discrimination négative. Citoyens ou indigènes? París, Seuil, 2007 y su último volumen compilatorio, por ahora, La montée des incertitudes. Travail, protections, statut de l’individu, París, Seuil, 2009.
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en otra parte sustancial de su obra 18, aquella que denuncia cómo la conversión del Welfare State en Workfare State (o Estado del productivismo y la activación) siempre tiene como consecuencia un despliegue de medidas de penalización y castigo de la pobreza, endureciendo y aumentando las políticas de criminalización de lo social (algunos lo llaman el Prison State). Por tanto, cuando se anuncian programas de tolerancia cero, mano dura o control policial, tanto de los conflictos de las «zonas sensibles» de las ciudades como de los flujos migratorios, ya sabemos que estamos ante un modelo de conversión del Estado providencia en el Estado penitencia o punitivo que ha hecho aumentar la población reclusa al mismo ritmo que las políticas «neocons» recortaban el Estado Social. Pero ese recorte no era sólo «técnico» o de reajuste financiero, al mismo tiempo se declaraba la supremacía civilizatoria y moral de lo blanco, anglosajón y protestante o se desplegaban campañas de violencia institucional y neoimperialista tanto en las fronteras exteriores del imperio (guerras contra Irak, Afganistán, etc.), como en las interiores (cruzada conservadora contra los sectores sociales no convencionales y las minorías étnicas inmigradas). Estos discursos de recrudecimiento de la mayoría moral, de las tradiciones nacionales, de la supremacía de la civilización occidental (mercantil y capitalista) no han dudado en reclamar, y llevar a cabo, el control punitivo y penal de los que son considerados «los otros»; o sea, los que para el actual sistema de legitimación del postfordismo tecnológico y financiero tienen escaso o nulo capital económico, simbólico, político y cultural, en cualquiera de sus combinaciones. Discursos que penetran y se hacen presentes en toda la sociedad aumentando el miedo a la exclusión y la percepción de inseguridad. Los que sufren desde más cerca la degradación del compromiso social keynesiano y la dificultad en todos los ámbitos (tanto en lo económico, como en el posible endurecimiento de sus condiciones de convivencia
18 Para una versión completa de la sociología del Estado penal de Wacquant, véase los imprescindibles trabajos recogidos en Loïc Wacquant, Las cárceles de la miseria, Madrid, Alianza, 2001 y en el monumental, Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad, Barcelona, Gedisa, 2010.
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cotidiana) de mantener un proyecto de vida, tienden a adherirse cada vez más a un orden hobbesiano de todos contra todos, lo que acaba justificando a nivel popular desde las patrullas ciudadanas de las zonas pobres, hasta la competencia a todos los niveles por el puesto de trabajo pujando a la baja y truncando o renunciando a un número mayor de derechos laborales. Desde todas las agencias privatizadoras y los think tanks conservadores se realiza la misma maniobra ideológica: se clama por la supresión de las políticas públicas de asistencia, derechos laborales y protección social, por caras, burocráticas, generadoras de riesgo moral, ineficientes, productoras de free riders y aprovechados, etc. Y, al mismo tiempo, se hace de la inseguridad un negocio, vendiendo seguridad privada, economía militar pura y dura, o programas de resurrección de las más viejas políticas punitivas (ejercidas ante todo sobre los sujetos más débiles de la sociedad). Para propiciar y rematar la maniobra una no despreciable cantidad de monografías académicas situadas en el etéreo (y bien financiado) mundo liberal, acaba defendiendo la idea de la no responsabilidad social sobre la pobreza privada, de la culpabilidad de los menos favorecidos por no saber, o querer, seleccionar racionalmente las oportunidades que le ofrece el mercado, o de que el mejor resultado para la marcha de la economía viene de la mano del uso de medidas autoritarias —y de escasa garantía en el cumplimiento de los derechos civiles— que además sirven para defender e impulsar la propiedad privada. En fin, según este nuevo argumentario liberal, la única manera de acabar la «tragedia de los bienes comunes» y los malos y antieconómicos incentivos inducidos por la burocracia, es privatizarlo todo, asignar sobre todos los bienes derechos de propiedad exclusivos y reducir al máximo el espacio público.
5.
CONCLUSIÓN: CONTRA EL PENSAMIENTO DÉBIL
Es en el campo académico en particular y en el más general de la producción cultural donde acabamos estás líneas. Precisamente, con la denuncia que el propio Löic Wacquant con
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Pierre Bordieu han realizado del imperialismo cultural que propagan los trabajos universitarios más convencionales sobre la nueva cuestión social y que luego se difunden y engrandecen más, si cabe, en sus resultados mistificadores, por los medios de comunicación. Medios que suelen hacer una rápida y degradante versión simplificada de los resultados académicos que mejor se compadecen con la estructura empresarial de los propios poderes mediáticos y que se entrelazan con las agencias especializadas, institutos de empresa, fundaciones financieras, think tanks descaradamente neoconservadores o círculos de estudios avanzados que suelen reciclar y reutilizar el capital cultural y simbólico del mundo académico para imponer el punto de vista más individualista, privatista y promercantil posible en el análisis de las relaciones sociales contemporáneas. En el artículo «Sobre las trampas de la razón imperial», Bourdieu y Wacquant denunciaban con agudeza cómo la producción sociológica actual está sometida a un imperialismo cultural que consiste en la universalización de los particularismos vinculados a una experiencia histórica singular —provenientes del mundo norteamericano y en general anglosajón— hasta hacerlos universales, necesarios y absolutos, así como irreconocibles como categorías particulares 19. De ahí viene que tanto lo considerado como positivo —«mundialización», «globalización», «sociedad del conocimiento»—, como lo negativo —gueto, underclass o infraclase, subculturas étnicas etc.—, sean realmente términos extraídos sin más de un vocabulario que idealiza o estigmatiza una realidad determinada, la norte-
19 Este artículo de Bourdieu y Wacquant ha sido varias veces traducido al español y es una referencia fundamental en la sociología de los intelectuales de nuestro principio de siglo, aquí lo recogemos en la versión de un libro compilado por Wacquant sobre la sociología de Bourdieu, véase así, Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, «Sobre las astucias de la razón imperialista», en Loïc Wacquant (Ed.), El misterio del ministerio Pierre Bourdieu y la política democrática, Barcelona, Gedisa, 2005, pp. 209-230. Es de interés también una versión modificada de este artículo, y este planteamiento, donde la crítica final acaba derivando a un poderoso ataque intelectual a la llamada tercera vía de Tony Blair inspirada por la sociología (imaginaria y engañosa según la definen Bourdieu y Wacquant) de Anthony Giddens, ver: Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, «La nouvelle vulgate planétaire», en Le Monde Diplomatique, nº 554, mayo, 2000, pp. 6-7.
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americana. Luego estos tópicos discursivos se imponen como categoría de análisis (cerradas y bloqueadas) sobre cualquier sociedad, tradición o cultura por muy distinta que sea. Su éxito se origina en que el uso de toda esta terminología tiene efectos positivos en la carrera académica, justo porque opera en un mundo colonizado, literalmente, por patrones de producción y competitividad simbólica derivados de las convenciones universitarias norteamericanas (traducción en lo cultural de su capital económico y su hegemonía política). La neolengua o vulgata pseudocientífica actual, sea en su versión integrada (el neoliberalismo) o en su versión apocalíptica, diferencialista y nihilista (el postmodernismo), ha tratado, con bastante éxito, de sacar de las agendas de investigación los tradicionales problemas sociales a estudiar: la desigualdad de clase, la explotación, la distribución de rentas, las condiciones laborales, la historia de los movimientos colectivos o las diferencias nacionales en la división internacional del trabajo (por sólo citar algunos). Lo que hemos registrado, por el contrario, es una fuerte deriva hiperculturalista que tiende a presentarnos cualquier hecho social en clave desmaterializada y plantado como una situación ideal. Por ello veremos formular términos como sociedad de la innovación, economía del conocimiento, cultura de la empresa, o «cultura global», cuando lo que queremos remarcar es un modelo positivo a seguir; si es en clave negativa o sospechosa nos encontramos en el campo semántico de de la etnicidad, el multiculturalismo, la diferencia, la cultura de la pobreza, la no integración de valores, el choque cultural o civilizatorio, etc. El multiculturalismo se convierte igualmente en tema clave, además de presentarse como realidad homogénea y universal —cuando lo que se especifica sobre todo es el multiculturalismo anglosajón y fundamentalmente norteamericano— es el gran referente en los estudios sobre pobreza urbana y minorías marginadas. Sus detractores sólo lo utilizan para responsabilizarlo de todos los males (esto es la disfunción de las minorías sociales más desprotegidas), sus defensores académicos sólo saben aceptar acríticamente un diagnóstico de la situación que no recoge, ni las diferencias históricas que cada situación mul-
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ticultural real posee en cada sociedad —que dista mucho del cliché anglosajón—, ni los problemas estructurales de determinación de la desigualdad y las posiciones sociales, problemas que son múltiples y combinados. Reclamar, por tanto, sólo reconocimiento jurídico de las diferencias, y respeto a los modos específicos de vida (cultural) de las minorías, es, además de bastante pobre como programa político, bastante ineficaz como proceso de redistribución de riquezas, igualación de derechos económicos y creación de un marco de equidad social. Este término de multiculturalismo que no es ni un concepto, ni un movimiento social, ni una teoría, es un buen ejemplo de una alodoxa, que contiene todos los tópicos y prejuicios positivos y negativos de la tradición etnicista anglosajona —incluyendo guetos, infraclases y comunidades étnicas—; induciendo, o bien el populismo presociológico de la piedad a la víctima, o bien, el elitismo de su definitiva culpabilización, pero, en el fondo, impidiendo el estudio de los mecanismos estructurales (históricos, concretos, económicos y simbólicos) que ha dado lugar a las diferentes situaciones sociales concretas. Es un buen tema para situar el programa de investigación de Wacquant, directamente heredado de Bourdieu, y que no es otro que una sociología empírica, reflexiva, crítica, plural, comparativa e histórica. Al culturalismo cada vez más estrecho, subjetivista y débil, hecho a la medida de las modas académicas y del narcisismo del campo cultural —por ello la idea tan actual de describir lo social como si fuera lo exótico interior o de entrelazar debates teóricos (como el del liberalismo frente al comunitarismo), pensando que se resuelven en una especie de escolástica de los campos académicos sin hacer la más mínima referencia a sociedades concretas—; es necesario oponerle un proyecto sociológico fuerte armado sobre las bases de una crítica epistemológica (sobre las categorías que utilizamos para pensar la sociedad, sus efectos sobre ellos y viceversa), así como sobre el reconocimiento de las potencialidades del cambio y la transformación social presente en los sujetos y objetos de nuestro conocimiento, que siempre tiene efectos políticos y cívicos. Igualmente en este programa resulta imprescindible
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articular las visiones de los hechos sociales objetivados (como efectos de estructura) con los relatos y experiencias subjetivas de los actores presentes en los campos específicos de la acción social. A todo esto Wacquant le ha añadido, pertinentemente, su insistencia sobre la necesidad de comparar y evaluar las formaciones sociales concretas como fuente de conocimiento relevante para todo problema a estudiar; así como la voluntad militante de colocar a todo hecho social en su génesis histórica, en su evolución en la larga duración y en las múltiples determinaciones ejercidas por acontecimientos que se producen, tanto en las regularidades como en las singularidades temporales. Como se ve el programa es bastante más exigente que los eslóganes del fin de lo social (del sujeto, de la historia, de los grandes relatos) que nos ha dejado el pensamiento débil (y acomodaticio) postmoderno. Esperamos mucho de la sociología de Wacquant.
PARIAS URBANOS, PARIAS MEDIÁTICOS: LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA MARGINACIÓN DE LA POBREZA Félix A. López Román
1.
INTRODUCCIÓN
En el pasado mes de noviembre de 2010 se celebró en Puerto Rico un conversatorio bajo el tema de Apoderamiento de la Información y Democracia. Entre las personas presentes en ese conversatorio se encontraba el director del periódico El Nuevo Día, diario comercial de mayor circulación en el país, y el director de Prensa Comunitaria, diario virtual sin fines de lucro que atiende asuntos relacionados con las comunidades marginadas del país. Durante el conversatorio el representante de Prensa Comunitaria comentó con tono enfático y competitivo que, a diferencia de los medios de comunicación comerciales, su periódico era el único que había publicado constantemente temas relacionados con las comunidades pobres del país. Este comentario llama la atención en la medida en que la pobreza se convirtió, durante ese foro, en una especie de mercancía rentable que permitía colocar en competencia a los distintos medios de comunicación que allí «conversaban». La pobreza dejó de ser un fenómeno social producto de relaciones de desigualdad económica, para advenir en mercancía rentable que permite la lucha por el control de información sobre las comunidades pobres entre los medios de comunicación. Por otra parte, en un evento sobre periodismo y democracia, celebrado hace algunos años en la Facultad de Comunicación Pública de la Universidad de Puerto Rico, un representante del medio de comunicación Prensa Comunitaria cuestionaba la
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estética de los periodistas de medios de información comerciales. Se mencionaba que dicha estética respondía más bien a unos parámetros de belleza que no estaban asociados con la realidad estética de la mujer puertorriqueña. Acto seguido, en un intento de validar el carácter comunitario de su medio de comunicación, invitó a ponerse en pie a una periodista de Prensa Comunitaria para que fuera observada por el público presente. Mencionaba que su organización trabajaba de «forma genuina» ya que sus periodistas eran personas «comunes y corrientes» de las comunidades marginadas. La periodista era una mujer de mediana edad, en sobrepeso y vestida de una forma particular que marcaba una distinción de marginalidad con el resto del grupo de académicos que se encontraban presentes. El acto que vengo de comentar es una forma de producción de la pobreza y del pobre a partir de un medio de comunicación. Prácticamente se estaba diciendo, allí, que los pobres tienen una estética diferente al resto de la población. En lugar de resaltar las condiciones sociales que generan el empobrecimiento, lo que allí se estaba realizando era un acto de consolidar una forma de la pobreza o, si se quiere, una distinción del pobre a partir de una identidad estética. Las interrogantes a partir de estos eventos son varias: ¿qué significa hablar de la pobreza para los medios de comunicación? ¿No se convierte esta lucha por la información de la pobreza en una lucha por la estigmatización de las comunidades pobres? ¿No supone esta lucha dejar en el olvido la indagación sobre las condiciones sociales que conforman el fenómeno de la pobreza? Parecería que en aquellos conversatorios lo que estaba en juego no era la discusión sobre los condicionamientos sociales que generan emprobecimiento sino la competencia por quién produce más información sobre los pobres del país y quién se ajusta más a la supuesta identidad del pobre. Es por esta razón que habría que hacer un acercamiento a la relación de los medios de comunicación y cómo éstos forman parte del entramado social que construyen formas estigmatizadoras de las comunidades pobres de Puerto Rico. Los trabajos de Loïc Wacquant son parte de los referentes para esta reflexión ya que éste aborda el problema de cómo se han con-
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formado estrategias de invisibilización, estigmatización y encierro urbano a los grupos que conforman, en palabras de Wacquant, la «nueva pobreza». Entendemos, para este trabajo, que parte de las estrategias para esa marginación urbana de los «nuevos pobres» reside en los medios de comunicación en tanto entidades que conforman prácticas y relaciones sociales. Un trabajo que asuma la marginalidad urbana debe incluir a los medios de comunicación como parte de los grupos que conforman la vida urbana de nuestra época y cuáles son sus efectos en la conformación de prácticas estigmatizadoras. Los medios de comunicación han formado parte de la construcción ideológica de ordenamientos mentales y sociales sobre las comunidades marginadas. El planteamiento anterior queda demostrado en las mismas expresiones de las comunidades pobres de Puerto Rico cuando, utilizando la coyuntura de la disolución del Estado Asistencial, las comunidades tienden hacia una mayor organización y una expresión más contundente hacia las políticas que no les favorecen. De esta forma, surge en Puerto Rico un espacio para que las comunidades marginadas puedan expresar su inconformidad no sólo con las prácticas estatales de penalización de la pobreza sino también con la prácticas mediáticas de construir una opinión que vincula a las comunidades pobres con la criminalidad. Por esa razón, presentaremos inicialmente el contexto que permitió que las comunidades pobres del país crearan espacios de cuestionamiento a las construcciones discursivas que realizan los medios de comunicación sobre dichas comunidades. Posteriormente, realizaremos un breve análisis de la relación entre medios de comunicación y formas de estigmatización de la pobreza en Puerto Rico.
2. PARIAS MEDIÁTICOS Como sabemos, una de las consecuencias del debilitamiento del Estado en su capacidad de gestionar lo social, es el surgimiento de movimientos comunitarios o localistas que pretenden resolver asuntos que les afectan desde un distanciamiento
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de las entidades formales de la política. Estos grupos están compuestos por sectores que quedaron fuera los servicios gubernamentales que anteriormente ofrecía el Estado Benefactor. En Puerto Rico, las consecuencias del debilitamiento del aparato estatal se agravan en la medida en que las tasas de nivel de pobreza en el país son considerablemente altas. Durante el período de la década de los noventa el 58,9% de la población vivía en condiciones de pobreza (Colón Reyes, 2006, p. 284). De igual forma, el ingreso per cápita, para la misma época, fue estimado en unos $4.177 dólares anuales (Colón Reyes, 2006, p. 276). Así también, de un total de 889.998 familias en Puerto Rico, sólo 11.584 de éstas informaron haber generado ingresos de $75.000 dólares o más (Colón Reyes, 2006, p. 276). Es precisamente en esa década, y por las razones antes mencionadas, que se ampliarán diversos proyectos de base comunitaria y se fortalecerán las Organizaciones sin Fines de Lucro y no Gubernamentales en Puerto Rico. Se configura, en ese entonces, el fortalecimiento del tercer sector en tanto actor social, conformado por comunidades marginadas, que ha quedado fuera de la participación gubernamental y de las gestiones de las empresas privadas. Estos grupos fundamentarán sus trabajos en la autogestión, la sostenibilidad y el desarrollo local de sus economías. Varios grupos compuestos por comunidades marginadas en el país, se organizaron para formar, a través de los eventos conocidos como Congresos Nacionales de Política Pública para Asuntos Comunitarios, proyectos de política pública que resultaran en beneficios para las comunidades marginadas del país. Estos proyectos tendrían la característica de que no serían gestionados por el Estado sino por las propias comunidades. Dentro de los trabajos en los Congresos Nacionales de Política Pública se discutió la función de los medios de comunicación en la reproducción de las comunidades pobres como núcleos de criminalidad en el país. Por esta razón uno de los Congresos fue dedicado exclusivamente al papel de los medios de comunicación en relación a los interés de los grupos comunitarios (Red de Apoyo a Grupos Comunitarios en Desarrollo Socioeconómico, 2004). Los grupos comunitarios pasaron inmediatamente a cuestionar a los medios de comunicación y
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su rol dentro de la gestión política que realizan dichos grupos. Como menciona Ma. de Lourdes Lara Hernández: «…decidimos que además del sector privado, del sector gubernamental, del sector académico y del sector ciudadano tenía que haber un otro sector que se llamara sector medios de comunicación. Así que los medios de comunicación se incorporaron también como instituciones que deciden política pública, promueven políticas públicas y que tenían que estar allí también escuchando las propuestas ciudadanas y de las sin fines de lucro para poderlas incorporar dentro de los sectores en los que ellos influyen en las decisiones de cambio de todos los asuntos públicos» (2010)
Un mes después del Primer Congreso de Política Pública, en mayo de 2000, la líder comunitaria Maricruz Rivera Clemente de la Corporación Piñones se Integra (COPI), organización que trabaja por el rescate económico de una comunidad marginada afrodescendiente, ya apuntaba una serie de críticas a la representación que de ellos hacían los medios de comunicación. En una ponencia presentada al Centro de Libertad de Prensa, menciona: «La prensa escrita, radial o televisada es un poderoso medio de comunicación y una herramienta importante para el desarrollo de opinión pública. Es por esto que la intervención del periodista en grupos marginados requiere de habilidad para conocer el contexto cultural, económico, histórico y social del grupo o comunidad. El periodista tiene la responsabilidad de investigar y llevar la noticia sin prejuicios o ideas fundamentadas en situaciones aisladas. En un periódico de gran circulación en la isla se publicaron tres artículos: «Piñones nuestro de cada día», «El Ángel de Piñones» y «El Gringo de Piñones»... Estos artículos fueron escritos tomando en consideración sólo la versión de un individuo que por conveniencia elaboró toda una imagen negativa de la comunidad... La supuesta información que estos artículos reseñaron estaba totalmente manipulada y llena de menosprecio a una comunidad que por más de 300 años ha mantenido su identidad y su origen negro con orgullo y dignidad.» (Rivera Clemente, 2000)
Maricruz Rivera Clemente, proveniente de un sector marginado por su descendencia afrocaribeña, expresa en dicha ponencia cómo la prensa nacional contribuye a reproducir una
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imagen ideologizada de los sectores costeros y afrodescendientes de Puerto Rico. Si las críticas anteriormente iban dirigidas al sector gubernamental, en este momento comienza un giro crítico a los medios de comunicación. Aunque el acercamiento crítico a los medios de comunicación no es nuevo, en Puerto Rico se convertía en un acto novel que el sector comunitario dirigiera sus críticas no solamente al gobierno sino también a las empresas periodísticas. Por eso menciona también Rivera Clemente que: «La prensa debe ser para las comunidades un medio de difusión y no un locutor que hable por nosotros como si no tuviéramos voz. Entiendo que es necesario que se difunda la verdad, lo bueno y lo malo y no la interpretación de lo que se cree es la realidad. Es importante tratar a todos con equidad y justicia. ¿Por qué será que del árbol caído todos quieren hacer leña?» (Rivera Clemente, 2000)
Aquí no hay una invalidación a la prensa en tanto empresa de producción de información, sino un intento de que la difusión de la prensa sea más adecuada a la «realidad» de las comunidades y que no excluyan a las comunidades de la participación y diseño en la producción del contenido noticioso. En dicho Congreso el tema de la responsabilidad de los medios de comunicación frente a las comunidades se convertirá en el eje central de los diálogos allí generados. El debate entre las comunidades tuvo como fundamento el asumir los medios de comunicación como gestores de política pública. Se menciona en uno de los documentos de trabajo: «¿Es posible hablar de política pública con respecto a los medios de comunicación? Usualmente identificamos al gobierno como el principal actor de la política pública. En el caso de los medios, el gobierno reglamenta sólo algunos aspectos de propiedad y de contenido. La labor de los medios se rige entonces por las reglas del mercado, es decir, por lo que vende... Gran parte de la cultura política de las sociedades actuales son influenciadas a través de los medios de comunicación. Lo que conocemos como realidad social es entonces, en gran medida, definida con y por los medios de comunicación». (Red de Apoyo a Grupos Comunitarios en Desarrollo Socioeconómico, 2002)
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El medio de comunicación se reconoce entonces como espacio de los asuntos públicos y la exigencia del tercer sector es poder participar de forma más directa en la construcción de los discursos que allí se generan. Específicamente, el tercer sector se posicionaba en una exigencia a los medios de comunicación en la redefinición de su responsabilidad social. Para los grupos comunitarios la responsabilidad social del medio de comunicación coincidía con tres funciones bases: informar, orientar, entretener. Sin embargo, cada una de estas funciones tenía que coincidir con un mayor acceso, mejor representación y participación de los grupos comunitarios en los medios de comunicación. En el aspecto de representación se mencionaba en los documentos de trabajo que: «El efecto de la representación o cobertura de las comunidades en los medios de comunicación se puede resumir en dos asuntos: por un lado se invisibiliza o desaparece la voz de las comunidades y se sustituye por las voces de otras personas que alegan poder hablar en nombre de las comunidades (políticos, académicos o instituciones). Por otra lado, los medios de comunicación deciden ellos qué es lo que van a decir de las comunidades y cómo lo van a presentar (con poca o ninguna participación de las comunidades)» (Red de Apoyo a Grupos Comunitarios en Desarrollo Socioeconómico, 2002)
El resultado de esta característica era que el tercer sector no sentía que los medios de comunicación «reflejaban» adecuadamente la realidad de las comunidades del país. De esta manera, quedaba fuera de la cobertura periodística las gestiones y aportaciones que hacía el tercer sector para aportar al desarrollo socioeconómico del país. Por eso se mencionaba en un segundo Congreso que: «Se presentan a las comunidades como las que no tienen ni pueden ofrecer soluciones a los problemas sociales. Sólo un problema. Se da la impresión, por la alta participación y cobertura que tiene el gobierno, de que éste es el único responsable del trabajo o el progreso del país, que es lo único que existe. En otras palabras, que el Estado es el país.» (Red de Apoyo a Grupos Comunitarios en Desarrollo Socioeconómico, 2002)
Esta percepción del tercer sector proviene por una tendencia, de los medios de comunicación del país, de cubrir las noti-
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cias comunitarias desde un enfoque de necesidad o de carencia. La visión que generan los medios noticiosos es que las comunidades y el pueblo carecen de recursos y, por lo tanto, el gobierno tiene que ofrecer servicios para llenar esa necesidad. Esta lógica no solamente reproduce la práctica puertorriqueña de dependencia del Estado sino que también fortalece y legitima la visión de los funcionarios como gestores de política pública para la población. Ese fenómeno es precisamente uno de los elementos críticos para el tercer sector. Las propuestas en el Segundo Congreso se dirigieron, entonces, a que los medios de comunicación transformaran ese enfoque por uno que fomentara los proyectos y aciertos de las comunidades. Esto solamente se podría dar si se abría el acceso y la participación de las comunidades en la elaboración de la noticia.
3. MEDIOS DE COMUNICACIÓN, POBREZA Y ESPACIOS URBANOS Los señalamientos realizados por las comunidades marginadas del país no se reducen tan sólo a un reclamo de mayor participación en la elaboración de noticias sobre las comunidades marginadas, sino que reflejan un distanciamiento de la realidad construida por los medios de comunicación sobre sus propias comunidades. Este distanciamiento sugiere una formación discursiva que pretende justificar estrategias dirigidas a observar el fenómeno criminal como un asunto de los pobres y, a su vez, entender que los problemas sociales radican exclusivamente en dicha población. Esta formación permite, a su vez, fortalecer la idea de que es necesario que el Estado Penal repliegue todo su aparato de violencia contra estas comunidades. En este caso, dicha formación está realizada por los medios de comunicación y no tan sólo por los aparatos gubernamentales o judiciales tradicionales. Entendemos que, desde los trabajos de Wacquant, podemos entender que la formación institucionalizada de la pobreza es un fenómeno complejo y comprende un carácter relacional. La formación discursiva de la pobreza no se reduce a un asunto
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exclusivo de territorialidades topográficas sino también a una relación integral de diversas instituciones sociales. Menciona Wacquant: «…hay que destacar que el gueto no es simplemente una entidad topográfica o una agregación de familias e individuos pobres sino una forma institucional, es decir, una concatenación particular y basada en el espacio de mecanismos de encierro y control etnorraciales… el gueto puede caracterizarse como una formación socioespacial restringida, racial y/o culturalmente uniforme fundada en la relegación forzada de una población negativamente tipificada… en un territorio reservado en el cual esa población desarrolla un conjunto de instituciones específicas que actúan como sustituto funcional y escudo protector de las instituciones dominantes de la sociedad general.» (2001, pp. 42-43)
Aquí Wacquant, siguiendo a Pierre Bourdieu, evita realizar una lectura sustancialista sobre el gueto, las comunidades o los barrios. Más bien, intenta advertir el carácter relacional de esas formaciones socio-espaciales. El territorio no es suficiente para generar estos encierros de las comunidades marginadas en los espacios urbanos. Es necesario también observar otras técnicas que operan en la formación de esos espacios restringidos. Entendemos que los medios de comunicación son un elemento que forma parte del espectro social que conforma espacios de marginalidad en el entorno urbano a partir de estrategias informáticas que, en lugar de invisibilizar, lo que realizan es un acto de visibilización de las comunidades pobres desde un enfoque ideológico particular que culmina en la formación de una práctica de distinción y segregación. Los medios de comunicación se han convertido en productores, más que de información, de relaciones sociales y subjetividades. Como menciona Negri: «La síntesis política del espacio social está configurada por el espacio de la comunicación… El lenguaje, como lo que comunica, produce mercancías pero más aún crea subjetividades, las pone en relación y las ordena.» (2000, p. 33)
Los medios de comunicación son algo más que meros emisores de información. La información que brindan no solamente
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está atada, como ha señalado Chomsky, a posicionamientos políticos e ideológicos, sino también que forman parte de la configuración de relaciones sociales. La noción de medios de comunicación encierra la doble característica de ser, por una parte, un medio o transmisor de mensajes y, por otra parte, ser forma de comunicación. En tanto forma de comunicación, se establece entonces la capacidad del medio en formar o configurar una especie de arquitectura para la comunicación, que a su vez se convierte en una arquitectura de relaciones sociales. Por ejemplo, la noción gramsciana de hegemonía permitió hacer un tránsito de la concepción de la información como reproductora de ideologías dominantes hacia cómo esa reproducción opera, no tan sólo en la difusión de información, sino a través de la creación de espacios de otorgación de sentido colectivo (Abril, 2005, p. 146). El mismo Gonzalo Abril nos menciona que existe una limitación en la concepción de los medios de comunicación como difusores de mensajes que constituyen una cultura de masas ya que los mensajes y la información no son los únicos elementos que operan en esa constitución. Menciona Abril: «…los medios conforman el contexto simbólico fundamental de las sociedades contemporáneas, pero insertos en un marco de discursos, prácticas e instituciones más amplio y con el que mantienen relaciones reflexivas.» (2005, p. 141)
De igual forma, David Holmes distingue el uso en inglés del término media en tanto conjunto de medios de comunicación y mediums en tanto, este último, resalta la característica de ambientación o creador de relaciones que tienen los medios de comunicación. Menciona Holmes: «La idea de producción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación se refiere a la consideración de los ´mediums´ de información como ambientes constitutivos de nuevos tipos de comportamiento y formas de identidad. Es decir, no sólo reproducen tipos existentes de relación social, sino que también forman nuevas relaciones.» (2005, p. 15)
Dentro de la configuración de los espacios de encierro de las poblaciones marginadas dentro del entorno urbano, habría que
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considerar al medio de comunicación como uno de los mecanismos difusores de nociones y prácticas que refuerzan la idea de que los pobres no son parte del conjunto social y que son los focos de los actos delictivos que se comentan. Esto ocurre en la difusión diaria de noticias, en el enfoque editorial o la captura fotográfica de los diversos eventos. Hay otro mecanismo por parte de los medios de comunicación de Puerto Rico que consiste en la creación de instancias para atender lo que se ha venido a llamar asuntos comunitarios. Tanto la radio, la televisión, como la prensa escrita han abierto secciones dentro de su programación para «escuchar la voz» de las comunidades a través de la apertura de líneas telefónicas, solución de gestiones gubernamentales o solamente tomar nota de los problemas que enfrentan alguna comunidad particular del país. Estos mecanismos de inserción de los asuntos comunitarios, en los medios de comunicación, funcionan como dispositivos de distanciamiento de las mismas comunidades. Parecería paradójico pensar que si el medio de comunicación está incluyendo, dentro de su programación, asuntos que afectan a las comunidades marginadas, esa inserción surta el efecto de distanciamiento y de distinción. Sin embargo, este tipo de programas presentan a las comunidades marginadas como comunidades marginadas. En otras palabras, son personas que no tienen recursos y viven de la necesidad y, de ahí, que sólo merezcan que se escuche sus quejas. Estos programas abren las líneas telefónicas para escuchar la «voz necesitada», presentando a éstas como personas que no tienen los recursos ni el potencial para resolver sus asuntos y, por lo tanto, son los focos de la violencia y los problemas sociales. De alguna manera, se intenta decir que no solamente son pobres porque no tienen recursos sino también porque no pueden atender sus propias situaciones. Esto último refuerza el entendido colectivo de que la pobreza es tan sólo un asunto de voluntad personal. Además, en muchas ocasiones, las noticias que presentan sobre problemas comunitarios se reducen a algún problema de falta de agua en sus casas, algún problema con el tendido eléctrico, algún problema con la carretera, etc. La imagen que se presenta es que los problemas de estas personas son menores respecto a los problemas «serios» que enfrenta el país.
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De ahí que el medio de comunicación opera como parte del entramado de relaciones sociales que construyen una imagen de la pobreza y del pobre en tanto ente distanciado del «resto» de la sociedad. Esta operación ocurre en proceso dual de visibilización del pobre a través de su inserción en las noticias cotidianas y, a partir de ello, se genera el efecto de distanciamiento y distinción de dichas comunidades marginadas. Esto, como fue recogido en las críticas de las comunidades pobres del país, funciona como un factor que vincula a dichas comunidades al problema de la criminalidad, por vía de la distinción, de la pobreza.
4. LA TRANSPARENCIA COMO ESTRATEGIA DE INVISIBILIZACIÓN DE LA POBREZA Los medios de comunicación funcionan, entonces, como dispositivos que marcan una diferencia entre las poblaciones pobres del país, ligando éstas a problemas sociales como la criminalidad. Entendemos que esto representa una de las muchas formas de manejo de la pobreza. La invisibilización de los pobres ha sido, para Wacquant, una de las estrategias para desaparecer de la vista y de la opinión pública problemas sociales que están enlazados con problemas estructurales de desigualdad. Menciona Wacquant: «Uno de los objetivos de la llamada política de la ‘tolerancia cero’ del crimen callejero de las clases más bajas —su nombre apropiado debería ser ‘intolerancia selectiva’— es hacer desaparecer a los pobres del ámbito público; limpiar las calles para que no se vea a los desposeídos, a los que no tienen hogar, a quienes piden limosna. No quiere decir que haya desparecido la pobreza ni que hayan desaparecido la alienación o la desesperación social, significa más bien que los pobres ya no interfieren en la escena pública, de manera que el resto de la sociedad puede fingir que los pobres no están más ahí.» (2006, pp. 60-61)
Este intento de invisibilización toma muchas formas y estrategias que van desde pintar las fachadas de las comunidades pobres para que éstas no afecten la visibilidad cuando se transi-
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ta cerca de ellas, eliminar de las calles y avenidas a vagabundos o «tecatos» 1 y establecer políticas públicas que generan la percepción de que la criminalidad es un asunto exclusivo de los pobres. En palabras de Wacquant la política de criminalización de la pobreza es un intento de «transformar un problema político, enraizado en la desigualdad económica e inseguridad social, en un problema de criminalidad» (2006, p. 61). En Puerto Rico, por ejemplo, hace ya varios años existe una política pública llamada «Mano Dura contra el Crimen». Esta política está basada en la intervención policiaca y de la guardia nacional en todos los residenciales públicos y comunidades en donde habitan las personas con escasos recursos económicos. Esta intervención policiaca estuvo acompañada de la colocación de miembros de la guardia nacional, especie de ejército nacional, en las entradas de todas estas comunidades para controlar el acceso de quiénes entran y salen de la comunidad. La inclusión del ejército nacional en este tipo de enfrentamiento con las comunidades marginadas es una muestra de la militarización de la marginalidad en la cual convierte a los pobres en enemigos del resto de la ciudadanía (Wacquant, 2008). Este mecanismo ideológico de vinculación de la pobreza con la criminalidad se ha instalado en la conciencia colectiva de la población al nivel de que en los años noventa hubo una campaña publicitaria en los medios de comunicación en donde presentaban a un infante en pañales, claramente marcado por condiciones sociales de marginalidad, con un letrero colgado en su pañal que leía: «futuro criminal». Otro ejemplo, de cómo ese vínculo pobreza-criminalidad opera en la conciencia colectiva es la frase popular: «Soy pobre pero honrado». Esta frase ya lleva la carga de que ser pobre es equivalente a ser una persona deshonesta o delincuente. De ahí, que se haga necesario hacer la aclaración de que a pesar de mi pobreza no soy un delincuente. Estas estrategias se hacen más complejas en un mundo atravesado por las medios de comunicación e información. La
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«Tecatos» es el nombre popular en Puerto Rico para las personas usuarios de drogas ilícitas y que transitan por las calles pidiendo dinero para su dosis diaria.
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invisibilización no supone necesariamente un ocultamiento o un acto de esconder elementos que no desean ser vistos. Hacer transparente, hacer visible, un fenómeno puede implicar también una forma de ocultamiento que tiene el resultado de generar distanciamiento y distinción respecto a grupos particulares. Dar a la luz un asunto puede surtir el efecto de deslumbrar sobre aquello que es visto. Aquí se genera un ocultamiento no ya por el acto de esconder sino precisamente por el exceso de visibilización. Como bien lo menciona el filósofo puertorriqueño Francisco José Ramos (2003): «…el Espectáculo no es ya solo la ‘sociedad del espectáculo’, sino la fascinación hipnótica con los registros de su efectividad… Todo sale a la luz y se devora con la velocidad de la luz. Es la ‘tragedia de la luz’.»
En ese sentido, la transparencia que nos prometen los medios de comunicación, a través de la publicación de noticias e información, puede generar una especie de obscurantismo provocado por la misma visibilización de los fenómenos. Este el caso, por ejemplo, de los actos de magia que obtienen su valor precisamente porque estamos mirando el espectáculo de forma deslumbrada y ese deslumbramiento es lo que provoca la ceguera que permite realizar el acto de magia. Sin embargo, ese obscurantismo se traduce en la construcción de una distinción poblacional generado a través de la construcción discursiva de los medios de comunicación. En ese sentido, la invisibilización no supone tan sólo un ocultamiento sino también la otorgación de una visibilidad politizada. De ahí que surjan expresiones como: el problema lo tienen ellos, los pobres, no nosotros. Entendemos que Wacquant recoge esta noción cuando se refiere a la estigmatización de áreas territoriales de la nueva pobreza y que tiene como resultado el que los mismos miembros de una comunidad no puedan desarrollar relaciones de solidaridad debido a que asumen el mismo estigma de la comunidad en donde habitan (Wacquant, 2006, p. 63). Menciona Wacquant: «Cualquier sociología comparativa de la ‘nueva’ pobreza urbana en las sociedades avanzadas debe comenzar con la noción del poderoso estigma asociado a la residencia en los espacios restringidos y segregados,
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los «barrios del exilio» en que quedan cada vez más relegadas las poblaciones marginadas o condenadas a la superfluidad por la reorganización posfordista de la economía y del Estado.» (2001, pp. 129-130)
El fenómeno de la estigmatización ya había sido anteriormente abordado por el sociólogo Erving Goffman (2006) como un rasgo visible a otros que anula la posibilidad de conocer otros atributos de la persona enfocándose solamente en el rasgo estigmatizado. Hacer visible es también distinguir lo visible y esto opera como mecanismo de segregación. En ese sentido, la estigmatización oculta una amplia gama de relaciones sociales a partir de la visibilidad de un rasgo particular que condiciona y limita la mirada. En el caso de Puerto Rico, a inicios del siglo XXI, el gobierno comenzó una campaña de colocar letreros o carteles a la entrada de las comunidades marginadas. Estos letreros tenían la intención de identificar a las comunidades o «barrios» 2 marginados. La campaña de identificación cubrió a toda la isla de Puerto Rico y a la entrada de cada barrio se podía observar un gran cartel que leía: «Comunidad Especial». Todos estos barrios pasaron a ser nombrados como «comunidades especiales», estigmatizando aún más dicha comunidad con el apelativo de «especial» que sugiere que «no es igual» al resto de las comunidades puertorriqueñas. Es por eso que mencionamos que la estigmatización es un recurso que hace visible la pobreza para regularla e invisibilizar las condiciones sociales que la producen (Wacquant, 2008). En ese sentido, la pobreza y la criminalidad se convierten en un asunto particular de las nombradas «comunidades especiales». Ese acto de estigmatización sugiere que sería allí, en la «comunidad especial», en donde radica el problema y sería allí donde el Estado ejercería todos sus recursos, asistenciales y policiales, para controlarla y erradicarla. Por esta razón las estrategias de invisibilización que menciona Wacquant son procesos sumamente complejos que están atados a estrategias de reordena-
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En Puerto Rico la noción «barrio» tiene una connotación de comunidad marginada. Puede referirse a la misma noción de «favelas» en Brazil o de «ghettos» en Estados Unidos.
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miento territorial, reubicación de viviendas y con la puesta en escena, de forma visible, de estrategias discursivas que nombran y construyen nociones socio-ideológicas sobre la pobreza y la criminalidad. Hacer transparente la pobreza o la criminalidad es también una forma de invisibilizarla y reorganizarla a través de discursos estatales sobre la misma. Los medios de comunicación juegan un papel fundamental en la formación discursiva del fenómeno criminal y su vinculación con el fenómeno de la pobreza y, a su vez, saturan el debate público a partir de dicha construcción ideológica que luego serán tomadas como «hechos sociales» a la hora de realizar política pública (Wacquant, 2004). Por ejemplo, bajo ese discurso mediático de asociación de criminalidad y pobreza, recientemente la Universidad de Puerto Rico contrató a una compañía privada de seguridad para que controlaran las manifestaciones huelgarias que realizaban los estudiantes de dicha universidad. La compañía privada contrató, para esta tarea, a jóvenes desertores escolares de los barrios pobres del municipio de Loíza para que fueran a «darle palos» o golpear a los estudiantes universitarios bajo el argumento de que a los jóvenes pobres lo que les gusta es la violencia. En ese sentido, la lucha que han asumido los medios de comunicación de Puerto Rico, por el control de la información de los pobres es una lucha que lleva en sí una forma de entrampamiento en la medida en que la publicación de noticias o «voces» de las comunidades pobres lo que termina realizando es reproduciendo la marginación de dichas comunidades. El asunto no es, quizás, quién habla más de los pobres sino quién habla del fenómeno de la pobreza. Es decir, parecería que se prefiere hablar de los pobres ya que de otra manera habría que atender el asunto de la pobreza y la marginalidad, que, como sabemos, es un asunto que se tendría que elevar a la estructura socio-económica del país. De esta forma, visibilizar a los pobres se convierte también en estrategia de ocultamiento de los elementos estructurales de producción de la pobreza y la marginalidad. Es por eso también que los nuevos medios de comunicación con enfoque comunitario tendrían que preguntarse: ¿acaso ser parte de un proyecto mediático gestado por las
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comunidades significa que transformamos la difusión ideológica de información sobre las comunidades marginadas del país? ¿Acaso este tipo de proyecto no está generando un mayor encierro y marginación de las mismas comunidades? ¿Estos proyectos comunitarios atienden el asunto estructural de las condiciones sociales de desigualdad que generan la pobreza en el país? Estas preguntas quedan puestas para qué continuar la reflexión. En todo caso, entendemos que Loïc Wacquant abre una puerta de análisis bastante amplia sobre cómo el entramado social reproduce y conforma, a través de prácticas de invisibilización y estigmatización, la exclusión de la pobreza para no atender el problema político que ese fenómeno encierra. Los medios de comunicación son parte de ese entramado social y, por ello, se hace más que necesario someter a juicio crítico esa tarea de los medios de comunicación en especial aquellos que se autodenomina como medios comunitarios de información.
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PARTE III ESTADO PENAL La contención punitiva como política para la pobreza
LA TORMENTA GLOBAL DE LA LEY Y EL ORDEN: SOBRE NEOLIBERALISMO Y CASTIGO 1 Loïc Wacquant
A principios de la década de los 90, el nuevo alcalde republicano de la Ciudad de Nueva York, Rudolph Giuliani, lanzó una campaña política de «tolerancia cero» orientada a los desórdenes callejeros y los delincuentes de poca monta, encarnados por el infame limpiacristales de coches [«squeegee man»]. Nueva York pronto se convirtió en un escaparate planetario de una aproximación agresiva a la aplicación de la ley que, a pesar de sus extravagantes costes y la ausencia de conexión con el descenso de la delincuencia, llegó a ser admirada e imitada por otras ciudades de Estados Unidos y de Europa Occidental. En mi libro Las cárceles de la miseria, publicado por primera vez en 1999, rastreo la incubación y la internacionalización de los eslóganes («la cárcel funciona»), teorías («ventanas rotas»), y medidas (tales como un encarcelamiento expansivo, sentencias de un cumplimiento mínimo obligatorio [«mandatory minimum sentences»], el internamiento en campos de entrenamiento al modo militar [«bootcamps»] y toques de queda para los jóvenes [«youth curfews»]) que componen este nuevo «sentido común» punitivo, creado para contener la desigualdad y la marginalidad urbana en la metrópolis. Lo que encuentro es que una red de think tanks conservadores de la era Reagan, liderados por el Manhattan Institute, los crearon como una arma en su cruzada para desmantelar el Esta-
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Traducción de Horacio Pons ampliada por Ignacio González Sánchez.
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do del bienestar y, como consecuencia, criminalizar la pobreza frente a la situación de ampliación de la desigualdad económica y de la inseguridad social difusa. Rastreo su importación y exportación a través de políticos entusiasmados con la visión neoliberal, los principales medios de comunicación y los institutos de políticas pro-mercado que han proliferado rápidamente a través de la Unión Europea, y particularmente en la Gran Bretaña de Tony Blair. También muestro cómo académicos de cada país ayudaron a infiltrar técnicas estadounidenses de penalización en sus países disfrazándolas con una apariencia académica. Mi afirmación principal vincula la restructuración neoliberal con el castigo: el «consenso Washington» sobre la desregulación económica y la reducción de las prestaciones sociales se extendió para abarcar un control punitivo de la delincuencia, ya que la «mano invisible» del mercado necesita y requiere la presencia del «puño de hierro» del Estado penal. En este artículo reflexiono sobre la recepción internacional de Las cárceles de la miseria, que la vio traducirse rápidamente a 20 idiomas 2 , como revelador de los desarrollos penales en las sociedades avanzadas durante la última década. Muestro que la tormenta global de la «ley y el orden» inspirada por los Estados Unidos, y que el libro detectó en 1999, ha seguido haciendo estragos a lo largo y ancho. De hecho, se ha extendido de países del Primer mundo a países del Segundo y ha modificado la política del castigo y sus programas a lo largo del planeta de formas que nadie previó, y que se hubiesen creído impensables hace unos quince años. Extiendo el análisis del rol de los think tanks en la difusión de la penalidad al estilo estadounidense a Latinoamérica (lo que yo llamo el «efecto Giulani»). También elaboro y reviso el modelo original del vínculo entre neoliberalismo y penalidad punitiva, llevándolo al análisis de la construcción del Estado en la era de la inseguridad social desarrollado en mi libro Castigar a los pobres.
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Loïc Wacquant, Las cárceles de la miseria (Buenos Aires: Manantial, 2000).
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SIGUIÉNDOLE EL RASTRO A LA TORMENTA DE LA «LEY Y EL ORDEN» ALREDEDOR DEL MUNDO
Las cárceles de la miseria despliega las herramientas de la ciencia social para involucrase, y afrontar, un debate público de primera importancia social en los países occidentales. El tema del debate es el papel creciente de la prisión y el giro punitivo de la política penal discernibles en la mayoría de las sociedades avanzadas a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX y hasta nuestros días. El blanco inicial fueron Francia y sus vecinos, como ávidos importadores de las categorías, los eslóganes y las medidas de control del delito elaborados durante la década de 1990 en los Estados Unidos como vehículos para el paso histórico de ese país de la gestión basada en la seguridad social a la administración penal de la marginalidad urbana. La meta era eludir los discursos políticos y mediáticos dominantes que promueven la difusión de esta nueva doxa punitiva y alertar a los estudiosos, los líderes cívicos y la ciudadanía interesada de Europa sobre los dudosos resortes de esa difusión, así como acerca de los calamitosos peligros políticos y consecuencias sociales del crecimiento y la glorificación del sector penal del Estado. Cuando escribí este libro, no esperaba aventurarme más profundamente en lo que por entonces era para mí un nuevo y desconocido terreno de investigación. Había incorporado el aparato de la justicia penal a mi marco analítico debido a su portentoso crecimiento y su agresivo despliegue alrededor de un gueto negro en vías de implosión en los Estados Unidos luego del reflujo del movimiento por los derechos civiles, y me hacía el firme propósito de volver a los problemas de la desigualdad urbana y la dominación etnorracial 3. Pero dos circunstancias inesperadas me incitaron a seguir con esta línea de investigación y activismo intelectual.
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A partir de la lógica de la polarización urbana desde abajo en los Estados Unidos y Europa, sondeada en Loïc Wacquant, Urban Outcasts: A Comparative Sociology of Advanced Marginality, Cambridge, Polity Press, 2008 [traducción española: Los Condenados de la ciudad. Gueto, periferias, Estado. Buenos Aires, Mexico, Madrid: Siglo XXI, 2007]. Describo los vínculos analíticos entre mis incursiones en la relegación urbana y la penalización en «The body, the ghetto, and the penal state», Qualitative Sociology, 32(1), marzo de 2009, pp. 101-129 [traducción española:
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El primero de esos hechos es la inusitada recepción del libro, en un principio en Francia y luego en los países que se apresuraron a traducirlo, cruzando las fronteras que separan la erudición científica, la militancia ciudadana y la construcción de políticas. El segundo es el hecho de que la tesis dual expuesta en él —a saber, que un nuevo «sentido común punitivo» forjado en los Estados Unidos como parte del ataque contra el Estado del bienestar cruza rápidamente el Atlántico para ramificarse a través de Europa occidental, y que esta diseminación no es una respuesta interna a la incidencia y el perfil cambiantes del delito sino un retoño de la difusión externa del proyecto neoliberal— tuvo una espectacular convalidación prima facie cuando Las cárceles de la miseria se publicó en una docena de lenguas a los pocos años de su presentación. Esta apasionada reacción extranjera me brindó la oportunidad de viajar por tres continentes para someter a una prueba práctica la pertinencia de sus argumentos. Y esa prueba me permitió verificar que la popularidad global del «modelo neoyorquino» de actividad de la policía, encarnado por su antiguo jefe William Bratton y el alcalde que lo había contratado (y despedido), Rudolph Giuliani, es en rigor la punta del iceberg de una reformulación más amplia de la autoridad pública, un elemento de una corriente más vasta de transferencia transnacional de políticas que abarca la reorganización flexible del mercado laboral de bajos salarios y la recomposición restrictiva de las prestaciones sociales en programas asistenciales de trabajo [workfare] de acuerdo con el patrón provisto por los Estados Unidos posfordistas y poskeynesianos 4. Un repaso selectivo de la meteórica trayecto-
«El cuerpo, el gueto y el Estado penal», Apuntes de investigación del CECYP, 16-17, junio de 2010]. Una versión abreviada se puede encontrar en este mismo volumen. 4 El impulso diferencial hacia la desregulación de los mercados laborales en las naciones posindustriales se analiza en Thomas P. Boje (comp.), PostIndustrial Labour Markets: Profiles of North America and Scandinavia, Londres, Routledge, 1993; Gosta Esping-Andersen y Marino Regini (comps.), Why Deregulate Labor Markets?, Oxford, Oxford University Press, 2000, y Max Koch, Roads to Post-Fordism: Labour Markets and Social Structures in Europe, Aldershot, Ashgate, 2006. La difusión y adaptación de los «programas asistenciales de trabajo» de inspiración norteamericana a otras sociedades avanzadas se describen en Heather Trickey e Ivar Loedemel (comps.), An Offer You Can’t Refuse: Workfare
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ria de la edición original de Las cárceles de la miseria a través de esferas de debate y fronteras nacionales puede ayudarnos a discernir mejor la apuesta de la discusión intelectual y las luchas políticas a las que se vincula, que no incumbe tanto al crimen y el castigo como a la reingeniería del Estado para promover y luego responder a las condiciones económicas y sociomorales que se alían bajo el neoliberalismo hegemónico. Desde el inicio, el libro cruzó las fronteras entre las esferas académica, periodística y civil. En Francia, Las cárceles de la miseria se lanzó literalmente desde el corazón de la institución carcelaria: en una gris y fría tarde de noviembre de 1999, presenté los frutos de mis investigaciones en vivo por Canalweb y Télé La Santé, el canal de televisión interno dirigido por los reclusos de la prisión de La Santé, en París, y luego volví a debatirlos hasta bien entrada la noche con todo el personal y los reclutas de la escuela nacional de formación de guardias correccionales en su atestada cafetería de las afueras de la ciudad. Transcurridas algunas semanas, la discusión se amplió a medios importantes de comunicación y a ámbitos académicos y militantes tan diversos como la École Normale Supérieure de París y la feria anual de Lutte Ouvrière [Lucha Obrera], un partido trotskista; la Maison des Sciences de l’Homme de Nantes y un débat de bar organizado por los verdes en Lyon; el Centro Nacional de Investigaciones Científicas y la École de la magistrature (academia francesa para la formación de los jueces), y reuniones públicas a lo largo y lo ancho del país, patrocinadas por entidades tan variadas como Les Amis du Monde Diplomatique, Amnistía Internacional, Attac, la Liga de los Derechos del Hombre, Raisons d’agir, Genepi (una agrupación estudiantil nacional que desarrolla programas de enseñanza en las cárceles), universidades locales y asociaciones barriales, diversos partidos políticos y una de las principales logias masónicas francesas. Un mitin público sobre «La penalización de la pobreza», celebrado
in International Perspective, Londres, Policy Press, 2001; Jamie Peck, Workfare States, Nueva York, Guilford Press, 2001, y Joel Handler, Social Citizenship and Workfare in the United States and Western Europe: The Paradox of Inclusion, Cambridge, Cambridge University Press, 2004.
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a lo largo de todo un día en la Maison des syndicats de mi ciudad natal de Montpellier en mayo de 2000, es un buen ejemplo de ese espíritu de discusión franca y vigorosa, ya que reunió a especialistas en ciencias sociales, abogados y magistrados con activistas y representantes sindicales pertenecientes a las ramas de la educación, la salud, el bienestar social, la justicia juvenil y la actividad penitenciaria del Estado 5. Pronto Las cárceles de la miseria conoció una adaptación teatral (puesta en escena en los Rencontres de la Cartoucherie en junio de 2001); sus argumentos se incluyeron en filmes documentales, y partes de su texto se incorporaron a antologías académicas, fanzines libertarios y publicaciones oficiales. Por añadidura, la Organización Internacional del Trabajo me solicitó que lo presentara en el Foro 2000 de las Naciones Unidas en Ginebra, donde representantes de varios países me instaron a viajar a su tierra para iniciar allí la discusión política. Fue difícil declinar esas invitaciones cuando, al cabo de algunos meses, el libro se tradujo y publicó en media docena de países, desencadenando un diluvio de llamadas de universidades, centros de derechos humanos, gobiernos de ciudades y regiones y toda una gama de organizaciones profesionales y políticas ávidas por debatir sus implicaciones en naciones tan alejadas y disímiles como Italia y Ecuador, Canadá y Hungría o Finlandia y Japón (al día de hoy, ya se ha editado en diecinueve idiomas). En la península Ibérica, Las cárceles de la miseria se tradujo rápidamente no sólo al español sino también al catalán, el gallego y el portugués. En Bulgaria, mi traductor fue invitado a exponer los argumentos del libro en la televisión nacional, dado que yo no podía viajar a Sofía. En Brasil, el lan-
5 Como resultado de este mitin se publicó un libro muy leído y utilizado por los activistas de la justicia en Francia: Gilles Sainati y Laurent Bonelli (comps.), La Machine à punir. Pratique et discours sécuritaires, París, L’Esprit frappeur, 2001. Entre las ampliaciones y actualizaciones del diagnóstico de la penalización de la pobreza en Francia bajo el influjo de los planes de estilo norteamericano, propuesto en Las cárceles de la miseria, se cuentan Gilles Sainati y Ulrich Schalchli, La Décadence sécuritaire, París, La Fabrique, 2007; Laurent Bonelli, La France a peur. Une histoire sociale de l’insécurité, París, La Découverte, 2008, y Laurent Mucchielli (comp.), La Frénésie sécuritaire. Retour à l’ordre et nouveau contrôle social, París, La Découverte, 2008.
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zamiento de Prisões da miséria, auspiciado por el Instituto Carioca de Criminología y el programa de derecho penal de la Universidad Candido Mendes, consistió en un debate con el ministro de justicia y un ex gobernador del estado de Río de Janeiro y fue cubierto por los principales diarios nacionales (tal vez intrigados por el título que yo había dado a mi alocución: «¿La burguesía brasileña desea reinstaurar una dictadura?» 6). Bastó que pasaran unas pocas semanas para que la tesis del libro fuera mencionada por periodistas, especialistas y abogados, así como citada en un fallo de la Corte Suprema. En Grecia, la publicación de la obra fue la base de una conferencia de dos días coauspiciada por la embajada de Francia en Atenas y titulada «El Estado penal en los Estados Unidos, Francia y Grecia», que reunió a especialistas en ciencias sociales, juristas, historiadores, funcionarios judiciales y un amplio surtido de reporteros. En Dinamarca, una asociación progresista de trabajadores sociales patrocinó la publicación de De fattiges fængsel como munición erudita para resistir la deriva burocrática hacia la supervisión punitiva de los pobres por parte de su profesión. En Turquía, con anterioridad a su lanzamiento en una edición legal, el libro circuló por conducto de la escuela para directores policiales del país en una traducción no autorizada realizada por un comisario, que lo había leído mientras estudiaba sociología en Francia, hasta que se publicó una edición legal. Con todo, fue la visita que hice a la Argentina en abril de 2000 la que reveló con mayor claridad en qué llaga sociopolítica había puesto el dedo con mi libro. Era la primera vez que
6 Loïc Wacquant, «Towards a dictatorship over the poor? Notes on the penalization of poverty in Brazil», Punishment & Society, 5(2), abril de 2003, pp. 197-205. Se encontrará un análisis más exhaustivo de las modalidades e implicaciones distintivas de la contención punitiva como política contra la pobreza en los países latinoamericanos en Loïc Wacquant, «The militarization of urban marginality: lessons from the Brazilian metropolis», International Political Sociology, 1(2), invierno de 2008, pp. 56-74, publicado por primera vez en portugués con el título de «A militarização da marginalidade urbana: lições da metrópole brasileira», Discursos Sediciosos: Crime, Direito e Sociedade (Río de Janeiro), 15-16, otoño de 2007, pp. 203-220.
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pisaba ese país; no tenía un conocimiento previo de su policía, su justicia y sus instituciones y tradiciones penitenciarias; sin embargo, era como si hubiera formulado un marco analítico especialmente destinado a captar y esclarecer los sucesos que por entonces vivían los argentinos. Al aterrizar en Buenos Aires en los tramos finales de una caldeada campaña electoral municipal, en la que los candidatos tanto de la izquierda como de la derecha habían hecho del combate contra el delito con métodos de inspiración norteamericana su máxima prioridad, apenas un mes después de que el apóstol global de la «tolerancia cero», William Bratton, hubiera viajado allí a predicar su evangelio policial, quedé atrapado en el ojo de una tormenta intelectual, política y mediática. En diez días, di veintinueve charlas ante audiencias académicas y militantes, participé en consultas con funcionarios oficiales y expertos jurídicos y brindé entrevistas a todo el espectro del periodismo impreso, televisivo y radial. Hacia el final de la semana, comenzaron a detenerme en las calles de Buenos Aires transeúntes ansiosos por hacerme más preguntas acerca de Las cárceles de la miseria. Con esta recapitulación no pretendo de ningún modo sugerir que la recepción extranjera de Las cárceles de la miseria es una justa medida de sus méritos analíticos; antes bien, quiero dar una idea de la amplia difusión y la pasión febril que el fenómeno descrito por el libro suscita en los campos político, periodístico e intelectual de las sociedades del Primer y el Segundo Mundo. A través del planeta, en efecto, ha bramado una tormenta de «ley y orden» que ha transformado el debate y las políticas públicas sobre el delito y el castigo de una manera que ningún observador de la escena penal podría haber previsto diez o doce años atrás. La razón subyacente al infrecuente engouement internacional por el libro fue la misma que en Francia: en todos esos países, los mantras de la actitud policial de «tolerancia cero» y «la cárcel funciona», celebrados por los funcionarios estadounidenses y exhibidos por el dúo GiulianiBratton como la causa del descenso aparentemente milagroso del delito en Nueva York, eran exaltados por los funcionarios locales. En todas partes, los políticos, tanto de derecha como,
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de manera más significativa, de izquierda 7, rivalizaban para importar los últimos métodos norteamericanos de imposición de la ley, presentados como la panacea para curar la violencia urbana y un surtido de dislocaciones, mientras que los escépticos y críticos de esos métodos buscaban frenéticamente argumentos teóricos, datos empíricos y cortafuegos cívicos con los cuales obstaculizar la adopción de la contención punitiva como técnica generalizada para el manejo de la inseguridad social galopante.
2.
SONDEANDO EL «CONSENSO WASHINGTON» SOBRE LA LUCHA CONTRA EL DELITO
La acelerada difusión internacional de Las cárceles de la miseria se convirtió en un experimento no planificado sobre la política del conocimiento científico social. Se reveló así que, si bien yo había apuntado mis perspectivas analíticas al núcleo de la Unión Europea, el modelo del vínculo entre la neoliberalización y la penalidad punitiva esbozado en el libro era aún más pertinente para la periferia del Viejo Mundo atrapada en los dolores de la conversión postsoviética y para los países del Segundo Mundo cargados con una historia de autoritarismo, una concepción jerárquica de la ciudadanía y una pobreza masiva basada en pronunciadas y crecientes desigualdades sociales y cuya penalización es una garantía segura de consecuencias calamitosas. Desde ese punto de vista, las sociedades de América Latina que se habían embarcado en una precoz experimentación con
7 Una sola indicación más sobre Argentina: el principal volante de campaña del candidato de centro izquierda Aníbal Ibarra, «Buenos Aires, un compromiso de todos», ponía la lucha contra el delito a la cabeza de sus promesas a los votantes: «El compromiso de Ibarra-Felgueras con la seguridad: vamos a terminar con el miedo y a combatir el delito con la ley en la mano». Luego de mi aparición en la televisión nacional para discutir Las cárceles de la miseria, los candidatos peronistas me preguntaron, por intermedio de mi editor, si estaba dispuesto a presentarme junto a ellos en una conferencia de prensa para respaldar su denuncia táctica del compromiso de Ibarra con la mano dura [en español en el original. (N. del T.)]
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la desregulación económica radical (es decir, una nueva regulación a favor de las empresas multinacionales) y caído luego bajo la tutela de las organizaciones financieras internacionales que imponen dogmas monetaristas, ofrecían el terreno más propicio para la adopción de versiones duras del populismo penal y la importación de las estratagemas norteamericanas en la lucha contra el delito. Para decirlo de manera concisa: las elites dominantes de las naciones seducidas —y a posteriori transformadas— por los «Chicago Boys» de Milton Friedman en la década de 1970 estaban condenadas a prendarse de los «New York Boys» de Rudy Giuliani en la década de los noventa, cuando llegó la hora de ocuparse de las consecuencias ramificadas de la reestructuración neoliberal y enfrentar la inestabilidad social endémica y los candentes desórdenes urbanos suscitados por la reforma del mercado en el fondo de una estructura de clases dualista. No es una casualidad que Chile, que fue el primero en adherir a las políticas dictadas por los «money doctors» de la Universidad de Chicago 8 y no tardó en llegar a ser el máximo encarcelador del continente, haya experimentado un alza de su índice de detenidos de 155 cada 100.000 en 1992 a 240 cada 100.000 en 2004, mientras que el índice de Brasil saltó de 74 a 183 y el de Argentina de 63 a 140 (Uruguay se sitúa en una posición intermedia, con un brusco ascenso de 97 a 220) 9. En todo el continente no sólo se percibe un agudo temor público a un delito urbano ulcerante, que ha crecido en función de las disparidades socioeconómicas tras el retorno al régimen democrático y el desentendimiento del Estado en materia social, así como una intensa preocupación política por el manejo de los territorios y las categorías proble-
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Juan Gabriel Valdés, Pinochet’s Economists: The Chicago School in Chile, Cambridge, Cambridge University Press, 1984 [traducción española: La escuela de Chicago: operación Chile, Buenos Aires, Grupo Editorial Zeta, 1989]. 9 Todas las cifras provienen de International Center for Prison Studies, World Prison Brief, Londres, King’s College, 2007. Véase también Fernando Salla y Paula Rodríguez Ballesteros, con la colaboración de Olga Espinoza, Fernando Martínez y Paula Litvachky, «Democracy, human rights, and prison conditions in South America», trabajo presentado en el Núcleo de Estudos da Violência, Universidad de San Pablo, 2008.
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máticas, sino que también hay una serie común de soluciones punitivas —la ampliación de las facultades y prerrogativas policiales relacionadas sobre todo con los delitos callejeros y las infracciones ligadas a las drogas, la aceleración y el endurecimiento de los procesos judiciales, la expansión de las cárceles con características de depósito y la normalización de la «penalidad de emergencia» aplicada de manera diferencial a través del espacio social y físico 10— inspiradas o legitimadas por curalotodos procedentes de los Estados Unidos, gracias a la diligente acción emprendida en el extranjero por diplomáticos y organismos judiciales norteamericanos, las actividades con blancos específicos de las usinas de ideas del mismo origen y sus aliados locales y la voracidad de los políticos de otros países por lemas y medidas de imposición de la ley envueltos en el maná estadounidense 11. Tanto en el hemisferio sur como en Europa occidental, el papel de los think tanks ha sido central en la difusión de una penalidad agresiva «made in USA». En la década de 1990, el Manhattan Institute fue la punta de lanza de una exitosa campaña transatlántica para modificar los parámetros de las políticas británicas en materia de pobreza, bienestar social y delito. Una década después, elaboró el Inter-American Policy Exchange (IAPE), un programa concebido para exportar sus estrategias predilectas de lucha contra el delito a América Latina, como parte de un paquete de políticas neoliberales que incluía «distritos mejorados con destino a las empresas», reforma escolar por medio de bonos y rendición de cuentas burocrática, disminución del gobierno y privatización. Sus principales enviados no eran otros que William Bratton en persona, su ex asistente en la Policía de Nueva York, William Andrews, y George Kelling, el célebre coinventor de la «teoría de la ventana
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En el caso colombiano, se encontrará una ilustración en Manuel Iturralde, «Emergency penality and authoritarian liberalism: recent trends in Colombian criminal policy», Theoretical Criminology, 12(3), 2008, pp. 377-397. 11 Ethan A. Nadelmann, Cops across Borders: The Internationalization of U.S. Criminal Law Enforcement, University Park, Pennsylvania State University Press, 1994, es una hábil disección de la confluencia de la política exterior y las normas y metas de la justicia penal en los Estados Unidos, que es de larga data.
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rota». Estos misioneros de «la ley y el orden» viajaron al sur para reunirse con los jefes policiales y alcaldes de las grandes ciudades, pero también con gobernadores, miembros del gabinete y presidentes. Respaldados por la oficina permanente del IAPE en Santiago de Chile, hacen propaganda a través de think tanks locales de derecha, delegaciones de la Cámara Americana de Comercio en cada uno de los países y organizaciones empresarias y auspiciantes adinerados, dictando conferencias, proponiendo sesiones de consultas sobre políticas e incluso participando en concentraciones cívicas: Kelling pronunció una vez un comentado discurso en Buenos Aires ante alrededor de diez mil argentinos reunidos en el Luna Park para protestar contra la escalada delictiva 12. Cuando es necesario, el IAPE elude el nivel nacional y trabaja con opositores regionales o municipales al gobierno central para promover sus remedios policiales y a favor del mercado. Así sucede en Venezuela, donde el presidente izquierdista Hugo Chávez desea combatir el delito por medio de la reducción de la pobreza y la desigualdad, mientras que sus adversarios políticos, como el alcalde de Caracas, comparten la concepción del Manhattan Institute de que la responsabilidad del delito recae en los delincuentes y la misión de eliminarlos corresponde exclusivamente a las fuerzas del orden. El Manhattan Institute traduce al español y al portugués sus informes, normativas políticas y artículos publicados en los medios y los difunde entre los formadores de opinión de toda América del Sur. También lleva grupos de funcionarios latinoamericanos a Nueva York, donde estos hacen visitas de campo, asisten a sesiones de capacitación y se someten a un adoctrinamiento intensivo sobre las virtudes del gobierno (social y eco-
12 Entre los aliados sudamericanos del Manhattan Institute se cuentan el Instituto Liberal, la Fundação Victor Civita y la Fundação Getúlio Vargas en Brasil; el Instituto Libertad y Desarrollo y la Fundación Paz Ciudadana en Chile, y la Fundación Libertad en la Argentina. William Bratton y William Andrews, «Driving out the crime wave: the police methods that worked in New York City can work in Latin America», Time, 23 de julio de 2001, expresan una fe ciega en la posibilidad de un traslado directo de la «tolerancia cero», a pesar de las enormes diferencias sociales, políticas y burocráticas entre los dos subcontinentes.
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nómico) pequeño y la severa aplicación de la ley (para los delitos cometidos por las clases bajas). Este evangelismo político ha «producido toda una generación» de «políticos [latinoamericanos] para quienes el Manhattan Institute es el equivalente de un Vaticano ideológico» 13, y sacrosanta su concepción dual del papel del Estado: laissez-faire y facilitador en la cima, intrusivo e inhabilitante en el fondo. Estos políticos están interesados en imponer la ley de manera inflexible y expandir el encarcelamiento para proteger las calles y refrenar el desorden que perturba sus ciudades, pese a la corrupción galopante de la policía, la bancarrota procesal de los juzgados penales y la cruel brutalidad de cárceles y penitenciarías en sus países, lo cual asegura que las estrategias de mano dura 14 se traduzcan de ordinario en un miedo cada vez más grande al delito, en violencia y en «la detención y el castigo extralegales por delitos menores, incluyendo la ocupación al estilo militar y el castigo colectivo de barrios enteros» 15. Un elemento notable: el magnetismo de la penalidad al estilo norteamericano y los réditos políticos que esta promete son tan grandes, que dirigentes elegidos de toda América Latina no dejan de insistir en la adopción de respuestas punitivas al delito en las calles aun cuando partidos de izquierda hayan subido al poder y transformado la región en «un epicentro de disenso con respecto a las ideas neoliberales y resistencia a la dominación económica y política norteamericana» 16. La situación tiene una buena ilustración en Andrés Manuel López Obrador, el alcalde progresista de la ciudad de México, y su firma ceremonial de un contrato de cuatro millones y medio de dólares (aportados por un consorcio de empresarios locales encabeza-
13 Anthony DePalma, «The Americas court a group that changed New York», The New York Times, 11 de noviembre de 2002. 14 En español en el original. (N. del T.) 15 Lucía Dammert y Mary Fran T. Malone, «Does it take a village? Policing strategies and fear of crime in Latin America», Latin American Politics and Society, 48(4), 2006, pp. 27-51. Se encontrará una ilustración brasileña en Juliana Resende, Operação Rio: relato de uma guerra brasileira, San Pablo: Página Aberta, 1995; véase además el laureado documental de José Padilha, Tropa de elite (2007). 16 Eric Hershberg y Fred Rosen, Latin America after Neoliberalism: Turning the Tide in the Twenty-First Century?, Nueva York, New Press, 2006, p. 432.
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dos por el hombre más rico de América Latina, Carlos Slim Herú) con la empresa consultora Giuliani Partners para aplicar su poción mágica de la «tolerancia cero» a la capital mexicana, a despecho de la patente impropiedad de su paquete estándar de medidas sobre el terreno 17. Un ejemplo: los esfuerzos por erradicar a los vendedores callejeros y los limpiadores de parabrisas (en su mayor parte niños) mediante una intervención policial frecuente están condenados al fracaso por la sencilla razón de que quienes se dedican a esas actividades son decenas de miles y tienen un papel central en la economía informal de la ciudad, y por lo tanto en la reproducción de los hogares de clase baja cuyo apoyo electoral es crucial para López Obrador. No hace falta mencionar, además, que los propios policías mexicanos se consagran con ahínco a todo tipo de comercios informales, legales e ilegales, necesarios para complementar sus salarios de hambre. Pero no importa: en México, al igual que en Marsella o Milán, no es tan esencial adoptar estrategias realistas para reducir el delito como escenificar la resolución de las autoridades de atacarlo frontalmente, como una reafirmación ritual de la fortaleza del gobernante. La reacción internacional suscitada por Las cárceles de la miseria y lo acaecido en materia de justicia penal durante la última década en países tan distintos como Suecia, Francia, España y México, han confirmado no sólo que la brattonmanía (casi) se ha globalizado, sino que la propagación de la «tolerancia cero» participa de un tráfico internacional más amplio de fórmulas políticas que engloban gobierno del mercado, retirada social y expansión penal 18. En efecto, el «consenso de
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Jordi Puis Lorpard, «Robocop in Mexico City», NACLA: Report on the Americas, 37(2), septiembre-octubre de 2003. En Tim Weiner, «Mexico City journal: enter consultant Giuliani, his fee preceding him», The New York Times, 16 de enero de 2003, se hallará una breve descripción del «torbellino de treinta y seis horas de calles ruines y suites elegantes» vivido en México por «el asesor para la lucha contra el delito mejor pagado del mundo». 18 Henrik Tham, «Law and order as a leftist project? The case of Sweden», Punishment & Society, 3(3), septiembre de 2001, pp. 409-426; Laurent Mucchielli, «Le ‘nouveau management de la sécurité’ à l’épreuve: délinquance et activité policière sous le ministère Sarkozy (2002-2007)», Champ pénal, 5, 2008; Juanjo Medina-Ariza, «The politics of crime in Spain, 1978-2004», Punishment & Socie-
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Washington» sobre desregulación económica y retracción de la asistencia social se ha extendido para abarcar el control punitivo del delito en clave pornográfica y gerencialista, a medida que la «mano invisible» del mercado activa el «puño de hierro» del Estado penal. La coincidencia de su patrón geográfico y temporal de propagación corrobora mi tesis central de que el ascenso repentino al primer plano y la exaltación de la policía, los tribunales y las prisiones en las sociedades del Primer y el Segundo Mundos en las dos últimas décadas son un elemento esencial de la revolución neoliberal. Cuando y donde esta avanza sin obstáculos, la desregulación del mercado laboral de bajos salarios exige la reformulación restrictiva de la asistencia social para imponer el trabajo precario al proletariado posindustrial. A su vez, ambas cosas suscitan la activación y la expansión del sector penal del Estado, en primer lugar para truncar y contener las dislocaciones urbanas causadas por la difusión de la inseguridad social en los peldaños más bajos de la jerarquía espacial y de clase, y, en segundo lugar, para devolver legitimidad a dirigentes políticos desacreditados por su aceptación o adhesión a la impotencia del Leviatán en los frentes social y económico 19. Por el contrario, donde la neoliberalización ha chocado con trabas en el campo del empleo y las prestaciones sociales, el impulso a la penalización se embotado o desviado, como lo indican por ejemplo la obstinada sordera de los países nórdicos a los cantos de sirena de la «tolerancia cero» (no obstante el mayor celo mostrado en la última década para sancionar las transgresiones relacionadas con el narcotráfico y la ingesta de alcohol de los conductores de vehículos) 20 y el resultante estancamiento o
ty, 8(2), abril de 2006, pp. 183-201, y Diane E. Davis, «El factor Giuliani: delincuencia, la ‘cero tolerancia’ en el trabajo policíaco y la transformación de la esfera pública en el centro de la ciudad de México», Estudios Sociológicos, 25, 2007, pp. 639-641. 19 Loïc Wacquant, «Ordering insecurity: social polarization and the punitive upsurge», Radical Philosophy Review, 11(1), primavera de 2008, pp. 9-27. 20 Un indicador: a lo largo de toda una década, el Journal of Scandinavian Studies in Criminology and Crime Prevention no contiene una sola referencia a William Bratton o Rudolph Giuliani y sólo menciona once veces la «tolerancia cero», siempre para señalar que el concepto es inaplicable al ámbito nórdico.
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modesto incremento de su población penitenciaria, a pesar de que la preocupación y la angustia motivadas por el delito han crecido entre los escandinavos.
3.
LECCIONES DE LOS VIAJES Y LOS AFANES DE LA PENALIDAD NEOLIBERAL
Por consiguiente, Las cárceles de la miseria sostiene la necesidad de complementar —más aún, suplir— los modelos evolutivos que han dominado los debates recientes sobre el cambio penal en las sociedades avanzadas por medio de un análisis discontinuista y difusionista que explore la circulación de los discursos, normas y políticas punitivas elaboradas en los Estados Unidos como elementos constituyentes del gobierno neoliberal de desigualdad social y marginalidad urbana. En la visión de Jock Young de la «sociedad excluyente» y en la descripción que hace David Garland de la «cultura del control», así como en las últimas concepciones eliasianas, neodurkheimianas y neofoucaultianas de la penalidad 21, los cambios contemporáneos en la reconfiguración política del delito y el castigo son la resultante del ingreso a una etapa societal –la modernidad tardía, la posmodernidad, la sociedad del riesgo– y surgen de manera endógena en respuesta a la creciente inseguridad delictiva y sus
21 Jock Young, The Exclusive Society: Social Exclusion, Crime, and Difference in Late Modernity, Londres, Sage, 1999 [traducción española: La sociedad «excluyente»: exclusión social, delito y diferencia en la modernidad tardía, Madrid, Marcial Pons, 2003], y The Vertigo of Late Modernity, Londres, Sage, 2007; David Garland, The Culture of Control: Crime and Social Order in Contemporary Society, Chicago, University of Chicago Press, 2001 [traducción española: La cultura del control: crimen y orden social en la sociedad contemporánea, Barcelona, Gedisa, 2005]; John Pratt, Punishment and Civilization: Penal Tolerance and Intolerance in Modern Society, Londres, Sage, 2002 [traducción española: Castigo y civilización: una lectura crítica sobre las prisiones y los regímenes carcelarios, Barcelona, Gedisa, 2006]; Hans Boutellier, The Safety Utopia: Contemporary Discontent and Desire as to Crime and Punishment, Dordrecht, Kluwer Academic Publishers, 2004; Pat O’Malley (comp.), Crime and the Risk Society, Aldershot, Ashgate, 1998, y Jonathan Simon, Governing through Crime: How the War on Crime Transformed American Democracy and Created a Culture of Fear, Nueva York, Oxford University Press, 2007.
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reverberaciones culturales a través del espacio social. En el modelo bosquejado en el presente libro (y revisado en publicaciones ulteriores), el giro punitivo de la política pública, aplicado tanto a la asistencia social como a la justicia penal, participa de un proyecto político que responde a la inseguridad social en aumento y sus efectos desestabilizadores en los peldaños más bajos del orden social y espacial. Este proyecto implica la reorganización y el redespliegue del Estado para apuntalar mecanismos procedentes del mercado y disciplinar al nuevo proletariado posindustrial, a la vez que se limitan las perturbaciones internas generadas por la fragmentación del movimiento obrero, la retirada de los planes de protección social y la sacudida correlativa de la jerarquía étnica establecida (etnorracial en los Estados Unidos, etnonacional en Europa occidental y una mezcla de ambas en América Latina) 22. Pero el armado del nuevo Leviatán también deja ver las influencias externas de operadores políticos y emprendedores intelectuales comprometidos en una campaña multifacética de marketing ideológico a través de las fronteras nacionales en cuestiones de capital y trabajo, bienestar social e imposición de la ley. Aun cuando el neoliberalismo sea desde su inicio una formación multisituada, policéntrica y geográficamente despareja 23, en el cambio de siglo esa campaña para reformular desde arriba el nexo triádico del Estado, el mercado y la ciudadanía tuvo un centro neurálgico ubicado en los Estados Unidos, un anillo interno de países colaboradores que actuaban como estaciones repetidoras (Inglaterra en Europa occidental y Chile en América del Sur) y una banda externa de sociedades señaladas con fines de infiltración y conquista. El contraste teórico entre la concepción del cambio penal propuesto por los partidarios de la transición a la modernidad tardía o posmodernidad y el modelo esbozado en Las cárceles de la miseria puede sintetizarse en el cuadro presentado a continuación.
22
Loïc Wacquant, «Crafting the neoliberal state: workfare, prisonfare, and social insecurity», Theoretical Criminology, 14(1), primavera de 2010 [traducción español: «Forjando el Estado Neoliberal,» Pensar (Rosario), Primavera 2011]. 23 Jamie Peck y Nikolas Theodore, «Variegated capitalism», Progress in Human Geography, 31(6), 2007, pp. 731-772.
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Para los primeros, el crecimiento de la punitividad es una formación cultural ilustrativa de dilemas societales que responden a tendencias y patrones delictivos; para el segundo, la restricción concomitante de las políticas de bienestar social y la expansión de la prisión marcan el pasaje de la gestión social a la gestión penal de la marginalidad urbana. Ese pasaje es parte integrante de la reconfiguración del Estado con el fin de promover la desregulación económica y contener las consecuencias de la difusión de la inseguridad social en el fondo de las escalas de clase, etnicidad y lugar. Hay zonas de superposición entre estos dos enfoques, en particular su rechazo compartido a las perspectivas criminológicas estrechamente concentradas en el par delito y castigo, su deseo de vincular este último a las características más generales de las sociedades contemporáneas y su atención a la dimensión cultural de la penalidad. No obstante, es útil hacer hincapié en sus diferencias, sobre todo en el papel que atribuyen a la cuestión de la pobreza, la hegemonía internacional y los operadores transnacionales en la reforma del discurso y la acción penales en los umbrales del nuevo siglo. Young, Garland, Pratt, Simon
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Impulsor
Etapa societal: modernidad Proyecto político: neolitardía, posmodernidad, beralismo como reconsociedad del riesgo versión del Estado
Origen
Endógeno: evolución
Mixto: evolución y difusión (operadores transnacionales)
Desencadenante
Inseguridad delictiva: incidencia y patrones de los delitos
Inseguridad social: fragmentación del movimiento obrero y sus consecuencias
Vehículo
Políticas penales y cultura del delito y el control
Combinación de programas asistenciales de trabajo y régimen carcelario
Blanco
A través del espacio social
Peldaños inferiores de las escalas étnicas, especial y de clase
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Con valiosas pero escasas excepciones, los estudiosos norteamericanos del castigo han ignorado las ramificaciones foráneas de los planes policiales, judiciales y carcelarios forjados por los Estados Unidos en reacción a la ruptura del pacto fordista keynesiano y el derrumbe del gueto negro, cuando no las han negado 24. Sin embargo, la consideración de esa propagación a través de las fronteras, que ha llevado a las costas europeas no sólo la tolerancia cero en el accionar policial sino también los toques de queda nocturnos para los jóvenes y el monitoreo electrónico, los programas intensivos de encarcelamiento e internación en campos de entrenamiento al modo militar con anterioridad al juicio [boot camps and pretrial «shock incarceration»], la negociación de la pena y las sentencias mínimas obligatorias, los registros de agresores sexuales y la comparecencia de jóvenes en tribunales para adultos, es clave para dilucidar la analítica y la política de la penalidad neoliberal. En primer lugar, revela las conexiones directas entre la desregulación del mercado, el cercenamiento de las prestaciones sociales y la expansión penal, al echar luz sobre su difusión conjunta o secuencial a través de los países. Es revelador, por ejemplo, que el Reino Unido adoptara ante todo la política de imposición de la flexibilidad laboral y luego el proyecto de los programas asistenciales de trabajo obligatorio, en los que los Estados Unidos tuvieron un papel precursor, antes de importar de este último país el lenguaje y los programas agresivos de control del delito, adecuados para dramati-
24 En el momento mismo de auge de la difusión transatlántica de las categorías y políticas penales norteamericanas, Tonry escribía que «los Estados Unidos en particular no son ni un importador exitoso ni un exportador influyente» de medidas de combate contra el delito, y sostenía que algunos «países de Europa occidental se movilizan para emular innovaciones aparentemente eficaces de otros lugares del continente, pero parecen en extremo impermeables a la influencia norteamericana». Véase Michael Tonry, «Symbol, substance, and severity in Western penal policies», Punishment & Society, 3(4), octubre de 2001, pp. 517536; cita en p. 519. Un panorama general de los recientes estudios de las ciencias sociales sobre el «Estado penitenciario» en los Estados Unidos mantiene un característico silencio acerca de las ramificaciones exteriores de las transformaciones norteamericanas: Marie Gottschalk, «Hiding in plain sight: American politics and the carceral state», Annual Review of Political Science, 11, 2008, pp. 235-260.
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zar el renacimiento de la inflexibilidad moral y la severidad penal de las autoridades 25. En segundo lugar, la exploración de la circulación internacional de las fórmulas penales estadounidenses nos ayuda a evitar la trampa conceptual del excepcionalismo norteamericano, así como las nebulosas disquisiciones sobre la «modernidad tardía», al apuntar a los mecanismos propulsores del crecimiento del Estado penal —o los obstáculos y vectores institucionales de resistencia a este, según sea el caso— en un espectro de sociedades sometidas al mismo tropismo político económico. Ese examen nos invita a concebir el ascenso del Estado penal en los Estados Unidos no como un caso idiosincrásico, sino como un caso particularmente virulento, debido a una multitud de factores que se combinan para facilitar, acelerar e intensificar la contención punitiva de la inseguridad social en esa sociedad: entre ellos, la fragmentación del campo burocrático, la fuerza del individualismo moral que sostiene el principio mántrico de la «responsabilidad individual», la degradación generalizada del trabajo, los altos niveles de segregación tanto étnica como de clase y la preponderancia y rigidez de la división racial en virtud de las cuales los negros de clase baja que residen en las zonas marginales de las ciudades son el blanco propicio de las campañas convergentes de reducción de las prestaciones sociales y escalada penal 26. Para terminar, hay una relación circular y retroactiva entre la innovación y la emulación políticas locales (ciudades o regio-
25 Desmond King y Mark Wickham-Jones, «From Clinton to Blair: the Democratic (Party) origins of welfare to work», Political Quarterly, 70(1), diciembre de 1999, pp. 62-74; Jamie Peck y Nikolas Theodore, «Exporting workfare/ importing welfare-to-work: exploring the politics of third way policy transfer», Political Geography, 20(4), mayo de 2001, pp. 427-460, y Trevor Jones y Tim Newburn, «Learning from Uncle Sam? Exploring U.S. influences on British crime control policy», Governance: An International Journal of Policy, 15(1), enero de 2002, pp. 97-119. 26 Loïc Wacquant, «Racial stigma in the making of the punitive state», en Glenn C. Loury et al., Race, Incarceration, and American Values, Cambridge (Massachusetts) [traducción español: «Estigma racial en la construcción del estado punitivo norteamericano,» Astrolabio, nueva época (Cordoba), 5, Primavera 2011, pp. 146-159.], MIT Press, 2008, pp. 59-70, y Deadly Symbiosis: Race and the Rise of the Penal State, Cambridge, Polity Press, 2012.
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nes), nacionales e internacionales, de manera tal que la exploración de la «tolerancia cero» y «la cárcel funciona» representa un camino fructífero para diseccionar los procesos de selección y traducción de las nociones y medidas penales a través de jurisdicciones y niveles de gobierno, que suelen pasar inadvertidos o se omite analizar dentro de un país determinado. También propone nuevas ideas sobre la fabricación de la vulgata neoliberal imperante, que ha transformado en todas partes los debates políticos gracias a la difusión planetaria de los conceptos e inquietudes populares de los planificadores de políticas y estudiosos norteamericanos: al exportar sus teorías y políticas penales, los Estados Unidos se autoconstituyen como el barómetro del control pragmático del delito alrededor del mundo y legitiman efectivamente su visión de la imposición de la ley mediante la universalización de sus particularidades 27. El rastreo de la difusión a través de las fronteras de las consignas y medidas penales de fabricación norteamericana también plantea en forma aguda la cuestión de las bases sociales y culturales de la resistencia política a la punitividad: ¿cómo se las arreglaron Alemania y los países escandinavos en Europa Occidental, Canadá en América del Norte y el Japón en el Este de Asia para mantenerse impermeables o reticentes al llamado a la intensificación del castigo y la expansión del encarcelamiento? ¿Se trata simplemente de que han avanzado menos por el camino de la desregulación económica, la disparidad de clases y el empobrecimiento urbano, o de que están rezagados en la transición de la vigilancia social a la vigilancia penal de la pobreza? ¿O exhiben combinaciones específicas de control social próximo, valores culturales, organización burocrática, autoridad experta y compromiso cívico con la inclusión, que les permiten desviar las presiones tendientes a aumentar los índices de encarcelamiento, aun cuando
27
No es un azar que los Estados Unidos hayan exportado al mismo tiempo sus nociones populares del delito, y las políticas vinculadas a este, junto con la «tolerancia cero», la pobreza junto con el cuento de la «infraclase», y la raza definida por la (hipo)descendencia: véase Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, «On the cunning of imperialist reason», Theory, Culture, and Society, 16(1), febrero de 1999 (1998), pp. 41-57 [traducción española: Las argucias de la razón imperialista, Barcelona, Paidós, 2001].
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sus políticas penales adquieran rasgos de mayor diligencia y severidad y se aparten de la rehabilitación, tal y como lo ilustra la trayectoria reciente del Japón? 28 En su carácter de primer estudio con las dimensiones de un libro de la difusión transnacional de la penalidad al estilo norteamericano a fines del siglo XX, Las cárceles de la miseria anticipó el florecimiento del campo de la «transferencia de políticas» policiales y judiciales 29. Como tal, es un aporte indirecto a la investigación sobre la globalización del delito y la justicia desde el lado del castigo, pero un aporte que va a contrapelo de los estudios de la globalización, habida cuenta de su insistencia en que lo que aparenta ser una deriva ciega y benigna hacia la convergencia planetaria, presuntamente fomentada por la unificación tecnológica y cultural de la comunidad política mundial, es en realidad un proceso estratificado de norteamericanización diferencial y difractada, propiciado por las actividades estratégicas de redes jerárquicas de administradores estatales, promotores ideológicos y comercializadores académicos en los Estados Unidos y los países de recepción. El libro también se dirige a los estudiosos de la migración de políticas en el esce-
28 David T. Johnson, «Crime and punishment in contemporary Japan», Crime and Justice: A Review of Research, 36, 2007, pp. 371-423. Veánse, entre otras muestras de una literatura no muy abundante pero en crecimiento dedicada a la divergencia y la diversificación penales en las sociedades avanzadas, John Pratt, «Scandinavian exceptionalism in an era of penal excess. Part I: The nature and roots of Scandinavian exceptionalism», British Journal of Criminology, 48, 2008, pp. 119137, y «Part II: Does Scandinavian exceptionalism have a future?», British Journal of Criminology, 48, 2008, pp. 275-292; Dietrich Oberwittler y Sven Höfer, «Crime and justice in Germany: an analysis of recent trends and research», European Journal of Criminology, 2(4), 2005, pp. 465-508; Anthony N. Doob y Cheryl Marie Webster, «Countering punitiveness: understanding stability in Canada’s imprisonment rate», Law & Society Review, 40(2), 2006, pp. 325-368; Mick Cavadino y James Dignan, Penal System: A Comparative Approach, Londres, Sage, 2006, y Nicola Lacey, The Prisoners’ Dilemma: Political Economy and Punishment in Contemporary Democracies, Cambridge, Cambridge University Press, 2008. 29 Véanse, en especial, Tin Newburn y Richard Sparks (comps.), Criminal Justice and Political Cultures: National and International Dimensions of Crime Control, Londres, Willan, 2004; Trevor Jones y Tim Newburn, Policy Transfer and Criminal Justice, Londres, Open University Press, 2006; John Muncie y Barry Goldson (comps.), Comparative Youth Justice, Londres, Sage, 2006, y Peter Andreas y Ethan Nadelmann, Policing the Globe: Criminalization and Crime Control in International Relations, Nueva York, Oxford University Press, 2006.
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nario mundial y los convoca a incorporar el ámbito penal a su campo de incumbencia, junto con las políticas económicas y de bienestar, y prestar atención al papel impulsor desempeñado por las usinas de ideas y las disciplinas y los académicos especializados no autónomos en las peregrinaciones internacionales de las fórmulas de políticas públicas 30. Los viajes de Las cárceles de la miseria a través de las fronteras nacionales, a semejanza del recorrido de la ola punitiva que el libro sigue alrededor del mundo, me enseñaron que la difusión de la penalidad neoliberal no sólo está más avanzada, sino que es más diversificada y compleja de lo que en él se muestra. Así como hay variedades de capitalismo, hay muchos senderos a lo largo del camino hacia el gobierno del mercado y, por tanto, muchas rutas posibles a la penalización de la pobreza. La penalización adopta una multiplicidad de formas, no limitadas al encarcelamiento; se filtra y actúa con diversos efectos en los diferentes subsectores de los aparatos policiales, judiciales y penitenciarios; se extiende a través de distintos ámbitos políticos y se entremete en la provisión de otros bienes públicos, como la atención de la salud, la asistencia infantil y la vivienda, y por lo común suscita reticencias, a menudo tropieza con resistencias y a veces provoca vigorosos contraataques 31. Por otra parte, los componentes materiales y discursivos de la política penal pueden llegar a desconectarse y hacer su jornada por separado, con el resultado de una acentuación hiperbólica de la misión simbólica de castigo como vehículo para la categorización y el trazado de límites. Todo lo cual exigía corregir y elaborar el modelo rudimentario del nexo entre neoliberalismo y penalidad punitiva esbozado en Las cárceles de la miseria.
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Una reseña autorizada de la investigación social sobre la difusión transnacional de políticas públicas no dice una palabra acerca del crimen y el castigo y contiene una sola mención de las usinas de ideas. Véase Frank Dobbin, Beth Simmons y Geoffrey Garrett, «The global diffusion of public policies: social construction, coercion, competition, or learning?», Annual Review of Sociology, 33, 1997, pp. 449-472. 31 En John Muncie, «The ‘punitive turn’ in juvenile justice: cultures of control and rights compliance in Western Europe and the USA», Youth Justice, 8(2), 2008, pp. 107-121, el lector hallará una provocativa descripción de las influencias norteamericanas e internacionales en las tendencias y reacciones recientes a la «repenalización» de la delincuencia juvenil, que saca a la luz la existencia de esa mixtura.
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Esa es la tarea emprendida en Castigar a los pobres: el gobierno neoliberal de la inseguridad social 32. Este libro se aparta de los parámetros convencionales de la economía política del castigo al incorporar las transformaciones en materia de asistencia social y justicia penal a un único marco teórico igualmente atento a los momentos instrumentales y expresivos de la política pública. En él se despliega el concepto de «campo burocrático» de Pierre Bourdieu para mostrar que los cambios ocurridos a lo largo de los últimos veinticinco años en las políticas sociales y penales de las sociedades avanzadas están recíprocamente vinculados 33; que los urticantes «programas asistenciales de trabajo» y el generoso «régimen carcelario» [«prisonfare»] constituyen un solo artificio organizacional para disciplinar y vigilar a los pobres de acuerdo con una filosofía de conductismo moral, y que un sistema penal expansivo y costoso no es una mera consecuencia del neoliberalismo —como se sostiene en Las cárceles de la miseria— sino un componente esencial del propio Estado neoliberal. La implementación de una policía diligente, tribunales severos y prisiones más grandes no constituye una violación del neoliberalismo ni una desviación con respecto a él; al contrario: es su vehículo indispensable, habida cuenta de que el Estado se apoya en la penalización como técnica para manejar la proliferación de la pobreza urbana y la marginalidad social que él mismo genera al desregular la economía y reducir la protección en materia de bienestar social. Contra la concepción económica tenue del neoliberalismo como el gobierno del mercado, que es parte de la ideología neoliberal, propongo una especificación sociológica densa del neoliberalismo realmente existente, que articula cuatro lógicas institucionales: mercantilización, programas asistenciales de trabajo bajo vigilancia, un Estado penal proactivo y el tropo cultural de la «responsabilidad individual» 34.
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Loïc Wacquant, Punishing the Poor: The Neoliberal Government of Social Insecurity, Durham (Carolina del Norte), Duke University Press, 2009 [traducción española: Castigar a los pobres: el gobierno neoliberal de la inseguridad social, Barcelona, Gedisa, 2010]. 33 Pierre Bourdieu, «Rethinking the State: On the Genesis and Structure of the Bureaucratic Field», Sociological Theory 12, no. 1 (Primavera 1994): 1-19. 34 Wacquant, «Crafting the Neoliberal State».
LA TORMENTA GLOBAL DE LA LEY Y EL ORDEN
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Los afanes contemporáneos de la penalidad resultan participar de una reingeniería y una remasculinización más generales del Estado que han tornado obsoleta la separación convencional trazada en ámbitos académicos y políticos entre asistencia social y delito. La policía, los tribunales y la prisión no son simples implementos técnicos por medio de los cuales las autoridades responden al delito —tal cual lo presenta la concepción de sentido común consagrada por el derecho y la criminología—, sino capacidades políticas fundamentales por cuyo conducto el Leviatán produce y administra a la vez la desigualdad, la marginalidad y la identidad… así como da a significar la soberanía. Con esta idea se pone de relieve la necesidad de elaborar una sociología política del retorno del Estado penal al primer plano de la escena histórica a comienzos del siglo XXI, un proyecto intelectual para el cual Las cárceles de la miseria es tanto un preludio como una invitación 35.
AGRADECIMIENTOS Este artículo se basa en el postfacio a la edición ampliada de Las cárceles de la miseria (traducido al completo por Horacio Pons). El trabajo original se benefició del apoyo de una beca de la MacArthur Foundation, el inigualable estímulo intelectual de Pierre Bourdieu, y de la generosidad profesional de colegas que trabajaban en Criminología y Penología en instituciones de investigación de tres continentes. Una beca Alfonse Fletcher facilitó las revisiones del libro, así como la preparación de este artículo.
35
Se complementa con el análisis del nexo dinámico entre división etnoracial y penalización propuesto en Loïc Wacquant, Deadly Symbiosis: Race and the Rise of the Penal State (Cambridge: Polity Press, 2012).
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Mi punto de partida es la existencia en acción del Control Social, en el sentido que es éste la expresión, la herramienta del Orden Social; y lo realizo desde un enfoque sociológico, teniendo como objeto de reflexión las relaciones sociales en la realidad, lo que son, más que lo que deben o deberían ser. El eje de mis reflexiones es la realidad del Control Social Punitivo, el Sistema Penal vinculando esto a la Modernidad y sus propuestas de realizarla en ese ámbito dentro de la sociedad burguesa. Una paradoja es que el Control Social, invocando el bien común (la Ley) crea, instituye, defiende, mantiene y reproduce formas de dominación, y por lo tanto de desigualdad en el plano económico, en el plano político, en el plano cultural y en el plano social. Y así poniendo en duda que la ley sea el bien común, todo el andamiaje que sostiene la idea de Estado de Derecho para el bien común se resquebraja y nos permite analizarla prescindiendo del encubrimiento que realiza la retórica. La idea que subyace en estas reflexiones está referida al Estado de Derecho, en suma, a la ley y su cumplimiento considerando también aquella idea de Michel Foucault: «Si estuviera presente en el fondo de uno mismo, la ley no sería ya la ley sino la suave interioridad de la conciencia». La ley no es inherente de lo justo; lo justo no viene dado por la revelación… es una noción profana; el concepto de justicia deviene de la aplicación de la ley. De tal manera se abre el interrogante de si la ley es expresión de lo justo o de lo moral. Una primera cuestión: el Orden Social es expresión del triunfo de la ley sobre el derecho. Porque es a partir de la ley y de su latente presencia que subordina a ella el derecho y la jus-
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ticia. Dice Hobbes: «La ley nos mantiene obligados por virtud del contrato universal de prestar obediencia». Michel Foucault coloca dos tesis inquietantes pero iluminadoras: «Hay que desprenderse de la ilusión de que la penalidad es ante todo una manera de reprimir los delitos… es un fenómeno social complejo de la que no puede dar razón el derecho o la ética». Y, por otro lado, «Los sistemas punitivos no pueden ser solo fundados en la estructura jurídica de una sociedad, como tampoco en las concepciones éticas declaradas por ella…». Porque el orden social no es necesariamente moral, y el sistema de castigos cumple una función social compleja. Es un orden de dominaciones y sometimientos, de jerarquías, de desigualdades. Como dice Eligio Resta no se ha conocido en la historia humana un orden social sostenido solo por la cooperación, el altruismo, la bondad, la solidaridad. De lo que habla el sistema penal o invoca siempre es del Orden y, por lo tanto, en su funcionamiento termina definiéndolo. El orden castiga o tolera; quiero decir, persigue algunas violaciones a La ley y tolera otras, encubre otras. El observable de la realidad es el Orden social y no la sociedad. Si no hay ley (orden) no hay sociedad. La ley funda, crea la sociedad porque «ordena» las diferencias, las jerarquías, las desigualdades; por lo tanto no se trata de la existencia de un a-priori, del supuesto afectio societattis que evoca la cooperación, el altruismo, el bien común… el deseo de vivir en sociedad está originado en conjurar el miedo mutuo. «Toda asociación con los demás se hace, o para adquirir alguna ganancia o adquirir gloria; es decir no por amor a nuestros prójimos sino por amor a nosotros mismos» (Hobbes).
1.
DEL DERECHO PENAL A LA POLÍTICA PENAL COMO EL OBSERVABLE DEL SISTEMA DE PREMIOS Y CASTIGOS
Creo que es necesaria una reflexión sobre esta idea que deviene en la relación entre la ley y el orden social; me explico: ¿sería posible el mantenimiento del orden social sin un sistema
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de ilegalidades para mantenerlo? Y algo más, ¿qué relación existe entre el control social y el sistema de ilegalidades? ¿Qué es la sociedad? Por empezar hay sociedades no sólo en la historia sino de manera contemporánea, pero siempre en ellas hay un orden impuesto que es el observable de esto que se denomina «sociedad». Ahora bien, este orden de jerarquías, desigualdades, diferencias sobre las que hiciera referencia está expresado más en el Código civil que en el Código penal, y de manera preponderante en el Código civil en tanto es expresión de la sociedad civil en la que se juegan los derechos y obligaciones de acreedor y deudor. Por otra parte el control social punitivo no se ejerce de manera «automática»; quiero decir que no existe una relación directa entre la ley violada, la norma y su castigo. Entre delito y castigo existen mediaciones (naturaleza de la víctima, del victimario, contexto cultural, intereses actuantes, preservación del cargo en función de las relaciones afectadas, presiones, ideologías en juego, medios de comunicación). Habría delito sólo si hay un tercero con poder. Canetti y el reparto de la presa, con esta ley nace el hombre; la masa y la muta de caza. ¿Qué sería de este orden social sin las ilegalidades que producen desigualdades económicas, relaciones de dominación y sometimiento a la voluntad de los poderosos? ¿Sería posible el mantenimiento de este orden social, desigual, inhumano, sin el accionar ilegal del poder, de las instituciones que hacen posible el orden social, como el policial o el judicial? Estos ilegalismos son funcionales al orden social, en especial porque producen un miedo que conjuga el miedo imaginario de la guerra de todos contra todos. En suma, la violencia policial amparada por el poder judicial es la idea del ejercicio de una excepcionalidad, pero continua, porque se trata de la defensa social. Si no se sospechara por parte del poder que el orden social que les favorece es un orden desigual, violento, inequitativo, inhumano e injusto no se toleraría la violencia ilegal de la policía. Foucault en La ley del afuera, dice: «Aquel que, contra ella, quiera fundar un orden nuevo, organizar una segunda policía, instituir otro Estado, se encontrará siempre con la acogida silenciosa e infinitamente complaciente de la ley».
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Control social >>>> conciencia moral colectiva >>>> hegemonía >>>>> procesos de socialización >>>> gubernamentalidad >>>> Estado >>>> orden y progreso >>>> necesidades del sistema >>> Estado y sus instituciones. Recordemos que Max Weber comienza definiendo al Estado como una «asociación de dominio de tipo institucional». Es esfuerzo de una retórica que refiere a un anclaje moral del control social, por eso Durkheim y la conciencia colectiva; pero esta supone una homogeneidad moral, pero también la racionalidad del orden social y su aceptación. Aceptación del Código Civil, y en especial del capítulo «De los derechos y obligaciones» del acreedor y deudor; pero siguiendo la idea de Foucault, sobre la ley del afuera, si el Código Civil fuese «la suave interioridad de la conciencia», no será necesario el Código Penal. Foucault plantea en Seguridad, territorio, población: ¿y si el Estado no fuera más que una manera de gobernar? ¿Y si no fuera otra cosa que un tipo de gubernamentalidad? El Estado no sería por lo tanto ese monstruo frío que no dejó de crecer y desarrollarse como un organismo amenazante y colocado por encima de una sociedad civil, sino que el Estado solo es una peripecia del gobierno y éste no es un instrumento de aquel. Recordemos a Nietzsche: «El Estado debía entrar en la historia como una horda cualquiera de rubios animales de presa, una raza de conquistadores y señores que organizados para la guerra y dotados de fuerza de organizar, coloca sin escrúpulo algunos sus terribles zarpas sobre una población tal vez tremendamente superior en número pero todavía informe, todavía errabunda.» Así es como en efecto se inicia en la tierra El Estado, yo pienso que así queda refutada aquella fantasía que le hacía comenzar con un «contrato». Y recuperando la realidad del Control Social, ¿qué papel juega «la administración diferencial de los ilegalismos»? ¿Qué relación hay entre la solidaridad orgánica (la división social del trabajo), la conciencia moral colectiva y el control social? Creo que si nos desembarazamos de la supuesta asociación o «afinidad electiva», a lo Weber, de sociedad-moral conciencia
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colectiva >>>> disciplina >>>> sociedad, la problemática del control social, sus formas, aparece menos «solemne». Los límites y posibilidades del derecho moderno dentro del orden social actual pueden resumirse en la «administración diferencial de los ilegalismos» que hace imposible el Estado de derecho. Tener en cuenta dos crisis o, mejor, varias crisis: la crisis de la confianza en un paradigma etiológico que proveía el positivismo y la promesa del progreso de la ciencia. También la crisis del control social: tanto en sus «respuestas», como en su propuesta de prevención, en especial en estas sociedades postindustriales-consumistas y la presencia del delito en nuestra vida cotidiana que lo transforma de excepcional en un acontecimiento tan frecuente y «normal». Y distinguir entre los «delitos» (casi todos los delitos requieren algún grado de preparación) y los Delitos Económicos Organizados (DEO) como la organización delictiva dedicada a negocios legales-ilegales de una cierta complejidad política-jurídica-financiera con la necesaria participación de instituciones y/o funcionarios estatales, que producen una recompensa económica importante y que gozan de impunidad e inmunidad socialpenal. Por lo tanto los DEO requieren de: a)
una organización, con la finalidad de realizar actos económicos-delictivos; b) una cierta complejidad política-jurídica-financiera; c) la participación de instituciones y/o funcionarios estatales; d) y que suponen impunidad e inmunidad social-penal. Como es obvio, este tipo de delito no es «comparable» en su etiología con los delitos de poca monta, realizados de manera intermitente, ocasional, o aún preparados pero sin una organización compleja, y que son objeto de control social punitivo si son descubiertos. En suma otro de los problemas de la posmodernidad es la cada vez más evidente «selectividad de la justicia», que por otra parte cumpliría una función acorde con la realidad del poder en el orden social como los analizara M. Foucault al señalar
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que el sistema penal «administra de manera diferencial los ilegalismos» pero no por ignorancia o ineficiencia sino como producto o resultado de una política de reproducción del orden social. En esta línea la pregunta: ¿qué sería del orden social si estuviese apegado al «Estado de Derecho»? ¿Qué sería del orden social si el sistema penal persiguiera el Delito Económico Organizado, y persiguiera la economía ilegal? ¿Pueden existir relaciones de dominación, de desigualdad, de explotación, sin que el mismo orden legal sea violado por el poder? Giorgio Agámben señala la generalización del «estado de excepción», que aunque lo refiere al Estado en su acción defensiva, es extensible al accionar de otros actores, como ya lo mostrara Ch.W.Mills en la década de los 60s, con La Elite del Poder y en especial el entramado entre lo público y el complejo industrial-militar. En realidad el delito es de una naturaleza endémica en el orden social, aunque las ciencias sociales hayan velado esto al señalar el miedo que produce (lo que es también cierto) el delito interpersonal.
LA RECONFIGURACIÓN DEL ESTADO Y DEL CASTIGO Ignacio González Sánchez En el presente capítulo se va a exponer detalladamente la parte de la obra de Loïc Wacquant dedicada al desarrollo del Estado penal, el cual sería la respuesta a la inseguridad social provocada por la precarización laboral y la obsolescencia del gueto en EE.UU. Primero se expondrán los puntos de partida de la explicación, para más adelante señalar las causas y las consecuencias del giro punitivo de la actuación estatal, y finalmente presentar las variaciones que contempla el modelo wacquantiano para el desarrollo europeo de la gestión penal de la marginalidad urbana. 1.
LOS PUNTOS DE PARTIDA
En la investigación de Wacquant, centrada en el caso estadounidense, como en todas las investigaciones, hay unos puntos de partida que son necesarios tener en cuenta para comprender mejor lo que dice el autor y por qué lo dice, así como para entender por qué algunas cosas no las dice o no las tiene en cuenta. Aquí se van a tratar estos pilares. No obstante, primero se hará un resumen esquemático de su tesis, pues si bien es necesario conocer los puntos de partida, no es posible entenderlos si a su vez no se tiene una idea de qué dice Wacquant.
1.1. El Neoliberalismo y la gestión de la inseguridad social A partir de 1973 en EE.UU. se observa un giro en la tendencia cuantitativa de la población carcelaria. El número de personas presas en EE.UU. se había mantenido estable durante
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IGNACIO GONZÁLEZ SÁNCHEZ
varias décadas y estaba descendiendo ligeramente en la década de los 60. Sin embargo una década más tarde el número de presos comenzó a crecer de una manera inesperada: se duplicó en diez años y se cuadruplicó en veinte y después, en los noventa, mantuvo un crecimiento constante del 8%, superando ya en el siglo XXI los dos millones de presos. Todo esto en una época en la que la delincuencia se mantuvo estable y después tuvo un ligero descenso 1. ¿A qué se debió este súbito cambio? A una reconfiguración del Estado y de sus misiones, dice Wacquant. El neoliberalismo, que es un proyecto político, comporta la eliminación del Estado económico, la disminución del Estado social y la ampliación del Estado penal. De esta manera se responde a dos cambios sociales importantes, tratando de contener los desórdenes que ocasionaron: por un lado el abandono del trabajo remunerado del modelo fordista y el compromiso keynesiano, instaurando la inseguridad social a través del nuevo trabajo precario en las clases bajas y medias; y por otro lado como respuesta a la crisis del gueto como instrumento de mantenimiento del orden sociorracial, tras los movimientos por los derechos civiles de los 60. De esta manera se ve que las políticas sociales, en disminución desde los 70, y las políticas penales, en aumento desde entonces, son dos caras de la misma moneda política: la gestión de la pobreza. En EE.UU., pues, con el neoliberalismo, el Estado habría dado un giro de lo social a lo penal. Pero no se
1
Es dudosa la conclusión de Wacquant de que la sociedad norteamericana es ahora cinco veces más punitiva que antes (en base a la quintuplicación del número de presos por cada 1.000 delitos graves) (1), pues el grado de punitividad de una sociedad no está determinado únicamente por las personas que encierra, sino por muchos otros factores como las actitudes, las discursividades, las condiciones de cumplimiento u otros castigos que no consisten en el encierro (por ejemplo, teniendo los mismos presos puede aumentar el número de gente bajo libertad vigilada, o el número de multas u otras medidas punitivas). Es curioso que Wacquant, cuyo análisis pone esto de claro manifiesto, haya escrito esto, al menos, tres veces. En todo caso esta aclaración no va tanto por él como por la tendencia en los debates sobre la punitividad a tratar como único indicador los encierros, cuando no las actitudes sobre la pena de muerte, caso singular en el que entran en juego factores muy variados y que se suele referir a supuestos extremos por su violencia e infrecuencia. (1) Wacquant, 2008c: 23; 2008d: 65; [2009]: 40.
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limita únicamente a eso, sino que se hace de la lucha contra el delito un espectáculo de cara a los ciudadanos. Además, suponen toda una transformación en el tratamiento, imagen y valorización de la delincuencia y de los delincuentes. Teniendo en mente este planteamiento, que será justamente ampliado y explicado más adelante, se puede pasar a ver algunos puntos de partida de Wacquant.
1.2. Tres prerrequisitos analíticos a) Ruptura del binomio crimen y castigo Lo que reza el sentido común (y la teoría jurídica) es que a cada delito corresponde un castigo y, consecuentemente, se dicta un castigo cuando se comete un delito. Teniendo presente que no todos los delitos se castigan, y que de los que se castigan no todos lo son con pena de prisión, aún así debería existir alguna relación entre el índice de criminalidad y el número de personas presas en un país. Como se ha apuntado anteriormente, la delincuencia en EE.UU. en el período que va de 1970 al 2000 se ha mantenido estable durante dos décadas y después descendió suavemente, sin embargo no ha sido así con tasa de encarcelamiento, que pasó de 93 presos por cada 100.000 habitantes en 1972 a 751 presos por cada 100.000 habitantes en 2008. La desconexión para el caso estadounidense es evidente, sin embargo no es el único caso. Por ejemplo, en España se ha multiplicado por siete el número de presos desde 1975, mientras que la delincuencia ha experimentado un ligero descenso dentro de la estabilidad durante los últimos años veinte años 2. Según Wacquant, no es, por lo tanto, la criminalidad lo que ha cambiado, sino la visión que la sociedad tiene sobre ella, en especial sobre algunas ilegalidades callejeras asociadas a determinadas poblaciones del fondo de la estructura social 3. Se ha
2 3
Cid y Larrauri, 2009; González Sánchez, 2011. Wacquant, [2009]: 30.
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aumentado el recurso a la cárcel y su dureza, por lo que conductas que antes eran sancionadas de distintas maneras, ahora acaban casi invariablemente con el infractor entre rejas. Este cambio se ha notado especialmente en EE.UU. con los delitos callejeros asociados a las drogas, como consecuencia de la puesta en marcha de la «War on drugs» (guerra contra las drogas) 4. Y es que, siguiendo a Wacquant, el desarrollo del sector penal de Estado no responde a un incremento de la inseguridad penal, sino a una «ola de inseguridad social que ha inundado el estrato más bajo de la estructura de clases, debido a la fragmentación del trabajo asalariado y la desestabilización de las jerarquías etnorraciales y etnonacionales» 5. De hecho, es mucho más fructífero para entender el fenómeno del encarcelamiento verlo como el resultado de elecciones culturales y políticas, es decir, repensar la cárcel como una institución política, central en el neoliberalismo, como veremos. Aquí Wacquant sigue la postura de Foucault de adoptar una perspectiva de táctica política en cuanto a los castigos, analizando «los métodos punitivos no como simples consecuencias de las reglas de derecho o como indicadores de estructuras sociales, sino como técnicas específicas del campo más general de los demás procedimientos de poder» 6. b) Volver a vincular las políticas asistenciales y las políticas penales «No es posible descubrir las causas, las modalidades y los efectos de la hiperinflación carcelaria sin vincular los desarrollos de la justicia con los cambios en la política social» 7. Así de contundente se muestra Wacquant con respecto a este punto. Política social y política penal tienen los mismos orígenes históricos, apareciendo en el paso del feudalismo al capitalismo
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Wacquant, 2005c: 13-15. Wacquant, [2009]: 385. Foucault, [1975a]: 30; Wacquant, [2009]: 405. Wacquant, [2009]: 155-156.
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en el siglo XVI, cuando la ayuda a los pobres y el encierro de los segmentos de población reacias a amoldarse al nuevo orden socioeconómico eran las principales herramientas que permitían contener los desórdenes y mantener a aquéllos que quedaban en el margen. De la misma manera, hay que contemplar los profundos cambios en ambas políticas a finales del siglo XX como mecanismos que responden a los desórdenes introducidos por el neoliberalismo. Como se verá más adelante, ha existido una sincronía sorprendente entre la reducción de las ayudas sociales y el incremento de los castigos penales. Existen similitudes evidentes entre ambas políticas. Aparte de un origen histórico compartido, su configuración organizativa es parecida, con métodos de supervisión similares e incluso edificios decorados de la misma manera y, lo que es más importante, los perfiles sociales de sus «clientes» son idénticos: casi la mitad viven por debajo de la línea de la pobreza y en ambas instituciones se trata de manera desproporcionada con personas de origen negro e hispano. La diferencia entre las poblaciones asignadas al ala social y las destinadas al ala penal es el género: mientras que las beneficiarias de la ayuda social son en un 90% mujeres, los enviados a las cárceles son hombres en un 93%. Además, ambos comparten la misma filosofía conductista que trata de supervisar y normalizar a estas personas 8. Castigo y delito no están correlacionados de una manera regular 9. Sin embargo, sí existen fuertes correlaciones negativas registradas entre inversión en políticas sociales y asistenciales y el número de personas encerradas en las cárceles 10 (ver gráfico 1). Por este motivo Wacquant señala que es necesario introducir el estudio de las políticas penales en la sociología de las políticas sociales y del bienestar si se quieren entender adecuadamente sus cambios y su funcionamiento 11.
8
Wacquant, [2009]: 390-393, 42-43. Para una visión de la explicación de Wacquant desde la perspectiva de género, ver Gelsthorpe, 2010. 9 Ver, por ejemplo, Lappi-Seppälä, 2008: 346. 10 Beckett y Western, 2001; Lappi-Seppälä, 2008. 11 Wacquant, [2009]: 44.
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Gráfico 1. Relación entre tasa de reclusos en 2000 y 2004 (número de reclusos por cada 100.000 habitantes) y relación con el gasto social (como % del PIB), en ambos casos para diversos países europeos clasificados por región geográfica y con indicación de línea de regresión y coeficiente de determinación lineal (R2) 350
Region Scand West Anglo East Fi t line for Total
ES T
Prisoners 2004 (/100 000 )
300
250
LI T POL
200
CZ HUN
150
SPA
UK POR
NL AUS
100
ITA BEL
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FIN SWZ
GER FRA SWE DEN
R Sq Linea r = 0, 603
NOR
50
10,0
15,0
20,0
25,0
30,0
35,0
Social pro t. e xp 2003 (% o f GD P, E urostat)
Fuente: Lappi-Seppälä, 2008: 351
c) Superar la oposición entre enfoques materialistas y simbólicos El tercer punto del que parte la teoría es la unión del análisis materialista y del simbólico. Consiste en tener en cuenta que el castigo es una institución social compleja 12, por lo que limitar su análisis a una única función es simplista y no da cuenta ni de la realidad ni de la pervivencia del castigo. Fijarse sólo los aspectos materiales del castigo, como ha venido haciendo parte de la criminología crítica, o ignorar éstos y centrarse principalmente en la función simbólica del castigo, como hiciera Durkheim, «no es sino un accidente de la historia
12
Garland, [1990]: 326-328.
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académica sostenido artificialmente por rancias políticas intelectuales» 13. Al incorporar en el análisis las funciones de control, que destacan el papel del castigo en el mantenimiento de las jerarquías y en el control de las clases dominadas, y las funciones de comunicación, las cuales refuerzan las normas, marcan límites y producen realidad inculcando categorías sociales, se puede entender mejor el papel tan importante de la cárcel y de las políticas penales en el neoliberalismo 14. «La cárcel simboliza las divisiones materiales y materializa relaciones de poder simbólicas» 15. El examen de estas dos funciones explica que el Estado penal se haya convertido en un motor cultural que crea categorías, clasificaciones e imágenes, que se amplían al resto de la sociedad. La faceta simbólica del análisis de Wacquant sólo ha sido desarrollada recientemente, al menos de manera detallada. Sus primeras publicaciones sobre la materia destacaban sobre todo los efectos materiales, muy relacionados con el mercado de trabajo, y los efectos simbólicos eran rara vez reconocidos o muy poco desarrollados 16. El enfoque simbólico del castigo no ha sido tan fructífero en Sociología como los enfoques materialistas. Es muy difícil seguir la estela de los trabajos de Durkheim sobre la penalidad e, incluso el desarrollo de este enfoque que Wacquant atribuye a Bourdieu 17, hay que encontrarlo de manera indirecta, a través del análisis del Estado que hace este último, no de la penalidad, tema que curiosamente nunca trató a pesar de estar muy interesado en las instituciones que permitían la transmisión de
13
Siempre según Wacquant. Se le ha criticado que la Criminología crítica no era tan exclusivamente materialista ni que él ha sido el primero en realizar un análisis que conjugue estos dos aspectos, sino que en la propia Criminología crítica ya se trataban los aspectos simbólicos del castigo (empezando por el enfoque del etiquetaje). Ver Rivera Beiras, 2011. 14 Se puede consultar un interesante comentario, por el que Wacquant habría desarrollado el análisis materialista de la acción estatal para las clases bajas y el análisis simbólico para el efecto en las clases medias, en De Giorgi, 2010. 15 Wacquant, [2009]: 17. 16 Por ejemplo, Wacquant, [1999a]: 29, 101,129. 17 Wacquant, [2009]: 17.
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capital 18. Tal vez porque la cárcel precisamente lo que hace es despojar de capital (económico, simbólico, político) o dotar de un capital negativo (cultural, simbólico), lo cierto es que el interés mostrado por Bourdieu en estos temas es relativamente escaso 19. En este sentido se pueden entender las producciones de Bourdieu y de Wacquant como complementarias: Bourdieu estudia la transmisión de capital entre los dominantes (especialmente a través del sistema escolar y en los distintos campos de producción cultural), mientras que Wacquant estudia la transmisión de capital (negativo) entre los dominados (a través del gueto y la cárcel). Ambos estudian las estrategias de reproducción de capital, pero desde distintos puntos de vista (desde los dominantes y desde los dominados) 20. Por su parte, la tradición materialista tiene algo más de historia, aunque tuvo poca continuidad durante algunas décadas. A excepción del trabajo de Rusche y Kirchheimer en 1939, no fue hasta los 70 que el análisis del castigo y de las prisiones tuvo un desarrollo marxista (llama también la atención que Marx y Engels tampoco dedicaran más que pasajes sueltos y algunos artículos periodísticos a la cuestión de la delincuencia) 21.
1.3. Limitaciones asumidas del estudio Wacquant reconoce que su investigación es «sesgada y demasiado monolítica». Entre estos sesgos se encuentran la elisión de las contradicciones y las ambigüedades
18
Wacquant, 2005b: 172. Bourdieu, [1986]; [1980]: 214. 20 Sobre las estrategias de reproducción se puede ver Bourdieu, [1994]. 21 Marx, 2008. Una exposición esquemática de estas dos corrientes en el análisis del castigo, tratadas como funcionalistas (partiendo de Durkheim) y del conflicto (partiendo de Marx) se puede encontrar en Chambliss, 1976. En ese texto no se busca la conciliación entre un enfoque materialista y uno simbólico. 19
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que existen entre las múltiples prácticas y políticas que componen el Estado penal; la distorsión que produce en la aplicación de las políticas la descentralización política en varios niveles (federal, estatal, local); ni las alternativas propuestas por arriba ni las resistencias ofrecidas por abajo. Los motivos que ofrece para estas decisiones deliberadas son: a) no se trata de un estudio sobre las políticas penales, sino de una «excavación selectiva» de los cambios operados en la cárcel, la policía y los tribunales que se centran en abordar a los segmentos problemáticos de la población; b) pretende destacar los «mecanismos discursivos y prácticos» que unen la sanción penal y la ayuda social como un solo medio de lidiar con los desórdenes que el neoliberalismo ocasiona en las clases bajas, por lo tanto, identifica una de las distintas lógicas que atraviesan un campo tan complejo y diverso como el político; y c) el objeto de estudio está vivo, está evolucionando a la vez que se está formando, por lo que el carácter del estudio es provisional y ha buscado exagerar la lógica penal hasta el punto de la sobre simplificación, pero considera que es «un momento inevitable en el análisis del auge del Estado penal en la era neoliberal» (cursiva en el original). De esta manera, reconoce que el alto grado de coherencia mostrado por el despliegue del Estado penal es consecuencia, en parte, de «la lente analítica utilizada» 22. Obviamente, el reconocer estas limitaciones, si bien habla del autor, no basta para disculparlas. Al final de este capítulo, y a la luz de las aportaciones y carencias de la propuesta de Wacquant, evaluaremos la justificación y la importancia de dichas limitaciones, así como si invalidan parcial o totalmente lo que argumenta el autor o, por el contrario, son limitaciones perfectamente asumibles desde el punto de vista científico en aras de una mayor claridad expositiva y un modelo teórico más parsimonioso.
22
Wacquant, [2009]: 20-21.
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2. LA INSTAURACIÓN DE LA INSEGURIDAD SOCIAL Y EL AUGE DEL ESTADO PENAL La nueva gestión de los pobres se efectúa, ante todo, mediante una transformación del Estado, que da un giro de lo social a lo penal 23. De hecho, Wacquant no considera que su análisis forme parte de la Criminología, ni de la Sociología del castigo, ni de la de la pobreza. Para él es, ante todo, una Sociología política de la transformación del Estado. Por esto mismo, se van a exponer las transformaciones producidas en el campo burocrático estadounidense para entender cómo se llega, de manera no intencional ni planificada, a la gestión penal de la pobreza. Ha de tenerse en cuenta que aunque, por la naturaleza de la escritura, lo que sigue se presenta en orden (primero el desmantelamiento del Estado social y posteriormente la institución del Estado penal), estos procesos fueron paralelos y estuvieron llenos de idas y venidas.
2.1. El declive del Estado social Los principales, aunque no los únicos, indicadores que toma Wacquant para demostrar que la ayuda social disminuyó son los pagos por asistencia destinados a madres solteras indigentes (las siglas de esta ayuda en inglés son AFDC) y los bonos-comida, que sirven para comprar en los supermercados y evitar que las ayudas se gasten en otras cosas. La elección de estas ayudas puede ser limitada, pero se debe a que son las que están más directamente asociadas a los pobres (la clase media, sin duda benefactora de otras ayudas, no podría recibirlas) y las que han estado más perseguidas como símbolo de creación de dependencia y culpables de que haya pobres que no busquen empleo 24.
23
En el período 1975-2000, en EE.UU. se pasó de 380.000 a 2.000.000 (dos millones) de presos, a la vez que los presupuestos destinados al «bienestar» cayeron de 11 a algo menos de 5 millones, ver Wacquant, 2008c: 24. 24 El estudio de estas ayudas también tiene mucha importancia en el clásico estudio de Piven y Cloward. Estos autores justifican la elección de este indi-
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Lo primero que es de recibo notar es que, contrariamente a la evolución penal, que aumentó el número de condenados en un período en el que la delincuencia permaneció estable, la ayuda social se recortó en un período, el mismo, en el que la desigualdad social y la inseguridad económica aumentó. Según Wacquant, los pobres han servido de «chivo expiatorio» para los males del país, y el recorte del ala social del Estado se produjo mediante, básicamente, tres medidas 25: La primera medida, constante a lo largo de los años independientemente de que republicanos o demócratas ocupasen la Casa Blanca, fue el recorte de la AFDC como prioridad en materia social, reduciendo el número de beneficiarios y asignando un porcentaje muy pequeño de los presupuestos. La segunda medida fue dificultar el acceso a las ayudas a quienes tenían derecho a ellas, aumentando y complicando los trámites burocráticos para desalentar a los peticionarios, pidiendo más documentos so pretexto de evitar engaños y revisando más periódicamente los expedientes, hasta el punto de transformar los programas de asistencia en auténticas herramientas de control y vigilancia sobre la población pobre 26. Por último, se ha procedido al recorte directo de ayudas públicas a los pobres para que así puedan ver cuán necesitados están y descubran por sí mismos la necesidad de trabajar. Esta tendencia a reducir la ayuda social «gratuita» (es decir, con el derecho de acceso marcado por la ciudadanía), llegó a su fin, por culminación, en 1996 con el gobierno del demócrata Clinton y la aprobación de la «Ley de reconciliación de la responsabilidad personal y las oportunidades de trabajo» (las siglas en inglés son PRWORA). El nombre en sí es todo un
cador porque representa muy bien el debate sobre si las mujeres y los niños debían trabajar (y en la evolución de a quién incluye o excluye se pueden captar mejor la lógica de las ayudas sociales) y porque fue el programa que más se expandió en la década de los 60 y que, por lo tanto, más se destinó a los negros que vivían los guetos. Piven y Cloward, [1971]: 122-123. 25 Wacquant, [2009]: 86-89. 26 Wacquant, [2006b]: 268. Estas prácticas burocráticas, cuyo fin inmediato es desmotivar al aspirante, y que se han ganado a pulso un nombre propio entre los especialistas (churning), también es registrada por Piven y Cloward, [1971]: 147, 152-156.
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manifiesto ideológico, asociando el desempleo a la irresponsabilidad individual y moral de los receptores de ayudas públicas, sustituyendo el welfare por el workfare pues, como ahora veremos, imponía la obligación de trabajar (algo) para poder recibir asistencia 27. No está de más notar que esta cruzada moral contra los receptores de ayudas públicas no fue acompañada de una política de creación de empleo. Esta medida se presentó para luchar contra la dependencia de unos receptores de ayuda estereotipados en el imaginario colectivo como jóvenes negras de barrios marginales, que inmoralmente buscan quedarse embarazadas fuera del matrimonio para vivir de las ayudas públicas. Éstas darían lugar a familias desestructuradas sin una adecuada educación, causantes de los problemas sociales y de seguridad de Estados Unidos. En la práctica, la medida sólo afectó a un pequeño sector del gasto social nacional, que coincidía con las familias menos pudientes. Esto a la vez que sustituía el derecho a asistencia por la obligación al trabajo para poder recibir ayudas, dejando desprotegidos a miles de niños pobres y a las madres, las cuales ahora tienen que dejar a sus hijos solos en casa, cuando no se gastan más en transporte y niñeras que lo que ganan en los trabajos precarios que pueden conseguir 28. Estas medidas han tenido algunas consecuencias difícilmente conciliables con el principio de acabar con una supuesta dependencia de la AFDC que, según Wacquant, no existía, pues la ayuda era tan escasa que los beneficiarios ya tenían que buscar apoyo económico en redes familiares o informales, sustituyendo ahora los ingresos provenientes de la asistencia por el de un sueldo miserable. Desde que se aprobó la ley, el índice de pobreza se mantuvo igual, aunque ésta se hizo más severa. Para Wacquant, la PRWORA ha contribuido a invisibilizar la miseria, eliminándola del ámbito público y
27
Tal vez la implantación del PRWORA plantea dificultades para la tesis de Bauman del abandono de la ética del trabajo y su sustitución por la estética del consumo. Ver Bauman, 1998. 28 Los detalles de esta medida se pueden consultar en Wacquant, [2009]: 142146.
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desplazándola al ámbito privado de la familia y el mercado 29. Es más, en opinión de Wacquant, y de otros autores como Jamie Peck, la PRWORA ha sido la culminación de un proceso de transformación de la ayuda social, que ha pasado de dar una asistencia pasiva a sus beneficiarios a transformarlos activamente en trabajadores dispuestos a aceptar los trabajos que nadie quiere 30. Uno de los padres teóricos de esta reconceptualización del receptor de ayudas como un ser inmoral sobre el que es necesario que el Estado actúe paternalistamente imponiéndole el trabajo y vigilándolo constantemente es Lawrence Mead 31. Tampoco hay que restar peso al «retorno al individualismo» que el neoliberalismo fomenta, el cual tiene a socavar los fundamentos del Estado del bienestar y los sentimientos de responsabilidad colectiva para con los desfavorecidos 32.
2.2. La inseguridad se instala en el orden neoliberal A finales de los años 60 y principios de los años 70 la sociedad norteamericana sufrió profundos cambios en su orden socioeconómico, algunos de los cuales instauraron una situación y una sensación de inseguridad (dependiendo de a qué estrato social perteneciese uno). El análisis de Wacquant se centra en dos de estos aspectos: la obsolescencia del gueto como instrumento del orden sociorracial y la inseguridad que se instaló en las clases medias y bajas 33.
29
Wacquant, [2009]: 138, 148, 153. Wacquant, [2009]: 158. 31 Una explicación de su obra con extensos extractos en los que es difícil discernir si describe la realidad o la prescribe, se puede consultar en Wacquant, [1999a]: 44-49. 32 «En la medida en que el fenómeno delictivo aparece como un problema del sujeto, es posible no asumir el debate vinculado al orden social más amplio», Román, 1993: 7; Bourdieu, [1998]: 19. 33 Wacquant no usa un concepto marxista de clase, sino que aquí, también, sigue a Bourdieu. En su concepción de clase social se huye de existencias objetivistas de clase. Las clases teóricas no son clases reales. Este concepto adquiere en Bourdieu un carácter relacional, en el que los espacios de posiciones (deter30
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a) La crisis del gueto y del orden sociorracial La historia concreta de EE.UU., en cuanto al orden social, está muy marcada por la esclavitud, que en sus inicios se utilizó principalmente para la provisión de trabajo y mano de obra. La esclavitud estadounidense, cuyos esclavos los constituían los africanos y sus descendientes, produjo de manera imprevista una «línea de casta racial» que separaba a dos poblaciones que más tarde se llamarían «blancos» y «negros». Esto, con el tiempo, dio lugar a la formación de guetos, principalmente en las grandes urbes, constituyendo espacios que permitía a los grupos dominantes encerrar y explotar a un grupo subordinado, cargando a su población de capital simbólico negativo 34. Tras los movimientos por los derechos civiles de los 60, la situación de la población afroamericana cambió, al menos, políticamente, pues suponía un reconocimiento de sus derechos y el primer paso para que dejasen de ser ciudadanos «de segunda», amenazando el marcado orden sociorracial (tanto simbólico como espacial). Además, la evolución de la economía, que pasó del fordismo a estar sustentada fundamentalmente en el sector servicios, dejó inservibles a millones de trabajadores industriales que se esperaba que se quedasen en los guetos mientras no trabajasen 35. La funcionalidad del gueto entró en crisis.
minados por las cantidades, tipos y trayectoria de la acumulación de capitales) y el habitus son fundamentales para entender la concepción conflictual de la existencia de clases, que compiten en la construcción simbólica de grupos. Para un mayor desarrollo de la noción de clase social en Bourdieu, ver Bourdieu, [1987] y Wacquant, 2008a. 34 Wacquant, [2009]: 282, 289. Wacquant ha estudiado los guetos de una manera detallada durante una década, en sus primeros trabajos. Sin embargo, por interesar aquí más el tema del encarcelamiento, y por escribirlo desde el país en el que lo escribo, he decidido no profundizar en el análisis que hace de los mismos más que lo estrictamente necesario para entender la lógica de la formación del Estado penal, en el que juega un papel no marginal. Si el lector quiere profundizar más en este tema, que aquí puede quedar simplificado, le remito a esos artículos, o a una compilación de algunos de éstos en los que trata los hiperguetos de la actualidad y la marginalidad avanzada en Wacquant, [2006b] y para una mayor desarrollo de la conexión existente entre éstos y el desarrollo de la cárcel como elemento de confinamiento y segregación racial que lo sustituye, Wacquant, 2010. 35 Wacquant, 2006a: 84; 2008c: 67; 2008d.
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Los cambios políticos y económicos dejaron obsoleto al gueto como instrumento de segregación, el cual vendría a ser sustituido por la cárcel de una manera que invisibilizaría el problema de la «cuestión negra» y lo reactivaría bajo nuevas apariencias (con la delincuencia o la dependencia de las ayudas sociales) 36. b) Precarización Otro cambio fundamental a partir de los 70 fue la extinción gradual, en la práctica, del trabajo estable generalizado. La transformación del trabajo se dio de dos maneras: cuantitativamente, con la desaparición de miles de trabajos que ya no son necesarios debido a la automatización, unido a las deslocalizaciones producidas por la mano de obra barata existente en el tercer mundo y el desplazamiento de la economía del sector secundario al terciario. Además, cualitativamente, se produjo un deterioro de las condiciones laborales y la reducción de las remuneraciones y las coberturas sociales para los empleados, especialmente en los puestos de baja cualificación, ocupados masivamente por las clases bajas. Básicamente, una parte importante de la clase trabajadora ya no es necesaria para las nuevas características de la economía nacional y las condiciones laborales precarias no garantizan protección frente a eventuales salidas del mercado de trabajo 37. De hecho, uno de cada tres trabajadores estadounidenses no tiene un puesto de trabajo que se hubiera considerado normal en el periodo de la posguerra y del esplendor del modelo keynesianista 38. Por lo tanto el trabajo se ha precarizado, especialmente entre las clases trabajadoras, a las cuales se les retira paralelamente las ayudas sociales, y las cuales, a su vez, no pueden seguir siendo contenidas y controladas debido a la crisis del gueto. Esto ocasiona un clima reinante de inseguridad social y
36
Wacquant, 2001a: 84. Wacquant, [2006b]: 265-267; Rifkin, 1995: 190-194. 38 Se pueden consultar algunos estudios a los que Wacquant hace referencia en Wacquant, 2009: 94. 37
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mental, que es objetiva entre las clases bajas, ya que carecen del capital cultural necesario para acceder a los sectores del mercado laboral que ofrecen garantías (el Estado ha dejado de darlas), y que es subjetiva entre las clases medias, empapada, como está, del discurso político y mediático sobre la criminalidad y la delincuencia, que se centra en la inseguridad física y estereotipada precisamente en las clases bajas. La penosa situación de los segmentos más bajos de la sociedad no constituye, para Wacquant, una situación temporal de tránsito de una economía a otra o un residuo de la desindustrialización, sino que es un constituyente estable del orden socioeconómico neoliberal, y que sume a los pobres en un nuevo régimen de marginalidad urbana que llama «marginalidad avanzada» 39 y, por lo tanto, algo que el orden social tiene que integrar (o contener, en las cárceles). Las estrategias de reproducción de las clases medias quedan amenazadas, lo cual genera frustración y ansiedad que se dirige contra el Estado, por un lado, como responsable de no garantizarlas y de no cumplir con su papel, sumiéndolo en una crisis de legitimidad, y por otro lado contra los sectores marginales, los cuales se sitúan bajo la sospecha constante de estar aprovechándose del Estado y de la bondad del contribuyente de clase media 40. Wacquant insiste en que se trata de un problema de inseguridad social, y no de inseguridad penal, como defiende David Garland, pues su afirmación de que los altos índices de delincuencia se han convertido en un hecho social normal, y la de que las clases medias son ahora las principales víctimas de la delincuencia, no son ciertas, como se desprende de las encuestas de victimización y de las estadísticas oficiales 41. El delito sigue siendo el mismo que antes y las víctimas pertenecen mayoritariamente a las clases bajas 42.
39
Wacquant, [2006b]: 258. Wacquant, [2009]: 97. 41 Wacquant, [2009]: 400; Garland, 2001. 42 Las encuestas de victimización ya desvelaron en los años 70 este hecho, que dio lugar al desarrollo de la llamada Criminología realista, la cual recordaba, 40
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Ahora vamos a pasar a ver el auge del Estado penal, que aunque por la exposición pudiese parecer que es una respuesta consecuente a la inseguridad social y posterior temporalmente, no importa repetir que declive del Estado social y auge del Estado penal son paralelos y que no tuvieron un desarrollo lineal ni planificado.
2.3. El auge del Estado penal A principios de los años 70 el futuro de la prisión no parecía muy prometedor, al menos entre los científicos sociales y el personal de las prisiones: éstas mostraban sus enormes limitaciones para rehabilitar, cuando no eran vistas como instituciones criminógenas, y algunos estudios importantes sobre el origen de la prisión, como los de Foucault, Rothman e Ignatieff, desnaturalizaban el encierro como pena y señalaban la lógica clasista que ha regido y rige su funcionamiento 43. Sin embargo, nada más alejado de la realidad, pues es a partir de los 70 cuando la cárcel explota su capacidad de encierro y exclusión, que no la de rehabilitación, aumentando exponencialmente el número de personas custodiadas. El auge del Estado penal forma parte, para Wacquant, de una reestructuración de las misiones y del funcionamiento del Estado, que se completaría con el recorte del Estado social y la desaparición virtual del Estado económico. Esta triple transformación habría que entenderla como «la respuesta burocrática de las élites políticas a las mutaciones del trabajo asalariado (…) y sus efectos devastadores en los niveles más bajos de la estructura social y espacial». La noción bourdieuniana de campo burocrático permite entender la actuación estatal como un rico campo atravesado por distintas lógicas, intereses e influen-
frente a la Criminología crítica, que la delincuencia no era sólo una acto de etiquetaje y de control sobre las clases bajas, sino que éstas eran también las principales víctimas y que, por tanto, había que hacer algo por solucionar los problemas «reales» de la delincuencia. Ver Serrano Maíllo, 2006: 454-462. 43 Zimring y Hawkins, 1991, cap. 2; Wacquant, 2005d: 4.
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cias, y no como la decisión de un planificador omnisciente. De hecho, Wacquant entiende que esas mutaciones del trabajo asalariado son «el producto de una oscilación en el equilibrio de poder entre las clases y los grupos que luchan en todo momento por el control de los mundos del empleo» 44. Por lo tanto, el Estado penal es el resultado contingente de las luchas llevadas a cabo por los distintos grupos que conforman el campo del poder y, en especial, en el campo burocrático. Este giro de lo social a lo penal es descrito por Wacquant en algún momento como «causal y funcional» entre esos dos sectores del campo burocrático. Esta relación, además, se vería fortalecida por la desresponsabilidad económica que promulga el Estado neoliberal, la cual permite tolerar altos niveles de pobreza e inequidad social. De hecho sugiere que el recorte del Estado social «necesita y exige» la grandeza del Estado penal para poder lidiar con los desórdenes que el primero genera 45. La implantación del Estado penal ha seguido, principalmente, dos modalidades: por un lado mediante la reorganización de los servicios sociales en instrumentos de control y vigilancia sobre determinados segmentos de la población; y por otro lado con el recurso sistemático al encarcelamiento para castigar ciertas ilegalidades, por lo general las asociadas con la juventud (marginal) urbana. En seguida veremos estos dos elementos más a fondo, sin embargo, conviene hacer notar que la transformación del aparato penal se hace principalmente a través de regulaciones y cambios jurídicos, que son, al fin y al cabo, los instrumentos con los que funciona en el día a día, más allá de los motivos que impulsen el cambio. En EE.UU., concretamente, han sido cuatro los instrumentos que han permitido estos cambios: a) «sentencia de duración determinada», por la cual la discreción de las autoridades terapéuticas para modular la duración del castigo en base a la evolución del penado virtualmente desaparece, dejándose la sentencia fijada por el juez, lo cual ha resultado en un aumento de
44 45
Wacquant, [2009]: 31. Wacquant, [2009]: 47.
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la duración de las sentencias; b) «truth in sentencing», o lo que aquí se viene clamando como el «cumplimiento íntegro de las penas», que pretende retrasar lo máximo posible el momento en el que el penado puede acceder a la libertad condicional, lo cual también ha contribuido a un aumento del tiempo de cumplimiento efectivo de las penas; c) «mínimos obligatorios», con los que se asocia una pena fija de obligado cumplimiento a determinados delitos, aparte de lo que determinen las circunstancias en el juicio. Por ejemplo, por haber cometido «posesión de drogas» automáticamente se aplica x tiempo de prisión, de entrada, y después dependiendo de la cantidad, la sustancia, etc. se pone otra pena (la que sería la pena); d) «three strikes and you’re out», por la cual se castiga duramente la reincidencia y, en caso de tercera reincidencia en delitos graves, se aplica automáticamente la cadena perpetua. Esta última medida es más bien simbólica, pues su aplicación es escasa, pese a la gran publicidad que se hace de la misma. En contraste, las medidas de «truth in sentencing» y de los «mínimos obligatorios» tiene efectos materiales, alargando las penas y reduciendo la discreción en el cumplimiento de las penas 46. Más importante que todo esto, sin embargo, es darse cuenta de la coincidencia cronológica y de la relación causal directa, siempre según Wacquant, existente entre la construcción simbólica de las poblaciones problemáticas de los estratos inferiores y el giro punitivo adoptado tanto en el plano social como en el penal 47. A lo largo de las últimas décadas se pasó a conceptualizar a los receptores de ayudas públicas como «dependientes», y se asociaron los desórdenes urbanos a determinados tipos sociales, por lo general residentes en los guetos pobres de la periferia urbana, asociados con familias monoparentales, la pobreza y la inmoralidad. De esta manera, la acción social del Estado tiene una carga moral negativa, pues perpetúa la dependencia de población no merecedora de compasión, mientras
46 47
Wacquant, [2009]: 107-109. Wacquant, [2009]: 136.
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que la acción penal tiene una carga moral positiva, pues declara luchar contra «lo malo» y defender la ley y el orden. De hecho, el principal cambio operado habría sido en las actitudes de la gente y en las respuestas estatales contra la delincuencia callejera, estrechamente relacionada con la pobreza urbana 48. Esta política penal se basa en una reducción triple, consistente en concentrarse en la delincuencia visible y molesta, es decir, la que se ve 49; en especial centrarse en la venta minorista y en el consumo de drogas; y en último lugar tratar las drogas como un tema de orden público, con solución policial y judicial, más que de salud pública, con solución preventiva y terapéutica 50.
Dimensiones de la evolución penal estadounidense El desarrollo penal en EE.UU. se ha dado principalmente a través de cinco tendencias o, mejor, se manifiesta en cinco aspectos: su expansión vertical, su expansión horizontal, el incremento del peso del sector penitenciario en los presupuestos estatales, la consolidación del sector privado en la custodia de reos y una acción discriminatoria hacia los negros 51. La primera dimensión es la expansión vertical de su aparato penal, a través del hiperencarcelamiento 52. Cuando se habla de
48
Wacquant, [2009]: 235; 2005d: 15. Las consecuencias que esto tiene son evidentes: los jóvenes no tienen propiedades privadas en las que, por ejemplo, consumir droga, mientras que un adulto lo puede hacer en su casa. La diferencia de disponibilidad de espacios privados para realizar conductas desviadas se traduce en una diferencia de exposición a ser detenido, a igualdad de delito, con las diferencias de clase que esto conlleva. Ver Lamo de Espinosa, 1989: 29; Chambliss, 1976b: 157. 50 Wacquant, [2009]: 224. 51 Wacquant, [1999a]: 88-101; 2002: 19-21. 52 Wacquant defiende el uso del término «hiperencarcelamiento» (hyperincarceration) frente al de «encarcelamiento masivo» (mass incarceration). Encarcelamiento masivo implica que éste concierne a grandes masas de la población (como la cultura de masas), mientras que el proceso en realidad está definido por una triple selección (clase, raza, localización), que es una propiedad constitutiva del fenómeno, y que excluye del mismo a las masas (familia blanca de clase media norteamericana). Wacquant, no obstante, usa en sus primeros escritos «encarcelamiento masivo», algo que él ahora considera un error y que corrigió en torno a 2005. Ver Wacquant, 2008d. 49
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EE.UU. es necesario tener en mente que bajo el mismo nombre se oculta una gran variedad de estados, cada uno con su propia evolución, incluso presentando entre ellos más diferencias en los índices de encarcelamiento que los países europeos entre sí. No obstante se observa una tendencia nacional al alza (más o menos pronunciada, según el caso), independientemente de las características propias de la historia penal de cada estado. El sistema penitenciario estadounidense está fragmentado en tres niveles burocráticos: condados (cárcel), estados (prisión) y federal (prisión federal), y en todos ellos también se ha observado la tendencia al alza 53. En este punto la teoría de Wacquant ha sido duramente criticada precisamente por ignorar las diferencias existentes entre estos estados. De hecho, se ha puesto en duda el valor analítico del concepto «el Estado penal norteamericano», pues oculta las grandes diferencias existentes entre éstos. Además, se ha señalado que la mayoría de los ejemplos pertenecen a un mismo estado, el de California, con lo que no habría duda de la existencia de algunos Estados penales, pero sí de la existencia de el Estado penal norteamericano 54. Es evidente, como reconoce el propio crítico, que Wacquant es sensible a las diferencias existentes entre los estados y que las conoce. Sin embargo, donde Daems ve una «amnesia autoinducida» por el posicionamiento político de Wacquant contra la doxa neoliberal, se encuentra la búsqueda de tendencias de fondo de la evolución penal estadounidense. De hecho, pese a sus diferencias, el crecimiento vertical se ha dado en todos los Estados y en cada uno de los tres niveles. Es cierto que Wacquant no utiliza ejemplos de todos los estados, entre otras cosas porque no en todos se ha desarrollado de la misma manera. Más que una mala intención, creo que hay que entender que el autor está buscando describir y analizar las transformaciones del Estado y que, para hacer mejor eso, es analíticamente más útil destacar los casos sobresalientes que apuntan hacia la
89.
53
Zimring y Hawkins, 1991: 142-155; Wacquant, [2009]: 184, 98; [1999a]:
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Daems, 2008: 218-219.
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formación de esa lógica, sobre todo cuando es un proceso que está actualmente en marcha y que se sigue transformando. Siendo California en este caso el estado que de una manera más manifiesta ha desarrollado el Estado penal, parece lógico centrarse en él para identificar una lógica (de las múltiples que hay) que está latente en todos los demás estados. Esta, de todas maneras, es una de las limitaciones asumidas de la investigación de Wacquant, como se explicó más arriba. Volviendo al desmesurado crecimiento de la población carcelaria, casi tres cuartas partes del mismo se explican por el encierro de toxicómanos y de pequeños camellos 55. De hecho, el aumento de personas presas se ha debido a un incremento espectacular de los ingresos en prisión, así como a un alargamiento de las sentencias. Entra mucha más gente que, además, se queda más tiempo, por lo que se van acumulando. En EE.UU., a diferencia de España, ha sido más influyente el número de ingresos que la duración de las penas 56. El resultado ha sido la aparición de una situación de hacinamiento crónico en las prisiones, con un promedio nacional (en las estimaciones más optimistas) de un 133% de ocupación 57. Esto, unido a una política de recorte de gastos, ha dado lugar a unas condiciones tan penosas que muchos de los presos preventivos se declaran culpables y negocian la sentencia con el fiscal a fin de conseguir una pena reducida que les de acceso directo a la libertad condicional. De hecho, Wacquant defiende que una de las funciones de la cárcel es conseguir que los detenidos se declaren culpables y ahorrar dinero al sistema judicial eludiendo los juicios, hasta el punto de asegurar que para la mayoría de los presos pobres el juicio se ha convertido en algo raro que sólo ven por la televisión 58.
55
Wacquant, [1999a]: 90. Wacquant, [2009]: 191, 196. 57 Wacquant, [2009]: 186. En España, el sindicato mayoritario de los funcionarios de prisiones (ACAIP) cifraba el índice de ocupación de las cárceles españolas en un 160% en 2004. 58 Wacquant, [2009]: 189. 56
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El segundo rasgo es la extensión horizontal de la red penal. Si el la expansión vertical ha sido enorme, más grande y olvidada ha sido la horizontal. Si en EE.UU. se contabilizan las personas que están en probation y en libertad bajo palabra (que, al fin y al cabo, también son penados) se llega a los 6’5 millones de personas bajo supervisión correccional en el año 2000 (2 millones encerrados, casi cuatro millones en probation y algo más de medio millón en libertad bajo palabra). El 5% de los hombres adultos de Estados Unidos están cumpliendo pena 59. Es fácil darse cuenta de que tantos millones de personas penadas fuera de las cárceles tienen que estar controladas de alguna manera. El recurso a esta modalidad de castigo se ha visto potenciado por la falta de espacio en las cárceles y la imposibilidad de construir nuevos lugares de encierro al ritmo al que se envía gente a prisión. Esta forma de cumplimiento de penas ha sido posible debido al desarrollo y multiplicación de bases de datos de criminales y a la posibilidad que han dado las nuevas tecnologías de control constante y a distancia de la localización de los penados 60. En EE.UU. la proliferación de bancos de datos con fichas criminales ha sido espectacular. Wacquant asegura que muchas de estas bases de datos son de acceso público, y que no es raro que no se encuentren actualizadas, por lo que una persona puede aparecer con causas pendientes cuando ya cumplió con las justicia años atrás, y su vecino puede verlo por Internet y pensar que, por ejemplo, su vecino está bajo libertad condicional. Esto es especialmente preocupante si se tiene en cuenta que las distintas autoridades policiales tienen unos 55 millones de expedientes penales correspondientes a 30 millones de personas. Casi uno de cada
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Wacquant, [2009]: 200-202; [1999a]: 91-92. Los medios de vigilancia electrónica son tecnología y, como toda tecnología, no es «buena» ni «mala» de por sí, sino que depende del uso que se le dé. Lo mismo que sirve para tener controlada a cada vez más personas, podría servir para evitar que mucha gente pasase por prisión, lo que hace que sea vista como un medio abominable de control y la máxima expresión de la lógica panóptica por unos, pero que sea vista como una forma demasiado suave de condena por otros. En ambos casos los medios de vigilancia electrónica son rechazados, pero por motivos bien distintos. Ver Nellis, 2005. 60
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tres hombres adultos estadounidenses figura en estos bancos de datos. Además, la pérdida de fuerza del ideal de rehabilitación en la lógica penal que se viene dando desde los años 70 61 ha transformado la significación de los cumplimientos de pena en régimen de «libertad»: el seguimiento que antes se hacía del penado, principalmente a través de los trabajadores sociales, partía de la base de que esa forma de cumplimiento de condena era mejor para la reinserción social, como así lo atestiguaban los estudios de reincidencia 62, y el papel del agente estatal era dar apoyo en los momentos difíciles y ayudar a la resocialización. Sin embargo, ahora la lógica punitiva y policial sustituye la supervisión de los trabajadores sociales por la de la policía, y la libertad condicional pasa de ser una herramienta resocializadora a ser un medio para recapturar lo antes posible a los delincuentes, mediante una vigilancia constante o un incremento en la cantidad y en las exigencias de los controles de consumo de drogas 63. De esta manera, Wacquant coincide con Foucault en que «la gestión penal de la inseguridad social (la «delincuencia» en Foucault) se alimenta así de su propio fracaso programado» 64. Sin embargo, la manera más importante en la que la lógica punitiva se ha extendido horizontalmente es mediante su (re) introducción en los servicios sociales. Según Wacquant, «la lógica panóptica y punitiva característica del campo penal tiende a contaminar y luego a redefinir los objetivos y dispositivos de la ayuda social». No es sólo que se reduzcan, sino que los servicios sociales se impregnan de una lógica que trata a sus beneficiarios como sospechosos (de engañar para conseguir ayudas, de mantener a maridos que no quieren trabajar, de ser futuros delincuentes) más que como personas necesitadas. Por esta desconfianza se imponen requisitos de comportamiento y dispositivos de control. Piven y Cloward ya explicaban en su análisis de las ayudas sociales que «cualquier institución que distribuye los
61 62 63 64
Allen, 1981. Por ejemplo, en España, ver Redondo et al, 1994. Wacquant, [1999a]: 93; [2009]: 211. Wacquant, [1999a]: 145; Foucault, [1975a]: 272, 282.
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recursos de los que dependen los hombres y las mujeres para sobrevivir, puede fácilmente ejercer control sobre ellos» 65. El crecimiento del sector penitenciario dentro de la Administración pública constituye la tercera dimensión. Lógicamente la extensión vertical y horizontal del aparato penal requiere dinero. El aumento de los fondos públicos destinados a sufragarlo es el medio y la consecuencia. Además, es curioso que el aumento constante de su partida presupuestaria se produjo cuando el peso del Estado disminuía, acorde con el principio neoliberal de «menos Estado», que no se aplica en materia penal (ni militar). El año 1985 es el que identifica Wacquant como clave, pues es el primer año en el que las ayudas sociales se igualan en su tendencia descendente con la tendencia ascendente del gasto penal. De hecho, aparte de las ayudas sociales directas como subsidios o cupones de comida, los programas de construcción pública del país se han reducido a una tercera parte en 30 años, mientras que el dinero dedicado a construir cárceles se ha cuadruplicado, convirtiéndose ésta en el principal programa de construcción de vivienda pública del país. A los sin techo, en lugar de darles una vivienda, se los manda a la cárcel 66. También insiste mucho Wacquant en que estas políticas y estas modificaciones en el gasto público no son exclusivas de los republicanos, algo en lo que otro importante teórico, John Pratt, coincide. Wacquant insiste especialmente en esto frente a la creencia doctrinal de asociar una política penal más punitiva con posturas conservadoras, defendida por autores de primera fila como Garland, Young, Zimring y Tonry, por ejemplo. Si bien podría considerarse que los «conservadores» han gestado estas políticas, los «progresistas» las han implantado (Clinton en EE. UU., Blair en Inglaterra, Jospin en Francia o hasta en España, donde el Código Penal de 1995 se aprobó con Felipe González). Y es que «el neoliberalismo es un proyecto al que se pueden adherir indistintamente los políticos de la derecha y los de la izquierda» 67.
65
Piven y Cloward, [1971]: 23. Wacquant, [2009]: 225, 232-234. 67 Wacquant, [2009]: 403, 225; [1999a]: 94; Pratt, [2002]: 233. No obstante, se han encontrado correlaciones entre el incremento de la población carcelaria 66
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Evidentemente, a pesar de que, según Wacquant, el Estado penal es un componente esencial del neoliberalismo, existen presiones para que se reduzcan los monumentales gastos que éste genera (mantener a cada preso supone unos 20.000 dólares anuales), tanto por el discurso neoliberal de «menos Estado» como por la presión existente por parte de otros grupos que forman parte del campo burocrático pero cuyos intereses no pasan por aumentar el número de presos. Estas presiones (que son una muestra de la heterogeneidad que existe entre las elites políticas) se traducen en algunas medidas que se han tomado para reducir los costes de las prisiones 68. Las dos medidas que no han abandonado los escritos de Wacquant son, por un lado, la rebaja en las condiciones de vida dentro de las prisiones, recortando todo tipo de actividades ocupacionales (y terapéuticas) —se estima que, en realidad, estos «lujos» suponen el 5% del coste de un preso en prisión, siendo el 50% el salario del personal que allí trabaja—; por el otro, se están trasladando parte de los costes al propio preso o a sus familias, lo cual no hace más que agravar la penosa situación económica de la mayoría de los presos. Las otras dos medidas que no aparecen en sus últimos trabajos son: la introducción de mejoras tecnológicas a fin de aumentar la productividad de la prisión pudiendo reducir el personal necesario; y la reintroducción del trabajo masivo no cualificado dentro de las cárceles, de manera que los presos puedan contribuir con su trabajo a ocasionar menos costes. Esta última medida encuentra muchas resistencias entre los distintos gremios (por competencia desleal) y, además, la libertad de
y los períodos en los que el partido republicano contaba con más apoyos. Ver Jacobs y Carmichael, 2001. 68 En algo tan trivial como la enumeración de estas estrategias se ve que el trabajo de Wacquant está vivo y evoluciona, al igual que su objeto de estudio. En sus primeros trabajos mentaba cuatro estrategias, mientras que en su último trabajo se han reducido a tres, siendo dos de ellas comunes a sus primeros escritos. De esta manera queda también patente que, pese a seguir la misma lógica, las estrategias concretas varían con el tiempo y suelen ser el resultado de ensayo-error, más que de una planificación omnisciente. Para ver la evolución de estas estrategias en la obra de Wacquant, ver [1999a]: 96; 2002: 21-28; [2009]: 243-249.
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movimientos que es necesaria para poder trabajar, o para ir de la celda al taller, es una seria amenaza para los requisitos de seguridad del centro, hecho más agravado cuanto mayor es la superpoblación 69. A estas alturas, y teniendo en cuenta la lógica neoliberal, no sorprenderá que la última estrategia a explicar sea la que consiste en recurrir al sector privado. Como la industria del encarcelamiento privado ha tenido un desarrollo admirable en los últimos años, y su importancia es cada vez mayor, vamos a tratarla como la cuarta dimensión de la expansión del Estado penal. Cuando el Estado es visto como una institución que proporciona servicios (tal y como hace el neoliberalismo, para el que «el mercado» es otra institución) se hace más fácil argüir falazmente que el Estado es una organización ineficiente y que «el mercado» puede proporcionar de mejor manera esos mismos servicios 70. Es, de nuevo, valorar la actuación estatal con una lógica que le es extraña, esto es, con la lógica económica. El Estado no es una empresa grande que ofrece servicios. El Estado es una cosa distinta, principalmente política, y en política hay cosas que no tienen por qué ser eficientes ni rentables. Desde 1983 en EE.UU. existen cárceles privadas, es decir, empresas que el principal servicio que ofrecen es la retención de seres humanos a cambio de dinero. Este tipo de empresas obtienen muchos beneficios y, hasta el año 2000 era una de las inversiones más aconsejadas en la Bolsa. Actualmente su espectacular crecimiento (de 3.122 camas en 1987 a 145.161 en 1999 —el 7% del total—) se ha detenido debido al estancamiento del mercado de valores, al aumento de camas públicas y a una serie de escándalos surgidos dentro de las prisiones que involucraban a estas empresas privadas 71. El Estado ha recurrido a esta modalidad de encierro por varios motivos, desde la convicción neoliberal de que la privatización o externalización de servicios haría que se redujesen los elevados costes de las prisio-
69 70 71
Sykes, [1958]: 25-28; Sutherland, 1947: 472-478. Wacquant, 2001b: 54. Wacquant, [2009]: 243-245; [1999a]: 97.
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nes, hasta su incapacidad efectiva para albergar a dos millones de personas y crear prisiones a la misma velocidad a la que se manda gente a prisión. A su vez, el auge de este mercado ha dado lugar a grandes ferias en las que fabricantes de material de seguridad y empresarios del encierro se encuentran, compran materiales, etc. De hecho, las prisiones (y no sólo las privadas) se han convertido en una fuente deseable de ingresos y en un motor del desarrollo local, habiendo pasado del famoso «Not in my garden» que rechazaba la construcción de cárceles en sus localidades por miedo a los delincuentes que allí se encerraban, a que realmente exista una competición entre distintas localidades por atraer a las cárceles, pues son una fuente estable de trabajo, ajena a las depresiones económicas 72. Por último, el desarrollo del Estado penal se caracteriza por una peculiar aplicación de la lógica de discriminación positiva (affirmative action), pero aplicada a la privación de libertad, en la que los principales beneficiarios de los servicios públicos serían los negros. No obstante, este es un tema que merece ser tratado aparte.
2.4. Los clientes del Estado penal Los sistemas penales son selectivos y discriminatorios por su naturaleza, tanto a nivel escrito como práctico. Cualquier vistazo que se eche a cualquier cárcel o tribunal del mundo pone esto de manifiesto rápidamente. Autores como Foucault han denunciado que la auténtica función de los sistemas penales no es acabar con las ilegalidades, sino distinguirlas y distribuirlas (en concreto, crear «la delincuencia»). Esta identificación de la delincuencia con determinada delincuencia permite un mayor control y vigilancia sobre los sectores de la población que se identifican como criminales, y
72 Ver en especial Elhadad, 2003. También ver Pratt, [2002]: 238, 248; Davis, [1995]: 61-64; Ladipo, 2001: 116; Wacquant, 2005d: 10; [1999a]: 99; 2008c: 27.
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que se corresponden con los estratos más bajos de la estructura social. 73 El despliegue del Estado penal ha tenido dos objetivos principales: por un lado, mostrando su faceta más instrumental, se ha cebado con el subproletariado afroamericano residente en los guetos. Por el otro, en un plano más simbólico, ha desplegado su fuerza expresiva sobre los delincuentes sexuales. a) Los afroamericanos del subproletariado En los últimos 30 años se ha producido un cambio en la composición étnica de los presos: donde hace 60 años el 70% de los presos eran blancos, hoy en día componen sólo el 30%. Desde 1989, los afroamericanos son la raza que más ingresa en prisión, a pesar de que sólo suponen el 12% de la población total, y las probabilidades acumuladas que tiene un adulto negro de pasar un año en prisión eran de entre un 20% y un 30% en los noventa 74. La población afroamericana que ha pasado por prisión sufre una triple exclusión en este proceso de encarcelamiento selectivo en base a la raza: 1) exclusión laboral, por la denegación sistemática al acceso a becas para poder ir a la universidad, y por lo tanto la imposibilidad de poder conseguirle capital cultural suficiente para acceder a trabajos cualificados; 2) exclusión de las ayudas públicas, al denegar la asistencia social a quien haya estado encerrado más de dos meses; y 3) exclusión política, ya que en muchos estados los presos no pueden votar durante un tiempo posterior a su puesta en libertad o, en algunos casos graves, de por vida 75.
73
Foucault, [1975a]: 277, 285, 287, 288, 305. Si bien Foucault reconoce que con la identificación de cierta delincuencia se administran diferencialmente los espacios de libertad y de presión, él entiende que la normalización disciplinaria y la vigilancia se extiende como medio de control sobre toda la población, mientras que Wacquant hace énfasis en que este control se ejerce sobre determinada población, y que la lógica normalizadora de la institución carcelaria sólo se ha extendido a las clases bajas. Ver Wacquant, [2009]: 397. 74 Wacquant, [1999a]: 99; [2009]: 280, 291; Western, 2006: 24-28. 75 Wacquant, 2001a: 106-107; [2009]: 113, 261.
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El tema de la medición de la delincuencia es complejo, y se torna casi imposible cuantificar con certeza la actividad delictiva de un determinado segmento de la población. No obstante, habida cuenta de la situación que ocupa la población negra de los guetos en la estructura social, se podría asumir que los afroamericanos efectivamente delinquen más, aunque sólo como hipótesis 76. Esto unido a una discriminación racista en el proceso policial y judicial podría explicar bien la sobrerrepresentación étnica. Sin embargo, de vital importancia fue la puesta en marcha de la War on drugs (guerra contra las drogas), política criminal que afectó brutalmente a los guetos, donde la droga juega un papel muy importante, tanto cuantitativa como cualitativamente 77. Este encierro selectivo juega un papel extrapenológico que poco tiene que ver con la delincuencia y mucho con la gestión de grupos sociales estigmatizados, que con la crisis del gueto habían visto debilitado el control institucional que se ejerce sobre ellos 78. De hecho, entre la cárcel y el gueto existe una homología funcional (son instituciones de encierro de una población estigmatizada que supone una amenaza material y simbólica para la sociedad) y una homología estructural (se basan en el mismo tipo de relaciones sociales), siempre siguiendo a Wacquant. Con sólo una década de diferencia, el ennegrecimiento de la población carcelario siguió el declive del gueto. Además, la cultura de ambas instituciones es ahora una mezcla de la cultura del gueto y de la cultura de la prisión, en donde se hace casi imposible distinguir los mecanismos adaptativos que funcionan dentro de la cárcel y en los guetos. La cárcel se convierte así en la cuarta de una serie de «instituciones peculiares» que a lo largo de la historia de EE.UU. han servido para mantener y refor-
76 Bastantes teorías etiológicas de la delincuencia podrían predecir esto: sufren más privaciones materiales y sociales, cuentan con un mayor número de hogares desestructurados, tienen una estructura demográfica más rejuvenecida que la de los blancos, etc. 77 Wacquant, 2005d: 20; [1999a]: 101. 78 Wacquant, 2001a: 83; [2009]: 279.
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zar las jerarquías etnorraciales (la esclavitud, el sistema Jim Crow, el gueto y ahora la cárcel) 79. Por último cabe destacar algunos efectos de este encarcelamiento del subproletariado afroamericano. Los presos afroamericanos sufren un triple estigma: moral, de clase y de casta, al colocarse fuera de los ciudadanos respetables por haber violado la ley, al ser pobres en una sociedad que valora la riqueza y la entiende como la recompensa al esfuerzo individual y al carecer de «honor étnico». Además, esta política de encierro refuerza la asociación entre el color de piel y la delincuencia (los tribunales están autorizando a la policía a usar la raza como «una señal negativa de incremento de riesgo de delinquir») y despolitizar el problema de la raza, ya que al reconceptualizar en el marco de la delincuencia, hace más difícil para los movimientos sociales conseguir apoyos 80. b) Los (ex)delincuentes sexuales Si se puede identificar claramente la parte instrumental del Estado penal con su actuación sobre la población negra pobre del país, se puede hacer lo mismo con los delincuentes sexuales y los efectos simbólicos. Los delincuentes sexuales, muy reducidos en número, concentran la desaprobación moral de la comunidad y son objeto de una proliferación de leyes y de bases de datos que contienen sus señas. Existe toda una campaña de reprobación que va más allá de la mera condena pública por haber cometido una ilegalidad, situándose el énfasis en la reprobación moral, siendo un elemento más que difumina y debilita la separación entre lo ilegal y lo inmoral 81. De fundamental importancia fue la aprobación, en 1996, del paquete de medidas legales que se reunían bajo el nombre de la Ley Megan 82. Esta ley obligaba a las autoridades (locales,
79
Wacquant, 2001a: 102, 83, 85-90; [2009]: 281, 291, 278-279; 2005d: 19. Wacquant, [2009]: 262; 2001a: 104-105. 81 Wacquant, [2009]: 40, 117. 82 McAlinden, 2007: 101. Caso claro en el que se ve la influencia de las víctimas y de la presión mediática en el proceso legislativo. Nótese que se aprobó el 80
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estatales) a elaborar listas con los nombres y datos de los delincuentes sexuales y de los ex-delincuentes sexuales, a fin de poder tenerlos controlados también fuera de la cárcel. Estas listas son de consulta libre en algunos estados, incluso a través de Internet. La aplicación de la ley varía según las distintas jurisdicciones, pudiendo adoptar las autoridades una actitud pasiva o activa en la difusión de los datos o restringiendo su actuación con determinados tipos de delitos sexuales o con todos. En algunos sitios también se les requiere a los ex-convictos que notifiquen a sus vecinos que ellos «son» delincuentes sexuales 83. Es de notar que en el discurso sobre este tipo de delincuentes y en el saber popular, son presentados como irrecuperables, exigiéndole a la pena cada vez más que se limite a mantenerlos lejos de la sociedad, abandonando todo intento de resocialización, a pesar de que sus índices de reincidencia (en torno al 20%) son bastante menores que los índices de reincidencia para el «delincuente común» (en torno al 60%) 84. Esta imagen y las medidas adoptadas agravan el problema que, al menos declaradamente, pretenden solucionar: la publicación de esos datos hacen virtualmente imposible la reinserción del (ex)agresor sexual, tanto a nivel comunitario (aceptación de los vecinos) como a nivel individual (obtención de un empleo, superación del estigma), empujándolo a una vida clandestina que le puede llevar a reincidir con otro tipo de delitos (robos, drogas). Además, la publicación de esos datos tiene como efecto el aumentar el miedo de los vecinos y muchos inconvenientes para las personas que aparecen erróneamente en esas bases de datos (Wacquant estima que entre el 20 y el 40% de los datos son incorrectos). Lo que es más importante, al identificar a los agresores sexuales con los aparecidos en las listas y en casos mediá-
mismo año que la PRWORA, determinante como se ha visto en el recorte del Estado social y en la instauración del workfare (medidas instrumentales). 83 En una práctica que recuerda a parte del ritual que se llevaba a cabo en las ejecuciones públicas en el siglo XVIII, en la que se hacía al culpable el pregonero de su propia condena, ver Foucault, [1975a]: 49. Para una exposición de diversas medidas tomadas sobre los delincuentes sexuales a la hora de su vuelta a la comunidad, ver McAlinden, 2007, cap. 6. 84 Redondo Illescas, 2006: 3.
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ticos, cae en el olvido que realmente es un delito que se da mayoritariamente en el ámbito doméstico y familiar (en un 80%), y cuyas víctimas son mujeres adultas (generalmente esposas, no niños), asociando este tipo de delincuentes con pervertidos solitarios y desconocidos, expulsando el problema de la familia 85. Es decir, la publicación de listas con nombres no ayuda mucho a prevenir futuras agresiones sexuales, pues en la mayoría de los casos las víctimas ya conocen a su agresor. Es, por lo tanto, una acción propiamente simbólica en la que se reprueba moralmente y se instituye una categoría social (la del «delincuente sexual») a la cual hay que tener vigilada y controlada. De cara al futuro, el camino iniciado por este tipo de medidas es importante porque abre el camino para posteriores expansiones de vigilancia ilimitada que ignora el derecho a la privacidad y fomenta la «exclusión civil» de categorías sociales que inspiren miedo e inmoralidad 86.
2.5. El Estado penal no sólo reprime, también produce De lo anteriormente expuesto, no resultará difícil ver en el Estado penal una máquina de represión. Sin embargo, si sólo viésemos en él represión, estaríamos obviando una parte importante del mismo: su capacidad de producción. A estas alturas ya debería de haber quedado claro que la penalización de la pobreza responde, ante todo, a un proceso de producción del Estado neoliberal, pero su capacidad productora no se limita a esto. Aquí la coincidencia con Foucault es evidente, y reconocida por el propio Wacquant. Para Foucault era necesario abando-
85
Wacquant, [2009]: 309-313, 205, 300-301, 315, 316. Wacquant, [2009]: 316. No se pretende reducir los delitos sexuales a un problema exclusivo de moralidad, sobre todo cuando hay víctimas que son forzadas, dañadas o en casos extremos asesinadas (aunque también son ilegales en algunos Estados prácticas sexuales consentidas por ambos adultos). Se incide aquí en el énfasis de la reprobación moral en una sociedad con mucha influencia de la cultura puritana, en el que, además de un delito, se ha actuado inmoralmente. 86
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nar la «hipótesis represiva» en torno al poder (o a los poderes). En Vigilar y Castigar trató de mostrar cómo el poder disciplinario no era algo que se le impusiese desde fuera al «individuo» (en la concepción metafísica que de éste se suele tener), sino que los poderes actúan a través del individuo, desde el mismo momento de su constitución, produciéndolo, por lo que la visión del individuo (así, en abstracto) reprimido por unos poderes que actúan sobre él debería ser abandonada. El poder disciplinario produce sujetos, tanto físicos, actuando sobre el cuerpo, creando «cuerpos dóciles», como sujetos de conocimiento. Foucault también hizo hincapié en la cárcel como productora de un «saber clínico sobre los penados» y de la delincuencia (no como suma de delitos, sino como fenómeno social), pues por un lado reproduce y perpetúa a los delincuentes abocándolos a la reincidencia (Foucault defiende que la cárcel es criminógena), y por otro lado permitía identificar a determinados segmentos de la población con la delincuencia (lo mismo que la aplicación selectiva del sistema penal, el cual más que acabar con las ilegalidades, las distingue y administra) 87. Además, Foucault añade más ejemplos de cómo el poder actúa productivamente allí donde la represión parece actuar más clara e unívocamente, especialmente en la sexualidad 88. De hecho, tiene razón al afirmar que si el poder sólo reprimiese, sería terriblemente frágil. Es en su capacidad de producir efectos positivos (como placeres o conocimientos) en donde reside precisamente su fuerza 89. El poder también tiene adeptos (incluso entre quienes lo «sufren») 90.
87
Foucault, [1975a], especialmente pp. 31, 145-175, 198, 277, 282, 287. Foucault, [1976], en especial, pp. 24-64, 114; [1984a]; [1984b]. 89 Foucault, [1975b]: 107. 90 A veces esto se olvida. De hecho, sería un error dar por hecho que, en el caso de Wacquant, los negros de los guetos sólo ven represión en la nueva acción penal, o suponer que no existen entre ellos partidarios de la supresión de la asistencia social. Por ejemplo, en la oleada que hubo en EE.UU para acabar con las políticas de discriminación positiva (de las que los negros son los principales beneficiarios), hubo un número importante de negros entre los que protestaban contra estas políticas (1). El habitus y la violencia simbólica son muy iluminadores para entender cómo sucede esto. 88
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Más en la línea de Bourdieu, hay que ver la producción de estructuras mentales que la acción estatal conlleva 91, así como las divisiones materiales que florecen. De hecho, por concretar, Wacquant describe tres frentes en los que el nuevo Estado penal se ha mostrado muy productivo. Primero, originando nuevas categorías de «percepción pública y acción estatal», como puede ser el «descubrimiento» de «barrios conflictivos» y la localización de una nueva forma de violencia, la de las «violencias urbanas», las cuales requieren una respuesta distinta por parte del Estado, al tratarse de un fenómeno nuevo (diseño de nuevas políticas de actuación, creación de figuras de orden público, nuevos departamentos, etc.); por otro lado, aparecen nuevos tipos sociales, como el «depredador sexual», los «jóvenes violentos», los «delincuentes multirreincidentes», que representan nuevas amenazas y, en definitiva, personas distintas; en tercer lugar, muchas de las actuaciones se basan en nuevos conocimientos sobre la ciudad y sus barrios peligrosos, provenientes de estudios aparentemente científicos de muy diversa índole (una mezcla de informes burocráticos, noticias periodísticas y producciones académicas) 92. Todo esto sin prestar atención a la producción material que conlleva (como la construcción de cárceles, la creación de empleos, etc.). Tampoco está de más tener en cuenta que la «represión» a veces es cuestión del punto de vista. Por ejemplo, desde el punto de vista explicado, la eliminación de ayudas públicas puede considerarse como un elemento represor que intenta obligar a los pobres a trabajar. Sin embargo, para muchos estadounidenses suponía una oportunidad para que esas personas se librasen de la «dependencia» que padecían de esas ayudas. Desde ese mismo punto de vista, el encarcelamiento de miles de personas podría suponer una oportunidad para que «los delincuentes» se enderecen y reflexionen sobre su vida, aprendan disciplina y puedan obtener educación primaria, oportunidades que en su vida normal no habrían tenido
(1) Bauman, 1998: 59-60. 91 Fernández, 2008: 26. 92 Wacquant, [2009]: 58-61, 387, 395; ver también Almeda, 2003: 36-37.
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(no hay que olvidar que la mayoría de la gente ignora cuál es la situación real dentro de las cárceles. Es más, a la mayoría de la gente le da igual cuáles sean esas condiciones —siempre y cuando no sean escandalosamente confortables o costosas—). Simplemente recordar que el Estado penal no es meramente represor, ya que si no encontraría muchas más resistencias de las que encuentra (incluso dentro de los propios guetos), y que constituye un motor de producción política y cultural.
3. EFECTOS MATERIALES Y SIMBÓLICOS He decidido titular este capítulo con la palabra «efectos» porque creo que es la más neutral para expresar las consecuencias que tiene la implantación del Estado penal. Wacquant utiliza indistintamente «funciones», «efectos», «sirve para», «utilidades», «tiene como objetivo» y alguna otra expresión más. Sin embargo, para respetar en la medida de lo posible la neutralidad de la existencia de resultados (intencionados o no) que surgen como consecuencia de la gestión de la miseria por la vía penal, y sobre todo para evitar usar expresiones que puedan sugerir una lectura de este fenómeno desde el prisma de la conspiración o desde una explicación funcionalista, voy a intentar usar lo menos posible palabras o expresiones muy arraigadas en nuestro lenguaje y en el de las ciencias sociales. El análisis de Wacquant contempla a la vez, sólo separados como un momento del análisis, los efectos materiales y simbólicos, algo que es pertinente recordar antes de abordarlos por separado.
3.1. Neutraliza a la población que amenaza el orden El hiperencarcelamiento ha demostrado su utilidad para neutralizar y apartar a los elementos que son superfluos para el nuevo orden económico y racial, supliendo al gueto como elemento segregador y apartando de la circulación a grandes masas de personas que son virtualmente inempleables por su
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falta de cualificación y su trayectoria vital 93. Además de esta vertiente material, por la cual se aísla a grupos considerados peligrosos y se encierra a sus miembros más conflictivos, simbólicamente sirve para rebajar la amenaza física y moral que estos grupos se supone que representan 94. De hecho, el hacinamiento existente en las cárceles (no sólo norteamericanas, sino también europeas) reduce de una manera manifiesta, y hasta asumida por las propias instituciones penitenciarias, la función de la cárcel a la de contenedor de criminales, relegando su función rehabilitadora a una declaración de principios, cada vez más ausente del discurso político y del de los propios técnicos de la prisión (si es que alguna vez constituyó en la práctica la razón de ser de la cárcel). En realidad el sentido práctico que rige la rutina de las autoridades carcelarias no se preocupa por debates intelectualistas sobre el propósito del encarcelamiento, sino que simplemente se preocupa pragmáticamente de «procesar» a la marea de presos que reciben 95. Resulta imposible dar un tratamiento adecuado a ningún preso cuando no se disponen los medios (terapéuticos, ya que en medios para la seguridad no se repara), ni del espacio necesario para poder crear un entorno suficiente para que, por lo menos, no se deteriore la condición psicológica del interno (falta constante de intimidad, aumento de los conflictos interpersonales, tensión, etc.). Las cárceles de nuestra época se alejan de la idea de cárcel que presentaba Foucault como institución normalizadora, que controla y vigila a los individuos en celdas separadas, anota e
93 Wacquant, 2001a: 84; [2009]: 34. Bauman coincide en reconocer la existencia de estas poblaciones y en dotarlas de importancia para el mantenimiento del orden social, representado «el peligro», y también coincide en señalar que con el declive del Estado de bienestar, sus condiciones de vida necesitan ser redefinidas como «criminales» (1). Sin embargo, Bauman utiliza el término «underclass» para referirse a la masa de personas que resultan superfluas para el mercado productivo, concepto en contra del cual Wacquant se manifiesta enérgicamente (2). (1) Bauman, 1998: 66-75. (2) Bourdieu y Wacquant, 2005 : 217-222 ; Para el origen y desarrollo del concepto de underclass, ver Wacquant, [2004]: 62-73. 94 Wacquant, [1999a]: 93, 104; 2005d: 21. 95 Wacquant, [1999a]: 119 ; [2009]: 188.
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impone disciplinas (salvo la de los horarios y la sumisión a la institución) 96. Además, tal y como veremos, el individualismo imperante en el neoliberalismo y el discurso que asocia la delincuencia con causas de pobreza moral o ineptitud individual llevan a un declive de la curiosidad por el criminal y por las causas de su conducta delictiva. La retribución recupera el terreno que había perdido en pos del estudio del delincuente y de su rehabilitación, algo que Foucault destacaba como característico del poder disciplinario que se asentó con el surgimiento de la prisión 97.
3.2. Impone el trabajo precario a las clases bajas El efecto más materialista es el que tiene que ver con las repercusiones del encierro en el mercado laboral. Tres serían los frentes en los que operaría esta «imposición» del trabajo a las clases pobres como requisito para la ciudadanía 98: Por un lado, y por la insistencia con que aparece en los escritos parece ser el más importante para Wacquant, la penalización de segmentos de la población localizados geográficamente, mediante el alargamiento de las penas, el recurso sistemático a la prisión y el espectacular (en su pleno sentido) despliegue policial conllevaría un aumento del coste de las salidas ajenas al mercado de trabajo, es decir, que las economías callejeras ilegales tendrían un riesgo demasiado alto como para seguir siendo atractivas a los jóvenes, lo que les llevaría a aceptar trabajos legales, por muy precarios que estos sean. Además, el endurecimiento de los controles sobre la población en libertad vigilada actuaría favorablemente para que los ex-convictos no se reinsertasen en la economía ilegal. También es conveniente recordar lo que señalaban Piven y Cloward: «desmerecer y castigar a aque-
96 González Sánchez, 2008: 209-210; Wacquant, [2009]: 396-397. Ver también Alford, 2000, esp. pág. 127. 97 Foucault, [1975c]: 95, 99, 100. 98 Wacquant, 2008c: 25-27; [1999a]: 102-103.
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llos que no trabajan es exaltar, por contraste, hasta los trabajos más miserables por los salarios más miserables» 99. En principio, parece que a lo que se refiere Wacquant sería a una prevención general negativa en el primer caso y a una prevención especial negativa en el segundo, aunque en ambos casos exitosas para la prevención de ilegalidades. En tal caso no habría nada que objetar a estas medidas penales (desde el punto de vista oficialista), pues estarían cumpliendo sus objetivos que, por otra parte, no serían tan nuevos. Tal vez el énfasis de Wacquant se emplace en que más que prevenir la delincuencia, estas medidas se aplican diferencialmente según las ilegalidades, no persiguiendo todas por igual y reforzando aquellas que tendrían como consecuencia la aceptación de trabajos legales por personas que conseguían mantenerse al margen del mercado laboral. En segundo lugar, el hiperencarcelamiento actuaría de manera directa sobre el mercado laboral, principalmente de dos maneras: quitando de la circulación a cientos de miles de virtuales desempleados (que se estiman que reducen la tasa de empleo nacional en un 2%) 100, y por otra parte generando miles de empleos en el sector penal, con la construcción de prisiones y la contratación de personal para ponerlas en funcionamiento (así como posteriormente supervisores de libertad vigilada), pasando de 299.000 empleados en 1982 a 723.000 en 1998. En el caso estadounidense, el sector penal ha llegado a ser el tercer empleador del país 101. Por último, el hiperencarcelamiento facilita la existencia de trabajos muy precarios mediante la (re)generación de una masa de trabajadores muy poco o nada cualificados que pueden ser explotados (la empresa de trabajo temporal Manpower es la mayor empleadora del país).
99
Piven y Cloward, [1971]: 3. Western y Beckett, 1999, los cuales recuerdan que esta medida, aparentemente exitosa a corto plazo, agrava el problema a largo plazo, pues va creando una reserva, cada vez mayor, de gente que será imposible colocar en el mercado laboral en el futuro, debido al estigma del paso por prisión y a la pérdida de aptitudes laborales, si es que las tenían. De esta manera, el mantenimiento de niveles bajos de desempleo cada vez dependerá más de la expansión continua del aparato penal. 101 Ladipo, 2001: 118. 100
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3.3. Reafirma la autoridad del Estado El tercer efecto que tendría la nueva penalidad, sobre todo a través de su exhibición (en lo que Wacquant ha llegado a llamar «pornografía penal», pues tiene como objetivo expreso «ser exhibido y visto» 102) es la reafirmación de la autoridad del Estado, en un momento en el que su legitimidad está en entredicho, pues por un lado su soberanía y autonomía cada vez es menor 103 debido a la supeditación a organismos supranacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, etc. y por otro su propio discurso neoliberal que predica menos Estado y más mercado (aunque, como hemos visto, en la práctica se traduzca en menos Estado social —y más Estado penal—) resta importancia al papel del Estado. Además, la frustración de las clases medias por la falta de garantías en la reproducción de su posición social ha sido dirigida contra el Estado y contra los receptores de las políticas de discriminación positiva (colocados constantemente bajo la sospecha de estar aprovechándose del resto de los ciudadanos «decentes»), lo cual ha obtenido una respuesta fuerte y aparentemente firme en un ejercicio de demostración de autoridad estatal y una respuesta de las elites políticas para enfatizar las divisiones entre los ciudadanos dignos y los inmorales 104.
4. DIFUSIÓN DE LA NUEVA DOXA: VARIACIONES EUROPEAS La mayoría de las explicaciones para el giro punitivo en Occidente se centran en las sociedades anglosajonas. Es, de hecho, raro encontrar explicaciones o teorías sobre este fenómeno (y, en realidad, sobre muchos otros) que tengan en cuenta las variaciones culturales existentes. Muy probablemente debido al origen europeo de Wacquant, éste ha dedica-
102 103 104
Wacquant, [2009]: 12-13. Wacquant, 2008b: 57; [2009]: 34; [1999a]: 129. Wacquant, [2009]: 96, 18.
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do una parte (menor) de su esfuerzo intelectual a explicar la situación europea. Si bien es meritorio haber tenido en cuenta que hay vida más allá de EE.UU., lo cierto es que esta parte del trabajo de Wacquant es la más floja, y también está siendo la más criticada, dada la variedad de tendencias y situaciones que se dan a lo largo de Europa. Parece evidente que se requiere un desarrollo más específico y el desarrollo de estudios concretos para los distintos países. No obstante, aquí se presentan algunas ideas a partir de las cuales puede ser fructífero realizarlos. 4.1. Orígenes de la nueva doxa 105 en materia penal Junto con el Estado penal descrito, surgen toda una serie de nociones que ayudan a problematizar de una manera específica, que podría haber sido otra, los desórdenes ocasionados por la pérdida funcional del gueto como instrumento de confinamiento socioespacial y por la inseguridad social que se instala en el corazón de las clases medias y bajas por la precarización del mercado laboral y el abandono progresivo del Estado social. La problematización se hizo en torno al crimen y se concretó en unas categorías específicas, principalmente las, hasta entonces, benefactoras de la ayuda pública. En el magnífico comienzo de Las cárceles de la miseria, Wacquant explica que su análisis del origen de este nuevo sentido común sobre la penalidad, que apunta a la criminalización de la miseria, está limitado a un reducido número de instituciones, agentes y soportes discursivos, pero que sin duda sería necesario un estudio más completo para poder dar cuenta de cómo se conforma la «vasta constelación discursiva» de términos y tesis referentes al crimen, la violencia, la justicia, la desigualdad y la responsabilidad, que se gesta en EE.UU. y que se internacionaliza con asombrosa rapidez 106.
105
«La doxa es el punto de vista de los dominantes, que se presenta y se impone como punto de vista universal», Bourdieu, [1993b]: 121. 106 Wacquant, [1999a]: 21-24.
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Un ejemplo de cómo un mismo concepto se puede problematizar de maneras distintas lo constituye la «seguridad». La seguridad (o la inseguridad) obviamente es un concepto amplio; lo que sorprende es cómo se suele entender, en el discurso neoliberal, en el estricto sentido de «seguridad física», y no como «(in)seguridad social» (trabajo estable, asistencia médica, etc.). De esta manera, el concepto de seguridad se desvincula de las políticas sociales y se restringe al ámbito penal. Los think tanks neoconservadores cobran una importancia fundamental en el análisis wacquantiano de la constitución y la difusión de la nueva doxa. Su papel sería fundamental en la transmisión de estas nociones a los políticos y a los medios de comunicación. En concreto, el análisis se centra en el Manhattan Institute y en cómo se encarga de financiar a determinados intelectuales para que escriban tesis con un aire científico afines a las ideas políticas de estos «generadores de ideas» 107, para después difundirlo profusamente entre los encargados de tomar decisiones políticas y organizar una serie de eventos que tengan repercusiones mediáticas, así como sostener económicamente a doxósofos para que puedan dedicarse a tiempo completo a visitar todos los estudios de radio y los platós de televisión. Así, por supuesto más sutilmente y de manera gradual, se consigue toda una panoplia de conceptos con los cuales se argumenta pero sobre los que no se argumenta 108, y que se convierten en evidentes a base de repetirlos por doquier. Se trata de un tropos discursivo que relaciona la pobreza y la delincuencia con el individuo y la (in)moralidad, y es que, como muy bien se ha apuntado, «en la medida en que el proyecto de remoralización de las poblaciones a la ética del trabajo y de vida capitalista requiere de la revitalización de las instituciones
107 El término think tank no tiene una traducción aceptada al castellano. Por eso, de manera indistinta, iré utilizando este concepto con algunas de las traducciones que se han hecho, como pueden ser «generador de ideas» o «laboratorio de ideas». No me parece oportuna la traducción de «tanque de ideas», aunque tal vez la pérdida de la palabra «tanque» con las connotaciones bélicas que tiene, sea importante. «Institutos de pensamiento» se antoja demasiado pomposo para lo que un análisis de sus actividades desprende. 108 Bourdieu, [1998]: 20; Bourdieu y Wacquant, 2005: 209.
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de encuadramiento primarias, el discurso que se ha venido configurando ha tenido un sesgo eminentemente moral» 109. La primera producción de estas instituciones que Wacquant tiene en cuenta es la teoría de las ventanas rotas, de los criminólogos James Q. Wilson y George Kelling 110, la cual postula que atacar los pequeños desórdenes urbanos y los delitos menores evita en buena medida la delincuencia grave, pues se supone que los desórdenes menores (que ni siquiera son delitos ni faltas) están «inexorablemente ligados» al delito por una secuencia de desarrollo. Esta secuencia, bautizada con el curioso nombre de «decadencia urbana», recorre el deterioro físico de una comunidad, la cual lleva a un aumento del vandalismo, el cual debilita el control comunitario informal. Los vecinos entonces recurren a la policía, la cual explica a los vecinos que «su comisaría carece de personal suficiente y que las cortes no castigan a los delincuentes insignificantes o sin antecedentes» (es curioso lo de «delincuentes» cuando se refiere a conductas legales como, por ejemplo, que haya varios jóvenes sentados en un banco durante toda la tarde, o a estar borracho en la calle —ni siquiera bebiendo—). De manera directa, se vincula la tolerancia de conductas desviadas (entre las que se incluyen mendigar o pasar mucho tiempo en la calle) al posterior surgimiento de delitos violentos. Esta teoría, nunca demostrada empíricamente 111, tiene unas consecuencias en materia de política criminal que llevan a inundar las calles de policías, especialmente en aquellas zonas que acumulan un mayor número de desórdenes urbanos (como pintadas, gente bebiendo en la calle, orinando, etc.). Se entiende que un ambiente deteriorado es criminógeno. De esta forma la actuación policial se concentra en unas zonas espaciales determinadas, concretándose en los barrios humildes y en los jóvenes (que son los que pasan tiempo en la calle), especialmente de raza negra (es llamativo que los autores explícitamen-
109
Román, 1993: 17. Wilson y Kelling, 1982. 111 Una revisión de estudios sobre la eficacia de la actuación policial se puede consultar en Weisburd y Eck, 2006, esp. pp. 1324-1335. 110
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te confían varias veces en que la policía está más preparada para evitar discriminaciones raciales que los propios vecinos). Esta remodelación de la actividad policial (mucho más número, más presente en las calles y con una gran actividad) ha tenido algunas consecuencias bien definidas: un aumento espectacular de detenciones, que al final deja, por diversas desestimaciones, una detención válida de cada once; investigaciones administrativas por sospechas de trato discriminatorio en base a la raza; un aumento de la desconfianza entre los miembros de la clase negra hacia la policía y una saturación inaudita de los tribunales, que provocó un aumento de las desestimaciones judiciales de un 60%. Además, los tiempos de espera hasta que se celebra el juicio han aumentado muchísimo, lo que lleva a mucha gente con delitos menores a declararse culpable para evitar años de incertidumbre y angustia. Esta explosión de detenciones injustificadas (o justificadas por motivos no legales, como el origen sociorracial) y el colapso que ha provocado en los tribunales 112, ha sido descrita por Feeley como una «denegación organizada de la justicia», convirtiéndose la sanción penal menos en la sentencia que culmina el proceso penal que el hecho de pasar por todo el proceso en sí mismo 113. Otras de las ideas que han contado con la colaboración de los think tank para su gestación y difusión han sido las de Lawrence Mead en referencia a los receptores de ayudas públicas y a la responsabilidad personal y estatal 114. Otra de las características del neoliberalismo, aparte de recortar el gasto público en asistencia social, es un énfasis notable en la responsabilidad individual y, por contrapartida, la no responsabilidad de la sociedad, si es que ésta existe («La sociedad no existe, sólo existen individuos», que gustaba decir Margaret Thatcher a la vez que desmantelaba los departamentos de Sociología en las universidades públicas británicas). La nueva postura consistía en entender que el Estado no tenía que intentar premiar a los ciudadanos para que buscasen
112 113 114
Wacquant, [1999a]: 37-39. Citado en Wacquant, [1999a]: 76. Wacquant, [1999a]: 44-49; Bauman, 1998: 71-72.
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un trabajo (por ejemplo, aumentando el salario mínimo), sino en castigar a quien no lo busque, pasando de un estado maternalista a uno paternalista. De hecho, los receptores de ayudas sociales eran ahora entendidos no como personas despojadas de bienes materiales y oportunidades sociales, sino de inmoralidad, pues eludían sus deberes cívicos y se aprovechaban del resto de ciudadanos (morales). Esta nueva valoración, unida a The Bell Curve de Charles Murray y Richard Herrnstein, que postula que las diferencias entre quien tiene éxito en la universidad o no, o entre quien cría a sus hijos dentro del matrimonio o fuera, o entre quienes delinquen o no, vienen determinadas por el cociente intelectual, por lo que estas poblaciones con problemas no lo deben a carencias materiales, sino morales y cognitivas 115, ayudan a producir la explicación de que las desigualdades sociales provienen de diferencias personales, sobre las que nada se puede hacer 116. De esta manera se empieza a operar una ruptura entre las causas y las consecuencias de la criminalidad. Primero discursivamente, rebajando a «excusas sociológicas» los intentos por situar las causas del delito en la procedencia social de los delincuentes 117 y después permeando en la lógica institucional, tanto en la asistencial como en la penal que beben de las mismas filosofías basadas en el conductismo moral. Es obvio que no se postula aquí que estos tres trabajos (y algunos más) han transformado toda la filosofía asistencial y punitiva de EE.UU. Tampoco se pretende dar la impresión de que la gente leyó esos libros y apoyó esta nueva cultura de la responsabilidad individual ante una población patologizada. El funcionamiento de la gestación, difusión e implantación de estas ideas es mucho más sutil y escalonado.
115 Para un agudo análisis de esta obra, Wacquant, [1999a]: 27, especialmente las notas al pie. 116 «(…) el moralismo que se insinúa por todas partes a través de una visión ética de la política, de la familia, etcétera, que conduce a una suerte de despolitización principista de los problemas sociales y políticos, por lo que quedan vaciados de toda referencia a cualquier especie de dominación», Bourdieu y Wacquant, 2005: 212. 117 Wacquant, [1999a]: 60-63.
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Lo primero que hay que entender es que estos generadores de ideas (por lo normal instituidos como fundaciones, centros de estudios, institutos) tienen como objetivo, por lo general declarado, influir en la política. A partir de ahí resulta menos confuso analizar sus actividades. Su manera de influir es parcialmente indirecta a partir, sobre todo, de la elaboración de informes o la presentación de estudios, así como la celebración de congresos y cursos (de verano, de invierno…). También, sin embargo, tienen una influencia directa como organismos asesores de los distintos gobiernos (en EE.UU. no es raro que el Gobierno se gaste fortunas en encargar informes a estos centros para que les asesoren en materia de geopolítica) y con la aportación de miembros. De hecho, existe un flujo bidireccional de personal entre algunos think tanks y el Gobierno 118. Sin embargo, ahora nos interesa más la forma indirecta que tienen de influir en la formación de un nuevo sentido común sobre las clases desposeídas, sin perjuicio del poder del Estado para nominar grupos e imponer categorías. Podría plantearse si toda esta «constelación discursiva» podría ser mejor entendida en términos de poder simbólico, en tanto que constituyen sistemas de sentido y significación que protegen y refuerzan unas relaciones de dominación bajo el manto de la naturaleza y la meritocracia 119, ya que se ajustan a las condiciones objetivas y las hacen ser imperceptibles o, si por el contrario, la noción foucaultiana de poder/ saber da mejor cuenta de ella, pues una serie de institucio-
118 Algunos de estos trasvases se recogen en Cardeñosa, 2007, libro que constituye un ejemplo paradigmático de cómo abordar el funcionamiento de los think tanks desde una perspectiva mucho menos sutil y completamente empapada de una teoría de la conspiración, en donde estas instituciones son «los hilos secretos que manejan el mundo desde la sombra», pero que, sin embargo, un periodista español es capaz de desentramar a base de documentos oficiales y «reproducción» de conversaciones llevadas a cabo en reuniones secretas y malintencionadas (ya hemos visto que precisamente una de las formas de actuar de los laboratorios de ideas es precisamente gastarse millones en publicarlas y difundirlas). En España el fenómeno de los laboratorios de ideas está en una etapa mucho más embrionaria, pero puede servir la relación que existe entre el Partido Popular y la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales), donde Aznar constituye un buen ejemplo. 119 Wacquant, 2005c: 160.
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nes producen un discurso de verdad que sustentan unas relaciones de poder. Si bien Wacquant declara seguir la línea de la violencia simbólica, algo hasta cierto punto evidente habida cuenta del énfasis que hace en su análisis entre la correspondencia de las estructuras mentales y las materiales, así como de la conformación de categorías sociales, no es descabellado ver en su análisis de los think tanks funcionar los mecanismos de poder/saber foucaultianos: unas instituciones que generan un conocimiento (de manera directa, pagando durante un tiempo a estas personas para que escriban determinados libros, y de manera indirecta, divulgándolos concienzudamente), el cual reconceptualiza determinados sectores de la población y legitiman actuaciones políticas, policiales y judiciales sobre éstos, configurando relaciones de poder. Es evidente que ambas nociones se refieren en parte al mismo fenómeno. Tal vez la noción foucaultiana haga más énfasis en el origen y la gestación de determinado saber o conocimiento, mientras que la noción bourdieuniana explique mejor la prevalencia de esas creencias (sin necesidad de que exista un «discurso de verdad»). Además, Bourdieu insiste en la importancia del Estado en la configuración y transmisión de estas creencias, mientras que Foucault ve el proceso de manera más descentralizada.
4.2. Difusión e implantación en Europa Este sentido común penal made in USA se traslada a Europa por medio de una transposición cultural (no por imitación) 120, si bien cada país europeo sigue su propio camino hacia el Estado penal. De hecho, las características de esta transformación de la punitividad difieren en Europa de las estadounidenses, quedando por ver si se constituyen como una alternativa genuina al modelo original o si se trata sólo de un paso intermedio. Un factor importante para comprender porqué no es una mera copia
120
Wacquant, [2009]: 48.
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es la tradición estatal europea, que por motivos históricos y culturales hace de los Estados europeos una entidades más fuertes que se resisten a un desmantelamiento de su ala social, por las distintas tradiciones socialdemócratas o católicas, en las que el Estado es fuente de seguridad para los ciudadanos (a diferencia de la tradición liberal, que relega en el mercado) 121 y por las luchas históricas para la consecución de los derechos sociales, que tuvieron lugar en el viejo continente, se unen a un menor apoyo a las filosofías individualistas y a la inexistencia de una clara división etnorracial. De esta manera, cada país recorrerá su propio camino, dependiendo de su tradición política, su historia nacional y sus condiciones sociales 122. Tal vez, desde Europa, sus análisis de los cambios penales en EE.UU. no deban ser leídos como el de un caso particular, sino que se deben entender como un programa de investigación de cualquier campo penal, ya que la antinomia entre «lo universal y lo único» oculta las lógicas relacionales subyacentes a un campo determinado que, con las características nacionales propias, sin duda comparte características y funcionamientos 123. Tras la fase de gestación e implementación, la europeización de estas nociones y prácticas pasa por una fase de importación-exportación. En Europa, es el Reino Unido el que funciona como caballo de Troya de la nueva penología neoliberal 124. Dos son las principales formas de transmisión según Wacquant: por un lado parlamentarios, penalistas y altos funcionarios viajan a EE.UU. con la esperanza de conocer de primera mano los secretos y la aplicación de la nueva doctrina; y por otra parte está la elaboración de informes oficiales, mediante los cuales se presentan ideas políticas como si fuesen el resultado de investigaciones científicas serias, cuando en realidad son informes de encargo a científicos predispuestos a
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Esping-Andersen, [1990], esp. pp. 9-34. Wacquant, [2009]: 52. 123 A este respecto se pronuncia Bourdieu con respecto al estudio del campo académico francés que hizo en Homo Academicus. Ver Bourdieu y Wacquant, [1992]: 122. 124 Wacquant, 2001b; [1999a]: 51. 122
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ceder parte de la autonomía de la ciencia por una repercusión mediática fugaz o un buen sustento económico. Estos informes habitualmente se basan en otros informes previos, de características similares y creados en circunstancias también similares, produciéndose un efecto de reforzamiento circular entre estos documentos más políticos que científicos, pese a su apariencia. Además, la puesta en marcha de determinadas políticas, como las de tolerancia cero, se presentan como exitosas por el mero hecho de haber sido puestas en marcha, independientemente de sus efectos, quedando convalidadas por el mismo hecho de su difusión. Estos procesos de difusión de ideas políticas, presentados como científicos y repetidos incansablemente, tienen como consecuencia la «naturalización de los esquemas de pensamiento neoliberal» 125. La tercera fase de esta implementación es dar un barniz científico a las ideas importadas, adaptándolas a las especificidades locales. Los doxósofos son básicamente agentes que incluyen la heteronomía en sus campos, generalmente en el campo científico. Están expuestos a esta heteronomía debido a su posición y a sus hábitos intelectuales y políticos. Su constante mirada hacia EE.UU. y su inclinación por el campo periodístico (donde es mucho más fácil y rápido acumular capital económico y simbólico) les lleva a ser los principales portadores «intelectuales» de las doctrinas estadounidenses 126. De esta manera, particularismos históricos y culturales cobran su fuerza de persuasión y universalización de dos importantes poderes simbólicos contemporáneos: la ciencia y Estados Unidos, incluso de su «hibridación: de la ciencia norteamericana aplicada a la realidad norteamericana» 127. Toda esta transformación del sentido común penal que, consecuentemente, modifica sustancialmente las prácticas penales y sus fundamentos, en Europa se ha dejado sentir tam-
125
Wacquant, [1999a]: 53-54 ; Bourdieu y Wacquant, 2005: 211. Una visión más escéptica del éxito de de la exportación de las políticas penales, se puede encontrar en Nelken, 2010: 335. 126 Bourdieu y Wacquant, 2005: 222. 127 Wacquant, [2009]: 329.
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bién con un incremento de la población carcelaria, con contadas excepciones. Sin embargo, el crecimiento europeo ha sido menor, se produjo en una época en la que la delincuencia aumentaba ligeramente, sin salirse de los parámetros de la estabilidad, y se debe al aumento del tiempo de cumplimiento de las penas, más que a un incremento de los ingresos en prisión, como el que produjo la «tolerancia cero» norteamericana. En Europa se habría producido un proceso de dualización penal, por el cual se habrían rebajado las penas por delitos leves pero aumentado las correspondientes a los delitos graves (este no parece ser el caso de España) 128. En todo caso, estas diferencias no deben ofuscar el hecho de que el «imperativo al que responde la configuración del castigo» es el mismo en Europa que en Estados Unidos 129, aunque los medios empleados sean algo diferentes, a día de hoy, del modelo originario. Estas variaciones son básicamente dos 130, por un lado una de las diferencias del modelo europeo, con un Estado del bienestar más consolidado que en la otra orilla del Atlántico, sería que las categorías marginales estarían reguladas mediante un incremento en los medios y en la intensidad de lo social y lo penal, frente a la versión estadounidense que sólo regula mediante lo penal 131. No obstante, el incremento del ala social estaría impregnado por un «moralismo punitivo», que haría de las ayudas sociales un elemento más de control y supervisión, más que una herramienta para la emancipación. Por otro lado, la penalización de la pobreza, que en Estados Unidos se ha llevado a cabo mediante el recurso al encarcelamiento, en Europa respondería más a una lógica panóptica que a una segregativa y retributiva, recurriendo
128
Para el caso español, ver Cid, 2008: 6. Para algunas comparaciones a nivel europeo, Tamarit Sumalla, 2007. 129 Wacquant, [1999a]: 149, 107, 110. 130 Aquí el desarrollo de Wacquant se torna breve, poco preciso y ambiguo, dando sólo algunas indicaciones de por dónde puede ir la vertiente europea, sobre todo basándose en el caso francés. 131 Para una interpretación en la que Wacquant postularía que se produce un recorte social en Europa, ver el capítulo de Cheliotis y Xenakis en este volumen.
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principalmente a la policía y a los tribunales, que sustituyen en sus funciones a los trabajadores sociales, instaurándose un panoptismo social 132.
4.3. Los inmigrantes de las antiguas colonias europeas Otra de las diferencias que automáticamente saltan a la vista entre la sociedad estadounidense y la europea es la ausencia en esta última de la segregación racial entre ciudadanos del mismo país, al menos con las proporciones con las que se da allí con los afroamericanos en los guetos, y que es de especial importancia en la emergencia del Estado penal. En Europa, y según Wacquant, ese papel lo jugarían los extranjeros provenientes de las antiguas colonias europeas 133, aunque no sólo ellos, sino también sus hijos (los llamados «inmigrantes de segunda generación»), que aunque posean la nacionalidad del país en el que residen por derecho propio (y, por lo tanto, no son «inmigrantes») no poseen el color de piel apropiado para pasar inadvertidos (como sucede con los inmigrantes europeos —blancos—) ni habitan en zonas residenciales alejadas del hostigamiento de la policía. De hecho, los inmigrantes de color están sobrerrepresentados en las cárceles de todos los países europeos 134: en España, por ejemplo, suponen más de dos veces su cuota entre los muros que fuera de ellos (sin contar los centros de internamiento de extranjeros). Esta desproporción podría tener tres causas principales: La primera causa sería la que vincularía estos niveles de encierro con unos índices de delincuencia mayores entre esta población. Esto se podría explicar por la composición demográfica de estas poblaciones, generalmente compuesta por personas jóvenes, además de su distribución espacial, ya que suelen ir a residir a zonas pobres, donde los niveles de delincuencia
132 133 134
Wacquant, 2009: 52-53; [1999a]: 124-131. Wacquant, 1999b: 216; 2006a: 84. Wacquant, 2006a: 86.
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estructural son mayores, y su situación en el fondo de la estructura social les priva de bastantes oportunidades vitales y de acceso a muchos recursos. Sería por lo tanto, no su condición de inmigrantes per se lo que podría asociar determinados índices de delincuencia con la inmigración, sino características demográficas y condiciones sociales asociadas con las pobres condiciones sociales a las que se ven abocados 135, las que podrían explicar esta correlación que, por otra parte, es difícil de demostrar y no goza de un apoyo empírico sólido, habida cuenta de las deficiencias en la recolección de datos estadísticos y las dificultades en la medición del delito. Los escasos resultados empíricos obtenidos apuntan a que la tasa delictiva de los extranjeros que se quedan a residir en España y que tienen los papeles en regla (inmigrantes legales) es ligeramente menor a la de los nacionales, mientras que la de los extranjeros que pasan por España sin ánimo de quedarse o aquellos que lo hacen de manera irregular, es ligeramente superior 136. Una segunda causa sería el trato discriminatorio que recibirían por parte de las autoridades: al nivel policial se produciría de dos maneras, pues por su aspecto físico, naturalmente distinto del de los ciudadanos «de bien», los policías tenderían a identificarlos más por la calle, lo que resulta en un mayor número de detenciones provisionales 137, y de manera previsible con el incremento de efectivos policiales en los barrios considerados delictivos: se piensa que una zona tiene altos niveles de delincuencia, se mandan muchos policías allí, por lo que, efec-
135 La correlación entre edad y delito está muy sólidamente establecida en Criminología, siendo los jóvenes los que más delinquen; la sociología urbana de la Escuela de Chicago ya descubrió hace mucho tiempo la concentración de delitos en determinadas zonas urbanas, independientemente de que sus habitantes cambiasen (1). El clásico artículo de Merton (2) sirve para dar una idea de la relación entre delincuencia y la falta de oportunidades. (1) Shaw y McKay, 1969. (2) Merton, [1938]. 136 García España, 2003. 137 Me refiero aquí a los prejuicios cognitivos que puedan tener los policías, ya sea por aprendizaje profesional o por influencia de las imágenes sociales; dejo de lado actuaciones policiales mucho menos sutiles o excusables como las que se conocieron recientemente en Madrid, en las que se asignaba un cupo diario de detenciones a «sin papeles», ver La Voz de Galicia, 2009.
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tivamente, aumentan el número de detenciones, por lo que se termina confirmando que era una zona con altos índices de delincuencia, cumpliéndose una profecía autocumplida a lo Merton 138. A nivel judicial, existen estudios como el de Tournier 139, que señalan que ante una infracción igual, las probabilidades de un extranjero de acabar con una sentencia firme a prisión es de 1’8 a 2’4 veces mayor que la de un francés (en el caso de Francia) 140. La tercera causa que refuerza el encarcelamiento de inmigrantes es la existencia de delitos que sólo pueden ser cometidos por ellos (y no por los habitantes nacionales), como pueden ser la entrada ilegal en el país o la residencia ilegal (o «sin papeles»). En Francia el aumento del peso de los extranjeros en las cárceles se debería exclusivamente a la triplicación de los encierros de este tipo 141. Además, son delitos que no se corresponde con una acción, sino con una situación, por lo que en cualquiera de las 24 horas que tiene un día, si es parado e identificado (algo que es muy probable que les pase precisamente por ser de otra raza), es susceptible de ser detenido y procesado. Además, en este caso, el delito se contabiliza por partida doble (el delito concreto y la situación ilegal). Reubicando el problema en una perspectiva más amplia, y dejando las causas inmediatas, es importante entender que los inmigrantes son presentados como una triple amenaza según algunos discursos: son una amenaza ocupacional, pues consumen puestos de trabajo que podrían emplear a los nativos; son un peso económico para los servicios sociales, tanto en el uso de la sanidad y escuela pública como en la recepción de ayudas por desempleo; y son una amenaza social, pues no se integran
138
Merton, [1948]: 505-508. Citado en Wacquant, [1999a]: 114. 140 Aquí, además de los posibles factores subjetivos del juez que pudiesen ir en perjuicio del acusado, se juntan factores de riesgo objetivos como pueden ser la inexistencia de un domicilio fijo, la falta de trabajo (legal) o de ingresos fijos. Si estos requisitos perjudican sistemáticamente a las clases bajas (sean o no inmigrantes) en los tribunales e instituyen una justicia clasista, no puede ser discutido aquí, aunque sin duda es un tema muy importante. 141 Wacquant, [1999a]: 114. 139
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y son una fuente de criminalidad y desórdenes, además de una amenaza para la cultura patria. Además, los tratados de Maastricht y de Schengen han redefinido la inmigración como un problema de seguridad continental (como el crimen organizado y el terrorismo) 142. Es muy importante notar el desliz que se produce al tratar los problemas de la inmigración con la vertiente penal del Estado, pues convierte infracciones burocráticas en actos criminales. Además, al igual que sucede en EE.UU. con la penalización de la miseria, la penalización de un fenómeno implica su despolitización 143, ofuscando los procesos por los cuales se ha llegado a una situación determinada, las condiciones sociales que las mantienen y la batería de soluciones o alternativas disponibles. La criminalización de la inmigración es reforzada y ampliada por los políticos y los medios de comunicación, los cuales, sin quererlo o a conciencia, están contribuyendo a forjar una sólida asociación (socialmente construida) entre inmigración, ilegalidad y criminalidad, que convierte a los inmigrantes en «enemigos adecuados» que constituyen el símbolo y el objetivo de las ansiedades sociales, al igual que pasa con los negros que habitan en los guetos estadounidenses 144.
5. TEORÍA SOCIAL, NEOLIBERALISMO Y ESTADO 5.1. Teoría social y el estudio del castigo De cara a España, donde la explicación de los recientes cambios punitivos lleva algún tiempo estancada en la modificación del Código Penal de 1995, contar con una explicación que se base en una teoría social parece pertinente, ya que permite dar cuenta de cambios más amplios y, eventualmente, explicar la propia introducción de dicho texto legal. Es más, si la teoría escogida, como la aquí expuesta, parte de un elemento
142 143 144
Wacquant, 2006a: 84-85, 92-93. Wacquant, 2006a: 93, 96. Wacquant, 1999b: 219.
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común a la mayoría de los países occidentales (los cuales han incrementado casi sin excepción su población penal), permitirá una explicación a un fenómeno que parece afectar a varios países, más allá de los particulares textos legales que se aprueben en cada uno de ellos. Parece haber poca duda de que la causa inmediata para el aumento de presos en España ha sido el alargamiento de las condenas, así como la imposibilidad de reducir la condena por buen comportamiento o por trabajos penitenciarios. El castigo formal ha de concretarse en medidas penales y judiciales concretas, que son los instrumentos con los que actúa, pero que no son los motivos por los que actúa. Es necesario buscar las causas por las que se produjo en España (y se está produciendo) un cambio en la cantidad y en la forma del castigo. Se sabe que esta nueva punitividad actúa a través del Código Penal (aunque no sólo mediante éste), lo que no se ha explicado es el porqué de estos cambios 145. De hecho, es en la búsqueda de un elemento común para los países en los que ha aumentado el encierro donde reside uno de los mayores atractivos de este enfoque. Wacquant no es el primero en buscar una explicación en fenómenos transnacionales. Por ejemplo, David Garland ha propuesto recientemente el concepto de «modernidad tardía» para reunir toda una serie de cambios que habrían desarrollado una cultura del control, la cual sería responsable de los cambios punitivos 146. Wacquant destaca que la explicación del neoliberalismo tiene algunas ventajas con respecto a otras tesis 147. Por ejemplo, para Garland, la cultura del control abarca todo, a excepción de la economía (algo que no sabe muy bien cómo explicar), mientras que el modelo neoliberal explica el «descontrol» que vive la economía. Otro aspecto que es capaz de explicar la tesis wacquantiana es la selectividad del aparato penal. Garland no toca para nada el aspecto de la raza, a pesar de que una cantidad totalmente desproporcionada de «objetivos» del sistema
145 Para un desarrollo más amplio de estas cuestiones, ver González Sánchez, 2011. 146 Garland, 2001. 147 Wacquant, [2009]: 406-407.
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penal sean negros. Para esto, como para el sesgo de clase, Wacquant sí tiene una explicación. El autor francés también defiende que su tesis del neoliberalismo es capaz de explicar la difusión de la nueva doxa penal a países subdesarrollados o en vías de desarrollo que difícilmente se pueden encuadrar como países que han llegado a la «modernidad tardía», como pueden ser ciertos países africanos, Brasil o Turquía. Además, añade luz para entender por qué estos modelos punitivos se han esparcido antes y más rápido por países de la Commonwealth que por los países de la vieja Europa. Si bien aquí la similitud cultural sin duda es importante, Wacquant enfatiza el hecho de que el neoliberalismo está muy relacionado con su difusión internacional, a través principalmente de modelos políticos, aunque con repercusiones culturales (por ejemplo, la cultura individual). También destaca que ni la «cultura del control» de Garland ni la «sociedad disciplinaria» de Foucault dan cuenta del momento histórico, ni de la forma concreta en que este giro punitivo ha tenido lugar. En concreto, señala que elementos que caracterizan la modernidad tardía de Garland no son especiales de los últimos treinta años; que son cambios lentos y graduales mientras que el encarcelamiento de los últimos años ha sido drástico y súbito; y que los países que mejor responden a los rasgos de la modernidad tardía, los escandinavos, son de los países que «han resistido mejor el giro hacia la contención punitiva de la marginalidad urbana» 148. No obstante, la asociación que hace Wacquant entre neoliberalismo e hiperencarcelamiento se encuentra con algunas excepciones que será necesario estudiar más en profundidad, como puede ser el caso canadiense o el italiano, en cuanto a países neoliberales que no han visto aumentar vertiginosamente su población carcelaria, y otros que hayan podido aumentar sus presos sin adoptar políticas neoliberales, o que las adoptaron después de haber iniciado el aumento de presos 149.
148 149
Wacquant, 2009: 404. Parece ser el caso de Grecia, ver Cheliotis y Xenakis en este volumen.
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Otra ventaja con respecto a otras explicaciones es que no recurre a conceptos demasiado abstractos (como pueden ser los mentados «sociedad disciplinaria», «cultura del control», «biopoder» o «modernidad tardía») y que, por lo tanto, es posible comprobar empíricamente. Así puede superar problemas como los que tiene el desarrollo teórico basado en Elias que ha realizado recientemente John Pratt, el cual recurre a conceptos como «proceso descivilizador» o las «sensibilidades» 150. El problema de este tipo de explicación no reside en que no sirva para dar cuenta del cambio adoptado por las sociedades en su forma de castigar, sino que lo mismo explica un endurecimiento del castigo (con procesos descivilizador) como da cuenta de una suavización del mismo (con procesos civilizadores). Esta explicación se mueve en un continuum que va de descivilizado a civilizado, dependiendo de los desarrollos penales. Si bien se puede estudiar empíricamente (aunque no de manera cuantitativa), como el propio Pratt lo ha hecho 151, en principio parece que su capacidad predictiva es limitada (es difícil predecir, por ejemplo, cuándo o bajo qué condiciones van a cambiar las sensibilidades, salvo en un análisis a posteriori).
5.2. El neoliberalismo y el Estado Se puede pensar, y con razón, que si bien el concepto «neoliberalismo» puede ser algo más concreto, no lo es lo suficiente como para que suponga una mejora cualitativa. Wacquant considera que la concepción tradicional de «neoliberalismo» es poco precisa. Por ello se propone construir una definición sociológica y empírica del término 152, atendiendo a lo que es, dando un paso más allá de las definiciones tradicionales que,
150
Pratt, 2005. Wacquant ha usado el marco de Elias y el proceso descivilizador para interpretar, «en parte», la evolución del gueto negro norteamericano desde 1960. Ver Wacquant, [2004]: 47-62; [1997]. 151 Pratt, [2002]. 152 Para una definición sociológica, pero limitada al marco teórico, se puede consultar el abordaje crítico de las raíces del pensamiento neoliberal en Muñoz, 2005, cap. 4, esp. pp. 95-112.
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además de quedarse en el terreno económico, suelen ser dadas por los defensores del neoliberalismo, por lo que suelen ser definiciones en donde lo que es descriptivo y prescriptivo no queda muy claro, o donde los componentes ideológicos juegan un papel considerable. Por ejemplo, cuando se dice que el neoliberalismo implica «menos Estado», habría que ver qué Estado es menor, pues si es cierto que a nivel económico y social, al menos en EE.UU., se reduce bastante su actuación, igual de cierto es que el sector penal aumenta, al igual que lo hacen los gastos militares. Por lo tanto, una definición que promulga que el neoliberalismo es un Estado pequeño, está ocultando/olvidando la parte del Estado que se hace «más grande». Asimismo, definir el Estado neoliberal como «libertad económica» omite la pregunta de «¿para quién?». Hemos visto que segmentos de la población que ahora carecen de ayudas sociales y de recursos para acceder a puestos de trabajo difícilmente podrían asegurar que tienen ahora mayor libertad económica. El neoliberalismo es descrito por Wacquant como «un proyecto político transnacional destinado a reconstruir el nexo del mercado, del Estado y de la ciudadanía desde arriba» 153. Consiste, por lo tanto, en una reconfiguración del Estado, de su rol y de sus competencias. Cuatro lógicas son las que rigen esta transformación: a) desregulación económica, destinada a promover «el mercado»; b) descentralización, retracción y recomposición del Estado de bienestar, convirtiéndose en un elemento de control en el que las pocas ayudas que quedan se dan a cambio de que los beneficiarios sigan determinadas conductas; c) cultura de la responsabilidad individual, glorificando la meritocracia y eliminando la responsabilidad estatal en lo económico y lo social; y d) un aparato penal expansivo y proactivo, con los tres efectos ampliamente desarrollados más arriba. El último elemento tal vez sea la principal aportación a la definición. Wacquant asegura que la existencia de un Estado penal caro y expansivo (frente al discurso del Estado barato que se repliega) no es una anomalía del neoliberalismo, sino
153
Cursiva en el original. Wacquant, [2009]: 408-409.
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que es un componente esencial, igual de importante que los otros elementos, pues es necesario para contener los desórdenes que provoca la retracción estatal en otros sectores 154. Por este motivo critica a Giddens, pues las escasas menciones que dedica a la cuestión delictiva en su «tercera vía» 155 omiten el endurecimiento judicial y el aumento de presos, a pesar de que el Reino Unido vivió su mayor expansión penal con el gobierno de Tony Blair. También se sirve de las críticas que hace a David Harvey y su descripción del neoliberalismo 156 para recordar el aspecto productivo del neoliberalismo, su actuación focalizada en los segmentos más desfavorecidos de la población y que la actuación punitiva del Estado no se reactiva a cada desorden, sino que actúa de manera habitual y continua (de manera similar a la oposición foucaultiana entre «poder de soberanía» y «poder disciplinario») 157. Además, recuerda, la permisividad y el laissez-faire se restringe a los estratos altos de la población, mientras que la relación estatal con las clases bajas se caracteriza por un fuerte moralismo autoritario. La definición que da Wacquant del neoliberalismo es fruto de su investigación 158, por lo que la inclusión del cuarto ele-
154 Nos encontramos entonces con una contradicción: Wacquant asigna a la mano derecha del Estado los tribunales, la policía y la cárcel, mientras que se dice que ésta actúa mediante recortes presupuestarios. Como él mismo reconoce, estas actividades tiene un coste fiscal expansivo y, hasta cierto punto, son el «la huella de las luchas sociales del pasado» (y del presente), como Bourdieu calificaba a la mano izquierda. En realidad no es importante a qué «mano» pertenezca, pero tal vez si haga falta definir mejor esas nociones para que no sean un cajón de sastre donde meter todo lo solidario y bueno (en la izquierda) y todo lo económico y malo (en la derecha). 155 Giddens 1998: 86-89; Wacquant, [2009]: 410-411. Lo poco que trata Giddens sobre la delincuencia, lo hace dando por «una de las más significativas innovaciones en la Criminología» la tesis de las ventanas rotas promovida por los think tanks. 156 Wacquant, 2009: 411-413. 157 Foucault, [2003]: 53. Huelga decir que esta similitud no implica que Wacquant sea foucaultiano ni que su análisis se limite al paso de un tipo de poder a otro. 158 Sería incorrecto pensar que Wacquant ha elaborado una teoría abstracta, pues, siguiendo a Bourdieu (1), la teoría y la empiria van dadas de la mano, y su separación es una falsa antinomia. Además, Wacquant extrae conclusiones de los datos y, a la vez, la teoría que va creando le sirve de guía para la interpretación de éstos. El estudio que ha llevado a cabo en EE.UU. es una buena muestra
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mento en la definición (el de un Estado penal expansivo y proactivo) puede considerarse como parte de la conclusión a la que ha llegado. Sin embargo, esta inclusión no está exenta de problemas, especialmente para la comprobación empírica de una de sus hipótesis principales (por ejemplo que el neoliberalismo conlleva altos niveles de encierro): si yo quiero comprobar si los países neoliberales, efectivamente, han vivido un fuerte aumento de la población carcelaria, me puedo encontrar con un primer problema: ¿qué países considero como neoliberales —aun asumiendo que puede haber grados—? Para ser justo con la hipótesis wacquantiana, habría de partir de su definición de neoliberalismo, pero ya me encontraría con el problema de que en ella se incluye un aparato penal expansivo, con lo que el riesgo de tautología es evidente, pues si ese país no ha experimentado una expansión del sector penal, se puede alegar que es que ese país no es neoliberal, no que la hipótesis sea incorrecta. Por último, la centralidad en su argumentación del Estado (del campo burocrático) ha suscitado críticas desde un punto de vista genealogista, inspirado principalmente en Nietzsche y Foucault. Se le critica que la transformación y reconfiguración del Estado es un efecto, y no el inicio, de las políticas y la gobernanza, por lo que habría que estudiar estas prácticas, así como todas las dificultades, azares y reversos que este proceso conlleva. Partir de un análisis meticuloso de las prácticas y estudiar la transformación del Estado como resultado de éstas sería el camino a seguir 159. Resulta cuanto menos curioso que siendo esta, a mi juicio, una de las críticas de más peso y más a tener en cuenta de las realizadas hasta ahora a Wacquant, haya autores que puedan calificarlo de foucaultiano, cuando es una diferencia de base importante 160.
de ello, lo cual no quita para que de su investigación se desprenda un marco teórico con el cual poder aproximarse a otros países. (1) Bourdieu y Wacquant, [1992]: 62-63. 159 Valverde, 2010: 118. 160 Por ejemplo, Useem y Piehl, 2008: 41. Evidentemente existen algunas similitudes entre el análisis de Wacquant y Foucault, pero otra cosa muy distinta es decir que Wacquant sea foucaultiano.
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6. CONCLUSIONES Ahora vamos a retomar las limitaciones que Wacquant asumía para su estudio. Habiéndose expuesto ya toda su investigación, es el momento para ver si su potencial explicativo permite justificar y asumir esos sesgos.
6.1. Limitaciones asumidas Si se recuerda lo expuesto, Wacquant había decidido no analizar las resistencias a las que el despliegue del Estado penal se ha tenido que enfrentar y se enfrenta. El tema de las resistencias es uno bastante complicado. Cada vez son más los estudios que reconocen la existencia de resistencias, admitiendo que la fuerza de la lógica y del desarrollo que imprimen en sus explicaciones se debe en parte a su omisión. Por ejemplo, Piven y Cloward admiten que existieron resistencias entre los pobres ante los primeros pasos que dio un sistema social eminentemente represivo, aunque no vuelven a hacer mención a ello ni a justificar la poca o nula atención que le prestan 161. Tal vez en el olvido académico que sufren las resistencias, el más criticado por ello haya sido el de Foucault, quien habiendo desarrollado explícitamente una teoría del poder en la que se insiste en que «donde hay poder hay resistencia», y estando él involucrado directamente en un movimiento en favor de los presos para luchar por sus derechos (el Grupo de Información sobre las Prisiones), no menciona ni una sola vez en Vigilar y Castigar la existencia de estas resistencias. A día de hoy, parece que la forma de analizar las resistencias es realizar investigaciones monográficas sobre éstas, principalmente a través del estudio de los movimientos sociales, y no integrándolas en la explicación detallada del fenómeno al que se enfrentan. Es posible que aún carezcamos de un modelo de análisis que permita integrar las resistencias.
161
Piven y Cloward, [1971]: 19.
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Es probable que también falte un modelo claro para analizar fenómenos sociales en su dimensión instrumental, pudiendo explicar los beneficios que pueden reportar determinados fenómenos a ciertos grupos sociales sin caer en conspiraciones o recurrencias a aviesas intenciones. En otro lugar se ha intentado explicar por qué el modelo wacquantiano no es conspirativo, recurriendo principalmente a Bourdieu (con los conceptos de habitus, campo burocrático y violencia simbólica) 162. A este respecto se puede recordar una cita de Wacquant en la que es explícito al respecto: «(...) La construcción de un Leviatán con rostro de Jano que practica el paternalismo liberal no se ha producido según algunos esquemas maestros elaborados por dirigentes omniscientes. (...) La aptitud general de la contención punitiva para regular la marginalidad urbana a principios de siglo es una áspera funcionalidad post-hoc surgida de la mezcla de un intento de política inicial, un ajuste burocrático secuencial, un ensayo y error político y una búsqueda de ganancias electorales en el punto de confluencia de tres corrientes relativamente autónomas de medidas públicas sobre el mercado del empleo no cualificado, la ayuda pública y la justicia penal» 163.
A pesar de estas y otras citas 164, críticos de Wacquant insisten en situar su teoría entre las «altamente conspirativas» 165, o entre las de la economía política del castigo 166, algo contra lo que él ha argumentado 167. Gran parte de este malentendido de su obra se debe precisamente al desconocimiento, entre los penalistas y entre la mayoría de los sociólogos que estudian el castigo, de la obra de Pierre Bourdieu. La eliminación premeditada que realiza de las resistencias seguramente también tenga algo que ver, pues la exposición elimina cualquier reverso, dando lugar así a que todo encaje, tal vez, demasiado bien.
162 163 164 165 166 167
González Sánchez, 2010. Wacquant, [2009]: 415. Por ejemplo, Wacquant, [2009]: 58, 416; 2008: 30-33. Matthews, 2005: 183. Daems, 2008: 204. Wacquant, [2009]: 18.
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Por otro lado, Wacquant tampoco tiene en cuenta los debates entre los encargados de elaborar las políticas públicas. Esto no es estrictamente necesario si lo que interesa son los resultados y el desarrollo de facto de un determinado tipo de políticas. Creo que sí puede ser suficiente con señalar que no todo el campo burocrático camina en la misma dirección, y que existen luchas, idas y venidas por imponer una determinada lógica u otra. Cosa distinta sería si lo que nos interesase fuese la génesis política de estas políticas, o si nos interesase el estudio de las dinámicas internas en la formación de políticas públicas, algo que creo que queda fuera de este estudio y de su objetivo. Esta omisión, no obstante, no ayuda a ilustrar su idea del Estado como un campo burocrático sumido en luchas entre distintas lógicas, lo cual, como él mismo reconoce, es el sesgo más importante de su trabajo. Toma esta decisión en aras de llamar la atención sobre los cambios que se están produciendo en lo social y lo penal. La teoría resultante, como todas, supone un recorte de la realidad social y una interpretación desde determinada óptica. En este aspecto, estaría bien que el estudio de Wacquant se pudiese contraponer a otros estudios rigurosos que analicen otras lógicas estatales, y poder compararlos unos con otros, ver sus compatibilidades y contradicciones y, lo que es más importante, poder calibrar bien el peso de cada una de las lógicas, a fin de ver su importancia. Wacquant asegura que esta sobresimplificación es momentánea, y que es un precio que vale la pena pagar si con ello se consigue que estudiantes, activistas, profesores y funcionarios presten atención al problema y completen sus análisis y visiones teniendo en cuenta la reunión de lo social y lo penal. Con respecto a esto, sí parece que Wacquant haya conseguido su objetivo de llamar la atención sobre un problema determinado 168, lo que sería deseable
168 No en vano publicó Las cárceles de la miseria en la colección Raison d’Agir, destinada especialmente a activistas y gente interesada en temas sociopolíticos pero que no necesariamente pertenecen al mundo académico. De ahí su mezcla de estilo entre academicismo y denuncia política. También creo que se
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es que en un futuro superase ese «momento» del análisis y lo reconstruyese intentando reducir su sesgo y calibrando y relativizando la nueva lógica penal en la actuación estatal. Más importante que esto es la «excavación selectiva» de las distintas políticas y prácticas penales, la cual no capta la complejidad del funcionamiento penal. Leyendo a Wacquant, da la impresión de que la rehabilitación ha sido completamente abandonada. Sin embargo, tanto en los textos como en los recursos destinados, sigue jugando un papel que no puede ser despreciado (por supuesto, su importancia es mayor en lo escrito que en lo aplicado). Es decir, Wacquant borra las continuidades existentes entre dos modelos penales analíticamente distintos, pero que en realidad forman uno solo. Él ya avisa de que exagera la coherencia y de que destaca sólo aquellas prácticas que le sirven para ejemplificar y señalar una nueva lógica que se está formando, pero tampoco sobra recordar que la ruptura que establece entre el modelo penal propio del keynesianismo y el del neoliberalismo, no es tan radical como parece, y que en plena época del neoliberalismo expansivo y triunfante, gran parte de su lógica penal y asistencial sigue siendo ajena a este modelo y contradictoria con los principios que promulga. En este sentido, lo que su análisis gana en términos de crítica, lo pierde en el entendimiento del funcionamiento penal en toda su complejidad 169.
6.2. El Estado penal en España En definitiva, el modelo de Wacquant parece apropiado para entender qué está pasando con la población carcelaria en España. Su principal atractivo reside en el hecho de que es
puede asegurar que el impacto que este libro ejerce en el lector que ignora la expansión de las poblaciones carcelarias de medio mundo hasta el momento de la lectura es considerable, y su buena acogida y el debate que generó hace una década bien puede valer el susodicho sesgo. A este respecto, se puede consultar en este volumen el artículo de Loïc Wacquant «La tormenta global de la ley y el orden: sobre neoliberalismo y castigo». 169 Daems, 2008: 214.
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capaz de explicar no sólo el caso español, sino que incorpora un elemento explicativo que permite entender la tendencia generalizada en Occidente a usar más la cárcel. En España el discurso sobre la delincuencia ha cambiado en los últimos años: mientras que en los 80 la rehabilitación estaba en la base del discurso penológico, veinte años después es difícil encontrar alguna voz pública (no académica) que defienda el derecho del preso a recibir una tratamiento rehabilitador, o a defender que el endurecimiento de las penas no sirve para reducir la delincuencia, en lo que serían tomadas como declaraciones no solidarias con las víctimas, cuando no se acusa a quien las hace de ponerse del lado de los delincuentes. Es común desde hace ya varias campañas electorales que el único debate en temas de delincuencia es sobre si endurecer las penas o endurecerlas mucho, o sobre si aumentar la plantilla policial o aumentarla mucho. Esto se encuentra tanto en el discurso de derechas como en el de izquierdas, en lo que parece una competición por ver quién es más «duro» con el crimen. Sin embargo, el viraje de lo social a lo penal que defiende Wacquant (aunque no lo hace para Europa) sería difícil encontrarlo en los presupuestos del Estado en España. Habría que ver si los servicios sociales se han impregnado de una lógica punitiva o no. La precarización en España no parece haber alcanzado los niveles que en EE.UU. La precarización existe en España y se está acentuando, aunque el Estado social y la familia evitan un estado de indefensión parecido al que se encuentran en una sociedad en la que se confía casi exclusivamente en el mercado. Otro punto que seguramente requeriría alguna adaptación es el relativo al papel de los inmigrantes, pues la condición de España de punto de entrada de drogas para Europa complica bastante el análisis. Por otro lado, el análisis wacquantiano es útil para comprender la actual preocupación por los delincuentes sexuales en nuestro país, donde (junto con los terroristas) son la figura invocada cada vez que se introduce una reforma penal, y representan la idea del delincuente peligroso que (supuestamente) no tiene cura. En los 80 el prototipo de delincuente era El Vaquilla o El Lute (ladrón de poca monta, proveniente de ambientes marginales y con carencias sociales, para
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quien la rehabilitación era la clave), mientras que hoy cada vez que se invoca al delincuente se piensa en el asesino de Mari Luz (pederasta y asesino peligroso, reincidente e incurable, donde la única solución es encerrarlo y mantenerlo alejado el mayor tiempo posible). Por último, sería interesante estudiar pormenorizadamente el discurso promulgado por los think tanks. De pobre tradición en España, en los últimos años están siendo una fuerza emergente que está consiguiendo cada vez más presencia en los medios, y donde cada vez va siendo más fácil identificar a determinados «expertos» que salen en un círculo determinado de medios de comunicación repitiendo los mismos mensajes sobre la delincuencia una y otra vez. El estudio de la relación entre las políticas neoliberales y los cambios en el castigo es un enfoque prometedor que sin duda alguna habría que desarrollar y, seguramente, adaptar para el caso concreto español, a fin de explicar el camino tomado por España como un caso más que pueda reforzar las hipótesis wacquantianas, o no.
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¿PUNITIVIDAD, BENEVOLENCIA O AMBAS? LIMITACIONES CONCEPTUALES DE ALGUNOS DISCURSOS CONTEMPORÁNEOS Alfonso Serrano Maíllo
1.
UN ESCENARIO COMPLEJO
Desde hace algunas décadas, importantes cambios en las legislaciones jurídico-penales y sancionadoras en general, en las tasas de personas privadas de libertad, en las garantías individuales, en los Sistemas de Administración de Justicia y su actuación, etc., que se han observado en diversos países, incluyendo España, y que se pueden agrupar bajo el término punitividad, se han convertido en uno de los objetos de estudio nucleares de la Criminología contemporánea 1. Aunque es sencillo encontrar en la literatura explicaciones teóricas e incluso tests de las mismas, lo que predomina son los esfuerzos descriptivos. Naturalmente, una buena explicación requiere una descripción relativamente precisa del fenómeno de que se trate. El nivel individual ha sido relativamente menos explorado y, aquí, las pruebas sobre el nivel de punitividad y sus tendencias en los últimos años son limitadas, por supuesto también en el caso de nuestro país. A nivel estatal o gubernamental, sin embargo, sí parecen existir pruebas sólidas en el sentido de que, con algunas excepciones, la punitividad ha venido aumentado no sólo en España sino en muy distintos Estados y ha
1 Lappi-Seppälä, 2008: 335-368. El concepto mismo de punitividad es complejo en el sentido de que tiene, como vamos a ver ahora mismo, diversos niveles de análisis y quizá también varias dimensiones independientes, Kury et al., 2004: 52-54 por ejemplo.
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alcanzado niveles relativamente elevados 2. Wacquant, en esta línea, ofrece una visión detallada de algunos de estos desarrollos en muchas naciones occidentales contemporáneas. Por ejemplo y centrándose sobre todo en los Estados Unidos de América, nos ilustra sobre «una cuadruplicación de la población penitenciaria […] en un período en que la criminalidad se estancaba y luego retrocedía», «el hostigamiento permanente a los pobres en los espacios públicos», la asimilación «a los delincuentes (reales o imaginarios), los sin techo, los mendigos y otros marginales con invasores extranjeros», «táctica[s] de hostigamiento policial», sesgos de la policía en razón de la raza, «verdaderas razzias policiales en las zonas desheredadas», el «encarcelamiento en masa al que conduce la penalización de la miseria» o la «aplicación discriminatoria y su vocación represiva [de programas], que contribuye a criminalizar a los jóvenes de color de los barrios segregados», así como que «se instalan destacamentos de la policía antidisturbios en los barrios calificados de “sensibles”, se sustituye al educador por el juez cuando hay que hacer un llamamiento a la ley, se firman decretos absolutamente ilegales contra la mendicidad, se rechaza la asimilación de las normas de la detención provisional para las comparecencias inmediatas a las de las causas instruidas con el argumento de que hay que luchar contra las “violencias urbanas” […] se agravan las penas por reincidencia, se aceleran las deportaciones de extranjeros sometidos a una doble pena, prácticamente se elimina la libertad condicional» 3. Descripciones de esta naturaleza, centradas en incrementos de la punitividad a este nivel no faltan en la literatura; y sería frívolo minimizar la existencia efectiva de esta realidad en nuestras sociedades o ignorar que de esta manera se está retrocediendo de modo significativo en algunos de los más importantes avances jurídicos y sociales de la historia de la humanidad. Con todos sus méritos, algunas consideraciones, sin embargo, son aquí pertinentes. Para empezar, Wacquant centra su
2
Zugaldía Espinar, 2006: 1347-1382. Wacquant, [1999]: 16, 22, 26, 31, 32-36, 48, 54-55 y 160 para las citas, vid. también 79-85, 117-119 y, sobre todo, 121. 3
¿PUNITIVIDAD, BENEVOLENCIA O AMBAS?
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brillante enfoque en un punto de vista relativamente unilateral, hasta poder decirse que escribe una historia del presente pero limitando sus fuentes de modo partidista. Por poner un par de ejemplos, nuestro autor se extiende sobre la influencia de los think tanks y de los sectores criminológicos conservadores y ultraconservadores de la Criminología en la doxa punitiva contemporánea 4, pero no menciona que también existen instituciones e individuos comparables en las filas más radicales del progresismo y la izquierda, presumiblemente anti-neoliberales —lo cual, sin duda, debe recibirse con satisfacción en sociedades libres. Sin ir más lejos, en España —uno de los países más punitivos a nivel estatal y gubernamental de nuestro entorno y en el que, según Wacquant, estos centros neoconservadores norteamericanos se han difundido 5— es sencillo encontrar, mutatis mutandis, algunos ejemplos. Wacquant se explaya igualmente en cómo la privación de libertad se ceba con determinados grupos 6 de modo independiente o quizá relativamente independiente del volumen de delitos de que son responsables 7 y, otra vez, sería frívolo pasar de puntillas sobre estos hechos. Sin embargo, el grupo social que más desproporcionadamente se encuentra representado en las condenas y en las prisiones son los hombres, precisamente en sociedades en las que existe una fuerte discriminación hacia las mujeres 8. De todos los procesos selectivos del Sistema de Administración de Justicia — dis criminatorios o no—, el autor francés escoge, como vemos, algunos 9. Otras ausencias son más sutiles. Wacquant, así las cosas, al centrarse de modo desproporcionado en una parte de la realidad, infraestima algunos otros caracteres globales que son, a mi juicio, igual de esenciales para comprender el panorama
4
Wacquant, [1999]: 16-21, 36-37, 50, 52-53, 56-59, 64-66 y passim. Wacquant, [1999]: 50. 6 Wacquant, [1999]: 94-103 y 106-119; el mismo, 2001: 33-95; el mismo, 2005: 19-22. 7 Wacquant, 2005: 11-15, sobre la desconexión delito-encarcelamiento. 8 Bourdieu, [1998]: 67-71, por ejemplo, y passim. 9 Consideraciones críticas más generales sobre la obra de Wacquant en Serrano Maíllo, 2011. 5
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frente al que nos encontramos. Dicho con otras palabras, Wacquant nos vuelve a ofrecer una imagen incompleta, parcial de la realidad. Esta orientación sesgada muestra con toda su crudeza un escenario que, desde luego, forma parte de la realidad más acuciante —sin mencionar que debe igualmente ser denunciado—, pero también oscurece otros elementos cruciales que pueden comprometer una comprensión y explicación exhaustivas del fenómeno y, sobre todo, una forma prometedora de contrarrestarla. Una mirada más detenida, por lo tanto, sugiere que la complejidad de este escenario es mucho mayor. Así, Serrano Gómez ha llamado recientemente la atención sobre la celeridad con que se producen reformas de las leyes penales o se crean normas administrativas con sanciones durísimas. En efecto, el Código penal actualmente vigente entró en vigor en 1996 y desde entonces ha sido objeto de más de veinte reformas —por no volver a mencionar otras normas punitivas de naturaleza no jurídico-penal. Aunque se trata de un hecho bien conocido por ejemplo sobre la legislación española, ha pasado más bien desapercibido entre los comentaristas, incluido el caso de Wacquant. En este sentido, Serrano Gómez habla de una «legislación líquida» 10 y de que esta característica de la liquidez es tan importante para comprender el Derecho penal y sancionador actual como su punitividad.
2.
LA AMBIVALENCIA FRENTE AL DELITO
A mi juicio, una tercera gran característica de los movimientos actuales en materia penal, también habitualmente desapercibida por algunos investigadores, entre ellos Wacquant, es la ambivalencia 11. Al nivel de los Estados en que
10
Serrano Gómez, 2010: 2-3 sobre todo. Wacquant, 2008: 51, 84, 238 y 275, sí insiste en la idea de Bourdieu de campo burocrático. A mi modo de ver ambas ideas no son necesariamente incompatibles, pero desde este punto de vista puede negarse que la ambivalencia que aquí describimos sea genuina —que es lo que se mantiene en el texto. 11
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venimos moviéndonos, así las cosas, existen observaciones que contrastan abiertamente con la bien acreditada imagen de punitividad. Por ejemplo, el tratamiento de los enfermos mentales ha venido recurriendo cada vez menos a la institucionalización en establecimientos especialmente destinados para ello 12. Para el caso de España —cuyos niveles de punitividad se han colocado a la cabeza de Europa en algunas de sus dimensiones—, el Código penal de 1995 significó un endurecimiento de las penas en general, pero del mismo modo destipificó conductas tales como algunas falsedades de un modo extremadamente benévolo 13. Distintas reformas han endurecido los requisitos para diversos aspectos relacionados con la libertad de los internos, pero a la vez se ha señalado la utilización del artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario para conceder permisos a personas que no cumplen los requisitos legales. Nuestra legislación antiterrorista ha despertado numerosas consideraciones por su alto rigor, pero, a la vez, diversos Gobiernos han reconocido haber mantenido negociaciones abiertas o al menos contactos informales con organizaciones terroristas y han concedido beneficios basados en el principio
Por supuesto, esto mismo podría asegurarse desde otras perspectivas, por ejemplo por quienes creen que el Estado simplemente es idiota, Scott, 1998: 309-340. 12 Cordner, 2006: 8-9; Markowitz, 2006: 46-48. Para algunos comentaristas y para el caso español ahora estarían ingresando en prisiones, esto es que se estaría criminalizando su situación, Wacquant, 2004: 22-26. De ser ello así, no sería éste un buen ejemplo de ambivalencia. Agradezco a Ignacio González, editor de este volumen, haber llamado mi atención sobre ello. Sin embargo, existe evidencia comparada en contra de la hipótesis de la criminalización que apunta, por el contrario, a cambios en la identificación de internos con desórdenes, vid. por ejemplo Shepard Engel y Silver, 2001: 245-246 sobre todo. A mayor abundamiento y tal y como yo lo veo, esta segunda opción también es especialmente consistente con los planteamientos de Wacquant, en particular con uno de los más brillantes: los nuevos desarrollos sociales van acompañados de la aparición de tipos sociales como los delincuentes sexuales, y uno de los lugares donde más fácilmente van a ser descubiertos es, precisamente, en las prisiones. 13 Serrano Gómez y Serrano Maíllo, 2010: 785. En particular, el Código penal de 1995, en el marco de las falsedades cometidas por autoridad o funcionario público, castiga en el artículo 390.4.º, como lo hacía en antiguo 302.4.º, «faltar a la verdad en la narración de los hecho». Estamos, pues, ante falsedades ideológicas, de las que se excluye ahora a los particulares, según el artículo 392.1
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de oportunidad a algunos de sus miembros 14. La reciente reforma del Código penal de 2010 ha tenido, como no puede ser sorprendente, una vocación general de firmeza frente al delito 15, pero no ha dejado de incluir notables excepciones: así, en materia de drogas tóxicas, estupefacientes y sustancias psicotrópicas, se ha rebajado el límite máximo de la pena de prisión de 9 a 6 años, lo cual ya ha tenido de hecho la consecuencia de que algunos cientos de condenados han salido en libertad 16. Vistas en conjunto, pruebas anecdóticas y fragmentarias como éstas sugieren que nuestro país y quizá otros Estados contemporáneos son punitivos, pero que también son, a la vez, benévolos —o muy benévolos— frente al delito. Dicho con otras palabras, los Estados son ambivalentes. Esta ambivalencia no sólo se encuentra en este nivel de análisis, sino también en políticos, científicos sociales y, sobre todo, ciudadanos en general: son a la vez punitivos y benévolos. Verbigracia, un representante de un partido político español, con motivo de las negociaciones entre grupos parlamentarios para la reciente reforma del Código penal aprobada en junio de 2010, insistió en el derecho de la madre a interrumpir voluntariamente su embarazo y en la consiguiente destipificación de determinadas conductas de aborto. A la vez, sin embargo, solicitó penas elevadas para los médicos que se negasen a realizar abortos a solicitud de la madre. Entre nuestros políticos es sencillo encontrar muchos ejemplos de ambivalencia, entre otras razones por el rol que desempeña en la política actual. Lacey, así, trae a colación la «ambivalencia de los mensajes que emergen del proceso político» cuando comenta una revisión en la que, por un lado, se reclama un debate público informado, se propone la restricción de las
14 Vid., por ejemplo, Diarios El Mundo de 4 de noviembre de 1998 y 29 de junio de 2006; y El País de 1 de noviembre de 1998 y 29 de junio de 2006. 15 Vid., verbigracia, Álvarez García y González Cussac, 2010: 14. 16 Vid., sobre todo, artículo 368 del Código penal, así como Diario El Mundo de 23 de diciembre de 2010. No es preciso insistir en el rol que la persecución de estos delitos desempeña en la literatura sobre punitividad y en Wacquant en particular, vid. por ejemplo 2004: 21-22; el mismo, 2005: 21; el mismo, 2008: 36 nota 29.
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condenas indefinidas y se aboga por el aislamiento de las decisiones judiciales de los procesos políticos; pero, a la vez, «estas recomendaciones se enmarcan en un informe cuya principal propuesta sustantiva es la construcción de un número de prisiones» 17. Nosotros los estudiosos e investigadores tampoco somos ajenos a esta tendencia. Algunos comentaristas que han combatido con denuedo la punitividad contemporánea de modo general, no han dudado en mostrarse favorables a la privación de libertad por hasta cuarenta años, a medidas que infringen principios jurídicos y constitucionales básicos como el de igualdad, al tratamiento al menos tácitamente forzoso que incluye el auto-reconocimiento de los delitos cometidos o a la propuesta de extensión de la legítima defensa al caso de la violencia machista habitual, aun cuando no se den los requisitos de la ley, incluyendo claro está el homicidio. Aquí puede protestarse argumentando que se trata de cuestiones particulares y que existen buenas razones en favor de dichas propuestas. Por supuesto: no hay nada irracional en ello, como tampoco lo hay en desear una extensión del Estado de bienestar y, a la vez, pagar menos impuestos 18. Nótese —y esto es importante— que ambivalencia no equivale a una contradicción. Antes al contrario, no se confunde con lo patológico ni con vicios de naturaleza lógica o moral ni tiene que evocar ninguna valoración negativa. Sobre la ambivalencia al nivel de los individuos volveremos más abajo. La literatura criminológica se ha hecho eco de esta idea. Garland se extiende sobre la ambivalencia del Estado de la modernidad tardía, y en cómo la misma se relaciona con las punitivas políticas criminales actuales. Siguiendo su exposición, el escenario en que se sitúa la modernidad tardía es uno en el que las altas tasas de delincuencia pasan a considerarse como un hecho social habitual; en el que se advierten las limitaciones que el Estado tiene para el control y prevención del delito; de modo que se ponen en duda tanto ciertos aspectos
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Lacey, 2008: 193-194. Noya, 2004: 361 y 503.
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de la soberanía estatal como su monopolio para el control del delito: «El aprieto para las autoridades gubernamentales hoy, pues, es que ven la necesidad de abandonar su reivindicación de ser el principal y eficaz proveedor de seguridad y control del delito, pero también ven de manera igual de clara que los costes políticos de tal retirada puede conducir al desastre […] El resultado emergente son una serie de políticas que parecen profundamente contradictorias, incluso esquizofrénicas en relación unas con otras» 19. La respuesta del Estado, entonces y siguiendo a Garland, es ambivalente, e incluye: 1. Adaptaciones a dicho escenario de retirada del mito del Estado todopoderoso. Entre otras adaptaciones, Garland se refiere a cómo se ha ido redefiniendo lo que se entiende por éxito, planteando expectativas modestas, centrándose en la inocuización de los delincuentes más que en su rehabilitación o resocialización, etc.; a la vez que raramente se fijan las políticas criminales en las causas del delito, sino en la rebaja de sus efectos mediante la atención a las víctimas, la lucha contra el miedo al delito, entre otros. 2. Reafirmaciones de un Estado todopoderoso capaz de controlar el delito, como cuando se recurre a medidas más punitivas tales como sanciones penales más severas o se aumenta el número de internos. Y, finalmente, 3. Políticas expresivas en las que lo importante no es tanto el control del delito como la expresión de desaprobación que provoca. A través de ellas, lo que se procura es «denunciar el delito y reasegurar al público», lo básico es «hacer algo decisivo», dar la «impresión de que se está haciendo algo» 20. Es decir, que para este autor, la modernidad tardía ha situado al gobierno ante un difícil aprieto, al cual ha respondido con políticas criminales ambivalentes, contradictorias e incoherentes 21. Otros autores, con una visión más global, se inclinan por el mismo diag-
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Garland, 2001: 15, 105-110 y 163. Garland, 2001: xi, 119-122 −vid. asimismo para un catálogo más completo 113-127−; 131-135 y 138-141. 21 Garland, 2001: 113, 131, 138, 164-165 y 167-168 sobre todo; también Meyer y O’Malley, 2005: 202-203; Moore y Hannah-Moffat, 2005: 86-88; O’Malley, 1999: 175-176. 20
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nóstico, así nada más y nada menos que Beck: «La política oficial oscila entre la utilización de su poder y la impotencia» 22. El nivel individual, como se dijo, ha sido probablemente menos explorado. Su interés, sin embargo, va más allá de la comprobación y, en su caso, explicación de si los individuos son más punitivos en comparación con épocas precedentes o con otros lugares de nuestro entorno, sino también por si se relaciona de modo indirecto con el nivel estatal. En efecto, igual que la tasa de criminalidad de un país es consecuencia de la suma de todos los delitos cometidos por individuos particulares, es perfectamente posible que el nivel de punitividad de un Estado venga influido por el de sus súbditos. Aunque esta conexión puede no existir y ser ambos desarrollos independientes entre sí, una de las teorías más populares sobre la punitividad a este nivel estatal es la de la democracia en juego, la cual defiende esta influencia. En esta línea, Muñoz Conde y García Arán escriben en su conocido Manual que «La regulación vigente y la reforma que la ha traído, constituyen un triunfo de las concesiones a los sentimientos retributivos y de venganza», «cuando se renuncia a imponer la pena de prisión se está renunciando […] a parte de las aspiraciones retributivas que están presentes en la colectividad social y que, frecuentemente, demandan una mayor dureza de las penas» 23. Mientras que, desde filas más criminológicas, Marteache Solans y sus asociadas mantienen que «La opinión pública sobre política criminal es crucial ya que es tenida en cuenta por los poderes públicos, y la percepción que tienen los políticos y los medios de comunicación sobre los intereses de la sociedad determina el desarrollo de políticas públicas en este ámbito […] En España, concretamente, el peso de la opinión pública ha llevado a que los agentes institucionales, responsables de la creación de la política criminal, otorguen un acceso directo a las demandas sociales en la elaboración de las leyes penales» 24.
22
Beck, [1991]: 36. Muñoz Conde y García Arán, 2007: 542 y 558. 24 Marteache Solans et al., 2010: 2-3. Esta teoría no se comparte en el texto, aunque el mismo tampoco profundiza en esta cuestión. Cuando el legislador alude a la voluntad popular para justi23
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En efecto, diversos observadores españoles consideran que existe un cierto grado de punitivismo en la población española. Otros, por el contrario, se muestran en desacuerdo con dicho punto de vista y creen incluso que los ciudadanos son más bien benévolos 25. Dejando de lado que, salvo quizá excepciones, unos y otros pareceres están fundados en observaciones particulares y experiencias personales —que no siempre deben rechazarse sin más, como cuando proceden de observadores concienzudos y desinteresados— o en datos empíricos de los que no pueden extraerse las conclusiones que alcanzan los investigadores —verbigracia, muestras de las que no es posible obtener información descriptiva sobre la población nacional y otros problemas muestrales, dificultades para establecer comparaciones válidas, probables fuentes de error y sesgos como el de deseabilidad social, etc.—, en vez de en evidencia sólida, una alternativa a los mismos es, precisamente, que los individuos a menudo son, a la vez, firmes y permisivos ante el delito. Esto es, que son ambivalentes ante el delito. Algo sobre lo que volveremos es que ello no excluye, sin embargo, que, dentro de una tendencia general a la ambivalencia, unos individuos observen, en efecto, actitudes más firmes o punitivas ante el delito —aunque sí tenderá a crear algunos importantes problemas para la investigación empírica.
3. AMBIVALENCIA Y POSMODERNIDAD La Criminología tampoco ha sido ajena a esta idea de la ambivalencia frente al castigo a nivel individual. Por ejemplo, Hough y Park escriben que «es importante reconocer que la gente puede ser genuinamente ambivalente en sus opiniones» 26.
ficar sus reformas no realiza ninguna afirmación con base empírica, sino que no hace más que expresar un deseo. A ello concurre también que para el legislador y para el Estado en general —así como para muchos investigadores— los individuos somos bastante tontos, Scott, 1998: 343. 25 Fernández Molina y Tarancón Gómez, 2010: 22; Varona Gómez, 2008: 34-35; el mismo, 2009: 23 y 25. 26 Hough y Park, 2002: 163 (énfasis añadido).
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En ocasiones, sin embargo, ello es visto como algo contingente y patológico, derivado de las contradicciones en que incurren los individuos, de su falta de reflexión, de la insuficiencia de su conocimiento sobre el delito y las respuestas que el mismo recibe en la realidad, o incluso un artefacto metodológico. Por ello, las actitudes punitivas son caracterizadas en ocasiones como particularmente contradictorias 27 —esto es no genuinas, como reclaman Hough y Park. ¿Es, pues, la ambivalencia en las sociedades actuales un producto patológico? La literatura especializada en la sociedad contemporánea y los cambios que afronta ha prestado una gran atención a esta cuestión de la ambivalencia. Por ejemplo, Connor —en el marco de la arquitectura— llega a hablar del paso de una univalencia a una «multivalencia» 28. Aunque son diversos los pensadores que se han ocupado de este concepto en las nuevas sociedades 29, Bauman —y aquí me refiero sobre todo al Bauman de Modernity and the holocaust y de Modernity and ambivalence— ofrece también ahora un análisis especialmente relevante a nuestros intereses. Este autor polaco, como es sabido, considera que nos estamos adentrando en un nuevo orden social que ha denominado —dependiendo de sus trabajos— posmodernidad o modernidad líquida. Aclara en al menos alguna de sus posturas que se trata de algo distinto de la modernidad en sentido tradicional, que guarda continuidades a la vez que discontinuidades con ese período. Precisamente una de las características de la posmodernidad es la ambivalencia. Concretamente, una diferencia fundamental entre modernidad y posmodernidad es que en la segunda se hace posible vivir con la ambivalencia. Bauman celebra la ambivalencia como una particularidad positiva, mientras que la misma había sido considerada —de modo esencial— como algo negativo por la modernidad, una fuente de desasosiego. En efecto, la ambivalencia, afirma Bauman, es «la posibilidad de asignar un objeto o un evento a más de una categoría, es un desorden específico del
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Hutton, 2005: 243-255. Connor, 1989: 72. Vid., por ejemplo, Beck, 1986: 115-120.
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lenguaje»; y, en la modernidad, nosotros «experimentamos la ambivalencia como un desorden […] Y sin embargo la ambivalencia no es el producto de la patología del lenguaje o del habla. Es, más bien, un aspecto normal de la práctica lingüística» 30. Dicho con otras palabras, la experiencia de la ambivalencia en la modernidad es de incomodidad, amenaza, falta de control, indecisión, etc. 31. La modernidad en sentido tradicional, de hecho, se caracteriza por la búsqueda del orden, por la clasificación precisa y la exclusión de las ambigüedades y el caos —que es la alternativa, el opuesto negativo al orden. La ambivalencia, verbigracia, remueve las clasificaciones, que en general tienen la función de crear orden. Como consecuencia, la modernidad aborrece la ambivalencia y se configura como una lucha contra la misma. Tanto es así, que Bauman afirma que «La típica práctica moderna, la sustancia de la política moderna, de la inteligencia moderna, de la vida moderna, es el esfuerzo por exterminar la ambivalencia» 32. El sociólogo polaco abunda en las estrategias modernas de (infructuosa) lucha —la gran lucha— contra la ambivalencia, como es el sobresaliente caso del Estado jardinero que desea eliminar las malas hierbas, esto es todo lo que ponga en duda el orden −o sea la ambivalencia. El autor explica que, como correlato, la intolerancia, la exclusión de lo que no entra en las clasificaciones y tipologías modernas es una inclinación natural de la modernidad 33. Cuando se pasa más allá de la modernidad, la ambivalencia
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Bauman, 1991: 1, de donde procede la cita; el mismo, 1992: 120-121, 130-132 y 187. El propio concepto de ambivalencia es, en realidad, complejo, Noya, 2004: 99. 31 Bauman, 1991: 2; el mismo, 1992: 193. Puesto que las personas rara vez se plantean el problema y, a la vez, existen estrategias psicológicas que favorecen la apariencia de consistencia, sin embargo, es perfectamente comprensible, por otro lado, que a menudo la ambivalencia no vaya acompañada, a nivel individual, de desasosiego, Noya, 2004: xi y 57. En todo caso, la experiencia de incomodidad es una realidad: «La ambivalencia crea a veces un estado de desesperación por intentar salir de ella y no ver el camino para lograrlo. Al crear incertidumbre, puede llegar a ser degradante y se relaciona con la ansiedad y la disonancia cognitiva», Béjar, 2007: 28 (énfasis añadido). 32 Bauman, 1991: 5-8 −cita procede de 7−, 13-16 y 18-52; el mismo, 1992: xvi, 119-120 y 130; el mismo, 2001: 32-34 y 57-70. 33 Bauman, 1989: 90-93; el mismo, 1991: 8, 26-38, 99-100, 189 y 272; el mismo, [2000]: 3-19; el mismo, 2007: 99.
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se manifiesta con toda su fuerza, y naturalmente abarca nuestras actitudes frente al riesgo; frente a la basura o el desperdicio; o frente a los otros 34. En Bauman, la ambivalencia es una característica inescapable de la posmodernidad. En realidad, sin embargo, es un producto de la modernidad contra la que ésta no puede luchar de modo efectivo. Antes al contrario, cualquier esfuerzo en este sentido repercute en un aumento de la misma. La posmodernidad consiste, por lo tanto, en vivir con la ambivalencia 35. Al nivel ahora de los individuos, Bauman insiste en que la ambivalencia es una característica esencial de sus vidas cotidianas, que incluyen, en términos generales, tanto el deseo de privacidad, esto es de ser libre, como el de pertenecer a la comunidad, aunque esto tenga consecuencias limitadoras. Por ello, la ambivalencia se encuentra en muy diversas facetas de nuestra existencia. Mencionemos un ejemplo muy concreto que puede resultar ilustrativo: el amor. En épocas no tan pretéritas, las personas seguían una vida con unas etapas más o menos determinadas que incluían el matrimonio, que se conecta con una visión tradicional del amor. De nuevo puede observarse, ahora en contraste, una actitud ambivalente ante el amor: nos sentimos atraídos por la libertad que implica el no encontrarse atado; pero a la vez también nos atrae la idea de una pareja estable 36. Un análisis en profundidad sobre la ambivalencia en España es el que ofrece Noya respecto a las actitudes sobre la igualdad y el Estado de bienestar. El autor señala que la mayor parte de los estudios —muchos de los cuales han sido realizados en otros países o ámbitos— concluyen que «las personas son ambivalentes, lo que explicaría las contradicciones que se descubren cuando se desbroza este campo de las actitudes sociopolíticas. Una buena parte de las personas —sean de izquierda o de derecha— son ambivalentes respecto a la igualdad y el
34 Bauman, 2004: 22; el mismo, 2005: 77; Beck, 2006: 330; Tulloch y Lupton, 2003: 133. 35 Bauman, 1990: 184; el mismo, 1991: 15 y 231-234. 36 Bauman, 2003: 1-37.
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Estado de bienestar» 37. Es altamente probable que esta misma ambivalencia pueda predicarse, entre nosotros, respecto a las actitudes hacia el delito y los delincuentes y su castigo. Todo lo anterior invita a tomar en serio la ambivalencia contemporánea, en vez de combatirla y deplorarla como un producto patológico o un desorden que puede corregirse, y considerarla como un elemento esencial que no puede dejarse de lado en la teorización e investigación empírica, en nuestro caso, de la punitividad.
4.
CONSECUENCIAS PARA LA INVESTIGACIÓN DE LA PUNITIVIDAD
La naturaleza ambivalente de los individuos —también de los Estados— en las sociedades contemporáneas, la cual, como vemos, es avalada por diversos desarrollos, plantea algunas cuestiones importantes. Para empezar, cómo no, cualquier aproximación descriptiva y teórica al escenario contemporáneo del castigo debería tenerla en cuenta. Una teoría que explique relativamente bien la punitividad, pero no la ambivalencia será, como mucho, incompleta. Así las cosas, si se ve la ambivalencia —e incluso la celeridad o liquidez legislativa— como un fenómeno normal (esto es no-patológico) e incluso positivo y digno de celebración —o al menos neutral, también desde un punto de vista moral—, algunos enfoques se revelarán, en efecto, insuficientes; y en particular, muchos que reproducen el viejo esquema de que el mal causa el mal, entendiendo el mal desde un punto de vista moral, es probable que pierdan parte de su atractivo. Desde un punto de vista empírico, la cuestión de la ambivalencia despierta dudas acerca de la validez y fiabilidad de mediciones de la punitividad —algo que ya de por sí presenta tantas dificultades 38. Así, se ha señalado con razón que nos encontramos ante fenómenos «incómodos para el investigador» 39. A mi
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Noya, 2004: ix, 4, 361 y 503. Vid., por ejemplo, Kury, 1994: 22-30; el mismo, 1995: 84-95. Noya, 2004: xiii.
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modo de ver parece difícil rechazar que unos individuos sean más punitivos que otros, esto es que tengan actitudes diferentes frente al castigo. Pero también parece difícil evitar que las mediciones contengan bastante error por efecto de la ambivalencia. Bajo estas circunstancias y para minimizar en lo posible su acción pueden pensarse algunas estrategias, que deberían someterse a comprobación empírica para valorar hasta qué punto alcanzan este objetivo —de reducción, ¡no de eliminación!, del error. Verbigracia, el CIS ha empleado en alguna ocasión la siguiente pregunta: «¿[…] quisiera que me dijeras si estás a favor o en contra de aplicar la pena de muerte a personas con delitos muy graves?» 40. Fijémonos en la parte final. Hipotéticamente, esta redacción imprecisa invita a cada encuestado a definir qué son para él o para ella delitos muy graves. Para éste puede ser el terrorismo, para el otro una violación con asesinato y para el de más allá los abusos del dictador más detestable. La hipótesis es, pues, que en estos comportamientos extremos, seleccionados por cada uno, la ambivalencia podría desempeñar un rol menor en el sentido de que el interrogado seleccionará un contexto de castigo. Esta opción igualmente cuenta con notables puntos débiles. Pudiera ser, verbigracia, que una mayoría de sujetos pensasen en los mismos casos ante dicha pregunta; a la par que, tal y como está redactada la cuestión del CIS, probablemente identifique bien a quienes son altos en punitividad, pero no haga tan buen trabajo con todos los demás, que deben conformar un conjunto heterogéneo. Por otro lado, también podrían elegirse preguntas que se encuentren lo menos afectadas como sea posible por la ambivalencia. Así puede pensarse en conductas delictivas ampliamente rechazadas y frente a las que sea difícil encontrar excusas como puede ser el caso para nuestro país de la mutilación genital femenina. De nuevo es una hipótesis. Otras recomendaciones son más claras. Así las cosas es recomendable recurrir a herramientas estadísticas que permitan un cierto control del error, como es el caso de los modelos de variables
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Por ejemplo CIS 2596 (énfasis añadido).
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latentes. Y finalmente, por supuesto, recurrir a tantas formas de medición alternativas como sea posible, siempre que cuenten con unas mínimas validez y fiabilidad, cada una de ellas con sus propios puntos débiles y fuertes, en aras de lo que Braithwaite denomina la concurrencia de las debilidades 41. No me guía aquí ningún ánimo de exhaustividad. Del mismo modo, si los individuos tienden a ser ambivalentes es probable que en sus contestaciones a preguntas de encuesta influyan de modo sustancial distintas variables y el contexto. Desde este punto de vista, un instrumento debería estar especialmente preocupado con potenciales sesgos. Un ejemplo que ha sido mencionado más arriba de pasada es la deseabilidad social 42 —en particular si tenemos en cuenta que los españoles tienden a estar particularmente preocupados con su propia imagen en comparación con otros europeos. Aquí puede volver a pensarse en estrategias como las apuntadas o, quizá mejor, al control estadístico de sesgos como estos mediante la introducción en los instrumentos de preguntas específicas. Ni que decir tiene que el modo puede desempeñar un rol decisivo 43. Finalmente, otra cuestión relevante tiene que ver con la naturaleza de la ambivalencia, esto es si se trata de una característica general de la posmodernidad o de la modernidad líquida o si, por el contrario, existen diferencias significativas entre los individuos, de modo que puede más bien interpretarse como una variable o incluso como una categoría de sujetos. En su estudio sobre actitudes xenófobas entre la población española utilizando, entre otras, encuestas del CIS, Cea D’Ancona afirma que en junio de 2002 podía hablarse de un 28% de ambivalentes. A continuación, la autora mantiene que se había producido en España un descenso de la ambivalencia en materia de xenofobia, al menos desde el 51% de ambivalentes que encontró en 1996. La misma relaciona este hallazgo con lo que denomina una activación de la xenofobia en nuestro país, esto es un aumento de las
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Braithwaite, 1979: 22. Schumann y Presser, 1996: 233-249; Tourangeau y Smith, 1998: 431-433. Vid., por ejemplo, Kury, 1994: 22-31.
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posturas intolerantes contra los extranjeros y contra los inmigrantes en concreto 44. De este trabajo, pues, puede derivarse la hipótesis de que existen tipos o tipos de personas que pueden calificarse como ambivalentes. A mi juicio, es una hipótesis que merece la pena explorarse empíricamente —si bien la postura de Bauman y en principio más plausible parecer ser más general, esto es opuesta a esta conjetura.
5.
CONCLUSIÓN
Wacquant ha ofrecido una explicación de la punitividad contemporánea sobre la base del neoliberalismo. En este volumen colectivo se ofrecen abundantes reflexiones sobre el particular. Independientemente de los méritos que esta aproximación pueda tener para tal fin, quedaría por comprobar hasta qué punto podría también dar cuenta, por un lado, de la celeridad de las reformas e innovaciones penales y, por otro, de la ambivalencia a nivel estatal y gubernamental. En la obra del autor francés queda claro que tanto punitividad como neoliberalismo son fenómenos reprobables desde un punto de vista moral, con lo que un mecanismo que los una de modo causal podría resultar una versión de una vieja teoría: que el mal causa el mal. En particular, insisto, desde un punto de vista moral. Hasta qué punto este planteamiento es aplicable a la celeridad de los cambios y, sobre todo, a una ambivalencia que ha sido recibida por algunos con aplauso queda abierto al debate. Desde mi punto de vista y en el estado actual de la propuesta de Wacquant no veo cómo puede darse cabida a un escenario, como he tratado de mostrar en estas páginas, mucho más complejo y matizada que la sesgada versión que nos ofrece 45. He querido subrayar que la relevancia de la ambivalencia no parece ser baladí. A mi juicio, una última hipótesis que
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Cea D’Ancona, 2004: 284-285 sobre todo. Con un planteamiento más de brocha gorda, pero muy próximo al de Wacquant, Portilla Contreras parece negar la ambivalencia, lo cual me parece completamente coherente con sus posturas, 2007: 62-63 en particular. 45
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merece la pena testar es si es posible, incluso, que desempeñe un rol decisivo en las propias actitudes y tendencias punitivas y excluyentes contemporáneas: igual que el escape de la modernidad o de la modernidad sólida puede alejarnos de algunas formas de violencia y exclusión 46, quizá es precisamente nuestra ambivalencia lo que nos permite ser ahora excluyentes y, a la vez, conservar una imagen aceptable de nosotros mismos y nuestros grupos.
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SIMBIOSIS VITAL Dario Malventi 1 Inmortales-mortales, mortales-inmortales; viven aquéllos la muerte de éstos, mueren éstos la vida de aquéllos. (Heráclito, LXXXII) 2
–1 Es un dato común en la historia de las instituciones penitenciarias que toda reforma penal ha nacido de la pretensión filantrópica de renovar el rol social y la función política de la cárcel. Toda reforma penal, al actuar como vector normativo de actualización jurídica de los parámetros de administración y tratamiento penitenciario, surge de la necesidad de regular y adaptar el flujo de la población carcelaria a las nuevas fases de producción de orden social. Según David Garland para hablar de las (re)formas contemporáneas del castigo, hay que pensar la penalidad como un conjunto de prácticas de significación que establecen, de manera constitutiva y constituyente, las formas de autoridad y por ende, los formatos de subjetivación (sujeto a y de poder) operantes en nuestras redes sociales. El saber institucional que circula, se experimenta y actualiza en y a través de la ley, se acumula cuando las instituciones que regimientan el orden
1 Agradezco Álvaro Garreaud y Esteban Zamora por el importante intercambio de miradas y las preciosas sugerencias. 2 Gallero, J.L., López, C.E., Heráclito: fragmentos e interpretaciones, Árdora Ediciones, 2009.
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social logran extraer sus verdades de los individuos sometidos a captura. Dicho de otra manera, toda institución fabrica el individuo y del individuo extrae las condiciones de fabricación. Por lo tanto no existe un saber previo al ejercicio de captura: el secuestro policial así como la reclusión carcelaria son prácticas de significación del orden mediante las cuales el Estado extrae diferentes formatos de verdad sobre su gobierno. En este artículo se piensa la diseminación de módulos terapéuticos en los centros penitenciarios españoles como una estrategia de formar una nueva verdad social del castigo a través de la administración de la vida. Las propuestas impulsadas por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias 3 plantean una reforma gradual de las tecnologías de administración de la población carcelaria española. La experimentación se centra en el tratamiento terapéutico de una cuota restringida de personas privadas de libertad. Con el nacimiento de las Unidades Terapéuticas y Educativas 4 y los Módulos de Respeto 5, los dos prototipos de «humanización» carcelaria que Mercedes Gallizo, Directora de la DGIP, ha introducido en diferentes centros penitenciarios del Estado, emerge un nuevo tipo de filosofía disciplinaria y se abre una nueva etapa de simbiosis vital entre castigo y existencia. Mediante la acción cotidiana de vigilancia de una nueva red institucional de captura, que enreda la vida de la persona privada de libertad fuera de los muros de la cárcel, la (con) vivencia terapéutica entre la cárcel y las ONG’s encargadas de los proyectos de reinserción, subsume la existencia del «usuario» del tratamiento. Tanto las UTE como los MR son modelos de cárcel tratamental en los que el castigo con-vive con la vida. 0 Partiendo del análisis de Loïc Wacquant sobre la metamorfosis de la prisión contemporánea en EEUU 6, planteo profun-
3 4 5 6
A partir de ahora, DGIP. A partir de ahora: UTE. A partir de ahora: MR. Wacquant, L., Simbiosi mortale, Ombre corte, Verona, 2002.
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dizar el análisis sobre la reforma de los dispositivos de tratamiento penal de la población carcelaria. Analizaré la simbiosis vital entre castigo y existencia en el proceso de constitución de la red institucional que administra los nuevos dispositivos de segregación terapéutica de la máquina penitenciaria española: las Unidades Terapéuticas y Educativas y los Módulos de Respeto. Mediante la acción de estos nuevos modelos de gobierno penitenciario la institución penitenciaria trasciende su frente y frontera penal, con-vive y co-opera con diferentes agencias de vigilancia fuera de los muros y reclama una nueva visibilidad social.
1 Llamo Ágora penal el recinto político de las actuales democracias en el que la anormalidad de la norma circula a través de: — una institución trascendente: el campo; — una paradigma de regulación social: reclusión/expulsión; — una estrategia general: la guerra; En el Ágora penal se confrontan dos actores políticos, máscaras respectivamente de dos estatutos ontológicos: el amigo y el enemigo. En el interior del Ágora penal existen dos formulas médicas de producción hermenéutica del ser: lo patológico y lo normal. En el Ágora penal el sistema penitenciario muta como una máquina, experimentando clasificaciones sociales que exceden la cárcel. El resultado de esta transmutación institucional es que la cárcel se fuga de la cárcel e inviste el territorio.
2 Mi trabajo se ha centrado sobre la formación de un nuevo gobierno penitenciario. Mi estrategia de investigación ha consistido en analizar los estratos microfísicos del nacimiento de una nueva etapa de circulación y aplicación de la nor-
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ma. Desde el principio he analizado el nacimiento de las UTE y los MR como el emerger de una nueva herramienta operativa del castigo: la terapéutica. Mediante la terapia la prisión pretende formar y gobernar el ser humano que habita sus espacios de castigo. Como afirma un funcionario de vigilancia de la UTE: «La terapia es un método de control social más sibilino que otro. No nos vamos a engañar: ha habido un método de control social por todo. Yo no soy rousseauiano y pienso que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad que lo hace malo. Yo parto de la idea de que el hombre es malo por naturaleza: porque todos ansiamos lo que los demás tienen. La envidia, la avaricia, son temas muy humanos. La terapia es otra forma de control, que controla a través de un discurso plagado de determinado acondicionamientos, religiosos, morales, éticos que encaminan el individuo hacia un lugar determinado. Si te sales un poco de la norma, siempre hay una réplica para ver si entras otra vez en el carril y las ruedas marchan hacia aquellos que socialmente está aceptado en sí. Es el efecto de la terapia». 7
La decisión táctica de llamar terapéutico y educativo este nuevo sistema de gobierno sobre el que la DGIP pretende formular y extender el procedimiento contractual de pacto entre Institución y recluso/a, responde a la necesidad del aparato penitenciario de encontrar una salida posible a la violencia que la atraviesa y a su crisis perpetua de legitimidad. En este sentido tanto la UTE como el MR, son una tendencia, líneas de fugas de la maquina penal contemporánea porque definen el nuevo frente y la nueva frontera de la transformación del código de interacción entre castigo y población. El dispositivo penitenciario, a través de la UTE, promueve la esperanza, que se transforma en el nuevo valor de uso de la institución penal. En las prisiones que están incorporando el prototipo UTE se está experimentando una nueva economía punitiva de la esperanza.
7
Materiales de investigación: UTE, guardia I.
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La inauguración de estos nuevos prototipos de tratamiento penal promocionan: 1. Un espacio de captura de un nuevo perfil de criminal: el enfermo social; 2. Un reajuste del frente y de la frontera entre adentro y afuera de la institución: todo está dentro cuando todo está fuera, y viceversa; 3. Una patologización progresiva de los formatos discursivos y de las prácticas cotidianas de interacción social. Este proceso de construcción de una nueva experiencia terapéutico-penal de contención de la marginalidad está directamente asociado a un proceso de transformación del mercado de trabajo. El capital pone a trabajar la vida y la cárcel terapéutica también. Una subsunción real de la vida social que afecta la definición misma de ser humano en una nueva hermenéutica de producción de orden: curar y reinsertar. En la era del Ágora penal, la esfera productiva encuentra su dinamismo en la recodificación de las relaciones entre vida, trabajo y política. «La relación que establece el capital con la vida misma, cuestión que nos advierte Marx en los Grundrisse, en el Sexto Inédito y en otros tantos textos, en donde lo que se lleva a la práctica en lo que denominamos como un nuevo estadio del capital es la apropiación de la vida por medio de la gestión de la subjetividad, a través de la puesta en marcha de complejos mecanismos de captura, descodificación, autopoiesis, codificación, información, comunicación, etc. de todo aquello que se produce en el cotidiano vivir que es transformado en mercancía cognitiva y saber acumulado. La vida, y sus formas de capitalización, es esta economía de la abundancia. Logrando con ello que la cotidianidad cobre el valor. Hablamos de una verdadera rentabilización y capitalización de la vida (valor de vida-valor de cambio). Así la vida presenta el riesgo de quedarse para siempre fuera, siendo precisamente esto, a lo que se alude como vida precaria». 8
8
Ibarra, C., extracto de la ponencia de las jornadas de Umbrales celebradas en Sevilla en el noviembre del 2009. Referencia web: http://ayp.unia.es/index. php?option=com_content&task=view&id=568&Itemid=87
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3 En su análisis del proceso de deconstrucción del espacio político moderno, el campo es, según Agamben, la manifestación de la crisis de soberanía del Estado nación, el espacio que se abre cuando el estado de excepción llega a ser la norma. El campo es la representación sensible de una idea del castigo, su symbolum. Pero el campo es también el signo que ordena diferentes estratos de la interacción social. En este sentido la función política del campo trasciende el orden simbólico del castigo porque ocupa en el imaginario social una importancia táctica extraordinariamente coherente con la diseminación progresiva de las medidas penales de contención y neutralización de una porción cada vez más extensa de población. En uno de sus textos fundamentales, Politische Theologie de 1922, Carl Schmitt analiza el concepto absolutista de soberanía. Agamben centra su análisis de la emergencia del campo sobre la fórmula político-jurídica de Carl Schmitt, «no necesitar del derecho para crear derecho». En el primer capítulo sobre el concepto de soberanía, Schmitt afirma que como todo otro orden, el orden legal se funda en una decisión y no en una norma. El problema crucial del derecho, según Schmitt, no es la validez del sistema jurídico sino su eficacia en una situación concreta. Hay pérdida de eficacia cuando existen estados de excepciones o situaciones de peligro que debilitan la potencia del sistema jurídico estatal. Para que el Estado mantenga un control sobre esta pérdida cíclica de eficacia el filósofo alemán propone incorporar la excepción en el orden político y legal del Estado. Toda norma presupone una situación normal, pues no hay norma que pueda ser válida en una situación enteramente anormal. La excepción y no la norma deviene una condición de posibilidad del derecho. Cuando ninguna norma se hace aplicable a una situación anormal es necesario (y suficiente) que el procedimiento decisional del dispositivo jurídico se libere de toda atadura normativa y se haga absoluto. Schmitt propone curar
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la pérdida excepcional de eficacia del derecho mediante la inclusión de la excepción.
4 Loïc Wacquant, en su artículo Simbiosi mortale 9 traza algunas de las consecuencias de la simbiosis entre gueto y prisión en el contexto metropolitano norteamericano. En primer lugar subraya la estrategia extra penal que ha empleado la justicia para contener y gobernar los grupos sociales estigmatizados. Gobernar la pobreza, según Wacquant, significa imponer a los sectores descalificados de la clase obrera postindustrial un trabajo asalariado desocializado como norma de ciudadanía. En su análisis sobre el superencarcelamiento de la población negra de la underclass metropolitana, Wacquant individua la expansión de la cárcel y la crisis del gueto como dos fenómenos conectados de la construcción una red carcelaria etnoracial que une territorio y población. La prisionización del gueto y la guetización de la prisión es el doble movimiento de constitución de una red institucional que enjaula, sin ofertar alternativas a la delincuencia, una población de jóvenes afroamericanos que no pueden y/o no quieren entrar en el mercado de trabajo precario desocializado. Por un lado Wacquant analiza el fenómeno desde la metamorfosis urbana que se ha producido a lo largo del proceso de sustitución de las instituciones comunitarias con las instituciones estatales de control social. Los recortes transversales del sis-
9
Wacquant, L, Simbiosi mortale, Ombre Corte, Verona, 2002. El libro es una recopilación de algunos artículos de Loïc Wacquant. Mi análisis y crítica del planteamiento del sociólogo norteamericano se fundamenta sobre el segundo artículo publicado en dicha recopilación cuyo título es: «Simbiosi mortale. Quando gueto e prigione di incontrano e si intrecciano». Wacquant explica en una nota que este artículo es la versión más extensa de un ensayo presentado el 26 de febrero del 2000 en la New York University, Law School con el título de «Incarcerazione di massa: cause e conseguenze sociali». Existe versión en español de dicho artículo: «El color de la justicia. Cuando gueto y cárcel se asemejan y se ensamblan», en Loïc Wacquant (Dir.), Repensar los Estados Unidos. Para una sociología del hiperpoder, Anthropos, Barcelona, 2005.
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tema social (welfare) son, según Wacquant, una de las razones principales del cambio epocal del tratamiento de la marginalidad. Entre los fenómenos tangibles de la simbiosis mortal entre cárcel y gueto señala la prisionización de la edilicia popular, las represalias de diferentes fuerzas policiales y la multiplicación de instrumentos y personal de vigilancia en las instituciones educativas. En las metrópolis norteamericanas el gueto deviene hipergueto y la segregación de clase se superpone, con consecuencias mortales para las relaciones sociales, a la segregación racial. Cuando pasa a analizar el fenómeno de «guetización de la cárcel» Wacquant dedica un pasaje importante de su artículo a subrayar la escasez de datos sobre la vida social y cultural de la cárcel y mueve una crítica profunda a la sociología: «Los estudios de campo que se fundamentan sobre a observación directa han virtualmente desaparecido y el trabajo de investigación sobre el encarcelamiento ha mudado de las descripciones aproximadas del orden interno de la prisión, de sus jerarquías y de sus valores y costumbres hacia un análisis disociado de las tasas de encarcelamiento, de los modelos de gestión y de sus implicaciones económicas, de la jurisprudencia penal y del miedo del crimen». 10
Pero el mismo Wacquant, a lo largo de su análisis, cae en el mismo error de aproximación que achaca a la sociología utilizando datos estadísticos para afirmar algo que necesita una elaborada profundización etnográfica. El pasaje en el que se hace más evidente la debilidad de su aproximación es cuando sostiene, repitiendo el mecanismo analítico empleado para analizar la metamorfosis urbanística del gueto, que, en los años setenta, a raíz del abandono de la rehabilitación la prisión, cambia de registro y «se pone como único objetivo la neutralización de los condenados, tanto materialmente, dislocándolos físicamente en una enclave institucional, como simbólicamente, trazando una línea neta y evidente de división entre criminales y ciudadanos respetuosos de la ley». 11
10 11
Wacquant, L, Simbiosi mortale, Ombre Corte, Verona, 2002, p. 75. Ibídem, p. 79.
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Es una afirmación demasiado anclada al código estructural de su análisis que de hecho oculta cuestiones que a mi parecer merecen ser discutidas. Propongo una primer problematización en formato de interrogación: ¿qué tipo de rehabilitación se planteaba en los recintos carcelarios norteamericanos en los años setenta? ¿En qué momento de la historia penitenciaria norteamericana la rehabilitación ha sido un dispositivo de tratamiento de la underclass afroamericana? ¿Existen datos que permitan hablar de una progresiva exclusión de la población negra de los sistemas de reinserción social y laboral? ¿La población penitenciaria afroamericana o latina, ha tenido alguna vez acceso, en la historia democrática de EEUU, a programas de rehabilitación social, tratamiento médico y reinserción laboral? ¿Sus vidas desnudas han hecho alguna vez experiencia de un sistema de tratamiento parecido al de la población reclusa blanca de ciudadanía norteamericana? En definitiva, ¿se puede afirmar que, como sostiene Wacquant, el cambio de política penitenciaria se da cuando la institución carcelaria suspende (¿cómo, cuándo y por qué?) los programas de tratamiento y rehabilitación para la población reclusa? Una de las tesis principales de Wacquant es que el encarcelamiento ha devenido un instrumento de excomulgación social y moral. Pero, ¿ha existido un momento en la historia del encarcelamiento que la institución penitenciaria ha cumplido una función diferente? De esta manera, sostiene el sociólogo norteamericano, gueto y cárcel tiene hoy día una equivalencia funcional (el confinamiento forzoso de una población estigmatizada) y una homología estructural (la contención y alimentación de las mismas redes de relaciones sociales y de las mismas formas de autoridad) y asumen la misma misión de mantener en cuarentena una población infectada. Pero, ¿ha existido alguna vez un tiempo carcelario en el que el tratamiento penal de la criminalidad afroamericana ha sido algo diferente de lo que es actualmente? Según Wacquant, la cárcel se ha metamorfoseado paralelamente a los recortes del welfare y hoy es una maquina de producción de muerte cívica de los que captura y expulsa del cuerpo social. Pero, ¿el habitante del gueto ha sido en algún momento de la historia democrática norteamericana
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algo parecido a una persona? ¿Se ha concedido alguna vez el estatuto de ciudadano a algún miembro de la underclass negra metropolitana que no se haya homologado al estatuto de dominación blanca? En definitiva, ¿existe un dispositivo penal de rehabilitación que haya incluido algún miembro de la población underclass como usuario de derecho de los sistemas de reinserción social y laboral? Y si lo ha hecho, ¿cuál ha sido la contrapartida? ¿La producción de la delincuencia en la underclass no es un fenómeno que Foucault imputaba a la cárcel como una de sus condiciones de existencia y legitimidad?
5 El ejemplo propuesto por Wacquant sobre la multiplicación de las agencias de parole es, a mi parecer, sintomático de un error de aproximación de su análisis sobre la supuesta edad de los derechos de la población carcelaria. El régimen de parole consiste en un estado de libertad condicional y de fianza comunitaria. La persona privada de libertad sale a la calle sólo si sigue unas condiciones estrictas de reinserción laboral y social que están bajo la supervisión las agencias públicas y privadas que establecen con la cárcel unos convenios de colaboración. El trabajo de vigilancia y examen está encargado a estas agencias que se infiltran en las redes sociales y habitan el hábitat de las personas que «benefician» de esta medida penal. Dispositivos tratamentales como el análisis de la sangre y el coloquio psicoanalítico, devienen centrales para determinar la conducta social del delincuente y de su entorno y para acceder a redes laborales precarias conectadas a estas agencias. 12
12 Ashoka es una ONG que en el 2007 ha concedido al coordinador de la UTE de Villabona (http://www.ashoka.es/faustino) el premio de Emprendedor Social del año. Ashoka representa un claro ejemplo de organización que trabaja en el sector solidario. Es suficiente mirar la red empresarial (http://www.ashoka. es/socios) que sostiene la misión solidaria de Ashoka para entender qué tipo de solidaridad se plantea entre las marcas asociadas. La misión solidaria de Ashoka revela el proceso de simbiosis vital entre sujeto de derecho y sujeto de interés, que está en el centro de la filosofía y los valores empresariales contemporáneos.
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Wacquant hace un importante ejercicio de actualización de los datos sobre el crecimiento de la duración media del régimen de parole, pero olvida analizar este régimen como uno de los dispositivos de estigmatización simbólica y racial post carcelaria más totalizante que sujeta la población underclass reclusa a unas condiciones extremas de sumisión y acceso a la ciudadanía. La multiplicación de las agencias de parole como apéndice de la cárcel que trabajan para extender fuera de los muros los efectos de incapacitación y descapacitación social y simbólica del castigo recuerda de cerca el fenómeno de expansión de las UTE y de los MR que se manifiesta en el Estado español a partir de la decisión del gobierno de abrir en todas las prisiones un área de tratamiento finalizada a la reinserción laboral y social. La explosión de las agencias de parole en EE.UU., así como la diseminación de ONG’s en España, encargadas del tratamiento interno y externo de las personas privadas de libertad que deciden entrar en el régimen terapéutico, son fenómenos de metamorfosis del sistema judicial que indican una transformación profunda de la función de la institución carcelaria. Según Wacquant la transformación del sistema penitenciario en un enorme mecanismo de producción simbólica es un ejemplo de la simbiosis entre gueto y cárcel, que es mortal porque produce una reactivación de la raza como forma de vituperación pública. Pero está simbiosis no parece solamente mortal. Existe un proceso vital que reactiva la función social de la institución penitenciaria que Wacquant olvida y que a mi parecer merece la pena investigar a fondo para entender el sentido y la magnitud de la convivencia totalizante entre castigo y existencia.
6 El antropólogo norteamericano Philippe Bourgois ha atravesado el umbral de la doxa para investigar el modelo punitivo y campo epistemológico de constitución de los nuevos dispositivos de gobierno de la pobreza en EEUU. Tanto en In search of respect como en su último libro, Righteous dopefiend (la traduc-
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ción al castellano sería algo como «drogata empedernido», «drogata consagrado» o «drogata hasta la muerte»), Bourgois hace una arqueología del costo humano que supone el neoliberalismo para la población underclass de EEUU. Reapropiándose de la definición estructural de lumpen formulada por Marx y corrigiéndola con la definición de Foucault de subjetividad, que no es una identidad voluntaria sino una manera de ser y de desear que se impone sobre nosotros en un momento histórico concreto, Bourgois analiza el grado de violencia institucional que inviste el lumpen en su cotidianidad. El lumpen emerge como una subjetividad formada entre diferentes grupos de población para los cuales los efectos del biopoder y la gubernamentalidad han asumido cualidades destructivas. Con su trabajo de campo en los servicios de urgencias de los hospitales de Filadelfia, Bourgois integra, completándolo, el análisis de Wacquant y demuestra cómo la cárcel no sólo está en un continuo proceso de fuga de su recinto amurallado sino que esta fuga se concretiza en la extensión a los servicios médicos de auxilio de la violencia propia de algunos de sus dispositivos de incapacitación. Lo que emerge es una sustancial indiferencia entre encarcelamiento y tratamiento del lumpen, porque no existe, como sostiene Wacquant, un antes y un después, una cárcel de los años setenta que ofrecía rehabilitación y otra del tercer milenio que se guetiza mientras se prisioniza el gueto. La segregación y el tratamiento, la cárcel como el hospital, siempre han empleado dispositivos parecidos de castigo de los pobres. La diferencia está en el grado de contundencia de esta violencia que ahora ha llegado a ser totalmente excepcional. Lo demuestra Bourgois en su diario de campo en el que describe cómo él mismo, un profesor blanco de una importante universidad norteamericana, acaba estando preso por estar desarrollando un trabajo de campo sobre la condiciones de tratamiento médico de unos lumpen heroinómanos de un barrio de Filadelfia. El dato más importante es que, tanto dentro la cárcel como fuera de sus muros, estamos frente a un código parecido de humillación y hostigamiento que perpetúa la práctica hegemónica de culpar a los individuos de su propia vulnerabilidad.
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Esta violencia puede tomar diferentes máscaras institucionales y actuar dentro y fuera del gueto. En este sentido el verdadero problema no está, como sostiene Wacquant, en la vaporización de los dispositivos tratamentales de mediación y rehabilitación de los setenta. No existe ninguna garantía que los mecanismos welfare atenúen, para la underclass, el nivel de violencia institucional. Lo que caracteriza el ejercicio de dominación neoliberal es en realidad el proceso de subjetivación propio de la guerra permanente a la underclass. «Las guerras contra las drogas y contra la inseguridad han desequilibrado la balanza de la gubernamentalidad a favor de la represión física, alejándola de las intervenciones tradicionales del biopoder rehabilitador o productivo dirigidas a fomentar la vida. El biopoder, como forma moderna de gubernamentalidad, interiorizado por ciudadanos que desean ser normales, saludables y modernos, acaso haya caracterizado a la socialdemocracia y al capitalismo fordista, pero es la represión violenta la que caracteriza cada vez más la relación entre los indigentes y la nueva gubernamentalidad neoliberal y punitiva. Esto transforma a una sociedad en una olla de presión en la que se generan subjetividades lumpen y en la que se produce sufrimiento inútil, para utilizar la frase de Emmanuel Levinas, o la zona gris, para usar la frase de Primo Levi». 13
Siguiendo esta indicación resulta entonces complicado afirmar que el abandono del modelo terapéutico y tratamental, que según Wacquant se debe a la ruptura del sistema welfare keynesiano, sea una de las principales causas del cambio de estrategia penitenciaria y una de las razones de la simbiosis entre gueto y cárcel. Si por un lado es cierto que existe una simbiosis mortal que une gueto y cárcel, por el otro es importante subrayar que lo que quizás produce más eficacia, en términos de subjetivación de la underclass, es la simbiosis vital entre castigo y existencia. Esta con-vivencia del castigo en la
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Drogas, violencia y represión policial en los Estados Unidos: La lumperización de los sectores vulnerables bajo la guerra contra las drogas, texto de la intervención de Philippe Bourgois en las jornadas Umbrales, celebradas en la UNIA de Sevilla en noviembre del 2009. (Traducción de Fernando Montero Castrillo)
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existencia, bajo distintos formatos institucionales (médicos, terapéuticos y/o tratamentales), es el dato que revela cómo la máquina de dominación de clase funciona a través de una energía de violencia que acciona los engranajes de hostigamiento cotidiano de la underclass. En este sentido, lo mortal y lo vital son parte de un mismo paradigma inmunitario del régimen democrático. 14 Y si la institución carcelaria no ha cesado de ser un engranaje fundamental de la dominación de clase es porque siempre ha actuado, en democracia, liberada de la norma social, en su excepcionalidad. La estrategia de dominación armada que intensifica el tiempo reproductivo de la norma vital a través de una amenaza constante de muerte es uno de las manifestaciones más importantes de un renovado diálogo de la cárcel con la lógica asimétrica de la guerra. Son estos crímenes de paz los vectores de circulación de una violencia de clase que habita tanto lo vital como lo mortal de todo proyecto de aniquilación del enemigo entendido como residuo social: «La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado no puede no acordar al dominador (entonces al dominio) cuando, para pensarlo y para pensarse, o mejor dicho, para pensar su relación con el dominador, dispone sólo de herramientas de conocimiento que tiene en común con él y que, al ser simplemente la forma incorporada de la relación de dominación, muestran esta relación como natural». 15
Este continuum de violencia que atraviesa todas las instituciones centrales que soportan el gasto simbólico y político del neoliberalismo siempre está encaminada a prolongar la agonía social del lumpen que se convierte en un ser sacrificable precisamente porque pierde todo estatuto de persona, es desnudado de la vida y transmuta en una existencia a servicio del castigo.
14
Esposito, R, Termini della politica. Comunità, Immunità, Biopolitica. Mimesis, 2002. 15 Bourdieu, P., Il dominio maschile, Feltrinelli, Milano, 1998, p. 45. Introducción de Alessandro De Giorgi al libro de Philippe Bourgois, Cercando rispetto, Deriva Approdi, Roma, 2005.
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«Se trata de los servicios de urgencias de los hospitales, que presuntamente existen para ayudar a los indigentes, pero en realidad reflejan una dinámica perversa de gubernamentalidad según la cual la mano izquierda y blanda de la salud pública se ve abrumada por el puño derecho de las fuerzas de seguridad. En lugar de auxiliar a las personas indigentes, la mano médica acaba abofeteándolos y poniéndoles parches que en muchos casos únicamente logran prolongar su agonía».
7 Cuando pensamos el gueto como dispositivo de contención urbanística de una población estigmatizada por razones sociales, políticas, económicas y/o religiosas, es importante partir de su etimología. La palabra gueto tiene un origen todo italiano. El primer gueto de la historia nace el 29 de marzo del 1516 en la República de Venecia, cuando la República Serenissima aprueba un acto legislativo que confina a todos los judíos de la ciudad en el «ghetto nuovo», una parte antigua de la ciudad muy parecida a una fortaleza. Ahí estaba también una antigua fundición abandonada y es precisamente de esta dimensión fabril de donde viene el significado etimológico de la palabra gueto: del verbo italiano «gettare» (arrojar, tirar, echar) y un ejemplo puede ser una «gettata» de metal fundido (en el sentido de tirada). La ordenanza decía: «Li Giudei debbano tutti abitar unidi in la Corte delle Case, che sono in Gueto appresso S. Girolamo; ed acciocché non vadino tutta la notte attorno: Sia preso che dalla banda del Gueto Vecchio dov’è un Pontesello piccolo e similmente dall’altra banda del Ponte siano fatte due porte… qual porte se debbino aprir la mattina alla Marangona e la sera siano serrate a ore 24 per quattro Custodi Cristiani a ciò deputati e pagati da loro Giudei a qual prezzo che parerà conveniente al Collegio Nostro 16.»
16
Caimani, R., Storia del gueto di Venezia, Mondadori, 2009. Traducción: «Todos los judíos deben habitar juntos en la Corte de las Casas, que están en un Gueto cerca de San Girolamo. Y para que no salgan cada noche en los alrededores, se obliga que se hagan dos puertas, una por el lado del Gueto Viejo, donde hay un Puentecillo, y otra, de la misma manera, del otro lado del Puente... Sus
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El gueto se presentaba rodeado de dos muros y con todas las salidas cerradas. Los custodios, o guardias, habitaban en el gueto para presidir la entrada y la salida de día y de noche. A los judíos que se encontraran fuera del gueto durante la noche se les castigaba con castigos crecientes. Los Cattaveri eran los oficiales del gobierno encargados de la ejecución y el control de las medidas de castigo. Curiosamente, la única corporación que tuvo el permiso de salir del gueto durante la noche fue la de los médicos judíos, pero tenían que informar los guardias de sus salidas, de las direcciones donde se dirigían y de la identidad de los enfermos que curaban. A los habitantes del gueto se les prohibía incluso ser propietarios de sus casas, aplicando un sistema de alquiler que incluía las tasas para los gastos de vigilancia y para los servicios mínimos internos. Desde entonces, el dispositivo gueto se planteó como un modelo de persecución y discriminación de un grupo social hostigado. 17 Reconociendo el fenómeno metropolitano de superposición entre gueto y cárcel analizado por Wacquant y llevándolo a una dimensión más cercana, sugiero pensar la expansión de los módulos terapéuticos en las cárceles españolas como proceso constituyente de una nueva territorialidad penal.
8 La reforma terapéutica impulsada por Mercedes Gallizo plantea la solidificación de los lenguajes y de las prácticas médicas en un tratamiento clínico de castigo. La Unidad Terapéutica y Educativa de la prisión de Villabona ha sido uno de
puertas se deberán abrir por la mañana a la Marangona y se deberán cerrar por la noche a las 24, por cuatro Guardianes Cristianos que se encargarán de aquello (de abrir y cerrar) y serán pagados por los Judíos al precio que parecerá conveniente a Nuestro Colegio». 17 Estas informaciones me han llegado mediante un intercambio epistolar con Nicola Valentino, uno de los fundadores y autores de la cooperativa editorial Sensibili alle Foglie, que actualmente está coordinando un astillero de investigación de socioanálisis narrativa en un gueto romaní de la periferia de Roma.
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los primeros prototipos de esta experimentación de cárcel terapéutica y representa actualmente un modelo de referencia de la política de la DGIP. Entre el 2003 y el 2007 he investigado desde dentro la escenificación institucional de este nuevo fenómeno de gobierno que plantea un cambio ritual de las formas de castigo. 18 Este experimento penal busca transformar el ritual carcelario a partir de una rectificación del estigma de los funcionarios de prisión y de una progresiva rehabilitación de sus funciones educativas y sociales. Los datos recopilados a lo largo de la investigación revelan que la UTE es un experimento de poder que postula un nuevo gobierno penitenciario. El régimen terapéutico español (así como el de parole norteamericano) actúa mediante diferentes dispositivos y formas de subjetivación. Uno de los objetivos principales de la UTE es sujetar las personas privadas de libertad a la terapia. Este ritual de castigo terapéutico acaba formando un sujeto de terapia. Este sujeto, sujetado a la terapia, deviene, según los ideólogos de la UTE, una persona que puede reinsertarse en la sociedad. De esta manera, no sólo la cárcel se vuelve vector de ciudadanía, sino que los propios trabajadores de la cárcel adquieren una nueva función social. La DGIP estudia legitimar esta metamorfosis de gobierno carcelario a través de un nuevo estatuto laboral de los funcionarios de vigilancia. Como comentó el Vicedirector general de tratamiento de la DGIP en una reunión interna a la que participé durante mi trabajo de campo, los Módulos de Respeto y las Unidades Terapéuticas y Educativas son Modelos de integración profesional: «Los compañeros del área de vigilancia sabéis que nosotros queremos incorporar una figura que se llama el Ayudante de Tratamiento. Los compañeros de vigilancia que ya intervienen en estos programas ya han expresado lo motivante y lo atrayente para un profesional, lo gratificante que es ver que su aportación, colaboración, dentro de un equipo mul-
18 He desarrollado este trabajo de campo en el espacio terapéutico de la UTE con el amigo, antropólogo, Álvaro Garreaud.
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tidisciplinar, sea tan positivo como nosotros sabemos que lo es dentro los sitios donde ya participan. Nos falta por concretar flecos en cuanto a ver que los funcionarios de vigilancia sean personas fijas, con algún tipo de solución estable». 19
Tanto los Módulos de Respecto como las UTE se fundamentan sobre rituales de pasajes y estrategias de separación interna que recuerdan un dispositivo de contención diferente del gueto. Contrariamente al dispositivo segregador del gueto, estos nuevos modelos de cárcel son laboratorios de experimentación gubernamental que impulsan la vida de sus habitantes, la abren hacia un afuera. Estas vidas puestas a circular en un espacio liminal determinado por las agencias no gubernamentales de seguimiento, vigilancia y control (a las que se encargan los programas de reinserción laboral y social de los presos) son vectores que re-interpretan la relación de la cárcel con el territorio. La convivencia entre castigo y existencia, esta simbiosis vital que se manifiesta mediante un nuevo tipo de tratamiento de la vida del condenado, es un síntoma importante de la simbiosis entre cárcel y territorio. Esta simbiosis es vital y se plantea a partir de dispositivo de segregación liminal diferente del gueto. Sugiero pensar la reserva penal como un dispositivo de concentración incluyente orientado a una progresiva exclusión molecular de una población que transita un nuevo umbral entre cárcel y territorio: el umbral terapéutico.
9 Los responsables del Equipo Multidisciplinar de la UTE que he entrevistado a lo largo de mi etnografía han confirmado el grado de experimentación en acto: siempre se han definido como isla en el interior del archipiélago carcelario. Los límites de esta isla están marcados por los frentes que este nuevo gobierno terapéutico construye con la cárcel tradicional. En este frente, que es también frontera, la UTE dialoga cada día
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Materiales de investigación DGIP: V.V.1.
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con la otra violencia, la violencia de la cárcel tradicional noterapéutica. La experiencia de campo revela que este diálogo es posible porque la unidad terapéutica ha elaborado un archivo propio de violencia. Instalándose en el órgano de la prisión como la extensión de un nuevo arte de incapacitación social y simbólica del condenado, tanto la UTE como el MR, actúan sobre los «otros» más que sobre los «propios». Extienden un diálogo, esto es, se hacen vectores comunicativos de la violencia tradicional de la cárcel. De esta manera la UTE, como cárcel en la cárcel, se fuga hacia otros espacios vitales e íntimos de las personas privadas de libertad. Lo que muchas ONG’s llaman reinserción no es más que una extensión de los dispositivos de control y examen a los familiares de los presos a sus redes sociales, barriales, amistosas. Cabe destacar que la extensión de la UTE y de los MR en todas las cárceles de España no ha alterado el grado de violencia estructural de la institución penitenciaria. Es más, en la mayoría de los casos la ha reforzado. La decisión filantrópica de instalar estas reservas penales en todas las cárceles españolas no se ha acompañado con la decisión política de cerrar definitivamente todos los espacios de tortura y aislamiento de la cárcel tradicional. En este sentido los módulos terapéuticos y de respeto no son más que la experimentación y superposición de nuevos dispositivos de estigmatización a la maquina represiva de la cárcel. Dos breves ejemplos ilustrarán mejor lo que estoy diciendo. A la pregunta de si en el futuro será posible una cárcel totalmente terapéutica, la casi totalidad de los funcionarios del Equipo directivo de la UTE ha respondido: «El espacio terapéutico puede existir sólo en presencia del otro espacio tradicional de castigo». A la pregunta de si la UTE es el contrapelo del FIES, el subdirector de tratamiento de la DGIP, uno de los patrocinadores institucionales más comprometidos con la diseminación de los módulos terapéuticos, responde así: «El programa FIES es un programa en el que se introducen internos con perfiles de riesgo, de influencia negativa, que puede provocar violencia y tensiones, y también se introducen aquellos perfiles que necesitan
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ser protegidos de una manera especial. Entonces, dentro de un fichero o de una base de datos como el FIES hay gente clasificada en primer grado, en segundo y en tercero. Dentro de esta base de datos están aquellos internos que pertenecen a bandas armadas, donde están los terrorismos que conocemos todos: el de ETA, el islamista y otros residuales o de menos entidad como el GRAPO. Luego está la delincuencia organizada que es tema de narcotráfico, de bandas sean latinas o del este de Europa o de otro tipo de organización mafiosa, integrantes de esas bandas o bien personas como funcionarios policiales que han cometido delito y que hay que proteger de alguna manera, o funcionarios penitenciarios que ocurre los mismo. Hay que protegerlos de alguna manera, o algún tipo de perfil como un agresor sexual múltiple que corre peligro, o por la relevancia o la repercusión social que tiene, haya que protegerlo. Protegerlo es seguirlo. El FIES es una base de datos de seguimiento y de control. Es un control y un seguimiento más estricto. Es una base de datos que cuando sale un interno incluido ahí, puedes saber donde está en cada momento. Pero todo lo que se avance en una situación de restricción de derechos dentro de ese fichero, no es lo que persigue el fichero, aunque de facto es así. La idea de que allí se restringen derechos tiene o tenía una base real en un momento determinado, no consentida ni autorizada». 20
10 En sus planteamientos reformadores, los agentes protagonistas de la metamorfosis terapéutica no niegan estar introduciendo un nuevo vector de intervención normativa. Es suficiente leer lo que la DGIP define con «contrato terapéutico» (válido, con algunas modificaciones, tanto para las UTE como para los MR) para entender que a través de la acción de este nuevo gobierno terapéutico los derechos se están transformando en concesiones (que llaman beneficios). Pero no sólo eso. Las condiciones de acceso a estos derechos están supervisados por agencias que examinan y diagnostican la libertad a cambio de subvenciones; las puertas de acceso a las redes sociales se transforman en certificaciones de estigmas; los programas de reinserción laboral devienen formatos de exámenes permanentes; la vida laboral de
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muchas personas que trabajan en esta red de ONG’s que co-gestionan el gobierno terapéutico depende en gran medida del grado de reincidencia de sus «clientes». Esto quiere decir que, en términos de operatividad legislativa, a través de las UTE y de los MR se introduce un nuevo dispositivo biotécnico de neutralización disciplinaria, propio de las reservas 21, que se añade al mecanismo inclusión-exclusión de toda institución total. La expulsión deviene instrumento de mediación del conflicto. Ser expulsado de la reserva terapéutica significa volver al estado de sacrificabilidad del que habla Agamben en Homo Sacer, al paradigma de la nuda vida y a la pérdida definitiva, hasta una nueva inclusión, de todo estatuto de persona. 22 Como apunta el Contrato terapéutico de la UTE 23 (pero también de los Módulos de Respeto) 24, para que la persona reclusa pueda quedarse en esta reserva terapéutica es indispensable mantener no sólo una buena conducta personal, sino también comprometer familiares y amigos en los programas de reinserción. ¿No es esta una manera de extender la condena a personas que no han cometido algún delito? ¿No es a través de las ONG’s encargadas de los proyectos de reinserción que se extiende una telaraña de controles sobre una población inocente? ¿Acaso el vínculo de afecto y la intimidad ha devenido un síntoma de culpabilidad?
11 Con el nacimiento de las reservas terapéuticas la institución penitenciaria española pone en juego su destino social. El nue-
21
Como modelo de referencia para entender cómo se plantea la organización de las Reservas norteamericanas, y compararlo con el concepto de gueto, sugiero leer el Native American Graves Protection and Repatriation Act Regulations-Disposition of Culturally Unidentifiable Human Remains; Final Rule. http://www.nps.gov/nagpra/ 22 Agamben, G, Homo Sacer, Einaudi, 2005. 23 http://www.utevillabona.es/node/242 24 www. institucionpenitenciaria.es/opencms/opencms/Reeducacion/ProgramasEspecificos/modulosRespeto.html
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vo formato de estigmatización busca redefinir operativamente los amigos, aquellas personas merecedoras de tratamiento, y los enemigos, las personas indignas de ayuda, de la institución penitenciaria. A través de una serie de alteraciones de la percepción social de los destinatarios del castigo, muda la percepción social de la cárcel que a partir de ahora puede ser, al mismo tiempo, un espacio colectivo de rehabilitación social, un servicio educativo, una clínica para la reinserción laboral: la curación deviene sinónimo de castigo y viceversa. 25 Por esta razón lo que aquí es suficiente subrayar es que una de la función asignada a los nuevos módulos de tratamiento es la de constituir unas reservas terapéuticas finalizadas a la neutralización social y simbólica de los enemigos mediante la acción rehabilitadora de dar vida, visibilidad y poderes a los amigos. La reserva por lo tanto surge como la manifestación de un nuevo prejuicio étnico (el enemigo emerge como nueva especie) y se fundamenta sobre el mito de la acogida, del tratamiento y de la protección de una población amiga. Pero, tanto para el amigo como para el enemigo, la reserva se convierte en campo de experimentación de nuevos dispositivos de institucionalización. Conceptos como el de reinserción tiene sentido sólo si se plantea en el respeto de la autonomía de decisión y de vida de las personas que se acogen a este nuevo tipo de tratamiento penal. Pero la experiencia etnográfica en la UTE revela que todo el proceso de reinserción (social y laboral) experimentado en los nuevos modelos de tratamiento penal está marcado por un grado de institucionalización totalizante de la existencia, de la vida soberana (y no sólo de la nuda vida) que pasa a ser el objeto y el objetivo de las agencias de tratamiento penal dentro y fuera de la cárcel.
25 Para profundizar véase mi tesis doctoral Curar y reinsertar presentada en abril del 2009 en la Universidad de Barcelona, el artículo homónimo publicado por el colectivo Espai en Blanc en la revista Vida y Política, Bellaterra, Barcelona, 2008 y los materiales de lectura del seminario Umbrales que he coordinado en la UNIA, http://ayp.unia.es/index.php?option=com_content&task=view&id=568&I temid=87
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«La cárcel como secreto-público, como complicidad que ha conformado un nódulo para regimentar los modos de intercambio, da lugar a una prisión que se establece como frontera sin fronteras de una sociedad que comprueba sus hipótesis». 26
La cárcel abre sus puertas, claro, pero sólo para que la persona que entra en tratamiento entre en otro ciclo represivo. En este sentido la reserva terapéutica ya es un espacio biopolítico de simbiosis vital entre sujeto de derecho y sujeto de interés. Es significativo que en la metamorfosis de la institución penal se plantee el espíritu de la empresa como espíritu social del castigo. La simbiosis es vital también en la medida en que, de acuerdo a los actuales valores producidos por el desarrollo capitalista de las relaciones sociales, sujeta el sujeto al interés. Lo hace sujeto (y objeto) de y a un nuevo paradigma de dominación: la terapia. «La cárcel es un exceso que funciona para fortalecer un espacio relacional de consumidores y eleva a efecto una actualización de la lógica de las excepciones en donde se depone una relación a los sujetos». 27
En este sentido tanto el MR como la UTE no señalan un blanco ni una órbita, se constituyen en un nicho. Plantean un modelo aún más totalitario de cárcel tradicional porque promueve una adhesión interna, subjetiva, epidérmica, moral y ética de la persona reclusa ante su proceso terapéutico. Un tratamiento encargado a la institución penal que hace que la persona reclusa caiga todavía más en manos del sistema penitenciario. Aún siendo la individuación el objetivo más inmediato del dispositivo terapéutico, estos modelos producen sus efectos más contundentes sobre el colectivo, es decir, sobre la interacción entre espacios, dinámicas, acciones y reacciones del conjunto de presos con sus familiares y amigos, sus guardias, funcionarios, tutores y educadores que, todos juntos, forman la anatomía y economía de la prisión. 28
26
Naranjo, R., La sociedad criminal, Anales de Desclasificación, Vol. 1: La derrota del área cultural nº2, Santiago de Chile, 2006, p. 392. 27 Ibídem, p. 391. 28 De una nota del artículo citado de Rodrigo Naranjo: «En el argumento bataillano las clases son una consecuencia de la lucha y no solamente un antece-
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12 Cuando el interés deviene la norma, el efecto biopolítico es la aparición de nuevo sujeto-sujetado a una nueva conducta: el auto-control deviene efecto de retorno de un dispositivo de patologización de las relaciones de solidaridad. En una etapa de capitalismo avanzado, la prisión se hace empresa porque la empresa ya es prisión. «La institución total es la materialización de la cultura de la sociedad en la que está misma opera y, por esta razón, también de las formas del tiempo que la definen». 29
La opción que se concede a la persona reclusa es la de identificarse temporal pero totalmente con la prisión terapéutica. Entrar en un módulo terapéutico es entrar en un continuo intercambio desigual. La prisión terapéutica engulle (además del delito) la persona jurídica del prisionero y la transforma en no-persona. Subsume, absorbe y extrae beneficios (y plusvalía) de la vida misma (de la no-persona privada de libertad). «La entrada en la vida de empresa es un rito de iniciación que muestra y, al tiempo, enmascara una fuerte opresión totalizante. Si la persona iniciada responde de forma positiva a las demandas y a las presiones que se ejercen sobre él o ella, podrá mantener o, incluso, mejorar su situación. Si no, empeorará. Que elija. De este modo, si la elección produce sufrimiento y dificultad, la empresa siempre podrá decirle: te hemos dado una oportunidad y tú, sólo tú, la has echado a perder». 30
En este sentido las reservas terapéuticas son lugares de expresión del fetichismo penitenciario contemporáneo. De la misma
dente. Por eso las formas con las cuales se expele con otra, plantean una lógica de las excepciones como una relación al medio, que se comprende como un espacio de diferencias a-lógicas, que son ambivalentes, heterológicas, y que se articulan precisamente para confrontar el aparato clasificatorio con que opera un tipo de antropología del conflicto cultural». 29 Curcio, Petrelli, Valentino, Nel bosco di bistorco, Sensibili alle foglie, 2005, p. 41. 30 Curcio, R, La empresa total, Traficantes de sueños, 2005, p. 28.
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manera con la que a mercancía hechiza el cliente a través de las efímeras ilusiones de poder que les concede, los equipos terapéuticos que proponen a las personas privada de libertad legislar su curación mediante un contrato terapéutico, y con esto devolverle su estatuto de persona, operan para que en el intercambio la nopersona privada de libertad se haga más prisionera. Este formato de reclusión totalitaria vacía la identidad jurídica de la no-persona reclusa que a partir de ahora podrá sobrevivir en una competencia continua con los otros clientes de la terapia, sin poder establecer con ellos ninguna alianzas que no sea la de mantener activo, productivo, el castigo mismo a través de su propia vida, de su existencia dentro y fuera de los muros de la cárcel.
13 Que la cárcel responde a un proceso de institucionalización de la guerra como percepción social de la vida es bastante obvio. No hace falta incomodar la formidable reflexión de Foucault sobre el nacimiento de la somatocracia 31 para entender que el campo de experimentación médico, la misma historia de la medicalización y la guerra se han alimentado mutuamente. Quizás el evento somatocrático más conocido sea el de la cárcel de Abu Ghraib y de Guantánamo. El artículo publicado por el bioético Steven Miles en la revista The lancet es, en este sentido, un manifiesto. «Según The Lancet, el sistema médico colaboró para que los interrogatorios resultaran mental y físicamente más dolorosos, y al menos un médico y un psiquiatra se implicaron activamente en Abu Ghraib. Cuando los internos se desmayaban, los doctores los recuperaban para que el interrogatorio pudiera seguir. Los médicos -siempre según este artículono cumplieron con su deber de informar de las enfermedades y heridas que sufrían los presos, e incluso pusieron catéteres a los fallecidos para hacer creer a la Cruz Roja que estaban vivos». 32
31
«La vida de los hombres infames». Extracto de un artículo de Tomás Alcoverro publicado en la Vanguardia el 23 de agosto del 2004. 32
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La máquina de guerra se anuncia a través de la depuración de los indeseables y la neutralización de la disidencia. Como resultado de una neutralización del concepto de persona, el concepto de no-persona que Alessandro Dal Lago toma de Goffman para representar y explicar la condición de ilegitimidad social y jurídica de los «migrantes», remite directamente al contexto de las instituciones totales: «Los diferentes rituales de iniciación y de sometimiento a la cárcel o a otras instituciones totales (como los psiquiátricos) prevén la inserción del preso o del internado en procedimientos disciplinares que destruyen el respeto de la persona». 33
Propongo analizar las prácticas de reclusión, inclusión y de expulsión que se experimentan en las reservas terapéuticas como formas de deshumanización y expoliación de la persona reclusa. Una de las características principales de la UTE es la elaboración, desde un plano práctico y simbólico, de un procedimiento de control moral sobre la población que entra en el rayo de acción de su dispositivo de captura terapéutico. La captura es una forma de castigo que precede la segregación, el aislamiento, y es de fundamental importancia para dañar una verdad, romper algunos de los dispositivos de re-identificación. Neutralizar, por ejemplo, la crisis entre prisionero y guardia. Y de hecho imponer otra verdad para normalizar la superposición de prisión y sociedad. Las reservas terapéuticas en este sentido se pueden ver como manifestaciones de procedimientos de veredicción de la degradación social. «Fundamentándose sobre el contraste entre realidad y apariencia, entre ser y aparecer, la reidentificación tiene un valor retrospectivo. El denunciante pide que se sustituya un nuevo esquema motivacional socialmente comprobado a lo que precedentemente se había utilizado para designar y ordenar las actividades del denunciado. Si la denuncia tiene éxito, las actividades pasadas, presentes y futuras del sujeto se consideraran en referencia a este nuevo esquema motivacional. La prueba
33 Dal Lago, A., Non Persone. L’esclusione dei migranti in una società globale, Feltrinelli, Milano, 1999, p. 211.
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del suceso de la degradación consiste en que los otros miembros de la comunidad tratarán el denunciado como una persona diferente de la que era anteriormente». 34
El tratamiento terapéutico penitenciario golpea el concepto de persona a través de una nueva noción operativa de hombre. Lo que emerge es una hermenéutica del sujeto a poder y una caída en el limbo jurídico del sujeto de derecho. Tanto los mecanismos de confesión de entrada, como los dispositivos ceremoniales de degradación cotidiana (limpiar los barrotes, pintar los pasillos, decorar el patio...) inciden sobre el concepto de persona, golpean su esencia. Entiendo entonces la terapéutica como ejercicio de captura de la existencia del hombre, entendido como «zoe», orientado a crear las condiciones de simbiosis vital entre castigo y existencia. Una forma secularizada de comunión de la persona reclusa con la institución penitenciaria. Una traza importante de cómo el proceso terapéutico es elevado a fe, esto es, a razón de Estado. «Para conseguir la destrucción ritual de la persona denunciada, representándola como un enemigo del pueblo y de sus valores íntimos, el denunciante tiene que presentarse como el campeón creíble de estos valores. El suceso de las ceremonias de degradación depende, en última instancia, de los recursos que el denunciante dispone para acrecentar su peso, para de-particularizarse, es decir para transformarse de individuo en sujeto colectivo. Para cumplir con esta operación el denunciante no sólo es obligado a extraer el evento de su contexto, sino también tiene que extraerse de su propia condición contingente y de sus propios intereses, es decir, tiene que proceder también a la re-identificación de sí mismo. No es suficiente que vuelva a invocar los valores fundamentales del grupo, sino que tiene que impedir que la denuncia aparezca alterada por su relación con la víctima». 35
Como todo acto de fe, la construcción de la figura de la víctima, es decir de estigmatización del enemigo, es el paso previo al acto violento de institucionalización de una verdad. Una caí-
34
Santoro, E., Carcere e società liberale, Giappichelli, Torino, 2003, pp. 57-58. 35 Santoro, E., Ibídem, p. 61.
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da vertical de la praxis del castigo en el limbo moral de la estigmatización terapéutica de la persona reclusa. Si el lector comparte mi punto de partida, no tendrá duda en detectar cómo el pasaje soberano de fundación (nomos penitenciario) de la terapéutica se dé en un formato de religión de Estado. Es la razón por la que considero que estamos frente a una importante problemática antropológica: la metamorfosis epistémica del estatuto del castigo. A pesar de la continua referencia al derecho constitucional, que establece que el prisionero debe ser considerado como persona, las reservas terapéuticas actuar sobre la condición de persona de los que mantienen en estado de captura. Pregunto: ¿Cómo la cárcel puede humanizar su economía política de deshumanización? Y la respuesta que ofertan los datos recopilados a lo largo del trabajo de campo en al UTE es: la cárcel se humaniza degradando su economía política de deshumanización. Esto es a mi parecer el evento paradójico del castigo terapéutico, la farsa que renueva la tragedia de la cárcel. Sobre todo porque se puede volver al significado originario de persona sólo como mascara de la institución que nos mantiene en estado de captura, esto es: aceptando el rol de preso y recitando una colaboración sumisa con los responsables de su reclusión. De hecho haciéndose amigo, disolviéndose como enemigo. En definitiva entregándose: tratando una nueva codificación de sí a través del castigo. Esto es el grado máximo de simbiosis entre castigo y existencia. A través y mediante esta simbiosis vital con la derrota se reestructura y desplaza el concepto jurídico de condena, haciendo de la persona privada de libertad un objeto de curación más que un sujeto de (y del) derecho y la condición de persona del recluso pierde definitivamente su magnitud política y su atrito social. «Si Mauss quería demostrar que la persona no existe fuera de las instituciones, el derecho moderno ratifica que no existe persona sino como unidad de formas que definen derechos y deberes de un hombre. Podemos traducir los puntos de vista, diferentes pero convergentes, de Kelsen y de Schmitt en esta proposición: la persona puede existir socialmente sólo en cuanto persona jurídico-política, es decir sistemas de
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derechos y deberes (Kelsen) o sujeto de un ordenamiento político (Schmitt). Lo que nos interesa subrayar es cómo en ambos casos, la persona, o lo que tiene el rostro humano, brinca de la no-existencia a la existencia exclusivamente en razón del derecho positivo. Sea lo que sea el ser del hombre, su existencia se connota por la posición en el interior o exterior de un ordenamiento concreto». 36
La prisión terapéutica ocupa un espacio experimental, y por esto minoritario, en el catalogo de innovaciones que la reforma del sistema penal necesita para reformular su eficacia. Detrás del espejo democrático de la política de humanización de la cárcel se refleja el fantasma penal del Estado español: dominar el territorio. «La dimensión territorial incluye desde el comienzo el vínculo político, en tanto es exclusión del Otro. Es justamente este Otro, considerado como un espejo —los grupos vecinos—, el que devuelve a la comunidad la imagen de su unidad y de su totalidad. Frente a las comunidades o bandas vecinas una determinada banda o comunidad se plantea y se piensa como diferencia absoluta, libertad irreductible, voluntad de mantener su ser como totalidad una». 37
La distorsión de la figura del amigo y del enemigo puede ser uno de los resultados morfológicos más importantes de la descomposición del mapa de los poderes tradicionales. Pero a la vez es una manifestación importante de la vigencia y de la fuerza del estado-nación y de sus formas religiosas de castigo. Con la entrada del potlach terapéutico como ritual de segregación social podemos diagnosticar un retorno a la espacialidad primitiva de las dimensiones territoriales y políticas. 38
14 La guerra hoy perfora el estrato íntimo de interacción social entre individuos solos y anónimos. Las instituciones responsa-
36 37 38
Da Lago, Ibidem, p. 217. P. Clastress, Investigaciones de antropología política, Gedisa, 2001, p. 202. Van Gennep, A., I riti di passaggio, Universale Bollati Boringhieri, 1981.
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bles de reajuste del poder estatal tienen que someter un nosotros disuelto porque vaciado clínicamente de la dialéctica amigo-enemigo. «Cada comunidad, en tanto es indivisa, puede pensarse como un Nosotros. Este Nosotros, a su vez, se piensa como totalidad en la relación que sostiene con los Nosotros equivalentes (…). La comunidad primitiva puede plantearse como totalidad porque se constituye en unidad: es un todo finito porque es un Nosotros indiviso». 39
Nuestro retorno forzado a una comunidad primitiva se caracteriza principalmente por la manifestación biopolítica de un nos-otros dividido, de los otros en nos, un yo social íntimo. La comunidad primitiva que Clastress contraponía al Estado ahora es el Estado. El Estado se vuelve soberano: es el movimiento gubernamental de cristalización de un cuerpo autocontrolado. Su excepción. «La guerra es padre de todos, de todos rey; a unos muestra como dioses, a otros como hombres; a unos hace esclavos a otros libres». 40 Si la guerra es el código excepcional de su producción decisoria de hegemonía, el Estado encarga las reservas terapéuticas de sancionar la metástasis para normalizar el conflicto, gobernar el cierre de un estatuto de alianza, administrar la caída de las resistencias, decretar la victoria del yo enemigo íntimo. La terapia interviene sobre la certeza de la desaparición emocional de lo real: es repetición de gobierno, retorno de gubernamentalidad. «No es la lucha actual, sino la posibilidad siempre presente del combate y de la guerra lo que hace a lo político irreductible a cualquier otra esfera de la acción humana. 41 El enemigo no puede ser reducido a la figura del adversario privado o del competidor económico. Enemigo es el hostis no el inimicus. Es el que desde dentro (enemigo interno) o desde fuera (enemigo externo) opone y combate en un sentido concreto,
39
P. Clastress, Ibidem, p. 203. Heráclito, fragmento LXXIV, en Gallero, J.L., López, C.E., Heráclito: fragmentos e interpretaciones, Árdora Ediciones, 2009. 41 Schmitt, C., The Concept of the Political, traducción e introducción de Schwab, G., New Jersey: Rutgers University Press, 1976, p. 34. 40
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359
vital, la misma existencia de la unidad política. 42 Tampoco se entiende la guerra en este contexto como competición económica o controversia moral o religiosa. El término enemigo, al igual que guerra y combate refieren a la posibilidad real de exterminio físico. 43 En el surgimiento de un conflicto que reclama distinguir entre amigo y enemigo es donde la teoría decisionista encuentra el concepto de lo político que le es propio. Conflictos extremos son los que «no pueden ser decididos ni por una norma general previamente determinada ni por el juicio desinteresado y por tanto neutral de un tercero. 44(…) El Ernstfall, la situación límite, llama a una decisión dirigida a preservar la unidad política concreta que se halla amenazada por el enemigo.(...) En el caso crítico, el Estado tiene que suspender el derecho tanto para preservar su propia existencia como para crear las condiciones bajo las cuales el derecho puede ser aplicado. Imponer orden y seguridad y, por tanto, crear una situación normal, es el pre-requisito de validez de las normas». 45
Con la simbiosis vital entre castigo y existencia el experimento terapéutico busca enfrentar otro perfil de enemigo. La propuesta de una terapéutica del castigo, precisamente porque micropolítica, es un parche que cierra el ojo izquierdo a una época y deja abierto el derecho a un cambio epistemológico de la definición del enemigo. Pero el verdadero objetivo es la producción de una nueva figura sumisa de amigo. Este desdoblamiento enemigo-amigo, es el verdadero efecto de simbiosis vital entre castigo y existencia. El derecho penal del enemigo según la definición formulada por el jurista alemán Günther Jakobs 46, estudioso de la obra de Carl Schmitt y del criminólogo del régimen nacionalsocialista Edmund Mezger:
42 Sobre la distinción entre el concepto de «enemigo» y «enemigo absoluto», véase G. L. Ulmen, en «Return of the Foe» y George Schwab, en «Enemy or Foe: a Conflict of Modern Politics», en Telos, Nº 72, 1987, pp. 187-193 y 194-201, respectivamente. 43 Schmitt, C., The Concept of the Political, traducción e introducción de Schwab, G., New Jersey: Rutgers University Press, 1976, p. 33. 44 Schmitt, C., The Concept of the Political, traducción e introducción de Schwab, G., New Jersey: Rutgers University Press, p. 27. 45 Negretto, G. L., «El concepto de decionismo en Carl Schmitt», Revista electrónica de la Universidad de Buenos Aires, 2002. 46 Jakobs, G., Cancio Melía, M., Derecho penal del enemigo, Civitas, Madrid, 2005.
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DARIO MALVENTI
«Es un fenómeno que se da en todos los ordenamientos jurídicos de los países occidentales, y consiste en sancionar la conducta de un sujeto peligroso en una etapa muy anterior a un acto delictivo, sin esperar a una lesión posterior tardía. Se sancionan la conducta y la peligrosidad del sujeto, y no sus actos. El mismo fenómeno se da en el ámbito procesal, especialmente con la restricción de algunos ámbitos privados. Por ejemplo, la posibilidad de allanamiento de morada con fines investigativos, la posibilidad de registro de viviendas o la instalación de micrófonos o instrumentos para escuchas telefónicas. En esencia, el concepto de derecho penal del enemigo es una noción descriptiva que define algo existente en los ordenamientos democráticos actuales y designa aquellos supuestos de especial peligrosidad para distinguirlos de aquellos otros supuestos en los que se produce una relación jurídica entre ciudadanos». 47
Según los coordinadores del OSPDH 48, el hecho que el «derecho penal del enemigo» promueva un adelantamiento de las barreras punitivas, un quebrantamiento del principio de proporcionalidad y una minimización de las garantías procesuales 49, hace que vivamos una transición hacia otro formato de Derecho Penal. «La distinción entre ciudadanos y enemigos equiparando estos últimos a no personas, no personas que al haber abandonado de manera continuada el Derecho, legitiman de este modo un control y una acción punitiva más agresiva consistente en la suspensión de ciertas garantías y derechos consagrados solo aplicables a personas/ciudadanos». 50
La Reforma del Código Penal se ha dirigido exactamente en esta dirección porque plantea una forma encubierta de cadena
47 Extracto de la entrevista a Günther Joakobs publicada en el diario La Nación el 26 de julio 2006: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=826258 48 Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos, http://www. ub.edu/ospdh/ 49 «Alargamiento de los plazos de detención sin puesta a disposición judicial, pérdida de garantías procesuales en la entrada y registro domiciliario o la práctica de interrogatorios sin asistencias letrada». En Privación de libertad y Derechos Humanos, La tortura y otras formas de violencia institucional, OSPDH, Icaria, Barcelona, 2008. 50 Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la Universidad de Barcelona (coord.), Privación de libertad y Derechos Humanos, La tortura y otras formas de violencia institucional, Icaria, Barcelona, 2008, pp, 73, 74.
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perpetua para los asesinatos terroristas (cuarenta años de cumplimiento dentro de la cárcel), otra accesoria de entre uno y veinte años de libertad vigilada, con más de diez medidas preventivas que deberán cumplir los condenados y que limitarán bastante sus posibilidades de movimiento cuando regresen a las calles.
14 A una tecnología de destrucción militar del enemigo, propia de la cárcel tradicional, se superpone un nuevo dispositivo humanitario de castigo cuya función se concentra en la patologización y la toma en custodia moral de la desviación. 1) La primera consecuencia de esta nueva estrategia penal es que el significado de castigo deviene sinónimo de adhesión terapéutica a los códigos de interacción dominantes dentro y fuera de la cárcel. 2) La segunda consecuencia es que también la noción de salud cae totalmente en la red institucional de exámenes y diagnósticos disciplinarios elaborados por la institución penitenciaria. 3) La tercera consecuencia es la extensión en el territorio de los procedimientos de reinserción social y laboral propios de la subcultura rehabilitadora de la cárcel. 4) La última consecuencia es el nacimiento de una nueva categoría de agentes sociales organizados en empresas cuya acción de seguimiento disciplinar de la población reclusa (en los procesos de reinserción) crea un flujo económico entre cárcel y territorio y una extensión de las funciones de policía de higienización social.
15 Sostengo que mediante las reservas terapéuticas la DGIP no pretende humanizar la cárcel sino recodificar su orden interno,
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DARIO MALVENTI
perpetuar su función social, reorganizar el estigma de sus trabajadores y experimentar un nuevo laboratorio de gobierno de la población reclusa. Sujetando la vida a una terapia se subjetiviza la existencia del condenado a un castigo que se prolonga en la medida en que aumenta la magnitud de la condena en términos de duración de la vigilancia y de los protocolos de examen. Sin ofertar ninguna reforma real, la institución penitenciaria española se recrea y legitima a cambio de algunas mejoras de higiene y de tratamiento del régimen cotidiano de segregación. A un nivel tan exagerado que tampoco la adhesión total a estas prácticas terapéuticas, el pasaje del sujeto a objeto de terapia, conlleva el cumplimiento de una condena proporcional al acto delictivo por el que se ha establecido el castigo. En este sentido tanto los MR como la UTE emergen como una mutación gubernamental que recodifica, a través de un sistema de intervención médico-clínico, su grado de cohesión interior mediante un sistema de regulación exterior. El efecto no es la recuperación de un concepto de justicia, sino la reforma del dispositivo de ordenamiento interno de la relación funcionario y recluso. La supuesta reforma terapéutica no algo más que una refundación de un gobierno de la cárcel que, también en su formato terapéutico, sigue sin querer renunciar al aparato de vigilancia, a la arquitectura y a la técnica de aislamiento, a las medidas de expulsión, a la derivación a otros módulos, al sistema de retribución, al sistema de premios de la conducta. Y no puede ser de otra manera porque si la otra cara de la terapia fuera construir un sujeto que conoce las medidas y elige la cura, proclamándose como sujeto de derecho, la cárcel misma estaría produciendo su propio enemigo. «El ser humano que conoce la medea no es un pensador, ni un filósofo: es unos de los jefes moderadores que en cualquier circunstancia saben tomar las medidas eficaces que se imponen. Med pertenece entonces al mismo registro de ius y dike: es la regla establecida, no de justicia sino de orden, que el magistrado moderador tiene la función de formular». 51
51 Benaviste, E., Il vocabolario delle istituzioni indoeuropee, Vol. II, Einaudi, Torino, 2001, p. 380.
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En el centro de esta reconfiguración del aparato penal están los dispositivos de subjetivación propios de un biopoder que asume la existencia, ya no el delito, como territorio de examen médico y de intervención disciplinar. Este actuar biopolítico apunta a convertir la diferencia de lo patológico y de lo anormal en la normalidad de lo sano y lo normal. La primera consecuencia es la extensión del territorio de lo patológico. La segunda es la vinculación del concepto de justicia a las nociones morales dominantes. En este sentido tanto la UTE como los MR señalan que hemos entrado en una nueva esfera de construcción biológica de los sistemas de gobierno de la ciudadanía, 52 en un nuevo espacio de eticidad normativa. 53 Un claro ejemplo de este pasaje antropolítico se manifiesta en la derivación y concentración en los MR y en las UTE de los militantes de ETA que se han disociado de la lucha armada. Esta política de concentración, previa a la última declaración de alto de fuego de ETA, está orientada a la neutralización del enemigo y la producción disciplinaria del amigo. 54 Mediante un comunicado distribuido el 15 de septiembre por diferentes agencias de prensa, el Ministerio de Interior habla de los MR y a las UTE como nuevos «laboratorios» penitenciarios. Según fuentes gubernamentales se estima que alrededor de cien presos vascos han sido trasladados a la UTE de Villabona (Asturias) y los MR de Langraiz (Vitoria-Gasteiz) y Zuera (Zaragoza). Laboratorios de la simbiosis vital entre redención y espacio sagrado del castigo, sobre ellos vuela el Angelus Novus de la política penitenciaria española que, mediante la secularización de la terapia en religión de Estado, impone su progreso en medio de la tempestad biopolítica de su retroceso.
52
Sloterdijk, P., Esferas III, Siruela, 2006, p.152 . Petryna, A., Global Pharmaceuticals. Ethics, Markets, Practices, Duke University Press, 2007, Durham and London, 2006, pp. 53-54. 54 Ver artículo «En el Módulo de Respeto», en el periódico El País del 18 de julio del 2010. 53
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«El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso». 55
55
Benjamin, W., Tesis de la Filosofía de la Historia, Etcétera, 2001.
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO? HACIA UNA ECONOMÍA POLÍTICA DEL CASTIGO EN GRECIA 1 Leonidas K. Cheliotis y Sappho Xenakis
Durante los últimos quince años, Loïc Wacquant no sólo ha ayudado a asentar las bases epistemológicas para descifrar la relación entre neoliberalismo y penalidad, ni se ha limitado al escrutinio empírico de varias y variables jurisdicciones con vistas a «rastrear los discursos punitivos, normas y políticas elaboradas en los Estados Unidos como ingredientes constituyentes del gobierno neoliberal de la desigualdad social» (Wacquant, 2009a: 172). Wacquant también ha llegado a ser una de las voces públicas internacionales más críticas de la penalidad neoliberal (ver más detalladamente en Loader y Sparks, 2010). De hecho, mientras viajaba por todo el mundo en su calidad de intelectual público, Wacquant llegó a reconocer que «la difusión de la penalidad neoliberal no está sólo más avanzada, sino también más diversificada y de una manera más compleja que la retratada» (en su Las cárceles de la miseria). Por ejemplo, «al igual que hay variedades de capitalismo, hay muchos caminos a la supremacía del mercado, y así muchas rutas posibles a la penalización de la pobreza» (Wacquant, 2009a: 175). De ahí, finalmente, la «invitación» a sus lectores alrededor del mundo a adoptar y plantear el estudio de la política y de la práctica penal desde una perspectiva de la economía política (ibíd.: 176). La invitación no está condicionada. Para parafrasear el
1
Por sus útiles comentarios a borradores anteriores, nos gustaría dar las gracias a Ignacio González Sánchez, Nicola Lacey y Fergus McNeil. Traducción de Ignacio González Sánchez.
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LEONIDAS K. CHELIOTIS Y SAPPHO XENAKIS
propio saludo de Wacquant al antidogmatismo bourdieuniano, una invitación a pensar con Wacquant es necesariamente un llamamiento a pensar más allá de Wacquant, y contra él siempre que se requiera (Wacquant, 1992a: xiv). El neoliberalismo, de acuerdo con Wacquant, es un «proyecto político transnacional que apunta a rehacer el nexo entre mercado, Estado y ciudadanía desde arriba». Es conducido por una «nueva clase dirigente global que se ocupa de definirlo» , y que abarca a directivos de firmas transnacionales, políticos con altos cargos, funcionarios públicos y altos cargos de organizaciones multinacionales (por ejemplo, el FMI y el Banco Mundial), así como expertos técnico-culturales (por ejemplo, trabajadores legales y de los medios de comunicación) (Wacquant, 2009b: 306-307). Wacquant explica detenidamente que el neoliberalismo conlleva no solamente la reafirmación de las dinámicas de producción capitalista y del intercambio en el mercado, sino la articulación de cuatro lógicas institucionales: desregulación económica, la retirada de la protección social, el tropos cultural de la responsabilidad individual, y un aparato penal continuamente expansivo. En vez de, entonces, ser una desviación del neoliberalismo, la penalidad es uno de sus componentes esenciales. Más específicamente, al mismo tiempo que públicamente se repudia la intervención en asuntos sociales y económicos para asegurar la competitividad nacional en el escenario global, los estados neoliberales promueven el «nuevo “sentido común punitivo» forjado en los Estados Unidos» (Wacquant, 2009a: 162), lo que equivale a decir que elevan la inseguridad criminal y el castigo a la primera línea de las prioridades gubernamentales. La finalidad subyacente es gestionar las reverberaciones sociales de la «inseguridad social avanzada» que las políticas neoliberales generan entre las clases medias y bajas. En lo más bajo de la estructura de clases, el castigo funciona para contener los desórdenes causados por la «inseguridad objetiva» del trabajo asalariado flexible y la reducción del estado social (ibíd.: 93). Simultáneamente, castigar a los pobres crea una conveniente válvula de escape para la inseguridad «subjetiva» experimentada por las clases medias, «cuyas perspectivas de reproducción sin sobresaltos o de pros-
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
367
perar se han empañado cuando la competencia por las posiciones sociales valoradas se ha intensificado y el estado ha reducido su provisión de bienes públicos» (Wacquant, 2009b: 300). Como tal, el castigo de las regiones inferiores del espacio social compensa el déficit de legitimación sufrido por los líderes estatales en los frentes económico y social. Nuestro objetivo en este artículo es testar la tesis de la penalidad neoliberal de Wacquant en el contexto griego. Últimamente, Grecia ha sido el foco de una atención internacional considerable, no sólo en relación con la crisis financiera, sino también por asuntos relacionados con la ley y el orden. Wacquant, por su parte, incluye a Grecia entre aquellos países que se han unido al «consenso de Washington» en torno al castigo» (Wacquant, 2009a: 3). Pero mientras que habla del caso griego en comparaciones muy generales entre países, no ahonda en complejidades históriconacionales ni en otros detalles empíricos. Esta omisión oscurece ideas importantes en la comprensión de Grecia como tal y, de manera más general, en la relación entre neoliberalismo y penalidad. De hecho, Grecia se presta fácilmente a una evaluación crítica del grado en que las políticas penales incubadas en América se han globalizado como parte de la dispersión del neoliberalismo. Por un lado, Grecia comparte la tendencia internacional generalizada a un incremento punitivo en los últimos años. Por el otro, como una sociedad post-dictatorial, ha conocido intensos periodos punitivos en la memoria reciente. Es más, como un país de la semiperiferia de la economía mundial, Grecia ha experimentado una trayectoria en su desarrollo capitalista distinta, comparado con los países del centro de Occidente 2.
2
De acuerdo con la teoría del sistema-mundo, los Estados «céntricos» y «periféricos» denotan a los ganadores y los perdedores del intercambio internacional de bienes. «Un Estado es central (o periférico) principalmente porque sus procesos de producción son altamente rentables (o menos rentables) y dominados por técnicas de capital intensivo, alta tecnología, mano de obra cualificada y altamente pagada (o bajo beneficio, técnicas de trabajo intensivo y salarios bajos coercitivos). Por consiguiente, un Estado es semiperiférico, primero porque una «mezcla equilibrada» de actividades centrales y periféricas se desarrollan dentro de sus fronteras». Adicionalmente, un Estado semiperiférico se caracteriza por marcadas luchas políticas «para actuar sobre las estructuras estatales y las políticas a favor de sus respectivos intereses económicos (de frac-
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Comenzamos examinando las tendencias en punitividad en Grecia expresadas a través de indicadores de encarcelamiento (si bien, por supuesto, uno podría seguir a Wacquant explorando otras facetas adicionales del sistema de justicia criminal tales como la policía). Nuestro método difiere del de Wacquant de dos maneras importantes. Primero, en vez de usar censos de la población carcelaria basados en fotos de un día o ingresos anuales en prisión, utilizamos indicadores que permiten una mayor comprensión de la envergadura del uso del encarcelamiento: el número de casos de delincuentes mantenidos en custodia durante un año 3 y la duración de la estancia entre rejas, determinados tanto por la duración de la sentencia como por la incidencia de la libertad anticipada 4. Y segundo, en vez de restringir nuestro análisis a «la última docena de años» (con lo que Wacquant (2009b: 88) se refiere al período 1985-2000), tomamos una perspectiva más amplia. Para localizar las raíces de las causas de una tendencia dada, es necesario no sólo trazar su origen, sino también contextualizar y comparar su evolución vis-à-vis con momentos pasados 5. Si bien descubrimos amplia evidencia con-
ciones de la burguesía, de los trabajadores y de actores económicos externos)» (Tayfur, 2003: 21-22). 3 En inglés, caseloads. En castellano no existe ningún concepto que recoja en una palabra esta forma de medir la extensión de la población carcelaria. Los caseloads se calculan sumando al número de presos que había a comienzos de año los ingresos procedentes de libertad que se dan durante ese año. De esta manera se pretende captar mejor el número de personas a las que afecta el encierro, recurriendo al total de personas que se han visto afectadas por la cárcel de manera directa durante ese año, más que cuántos presos había en un día determinado. Dado que los autores utilizan mucho los caseloads, y dado que no hay una palabra equivalente en castellano, sino que exigiría incluir en muchas frase las expresión «el número de casos durante un año», se ha optado por omitirlo a lo largo del texto, recordando al lector que, salvo se especifique lo contrario, los datos de presos en Grecia que aparecen en el texto se refieren al caseload. (Nota del traductor). 4 Una explicación más completa también abordaría la detención de inmigrantes. Wacquant emplea datos referidos a la duración de las estancias en prisión y las variables en las que fundamenta en su comparación de la «evolución carcelaria» entre EE.UU. y Francia desde mediados de los setenta, pero no cuando hace referencia a Grecia y otras jurisdicciones como España, Portugal e Italia, lo que evita comprobar el argumento con una profundidad uniforme. Nuestro análisis se basa en datos compilados por el Servicio Nacional de Estadística de Grecia (NSSG) (ver en detalle Cheliotis, 2010a). 5 En su explicación del «hiperencarcelamiento» en América, el propio Wacquant vuelve a la primera historia de la cárcel en el siglo XVI para mostrar que
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
369
vincente del intenso y creciente punitivismo en la Grecia contemporánea, sucede que estas tendencias punitivas se anticiparon a la reciente llegada de las políticas neoliberales al país, y de hecho hay precedentes más descarnados a lo largo del siglo XX. Mientras que lo primero deja al neoliberalismo con un limitado rol penal, cuanto menos, —el de realzar, en oposición al de engendrar, la revitalizada expansión del encarcelamiento—, lo segundo llama la atención sobre las formas y funciones del poder estatal característico de las semiperiferias capitalistas. Que el neoliberalismo es poco pertinente para el caso griego se hace más evidente cuando desplazamos el foco de atención del mundo penal hacia la historia del welfare y la regulación económica del país. Acorde con sus estatus semiperiférico, Grecia ha conocido desde hace mucho una provisión insuficiente de bienestar social (social welfare) —a pesar de que el gasto ha seguido una tendencia de aumento general durante los últimos cincuenta años— y una amplia flexibilidad informal en las relaciones laborales. Aunque las reformas neoliberales fueron introducidas a nivel de la elaboración de políticas durante los 90, fueron modestas en alcance, y fueron implementadas de manera lenta e irregular. En conjunto, entonces, mientras que apoyamos la llamada de Wacquant a «incorporar las transformaciones en materia de asistencia social y justicia penal a un único marco teórico igualmente atento a los momentos instrumentales y expresivos de la política pública» (Wacquant, 2009a: 175), vemos deficiente el neoliberalismo como una explicación de la punitividad en la Grecia de hoy. En su lugar, y hasta lo que el espacio permite, apuntamos hacia la configuración de las tensiones y conflictos sociales, políticos y económicos de las sociedades semiperiféricas. Compartiendo
«el cautiverio penal se desarrolló, no para combatir el crimen, sino para dramatizar la autoridad de los dominantes, y para reprimir la holgazanería y fortalecer la moralidad entre los vagos, los mendigos y las diversas categorías lanzadas a la deriva con la llegada del capitalismo». «El auge de la cárcel», Wacquant concluye, «fue una parte fundamental de la construcción del primitivo Estado moderno para disciplinar al naciente proletariado urbano y para organizar la soberanía en beneficio de la ciudadanía emergente. Lo mismo es cierto cuatro siglos después en la metrópolis dualizada del capitalismo neoliberal» (Wacquant, 2010: 7-8).
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la preocupación de Wacquant por una «reflexividad epistémica», por la cual se aprecia que los procedimientos y los efectos de la práctica intelectual son condiciones necesarias de cualquier teoría crítica de la sociedad (ver Wacquant, 1992b: 36-46), concluimos con algunos pensamientos sobre los peligros políticos de la tesis de la penalidad neoliberal.
1.
LA PUNITIVIDAD EN GRECIA: TRAZANDO LAS TENDENCIAS CARCELARIAS
Cuando argumenta que la penalidad neoliberal ha cruzado las fronteras de EE.UU. y se ha extendido por Europa y América Latina, Wacquant nos pide que consideremos una gran cantidad de tendencias, incluyendo tasas de encarcelamiento expansivas, niveles de delincuencia desproporcionadamente más bajos y la sobrerrepresentación de personas que han cometido delitos relacionados con las drogas (drug offenders), extranjeros y pobres (tres categorías que se solapan) en las poblaciones carcelarias. Más abajo exploramos esas facetas de la tesis de la penalidad neoliberal para el contexto griego. Nuestros hallazgos, por un lado, confirman que el uso del encarcelamiento en Grecia ha sufrido recientemente una fuerte inflación que alberga poca relevancia con las tasas de delincuencia; y que afecta principalmente a personas que han cometido delitos relacionados con las drogas (drug offenders), a los extranjeros y a los pobres. Por otro lado, el auge en el encarcelamiento comenzó antes de los años asociados con la llegada del neoliberalismo al país y tiene antecedentes bastante más dramáticos en la memoria reciente. Surge así la duda de hasta qué punto el neoliberalismo puede haber disparado una nueva era en la práctica penal griega.
1.1. «Inflación carcelaria»: 1980-2006 Wacquant habla de un «aumento acelerado y continuo de los índices de encarcelamiento en casi todos los países de la Unión durante la última docena de años» (Wacquant, 2009a:
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
371
88). Ciertamente, Grecia no es una excepción. Siguiendo a un modesto descenso generalizado durante los 80, el encarcelamiento en el país ha conocido un crecimiento explosivo durante las dos últimas décadas. Entre 1980 y 1989, el total anual de presos (incluyendo los preventivos) cayó un 6%, de 11.455 (o 119 por cada 100.000 habitantes) a 10.763 (o 107 por cada 100.000 habitantes) 6. Esto fue debido a un descenso de presos penados, suficientemente importante para ensombrecer el auge contemporáneo en presos preventivos. Por un lado, los presos preventivos aumentaron un 22,8% entre 1980 y 1989, de 3.269 (o 34 por cada 100.000 habitantes) a 4.015 (o 40 por cada 100.000 habitantes), con la proporción de presos preventivos entre el total de encarcelados también subiendo, de 28,5% al 37,3%. Por otro lado, la cantidad de presos penados cayó un 17,5%: de 8.186 (u 85 por cada 100.000 habitantes) en 1980 a 6.748 (o 67 por cada 100.000 habitantes) en 1989. En consecuencia, la proporción de presos penados entre el total de los presos cayó del 71,4% al 62,6%, si bien aún representaban el grueso de la población carcelaria. Las tendencias se invirtieron entre 1990 y 2006. La cantidad anual total de presos (incluyendo presos preventivos) aumentó un 52,6%: de 11.835 (o 116 por cada 100.000 habitantes a 18.070 (o 162 por cada 100.000 habitantes). Esto no fue debido tanto a un aumento del número de presos preventivos como al de presos penados. Mientras que el número de presos preventivos aumentó un 15,3% entre 1990 y 2006, de 4.247 (o 42 por cada 100.000 habitantes) a 4.900 (o 44 por cada 100.000 habitantes), la proporción de presos preventivos entre el total de los presos cayó, de un 35,8% a un 27,1%. Por el contrario, el número de presos penados aumentó en un enorme 73,5%: de 7.588 (o 75 por cada 100.000 habitantes) en 1990 a 13.170 en 2006 (ascendiendo a una tasa de 118 por cada 100.000 habitantes, la más alta desde la caída de la
6
No contar o ignorar el subtotal de los presos preventivos no puede sino subestimar la magnitud del encarcelamiento, especialmente desde que la duración media de la prisión preventiva en Grecia ha excedido ampliamente el mínimo de las penas privativas de libertad, y es la más alta de la UE (ver Cheliotis, 2010a).
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372
junta militar en 1974). En consecuencia, la proporción de presos penados entre el total de la población penitenciaria se incrementó de un 64,1% en 1990 a un 72,8% en 2006 (ver Tabla 1). Tabla 1. Caseload de presos penados y preventivos en Grecia, 1980-2006; tasa de encarcelamiento de presos penados y preventivos por cada 100.000 habitantes en Grecia, 1980-2006 Caseload total de presos
Caseload de presos penados
n.
Por cada 100.000 habitantes
n.
1980
11.455
119
1981
10.306
1982
Caseload de presos preventivos
%
Por cada 100.000 habitantes
n.
%
Por cada 100.000 habitantes
8.186
71,4
85
3.269
28,5
34
106
7.200
69,8
74
3.106
30,1
32
9.602
98
6.417
66,8
66
3.185
33,1
33
1983
10.110
103
7.043
69,6
72
3.067
30,3
31
1984
10.082
102
7.214
71,5
73
2.868
28,4
29
1985
9.114
92
6.198
68,0
62
2.916
31,9
29
1986
9.818
99
6.420
65,3
64
3.398
34,6
34
1987
10.536
105
6.960
66,0
70
3.566
33,9
36
1988
10.422
104
6.921
66,4
69
3.501
33,5
35
1989
10.763
107
6.748
62,6
67
4.015
37,3
40
1990
11.835
116
7.588
64,1
75
4.247
35,8
42
1991
12.595
123
7.992
63,4
78
4.603
36,5
45
1992
14.242
137
8.649
60,7
83
5.593
39,2
54
1993
14.847
142
9.866
66,4
94
4.981
33,5
48
1994
14.390
136
9.883
68,6
93
4.507
31,3
43
1995
13.944
131
9.377
67,2
88
4.567
32,7
43
1996
13.380
125
8.885
66,4
83
4.495
33,5
42
1997
13.344
124
8.997
67,4
83
4.347
32,5
40
1998
13.912
128
10.130
72,8
93
3.782
27,1
35
1999
13.409
123
9.910
73,9
91
3.499
26,0
32
2000
14.708
134
11.555
78,5
106
3.153
21,4
29
2001
16.446
150
12.687
77,1
116
3.759
22,8
34
Año
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
Caseload total de presos
Caseload de presos penados
n.
Por cada 100.000 habitantes
n.
2002
16.444
150
2003
17.191
2004
373
Caseload de presos preventivos
%
Por cada 100.000 habitantes
n.
%
Por cada 100.000 habitantes
12.684
77,1
115
3.760
22,8
34
156
12.889
74,9
117
4.302
25,0
39
17.227
156
12.634
73,3
114
4.593
26,6
42
2005
17.869
161
13.082
73,2
118
4.787
26,7
43
2006
18.070
162
13.170
72,8
118
4.900
27,1
44
Año
Fuente: Servicio Nacional de Estadística de Grecia (SNEG), Anuario estadístico y Estadísticas judiciales. La información fue recopilada y analizada por el autor. Nota: Los datos de 2002, 2003 y 2004 están basados en las estimaciones del SNEG, tal y como fueron publicadas originalmente. El último anuario estadístico (2007) del SNEG ofrece unas estimaciones ligeramente distintas que apenas afectan el análisis. La incidencia anual de las tasas de encarcelamiento por cada 100.000 habitantes están redondeadas, y se calcularon en base a las estimaciones del SNEG para la población total del país a 30 de junio de cada año.
1.2. La «desconexión delincuencia-encarcelamiento» Si bien Wacquant (2009a: 88) argumenta que «la delincuencia aumentó notablemente en las sociedades europeas [entre 1985 y 2000], mientras que se estancó en los Estados Unidos», habla de la «desconexión delincuencia-encarcelamiento» como de una constante universal a través del tiempo y del espacio. «Los estudios criminológicos comparativos», escribe, «establecen categóricamente que no existe una correlación sólida, en ningún país y en ningún momento, entre el índice de encarcelamiento y el nivel del delito» (Wacquant, 2009b: 275; comparar con Nelken, 2010). Por lo que concierne a Grecia, mientras que (o, de hecho, porque) las tasas de delincuencia no han aumentado significativamente, la tesis de la «desconexión delincuencia-encarcelamiento» conserva su validez 7.
7
Para adelantarnos a las ideologías de control del delito: el modesto incremento de delincuencia no es de ninguna manera el producto de un mayor encarcelamiento (ver más en Cheliotis, 2010a).
374
LEONIDAS K. CHELIOTIS Y SAPPHO XENAKIS
Durante el período 1980-2006, el total anual de los delitos registrados por la policía aumentaron un 57%, de 295.353 a 463.750. Expresado como tasa por cada 100.000 habitantes, el volumen de la delincuencia aumentó un 35,8%, de 3.063 en 1980 a 4.160 en 2006. Durante el mismo período, sin embargo, el subtotal de delitos de tráfico (por ejemplo, exceso de velocidad y aparcamiento ilegal) aumentó un 95,1%, de 114.138 a 222.720, y en un 68,8% en la tasa por cada 100.000 habitantes, de 1.184 a 1.998. En buena medida, por lo tanto, el aumento en el volumen total de delitos fue debido al aumento en el volumen de delitos de tráfico, o sea, delitos de poco interés criminológico y que sólo muy raramente terminan en encarcelamiento. De hecho, una vez que descontamos los delitos de tráfico del volumen total de los delitos, observamos que el número total de delitos registrados por la policía aumentó un 33% (de 181.215 a 241.030), y un modesto 15% como tasa por cada 100.000 habitantes (de 1.879 a 2.161) 8. De una u otra manera, el aumento en los delitos registrados por la policía no puede dar cuenta del hecho de que el total anual de presos penados y preventivos aumentó simultáneamente como número absoluto (de 10.703 en 1980 a 17.726 en 2006) en un 43,2% como tasa por cada 100.000 habitantes (de 111 a 159) y en un 24,5% como tasa por cada 100.000 delitos registrados por la policía (de 59 a 73,5) 9. Por decirlo de otra manera, la posibilidad de tratar con la delincuencia por medio del encarcelamiento aumentó en un cuarto durante el período 1980-2006, mientras que la probabilidad de encarcelamiento bajo condena creció aún más: un 29,7% como tal (de 41 a 53,2 en tasa por cada 1000 delitos registrados por la policía), en un 129,5% para condenas de un año o más (de 19,3 a 44,3 en tasa por cada 1000 delitos registrados por la policía), y en un 246,1% para condenas de tres o más años (de 10,4 a 36 en tasa por cada 100.000 habitantes). Al mismo tiempo, la
8 Las encuestas de victimización claramente señalan hacia la misma dirección (ver Cheliotis y Xenakis, 2011, en prensa). 9 Los datos de encarcelamiento referidos en esta sección no tienen en cuenta los presos por delitos de tráfico.
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
375
probabilidad de prisión preventiva aumentó un 29,4% como tasa por cada 100.000 habitantes (de 34 a 44), y en un 12,7% como tasa por cada 1.000 delitos registrados por la policía (de 18 a 20,3).
1.3. Los «clientes preferidos» de las cárceles griegas Examinando lo que describe como el espectacular incremento del encarcelamiento en Europa, «de Oslo a Bilbao y de Nápoles a Nottingham vía Madrid, Marsella y Múnich», Wacquant advierte sobre la creciente proporción de adictos y traficantes de drogas entre las poblaciones carcelarias. Esto, sugiere, es porque «la política contra la droga sirve de pantalla a una «guerra contra los integrantes de la población percibidos como los menos útiles y potencialmente los más peligrosos: desocupados, sin techo, indocumentados, mendigos, vagabundos y otros marginales» (Wacquant, 2009a: 98; la cita es de Christie, 1994: 69). En referencia a países particulares (por ejemplo, Inglaterra y Francia), Wacquant añade que los «clientes naturales» de las cárceles europeas también son encerrados por delitos contra la propiedad como los robos y por violaciones de leyes de inmigración (ver más detalladamente en Wacquant, 2009a: 93-100). Este análisis también es válido para Grecia. Durante el período 1980-1989, la categoría de delitos más comúnmente penada era la de los delitos contra la propiedad (por ejemplo, robo, hurto y atraco), con la tasa pertinente aumentando de un 22,8% a un 34,1%. Los delitos relacionados con las drogas (por ejemplo, consumo ilegal, tráfico) eran los segundos, con su proporción en el total incrementado de un 7,6% a un 12,8%. Mirando al período 1990-2006, los delitos relacionados con drogas se convirtieron en el delito principal en las condenas, con el pertinente incremento del 14,2% al 32,3%. El aumento fue más marcado para el tráfico de drogas (un delito a menudo cometido por adictos y comúnmente combinado por los jueces con posesión de pequeñas cantidades de drogas), que estalló de un 56,8% a un 94,2% en la proporción de los presos penados por delitos de drogas, y de un 8,1% a un 30,5% en la proporción de todos los
LEONIDAS K. CHELIOTIS Y SAPPHO XENAKIS
376
presos penados. En segundo lugar estaban los delitos contra la propiedad, cuya proporción en el total cayó ligeramente, de un 28% a un 25%. Mención especial requiere la entrada, salida o estancia ilegal en el país, que creció hasta convertirse en una de las categorías de delitos más comunes entre los presos penados (y entre los no griegos en particular). Desde 1993, cuando por primera vez se recogieron estadísticas oficiales, a 2006 creció en la proporción del total desde un 6,9% hasta un 13,9%. Con respecto a la nacionalidad de los presos penados, la elaboración de datos oficiales no comenzó hasta 1996. Desde ese año y hasta 2006, el total anual de condenados no griegos creció un 140,5%: de 2.252 (o 404 por cada 100.000 habitantes no griegos) a 5.420 (o 559 por cada 100.000 habitantes no griegos). Consecuentemente, la proporción de no griegos entre el total de penados se incrementó de un 25,3% a un 41,1% —un porcentaje cuatro veces mayor que la proporción estimada de no griegos en la población general del país. El nivel y la naturaleza de la involucración delictiva de los no griegos, sin embargo, dejan mucho sin responder sobre las fuerzas motrices que subyacen a su sobrerrepresentación entre los presos penados. Entre 2000 y 2006, por ejemplo, la tasa de delincuentes no griegos registrados por la policía era 1,6 veces mayor que la de los griegos, pero la probabilidad de encarcelamiento con condena era 7,9 veces mayor para los no griegos que para los griegos. Durante el mismo período, los no griegos representaban, de media, el 43,2% en el total de los presos penados por un delito relacionado con drogas, pero un análisis secundario de los datos policiales revela que la proporción media de no griegos entre los infractores de delitos relacionados con drogas sólo suponía el 10,9%. Expresado en ratio de tasas por cada 100.000 personas, la probabilidad media de un no griego de ser condenado por un delito relacionado con las drogas era 9,4 veces más alta que para los griegos, pero la tasa de no griegos registrados por la policía entre los infractores en este tipo de delitos era sólo un 1,5% mayor que la tasa de los griegos 10.
10
Todo esto deber ser sopesado en un escenario de muy diversas desventajas que hace a los no griegos más susceptibles de quedar atrapados por la red de justicia penal (ver más en Cheliotis, 2010a).
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
377
Finalmente, la mayoría de los presos penados son de la clase trabajadora, tal y como queda ilustrado, inter alia, por su bagaje ocupacional y educativo. En 1980, por ejemplo, el 57,4% de los presos penados habían sido empleados previamente como trabajadores manuales, cualificados o no cualificados, o como trabajadores en el sector servicios. El ratio no había cambiado en 1989 pero aumentó del 59,2% en 1990 al 67% en 2006. En 1993, cuando por primera vez se elaboraron datos oficiales sobre el nivel educativo de los presos, el 61% de los presos penados eran o analfabetos o sólo habían completado la educación primaria, un porcentaje que aumentó al 75,4% en 2006 11. Los presos extranjeros están vastamente sobrerrepresentados en términos de ocupaciones de clase trabajadora pero no necesariamente en términos de un historial educativo pobre (ver, por ejemplo, Aloskofis, 2005). 1.4. «La inflación carcelaria» reexaminada Hasta ahora el análisis apoya los principios básicos de la tesis de la penalidad neoliberal. Sería muy apresurado, sin embargo, asumir que Grecia ha sucumbido al «nuevo “sentido común punitivo”» (Wacquant, 2009a: 162). Como el propio Wacquant indica, los niveles de encarcelamiento no pueden ser explicados sin referencia a la duración de las penas impuestas y cumplidas. Él argumenta, por ejemplo, que «el incremento de la cantidad de presos [en Europa] se debe más a la mayor duración de las sentencias que a una fuerte inflación en los ingresos en prisión» (ibíd.: 88). En otro punto, por ejemplo en su explicación del «fuerte crecimiento de la demografía carcelaria» en Francia, Wacquant también llama la atención sobre el rol exacerbado que juega la «menor cantidad de salidas de prisión» (ibíd.: 90). Estas variables no sólo son apropiadas al caso griego (ver Cheliotis, 2010a), sino que en un examen más detenido revelan que la punitividad penal en el país comenzó su camino
11 Cambios recientes en la clasificación de las categorías laborales pueden haber inflado ligeramente las cifras de 2006.
378
LEONIDAS K. CHELIOTIS Y SAPPHO XENAKIS
ascendente no en los 90, sino en los 80. Lo que esto implica, como se aclara más tarde en el artículo, es que el auge de la punitividad penal precedió a la introducción de las reformas neoliberales en Grecia, y que el neoliberalismo no puede, por lo tanto, explicar la tendencia 12. Durante el período 1980-1989, la duración media de las estancias en prisión bajo condena vio un significativo crecimiento del 47%: de 3,8 meses a 5,6 meses. En términos de penas de privación de libertad, hubo una gran expansión de presos sentenciados a períodos de cinco a veinte años (un 77,2%: de 874 a 1.549) acompañada de un incremento de presos sentenciados a períodos de uno a tres años (un 15,7%: de 1.607 a 1.860), de tres a cinco años (un 4,3%: de 854 a 891) y cadena perpetua (un 12,5%: de 167 a 188). En 1989, el porcentaje de presos con sentencia para un período de uno a tres años era el mayor (27,5%), seguido de cerca por los presos sentenciados a un período de cinco a veinte años (22,9%). No se trata, entonces, de que la judicatura fuese más liberal en su uso de las penas privativas de libertad durante los 80, sino que su mentalidad tradicionalmente punitiva (para lo cual, ver más en detalle Cheliotis, 2010b) se manifestó en el uso expansivo de sentencias de internamiento largas más que en el uso de penas privativas de libertad como tal. Como se puede ver en el período 1990-2006, la duración media de las estancias en prisión bajo condena experimentó un auge meteórico del 1.437%, de 5,1 meses a 73,3 meses (o 6,1 años). En términos de sentencias bajo custodia, hubo una expansión enorme de presos sentenciados a períodos de tres a cinco años (un 323,3%, de 616 a 2.608), de cinco a veinte años (un 332,7%, de 1.246 a 5.392), y a cadena perpetua (un 155,1%,
12 Uno también podría fijarse en el incremento del uso de la detención preventiva durante la década de los ochenta, ya que dio lugar a la rápida expansión en el uso del encarcelamiento bajo condena desde 1990 en adelante, lo que marcó un cambio cualitativo más que cuantitativo. De manera similar, uno podría señalar la consistente sobrerrepresentación de la población obrera en los presos penados, pese a las crecientes diferencias etnonacionales. De hecho, la propia consistencia en el uso del encarcelamiento se alza en áspero contraste con la irregularidad en la aplicación de las posteriores reformas neoliberales.
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
379
de 270 a 689). El porcentaje más alto de presos sentenciados a un período de cinco a veinte años se dio, de largo, en 2006 (40,9%). Ha habido, así, una tendencia duradera y paralela hacia estancias más largas en prisión bajo condena y el uso de penas privativas de libertad cada vez más largas; una tendencia que ganó impulso durante los 80 y que estalló después. Si miramos a las salidas anticipadas de la cárcel durante el período 1980-1989, el volumen anual de presos penados liberados por alguna razón descendió un 35,3%, de 5.701 a 3.688, lo que supuso también una caída significativa en la proporción anual de presos penados, de 69,6% a 54,6%. En concreto el porcentaje de presos penados puestos en libertad vigilada, incrementó un 17,8% entre 1980 y 1989, de 381 a 449, pero este fue un aumento pequeño en proporción al total de los presos penados, que fue del 4,6% al 6,6%. Podemos deducir que la judicatura mostró muchas más tendencia a aprobar penas privativas de libertad largas que a conceder libertades vigiladas y que la posibilidad de acceder a libertades anticipadas se retrasó en buena medida por el alargamiento de las condenas. No es poco probable que las condenas fueran un medio por el cual los jueces consiguieron controlar el proceso de las liberaciones anticipadas incluso antes de que los delincuentes fuesen puestos entre rejas. Durante el período 1990-2006, la cantidad de presos penados liberados por cualquier razón incrementó un 46,1%, de 4.021 a 5.876, pero cayó en proporción al total anual de presos penados, de un 52,9% a un 44,6%. Debido en gran parte a una intervención legislativa diseñada para adelantarse a la inminente protesta de los presos, el total de presos penados liberados anticipadamente bajo vigilancia sufrió un enorme incremento del 492,3% entre 1990 y 2006, de 600 a 2.954, que también fue un aumento significativo en la proporción anual de los presos penados, de 7,9% a 22,4%. Sin embargo, esta tendencia ascendente no ha sido constante a lo largo del tiempo. De hecho, se ha revertido ligeramente en los últimos años. En cualquier caso, las libertades anticipadas por sí solas no podrían haber impedido el incremento de los presos penados. Si bien la libertad anticipada (parole) ha sido el motivo más
380
LEONIDAS K. CHELIOTIS Y SAPPHO XENAKIS
común para la puesta en libertad de los penados, aumentando su proporción entre todas las modalidades de puesta en libertad de un 14,9% en 1990 a un 50,3% en 2006, las tasas de puesta en libertad por otros motivos (por ejemplo, la conversión de la pena en una multa, trabajos en beneficio de la comunidad) o descendió o aumentó de manera insignificante durante el mismo período (ver más detalladamente en Cheliotis, 2010a). Con sus poderes discrecionales sin tocar en esencia durante los años, la judicatura ha conseguido asegurar que las entradas «por la puerta principal» a la cárcel no se contrarresten con liberaciones «por la puerta trasera» (ver más detalladamente Cheliotis, 2010b).
1.5. El punitivo siglo XX Una perspectiva histórica más amplia provee una lente adecuada a través de la cual comparar y contextualizar las tendencias punitivas en Grecia manifestadas en el uso del encarce lamiento. Dicha perspectiva revela inmediatamente la persistencia de la punitividad penal en el país como un mecanismo clave a través del cual el Estado ha buscado reducir los salarios y de esa manera sostener la obtención de beneficios para las élites burguesas bajo las condiciones de competencia en la economía mundial. Los objetivos pueden ser comunes a todos los Estados, pero es más probable que se persigan a través de la coerción directa en sociedades periféricas y semiperiféricas, como Grecia (ver Tayfur, 2003). Así, por ejemplo, bajo el pretexto de luchar contra el comunismo, los años 20 vieron al Estado griego introducir medidas draconianas contra la expansión de la organización sindical del trabajo para mantener los salarios bajos. Particularmente perseguidos fueron los grandes sindicatos de los trabajadores del tabaco, la mayoría de los cuales eran refugiados de Asia Menor. La represión de las clases bajas se incrementó entre 1936 y 1940 bajo la dictadura del general Metaxas. Tras una ola de agitación social provocada por una mezcla de salarios bajos y el precio creciente de alimentos básicos, Metaxas subió al
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
381
poder prometiendo implementar soluciones autoritarias a la «cuestión laboral» (Mazower, 1991). Su acción en esta promesa fue ilustrada dramáticamente por los arrestos masivos indiscriminados y las deportaciones (Voglis, 2002). A pesar del escaso conocimiento de cifras, hay consenso en que miles fueron exiliados y encarcelados en las islas alrededor de Grecia en el período de entreguerras, la mayoría sin juicio (ver más detalladamente en Mazower, 1991, 1997; Seferiades, 2005). Aparte de los exilios políticos, los datos oficiales disponibles sobre la población penitenciaria muestran que entre 1929 y 1937 la media anual de presos penados fue de 33.200 o 499 por cada 100.000 habitantes. De hecho, el año 1932 vio el máximo registrado de todos los tiempos con 37.809 presos penados, una tasa de 578 por cada 100.000 habitantes (cerca de cinco veces la tasa correspondiente en 2006). Si bien la inmensa mayoría de las sentencias eran cortas (no más de un año y habitualmente de hasta tres meses) y cerca de un cuarto de ellas eran convertidas finalmente en penas económicas, los presos sentenciados a períodos largos era sorprendentemente alto comparado con los estándares contemporáneos. En 1937, por ejemplo, el número de presos sentenciados a un período de un año o más era de 116 por cada 100.000 habitantes: 17,2% más alto que su tasa correspondiente en 2006 (96) y casi idéntico a la tasa de 2006 de presos condenados (118). Hay evidencia que sugiere que al menos parte de la población carcelaria por aquel entonces consistía en detenidos políticos, bien cumpliendo una porción de su sentencia en el sistema penitenciario «principal», o bien esperando deportación a una isla de exilio interno o bajo condena de tribunales civiles por violaciones de leyes criminales «comunes» (ver Kenna, 2001; Voglis, 2002; Seferiades, 2005). Las medidas anticomunistas que datan de los años 20 se mantuvieron con vigor durante el período posterior a la II Guerra Mundial y durante la Guerra Civil griega de 1946-1949. Después de una relajación parcial que fue desde la década los cincuenta hasta 1966, volvieron a ser implementadas por la junta militar de 1967-1974. De una manera abrumadora, dichas medidas reflejaron las prioridades político-económicas de la Guerra Fría de los EE.UU. (que por aquel entonces dominaba
382
LEONIDAS K. CHELIOTIS Y SAPPHO XENAKIS
la vida política griega) y se unió al consentimiento de las élites burguesas del país que se beneficiaban de la distribución de la ayuda financiera americana al país (Tayfur, 2003). En particular, las guerrillas de izquierdas que habían luchado por la liberación de la Grecia ocupada en 1944 fueron rápidamente sometidas a una persecución sistemática en crudo contraste con los colaboradores de los nazis. El año 1945 vio aproximadamente a 10.000 izquierdistas ser mandados a la cárcel en lo que es conocido como el «Terror Blanco» (Voglis, 2002: 57). Es más, de acuerdo con Voglis, «en cualquier momento entre 1947 y 1949, entre 40.000 y 50.000 individuos fueron internados en cárceles y campamentos» (ibíd.: 63). Los cincuenta marcaron una época de mayor estabilidad política que quedó interrumpida durante la década siguiente, cuando una facción competidora de la burguesía nacional ganó superioridad. El espaldarazo vino en 1967 con un golpe de estado militar que reafirmó los privilegios para el capital extranjero y sus clientes en Grecia (Tayfur, 2003). Durante los siete años de dictadura unos 10.000 individuos fueron deportados y 1.700 fueron condenados a períodos de cárcel por motivos políticos (Voglis, 2002: 224). Según estadísticas oficiales, la media anual de presos penados durante el mismo período fue de 13.448 o 152 por cada 100.000 habitantes. No está incluido en éstas el gran número de personas sujetas a detenciones cortas y brutales destinadas a extraer información acerca de las actividades de la resistencia y disuadir a la población general de involucrarse políticamente (Diamandouros, 1995). En 1974 la junta cayó y se estableció la democracia. Una transición apoyada por un giro que se alejaba de la dependencia exclusiva en una hegemonía decadente de EE.UU.para dirigirse hacia los beneficios de la membresía a la Comunidad Europea. Las nuevas condiciones anunciaban un declive temporal en el uso general del encarcelamiento. Entre 1975 y 1979, el total anual de presos penados cayó un 16,1%, de 9.650 (o 107 por cada 100.000 habitantes) a 8.088 (u 85 por cada 100.000 habitantes) mientras que el número de presos sentenciados a un año o más permaneció estable.
¿QUÉ TIENE QUE VER EL NEOLIBERALISMO CON ESTO?
383
Nuestra inmersión en la historia de la Grecia del siglo XX no tiene como objetivo demostrar una moderación relativa en el uso del encarcelamiento hoy en día, sino más bien señalar una aterradora previsión de futuro. De hecho, el total de presos sentenciados a un año o más se ha estado encaminando rápidamente hacia los niveles registrados oficialmente en los años de entreguerras y parece destinado a superarlos pronto, dado que la correspondiente tasa de ingresos en prisión por cada 100.000 habitantes es significativamente mayor (por ejemplo, 39 en 2006 comparado con 28 en 1937). Yendo más allá de la descripción y la advertencia, el hecho recurrente de la punitividad penal en el país subraya el rol prominente de la coerción estatal en la gestión de la evolución capitalista en una sociedad semiperiférica. Esto no es negar la posibilidad de que la práctica penal griega haya sido influenciada de manera reciente por el neoliberalismo. Como se ha sugerido anteriormente, sin embargo, dicha influencia no puede sino haber sido limitada en la agravación de tendencias ya en curso.
2.
(I)LÓGICAS INSTITUCIONALES: REDUCCIÓN DE LAS PRESTACIONES SOCIALES Y DESREGULACIÓN ECONÓMICA EN GRECIA
La endeble relación de la penalidad neoliberal con la realidad griega queda más reconocida y clarificada una vez que dejamos la esfera penal para examinar otras «lógicas institucionales» del neoliberalismo: la reducción de las prestaciones sociales (welfare) y la desregulación económica. En Grecia, la tendencia en gasto social lleva mucho tiempo aumentado, incluso durante el período asociado con la llegada del neoliberalismo. Pero esto no implica un Estado del Bienestar desarrollado, dado que la provisión se ha mantenido característicamente inadecuada. De hecho, la misma consistencia ha marcado la flexibilidad de las relaciones laborales en el país. A pesar de sus características cuasi-neoliberales, tanto el sistema de ayudas sociales como el mercado laboral en Grecia han estado condicionados por la duradera condición semiperiférica de la economía nacional. Acentúa este
LEONIDAS K. CHELIOTIS Y SAPPHO XENAKIS
384
punto la tardía y fragmentada introducción de las reformas neoliberales, así como su aplicación inconsistente y atrasada que ha asegurado que Grecia mantenga su reputación de faro del estatismo en Europa.
2.1. La expansión del gasto en prestaciones sociales Durante la segunda mitad del siglo pasado, Grecia experimentó una ascendente tendencia general en el total del gasto público, y en gasto social más específicamente. Pero esto no es un indicador de la extensión o de la calidad de las prestaciones sociales, muestra que el imperativo neoliberal de reducción de la asistencia social ha sido insignificante para el caso griego. En porcentaje del PIB, el gasto público total en Grecia creció de los sesenta en adelante pero se mantuvo ampliamente por debajo de la media europea y de la de la OCDE (ver Economou, 2004; Pascual y Álvarez García, 2006; Paternoster et al., 2008; OECD, 2009b). A pesar de las críticas habituales y recientemente amplificadas, el tamaño del funcionariado en Grecia y los gastos relativos a salarios y pensiones se han mantenido muy cercanos a la media de la UE y de la OCDE. El empleo gubernamental, por ejemplo, se calculó en un 14% del total de los trabajadores en 2005, justo debajo de la media de las OCDE (OECD, 2009a) 13. El gasto en salarios del gobierno había sido menor que la media europea en 1996 pero mientras esta última cayó hacia 2008, el gasto griego en salarios se colocó por encima de ella (OECD, 2009b). El gasto en protección social a nivel nacional (por ejemplo: vivienda, sanidad, dependencia y exclusión social, así como seguridad social pera las pensiones y beneficios por desempleo) también creció tras el establecimiento de la democracia en 1974 de poco más del 15% del PIB a un 20% en 1998 y casi el 24% en 2005 (Maloutas y Papatheodorou, 2004), si bien aún permanecía por debajo de la media de la OCDE (Adema y
13
También es importante notar que, a diferencia de los funcionarios, los trabajadores del sector público no tienen derecho a plaza fija, sino que son contratados con contratos de larga duración (Spanou, 2008).
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Ladaique, 2009). Mientras que las pensiones han atraído una proporción mayor del gasto social nacional que la media de la UE (en 2005, por ejemplo, el 51,2% de los beneficios totales se gastaron en pensiones de jubilación y viudedad, en contraposición al 45,9% entre la UE de los 27), el gasto en pensiones como porcentaje del PIB se ha mantenido cerca de la media de la UE durante las dos últimas décadas (Athens News Agency, 29 de mayo de 2003; Petrášová, 2008).
2.2. La arraigada debilidad de la prestación de servicios sociales A pesar del aumento en gasto social, Grecia ha ido con retraso consistentemente con respecto a sus homólogos europeos en la promoción de la igualdad social. Este fracaso ha estado mantenido por una prestación mínima e históricamente poco sistemática de ayudas sociales, agravado por un ambiente adverso de impuestos. Una vez más, el patrón histórico de ayudas desmiente la pertinencia del neoliberalismo, incluso si paradójicamente lo asemeja. Las transferencias sociales, aparte de las pensiones, han tenido mucho menos impacto en el riesgo de pobreza en Grecia que las transferencias orientadas de manera similar en el resto de la UE. En 2008, por ejemplo, datos de Eurostat posicionaban a Grecia a la cola de los países de la UE de los 27 en términos de su efectividad de sus transferencias de beneficios sociales para la reducción del riesgo de la pobreza (Seferiades, 2006; Wolff, 2010; ver también, Lampousaki, 2010). Esto es apenas sorprendente dado que los beneficios de las prestaciones sociales no se han dirigido a los miembros más vulnerables de la población. Durante los 90, el 30% más pobre recibió menos del 30% de todos los pagos, mientras que aquellos con ingresos de clase media se beneficiaron desproporcionadamente de las ayudas que no eran pensiones a expensas tanto de los grupos con bajos ingresos como de los de los altos (Förster y Pearson, 2002). La desigualdad ha sido aún más exacerbada por un sistema de impuestos que redistribuye la riqueza regresivamente
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y por la prevalencia de la evasión de impuestos (más común entre el decil de la población con los niveles más altos de ingresos; ver Papatheodorou, 2006; Matsaganis y Flevomotou, 2010). Igualmente, y a diferencia de la amplia mayoría de los Estados miembros de la UE de los 27, Grecia nunca ha proporcionado unos ingresos garantizados a los individuos en estado de necesidad que no pueden contar con beneficios basados en el trabajo (Lampousaki, 2010). Como destacaba el Comité Europeo de los Derechos Sociales (2010), las personas necesitadas e incapaces de cubrir sus costes básicos de vida mediante otra fuente de ingresos tienen derecho meramente a una prestación de 234,50€ y asistencia médica gratuita 14. Hasta mediados de la primera década de este siglo, la prestación de ayudas sociales dependía del historial de contribuciones a los impuestos y a los seguros de los potenciales receptores, con la consecuencia de que aquellos que nunca habían trabajado, que habían trabajado poco o que habían estado desempleados durante un largo período, era probable que no tuviesen derecho a ninguna forma de prestación social (Ver Papadopoulos, 2006). Los movimientos en los últimos años para ampliar la cobertura de beneficios para aquellos con más privaciones no han sido suficientes para una garantía de ingresos y las prestaciones siguen siendo bajas y limitadas en duración (ver Comité Europeo de los Derechos Sociales, 2010; Lampousaki, 2010; EURES, 2010; Kousta, 2010). Más que el Estado, son las familias sobre las que han descansado las redes de protección (ver, por ejemplo, Karakatsanis, 2000; Papadopoulos, 2006). Como era de esperar, la prestación de ayudas es más generosa para los griegos nacionales que para otros. Grecia ha ratificado un numero de tratados europeos e internacionales claves que garantizan derechos sociales fundamentales para todos, pero ha sido reacio a reconocer la situación y las necesidades de grupos como los gitanos, refugiados, solicitantes
14 El Servicio Nacional de Sanidad griego se estableció tan recientemente como en 1983 (ver más en Petmesidou, 2006).
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de asilo político e inmigrantes de manera más general (ver, por ejemplo, IHF et al., 2000; Sitaropoulos, 2002; Pavlou et al., 2009) 15. Si bien las tasas de solicitudes de asilo en Grecia están ahora entre las más altas de Europa, el país ha mantenido una de las tasas más bajas de reconocimiento de refugiados (ver Papadimitrou y Papageorgiou, 2005; Eurostat, 2010). Es más, no existe una base legal clara para que los individuos indocumentados y los inmigrantes ilegales pidan asistencia social de emergencia (Comité Europeo de Derechos Sociales, 2010) y hasta los 90, la prestación social básica para los refugiados y solicitantes de asilo era provista exclusivamente por ONGs nacionales e internacionales (Black, 1994). Aparte de una cobertura parcial, otro fallo de la provisión de asistencia social ha sido la inadecuación de las ayudas. Las prestaciones sociales mínimas se han establecido en unos niveles tan bajos que dejan a los receptores de ayudas en el umbral de la pobreza, o por debajo de él. En 2007, por ejemplo, la ayuda mínima por desempleo para individuos sin personas dependientes fue sólo de 174,75€ al mes, una cifra bastante por debajo de la línea de la pobreza (Comité Europeo de Derechos Sociales, 2010). Desde los 90, sin embargo, la reducción de las ayudas en algunas áreas clave ha coincidido con la expansión en otras, o incluso se han intercambiado. Mientras que, por ejemplo, la financiación gubernamental y los subsidios para instituciones tales como residencias y guarderías se recortaron (Petmesidou, 1996, 2006; Pavlou et al., 2009), surgieron proyectos en vivienda, sanidad, educación y formación para sectores vulnerables y desaventajados de la población (estimulados y apoyados por la UE; ver, por ejemplo, Karakioulafis, 2007). En el caso de las pensiones, el valor de la ayuda mínima cayó por debajo del umbral de la pobreza en la segunda mitad de los 90 (Petmesidou, 1996) pero posteriormente aumentó por encima de ella (Comité Europeo de Derechos Sociales, 2010).
15 Los gitanos e inmigrantes, así como los sin techo y la población institucionalizada, están sobrerrepresentados entre los más pobres y vulnerables, pero son excluidos de los índices nacionales de pobreza que se basan en encuestas de presupuestos de los hogares (Tsakloglou y Mitrakos, 2006; NSSG, 2010a).
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En Grecia, la debilidad del sistema de ayudas no es nada nuevo. Las presiones socioeconómicas han sido calmadas durante mucho tiempo mediante una administración selectiva de la ayuda política. El clientelismo ha asegurado la cooptación de intereses específicos de ciertos sectores por medio del acceso privilegiado al empleo estatal y al proteccionismo. De hecho, durante el último siglo, las afiliaciones y las creencias políticas han jugado un papel central a la hora de determinar el acceso a un amplio rango de beneficios sociales provistos sobre una base discrecional por parte del Estado, incluyendo empleo en el sector público (ver, por ejemplo, Pagoulatos, 2003; Petmesidou, 2006). Las demandas de reformas sociales también fueron bloqueadas por la ausencia de un desarrollo industrial fordista y sus patrones asociados de solidaridad colectiva (Petmesidou, 1996; Petmesidou y Mossialos, 2006). Esto no fue una mera coincidencia sino el resultado del diseño estatal: el apoyo a los propietarios y las empresas pequeñas —que reduciría efectivamente la demanda de una prestación unificada de redes de asistencia social— ha reflejado el deseo explícito de las élites políticas griegas de impedir el crecimiento de la clase trabajadora de cara a mantener la estabilidad sociopolítica (Mazower, 1991; Petmesidou, 2006). El apoyo estatal para el establecimiento gradual y selectivo de fondos de seguridad social para sectores profesionales específicos de la fuerza de trabajo dejó un legado duradero de provisión desigual y una amplia proporción de la población sin ninguna cobertura (Petmesidou, 2006; Tikos, 2008). Particularmente vulnerables han permanecido los autónomos y, por supuesto, aquellos que trabajan en la economía informal, ambos de un tamaño considerable en comparación con la UE y ambos carentes de representación sindical. Los autoempleados suponían el 21% del total de la fuerza de trabajo en 2007, que era más de dos veces la media de la UE de los 27 (ver Pedersini y Coletto, 2009), mientras que la economía informal ha sido una de las más grandes en la UE (ver Schneider y Buehn, 2009; Matsaganis y Flevomotou, 2010). En Grecia, entonces, un sistema de ayudas sociales muy inadecuado ha ido de la mano con una economía «flexible» y poco regulada.
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2.3. La economía flexible y poco regulada Reflejo de las condiciones semiperiféricas, la debilidad de la representación del trabajo en Grecia (ver Seferiades, 1999; Matsaganis, 2006) ayuda a explicar no sólo el relativo bajo nivel de los salarios en comparación con el resto de la UE, sino también el hecho de que los trabajadores (obreros) están bajo un riesgo de pobreza mucho más alto que el de la amplia mayoría de sus equivalentes europeos. Durante los 90, los costes del trabajo en el país eran los segundos más bajos de la UE (Papadimitriou, 2006). Grecia también tenía la segunda proporción más alta de trabajadores pobres de la UE de los 27 en 2006 (Wolff, 2010), año en el que la mitad de los empleados recibió ingresos mensuales netos de entre 501 y 1000 euros (Tikos, 2009), justo por encima de la línea de la pobreza (Tikos, 2009). De hecho, y a pesar de alegatos en contra (incluyendo aquellos de la OCDE (2010a) y del FMI (2009)), el mercado laboral griego ha estado caracterizado durante mucho tiempo por bajos salarios, bajos costes laborales indirectos, y una alta flexibilidad (por ejemplo, trabajo a tiempo parcial y de temporada, indemnizaciones poco adecuadas por despidos de trabajo; una alta elasticidad de los salarios; Comité Europeo de Derechos Sociales, 2010; Livanos, 2010). Como ilustran irónicamente las expresiones de frustración entre los proponentes del neoliberalismo en Grecia, la flexibilidad del mercado laboral del país está arraigada en prácticas históricas de informalidad antes que en reglas formales codificadas (ver más en Mihail, 1996; Seferiades, 1999, 2003; Papadimitriou, 2006). Dejando a un lado la flexibilidad del mercado laboral griego, ni siquiera la emergencia de desempleo masivo en los 90 puede ser convincentemente unida al neoliberalismo. En primer lugar, el desempleo ya había comenzado a escalar en los 80: entre 1980 y 2000, el crecimiento más marcado fue en 1981, cuando la tasa anual se incrementó la mitad (de 2,6% a 3,9%). En segundo lugar, el desempleo no siguió un patrón consistente durante el período en el que las políticas neoliberales estaban ganando ascendencia. Mientras que la tasa de desempleo aumentó durante los 90, alcanzando un máximo del 12% en
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1999 y sobrepasó así la media europea (Eurostat, 2009), cayó en 2000 y, para la segunda mitad de la década, había vuelto a los niveles de los últimos años de los 80 y principios de los 90 (FMI World Economic Outlook Database). Existe un amplio consenso acerca de que políticas tales como el desmantelamiento de las protecciones de empleo, la rebaja de los costes laborales, la reducción del proteccionismo, la expansión de la liberalización del crédito, la desregulación del mercado y la privatización de los servicios públicos que cuestionaban los intereses de la clase media, fueron introducidos efectivamente en Grecia sólo después de los 80 y fueron aplicados lenta y bastante menos exhaustivamente que entre la mayoría de los estados miembros de la OCDE (ver, por ejemplo, Staikouras, 2004; Pagoulatos, 2006; Tsakalotos, 2008; Spanou, 2008; OCDE, 2010a). La ilustración más convincente de la «baja capacidad de reforma» del país ha sido el débil resultado de repetidos intentos desde los 90 para reestructurar el sistema de pensiones (por ejemplo, ampliando la edad de jubilación, incrementando los niveles de contribución, y bajando los topes de pensión) (Featherstone y Papadimitriou, 2008: 114). En los 90 surgieron esfuerzos significativos para reformar el mercado laboral (por ejemplo: incrementando las horas extras obligatorias a la vez que se reducía su coste y relajando los límites de los despidos masivos) y cogieron velocidad a mediados de la primera década del 2000, pero su impacto global también es considerado «modesto» (ibíd.: 149). La privatización fue una de las políticas que más avanzaron —de hecho, entre 2000 y 2008, Grecia tenía uno de los programas de privatización más activos entre los miembros de la OCDE—, si bien en 2010 el sector público aún era juzgado como «relativamente grande», el uso de las restricciones en los precios y los controles del mercado «persuasivos», y el grado de involucración gubernamental en la actividad económica, «excesivo» (OCDE, 2010a: 7, 17; de ahí el redoblamiento de los esfuerzos neoliberalizadores de los últimos meses (ver, por ejemplo, Financial Times, 5 de agosto de 2010)). De modo que los problemas arraigados y emergentes del mercado laboral griego no se explican plausiblemente haciendo
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referencia a un florecimiento del neoliberalismo, sino que lo hacen mejor haciendo referencia a las condiciones semiperiféricas de la propia economía. Las tendencias del mercado laboral han reflejado una economía nacional fortalecida superficialmente por el proceso de integración en la UE, pero frenada por su debilidad estructural esencial (ver, por ejemplo, Tayfur, 2003; Featherstone y Papadimitriou, 2008). La inversión, y el acceso al mercado, de la UE allanó el camino para el aumento de la fuerza laboral nacional atrayendo a más mujeres (Kanellopoulos, y Mavromaras, 1999), inmigrantes y griegos que de otra manera hubieran emigrado (Mihail, 1996). Por otra parte, niveles persistentemente bajos de inversión en investigación y actividades de desarrollo (entre las más bajas de la UE; Seferiades, 2006), unidos con aspectos profundamente asentados del sector de los negocios (por ejemplo, su composición de pequeñas y medianas empresas especializadas en baja tecnología, industria o actividades de servicios; Liagouras et al., 2003), contribuyeron a mantener a Grecia atrapada en su estado semiperiférico. Mientras que estrictas políticas de inmigración estaban funcionando junto con la represión penal para confinar a la mayoría de los inmigrantes a trabajos de escasa importancia, técnicos y con escasos salarios (Lawrence, 2005), los griegos encontrarían cada vez más sus aspiraciones —cada vez más altas por la expansión de la educación y el consumo de medios de comunicación— insatisfechas por el mercado de trabajo nacional.
3.
COMENTARIOS FINALES
Durante los últimos 30 años, la arremetida de la cultura consumista ha acelerado el aumento de las aspiraciones sociales al mismo tiempo que su satisfacción se ha hecho más precaria en general. El descenso significativo en los niveles absolutos de pobreza experimentada entre los inicios de los sesenta y los inicios de los ochenta se estancaron a partir de entonces, dejando la proporción de población en riesgo de pobreza como una de las más altas de la UE y de la OCDE (ver más en Balourdos, 2004; Tsakloglou y Mitrakos, 2006; Lampousaki, 2010;
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NSSG, 2010a; OCDE, 2010a). Mientras que Grecia también presenció una reducción global en la desigualdad de ingresos desde mediados de los 80 hasta los primeros años de este siglo (ver OCDE, 2009c), ésta se ralentizó entre 2001 y 2004 (Medgyesi, 2008), y los niveles permanecieron entre los más altos de la UE de los 27 (ver NSSD, 2010b). La estructura de las políticas de bienestar ha jugado un papel importante a este respecto asegurando —en conjunción con unos niveles de impuestos crecientes— que no haya habido una transferencia neta positiva del Estado al trabajo desde los 80 16. Aún así, Grecia también experimentó un crecimiento significativo en el consumo doméstico a partir de los 90 (un 22% entre 1993/1994 y 1998/1999, y un 12,1% entre 1998/1999 y 2004/2005; NSSG, 2001a). Esto fue impulsado por la desregulación tanto del crédito del consumidor como del hogar, que en cambio produjeron un marcado incremento en el endeudamiento doméstico (particularmente entre los grupos con ingresos más altos; Mitakos et al., 2005). Si bien el ratio de la deuda doméstica en los ingresos nacionales ha sido comparativamente bajo con respecto a los estándares europeos, el incremento medio anual de préstamos para la vivienda y bienes de consumo ha sobrepasado por mucho la media de la Eurozona en los años recientes (ver Athanassiou, 2007). En 2009, una encuesta de opinión pública paneuropea colocó a los griegos entre aquellos con más probabilidad de dar cuenta de serios problemas financieros y dificultades para pagar las facturas y las deudas de los préstamos (Eurobarómetro, 2010). Así, las expectativas consumistas han avanzado a un ritmo considerablemente más rápido al que la pobreza y la desigualdad han descendido. Es más, el consumismo se ha expandido sobre la base inestable del endeudamiento en un contexto de creciente desempleo.
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De acuerdo con un estudio que compara la provisión de prestaciones estatales a los empleados y la contribución de los empleados al presupuesto estatal (a través de la producción y de los impuestos) entre 1958 y 1995, unas ratios de impuestos crecientes y los niveles de desempleo desde mediados de los ochenta han significado que no hubo una ganancia neta por el trabajo, a pesar del incremento en los salarios reales durante el mismo período (Maniatis, 2003; ver también Tsakalotos, 2008).
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Así como el encarcelamiento en Grecia hoy sirve para contener las ansiedades y los consiguientes desórdenes en los niveles más bajos de la estructura social, también ayuda a desplazar las inseguridades de la clase media en fracciones de la población «sobre las que se puede actuar». Aunque probablemente exacerbado por el advenimiento del neoliberalismo, puede que especialmente por la liberalización de créditos, las raíces de las ansiedades de las clases medias y bajas yacen en las tensiones sociales, políticas y económicas típicas de las sociedades semiperiféricas: las dinámicas particularmente tensas de los derechos sociales y la movilidad, la representación política y la provisión estatal, y las relaciones laborales y la generación de beneficios. Nuestra separación del modelo de Wacquant, entonces, va más allá de la mera semántica; los hallazgos de este artículo no pueden reconciliarse con su aproximación simplemente ampliando la interpretación del neoliberalismo para incorporar manifestaciones informales cercanas. Aparte de eso, el uso indiscriminado del concepto de neoliberalismo puede alentar fácilmente una amnesia colectiva; un énfasis en el presente a costa de una perspectiva informada históricamente. Aquí está implícito el problema político fundamental de no ser capaz de invertir o resistir una tendencia determinada sin conocimiento de los mecanismos que le dieron lugar en primer lugar o que pueden haberle dado lugar en ocasiones anteriores en el pasado. Es igualmente importante reconocer la forma en la que el concepto de neoliberalismo puede socorrer a los intereses nacionalistas —ya sean de izquierdas o de derechas— que sitúan la causa de todos los males nacionales en el «dedo extranjero» (ver más en Mazower, 1991). En el caso de Grecia, los discursos críticos con el neoliberalismo pueden, así, funcionar para desviar la atención de la culpabilidad de las élites locales y de la verdadera debilidad estructural de la economía nacional, si bien las presiones extranjeras no pueden ser ignoradas. Tales efectos no son distintos de lo que Wacquant (1997) ha llamado en sus trabajos previos «la lógica del juicio»: no reconocer nuestros propios males culpando a otros. A un nivel más amplio, el caso griego apunta a los peligros de las asunciones occidentalistas que subyacen al uso del neo-
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liberalismo como explicación para los crecientes niveles internacionales de punitividad. Los marcos teóricos basados en las experiencias occidentales del desarrollo capitalista son problemáticamente aplicados a Estados de la semiperiferia, dadas sus muy distintas trayectorias sociales y económicas. De hecho, suponiendo la «americanización» efectiva de la Grecia contemporánea, la tesis de la penalidad neoliberal no es menos propensa que el discurso de la «globalización» a prestar al neoliberalismo la apariencia de inevitabilidad. Al igual que es vital estar atento a las representaciones del neoliberalismo como una condición necesaria para los Estadosnación para competir en la economía global, también es imperioso evitar elevar la difusión del neoliberalismo al terreno de las leyes naturales universales. El fatalismo aumenta la vulnerabilidad a las ideologías, y éstas pueden consistir en falsas pretensiones de necesidad tanto como en las «lógicas del juicio» nacionalistas. Nada de lo dicho más arriba pretende descartar la posibilidad de una causa común que sostenga los crecientes niveles de punitividad entre tantas sociedades durante los últimos años. Pero esa causa no puede ser el neoliberalismo.
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EL ESTADO PENAL Y EL GOBIERNO DE LA MARGINALIDAD EN LA AMÉRICA LATINA CONTEMPORÁNEA 1 Markus-Michael Müller
Un factor central de la «fabricación del orden social» (Neocleus 2000) neoliberal ha sido una tendencia hacia las políticas del castigo. En los países del llamado «primer mundo», el desmantelamiento del Estado fordista de bienestar (Jessop 2002) no sólo se vio acompañado del cambio de la provisión de bienestar a workfare regimes (Peck 2003; 2001) y la instrumentalización de políticas «dura(s) frente al crimen» y un «populismo penal» por razones electorales (Pratt 2007; Garland 2001a, Beckett 1997). Además, este proceso estuvo incrustado en un renacimiento y reinvención de la prisión. Mientras tres décadas antes los académicos reflexionaban sobre la marginalización y la declinación de la prisión como una institución de control social, el crecimiento de poblaciones y los patrones de «encarcelamiento masivo» indican que la prisión y las políticas de confinamiento están al frente de la gobernanza neoliberal —en particular la gobernanza neoliberal de la pobreza y la marginalidad (Barker 2009, Sudbury 2005, Garland 2001a, Capitulo 7, 2001b). Uno de los observadores más prominentes y críticos de este desarrollo ha sido Loïc Wacquant. En un buen número de artículos académicos y libros, la obra de Wacquant no sólo nos provee con una anatomía política de esta reinvención de la prisión resaltando su centralidad y funcionalidad
1 Traducción de Lirio Gutiérrez Rivera revisada por Ignacio González Sánchez.
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para el gobierno de la «marginalidad avanzada» en tiempos del neoliberalismo. Aún más, los estudios de Wacquant subrayan el carácter punitivo del orden social neoliberal más visible en el surgimiento de una nueva forma del Estado, la cual Wacquant llama Estado penal. Esta contribución trae las reflexiones teóricas de Wacquant sobre el surgimiento del Estado penal neoliberal en diálogo con América Latina, un entorno empírico que, aunque presente en el trabajo de Wacquant, ha recibido poca atención cuando se compara con su análisis profundo del surgimiento del Estado penal en Estados Unidos y Europa Occidental. Basándose en el aparato teórico y conceptual de Wacquant y prestando especial atención a los desarrollos recientes del sistema penal latinoamericano, esta contribución argumenta que una versión del Estado penal latinoamericano puede ser identificada y que esta versión local —o bien regional— difiere significativamente con respecto a las experiencias relacionadas con el «primer mundo». Esto se debe, primero, a la dimensión transnacional y geopolítica de la formación del Estado penal en América Latina y, segundo, en el foco exclusivo de este proceso en estrategias de encarcelamiento— y no en la implementación de workfare regimes. Ya que estos procesos se desarrollan dentro de un contexto marcado por la ausencia de un Estado de derecho (unrule of law), los Estados penales que están surgiendo en América Latina refuerzan las tendencias altamente excluyentes de las sociedades latinoamericanas dentro del sistema penitenciario. Para poder desarrollar este argumento, este artículo se organiza de la siguiente manera: primero, haré un breve bosquejo de algunos de los pensamientos claves y del entendimiento teórico de las reflexiones de Wacquant sobre el desarrollo del Estado penal. Luego, haré un bosquejo de los aspectos básicos de la coyuntura política que, desde los noventa, contribuyó a la emergencia de la versión latinoamericana de la penalización de la pobreza. En la tercera parte, me centro en la condensación institucional de la penalización de la pobreza en América Latina contemporánea: la prisión. En la última sección, se resumen los principales hallazgos en este artículo y se hace énfasis en las posibles direcciones para investigaciones futuras sobre este tema.
EL ESTADO PENAL EN LA AMÉRICA LATINA CONTEMPORÁNEA
1.
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LA PRISIÓN Y EL GOBIERNO NEOLIBERAL DE LA MARGINALIDAD: EL TRABAJO DE LOÏC WACQUANT
Ya que se sale de perspectiva en este artículo ofrecer una discusión detallada de las reflexiones de Wacquant sobre el surgimiento del Estado penal, esta sección puede sólo ofrecer un recuento breve estilizado de algunos de los argumentos centrales de su trabajo. En la reconstrucción de estos argumentos, esta sección ofrece una base para contestar a la pregunta de la posible emergencia del Estado penal en la América Latina contemporánea. De acuerdo a Wacquant, el desmantelamiento del Estado de bienestar keynesiano y la entrada del neoliberalismo en Estados Unidos y Europa Occidental, desde los años setenta, contribuyeron a la desindustrialización de las economías locales, el incremento masivo de desempleo, la precarización y desregulación del trabajo asalariado, la emergencia de una «nueva pobreza» y de una emergente desigualdad e inseguridad social. Las principales víctimas de estos procesos son los residentes de los barrios de la ex-clase trabajadora en las periferias urbanas en los Estados Unidos y Europa Occidental. Como consecuencia, estos espacios urbanos y sus residentes son confrontados con la creciente estigmatización social en tanto que se han convertido en las «encarnaciones emblemáticas del ‘peligro urbano’ al final del siglo [veinte] en el sentido de decaimiento social e inseguridad física, así como en el sentido más cargado políticamente de que ellos amenazan con deshacer el tejido de la sociedad urbana in toto» (Wacquant 2008, 203, énfasis en el original). La respuesta política a estas dislocaciones urbanas, de acuerdo a Wacquant, ha sido una tendencia hacia la «penalización de la pobreza, diseñada para manejar los efectos de las políticas neoliberales en los estratos bajos de las sociedades avanzadas» (Wacquant 2001, 401, énfasis en el original). Esta penalización de la pobreza se ha convertido en el proyecto político central de la gobernanza neoliberal de la marginalidad. Eso indica una profunda transformación del Estado: el cambio de un Estado de bienestar keynesiano a un «Leviatán neoliberal» que cada vez más toma la forma de un Estado penal carac-
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terizado por políticas de «contención punitiva como una técnica de gobierno para manejar la agravación de la marginalidad urbana» (Wacquant 2010, 204, ver también 2009). Los estudios de Wacquant indican que la constitución del Estado penal y de la penalización de la pobreza se han convertido en fenómenos globales. Entre las regiones del Sur, en particular América Latina parece haber seguido el camino hacia la penalización de la pobreza. Wacquant trata las experiencias latinoamericanas respecto al sistema estatal penal sobre todo con respecto a la expansión de una nueva «doxa de seguridad» baja la apariencia de políticas de «tolerancia cero» (Wacquant 2006, 2000, 22-33), la cual se ha convertido en un pilar central del control neoliberal de la pobreza urbana en la región. El reemplazo de los Chicago Boys al estilo de Milton Friedman por los New York Boys como Rudolph Giuliani y William Bratton, y la importación masiva de las políticas de «tolerancia cero» para controlar la marginalidad urbana en la América Latina contemporánea, de acuerdo a Wacquant, «contribuye a reestablecer una dictadura sobre los pobres» (Wacquant 2001, 408). Por tanto, Wacquant señala que América Latina parece seguir un patrón de la formación del Estado penal similar al de Estados Unidos y los países de Europa Occidental (Wacquant 2009, xviii). Al respecto, en dos artículos recientes, Wacquant explícitamente se dirige a la experiencia de las favelas en el Brasil en el despliegue del Estado penal latinoamericano (Wacquant 2008b, 2003). Señala cómo la aplicación de las políticas de «tolerancia cero» en Brasil tiene «consecuencias dramáticas y de gran alcance en el tejido social así como en las relaciones estatal-sociales» (Wacquant 2003,198). Esto se debe ante todo a la articulación de la importación de estas formas de vigilancia policial con tres aspectos particulares del contexto local. Estos aspectos incluyen (1) la subordinación de Brasil a la economía global, la prevalencia de disparidades sociales y la desigualdad masiva de ingresos en la sociedad brasileña; (2) la manera extremadamente abusiva, violenta, letal y frecuentemente ilegal de la administración de la justicia; (3) y el racismo incrustado así como el entrecruzamiento de raza y clase y la «discriminación de color, la cual es endémica a la policía brasi-
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leña y las burocracias jurídicas» (Wacquant 2003, 199, énfasis en el original): Bajo semejantes condiciones, enviando el Estado penal para responder a los desórdenes surgidos por la deregulación de la economía, la de-socialización de los ingresos y la miseria absoluta y relativa del proletariado urbano mediante el agrandamiento de los medios y de la intensidad de intervención del aparato policial y judicial, se suma al restablecimiento de una auténtica dictadura sobre los pobres. (Wacquant 2002, 200, énfasis en original)
La «dictadura sobre los pobres» encuentra su expresión adicional en la creciente centralidad del encarcelamiento como medio para manejar los desórdenes urbanos y la pobreza urbana en la Brasil contemporánea. Wacquant explícitamente enfatiza la brutalidad e inhumanidad de los sistemas penales locales, los cuales están marcados por el hacinamiento excesivo, las condiciones inhumanas de vida, la falta de servicios de higiene y de salud, la violencia permanente entre los presos y la violencia estructural y rutinaria de las autoridades de la prisión (Wacquant 2003, 200). Las observaciones de Wacquant sugieren que el Estado penal ha llegado a América Latina y que las consecuencias sociales, debido al ambiente de precaridad social, económica, legal y política, son más devastadores para las poblaciones afectadas que en Estados Unidos y Europa Occidental. No obstante, la observación de Wacquant hace surgir algunas preguntas importantes. Como su análisis de la experiencia argentina y brasileña es más impresionista que su análisis profundo de Estados Unidos y Europa Occidental y adicionalmente no ofrece comparaciones con otros casos latinoamericanos, nos vemos obligados a preguntar si estas experiencias se parecen a los otros casos latinoamericanos. ¿Son la excepción a la regla? ¿Hay una tendencia general hacia la penalización de la pobreza urbana y de la implementación del Estado penal en América Latina contemporánea? Las siguientes secciones tratan estas preguntas y además proveerán evidencia adicional para el desarrollo del Estado penal en América Latina, primero, ofreciendo un análisis detallado de la coyuntura reciente que abrió
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el camino a un nuevo episodio de la formación del Estado latinoamericano y, segundo, centrándose en los desarrollos recientes en el sistema penal de la región.
2.
EL SISTEMA PENAL Y EL NEOLIBERALISMO EN AMÉRICA LATINA
Esta sección esboza los tres aspectos centrales de la coyuntura política que ha contribuido al crecimiento de la criminalización de la pobreza y la implementación de una versión latinoamericana del Estado penal desde los años noventa. Estos tres aspectos interconectados que se refuerzan mutuamente son (1) el impacto urbano del neoliberalismo, (2) el crecimiento de la inseguridad y la aplicación de políticas punitivas, y (3) la transnacionalización de la guerra contra las drogas. A continuación, trataré de manera breve las tres dimensiones antes de centrarme en la institución más importante en el gobierno penal de la marginalidad en la América Latina contemporánea: la prisión. La neoliberalización de América Latina, la cual empezó a cobrar forma en los años setenta y a comienzo de los ochenta en países pioneros como Chile y México, no sólo contribuyó al desmantelamiento de los Estados «corporativistas» y la privatización masiva de las empresas estatales y los servicios públicos. En particular, desde los noventa, estos procesos han contribuido a la «urbanización del neoliberalismo» (Brenner y Theodore 2002). A través de América Latina, este impacto urbano del neoliberalismo contribuyó a la emergencia esquemas de gobernanza urbana que promueven de manera creciente las ideas y prácticas del libre comercio, contribuyendo a una creciente polarización social, la fragmentación urbana, la deindustrialización de las economías urbanas y su informalización (Rojas et al. 2008, Portes y Roberts 2005). Para muchas ciudades de la región, como por ejemplo la ciudad de México, Quito o Río de Janeiro, parte de esta estrategia de libre comercio consiste en la aplicación de estrategias de crecimiento urbano económico que se centran en proyectos del «renaci-
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miento urbano» para recuperar los espacios públicos en los centros históricos de las ciudades y otras áreas urbanas que se consideran de interés turístico y/o económico. En muchos casos, estas estrategias se centran en la recuperación de edificios históricos deteriorados y espacios urbanos los cuales, como bodegas informales, espacios comerciales o espacios de vivienda, se han convertido en centros de refugio de los sectores urbanos marginalizados y de sus estrategias informales de supervivencia económica. El recurso central para la recuperación de estos lugares, frecuentemente articulada el lenguaje de «la calidad de vida» y de la «recuperación de espacios públicos», ha sido la implementación de políticas de «tolerancia cero» (Müller 2010, Crossa 2009, Davis 2007, Swanson 2007). Como observan Pansters y Castillo Berthier para el caso de la Ciudad de México, lo que se aplica al caso de otras ciudades de América Latina, este desarrollo contribuyó al hecho que «el extensivo sector informal, en el cual la mayoría de la población se esfuerza por sobrevivir, se convierte en objeto de vigilancia» (Pansters y Castillo Berthier 2007, 50). De esta manera, esta «recuperación de espacios públicos» está directamente relacionada a la «segurización» del espacio urbano y la criminalización de la pobreza y de la informalidad en las ciudades contemporáneas de América Latina. Además, este proceso indica la centralidad de la seguridad pública dentro de las visiones contemporáneas de gobernanza urbana, donde la presentación sucesiva de la ciudad como un espacio seguro para inversiones parece determinar su éxito en la competencia global interurbana (Belina y Helms 2003, 1845). Sin embargo, no se puede atribuir la importación de las políticas de «tolerancia cero» exclusivamente a la necesidad de políticos locales de convencer a los potenciales inversores de la seguridad de sus respectivas inversiones. Aunque esta intención es indudable, otros factores tienen que tomarse en cuenta. Primero que todo hay que considerar el hecho que el desarrollo del neoliberalismo en América Latina fue acompañado por un incremento sustancial de violencia, crimen e inseguridad (Koonings y Kruijt 2004, 1999, Davis y Pereira 2000). Estudios relacionados indican que estos procesos convirtieron a América
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Latina en una de las regiones con el índice más alto de muertes violentas (UNDP 2004, 12). Dada la concentración poblacional de América Latina en las áreas urbanas —actualmente más del 70 por ciento de la población vive en las ciudades y un porcentaje significativo son habitantes de las megaciudades y los conglomerados metropolitanos (UN-HABITAT, 2007)— esta «nueva violencia» tiene, sobre todo, una dimesnión urbana (IBRD 2008, Koonings y Kruijt 2007, Rotker 2002), contribuyendo a la «metropolización del crimen» (Castillo 2008, 181). Enfrentados a esta situación, muchos gobiernos urbanos latinoamericanos comenzaron a buscar soluciones por los problemas de inseguridad en el exterior. Como se ha mencionado arriba, las importaciones más prominentes respecto a la vigilancia urbana han sido las políticas de «tolerancia cero», las cuales contribuyeron a la hegemonía de las agendas «mano dura» en muchos países de la región (Glebbeck, en prensa, Gutiérrez Rivera 2010, Müller 2009, Corva 2008, Davis 2007, Dammert y Malone 2006). Pero estas importaciones de vigilancia urbana no sólo sirven para asegurar a los inversionistas potenciales el compromiso de los políticos locales al «orden público». Ellos igualmente responden a las presiones del electorado local, las cuales originan del incremento percibido y experimentado de la inseguridad. De acuerdo con las encuestas públicas, los asuntos de seguridad se encuentran entre las principales prioridades de los residentes locales. Confrontadas con estas preocupaciones de los ciudadanos en cuanto al impacto del crimen en sus vidas cotidianas, las cuales son frecuentemente reforzadas y multiplicadas por la formación de organizaciones poderosas de la sociedad civil cuyo objetivo es el castigo duro a los criminales —y que son capaces de movilizar cientos de personas en países como Argentina y México—, políticos de toda la región respondieron con el populismo penal (Dammert y Salazar 2009, Sozzo 2007, Chevigny 2003). El populismo penal, sin embargo, no es sólo un populismo de palabras. Los estudios mencionados arriba sobre este tema han demostrado, más allá de la dimensión simbólica y discur-
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siva del populismo penal, que la reciente penalización de políticas latinoamericanas ha contribuido a una vigilancia extensiva de los sectores marginales de la población urbana, un refuerzo de leyes existentes, la extensión de las sentencias, la introducción de sentencias mínimas obligatorias para las actividades relacionadas al crimen organizado, como por ejemplo el secuestro y el tráfico de drogas, y la creación de nuevas leyes dirigidas a actividades ilegales asociadas a los segmentos de la población urbana marginalizados (Dammert y Salazar 2009). Esta tendencia ha recibido un ímpetu adicional de la dimensión geopolítica de la guerra a las drogas promovida por Estados Unidos y su transnacionalización en las últimas décadas. Este desarrollo no sólo contribuyó a la creciente militarización de los regímenes de fronteras en las Américas y a la «segurización» de los movimientos migratorios de América Latina hacia Estados Unidos (y Europa Occidental). Además, y como respuesta al proceso de certificación de Estados Unidos, por el cual se vincula la ayuda de desarrollo de Estados Unidos a la cooperación activa de países receptores en el combate contra el narcotráfico, muchos países latinoamericanos introdujeron nuevas sentencias mínimas obligatorias y nuevas leyes anti-drogas en el código penal. A través de las estructuras sociales desiguales de las sociedades latinoamericanas y la prevaleciente corrupción de las agencias de la administración de la justicia, estos mecanismos penalizan principalmente estrategias de sobrevivencia de los segmentos empobrecidos, enfocandose en los barrios marginalizados, los cuales se sospechaba que eran áreas de concentración de drogas y crimen (Corva 2008). Estos desarrollos interrelacionados mutuamente se refuerzan y establecen el camino para la emergencia de la versión latinoamericana del Estado penal, el cual recurre cada vez más a practicas de lawfare que «recurren a instrumentos legales, hasta la violencia inherente a la ley para cometer actos políticos de coerción» (Cormaroff y Comaroff 2006, 30) y las estrategias de vigilancia para el gobierno de los marginados urbanos por lo que aparentemente se parecía al modelo contemporáneo del sistema penal de los Estados
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Unidos. Sin embargo, como advirtió Peck, los variantes locales del Estado penal y sus modos de gobernanza pueden variar sustancialmente de la experiencia respectiva de los Estados Unidos: «Sin duda, la generalización del caso americano es algo como un peligro ocupacional en estudios de neoliberalismo, workfare, el encarcelamiento, etc., fenómenos que muy frecuentemente son casualmente etiquetados en los términos poco específicos de la «americanización» (Peck 2003, 228). Esta afirmación no implica una simple refutación del indudable impacto y la atracción de políticas americanas (económicas, penales, etcétera) y su efecto de demostración en otros países (Peck 2003, 228). Pero esto pide prestar más atención a la path dependency de las variantes locales del desarrollo del Estado penal. Que estas trayectorias locales respecto de la emergencia de un Estado penal existen para el caso de América Latina es indudable. Por ejemplo, en América Latina, la implementación de programas de workfare, un aspecto central del Estado penal de acuerdo a Wacquant, se ha limitado a los experimentos en Chile, Brasil y Argentina (Ronconi 2009, Weitz-Shapiro 2006). Además, la reducción dramática de servicios de bienestar en los noventa, que observó Wacquant en Estados Unidos y en los países de Europa Occidental, no se llevó a cabo en América Latina. Pese al desmantelamiento de las estructuras del Estado corporativo, y la reducción y la privatización de los servicios estatales (incluyendo los programas de bienestar) que acompañaron la fase inicial de la neoliberalización de las sociedades latinoamericanas durante la «década perdida» en los años ochenta, los gastos sociales se incrementaron de nuevo —aunque a un nivel comparativo bajo— en la región en los años noventa (Chevigny 2003, 83-84). Aún con estas diferencias importantes, las sociedades latinoamericanas indudablemente coinciden con la tendencia hacia la penalización de la pobreza como aspecto central del Estado penal y gobernanza neoliberal de la marginalidad. El indicador más visible de este desarrollo es el crecimiento marcado de la población penal latinoamericana, la cual será analizada en la siguiente sección.
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EL SISTEMA PENAL LATINOAMERICANO
Aunque tratar los orígenes históricos del sistema penal en América Latina no es el objetivo de este artículo, algunas palabras son necesarias para situar la emergencia del Estado penal dentro de la trayectoria general de la prisión en América Latina. Así como lo han demostrado los estudios sobre la genealogía de la prisión en América Latina, a través de su historia los sistemas penales regionales, pese las variaciones locales, son instituciones extremadamente insalubres y peligrosas para los presos. Las prisiones han manejado predominantemente a los más marginados y, en términos legales, los segmentos menos privilegiados de la población y han reproducido y reforzado las jerarquías sociales, raciales y de género en las respectivas sociedades dentro de las prisiones (ver por ejemplo Padilla Arroyo 2001, Salvatore y Aguirre 1996, y Salvatore et al. 2000). Carlos Aguirre recientemente resumió el desarrollo post-independencia de la prisión en América Latina hasta comienzos del siglo veinte de la siguiente manera: Las limitaciones financieras y la inestabilidad política dan cuenta de la falta de entusiasmo en la formulación e implementación de planes ambiciosos para la reforma de las prisiones. Las estructuras frágiles del Estado y los mecanismos corruptos de reclutamiento y control sobre los diferentes niveles de burocracia estatal también crearon problemas en el manejo de las prisiones e imponiendo control sobre la ordenanza municipal. Más allá de estos impedimentos administrativos y gerenciales, sin embargo, la naturaleza de las estructuras socio-políticas de estas naciones fue crucial para el futuro destino de las prisiones en la región. Las sociedades post-independientes de América Latina eran, de manera variada, altamente excluyentes, jerárquicas, racistas y con estructuras autoritarias las cuales, detrás de la fachada legal de las democracias liberales, mantenían formas represivas de dominación social y laboral […]. Los derechos civiles les eran negados a la mayoría de la población […]. Dentro de estas estructuras, el castigo era raramente visto como una oportunidad de arrepentimiento y de reforma del criminal o para la exhibición humanitaria por parte del Estado; más bien el castigo era generalmente visto como un privilegio y un deber de los grupos en poder en sus esfuerzos por controlar a los que estaban al margen o fuera de la ley, degenerados, y social y racialmente inferiores e incapaces de ser civilizados así como indignos de tener derechos civiles. (Aguirre 2007, 46)
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Aunque una presencia creciente de Estado en el siglo veinte contribuyó a la modificación de las relaciones entre el Estado y la sociedad e hicieron las sociedades latinoamericanas un poco más inclusivas, en un proceso que hizo sus avances en los sistemas penitenciarios de la región, «para los presos mismos, estos cambios significaron poco» (Aguirre 2007, 47). De hecho, las prisiones latinoamericanas continuaron centrándose en las personas con pocos privilegios y los segmentos políticamente rebeldes de la población. En particular, estos últimos se convirtieron en el centro del uso político de encarcelamiento que sería un ingrediente esencial de los regímenes autoritarios burocráticos y las dictaduras militares que plagaron la región en los años setenta —contribuyendo así a la expansión dramática del encarcelamiento político en instalaciones de detención clandestinas e informales (Zarankin y Niro 2009, Rose 2008). Esta continuidad respecto a los sistemas de prisión de América Latina, pese al decrecimiento notable en los patrones de encarcelamiento político masivo, no fue alterado por los procesos de democratización en los años ochenta (Rico 1997, Capítulo 8). Esto se debe en gran parte al predomino del «liberalismo de las élites» (Pereira 2000, 220-222) y la debilidad del Estado de derecho, cuyas víctimas principales son los «desfavorecidos» —legal, social y económicamente— (Méndez et al. 1999). En este contexto, la «justicia» se convierte —y continua siendo— un privilegio de los económica y políticamente poderosos, y el encarcelamiento se convierte en un «privilegio» de los marginalizados, ejemplificado en los continuos patrones legales de «discriminación por parte de las cortes hacia mujeres, homosexuales, prostitutas, personas de color, poblaciones indígenas, los pobres y los de poca educación» (Joseph 2001, ix). Además, estos patrones selectivos de trato penal se fueron reforzando mediante el impacto (urbano) del neoliberalismo, la transnacionalización del «combate contra el crimen» y de los procesos de democratización mismos, los cuales en su intersección, como lo he delineado arriba, contribuyen a la creciente centralidad del populismo penal en la región. Esta intersección ha contribuido a un incremento dramático de la población local penitenciaria desde los noventa así como a una centrali-
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dad de una política del confinamiento, indicando la constitución de la versión latinoamericana del Estado penal y el regreso de la prisión como instrumento político para depositar al pobre urbano. Al respecto, la siguiente observación de Azaola y Bergman para el caso de México puede ser aplicado a la mayoría de los sistemas de prisión de la región: «Los presos generalmente no son los criminales más peligrosos, pero sí son los más pobres» (Azaola y Bergman 2007, 112, ver Carrión 2007, 8, para una observación parecida respecto la población regional de prisión). Como resultado de esto, casi todos los países de la región son testigos del aumento de la población penitenciaria desde los años noventa. En México, la población penitencia se incrementó en más de 100% entre 1992 y 2003. En números reales, esto significó el aumento de la población penitenciaria de 87.700 en 1992 a 177.500 en 2003 (Azaola y Bergman 2007, 95). En Centro América, la población penitenciaria en Guatemala incrementó en 24% entre 1996 y 2007, y en Costa Rica y Panamá, los dos países centroamericanos con la menor población y con las cifras más bajas de delincuencia, comparativamente con los países vecinos están encarcelando más personas. Entre 1997 y 2007, la población penitenciaria de Costa Rica incrementó en un 70% y en Panamá en un 40%, conduciendo a la triplicación de los números de reos desde los noventa. En Nicaragua, entre 1996 y 2006, la población penitenciaria incrementó en un 15%, en Honduras la cifra creció en un 29% entre 1995 y 2005 y en El Salvador, el país con el mayor número de población penitenciaria, ésta creció en un 99% entre 1997 y 2007 (Dammert y Zúñiga 2008, 44-46). Como resultado reciente de una publicación de las Naciones Unidas sobre drogas y delincuencia, observa que el incremento más dramático en la población penitenciaria salvadoreña ocurrió entre 2004 y 2007. Durante este período de tres años hubo un incremento de casi 50% en la población penitenciaria local. Además, el estudio indica que comparativamente el incremento pequeño en el número de reos en países como Guatemala, «pueden estar más relacionados con la inhabilidad para asegurar las convicciones en lugar de considerar una política para mantener el número de presos bajo» (UN 2007, 33). Simi-
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larmente, Ungar señala correctamente que las bajas cifras de crecimiento con respecto a la población penitenciaria en Guatemala (pero también en Venezuela, Paraguay y Ecuador), son principalmente una expresión de la difícil situación económica y política en estos países y la falta de una cantidad sólida y suficiente de recursos para una política punitiva más coherente (Ungar 2003). Sin embargo, pese a las diferencias, todos estos países (con la excepción de Venezuela) siguieron la tendencia del encarcelamiento masivo, aunque en una escala comparativamente menor que los países ricos de la región. Si miramos a Brasil y los países del Cono Sur, en Brasil entre 1995 y 2003 el número de prisioneros del sistema local penitenciario aumentó en un 100% de 148.760 reos en 1995 a 308.304 ocho años después. Sólo en el período de 2003 y 2004 entraron 60.000 prisioneros al sistema penitenciario de Brasil (Lembruger 2005, 3). En Argentina y Chile hubo un incremento de 77% entre 1996 y 2006 (Argentina) y en un 74% entre 1997 y 2007 (Chile). En Paraguay, el número de reos incrementó en casi un 50% entre 1996 y 2007, de un total de 3.427 presos (1996) a 6.530 (2007). Un patrón de desarrollo parecido puede ser identificado en el caso de Uruguay donde la población penitenciaria se incrementó en un 59% entre 1992 y 2007, de 3.037 prisiones a 7.474. Para el mismo período, en los países andinos, Perú y Colombia fueron testigos del incremento de la población penitenciaria en un 128% y 133% respectivamente (Dammert y Zúñiga 2008, 46-52, 165-167). Cuando se considera la cifra de población penitenciaria por cada 100.000 de la población nacional 2 hubo un promedio de 164 personas por cada 100.000 residentes que estanban encarcelados en América Latina en 2008, el último año el cual hay información disponible para todos los países de América Latina, con proporciones más altas como Chile (305), Panamá (295) o Brasil (305) —todos, con la excepción de Brasil, con cifras bajas de delincuencia— y cifras más bajas en países
2 Estas cifras son tomadas del World Prison Brief, disponible en: http:// www.kcl.ac.uk/depsta/law/research/icps/worldbrief/
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como Guatemala (72), Ecuador (79) y Bolivia (87). Comparando estos números con los datos internacionales provistos por la Encuesta Mundial de Prisión (World Prison Survey) (Walmsley 2009), los números aún no llegan al nivel de encarcelamiento de Estados Unidos —donde en 2008 2.293.157 personas estaban encarceladas, lo cual hace 756 presos por cada 100.000 ciudadanos estadounidenses— aunque son significativamente más altos respecto a la proporción de los estados miembros de la Unión Europea. En el último caso, la proporción promedio es de 129 reos por cada 100.000 residentes. Este número, sin embargo, sería significativamente más bajo si se excluye los estados ex-miembros de la Unión Soviética como Lituania (234), Estonia (259) y Letonia (288), los cuales son conocidos por sus regímenes punitivos autoritarios. El resultado general de este desarrollo, como queda expresado en los números de arriba, es la creciente sobrepoblación del sistema penitenciario en América Latina, en gran medida en las zonas urbanas, que, como consecuencia de la intersección entre la «metropolitización del crimen», la «urbanización del neoliberalismo» y la penalización de la pobreza urbana, albergan una gran parte de los reos de las prisiones latinoamericanas (Dammert y Zúñiga 2008, 41). Cuando relacionamos estos hallazgos a la sección previa, en donde observamos la politización del crimen y de los asuntos de seguridad en la América Latina contemporánea y su atracción política para los políticos locales, estos procesos claramente reflejan las tendencias del surgimiento del Estado penal y de una forma particular de gobernar la pobreza urbana en los tiempos neoliberales, los cuales, al nivel estructural, son similares a los que identificó Wacquant para los casos de Estados Unidos y los países de Europa Occidental.
4.
CONCLUSIÓN
Este artículo se ha centrado en poner el trabajo de Loic Wacquant sobre la emergencia de un Estado penal neoliberal en diálogo con las realidades empíricas de América Latina para
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analizar los contornos de la emergencia del Estado penal en América Latina. Con las observaciones mencionadas, podemos concluir que los países latinoamericanos sí siguen el camino neoliberal de formación del Estado penal y la correspondiente penalización de la pobreza descrito por Wacquant. En América Latina, la «urbanización del neoliberalismo», la emergencia de populismo penal, la importación de las políticas de «tolerancia cero», la transnacionalización del combate al narcotráfico y la militarización de la administración de la justicia, han contribuido a la criminalización de la pobreza, cuyas principales víctimas son los segmentos marginalizados de la población urbana, dislocados en el tejido social por el neoliberalismo. El resultado general de este desarrollo ha sido un incremento notable en la población penitenciaria latinoamericana desde los años noventa. En tanto que las políticas de workfare —un elemento central en el Estado penal en los países «desarrollados»— han estado mínimamente implementadas en América Latina, la prisión se ha convertido en la principal institución estatal encargada de albergar a la marginalidad urbana. Debido a la precariedad del Estado de derecho y los derechos humanos en la región, este desarrollo expone a los marginados urbanos a una forma más violenta, arbitraria y excluyente de la penalización de la pobreza cuando se compara con las experiencias de Estados Unidos y Europa Occidental. Aunque las observaciones presentadas en este artículo confirman y apoyan el trabajo de Wacquant en cuanto al desarrollo de un Estado penal en América Latina, mediante la extensión de su base empírica, es importante enfatizar que este artículo solo representa un primer paso hacia un entendimiento más comprensivo del surgimiento del Estado penal y la criminalización de la pobreza en la región. Este artículo ha identificado los patrones generales en cuanto la penalización de la pobreza, los cuales pueden ser observados en toda América Latina, pero para ofrecer una evaluación más detallada de los contornos emergentes del Estado penal en América Latina, los estudios futuros deben prestar más atención a las posibles diferencias internas en los experimentos latinoamericanos con el Estado penal, en particular respecto sus trayectorias históricas
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(y continuidades), su dimensión etno-racial y de género y su intersección con otras instituciones de confinamiento, como por ejemplo los psiquiátricos y los hospitales. Además de esto, el Estado penal descrito por Wacquant tiene una cara predominantemente urbana. Aunque esta dimensión urbana puede ser fácilmente identificada con América Latina, los estudios futuros deben prestar más atención a los efectos desiguales del desarrollo del Estado penal con respecto a las divisiones prevalecientes urbano/rural o centro/periferia en las sociedades respectivas— no sólo en América Latina, sino también en Europa y en Estados Unidos. Además, si el Estado penal es la forma por excelencia que corresponde al surgimiento del neoliberalismo, y si lo último es un fenómeno global, se necesitan más estudios comparativos, prestando atención a las experiencias de África y Asia con el neoliberalismo y la penalización de la pobreza. Incluyendo estos aspectos en una agenda futura de investigación se abriría un camino hacia una contribución más sutil y comprensiva a «la antropología del Estado y de las transformaciones de los campos de poder en un tiempo de creciente neoliberalismo» (Wacquant 2009, xvii, énfasis en original).
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EPÍLOGO. DE LA CLASE DOMINANTE AL CAMPO DEL PODER 1 Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant Loïc Wacquant (LW): En La Noblesse d’État, unes toda una serie de estudios sobre las escuelas de élite francesas (tanto sobre las clases preparatorias para acceder a ellas como sobre las grandes écoles mismas 2) y tu trabajo sobre la estructura interna y los fundamentos del poder económico en Francia. ¿Por qué este esfuerzo por relacionar dos campos de investigación que, hasta este libro, habían permanecido separados? Pierre Bourdieu (PB): Hay varias razones. En primer lugar, creo que, en las sociedades avanzadas, en las que coexisten diversas formas de poder, uno no puede estudiar la «clase dominante», la «élite», los «dominantes» (o como quiera que queramos llamarlos) sin dilucidar las condiciones en que se reproducen, en la medida en que la estructura misma del espacio del poder que ocupan es inseparable de su dinámica, de los mecanismos que la producen y perpetúan (incluso cuando la transforman). En segundo lugar, sospechaba, desde el inicio de mi investigación, que existe una homología estructural entre las grandes écoles y lo que llamo el «campo del poder», y que la originalidad de estas grandes écoles no consiste en el mero
1
Traducción de Javier Rujas Martínez-Novillo. N. del T.: Las grandes écoles son instituciones de educación superior independientes de las universidades, que reclutan a sus alumnos por medio de exámenes de selección e imparten formación de «alto nivel». Escuelas de élite, forman por lo general a los que serán los altos funcionarios del Estado francés. Las classes péparatoires (o «prépas», como suele abreviarse en el lenguaje ordinario) son los distintos itinerarios de formación que, después del bachillerato, siguen durante uno o dos años los candidatos a ingresar en las grandes écoles para preparar los exámenes de entrada. 2
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hecho de que reproduzcan la clase dominante asegurando el acceso favorecido a posiciones de poder a los hijos de esta clase (una proposición ya establecida en mi trabajo anterior), sino que su principal función es reproducir una estructura, es decir, un sistema de diferencias y distancias, resolviendo de ese modo uno de los problemas fundamentales a los que se enfrentan todas las «élites», a saber la gestión de sus divisiones internas. En efecto, en la mayor parte de las sociedades diferenciadas, uno puede observar las luchas entre dominantes —a menudo confundidas con conflictos entre clases— que surgen de la dificultad de integrar y reconciliar diversas formas de poder. Cada sociedad tiene una forma distinta de resolver las «revoluciones de palacio» que pueden surgir de las divisiones y oposiciones entre varias categorías de dominantes. Por este motivo se volvió necesario tratar en un mismo movimiento el espacio de las grandes écoles y el espacio de las posiciones dominantes a las que las diversas escuelas conducen. Podría decirse que cuando empecé esta investigación en los años sesenta, sabíamos muy poco sobre del campo del poder, esto es, sobre del sistema de posiciones ocupadas por los poseedores de los distintos tipos de capital que circulan en los campos relativamente autónomos que componen una sociedad avanzada. Recuerdo haber oído, en varios encuentros, palabrería en boga por parte de sociólogos que afirmaban tener un conocimiento de este universo porque uno de sus compañeros de clase se había convertido en consejero de gabinete o porque un tío suyo dirigía una empresa industrial. Por mi parte, tenía la ventaja totalmente negativa de no tener ningún vínculo con este medio y, por tanto, ninguna ilusión sobre el conocimiento primario que pudiera tener de él. Ciertamente, había monografías sobre los distintos cuerpos administrativos que constituyen los más altos niveles de la burocracia estatal francesa (Inspection des Finances, Cour des comptes, grands corps 3, etc.), pero
3 N. del T.: En Francia se usa la expresión grands corps para referirse a los cuerpos de altos funcionarios del Estado que ocupan puestos de alta responsabilidad en la función pública (incluye a los miembros del Tribunal de Cuentas, del Consejo de Estado, de los distintos órganos de Inspección del
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eran muy dispersas y tenían enormes lagunas. Se había estudiado más a los propietarios y gerentes de grandes empresas, pero de nuevo de forma más bien fragmentaria y monográfica. Así que me embarqué en una empresa de investigación un tanto desproporcionada, aún inacabada a día de hoy, que cubría el conjunto de todas las posiciones dominantes: el Episcopado, la universidad, los empleadores, el alto funcionariado, etc. (También quería estudiar sistemáticamente a los intelectuales y los artistas, pero, por una serie de razones, no lo he hecho, salvo de forma indirecta y parcial 4). Sobre esta base, intenté poner en relación las grandes écoles con el campo del poder para mostrar —y éste es el interés mismo de todo el proyecto— que estos dos universos tienen estructuras homólogas. LW: ¿Qué estás intentando comprender o sugerir con este cambio de terminología, que no es inocente, de clase dirigente o dominante, una expresión que ahora deseas evitar, a campo del poder? PB: En primer lugar, este cambio terminológico tiene como función marcar una ruptura con todas las teorías existentes sobre los dominantes, no menos con las teorías marxistas de la clase dirigente que con las teorías liberales y funcionalistas de las élites. Más allá de su aparente oposición, estas teorías tienen en común algo que, me parece, debiera excluirse de la ciencia social: en lugar de estudiar estructuras de poder, es decir, sistemas de relaciones objetivas, estudian poblaciones de agentes que ocupan posiciones de poder.
Estado, así como a prefectos, diplomáticos e ingenieros, entre otros). Sus miembros son reclutados fundamentalmente a través de las grandes écoles (ENA, École Polytechnique y Écoles normales supérieures). 4 N. del T.: Este objetivo insatisfecho de realizar un estudio sistemático de los artistas e intelectuales se verá en parte cumplido con la publicación cuatro años después de esta entrevista de Les règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire (París, Libre examen/Seuil, 1993; edición española en Anagrama, 2002), donde, prolongando algunos trabajos que venía desarrollando desde mediados de los años sesenta (como señala L. Pinto en Pierre Bourdieu y la teoría del mundo social, Ed. Siglo XXI, capítulo 3), Bourdieu analiza la constitución del campo literario francés en el siglo XIX y elabora teóricamente su particular sociología del arte (como «ciencia de las obras de arte»), sin renunciar a extraer además lo que considera las «propiedades generales de los campos de producción cultural».
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Claramente, en el mismo momento en que digo esto me veo obligado a corregirme a mí mismo, puesto que para comprender estructuras, no tenemos más opción que tratar con poblaciones en la medida en que, en la vida ordinaria, las propiedades que determinan el acceso a posiciones de poder se vinculan sólo a individuos. Aquí la dificultad básica es la de realizar encuestas estadísticas que tomen como unidad de observación individuos o grupos construidos compuestos por individuos, pero sin olvidar que el objeto real de análisis no son los individuos, ni siquiera clases de individuos o las instituciones a las que pertenecen, sino el espacio de posiciones que puede describirse a través de sus propiedades (Bourdieu, 1984c/1985). Primera cuestión, por tanto: existe un espacio de posiciones que no puede ser ocupado a menos que se posea alguna de las distintas formas de capital en un grado muy alto, y que sólo puede describirse considerándolas en sus relaciones mutuas. Segunda, que dentro de este espacio, pueden encontrarse subespacios que corresponden a diversos campos: los campos intelectual y artístico, el campo del alto funcionariado, el campo del poder económico, el campo religioso, etc. El objeto de análisis propiamente dicho son las relaciones objetivas que se dan entre esos diversos sub-espacios, y los mecanismos que tienden a reproducir esas relaciones redistribuyendo continuamente a los agentes que ocuparán sus posiciones, de tal forma que se perpetúan las estructuras, y, especialmente, inculcando las propiedades y disposiciones adecuadas a este fin. En otras palabras, garantizando no sólo el derecho de entrada sino también el deseo de entrar. Estamos tratando una cuestión que es cualquier cosa menos trivial: en todas las sociedades no basta con definir reglas de sucesión, con decir quién va a heredar —y, por tanto, excluir a ciertas personas y favorecer a otras (por ejemplo, el hijo mayor en oposición al menor). Es esencial que aquellos que son designados como herederos consientan en aceptar su herencia, y se dediquen a aumentarla, lo que no debiera darse por sentado. El tipo ideal de este dilema puede encontrarse en Frédéric, en La educación sentimental de Flaubert: Flaubert es un heredero que se niega a heredar, que se resiste a ser «heredado por la heren-
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cia», como lo expresó Marx. Desde el momento en que existen varias formas de herencia, esto es de poder, se vuelve imprescindible asegurarse de que cada una de las diferentes categorías de herederos permanezca en su lugar respectivo. Podríamos establecer una analogía con las sociedades árabes, donde varios hermanos compiten por heredar la tierra porque el sistema de sucesión no privilegia a un hermano sobre el otro. En las sociedades avanzadas, uno de los principales problemas que surgen en el corazón del campo del poder es el de la articulación armoniosa de las distintas formas de capital que se encuentran en competición objetiva —haciendo que los intelectuales acepten que son intelectuales y no managers, haciendo que los managers acepten convertirse en managers renunciando a ser intelectuales. Porque lo que ha de reproducirse es un sistema de diferencias que define una división del trabajo de dominación históricamente determinada. De este modo, en Francia, el equivalente de los mecanismos de sucesión diseñados para impedir las luchas fratricidas entre herederos es la división entre las grandes écoles con, en un extremo, las escuelas «intelectuales» (la École normale supérieure y, en menor medida, la École polytechnique) y, en el otro extremo, las escuelas que preparan para el poder económico (la École des hautes études commerciales), con, entre ambos, una escuela como la École nationale d’administration, que abre la vía a posiciones de dirección dentro de las burocracias estatales. Distribuyendo a jóvenes de orígenes distintos entre las diferentes escuelas, cada una de las cuales se presenta a la vez como excelente e incomparable, y concediendo cada una de ellas prioridad a una especie particular de capital, el sistema produce formas incomparables de excelencia y, al mismo tiempo, una suerte de paz armada entre «hermanos hostiles». LW: La noción de «campo del poder» es por tanto el medio de romper con el pensamiento esencialista, y adoptar un modo de pensamiento relacional (Bourdieu y Wacquant, 1992: 15-19, 94-115) que te permite comprender simultáneamente distintas formas de poder y las luchas que las oponen. ¿Cómo está organizado el campo del poder, en el caso específico de Francia y más en general?
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PB: Es una pregunta muy compleja que plantea distintas cuestiones. Empecemos por la organización del campo del poder tal y como lo veo hoy en Francia. Lo que describo es un estado histórico de este espacio que no es eterno, puesto que adquirió su forma presente a finales de los años ochenta del siglo diecinueve, en tiempos de Flaubert. No es una coincidencia que su estructura pueda encontrarse en La educación sentimental, es decir, en el mismo momento en el que se constituyó la oposición entre los pintores, escritores, intelectuales, etc., y lo que los artistas de la época llamaban lo burgués (Bourdieu, 1975/1987). En un lado están los dominadores dominantes —como Monsieur de Dambreuse, el banquero, que tiene un salón muy lujoso en el que se come faisán— y en el otro los dominadores dominados, esto es, artistas que son (comparativamente) pobres pero que pueden tener como amantes a las mujeres de los banqueros puesto que poseen otra forma de capital: han creado un universo en el que su pobreza elegida se convierte en riqueza, un verdadero art de vivre que supone una degradación del dinero e incluso del éxito mundano. LW: Con esta oposición entre los intelectuales y los hombres de negocios, o los «artistas» y los «burgueses», como se decía a finales del siglo XIX, señalas los dos polos del espacio del poder: ¿cuáles son las formas de capital que propiamente los definen? PB: En un extremo encontramos un capital predominantemente económico (propiedad, bienes, títulos de propiedad, altos ingresos), que también está dotado de propiedades simbólicas —este capital económico puede invertirse, por ejemplo, en el mundo de la cultura, donde es convertido en capital simbólico por medio de la adquisición de obras de arte, la creación de fundaciones, la financiación de actividades «cívicas», etc. En el otro, encontramos un capital de tipo cultural, que puede medirse empíricamente en función de la posesión de credenciales educativas, de la propiedad de bienes de «alta» cultura como pinturas, y en función de prácticas que son otros tantos títulos de nobleza cultural. Este capital también tiene sus propias leyes de adquisición, transmisión y acumulación (Bourdieu, 1986).
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En uno de los polos del campo del poder encontramos a agentes muy bien dotados de capital cultural y mal dotados de capital económico, y, en el otro polo, individuos y familias muy ricas en capital económico pero pobres en capital cultural —esto es, los perfiles inversos de la estructura del capital. En el medio de esta estructura quiasmática encontramos las llamadas profesiones, como se las denomina en las sociedades anglosajonas, y los altos burócratas estatales, es decir, aquellos agentes que acumulan simultáneamente las dos formas de capital: son ricos tanto en capital cultural como en capital económico. Aquí es donde encontramos a Frédéric: Frédéric es un pequeño rentista que vive de su propiedad, como el propio Flaubert, y el hijo de un profesional; es un personaje dividido, en un equilibrio ambiguo entre los dos polos. LW: ¿Puede encontrarse esta estructura en otros espacios, lugares y épocas? ¿Posee el campo del poder propiedades invariantes que proporcionen una base para la comparación histórica? PB: En primer lugar, se ha comprobado que la oposición entre capital económico y capital cultural es muy antigua. Si bien es cierto que no alcanzó su expresión más acabada hasta el final del siglo XIX, la historia muestra que se constituyó mucho antes. Si admitimos que la estructura del campo del poder depende en cada momento de las formas de capital invertidas en las luchas por su peso respectivo dentro de la estructura, no parece menos cierto que la oposición fundamental de la división del trabajo de dominación es la que se da entre los poderes temporal y espiritual. Nos podemos referir aquí al dualismo que describe Georges Duby (1978) entre los oratores y los bellatores en la sociedad medieval. Nos encontramos aquí con diferentes formas de poder temporal y poder cultural —a saber, el capital religioso y el capital militar—, pero organizados de acuerdo con la misma estructura. El hecho de que esta estructura sea transhistórica explica que podemos comprender una gran cantidad de conflictos que atraviesan a las sociedades anteriores. Si encontramos la célebre tríada de Dumézil en todas partes, es porque la oposición entre aquellos que ejercen el poder temporal y aquellos que pueden hablar de él, ya sea para legitimarlo o para criticarlo, es muy antigua, cuasi-univer-
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sal, como lo es su tercer término, referido a los dominados, los laboratores 5. Podríamos por tanto elaborar un inventario de las diversas realizaciones de esta estructura en el tiempo así como sincrónicamente, a través de distintas sociedades. Uno de los factores de diferencia que la noción de campo nos permite problematizar es la variación de la distancia entre el polo económico y el polo intelectual, del grado de antagonismo entre ellos, y del grado de subordinación del último al primero. Creo que puede encontrarse la misma estructura quiasmática en los Estados Unidos, donde el antagonismo parece menos marcado, en parte porque todos los dominantes son adiestrados en las mismas escuelas (mientras que en Francia existe una clara oposición entre la École normale supérieure de la rue d’Ulm y la École des HEC o, dicho abruptamente, entre la cultura y el dinero, en los Estados Unidos las escuelas de élite como la Universidad de Yale y la Universidad de Harvard reúnen y acercan a los futuros líderes económicos e intelectuales). LW: ¿Por qué luchan los agentes en el campo del poder? En tu libro, distingues dos formas de lucha. La primera se refiere al principio de dominación dominante, esto es, a la especie de capital que da una posición de ventaja en el campo del poder, y por medio de toda una serie de complejas mediaciones, en todos los campos de la sociedad. La segunda lucha gira en torno al principio de legitimación dominante de la forma de capital dominante. PB: Es especialmente importante darse cuenta de que estas dos luchas están íntimamente entrelazadas, en la medida en
5 N. del T.: Georges Dumézil (1898-1986), filólogo e historiador de las religiones y célebre estructuralista francés, dedicó la mayor parte de sus esfuerzos al estudio comparativo de las mitologías de los pueblos indoeuropeos, viendo en éstas una estructura común formada por tres funciones en las que estos pueblos dividirían la actividad humana: la administración de lo sagrado, del poder y del derecho; la administración de la fuerza física; y la administración de la abundancia y la fecundidad. Siguiendo su estela, el historiador Georges Duby (1919-1996), aplicó esta triada a la sociedad medieval, distinguiendo tres órdenes: los oratores (los que rezan, el clero), los bellatores (los que combaten, la nobleza) y los laboratores (los que trabajan, el «tercer estado» y fundamentalmente el campesinado), constituyendo los dos primeros la clase dominante de esta sociedad (Duby, 1978).
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que convencer con éxito a los demás de que mi capital es legítimo es ya una forma de reforzar su eficacia específica. Aún a riesgo de usar un lenguaje funcionalista que no me gusta nada, yo diría, brevemente, que en las sociedades diferenciadas, para que una clase dominante funcione de forma efectiva, ésta debe ser capaz de ejercer diversas formas de dominación al mismo tiempo. La dominación puramente económica nunca es suficiente. LW: Ese es un axioma que Weber (1918/1978) situó en el epicentro mismo de su sociología de la dominación: ningún poder puede ejercerse sólo como fuerza desnuda. PB: Este es incluso un antiguo tema pascaliano (Pascal es uno de los precursores de la teoría de la violencia simbólica): la idea de que ningún poder puede ejercerse en su brutalidad de una manera arbitraria, de que debe ocultarse, encubrirse, justificarse por ser lo que es —debe hacerse reconocer como legítimo promoviendo el desconocimiento de la arbitrariedad que lo funda. Ahora bien, la cuestión de la legitimidad del capital es inmediatamente suscitada por el hecho de la existencia de una pluralidad de poderes en competición que, en su confrontación misma, plantean incesantemente el problema de su justificación. Sin embargo, el antagonismo entre los poseedores del poder espiritual y los poseedores del poder temporal que, como hemos visto, constituye el principio de polarización del campo del poder, de ninguna manera excluye una solidaridad funcional. La existencia de una pluralidad de principios de jerarquización parcialmente independientes establece un límite de facto a la lucha de todos contra todos entre los dominantes. Promueve una forma de complementariedad que es la base de una verdadera solidaridad orgánica en la división del trabajo de dominación. El par de aquellos que actúan y aquellos que hablan es a la vez antagónico y complementario, realizándose la división del trabajo de dominación en y por el conflicto que los une (otro caso que revela el carácter completamente absurdo de la oposición escolástica entre consenso y conflicto). Dicho esto, llegamos a los dos objetos de lucha. El primero se refiere a la imposición de la primacía de una forma de capital sobre otra. El paradigma de esta lucha es el del «bur-
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gués» y el «artista», en el que los artistas buscan desacreditar simbólicamente al capital económico en beneficio del capital cultural, que ellos consideran la única forma de poder legítima. Esta lucha para imponer un principio de dominación dominante es al mismo tiempo una lucha por la legitimación, puesto que imponer la dominación de una forma de capital es producir el reconocimiento de su legitimidad, en particular en el campo contrario. De ahí las relaciones profundamente ambivalentes que existen entre el artista y el burgués, los intelectuales y los hombres de negocios, especialmente en el caso de los intelectuales de orígenes burgueses, al contaminarse la relación artista-burgués con una suerte de relación padre-hijo en la que el conflicto es redoblado por la complicidad. Esto es algo que Habermas (1970) describió muy bien en su análisis del movimiento estudiantil: mostró —simplifico en extremo— que si los estudiantes se involucran en algún tipo de provocación simbólica, es porque forman parte de aquello a lo que se oponen y saben que serán tratados de forma indulgente por las fuerzas de la ley y el orden. La conciencia de esta relación de complicidad antagónica se encuentra a veces entre los artistas: que Cézanne fuera el hijo de un banquero, por ejemplo, es clave para comprender tanto su distancia con respecto al poder económico como su habilidad para desafiarlo simbólicamente. LW: En La noblesse d’État, desarrollas una tipología o una oposición ideal-típica basada en la oposición entre dos modos de reproducción: el modo de reproducción familiar y el modo de reproducción que no llamas «académico» —creo que esta precisión es importante aquí— sino más bien de componente escolar (à composante scolaire) 6. ¿Qué define a cada uno de estos modos y cómo se oponen el uno al otro?
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N. del T.: En el texto original, traducido al inglés a partir de una entrevista realizada en francés, los traductores dejan el francés «à composante scolaire» («de componente escolar») y añaden entre paréntesis la expresión inglesa «school-mediated» («mediado por la escuela»). Al disponer en castellano de una expresión más cercana al francés original tanto en la forma como en el contenido, hemos preferido traducir directamente el original francés descartando la traducción inglesa, ligeramente alejada de su sentido original.
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PB: Dicho toscamente, el primero de ellos y el más extendido (prevalece en sociedades relativamente indiferenciadas) es un modo de reproducción en el que la familia misma controla la transmisión del poder y los privilegios de acuerdo con reglas consuetudinarias (como la progenitura, el reparto igualitario o la Ley Sálica). En ciertos casos, las mujeres son excluidas de la herencia, en otros el hijo más joven, a veces ambos, y así sucesivamente, de acuerdo con reglas firmes y bien definidas. Lo importante es que la familia mantiene el control sobre la transmisión directa y, en ciertas condiciones, se reserva el derecho de transgredir las leyes consuetudinarias (por ejemplo, en Béarn las familias pueden llevar a cabo maniobras para desheredar a los mayores por idiotez). Por otro lado, en la mayor parte de las sociedades desarrolladas actuales con un sistema educativo elaborado, la transmisión del poder —incluyendo el poder económico— depende cada vez más de la posesión de credenciales educativas. La escuela se ha convertido en una especie de árbitro con el que las familias tienen que contar. En las llamadas sociedades socialistas, el modo de reproducción de componente escolar se ha convertido incluso en el principal instrumento de reproducción, junto con la transmisión directa del capital político. En las sociedades capitalistas, la transmisión directa de capital económico (de negocios, acciones y bonos, propiedad, etc.) por parte de la familia continúa. Pero una parte cada vez más importante de este poder es transferida en forma de credenciales educativas. Este recurso a una forma de consagración educativa, aunque sea rudimentario, tiende a imponerse cada vez más en el propio campo del poder económico, y ello tanto más imperiosamente cuanto mayores son la antigüedad y el tamaño de la empresa. Este es el motivo por el cual el sistema educativo se ha convertido en un objeto de lucha central. En efecto, quienes poseen credenciales entran en conflicto, en sus estrategias para incrementar el valor de sus títulos, con las estrategias de aquellos que controlan las posiciones, jefes y directivos, que están decididos a protegerse de las demandas de los poseedores de capital cultural. Estas estrategias, por ambas partes, son a la vez
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individuales y colectivas (en particular, a través de los sindicatos) e implican necesariamente esfuerzos por controlar los medios (especialmente los jurídicos) asociados con el Estado por los cuales se establece la tasa de cambio (o tasa de conversión) entre las distintas formas de capital en competencia. Las credenciales académicas son, por tanto, tanto armas como objetos en juego en las luchas simbólicas por la definición de las clasificaciones sociales. LW: ¿Cómo caracterizarías el papel específico de las grandes écoles (o de las escuelas de élite en general) en el funcionamiento del campo del poder? Has hablado de consagración y de legitimación. En el libro, además, propones la idea de que hay contradicciones específicas enraizadas en el hecho de que la reproducción del campo del poder opere a través de la mediación del espacio de las grandes écoles. PB: Lo esencial del papel de las grandes écoles consiste en producir una nobleza, esto es, agentes que se sienten diferentes y justificados en su diferencia, y que son vistos y reconocidos como tales, y están por tanto destinados desde el principio a espacios separados y futuros separados, fuera de lo común. La selección que lleva a cabo la escuela es también una elección, y las operaciones mágicas de segregación (del mundo) y agregación (de los elegidos) producen una élite consagrada. De igual modo que la investidura de los caballeros según Marc Bloch (1943), esta operación de ordenación (tanto en el sentido matemático como religioso) transforma las diferencias de escala en una serie de diferencias discontinuas, e instituye órdenes en el sentido de Stände, esto es, divisiones legítimas, mágicamente producidas y jurídicamente garantizadas, del mundo social. Al hablar de consagración, estoy recuperando su sentido durkheimiano: para Durkheim (1912/1968), lo sagrado es lo que está separado, alejado de lo mundano. Las grandes écoles producen individuos que son percibidos —y que se perciben a sí mismos— como de clase distinta, de «esencia superior» como decimos en francés, esto es, separados en términos absolutos, en términos de adscripción: no importa lo que hagan, lo que hacen es diferente.
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LW: ¿No es ésta una forma de crear «esencias históricas», si es que pueden unirse estos dos términos aparentemente contradictorios? PB: Lo es, efectivamente. El paradigma de esta transmutación nos lo proporciona el plebeyo que, pese a ser un espadachín sin igual, nunca se convierte en noble, mientras que el noble nunca deja de ser noble aunque sea un espadachín mediocre. El polytechnicien 7 que ha olvidado las matemáticas (o el MBA de Harvard que ha olvidado la contabilidad) permanece siempre polytechnicien (antiguo alumno de Harvard) y disfruta durante toda su vida de todos los privilegios que acompañan a su estatus. Todas las sociodiceas buscan producir la creencia de que los dominantes están dotados de propiedades naturales que les legitiman para dominar. No obstante, el mecanismo de reproducción formado por las grandes écoles constituye un sistema extraordinariamente poderoso en tanto que las propiedades legitimadoras que éstas certifican son a la vez las más universales de su tiempo —pertenecen al orden de la cultura— y las más naturales puesto que son en su mayoría imputadas al «talento» o al mérito personal, atributos de la persona, de su naturaleza, y no de su herencia. Sin embargo, este sistema extremadamente poderoso de legitimación conlleva costes sustanciales. Por un lado, la transmisión del privilegio ya no es automática, siendo susceptible de fallos. El sistema escolar asocia probabilidades de éxito a posiciones sociales pero no garantiza que este o aquel hijo de consejero ministerial conseguirá un puesto de consejero ministerial, director general o ejecutivo. Se ha objetado mil veces a mis análisis que no todos los hijos de polytechniciens son polytechniciens y que no todos los hijos de normaliens 8 son normaliens (Jean Fourastié produjo incluso estadísticas expresamente para demostrar esto). La objeción no tiene sentido: la reproducción sólo opera estadísticamente, lo que significa que la clase (en el
7 N. del T.: Se llama así a quienes estudian o han estudiado en la École polytechnique. 8 N. del T.: Se llama así a quienes estudian o han estudiado en alguna de las Écoles normales supérieures.
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sentido lógico) se perpetúa a sí misma sin que todos sus miembros individuales se reproduzcan. Los herederos eliminados pueden ser por tanto los portadores de una revuelta contra la institución. Este es, dicho rápidamente, uno de los aspectos de Mayo del 68, el rechazo a un modo de reproducción que ya no garantiza que todos los hijos de los dominantes sigan una trayectoria adecuada a sus posiciones de partida y sus expectativas. (Debemos señalar de pasada que la fracción de los dominantes que experimenta movilidad descendente rara vez cae muy abajo: se crean todo el tiempo redes de seguridad para protegerles. Somos testigos de la proliferación de escuelas-«refugio» privadas y de ocupaciones semi-burguesas en aquellas regiones del espacio social que aún están poco burocratizadas y donde las disposiciones sociales tienen más peso que las «competencias» garantizadas por la educación [Bourdieu, 1979/1984a].) Tal es la contradicción específica de este modo de reproducción. No afirmo que sea la única contradicción del mundo social en la actualidad, pero es para mí una de las contradicciones más fundamentales de las sociedades avanzadas. De hecho, está más o menos directamente relacionada con las principales protestas sociales del último cuarto de siglo, como el feminismo, el regionalismo, el movimiento ecologista, y todo aquello que se suele agrupar bajo la etiqueta de los «nuevos movimientos sociales», sin olvidar aquellos movimientos que han conmocionado recientemente a Francia, como la revuelta estudiantil contra la reforma Devaquet 9 y los nuevos tipos de demandas
9 N. del T.: Bourdieu se refiere aquí al movimiento estudiantil que desató tanto en los institutos como en las universidades francesas el proyecto de ley de reforma de la universidad del conservador Alain Devaquet a finales de 1986 en Francia. Tras una importante movilización social y diversos altercados violentos, que se saldaron con la sonada muerte de un estudiante (Malik Oussekine), el proyecto de reforma es retirado por el entonces primer ministro Jacques Chirac (durante la presidencia de François Mitterand y la llamada «cohabitación») y Devaquet presenta su dimisión como encargado de Investigación y Educación Superior del Ministerio de Educación francés (dirigido entonces por René Monory). La reforma contemplaba, entre otras, las siguientes medidas: libertad de las universidades para establecer las tasas de matrícula; posibilidad de selección de los estudiantes a su entrada en la universidad; y libertad de las universidades
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avanzadas codo con codo por los estudiantes y los trabajadores cualificados. Todos estos movimientos tienen una raíz común en la contradicción específica de este modo de reproducción que une a los herederos amenazados por la movilidad descendente con los «decepcionados estructurales» del sistema, quienes, debido a la devaluación de los títulos académicos, no han visto sus expectativas satisfechas. Dicho esto, la transmisión académica compensa su rendimiento reproductivo más bajo con su superior efectividad en el ocultamiento del trabajo de reproducción. La lógica estadística de su funcionamiento supone que reproduce las estructuras establecidas con suficientes excepciones como para crear la ilusión de la independencia y la democratización. Porque hay excepciones en ambas direcciones —fracasos e historias de éxito— y si los fracasos están dispuestos a la contestación, las historias de éxito son con frecuencia las mejores defensoras de las escuelas de élite (véase cómo el director actual de la École nationale d’administration actúa en calidad de portavoz de aquellos que quisieran hacernos creer que la ENA es una institución democrática). LW: En la segunda parte de tu libro, ofreces una descripción minuciosamente detallada de las clases preparatorias como «instituciones totales», por recordar la noción de Goffman (1961), que las ve como «los invernaderos donde se transforma a las personas». Esta evocación guarda una fuerte semejanza con las escuelas de élite en los Estados Unidos (las célebres «prep schools» descritas por Cookson y Persell [1985], en su notable libro, Preparing for Power), con las escuelas jesuitas o con los monasterios benedictinos. Me ha sorprendido la atención que prestas al proceso de interiorización de la estructura social a través del cual los estudiantes adquieren las categorías mentales adecuadas para sus futuras posiciones como dirigentes. Se podría casi concluir que la selección que describes funciona por medio de un mecanismo esencialmente cognitivo.
para establecer sus propios métodos de enseñanza y expedir sus propios títulos, medida criticada por acrecentar la competencia entre universidades y favorecer sobre todo a las universidades más prestigiosas y cotizadas.
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PB: Este es un punto absolutamente central en mi trabajo. Si situé el análisis de las formas académicas de clasificación y del proceso de ordenación al principio del libro, fue en parte para permitir al lector acercarse a los problemas desde su ángulo más accesible, el más cercano a la experiencia vivida, pero también para insistir en que este modo de reproducción, que podría describirse como un sistema mecánico que reduce a los individuos al estado de partículas pasivas, es en realidad el escenario de acciones en las que los agentes invierten su visión del mundo, sus proyectos y sus esperanzas. En una versión anterior del texto, comparaba el sistema académico con el demonio de Maxwell, que distribuye las partículas de acuerdo con su velocidad, violando así el principio de Carnot, impidiendo que el mundo social se hunda en el desorden preservando las estructuras de diferencias. La analogía podría ser correcta si se consideran sólo los productos finales vistos desde fuera, pero la realidad del funcionamiento interno de este modo de reproducción opera de forma completamente distinta. No se trata de un sólo demonio que toma decisiones, sino de millones de pequeños demonios: profesores, estudiantes y padres que eligen entre disciplinas, programas, diplomas, establecimientos, etc., y que, de este modo, están clasificándose y reclasificándose continuamente. Además, estos miles de elecciones no son decisiones puras de sujetos racionales que siguen un principio consciente de maximización del capital. Son elecciones prácticas, informadas por los sistemas incorporados de preferencias constituidos por las categorías de percepción y apreciación que inculca la propia escuela. Estos miles de minúsculos actos cognitivos individuales, de los cuales el sistema educativo es en cierto sentido la totalidad, ponen en juego esquemas de clasificación que no son más que la interiorización de clasificaciones objetivas. LW: Entonces, cuando hablas de «estrategias de reproducción», no implica un cálculo utilitario referido a un modelo marginalista de la acción o a una teoría de la acción racional. PB: No. Hablar de estrategias de reproducción no es atribuir al cálculo racional la conducta a través de la cual se expresa la tendencia de los dominantes a perseverar en su ser. Es
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sólo comprender a la vez una serie de prácticas extraordinariamente diversas (en materia de fertilidad, profilaxis, educación, economía, sucesión) que están organizadas prácticamente para este fin, sin que en ningún caso sean concebidas y planteadas explícitamente con referencia a él. Esto es posible porque estas prácticas tienen, como principio de coherencia, un habitus (Bourdieu, 1977, 1980/1990b) que tiende a reproducir las condiciones de su propia producción produciendo, en cada uno de estos universos, las líneas de acción objetivamente coherentes y sistemáticas que caracterizan a un modo de reproducción. LW: Hacer una fenomenología de los procesos de selección mutua, a través de los cuales los estudiantes se sienten atraídos por las escuelas más apropiadas para ellos, es también una forma de mostrar que la acción de la escuela extiende, amplifica y enmascara la de la familia, esto es, la transmisión directa del capital social y cultural vinculado al origen de clase. PB: Si se hace necesario llegar a este nivel de detalle, es también para insistir en que la escuela no crea ex nihilo. La escuela – nunca he dejado de repetirlo – depende de la familia y la transmisión educativa descansa sobre la transmisión familiar directa del capital cultural original, que ésta completa y ratifica (Bourdieu y Passeron, 1970/1977). Si el sistema educativo fuera responsable de la transmisión de las desigualdades en su totalidad, cambiar el sistema escolar —¡que en sí mismo no sería cosa fácil!— sería suficiente para cambiar la sociedad. Ni qué decir tiene que debemos guardarnos de equiparar la oposición entre los dos modos de reproducción con la oposición entre la escuela y la familia. Esta oposición está relacionada, más bien, con la diferencia entre la gestión puramente familiar de los problemas de reproducción y una gestión familiar que requiere un cierto uso de la escuela en las estrategias de reproducción. La institución educativa cumple dos funciones a este respecto. Primero, selecciona a los agentes ya predispuestos de tal manera que el trabajo de inculcación se hace considerablemente más fácil. Los romanos solían decir: Natare piscem doces, «Enseñas a nadar a un pez». Hay escuelas donde, cuando se mira de cerca, la enseñanza pide poco más a sus alumnos que
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ser ellos mismos, esto es, que tengan las actitudes y aptitudes (formas de ser, acento, porte) que son el sello de su clase u origen… y su destino. El trabajo de aculturación preliminar que la familia y el medio de origen llevan a cabo es tanto más indispensable cuanto que lo que debe transmitirse no puede reducirse nunca —especialmente en el caso de las posiciones dominantes— a competencias técnicas. Si fuese suficiente, para hacer a un físico o a un director ejecutivo, con impartir un conocimiento apropiado de las funciones glucogénicas del hígado o de contabilidad financiera, sería completamente distinto. En realidad, lo que ha de transmitirse es toda una postura, una forma de ser y de pensar constitutiva de la definición social del físico o del ejecutivo en un determinado momento, una definición que implica hoy que deben ser burgueses, educados, distantes, que les gusta vestirse con traje de tres piezas y disfrutan de vinos de primera calidad y jugando al bridge, y así sucesivamente. Por eso es importante seleccionar un habitus predispuesto. Segundo, como ya he dicho, la escuela superpone en esta selección efectos de ruptura, de cierre, de consagración, que son cruciales para que los herederos asuman su herencia (por ejemplo, no deben ser mujeriegos o arriesgar su posición con un matrimonio desacertado). Es aquí donde nos encontramos con el molesto problema, casi siempre planteado de forma inadecuada, de la relación entre la competencia técnica y la competencia social. Es cierto que hay cuerpos técnicos de conocimientos que uno debe adquirir para ocupar posiciones de poder. Pero la adquisición de esta competencia técnica es inseparable de la adquisición de las disposiciones sociales que regirán la utilización de la técnica – le pondrán límites a su uso y subordinarán los usos técnicos a determinadas funciones sociales. Es precisamente la indiscernibilidad de la dimensión técnica y la dimensión social la que está en la raíz del poder de la consagración educativa. LW: En última instancia, la función principal de las grandes écoles no es tanto la de conferir la competencia social para gobernar a aquellos que, en cualquier caso, ya la tienen, como la de establecer una frontera infranqueable entre ellos y todos aquellos a los que
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nunca concernirá el ejercicio del poder —a la manera de los «ritos de institución» que analizas en otro lugar (Bourdieu, 1984b). PB: Yo no diría «función principal». Hay toda una gama de funciones, de entre las cuales yo intento resaltar las menos visibles. Insistir en la función de transmisión de competencia técnica es redundar en lo obvio. Todo el mundo sabe que los estudiantes de las escuelas de élite estudian matemáticas y marketing y que aprenden lenguas extranjeras e informática. No obstante, creo que estas funciones técnicas ocultan el cumplimiento de otras, funciones sociales, como la de definir la sutil frontera que separa a los dominantes de las posiciones intermedias (entre los altos y medios directivos en las empresas, por ejemplo), una divisoria muy sensible que debe a la vez eufemizarse y acentuarse para que los órdenes medios permanezcan en su sitio. Goffman señala en algún lugar que uno de los puntos sensibles del espacio social en los Estados Unidos es la frontera entre ciertos anestesistas y médicos, porque cumplen la misma función técnica y sin embargo existen barreras enormes entre ellos, marcadas por una considerable distancia social y diferencias en el trato simbólico que se les concede, por no mencionar la diferencia de ingresos. Por lo tanto, es necesario que esta frontera sea aceptada por ambas partes: que los dominantes no frecuenten bajas compañías (un médico podría acostarse con una enfermera pero no debería casarse con ella) y, por otro lado, que el técnico aspire a una posición superior pero, sabiendo que no fue a la escuela adecuada, acepte el veredicto que le o la condena a posiciones subordinadas. LW: Quisiera volver a la cuestión del poder y de su ejercicio enfocando al funcionamiento de las clases preparatorias. Muestras que estas clases inculcan una «cultura de la urgencia», que presupone y promueve una relación particular con el mundo a través de la imposición de categorías de pensamiento, una especie de adiestramiento (dressage) de la mente. ¿En qué difieren estos análisis, por ejemplo de los de Foucault (1975), para quien el poder opera a través del «adiestramiento» de los cuerpos? PB: Las diferencias son bastante profundas desde mi punto de vista. Creo que los análisis de Foucault pueden, más allá de
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la diversidad de sus objetos, leerse como una teorización de la revuelta adolescente contra las instituciones, contra ciertas instituciones —la escuela, por ejemplo, apenas está presente en el trabajo de Michel Foucault. Me llama la atención el hecho de que diga tan poco acerca de la universidad. Cuando se ocupa de ella, atiende a su lado más externo y abiertamente disciplinario— el vigilante pero no el profesor… Desde mi punto de vista, Foucault presenta una visión simplificadora de la coacción social como disciplina, esto es, como una coacción ejercida sobre el cuerpo desde el exterior. Sé bien que insiste, especialmente en Vigilar y castigar (1975), en el paso de la tortura al encarcelamiento, de la violencia bruta a una violencia más blanda basada en la vigilancia y en la acumulación de saber sobre el sujeto. Pero estos análisis no van más allá de las disciplinas y las coacciones externas, y Foucault ignora todo el proceso de inculcación de esquemas cognitivos de percepción, apreciación y acción que son el producto de la interiorización de las estructuras del mundo y que, surgiendo de una violencia suave, hacen la violencia suave posible. En pocas palabras, al faltarle todo aquello que yo agrupo en la noción de habitus, Foucault no puede dar cuenta de las formas mucho más sutiles de dominación que llegan a operar a través de la creencia y del acuerdo pre-reflexivo del cuerpo y la mente con el mundo — cuya manifestación paradigmática es la dominación masculina (Bourdieu, 1990). Lo que se interioriza, en mi opinión, son principios de visión y división del mundo que, estando en acuerdo con las estructuras objetivas del mundo, crean una suerte de ajuste infra-consciente con las estructuras dentro de las cuales evolucionan los agentes. De modo que la dominación opera a través de la creencia, a través de una relación dóxica con las estructuras. Es esta complicidad infra-consciente entre habitus y campo la que, en muchos universos, explica la sumisión de los dominados (que no tiene nada que ver con el amor al poder o al censor, como podría sugerir un uso superficial del psicoanálisis). Tampoco tiene que ver con una rendición motivada por la culpa, obtenida a través de la cobardía o la mala fe. Es más bien el resultado del acuerdo que se da entre las condiciones de existen-
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cia y las disposiciones que dichas condiciones han producido. Esto explica también cómo, como dijo Marx, los dominantes pueden ser dominados por su dominación. Podría incluso citar aquí a Pareto, cuando habla de la decadencia de las élites. Pareto sugiere que las élites están acabadas cuando dejan de creer en sí mismas. Cuando digo que los herederos deben ser heredados por su herencia, significa que deben creer que dicha herencia merece ser aceptada y que deberían dedicar sus energías a ella. Ahora, bajo el régimen de reproducción estadística predominante en las sociedades modernas, se vuelve cada vez más costoso ser un heredero. Requiere inversiones y sacrificios cada vez mayores, especialmente de tiempo y en la propia vida sexual… LW: Con frecuencia se te ha criticado por proponer una visión muy mecánica del mundo social y una visión cerrada de la historia, en la que las formas de poder se reproducen indefinidamente sin resistencia, con una especie de necesidad ineluctable. A pesar de ello, al final del libro, y debo confesar que fue una sorpresa para mí, esbozas un movimiento histórico progresivo (o progresivista) hacia una menor arbitrariedad. ¿Quiere esto decir que la nobleza de escuela, aunque siga siendo una nobleza, es históricamente menos arbitraria que la nobleza de sangre que la precedió? PB: Esta pregunta plantea dos cuestiones distintas. Está, en primer lugar, la cuestión de la «resistencia». No tiene sentido sugerir que no reconozco la resistencia de los dominados. En pocas palabras: si hago énfasis en la complicidad de los dominados en su propia dominación, es para «torcer el bastón en sentido contrario», para romper de una vez por todas con esa mitología populista tan extendida entre los intelectuales que sienten la necesidad de creer que los dominados están siempre alerta, siempre listos para movilizarse, para sublevarse, para derribar la opresión que sufren. Proyectando su visión intelectual, que es la de un espectador, un observador externo, olvidan que los dominados son socializados por las condiciones mismas en que viven y que por tanto están a menudo determinados —en grados variables— a adaptarse a su situación, para que el mundo no sea totalmente invivible para ellos. Sobre la cuestión de la arbitrariedad, te puedo contar una anécdota: cuando leí las pruebas de imprenta del libro dejé fue-
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ra el párrafo al que te refieres, pero el director de producción de las Éditions de Minuit lo dejó sin darse cuenta en el volumen final. Lo descubrí cuando abrí el libro y, al final, no quedé descontento con ello. Pero al principio no estaba dispuesto a ofrecer esta gratificación a muchos de los que están siempre a la caza de la menor concesión a una «medalla de honor espiritual», de una abertura, preferiblemente hacia los cielos. Dicho esto, creo que esta conclusión «progresivista» se sigue de las descripciones que realizo de la transformación del campo del poder. Un modo de reproducción estadístico es al mismo tiempo más poderoso simbólicamente pero también más arriesgado, puesto que la división del trabajo de dominación se vuelve cada vez más compleja. Los espacios y lugares ocupados en la sociedad medieval por el rey, el caballero y el clérigo, los comparten ahora el burócrata, el hombre de negocios, el periodista, el profesor, el obispo, el asesor de medios, el abogado, el artista, etc. Hay por tanto una proliferación de agentes que contribuyen, a menudo inconscientemente, al trabajo de legitimación, pero únicamente llevándose su «parte» de los beneficios, buscando desviar en su provecho cualquier quantum de poder que capturen, esto es, participando en «luchas de palacio». Buena parte de los agentes que toman parte en esta compleja estructura invocan lo universal: los juristas reivindican la universalidad de la ley, las religiones son universales, la ciencia es universal, los políticos se envuelven en el manto de la virtud y la ciencia, y así sucesivamente. Todos ellos usan estos llamamientos a la universalidad para cuestionar las reivindicaciones de los demás, y haciéndolo hacen que avance lo universal (Bourdieu, 1989). Decir que las luchas en el campo del poder hacen avanzar la universalidad no equivale en ningún caso a restablecer una visión hegeliana o evolucionista de la historia. El movimiento que emerge bien puede pararse o revertirse; siempre son posibles las regresiones inesperadas, como bien sabemos por el Nazismo. No obstante, el hecho es hoy que cada vez hay más universos sociales en los que los agentes tienen un interés en lo universal y están dispuestos a invocarlo. LW: A pesar de todo —La noblesse d’État lo muestra claramente— nos enfrentamos aún hoy a un campo del poder o a una
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clase «dirigente» o «dominante» que es capaz de reproducirse, a veces incluso genealógicamente. ¿Cuál podría ser el papel de una sociología crítica y, en general, de los intelectuales en la lucha contra la perpetuación de esta nobleza —ayer una nobleza de sangre, hoy una nobleza de escuela o de Estado? En la introducción de tu libro citas la definición de Deleuze (1988) de la libertad como un aumento de conciencia, que parece asemejarse a hacer del desarrollo del conocimiento científico del mundo social un instrumento de lucha contra la dominación. PB: Es cierto que algunos grupos dirigentes han conseguido acumular tantas formas distintas de legitimación —el aristocratismo del nacimiento y el meritocratismo del éxito académico o la competencia científica, el culto del beneficio oculto en el ensalzamiento de la competición o en la ideología del «servicio público»— que, a pesar de su aparente incompatibilidad, se combinan para inspirar entre los nuevos dominantes la certeza más absoluta de su propia legitimidad. ¿Qué pueden hacer los intelectuales frente a una forma de poder tan altamente eufemizada y sublimada, en la que se interpenetran los sectores público y privado, en la que coexisten los modos de reproducción académico y familiar, y que ha conseguido imponer con éxito la cultura burguesa y el art de vivre burgués como realización última de la excelencia humana y como condición de acceso al poder económico? La mayor parte de las veces, los intelectuales libran luchas de primer grado de una forma ingenua que se ajusta a la lógica que acabo de describir: invocan lo universal —su universal— contra los burgueses, los negocios, los líderes políticos, etc. Esta dimensión de lucha interna al campo del poder explica que, históricamente, los intelectuales se hayan encontrado con frecuencia en el lado de los dominados, hasta el punto de que su propia posición de dominados en el campo del poder les lleva a aliarse con los dominados stricto sensu. Esta es una forma de lucha en gran medida sin conciencia de sí misma y en muchos casos acaba simplemente sustituyendo la dominación por parte de los poseedores de capital económico por la dominación por parte de los poseedores de capital cultural, como en los así llamados regímenes comunistas. Es por tanto una lucha completamente impura, en tanto que inconsciente de sí misma.
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La sociología de los intelectuales, tal y como la desarrollé en Homo Academicus (Bourdieu, 1984d/1988; véase también Bourdieu y Wacquant, 1989), pretende ayudar a los intelectuales a luchar conscientemente, es decir, sin jugar a esa especie de doble juego basado en la ambigüedad estructural de su posición en el campo del poder, que les lleva a perseguir sus intereses específicos al abrigo de lo universal. LW: Una acción colectiva de los intelectuales presupone un modelo común, una función en torno a la cual pueda formarse un consenso. ¿Cuál podría ser ese modelo? En un pasaje de La noblesse d’État y en un artículo publicado poco después de la aparición del libro (Bourdieu, 1989), sugieres un papel posible basado en la doble exigencia de autonomía y responsabilidad. PB: En la actualidad, los productores culturales están siendo conducidos hacia una alternativa forzosa: convertirse en experto, esto es, en un intelectual al servicio de los dominantes (ya sea el Estado o los inversores privados), o seguir siendo un pequeño productor independiente a la antigua usanza, ejemplificado por el profesor o profesora que enseña en su «torre de marfil». Mi deseo personal sería que se desarrollaran empresas colectivas emprendidas por los intelectuales con la máxima autonomía con respecto a los poderes establecidos (incluyendo el Estado, del que la mayoría de los intelectuales hoy en día dependen) en las que usaran los logros que esta autonomía hace posible para intervenir en la vida política, no como expertos, sino como sujetos autónomos. Ser autónomo requiere una lucha permanente y difícil, y exige una vigilancia a la que los intelectuales apenas están acostumbrados. Están tan habituados ya sea a ser tratados como una cantidad desdeñable, o a ser activistas (firmando peticiones, formulando programas, etc., esto es, poniéndose al servicio de los dominados), que tienen que volver a aprender cómo ser útiles sin ser utilizados. Lograr establecer con éxito una autoridad intelectual que sea al mismo tiempo autónoma y efectiva, esto es, capaz de actuar con prontitud en relación con cuestiones muy complejas sin concesión alguna a los imperativos de los políticos, será un proceso a largo plazo. Como sociólogo, estoy de acuerdo con Spinoza: «La verdad no tiene
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una fuerza intrínseca». El problema al que se enfrentan los escritores y los científicos (y especialmente los científicos naturales, que necesitan ser devueltos a la arena de la acción intelectual urgentemente) es el de producir ideas verdaderas, lo que presupone la autonomía, y actuar de tal forma que estas ideas adquieran cierta fuerza. Creo honestamente que los intelectuales aún no están listos para esto en la actualidad. Los intelectuales a la antigua usanza, incluyendo a gente que admiro mucho como Sartre, no eran lo suficientemente exigentes en ambos puntos, autonomía y competencia por un lado, y efectividad por otro. Mi sueño sería crear una internacional de artistas y científicos que se convirtiera en una fuerza política —y moral— independiente capaz de intervenir, con autoridad y con una competencia basada en su autonomía, sobre problemas de interés general (como el poder nuclear, la educación o las nuevas biotecnologías). No gobernarían sino que, permaneciendo en su sitio, constituirían un control muy serio sobre los gobernantes, especialmente en aquellos ámbitos en los que saben mucho, aunque sólo sea diciendo que no sabemos lo suficiente. LW: Podría esperarse como mínimo que exponiendo los mecanismos de reproducción, cuya fuerza descansa en buena medida sobre el hecho de que operan de forma subterránea, la ciencia social pudiera hacer más difícil su funcionamiento y reducir su eficacia en consecuencia. PB: Efectivamente, creo que la sociología puede contribuir a debilitar esta eficacia simbólica. El alboroto que ha acogido a menudo a mis análisis, especialmente entre los intelectuales y los que gobiernan, se explica por el hecho de que aluden a algo muy central, a saber la creencia de la clase dominante en su propia legitimidad y, en cierta medida (a falta de ser tan ampliamente difundido y comprendido como uno podría desear), la creencia de las otras clases en esa legitimidad… Si tantos intelectuales europeos han sido ingenuamente marxistas tanto tiempo, es, entre otras cosas, porque el marxismo les ha permitido ser muy críticos sin verse afectados por su propia crítica. Puesto que no se refirió al capital cultural, el marxismo siguió siendo una teoría revolucionaria con un uso puramente
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externo, que cuestiona todos los poderes salvo el que ejercen los intelectuales. Introducir el capital cultural, mediante los efectos de consagración, ordenación, etc., es ya complejizar mucho más las cosas, tanto científica como políticamente. LW: ¿Por qué llamaste a este libro, que en origen iba a llamarse La noblesse d’École, La noblesse d’État? ¿Es porque ves en el poder simbólico de las grandes écoles una de las dimensiones fundamentales del papel del Estado en las sociedades avanzadas? PB: El Estado es en el fondo la gran reserva del poder simbólico, el banco central del crédito simbólico que dispensa actos de consagración, tales como la concesión un título académico, un carné de identidad o un certificado — todos ellos actos a través de los cuales los poseedores autorizados de una autoridad acreditada declaran que una persona es lo que es, establecen públicamente tanto lo que las personas son como lo que tienen derecho a ser. Estos actos oficiales, y los agentes que los realizan, son respaldados por el Estado como banco central de consagración que los garantiza y que, en cierto sentido, los lleva a cabo a través de la mediación de sus intermediarios legítimos. Por ese motivo he reformulado y generalizado la fórmula de Weber para decir que el Estado es el poseedor del monopolio no sólo de la violencia física legítima sino también de la violencia simbólica legítima. LW: Durante los tres últimos años, has dedicado tu curso anual del Collège de France a la cuestión del Estado. ¿Qué te hizo centrarte en este nuevo tema, sobre el que se ha vertido tanta tinta en los últimos años? PB: Era consciente desde hacía un tiempo de que finalmente tendría que enfrentarme al problema del Estado. Pero desconfiaba de este objeto inmenso, envuelto como está en discursos de gran teoría, y quería abordarlo a mi manera, esto es, de forma oblicua, nunca de frente. Por eso empecé esta investigación con un extenso trabajo de «sociología negativa» —por analogía con la «teología negativa»— pensado para cuestionar todas las presuposiciones ingenuas y eruditas sobre el Estado: esto es, las representaciones de sentido común y los discursos periodísticos (por ejemplo, los debates sobre el liberalismo y el estatismo o sobre la «crisis del Estado de bienestar») así como
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las teorías clásicas tratadas como documentos antropológicos, las de Hegel, Marx y Durkheim (que es muy cercano a Hegel, quien plantea la cuestión de las limitaciones del penseur d’État), o trabajos contemporáneos centrados específicamente en el Estado, en particular aquellos que han florecido en el periodo del llamado «retorno del Estado» (por ejemplo, Evans, Ruschmeyer y Skocpol, 1985), sin omitir los trabajos sobre las «profesiones« que participan de la filosofía, fundamentalmente falsa en muchos casos, de estas «profesiones» y del Estado. He dedicado también varias lecciones a la historia social de las relaciones entre la sociología y el Estado para intentar descubrir los vínculos profundos, que a menudo se vuelven inconscientes, que ligan la sociología, en su existencia y su proyecto, al (aparentemente «socialista») tratamiento de los problemas sociales. En resumen, cuanto más progresaba, más descubría que la sociología —y por tanto los sociólogos— están integralmente vinculados al Estado y que, por consiguiente, el pensamiento sobre el Estado (pensée de l’État) es siempre susceptible de convertirse en pensamiento de Estado (pensée d’État). Cuando lees los textos que Durkheim produjo sobre el Estado, no puedes desprenderte de la fuerte impresión de que es el Estado el que se está pensando a sí mismo a través del pensador de Estado, del sociólogo-funcionario (sociologue-fonctionnaire). Me fui convenciendo cada vez más de que es necesario llevar a cabo una especie de duda radical y quizá llegar incluso a cuestionar la existencia misma de esta entidad nominal. Empezando por preguntar: ¿y si el Estado no fuera más que una palabra, sostenida por la creencia colectiva? Una palabra que contribuye a hacer que creamos en la existencia y en la unidad de ese conjunto disperso y dividido de órganos de gobierno que son los gabinetes, los ministerios, los departamentos, las direcciones administrativas, las oficinas de esto y aquello. Simultáneamente, había emprendido un proyecto de investigación que funcionaba para mí como una «vuelta a la realidad». Usando lo que se suele llamar una «política» de Estado —política de vivienda o, más precisamente, una reforma particular de la política de apoyo estatal a la vivienda— quería intentar averiguar quién era su «sujeto» (Bourdieu et al, 1990).
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No para descubrir «¿Quién gobierna?» (una pregunta que he encontrado siempre extremadamente ingenua) sino cómo son engendradas esas prácticas que se asignan al Estado —leyes, reglas y regulaciones administrativas—, este «comportamiento» típico del Estado. Al mismo tiempo, había organizado, con algunos colegas, historiadores del Collège de France, una serie de debates sobre temas comunes, entre los cuales no pudimos evitar encontrarnos con la cuestión de la génesis de la burocracia y del Estado. Esto fue lo que me permitió y me alentó a emprender lecturas sistemáticas sobre el nacimiento de los grandes imperios y los Estados occidentales. Y progresivamente me di cuenta de que sólo el pensamiento genético podría permitirnos «recuperar», en cierto sentido, todo aquello que el Estado establecido, funcionando como un formidable instrumento de naturalización de lo arbitrario, tiende a sustraer del cuestionamiento y del debate — por ejemplo, lo que tiene que ver con los problemas de lenguaje, territorio y fronteras. LW: ¿Es este el motivo por el cual sustentas tu reflexión sobre el Estado en un análisis de su génesis en la Europa medieval y de la constitución de la dinastía real —la «casa» del rey? PB: Sí. Siempre y cuando escapemos de la ilusión retrospectiva y de esta especie de teleología blanda que nos lleva a creer que todo lo que ha pasado tenía que pasar, la historia es un poderoso medio para romper con la obviedad del orden establecido. Intenté así —no sin dudas, puesto que este es un ámbito en el cual la documentación histórica es ilimitada— describir la lógica del proceso de acumulación inicial de las distintas especies de capital que es inseparable de la constitución de un poder real que se convierte más tarde en poder del Estado: el capital económico (con la institución de los impuestos), un capital de coacción armada (ejército y policía), y especialmente el capital simbólico —algo que se omite siempre en las teorías existentes sobre el Estado. Pero no puedo resumir en unas pocas frases análisis que sólo tienen valor cuando uno se adentra en el detalle del proceso histórico. Lo que me parecía importante era mostrar cómo hemos pasado de la lógica propia del Estado dinástico, basada en un sistema de estrategias de reproducción de la familia real, a la lógica del Estado burocrá-
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tico, esto es, describir la serie completa de transmutaciones imperceptibles a través de las cuales se inventó todo lo que incluimos en la noción de lo «público». LW: Este es un tema que bosquejas en el capítulo final de La noblesse d’État en tu análisis de la «invención del Estado». PB: Sí, puesto que no puedo describir el proceso de concentración y unificación que lleva a la constitución de un monopolio de la violencia militar, económica y simbólica sin describir también las estrategias a través de las cuales los que se han convertido en dominantes creando el Estado que dominan —la nobleza de Estado— se han asegurado un monopolio de este monopolio, esto es, de las diversas formas de apropiación legítima de los bienes públicos. Al final, el Estado emerge como una designación estenográfica de este campo tan particular constituido por el espacio de los poderes burocráticos, como el escenario de luchas por el poder sobre los otros campos o, si se prefiere, un campo de fuerzas que, como tal, no es en absoluto unitario sino que está al contrario atravesado por todo tipo de tensiones y contradicciones. Este campo es el escenario de luchas que tienen como objeto el establecimiento de las reglas que gobiernan los distintos juegos sociales (campos) y, en particular, las reglas de reproducción de estos juegos. Lo que se llama habitualmente Estado es el lugar donde es elaborado el nomos, la ley fundamental, el principio de visión y división dominante y legítimo. Este nomos, que permanece implícito en su mayor parte, es el principio de todos los actos sociales de nominación, designación de personas para cargos, concesión de títulos de nobleza social, pero también actos de clasificación, de ranking, que a menudo adquieren la forma de ritos de institución que inscriben las identidades sociales jerarquizadas en la objetividad de la existencia social.
Nota: Este es el texto de una entrevista realizada por Loïc Wacquant en el Aeropuerto de Chicago-O’Hare en abril de 1989 y editada en Cambridge, Massachusetts, en Noviembre de 1990, con ocasión de la publicación de la obra de Pierre Bourdieu La noblesse d'État: Grandes écoles et esprit de corps (París, Éditions de Minuit, colección «Le sens commun», 1989, 579 págs.).
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LISTA DE AUTORES MIGUEL ALHAMBRA DELGADO es becario FPU por el Ministerio de Educación e investigador en el departamento de Teoría Sociológica de la Universidad Complutense de Madrid. En su formación de posgrado cabe señalar la realización del Máster «Praxis de la Sociología del Consumo» impartido por la UCM, así como el curso de posgrado de «Formación de especialistas en investigación social aplicada y análisis de datos» impartido por el CIS. Actualmente es miembro del grupo de investigación «Globalización y movimientos sociales» que dirige Mario Domínguez. Dentro de sus intereses de investigación se encuentran los procesos de movilización sociopolítica, la teoría sociológica y la sociología urbana. [email protected] LUIS ENRIQUE ALONSO es catedrático de Sociología en la Universidad Autónoma de Madrid. Especializado en sociología económica y en el análisis e intervención sociológica de los fenómenos de acción colectiva y movimientos sociales. Ha efectuado numerosas investigaciones en estos campos y publicado múltiples artículos en revistas científicas y volúmenes compilatorios, así como una decena de libros que abordan temáticas relacionadas con la sociología del consumo, del trabajo y del ocio. Sus últimos libros publicados son La era del consumo (Madrid, Siglo XXI, 2006), La crisis de la ciudadanía laboral (Barcelona, Anthropos, 2007) y Prácticas Económicas y Economía de las Prácticas: Crítica del Postmodernismo Liberal (2009, La Catarata, Madrid). [email protected] PIERRE BOURDIEU ha sido uno de los sociólogos más importantes del siglo XX. A través del estudio de diversos temas, entre los que destaca el estudio de la dominación a través de la cultura, desarrolló su propio armazón teórico con conceptos como habitus, campo y capital. De entre sus múltiples libros destacan La distinción, El sentido práctico y Homo academicus. LEONIDAS K. CHELIOTIS es profesor de Criminología y subdirector del Centre for Criminal Justice en la Facultad de Derecho, Queen Mary, University of London, Reino Unido. Forma parte del consejo editorial del Euro-
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pean Journal of Criminology (también es Country Survey Editor de la revista) y del British Journal of Criminology. En 2010, obtuvo el primer premio compartido del Nigel Walker Prize anual otrogado por el Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge. Actualmente es profesor visitante en el Centre for Criminology, en la Universidad de Oxford, y trabaja en una monografía titulada The Punitive Heart: Neoliberal Capitalism and the Psychopolitics of Crime Control. [email protected] JOSÉ MANUEL FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid e investigador del Centro de Estudios sobre Migraciones y Racismo (CEMIRA). Sus principales líneas de investigación se desarrollan en los subcampos de la dominación etnorracial, las migraciones internacionales, el cambio social y la teoría sociológica. Sobre estas cuestiones ha publicado numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales y varios libros y capítulos de libros. [email protected] FRANCISCO FERRÁNDIZ (PhD Universidad de California en Berkeley, 1996) es Científico Titular del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (ILLA) del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Sus campos de interés incluyen los estudios culturales, la religiosidad popular, la antropología visual, la antropología médica, la antropología del cuerpo y la antropología de la violencia, con especial énfasis en investigaciones relacionadas con la memoria y el trauma social. Hasta el momento, sus dos grandes proyectos etnográficos han tenido como objeto el culto espiritista de María Lionza en Venezuela y, desde 2003, las políticas de la memoria en la España contemporánea, a través del análisis de las exhumaciones de fosas comunes de la guerra civil (1936-1939). Ha sido Profesor y/o investigador de las Universidades de Berkeley, Virginia, Central de Venezuela, Utrecht, Autónoma del Estado de Morelos, Deusto y Extremadura. Ha impartido también docencia de postgrado en las Universidades Central de Barcelona, Complutense, Rovira i Virgili y del País Vasco. Ha publicado numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales. Es autor de Escenarios del cuerpo: Espiritismo y sociedad en Venezuela (2004), y coeditor de The Emotion and the Truth: Studies in Mass Communication and Conflict (2002), Before Emergency: Conflict Prevention and the Media (2003), Violencias y culturas (2003), Jóvenes sin tregua: Culturas y políticas de la violencia (2005), Multidisciplinary Perspectives on Peace and Conflict Research (2007), y Fontanosas 1941-2010: Memorias de carne y hueso (2010), entre otros. [email protected].
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IGNACIO GONZÁLEZ SÁNCHEZ es doctorando en el Departamento de Teoría Sociológica de la Universidad Complutense de Madrid, donde es becario FPU del Ministerio de Educación. Sus intereses se centran en la Sociología del castigo en general, y en la cárcel como forma de castigo en particular, en donde ha sido voluntario durante varios años. De sus publicaciones, cabe destacar aquí la coordinación de un debate sobre Castigar a los pobres, de Loïc Wacquant, publicado en la Revista Española de Sociología, y el artículo «Aumento de presos y Código penal: una explicación insuficiente». [email protected] FÉLIX A. LÓPEZ ROMÁN es profesor de Sociología y Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico. Sus trabajos de investigación han girado en torno a dos ejes temáticos. Por una parte, ha trabajado con la relación de los espacios en la conformación de subjetividades. A este respecto ha realizado trabajos de investigación sobre los centros comerciales, los medios de comunicación y actualmente se encuentra trabajando, para su tesis doctoral, sobre la casa urbana puertorriqueña de la década de los cincuenta. Su otra línea de investigación ha girado en torno a la relación entre las universidades y las comunidades de escasos recursos económicos del país. Algunas de sus publicaciones han sido: La Investigación Acción Participativa en el Contexto Escolar (2011), Foros Ciudadanos: La Conformación de una Ciudadanía Mediatizada (2010), La Mirada y el Poder: El Mall como Técnica Política de la Mirada (2009), Características de una Relación Universidad-Comunidad a partir de la experiencia de Alianza Comunitaria (2007). También ha presentado ponencias y participado en intercambios académicos en Cuba, República Dominicana, Haití, Suriname, Colombia, Portugal y España. [email protected] DARIO MALVENTI ROSSI. Doctor en Antropología (Universidad de Barcelona), licenciado en Filosofía (Universidad de Pisa). Entre 2003 y 2007 realiza una etnografía sobre el prototipo de cárcel terapéutica UTE de la prisión de Villabona, Asturias. En su tesis doctoral «Curar y reinsertar, líneas de fuga de la máquina penal contemporánea» desclasifica la metamorfosis terapéutica del gobierno carcelario español. Ha sido coordinador de las jornadas internacionales Umbrales celebradas en noviembre 2009 en la UNIA de Sevilla. Edita «Umbrales. Fugas de la institución total: entre captura y vida». Ha sido cofundador y co-director de Periferiak, encuentros entre pensamiento crítico y prácticas artísticas celebrados en Italia y el País Vasco (2002-2007). MARKUS-MICHAEL MÜLLER es doctor en Ciencias Políticas por la Freie Universität Berlin. Actualmente es investigador de postdoctorado en el Centre for Area Studies, Universität Leipzig. Es autor del libro Public Security in the Negotiated State. Policing in Latin America and Beyond (en prensa).
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Sus principales áreas de investigación incluyen: seguridad pública, violencia, conflictos urbanos, teorías del estado y procesos políticos en América Latina. [email protected] JUAN S. PEGORARO es Master en Sociología (FLACSO-México). Profesor Titular de Delito y Sociedad. Sociología del Sistema Penal. Investigador Titular del Instituto Gino Germani. Dirige el Programa de Estudios del Control Social (P.E.CO.S) y un Seminario Permanente del Control Social (de prosgrado) de frecuencia semanal desde 1993 en el Instituto Gino Germani, y dirige Delito y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales. Ha sido director de la carrera de Sociología de la UBA. Profesor invitado en universidades nacionales y en el extranjero. Ha publicado numerosos artículos sobre el tema en Brasil, Ecuador, México, Italia, Venezuela, Colombia y España. ALFONSO SERRANO MAÍLLO es doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, Director del Departamento de Derecho penal y Criminología de la UNED y Profesor Titular del mismo. Ha sido colaborador científico del Instituto Max Planck para Derecho penal extranjero e internacional de Friburgo de Brisgovia y Profesor Visitante en el Departamento de Criminología y Justicia Criminal de la Universidad de Maryland y en la Escuela de Justicia Criminal de la Universidad de Northeastern, Boston. Forma parte del Consejo de Redacción de distintas Revistas científicas nacionales y extranjeras y es editor de la sección de Criminología de la Revista de Derecho penal y Criminología. Entre sus principales publicaciones destacan sus últimos libros La estructura de la teoría criminológica contemporánea (2008), Intersecciones teóricas en Criminología (editor, 2008), Oportunidad y delito (2009) y El problema de las contingencias en la teoría del autocontrol (2011). [email protected] LOÏC WACQUANT es profesor de la Universidad de California, Berkeley, e investigador en el Centre européene de sociologie et de science politique, París. Ganador de una beca MacArthur y del premio Lewis Coser, es autor de numerosos trabajos sobre desigualdad urbana, dominación etnorracial, el Estado penal y teoría social, traducidos a una docena de idiomas. Entre sus libros en español se encuentra Entre las cuerdas. Cuadernos etnográficos de un aprendiz de boxeador (Siglo XXI, 2004), Repensar los Estados Unidos (Anthropos, 2005), Una invitación a la sociología reflexiva (con Pierre Bourdieu, Siglo XXI, 2005), El misterio del ministerio. Pierre Bourdieu y la política democrática (Gedisa, 2005), Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias, Estado (Siglo XXI, 2007), Las dos caras del gueto (Siglo XXI, 2010), Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social (Gedisa, 2010) y
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Las cárceles de la miseria (Manantial, nueva edición ampliada, 2011). Para más información, ver loicwacquant.net SAPPHO XENAKIS es becaria Marie Curie Intra-europea de la Comisión Europea (séptimo programa marco), vinculada a la Fundación Helénica para Políticas Europeas y Extranjeras (ELIAMEP), en Atenas, Grecia. También está asociada al programa de Estudios de Europa del Sureste en St. Antony’s College, de la Universidad de Oxford. Es doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad de Oxford, y tiene licenciatura y posgrado en Relaciones Internacionales por la London School of Economics and Political Science. Sus investigaciones tratan las dinámicas del poder estatal y la transferencia internacional de políticas en materias de seguridad, con referencia especial al crimen organizado transnacional, el terrorismo y la corrupción. [email protected]
COLECCIÓN ESTUDIOS DE CRIMINOLOGÍA Y POLÍTICA CRIMINAL DIRIGIDA POR ALFONSO SERRANO MAÍLLO
INTRODUCCIÓN A LA CRIMINOLOGÍA SERRANO MAÍLLO, A. 6.ª ed. 2009. DERECHO PENAL Y SOLIDARIDAD. Teoría y práctica del mandato penal de socorro VARONA GÓMEZ, D. 2005. DERECHO PENAL JUVENIL EUROPEO VÁZQUEZ GONZÁLEZ, C. 2005. DELINCUENCIA DE MENORES. TRATAMIENTO CRIMINOLÓGICO Y JURÍDICO HERRERO HERRERO, C. 2.ª ed. 2008. DERECHO PENAL JUVENIL VÁZQUEZ GONZÁLEZ, C. Y SERRANO TÁRRAGA, M.ª D. (Editores) 2.ª ed. 2007. EL ENEMIGO EN EL DERECHO PENAL ZAFFARONI, E. R. 2007. POLÍTICA CRIMINAL INTEGRADORA HERRERO HERRERO, C. 2007. HISTORIA DE LA CRIMINOLOGÍA EN ESPAÑA SERRANO GÓMEZ, A. 2007. ESTUDIOS DE HISTORIA DE LAS CIENCIAS CRIMINALES EN ESPAÑA ALVARADO PLANAS, J. Y SERRANO MAÍLLO, A. (Editores) 2007. LA MEDICIÓN DEL DELITO EN LA SEGURIDAD PÚBLICA FERNÁNDEZ VILLAZALA, T. 2008. TEMAS DE CRIMINOLOGÍA AEBI, M. F. 2008. INTERSECCIONES TEÓRICAS EN CRIMINOLOGÍA. ACCIÓN, ELECCIÓN RACIONAL Y TEORÍA ETIOLÓGICA SERRANO MAÍLLO, A. (Editor) 2008. NOCIONES DE PREVENCIÓN DEL DELITO Y TRATAMIENTO DE LA DELINCUENCIA BUENO ARÚS, F. 2008. TUTELA PENAL AMBIENTAL SERRANO TÁRRAGA, M.ª D.; SERRANO MAÍLLO, A.; VÁZQUEZ GONZÁLEZ, C. 2009. AUTOEFICACIA Y DELINCUENCIA GARRIDO MARTÍN, E.; MASIP PALLEJÁ, J.; HERRERO ALONSO, C. 2009. OPORTUNIDAD Y DELITO SERRANO MAÍLLO, A. 2009. PUNITIVIDAD Y VICTIMACIÓN EN LA EXPERIENCIA CONTEMPORÁNEA. ESTUDIOS KURY, H. Y SERRANO MAÍLLO, A. (Editores) 2009. LA DIGNIDAD DE LAS MACROVÍCTIMAS TRANSFORMA LA JUSTICIA Y LA CONVIVENCIA (IN TENEBRIS, LUX) BERISTAIN IPIÑA, ANTONIO 2010. INDUSTRIA Y CONTAMINACIÓN MEDIOAMBIENTAL. UN ESTUDIO COMPARATIVO DE LA PERCEPCIÓN DEL RIESGO EN COLOMBIA Y EN ESPAÑA MARÍA FERNANDA REALPE QUINTERO 2010. INMIGRACIÓN, DIVERSIDAD Y CONFLICTO CULTURAL CARLOS VÁZQUEZ GONZÁLEZ 2010. GENERACIÓN YIHAD. LA RADICALIZACIÓN ISLAMISTA DE LOS JÓVENES MUSULMANES EN EUROPA MIGUEL ÁNGEL CANO PAÑOS 2010. EL PROBLEMA DE LAS CONTINGENCIAS EN LA TEORÍA DEL AUTOCONTROL. UN TEST DE LA TEORÍA GENERAL DEL DELITO ALFONSO SERRANO MAÍLLO 2011. FENOMENOLOGÍA CRIMINAL Y CRIMINOLOGÍA COMPARADA CÉSAR HERRERO HERRERO 2011. CRIMINOLOGÍA COMPARADA: ESTUDIOS DE CASO SOBRE DELINCUENCIA, CONTROL SOCIAL Y MORALIDAD CRISTOPHER BIRKBECK 2012. TEORÍA SOCIAL, MARGINALIDAD URBANA Y ESTADO PENAL. Aproximaciones al trabajo de Loïc Wacquant IGNACIO GONZÁLEZ SÁNCHEZ 2012.